Gabriel Kessler Sentimiento de inseguridad cap 2 y 3.pdf

October 31, 2017 | Author: marina6arcia | Category: Police, Felony, Buenos Aires, Fear, Inflation
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EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

sociología del temor al delito

gabriel kessler

siglo veintiuno

editores

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siglo veintiuno editores s.a. Guatemala 4824 (C1425BUP), Buenos Aires, Argentina siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. Cerro del agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México siglo veintiuno de españa editores, s.a. c/Menéndez Pidal, 3 BIS (28006) Madrid, España

Para G. C.

Kessler, Gabriel El sentimiento de inseguridad: sociología del temor al delito. - la ed. - Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2009. .// 288 p.; 21x14 cm. - (Sociología y política) ISBN 978-987-629-097-5 1. Sociología. 2. Seguridad. I. Título CDD 301

© 2009, Siglo Veintiuno Editores Diseño de colección: tholön kunst Diseño de cubierta: Peter Tjebbes ISBN 978-987-629-097-5 Impreso en Artes Gráficas Delsur // Alte. Solier 2450, Avellaneda, en el mes de octubre de 2009 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina // Made in Argentina

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Índice

Introducción

9

1. Temor, razón y emoción El miedo en la historia El miedo al crimen como campo de investigación Entre la razón y la emoción Un sistema de indicios Ansiedades urbanas Lecturas desde la filosofía política Riesgo e inseguridad Pánico moral

21 21 30 35 45 51 53 58 64

2. El sentimiento de inseguridad en la Argentina ¿Un temor irracional? El sentimiento de inseguridad en las últimas décadas Dimensiones del sentimiento de inseguridad Problema público y consenso

67 68 72 89 96

3. Los relatos de la inseguridad Mayor preocupación por la seguridad Los discursos de preocupación intermedia Los relatos de menor intensidad

105 108 115 127

4. Las paradojas de la inseguridad revisitadas Distanciamiento y proximidad Género y formas del temor El impacto de la victimización ¿Hacia un cambio generacional?

141 142 160 173 179

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5- La gestión de la inseguridad Mapas, circuitos y trayectos Dispositivos y objetos en la vida cotidiana Sentimientos y gestión de vínculos

187 190 196 213

6. Tramas urbanas y consensos locales "Acá esas cosas no pasan" Posadas: frontera y temor al poder Córdoba, transformaciones urbanas y huellas de la dictadura Urbanizaciones privadas y retroalimentación de la inseguridad Un "gueto" urbano

221 223 228

240 246

Conclusiones

259

Bibliografía general

273

235

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2. El sentimiento de inseguridad en la Argentina

En el primer capítulo presentamos los conceptos y las definiciones principales de nuestra indagación sobre el sentimiento de inseguridad. En éste estudiaremos el caso argentino en un plano general para, en los próximos, examinar dimensiones particulares. Del capítulo precedente se derivan algunas preguntas centrales que ayudarán a una caracterización inicial del problema. La primera, insoslayable, atañe a la relación entre la preocupación subjetiva y los hechos delictivos. Los hallazgos internacionales coinciden en que el sentimiento de inseguridad no guarda una relación de identidad con el delito y exhibe más bien una autonomía relativa respecto de éste. Aunque en este punto la Argentina no sea una excepción, esto no implica renunciar al intento de encontrar una lógica en el vínculo entre ambos hechos. En segundo lugar, analizaremos el problema de la temporalidad del temor al crimen, el cual suele ser percibido como una irrupción violenta en manifiesta oposición con un pasado seguro. Con la ayuda de distintas fuentes, reconstruiremos la historia reciente de la preocupación por el tema que, en gran medida, difiere de esa percepción predominante. Luego definiremos las dimensiones del sentimiento de inseguridad, propuestas en principio por los estudios del "miedo al crimen", a las que agregaremos otros aspectos significativos para nuestro estudio. Por último, veremos qué sucede cuando se alcanza un consenso mayoritario en cuanto a que la inseguridad es un problema público de primera importancia.

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68 EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD ¿UN TEMOR IRRACIONAL?

No hay duda de que la preocupación y el temor no siguen la evolución de los hechos ni son un reflejo de la victimización que sufre cada categoría, pero ¿significa acaso que estamos frente a un fenómeno que escapa a toda lógica o, al menos, que el intento de explicarlo debe prescindir de la gravitación del delito? No creemos que sea así. El desafío es encontrar el plano en el que se encuentre la racionalidad entre delito y temor; racionalidad en uno de los sentidos propuestos por Jon Elster (1994), cuando postula que una emoción es racional si guarda algún tipo de proporción con los hechos y las circunstancias. Dicha racionalidad surge al adoptar una escala territorial y comparar regiones con tendencias distintas, como América latina y Europa. En efecto, nuestro subcontinente conjuga muy altas tasas de delitos con una elevada sensación de inseguridad. Mientras que en Europa, entre 2000 y 2005, el porcentaje de población que fue víctima de un delito en un año pasó del 19,3% al 14,9% (Van Dijk y cols., 2005), en los países de nuestra región el porcentaje de hogares donde hubo alguna víctima en el mismo lapso es dos o tres veces mayor, como muestra el gráfico 1. Hay, no obstante, una varianza considerable en las tasas delictivas, en particular si se consideran los hechos más violentos. Así, ciudades como San Salvador y Guatemala presentan tasas de homicidio casi veinte veces mayores que Buenos Aires y Santiago de Chile (datos del Banco Interamericano de Desarrollo, 1999-2003). Pero es cierto también, como muestra el gráfico 2, que la Argentina registró en las dos últimas décadas un incremento sostenido de sus niveles de delitos. Según los datos de hechos denunciados, las agresiones contra la propiedad se multiplicaron dos veces y media entre 1985 y 2000; incluso con una pequeña reducción y amesetamiento en los últimos años, los valores duplican los de mediados de la década anterior. En cuanto a la tasa de homicidios, si bien se ubica muy por debajo de otros países de la región, ya desde 1998 los de tipo doloso llegan a alrededor de 7 por cada 100.000 habitantes, por encima de su media histórica (Kosovsky, 2007).

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Gráfico 1: Tasa de victimización por hogares para 17 países latinoamericanos (1998-2005)

Fuente: Patricio Tudela, "Naturaleza y magnitud de los problemas de violencia delictual e inseguridad en América Latina y el Caribe", Centro de Investigación y Desarrollo Policial (CIDEPOL).

Gráfico 2: La evolución del delito en la Argentina (1980-2007). Total país, tasa cada 100.000 habitantes

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Pese a que durante el primer lustro del milenio disminuyó la victimización en Europa, el sentimiento de inseguridad aumentó del 22 al 28%. No obstante, sigue ubicándose muy por debajo de América Latina, donde alcanzaría el 60-80% de la población, según datos de las encuestas de victimización nacionales (Tudela, 2006). También en la región se incrementó la preocupación, aunque el delito no creció entre 2003 y 2007. En efecto, de acuerdo con el Latinobarómetro, el crimen y la violencia pasaron a ser las mayores preocupaciones de los habitantes en 2008, superando al desempleo, y desde 2003 se duplicó el porcentaje de gente que percibe la inseguridad como el principal problema de su país. Así, en 2007, ante la pregunta "¿Vivir en su país es cada día más seguro, igual de seguro o más inseguro?", sólo el 9% de los latinoamericanos manifestó que es más seguro; el 26% dijo que era igual de seguro y el 63%, más inseguro. Y frente al interrogante: "¿Siente usted temor a ser víctima de un delito todo o casi todo el tiempo?", el 73% de los latinoamericanos respondió afirmativamente (Dammert, Alda y Ruiz, 2008). Argentina no escapa a esta tendencia, ya que, como muestra el gráfico 3, los niveles de preocupación por el delito concentran desde 2003, salvo en un período, un 60 y 80% de las preocupaciones, con un crecimiento casi constante desde 2005. En otros estudios se indica que, en marzo de 2008,32 el 83% opinaba que la inseguridad había empeorado o se había mantenido igual en los últimos doce meses, y en marzo de 2009 un 30% pronosticaba que la situación empeoraría en el año en curso.33 Al comparar la relación entre tasas de victimización y de temor en ambas regiones, se advierte que ésta no escapa a una lógica de las proporciones: la segunda tiende a ser el doble de la primera. Esto muestra el peso explicativo de la llamada "victimización indirecta" (Box, Hale y Andrews, 1988): cuando en una sociedad determinada hay más personas victimizadas, circula más informa-

32 Datos de la encuesta TNS Gallup para La Nación (1000 casos relevados en agosto y septiembre de 2008). Fuente: La Nación, 05/10/08, 33 Datos de la encuesta TNS Gallup, "Los argentinos y la inseguridad", 1010 casos nacionales relevados en marzo de 2009. Fuente: La Nación, 23/04/09.

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ción sobre estos hechos, una mayor cantidad de conocidos o relaciones indirectas se enteran y lo difunden en sus conversaciones cotidianas, y así se intensifica la preocupación por el tema, más allá de haber sufrido o no un delito. Esta hipótesis se verifica con los datos de la encuesta realizada en la ciudad de Buenos Aires en 2007:34 en los barrios de la Capital donde las tasas de victimización eran mayores, como Pompeya, Villa Lugano o Barracas, la expectativa de sufrir un delito en el futuro también era más alta.

Gráfico 3: Problemas principales del país (1985-2009). Evolución de la desocupación, la inflación y la delincuencia ¿Cuál es el problema más grave en el país? ¿Y en segundo lugar? ¿Y en tercer lugar?

1985

1987

_____ Desocupación

1989

1991

1993

1995

----- Delincuencia

1997

1999

2001

2003

2005

2007

____ inflación

Fuente: Banco de datos, Ipsos Mora y Araujo. Encuesta Nacional.35 34 Para un análisis detallado de los modelos explicativos de estos hallazgos véase Bergman y Kessler, 2009. 35 La encuesta abarcó 1200 casos para el total del país, y 1000 en marzo de 2009. Aunque se presenta sólo la evolución de estos tres problemas, la encuesta mide la preocupación por una gama más amplia de cuestiones. En distintos momentos, algunos temas concentraron valores altos de preocupación, por ejemplo, en los años ochenta la deuda externa y en cierto grado la droga; durante los noventa, la corrupción. En particular, la educación y la salud han mantenido un promedio de interés sin grandes variaciones. De todos modos, pareciera haber una mayor interacción y efectos de "vasos comunicantes" entre delito, por un lado, y desocupación e inflación, por el otro.

2009

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Del mismo modo, donde los resultados eran menores, como Recoleta, Palermo y Caballito, tal expectativa también era más baja. Se producía entonces una "presión ecológica" (Roché, 1998) en la medida en que la información sobre delitos en la zona actuaba como anticipación de una eventual victimización personal futura y, de este modo, se convertía en una fuente de preocupación o temor. Así las cosas, si tomamos como referencia la comparación entre regiones o entre zonas de una ciudad, encontraremos una lógica en la relación entre delito y temor, en la que -al menos en los casos considerados- la victimización indirecta y la presión ecológica cobran un peso explicativo central.

EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS

Ni las altas tasas de delito ni la preocupación social aparecieron de repente. Antes bien, los gráficos 2 y 3 no muestran el fin abrupto de una edad dorada sin amenazas, sino un proceso paulatino de cambio. Sin embargo, la temporalidad subjetiva del sentimiento de inseguridad es de corto alcance y la mayoría de nuestros entrevistados ubican el comienzo de su desasosiego en años recientes, ya sea en 2004, luego de la crisis de 2001 o a fines de los años noventa, pero marcando siempre un rotundo corte con una supuesta tranquilidad del pasado. Por ello, para hacer la historia reciente del sentimiento de inseguridad hay que abandonar la mirada retrospectiva desde el presente. No es una tarea simple, y no sólo por la imposibilidad de acceder a los sentimientos de los sujetos en el momento preciso, es decir, antes de que la tonalidad afectiva del pasado haya cambiado a la luz del presente, sino también porque nuestro objeto es difícil de aprehender. Se trata de sentimientos inestables, preocupaciones coyunturales que no habrían dejado marcas tan claras en la memoria, ya que forman parte de aquello que al poco tiempo se olvida. Pese a esto, intentaremos construir los trazos centrales de esta historia mediante el contrapunto entre las encuestas de opinión y las representaciones mediáticas de los delitos, reviendo la mag-

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nitud de la preocupación e indicando a qué se temía en cada momento. Apelar al pasado, se sabe, es capital para entender el presente; en este caso, el objetivo es cuestionar la idea de una mutación radical entre seguridad e inseguridad, destacando permanencias y discontinuidades. A fin de cuentas, la forma del sentimiento de inseguridad, las variaciones en distintos grupos y sus relatos actuales resultan incomprensibles si no se establecen sus filiaciones. Figuras del temor que parecían olvidadas volverán a aflorar años más tarde ante hechos inesperados, y las razones por las cuales ciertos delitos generan la mayor conmoción colectiva sólo se explican a la luz de la historia reciente. Este recorrido no se remonta a los años de la dictadura, en gran medida porque la falta de encuestas y de otros datos limitarían la indagación; de todos modos, las marcas del terrorismo de Estado perduran en los temores recurrentes. Las fases de este relato y sus puntos de inflexión se superponen a los ciclos políticos: la primera comprende desde la vuelta a la democracia hasta la hiperinflación de 1989 y la salida anticipada del gobierno del entonces presidente Raúl Alfonsín; la segunda cubre los dos períodos de gobierno de Carlos Menem, el periplo de la Alianza y la caída de la convertibilidad, y la tercera abarca desde 2003 hasta principios de 2009.

LA HERENCIA MALDITA

En el primer período, los delitos comunes que mayor interés concitaron en los medios fueron aquellos que evidenciaban alguna vinculación con la dictadura reciente. La "inseguridad" como problemática y sección mediática aún no existía, y los diarios de tirada nacional se ocupaban de casos que podían ser ordenados según el grado de cercanía con el gobierno militar y el terrorismo de Estado. La referencia recurrente era la "mano de obra desocupada", ex represores y "servicios", algunos todavía en actividad, que se dedicaban, amén de a acciones desestabilizadoras, al delito común ya desde la dictadura, en gran medida a secuestros extorsivos, gracias a las complicidades dentro de las Fuerzas Armadas, la Policía y la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) (véase Juvenal, 1994).

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Un crimen paradigmático y con enormes repercusiones políticas fue el secuestro y posterior homicidio del banquero Osvaldo Sivak por parte de la banda comandada por el represor Sánchez Reisse.36 Sivak, quien ya había sido secuestrado en 1979, es nuevamente capturado y luego asesinado en 1985. Un segundo grupo de delitos no fue protagonizado directamente por fuerzas de la dictadura, pero mantenía vínculos con ellas. El más famoso fue el "clan Puccio", desbaratado en 1985, una familia de sectores altos que, en complicidad con militares y represores, secuestraba empresarios en su casa de San Isidro y los mataba luego de cobrar el rescate. Hubo, en tercer lugar, una serie de hechos que causaron gran conmoción y quedaron sin elucidar, sobre los que se elaboraron hipótesis de relaciones con la dictadura nunca comprobadas. Un particular impacto tuvieron la desaparición y el posterior asesinato de dos mujeres, Oriel Briant, en 1984, y la doctora Cecilia Giubileo, en 1985; en este último caso, según una de las versiones, el móvil habría sido silenciarla antes de una inminente denuncia por malversaciones económicas durante la dictadura observadas en la colonia psiquiátrica Open Door, donde trabajaba. Los tres tipos de delitos tienen en común la certeza o la sospecha de estar instigados o cometidos por un poder siniestro, una herencia maldita de la dictadura que operaba en democracia, a menudo agazapada en instituciones de seguridad. Tampoco es azar la figura reiterada: el secuestro seguido de muerte, el crimen paradigmático de la dictadura. De hecho, ése será desde entonces el delito que suscite mayor conmoción, escándalo y consecuencias políticas. En cuanto a otros delitos comunes, no estaban ausentes de los medios en el período, pero se mantenía aún vigente el régimen de presentación clásico: se los confinaba a la sección policial

36 La impericia en el tratamiento del caso Sivak, las complicidades dentro de las fuerzas de seguridad y los desacuerdos en el gabinete sobre la forma de encararlo habrían motivado la renuncia del ministro de Defensa, German López, y una dura interpelación parlamentaria al ministro del Interior de la época, Antonio Tróccoli (Andersen, 2002: 299).

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de los medios de tirada nacional y sólo ocupaban un lugar central en los más leídos por los sectores populares. Ahora bien, ¿los casos de mayor repercusión en el espacio público generaron temor? Es probable que no con respecto a lo que luego será definido como inseguridad, pero sí es posible que, por su vínculo con la dictadura, alimentaran una de las preocupaciones centrales de la época, la amenaza a la democracia: hacia 1987 un 45% de los encuestados temía que se produjera un golpe militar. Sin embargo, la preocupación por el delito común ya existía. En un estudio de 1985, la mitad de los entrevistados de los principales centros urbanos temía "ser asaltado en la calle", y un número similar, "que haya más violencia", inquietud más acentuada en los sectores populares de los suburbios y entre las mujeres, así como entre votantes de la UCD (Unión del Centro Democrático), partido de derecha liderado por Alvaro Alsogaray.37 Hay que señalar que estos estudios indagaban sobre distintos temores sin limitar opciones; a esto se deben, en parte, sus magnitudes importantes. Por el contrario, en las encuestas que pedían enumerar preocupaciones en orden de importancia, el delito no aparece entre las primeras. En 1986 se ubica en quinto lugar y, sumando 3 opciones en un estudio de Mora y Araujo, alcanza a un cuarto de los entrevistados.38 Es decir, sin estar en un lugar de relevancia en el orden de las preocupaciones ni ocupar un rol protagónico como problema público, el tema se hace presente, sobre todo en grupos determinados, cuando se interroga sobre él.

