Funes Patricia, Homerica Latina, 2011
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Descripción: america latina historia de sus origenes...
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XXVIII CONGRESSO INTERNACIONAL DA ALAS 6 a 11 de setembro de 2011, UFPE, Recife-PE
Grupo de Trabalho: GT 29: “Otra globalización: nuevos saberes y prácticas científicas, literarias y artísticas”.
Título do Trabalho: Homérica Latina. Los análisis del campo cultural y artístico por
parte de las dictaduras militares Dra. Patricia Funes (UBA/CONICET)
Homérica Latina. Los análisis del campo cultural y artístico por parte de las dictaduras militares Patricia Funes (UBA/CONICET). [No publicar esta comunicación en esta instancia ya que los anexos –documentos originales necesarios para la argumentación- no se pueden adjuntar por el peso de su formato, serán mostrados en la exposición] Unas notas sobre Archivos, Memoria, Identidades y Cultura
Los archivos forman parte del patrimonio cultural e identitario de los pueblos. Son arcas silenciosas en las que duermen o se despiertan las respuestas a aquellas preguntas que las sociedades les plantean frente a cada urgencia de sus presentes. Los registros del pasado reciente, en una gama muy ampliamente considerada, impactan de manera más directa en esa relación pasado- presente. En aquellas sociedades que atravesaron experiencias de dictaduras, regímenes represivos y terrorismo de Estado, la relación entre el registro, la memoria, la historia y las biografías, se expresa con crudeza. Cuestiones de índole ética, política, jurídica y humana
salen a la luz sin mediaciones.
Tanto más
cuando esos registros, en archivos completos, ordenados, catalogados, fueron construidos por la fuerzas de seguridad, los organismos de inteligencia y las policías políticas de los mismos Estados, siendo parte de la maquinaria del terror. Restablecido el Estado de derecho, los archivos son una fuente muy importante para la búsqueda de la verdad, la reparación y la justicia tanto para las víctimas directas, como para la sociedad en su conjunto. El carácter material y probatorio de los documentos escritos permite reforzar un conjunto de derechos individuales y colectivos. De allí su importancia y la obligatoriedad por parte de los Estado de su guarda, protección y regulaciones para el acceso –lo más amplio posible- y su difusión. Los derechos culturales suelen calificarse de ‘categoría subdesarrollada’ de los derechos humanos. La misma noción “controversial” de “cultura nacional” y los límites de la intervención del 1
Estado sobre ella ha sido siempre problemático. Sin embargo, la ausencia de políticas estatales sobre el patrimonio cultural, en este caso los archivos, supone una delegación o
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Achugar, Hugo, “Derechos culturales: ¿Una nueva frontera de las políticas públicas para la cultura?, en: Revista de Cultura, Organización de Estados Iberoamericanos, Nº 4, Junio-septiembre, 2003.
el reemplazo de ese espacio al mercado o al ámbito privado y en el mejor de los casos a bienintencionadas pero desarticuladas iniciativas individuales.
Una experiencia original y pionera en Argentina es la de la Comisión Provincial por la Memoria que tiene a su cargo la gestión del Archivo de la Ex Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA), primer y único Archivo completo de espía político-ideológica encontrado hasta el momento en Argentina y abierto para la 2
consulta pública. Como señala Antonio González Quintana la Comisión Provincial por la Memoria [...] es una institución creada en democracia que funciona en el viejo edificio de la DIPBA. La vieja institución “ha dado paso a una nueva entidad que actúa justamente como su contrario […]. Los documentos allí custodiados no serán ya más fuente de sufrimiento, tortura y muerte, sino que deben ser una herramienta para la reparación de las atrocidades cometidas y una vacuna contra el olvido.”
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Cuando por primera vez en el año 2002 recorrí las galerías del Archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, medio siglo de historia del siglo XX se mostraba brutalmente, a cada paso, con la sola lectura de los lomos de los expedientes. Las dictaduras mostraban sus propias lógicas en sus íntimos registros. Los estantes hablaban con elocuencia: “Comunistas”, “marxistas” “delincuentes subversivos”. Otros títulos, a partir de 1976, eran más inquietantes: “hallazgo de cadáveres”, “enfrentamientos armados”, “presentación de hábeas corpus por persona supuestamente desaparecida”, “Madres de Plaza de Mayo” (once tomos bajo el clasificador “delincuente subversivo”). También el pasado latinoamericano estaba prensado en los viejos contenedores de madera: “Tupamaros” o “COMACHI” (Comité Argentino- Chileno de solidaridad con los exiliados de la dictadura de Augusto Pinochet), o bien “Festival de Cine latinoamericano en La Habana”. 2
La Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA) se creó en 1956 y –con diferentes rangos y denominaciones- funcionó hasta el año 1998. Ese año una reforma de la policía de la provincia de Buenos Aires disolvió la DIPBA. Con la tenacidad y resistencia moral que ha caracterizado a los organismos defensores de los Derechos Humanos solicitaron solicitó enfáticamente la separación del Archivo de las fuerzas policiales, la protección y salvaguarda de la información y el acceso a la misma. El edificio donde funcionaba la DIPBA y el archivo fueron cedido por ley provincial N° 12642 del año 2000 a la Comisión Provincial por la Memoria. Esta fue creada por ley 12483 de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires el 13 de agosto de 2000. Sus miembros provienen de los organismos de Derechos Humanos, de las iglesias, de la justicia , de la Universidad, del mundo sindical y de la cultura y de la legislatura de la provincia de Buenos Aires. La presiden el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel y el fiscal de la Nación, Dr. Hugo Cañón. 3 González Quintana, Antonio, “Los Archivos de la represión: balance y perspectivas”, en: Comma. Revista Internacional de Archivos, Nº 2, 2004, pp. 59-74.
