Fourth Wing - Rebecca Yarros

March 11, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas fanáticas de la lectura de manera con el único propósito de difundir el trabajo de las autoras a los lectores de habla hispana cuyos libros difícilmente estarán en nuestro idioma. Te recomendamos que si el libro y el autor te gustan dejes una reseña en las páginas que existen para tal fin, esa es una de las mejores formas de apoyar a los autores, del mismo modo te sugerimos que compres el libro si este llegara a salir en español en tu país. Lo

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Traducción

Corrección

Diseño 4

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Se suponía que , de veinte años, iba a entrar en el Cuadrante de los Escribas, viviendo una vida tranquila entre libros e historia. Ahora, la general al mando -también conocida como su dura madre- ha ordenado a Violet que se una a los cientos de candidatos que luchan por convertirse en la élite de Navarra: Pero cuando eres más pequeño que los demás y tu cuerpo es frágil, la muerte está a un latido de distancia... porque Los incineran. Con menos dragones dispuestos a vincularse que cadetes, la mayoría mataría a Violet para mejorar sus propias posibilidades de éxito. El resto la mataría sólo por ser hija de su madre, como , el líder de ala más poderoso y despiadado del Cuadrante de los Jinetes.

Sin embargo, cada día que pasa, la guerra en el exterior se vuelve más mortífera, las protecciones del reino fallan y el número de muertos sigue aumentando. Peor aún, Violet empieza a sospechar que el . Amigos, enemigos, amantes. Todo el mundo en la Escuela de Guerra Basgiath tiene una agenda, graduarse o morir.

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es una trepidante fantasía de aventuras ambientada en el brutal y competitivo mundo de una escuela militar para jinetes de dragones, que incluye elementos relacionados con la guerra, la batalla, el combate cuerpo a cuerpo, situaciones peligrosas, sangre, violencia intensa, heridas brutales, muerte, envenenamiento, lenguaje gráfico y actividades sexuales que se muestran en la página. Los lectores que puedan ser sensibles a estos elementos, por favor, tomen nota, y prepárense para entrar en la Escuela de Guerra Basgiath...

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El siguiente texto ha sido fielmente transcrito del navarro a la lengua moderna por Jesinia Neilwart, Conservadora del Cuadrante de Escribanos de la Escuela Superior de Guerra Basgiath. Todos los sucesos son verídicos, y los nombres se han conservado para honrar el valor de los caídos. Que sus almas sean encomendadas a Malek.

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Un dragón sin su jinete es una tragedia. Un jinete sin su dragón está muerto. —ARTÍCULO UNO, SECCIÓN UNO EL CÓDICE DEL JINETE DE DRAGÓN

l día de reclutamiento siempre es el más mortífero. Tal vez por eso el amanecer es especialmente hermoso esta mañana, porque sé que podría ser el último. Aprieto las correas de mi pesada mochila de lona y subo penosamente la amplia escalinata de la fortaleza de piedra que considero mi hogar. El esfuerzo me oprime el pecho y los pulmones me arden cuando llego al pasillo de piedra que conduce al despacho de la General Sorrengail. Esto es lo que me han dado seis meses de intenso entrenamiento físico: la capacidad de subir a duras penas seis tramos de escaleras con una mochila de trece kilos. Estoy tan jodida. Los miles de veinteañeros que esperan ante la puerta para entrar en el cuadrante que han elegido para servir son los más listos y fuertes de Navarra. Cientos de ellos llevan preparándose para el Cuadrante de Jinetes, la oportunidad de convertirse en uno de la élite, desde que nacieron. Yo he tenido exactamente seis meses. Los inexpresivos guardias que bordean el amplio pasillo al final del rellano evitan mis ojos cuando paso, pero eso no es nada nuevo. Además, que me ignoren es el mejor escenario posible para mí. La Escuela de Guerra Basgiath no es conocida por ser amable con... bueno, con nadie, ni siquiera con aquellos de nosotros cuyas madres están al mando. Todos los oficiales navarros, tanto si eligen formarse como sanadores, escribas, infantería o jinetes, son moldeados dentro de estos crueles muros durante tres años, perfeccionados como armas para asegurar nuestras montañosas fronteras de los violentos intentos de invasión del reino de Poromiel y sus jinetes grifos. Los débiles

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no sobreviven aquí, y menos en el Cuadrante de los Jinetes. Los dragones se aseguran de ello. —¡La estás enviando a la muerte! —truena una voz familiar a través de la gruesa puerta de madera de la General, y yo jadeo. Sólo hay una mujer en el Continente lo bastante tonta como para levantarle la voz a la General, pero se supone que está en la frontera con el Ala Este. Mira. Se oye una respuesta amortiguada desde el despacho y agarro el pomo de la puerta. —No tiene ninguna posibilidad —grita Mira mientras fuerzo la pesada puerta para abrirla y el peso de mi mochila se desplaza hacia delante, casi derribándome. Mierda. La General maldice desde detrás de su escritorio y yo me agarro al respaldo del sofá tapizado de color carmesí para mantener el equilibrio. —Maldita sea, mamá, ni siquiera sabe manejar su mochila —suelta Mira, corriendo a mi lado. —¡Estoy bien! —Mis mejillas se calientan de mortificación y me fuerzo a incorporarme. Hace cinco minutos que ha vuelto y ya está intentando salvarme. Porque necesitas que te salven, tonta. No quiero esto. No quiero ser parte de esta mierda del Cuadrante de los Jinetes. No es como si tuviera un deseo de muerte. Hubiera sido mejor suspender la prueba de admisión a Basgiath e ir directamente al ejército con la mayoría de los reclutas. Pero puedo manejar mi mochila, y me manejaré a mí misma. —Oh, Violet. —Unos preocupados ojos marrones me miran mientras unas fuertes manos sujetan mis hombros. —Hola, Mira. —Se me dibuja una sonrisa en la comisura de los labios. Puede que esté aquí para despedirse, pero me alegro de ver a mi hermana por primera vez en años. Sus ojos se suavizan y sus dedos se flexionan sobre mis hombros como si fuera a abrazarme, pero da un paso atrás y se gira para colocarse a mi lado, frente a nuestra madre. —No puedes hacer esto. —Ya está hecho. —Mamá se encoge de hombros, las líneas de su ajustado uniforme negro suben y bajan con el movimiento. Me burlo. Adiós a la esperanza de un indulto. No es que debiera haber esperado, o siquiera esperado, un ápice de piedad de una mujer que se ha hecho famosa por su falta de ella. —Pues deshazlo —se burla Mira—. Ha pasado toda su vida entrenándose para ser escriba. No fue criada para ser jinete. —Bueno, desde luego ella no eres tú, ¿verdad, teniente Sorrengail? —Mamá apoya las manos en la inmaculada superficie de su escritorio y se inclina ligeramente mientras se levanta, mirándonos con ojos entrecerrados y penetrantes que reflejan

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los dragones tallados en las enormes patas del mueble. No necesito el poder prohibido de leer la mente para saber exactamente lo que ve. A sus veintiséis años, Mira es una versión más joven de nuestra madre. Es alta, con músculos fuertes y poderosos, tonificados tras años de combate y cientos de horas a lomos de su dragón. Su piel prácticamente resplandece de salud, y su pelo castaño dorado está corto para el combate, al mismo estilo que el de mamá. Pero más que el aspecto, lleva la misma arrogancia, la convicción inquebrantable de que su sitio está en el cielo. Es una jinete hasta la médula. Ella es todo lo que yo no soy, y el movimiento de desaprobación de la cabeza de mamá dice que está de acuerdo. Soy demasiado bajita. Demasiado frágil. Las curvas que tengo deberían ser músculos, y mi cuerpo traidor me hace vergonzosamente vulnerable. Mamá camina hacia nosotras, con sus lustrosas botas negras brillando bajo las luces mágicas que parpadean en los apliques. Recoge el extremo de mi larga trenza, se burla de la sección que queda justo por encima de mis hombros, donde los mechones castaños empiezan a perder su cálido color y se desvanecen lentamente hasta convertirse en un plateado metálico y acerado en las puntas, y luego la suelta. —Piel pálida, ojos pálidos, cabello pálido. —Su mirada absorbe cada gramo de mi confianza hasta el tuétano de mis huesos—. Es como si esa fiebre te hubiera robado todo el colorido junto con la fuerza. —Sus ojos brillan de dolor y sus cejas se fruncen— . Le dije que no te retuviera en esa biblioteca. No es la primera vez que la oigo maldecir la enfermedad que casi la mata cuando estaba embarazada de mí o la biblioteca que papá convirtió en mi segundo hogar una vez que ella estuvo destinada aquí en Basgiath como instructora y él como escriba. —Me encanta esa biblioteca —contraataco. Hace más de un año que le falló el corazón, y los Archivos siguen siendo el único lugar que siento como mi hogar en esta gigantesca fortaleza, el único lugar donde todavía siento la presencia de mi padre. —Hablas como la hija de un escriba —dice mamá en voz baja, y yo la veo: la mujer que era mientras papá vivía. Más suave. Más amable... al menos para su familia. —Soy la hija de un escriba —La espalda me grita de dolor, así que dejo que mi mochila se deslice de mis hombros, guiándola hasta el suelo, y respiro por primera vez desde que salí de mi habitación. Mamá parpadea y la mujer más suave desaparece, dejando sólo a la General. —Eres la hija de un jinete, tienes veinte años y hoy es el Día de Conscripción. Te dejo terminar tu tutoría, pero como te dije la primavera pasada, no veré a uno de mis hijos entrar en el Cuadrante Escribano, Violet. —¿Porque los escribas están muy por debajo de los jinetes? —refunfuño, sabiendo perfectamente que los jinetes están en lo más alto de la jerarquía social y militar. A eso ayuda que sus dragones asen a la gente por diversión.

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—¡Sí! —Su habitual compostura cae—. Y si hoy te atreves a entrar en el túnel hacia el Cuadrante de los Escribanos, te arrancaré de esa ridícula trenza y te pondré yo misma en el parapeto. Se me revuelve el estómago. —¡Papá no querría esto! —Mira argumenta, con el color subiendo por su cuello. —Quería a tu padre, pero ha muerto —dice mamá, como si diera el parte meteorológico—. Dudo que quiera mucho estos días. Respiro pero mantengo la boca cerrada. Discutir no me llevará a ninguna parte. Nunca ha escuchado nada de lo que le he dicho, y hoy no va a ser diferente. —Enviar a Violet al Cuadrante de los Jinetes equivale a una sentencia de muerte. —Supongo que Mira no ha terminado de discutir. Mira nunca ha terminado de discutir con mamá, y lo más frustrante es que mamá siempre la ha respetado por ello. Doble moral para la victoria—. ¡No es lo suficientemente fuerte, mamá! Ya se ha roto el brazo este año, se tuerce alguna articulación cada dos semanas y no es lo bastante alta para montar ningún dragón lo bastante grande como para mantenerla con vida en una batalla. —¿En serio, Mira? —Que. Demonios. Me muerdo las palmas de las manos con las uñas mientras las cierro en puños. Saber que mis posibilidades de sobrevivir son mínimas es una cosa. Que mi hermana me eche en cara mis insuficiencias es otra—. ¿Me estás llamando débil? —No. —Mira me aprieta la mano—. Sólo... frágil. —Eso no es mejor. —Los dragones no unen a las mujeres frágiles. Las incineran. —Así que es pequeña. —Mamá me escanea de arriba abajo, observando el generoso ajuste de la túnica con cinturón color crema y los pantalones que elegí esta mañana para mi potencial ejecución. Resoplo. —¿Estamos enumerando mis defectos ahora? —Nunca dije que fuera una falta. —Mamá se vuelve hacia mi hermana—. Mira, Violet soporta más dolor antes de comer que tú en toda una semana. Si alguno de mis hijos es capaz de sobrevivir al Cuadrante de los Jinetes, es ella. Levanto las cejas. Ha sonado como un cumplido, pero con mamá nunca estoy segura. —¿Cuántos candidatos a jinete mueren el día del servicio militar obligatorio, mamá? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta? ¿Tantas ganas tienes de enterrar a otro niño? —Mira arde en cólera. Me estremezco cuando la temperatura de la habitación cae en picado, cortesía del poder del sello de mamá, que canaliza a través de su dragón, Aimsir. Se me aprieta el pecho al recordar a mi hermano. Nadie se ha atrevido a mencionar a Brennan o a su dragón en los cinco años transcurridos desde que murieron luchando contra la rebelión de los Tyrrish en el sur. Mamá me tolera y respeta a Mira, pero quería a Brennan.

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Papá también. Sus dolores de pecho empezaron justo después de la muerte de Brennan. La mandíbula de mamá se tensa y sus ojos amenazan venganza mientras mira fijamente a Mira. Mi hermana traga saliva pero se mantiene firme en la competición de miradas. —Mamá —empiezo—. Ella no quería... —Fuera. Teniente. —Las palabras de mamá son suaves bocanadas de vapor en la gélida oficina—. Antes de que te reporte ausente de tu unidad sin permiso. Mira endereza la postura, asiente una vez, gira con precisión militar y se dirige a la puerta sin decir nada más, agarrando una pequeña mochila al salir. Es la primera vez que mamá y yo hemos estado solas en meses. Sus ojos se encuentran con los míos y la temperatura sube mientras respira hondo. —En el examen de ingreso obtuviste una de las mejores puntuaciones en velocidad y agilidad. Lo harás bien. A todos los Sorrengail les va bien. —Me roza la mejilla con el dorso de los dedos, apenas rozando mi piel—. Te pareces mucho a tu padre —susurra antes de aclararse la garganta y retroceder unos pasos. Supongo que no hay premios al mérito en el servicio por disponibilidad emocional. —No podré reconocerte durante los próximos tres años —dice, sentándose de nuevo en el borde de su escritorio—. Ya que, como comandante general de Basgiath, seré tu oficial muy superior. —Lo sé. Es la menor de mis preocupaciones, considerando que ella apenas me reconoce ahora. —Tampoco tendrás un trato especial por ser mi hija. En todo caso, te perseguirán más para que demuestres tu valía. —Arquea una ceja. —Bien consciente. —Menos mal que he estado entrenando con el Mayor Gillstead durante los últimos meses desde que mamá hizo su decreto. Ella suspira y fuerza una sonrisa. —Entonces supongo que te veré en el valle en la Ceremonia del Threshing, candidata. Aunque supongo que para el atardecer ya serás un cadete. O muerta. Ninguna de las dos lo dice. —Buena suerte, candidata Sorrengail. —Vuelve a su mesa y me despide. —Gracias, General. —Me subo la mochila a los hombros y salgo de su despacho. Un guardia cierra la puerta tras de mí. —Está como una cabra —dice Mira desde el centro del pasillo, justo entre donde están colocados dos guardias. —Le dirán que dijiste eso.

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—Como si no lo supieran ya —aprieta los dientes—. Vámonos. Sólo tenemos una hora antes de que todos los candidatos tengan que presentarse, y he visto a miles de personas esperando a las puertas cuando he volado. —Empieza a caminar, me guía por la escalera de piedra y por los pasillos hasta mi habitación. Bueno... era mi habitación. En los treinta minutos que llevo fuera, todos mis objetos personales se han metido en cajas que ahora están apiladas en un rincón. Mi estómago se hunde en el suelo de madera. Tenía toda mi vida en cajas. —Es jodidamente eficiente, lo reconozco —murmura Mira antes de girarse hacia mí, su mirada pasando sobre mí en abierta evaluación—. Esperaba poder convencerla de que no lo hiciera. Nunca estuviste destinado al Cuadrante de los Jinetes. —Por lo que has mencionado. —Levanto una ceja—. Repetidamente. —Lo siento. Hace un gesto de dolor, se tira al suelo y vacía su mochila. —¿Qué estás haciendo? —Lo que Brennan hizo por mí —dice en voz baja, y la pena se aloja en mi garganta—. ¿Sabes usar una espada? Sacudo la cabeza. —Demasiado pesada. Aunque soy bastante rápida con las dagas. —Realmente rápida. Como un rayo. Lo que me falta de fuerza, lo compenso con velocidad. —Me lo imaginaba. Bien. Ahora, suelta tu mochila y quítate esas horribles botas. —Busca entre las cosas que ha traído y me da unas botas nuevas y un uniforme negro—. Póntelas. —¿Qué le pasa a mi mochila? —pregunto, pero dejo caer la mochila de todos modos. Ella la abre inmediatamente, arrancando todo lo que había empaquetado con cuidado—. ¡Mira! Me ha llevado toda la noche. —Llevas demasiado, y tus botas son una trampa mortal. Te resbalarás del parapeto con esas suelas tan lisas. Mandé hacer un juego de botas de goma para jinete por si acaso, y éste, mi querida Violet, es el peor de los casos. —Los libros empiezan a volar, aterrizando en las inmediaciones del cajón. —¡Eh, sólo puedo tomar lo que puedo llevar, y yo quiero esos! —Me abalanzo sobre el siguiente libro antes de que tenga oportunidad de tirarlo, y a duras penas consigo salvar mi colección favorita de fábulas oscuras. —¿Estás dispuesta a morir por ello? —pregunta, con los ojos endurecidos. —¡Puedo llevarlo! —Todo esto está mal. Se supone que debo dedicar mi vida a los libros, no tirarlos a un rincón para aligerar mi mochila. —No. No puedes. Apenas pesas tres veces más que la mochila, el parapeto tiene aproximadamente dieciocho pulgadas de ancho, doscientos pies por encima del suelo, y la última vez que miré, se acercaban nubes de lluvia. No te van a dar un retraso por lluvia sólo porque el puente pueda estar un poco resbaladizo, hermanita.

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Te caerás. Morirás. Ahora, ¿vas a escucharme? ¿O vas a unirte a los demás candidatos muertos en el pase de lista de mañana por la mañana? —No hay rastro de mi hermana mayor en el jinete que tengo delante. Esta mujer es astuta, astuta y un poco cruel. Esta es la mujer que sobrevivió los tres años con una sola cicatriz, la que su propio dragón le hizo durante el Threshing—. Porque eso es todo lo que serás. Otra lápida. Otro nombre grabado en piedra. Deshazte de los libros. —Papá me regaló este —murmuro, apretando el libro contra mi pecho. Quizá sea infantil, solo una colección de cuentos que nos previenen contra el atractivo de la magia, e incluso demonizan a los dragones, pero es lo único que me queda. Suspira. —¿Es ese viejo libro de folclore sobre vermin que manejan la oscuridad y su wyvern? ¿No lo has leído ya mil veces? —Probablemente más —admito—. Y son venin, no vermin. —Papá y sus leyendas —dice—. Simplemente no intentes canalizar el poder sin ser un jinete vinculado y los monstruos de ojos rojos no se esconderán bajo tu cama, esperando para llevarte en sus dragones de dos patas para unirte a su ejército oscuro. —Saca de la mochila el último libro que había empaquetado y me lo entrega—. Deshazte de los libros. Papá no puede salvarte. Lo ha intentado. Yo lo intenté. Decide, Violet. ¿Vas a morir como escriba? ¿O vivir como jinete? Miro los libros que tengo en los brazos y tomo una decisión. —Eres un grano en el trasero. —Dejo las fábulas en un rincón, pero mantengo el otro tomo en mis manos mientras miro a mi hermana. —Un grano en el trasero que te va a mantener viva. ¿Para qué es ese? —desafía. —Matar gente. —Se lo devuelvo. Una lenta sonrisa se dibuja en su rostro. —Bien. Puedes quedarte con ese. Ahora, cámbiate mientras arreglo el resto de este lío. —La campana suena por encima de nosotras. Tenemos cuarenta y cinco minutos. Me visto rápidamente, pero todo parece de otra persona, aunque obviamente está hecho a mi medida. Mi túnica es sustituida por una camisa negra ajustada que me cubre los brazos, y mis holgados pantalones son cambiados por unos de cuero que abrazan cada curva. Luego me ata un corsé tipo chaleco sobre la camisa. —Evita que roce —explica ella. —Como la ropa que llevan los jinetes en la batalla. —Debo admitir que la ropa es bastante impresionante, incluso si me siento como una impostora. Dioses, esto está sucediendo de verdad. —Exactamente, porque eso es lo que estás haciendo. Entrando en batalla. La combinación de cuero y un tejido que no reconozco me cubre desde la clavícula hasta justo debajo de la cintura, envolviéndome los pechos y cruzando por encima de los hombros. Toco con los dedos las vainas ocultas cosidas en diagonal a lo largo de la caja torácica. —Para tus dagas.

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—Sólo tengo cuatro. —Las recojo del montón que hay en el suelo. —Ganarás más. Deslizo mis armas en las vainas, como si mis propias costillas se hubieran convertido en armas. El diseño es ingenioso. Entre mis costillas y las vainas de mis muslos, las espadas son fácilmente accesibles. Apenas me reconozco en el espejo. Parezco un jinete. Sigo sintiéndome como un escriba. Minutos después, la mitad de mi equipaje está amontonado en las cajas. Ha vuelto a empaquetar mi mochila, desechando todo lo que consideraba innecesario y casi todo lo sentimental mientras me vomitaba consejos sobre cómo sobrevivir en el cuadrante. Luego me sorprende haciendo la cosa más sentimental: me dice que me siente entre sus rodillas para trenzarme el pelo y hacerme una corona. Es como si volviera a ser una niña en lugar de una mujer adulta, pero lo hago. —¿Qué es esto? —Pruebo el material justo encima del corazón, rascándolo con la uña. —Algo que yo diseñé —explica, tirando de mi trenza dolorosamente apretada contra mi cuero cabelludo—. La mandé hacer especialmente para ti con las escamas de Teine cosidas, así que ten cuidado con ella. —¿Escamas de dragón? —Echo la cabeza hacia atrás para mirarla—. ¿Cómo? Teine es enorme. —Resulta que conozco a un jinete cuyos poderes pueden hacer muy pequeñas las cosas grandes. —Una sonrisa ladina se dibuja en sus labios—. Y cosas más pequeñas... mucho, mucho más grandes. Pongo los ojos en blanco. Mira siempre ha hablado más de sus hombres que yo... de los dos. —Quiero decir, ¿cuánto más grande? Se ríe y me tira de la trenza. —La cabeza hacia adelante. Deberías haberte cortado el pelo. —Me aprieta los mechones contra la cabeza y sigue tejiendo—. Es un lastre en el combate, por no hablar de que es un blanco enorme. Nadie más tiene el pelo tan plateado, y ya te estarán apuntando. —Sabes muy bien que el pigmento natural parece abandonarlo gradualmente sin importar la longitud. —Mis ojos son igual de indecisos, un avellana claro de azules y ámbares variables que nunca parece decantarse por ninguno de los dos colores reales—. Además, aparte de la preocupación de los demás por el tono, mi pelo es lo único de mí que está perfectamente sano. Cortármelo sería como castigar a mi cuerpo por haber hecho algo bien por fin, y no es que sienta la necesidad de ocultar quién soy. —No lo eres. —Mira me tira de la trenza, me echa la cabeza hacia atrás y nuestras miradas se cruzan—. Eres la mujer más inteligente que conozco. No lo olvides. Tu cerebro es tu mejor arma. Sé más lista que ellos, Violet. ¿Me oyes?

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Asiento y ella afloja el agarre, luego termina la trenza y me pone en pie mientras sigue resumiendo años de conocimientos en quince minutos atareados, sin apenas pausas para respirar. —Sé observadora. Estar callada está bien, pero asegúrate de fijarte en todo y en todos los que te rodean para sacar provecho. ¿Has leído el Códice? —Unas cuantas veces. —El libro de reglas del cuadrante de jinetes es una fracción de largo del de las otras divisiones. Probablemente porque a los jinetes les cuesta obedecer las reglas. —Bien. Entonces sabes que los otros jinetes pueden matarte en cualquier momento, y los cadetes degolladores lo intentarán. Menos cadetes significa mejores probabilidades en el Threshing. Nunca hay suficientes dragones dispuestos a unirse, y cualquiera lo suficientemente imprudente como para hacerse matar no es digno de un dragón de todos modos. —Excepto cuando duerme. Es un delito ejecutable atacar a cualquier cadete mientras duerme. Artículo Tercero… —Sí, pero eso no significa que estés a salvo por la noche. Duerme con esto si puedes. —Me da un golpecito en el estómago del corsé. —Se supone que el jinete negro se gana. ¿Seguro que hoy no debería llevar mi túnica? —Paso las manos por encima del cuero. —El viento en el parapeto atrapará cualquier tela sobrante como una vela. — Me da mi mochila, ahora mucho más ligera—. Cuanto más ajustada sea tu ropa, mejor estarás allí arriba, y en el ring cuando empieces a combatir. Lleva la armadura siempre. Lleva las dagas siempre encima. —Señala las vainas que lleva en los muslos. —Alguien dirá que no me los he ganado. —Eres una Sorrengail —responde, como si eso fuera respuesta suficiente—. A la mierda con lo que dicen. —¿Y no crees que las escamas de dragón son tramposas? —No existen las trampas una vez que subes a la torreta. Sólo hay supervivencia y muerte. —Suena la campana: sólo quedan treinta minutos. Ella traga saliva—. Ya casi es la hora. ¿Listos? —No. —Yo tampoco. —Una sonrisa irónica levanta una comisura de sus labios—. Y me había pasado la vida entrenándome para ello. —Hoy no voy a morir. —Me cuelgo la mochila sobre los hombros y respiro un poco más tranquila que esta mañana. Es infinitamente más manejable. Los pasillos de la parte central y administrativa de la fortaleza están inquietantemente silenciosos mientras bajamos por varias escaleras, pero el ruido del exterior aumenta cuanto más descendemos. A través de las ventanas, veo a miles de candidatos abrazando a sus seres queridos y despidiéndose en los campos de hierba que hay justo debajo de la puerta principal. Por lo que he visto todos los años, la

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mayoría de las familias se aferran a sus candidatos hasta la última campana. Los cuatro caminos que conducen a la fortaleza están atestados de caballos y carros, sobre todo donde convergen frente al colegio, pero son los vacíos al borde de los campos los que me producen náuseas. Son para los cuerpos. Justo antes de doblar la última esquina que nos llevará al patio, Mira se detiene. —¿Qué es...? —Me tira contra su pecho, abrazándome fuerte en la relativa intimidad del pasillo. —Te quiero, Violet. Recuerda todo lo que te he dicho. No te conviertas en otro nombre en la lista de la muerte. —Le tiembla la voz y la rodeo con los brazos, apretándola con fuerza. —Estaré bien —prometo. Ella asiente, su barbilla choca contra la parte superior de mi cabeza. —Lo sé. Vámonos. Eso es todo lo que dice antes de alejarse y caminar hacia el patio abarrotado justo dentro de la puerta principal de la fortaleza. Instructores, comandantes e incluso nuestra madre están reunidos informalmente, esperando a que la locura fuera de los muros se convierta en orden dentro. De todas las puertas de la escuela de guerra, la principal es la única por la que ningún cadete entrará hoy, ya que cada cuadrante tiene su propia entrada e instalaciones. Diablos, los jinetes tienen su propia ciudadela. Malditos pretenciosos y egoístas. Sigo a Mira, alcanzándola con unas zancadas rápidas. —Encuentra a Dain Aetos —me dice Mira mientras cruzamos el patio en dirección a la puerta abierta. —¿Dain? —No puedo evitar sonreír ante la idea de volver a ver a Dain, y mi ritmo cardíaco se dispara. Ha pasado un año, y he echado de menos sus suaves ojos marrones y la forma en que ríe, la forma en que cada parte de su cuerpo se une. He echado de menos nuestra amistad y los momentos en los que pensé que podría convertirse en algo más en las circunstancias adecuadas. He echado de menos la forma en que me mira, como si fuera alguien digno de atención. Simplemente le he echado de menos... a él. —Solo he estado fuera del cuadrante durante tres años, pero por lo que escucho, él está bien y te mantendrá a salvo. No sonrías así —reprende Mira—. Será de segundo año. —Me señala con el dedo—. No te metas con los de segundo año. Si quieres tener relaciones sexuales, y deberías —levanta las cejas—, con frecuencia, considerando que nunca sabes qué depara el día, entonces folla con los de tu año. Nada es peor que los cadetes chismorreando que has conseguido tu seguridad a través de acostarte con otros. —Así que puedo elegir a cualquiera de los de primer año para acostarme — digo con una pequeña sonrisa—. Solo no a los de segundo o tercer año. —Exactamente. —Ella guiña un ojo.

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Cruzamos las puertas, abandonamos la fortaleza y nos unimos al caos organizado del más allá. Cada una de las seis provincias navarras ha enviado este año su cuota de candidatos al servicio militar. Algunos son voluntarios. Algunos son condenados como castigo. La mayoría son reclutas. Lo único que tenemos en común aquí, en Basgiath, es que hemos aprobado el examen de ingreso -tanto el escrito como una prueba de agilidad que aún no me creo que haya superado-, lo que significa que al menos no acabaremos siendo carne de cañón para la infantería en el frente. El ambiente está tenso por la expectación mientras Mira me guía por el desgastado camino empedrado hacia la torreta sur. El colegio principal está construido en la ladera de la montaña Basgiath, como si se hubiera escindido de una cresta del propio pico. La enorme y formidable estructura se eleva sobre la multitud de ansiosos candidatos que esperan y sus llorosas familias, con sus pisos -altas almenas de piedra construidas para proteger la elevada torre del homenaje- y torretas defensivas en cada una de sus esquinas, una de las cuales alberga las campanas. La mayoría de la multitud se desplaza para alinearse en la base de la torreta norte, la entrada al Cuadrante de Infantería. Parte de la masa se dirige hacia la puerta que hay detrás de nosotros, el Cuadrante de Sanadores que ocupa el extremo sur del colegio. La envidia me oprime el pecho cuando veo a unos cuantos que toman el túnel central hacia los archivos situados bajo la fortaleza para unirse al Cuadrante de los Escribas. La entrada al cuadrante de los jinetes no es más que una puerta fortificada en la base de la torre, igual que la entrada de la infantería al norte. Pero mientras que los candidatos de infantería pueden entrar directamente en su cuadrante a ras de suelo, los candidatos a jinete tendremos que escalar. Mira y yo nos unimos a la fila de motoristas, esperando para firmar, y cometo el error de levantar la vista. En lo alto, cruzando el valle del río que divide el colegio principal de la ciudadela aún más alta del cuadrante de los jinetes, en la cresta sur, está el parapeto, el puente de piedra que va a separar a los candidatos a jinete de los cadetes en las próximas horas. No puedo creer que esté a punto de cruzar esa cosa. —Y pensar que me he estado preparando para el examen escrito de escriba todos estos años. —Mi voz gotea sarcasmo—. Debería haber estado jugando en una barra de equilibrio. Mira me ignora mientras la fila avanza y los candidatos desaparecen por la puerta. —No dejes que el viento mueva tus pasos. Dos candidatos por delante de nosotros, una mujer solloza mientras su compañero la separa de un joven, la pareja se separa de la fila, retrocediendo entre lágrimas por la ladera hacia la multitud de seres queridos que se alinean en las

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carreteras. No hay más padres delante de nosotros, sólo unas docenas de candidatos que se acercan a los encargados de pasar lista. —Mantén la vista en las piedras que tienes delante y no mires hacia abajo — dice Mira, las líneas de su rostro se tensan—. Extiende los brazos para mantener el equilibrio. Si la mochila resbala, suéltala. Mejor que se caiga ella y no tú. Miro detrás de nosotros, donde parece que han entrado cientos de personas en cuestión de minutos. —Quizá debería dejarlos ir primero —susurro mientras el pánico se apodera de mi corazón. ¿Qué demonios estoy haciendo? —No —responde Mira—. Cuanto más esperes en esos escalones —hace un gesto hacia la torre—, más posibilidades tendrás de que tu miedo crezca. Cruza el parapeto antes de que el terror te posea. La cola se mueve y la campana vuelve a sonar. Son las ocho. Con toda seguridad, la multitud de miles de personas que nos sigue se ha separado completamente en los cuadrantes elegidos, todos alineados para firmar la lista y comenzar su servicio. —Concéntrate —me dice Mira, y muevo la cabeza hacia delante—. Esto puede sonar duro, pero no busques amistades ahí dentro, Violet. Forja alianzas. Ahora sólo hay dos delante de nosotros: una mujer con la mochila llena, cuyos pómulos altos y rostro ovalado me recuerdan a las representaciones de Amari, la reina de los dioses. Lleva el pelo castaño oscuro recogido en varias hileras de trenzas cortas que apenas rozan la piel igualmente oscura de su cuello. El segundo es el hombre rubio y musculoso con la mujer llorando sobre él. Lleva una mochila aún más grande. Miro alrededor de la pareja, hacia el mostrador de pasar lista, y mis ojos se abren de par en par. —¿Está...? —susurro. Mira observa y murmura una maldición. —¿El hijo de un separatista? Sí. ¿Ves esa marca brillante que empieza en la parte superior de su muñeca? Es una reliquia de la rebelión. Levanto las cejas, sorprendida. Las únicas reliquias de las que he oído hablar son las que un dragón utiliza para marcar la piel de su jinete. Pero esas reliquias son un símbolo de honor y poder y, por lo general, tienen la forma del dragón que las regaló. Estas marcas son remolinos y tajos que parecen más una advertencia que un reclamo. —¿Un dragón hizo eso? —susurro. Ella asiente. —Mamá dice que el dragón del general Melgren se lo hizo a todos ellos cuando ejecutó a sus padres, pero no estaba muy dispuesta a seguir hablando del tema. Nada como castigar a los niños para disuadir a más padres de cometer traición. Parece... cruel, pero la primera regla para vivir en Basgiath es no cuestionar nunca a un dragón. Suelen incinerar a cualquiera que consideren grosero.

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—La mayoría de los chicos marcados que llevan reliquias de la rebelión son de Tyrrendor, por supuesto, pero hay unos cuantos cuyos padres se volvieron traidores de las otras provincias... —La sangre se le escurre de la cara, y agarra las correas de mi mochila, volviéndome hacia ella—. Acabo de acordarme. —Baja la voz y me inclino hacia ella, con el corazón acelerado por la urgencia de su tono—. Aléjate de Xaden Riorson. El aire sale de mis pulmones. Ese nombre... —Ese Xaden Riorson —confirma, con la mirada llena de miedo—. Es de tercer año y te matará en cuanto sepa quién eres. —Su padre era el Gran Traidor. Lideró la rebelión —digo en voz baja—. ¿Qué está haciendo Xaden aquí? —Todos los hijos de los líderes fueron reclutados como castigo por los crímenes de sus padres —susurra Mira mientras nos movemos de lado a lado con la fila—. Mamá me contó que nunca esperaron que Riorson pasara del parapeto. Pensaron que un cadete lo mataría, pero una vez que su dragón lo eligió... —Sacude la cabeza—. Bueno, no hay mucho que se pueda hacer entonces. Ha ascendido al rango de jefe de ala. —Eso es una estupidez —me quejo. —Ha jurado lealtad a Navarra, pero no creo que eso le detenga en lo que a ti respecta. Una vez que cruces el parapeto -porque lo harás- encuentra a Dain. Te pondrá en su pelotón, y esperaremos que esté lejos de Riorson. —Me agarra con más fuerza de las correas—. Mantente Lejos. De. Él. —Tomo nota. —Asiento. —Siguiente —llama una voz desde detrás de la mesa de madera que lleva los pergaminos del Cuadrante de Jinetes. El jinete marcado que no conozco se sienta junto a un escriba que sí conozco, y las cejas plateadas del capitán Fitzgibbons se alzan sobre su rostro curtido—. ¿Violet Sorrengail? Asiento, tomo la pluma y firmo en la siguiente línea vacía del pergamino. —Pero pensé que estabas destinada al Cuadrante Escribano —dice suavemente el Capitán Fitzgibbons. Envidio su túnica color crema, incapaz de encontrar las palabras. —La general Sorrengail eligió otra cosa —suministra Mira. La tristeza llena los ojos del hombre mayor. —Lástima. Prometías tanto. —Por los dioses —dice el jinete junto al capitán Fitzgibbons—. ¿Tú eres Mira Sorrengail? —Se le cae la mandíbula, y puedo oler su adoración al héroe desde aquí. —Lo soy. —Ella asiente—. Esta es mi hermana, Violet. Será de primer año. —Si sobrevive al parapeto. —Alguien detrás de mí se ríe—. El viento podría volarla.

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—Luchaste en Strythmore —dice con asombro el jinete detrás del escritorio—. Te dieron la Orden del Talión por derribar aquella batería tras las líneas enemigas. Las risitas cesan. —Como iba diciendo. —Mira pone una mano en la parte baja de mi espalda— . Esta es mi hermana, Violet. —Ya conoces el camino. —El capitán asiente y señala la puerta abierta de la torreta. Aquello parece ominosamente oscuro, y lucho contra el impulso de correr como alma que lleva el diablo. —Conozco el camino —le asegura, guiándome más allá de la mesa para que el imbécil que se ríe a carcajadas detrás de mí pueda firmar el pergamino. Nos detenemos en la puerta y nos giramos el uno hacia el otro. —No te mueras, Violet. No me gustaría ser hija única. —Sonríe y se aleja, pasando junto a la fila de candidatos boquiabiertos mientras se corre la voz de quién es exactamente y qué ha hecho. —Es difícil estar a la altura —dice la mujer que me precede desde el interior de la torre. —Lo es —asiento, agarrando las correas de mi mochila y adentrándome en la oscuridad. Mis ojos se adaptan rápidamente a la tenue luz que entra por las ventanas equidistantes a lo largo de la escalera curva. —¿Sorrengail como en...? —pregunta la mujer, mirando por encima del hombro mientras comenzamos a subir los cientos de escaleras que nos conducen a nuestra posible muerte. —Sí. —No hay barandilla, así que mantengo la mano en el muro de piedra mientras subimos más y más. —¿La general? —pregunta el rubio que nos precede. —La misma —respondo, ofreciéndole una rápida sonrisa. Cualquiera cuya madre se aferre tanto no puede ser tan malo, ¿verdad? —Guau. Bonitos cueros, también. —Me devuelve la sonrisa. —Gracias. Son cortesía de mi hermana. —Me pregunto cuántos candidatos se habrán caído por el borde de los escalones y habrán muerto antes incluso de llegar al parapeto —dice la mujer, echando un vistazo al centro de la escalera mientras subimos más alto. —Dos el año pasado. —Inclino la cabeza cuando me mira—. Bueno, tres si cuentas a la chica sobre la que cayó uno de los chicos. Los ojos marrones de la mujer se encienden, pero se da la vuelta y sigue subiendo. —¿Cuántos escalones hay? —pregunta. —Doscientos cincuenta —respondo, y subimos en silencio durante otros cinco minutos.

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—No está tan mal —dice con una sonrisa radiante cuando nos acercamos a la cima y la fila se detiene—. Soy Rhiannon Matthias, por cierto. —Dylan —responde el rubio con un saludo entusiasta. —Violet. —Les dedico mi propia sonrisa tensa, ignorando descaradamente la sugerencia anterior de Mira de que evite las amistades y solo forje alianzas. —Siento que llevo toda la vida esperando este día. —Dylan se pone la mochila a la espalda—. ¿Puedes creer que realmente vamos a hacer esto? Es un sueño hecho realidad. Sí, claro. Naturalmente, todos los candidatos menos yo están emocionados de estar aquí. Este es el único cuadrante en Basgiath que no acepta reclutas, sólo voluntarios. —No puedo esperar, joder. —La sonrisa de Rhiannon se ensancha—. Quiero decir, ¿quién no querría montar un dragón? Yo. No es que no suene divertido en teoría. Lo hace. Son solo las abominables probabilidades de sobrevivir hasta la graduación lo que me amarga el estómago. —¿Tus padres lo aprueban? —pregunta Dylan—. Porque mi mamá ha estado rogándome que cambie de opinión durante meses. Le sigo diciendo que tendré mejores oportunidades de ascenso como jinete, pero ella quería que ingresara al Cuadrante de Sanadores. —Los míos siempre supieron que quería esto, así que han sido bastante solidarios. Además, tienen a mi hermana gemela a quien consentir. Raegan ya está viviendo su sueño, casada y esperando un bebé. —Rhiannon me mira de reojo—. ¿Y tú? Déjame adivinar. Con un nombre como Sorrengail, apuesto a que fuiste la primera en ofrecerte este año. —Fui más bien voluntaria. —Mi respuesta es mucho menos entusiasta que la suya. —Entiendo. —Y los jinetes tienen muchas más ventajas que otros oficiales —le digo a Dylan mientras la fila vuelve a subir. El candidato que se ríe a carcajadas detrás de mí me alcanza, sudoroso y rojo. Mira quién no se ríe ahora—. Mejor sueldo, más indulgencia con la política de uniformes —continúo. A nadie le importa una mierda lo que lleven los jinetes mientras sea negro. Las únicas normas que se aplican a los jinetes son las que he memorizado del Códice. —Y el derecho a llamarte a ti misma una impresionante suprema —añade Rhiannon. —Eso también —estoy de acuerdo—. Seguro que te dan un ego con el uniforme de vuelo. —Además, he oído que a los jinetes se les permite casarse antes que a los otros cuadrantes —añade Dylan.

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—Cierto. Justo después de la graduación. —Si sobrevivimos—. Creo que tiene algo que ver con querer continuar líneas de sangre. —La mayoría de los jinetes exitosos son legados. —O porque tendemos a morir antes que los otros cuadrantes —reflexiona Rhiannon. —No me estoy muriendo —dice Dylan con mucha más confianza de la que yo siento mientras se saca un collar de debajo de la túnica para mostrar un anillo que cuelga de la cadena—. Me dijo que daría mala suerte declararme antes de irme, así que esperamos hasta la graduación. —Besa el anillo y se vuelve a meter la cadena bajo el cuello—. Los próximos tres años van a ser largos, pero merecerán la pena. Me guardo un suspiro para mí, aunque puede que sea lo más romántico que he oído nunca. —Puede que consigas cruzar el parapeto —se burla el tipo que está detrás de nosotros—. Este de aquí está a una brisa del fondo del barranco. Pongo los ojos en blanco. —Cállate y concéntrate en ti mismo —suelta Rhiannon, sus pies chasquean contra la piedra mientras subimos. La cima aparece a la vista, la puerta llena de luz confusa. Mira tenía razón. Esas nubes nos van a causar estragos, y tenemos que estar al otro lado del parapeto antes de que lo hagan. Otro paso, otro golpecito de los pies de Rhiannon. —Déjame ver tus botas —digo en voz baja para que no me oiga el imbécil que tengo detrás. Frunce el ceño y sus ojos marrones se llenan de confusión, pero me enseña las suelas. Son lisas, como las que llevaba antes. Mi estómago se hunde como una roca. La cola vuelve a ponerse en marcha y se detiene cuando estamos a pocos metros de la abertura. —¿De qué tamaño son tus pies? —pregunto. —¿Qué? —Rhiannon me parpadea. —Tus pies. ¿De qué tamaño son? —Ocho —responde ella, con dos líneas formándose entre sus cejas. —Soy un siete —digo rápidamente—. Dolerá mucho, pero quiero que te quedes con mi bota izquierda. Cámbiamela. —Tengo una daga en la derecha. —¿Perdón? —Me mira como si hubiera perdido la cabeza, y quizá sea así. —Estas son botas de jinete. Se agarrarán mejor a la piedra. Tus dedos estarán arrugados y en general miserables, pero al menos tendrás una oportunidad de no caerte si cae esa lluvia. Rhiannon mira hacia la puerta abierta -y el cielo que se oscurece- y luego vuelve a mirarme. —¿Estás dispuesta a cambiar una bota?

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—Sólo hasta que lleguemos al otro lado. —Miro a través de la puerta abierta. Tres candidatos ya están cruzando el parapeto, con los brazos extendidos—. Pero tenemos que darnos prisa. Ya casi es nuestro turno. Rhiannon frunce los labios en señal de debate durante un segundo, luego acepta e intercambiamos las botas izquierdas. Apenas termino de atarme los cordones cuando la fila vuelve a moverse y el tipo que tengo detrás me da un empujón en la parte baja de la espalda, haciéndome tambalear sobre la plataforma y al aire libre. —Vámonos. Algunos tenemos cosas que hacer en el otro lado. —Su voz ralla en mi último maldito nervio. —Ahora mismo no merece la pena esforzarse —murmuro, recuperando el equilibrio mientras el viento me azota la piel y la humedad de la mañana de pleno verano. Buena decisión lo de la trenza, Mira. La parte superior del torreón está desnuda, las almenas de piedra suben y bajan a lo largo de la estructura circular a la altura de mi pecho y no hacen nada por ocultar la vista. De repente, el barranco y su río me parecen muy, muy lejanos. ¿Cuántos carros tienen esperando ahí abajo? ¿Cinco? ¿Seis? Conozco las estadísticas. El parapeto se cobra aproximadamente el quince por ciento de los candidatos a jinete. Todas las pruebas del cuadrante -incluida ésta- están diseñadas para poner a prueba la capacidad de montar de un cadete. Si alguien no puede arreglárselas para recorrer a pie la ventosa longitud del esbelto puente de piedra, entonces seguro que no puede mantener el equilibrio y luchar a lomos de un dragón. ¿Y en cuanto a la tasa de mortalidad? Supongo que todos los demás jinetes piensan que el riesgo merece la gloria, o tienen la arrogancia de pensar que no se caerán. No estoy en ninguno de los dos bandos. Las náuseas me hacen sujetarme el estómago e inspiro por la nariz y espiro por la boca mientras camino por el borde detrás de Rhiannon y Dylan, con los dedos rozando la piedra a medida que nos acercamos al parapeto. Tres jinetes esperan en la entrada, que no es más que un enorme agujero en la pared de la torreta. Uno de ellos, con las mangas arrancadas, anota los nombres de los candidatos que salen a la traicionera travesía. Otro, que se ha rapado todo el pelo a excepción de una franja en la parte superior central, da instrucciones a Dylan mientras se coloca en posición, dándose palmaditas en el pecho como si el anillo allí escondido fuera a traerle suerte. Espero que así sea. El tercero gira en mi dirección y mi corazón simplemente... se detiene. Es alto, con el cabello negro al viento y cejas oscuras. La línea de su mandíbula es fuerte y está cubierta por una cálida piel leonada y rastrojos oscuros, y cuando cruza los brazos sobre el torso, los músculos del pecho y los brazos se ondulan, moviéndose de una forma que me hace tragar saliva. Y sus ojos... Sus ojos tienen el tono del ónice dorado. El contraste es asombroso, hasta me deja boquiabierta, porque todo en él lo es. Sus rasgos son tan duros que parecen tallados, y sin embargo

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son asombrosamente perfectos, como si un artista hubiera trabajado toda una vida esculpiéndolo, y al menos un año de ese tiempo lo hubiera dedicado a su boca. Es el hombre más exquisito que he visto. Y vivir en la escuela de guerra significa que he visto muchos hombres. Incluso la cicatriz diagonal que atraviesa su ceja izquierda y marca la esquina superior de su mejilla sólo lo hace más caliente. Ardiente. Abrasador. Te mete en problemas y te gusta. De repente, no recuerdo exactamente por qué Mira me dijo que no follara fuera de mi curso. —Nos vemos al otro lado. —dice Dylan por encima del hombro con una sonrisa emocionada antes de subirse al parapeto, con los brazos abiertos. —¿Listo para la siguiente, Riorson? —dice el jinete de las mangas rasgadas. ¿Xaden Riorson? —¿Estás lista para esto, Sorrengail? —Rhiannon pregunta, avanzando. El jinete de cabello negro me devuelve la mirada y se gira completamente hacia mí, y mi corazón se acelera por todas las razones equivocadas. Una reliquia de la rebelión, curvada en bajadas y remolinos, comienza en su muñeca izquierda desnuda, luego desaparece bajo su uniforme negro para aparecer de nuevo en su cuello, donde se estira y se arremolina en su cuello, deteniéndose en la línea de su mandíbula. —Oh, mierda —susurro, y sus ojos se entrecierran, como si pudiera oírme por encima del aullido del viento que rasga mi trenza asegurada. —¿Sorrengail? —Da un paso hacia mí, y yo miro hacia arriba... y hacia arriba. Dioses, ni siquiera llego a su clavícula. Es enorme. Tiene que medir más de 10 centímetros por encima del metro ochenta. Me siento exactamente como Mira me llamó: frágil, pero asiento una vez y el ónice brillante de sus ojos se transforma en odio frío y sin adulterar. Casi puedo saborear el odio que desprende como una colonia amarga. —¿Violet? —Rhiannon pregunta, avanzando. —Eres la hija más joven de la general Sorrengail. —Su voz es grave y acusadora. —Eres el hijo de Fen Riorson —replico, con la certeza de esta revelación calándome hasta los huesos. Levanto la barbilla y hago todo lo posible por bloquear todos los músculos de mi cuerpo para no empezar a temblar. Te matará en cuanto sepa quién eres. Las palabras de Mira rebotan en mi cráneo y el miedo me hace un nudo en la garganta. Va a tirarme por el precipicio. Va a levantarme y dejarme caer desde esta torreta. Nunca voy a tener la oportunidad de siquiera caminar por el parapeto. Moriré siendo exactamente lo que mi madre siempre me ha llamado: débil.

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Xaden aspira profundamente y el músculo de su mandíbula se flexiona una vez. Dos veces. —Tu madre capturó a mi padre y supervisó su ejecución. Espera. ¿Como si él tuviera el único derecho a odiar aquí? La rabia corre por mis venas. —Tu padre mató a mi hermano mayor. Parece que estamos en paz. —Apenas. —Su mirada fulminante me recorre como si memorizara cada detalle o buscara cualquier debilidad—. Tu hermana es jinete. Supongo que eso explica los cueros. —Supongo que sí. —Le sostengo la mirada, como si ganar este concurso de miradas me valiera la entrada al cuadrante en lugar de cruzar el parapeto detrás de él. De cualquier manera, voy a cruzar. Mira no va a perder a sus dos hermanos. Sus manos se cierran en puños y se tensa. Me preparo para el golpe. Podría tirarme de esta torre, pero no se lo pondré fácil. —¿Estás bien? —Rhiannon pregunta, su mirada saltando entre Xaden y yo. Él la mira. —¿Son amigas? —Nos conocimos en las escaleras —dice, cuadrando los hombros. Mira hacia abajo, observa nuestros zapatos desparejados y arquea una ceja. Sus manos se relajan. —Interesante. —¿Vas a matarme? —Levanto la barbilla otro centímetro. Su mirada choca con la mía cuando el cielo se abre y la lluvia cae en un diluvio, empapando mi cabello, mis cueros y las piedras que nos rodean en cuestión de segundos. Un grito rasga el aire, y Rhiannon y yo dirigimos nuestra atención al parapeto justo a tiempo para ver a Dylan resbalar. Jadeo, el corazón se me sube a la garganta. Se detiene, enganchando los brazos sobre el puente de piedra mientras sus pies patalean bajo él, buscando un apoyo que no existe. —¡Levántate, Dylan! —Rhiannon grita. —¡Oh dioses! —Mi mano vuela para taparme la boca, pero él pierde el agarre sobre la piedra resbaladiza por el agua y cae, desapareciendo de la vista. El viento y la lluvia se llevan cualquier sonido que su cuerpo pueda hacer en el valle. También me roban el sonido de mi grito ahogado. Xaden no me quita la mirada de encima, observándome en silencio con una mirada que no puedo interpretar mientras vuelvo a llevar mi mirada horrorizada a la suya. —¿Por qué iba a malgastar mi energía matándote cuando el parapeto lo hará por mí?. —Una sonrisa malvada curva sus labios—. Tu turno.

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Existe la idea errónea de que en el Cuadrante de Jinetes es matar o morir. Los Jinetes, en general, no asesinan a otros cadetes... a menos que haya escasez de dragones ese año o que un cadete sea un lastre para su ala. Entonces las cosas pueden ponerse... interesantes. —GUÍA DEL CUADRANTE DE JINETES DEL MAYOR AFENDRA (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

o moriré hoy. Las palabras se convierten en mi mantra, repitiéndose en mi cabeza mientras Rhiannon da su nombre al jinete que lleva la cuenta en la abertura del parapeto. El odio en la mirada de Xaden me quema el costado de la cara como una llama palpable, y ni siquiera la lluvia que me salpica la piel con cada ráfaga de viento alivia el calor, ni el escalofrío de pavor que me recorre la espina dorsal. Dylan está muerto. Es sólo un nombre, otra piedra que pronto será colocada en los interminables cementerios que bordean los caminos de Basgiath, otra advertencia para los ambiciosos candidatos que prefieren arriesgar su vida con los jinetes antes que elegir la seguridad de cualquier otro cuadrante. Ahora lo entiendo: por qué Mira me advirtió que no hiciera amigos. Rhiannon se agarra a ambos lados de la abertura de la torreta y me mira por encima del hombro. —Te esperaré al otro lado —grita por encima de la tormenta. El miedo en sus ojos refleja el mío. —Te veré en el otro lado. —Asiento incluso logro esbozar una mueca de sonrisa. Sale al parapeto y empieza a caminar, y aunque estoy segura de que hoy tiene las manos ocupadas, elevo una plegaria silenciosa a Zihnal, el dios de la suerte. —¿Nombre? —pregunta el jinete del borde mientras su compañero sujeta un manto sobre el pergamino en un intento inútil de mantener seco el papel.

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—Violet Sorrengail —respondo mientras un trueno retumba sobre mí, un sonido extrañamente reconfortante. Siempre me han gustado las noches en las que las tormentas golpean la ventana de la fortaleza, iluminando y proyectando sombras sobre los libros con los que me acurruco, aunque este chaparrón podría costarme la vida. De un rápido vistazo, veo que los nombres de Dylan y Rhiannon ya se desdibujan al final, donde el agua se ha juntado con la tinta. Es la última vez que el nombre de Dylan estará escrito en otro lugar que no sea su lápida. Habrá otra lista al final del parapeto para que los escribas tengan sus queridas estadísticas de bajas. En otra vida, sería yo quien leyera y registrara los datos para el análisis histórico. —¿Sorrengail? —El jinete levanta la vista, sus cejas se levantan sorprendidas— . ¿Como la General Sorrengail? —La misma. —Maldición, eso ya se está poniendo viejo, y sé que sólo va a empeorar. No se puede evitar la comparación con mi madre, no cuando ella es la comandante aquí. Peor aún, probablemente piensen que soy una jinete dotada por naturaleza como Mira o una estratega brillante como lo era Brennan. O me echarán un vistazo, se darán cuenta de que no me parezco en nada a ellos tres y declararán la temporada de caza. Coloco las manos a ambos lados de la torreta y arrastro las yemas de los dedos por la piedra. Aún está caliente por el sol de la mañana, pero se enfría rápidamente por la lluvia, resbaladiza pero no por el musgo ni nada parecido. Delante de mí, Rhiannon está cruzando, con las manos extendidas para mantener el equilibrio. Ha recorrido probablemente una cuarta parte del camino, y su figura se vuelve más borrosa cuanto más se adentra en la lluvia. —Creía que sólo tenía una hija —pregunta el otro jinete, inclinando la capa cuando otra ráfaga de viento se abalanza sobre nosotros. Si hace tanto viento aquí, con mi parte inferior protegida por la torreta, entonces me va a tocar sufrir mucho en el parapeto. —Me pasa mucho. —Inhalo, exhalo, fuerzo mi respiración a calmarse, mi ritmo cardíaco a disminuir de su galope. Si entro en pánico, moriré. Si resbalo, moriré. Si... Oh, a la mierda. No hay nada más que pueda hacer para prepararme para esto. Doy el único paso hacia el parapeto y me agarro a la pared de piedra mientras otra ráfaga me golpea, haciéndome caer de lado contra la abertura de la torreta. —¿Y crees que serás capaz de montar? —se burla el candidato idiota que tengo detrás—. Menuda Sorrengail, con ese equilibrio. Me da pena el ala en la que acabes. Recupero el equilibrio y aprieto más las correas de la mochila. —¿Nombre? —vuelve a preguntar el jinete, pero sé que no se dirige a mí. —Jack Barlowe —responde el que está detrás de mí—. Recuerda el nombre. Algún día seré jefe de ala. —Incluso su voz apesta a arrogancia. —Será mejor que te vayas, Sorrengail —ordena la profunda voz de Xaden. Miro por encima del hombro y lo veo clavándome la mirada.

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—¿A menos que necesites un poco de motivación? —Jack se lanza hacia delante, con las manos en alto. Mierda, me va a empujar. El miedo me recorre las venas y me muevo, abandonando la seguridad de la torreta mientras me abalanzo sobre el parapeto. Ya no hay vuelta atrás. Mi corazón late tan fuerte que lo oigo en mis oídos como un tambor. Mantén la vista en las piedras que tienes delante y no mires hacia abajo. El consejo de Mira resuena en mi cabeza, pero es difícil seguirlo cuando cada paso podría ser el último. Extiendo los brazos para mantener el equilibrio y doy las pequeñas zancadas que practiqué con el mayor Gillstead en el patio. Pero con el viento, la lluvia y la caída de doscientos pies, esto no se parece en nada a la práctica. Las piedras bajo mis pies son desiguales en algunos lugares, unidas por mortero en las juntas que hacen que sea fácil tropezar, y me concentro en el camino delante de mí para mantener los ojos fuera de mis botas. Mis músculos están tensos mientras bloqueo mi centro de gravedad, manteniendo la postura erguida. Mi cabeza nada mientras mi pulso se dispara. Calma. Tengo que mantener la calma. No sé cantar, ni siquiera tararear decentemente, así que cantar para distraerme está descartado, pero soy una erudita. No hay nada más tranquilizador que los archivos, así que en eso pienso. Hechos. Lógica. Historia. Tu mente ya sabe la respuesta, así que cálmate y deja que recuerde. Eso es lo que papá siempre me decía. Necesito algo para evitar que la parte lógica de mi cerebro se dé la vuelta y vuelva directamente a la torreta. —El continente es el hogar de dos reinos, y hemos estado en guerra durante cuatrocientos años —recito, utilizando los datos básicos y sencillos que me han inculcado para que los recuerde con facilidad como preparación para la prueba del escriba. Paso a paso, atravieso el parapeto—. Navarra, mi hogar, es el reino más grande, con seis provincias únicas. Tyrrendor, nuestra provincia más meridional y extensa, comparte frontera con la provincia de Krovla, dentro del reino de Poromiel. —Cada palabra calma mi respiración y estabiliza mi ritmo cardíaco, disminuyendo el mareo. »Al este se encuentran las dos provincias restantes de Poromiel, Braevick y Cygnisen, con las montañas Esben como frontera natural. —Paso la línea pintada que marca la mitad del camino. Ya he sobrepasado el punto más alto, pero no puedo pensar en eso. No miro hacia abajo—. Más allá de Krovla, más allá de nuestro enemigo, se encuentran los lejanos Barrens, un desierto... Suena un trueno, el viento me golpea y agito los brazos. —¡Mierda! Mi cuerpo se balancea hacia la izquierda con el vendaval y me dejo caer sobre el parapeto, agarrándome a los bordes y agachándome para no perder pie, haciéndome lo más pequeña posible mientras el viento aúlla sobre mí y a mi alrededor. Con el estómago revuelto, siento que mis pulmones amenazan con hiperventilar mientras el pánico se apodera de mí a punta de cuchillo.

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»Dentro de Navarra, Tyrrendor fue la última de las provincias limítrofes en unirse a la alianza y jurar fidelidad al rey Reginald —grito al viento aullante, obligando a mi mente a seguir moviéndose contra la amenaza muy real de una ansiedad paralizante—. También fue la única provincia que intentó la secesión seiscientos veintisiete años después, lo que finalmente habría dejado a nuestro reino indefenso si hubieran tenido éxito. Rhiannon todavía está por delante de mí, en lo que creo que es el punto de tres cuartos. Bien. Ella merece hacerlo. —El reino de Poromiel está formado principalmente por llanuras cultivables y pantanos, y es conocido por sus excepcionales tejidos, sus interminables campos de grano y sus singulares gemas cristalinas capaces de amplificar magias menores. — Echo un rápido vistazo a las oscuras nubes que se ciernen sobre mí antes de avanzar, con un pie cuidadosamente colocado delante del otro—. Por el contrario, las regiones montañosas de Navarra ofrecen abundancia de mineral, madera resistente de nuestras provincias orientales e infinidad de ciervos y alces. Mi siguiente paso hace que se desprendan un par de trozos de piedra, y me detengo mientras mis brazos se tambalean hasta que recupero el equilibrio. Trago saliva y compruebo mi peso antes de volver a avanzar. —El Acuerdo Comercial de Resson, firmado hace más de doscientos años, asegura el intercambio de carne y madera de Navarra por el paño y la agricultura dentro de Poromiel cuatro veces al año en el puesto avanzado de Athebyne en la frontera de Krovla y Tyrrendor. Desde aquí puedo ver el Cuadrante de los Jinetes. Los enormes cimientos de piedra de la ciudadela se elevan por la montaña hasta la base de la estructura, donde sé que termina este camino si consigo llegar. Me quito la lluvia de la cara con el cuero del hombro y miro hacia atrás para ver dónde está Jack. Se detiene justo después de la marca del cuarto, con su corpulento cuerpo inmóvil... como si esperara algo. Tiene las manos a los lados. El viento no parece afectar a su equilibrio, por suerte. Juraría que sonríe a lo lejos, pero podría ser la lluvia en mis ojos. No puedo quedarme aquí. Vivir para ver el amanecer significa que tengo que seguir moviéndome. El miedo no puede dominar mi cuerpo. Apretando los músculos de mis piernas para mantener el equilibrio, me suelto lentamente de la piedra que tengo debajo y me pongo de pie. Brazos fuera. Camina. Necesito llegar lo más lejos posible antes de la próxima ráfaga de viento. Miro hacia atrás por encima del hombro para ver dónde está Jack, y se me hiela la sangre. Me ha dado la espalda y se enfrenta al siguiente candidato, que se tambalea peligrosamente al acercarse. Jack agarra al muchacho desgarbado por las correas de su mochila sobrecargada, y yo observo, con la sorpresa bloqueando mis músculos,

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cómo Jack arroja al escuálido candidato desde el parapeto como si fuera un saco de grano. Un grito llega a mis oídos durante un instante antes de desvanecerse mientras él desaparece de mi vista. Santo cielo. —¡Eres la siguiente, Sorrengail! —brama Jack, y al apartar la mirada del barranco lo veo señalándome, con una sonrisa siniestra curvándole la boca. Luego viene por mí, sus zancadas devoran la distancia que nos separa a una velocidad espeluznante. Muévete. Ahora. —Tyrrendor abarca el suroeste del Continente —recito, mis pasos uniformes pero asustados sobre el resbaladizo y estrecho sendero, mi pie izquierdo resbalando un poco al principio de cada paso—. Formada por un terreno hostil y montañoso y bordeada por el Mar Esmeralda al oeste y el Océano Arctil al sur, Tyrrendor es casi impenetrable. Aunque separada geográficamente por los Acantilados de Dralor, una barrera protectora natural… Otra ráfaga se abalanza sobre mí y mi pie resbala del parapeto. El corazón me da un vuelco. El parapeto sale a mi encuentro cuando tropiezo y caigo. Mi rodilla choca contra la piedra y grito de dolor. Mis manos luchan por agarrarse mientras mi pierna izquierda cuelga del borde de este puente infernal, con Jack no muy lejos. Entonces cometo el estremecedor error de mirar hacia abajo. El agua me resbala por la nariz y la barbilla, salpicando la piedra antes de caer y unirse al río que corre por el valle más de trescientos metros más abajo. Me trago el nudo que se me hace en la garganta y parpadeo, luchando por estabilizar el ritmo de mi corazón. No moriré hoy. Agarrándome a los lados de la piedra, apoyo todo el peso que puedo en las resbaladizas piedras para sostener y balancear la pierna izquierda hacia arriba. La planta del pie toca la pasarela. Desde aquí, no hay suficientes hechos en el mundo para estabilizar mis pensamientos. Necesito poner el pie derecho debajo de mí, el que tiene mejor tracción, pero un movimiento en falso y descubriré lo frío que está ese río debajo de mí. Morirás en el impacto. —¡Voy por ti, Sorrengail! —Oigo desde detrás de mí. Empujo la piedra y rezo para que mis botas encuentren el camino mientras me pongo en pie. Si me caigo, bien, ese sería mi error. Pero no voy a dejar que este imbécil me asesine. Mejor llegar al otro lado, donde esperan el resto de asesinos. No es que todos en el cuadrante vayan a intentar matarme, sólo los cadetes que creen que seré un estorbo para el ala. Hay una razón por la que la fuerza es venerada entre los jinetes. Un escuadrón, una sección, un ala es tan eficaz como su eslabón más débil, y si ese eslabón se rompe, pone a todos en peligro.

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Jack cree que soy ese eslabón o es un imbécil inestable que disfruta matando. Probablemente ambas cosas. De cualquier manera, necesito moverme más rápido. Tiro los brazos a los lados, me centro en el final del camino, el patio de la ciudadela, donde Rhiannon se pone a salvo, y me apresuro a pesar de la lluvia. Mantengo el cuerpo tenso, el centro fijo, y por una vez agradezco ser más baja que la mayoría. —¿Gritarás todo el camino? —Jack se burla, aun gritando, pero su voz está más cerca. Me está ganando. No hay lugar para el miedo, así que lo bloqueo, imaginando que empujo la emoción tras unas barras de hierro cerradas en mi mente. Ahora puedo ver el final del parapeto, los jinetes que esperan a la entrada de la ciudadela. —Es imposible que alguien que ni siquiera puede llevar una mochila llena haya aprobado el examen de ingreso. Eres un error, Sorrengail —grita Jack, con la voz más clara, pero no me arriesgo a perder velocidad para comprobar a qué distancia está detrás de mí—. Realmente es mejor que te saque ahora, ¿no crees? Es mucho más misericordioso que dejar que los dragones te ataquen. Empezarán a comerte pata a pata mientras sigas viva. Vamos —dice—. Será un placer ayudarte. —Y una mierda —murmuro. Sólo quedan una docena de metros hasta el exterior de los enormes muros de la ciudadela. Mi pie izquierdo resbala y me tambaleo, pero sólo pierdo un latido antes de volver a avanzar. Detrás de esas gruesas almenas se perfila la fortaleza, tallada en la montaña en forma de L con altos edificios de piedra, construidos para resistir el fuego, por razones obvias. Los muros que rodean el patio de la ciudadela tienen tres metros de grosor y ocho de altura, con una abertura... y yo estoy justo. Más o menos. allí. Me muerdo un sollozo de alivio cuando la piedra se levanta a ambos lados de mí. —¿Crees que estarás a salvo ahí dentro? —La voz de Jack es áspera... y cercana. Asegurada a ambos lados por las paredes, corro los últimos tres metros, con el corazón latiéndome a toda velocidad mientras la adrenalina empuja mi cuerpo al máximo, y sus pasos se precipitan detrás de mí. Se abalanza sobre mi mochila y falla, su mano golpea mi cadera cuando llegamos al borde. Me precipito hacia delante, saltando los doce centímetros del elevado parapeto hasta el patio, donde me esperan dos jinetes. Jack ruge de frustración y el sonido me oprime el pecho como una prensa. Doy un giro y me arranco la daga de la vaina de las costillas justo cuando Jack se detiene sobre mí en el parapeto, con la respiración entrecortada y el rostro enrojecido. El asesinato está grabado en sus ojos azules, glaciales y entrecerrados, mientras me mira... y donde la punta de mi daga se clava ahora en la tela de sus pantalones... contra sus pelotas. —Creo. Que. Estaré a salvo. Por ahora —digo entre jadeos, con los músculos temblorosos pero la mano más que firme.

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—¿Lo harás? —Jack vibra de rabia, sus gruesas cejas rubias se arquean sobre unos ojos azules árticos, cada línea de su imponente figura inclinándose hacia mí. Pero no da ni un paso más. —Es ilegal que un jinete cause daño a otro. Mientras estén en formación de cuadrante o en presencia de un cadete de rango superior —recito del Códice, mi corazón aun palpitando en mi garganta—. Ya que esto disminuirá la eficacia de la ala. Y dado la multitud detrás de nosotros, creo que está claro que es una formación. Artículo Tres, Sección... —¡Me importa una mierda! —Se mueve, pero yo me mantengo firme, y mi daga corta a través de la primera capa de sus pantalones. —Te sugiero que lo reconsideres. —Acomodo mi postura por si acaso no lo haga—. Podría resbalar. —¿Nombre? —balbucea la jinete que está a mi lado, como si fuéramos lo menos interesante que ha visto hoy. Miro en su dirección durante un milisegundo. Con una mano se pasa por detrás de la oreja los mechones de pelo rojo fuego que le llegan hasta la barbilla y con la otra sujeta el pergamino, observando cómo se desarrolla la escena. Las tres estrellas plateadas de cuatro puntas bordadas en el hombro de su capa me dicen que es de tercer curso—. Eres bastante pequeña para ser jinete, pero parece que lo has conseguido. —Violet Sorrengail —respondo, pero el cien por ciento de mi atención vuelve a centrarse en Jack. La lluvia gotea por la cresta baja de su frente—. Y antes de que preguntes, sí, soy esa Sorrengail. —No me sorprende, con esa maniobra —dice la mujer, sosteniendo un bolígrafo como el que usa mamá sobre el pergamino. Puede que sea el mejor cumplido que me han hecho nunca. —¿Y cómo te llamas? —vuelve a preguntar. Estoy segura de que está preguntando a Jack, pero estoy demasiado ocupada estudiando a mi oponente para mirarla. —Jack. Barlowe. —No hay una pequeña sonrisa siniestra en sus labios ni burlas juguetonas sobre cómo disfrutará matándome ahora. No hay nada más que pura malicia en sus rasgos, prometiendo venganza. Un escalofrío de aprensión me eriza el vello de la nuca. —Bueno, Jack —dice despacio el jinete de mi derecha, rascándose las líneas recortadas de su oscura perilla. No lleva capa, y la lluvia empapa la multitud de parches cosidos a una gastada chaqueta de cuero—. La cadete Sorrengail te tiene cogido por las pelotas, en más de un sentido. Tiene razón. El reglamento dice que en la formación sólo hay respeto entre jinetes. Si quieres matarla, tendrás que hacerlo en el ring de sparring o en tu tiempo libre. Es decir, si ella decide dejarte bajar del parapeto. Porque técnicamente, aún no estás en el recinto, así que no eres cadete. Ella lo es.

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—¿Y si decido romperle el cuello en cuanto baje? —Jack gruñe, y la mirada en sus ojos dice que lo hará. —Entonces podrás conocer a los dragones antes —responde la pelirroja, con un tono soso—. Aquí no esperamos a las pruebas. Simplemente las ejecutamos. —¿Qué va a pasar, Sorrengail? —pregunta el jinete—. ¿Vas a hacer que Jack empiece como eunuco? Mierda. ¿Qué va pasar? No puedo matarlo, no en este ángulo, y cortarle las pelotas sólo va a hacer que me odie más, si cabe. —¿Vas a seguir las reglas? —le pregunto a Jack. Me zumba la cabeza y siento el brazo muy pesado, pero mantengo el cuchillo en el blanco. —Supongo que no tengo elección. —Una comisura de sus labios se eleva en una mueca y su postura se relaja mientras levanta las manos con las palmas hacia fuera. Bajo mi daga pero la mantengo en la palma de la mano y lista mientras me muevo hacia un lado, hacia la pelirroja mantiene los registros. Jack baja al patio, su hombro golpea el mío al pasar, deteniéndose para inclinarse cerca. —Estás muerta, Sorrengail, y voy a ser yo quien te mate.

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Los dragones azules descienden del extraordinario linaje de los Gormfaileas. Conocidos por su formidable tamaño, son los más despiadados, especialmente en el caso del raro Cola de Daga Azul, cuyas púas afiladas en la punta de la cola pueden destripar a un enemigo con un solo movimiento. —GUÍA DE CAMPO DEL CORONEL KAORI SOBRE LOS DRAGONES

i Jack quiere matarme, tiene que ponerse a la cola. Además, tengo la sensación de que Xaden Riorson se le va a adelantar. —Hoy no —le respondo a Jack, con la empuñadura de la daga firme en la mano, y consigo reprimir un escalofrío cuando se inclina y aspira. Me está oliendo como un puto perro. Luego se burla y se adentra en la multitud de cadetes y jinetes que se han reunido en el gran patio de la ciudadela. Aún es temprano, probablemente alrededor de las nueve, pero ya veo que no hay tantos cadetes como candidatos había delante de mí en la fila. A juzgar por la abrumadora presencia de cuero, los de segundo y tercer año también están aquí, haciendo balance de los nuevos cadetes. La lluvia amaina hasta convertirse en una llovizna, como si sólo hubiera venido a hacer aún más dura la prueba más dura de mi vida... pero lo conseguí. Estoy viva. Lo logré. Mi cuerpo empieza a temblar y siento un dolor punzante en la rodilla izquierda, la que me golpeé contra el parapeto. Doy un paso y amenaza con abandonarme. Tengo que vendármela antes de que alguien se dé cuenta. —Creo que te has ganado un enemigo —dice la pelirroja, moviendo despreocupadamente la ballesta letal que lleva atada al hombro. Me mira por encima del pergamino con una mirada astuta en sus ojos color avellana mientras me mira de arriba abajo—. Yo que tú me cuidaría las espaldas con ése.

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Asiento. Voy a tener que vigilar mi espalda y cualquier otra parte de mi cuerpo. El siguiente candidato se acerca desde el parapeto mientras alguien me agarra de los hombros por detrás y me hace girar. Mi daga está a medio camino cuando me doy cuenta de que es Rhiannon. —¡Lo conseguimos! —Sonríe y me aprieta los hombros. —Lo hemos conseguido —repito con una sonrisa forzada. Ahora me tiemblan los muslos, pero consigo envainar mi daga en las costillas. Ahora que estamos aquí, las dos cadetes, ¿puedo confiar en ella? —No tengo palabras para agradecértelo. Me habría caído al menos tres veces si no me hubieras ayudado. Tenías razón, esas suelas eran resbaladizas como la mierda. ¿Has visto a la gente de por aquí? Juro que acabo de ver a una chica de segundo año con mechas rosas en el pelo, y un tipo tiene escamas de dragón tatuadas en todo el bíceps. —El conformismo es para la infantería —le digo mientras ella enlaza su brazo con el mío y me arrastra hacia la multitud. Mi rodilla grita, el dolor se irradia hasta la cadera y baja hasta el pie, y cojeo, mi peso cae sobre el costado de Rhiannon. Maldita sea. ¿De dónde vienen estas náuseas? ¿Por qué no puedo dejar de temblar? Me voy a caer de un momento a otro; es imposible que mi cuerpo se mantenga erguido con este terremoto en las piernas o el zumbido en la cabeza. —Hablando de eso —dice, mirando hacia abajo—. Tenemos que intercambiar botas. Hay un banco... Una figura alta vestida con un impoluto uniforme negro sale de entre la multitud y carga contra nosotros, y aunque Rhiannon consigue esquivarnos, tropiezo de lleno con su pecho. —¿Violet? —Unas manos fuertes me sujetan por los codos y alzo la vista hacia un par de ojos marrones, familiares y llamativos, que se abren de par en par por la evidente conmoción. El alivio me invade e intento sonreír, pero probablemente me sale una mueca distorsionada. Parece más alto de lo que era el verano pasado, la barba que le cubre la mandíbula es nueva y se ha rellenado de una forma que me hace parpadear... o quizá es solo que mi vista se nubla en los bordes. La hermosa y despreocupada sonrisa que ha protagonizado demasiadas de mis fantasías dista mucho del ceño fruncido que frunce su boca, y todo en él parece un poco... más duro, pero le sienta bien. La línea de su barbilla, el arco de sus cejas, incluso los músculos de sus bíceps se ponen rígidos bajo mis dedos mientras intento encontrar el equilibrio. En algún momento del último año, Dain Aetos pasó de ser atractivo y mono a guapísimo. Y estoy a punto de vomitar sobre sus botas. —¿Qué demonios haces aquí? —espeta, el asombro en sus ojos se transforma en algo extraño, algo mortal. Este no es el mismo chico con el que crecí. Ahora es un jinete de segundo año.

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—Dain. Me alegro de verte. —Eso es quedarse corto, pero los temblores se convierten en sacudidas, y la bilis sube por mi garganta, el mareo sólo empeora las náuseas. Mis rodillas ceden. —Maldita sea, Violet —murmura y me levanta. Con una mano en la espalda y la otra bajo el codo, me aleja rápidamente de la multitud y me lleva a un hueco en la pared, cerca de la primera torreta defensiva de la ciudadela. Es un lugar sombrío y escondido, con un banco de madera dura, en el que me sienta y me ayuda a quitarme la mochila. La saliva inunda mi boca. —Voy a vomitar. —La cabeza entre las rodillas —ordena Dain en un tono duro al que no estoy acostumbrada, pero lo hago. Me frota círculos en la parte baja de la espalda mientras inspiro por la nariz y exhalo por la boca—. Es la adrenalina. Dale un minuto y se te pasará. —Oigo pasos que se acercan sobre la grava—. ¿Quién demonios eres? —Soy Rhiannon. Soy la... amiga de Violet. Miro fijamente la grava bajo mis botas desparejadas y le pido al escaso contenido de mi estómago que no se mueva. —Escúchame, Rhiannon. Violet está bien —ordena—. Y si alguien pregunta, entonces les dices exactamente lo que dije, que es sólo la adrenalina trabajando fuera de su sistema. ¿Entendido? —No es asunto de nadie lo que le pasa a Violet —replica ella, con un tono tan agudo como el suyo—. Así que yo no diría una mierda. Especialmente cuando ella es la razón por la que logré cruzar el parapeto. —Más vale que lo digas en serio —me advierte, la mordacidad de su voz en desacuerdo con los incesantes y reconfortantes círculos que hace en mi espalda. —Podría preguntarte quién demonios eres —replica ella. —Es uno de mis amigos más antiguos. —Los temblores remiten lentamente y las náuseas disminuyen, pero no estoy segura de sí es por el momento o por mi posición, así que mantengo la cabeza entre las rodillas mientras consigo desatarme la bota izquierda. —Oh —responde Rhiannon. —Y un jinete de segundo año, cadete —gruñe. La grava cruje, como si Rhiannon hubiera retrocedido un paso. —Nadie puede verte aquí, Vi, así que tómate tu tiempo —dice Dain suavemente. —Porque vomitar las tripas después de sobrevivir al parapeto y al idiota que quería tirarme de él sería considerado débil. —Me levanto despacio, incorporándome. —Exactamente —responde—. ¿Estás herida? —Su mirada me recorre con desesperación, como si necesitara ver cada centímetro por sí mismo.

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—Me duele la rodilla —admito en un susurro, porque es Dain. Dain, a quien conozco desde que teníamos cinco y seis años. Dain, cuyo padre es uno de los consejeros de mayor confianza de mi madre. Dain, que me mantuvo unida cuando Mira se marchó al Cuadrante de los Jinetes y de nuevo cuando murió Brennan. Me agarra la barbilla entre el pulgar y el índice, girando mi cara a izquierda y derecha para inspeccionarla. —¿Eso es todo? ¿Estás segura? Sus manos recorren mis costados y se detienen en mis costillas. —¿Llevas puñales? Rhiannon se quita la bota y suspira aliviada, moviendo los dedos de los pies. Asiento. —Tres en mis costillas y uno en mi bota. —Gracias a los dioses, o no estoy segura de estar sentada aquí ahora mismo. —Huh. —Suelta las manos y me mira como si nunca me hubiera visto antes, como si fuera una completa extraña, pero luego parpadea y desaparece—. Cámbiate las botas. Ustedes dos se ven ridículas. Vi, ¿confías en ésta? —Él asiente hacia Rhiannon. Podría haberme esperado en la seguridad de las murallas de la ciudadela y haberme arrojado al vacío como intentó hacer Jack, pero no lo hizo. Asiento. Confío en ella tanto como cualquiera puede confiar en otro estudiante de primer año por aquí. —De acuerdo. —Se levanta y se vuelve hacia ella. Hay vainas a los lados de sus cueros, también, pero hay dagas en cada uno de ellos, donde los míos están todavía vacíos—. Soy Dain Aetos, y soy el líder del Segundo Escuadrón, Sección Llama, Segunda Ala. ¿Líder de escuadrón? Mis cejas saltan. Los rangos más altos entre los cadetes del cuadrante son los de jefe de ala y jefe de sección. Ambos puestos los ocupan cadetes de élite de tercer año. Los de segundo año pueden llegar a jefes de escuadrón, pero sólo si son excepcionales. Todos los demás son simplemente cadetes antes del Threshing -cuando los dragones eligen a quién van a unir- y jinetes después. Aquí la gente muere con demasiada frecuencia como para repartir rangos antes de tiempo. —El parapeto debería terminar en las próximas horas, dependiendo de lo rápido que crucen o caigan los candidatos. Ve a buscar a la pelirroja del pergamino -suele llevar una ballesta- y dile que Dain Aetos los ha metido a Violet Sorrengail y a ti en su escuadrón. Si te cuestiona, dile que me lo debe por haberle salvado el culo en el Threshing el año pasado. Traeré a Violet al patio en breve. Rhiannon me mira y yo asiento. —Vete antes de que alguien nos vea —ordena Dain. —Ya voy —responde, metiendo el pie en la bota y atándosela rápidamente mientras yo hago lo mismo con la mía. —¿Cruzaste el parapeto con una bota ecuestre demasiado grande para ti? — pregunta Dain, mirándome con incredulidad.

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—Habría muerto sin cambiar la mía. —Me pongo en pie y hago una mueca de dolor cuando mi rodilla se opone e intenta doblarse. —Y vas a morir si no encontramos una forma de salir de aquí. —Ofrece su brazo—. Tómalo. Tenemos que llevarte a mi habitación. Tienes que vendarte esa rodilla. —Sus cejas se levantan—. ¿A menos que hayas encontrado alguna cura milagrosa que desconozco en el último año? Sacudo la cabeza y lo tomo del brazo. —Maldita sea, Violet. Maldita sea. —Mete la mía discretamente contra su costado, agarra mi mochila con la mano vacía y me lleva a un túnel al final del hueco en la pared exterior que ni siquiera había visto. Las luces mágicas parpadean en los apliques mientras pasamos y se apagan después de que pasamos—. No deberías estar aquí. —Bien consciente. —Me permito cojear un poco, ya que nadie puede vernos ahora. —Se supone que estarías en el Cuadrante de los Escribanos —gruñe, guiándome por el túnel de la pared—. ¿Qué demonios ha pasado? Por favor, dime que no te presentaste como voluntaria para el Cuadrante de los Jinetes. —¿Qué crees que ha pasado? —desafío mientras llegamos a una puerta de hierro forjado que parece construida para mantener fuera a un troll... o a un dragón. Maldice. —Tu madre. —Mi madre. —Asiento—. Cada Sorrengail es un jinete, ¿no lo sabes? Llegamos a un conjunto de escalones circulares y Dain me guía hacia arriba pasando por el primer y el segundo piso, deteniéndonos en el tercero y empujando para abrir otra puerta que cruje con el sonido del metal sobre el metal. —Este es el piso de segundo año —explica en voz baja—. Lo que significa... —No debería estar aquí arriba, obviamente. —Me arropo un poco más—. No te preocupes: si alguien nos ve, diré que me invadió la lujuria a primera vista y que no pude esperar ni un segundo más para sacarte los pantalones. —Siempre la listilla. —Una sonrisa irónica se dibuja en sus labios mientras avanzamos por el pasillo. —Puedo añadir unos cuantos oh por Dain cuando estemos en tu habitación, sólo para que sea creíble —ofrezco, y lo digo en serio. Resopla mientras deja caer mi mochila delante de una puerta de madera y hace un movimiento giratorio con la mano frente al picaporte. Se oye un clic en la cerradura. —Tienes poderes —digo. No es una novedad, por supuesto. Es un jinete de segundo año, y todos los jinetes pueden realizar magias menores una vez que sus dragones deciden canalizar su poder... pero es... Dain.

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—No te sorprendas tanto. —Pone los ojos en blanco y abre la puerta, cargando con mi mochila mientras me ayuda a entrar. Su habitación es sencilla, con una cama, una cómoda, un escritorio y un armario. No hay nada personal en ella, aparte de unos cuantos libros sobre su escritorio. Observo con un pequeño arrebato de satisfacción que uno de ellos es el tomo sobre la lengua krovlan que le regalé antes de que se marchara el verano pasado. Siempre ha tenido un don para los idiomas. Incluso la manta de su cama es sencilla, negra, como si pudiera olvidar por qué está aquí mientras duerme. La ventana está arqueada y me acerco a ella. Puedo ver el resto de Basgiath al otro lado del barranco a través del cristal transparente. Es la misma universidad de la guerra y, sin embargo, a todo un mundo de distancia. Hay dos candidatos más en el parapeto, pero desvío la mirada antes de sentirme invertido sólo por verlos caer. Hay un límite de muertes que una persona puede soportar en un día, y yo estoy al puto máximo. —¿Tienes vendas aquí? —Me entrega la mochila. —Me las dio todas el comandante Gillstead —respondo asintiendo, dejándome caer en el borde de su cama hecha por expertos y empezando a rebuscar en mi mochila. Por suerte para mí, Mira es infinitamente mejor empaquetadora que yo, y las vendas son fáciles de localizar. —Siéntete como en casa. —Sonríe, apoyándose contra la puerta cerrada y enganchando un tobillo sobre el otro—. Por mucho que odie que estés aquí, tengo que decir que es más que agradable ver tu cara, Vi. Levanto la vista y nuestros ojos se cruzan. La tensión que he sentido en el pecho durante la última semana, o los últimos seis meses, se disipa y, por un segundo, nos quedamos solos. —Te he echado de menos. —Tal vez sea exponer una debilidad, pero no me importa. De todos modos, Dain sabe casi todo lo que hay que saber sobre mí. —Sí. Yo también te he echado de menos —dice en voz baja, sus ojos se suavizan. Se me aprieta el pecho y hay una conciencia entre nosotros, una sensación casi tangible de... anticipación cuando me mira. Tal vez, después de todos estos años, por fin coincidimos en lo que respecta al deseo mutuo. O tal vez sólo se siente aliviado de ver a una vieja amiga. —Será mejor que te vendas esa pierna. —Se da la vuelta para mirar hacia la puerta—. No miraré. —No es nada que no hayas visto antes. —Arqueo las caderas y me bajo los pantalones de cuero por encima de los muslos y las rodillas. Mierda. La de la izquierda está hinchada. Si cualquier otra persona hubiera tenido ese tropezón, habría acabado con un moratón, quizá incluso un rasguño. ¿Pero yo? Tengo que arreglarlo para que mi rótula se quede donde debe estar. No sólo mis músculos son débiles. Los ligamentos que mantienen unidas mis articulaciones tampoco funcionan una mierda.

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—Sí, bueno, no nos escaparemos para nadar en el río, ¿verdad? —bromea. Crecimos juntos en todos los puestos en los que nuestros padres habían estado destinados y, estuviéramos donde estuviéramos, siempre encontrábamos un lugar para nadar y árboles a los que trepar. Me sujeto la venda en la parte superior de la rodilla, luego enrollo y aseguro la articulación de la misma forma que he hecho desde que tenía edad suficiente para que los sanadores me enseñaran. Es un movimiento practicado que podría hacer mientras duermo, y su familiaridad es casi tranquilizadora, si no significara que empiezo en el cuadrante herida. En cuanto me lo abrocho con el pequeño broche metálico, me levanto, me subo el mono por el culo y me lo abrocho. —Todo cubierto. Se gira y me echa un vistazo. —Te ves... diferente. —Son los cueros. —Me encojo de hombros—. ¿Por qué? ¿Es malo ser diferente? —Tardo un segundo en cerrar la mochila y subírmela por los hombros. Gracias a los dioses, el dolor de mi rodilla es manejable con ella atada así. —Es que... —Sacude la cabeza lentamente, mordiéndose el labio inferior con los dientes—. Diferente. —Vaya, Dain Aetos. —Sonrío y camino hacia él, luego agarro la manilla de la puerta a su lado—. Me has visto en bañador, en túnica e incluso en vestido de baile. ¿Me estás diciendo que es el cuero lo que te atrae? Se burla, pero sus mejillas se ruborizan cuando su mano cubre la mía para abrir la puerta. —Me alegra ver que nuestro año separados no ha embotado tu lengua, Vi. —Oh —le digo por encima del hombro mientras entramos en el pasillo—, puedo hacer bastantes cosas con la lengua. Te impresionaría. —Mi sonrisa es tan amplia que casi duele, y sólo por un segundo, olvido que estamos en el Cuadrante de los Jinetes o que acabo de sobrevivir al parapeto. Sus ojos se calientan. Supongo que él también lo ha olvidado. Por otra parte, Mira siempre ha dejado claro que los jinetes no son un grupo inhibido detrás de estos muros. No hay mucha razón para negarse a sí mismo cuando puede que no viva hasta mañana. —Tenemos que sacarte de aquí —dice, sacudiendo la cabeza como si necesitara despejarla. Luego vuelve a hacer lo de la mano y oigo cómo se desliza la cerradura. No hay nadie en el pasillo y llegamos rápidamente a la escalera. —Gracias —digo mientras empezamos a descender—. Mi rodilla se siente mucho mejor ahora. —Todavía no puedo creer que tu madre pensara que meterte en el Cuadrante de los Jinetes fuera una buena idea. —Prácticamente puedo sentir la ira vibrando a mi lado mientras bajamos las escaleras. No hay barandilla a su lado, pero no parece importarle, aunque un solo paso en falso sería su fin. —Yo tampoco. Anunció su decreto sobre el cuadrante que elegiría la primavera pasada, después de aprobar el examen de ingreso inicial, e

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inmediatamente empecé a trabajar con el comandante Gillstead. —Estará muy orgulloso cuando mañana lea las listas y vea que no estoy en ellas. —Hay una puerta al final de esta escalera, debajo del nivel principal, que lleva al pasadizo del Cuadrante de los Sanadores, más arriba del barranco —dice mientras nos acercamos al primer piso—. Te llevaremos por ahí hasta el Cuadrante de los Escribanos. —¿Qué? —Me detengo cuando mis pies tocan el rellano de piedra pulida del piso principal, pero él sigue bajando. Ya está tres pasos por debajo de mí cuando se da cuenta de que no estoy con él. —El Cuadrante de los Escribanos —dice lentamente, girándose hacia mí. Este ángulo me hace más alta que él, y lo miro con disgusto. —No puedo ir al Cuadrante de los Escribanos, Dain. —¿Perdón? —Sus cejas se levantan. —Ella no lo tolerará. —Sacudo la cabeza. Abre la boca, la cierra y aprieta los puños. —Este lugar te matará, Violet. No puedes quedarte aquí. Todo el mundo lo entenderá. No te ofreciste voluntaria, no realmente. La ira me sube por la espalda y mi mirada se estrecha hacia él. Haciendo caso omiso de quién se ha presentado voluntario o no, le digo: —Primero, sé perfectamente cuáles son mis posibilidades, Dain, y segundo, normalmente el quince por ciento de los candidatos no pasan del parapeto, y yo sigo en pie, así que supongo que ya estoy superando esas probabilidades. Retrocede otro paso. —No estoy diciendo que no acabas de patear el culo absoluto al llegar aquí, Vi. Pero tienes que irte. Te romperás la primera vez que te pongan en el ring de combate, y eso antes de que los dragones se den cuenta de que eres... —Sacude la cabeza y mira hacia otro lado, con la mandíbula apretada. —¿Soy qué? —Se me ponen los pelos de punta—. Adelante, dilo. ¿Cuando sienten que soy menos que los demás? ¿Es eso lo que quieres decir? —Maldita sea. —Se pasa la mano por los rizos castaños—. Deja de poner palabras en mi boca. Sabes lo que quiero decir. Incluso si sobrevives al Threshing, no hay garantía de que un dragón te vincule. Así las cosas, el año pasado tuvimos treinta y cuatro cadetes no vinculados que han estado esperando a reiniciar el año con esta clase para tener la oportunidad de vincularse de nuevo, y todos están perfectamente sanos... —No seas idiota. —Se me cae el estómago. Que pueda tener razón no significa que quiera oírlo... ni que quiera que me llamen insana. —¡Intento mantenerte con vida! —grita, su voz resuena en la piedra de la escalera—. Si te llevamos al Cuadrante de los Escribanos ahora mismo, aún podrás aprobar su examen y tener una historia fenomenal que contar cuando salgas a beber. Si te llevo de vuelta ahí fuera —señala la puerta que da al patio—, no está en mis manos. Aquí no puedo protegerte. No del todo.

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—¡No te lo estoy pidiendo! —Espera... ¿no quería que lo hiciera? ¿No era eso lo que Mira sugirió? —¿Por qué le dijiste a Rhiannon que me pusiera en tu escuadrón si sólo querías escabullirme por la puerta trasera? El torno que me rodea el pecho me aprieta con más fuerza. Junto a Mira, Dain es la persona que mejor me conoce en todo el maldito continente, e incluso él cree que no puedo arreglármelas aquí. —¡Para hacer que se fuera y poder sacarte! —Sube dos escalones, acortando la distancia que nos separa, pero sus hombros no ceden. Si la determinación tuviera una forma física, ahora mismo sería Dain Aetos—. ¿Crees que quiero ver morir a mi mejor amiga? ¿Crees que será divertido ver lo que te harán, sabiendo que eres la hija de la General Sorrengail? Ponerte cuero no te convierte en jinete, Vi. Te van a hacer pedazos, y si no lo hacen ellos, lo harán los dragones. En el Cuadrante de los Jinetes, o te gradúas o mueres, y lo sabes. Déjame salvarte. —Toda su postura decae, y la súplica en sus ojos destroza parte de mi indignación—. Por favor, déjame salvarte. —No puedes —susurro—. Dijo que me traería de vuelta. O me voy de aquí como jinete o como nombre en una piedra. —No lo decía en serio. —Sacude la cabeza—. No puede decirlo en serio. —Lo dice en serio. Ni siquiera Mira pudo disuadirla. Busca mis ojos y se tensa, como si viera allí la verdad. —Mierda. —Sí. Mierda. —Me encojo de hombros, como si no estuviéramos hablando de mi vida. —De acuerdo. —Puedo verlo cambiar mentalmente de marcha, adaptándose a la información—. Encontraremos otra manera. Por ahora, vámonos. —Me toma de la mano y me lleva a la alcoba de la que desaparecimos—. Sal y reúnete con los otros de primer año. Yo volveré y entraré por la puerta de la torreta. Pronto se darán cuenta de que nos conocemos, pero no le des munición a nadie. —Me aprieta la mano y me suelta, alejándose sin decir nada más y desapareciendo en el túnel. Me aferro a las correas de la mochila y salgo a la luz moteada del patio. Las nubes se están disipando y la llovizna se va consumiendo a medida que la grava cruje bajo mis pies en mi camino hacia los jinetes y cadetes. El enorme patio, en el que cabrían fácilmente mil jinetes, es tal y como constaba en el mapa de los archivos. Con forma de lágrima angulosa, el extremo redondeado está formado por un gigantesco muro exterior de al menos tres metros de grosor. A lo largo de los lados hay salones de piedra. Sé que el edificio de cuatro plantas excavado en la montaña con el extremo redondeado es para los académicos, y el de la derecha, que se eleva sobre el acantilado, son los dormitorios, adonde me llevó Dain. La imponente rotonda que une los dos edificios sirve también de entrada a la sala de reuniones, los comunes y la biblioteca que hay detrás. Dejo de mirar embobada y me giro en el patio para mirar hacia el muro exterior. Hay un estrado de piedra a la derecha del parapeto, ocupado por dos hombres uniformados que reconozco como el comandante y el comandante ejecutivo, ambos en traje militar completo, con sus medallas parpadeando a la luz del sol.

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Tardo unos minutos en encontrar a Rhiannon entre la creciente multitud, hablando con otra chica cuyo cabello negro azabache está cortado igual de corto que el de Dain. —¡Ahí estás! —La sonrisa de Rhiannon es genuina y llena de alivio—. Estaba preocupada. ¿Está todo...? —Ella levanta las cejas. —Estoy lista. —Asiento y me giro hacia la otra mujer mientras Rhiannon nos presenta. Se llama Tara y es de la provincia de Morraine, al norte, junto a la costa del Mar Esmeralda. Tiene el mismo aire de confianza que Mira, y sus ojos bailan de emoción mientras Rhiannon y ella hablan de la obsesión de ambas por los dragones desde la infancia. Presto atención, pero sólo lo suficiente para recordar detalles por si necesitamos formar una alianza. Pasa una hora, luego otra, según las campanadas de Basgiath, que se oyen desde aquí. Entonces entra en el patio el último de los cadetes, seguido de los tres jinetes de la otra torreta. Xaden está entre ellos. No es sólo su altura lo que lo hace destacar entre la multitud, sino la forma en que los demás jinetes parecen moverse a su alrededor, como si fuera un tiburón y todos los peces le dieran espacio. Por un segundo, no puedo evitar preguntarme cuál es su sello, el poder único del vínculo con su dragón, y si es por eso que incluso los de tercer año parecen apartarse de su camino cuando sube al estrado con una gracia letal. Hay diez de ellos en total ahí arriba, y por la forma en que el comandante Panchek se mueve hacia el frente, de cara a nosotros... —Creo que estamos a punto de empezar —les digo a Rhiannon y Tara, y ambas se giran hacia el estrado. Todos lo hacen. —Trescientos uno de ustedes ha sobrevivido al parapeto para convertirse hoy en cadetes —empieza a decir el comandante Panchek con una sonrisa de político, haciéndonos un gesto. El tipo siempre ha hablado con las manos—. Buen trabajo. Sesenta y siete no. Mi pecho se aprieta mientras mi cerebro hace girar el cálculo rápidamente. Casi un veinte por ciento. ¿Fue la lluvia? ¿El viento? Es más que la media. Sesenta y siete personas murieron tratando de llegar aquí. —He oído que este puesto es sólo un trampolín para él —susurra Tara—. Quiere el puesto de Sorrengail, luego el del General Melgren. El general al mando de todas las fuerzas navarras. Los ojos brillantes de Melgren siempre me han hecho estremecerme cada vez que nos hemos encontrado durante la carrera de mi madre. —¿Del General Melgren? —Rhiannon susurra desde mi otro lado. —Nunca lo conseguirá —digo en voz baja mientras el comandante nos da la bienvenida al Cuadrante de los Jinetes—. El dragón de Melgren le otorga la habilidad de ver el resultado de una batalla antes de que suceda. No hay forma de vencer eso, y no puedes ser asesinado si sabes que viene.

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—Como dice el Códice, ¡ahora comienza el verdadero desafío! —grita Panchek, y su voz se hace oír por encima de los quinientos que, según mis cálculos, estamos en este patio—. Serán puestos a prueba por sus superiores, perseguidos por sus compañeros y guiados por sus instintos. Si sobreviven al Threshing, y si son elegidos, serán jinetes. Entonces veremos cuántos de ustedes llegan a la graduación. Las estadísticas dicen que aproximadamente una cuarta parte de nosotros llegará a graduarse, más o menos en cualquier año, y sin embargo en el Cuadrante de Jinetes nunca faltan voluntarios. Todos los cadetes de este patio creen que tienen lo que hay que tener para ser uno de la élite, lo mejor que Navarra puede ofrecer... un jinete de dragón. No puedo evitar preguntarme durante unos segundos si yo también lo creo. Quizá pueda hacer algo más que sobrevivir. »Sus instructores les enseñarán —promete Panchek, dirigiendo su mano a la fila de profesores que hay a las puertas del ala académica—. Depende de ustedes lo bien que aprendan. —Nos señala con el dedo índice—. La disciplina recae en sus unidades, y su jefe de ala tiene la última palabra. Si tengo que intervenir.... —Una sonrisa lenta y siniestra se dibuja en su rostro—. No querrán que intervenga. —Dicho esto, los dejo con sus jefes de ala. ¿Mi mejor consejo? No se mueran. —Se baja del estrado con el comandante ejecutivo, dejando sólo a los jinetes en el escenario de piedra. Una mujer morena de hombros anchos y sonrisa burlona y llena de cicatrices se adelanta, con los picos plateados de los hombros de su uniforme centelleando a la luz del sol. —Soy Nyra, la jefa superior del cuadrante y jefa de la Primera Ala. Líderes de sección y líderes de escuadrón, tomen sus posiciones ahora. Alguien me empuja con el hombro y se interpone entre Rhiannon y yo. Otros siguen su ejemplo hasta que hay unas cincuenta personas delante de nosotros, espaciadas en formación. —Secciones y escuadrones —le susurro a Rhiannon, por si no se ha criado en una familia de militares—. Tres escuadrones en cada sección y tres secciones en cada una de las cuatro alas. —Gracias —responde Rhiannon. Dain está de pie en la sección para la Segunda Ala, frente a mí pero apartando la mirada. —¡Primer pelotón! ¡Sección Garra! ¡Primera Ala! —Nyra grita. Un hombre cercano al estrado levanta la mano. —Cadetes, cuando los llamen por su nombre, formen detrás de su jefe de pelotón —ordena Nyra. La pelirroja con la ballesta y el registro se adelanta y empieza a decir nombres. Uno a uno, los cadetes pasan de la multitud a la formación, y yo voy contando, haciendo juicios rápidos basados en la ropa y la arrogancia. Parece que cada escuadrón tendrá unas quince o dieciséis personas. Jack es llamado a la Sección de Llamas de la Primera Ala.