37 Fuente IPSA-Estudios de Opinión Pública. En el estudio en cuestión, realizado en Buenos Aires, Córdoba y Rosario, se interpretaba que el incremento del miedo se debía en gran medida a que "los argentinos están hoy más dispuestos a confesar sus miedos, que lo que estaban hace diez años" (p. 118). Diversos datos de estudios realizados en esos años señalaban una variedad de temores que, más tarde, aparecerán designados en el espacio público como "problemas nuevos". Por ejemplo, ya en 1987 el "temor a que mi hijo se drogue" concentraba un 37% de afirmaciones, Por otra parte, la inquietud debida a que "cada vez haya más violencia", un 55%, 38 Datos extraídos de Catterberg (1989: 43 y 44) y Mora y Araujo y Montoya (1999). Citados en Lorenc Valcarce (2003).

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Vale la pena detenerse un momento para observar quiénes se declaran más temerosos y quiénes no en las encuestas de la época. Las mujeres y los sectores populares eran entonces los más inquietos por el tema. Recién años más tarde, cuando la extensión de la ansiedad alcanzó a varones de sectores medios y medios-altos, se convertiría en un problema nacional. Cabe entonces preguntarse: ¿acaso el temor se acepta como algo natural en las mujeres, una suerte de "rasgo de carácter"? ¿Su sola presencia en los sectores populares no es suficiente, por falta de poder e influencia, para colocar el tema en el espacio público? En nuestras investigaciones posteriores, esta faceta de la desigualdad en la capacidad de imponer temas en la agenda pública se puso de manifiesto cuando, en los barrios populares de los alrededores de Buenos Aires, se afirmaba con evidente amargura que los medios se ocupaban de la inseguridad desde que afectaba a los sectores altos, cuando en verdad ellos "ya la sufrían desde hacía más tiempo". La hiperinflación de 1989 es un punto de inflexión que anticipa el tema crucial de la próxima fase, la imbricación entre inseguridad y cuestión social. Los saqueos y las resonadas amenazas de "vecinos que atacan vecinos", la necesidad que arrasa, en apariencia, códigos consuetudinarios de confianza y respeto en zonas de sectores populares causaron un momento de fuerte temor y dejaron una marca perdurable en la memoria de muchos barrios.39 Los medios de la época no escatimaron imágenes de vecinos armados prestos a defender con su vida las propiedades ante la inminente llegada de saqueadores desde otros lugares. Diarios y revistas expresaban su sorpresa hablando del "país que se descubrió después de los saqueos", y ante imágenes, consideradas inéditas, de gente armada se preguntaban: "¿Otro país?: no, este país".40 Con estas escenas se cierra un período que comienza con el delito unido a la herencia de la dictadura, y que va desdibujándose de a poco, a medida que se instala por medio de la inflación la cuestión social, de aquí en adelante un indiscutible eje central. 39 La memoria barrial de la hiperinflación es señalada en Puex (2003). 40 Gente, 08/06/89.

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CUESTIÓN SOCIAL E INSEGURIDAD

En esta etapa se produce el importante incremento del delito a nivel nacional y se constituye, en el espacio público, la asociación estrecha entre cuestión social y cuestión delictiva. Asimismo, se asiste a la construcción particular de la "inseguridad" como problema público en la medida en que se va configurando como una categoría de descripción y comprensión de la realidad, que incluye determinados delitos (pero no todos), una cantidad creciente de voceros, especialistas e instituciones que se pronuncian sobre el tema y una importante circulación de relatos que van ganando relevancia frente a otros y son aceptados como la narración verídica de los hechos y sus causas (Gusfield, 1981). La crisis social en tanto principal elemento explicativo de la inseguridad es un rasgo distintivo local en comparación con los Estados Unidos, Europa y aun con otros países de la región. En efecto, si en todos ellos la cuestión social tiene también una función explicativa, por lo general se articula con otros temas, como la inmigración, las cuestiones étnicas y la discriminación, el narcotráfico o la violencia política. En la Argentina tampoco están ausentes otras temáticas, como la droga, pero en gran parte subsumidas en la cuestión social. En efecto, a medida que el delito se incrementa en paralelo con la pobreza, la desigualdad y el desempleo, se llega a un consenso por el cual el delito es considerado una consecuencia de la degradación de la situación social. Los relatos mediáticos y los del campo académico en especial fueron estableciendo una atribución causal fuerte entre crisis social y delito, rasgo central de su conformación como problema público. Por supuesto que en gran medida ha sido así; ahora bien, aunque hubo numerosos estudios sobre el tema que probaron la correlación entre incremento de la desigualdad y del delito, y otros que hicieron lo propio en cuanto al vínculo entre las tasas de desempleo y el delito,41 no puede afirmarse que se hayan dilucidado to-

41 En Dammert (2000) hay una síntesis de los principales hallazgos de los estudios econométricos de la década de los noventa sobre las correlaciones entre variables socioeconómicas y delito.

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das las mediaciones ni los factores explicativos que vinculan la cuestión social y el delito ni, sobre todo, el peso que las formas de criminalidad, sin vinculación directa con la crisis social, han tenido en el incremento del problema. Queda así definido un diagnóstico compartido, una forma tal de hablar del delito que, con excepción de la derecha más extrema, ninguna otra corriente ideológica y casi ningún entrevistado puedan soslayar la cuestión social al referirse a las causas del delito, más allá de las diferentes soluciones que luego se propongan. El temor y la inquietud por el tema muestran, por su parte, un incremento constante. Ya en 1993 el delito ocupaba el tercer lugar entre las preocupaciones y en 1997 llegó al segundo. También las encuestas de Mora y Araujo-IPSOS,42 que en la década de 1980 señalaban que alrededor de un 20% de encuestados estaban preocupados por el tema, marcan un ascenso de la inquietud que a partir de 1997 supera el 30% de los entrevistados. Un dato de la época ayuda a entender lo que sucederá años más tarde: la percepción mayoritaria de que aún se trata de un tema menor, pero en constante crecimiento. En efecto, en 1996, para el Latinobarómetro, en la Argentina el delito es todavía poco elegido como problema principal, pese a lo cual un 87% de los entrevistados se mostraba de acuerdo con la afirmación de que "la delincuencia está en aumento". En paralelo a esta sensación, se asiste a un cambio en el espacio que el delito ocupa en los medios. Deja de estar confinado a los diarios populares o a las páginas de policiales para escalar a las secciones políticas, e incluso a las portadas de aquellos medios considerados más importantes. Para Stella Martini (2002), en este período las letras de molde y las imágenes televisivas van construyendo la idea de un país peligroso donde el individuo no está seguro ni en el espacio público ni en el privado. Shila Vilker (2006) reconstruye esa transición focalizando en el ocaso de los tradicionales semanarios policiales en los que el criminal era un monstruo, un anormal -lo que permitía un cierto tratamiento ficcional

42 Citadas en Lorenc Valcarce (2003).

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y una estética barroca- y el inicio de una nueva fase en la que el delito comienza a ser tratado con los códigos de la clase media, como un nuevo problema público que perturba la convivencia. Lorenc Valcarce (2003) sostiene que es en 1997 cuando el problema de la seguridad deja de ser un tema casi marginal y pasa al centro del espacio público, ya convertido en inseguridad. Sucedió durante la campaña para gobernador de Buenos Aires y la noción fue esgrimida por el radicalismo y el Frepaso como una crítica al gobernador Eduardo Duhalde por su apoyo a la policía bonaerense, "la mejor policía del mundo", juicio poco compatible con su participación en el crimen de José Luis Cabezas, el atentado a la AMIA y la perdurabilidad de la violencia institucional. No se trata sólo del lugar que las noticias policiales ocupan en los medios; en este acelerado in crescendo se crean además nuevas formas de representar el tema; en particular, el pasaje de "casos" a un colectivo mayor, las "olas de violencia", que, según Damián Fernández Pedemonte (2008), se construyen como una ampliación y distorsión de un conjunto de acontecimientos aislados. En cuanto a las figuras del temor, se difunde la idea de un delito juvenil desorganizado, producto de la degradación social, opuesto a las imágenes míticas de delincuentes profesionalizados, supuestamente adscriptos a códigos de respeto y de precisa dosificación de la violencia. Cierto es que los datos registran en ese período una disminución de la edad promedio de las personas procesadas y de la población carcelaria, motivo de importantes controversias aún no saldadas.43



43 En las Encuestas de Victimización en la ciudad de Buenos Aires, basadas en las percepciones de las víctimas e influidas, por lo tanto, por su subjetividad, se señala que entre 1997 y 2000 alrededor del 50% de los agresores en robos con violencia se habrían ubicado en la franja de 18 a 25 años. No obstante, un aumento en el registro de los agresores menores de 18 años no autoriza a afirmar taxativamente el descenso en la edad media de quienes delinquen. Si para ciertos análisis es la evidencia de una mayor proporción de jóvenes que cometen delitos, otras voces argumentan que es resultado de la selectividad social del poder judicial y policial contra la juventud de los sectores populares.

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Por su parte, la prensa no escatima imágenes de jóvenes marginales y peligrosos. Leonor Arfuch (1997) muestra una acumulación de casos en 1995 que irradian la figura del menor -y en ciertos casos hasta del niño- homicida como problema de criminalidad central. Dentro de la historia del miedo al crimen relatada en el capítulo anterior, esta representación es parte de un punto de inflexión común a muchos otros países en los mismos años; un relato subsidiario del fin de la sociedad salarial y su impacto en los jóvenes por la crisis de las vías de socialización tradicionales, como la escuela, la familia y, por supuesto, el trabajo. Una vez más en la historia, parte de las clases subalternas vuelven a ser peligrosas, pero en este caso no por su condición de trabajadoras, sino, justamente, por haber dejado de serlo: no se teme ya a la masa como un cuerpo gigantesco, sino a individuos supuestamente anémicos y desocializados. Pese a su centralidad, la relación entre delito y cuestión social no es la única que se plantea en los años noventa. Otros temas de la agenda de la violencia y la seguridad actuales surgen a lo largo de la década. En primer lugar, cobra gran relevancia la lucha contra la violencia policial. Un antecedente es el caso de Ingeniero Budge en el Gran Buenos Aires, que en 1990 lleva a juicio a funcionarios policiales involucrados en la muerte de tres jóvenes en 1987, instalando en el espacio público el tema del llamado "gatillo fácil" de las fuerzas de seguridad (véase Gingold, 1997). En 1991, en torno a la muerte del joven Walter Bulacio en una comisaría porteña, tal como muestra Sofía Tiscornia (2008), un grupo de activistas de derechos humanos inicia un movimiento que logra en 1996, en la ciudad de Buenos Aires, la derogación de los edictos policiales, lo que limita el poder de la policía en el momento de su creciente empoderamiento por el incremento de la sensación de inseguridad; así, en una dirección comparable a lo sucedido con las víctimas del terrorismo de Estado, los familiares de los damnificados por la violencia policial comienzan a organizarse.44

44 Sobre los lazos entre familiares de víctimas de violencia policial, véase Pita (2005).

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La asociación entre delito, impunidad y poder será otra clave de la época. Durante los años noventa se producen importantes "escándalos" que contribuyen a modificar algunas aristas del panorama político y constituyen momentos oportunos para la realización de cambios (Ford, 1994). Entre ellos, la caída de la dinastía de los Saadi en Catamarca luego de la movilización generada en torno del asesinato de la joven María Soledad Morales45 en 1990, el fin del servicio militar obligatorio posterior al asesinato del conscripto Carrasco en 1994 o el crimen del periodista José Luis Cabezas46 en 1997, que señaló la impunidad del poder económico asentado en los años noventa y de la "maldita policía" de la provincia de Buenos Aires y reforzó las voces en pos de una reforma policial. Éstos son, claro, sólo algunos ejemplos entre los que tuvieron una alta repercusión nacional; hay otros, en casi todas las provincias, muchos de resonancias perdurables, por la conmoción que causaron o porque quedaron sin elucidar y sembraron dudas sobre la complicidad de la policía y del poder político o económico, como el asesinato del senador provincial de Córdoba Regino Maders en 1991, para citar sólo uno. Hay otro hecho en esta década, el caso del ingeniero Santos en 1990, un hombre que persigue y asesina a los dos presuntos ladrones del pasacasete de su auto. Esto genera un fuerte debate, en particular gracias a que ciertos periodistas de peso hicieron una suerte de apología de lo que llamaron "justicia por mano propia". Entre ellos, Bernardo Neustadt, quien pronunció en televisión la expresiva frase 'Yo hubiera hecho lo mismo", con la que también tituló una nota de apoyo al ingeniero, y lo tildó de "líder social", promoviendo así una arista de autoritarismo punitivo ilegal, vedada hasta entonces en el espacio público democrático. El fin del segundo período, al igual que el primero, está marcado por la debacle económica y social. Durante la sucesión de presidentes en plena crisis posconvertibilidad, los asesinatos en 2002 de los jóvenes militantes piqueteros Maximiliano Kosteki y

45 Para un análisis detallado del caso María Soledad, véase Lozano (2007). 46 Véase un análisis de los casos Carrasco y Cabezas en Peruzzotti y Smulovitz (2002).

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Darío Santillán, a manos de la policía, causarán la mayor conmoción política, y acelerarán la salida del poder de Eduardo Duhalde y la elección de Néstor Kirchner.

EL AFIANZAMIENTO DE LA "INSEGURIDAD" Una vez comenzada la recuperación económica, en 2003, la nueva fase que llega hasta el presente estará signada por la consolidación de la inseguridad como problema público central y sección fija en los medios. En 2004, algunas encuestas marcarían un hito simbólico: por primera vez la inseguridad ocupa el primer puesto entre los problemas nacionales, superando al desempleo.47 A partir de entonces, el temor y la preocupación por este tema seguirán en aumento y en cada encuesta será recurrente el pesimismo, al no vislumbrar avances significativos. En la televisión, varios noticieros nacionales abren sus emisiones con el "saldo de inseguridad" de la jornada; la cuestión alcanza a todas las secciones de los diarios -policiales, política, sociedad- y a menudo ocupa la portada. Se instala así el debate sobre si los medios "reflejan" lo que realmente sucede o más bien lo exageran. La pregunta es compleja puesto que encierra un ideal de transparencia mediática, una demanda de que la selección de noticias se guíe por su frecuencia estadística. Es cierto que, como demuestra un estudio que compara 14 periódicos importantes de países latinoamericanos, hay una mayor presencia del delito en el diario argentino considerado, en contraste con otros países de la región con tasas mucho mayores (Rey, 2005). Sin embargo, coincidimos con Lagrange (1993) en que los criterios de selección de los medios respecto del crimen no son muy distintos de los utilizados en

47 La sumatoria de hasta tres respuestas a la pregunta: "¿Cuáles cree que son los principales problemas que hay en el país?" registra un 65% por la opción desempleo y un 71% por la opción delito. Fuente: Centro de Estudios Nueva Mayoría, En 2003, los resultados fueron 70% y 57%, respectivamente, en una encuesta de Research International, "Analogías. Monitor de Opinión Pública". En los datos de esta misma fuente, disponibles desde 2000, la preocupación por el delito nunca superaba a la del desempleo.

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otros ámbitos: se narra justamente lo que sale de la cotidianidad. Sanford Sherizen (1978) ya ha mostrado que la probabilidad de la cobertura mediática de un delito es proporcional a su rareza y no a su frecuencia. En este período, las imágenes del delito se organizan en torno de dos ejes. El primero es cambiante: la repentina aparición, la difusión y luego el rápido olvido de formas de delito novedosas, las señaladas "olas" constituidas en la década anterior. Al principio fueron los robos en los taxis, luego los "secuestros exprés", más tarde los "hombres araña" que entraban por la noche en los edificios, el asalto teñido de sadismo contra ancianos desprotegidos y después los "motochorros", entre otros. El segundo eje, a diferencia del primero, se mantiene estable: se consolida la imagen de la "nueva delincuencia" de la fase precedente,48 que alcanza un grado de representación con un claro matiz estético en la figura de los "pibes chorros", caracterizados en este caso con una serie de rasgos expresivos, por su forma de vestir y hasta por la música que se asocia a ellos, la "cumbia villera".49 Reforzando este relato, los medios presentan a menudo encuestas de confiabilidad muy variable pero que, en conjunto, proyectan con éxito la imagen de una sociedad atemorizada; el "circuito de retroalimentación del miedo al crimen" que Lee Murray (2001) señalara parece estar constituido. Se presenta, por ejemplo, un "Índice de Temor Ciudadano" de la ciudad de Buenos Aires, según el cual en 2005 un 83% fue víctima de un delito o "conoce algún damnificado".50 Además del delito, el sentimiento de inseguridad de la población ya es un tema en los medios: se es-

48 En un relevamiento realizado sobre notas acerca de niñez y adolescencia en 12 diarios nacionales, el 27,3% corresponde a delitos. En comparación con otros países, como Brasil, Colombia y Guatemala, la Argentina es el único donde la violencia es el tema central en relación con esas etapas. En los otros países, el tópico más recurrente es la educación. Véase el informe de Periodismo Social (2006). 49 Para un análisis de dichas dimensiones culturales, véase Míguez (2008). 50 La Nación, 13/06/06.