Las etiquetas desfilaban ante la mirada absorta de una historiadora que en principio dudó que aquellas reglas de su oficio fueran suficientes para alcanzar la imprescindible distancia crítica que imponía su nueva responsabilidad. Tenía el raro privilegio de formar parte del primer equipo técnico de la Comisión por la Memoria (vid. Funes, 2006a y 2006b). El Archivo se abrió a la consulta pública en octubre de 2003. Desde entonces aporta documentación para los Juicios penales a los responsables de crímenes de lesa humanidad, para las leyes de reparación a víctimas y familiares de desaparecidos, a los ciudadanos y ciudadanas que solicitan sus “antecedentes”. También para la investigación sociohistórica y periodística. Ese archivo nos permite leer América Latina por lo menos en tres sentidos. En primer lugar, la denominada “Doctrina de la Seguridad Nacional” que inspiró las dictaduras institucionales de las fuerzas armadas, se expresa diáfana en los discursos de las fuerzas de seguridad en defensa de la “sociedad occidental y cristiana”. La objetivación de la Guerra Fría en América Latina a partir del giro socialista de la revolución cubana (1961), imprimió a la tradición anticomunista precedente nuevas misiones y sentidos. “Sistema defensivo hemisférico”, “civilización occidental y cristiana”, “infiltración comunista” son frases frecuentes en los documentos y denotan la consubstanciación del ideario de la DIPBA bajo el lenguaje de la Doctrina de la Seguridad Nacional. En segundo lugar, la escala regional de la represión dictatorial en el Cono Sur , sobre todo la denominada Operación Cóndor (vid. Calloni 2001; Dinges 2004) dejó impresas algunas huellas en esos papeles. Finalmente –y de manera muy resumida- la escala regional de los movimientos revolucionarios y contestatarios de las décadas de 1960 y 1970 puebla las páginas de la propaganda política guardada como “prueba acusadora” en el archivo. Esas publicaciones expresan de manera muy elocuente las ideas de unidad latinoamericana, sus genealogías y proyectos políticos. Esos movimientos construyeron sus linajes apelando a contrahegemónicas y plebeyas experiencias del pasado: Tupac Amaru, o Tupac Katari, José Martí, Augusto César Sandino, Manuel Rodríguez, las “montoneras federales” argentinas. Desde otros parámetros, las ciencias sociales latinoamericanas, como se verá más adelante, acuñaron conceptos y representaciones de la región, consideradas lo suficientemente peligrosas como para ser registradas, archivadas y analizadas. Por supuesto y de manera muy pormenorizada se encuentran informes de inteligencia sobre
las organizaciones político-militares del país y sus relaciones con las de otros países latinoamericanos. Consideramos que entre las políticas “correctivas” que las dictaduras impusieron mediante el terror, estaba el borramiento de una memoria regional precedente. Partimos de la hipótesis inicial que el concepto “América Latina” fue considerado a priori como “comunista”, “revolucionaria”, “subversiva”, de allí que fueran objeto de análisis, registro, hermenéutica y prohibición por parte de los “asesores letrados” de los servicios de inteligencia. La presente comunicación retoma y profundiza los itinerarios de una 4
investigación en curso. Tiene como objetivo recorrer algunos de esos sentidos desde los registros de servicios de inteligencia de la dictadura argentina. Nos proponemos historizar una parte de las formas culturales y artísticas sobre América Latina durante las décadas de 1960 y 1970 y algunas de sus formas de circulación y difusión. En una segunda parte, confrontar esa producción con algunos ejemplos de la hermenéutica ideológicas de los informes “secretos, confidenciales y reservados” de los servicios de inteligencia de las dictaduras argentinas. Los años sesenta: Homérica Latina Los años sesenta latinoamericanos fueron tan intensos como cristalizados en el recuerdo de las experiencias de la región. Una memoria compartida en la que se entrecruzan proyectos emancipados en la política, las artes, el pensamiento, las costumbres. La juventud vivió un proceso de internacionalización sin precedentes y dejaba de ser un momento de tránsito biológico para constituirse en un actor social con perfiles recortados por la moral, la política, la estética y también por el mercado. Es ese un proceso internacional que en América Latina se construyó con las especificidades propias de lo que por entonces se llamaba “Tercer Mundo”. Lo grupal y colectivo fue una marca fuerte. Si el hippismo instaba al flower power, las comunidades y los ácidos para salirse de la sociedad de consumo, en América Latina el movimiento fue diferente. No era la evasión del mundo sino el involucramiento, una inmersión en la región, en la política y en las urgencias de transformación social, que en ocasiones, era tan fuerte como el más poderoso de los estimulantes. La revolución era motor y combustible de una historia que convocaba voluntades y utopías. Esos fervores excedían el campo político que azuzaba por contigüidad y peso específico, compromisos, subjetividades y rupturas en el arte, la cultura, las formas de 4
América Latina bajo sospecha. Las ciencias sociales latinoamericanas en los registros de los Servicios de Inteligencia en Argentina (1956-1983). Proyecto CONICET.
mirar el mundo y de relocalizar la región en él. Por tomar un ejemplo temporal: el año 1967. Se reunía en La Habana la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). La resolución general de la OLAS llevaba como título un pensamiento de Simón Bolívar: ”Para nosotros la Patria es América”. La revolución debía ser continental. Ese año la editorial Casa de las Américas publicaba Revolución dentro de la revolución de Regis Debray, una interpretación de la experiencia cubana tomada por muchos militantes políticos como la biblia laica de sus ilusiones libertarias. En otra sintonía, un brasileño y un chileno, Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto
escribían el fundacional libro
Dependencia y desarrollo en América Latina. Y la Academia sueca otorgaba el premio nobel de Literatura al guatemalteco Miguel Angel Asturias “representante de la literatura moderna de América Latina, en donde interesantes eventos están teniendo lugar”, según los considerandos de Oslo. El discurso de Asturias en esa ocasión, es una cifra de ese clima. Es afirmativo y a la vez, genealógico. Una literatura y un intelectual se vislumbraba en ese discurso. Probablemente no es casual que el mismo año apareciera Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Como en los años veinte, los sesenta concibieron a la región como colectivo plural. El ensayo, la filosofía, la sociología o las artes sugirieron categorías, imágenes, metáforas y símbolos endógenos a la vez que ecuménicos que espejaban la siempre difícil búsqueda de la fisonomía de esta parte del mundo. Y más gente quería verse en ese espejo. Los lectores mexicanos, argentinos, peruanos o chilenos se reconocían en ese espacio político y sensible. La poesía, la canción popular y el cine reforzaban la idea. Me gustan los estudiantes, cantaba Violeta Parra y no sólo en Chile gustaban los estudiantes. Daniel Viglietti instaba
A desalambrar, a desalambrar, por la reforma agraria
y una
emblemática canción sobre Camilo Torres, aún hoy muy escuchada por las juventudes políticas. Chico Buarque de Holanda , “dribleando” (palabra muy futbolística que en él se tornó política) la censura dictatorial imponía su “A pesar de vocé”. En el llamado boom de la narrativa latinoamericana se entrecruzaban un proceso creativo de simbolización de la región con una modernizada industria cultural. Las editoriales que aparecen en los años sesenta alientan a la vez que son impulsadas por ese diálogo: Era (1960), Joaquín Mortiz (1962), Siglo XXI
(1966). Es interesante la
trayectoria de la Editorial Universitaria de Buenos Aires. EUDEBA se creó por iniciativa del entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Risieri Frondizi, como parte del proceso de modernización y actualización universitaria. El rector encargó el diseño de la empresa a una referencia insoslayable de la edición latinoamericana: Arnaldo Orfila
Reynal, quien estuvo a cargo del Fondo de Cultura Económica de México y después fundaría la editorial Siglo XXI. Otro tanto las revistas: la cubana Casa de las Américas o la uruguaya Marcha, y centenares más, que enhebraron un colectivo de relaciones estrechas en el campo intelectual. “A formar el Partido de la Juventud!”, decían las pancartas del 68 mexicano: “Nuestro movimiento no es una algarada estudiantil [...]. Nuestra causa es conocimiento militante, crítico, que impugna, refuta, transforma y revoluciona la realidad”. Y la frase remite al fraternal sentimiento de las juventudes denuncialistas, tanto como el ecuménico “prohibido prohibir”. Las conclusiones probablemente eran distintas. Las imágenes de Paris, Berkeley o Turín, eran catalizadores de experiencias compartidas, más allá de las influencias (con lo complejo que suele ser en las ideas políticas ese concepto), marcaban una contemporaneidad, casi una complicidad, que acompañaba una estética y una voluntad contestataria, probablemente más en los símbolos que en los contenidos. En el 68 latinoamericano no sólo se conmovieron las sensibilidades juveniles. Incluso instituciones tan poco porosas a los cambios drásticos albergaron en su seno proyectos políticos de cambio radical. Nos referimos a las Fuerzas Armadas y a la Iglesia. En Perú, agotada la experiencia desarrollista del arquitecto Fernando Belaúnde Terry (1963-1968), los cambios vendrían de un oficial del CAEM (Centro de Altos Estudios Militares). Juan Velasco Alvarado asumía el poder proclamando una Revolución Peruana que se proponía “transformar las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales.” Al calor de la excepcional renovación de la Iglesia católica impulsada por el Concilio Vaticano II (1962-1965) se reunía, también en 1968 la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín que exigía una democratización de la autoridad religiosa, propugnaba una actitud de denuncia y de acción seculares sobre las injusticias sociales, un fuerte compromiso con el cambio social y la opción por los pobres. El complejísimo cruce ideológico entre cristianismo y marxismo, muestra hasta qué punto la idea de revolución atravesaba a los más diversos actores del escenario latinoamericano. Camilo Torres, Ernesto Cardenal, Oscar Romero, Helder Cámara y los colectivos sociales: las comunidades de base en Brasil o en Chile y los curas obreros en Argentina, no sólo estaban con la revolución, sino, incluso, con las guerrillas. Porque la Revolución dejaba de ser una abstracción para ser la forma de explicar hacia el pasado la postración del continente a la vez que el horizonte para la acción y la legitimidad del hacer y ser latinoamericano.