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Tara es llamada a la Sección de Cola, y pronto comienzan en la Segunda Ala. Suelto un suspiro de agradecimiento cuando el jefe de ala se adelanta y no es Xaden. Rhiannon y yo somos llamados al Segundo Escuadrón, Sección Llama, Segunda Ala. Nos ponemos rápidamente en formación, formando un cuadrado. Un rápido vistazo me dice que tenemos un jefe de escuadrón -Dain, que no me mira-, una jefa de escuadrón ejecutiva, cuatro jinetes que parecen de segundo o tercer año y nueve de primero. Una de ellas, con dos estrellas en el uniforme y el cabello medio rapado y medio rosa, lleva una reliquia de rebelión que le rodea el antebrazo, desde la muñeca hasta encima del codo, donde desaparece bajo el uniforme. Nos quedamos en silencio mientras llaman al resto de las alas. El sol está en todo su esplendor, golpeando mis cueros y abrasando mi piel. Le dije que no te retuviera en esa biblioteca. Las palabras de mamá de esta mañana me persiguen, pero no es que pudiera haberme preparado para esto. Tengo exactamente dos matices cuando se trata del sol, pálida y quemada. Cuando suena la orden, todos nos volvemos hacia el estrado. Intento mantener la mirada fija en el que pasa lista, pero mis ojos se desvían hacia la derecha como los traidores que son, y mi pulso se acelera. Xaden me observa con una mirada fría y calculadora, como si estuviera planeando mi muerte desde su posición de líder de la Cuarta Ala. Levanto la barbilla. Ladea una ceja llena de cicatrices. Luego le dice algo al jefe de la Segunda Ala, y entonces todos los jefes de ala se unen a lo que obviamente es una acalorada discusión. —¿De qué crees que están hablando? —susurra Rhiannon. —Silencio —sisea Dain. Se me pone rígida la columna vertebral. No puedo esperar que sea mi Dain aquí, no en estas circunstancias, pero aun así, el tono es chocante. Por fin, los líderes de las alas se giran para mirarnos, y la ligera inclinación de los labios de Xaden hace que me maree al instante. —Dain Aetos, tú y tu escuadrón cambiarán con el de Aura Beinhaven —ordena Nyra. Espera, espera. ¿Quién es Aura Beinhaven? ¿Quién es Aura Beinhaven? Dain asiente y se vuelve hacia nosotros. —Síganme. —Lo dice una vez, luego da zancadas a través de la formación, dejándonos correr tras él. Pasamos otro escuadrón en el camino de... de... El propio aliento se congela en mis pulmones. Nos trasladamos a la Cuarta Ala. El ala de Xaden.

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Tardamos un minuto, quizá dos, y ocupamos nuestro lugar en la nueva formación. Me obligo a respirar. Hay una maldita sonrisa de satisfacción en el arrogante y apuesto rostro de Xaden. Ahora estoy totalmente a su merced, soy una subordinada en su cadena de mando. Puede castigarme como quiera por la menor infracción, incluso imaginaria. Nyra mira a Xaden cuando termina de asignar tareas, y él asiente, dando un paso adelante y rompiendo por fin nuestro concurso de miradas. Estoy bastante segura de que ha ganado, teniendo en cuenta que mi corazón galopa como un caballo desbocado. —Ahora son todos cadetes. —La voz de Xaden se extiende por el patio, más fuerte que las otras—. Echen un vistazo a su escuadrón. Son los únicos a los que el Codex garantiza que no los matarán. Pero que ellos no puedan acabar con tu vida no significa que otros no lo hagan. ¿Quieres un dragón? Gánate uno. La mayoría de los demás vitorean, pero yo mantengo la boca cerrada. Sesenta y siete personas cayeron o murieron de alguna otra forma hoy. Sesenta y siete como Dylan, cuyos padres recogerían sus cuerpos o verían cómo los enterraban al pie de la montaña bajo una simple lápida. No puedo obligarme a alegrarme por su pérdida. Xaden me mira a los ojos y se me revuelve el estómago antes de apartar la mirada. —Y apuesto a que ahora mismo se sienten bastante malotes, ¿verdad, alumnos de primero? Más vítores. —Se sienten invencibles después del parapeto, ¿verdad? —grita Xaden—. ¡Creen que son intocables! ¡Van camino de convertirse en la élite! ¡Los pocos! Los elegidos! Otra ronda de vítores sube con cada declaración, cada vez más fuerte. No. Eso no son vítores, es el sonido de las alas golpeando el aire hasta la sumisión. —Oh dioses, son preciosos —susurra Rhiannon a mi lado cuando aparecen a la vista: un aluvión de dragones. Me he pasado la vida rodeada de dragones, pero siempre desde la distancia. No toleran a los humanos que no han elegido. ¿Pero estos ocho? Están volando directo hacia nosotros, a toda velocidad. Justo cuando creo que están a punto de sobrevolar mi cabeza, se elevan verticalmente, azotan el aire con sus enormes alas semitransparentes y se detienen. Las ráfagas de viento provocadas por las alas son tan potentes que casi me tambaleo cuando aterrizan en la pared semicircular exterior. Las escamas de su pecho se ondulan con el movimiento y sus afiladas garras se clavan en el borde de la pared a ambos lados. Ahora entiendo por qué las paredes tienen tres metros de grosor. No es una barrera. El borde de la fortaleza es una maldita percha.

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Me quedo con la boca abierta. En los cinco años que llevo viviendo aquí, nunca he visto esto, pero tampoco me han dejado ver lo que ocurre el Día de la Conscripción. Algunos cadetes gritan. Supongo que todo el mundo quiere ser jinete de dragón hasta que se encuentra a seis metros de uno. El vapor me golpea la cara cuando el azul marino que tengo justo delante exhala por sus amplios orificios nasales. Sus relucientes cuernos azules se elevan por encima de su cabeza en un elegante y letal despliegue, y sus alas se agitan momentáneamente antes de replegarse, con la punta de su articulación superior coronada por una única garra feroz. Sus colas son igual de fatales, pero no puedo verlas desde este ángulo ni saber qué raza de dragón es cada una sin esa pista. Todos son mortales. —Vamos a tener que traer a los albañiles otra vez —murmura Dain mientras trozos de roca se desmoronan bajo las garras de los dragones, cayendo al patio en pedruscos del tamaño de mi torso. Hay tres dragones en varios tonos de rojo, dos tonos de verde -como Teine, el dragón de Mira-, uno marrón como el de mamá, uno naranja y el enorme azul marino que tengo delante. Todos son enormes, eclipsan la estructura de la ciudadela mientras entrecierran sus ojos dorados y nos miran con un juicio absoluto. Si no nos necesitaran a nosotros, humanos enclenques, para desarrollar habilidades de sello a partir de los lazos afectivos y tejer las barreras protectoras que impulsan alrededor de Navarra, estoy segura de que nos comerían a todos y se acabarían. Pero a ellos les gusta proteger el Valle -el valle detrás de Basgiath que los dragones llaman hogar- de los despiadados grifos y a nosotros nos gusta vivir, así que aquí estamos en la más improbable de las alianzas. El corazón amenaza con salírseme del pecho, y estoy totalmente de acuerdo, porque a mí también me gustaría correr. Sólo pensar que se supone que tengo que montar uno de estos es jodidamente ridículo. Un cadete sale disparado de la Tercera Ala, gritando mientras corre hacia el torreón de piedra que hay detrás de nosotros. Todos nos volvemos para mirarlo mientras corre hacia la gigantesca puerta arqueada del centro. Casi puedo ver las palabras grabadas en el arco desde aquí, pero ya me las sé de memoria. Un dragón sin su jinete es una tragedia. Un jinete sin su dragón está muerto. Una vez unidos, los jinetes no pueden vivir sin sus dragones, pero la mayoría de los dragones pueden vivir bien después de nosotros. Por eso eligen con cuidado, para no ser humillados por elegir a un cobarde, aunque un dragón nunca admitiría haber cometido un error. El dragón rojo de la izquierda abre su inmensa boca, mostrando unos dientes tan grandes como yo. Esa mandíbula podría aplastarme si quisiera, como a una uva. El fuego brota a lo largo de su lengua y luego sale disparado en una macabra llamarada hacia el cadete que huye.

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Es un montón de ceniza sobre la grava antes incluso de llegar a la sombra del torreón. Sesenta y ocho muertos. El calor de las llamas me golpea el costado de la cara mientras dirijo mi atención hacia delante. Si alguien más corre y es igualmente ejecutado, no quiero verlo. Suenan más gritos a mi alrededor. Cierro la mandíbula con todas mis fuerzas para no gritar. Hay dos ráfagas más de calor, una a mi izquierda y luego otra a mi derecha. Que sean setenta. El dragón azul parece inclinar la cabeza hacia mí, como si sus ojos dorados y entrecerrados pudieran ver a través de mí el miedo que me atenaza el estómago y la duda que se enrosca insidiosamente en mi corazón. Apuesto a que incluso puede ver el vendaje que me ata la rodilla. Sabe que estoy en desventaja, que soy demasiado pequeña para subirme a su pata delantera y montar, demasiado frágil para cabalgar. Los dragones siempre lo saben. Pero no huiré. No estaría aquí si renunciara cada vez que algo pareciera imposible de superar. Hoy no moriré. Las palabras se repiten en mi cabeza igual que antes del parapeto y sobre él. Echo los hombros hacia atrás y levanto la barbilla. El dragón parpadea, lo que podría ser una señal de aprobación, o de aburrimiento, y mira hacia otro lado. —¿Alguien más tiene ganas de cambiar de opinión? —grita Xaden, escudriñando las filas restantes de cadetes con la misma mirada sagaz del dragón azul marino detrás de él—. ¿No? Excelente. Aproximadamente la mitad de ustedes estarán muertos el próximo verano por estas fechas. —La formación guarda silencio, salvo por unos sollozos inoportunos de mi izquierda—. Un tercio de ustedes de nuevo el año siguiente, y lo mismo el último año. A nadie le importa quién es tu mamá o tu papá aquí. Incluso el segundo hijo del Rey Tauri murió durante su Threshing. Así que dime de nuevo: ¿Te sientes invencible ahora que has llegado al Cuadrante de los Jinetes? ¿Intocable? ¿Élite? Nadie aplaude. Otra ráfaga de calor se precipita, esta vez directamente hacia mi cara, y todos los músculos de mi cuerpo se contraen, preparándose para la incineración. Pero no son llamas... sólo vapor, y hace volar hacia atrás las trenzas de Rhiannon mientras los dragones terminan su exhalación simultánea. Los pantalones de los del primer año que tengo delante se oscurecen y el color se extiende por sus piernas. Nos quieren asustarnos. Misión cumplida. —Porque no eres intocable ni especial para ellos. —Xaden señala al dragón azul marino y se inclina ligeramente hacia delante, como si nos estuviera contando un secreto mientras nos miramos a los ojos—. Para ellos, sólo eres la presa.

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En el ring de combate es donde los jinetes se hacen o se deshacen. Después de todo, ningún dragón respetable elegiría a un jinete que no supiera defenderse, y ningún cadete respetable permitiría que una amenaza así para el ala siguiera entrenando. -GUÍA DEL CUADRANTE DE JINETES DEL MAYOR AFENDRA (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

lena Sosa, Brayden Blackburn. —El capitán Fitzgibbons lee la lista de defunciones, flanqueado por otros dos escribas en el estrado mientras permanecemos en formación silenciosa en el patio, entrecerrando los ojos bajo el sol temprano. Esta mañana, todos vestimos de negro, y en mi clavícula hay una estrella plateada de cuatro puntas, la marca de un primer año, y una insignia de la Cuarta Ala en mi hombro. Ayer nos dieron uniformes estándar, túnicas ajustadas de verano, pantalones y accesorios después de que terminara Parapeto, pero no uniformes de vuelo. No tiene sentido repartir uniformes de combate más gruesos y protectores cuando la mitad de nosotros ya no estaremos aquí cuando llegue el Threshing en octubre. El corsé blindado que me hizo Mira no es reglamentario, pero encajo perfectamente entre los cientos de uniformes modificados que me rodean. Tras las últimas veinticuatro horas y una noche en el barracón del primer piso, empiezo a darme cuenta de que este cuadrante es una extraña mezcla de hedonismo por el que podríamos morir mañana y eficiencia brutal en nombre de la misma razón. —Jace Sutherland. —El capitán Fitzgibbons sigue leyendo, y los escribas a su lado cambian de peso—. Dougal Luperco. Creo que somos unos cincuenta, pero perdí la cuenta cuando leyó el nombre de Dylan hace unos minutos. Esta es la única vez que se recordarán los nombres, la única vez que se hablará de ellos en la ciudadela, así que intento concentrarme y memorizarlos, pero son demasiados.

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Tengo la piel agitada por llevar la armadura toda la noche como sugirió Mira, y me duele la rodilla, pero resisto el impulso de agacharme y acomodarme el vendaje que conseguí ponerme en la inexistente intimidad de mi litera en el barracón de primer curso antes de que nadie más se despertara. Somos ciento cincuenta y seis en el primer piso del edificio de dormitorios, nuestras camas colocadas en cuatro filas ordenadas en el espacio abierto. Aunque a Jack Barlowe lo pusieron en los dormitorios del tercer piso, no voy a dejar que ninguno de ellos vea mis debilidades. No hasta que sepa en quién puedo confiar. Las habitaciones privadas son como los uniformes de vuelo: no te las dan hasta que sobrevives al Threshing. —Simone Casteneda. —El capitán Fitzgibbons cierra el pergamino—. Encomendamos sus almas a Malek. —El dios de la muerte. Parpadeo. Supongo que estábamos más cerca del final de lo que pensaba. No hay una conclusión formal de la formación, ni un último momento de silencio. Los nombres del pergamino abandonan el estrado con los escribas, y el silencio se rompe cuando todos los jefes de escuadra se giran y comienzan a dirigirse a sus escuadras. —Espero que todos hayan desayunado, porque no van a tener otra oportunidad antes del almuerzo —dice Dain, y sus ojos se cruzan con los míos durante un segundo antes de apartar la mirada, fingiendo indiferencia. —Es bueno fingiendo que no te conoce —susurra Rhiannon a mi lado. —Lo es —respondo en voz baja. Se me dibuja una sonrisa en la comisura de los labios, pero mantengo una expresión lo más anodina posible mientras lo contemplo. El sol juega con su pelo castaño y, cuando gira la cabeza, veo una cicatriz que asoma por su barba a lo largo de la barbilla y que ayer había pasado desapercibida. —Segundo y tercer año, supongo que ya saben adónde ir —continúa Dain mientras los escribas rodean el patio por mi derecha y se dirigen a su cuadrante. Hago caso omiso de la vocecita en mi interior que protesta porque se suponía que era mi cuadrante. Pensar en lo que podría haber sido no me ayudará a sobrevivir para ver el amanecer de mañana. Se oye un murmullo de acuerdo entre los cadetes mayores que nos preceden. Como somos de primer año, estamos en las dos últimas filas del pequeño cuadrado que forma el Segundo Escuadrón. —Alumnos de primer año, al menos uno de ustedes debería haber memorizado su horario académico cuando se repartió ayer. —La voz de Dain retumba sobre nosotros, y es difícil conciliar a este líder de rostro severo y serio con el tipo divertido y sonriente que siempre he conocido—. Manténganse unidos. Espero que todos estén vivos cuando nos reunamos esta tarde en el gimnasio de sparring. Joder, casi se me había olvidado que hoy teníamos entrenamiento. Sólo tenemos gimnasio dos veces a la semana, así que si salgo ilesa de la sesión de hoy, no tendré problemas durante un par de días más. Al menos tengo tiempo para ponerme a tono antes de que tengamos que enfrentarnos al Guantelete, la terrorífica

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carrera de obstáculos verticales que nos dijeron que tendríamos que dominar cuando las hojas cambien de color dentro de dos meses. Si logramos completar el último Guantelete, caminaremos por el cañón natural que conduce al campo de vuelo para la Presentación, donde los dragones de este año dispuestos a unirse verán por primera vez a los cadetes restantes. Dos días después, tendrá lugar el Threshing en el valle bajo la ciudadela. Echo un vistazo a mis nuevos compañeros de escuadrón y no puedo evitar preguntarme cuántos de nosotros, si acaso alguno, llegaremos a ese campo de vuelo, y mucho menos a ese valle. No te preocupes por problemas futuros. —¿Y si no llegamos? —pregunta el novato sarcástico detrás de mí. No me molesto en mirar, pero Rhiannon sí lo hace, rodando los ojos mientras vuelve a mirar hacia adelante. —Entonces no tendré que preocuparme por aprender tu nombre, ya que se leerá mañana por la mañana —responde Dain encogiéndose de hombros. Una alumna de segundo curso que va delante de mí suelta una carcajada; el movimiento hace vibrar dos pequeños pendientes de aro en su lóbulo izquierdo, pero la de pelo rosa permanece en silencio. —¿Sawyer? —Dain mira al de primer año a mi izquierda. —Yo los llevaré. —El cadete, alto y enjuto, de tez clara y cubierto de pecas, responde con un apretado movimiento de cabeza. Su mandíbula pecosa tiembla y siento compasión en el pecho. Es uno de los repetidores, un cadete que no se unió durante el Threshing y ahora tiene que empezar todo el año de nuevo. —En marcha —ordena Dain, y nuestro pelotón se separa casi al mismo tiempo que los demás, transformando el patio de una formación ordenada en una multitud de cadetes charlando. Los de segundo y tercer año se alejan en otra dirección, incluido Dain. —Tenemos unos veinte minutos para llegar a clase —nos grita Sawyer a los ocho de primer año—. Cuarto piso, segunda sala a la izquierda en el ala académica. Recojan sus cosas y no lleguen tarde. —No se molesta en esperar a confirmar que lo hemos oído antes de dirigirse hacia el dormitorio. —Eso tiene que ser difícil —dice Rhiannon mientras seguimos a la multitud hacia los dormitorios—. Retrasarse y tener que hacerlo todo de nuevo. —Mejor que estar muerto —dice el sabelotodo mientras nos adelanta por la derecha, con su pelo castaño oscuro revoloteando contra la piel morena de su frente a cada paso que da el cadete más bajo. Se llama Ridoc, si no recuerdo mal de las breves presentaciones que hicimos anoche antes de cenar. —Es cierto —respondo mientras nos dirigimos al cuello de botella que se ha formado en la puerta.

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—Escuché a un chico de tercer año decir que cuando un chico de primer año sobrevive al Threshing sin estar unido, el cuadrante le permite repetir el año e intentarlo de nuevo si quiere —añade Rhiannon, y no puedo evitar preguntarme cuánta determinación se necesita para sobrevivir al primer año y luego estar dispuesto a repetirlo sólo por la posibilidad de convertirte algún día en jinete. Es igual de fácil morir la segunda vez. Un pájaro silba a la izquierda, y miro por encima de la multitud, mi corazón da un salto porque reconozco inmediatamente el tono. Dain. La llamada vuelve a sonar y me acerco a la puerta de la rotonda. Está en lo alto de la amplia escalinata y, en cuanto nuestras miradas se cruzan, hace un gesto hacia la puerta con una sutil inclinación de cabeza. —Estaré... —empiezo a decirle a Rhiannon, pero ella ya ha seguido mi línea de visión. —Recogeré tus cosas y te veré allí. Está debajo de tu litera, ¿verdad? — pregunta. —¿No te importa? —Tu litera está al lado de la mía, Violet. No es una molestia. Vete. —Me dedica una sonrisa conspirativa y me choca los hombros. —¡Gracias! —Sonrío rápidamente y me abro paso entre la multitud hasta que me libero en el borde. Por suerte para mí, no hay muchos cadetes que se dirijan a los comunes, lo que significa que no me miran cuando entro por una de las cuatro puertas gigantes de la rotonda. Mis pulmones inspiran con fuerza. Se parece a las representaciones que he visto en los Archivos, pero no hay ningún dibujo, ningún medio artístico, que pueda captar lo sobrecogedor del espacio, lo exquisito de cada detalle. La rotonda podría ser la pieza arquitectónica más hermosa no sólo de la ciudadela, sino de toda Basgiath. La sala tiene tres pisos de altura, desde sus suelos de mármol pulido hasta el techo abovedado de cristal que filtra la suave luz de la mañana. A la izquierda hay dos enormes puertas arqueadas que dan al ala académica, a la derecha las mismas que conducen a los dormitorios, y subiendo media docena de escalones, frente a mí hay cuatro puertas que se abren a la sala de reuniones. Espaciados por igual alrededor de la rotonda, brillando en sus diversos colores rojo, verde, marrón, naranja, azul y negro, se alzan seis enormes pilares de mármol tallados en forma de dragones, como si se hubieran desplomado desde el techo. Entre las bocas gruñonas de la base de cada uno hay espacio suficiente para que quepan al menos cuatro escuadrones en el centro, pero ahora mismo está vacío. Paso junto al primer dragón, cincelado en mármol rojo oscuro, y una mano me agarra el codo, tirando de mí hacia atrás, detrás del pilar, donde hay un hueco entre la garra y la pared. —Sólo soy yo. —La voz de Dain es baja y tranquila cuando me gira hacia él. Cada línea de su cuerpo irradia tensión.

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—Me lo imaginaba, ya que eras tú quien me llamaba. —Sonrío, sacudiendo la cabeza. Lleva usando esa señal desde que éramos niños y vivíamos cerca de la frontera con Krovlan, mientras nuestros padres estaban destinados allí con el Ala Sur. Frunce el ceño mientras me mira, sin duda en busca de nuevas heridas. —Sólo tenemos unos minutos antes de que este lugar se llene. ¿Cómo está tu rodilla? —Duele, pero viviré. —He tenido lesiones mucho peores y ambos lo sabemos, pero es inútil decirle que se relaje cuando es obvio que no lo va a hacer. —¿Nadie intentó fastidiarte anoche? —Su frente se arruga de preocupación, y me cruzo de brazos para no alisar las líneas con los dedos. Su preocupación se me clava en el pecho como una piedra. —¿Sería tan malo que lo hicieran? —bromeo, obligando a mi sonrisa a ensancharse. Deja caer los brazos a los lados y suspira tan fuerte que el sonido resuena en la rotonda. —Sabes que no me refiero a eso, Violet. —Nadie intentó matarme anoche, Dain, ni siquiera hacerme daño. —Me apoyo en la pared y descargo un poco el peso de la rodilla—. Seguro que todos estábamos demasiado cansados y aliviados de estar vivos para empezar a matarnos unos a otros. —El barracón se quedó en silencio bastante rápido después de apagar las luces. Había algo que decir sobre el agotamiento emocional del día. —Y comiste, ¿verdad? Sé que te sacan rápido de los dormitorios cuando suenan las campanas de las seis. —Comí con el resto de los de primer año, y antes de que se te ocurra sermonearme, volví a meter la rodilla bajo las sábanas y me trencé el pelo antes de que sonaran las campanas. Llevo años cumpliendo el horario de los escribas, Dain. Se levantan una hora antes. Me dan ganas de ofrecerme voluntaria para desayunar. Me echa un vistazo a la apretada trenza de puntas plateadas que he recogido en un moño contra el cabello oscuro cerca de la coronilla. —Deberías cortártela. —No empieces conmigo. —Sacudo la cabeza. —Hay una razón por la que las mujeres lo llevan corto aquí, Vi. En el momento en que alguien te agarre el pelo en el ring de sparring... —Mi cabello es la menor de mis preocupaciones en el cuadrilátero —replico. Sus ojos se abren de par en par. —Sólo intento mantenerte a salvo. Tienes suerte de que no te pusiera en manos del capitán Fitzgibbons esta mañana y le rogara que te sacara de aquí. Ignoro las bravatas de una amenaza. Estamos perdiendo el tiempo, y hay una información que necesito de Dain. —¿Por qué nuestro escuadrón fue trasladado ayer de la Segunda Ala a la Cuarta? Se pone rígido y mira hacia otro lado. —Dímelo. —Necesito saber si estoy leyendo en una situación que no existe.

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—Joder —murmura, pasándose la mano por el cabello—. Xaden Riorson te quiere muerta. Es de dominio público entre el cuadro dirigente después de lo de ayer. No. No está exagerando. —Trasladó el equipo, así que tiene línea directa conmigo. Así puede hacer lo que quiera y nadie cuestionará nada. Soy su venganza contra mi madre. —Mi corazón ni siquiera salta ante la confirmación de lo que ya sabía—. Eso es lo que pensaba. Sólo necesitaba estar segura de que mi imaginación no se estaba volando conmigo. —No voy a dejar que te pase nada. —Dain da un paso adelante y me agarra la cara, su pulgar me acaricia el pómulo con un movimiento tranquilizador. —No hay mucho que puedas hacer. —Me alejo de la pared, saliéndome de su alcance—. Tengo que ir a clase. —Ya resuenan algunas voces en la rotonda al paso de los cadetes. Su mandíbula trabaja por un segundo, y las líneas vuelven a estar entre sus cejas. —Haz todo lo posible por pasar desapercibida, sobre todo cuando estemos en Informes de Batalla. No es que los colores de tu cabello no te delaten, pero es la única clase que toma todo el cuadrante. Veré si uno de los de segundo año puede hacer guardia... —Nadie va a asesinarme durante historia. —Pongo los ojos en blanco—. Los estudios son el único lugar donde no tengo que preocuparme. ¿Qué va a hacer Xaden? ¿Sacarme de clase y atravesarme con una espada en medio del pasillo? ¿O de verdad crees que me va a apuñalar en medio de Informes de Batalla? —Yo me extrañaría de él. Es jodidamente despiadado, Violet. ¿Por qué crees que su dragón lo eligió? —¿El azul marino que aterrizó ayer detrás del estrado? —Se me revuelve el estómago. La forma en que esos ojos dorados me evaluaron... Dain asiente. —Sgaeyl es una Cola de Daga Azul, y es... feroz. —Traga saliva— . No me malinterpretes. Cath es una pieza desagradable cuando se enfada -todos los Cola de Espada Rojos lo son-, pero incluso la mayoría de los dragones se mantienen alejados de Sgaeyl. Miro fijamente a Dain, la cicatriz que define su mandíbula y la dureza de sus ojos, que me resultan familiares y a la vez no. —¿Qué? —pregunta. Las voces a nuestro alrededor se hacen más fuertes, y hay más pasos yendo y viniendo. —Vinculaste a un dragón. Tienes poderes que desconozco. Abres puertas con magia. Eres un líder de escuadrón —digo las frases lentamente, con la esperanza de que se asimilen, de que realmente entienda lo mucho que ha cambiado—. Es que me cuesta hacerme a la idea de que sigues siendo... Dain. —Sigo siendo yo. —Su postura se suaviza, y levanta la manga corta de su túnica, revelando la reliquia de un dragón rojo en su hombro—. Ahora sólo tengo esto. Y en cuanto a los poderes, Cath canaliza una cantidad bastante significativa de magia en

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comparación con algunos de los otros dragones, pero aún no soy ni de lejos un experto en ella. No he cambiado tanto. En cuanto a la magia menor potenciada a través del vínculo de mi reliquia, puedo hacer las cosas típicas como abrir puertas, aumentar mi velocidad y potenciar plumas de tinta en lugar de usar esas incómodas plumas. —¿Cuál es tu sello de poder? —Todos los jinetes pueden hacer magia menor una vez que su dragón empieza a canalizar el poder hacia ellos, pero el sello es la habilidad única que destaca, la habilidad más fuerte que resulta de cada vínculo único entre dragón y jinete. Algunos jinetes tienen los mismos sellos. Manejar el fuego, el hielo y el agua son sólo algunos de los poderes de sello más comunes, todos ellos útiles en la batalla. Luego están los sellos que hacen extraordinario a un jinete. Mi madre puede manejar el poder de las tormentas. Melgren puede ver el resultado de las batallas. No puedo evitar preguntarme de nuevo qué es el sello de Xaden y si lo usará para matarme cuando menos me lo espere. —Puedo leer los recuerdos recientes de una persona —admite Dain en voz baja—. No es como si un intruso leyera la mente ni nada por el estilo: tengo que poner las manos sobre la persona, así que no represento un riesgo para la seguridad. Pero mi sello no es de dominio público. Creo que me utilizarán en inteligencia. —Señala la insignia con forma de brújula que lleva en el hombro, debajo del de la Cuarta Ala. Llevar ese insignia indica que el sello es demasiado confidencial. Es que ayer no me di cuenta. —De ninguna manera. —Sonrío, respirando tranquilamente al recordar que el uniforme de Xaden no tenía insignias. Asiente, una sonrisa emocionada dibuja su boca. —Todavía estoy aprendiendo, y por supuesto se me da mejor cuanto más cerca estoy de Cath, pero sí. Simplemente pongo mis manos en las sienes de alguien, y puedo ver lo que ellos vieron. Es... increíble. Ese sello distinguirá a Dain con creces. Lo convertirá en una de las herramientas de interrogatorio más valiosas que tenemos. —Y dices que no has cambiado —me burlo a medias. —Este lugar puede deformar casi todo de una persona, Vi. Elimina las tonterías y las sutilezas, revelando quién eres en el fondo. Ellos lo quieren así. Quieren cortar tus lazos anteriores para que tu lealtad sea hacia tu ala. Es una de las muchas razones por las que a los de primer año no se les permite mantener correspondencia con su familia y amigos, de lo contrario sabes que te habría escrito. Pero un año no cambia que te siga considerando mi mejor amiga. Sigo siendo Dain, y el año que viene por estas fechas, tú seguirás siendo Violet. Seguiremos siendo nosotros. —Si sigo viva —bromeo mientras suenan las campanas—. Tengo que ir a clase.

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—Sí, y voy a llegar tarde al campo de vuelo. —Hace un gesto hacia el borde del pilar—. Mira, Riorson sigue siendo un líder de ala. Te perseguirá, pero encontrará la forma de hacerlo dentro de las normas del Códice, al menos cuando la gente esté mirando. Yo estaba... —Sus mejillas se sonrojan—. El año pasado fui muy amigo de Amber Mavis, la actual jefa de ala del Tercer Ala, y te aseguro que el Códice es sagrado para ellos. Ahora, tú primero. Nos vemos en el gimnasio. —Sonríe tranquilizadoramente. —Nos vemos. Le devuelvo la sonrisa y giro sobre mis talones, rodeando la base del enorme pilar y entrando en la rotonda semimontada. Hay un par de docenas de cadetes aquí, caminando de un edificio a otro, y tardo un segundo en orientarme. Diviso las puertas académicas entre los pilares naranjas y negros y me dirijo hacia allí, mezclándome entre la multitud. Se me eriza el vello de la nuca y un escalofrío recorre mi espina dorsal al cruzar el centro de la rotonda, pero mis pasos se detienen. Los cadetes se mueven a mi alrededor, pero mis ojos se dirigen hacia arriba, hacia lo alto de los escalones que conducen a la sala de reunión. Oh, mierda. Xaden Riorson me observa con los ojos entrecerrados, las mangas de su uniforme remangadas sobre sus enormes brazos que permanecen cruzados sobre su pecho, la advertencia en su brazo cubierto de reliquias en plena exhibición mientras un estudiante de tercer año a su lado dice algo que él ignora descaradamente. Mi corazón da un salto y se me atasca en la garganta. Hay unos seis metros entre nosotros. Mis dedos se crispan, listos para agarrar una de las espadas enfundadas en mis costillas. ¿Es aquí donde lo hará? ¿En medio de la rotonda? El suelo de mármol es gris, así que no debería ser tan difícil para el personal sacar la sangre. Ladea la cabeza y me estudia con esos ojos imposiblemente oscuros, como si decidiera dónde soy más vulnerable. Debería correr, ¿verdad? Pero al menos puedo verlo venir si mantengo esta posición. Su atención se desvía hacia mi derecha y levanta una ceja para mirarme. Se me revuelve el estómago cuando Dain sale de detrás del pilar. —¿Qué estás...? —Dain empieza cuando llega hasta mí, con el ceño fruncido por la confusión. —Al final de la escalera. Cuarta puerta —siseo, interrumpiéndolo. Dain levanta la mirada cuando la multitud se reduce a nuestro alrededor, murmura una maldición y se acerca a mí. Menos gente significa menos testigos, pero no soy tan tonta como para pensar que Xaden no me matará delante de todo el cuadrante si quiere. —Ya sabía que tus padres están unidos —exclama Xaden, una sonrisa cruel ladeando sus labios—. ¿Pero tienen que ser tan jodidamente obvios?

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Los pocos cadetes que quedan en la rotonda se vuelven para mirarnos. —Déjame adivinar —continúa Xaden, mirando entre Dain y yo—. ¿Amigos de la infancia? ¿Primeros amores, incluso? —No puede hacerte daño sin causa, ¿verdad? —susurro—. Sin causa y convocando un quórum de jefes de ala porque eres jefe de escuadrón. Artículo Cuatro, Sección Tres. —Correcto —responde Dain, sin molestarse en bajar la voz—. Pero tú no. —Esperaba que ocultaras mejor dónde están tus afectos, Aetos. —Xaden se mueve, bajando los escalones. Mierda. Mierda. Mierda. —Corre, Violet —me ordena Dain—. Ahora. Salgo disparada.

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Sabiendo que estoy en desacuerdo directo con las órdenes del General Melgren, me opongo oficialmente al plan expuesto en la sesión informativa de hoy. No es la opinión de este general que los hijos de los líderes de la rebelión deban ser obligados a presenciar la ejecución de sus padres. Ningún niño debe ver a sus padres ejecutados. -LA REBELIÓN DE TYRRISH, UN INFORME OFICIAL PARA EL REY TAURI DE LA GENERAL LILITH SORRENGAIL

ienvenidos a su primer Informes de Batalla —dice la profesora Devera desde el suelo empotrado de la enorme sala de conferencias a última hora de la mañana, con una brillante insignia morada de la Sección de la Llama en el hombro que combina a la perfección con su cabello corto. Esta es la única clase que se imparte en la sala circular escalonada que se extiende a lo largo de todo el vestíbulo académico y una de las dos únicas salas de la ciudadela en la que caben todos los cadetes. Todos los asientos de madera reluciente están llenos, y los de tercer año están de pie contra las paredes detrás de nosotros, pero todos cabemos. Está muy lejos de la lección de historia de la última hora, en la que sólo había tres equipos de primer año, pero al menos los de nuestro equipo están todos sentados juntos. Ahora si sólo pudiera recordar todos sus nombres. Es fácil acordarse de Ridoc: ha hecho comentarios ingeniosos a lo largo del día. Esperemos que no intente hacer lo mismo aquí. La profesora Devera no es de las que bromean. —En el pasado, rara vez se llamaba a filas a los jinetes antes de la graduación —continúa la profesora Devera, con la boca tensa, mientras camina lentamente frente a un mapa del continente de seis metros de altura, colocado en la pared del fondo y etiquetado minuciosamente con nuestros puestos defensivos a lo largo de las

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fronteras. Docenas de luces mágicas iluminan el espacio, compensando con creces la falta de ventanas y reflejándose en la espada larga que lleva atada a la espalda. »Y si lo hacían, siempre eran de tercer año que habían pasado tiempo siguiendo a las alas delanteras, pero esperamos que se gradúen con pleno conocimiento de a qué nos enfrentamos. No se trata sólo de saber dónde está cada ala. —Se toma su tiempo y establece contacto visual con todos los alumnos de primer año que ve. El rango que lleva en el hombro dice que es capitana, pero sé que será comandante antes de que termine su rotación enseñando aquí, dadas las medallas que lleva en el pecho—. Tienen que entender la política de nuestros enemigos, las estrategias para defender nuestros puestos avanzados de los ataques constantes y tener un conocimiento profundo de las batallas recientes y actuales. Si no pueden comprender estos temas básicos, entonces no tienen nada que hacer a lomos de un dragón. —Arquea una ceja negra unos tonos más oscura que su piel morena. —Sin presiones —murmura Rhiannon a mi lado, tomando notas furiosamente. —Estaremos bien —le prometo en un susurro—. Los de tercer año sólo han sido enviados a puestos del centro como refuerzos, nunca al frente. —Había estado lo suficientemente atenta a mi madre como para saberlo. —Esta es la única clase que tendrán todos los días, porque es la única que importará si los llaman a filas antes de tiempo. —La mirada de la profesora Devera va de izquierda a derecha y se detiene en mí. Sus ojos se abren de par en par durante un instante, pero esboza una sonrisa de aprobación y asiente antes de continuar—. Como esta clase se imparte todos los días y se basa en la información más actual, también responderán ante el profesor Markham, que no merece más que su máximo respeto. Le hace señas al escriba para que se acerque y él se coloca a su lado; el color crema de su uniforme contrasta con el negro de ella. Se inclina cuando ella le susurra algo, y sus gruesas cejas se levantan mientras gira la cabeza en mi dirección. No hay ninguna sonrisa de aprobación cuando los cansados ojos del coronel encuentran los míos, sólo un suspiro que me llena el pecho de pesada pena al oírlo. Se suponía que yo iba a ser su alumna estrella en el Cuadrante de Escribanos, su mayor logro antes de jubilarse. Qué absolutamente irónico que ahora yo sea la que menos posibilidades tiene de triunfar aquí. —Es deber de los escribas no sólo estudiar y dominar el pasado, sino también transmitir y registrar el presente —dice, frotándose el puente de su nariz bulbosa tras apartar por fin su mirada decepcionada de la mía—. Sin descripciones precisas de nuestras líneas del frente, información fiable con la que tomar decisiones estratégicas y, lo que es más importante, detalles veraces para documentar nuestra historia por el bien de las generaciones futuras, estamos condenados, no sólo como reino, sino como sociedad. Que es exactamente por lo que siempre quise ser una escriba. No es que importe ahora.

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—Primer tema del día. —La profesora Devera se acerca al mapa y mueve la mano, haciendo que una luz mágica aparezca directamente sobre la frontera oriental con la provincia de Poromiel en Braevick—. El Ala Este sufrió un ataque anoche cerca del pueblo de Chakir por parte de una bandada de grifos y jinetes braevianos. Oh mierda. Un murmullo se propaga por el salón y sumerjo mi pluma en el tintero sobre el escritorio frente a mí para poder tomar notas. No puedo esperar a ser un canalizador para poder usar el tipo de codiciados bolígrafos que mamá guarda en su escritorio. Una sonrisa se dibuja en mis labios. Definitivamente podría haber ventajas en ser un jinete. Las habrá. —Naturalmente, parte de la información está redactada por motivos de seguridad, pero lo que podemos decirles es que los guardianes fallaron a lo largo de la cima de las montañas Esben. —La profesora Devera separa las manos y la luz se expande, iluminando las montañas que forman nuestra frontera con Braevick—. Permitiendo que la bandada no sólo entrara en territorio navarro, sino que sus jinetes pudieran canalizarla y blandirla alrededor de la medianoche. Se me revuelve el estómago cuando surge un murmullo entre los cadetes, especialmente los de primer año. Los dragones no son los únicos animales capaces de canalizar poderes a sus jinetes. Los grifos de Poromiel también comparten esa habilidad, pero solo los dragones son capaces de alimentar las barreras que hacen que cualquier otra magia sea imposible dentro de nuestras fronteras. Ellos son la razón por la cual las fronteras de Navarra son algo circulares, su poder irradia desde el Valle y solo puede extenderse hasta cierto punto, incluso con escuadrones estacionados en cada puesto de avanzada. Sin esas barreras, estamos jodidos. Se abriría la persecución contra los pueblos navarros cuando los grupos de saqueo de Poromiel desciendan inevitablemente. Esos malditos codiciosos nunca están satisfechos con los recursos que tienen. Siempre quieren los nuestros, y hasta que aprendan a conformarse con nuestros acuerdos comerciales, no tenemos ninguna posibilidad de poner fin al reclutamiento en Navarra. Ninguna posibilidad de experimentar la paz. Pero si no estamos en alerta máxima, entonces deben haber conseguido retejer los pabellones, o al menos estabilizarlos. —Treinta y siete civiles murieron en el ataque en la hora que transcurrió antes de que pudiera llegar un escuadrón del Ala Este, pero los jinetes y los dragones consiguieron repeler la bandada —finaliza la profesora Devera, cruzando los brazos sobre el pecho—. Basándose en esa información, ¿qué preguntas harían? —Levanta un dedo—. Para empezar, sólo quiero respuestas de los de primer año. Mi pregunta inicial sería por qué diablos fallaron las barreras, pero no es como si fueran a responder una pregunta así en una sala llena de cadetes sin autorización de seguridad. Estudio el mapa. La Cordillera Esben es la más alta a lo largo de nuestra frontera oriental con Braevick, lo que la convierte en el lugar menos probable para un ataque, especialmente porque los grifos no toleran la altitud tan bien como los dragones, probablemente debido al hecho de que son mitad león, mitad águila y no pueden manejar el aire más ligero en altitudes más altas.

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Hay una razón por la que hemos sido capaces de rechazar todos los asaltos importantes a nuestro territorio durante los últimos seiscientos años, y hemos defendido con éxito nuestra tierra en esta interminable guerra de cuatrocientos años. Nuestras habilidades, tanto menores como las otorgadas por los dragones, son superiores porque nuestros dragones pueden canalizar más poder que los grifos. Entonces, ¿por qué atacar en esa cordillera? ¿Qué causó que los guardias fallaran allí? —Vamos, alumnos de primer año, demuéstrenme que tienen algo más que un buen equilibrio. Demuéstrenme que tienen la capacidad de pensamiento crítico para estar aquí —exige la profesora Devera—. Es más importante que nunca que estén preparados para lo que hay más allá de nuestras fronteras. —¿Es la primera vez que fallan las barreras? —pregunta una alumna de primero un par de filas más adelante. Los profesores Devera y Markham comparten una mirada antes de que ella se vuelva hacia el cadete. —No. El corazón se me sube a la garganta y la habitación se queda en un silencio sepulcral. No es la primera vez. La chica se aclara la garganta. —¿Y con qué frecuencia... fallan? Los sagaces ojos del profesor Markham se entrecierran sobre ella. —Eso está por encima de su categoría, cadete. —Vuelve su atención a nuestra sección—. ¿Siguiente pregunta relevante para el ataque que estamos discutiendo? —¿Cuántas bajas sufrió el ala? —le pregunta un alumno de primer curso de la fila de mi derecha. —Un dragón herido. Un jinete muerto. Otro murmullo se eleva desde la sala. Sobrevivir a la graduación no significa que sobreviviremos al servicio. Estadísticamente, la mayoría de los jinetes mueren antes de la edad de jubilación, sobre todo al ritmo al que han disminuido los jinetes en los dos últimos años. —¿Por qué haces esa pregunta en particular? —pregunta la profesora Devera al cadete. —Para saber cuántos refuerzos necesitarán —responde. La profesora Devera asiente, volviéndose hacia Pryor, el más sumiso de primer año de nuestro grupo, que tiene la mano levantada, pero la baja rápidamente, frunciendo sus oscuras cejas. —¿Querías hacer una pregunta? —Sí. —Asiente, enviando unos mechones de cabello negro a sus ojos, luego sacude la cabeza—. No. No importa.

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—Tan decidido —se burla Luca, la maliciosa de primer año de nuestro equipo a la que haría cualquier cosa por evitar, desde su lado, ladeando la cabeza mientras los cadetes se ríen a su alrededor. Una comisura de sus labios se inclina hacia arriba en una sonrisa de satisfacción, y se echa el cabello largo y castaño por encima del hombro en un movimiento que es cualquier cosa menos casual. Al igual que yo, es una de las pocas mujeres del cuadrante que no se ha cortado el cabello. Envidio su confianza en que no será utilizado en su contra, pero no su actitud, y hace menos de un día que la conozco. —Está en nuestro escuadrón —reprende Aurelie, al menos creo que así se llama, con sus ojos negros y serios clavados en Luca—. Muestra algo de lealtad. —Por favor. Ningún dragón se une a un tipo que ni siquiera puede decidir si quiere hacer una pregunta. ¿Y lo viste en el desayuno esta mañana? Retuvo a toda la fila porque no podía elegir entre tocino o salchichas. —Luca pone los ojos en blanco. —¿La Cuarta Ala ha terminado de meterse unos con otros? —pregunta la profesora Devera, levantando una ceja. —Pregunta a qué altitud está el pueblo —le susurro a Rhiannon. —¿Qué? —Su ceño se frunce. —Sólo tienes que preguntar —respondo, intentando tener presente el consejo de Dain. Juro que puedo sentirlo mirándome la nuca desde siete filas detrás de mí, pero no voy a girarme a mirar, no cuando sé que Xaden también está ahí arriba, en alguna parte. —¿A qué altitud está el pueblo? —Rhiannon pregunta. La profesora Devera enarca las cejas y se vuelve hacia Rhiannon. —¿Markham? —Un poco menos de tres mil metros —responde—. ¿Por qué? Rhiannon me mira de reojo y se aclara la garganta. —Parece un poco alto para un ataque planeado con grifos. —Buen trabajo —susurro. —Es un poco alto para un ataque planeado —dice Devera—. ¿Por qué no me dices por qué eso te preocupa, Cadete Sorrengail? Y tal vez te gustaría hacer tus propias preguntas a partir de ahora. —Me dirige una mirada penetrante que me hace retorcerme en mi asiento. Todas las miradas en la sala se vuelven hacia mi dirección. Si alguien tenía alguna duda sobre quién soy, ahora ha desaparecido por completo. Impresionante. —Los grifos no son tan fuertes a esa altitud, y tampoco lo es su capacidad de canalizar —digo—. Es un lugar ilógico para que ataquen a menos que supieran que las protecciones fallarían, sobre todo porque la aldea parece estar a... ¿una hora de vuelo del puesto de avanzada más cercano? —Echo un vistazo al mapa para asegurarme de que no estoy haciendo el ridículo—. Ese de ahí es Chakir, ¿no? — Entrenamiento de escriba para ganar.

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—Lo es. —Una esquina de la boca de la profesora Devera se levanta en una sonrisa burlona—. Sigue con esa línea de pensamiento. Espera un momento. —¿No dijo que el escuadrón de jinetes tardó una hora en llegar? —Mi mirada se estrecha. —Lo hice. —Me mira con expectación. —Entonces ya estaban de camino —suelto, reconociendo inmediatamente lo tonto que suena. Se me calientan las mejillas al oír un murmullo de risas a mi alrededor. —Sí, porque eso tiene sentido. —Jack se gira en su asiento desde la primera fila y se ríe abiertamente de mí—. El general Melgren conoce el resultado de una batalla antes de que ocurra, pero ni siquiera él sabe cuándo ocurrirá, estúpida. Siento las risitas de mis compañeros retumbar en mis huesos. Quiero meterme debajo de este ridículo pupitre y desaparecer. —Vete a la mierda, Barlowe —dice Rhiannon. —No soy yo quien piensa que la precognición es una cosa —replica con sorna—. Que los dioses nos ayuden si esa se sube alguna vez a lomos de un dragón. —Otra carcajada me hace arder también el cuello. —¿Por qué crees eso, Violet...? —La profesora Markham hace una mueca—. ¿Cadete Sorrengail? —Porque no hay forma lógica de que lleguen allí una hora después del ataque, a menos que ya estuvieran de camino —argumento, lanzando una mirada fulminante a Jack. Que lo jodan a él y a su risa. Puede que sea más débil que él, pero soy muchísimo más inteligente—. Llevaría al menos la mitad de ese tiempo encender las balizas del campo de tiro y pedir ayuda, y no hay ningún escuadrón completo sentado esperando a que lo necesiten. Más de la mitad de esos jinetes habrían estado durmiendo, lo que significa que ya estaban en camino. —¿Y por qué iban a estar ya de camino? —La profesora Devera insiste, y la luz de sus ojos me dice que tengo razón, lo que me da confianza para seguir adelante con mis pensamientos. —Porque, de algún modo, sabían que las barreras se estaban rompiendo. — Levanto la barbilla, al tiempo que espero tener razón y rezo a Dunne, la diosa de la guerra, para equivocarme. —Eso es lo más... —Jack empieza. —Ella tiene razón —interrumpe la profesora Devera, y un silencio cae sobre la habitación—. Uno de los dragones del ala percibió el debilitamiento de la barrera y el ala voló. Si no lo hubieran hecho, las bajas habrían sido mucho mayores y la destrucción del pueblo mucho peor.

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Una pequeña burbuja de confianza surge en mi pecho, que es rápidamente estallada por la mirada amenazadora de Jack, recordándome que no ha olvidado su promesa de matarme. —Segundos y terceros años, tomen el control —ordena la profesora Devera—. Vamos a ver si pueden ser un poco más respetuosos con sus compañeros cadetes. — Levanta una ceja hacia Jack mientras las preguntas comienzan a surgir de los jinetes detrás de nosotros. ¿Cuántos jinetes fueron desplegados en el lugar? ¿Cuántos jinetes se desplegaron en el lugar? ¿Qué mató a la única víctima mortal? ¿Cuánto tiempo se tardó en limpiar la aldea de los grifos? ¿Quedó alguno vivo para ser interrogado? Anoto todas las preguntas y respuestas, mi mente organiza los hechos en el tipo de informe que habría presentado si hubiera estado en el cuadrante de los escribas, qué información era lo suficientemente importante como para incluirla y qué era superflua. —¿Cuál era la condición del pueblo? —pregunta una voz profunda desde la parte trasera del aula. Los vellos de mi cuello se erizan, mi cuerpo reconociendo la amenaza inminente detrás de mí. —¿Riorson? —pregunta Markham, protegiendo sus ojos de las luces mágicas mientras mira hacia la parte superior del salón. —El pueblo —reafirma Xaden—. La profesora Devera dijo que el daño hubiera sido peor, pero ¿cuál era la condición real? ¿Estaba quemado? ¿Destruido? No lo habrían demolido si estuvieran tratando de establecer una posición, por lo que la condición del pueblo es relevante al intentar determinar un motivo para el ataque. La profesora Devera sonríe en aprobación. —Los edificios por los que ya habían pasado estaban quemados, y el resto estaban siendo saqueados cuando llegó el ala. —Buscaban algo —dice Xaden con total convicción—. Y no eran riquezas. No es un distrito minero de gemas. Lo que nos lleva a la pregunta: ¿qué tenemos nosotros que tanto desean? —Exactamente. Esa es la cuestión. —La profesora Devera echa un vistazo a la sala—. Y justo por eso Riorson es un líder. Necesitas más que fuerza y coraje para ser un buen jinete. —Entonces, ¿cuál es la respuesta? —pregunta un estudiante de primer año a la izquierda. —No lo sabemos —responde la profesora Devera encogiéndose de hombros— . Es solo otra pieza del rompecabezas de por qué nuestros constantes intentos de paz son rechazados por el reino de Poromiel. ¿Qué estaban buscando? ¿Por qué ese pueblo? ¿Fueron responsables del colapso de la barrera, o ya estaba fallando? Mañana, la próxima semana, el próximo mes, habrá otro ataque, y tal vez obtengamos otra pista. Busquen en la historia si buscan respuestas. Esas guerras ya han sido

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analizadas y examinadas. Informes de Batalla es para situaciones fluidas. En esta clase, queremos que aprendan qué preguntas hacer para que todos tengan la oportunidad de regresar a casa con vida. Algo en su tono me dice que no solo los estudiantes de tercer año podrían ser llamados al servicio este año, y un escalofrío se instala en mis huesos.

—En serio, te sabías todas las respuestas de historia y, al parecer, todas las preguntas correctas que había que hacer en el informe de batalla —dice Rhiannon, sacudiendo la cabeza mientras, después de comer, nos quedamos al margen de la colchoneta de combate y observamos cómo Ridoc y Aurelie se rodean con sus uniformes de combate. Están igualados en tamaño. Ridoc es más pequeño y Aurelie tiene la misma constitución que Mira, lo que no me sorprende porque es un legado de su padre—. Ni siquiera vas a tener que estudiar para los exámenes, ¿verdad? El resto de los de primer año están de nuestro lado, pero los de segundo y tercer año se alinean con los demás. Sin duda tienen ventaja, ya que han recibido al menos un año de entrenamiento de combate. —Fui entrenada para ser una escriba. —Encogí los hombros y el chaleco que Mira me hizo brilló ligeramente con el movimiento. Aparte de las veces en que las escamas captan la luz bajo la malla de camuflaje, encaja perfectamente con las blusas que nos dieron ayer de la emisión central. Ahora todas las mujeres están vestidas de manera similar, aunque los cortes de sus cueros son elegidos por preferencia. Los chicos en su mayoría están sin camisa porque creen que las camisas le dan algo a su oponente para agarrar. Personalmente, no discuto con su lógica, solo disfruto de la vista... respetuosamente, por supuesto, lo que significa mantener mis ojos en la colchoneta de mi propio equipo y no en las otras veinte colchonetas en el enorme gimnasio que ocupa el primer piso del ala académica. Una pared está completamente compuesta de ventanas y puertas, todas abiertas para dejar entrar la brisa, pero sigue siendo sofocantemente caliente. El sudor baja por mi espalda bajo el chaleco. Hay tres escuadrones de cada ala aquí esta tarde, y por suerte para mí, la Primera Ala ha enviado a sus terceros escuadrones, que incluyen a Jack Barlowe, que ha estado mirándome desde dos colchonetas atrás desde que entré. —Supongo que eso significa que no te preocupan los estudios —me dice Rhiannon, alzando las cejas. Ella también ha elegido un chaleco de cuero, pero el suyo se corta por encima de la clavícula y se sujeta al cuello, dejando los hombros al descubierto para que pueda moverlos. —¡Dejen de dar vueltas como si fueran parejas de baile y ataquen! —ordena el profesor Emetterio desde el otro lado de la colchoneta, donde Dain observa el

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combate de Aurelie y Ridoc con nuestra líder ejecutiva del escuadrón, Cianna. Menos mal que Dain lleva la camiseta puesta, porque no necesito otra distracción cuando llegue mi turno. —Esto me preocupa —le digo a Rhiannon, inclinando la barbilla hacia la colchoneta. —¿En serio? —Me lanza una mirada escéptica. Tiene las trenzas recogidas en un moño en la nuca—. Supuse que como Sorrengail, serías una amenaza cuerpo a cuerpo. —No exactamente. —A mi edad, Mira llevaba doce años entrenándose en el cuerpo a cuerpo. Yo tengo la friolera de seis meses a mis espaldas, lo que no importaría tanto si no fuera tan frágil como una taza de té de porcelana, pero aquí estamos. Ridoc se lanza hacia Aurelie, pero ella se agacha, estirando la pierna y haciéndolo tropezar. Se tambalea, pero no cae. Pivotea rápidamente, empuñando una daga. —¡Hoy nada de cuchillos! —brama el profesor Emetterio desde al lado de la colchoneta. Es sólo el cuarto profesor que conozco, pero sin duda es el que más me intimida. O tal vez sea la asignatura que imparte lo que me hace pensar que su cuerpo compacto es gigantesco—. ¡Sólo estamos evaluando! Ridoc refunfuña y enfunda su cuchillo justo a tiempo para desviar un gancho de derecha de Aurelie. —La morena pega fuerte —dice Rhiannon con una sonrisa apreciativa antes de mirar hacia mí. —¿Y tú? —pregunto mientras Ridoc golpea las costillas de Aurelie. —¡Mierda! —Sacude la cabeza y retrocede un paso—. No quiero hacerte daño. Aurelie se sujeta las costillas pero levanta la barbilla. —¿Quién dijo que me harías daño? —No le hace ningún bien que te andes con rodeos —dice Dain, cruzándose de brazos—. Los Cygnis de la frontera noreste no van a darle cuartel por ser mujer si cae de su dragón tras las líneas enemigas, Ridoc. La matarán igualmente. —¡Vamos! —grita Aurelie, haciendo señas a Ridoc curvando los dedos. Es obvio que la mayoría de los cadetes han entrenado toda su vida para entrar en el cuadrante, especialmente Aurelie, que esquiva un golpe de Ridoc y se retuerce para asestarle un rápido golpe en los riñones. Auch. —Quiero decir... maldita sea —murmura Rhiannon, echándole otra mirada a Aurelie antes de volverse hacia mí—. Soy bastante buena en el tatami. Mi aldea está en la frontera con Cygnisen, así que todos aprendimos a defendernos bastante jóvenes. La física y las matemáticas tampoco son un problema. ¿Pero historia? — Sacude la cabeza—. Esa clase podría ser mi muerte.

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—No te matan por suspender historia —digo mientras Ridoc carga contra Aurelie, llevándola a la colchoneta con fuerza suficiente para hacerme estremecer—. Probablemente voy a morir en estas colchonetas. Engancha sus piernas alrededor de las de él y, de algún modo, le hace palanca hasta que es ella la que está encima, asestándole puñetazo tras puñetazo en el costado de la cara. La sangre salpica la alfombra. —Probablemente podría ofrecer algunos consejos para sobrevivir al entrenamiento de combate —dice Sawyer desde el otro lado de Rhiannon, pasando la mano por un día de crecimiento de la barba incipiente marrón que no llega a cubrir sus pecas—. Aunque la historia no es mi asignatura fuerte. Un diente sale volando y la bilis sube a mi garganta. —¡Basta! —grita el profesor Emetterio. Aurelie se quita de encima a Ridoc, se levanta, se toca el labio partido con los dedos, examina la sangre y le tiende la mano para ayudarlo a levantarse. La toma. —Cianna, lleva a Aurelie a los sanadores. No hay razón para perder un diente durante la evaluación —ordena Emetterio. —Te propongo un trato —dice Rhiannon, clavando sus ojos marrones en los míos—. Ayudémonos mutuamente. Te ayudaremos con el cuerpo a cuerpo si tú nos ayudas con historia. ¿Te parece un buen trato, Sawyer? —Absolutamente. —Trato hecho. —Trago saliva mientras uno de los de tercer año limpia la alfombrilla con una toalla—. Pero creo que me estoy llevando la mejor parte. —No me has visto intentar memorizar fechas —bromea Rhiannon. Un par de colchonetas más allá, alguien grita y todos nos giramos para mirar. Jack Barlowe tiene a otro chico de primer año en una llave de cabeza. El otro es más pequeño, más delgado que Jack, pero me saca unos quince kilos. Jack tira de sus brazos, sus manos aún seguras alrededor de la cabeza del otro tipo. —Ese tipo es un imbécil... —Rhiannon comienza. El repugnante crujido de los huesos al romperse suena en todo el gimnasio, y el chico de primer año se queda inerte en las garras de Jack. —Dulce Malek —susurro mientras Jack deja caer al hombre al suelo. Empiezo a preguntarme si el dios de la muerte vive aquí por lo a menudo que hay que invocar su nombre. Mi almuerzo amenaza con reaparecer, pero inhalo y exhalo, ya que aquí no puedo meter la cabeza entre las rodillas. —¿Qué he dicho? —grita su instructor mientras carga contra la colchoneta—. ¡Le rompiste el maldito cuello! —¿Cómo iba a saber que su cuello era tan débil? —Jack argumenta.

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Estás muerta, Sorrengail, y seré yo quien te mate. Su promesa de ayer se desliza por mi memoria. —Mirada al frente —ordena Emetterio, pero su tono es más amable que antes mientras todos apartamos la vista del muerto de primer año—. No tienen que acostumbrarse —nos dice—. Pero tienen que seguir funcionando a pesar de ello. Tú y tú. —Señala a Rhiannon y a otro estudiante de primer año en nuestro escuadrón, un hombre de constitución robusta, cabello azul-negro y rasgos angulares. Mierda, no puedo recordar su nombre. ¿Trevor? ¿Thomas, tal vez? Hay demasiada gente nueva como para recordar quién es quién en este momento. Miro a Dain, pero él está observando a la pareja mientras suben al tatami. Rhiannon hace un trabajo rápido con el de primer año, sorprendiéndome cada vez que esquiva un puñetazo y asesta uno de los suyos. Es rápida y sus golpes son potentes, el tipo de combinación letal que la distinguirá, al igual que a Mira. —¿Te rindes? —le pregunta al chico de primero cuando lo lleva de espaldas, con la mano detenida a medio golpe justo encima de su garganta. ¿Tanner? Estoy bastante seguro de que es algo que empieza por T. —¡No! —grita, enganchando sus piernas alrededor de las de Rhiannon y golpeándola contra su espalda. Pero ella rueda y se pone de pie rápidamente antes de volver a ponerlo en la misma posición, esta vez con la bota en el cuello. —No sé, Tynan, quizá quieras ceder —dice Dain con una sonrisa—. Te está dando por el trasero. Ah, es cierto. Tynan. —¡Vete a la mierda, Aetos! —Tynan suelta un chasquido, pero Rhiannon le presiona la garganta con la bota y lo hace tragar la última palabra. Tynan se pone rojo como una cuba. Sí, Tynan tiene más ego que sentido común. —Se rinde —grita Emetterio, y Rhiannon da un paso atrás, ofreciendo su mano. Tynan la toma. —Tú... —Emetterio señala a alguien de segundo año de cabello rosa con la reliquia de la rebelión—. Y tú. —Su dedo gira hacia mí. Es al menos una cabeza más alta que yo, y si el resto de su cuerpo está tan tonificado como sus brazos, entonces estoy bastante jodida. No puedo dejar que me ponga las manos encima. El corazón amenaza con salírseme del pecho, pero asiento y piso la colchoneta. —Tú puedes —dice Rhiannon, dándome un golpecito en el hombro al pasar junto a mí. —Sorrengail. —La chica de cabello rosa me mira como si fuera algo que ha raspado del lateral de su bota, entrecerrando sus ojos verde pálido—. Deberías

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teñirte el cabello si no quieres que todo el mundo sepa quién es tu madre. Eres la única friki de cabello plateado del cuadrante. —Nunca dije que me importara si todo el mundo sabe quién es mi madre. — Rodeo a la de segundo año sobre la alfombra—. Estoy orgullosa de su servicio para proteger nuestro reino, de los enemigos de dentro y de fuera. Mientras su mandíbula se tensa ante el comentario, una burbuja de esperanza surge en mi pecho. Los marcados, como había escuchado a algunas personas esta mañana referirse a aquellos que llevan reliquias de rebelión en sus brazos, culpan a mi madre por la ejecución de sus padres. Está bien. Ódienme. Mamá a menudo dice que en el momento en que dejas que las emociones entren en una pelea, ya has perdido. Nunca he rezado con más fervor para que mi madre, de sangre fría, tuviera razón. —¡Maldita! —escupe ella—. Tu madre asesinó a mi familia. Se abalanza sobre mí y la esquivo rápidamente, girando sobre sí misma con las manos en alto. Seguimos así unos cuantos asaltos más, y yo lanzo unos cuantos jabs y empiezo a pensar que mi plan podría funcionar. Gruñe por lo bajo al fallar de nuevo, y su pie vuela hacia mi cabeza. Lo esquivo con facilidad, pero entonces ella se tira al suelo y patea con el otro pie, que me da de lleno en el pecho, haciéndome retroceder. Caigo al suelo con un ruido sordo, y ella ya está encima de mí, muy rápido. —¡No puedes usar tus poderes aquí, Imogen! —grita Dain. Imogen está haciendo todo lo posible para matarme. Sus ojos están por encima de los míos y siento el rápido deslizamiento de algo duro contra mis costillas cuando me sonríe. Pero su sonrisa se desvanece cuando ambas miramos hacia abajo, y no puedo evitar notar que vuelve a envainar una daga. La armadura acaba de salvarme la vida. Gracias, Mira. La confusión empaña el rostro de Imogen durante un segundo, lo suficiente para que yo le dé un puñetazo en la mejilla y salga rodando de debajo de ella. Mi mano grita de dolor a pesar de que estoy segura de haber cerrado bien el puño, pero lo bloqueo mientras ambas nos ponemos de pie. —¿Qué clase de armadura es esa? —me pregunta, mirándome las costillas mientras nos rodeamos. —La mía. —Me agacho y esquivo cuando viene hacia mí de nuevo, pero sus movimientos son borrosos. —¡Imogen! —Emetterio grita—. Hazlo de nuevo, y yo... Esta vez doy un volantazo y ella me atrapa, tirándome al suelo. La colchoneta me golpea la cara y su rodilla se clava en mi espalda mientras me tira del brazo derecho por detrás. —¡Ríndete! —grita.

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No puedo. Si cedo el primer día, ¿qué traerá el segundo? —¡No! —Ahora soy yo la que carece de sentido común como Tynan, y soy mucho más frágil. Tira más de mi brazo y el dolor consume todos mis pensamientos, ennegreciendo los bordes de mi visión. Grito cuando los ligamentos se estiran, se rompen y estallan. —¡Ríndete, Violet! —Dain grita. —¡Ríndete! —Imogen exige. Jadeando contra su peso en mi espalda, vuelvo la cara hacia un lado mientras me separa el hombro, el dolor me consume. —Ella cede —dice Emetterio—. Es suficiente. Lo oigo de nuevo, el macabro sonido de un hueso rompiéndose, pero esta vez es el mío.

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Es mi opinión que de todos los poderes que proporcionan a los jinetes, la capacidad de sanación es la más valiosa, pero no podemos permitirnos caer en la complacencia cuando estamos en compañía de un poder tan importante. Los sanadores son raros y los heridos no lo son. -GUÍA MODERNA PARA SANADORES DE MAJOR FREDERICK

as llamas de la agonía me envuelven la parte superior del brazo y el pecho mientras Dain me lleva por el pasadizo inferior cubierto que sale del Cuadrante de los Jinetes, cruza el barranco y entra en el Cuadrante de los Sanadores. Se trata básicamente de un puente de piedra, cubierto y revestido con más piedra, lo que lo convierte en un túnel suspendido con algunas ventanas, pero no pienso con suficiente claridad como para asimilarlo mientras avanzamos a toda prisa, sus zancadas devorando la distancia. —Ya casi está —me tranquiliza, su agarre firme pero cuidadoso sobre mi caja torácica y bajo mis rodillas mientras mi brazo inútil descansa sobre mi pecho. —Todo el mundo te ha visto perder la cabeza —susurro, haciendo todo lo posible por bloquear mentalmente el dolor, como he hecho en innumerables ocasiones. Normalmente es tan fácil como construir un muro mental alrededor del tormento palpitante de mi cuerpo y decirme a mí misma que el dolor solo existe en esa caja para que no pueda sentirlo, pero esta vez no funciona tan bien. —No la perdí. —Da tres patadas a la puerta cuando llegamos a ella. —Gritaste y me sacaste de allí como si significara algo para ti. —Me concentro en la cicatriz de su mandíbula, en la barba incipiente de su piel morena, en cualquier cosa para no sentir la destrucción total en mi hombro. —Sí, significas algo para mí. —Da otra patada. Y ahora todo el mundo lo sabe.

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La puerta se abre y Winifred, una sanadora que ha estado a mi lado demasiadas veces para mencionarlas se aparta para que Dain pueda llevarme dentro. —¿Otra herida? Ustedes los jinetes sí que están intentando llenar nuestras camas para... ¿Ah, no, Violet? —Sus ojos se abren de par en par. —Hola, Winifred —me las arreglo para decir por encima del dolor. —Por aquí. —Nos conduce a la enfermería, un largo pasillo de camas, la mitad de las cuales están llenas de gente vestida de negro. Los curanderos no tienen magia, confían en las tinturas tradicionales y la formación médica para curar lo mejor que pueden, pero los sanadores sí. Espero que Nolon esté por aquí esta noche, ya que me ha estado curando durante los últimos cinco años. La habilidad de la sanación es excepcionalmente rara entre los jinetes. Tienen el poder de arreglar, restaurar y devolver cualquier cosa a su estado original, desde telas rasgadas hasta puentes pulverizados, pasando por huesos humanos rotos. Mi hermano Brennan era un sanador y, de haber vivido, habría sido uno de los mejores. Dain me tiende suavemente en la cama a la que nos lleva Winifred y luego se apoya en el borde del colchón, cerca de mi cadera. Cada arruga de su rostro me reconforta mientras me pasa una mano curtida por la frente. —Helen, ve a buscar a Nolon —ordena Winifred a una curandera de unos cuarenta años que pasa por allí. —¡No! —Dain grita, con pánico en su tono. ¿Perdón? La curandera de mediana edad mira entre Dain y Winifred, claramente indecisa. —Helen, esta es Violet Sorrengail, y si Nolon se entera de que estuvo aquí y no lo llamaste, bueno... eso es cosa tuya —dice Winifred en un tenor engañosamente tranquilo. —¿Sorrengail? —repite la curandera, alzando la voz. Intento concentrarme en Dain a través de las punzadas de mi hombro, pero la habitación empieza a dar vueltas. Quiero preguntarle por qué no quiere que me cure el hombro, pero otra oleada de dolor amenaza con dejarme inconsciente y lo único que puedo hacer es gemir. —Llama a Nolon o dejará que su dragón te coma viva, con cara agria y todo, Helen. —Winifred arquea una ceja plateada mientras ignora a Dain insistiendo de nuevo en que no llame al sanador. La mujer palidece y desaparece. Dain acerca una silla de madera a mi cama y raspa el suelo con un sonido espantoso. —Violet, sé que estás adolorida, pero tal vez...

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—¿Tal vez qué, Dain Aetos? ¿Quieres verla sufrir? —lo sermonea Winifred—. Te dije que te romperían —murmura mientras se inclina sobre mí, con sus ojos grises llenos de preocupación mientras me evalúa. Winifred es la mejor curandera que tiene Basgiath, y ella misma prepara todos los tónicos que receta, y me ha visto pasar por más apuros de los que me importa contar a lo largo de los años—. ¿Me escucharía? Por supuesto que no. Tu madre es muy testaruda. Me sujeta el brazo herido y hago una mueca de dolor cuando me lo levanta unos centímetros y me toca el hombro. —Bueno, eso sí que está roto. —exclama Winifred, enarcando las cejas al verme el brazo—. Y parece que necesitamos un cirujano para ese hombro. ¿Qué pasó? —le pregunta a Dain. —Sparring —explico en una palabra. —Cállate. Ahorra tu energía. —Winifred vuelve a mirar a Dain—. Haz algo útil, muchacho, y corre la cortina a nuestro alrededor. Cuanta menos gente la vea herida, mejor. Se pone en pie de un salto y cumple rápidamente, corriendo la tela azul a nuestro alrededor para hacer una habitación pequeña pero eficaz, separándonos de los otros jinetes que han sido traídos. —Bebe esto. —Winifred saca un frasco de líquido ámbar de su cinturón—. Te aliviará el dolor mientras te curamos. —No puedes pedirle que la cure —protesta Dain mientras descorcha el frasco. —Los dos hemos estado curándola durante los últimos cinco años —sermonea, acercando el frasco—. No empieces a decirme lo que puedo o no puedo hacer. Dain desliza una mano bajo mi espalda y la otra bajo mi cabeza, ayudándome a incorporarme ligeramente para que pueda tragar el líquido. Al tragarlo, me resulta amargo como siempre, pero sé que servirá. Me acomoda de nuevo en la cama y se vuelve hacia Winifred. —No quiero que sufra, para eso estamos aquí. Pero si está tan malherida, seguro que podemos ver si los escribas la aceptan como ingreso tardío. Sólo ha pasado un día. A medida que su razonamiento para no querer un sanador se asimila, mi ira es capaz de atravesar el dolor el tiempo suficiente para que le diga en pausas: —No voy a ir con los escribas. Entonces suspiro y cierro los ojos mientras un agradable zumbido recorre mis venas. Pronto hay suficiente distancia entre el dolor y yo como para pensar con cierta claridad, y vuelvo a abrir los ojos. Al menos, creo que es pronto, pero hay una conversación en curso a la que claramente no he estado prestando atención, así que obviamente han pasado unos minutos.

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La cortina se descorre y Nolon entra apoyándose en su bastón. Sonríe a su mujer, sus dientes blancos y brillantes contrastan con su piel morena. —Me mandaste llamar, mi... —Su sonrisa vacila al verme—. ¿Violet? —Hola, Nolon. —Obligo a mi boca a curvarse hacia arriba—. Te saludaría, pero uno de mis brazos no funciona y el otro me pesa mucho. —Dioses, ¿estoy arrastrando las palabras? —Suero de Curación. —Winifred ofrece a su marido una sonrisa torcida. —¿Está contigo, Dain? —Nolon dirige una mirada acusadora a Dain, y yo vuelvo a sentirme como si tuviera quince años, siendo arrastrada porque me rompí el tobillo mientras escalábamos un lugar donde no deberíamos haber estado. —Soy su jefe de escuadrón —responde Dain, apartándose del camino de Nolon para que el sanador pueda acercarse—. Ponerla bajo mi mando fue lo único que se me ocurrió para mantenerla a salvo. —No estás haciendo un buen trabajo, ¿verdad? —Los ojos de Nolon se entrecierran. —Era día de evaluación para el cuerpo a cuerpo —explica Dain—. Imogen, es de segundo año, dislocó el hombro de Violet y le rompió el brazo. —¿El día de la evaluación? —gruñe Nolon, cortando la tela de mi camiseta de manga corta con su daga. El hombre tiene ochenta y cuatro años, y aún viste de negro jinete, enfundado con todas sus armas. —Sumadrefueeee. Uno de los sepppara-sepppara-sssseparatistaaade FennnnRiorson —explico despacio, intentando enunciar y fallando—. Y soy unaSorrengail, así que lo entiendo. —Yo no —refunfuña Nolon—. Nunca he estado de acuerdo con la forma en que reclutaron a esos niños para el Cuadrante de los Jinetes como castigo por los pecados de sus padres. Nunca hemos obligado a los reclutas a ir a ese cuadrante. Jamás. Y por una muy buena razón. La mayoría de los cadetes no sobreviven, que era probablemente el punto, sospecho. En cualquier caso, no deberías sufrir por el honor de tu madre. La General Sorrengail salvó Navarra capturando al Great Betrayer. —Así que no la sanarás, ¿verdad? —pregunta Dain en voz baja para que no se le oiga fuera de la cortina—. Sólo pido que los sanadores hagan su trabajo y dejen que la naturaleza se tome el tiempo que necesite. Nada de magia. No tiene ninguna posibilidad si vuelve a entrar con una escayola o tiene que defenderse mientras se le cura el hombro de la operación de reconstrucción. La última le llevó cuatro meses. Esta es nuestra oportunidad de sacarla del Cuadrante de los Jinetes mientras aún respira. —Novoyconlossanadores. —Vaya, se me ha pasado lo de no balbucear—. Sanados —intento de nuevo—. SANADOR. —Oh, carajo—. Sáname. —Siempre te sanaré —promete Nolon. —Solo. Esta. Vez. —Me concentro en cada palabra—. Si. Los demás. Ven que necesito. Ser sanada. Todo el tiempo, pensarán. Que soy débil.

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—¡Por eso tenemos que aprovechar esta oportunidad para sacarte! —El pánico aumenta en la voz de Dain, y mi corazón se hunde. No puede protegerme de todo, y verme quebrarme, verme finalmente morir va a arruinarlo—. Salir de aquí e ir directamente al Cuadrante de los Escribanos es tu mejor oportunidad de sobrevivir. Miro fijamente a Dain y elijo mis palabras con cuidado. —Yo no. AbandonaréALosJinetes. Sólo por mamá. PuedoIntentarlo. Me. Me quedo. —Giro la cabeza y la habitación da vueltas mientras busco a Nolon—. Sáname... pero sóloestavez. —Sabes que te va a doler muchísimo y que te seguirá doliendo durante un par de semanas, ¿verdad? —pregunta Nolon, sentándose en la silla junto a mi cama y mirándome el hombro. Asiento. No es mi primera sanación. Cuando eres tan frágil como yo nací, el dolor de curarte sólo es secundario al dolor de la herida original. Básicamente, otro martes. —Por favor, Vi —ruega Dain en voz baja—. Por favor, cambia de cuadrante. Si no es por ti, hazlo por mí, porque no intervine lo bastante rápido. Debería haberla detenido. No puedo protegerte. Ojalá hubiera descubierto su plan antes de tomar la poción de Winifred, así podría habérselo explicado mejor. Nada de esto es culpa suya, pero va a cargar con la culpa como hace siempre. En vez de eso, respiro hondo y digo: —He tomado midecisión. —Vuelve al cuadrante, Dain —ordena Nolon sin levantar la vista—. Si fuera cualquier otra de primer año, ya te habrías ido. La mirada angustiada de Dain se clava en la mía e insisto: —Vete. Te encontraréporla mañana. —De todos modos, no quiero que vea esto. Se traga la derrota y asiente una vez, luego se da la vuelta y atraviesa la separación en las cortinas sin decir una palabra más. Espero sinceramente que mi elección de hoy no acabe destruyendo a mi mejor amigo más adelante. —¿Lista? —pregunta Nolon, con las manos sobre mi hombro. —Muerde. —Winifred me pone una tira de cuero delante de la boca y la sujeto entre los dientes. —Allá vamos —murmura Nolon, levantando las manos por encima de mi hombro. Su ceño se frunce en señal de concentración antes de hacer un movimiento giratorio. Una agonía al rojo vivo estalla en mi hombro. Mis dientes se clavan en el cuero mientras grito, aguantando un latido, luego dos, antes de perder el conocimiento.

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Los barracones están casi llenos cuando vuelvo por la noche, con el brazo derecho palpitante en un cabestrillo azul claro que me convierte en un objetivo aún mayor, si se puede. Las hondas dicen débil. Dicen rompible. Dicen responsabilidad al ala. Si me rompo así de fácil en la colchoneta, ¿qué va a pasar si me subo a lomos de un dragón? El sol hace tiempo que se ha puesto, pero el pasillo está iluminado por el suave resplandor de las luces de los magos mientras las demás mujeres de primer año se preparan para irse a la cama. Le ofrezco una sonrisa a una chica que se lleva un paño manchado de sangre al labio hinchado, y ella me la devuelve con una mueca de dolor. Cuento tres literas vacías en nuestra fila, pero eso no significa que esos cadetes estén muertos, ¿verdad? Podrían estar en el cuadrante de los sanadores, como yo, o tal vez en las cámaras de baño. —¡Estás aquí! —Rhiannon salta de su cama, ya vestida con sus pantalones cortos de dormir y su top, alivio en sus ojos y sonrisa al verme. —Estoy aquí —le aseguro—. Ya me falta una camiseta, pero estoy aquí. —Mañana puedes comprar otra en la central. —Parece que va a abrazarme, pero mira mi cabestrillo y retrocede un paso, sentándose en el borde de su litera mientras yo hago lo mismo con la mía, de cara a ella—. ¿Es muy grave? —Me va a doler durante los próximos días, pero estaré bien mientras lo mantenga inmovilizado. Estaré curada antes de que empecemos los desafíos en la colchoneta. Tengo dos semanas para averiguar cómo evitar que esto vuelva a ocurrir. —Te ayudaré a prepararte —promete—. Eres la única amiga que tengo aquí, así que preferiría que no murieras cuando esto se vuelva real. —Una comisura de sus labios se levanta en una sonrisa irónica. —Haré lo posible por no hacerlo. —Sonrío a pesar del dolor palpitante en el hombro y el brazo. Hace tiempo que se me ha pasado el efecto del tónico y empieza a dolerme muchísimo—. Y yo te ayudaré con historia. —Apoyo mi peso en la mano izquierda, que se desliza justo debajo de la almohada. Hay algo ahí. —Seremos imparables —declara Rhiannon, su mirada sigue a Tara, la chica morena y con curvas de Morraine, mientras pasa por delante de nuestras literas. Saco un pequeño libro, no, es un diario, con una nota doblada encima que dice Violet con la letra de Mira. Con una mano, abro la nota. Violet, Me quedé el tiempo suficiente para leer los pergaminos de esta mañana, y no estás en ellos, gracias a los dioses. No puedo quedarme. Me necesitan de vuelta con mi ala, y aunque pudiera quedarme, no me dejarían verte de todos modos. Soborné a un escriba para que colara esto en tu litera. Espero que sepas lo orgullosa que estoy de ser

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tu hermana. Brennan escribió esto para mí el verano antes de entrar al cuadrante. Me salvó, y puede salvarte a ti también. Yo añadí mis propios trozos de sabiduría ganada con esfuerzo aquí y allá, pero sobre todo es suyo, y sé que él querría que lo tuvieras. Él querría que vivieras. Con amor, Mira. Trago saliva y dejo la nota a un lado. —¿Qué pasa? —Rhiannon pregunta. —Es de mi hermano. —Las palabras apenas salen de mis labios cuando abro la tapa. Mi madre quemó todo lo que tenía después de su muerte, como manda la tradición. Hacía siglos que no veía los trazos gruesos de su letra y, sin embargo, ahí están. Se me aprieta el pecho y me invade una nueva oleada de dolor—. El libro de Brennan —leo en la primera página y luego paso a la segunda. Mira, Eres una Sorrengail, así que sobrevivirás. Quizá no tan espectacularmente como yo, pero no todos podemos estar a mi altura, ¿verdad? Bromas aparte, esto es todo lo que he aprendido. Mantente a salvo. Mantente oculta. Tienes que vivir, porque Violet está mirando. No puedes dejar que te vea caer. Brennan. Se me saltan las lágrimas, pero las reprimo. —Es solo su diario —miento, hojeando las páginas. Oigo su tono chistoso y sarcástico mientras ojeo sus palabras, como si estuviera aquí de pie, quitándole importancia a cualquier peligro con un guiño y una sonrisa. Maldita sea, lo extraño— . Murió hace cinco años. —Oh, eso es... —Rhiannon se inclina, sus ojos pesados con simpatía—. No siempre quemamos todo, tampoco. A veces es bueno tener algo, ¿sabes? —Sí —susurro. Lo es todo tener esto, y aun así sé que mamá lo tirará al fuego si lo encuentra. Rhiannon vuelve a sentarse en la cama, abre su libro de historia y yo vuelvo a caer en la historia de Brennan, empezando por la tercera página. Sobreviviste al Parapeto. Bien. Sé observadora los próximos días, y no hagas nada que llame la atención. He dibujado un mapa que te muestra no sólo dónde están las aulas, sino también dónde se reúnen los instructores. Sé que estás nerviosa por los desafíos, pero no deberías estarlo, no con ese gancho derecho que tienes. Los encuentros pueden parecer aleatorios, pero no lo son. Lo que los instructores no te dicen es que deciden los desafíos la semana anterior, Mira. Cualquier cadete puede solicitar un desafío, sí, pero los instructores te asignarán los combates en función de los más débiles. Eso significa que una vez que empieza el verdadero cuerpo a cuerpo, los instructores ya saben contra quién te enfrentarás ese día. Este es el secreto: si sabes dónde mirar y puedes salir sin que te vean, sabrás contra quién vas a luchar para poder prepararte.

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Respiro y devoro el resto de la entrada, con la esperanza floreciendo en mi pecho. Si sé contra quién voy a luchar, podré empezar la batalla incluso antes de pisar el tatami. Mi mente da vueltas y un plan toma forma. Dos semanas, ese es el tiempo que tengo para conseguir todo lo que necesitaré antes de que empiecen los desafíos, y nadie conoce los terrenos de Basgiath como yo. Todo está aquí. Una lenta sonrisa se dibuja en mi rostro. Sé cómo sobrevivir.

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En aras de preservar la paz en Navarra, no se permitirá asignar más de tres cadetes portando reliquias de rebelión a ningún escuadrón de ningún cuadrante. ADICIÓN 5.2, CÓDIGO DE CONDUCTA DE LA ESCUELA DE GUERRA DE BASGIATH Además de los cambios del año pasado, se considerará un acto de conspiración sediciosa y se declara como delito capital que los marcados se reúnan en grupos de tres o más. ADICIÓN 5.3, CÓDIGO DE CONDUCTA DE LA ESCUELA DE GUERRA DE BASGIATH

aldita sea —murmuro cuando el dedo del pie se me engancha en una piedra y tropiezo con la hierba que crece a la altura de la cintura junto al río bajo la ciudadela. La luna está llena e ilumina mi camino, pero eso significa que estoy sudando a mares con esta capa para mantenerme oculta, por si acaso hay alguien más deambulando por aquí después del toque de queda. El río Iakobos se precipita con el caudal estival de los picos de arriba, y las corrientes son rápidas y mortales en esta época del año, sobre todo al salir de la empinada caída del barranco. No es de extrañar que ese chico de primer año muriera al caerse ayer durante nuestro tiempo de descanso. Desde el Parapeto, nuestro escuadrón es el único del cuadrante que no ha perdido a nadie, pero sé que es poco probable que eso dure mucho más en esta escuela despiadada. Apretando mi pesada mochila sobre la honda, me acerco al río, a lo largo de la antigua hilera de robles donde sé que una cepa de bayas de fonilee estará pronto en sazón. Maduras, las bayas púrpuras son ácidas y apenas comestibles pero, recogidas antes de tiempo y dejadas secar, serán un arma excelente en el creciente arsenal que me han proporcionado nueve noches de escabullidas. Esta fue exactamente la razón por la que traje el libro de venenos conmigo.

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Los desafíos empiezan la semana que viene, y necesito todas las ventajas posibles. Vislumbro la roca que he utilizado como punto de referencia durante los últimos cinco años y cuento los árboles de la orilla. —Uno, dos, tres —susurro, viendo el roble exacto que necesito. Sus ramas se extienden anchas y altas, algunas incluso se atreven a asomarse por encima del río. Por suerte para mí, la más baja es fácilmente escalable, más aún con la hierba extrañamente pisoteada debajo. Una punzada de dolor me recorre el hombro cuando saco el brazo derecho del cabestrillo y empiezo a escalar a la luz de la luna y con la memoria. El dolor se desvanece rápidamente, como todas las noches que Rhiannon me ha estado pateando el trasero en la colchoneta. Espero que mañana Nolon me libere definitivamente del molesto cabestrillo. La enredadera fonilee se parece engañosamente a la hiedra cuando trepa por el tronco, pero he escalado este árbol en concreto suficientes veces como para saber que es éste. Sólo que nunca antes había tenido que escalar la maldita cosa con una capa. Es una mierda. La tela se engancha en casi todas las ramas a medida que asciendo, lenta y constantemente, pasando por la rama ancha donde solía pasar horas leyendo. —¡Mierda! —Mi pie resbala en la corteza y mi corazón tartamudea durante un segundo mientras mis pies encuentran mejores agarres. Esto sería mucho más fácil durante el día, pero no puedo arriesgarme a que me atrapen. La corteza me raspa las palmas de las manos mientras subo. Las puntas de las hojas de la enredadera son blancas a esta altura, apenas visibles a la luz moteada de la luna a través del dosel, pero sonrío al encontrar exactamente lo que buscaba. —Ahí están. —Las bayas púrpuras son una lavanda hermosa, sin madurar. Perfectas. Clavo las uñas en la rama que hay sobre mí y consigo no tambalearme el tiempo suficiente para tomar un frasco vacío de mi mochila y destaparlo con los dientes. Luego arranco de la enredadera las bayas suficientes para llenar el frasco y vuelvo a poner el tapón. Entre esto, las setas que he cosechado esta noche y los demás objetos que he recogido, debería poder superar el próximo mes de desafíos. Ya casi he bajado del árbol, sólo me falta un puñado de ramas, cuando veo movimiento debajo de mí y me detengo. Espero que solo sea un ciervo. Pero no lo es. Dos figuras con capas negras, aparentemente el disfraz elegido para esta noche, caminan bajo la protección del árbol. La más pequeña se apoya en la rama más baja y se quita la capucha para mostrar una cabeza medio rapada de cabello rosa que conozco demasiado bien. Imogen, la compañera de escuadrón que casi me arranca el brazo hace diez días.

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Se me hace un nudo en el estómago cuando el segundo jinete se quita la capucha. Xaden Riorson. Oh, mierda. Hay unos cuatro metros entre nosotros y nada, y aquí no hay nadie que pueda impedir que me maten. El miedo me oprime la garganta y me agarro con fuerza a las ramas que me rodean, debatiéndome entre aguantar la respiración para que no me oigan o caerme del árbol si me desmayo por falta de oxígeno. Empiezan a hablar, pero no puedo oír lo que dicen, no con el río corriendo. Siento alivio en los pulmones. Si yo no puedo oírlos, ellos tampoco pueden oírme a mí, siempre que me mantenga firme. Pero basta con que él levante la vista para que esté frita, literalmente, si decide darme de comer a su Cola de Daga Azul. La luz de la luna que agradecía hace unos minutos se ha convertido ahora en mi mayor lastre. Despacio, con cuidado, en silencio, salgo de la luz de la luna y me dirijo a la rama de al lado, cubriéndome de sombras. ¿Qué está haciendo aquí con Imogen? ¿Son amantes? ¿Son amigos? No es de mi incumbencia y, sin embargo, no puedo evitar preguntarme si ella es el tipo de mujer que le gusta, una cuya belleza sólo es superada por su brutalidad. Se merecen el uno al otro. Xaden se aparta del río, como si buscara a alguien, y, efectivamente, llegan más jinetes, que se reúnen bajo el árbol. Todos van vestidos con capas negras mientras se dan la mano. Y todos llevan reliquias de la rebelión. Mis ojos se abren de par en par mientras cuento. Hay casi dos docenas de ellos, unos cuantos de tercer año y un par de segundo, pero el resto son todos de primero. Conozco las reglas. Los marcados no pueden reunirse en grupos de más de tres. Están cometiendo un delito capital simplemente por estar juntos. Es obvio que se trata de algún tipo de reunión, y me siento como un gato aferrado a las ramas de este árbol mientras los lobos dan vueltas por debajo. Su reunión podría ser totalmente inofensiva, ¿no? Tal vez tengan nostalgia, como cuando todos los cadetes de la provincia de Morraine pasan un sábado en el lago cercano sólo porque les recuerda el océano que tanto echan de menos. O tal vez los marcados están conspirando para quemar Basgiath hasta los cimientos y terminar lo que sus padres empezaron. Puedo sentarme aquí e ignorarlos, pero mi complacencia, mi miedo, podría hacer que mataran a la gente si están ahí abajo maquinando. Lo correcto es decírselo a Dain, pero ni siquiera oigo lo que dicen. Mierda. Mierda. Mierda. Las náuseas se revuelven en mi estómago. Tengo que acercarme. Manteniéndome en el lado opuesto del tronco y pegada a las sombras que me envuelven, desciendo por otra rama con velocidad de perezoso, conteniendo la respiración mientras pruebo cada rama con una fracción de mi peso antes de bajar. Sus voces aún están amortiguadas por el río, pero puedo oír al más ruidoso de ellos,

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un hombre alto, moreno y de piel pálida, cuyos hombros ocupan el doble de espacio que los de cualquier alumno de primero, de pie frente a la posición de Xaden y con el rango de uno de tercero. —Ya hemos perdido a Sutherland y Luperco —dice, pero no consigo entender la respuesta. Hacen falta dos peldaños más de ramas antes de que sus palabras sean claras. El corazón me late como si quisiera escaparse de las costillas. Estoy lo bastante cerca como para que cualquiera de ellos pueda verme si se fijan bien... bueno, todos menos Xaden, ya que está de espaldas a mí. —Te guste o no, vamos a tener que permanecer juntos si quieres sobrevivir hasta la graduación —dice Imogen. Un pequeño salto a la derecha y podría devolverle esa insensible maniobra con el hombro que me hizo con una rápida patada en la cabeza. Resulta que en este momento valoro más mi propia vida que la venganza, así que me callo. —¿Y si se enteran de que nos hemos reunido? —pregunta una chica de primer año con tez aceitunada, mientras sus ojos recorren el círculo. —Llevamos dos años haciendo esto y nunca se han enterado —responde Xaden, cruzándose de brazos y apoyándose en la extremidad de debajo de mi derecha—. No lo harán a menos que uno de ustedes lo cuente. Y si lo cuentan, lo sabré. —La amenaza es obvia en su tono—. Como dijo Garrick, ya perdimos a dos de primer año por su propia negligencia. Sólo somos cuarenta y uno en el Cuadrante de los Jinetes, y no queremos perder a ninguno de ustedes, pero lo haremos si no se ayudan a ustedes mismos. Las probabilidades siempre están en nuestra contra, y créanme, todos los demás navarros del cuadrante buscarán razones para llamarlos traidores u obligarlos a fracasar. Se oye un murmullo de asentimiento y la intensidad de su voz me corta la respiración. Maldita sea, no quiero encontrar admirable ni una sola cosa de Xaden Riorson y, sin embargo, aquí está, siendo tan irritantemente admirable. Idiota. Tengo que admitir que estaría bien que a un jinete de alto rango de mi provincia le importara una mierda si los demás vivimos o morimos. —¿A cuántos de ustedes les van a dar por el trasero en el cuerpo a cuerpo? — pregunta Xaden. Cuatro manos se alzan en el aire, ninguna de las cuales pertenece al chico de cabello rubio de punta que está de pie con los brazos cruzados, una cabeza más alto que la mayoría de los demás. Liam Mairi. Pertenece al Segundo Escuadrón, Sección de Cola de nuestra Ala, y ya es el mejor cadete de nuestro año. Prácticamente corrió por el parapeto y destruyó a todos los oponentes el día de la evaluación. —Mierda —jura Xaden, y daría cualquier cosa por ver su expresión mientras se lleva una mano a la cara. El gran Garrick suspira.

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—Yo les enseñaré. —Ahora lo reconozco. Es el líder de la Sección Llama en la Cuarta Ala. Mi superior directo por encima de Dain. Xaden sacude la cabeza. —Eres nuestro mejor luchador... —Eres nuestro mejor luchador —responde con una rápida sonrisa un chico de segundo año cercano a Xaden. Es guapo, con la piel morena coronada por una nube de rizos negros y una letanía de insignias en lo que puedo ver de su uniforme bajo la capa. Sus rasgos son tan parecidos a los de Xaden que podrían ser parientes. ¿Primos, tal vez? Fen Riorson tenía una hermana, si mal no recuerdo. Mierda, ¿cómo se llamaba el tipo? Hace años que no leo los registros, pero creo que empezaba con B. —El luchador más sucio, tal vez —ironiza Imogen. Casi todo el mundo se ríe, e incluso los de primer año esbozan una sonrisa. —Jodidamente despiadado es más parecido —añade Garrick. Hay un consenso general de asentimientos, incluido uno de Liam Mairi. —Garrick es nuestro mejor luchador, pero Imogen está a su altura, y es muchísimo más paciente —apunta Xaden, lo cual es ridículo teniendo en cuenta que no parecía demasiado paciente mientras me rompía el brazo—. Así que los cuatro se dividen entre los dos para entrenar. Un grupo de tres no atraerá ninguna atención no deseada. ¿Qué más te está dando problemas? —No puedo hacer esto —dice un desgarbado estudiante de primer año, rodando los hombros hacia dentro y levantando sus delgados dedos hacia la cara. —¿Qué quieres decir? —pregunta Xaden, con voz dura. —¡No puedo hacer esto! —El más pequeño sacude la cabeza—. La muerte. La lucha. Nada de eso. —El tono de su voz sube con cada afirmación—. ¡A un tipo le partieron el cuello delante de mí el día de la evaluación! Quiero irme a casa. ¿Puedes ayudarme con eso? Todas las cabezas giran hacia Xaden. —No. —Xaden se encoge de hombros—. No lo vas a conseguir. Mejor acéptalo ahora y no me quites más tiempo. Hago todo lo que puedo hacer para contener mi jadeo, y algunos de los otros en el grupo no se molestan en intentarlo. Qué. Imbécil. El más pequeño parece afligido y no puedo evitar sentirme mal por él. —Eso ha sido un poco duro, primo —dice levantando las cejas el chico de segundo año que se parece un poco a Xaden. —¿Qué quieres que te diga, Bodhi? —Xaden ladea la cabeza, con voz tranquila y uniforme—. No puedo salvar a todo el mundo, y menos a alguien que no está dispuesto a trabajar para salvarse a sí mismo. —Maldición, Xaden. —Garrick se frota el puente de la nariz—. Qué manera de dar una charla de ánimo.

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—Si necesitan una maldita charla de ánimo, entonces ambos sabemos que no van a volar fuera del cuadrante el día de la graduación. Seamos realistas. Puedo tomarlos de la mano y hacerles un montón de promesas vacías de mierda sobre que todos saldrán adelante si eso les ayuda a dormir, pero en mi experiencia, la verdad es mucho más valiosa. —Gira la cabeza, y sólo puedo suponer que está mirando al aterrorizado de primer año—. En la guerra, la gente muere. Tampoco es gloriosa como cantan los bardos. Hay cuellos rotos y caídas de más de medio metro. No hay nada romántico en la tierra quemada ni en el olor a azufre. Esto —hace un gesto hacia la ciudadela—, no es una fábula en la que todos salen vivos. Es la dura, fría e indiferente realidad. No todos los que estamos aquí vamos a volver a casa... a lo que quede de nuestros hogares. Y no se equivoquen, estamos en guerra cada vez que ponemos un pie en el cuadrante. —Se inclina ligeramente hacia delante—. Así que si no te pones las pilas y luchas por vivir, entonces no. No lo vas a conseguir. Sólo los grillos se atreven a romper el silencio. —Ahora, que alguien me dé un problema que pueda resolver de verdad — ordena Xaden. —Informes de Batalla —dice en voz baja una estudiante de primer año que reconozco. Su litera está a sólo una fila de la de Rhiannon y la mía. Mierda... ¿cómo se llama? Hay demasiadas mujeres en el pasillo como para conocerlas a todas, pero estoy segura de que está en la tercera Ala—. No es que no pueda seguir el ritmo, pero la información.... —Se encoge de hombros. —Eso es difícil —responde Imogen, volviéndose para mirar a Xaden. Su perfil a la luz de la luna es casi irreconocible como la misma persona que me destrozó el hombro. Esa Imogen es cruel, incluso despiadada. Pero la forma en que mira a Xaden suaviza sus ojos, su boca, toda su postura mientras se pasa un mechón de cabello rosa por detrás de la oreja. —Aprendes lo que te enseñan —le dice Xaden a la chica de primer año, su voz tomando un tono duro—. Quédate con lo que sabes pero recita lo que te digan. Arrugo la frente. ¿Qué demonios quiere decir con eso? Informes de Batalla es una de las clases que imparten los escribas para mantener al cuadrante al día de todos los movimientos de tropas y líneas de batalla no clasificados. Lo único que se nos pide que recitemos son los acontecimientos recientes y el conocimiento general de lo que ocurre cerca del frente. —¿Alguien más? —pregunta Xaden—. Será mejor que pregunten ahora. No tenemos toda la noche. Entonces me doy cuenta de que, aparte de estar reunidos en un grupo de más de tres personas, no hay nada malo en lo que están haciendo aquí. No hay complot, ni golpe, ni peligro. Es sólo un grupo de jinetes mayores aconsejando a los de primer año de su provincia. Pero si Dain lo supiera, estaría obligado a... —¿Cuándo podremos matar a Violet Sorrengail? —pregunta un tipo al fondo. Mi sangre se convierte en hielo.