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cribe que "somos todos secuestrables", se habla del "deterioro progresivo de una sociedad encerrada por el pánico" o se hacen entrevistas para indagar cómo es "vivir enrejado".51 La imagen de una situación de seguridad degradada con respecto a cualquier punto del pasado cercano, que será peor o al menos no mejorará en el futuro cercano, es un dato recurrente de todas las encuestas. Se estructura un modo de tratar el tema, como muestran en su análisis Palmieri y Perelman (2007), en el cual se privilegian las noticias sobre el aumento de cualquier delito y se relega la información sobre aquellos en los que hubo una mejoría. Y ya no se trata sólo de un problema de las grandes ciudades, sino que empiezan a aparecer notas sobre las formas de inseguridad, el temor y la indignación en ciudades intermedias y pequeñas, en particular en la provincia de Buenos Aires, donde se registraron también movilizaciones públicas en Azul, en 2007, y en Olavarría, en 2009, años después de los disturbios generados en Tres Arroyos a fines de 1989 luego del asesinato de la niña Nair Mostafá. El acontecimiento trágico más significativo del período, por su impacto mediático, la conmoción social que generó y sus consecuencias políticas, fue el secuestro y posterior asesinato del joven Axel Blumberg en 2004. En torno a la figura de su padre y la "Cruzada Axel" se produjeron las mayores manifestaciones de los últimos años, protagonizadas por sectores en general poco moviliza dos, que se aglutinaron y formaron durante un tiempo un polo deoposición al gobierno de Kirchner en el momento de su mayor popularidad. Una de sus consecuencias, muestra Mercedes Calzado (2008), es la utilización del clima de conmoción generalizada para lograr que se concretara rápidamente, casi sin debate y deliberación, la promulgación de los proyectos legislativos de endurecimiento penal presentados con anterioridad al caso. Carolina Schillagi (2006) examina el proceso de conformación de sentido en ese período y la preeminencia, no única pero sí marcada, de discursos punitivos, selectivos con respecto a la "calidad" de algunas víctimas y de deslegitimación de las organizaciones de derechos

51 Clarín, 22/10/04, e Infobae, 19/02/05.

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humanos. Quizás haya sido el momento de verdadero pánico moral de la década: una víctima como "nosotros", enemigos monstruosos, una fuerte demanda al Estado, la voz de nuevos especialistas, en particular el padre de Axel, Juan Carlos Blumberg, quien, quizás en parte por ser hombre y por su título de "ingeniero" (que luego se descubrió que era falso), como sostiene Calzado (2004), fue investido de un saber sobre la seguridad que nunca les fue conferido tan automáticamente a las madres de las víctimas de violaciones a los derechos humanos o a los familiares de quienes sufrieron la violencia policial. Muchos otros casos que causaron fuerte conmoción tuvieron lugar en este período. Algunos de violencia policial, como el de Mariano Wittis y Darío Riquelme, en 2000, cuando el primero fue rehén del segundo en un robo y ambos fueron muertos por la policía, por lo que sus madres reclamaron justicia en forma conjunta, o el de Ezequiel Demonty, de ese mismo año, obligado por policías a tirarse al Riachuelo, donde se ahogó, o el de Marcos Schenone, en 2003, asesinado por el poderoso propietario de un bar de moda, por citar algunos. Por otro lado, hay crímenes que aparecen diferenciados de la inseguridad, en tanto dejan víctimas que no se consideran aleatorias, sino que se les adjudica el "sello mafioso", en particular por su vinculación con el narcotráfico (en general remarcando su origen o conexión con el extranjero) o el lavado de dinero, como el caso del asesinato de Mariano Perel y su esposa en Cariló en 2001, o el asesinato de tres jóvenes empresarios, en 2008, asociados rápidamente con el negocio de la efedrina. Cabe agregar un rasgo de esta etapa, cuya relación con el sentimiento de inseguridad, aunque sea indirecta, debe ser tomada en cuenta a la hora del análisis. Se trata de la imagen del "desorden" en las calles, en especial durante el pico de las protestas de organizaciones piqueteras y, en mucha menor medida, de la presencia de figuras ligadas a la marginalidad, como cartoneros o limpiavidrios. Esto nos lleva a un interrogante que se ha planteado a menudo en los últimos años. El delito y la cuestión social aparecen asociados desde hace una década; ahora bien, ¿los medios realizan una criminalización en masa de la pobreza? Por supuesto que depende de cada medio y es un tema aún abierto al

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debate. Pero la hipótesis que sostenemos es que hay un efecto de agenda más allá de la intención de los actores. Hemos comprobado que, al definirse la inseguridad como ligada sobre todo al pequeño delito desorganizado, en general protagonizado por sectores marginales -más allá de que no se postule la criminalización de la pobreza y que, por el contrario, se intente explicar las causas sociales del problema-, es muy difícil evitar que alguna lectura realice una asociación entre pobreza y amenaza, aun cuando esta interpretación sea contraria a la intención de los periodistas o de los especialistas que analizan el tema. No obstante, se advierte una diferencia en el tratamiento que le dan los medios, en particular los diarios. En general se ha observado que, cuando se habla de un individuo puntual, hay un cuidado mayor para no asociar pobreza con crimen que el que se tiene cuando se hace referencia a un lugar, en particular a algunas villas miseria y a ciertos barrios del conurbano bonaerense, a los que de modo casi explícito se considera zonas de concentración de delincuentes.52 En fin, una vez instalada la inseguridad como categoría general, pueden ser englobadas en ella otras cuestiones además del delito urbano. La polisemia del término lo vuelve maleable. Un primer ejemplo fue la tragedia de República de Cromañón, que inaugura un período de mayores controles sobre "la seguridad de los lugares" e instala el tema en los medios. Sin embargo, aunque lo que sucedió en Cromañón fue terrible -con un impacto político enorme: la destitución del jefe de gobierno de la ciudad-, la no repetición de hechos similares lo fue transformando en un caso único, que difícilmente se deja incluir dentro de alguna categoría general. En efecto, la inseguridad precisa de cierta repetición,

52 Así, por ejemplo, en un editorial que comenta los anuncios efectuados durante la gestión de Jorge Telerman sobre un plan de urbanización de las villas de la ciudad de Buenos Aires, se afirma que "no bastará con urbanizarlas y mejorar su fisonomía para que el resto de la ciudad se predisponga a convivir con ellas, sin mirarlas de reojo. También habría que sanearlas por dentro, a fin de liberarlas de la nociva presencia de los focos delictivos enquistados en su interior". Fuente:La Nación, 06/04/06.

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como la que se verifica en los accidentes viales. Así, las tradicionalmente altas tasas nacionales,53 su permanencia en el tiempo, el entrecruzamiento de la agenda de seguridad, asociada al delito, con una creciente tematización en los medios de la problemática vial desde mediados de los años noventa, aspectos ligados a las autopistas, el crecimiento del parque automotor y, por supuesto, los accidentes, hicieron eclosión luego de la llamada "tragedia de Santa Fe". Se trató del choque de un camión y un ómnibus, que provocó la muerte de estudiantes y una docente de una escuela media de Buenos Aires cuando volvían de realizar tareas solidarias en el Chaco, lo que intensificó las voces sobre el problema y reforzó la figura, existente desde hacía algunos años, de la inseguridad vial. Tiempo después, en los noticieros nacionales, los accidentes cotidianos se sumaron al balance de la "inseguridad" de cada día. En resumen, parecería que una vez que la inseguridad se instala como categoría descriptiva de la realidad y sección mediática cotidiana, puede ser ampliada e incorporar nuevas dimensiones. Si, por un lado, se puede sostener que esto no hace más que contribuir a la sensación de vivir amenazados o incrementar la "cultura del riesgo", también es innegable que la inclusión de la seguridad de los lugares y de la cuestión vial contribuye a la preocupación pública por temas hasta entonces casi ausentes y lleva también a quebrar el monopolio de la vinculación entre la seguridad y el pequeño delito, con sus consecuencias estigmatizadoras, lo que favorece la constitución de un espacio más plural de deliberación y de disputa en torno a la definición del problema. Para recapitular, esta breve y fragmentaria historia muestra que antes de la "explosión de la inseguridad" en los últimos años, la preocupación ya existía y venía creciendo desde mediados de los años ochenta en forma sostenida, con oscilaciones ligadas a las coyunturas y a las particularidades de la situación socioeconómica:

53 Según el registro de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la

Nación habría una estabilidad de las tasas de muertes por accidentes de autos desde 1980 hasta el 2006: entre 9 y 11 cada 100.000 habitantes.

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cuando ésta no es fuente de inquietud, la preocupación por el delito aumenta, y viceversa. Se puede señalar, entonces, que desde mediados de los años noventa, con algunos antecedentes en los ochenta, se fue gestando una demanda de seguridad que, eclipsada por la crisis del desempleo de 1995 y los sucesivos vaivenes que desembocaron en la crisis de 2001, hace eclosión cuando la situación económica parece controlada. Posiblemente haya contribuido a esto el hecho de que, si bien las tasas de delitos no aumentaron en el nuevo milenio, la perdurabilidad de la problemática en el tiempo y la sensación de que no hay soluciones son suficientes para incrementar el temor y la preocupación. Por otro lado, no fue sólo su aumento cuantitativo lo que instaló el problema, sino también que al temor inicial, más fuerte en mujeres y sectores populares, se sumó el de los varones de sectores medios, y que la preocupación se extendió a muchos otros centros urbanos. Por su parte, la representación de lo amenazante adquirió también formas distintas que coexisten y pueden ir reapareciendo, del mismo modo que sucedió con los temores ligados a la represión y la dictadura, como la desaparición de Jorge Julio López en 2007 (testigo clave en el juicio contra el represor Miguel Etchecolatz). De todos modos, el eje central ha sido la imagen del delito joven y anómico, a la que se agregan periódicamente otras figuras y víctimas, ligadas al poder político-económico, en torno a la violación y asesinato de niños y mujeres, la violencia policial, el secuestro extorsivo y hechos que se relacionan con el narcotráfico, el lavado de dinero y otras formas del llamado "crimen organizado". Por último, queda planteada la pregunta por las razones de esta temporalidad corta del temor entre los entrevistados, mucho menor que la que aparece, por ejemplo, en trabajos que indagan sobre el pasado mítico de la bonanza económica argentina. Así como en una misma sociedad existen tiempos sociales diferenciados, una "multiplicidad de tiempos sociales" según Gurvitch,54 sucedería lo mismo con las periodizaciones retrospectivas. Éstas va-

54 Véase el análisis de la superposición de tiempos diferenciados en el pensamiento de Georges Gurvitch, en Sue (1994: cap. III).

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rían no sólo en su duración, hitos y puntos de inflexión, sino en la forma en que se describen las fases de cambio: procesos paulatinos o transformaciones abruptas. El declive socioeconómico se relata como un proceso lento, de degradación progresiva. La idea de una decadencia económica nacional se afirma en contraposición a una edad dorada que se habría agotado en los años treinta, cuarenta o setenta, como señalan en su trabajo sobre el tema Pablo Semán y Silvina Merenson (2007), épocas a partir de las cuales se percibe un deterioro con momentos de vana ilusión de recuperación. El fin de la seguridad urbana, por el contrario, es más abrupto y reciente. Quizás se deba a que el sentimiento de inseguridad carece de hitos de referencia generales en torno a los cuales se puedan marcar los clivajes y reponer una historización; y a que, al ser eminentemente comparativo, necesita operar sobre un pasado considerado homogéneo y muy diferente al presente, con relación al cual se pueda construir el contrapunto entre dos épocas.

DIMENSIONES DEL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

El abordaje cuantitativo permite realizar una primera diferenciación entre las distintas dimensiones del sentimiento de inseguridad. En efecto, fue del propio campo criminológico de donde surgieron críticas a las encuestas iniciales sobre el tema concentradas en preguntas sobre la emoción sentida, críticas que exhortaron a explorar nuevas aristas. No obstante, el anhelo de la criminología ha sido en general encontrar el indicador que capte con mayor precisión la magnitud y distribución social de la preocupación por el delito. Nuestro objetivo, en cambio, no es sintetizar en una variable un fenómeno complejo, sino dilucidar sus diversos aspectos. Por eso, comenzaremos con las críticas dirigidas a las preguntas tradicionales, señalaremos las innovaciones introducidas en los países centrales y finalmente revisaremos esas dimensiones en el caso argentino y presentaremos otras que hemos desarrollado. Antes de comenzar, es necesario preguntarse qué es válido interpretar de la declaración de temor en un sondeo. Que alguien

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afirme sentirse inseguro frente al delito no significa que haya transparentado una emoción; es muy posible que exprese, sobre todo, una crítica a la situación, un descontento frente a lo que le resulta inaceptable y considera que no debería ser así. El enunciador en una encuesta de este tipo es más un ciudadano que hace oír su demanda, que un sujeto que expresa ante un desconocido, el encuestador, aquello que siente. A su vez, lo que cada uno declara y lo que no está influido tanto por las reglas del sentir como por las de expresión; es sabido que manifestar temor es más aceptable socialmente para las mujeres que para los hombres, y para los adultos mayores más que para los jóvenes. Por ello, es necesario poner en duda la idea de sociedades aterrorizadas o de una diferencia emocional entre géneros a partir de las encuestas; cabe aclarar que no se trata de negar la validez de interrogar por el temor, pero sí de sumar otros abordajes metodológicos y contrastar con otras dimensiones. En cuanto a los cuestionamientos realizados, la crítica se centró en la forma tradicional de preguntar por el miedo: "¿Cuán seguro/inseguro se siente o se sentiría caminando solo por su barrio a la noche?". Se esbozaba así una escena atemorizante por antonomasia: alguien solo en la oscuridad de la noche. Como es de esperar, en toda sociedad y en todo momento, las respuestas que afirman un alto grado de inseguridad ante estas situaciones suelen ser muy altas. Ahora bien, ¿qué es válido interpretar de esta pregunta en relación con el temor concreto de ser víctima de un delito? Los críticos coincidieron: no mucho. La formulación es vaga: no hay referencia explícita al crimen ni es claro qué se entiende por barrio. Más que temor al crimen, una respuesta afirmativa expresaría una sensación difusa de amenaza en el ambiente, más abstracta que específica (Garofalo y Laub, 1978). El intento por ganar precisión tomó dos direcciones, una de ellas es la diferenciación entre preocupación, percepción de riesgo y temor.55 La primera es una dimensión política, de inquie-

55 En Ferraro y LaGrange (1987) se utilizan los términos concern, risk perception y fear, respectivamente.

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tud ante un problema social; la segunda, cognitiva, de evaluación y expectativa de victimización, y la tercera, emocional, de miedo a ser víctima de un delito uno mismo o sus allegados más queridos, el llamado "temor altruista".56 Ninguna de estas dimensiones coincide necesariamente en la misma persona o en los grupos sociales. Así, los hombres suelen expresar más preocupación y menos temor; los jóvenes tienen una percepción mayor de una eventual victimización y menos temor, mientras que con los adultos mayores puede suceder lo contrario. Se procuró también interrogar sobre el miedo personal a delitos específicos así como sobre la frecuencia con la que se siente temor, y con ambas innovaciones se obtuvieron valores menores a los de las respuestas acerca de una sensación de inseguridad genérica.57 La dimensión cognitiva, es decir, la percepción de probabilidad o expectativa de sufrir un delito, ha resultado una línea de investigación fecunda. Estudios centrados en la percepción de riesgos de delitos específicos muestran la disminución de las brechas entre los sexos (Reid y Konrad, 2004), ya que la dimensión cognitiva estaría menos influida que la declaración de temor por mandatos de género. En otra dirección, el objetivo fue resolver metodológicamente la tradicional paradoja del mayor temor entre aquellos grupos menos damnificados, por lo cual se perfeccionaron las variables en juego. En particular, se estudiaron formas de agresión subdeclaradas por las mujeres, como la violencia doméstica y otras causantes de inquietud no siempre consideradas delito: formas de acoso u ofensas en la vía pública (Sacco, 1990). Los datos disponibles para la Argentina permiten trazar un cuadro general de las cuestiones presentadas. Lo más destacable es

56 La idea de "miedo altruista" fue propuesta por Maxfíeld (1984). 57 Hay intentos, en particular el de la Encuesta de Victimización Británica, de reconceptualizar las formas de medir el miedo al crimen. Desde 2004 se ha comenzado a indagar la frecuencia de la preocupación (worry) por delitos específicos en lugar del miedo (fear) en general, y los resultados sobre sensación de inseguridad han sido así mucho más bajos que con la pregunta tradicional. Véase Jackson (2005).