Cuba se erigía entonces en la nueva Jerusalen antillana para discutir la revolución y el socialismo en una tensión difícil entre el hacer y el pensar. La revolución cubana planteó la reelaboración de todos los tópicos teóricos del campo marxista y de la entonces más reciente teoría de la modernización: las clases sociales, las relaciones de producción, la teoría del valor, las formas de tenencia de la tierra, el carácter del capitalismo latinoamericano, las formas de dependencia, el imperialismo. Y también las metodologías del hacer la revolución, sobre todo, el foco guerrillero. Si el debate debate entre 1963 y 1964 sobre la economía cubana en el que participaron figuras importantes del marxismo internacional como Ernest Mandel y Charles Bettelheim desafiaba la teoría marxista, otro tanto el debate de Alfredo Guevara ( director del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) con Blas Roca sobre prohibir la exhibición de la película La dolce vita de Federico Fellini o El ángel exterminador de Luis Buñuel. Las diferencias no eran estéticas sino que comprometía el no menos delicado asunto de los márgenes políticos de la autonomía del arte en una revolución. Asunto que se condesaría en el debate del denominado “Caso Padilla”. Ese movimiento de la política fue contemporáneo a otro movimiento fundamental de las ciencias sociales: el subdesarrollo y la dependencia. Las obras del brasileño Josué de Castro, Geografía del Hambre y Geopolítica del Hambre, que llegó a la presidencia del consejo de la FAO (1952-1956) alertaban sobre las urgencias de la pobreza mundial y sugerían formas de abordarla. En esa arena crítica un concepto se puso en el centro de la reflexión: el de dependencia. En muchos casos animados por lo que se consideraba la frustración de las políticas desarrollistas, el debate se desplazó del área de la circulación al de las condiciones estructurales que intentaban explicar el estancamiento de las economías de la región. Y, sobre todo el carácter de las articulaciones entre una y otra.
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La llamada “Teoría de la Dependencia” fue una de las intervenciones teóricas más importantes en la historia de las ciencias sociales de la región. No es posible desplegar aquí la intensidad y diversidad de las argumentaciones y polémicas de las escuelas de la dependencia, plural obligado ya que incluso el nombre fue recusado explícitamente. Según Theotônio Dos Santos, el nuevo abordaje se basaba en cuatro rasgos: la relación funcional entre el subdesarrollo y la expansión de los países industrializados; el desarrollo y el subdesarrollo como aspectos diferentes del mismo proceso universal; la recusación del subdesarrollo como la condición primera para un proceso evolucionista; la 5
Cfr. Beigel, Fernanda, “Vida, muerte y resurrección de las teorías de la dependencia” en: Crítica y teoría en el pensamiento social latinoamericano ,CLACSO, 2006.
dependencia no solamente explicada como un fenómeno externo sino que articulaba diferentes formas en la estructura interna (social, ideológica y política).
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Artistas, poetas, intelectuales El lugar social de los intelectuales y artistas en América Latina tiene sus genealogías y tradiciones. Consideramos que el lugar del intelectual y el artista moderno se instaló en América Latina en la década de 1920 y es parte del conjunto de las revisiones de la “república de las letras” después de la primera Guerra Mundial al compás de las transformaciones sociopolíticas de la región. Consideramos que son dos sus temas prioritarios y casi obsesivos: la nación y la revolución.
Juvenilismo, antimperialismo,
crítica generacional y vanguardias políticas y estéticas, se cruzan en un terreno aun ambiguo e impreciso, pero fundacional en esa década.
Por ejemplo, César Vallejo
metaforiza las tensiones de la creación artística y la vocación social: Un hombre pasa con un pan al hombro ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble? .......................................... Alguien va en un entierro sollozando Cómo luego ingresar a la Academia? Alguien limpia un fusil en su cocina ¿Con qué valor hablar del más allá? Alguien pasa contando con los dedos ¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?
Su contemporáneo José Carlos Mariátegui dedicó buena parte de su obra a la semblanza, caracterización y análisis de las funciones de los intelectuales y artista en la “escena contemporánea”. En los años sesenta estas polémicas se reeditaron y profundizaron. Desde la cárcel, el líder peruano del movimiento foquista de La Convención y Lares, Hugo Blanco escribía una carta pidiendo a los “camaradas poetas” que resucitaran a César Vallejo, pero más que eso, que revivieran su compromiso con lo social: “necesitamos poetas que escriban a pedido”, “que contribuyeran con poemas a sostener la lucha revolucionaria y posteriormente a llevar a cabo esa lucha, lo que en el límite ponía en cuestión la especificidad de las letras respecto de la política, política, incluso, de las armas.
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Más allá de ese conjunto genérico es dable advertir la heterogeneidad y polifonía de obras y discusiones teóricas y políticas aparecidas a mediados de la década de autores como las de Raúl Prebisch, Celso Furtado, Pablo González Casanova, Agustín Cueva, Helgio Jaguaribe, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Paul Baran, André Gunder Frank, Theotônio Dos Santos, Bania Bambirra, Aníbal Quijano, Franz Hinkelammert, entre tantos otros.