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El murmullo de asentimiento entre el grupo me produce una sacudida de terror. —Sí, Xaden —dice Imogen dulcemente, levantando sus pálidos ojos verdes hacia él—. ¿Cuándo tendremos por fin nuestra venganza? Se gira lo justo para que pueda ver su perfil y la cicatriz que le cruza la cara mientras entrecierra los ojos hacia Imogen. —Ya te lo he dicho, la Sorrengail más joven es mía, y me encargaré de ella cuando llegue el momento. ¿Él... se encargará de mí? Mis músculos se descongelan con el calor de la indignación. No soy un inconveniente del que hay que encargarse. Mi efímera admiración por Xaden ha terminado. —¿No habías aprendido ya esa lección, Imogen? —reprende Xaden desde la mitad del círculo—. Por lo que he oído, Aetos te tiene fregando los platos de la cena durante el próximo mes por usar tus poderes en la colchoneta. Imogen gira la cabeza en su dirección. —Su madre es responsable de la ejecución de mi madre y mi hermana. Debería haber hecho algo más que romperle el hombro. —Su madre es responsable de la captura de casi todos nuestros padres — replica Garrick, cruzando los brazos sobre el pecho—. No su hija. Castigar a los hijos por los pecados de sus padres es el estilo de Navarra, no el de Tyrrish. —Así que nos reclutan por lo que hicieron nuestros padres hace años y nos meten en esta sentencia de muerte que es la escuela... —empieza Imogen. —Por si no te diste cuenta, ella está en la misma sentencia de muerte de esta escuela —replica Garrick—. Parece que ya está sufriendo el mismo destino. ¿En serio los estoy viendo debatir sobre si debo ser castigada por ser hija de Lilith Sorrengail? —No olvides que su hermano era Brennan Sorrengail —añade Xaden—. Tiene tantos motivos para odiarnos como nosotros a ella. —Mira fijamente a Imogen y a la chica de primero que hizo la pregunta—. Y no te lo voy a repetir. Yo me encargo de ella. ¿Alguien tiene ganas de discutir? Reina el silencio. —Bien. Entonces vuelvan a la cama y vayan de tres en tres. —Hace un gesto con la cabeza, y se dispersan lentamente, alejándose en grupos de tres tal y como les ordenó. Xaden es el último en irse. Respiro lentamente. Mierda, puede que sobreviva a esto. Pero tengo que estar segura de que se han ido. No muevo ni un músculo, ni siquiera cuando se me acalambran los muslos y se me traban los dedos mientras cuento hasta quinientos en mi cabeza, respirando lo más uniformemente posible para suavizar los latidos de mi corazón galopante.

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Sólo cuando estoy segura de que estoy sola, cuando las ardillas pasan correteando por el suelo, termino de trepar por el árbol, saltando los últimos dos metros hasta el suelo cubierto de hierba. Zihnal debe tener debilidad por mí, porque soy la mujer más afortunada del continente. Una sombra se abalanza sobre mí y abro la boca para gritar, pero un codazo me corta el aire y me empuja contra un pecho duro. —Grita y morirás —susurra, y mi estómago cae en picada cuando el codo es sustituido por el afilado mordisco de una daga en mi garganta. Me congelo. Reconocería el tono áspero de la voz de Xaden en cualquier parte. —Maldita Sorrengail. —Su mano tira hacia atrás de la capucha de mi capa. —¿Cómo lo supiste? —Mi tono es francamente indignado, pero da igual. Si va a matarme, no voy a caer sin pelear—. Déjame adivinar, pudiste oler mi perfume. ¿No es eso lo que siempre delata a la heroína en los libros? Se burla. —Comando a las sombras, pero claro, fue tu perfume el que te delató. —Baja el cuchillo y se aleja. Jadeo. —¿Tu habilidad es una sombra? —No me extraña que haya subido tanto de rango. Los portadores de sombras son increíblemente raros y muy codiciados en la batalla, capaces de desorientar a hordas enteras de grifos, si no de derribarlos, dependiendo de la fuerza de la habilidad. —¿Qué, Aetos aún no te ha advertido que no te quedes a solas conmigo en la oscuridad? Su voz es como terciopelo áspero a lo largo de mi piel, y me estremezco, luego saco mi propia daga de la vaina en mi muslo y la levanto mientras giro hacia él, lista para defenderme hasta la muerte. —¿Así piensas manejarme? —¿Espiando a escondidas? —Arquea una ceja negra y enfunda su daga como si yo no pudiera suponer una amenaza para él, lo que sólo sirve para enojarme aún más—. Ahora puede que tenga que matarte. —Hay un matiz de verdad en esos ojos burlones. Esto es... una mierda. —Pues adelante, acaba de una vez. —Desenvaino otra daga, ésta de debajo de mi capa, donde estaba atada a mis costillas, y retrocedo un par de metros para tener distancia para lanzarlas... si no se me abalanza. Mira fijamente una daga, luego la otra, y suspira, cruzando los brazos sobre el pecho. —¿Esa postura es realmente la mejor defensa que puedes reunir? No me extraña que Imogen casi te arrancara el brazo.

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—Soy más peligrosa de lo que crees —fanfarroneo. —Ya veo. Estoy temblando de miedo. —La comisura de sus labios se levanta en una sonrisa burlona. Jodido. Idiota. Volteo las dagas en mi mano, sujetándolas en las puntas, luego giro las muñecas y las disparo por encima de su cabeza, una a cada lado. Aterrizan en el tronco del árbol que hay detrás de él. —Fallaste. —Ni siquiera se inmuta. —¿Lo hice? —Tomo mis dos últimas dagas—. ¿Por qué no retrocedes un par de pasos y pruebas esa teoría? La curiosidad se enciende en sus ojos, pero desaparece al segundo siguiente, enmascarada por una fría y burlona indiferencia. Cada uno de mis sentidos está en alerta máxima, pero las sombras que me rodean no se deslizan mientras él retrocede, sus ojos fijos en los míos. Su espalda choca contra el árbol y las empuñaduras de mis dagas rozan sus orejas. —Dime otra vez que he fallado —amenazo, sujetando la daga que tengo en la mano derecha por la punta. —Fascinante. Pareces frágil y vulnerable, pero en realidad eres una cosita violenta, ¿verdad? —Una sonrisa apreciativa curva sus labios perfectos mientras las sombras danzan por el tronco del roble, tomando la forma de dedos. Arrancan las dagas del árbol y las llevan a las manos de Xaden, que las espera. Mi Respiración me abandona con una fuerte exhalación. Tiene el tipo de poder que podría acabar conmigo sin que él tuviera que mover un dedo: el poder de las sombras. La inutilidad de intentar defenderme de él es irrisoria. Odio lo hermoso que es, lo letal que lo hacen sus habilidades mientras camina hacia mí, con las sombras enroscándose alrededor de sus pasos. Es como una de esas flores venenosas sobre las que he leído en los bosques de Cygnis, al este. Su encanto es una advertencia de que no hay que acercarse demasiado, y yo estoy definitivamente demasiado cerca. Cambiando de posición las empuñaduras de mis dagas, me preparo para el ataque. —Deberías enseñarle ese pequeño truco a Jack Barlowe —dice Xaden, girando las palmas de las manos hacia arriba y ofreciéndome mis dagas. —¿Perdón? —Esto es un truco. Tiene que ser un truco. Se acerca y alzo la daga. Mi corazón se tambalea, con latidos irregulares, mientras el miedo inunda mi organismo. —El rompecuellos de primer año que ha jurado públicamente masacrarte — aclara Xaden cuando mi daga le aprieta la capa a la altura del abdomen. Me mete la mano por debajo de la capa y desliza una daga en la funda que tengo en el muslo; luego retira un lado de la capa y se detiene. Su mirada se fija en el largo de mi trenza,

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que cae sobre mi hombro, y juraría que deja de respirar durante un instante antes de deslizar la daga restante en una de las fundas de mis costillas—. Probablemente se lo pensaría dos veces antes de planear tu asesinato si le lanzas unas cuantas dagas a la cabeza. Esto es... esto es... extraño. Tiene que ser algún tipo de juego destinado a confundirme, ¿verdad? Y si es así, lo está jugando jodidamente bien. —¿Porque el honor de mi asesinato te pertenece? —desafío—. Me querías muerta mucho antes de que tu pequeño club eligiera mi árbol para reunirse, así que imagino que ya me habrás enterrado en tu mente. Mira la daga que tiene en el estómago. —¿Piensas contarle a alguien lo de mi pequeño club? —Sus ojos se cruzan con los míos, y no hay nada más que una muerte fría y calculadora esperándolo. —No —respondo con sinceridad, reprimiendo un escalofrío. —¿Por qué no? —Inclina la cabeza hacia un lado, examinando mi cara como si fuera una rareza—. Es ilegal que los hijos de oficiales separatistas se reúnan en... —Grupos de más de tres. Soy muy consciente. He vivido en Basgiath más tiempo que tú. —Levanto la barbilla. —¿Y no vas a ir corriendo a ver a mamá, o a tu precioso pequeño Dain, y decirles que nos hemos reunido? —Su mirada se estrecha en la mía. Mi estómago se retuerce igual que antes de salir al parapeto, como si mi cuerpo supiera que cualquier acción que emprenda a continuación determinará mi esperanza de vida. —Los estabas ayudando. No veo por qué deberías ser castigado. —No sería justo ni para él ni para los demás. ¿Su pequeña reunión fue ilegal? Por supuesto. ¿Deberían morir por ello? Por supuesto que no. Y eso es exactamente lo que pasará si lo cuento. Esos de primer año serán ejecutados por nada más que pedir tutoría, y los cadetes mayores se unirán a ellos sólo porque ayudaron—. No voy a contarlo. Me mira como si intentara ver a través de mí, y el hielo me eriza el cuero cabelludo. Tengo la mano firme, pero me tiemblan los nervios ante lo que puedan depararme los próximos treinta segundos. Puede matarme aquí mismo, arrojar mi cuerpo al río y nadie sabrá que me he ido hasta que me encuentren río abajo. Pero no dejaré que acabe conmigo sin sacarle sangre primero, eso es seguro. —Interesante —dice en voz baja—. Veremos si cumples tu palabra, y si lo haces, por desgracia, parece que te deberé un favor. —Luego se aleja, se da la vuelta y se marcha, dirigiéndose de nuevo hacia la escalera del acantilado que lleva a la ciudadela. Espera, espera. Espera. —¿No vas a encargarte de mí? —le digo, sorprendida, levantando las cejas.

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—¡Esta noche no! —lanza por encima del hombro. Me burlo. —¿Y qué esperas? —No es divertido si ya lo esperas —responde, adentrándose en la oscuridad— . Ahora, vuelve a la cama antes de que tu jefe de Ala se dé cuenta de que has salido después del toque de queda. —¿Qué? —Lo sigo con la mirada—. ¡Eres mi jefe de ala! Pero ya ha desaparecido en las sombras, dejándome hablando sola como una tonta. Ni siquiera me preguntó qué llevaba en la mochila. Una lenta sonrisa se dibuja en mi rostro mientras vuelvo a meter el brazo en el cabestrillo y suspiro aliviada al quitarme el peso del hombro. Una tonta con bayas de fonilee.

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Existe un arte en el veneno que rara vez se discute, y ese es el momento adecuado. Solo un maestro puede dosificar y administrar correctamente para un inicio efectivo. Se debe tener en cuenta la masa del individuo, así como el método de administración. -USOS EFICACES DE LAS HIERBAS SILVESTRES Y CULTIVADAS POR EL CAPITÁN LAWRENCE MEDINA

l pabellón de las mujeres está en silencio mientras me visto para la mañana, el sol apenas asoma por el horizonte en las ventanas lejanas. Saco el chaleco de escamas de dragón de donde lo dejé secándose en la percha al final de la cama y me lo pongo por encima de la camiseta negra de manga corta. Menos mal que me he vuelto muy hábil apretándome los cordones a la espalda, ya que Rhiannon no está en su cama. Al menos una de nosotras está consiguiendo unos orgasmos muy necesarios. Estoy segura de que también hay una o dos personas dispersas con sus parejas entre las literas llenas. Los líderes del escuadrón hablan de hacer cumplir el toque de queda, pero a nadie le importa. Bueno, excepto a Dain. A él le importan todas las reglas. Dain. Se me aprieta el pecho y sonrío mientras termino de trenzarme el cabello en una corona. Verlo es la mejor parte de mi día, incluso en los momentos en que no es nada agradable en público. Incluso en los momentos en que se consume intentando salvarme de este lugar. Recojo mi bolso al salir, pasando junto a las filas de camas vacías que pertenecían a la docena de mujeres que no han sobrevivido para ver agosto, y abro la puerta de un empujón. Ahí está. Los ojos de Dain se iluminan mientras se aparta de la pared del pasillo donde obviamente ha estado esperándome. —Buenos días.

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No puedo evitar la sonrisa que curva mis labios. —No tienes que acompañarme al servicio todas las mañanas, ¿sabes? —Es la única vez que puedo verte cuando no soy tu jefe de escuadrón —replica mientras caminamos por el pasillo vacío, más allá de los pasillos que nos llevarán a nuestras habitaciones si sobrevivimos al Threshing—. Créeme, vale la pena levantarse una hora antes, aunque todavía no entiendo por qué eliges el desayuno antes que cualquier otra tarea. Me encojo de hombros. —Tengo mis razones. —Muy, muy, muy buenas razones. Aunque echo de menos la hora extra de sueño que había tenido antes de elegir nuestras tareas la semana pasada. Una puerta a la derecha se abre de golpe y Dain se abalanza sobre mí, arrastrándome con el brazo para que me desplome sobre su espalda. Huele a cuero, jabón y... —¿Rhiannon? —dice. —¡Lo siento! —Los ojos de Rhiannon se abren de par en par. Me zafo del agarre de Dain y me muevo a su lado para poder verla. —Me preguntaba dónde estabas esta mañana. —Una sonrisa se dibuja en mi cara cuando Tara aparece junto a ella—. Hola, Tara. —Hola, Violet. —Me saluda con la mano y se dirige al pasillo, metiéndose la camiseta en su pantalón. —Por algo tenemos toque de queda, cadete —sermonea Dain, y lucho contra el impulso de poner los ojos en blanco—. Y sabes que nadie debe estar en los dormitorios privados hasta después del Threshing. —Tal vez nos levantamos temprano —Rhiannon contraataca—. Ya sabes, como tú ahora. —Nos mira a los dos con una sonrisa maliciosa. Dain se frota el puente de la nariz. —Sólo... vuelve a los dormitorios y finge que has dormido allí, ¿quieres? —¡Por supuesto! —Me aprieta la mano al pasar. —Así se hace —susurro rápidamente. Le gustó Tara desde que llegamos. —Lo sé, ¿verdad? —Retrocede con una sonrisa, luego se da la vuelta para empujar a través de las puertas del pasillo. —Supervisar la vida sexual de los de primer año no era lo que tenía en mente cuando solicité ser jefe de escuadrón —murmura Dain, y seguimos hacia la cocina. —Oh, vamos. Como si tú no hubieras sido de primer año el año pasado. Levanta las cejas pensativo y al final se encoge de hombros. —Es cierto. Y ahora tú eres de primero.... —Sus ojos se desvían hacia mí cuando nos acercamos a las puertas arqueadas que conducen a la rotonda, y sus labios se

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entreabren como si fuera a continuar, pero aparta la mirada y gira para abrirme la puerta. —¡Espera, Dain Aetos! ¿Me estás preguntando por mi vida sexual? —Dejo que mis dedos recorran los colmillos expuestos del pilar del dragón verde y contengo una sonrisa mientras pasamos. —¡No! —Sacude la cabeza, luego hace una pausa pensativa—. Quiero decir... ¿hay una vida sexual por la que preguntar? Subimos los escalones que conducen a los comunes y me giro justo antes de la puerta para mirarlo. Está dos escalones por debajo de mí, poniéndonos a la altura de los ojos. —¿Desde que llegué? —Me golpeo la barbilla con el dedo y sonrío—. No es asunto tuyo. ¿Antes de que llegara? Sigue sin ser asunto tuyo. —Otro punto justo. —Sin embargo, su boca se curva en una sonrisa que me hace desear que sea asunto suyo. Me doy la vuelta antes de cometer la tontería de convertirlo en su asunto. Seguimos hacia los comunes, pasamos por delante de las mesas de estudio vacías y llegamos a la entrada de la biblioteca. No es tan impresionante como los Archivos de los escribas, pero tiene todos los tomos que necesito para estudiar aquí. —¿Estás lista para hoy? —pregunta Dain mientras nos acercamos a la sala de reuniones—. ¿Para los desafíos que comenzarán esta tarde? Se me hace un nudo en el estómago. —Estaré bien —le aseguro, pero se mueve delante de mí, deteniendo mis pasos. —Sé que has estado practicando con Rhiannon, pero... —La preocupación se dibuja en su frente. —Lo tengo —le prometo, mirándolo a los ojos para que sepa que lo digo en serio—. No tienes que preocuparte por mí. —Anoche, el nombre de Oren Seifert apareció junto al mío justo donde Brennan dijo que estaría. Es un rubio alto de la Primera Ala con una habilidad tolerable con la daga pero un puñetazo infernal. —Siempre me preocupo por ti. —Las manos de Dain se cierran en puños. —No lo hagas. —Sacudo la cabeza—. Puedo arreglármelas sola. —No quiero que te vuelvan a hacer daño. Mis costillas aprietan mi corazón como una prensa. —Entonces no mires. —Tomo su mano callosa entre las mías—. No puedes salvarme de esto, Dain. Voy a ser desafiada una vez a la semana como cualquier otro cadete. Y no va a parar ahí. No puedes protegerme del Threshing, o del Gauntlet, o de Jack Barlowe...

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—Tienes que pasar desapercibida con ese. —Dain hace una mueca—. Evita a ese pomposo siempre que puedas, Vi. No le des una excusa para ir por ti. Ya es responsable de demasiados nombres en la lista de la muerte. —Entonces los dragones van a amarlo. —Siempre van por los despiadados. Dain me aprieta la mano suavemente. —Sólo mantente alejada de él. Parpadeo. El consejo es tan diferente del enfoque de Xaden de lanzarle unas cuantas dagas a la cabeza. Xaden. El nudo de culpabilidad que tengo en el estómago desde la semana pasada crece un poco más. Por código, debería contarle a Dain lo de ver a los marcados bajo el roble, pero no lo haré, no porque le haya dicho a Xaden que no lo haría, sino porque guardar el secreto me parece lo correcto. Nunca le he ocultado un secreto a Dain en mi vida. —¿Violet? ¿Me has oído? —pregunta Dain, levantando una mano para acunarme la cara. Dirijo mi mirada hacia la suya, asiento y repito: —Mantenerme alejada de Barlowe. Suelta la mano y se la mete en un bolsillo del pantalón. —Esperemos que se olvide de su pequeña venganza contra ti. —¿La mayoría de los hombres olvidan cuando una mujer les pone una daga en las bolas? —Le enarco una ceja. —No. —Suspira—. Sabes, no es demasiado tarde para llevarte a escondidas a los escribas. Fitzgibbons te llevará... Suenan las campanas, que marcan las cinco y cuarto y me salvan de otra sesión de Dain rogándome que huya al Cuadrante de los Escribanos. —Estaré bien. Te veré en la formación. —Le doy un apretón en la mano y me alejo, dejándolo mientras me dirijo a la cocina. Siempre soy la primera en llegar, y hoy no es la excepción. Me meto en el bolsillo el frasco de bayas de fonilee secas y en polvo de mi mochila y me pongo manos a la obra cuando llegan los demás cadetes, somnolientos y malhumorados. Una hora más tarde, el polvo es casi blanco, casi invisible cuando ocupo mi puesto en la fila de servicio, y completamente indetectable cuando lo esparzo sobre los huevos revueltos de Oren Seifert cuando se acerca.

—Tengan en cuenta los temperamentos de cada raza específica a la hora de decidir a qué dragones acercarse y de cuáles huir en el Threshing —dice el profesor

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Kaori, con sus ojos serios y oscuros dirigiéndose hacia su nariz mientras estudia a los nuevos reclutas durante un instante, y luego cambia la proyección que ha conjurado de una Cola de Oruga Verde a una Cola de Escorpión Roja. Es un ilusionista y el único profesor del cuadrante con la habilidad asignada de proyectar lo que ve en su mente, lo que hace que esta clase sea una de mis favoritas. También es la razón por la que sabía exactamente cómo era Oren Seifert. ¿Me siento culpable por engañar descaradamente a un profesor sobre por qué necesitaba encontrar otro cadete? No. ¿Creo que es hacer trampa? Tampoco. Estaba haciendo exactamente lo que Mira sugirió, usando mi cerebro. La Cola de Escorpión Roja en el centro de nuestras mesas circulares es una fracción de su tamaño real, dos metros de alto como mucho, pero es una réplica exacta del verdadero escorpión que espera en el Valle para el Threshing. —Los cola de escorpión rojos, como Ghrian aquí, son los más rápidos en templarse —continúa el profesor Kaori, con su bigote perfectamente recortado curvándose mientras sonríe a la ilusión como si fuera el propio dragón. Todos tomamos nota—. Así que si lo ofendes... —Eres almuerzo —dice Ridoc desde mi izquierda, y la clase se ríe. Incluso Jack Barlowe, que no ha dejado de mirarme desde que su escuadrón ocupó su lugar de la sala hace media hora, resopla. —Precisamente —responde el profesor Kaori—. Entonces, ¿cuál es la mejor manera de acercarse a un Cola de Escorpión Rojo? —Echa un vistazo a la habitación. Conozco la respuesta, pero me guardo la mano, siguiendo el consejo de Dain de pasar desapercibida. —Tú no —murmura Rhiannon a mi lado, y suelto una carcajada en voz baja. —Prefieren que te acerques por la izquierda y de frente, si es posible — responde una mujer de otro de los escuadrones. —Excelente. —El profesor Kaori asiente—. Para este Threshing, hay tres Colas de Escorpión Rojas dispuestos a unirse. —La imagen cambia frente a nosotros a un dragón diferente. —¿Cuántos dragones hay en total? —Rhiannon pregunta. —Cien para este año —responde el profesor Kaori, cambiando de nuevo la imagen—. Pero algunos podrían cambiar de opinión durante la Presentación, dentro de unos dos meses, dependiendo de lo que vean. Se me cae el estómago al suelo. —Son treinta y siete menos que el año pasado. —Puede que incluso menos si no les gusta nuestro aspecto después de que tengamos que desfilar ante ellos para que nos vean dos días antes del Threshing. De todos modos, suele haber menos cadetes después de ese evento. Las oscuras cejas del profesor Kaori se alzan. —Sí, cadete Sorrengail, así es, y veintiséis menos que el año anterior.

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Cada vez son menos los dragones que deciden unirse, pero el número de jinetes que entran en el cuadrante se ha mantenido estable. Mi mente da vueltas. Los ataques en las fronteras orientales aumentan, según todos los informes de batalla, y sin embargo hay menos dragones dispuestos a unirse para defender Navarra. —¿Te dirán por qué no quieren vincularse? —pregunta otro alumno de primer año. —No, imbécil —se burla Jack, estrechando su mirada azul hielo sobre el cadete—. Los dragones sólo hablan con sus jinetes vinculados, al igual que sólo dan su nombre completo a su jinete vinculado. Ya deberías saberlo. El profesor Kaori envía a Jack una mirada que dice cierra la boca, pero que no le impide burlarse del otro cadete. —No comparten sus razones —dice nuestro instructor—. Y cualquiera que respete su vida no les hará una pregunta que no estén dispuestos a responder. —¿Afectan esos números a las barreras? —me pregunta Aurelie desde detrás de mí, golpeando el borde de su escritorio con la pluma. Nunca está contenta estando sentada. La mandíbula del profesor Kaori da dos tumbos. —No estamos seguros. El número de dragones unidos nunca había afectado a la integridad de las barreras de Navarra, pero no voy a mentir y decir que no estamos viendo un aumento de las brechas cuando saben por los Informes de Batalla que sí. Las defensas se están debilitando a un ritmo que me revuelve el estómago cada vez que la profesora Devera empieza nuestro informe de batalla diario. O nos estamos debilitando o nuestros enemigos se están haciendo más fuertes. Ambas posibilidades significan que los cadetes de esta sala son más necesarios que nunca. Incluso yo. La imagen cambia a Sgaeyl, el dragón azul marino unido a Xaden. Se me revuelve el estómago al recordar cómo me atravesó con la mirada aquel primer día. —No tendrán que preocuparse por cómo acercarse a los dragones azules, ya que no hay ninguno dispuesto a vincularse a este Threshing, pero deben ser capaces de reconocer a Sgaeyl si la ven —dice el profesor Kaori. —Para que puedas correr, carajo —dice Ridoc. Asiento mientras los demás se ríen. —Es una Cola de Daga Azul, la más rara de las azules, y sí, si la ven sin su jinete, deberían... buscar otro lugar donde estar. Despiadada no empieza a describirla, ni se atiene a lo que suponemos que es lo que los dragones consideran ley. Incluso se unió al pariente de uno de sus jinetes anteriores, lo que todos saben que suele estar prohibido, pero Sgaeyl hace lo que quiere, cuando quiere. De hecho, si ven a alguno de los azules, no se acerquen. Sólo... —Corre —repite Ridoc, pasándose la mano por el cabello castaño alborotado.

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—Corre. —Asiente el profesor Kaori con una sonrisa, el bigote sobre su labio superior temblando ligeramente—. Hay un puñado de azules más en activo, pero los encontrarán a lo largo de las montañas Esben, en el este, donde los combates son más intensos. Todos son intimidantes, pero Sgaeyl es la más poderosa de todos. Se me corta la respiración. No me extraña que Xaden pueda manejar sombras: sombras que pueden arrancar dagas de los árboles, sombras que probablemente puedan lanzar esas mismas dagas. Y aun así... me dejó vivir. Empujo lejos, muy lejos, el núcleo de calidez que me da ese pensamiento. Probablemente sólo para fastidiarte, un monstruo jugando con su presa antes de abalanzarse. —¿Qué pasa con el dragón negro? —pregunta el de primer año al lado de Jack—. Hay uno aquí, ¿verdad? A Jack se le ilumina la cara. —Quiero ese. —No es que vaya a importar. —El profesor Kaori mueve la muñeca y Sgaeyl desaparece, y un enorme dragón negro ocupa su lugar. Incluso la ilusión es mayor, lo que me hace estirar ligeramente el cuello para ver su cabeza—. Pero sólo para apaciguar su curiosidad, ya que ésta es la única vez que lo verán, aquí está el único otro negro además del del general Melgren. —Es enorme —dice Rhiannon—. ¿Y eso es un garrote? —No. Un cola de estrella matutina. Tiene el mismo poder contundente que un cola de garrote, pero esas púas destriparán a una persona tan bien como un cola de daga. —Lo mejor de ambos mundos —dice Jack—. Parece una máquina de matar. —Lo es —responde el profesor Kaori—. Y sinceramente, no lo he visto en los últimos cinco años, así que esta imagen está más que un poco desfasada. Pero ya que lo tenemos aquí arriba, ¿qué puede decirme sobre los dragones negros? —Son los más listos y exigentes —dice Aurelie. —Son los más raros —añado—. No ha nacido ninguno en el último... siglo. —Correcto. —El profesor Kaori hace girar de nuevo la ilusión y me encuentro con un par de ojos amarillos brillantes—. También son los más astutos. No hay nada como ser más astuto que un dragón negro. Este tiene poco más de cien años, lo que lo hace de mediana edad. Es venerado como un dragón de batalla entre los de su especie, y si no fuera por él, probablemente habríamos perdido durante la rebelión de Tyrrish. Si a eso le añadimos que es un cola de estrella matutina, es uno de los dragones más mortíferos de Navarra. —Apuesto a que tiene un gran poder. ¿Cómo te acercas a él? —pregunta Jack, inclinándose hacia delante en su asiento. Hay pura avaricia en sus ojos, reflejada por su amigo a su lado.

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Eso es lo último que este reino necesita, alguien tan cruel como Jack uniéndose a un dragón negro. No, gracias. —No la hay —responde el profesor Kaori—. No ha accedido a vincularse desde que su anterior y único jinete fue asesinado durante el levantamiento, y la única forma de que estuvieras cerca de él es que estuvieras en el Valle, cosa que no ocurrirá, porque te incinerarían antes de atravesar el desfiladero. La pelirroja pálida del otro lado del círculo se remueve en su asiento y se baja la manga para cubrir su reliquia de rebelión. —Alguien debería pedirlo de nuevo —insta Jack. —No funciona de esa manera, Barlowe. Ahora, sólo hay otro dragón negro, que está en servicio. —El del General Melgren —dice Sawyer. Tiene el libro cerrado delante de él, pero no puedo culparlo. Yo tampoco estaría tomando apuntes si fuera la segunda vez que paso por esta clase—. Codagh, ¿verdad? —Sí. —El profesor Kaori asiente—. La mayor de su guarida y una cola de espada. —Pero sólo por curiosidad. —La mirada azul glacial de Jack no se aparta de la ilusión del dragón negro sin ataduras que aún se proyecta—. ¿Qué habilidad regalaría este tipo a su jinete? El profesor Kaori cierra el puño y la ilusión desaparece. —No se sabe. Los sellos son el resultado de la química única entre jinete y dragón y suelen decir más del jinete que del dragón. Cuanto más fuerte sea el vínculo y más poderoso el dragón, más fuerte será la habilidad. —Bien. ¿Cuál era la de su jinete anterior? —Jack pregunta. —La habilidad de Naolin era la succión. —Los hombros de la profesora Kaori caen—. Podía absorber poder de varias fuentes, otros dragones, otros jinetes, y luego usarlo o redistribuirlo. —Impresionante. —El tono de Ridoc tiene más que un poco de adoración al héroe. —Lo era —asiente el profesor Kaori. —¿Qué mata a alguien con ese tipo de habilidad? —pregunta Jack, cruzando los brazos sobre su grueso pecho. El profesor Kaori me mira durante un instante antes de apartar la vista. —Intentó usar ese poder para revivir a un jinete caído, lo que no funcionó, porque no hay habilidad capaz de resucitar, y se agotó en el proceso. Para usar una frase a la que te acostumbrarás después del Threshing, se quemó y murió junto a ese jinete. Algo se mueve en mi pecho, una sensación que no puedo explicar y que, sin embargo, no puedo evitar.

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Suenan las campanas, indicando que se ha acabado la hora, y todos empezamos a recoger nuestras cosas. Los escuadrones salen al pasillo, vaciando la sala, y yo me levanto de detrás de mi escritorio, cargando mi mochila al hombro mientras Rhiannon me espera junto a la puerta, con una expresión de desconcierto en el rostro. —Era Brennan, ¿verdad? —le pregunto al profesor Kaori. La tristeza llena su mirada cuando se encuentra con la mía. —Sí. Murió intentando salvar a tu hermano, pero Brennan estaba demasiado lejos. —¿Por qué haría eso? —Cambio el peso de mi mochila—. La resurrección no es posible. ¿Por qué se suicidaría si Brennan ya se había ido? —Una estampida de dolor pisotea mi corazón, robándome el aliento. Brennan nunca habría querido que nadie muriera por él. Eso no estaba en su naturaleza. El profesor Kaori vuelve a sentarse contra su escritorio, tirándose de los cabellos cortos y oscuros del bigote mientras me mira fijamente. —Ser un Sorrengail no te hace ningún favor aquí, ¿verdad? Sacudo la cabeza. —Hay más de un cadete al que le gustaría bajarme los humos, y mi apellido. Asiente. —No será así una vez que te vayas. Después de la graduación, descubrirás que ser la hija de la General Sorrengail significa que otros harán casi cualquier cosa para mantenerte con vida, incluso complacerte, no porque amen a tu madre sino porque le temen o quieren su favor. —¿Cuál era el de Naolin? —Un poco de ambas cosas. Y a veces es difícil para un jinete con una habilidad tan poderosa aceptar sus límites. Después de todo, la unión te hace un jinete, ¿pero resucitar a alguien de entre los muertos? Eso te convierte en un dios. No creo que a Malek le guste que un mortal pise su territorio. —Gracias por contestar. —Me doy la vuelta y me dirijo hacia la puerta. —Violet —grita el profesor Kaori, y giro para mirar hacia atrás—. Yo le enseñé a tus dos hermanos. Una habilidad como la mía es demasiado útil aquí en el aula como para dejarme desplegar con un ala durante mucho tiempo. Brennan era un jinete espectacular y un buen hombre. Mira es astuta y dotada en el asiento cuando se trata de montar. Asiento. —Pero tú eres más lista que ellos dos. Parpadeo. No es frecuente que me comparen con mi hermano y mi hermana y que, de algún modo, salga vencedora.

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—Por lo que he visto de ti ayudando a tu amiga a estudiar todas las noches, parece que tú también podrías ser más compasiva. No lo olvides. —Gracias, pero ser inteligente y compasiva no me va a ayudar cuando se trata del Threshing. —Se me escapa una risa autocrítica—. Sabe más de dragones que nadie en el cuadrante, probablemente que nadie en el Continente. Eligen la fuerza y la astucia. —Eligen por razones que no consideran oportuno compartir con nosotros. — Se levanta de su escritorio—. Y no toda la fuerza es física, Violet. Asiento, porque no encuentro palabras apropiadas para su halago bienintencionado, y me dirijo a reunirme con Rhiannon en la puerta. Lo único que sé con certeza ahora mismo es que la compasión no va a ayudarme en la colchoneta después de comer.

Estoy tan nerviosa que podría vomitar, de pie junto a la amplia colchoneta negra, viendo cómo Rhiannon le da una paliza a su oponente. Es un tipo de la Segunda Ala, y no tarda casi nada en hacerle una llave en la cabeza, cortándole el suministro de aire. Es un movimiento que ha hecho todo lo posible por inculcarme en las últimas semanas. —Lo hace parecer tan fácil —le digo a Dain mientras se pone a mi lado, su codo rozando el mío. —Va a intentar matarte. —¿Qué? —Levanto la vista y sigo su línea de visión dos colchonetas más allá. Dain fulmina con la mirada a Xaden al otro lado de la colchoneta, con cara de aburrimiento mientras Rhiannon aprieta con más fuerza el cuello de su oponente de primer año de la Segunda Ala. —Tu oponente —dice Dain en voz baja—. Lo escuché con unos amigos. Creen que eres un lastre para el ala gracias a ese chico, Barlowe. —Su mirada se desvía hacia Oren, que me observa como a un maldito juguete que planea romper. Pero hay un matiz verdoso en su tez que me hace sonreír. —Voy a estar bien —recito, porque ese es mi jodido mantra. Me he despojado del chaleco de escamas de dragón, que empieza a parecerme una segunda piel, y de las pieles de combate. Mis cuatro dagas están enfundadas y, si mi plan sale bien, pronto tendré una más que añadir a mi colección. El oponente del primer año de la Segunda Ala se desmaya, y Rhiannon se levanta victoriosa mientras aplaudimos. Luego se inclina sobre su oponente y le quita la daga del costado.

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—Parece que esto es mío ahora. Disfruta de la siesta. —Le da una palmada en la cabeza, lo que me hace reír. —No sé de qué te ríes, Sorrengail —me dice una voz burlona desde detrás de mí. Me doy la vuelta y veo a Jack de pie, con los pies separados contra la pared revestida de madera, a unos tres metros de distancia, luciendo una sonrisa que sólo puede describirse como maligna. —Vete a la mierda, Barlowe. —Le regalo el dedo medio. —Sinceramente, espero que ganes el desafío de hoy. —Sus ojos bailan con una alegría sádica que me da náuseas—. Sería una pena que alguien más te matara antes de que yo tenga la oportunidad. Pero no me sorprendería. Las violetas son cosas tan delicadas... frágiles, ya sabes. Delicada, una mierda. Probablemente se lo pensaría dos veces antes de planear tu asesinato si le lanzas unas cuantas dagas a la cabeza. Desenvaino las dos dagas de mis costillas y las lanzo en su dirección con un movimiento suave. Aterrizan justo donde quería, una casi rozándole la oreja y la otra a dos centímetros de sus bolas. El miedo ensancha sus ojos. Sonrío descaradamente y muevo los dedos en un gesto de saludo. —Violet —sisea Dain mientras Jack maniobra alrededor de mis dagas, alejándose de la pared. —Pagarás por eso. —Jack me señala y se aleja, pero el subir y bajar de sus hombros es un poco entrecortado. Observo su espalda retroceder, luego recupero mis dagas, envainándolas en mis costillas antes de volver al lado de Dain. —¿Qué demonios fue eso? —gime—. Te dije que no te metieras con él, y tú.... —Me sacude la cabeza—. ¿Lo enojas aún más? —Pasar desapercibida no me llevaba a ninguna parte —digo encogiéndome de hombros mientras sacan a la oponente de Rhiannon de la lona—. Tiene que darse cuenta de que no soy un lastre. —Y seré más difícil de matar de lo que cree. No puedo ignorar la punzada en el cuero cabelludo y dejo que mi mirada se desplace hasta encontrarse con la de Xaden. Mi corazón vuelve a tartamudear, como si me hubiera enviado sombras a través de las costillas para estrujar el órgano. Levanta su ceja llena de cicatrices y juro que tiene un atisbo de sonrisa en los labios cuando se marcha para observar a los cadetes de la Cuarta Ala en la colchoneta contigua. —Impresionante —dice Rhiannon mientras se mueve a mi otro lado—. Pensé que Jack se iba a cagar encima.

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Ahogo una sonrisa. —Deja de animarla —reprende Dain. —Sorrengail. —El profesor Emetterio echa un vistazo a su cuaderno y levanta una poblada ceja negra antes de continuar—. Seifert. Tragándome el pánico que amenaza con subirme por la garganta, me subo a la colchoneta frente a Oren, que ahora está definitivamente verde. Justo a tiempo. Me he preparado lo mejor que he podido, vendándome los tobillos y las rodillas por si iba por las piernas. —No te lo tomes como algo personal —dice mientras empezamos a dar vueltas, con las manos en alto—. Pero sólo serás un peligro para tu ala. Carga contra mí, pero su movimiento de pies es lento y me alejo girando, asestándole un puñetazo en el riñón antes de rebotar sobre mis talones y empuñar una daga. —No soy más peligrosa que tú —acuso. Su pecho se agita una vez y el sudor mancha su frente, pero se lo quita de encima, parpadeando rápidamente mientras toma su propia daga. —Mi hermana es sanadora. He oído que tus huesos crujen como ramitas. —¿Por qué no vienes a averiguarlo? —Fuerzo una sonrisa y espero a que vuelva a la carga, porque eso es lo que hace. He tenido tres sesiones para observarlo desde unas cuantas colchonetas más allá. Es un toro, todo poder y nada de gracia. Todo su cuerpo rueda como si fuera a vomitar, y se tapa la boca con la mano vacía, respirando profundamente antes de volver a erguirse. Debería atacar, pero espero. Y entonces carga, con la espada en alto en posición de ataque. El corazón me late con fuerza mientras espero los tortuosos latidos que tarda en alcanzarme, con el cerebro convenciendo a mi cuerpo de que aguante hasta el último segundo. Balancea el cuchillo hacia abajo y yo lo esquivo hacia la izquierda, hiriéndolo en el costado con la daga, para luego girar y asestarle una patada en la espalda que lo hace caer desplomado. Ahora. Cae a la colchoneta, y aprovecho de inmediato, clavándole una rodilla en la columna como Imogen había hecho conmigo y poniendo mi daga en su garganta. —Ríndete. —¿Quién necesita fuerza cuando tienes velocidad y acero? —¡No! —grita, pero su cuerpo se ondula bajo el mío, y tiene arcadas, sacando todo lo que ha comido desde el desayuno y esparciéndolo por la alfombra a nuestro lado. Tan jodidamente asqueroso. —Dios mío —exclama Rhiannon, con un tono que destila asco.

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—Ríndete —vuelvo a exigirle, pero ahora se agita en serio y tengo que apartar la daga para no degollarlo sin querer. —Se rinde —declara el profesor Emetterio, con el rostro contorsionado por la repulsión. Envaino mi daga y me bajo de él, esquivando los charcos de vómito. Luego recojo la daga que Oren dejó caer unos metros más atrás mientras seguía vomitando. La daga es más pesada y larga que las otras, pero ahora es mía y me la he ganado. La enfundo en un lugar vacío de mi muslo izquierdo. —¡Has ganado! —dice Rhiannon, abrazándome mientras salgo de la colchoneta. —Está enfermo —digo encogiéndome de hombros. —Prefiero tener suerte a ser buena —responde Rhiannon. —Tengo que encontrar a alguien que limpie esto —dice Dain, su propia tez se pone verde. He ganado.

El calendario es lo más difícil de mi plan. Gano la semana siguiente, cuando una chica fornida de la Primera Ala no puede concentrarse lo suficiente para dar un puñetazo decente gracias a unos cuantos hongos leighorrel y sus propiedades alucinógenas que, de algún modo, acaban en su almuerzo. Me da una buena patada en la rodilla, pero no es nada que no se cure con unos días de vendaje. Gano la semana siguiente, cuando un tipo alto de la Tercer Ala tropieza porque sus grandes pies pierden temporalmente toda sensibilidad, cortesía de la raíz de zihna que crece en un afloramiento cerca del barranco. Sin embargo, no actúa a tiempo y me propina unos buenos puñetazos en la cara que me dejan un labio partido y un moretón que me tiñe la mejilla durante los once días siguientes, pero al menos no me rompe la mandíbula. Vuelvo a ganar a la semana siguiente, cuando la visión de una cadete pechugona se nubla a mitad del combate a causa de las hojas de tarsilla que se han colado en su té. Es rápida, me tira a la lona y me propina unas patadas tremendamente dolorosas en el abdomen que me dejan contusiones de colores y una huella clara de bota en las costillas. Estuve a punto de derrumbarme e ir a ver a Nolon después de esa, pero apreté los dientes y me vendé las costillas, decidida a no dar a los demás una razón para eliminarme como querían Jack o cualquiera de los marcados. Gano mi quinta daga, ésta con un bonito rubí en la empuñadura, el último desafío en agosto, cuando llevo a la colchoneta a un tipo especialmente sudoroso con una brecha entre los dientes delanteros. La corteza del árbol de carmín que se

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encuentra en su odre de agua lo deja perezoso y enfermo. Los efectos son demasiado parecidos a los de las bayas de fonilee, y es una pena que todo el Tercer Escuadrón, Sección Garra de la Tercera Ala esté sufriendo el mismo malestar estomacal. Debe de ser algo viral, al menos eso es lo que digo cuando por fin cede a mi llave de cabeza después de dislocarme el pulgar y casi romperme la nariz. A principios de septiembre, cuando entro en el tatami, me siento como un resorte. He derribado a cinco oponentes sin matar a ninguno de ellos, algo que la cuarta parte de nuestro grado no puede decir después de que casi veinte nombres más se hayan añadido a la lista de muertos el último mes sólo para los de primer año. Hago rodar mis hombros doloridos y espero a mi oponente. Pero Rayma Corrie, de la Tercera Ala, no da un paso al frente esta semana como se supone. —Lo siento, Violet —dice el profesor Emetterio, rascándose su corta barba negra—. Se suponía que ibas a retar a Rayma, pero la han llevado a los sanadores porque parece que no puede caminar en línea recta. Las cáscaras de la fruta walwyn hacen eso cuando se ingieran crudas... digamos, como cuando se mezclan con el glaseado de su pastel matutino. —Qué lástima. —Hago una mueca. Se lo serviste demasiado pronto—. ¿Debería...? —Empiezo, ya retrocediendo para salir de la colchoneta. —Estoy feliz de intervenir. —Esa voz. Ese tono. Ese pinchazo de hielo a lo largo de mi cuero cabelludo... Oh, no. Diablos, no. No. No. No. —¿Seguro? —pregunta el profesor Emetterio, mirando por encima del hombro. —Absolutamente. Se me cae el estómago al suelo. Y Xaden camina hacia la colchoneta.

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No moriré hoy. -ANEXO PERSONAL DE VIOLET SORRENGAIL AL LIBRO DE BRENNAN

stoy completamente jodida. Xaden da un paso al frente, con su uno ochenta y cinco de estatura, vestido con un traje de combate de medianoche y una camiseta de manga corta ajustada que sólo parece hacer que las relucientes y oscuras reliquias de rebelión de su piel parezcan una advertencia aún mayor, lo cual sé que es ridículo pero, de alguna manera, cierto. Mi corazón late a todo galope, como si mi cuerpo supiera la verdad que mi mente aún no ha aceptado. Estoy a punto de recibir una paliza... o algo peor. —Están todos de suerte —dice el profesor Emetterio, aplaudiendo. —Xaden es uno de los mejores luchadores que tenemos. Observen y aprendan. —Claro que sí —murmuro, con el estómago retorciéndose como si fuera yo la que ha estado merendando cáscaras de fruta walwyn. Una comisura de la boca de Xaden se levanta en una mueca, y los destellos dorados de sus ojos parecen bailar. El imbécil sádico está disfrutando con esto. Mis rodillas, tobillos y muñeca están vendados, la tela blanca protegiendo mi pulgar en proceso de curación contrasta sorprendentemente con mi ropa de cuero negro. —Un poco fuera de tu liga, ¿no crees? —argumenta Dain desde un costado de la esterilla, la tensión se irradia en cada palabra. —Relájate, Aetos. —Xaden mira por encima de mi hombro, su mirada se endurece hacia donde sé que Dain está parado, donde siempre se para cuando estoy en la esterilla. La mirada que Xaden le da me hace darme cuenta de que se ha estado conteniendo en cuanto a resaltar sus defectos.

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—Estará en una sola pieza cuando termine de enseñarle. —No pienso que sea justo... —la voz de Dain se eleva. —Nadie te pidió que pensaras, líder de escuadrón —responde Xaden mientras se mueve hacia un lado, deshaciéndose de todas las armas de su cuerpo —y hay muchas— y entregándoselas a Imogen. El sabor amargo e ilógico de la envidia llena mi boca, pero no hay tiempo para examinar esa peculiaridad en particular, no cuando solo faltan segundos antes de que él esté frente a mí nuevamente. —¿No crees que las necesitarás? —pregunto, sosteniendo mis propias dagas. Su pecho es imponente, con hombros anchos y brazos fuertemente musculosos. Un objetivo tan grande debería ser fácil de alcanzar. —No. No cuando has traído suficiente para los dos. —Una sonrisa malvada curva su boca mientras estira la mano y enrosca los dedos en un movimiento de acercamiento—. Vamos. Mi corazón late más rápido que las alas de un colibrí mientras adopto una postura de combate y espero a que ataque. Esta estera mide solo seis metros en cualquier dirección y, sin embargo, todo mi mundo se reduce a sus confines y al peligro que encierra. No está en mi escuadrón. Puede matarme sin castigo. Lanzo una daga directa a su pecho ridículamente bien esculpido. La atrapa y chasquea la lengua. —Ya he visto ese movimiento. Mierda, qué rápido es. Tengo que ser más rápida. Es la única ventaja que tengo, es lo único que pienso mientras avanzo en un combo de golpe y patada que Rhiannon me ha inculcado durante las últimas seis semanas. Esquiva mi daga con habilidad y me agarra la pierna. La tierra gira y caigo de espaldas; el repentino impacto me deja sin aire en los pulmones. Pero no me mata. En lugar de eso, suelta la daga que atrapó y la patea contra la alfombra, y un segundo después, cuando me entra aire en los pulmones, arremeto contra él con la siguiente daga, hacia el muslo. Bloquea mi golpe con el antebrazo, me agarra la muñeca con la mano contraria y me arranca la daga de la mano, inclinándose para que su cara quede a escasos centímetros de la mía. —Hoy vamos por sangre, ¿verdad, Violencia? —susurra. El metal vuelve a golpear la alfombra y él lo patea hasta dejarlo fuera de mi alcance. No está recogiendo mis dagas para usarlas contra mí; me está desarmando sólo para demostrar que puede. Me hierve la sangre. —Me llamo Violet —me quejo.

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—Creo que mi versión te queda mejor. —Me suelta la muñeca y se levanta, ofreciéndome la mano—. Aún no hemos terminado. Mi pecho se agita, aun recuperándome de la forma en que me ha dejado sin aliento, y acepto el ofrecimiento. Me levanta de un tirón, me tuerce el brazo a la espalda y me empuja contra su duro pecho, inmovilizando nuestras manos antes de que pueda recuperar el equilibrio. —¡Maldita sea! —me quejo. Me da un tirón en el muslo y otra de mis dagas me aprieta la garganta mientras su pecho se apoya en mi nuca. Su antebrazo me cruza las costillas, y podría ser una estatua por todo lo que da de sí. Es inútil que eche la cabeza hacia atrás, es tan alto que sólo conseguiría incomodarlo. —No te fíes ni de una sola persona que se enfrente a ti en esta colchoneta —me advierte en un siseo, su aliento cálido contra la concha de mi oreja, y aunque estamos rodeados de gente, me doy cuenta de que está callado por una razón. Esta lección es sólo para mí. —¿Incluso alguien que me debe un favor? —contraataco, con la voz igual de baja. Mi hombro empieza a protestar por el ángulo antinatural, pero no me muevo. No quiero darle esa satisfacción. Suelta la tercera daga que me ha quitado y la patea hacia delante, hacia donde está Dain, con las otras dos ya en la mano. Hay asesinato en sus ojos cuando mira a Xaden. —Soy yo quien decide cuándo conceder ese favor. No tú. —Xaden suelta mi mano y da un paso atrás. Me giro y le golpeo la garganta, pero me aparta la mano. —Bien —dice con una sonrisa, desviando mi siguiente golpe sin que se le corte la respiración—. Ir por la garganta es tu mejor opción, siempre que esté expuesta. Furia me hace dar otra patada con el mismo patrón, la memoria muscular se apodera de mí, y vuelve a agarrarme la pierna, esta vez arrebatándome la daga enfundada allí y dejándola caer en la colchoneta antes de soltarme, enarcando una ceja decepcionado. —Espero que aprendas de tus errores. —La aparta de un puntapié. Sólo me quedan cinco, todas enfundadas en mis costillas. Agarro una y levanto las manos a la defensiva, empiezo a rodearlo y, para mi disgusto, ni siquiera se molesta en mirarme. Se queda de pie en el centro de la colchoneta, con las botas plantadas y los brazos sueltos mientras me muevo a su alrededor. —¿Vas a hacer cabriolas o vas a golpear? Que se joda. Le doy un puñetazo, pero se agacha y mi daga pasa por encima de su hombro, perdiéndolo de vista por quince centímetros. Se me cae el estómago cuando me

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agarra del brazo, tirando de mí hacia delante y volteándome hacia un lado de su cuerpo. Estoy en el aire durante un instante antes de estrellarme contra la colchoneta, con las costillas sufriendo el impacto. Me sujeta el brazo y el dolor me recorre la extremidad mientras grito y suelto la daga, pero no ha terminado. No, su rodilla está clavada en mis costillas y, aunque me sujeta el brazo con una mano, con la otra saca una daga de su funda y la arroja hacia los pies de Dain antes de tomar otra y clavarla en la delicada zona donde mi mandíbula se une a mi cuello. Luego se inclina más hacia mí. —Acabar con tu enemigo antes de la batalla es muy inteligente; te concedo eso —susurra, con su cálido aliento rozándome la concha de la oreja. Dioses. Sabe lo que he estado haciendo. El dolor de mi brazo no es nada comparado con las náuseas que se agitan en mi estómago al pensar en lo que podría hacer con ese conocimiento. —El problema es que si no te pones a prueba aquí —me raspa la daga por el cuello, pero no hay un hilillo de sangre caliente, así que sé que no me ha cortado— entonces no vas a mejorar. —Preferirías que muriera, sin duda —respondo, con la cara pegada a la colchoneta. Esto no es solo doloroso, es humillante. —¿Y negarme el placer de tu compañía? —se burla. —Te odio, carajo. —Las palabras salen de mis labios antes de que pueda cerrar la boca. —Eso no te hace especial. La presión se libera de mi pecho y mi brazo cuando se pone de pie, pateando ambas dagas hacia Dain. Dos más. Sólo me quedan dos, y ahora mi indignación y mi rabia superan con creces a mi miedo. Ignorando la mano extendida de Xaden, me pongo de pie y sus labios se curvan en una sonrisa de aprobación. —Se te puede enseñar. —Aprendo rápido —replico. —Eso está por verse. —Retrocede dos pasos, dejando un poco de espacio entre nosotros, antes de volver a apuntarme con los dedos. —Ya me has dado la razón —digo lo bastante alto como para oír a Imogen jadear. —Créeme, apenas he empezado. —Se cruza de brazos y se apoya en los talones, claramente esperando a que me mueva. No pienso. Sólo actúo, agachándome y pateando la parte trasera de sus rodillas.

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Cae como un árbol, el sonido es más que satisfactorio, y me abalanzo sobre él para intentar hacerle una llave en la cabeza. No importa lo grande que sea alguien, necesita aire. Le agarro la garganta con el codo y aprieto. En lugar de ir por mis brazos, se retuerce y me agarra por detrás de los muslos, de modo que pierdo el equilibrio y nuestros cuerpos caen rodando. Él sale ganando. Claro que sí. Su antebrazo se apoya en mi garganta, sin cortarme el aire pero sin duda capaz de hacerlo, y sus caderas tienen inmovilizadas las mías, mis piernas inútiles a cada lado de las suyas mientras él se recuesta pesadamente entre mis muslos. Es inamovible. Todo lo que nos rodea se desvanece y mi mundo se reduce al brillo arrogante de su mirada. Es todo lo que puedo ver, todo lo que puedo sentir. Y no puedo dejar que gane. Libero una de mis últimas dagas y me dirijo a su hombro. Me agarra la muñeca y me la sujeta por encima de la cabeza. Mierda. Mierda. MIERDA. El calor me sube por el cuello y las llamas me lamen las mejillas cuando baja la cara para que sus labios queden a escasos centímetros de los míos. Puedo distinguir cada pizca de oro en sus ojos de ónix, cada protuberancia y cresta de su cicatriz. Hermoso. Jodido. Idiota. Se me corta la respiración y se me calienta el cuerpo, zorra traidora. No te atraen los hombres tóxicos, me recuerdo, y sin embargo, aquí estoy, sintiéndome atraída. Lo he estado desde el primer segundo en que lo vi, si me apetece ser sincera. Me aprieta el puño con los dedos, forzándolo a abrirse, y luego hace que la hoja patine por la colchoneta antes de soltarme la muñeca. —Agarra tu daga —ordena. —¿Qué? —Mis ojos se abren de par en par. Ya me tiene indefensa y en posición de matar. —Agarra. Tu. Daga —repite, tomando mi mano entre las suyas y recuperando la última daga que tengo. Sus dedos se enroscan en los míos, agarrando la empuñadura. El fuego recorre mi piel al sentir sus dedos entrelazados con los míos. Tóxico. Peligroso. Quiere matarte. No, no importa. Todavía me tiembla el pulso como a una adolescente. —Eres diminuta. —Lo dice como un insulto. —Soy consciente. —Mis ojos se entrecierran. —Así que deja de hacer movimientos más grandes que te exponen. —Arrastra la punta de la daga por su costado—. Un golpe en las costillas habría funcionado bien.

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—Luego guía nuestras manos alrededor de su espalda, haciéndose vulnerable—. Los riñones también encajan bien desde este ángulo. Trago saliva, negándome a pensar en otras cosas que encajen bien en este ángulo. Lleva nuestras manos a su cintura, sin apartar su mirada de la mía. —Lo más probable es que, si tu oponente lleva armadura, sea débil aquí. Esos son tres lugares fáciles en los que podrías haber golpeado antes de que tu oponente hubiera tenido tiempo de detenerte. También son heridas mortales, y las he evitado a toda costa. —¿Me oyes? Asiento. —Bien. Porque no puedes envenenar a todos los enemigos que te encuentres —susurra, y yo palidezco—. No vas a tener tiempo de ofrecer té a algún jinete grifo braevi cuando se te echen encima. —¿Cómo lo supiste? —pregunto finalmente. Se me traban los músculos, incluidos los muslos, que casualmente siguen pegados a sus caderas. Sus ojos se oscurecen. —Oh, Violencia, eres buena, pero he conocido mejores maestros del veneno. El truco es no hacerlo tan obvio. Se me separan los labios y me muerdo una réplica que he tenido cuidado de no hacer evidente. —Creo que ya le has enseñado bastante por hoy —grita Dain, recordándome que estamos lejos de estar solos. No, somos un maldito espectáculo. —¿Siempre es tan sobreprotector? —refunfuña Xaden, levantándose unos centímetros de la colchoneta. —Se preocupa por mí. —Lo fulmino con la mirada. —Te está reteniendo. No te preocupes. Tu pequeño secreto de envenenamiento está a salvo conmigo. —Xaden arquea una ceja como para recordarme que yo también soy la guardiana de uno de sus secretos. Luego me lleva las manos a las costillas y vuelve a enfundar la daga de rubí. El movimiento es desconcertantemente... caliente. —¿No vas a desarmarme? —lo desafío cuando suelta su agarre y empuja más hacia arriba, quitando su peso de mi cuerpo. Mis costillas se dilatan y respiro por primera vez. —No. Las mujeres indefensas nunca han sido mi tipo. Hemos terminado por hoy. —Se levanta y se marcha sin decir nada más, recogiendo sus armas de Imogen mientras yo ruedo sobre mis rodillas. Me duele todo el cuerpo, pero consigo ponerme de pie.

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Hay puro alivio en los ojos de Dain cuando llego a su lado para recuperar las dagas que Xaden me quitó. —¿Estás bien? Asiento, los dedos me tiemblan mientras me rearmo. Ha tenido todas las oportunidades y todos los motivos para matarme, y ahora me ha dejado escapar dos veces. ¿A qué clase de juego está jugando? —Aetos —grita Xaden desde el otro lado de la alfombra. Dain levanta la cabeza y se le traba la mandíbula. —Le vendría bien un poco menos de protección y un poco más de instrucción. —Xaden mira fijamente a Dain hasta que asiente. El profesor Emetterio convoca el siguiente desafío.

—Me sorprende que te dejara vivir —dice Dain más tarde esa noche en su habitación mientras sus pulgares se clavan en el músculo entre mi cuello y mi hombro. Duele tan deliciosamente, que bien valió la pena el dolor de escabullirse hasta aquí. —No creo que se haga respetar rompiéndome el cuello en el tatami. —Sus mantas son suaves contra mi vientre y mi pecho mientras estoy tumbada en su cama, desnuda de cintura para arriba excepto por la banda que me aprieta los pechos y las costillas—. Además, él no es así. Las manos de Dain se detienen en mi piel. —¿Porque sabes cuál es su ideología? La culpa de guardar el secreto de Xaden hace que se me revuelva el estómago. —Me dijo que no veía razón para matarme él mismo cuando con el parapeto bastaría —respondo con sinceridad—. Y seamos sinceros, ha tenido muchas oportunidades de acabar conmigo si realmente quisiera. —Hmm. —Dain tararea en ese tono suyo tan reflexivo, mientras sigue masajeando mis músculos agarrotados y adoloridos mientras se inclina desde un lado de la cama. Rhiannon me entrenó durante otras dos horas después de cenar, y al final apenas podía moverme. Supongo que no fui la única a la que Xaden asustó esta tarde. —¿Crees que podría estar conspirando contra Navarra y aun así haberse unido a Sgaeyl? —pregunto, mi mejilla contra su manta. —Lo creía al principio. —Sus manos se mueven por mi columna vertebral, presionando los nudos que hicieron casi imposible que levantara los brazos esa última media hora de entrenamiento de esta noche—. Pero entonces me uní a Cath y

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me di cuenta de que los dragones harían cualquier cosa por proteger el Valle y sus lugares sagrados de nacimiento. No hay forma de que ningún dragón hubiera unido a Riorson o a cualquiera de los separatistas si no fueran honestos sobre la protección de Navarra. —¿Pero un dragón sabría siquiera si estás mintiendo? —Giro la cabeza para verle la cara. —Sí. —Sonríe—. Cath lo sabría porque está en mi cabeza. Es imposible ocultarle algo así a tu dragón. —¿Está siempre en tu cabeza? —Sé que es contra las reglas preguntar, casi todo acerca de los vínculos están fuera de los límites para la discusión, dado lo reservados que son los dragones, pero es Dain. —Sí —responde, su sonrisa se suaviza—. Puedo bloquearla si lo necesito, y te enseñarán eso después del Threshing... —Su expresión decae. —¿Qué pasa? —Me siento, deslizo una de sus almohadas sobre mi pecho y me apoyo en el cabecero. —Hablé con el coronel Markham esta tarde. —Se acerca, retira la silla de su escritorio y toma asiento, luego apoya la cabeza en las manos. —¿Ha pasado algo? —El miedo recorre mi espina dorsal—. ¿Es el ala de Mira? —¡No! —Dain levanta la cabeza y hay tanta tristeza en sus ojos que levanto los pies de la cama—. No es nada de eso. Le dije... que creo que Riorson quiere matarte. Parpadeo y vuelvo a sentarme en la cama. —Oh. Bueno, eso no es realmente una novedad, ¿verdad? Cualquiera que haya leído la historia de la rebelión puede sumar dos y dos, Dain. —Sí, bueno, también le conté lo de Barlowe y Seifert. —Se pasa la mano por el cabello—. No creas que no me di cuenta de cómo Seifert te empujó contra la pared antes de la formación de esta mañana. —Me mira con el ceño fruncido. —Sólo está enojado porque le quité la daga en el primer desafío. —Aprieto más fuerte la almohada. —Y Rhiannon me dijo que encontraste flores aplastadas en tu cama la semana pasada —Me mira fijamente. Me encojo de hombros. —Sólo eran flores muertas. —Eran violetas mutiladas. —Su boca se tensa y voy hacia él, apoyando las manos en su cabeza. —No es que vinieran con una nota de defunción ni nada parecido —me burlo acariciando su suave cabello castaño. Me mira, las luces mágicas hacen que sus ojos brillen un poco más por encima de su barba recortada. —Son amenazas.

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Me encojo de hombros. —Todos los cadetes son amenazados. —No todos los cadetes tienen que vendarse las rodillas todos los días —replica. —Los heridos sí. —Mi ceño se frunce, el fastidio arraiga en mi pecho—. ¿Por qué se lo contarías a Markham? Es un escriba, y no haría nada aunque pudiera. —Dijo que podría llevarte —suelta Dain, y sus manos vuelan hasta mis caderas, sujetándome cuando intento apartarme—. Le pregunté si te dejaría entrar en el Cuadrante de los Escribanos por tu propia seguridad, y me dijo que sí. Te pondrían con los de primer año. No es como si tuvieras que esperar hasta el próximo día de reclutamiento o algo así. —¿Tú qué? —Me retuerzo, rompiendo mi agarre, y me alejo de mi mejor amigo. —Vi una manera de sacarte del peligro, y la tomé. —Se levanta. —Fuiste a mis espaldas porque crees que no sirvo. —La verdad de las palabras me aprieta el pecho como un tornillo, cortándome el aire en lugar de mantenerme unida, dejándome débil y sin aliento. Dain me conoce mejor que nadie, y si sigue pensando que no puedo hacerlo después de haber llegado tan lejos... Se me llenan los ojos de lágrimas, pero me niego a dejarlas caer. En lugar de eso, agacho la barbilla, recojo mi chaleco de escamas de dragón, me lo pongo por la cabeza y me ato los cordones en la parte baja de la espalda. Dain suspira. —Nunca dije que no creo que puedas hacerlo, Violet. —¡Lo dices todos los días! —me quejo—. Lo dices cuando me acompañas de la formación a clase, lo que sé que te hace llegar tarde a la línea de vuelo. Lo dices cuando le gritas a tu jefe de Ala cuando me lleva a la colchoneta... —No tenía derecho a... —¡Es mi jefe de Ala! —Me pongo la túnica sobre la cabeza—. Tiene derecho a hacer lo que quiera, incluso a ejecutarme. —¡Y por eso tienes que largarte de aquí! —Dain se pasa los dedos por detrás del cuello y empieza a caminar—. He estado observando, Vi. Sólo está jugando contigo, como un gato juega con un ratón antes de matarlo. —Hasta ahora he aguantado bien. —Mi mochila está cargada de libros cuando me la pongo sobre el hombro—. He ganado todos los desafíos... —Excepto hoy, cuando limpió el suelo contigo una y otra vez. —Me agarra de los hombros—. ¿O te perdiste la parte en la que tomó todas las armas para que supieras exactamente lo fácil que es derrotarte? Levanto la barbilla y lo fulmino con la mirada. —Yo estaba allí, y he sobrevivido casi dos meses en este lugar, ¡que es más de lo que puedo decir de un cuarto de mi grupo!

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—¿Sabes lo que pasa en el Threshing? —pregunta, bajando el tono. —¿Me estás llamando ignorante? —La rabia burbujea en mis venas. —No se trata sólo de estrechar lazos —continúa—. Lanzan a todos los de primer año a los campos de entrenamiento, esos en los que nunca has estado, y luego se supone que los de segundo y tercer año miran cómo decides a qué dragones acercarte y de cuáles huir. —Sé cómo funciona. —Mi mandíbula se aprieta. —Sí, bueno, mientras los jinetes vigilan, los de primer año se desquitan y eliminan cualquier... punto débil del ala. —No soy un maldito lastre. —Se me vuelve a apretar el pecho, porque en el fondo sé, a nivel físico, que lo soy. —No para mí —susurra, levantando una mano para acariciarme la mejilla—. Pero ellos no te conocen como yo, Vi. Y mientras los de primer año como Barlowe y Seifert te persiguen, tendremos que vigilar. Yo tendré que vigilar, Violet. —El quiebre en su voz me saca la ira—. No se nos permite ayudarte. Salvarte. —Dain... —Y cuando recojan los cadáveres para el pase de lista, nadie va a documentar cómo murió ese cadete. Es tan probable que caiga bajo el cuchillo de Barlowe como la garra de un dragón. Respiro a través de la sacudida del miedo. —Markham dice que te hará pasar el primer año sin decírselo a tu madre. Para cuando se entere, ya habrás ingresado como escriba. Después no podrá hacer nada. —Levanta la otra mano y me sujeta la cara con ambas palmas, inclinándola hacia la suya—. Por favor. Si no lo haces por ti, hazlo por mí. Mi corazón tartamudea y me balanceo, su razonamiento me empuja exactamente hacia lo que está sugiriendo. Pero has llegado hasta aquí, susurra una parte de mí. —No puedo perderte, Violet —susurra, apoyando su frente contra la mía—. Simplemente... no puedo. Aprieto los ojos. Esta es mi salida y, sin embargo, no quiero tomarla. —Sólo prométeme que lo pensarás —ruega—. Todavía tenemos cuatro semanas hasta el Threshing. Sólo... piénsalo. —La esperanza en su tono y la ternura con la que me abraza atraviesan mis defensas. —Lo pensaré.

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No subestimes el desafío del Gauntlet, Mira. Está diseñado para poner a prueba tu equilibrio, fuerza y agilidad. Los tiempos no importan una mierda, sólo que llegues a la cima. Alcanza las cuerdas cuando sea necesario. Llegar al último es mejor que llegar muerto. -PÁGINA CUARENTA Y SEIS, EL LIBRO DE BRENNAN

iro hacia arriba, y hacia arriba, y hacia arriba, con el miedo enroscándose en mi estómago como una serpiente lista para atacar. —Bueno, eso es... —Rhiannon traga saliva, con la cabeza tan inclinada hacia atrás como la mía, mientras contemplamos la amenazadora carrera de obstáculos tallada en la parte delantera de una cresta tan empinada que bien podría ser un acantilado. La zigzagueante trampa mortal de un sendero se eleva sobre nosotros, ascendiendo en cinco zigzagueantes curvas de ciento ochenta grados, cada una de las cuales aumenta su dificultad en el camino hacia la cima del acantilado que divide la ciudadela del campo de vuelo y del Valle. —Increíble. —Aurelie suspira. Rhiannon y yo nos giramos, las dos mirándola como si se hubiera golpeado la cabeza. —¿Crees que ese paisaje infernal se ve increíble? —Rhiannon pregunta. —Llevo años esperando esto. —Aurelie sonríe, sus normalmente serios ojos negros bailan bajo el sol de la mañana mientras se frota las manos, pasando de una pierna tonificada a la otra con regocijo—. Mi padre, que fue jinete hasta que se jubiló el año pasado, solía montar carreras de obstáculos como esta todo el tiempo para que pudiéramos practicar, y Chase, mi hermano, dice que es la mejor parte de estar aquí antes del Threshing. Es un auténtico subidón de adrenalina. —Está con el Ala Sur, ¿verdad? —pregunto, centrándome en la carrera de obstáculos que discurre por la ladera de un maldito acantilado. Parece más una trampa mortal que un subidón de adrenalina, pero claro, podemos ir con eso. Pensamiento positivo para ganar, ¿no?

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—Sí. Bastante trabajo de oficina por toda la acción que ven cerca de la frontera de Krovlan. —Se encoge de hombros y señala unos dos tercios del recorrido—. Me dijo que tuviera cuidado con esos postes gigantes que sobresalen del lado del acantilado. Giran y puedes quedar aplastada entre ellos si no eres lo bastante rápida. —Oh, bien, me preguntaba cuándo se pondría difícil —murmura Rhiannon. —Gracias, Aurelie. —Localizo la serie de troncos de casi un metro de ancho que sobresalen del terreno rocoso como un conjunto de escalones redondos que se elevan desde el suelo hasta el tipo tobogán que hay encima y asiento. Ve rápido. Entendido. Podrías haber incluido ese dato, Brennan. La carrera de obstáculos es la encarnación de mi peor pesadilla. Por primera vez desde que Dain me suplicó que me fuera la semana pasada, considero la oferta de Markham. No hay carreras de la muerte en el Cuadrante de los Escribanos, eso es seguro. Pero ya has llegado hasta aquí. Ahh, ahí está, la vocecita que ha estado cabalgando sobre mi hombro últimamente, atreviéndose a darme esperanzas de que realmente podría sobrevivir a la Presentación. —Todavía no estoy seguro de por qué lo llaman Gauntlet —dice Ridoc desde mi derecha, soplando en sus manos acunadas para protegerse del frío matutino. El sol no ha tocado esta pequeña grieta, pero brilla sobre el último cuarto del recorrido. —Para garantizar que los dragones sigan viniendo al Threshing, eliminando a los débiles. —Tynan se burla desde el otro lado de Ridoc, cruzando los brazos sobre el pecho mientras me lanza una mirada mordaz. Le lanzo una mirada fulminante y me lo quito de encima. Lleva enojado desde que Rhiannon le dio una paliza en la colchoneta de la evaluación. —Basta de una jodida vez —suelta Ridoc, ganándose la atención de todo el pelotón. Levanto las cejas. Nunca había visto a Ridoc perder los estribos ni usar otra cosa que el humor para calmar una situación. —¿Cuál es tu problema? —Tynan se aparta un mechón de cabello grueso y oscuro de los ojos y gira como si fuera a intimidar a Ridoc, pero no lo consigue, ya que Ridoc es el doble de ancho y medio metro más alto. —¿Mi problema? ¿Crees que porque te hiciste amigo de Barlowe y Siefert tienes derecho a ser un imbécil con tu propio compañero de escuadrón? —reta Ridoc. —Exactamente. Compañero de escuadrón. —Tynan hace un gesto hacia la carrera de obstáculos—. Nuestros tiempos no sólo se clasifican individualmente, Ridoc. También nos puntúan como escuadrón, que es como se decide el orden para la Presentación. ¿De verdad crees que algún dragón quiere unir a un cadete que entra después de todos los demás escuadrones en la procesión? Bien, tiene razón. Es una mierda, pero está ahí. —Hoy no nos están cronometrando para la Presentación, imbécil. —Ridoc da un paso adelante.

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—Para. —Sawyer se arrastra entre los dos, empujando el pecho de Tynan lo bastante fuerte como para hacerlo tambalearse hacia la chica que tiene detrás—. Tómalo de alguien que pasó por la Presentación el año pasado: tu tiempo no significa nada. El último cadete que entró el año pasado lo hizo sin problemas, y algunos de los cadetes del primer pelotón que salieron al campo fueron pasados por alto. —Un poco amargado por eso, ¿no? —Tynan sonríe. Sawyer ignora la puya. —Además, no se llama Gauntlet porque elimine cadetes. —Se llama Gauntlet porque éste es el acantilado que guarda el Valle —dice el profesor Emetterio, caminando detrás de nuestro pelotón, con la cabeza afeitada brillando bajo la creciente luz del sol—. Además, los guantes de metal son muy resbaladizos, y el nombre se impuso hace unos veinte años. —Arquea una ceja hacia Tynan y Sawyer—. ¿Han terminado de discutir? Porque los nueve tienen exactamente una hora para llegar a la cima antes de que sea la oportunidad de practicar de otro escuadrón, y por lo que he visto de su agilidad en el tatami, van a necesitar cada segundo. Hay un gruñido de asentimiento en nuestro pequeño grupo. —Como saben, los desafíos cuerpo a cuerpo quedan suspendidos durante las próximas dos semanas y media antes de la Presentación para que puedan concentrarse aquí. —El profesor Emetterio pasa una página en el pequeño cuaderno que lleva—. Sawyer, tú vas a enseñarles cómo se hace, puesto que ya tienes la disposición del terreno. Luego Pryor, Trina, Tynan, Rhiannon, Ridoc, Violet, Aurelie y Luca. —Una sonrisa curva la áspera línea de su boca mientras termina de pronunciar cada nombre de nuestro escuadrón, y formamos en orden—. Son el único escuadrón que permanece intacto desde el Parapeto. Es increíble. Su jefe de pelotón debe de estar muy orgulloso. Esperen aquí un momento. —Pasa junto a nosotros, saludando a alguien en lo alto del acantilado. No hay duda de que alguien tiene un reloj. —Aetos está especialmente orgulloso de Sorrengail. —Tynan me obsequia con una mueca burlona una vez que nuestro instructor está fuera del alcance de sus oídos. Veo rojo. —Mira, si quieres hablar mal de mí, es una cosa, pero deja a Dain fuera de esto. —Tynan —advierte Sawyer, sacudiendo la cabeza. —¿Cómo si no le molestara a ninguno de ustedes que nuestro líder de escuadrón se esté follando a uno de nosotros? —Tynan extiende las manos. —No voy a... —empiezo, la indignación se apodera de mí antes de que pueda respirar hondo—. Sinceramente, no es asunto tuyo con quién me acuesto, Tynan. — Aunque si me van a acusar, ¿no puedo tener algunas de las ventajas? Si conozco a Dain, está obsesionado con todo eso de que la fraternización está desaconsejada dentro de la cadena de mando, como este idiota. Pero seguramente Dain haría un movimiento si realmente quisiera, ¿verdad?

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—¡Lo es si eso significa que recibes un trato preferente! —añade Luca. —Por el amor de Dios —murmura Rhiannon, frotándose el puente de la nariz— . Luca, Tynan, cállense. No se acuestan. Son amigos desde que eran niños, ¿o es que no sabes lo suficiente sobre nuestro propio líder como para saber que su padre es el ayudante de su madre? Los ojos de Tynan se abren de par en par, como si estuviera realmente sorprendido. —¿De verdad? —De verdad. —Sacudo la cabeza y estudio el terreno. —Mierda. Lo... siento. Barlowe dijo... —Y ese es tu primer error —interviene Ridoc—. Escuchar a ese sádico va a hacer que te maten. Y tienes suerte de que Aetos no esté aquí. Cierto. Dain se tomaría más que mal las suposiciones de Tynan y probablemente le asignaría tareas de limpieza durante un mes. Menos mal que a estas horas está en el campo de vuelo. Xaden le daría una paliza. Parpadeo, apartando de mi cabeza esa comparación y cualquier otro pensamiento sobre Xaden Riorson. —¡Allá vamos! —El profesor Emetterio se dirige a la cabeza de nuestra fila—. Tendrán su tiempo al principio del curso, si lo consiguen, pero recuerden que aún tendrán nueve sesiones de prácticas antes de que los clasifiquemos para la Presentación en dos semanas y media, que determinará si los dragones los consideran dignos en el Threshing. —¿No tendría más sentido dejar que los de primer año empiecen a practicar esto justo después de Parapeto? —Rhiannon pregunta—. Ya saben, ¿para darnos un poco más de tiempo y no morir? —No —responde el profesor Emetterio—. El momento es parte del desafío. ¿Alguna palabra de sabiduría, Sawyer? Sawyer exhala lentamente y sigue con la mirada el traicionero recorrido. —Hay cuerdas cada dos metros que van desde lo alto del acantilado hasta el fondo —dice—. Así que si empiezas a caer, estira la mano y agárrate a una cuerda. Te costará treinta segundos, pero la muerte te costará más. Impresionante. —Quiero decir, hay un conjunto perfectamente bueno de pasos por allí. — Ridoc señala la empinada escalera tallada en el acantilado junto a las amplias curvas del Gauntlet. —Las escaleras son para llegar al campo de vuelo en lo alto de la cresta después de la Presentación —dice el profesor Emetterio, luego levanta las manos hacia el campo y hace un gesto con la muñeca, señalando varios obstáculos.

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El tronco de cuatro metros al comienzo de la subida empieza a girar. Los pilares de la tercera subida tiemblan. La rueda gigante de la primera curva empieza a girar en sentido contrario a las agujas del reloj, ¿y esos pequeños postes que mencionó Aurelie? Todos giran en direcciones opuestas. —Cada uno de los cinco ascensos de este curso está diseñado para imitar los retos a los que se enfrentarán en combate. —El profesor Emetterio se vuelve para mirarnos, con el rostro igual de severo que durante nuestro entrenamiento de combate habitual—. Desde el equilibrio que deben mantener sobre el lomo de su dragón, hasta la fuerza que necesitarán para mantenerse sentados durante las maniobras, pasando por —hace un gesto hacia arriba, hacia el último obstáculo, que desde este ángulo parece una rampa de noventa grados—, la resistencia que necesitarán para luchar en el suelo, y luego seguir siendo capaces de montar en su dragón en un segundo. Los postes desprenden un trozo de granito y la roca cae por el recorrido, golpeando todos los obstáculos a su paso hasta estrellarse a seis metros delante de nosotros. Si alguna vez ha habido una metáfora de mi vida, es ésta. —Guau —susurra Trina, con los ojos marrones muy abiertos mientras mira fijamente la roca pulverizada. Soy la más pequeña del pelotón, pero Trina es la más callada, la más reservada. Puedo contar con las dos manos las veces que me ha hablado desde el Parapeto. Si no tuviera amigos en la Primera Ala, me preocuparía, pero no tiene que abrirse a nosotros para sobrevivir. —¿Estás bien? —le pregunto en un susurro. Traga saliva y asiente, mientras uno de sus rizos castaños rebota contra su frente. —¿Y si no podemos compensarlo? —me pregunta Luca desde mi derecha, asegurando su larga melena en una trenza suelta, su habitual altivez no tan firme hoy—. ¿Cuál es la ruta alternativa? —No hay alternativa. Si no lo consigues, no podrás llegar a la Presentación, ¿verdad? Toma tu posición, Sawyer —ordena el profesor Emetterio, y Sawyer se dirige a la línea de partida—. Después de que logre superar el último obstáculo, para que todos puedan aprender de este cadete que completa el curso, el resto de ustedes comenzará cada sesenta segundos. Y... ¡adelante! Sawyer sale disparado. Recorre con facilidad los cuatro metros que separan el tronco único que gira paralelo a la pared del acantilado y luego los pilares elevados, pero tarda tres rotaciones dentro de la rueda antes de saltar por la abertura solitaria, pero aparte de eso, no veo ni un solo paso en falso en el primer ascenso. Ni uno. Nada. Se da la vuelta y corre hacia una serie de bolas gigantes colgantes que forman la segunda subida, saltando y abrazando una tras otra. Con los pies de nuevo en el suelo, gira de nuevo y se dirige a la tercera subida, dividida en dos secciones. La primera parte tiene barras metálicas gigantes que cuelgan paralelas a la pared del acantilado, y él se balancea fácilmente brazo sobre brazo, utilizando el peso y el impulso de su cuerpo para balancear la barra hacia delante y alcanzar la siguiente

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barra que cuelga medio metro más alta que la anterior mientras escala por la ladera del acantilado. Desde la última barra, salta a una serie de pilares temblorosos que conforman la segunda mitad de este ascenso antes de saltar finalmente de nuevo al camino de grava. Para cuando llega a la cuarta subida, los troncos giratorios de los que nos advirtió el hermano de Aurelie, Sawyer ha conseguido que todo parezca un juego de niños, y empiezo a sentir una burbuja de esperanza de que quizá el recorrido no sea tan difícil como parece desde el suelo. Pero entonces se enfrenta a una gigantesca formación de chimeneas que se eleva por encima de él en un ángulo de veinte grados y se detiene. —¡Lo tienes! —Rhiannon grita desde mi lado. Como si la hubiera oído, esprinta hacia la chimenea inclinada y se lanza hacia arriba, agarrándose a los lados formando una X con el cuerpo, y luego empieza a saltar por el conducto hasta que llega al final y se deja caer ante el último obstáculo, una enorme rampa que llega hasta el borde del acantilado en una subida casi vertical. Se me corta la respiración cuando Sawyer corre hacia la rampa, aprovechando su velocidad e impulso para subir dos tercios de la rampa. Justo antes de empezar a caer, levanta un brazo, se agarra al borde de la rampa y se impulsa hacia arriba. Rhiannon y yo gritamos y vitoreamos por él. Lo logró. En una maniobra casi impecable. —¡Técnica perfecta! —grita el profesor Emetterio—. Eso es exactamente lo que todos deberían estar haciendo. —Perfecto, y aun así lo pasaron por alto en el Threshing —ironiza Luca—. Supongo que los dragones tienen sentido del gusto. —Dale un descanso, Luca —dice Rhi. ¿Cómo podría alguien tan inteligente y atlético como Sawyer no vincularse? Y si no lo hizo, ¿qué clase de esperanza hay para el resto de nosotros? —Soy demasiado baja para la rampa —le susurro a Rhi. Me mira y luego vuelve a mirar el obstáculo. —Eres muy rápida. Si aumentas la velocidad, apuesto a que el impulso te llevará a la cima. Pryor, el tímido cadete de la región fronteriza de Krovlan, tiene problemas con las barras de acero oscilantes en el tercer ascenso debido a una indecisión bastante predecible por su parte, pero lo consigue justo cuando Trina casi cae ante los pilares temblorosos, alcanzando una cuerda. Sólo puedo distinguir el destello rojo de su cabello cuando empieza a girar los peldaños de la escalera, pero oigo su grito hasta los dedos de mis pies cuando esa cuerda en concreto se balancea cerca del suelo. —¡Puedes hacerlo! —Sawyer grita desde la cima. —¡Van en direcciones opuestas! —grita Aurelie.

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—Tynan, empieza —ordena el profesor Emetterio, mirando su reloj de bolsillo y no el recorrido. El corazón me retumba en los oídos cuando Trina supera los escalones, y el redoble de tambores no cesa cuando llaman a Rhiannon para que empiece. Supera la primera subida con la elegancia que esperaba de ella antes de detenerse. Tynan se cuelga de la segunda de las cinco bolas de boya de la segunda subida, justo donde cae el suelo. Si se cae, tiene una minúscula posibilidad de chocar con el tronco giratorio de la primera subida y una probabilidad abrumadora de caer diez metros al suelo. —¡Tienes que seguir moviéndote, Tynan! —grito, aunque dudo que pueda oírme desde aquí. Puede que sea una crédula, pero sigue siendo mi compañero de escuadrón. Grita, con los brazos enroscados alrededor de la bolla que se balancea. Le resulta imposible rodearla por completo con las manos, de eso se trata, y se resbala. —Le va a joder el tiempo —dice Aurelie, soltando un suspiro aburrido. —Menos mal que esto es sólo una práctica —dice Ridoc, y luego brama a Tynan—. ¿Qué te pasa, Tynan? ¿Te asustan las alturas? ¿Quién es el imbécil ahora? —Para. —Le doy un codazo a Ridoc en el costado. Ya no está tan delgado. Las últimas siete semanas le han puesto algo de músculo—. Sólo porque él sea un idiota no significa que tú tengas que serlo. —Pero me está dando mucho material con el que trabajar —responde Ridoc, con una sonrisa en la comisura de los labios mientras retrocede hacia la posición de salida. —¡Gira a la siguiente! —Trina sugiere desde la parte superior del grupo. —¡No puedo! —el grito de Tynan podría romper cristales al resonar montaña abajo, y hace que se me apriete el pecho. —¡Ridoc, arranca! —ordena el profesor Emetterio. Ridoc carga sobre el tronco. —¡Rhi! —grito—. ¡La cuerda está entre el primero y el segundo! Me hace un gesto con la cabeza y salta hacia la primera bola de la boya, agarrándola por arriba, cerca de donde las cadenas la sujetan a la barandilla de hierro de arriba, y balanceando su peso por el lateral. Es un movimiento totalmente inspirado, que podría funcionar para mí. La grava cruje bajo mis botas mientras me dirijo a la posición de salida. Oh, mira, es posible que mi corazón lata más deprisa. La maldita cosa prácticamente revolotea mientras me limpio las palmas húmedas en los pantalones de cuero. Rhiannon pone la cuerda en la mano de Tynan, pero en lugar de usarla para balancearse hasta la siguiente bola, se sube...no, va hacia abajo.

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Mi mandíbula prácticamente Definitivamente no lo vi venir.

se

desencaja

mientras

desciende.

—¡Violet, comienza! —Emetterio ordena. Quédate conmigo, Zihnal. No he pasado suficiente tiempo en el templo del dios de la suerte como para que me importe mucho lo que me pase ahora, pero vale la pena intentarlo. Subo como un rayo la primera parte del ascenso y llego al tronco giratorio en cuestión de segundos. Siento que se me revuelve el estómago en esta barra de equilibrio infernal. —Es sólo equilibrio. Puedes mantener el equilibrio —murmuro y empiezo a cruzar—. Pies rápidos. Pies rápidos. Pies rápidos —repito durante todo el camino, saltando desde el extremo para aterrizar en la primera de las cuatro columnas de granito, cada una más alta que la anterior. Hay un metro de distancia entre ellos, pero consigo saltar de un pilar al siguiente sin derrapar por los extremos. Y ésta es la parte fácil. Un nudo de miedo me sube por la garganta. Salto a la rueda giratoria y corro, saltando por encima de la única abertura mientras pasa volando una vez, y luego observando cómo da la vuelta una segunda vez. Tiempo. Todo esto es cuestión de sincronización. Llega la oportunidad y la aprovecho, corriendo a través de la abertura y girando de nuevo hacia el camino de grava de la segunda subida. Las bolas de boya están justo delante, pero me voy a caer de trasero si no me tranquilizo y consigo que me dejen de sudar las palmas de las manos. Los dragones de cola de pluma son la raza de la que menos sabemos, recito en mi mente, necesitando cada gramo de mi capacidad pulmonar mientras salto desde el borde del camino sobre la primera bola, agarrándola por arriba como hizo Rhiannon. La tensión inmediata en mis hombros me hace tensar cada músculo para evitar que las articulaciones se disloquen. Mantén la calma. Mantén la calma. Lanzando mi peso, obligo a la bola a girar, balanceándome hacia la siguiente. Esto se debe a que, según se dice, los colas de pluma aborrecen la violencia y no son aptos para establecer vínculos. Repito los movimientos, agarrando de una bola a la siguiente, manteniendo la vista en las cadenas y en nada más. Aunque este erudito no puede estar seguro, ya que uno nunca ha abandonado el Valle durante mi vida. Sigo recitando de memoria cuando llego a la quinta y última bola. Con un último golpe, me lanzo hacia un lado, suelto la bola y aterrizo en el camino de grava que me llega hasta el hombro sin torcerme un tobillo. Todo es impulso para el próximo ascenso. —Los dragones verdes —murmuro en voz baja—, conocidos por su agudo intelecto, descienden de la honorable línea Uaineloidsig, y siguen siendo los más

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racionales de la humanidad de los dragones, lo que los convierte en las armas de asedio perfectas, especialmente en el caso de los colas de garrote. —Concluyo mientras alineo mi cuerpo con la primera vara de metal y me dispongo a esprintar hacia delante. —¿Estás... estudiando? —Aurelie llama desde donde salta a la primera bola de abajo. —Me tranquiliza —respondo con una rápida explicación. No hay tiempo para avergonzarse, eso puede esperar. Hay tres raíles de hierro frente a mí, cada uno alineado como un ariete hacia el siguiente. —El Cuadrante de los Escribanos tiene muy buena pinta en este momento — refunfuño en voz baja, y me lanzo hacia el primero. Al menos la textura me da algo a lo que agarrarme mientras me abro paso mano a mano. El dolor de hombros se convierte en una punzada cuando llego al final de la primera barandilla y balanceo los pies para tomar impulso para la siguiente. El primer tintineo del hierro al juntarse los raíles me hace resbalar los dedos, y jadeo mientras el terror se abre paso en mi estómago. Los dragones anaranjados, que vienen en varios tonos de albaricoque a zanahoria, son los más, me lanzo a la siguiente barandilla, impredecibles de la humanidad de los dragones y, por lo tanto, siempre un riesgo. Me muevo por la barandilla con el mismo movimiento de mano sobre mano, ignorando las protestas rotundas de mis hombros. Descendiendo de la línea Fhaicorain. Pierdo la mano derecha y mi peso me lanza contra la escarpada ladera de la montaña, golpeándome la mejilla contra la roca. Un pitido agudo me retumba en los oídos y los bordes de mi visión se oscurecen. —¡Violet! —Rhiannon grita desde arriba. —¡A tu lado! ¡La cuerda está a tu lado! —Aurelie dice. El hierro me araña las yemas de los dedos al resbalarme la mano izquierda, pero localizo la cuerda y me agarro, apoyando los pies en el nudo que tengo debajo y aferrándome con fuerza hasta que el zumbido se desvanece en mi cabeza. Tengo que balancearme o bajar. He sobrevivido siete semanas en este maldito cuadrante, y este curso no me va a ganar hoy. Empujándome desde el borde, me balanceo hacia la barandilla y lo consigo, comenzando inmediatamente el mano a mano para llegar a la siguiente y luego a la siguiente, hasta que finalmente me suelto, aterrizando en el primer pilar de hierro tembloroso. Mi cerebro se agita cuando la cosa se estremece violentamente, y salto al siguiente, ganando a duras penas un punto de apoyo antes de saltar al camino de grava al final de la subida. Aurelie está justo detrás de mí, aterrizando con una sonrisa. —¡Esto es lo mejor!

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—Claramente necesitas ver a los sanadores. Debes de haberte golpeado la cabeza si crees que esto es divertido. —Mi respiración es entrecortada, pero no puedo evitar sonreír ante su evidente alegría. —Sólo tienes que correr recto a través de este —dice cuando llegamos a los postes de la escalera de torsión que sobresalen directamente desde el lado de la pared del acantilado. Cada madero de un metro de ancho gira desde su base en una de las secciones más empinadas del recorrido. Calculo rápidamente que si te caes de uno de los postes, probablemente caerías al menos diez o doce metros sobre el terreno rocoso que hay debajo. Me trago el terror que intenta trepar por mi garganta y me concentro en la posibilidad de que mi agilidad y ligereza me den ventaja en este obstáculo en particular. Y continúa. —Créeme. Si haces una pausa, te hará rodar. Asiento y me pongo en pie, haciendo acopio del valor que me queda. Luego corro. Mis pies son rápidos, tocan cada poste sólo el tiempo suficiente para empujar hacia el siguiente y, en unos pocos latidos, estoy al otro lado. —¡Sí! —grito, levantando el puño en señal de celebración mientras me aparto del camino de Aurelie. —¡Vamos, Violet! —grita—. ¡Allá voy! —Sus pies son más ágiles que los míos y salta de poste en poste. Se oye un rugido en lo alto y levanto la mirada justo a tiempo para ver el vientre de un Cola de Daga Verde que vuela directamente sobre nosotros, de vuelta al Valle. Nunca me acostumbraré a eso. Aurelie grita y mi cabeza se acerca a la suya justo a tiempo para verla tambalearse y resbalar en el quinto poste. El aire se congela en mis pulmones mientras ella avanza a toda velocidad y su vientre golpea el penúltimo tronco giratorio como si lo hiciera a cámara lenta. —¡Aurelie! —grito, abalanzándome sobre ella, las yemas de mis dedos rozando el séptimo poste. Nuestras miradas se cruzan, la conmoción y el terror llenan sus ojos negros cuando el poste la aparta de mí y cae. Hacia la mitad del acantilado.

El sol me quema los ojos mientras estamos en formación matinal. —Calvin Atwater —lee el capitán Fitzgibbons, con voz solemne como siempre.

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Primer Escuadrón, Sección Garra, Cuarta Ala. Se sienta dos filas detrás de mí en Informes de Batalla. Se sentaba. Esta mañana no tiene nada de especial. Nuestra primera prueba del Gauntlet ha alargado el pergamino, pero no es más que otra lista en un día cualquiera... excepto que no lo es. La excepcional crueldad de este ritual nunca me había golpeado tan fuerte. Ya no es como el primer día. Conozco más de la mitad de los nombres. Mi visión se nubla. —Newland Jahvon —continúa. Segundo Escuadrón, Sección Llamas, Cuarta Ala. Desayunaba conmigo. Debía tener unos veinte años. ¿Cómo puede ser esto todo lo que hay? ¿Decimos sus nombres una vez y luego seguimos como si nunca hubieran existido? Rhiannon desplaza su peso a mi lado y esnifa bruscamente, el movimiento sacude sus hombros una vez. —Aurelie Donans. Se me escapa una sola lágrima y me la quito, abriéndome una de las costras de la mejilla. Un hilillo de sangre sale cuando pronuncian el siguiente nombre, pero dejo que eso me manche.

—¿Estás segura de esto? —me pregunta Dain la noche siguiente, con dos líneas de preocupación entre las cejas mientras me agarra por los hombros. —Si sus padres no van a venir a enterrar su cuerpo, debería ser yo quien se ocupara de sus cosas. Soy la última persona a la que vio —le explico, moviendo los hombros para acomodar el peso de la mochila de Aurelie. Todos los padres de Basgiath tienen la misma opción cuando muere su cadete. Pueden recuperar el cuerpo y los efectos personales para enterrarlos o quemarlos, o bien la escuela pondrá su cuerpo bajo una piedra y quemarán ellos mismos sus efectos. Los padres de Aurelie han elegido la puerta número dos. —¿Y no quieres que vaya contigo? —me pregunta palmeándome el cuello. Sacudo la cabeza. —Sé dónde está el pozo de quemados. Murmura una maldición. —Debería haber estado allí. —No podrías haber hecho nada, Dain —digo suavemente, cubriendo su mano con la mía para que nuestros dedos se entrelacen ligeramente—. Ninguno de nosotros podría haberlo hecho. Ni siquiera tuvo tiempo de sujetar la cuerda —susurro. He

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repetido ese momento una y otra vez en mi cabeza, llegando siempre a la misma conclusión. —Nunca tuve ocasión de preguntarte si habías llegado hasta arriba —dice. Sacudo la cabeza. —Me quedé atrapada en la formación de la chimenea y tuve que usar una cuerda para volver a bajar. Soy demasiado baja para atravesar la distancia, pero no pienso en eso esta noche. Ya se me ocurrirá algo antes del Gauntlet cronometrado oficial el día de la Presentación. Tendré que hacerlo. No permiten que los cadetes vuelvan a bajar el último día. O completas el Gauntlet o caes a tu muerte. —De acuerdo. Avísame si me necesitas. —Me suelta. Asiento y me invento cualquier excusa para salir del pasillo de los dormitorios. El peso de la mochila de Aurelie es asombroso. Era lo bastante fuerte como para cargar tanto por encima del parapeto y, sin embargo, se cayó. Y de alguna manera yo sigo de pie. No puedo evitar la sensación de que la llevo conmigo mientras subo las escaleras de la torre académica, paso la sala de Informes de Batalla y subo hasta el tejado de piedra, pasando junto a otros cadetes que bajan. El pozo de quemados no es más que un barril de hierro extra ancho, cuyo único propósito es incinerar, y las llamas arden brillantes contra el cielo nocturno mientras salgo a trompicones al tejado, con los pulmones buscando oxígeno. Hace un par de meses, no habría podido llevar una mochila tan pesada. No hay nadie más aquí arriba mientras deslizo la bolsa de mi hombro. —Lo siento mucho —susurro, con los dedos clavados en la ancha correa de la mochila mientras la arrojo hacia arriba y sobre el borde metálico de la papelera. Las llamas prenden y silban mientras se convierte en más combustible para el fuego, otro tributo más a Malek, el dios de la muerte. En lugar de bajar las escaleras, me dirijo al borde de la torreta. La noche está nublada, pero puedo distinguir las sombras de tres dragones que se acercan por el oeste, e incluso veo la cresta donde yace el Gauntlet, esperando a su próxima víctima. No seré yo. Pero ¿por qué? ¿Porque lo conquistaré? ¿O porque cederé a la petición de Dain y me esconderé en el Cuadrante de los Escribanos? Todo mi ser se opone a la segunda opción, lo que me hace cuestionarme todo mientras permanezco aquí, dejando pasar los minutos antes de que suenen las campanas del toque de queda. Vuelvo a bajar las escaleras sin una respuesta sólida al por qué. Atravieso el patio, vacío salvo por una pareja que no puede decidir si prefiere besarse o caminar cerca del estrado, y desvío la mirada, dirigiéndome al nicho donde Dain y yo nos sentamos por primera vez después del Parapeto.

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Han pasado casi dos meses y sigo aquí. Todavía me despierto cada mañana con el amanecer. ¿No significa eso algo? ¿No hay una posibilidad, por pequeña que sea, de que pueda ser suficiente para pasar el Threshing? ¿Que pueda pertenecer a este lugar? La puerta que conduce al túnel que tomamos para cruzar la cordillera hasta el Gauntlet esta mañana se abre a lo largo de la pared del patio, justo a la izquierda del edificio académico, y mi frente se frunce. ¿Quién volvería tan tarde? Sentada contra la pared, dejo que la oscuridad me oculte mientras Xaden, Garrick y Bodhi, el primo de Xaden, pasan bajo la luz mágica y se dirigen hacia mí. Tres dragones. Estaban afuera... ¿haciendo qué? No hubo operaciones de entrenamiento que yo sepa esta noche, no es que esté al tanto de todo lo que hacen los de tercer año. —Tiene que haber algo más que podamos hacer —argumenta Bodhi, mirando a Xaden, con la voz baja mientras pasan a mi lado, sus botas crujiendo sobre la grava. —Estamos haciendo todo lo que podemos —sisea Garrick. Se me eriza el cuero cabelludo y Xaden se detiene a medio paso a tres metros de distancia, con los hombros rígidos. Mierda. Sabe que estoy aquí. En lugar del miedo habitual que se dispara en su presencia, sólo me sube la rabia al pecho. Si quiere matarme, está bien. Estoy harta de esperar a que suceda. De caminar por los pasillos con miedo. —¿Qué pasa? —pregunta Garrick, mirando inmediatamente por encima del hombro en dirección contraria, hacia la pareja que definitivamente ha decidido que liarse es más importante que entrar en los dormitorios antes del toque de queda. —Váyanse. Los veré adentro —dice Xaden. —¿Seguro? —Bodhi frunce la frente y recorre el patio con la mirada. —Vayan —ordena Xaden, quedándose completamente quieto hasta que los otros dos entran en el pabellón, girando a la izquierda hacia la escalera que los llevará a las plantas de segundo y tercer año. Sólo cuando se han ido se gira y mira hacia el lugar exacto donde estoy sentada. —Sé que sabes que estoy aquí. —Me obligo a ponerme en pie y avanzar hacia él para que no piense que me escondo o, peor aún, que le tengo miedo—. Y por favor, no parlotees sobre dominar la oscuridad. Esta noche no estoy de humor. —¿Ninguna pregunta sobre dónde he estado? —Cruza los brazos sobre el pecho y me observa a la luz de la luna. Su cicatriz parece aún más amenazadora bajo esta luz, pero no encuentro fuerzas para asustarme. —Sinceramente, me da igual. —Me encojo de hombros, el movimiento hace que la palpitación de mis hombros se intensifique. Genial, justo a tiempo para practicar en el Gauntlet mañana.