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que en las ciudades para las que se cuenta con datos oficiales -Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza-, todas las dimensiones revelan valores muy altos en los últimos años. Así, por ejemplo, según la Encuesta Nacional de 2005, el delito era un tema de charla frecuente para el 80% de los entrevistados mendocinos y para el 61% de los porteños; el 59% de los habitantes del Gran Buenos Aires consideraban muy probable ser víctimas de un delito y, en 2002, el 74% de los rosarinos declaraban sentirse muy o un poco inseguros de noche por la calle. De la encuesta de la ciudad de Buenos Aires realizada en 2007 se desprende, como se dijo, que la expectativa de sufrir un crimen es mayor en las zonas donde se registran tasas de delito más altas, en particular en los barrios menos favorecidos: en el sur de la ciudad y en los asentamientos precarios. Pero todas las dimensiones exploradas en esta encuesta arrojaban valores elevados: 7 de cada 10 entrevistados porteños consideraban que su barrio era inseguro, sólo 1 de cada 10 evaluaba que la situación había mejorado en el último año, y al indagar por delitos concretos, el arrebato en la calle era temido por un 58% de los consultados; ser atacado por un desconocido sin causa aparente, por un 52%; la intrusión en el hogar, por un 51%; el 41% de las mujeres temía un ataque de carácter sexual; el 31% del total el robo del automóvil, y el temor al maltrato policial era sumamente alto: alcanzaba al 25% del total de encuestados, con picos de más del doble entre los entrevistados de los asentamientos precarios de la ciudad, 51% en la villa 21.24 de Barracas, 63,3% en la 31 de Retiro y un 59% en la 1.11.14, llamada del Bajo Flores. Cuando se comparan las tres dimensiones más utilizadas en los trabajos actuales -preocupación, temor y expectativa de ser víctima-, se advierte un comportamiento dispar. Esta última es en general mayor que el temor declarado, ya que, como se dijo, la dimensión cognitiva está menos influida que el temor por reglas del sentir y de expresión. Por ejemplo, en 2005, en el Gran Buenos Aires, el 58.7% de los encuestados consideraban como algo muy probable ser víctimas de un delito, pero sólo el 32,5% afirmaba sentirse muy inseguro en la calle. O sea, la expectativa de sufrir un delito no suscitaría necesariamente temor o, al menos, un temor

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que se declare en una encuesta. En segundo lugar, si hay significativas diferencias por sexo y edad al manifestar el temor personal,58 las distancias se acortan al evaluar su importancia como problema; en ninguna categoría de la encuesta de 2007 en la ciudad de Buenos Aires desciende del 69%.59 Esto quiere decir que hay consenso a la hora de definir que se trata de un problema público, más allá de los sentimientos que personalmente se declaren. En tercer lugar, cuando se analiza el temor en general y por delitos específicos, las cifras son más altas entre las mujeres, con excepción del robo de auto, donde son similares entre ambos géneros. Sin embargo, si incluimos las acciones protectoras, por ejemplo la compra de dispositivos de seguridad tales como rejas, alarmas o cámaras de control -un indicador de temor que debe ser tenido en cuenta, como sugería la psicología experimental-, las brechas de género no sólo desaparecen, sino que, comparando los hogares de mujeres solas con el resto, presentarían un menor número de dispositivos (examinaremos esto en el capítulo 4). Además de las acciones, en la encuesta de la ciudad de Buenos Aires se incluyó otra dimensión: la percepción de delitos en la zona de residencia. La pregunta era "¿Cuán frecuentes son los siguientes hechos en su barrio?". En promedio, casi todas las opciones se presentaban como muy asiduas si se sumaban las respuestas "muy frecuente" y "algo frecuente": asaltos a mano armada, 55%; robo a casas, 57% en todos los barrios y un 80% en los asentamientos precarios; violación y homicidios se ubicaban en el 9% y alcanzaban el 20% en ciertos barrios, y el consumo de alcohol y drogas en la calle, considerado en general un indicador del sentimiento de desorganización ambiental, exhibía un promedio del 80%. Al contrastar estas percepciones con los hechos objetivos, se tiene la impresión de que están muy por encima de su frecuencia

58 Por ejemplo, en el grupo etario de 50 a 64, el 72,4% considera que su barrio es un poco o muy inseguro, frente al 59,8% del grupo de 20 a 24. 59 El valor mínimo corresponde al grupo de 20 a 24 años, con un 69%, y el máximo a los mayores de 65 años, con 83,1%.

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real. Se confirmaría así que el sentimiento de inseguridad se estructura en torno a las propias percepciones y no en relación con las estadísticas. Más aún, no suponemos que haya primero una suerte de evaluación detallada de la situación del delito y luego una opinión general producto de una operación inductiva, sino que el proceso sería de signo inverso: una sensación integral que contextualiza el juicio detallado por tipo de delito. En otras palabras, el mundo circundante se evalúa tal cual se lo siente o percibe de modo general; si se piensa que todo es más inseguro, se estará más proclive a avistar riesgos y peligros o a afirmar que distintos delitos están muy extendidos en el barrio. Aunque al comparar varias zonas de Buenos Aires los números agregados muestran que el mayor temor corresponde a aquellas con mayor frecuencia de delitos, la percepción de las distintas categorías sociales en cada una de ellas dista de ser homogénea. Antes bien, en un mismo barrio la percepción sobre la cantidad de delitos también varía. En efecto, en general era mucho más elevada en los adultos mayores que en los jóvenes y entre las mujeres que entre los hombres -precisamente, los grupos que suelen expresar una mayor sensación de inseguridad-. Hemos señalado también que, en su búsqueda de precisión, los estudios han ido desechando las preguntas por sensaciones integrales para indagar en los temores específicos. Sin embargo, para nuestro trabajo, tales indicadores son de interés justamente por aquello que se les critica: expresar las angustias generales. Ellos ponen de manifiesto una dimensión del sentimiento de inseguridad y del miedo, el carácter expansivo de la emoción señalado en el capítulo anterior, que rápidamente puede convertir un malestar causado por la inseguridad en una crítica a la situación general y, de este modo, tener una gravitación política. Elaboramos entonces dos índices: uno de temor general, sobre la evaluación de la seguridad del barrio y el sentimiento de inseguridad en las calles y en el hogar,60 y otro específico, que indaga sobre el

60 El índice se construyó con las siguientes preguntas: (1) En cuanto a la situación de seguridad, ¿cómo definiría el barrio en el que vive? ¿Es

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miedo a los cinco tipos de delitos,61 cuyos datos se presentaron más arriba. Comparando los barrios de la ciudad de Buenos Aires, el índice de temor específico se revelaba más próximo a las tasas de victimización de la zona, mientras que el de tipo general mostraba un desajuste: podía ser muy alto en zonas donde ni los delitos ni el índice de temor específico lo eran (por ejemplo, en barrios habitados por sectores medios-altos y altos, como Palermo o Recoleta). De este modo, tal índice podía interpretarse como una expresión más clara de la crítica o inaceptabilidad de la situación, un indicador de un malestar general que no estaba necesariamente vinculado con la evaluación del contexto ni con el temor específico, pero que podría tener, pese a ello, una significativa influencia en sus demandas políticas. Por último, las instituciones también cuentan. Cuando el temor al delito comenzó a extenderse en Europa a mediados de los años ochenta, se lo atribuyó a la crisis del Estado de Bienestar y a la disminución de las protecciones sociales.62 Luego se demostró en diversos contextos que la desconfianza a la policía, a la justicia y el temor al delito estaban fuertemente correlacionados. A escala local, el sentimiento de inseguridad, el delito y la desconfianza a la policía se retroalimentan. En las áreas consideradas peligrosas, abandonadas por los más pudientes, con menor protección e incremento del delito, la policía tiende a estigmatizar a sus habitantes, lo que acrecentaría los hechos de violencia institucional y au-

un barrio muy seguro, bastante seguro, un poco inseguro, muy inseguro?; (2) En términos personales, ¿cuán seguro respecto a ser víctima de un delito se siente usted caminando solo/a por su barrio? y (3) ¿Cuán seguro se siente usted respecto a ser víctima de un delito cuando está solo/a en su casa? En las dos últimas las opciones eran: ¿Se siente muy seguro, bastante seguro, un poco seguro o nada seguro? 61 Las opciones son: (a) Que le arrebaten algo en la calle, (b) Que sea atacado por un extraño en la calle sin motivo aparente, (c) Que le roben el auto (si tiene), (d) Que alguien lo toque o manosee sexualmente sin su consentimiento, y (e) Que alguien entre a su casa cuando hay gente adentro. 62 Para una historia social de la inseguridad en Francia en las últimas décadas, véase Bonelli (2008).

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mentaría la desconfianza entre la policía y la población local. La relación entre temor y desconfianza a las instituciones de seguridad y justicia también se verifica en la Argentina. Lucía Dammert y Mary Malone (2002) han demostrado la correlación entre la desconfianza en la policía, los altos niveles de corrupción y la sensación de inseguridad para el caso argentino, y en la encuesta de la ciudad de Buenos Aires hay también una mayor correlación entre temor y evaluación negativa de la policía. En síntesis, las dimensiones captadas por las encuestas muestran la complejidad del sentimiento de inseguridad: a las tres dimensiones que los estudios internacionales han desarrollado -la política, la cognitiva y la emocional-, nuestra investigación ha sumado la percepción de la frecuencia de los delitos y las acciones protectoras, una dimensión central del sentimiento de inseguridad por su utilidad para cuestionar consensos tradicionales, como las diferencias por género. Asimismo, junto al temor específico sobre cada tipo de delito, que permite precisar quién teme a qué y con qué intensidad, se toma en consideración también la pregunta tradicional, la sensación general de inseguridad, cuya imprecisión permite aproximarse al carácter expansivo y totalizador del temor, rasgo clave, probablemente, de su impacto político.

PROBLEMA PÚBLICO Y CONSENSO

Resta plantear entonces un interrogante central: ¿qué cambia en una sociedad cuando hay acuerdo en que la inseguridad es un problema público de primer orden, una cuestión que afecta al conjunto y socava el bien común, generando una creciente demanda a las instituciones para su resolución y una periódica evaluación y revisión pública para monitorear si las soluciones presentadas son las adecuadas? Sobre tal consenso no hay duda; como ya se ha dicho, las encuestas señalan el tema en el tope de las preocupaciones sociales. En el presente es un tópico de conversación habitual, el mercado de seguridad privada no cesa de crecer y las demandas al Estado son constantes. En una encuesta de

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2006 que abarca 42 países, la Argentina se ubica segunda, luego de Sudáfrica, en la preocupación por el tema.63 El acuerdo sobre su importancia no implica suponer una sociedad atemorizada ni que en todos los sectores sociales o regiones el sentimiento de inseguridad sea similar, pero sí indica que hay diversas implicaciones sociales, que presentaremos a continuación y desarrollaremos en los capítulos siguientes. En primer lugar, la preocupación general no es el delito en sí, sino la inseguridad. Como ya dijimos, la inseguridad no se refiere a todos los delitos y aquello que genera inseguridad no necesariamente supone la infracción de la ley. Su rasgo particular, desde el punto de vista de nuestros entrevistados, es la aleatoriedad del peligro. La inseguridad podría definirse como una amenaza a la integridad física, más que a los bienes, que parecería poder abatirse sobre cualquiera. Este carácter azaroso suscitaría un fuerte desasosiego y quizás explique por qué, en una jerarquía de delitos temidos, uno poco frecuente y al mismo tiempo más cercano a la aleatoriedad (como "que te ataquen en la calle sin motivo") haya ocupado el segundo lugar entre los temores de los porteños encuestados en 2007. La imprevisibilidad se fundamenta en la percepción del incremento de hechos y se proyecta tanto en el espacio como en la pluralidad de figuras de lo temible. En relación con el primer punto, una de sus facetas es la deslocalización del peligro: el fin de la división entre zonas seguras e inseguras bien definidas. Cuando se siente que la amenaza ha sobrepasado sus fronteras tradicionales y puede penetrar en cualquier espacio, la sensación de inseguridad se retroalimenta. Es posible que la centralidad de la figura de un delito anómico, individualizado, una suerte de "cuentapropismo", diferente a la imagen de las bandas o del crimen organizado, más asociados a un territorio determinado bajo su control, haya contribuido a la deslocalización del delito,

63 Fuente: AC Nielsen, 23.500 personas consultadas por Internet en octubre de 2006, Extraído de y . La preocupación por el delito era del 18% en América Latina en general, 24% en la Argentina y 7% en el resto de los países.

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cuando, en realidad, se puede marcar claramente la distribución de cada tipo de delito en las zonas de las grandes ciudades y, por ende, las probabilidades diferenciales de victimización según dónde se transite o se viva. En segundo lugar, hay una desidentificación relativa de las figuras de temor, por cuanto la percepción de amenaza no se limita sólo a las imágenes más estigmatizadas, como los jóvenes de sectores populares. En efecto, los entrevistados relatan robos de parte de personas "bien vestidas", que "parecía gente de clase media"; en barrios cerrados circulan historias de gente que ha entrado a robar "vestida con traje y corbata, como un nuevo vecino que venía de trabajar", y en comercios de barrios populares se describen hechos protagonizados por mujeres, algunas con bebés en brazos, o incluso por parejas de ancianos. La deslocalización y la desidentificación no producen la abolición de ciertos estigmas y prejuicios sobre personas y lugares; por el contrario, esta pluralidad de imágenes refuerza la sensación de amenaza aleatoria y omnipresente. Es preciso subrayar que la desidentificación es, como se dijo, relativa, pues las figuras habituales de estigma y temor siguen siendo compartidas, mientras que hay otras más temibles según el sector social, género, grupo de edad y área de residencia. Policía y guardias de lugares de diversión (los llamados "patovicas"), para jóvenes de sectores populares; agresores sexuales, para las mujeres de barrios del conurbano; personas ligadas al poder local capaces de todo tipo de abuso, para los sectores populares del interior del país; "gente que antes no existía", como limpiavidrios, mendigos o cartoneros, para algunos entrevistados de sectores altos de la ciudad de Buenos Aires, mientras que otros temen a la policía y desconfían de los custodios privados. El acuerdo acerca de que se trata de un problema público capital, que antes, en el pasado, no revestía la misma gravedad, plantea a los individuos una serie de interrogantes sobre las causas, los riesgos personales y las soluciones necesarias. Las respuestas a estos interrogantes son las piezas que conforman los relatos sociales sobre la inseguridad. Relatos, como se verá en el próximo capítulo, heterogéneos en muchos aspectos, pero que presuponen un juicio compartido de que el problema es, al menos, relevante. De

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tal consenso se deduce también qué emociones son lógicas y qué precauciones son necesarias: una determinada definición de la realidad se proyecta al terreno de la acción. En efecto, los individuos se ven impelidos a decir qué hacer frente a la situación descripta y los relatos harán a menudos las veces de una cartografía orientadora de la acción. La inseguridad como problema público comprende entonces una serie de acciones defensivas, protectoras, dispositivos y formas de operar sobre los vínculos, que en el capítulo 5 llamaremos "gestión de la inseguridad", cuyo objetivo es lograr una sensación de control sobre las amenazas percibidas e intentar un equilibrio entre las precauciones y la continuidad de las actividades cotidianas. Cabe agregar también que la extensión del sentimiento de inseguridad pone en cuestión la visión habitual de la relación entre temor y política. Tradicionalmente, cuando la preocupación por el delito afectaba a una parte minoritaria de la población, estaba asociada con sectores autoritarios, lo que validó la interpretación más hobbesiana de una tensión entre seguridad y libertad. La extensión de la inseguridad sugiere que esta regularidad debe ser repensada. Las posiciones han sido diferentes en otros contextos. Garland (2005) ha señalado que el incremento del miedo en las clases medias de los Estados Unidos e Inglaterra a partir de los años setenta debilitó el sostén que las elites progresistas brindaron durante décadas al "welfarismo penal", una política penal y judicial más benigna, y generó consenso hacia las medidas de corte más punitivo. La experiencia francesa aparece más matizada. Philippe Robert y Marie-Lys Pottier (1997) advirtieron la persistencia, durante dos décadas, de un "síndrome conservador-autoritario" que asociaba la preocupación por la seguridad, la xenofobia y el apoyo a la pena de muerte. Ciertos atributos hacían las veces de "antídoto" a esta tendencia: ser de izquierda, tener mayor capital cultural, ser ateo o agnóstico. Esto cambió en un estudio posterior (Robert y Pottier, 2004), donde detectaron la conformación de un nuevo grupo, los "neoinseguros", cuyas miembros provienen de los sectores antes exorcizados de tal preocupación y entre los que la inseguridad se disocia de los otros elementos del síndrome autoritario, es decir que es-

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tán preocupados por el tema pero no son xenófobos ni apoyan la pena de muerte. El caso argentino, en principio, podría acercarse más al francés. La preocupación por el delito está extendida a grupos sociales y sectores con ideologías políticas diferentes. Nuestra hipótesis es que esta extensión del temor y la preocupación marca el fin de una relación casi exclusiva entre autoritarismo y preocupación por la seguridad. La ideología previa y las experiencias de clase, sobre todo, llevan a distintas formas de procesar políticamente el sentimiento de inseguridad. Como esto se expresa en el abordaje cualitativo, lo veremos en profundidad en el próximo capítulo. Por ahora, nos limitaremos a dar algunos datos cuantitativos para sustentar nuestra hipótesis. En primer lugar, de la misma encuesta de la ciudad de Buenos Aires, y en relación con las medidas para combatir la inseguridad, en una pregunta de elección múltiple las que más apoyo tenían eran las sociales: consolidar la educación y luchar contra el desempleo; les seguían las legales: combatir la corrupción policial y hacer que las leyes se cumplan. Recién en último lugar se ubicaban las medidas más punitivas: castigos más severos y la aplicación de la pena de muerte. Alejandra Otamendi (2009), analizando una encuesta nacional de 2007, también encuentra distintas posiciones. Distingue un polo de apoyo a un Estado mínimo, caracterizado por la predilección de medidas punitivas y de solución rápida al delito, frente a otro asociado a una definición más amplia del rol del Estado, que apoya medidas más sociales como respuesta al delito y acepta, en consecuencia, que la solución será más lenta. Ahora bien, que las posiciones más punitivas no sean las mayoritarias no quiere decir que no haya grupos que las sostengan. El apoyo a la pena de muerte, un claro indicador, recibe en las encuestas de los últimos años una aprobación que oscila entre el 35 y el 45%, aunque no se trata de una tendencia ascendente.64 En marzo de 2009, luego de varias declaraciones de miembros de la farándula artística local en apoyo de la pena de muerte, se registró un 37% de aval.65 64 TNS Gallup, 2008-2009. 65 Datos de la Encuesta Ipsos-Mora y Araujo, marzo 2009 (1000 casos nacionales).

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Aunque no es una adhesión mayoritaria, se trata de una cifra muy considerable. Por otro lado, si la ideología previa afecta la perspectiva sobre el tema, la sensación de mayor delito influye a su vez sobre las ideologías, pudiendo implicar deslizamientos hacia un mayor autoritarismo y apoyo a medidas punitivas. La pregunta, que quedará planteada para el próximo capítulo, es cuáles son las ideologías o, en nuestro caso, los relatos en los que más fácilmente se producen tales corrimientos. Si observamos los cambios en la relación entre política y temor, se advierte un desajuste entre la preferencia de medidas que implican libertad individual y, al mismo tiempo, un endurecimiento con respecto a las ligadas al delito común. Detengámonos en una serie de encuestas realizadas por el diario Clarín en 2006 ante un finalmente fallido proyecto de reforma que intentaba atenuar algunas de las leyes endurecidas luego del caso Blumberg, en 2004. Las encuestas, de votación individual por Internet, contaron con un número importante de participantes, se hicieron durante varios días seguidos y puede suponerse que los votantes fueron en gran medida los mismos.66 La despenalización de temas tales como el aborto y la eutanasia tenía un margen de aceptación que rondaba el 80% de los casos, ya sea total o condicionada a ciertas situaciones. Por el contrario, cuando se trataba de cuestiones ligadas al delito los valores se invertían. Así, por ejemplo, el 74% mostró desacuerdo en que robar con un revólver de juguete fuera considerado de menor gravedad que hacerlo con un arma, y un 79% estaba en contra de que las penas menores de tres años fueran excarcelables. Algo comparable hemos observado en grupos focales con jóvenes porteños de niveles medios-altos a fines de 2008. Por un lado, eran sumamente abiertos en temas ligados a la diversidad, como las minorías sexuales, religiosas o los movimientos estéticos, mientras que eran autoritarios en aquello que se refería al delito, al que asociaban en forma explícita con franjas de sectores populares. El delito marcaba una frontera y se advertía 66 Las encuestas aparecieron en Clarin.com durante la segunda quincena de junio de 2006 y tuvieron una alta participación, entre 15.000 y 30.000 personas.