En los Congresos de escritores (y aquí La Habana fue un foro ineludible), desde la revista político-cultural, el sindicato y, en el límite, el foco guerrillero, intelectuales y artistas latinoamericanos repensaron el carácter mismo de sus prácticas simbólicas. Pensamiento y acción se presentaron a veces como complementarios, otras como excluyentes. Concretamente, qué escribir y para quién serán preguntas centrales. Cuando el proceso de radicalización social e ideológica se exacerbó, la pregunta fue ¿es legítimo escribir en el contexto de las urgencias de la lucha revolucionaria? La revolución cubana, aun sin tener una “conferencia de Yenan”, impuso un territorio de significante sobre las prácticas intelectuales que hasta entonces privilegiaban la crítica y la denuncia. Hasta dónde el librepensamiento y la crítica eran “revolucionarias” en una sociedad “revolucionaria” era el nuevo dilema que planteaba Cuba. El tema no es nuevo. Es decir, qué margen de autonomía creativa tenían escritores, artistas e intelectuales, cuánta autonomía para la “libertad formal” y la “libertad de contenido” en una revolución. Otro rasgo complementario es la afirmación de la pertenencia estética y política a América Latina y la búsqueda de fórmulas para definir ese perímetro. Un buen ejemplo de los años sesenta es el Congreso de Intelectuales realizado en la Universidad de Concepción -Chile- en 1962, al que asistieron Pablo Neruda, José María Arguedas, Carlos Fuentes, José Donoso, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Thiago de Mello, Roberto Fernández Retamar, Mario Benedetti, entre otros. Los dos temas de las sesiones fueron “Imagen de América” e “Imagen del hombre actual”. El tema más presente en las sesiones fue la queja de que los escritores conocían mejor las literaturas europeas o norteamericanas y la de sus propios países con casi total ignorancia de las literaturas de los otros países de la región.” Esta y otras discusiones del plano estético-político atravesaban las páginas de la editorial y revista Casa de las Américas cuyo Comité de colaboración estaba integrado por Emmanuel Carvallo (México), Julio Cortázar, David Viñas (Argetina), Roque Dalton (El Salvador), René Depestre (Haití), Edmundo Desnoes, Roverto Fernández Retamar, Mabrosio Fornet, Lisandro Otero, Graciela Pogolotti (Cuba), Manuel Gallich (Guatemala), Angel Rama, Mario Benedetti (Uruguay), Mario Vargas Llosa, Sabastián Salazar Bondy (Perú), José Zalamea (Colombia). Los premios anuales y sus publicaciones, generalmente iban acompañados de enfáticas declaraciones sobre tema de actualidad (la muerte del Che Guevara, la detención de Debray, la Guerra de Vietnam. A esto se suma una producción de revistas político-culturales (por ejemplo la uruguaya Marcha, en la que Guevara escribió la carta que luego se llamaría “El socialismo y el hombre en Cuba”) y los nuevos emprendimientos informativos como Prensa Latina.
Un punto de condensación fue el Congreso Cultural de La Habana, reunido en 1968, que concentró a más de cuatrocientos intelectuales de América Latina, Asia y Africa. La revolución, como apunta otra de las conclusiones del Congreso, acosaba al intelectual, por la simple presencia y contigüidad del ejemplo guerrillero. La discusión rápidamente se desplazaba del tema del “compromiso de la obra” al “compromiso del escritor” y de éste, al compromiso de él como “hombre nuevo” en la lucha revolucionaria. Ya no sólo era la “cultura liberal” la que debía ser superada sino también la idea del “compromiso sartreano”, modelo de intervención hasta entonces hegemónico entre los intelectuales contestatarios, ya que era la acción y no la palabra la que definía el carácter auténticamente revolucionario del intelectual. La acción se definía como militancia política, ésta como praxis revolucionaria y, cada vez más, como lucha armada. Si bien esto está en un extremo del espectro, un conjunto de revisiones también permearon a aquellos que, sin participar directamente de las guerrillas, reformulaban sus propias prácticas. Concretamente, si se “escribía para la revolución” automáticamente debía dejarse de lado los proyectos estéticos personales, e incluso, el oficio a partir del cual estos escritores se ganaban la vida.
En cierto sentido la impugnación misma del concepto de “cultura”
llevaba a replanteos como el que Mario Benedetti expresara en las páginas de la revista Marcha (1971).
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El denominado “Caso Padilla” radicalizó cuestiones centrales en la discusión las relaciones entre cultura y revolución, los alcances y límites de la crítica en una sociedad socialista. El argentino Rodolfo Walsh afirmaba: “es cierto, como escribió Vallejos, que la revolución no será hecha por intelectuales con cargo de conciencia, pero no es menos 8
cierto que tales tales crisis suelen ser en el intelectual más graves y apremiantes.” La 7
Hace algunos meses un escritor amigo, compañero y militante, me confesaba: `Hay días en que no puedo ni quiero escuchar a Bach, a Beethoven, a Mozart, porque me ablandan y lo que necesito es cada vez más ánimo´. Quizás a otros, en días como ésos, nos pase algo semejante con Proust o Kafka. Si los 62 [se refiere a la proclama de los intelectuales frente al caso Padilla] se enteraran de estas imprudentes confesiones, dirán que postulamos una lista negra para esos genios. De modo que quizá convenga aclarar desde ahora que no somos tan estúpidos. Inscribirnos hoy en una militancia antioligárquica y antimperialista, con sus riesgos adjuntos, también incluye la aspiración y el derecho de sentarnos un día, en pleno sosiego y sin mala conciencia, a escuchar a Mozart y leer a Proust. Desde esa misma militancia, la preocupación del escritor no puede ni debe ser la del creador aislado, ensimismado, incontaminado, ese clásico oficiante de la desgarradura para quien la promiscuidad ideológica suele ser síntoma de independencia, una acentuación del carácter individualista y, en última instancia, una afirmación de su bien entendida vanidad. (...) La más urgente tarea de los intelectuales revolucionarios es quizá la de disolverse como casta intocable, integrándose al pueblo al que pertenecen, y hacerlo mediante el esfuerzo, modesto pero invalorable, de ayudar a que todo hombre recupere esa función intelectual de que hablaba Gramsci; de hacerle saber que sí puede desempeñarla, ya que la función de intelectual no es un privilegio, sino un derecho, no es una regalía sino un compromiso.”