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Ladea la cabeza. —Realmente no te importa, ¿verdad? —No. No es que yo no salga después del toque de queda. —Un suspiro pesado sale de mis labios. —¿Qué haces fuera después del toque de queda, primer año? —Estoy pensando en huir —replico—. ¿Y tú? ¿Te apetece compartir? — pregunto burlonamente, sabiendo que no va a responderme. —Lo mismo. Imbécil sarcástico. —Mira, ¿vas a matarme o no? La anticipación está empezando a fastidiarme. — Me llevo una mano al hombro y lo hago rodar, presionando los músculos adoloridos, pero no ayuda a aliviar el dolor. —Aún no lo he decidido —responde, como si acabara de preguntarle por sus preferencias a la hora de cenar, pero su mirada se estrecha en mi mejilla. —Bueno, ¿podrías? —murmuro—. Definitivamente me ayudaría a hacer mis planes para la semana. —Markham o Emetterio. Escribano o jinete. —¿Estoy afectando tu agenda, Violencia? —Hay una clara sonrisa en esos labios. —Sólo necesito saber qué posibilidades tengo aquí. —Mis manos se cierran en puños. El imbécil tiene el valor de sonreír. —Esa es la forma más extraña en la que me han ligado. —¡No mis posibilidades contigo, cretino engreído! —A la mierda con esto. A la mierda todo esto. Me muevo junto a él, pero me agarra la muñeca, su agarre ligero pero firme. Las yemas de sus dedos en mi pulso lo hacen temblar. —¿Posibilidades de qué? —pregunta, acercándome lo suficiente para que mi hombro roce sus bíceps. —Nada. —No lo entendería. Es un maldito líder, lo que significa que ha sobresalido en todo en el cuadrante, incluso de alguna manera se las arregló para pasar de su propio apellido. —¿Posibilidades de qué? —repite—. No me hagas preguntarlo tres veces. —Su tono ominoso está en desacuerdo con su suave apretón, y mierda, ¿tiene que oler tan bien? Como a menta y cuero y algo que no puedo identificar, algo entre cítrico y floral. —¡A vivir con todo esto! No puedo subir el maldito Gauntlet. —Tiro sin entusiasmo de mi muñeca, pero no me suelta. —Ya veo. —Está tan exasperantemente calmado, y yo ni siquiera puedo controlar una de mis emociones.

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—No, no lo ves. Probablemente lo estés celebrando porque caeré muerta y no tendrás que tomarte la molestia de matarme. —Matarte no sería ningún problema, Violencia. Es dejarte viva lo que parece causarme la mayoría de los problemas. Mi mirada se eleva para chocar con la suya, pero su rostro es ilegible, envuelto en sombras, ve tú a saber. —Siento ser una molestia. —El sarcasmo gotea de mi voz—. ¿Sabes cuál es el problema de este sitio? —Vuelvo a tirar de mi brazo, pero me sujeta—. ¿Además de que tocas cosas que no te pertenecen? —Lo miro con los ojos entrecerrados. —Estoy seguro de que me lo vas a decir. —Se me revuelve el estómago cuando su pulgar me roza el pulso y me suelta la muñeca. Respondo antes de pensarlo mejor. —Esperanza. —¿Esperanza? —Acerca su cabeza a la mía, como si no estuviera seguro de haberme oído bien. —Esperanza. —Asiento—. Alguien como tú nunca lo entendería, pero yo sabía que venir aquí era una sentencia de muerte. No importaba que me hubieran entrenado toda mi vida para entrar en el Cuadrante Escribano; cuando la General Sorrengail da una orden, no puedes ignorarla precisamente. —Dioses, ¿por qué estoy diciéndole todo a este hombre? ¿Qué es lo peor que puede hacer? ¿Matarte? —Claro que sí. —Se encoge de hombros—. Puede que no te gusten las consecuencias. Pongo los ojos en blanco y, para mi vergüenza, en lugar de apartarme ahora que estoy libre, me inclino un poco hacia él, como si pudiera absorber parte de su fuerza. Desde luego, le sobra. —Sabía cuáles eran las probabilidades, y vine de todos modos, concentrándome en ese pequeño porcentaje de posibilidades de vivir. Y entonces llego casi a los dos meses y.... —Sacudo la cabeza, apretando la mandíbula—. Tengo esperanza. —La palabra me sabe amarga. —Ah. Y entonces pierdes a un compañero de escuadrón, y no puedes subir por la chimenea, y te rindes. Empiezo a ver. No es una imagen halagadora, pero si quieres huir al Cuadrante de los Escribanos... Jadeo, con el miedo haciéndome un agujero en el estómago. —¿Cómo lo sabes? —Si lo sabe... sí lo cuenta, Dain está en peligro. Una sonrisa malvada curva los perfectos labios de Xaden. —Sé todo lo que pasa aquí. —La oscuridad se arremolina a nuestro alrededor— . Las sombras, ¿recuerdas? Lo oyen todo, lo ven todo, lo ocultan todo. —El resto del mundo desaparece. Podría hacerme cualquier cosa aquí adentro y nadie se daría cuenta.

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—Sin duda, mi madre te recompensaría si le contaras el plan de Dain —digo en voz baja. —Ella definitivamente te recompensaría por contarle sobre mi pequeño... ¿cómo lo llamaste? Club. —No voy a decírselo. —Las palabras suenan a la defensiva. —Lo sé. Por eso sigues viva. —Mantiene mi mirada fija en la suya—. Esta es la cuestión, Sorrengail. La esperanza es algo voluble y peligroso. Te roba la concentración y la dirige hacia las posibilidades en lugar de mantenerla donde debe estar, en las probabilidades. —¿Así que se supone que debo qué? ¿No esperar vivir? ¿Sólo planear la muerte? —Se supone que debes centrarte en las cosas que pueden matarte para encontrar formas de no morir. —Sacude la cabeza—. Apenas puedo contar el número de personas en este cuadrante que te quieren muerta, ya sea como venganza contra tu madre o porque eres realmente buena molestando a la gente, pero sigues aquí, desafiando las probabilidades. —Las sombras me envuelven y juro que siento una caricia en el costado de mi mejilla herida—. Ha sido bastante sorprendente de ver, en realidad. —Feliz de ser tu entretenimiento. Me voy a la cama. —Giro sobre mis talones y me dirijo hacia la entrada de los barracones, pero él está justo detrás de mí, lo bastante cerca como para que la puerta se le cerrara en las narices si no fuera tan anormalmente rápido en atraparla. —Quizá si dejaras de enfurruñarte en tu autocompasión, verías que tienes todo lo que necesitas para escalar el Gauntlet —me dice, su voz resuena por el pasillo. —¿Mi auto qué? —Me doy la vuelta, con la mandíbula desencajada. —La gente muere —dice lentamente, con la mandíbula crispada antes de inspirar profundamente—. Va a ocurrir una y otra vez. Es la naturaleza de lo que ocurre aquí. Lo que te convierte en un jinete es lo que haces cuando la gente muere. ¿Quieres saber por qué sigues viva? Porque eres la balanza con la que actualmente me juzgo cada noche. Cada día que te dejo vivir, consigo convencerme de que todavía hay una parte de mí que es una persona decente. Así que si quieres dejarlo, por favor, ahórrame la tentación y déjalo. Pero si quieres hacer algo, hazlo. —¡Soy demasiado baja para abarcar la distancia! —siseo, sin importarme que alguien pueda oírnos. —El camino correcto no es el único camino. Averígualo. —Luego se da la vuelta y se marcha. Que. Se. Joda.

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Conservar las pertenencias de un ser querido muerto es una grave ofensa contra Malek. Pertenecen al más allá, con el dios de la muerte y los difuntos. En ausencia de un templo apropiado, cualquier fuego servirá. Quien no arda por Malek, será quemado por Malek. -GUÍA DEL MAYOR RORILEE PARA APACIGUAR A LOS DIOSES, SEGUNDA EDICIÓN

os siguientes entrenamientos del Gauntlet no tienen más éxito que los primeros, pero al menos no perdemos a otro compañero de escuadrón. Tynan ha dejado de abrir la boca, ya que parece que tampoco puede arreglárselas del todo. Las bolas de boya son su perdición. La chimenea es la mía. En la novena, y penúltima, sesión, estoy dispuesta a incendiar toda la carrera de obstáculos. La sección del recorrido que es mi perdición está pensada para simular la fuerza y la agilidad que se necesitan para montar un dragón, y cada vez está más claro que mi tamaño me va a joder. —Quizá puedas subirte a mis hombros y luego... —Rhiannon sacude la cabeza mientras estudiamos la grieta que se ha convertido en mi némesis. —Entonces seguiré atascada a medio camino —respondo, secándome el sudor de la frente. —No importa. No puedes tocar a otro cadete en la ruta. —Sawyer se cruza de brazos a mi lado, la punta de su nariz ahora roja brillante por el sol alto. —¿Estás aquí para aplastar esperanzas y sueños, o tienes alguna sugerencia? —Rhiannon replica—. Porque la Presentación es mañana, así que si tienes alguna idea brillante, ahora es el momento. Si voy a huir al Cuadrante de los Escribanos, esta noche es la noche. Mi corazón se aprieta contra ese pensamiento. Es la elección lógica. La elección segura.

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Sólo hay dos pensamientos que me detienen. Uno, no hay garantía de que mi madre no se entere. Que Markham se callara no significa que los instructores lo hagan. Pero lo más importante es que si me voy, si me escondo... nunca sabré si soy lo suficientemente buena para sobrevivir aquí. Y aunque puede que no sobreviva si me quedo, no estoy segura de poder vivir conmigo misma si me voy.

—Doria Merrill —dice el Capitán Fitzgibbons desde el estrado. Cada uno de sus rasgos es cristalino, no sólo porque el sol está detrás de la sombra de las nubes, sino porque estoy más cerca. Nuestra formación se estrecha con cada cadete que cae. Según Brennan y las estadísticas, hoy será uno de los días más mortíferos para los alumnos de primer año. Es el Día de la Presentación y, para llegar al campo de vuelo, primero tendremos que escalar el Gauntlet. Todo en el Cuadrante de Jinetes está diseñado para eliminar a los débiles, y hoy no es una excepción. —Kamryn Dyre. —El Capitán Fitzgibbons continúa leyendo la lista. Me estremezco. Su asiento estaba enfrente del mío en la Dragonkind. —Arvel Pelipa. Imogen y Quinn, ambas de segundo año, sueltan un suspiro delante de mí. Los de primer año no somos los únicos en peligro; sólo somos los más propensos a morir. —Michel Iverem. —El Capitán Fitzgibbons cierra el registro—. Encomendamos sus almas a Malek. —Y con esa última palabra, se rompe la formación. —Los de segundo y tercer año, a menos que estén de guardia en el Gauntlet, vayan a clase. Los de primer año, es hora de mostrarnos lo que tienen. —Dain esboza una sonrisa y me pasa por encima mientras mira a nuestro equipo. —Buena suerte hoy. —Imogen se pasa un mechón de cabello rosa por detrás de la oreja y me dirige una sonrisa dulzona—. Espero que no te quedes... corta. —Nos vemos pronto —respondo levantando la barbilla. Se me queda mirando con total aversión durante un segundo y luego se marcha con Quinn y Cianna, nuestra oficial. —Mucha suerte. —Heaton, el más corpulento de tercer curso de nuestro equipo, con llamas rojas cortadas y teñidas en el cabello, se toca el corazón, justo sobre dos de sus insignias, y nos ofrece a todos una sonrisa genuina pero de labios planos antes de dirigirse a clase.

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Mientras miro fijamente su espalda en retirada, me pregunto qué significa la insignia circular en la parte superior de su brazo derecho con agua y esferas flotantes. Sé que la insignia triangular a la izquierda de ese, con la espada larga, significa que no hay que meterse con ellos en el tatami. Desde que Dain me habló de la insignia que denotaba su habilidad de alto secreto, he estado prestando mucha atención a las insignias que otros cadetes han cosido en sus uniformes. La mayoría los llevan como insignias de honor, pero yo los reconozco por lo que realmente son: inteligencia que algún día podría necesitar para derrotarlos. —No me había dado cuenta de que Heaton sabía hablar. —Dos líneas aparecen entre las cejas de Ridoc. —Quizá creen que al menos deberían saludarnos antes de que nos asen potencialmente hoy —dice Rhiannon. —Vuelvan a la formación —ordena Dain. —¿Vienes con nosotros? —pregunto. Asiente, sin mirarme. Los ocho formamos dos filas de cuatro, igual que los demás escuadrones que nos rodean. —Raro —susurra Rhiannon a mi lado—. Parece un poco molesto contigo. Miro por encima de los delgados hombros de Trina mientras la brisa azota la trenza que he tejido como una corona. También suelta algunos de los rizos de Trina. —Quiere algo que yo no puedo darle. Sus cejas se levantan. Pongo los ojos en blanco. —No como... eso. —No me importaría que fuera así —responde en voz baja—. Está bueno. Tiene ese aire de chico de al lado que aún puede patearte el trasero. Lucho contra una sonrisa porque tiene razón. Lo tiene. —Somos el escuadrón más grande —señala Ridoc detrás de nosotros mientras los escuadrones más a la izquierda, del Primer Ala, salen por la puerta oeste del patio. —¿Cuántos nos quedan? —pregunta Tynan—. ¿Ciento ochenta? —Ciento setenta y uno —responde Dain. Los escuadrones de la Segunda Ala comienzan a moverse, liderados por su líder de ala, lo que significa que Xaden está en algún lugar adelante de nosotros. Mis nervios están reservados para el curso de obstáculos, pero no puedo evitar preguntarme hacia qué lado se inclinará hoy su balanza. —¿Para cien dragones? Pero, ¿qué vamos a...? —pregunta Trina, los nervios interrumpiendo sus palabras.

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—No permitas que el miedo se filtre en tu voz —le suelta Luca desde detrás de Rhiannon—. Si los dragones creen que eres una cobarde, mañana no serás más que un nombre. —Sí, anímala —suelta Ridoc—, induciendo más miedo. —Cállate —responde Luca—. Sabes que es verdad. —Sólo demuestra confianza y estoy segura de que estarás bien. —Me inclino hacia delante para que nuestros compañeros de escuadrón no puedan oírme mientras la Tercera Ala empieza a marchar hacia la puerta. —Gracias —susurra Trina en respuesta. La mirada entrecerrada de Dain se fija finalmente en la mía, pero al menos no me llama mentirosa. Sin embargo, hay suficiente acusación en sus ojos como para juzgarme y condenarme por ello. —¿Nerviosa, Rhi? —pregunto, sabiendo que estamos a punto de ser llamadas a continuación. —¿Por ti? —pregunta—. Para nada. Tenemos esto. —Me refería al examen de historia de mañana —bromeo—. Hoy no pasa nada como para asustarse. —Ahora que lo mencionas, todo el Tratado de Arif podría ser mi muerte. — Sonríe. —Ahh, el acuerdo entre Navarra y Krovla para compartir mutuamente el espacio aéreo para dragones y grifos sobre una estrecha franja de las montañas Esben, entre Sumerton y Draithus —recuerdo, asintiendo. —Tu memoria es aterradora. —Me lanza una sonrisa. Pero mi memoria no me va a llevar al Gauntlet. —¡Cuarta Ala! —Xaden grita desde algún lugar en la distancia. Ni siquiera necesito ver para saber que es él quien ha dado la orden y no su oficial ejecutivo—. ¡Muévanse! Salimos en fila, Sección Llama, luego Garra y finalmente Cola. Hay un pequeño embotellamiento en la puerta, pero luego la atravesamos, adentrándonos en la penumbra iluminada por la magia del túnel que tomamos cada mañana para llegar al Gauntlet. Las sombras cubren los bordes del suelo rocoso a lo largo de nuestro camino. ¿Cuáles son los límites del poder de Xaden? ¿Podría usar las sombras para ahogar a todos los escuadrones? ¿Necesitaría descansar o recargarse después? ¿Tiene un poder tan grande algún tipo de control o equilibrio? Dain retrocede y camina entre Rhiannon y yo. —Cambia de opinión. —Es apenas un susurro. —No. —Sueno más confiada de lo que me siento.

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—Cambia. De. Opinión. —Su mano encuentra la mía, oculta por nuestra apretada formación mientras descendemos por el pasadizo—. Por favor. —No puedo. —Sacudo la cabeza—. No más de lo que dejarías a Cath y correrías a los escribas tú mismo. —Eso es diferente. —Su mano aprieta la mía y noto la tensión en sus dedos, en su brazo—. Soy jinete. —Bueno, quizá yo también —susurro cuando aparece la luz adelante. Antes no lo creía, no cuando no podía irme porque mi madre no me dejaba, pero ahora puedo elegir. Y elijo quedarme. —No seas... —Se corta y suelta mi mano—. No quiero enterrarte, Vi. —Es inevitable que uno de los dos tenga que enterrar al otro. —No es macabro, sólo un hecho. —Ya sabes lo que quiero decir. La luz crece hasta convertirse en un arco de tres metros de altura que nos conduce a la base del Gauntlet. —Por favor, no lo hagas —suplica Dain, sin molestarse en bajar la voz esta vez mientras salimos a la luz moteada del sol. La vista es espectacular, como siempre. Seguimos en lo alto de la montaña, a miles de metros por encima del valle, y la vegetación parece extenderse sin fin hacia el sur, con grupos aleatorios de árboles achaparrados entre coloridas laderas de flores silvestres. Mi mirada se dirige hacia el Gauntlet tallado en la cara del acantilado, y no puedo evitar seguir cada obstáculo más y más alto hasta que estoy mirando la cima de la cresta que, según los mapas que he estudiado, conduce a un cañón en forma de caja: el campo de vuelo. Me muerdo el labio mientras miro la ruptura en la línea de árboles. Normalmente, sólo se permite la presencia de jinetes en el campo de vuelo, a excepción de la Presentación. —No sé si podré mirar —dice Dain, atrayendo de nuevo mi atención hacia su fuerte rostro. Su barba perfectamente recortada enmarca unos labios carnosos que se fruncen. —Entonces cierra los ojos. —Tengo un plan, uno de mierda, pero vale la pena intentarlo. —¿Qué ha cambiado entre el Parapeto y ahora? —Dain vuelve a preguntar, con un cúmulo de emociones en los ojos que no puedo ni empezar a interpretar. Bueno, excepto el miedo. Eso no necesita interpretación. —Yo.

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Una hora más tarde, mis pies vuelan sobre los postes giratorios de la escalera y salto a la seguridad del camino de grava. Tercer ascenso completado. Quedan dos más. Y no he tocado ni una sola cuerda. Juro que puedo sentir a Dain mirándome fijamente desde el fondo del recorrido, donde Tynan y Luca aún no han empezado a subir, pero no miro hacia abajo. No hay tiempo para lo que él cree que será una última mirada, y no puedo permitirme el retraso de consolarlo cuando aún me quedan dos obstáculos por delante. Lo que significa que hay uno que ni siquiera he tenido la oportunidad de practicar: la rampa casi vertical del final. —¡Puedes hacerlo! —Rhiannon grita desde arriba cuando llego a la estructura de la chimenea. —¡O puedes hacernos un favor a todos y caerte! —grita otra voz. Jack, sin duda. Al menos sólo ha sido nuestro escuadrón en las sesiones de entrenamiento, pero todos los de primer año pueden verlo ahora, ya sea desde la base del campo o desde los bordes del acantilado de arriba. Miro hacia la columna hueca que debo escalar y retrocedo unos metros por el sendero. —¿Qué estás haciendo? —grita Rhiannon mientras agarro una de las cuerdas y la arrastro horizontalmente por la superficie del acantilado, lanzando guijarros en caída libre. Es pesadísima y protesta al estiramiento, pero consigo colocar la parte inferior en la estructura de la chimenea. Tiro de la cuerda todo lo que puedo, planto un pie en el lateral del pozo y doy un tirón a la cuerda, luego elevo una plegaria a Zihnal para que esto funcione. —¿Puede hacer eso? —pregunta alguien. Lo estoy haciendo ahora. Entonces levanto el otro pie y empiezo a subir por la chimenea, utilizando sólo el lado derecho, caminando por la piedra y haciendo palanca con mi peso sobre la cuerda, mano sobre mano. El cabo se resbala a mitad de camino, cuando la cuerda roza un gran peñasco, pero rápidamente recojo la cuerda floja y sigo subiendo. El corazón me retumba en los oídos, pero son las manos las que me están matando. Siento como si las llamas me devoraran las palmas y aprieto los dientes para no gritar. Ahí está. La parte superior. La cuerda apenas corta la esquina de la estructura, y uso lo que me queda de la fuerza de la parte superior del cuerpo para subir, luchando con las manos y las rodillas en el camino. —¡Claro que sí! —Ridoc grita, ululando desde arriba—. ¡Esa es nuestra chica! —¡Levántate! —Rhiannon grita—. ¡Uno más!

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Tengo el pecho agitado y me duelen los pulmones, pero consigo ponerme en pie. Estoy en la última subida, el camino final hacia el campo de vuelo, y frente a mí hay una rampa de madera que sobresale tres metros de la pared del acantilado, luego se curva hacia arriba como el interior de un cuenco, el punto más alto a nivel con la cima del acantilado tres metros por encima. El obstáculo pretende poner a prueba la capacidad de un cadete para escalar la pata delantera de un dragón y alcanzar su silla de montar. Y yo soy demasiado baja. Pero las palabras de Xaden de que el camino correcto no era el único han sonado una y otra vez en mi cabeza durante toda la noche. Cuando salió el sol y ahuyentó la oscuridad, ya tenía un plan. Sólo espero poder lograrlo. Desenvaino la daga más grande que tengo y me limpio el sudor de la frente con el dorso de la sucia palma de mi mano. Entonces olvido la agonía de mis manos, el palpitar de mis hombros y la punzada en la rodilla por haber aterrizado mal tras los pilares. Bloqueo todo el dolor, lo encierro tras un muro como he hecho toda mi vida, y me concentro en la rampa como si mi vida dependiera de lograrlo. Aquí no hay cuerda. Sólo hay una forma de superar esto. Pura maldita voluntad. Y así avanzo, usando mi velocidad a mi favor. Hay un sonido como de tambor cuando mis pies golpean contra la rampa y la pendiente se agudiza. Que no haya superado personalmente este obstáculo no significa que no haya visto a mis compañeros superarlo una y otra vez. Echo el cuerpo hacia delante y el impulso me lleva hacia arriba, corriendo por el lateral de la rampa. Espero a sentir el precioso cambio, el momento en que la gravedad reclama mi cuerpo a casi medio metro de la cima, y balanceo el brazo hacia arriba y golpeo con mi daga la resbaladiza y blanda madera de la rampa, y la utilizo para lanzarme el último metro hacia arriba. Un grito primitivo sale de mi garganta y mi hombro protesta justo cuando mis dedos rozan el borde. Lanzo el codo hacia arriba para hacer palanca y me subo, utilizando el mango de la daga como último escalón antes de saltar a la cima del acantilado. Aún no está hecho. Boca abajo, me giro para mirar hacia la rampa, me estiro por el lateral y tiro de mi daga, envainándola en mis costillas antes de ponerme en pie. Lo he conseguido. El alivio me absorbe la adrenalina. Los brazos de Rhiannon me rodean y soportan mi peso mientras jadeo. Ridoc me abraza la espalda, apretándome como si fuera el relleno de un sándwich mientras grita de felicidad. Protestaría, pero ahora son lo único que me mantiene de pie. —¡No puede hacer eso! —grita alguien.

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—Sí, bueno, ¡acaba de hacerlo! —Ridoc se gira por encima del hombro, aflojando su agarre sobre mí. Me tiemblan las rodillas, pero aguantan mientras aspiro una y otra vez. —¡Lo has conseguido! —Rhiannon toma mi cara entre sus manos, las lágrimas llenan sus ojos marrones—. ¡Lo lograste! —Suerte. —Respiro otra vez y ruego a mi corazón galopante que se ralentice— . Y... Adrenalina. —¡Tramposa! Me giro hacia la voz. Es Amber Mavis, la jefa de ala, de cabello rubio y fresa del Tercer Ala que fue amiga íntima de Dain el año pasado, y en su cara no hay más que furia mientras carga contra Xaden, que está a un par de metros con el registro, anotando los tiempos con un cronómetro y con cara de aburrimiento. —Atrás, Mavis —amenaza Garrick, el sol destella en las dos espadas que el jefe de sección de cabello rizado lleva atadas a la espalda mientras pone su cuerpo entre Amber y Xaden. —La tramposa utilizó claramente materiales extraños no una sino dos veces — grita Amber—. ¡No se puede tolerar! Vivimos según las reglas o morimos según ellas. No es de extrañar que ella y Dain estén tan unidos: ambos están enamorados del Codex. —No me gusta llamar tramposo a nadie de mi sección —advierte Garrick, con sus enormes hombros impidiéndome verla mientras se gira—. Y mi jefe de ala se encargará de cualquier infracción de las normas en su propia ala. —Se aparta y me encuentro con los ojos azules de Amber. —¿Sorrengail? —pregunta Xaden, arqueando una ceja en evidente desafío, con la pluma sobre el libro. No es la primera vez que me doy cuenta de que, aparte de sus emblemas de la Cuarta Ala y de líder de ala, no lleva las insignias que a otros les gusta tanto exhibir. —Espero la penalización de treinta segundos por usar la cuerda —respondo, con la respiración calmada. —¿Y el cuchillo? —La mirada de Amber se estrecha—. Está descalificada. — Cuando Xaden no contesta, vuelve la mirada hacia él—. ¡Seguro que está fuera! No puedes tolerar la anarquía dentro de tu propia ala, Riorson. Pero la mirada de Xaden no se aparta de la mía mientras espera en silencio a que responda. —Un jinete sólo puede llevar al cuadrante los objetos que pueda cargar... — empiezo. —¿Me estás citando el Codex? —grita Amber. —…y no se les separará de esos objetos sean cuales sean —continúo—. Pues una vez llevados al otro lado del parapeto, se consideran parte de su persona. Artículo Tercero, Sección Sexta, Apéndice B.

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Sus ojos azules se abren de par en par cuando la miro. —Ese apéndice fue escrito para hacer del robo un delito ejecutable. —Correcto. —Asiento, mirando entre ella y los ojos de ónix que ven a través de mí—. Pero al hacerlo, otorgaba a cualquier objeto que se llevara al otro lado del parapeto el estatus de ser parte del jinete. —Desenvaino la astillada y maltrecha daga con un agudo mordisco de dolor en las palmas—. Esta no es una espada de desafío. Es una daga que yo llevé al otro lado y, por tanto, la considero parte de mí misma. Sus ojos se desorbitan y no se me escapa el atisbo de una sonrisa en su boca exasperantemente seductora. Tener tan buen aspecto y ser tan despiadado debería ir en contra del Codex. —El camino correcto no es el único camino. —Uso sus propias palabras contra él. Xaden me sostiene la mirada. —Te tiene a ti, Amber. —¡Por un tecnicismo! —Todavía te tiene. —Se gira ligeramente y me lanza una mirada que no quiero que me dirijan nunca. —Piensas como un escriba —me grita. Pretende ser un insulto, pero me limito a asentir. —Lo sé. Se marcha y yo vuelvo a envainar la daga, dejo caer las manos a los lados y cierro los ojos mientras el alivio me quita el peso de encima. Lo he conseguido. He superado otra prueba. —Sorrengail —dice Xaden, y mis ojos se abren de golpe—. Estás goteando. — Su mirada se dirige a mis manos. Donde la sangre gotea de las yemas de mis dedos. El dolor irrumpe, traspasando mi dique mental como un río embravecido al ver el desastre que he hecho con mis palmas. Las he destrozado. —Haz algo al respecto —ordena. Asiento y retrocedo, uniéndome a mi escuadrón. Rhiannon me ayuda a cortarme las mangas de la camisa para vendarme las manos, y animo a nuestros dos últimos compañeros de escuadrón a subir por el acantilado. Todos lo conseguimos.

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El Día de la Presentación no se parece a ningún otro. El aire está cargado de posibilidades y, posiblemente, del hedor a azufre de un dragón que ha sido ofendido. Nunca mires a un rojo a los ojos. Nunca retrocedas ante un verde. Si muestras temor ante un marrón... bueno, simplemente no lo hagas. -GUÍA DE CAMPO DEL CORONEL KAORI SOBRE LOS DRAGONES

ay 169 de nosotros cuando termina la mañana, incluso con mi penalización por la cuerda, hemos quedado en el puesto once de los treinta y seis escuadrones de Presentación, el desfile que pone los pelos de punta a los cadetes ante los dragones de este año dispuestos a unirse. La ansiedad se apodera de mis piernas al pensar en caminar tan cerca de los dragones determinados a eliminar a los débiles antes del Treshing, y de repente deseo que hubiéramos quedado en último lugar. El más rápido en subir el Gauntlet fue Liam Mairi, por supuesto, lo que le valió la insignia del Gauntlet. Estoy bastante segura de que ese tipo no sabe ocupar el segundo puesto, pero yo no fui la más lenta, y eso me basta. El cañón en forma de caja que forma el campo de entrenamiento es espectacular al sol de la tarde, con kilómetros de prados de color otoñal y picos que se elevan a tres lados de nosotros mientras esperamos en la parte más estrecha, la entrada al valle. Al final, puedo distinguir la línea de la cascada que podría ser sólo un hilillo de un arroyo ahora, pero se precipitará en la temporada de escorrentía. Las hojas de los árboles se están volviendo doradas, como si alguien hubiera traído un pincel de un solo color y lo hubiera esparcido por el paisaje. Y luego están los dragones. Con una altura media de seis metros, están en su propia formación, alineados a varios metros del camino, lo bastante cerca como para juzgarnos al pasar.

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—Vamos, Segundo Escuadrón, son los siguientes —dice Garrick, haciéndonos señas con un gesto que hace brillar la reliquia de la rebelión que lleva en el antebrazo descubierto. Dain y los otros líderes de escuadrón se quedaron atrás. No sé si estará encantado de que haya subido al Gauntlet o decepcionado por haberme saltado las normas. Pero nunca me he sentido más emocionada. —En formación —ordena Garrick, su tono todo negocios, que no me sorprende dado que su estilo de liderazgo es más su misión en primer lugar, las sutilezas al último. Me imagino porque parece tan cercano a Xaden. Sin embargo, a diferencia de Xaden, en el lado derecho de su uniforme lleva una cuidada línea de insignias que lo proclaman jefe de la sección Llama, así como más de cinco insignias que anuncian su destreza con multitud de armas. Cumplimos, y Rhiannon y yo terminamos cerca de la parte de atrás esta vez. Se oye a lo lejos un sonido como de viento que se detiene tan rápido como empieza, y sé que alguien más ha sido encontrado en falta. Los ojos color avellana de Garrick nos observan. —Espero que Aetos haya hecho su trabajo, así que ya saben que es un paseo recto por el prado. Recomendaría permanecer al menos a dos metros de distancia... —En caso de que uno de nosotros sea incendiado —murmura Ridoc desde delante. —Correcto, Ridoc. Agrúpense si quieren, pero sepan que si un dragón se enemista con uno de ustedes, es probable que queme todo para eliminarlo —advierte Garrick, sosteniendo nuestras miradas durante un rato—. Además, recuerda que no estás aquí para acercarte a ellos, y si lo haces, no volverás al dormitorio esta noche. —¿Puedo hacer una pregunta? —dice Luca desde la primera fila. Garrick asiente, pero la tensión de su mandíbula dice que está molesto. No puedo culparlo. Luca también me saca de quicio. Es su constante necesidad de derribar a todo el mundo lo que hace que la mayoría de nosotros mantengamos las distancias. —El Tercer Escuadrón, Sección Cola de la Cuarta Ala ya pasó, y hablé con algunos de los cadetes... —Eso no es una pregunta. —Levanta las cejas. Sí, está molesto. —Cierto. Es que han dicho que hay una cola de pluma... —Su voz se eleva. —¿Un c…cola de pluma? —Tynan balbucea justo delante de mí—. ¿Quién demonios querría unirse a un cola de pluma? Pongo los ojos en blanco y Rhiannon niega con la cabeza.

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—La profesora Kaori nunca nos dijo que habría un cola de pluma —dice Sawyer—. Lo sé porque memoricé todos y cada uno de los dragones que nos enseñó. Los cien. —Bueno, supongo que ahora son ciento uno —responde Garrick, mirándonos como si fuéramos niños de los que quisiera deshacerse antes de volver a mirar por encima del hombro hacia la entrada del valle—. Tranquilos. Los colas de pluma no se unen. Ni siquiera recuerdo la última vez que se ha visto uno fuera del Valle. Probablemente sólo sea curiosidad. Ya están arriba. Quédense en el camino. Suben, esperan a todo el escuadrón, vuelven a bajar. A partir de ahora no hay nada más fácil que esto, chicos, así que si no pueden seguir esas sencillas instrucciones, se merecen lo que pase ahí adentro. —Se da la vuelta y se dirige a un sendero ante la pared del cañón donde se posan los dragones. Nos seguimos, separándonos de la multitud de los de primer año. La brisa me muerde los hombros desnudos desde donde rasgamos las mangas para vendar mis manos, pero conseguimos detener el flujo de sangre en mis manos. —Son todos tuyos —le dice Garrick a la jefa de ala del cuadrante, una mujer a la que he visto varias veces en Batalla Breva murmurándole a Xaden. Su uniforme sigue teniendo sus característicos pinchos en los hombros, pero esta vez son dorados y tienen un aspecto de lo más elegante, como si hoy hubiera querido darle un toque más solemne. Asiente y lo despide. —Una sola fila. Nos ponemos todos en fila. Rhiannon está a mi espalda y Tynan justo delante de mí, lo que significa que voy a ser bombardeada con sus comentarios todo el tiempo, sin duda. Impresionante. —Hablen —dice la jefa de ala, cruzando los brazos sobre el pecho. —Bonito día para una Presentación —bromea Ridoc. —No para mí. —La jefa superior estrecha la mirada hacia Ridoc y luego señala a la fila de cadetes que tiene delante—. Hablen con sus compañeros de escuadrón cercanos mientras estén en el camino, ya que ayudará a los dragones a hacerse una idea de quiénes son y lo bien que juegan con los demás. Hay una correlación entre los cadetes unidos y el nivel de charla. Y ahora quiero cambiar de sitio. —Siéntete libre de mirar a los dragones, especialmente si están mostrando sus colas, pero yo me abstendría del contacto visual si valoras tu vida. Si te encuentras con una marca de quemadura, asegúrate de que no hay nada en llamas antes de continuar. —Hace una pausa para asimilar el consejo y añade—: Nos vemos después del paseo. Con un movimiento de la mano, la jefa de ala se hace a un lado, mostrando el camino de tierra que atraviesa el centro del valle, y más adelante, sentados tan

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perfectamente quietos que podrían ser gárgolas, están los ciento un dragones que han decidido unirse este año. La línea comienza, y nos damos los dos metros sugeridos antes de seguir. Soy muy consciente de cada paso que doy por el sendero. El sendero es duro bajo mis botas, y hay un claro olor a azufre. Primero pasamos junto a un trío de dragones rojos. Sus garras son casi de la mitad de mi tamaño. —¡Ni siquiera puedo ver sus colas! —Tynan grita delante de mí—. ¿Cómo se supone que vamos a saber de qué raza son? Mantengo la mirada fija a la altura de sus enormes y musculosos hombros mientras pasamos. —Se supone que no debemos saber de qué raza son —respondo. —A la mierda —dice por encima del hombro—. Tengo que pensar a cuál me voy a acercar durante el Threshing. —Seguro que este paseíto es para que ellos decidan —replico. —Con suerte, uno de ellos decidirá que no llegas al Threshing —dice Rhiannon, con voz baja que apenas me llega. Me río mientras nos acercamos a un conjunto de marrones, ambos ligeramente más pequeños que el Aimsir de mi madre, pero no por mucho. —Son un poco más grandes de lo que pensaba —dice Rhiannon, alzando la voz—. No es que no haya visto los del Parapeto, pero... Miro por encima de mi hombro y veo que su mirada se desvía entre el camino y los dragones. Está nerviosa. —¿Sabes si vas a tener una sobrina o un sobrino? —pregunto, continuando, caminando hacia delante junto a un puñado de naranjas. —¿Qué? —responde. —He oído que algunos de los sanadores pueden hacer conjeturas bastante buenas una vez que la mujer está más avanzada en su embarazo. —Oh. No —dice—. Ni idea. Aunque tengo la esperanza de que sea una niña. Supongo que lo sabré cuando acabemos el curso y podamos escribir a nuestras familias. —Esa es una regla de mierda —digo por encima del hombro, bajando la mirada de inmediato cuando accidentalmente hago contacto visual con uno de los naranjas. Respira con normalidad. Me trago el miedo. El miedo y la debilidad harán que me maten, y como ya estoy sangrando, las probabilidades no están precisamente a mi favor. —¿No crees que fomenta la lealtad al ala? —pregunta Rhiannon. —Creo que soy igual de leal a mi hermana tanto si he recibido una carta suya como si no —contraataco—. Hay lazos que no se pueden romper.

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—Yo también sería leal a tu hermana —dice Tynan, dándose la vuelta y sonriendo mientras camina hacia atrás—. Es una jinete con bolas, y ese trasero. La vi justo antes del Parapeto y mierda, Violet. Está buena. Pasamos junto a otro grupo de rojos, luego un solo marrón y un par de verdes. —Date la vuelta. —Hago el movimiento giratorio con el dedo—. Mira te comería para desayunar, Tynan. —Sólo me pregunto cómo una de ustedes ha conseguido todos los rasgos buenos y la otra parece que se ha quedado con las sobras. —Su mirada recorre mi cuerpo. Un escalofrío de cuerpo entero me recorre. —Eres un idiota. —Le hago un gesto con el dedo medio. —Sólo digo que quizá escriba mi propia carta cuando tengamos privilegios. — Se da la vuelta y continúa caminando. —Un sobrino estaría bien —dice Rhiannon, como si la conversación nunca se hubiera interrumpido—. Los chicos no son tan geniales. —Mi hermano era genial, pero él y Dain son mi única experiencia de crecer rodeada de niños pequeños. —Pasamos junto a más dragones y mi respiración empieza a calmarse. El olor a azufre desaparece, o tal vez me he acostumbrado a él. Están lo bastante cerca como para incendiarnos, la media docena de marcas de chamusquina lo atestiguan, pero tampoco puedo oírlos respirar ni sentirlo—. Aunque creo que Dain era probablemente un poco más respetuoso de las reglas que la mayoría de los niños. Le gusta el orden y detesta todo lo que no encaje perfectamente en su plan. Probablemente me echará la bronca por cómo subí al Gauntlet, igual que Amber Mavis. Pasamos la mitad del camino y continuamos. ¿La forma en que los dragones nos miran da mucho miedo? Por supuesto, pero quieren estar aquí igual que nosotros, así que espero que sean prudentes con su artillería. —¿Por qué no me hablaste del plan de la cuerda? ¿O de la daga? —pregunta Rhiannon, dolida en su tono—. Puedes confiar en mí, sabes. —No se me ocurrió hasta ayer —respondo, tomándome el tiempo de mirar por encima del hombro para poder verla—. Y si no funcionaba, no quería que fueras cómplice. Tienes un verdadero futuro aquí, y me niego a hundirte conmigo si yo no lo consigo. —No necesito que me protejas. —Lo sé. Pero es lo que hacen los amigos, Rhi. —Me encojo de hombros mientras caminamos junto a un trío de marrones, el suave crujido de nuestras botas sobre el oscuro sendero de grava el único sonido durante unos minutos. —¿Guardas algún otro secreto ahí arriba? —Rhiannon finalmente pregunta.

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La culpa se instala en mi estómago cuando pienso en Xaden y su encuentro con los otros marcados. —Creo que es imposible saber todo lo que hay que saber sobre alguien. —Me siento como una mierda pero evito mentir, al menos. Suelta una carcajada. —Si eso no fue eludir la pregunta. ¿Qué te parece esto? Prométeme que si necesitas ayuda, me dejarás dártela. Una sonrisa se dibuja en mi rostro a pesar de los aterradores verdes por los que estamos pasando. —¿Qué te parece esto? —le digo por encima del hombro—. Te prometo que si necesito ayuda que seas capaz de darme, te la pediré, pero solo —alzo el índice—, si tú prometes lo mismo. —Trato hecho. —Sonríe ampliamente. —¿Han establecido lazos ahí atrás? —Tynan se burla—. Porque estamos casi al final de la fila, por si no se han dado cuenta. —Se detiene en medio del camino, su mirada girando a la derecha—. Y todavía no puedo averiguar cuál voy a elegir. —Con una arrogancia así, estoy segura de que cualquier dragón se sentiría afortunado de compartir tu mente el resto de su vida. —Compadezco al dragón, si es que lo hay, que lo elija. El resto del grupo está reunido delante de nosotros, mirando en nuestra dirección al final del camino, pero toda su atención se centra en la derecha. Pasamos junto al último dragón marrón e inhalo bruscamente. —¿Qué demonios? —Tynan se queda mirando. —Sigue caminando —le ordeno, pero mi mirada está clavada. Al final de la fila hay una pequeña dragón dorada. La luz del sol se refleja en sus escamas y cuernos mientras se yergue en toda su altura, agitando una cola emplumada a un lado de su cuerpo. La cola de plumas. Me quedo boquiabierta al ver los afilados dientes y los rápidos movimientos de su cabeza mientras nos estudia. En toda su altura, probablemente solo mide unos metros más que yo, como una miniatura perfecta del marrón que tiene al lado. Camino directo hacia la espalda de Tynan y me sobresalto. Hemos llegado al final del camino, donde nos espera el resto del grupo. —Suéltame, Sorrengail —sisea Tynan y me empuja hacia atrás—. ¿Quién demonios querría esa cosa? Se me aprieta el pecho. —Pueden oírte —le recuerdo. —Es amarillo, carajo. —Luca señala al dragón, el asco curvando su labio—. Así que no sólo es obviamente demasiado pequeño para llevar a un jinete en la batalla, sino que ni siquiera es lo suficientemente poderoso como para ser de un color real.

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—Tal vez sea un error —dice Sawyer en voz baja—. Tal vez sea un bebé naranja. —Es adulto —argumenta Rhiannon—. Es imposible que los otros dragones permitan que un bebé se vincule. Ningún humano vivo ha visto a un bebé. —Sí que es un error. —Tynan mira a la dragón dorada y se burla—. Deberían vincularse, Sorrengail. Los dos son monstruosamente débiles. Es una pareja perfecta. —Parece lo bastante potente como para quemarte hasta la muerte — contraataco, con el calor enrojeciendo mis mejillas. Me ha llamado débil, y no solo delante de nuestro escuadrón, sino delante de ellos. Sawyer se interpuso entre nosotros y agarró a Tynan por el cuello. —No vuelvas a decir eso de un compañero, y menos delante de dragones sin vínculo. —Déjalo, sólo dice lo que todos pensamos —murmura Luca. Me giro lentamente para mirarla, con la boca ligeramente abierta. ¿Es esto lo que nos pasa en cuanto estamos fuera del alcance auditivo de cualquier cadete superior? Nos volvemos el uno contra el otro. —¿Qué? —Me señala el cabello—. Tienes la mitad del cabello plateado y eres... menuda —termina con una sonrisa falsa—. Dorada y.... pequeña. Hacen juego. Trina pone su mano en el brazo de Sawyer. —No cometas un error delante de ellos. No sabemos lo que harán —susurra. Y ahora estamos agrupados. Retrocedo un poco cuando Sawyer suelta el collar de Tynan. —Alguien debería matarlo antes de que se vincule —balbucea Tynan, y por primera vez en mi vida, realmente quiero patear a alguien mientras está en el suelo... y seguir pateando hasta que se quede en el suelo—. Sólo va a conseguir que maten a su jinete, y no es como si tuviéramos otra opción si quiere vincularse. —Te estás dando cuenta ahora, ¿verdad? —Ridoc niega con la cabeza. —Deberíamos volver —dice Pryor, su mirada recorre el grupo—. Quiero decir... sí creen que deberíamos. No tenemos que hacerlo, por supuesto. —Por una vez en tu vida —dice Tynan, empujando a Pryor para iniciar el camino—, toma una maldita decisión, Pryor. Salimos uno a uno, dejando el espacio sugerido entre nosotros. Esta vez Rhiannon va delante de mí, Ridoc detrás y Luca en la retaguardia. —Son increíbles, ¿verdad? —dice Ridoc, y el asombro en su voz me hace sonreír. —Lo son —estoy de acuerdo. —Sinceramente, son un poco decepcionantes después de ver ese azul en el Parapeto. —La voz de Luca llega hasta Rhiannon, que se gira con una mirada incrédula.

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—Cómo si esto no fuera lo suficientemente estresante sin que los insultes —Rhi le dice. Necesito desactivar esto rápidamente. —Quiero decir, podría ser peor. Podríamos estar caminando junto a una línea de wyvern, ¿verdad? —Por favor, Violet, cuéntanos una de tus historias de nervios —dice Luca con sarcasmo—. Déjame adivinar. Los wyvern son un escuadrón de élite de jinetes de grifos creado por algo que hicimos en una batalla que sólo tú consigues recordar con tu cerebro de escriba. —¿No sabes lo que es un wyvern? —pregunta Rhi, y comienza a caminar de nuevo—. ¿Tus padres no te contaban cuentos antes de dormir, Luca? —Ilumíname —exclama Luca. Pongo los ojos en blanco y continúo por el camino. —Son del folclore —digo por encima del hombro—. Son como dragones, pero más grandes, con dos patas en vez de cuatro, una melena de plumas afiladas que les recorren el cuello y les gustan los humanos. A diferencia de los dragones, que creen que somos un poco maliciosos. —A mi madre le encantaba decirnos a mi hermana Raegan y a mí que uno de ellos nos arrancaría del porche si replicábamos, y que sus jinetes venenosos de ojos espeluznantes nos harían prisioneras si tomábamos golosinas que no nos estaban permitidas —dice Rhi, sonriéndome, y no puedo evitar notar que su paso es más ligero. El mío también. Me fijo en cada dragón que pasamos, pero mis latidos se estabilizan. —Mi padre solía leerme esas fábulas todas las noches —le digo—. Y una vez le pregunté en serio si mamá se iba a convertir en veneno porque sabía canalizar. Rhiannon se ríe mientras pasamos junto a un grupo de rojos furiosos. —¿Te dijo que supuestamente la gente sólo se convierte en veneno si canaliza directamente de la fuente? —Lo hizo, pero fue después de que mi madre pasara una noche muy larga mientras estábamos destinados cerca de la frontera oriental, y sus ojos estaban rojos como la sangre, así que me asusté y empecé a llorar. —No puedo evitar sonreír al recordarlo—. Me quitó mi libro de fábulas durante un mes porque todos los guardias del puesto avanzado vinieron corriendo yo me escondía detrás de mi hermano, que no paraba de reírse, y, bueno... fue un desastre. —Mantengo la mirada al frente mientras un gran naranja olisquea el aire cuando paso. Los hombros de Rhiannon se estremecen de risa. —Ojalá hubiéramos tenido un libro así. En serio creo que mamá sólo alteraba las historias para asustarnos cada vez que nos pasábamos de la raya.

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—Eso suena a tontería de pueblo fronterizo. —Luca se burla—. ¿Venin? ¿Wyvern? Cualquiera con un mínimo de educación sabe que nuestros guardianes detienen toda la magia que no sea canalizada directamente por dragones. —Son historias, Luca —dice Rhi por encima del hombro, y no puedo evitar darme cuenta del terreno que hemos recorrido—. Pryor, puedes caminar un poco más rápido si quieres ahí arriba. —¿Quizá deberíamos ir más despacio y tomarnos nuestro tiempo? —sugiere Pryor desde delante de Rhiannon, frotándose las palmas de las manos por los costados del uniforme—. O supongo que podemos ir más rápido si queremos salir de aquí. Un rojo se sale de la fila y pone una garra hacia nosotros, y mi estómago cae al suelo por el peso del pavor que llena todo mi cuerpo. —No, no, no —susurro, congelándome en el sitio, pero ya es demasiado tarde. El rojo abre la boca, mostrando unos colmillos afilados y brillantes, y el fuego brota a lo largo de los lados de su lengua, fluyendo por el aire y en el camino delante de Rhiannon. Grita conmocionada. El calor me revienta la parte delantera de la cara. Entonces se acabó. El olor a azufre y hierba quemada... algo llena mis pulmones, y veo un trozo de tierra carbonizada delante de Rhiannon que no había estado allí antes. —¿Estás bien, Rhi? —pregunto adelante. Asiente, pero el movimiento es apresurado y brusco. —Pryor est... Él es... Pryor ha muerto. Se me hace un sabor amargo en la boca como si fuera a vomitar, pero inspiro por la nariz y espiro por la boca hasta que se me pasa la sensación. —¡Sigan caminando! —Sawyer grita desde más abajo en el camino. —Está bien, Rhi. Sólo tienes que... —¿Sólo tiene que qué? ¿Caminar sobre su cadáver? ¿Hay un cadáver? —El fuego está apagado —dice Rhiannon por encima del hombro. Asiento, porque no hay nada que pueda decir para tranquilizarla. Carajo, qué insignificantes somos. Ella se adelanta y yo la sigo, maniobrando alrededor del montón de ceniza que solía ser Pryor. —Dios mío, qué olor —se queja Luca. —¿Podrías tener un poco de decencia? —Me doy la vuelta para fulminarla con la mirada, pero la cara de Ridoc me hace detenerme.

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Tiene los ojos abiertos como platos y la boca abierta. —Violet. Es un susurro, y me pregunto brevemente si lo he oído tanto como he visto la palabra formarse en sus labios. —Vi... Una cálida bocanada de vapor me golpea la nuca. El corazón me retumba, con latidos erráticos, mientras respiro lo que podría ser mi último aliento y me giro hacia la fila de dragones. Los ojos dorados de no uno sino dos verdes se encuentran con los míos, consumiendo mi campo de visión. Oh. Mierda. Para acercarte a un dragón verde, baja los ojos en señal de súplica y espera su aprobación. Eso es lo que leí, ¿verdad? Dejo caer la mirada cuando uno me lanza otro suspiro. Hace calor y la humedad es espantosa, pero aún no estoy muerta, así que eso es una ventaja. El de la derecha ríe profundamente en su garganta. Espera, ¿es ese el sonido de aprobación que estoy buscando? Mierda, ojalá le hubiera preguntado a Mira. Mira. Va a estar devastada cuando lea los registros. Levanto la cabeza y aspiro con fuerza. Están aún más cerca. El de la izquierda me empuja las manos con su gigantesca nariz, pero me mantengo firme y me balanceo sobre los talones para no caerme. Los verdes son los más razonables. —Me corté las manos escalando la carrera de obstáculos. —Levanto las palmas, como si pudieran ver a través de la tela negra que ata mis heridas. El de la derecha posa su nariz en mis pechos y vuelve a graznar. Que. En. El. Infierno. Inhala, haciendo ese ruido en la garganta, y el otro mete la nariz en mis costillas, haciéndome levantar los brazos por si les apetece dar un mordisquito. —¡Violet! —Rhiannon susurra grita. —¡Estoy bien! —respondo con un gesto de dolor, esperando no haber sellado mi destino gritándoles en los oídos. Otro chuff. Otra risita, como si hablaran entre ellos mientras me olfatean. El que está bajo mi brazo mueve sus fosas nasales hacia mi espalda y vuelve a olisquear. Me doy cuenta y suelto una carcajada apretada y surrealista. —Hueles a Teine, ¿verdad? —pregunto en voz baja.

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Ambos se echan hacia atrás, lo suficiente para que pueda mirarlos a sus ojos dorados, pero mantienen la mandíbula cerrada, lo que me da valor para seguir hablando. —Soy la hermana de Mira, Violet. —Bajando lentamente los brazos, paso las manos por mi chaleco cubierto de mocos y la armadura cuidadosamente cosida a él— . Ella recogió las escamas de Teine después de que él se desprendiera de ellas el año pasado y las hizo encoger para poder coserlas en el chaleco y ayudarme a mantenerme a salvo. El de la derecha parpadea. El de la izquierda vuelve a meter la nariz, olfateando ruidosamente. —Las escamas me han salvado unas cuantas veces —susurro—. Pero nadie más sabe que están ahí. Sólo Mira y Teine. Ambos parpadean y yo bajo la mirada, inclinando la cabeza porque me parece que es lo que hay que hacer. La profesora Kaori nos enseñó todas las formas de acercarnos a un dragón y exactamente cero formas de desengancharnos de él. Paso a paso, se retiran hasta que veo que ocupan sus puestos en fila en mis periféricos, y por fin levanto la cabeza. Respiro hondo varias veces e intento bloquear los músculos para no temblar. —Violet. —Rhiannon está a sólo unos metros de distancia, una mirada de terror en sus ojos. Ella debe haber estado justo detrás de sus cabezas. —Estoy bien. —Fuerzo una sonrisa y asiento—. Tengo una armadura de escamas de dragón bajo el chaleco —susurro—. Huelen al dragón de mi hermana. — Si quiere confianza, ahí la tiene—. Por favor, no se lo digas a nadie. —No lo haré —susurra—. ¿Estás bien? —Aparte de haberme robado unos cuantos años de mi vida. —Me río. El sonido es tembloroso, rozando la histeria. —Vámonos de aquí. —Traga saliva, su mirada se desvía hacia la línea de dragones. —Buena idea. Se da la vuelta y vuelve a su sitio, y una vez que hay cuatro metros entre nosotros, la sigo. —Creo que me acabo de cagar encima —dice Ridoc, y mi risa no hace más que aumentar a medida que avanzamos por el campo. —Sinceramente, creía que te iban a comer —comenta Luca. —Yo también —admito. —No los habría culpado —continúa. —Eres insufrible —responde Ridoc. Me centro en el camino y sigo caminando.

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—¿Qué? Obviamente es nuestro eslabón más débil después de Pryor, y no los culpo por acabar con él —argumenta—. Nunca pudo tomar una decisión, y nadie quiere a alguien así como su jinete. Una ráfaga de calor me chamusca la espalda y me detengo. No seas Ridoc. No seas... —Supongo que los dragones también pensaron que ella era insufrible — murmura Ridoc. Nuestro escuadrón se reduce a seis de primer año.

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No hay nada tan humilde ni tan sobrecogedor como presenciar el Threshing... para los que la viven. -GUÍA DE CAMPO DEL CORONEL KAORI PARA LA HUMANIDAD DRAGÓN

l primero de octubre siempre es el Threshing. Lunes, miércoles o domingo, no importa en qué día de la semana caiga en cualquier año. El primero de octubre, los cadetes de primer año del Cuadrante de los Jinetes ingresan al valle boscoso en forma de cuenco al suroeste de la ciudadela y rezan para salir con vida. Hoy no moriré. No me he molestado en comer esta mañana, y compadezco a Ridoc, que en estos momentos está vomitando el contenido de su estómago contra un árbol a mi derecha. Rhiannon lleva una espada atada a la espalda y la empuñadura le golpea la columna vertebral mientras salta y estira los brazos sobre el pecho de uno en uno. —Acuérdate de escuchar aquí —dice el profesor Kaori desde delante de los 147 que estamos aquí, dándose golpecitos en el pecho—. Si un dragón ya te ha seleccionado, te estará llamando. —Vuelve a golpearse el pecho—. Así que presta atención no sólo a lo que te rodea, sino a tus sentimientos, y déjate llevar por ellos. — Hace una mueca—. Y si tus sentimientos te dicen que vayas en otra dirección... escúchalos también. —¿Por cuál vas? —Rhiannon pregunta en voz baja. —No lo sé. —Sacudo la cabeza pero no puedo deshacerme de la sensación de fracaso absoluto en mi pecho. En este punto, Mira sabía que quería buscar a Teine. —Memorizaste las cartas, ¿verdad? —pregunta levantando las cejas—. ¿Así que sabes lo que hay ahí fuera?

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—Sí. Sólo que no me siento conectada a ninguno de ellos. —Lo cual es mejor que sentirse conectada a un dragón al que otro jinete le ha echado el ojo. No tengo deseos de luchar a muerte hoy—. Dain trató de convencerme de ir por un marrón. —Dain perdió su voto cuando intentó convencerte de que te fueras —replica. Hay mucho de cierto en eso. Sólo he hablado con él una vez en los últimos dos días desde la Presentación, y trató de hacerme correr en los primeros cinco minutos. Sólo hemos visto profesores esta mañana, pero sé que los de segundo y tercer año se dispersan por el valle para observar. —¿Y tú? Sonríe. —Estoy pensando en ese verde. El que estaba más cerca de mí cuando se acercaron a ti. —Bueno, no te ha comido, así que es un comienzo prometedor. —Sonrío a pesar del miedo que corre por mis venas. —Yo también lo creo. —Enlaza su brazo con el mío y vuelvo a concentrarme en lo que nos está contando el profesor Kaori. —Si van en grupo, tienen más probabilidades de ser incinerados que vinculados —discute el profesor Kaori con alguien cerca del centro del valle—. Los escribas han hecho las estadísticas. Están mejor solos. —¿Y si no nos eligen para la cena? —pregunta un hombre de barba corta a mi izquierda. Mirando más allá de él, veo a Jack Barlowe pasándose un dedo por el cuello. Qué original. Luego Oren y Tynan flanquean sus costados. Adiós a la lealtad de escuadrón. Hoy es cada uno por su cuenta. —Si no eres elegido al anochecer, hay un problema —responde el profesor Kaori, con su espeso bigote vuelto hacia abajo en los extremos—. Te sacará un profesor o un alto mando, así que no te rindas y pienses que nos hemos olvidado de ti. —Comprueba su reloj de bolsillo—. Recuerden dispersarse y usar cada metro de este valle a su favor. Son las nueve, lo que significa que llegarán en cualquier momento. Las únicas palabras que tengo para ustedes son buena suerte. —Asiente y nos mira con tal intensidad que sé que será capaz de recrear este momento en una proyección. Luego se marcha, subiendo la colina a nuestra derecha y desapareciendo entre los árboles. Mi mente da vueltas. Ha llegado el momento. Dejaré este bosque como jinete... o probablemente nunca lo dejaré. —Ten cuidado. —Rhiannon me estrecha en un abrazo, sus trenzas se balancean sobre mi hombro mientras aprieta sus brazos a mi alrededor. —Tú también. —Le aprieto la espalda e inmediatamente me veo envuelta en otro par de brazos.

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—No te mueras —ordena Ridoc. Ese es nuestro único objetivo mientras lo que queda de nuestro escuadrón se separa, cada uno en su propia dirección como si hubiéramos sido separados por un movimiento centrífugo, a merced de una rueda giratoria.

Adivinando por la posición del sol, han pasado al menos un par de horas desde que los dragones sobrevolaron el valle, aterrizando en él en una sucesión que sonó como un trueno y que hizo temblar la tierra. He encontrado dos verdes, un marrón, cuatro naranjas y... El corazón me da un vuelco y los pies se me congelan en el suelo del bosque cuando un rojo entra en mi campo de visión, con la cabeza justo debajo de la copa de los enormes árboles. Este no es mi dragón. No estoy segura de cómo lo sé, pero lo sé. Contengo la respiración, tratando de no hacer ruido mientras su cabeza barre a la derecha, luego a la izquierda, y mi mirada cae al suelo mientras inclino la cabeza. Durante la última hora, más o menos, he visto dragones lanzarse al aire con un cadete, ahora jinete, a sus espaldas, pero también he visto más de un par de columnas de humo, y no tengo ningún deseo de ser uno de ellos. El dragón resopla y sigue su camino; su cola de garrote se eleva y atrapa una de las ramas que cuelgan más abajo. La rama cae al suelo con un estruendo monstruoso, y solo cuando las pisadas se alejan levanto por fin la cabeza. He visto dragones de todos los colores y ninguno me ha hablado ni me ha transmitido la sensación de conexión que se supone que debemos sentir. Se me revuelve el estómago. ¿Y si soy uno de los cadetes destinados a no convertirse nunca en jinete? ¿Uno que es arrojado una y otra vez a reiniciar el primer año hasta que finalmente algo me ponga en el registro de la muerte? ¿Ha sido todo esto en vano? La idea es demasiado pesada. Quizá si pudiera ver el valle, tendría una sensación como la que dijo el profesor Kaori. Localizo el árbol al que trepar más cercano y me pongo manos a la obra, escalando rama tras rama. El dolor irradia de mis manos, pero no dejo que me distraiga. La corteza se engancha en las vendas que aún cubren mis palmas... Eso sí que es una molestia que me hace detenerme cada pocos metros y tirar de la tela para liberarla de la corteza. Estoy segura de que las ramas más altas no van a soportar mi peso, así que me detengo a unos tres cuartos de la cima y examino el área inmediata.

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A mi izquierda hay unos cuantos verdes a plena vista, que destacan sobre el follaje otoñal. Curiosamente, esta es la época del año en la que los naranjas, marrones y rojos tienen más posibilidades de mezclarse. Observo los árboles en busca de movimiento y veo un par más directamente al sur, pero no siento ninguna atracción, ninguna necesidad imperiosa de ir en esa dirección, lo que probablemente significa que tampoco son míos. El alivio me golpea vergonzosamente fuerte cuando cuento al menos media docena de alumnos de primer curso vagando sin rumbo. Tampoco debería alegrarme tanto que no hayan encontrado a sus dragones, pero al menos no soy la única, lo cual me da esperanzas. Hay un claro al norte, y mis ojos se entrecierran cuando un destello, como un espejo, atrapa el sol. O como un dragón dorado. Supongo que la pequeña cola de pluma sigue por aquí aplacando su curiosidad. Pero parece que no voy a encontrar a mi dragón arriba de un árbol, así que bajo con cuidado y lo más silenciosamente posible. Mis pies tocan el suelo justo antes de que las voces se acerquen, y me arropo contra el tronco para esconderme y no ser vista. No debemos estar en grupos. —Te lo digo, creo que lo vi dirigirse hacia aquí. —Es una voz arrogante que reconozco inmediatamente como Tynan. —Más te vale que tengas razón, porque si hemos hecho todo el puto camino hasta aquí para no encontrar nada, te voy a atravesar. —Se me revuelve el estómago. Es Jack. La voz de nadie más tiene ese efecto físico en mí, ni siquiera la de Xaden. —¿Seguro que no deberíamos dedicar nuestro tiempo a buscar a nuestros propios dragones en lugar de dar caza a ese engendro? —El reconocimiento cosquillea en los bordes de mi mente, pero me asomo desde mi escondite para asegurarme. Sí, es Oren. Me escabullo tras la protección del árbol cuando pasa el trío, cada uno de ellos provisto de una mortífera espada. Llevo nueve dagas pegadas al cuerpo en varios sitios, así que no es que esté desarmada, pero me siento trágicamente en desventaja por mi incapacidad para blandir una espada con eficacia. Son demasiado pesadas. Espera... ¿qué dijeron que estaban haciendo? ¿Cazando? —No es como si nuestros dragones fueran a enlazar a otros jinetes —suelta Jack—. Nos esperarán. Esto tiene que hacerse. Ese escuálido va a hacer que maten a alguien. Tenemos que eliminarlo. Las náuseas se arremolinan en mi estómago y las uñas se me muerden en las palmas de las manos. Van a intentar matar a la pequeña dragón dorada. —Si nos atrapan, estamos jodidos —comenta Oren.

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Eso es quedarse corto. No creo que a los dragones les guste que maten a uno de los suyos, pero parece que en nuestra especie se centran en eliminar a los débiles de la manada, así que no es difícil imaginar que hagan lo mismo con los suyos. —Entonces será mejor que cierres la boca para que nadie nos oiga —replica Tynan, alzando la voz en ese tono burlón que me hace querer darle un puñetazo en la cara. —Es lo mejor —argumenta Jack, bajando el tono—. No se puede montar, es un bicho raro certificado, y ya sabes que los colas de pluma son inútiles en combate. Se niegan a luchar. —Su voz se apaga mientras se alejan, en dirección norte. Hacia el claro. —Mierda —murmuro en voz baja a pesar de que los imbéciles ya están fuera del alcance auditivo. Nadie sabe nada de los colas de pluma, así que no sé de dónde saca Jack la información, pero ahora mismo no tengo tiempo para centrarme en sus suposiciones. No tengo forma de contactar con el profesor Kaori, y ni siquiera ha habido indicios de que los jinetes veteranos nos estén vigilando, así que tampoco puedo contar con ellos para detener esta locura. La dragón dorada debería poder respirar fuego, pero ¿y si no puede? Existe la posibilidad de que no lo encuentren, pero... Mierda, ni siquiera puedo convencerme de eso. Van en la dirección correcta y ese dragón es como un faro brillante. La encontrarán. Mis hombros se hunden y suspiro al cielo, exhalando un suspiro frustrado. No puedo quedarme aquí sin hacer nada. Puedes llegar primero y avisarle. Un plan sólido, y mucho mejor que la segunda opción, en la que me vería obligada a enfrentarme a tres hombres armados con al menos cincuenta kilos de más. Mantengo mis pasos en silencio y corro por el suelo del bosque en un ángulo ligeramente distinto al de la pequeña pandilla de Jack, agradecida por haber crecido jugando al escondite con Dain en el bosque. Esta es un área de experiencia que puedo reclamar con confianza. Me llevan ventaja y el claro está más cerca de lo que pensaba, así que acelero el paso y mi mirada se desplaza entre el sendero cubierto de hojas que he elegido y el lugar en el que creo que están ellos, a la izquierda. Puedo distinguir sus torpes formas en la distancia. Oigo un estallido y el suelo se me cae encima y se precipita hacia mi cara. Alargo las manos para sujetarme un segundo antes de estrellarme contra el suelo del bosque. Me muerdo el labio inferior para no gritar mientras mi tobillo chilla. Algo tronando no es bueno. Nunca es bueno. Miro hacia atrás y maldigo la rama caída, oculta por el follaje otoñal, que acaba de destrozarme el tobillo. Mierda.

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Bloquea el dolor. Bloquéalo. Pero no hay ningún truco mental para evitar que la agonía punzante me revuelva el estómago mientras me arrastro hasta las rodillas y me levanto con cuidado, manteniendo el peso sobre el tobillo izquierdo. No puedo hacer otra cosa que caminar cojeando la última docena de metros hasta el claro, apretando los dientes todo el camino. La satisfacción de haber vencido a Jack casi me hace sonreír. El prado es lo bastante grande para diez dragones, rodeados por varios árboles grandes, pero el dorado está solo en el centro, como si intentara broncearse. Es tan hermoso como lo recordaba, pero a menos que pueda respirar fuego, es un blanco fácil. —¡Tienes que salir de aquí! —siseo desde la cobertura de los árboles, sabiendo que debería ser capaz de oírme—. ¡Te van a matar si no te vas! Su cabeza gira hacia mí y luego se inclina en un ángulo que hace que me duela el cuello. —¡Sí! —susurro en voz alta—. ¡Tú! ¡Dorada! Parpadea con sus ojos dorados y mueve la cola. Tienes que estar jodidamente bromeando. —¡Vamos! ¡Corre! Vuela. —le espeto, pero entonces recuerdo que es un maldito dragón, capaz de destrozarme sólo con sus garras, y bajo las manos. Esto no va bien. Todo lo contrario. Los árboles crujen desde el sur, y Jack entra en el claro, con su espada balanceándose en la mano derecha. Un paso después, lo flanquean Oren y Tynan, ambos con las armas desenvainadas. —Mierda —murmuro, con el pecho apretado. Esto está yendo oficialmente fatal. La cabeza de la dragón dorado se mueve en su dirección, con un gruñido grave retumbando en su pecho. —Lo haremos indoloro —promete Jack, como si eso hiciera aceptable el asesinato. —Quémalo —susurro, grito, con el corazón latiéndome con fuerza a medida que se acercan. Pero la dragón no lo hace y, de algún modo, tengo la certeza en la médula de mis huesos de que no puede. Aparte de sus dientes, está indefenso ante tres guerreros entrenados. Va a morir sólo porque es más pequeña, más débil que los otros dragones... igual que yo. Se me cierra la garganta. La dragón retrocede, su gruñido se hace más fuerte mientras enseña los dientes. El estómago se me revuelve y vuelvo a tener esa sensación de que lo que haga a continuación tiene muchas probabilidades de acabar con mi vida.

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Y aun así, voy a hacerlo porque esto está mal. —¡No puedes hacer esto! —Doy el primer paso en la hierba que llega a la altura de las espinillas y la atención de Jack se desvía hacia mí. Mi tobillo late por sí solo y la agonía me recorre la columna vertebral, castañeo los dientes mientras fuerzo mi peso sobre la articulación destrozada para que no me vean cojear. No pueden saber que estoy herida o atacarán más rápido. De uno en uno, tengo una oportunidad de mantenerlos a raya el tiempo suficiente para que la dragón escape, pero juntos... No pienses en ello. —¡Oh, mira! —Jack sonríe, apuntando su espada hacia mí—. ¡Podemos acabar con los dos eslabones más débiles al mismo tiempo! —Mira a sus amigos y se ríe, deteniendo su avance. Cada paso duele más que el anterior, pero llego al centro del claro, interponiéndome entre el grupo de Jack y la dragón dorada. —Llevo mucho tiempo esperando esto, Sorrengail. —Avanza lentamente. —Si puedes volar, ahora sería un buen momento —grito por encima del hombro a la pequeña dragón, sacando dos dagas de las vainas que llevo en las costillas. La dragón grazna. Qué útil. —No se puede matar a un dragón —intento razonar, negando con la cabeza ante el trío, con el miedo surcando mis venas de adrenalina. —Claro que podemos. —Jack se encoge de hombros, pero Oren parece un poco inseguro, así que le clavo la mirada mientras se separan ligeramente a unos tres metros de distancia, formando la formación perfecta para un ataque. —No puedes —le digo directamente a Oren—. ¡Va en contra de todo en lo que creemos! Se estremece. Jack no. —¡Dejar vivir a algo tan débil, tan incapaz de luchar, va en contra de nuestras creencias! —Jack grita, y sé que no se refiere sólo a la dragón. —Tendrás que pasar a través de mí, entonces. —El corazón me retumba contra las costillas mientras alzo mis dagas, volteo una para sujetar la punta y estar lista para lanzarla y medir los seis metros que me separan de mis atacantes. —Realmente no lo considero un problema —gruñe Jack. Todos levantan sus espadas y yo respiro hondo, preparándome para luchar. Esto no es el tatami. No hay instructores. No hay rendición. Nada que les impida masacrarme... masacrarnos. —Les recomiendo encarecidamente que reconsideren sus acciones —me pide una voz, su voz, desde el otro lado del campo, a mi derecha.

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Se me eriza el cuero cabelludo cuando cada una de nuestras cabezas gira en su dirección. Xaden está apoyado contra el árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho, y detrás de él, observando con ojos dorados entrecerrados, con los colmillos al descubierto, está Sgaeyl, su aterradora cola de daga azul marino.

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En los seis siglos de historia de dragones y jinetes, se conocen cientos de casos en los que un dragón no puede recuperarse emocionalmente de la pérdida de su jinete. Esto ocurre cuando el vínculo es especialmente fuerte y, en tres casos documentados, incluso ha causado la muerte prematura del dragón. -NAVARRA, UNA HISTORIA INÉDITA DEL CORONEL LEWIS MARKHAM

aden. Por primera vez, verlo me llena el pecho de esperanza. No dejará que esto suceda. Puede que me odie, pero es un líder de ala. No puede ver cómo matan a un dragón. Pero conozco las reglas probablemente mejor que nadie en este lugar. Tiene que hacerlo. Me sube la bilis a la garganta e inclino la barbilla para sofocar el ardor. Lo que Xaden quiera, que siempre es discutible, no importa aquí. Sólo puede observar, no interferir. Voy a tener una audiencia para mi muerte. Fantástico. Demasiada esperanza. —¿Y si no queremos reconsiderar nuestras acciones? —grita Jack. Xaden mira hacia mí, y juro que puedo ver cómo aprieta la mandíbula, incluso desde tan lejos. La esperanza es algo voluble y peligroso. Te roba la atención y la dirige hacia las posibilidades en lugar de mantenerla donde debe estar: en las probabilidades. Las palabras de Xaden vuelven a mí con una claridad alarmante, arranco mi mirada de la suya y me concentro en las tres probabilidades que tengo delante. —No hay nada que puedas hacer, ¿verdad? ¿Líder de ala? —Jack brama. Supongo que él también conoce las reglas.

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—No es por mí por quien debes preocuparte hoy —responde Xaden, y Sgaeyl ladea la cabeza con ojos amenazadores cuando la miro. —¿De verdad vas a hacer esto? —le pregunto a Tynan—. ¿Atacar a un compañero de escuadrón? —Lo escuadrones no significan una mierda hoy en día —se queja, con una sonrisa siniestra en sus labios. —Supongo que eso es un no al vuelo. —Vuelvo a lanzar por encima del hombro y la dragón dorada responde con un graznido grave—. Estupendo. Bueno, si puedes apoyarme con esas garras, te lo agradecería mucho. Grazna dos veces y le echo un vistazo a sus garras. O debería decir... patas. —Oh, mierda. ¿No tienes garras? Me vuelvo hacia los tres hombres justo cuando Jack lanza un grito de guerra y corre hacia mí. No vacilo. Atravieso con mi daga el espacio que se cierra rápidamente entre nosotros, y la daga encuentra su objetivo en el hombro de su brazo armado. Su espada cae y él cae de rodillas, esta vez gritando de dolor. Bien. Pero Oren y Tynan cargan al mismo tiempo, y ya casi están sobre mí. Lanzo mi segunda daga contra Tynan y le doy en el muslo, ralentizándolo pero sin detenerlo. Oren me golpea en el cuello y me agacho, desenvaino otra daga y lo corto en las costillas como hice durante nuestro desafío. Mi tobillo no me permite dar patadas, ni siquiera un puñetazo decente, así que todo depende de mis dagas. Se recupera rápidamente y ataca con la espada, alcanzándome en el estómago con un tajo limpio que me destriparía de no ser por la armadura de Mira. En lugar de eso, la hoja roza las escamas y se desliza sobre mí. —¿Qué demonios? —Los ojos de Oren se abren de par en par. —¡Me ha destrozado el hombro! —grita Jack, poniéndose de pie a trompicones y distrayendo a los demás—. ¡No puedo moverlo! —Se agarra la articulación y sonrío. —Eso es lo bueno de tener articulaciones débiles —digo, palmeando otra daga—. Sabes exactamente dónde golpear. —¡Mátenla! —ordena Jack, todavía agarrándose el hombro mientras retrocede unos pasos, luego se da la vuelta y corre en dirección contraria, desapareciendo en la arboleda en un santiamén. Maldito cobarde. Tynan me golpea con la espada y yo me alejo, con un dolor intenso que me roba la visión durante un segundo antes de dar un golpe hacia atrás, clavándole la daga en el costado, y luego pivotar y clavar el codo en la barbilla de Oren mientras ataca, haciéndole temblar la cabeza.

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—¡Maldita zorra! —Tynan grita, presionando su palma contra su costado supurante. —¡Qué original! —-aprovecho la expresión aturdida de Oren y le rajo la cadera— ¡Insulto! El movimiento me cuesta, y un grito se desgarra en mi garganta cuando la espada de Tynan me atraviesa la parte superior del brazo derecho, en dirección al hueso. La armadura impide que me penetre en las costillas, pero sé que mañana tendré un moretón de mil demonios mientras me separo de un tirón, la sangre fluye libremente al despegarme de la espada. —¡Detrás de ti! —grita Xaden. Giro para ver la espada de Oren en alto, dispuesto a separarme la cabeza de los hombros, pero la dragón dorada chasquea la mandíbula y Oren se hace a un lado con los ojos llenos de terror, como si acabara de darse cuenta de que tiene dientes. Lo esquivo y golpeo con el mango de mi espada la base de su cráneo. Se desploma, inconsciente, y no espero a verlo caer antes de volverme hacia Tynan, que tiene preparada su espada ensangrentada. —¡No puedes interferir! —le grita Tynan a Xaden, pero no me atrevo a apartar la mirada de mi oponente el tiempo suficiente para ver cómo reacciona el líder de las alas. —No, pero puedo narrar —replica Xaden. Es obvio que está de mi lado, lo que me confunde, porque estoy segura de que me quiere muerta. Pero tal vez no es mi vida la que está protegiendo, sino la de la dragón dorada. Echo un vistazo rápido. Sí, Sgaeyl parece enfadada. Su cabeza ondula en un movimiento serpenteante, un claro signo de agitación, y sus ojos dorados entrecerrados se centran en Tynan, que ahora intenta rodearme como si estuviéramos en la colchoneta, pero no dejaré que se interponga entre la pequeña dragón dorada y yo. —Tu brazo está herido, Sorrengail —sisea Tynan, con el rostro pálido y sudoroso. —Estoy acostumbrada a funcionar con dolor, imbécil. ¿Y tú? —Levanto la daga en mi mano derecha sólo para demostrar que puedo a pesar de la sangre que corre por mi brazo y gotea de la punta de la hoja, saturando la empuñadura a través de mi palma. Mi mirada cae significativamente hacia su costado—. Sé exactamente dónde te rajé. Si no vas pronto a un sanador, te desangrarás internamente. La rabia contorsiona sus facciones y se mueve para atacar. Intento clavarle la daga, pero se me resbala de la mano empapada en sangre y cae con un ruido sordo en la hierba, a varios metros de distancia. Y sé que mi valentía no será suficiente para salvarme ahora.

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Mi brazo está herido. Mi pierna está herida. Pero al menos hice huir a Jack Barlowe antes de morir. Como última reflexión, no está mal. Justo cuando Tynan levanta su espada a dos manos, preparándose para asestar un golpe mortal, vislumbro un movimiento a mi derecha. Es Xaden. Y malditas sean las reglas, se adelanta como si pretendiera impedir que Tynan me mate. Apenas tengo tiempo de asombrarme de que Xaden me haya salvado, por la razón que sea, cuando una ráfaga de viento me golpea la espalda y tropiezo con el tobillo destrozado, extendiendo los brazos para mantener el equilibrio y haciendo una mueca de dolor punzante. Tynan se queda con la boca abierta y se tambalea hacia atrás, con la cabeza tan inclinada hacia atrás que queda casi perpendicular al torso. La sombra nos envuelve a los dos mientras él sigue retrocediendo. Con el pecho agitado y los pulmones desesperados por respirar, miro por encima del hombro para ver por qué Tynan se retira. Y el corazón se me sube a la garganta. De pie, con la dorada escondida bajo una enorme ala negra llena de cicatrices, está el dragón más grande que he visto en mi vida: el dragón negro sin ataduras que el profesor Kaori nos enseñó en clase. No le llego ni a la altura del tobillo. Un gruñido resuena en su pecho, haciendo vibrar el suelo a mi alrededor mientras baja su gigantesca cabeza, enseñando unos dientes chorreantes. El miedo recorre cada célula de mi cuerpo mientras su aliento caliente sopla sobre mí. —Apártate, Plateada —ordena una voz grave, ronca, definitivamente masculina. Parpadeo. Espera, espera. Espera. ¿Qué? ¿Acaba de hablarme? —Sí. Tú. Muévete. —No hay lugar para la discusión en su tono, y cojeo a un lado, casi tropezando con el cuerpo inconsciente de Oren mientras Tynan rompe a correr gritando, huyendo hacia los árboles. Los ojos del dragón negro se entrecierran para mirar a Tynan y abre la boca de par en par un segundo antes de que el fuego se dispare a través del campo, despidiendo calor contra el costado de mi cara e incinerando todo a su paso... incluido Tynan. Las llamas crepitan en los bordes del camino ennegrecido, y me giro lentamente para mirar al dragón, preguntándome si estoy a punto de ser la siguiente. Sus gigantescos ojos dorados me estudian, pero me mantengo firme, inclinando la barbilla hacia arriba. —Debes acabar con el enemigo a tus pies. Mis cejas se mueven hacia arriba. Su boca no se movió. Me habló, pero... su boca no se movió. Oh, mierda. Porque está en mi cabeza.

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—No puedo matar a un hombre inconsciente. —Sacudo la cabeza, aunque si es en protesta por su sugerencia o como resultado de mi confusión es algo que se puede debatir. —Te mataría si tuviera la misma oportunidad. Miro a Oren, que sigue inconsciente en la hierba junto a mis pies. No es que pueda discutir esa astuta valoración. —Bueno, eso es una declaración sobre su carácter. No mía. El dragón sólo parpadea en respuesta, y no sé muy bien si eso es bueno o no. Veo un destello azul por el rabillo del ojo y luego un silbido de aire cuando Xaden y Sgaeyl despegan, dejándome aquí con el dragón negro gigante y el pequeño dorado. Supongo que la preocupación momentánea de Xaden por mi vida ha terminado. Los gigantescos orificios nasales del dragón se agitan. —Estás sangrando. Detente. Mi brazo. —No es tan sencillo cuando te han atravesado con un... —Vuelvo a sacudir la cabeza. ¿En serio estoy discutiendo con un dragón? Esto es tan jodidamente surrealista—. ¿Sabes qué? Es una idea genial. —Consigo cortar lo que queda de la manga de mi camiseta derecha y la envuelvo alrededor de la herida, sujetando un extremo de la tela con los dientes mientras la ato con fuerza para aplicar presión y ralentizar la hemorragia—. Ya está. ¿Mejor? —Servirá. —Ladea la cabeza hacia mí—. También tienes las manos atadas. ¿Sangras a menudo? —Intento no hacerlo. Se burla. —Vamos, Violet Sorrengail. —Levanta la cabeza y la dragón dorada asoma por debajo de su ala. —¿Cómo sabes mi nombre? —Lo miro boquiabierta. —Y pensar que casi había olvidado lo locuaces que son los humanos. —Suspira, la ráfaga de su aliento sacude los árboles—. Súbete a mi espalda. Oh. Mierda. Me está eligiendo a mí. —¿Subir a tu espalda? —repito como un maldito loro—. ¿Te has visto? ¿Tienes idea de lo enorme que eres? —Necesitaría una maldita escalera para subir. La mirada que me dirige sólo puede describirse como de fastidio. —Uno no vive un siglo sin ser muy consciente del espacio que ocupa. Ahora sube. El dorado sale del refugio del ala del grande. Es diminuto comparado con la monstruosidad que tengo ante mí, y aparentemente completamente indefenso a excepción de esos dientes, como un cachorro juguetón.

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—No puedo dejarlo así como así —digo—. ¿Y si Oren se despierta o Jack vuelve? El dragón negro grazna. El dorado se agacha, flexiona las patas y luego se lanza al cielo, sus alas doradas atrapan el sol mientras vuela, rozando las copas de los árboles. Así que puede volar. Habría estado bien saberlo hace veinte minutos. —Sube —gruñe el dragón negro, sacudiendo el suelo y los árboles al borde del campo. —No me quieres —argumento—. Yo... —No te lo voy a repetir. Entendido. El miedo me agarra la garganta como un puño y cojeo hacia su pierna. Esto no es como trepar a un árbol. No hay asideros, no hay un camino fácil, sólo una serie de escamas duras como la piedra que no me ofrecen precisamente un punto de apoyo. Mi tobillo y mi brazo tampoco me hacen ningún favor. ¿Cómo diablos voy a subir? Levanto el brazo izquierdo y aspiro antes de poner la mano en su pierna delantera. Las escamas son más grandes y gruesas que mi mano y sorprendentemente cálidas al tacto. Se superponen en un intrincado patrón que no deja espacio para agarrarse. —Eres una jinete, ¿no? —Eso parece debatirse en este momento. —Me retumba el corazón. ¿Va a cocinarme viva por ser demasiado lenta? Un gruñido bajo y frustrado suena en su pecho, y entonces me estremece al estirarse hacia delante, convirtiendo su pata delantera en una rampa. Los dragones nunca suplican por nadie y, sin embargo, aquí está, inclinándose para facilitarme la subida. Es empinada, pero manejable. No lo dudo y trepo por su pata delantera a gatas para equilibrar mi peso y no dañarme el tobillo, pero la tensión de mi brazo me hace jadear cuando trepo por su hombro y llego a su espalda, esquivando las puntiagudas púas que se extienden por la mayor parte de su cuello como una melena. Santo cielo. Estoy a lomos de un dragón. —Siéntate. Veo el asiento, una hendidura lisa y escamosa, justo delante de sus alas, y me siento, doblando las rodillas como nos enseñó el profesor Kaori. Luego me agarro a las gruesas crestas de escamas que llamamos pomo, donde el cuello se une a los hombros. Todo en él es más grande que cualquier modelo con el que hayamos practicado. Mi cuerpo no está hecho para permanecer sobre ningún dragón, y mucho menos sobre uno de su tamaño. No hay forma de que pueda permanecer sentada. Este va a ser el primer y último paseo de mi vida.

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—Me llamo Tairneanach, hijo de Murtcuideam y Fiaclanfuil, descendiente del astuto linaje Dubhmadinn. —Se yergue hasta su altura máxima, poniéndome a la altura de las copas de los árboles que rodean el claro, y aprieto un poco más los muslos—. Pero no voy a asumir que serás capaz de recordarlo una vez lleguemos al campo, así que Tairn servirá hasta que inevitablemente tenga que recordártelo. Inhalo rápidamente, pero no hay tiempo para procesar su nombre, su historia, antes de que se incline ligeramente y nos lance al cielo. Me siento como me imagino que se siente una piedra después de ser lanzada desde una catapulta, excepto que necesito toda mi fuerza para mantenerme sobre esta piedra en particular. —¡Mierda! —Las enormes alas de Tairn golpean el aire y nos lanzan hacia arriba. Mi cuerpo se levanta de su espalda y me aferro con las manos, tratando de mantenerme anclada, pero el viento, el ángulo, todo es demasiado, y mi agarre vacila. Me resbalan las manos. —¡Mierda! —Luchando por agarrarme, mis manos se deslizan por la espalda de Tairn mientras derrapo sobre sus alas, acercándome rápidamente a las afiladas escamas de su cola de lucero del alba—. ¡No, no, NO! Se inclina a la izquierda y cualquier esperanza que tuviera de agarrarme se cae conmigo. Estoy en caída libre.

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Que sobrevivas al Threshing no significa que sobrevivas al viaje hasta el campo de vuelo. Ser elegido no es la única prueba, y si no puedes mantener tu asiento, volarás directo al suelo. -PÁGINA CINCUENTA, EL LIBRO DE BRENNAN

l terror me obstruye la garganta y me oprime el corazón. El aire pasa a toda velocidad mientras caigo en picada hacia el terreno montañoso que hay debajo, y el sol atrapa las escamas del dorado que hay muy por debajo de mí. Voy a morir. Ese es el único resultado posible. Unas garras me aprisionan las costillas y los hombros, deteniendo mi descenso, y mi cuerpo se sacude con un latigazo al ser empujado de nuevo hacia arriba. —Nos estás haciendo quedar mal. Basta ya. Estoy entre las garras de Tairn. En realidad... me ha atrapado en lugar de considerarme indigna y dejarme caer hacia mi muerte. —¡No es fácil mantenerse de espaldas cuando haces acrobacias! —grito. Me mira y juraría que se le arquea la cresta del ojo. —Un simple vuelo no es una acrobacia. —¡No hay absolutamente nada sencillo en ti! —Envuelvo mis brazos alrededor de los nudillos de sus garras, notando que sus afiladas garras se extienden inofensivamente por los costados de mi cuerpo. Es enorme, pero también cuidadoso mientras nos lleva volando por la montaña. Es uno de los dragones más mortíferos de Navarra. La lección del profesor Kaori. ¿Qué más había dicho? El único dragón negro no vinculado no había aceptado vincularse este año. Ni siquiera se le había visto en los últimos cinco años. Su jinete murió en la rebelión de Tyrrish.

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Tairn me balancea hacia arriba y luego me suelta, haciéndome volar por encima de él, y yo me agito. Se me cae el estómago de golpe y caigo durante dos latidos antes de que Tairn se abalance sobre mí y me atrapa por la espalda entre sus alas. —Ahora siéntate y aguanta de verdad esta vez, o nadie se va a creer que te he elegido de verdad —gruñe. —Todavía no puedo creer que me hayas elegido a mí. —Tengo la intención de decirle que volver al asiento no es tan fácil como él insinúa, pero se nivela y sus alas atrapan el aire en un suave planeo, reduciendo la resistencia del viento. Centímetro a centímetro, me arrastro por su espalda hasta llegar al asiento y me acomodo de nuevo. Me agarro a sus crestas con tanta fuerza que se me acalambran las manos. —Vas a tener que fortalecer las piernas. ¿No has practicado? La indignación me sube por la espalda. —¡Por supuesto que practiqué! —No hace falta que grites. Puedo oírte perfectamente. Probablemente toda la montaña pueda oírte. ¿El dragón de todos era un cascarrabias? ¿O sólo el mío? Mis ojos se abren de par en par. Tengo... un dragón. Y no un dragón cualquiera. Tengo a Tairneanach. —Aprieta más fuerte con las rodillas. Apenas puedo sentirte ahí atrás. —Lo intento. —Hago fuerza con las rodillas y me tiemblan los músculos de los muslos cuando se inclina a la izquierda, esta vez más suavemente que la última vez, su ángulo no es tan pronunciado mientras cambia de rumbo en un amplio arco, llevándonos de vuelta hacia Basgiath—. No soy tan fuerte como otros jinetes. —Sé exactamente quién y qué eres, Violet Sorrengail. Me tiemblan las piernas hasta que se me bloquean, los músculos se me congelan como si los hubieran rodeado con unas vendas, pero no me duelen. Miro por encima del hombro y veo su cola de lucero del alba a kilómetros de distancia. Él está haciendo esto. Me está sujetando. La culpa se instala en mi estómago. Debería haberme centrado más en el entrenamiento de fuerza de las piernas. Debería haber dedicado más tiempo a prepararme para esto. No debería tener que gastar su energía en mantener sentado a su jinete. —Lo siento. No pensé que llegaría tan lejos. Un fuerte suspiro resuena en mi mente. —Yo tampoco pensé que lo haría, así que tenemos eso en común. Me siento más alta en el asiento y contemplo el paisaje, con el viento arrancándome lágrimas de las comisuras de los ojos. No me extraña que la mayoría de los jinetes lleven gafas. Hay al menos una docena de dragones en el aire, cada uno

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sometiendo a su jinete a una prueba de zambullidas y giros. Rojos, naranjas, verdes, marrones, el cielo está moteado de color. El corazón me da un vuelco cuando veo a un jinete caer del lomo de un Cola de Espada Roja y, a diferencia de Tairn, el dragón no se sumerge para atrapar al de primer año. Aparto la mirada antes de que el cuerpo caiga al suelo. No es nadie que conozcas. Eso es lo que me digo a mí misma. Rhiannon, Ridoc, Trina, Sawyer... Probablemente todos estén a salvo y ya estén esperando en el campo. —Vamos a tener que montar un espectáculo. —Impresionante. —La idea es cualquier cosa menos eso. —No caerás. No lo permitiré. —Las cintas que rodean mis piernas se extienden hasta mis manos y siento el pulso de una energía invisible—. Confiarás en mí. No es una pregunta. Es una orden. —Acabemos de una vez. —No puedo mover las piernas, ni los dedos, ni las manos, así que no puedo hacer otra cosa que sentarme y esperar disfrutar de cualquier infierno por el que esté a punto de hacerme pasar. Sus alas baten con fuerza y nos tambaleamos hacia arriba en lo que parece un ascenso de noventa grados, dejando mi estómago en la altitud más baja. Alcanza la cima de los picos cubiertos de nieve y nos quedamos colgando durante un segundo antes de que se retuerza y vuelva a descender en el mismo ángulo aterrador. Es el momento más horrible y a la vez estimulante de mi vida. Hasta que se retuerce de nuevo, enviándonos a una espiral. Mi cuerpo se sacude de un lado a otro mientras él completa un giro tras otro, sacándonos de la caída sólo para inclinarnos tan bruscamente, que juraría que la tierra se convierte en cielo, y luego lo repite todo hasta que mi cara se divide en una sonrisa. No hay nada como esto. —Creo que lo hemos dejado claro. —Nos pone a nivel y gira a la derecha, remontando el valle que conduce al cañón de los campos de entrenamiento. El sol está a punto de ocultarse tras los picos, pero hay luz suficiente para ver a la dragón dorada, que flota como si esperara. Quizá no haya elegido jinete, pero vivirá para decidirlo el año que viene, y eso es lo único que importa. O quizá vea que los humanos no somos tan geniales después de todo. —¿Por qué me elegiste a mí? —Tengo que saberlo, porque en cuanto aterricemos, habrá preguntas. —Porque tú la salvaste. —La cabeza de Tairn se inclina hacia el dorado mientras nos acercamos, y nos sigue. Nuestra velocidad disminuye. —Pero... —Sacudo la cabeza—. Los dragones valoran la fuerza y la astucia y... la ferocidad en sus jinetes. —Nada de lo cual me define.

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—Por favor, dime más sobre lo que debo valorar. —El sarcasmo gotea de su tono mientras pasamos por encima del Gauntlet y coronamos la estrecha entrada a los campos de entrenamiento. Respiro con fuerza al ver tantos dragones. Hay cientos reunidos a lo largo de los bordes rocosos de las laderas de la montaña, detrás de las gradas que se levantaron durante la noche. Espectadores. Y en el fondo del valle, en el mismo campo por el que había caminado sólo un par de días antes, hay dos filas de dragones enfrentadas. —Están divididos entre los que siguen en el cuadrante y eligieron en años pasados y los que eligieron hoy —me dice Tairn—. Somos el septuagésimo primer vínculo en entrar en los campos. Mamá estará aquí, en el estrado frente a las gradas, y tal vez me dé más de una mirada superficial, pero su atención se centrará sobre todo en las setenta parejas recién unidas. Un feroz rugido de celebración se eleva entre los dragones mientras volamos, todas las cabezas girando hacia nosotros, y sé que es en deferencia a Tairn. También lo es la separación de los dragones en el centro del campo, dejando espacio para que Tairn aterrice. Tairn suelta las cintas que me sujetan al asiento, se cierne sobre la hierba y bate las alas unas cuantas veces, y veo que la dragón dorada vuela furiosamente para alcanzarnos. Qué irónico. Tairn es el dragón más célebre del Valle, y yo soy la jinete más improbable del cuadrante. —Eres la más inteligente de tu año. La más astuta. Trago saliva ante el cumplido y lo rechazo. Me formaron como escriba, no como jinete.

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—Defendiste a los más pequeños con ferocidad. Y la fuerza del coraje es más importante que la fuerza física. Ya que aparentemente necesitas saberlo antes de que aterricemos. Sus palabras me hacen un nudo en la garganta, la emoción forma un nudo que tengo que tragar. Oh. Mierda. No había dicho esas palabras. Las había pensado. Puede leer mis pensamientos. —¿Ves? La más inteligente de tu año. Demasiado para la privacidad. —Nunca volverás a estar sola. —Eso suena más a amenaza que a consuelo —pienso. Por supuesto que sabía que los dragones mantienen un vínculo mental con sus jinetes, pero su alcance es más que desalentador. Tairn se burla en respuesta.

La dragón dorada nos alcanza, sus alas baten el doble de rápido que las de Tairn, y aterrizamos en el punto muerto del campo. El impacto me sacude ligeramente, pero me mantengo erguida en el asiento e incluso suelto las crestas del pomo. —Ves, puedo aguantar bien cuando no te mueves. Tairn recoge las alas y me mira por encima del hombro con una expresión que es lo más parecido a un dragón poniendo los ojos en blanco que he visto nunca. —Tienes que desmontar antes de que me replantee mi elección, luego dile al guardián del registro... —Sé lo que tengo que hacer. —Respiro entrecortadamente—. Sólo pensé que no estaría viva para hacerlo. —Examinando las dos opciones para desmontar, me muevo a la derecha para resguardar mi tobillo el mayor tiempo posible. No se permiten sanadores en el campo de vuelo, sólo jinetes, pero espero que alguien haya pensado en traer un botiquín, porque voy a necesitar puntos y una férula. Me desplazo sobre las escamas del hombro de Tairn y, antes de que pueda lamentar la distancia que estoy a punto de tener que saltar sobre los restos de mi tobillo, Tairn se desplaza ligeramente, inclinando la pata delantera. Hay un sonido en las laderas que me recuerda a un murmullo... si los dragones murmuran. —Lo hacen y lo son. Ignóralos. —De nuevo, no hay lugar para la discusión en su tono. —Gracias —susurro, y luego me deslizo de trasero como si fuera una pieza accidentada de un parque infantil letal, llevándome la peor parte del impacto con la pierna izquierda cuando caigo al suelo. —Es una forma de hacerlo. No puedo contener la sonrisa que se dibuja en mi cara ni la alegría que escuece en mis ojos al ver a otros alumnos de primer año frente a sus dragones. Estoy viva y ya no soy una cadete. Soy una jinete. El primer paso me duele mucho, pero giro hacia el dorado, que está muy pegado a Tairn y me observa con ojos brillantes mientras mueve la cola de pluma. —Me alegro de que lo hicieras. —Me alegro ni siquiera es la palabra correcta. Emocionada, aliviada, agradecida—. Pero tal vez deberías volar la próxima vez que alguien te sugiera que te salves, ¿eh? Parpadea. —Quizá yo te estaba salvando. —Su voz es más alta, más dulce en mi mente. Mis labios se entreabren y los músculos de mi cara se aflojan por la sorpresa. —¿No te han dicho que no debes hablar con humanos que no sean tus jinetes? No te metas en líos, Dorada —susurro—. Por lo que he oído, los dragones son bastante estrictos con el incumplimiento de esa norma.

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Simplemente se sienta, recoge las alas e inclina la cabeza hacia mí en ese ángulo que debería ser imposible y que casi me hace reír. —¡Santo cielo! —exclama el jinete del dragón rojo a mi derecha, y me giro hacia él. Es un chico de primer año de la Sección Garra, Cuarta Ala, pero no recuerdo su nombre—. ¿Ese es...? —Se queda mirando abiertamente a Tairn con ojos desorbitados por el miedo. —Sí —digo, sonriendo más ampliamente—. Lo es. El tobillo me palpita, me duele y, en general, tengo la sensación de que se me va a romper en cualquier momento mientras cojeo por el ancho campo, en dirección a la pequeña formación que tengo justo delante. Detrás de mí, el viento sopla esporádicamente a medida que más dragones aterrizan y sus jinetes desmontan para registrar sus nombres, pero es cada vez más suave a medida que la línea se extiende por el campo. Cae el crepúsculo, y una serie de luces mágicas iluminan a la multitud en las gradas y en el estrado. En el centro, justo encima de donde la pelirroja del Parapeto está grabando, se sienta mi madre, vestida con todas sus galas militares, medallas y todo, para que nadie olvide exactamente quién es. Aunque hay varios generales en el estrado, cada uno representando a su ala, sólo hay uno más condecorado que Lilith Sorrengail. Y Melgren, el general al mando de todas las fuerzas Navarras, tiene sus ojos brillantes puestos en Tairn en franca evaluación. Su mirada se dirige hacia mí, y reprimo un escalofrío. No hay nada más que frío cálculo en esos ojos. Mamá se levanta cuando me acerco al encargado de pasar lista en la base del estrado, que está registrando las parejas unidas antes de indicar al siguiente jinete que se acerque para mantener en secreto el nombre completo de un dragón. El profesor Kaori salta de la plataforma de dos metros que hay a mi izquierda y se queda mirando boquiabierto a Tairn, con la mirada recorriendo el enorme dragón negro, memorizando hasta el último detalle. —¿De verdad...? —comienza a decir el comandante Panchek, que se cierne en el borde del estrado con más de una docena de otros oficiales uniformados de alto rango, todos boquiabiertos. —No lo digas —sisea mamá, con los ojos puestos en Tairn, no en mí—. No hasta que ella lo haga. Porque sólo un jinete y el guardián del registro conocen el nombre completo de un dragón y ella no está segura de que yo sea realmente la suya. Eso es exactamente lo que está insinuando. Como si yo fuera capaz de secuestrar a Tairn. La ira hierve en mis venas, superando el dolor que recorre mi cuerpo mientras avanzo en la fila hasta que sólo hay otro jinete delante de mí. Mamá me obligó a entrar en el Cuadrante de los Jinetes. No le importaba si vivía o moría al cruzar el parapeto. Lo único que le importa ahora es cómo mis defectos pueden empañar su excelente reputación o cómo mi vinculación puede favorecer sus propios planes.

