FRANKFORT Mito y Realidad

November 6, 2017 | Author: Sebastian Vila | Category: Knowledge, Reality, Truth, Mythology, Causality
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FRANKFORT - MITO Y REALIDAD | EL PENSAMIENTO PREFILOSÓFICO El pensamiento especulativo o razonamiento es un modo de aprehensión intuitivo, casi visionario, que aunque trasciende la experiencia, nunca se desprende de ella por completo, en tanto que intenta explicar, unificar y ordenar el mundo. En la actualidad, el pensamiento especulativo cuenta con la ciencia como nuevo instrumento para la interpretación de la experiencia -y no permitimos que se cruce con la imaginación-, dejándole una perspectiva limitada al hombre mismo -que aún no ha hecho de sí un objeto de ciencia-, en tanto que el mundo de los fenómenos naturales es ahora un ‘ello’, un algo impersonal. En cambio en el Antiguo Cercano Oriente, el pensamiento especulativo se presentaba envuelto en imaginación, con posibilidades ilimitadas y sin hacer distinción entre dominio de la naturaleza y dominio del hombre, ya que tomaba los fenómenos naturales como un ‘tú’. A un ‘ello’ se le trata de determinar la identidad -se desempeña un papel activo-, por lo que ese tipo de conocimiento es articulado e indiferente emotivamente; un ‘ello’ siempre puede vincularse científicamente con otros objetos y tenerse como parte de una serie. A un ‘tú’ se le trataba de comprender -se desempeñaba un papel pasivo- y se recibía una impresión, por lo que ese tipo de conocimiento era desarticulado, emotivo y directo. Un ‘tú’ era siempre único, tenía el carácter de lo individual, cuya presencia se revela a sí misma. Además, no era meramente contemplado o comprendido, sino que era experimentado emocionalmente, en una relación dinámica y recíproca -aunque eso no quiere decir que se ‘personificaba’ lo inanimado, simplemente porque no se conocía un mundo inanimado sino lleno de vida-. Toda experiencia con un ´tú’ era individual en alto grado, y en efecto los acontecimientos se entendían como sucesos individuales cuya consideración y explicación sólo podían ser concebidas como una acción, tomando necesariamente la forma de un relato. Es decir, que los hombres primitivos formulaban mitos en vez de establecer un análisis o llegar a conclusiones. *Ej: Hoy podemos explicar que cambios atmosféricos interrumpan la sequía y llueva; los babilonios tomaban eso mismo como muestras de la intervención del pájaro Imdugud. Sin embargo, no lo hacían por diversión o en búsqueda de una explicación para las cosas; simplemente relataban los acontecimientos con los que se hallaban comprometidos como revelaciones ligadas a la experiencia. Eran productos de la imaginación pero no meras fantasías, ya que no presentaban sus imágenes y actores imaginarios en un juego libre sino con una autoridad apremiante, tratando de perpetuar la revelación que habían obtenido de un ‘tú’. Por lo tanto, las imágenes del mito no son alegóricas; se trata de un nivel de pensamiento abstracto cuidadosamente escogido del cual son inseparables, representando la forma en que la experiencia se hace consciente. Hay que considerar seriamente el mito, ya que revela una verdad significativa aunque no sea verificable; no tiene la universalidad ni la lucidez de una observación teórica, pero puede decirse que se trata de una verdad metafísica. Si tratamos de definir la estructura del pensamiento creador de mitos y

compararla con la del pensamiento moderno, encontraremos que sus diferencias radican más en la intención y la actitud emotiva que en la ‘mentalidad pre-lógica’. La característica principal del pensamiento moderno es la distinción que hace entre lo subjetivo y lo objetivo, basada en el procedimiento analítico y crítico por el cual se reduce los fenómenos individuales a acontecimientos típicos asociados a leyes universales, creando un abismo cada vez mayor entre la percepción de los fenómenos y los conceptos que permiten comprenderlos. *Ej: El Sol sale y se oculta, pero creemos que es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol aún cuando somos personalmente incapaces del probar dicha explicación. En cambio, en el pensamiento creador de mitos no había lugar para semejante análisis crítico de las percepciones. El hombre primitivo no podía separarse de la presencia de los fenómenos porque éstos se le revelaban del modo que hemos descrito, de modo que para él carecería de significado la distinción entre conocimiento subjetivo y el objetivo. Tampoco advertía el contraste que hoy hacemos entre realidad y apariencia; todo lo que afectaba su entendimiento o voluntad quedaba consecuentemente establecido como real, y no había razón para considerar a los sueños menos reales que las impresiones de la vigilia. Y de la misma manera en que no hacía distinciones radicales entre sueños, alucinaciones y visiones comunes, el pensamiento creador de mitos tampoco separaba rigurosamente la vida de la muerte, que se presentaba de manera casi substancializada -al igual que la enfermedad o el mal-. Los símbolos eran tratados de forma semejante, considerando que entre éstos y lo que significan existía un enlace, como existe una unión entre dos objetos que son recíprocamente dependientes. Por otro lado, el hombre primitivo reconocía naturalmente la relación de causa y efecto, pero le era imposible concebir la causalidad como una operación impersonal, mecánica y sujeta a leyes como nosotros; cuando busca una causa él no se pregunta ‘¿qué?’ sino ‘¿quién?’. Así, los dioses como personificación de las fuerzas naturales satisfacían su necesidad de encontrar causas que explicaran los fenómenos. En casos en que nosotros no advertiríamos sino asociaciones mentales, el pensamiento creador de mitos hallaba una conexión causal. No olvidemos que no necesitaba explicar el ‘¿por qué?’ de un proceso para poder representarlo, sino que aceptaba una situación como inicial y otra como final, aunque solo fuera por la convicción de que así era, y pasaba a responder el ‘¿cómo?’. Hoy consideramos el espacio como una mero sistema de relaciones y funciones, infinito continuo y homogéneo, pero el hombre primitivo no podía abstraer el concepto de ‘espacio’ de su experiencia en él, que constaba de lo que podríamos llamar ‘asociaciones calificativas’. Su concepción de tiempo era igualmente cualitativa y concreta, y no cualitativa y abstracta como la nuestra. El pensamiento creador de mitos no comprendía el tiempo como una duración uniforme o una sucesión de momentos, sino que lo experimentaba en la

periodicidad y el estilo de vida humano y de la naturaleza, un tiempo ‘biológico’, una sucesión de fases recurrentes con un valor y sentido particulares.

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