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que los mismos individuos expresaban posiciones disímiles frente a temas que, presumiblemente, se habían visto más ligados en el pasado; una articulación novedosa entre demanda de libertad individual y de un orden público con características autoritarias. En tal sentido, tampoco los discursos más autoritarios sobre la seguridad se mantienen idénticos a los del pasado. Como vimos en el capítulo anterior, un límite a la salida hobbesiana era que el Estado no se viera necesariamente como un Leviatán previsible. Años anteriores, en los comienzos del trabajo de campo, todavía era posible escuchar, en entrevistados de extrema derecha, la idea de que "durante el gobierno militar había más seguridad", ya que la represión del Estado estaba (sólo) dirigida a quienes "estaban en política". Las últimas fases del trabajo muestran que esto ha cambiado. El incremento del temor al delito y del apoyo a las políticas punitivas fueron concomitantes con la reapertura de los juicios contra los militares por crímenes de lesa humanidad, y la difusión de nuevos delitos produjo una resignificación de la dictadura militar que, aun para muchos de los más autoritarios, ya no parecía fácil asimilar a un Leviatán "previsible". Por estos motivos, se tornó difícil encontrar una apreciación de la dictadura militar como un período de total seguridad para los que "no estaban en nada", tal como se podía escuchar anteriormente. El develamiento de nuevos delitos de la dictadura, que para mucha gente no podían incluirse sólo en lo "político" -sobre todo robos de bebés, pero también secuestros a empresarios, saqueos de bienes o estafas-, fue deconstruyendo la oposición clásicamente reaccionaria: "democracia insegura versus dictadura segura". A esto se suma la erosión que el tiempo realiza sobre una experiencia pasada, así como la presencia de nuevas generaciones, para las cuales la dictadura militar no es un hito de referencia. Esto no significa que este desdibujamiento haya atenuado los discursos autoritarios, sino que éstos van reorganizándose sobre nuevos ejes. En resumen, en este capítulo intentamos, en principio, restituir una lógica al sentimiento de inseguridad. La idea de presión ecológica o victimización indirecta permitió establecer el lazo entre las percepciones y los hechos. Luego, la reconstrucción de una

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breve historia evidenció continuidades y transformaciones en un sentimiento que, retrospectivamente, es visto en oposición binaria con el pasado en lugar de ser considerado un paulatino proceso. A su vez, el incremento del delito en los años noventa fue indisociable de las transformaciones en los objetos de temor y en las formas de representación mediática. Las "olas" de inseguridad, en general, y de determinados delitos de moda eran una forma de marcar la continuidad y omnipresencia del tema; la "inseguridad" se transformó entonces en un problema público central, una categoría descriptiva de la realidad, una sección mediática estable y una cuestión que afectaba al bien común y que requería soluciones. Si la vinculación con la cuestión social fue el eje explicativo central y su figura protagónica fue el delito juvenil producto de la crisis, no estuvo ausente una pluralidad de figuras y tipos de delitos, ligados al poder, a la violencia policial, al crimen organizado, a la desaparición de mujeres, entre otros, que revelan algunas amenazas compartidas y otras diferenciadas, según la clase social, el género y el lugar de residencia. Examinamos luego las dimensiones cognitivas, políticas, emocionales y del terreno de la acción del sentimiento de inseguridad, cada una de las cuales podía exhibir un comportamiento particular según la categoría o el grupo social. Habría, no obstante, puntos de consenso, en particular, sobre su centralidad como problema público, lo que conlleva ciertas implicaciones: propulsar la construcción de relatos explicativos y de formas de gestión de la inseguridad, sugerir cuáles son las emociones convenientes. Finalmente, la extensión misma del problema a distintos grupos, junto a las transformaciones en los hitos de referencia históricos, anunciaba cambios en el vínculo tradicional entre temor al delito y política.

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3. Los relatos de la inseguridad

En el capítulo anterior indagamos el carácter multidimensional de nuestro tema a partir de datos e indicadores de encuestas. Aquí serán los relatos sobre la inseguridad de los propios entrevistados los que aportarán otras claves para entender el problema. Se trata de construcciones discursivas que postulan algún grado de coherencia entre descripciones, explicaciones y orientaciones para la acción. Todas ellas existen más allá de la situación de entrevista, es decir, no son sólo el producto de la interpelación de un investigador que insta a una persona a explicarse y argumentar acerca de un tema sobre el que cotidianamente no lo hace. En efecto, todos los entrevistados tenían ideas y comportamientos vinculados a la cuestión, y, por ende, los relatos se manifiestan de forma bastante espontánea y articulada. En ellos se podrán diferenciar, tal como en los indicadores de las páginas anteriores, dimensiones cognitivas, políticas, emocionales y del terreno de la acción. En estos discursos hay una serie de patrones comunes, que permiten establecer una tipología mediante el agrupamiento de aquellos que se asemejan entre sí y se diferencian de los demás en más de una de las dimensiones estimadas centrales: grado de preocupación, causas del problema, tipo de solución propuesta y orientaciones para la acción.67 Cada tipo de relato podría ser considerado una de las formas socialmente existentes de responder a las preguntas que circulan entre los especialistas, los medios y la sociedad en general acerca

67 Esta tipología responde a la categoría llamada de “agregación en torno a unidades-núcleo”. Véase Demazière y Dubar (1997: 277).

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de las causas de la situación, a qué y a quién se debe temer, qué puede hacer uno para protegerse y cuáles son las tareas que le competen al Estado. Asimismo, los relatos se vinculan con el aspecto comparativo de la inseguridad. Surgen en parte para intentar dar cuenta de por qué la situación ha dejado de ser la que era en el pasado. Por ello, si bien abrevan en representaciones existentes, conllevan también un aspecto novedoso. Cuando una parte del mundo cotidiano se vuelve problemática, se busca una explicación y se proponen acciones distintas para adaptarse a lo inédito. A su vez, lo considerado nuevo modificará lo existente; por ejemplo, cada relato está configurado en gran medida por las ideas políticas previas pero no las dejará intactas. Los discursos ordenan planos diferentes. Son formas de mirar y comprender la realidad y, algunos más y otros menos, tienen una intención pragmática: orientan la acción, sugieren qué hacer y qué no, por dónde ir, qué es necesario evitar. Transitan así del plano general al personal, y viceversa, vinculando la definición de la realidad social con la vida cotidiana. En consecuencia, una determinada gestión de la inseguridad intentará ser coherente con el cuadro trazado de la situación, y resultará casi como su corolario lógico: si el mundo se volvió muy peligroso, más vale limitar las salidas; si no es tan así, con algunas precauciones alcanza. Por otro lado, los relatos permiten cuestionar las imágenes de homogeneidad de grupos o categorías deducidas de las encuestas. Los datos estadísticos, como se ha visto en el capítulo anterior, señalan quiénes son los más afectados por el sentimiento de inseguridad, para prever de este modo comportamientos típicos de grupos y categorías sociales. Los testimonios no son ajenos a las diferencias de clase o de género; pero si tuviéramos que precisar sus vínculos con estas variables, habría que decir que son más bien transversales a ellas. ¿Por qué llamarlos relatos? Por un lado, son declaraciones programáticas: un diagnóstico del problema y de lo que debería hacer el Estado en consecuencia. Pero también son, en términos de Michel de Certeau (2000: 128), prácticas del espacio que “organizan los andares”, “producen geografía de acciones” y “hacen

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el viaje, antes o al mismo tiempo que los pies lo ejecutan”. A fin de cuentas, son una suerte de guía para manejarse en la ciudad: más orientados al espacio que al tiempo, al presente y al futuro que al pasado, son cartografías para decidir trayectorias y recorridos, orientaciones sobre las formas de moverse en el territorio utilizado. De este modo, se diferencian de la idea de narrativa de Paul Ricoeur68 en que no hay un compromiso identitario estrecho entre lo narrado y la propia biografía; hay más bien un cierto distanciamiento con lo enunciado: es una descripción de la realidad que intenta ser compartida. Tampoco la temporalidad, elemento central en las narrativas para Ricoeur, es un eje decisivo en estos relatos puesto que no suponen una forma de organizar la propia existencia en el flujo del tiempo. Por otro lado, en los relatos que analizaremos está presente el “habla del crimen” a la que se refiere Caldeira (2001: 41 y ss.), en la medida en que en torno al delito se organizan representaciones y distancias entre las personas, se constituyen marcos para las interacciones y los movimientos. Sin embargo, no son sólo eso, porque el eje no es el delito sino un mundo que se ha vuelto más riesgoso y en el que cada hecho, la visión y aun la experiencia personal de victimización cobran un sentido particular en el marco de un relato determinado. Los relatos son plurales, entre ellos habrá varios puntos en común y, por supuesto, grandes diferencias; algunos tienen claves de lectura puramente políticas; otros, de cuño más moral; algunos son más pesimistas que otros. Habrá divergencias fuertes: la actitud punitiva, evidentemente, pero también los sujetos de temor o la relación entre cuestión social y delito. Los sentimientos asociados no serán tampoco idénticos: en algunos casos será el temor; en otros, la nostalgia, la indignación o la pena. Si bien habrían podido ser organizados con criterios distintos, se decidió hacerlo en torno a un eje central: la intensidad de la preocupación general por la seguridad.

68 Véase una mirada sobre las diferentes concepciones del relato, mediante la comparación de la obra de Paul Ricoeur con otros autores, en Rosaldo (1989).

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Son entonces ocho relatos divididos según el grado de preocupación que expresan: intenso, intermedio y más bajo. Entre ellos se distribuyen todos los casos del área metropolitana. Para ilustrarlos elegimos fragmentos de uno o dos ejemplos paradigmáticos, con el propósito de presentar los ejes centrales de cada uno de los relatos y finalmente plantear aquello que los diferencia, lo que poseen en común y, retomando una pregunta ya formulada, cuáles son los que permiten conjeturar eventuales corrimientos hacia una mayor adhesión a medidas punitivas.

MAYOR PREOCUPACIÓN POR LA SEGURIDAD

Hay dos relatos que evidencian una alta preocupación cuando son diferentes entre sí: uno se configura como una tura política, un grito de enojo y odio desde una posición trema; el otro, de orientación más pragmática, gira en torno a hacer en un mundo que se considera totalmente peligroso.

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LA COMPLICIDAD DELITO-SUBVERSIÓN

El relato que vincula delito y subversión es el único que no ha sido reconstruido a partir de las entrevistas, sino que está conformado por un grupo bien definido de testimonios de un foro de discusión en la red sobre inseguridad.69 Es una expresión de extrema derecha, la única donde se hace una apología deliberada

69 El análisis de los foros de Internet permite tener acceso, entre otras cosas y de acuerdo con el interés de este trabajo, a tipos de discursos que no se expresan en el espacio público o durante una entrevista debido a que quienes los sostienen son conscientes de que, al hacerlo, recibirán algún tipo de crítica social. Por ello, se realizó una recopilación y luego el análisis de intercambios entre los participantes de un foro sobre inseguridad organizado en la página web del diario La Nación en 2006; se han elegido intencionalmente las perspectivas más extremas. Cabe subrayar que había una pluralidad de posiciones que no coincidían en modo alguno con las que aquí presentamos.

de la dictadura militar, y los sentimientos que revela con claridad son el odio y la indignación más que el miedo. Para esta perspectiva, las causas de la inseguridad son histórico-políticas y se explican mediante un silogismo simple: el gobierno de Néstor Kirchner estaría integrado por montoneros o ex guerrilleros en general, o sea, criminales, por lo cual hay complicidad natural con los delincuentes comunes; por ende, no sólo no se los castiga sino que las leyes blandas y los jueces “garantistas” los favorecen, en lugar de defender a la sociedad. Así explica uno de los foristas su visión de la situación: Los siniestros (ZURDOS) son los que actualmente están en el Trono (GOBIERNO) y son/fueron ellos los que secuestraron, asesinaron y cobraron rescates fabulosos para la época (1960-1970), algunos de más de 50 millones de dólares. Por ejemplo: el secuestro de los hermanos Born. Esta clase dirigente (MAFIA) que hoy nos gobierna es la que está llena de odio, de revanchismo y su meta no es otra que la división del pueblo (PLEBE). Yo nací hace más de sesenta años y mi niñez, adolescencia y juventud la pasé entre gobiernos de FACTO y CONSTITUCIONALES, y sin ponerme rojo (COLORADO) TE DIRÉ QUE FUERON LOS PRIMEROS LOS QUE MEJOR ME TRATARON, NO ME PERSIGUIERON, NO ME MOLESTARON Y SIEMPRE MI FAMILIA Y YO VIVIMOS MÁS SEGUROS QUE CON LOS GOBIERNOS

(desgobiernos)

DE

LOS PERONCHOS.

En este relato, la inseguridad es el capítulo actual de la lucha nación-subversión:

Por ende, estas opiniones pertenecen exclusivamente a los foristas; muchas de ellas pudieron ser cuestionadas por otros participantes, reportadas como abuso o rechazadas por los moderadores del foro. En suma, todos los testimonios expresan exclusivamente la opinión de quienes los vertieron. Se ha respetado el uso de mayúsculas de los textos originales.

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110 EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

¿¿¿¿Qué esperan de un gobierno lleno de subversivos y terroristas que en los setenta se valían del secuestro, la extorsión, el terrorismo y el asesinato para intimidar a la gente e imponer su ideología marxista???? ¿¿¿¿Me van a decir que esperan seguridad, educación, justicia, salud o algún bienestar???? Los secuaces de este gobierno están haciendo lo mismo que hicieron en los setenta, solamente que ahora lo hacen desde el poder y no hay nadie que defienda al pueblo de su inmunda metodología. Al ser recogido de un foro, no es posible precisar el perfil de quienes enuncian esta opinión, pero hay indicios para suponer que son sectores medios o altos más que bajos, varones más que mujeres y adultos mayores más que jóvenes. No sabemos a ciencia cierta cuán extendido está este discurso; no se nos escapa que el anonimato de los foros alienta expresiones que no pueden decirse legítimamente en voz alta. No obstante, nos interesa justamente por su carácter extremo, que manifiesta en la forma más pura y virulenta la articulación entre autoritarismo y discurso ligado a la demanda de seguridad. Ahora bien, si lo político es central, no hay ninguna reflexión acerca de por qué la política causaría el delito. Se amalgaman el delito, los derechos humanos, la izquierda, los piqueteros y todo lo que a sus ojos ingrese en el polo del “mal”, del desorden y, por ende, de la subversión. Tanto es así que, para algunos, el comienzo de la situación se remonta a 1973, con la liberación de presos durante el gobierno de Cámpora. Un forista le cuenta su versión de la historia a otro más joven: Vos no sabes cómo fue el tema de las cárceles abiertas por Cámpora por una simple razón: LA HISTORIA SE ESTÁ CONTANDO DESDE EL AÑO 76 EN ADELANTE, Y BORRANDO, EN LO POSIBLE, LO QUE PASÓ DESDE ESE AÑO PARA ATRÁS. Ahora bien, ¿no sabés? Te cuento: 25 de Mayo de 1973, el “día más largo en la historia de Argentina”. Duró más allá de las 2 de la mañana del 26. ¿Por qué? Bien: todos los terroristas y guerrilleros que asolaban este bendito país estaban presos: Arrostito, Perdía, Narvaja, Firmenich, etc.,

etc. Ya te digo, luego de arduas deliberaciones y la “marchita” como estandarte, se logró que se abrieran las puertas de todas las cárceles del país, dejando en libertad, no sólo a los terroristas y guerrilleros que volvieron a sus andadas, sino también a todos los delincuentes comunes, asesinos, violadores, etc. LO QUE SOBREVINO A PARTIR DE ALLÍ NO TE LO CUENTAN; yo, como tantos otros, lo viví. A lo que el forista más joven responde: desconozco cómo se abrieron las cárceles como usted dice, según Cámpora. Lo que sí sé es que seguramente en esa época no había piqueteros, zurdos de cuarta como ahora y partidos defensores de los derechos humanos. Tampoco secuestros extorsivos y sobre todos periodistas iguales a los de CLARÍN, PÁGINA 12, etc., etc. Sacando a toda esa “gente”, sumado las Madres de Plaza de Mayo, etc., etc., creo que todo sería mejor. ¿Usted qué piensa? No se trata entonces de un relato orientado al resguardo personal, sino a la denuncia de la situación desde la lógica autoritaria de un enfrentamiento irreconciliable, frente al cual la única solución es la destrucción de todo lo que se considera enemigo.