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Y ahora se queda mirando a mi dragón sin molestarse siquiera en bajar la vista para ver si estoy bien. Al. Diablo. Con. Ella. Es todo lo que esperaba y aun así muy decepcionante. El jinete que iba delante termina, apartándose de su camino, y la guardiana levanta la vista, mira a Tairn con los ojos muy abiertos antes de bajar su mirada sorprendida a la mía y hacerme señas para que me acerque. —Violet Sorrengail —dice mientras escribe en el Libro de los Jinetes—. Me alegra ver que lo has conseguido. —Me ofrece una sonrisa rápida y temblorosa—. Para que conste, dime el nombre del dragón que te eligió. Levanto la barbilla. —Tairneanach. —La pronunciación podría mejorar. —La voz de Tairn retumba en mi cabeza. —Eh, al menos me acordé —pienso en su dirección general, preguntándome si me oirá al otro lado del campo. —Al menos no te dejé caer hacia tu muerte. —Suena completamente aburrido, pero definitivamente me escuchó. La mujer sonríe, sacudiendo la cabeza mientras escribe su nombre. —No puedo creer que se haya unido. Violet, es una leyenda. Abro la boca para reconocer... —Andarnaurram. —La dulce y aguda voz de la dorada llena mi mente—. Andarna para abreviar. Siento que la sangre se me sale de la cara, y los bordes de mi visión se tambalean mientras giro sobre mi tobillo bueno, mirando hacia el otro lado del campo, donde la dragón dorada, Andarna, se encuentra ahora entre las patas delanteras de Tairn. —¿Cómo dices? —Violet, ¿estás bien? —pregunta la pelirroja, y todos a mi alrededor, por encima de mí, se inclinan. —Díselo —insiste la dorada. —Tairn. ¿Qué se supone que...? —Pienso en él. —Dile su nombre a la encargada de pasar lista —repite Tairn. —¿Violet? —repite la encargada de pasar lista—. ¿Necesitas un sanador? Me vuelvo hacia la mujer y me aclaro la garganta. —Y Andarnaurram —susurro. Sus ojos se abren de par en par. —¿Los dos dragones? —exclama.

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Asiento. Y se desata el infierno.

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Aunque este oficial se considera un experto en todos los asuntos relacionados con la raza dragón, hay mucho que desconocemos sobre la forma en que los dragones se gobiernan a sí mismos. Existe una clara jerarquía entre los más poderosos, y se rinde pleitesía a los ancianos, pero no he sido capaz de discernir cómo es que hacen leyes por sí mismos o en qué momento un dragón decidió unirse a un solo jinete, en lugar de ir por mejores probabilidades con dos. -GUÍA DE CAMPO DEL CORONEL KAORI PARA LA HUMANIDAD DRAGÓN

e ninguna manera! —grita la General lo bastante alto como para que pueda oírla desde el pequeño puesto médico que se ha instalado al final de las gradas para los jinetes. No es más que una hilera de una docena de mesas y algunos suministros para mantenernos a flote hasta que lleguemos al cuadrante de los sanadores, pero al menos los analgésicos están haciendo efecto. Dos dragones. Tengo... dos dragones. Los generales se han estado gritando durante la última media hora, tiempo suficiente para que un escalofrío se instale en el aire nocturno y para que un instructor al que no conozco me cosa ambos lados del brazo. Por suerte para mí, Tynan rasgó casi todo el músculo pero no lo cortó. Por desgracia para mí, a Jack le están examinando el hombro a una docena de metros de distancia. Se acercó desde la parte trasera de un Cola de Escorpión Naranja para dejar constancia de su relación con la encargada de pasar lista, que seguía haciendo su trabajo a pesar de que los generales discutían en el estrado detrás de ella. Jack no ha dejado de mirar a Tairn al otro lado del campo.

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—¿Cómo se siente eso? —pregunta en voz baja el profesor Kaori, apretando las correas alrededor de mi tobillo entablillado. Hay como un millón de preguntas más en sus ojos rasgados y oscuros, pero se las guarda para sí. —Duele como el demonio. —La hinchazón hacía casi imposible volver a ponerme la bota sin aflojar cada uno de los cordones hasta su posición más ancha, pero al menos no tenía que arrastrarme por el campo como una chica de la Segunda Ala que se había roto la pierna al desmontar. Está siete mesas más atrás, llorando en voz baja mientras los médicos de campo tratan de colocarle la pierna. —Te centrarás en fortalecer tus ataduras y en montar durante los próximos meses, así que mientras no tengas problemas para montar o desmontar —su cabeza se inclina mientras ata las correas de mi férula—, aunque, después de lo que he visto, no creo que los tengas, este esguince debería curarse antes de tu próxima ronda de desafíos. —Se le marcan dos líneas en el entrecejo—. O puedo llamar a Nolon... —No. —Sacudo la cabeza—. Me curaré. —¿Estás segura? —Obviamente no lo estoy. —Todos los ojos de este valle están puestos en mí y en mis dragones —me corrijo—. No puedo permitirme parecer débil. Frunce el ceño, pero asiente. —¿Sabes quién ha salido de mi escuadrón? —pregunto, el miedo anudando mi garganta. Por favor, que Rhiannon esté viva. Y Trina. Y Ridoc. Y Sawyer. Todos ellos. —No he visto a Trina ni a Tynan —responde lentamente el profesor Kaori, como si intentara suavizar un golpe. No lo hace. —Tynan no vendrá —susurro, con la culpa royéndome el estómago. —Esa no es tu muerte para atribuirte el mérito —gruñe mentalmente Tairn. —Ya veo —murmura el profesor Kaori. —¿Qué demonios quieres decir con qué crees que necesito cirugía? —Jack brama desde mi izquierda. —Parece que el arma ha seccionado un par de ligamentos, pero tendremos que llevarte a los sanadores para estar seguros —dice el otro instructor, con voz infinitamente paciente mientras asegura el cabestrillo de Jack. Miro a Jack directamente a esos ojos malvados y sonrío. Se acabó el tenerle miedo. Volvió corriendo a ese prado. La rabia motea sus mejillas bajo la luz mágica, balancea los pies sobre el extremo de la mesa y carga contra mí. —¡Tú! —¿Yo qué? —Me deslizo por el extremo de la mesa y dejo las manos sueltas por las dagas de mis muslos. El profesor Kaori arquea las cejas y nos mira. —¿Tú? —murmura.

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—Yo —respondo, manteniendo mi atención en Jack. Pero el profesor Kaori se mueve entre nosotros, lanzando su palma hacia Jack. —Yo no me acercaría más a ella. —¿Ahora te escondes detrás de nuestros instructores, Sorrengail? —El puño ileso de Jack se curva. —No me escondí allí y no me esconderé aquí. —Levanto la barbilla—. Yo no soy quien huyó. —No necesita esconderse detrás de mí cuando está vinculada al dragón más poderoso de tu año —advierte el profesor Kaori a Jack, cuyos ojos se entrecierran al mirarme—. Tu naranja es una buena elección, Barlowe. Baide, ¿verdad? Ha tenido otros cuatro jinetes antes que tú. Jack asiente. El profesor Kaori mira por encima del hombro a la hilera de dragones. —Por muy agresivo que sea Baide, por la forma en que te mira Tairn, no tendrá problema en calcinarte los huesos si das un paso más hacia su jinete. Jack me mira incrédulo. —¿Tú? —Yo. —La palpitación de mi tobillo se ha reducido a un dolor sordo y manejable, incluso estando de pie. Sacude la cabeza, y la mirada de sus ojos se transforma de asombro, a envidia, a miedo mientras gira hacia el profesor. —No sé lo que te ha contado sobre lo que pasó ahí fuera... —Nada. —El instructor cruza los brazos sobre el pecho—. ¿Hay algo que necesite saber? Jack palidece y se pone blanco como una sábana bajo la luz mágica mientras otro herido de primer año se acerca cojeando, con sangre manando de su muslo y torso. —Todos los que tienen que saberlo ya lo saben. —Miro fijamente a Jack. —Supongo que hemos terminado por esta noche —dice Kaori mientras una fila de dragones se acerca volando, sólo visibles por sus siluetas en la oscuridad—. Los jinetes veteranos han vuelto. Ustedes dos deberían volver con sus dragones. Jack resopla y se marcha. Miro a los generales que siguen reunidos en acalorada discusión en el estrado. —Profesor Kaori, ¿alguien ha unido alguna vez a dos dragones? —Si alguien lo sabe, es el profesor de Dragonkind. Se gira hacía mi para no mirar a los líderes que discuten. —Tú serías la primera. Aunque no sé por qué discuten por eso. La decisión no dependerá de ellos.

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—¿No? —Ráfagas de viento mientras docenas de dragones aterrizan en el lado opuesto de los de primer año, hileras de luces mágicas colgando entre ellos. —Nada de a quién eligen los dragones depende de los humanos —me asegura Kaori—. Sólo nos gusta mantener la ilusión de que tenemos el control. Algo me dice que sólo han estado esperando a que los otros regresaran para reunirse. —¿Los líderes? —Arrugo la frente. Kaori sacude la cabeza. —Los dragones. ¿Los dragones van a reunirse? —Gracias por atender mi tobillo. Será mejor que vuelva. —Le ofrezco una sonrisa tentativa y me dirijo a través del campo escasamente iluminado hacia Tairn y Andarna, sintiendo el peso de todas las miradas del valle cuando me detengo y me sitúo entre los dos dragones. —Ustedes dos están armando un revuelo. —Miro a Andarna, luego miro a Tairn antes de darme la vuelta para mirar al campo como los demás de primero—. No nos van a dejar hacer esto. —Mierda, ¿y si me hacen elegir? Se me revuelve el estómago. —Depende del Empyrean decidirlo —dice Tairn, pero hay un tono de tensión en su voz—. No salgas del campo. Esto puede llevar un tiempo. —¿Qué puede...? —mi pregunta muere en mi lengua mientras el dragón más grande que he visto, incluso más grande que Tairn, se acerca a nosotros desde la entrada del valle. Cada dragón que pasa camina hacia el centro del campo y lo sigue, reuniendo a docenas a su paso—. ¿Ese es...? —Codagh —responde Tairn. El dragón del General Melgren. Puedo ver los agujeros irregulares en sus alas marcadas por la batalla mientras se acerca, su mirada dorada enfocada en Tairn de una manera que me hace sentir nauseas. Gruñe, bajo en su garganta, volviendo esos ojos siniestros hacia mí. Tairn gruñe con su propio rugido, dando un paso adelante para que yo quede entre sus enormes garras. No hay duda de que soy el objeto de ambos gruñidos descontentos. —¡Sí! ¡Estamos hablando de ti! —dice Andarna mientras pasa por la línea y se une a nosotros. —Mantente cerca del líder de ala hasta que regresemos —ordena Tairn. Seguramente quería decir líder de escuadrón. —Escuchaste lo que dije. O tal vez no.

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Miro a mi alrededor y veo a Xaden de pie al otro lado del campo, con los brazos cruzados y las piernas abiertas mientras mira fijamente a Tairn. Los jinetes guardan un silencio espeluznante mientras los dragones vacían la pradera, alzando el vuelo en una corriente constante cerca del final y aterrizando a media altura del pico más meridional en un grupo sombrío que apenas puedo definir a la luz de la luna. En cuanto sale volando el último de los dragones, estalla el caos. Los alumnos de primer año se agolpan en el centro del campo, donde yo me encuentro, gritando de júbilo y buscando a sus amigos. Mis ojos escudriñan la multitud, esperando vislumbrar... —¡Rhi! —grito, viendo a Rhiannon en la multitud mientras se acerca cojeando. —¡Violet! —Me abraza con fuerza, alejándose cuando frunzo el ceño por el dolor fresco en mi brazo—. ¿Qué pasó? —La espada de Tynan. —Apenas logro pronunciar la respuesta antes de que Ridoc me levante en el aire, girándome alrededor, con los pies volando frente a mí. —¡Miren quién llegó montada en el más malo de todos! —¡Bájala! —regaña Rhiannon—. ¡Está sangrando! —Oh, mierda, lo siento —dice Ridoc, y mis pies encuentran el suelo. —Está bien. —Hay sangre fresca en el vendaje, pero no creo que haya abierto mis puntos. Y los analgésicos son geniales—. ¿Están bien? ¿Con quién se unieron ustedes? —¡La Cola de Daga Verde! —Rhiannon sonríe—. Feirge. Y fue tan... fácil. — Suspira—. La vi y simplemente supe. —Aotrom —dice Ridoc con orgullo—. Cola de Daga Marrón. —¡Sliseag! —Sawyer abraza los hombros de Rhiannon y Ridoc—. ¡Cola de Espada Roja! —Todos celebramos, y luego me envuelve en un abrazo. De todos nosotros, soy la más feliz por él, por todo lo que ha tenido que soportar para llegar hasta aquí. —¿Y Trina? —pregunto cuando me suelta. Uno a uno, sacuden la cabeza, mirando a los demás en busca de respuestas. Una pesadez imposible se instala en mi corazón, y busco cualquier otra razón. —Quiero decir... existe la posibilidad de que simplemente no esté vinculada, ¿verdad? Sawyer sacude la cabeza, la pena aflojando sus hombros. —La vi caer desde la parte trasera de un Cola de Garra Naranja. Mi corazón se hunde. —¿Tynan? —Ridoc pregunta, su mirada saltando entre nosotros.

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—Tairn lo mató —digo en voz baja—. En su defensa, Tynan ya me había atravesado una vez. —Me señalo la herida del brazo—. Y estaba intentando... —¿Intentando qué? Me giran por los hombros y me tiran contra un pecho. Dain. Mis brazos rodean su espalda y se mantienen firmes mientras respiro profundamente. —Maldita sea. Violet. Sólo... maldición. —Me aprieta fuerte, luego me empuja a la distancia de un brazo—. Estás herida. —Estoy bien —le aseguro, pero eso no aplaca la preocupación de sus ojos. No sé si algo lo hará—. Pero somos todo lo que queda de los de primer año de nuestro escuadrón. La mirada de Dain se eleva para mirar a los demás, y asiente. —Cuatro de nueve. Era de esperar. Los dragones están celebrando una reunión del Empyrean, sus líderes. Quédense aquí hasta que vuelvan —dice a los demás antes de mirarme—. Tú vienes conmigo. Probablemente sea mi madre, haciéndome señas a través de él. Seguro que querrá verme con todo lo que está pasando. Miro al otro lado del campo, pero no encuentro a mamá mirándome, sino a Xaden, con una expresión ilegible. Cuando Dain me toma de la mano y tira de ella, me alejo de Xaden, siguiendo a Dain hasta el borde opuesto del campo, donde nos ocultamos en la sombra. Supongo que no se trata de mamá. —¿Qué carajo pasó ahí afuera? Porque tengo a Cath diciéndome que no sólo te eligió Tairn, sino también la pequeña... ¿Demonios? —Sus dedos se entrelazan con los míos, el pánico se arremolina en sus ojos marrones. —Andarna —lo corrijo, con una sonrisa en los labios al pensar en la pequeña dragón dorada. —Te harán elegir. —Su expresión se endurece, y la certeza que hay en ella me hace retroceder. —No voy a elegir. —Sacudo la cabeza, separando nuestras manos—. Ningún humano ha elegido nunca, y yo no voy a ser la primera. —¿Y quién demonios es Dain para decirme eso? —Lo eres. —Se pasa la mano por el cabello y pierde la compostura—. Tienes que confiar en mí. Confías en mí, ¿verdad? —Por supuesto que sí... —Entonces tienes que elegir a Andarna. —Asiente como si su decreto equivaliera a una decisión tomada—. La dorada es la opción más segura de los dos. ¿Por qué, porque Tairn es... Tairn? ¿Dain cree que soy demasiado débil para un dragón tan fuerte como Tairn?

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Se me abre la boca y luego se me cierra como a un pez fuera del agua mientras busco una respuesta que no sea, vete a la mierda. De ninguna manera voy a rechazar a Tairn. Pero mi corazón tampoco me permite rechazar a Andarna. —¿Me van a hacer elegir? —pregunto en su dirección. No hay respuesta, y donde he sentido una... extensión en mi mente, de quién soy, ampliando mis límites mentales desde que Tairn me habló por primera vez en ese campo, ahora no hay nada. Estoy incomunicada. Que no cunda el pánico. —No voy a elegir —repito, esta vez más suavemente. ¿Y si no puedo tener a ninguno de los dos? ¿Y si han roto alguna regla sagrada y ahora todos seremos castigados? —Lo harás. Y tiene que ser Andarna. —Me agarra por los hombros y se inclina hacia mí, con un tono de urgencia—. Sé que es demasiado pequeña para llevar un jinete... —Eso no se ha probado —digo a la defensiva, aunque sé que es cierto. La física no concuerda. —Y no importa. Significará que no podrás montar con un ala, pero probablemente te harán instructor permanente aquí como a Kaori. —Eso es porque la habilidad de su poder lo hace indispensable como profesor, no porque su dragón no pueda volar —argumento—. E incluso él pasó los cuatro años necesarios con un ala de combate antes de que lo pusieran detrás de un pupitre. Dain aparta la mirada, y casi puedo ver los engranajes de su mente girando mientras calcula... ¿qué? ¿Mi riesgo? ¿Mi elección? ¿Mi libertad? —Aunque lleves a Andarna al combate, sólo hay una posibilidad de que te maten. Si llevas a Tairn, Xaden hará que te maten. ¿Crees que Melgren es aterrador? Llevo aquí un año más que tú, Vi. Al menos sabes lo que te espera cuando se trata de Melgren. Xaden no sólo es el doble de despiadado, sino que es peligrosamente impredecible. Parpadeo. —Espera. ¿Qué estás diciendo? —Son una pareja apareada, Tairn y Sgaeyl. La pareja unida más fuerte en siglos. Mi mente zumba. Las parejas apareadas no pueden estar separadas mucho tiempo o su salud disminuye, así que siempre están juntas. Siempre. Lo que significa... oh dioses. —Sólo... dime cómo pasó. —Debe verme asustada porque su voz se suaviza. Así que lo hago. Le hablo de Jack y de su banda de amigos asesinos a la caza de Andarna. Le cuento sobre la caída, y el campo, y Xaden observando, Xaden... sorprendentemente protegiéndome con su advertencia cuando Oren estaba a mi

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espalda. Tuvo la oportunidad perfecta para acabar conmigo sin que eso inclinara su balanza, y eligió ayudar. ¿Qué demonios se supone que debo hacer con eso? —Xaden estaba allí —dice Dain en voz baja, pero la dulzura se filtra de su voz. —Sí. —Asiento—. Pero se fue después de que Tairn apareciera. —¿Xaden estaba allí cuando defendiste a Andarna, y luego Tairn simplemente... apareció? —pregunta lentamente. —Sí. Eso es lo que acabo de decir. —¿Lo estaba confundiendo la línea temporal? — ¿A dónde quieres llegar? —¿No ves lo que pasó? ¿Lo que ha hecho Xaden? —Su agarre se hace más fuerte. Gracias a Dios por la armadura de escamas de dragón, o mañana tendría moretones. —Por favor, dime qué crees que hice. —Una forma emerge de las sombras, y mi pulso se acelera cuando Xaden sale a la luz de la luna, la oscuridad cayendo sobre él como un velo desechado. El calor recorre cada vena, despierta cada terminación nerviosa. Odio la reacción de mi cuerpo al verlo, pero no puedo negarlo. Mi atracción es tan jodidamente inconveniente. —Manipulaste el Threshing. —Dain me quita las manos de los hombros y se vuelve hacia nuestro jefe de ala, con los hombros rígidos mientras se interpone entre nosotros. Oh mierda, eso es una gran acusación para lanzar. —Dain, eso es... —Paranoico. Esquivo la espalda de Dain. Si Xaden fuera a matarme, no habría esperado tanto para hacerlo. Ha tenido todas las oportunidades posibles, y aun así sigo aquí. Vinculada. A la compañera de su dragón. Xaden no va a matarme. Darme cuenta de ello me aprieta el pecho, me hace reexaminar todo lo ocurrido en aquel campo, hace que mi sentido de la gravedad se desplace bajo mis pies. —¿Es una acusación oficial? —Xaden mira a Dain como un estorbo, una molestia. —¿Te involucraste? —Dain exige. —¿Hice qué? —Xaden arquea una ceja oscura y dirige a Dain una mirada que haría marchitarse a cualquiera—. ¿La vi en inferioridad numérica y ya herida? ¿Pensé que su valentía era tan admirable como jodidamente temeraria? —Me mira fijamente y siento el impacto hasta en los dedos de los pies. —Y lo volvería a hacer. —Levanto la barbilla. —Bueno, a la mierda la conciencia —ruge Xaden, perdiendo los nervios por primera vez desde que lo conocí en el Parapeto. Respiro rápidamente y Xaden hace lo mismo, como si estuviera tan sorprendido por su arrebato como yo.

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—¿La vi luchar contra tres cadetes más grandes? —Su mirada se dirige a Dain— . Porque la respuesta a todo eso es sí. Pero estás haciendo la pregunta equivocada, Aetos. Lo que deberías preguntar es si Sgaeyl también lo vio. Dain traga saliva y mira hacia otro lado, obviamente reconsiderando su postura. —Su compañero se lo dijo —susurro. Sgaeyl llamó a Tairn. —Nunca le han gustado los matones —me dice Xaden—. Pero no lo confundas con un acto de bondad hacia ti. Le tiene cariño a la pequeña dragón. Por desgracia, Tairn te eligió a ti por sí mismo. —Mierda —murmura Dain. —Pienso exactamente lo mismo. —Xaden sacude la cabeza hacia Dain—. Sorrengail es la última persona del Continente a la que querría encadenada a mí. Yo no hice esto. Auch. Necesito toda la fuerza de voluntad de mi cuerpo para no llevarme la mano al pecho y asegurarme de que no me ha arrancado el corazón por detrás de las costillas, lo cual no tiene ningún sentido, ya que siento lo mismo por él. Es el hijo del Gran Traidor. Su padre fue directamente responsable de la muerte de Brennan. —E incluso si lo hubiera hecho. —Xaden se acerca a Dain, elevándose sobre él—. ¿Realmente lanzarías esa acusación sabiendo que habría sido lo que salvó a la mujer que llamas tu mejor amiga? Mi mirada vuela hacia Dain, y pasa un momento silencioso y condenatorio. Es una pregunta sencilla y, sin embargo, aguanto la respiración esperando su respuesta. ¿Qué significo realmente para él? —Hay... reglas. —Dain inclina la barbilla para mirar a Xaden a los ojos. —Y por curiosidad, ¿te habrías, digamos, saltado esas normas para salvar a tu preciosa Violet en ese campo? —Su voz se hiela mientras estudia la expresión de Dain con embelesada fascinación. Xaden había dado un paso. Justo antes de que Tairn aterrizara, se había movido... hacia mí. La mandíbula de Dain se flexiona y veo la guerra en sus ojos. —Es injusto pedírselo. —Me muevo al lado de Dain cuando el sonido del batir de alas interrumpe la noche. Los dragones están volando de vuelta. Han tomado su decisión. —Le ordeno que responda, líder de escuadrón. —Xaden ni siquiera me dedica una mirada. Dain traga saliva, sus ojos se cierran de golpe. —No. No lo habría hecho.

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Mi corazón golpea el suelo. En el fondo, siempre he sabido que Dain valoraba más las normas y el orden que las relaciones, más que a mí, pero que me lo demuestre tan cruelmente me hiere más que la espada de Tynan. Xaden se burla. Dain mueve inmediatamente la cabeza hacia la mía. —Me habría matado ver cómo te pasaba algo, Vi, pero las reglas... —No pasa nada —me fuerzo a decir, tocándole el hombro, pero no es así. —Los dragones están regresando —dice Xaden cuando el primero de ellos aterriza en el campo iluminado—. Vuelve a la formación, líder de escuadrón. Dain aparta su mirada de la mía y se aleja, mezclándose entre la multitud de jinetes apresurados y sus dragones. —¿Por qué le hiciste eso? —le espeto a Xaden, y luego sacudo la cabeza. No me importa por qué—. Olvídalo —murmuro, y me marcho hacia el lugar donde Tairn me dijo que esperara. —Porque pusiste demasiada fe en él —responde Xaden de todos modos, alcanzándome sin siquiera alargar la zancada—. Y saber en quién confiar es lo único que te mantendrá viva, nos mantendrá vivos, no solo en el cuadrante, sino después de la graduación. —Nosotros no existimos —digo, esquivando a una jinete que pasa a toda velocidad. Los dragones aterrizan a diestra y siniestra, el suelo tiembla con la fuerza del movimiento de la revuelta. Nunca había visto tantos dragones al vuelo en el mismo momento. —Oh, creo que descubrirás que ya no es así —murmura Xaden a mi lado, agarrándome del codo y apartándome de un tirón del camino de otro jinete que corre desde la otra dirección. Ayer, me habría dejado chocar con él. Demonios, incluso podría haberme empujado. —Los lazos de Tairn son tan poderosos, tanto con la pareja como con el jinete, porque él es muy poderoso. Perder a su último jinete casi lo mata, lo que, a su vez, casi mata a Sgaeyl. Las vidas de las parejas son... —Interdependientes, ya lo sé. —Avanzamos hasta situarnos en el centro de la fila de jinetes. Si no estuviera tan molesta por la actitud insensible de Xaden hacia Dain, me tomaría el tiempo para admirar lo espectacular que es ver a cientos de dragones aterrizar a nuestro alrededor. O tal vez me preguntaría cómo se las arregla el hombre que está a mi lado para consumir todo el aire del enorme campo. —Cada vez que un dragón elige a un jinete, ese vínculo es más fuerte que el anterior, lo que significa que si mueres, Violencia, se desencadena una cadena de acontecimientos que potencialmente acaba conmigo muriendo también. —Su expresión es de mármol inamovible, pero la ira en sus ojos me deja sin aliento. Es

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pura... rabia—. Así que sí, por desgracia para todos los implicados, ahora hay un nosotros si el Empyrean permite que se mantenga la elección de Tairn. Oh. Dioses. Estoy atada a Xaden Riorson. —Y ahora que Tairn está en juego, que otros cadetes saben que está dispuesto a vincularse... —Suspira, la molestia ondula en sus rasgos, su fuerte mandíbula trabajando mientras mira hacia otro lado. —Por eso Tairn me dijo que me quedara contigo —susurro mientras las consecuencias de las acciones de hoy se asientan en mi revuelto estómago—. Por los no unidos. —Hay al menos tres docenas de ellos de pie en el lado opuesto del campo, observándonos con avaricia en los ojos, incluido Oren Seifert. —Los que no están vinculados intentarán matarte con la esperanza de que Tairn los vincule. —Xaden niega con la cabeza a Garrick mientras se acerca, y el líder de la sección mira entre nosotros, con la boca firme antes de retirarse por el campo—. Tairn es uno de los dragones más fuertes del Continente, y el vasto poder que canaliza está a punto de ser tuyo. En los próximos meses, los no vinculados intentarán matar a un jinete recién emparejado mientras el vínculo sea débil, mientras aún tengan la posibilidad de que ese dragón cambie de opinión y los elija, para no retroceder un año entero. ¿Y por Tairn? Son capaces de cualquier cosa. —Vuelve a suspirar como si fuera su nuevo trabajo a tiempo completo—. Hay cuarenta y un jinetes sin vínculo para los que ahora eres el objetivo número uno. —Levanta un dedo. —Y Tairn cree que harás de guardaespaldas —resoplo—. No sabe cuánto te desagrado. —Sabe exactamente cuánto valoro mi propia vida —replica Xaden, echando un vistazo a mi cuerpo—. Estás extrañamente tranquila para alguien que acaba de enterarse de que la van a cazar. —Es un miércoles típico para mí. —Me encojo de hombros, ignorando la forma en que su mirada calienta mi piel—. Y sinceramente, ser perseguida por cuarenta y un personas es mucho menos intimidante que estar constantemente vigilando rincones oscuros en busca de ti. Una brisa golpea mi espalda cuando Andarna aterriza detrás de mí, seguida de una ráfaga de viento y temblores de tierra cuando es Tairn. Sin decir una palabra más, Xaden arranca su mirada de la mía y se aleja, cortando un camino ligeramente diagonal a través del campo hacia donde Sgaeyl eclipsa a los dragones de los otros líderes de alas. —Díganme que todo va a ir bien —murmuro hacia Andarna y Tairn. —Así es como debe ser —responde Tairn, con voz ronca y aburrida al mismo tiempo. —No contestaste antes. —Bien, sueno un poco acusatoria. —Los humanos no pueden saber lo que se dice dentro del Empyrean —responde Andarna—. Es una regla.

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Así que todos los jinetes estaban bloqueados, no sólo yo. El pensamiento es extrañamente reconfortante. Además, todo Empyrean es un término nuevo para mí hoy. Kaori debe estar en el cielo esta noche con toda la política de dragones saliendo a la luz. ¿Qué decidieron? Miro a mi madre, pero está mirando a todas partes menos en mi dirección. El General Melgren avanza hacia el frente del estrado, con su uniforme repleto de medallas. Dain tiene razón en un sentido: el general de más alto rango de nuestro reino es aterrador. Nunca ha tenido problemas para utilizar a la infantería como forraje, y su crueldad a la hora de supervisar el interrogatorio, y ejecución, de prisioneros es bien conocida, al menos en la mesa del comedor de mi familia. Su enorme pesadilla de dragón ocupa todo el espacio junto al estrado, y se hace el silencio entre la multitud cuando Melgren se lleva las manos a la cara. —Codagh ha transmitido que los dragones han hablado sobre la chica Sorrengail. —La magia menor permite que su voz se amplifique mágicamente sobre el campo para que todos la oigan. Mujer, lo corrijo mentalmente, con un nudo en el estómago. —Aunque la tradición nos ha enseñado que hay un jinete por cada dragón, nunca se ha dado el caso de que dos dragones elijan al mismo jinete y, por tanto, no hay ninguna ley dragón que lo prohíba —declara—. Aunque a los jinetes no nos parezca... equitativo —su tono da a entender que él es uno de ellos—, los dragones hacen sus propias leyes. —Tanto Tairn como... —Mira por encima del hombro y su ayudante se apresura a susurrarle al oído—. Andarna han elegido a Violet Sorrengail, y su elección se mantiene. La multitud murmura, pero mis hombros se hunden con gran alivio. No tengo que tomar una decisión imposible. —Como debe ser —refunfuña Tairn—. Los humanos no tienen voz en las leyes de los dragones. Mamá se adelanta y hace el mismo gesto con las manos para proyectar su voz, pero no puedo concentrarme en lo que dice mientras cierra la parte formal de la ceremonia del Threshing, prometiendo a los jinetes no vinculados otra oportunidad el año que viene. Si no consiguen matar a uno de nosotros mientras nuestros lazos son débiles en los próximos meses e intentan vincularse a nuestros dragones ellos mismos. Pertenezco a Tairn y Andarna... y, de alguna manera realmente jodida... a Xaden. Se me eriza el cuero cabelludo y lo miro desde el otro lado del campo. Como si percibiera mi mirada, mira hacia mí y levanta un solo dedo. Objetivo número uno. —Bienvenidos a una familia que no conoce fronteras, ni límites, ni final — termina mi madre, y una ovación resuena por todo el campo—. Jinetes, un paso adelante.

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Miro a izquierda y derecha confundida, pero también lo hacen los demás jinetes. —Cinco pasos más o menos —dice Tairn. Los realizo. —Dragones, es un honor como siempre —dice mamá—. ¡Ahora celebramos! El calor me golpea la espalda y siseo de dolor mientras los jinetes a ambos lados gritan. Siento la espalda como si estuviera ardiendo y, sin embargo, todo el mundo me anima a rabiar, algunos de ellos corriendo hacia nosotros. Otros jinetes se enzarzan en abrazos. —Te gustará —promete Tairn—. Es único. El dolor se desvanece y miro por encima del hombro. Hay algo negro que asoma del chaleco. —¿Qué cosa? —¡Violet! —Dain llega hasta mí, con una amplia sonrisa en la cara—. ¡Te quedaste con los dos! —Supongo que sí. —Mis labios se curvan. Todo es... surrealista, demasiado para un día. —¿Dónde está tu... —Me suelta y me rodea—. ¿Puedo desatar esto? ¿Sólo la parte de arriba? —pregunta, tirando del cuello levantado de la espalda de mi chaleco. Asiento. Unos cuantos empujones y tirones después, el aire fresco de octubre me golpea la base del cuello. —Santo cielo. Tienes que ver esto. —Dile al chico que se mueva —ordena Tairn. —Tairn dice que deberías moverte. Dain se aparta. De repente, mi visión no es mía. Estoy viendo mi propia espalda a través de... los ojos de Andarna. Una espalda que tiene una reluciente reliquia negra de un dragón en pleno vuelo que se extiende de hombro a hombro y, en el centro, la silueta de un dorado resplandeciente. —Es hermoso —susurro. Ahora estoy marcada por su magia como jinete, como su jinete. —Lo sabemos —responde Andarna. Parpadeo y mi visión vuelve a ser mía, y las manos de Dain me atan rápidamente el corsé y luego se posan en mi cara, inclinándola hacia la suya. —Tienes que saber que haría cualquier cosa por salvarte, Violet, por mantenerte a salvo —suelta, con pánico en los ojos—. Lo que dijo Riorson... —Sacude la cabeza.

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—Lo sé —digo tranquilizadora, asintiendo incluso cuando algo se resquebraja en mi corazón—. Siempre me quieres a salvo. —Haría cualquier cosa. Excepto romper las reglas. —Tienes que saber lo que siento por ti. —Su pulgar me acaricia la mejilla, sus ojos buscan algo, y entonces su boca está en la mía. Sus labios son suaves, pero el beso es firme, y el placer me recorre la espalda. Después de años, Dain por fin me besa. La emoción desaparece en menos que canta un gallo. No hay calor. No hay energía. No hay punzada de lujuria. La decepción amarga el momento, pero no para Dain. Es todo sonrisas mientras se aleja. Se acabó en un instante. Era todo lo que siempre había querido... excepto... Mierda. Ya no lo quiero.

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Por tanto, es natural que cuanto más poderoso sea el dragón, más poderosa sea la habilidad que manifieste su jinete. Hay que tener cuidado con los jinetes fuertes que se unen a un dragón pequeño, pero aún más con los cadetes que no se vinculan, que no se detendrán ante nada para aprovechar la oportunidad de vincularse. -GUÍA DEL CUADRANTE DE JINETES DEL MAYOR AFENDRA (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

espués de dormir en los atestados barracones durante los dos últimos meses, es raro, y extrañamente suntuoso, tener mi propia habitación. Nunca volveré a dar por sentado el lujo de la intimidad. Cierro la puerta y salgo cojeando al pasillo. La puerta de Rhiannon, al otro lado del pasillo, se abre y veo salir el cuerpo alto y delgado de Sawyer. Se pasa los dedos por el cabello y, al verme, levanta las cejas y se queda inmóvil, con las mejillas casi tan rojas como sus pecas. —Buenos días. —Sonrío. —Violet. —Fuerza una sonrisa incómoda y se marcha, en dirección al pasillo principal del dormitorio de primer año. Una pareja de la Segunda Ala se toma de la mano al salir de la habitación contigua a la de Rhiannon, y les ofrezco una sonrisa mientras me reclino contra la puerta y espero, poniendo a prueba mi tobillo haciéndolo rodar. Me duele, como cada vez que me hago un esguince, pero la férula y la bota lo mantienen en su sitio lo suficiente como para soportar mi peso. Si estuviera en otro sitio, pediría unas muletas, pero eso sólo me pondría otra diana en la espalda y, según Xaden, ya tengo una bastante grande. Rhiannon sale de su habitación y sonríe en cuanto me ve. —¿No más deberes de desayuno?

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—Anoche me dijeron que todos los deberes menos deseables estaban siendo entregados a los no vinculados para que nuestra energía pueda ser redirigida a lecciones de vuelo. —Lo que significa que tendré que encontrar otra forma de debilitar a mis oponentes antes de los desafíos. Xaden tiene razón. No siempre puedo contar con derribar a todos los enemigos con veneno, pero tampoco voy a ignorar la única ventaja que tengo aquí. —Una razón más para que los no vinculados nos odien —murmura Rhiannon. —Así que, Sawyer, ¿eh, Rhi? —Empezamos a recorrer nuestro pasillo, pasando por algunas otras habitaciones antes de encontrarnos con el corredor principal que lleva a la rotonda. Tengo que decir que las habitaciones de primer año no son tan espaciosas como las de segundo, pero al menos ambas tenemos una con ventana. Una sonrisa curva sus labios. —Me apetecía celebrarlo. —Me mira de reojo—. ¿Y por qué no he oído que tú lo celebres? Nos fundimos en la multitud que avanza hacia la sala de reuniones. —No he encontrado a nadie con quien quiera celebrarlo. —¿En serio? Porque he oído que tú y cierto jefe de escuadrón tuvieron un momento anoche. Mi mirada se desvía hacia la suya y casi tropiezo con mis pies. —Vamos, Vi. Todo el cuadrante estaba ahí afuera, ¿y no crees que alguien te vio? —Pone los ojos en blanco—. No vas a recibir un sermón de mí. ¿A quién le importa si está mal visto tener una relación con un oficial superior? No hay ninguna regulación, y no es como si alguno de nosotros tuviera garantizado vivir todo el día. —Puntos sólidos —admito—. Pero es... —Sacudo la cabeza, buscando las palabras adecuadas—. Lo nuestro no es así. Siempre esperé que lo fuera, pero cuando me besó... no había nada. Nada. Nada. —Es imposible evitar que la decepción se refleje en mi voz. —Bueno, es una mierda oír eso. —Engancha su brazo con el mío—. Lo siento. —Yo también. —Suspiro. Una puerta se abre al final del pasillo, y Liam Mairi sale con el brazo alrededor de la cintura de otra alumna de primer año que llevaba una Cola de Garrote marrón. Parece que anoche todo el mundo estaba de fiesta menos yo. —Buenos días, señoritas. —Ridoc se abre paso entre la multitud y nos pasa un brazo por los hombros a cada una de nosotras cuando entramos en la rotonda—. ¿O debería decir, jinetes? —Me gusta cómo suena jinetes —responde Rhiannon, lanzando una sonrisa en su dirección. —Tiene su encanto —afirma Ridoc.

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—Definitivamente es mejor que muerto. ¿Dónde está tu reliquia? —le pregunto a Ridoc mientras atravesamos las columnas de dragones tallados y damos los pasos hacia los comunes. —Aquí mismo. —Su brazo cae de mis hombros y se sube la manga de la túnica para revelar la marca marrón de la silueta de un dragón en la parte superior de su brazo—. ¿Tú? —No puedo verla. Está en mi espalda. —Eso te mantendrá más segura si alguna vez te separas de ese enorme dragón tuyo. —Sus ojos bailan—. Te juro que pensé que me iba a cagar encima cuando lo vi en el campo. ¿Y el tuyo, Rhi? —En algún lugar que nunca verás —responde. —Me hieres. —Se pasa la mano por el corazón. —Lo dudo mucho —responde, pero sonríe. Pasamos por la sala común y nos dirigimos a la sala de reuniones, luego nos abrimos paso a través de la fila para el desayuno. Es extraño estar de este lado y me sobresalto al ver al tipo que está detrás del mostrador. Es Oren. Me mira con un odio que me recorre la espalda. Me salto su puesto y opto por fruta fresca que sé que no se puede manipular, por si acaso decide adoptar mi enfoque del conflicto y envenenarme. —Idiota —murmura Ridoc detrás de mí—. Aún no puedo creer que intentaran matarte. —Yo puedo. —Me encojo de hombros, arriesgándome con un vaso de jugo de manzana—. Soy el eslabón más débil, ¿verdad? Por desgracia para mí, eso significa que la gente va a intentar eliminarme por el bien del ala. —Nos dirigimos hacia la sección de la Cuarta Ala y encontramos una mesa con tres asientos extra. —¿Les importa si...? —Ridoc empieza. —¡Claro que no! Es tuyo. —Un par de chicos de la Sección Cola se escabullen del banco. —¡Lo siento, Sorrengail! —dice el otro por encima del hombro mientras encuentran otra mesa, dejando ésta vacía. ¿Qué demonios...? —Bueno, eso ha sido jodidamente raro. —Rhiannon da la vuelta al otro lado de la mesa y yo la sigo, apoyando las espaldas en la pared mientras pasamos por encima del banco y nos sentamos, colocando las bandejas delante de nosotros. Estoy medio tentada de olerme las axilas para ver si apesto. —¿Aún más raro? —comenta Ridoc, señalando al otro lado del pasillo, hacia la Primera Ala.

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Siguiendo su línea de visión, mis cejas se levantan. Jack Barlowe está siendo expulsado de su mesa. Se ve obligado a levantarse mientras otros ocupan su sitio. —¿Qué demonios está pasando? —Rhiannon muerde una pera y mastica. Jack se traslada a otra mesa, cuyos ocupantes no le hacen sitio, y luego encuentra un lugar dos mesas más lejos. —Cómo han caído los poderosos —observa Ridoc, viendo el mismo espectáculo que yo, pero no hay satisfacción en ver luchar a Jack. Los perros salvajes muerden más fuerte cuando están acorralados. —Hola, Sorrengail —me dice con una sonrisa tensa la chica fornida de la Primera Ala a la que vencí en mi segundo desafío al pasar junto a nuestra mesa. —Hola. —La saludo torpemente mientras se aleja y me giro para susurrar a Ridoc y Rhiannon—. No me hablaba desde que tomé una de sus dagas en ese desafío. —Es porque te uniste a Tairn. —Imogen se aparta el cabello rosa de la cara y lanza la pierna sobre el banco que tenemos enfrente para sentarse, subiéndose las mangas de la túnica y mostrando su reliquia de rebelión—. La mañana después del Threshing siempre es un lío. El equilibrio de poder cambia, y tú, pequeña Sorrengail, estás a punto de convertirte en la jinete más poderosa del cuadrante. Cualquiera con sentido común va a tenerte miedo. Parpadeo, mi pulso se eleva. ¿Es eso lo que está pasando? Echo un vistazo a la sala y tomo nota. Los grupos sociales se han dividido, y algunos de los cadetes que yo habría considerado amenazas ya no están sentados donde suelen hacerlo. —¿Por eso te sientas ahora con nosotros? —Rhiannon arquea una ceja hacia la de segundo año—. Porque puedo contar con una mano el número de palabras amables que nos has dicho a cualquiera de nosotros. —Levanta un puño con cero dedos levantados. Quinn, la chica alta de segundo año de nuestro grupo que no se ha molestado en mirarnos desde el Parapeto, toma asiento junto a Imogen, y Sawyer llega y se sienta al otro lado de Rhiannon. Quinn se pasa los rizos rubios por detrás de las orejas y se aparta el flequillo de los ojos; sus mejillas redondas se levantan al sonreír por algo que dice Imogen. Tengo que admitir que los piercings en forma de aro que recubren las dos orejas son impresionantes, y entre la media docena de insignias que lleva, la que más me intriga es la verde oscuro, del mismo color que sus ojos, con dos siluetas. Debería haber estudiado el significado de las insignias, pero, según me han dicho, cambian cada año. Personalmente, soy fan de las primeras que nos han dado. Tuve que coser con mucho cuidado la insignia en forma de llama con el emblema de la Cuarta Ala y el número rojizo centrado, asegurándome de solo coser la tela de mi armadura entallada, ya que no es como si alguna aguja pudiera penetrar las escamas. Sin embargo, mi insignia favorita es la que está al lado del de la Sección Llama. Somos el escuadrón con más miembros sobrevivientes desde el Parapeto, el Escuadrón de Hierro de este año.

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—Antes no eras lo suficientemente interesante para sentarte con nosotros — responde Imogen y luego muerde un muffin. —Normalmente me siento con mi novia en la Sección Garra. Además, no tiene sentido conocerlos cuando la mayoría de ustedes morirá —agrega Quinn, volviendo a acomodar sus rizos solo para que vuelvan a saltar—. Sin ofender. —No me ofendo. —Comienzo a comer mi manzana. Casi la escupo cuando Heaton y Emery, los únicos estudiantes de tercer año en nuestro escuadrón, se sientan junto a Imogen y Quinn en el banco frente a nosotros. Las únicas personas que nos faltan son Dain y Cianna, que están comiendo con los líderes como de costumbre. —Pensé que Seifert se uniría —dice Heaton a Emery al otro lado de la mesa, como si los hubiéramos sorprendido en plena conversación. Las llamas normalmente rojas en su cabello hoy son verdes—. Aparte de perder contra Sorrengail, lo hizo genial en todos los desafíos. —Intentó matar a Andarna. —Mierda. Tal vez debería haber guardado eso para mí. Todas las cabezas de la mesa se vuelven hacia mí. —Mi suposición sería que Tairn se lo dijo a los otros. —Me encojo de hombros. —¿Pero Barlowe se vinculó? —pregunta Ridoc—. Aunque por lo que he oído, su Cola de Escorpión Naranja es más pequeño. —Lo es —confirma Quinn—. Por eso está luchando esta mañana. —No te preocupes, estoy segura de que compensará su falta de estatus social de otras maneras —murmura Rhiannon, con la mirada clavada en mi bandeja—. Tienes que comer algo de proteína, Vi. No puedes sobrevivir sólo a base de fruta. —Es la única comida que puedo estar segura de que no está manipulada, sobre todo con Oren detrás del mostrador. —Me ocupo de pelar una naranja. —Oh, por el amor de Dios. —Imogen raspa tres trozos de salchicha en mi plato—. Ella tiene razón. Vas a necesitar toda tu fuerza para montar, especialmente con un dragón tan grande como Tairn. Miro fijamente la salchicha. Imogen me odia tanto como Oren. Demonios, ella es la que me rompió el brazo y me arrancó el hombro el día de la evaluación. —Puedes confiar en ella —dice Tairn, y me sobresalto, dejando caer la naranja. —Ella me odia. —Deja de discutir conmigo y come algo. —No hay lugar para el debate en su tono. Levanto la mirada para encontrarme con la de Imogen, que ladea la cabeza y me devuelve la mirada desafiante. Utilizo el tenedor para cortar la salchicha, luego me la meto en la boca y mastico, concentrándome de nuevo en la conversación de la mesa.

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—¿Cuál es tu habilidad? —Rhiannon le pregunta a Emery. El aire corre por la mesa, haciendo sonar los vasos. Manipulación del aire. Entendido. —Eso es épico. —Los ojos de Ridoc se abren de par en par—. ¿Cuánto aire puedes mover? —No es asunto tuyo. —Apenas le dedica una mirada. —Sorrengail, cuando acaben las clases de hoy, eres mía —dice Imogen. Me trago el bocado que me queda. —¿Perdón? Sus ojos verde pálido se clavan en los míos. —Encuéntrame en el gimnasio. —Ya estoy trabajando con ella en sparring… —Rhiannon comienza. —Bien. No podemos permitirnos que pierda ningún reto —replica Imogen—. Pero voy a ayudarte con las pesas. Necesitamos fortalecer los músculos alrededor de tus articulaciones antes de que se reanuden los desafíos. Es la única manera de que sobrevivas. Se me eriza el vello de la nuca. —¿Y desde cuándo te importa mi supervivencia? —Esto no es cosa del escuadrón. No puede serlo. No cuando antes no le importaba una mierda. —Desde ahora —dice, apretando el tenedor con el puño, pero lo que la delata es su rápida mirada hacia el estrado que hay al final del pasillo. Su preocupación no viene de la bondad de su corazón. Algo me dice que es una orden—. Los escuadrones están a punto de condensarse en la formación matinal. Nos quedaremos con dos en cada sección —continúa—. Aetos mantuvo con vida al mayor número de sus alumnos de primer año, de ahí la insignia, así que se le permitirá conservar su escuadrón, pero probablemente ganaremos unas cuantas cuando despojen de sus escuadrones a los que no tuvieron tanto éxito. Tan discretamente como puedo, miro a mi derecha, más allá de las otras mesas de la Cuarta Ala y hacia el estrado donde Xaden se sienta con su oficial ejecutivo y los líderes de sección, incluido Garrick, cuyos hombros parece que deberían ocupar al menos dos asientos. Garrick es el primero que mira hacia mí, con la frente marcada por... ¿Qué es eso? ¿Preocupación? Luego aparta la mirada. La única razón por la que estaría remotamente preocupado... él lo sabe. Sabe que mi destino está atado al de Xaden. Mi mirada se dirige a Xaden y se me aprieta el pecho. Así que... Jodidamente. Hermoso. Al parecer, a mi cuerpo no le importa que sea tan peligroso como el que más en el cuadrante, porque el calor corre por mis venas y me ruboriza la piel. Está usando una daga para pelar una manzana, quitando la corteza de un tirón, y la hoja sigue su camino mientras sus ojos se levantan y se clavan en los míos.

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Me hormiguea toda la cabeza. Dioses, ¿hay alguna parte de mi cuerpo que no reaccione físicamente al verlo? Dirige una mirada a Imogen y otra a mí, y eso es todo lo que necesito para estar segura. Le ordenó que me ayude a entrenarme. Xaden Riorson se dedica ahora a mantener viva a su enemiga mortal.

... Unas horas más tarde, después de reorganizar los escuadrones y leer la lista de bajas, todos los jinetes de primer año de la Cuarta Ala nos enfundamos en nuestros recién estrenados uniformes de vuelo y esperamos frente a nuestros dragones en el campo de vuelo. El uniforme es más grueso que el habitual, con una chaqueta completa que he abotonado sobre mi armadura de escamas de dragón. Y a diferencia de nuestros uniformes habituales, sean cuales sean, los uniformes de vuelo no llevan ninguna insignia, aparte de nuestro rango en el hombro y cualquier designación de liderazgo. Ni nombres. Ni insignias. Nada que pueda delatarnos si nos separamos de nuestros dragones tras las líneas enemigas. Sólo un montón de fundas para armas. Intento no pensar en la posibilidad de luchar algún día en la guerra y me centro en el caos organizado que se desarrolla en el campo de vuelo esta mañana. No puedo pasar por alto la forma en que los otros cadetes miran a Tairn o la amplia distancia que los otros dragones le dan. Sinceramente, si me enseñaran esos dientes, yo también retrocedería. —No lo harías, porque no lo hiciste. Te quedaste y defendiste Andarna. —Su voz llena mi cabeza, y puedo decir por su tono que hay otros lugares en los que preferiría estar. —Sólo porque había mucho que hacer en ese momento —respondo—. ¿Andarna no viene esta mañana? —No necesita lecciones de vuelo cuando no puede cargarte. —Buen punto. —Aunque habría estado bien verla. Ella es más tranquila en mi cabeza, también, no tan entrometida como Tairn. —Ya te escuché. Ahora presta atención. Pongo los ojos en blanco, pero me centro en lo que dice Kaori desde el centro del campo. Tiene la mano levantada, usando magia menor común para proyectar su voz y que todos podamos oírla. Que Dios nos ayude cuando Ridoc descubra cómo hacerlo. Me muerdo una sonrisa, sabiendo que encontrará alguna forma de fastidiar a todos los jinetes del cuadrante, no solo a su escuadrón. —...y con sólo noventa y dos jinetes, son nuestra clase más pequeña hasta la fecha. Mis hombros se hunden.

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—Pensé que ciento uno estaban dispuestos a vincularse, ¿además de ti? —Que estuvieran dispuestos no significa que encontraran jinetes dignos — responde Tairn. —¿Y aun así dos de ustedes me eligieron? —¿Con cuarenta y uno sin vincular? Eso es todo un insulto. —Eres digna. Al menos creo que lo eres, pero por lo visto no prestas atención en clase —resopla y una cálida bocanada de vapor me golpea la nuca. —Hay cuarenta y un jinetes sin vínculo que matarían por estar donde tú estás —continúa Kaori—. Y tú dragón sabe que su vínculo está en su punto más débil ahora mismo, así que si caes, si fallas, hay muchas posibilidades de que tu dragón te deje si cree que los no vinculados serán una mejor opción. —Reconfortante —murmuro. Tairn hace un ruido que me recuerda a una burla. —Ahora, vamos a montar, y luego seguir una serie de maniobras específicas que sus dragones ya conocen. Tus órdenes son sencillas hoy. Quédate en tu sitio — termina Kaori. Luego se da la vuelta y echa a correr, corriendo la docena de pies hacia la pata delantera de su dragón y haciendo la subida vertical para montar. Igual que el último obstáculo del Gauntlet. Trago saliva, deseando no haber desayunado tanto, y me giro para mirar a Tairn. A mi izquierda y a mi derecha, otros jinetes están haciendo la misma maniobra de montar. Es imposible que yo pueda hacer eso normalmente, y menos con el tobillo todavía curándose. Tairn baja el hombro y hace con su pierna una rampa para mí. La derrota casi me traga entera. Me he vinculado al dragón más grande y gruñón del cuadrante, y aun así tiene que hacer concesiones por mí. —Son soluciones para mí. He visto tus recuerdos. No voy a permitir que me claves puñales en la pierna para subir. Ahora vámonos. Resoplo, pero subo, sacudiendo la cabeza mientras navego por sus pinchos hasta encontrar el asiento. Me duelen los muslos de ayer y me estremezco al ponerme en posición, agarrando el pomo de escamas. El dragón de Kaori se lanza al cielo. —Agárrate fuerte. Siento las mismas bandas de energía rodeando mis piernas, y Tairn se agacha un milisegundo antes de lanzarnos hacia el cielo. El viento me desgarra los ojos mientras se me cae el estómago y me arriesgo a sujetarme con una mano para bajarme las gafas de vuelo. Alivio inmediato. —¿Teníamos que ir en segundo lugar? —le pregunto a Tairn mientras salimos volando del cañón y nos adentramos en la cordillera. Ahora lo entiendo, por qué no veía a los dragones entrenar a menudo a pesar de que básicamente he crecido en

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Basgiath. Las únicas personas a nuestro alrededor son otros jinetes—. Todos van a ver cuando me deslice. —Sólo acepté seguir a Smachd porque su jinete es tu instructor. —Así que eres de los que van adelante. Es bueno saberlo. Recuérdame que pase algún tiempo en el templo para poder hacer múltiples llamamientos a Dunne. — Mantengo mi atención en Kaori, atenta a cuándo empezarán las maniobras. —¿La diosa de la fuerza y la guerra? —Tairn se burla claramente esta vez. —¿Qué, los dragones no creen que necesitemos a los dioses de nuestro lado? — Mierda, hace frío aquí arriba. Mis manos enguantadas se aprietan en mí agarre. —Los dragones no prestan atención a sus insignificantes dioses. Kaori se inclina a la derecha y Tairn lo sigue, llevándonos en picada por la cara de uno de los picos. Aprieto las piernas, pero sé que es Tairn quien me mantiene en el asiento. Me mantiene ahí durante otra subida e incluso una curva casi en espiral, y no puedo evitar darme cuenta de que está aprovechando todo lo que Kaori está haciendo y haciéndolo más difícil. —No puedes sujetarme aquí todo el tiempo, sabes. —Mírame. ¿A menos que prefieras ser raspada del glaciar de abajo como el jinete de Gleann allá atrás? Giro la cabeza para mirar, pero lo único que veo es la cola de Tairn balanceándose y sus enormes púas bloqueando la vista. —No mires. —¿Ya hemos perdido a un jinete? —Se me hace un nudo en la garganta. —Gleann eligió mal. De todos modos, nunca se vincula fuertemente. Oh. Dios. Mío —Si sigues sujetándome así, tu energía se irá en mantenerme asegurada en lugar de canalizarla cuando necesitemos energía para la batalla —argumento. —Es una cantidad minúscula de mi poder. ¿Cómo demonios se supone que voy a ser una jinete si no puedo mantenerme sobre mi maldito dragón yo sola? —Como quieras. Las bandas se caen. —¡Gracias, carajo! —Se orilla a la izquierda y mis muslos resbalan. Mis manos resbalan. Me deslizo a su lado, mis dedos tantean el agarre y no lo encuentran. El aire me llena los oídos mientras caigo en picada hacia el glaciar, con el miedo atenazando mi corazón y apretándolo como una prensa. La forma de un cuerpo crece cada vez más.

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Las garras de Tairn me atrapan y me tiran hacia arriba, como hizo durante el Threshing. Se eleva y vuelve a arrojarme, pero al menos esta vez estoy preparada para el impacto, ya que su espalda se eleva para encontrarse con mi trasero que cae. Hay un rugido de disgusto de algo que no entiendo en mi cabeza. —¿Qué demonios significa eso? —Me abalanzo sobre el asiento y me pongo en posición mientras él vuela a nivel. —La traducción más cercana para los humanos es probablemente “por el amor de Dios”. A ver. ¿Vas a quedarte en tu asiento esta vez? —Se sumerge de nuevo en la formación, y me las arreglo para quedarme quieta. —Tengo que ser capaz de hacer esto por mí misma. Los dos necesitamos que haga esto —argumento. —Terca humana plateada —murmura Tairn, siguiendo a Kaori en picada. Vuelvo a caer. Y otra vez. Y otra vez.

Esa misma noche, después de cenar, me dirijo al gimnasio. Me duele todo de las veces que me deslicé por la espalda de Tairn, y estoy segura de que tengo moretones bajo los brazos por haberme agarrado. Ya he atravesado la rotonda y cruzado el ala académica cuando oigo a Dain gritar mi nombre y trotar para alcanzarme. Espero esa oleada familiar de felicidad de que podamos tener un minuto a solas, pero no llega. En su lugar, hay un mar de incomodidad que no sé cómo navegar. ¿Qué demonios me pasa? Dain es guapísimo, amable y un hombre muy, muy bueno. Es honorable y mi mejor amigo. Entonces, ¿por qué no tenemos química? —Rhiannon dijo que venías hacia aquí —dice una vez que llega a mi lado, con la preocupación tejiendo su frente. —Voy a hacer ejercicio. —Me fuerzo a sonreír mientras doblamos la esquina donde el gimnasio está justo delante de nosotros, las grandes puertas arqueadas abiertas. —¿No has tenido suficiente durante el vuelo de hoy? —Me toca el hombro y se detiene, así que yo también lo hago, girando para mirarlo en el pasillo vacío. —Definitivamente hoy me he caído bastante. —Compruebo el vendaje de mi brazo. Al menos no me he roto los puntos. Su mandíbula se mueve. —Honestamente pensé que estarías bien una vez que Tairn te eligiera.

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—Y lo estaré —le aseguro, alzando la voz—. Sólo necesito fortalecer los músculos para mantenerme sentada durante las maniobras, y Tairn insiste en hacerlo todo más difícil que lo que hace Kaori. —Por tu propio bien. —¿Estás siempre por aquí? —respondo mentalmente. —Sí. Acostúmbrate. Lucho contra el impulso de gruñir ante la intrusiva e insoportable... —Todavía aquí. —¿Violet? —pregunta Dain. —Lo siento, no estoy acostumbrada a que Tairn se meta en mis pensamientos. —Es una buena señal. Significa que su vínculo se está fortaleciendo. Y sinceramente, no estoy seguro de por qué te lo está poniendo difícil con las maniobras. No es que haya ninguna amenaza aérea ahí afuera aparte de los grifos, y todos sabemos que un soplo de fuego significa que esos pájaros están muertos. Dile que se tranquilice. —Dile que se meta en sus asuntos. —Yo... eh... haré eso. —Me aguanto la risa—. Tómatelo con calma. Es mi mejor amigo. Tairn resopla. Un suspiro sale de los labios de Dain, que me toca la cara con suavidad y me mira los labios durante un instante antes de dar un paso atrás. —Mira. Sobre lo de anoche... —¿La parte en la que me dijiste que Xaden haría que me mataran si me unía a Tairn? ¿O la parte en la que me besaste? —Cruzo los brazos sobre el pecho, cuidando mi lado derecho. —El beso —admite, bajando la voz—. Nunca debería haber ocurrido. Siento alivio. —¿Verdad? —Esbozo una sonrisa. Gracias a Dios, él siente lo mismo—. Y no significa que no seamos amigos. —Los mejores amigos. —Asiente, pero sus ojos están cargados de una tristeza que no comprendo—. Y no es que no te quiera... —¿Qué? —Mis cejas se levantan—. ¿Qué estás diciendo? —¿Se nos cruzaron los cables? —Digo lo mismo que tú. —Dos líneas aparecen entre sus cejas—. Está increíblemente mal visto tener una relación física con alguien de nuestra cadena de mando. —Oh. —Sí, eso definitivamente no es lo que yo estoy diciendo.

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—Y sabes lo duro que he trabajado para ser líder de escuadrón. Estoy decidido a ser un líder de ala el año que viene, y por mucho que signifiques para mí... —Sacude la cabeza. Oh. Todo esto es política para él. —Bien. —Asiento lentamente—. Lo entiendo. —No debería importar que la única razón por la que no me persigue sea el rango, y sinceramente no importa. Pero definitivamente me hace perder un poco de respeto por él, que es algo que nunca esperé. —Y quizá el año que viene, si estás en otra ala, o incluso después de la graduación —empieza a decir, con la esperanza iluminándole los ojos. —Sorrengail, vámonos. No voy a quedarme sentada toda la noche —llama Imogen desde la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Si nuestro líder de escuadrón ha terminado contigo, claro. Dain se echa hacia atrás, mirando entre Imogen y yo. —¿Te está entrenando? —Se ofreció. —Me encojo de hombros. —Lealtad de escuadrón y todo eso. Blablablá. —Imogen ofrece una sonrisa que no llega a sus ojos—. No te preocupes. Cuidaré bien de ella. Adiós, Aetos. Le lanzo a Dain una rápida sonrisa y me alejo, negándome a mirar por encima del hombro para ver si sigue allí. Ella me sigue rápidamente y me lleva hacia la esquina de la izquierda, donde el cristal se une a la piedra, y abre una puerta en la que nunca me había fijado. La habitación está iluminada con luces mágicas y llena de una variedad de maquinaria de madera con bastidores, cuerdas y poleas, bancos con palancas y barras sujetas a la pared. Y al otro lado, haciendo flexiones en una colchoneta, está una de las Tyr de primer año que vi en el bosque aquella noche, Garrick agachado a su lado, animándola. —No te preocupes, Sorrengail —arrulla Imogen en un tono dulce como la sacarina—. Sólo somos tres aquí. Estás perfectamente a salvo. Garrick se gira y su mirada se cruza con la mía mientras sigue animando al otro alumno de primer año. Asiente una vez y vuelve a su tarea. —Tú eres la única que me preocupa —le digo mientras me conduce hasta una máquina con un asiento de madera pulida y dos cuadrados acolchados que se juntan al frente a la altura de las rodillas. Se ríe, y creo que es el primer sonido auténtico que le oigo. —Me parece bien. Como no podemos trabajar ese tobillo tuyo ni tus brazos hasta que se curen, vamos a empezar por los músculos más importantes que tienes para mantenerte sobre un dragón. —Echa un vistazo a mi cuerpo y suspira con evidente desagrado—. Esos muslos débiles.

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—Sólo haces esto porque Xaden te obliga, ¿verdad? —pregunto, colocando el trasero en el asiento de la máquina con la madera acolchada entre las rodillas mientras ella hace los ajustes. Sus ojos se cruzan con los míos y se entrecierran. —Regla número uno. Él es Riorson para ti, primer año, y nunca podrás preguntarme sobre él. Nunca. —Son dos reglas. —Empiezo a pensar que mi primera suposición sobre ellos es correcta. Con ese tipo de lealtad feroz, tienen que ser amantes. No estoy celosa. No. Ese pozo de fealdad que se extiende dentro de mi pecho no son celos. No pueden serlo. Ella se burla y tira de una palanca que pone tensión inmediata en la madera, y se precipita hacia afuera, separando mis muslos. —Ahora manos a la obra. Vuelve a juntarlos. Treinta repeticiones.

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No hay nada más sagrado que los Archivos. Incluso los templos pueden reconstruirse, pero los libros no pueden reescribirse. -GUÍA DEL CORONEL DAXTON PARA SOBRESALIR EN EL CUADRANTE ESCRIBANO

l carro de madera de la biblioteca chirría mientras lo empujo por el puente que une el Cuadrante de los Jinetes con el de los Sanadores, y luego pasa las puertas de la clínica y se adentra en el corazón de Basgiath. Las luces mágicas iluminan mi camino por los túneles mientras tomo una senda tan familiar que podría recorrerla con los ojos cerrados. El aroma de la tierra y la piedra llena mis pulmones cuanto más desciendo, y la punzada de añoranza que me ha golpeado casi todos los días durante el último mes desde que me asignaron el servicio de Archivos ya no es tan aguda como ayer, y eso que no era tan aguda como el día anterior. Hago un gesto con la cabeza al escriba de primer año que está en la entrada de los Archivos y salta de su asiento, apresurándose a abrir la puerta abovedada. —Buenos días, cadete Sorrengail —dice, sosteniendo la entrada abierta para que pueda pasar—. Te eché de menos ayer. —Buenos días, cadete Pierson. —Le ofrezco una sonrisa mientras empujo el carro. Tal como van las tareas del cuadrante, me he marcado mi favorito—. No me sentía bien. —Había tenido mareos todo el día, sin duda por no beber suficiente agua, pero al menos había podido descansar. Los Archivos huelen a pergamino, pegamento de encuadernación y tinta. Huelen a hogar. Filas de estanterías de seis metros de altura recorren toda la estructura cavernosa, y yo me empapo de la vista mientras espero junto a la mesa más cercana a la entrada, el lugar donde he pasado la mayor parte de mis horas estos últimos cinco años. Sólo los escribas pueden pasar más allá, y yo soy una jinete.

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Este pensamiento me hace sonreír cuando una mujer se acerca vestida con una túnica color crema y una capucha, con un rectángulo de oro entretejido en el hombro. Es de primer año. Cuando se quita la tela de la cabeza, dejando al descubierto su largo cabello castaño, y me mira, sonrío de oreja a oreja. Hago una seña: —¡Jesinia! —Cadete Sorrengail —responde por señas. Le brillan los ojos, pero esboza una sonrisa. Sólo por este segundo, aborrezco los rituales y costumbres de los escribas. No habría nada de malo en abrazar a mi amiga, pero sería reprendida por perder la compostura. Después de todo, ¿cómo podríamos saber lo serios que son los escribas con su trabajo, lo dedicados que siguen siendo, si esbozaran una sonrisa? —Me alegro mucho de verte —hago señas sin poder dejar de sonreír—. Sabía que pasarías la prueba. —Sólo porque estudié contigo el año pasado —responde, apretando los labios para que no se curven hacia arriba. Luego, su rostro decae—. Me horrorizó enterarme de que te obligaron a entrar en el Cuadrante de los Jinetes. ¿Estás bien? —Estoy bien —le aseguro, y luego hago una pausa para buscar en mi memoria el signo correcto de un vínculo con un dragón—. Estoy vinculada y.... —Mis sentimientos son complicados, pero pienso en lo que sentí al montar a volar en el lomo de Tairn, en los suaves empujones de Andarna para que siguiera adelante cuando creía que mis músculos iban a ceder durante las sesiones de entrenamiento de Imogen, y en mis relaciones con mis amigos, y no puedo negar la verdad—. Soy feliz. Sus ojos se abren de par en par. —¿No te preocupa constantemente que vayas a....? —Mira a izquierda y derecha, pero no hay nadie lo suficientemente cerca como para vernos—. Ya sabes... ¿morir? —Claro. —Asiento—. Pero por extraño que parezca, uno se acostumbra a eso. —Si tú lo dices. —Parece escéptica—. Vamos a ocuparnos de ti. ¿Son todo devoluciones? Asiento, busco en el bolsillo del pantalón un pequeño rollo de pergamino y se lo entrego antes de firmar: —Y unas peticiones de la profesora Devera. —El jinete encargado de nuestra pequeña biblioteca envía cada noche una lista con las peticiones y las devoluciones, y yo voy a buscarlas antes de desayunar, probablemente por eso me gruñe el estómago. Quemar todas las calorías extra de una combinación de vuelo, las clases de sparring de Rhiannon y las sesiones de tortura de Imogen significa que tengo una capacidad totalmente nueva para la comida. —¿Algo más? —pregunta tras guardar el pergamino en un bolsillo oculto de su túnica.

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Tal vez sea por estar en los Archivos, pero una punzada de nostalgia casi me invade. —¿Hay alguna posibilidad de que tengas un ejemplar de Las fábulas de Barren? —Mira tenía razón, no tenía por qué traerme el libro de fábulas, pero estaría bien pasar una tarde acurrucada con una historia conocida. Jesinia frunce el ceño. —No estoy familiarizada con ese texto. Parpadeo. —No es para académicos ni nada, sólo una colección de folclore que mi padre compartió conmigo. Un poco en el lado oscuro, sinceramente, pero me encanta. — Pienso un momento. No hay signos para wyvern o venin, así que los deletreo—. Wyvern, venin, magia, batallas entre el bien y el mal... ya sabes, lo bueno. —Sonrío. Si alguien entiende mi amor por los libros, esa es Jesinia. —Nunca he oído hablar de ese, pero lo buscaré mientras guardo estos. —Gracias. Te lo agradecería mucho. —Ahora que voy a ser yo quien empuñe la magia, no me vendrían mal unos buenos cuentos populares sobre lo que ocurre cuando los humanos profanan el poder que se les canaliza. Sin duda se escribieron como una parábola para advertirnos de los peligros de unir a los dragones, pero en los seiscientos años de historia de unificación de Navarra, nunca he leído que un solo jinete haya perdido el alma por sus poderes. Los dragones nos lo impiden. Jesinia asiente y empuja el carro, desapareciendo entre las estanterías. Suelo tardar unos quince minutos en reunir las peticiones que llegan tanto de los profesores como de los cadetes de mi cuadrante, pero me conformo con esperar. Los escribas van y vienen, algunos en grupos mientras se entrenan para convertirse en historiadores de nuestro reino, y yo me encuentro mirando fijamente a cada figura encapuchada, buscando un rostro que sé que no puedo encontrar: buscando a mi padre. —¿Violet? Me giro a la izquierda y veo al profesor Markham al frente de un pelotón de escribas de primer año. —Hola, profesor. —Mantener el rostro impasible ante él es más fácil porque sé que se lo espera. —No sabía que tuvieras tareas de biblioteca. —Mira hacia el lugar en las estanterías donde Jesinia desapareció—. ¿Te están ayudando? —Jesinia... —Me encojo—. Quiero decir, el cadete Neilwart es de gran ayuda. —Saben —dice al grupo de cinco mientras se arquean a mi alrededor—, la cadete Sorrengail era mi alumna más preciada hasta que el Cuadrante de los Jinetes se la robó. —Su mirada se cruza con la mía bajo la capucha—. Tenía esperanzas de que volviera, pero, por desgracia, se ha vinculado no a uno, sino a dos dragones. Una chica a su derecha jadea, se tapa la boca y murmura una disculpa.

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—No te preocupes, yo sentí lo mismo —le digo. —Quizá pueda explicarle algo al cadete Nasya, que se estaba quejando de que no hay suficiente aire fresco aquí. —El profesor Markham se centra en un chico de su izquierda—. Este grupo acaba de empezar su rotación en los Archivos. Nasya se pone rojo bajo su capucha color crema. —Es parte del sistema de mitigación de incendios —le digo—. Menos aire, menos riesgo de que nuestra historia arda hasta los cimientos. —¿Y las capuchas que nos cubren? —Nasya me levanta una ceja. —Te hace más difícil destacar entre los tomos —le explico—. Un símbolo de que nada ni nadie es más importante que los documentos y libros de esta misma sala. —Mi mirada recorre la sala y una nueva punzada de nostalgia me golpea. —Exacto. —El profesor Markham fulmina con la mirada a Nasya—. Ahora, si nos disculpa, Cadete Sorrengail, tenemos trabajo que atender. La veré mañana en la Informes de Batalla. —Sí, señor. —Doy un paso atrás, dejando espacio al grupo para pasar. —¿Estás triste? —pregunta Andarna, con voz suave. —Sólo estoy visitando los Archivos. No te preocupes —le digo. —Es difícil amar un segundo hogar tanto como al primero. Trago saliva. —Es fácil cuando el segundo hogar es el correcto. —Y eso es en lo que se ha convertido el Cuadrante de los Jinetes para mí: el hogar correcto. La añoranza del tipo de paz y soledad que sólo encontré aquí no puede igualar el subidón de adrenalina de la huida. Jesinia reaparece con el carro, cargado con los libros y la correspondencia solicitados por los profesores de mi cuadrante. Hace señas: —Lo siento mucho, pero no pude encontrar ese libro. Incluso he buscado wyvern en el catálogo, creo que es lo que dijiste, pero no hay nada. Me quedo mirando un segundo. Nuestro Archivo tiene una copia o el original de casi todos los libros de Navarra. Sólo se excluyen los tomos ultra raros o prohibidos. ¿Desde cuándo el folclore es una de esas cosas? Aunque, pensándolo bien, nunca encontré nada parecido a Las fábulas de Barren en las estanterías mientras estudiaba para escriba. ¿Quimera? Sí. ¿Kraken? Seguro. ¿Pero wyvern o los venin que los crean? Ninguno. Bizarro. —Está bien. Gracias por buscar —respondo. —Pareces diferente —me dice por señas y me entrega el carrito. Mis ojos se abren de par en par. —No muy diferente, sólo... diferente. Tu cara es más delgada, e incluso tu postura... —Sacude la cabeza.

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—He estado entrenando. —Hago una pausa, con las manos colgando a los lados mientras considero mi respuesta—. Es duro, pero también estupendo. Cada vez soy más rápida en el tatami. —¿El tatami? —Su ceño se frunce. —Dónde se hace sparring. —Cierto. Se me olvida que ustedes también se pelean. —La simpatía llena sus ojos. —Estoy bien de verdad —le prometo, dejando de lado las veces que he sorprendido a Oren empuñando una daga en mi presencia o la forma en que Jack se enfurece en mi dirección—. ¿Y tú? ¿Es todo lo que querías? —Es todo y más. Mucho más. La responsabilidad que tenemos no sólo de registrar la historia, sino de acelerar la información desde el frente, es más de lo que jamás hubiera imaginado, y es tan satisfactorio. —Vuelve a apretar los labios. —Bien. Me alegro por ti. —Y lo digo en serio. —Pero me preocupo por ti. —Aspira—. El aumento de los ataques a lo largo de la frontera... —La preocupación dibuja líneas en su frente. —Lo sé. Oímos hablar de ello en Informes de Batalla. —Siempre es lo mismo, ataques a guardias que flaquean, saqueos de aldeas en lo alto de las montañas y más jinetes muertos. Se me parte el corazón cada vez que recibimos un informe, y una parte de mí se apaga con cada ataque que tengo que analizar. —¿Y Dain? —pregunta mientras nos dirigimos a la puerta—. ¿Lo has visto? Mi sonrisa vacila. —Esa es una historia para otro día. Suspira. —Intentaré estar aquí a esta hora para poder verte. —Me parece estupendo. —Me abstengo de abrazarla y atravieso la puerta que abre. Para cuando devuelvo el carro a la biblioteca y consigo pasar por la fila del almuerzo, nuestro tiempo está a punto de acabar, lo que significa que estoy ocupada metiéndome comida en la boca lo más rápido que puedo mientras los miembros de nuestro escuadrón original charlan a mi alrededor. Los nuevos, dos de primer año y dos de segundo que aceptamos cuando se disolvió el tercer grupo, están a una mesa de distancia. Se han negado a sentarse con alguien que tenga una reliquia de la rebelión. Así que, que se jodan. —Fue lo mejor de la historia —continúa Ridoc—. En un momento estaba luchando contra ese chico de tercer año con una espada muy hábil, y luego Sawyer... —Podrías dejar que él contara la historia —reprende Rhiannon, poniendo los ojos en blanco.

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—No, gracias —replica Sawyer, sacudiendo la cabeza y mirando el tenedor con una gran dosis de miedo. Ridoc sonríe, en toda su gloria contando la historia. —Y entonces la espada se retuerce en la mano de Sawyer, curvándose hacia el de tercer año a pesar de que Sawyer estaba muy lejos del blanco. —Hace una mueca en dirección a Sawyer—. Lo siento, hombre, pero lo estabas. Si tu espada no hubiera decidido torcerse e ir directa al brazo de ese tipo... —¿Eres metalúrgico? —Quinn enarca las cejas—. ¿En serio? Mierda, Sawyer puede manipular metales. Hago fuerza para bajar un poco más el pavo y lo miro abiertamente. Que yo sepa, es el primero de nosotros que muestra algún tipo de poder, y mucho menos una habilidad otorgada por su dragón. Sawyer asiente. —Eso es lo que dice Carr. Aetos me arrastró directo con el profesor cuando vio lo que pasó. —¡Qué envidia! —Ridoc se agarra el pecho—. ¡Quiero que el poder de mi habilidad se manifieste! —No estarías tan emocionado si eso significara que no estás seguro de si tu tenedor se clavará en el paladar porque aún no puedes controlarlo. —Sawyer aparta su bandeja. —Buena observación. —Ridoc mira su propia bandeja. —Se manifestará cuando tu dragón esté listo para confiar en ti con todo ese poder —dice Quinn, y luego termina su agua—. Sólo espero que tus dragones confíen en ti antes de unos seis meses y... —Hace un sonido parecido a una explosión y lo imita con las manos. —Deja de asustar a los chicos —dice Imogen—. Eso no ha pasado en —hace una pausa para pensar—, décadas. —Cuando todos la miramos, pone los ojos en blanco—. Miren, la reliquia que sus dragones les transfirieron en el Threshing es el conducto que permite que toda esa magia entre en su cuerpo. Si no manifiestan una habilidad y la dejan salir, después de un montón de meses, pasan cosas malas. Todos nos quedamos boquiabiertos. —La magia te consume —añade Quinn, haciendo sonar de nuevo la explosión. — —Relájate, no es como una fecha límite difícil o algo así. Es solo un promedio. —Imogen se encoge de hombros. —Carajo, siempre hay algo por aquí —murmura Ridoc. —Me siento un poco más afortunado ahora —dice Sawyer, mirando fijamente su tenedor. —Te conseguiremos utensilios de madera —le digo a Sawyer—. Y probablemente deberías evitar la armería o pelear con... cualquier cosa.

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Sawyer se burla. —Esa es la verdad. Al menos estaré a salvo durante el vuelo de esta tarde. Añadir clases de vuelo a nuestro programa ha sido esencial desde el Threshing. Las alas rotan para acceder al campo de vuelo, y hoy es uno de nuestros días afortunados de la semana. Siento un cosquilleo en el cuero cabelludo y sé que si me giro, encontraré a Xaden mirándonos. Mirándome. Pero no le doy la satisfacción de mirarlo. No me ha dicho ni una palabra desde el Threshing. Eso no significa que esté sola... nunca estoy sola. Cuando camino por los pasillos o me dirijo al gimnasio por la noche, siempre hay un compañero cerca. Y todos tienen reliquias de la rebelión. —Me gusta más cuando lo tomamos por la mañana —dice Rhiannon, con la cara agria—. Es mucho peor después de haber desayunado y almorzado. —De acuerdo —digo entre bocados. —Termina el pavo —ordena Imogen—. Nos vemos esta noche. —Ella y Quinn recogen sus bandejas, llevándolas de vuelta a la ventana del fregadero. —¿Es más agradable cuando te está entrenando? —Rhiannon pregunta. —No. Pero es eficiente. —Termino el pavo mientras la sala empieza a despejarse y todos nos dirigimos hacia la ventana del fregadero—. ¿Cómo es el profesor Carr? —le pregunto a Sawyer, y luego meto mi bandeja en la pila. El profesor es uno de los únicos que no conozco, ya que no he manifestado una habilidad. —Jodidamente terrorífico —responde Sawyer—. No puedo esperar a que todo el año empiece a tomar lecciones de esgrima para que todo el mundo pueda disfrutar de su particular marca de instrucción. Atravesamos los edificios comunes, la rotonda y el patio, abrochándonos los abrigos. Noviembre ha golpeado fuerte con vientos fuertes y hierba helada por la mañana, y la primera nevada no tardará en llegar. —¡Sabía que funcionaría! —dice Jack Barlowe delante de nosotros, arrastrando a alguien bajo el brazo y golpeándole cariñosamente la cabeza. —¿No es esa Caroline Ashton? —Rhiannon pregunta, con la boca abierta mientras Caroline se dirige hacia el ala académica con Jack. —Sí. —Ridoc se tensa—. Se vinculó a Gleann esta mañana. —¿No estaba ya vinculado? —Rhiannon los observa hasta que desaparecen en el ala. —Su jinete murió en nuestra primera lección de vuelo. —Me concentro en la puerta que lleva al campo de vuelo. —Así que supongo que los no vinculados todavía tienen esa oportunidad que están buscando —murmura Rhiannon. —Sí. —Sawyer asiente, sus rasgos tensos—. Así es.

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—Sólo te caíste una docena de veces en ese viaje —comenta Tairn mientras aterrizamos en el campo de vuelo. —No sé si es un cumplido o no. —Respiro hondo e intento calmar mi acelerado corazón. —Tómalo como quieras. Pongo mentalmente los ojos en blanco y me muevo del asiento mientras él baja el hombro para que yo pueda deslizarme por su pata delantera. El movimiento se ha vuelto tan practicado que apenas me doy cuenta de que otros jinetes son capaces de saltar al suelo o descender de la forma adecuada. —Además, podrías hacerlo más fácil, ya sabes. —Oh, lo sé. —No seré yo quien nos ponga en espirales con taludes pronunciados mientras Kaori nos enseña inmersiones sencillas. —Mis pies tocan el suelo del campo y arqueo una ceja mirando a Tairn. —Yo te estoy entrenando para la batalla. Él te está enseñando trucos de salón. — Me guiña un ojo dorado y mira hacia otro lado. —¿Crees que podemos conseguir que Andarna se una a nosotros la próxima semana? ¿Aunque sólo sea para volar? —Hago todas las comprobaciones que Kaori nos ha enseñado, buscando cualquier resto que pudiera haberse alojado entre los largos dedos con garras de Tairn o entre las escamas duras como rocas de su bajo vientre. —No soy tan tonto como para no saber que tengo algo clavado en la carne. Y no le pediría a Andarna que se uniera a nosotros a menos que ella lo pidiera. Ella no puede mantener la velocidad, y sólo atraería atención no deseada. —Nunca consigo verla —me quejo descaradamente—. Siempre estoy pegada a tu trasero gruñón. —Siempre estoy aquí —responde Andarna, pero no hay ningún destello dorado. Lo más probable es que esté en el Valle, como siempre, pero al menos allí está protegida. —Este gruñón acaba de atraparte una docena de veces, Plateada. —Con el tiempo podrías llamarme Violet. —Me tomo mi tiempo para examinar cada hilera de sus escamas. Uno de los mayores peligros para los dragones son las cosas más pequeñas que no pueden eliminar y que penetran entre las escamas, causando infecciones. —Lo sé —repite—. Y podría llamarte Violencia como el jefe de ala.

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—No te atreverías. —Entrecierro los ojos mientras avanzo, comprobando dónde empieza a subir su pecho—. Y sabes lo mucho que me molesta ese imbécil. —¿Te molesta? —Tairn se ríe por encima de mí, el sonido es más cómo un resoplido—. ¿Así es como lo llamas cuando tu ritmo cardíaco...? —Ni siquiera empieces conmigo. Un gruñido retumba en el pecho de Tairn por encima de mí y me hace vibrar hasta los huesos. Giro y mis manos se ciernen sobre mis dagas envainadas mientras Dain se acerca. —Sólo es Dain. —Salgo de entre las patas delanteras de Tairn cuando Dain se detiene a una docena de metros. —La ira no le sienta bien. —Vuelve a gruñir, y una bocanada de vapor me golpea la nuca. —Relájate —le digo y vuelvo a mirarlo por encima del hombro. Enarco las cejas. Los ojos dorados de Tairn se entrecierran para fulminar a Dain con la mirada, y enseña los dientes, goteando saliva, mientras retumba otro gruñido. —Eres una molestia. Basta —le digo. —Dile que si te hace daño, quemaré el suelo donde esté. —Carajo, Tairn. —Pongo los ojos en blanco y me dirijo a Dain, que tiene la mandíbula desencajada, pero los ojos muy abiertos por la aprensión. —Díselo, o lo hablaré con Cath. —Tairn dice que si me haces daño, te quemará —digo mientras los dragones a izquierda y derecha se lanzan hacia el cielo sin sus jinetes, de vuelta al Valle. Pero no Tairn. No, sigue detrás de mí como un padre sobreprotector. —¡No voy a hacerte daño! —Dain chasquea. —Palabra por palabra, Plateada. Exhalo un suspiro lentamente. —Lo siento, en realidad ha dicho que si me haces daño, abrasará el suelo donde estés. —Me giro y miro por encima del hombro—. ¿Mejor? Tairn parpadea. Dain no me quita los ojos de encima, pero veo la ira que me advirtió Tairn. —Preferiría morir antes que hacerte daño, y lo sabes. —¿Contento ahora? —le pregunto a Tairn. —Tengo hambre. Creo que comeré un rebaño de ovejas. —Se lanza con un gran batir de alas. —Necesito hablar contigo. —Dain baja la voz y entrecierra los ojos.

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—Bien. Acompáñame. —Le hago señas a Rhiannon para que siga sin mí, y ella se adelanta con los demás, dejándonos a Dain y a mí en la retaguardia. Nos retiramos al borde del campo. —¿Por qué no me dijiste que no podías conservar tu maldito asiento? —me grita, agarrándome del codo. —¿Perdón? —Me quito el brazo de encima. Tairn gruñe en mi mente. —Yo me encargo —le grito. —Todo este tiempo, he estado dejando que Kaori te enseñara, pensando que debía tenerlo todo bajo control. Después de todo, si la jinete del dragón más fuerte del cuadrante no podía mantener su asiento, entonces seguro que todos lo sabríamos. —Se pasa la mano por el cabello—. ¡Seguro que sabría si mi mejor amiga se cayera cada maldito día que volara! —¡No es un secreto! —La ira burbujea en mis venas—. ¡Todos en nuestra ala lo saben! Lo siento si no has estado vigilando a tu escuadrón, pero confía en mí, Dain. Todos lo saben. Y no voy a quedarme aquí mientras me sermoneas como si fuera una niña. —Me alejo, mis zancadas se comen el suelo mientras sigo a mi ala. —No me lo habías dicho —dice, y la rabia en su voz da paso al dolor cuando me alcanza, más que igualando mi ritmo. —No hay ningún problema. —Sacudo la cabeza—. Tairn puede mantenerme sujeta mágicamente si es necesario. Soy yo quien le pide que afloje las restricciones. Y pensaría dos veces antes de cuestionarlo. Él es más del tipo de actuar primero y hacer preguntas después. —Es un gran problema, porque él no puede canalizar... —¿Sus poderes completos? —pregunto mientras salimos del campo, dirigiéndonos hacia los escalones que descienden junto al Gauntlet—. Ya lo sé. ¿Por qué crees que estoy allá arriba pidiéndole que se relaje? —La frustración es algo vivo y respirante dentro de mí, devorando todo pensamiento racional. —Llevas volando un mes y todavía sigues cayendo. —Su voz me sigue por la escalera. —¡Y también lo hace media ala, Dain! —No una docena de veces —me responde. Me pisa los talones cuando acelero el paso hacia el camino que me llevará de vuelta a la ciudadela, la grava cruje bajo mis botas—. Sólo quiero ayudarte, Vi. ¿En qué puedo ayudarte? Suspiro ante el tono lastimero de su voz. Sigo olvidando que se trata de mi mejor amigo, y que él tiene que ver cómo me juego la vida cada día. No sé cómo me sentiría si nuestros papeles estuvieran invertidos. Probablemente igual de preocupada. Así que intento aligerar el ambiente y le digo: —Tendrías que haberme visto hace un mes, cuando eran tres docenas de veces.

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—¿Tres docenas? —Su voz se eleva en la última palabra. Me detengo en la boca del túnel y ofrezco una sonrisa. —Suena peor de lo que es, Dain. Te lo prometo. —¿Me dirás al menos con qué parte del vuelo tienes problemas? Al menos déjame ayudarte. —¿Quieres una lista de mis defectos? —Pongo los ojos en blanco—. Mis muslos son muy débiles, pero estoy ganando músculo. Mis manos no pueden agarrar la sujeción, pero se están fortaleciendo. Mis bíceps tardaron semanas en curarse, así que también los estoy entrenando. Pero no tienes que preocuparte por mí, DainImogen me está entrenando. —Porque Riorson se lo pidió —adivina, cruzando los brazos sobre el pecho. —Probablemente. ¿Por qué importa? —Porque no le interesa lo mejor para ti. —Sacude la cabeza, parece más un extraño de lo que nunca lo había visto—. Primero, saltó las reglas para subir al Gauntlet, y sí, Amber se quejó conmigo durante una hora sobre cómo actuaste deshonrosamente. ¿Deshonrosamente? A la mierda con esto. —¿Y simplemente aceptaste su palabra? ¿Sin preguntarme qué pasó? —Es una líder de ala, Vi. ¡No voy a cuestionar su integridad! —Me probé a mí misma con el Codex, y Riorson lo aceptó. Él también es un líder de ala. —Bien. Te lo has ganado. No me malinterpretes, no podría soportar si te pasara algo, tanto si llevabas la prueba bien como mal. Y luego pensé que estarías bien si sobrevivías al Threshing, pero incluso vinculada al más fuerte de ellos... —Sacude la cabeza. —Adelante. Dilo. —Mis manos se cierran en puños y me lastimo las palmas con las uñas. —Me aterra que no llegues a la graduación, Vi. —Sus hombros se desploman— . Sabes exactamente lo que siento por ti, aunque no pueda hacer nada al respecto, y estoy aterrorizado. Es esa última línea la que me hace caer. La risa me sube por la garganta y se me escapa. Sus ojos se abren de par en par. —Este lugar elimina las mierdas y las sutilezas, revelando quién eres en tu esencia. —Repito sus palabras de este verano—. ¿No es eso lo que me dijiste? ¿Es así como eres en el fondo? ¿Alguien tan enamorado de las reglas que no sabe cuándo flexibilizarlas o romperlas por alguien a quien le importa? ¿Alguien tan enfocado en lo mínimo que soy capaz de hacer que no puede creer que puedo hacer mucho más? La calidez desaparece de sus ojos marrones.

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»Aclaremos una cosa, Dain. —Doy un paso más cerca, pero la distancia entre nosotros solo se amplía—. La razón por la que nunca seremos más que amigos no es por tus reglas. Es porque no tienes fe en mí. Incluso ahora, cuando he sobrevivido contra todas las probabilidades y he creado un vínculo no solo con un dragón, sino con dos, todavía piensas que no lo lograré. Así que perdóname, pero estás a punto de ser parte de la mierda que este lugar me quite. —Me muevo hacia un lado y paso marchando junto a él a través del túnel, obligando al aire a entrar en mis pulmones. Aparte del último año, cuando entró en el Cuadrante de los Jinetes, no recuerdo una época sin Dain en mi vida. Pero ya no soporto su pesimismo constante sobre mi futuro. La luz del sol me inunda por un segundo cuando entro en el patio. Las clases han terminado por la tarde, y veo a Xaden y Garrick apoyados contra la pared del edificio académico como dioses que vigilan sus dominios. Xaden arquea una ceja oscura cuando paso a su lado. Le muestro el dedo medio. Hoy tampoco voy a aguantar su mierda. —¿Todo bien? —Rhiannon pregunta cuando la alcanzo a ella y a los chicos. —Dain es un imbécil... —¡Haz que pare! —grita alguien, bajando a toda prisa los escalones de la rotonda y agarrándose la cabeza. Es un alumno de primer año de la tercera Ala que se sienta dos filas por debajo de mí en Informes de Batalla y al que siempre se le cae la pluma—. ¡Por el amor de Dios, haz que pare! —grita, tropezando en el patio. Mis manos se ciernen sobre mis dagas. Una sombra se mueve a mi izquierda, y una mirada me dice que Xaden se ha movido, colocándose casualmente justo delante de mí. La multitud se agolpa, formando un círculo alrededor del chico de primer año mientras grita, agarrándose la cabeza. —¡Jeremiah! —grita alguien, acercándose. — ¡Tú! —Jeremiah gira, señalando con el dedo al estudiante de tercer año—. ¿Crees que he perdido la cabeza? —Su cabeza se ladea y sus ojos se encienden—. ¿Cómo lo sabe? ¡No debería saberlo! —Su tono cambia, como si las palabras no fueran suyas. Un escalofrío recorre mi espalda, arrastrando mi estómago al suelo. »¡Y tú! —Gira de nuevo, señalando a un estudiante de segundo año de la Primera Ala—. ¿Qué demonios le pasa? ¿Por qué está gritando? —Se vuelve nuevamente, enfocado en Dain—. ¿Violet me odiará para siempre? ¿Por qué no puede ver que solo quiero mantenerla con vida? ¿Cómo puede...? ¡Está leyendo mis pensamientos! —La impresión es sorprendente, vergonzosa y aterradora.

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—Oh dioses —susurro, mi corazón retumbando tan fuerte que puedo oír la sangre golpeando en mis oídos. Olvida la vergüenza. ¿A quién le importa si la gente sabe que Dain está pensando en mí? El poder distintivo de Jeremiah se está manifestando. Puede leer mentes, es un inntinnsic. Su poder es una sentencia de muerte. Ridoc retrocede a trompicones por mi izquierda, y no necesito mirar para saber de quién es el brazo musculoso que ahora roza mi hombro. El aroma a menta me tranquiliza el corazón. Jeremiah desenvaina su espada corta. —¡Haz que pare! ¿Ninguno de ustedes puede ver? Los pensamientos no paran. —Su pánico es palpable, obstruyendo mi propia garganta. —Haz algo —le ruego a Xaden, mirándolo. Su inquebrantable y letal atención se centra en Jeremiah, pero su cuerpo se tensa ante mi súplica, preparado, listo para atacar. —Empieza a recitar mentalmente cualquier mierda de libro que hayas aprendido. —¿Perdón? —le siseo. —Si valoras tus secretos, oculta tus pensamientos. Ahora —ordena Xaden. Oh. Mierda. No se me ocurre nada y claramente estamos en peligro inminente. Um... Muchos puestos de defensa de Navarra existen más allá de la seguridad de nuestras protecciones. Dichos puestos se consideran en una zona de peligro inminente y solo deben ser atendidos por personal militar y nunca por civiles que generalmente los acompañan. —¡Y tú! —Jeremiah se gira, su mirada fijándose en Garrick—. Maldición. Él sabrá sobre... —Las sombras alrededor de los pies de Jeremiah se enroscan rápidamente por sus piernas, enroscándose alrededor de su pecho hasta que cubren su boca con bandas negras. Trago el nudo en mi garganta. Un profesor se abre paso entre la multitud, con su cabello blanco saltando con cada paso de su corpulento cuerpo. —¡Es un inntinnsic! —grita alguien, y eso parece ser todo lo necesario. El profesor agarra la cabeza de Jeremiah con ambas manos y un crujido resuena en las paredes del silencioso patio. Las sombras de Xaden se desvanecen y Jeremiah cae al suelo, con la cabeza en un ángulo antinatural y macabro. Tiene el cuello roto. El profesor se agacha y levanta el cuerpo de Jeremiah con una fuerza sorprendente, llevándolo a la rotonda. Xaden inhala bruscamente a mi lado y se aleja con Garrick, en dirección al ala académica. Yo también me alegro de verte.

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—Quizá no quiera un poder distintivo después de todo —murmura Ridoc. —Esa muerte es misericordiosa comparada con lo que ocurrirá si no manifiestas uno —dice Dain, y juro que empiezo a sentir mis reliquias arder en mi espalda aunque mis dragones no hayan empezado a canalizar. —Y ese —dice Sawyer desde el lado de Rhiannon —era el profesor Carr.

—Siempre tienes que comprobar tus fuentes —me dice papá, alborotándome el cabello mientras se coloca a mi lado en la mesa de los Archivos—. Recuerda que los relatos de primera mano siempre son más precisos, pero tienes que mirar más a fondo, Violet. Tienes que ver quién está contando la historia. —Pero ¿y si quiero ser jinete? —pregunto con la voz de una versión mucho más joven de mí—. ¿Cómo Brennan y mamá? —DESPIERTA. —Una voz familiar y absorbente retumba a través de los Archivos. Una voz que no pertenece aquí. —Tú no eres como ellos, Violet. Ese no es tu camino. —Papá me ofrece una sonrisa de disculpa, la de siempre, la que dice que lo siente pero que no puede hacer nada, la que me dedica cuando mamá toma una decisión con la que no está de acuerdo—. Y es lo mejor. Tu madre nunca ha entendido que, aunque los jinetes sean las armas de nuestro reino, son los escribas quienes tienen todo el poder real en este mundo. —¡Despierta antes de que mueras! —Las estanterías de los Archivos tiemblan y mi corazón se estremece—. ¡Ahora! Abro los ojos y jadeo cuando el sueño se desintegra. No estoy en los Archivos. Estoy en mi habitación de los jinetes... —¡Muévete! —Tairn brama. —¡Mierda! ¡Está despierta! —La luz de la luna se refleja en una espada que atraviesa el aire por encima de mí. Oh. Mierda. Ruedo hacia el lado opuesto de la cama, pero no lo bastante rápido, y la hoja me golpea la espalda con una fuerza que ni siquiera mis gruesas mantas de invierno pueden disipar. La adrenalina camufla el dolor cuando la espada rebota, incapaz de partir las escamas del dragón. Mis rodillas chocan contra el suelo de madera y meto las manos bajo la almohada, sacando dos dagas mientras me desenredo de las mantas y me pongo de pie. ¿Cómo demonios han conseguido abrir mi puerta?

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Soplándome el cabello suelto fuera de la cara, me encuentro con los ojos amplios y sorprendidos de un estudiante de primer año que no está vinculado, y él no es el único. Hay siete cadetes en mi habitación. Cuatro son hombres no vinculados. Tres son mujeres no vinculadas; respiro entrecortadamente al reconocerla, o mejor dicho, a dos de ellas, ya que una corre hacia la puerta y la cierra al salir. Ella abrió la puerta. No hay otra explicación. El resto están todos armados. Todos determinados a matarme. Todos de pie entre mi puerta desbloqueada y yo. Mis manos se cierran alrededor de las empuñaduras de mis dagas y mi ritmo cardíaco se dispara. —Supongo que no servirá de mucho pedirles amablemente que se vayan, ¿verdad? Voy a tener que luchar para salir de aquí. —¡Aléjate de la pared! ¡No dejes que te acorralen! Buena observación. Pero no hay exactamente muchos lugares a los que ir en esta habitación tan pequeña. —¡Maldición! ¡Te dije que su armadura es impenetrable! —Oren sisea desde el otro lado de la habitación, bloqueando mi salida. Maldito imbécil. —Debería haberte matado durante el Threshing —admito. Mi puerta está cerrada, pero seguramente alguien escuchará si gr… Una mujer se abalanza sobre mí, avanzando por mi cama, y yo la esquivo, deslizándome por el cristal helado de la ventana. ¡La ventana! —Es demasiado alto. Caerás al barranco, ¡y no puedo llegar lo suficientemente rápido! No por la ventana. Lo tengo. Otra mujer lanza su daga, rasga la tela de la manga de mi camisón y se incrusta en el armario, pero no alcanza la carne. Giro, dejando atrás la manga mientras se desgarra, y lanzo mi daga mientras rodeo el extremo de la cama. Se clava en su hombro, mi blanco favorito, y cae con un grito, agarrándose la herida. El resto de mis armas están guardadas cerca de la puerta. Mierda. ¡Mierda! Mierda. —Basta de arrojar cosas. ¡Mantén esa arma! Para ser alguien que no puede ayudar, Tairn no tiene problemas en repartir opiniones. —¡Tienes que ir por su garganta! —Oren grita—. ¡Lo haré yo mismo! Muevo la daga a la mano derecha y esquivo un ataque desde la izquierda, rebanándole el antebrazo, y luego otro desde la derecha, que se clava en el muslo de un hombre. Doy una patada con el talón y golpeo a otro en el estómago mientras ataca, haciéndolo caer de espaldas sobre mi cama, con su espada cayendo tras él. Pero ahora estoy acorralada entre mi escritorio y el armario.