familia de los intelectuales y artistas revolucionarios comenzaban a tejer sus propias pertenencias y requisitos: si habían o no participado (no “visitado”) en el proceso cubano (caso Walsh, Benedetti, entre otros), si militaban políticamente, si publicaban o no en los espacios “financiados por el imperialismo” (en este sentido la Revista Mundo Nuevo, estrategia poco sutil de cooptación intelectual por parte de los EEUU, recibió unánimes rechazos). Esos dilemas están presentes, quizás en una clave que conjuga subjetividades, intimidad e ideas, en el diario de una figura central de las letras latinoamericanas: Angel Rama, que rescataba la creatividad de esas experiencias aproximables y compartibles. En la revista Nueva Sociedad [marzo-abril de 1978] volcaba públicamente una estación de ese diario a modo de balance: Esta tarea de globalización y de percepción del conjunto, subrayando las circunstancias económicas, sociales, y desde luego culturales, que encuadraban a toda América Latina, ha comenzado a ser patrimonio de la vida intelectual interna de la zona, en lo que puede registrarse uno de los efectos de esta movilidad del equipo intelectual. El desarrollo acelerado que tuvieron desde la segunda guerra mundial los estudios sociológicos y económicos, la ayuda que recibieron de la existencia de institutos internacionales especializados, ya había contribuido a que en esas disciplinas se avanzara mucho más. En las actividades de los escritores y artistas, en cambio, no se había registrado un progreso semejante: libros como Las venas abiertas de América Latina , de Eduardo Galeano, señalan agudamente ese tránsito del campo de las ciencias políticas y sociales al de las literarias, respondiendo a esta nueva convivencia generalizada y un título como el de la novela de Marta Traba, define esta ambición en la literatura: Homérica Latina. La presencia de diversas zonas del continente en las obras literarias comienza a ser corriente, ya no como visiones restrictas sino como experiencias aproximables y compartibles
Sin embargo, su diario está atravesado por otra vivencia muy corriente del período: el descubrimiento de América Latina desde el exilio. Los años sesenta comienzan con la Revolución Cubana, pocas dudas caben acerca de ello, sin embargo, determinar el final del campo significante de esos años (los campos semánticos raramente responden a los caprichos de las décadas) es algo más difícil: ¿el golpe de Augusto Pinochet Ugarte el 11 de septiembre de 1973 que pone fin a la experiencia de la Unidad Popular en Chile? Podría ser un mojón. Sin embargo es dable advertir que las dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas en el Cono Sur se inauguraron con el golpe de Estado que desplazó a João Goulart en Brasil antes de mediados de la década (año 1964), clima que, obviamente, no suele asociarse a aquello que ha quedado fuertemente impreso en el imaginario latinoamericano como “los sesentas”. El mismo año de las protestas estudiantiles [1968] en ese “país de cercanías” que es Uruguay, el presidente Pacheco Arecho lanzaba las “Medidas Prontas de Seguridad” para reprimir las protestas, frente a lo que consideraba un estado de conmoción interior, consideradas la antesala directa del proceso que llevó a la instalación de la dictadura en Uruguay. Otro tanto el general Costa e Silva en Brasil que también en 1968 decretó el Acta Institucional
Nº 5, instrumento legal para el descontrolado uso del aparato represivo que, según Matía Helena Moreira Alves,
“marcaba el fin de la primera fase de institucionalización del
Estado de Seguridad Nacional. Implantaba un formidable aparato de represión e institucionalizaba la estrategia de control por el terror.” Es decir, en el Sur, “otros 68” incubaban sus metodologías del terror y la represión.
Perímetros y volúmenes: la hermenéutica de los servicios de inteligencia sobre América Latina “El postulado parte de la base de saber quién es quién, es decir, tener registrados a los buenos, 9 para saber quiénes son cuando dejan de serlo.” DIPBA.1980.
Partimos de la hipótesis inicial que el concepto “América Latina” fue considerado a priori por los Servicios de Inteligencia como “comunista”, “revolucionaria”, “subversiva.” Esto puede explicar que su mención en centros de estudio, producciones académicas, políticas, artísticas, literarias, musicales fueran objeto de análisis, registro y recomendación de prohibición por parte de los “asesores letrados” de los servicios de inteligencia. Otro tanto la producción de las ciencias sociales latinoamericanas en las décadas de 1960 y 1970. Veamos algunos ejemplos
La narrativa de ficción Si la circulación de bibliografía marxista era una preocupación constante para los servicios de inteligencia que registraban pormenorizadamente programas de estudio, librerías, bibliotecas, quioscos de diarios, tanto o más lo eran las conferencias. En los años sesenta cada conferencia era espiada, escrita en precisos informes de inteligencia y archivada. Las exposiciones en universidades, ateneos culturales, organizaciones barriales, bibliotecas públicas podían ser tan peligrosas como los libros. Suponían la reunión de personas (lo cual en dictadura violentaba el Estado de Sitio), las ideas que se debatían eran menos controlables y podían encauzarse rápidamente hacia la difusión de doctrinas extremistas, de allí que esa espía, en principio preventiva, fuera parte del trabajo de campo cotidiano de los servicios de inteligencia. El 31 de agosto de 1967 en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata el escritor Haroldo Conti ofreció una conferencia con el tema La literatura y la vida prolijamente relevada por 9
Archivo DIPBA, Mesa Doctrina, Legajo Nº 43 “Anteproyecto función y actividades de la DIGPBA”, Sin fecha. Probablemente: 1980.
un agente de la DIPBA (Anexo 1).La simbiosis literatura-vida que expresa Haroldo Conti resultaría dramática años después y volveremos a ella más adelante. Diez años más tarde de esa conferencia, los informes de inteligencia sobre libros, revistas y discos eran realizados por la Asesoría Literaria del Departamento Coordinación de Antecedentes de la SIDE.
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Los Informes están estructurados en tres
partes. En la primera se realiza una descripción externa de la publicación, se consigna el nombre del o los autores, o el director de la publicación en el caso de las revistas. La segunda parte es analítica y consta de la apreciación que, podía ser de tres grados conceptuales y cuatro de procedimiento: “F1.- Carece de referencias ideológicas contrarias a los principios sustentados por nuestra Constitución Nacional. F.2/F3- Contiene referencias ideológicas que atentan contra los principios de nuestra Constitución Nacional. Con o sin permiso de circulación. F. 4- Propicia la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales 11 marxistas tendientes a derogar los principios sustentados por nuestra Constitución Nacional.”
La segunda parte de los informes fundamenta la apreciación ordenada en tres ítems: a) Actitudes o expresiones positivas o de apología, adhesión y/o afirmación hacia, b) actitudes negativas o de detracción y/o crítica hacia y c) ejemplos, en los que se cita textual largos párrafos de libros, revistas o se reproducen letras de canciones. Finalmente se agrega un párrafo de resumen reforzando la apreciación, que de ser la cuarta fórmula, se sustentaba (algo circularmente) en la ley 20840 (les “antisubversiva”). Diez años después del informe de la conferencia sobre la literatura y la vida de Haroldo Conti, en un gabinete de la asesoría letrada, se realizaba el análisis de su obra Mascaró, el cazador americano que ponemos como ejemplo de los miles de folios en los que se analizan otras tantas obras. La obra, junto con diez más está incluida en el Temario de Publicaciones para ser tratados el 10/5/77. La apreciación era la Fórmula 4. (ANEXO 1). Seguidamente se consignan largas páginas con ejemplos textuales y las correspondientes citas de página de la edición consultada. Finalmente en las conclusiones se fundamenta: “El presente libro, cuyo autor es Haroldo Conti, presenta un elevado nivel técnico y literario, donde el mencionado autor luce una imaginación compleja y sumamente simbólica. […] Se aprecia [en la novela] una suerte de “solidaridad” en este grupo de aventureros, quienes se pasan “mensajes” a través de los cuales parecen “entenderse y ayudarse”. Los pasajes finales muestran las torturas de que es objeto otro personaje, sin que se explique los motivos o causas del “torturamiento” salvo la “crueldad, brutalidad o falta de ideas” de
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Trabajamos dominantemente con tres largos legajos de la Mesa Referencia. Números: 17470, 17518, 17753. El primero consta de 364 folios, el segundo de 696 y el tercero de 1894. 11 Archivo DIPBA, Mesa Referencia, Legajo Nº 17753, sin foliar. Año 1978.
la “represión”. Por todo lo expuesto, y si bien no existe una definición terminológica hacia el marxismo, la 12 simbología utilizada y la concepción de la novela demuestra su ideología marxista sin temor a errores.”