ALTEROFOBIA Y ENCIERRO

En el marco de este discurso el mundo está colmado de peligros: todo lo que no sea el círculo más íntimo es fuente de inseguridad. Es un diagnóstico más moral y menos político que el anterior y está centrado en las medidas protectoras cotidianas; el eje se sitúa en la acción: la preocupación extrema exige también dispositivos de precaución máxima. Con sus particularidades, está presente en distintas clases. Desde este punto de vista, las causas de la inseguridad son el incremento de los potenciales atacantes en el mundo exterior así como la disminución de la confianza en las relaciones más cercanas, ya sea por una “crisis moral” que produjo una modificación de los sectores populares o por la llegada de los otros,

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portadores de los “antivalores”. Hay una crítica política por lo que no hace el gobierno más que una lectura política del origen y las causas de la inseguridad, como en el relato anterior. No hay historización de lo que sucedió, tampoco una versión más o menos gradualista de la degradación; se trata tan sólo de constatar que ahora todo es muy peligroso, y la única solución es el encierro. La vida de Eliana, según ella misma lo dice, “gira en torno a la inseguridad”. Tiene 36 años y está casada con un mediano empresario de clase media alta; viven en una torre férreamente vigilada en una de las zonas más seguras de la ciudad de Buenos Aires. Cada acción y cada uno de sus juicios están estructurados y organizados por el temor de que le pase algo a ella o a su hijo de 6 años. Sus salidas son muy controladas, a lugares seguros; se desplaza en auto y nunca deja al niño, ni siquiera con la empleada doméstica; el mensaje de su contestador automático está grabado con una voz no identificable para no dar ninguna pista sobre la identidad de los dueños de casa. En definitiva, cada detalle está pensado en torno a una inseguridad causada, sobre todo, por la transformación de los pobres en clase peligrosa: El rumbo actual no deja ver adonde vamos... Antes el pobre tenía más dignidad. Obviamente que no hay que generalizar, pero ahora está el pobre que hace bien y el pobre que hace lo que está a su alcance, bien o mal, para tratar de salir o para perjudicar al resto. Antes el pobre tenía su trabajo, su dignidad y no tenía el resentimiento que tiene ahora. Los que están sufriendo ahora la falta de dinero, de educación y de todo se la están agarrando contra la clase media, y después ni hablar contra las otras clases. La crisis degradó los sentimientos, desdibujó las fronteras de acciones legales e ilegales para los pobres y generó inseguridad en cada ámbito. En las calles, apareció “gente que antes no existía”, temible: piqueteros, cartoneros, limpiavidrios; en el hogar, se erosionó la confianza en las empleadas domésticas, “no tanto por ellas, pero puede haber un novio o algún cómplice en su entorno”.

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Antes no existía el que limpiaba el vidrio y el que golpeaba. De hecho, cuando estás en el semáforo, que te golpean el vidrio, yo ya estoy con miedo. Y te dicen: “No le voy a robar. Sólo le pido una moneda”. Ellos ya están pensando en el robo y no en que uno los va a ayudar. Cuando salgo del supermercado siempre hay un montón de gente pidiendo. Siempre trato de comprarles comida y darles. Pero no con la cosa del dinero, porque todo eso lo van a usar en la droga, el alcohol o se lo van a dar al que los regentea. Son todas cosas que antes no estaban tan a la vista. Las cosas están cambiando. Antes uno veía a la persona que no tenía dinero y trataba de ayudarla. Ahora salís corriendo para el otro lado. Para Eliana, salvo el hogar, no hay ningún lugar totalmente seguro, ya que todos entrañan un riesgo específico, aun los elegidos para salir por ser los más protegidos, como los shoppings: En los shoppings andamos agarrados de la mano. Sí... Siempre que sea a 2 metros, porque si te perdés, no te ves más. Porque hay mucha gente, porque me da la sensación de que tampoco lo voy a poder encontrar o de que se lo van a llevar [a su hijo]. ¿Viste que en un momento eran los chicos que se robaban en los shoppings? En oposición al presente, el pasado era seguro. Su niñez y su adolescencia coinciden con la dictadura, a la que no condena pero tampoco reivindica porque no ignora que en ese tiempo “pasaban cosas”. Otro caso, socialmente muy distinto, es el de Pedro, de 65 años, beneficiario del Plan Jefes y Jefas de Hogar, que vive en un barrio del partido de Malvinas Argentinas con su mujer, quien lleva adelante un pequeño comercio de comestibles en el living de la casa. Pedro también considera que el entorno es extremadamente peligroso y que se divide entre “conocidos y desconocidos”. Cuando relata un robo del que fue víctima, describe así a sus victimarios:

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Eran jóvenes y desconocidos, porque en el barrio se conocen todos. Son chicos desconocidos. Porque acá nos conocemos todos. Eso es lo que pasa. Gente a la que uno no conoce. ENTREVISTADOR: ¿De dónde le parece que vienen? Y, vienen de otro lado, todos son desconocidos, son paraguayos, bolivianos. Ellos viven así, no como nosotros. Acá hay mucha mafia que viene de este barrio de al lado. Algunos se vinieron a vivir acá al barrio, enfrente mismo. ¿Sabe qué pasa? Hay muchas conexiones. En el bajo, en la orilla del río, hay mucha gente desconocida que viene de la villa. ¿A dónde se cría todo esto? En la villa. Porque ahí hay conexiones, dicen: “nosotros vamos a ir a robar allá, ustedes vengan acá”. Al ahondar un poco, en un discurso abiertamente xenófobo, los desconocidos, equiparados a los inmigrantes de países limítrofes, funcionan como matriz explicativa de una serie de hechos negativos: el delito, la ocupación de puestos de trabajo, la aceptación de una paga menor que los locales, entre otros prejuicios tradicionales. Así, los inmigrantes, en un barrio con una historia de migración de tres décadas, son transformados en el otro intruso, en el peligroso, en el recién llegado, lo que opera en la construcción de una alteridad radical con el vecino, a quien se convierte en desconocido. Pese a sus obvias diferencias, Eliana y Pedro comparten la percepción de un mundo exterior circundante muy inseguro, la impresión de que todos los desconocidos son virtualmente peligrosos y que sólo el círculo íntimo es confiable. Es decir, un discurso orientado sobre todo a la acción defensiva pública e individual. Por ello, pueden apoyar políticas punitivas y, en lo personal, limitan al máximo toda salida al exterior y avalan cualquier medida de precaución, a pesar de considerar que ninguna tiene el poder de eliminar por completo los peligros circundantes.

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LOS DISCURSOS DE PREOCUPACIÓN INTERMEDIA

En estos relatos la inseguridad es considerada un problema social importante, por lo cual es necesario tomar precauciones, pero sin modificar la forma de vida. La inquietud es oscilante, se disipa, regresa por momentos frente a algún hecho convulsionante para luego volver a mermar. En las encuestas cuantitativas, quienes enuncian estos relatos podrían responder que se sienten bastante o muy inquietos; otros se inclinarían por afirmar que sienten muy poca inquietud; en cualquier caso, sus relatos denotan que la inseguridad no es el eje de su cotidianidad. Sin duda, expresan la forma más habitual de experimentar la inseguridad en las grandes urbes argentinas: como un tema que es importante, pero que no llega a convertirse en una obsesión ni en el punto donde convergen todos los temores. Representan un universo heterogéneo: algunos individuos se revelan claramente de derecha, otros de centroizquierda o izquierda; hay lecturas más políticas, otras sociales y algunas con un sesgo exclusivamente moral; hay figuras temidas compartidas y otras muy específicas, así como gradaciones entre un polo de fuerte apoyo a medidas punitivas y otro de posturas muy democráticas.

LA DEGRADACIÓN MORAL

Es el relato límite de esta categoría, cercano al primer grupo. Los individuos manifiestan una fuerte preocupación por la inseguridad, pero sin que ésta sea el centro de las inquietudes cotidianas. Su ideología es de derecha punitiva extrema. Aunque ninguno sostiene la relación “gobierno-subversión-delito” del primer relato, no está ausente alguna referencia del tipo “con los militares había más seguridad”. Sienten más indignación que temor. Nuestros entrevistados son hombres de sectores medios y medios-bajos del Gran Buenos Aires. Para ellos, las causas de la inseguridad son la degradación social, cuyo epicentro son los años noventa y a la que se superpone, de modo no del todo claro, una crisis de autoridad en las instituciones, intrínseca al régimen democrático, que estaría en el origen de la delincuencia juvenil, el

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eje de preocupación de este grupo. Indican que el locus del delito son las villas miseria, a las que se estigmatiza sin reparos. Esteban, ex integrante de la Policía Federal y estudiante de Veterinaria al momento de la entrevista, así lo expresa: Yo creo que va todo de la mano. Está todo relacionado: hay desocupación y hay inseguridad porque los desocupados salen a robar, y el que queda desocupado no quiere trabajar. La desocupación y las villas miseria: ahí está toda la delincuencia; por lo general ahí están las fábricas de cocaína, los secuestros, están todos los secuestradores en las villas. Sí, la mayoría de los delincuentes son desocupados, pibes que no trabajan o que no hacen nada y se hacen chorros o chicos de la calle. Los padres no estudian o son borrachos, ellos tampoco estudian... Si en los primeros meses de vida un chico no recibe una buena asistencia, una buena alimentación, después no creo que se recupere, depende de las condiciones familiares que tenga; el padre se fue a la mierda, la madre no tiene para darles de comer, vos fíjate que la mayoría de los chorros salen de los lugares bajos. Familias sin trabajo e hijos sin control, erosión de la autoridad en todas las instituciones: todo esto aparece enlazado. En ese sentido, se habla de la pérdida del respeto al policía y, por este camino, se advierte una suerte de reivindicación de algunos aspectos de la dictadura. Nuevamente citamos un testimonio de Esteban: No, antes tenían respeto; en la época de los milicos miraban un militar o un policía y se cagaban todos, tenían mucho poder psicológico. Mucha cagada hicieron también, ¿no? Cagadas porque no sabían hacerla bien, no había un tipo que los manejara bien, que los gobernara bien, el presidente era un desastre. Ni los policías gobernaban, gobernaban ellos. Después la policía fue perdiendo el poder, hoy un uniformado no tiene poder: lo deliran, lo escupen... se perdió el respeto.

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Desde esta perspectiva, la crisis económico-social es causa del delito aunque esto no suscite ningún tipo de comprensión, ya que “nosotros también la pasamos mal y no por eso salimos a robar”. Los entrevistados adhieren así a un discurso moral que distingue entre pobres honrados y delincuentes, por lo cual la cuestión social no resulta para ellos un atenuante. Sin embargo, participan del consenso sobre la necesidad de hacer hincapié en la educación, en particular como forma de disciplinamiento, y, por el mismo motivo, proponen el retorno al servicio militar obligatorio. Es un discurso de cercanía socioespacial y de diferenciación moral: el riesgo está muy próximo, sin embargo, a diferencia del relato precedente, no todos son amenazantes de antemano, sino que media una evaluación personal. A fin de cuentas, el propio barrio puede estar “lleno de chorros”, pero si uno los conoce y ellos “no molestan”, no son preocupantes. El Estado, por su parte, si bien no es el causante de la inseguridad, es responsable por no combatirla con suficiente dureza. ¿Qué tendría que hacer el Estado? Que estudien obligatoriamente todos, y después que haya más trabajo. Si logra eso, entonces vos no trabajás porque no querés. Sí, hay gente que por más que haya trabajo no va a cambiar, la única forma de cambiarla es con [la] pena de muerte. Este grupo se caracterizaría por la crítica a los derechos humanos, asociados a una supuesta tolerancia hacia el delito, por la voluntad de matar ellos mismos a un delincuente si son atacados y por la adhesión a la pena capital. Así lo plantea un remisero de Don Torcuato, partido de Tigre: Hay que cambiar las leyes: hay algunos que están presos y que no deberían estarlo y hay casos al revés. Por ejemplo, un violador no tiene que estar preso... No, muerto. O el que te mata por robarte el auto, por un reloj o por 30 pesos, entra y sale. Tienen que ver eso, destruyen una familia que se queda sin el marido y sin el ingreso, sin el sueldo que llevaba. Habría que limpiarlos a todos, lo que

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pasa es que la plata va a las cárceles y no a la educación, como dice Patti: “Hay que ir a buscarlos a las cuevas”. Se meten los de derechos humanos. Habría que liquidarlos a todos los que le dan perpetua. ¿Cuánta plata por año sale un preso? Sale como 1100 por mes cada preso, sin contar lo que hay que pagarles a los guardiacárceles; toda esa plata tendría que ir a la educación. Como decíamos, dentro de este grupo se encuentra el relato extremo, porque el mundo es peligroso, pero la solución no es el encierro. En comparación con el primer grupo (los relatos de preocupación intensa), se advierte una mayor sensación de poder y de control personal de la situación, sin descartar que ambos se logren mediante la violencia. Es, en síntesis, un discurso altamente político, de fuerte demanda al Estado y de apoyo total a cualquier medida punitiva, sin límite alguno.

LA CRISIS SOCIAL

Éste es el relato más frecuente, el más cercano a un discurso “promedio” por el consenso sobre las causas sociales de la inseguridad, suscripto por gran parte de los medios y de las ciencias sociales. No obstante, no carece de matices. Adhieren a él personas de distintas clases, hombres y mujeres con grados diversos de interés por la política, progresistas o de izquierda y otros de centroderecha. Al igual que el relato anterior, sitúan el eje explicativo en la degradación social, pero ligada al incremento de la pobreza, al desempleo y/o la desigualdad que tuvo lugar en los años noventa. No emiten ninguna crítica a la democracia, jamás adhieren a medidas punitivas extremas y consideran que las causas estructurales morigeran en algún grado todo juicio moral condenatorio o la atribución de responsabilidad individual inapelable. La inseguridad es para ellos, a todas luces, una secuela de la crisis social de la Argentina. A partir de allí, hacen hincapié en cuestiones diversas. Para algunos, la solución es la educación; para otros, el trabajo, y hay quienes estiman que el problema es la droga. A su vez, el tema es importante como preocupación personal y también como pro-

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blema de la sociedad. Aunque el eje es asimismo el delito juvenil, no se trata de un relato sólo defensivo, como el anterior, sino que manifiesta una gran preocupación por la situación de los que aparecen como amenazantes. Jorge, docente de 40 años de San Miguel, afirma: Todo empezó en los noventa, con la destrucción que Menem y su neoliberalismo hicieron en la Argentina. Destruyó fábricas, familias, trabajos y así a la juventud. La exclusión produce el delito, la falta de expectativas, ver que unos tienen mucho y otros nada. Si la situación social mejorara, la delincuencia o la inseguridad no serían tan graves, no habría tanta gente en la calle. Imaginate un país como el de nuestra infancia, que había dos o tres desocupados por barrio. Hoy en día es todo un barrio [el] que está sin laburo. El contexto cambia, le cambia la cabeza a la gente. Este grupo es enérgicamente crítico del período menemista. La inseguridad en tanto problema social se enmarca en un relato más general de la edad dorada de la integración social argentina y su degradación, aunque mantiene un eje estructural, en la medida en que las soluciones son sociales y económicas. Para esta perspectiva, también se deben tener en cuenta cuestiones específicas de la seguridad, en particular si se asigna un rol importante a la policía, en la que Jorge no confía: Poco hace, porque el Estado lo formamos los ciudadanos, así que es nuestra responsabilidad. El Estado como institución no hace las cosas que debería hacer ni maneja las cuestiones como las tendría que manejar. La seguridad es responsabilidad del Estado. Nosotros pagamos nuestros impuestos y depositamos la confianza en el Estado, que no trata como debería a quienes tendrían que estar encargados de la seguridad. Me refiero a que un policía mal pago es un delincuente en potencia; el policía conoce tantos sucuchos, tantos antros, tantos mo-

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vimientos de la calle como el delincuente común. Está solamente a un uniforme de diferencia entre uno y otro. En este grupo el tema preocupa pero no atormenta, y se combinan, sobre todo en los casos donde hay cercanía con lo considerado amenazante, una serie de precauciones con un intento de no estigmatizar y de establecer lazos con las personas supuestamente peligrosas. En el relato de Marta, quien tiene una despensa en Solano, el temor o la sensación de amenaza no se transforman en autoritarismo. No, no, porque los conozco de chicos, y por mi forma de ser, y como me preocupa, yo creo que vos tenés que hacerte una mamá (entre comillas, no). Paso y les digo: “¿Qué tal?”, “¿Cómo les va?”, “Permiso”. ENTREVISTADOR: ¿Sentís que eso te da tranquilidad? Da tranquilidad en el sentido de que yo creo que se los margina por ese lado. El tema es, bueno, cómo hacés para poder trabajar con ellos. Yo creo que pasa por un tema de que se necesita mayor información, dialogar más, que sea una cosa natural el diálogo de este tipo de problemática. Por ahí pasaría la cosa, digo yo. Si no, queda como una cuestión muy marginada. Este discurso, a diferencia de los anteriores, es mayoritariamente contrario a las medidas punitivas y opuesto por completo a la pena de muerte. Algunos entrevistados contaban que en un principio se habían sentido atraídos por la propuesta de Blumberg, más por empatía que por compartir sus ideas, pero rápidamente se alejaron. Sin embargo, la inseguridad puede generar un corrimiento de esta posición hacia un mayor apoyo a medidas más duras, como sugiere el diálogo con una entrevistada de una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires sobre el tema de la baja de edad de imputabilidad de los menores. Todo tiene que ver con la economía y con el trabajo...Yo no sé si sería la solución del tema, pero para algunas ac-

ciones sí, que se considere bajar la edad para que un chico no pueda herir o matar. El tema de los rateritos y demás, no. Yo a los que encadenaría de por vida sería a los padres; ¿los chicos qué pueden hacer si están conviviendo con esa situación? Pero en aquellos casos en que estén ligados a asesinatos, robo a mano armada, hechos de violencia y demás, habría que ver... Es una solución que no sé si es definitiva... Así, en situaciones de duda, ante la ineficacia de las políticas actuales, surge la pregunta sobre si una mayor dureza en las penas o la baja en la edad de imputabilidad no serían una solución, al menos en el corto plazo. Este relato muestra entonces que existe una gradación, con posiciones intermedias, entre el autoritarismo ligado a la seguridad y los juicios más democráticos. En resumen, se trata de un grupo heterogéneo que expresa lo más parecido a los juicios “promedio”: la preocupación por el tema, el enfoque en los jóvenes, las precauciones sin encierro, el eje en la cuestión social y la no adhesión al punitivismo extremo. No obstante, al mismo tiempo, ante una situación de incertidumbre este grupo se pregunta, algunas veces en forma tímida y otras no, si además de las soluciones sociales cuyo efecto se sentirá sólo a mediano o largo plazo, no sería también necesaria –aunque no deseable– una mayor dureza o un cambio de las leyes para hacer frente a la situación actual.