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Son demasiados. Y todos se precipitan al mismo maldito tiempo. La daga se me cae de las manos con una facilidad pasmosa, y el corazón se me paraliza cuando Oren me agarra del cuello y me empuja hacia él. Me abalanzo sobre sus rodillas, pero mis pies descalzos no logran impactar cuando me levanta del suelo y me corta el suministro de aire mientras pataleo. No. No. No. Le clavo las manos en el brazo, las uñas le perforan la piel mientras araño, sacando sangre. Puede que después de esto lleve mis cicatrices, pero su agarre no se afloja mientras me aplasta la garganta. Aire. No hay aire. —¡Ya casi llega! —Tairn promete, con pánico en el tono. ¿Quién? No puedo respirar. No puedo pensar. —¡Acaben con ella! —grita uno de los hombres—. ¡Sólo nos respetará si acabamos con ella! Van tras Tairn. El rugido de rabia de Tairn me llena la cabeza cuando Oren baja mi cuerpo y me da la vuelta mientras dobla el brazo para que mi daga quede pegada a su pecho. Al menos tengo los pies en el suelo, pero el borde de mi visión se oscurece y mis pulmones luchan por un oxígeno que no está ahí. Los ojos ávidos de un tipo de primer año sangrante se clavan en los míos. —¡Hazlo! —exige. —Tu dragón es mío —me sisea Oren al oído, y su mano se retira, sustituida por una espada. El oxígeno inunda mi sangre y me despeja la cabeza lo suficiente como para darme cuenta de que ha llegado el momento. Voy a morir. Desde un latido hasta el que probablemente será el último, una pena abrumadora se apodera de mi pecho, y no puedo evitar preguntarme si lo habría conseguido. ¿Habría sido lo bastante fuerte para graduarme? ¿Habría llegado a ser digna de Tairn y Andarna? ¿Habría enorgullecido por fin a mi madre? La punta del cuchillo toca mi piel. La puerta de mi habitación se abre de golpe, la madera se astilla al chocar contra la pared de piedra, pero no tengo oportunidad de girarme para ver quién está allí antes de que un grito me atraviese la vista. —¡Mía! —grita Andarna. Una energía que me eriza la piel recorre mi espina dorsal, me recorre las yemas de los dedos de las manos y de los pies, y cuando vuelvo a respirar, el silencio es total y absoluto. —¡Vete! —Andarna exige.

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Parpadeo y me doy cuenta de que la chica de primer año que tengo delante no lo hace. No respira. No se mueve. Nadie lo hace. Todos en esta habitación están congelados en su lugar... excepto yo.

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En respuesta a la Gran Guerra, los dragones reclamaron las tierras del oeste y los grifos las del centro, abandonando los Barrens y el recuerdo del General Daramor, quien casi destruyó el Continente con su ejército. Nuestros aliados regresaron a casa y comenzamos un período de paz y prosperidad mientras las provincias de Navarra se unieron por primera vez detrás de la seguridad de nuestras protecciones, bajo la protección de los primeros jinetes vinculados. NAVARRA, UNA HISTORIA SIN EDITAR POR EL CORONEL LEWIS MARKHAM

ue. Demonios. Es como si todo el mundo en mi habitación se hubiera convertido en piedra, pero sé que eso no puede ser cierto. El cuerpo de Oren está caliente detrás de mí, su piel es maleable bajo mis dedos cuando cambio el agarre y empujo su antebrazo ensangrentado, alejando la hoja de mi cuello. Una sola gota de sangre gotea de la afilada punta, salpicando la madera dura, y un hilillo de humedad me recorre la garganta. —¡Rápido! No puedo aguantar. —Andarna urge, su voz entrecortada. ¿Ella está haciendo esto? Respiro agitadamente por mi maltrecha tráquea y me agacho bajo el antebrazo de Oren, liberándome, y luego me escabullo rápidamente en el silencio. Silencio absoluto, sobrenatural. El reloj de mi escritorio no hace tictac mientras me aprieto entre el codo de Oren y un tipo gigante que solía ser de la Segunda Ala. Nadie respira. Sus miradas están congeladas. A la izquierda, la mujer a la que abrí en canal está encorvada,

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agarrándose el antebrazo, y el hombre al que apuñalé está apoyado contra la pared de la derecha, mirándose horrorizado el muslo. Marco el tiempo en estruendosos latidos mientras tropiezo con el único espacio abierto de mi habitación, pero mi camino hacia la puerta, ahora abierta, no está despejado. Xaden llena la puerta como una especie de ángel oscuro y vengador, el mensajero de la reina de los dioses. Va completamente vestido, su rostro es una máscara de auténtica rabia mientras las sombras se enroscan en las paredes a ambos lados de él, suspendidas en el aire. Por primera vez desde que crucé el parapeto, me siento tan jodidamente aliviada de verlo que podría llorar. Andarna jadea en mi mente y se reanuda el caos. Las náuseas me aprietan el estómago. —Ya era hora —ruge Tairn. La mirada de Xaden se dirige a la mía y sus ojos de ónix brillan de asombro durante no más de un milisegundo antes de avanzar a grandes zancadas, con las sombras brillando ante él mientras se coloca a mi lado. Chasquea los dedos y la habitación se ilumina, con las luces mágicas flotando sobre nosotros. —Todos están jodidamente muertos. —Su voz es inquietantemente tranquila y más aterradora por ello. Todas las cabezas de la sala se giran. —¡Riorson! —La daga de Oren cae al suelo. —¿Crees que rendirte te salvará? —El tono letalmente suave de Xaden me pone la piel de gallina—. Va contra nuestro código atacar a otro jinete mientras duerme. —¡Pero sabes que él nunca debería haberla vinculado! —Oren levanta las manos, con las palmas hacia nosotros—. Tú más que nadie tienes motivos suficientes para querer a esa debilucha muerta. Sólo estamos corrigiendo un error. —Los dragones no cometen errores. —Las sombras de Xaden agarran por el cuello a todos los asaltantes menos a Oren, y luego los constriñen. Luchan, pero no importa. Sus rostros se tiñen de púrpura y las sombras los sujetan con fuerza mientras caen de rodillas, formando un arco delante de mí como marionetas sin vida. No puedo compadecerme de ellos. Xaden avanza como si tuviera todo el tiempo del mundo y extiende la palma de la mano mientras otro zarcillo de oscuridad levanta mi daga desechada del suelo. —Deja que te lo explique. —Oren mira la daga, y sus manos tiemblan. —He oído todo lo que necesitaba oír. —Los dedos de Xaden se enroscan alrededor de la empuñadura—. Debería haberte matado en el campo, pero es

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misericordiosa. Yo no tengo ese defecto. —La garganta de Oren se abre en una línea horizontal, y un torrente de sangre corre por su cuello y su pecho. Se agarra la garganta, pero es inútil. Se desangra en segundos y cae al suelo. Un charco carmesí crece a su alrededor. —Maldición, Xaden. —Garrick entra, envainando su espada mientras su mirada recorre la habitación—. ¿Sin tiempo para interrogatorios? —Me mira como si catalogara las heridas y se fija en mi garganta. —No hace falta —replica Xaden cuando entra Bodhi, haciendo la misma rápida evaluación que había hecho Garrick. El parecido entre los primos me sigue dando que pensar. Bodhi tiene la misma piel bronceada y las cejas marcadas, pero sus rasgos no son tan angulosos como los de Xaden y sus ojos son de un marrón más claro. Parece una versión más suave y accesible de su primo mayor, pero mi cuerpo no se acalora al verlo como lo hace con Xaden. O tal vez Oren acaba de estrangular mi sentido común. Una risa ilógica brota de mis labios y los tres hombres me miran como si me hubiera golpeado la cabeza. —Déjame adivinar —dice Bodhi, frotándose la nuca—. ¿Estamos realizando la limpieza? —Pide ayuda si la necesitas —responde Xaden con un movimiento de cabeza. Cuerpos. Estoy viva. Estoy viva. Estoy viva. Repito el mantra en mi cabeza mientras Xaden limpia la sangre de mi daga en la espalda de la túnica de Oren. —Sí. Estás viva. —Xaden pasa por encima del cuerpo de Oren y de otros dos, recupera mi daga del hombro de la mujer caída antes de llegar a mi armario. Ni siquiera la reconozco, y aun así ha intentado matarme. Garrick y Bodhi sacan los primeros cuerpos. —No me había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta. —Me empiezan a temblar las rodillas y luego me entran náuseas. Carajo, creía que ya había superado este tipo de reacción a la adrenalina, pero aquí estoy, temblando como una hoja mientras Xaden rebusca en mi armario como si no acabara de asesinar a media docena de personas. Como si este tipo de matanzas fueran habituales. —Es el shock —dice, arrancando mi capa de su gancho y recuperando un par de botas—. ¿Estás herida? —Sus palabras son cortantes y rompen el bloqueo temporal que tenía sobre el dolor. Vuelve en una oleada palpitante que se concentra en mi espalda. Demasiada adrenalina. Cada vez que respiro siento como si estuviera presionando mis pulmones contra un cristal roto, así que lo hago breve y superficialmente. Pero consigo mantenerme de pie, retrocediendo hasta sentir la pared de piedra contra mi costado ileso, dejando que soporte mi peso.

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—Vamos, Violencia. —Sus palabras seductoras chocan con su tono seco mientras dobla mi capa sobre su brazo y lleva mis botas a través de los cuerpos restantes que ha dejado en mi suelo—. Recoge tus cosas y dime dónde estás herida. —Ha matado a seis personas sin dejar ni una sola mancha de sangre en su atuendo negro. Mis botas golpean el suelo junto a mis pies y mi capa cae sobre el pequeño sillón del rincón. Apenas puedo respirar, pero ¿puedo arriesgarme a confesarle mi actual debilidad? Sus dedos están calientes bajo mi barbilla mientras me levanta la cabeza para que nuestras miradas choquen. Espera... ¿hay algo de pánico en su mirada? —Respiras fatal, así que supongo que tiene que ver con... —Mis costillas —termino de decir antes de que pueda adivinarlo. Intentar disimular el dolor no va a funcionar con él—. El de la cama me golpeó el costado de las costillas con la espada, pero creo que sólo están heridas. —No ha habido ese chasquido revelador de huesos rotos. —Debe haber sido una espada sin filo. —Ladea una ceja oscura—. A menos que tenga algo que ver con qué duermes con tu chaleco de cuero. —Confía en él —exige Tairn. —No es tan fácil. —Tiene que ser por ahora. —Son escamas de dragón. —Levanto el brazo derecho y giro ligeramente para que pueda ver el enorme agujero de mi camisón—. Mira me lo hizo. Por eso he vivido tanto. Observa entre nuestros cuerpos, su boca se tensa antes de asentir una vez. —Ingenioso, aunque diría que hay múltiples razones por las que has llegado hasta aquí. —Antes de que pueda discutirlo, su mirada se desvía hacia mi garganta y se estrecha en lo que imagino debe ser la huella púrpura de una mano—. Debería haberlo matado más despacio. —Estoy bien. —No lo estoy. Su atención vuelve a centrarse en mis ojos. —Nunca me mientas. —Lo dice con tal ferocidad, entre dientes, que no puedo evitar asentir en señal de promesa. —Duele —admito. —Déjame ver. Abro y cierro la boca dos veces. —¿Es una petición o una demanda? —Tú eliges, mientras yo pueda ver si ese cabrón te rompió las costillas. —Sus manos se cierran en puños.

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Otros dos hombres entran por la puerta abierta, Garrick y Bodhi los siguen de cerca. Todos están... vestidos. Completamente vestidos. Miro el reloj: las dos de la mañana. —Lleven a esos dos y nosotros nos encargaremos de los últimos —ordena Garrick, y los demás se ponen manos a la obra, sacando los últimos cadáveres por la puerta. No puedo evitar fijarme en que todos llevan reliquias de la rebelión brillando en los brazos, pero me guardo la observación para mí. —Gracias —dice Xaden, luego agita la mano y mi puerta se cierra con un suave clic—. Ahora, déjame ver tus costillas. Estamos perdiendo el tiempo. Trago saliva y asiento. Es mejor saber ahora si están rotas. Le doy la espalda, pero puedo ver su cara en el espejo de cuerpo entero mientras me encojo de hombros para quitarme las mangas de mi camisón, sujetando la tela por encima de mis pechos mientras se hunde en la espalda hasta mi cintura. —Tendrás que... —Sé cómo manejar un corsé. —Su mandíbula se flexiona una vez, y algo que me recuerda a un hambre cruda revolotea por su expresión antes de cerrarla, pasándome el cabello por encima del hombro con sorprendente suavidad. Sus dedos rozan mi piel desnuda y reprimo un escalofrío, bloqueando los músculos para no arquearme ante su contacto. ¿Qué demonios me pasa? Todavía hay sangre en el suelo y, sin embargo, respiro entrecortadamente por la razón equivocada mientras él hace un rápido trabajo con los cordones, empezando por abajo. No mentía. Sabe perfectamente cómo manejar un corsé. —¿Cómo demonios te metes en esto cada mañana? —pregunta, aclarándose la garganta mientras centímetro tras centímetro de mi espalda queda al descubierto. —Soy extrañamente flexible. Es parte de lo de chasquear huesos y desgarrar articulaciones —respondo por encima del hombro. Nuestras miradas se cruzan y siento una calidez en el estómago. El momento desaparece tan rápido como ha llegado, separa mi armadura e inspecciona mi costado derecho. Me acaricia suavemente las costillas maltratadas y luego me pincha con cuidado. —Tienes unos moretones jodidamente impresionantes, pero no creo que estén rotos. —Eso es lo que pensaba. Gracias por comprobarlo. —Debería ser incómodo, pero de alguna manera no lo es, incluso cuando me ata de nuevo, asegurando los extremos. —Vivirás. Date la vuelta. Lo hago, me vuelvo a poner el camisón sobre los hombros y se arrodilla en el suelo delante de mí.

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Mis ojos se abren de par en par. Xaden Riorson está arrodillado ante mí, su cabello negro a la altura perfecta para que pase los dedos por el espesor. Probablemente sea lo único suave que tiene. ¿Cuántas mujeres han sentido esos mechones entre los dedos? ¿Por qué demonios me importa? —Vas a tener que superar el dolor, y tenemos que hacerlo rápido. —Toma una bota y me da unos golpecitos en el pie—. ¿Puedes levantarlo? Asiento, levantando el pie. Luego me arrebata todo pensamiento lógico poniéndome las botas y atándomelas de una en una. Este es el mismo hombre que no tenía problemas con mi muerte hace sólo unos meses, y mi cerebro parece no poder asimilar los diferentes lados de él. —Vámonos. —Me rodea los hombros con la capa y me la abrocha en el cuello como si fuera algo valioso. Ahora sé que estoy en estado de shock, porque para Xaden Riorson soy cualquier cosa menos valiosa. Me mira el cabello y parpadea una vez antes de subirme la capucha por encima de la masa que se va convirtiendo en luz. Luego me toma de la mano y me empuja hacia el pasillo. Sus dedos son fuertes cuando se enroscan alrededor de los míos, su agarre es firme pero no demasiado apretado. Todas las demás puertas están cerradas. El ataque ni siquiera fue lo suficientemente fuerte como para despertar a mis vecinos. Ya estaría muerta si Xaden no hubiera aparecido, incluso si hubiera logrado escapar de las garras de Oren. ¿Pero cómo sucedió eso? —¿Adónde vamos? —Los pasillos están tenuemente iluminados por luces azules mágicas, de esas que señalan que aún es de noche para los que no tienen ventanas. —Sigue hablando lo suficientemente alto como para que los demás te oigan, y alguien nos detendrá antes de que lleguemos a alguna parte. —¿No puedes escondernos en las sombras o algo así? —Claro, porque una nube negra gigante moviéndose por el pasillo no va a parecer más sospechosa que una pareja merodeando. —Me lanza una mirada que me impide replicar. Entendido. No es que seamos pareja. No es que no me subiera a él como a un árbol si se dieran las circunstancias adecuadas. Me estremezco cuando llegamos al pasillo principal del dormitorio. Nunca se darán las circunstancias adecuadas cuando se trate de él, y mucho menos después de que haya ejecutado a media docena de personas. Pero en mi defensa, y de una manera enfermiza y retorcida, su rescate fue bastante caliente, incluso si me está arrastrando por el pasillo a una velocidad insostenible. Incluso si sólo lo hizo porque mi vida está ligada a la suya. Mi pecho pide a gritos un respiro, pero no lo encuentro mientras me lleva más allá de la escalera de caracol que conduce a los dormitorios de segundo y tercer año y a la rotonda.

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Mis costillas tardarán semanas en curarse del todo. Nuestras botas contra el suelo de mármol son los únicos sonidos que escuchamos al entrar en el ala académica. En lugar de girar a la izquierda, hacia el gimnasio, nos lleva a la derecha, por unas escaleras que sé que conducen al almacén. A mitad de camino, se detiene y casi me tropiezo con la espada que lleva atada a la espalda. Entonces hace un gesto con la mano derecha, manteniendo la mía en la izquierda. Clic. Xaden empuja las piedras y se abre una puerta oculta. —Hijo de puta —susurro ante el amplio túnel que se revela ante nosotros. —Espero que no te dé miedo la oscuridad. —Me arrastra al interior y una oscuridad sofocante nos envuelve al cerrarse la puerta. Esto está bien. Esto está absolutamente bien. —Pero por si acaso lo hace —dice Xaden, con la voz a todo volumen mientras suelta un chasquido. Una luz mágica se cierne sobre nuestras cabezas, iluminando nuestro entorno. —Gracias. —El túnel está sostenido por arcos de piedra y el suelo es liso, como si hubiera sido recorrido más de lo que deja entrever su entrada. Huele a tierra pero no es húmedo, y dura lo que parece una eternidad. Me suelta la mano y empieza a caminar. —Mantén el ritmo. —Podrías... —Hago una mueca de dolor. Mierda, me duele el pecho—. Sé un poco más considerado. —Voy tras él y me quito la capucha. —No voy a mimarte como hace Aetos —dice sin darse la vuelta—. Eso sólo conseguirá que te maten cuando salgamos de Basgiath. —Él no me mima. —Lo hace y lo sabes. También lo odias, si las vibraciones que capto me sirven de indicación. —Se echa hacia atrás para caminar a mi lado—. ¿O he leído mal? —Cree que este lugar es demasiado peligroso para alguien... como yo, y después de lo que acaba de pasar, no estoy segura de poder discutir con él. —Estaba durmiendo. Ese es el único momento en el que se supone que tenemos garantizada la seguridad por aquí—. No creo que me moleste en volver a dormir. —Lanzo una mirada de reojo a su irritantemente hermoso perfil—. Y si se te ocurre sugerirme que duerma contigo por seguridad a partir de ahora... Se burla. —Difícilmente. No me follo a las de primer año, ni siquiera cuando yo era uno, y mucho menos... a ti. —¿Quién ha hablado de follar? —respondo, maldiciéndome a mí misma mientras el dolor de mis costillas se intensifica—. Tendría que ser masoquista para acostarme contigo, y te aseguro que no lo soy. —Fantasear con ello no cuenta.

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—Masoquista, ¿eh? —Una comisura de sus labios se tuerce en una mueca. —No transmites buenas vibraciones mañaneras. —Una sonrisa propia curva mis labios—. A menos que te preocupe que te mate mientras dormimos. —Doblamos una esquina y el túnel continúa. —No me preocupa en absoluto. Por muy violenta que seas, y hábil con esas dagas, ni siquiera estoy seguro de que pudieras matar a una mosca. No creas que no me he dado cuenta de que has conseguido herir a tres de ellos y nunca diste a matar. —Me lanza una mirada de desaprobación. —Nunca he matado a nadie —susurro como si fuera un secreto. —Tendrás que superarlo. Lo único que somos después de la graduación son armas, y es mejor que estemos afinados antes de salir por las puertas. —¿Es ahí a dónde vamos? ¿Estamos dejando las puertas? —He perdido todo sentido de la orientación aquí. —Vamos a preguntarle a Tairn qué demonios acaba de pasar. —La mandíbula de Xaden se flexiona—. Y no me refiero al ataque. ¿Cómo demonios han pasado tus cerraduras? Me encojo de hombros, pero no me molesto en explicárselo. Es imposible que me crea. Apenas lo creo yo misma. —Será mejor que lo resolvamos para que no vuelva a pasar. Me niego a dormir en tu maldito suelo como una especie de perro guardián. —Espera. ¿Este es otro camino al campo de vuelo? —Hago lo que puedo para disipar mentalmente el dolor de garganta y costillas—. Me lleva hasta ti —le digo a Tairn. —Lo sé. —¿Vas a decirme qué fue eso de ahí? —Lo haría si lo supiera. —Sí —dice Xaden, y el camino se curva de nuevo—. No es precisamente de dominio público. Y voy a pedirte que metas este pequeño túnel en el archivo de secretos que guardas por mí. —Déjame adivinar, ¿y sabrás si lo digo? —Sí. —Aparece otra sonrisa burlona, y desvío la mirada antes de que pueda atraparme mirando. —¿Vas a prometerme otro favor? —El camino comienza a subir, y el ascenso es cualquier cosa menos suave. Cada respiración me recuerda lo que pasó hace menos de una hora. —Con uno de mis favores es más que suficiente, y ya hemos alcanzado el estado de destrucción mutua asegurada, Sorrengail. Ahora, ¿puedes seguir adelante, o necesitas que te lleve? —Eso suena como un insulto, no como una oferta.

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—Te estás dando cuenta. —Pero su ritmo se ralentiza para igualarse al mío. El suelo se mueve bajo mis pies como si se balanceara, pero sé que no es así. Es mi cabeza, el resultado del dolor y el estrés. Mis pasos se tambalean. El brazo de Xaden me rodea la cintura, estabilizándome. Odio cómo su tacto eleva mi ritmo cardíaco mientras seguimos subiendo, pero no protesto. No quiero estar agradecida por nada cuando se trata de él, pero hombre, si ese aroma a menta suyo no es delicioso. —¿Qué estabas haciendo esta noche de todos modos? —¿Por qué lo preguntas? —Su tono insinúa claramente que no debería. Lástima. —Llegaste a mi habitación en cuestión de minutos, y no estás precisamente vestido para dormir. —Está atado con una espada por el amor de Dios. —Quizá yo también duerma con mi armadura. —Entonces deberías elegir compañeros de cama más confiables. Resopla, un destello de sonrisa aparece por un instante. Una de verdad. No la mueca falsa y forzada que estoy acostumbrada a ver ni la sonrisita arrogante. Una sonrisa sincera y desgarradora a la que no soy inmune. Pero desaparece tan rápido como aparece. —¿Así que no me lo vas a decir? —pregunto. Me sentiría frustrada si no me doliera tanto. Y ni siquiera voy a tocar el tema de por qué tuvo que arrastrarnos hasta Tairn cuando puedo charlar con él cuando quiera. A menos él que quiera hablar con Tairn, lo cual es... atrevido. —No. Asunto del tercer año. —Me suelta cuando llegamos al final del túnel. Un par de gestos con la mano y otro clic suenan antes de que empuje para abrir la puerta. Salimos al aire fresco y helado de noviembre. —Qué demonios —susurro. La puerta está construida en una pila de rocas en el lado oriental del campo. —Está camuflada. —Xaden agita una mano y la puerta se cierra, mimetizándose con la roca como si formara parte de ella. Se oye un sonido que ahora reconozco como el batir constante de las alas, y levanto la vista para ver a los tres dragones tapar las estrellas mientras descienden. La tierra se estremece cuando aterrizan frente a nosotros. —Supongo que el líder de las alas quiere hablar. —Tairn se adelanta y Sgaeyl lo sigue, con las alas recogidas y los ojos dorados fijos en mí. Andarna se escabulle entre las garras de Sgaeyl, galopando hacia nosotros. Recorre la última docena de metros con las patas clavadas en el suelo y se detiene justo delante de mí, acercando su nariz a mis costillas mientras una urgente sensación de ansiedad me invade la cabeza, inundándome de sentimientos que sé que no son míos.

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—No hay huesos rotos —prometo, acariciando con mi mano las crestas abultadas de su cabeza—. Sólo están heridas. —¿Segura? —pregunta, con los ojos abiertos por la preocupación. —Tan segura como puedo estar. —Me fuerzo a sonreír. Vale la pena venir hasta aquí en mitad de la noche para aliviar su ansiedad. —Sí, quiero hablar. ¿Qué clase de poderes le estás canalizando? —exige Xaden, mirando fijamente a Tairn como si no fuera... Tairn. Sí. Valiente. Cada músculo de mi cuerpo se bloquea, segura de que Tairn está a punto de quemar a Xaden por insolente. —No es asunto tuyo lo que decida o no canalizar hacia mi jinete —responde Tairn con un gruñido. Esto va bien. —Dice... —empiezo a decir. —Lo he oído —replica Xaden, sin evitar mirarme. —¿Tú qué? —Mis cejas golpean la línea de mi cabello, y Andarna retrocede para colocarse junto a los demás. Los dragones sólo hablan con sus jinetes. Eso es lo que siempre me han enseñado. —Es absolutamente asunto mío cuando esperas que la proteja —replica Xaden, alzando la voz. —Recibí bien el mensaje, humano. —La cabeza de Tairn gira con ese movimiento serpenteante que me pone en alerta. Está más que agitado. —Y apenas lo conseguí. —Las palabras salen entre dientes—. Habría estado muerta si yo hubiera llegado treinta segundos más tarde. —Parece que te han regalado treinta segundos. —El pecho de Tairn retumba con un gruñido. —¡Y me gustaría saber qué carajo ha pasado ahí adentro! Inhalo bruscamente. —No le hagas daño —le ruego a Tairn—. Él me salvó. —Nunca había visto a nadie atreverse a hablarle al dragón de otro jinete, y mucho menos a gritarle, y menos a uno tan poderoso como Tairn. Refunfuña en respuesta. —Necesitamos saber qué pasó en esa habitación. —La mirada oscura de Xaden me atraviesa como un cuchillo durante un milisegundo antes de devolverle la mirada a Tairn. —No te atrevas a intentar leerme, humano, o lo lamentarás. —La boca de Tairn se abre, su lengua se curva en un movimiento que conozco demasiado bien. Me muevo entre los dos y levanto la barbilla hacia Tairn. —Sólo está un poco asustado. No lo quemes.

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—Al menos estamos de acuerdo en algo. —Una voz femenina suena en mi cabeza. Sgaeyl. Asombrada, parpadeo ante la cola de daga azul marino mientras Xaden se mueve a mi lado. —Ella habló conmigo. —Lo sé. Lo he oído. —Cruza los brazos sobre el pecho—. Es porque son compañeros. Es la misma razón por la que estoy encadenado a ti. —Haces que suene tan agradable. —No lo es. —Se gira para mirarme—. Pero tú y yo somos exactamente eso, Violencia. Estamos encadenados. Atados. Tú mueres, yo muero, así que merezco saber cómo demonios estabas bajo el cuchillo de Seifert un segundo y al otro lado de la habitación en otro. ¿Es ese el poder de sello que has manifestado con Tairn? Confiesa. Ahora mismo. —Sus ojos se clavaron en mí. —No sé qué pasó —respondo con sinceridad. —A la naturaleza le gustan todas las cosas en equilibrio —dice Andarna como si estuviera recitando datos, igual que hago yo cuando estoy nerviosa—. Es lo primero que nos enseñan. Giro para mirar a la dragón dorada, repitiendo lo que le dijo a Xaden. —¿Qué se supone que significa eso? —me pregunta a mí, no a ella. Supongo que eso significa que puede oír a Tairn, pero no a Andarna. —Bueno, lo primero no. —Andarna se sienta, moviendo su cola de pluma por la hierba cargada de escarcha—. Lo primero es que no deberíamos vincularnos hasta que seamos adultos. —Ladea la cabeza—. ¿O quizá lo primero es dónde están las ovejas? Aunque me gustan más las cabras. —Por eso los colas de pluma no se vinculan. —Tairn suspira con una gran dosis de exasperación. —Deja que se explique —insta Sgaeyl, chasqueando sus garras como uñas en el suelo. —Los colas de pluma no deberían vincularse porque pueden regalar accidentalmente sus poderes a los humanos —continúa Andarna—. Los dragones no podemos canalizar, no realmente, hasta que seamos grandes, pero todos nacemos con algo especial. Transmito el mensaje. —¿Cómo una habilidad? —pregunto en voz alta para que Xaden pueda oír. —No —responde Sgaeyl—. El poder de una habilidad es una combinación de nuestro poder con tu propia capacidad de canalizar. Refleja quién eres en lo más profundo de tu ser. Andarna se incorpora e inclina la cabeza con orgullo.

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—Pero yo te di mi regalo directamente a ti. Porque sigo siendo una cola de pluma. Vuelvo a repetir, mirando fijamente al dragón más pequeño. No se sabe casi nada de los colas de pluma porque nunca se los ve fuera del Valle. Están vigilados. Son... Trago saliva. Trago saliva. —¿Qué ha dicho? —¿Todavía eres una cola de pluma. —¡Sí! Durante un par de años más, probablemente. —Parpadea lentamente y bosteza, enroscando la cola bífida. Oh. Dioses. —Eres... eres una cría —susurro. —¡No lo soy! —Andarna echa vapor al aire—. ¡Tengo dos años! Las crías ni siquiera saben volar. —¿Es una qué? —La mirada de Xaden oscila entre Andarna y yo. Miro fijamente a Tairn. —¿Dejaron que una menor se vincule? ¿Qué una menor se entrene para la guerra? —Maduramos a un ritmo mucho más rápido que los humanos —argumenta, teniendo el valor de parecer ofendida—. Y no estoy segura de que nadie deje hacer nada a Andarna. —¿Cuánto más rápido? —Jadeo—. ¡Tiene dos años! —Será adulta en uno o dos años, pero algunas son más lentas que otras — responde Sgaeyl—. Y si hubiera pensado que realmente se vincularía, me habría opuesto con más fuerza a su Derecho de Beneficencia. —Se ríe de Andarna con evidente desaprobación. —Espera. ¿Andarna es tuya? —Xaden camina un paso hacia Sgaeyl, y el tono de su voz es uno que nunca he oído. Está... dolido—. ¿Me has ocultado una cría estos dos últimos años? —No seas ridículo. —Sgaeyl lanza una ráfaga de aire que despeina a Xaden—. ¿Crees que dejaría que mi vástago se vinculara mientras aún está emplumado? —Sus padres murieron antes de nacer —responde Tairn. Mi corazón se hunde. —Oh, lo siento, Andarna. —Tengo muchos mayores —responde, como si eso lo compensara, pero habiendo perdido a mi padre... sé que no es así. —No lo suficiente para mantenerte fuera del Threshing —refunfuña Tairn—. Los colas de pluma no se unen porque su poder es demasiado impredecible. Inestable. —¿Impredecible? —pregunta Xaden.

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—Del mismo modo que no le darías a un niño tu habilidad, ¿verdad, jefe de ala? —Tairn gruñe cuando Andarna se hunde contra su pata delantera. —Dioses, no. Apenas podía controlarlo cuando era de primer año. —Xaden sacude la cabeza. Es raro imaginar que Xaden no tenga el control. Diablos, pagaría buen dinero para verlo perderlo. Por ser la persona con la que lo perdió. Nop. Apagué ese pensamiento inmediatamente. —Exactamente. Vincularlos demasiado jóvenes les permite dar su don directamente, y un jinete podría agotarlos fácilmente y quemarlos. —¡Nunca lo haría! —Sacudo la cabeza. —Por eso te elegí a ti. —La cabeza de Andarna se apoya en la pierna de Tairn. ¿Cómo no lo había visto antes? Sus ojos redondos, sus patas... —Por supuesto, no lo sabrías. Se supone que los colas de pluma no se ven —dice Tairn, mirando de reojo a su compañera. Ni siquiera pone los ojos en blanco. —Si el liderazgo supiera que los jinetes pueden tomar sus dones por sí mismos, en lugar de depender de sus propias habilidades... —dice Xaden, mirando fijamente a Andarna mientras parpadea cada vez más despacio. —Sería cazada —termino en voz baja. —Por eso no puedes decirle a nadie lo que es —dice Sgaeyl—. Esperemos que madure una vez que estés fuera del cuadrante, y los ancianos ya están poniendo protecciones más... estrictas a las colas de pluma. —No lo haré —prometo—. Andarna, gracias. Lo que sea que hayas hecho me salvó la vida. —Hice que el tiempo se detuviera. —Su boca se abre en otro bostezo—. Pero sólo un poco. Espera, espera. ¿Qué pasó? Mi estómago golpea el suelo mientras miro fijamente los ojos dorados de Andarna y me olvido del dolor, de la tierra sólida bajo mis pies, incluso de la necesidad de respirar mientras el shock me recorre, robándome la lógica. Nadie puede detener el tiempo. Nada puede detenerlo. Es... inaudito. —¿Qué ha dicho? —pregunta Xaden, agarrándome de los hombros para tranquilizarme. Tairn gruñe y una bocanada de vapor nos golpea a ambos. —Yo quitaría las manos de la jinete —advierte Sgaeyl. Xaden afloja el agarre, pero sigue acunándome los hombros. —Dime lo que dijo. Por favor. —Su boca se tensa y sé que eso último le ha costado.

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—Ella puede detener el tiempo —digo con esfuerzo, tropezando con mis palabras—. Brevemente. Los rasgos de Xaden se aflojan y, por primera vez, no parece el líder de ala firme y letal que conocí en el parapeto. Está completamente sorprendido mientras su mirada se dirige a Andarna. —¿Puedes detener el tiempo? —Y ahora podemos detenerlo —Ella parpadea lentamente y puedo sentir el agotamiento que emana de ella. Canalizar ese regalo hacia mí esta noche le costó mucho. Apenas puede mantener los ojos abiertos. —En pequeños intervalos —susurro. —En pequeños intervalos —repite Xaden lentamente, como si estuviera asimilando la información. —Y si lo uso demasiado, puedo matarte —le digo suavemente a Andarna. —Matarnos. —Ella se pone de pie en sus cuatro patas—. Pero sé que no lo harás. —Haré todo lo posible para ser digna. —Las ramificaciones de este don, este poder excepcional, me golpean como un golpe mortal, y mi estómago toca fondo—. ¿El profesor Carr va a matarme a mí también? Todas las miradas se vuelven hacia mí, y Xaden me agarra por los hombros, acariciándome con los pulgares en un movimiento tranquilizador. —¿Por qué piensas eso? —Mató a Jeremiah. —Aparto el pánico y me centro en las pequeñas motas doradas de los ojos de ónix de Xaden—. Lo viste partirle el cuello como a una ramita delante de todo el cuadrante. —Jeremiah era un inntinnsic. —La voz de Xaden baja—. Un lector de mentes es un delito capital. Tú lo sabes. —¿Y qué van a hacer si descubren que puedo detener el tiempo? —El terror congela la sangre en mis venas. —No se van a enterar —promete Xaden—. Nadie se lo va a decir. Ni tú. Ni yo. Ni ellos. —Hace un gesto con una mano hacia nuestro trío de dragones—. ¿Entendido? —Tiene razón —dice Tairn—. No pueden averiguarlo. Y no se sabe cuánto tiempo tendrás la habilidad. La mayoría de los dones de cola de pluma desaparecen con la madurez cuando empiezan a canalizar. Andarna lanza otro bostezo y parece casi muerta. —Duerme un poco —le digo—. Gracias por ayudarme esta noche. —Vamos, Plateada —dice Tairn, y todos se inclinan ligeramente, para luego lanzarse, con el viento golpeándome la cara. Andarna lucha, sus alas baten con el doble de fuerza, y Tairn vuela por debajo de ella, soportando su peso y continuando hacia el Valle.

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—Prométeme que no le dirás a nadie lo de detener temporalmente el tiempo —me pide Xaden mientras volvemos al túnel, pero parece una orden—. No es sólo por tu seguridad. Las habilidades raras, cuando se mantienen en secreto, son la forma más valiosa de moneda que poseemos. Mi ceño se frunce mientras estudio las marcadas líneas de la reliquia de la rebelión que se enrosca en su cuello, marcándolo como hijo de un traidor, advirtiendo a todo el mundo que no es de fiar. Tal vez me esté diciendo que me calle para su propio beneficio, para poder utilizarme más adelante. Al menos eso significa que tiene la intención de que yo siga viva más adelante. —Tenemos que averiguar cómo los cadetes no vinculados entraron en tu habitación —dice. —Había un jinete allí —le digo—. Alguien que huyó antes de que llegaras. Debió abrirles. —¿Quién? —Se detiene, me sujeta suavemente del codo y me gira hacia él. Sacudo la cabeza. Es imposible que me crea. Apenas me lo creo yo misma. —En algún momento, tú y yo vamos a tener que empezar a confiar el uno en el otro, Sorrengail. El resto de nuestras vidas depende de ello. —La furia nada en los ojos de Xaden—. Ahora dime quién.

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Acusar a un jefe de ala de actuar mal es la más peligrosa de todas las acusaciones. Si tienes razón, entonces hemos fallado como cuadrante en seleccionar a los mejores líderes de ala. Si estás equivocado, estás muerto. -MI ÉPOCA DE CADETE: MEMORIAS DEL GENERAL AUGUSTINE MELGREN

ren Seifert. —El capitán Fitzgibbons termina de leer la lista de muertos y cierra el pergamino mientras permanecemos en formación a la mañana siguiente, nuestro aliento creando nubes en el aire helado—. Encomendamos sus almas a Malek. No hay lugar para la tristeza en mi corazón por seis de los ocho nombres, no cuando desplazo mi peso para aliviar el dolor negro y azul a lo largo de mis costillas e ignoro la forma en que otros jinetes miran fijamente el anillo de moretones que llevo alrededor de la garganta. Los otros dos de la lista de hoy son de tercer año de la Segunda Ala, muertos en una operación de entrenamiento cerca de la frontera de Braevick, según los chismes del desayuno, y no puedo evitar preguntarme si es allí donde Xaden había estado antes de venir a rescatarme anoche. —No puedo creer que intentaran matarte mientras dormías. —Rhiannon todavía está furiosa en el desayuno después de que le conté a nuestra mesa lo que pasó. Tal vez Xaden esté luchando por mantener en secreto los sucesos de anoche, para ocultar el lastre que realmente soy para él, porque nadie más en el liderazgo lo sabe. No dijo ni una palabra después de que le dijera quién abrió la puerta, así que no tengo ni idea de si me cree o no. —Peor aún, creo que me estoy acostumbrando. —O tengo una gran capacidad de compartimentación o realmente me estoy aclimatando a ser siempre un objetivo.

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El capitán Fitzgibbons hace algunos anuncios sin importancia y no presto atención cuando alguien se cruza en nuestro camino, atravesando el espacio entre las secciones Llama y Cola de nuestra ala. Como siempre, mi estúpido corazón hormonado tartamudea nada más ver a Xaden. Incluso los venenos más eficaces vienen en envases bonitos, y Xaden es exactamente eso: tan hermoso como letal. Parece aparentemente tranquilo mientras se acerca, pero puedo sentir su tensión como si fuera la mía, como una pantera merodeando hacia su presa. El viento le alborota el cabello y suspiro ante la ventaja completamente injusta que tiene sobre todos los hombres de este patio. Ni siquiera tiene que intentar parecer sexy... simplemente lo es. Mierda. Esta sensación de aquí, la forma en que se me corta la respiración y todo mi cuerpo se tensa cuando él está cerca, es la razón por la que no me he llevado a nadie a la cama ni lo he celebrado como el resto de mis amigos perfectamente normales. Esta sensación es la razón por la que no he querido a nadie... más. Porque lo quiero. No hay suficientes palabrotas en el mundo para esto. Su mirada se fija en la mía el tiempo suficiente para acelerarme el pulso antes de dirigirse a Dain, ignorando los avisos de Fitzgibbons detrás de él. —Hay un cambio en la lista de tu escuadrón. —¿Líder de ala? —pregunta Dain, enderezando la columna—. Acabamos de absorber cuatro de la disolución del tercer escuadrón. —Sí. —Xaden mira a la derecha, donde el Segundo Escuadrón, Sección Cola está en posición de firmes—. Belden, estamos haciendo un cambio de lista. —Sí, señor. —El jefe de escuadrón asiente una vez. —Aetos, Vaughn Penley dejará tu mando, y ganarás a Liam Mairi de la Sección de Cola. Dain cierra la boca y asiente. Todos observamos cómo los dos jinetes de primer año intercambian sus puestos. Penley solo lleva con nosotros desde el Threshing, así que no hay despedida sentida por parte de nuestro escuadrón original, pero los otros tres refunfuñan. Liam asiente a Xaden y se me revuelve el estómago. Sé exactamente por qué lo han puesto bajo las órdenes de Dain. El tipo es enorme, tan alto como Sawyer y tan corpulento como Dain, con el cabello rubio claro, nariz prominente, ojos azules, y la extensa reliquia de la rebelión que comienza en su muñeca y desaparece bajo la manga de su túnica delata su misión. —No necesito guardaespaldas —le digo a Xaden. ¿Estoy fuera de lugar al hablarle así a un líder de ala? Claro que sí. ¿Me importa? En absoluto. Me ignora y mira a Dain. —Liam es estadísticamente el más fuerte de primer año en el cuadrante. Tiene el tiempo más rápido en el Gauntlet, no ha perdido ni un solo desafío y está unido a

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una Cola de Orca Roja excepcionalmente fuerte. Cualquier equipo tendría suerte de tenerlo, y es todo tuyo, Aetos. Puedes agradecérmelo cuando ganes la Batalla de Escuadrones en primavera. Liam entra en formación detrás de mí, ocupando el lugar de Penley. —Yo. No. Necesito. Un. Guardaespaldas —repito, un poco más alto esta vez. Me importa un carajo quién me escuche. Uno de los estudiantes de primer año que está detrás de mí jadea, mortificado por mi audacia, sin duda. Imogen resopla. —Buena suerte con ese enfoque. Xaden pasa junto a Dain y se coloca justo delante de mí, inclinándose hacia mi espacio. —Pero lo haces, como ambos aprendimos anoche. Y yo no puedo estar donde tú estés. Pero aquí Liam —señala de nuevo al rubio Tyr—, es de primer año, así que puede estar en todas las clases, en todos los desafíos, e incluso hice que lo asignaran al servicio de biblioteca, así que espero que te acostumbres a él, Sorrengail. —Te estás pasando. —Me presiono las palmas con las uñas. —No has empezado a ver extralimitaciones —me advierte, bajando la voz, provocándome un escalofrío—. Cualquier amenaza contra ti es una amenaza contra mí, y como ya hemos establecido, tengo cosas más importantes que hacer que dormir en tu piso. El calor me sube por el cuello y me mancha las mejillas. —No está durmiendo en mi habitación. —Claro que no. —Sonríe como un loco, y mi estómago traidor se hunde—. Hice que se mudara a la de al lado. No querría excederme. —Gira sobre sus talones y se aleja, volviendo a su lugar al frente de nuestra formación. —Malditos dragones apareados —arremete Dain, manteniendo la mirada al frente. Fitzgibbons termina sus anuncios y se retira al fondo del estrado, lo que normalmente indicaría el final de la formación, pero el comandante Panchek sube al estrado. Tiene por costumbre evitar la formación matinal, lo que significa que algo pasa. —¿Qué pasa con Panchek? —pregunta Rhiannon a mi lado. —No estoy segura. —Respiro hondo, con una mueca de dolor en las costillas. —Tiene que ser algo grande si está tanteando con un Codex ahí arriba —dice Rhiannon. —Silencio —ordena Dain, que nos mira por encima del hombro por primera vez esta mañana. Me mira dos veces y sus ojos se abren de par en par al ver mi cuello—. ¿Vi?

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No me ha hablado desde nuestra pelea de ayer. Dioses, ¿cómo han pasado menos de veinticuatro horas cuando me siento una persona completamente diferente? —Estoy bien —le aseguro, pero sigue mirándome la garganta, bloqueado por el shock—. Líder de escuadrón Aetos, la gente está mirando. —Tenemos más atención de la que nos corresponde cuando el comandante Panchek empieza a hablar en el podio, diciéndonos que hay otro asunto que tratar esta mañana, pero Dain no aparta la mirada—. ¡Dain! Parpadea, desviando su mirada hacia la mía, y la disculpa en esos suaves ojos marrones me obstruye la garganta. —¿A eso se refería Riorson con lo de anoche? Asiento. —No lo sabía. ¿Por qué no me lo dijiste? Porque no me creerías, aunque lo hiciera. —Estoy bien —repito, asintiendo hacia el estrado—. Pon atención. Se gira, pero el movimiento es reacio. —Como comandante, me han informado de que se ha producido una infracción del Codex —dice Panchek por el patio. —Como saben, no se toleran las infracciones de nuestras leyes más sagradas —prosigue Panchek—. Este asunto será tratado aquí y ahora. Por favor, que el acusador dé un paso al frente. —Alguien está en problemas —susurra Rhiannon—. ¿Crees que Ridoc finalmente fue atrapado en la cama de Tyvon Varen? —Eso no va en contra del Codex —murmura Ridoc desde detrás de nosotros. —Es el oficial ejecutivo de la Segunda Ala. —Le envío una mirada punzante por encima del hombro. —¿Y? —Ridoc se encoge de hombros, sonriendo sin un ápice de remordimiento—. Fraternizar con el mando está mal visto, no es ilegal. Suspiro, mirando hacia delante. —Echo de menos el sexo. —De verdad que sí, y no se trata sólo de la gratificación física. Hay una sensación de conexión en esos momentos que anhelo, un destierro momentáneo de la soledad. Lo primero es algo que estoy segura de que Xaden sería más que capaz de proporcionarme, si alguna vez pensara en mí de ese modo, pero ¿lo segundo? Es la última persona que debería desear, pero la lujuria y la lógica nunca parecen ir de la mano. —Si buscas un poco de diversión, estaré encantado de complacerte... — empieza Ridoc, apartándose el cabello castaño de la frente con un guiño.

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—Extraño el buen sexo —contraataco, sofocando una sonrisa mientras alguien camina desde la parte delantera de la formación hacia el estrado, indistinguible a través de las filas de las escuadras que nos preceden—. Además, por lo visto ya has hablado. —Tengo que admitir que sienta bien tomarle el pelo a un amigo por algo tan trivial. Es una pizca de normalidad en un ambiente macabro. —No seriamos exclusivos —replica Ridoc—. Es como Rhiannon y como, se llame... —Tara —ofrece Rhiannon. —¿Quieren cerrar la boca? —Dain ordena con su voz de oficial superior. Cerramos la boca. La mía vuelve a abrirse cuando me doy cuenta de que es Xaden subiendo los escalones hasta el estrado. Se me revuelve el estómago y respiro con dificultad. —Se trata de mí —susurro. Dain me devuelve la mirada, con el ceño fruncido por la confusión, antes de dirigir su atención hacia el estrado, donde Xaden se encuentra ahora en el podio, consiguiendo de algún modo llenar todo el escenario con su presencia. Por lo que recuerdo haber leído, su padre tenía ese mismo magnetismo, la capacidad de retener y capturar a una multitud con nada más que sus palabras... palabras que condujeron a la muerte de Brennan. —Esta mañana temprano —comienza, su profunda voz se transmite por encima de la formación—, una jinete de mi ala fue atacada brutal e ilegalmente mientras dormía con intención de asesinarla por un grupo compuesto principalmente por no vinculados. El aire se llena de murmullos y jadeos, y los hombros de Dain se endurecen. »Como todos sabemos, esto es una violación del Artículo Tres, Sección Dos del Codex del Jinete de Dragón y, además de ser deshonroso, es un delito capital. Siento el peso de una docena de miradas, pero es la de Xaden la que más siento. Sus manos aprietan los lados del podio. —Alertado por mi dragón, interrumpí el ataque junto con otros dos jinetes de la Cuarta Ala. —Inclina la barbilla hacia nuestra ala, y dos jinetes, Garrick y Bodhi, rompen la formación y suben los escalones para colocarse detrás de Xaden, con las manos a los lados—. Como era cuestión de vida o muerte, ejecuté personalmente a seis de los asesinos, como atestiguaron Garrick Tavis, jefe de la Sección Llama, y Bodhi Durran, oficial ejecutivo de la Sección Cola. —Ambos Tyrs. Qué conveniente —dice Nadine, una de nuestras nuevas incorporaciones al equipo, desde la fila detrás de Ridoc y Liam. Miro hacia atrás por encima del hombro y la fulmino con la mirada. Liam mantiene la mirada al frente.

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—Pero el ataque fue orquestado por un jinete que huyó antes de que yo llegara —continúa Xaden, alzando la voz—. Un jinete que tenía acceso al mapa de dónde están asignados a dormir todos los de primer año, y ese jinete debe ser llevado ante la justicia rápidamente. Mierda. Esto está a punto de ponerse feo. —Te llamo para que respondas por tu crimen contra la cadete Sorrengail. —La atención de Xaden se desplaza hacia el centro de la formación—. Líder de ala Amber Mavis. El cuadrante exhala un suspiro colectivo antes de que un alboroto recorra la multitud. —¿Qué demonios? —Dain enloquece. Se me aprieta el pecho. Dioses, odio cuando Dain me da la razón. Rhiannon me toma de la mano y la aprieta con fuerza en señal de apoyo mientras la atención de todos los jinetes del patio gira entre Xaden, Amber... y yo. —Ella también es una Tyr, Nadine —dice Ridoc por encima del hombro—. ¿O sólo tienes prejuicios contra los marcados? La familia de Amber permaneció leal a Navarra, por lo que no se vio obligada a ver cómo ejecutaban a sus padres y no quedó marcada por una reliquia de rebelión. —Amber nunca lo haría. —Dain sacude la cabeza—. Un líder de ala nunca lo haría. —Se gira completamente para mirarme—. Sube ahí y diles a todos que está mintiendo, Vi. —Pero no lo está haciendo —digo lo más suavemente que puedo. —Es imposible. —Sus mejillas se sonrojan con un tono rojo moteado. —Estuve allí, Dain. —La realidad de su incredulidad duele mucho más de lo que esperaba, como un golpe en mis ya maltrechas costillas. —Los Líderes de ala son irreprochables... —Entonces, ¿por qué te apresuras a llamar mentiroso a nuestro propio jefe de ala? —Levanto mis cejas, desafiándolo a decir lo que tanto se cuida de callar. Detrás de él, Amber da un paso adelante, separándose de la formación. —¡No he cometido tal crimen! —¿Ves? —Dain mueve el brazo, señalando hacia la pelirroja—. Pon fin a esto ahora mismo, Violet. —Estaba con ellos en mi habitación —digo simplemente. Gritar no lo convencerá. Nada lo hará. —Eso es imposible. —Levanta las manos, como si estuviera dispuesto a acunarme la cara—. Déjame ver. El shock de lo que pretende hacer me hace retroceder. ¿Cómo he podido olvidar que su habilidad le permite ver los recuerdos de los demás?

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Pero si lo dejo ver mi recuerdo de la participación de Amber, también le demostrará que he detenido el tiempo, y no puedo permitir que eso ocurra. Sacudo la cabeza y doy otro paso atrás. —Dame el recuerdo —ordena. La indignación me levanta la barbilla. —Tócame sin permiso y pasarás el resto de tu vida arrepintiéndote. La sorpresa recorre sus facciones. —Jefes de ala. —Xaden proyecta su voz sobre el caos—. Necesitamos un quórum. Tanto Nyra como el Septon Izar, los jefes de ala de la Primera y Segunda Ala suben las escaleras hasta el estrado y pasan junto a Amber, que permanece totalmente expuesta en el patio. Un caos familiar llena el aire, y todos miramos hacia la cresta mientras seis dragones se curvan a lo largo de la montaña, volando directamente hacia nosotros. El mayor de ellos es Tairn. En cuestión de segundos, llegan a la ciudadela y planean sobre los muros del patio. El fuerte batir de sus alas sopla a través del patio. Luego, uno a uno, aterrizan en su percha, Tairn en el centro del grupo. Cada línea de su cuerpo destila amenaza mientras sus garras aplastan la mampostería bajo su agarre y sus ojos entrecerrados y furiosos se centran en Amber. Sgaeyl está encaramada a la derecha, tomando su posición detrás de Xaden. Es igual de aterradora que el primer día, pero entonces nunca imaginé que me uniría a un dragón aún más aterrador... para todos menos para mí. La Cola de Escorpión Roja de Nyra también se asoma detrás de ella, y la Cola de Daga Marrón de Septon refleja la postura a la izquierda. En los extremos, resoplando ráfagas de vapor, están el Cola de Garrote Verde del Comandante Panchek y el Cola de Garrote Naranja de Amber. —La mierda está a punto de hacerse real —dice Sawyer, rompiendo la formación para colocarse a mi lado, y siento a Ridoc a mi espalda. —Puedes parar todo esto ahora mismo, Violet. Tienes que hacerlo —implora Dain—. No sé lo que viste anoche, pero no era Amber. A ella le importan demasiado las reglas como para romperlas. Y ella cree que yo las rompí al usar mi daga en el último ascenso al Gauntlet. —¡Estás usando esto para vengarte de mi familia! —Amber le grita a Xaden—. ¡Por no apoyar la rebelión de tu padre! Eso es un puto golpe bajo. Xaden ni siquiera se da por enterado y se vuelve hacia los demás líderes.

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No exige pruebas como Dain. Me cree, y está dispuesto a ejecutar a un líder de ala sólo con mi palabra. Tan seguro como si fueran una estructura física, siento que mis defensas se quiebran en nombre de Xaden. —¿Puedes ver mis recuerdos? —le pregunto a Tairn—. ¿Compartirlos? —Sí. —Su cabeza serpentea ligeramente a izquierda y derecha—. Nunca se ha compartido un recuerdo fuera de un vínculo de emparejamiento. Se considera una violación. —Xaden está ahí arriba peleando por mí, porque le dije que fue ella. Ayúdalo. — Y dioses, lo admiro por ello. Respiro hondo—. Sólo lo que necesitan ver. ¿Deseo y admiración? Estoy tan jodida. Tairn emite un graznido y todos los dragones, aparte de Sgaeyl, se ponen rígidos contra la pared, incluso el de Amber. Los jinetes se apresuran a seguirlo, el silencio llena el patio, y sé que lo saben. —Esa desgraciada sin carácter —gime Rhiannon, apretando aún más mi mano. Dain palidece. —¿Me crees ahora? —Lo lanzo como la acusación que es—. Se supone que eres mi más viejo amigo, Dain. Mi mejor amigo. Hay una razón por la que no te lo dije. Se tambalea hacia atrás. —Los jefes de ala han formado quórum y están de acuerdo unánimemente — anuncia Xaden, flanqueado por Nyra y Septon mientras el comandante se queda atrás—. Te declaramos culpable, Amber Mavis. —¡No! —grita—. ¡No es un crimen librar al cuadrante del jinete más débil! Lo hice para proteger la integridad de las alas. —Camina presa del pánico, mirando a todo el mundo en busca de ayuda. En conjunto, la formación retrocede. —Y como es nuestra ley, tu sentencia se cumplirá con fuego —afirma Nyra. —¡No! —Amber mira a su dragón—. ¡Claidh! El cola de daga Naranja de Amber gruñe a los otros dragones y levanta una garra. Tairn gira su enorme cabeza hacia Claidh y su rugido hace temblar el suelo bajo mis pies. Luego le chasquea los dientes a la pequeña naranja y ella retrocede, con la cabeza colgando mientras vuelve a pegarse a la pared. La visión me rompe el corazón, no por Amber, sino por Claidh. —¿Tienes que hacerlo? —le pregunto a Tairn. —Esa es nuestra manera. —Por favor, no —ruego, olvidándome de pensar las palabras. Una cosa es castigar a Amber, pero Claidh también sufrirá.

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Tal vez podría hablar con Amber. Tal vez todavía podemos solucionar nuestros problemas. Quizá podamos encontrar puntos en común, convertir nuestro enojo en amistad o al menos en indiferencia casual. Sacudo la cabeza, con el corazón latiéndome en la garganta. Yo lo hice. Estaba tan centrada en si alguien me creería, que no me paré a pensar en lo que podría pasar si lo hacían. Me vuelvo hacia Xaden y le suplico de nuevo, con la voz quebrada al final. —Por favor, dale una oportunidad. Me sostiene la mirada, pero no muestra ni un atisbo de emoción. —Dejé vivir a alguien una vez, y casi te mata anoche, Plateada —dice Tairn. Luego, como si esto fuera lo único que realmente importa al final—: La justicia no siempre es misericordiosa. —Claidh —gimotea Amber, el patio está tan increíblemente silencioso que el sonido se transmite. La formación se divide en el centro. Tairn se inclina hacia abajo, extendiendo la cabeza y el cuello más allá del estrado, hacia donde está Amber. Entonces separa los dientes, enrosca la lengua y la incinera con una ráfaga de fuego tan ardiente que puedo sentirla desde aquí. Se acabó en un santiamén. Un espantoso grito rasga el aire, rompiendo una ventana del ala académica, y todos los jinetes se llevan las manos a los oídos mientras Claidh se lamenta.

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No te asustes si no puedes canalizar inmediatamente los poderes de tu dragón, Mira. Sí, sé que tienes que ser la mejor en todo, pero esto no es algo que puedas controlar. Ellos canalizan cuando sienten que estás lista. Y una vez que lo hagan, será mejor que estés lista para manifestar una habilidad. Hasta entonces, no estás lista. No lo presiones. -PÁGINA SESENTA Y UNO, EL LIBRO DE BRENNAN

sto no es necesario. —Miro de reojo a Liam mientras nos dirigimos hacia la puerta de los Archivos. El carrito ya ni siquiera chirría. Lo arregló el primer día. —Eso me has dicho durante la última semana. —Me lanza una sonrisa, revelando un hoyuelo. —Y sin embargo sigues aquí. Todos los días. Todo el día. —No es que no me guste. Para mi absoluta molestia, en realidad es... agradable. Cortés, divertido y ridículamente servicial. Hace que sea difícil detestar su presencia constante, a pesar de que deja virutas de madera en pequeños montones dondequiera que va, que ahora es dondequiera que voy. Le gusta tallar con su pequeño cuchillo. Ayer terminó la figura de un oso. —Hasta que se ordene lo contrario —dice. Le sacudo la cabeza mientras Pierson se levanta de un salto a las puertas de los Archivos, alisándose la túnica crema. —Buenos días, cadete Pierson. —Igualmente, cadete Sorrengail. —Me ofrece una sonrisa cortés, que se apaga cuando mira a Liam—. Cadete Mairi. —Cadete Pierson —responde Liam, como si el tono del escribano no hubiera cambiado por completo.

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Mis hombros se tensan cuando Pierson se apresura a abrir la puerta. Tal vez sea porque no he estado cerca de los marcados antes que Basgiath, pero la hostilidad hacia ellos se me está haciendo evidente e incómoda. Entramos en el Archivo y esperamos junto a la mesa como cualquier otra mañana. —¿Cómo lo haces? —le pregunto a Liam en un susurro—. ¿Manejar cuando la gente es así de grosera sin reaccionar? —Siempre eres grosera conmigo —se burla, tamborileando con los dedos en el asa del carrito. —Porque eres mi niñera, no porque... —Ni siquiera puedo decirlo. —¿Porque soy el hijo de la deshonrada Coronel Mairi? —Le tiembla la mandíbula, frunce el ceño por un instante y mira hacia otro lado. Asiento y se me revuelve el estómago al pensar en los últimos meses. —Aunque supongo que en realidad no soy mejor. Odié a Xaden nada más verlo, y no sabía nada de él. —Tampoco es que lo sepa ahora. Es exasperantemente bueno siendo completamente inaccesible. Liam se burla, ganándose la mirada de un escriba cerca de la esquina del fondo. —Tiene ese efecto en la gente, especialmente en las mujeres. O lo desprecian por lo que hizo su padre o quieren follárselo por la misma razón, depende de dónde estemos. —En realidad lo conoces, ¿no? —Levanto el cuello para mirarlo—. No te eligió para ser mi sombra porque eres el mejor de nuestro curso. —Te acabas de dar cuenta, ¿eh? —Se le dibuja una sonrisa en la cara—. Te lo habría dicho el primer día si no hubieras estado tan ocupada resoplando por el placer de mi compañía. Pongo los ojos en blanco cuando Jesinia se acerca con la capucha puesta. —Hola, Jesinia —le digo por señas. —Buenos días —responde, curvando la boca en una tímida sonrisa mientras su mirada se dirige hacia Liam. —Buenos días. —Hace señas con un guiño, claramente coqueteando. Aquel primer día me sorprendió mucho que supiera hacer señas, pero, sinceramente, había sido un poco prejuiciosa sólo porque no quería una sombra. —¿Sólo estos hoy? —pregunta Jesinia, inspeccionando el carro. —Y estos. —Alcanzo la lista de peticiones en medio de sus evidentes miradas y se la entrego. —Perfecto. —Sus mejillas se sonrojan y estudia la lista antes de guardársela en el bolsillo—. Ah, y el profesor Markham se fue antes de que llegara su informe diario para impartir tu sesión informativa. ¿Te importaría hacerte cargo?

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—Encantada. —Espero hasta que empuja el carrito lejos de nosotros y golpeo el pecho de Liam—. Para —susurro en voz alta. —¿Parar qué? —La observa hasta que dobla la esquina de la primera estantería. —De coquetear con Jesinia. Ella es una mujer de relaciones a largo plazo, así que a menos que eso sea lo que buscas... simplemente... no lo hagas. Las cejas le llegan al nacimiento del cabello. —¿Cómo puede alguien pensar a largo plazo por aquí? —No todo el mundo está en un cuadrante en el que la muerte es menos una posibilidad y más una conclusión inevitable. —Respiro el aroma de los Archivos e intento absorber un poco de la paz que trae. —Así que estás diciendo que algunas personas todavía tratan de hacer cosas lindas como planes. —Exactamente, y esas algunas personas es Jesinia. Créeme, la conozco desde hace años. —Cierto. Porque de mayor querías ser escriba. —Examina los Archivos con una intensidad que casi me hace reír. Como si hubiera alguna posibilidad de que alguien saliera de las estanterías y viniera por mí. —¿Cómo lo sabes? —Bajo la voz cuando pasa un grupo de alumnos de segundo curso, con expresión sombría mientras debaten los méritos de dos historiadores diferentes. —Te investigué después de que me... ya sabes... asignaran. —Sacude la cabeza—. Te he visto practicar esta semana con esas dagas tuyas, Sorrengail. Riorson tenía razón. Habrías sido un desperdicio como escriba. Mi pecho se hincha con más que un poco de orgullo. —Eso está por verse. —Al menos no se han reanudado los desafíos. Supongo que ya morimos bastantes durante las clases de vuelo como para matar a más en el cuerpo a cuerpo—. ¿Qué querías ser de mayor? —pregunto, sólo para mantener la conversación. —Vivir. —Se encoge de hombros. Bueno, eso es... algo. —¿De qué conoces a Xaden, de todos modos? —No soy tan tonta como para pensar que todos en la provincia de Tyrrendor se conocen. —Riorson y yo fuimos criados en la misma finca después de la apostasía —dice, utilizando el término Tyrrish para la rebelión, que no he oído en años. —¿Fuiste acogido? —Me quedo con la boca abierta. Acoger a los hijos de los aristócratas era una costumbre que desapareció tras la unificación de Navarra, hace más de seiscientos años.

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—Bueno, sí. —Vuelve a encogerse de hombros—. ¿Adónde crees que fueron los hijos de los traidores —se estremece al oír la palabra—, después de ejecutar a nuestros padres? Echo un vistazo a las extensas estanterías de textos, preguntándome si alguno de ellos contendrá la respuesta. —No lo pensé. —Se me hace un nudo en la garganta con la última palabra. —La mayoría de nuestras grandes casas fueron otorgadas a nobles que habían permanecido leales. —Se aclara la garganta—. Como debe ser. No me molesto en estar de acuerdo con lo que obviamente es una respuesta condicionada. La respuesta del Rey Tauri tras la rebelión fue rápida, incluso cruel, pero yo era una niña de quince años demasiado perdida en su propio dolor como para pensar con misericordia en la gente que había causado la muerte de mi hermano. Sin embargo, el incendio de Aretia, que había sido la capital de Tyrrendor, nunca me había sentado bien. Liam tenía la misma edad. No era culpa suya que su madre hubiera perdido la fe con Navarra. —¿Pero no fuiste con tu padre a su nuevo hogar? Su mirada se desvía hacia la mía y frunce el ceño. —Es difícil vivir con un hombre que fue ejecutado el mismo día que mi madre. Se me revuelve el estómago. —No. No, eso no está bien. Tu padre era Isaac Mairi, ¿verdad? He estudiado todas las casas nobles de todas las provincias, incluida Tyrrendor. —¿Me había equivocado en algo? —Sí. Isaac era mi padre. —Ladea la cabeza, mirando hacia la zona donde desapareció Jesinia, y tengo la clara sensación de que ha superado esta conversación. —Pero no formaba parte de la rebelión. —Sacudo la cabeza, tratando de encontrarle sentido—. No está en la lista de muertos de las ejecuciones de Calldyr. —¿Leíste la lista de muertos de las ejecuciones de Calldyr? —Sus ojos se encienden. Me hace falta todo mi coraje, pero le sostengo la mirada. —Necesitaba ver que alguien estuviera ahí. Retrocede ligeramente. —Fen Riorson. Asiento. —Mató a mi hermano en la batalla de Aretia. —Mi mente se agita, tratando de armonizar lo que he leído y lo que está diciendo—. Pero tu padre no estaba en esa lista. —Pero Liam sí, como testigo. La mortificación se apodera de mí. ¿Qué demonios estoy haciendo?—. Lo siento mucho. No debería haber preguntado. —Fue ejecutado en casa de nuestra familia. —Sus rasgos se tensan—. Antes de que fuera entregado a otro noble, por supuesto. Y sí, yo también vi cómo lo hacían

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aquella vez. Para entonces ya tenía la reliquia de la rebelión, pero el dolor fue el mismo. —Desvía la mirada, con un nudo en la garganta—. Luego me enviaron a Tirvainne para que me acogiera el duque Lindell, igual que a Riorson. Mi hermana pequeña fue enviada a otro lugar. —¿Los separaron? —Prácticamente se me desencaja la mandíbula. Ni la acogida ni la separación de hermanos se mencionan en ningún texto que haya leído sobre la rebelión, y he leído un montón. Asiente. —Aunque sólo es un año más joven que yo, así que podré verla cuando entre en el cuadrante el año que viene. Es fuerte, rápida y tiene buen equilibrio. Lo conseguirá. —El toque de pánico en su tono me recuerda a Mira. —Siempre puede elegir otro cuadrante —le digo en voz baja, esperando que eso lo tranquilice. Me parpadea. —Todos somos jinetes. —¿Qué? —Todos somos jinetes. Era parte del trato. Se nos permite vivir, se nos da la oportunidad de demostrar nuestra lealtad, pero sólo si logramos atravesar el Cuadrante de los Jinetes. —Me mira desconcertado—. ¿No lo sabías? —Quiero decir... —Sacudo la cabeza—. Sé que los hijos de los líderes, los oficiales, fueron todos obligados al servicio militar obligatorio, pero eso es todo. Muchos de esos apéndices del tratado son clasificados. —Personalmente creo que el cuadrante fue elegido para darnos la mejor oportunidad de ascender de rango, pero otros.... —Hace una mueca—. Otros piensan que es porque la tasa de mortalidad es mucho más alta para los jinetes, así que esperaban matarnos a todos sin tener que hacerlo ellos mismos. He oído decir a Imogen que en un principio pensaron que los dragones tenían un honor intachable, por lo que nunca se vincularían a un marcado en primer lugar, y ahora no saben muy bien qué hacer con nosotros. —¿Cuántos son? —Pienso en mi madre y no puedo evitar preguntarme cuánto de esto sabe, cuánto de esto aceptó cuando se convirtió en la comandante general de Basgiath tras la muerte de Brennan. —¿Xaden nunca? —Hace una pausa—. Sesenta y ocho de los oficiales tenían hijos menores de veinte años. Somos ciento siete, todos portadores de reliquias de la rebelión. —El mayor es Xaden —murmuro. Asiente. —Y la más pequeña ya tiene casi seis años. Se llama Julianne. Creo que voy a vomitar.

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—¿Está marcada? —Nació con ella. Entiendo que fue hecho por un dragón, pero ¿qué carajo? —Y está bien que preguntes. Alguien debería saberlo. Alguien debería recordar. —Sus hombros suben y bajan mientras respira profundamente—. De todos modos, ¿es difícil para ti estar aquí? ¿O es más una cuestión de comodidad? Cambio de tema, anotado. Observo las filas de mesas, que se llenan lentamente de escribas que se preparan para trabajar, e imagino a mi padre entre ellos. —Es como volver a casa, pero no. Y no es que haya cambiado, este lugar nunca cambia. Diablos, creo que el cambio es el enemigo mortal de un escriba. Pero empiezo a darme cuenta de que he cambiado. No encajo aquí. Ya no. —Sí. Lo entiendo. —Algo en su voz me dice que realmente lo hace. Tengo en la punta de la lengua preguntarle cómo han sido para él los últimos cinco años, pero Jesinia reaparece con el carro cargado de los tomos solicitados. —Aquí lo tengo todo para ustedes. —Hace señas y luego señala el pergamino que hay encima—. Y esto es para el profesor Markham. —Nos aseguraremos de que lo reciba —prometo, inclinándome hacia delante para tomar el carro. Mi cuello alto se mueve y Jesinia jadea y se tapa la boca con la mano. —Oh dioses, Violet. Tu cuello. —Los movimientos de su mano son bruscos, y la simpatía en sus ojos hace que se me apriete el pecho. Simpatía, no es una palabra que se encuentre en nuestro cuadrante. Hay rabia, ira e indignación... pero no simpatía. —No es nada. —Me vuelvo a poner el collarín en su sitio, cubriendo el anillo de moratones amarillentos, y Liam se mueve a mi lado, sujetando el carrito—. Nos vemos mañana. Mueve la cabeza y se retuerce las manos mientras nos dirigimos a la puerta. Pierson la cierra cuando salimos al pasillo. —Riorson me enseñó a luchar durante los años que estuvo en Tirvainne. —El cambio de tema de Liam es apreciado y sin duda intencionado una vez más—. Nunca he visto a nadie moverse como él. Él es la única razón por la que superé la primera ronda de desafíos. Puede que no lo demuestre, pero cuida de los suyos. —¿Intentas convencerme de sus sutilezas? —Ascendemos y compruebo con cierta satisfacción que mis piernas se sienten fuertes hoy. Me encantan los días en que mi cuerpo coopera. —Estás un poco atascada con él por... —Hace una mueca—. Bueno, para siempre. —O hasta que uno de nosotros muera —bromeo, pero no me sale bien cuando doblamos la esquina y tomamos el camino que pasa por delante del Cuadrante de los

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Sanadores—. ¿Cómo puedes hacer esto? ¿Custodiar a alguien cuya propia madre supervisó el ala que capturó a la tuya? —Llevo toda la semana queriendo hacer esa pregunta. —¿Te preguntas si puedes confiar en mí? —Esboza otra sonrisa fácil. —Sí. —La respuesta es sencilla. Se ríe, y el sonido resuena en las paredes del túnel y las ventanas de cristal de la clínica. —Buena respuesta. Todo lo que puedo decir es que tu supervivencia es esencial para la de Riorson, y se lo debo todo. Todo. —Me mira directamente a los ojos al pronunciar la última palabra, incluso cuando el carro choca contra una piedra elevada del pasillo pavimentado. El pergamino que está encima cae al suelo y me estremezco al sentir un dolor sordo en las costillas mientras me apresuro a recogerlo y lo desenrollo a lo largo de la ligera pendiente del pasadizo. —Entendido. —El grueso pergamino no está ansioso por volver a su sitio, y capto una frase que me hace hacer una pausa. La situación en Sumerton es especialmente preocupante. Una aldea fue saqueada y un convoy de suministros saqueado anoche... —¿Qué dice? —pregunta Liam. —Sumerton fue atacado. —Volteo el pergamino para ver si está marcado como clasificado, pero no lo está. —¿En la frontera sur? —Parece tan confuso como yo. —Sí. —Asiento—. Es otro ataque a gran altura, también, si recuerdo mi geografía correctamente. Dice que un convoy de suministros fue saqueado. —Leo un poco más—. Y el almacén comunitario en cuevas cercanas también fue saqueado. Pero eso no tiene sentido. Tenemos un acuerdo comercial con Poromiel. —Un grupo de asalto, entonces. Me encojo de hombros. —Ni idea. Supongo que oiremos hablar de ello en Informes de Batalla de hoy. —Los ataques a lo largo de nuestras fronteras del sur están aumentando, todos con la misma descripción. Aldeas de montaña están siendo destrozadas dondequiera que las barreras se debilitan. Siento un hambre inmensa, increíble, mi estómago roe un vacío que exige ser aplacado con la sangre de... —¿Sorrengail? —Liam me mira, con la preocupación grabada en el entrecejo. —Tairn está despierto —consigo decir, agarrándome el estómago como si fuera yo la que ansía un rebaño de ovejas. O cabras. O lo que él decida para la mañana—. Dioses buenos, por favor, ve a comer algo. —Se te podría sugerir lo mismo —gruñe.

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—No eres muy mañanero, ¿verdad? —El hambre se disipa, y sé que es porque él amortigua el vínculo en ese momento porque yo no puedo. Sus emociones sólo fluyen hacia mí cuando anulan su control—. Gracias. ¿Andarna? —Sigue durmiendo. Estará afuera otros días después de usar tanto poder. —¿Alguna vez es más fácil? —le pregunto a Liam—. ¿Ser abordado por lo que sienten? Hace un gesto de dolor. —Buena pregunta. Deigh se controla bastante bien, pero cuando se enfada.... —Liam sacude la cabeza—. Se supone que ayuda una vez que empiezan a canalizar y tenemos el poder de escudarlos, pero sabes que Carr no se va a molestar con nosotros hasta que eso ocurra. Ya había asumido que Liam no tenía todavía sus habilidades, teniendo en cuenta que está conmigo en todas y cada una de las clases, pero es reconfortante saber que todavía está conmigo en la menguante población de jinetes sin poderes. Aunque Andarna me ha dado su don para detener el tiempo, estoy bastante segura de que no va a ser habitual que lo utilice, sobre todo si ella tarda días en recuperarse. —Así que Tairn tampoco te ha canalizado a ti, ¿verdad? —pregunta Liam, con una expresión de incertidumbre y vulnerabilidad en el rostro. Sacudo la cabeza. —Creo que tiene problemas de compromiso —susurro. —Ya te escuché. —Entonces no te metas en mi cabeza. Me asalta otra oleada de hambre paralizante y casi aplasto el pergamino de Markham en la mano. —No seas imbécil. Juro que lo oigo soltar una risita como respuesta. —Será mejor que nos demos prisa o nos perderemos el desayuno. —Bien. —Termino de enrollar el pergamino y lo vuelvo a poner en el carro.

—Quiero ser como los chicos geniales —refunfuña Rhiannon mientras los alumnos de primer año de la Segunda y Tercera Ala salen a borbotones de la escalera de la torreta que lleva al aula del profesor Carr esa tarde, atascando aún más el pasillo de camino a Informes de Batalla. —Lo seremos —prometo, enlazando mi brazo con el suyo. Tengo que admitir que siento una punzada de celos en el pecho.

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—Puede que seas genial, ¡pero nunca serás tan genial como yo! —Ridoc empuja a Liam y me echa el brazo por encima del hombro. —Se refiere a todos los que ya están canalizando —explico, haciendo malabares con mis libros para que no se me caigan—. Aunque al menos, si no estamos canalizando, no estamos estresados por manifestar una habilidad antes de que la magia nos mate. —La reliquia que tengo en el centro de la espalda me hormiguea, y no puedo evitar preguntarme si el don de Andarna habrá activado ese reloj para mí. —Oh, pensé que estábamos discutiendo cómo me había ganado en el examen de física. —Sonríe—. Definitivamente la nota más alta de la clase. Rhiannon pone los ojos en blanco. —Por favor. Saqué cinco puntos más que tú. —Dejamos de contar tus notas hace meses. —Se inclina ligeramente hacia delante—. Tus notas en esa clase lo hacen injusto para el resto de nosotros. —Mira entre nuestros hombros—. Espera. ¿Cuánto sacaste, Mairi? —No me meteré en medio de esto —responde Liam. Me río cuando nos separamos y entramos en el embotellamiento de cadetes para acceder a la sala de reuniones. —Lo siento, Sorrengail —dice alguien, apartándose del camino y arrastrando consigo a su amigo cuando entramos en el aula escalonada. —¡No hay nada que lamentar! —grito, pero ya se dirigen unas filas más arriba— . Nunca me voy a acostumbrar a eso. —Sin duda facilita el acceso a los sitios —bromea Rhiannon mientras bajamos los escalones que se curvan a lo largo de la enorme torreta. —Muestran el nivel apropiado de deferencia —refunfuña Tairn. —A lo que creen que seré, no a lo que soy. —Encontramos nuestra fila y caminamos hacia nuestros asientos, sentados como un escuadrón entre los de primer año. —Eso demuestra una excelente previsión. La sala bulle de energía a medida que entran los corredores y no puedo evitar darme cuenta de que ya nadie tiene que permanecer de pie. Nuestro número ha disminuido exponencialmente en los últimos cuatro meses. El número de sillas vacías da que pensar. Ayer perdimos a otro de primer año cuando se acercó demasiado al Cola de Escorpión Roja de otro jinete en el campo de vuelo. Un segundo estaba allí de pie, y al siguiente era un trozo de tierra quemada. Me mantuve lo más cerca posible de Tairn el resto de la sesión. Se me eriza el cuero cabelludo, pero lucho contra el impulso de darme la vuelta. —Riorson acaba de llegar —dice Liam desde el asiento a mi derecha, dejando la figurita de dragón que está tallando y mirando hacia los alumnos de tercer curso.

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—Me lo imaginaba. —Levanto el dedo medio y mantengo la mirada al frente. No es que no me guste Liam, pero sigo enojada con Xaden por habérmelo asignado. Liam resopla y sonríe, mostrando su hoyuelo. —Y ahora te está mirando mal. Dime, ¿es divertido molestar al jinete más poderoso del cuadrante? —Podrías probarlo tú mismo y averiguarlo —sugiero, abriendo mi cuaderno por la siguiente página vacía. No puedo darme la vuelta. No lo haré. Desear a Xaden está bien. Tiene que estarlo. ¿Complacer los impulsos que me provoca? Eso es estúpido. —Eso va a ser un no de mi parte. Pierdo la batalla con mi autocontrol y miro por encima del hombro. Efectivamente, Xaden está sentado en la primera fila junto a Garrick, dominando el arte de parecer aburrido. Le hace un gesto con la cabeza a Liam, que se lo devuelve. Pongo los ojos en blanco y vuelvo a mirar hacia delante. Liam se concentra en su tallado, que se parece mucho a su Cola de Daga Roja, Deigh. —Te juro que pensarías que hay intentos de asesinato contra mí en cada clase con la forma en que te hace hacerme sombra. —Sacudo la cabeza. —En su defensa, a la gente le gusta intentar matarte. —Rhiannon coloca sus útiles. —¡Una vez! Ha pasado una vez, Rhi! —Acomodo mi postura para mantener mi peso lejos de mis costillas heridas. Están cubiertas, pero apoyarme en el respaldo de mi asiento no es una opción. —Bien. ¿Y cómo llamarías a todo ese asunto con Tynan? —Rhiannon pregunta. —Threshing. —Me encojo de hombros. —¿Y las constantes amenazas de Barlowe? —Me mira arqueando una ceja. —Tiene razón —dice Sawyer, inclinándose hacia delante desde el asiento contiguo al de Rhiannon. —Sólo son amenazas. La única vez que me han atacado de verdad ha sido por la noche, y no es que Liam duerma en mi habitación. —Quiero decir, no me opongo... —comienza, con su cuchillo trabajando sobre el trozo de madera. —Ni empieces. —Ladeo la cabeza para mirarlo y no puedo evitar reírme—. Eres un coqueto desvergonzado. —Gracias. —Sonríe y vuelve a tallar. —No era un cumplido. —No le hagas caso, sólo está sexualmente frustrada. Hace que una chica se ponga de mal humor. —Rhiannon anota la fecha en su hoja vacía y yo la sigo,

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sumergiendo la pluma en mi tintero portátil. Esas plumas fáciles y que no ensucian nada que algunos de los otros ya pueden usar es solo otra razón por la que no puedo esperar para canalizar. No más plumas. Se acabaron los tinteros. —Eso no tiene nada que ver. —Dioses, ¿podría haberlo dicho un poco más alto? —Y aun así no te escucho negándolo. —Ella me sonríe dulcemente. —Lo siento si no cumplo con los requisitos —bromea Liam—. Pero estoy seguro de que Riorson estaría bien si reviso a algunos candidatos, especialmente si eso significa que dejarás de mostrarle el dedo del medio frente a toda su ala. —Y exactamente, ¿cómo revisarías a los candidatos? ¿Qué estarías evaluando? —pregunta Rhiannon, con una ceja levantada sobre su amplia sonrisa—. Esto tengo que escucharlo. Logro mantener una cara seria durante apenas dos segundos antes de reírme de lo horrorizado que se ve de repente. —Gracias por la oferta, aunque. Aseguraré consultar cualquier posible relación con ustedes. —Quiero decir, podrías observar —continúa Rhiannon, parpadeando inocentemente ante él—. Solo para asegurarte de que esté completamente cubierta. Ya sabes, para que nadie... se le pegue. —Oh, ¿ahora estamos contando chistes obscenos? —dice Ridoc desde el lado de Liam—. Porque toda mi vida ha llevado a este preciso momento. Incluso Sawyer se ríe. —Que me jodan —murmura Liam en voz baja—. Sólo digo que como ahora estás protegida por la noche... —Nos reímos más fuerte y él exhala un profundo suspiro. —Espera. —Dejo de reír—. ¿Qué quieres decir con que estoy protegida por la noche? ¿Porque estás al lado? —Mi sonrisa se desvanece—. Por favor, dime que no te hace dormir en el pasillo o algo odioso. —No. Por supuesto que no. Protegió tu puerta la mañana después del ataque. —Su expresión dice claramente que debería saberlo—. ¿Supongo que no te lo dijo? —¿Él qué? —Protegió tu puerta —dice Liam, esta vez en voz más baja—. Así que sólo tú puedes abrirla. Mierda. No sé cómo sentirme al respecto. Es más que ligeramente controlador, y fuera de lugar, pero también... dulce. —Pero si él es el que la protegió, entonces también puede entrar, ¿verdad? —Bueno, sí. —Liam se encoge de hombros mientras los profesores Markham y Devera bajan las escaleras y se dirigen a la parte delantera de la sala—. Pero no es como si Riorson fuera a matarte.

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—Cierto. Verás, aún me estoy adaptando a ese pequeño cambio de opinión. — Tanteo la pluma y se me cae al suelo, pero antes de que pueda inclinarme, las sombras bajo el brazo de mi escritorio levantan el instrumento como una ofrenda. Lo saco de las sombras y vuelvo a mirar a Xaden. Está enfrascado en una conversación con Garrick, sin prestarme ni una pizca de atención. Excepto que, aparentemente, lo hace. —¿Podemos empezar? —Markham llama a la sala y nos quedamos en silencio mientras coloca en el podio el pergamino que Liam y yo le habíamos entregado antes del desayuno—. Excelente. Escribo Sumerton en la parte superior de la página y Liam cambia su cuchillo por una pluma. —Primer anuncio —dice Devera, dando un paso adelante—. Hemos decidido que los ganadores de la Batalla de Escuadrones de este año no sólo tendrán derecho a presumir... —Sonríe como si nos estuviéramos divirtiendo—. Sino que también se les dará un viaje al frente para seguir a un ala activa. Los vítores estallan a nuestro alrededor. —Así que si ganamos, ¿tenemos la oportunidad de morir antes? —susurra Rhiannon. —Quizá estén intentando algo de psicología inversa. —Echo un vistazo a los que nos rodean, que están muy contentos, y me preocupo por su cordura. Por otra parte, casi todos en esta sala pueden permanecer en su dragón. —Tú también puedes. —¿No tienes mejores cosas que hacer con tu día que escuchar mi auto odio? —No particularmente. Ahora presta atención. —Deja de entrometerte y tal vez pueda —contraataco. Tairn resopla. Algún día podré traducir ese sonido, pero no es hoy. —Sé que la Batalla de Escuadrones no comienza hasta la primavera —prosigue Devera—, pero pensé que esa noticia les daría a todos la motivación adecuada para aplicarse en todos los ámbitos antes de los desafíos. Resuena otra ovación. —Y ahora que tenemos su atención. —Markham levanta la mano y la sala se calla—. El frente está relativamente tranquilo hoy, así que vamos a aprovechar esta oportunidad para diseccionar la Batalla de Gianfar. Mi pluma se cierne sobre mi cuaderno. Seguro que no ha dicho eso. Las luces mágicas se elevan hasta los Acantilados de Dralor que separan Tyrrendor, elevando a toda la provincia miles de metros por encima del resto del Continente, antes de brillar con más intensidad sobre la antigua fortaleza situada a lo largo de la frontera sur.

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—Esta batalla fue fundamental para la unificación de Navarra, y aunque ocurrió hace más de seis siglos, hay lecciones importantes que aún hoy afectan a nuestras formaciones de vuelo. —¿Habla en serio? —le susurro a Liam. —Sí. —El agarre de Liam dobla su pluma—. Creo que sí. —¿Qué hizo que esta batalla fuera única? —Devera pregunta, con las cejas levantadas—. ¿Bryant? —La fortaleza no sólo estaba preparada para un asedio —dice el de segundo año desde lo alto de nosotros—, sino que estaba equipada con la primera saeta en cruz, que resultó letal contra la humanidad de los dragones. —Sí. ¿Y? —pregunta Devera. —Fue una de las últimas batallas en las que grifos y dragones trabajaron realmente codo con codo para aniquilar al ejército de los Barrens —prosigue el de segundo año. Miro a izquierda y derecha, observando cómo los demás jinetes empiezan a tomar notas. Surrealista. Esto es simplemente... surrealista. Incluso Rhiannon está escribiendo intensamente. Ninguno de ellos sabe lo que sabemos nosotros, que un pueblo entero de navarros fue saqueado anoche a lo largo de la frontera y las provisiones saqueadas. Y sin embargo, estamos discutiendo una batalla que ocurrió antes de que se inventara la comodidad de la fontanería interior. —Ahora, presten mucha atención —les sermonea Markham—. Porque dentro de tres días entregarán un informe detallado y harán comparaciones con batallas de los últimos veinte años. —¿Ese pergamino estaba marcado como clasificado? —pregunta Liam en voz baja. —No —respondo con la misma tranquilidad—. ¿Pero tal vez me lo perdí? —El mapa de batalla ni siquiera muestra actividad cerca de esa cordillera. —Sí. —Asiente, rascando su pluma contra el pergamino mientras empieza a tomar notas—. Tiene que ser eso. Te lo perdiste. Parpadeo, forzando la mano para escribir sobre una batalla que he analizado docenas de veces con mi padre. Liam tiene razón. Es la única explicación posible. Nuestra autorización no es lo suficientemente alta, o tal vez no han terminado de reunir toda la información necesaria para elaborar un informe preciso. O tuvo que haber sido marcado como clasificado. Simplemente me lo perdí.

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El primer subidón de energía es inconfundible. La primera vez que se te forma, que te rodea de un suministro de energía aparentemente interminable, te sentirás adicto al subidón, a las posibilidades de todo lo que puedes hacer con él, al control que tienes en la palma de la mano. Pero aquí está la cosa, ese poder puede volverse rápidamente y controlarte. -PÁGINA SESENTA Y CUATRO, EL LIBRO DE BRENNAN

l resto del mes de noviembre transcurre sin que se mencione lo ocurrido en Sumerton y, para cuando los aullantes vientos traen la nieve en diciembre, ya he renunciado a la esperanza de que el mando haga pública la información. Ni Liam ni yo podemos preguntar directamente a los profesores sin incriminarnos por leer lo que obviamente era un informe clasificado, aunque no estuviera marcado. Me pregunto qué otras cosas no llegan al Resumen de Batalla, pero me lo guardo para mí. Entre eso y mi creciente frustración por mi incapacidad para canalizar, a diferencia de tres cuartas partes del grado, últimamente me guardo muchas cosas para mí. —No del todo —gruñe Tairn. —Sin comentarios de tu parte, no después de que hoy casi me dejas estrellarme contra la ladera de una montaña. —Se me revuelve el estómago sólo de pensar en lo lejos que me dejó caer. La de primer año de la Tercera Ala no tuvo tanta suerte. Perdió su asiento durante una nueva maniobra y terminó en la lista de los muertos esta mañana. Rhiannon balancea su bastón de arco y yo me echo hacia atrás, esquivando el golpe por los pelos. Para mi absoluta sorpresa, mantengo el equilibrio sobre la alfombra de entrenamiento. —Entonces quédate la próxima vez.

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—Empieza a canalizar y tal vez pueda —respondo. —Estás distraída esta noche. —Rhiannon retrocede cuando recupero el equilibrio, mostrándome una piedad que ningún oponente tendría durante un desafío. Su mirada se desvía a través de la alfombra hacia donde Liam está sentado en un banco, tallando otro dragón, y vuelve a la mía, dirigiéndome una mirada que dice que seguirá más tarde, una vez que me haya liberado de mi sombra constante durante la noche—. Pero eres más rápida de lo que solías ser. Lo que sea que Imogen te hace hacer está funcionando. —Aún no estás lista para canalizar, Plateada. —Como si alguna vez hubiera alguna duda —dice Imogen desde la colchoneta de al lado, donde sujeta a Ridoc con una llave en la cabeza, esperando a que se rinda. A mi izquierda, Sawyer y Quinn se rodean mutuamente, preparándose para otra ronda, y detrás de Rhiannon, Emery y Heaton hacen todo lo que pueden para entrenar a los otros estudiantes de primer año que ganamos después del Threshing, mientras Dain mira, evitando cuidadosamente cualquier cosa que tenga que ver conmigo. Según sus recientes órdenes, los martes por la noche son para la práctica cuerpo a cuerpo del escuadrón, porque la carga académica completa que llevamos, unida a las clases de vuelo y ahora la instrucción de esgrima para algunos de nosotros no nos deja mucho tiempo para el tatami. Algunas de las colchonetas más alejadas están ocupadas por otros jinetes con la misma idea, uno de los cuales es Jack Barlowe. De ahí que Liam se negara cuando Ridoc le pidió que se enfrentara a él. —Me lo estás poniendo fácil —le digo a Rhiannon. El sudor me resbala por la espalda, mojando la túnica ajustada que elegí mientras mi chaleco de escamas de dragón se seca en el banco junto a Liam. No es que necesite más práctica. Ya ha derrotado a todos menos a Dain, y una parte de mí piensa que eso se debe a que Dain se niega a ser vencido por un jinete más joven. —Hemos estado en esto durante una hora. —Rhiannon agita su bastón en el aire—. Estás cansada, y lo último que quiero es hacerte daño. —Los retos se reanudan después del solsticio —le recuerdo—. No me haces ningún favor conteniéndote. —No se equivoca —dice una voz grave detrás de mí. En mi periferia, veo a Liam de pie y murmuro una maldición en voz baja. —Enterada —digo por encima del hombro cuando Xaden pasa junto a nuestra colchoneta, acompañado por Garrick, como de costumbre. Sin embargo, es imposible apartar la mirada hasta que pasa. Dioses, lo tengo mal—. Vete a menos que tengas algo útil que decir. —Muévete más rápido. Tendrás menos probabilidades de morir. ¿Qué te parece eso? —responde, colocándose en una colchoneta cerca del centro del gimnasio.

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Los ojos de Rhiannon se desorbitan y Liam sacude la cabeza. —¿Qué? —La forma en que le hablas —murmura Rhiannon. —¿Qué va a hacer? ¿Matarme? —Cargo hacia adelante, balanceando mi bastón hacia sus piernas. Salta sobre el ataque y gira, llevando el bastón contra el mío con un chasquido. —Es probable que se maten el uno al otro —añade Liam, sentándose de nuevo—. No puedo esperar a ver cómo se desenvuelven después de la graduación. Después de la graduación. —No me he permitido pensar más allá de esta semana, mucho menos hasta la graduación. —No cuando hay algunas preguntas muy difíciles que no estoy lista para hacer. —Mira, sé que estás... enfadada por lo mucho que tarda Tairn en canalizar — dice Rhiannon, rodeándome de nuevo en la colchoneta—. Sólo digo que en esta colchoneta conmigo es un lugar mucho más seguro para que descargues esa ira que con el gigante líder del ala que maneja las sombras. —No quiero desquitarme contigo. Eres mi amiga. —Hago un gesto hacia Xaden—. Él es quien me ha clavado una sombra de la que no me puedo librar porque cree que soy su debilidad. ¿Pero me ayuda? —Golpeo con el bastón y ella responde— . No. ¿Me entrena? —Otra embestida, otro choque de nuestros bastones—. No. Es muy bueno apareciendo cuando estoy a punto de morir y eliminando amenazas, pero eso es todo. —Seguro que no tiene ningún problema en no mirarme como yo lo hago con él. —Así que definitivamente hay algo de ira allí —dice Rhiannon mientras se aleja fácilmente. —Te pondrías furiosa si alguien te quitara tu libertad. Si tuvieras a Liam en tu puerta todas las mañanas y todas las noches, por muy grande que parezca. —Esquivo uno de sus ataques. —Te lo agradezco —interviene Liam, dándome la razón. —Sí —está de acuerdo—. Lo haría. Y estoy molesta por ti. Ahora, vamos a poner esa ira en uso. —Rhiannon hace llover otra serie de movimientos sobre mí y sigo el ritmo, pero sólo porque ella está haciendo exactamente lo que la acusé de hacer: tomarlo con calma conmigo. Entonces cometo el error de mirar por encima de su hombro, hacia el centro del gimnasio. Santa. Mierda. Caliente. Xaden y Garrick se han despojado de sus camisetas y están luchando como si sus vidas dependieran de ello, una mezcla de patadas, puñetazos y músculos ondulantes. Nunca había visto a dos personas moverse tan rápido. Es una danza

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hermosa e hipnotizante con una coreografía letal que me hace contener la respiración cada vez que Garrick suelta un golpe y Xaden lo desvía. En los últimos meses he visto a innumerables jinetes sin camiseta. Esto no es nada nuevo. Debería ser absolutamente inmune a la forma masculina, pero nunca lo he a él visto sin camiseta. Cada arista del cuerpo de Xaden está tallada como un arma, todo líneas afiladas y potencia apenas contenida. Su reliquia de rebelión se retuerce alrededor de la parte superior de su cuerpo y destaca sobre el bronce profundo de su piel, acentuando cada puñetazo que da, y su estómago... Quiero decir, ¿cuántos músculos hay en los abdominales? Los suyos están tan rígidamente definidos que probablemente podría contar cada uno de ellos si el resto de él no me distrajera tanto. Y tiene la reliquia de dragón más grande que he visto. La mía consume la piel entre los omóplatos, pero la marca de Sgaeyl ocupa toda su espalda. Y sé exactamente cómo se siente ese cuerpo encima del mío, cuánto poder... Me pica la cadera, me saca del trance y me sobresalto. —Te lo mereces —sermonea Tairn. —¡Presta atención! —Rhiannon grita, retirando su bastón—. Podría haber... Oh. —Claramente, ella ve lo que yo hago, lo que casi todas las demás mujeres, y varios de los hombres, están mirando alegremente. ¿Cómo no hacerlo cuando los dos son hipnotizantes? Garrick es más ancho, más densamente repleto de músculos que Xaden, su reliquia de rebelión sólo se extiende hasta su hombro, el segundo más grande que he visto. Sólo la de Xaden le llega hasta la mandíbula tallada. —Eso es... —murmura Rhiannon a mi lado. —Seguro que sí —estoy de acuerdo. —Deja de cosificar a nuestro jefe de escuadrón —se burla Liam. —¿Es eso lo que estamos haciendo? —Rhiannon pregunta, sin molestarse en apartar la mirada. Se me hace agua la boca ante la musculosa extensión de su espalda y ese trasero esculpido. —Sí, creo que eso es lo que estamos haciendo. Liam resopla. —Podríamos estar vigilando la técnica. —Sí. Absolutamente podríamos hacerlo. —Pero no lo estoy haciendo. Me pregunto descaradamente cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo reaccionaría mi cuerpo al tener cada pizca de esa intensa concentración en mí. El calor me recorre las venas y me escuece en las mejillas. Un golpeteo repetitivo atrae mi atención hacia la derecha, donde Ridoc golpea la colchoneta. Imogen lo suelta, dejándolo, jadeando en la lona, y un destello

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indeseado y absolutamente ilógico de celos feos y retorcidos me apuñala directamente en el pecho ante el puro anhelo que no puede ocultar en su expresión mientras observa a Xaden y Garrick. —Si se distraen tan fácilmente, estamos jodidos para la Batalla de Escuadrones —grita Dain—. Pueden despedirse de cualquier idea de visitar el frente. Todos nos espabilamos, y sacudo la cabeza como si eso fuera a despejar la vertiginosa necesidad que me exige hacer algo más que mirar a Xaden, lo cual es... ridículo. Solo tolera mi existencia porque nuestros dragones están apareados, y yo estoy salivando ante su cuerpo semidesnudo. Sin embargo, es un cuerpo semidesnudo muy bonito. —Vuelvan al trabajo. Tenemos otra media hora —ordena Dain, y siento que me habla directamente a mí, que sería lo primero que me dice desde que mi memoria mató a Amber. —Consiguió que la mataran rompiendo el Codex —gruñe Tairn. Sin duda, cuando miro hacia él, los ojos de Dain se entrecierran, pero debo de estar interpretando mal su rostro. Seguro que no está frunciendo los labios por la traición. —¿Deberíamos? —Rhiannon pregunta, levantando su bastón. —Sí, definitivamente deberíamos. —Ruedo los hombros y empezamos de nuevo. La igualo movimiento a movimiento, usando los patrones que me enseñó, pero cambia el siguiente ataque. —¡Deja de defender y pasa a la ofensiva! —Tairn exige, su ira inunda mi sistema y desbarata mi juego de pies. Rhiannon barre hacia abajo y me tira de espaldas, dejándome sin aliento al chocar contra la colchoneta. Lucho por el aire que no hay. —Mierda, lo siento, Vi. —Rhiannon se arrodilla a mi lado—. Relájate y dale un segundo. —Y sin embargo, ése es el jinete que eligió Tairn —se burla Jack, hablando con alguien de su escuadrón mientras sonríe maliciosamente al borde de la colchoneta— . Empiezo a pensar que eligió mal, pero teniendo en cuenta que no te he visto ejercer ningún poder, apuesto a que tú también estás pensando lo mismo, ¿verdad, Sorrengail? ¿No deberías tener el doble de capacidad para canalizar con dos dragones? No funciona así con Andarna, pero ninguno de ellos lo sabe. Liam se levanta y se interpone entre Jack y yo cuando el primer chorro de aire entra en mis pulmones. —Cálmate, Mairi. No voy a atacar a tu pequeña protegida. No cuando puedo retarla en un par de semanas y romperle accidentalmente su escuálido cuello delante del público. —Jack cruza los brazos sobre el pecho y me mira forcejear con puro

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placer—. Pero dime, te estás cansando de hacer de niñera, ¿verdad? —Su amigo de la Primera Ala le ofrece algo, una rodaja de la naranja que está comiendo, y Jack le aparta la mano por la muñeca—. Aleja esa mierda nociva de mí. ¿Quieres que acabe en la enfermería? —Aléjate de una puta vez, Barlowe —advierte Liam, daga en mano. Respiro una vez, y luego dos, cuando la mirada de Jack pasa de mí a alguien que está detrás de mí. Esa expresión en su cara, mitad envidia, mitad cagarse encima, significa que tiene que ser Xaden. —Sólo está viva gracias a ti —escupe Jack, pero la sangre se le escurre de la cara. —Claro, porque fui yo quien te clavó una daga en el hombro en Threshing. Por fin respiro con normalidad y me pongo de pie, agarrando el bastón con ambas manos. —Podríamos arreglar esto ahora —dice Jack, esquivando a Liam para mirarme a los ojos—. Si has terminado de esconderte detrás de los hombres grandes y fuertes. Se me revuelve el estómago porque tiene razón. La única razón por la que no acepto su desafío es porque no estoy segura de ganar, y la única razón por la que no me ataca es por Liam y Xaden. Si ataco a Jack ahora, lo matarán. El corpulento cuerpo de Garrick aparece a la izquierda y lo añado a regañadientes a mi lista de protectores. Diablos, incluso Imogen se ha acercado, pero no por mí. Sólo están de su lado. —Eso es lo que pensaba —dice Jack, soplándome un beso. —Corriste —gruño, deseando lanzarme hacia delante y darle una paliza, pero obligándome a mantener los pies donde están—. Aquel día en el campo, huiste cuando eran tres contra una, y ambos sabemos que cuando llegue el momento, volverás a huir. Eso es lo que hacen los cobardes. Jack se sonroja y casi se le salen los ojos de la cara. —Por el amor de Dios, Violet —murmura Dain. —Ella no está equivocada —dice Xaden. Garrick se ríe y Liam saca a Jack de la colchoneta cuando salta hacia mí. Las botas de Jack chirrían contra el suelo de madera mientras lucha sin éxito por mantenerse firme, y Liam lo obliga a salir del gimnasio. Con un movimiento de su mano, Xaden cierra las enormes puertas con su poder, bloqueando a Jack. —¿En qué demonios estabas pensando, incitándolo así? —Dain avanza hacia mí, con las cejas fruncidas por la incredulidad. —Oh, ¿ahora te apetece hablar conmigo? —Levanto la barbilla, pero es Xaden quien llena mi visión al interponerse entre nosotros. La furia en sus ojos es palpable, pero no retrocedo.

