Fragmento Del Libro "Espejo Retrovisor" de Juan Villoro
July 16, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Mis primos se ofendieron. No ponían en duda los datos, pero les molestó que yo actuara como azteca. Después de todo, mi nombre no era Ilhuicamina ni me expresaba en náhuatl. Había recitado el guión oficial de la historia de México: éramos aztecas y luego lueg o nos invadier invadieron; on; cuando c uando nos no s independizamos, indepe ndizamos, volvim volvimos os a ser aztecas. De haber sufrido este adoctrinamiento, mi padre difícilmente habría llegado al mundo prehispánico. Gracias a sus incursiones filosóficas, lo indígena se presentó como un desfase estimulante, una oportunidad para comprender en forma crítica el entorno. Si pudo ser cartaginés en el internado de Bélgica, a través de sus lecturas se dispuso a ser algo más raro: mexicano.
Abandonar Abandon ar la biblioteca bibliote ca El bibliófilo Jacques Bonnet ha propuesto crear una asociación internacional de propietarios de más de veinte mil libros para salvar colecciones privadas. Rara vez los herederos se ocupan de que esa inmoderada reunión de papeles permanezca unida. Una biblioteca narra la vida de una mente. Walter Benjamin reflexionó acerca del proceso de autoanálisis que comporta desempacar los libros en una mudanza. Revisar en desorden los títulos que normalmente se mantienen en reposo significa poner a prueba cada adquisición y revisar la relación que se tiene con ella. ¿En verdad requerimos de esos libros? ¿Los merecemos más allá de su prestigio decorativo? Interesado en el valor de la clasificación, Borges señaló que ordenar una biblioteca es un modo de ejercer la crítica. Resulta casi imposible escribir sin contar con cierto número de libros. Robert Musil, que nunca vivió en condiciones que garantizaran un buen baño o una gran biblioteca, advirtió un curioso rasgo en su conducta: no podía trabajar en la biblioteca pública porque ahí estaba prohibido fumar; en cambio, en su casa trabajaba en forma ininterrumpida sin sentir deseos de fumar. Sus libros le servían de ansiolítico.
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El «cuarto propio» que Virginia Woolf reclama rec lama para la mujer que normalmente trabaja como intendente de la casa entera, es para el escritor el sitio donde los volúmenes más próximos operan como estímulo y talismán. Pocas veces un bibliófilo sucumbe al repentino deseo de deshacerse de lo que ha reunido con tanto afán. Más allá de casos como el de Diderot, que vendió sus libros a precio de oro a Catalina de Rusia y además quedó como albacea de la colección, resulta difícil entender ese gesto de renuncia. Mientras mi padre se interesaba en «la otra campaña» del subcomandante Marcos, decidió donar sus libros a la Universidad de Michoacán, con la que había establecido un trato reciente. No escogió la UNAM, donde se formó y donde trabajó hasta ser profesor emérito, sino una institución más próxima a los estudios indígenas, heredera del impulso humanista de Vasco de Quiroga. La colección no tenía el alcance de otras eminentes asambleas de textos. Según relata Bonnet en Bibliotecas llenas de fantasmas,, los libros de Georges Dumézil se dispersaron trágicatasmas mente, mutilando el enciclopédico mapa de sus intereses. Su discípulo Georges Charachidzé logró remediar parcialmente esta pérdida, recuperando los volúmenes de la sección secc ión caucasiana. Que una biblioteca tenga sección caucasiana da una idea de su alcance. La de mi padre nunca fue tan vasta ni tan precisa. A fin de cuentas son pocos los espacios dignos de la descripción borgiana: «El universo (que otros llaman la Biblioteca)…». Sin embargo, representaba una interesante reunión de libros de filosofía e historia de México. La noticia de que regalaría sus libros me recordó r ecordó una sesión plenaria que celebramos cuando murió mi abuela. Yo tenía unos diez años y admiraba la extravagante relación que mi padre sostenía con el dinero: guardaba billetes en un ejemplar de Das Kapital (en (en la cuarta de forros anotaba sumas y restas), tenía una irrestricta y dramática fobia hacia los lujos (si le elogiabas una corbata, dejaba de ponérsela) y consideraba que toda fortuna
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monetaria era un veneno que debía de dañar a los demás. En aquella reunión, calcada de las sesiones del Buró Político Po lítico del Comité Central del Partido Comunista, fungí de secretario de actas y anoté a noté una fras frasee que qu e jamás j amás olvi olvidaría: daría: «Hemo «Hemoss recibi r ecibido do un did inero que no hemos hecho nada para merecer». Mi abuela había dejado tierras, edificios y otras propiedades dañinas para nuestras almas. La única manera de purificarnos era er a regalarlas. Con enorme entusiasmo, mi hermana de ocho años y yo votamos por despojarnos de la inmunda riqueza. Mi padre cerró esta sesión formativa mencionando candidatos para la donación: Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca vinculado a la teología de la liberación, y un partido de izquierda que aún no se formaba pero cuando lo hiciera sería magnífico. Con el puño en alto, celebramos no ser ricos. Desde ese día primordial, mi padre ha luchado para despo jarse jar se de exce excesos. sos. Sin embar embargo, go, la donac donación ión de su bibl bibliotec iotecaa no formaba parte de esta tendencia austera. Por principio de cuentas, no representaba