LA ESTIGMATIZACIÓN

Éste es un discurso específico de los jóvenes de sectores populares de las grandes ciudades y, en algunos casos, de sus madres. Ellos aparecen estigmatizados como potenciales victimarios, por lo cual el relato está centrado en la vivencia continua de un estigma en el barrio, del hostigamiento y el maltrato de la policía y de los patovicas en los lugares de diversión. Así, pueden sentir inseguridad en el barrio, pero esto es más manejable que el hostigamiento policial. Juan Carlos, de 24 años, obrero de la construcción y tatuador de un barrio de Córdoba, le teme a la policía cordobesa, al

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delito y, sobre todo, a los Comandos de Acción Preventiva (CAP), a los que llama “Comandos de Acción contra los Pobres”: Por ahí vas caminando y, como son Comando de Acción Preventiva, al que les parece sospechoso lo paran. Y por ahí te tratan mal, te presionan, te preguntan de dónde venís: “Vengo de trabajar”. Y no está bien, en vez de ir a buscar a la gente que tienen que buscar, por ahí te comés el bajón de que te lleven, te demoren... Es habitual que los jóvenes del conurbano bonaerense relaten una gran cantidad de escenas de hostigamiento, sospecha y horas o noches en las comisarías, como Matías, de 22 años: Yo capaz que trabajo y me visto así, y ellos se visten así y son delincuentes. El otro día, el sábado, estaba tomando una cerveza con un amigo, y debe ser que llamó un vecino o alguien ahí de la cuadra, porque no somos conocidos tampoco, ¿viste?, es un poquito más para allá. Y nos sentamos, pero casi estuvimos tomando una cerveza como media hora en la vereda, y yo le pregunté al señor del kiosco si se podía. “Sí, tomá, mientras que no hagan quilombo”. “No –le digo–. Somos, dentro de todo, tranquis”. Y después apareció la policía, nos agarraron como si fuéramos delincuentes, con esposas, todo, nos apuntaban y todo. Y nada, yo les decía que yo trabajaba toda la semana para comprarme una cerveza, no estaba haciendo nada. “No, negrito, llamaron al 101, al móvil, entonces tenemos que llevarte”. Matías adjudica la persecución a su forma de vestirse, que se asemeja a la imagen difundida de los “pibes chorros”. Consciente del estigma de clase, afirma: “Yo me visto así y no lo estoy molestando. Capaz que el tipo de al lado tiene su Mercedes Benz y tiene flor de desarmadero, aunque no se vista todo deportivo”. Es habitual en los jóvenes, sobre todo en los del Gran Buenos Aires, relatar una y otra vez experiencias de ataque de la policía y de patovicas, contar

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las veces que los llevaron a las comisarías durante toda la noche, las ocasiones en que les pegaron, los lugares nocturnos a los que no los dejaron entrar, etcétera. La hostilidad policial es mayor cuando van al centro de la ciudad de Buenos Aires, como observa Matías: “Yo cuando me voy a Capital y me cruzo a la policía tengo miedo. Como hay mucha guita allá, lo ven a uno como medio sospechoso”. Si por un lado la policía hostiga a estos jóvenes, por el otro parte de los vecinos los estigmatiza. En palabras de Matías: La gente ve que vos estás en la esquina con otros pibes y te dicen que vos te estás drogando, y está la otra gente que te ve en la esquina y te llaman para ir a tomar mate. Pero hay mucho chusmerío. ENTREVISTADOR: ¿Qué chusmean, por ejemplo? Y, son las viejas... Por ahí, hay un grupo en la esquina y dicen que se drogan, pero los que se drogan, de diez, por ahí son tres, pero meten a todos en la misma bolsa. A mí me llegó ayer: yo me iba para Moreno y me subí a un colectivo y una me dice: “¿Es cierto que vos te andás drogando?”. “¿Por qué”, le digo. “Me dijeron, porque se corre la voz en el barrio [de] que vos andás con los pibes en las esquinas drogándote”. Este grupo no es ajeno tampoco al consenso de la inseguridad como problema general, aunque critica a los medios por difundir sólo lo que sucede en los barrios pudientes: “Yo escucho mucho de los secuestros, pero acá en el barrio hay otra realidad”. El relato de Matías hace referencia a la experiencia inmediata, ligada al entorno más próximo; las causas son cercanas al relato de la degradación social, centrado en la juventud y con un fuerte hincapié en el tema de la droga y la pérdida de conciencia como explicación de lo inaceptable, el ataque a un conocido: Si no tenés trabajo, no vivís, no comés... Voy a eso. Si la gente no tiene trabajo, sale a robar, se bajonea, se droga, se olvida. Después se quieren matar, hay algunos que se

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enojan, hacen las cosas y se olvidan... Ponele que se quedó sin trabajo, se droga y se olvida un rato. En general, hay una visión bastante fatalista tanto sobre el futuro como en relación con la probabilidad de ser víctima de un delito, ya que es parte de su realidad, algo que sucede: “No, si te tiene que pasar, te va a pasar. A mí, cuando me tenga que pasar, me va a pasar”. En síntesis, esta narrativa es la de un grupo que sufre el estigma ligado a la generalización del sentimiento de inseguridad. Los varones jóvenes de sectores populares son el grupo que concentra todas las miradas de sospecha en el barrio. Son vigilados por la policía y los patovicas, y más aún cuando se alejan de sus lugares de pertenencia para ir allí donde ni siquiera los conocen. El estigma no parece interiorizado, aunque indigna profundamente. Es una experiencia de discriminación cotidiana que contribuye a una percepción fatalista del porvenir.

LA INSEGURIDAD JURÍDICA

Éste es un relato de sectores medios-altos y, aun cuando se dé en pocos casos, resulta interesante por sus particulares claves de lectura del problema. Si bien este grupo no desconoce la cuestión social, la clave residiría en “la inseguridad jurídica”, término en boga en los últimos años para dar cuenta del supuesto incumplimiento, por parte del Estado, de los compromisos legales e institucionales. Esta idea también es afín a una literatura de divulgación histórica muy exitosa que explica que los males de la historia nacional se deben, en gran medida, a la existencia de una sociedad que no respeta las reglas.70 En el siguiente relato de Alfonso, un abogado

70 Se trata de libros que se transformaron en muchos casos en best sellers y que enlazan los problemas actuales y pasados de la Argentina con supuestos rasgos idiosincrásicos. Sus autores son, entre otros, Marcos Aguinis, Santiago Kovadloff y José Abadi. Para un análisis de esta literatura y el impacto de los “intelectuales de masas”, véase Semán, Lewgoy y Merenson (2007).

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de 60 años de la ciudad de Buenos Aires, la inseguridad jurídica tendría múltiples expresiones: el corralito, la presión fiscal sobre sectores altos y una impunidad generalizada del poder que se transmite hacia abajo, generando una sociedad en la que nadie contempla las leyes: Entonces, mientras tengamos un Estado que no cumple las leyes, un Estado que coarte la iniciativa individual, un Estado que, para autorizar un local, te pida que aceptes a fulano o a mengano, es imposible, digamos. Creo que a la Argentina le va a costar generaciones salir de donde se encuentra hoy. El Estado argentino es un constante violador de las garantías constitucionales. No solamente este gobierno ni el anterior ni el otro, es constante eso. Por eso digo que mientras el Estado no dé el ejemplo, ninguno va a cumplir las leyes. Las leyes existen, no son malas, te puedo decir, como abogado que soy, no son malas. Y yo creo que ésa es una postura generalizada en toda la sociedad y que, mientras ese tema no esté solucionado, el país no tiene salida. El cumplimiento de la ley es fundamental, empezando por el Estado, porque el gobierno debe cumplir la Constitución. Y siguiendo por todos los administrados, hasta el más pobre de ellos y el más, digamos, preparado. Este discurso gira en torno a la restitución del lugar de la ley. No es punitivo, no presenta jamás una apología de la dictadura ni de la “mano dura”, tampoco aparece la idea de un mundo muy peligroso. No expresa ni mucho temor ni indignación, más bien resignación porque la situación, al estar tan profundamente instalada, parece de difícil solución. Ahora bien, ¿cómo se vincula la inseguridad jurídica con la inseguridad urbana en el relato de Alfonso?

Yo creo que volvemos al principio. En la Argentina nadie cumple la ley, ni siquiera los jueces. Entonces existe un ir y venir de los delincuentes que entran y salen, entran y salen, entran y salen. Usted conocerá bien cuáles son los

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índices de causas que llegan a sentencias, en cuántas realmente existen condenas, etcétera. Que obviamente podemos decir que el tiempo, la situación económica pueden haber traído un incremento de la inseguridad, en función de que hay gente que, bueno, no encuentra otra manera de hacerse su sustento más que sustrayendo a la persona ajena. Pero no creo que esto sea una razón fundamental para el incremento de la inseguridad, yo creo que justamente el incremento de la inseguridad está en función de que no existe castigo para el delito. El eje del problema es la deficiencia en la aplicación de la ley en relación con la delincuencia. Este relato, común a muchos sectores, tiene una amplia confianza en el poder de la disuasión legal para disminuir el crimen. De este modo, la crisis no aparece como una cuestión central, aunque no se desconoce. Hay cierto distanciamiento de clase con la situación social en general que se trasluce también en una sensación de protección relativa. El mundo circundante no parece peligroso para este grupo, tampoco las figuras urbanas le causan temor; así, en el siguiente testimonio de Alfonso la inseguridad aparece, en cierto modo, como algo que afecta a otros sectores. En toda sociedad hay situaciones de inseguridad. Yo creo que un poco el desmadre en la última época de Alfonsín, en el sentido de asaltos a supermercados y ese tipo de cosas, bueno, pueden haber, digamos, incidido en la sensación de inseguridad del pueblo en general. Pero entiendo que ha sido un proceso de algunos años atrás hasta la fecha, ¿no? Entonces, por un lado, hay un distanciamiento de la cuestión social; por el otro, la idea de que hay una complicidad entre fuerzas de seguridad y delito, muy anclada en la cultura política: Yo creo que fundamentalmente hay que tratar de terminar con la complicidad entre el delito, las fuerzas policia-

les y la justicia. Y no es fácil, no es fácil. Pero creo que es la manera más eficiente de poder llegar a esto, porque que pongamos más patrulleros en la calle tiene un valor relativo, ya que si parte de esa policía sigue siendo socia del delito, estamos armando al delito, en alguna medida. Entonces mientras acá no tengamos una concepción social, o sea, mientras que la sociedad no entienda que el rescate de la Argentina tiene que ser moral, no hay alternativa. El punto nodal, por tanto, no es el endurecimiento de la legislación, sino el respeto de las leyes existentes. Por eso, esta narrativa no acordaría con un punitivismo extremo pero sí podría estar de acuerdo con una aplicación severa de las leyes.

LOS RELATOS DE MENOR INTENSIDAD

Los dos relatos de este tipo difieren entre sí. Uno expresa un distanciamiento y una disputa política con la definición actual de la inseguridad; el segundo es una negación individual de la preocupación por el tema en barrios donde en general los habitantes afirman que hay muchos peligros.

EL CUESTIONAMIENTO DE LA INSEGURIDAD

Es un discurso de disputa sobre la definición de seguridad y sobre su prioridad en la agenda pública. Si bien no es exclusivo, está muy presente en un sector de clase media que podríamos caracterizar de “centroizquierda”, y que entre nuestros entrevistados comprendía a docentes, profesionales y estudiantes, entre otros, en general en zonas de sectores medios de la ciudad de Buenos Aires o de ciertos lugares del conurbano, tanto varones como mujeres de distintas edades. Está caracterizado por un distanciamiento del tema con aristas diversas: por la experiencia personal pero, sobre todo, porque se cuestiona el discurso general y se sospecha de la real

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magnitud del problema. No da por sentado, como los otros relatos, que la inseguridad es sinónimo de delito juvenil, y se critica en consecuencia que la preocupación esté dirigida al pequeño delito urbano y a los jóvenes en lugar de centrarse en las organizaciones delictivas, a las que ven en complicidad con los factores de poder y las fuerzas de seguridad. Así, los que conforman este grupo comparten el discurso de la degradación social, pero se preguntan si no intervienen otras fuerzas, como las mafias policiales; son muy sensibles a las derivaciones autoritarias y muy críticos de la insistencia mediática en el tema. Están convencidos de que “hay algo más allá” y de que a ciertos sectores les interesa que el sentimiento de inseguridad crezca. Así, por ejemplo, Helena, una mujer de 65 años que vive sola en Palermo y es de clase media alta, aunque podría ser el ejemplo del temor según los perfiles de las encuestas, es un claro exponente de este discurso: Para mí la inseguridad es gran consecuencia de la falta de políticas de trabajo, salud, educación. Pero, además, yo tengo mi propia modestísima versión sobre los hechos, y es que nunca tengo muy claro hasta dónde toda esta violencia que estamos viviendo no es producto de todo eso más la pobreza, o un trabajo sucio que se está haciendo de estabilización que proviene de... cada uno piensa que viene del lado que más le molesta, ¿no? Hay mucha mano de obra desocupada. Por ejemplo, el otro día cuando dijeron: “dejaron en la calle otra vez a no sé cuántos equis policías” porque están sumariados por distintos actos de... de mala praxis, digamos, como podríamos llamarlo. ¿Qué hicieron con esos tipos? ¿Los metieron presos, les sacaron el arma o simplemente los sacaron de los cuadros y los largaron a ser mano de obra desocupada? En este sentido, si bien hay una clara conciencia de la crisis social, aquí se intenta mantenerla en parte separada de la cuestión delictiva. Continúa Helena:

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Me parecen unas cuantas cosas. Por un lado, creo que, en algunas situaciones de pobreza, donde no se encuentra salida, se dan situaciones de violencia, pero me parece que son más de las cuestiones delictivas que no salen en los medios. A mí me parece que una familia que siempre laburó, y no tiene laburo y no tiene con qué comer, si no está pidiendo por las casas, en una de esas afana algo de comida, pero ésos no son los delitos mayores. Me parece que en todo el tema de secuestros hay una estructura muy fuerte detrás, y hay una cuestión de arreglos muy fuertes con la cana que no los logra un pibe que está viviendo en la villa y que tiene hambre. Ya estamos hablando de otro tipo de estructuras. En ese contexto, se cuestiona la imagen actual de inseguridad y es habitual alguna referencia a lo que se vivía durante el proceso, como afirma Andrea, una psicóloga de 40 años de sectores medios, que vive en Florida (partido de Vicente López): Lo que llaman inseguridad fue tomando diferentes formas a lo largo de la vida. Para los que pasamos la adolescencia durante el proceso, la inseguridad es algo que uno palpaba desde siempre, los recaudos de con quién se hablaba, de qué se hablaba, hasta los peligros. Qué sé yo, en mi casa era habitual que estuviera algún amigo de mis viejos, escondido, entre comillas, hasta que lograra salir del país, o rajándose, o guardándose hasta que pudiera salir a la calle, hasta situaciones de amigos de mis viejos desaparecidos, o situaciones de qué era lo que uno podía decir o hacer en la calle, en la secundaria, ese tipo de cosas. Y, sin embargo, es ahora que sale más fuertemente el tema de la inseguridad... Asaltos, violencia, secuestros. Ese distanciamiento de los juicios también se condice con una posición ideológica hacia la acción: tomar recaudos pero no caer en el temor ni en el encierro, como relata Helena:

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Y la inseguridad, yo sé, es producto del hambre. Yo, por ejemplo, voy por la calle, voy a cumplir 65 años, sé que en la calle hay mucho riesgo, pero no quiero decir “Me quiero quedar adentro de mi casa, quiero que pongan a la policía, que le den gatillo libre”, como decía el monje negro de Ruckauf: “El delincuente muerto”... Yo quiero justicia, como la pedí en su momento, para todos. Entonces, estoy muy confundida, estoy muy, muy confundida, porque hay muchos mensajes que no sé de dónde vienen. No tengo información ni certezas, pero siento que aquí hay una cosa rara que yo espero que no nos lleve al desastre feo. Hay una fuerte inscripción política del tema. Se critica la herencia menemista, por la impunidad y la imagen de ricos corruptos y lo que eso transmitía a los jóvenes: la idea de obtener sin esfuerzo lo que se desea. Hay mucha sensibilidad, como dijimos, a las derivaciones autoritarias del tema. En tal sentido, los entrevistados se reivindican como “parte de un grupo de gente a la que no hay cosa que le dé más miedo que la policía”; las madres de adolescentes temen a los patovicas de los boliches y en general todos desconfían de la seguridad privada. También eran muy críticos de Blumberg en su momento, tanto debido a quienes lo rodeaban como a su exclusiva preocupación por las víctimas de sectores medios. El siguiente es nuevamente un testimonio de Helena: Yo estoy con mucho temor todos estos últimos días, más la nueva explosión Blumberg, que a mí me suena terrible, me tiene con mucha angustia ese asunto. Es una exageración, no tengo ningún derecho, reconozco el dolor de un padre por una lucha para esclarecer la muerte de su hijo, pero me parece que este hombre está yendo un poquito más allá. Y aunque no sea él, alguien está aprovechando eso. Una extremísima derecha, muy bien organizada. Suenan algunos hombres alrededor que me producen mucho, mucho terror. Además, a mí no me gustó desde el primer día, tengo amigas mías que me di-

cen: “¿Por qué no te gustó?”. Desde el primer día que este hombre hizo la primera marcha, cuando aparecieron las luces, primero me emocioné mucho, después empecé a mirar. Yo te diría que entre los seguidores a las marchas de... sobre todo la última de este señor, debía haber muchas de las personas que en algún momento dijeron “Ah, ¿vio?, el hijo de fulanita desapareció, se lo llevaron, ¡en algo habrá estado!”. Esa sensación tengo. El cuestionamiento de la inseguridad es un discurso fuertemente político mediado por la experiencia. Hay una disputa por la definición de inseguridad, de los diagnósticos, de la magnitud del problema. La ideología también contribuye a procesar de un modo particular el eventual temor, sin estigmatizar, sin tomar recaudos extremos ni abandonar el espacio público.