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—Danos un segundo. —Su mirada se clava en la mía, pero ambos sabemos que no me habla a mí. Me tiembla el pulso. Rhiannon da un paso atrás. —¿Quieres decirme por qué carajo no llevas eso? —Su tono es suave pero letal mientras señala hacia el banco donde reposa mi armadura. —Tengo que lavarlo en algún momento. —¿Y pensaste que sería una buena idea durante el combate? —Su pecho se agita, como si luchara por mantener el control de sí mismo. Intento no fijarme en su pecho ni en el calor que desprende como un maldito horno. —Lo lavé antes de hacer de sparring, sabiendo que podría secarse mientras tu perro guardián vigila, en lugar de dormir sin él porque ambos sabemos lo que pasa detrás de las puertas cerradas por aquí. —Ya no detrás de la tuya. —Le tiembla la mandíbula—. Me aseguré de ello. —¿Porque se supone que debo confiar en ti? —Sí. —Una vena de su cuello se abulta. —Y tú lo haces tan fácil. —El sarcasmo gotea de mi voz. —Carajo, sabes que no puedo matarte. Sorrengail, todo el cuadrante sabe que no puedo matarte. —Se inclina hacia mi espacio, eclipsando el resto de la habitación. —Eso no significa que no puedas hacerme daño. Parpadea y se echa hacia atrás, recomponiéndose en menos de un latido mientras el mío sigue acelerado. —Deja de entrenar con un bastón de arco. Es demasiado fácil que se te caiga de las manos. Limítate a las dagas. Para mi sorpresa, no me lo arrebata sólo para demostrar que puede. —Lo estaba haciendo muy bien hasta que Tairn irrumpió en mi cabeza con toda su ira y me distrajo —argumento, con mis defensas levantándose. —Entonces aprende a bloquearlo —lo dice como si fuera así de simple. —¿Qué, con todo el poder que tengo? —Mis cejas se levantan—. ¿O no sabías que aún no estoy canalizando? —Me dan ganas de estrangularlo, de hacer entrar en razón a su hermosa cabeza. Se inclina para que estemos casi nariz con nariz. —Estoy irritantemente al tanto de todo lo que haces. Gracias a Liam.

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Cada centímetro de mi cuerpo vibra de rabia, de irritación, de... sea lo que sea esta tensión eléctrica que hay entre nosotros mientras estamos ahí de pie, con los ojos fijos en combate. —Líder de Ala Riorson —comienza Dain—. Ella no está acostumbrada al vínculo todavía. Aprenderá a bloquearlo. Las palabras de Dain escuecen como un golpe. Inspiro bruscamente y me alejo de Xaden. Dioses, hemos montado un maldito espectáculo. ¿Qué tiene Xaden que me hace desconectar del resto del mundo? —Eliges los momentos más extraños para defenderla, Aetos. —Xaden pone los ojos en blanco mientras mira a Dain—. Y los momentos más convenientes para no hacerlo. Dain aprieta la mandíbula y se lleva las manos a los costados. Está hablando de Amber. Yo lo sé. Dain lo sabe. Todos en esta incómoda habitación lo saben. Todo nuestro escuadrón estaba ahí cuando Dain me exigió que llamara mentiroso a Xaden. Xaden me devuelve esos ojos insondables. —Haznos un favor a los dos y vuelve a ponerte la puta armadura —termina. Antes de que pueda contraatacar, se da la vuelta y sale de la colchoneta, encontrándose con Garrick en el borde. Su espalda. Mi grito ahogado es incontrolable, y Xaden se tensa un segundo antes de tomar la camiseta de la mano extendida de Garrick y tirársela por la cabeza, cubriendo la reliquia azul marino de un dragón que se extiende desde su cintura hasta ambos hombros, con una textura intrincada de líneas plateadas en relieve que no podía ver desde el otro lado del gimnasio. Líneas plateadas que reconozco al instante como cicatrices. —Te mantuviste firme y controlaste tu temperamento —dice Tairn, y una inmensa oleada de orgullo me inunda el pecho. —Está lista —añade Andarna con una vertiginosa sacudida de alegría que me marea al instante. —Está preparada —acepta.

Un par de horas más tarde, me paso el cepillo por el cabello en la intimidad de mi habitación, todavía vestida hasta las botas y la armadura. Aún no puedo creer que

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haya hecho el ridículo delante de todo mi escuadrón simplemente porque Xaden decidió entrenar sin camiseta. Realmente necesito echar un polvo. Me detengo a mitad de mi tarea cuando un torrente de energía recorre mi espina dorsal, disipándose en un latido. Bueno, eso es... raro. Tal vez sea... No. No puede ser. Se sintió completamente diferente cuando Andarna detuvo el tiempo a través de mí. Eso fue una inundación de todo el cuerpo que se expandió a través de mis dedos de manos y pies, y luego... se fue después. Me recorre otra oleada, esta vez más fuerte, y suelto el cepillo, agarrándome al borde de la cómoda para no caerme mientras mis rodillas amenazan con doblarse. Esta vez la energía no se disipa, sino que se queda, zumbando bajo mi piel, resonando en mis oídos, abrumando todos mis sentidos. Algo dentro de mí se expande, de algún modo demasiado grande para mi propio cuerpo, demasiado vasto para ser contenido, y el dolor desgarra cada nervio mientras me abro, el sonido reverberando a través de mi cráneo como huesos que se rompen. Es como si me hubieran partido las costuras del tejido de mi ser. Mis rodillas golpean el suelo y me pongo las manos en las sienes, intentando meter todo lo que soy de nuevo en mi cráneo, obligándome a encogerme. La energía entra a raudales, un diluvio de poder crudo e infinito que erosiona todo lo que era y forja algo completamente nuevo a medida que llena cada poro, cada órgano, cada hueso. Mi cabeza grita y siento como si Tairn hubiera volado demasiado alto y rápido y no pudiera destaparme los oídos. Lo único que puedo hacer es tumbarme en el suelo y rezar para que la presión se iguale. Miro fijamente mi cepillo, el suelo de madera que me aprieta la mejilla, y respiro. Dentro y luego fuera. Dentro... y luego fuera... rindiéndome a la embestida. Finalmente, el dolor disminuye, pero la energía, el poder, no. Simplemente... está ahí, merodeando por mis venas, saturando cada célula de mi cuerpo. Es todo lo que soy y todo lo que puedo ser a la vez. Me siento despacio y volteo las manos para examinarme el hormigueo en las palmas. Tengo la sensación de que deberían parecer diferentes, cambiadas, pero no lo están. Siguen siendo mis dedos, mis delgadas muñecas, pero ahora son mucho más. Son lo bastante fuertes para dar forma al torrente que llevo dentro, para moldearlo en lo que yo desee. —Este es tu poder, ¿no? —le pregunto a Tairn, pero no responde—. ¿Andarna? Sólo hay silencio. Imagínate, siempre están ahí, metiéndose en mi cabeza cuando necesito un poco de espacio, y no aparecen por ninguna parte cuando es al revés. Antes los había

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oído decir que estaba preparada, pero supuse que mi mente tardaría uno o dos días en abrir por completo ese camino una vez que Tairn empezara a canalizar. Supongo que no. Rhiannon. Tengo que decírselo a Rhiannon. Va a enloquecer con que por fin pueda ir a la clase del profesor Carr con ella. ¿Y Liam? Puede dejar de fingir que no puede canalizar sólo para no verse obligado a dejarme durante una hora al día. El calor me inunda, me eriza la piel y se concentra en mi estómago. Raro, pero da igual. Probablemente sea un efecto secundario del poder. Tiro de la cerradura de mi puerta y la abro de un tirón. La vista se me nubla y la necesidad se abalanza sobre mí, robándome todo pensamiento lógico que no sea saciar la abrumadora... —¿Violet? —La forma borrosa de un hombre se para en el pasillo y parpadeo para que Liam se concentre—. ¿Estás bien? —¿Estás durmiendo en el pasillo? —Me agarro al marco de la puerta mientras una imagen de caída invade mi mente, y siento el chisporroteo de las escamas al entrar en contacto con mi piel caliente. Desaparece tan rápido como apareció, pero el deseo atronador permanece. Oh, mierda. Esto es... lujuria. —No. —Liam sacude la cabeza—. Sólo pasaba el rato aquí antes de acostarme. Entonces lo miro. Lo miro de verdad. Es más que guapo, con rasgos fuertes y ojos azul cielo que son asombrosamente hermosos. —¿Por qué me miras así? —Deja el cuchillo y el dragón semi esculpido en el suelo. —¿Así cómo? —Mis dientes se hunden en mi labio inferior y me debato sí frotarme contra él como una gata en celo mientras le exijo que apacigüe este dolor inimaginable. Pero no es a quien realmente quieres. No es Xaden. —Como... —Ladea la cabeza—. Como si algo estuviera pasando. No parece que te sientas, ya sabes, como tú misma. Oh, mierda. Es porque no soy yo misma. Todo esto, la necesidad, la lujuria, el ansia por la única persona con la que estoy destinada a estar... es Tairn. Las emociones de Tairn no sólo me abruman, sino que me controlan. —¡Estoy bien! ¡Vete a la cama! —Vuelvo a mi habitación y doy un portazo mientras aún tengo capacidad mental para hacerlo. Entonces empiezo a caminar, pero eso no detiene la siguiente ráfaga de calor o la compulsión de...

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Tengo que salir de aquí antes de que cometa un error épico y pague con Liam los sentimientos de Tairn. Agarro mi capa forrada de piel con una mano y me recojo el cabello con la otra, me paso la tela por los hombros y me abrocho el broche bajo la garganta. Un segundo después, me asomo a la puerta y, cuando estoy segura de que no hay moros en la costa, huyo, mierda. Llego a la entrada de los escalones en espiral -los que conducen al río- antes de tener que apoyarme contra el muro de piedra y respirar a través de la niebla de las emociones de Tairn. Una vez que pasa la ola, bajo corriendo los escalones, manteniendo una mano en la pared por si vuelvo a hundirme. Las luces mágicas parpadean cuando me acerco y se apagan cuando paso a toda velocidad, como si este nuevo poder ya estuviera funcionando, extendiéndose por el mundo. Lejos. Tengo que alejarme de todos hasta que Tairn termine... lo que sea que él y Sgaeyl estén haciendo. Salgo a trompicones de la escalera y emerjo ante los cimientos de la ciudadela. La nieve inunda el cielo y echo mi cabeza hacia atrás, saboreando el breve beso de los copos de nieve sobre una piel que se ha calentado por todas las razones equivocadas. El aire es fresco, frío, y... Abro los ojos al percibir el aroma en el aire y me arremeto, con la capa abriéndose detrás de mí, para encontrar la fuente del humo dulce y fácilmente identificable. Xaden está recostado contra la pared, con un pie apoyado en la piedra, fumando y observándome como si no le importara nada. —¿Eso es... churam? Suelta una bocanada de humo. —¿Quieres un poco? A menos que estés aquí para continuar nuestra discusión anterior, en cuyo caso, no hay nada para ti. Mi mandíbula prácticamente se desencaja. —¡No! ¡No se nos permite fumar eso! —Sí, bueno, la gente que hizo esa regla obviamente no estaba unida a Sgaeyl y Tairn, ¿verdad? —Una sonrisa levanta una comisura de sus labios. Dioses, podría quedarme mirando sus labios para siempre. Tienen una forma perfecta y, sin embargo, son demasiado exquisitos para la línea cortante de su mandíbula. —Ayuda a… distanciarse. —Me ofrece el churam enrollado y arquea una ceja hacia mí, la de la cicatriz—. Más allá de lo que hace el escudo, por supuesto.

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Sacudo la cabeza y atravieso la nieve recién caída para apoyar mi peso en la pared junto a él, dejando caer la cabeza contra la piedra. —Como quieras. —Inhala profundamente el churam y luego se pone contra la pared. —Me siento como si estuviera ardiendo. —Eso es decir poco. —Sí. Eso pasa. —Su risa tiene un toque malvado, y cometo el imperdonable error de girarme para ver su sonrisa. Xaden, aunque melancólico y mandón, peligroso y letal, es un espectáculo que me acelera el pulso. Pero Xaden riendo, con la cabeza echada hacia atrás y una sonrisa curvándole la boca, es increíblemente hermoso. Mi estúpido y tonto corazón se siente como si tuviera un puño alrededor, apretándolo con fuerza. No hay nada que no sacrificaría, nada que no daría por tener un momento sin vigilancia con este hombre al que voy a estar atada el resto de nuestras vidas. Tiene que ser Tairn. Sólo... tiene que serlo. Y, sin embargo, sé que no lo es. Mientras admiraba a Liam en el piso de arriba, estoy completamente obsesionada con Xaden. Sus ojos se encuentran con los míos a la luz de la luna. —Oh, Violencia, vas a tener que aprender a escudarte contra Tairn o sus escapadas con Sgaeyl te volverán loca... o a la cama de alguien. Aprieto los ojos para poder escapar de su hermoso rostro mientras me recorre una oleada de calor que me hace sentir un hormigueo y un ardor en cada centímetro de mi piel. Extiendo una mano para volver a apoyarme contra la pared. —Lo sé. Me horroriza volver a ver a Liam. —¿Liam? ¿Por qué? —Gira para mirarme, apoyándose en su hombro—. ¿Dónde demonios está tu guardaespaldas? —Soy mi propio guardaespaldas —contraataco, apoyando la mejilla en la piedra helada—. Y está en la cama. —¿Tu cama? —Su voz es como un relámpago. Abro los ojos para encontrarme con su mirada. La nieve lo hace todo mucho más brillante, resaltando la línea arrugada de su frente, la firmeza de su boca. —No. No es que deba importarte. ¿Está celoso? Eso es... extrañamente reconfortante. Suelta un suspiro, sus hombros se hunden. —No me importa mientras ambos estén de acuerdo, y créeme, no estás en condiciones de consentir. —No tienes ni idea de lo que soy capaz de consentir... —Una necesidad innegable, insaciable, casi me derriba por las rodillas. El brazo de Xaden me rodea la cintura, estabilizándome.

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—¿Por qué demonios no te estás protegiendo? —No todos hemos recibido lecciones. Él comenzó a canalizar justo antes de todo esto... y en caso de que lo hayas olvidado, solo se te permite asistir a la clase del profesor Carr si puedes manejarlo. —Siempre pensé que esa era una regla ridícula. —Suspira—. De acuerdo. Curso intensivo. Solo porque he estado donde tú estás y me he despertado con más de unos cuantos arrepentimientos. —¿En realidad me vas a ayudar? —Te he estado ayudando durante meses. —Su mano se tensa en mi cintura, y juro que puedo sentir el calor de su contacto a través de mi capa y cuero. —No, tú enviaste a Liam para ayudar. Él lleva meses ayudándome. —Mi frente se frunce—. Semanas. Casi meses. Da igual. Tiene el descaro de parecer ofendido. —Yo soy el que irrumpió por tu puerta y mató a todos los que te atacaron, y luego eliminé la otra amenaza a tu vida con una muestra de venganza muy pública y polarizada. Liam no hizo eso. Fui yo. —El público no estaba polarizado. Estaban todos a favor. Yo estaba allí. —Estabas destrozada. De hecho, le rogaste a Tairn que no la matara, sabiendo muy bien que volvería por ti. Ese punto seguía siendo discutible. —Bien. Pero no finjamos que no hiciste la mayor parte por ti mismo. Sería un inconveniente para ti que yo muriera. —Me encojo de hombros y lo pincho descaradamente para ayudar a ignorar la creciente marea de lujuria que me atruena. Me mira con incredulidad. —¿Sabes qué? No vamos a pelear esta noche. No si quieres aprender a escudarte. —Bien. No vamos a pelear. Enséñame. —Inclino la barbilla. Dioses, apenas llego a su clavícula. —Pídemelo amablemente. —Se inclina más cerca. —¿Siempre has sido tan alto? —Suelto lo primero que se me ocurre. —No. Fui un niño en algún momento. Pongo los ojos en blanco. —Pídemelo amablemente, Violencia —susurra—. O me iré. Puedo sentir a Tairn en el borde de mi mente, sus emociones fluyen y refluyen, y sé que la próxima ola va a golpear fuerte. ¿Cuánto tiempo pueden tardar esos dos? —¿Con qué frecuencia es así con ellos? —Con tanta frecuencia que vas a necesitar escudos adecuados. Nunca podrás bloquearlos por completo, y a veces se olvidan de bloquearnos, como esta noche. Por

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eso el churam ayuda, pero al menos es como pasar junto a un burdel en vez de participar activamente en uno. Bueno... mierda. —Bien entonces. De acuerdo. ¿Me enseñarás a escudarme? Una sonrisa curva su boca y mi mirada se posa en sus labios. —Di por favor. —¿Siempre eres tan difícil? —Sólo cuando sé que tengo algo que necesitas. Qué puedo decir, me gusta hacerte retorcer. Es como una dulce venganza por lo que me has hecho pasar estos dos últimos meses. —Me quita la nieve del cabello. —¿Lo que te he hecho pasar? —Increíble. —Me has dado casi un susto de muerte una o dos veces, así que creo que decir por favor es una petición justa. Como si alguna vez hubiera jugado limpio. Respiro hondo y golpeo un copo de nieve que se posa en mi nariz. —Como prefieras. ¿Xaden? —Le sonrío dulcemente y me acerco un poco más—. ¿Podrías, por favor, enseñarme a escudarme antes de que me suba accidentalmente a ti como a un árbol y los dos nos despertemos con remordimientos? —Oh, estoy firmemente en control de mis facultades. —Sonríe de nuevo, y lo siento como una caricia. Peligroso. Esto es condenadamente peligroso. El calor me enrojece la piel, tanto que me debato entre tirar mi capa al suelo sólo para aliviarme un poco. Xaden no lleva ninguna. —Y ya que lo has pedido tan amablemente. —Acomoda su postura y lleva ambas manos a mis mejillas, acunándome la cara antes de deslizarlas hacia atrás para sujetarme la cabeza—. Cierra los ojos. —¿Es necesario tocarme? —Cierro los ojos al sentir su piel contra la mía. —En absoluto. Es una de las ventajas de no pensar con claridad. Tienes una piel increíblemente sensible al tacto. El cumplido me hace aspirar una bocanada de aire. Demasiado para controlar sus facultades. —Necesitas visualizar algún lugar. En cualquier sitio. Yo prefiero la cima de mi colina favorita, cerca de lo que queda de Aretia. Dondequiera que sea, tiene que sentirse como en casa. El único lugar que se me ocurre son los Archivos. —Siente cómo tus pies tocan el suelo y cava un poco. Imagino mis botas sobre el suelo de mármol pulido de los Archivos y las meneo un poco.

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—Entendido. —Eso se llama conexión a tierra, mantener tu yo mental en algún lugar para no ser arrastrado por el poder. Ahora llama a tu poder. Abre tus sentidos. Empiezan a hormiguearme las palmas de las manos y me envuelve un torrente de energía, tan saturado como en mi habitación, pero sin dolor. Está por todas partes, llenando los Archivos y empujando las paredes, haciendo que se inclinen y se doblen, amenazando con romperlas. —Demasiado. —Concéntrate en tus pies. Mantén los pies en la tierra. ¿Puedes ver de dónde fluye la energía? Si no, elige un lugar. Giro en mi mente. El aluvión de energía fundida está fluyendo a través de la puerta. —Lo veo. —Perfecto. Tienes un talento natural. La mayoría de la gente tarda una semana en aprender a tomar tierra. Ahora, haz lo que necesites mentalmente para aislarte de esa corriente. Tairn es la fuente. Bloquea ese poder y recuperarás algo de control. La puerta. Sólo tengo que cerrar la puerta y girar la enorme manivela circular que sella los Archivos para controlar el fuego. El deseo hace que mi corazón lata con fuerza y me agarro a los brazos de Xaden, anclándome en la realidad. —Tú te encargas. —Su voz suena tensa—. Lo que creas en tu mente es real para ti. Cierra la válvula. Construye un muro. Lo que tenga sentido. —Es una puerta. —Mis dedos se clavan en el suave material de su túnica y me empujo mentalmente contra la puerta, forzándola a cerrarse centímetro a centímetro. —Eso es. Continúa. Mi cuerpo físico tiembla ante el esfuerzo que supone empujar mentalmente la puerta para cerrarla, pero lo consigo. —Tengo la puerta cerrada. —Genial. Ciérrala. Imagino que giro la manivela gigante y oigo cómo encajan los cerrojos. El alivio es inmediato, una ráfaga fría de nieve contra mi piel febril. La energía pulsa y abre la puerta. —Ha cambiado. Puedo ver a través de la puerta. —Sí. Nunca podrás bloquearlo del todo. ¿Lo tienes bloqueado? Asiento. —Abre los ojos, pero haz lo posible por mantener la puerta cerrada. Eso significa mantener un pie en tierra. No te sorprendas si resbala. Volveremos a empezar.

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Abro los ojos, manteniendo esa imagen mental de la puerta cerrada de los Archivos, y aunque mi cuerpo sigue acalorado y enrojecido por el calor, esa necesidad ineludible e impulsora está benditamente... algo apagada. —Está... —No encuentro las palabras adecuadas. Xaden me estudia con una intensidad que me hace inclinarme hacia él. —Eres asombrosa. —Sacude la cabeza—. Yo no pude hacer eso en semanas. —Supongo que tengo un profesor superior. —La emoción que me invade es más que alegría. Es una euforia que me hace sonreír como una tonta. Por fin no sólo soy buena en algo, sino asombrosa. Sus pulgares acarician la suave piel bajo mis orejas, y su mirada baja hasta mi boca y se calienta. Flexiona las manos y me hace avanzar unos centímetros antes de soltarme de repente y retroceder un paso entero. —Maldita sea. Tocarte fue una mala idea. —Lo peor —asiento, pero mi lengua roza mi labio inferior. Gime y mi interior se derrite al oírlo. —Besarte sería un error cataclísmico. —Catastrófico. —¿Qué haría falta para volver a oír ese gemido? Los centímetros que nos separan parecen leña, lista para arder al primer indicio de calor, y yo soy una llama viva y palpitante. Esto es todo aquello de lo que debería huir y, sin embargo, negar la atracción primaria que siento es total y absolutamente imposible. —Nos arrepentiremos los dos. —Menea la cabeza, pero hay algo más que hambre en sus ojos cuando me mira los labios. —Naturalmente —susurro. Pero saber que me arrepentiré no me impide desearlo, desearlo a él. Arrepentirse es un problema para la futura Violet. —A la mierda. Un segundo está fuera de mi alcance y al siguiente su boca está sobre la mía, caliente e insistente. Dioses, sí. Esto es exactamente lo que necesito. Estoy atrapada entre la piedra inamovible del muro y las duras líneas del cuerpo de Xaden, y no hay ningún otro lugar en el que preferiría estar. Ese pensamiento debería ponerme sobria, pero lo único que hago es inclinarme hacia él. Me pasa una mano por el cabello, me acuna la nuca y me inclina para besarme más profundamente. Acepta la invitación y desliza su lengua por la mía con movimientos expertos y provocadores que me hacen agarrarme a su pecho y aferrarme a la tela de su camiseta para acercarme más a él, mientras el deseo me recorre la espina dorsal.

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Sabe a churam y a menta, a todo lo que se supone que no debería querer y, sin embargo, no puedo evitar necesitar, y le devuelvo el beso con todo lo que tengo, chupándole el labio inferior y rozándolo con los dientes. —Violencia —gime, y el sonido del apodo en sus labios me pone voraz. Más cerca. Lo necesito más cerca. Como si pudiera oír mis pensamientos, me besa con más fuerza, reclamando cada línea y cada curva de mi boca con un borde temerario que hace cantar a mi cuerpo. Está tan necesitado como yo, y cuando me agarra por el trasero y me levanta, le rodeo la cintura con las piernas y me agarro a él como si mi vida dependiera de que este beso no acabara nunca. La pared se clava en mi espalda, pero no me importa. Por fin tengo las manos en su cabello y es tan suave como imaginaba. Me besa hasta que me siento completamente devorada y explorada, y luego me mete la lengua en la boca para que yo haga lo mismo. Esto es una locura total y absoluta, y sin embargo no puedo parar. No tengo suficiente. Podría vivir eternamente en esta pequeña porción de locura si eso significara mantener su boca en la mía, dejando mi mundo reducido al calor de su cuerpo y al hábil roce de su lengua. Sus caderas se balancean contra las mías y jadeo ante la deliciosa fricción. Rompe el beso, desliza su boca por mi mandíbula, mi cuello, y sé que haría cualquier cosa por tenerlo aquí conmigo. Quiero sentir su boca por todas partes. Somos una maraña de lenguas y dientes, de labios y manos que se buscan mientras la nieve cae a nuestro alrededor, y el beso me consume de la misma forma que lo había hecho antes el poder, tan profundamente que puedo sentirlo en cada célula de mi cuerpo. La necesidad palpita entre mis muslos y me estremezco al saber que no hay nada que él pueda hacer que yo no acepte. Lo deseo. Sólo él. Aquí. Ahora. En cualquier lugar. Cuando sea. Nunca había estado tan descontrolada por un simple beso. Nunca había deseado a alguien como lo deseo a él. Es estimulante y aterrador al mismo tiempo porque sé que en este momento, él tiene el poder de romperme. Y yo se lo permitiría. Me entrego por completo, me derrito en él, mi cuerpo se flexiona contra el suyo y pierdo ese punto de apoyo mental que él llama conexión a tierra. Un destello de luz arde detrás de mis ojos cerrados, seguido del estruendo de un trueno. Los truenos y la nieve no son raros por aquí, pero resumen a la perfección lo que se siente, salvaje y fuera de control. Pero entonces rompe el beso con un jadeo agudo, frunciendo el ceño con algo parecido al pánico antes de cerrar los ojos de golpe. Todavía estoy luchando por respirar hondo cuando se aparta bruscamente de la pared y me toca la parte posterior de los muslos, poniéndome en pie de nuevo. Se

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asegura de que estoy firme y retrocede unos metros, como si la distancia fuera a salvarle la vida. —Tienes que irte. —Sus palabras son entrecortadas y contradictorias con el calor de sus ojos, su respiración entrecortada. —¿Por qué? —El frío es un shock para mi sistema sin su calor corporal. —Porque no puedo. —Se pasa ambas manos por el cabello y se las deja en lo alto de la cabeza—. Y me niego a actuar por un deseo que no es tuyo. Así que tienes que volver a subir esos escalones. Ahora mismo. Sacudo la cabeza. —Pero quiero... —Todo. —Esto no es lo que quieres. —Ladea la cabeza hacia el cielo—. Ese es el puto problema. Y no puedo dejarte aquí sola, así que ten un poco de piedad conmigo y vete. El silencio se hace hielo entre nosotros mientras me repongo. Dice que no. Y lo peor de todo no es el escalofrío del rechazo caballeroso. Es que tiene razón. Esto empezó porque no podía distinguir las emociones de Tairn de las mías. Pero esas emociones se han ido, ¿no? Mi puerta está abierta de par en par, y no siento nada viniendo de la dirección de Tairn. Logro asentir y huyo por segunda vez esta noche, subiendo las escaleras lo más rápido posible para volver a la ciudadela. Mis escudos están abiertos, pero no me molesto en detenerme a cerrar esa puerta mental, ya que Tairn no está irrumpiendo por ella. El sentido común se impone cuando llego a la cima, con los muslos ardiendo por el ejercicio. Xaden nos impidió cometer un gran error. Pero yo no lo hice. ¿Qué demonios me pasa? ¿Y cómo he podido estar a un latido de arrancarme la ropa para acercarme a alguien que no me gusta y, lo que es peor, en quien no puedo confiar plenamente? Es más difícil de lo que debería seguir avanzando en dirección a mi dormitorio cuando todo lo que quiero es volver a bajar esos estúpidos escalones. Mañana va a apestar.

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Lo más preocupante para cualquier instructor es, sin lugar a dudas, cuando los poderes salen mal. Perdimos a nueve cadetes en mi primer año por culpa de habilidades que no pudieron ser controladas desde su primera manifestación. Lástima. -GUÍA DEL CUADRANTE DE JINETES DEL MAYOR AFENDRA (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

i siquiera sé en qué estaba pensando —le digo a Rhiannon mientras me siento con las piernas cruzadas en su cama, viéndola preparar su mochila con libros para la tarde. La reliquia de mi espalda arde hoy, como si necesitara recordarme que ya puedo canalizar, y giro los hombros para intentar aliviar la sensación, pero es imposible. Mi reloj se ha puesto en marcha. —No puedo creer que hayas conseguido esperar tanto para decírmelo. — Levanta la correa de lona por encima de su cabeza y se gira, apoyándose en su escritorio—. Y eso no es un juicio. Ni mucho menos. Estoy a favor de que explores... lo que sea que quieras explorar. —He estado con Liam desde el momento en que salí por la puerta esta mañana, y anoche estaba demasiado desconcertada para expresarlo con palabras. —El nudo entre mis hombros me hace girar el cuello, buscando algo de alivio. Con las clases de vuelo e Imogen haciendo pesas para fortalecer los músculos que rodean mis articulaciones con la esperanza de que no se doblen tan a menudo, lo que ahora mismo es un éxito o un fracaso, soy un amasijo de dolores y tensiones—. Entre que Tairn finalmente canalizó y todo lo demás, fue una noche larga. —Buena observación. —Una sonrisa dibuja su boca y sus ojos marrones brillan—. ¿Estuvo bien? Dime que estuvo bien. Ese hombre parece que sabe exactamente lo que hace.

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—Sólo fue un beso. —El calor canta en mis mejillas ante la descarada mentira— . Pero sí. Sabe exactamente lo que hace. —Se me frunce el ceño, mi imaginación recorre las mil consecuencias de lo que hice anoche, como ha hecho toda la mañana. —¿Tienes dudas? —Inclina la cabeza, estudiándome—. Parece que tal vez hay terceros pensamientos, incluso. —No. —Sacudo la cabeza—. Bueno, ¿quizás? Pero sólo si hace que las cosas entre nosotros sean raras. —Cierto. Porque estás atascada con él para el resto de sus carreras. Vidas, también. ¿Han hablado de lo que pasará después de que se gradúe? —Sus cejas se levantan—. Oh, apuesto a que tienes la elección de los lugares de destino. Los jefes de ala siempre pueden elegir. —Él tendrá que elegir —refunfuño, jugueteando con un cuerda errante de mi mochila—. Yo tendré que seguirlo. Tairn y Sgaeyl llevan años sin separarse. Su último jinete murió hace casi cincuenta años y, por lo que sé, ella volaba adonde y cuando quería para estar cerca de Tairn antes de que Naolin, su último jinete, muriera en Tyrrendor. Es un vuelo de dos días hasta esa parte de nuestra frontera, dependiendo de dónde esté destinado, así que ¿qué vamos a hacer el año que viene y el siguiente? Sus labios se fruncen. —No estoy segura. Feirge dijo que no pueden estar separados más de un par de días, ¿eso significa que uno de ustedes tiene que seguir siempre al otro? —Ni idea. Creo que por eso la mayoría de las parejas se unen en el mismo año, para no tener estos problemas. ¿Cómo se supone que voy a seguir siendo competitiva el próximo año si estoy constantemente volando al frente con Tairn? ¿Cómo se supone que Xaden va a ser eficaz si tiene que volar aquí todo el tiempo? —Mi cara se frunce— . Es el jinete más poderoso de nuestra generación. Se le va a necesitar en el frente, no aquí. —Por ahora. —Rhiannon me mira con intención, alzando las cejas—. Por ahora es el jinete más poderoso de nuestra generación. —¿Qué...? Tres golpes hacen que ambas miremos hacia su puerta. —¿Rhi? —pregunta Liam, con pánico evidente en la voz—. ¿Está Sorrengail ahí dentro contigo? Porque... Rhiannon abre la puerta y Liam entra a trompicones, recuperando el equilibrio antes de que su mirada recorra la habitación y encuentre la mía. —¡Ahí estás! Fui al baño y desapareciste. —Nadie intentará asesinarla en mi habitación, Mairi. —Rhiannon pone los ojos en blanco—. No tienes que estar con ella cada segundo de cada puto día. Ahora danos cinco minutos y luego empezaremos a caminar hacia la clase. —Le empuja el pecho y él retrocede, con la boca abriéndose y cerrándose como si intentara pensar en un argumento pero no pudiera mientras ella lo obliga a salir por la puerta y se la cierra en la cara.

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—Él es... —Suspiro—. Dedicado. —Esa es una palabra para eso —murmura—. Uno pensaría que ese tipo le debe la vida a Riorson o algo así, por la forma en que se pega a ti como pegamento. Más o menos me ha dicho que sí, pero me guardo esa confidencia. Entre las reuniones de Xaden, detener el tiempo y la edad de Andarna, empiezo a guardar demasiados secretos. —¡Oh! —Se le iluminan los ojos y se sienta en el borde de la cama a mi lado—. A mí también me pasó algo anoche. —¿Sí? —Giro para mirarla—. Continúa. —Está bien. —Respira hondo—. Sólo lo he hecho tres veces. Dos veces anoche y una esta mañana, así que ten paciencia un segundo. —Por supuesto. —Asiento. —Mira el libro en mi escritorio. —Entendido. —Mi mirada se fija en el libro de historia que hay a la izquierda del escritorio. Pasa un minuto, pero no aparto la vista. Entonces la cosa desaparece. —¿Qué demonios, Rhi? —Me pongo de pie y giro la cabeza hacia ella—. ¿Qué acaba de...? —Se me cae la boca. Sostiene el libro y me mira con una amplia sonrisa. —¿Es el mismo libro? —Me inclino para ver. Sí, es el mismo. —Supongo que puedo invocar. —Su sonrisa se ensancha aún más. —¡Mierda! —Me agarro a sus hombros emocionada—. ¡Es increíble! Es... ¡increíble! Ni siquiera tengo palabras para describirlo. —Mover objetos y cerrar puertas son las pequeñas magias, la base del manejo que proviene de nuestra conexión constante con nuestros dragones a través de nuestras reliquias una vez que empiezan a canalizar. ¿Pero hacer desaparecer algo y traértelo? No he leído sobre una habilidad como esa en un siglo. Es un poder infernal. —¿Verdad? —Aprieta el libro contra su pecho—. Sólo puedo hacerlo a unos metros de distancia, y no puedo atravesar paredes ni nada. —Todavía —la corrijo, con la alegría burbujeando en mi interior—. Todavía no puedes atravesar paredes. Rhi. Ese es el tipo de habilidad rara que va a hacer toda tu carrera. —Eso espero. —Se levanta y vuelve a dejar el libro sobre su escritorio—. Sólo tengo que desarrollarlo. —Lo harás —lo digo con la misma seguridad que siento. Los tres caminamos hacia el ala académica minutos más tarde, y Sawyer y Ridoc se unen a nosotros cuando salen de la zona común, recién llegados de la biblioteca.

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—He terminado esto para ti —dice Liam, entregándome una figurita mientras subimos la amplia escalera de caracol que lleva al tercer piso. Es Tairn. Incluso ha dominado su gruñido. —Esto es... increíble. Gracias. —Gracias. —Liam me sonríe, mostrando su hoyuelo—. Quería tallar primero a Andarna, pero no estoy tanto con ella, ¿sabes? —Es bastante reservada. —Nos separamos de la multitud que se dirige a la cuarta planta, y guardo el dragón en mi bolso, luego extiendo la mano y le doy un abrazo—. De verdad, me encanta. Gracias. —El pasillo está abarrotado, pero se despeja a medida que avanzamos y nos acercamos a la habitación del profesor Carr. —De nada. —Se vuelve hacia Rhiannon—. Voy a empezar ahora Feirge. Rhiannon bromea con Liam diciéndole que espera que capte toda su valentía, pero me pierdo el resto de la conversación cuando miro hacia la ventana que va del suelo al techo, delante de la entrada de la torre de Informes de Batalla, y se me corta la respiración. Xaden está de pie con los demás jefes de ala, inmersos en lo que parece ser una tensa discusión, con los brazos cruzados sobre el pecho. El comandante tardó cinco minutos en nombrar a Lamani Zohar jefa de ala del Tercer Ala tras la ejecución de Amber, pero como ya era oficial ejecutiva, era lo más lógico. Nunca superaré lo rápido que la gente pasa página por aquí, lo cruelmente que se esconde la muerte bajo la alfombra y se pisotea minutos después. Dioses, Xaden tiene buen aspecto hoy, con el ceño ligeramente fruncido mientras escucha atentamente algo que dice Lamani, y luego asiente. Cuesta creer que anoche tuviera esa boca sobre la mía, esos brazos rodeándome. Olvida las segundas intenciones. Sólo quiero más. Como si sintiera que lo miro fijamente, Xaden levanta la cabeza, su mirada choca con la mía a través del espacio con el mismo efecto que una caricia. Me tiembla el pulso y se me separan los labios. —Vamos a llegar tarde —me recuerda Rhi, mirando hacia atrás por encima del hombro. Xaden mira detrás de mí y su boca se tensa. —Vi, ¿podemos hablar? —pregunta Dain, un poco sin aliento, como si hubiera corrido para alcanzarme. —¿Ahora? —Arranco mi mirada de la de Xaden y me giro para mirar a la persona que creía que era mi mejor amigo. Dain hace una mueca, se frota una mano detrás del cuello y asiente. —Intenté alcanzarte después de la formación, pero desapareciste bastante rápido, y después de lo que pasó anoche, supongo que ahora es mejor que después.

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—Puede que te venga bien querer hablar después de semanas ignorándome, pero ahora mismo tengo clase. —Agarro la correa de mi mochila. —Tenemos un par de minutos. —La súplica en sus ojos es tan pesada que siento su peso en mi pecho—. Por favor. Miro a Rhiannon, que por una vez mira a Dain con sus verdaderos sentimientos, en lugar de la deferencia que le debe como líder de nuestro escuadrón. —Ahora mismo voy. Me mira y luego asiente, dirigiéndose a la sala de Carr con el resto de nuestro grupo. Sigo a Dain fuera de la puerta, a un lugar junto a la pared donde no obstruyamos el tráfico. —Dejaste que Tairn compartiera tu memoria con todo el mundo en lugar de mostrármela tú misma —suelta, con las manos caídas a los lados. —¿Perdón? —¿De qué demonios está hablando? —Cuando pasó todo lo de Amber, te pedí que me enseñaras lo que pasó, y te negaste. —Desplaza su peso, uno de sus gestos nerviosos, y el movimiento me quita parte de la rabia. A la hora de la verdad, es mi mejor amigo, aunque se porte como un imbécil. —No te creí, y esa parte es culpa mía. —Levanta la mano sobre el corazón—. Debería haberte creído, pero no podía conciliar a la mujer que conocía con lo que decías, y tampoco viniste a buscarme después del ataque. —Su tono se llena de dolor—. Tuve que enterarme en formación, Vi. Independientemente de la pelea que tuvimos en el campo de vuelo, sigues siendo... tú para mí. Y mi mejor amiga había sido atacada con saña, casi asesinada, y no dijiste ni una palabra al respecto. —No me lo preguntaste —digo en voz baja—. Me pusiste la mano en la cabeza como si tuvieras derecho a mi memoria después de decirme descaradamente que no me creías, y exigiste que te la enseñara. —Es todo lo que puedo hacer para mantener la voz uniforme. Aparecen dos líneas entre sus cejas. —¿No pregunté? —No me lo preguntaste. —Sacudo la cabeza—. Y después de que me dijeran innumerables veces que no soy lo suficientemente dura para este lugar, que no soy lo bastante fuerte... bueno, lo que pasó en el campo de vuelo llevaba mucho tiempo entre tú y yo. Lo peor es que sabía que no me creerías. Por eso casi no le dije a Xaden quién era, porque estaba segura de que él tampoco me creería. —Pero lo hizo. —La voz de Dain baja, y su mandíbula se tensa—. Y fue él quien los mató en tu dormitorio. —Porque Tairn se lo dijo a Sgaeyl. —Cruzo los brazos sobre el pecho—. No porque ya estuviera allí o algo así. Y sé que lo odias...

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—Tú también tienes motivos para odiarlo —me recuerda, acercándose a mí antes de pensárselo mejor y retirar la mano. —Lo sé —contesto—. Su padre puso una flecha en el pecho de Brennan, según los informes del campo de batalla. Vivo con ese conocimiento todos los días. ¿Pero no crees que me ve y recuerda que mi madre mató a su padre? Es... —Las palabras correctas son difíciles de encontrar—. Es complicado entre nosotros. —Las imágenes de anoche inundan mi mente, desde la primera sonrisa de Xaden hasta el último roce de sus labios, y las alejo. Dain se estremece. —Confías más en él que en mí. —No es una acusación, pero escuece igualmente. —No es eso. —Se me retuerce el estómago. Espera. ¿Es verdad?—. Es que... tengo que confiar en él, Dain. No con todo, por supuesto. —Mierda, me estoy haciendo un nudo en la garganta—. Ninguno de los dos puede hacer nada para que Sgaeyl y Tairn no se apareen, y créeme, a ninguno de los dos nos gusta la situación, pero tenemos que encontrar una manera de superarlo. No tenemos elección. Dain murmura una maldición, pero no está en desacuerdo. —Sé que sólo quieres mantenerme a salvo, Dain —susurro—. Pero mantenerme a salvo también es impedirme crecer. —Parpadea y algo cambia entre nosotros. Como si tal vez, sólo tal vez, por fin estuviera preparado para escucharme—. Cuando me dijiste que este lugar te despoja de todo para revelar lo que hay debajo, tuve miedo. ¿Y si debajo de los huesos quebradizos y los ligamentos frágiles, sólo había más debilidad? Sólo que esta vez, no podría culpar a mi cuerpo. —Nunca has sido débil conmigo, Vi... —empieza Dain, pero sacudo la cabeza. —¿No lo entiendes? —Interrumpo—. No importa lo que tú pienses, sólo importa lo que yo piense. Y tenías razón. Pero el cuadrante de los jinetes me quitó el miedo e incluso la rabia de haber sido arrojada a este cuadrante, y me reveló quién soy en realidad. En el fondo, Dain, soy una jinete. Tairn lo sabía. Andarna lo sabía. Por eso me eligieron. Y hasta que no dejes de buscar formas de mantenerme en una jaula de cristal, no vamos a superar esto, no importa cuántos años de amistad tengamos entre nosotros. Me mira por encima del hombro. —¿Y qué? ¿Riorson se libra de sus problemas de control? Porque la última vez que lo comprobé, Liam fue trasladado a nuestro equipo específicamente para seguirte. Es un punto excelente. —Liam está aquí porque ni siquiera el jinete más fuerte puede protegerse de más de treinta cadetes sin vincularse que lo ataquen. Y si yo muero, Xaden muere. ¿Cuál es tu excusa? Dain se tensa como una estatua, sólo le tiembla el músculo de la mandíbula antes de inclinarse hacia delante y susurrar:

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—Mira, no sabes todo lo que hay que saber sobre Xaden, Vi. Tengo una autorización de seguridad más alta debido a mi habilidad, y debes tener cuidado. Xaden tiene secretos, razones para no perdonar nunca a tu madre, y no quiero que te utilice para vengarse. Se me ponen los pelos de punta. Hay una pizca de verdad en lo que dice, pero no tengo tiempo para centrarme en la confusión que es Xaden ahora mismo. Una relación arruinada a la vez. Entrecierro la mirada cuando Dain vuelve a arrastrar los pies, y una sospecha crece en mi pecho. —Espera, ¿me rogabas que abandonara Basgiath porque no creías que pudiera sobrevivir aquí... o porque intentabas alejarme de Xaden? Sacudo la cabeza antes de que pueda responder. —¿Sabes qué? Es irrelevante. —Y lo digo en serio—. Solo quieres mantenerme a salvo. Te lo agradezco. Pero eso termina ahora, Dain. Xaden está atado a mí por Sgaeyl. Nada más. No necesito protección, y si la necesito, tengo dos dragones malvados que me cubren las espaldas. ¿Puedes respetar eso? Levanta la mano para acariciarme la mejilla y yo le sostengo la mirada, decidida a que entienda que o empieza a valorar mis decisiones o nunca vamos a arreglar nuestra amistad. —De acuerdo, Vi. —Sus ojos se arrugan y su boca esboza una media sonrisa— . ¿Cómo puedo discutir con alguien que tiene dos dragones malvados? Siento un peso en el pecho y, de repente, vuelvo a respirar. Le lanzo una sonrisa pícara. —Exacto. —Siento no haber pedido el recuerdo. —Deja caer su mano sobre mi hombro— . Será mejor que vayas a clase. —Y luego me aprieta suavemente el hombro antes de alejarse. Dejo escapar un suspiro tembloroso y me vuelvo hacia la puerta de la clase de Carr. El pasillo está vacío. Me dirijo a la sala de Carr, una cámara enorme con paredes acolchadas y sin ventanas. Toda ella está iluminada por candelabros de luces mágicas lo bastante brillantes como para emular la luz del día sobre tres docenas de estudiantes de las alas tercera y cuarta, que están sentados en filas en el suelo, espaciados uniformemente para dejarse el mayor espacio posible unos a otros. Rhiannon y Liam se reúnen conmigo en la puerta y el profesor Carr me mira con sus pobladas cejas blancas cuando nos acercamos a su posición en la parte delantera de la sala, dominando el espacio sin hacer nada más que estar ahí de pie. El hombre no es sólo imponente, es jodidamente intimidante. Trago saliva, recordando cómo le rompió el cuello a Jeremiah.

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—¿Finalmente lista para unirse a nosotros, Cadete Sorrengail? —No hay amabilidad en sus ojos, sólo una observación astuta y clínica. —Sí, señor. —Asiento. Me estudia como si fuera un insecto clavado en la pared de la sala de biología. —¿Poder de habilidad? —Todavía no. —Sacudo la cabeza, guardándome todo el asunto de detener el tiempo para mí, como sugirió Xaden. Confías más en él que en mí. En este sentido, Dain tiene razón, y la culpa me revuelve el estómago. —Ya veo. —Chasquea la lengua y me mira—. Sabes que tus hermanos están dotados de extraordinarios poderes de habilidad. La habilidad de Mira para manifestar una protección alrededor de ella y su escuadrón, ha sido una ventaja absoluta para su ala, y ha sido altamente condecorada por su valor tras las líneas enemigas. —Sí. Mira es una inspiración. —Fuerzo una sonrisa, más que consciente de la destreza de mi hermana en el campo de batalla. —Y Brennan... —Mira hacia otro lado—. Los sanadores son muy raros, y perder a uno tan joven fue trágico. —Creo que perder a Brennan es la tragedia. —Me subo la mochila al hombro— . Pero la pérdida de su habilidad fue un golpe definitivo para las alas. —Hmm. —Parpadea dos veces y vuelve a dirigir su escalofriante mirada hacia mí—. Bueno, parece que la línea Sorrengail está bendecida, incluso en una jinete tan... bueno, delicada como tú. Dado que Tairn te ha elegido, sólo esperamos de ti una habilidad que haga temblar la tierra. Toma asiento. Al menos puedes empezar con las magias menores a través de tu reliquia. —Me hace un gesto para que me vaya. —Sin presiones —murmuro mientras caminamos hacia lugares obviamente vacíos en la fila con el resto de nuestro escuadrón. —No te estreses —dice Rhiannon mientras tomamos asiento en el suelo acolchado—. Eso es lo que intentaba recordarte antes. Eres la jinete de Tairn. —¿Qué quieres decir? —Dejé mi mochila a mi lado. —Todos están preocupados por la integridad del ala porque Riorson tenga que visitarla para mantener contenta a su dragón pero, Violet, él no es el jinete más poderoso de nuestra generación. Tú lo eres. —Me sostiene la mirada el tiempo suficiente para hacerme saber que lo dice en serio. El corazón se me sube a la garganta. —¡Ahora empecemos! —Carr grita.

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Diciembre se convierte en enero. Tierra. Escudo. Imagina cerrar tu puerta. Construye tu muro. Percibe quién y qué tiene acceso a tu alrededor. Rastrea el vínculo con tu dragón. Dragones en mi caso. Construye una segunda entrada, una ventana, al archivo de mi poder para la energía dorada de Andarna. Bloquea esos vínculos tanto como puedas. Visualiza. Imagina un nudo de poder, no demasiado intrincado; nadie está preparado para eso todavía, delante de ti, luego desenrédalo. Abre la puerta. Visualiza. Mantén un pie firmemente conectado a tierra en todo momento. Eres inútil a menos que estés conectada a tu potencia, y eres peligrosa si no puedes contenerla. Sólo existe el punto intermedio que te convierte en un gran jinete. Imagina tu poder como una mano, agarrando ese lápiz y llevándolo hacia ti. Levántalo. No. Así no. Inténtalo de nuevo. No, otra vez. VISUALIZA. Estudio para los exámenes. Me preparo para los vuelos. Levanto pesas con Imogen. Me pregunto cuánto tiempo me hará pasar Xaden en la colchoneta con Rhiannon. Gano mi primer desafío, ganándome una daga de una chica de la Segunda Ala. Pero la tarea más agotadora es pasar horas interminables en el archivo de mi mente, aprendiendo qué puerta es de Tairn y cuál pertenece a Andarna, y luego trabajando diligentemente para separar las dos. Resulta que, aunque mi poder fluya de mis dragones, la capacidad de controlarlo proviene de mi propio esfuerzo, y hay noches que caigo en la cama, sumiéndome en el sueño antes incluso de quitarme las botas. Al final de la segunda semana de enero, no sólo estoy enojada porque Xaden no se haya molestado en hablarme de ese beso, sino agotada, y eso sin que se manifieste una habilidad, drenando mi energía para controlarlo. Ridoc puede blandir hielo, que podría ser una habilidad más común, pero es impresionante de ver. Los poderes metalúrgicos de Sawyer crecen cada día. Liam puede ver un solo árbol a kilómetros de distancia. Supongo que puedo detener el tiempo, pero no estoy dispuesta a drenar a Andarna sólo para intentarlo de nuevo, no cuando le llevó más de una semana de sueño continuo recuperarse. Sin habilidad, lo único que puedo hacer son magias menores. Finalmente uso una pluma de tinta, cierro una puerta y la abro. Soy un truco para fiestas. En la tercera semana de enero, gano otra daga en un desafío contra un tipo de la Tercera Ala, la segunda sin debilitar a mi oponente con venenos. Me duele la muñeca, pero mis articulaciones están intactas.

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Y en la cuarta semana, durante el tiempo más frío que he experimentado en Basgiath, me escapo en mitad de la noche para ver el tablón de desafíos. Jack finalmente tendrá la oportunidad de acabar conmigo en la lona mañana. —Me va a matar. —Eso es todo lo que puedo pensar mientras me visto para la mañana, envainando todas mis dagas en los lugares más ventajosos. —Lo va a intentar. —Tairn se ha levantado temprano. —¿Algún consejo? —Sé que Liam nos está esperando para ir a la biblioteca antes del desayuno. —No lo dejes. Me burlo. Lo hace parecer tan condenadamente simple. Ya estamos volviendo de la biblioteca cuando por fin me armo de valor para hablar con Liam sobre el tema. —Si te digo algo, ¿se lo comunicarás a Xaden? Su cabeza gira en mi dirección mientras empuja el carro por el puente entre los cuadrantes. —¿Por qué crees...? —Oh, vamos. —Pongo los ojos en blanco—. Los dos sabemos que le informas de casi todo lo que hago. No soy ignorante. —La nieve cae sobre las ventanas, haciendo un ruido sordo. —Él se preocupa. Yo alivio preocupaciones. —Me mira de nuevo antes de mirar hacia delante—. Sé que no es justo. Sé que es una violación de su intimidad. Pero no es nada comparado con lo que le debo. —Sí. Entendí esa parte. —Me apresuro a abrir la gruesa y pesada puerta de la ciudadela para que pueda pasar—. Quizá debería reformular mi pregunta. Si te contara algo y te pidiera específicamente que esto quedara entre nosotros dos, ¿estarías de acuerdo? ¿Somos amigos o sólo soy tu misión? Hace una pausa mientras cierro la puerta, y me doy cuenta de que está pensando por la forma en que tamborilea con los dedos en el asa del carro. —¿Mantenerlo en secreto alteraría tu seguridad de alguna manera? —No. —Lo alcanzo y empezamos a recorrer la pendiente que acabará dividiéndose en dos túneles: uno hacia los dormitorios y otro hacia los comunes—. No hay nada que puedas hacer, y de eso se trata. —Somos amigos. Dímelo. —Hace una mueca—. Me lo guardaré para mí. —Jack Barlowe podrá desafiarme hoy. Deja de caminar, así que yo también lo hago. —¿Cómo lo sabes? —Y por eso te pido que te lo guardes para ti. —Me encojo—. Sólo... intenta confiar en que lo sé.

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—Los instructores no pueden permitirlo. —Sacude la cabeza, el pánico asoma a sus ojos. —Van a hacerlo. —Me encojo de hombros, forzando una sonrisa tensa—. Lo lleva pidiendo desde el primer día, así que no es que no lo viéramos venir. La cuestión es que Jack va a desafiarme hoy, y cuando lo haga, no puedes intervenir, pase lo que pase. Sus ojos azules se abren de par en par. —Vi, si se lo decimos a Riorson, puede poner fin a esto. —No. —Tomo su mano y pongo la mía encima—. No puede. —Se me revuelve el estómago, pero al menos no vomito como cuando me enteré—. Xaden no puede hacer mucho para protegerme, tanto aquí como cuando estemos en el frente. Tú y yo sabemos que si detiene esto, habrá un alboroto en el cuadrante después de lo que le pasó a Amber. —¿Y esperas que me quede ahí mirando cómo... pasa lo que pasa? —pregunta, incrédulo. —Igual que en los dos últimos desafíos. —Fuerzo otra sonrisa—. No te preocupes. Voy a usar todo lo que tengo a mi favor. —Y todo lo que tengo está actualmente en un frasco metido en el pequeño bolsillo de mi cintura. —Esto no me gusta. —Sacude la cabeza. —Sí, bueno, ya somos dos. Hoy no hay campo de vuelo: los dragones han considerado que hace demasiado frío para volar durante la última semana, lo que significa que todos nos dirigimos al gimnasio de sparring después de la formación. No me molesto en desayunar, pero presto mucha atención a cada cosa que hay en la bandeja de Jack mientras paso por allí, fijándome en lo que hay... y en lo que no. Mi corazón late a un ritmo caótico y nauseabundo cuando los ochenta y un supervivientes de primer curso se reúnen en el gimnasio. El profesor Emetterio llama a los desafíos uno por uno, asignándolos a una colchoneta. Al menos lucharemos todos a la vez, lo que significa que no todos los jinetes estarán mirando. Al menos Xaden no está aquí, lo que significa que Liam cumplió su palabra. —Colchoneta diecisiete, Jack Barlowe de la Primera Ala contra... —Sus cejas se levantan, y respira profundamente—. Violet Sorrengail. Gracias a Dios, Rhiannon ya está en el suelo, lista para desafiar a una mujer de la Tercera Ala, así que no tiene que ver cómo la sangre se escurre de la cara de Liam. No debería tener que ver nada de esto. Sawyer también se ha ido, a la colchoneta nueve. —Jodidamente no —murmura Ridoc, sacudiendo la cabeza. —¡Por fin! —Jack levanta las manos como si ya hubiera ganado.

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—Hagámoslo. —Ruedo los hombros y me dirijo a la colchoneta. Ni Liam ni Ridoc están llamados hoy a la colchoneta, así que caminan a mi lado. —Dime que puedo romper la promesa —suplica Liam, y la mirada suplicante de sus ojos me dice exactamente en qué posición de mierda lo he puesto. —Los de tercer año están afuera haciendo cosas de tercer año —le digo mientras los dedos de mis pies tocan la colchoneta—. No puedes traerlo a tiempo, pero sé lo que significa para ti cumplir tu palabra. Sobre todo con él. Adelante. Mira de mí a Ridoc. —Cuídala como si fueras yo. —¿Quieres decir que soy quince centímetros más alto y estoy hecho un toro? —Ridoc le levanta el pulgar—. Claro. Lo haré lo mejor que pueda. Mientras tanto, será mejor que corras. La mirada de Liam encuentra la mía. —Mantente viva. —Trabajando en ello, y no sólo por mi bien. —Le sonrío—. Gracias por ser una gran sombra. Sus ojos se abren de par en par una fracción de segundo antes de salir corriendo del gimnasio. —Barlowe y Sorrengail —llama Emetterio desde el lado opuesto de la colchoneta—. ¿Armas? Jack salta como un niño al que le acaban de hacer un regalo. —Cualquier cosa que pueda sostener con sus manos enclenques. —Su mirada me produce un escalofrío de aprensión. Me subo a la colchoneta y Jack hace lo mismo, caminando hacia delante hasta que estamos en el centro, uno frente al otro. —Sin armas —recuerda Emetterio—. Tocar o noquear te dará la victoria. Estoy segura de qué todos los reunidos alrededor de la colchoneta saben que Jack no va por ninguna de esas opciones. Si pone sus manos alrededor de mi cuello, estoy muerta. —Eso de que yo muero, Xaden muere es en realidad una hipótesis, ¿no? — pregunto, desenvainando las dagas más difíciles de alcanzar durante un combate, las de mis botas. —Una que prefiero no poner a prueba —gruñe Tairn. Me pongo de pie, agarrando las empuñaduras de mis dagas, mientras Jack me encara con un solo una daga. —Estás bromeando, ¿verdad? ¿Sólo una? —Sólo necesito una. —Sonríe con enfermiza excitación. —Ve por su cuello —sugiere Tairn.

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—No tengo la energía para bloquearte en este momento, así que voy a necesitar que te quedes callado por unos minutos. Un gruñido como respuesta es lo único que obtengo. —Manténgalo limpio —advierte Emetterio—. Ahora. Mi corazón retumba tan fuerte que puedo oírlo en mis oídos mientras empezamos a rodearnos. —Ofensiva. Ahora. Golpea primero —Tairn chasquea. —¡No ayudas! Jack arremete, golpeando con su daga, yo corto con la mía en el dorso de su mano, sacándole sangre. —¡Mierda! —Salta hacia atrás, con las mejillas manchadas. Eso es lo que quiero, lo que necesito para ganar este combate, que se enfade tanto que actúe sin pensar y cometa un error. Baila hacia delante y luego lanza una patada, apuntando a mi sección media, me lanzo hacia atrás, esquivando el golpe por poco. —Apuesto a que te gustaría poder lanzar esa daga, ¿verdad? —se burla, sabiendo que no romperé una regla cuando puedo herir a alguien en los combates que tienen lugar a nuestro alrededor. —Apuesto a que desearías no saber lo que se siente el desenterrar una de mis dagas, ¿verdad? —replico. Aprieta los labios en una fina línea antes de abalanzarse sobre mí en una serie de puñetazos y golpes con su daga. No puedo desviarlo, es demasiado fuerte para mí, como demuestra la daga que me quita de la mano de una patada, así que uso mi velocidad, agachándome y lanzándome al mismo tiempo que le hago otro corte, este a lo largo del antebrazo. —¡Maldita sea! —Se enfurece, girando para seguirme mientras lo rodeo por la espalda. Me atrapa desprevenida, me agarra del brazo y me tira de espaldas a la colchoneta. Recibo el golpe en el hombro y hago una mueca de dolor, pero no se oye ningún desgarro ni rotura. Dar las gracias a Imogen será lo primero que haga si salgo de esta. Manteniéndome el brazo bloqueado, Jack me clava la daga directamente en el pecho, pero mi chaleco lo desvía, rozando mis costillas hasta alojarse en la esterilla. —¡Está usando golpes mortales! —Ridoc grita—. ¡Eso no está permitido! —¡Retíralo, Barlowe! —Emetterio brama. —¿Qué piensas, Sorrengail? —Jack me susurra al oído, manteniéndome inmóvil con el brazo a la espalda—. Admítelo. Tú y yo sabíamos que sería así entre nosotros. Rápido. Vergonzosamente fácil. Fatal. Tu precioso líder de ala no está aquí para salvarte.

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No, pero Xaden sufrirá... quizá peor, si Jack logra su objetivo. Ese pensamiento me incita a actuar. Ignorando el dolor, lanzo mi peso hacía adelante, lastimando mi hombro pero liberándome de su agarre cuando se enreda en mis piernas. Entonces lo pateo directamente en las bolas. Cae de rodillas mientras me pongo de pie, agarrándose mientras su boca se abre en un grito silencioso. —Ríndete —ordeno, recogiendo la daga que se me cayó—. Puedo abrirte en cualquier momento. Tanto tú como yo sabemos que si esto fuera la vida real, estarías acabado. —Si esto fuera la vida real, te habría matado en cuanto hubieras pisado el tatami —ruge con los dientes apretados. —Ríndete. Ahora —¡Vete a la mierda! —Lanza su daga. Levanto las manos para bloquearlo, pero se me clava en el puto antebrazo izquierdo. La sangre corre y el dolor me desgarra los nervios a lo largo del brazo, estallando con alarmante patetismo, pero sé que no debo extraerlo. Ahora mismo, está cerrando la herida todo lo que puede. —¡Toque. Fuera! —grita Emetterio desde el banquillo, pero Jack ya se está moviendo y se abalanza sobre mí con una serie de patadas y puñetazos para los que no estoy preparada. Su puño me golpea en la mejilla y siento cómo se me desgarra la piel. Su rodilla me saca el aire del cuerpo cuando me la clava en el estómago. Pero me mantengo en pie hasta que sus manos me agarran la cara. La agonía llena cada célula de mi cuerpo mientras una energía violenta y vibrante me atraviesa con una intensidad que me hace sentir como si estuviera separando los ligamentos de los huesos, los músculos de los tendones. Grito mientras me sacude una fuerza interna que no comprendo, como si estuviera forzando su propio poder en mi cuerpo, sacudiéndome con mil punzadas de energía vibrante. Ahora. Si no lo hago ahora, me matará. Mi visión ya se está oscureciendo en los bordes. Introduzco una mano temblorosa en el bolsillo del uniforme y abro con el pulgar el tapón del frasco. Sólo puedo ver su sonrisa sádica y un borde rojo alrededor de sus ojos mientras me mete más y más fuerza en el cuerpo, pero tiene las manos ocupadas y está demasiado obsesionado con su victoria para oír que he dejado de gritar, para ver que me muevo. —¡Está usando sus poderes! —Ridoc ruge, y desde el rabillo de mi decreciente visión, veo movimiento a ambos lados.

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Empujo el frasco contra la sonrisa de Jack con tanta fuerza que noto que se le rompe un diente. Las manos nos alcanzan a ambos y oigo gritar a Ridoc y Emetterio, que apartan las suyas tras el contacto. Lo que sea que Jack esté haciendo se transfiere de mí a ellos mediante el tacto. Mis dientes castañetean mientras el dolor me consume, mi cuerpo lucha por desmayarse, por escapar de la insoportable tortura, pero me niego a sucumbir a la oscuridad hasta que Jack resuella. Sus ojos se desorbitan y deja caer las manos, agarrándose el cuello mientras se le cierran las vías respiratorias. Mis rodillas ceden, mi cuerpo aún se estremece cuando caigo sobre la colchoneta, pero también lo hace Jack, que se agita y se agarra el cuello mientras su cara se pone morada. La cara de Ridoc está en la mía en cuestión de segundos. —Respira, Sorrengail. Sólo respira. —¿Qué demonios le pasa? —pregunta alguien mientras Jack se retuerce. —Naranjas —le susurro a Ridoc mientras mi cuerpo finalmente se rinde—. Es alérgico a las naranjas. —Caigo en la nada. Cuando me despierto, no estoy en la colchoneta, y por las ventanas de la enfermería del Cuadrante Sanador sé que ha caído la noche. Llevo horas fuera. Y no es Ridoc el que está en la silla junto a mi cama, mirándome como si quisiera matarme él mismo. Es Xaden. Lleva el cabello alborotado, como si hubiera estado tirando de él, y está volteando una daga de un extremo a otro, sujetándola por la punta sin mirarla siquiera antes de envainarla a su lado. —¿Naranjas?

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Sé que no quieres oír esto, pero a veces hay que saber cuándo dar el golpe mortal, Mira. Por eso debes asegurarte de que Violet entre en el Cuadrante Escribano. Ella nunca será capaz de tomar una vida. -PÁGINA SETENTA, EL LIBRO DE BRENNAN

e muevo en la cama para poder sentarme, pero el dolor en el brazo me recuerda que hace un par de horas tenía clavado un puñal. Ahora está vendado. —¿Cuántos puntos? —Once en un lado y diecinueve en el otro. —Arquea una ceja oscura y se inclina hacia delante, apoyando los codos en las rodillas—. ¿Convertiste las naranjas en un arma, Violencia? Me incorporo y me encojo de hombros. —Trabajé con lo que tenía. —Como te mantuvo con vida, nos mantuvo con vida, no puedo discutirlo, y no voy a preguntarte cómo es que siempre sabes a quién vas a desafiar. —En esa mirada hay rabia, pero también una pizca de alivio—. Decírselo a Ridoc permitió a Emetterio traerlo aquí a tiempo. Desgraciadamente, está cinco camas más abajo que tú, y vivirá, a diferencia del de segundo año que está una fila más allá. Podrías haberlo matado y habernos ahorrado a todos mucho drama. —No quería matarlo. —Giro el hombro, probándolo. Está adolorido, pero no dislocado. Mi cara también está sensible—. Sólo quería que dejara de matarme. —Deberías habérmelo dicho. —La acusación sale de sus labios en un gruñido. —Y no podrías haber hecho nada al respecto, aparte de hacerme parecer débil. —Entorno los ojos hacia él—. Y hace semanas que no estás precisamente para hablar de nada. Si no te conociera mejor, pensaría que ese beso te asustó. —Mierda. No quería decir eso.

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—Eso no se discute. —Algo parpadea en sus ojos y rápidamente es reemplazado por una fría máscara de indiferencia. —¿En serio? —Debería saberlo, considerando que lo ha evitado todo este tiempo. —Fue un error. Tú y yo vamos a estar juntos el resto de nuestras vidas, sin poder escapar del otro. Involucrarse, incluso a nivel físico, es un error colosal. No tiene sentido hablar de ello. Apenas puedo evitar agarrarme el pecho para ver si todos mis órganos están donde se supone que deben estar, ya que siento como si me acabara de destripar con cuatro frases. Pero a él le había gustado tanto como a mí. Yo estuve allí, y no había duda de ese tipo de... entusiasmo. Pero tal vez fue el churam. —¿Y si quiero hablar de ello? —Entonces siéntete libre, pero eso no significa que yo tenga que formar parte de la conversación. Ambos tenemos nuestros límites, y éste es uno de los míos. —La firmeza de su tono me revuelve el estómago—. Estoy de acuerdo en que mantener las distancias no ha funcionado muy bien, y si lo de hoy era para llamar mi atención, enhorabuena. Es tuya. —No sé de qué estás hablando. —Balanceo los pies a un lado de la cama. Necesito mis botas y largarme de aquí antes de hacer un ridículo aún mayor. —Al parecer, no puedo confiar en Liam para que informe de situaciones mortales ni en Rhiannon para que te entrene en el tatami, viendo lo fácil que Barlowe te tenía inmovilizada, así que a partir de este momento, yo me hago cargo. —¿Encargarte de qué? —Mis ojos se entrecierran. —Todo cuando se trata de ti.

Al día siguiente, durante lo que deberían ser nuestras horas de vuelo si no fuera por los aullantes vientos bajo cero que soplan fuera, Xaden me tiene en la colchoneta. Afortunadamente, lleva la camiseta puesta, así que no me distraigo con lo que sé que hay debajo. No, no sólo lleva cueros y botas de combate, sino que también lleva lo que parece ser una docena de dagas diferentes en una docena de fundas diferentes. ¿Es absolutamente tóxico que me atraiga esta mirada suya? Probablemente. Pero una mirada, y mi temperatura sube. —Deja tus dagas fuera de la colchoneta —nos dice, y casi una docena de jinetes nos miran desde otras colchonetas. Al menos a Liam le ha dado tiempo a entrenarse un par de veces contra Dain, primero. La mayoría de los escuadrones están aquí, aprovechando el inesperado

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tiempo libre, así que por suerte todos están ocupados entrenando en vez de observándonos. —Pero estás armado. —Miro fijamente sus vainas. —O confías en mí o no confías. —Inclina ligeramente la cabeza hacia un lado, mostrando más de la reliquia de la rebelión que le rodea el cuello. La misma reliquia que acaricié con la mano mientras me tenía contra el muro de los cimientos hace más de un mes. No. No estoy pensando en eso. Pero mi cuerpo no tiene problemas para recordar. Exhalo un largo suspiro y me acerco al borde del tatami, desenvaino todas las dagas que tengo y las que he ganado y las dejo en el suelo. —Estoy desarmada. ¿Ya estás contento? —Me giro hacia él, extendiendo los brazos. Mi manga larga cubre el vendaje de mi brazo, pero el latido es insistente—. Aunque probablemente podríamos haber esperado un par de días a que se me curara el brazo antes de hacer esto. —Los puntos tiran, pero he pasado peores. —No. —Sacude la cabeza, desenvaina una de sus dagas y camina hacia delante—. Al enemigo no le importa una mierda si estás herida. Lo usarán a su favor. Si no sabes luchar con dolor, harás que nos maten a los dos. —Bien. —Desplazo el peso de mi cuerpo con fastidio. Él no sabe que casi siempre me duele. Es más o menos mi zona de confort—. En realidad es un buen punto, así que te lo concederé. —Gracias por ser tan amable. —Sonríe e ignoro la inmediata oleada de calor que siento en el vientre. Mueve la palma de la mano hacia arriba, mostrándome la daga de hoja extrañamente corta—. El problema no es necesariamente tu estilo de lucha. Eres rápida y te has vuelto bastante formidable desde agosto. El problema es que estás usando dagas que son demasiado fáciles de arrancar de tus manos. Necesitas armas diseñadas para tu tipo de cuerpo. Al menos no dijo debilidades. Estudio la daga que tiene en la mano. Es hermosa, con una sólida empuñadura negra grabada con nudos Tyrrish, runas antiguas y míticas de intrincados remolinos y lazos. La hoja está claramente afilada hasta la perfección letal. —Es espectacular. —Es tuya. Levanto la cabeza, pero sus ojos de ónix no mienten. —La tenía hecha para ti. —Sus labios se curvan ligeramente. —¿Qué? —Se me abre la boca y se me aprieta el pecho. ¿Se ha tomado la molestia de mandarla hacer? Mierda. Eso me produce sentimientos que realmente no quiero tener. Sentimientos suaves y confusos. —Ya me has oído. Tómala.

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Tragando el nudo ilógico que se me hace en la garganta, le quito la daga. La siento sólida en la palma de la mano, pero es infinitamente más ligera que mis otras dagas. No me tensa la muñeca, y mis dedos rodean cómodamente la empuñadura, haciéndola mucho más segura que las dagas que he dejado en el suelo. —¿Quién la hizo? —Conozco a alguien. —¿En el cuadrante? —Mis cejas se disparan. —Te sorprendería lo ingenioso que te vuelves después de tres años aquí. — Una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios y me quedo mirándolo fijamente antes de recordar dónde estamos. —Es increíble. —Sacudo la cabeza y se la devuelvo—. Pero sabes que no puedo llevármela. Las únicas armas que podemos tener son las que nos ganamos. — Sólo se aceptan desafíos o calificaciones de armas. Hay una ballesta a la que le he echado el ojo y en la que aún no soy experta. —Exacto. —Sonríe durante un segundo antes de moverse a una velocidad que jamás hubiera imaginado. Es incluso más rápido que Imogen y me barre los pies del piso de un solo golpe, llevándome a la colchoneta de un solo movimiento. La facilidad con la que me tira de espaldas es a la vez espantosa y.... ridículamente excitante, sobre todo con el peso de sus caderas entre mis muslos. Necesito toda mi fuerza de voluntad para no levantar la mano y apartarle un mechón de cabello de la frente. Ha sido un error. Bueno, si ese recuerdo no me enfría enseguida. —¿Y qué pretendes con este pequeño movimiento? —pregunto, muy consciente de que lo ha hecho todo sin dejarme sin aliento. —Hay una docena de estas dagas atadas a mi cuerpo, así que empieza a desarmarme. —Levanta una ceja sardónica—. A menos que no sepas cómo manejar a un oponente encima de ti, y si es así, ese es otro tema. —Sé cómo manejarte encima de mí —reto en voz baja. Baja su boca hasta mi oído. —No te gustará lo que pasará si me presionas. —O quizá lo haga yo. —Me giro lo suficiente para que mis labios rocen la concha de su oreja. Se levanta bruscamente, y el calor de su mirada me hace demasiado consciente de la conexión de nuestros cuerpos. —Desármame antes de que pruebe esa teoría delante de todos en este gimnasio. —Interesante. No te tomaba por un exhibicionista. —Sigue presionando y supongo que lo descubrirás. —Su mirada baja hasta mi boca.

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—Pensé que habías dicho que besarme fue un error. —No me importa si todo el cuadrante está mirando si eso significa que me besará de nuevo. —Lo fue. —Sonríe—. Sólo te estoy enseñando que las dagas no son la única forma de desarmar a un oponente. Dime, Violencia, ¿estás desarmada? Idiota arrogante. Me burlo y empiezo a sacar dagas de sus fundas, arrojándolas por la colchoneta mientras él observa con impaciente diversión. Luego le rodeo las caderas con las piernas y lo hago rodar hacia la izquierda, poniendo a Xaden boca arriba. De buena gana, por supuesto, no hay forma de que me arrodille encima de él si no lo quiere así, pero le apoyo un antebrazo en la clavícula con la pretensión de inmovilizarlo de todos modos y procedo a robarle las otras dagas que tiene envainadas a lo largo del costado. —Y por último —digo con una sonrisa, inclinándome hacia delante, nuestros cuerpos acalorados casi al ras mientras le arrebato la daga de la mano—. Gracias. Una vez asegurada la última daga, Xaden lanza las palmas a la colchoneta y empuja con una fuerza antinatural, arqueándonos hacia atrás hasta que mi columna vuelve a besar la colchoneta. —Eso es…. —Respiro, el movimiento choca con los dedos de mis pies y lo alojo firmemente entre mis muslos. Necesito todo lo que tengo para no arquearme contra él y ver si realmente cree que ese beso fue un error—. No es justo que uses tus poderes en la colchoneta. —Mágico. Sexuales. Lo que sea. Todo es injusto. —Eso es lo otro. —Se levanta de un salto y me tiende la mano. La tomo, con la cabeza acelerada mientras me pongo en pie. Ahora no. No te marees ahora—. Emetterio no permite poderes para igualar las condiciones cuando se trata de desafíos. ¿Pero ahí afuera? El campo es de todo menos nivelado, y tienes que aprender a usar lo que tengas. —No puedo hacer mucho más allá del suelo, escudarme y mover un trozo de pergamino. —Envaino la nueva daga, luego recojo las otras y hago lo mismo. Realmente son preciosas, todas marcadas con runas diferentes. Es una lástima que haya tantas partes de la cultura Tyrrish que se perdieron hace siglos durante la unificación, incluidas la mayoría de las runas. Ni siquiera sé lo que significan. —Bueno, parece que vamos a tener que trabajar en eso también. —Suspira y adopta una postura de combate—. Ahora, gánate tu apodo e intenta matarme lo mejor que puedas.

Febrero vuela en un borrón de agotamiento. Xaden me quita todos los momentos libres del día, y Dain ha apretado los dientes más de una vez cuando el jefe

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de ala me ha sacado del entrenamiento del escuadrón porque tenía algo infinitamente más importante que hacer. Lo que normalmente acaba conmigo recibiendo repetidas palizas en la colchoneta. Pero tengo que decir que no me mima como Dain, y no me lo pone fácil como Rhiannon. Me lleva al límite físico en cada sesión, pero nunca más allá, y suele dejarme exhausta y sudorosa en el suelo del gimnasio, jadeando. Es cuando Imogen me recuerda que me necesita en la sala de pesas. Los odio a ambos. Algo así. Es difícil discutir los resultados cuando estoy aprendiendo a derrotar al luchador más fuerte del cuadrante. Aún no lo he vencido, pero me parece bien. Significa que no me deja ganar. Tampoco me vuelve a besar, ni siquiera cuando presiono. Marzo llega con incontables pies de nieve que hay que palear antes de la formación matutina todos los días. Y los momentos en que la reliquia me quema en la espalda y siento que podría salirme de mi propia piel si no se libera la fuerza que se acumula en mi interior me recuerdan que aún no tengo la habilidad. Ya han pasado casi tres meses. Todas las mañanas me despierto preguntándome si hoy será el día de mi combustión espontánea. —Sharla Gunter —lee el capitán Fitzgibbons del pergamino de la muerte, sus manos enguantadas resbalan sobre el pergamino helado. Esta semana hace más calor, pero no mucho—. Y Mushin Vedie. Encomendamos sus almas a Malek. —¿Vedie? —le pregunto a Rhiannon, alzando las cejas al terminar la formación. No lo conocía bien, ya que estaba en la Segunda Ala, pero el nombre sigue siendo un shock, teniendo en cuenta que se rumoreaba que era uno de los mejores entre nosotros. —¿No lo has oído? —Se acomoda la capa forrada de piel alrededor del cuello— . Su habilidad se manifestó en medio de la clase de Carr ayer, y estalló en llamas. —¿Él... se quemó hasta morir? Asiente. —Tara dijo que Carr cree que se suponía que era capaz de manejar el fuego, pero lo abrumó en ese primer ataque y... —Él subió como una antorcha —añade Ridoc—. Te hace alegrarte que tu habilidad siga escondida, ¿eh? —Escondida es una forma de decirlo. —Aparte de la habilidad que se supone que ni siquiera debo susurrar, estoy demostrando ser lo único que mi madre odia: la media. Y no es como si pudiera ir a Tairn o Andarna por ayuda. La habilidad es todo

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sobre mí, y aparentemente no estoy cumpliendo, como la reliquia punzante en mi espalda me recuerda constantemente. Hay una pequeña y secreta parte de mí que espera que mi habilidad no se haya manifestado aún porque es diferente a los demás, no sólo útil sino... significativo, como lo fue el de Brennan. —Definitivamente me dan ganas de faltar a clase hoy —murmura Rhiannon, soplándose las manos para mantenerlas calientes. —Nada de saltarse las clases —nos amonesta Dain, clavándonos la mirada—. Faltan semanas para la Batalla de Escuadrones y necesitamos que cada uno de ustedes dé lo mejor de sí mismo para ganar. Imogen resopla. —Vamos, Aetos, creo que todos sabemos que la Segunda Ala tiene ese escuadrón en la Sección Cola que nos va a hacer humo al resto. ¿Alguna vez los has visto correr por el Gauntlet? Estoy bastante segura de que han estado allí a pesar de que todavía está cubierto de hielo. —Vamos a ganar —proclama Cianna, nuestra oficial ejecutiva, asintiendo decididamente—. Sorrengail aquí puede retrasarnos en el Desafío —arruga la nariz afilada—, y probablemente también en el manejo de armas, con la rapidez con la que está avanzando… —Vaya, gracias. —Cruzo los brazos sobre el pecho. Apuesto a que puedo protegerme mejor que todos ellos juntos. —Pero las habilidades de Rhiannon compensan eso —continúa Cianna—. Y todos sabemos que Liam y Heaton van a arrasar en el tatami durante la competencia. Eso solo deja las maniobras de vuelo y cualquier tarea que los líderes de escuadrón inventen para juzgar este año. —Oh, ¿es todo? Vaya, pensé que iba a ser difícil —El sarcasmo que emana de Ridoc es lo suficientemente evidente como para ganarse una mirada de desaprobación de Dain. —Nos quedamos con diez de ustedes —dice Dain, echando un vistazo a nuestro grupo—. Doce en total, lo que nos pone en ligera desventaja frente a un par de escuadrones más, pero creo que nos las arreglaremos. Perdimos a dos de las nuevas incorporaciones la semana pasada, cuando la habilidad de la más pequeña se manifestó en Informes de Batalla y ambos murieron congelados en cuestión de segundos, casi acabando también con Ridoc por la exposición. Fue tratado por congelación, pero no sufrió daños permanentes. Ahora Nadine y Liam son los únicos que quedan del lote que adquirimos después del Threshing. —Pero para poder arreglármelas, necesito que vayan a clase. —Me levanta las cejas—. Sobre todo tú. Una habilidad sería genial. Si tal vez puedes hacerlo realidad. —Es como si no pudiera decidir cómo tratarme últimamente, como la chica de primer año que está luchando pero sigue aquí o como la chica con la que creció.

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Odio lo inestable que se siente todo entre nosotros, todo pegajoso, como ponerse la ropa antes de poder secarse después de un baño, pero sigue siendo Dain. Al menos por fin me apoya. —Hoy va a faltar a clase de Carr —interrumpe Xaden, apareciendo detrás de Sawyer, que se apresura a despejar el camino. —No, no lo haré. —Sacudo la cabeza e ignoro el rápido salto de mi pulso al verlo. —Tiene que ir —argumenta Dain, y luego aprieta los dientes—. Quiero decir, a menos que el ala tenga asuntos más urgentes para la cadete Sorrengail, su tiempo está mejor empleado en desarrollar sus habilidades con las armas. —Creo que ambos sabemos que ella no va a manifestar una habilidad en esa sala. Ya lo habría hecho si esa fuera la clave. —No desearía la mirada que Xaden dirige a Dain ni a mi peor enemigo. No es enojo ni siquiera indignación. No, él parece... molesto, como si las quejas de Dain estuvieran totalmente por debajo de él, lo cual, según nuestra cadena de mando, lo están—. Y sí, el escuadrón tiene asuntos más urgentes para ella. —Señor, simplemente no me siento cómodo dejándola pasar un día sin al menos practicar el manejo de armas, y como líder de su escuadrón... Él no sabe que Xaden me ha estado dando sesiones extra de manejo de armas mientras entrenamos. —Por el bien de Dunne. —Suspira Xaden, invocando a la diosa de la guerra. Mete la mano en el bolsillo de su capa y saca un reloj de bolsillo, sosteniéndolo en su palma extendida—. Recógelo, Sorrengail. Miro a los dos hombres y deseo que se arreglen entre ellos, pero hay un cero por ciento de posibilidades de que eso ocurra. Por conveniencia, lanzo mis pies mentales contra el suelo de los Archivos. Un poder candente fluye a mi alrededor, me pone la piel de gallina y me eriza el vello de la nuca. Levanto la mano derecha, imagino ese poder enroscándose entre mis dedos, y pequeñas descargas florecen a lo largo de mi piel mientras doy forma a la energía, convirtiéndola en una mano propia mientras le pido que estire los pocos metros que me separan de Xaden. Hay una interrupción brusca, como si mis zarcillos de magia bruta chocaran contra un muro, pero entonces éste cede y empujo hacia delante, manteniendo un férreo control de la mano ardiente. Cuando mi poder roza la mano de Xaden, siento un crujido en la cabeza, como las últimas brasas del fuego, pero cierro el puño mental en torno al reloj de bolsillo y tiro de él. Es jodidamente pesado. —Tienes esto —insta Rhiannon. —Déjala concentrarse —reprende Sawyer.

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El reloj cae en picada hacia el suelo, pero yo echo la mano hacia atrás, tirando de mi fuerza como si fuera una cuerda, y el reloj vuela hacia mí. Lo atrapo con la mano izquierda antes de que pueda golpearme en la cara. Rhiannon y Ridoc aplauden. Xaden se adelanta y me quita el reloj de los dedos, dejándolo caer en su capa. —¿Ves? Ha practicado. Ahora tenemos cosas que hacer. —Me pone la mano en la espalda y me guía fuera de la multitud. —¿Adónde vamos? —Detesto la forma en que mi cuerpo me exige inclinarme hacia atrás en su tacto, pero lo echo de menos en cuanto desaparece. —Supongo que no llevas uniforme de vuelo bajo esa capa. —Me abre la puerta y entro. El movimiento es tan fácil que sé que no sólo lo he practicado, sino que es algo natural, lo cual no concuerda en absoluto con, bueno... todo lo que he llegado a saber de él. Hago una pausa, mirándolo como si nos viéramos por primera vez. —¿Qué? —pregunta, cerrando la puerta tras nosotros e impidiendo que entre el frío abrasador. —Me abriste la puerta. —Los viejos hábitos no mueren. —Se encoge de hombros—. Mi padre me enseñó que... —Su voz se apaga abruptamente, y su mirada se desvía, cada músculo de su cuerpo se bloquea como si se estuviera preparando para un ataque. Me duele el corazón ante la mirada que cruza su rostro, reconociéndola bien. Pena. —¿No crees que hace un poco de frío para volar? —pregunto, cambiando de tema en un intento de ayudar. El dolor en sus ojos es de los que nunca mueren, de los que suben como una marea impredecible e inundan la costa sin piedad. Parpadea y ya no está. —Esperaré aquí. Asiento y me apresuro a ponerme los cueros forrados de piel que nos dan para los vuelos de invierno. Cuando vuelvo, lleva puesta esa máscara ilegible y sé que hoy no me abrirán más puertas. Caminamos por el patio vacío mientras los cadetes se dirigen a sus clases. —No me has contestado. —¿Sobre qué? —No aparta la vista de la puerta que da al campo de vuelo y casi tengo que correr para seguirle el paso. —Sobre que hace frío para volar. —Los de tercer año tienen campo de vuelo esta tarde. Kaori y los demás profesores se lo están tomando con calma con ustedes, ya que se acerca la Batalla de Escuadrones y saben que necesitan la práctica del manejo. —Abre la puerta de un empujón y yo me apresuro a seguirlo.

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—¿Pero yo no necesito la práctica? —Mi voz resuena en el túnel. —Ganar la Batalla de Escuadrones no es nada en el esquema de mantenerte viva. Estarás en el frente antes que el resto el año que viene. —Las luces mágicas juegan con los duros ángulos de su rostro, proyectando sombras siniestras al pasar por cada uno de ellos. —¿Es eso lo que va a pasar el año que viene? —pregunto mientras salimos por el otro lado, con la nieve oscureciendo momentáneamente mi visión. Está amontonada a ambos lados del camino, resultado de este invierno tan duro—. ¿Voy a ir al frente? —Inevitablemente. No se sabe cuánto tiempo tolerarán Sgaeyl y Tairn estar separados. Mi mejor suposición es que ambos tendremos que sacrificarnos para mantenerlos felices. —Está claro que él mismo no está muy contento, pero no puedo culparlo. Después de tres años en el cuadrante, yo también querría largarme. Se me revuelve el estómago al darme cuenta de que yo también estaré en su lugar cuando me gradúe, sin ningún control real sobre cómo el vínculo de nuestros dragones dicta mis futuros destinos. Asiento, sin saber qué más decir, y caminamos hacia el Gauntlet en un silencio agradable. —Segunda Ala —apunto, observando cómo el escuadrón de la Sección Cola se desliza por el Gauntlet—. ¿Seguro que no quieres a tus propios escuadrones aquí practicando? Se le levanta una comisura de los labios y su fachada inhumana se resquebraja. —Cuando yo era de primer año, también pensaba que ganar era la cima. Pero una vez que estás en tu tercer año, y ves las cosas que hacemos... —Su mandíbula se flexiona—. Digamos que las batallas son mucho más letales. Nos dirigimos hacia la escalera que lleva al campo de vuelo, pero ya hay un grupo bajando, así que retrocedo para dejar que desciendan primero. El corazón se me sube a la garganta cuando se acercan y me pongo en posición de firmes, con la columna vertebral rígida. Son el comandante Panchek y el coronel Aetos. Al llegar al suelo primero, el padre de Dain me ofrece una sonrisa. —Descansa. Tienes buen aspecto, Violet. Bonitas líneas de vuelo —dice, señalando las que tiene en los pómulos debido a las gafas de vuelo—. Debes estar volando mucho. —Gracias, señor, lo hago. —Relajo la postura y no puedo evitar devolverle el favor, pero tengo los labios apretados—. Dain también lo está haciendo bien. Es mi jefe de escuadrón este año. —Me lo ha dicho. —Sonríe, sus ojos marrones tan cálidos como los de Dain—. Mira preguntó por ti mientras recorríamos el Ala Sur el mes pasado. No te preocupes, tendrás tus privilegios de cartas en segundo año, y entonces podrás mantenerte en contacto más a menudo. Seguro que la echas de menos.

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—Todos los días. —Asiento, superando la oleada de emociones que me provoca la confesión. Es mucho más fácil fingir que no hay nada afuera de las paredes que revolcarme en lo mucho que extraño a mi hermana. Xaden se pone rígido a mi lado cuando mamá sale de la escalera. Oh, mierda. —Mamá —le digo, y su cabeza se vuelve y sus ojos se encuentran con los míos. Hace más de cinco meses que no la veo y, aunque quiero estar tan serena como ella, tan compartimentada, no puedo. No estoy hecha como ella, como Mira. Soy la hija de mi padre. Su mirada evaluadora me recorre con toda la familiaridad de un general al mando y un cadete Basgiath, y no hay calidez en su expresión cuando termina su examen. —He oído que tienes problemas para blandir. Parpadeo y doy un paso atrás, como si la distancia física fuera a protegerme de la gélida reprimenda. —Tengo los mejores escudos de mi año. —Por primera vez, me alegro de no haber manifestado una habilidad, de no haberle dado algo de lo que presumir. —Con un dragón como Tairn, ciertamente lo esperaría. —Enarca una ceja—. Si no, todo ese increíble y envidiable poder habrá sido... —Su suspiro es una bocanada de vapor en el aire—. Malgastado. Hago lo que puedo para tragarme el nudo que se me hace en la garganta. —Sí, General. —Pero has sido tema de conversación. —Me mira por encima de la cabeza y sé que se fija en la trenza plateada que cree que me marca como maldita, el cabello que me dijo que era mejor cortarme. —¿Oh? —¿De verdad habla de mí? —Todos nos preguntamos qué poderes, si es que tienes alguno, esgrime el dragón dorado. —Sus labios forman una sonrisa que estoy segura de que ella cree suave, pero la conozco demasiado bien como para caer en ella. —No. —La única palabra de Tairn retumba en todo mi cuerpo—. No hables de ello. —Todavía nada. —Me paso la lengua por el labio inferior agrietado. El invierno es un infierno para la piel durante el vuelo—. Andarna me dijo que los colas de pluma son conocidos por ser incapaces de canalizar el poder a su jinete. —Sólo sus dones directos, pero no voy a decir eso—. Es por eso por lo que no se unen a menudo. —O nunca —dice el padre de Dain—. En realidad esperábamos que le pidieras a tu dragón que nos permitiera estudiarla. Con fines puramente académicos, por supuesto. Se me revuelve el estómago. El grupo se dedicaría a hurgar en Andarna durante Dios sabe cuánto tiempo para apaciguar su curiosidad académica, y podrían tropezar con el poder sin explotar de los dragones jóvenes. No, gracias.

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—Desafortunadamente, no la veo cómoda con eso. Es muy reservada, incluso conmigo. —Lástima —dice el coronel Aetos—. Hemos tenido a los escribas en ello desde el Threshing, y la única referencia que pueden encontrar en los Archivos sobre el poder de los colas de pluma es de hace cientos de años, lo cual es curioso porque recuerdo a tu padre investigando un poco sobre el segundo levantamiento de Krovlan, y mencionó algo sobre los colas de pluma, pero parece que no podemos encontrar ese tomo. —Se rasca la frente. Mamá me mira con expectación, como si fuera a preguntarme sin preguntar realmente. —No creo que terminara su investigación sobre ese evento histórico en particular antes de morir, Coronel Aetos. Ni siquiera podría decirle dónde están sus notas. —Las palabras son tan ciertas como puedo hacerlas. Sé exactamente dónde están sus notas, en el lugar donde pasaba la mayor parte de su tiempo libre. Pero hay algo en la advertencia de Tairn que me impide decírselo. —Lástima. —Mamá fuerza otra sonrisa—. Me alegra ver que está viva, cadete Sorrengail. —Su mirada parpadea de reojo e instantáneamente se endurece hasta convertirse en acero—. Aunque la compañía que te obligan a mantener sea más que cuestionable. Mierda. Mierda. Mierda. No puedo ponerme delante de Xaden y hacerlo parecer débil. Ni siquiera puedo mirarlo sin decirle a mi madre a quién le debo lealtad... sin decírmelo a mí misma. —Siempre tuve la sensación de que habíamos resuelto cualquiera de esas preguntas hace años —dice Xaden, con la voz baja, pero tenso como una cuerda de arco a mi lado. —Hmm. —Mamá se vuelve hacia la ciudadela en claro despido—. Vea si puede dominar algún tipo de habilidad, Cadete Sorrengail. Tienes un legado que cumplir. —Sí, General. —Las palabras formales cuestan más de lo que estoy dispuesta a admitir, desgarrando con precisión de garra la confianza que me ha llevado casi ocho meses forjar. —Me alegro de verte, Violet. —El padre de Dain me ofrece una sonrisa comprensiva, y Panchek nos ignora de plano, corriendo para alcanzar a mamá. No le digo ni una palabra a Xaden antes de subir las escaleras, cada escalón me enfurece más hasta que me convierto en una bola de rabia cuando llego a la cima del acantilado. —No le contaste cómo te libraste del ataque en tu habitación —dice. Es una afirmación, no una pregunta—. Y no estoy hablando de que yo apareciera. Sé exactamente de lo que habla. —Nunca la veo. Y me dijiste que no se lo dijera a nadie.

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—No me había dado cuenta de que fuera así entre ustedes —dice Xaden, con un tono sorprendentemente suave mientras bajamos por el cañón hacia el campo de vuelo. —Oh, eso no es nada —suelto, haciendo intencionadamente que mi tono sea lo más frívolo posible—. Se pasó casi un año entero ignorándome cuando murió papá. —Se me escapa una risa autocrítica—. Lo cual fue casi tan sano como los años que pasó apenas tolerando mi existencia porque no era perfecta como Brennan o una guerrera como Mira. —No debería decir estas cosas. Estos son los pensamientos que las familias guardan detrás de sus puertas para poder llevar sus reputaciones pulidas y perfectas como una armadura cuando están en público. —Entonces no te conoce muy bien —comenta Xaden, siguiendo el ritmo de mis furiosas zancadas. Me burlo. —O ve a través de mí. El problema es que nunca estoy segura de cuál es. Estoy demasiado ocupada intentando estar a la altura de cualquier estándar imposible que ella establezca como para preguntarme si son estándares que me importan una mierda. —Mi mirada entrecerrada gira hacia él—. ¿Y de qué iba eso? ¿Decir que resolvieron las dudas hace años? —Sólo le recuerdo que pagué el precio de mi lealtad. —Frunce el ceño, pero mira fijamente hacia delante. —¿Pagar qué precio? —la pregunta se me escapa antes de que pueda detener mi tonta lengua. No puedo evitar recordar lo que dijo Dain, que Xaden tiene razones para no perdonar nunca a mi madre. —Límites, violencia. —Agacha la cabeza durante un latido y, cuando la levanta, lleva esa máscara pulida que tan bien se le da. Por suerte para nosotros, la tensión del momento se rompe cuando Tairn y Sgaeyl aterrizan en el campo, acompañados de un brillante dragón más pequeño que me hace sonreír al instante. —¿Vamos a volar todos hoy? —pregunto, siguiéndolo mientras camina hacia el trío. —Hoy todos estamos aprendiendo. Tú tienes que aprender a mantenerte, y yo tengo que aprender por qué demonios te cuesta tanto —responde—. Andarna necesita aprender a mantener el ritmo. Tairn necesita aprender a compartir su espacio en una formación de vuelo más cerrada, y todos los demás dragones menos Sgaeyl están demasiado asustados para volar más cerca. Tairn está de acuerdo cuando nos acercamos. —¿Y qué está aprendiendo Sgaeyl? —pregunto, mirando a la gigantesca dragón azul. Xaden sonríe. —Lleva casi tres años dirigiendo. Va a tener que aprender a seguir. O al menos a practicar.

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El graznido de Tairn suena sospechosamente como una carcajada, y ella se abalanza sobre él, enseñándole los dientes y acercándose a escasos centímetros de su cuello. —Las relaciones entre dragones son absolutamente incomprensibles — murmuro. —¿Sí? Deberías probar uno humano alguna vez. Igual de incomprensible, pero menos fuego. —Monta con una facilidad que envidio—. Ahora vamos.

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La Batalla de Escuadrones es más importante de lo que los jefes de escuadrón creen. Les gusta bromear diciendo que es un juego, que sólo se trata de presumir para los líderes de escuadrón y el escuadrón ganador, pero no es así. Todos están mirando. El comandante, los profesores, los oficiales al mando... están atentos para ver quién llega a lo más alto. Están salivando para ver quién caerá. -PÁGINA SETENTA Y SIETE, EL LIBRO DE BRENNAN

índete! —Rhiannon grita mientras un jinete de la Segunda Ala, lucha por arrastrarse hacia delante en la colchoneta, con las manos abiertas y clavando las uñas mientras Liam lo sujeta con una llave en la pierna, forzando su espalda en lo que debería ser un arco imposible. Me late el corazón cuando la emoción de las batallas de hoy alcanza su punto álgido. Es el último desafío de esta parte de la Batalla de Escuadrones, y el público nos presiona desde atrás, obligándome a luchar continuamente para no caerme sobre la colchoneta. Después de dos pruebas, ocupamos el séptimo puesto de veinticuatro en la clasificación, pero si Liam gana, pasaremos al tercero. Mi tiempo de vuelo en la carrera del Gauntlet fue el más lento del escuadrón, pero eso se debió a que obligaba a Tairn a soltar su mágico agarre sobre mí, y entonces perdíamos unos segundos preciosos mientras él tenía que sumergirse para atraparme y volver a lanzarme a la silla. Una y otra vez. Juro que los moretones de mi trasero por caer en el duro surco me dolían menos que la burla de Tairn por haber humillado a toda su familia cuando cruzamos la línea de meta en último lugar. Mikael grita de dolor, el sonido es agudo, casi ensordecedor, y atrae mi atención de nuevo hacia la acción que tengo delante. Liam se mantiene firme y presiona su ventaja.