El tratamiento y análisis de la obra de Haroldo Conti se realizó cuando el escritor hacía un año que estaba desaparecido (desapareció el 5 de mayo de 1976). En esa trama también están los libros, las ideas y las metáforas. Los asesores literarios de los servicios de inteligencia, cada semana de 1976 y 1977 (años dominantes de los miles de folios que contienen los legajos en estudio) desplegaban un largo temario para ser tratado. Como hemos desarrollado en el análisis de esos legajos con más profundidad en otra ocasión (Funes: 2008) podemos inferir que la tarea de lectura, citado, análisis, traducciones (en el caso de discos o publicaciones en otros idiomas), la realizaban especialistas y expertos, probablemente del campo de las ciencias sociales. Quizás alguien haya forrado su ejemplar del libro Mascaró y su americanía, para maquillarlo o lo haya escondido de su biblioteca. En cualquier caso, a excepción de familiares y víctimas de la represión, no se decía públicamente en la Argentina de la dictadura que Haroldo Conti estaba desaparecido.
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Prohibido escuchar América Latina. Las canciones
El rango de las producciones escritas analizadas es muy amplio: desde novelas y poesías hasta las más emblemáticas obras del ensayo y
la sociología clásica
latinoamericana, que hemos analizado en otros artículos. La música y los discos podían ser tanto o más disolventes que los libros. Desde los oídos de la DIPBA “la capacidad corrosiva de la música, desde el punto de vista de la “Guerra psicológica marxista” es mayor que la escritura ya que “exige una apreciable cantidad racional de ordenamiento de imágenes de naturaleza distinta.”
12
14
Ibidem, p. 14. Su colega Gabriel García Márquez (1981), en esos años, lo escribió en un diario español: “Haroldo Conti tenía entonces 51 años, había publicado siete libros excelentes y no se avergonzaba de su gran amor a la vida. Su casa urbana tenía un ambiente rural: criaba gatos, criaba palomas, criaba perros, criaba niños y cultivaba en canteros legumbres y flores. Como tantos escritores de nuestra generación, era un lector constante de Hemingway, de quien aprendió además la disciplina de cajero de banco. Su pensamiento político era claro y público, lo expresaba de viva voz y lo exponía en la Prensa, y su identificación con la revolución cubana no era un misterio para nadie. (…) en octubre pasado, cuando ya estaba decidido su retiro de la presidencia, el general Jorge Videla concedió una entrevista a una delegación de alto nivel de la agencia EFE, y respondió algunas preguntas sobre los presos políticos. Por primera vez habló entonces de Haroldo Conti. No hizo ninguna precisión de fecha, ni de lugar ni de ninguna otra circunstancia, pero reveló sin ninguna duda que estaba muerto. Fue la primera noticia oficial, y hasta ahora la única.” 14 Archivo DIPBA, Mesa Referencia 17470 “Antecedentes ideológicos de artistas nacionales y extranjeros que desarrollan sus actividades en la República Argentina”, p. 288. 13
Un
Informe especial sobre discografía elaborado por la SIDE
15
en octubre de
1977 plantea la visión orgánico-funcionalista dominante del pensamiento autoritario: la sobredeterminación del grupo sobre el individuo. La música tiene una gran incidencia personal “como consecuencia de la existencia de componentes sugestivos, persuasivos y obligantes en la misma.” El argumento se desliza de lo individual a lo colectivo ya que “el instinto gregario permanece en el grupo y los efectos de una experiencia musical son contagiosos”. Contagio, enfermedad, “virus comunista”.
De allí que “mientras ciertas
músicas provocan en el grupo una conducta armónica y ordenada, otras inducen a una falta de dominio general y al desorden.”
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“El discurso autoritario suponía una aceptación acrítica de los mensajes disolventes por parte de sus receptores. Supuesto bastante primario que los estudios sobre comunicación suelen denominar
teoría hipodérmica: según ella, los mensajes
entran al sujeto receptor como por una inyección; se imprimen en una conciencia desguarnecida, tabula rasa sobre la que, luciferinamente, se modela una visión del mundo.”
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Uno de los tantos discos analizados fue Canciones con Fundamento de
Mercedes Sosa. “La Negra”, estuvo afiliada al Partido Comunista Argentino, sin embargo, quizás más que esa pertenencia política su “peligrosidad” radicaba en los temas, autores y mensajes de un movimiento musical (el denominado Nuevo Cancionero) que había renovado y acompañado desde el campo musical folklórico los movimientos de denuncia y protesta latinoamericanos. La cantante, que ya estaba exiliada del país en 1977 porque había sido seriamente amenazada y prohibida, era la representación musical de América Latina. Había popularizado en la Argentina de los años sesenta y setenta un repertorio que incluía temas, poetas y músicos latinoamericanos identificados con el cambio social: Armando Tejada Gómez, Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa, Víctor Jara, Violeta Parra, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Cándido Portinari, entre otros. No casualmente, para la DIPBA es el ejemplo más acabado de dos conceptos centrales de la ideología dictatorial: el de “ingenieros del alma” y el de “comunicador llave”. (ANEXO 2.)
No
obstante
la
desaparición de lo que denominan sin eufemismos “disco guerrilla” los servicios de inteligencia siempre necesitan, ideológicamente un “blanco” y burocráticamente una 15
Archivo DIPBA, Mesa Referencia, Legajo Nº 17470 “Antecedentes ideológicos de artistas nacionales y extranjeros que desarrollan sus actividades en la República Argentina”, p.289. 16 Archivo DIPBA, legajo de Referencia 17470 “Antecedentes ideológicos de artistas nacionales y extranjeros que desarrollan sus actividades en la República Argentina”, p. 289. 17 Pujol, Sergio, “En el país de la libertad. Canciones prohibidas”, en: Puentes, Año V, Nº 15, septiembre, 2005, Dossier Documentos de la DIPBA.
función para su reproducción, lo que queda diáfanamente demostrado en la apreciación final: “De no adoptarse medidas que tiendan a impedir la producción y/o distribución de lo que bien puede llamarse “DISCO GUERRILLA”, se aprecia que este medio de comunicación masivo continuará siendo utilizado por la 18 subversión para lograr sus objetivos en el área psicosocial.”
Los “asesores literarios y musicales” de los servicios de inteligencia silenciaron esos sonidos para toda una generación, sin embargo no lograron arrancarlos defintivamente de los corazones de la cultura popular. Allí la memoria hizo su trabajo tenaz. Como escribió María Elena Walsh y cantó Mercedes Sosa en un recital antológico durante la transición a la democracia: “gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal, y seguí cantando.” Aunque hay que recordarlo, también como dice la canción: era una sobreviviente.