LA NEGACIÓN DEL TEMOR

El discurso de este grupo es muy diferente al anterior, claramente negador de que pasa algo en su contexto o, en todo caso, de que aquello que pasa pueda afectarlo. Lo encontramos en barrios del conurbano junto al de otros vecinos que consideran que la situación es muy grave. “No conozco el miedo”, nos asegura Olga, una vendedora de quiniela de 60 años, viuda, que vive sola en un barrio del conurbano donde el temor es habitual y donde, el año en que la entrevistamos, habían matado a tres personas. Del mismo modo, en el Gran Buenos Aires, en un conjunto edilicio estigmatizado por violento, paradigma de la inseguridad en los medios, varios vecinos afirmaban: “Aquí no tengo miedo, porque todos nos conocemos”. La negación del temor era el resultado de un fuerte trabajo sobre sí mismos, del que estaban orgullosos, una forma de “vivir la vida” que los distinguía de sus vecinos atemorizados. Si la anterior era una posición de distanciamiento, ésta se caracteriza por la sensación de autoprotección que transmiten quienes la enuncian. A veces se sienten inmunizados frente al delito, otras frente al sentimiento de inseguridad, ya sea porque nunca fueron

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víctimas, y creen que nunca lo serán, o porque sufrieron hechos que, afirman, no dejaron huellas subjetivas perdurables y no van a repetirse. Como cuenta Olga: Gracias a Dios, lo que le doy gracias a Dios porque, no sé, tengo algo, un temperamento, algo. Vos me vas a ver así, dentro de un año venís y me vas a ver así. No tengo miedo a nada, a nada. Mis amigas me dicen: “Yo quisiera ser como vos, no tener miedo”. ENTREVISTADOR: ¿Y usted qué les dice? Que no saben vivir la vida, y ellas me dicen: “¡No te mueras nunca!”. El eje aquí es individual: uno está protegido o es el propio temperamento el que lo vuelve inmune al temor. Así, a pesar de haber sido victimizada tres veces, Olga asegura que nada le provoca miedo: ENTREVISTADOR:

Si usted pasa por una esquina donde hay un grupo de jóvenes tomándose una cerveza, ¿le provoca miedo? No, no, no. Para nada. E: ¿Piensa que le puede volver a pasar alguna cosa como la que le pasó? Nunca. Escuchame, hay gente que se pone depresiva y no sale nunca más a la calle. Eso depende de cada temperamento. E: ¿No tiene nada que ver con lo que a uno le pase? No, no. Así como el diagnóstico de inseguridad es el resultado de comentarios, charlas, rumores, imágenes de los medios, también la negación de la inseguridad exige un trabajo deliberado para evitar la información y no hablar del tema. Cuando le decimos a Olga que hubo tres muertes en el barrio, no quiere que le contemos más, no tiene información ni quiere saber nada del tema. “Sí, pero no me preguntes por qué, ni cómo, ni cuándo, porque no sé nada, sé que los mataron y punto”. Si el discurso anterior era profunda-

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mente político, ésta es una concentración en la propia vida y en las relaciones más cercanas. La negación del temor no es un juicio divergente sobre la realidad, no afirma que no pasa nada, sino que expresa una inmunidad, sobre todo emocional, respecto del tema: no pensar que algo puede pasar y, si ocurre, procurar que no deje marcas. Por otro lado, la negación del miedo no es necesariamente progresista: puede combinarse con la idea de que, al no ser el problema de uno o al tener que estar más protegido en ese ambiente de seguridad propia, cualquier cosa que suceda fuera de él para asegurar la paz es bienvenida. Por lo tanto, puede haber una suerte de indiferencia o hasta una complacencia con medidas punitivas. ¿Qué nos enseñan los relatos presentados? En primer lugar, la diversidad de posiciones frente a la inseguridad en cada categoría y grupo social: un mismo tipo de discurso se encuentra en grupos distintos y en cada uno de ellos se registran varios diferentes. En efecto, relatos de preocupación alta, media o baja son enunciados tanto por hombres como por mujeres, por adultos mayores y por los más jóvenes, por sectores altos, medios y bajos. La realidad cotidiana tampoco es determinante: en los mismos barrios, en casas contiguas, con una situación local similar, los relatos pueden ser de tonalidades heterogéneas. Ahora bien, la diversidad no es contingencia. Dos variables parecen influir en la adscripción a un relato determinado. En primer lugar, ideas políticas previas que operan en dos planos: en una atribución causal del problema donde gravitan de forma diferente factores sociales, morales, políticos o individuales, y en la posición frente a las medidas punitivas. No aparece tampoco una relación exclusiva entre ambos planos, esto es, las articulaciones entre el diagnóstico y la solución presentan cierta autonomía. Relatos con atribuciones causales coincidentes daban lugar a posiciones divergentes, tal como sucedía entre la crisis social y la degradación moral: en ambos casos se atribuye el problema, en cierta medida, a causas similares, pero en uno hay una oposición a políticas punitivas y en el otro, una aceptación plena. En segundo lugar, influye también la experiencia de clase, en especial en una dimensión socioespacial, al imprimir una sensa-

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ción de proximidad o distanciamiento respecto del delito. La proximidad en los barrios populares considerados por sus habitantes como peligrosos es cercanía física y social con la amenaza, propia de relatos en los que el peligro está identificado y es circundante, como en la degradación moral, en la estigmatización y en la negación del temor. Por el contrario, en sectores medios y altos, sobre todo en quienes habitan las zonas más acomodadas de la ciudad de Buenos Aires, los relatos marcan un mayor distanciamiento social y espacial, una referencia más genérica al problema, como la inseguridad jurídica, el cuestionamiento de la inseguridad y también la complicidad delito-subversión. Por su parte, el relato de la crisis social es más bien policlasista. Podemos ya advertir algo que examinaremos en detalle en el próximo capítulo: la proximidad y el distanciamiento influyen en las formas de construir los discursos, pero ninguno de los dos permite anticipar un mayor o un menor apoyo a medidas punitivas. Hay un rasgo que retomaremos luego, cuando exploremos la cuestión de género: los relatos más punitivos son esgrimidos por hombres, como el de la crisis moral y el de la complicidad delitosubversión. Otra particularidad es que los sentimientos declarados son variados, y el temor, cuando está presente, tiene intensidades dispares. En algunos relatos es la emoción exclusiva, o al menos la nodal, pero esto puede abarcar desde el tenue desasosiego de la inseguridad jurídica, pasando por la preocupación controlada de la crisis social, hasta llegar al temor omnipresente de la alterofobia. Ahora bien, casi tan frecuentes como el temor son la ira, la indignación o la “bronca”, aunque con motivos distintos: en los discursos más punitivos se dirigen al delito y se asocian con una avidez de medidas extremas, mientras que en el relato de los estigmatizados, más focalizados en la policía y los patovicas, se suscitan por la experiencia de discriminación y el hostigamiento. No falta la nostalgia por un tiempo distinto, así como tampoco cierta inquietud o confusión sobre la situación actual en el relato del cuestionamiento y hasta un declarado orgullo por no sentir temor en la negación del miedo. Una emoción no es exclusiva ni invariable. En el curso de una narración algunas emociones se iban eclipsando y otras afloraban: por ejemplo, en

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la crisis social se habla de temor en referencia a situaciones concretas; se siente pena por los “chicos arruinados” y bronca porque nadie se ocupa de ellos, y se expresa esperanza o fatalismo por lo que suceda en el futuro. El sentimiento de inseguridad es en gran medida procesado por la ideología política previa, pero también lo nuevo puede socavar lo preexistente. Llegados a este punto, vale la pena explorar la relación entre la adscripción a un relato y un corrimiento punitivo. Un primer punto es si los eventuales deslizamientos conllevan cambios de relato o se producen más bien sin abandonar el discurso al que se suscribe. Esto es, un eventual incremento de apoyo a políticas punitivas, ¿implicaría el pasaje de algunos relatos a otros, por ejemplo del de la crisis social al de la degradación moral? Si los hubo en el pasado, no podemos saberlo. Para comprobarlo habría sido preciso un abordaje longitudinal que cotejara en el tiempo a las mismas personas y sus relatos. Nos parece, más bien, que los corrimientos tienden a producirse dentro de algunos relatos, sin desecharlos. Los discursos tendrían la estabilidad de las estructuras sociocognitivas: son maneras de aprehender la realidad, grillas de lectura persistentes, conformadas con ideas, creencias y juicios morales de larga data. Ahora bien, las posiciones definidas frente a lo punitivo son inherentes a algunos relatos, mientras que otros aceptan ciertas variaciones. La complicidad delito-subversión y la degradación moral son militantemente punitivas, y el relato del estigma, el cuestionamiento y, en general, la crisis social se ubican en el campo opuesto. En la alterofobia hay, en ciertos casos, juicios explícitamente autoritarios y en otros no, pero es predecible un fácil deslizamiento: si para protegerse hay que apelar a cualquier medio, ¿por qué tener algún miramiento? De igual modo, para la negación del temor, se acepta todo lo que parezca garantizar la tranquilidad y el olvido del problema; y si acaso las medidas más extremas prometieran mantener la protección subjetiva, podrían ser aprobadas sin que se necesiten muchos argumentos: baja preocupación y alto apoyo punitivo, en apariencia contradictorios, pueden acoplarse en este relato.

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¿En qué relatos parece más posible el corrimiento? La crisis social es el caso más relevante. En principio, parece tener fuertes anticuerpos contra lo punitivo. No obstante, aunque la mirada sobre la estructura actúa como atenuante, se detectan eventuales movimientos que analizaremos en capítulos posteriores, ya sea por la visión de que no hay salida a la situación o por una discontinuidad entre el diagnóstico y la necesidad de respuestas inmediatas. En este sentido, se diferencian las medidas de corto y largo plazo. Quizás el de la crisis social sea el relato que mayor corrosión puede sufrir con el paso del tiempo. En efecto, es previsible que su extensión en la última década radique en parte en un grado de sensación de responsabilidad compartida, o al menos de contemporaneidad, en particular por la crisis de los años noventa o de 2001, una suerte de comunidad de experiencia que el paso del tiempo irá difuminando. Los indicios del debilitamiento del contrapeso que las explicaciones estructurales suponen para el sostén de medidas punitivas han sido advertidos en el trabajo realizado con jóvenes de sectores medios altos a fines de 2008, para quienes los años noventa, el menemismo y aun el año 2001 no constituyen un pasado común, ya que eran niños en ese entonces. Por ese motivo, no son hitos tan presentes y parece ser menor el peso de algún tipo de responsabilidad o experiencia social compartida. Un proceso comparable se puede dar con la inseguridad jurídica: no hay una lectura punitiva, pero la solución es una mejor aplicación de las leyes. Tal propuesta admite interpretaciones diversas, por ejemplo, el apoyo a lo que se considera una “aplicación severa”. No obstante, ninguna parece aceptar medidas extremas. Si esto es así, más que estar frente al riesgo de una polarización creciente entre partidarios de acciones punitivas y de medidas no punitivas habría que prestar atención al avance de un campo intermedio pasible de inquietantes deslizamientos. ¿Qué tienen en común la mayoría de los relatos? En primer lugar, una asociación inmediata de la inseguridad con la situación de jóvenes de sectores populares, más allá del juicio que luego se haga. La inseguridad se ha vuelto sinónimo de problemática juvenil, lo que pone en evidencia la forma en que los me-

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dios, y en alguna medida las ciencias sociales, han contribuido a la caracterización y explicación del problema. Luego habrá matices en cuanto a las aristas que más preocupan o a sus causas: poco control por parte de los padres, drogas o falta de oportunidades de trabajo y, sobre todo, diferencias en un juicio más benigno u otro muy punitivo. En este sentido, el riesgo de centrar el problema en el delito juvenil es que, aunque no se enuncie una criminalización masiva, su ubicación casi sin discusión en el centro de la inseguridad deja a los jóvenes en una posición de riesgo: todo deslizamiento punitivo acrecienta la imagen –ya de por sí muy extendida– de que son una amenaza que debe ser neutralizada. En segundo lugar, los relatos comparten ausencias. Una, la figura del ladrón como un actor racional, alguien que infringe la ley luego de realizar un cálculo del costo-beneficio, concepción que está en la base de sustentación de las políticas de endurecimiento penal. En efecto, casi en su totalidad, este enfoque es tributario de la “teoría de la disuasión”. Inspirado en los trabajos de Becker (1968), que consideran que el delito es una actividad económica, propone que un aumento de las penas y de la probabilidad de ser aprehendido funcionaría como el principal factor disuasivo en el cálculo previo al accionar delictivo. Esta teoría presupone que quien delinque es un actor racional, un homo economicus que decide a partir de cálculos previos. Esta idea, desmentida con creces en numerosos estudios sociológicos de diversos países, entre ellos la Argentina, casi no se advierte en las formas en que los relatos explican las causas del delito. Es notorio que, incluso cuando el apoyo al endurecimiento de las penas sea frecuente, no se haya producido en el mismo proceso una incorporación, en el sentido común, de la definición de individuo –el homo economicus– que suele estar asociada a ese apoyo y de las teorías que hacen las veces de fundamentación intelectual de la supuesta eficacia de tales medidas. Cabe agregar que tampoco está muy presente la imagen del mal, de un delincuente ontológicamente malo e irrecuperable, con excepción del primer discurso, de corte más reaccionario, donde el mal y lo político se unen. En los restantes no hay una on-

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tología de la maldad como un rasgo inherente al hombre y en pocos casos se le atribuye una responsabilidad moral por la elección de “máximas malas”, en el sentido kantiano de alguien que elige obrar mal como producto de su libre albedrío.71 Sin duda, la presencia de la crisis social como causa estructural del delito explica en parte la ausencia de juicios sobre el mal ontológico. En tal sentido, la explicación estructural y la crisis social operarían sobre la idea del mal de un modo comparable al que, según Paul Ricoeur (1986), lo ha hecho la teodicea judeocristiana. El autor afirma que el enigma del mal y la dificultad para analizarlo residen en que se relaciona con el pecado, el sufrimiento y la muerte: el mal cometido y el mal sufrido. El primero nos vuelve responsables, y el segundo nos convierte en víctimas. Esa amalgama de origen lleva a que en todo mal cometido se oculte la posibilidad de haber sido seducido por fuerzas superiores que el mito no tendrá dificultad de demonizar. De este modo, concluye Ricoeur (1986: 27), “el hombre se siente víctima precisamente por ser culpable”. En varios de los relatos precedentes, el delito, sobre todo el juvenil, se explica por su sujeción a fuerzas exteriores, en primer lugar la droga, pero más indirectamente el desempleo, la necesidad, la falta de control de los padres, es decir, a una instancia exterior que sojuzga la voluntad. Yen este sentido, las explicaciones estructurales atenuarían, en la mayoría de los relatos, la idea de una maldad individual. En relación con las consecuencias políticas del temor, esta concepción contribuye de algún modo a morigerar a nivel general el autoritarismo, puesto que, además de hacer pesar una parte de la responsabilidad en las condiciones estructurales, al no sostener la idea de un mal radical y consustancial al individuo, lleva implícita la posibilidad de un cambio, de algún tipo de “redención”. Si bien atribuir el problema a causas estructurales no excluye un eventual apoyo a políticas punitivas en todos los casos, como lo testimonia el relato de la degradación moral, en términos generales quizás

71 Para un análisis de la concepción del mal en Kant y otros autores véase Bernstein (2004).

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ayude a explicar por qué, a pesar de los temores existentes, hasta ahora las ideologías más autoritarias no han tenido éxito en el espacio público nacional.72 De todos modos, cuando los discursos de la sociedad amenazada permean con fuerza, hay más posibilidades de que las promesas de protección y de disminución del riesgo y la incertidumbre logren mayor éxito. En fin, quizás lo que suceda en un futuro cercano con la sociedad argentina y sus posiciones punitivas no esté tan relacionado con la evolución de las tasas de delito a corto plazo, sino, entre otros factores, con los eventuales desplazamientos dentro de los relatos mayoritarios, ya que aun en el marco de un mismo diagnóstico las soluciones que pueden preferirse son diversas. Nos parece que habría entonces un margen importante, no para un arrasador corrimiento punitivo extremo, para un “populismo punitivo” en un sentido clásico o para la opción de la cárcel como solución a todos los males, pero sí, por ejemplo, para un discurso que reconozca las causas estructurales del delito y, al mismo tiempo, pugne por ir inclinando el fiel de la balanza hacia un incremento paulatino de medidas de corte punitivo.

72 Por ejemplo, en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires del 28 de octubre de 2007, las propuestas más abiertamente punitivas obtuvieron escasos resultados. Nos referimos a los candidatos Luis Patti, que ocupó el sexto puesto con el 2,5% de los votos, y Juan Carlos Blumberg, que obtuvo el noveno, con el 1,28%. Por supuesto que otros factores entran en juego en la elección de un candidato, pero muestran que, a pesar de que la inseguridad es una demanda fuerte, no necesariamente este hecho favorece de forma automática todo tipo de discurso punitivo en una contienda electoral.

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