un lujo (carecía de primeras ediciones, vovo lúmenes antiguos, libros inconseguibles). En este sentido, su colección de búhos (que incluye uno del periodo clásico maya) era más valiosa. El gesto resultaba significativo porque, más que renunciar a la posesión de los libros, mi padre renunciaba a necesitarlos. El filósofo había decidido ponerse de parte de la vida; apostaba por la experiencia, sin el lastre de la especulación. Dejó que sus cuatro hijos escogiéramos algunos tomos y nadie se atrevió a tomar los de su especialidad. Sin discutir al respecto, nos pareció obvio que el núcleo duro de sus intereses debía permanecer intacto, y nos resignamos a ver con nostalgia anticipada anti cipada la partida de las cajas que contenían los saldos de su mente. En Antr En Antropolo opología gía del cereb cerebro ro,, Roger Bartra estudia la cultura como un circuito neuronal externo al organismo. Pensar, leer y escribir dependen de ese «exocerebro». El de mi padre iría a dar a una habitación de Morelia, Michoacán. «Me siento liberado», dijo, cuando los libros salieron rumbo a Morelia. Había roto una última amarra. Quizá el peso de la cul
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tura llegó a hacérsele opresivo porque se convirtió al indigenismo a través de una elaborada construcción teórica. El largo rodeo terminaba al fin. En sus «consideraciones intempestivas», intempestivas», Nietzsche valora su condición de filólogo para curarse de la enfermedad de la Historia. «Todo ornamento oculta aquello que adorna», escribe. El lenguaje, entendido como retórica o gran estilo, se asimila a la época y se diluye en ella. Saber que las palabras tienen historia, entender su pasado para otorgarles otro presente, es una fecunda labor intempestiva. Filología: letras en el tiempo. El escritor y poeta Carlos Montemayor (1947-2010) ejemplifica el papel intempestivo del filólogo. Formado en lenguas clásicas (tradujo a Virgilio, Catulo, Safo y Píndaro), se convirtió en uno de los principales impulsores del movimiento zapatista y promovió las lenguas indígenas con pulsión adánica (su empeño no buscaba preservar literaturas sino fundarlas). Más cerca de la filología que de la antropología, buscó materiales que solamente podían existir resucitando un pasado perdido. Toda tradición permanece abierta y puede renovarse hacia atrás. Montemayor y mi padre llegaron a la Historia por el camicamino de la Academia, Academia, y ambos buscaron despojarse del andamiaje intelectual. El autor de Guerra en el paraíso entró paraíso entró en contacto con grupos guerrilleros, no solo para contar su historia, sino para mediar entre ellos y el gobierno, y el autor de Los grandes momentos del indigenismo en México pasó México pasó a la observación directa de la gestión zapatista en Ocosingo. Abandonar los libros fue una peculiar manera de subrayarlos. Resultaban demasiado importantes para seguir en su sitio sin representar un freno, una tentación de volver a la vida especulativa. «Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diversos modos; lo que hace falta es transformarlo», reza la última de las «Tesis sobre Feuerbach» que se convertiría en el epitafio de Marx en el cementerio de Highgate. Pasemos del materialismo dialéctico a otra forma de la prospectiva, la psicomagia de Alejandro Jodorowsky: «No podemos cambiar el mundo: podemos empezar a cambiarlo».
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Regalar una biblioteca no es una forma de la acción, sino una profecía. El gesto no cambia el mundo: anuncia que debe cambiar.
Identidades líquidas El escritor catalán Pere Calders pasó largos años de exilio en México sin renunciar a su lengua, registrando con fascinada perplejidad el malentendido que significa asumir identidades. El protagonista de su novela L’ombra de l’atzavara ( l’atzavara (La La sombra del maguey ) es un catalán que se casa por interés económico con una mexicana rústica, propietaria de una buena cantidad de cocoteros. En su absurdo país de adopción, lucha por preservar su catalanidad. Le pone a su hijo Jordi y descubre descu bre con horror que los mexicanos no pueden pronunciar el nombre. Le dicen «Chordi». Para colmo, con su incontenible gusto por los apodos, acaban por decirle «El Chor». Cuando el protagonista decide decide presentar a su hijo ante la selecta comunidad del Orfeó Català en México, Jordi llega vestido como el cabo Rusty, personaje de la serie de televisión Rin-tintín.. A su esposa, esto le parece normal: a fin de cuentas, el ideal tín secreto de los mexicanos es ser gringos. El ideal manifiesto del protagonista es volver a su país para olvidarse de la tierra salvaje que le brindó asilo. Una noche tiene un sueño de esplendor: ha regresado a Barcelona y vive en un señorial piso de la Diagonal. Es un catalán próspero y feliz. La luz mediterránea se filtra por un vitral ambarino. Todo está en su sitio. De pronto oye un ruido excesivo, seguido de carcajadas. Un olor condimentado llega a su habitación. ¿Qué pasa en la avenida? El personaje se asoma a la Diagonal y descubre que está llena de mexicanos con sombreros. El olor de los tamales revela que se han apoderado del lugar. El sueño se ha transformado en pesadilla: el catalán exportó mexicanos a su paraíso. Primo Levi estudió uno de los dramas del superviviente: la culpa de no haber corrido la misma suerte de los otros. El tema
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