El ensayo y las ciencias sociales Las ciencias sociales latinoamericanas a mediados del siglo pasado transitaban un doble movimiento. Por un lado la profesionalización, a partir de la creación de carreras universitarias, centros de investigación, espacios de intercambio académico, revistas culturales y científicas. En la segunda mitad del siglo XX, a partir de la creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL, 1948) se desarrolló un proceso de construcción institucional y teórica de las ciencias sociales latinoamericanas. En ese proceso interactuaban institutos universitarios, centros académicos independientes y organismos internacionales regionales, como la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), creados en 1957 y 1967, respectivamente. Se trata de un entramado en el que los actores involucrados actuaban entre sí con las sociedades de la región, tensionados por las relaciones entre ciencia y política (Ansaldi, 1991: 17 y ss.). Toda publicación referida al campo de la llamada “Teoría de la Dependencia” fue analizada y prohibida. Por ejemplo el artículo “Ciencia y conciencia social” de Fernando Henrique Cardoso y Francisco Weffort, incluido en el libro América Latina: dependencia y subdesarrollo (Costa Rica, EDUCA, 1976). Según los asesores literarios de la SIDE, dos señalamientos de la obra mostraban la peligrosidad de su difusión: “La obra en cuestión parte, según sus autores, de la necesidad de estudiar la realidad social […] para lo cual consideran necesario la formación de una ‘nueva generación’ de profesionales que tengan un conocimiento más profundo de la realidad nacional, regional, y latinoamericana en general. Como obstáculos a dichos 18
Ibidem.
cambios son enunciados: a) la poca difusión y disponibilidad de ‘nueva literatura’; b) el lento proceso de 19 ‘latinoamericanizar’ las Ciencias Sociales.”
Los sociólogos de la “Teoría de la dependencia” en su afán por contribuir a la construcción de un proyecto libertario abogaron por una comprensión de lo social que superase la fragmentación analítica entre esferas económicas, políticas y culturales. Al mismo tiempo, se postularon claramente contra la ilusión del desarrollo por “recuperación” imitativa de los procesos operados en los países centrales. (Beigel, 2006: 301). Además, lograron superar las fronteras nacionales y articular discusiones y polémicas constituyendo un campo intelectual que contaba con sus formas de legitimidad, sus reglas y sus formas de reproducción. Ese lento pero sostenido proceso de latinoamericanización de las ciencias sociales era visto con preocupación y señalado como altamente inconveniente. Y eso era considerado desde la agencias de inteligencia como “contrario o a los principios que sustentan la constitución nacional”. El populismo fue una forma de articulación política frecuente en la región y se constituyó en problema clásico de la sociología política latinoamericana o las dos grandes corrientes del campo sociológica: la teoría de la modernización o la tradición marxista. Un clásico trabajo del tema es Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica (México, ERA, 1973) del padre fundador de la sociología latinoamericana, Gino Germani, en colaboración con Torcuato Di Tella y Octavio Ianni. El trabajo que combina artículos de las dos tradiciones, está en el índex por “propiciar la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos e o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados por nuestra Constitución Nacional”, ya que: “En los tres trabajos se examinan [las experiencias] del ‘Populismo’ en muchos de sus aspectos, formas y aplicaciones prácticas […] y siempre en relación y comparación con el mundo revolucionario, socialista o 20 marxista de los que usa algunos de sus elementos […].”
La socialdemocracia era otra de las formas en que se “disfrazaba” el “enemigo interno” (argumento privilegiado de los presupuestos de la Doctrina de la Seguridad Nacional). Es el caso de uno de los tantos número analizados de la Revista Nueva Sociedad (Caracas, mayo-junio 1976). En ella se registra un reportaje a Felipe González y escriben, entre otros, Carlos Andrés Pérez, Dudley Thompson, Luis Carreño, Julius Nyerere. Entre las “actitudes o expresiones positivas o de apología hacia” se señala la 19 20
Archivo DIPBA, Mesa Referencia, legajo Nº 18518, sin foliar. Archivo DIPBA, Mesa Referencia, legajo Nº 18518, sin foliar.
postura de la revista acerca del “cambio contra la dependencia económica, cultural y política a realizarse por medio de las Democracias Socialistas”, la estrategia económica “en base a una economía cerrada y a acuerdos regionales, o la destrucción de tiranías militares, altas burguesías e imperialismo en aras de la Democracia Social”.
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Y concluye: “Todos los temas tratados giran en torno a ensalzar las ‘Democracias Socialistas como único medio de oposición al capitalismo dependiente’. A lo largo de la misma se hace una crítica exhaustiva del sistema capitalista […]. Por lo expuesto se considera que la revista, que trata temas político-económicos, en su mayoría bajo la ideología marxista, encubierta en la faz de las democracias socialistas, como medio de 22 infiltración en nuestro pueblo […].”
América Latina, reformas agrarias y campesinado es otro continente de sentidos de la agenda sociológica e historiográfica de los años sesenta y setenta. Un debate central del período era si América Latina era feudal, capitalista o articulaba ambos modos de producción y si esas condiciones se verificaban en el ámbito de la producción o en el de la circulación. Las investigaciones sobre las formas de tenencia de la tierra, el latifundio, las relaciones de trabajo, las formas de acción colectiva del campesinado, eran la clave de bóveda para responder esas cuestiones. Esos libros y revistas, incluso textos mecanografiados y apuntes universitarios, caían bajo el imperio investigativo: “La publicación, un cuaderno mimeografiado de unas 60 hojas abrochadas, es un trabajo (estudio) acompañado y documentado por cuadros y datos estadísticos sobre los tipos de explotaciones agrícolas, especialmente el de los ‘huasipungueros’ (trabajadores de las tierras de los hacendados por medio de prestaciones en días de trabajo y repartición del producto), en el Ecuador. Escrito con un enfoque del punto de vista marxista y utilizando argumentos y elementos de esta ideología a la que adhiere y/o afirma, constituye un 23 medio de difusión y propagación de la misma.”
La obra en cuestión es de Andrés Guerrero, La hacienda precapitalista y la clase terrateniente en América Latina y su inserción en el modo de producción capitalista: el caso ecuatoriano. El ensayo fue una forma narrativa dominante para la difusión de ideas en la historia del pensamiento político latinoamericano. Probablemente uno de los más exitosos en los años setenta fue Las Venas Abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. Desde su primera edición, en 1971, no ha dejado reimprimirse. Este best seller ha sido a la vez uno de los libros más reimpresos de la historia de la ensayística (probablemente las reimpresiones superen el centenar entre legales e ilegales) y también 21
Archivo DIPBA, Mesa Referencia, legajo Nº 18518, sin foliar. Archivo DIPBA, Mesa Referencia, legajo Nº 18518, sin foliar. 23 Archivo DIPBA, Mesa Referencia, legajo Nº 18518, sin foliar. 22
uno de los más prohibidos. Manifiestamente escrito “para conversar con la gente”, como expone Galeano, tiene una factura que combina la política y la poética, “Las Venas Abiertas” fue uno de los tantos libros sometidos al análisis de los servicios de inteligencia argentinos. La pormenorizada y extensa exégesis del mismo (15 páginas en el documento original) revelan temas y palabras que muestran acabadamente el lenguaje y las antinomias de la época para explicar la región, ideas diseccionadas casi de manera forense por los analistas inquisitoriales de la dictadura (ANEXO 3). En la hermenéutica de los censores el rango de la apología o la detracción es muy amplio. En principio la sola expresión “Tercer Mundo” es digna de señalamiento, aún ausente de adjetivación o precisión (por ejemplo “las luchas de liberación del Tercer Mundo”), basta sólo con la frase para argumentar la calificación. Por otra parte, la ecléctica enumeración de los autores elegidos para ejemplificar las citas también es reveladora. Si bien Marx, Engels, Mandel, Gunder Frank, el Che Guevara están claramente instalados en coordenadas de un genérico del marxismo (y la diferenciación entre pensadores y políticos aquí es menor), el clivaje que permite reconstruir parte de la lógica del “anticomunismo” está dada por dos presidentes argentinos: Juan Domingo Perón y Juan Carlos Onganía. Perón (en el polo negativo del binarismo característico de esta lógica interpretativa) de manera alguna podía ser considerado “comunista” y Juan Carlos Onganía (que encabezó el primer golpe de estado institucional de las Fuerzas Armadas en 1966 de claro sesgo anticomunista) en el lado positivo de la valoración, es denominado “presidente”. Consideramos que esas caracterizaciones contribuyen a delinear el amplio perímetro de lo considerado “subversivo” por la dictadura militar, categoría mucho más amplia que el genérico “comunismo” o “marxismo”. Y esto se profundiza en las conclusiones del informe que puntualizan el “carácter materialista del libro“ y “la concepción marxista sobre los medios de producción” pero también y más sutilmente: “Se podría observar que, en forma imperceptible, queda disminuida o soslayada la idea o concepto de nación, para entrar directamente en el análisis económico y social entre ‘explotadores y explotados’. Si bien el libro está basado en hechos y circunstancias reales y su fundamentación es bastante extensa, la utilización de estos elementos es tendenciosa y observada desde el punto de vista materialista (marxista) ya mencionado, 24 donde la unilateralidad lleva a la causalidad a desvirtuarse y diluirse.”
Un hoguera Después de los análisis, estaban las acciones concretas: la prohibición de los
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Archivo DIPBA, Mesa Referencia, Legajo Nº 17753, sin número de folio. 1977.
libros, el retiro de bibliotecas y librerías, la persecución a sus autores. En junio de 1980 la dictadura quemó dieciocho millones de libros del Centro Editor de América Latina (CEAL). Es y no es un símbolo. Porque los símbolos estilizan o condensan la realidad y en ese acto millones de potenciales lectores se quedaron sin poder leerlos. El Centro Editor de América Latina (CEAL) en Argentina, y las editoriales Siglo XXI y Fondo de Cultura Económica de México, fueron pilares de la difusión de autores y textos que formaron a la generación intelectual latinoamericana de los años sesenta y setenta. En el año 1969, recayó sobre el CEAL la primera prohibición por infringir la ley 17470, ley anticomunista de la dictadura del General Juan Carlos Onganía. En los registros de la DIPBA el secuestro y prohibición del material de la editorial está archivado en la Mesa “C” (Comunismo). Once años después, durante la última dictadura militar (1976–1983), el registro de la prohibición se encuentra bajo el clasificador “Delincuente Subversivo”. El carácter de las obras de la editorial no había cambiado. Los Servicios de Inteligencia acentuaban al máximo posible su peligrosidad y quemaban toneladas de libros irrecuperables. En diciembre de 1978, la DIPBA encontró el depósito de la editorial “totalmente colmado de material bibliográfico de distintos tipos (revistas, libros, cuadernillos, enciclopedias, etc.) sumando un total de 18.000.000 de ejemplares, aproximadamente”, 25
según el informe de inteligencia.
El operativo de censura, secuestro y destrucción de
“bibliografía marxista” fue llamado por los servicios de inteligencia “Operación Claridad”. Es probable que los servicios de inteligencia no conocieran aquella editorial socialista de los años veinte para bautizarla. Esa hoguera se llevó una obra pionera de divulgación editada originalmente en fascículos y compilada luego en tres tomos: la Historia de América Latina, coordinada por el historiador Alberto Pla quien debió exiliarse y luego del retorno de la democracia contribuyó a formar a muchos latinoamericanistas de este país. También clásicos de las letras y las ciencias sociales latinoamericanas.( ANEXO 4) Asistimos a una verdadera explosión memorialística sobre las dictaduras en el varios países del Cono Sur. Las artes, la historia, la impresionante producción de literatura testimonial, dan cuenta de ese pasado que, a nuestro juicio, hoy se dirime centralmente en la escena judicial. Existe también una renovada sensibilidad social de recuperar esa memoria colectiva de las ideas y símbolos culturales reprimidos. Quizás por eso el Estadio Nacional de Fútbol en Santiago de Chile, que el 11 de septiembre de 1973 se convirtió en un centro de torturas y asesinatos, hoy lleve el nombre del músico Víctor Jara. 25
Archivo DIPBA, Mesa DS [Delincuente subversivo], Legajo Nº 12.505.
En el año 2006 se estrenó en Argentina la obra de Teatro “Bibioclastas” de los dramaturgos Jorge Gómez y María Victoria Ramos, que representó metafóricamente esa hoguera de libros de 1980. La prohibición de obras, la persecución, el encarcelamiento y el exilio de los cientistas sociales coartaron posibilidades, encuentros y expansiones. En el límite, congelaron o decididamente inhibieron aquello que es imprescindible en la construcción de conocimiento: la circulación y el intercambio de ideas. La crítica. Sobre todo cuando estas ideas discutían el poder para transformar y desnaturalizaban para humanizar. Esto interrumpió la transmisión epistemológica de las ciencias sociales latinoamericanas y sus tradiciones. Bajo la vereda de la antigua Plaza de la Ópera de Berlín, casi enfrente de la Universidad Humboldt, se encuentra la instalación de Micha Ullman La biblioteca sumergida. Son estantes vacíos, suficientes para albergar 20.000 volúmenes. El lugar marca la noche del 10 de mayo de 1933 en que miles de libros seleccionados por los nazis por sus “contenidos antialemanes” fueron quemados en hoguera pública. Joseph Goebbels justificó lo que él denominaba “la entrega a las llamas del espíritu diabólico del pasado”. Sigmund Freud afirmó ante la quema de sus libros, que era un avance de la humanidad ya que en la Edad Media, lo hubieran quemado a él. Algunos años después no pensaría lo mismo. Sobrevivió, pero murió exiliado en Inglaterra. El desarrollo del “siglo de la barbarie” demostraría que la modernidad podía ser tanto o más brutal. También en modernidades periféricas. Más aún cuando uno de esos bordes de lo que entonces se llamaba
“Tercer
Mundo”
intentaba
reflexionarse
introspectivamente,
en
diálogo
ecuménico, universalista, con los centros. No queremos adelantar muchas conclusiones. Cabe en el futuro reflexionar e indagar sobre esa “burocracia del mal” especializada en el análisis y censura del campo cultural que contribuyó a construir un campo ideocrático que, aunque modesto en sus consideraciones, se fortaleció e intentó autolegitimarse alentado por un conjunto de analistas profesionales provenientes sin duda del campo de las ciencias sociales (traductores, sociólogos, críticos literarios, filósofos, comunicadores) que elaboraron en las sombras fundamentaciones de refuerzo acerca de la culpabilidad/peligrosidad de las representaciones simbólicas de América Latina. También está entre los objetivos futuros reflexionar acerca de las consecuencias de ese hiato, de esa cesura en la transmisión histórica en el campo epistemológico actual de las ciencias sociales latinoamericanas.
Bibliografía y fuentes
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