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—Mierda, parece que eso duele —murmuro por encima de los vítores de los de primero. —Sí, no caminará por un tiempo —Ridoc está de acuerdo, encogiéndose cuando el arco de la espalda de Mikael parece una columna vertebral rota esperando a suceder. Con otro grito, Mikael golpea la colchoneta con la palma de la mano tres veces, y el público ruge. —¡Sí! ¡Vamos, Liam! —Sawyer grita desde detrás de mí, y Liam deja caer a Mikael en la colchoneta, donde se despereza, exhausto. —Ganamos. —Liam corre hacia nosotros y me veo envuelta en una maraña de brazos, gritos y compañeros de escuadrón llenos de alegría. Estoy bastante segura de que incluso veo a Imogen en este pequeño tumulto. Pero no veo a Dain. ¿Dónde diablos está Dain? Nunca se perdería esto. —¡Su ganador! —grita el profesor Emetterio, su voz resuena por todo el gimnasio y acalla la energía fervorosa cuando Liam sale de nuestro aplastante abrazo—. ¡Liam Mairi del Segundo Escuadrón, Sección Llama, Cuarta Ala! Liam levanta ambas manos en señal de victoria y gira en un pequeño círculo, y el sonido de los vítores me hace zumbar los oídos de la mejor manera. El Comandante Panchek sube a la colchoneta y Liam se une al resto de nuestro pelotón, con el sudor cayéndole por la piel. —Sé que todos ustedes esperaban que la última parte de la Batalla de Escuadrones tuviera lugar mañana, pero el cuadro y yo tenemos una sorpresa. Ahora tiene la atención de todos los jinetes. —En lugar de decirles cuál será la tarea final desconocida y darles esta noche para planificarla, ¡su tarea final comenzará en unas horas! —Sonríe, extendiendo las manos y girándose igual que Liam. —¿Esta noche? —susurra Ridoc. Mi estómago golpea el suelo. —Dain no está aquí. Tampoco Cianna. —Oh, mierda —susurra Imogen, mirando ella misma a la multitud. —Como habrán notado, sus líderes de escuadrón y sus oficiales ejecutivos han sido... digamos, secuestrados con sus líderes de sección y jefes de ala, y no, antes de que alguien pregunte, su tarea no es encontrarlos. —Continúa caminando en un pequeño círculo, dirigiéndose a cada lado de la alfombra—. Deben dividirse en escuadrones y llevar a cabo una misión única esta tarde sin el liderazgo ni las instrucciones de sus líderes de escuadrón. —¿No anula eso el propósito de tener líder de escuadrón? —pregunta alguien al otro lado de la alfombra.

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—El propósito de un líder de escuadrón es formar un grupo unido que pueda continuar con una misión después de su fallecimiento. Consideren a sus líderes... muertos. —Panchek se encoge de hombros con una sonrisa alegre—. Están solos, jinetes. Su misión es simple: encontrar y adquirir, por cualquier medio necesario, la única cosa que sería más ventajosa para nuestros enemigos en relación con el esfuerzo de guerra. Los líderes actuarán como jueces imparciales, y el escuadrón ganador recibirá sesenta puntos. —¡Es suficiente para ponernos en primer lugar! —susurra Rhiannon, enlazando su brazo con el mío—. ¡Podríamos ganar la gloria de ir al frente! —¿Cuáles son los límites? —pregunta alguien a la derecha. —Cualquier cosa dentro de los muros de Basgiath —responde Panchek—. Y no se atrevan a dejar que los vea intentando traer a un dragón aquí. Los incinerarán de puro fastidio. El escuadrón a nuestra izquierda murmura su decepción. —Tienen —Panchek saca su reloj de bolsillo—, tres horas, en las que esperamos que presenten sus tesoros robados en la sala de Informes de Batalla. Todos lo miramos en silencio. De todo lo que imaginé que sería la tercera y última tarea... bueno, esto no estaba ni cerca de esa lista. —¿Y qué están esperando? —Panchek agita sus manos hacia nosotros—. ¡Vamos! Se desata el pandemónium. Esto es lo que pasa cuando nos quitan el liderazgo. Somos... un maldito desastre. —¡Segundo Escuadrón! —Imogen grita, levantando las manos—. ¡Síganme! Sawyer y Heaton se aseguran de que todos seamos patitos, siguiendo la estela de Imogen mientras nos conduce por el gimnasio hasta la sala de pesas. —Lo hiciste muy bien —le digo a Liam mientras camina a mi lado, todavía luchando por recuperar el aliento. —Fue épico. —Ridoc le entrega a Liam un odre de agua, que Liam no tarda en vaciar. —Vamos, vamos —dice Imogen, acompañándonos a través de la puerta abierta. Hace un rápido recuento y luego cierra la puerta, empuñando para cerrarla. Encuentro asiento en uno de los bancos, flanqueado por Rhiannon y Liam. —Lo primero. ¿Quién quiere estar al mando? —pregunta Imogen, mirándonos a los diez. Ridoc levanta la mano. Rhiannon se gira y lo obliga a bajar de nuevo. —No. —Ella sacude la cabeza—. Convertirás esto en una especie de broma.

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—Buen punto. —Se encoge de hombros. —¿Liam? —pregunta Quinn, alzando las cejas. —No. —Niega con la cabeza, pero su mirada se desvía en mi dirección, delatando su razonamiento. —Nadie va a intentar liquidarme mientras salimos esta noche —argumento. Se vuelve hacia Imogen y sacude la cabeza una vez más. Por supuesto que asiente. Ambos están en el equipo Xaden. —Mantén el mando —sugiere Rhiannon, mirando a Imogen—. Tú nos has traído hasta aquí. Un murmullo de acuerdo recorre la sala. —¿Emery? ¿Heaton? —Imogen pregunta—. Como alumnos de tercer año, es su derecho. —No, gracias. —Heaton se apoya contra la pared. —No. Hay una razón por la que ninguno de nosotros quería estar en el liderazgo —añade Emery, sentándose al lado de Nadine—. ¿Alguna razón por la que no estarías bien siguiendo las órdenes de Imogen durante unas horas, Nadine? Cada uno de nosotros se gira para mirar a la chica de primer año, que no ha sido ni remotamente sutil sobre su odio hacia los marcados. Ahora que sé que es de un pueblo del norte, en la frontera entre las provincias de Deaconshire y Tyrrendor, puedo entender su razonamiento. Pero no estoy de acuerdo, y por eso no soy muy amiga suya. Traga saliva visiblemente, su mirada nerviosa nos recorre a todos. —Me parece bien. —Bien. —Imogen cruza los brazos sobre su pecho, la muñeca con su reliquia de rebelión asomando por debajo de su túnica—. Tenemos un poco menos de tres horas. ¿Cuáles son sus ideas? —¿Qué tal una pieza de armamento? —Ridoc sugiere—. Una cruceta sería mortal para cualquiera de nuestros dragones en manos de nuestros enemigos. —Demasiado grande —dice Quinn con decisión—. Sólo hay uno en el museo, y sinceramente, ni siquiera es el perno lo que es mortal, sino el sistema de lanzamiento. —¿Siguiente? —Imogen nos mira a cada uno de nosotros. —Podríamos robar la ropa interior de Panchek… —Ridoc empieza a decir antes de que Rhiannon le tape la boca con la mano. —Y por eso no te dejamos dirigir. —Lo mira arqueando una ceja. —¡Vamos, chicos! ¡Piensen! ¿Qué es lo más útil para nuestro enemigo? —El ceño de Imogen se frunce sobre sus pálidos ojos verdes.

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—Información —responde Liam. Dirige su mirada hacia mí—. Violet, ¿qué te parece robar las misivas de noticias de los Archivos? ¿Las que llegan desde el frente? Sacudo la cabeza. —Son más de las siete. Los Archivos están cerrados, y es el tipo de cámara acorazada que ni empuñando un arma se va a tocar. Toda la sala está sellada herméticamente en caso de incendio. —Maldición. —Imogen suspira—. Esa era buena. Toda la sala prorrumpe en conversaciones, cada voz, más alta que la siguiente, a medida que las sugerencias salen a la luz. Información. Se me revuelve el estómago cuando se me ocurre una idea. Sería un espectáculo, algo con lo que nadie podría compararse. Pero... Sacudo la cabeza. Es demasiado arriesgado. —¿En qué estás pensando, Sorrengail? —Imogen pregunta y la habitación se queda en silencio—. Puedo ver los pequeños engranajes girando en tu mente. —Probablemente no sea nada. —Echo un vistazo a los miembros de nuestro escuadrón. Pero, ¿realmente no es nada? —Ven aquí arriba y trabájalo en tu cabeza —ordena Imogen. —En serio, es una locura. Como algo imposible de hacer. Nos meteríamos en problemas si nos atrapan. —Cierro la boca antes de decir algo más. Pero es demasiado tarde: los ojos de Imogen brillan con interés. —Sube. Aquí. Y. Resuélvelo —ordena, asegurándose de que sepa que no es una sugerencia. —¿Podemos usar armas? —pregunto, poniéndome de pie y pasando mis manos por los costados y las empuñaduras de los seis puñales que llevo allí. —Por todos los medios necesarios —repite Heaton, asintiendo. —De acuerdo. —Me balanceo sobre mis talones, dejando que mi mente se arremoline en un plan—. Sé que Ridoc puede manejar el hielo, Rhiannon puede recuperar, Sawyer puede manipular el metal, Imogen puede borrar recuerdos recientes... —Y soy rápida —añade. Algo que tiene en común con Xaden. —Heaton, ¿y tú? —le pregunto. —Puedo respirar bajo el agua —responde. Parpadeo. —Impresionante, pero no creo que vaya a ser útil si hacemos esto. ¿Emery? —Puedo controlar el viento. —Sonríe—. Mucho viento. Muy bien, eso podría ser útil defensivamente, pero no es exactamente lo que estoy buscando.

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Mis botas chirrían en el suelo cuando me giro para mirarla. —¿Quinn? —Puedo proyectarme astralmente. Mantener mi cuerpo en un lugar y luego caminar por otro. Me quedo con la boca abierta, igual que la mitad del pelotón. —Lo sé, es impresionante. —Guiña un ojo, recogiéndose los rizos en un moño. —Sí. Que podemos usar. —Mi cabeza se inclina mientras planeo la forma más fácil de hacer esto. —¿En qué estás pensando, Sorrengail? —pregunta Imogen, colocándose el cabello corto de un lado de la cabeza rapada detrás de la oreja. —Me vas a decir que he vuelto loca, pero si lo conseguimos, ganaremos seguro. —Puede que no me parezca lo suficiente a mi madre como para ganarme su aprobación, pero sé dónde guarda la información más valiosa. —¿Y? —Vamos a entrar en la oficina de mi madre.

—Eres tan jodidamente aterradora. —Ridoc se retuerce dos horas después, apartándose de Quinn, bueno, de la forma astral de Quinn. Su cuerpo está actualmente con Heaton, vigilado en la sala de pesas. Los demás nos escabullimos por los pasillos pasando por delante del Cuadrante de Sanadores. Ya nos hemos topado con un escuadrón de Segundo y otro de Tercero, pero ninguno ha tenido tiempo de interrogar o disuadir a los demás. Ascenderemos o caeremos por méritos propios con este plan, y hemos perdido las dos últimas horas esperando a que cayera la noche para que fuera posible. —Nunca he estado más lejos que aquí —dice Emery cuando pasamos la última puerta de la clínica. —¿Nunca has estado en los Archivos? —pregunta Imogen. —Evito ese deber como la peste —responde Emery—. Los escribas me asustan. Pequeños sábelo todos callados, actuando como si pudieran hacer o deshacer a alguien escribiendo algo. Sonrío. Hay más verdad en esa afirmación de lo que la mayoría de la gente cree. —La infantería sigue acampada. —Rhiannon señala por las ventanas las docenas de hogueras que iluminan el campo de abajo.

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—Debe de ser agradable tomarse un respiro —comenta Nadine, pero no tiene el tono pretencioso que esperaba, sino el mismo cansancio que creo que todos sentimos—. Los escribas se irán a casa en verano. Los sanadores pasarán los fines de semana en esos retiros de salud mental y corporal, y la infantería tendrá que practicar cómo acampar y levantar el campamento en la nieve durante el invierno, pero al menos pasarán esos meses alrededor de una hoguera. —Nos iremos a casa —argumenta Imogen. —Después de la graduación —replica Rhiannon—. ¿Para qué? ¿Un par de días? Llegamos a una bifurcación en la que podemos seguir el túnel hasta los Archivos o subir a la fortaleza de la Escuela Superior de Guerra. —Desde aquí no hay vuelta atrás —digo al grupo, mirando hacia la escalera de caracol por la que he subido tantas veces que me sé cada peldaño de memoria. —¡Adelante! —ordena Quinn, y todos saltamos medio metro en el aire. —¡Shhh! —Imogen sisea—. A algunos nos pueden atrapar, ya sabes. —Cierto. Lo siento. —Quinn se encoge de hombros. —Todos, recuerden el plan —susurro—. Que nadie se desvíe. Nadie. Todos asienten, y comenzamos nuestro silencioso ascenso por las oscuras escaleras, para luego aferrarnos a las sombras mientras cruzamos el patio de piedra de Basgiath. —Me vendría bien Xaden ahora mismo. —Lo estás haciendo muy bien —me asegura Andarna con el tono más alegre. Te juro que nada la molesta. Es la niña más intrépida que he conocido, y eso que crecí con Mira. —Son seis pisos en línea recta —susurro cuando llegamos al siguiente tramo de escaleras, y seguimos subiendo tan rápido como podemos sin hacer ruido. La ansiedad se dispara y mi energía aumenta en respuesta, la reliquia de mi espalda se calienta hasta convertirse en un incómodo ardor. Últimamente siempre está ahí, cociéndose a fuego lento bajo mi piel, recordándome que realizar magias menores no va a ser suficiente para desahogarla si no manifiesto pronto una habilidad. Finalmente, llegamos a lo alto de los escalones y Liam se inclina lo suficiente como para ver a lo largo de lo que siempre me ha parecido el pasillo más largo del mundo. —Hay luces mágicas en los apliques —susurra—. Y tenías razón. —Se retira a la seguridad del hueco de la escalera—. Sólo hay un guardia apostado en la puerta. —¿Había alguna luz bajo la puerta? —pregunto en voz baja. Mi corazón suena lo suficientemente fuerte como para que lo oigan todos, incluso los cadetes de infantería que duermen a cientos de metros por debajo de nosotros. —No. —Se vuelve hacia Quinn—. El guardia parece medir metro ochenta pero parece bastante atlético. La otra escalera está por el pasillo de la izquierda, lo que significa que tendrás que llamar su atención y luego cuidarla.

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Quinn asiente. —No hay problema. —¿Todos los demás saben lo que están haciendo? —pregunto. Hay ocho asentimientos. —Entonces hagamos esto. Quinn, tú arriba. Todos los demás, en círculo hacia abajo para que no pueda vernos si mira hacia aquí. —No puedo creer que estemos a punto de hacer esto. Si nos atrapa, no habrá piedad. No está en su naturaleza. Nos retiramos y Quinn sube las escaleras. Su voz queda amortiguada por los muros de piedra, pero oímos con toda claridad los pasos del guardia al pasar por la escalera. —¡Vuelve aquí! ¡No puedes estar aquí! —¡Ahora! —Imogen ordena. Nos lanzamos, dejando a Rhiannon y Emery en el hueco de la escalera mientras volamos hacia el pasillo. Sawyer corre hacia la escalera opuesta, cierra la puerta y retuerce las juntas metálicas con sus poderes mientras salimos disparados por el pasillo. Nunca he corrido tan rápido en mi vida, y Nadine ya está en la puerta, tratando de deshacer lo que sea que mi madre haya usado. Liam se coloca en el lugar donde estaba el guardia y levanta la barbilla en el aire, adoptando la misma postura. —¿Estás bien? —Sí —respondo, con el pecho agitado cuando Imogen interviene para ayudar a Nadine. La habilidad de Nadine es el poder de destejer vallas, algo que nunca pensé que sería tan útil. Los jinetes siempre andan por ahí construyendo vallas, manteniendo los escudos alrededor de Navarra. Por otra parte, no son muchos los jinetes que intentan entrar en el despacho de la General en jefe—. Y yo estaré bien ahí adentro —le aseguro con una sonrisa en los labios—. Lo cual es curioso, ya que no pensé lo mismo la última vez que estuve aquí. —¡Lo tengo! —Nadine susurra, empujando la puerta abierta. —Si me oyes silbar... —empieza a decir Liam, con la frente llena de preocupación. —Saldremos por la ventana o algo —le aseguro mientras Ridoc y Sawyer pasan corriendo—. Relájate. —Dejo a Liam vigilando y me reúno con los demás en el despacho de mamá. —No toquen las luces mágicas o se enterará —les advierto—. Tienen que crear las suyas. —Muevo la muñeca, transformando mi poder en una llama azul brillante y dejándola flotar sobre mí. Es una de las cosas que se me dan mejor. —¡Qué bonito es esto! —Ridoc se deja caer en el sofá rojo.

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—No tenemos tiempo para que seas... tú —sermonea Sawyer, dirigiéndose a la estantería—. Ayúdame a buscar algo útil. —Tomaremos la mesa. —Imogen y Nadine empiezan a ordenar papeles en la mesa de conferencias de seis asientos. —Lo que me deja a mí y al escritorio —murmuro, dando vueltas alrededor del intimidante mueble y rezando por no activar ninguna protección que haya colocado. Hay tres misivas dobladas en el centro y recojo la primera, que revela una afilada daga con empuñadura de aleación y lo que parece ser una runa de Tyrrish en el mango, que debe de estar usando como abrecartas o algo así. Desdoblo la carta con todo el cuidado que puedo. General Sorrengail, Las incursiones alrededor de Athebyne han dispersado demasiado a la ala. Ser destinado más allá de la seguridad de las barreras conlleva riesgos considerables y, aunque me rehúso a solicitar refuerzos, debo hacerlo. Si no reforzamos el puesto, podríamos vernos obligados a abandonarlo. Estamos protegiendo a los ciudadanos de Navarra con vida, extremidades y ala, pero no puedo transmitir adecuadamente lo grave que es la situación aquí. Sé que recibes los informes diarios de nuestro adjunto escriba, pero sería negligente en mis deberes como oficial ejecutivo de la Ala Sur si no te escribiera personalmente. Por favor, envíenos refuerzos. Atentamente, Mayor Kallista Neema Respiro superando el dolor que estalla en mi pecho ante la súplica en su carta. Hemos discutido ataques casi diarios en Informes de Batalla, pero nada de esa magnitud. Tal vez no quieran asustarnos. Pero si es tan aterrador allá afuera, tenemos todo el derecho de saberlo, es probable que nos llamen al servicio antes de graduarnos. Incluso tal vez este año. —Todo esto son... números —dice Imogen, rebuscando entre los papeles de la mesa de conferencias. —Es Abril —digo, recogiendo la siguiente misiva—. Está trabajando en el presupuesto del año que viene. Todo el mundo se detiene y se vuelven para mirarme, todos con expresiones de mayor o menor incredulidad. —¿Qué? —Me encojo de hombros—. ¿Creían que este lugar funcionaba solo? —Sigue buscando —ordena Imogen. Desdoblo la siguiente misiva. General Sorrengail, Las protestas contra las leyes de reclutamiento están creciendo en la provincia de Tyrrendor. Sabiendo que, debido al tamaño de Tyrrendor, proporciona la mayoría de nuestros reclutas para reponer nuestras líneas del frente, no podemos permitirnos perder de nuevo el apoyo del pueblo. Tal vez una mejora de gasto defensivo en puestos

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de avanzada aquí no sólo reforzaría la economía de la provincia y recordaría a los Tyrrish lo necesarios que son para la defensa de nuestro reino, sino que también aliviaría el malestar. Por favor, considere esta solución como una alternativa a la represión de los disturbios por la fuerza. Atentamente, Teniente Coronel Alyssa Travonte ¿Qué demonios pasa? Cierro la carta y la vuelvo a dejar en el escritorio de mamá, luego me giro hacia el mapa gigante que cuelga de la pared justo encima de mí. La inestabilidad no es algo nuevo en Tyrrendor, al igual que el sentimiento en contra del reclutamiento obligatorio, pero ciertamente no hemos oído rumores políticos en Informes de Batalla. Aparte de apaciguar el descontento, no tendría sentido aumentar el gasto defensivo allí, especialmente porque cuenta con el menor número de puestos avanzados debido a la barrera natural proporcionada por los Acantilados de Dralor, que son imposibles de escalar para los grifos. Tyrrendor debería ser una de las provincias más seguras del continente. Bueno, excepto Aretia. Donde debería estar la capital, solo hay una marca de quemadura, como si el incendio de la ciudad también hubiera chamuscado el mapa. Estudio el mapa durante preciosos segundos, observando los marcadores de los baluartes dispersos por el campo. Lógicamente, hay más puestos avanzados a lo largo de nuestras zonas fronterizas más activas y, según este mapa, más tropas en esas ubicaciones. Muestra toda Navarra, Krovla al sur, Braevick y Cygnisen al sureste, e incluso las barreras de las Tierras Baldías, las tierras desiertas arruinadas en el extremo sur del continente. También muestra cada uno de nuestros puestos avanzados y rutas de suministro dentro de Navarra. Una sonrisa lenta se extiende por mi rostro. —Escuchen, Segundo Escuadrón. Sé lo que tenemos que robar. Tardamos unos minutos en bajar el mapa y separarlo de su armazón, y otro en enrollarlo, asegurándolo con lazos de cuero que Imogen saca de su mochila. Liam silba y el corazón casi se me sale del pecho. —¡Mierda! —Ridoc corre hacia la puerta y la abre de golpe mientras todos nos preparamos para huir—. ¿Qué está pasando ahí fuera? —¡Está aporreando la puerta del vestíbulo! Va a ceder en cualquier momento. Tenemos que irnos ya —susurra Liam, sosteniendo la puerta abierta mientras todos corremos hacia el pasillo. El mapa es demasiado grande para que lo cargue una sola persona, y Sawyer e Imogen forcejean a través de la puerta mientras el guardia patea la puerta que está más adelante en el pasillo. Se me cae el estómago al suelo y el pánico amenaza con abrumar el pensamiento lógico. —Estamos jodidos —anuncia Nadine.

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—¿Qué demonios creen que están haciendo? —grita el guardia, arremetiendo contra nosotros. —Estamos muertos si nos atrapa con el mapa. —Ridoc rebota sobre las puntas de los pies como si se estuviera preparando para luchar. En un día cualquiera, diría que los jinetes son los mejores luchadores, tenemos que serlo, pero ese guardia Basgiath podría hacernos la competencia. —No podemos hacerle daño —protesto. El guardia pasa a toda velocidad por la primera escalera y Rhiannon entra en medio del pasillo, con los brazos extendidos. —Por favor, funciona. Por favor, funciona. Por favor, funciona —canta Imogen. El mapa desaparece de sus manos y reaparece en el pasillo de Rhiannon. Apenas tengo tiempo de darme cuenta de que ha funcionado cuando el guardia tropieza, pero sigue corriendo. Si se acerca más, me verá la cara. —Esto no formaba parte del plan. —Liam se mueve a mi lado. —¡Adáptate! Emery! —Imogen sisea, y el de tercer año se pone al frente de nuestro pequeño grupo de asalto. —Lo siento mucho, hombre. —Extiende las manos y empuja. Un torrente de aire se precipita por el pasillo, arrancando tapices de las paredes y golpeando al guardia, haciéndolo volar contra la pared de piedra—. ¡Corran! Corremos por el pasillo hacia donde yace inerte el guardia. —Pónganlo aquí —siseo, forzando la siguiente puerta, la que pertenece a una de las subsecretarías de mi madre. Liam y Ridoc arrastran al guardia y le pongo los dedos en el cuello. —Buen movimiento. Acaba de noquearlo. Ábrele la boca. —Agarro el frasco escondido en el bolsillo de mi uniforme, lo destapo y dejo que el tónico fluya por la boca del guardia—. Dormirá el resto de la noche. Los ojos de Liam se cruzan con los míos. —Eres aterradora. —Gracias. —Sonrío, y salimos de allí, corriendo tan rápido como podemos. Quince minutos más tarde, nuestros pechos todavía están agitados cuando entramos en la sala de Informes de Batalla, justo debajo del reloj. Somos los últimos en llegar y la tensión en la mandíbula de Dain, sentado en la primera fila con los demás líderes, me dice que nos van a regañar. Aparto la mirada y buscamos nuestros asientos mientras comienzan las presentaciones por orden de escuadra, lo que nos da tiempo suficiente para recuperarnos de nuestra sesión de sprint antes de tener que subir al escenario. Un escuadrón de la Primera Ala robó el manual manuscrito de Kaori sobre los hábitos y defectos personales de todos los dragones activos. Impresionante.

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Otro escuadrón de la Segunda Ala suscita un murmullo apreciativo cuando revelan el uniforme de uno de los profesores de Infantería, totalmente intacto y con algo que los jinetes nunca llevan: una etiqueta con su nombre. Eso permitiría a cualquier enemigo acceder a nuestros puestos avanzados, dado el rango que lleva en el hombro. La mejor ofrenda de la Tercera Ala es un escriba aturdido y con los ojos muy abiertos, robado directamente de su cama, y dada la forma en que su boca no se mueve... Sí, el poder de la habilidad de alguien le quitó el habla. El pobre va a estar traumatizado cuando finalmente lo dejen ir. Cuando nos toca subir al escenario, Sawyer y Liam, los dos más altos de nuestro pelotón, sujetan las esquinas superiores de nuestro mapa para que sea visible para todos a medida que se desenrolla. Me vuelvo a colocar junto a Imogen y busco en la dirección cierto par de ojos de ónix. Ahí está. Xaden está apoyado contra la pared, cerca de los otros jefes de ala, y me observa con una mezcla de curiosidad y expectación que le acelera el pulso. —Fue idea tuya —susurra Imogen, empujándome hacia delante—. Preséntalo. Los ojos de Markham se abren como platos cuando se obliga a levantarse, seguido rápidamente por Devera, cuya boca se abre tanto que resulta casi cómico. Me aclaro la garganta y señalo el mapa. —Hemos traído el arma definitiva para nuestros enemigos. Un mapa actualizado de todos los puestos avanzados actuales de las alas Navarras, que incluye el número de efectivos de las almenas de infantería. —Señalo los fuertes a lo largo de la frontera Cygnisen—. Así como las ubicaciones de todas las escaramuzas actuales en los últimos treinta días. Incluyendo la de anoche. Un murmullo recorre el cuadrante. —¿Y cómo sabemos que este mapa es, de hecho, actual? —pregunta Kaori, sosteniendo su diario recuperado bajo un brazo. No puedo evitar que la sonrisa se dibuje en mi cara. —Porque lo robamos del despacho de la General Sorrengail. Se desata un caos absoluto, algunos de los jinetes se abalanzan sobre el escenario mientras los profesores se abren paso hacia nosotros, pero yo lo ignoro todo mientras Xaden eleva una comisura de esa hermosa boca y me inclina un sombrero imaginario, inclinando la cabeza durante un instante antes de volver a clavar su mirada en la mía. La satisfacción invade cada gramo de mi ser mientras le sonrío. No importa cómo salga la votación. Yo ya gané.

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No hay vínculo más fuerte que el que une a dos dragones apareados. Va más allá de la profundidad del amor humano o la adoración, hasta llegar a un requisito primario e innegable de proximidad. Uno no puede sobrevivir sin el otro. -GUÍA DE CAMPO DEL CORONEL KAORI PARA LA HUMANIDAD DRAGÓN

olar distancias cortas es algo que manejo. Las maniobras de vuelo, las zambullidas e inmersiones que acompañan a las formaciones de combate, me hacen girar por el cielo a menos que Tairn me sujete con bandas de su propia fuerza. Pero volar seis horas seguidas para conseguir nuestro premio, una visita de una semana a un puesto avanzado, podría ser mi muerte. —Estoy bastante segura de que me estoy muriendo. —Nadine se agacha, apoyando las manos en las rodillas. —Lo siento. —Cada vértebra de mi columna grita mientras me estiro, y las manos que estaban heladas hace sólo unos minutos empiezan a sudar dentro de mis guantes de cuero. Naturalmente, Dain está mínimamente afectado, su postura sólo ligeramente rígida mientras él y la profesora Devera saludan a un hombre alto vestido de negro, que supongo que es el comandante del puesto avanzado. —Bienvenidos, cadetes —dice el comandante con una sonrisa profesional, cruzando los brazos sobre el pecho de su ligero uniforme. Su cabello entrecano hace difícil determinar su edad, y tiene ese aspecto demacrado y curtido que tienen todos los jinetes cuando llevan demasiado tiempo en la frontera—. Estoy seguro de que a todos les gustaría instalarse y ponerse algo un poco más apropiado para el clima. Luego les enseñaremos Montserrat. Rhiannon inhala bruscamente, su mirada recorre las montañas.

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—¿Estás bien? Asiente. —Después. Después llega en exactamente doce minutos empapados de sudor cuando nos muestran nuestras habitaciones dobles en los barracones. Son escasas, sólo están amuebladas con dos camas, dos armarios y un único escritorio bajo una amplia ventana. Está callada todo el tiempo que pasamos por la cámara de baño para lavarnos del viaje y alarmantemente silenciosa mientras nos vestimos con nuestros atuendos de verano. Puede que sólo sea abril aquí en Montserrat, pero parece Basgiath en junio. —¿Vas a decirme qué pasa? —pregunto, guardando la mochila debajo de la cama antes de asegurarme de que todas mis dagas están donde deben estar. Las empuñaduras apenas se ven en las fundas que llevo en los muslos, pero dudo que mucha gente de tan al este reconozca los símbolos Tyrrish. Las manos de Rhiannon tiemblan con lo que parece energía nerviosa mientras se ata la espada a la espalda. —¿Sabes dónde estamos? Traigo mentalmente un mapa. —Estamos a unos trescientos veinte kilómetros de la costa... —Mi pueblo está a menos de una hora a pie. —Sus ojos se cruzan con los míos en una súplica tácita, con tanta emoción arremolinándose en sus profundidades marrón oscuro que mi garganta se atasca, ahogando mis palabras. Tomo sus manos entre las mías y las aprieto, asintiendo. Sé exactamente lo que me está pidiendo y exactamente lo que nos costará si nos atrapan. —No se lo digas a nadie —susurro, aunque sólo estamos nosotras en la pequeña habitación—. Tenemos seis días para resolverlo y lo haremos. —Es una promesa y las dos lo sabemos. Alguien golpea nuestra puerta. —¡Vamos, Segundo Escuadrón! Dain. Hace nueve meses, habría disfrutado de este tiempo con él. Ahora me encuentro evitando sus constantes expectativas sobre mí, o simplemente evitándolo en general. Es curioso cómo pueden cambiar las cosas en tan poco tiempo. Nos reunimos con los demás y el comandante Quade nos hace un recorrido por la base. Me gruñe el estómago, pero lo ignoro y asimilo la agitada energía de la base. La fortaleza consta básicamente de cuatro enormes muros, llenos de barracones y diversas cámaras con torreones en cada esquina y una gran entrada arqueada que ostenta un rastrillo con pinchos que parece listo para caer en cualquier

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momento. En un extremo del patio hay un establo con un herrero y una armería para la compañía de infantería estacionada aquí, y en el otro está el comedor. —Como pueden ver —nos dice el comandante Quade mientras permanecemos de pie en medio del patio embarrado—, estamos construidos para el asedio. En caso de ataque, podemos alimentar y alojar a todos dentro durante un tiempo adecuado. —¿Adecuado? —pronuncia Ridoc, alzando las cejas. Aprieto los labios para no reírme, y Dain le lanza una mirada que promete una sanción desde donde está a mi lado. Se me borra la sonrisa. —Como uno de los puestos avanzados del este, tenemos doce jinetes estacionados aquí. Tres están patrullando ahora, tres esperan por si se les necesita y los otros seis están descansando —continúa Quade. —¿Por qué es esa mirada? —susurra Dain. —¿Qué mirada? —pregunto mientras el rugido de un dragón resuena en las paredes de piedra. —Esa debe ser una de nuestras patrullas que regresa ahora —dice Quade, sonriendo como si quisiera decirlo en serio pero no encontrara la energía. —Aquella en la que alguien acaba de succionar la alegría de tu mundo — responde Dain, agachando ligeramente la cabeza y manteniendo la voz lo suficientemente baja como para que sólo yo pueda oírlo. Podría mentirle, pero eso haría nuestra semi tregua aún más incómoda. —Sólo recordaba al tipo con el que solía trepar a los árboles, eso es todo. Se sobresalta como si lo hubiera abofeteado. —Así que vamos a alimentar a los jinetes y a acostarlos, y luego vamos a trabajar sobre a quién van a seguir mientras estén aquí —continúa Quade. —¿Podremos participar en algún escenario activo? —pregunta Heaton, prácticamente vibrando de emoción. —¡De ninguna manera! —Devera chasquea. —Si ven combate, entonces he fallado ya que este es el lugar más seguro de la frontera para enviarte —responde Quade—. Pero obtienes puntos extra por el entusiasmo. Déjame adivinar. ¿Tercer año? Heaton asiente. Quade se vuelve ligeramente y sonríe a tres figuras indistintas vestidas de negro mientras caminan bajo la reja. —Ahí están. ¿Por qué no vienen los tres y se reúnen...? —¿Violet? Mi cabeza gira hacia la puerta y mi corazón estalla en una serie de latidos erráticos que me hacen agarrarme el pecho con la mejor de las conmociones. No puede ser. No puede ser. Avanzo a trompicones hacia la puerta, olvidándome de ser

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estoica, de ser emocionalmente intocable, mientras ella echa a correr y abre los brazos justo antes de que choquemos. Me levanta, me estrecha contra su pecho y me aprieta con fuerza. Huele a tierra, a dragón y a sangre, pero no me importa. Le devuelvo el abrazo con la misma fuerza. —Mira. —Apoyo la cara en su hombro y me arden los ojos cuando apoya la mano en la trenza que me enseñó a hacer. Es como si el peso de todo lo que ha sucedido en los últimos nueve meses se desplomara sobre mí, golpeándome con la fuerza de un travesaño. El viento del parapeto. La mirada de Xaden cuando se dio cuenta de que yo era una Sorrengail. El sonido de Jack jurando que me mataría. El olor a carne quemada ese primer día. La mirada en la cara de Aurelie cuando cayó del Gauntlet. Pryor, Luca, Trina y... Tynan. Oren y Amber Mavis. Tairn y Andarna eligiéndome a mí. Xaden besándome. Nuestra madre ignorándome. Mira me echa hacia atrás el tiempo suficiente para mirarme, como si estuviera comprobando si hay daños. —Estás bien. —Asiente, clavándose los dientes en el labio inferior—. Estás bien, ¿verdad? Asiento, pero se desdibuja en mi visión porque puede que yo esté viva, incluso floreciente, pero no soy la misma persona que ella dejó en la base de esa torreta, y por la pesadez de sus ojos, ella también lo sabe. —Sí —susurra, arropándome de nuevo—. Estás bien, Violet. Estás bien. Si lo dice suficientes veces, puede que empiece a creerle. —¿Y tú? —Me echo hacia atrás para estudiarla. Hay una nueva cicatriz que se extiende desde el lóbulo de su oreja hasta la clavícula—. Dioses, Mira. —Estoy bien —promete, y luego sonríe—. ¡Y mírate! No te has muerto. Surge una risa irracional y vertiginosa. —¡No me he muerto! ¡No eres hija única! Ambas estallamos en carcajadas, y las lágrimas recorren mis mejillas. —Las Sorrengail son raras —oigo decir a Imogen. —No tienes ni idea —responde Dain, pero cuando me giro para mirarlo, sus labios se curvan en la primera sonrisa genuina que le veo en meses. —Cállate, Aetos —ordena Mira, echándome el brazo por encima del hombro— . Ponme al día de todo, Violet.

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Puede que estemos a cientos de kilómetros de Basgiath, pero nunca me he sentido más en casa.

Dos días después, a primera hora de la tarde, justo después de cenar, Rhiannon y yo salimos por la ventana del primer piso y nos tiramos al suelo. Mira ha salido a patrullar y, por muy maravilloso que haya sido tenerla cerca, esta es nuestra única oportunidad. —Estamos en camino. —Que no te atrapen —advierte Tairn. —Intento que no lo hagan. —Rhiannon y yo nos escabullimos a lo largo de la pared de la almena, doblando la esquina hacia el campo, choco con Mira tan fuerte que reboto hacia atrás. —¡Mierda! —Rhiannon exclama mientras me atrapa. —¿No compruebas al menos las esquinas? —Mira me sermonea, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándome fijamente de una forma que quizá me merezca. Bien, definitivamente me lo merezco. —En mi defensa, no pensé que estarías allí —digo lentamente—. Porque se supone que estás patrullando. —Estabas actuando súper rara en la cena. —Ladea la cabeza y me estudia como si fuéramos niñas otra vez, viendo demasiado—. Así que cambié de turno. ¿Quieres decirme qué haces afuera de los muros? Miro a Rhiannon y aparta la mirada. —¿Ninguna de las dos? ¿En serio? —Suspira y se frota el puente de la nariz—. ¿Tienen que escabullirse de una posición defensiva fuertemente fortificada porque...? Miro a Rhiannon. —Va a averiguarlo de todos modos. Es como un sabueso con estas cosas. Confía en mí. —Mi estómago se aprieta. Rhiannon inclina la barbilla. —Volamos a casa de mi familia. Mira palidece. —¿Harán qué? —Volaremos a su aldea. Es como un vuelo de cinco minutos, según Tairn, y... —empiezo a decir. —En absoluto. —Mira sacude la cabeza—. No. No puedes irte volando como si estuvieras de vacaciones. ¿Y si te pasa algo?

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—¿En casa de sus padres? —pregunto despacio—. ¿Porque hay planeada alguna emboscada en la remota posibilidad de que nos dejemos caer por allí? Mira entrecierra los ojos. Mierda. Esto no va bien y, dado el agarre mortal que Rhiannon tiene ahora en mi brazo, ella tampoco lo cree. —Correríamos menos peligro visitando a sus padres que en Basgiath — argumento. Mira frunce los labios. —Buen punto. —Ven con nosotras —suelto—. En serio. Ven con nosotras, Mira. Sólo quiere ver a su hermana. Mira baja los hombros. Se está ablandando y entro a matar sin piedad. —Raegan estaba embarazada cuando Rhiannon se fue. ¿Te imaginas no estar a mi lado si tuviera un hijo? ¿No harías cualquier cosa, incluso escapar de una posición defensiva fuertemente fortificada, si eso significara ver a tu sobrina o sobrino? — Arrugo la nariz mientras espero su respuesta—. Además, con el héroe de Strythmore a nuestro lado, ¿qué podría salir mal? —Ni siquiera empieces con eso. —Me mira, luego a Rhiannon, luego de nuevo a mí antes de gemir—. Oh, jodida mierda. —Su dedo sale balanceándose cuando ambas sonreímos—. Pero si se te ocurre contárselo a alguien, haré que te arrepientas el resto de tu vida natural. —Lo dice en serio —susurro. —Lo creo —responde Rhiannon. —Llevas aquí dos días y ya incumples las normas —murmura Mira—. Vamos, es más rápido atajar por este camino. Una hora más tarde, Mira y yo estamos estiradas en los bancos acolchados que flanquean ambos lados de la mesa del comedor en casa de Raegan, viendo cómo Rhiannon mece a su sobrino junto a la chimenea, perdida en una conversación con su hermana mientras sus padres y su cuñado la observan desde el sofá cercano. Verlos reunidos lo vale todo. —Gracias por ayudarnos. —Miro a Mira por encima de la mesa. —Lo habrías hecho conmigo o sin mí. —Su sonrisa es suave mientras observa a la familia, enroscando la mano alrededor de la copa de vino de peltre que la madre de Rhiannon tuvo la amabilidad de traer antes—. Pensé que al menos así sabría que estás a salvo. ¿Qué otras reglas has roto, hermanita? —Toma un sorbo de su vino y me mira. Una sonrisa se dibuja en mi boca mientras levanto un hombro. —Tal vez algunas aquí y allá. Me he vuelto muy buena en envenenar a mis oponentes antes de los desafíos.

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Mira casi escupe el vino y se lleva la mano a la boca. Me río, cruzando un tobillo calzado sobre el otro. —¿No es lo que esperabas? El respeto brilla en sus ojos. —Sinceramente, no sé qué esperaba. Estaba desesperada por que vivieras. Y entonces fuiste y no sólo te uniste a uno de los dragones más poderosos, sino también a una cola de pluma. —Sacude la cabeza—. Mi hermanita es una patea traseros. —No sé si mamá estaría de acuerdo. —Froto el pulgar sobre el asa de mi taza— . Todavía no estoy manifestando exactamente una habilidad. Soy sólida en la conexión a tierra y puedo sostener un escudo bastante fuerte, pero.... —No puedo contarle el resto, el don que Andarna me ha dado, al menos por ahora—. Si no manifiesto mi habilidad pronto... Ambas sabemos lo que pasará. Me estudia en silencio de esa manera que tiene, y luego dice: —Esto es lo que hay. Si quieres que tu habilidad se manifieste, deja de bloquearlo pensando que tiene algo que ver con mamá. Tu poder es tuyo y sólo tuyo, Vi. Me retuerzo bajo su escrutinio y cambio de tema, mi mirada cae hacia su cuello. —¿Cómo ocurrió? —Un grifo —responde, asintiendo—. Cerca del pueblo de Cranston hace unos siete meses. La cosa salió de la nada en medio de una incursión en el pueblo. Las protecciones se cayeron, y normalmente mi habilidad me da un poco de inmunidad frente a los enemigos, pero no frente a sus malditos pájaros. Los sanadores tardaron horas en coserme. Pero me quedó una cicatriz genial. —Inclina la barbilla para mostrarla. —¿Cranston? —Pienso en los informes de batalla—. Nunca nos enteramos de eso. Yo... —El sentido común me dice que cierre la boca. —¿Tú qué? —Bebe otro trago. —Creo que en las fronteras pasa mucho más de lo que nos cuentan —admito en voz baja. Mira levanta las cejas. —Pues claro que sí. No esperarás que Informes de Batalla transmita información clasificada, ¿verdad? Sabes que no es así. Y sinceramente, al ritmo que atacan nuestras fronteras, tendrían que dedicar todo el día en Informes de Batalla para analizar cada ataque. —Eso tiene sentido. ¿Recibes toda la información? —Sólo lo que necesitamos. Podría jurar que vi un tumulto de dragones al otro lado de la frontera durante este ataque. —Se encoge de hombros—. Pero las preguntas sobre operaciones secretas están por encima de mi nivel. Piénsalo de este

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modo: si fueras un sanador, ¿necesitarías conocer los detalles de los pacientes de los demás? Sacudo la cabeza. —No. —Exactamente. Ahora dime, ¿qué carajo está pasando entre tú y Dain? He visto menos tensión en una ballesta, y no me refiero a la buena. —Me lanza una mirada que no deja lugar a excusas. —Necesitaba cambiar para sobrevivir. Él no me dejaba. —Era la explicación más simple para los últimos nueve meses—. Hice que mataran a su amiga Amber. Era una jefa de ala. Y honestamente, todo con Xaden nos alejó tanto que no sé cómo reparar nuestra amistad. No a lo que era, al menos. —La ejecución de esa jefa de ala es de dominio público. Tú no hiciste que la mataran. Ella hizo que la mataran rompiendo el Codex. —Mira me estudia durante un momento en silencio—. ¿Es cierto que Riorson te salvó esa noche? Asiento. —Xaden es un tema complicado. —Tan complicado que no puedo identificar mis propios sentimientos. Pensar en él sólo me revuelve de una manera que me deja enredada en nudos. Lo quiero, pero no puedo confiar en él, no de la manera que quiero. Y sin embargo, en otros aspectos, es la persona en la que más confío. —Espero que sepas lo que haces ahí. —Agarra con fuerza su copa—. Porque recuerdo claramente haberte advertido que te alejaras del hijo de ese traidor. Mi estómago se revuelve ante la descripción que Mira hace de Xaden. —Está claro que Tairn no hizo caso de la advertencia. Resopla. —Pero de verdad, si Xaden no hubiera aparecido esa noche, o si yo no hubiera estado durmiendo con la armadura.... —Hago una pausa y me inclino para tocar su mano—. No puedo ni empezar a decirte cuántas veces me has salvado la vida sin ni siquiera estar ahí. Mira sonríe. —Me alegro de que haya funcionado. Juro que me llevó toda una temporada de muda recoger todas esas escamas. —¿Has pensado en contárselo a mamá? ¿Hacerlas para todos los jinetes? —Se lo dije a mis jefes. —Se echa hacia atrás y bebe otro trago—. Dijeron que lo estaban investigando. Vemos a Rhiannon besar las mejillas regordetas y perfectas de su sobrino. —Nunca he visto una familia tan feliz —admito—. Incluso cuando Brennan y papá estaban vivos, no éramos así...

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—No, no lo fuimos. —Una sonrisa triste curva su boca mientras me mira—. Pero recuerdo muchas noches que pasamos acurrucados alrededor del fuego con papá y ese libro que tanto te gusta. —Ah, sí, el libro que me hiciste dejar en mi antiguo dormitorio. —Arqueo una ceja. —¿Te refieres al libro que tomé por si acaso a mamá se le ponían los pelos de punta y decidía hacer limpieza de tus cosas mientras estabas en el cuadrante? —Su sonrisa se transforma en una mueca—. Lo tengo en Montserrat. Pensé que te enojarías si te graduabas y no estaba. Quiero decir, ¿qué harías si olvidaras un minúsculo detalle de cómo los gallardos jinetes acabaron con el ejército de wyvern y los venin que dejaron la tierra seca de magia? Parpadeo. —Mierda. No me acuerdo. Pero supongo que pronto podré volver a leerlo. — Una burbuja de alegría sube por mi pecho—. Eres la mejor. —Te lo daré en el puesto de avanzada. —Se echa hacia atrás y me mira pensativa—. Sé que sólo son historias, pero nunca entendí por qué los villanos elegían corromper sus almas y convertirse en venin, y ahora.... —Frunce el ceño. —¿Ahora empatizas con el villano? —me burlo. —No. —Sacude la cabeza—. Pero tenemos el tipo de poder por el que la gente mataría, Violet. Los dragones y los grifos son los guardianes, y estoy segura de que para alguien lo bastante celoso, lo bastante ambicioso, arriesgar un alma sería un precio justo por la capacidad de ejercerlo. —Se encoge de hombros—. Me alegra que nuestros dragones sean tan exigentes y que nuestros guardianes mantengan a raya a los jinetes de grifos. ¿Quién diablos sabe qué clase de gente eligen esas criaturas peludas? Nos quedamos otra hora, hasta que sabemos que corremos el riesgo de exponernos si nos quedamos un minuto más. Entonces Mira y yo le damos a Rhiannon algo de intimidad para que se despida de su familia y salimos de la casa hacia la húmeda noche. Tairn ha estado inusualmente callado las dos últimas horas. —¿Has estado destinada con algún jinete de parejas apareadas? —le pregunto a Mira mientras cierro la puerta tras nosotras. —Uno —responde, sus ojos se entrecierran en el camino oscurecido frente a la casa—. ¿Por qué? —Sólo me pregunto cuánto tiempo pueden estar separados. —Resulta que unos tres días es su máximo. —Xaden sale de las sombras.

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Por su valor más allá del deber en la batalla de Strythmore, donde su valentía no sólo resultó en la destrucción de una batería tras las líneas enemigas, sino que también salvó la vida de toda una compañía de infantería, recomiendo que Mira Sorrengail reciba la Estrella de Navarra. Pero si no se cumple el criterio, que le aseguro que se ha cumplido, degradarla a la Orden de Talon sería una pena, pero suficiente. -RECOMENDACIÓN DE CONCESIÓN DEL MAYOR POTSDAM A LA GENERAL SORRENGAIL

sí que lo único que hacemos es esperar a que pase algo? —pregunta Ridoc a la tarde siguiente, reclinándose en su silla y apoyando las botas en el extremo de la mesa de madera que recorre toda la sala de reuniones. —Sí —dice Mira desde la cabecera de la mesa, luego da un tirón de muñeca y manda a Ridoc volando hacia atrás—. Y mantén los pies fuera de la mesa. Uno de los jinetes de Montserrat se ríe, cambiando los marcadores del gran mapa que consume la única pared de piedra de la sala curvada y con ventanas. Se trata de la torreta más alta del puesto avanzado, que ofrece unas vistas inigualables de la cordillera de Esben que nos rodea. Nos hemos dividido en dos grupos para este día. Rhiannon, Sawyer, Cianna, Nadine y Heaton pasaron la mañana con Devera en esta sala, estudiando batallas anteriores en el puesto de avanzada, y ahora están de patrulla. Dain, Ridoc, Liam, Emery, Quinn y yo pasamos la mañana en un vuelo de dos horas por los alrededores, con un acompañante extra: Xaden. Ha sido la peor distracción desde que llegamos anoche. Dain no deja de mirarlo mal y de hacer comentarios sarcásticos.

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Mira también lo vigila en todo momento, sospechosamente callada desde anoche. ¿Y yo? Parece que no puedo mantener mis ojos en mí. Hay una energía palpable en cada habitación en la que entra, y me roza la piel como una caricia cada vez que nuestras miradas se cruzan. Incluso ahora, soy consciente de cada una de sus respiraciones cuando se sienta a mi lado a mitad de la mesa. —Considérenlo su Informe de Batalla —prosigue Mira, mirando de reojo a Ridoc mientras vuelve a su silla—. Esta mañana hemos volado una cuarta parte de la patrulla habitual, así que lo normal sería que volviéramos ahora mismo e informáramos de nuestros hallazgos al comandante. Pero para matar el tiempo, ya que estamos en esta sala como vuelo de reacción para esta tarde, vamos a fingir que nos hemos topado con un puesto enemigo recién fortificado que cruza nuestra frontera —se vuelve hacia el mapa y clava un alfiler con una pequeña bandera carmesí cerca de uno de los picos a unos tres kilómetros de la línea fronteriza con Cygnisen—, aquí. —¿Se supone que debemos fingir que apareció de la noche a la mañana? — Emery pregunta, abiertamente escéptico. —Por el bien de la discusión, tercer año. —Mira le estrecha los ojos, y él se sienta un poco más erguido. —Me gusta este juego —dice otro de los jinetes de Montserrat desde el extremo de la mesa, enlazando los dedos detrás de la nuca. —¿Cuál sería nuestro objetivo? —Mira observa alrededor de la mesa, saltándose a Xaden. Anoche había echado un vistazo a la reliquia de la rebelión que llevaba en el cuello y había pasado de largo sin decir palabra—. ¿Aetos? Dain se sobresalta, deja de mirar a Xaden desde el otro lado de la mesa y se vuelve hacia el mapa. —¿Qué tipo de fortificaciones hay? ¿Estamos hablando de una estructura básica de madera? ¿O algo más sustancial? —Como si hubieran tenido tiempo de construir una fortaleza de la noche a la mañana —murmura Ridoc—. Tiene que ser de madera, ¿no? —Todos son tan jodidamente literales. —Mira suspira y se frota la frente con el pulgar—. Bien, digamos que ocuparon una torre que ya está establecida. Con piedra y todo. —¿Pero los civiles no pidieron ayuda? —pregunta Quinn, rascándose la barbilla puntiaguda—. El protocolo exige una señal de socorro a estas alturas de las montañas. Deberían haber encendido su baliza de socorro, alertando a los jinetes que patrullaban, en cuyo momento los dragones que patrullaban habrían avisado a todos los dragones disponibles en la zona. Los mismos jinetes de esta sala habrían montado primero como fuerza de reacción y los demás se habrían despertado de sus descansos, permitiendo a los jinetes evitar la pérdida del torreón en primer lugar. Mira se burla y apoya las manos en el extremo de la mesa, mirándonos a todos.

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—Todo lo que enseñan en Basgiath es teoría. Analizas ataques anteriores y aprendes esas maniobras de combate tan... teóricas. Pero aquí las cosas no siempre salen según lo planeado. Así que, ¿por qué no hablamos de todas las formas en que las cosas pueden torcerse, para que sepan qué hacer cuando lo hagan, en lugar de discutir que la torre no debería haber caído? Quinn se siente incómoda. —¿A cuántos de ustedes los han llamado siendo de tercer año? —Mira se endereza, cruzando los brazos sobre su vestimenta negra y la correa que sujeta su espada a la espalda. Emery y Xaden levantan las manos, aunque la de Xaden es apenas un gesto. Dain parece a punto de estallarle la cabeza. —Eso no es correcto. Nunca nos llaman al servicio hasta la graduación. Xaden aprieta los labios en una línea apretada y asiente, haciéndole un gesto sarcástico con el pulgar hacia arriba. —Sí, de acuerdo. —Emery se ríe—. Espera al año que viene. No puedo contar cuántas veces somos nosotros los que estamos sentados en estas mismas habitaciones en los fuertes del centro porque sus jinetes han sido llamados al frente por una emergencia. A Dain se le va el color de la cara. —Ya está decidido. —Mira mete la mano debajo de la mesa y saca un juego de modelos, poniendo una torre de piedra de 15 centímetros en el centro de la mesa—. Atrápalo. —Uno a uno, nos lanza modelos de madera pintada de dragones, quedándose uno para ella—. Imagina que Messina y Exal no existen ahí atrás, y que somos el único escuadrón disponible para recuperar esa torre. Piensa en el poder que hay en esta sala. Piensa en lo que cada jinete aporta y en cómo usarías esos poderes al unísono para conquistar tu objetivo. —Pero eso no se lo enseñan a los de primer año —dice Liam lentamente desde el otro lado de mí. Mira echa un vistazo a los remolinos de magia en su muñeca, pero en honor a Liam, no se baja la manga. A veces es difícil recordar que los de tercer año son los primeros jinetes que servirán con los hijos de los líderes del levantamiento de Tyrrish, un levantamiento que podría haber dejado nuestras fronteras indefensas y a la gente inocente de Navarra como víctimas de guerra. Todos en esta sala se han acostumbrado a Liam, Imogen... incluso Xaden. Pero los que están en servicio activo nunca han volado con nadie marcado por una reliquia de la rebelión. Los jinetes Tyrrish que permanecieron leales a Navarra durante el levantamiento fueron ascendidos, no castigados, y los jinetes que se volvieron contra el rey y la patria fueron asesinados o ejecutados. Y al igual que mi dolor por la pérdida de Brennan se dirigió contra Xaden aquel primer día en el parapeto, habrá más de un jinete que dirija erróneamente su propia ira contra jinetes marcados. Me aclaro la garganta.

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La mirada de Mira se cruza con la mía y enarco una ceja en clara advertencia. No jodas con mis amigos. Sus ojos se abren ligeramente y vuelve a dirigir su atención a Liam. —Puede que no les enseñen esta estrategia de batalla cuando son de primer año, porque están muy ocupados tratando de mantenerse sobre sus dragones. Tuvieron su primer contacto con la estrategia durante la Batalla de Escuadrones, y estamos casi en mayo, lo que significa que deberían estar empezando los Juegos de Guerra finales, ¿no? —En dos semanas —responde Dain. —Buen momento, entonces. No todos sobrevivirán a los juegos si no están preparados. —Me sostiene la mirada un momento—. Este tipo de pensamiento le dará ventaja a tu escuadrón, a toda tu ala, ya que te garantizo que tu líder de ala ya está evaluando las habilidades de cada jinete. Xaden mueve su modelo de dragón sobre los nudillos, pero no responde. No le ha dirigido la palabra a Mira desde que llegó. —Hagámoslo. —Mira se aparta—. ¿Quién está al mando? —Mira hacia Quinn— . Y vamos a fingir que no tengo tres años de antigüedad en incluso el más alto rango de ustedes. —Entonces yo estoy al mando. —Dain se sienta derecho, su barbilla se eleva unos centímetros. —Nuestro jefe de ala está aquí —argumenta Liam, señalando a Xaden—. Yo diría que eso lo pone al mando. —Podemos fingir que no estoy aquí, sólo por el ejercicio. —Xaden deja su dragón sobre la mesa y se echa hacia atrás en su silla, colocando su brazo sobre el respaldo del mío, un movimiento que hace que Dain apriete los dientes—. Dale a Aetos la posición que todos sabemos que ansía. —No seas idiota —susurro. —Ni siquiera me has visto empezar a ser un idiota. Mi cabeza gira tan rápido que nada, y me quedo con la boca abierta mientras miro fijamente al lado de la cara de Xaden. Esa era su voz... en mi maldita cabeza. Se vuelve, los destellos dorados de sus ojos captan la luz, y juro que lo oigo reír en mi mente, aunque tiene los labios cerrados, ladeados en esa sonrisa suya que me acelera el pulso. —Estás mirando fijamente. Se va a poner incómodo en unos treinta segundos si no paras. —¿Cómo? —siseo. —De la misma manera que hablas con Sgaeyl. Todos estamos gloriosamente y molestamente vinculados. Esta es sólo una de las ventajas. Aunque estoy empezando a

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desear haberlo probado antes. La cara que tienes no tiene precio. —Guiña un ojo y se vuelve hacia la mesa. Jodidamente. Guiñó el ojo. ¿Y eso es un atisbo de sonrisa? —Tú. Eres. El. Jefe. De. Ala —Cada palabra que dice Dain sale a través de los dientes apretados. —Ni siquiera debería estar aquí. —Xaden se encoge de hombros—. Pero si te hace sentir mejor, a efectos de los Juegos de Guerra, recibirás órdenes de tu jefe de sección, Garrick Tavis, que él recibirá de mí. Llevarán a cabo sus maniobras como escuadrón por el bien del ala. Finge que soy un miembro más de tu escuadrón y utilízame como quieras, Aetos. —Xaden cruza los brazos sobre el pecho. Miro a Mira, que sigue el intercambio con las cejas levantadas. —¿Por qué estás aquí? —Dain desafía—. No se ofenda, señor, pero no esperábamos exactamente un alto mando en este viaje. —Eres más que consciente de que Sgaeyl y Tairn están apareados. —¿Tres días? —Dain responde, inclinándose—. ¿No pudiste hacerlo en tres días? —No tiene nada que ver con él —interrumpo, dejando a mi dragón en el suelo con un poco más de fuerza de la necesaria—. Eso depende de Tairn y Sgaeyl. —¿Nunca has considerado que eres tú de quien yo no podía alejarme? Doblo el brazo derecho y lo clavo en el bíceps de Xaden. No lo dice en serio. No cuando sigue insistiendo en que besarme fue un error. Y si lo hace... No voy a ir allí. —Ahora, ahora, revelarás nuestro pequeño secreto de comunicación si no puedes evitar ser tan... violenta. —Apenas contiene una sonrisa, obviamente le encanta tener la última palabra. Tengo que averiguar cómo demonios lo está haciendo para poder rebatirlo mentalmente. —Por supuesto que te apresurarías a defenderlo. —Dain me lanza una mirada dolida—. Aunque cómo puedes olvidar que ese tipo quería matarte hace seis meses me supera. Parpadeo y lo miro. —No puedo creer que hayas ido allí. —Buen trabajo siendo profesional, Aetos. —Xaden se rasca la reliquia del cuello, estoy casi segura de que no le pica—. Realmente muestra esas cualidades de liderazgo en su máxima expresión. Uno de los jinetes de la mesa silba por lo bajo. —¿Quieren sacarlo y medirlo? Sería más rápido. Liam ahoga una carcajada, pero sus hombros tiemblan.

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—¡Basta! —Mira golpea la mesa con las manos. —Oh, vamos, Sorrengail —gimotea el jinete de la mesa con una amplia sonrisa. Mira y yo miramos hacia él. —Quiero decir... mayor Sorrengail. Este es el mejor entretenimiento que hemos tenido en años. Sacudo la cabeza y miro alrededor de la mesa. —Mira tiene la habilidad de extender el escudo si las protecciones están bajas, así que lo primero que yo haría es enviarla a explorar la zona con Teine. Necesitamos saber si nos enfrentamos a infantería o a jinetes de grifos. —Bien. —Mira mueve su dragón más cerca del castillo—. Ahora supongamos que hay grifos. —¿Quieres hacer tu trabajo? —le pregunto a Dain, sonriendo dulcemente—. Quiero decir, cómo puedes olvidar que eres el líder del escuadrón está más allá de mí. Su mano se aprieta alrededor de su propio dragón mientras aparta su mirada de la mía. —Quinn, ¿puedes proyectarte astralmente desde la parte trasera de tu dragón? —Sí —responde ella. —Luego te ordenaría proyectarte en la fortaleza para verificar señales de debilidad —ordena Dain—. Y que luego informes. Lo mismo con Liam. Usaríamos tu visión lejana para ver si puedes localizar a los jinetes de grifos y si hay alguna trampa. —Bien. Las debilidades son la puerta de madera —señala Mira mientras Quinn y Liam posicionan a sus dragones—, y los ciudadanos navarros que tienen cautivos en las mazmorras. —Así que no podremos hacer estallar todo el lugar —dice Ridoc. —Eres un controlador de aire, ¿verdad? —Dain le pregunta a Emery—. Así que puedes dar forma a las llamas de tu dragón, conducirlas a través de las partes ocupadas del torreón sin matar civiles. —Sí —responde Emery—. Pero tendría que estar en el torreón. —Entonces tendrás que entrar en el torreón —dice Mira encogiéndose de hombros. Los ojos de Emery se abren de par en par. —¿Quieres que deje mi dragón y vaya a pie? —¿Por qué crees que nos dan todo ese entrenamiento cuerpo a cuerpo? ¿O vas a dejar morir a todos esos inocentes? —Mira agita la muñeca y el dragón de Emery sale volando de su mano hacia la suya. Lo pone en el centro de la torre—. La verdadera pregunta es, ¿cómo podemos acercarte lo suficiente sin que te maten? — Echa un vistazo a la mesa—. Ya que supongo que los demás estarán ocupados luchando contra los grifos que se lancen una vez que empiecen los fuegos artificiales.

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—¿Cuál es tu habilidad, Aetos? —Quinn pregunta. —Por encima de tu nivel —responde Dain, echando un vistazo alrededor de la mesa y saltándose a Xaden, luego haciendo la ronda de nuevo, finalmente suspirando—. ¿Alguna idea? ¿Realmente el cuadrante está haciendo que Dain mantenga en secreto la lectura de memorias? ¿Haber intentado tocar mi cabeza el día que Amber se quemó fue una pérdida de control? ¿Cómo ha llegado tan lejos sin decirle a nadie cuál es su habilidad? Sacudo la cabeza. —Claro. —Recojo el dragón de Xaden y lo empujo hacia la torre, plantando un pie mental en los Archivos donde guardo mi poder y usándolo para elevar la figura del dragón hasta que se cierne sobre la estructura—. Deja de ignorar que tienes a tu disposición a un portador de sombras increíblemente poderoso y pídele que oscurezca la zona para que nadie te vea aterrizar. —No está equivocada —acepta Mira, pero sus palabras son cortantes. —¿Puedes hacer eso? —Dain mira a regañadientes a Xaden. —¿Lo preguntas en serio? —replica Xaden. —Sólo no estaba seguro de que pudieras cubrir un área tan... Xaden levanta una mano unos centímetros por encima de la mesa, y las sombras salen de debajo de nuestros asientos, llenando la habitación y volviéndola oscura como la medianoche en un abrir y cerrar de ojos. El corazón me da un vuelco y la vista se me nubla. —Relájate. Sólo soy yo. —Un toque fantasmal roza mi mejilla. Sólo él es ligeramente... aterrador. Le lanzo ese pensamiento, pero no responde. Quizá tengamos una comunicación unidireccional, porque no creo que pueda hablarle como él me habla a mí. ¿Qué había dicho Sgaeyl sobre las habilidades? Reflejan quién eres en el fondo de tu ser. Tiene sentido. Mira es protectora. Dain tiene que saberlo todo. Y Xaden... tiene secretos. —Que me jodan —dice alguien. —Puedo rodear todo este puesto de avanzada, pero creo que eso podría asustar a algunas personas —dice Xaden, y las sombras desaparecen, corriendo de nuevo bajo la mesa. Respiro hondo y me doy cuenta de que, aparte de Emery, que sin duda ha visto a Xaden hacer este tipo de trucos antes, todos los demás están ligeramente verdosos. Incluso Mira, que mira fijamente a Xaden como si fuera una amenaza que necesita evaluar. Se me revuelve el estómago.

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—Espero que no se te haya ocurrido ninguna idea mientras estábamos a oscuras —se burla Xaden, y así, sin más, mi simpatía por el imbécil se evapora. No me molesto en mirarlo a la cara, solo levanto un dedo. Se ríe entre dientes y yo aprieto los míos. —Sácamelo de la cabeza —le digo a Tairn. —Te acostumbrarás —responde Tairn. —¿Esto es normal con todas las parejas apareadas y sus jinetes? —Para algunos. Es una gran ventaja en una batalla. —Bueno, es un grano en el trasero en este momento. —Extraño a Andarna. Estamos tan lejos que apenas puedo sentirla. —Entonces escúdalo de la misma forma que a mí, o empieza a replicar — refunfuña Tairn—. Tú también tienes el poder de ser un grano en el trasero. Confía en mí. —¿Y cómo se supone que debo responderle? —Le lanzo una mirada de desconfianza a Xaden, pero él está absorto en la batalla imaginaria que estamos librado contra una fortaleza ficticia. —Descubre cuál es el camino en tu mente que le pertenece a él. Oh, qué alegría. Eso debería ser fácil. Terminamos la operación hipotética, cada uno utilizando nuestro poder al máximo... todos excepto yo. Pero cuando llega el momento de hacer volar a los grifos, Tairn supera a todos los demás dragones en la habitación. —Buen trabajo —dice Mira, mirando su reloj de bolsillo—. Aetos, Riorson y Sorrengail, quiero verlos en el pasillo. El resto pueden retirarse. No es que ninguno de nosotros tenga otra opción, así que seguimos a Mira hasta la escalera de caracol. Cierra la puerta tras nosotros y lanza una línea de energía azul que cubre la entrada. —Escudo de sonido —dice Dain con una sonrisa—. Bonito. —Cállate. —Mira gira en el escalón superior, poniendo su dedo en la cara de Dain—. No sé qué bicho se te ha metido en el trasero, Dain Aetos, pero ¿has olvidado que eres un líder de escuadrón? ¿Qué tienes posibilidades reales de convertirte en jefe de ala el año que viene? Mierda, está enojada, y eso no es algo de lo que quiera formar parte. Retrocedo otro paso, pero con Xaden debajo de mí en las escaleras, ya no hay adónde ir. —Mira... —empieza Dain. —Teniente Sorrengail —responde Mira—. Lo estás echando a perder, Dain. Sé cuánto deseas su puesto el año que viene. —Señala con el dedo a Xaden—. No olvides que hemos crecido a tres metros de distancia. Y lo estás arruinando, ¿por qué? ¿Estás molesto porque Violet se unió a la pareja de su dragón?

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Me arden las mejillas. Nunca ha tenido pelos en la lengua, pero... maldita sea. —¡Él es lo peor posible para ella! —Dain contraataca. —Oh, no estoy discutiendo eso. —Se acerca a su espacio—. Pero no hay nada que nadie pueda hacer acerca de las decisiones de los dragones. A ellos no les importan las opiniones de simples humanos, ¿verdad? Pero lo que sea que esté sucediendo entre ustedes dos —su dedo se balancea entre Dain y yo—, está arruinando a tu escuadrón. Si yo puedo verlo después de cuatro días contigo, seguro que ellos también pueden darse cuenta. Y si hubiera sabido que ibas a ser tan intransigente, sin ninguna flexibilidad por las cosas que ella no puede controlar, nunca le habría dicho que te buscara después de cruzar el parapeto. —Me mira, luego vuelve a mirarlo a él—. Ustedes dos han sido mejores amigos desde que tenían cinco años. Resuelvan sus problemas. Dain está tan tenso que parece que podría quebrarse en dos, pero me mira y asiente. Yo hago lo mismo. —Bien, ahora vuelve ahí. —Hace un gesto hacia la puerta con la cabeza, y Dain sale, caminando a través del escudo—. Y en cuanto a ti. —Baja dos escalones y fulmina a Xaden con la mirada—. ¿Esto es lo que debo esperar el año que viene? —¿Aetos siendo un idiota? —pregunta Xaden, dejando las manos sueltas a los lados—. Probablemente. Mira entrecierra los ojos. —Los dragones apareados suelen unir a los jinetes en el mismo año por una razón. No puedes esperar que tu ala asignada o sus instructores los dejen volar a los dos cada tres días. —No fue mi elección. —Se encoge de hombros. —¿Qué se supone que tenemos que hacer? ¿Decirles a los dragones gigantes lanzallamas cómo va a ser? —le pregunto a mi hermana. —¡Sí! —exclama, volviéndose hacia mí—. Porque no puedes vivir así, Violet. Serás tú la que acabe perdiendo el entrenamiento que necesitas, porque él es el más poderoso de los dos ahora mismo. Pero si no consigues centrarte en tu entrenamiento, así será siempre. Nunca te convertirás en quien Tairn puede impulsarte a ser. ¿Es eso lo que buscas, Riorson? —Mira —susurro, sacudiendo la cabeza—. Te equivocas con él. —Escúchame. —Me agarra de los hombros—. Puede que maneje sombras, Violet, pero dale el poder, y te convertirás en una. —Eso no pasará —le prometo. —Lo hará si él tiene algo que decir al respecto. —Su mirada parpadea detrás de mí—. Matar a alguien no es la única forma de destruirlo. Impedir que alcances tu potencial parece un gran camino hacia la retribución que juró contra nuestra madre. Piénsalo bien. ¿Hasta qué punto lo conoces realmente?

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Respiro. Confío en Xaden. Al menos, creo que lo hago. Pero Mira tiene razón; hay infinitas formas de demoler a alguien sin acabar con su vida. —Eso es lo que pensaba. —La mirada en sus ojos se convierte en algo peor que la ira. Es lástima—. ¿Sabes por qué odia tanto a nuestra madre? Por qué los niños como él son puestos en el para…. —Estoy aquí mismo —interrumpe Xaden, subiendo al mismo escalón para colocarse a mi lado—. Por si no te habías dado cuenta. —Es difícil no verte —replica ella. —No me estás escuchando. —Baja la voz—. Yo. Estoy. Aquí. Tairn no la arrastró de vuelta a Basgiath. No rompió sus escudos y derramó sus emociones en ella. No le exigió que volara a través del maldito reino. Tu hermana sigue aquí. Yo soy el que dejó mi puesto, mi posición, y a mi oficial ejecutivo a cargo de mi ala. Ella no está perdiendo ni mierda. —¿Y el año que viene? ¿Cuándo seas un flamante teniente? ¿Qué mierda se va a perder entonces? —pregunta Mira. —Ya lo resolveremos. —Sujeto su mano y la aprieto—. Mira, ha aprovechado cada minuto libre que ha tenido para entrenarme en la colchoneta para los desafíos o llevarme a volar con la esperanza de que por fin descubra cómo mantener mi maldito asiento sin que Tairn me sujete. Él... Se estremece. —¿No puedes mantener tu asiento? —No. —Es apenas un susurro, y el calor de la vergüenza me abrasa la piel. —¿Cómo demonios puedes no hacerlo? —Se queda con la boca abierta. —¡Porque yo no soy tú! —grito. Se echa hacia atrás como si la hubiera abofeteado, nuestras manos se separan. —Pero tú... pareces mucho más fuerte ahora. —Mis articulaciones y músculos están más fuertes porque Imogen me hace levantar esas horribles pesas, pero eso no... me arregla. Mira palidece. —No. No quería decir eso, Vi. No eres nada que haya que arreglar. Es sólo que no sabía que no podías sostener tu asiento. ¿Por qué no me lo dijiste? —Porque no hay nada que puedas hacer al respecto. —Esbozo una sonrisa irónica—. No hay nada que nadie pueda hacer sobre la forma en que estoy hecha. Un largo e incómodo silencio se extiende entre nosotros. A pesar de lo unidas que estamos, hay muchas cosas que no compartimos. —Está mejorando —ofrece Xaden, con voz tranquila y uniforme—. Las primeras semanas fueron... desastrosas. —Oye, él me atrapó antes de que cayera al suelo —argumento.

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—Apenas —refunfuña Xaden antes de volverse hacia Mira—. No tienes que confiar en mí... —Bien, porque no lo hago —dice—. Todo ese poder en manos de alguien con tu historia ya es bastante malo, pero saber que sus dragones están tan enredados que no puedes estar a más de tres días de Violet es inaceptable de todas las formas posibles que se me ocurren... —Se queda completamente quieta, sus ojos se desenfocan. —¡Hay una corriente de grifos dirigiéndose hacia aquí! —Tairn brama. —¡Mierda! Las protecciones han caído —murmura Mira, que parece haber recibido la misma alarma de Teine. Me sujeta por los hombros y me abraza—. Tienes que irte. —¡Podemos ayudar! —argumento, pero ella me sujeta tan fuerte que no puedo moverme. —No puedes. Y si Tairn está usando su poder para mantenerte sentada, entonces él también está disminuido. Tienes que irte. Vete de aquí. Si me amas, Violet, te irás para que no tenga que preocuparme por ti también. —Me suelta y mira a Xaden mientras nuestro escuadrón sale por la puerta de arriba, atronando al bajar los escalones—. Sácala de aquí. —¡Vamos! —Dain grita—. ¡Ahora! —Aunque no confíes en mí, soy la mejor arma que tienes —le gruñe Xaden a Mira. —Si lo que dices es cierto, entonces eres la mejor arma que ella tiene. La otra mitad del escuadrón estará aquí en unos momentos, y Teine cree que tenemos unos veinte minutos hasta que lleguen los grifos. —Los ojos de Mira se encuentran con los míos—. Tienes que ponerte a salvo, Violet. Te amo. No te mueras. Odiaría ser hija única. —No hay sonrisa arrogante como cuando me dejó en Basgiath el día del reclutamiento. Xaden me arrastra contra su costado mientras Mira sube corriendo las escaleras que quedan hacia el tejado. Esto no puede estar pasando. No hay manera de que pueda huir a un lugar seguro y dejar a mi hermana aquí, con absolutamente ninguna manera de saber si está viva o muerta. Esto se siente como el tipo exacto de cosa de la que nunca oiríamos hablar en Informes de Batalla. Cómo la mierda. Cada célula de mi cuerpo se rebela ante la idea. —¡No! —Lucho, pero es inútil. Es demasiado fuerte—. ¡Mira! ¿Y si te haces daño? La velocidad de Tairn podría ser lo único que te salve. Al menos déjanos quedarnos. Mira por encima del hombro hacia la puerta, pero hay acero en su expresión. —¿Quieres que confíe en ti, Riorson? Sácala de aquí de una puta vez y encuentra la forma de que se quede sentada. Ambos sabemos que está muerta si no lo hace.

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—¡Mira! —grito, arañando los brazos de Xaden, pero él ya me está medio llevando escaleras abajo con un brazo sujeto a mi cintura como si pesara menos que la espada que lleva a la espalda—. ¡Te amo! —grito desde la torre, pero no hay forma de saber si me ha oído. —¿Puedo confiar en que consigas tu propia mochila? —pregunta Xaden mientras marcha por el pasillo del barracón—. ¿O voy a tener que sacarte de aquí sin lo que hayas traído? —La recogeré yo misma. —Lo empujo y me suelta. Tardo unos minutos en recoger mi mochila y la de Rhiannon, ya que las hemos dejado intactas, incluso metiendo nuestras capas. Luego vuelvo al pasillo donde me espera Xaden con su mochila al hombro. Parece mucho más pequeña que con la que llegó, y no quiero ni pensar lo que ha dejado para obligarme a salir antes. No me molesto en mirarlo, marcho hacia la puerta, pero me agarra del codo y me hace girar. —No. Es demasiado peligroso salir de los muros de la fortaleza. Vamos a subir. —Me rodea la cintura con el brazo y me arrastra hasta la torre más cercana—. Sube. —¡Esto es una mierda! —le grito, sin importarme que todos los demás miembros de nuestro escuadrón que están subiendo a la misma torre puedan oírme— . ¡Tairn podría ayudarlos! —Tu hermana tiene razón. Tienes que salir, así que nos vamos. Ahora sube. —Dain —argumento, dándome cuenta de que está adelante de nosotros. Se da la vuelta y recoge la mochila de Rhiannon, echándosela al hombro. —Por una vez, Riorson y yo estamos de acuerdo. No sólo tenemos que sacarte a ti, Violet. Piensa en todos los demás de primer año. —La súplica en sus ojos me cierra la boca—. ¿Vas a condenar a muerte a todo un escuadrón sin entrenamiento? Porque yo lo haré. Cianna, Emery y Heaton también lo harán. Y todos sabemos que Riorson lo hará. ¿Pero qué hay de Rhiannon? ¿Ridoc? ¿Sawyer? ¿Quieres sus muertes en tus manos? —pregunta, sus palabras entrecortadas mientras corremos hacia la puerta abierta. No se trata de mí. Irrumpimos en el tejado mientras Emery monta a su dragón, que está precariamente encaramado a la pared más fina que un cuadrante. Oh dioses, nunca voy a poder montar a Tairn en este ángulo. —Ridoc y Quinn ya están en el aire —nos dice Liam mientras Emery se lanza hacia el cielo, donde Cath y Deigh revolotean con sus alas batiendo el aire. —¡Tú eres el siguiente! —le grita Xaden a Liam, y Dain asiente. Deigh derrumba la mampostería con la fuerza de su aterrizaje y Liam despega por la estrecha pasarela hacia el gran Cola de Daga Roja. —Tú sigues, Aetos —grita Xaden.

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—Vi… —Dain empieza a discutir. —Es una orden. —No hay lugar para la discusión en ese tono, y todos lo sabemos, especialmente cuando Cath toma el lugar de Deigh en la pared—. La tengo. Ve. —Vete —le insto. Nunca sería capaz de vivir conmigo misma si algo le pasara a Dain por mi culpa. Puede que haya sido un imbécil los últimos meses, pero eso no invalida los años que ha sido mi mejor amigo. Dain parece a punto de pelear, pero finalmente asiente, volviéndose hacia Xaden. —Confío en ti para sacarla. —Hay mucho de eso por ahí hoy —replica Xaden—. Ahora sube a tu dragón para que yo pueda subirla al suyo. Dain me lanza una mirada larga e intensa, luego se da la vuelta y echa a correr, subiendo por la pata delantera de Cath de una forma que me recuerda tanto al Gauntlet que me vienen recuerdos. —¿Dónde estás? —le pregunto a Tairn, viendo cielos vacíos sobre nosotros. —Ya casi llego. Estaba haciendo lo que se podía hacer. —No puedo hacer esto —le digo a Xaden, girándome en sus brazos para mirarlo—. Los demás se han ido. Llámalo el favor que me debes, no me importa. Podemos quedarnos. No puedo dejarla aquí. Está mal, y es algo que ella nunca me haría. Tengo que quedarme por ella. Tengo que hacerlo. Hay tanta compasión, tanta comprensión en sus ojos, que cuando me suelta la cintura, creo que podría dejar que me quedara. Entonces sus manos se posan en mis mejillas, se deslizan hacia atrás y me acarician la base del cuello mientras acerca su boca a la mía. El beso es temerario y arrollador, y lo doy todo sabiendo que podría ser el último. Su lengua me lame la boca con una urgencia que yo correspondo, inclinándome para acogerlo más profundamente. Dioses, no es tan bueno como había estado fantaseando, recordando esa noche. Es mucho mejor. Ha sido cuidadoso conmigo contra la pared, pero no hay nada de vacilación en la forma en que me reclama la boca, nada de cautela en el dolor que late en mi estómago. Sólo interrumpe el beso cuando ambos jadeamos y apoya la frente en la mía. —Sal por mí, Violet. —Ya casi estamos ahí —dice Tairn. Xaden ha estado retrasando para darle tiempo a Tairn y Sgaeyl de llegar. Mi corazón se hunde como una piedra, clavando mis pies en su lugar. —Te odiaré por esto.

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—Sí. —Asiente, una expresión de puro arrepentimiento cruza su rostro mientras se aleja—. Puedo vivir con eso. —Sus manos se apartan de mi rostro y se dirigen hacia mis brazos, levantándolos para que forme una 'T'—. Brazos arriba. Agárrate fuerte. —Maldito. La enorme figura de Tairn aparece detrás de él, y Xaden cae al suelo de piedra justo cuando Tairn vuela directamente por encima, su sombra cae sobre mí un segundo antes de que su garra me recoja como ha hecho innumerables veces cuando he caído en pleno vuelo. —¡Tienes que llevarnos de vuelta! —He hecho todo lo posible y no arriesgaré tu vida. —Sube en altitud, luego me lanza sobre su espalda en una maniobra practicada—. Ahora, agárrate para que podamos sobrevolarlos. Miro por encima de mi hombro y veo a Xaden en Sgaeyl, acercándose rápidamente, y más atrás, cientos de metros más abajo, una docena de grifos envuelven la torre.

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Ganar los Juegos de Guerra no es cuestión de fuerza. Se trata de astucia. Para saber cómo atacar, tienes que entender dónde son más vulnerables tus enemigos, tus amigos. Nadie es amigo para siempre, Mira. Al final, los más cercanos a nosotros se convierten en nuestros enemigos de alguna manera, aunque sea por amor bienintencionado, por apatía, o si vivimos lo suficiente como para convertirnos en sus villanos. -PÁGINA OCHENTA, EL LIBRO DE BRENNAN

a pared de piedra del despacho del profesor Markham, en el Cuadrante de los Jinetes, se me clava en la espalda, irritando mi reliquia mientras apoyo todo mi peso junto a la puerta cerrada. Estoy a punto de salirme de mi propia piel por la preocupación y la insufrible acumulación de energía que amenaza con arder en cualquier momento. Han pasado dos días desde que dejamos Montserrat. Un día de vuelo de vuelta a Basgiath y un día insoportablemente largo de silencio. Apenas ha salido el sol. No he ido a la biblioteca desde que regresé y, de alguna manera, me las he arreglado para salir por la puerta antes de que Liam sepa que me he ido. El desayuno no importa. Me importa una mierda si me pierdo la formación. Este es el único lugar donde puedo contemplar estar. Los pasos en la escalera circular de la izquierda hacen que se me tense el estómago, y mi pulso se acelera cuando mi mirada vuela hacia la puerta, buscando el primer rastro de una túnica color crema. En lugar de eso, Xaden entra en el pasillo con dos tazas de peltre humeantes en la mano y se dirige directamente hacia mí. —¿Todavía me odias? —Absolutamente. —No es del todo cierto, pero es fácil señalarlo a él por toda la culpa que he estado sintiendo durante dos días seguidos.

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—Me imaginaba que ya estarías esperando. —Extiende una de las tazas como ofrenda—. Es café. Sgaeyl dice que no has dormido. —No es asunto de Sgaeyl si estoy durmiendo —le digo—. Pero gracias. —Tomo la taza. Parece que ha tenido ocho horas y pico de vacaciones desde ayer—. Seguro que tú duermes como un bebé. —Deja de contarle a Sgaeyl mis hábitos de sueño —le gruño a Tairn. —No voy a dignificar esa demanda con una respuesta. —Andarna es mi favorita. Tairn resopla. Xaden se apoya en la pared de enfrente y da un sorbo a su café. —No he dormido bien desde la noche en que mi padre dejó Aretia para declarar la secesión. Mis labios se separan. —Eso fue hace más de seis años. Se queda mirando su café. —Eras... —Hago una pausa—. Ni siquiera sé cuántos años tienes ahora. —Mira tenía razón. No sé casi nada de él. Y sin embargo... siento que sé quién es hasta en la médula de los huesos. ¿Podrían estar mis emociones más dispersas cuando se trata de él? —Veintitrés —responde—. Mi cumpleaños fue en marzo. Y ni siquiera lo sabía. —El mío es en... —Julio —responde con un fantasma de sonrisa—. Lo sé. Me propuse saber todo lo que hubiera que saber sobre ti en cuanto te vi en el parapeto. —Porque eso no es espeluznante. —Dejo que el café caliente mis manos heladas. —No se puede saber cómo arruinar a alguien sin entenderlo antes —dice en voz baja. Levanto la mirada y veo que la suya ya está sobre mí. —¿Y ese sigue siendo tu plan? —Las palabras de Mira me han perseguido durante dos días. Se estremece. —No. —¿Qué ha cambiado? —La frustración aprieta mi agarre de la taza—. ¿Cuándo decidiste exactamente no arruinarme? —Tal vez fue cuando vi a Oren sosteniendo un cuchillo en tu garganta —dice— . O quizá fue cuando me di cuenta de que los moretones de tu cuello eran huellas

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dactilares y quise volver a matarlos sólo para poder hacerlo despacio. Quizá fue la primera vez que te besé imprudentemente o cuando me di cuenta de que estoy jodido porque no puedo dejar de pensar en hacer algo más que besarte. —Se me corta la respiración cuando lo admite, pero se limita a suspirar y a dejar caer la cabeza contra la pared—. ¿Acaso importa cuándo, mientras haya cambiado entre nosotros? —No hagas eso —susurro, y él vuelve a levantar la cabeza para sostenerme la mirada. —¿No hacer qué? ¿Decirte que no puedo sacarte de mi cabeza? ¿O hablar directamente a la tuya? —Cualquiera de las dos cosas. —Tú también podrías aprender a hacerlo. —¿Por qué demonios es tan imposible apartar la mirada de él? ¿Recordar que aquel beso en aquella torre había sido un juego para él, que todo esto podría ser un juego para él? ¿Para calmar este dolor imposible que se arremolina en mi estómago cada vez que pienso en él?— Vamos, inténtalo. Mientras miro fijamente sus ojos dorados, decido que tiene razón. Al menos podría llegar a un acuerdo con él e intentarlo. Pongo un pie mental en mis Archivos y siento que el poder me recorre las venas. Una energía crepitante de color naranja brillante entra por la puerta que hay detrás de mí, y una luz dorada brilla desde la ventana que creé solo para Andarna. Respiro hondo y me giro lentamente. Y allí, arremolinándose en el borde del tejado, hay una sombra de noche centelleante. Xaden. Suenan pasos en las escaleras y ambos miramos. —Supongo que ustedes dos tuvieron la misma idea —dice Dain cuando nos ve, viniendo a pararse junto a la pared a mi lado—. ¿Cuánto tiempo has estado esperando? —No mucho —responde Xaden. —Horas —digo simultáneamente. —Maldita sea, Violet. —Dain se pasa una mano por el cabello húmedo—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres desayunar? —No, idiota, no lo hace, obviamente. —El comentario sarcástico de Xaden llena mi cabeza. —Deja eso de una maldita vez —le respondo—. No, gracias. —Mira quién lo ha descubierto. —La boca de Xaden se tuerce un instante. Otro par de pasos resuenan en la escalera y contengo la respiración, con los ojos clavados en la puerta. El profesor Markham hace una pausa cuando nos ve a los tres afuera de su despacho, luego continúa hacia nosotros. —¿A qué debo el placer?

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—Sólo dime si está muerta. —Me muevo hacia el centro del pasillo. Markham me mira con más desaprobación de la debida. —Sabes que no puedo dar información clasificada. Si hay algo que discutir, lo haremos en Informes de Batalla. —Estuvimos allí. Si es clasificado, entonces ya lo sabemos —replico, mis manos empiezan a temblar mientras aprieto el peltre cada vez más fuerte. Xaden me quita la taza. —No es apropiado que yo... —Es mi hermana —suplico—. Merezco saber si está viva, y merezco no enterarme en una habitación llena de jinetes. Su mandíbula se tensa. —Hubo daños considerables en el puesto de avanzada, pero no perdimos jinetes en Montserrat. Gracias a Dios. Mis rodillas ceden, Dain me atrapa y me estrecha en su abrazo familiar mientras el alivio inunda mi organismo. —Está bien, Vi —me susurra Dain en el cabello—. Mira está bien. Asiento, luchando contra una oleada de emociones para mantener el control. No me derrumbaré. No lloraré. No mostraré debilidad. Aquí no. Sólo hay un lugar al que puedo ir, una persona que no me regañará por desmoronarme. En cuanto me controlo, salgo de los brazos de Dain. Xaden se ha ido. Me salto el desayuno y pierdo la formación para dirigirme al campo de vuelo, conteniéndome lo suficiente para llegar al centro del prado, donde caigo de rodillas. —Ella está bien —grito, mi cabeza cae en mis manos—. No la dejé morir. Está viva. —Se oye una ráfaga de aire y luego el duro tacto de las escamas contra el dorso de mis manos. Me inclino hacia el hombro de Andarna, hundiéndome contra ella—. Está viva. Está viva. Está viva. Lo repito hasta que me lo creo.

—¿Tienes hermanos? —le pregunto a Xaden la próxima vez que estamos en la esterilla. Tal vez sea el comentario de Mira de que no sé lo suficiente sobre él, o tal vez sean mis propias emociones contradictorias, pero él sabe mucho más de mí que yo de él, y necesito nivelar este campo de juego. —No. —Hace una pausa sorprendido—. ¿Por qué?

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—Sólo preguntaba. —Adopto una postura de lucha—. Vamos. Al día siguiente, le pregunto cuál es su comida favorita en medio de Informes de Batalla, utilizando nuestra conexión mental. Estoy bastante segura de que lo oigo dejar caer algo al fondo de la sala antes de responder. —Pastel de chocolate. Deja de ser rara. Sonrío. Un día más tarde, después de que Tairn me sometiera a una serie de maniobras de vuelo avanzadas absolutamente agotadoras, en las que la mayoría de los alumnos de tercer curso tampoco podrían permanecer sentados, estábamos encaramados en la cima de una montaña con Tairn y Sgaeyl cuando le pregunté de qué conocía a Liam, sólo para ver si me decía la verdad. —Fuimos acogidos juntos. ¿Qué pasa con todas las preguntas últimamente? —Apenas te conozco. —Me conoces lo suficiente. —Me lanza una mirada que dice que lo supere. —Difícilmente. Dime algo real. —¿Cómo qué? —Se gira en su asiento para mirarme. —Algo así como, de qué son esas cicatrices plateadas de tu espalda. —Contengo la respiración, esperando la respuesta, esperando a que diga algo que pueda dejarme entrar. Incluso a seis metros de distancia, puedo verlo tenso. —¿Por qué quieres saberlo? Aprieto con fuerza las escamas del pomo. Instintivamente sabía que las cicatrices eran privadas, pero su reacción me dice que hay algo más que un recuerdo doloroso. —¿Por qué no quieres contármelo? Sgaeyl se sobresalta y se lanza al aire, dejándonos atrás a Tairn y a mí. —¿Estás presionando por alguna razón? —Tairn pregunta. —¿Puedes darme una para no hacerlo? —Él se preocupa por ti. Eso ya es bastante difícil para él. Me burlo. —Se preocupa por mantenerme con vida. Hay una diferencia. —Para él no la hay.

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El cielo de Basgiath está despejado como el cristal en pleno mes de mayo para la primera batalla de los Juegos de Guerra que significan la proximidad de la graduación. Por mucho que quiera sentir la emoción de estar tan cerca de sobrevivir a mi primer año en el Cuadrante de los Jinetes, tengo el estómago apretado por la ansiedad. Los Informes de Batalla están cada vez más redactados. El profesor Carr está cada vez más preocupado porque no he manifestado una habilidad como casi todos los cadetes de primer año. Dain se comporta de forma extraña e indiferente. Xaden es cada vez más reservado, si es que eso es posible, y cancela algunos de nuestros entrenamientos por razones inexplicables. Incluso Tairn siente que hay algo que no me está diciendo. —¿Cuál crees que va a ser nuestra misión? —me pregunta Liam desde mi derecha mientras permanecemos en formación en el centro del patio con el resto de la Cuarta Ala—. Deigh cree que estamos en la ofensiva. No para de decir que va a patearle el trasero a Gleann... —Hace una pausa, como si estuviera escuchando a su dragón—. Supongo que los dragones guardan rencor —susurra finalmente. El liderazgo está reunido delante de nosotros, recibiendo sus asignaciones de Xaden. —Definitivamente estamos a la ofensiva —responde Rhiannon desde mi izquierda—. Si no, ya estaríamos en el campo. No he visto ni un solo jinete de la Primera Ala desde el almuerzo. Mi estómago toca fondo. Primera Ala. Me imaginé que serían nuestro primer oponente. Todo vale allí durante los Juegos de Guerra, y Jack Barlowe no ha olvidado que lo metí en la enfermería durante cuatro días. Me dio un margen más amplio durante semanas después de que Xaden ejecutara a Oren y a los otros chicos que me habían atacado, y por supuesto todo el mundo dejó de joderme después de lo de Amber Mavis. Pero aun así, cuando nos cruzábamos en los pasillos o en la cafetería, me miraba con odio puro que ardía en el azul glacial de sus ojos. —Creo que tienes razón —le digo a Liam, luchando por no inquietarme mientras el sol calienta mi uniforme de vuelo. Hacía tiempo que no envidiaba a los escribas y sus uniformes de color crema, pero este tiempo me hace sentir como si nos hubiera tocado la parte más corta de la vara de los uniformes. Tampoco ayuda el hecho de que debo haber dormido mal, porque la rodilla me está matando, y el vendaje estabilizador parece estar a un millón de grados—. ¿Por qué crees que los jinetes visten de negro? —Porque es genial —responde Ridoc desde detrás de mí. —Así es más difícil ver cuando sangramos —comenta Imogen. —Olvida que lo he preguntado —murmuro, atenta a cualquier señal de que la reunión de líderes terminará pronto. Sangrar es lo último que quiero hacer hoy—. ¿Estamos a la ofensiva o a la defensiva? —le pregunto a Xaden. —Estoy un poco ocupado ahora. —Oh no, ¿te estoy distrayendo? —Una sonrisa curva mi boca.

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Mierda, ¿estoy coqueteando? Tal vez. ¿Me importa? Curiosamente... no. —Sí. —Su tono es tan rudo que tengo que apretar los labios para no reírme. —Vamos. Estás tardando mucho. Dale una pista a una chica. —Las dos cosas —gruñe, pero no me cierra el paso con sus escudos, cosa que sé que puede hacer, así que tengo un poco de piedad con él y con la reunión que se supone que está dirigiendo y lo dejo en paz. ¿Ofensiva y defensiva? Esta tarde será interesante. —¿Sabes algo de Mira? —susurra Rhiannon, lanzándome una mirada rápida. Sacudo la cabeza. —Eso es simplemente... inhumano. —¿Honestamente pensaste que romperían la regla de no correspondencia? Aunque lo intentaran, mamá lo habría cerrado con rapidez. Rhiannon suspira, y no la culpo. No hay mucho más que decir sobre el tema. La reunión de líderes se interrumpe y Dain se dirige con Cianna. Está prácticamente radiante, con las manos apretándose y soltándose con energía nerviosa. —¿Cuál es? —pregunta Heaton—. ¿Ataque o defensa? —Ambos —dice mientras los otros jefes de escuadrón informan a sus jinetes. Finjo sorpresa y miro a su lado, pero Xaden y los jefes de sección no aparecen por ninguna parte. —La Primera Ala ha tomado una posición defensiva en uno de los fuertes de prácticas en las montañas, y están custodiando un huevo de cristal —nos dice Dain, y los jinetes más veteranos de nuestro pelotón murmuran emocionados. Tiene sentido. Probablemente sea un guiño simbólico a las diferentes razas de dragones que trajeron sus huevos a Basgiath cuando Navarra se unificó. —¿Qué nos falta? —pregunta Ridoc—. Porque parecían emocionados por un huevo. —De años anteriores, sabemos que los huevos valen más puntos —dice Cianna, sonriendo con entusiasmo—. Las banderas han sido estadísticamente las más bajas, y los profesores capturados se sitúan en algún punto intermedio. —Pero les gusta cambiar —añade Dain—. De la misma manera que podríamos ir por un objetivo real en la línea sólo para descubrir que no es tan valioso como pensábamos. —Entonces, ¿cómo es esto a la vez ataque y defensa? —Rhiannon pregunta—. Si tienen el huevo, entonces claramente debemos ir a buscar el huevo.

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—Porque también nos han dado una bandera que defender y ningún puesto avanzado en el que hacerlo. —Sonríe—. Y nuestro escuadrón ha sido asignado para llevarla. —¿Le diste a Dain la misión de defender la bandera de la Cuarta Ala? —Espero que haya aprendido algo de la lección de tu hermana en Montserrat — responde Xaden, pero su voz es más baja, lo que empiezo a aprender que significa que está más lejos. No puedo evitar preguntarme si seremos capaces de comunicarnos así dentro de unos meses, cuando nos separe más distancia. Me duele el pecho al pensar que no estará aquí. Estará arriesgando su vida en el frente. —¿Y quién va a llevar esta bandera? —pregunta Imogen. Dain consigue sonreír aún más. —Esa va a ser la parte divertida. Durante los siguientes veinte minutos, nos enseñan la estrategia durante el trayecto hasta el campo de vuelo y, por lo que parece, Dain estaba prestando atención a Mira. El plan es sencillo: jugar con nuestros puntos fuertes individuales y pasarnos la bandera a menudo, sin dar nunca a la Primera Ala la oportunidad de descubrir quién la lleva. Cuando llegamos al campo de vuelo, hay docenas y docenas de dragones llenando el campo fangoso, todos colocados como si también tuvieran formación en sus escuadrones. Es fácil ver a Tairn, ya que su cabeza se eleva por encima de todos los demás. Se respira un aire de expectación palpable cuando pasamos junto a los demás escuadrones, todos de pie mientras los jefes de escuadrón y de sección dan las órdenes de última hora. —Vamos a ganar —dice Rhiannon con confianza, enlazando su brazo con el mío mientras nos acercamos a nuestra sección del campo. —¿Por qué estás tan segura? —Te tenemos a ti, Tairn, Riorson y Sgaeyl. Y, obviamente, a mí. —Sonríe—. No hay forma de que perdamos esto. —Ciertamente eres... —Mis palabras mueren cuando Tairn aparece. Se alza alto y orgulloso al frente de nuestra sección, sin molestarse en hacer deferencia a Cath como dragón de Dain, pero no es su posición lo que me roba el aliento. Es la silla de montar que lleva atada a la espalda lo que me deja boquiabierta. —He oído que está de moda —presume Tairn. —Eso es... —Ni siquiera tengo palabras. Las bandas de metal negro parecen estar unidas de forma intrincada mientras rodean cada pata delantera y se unen en la parte delantera de su pecho, formando una placa triangular antes de elevarse por

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encima de sus hombros hasta una silla de montar con estribos atados y seguros—. Eso es una silla de montar. —Está bien, eso es lo que es. —Rhiannon me golpea la espalda—. Y parece mucho más cómoda que la columna vertebral huesuda de Feirge, te lo aseguro. Nos vemos arriba. —Pasa junto a Tairn hacia su propia montura. —No puedo usar eso. —Sacudo la cabeza—. No está permitido. —Yo decido lo que está permitido y lo que no —gruñe Tairn, bajando la cabeza a mi altura y lanzándome un resoplido de vapor—. No hay ninguna regla que diga que un dragón no puede modificar su asiento para servir a su jinete. Has trabajado tanto o más que todos los jinetes de este cuadrante. Que tu cuerpo sea diferente al de los demás no significa que no merezcas conservar tu asiento. Se necesita algo más que unas tiras de cuero y una empuñadura para definir a un jinete. —Tiene razón, ¿sabes? —Asiente Xaden mientras se acerca, y me pregunto brevemente adónde habrá ido para haber vuelto tan rápido. —Nadie te preguntó. —Mi pulso se acelera y mi piel se ruboriza al verlo. Nuestros uniformes hacen que todos los jinetes tengan buen aspecto, pero Xaden sube un peldaño más con la forma en que recorta las líneas musculosas de su cuerpo. —Si no lo usas, me ofenderé personalmente. —Cruza los brazos sobre el pecho y estudia la montura—. Teniendo en cuenta que lo mandé hacer para ti y casi me quemo vivo en el proceso de intentar ponérselo. —Levanta una ceja hacia Tairn—. Aunque él ayudó a diseñarlo, debo añadir. —Los primeros modelos eran inaceptables, y tuviste el descaro de pellizcarme las escamas del pecho al colocarlo torpemente esta mañana. —Los ojos dorados de Tairn se entrecierran en Xaden. —¿Cómo iba a saber que el cuero del prototipo se quemaría tan fácilmente? Y no es que haya muchos manuales sobre cómo poner una silla de montar a un dragón —dice Xaden. —No importa porque no puedo usarlo. —Me giro para mirar a Xaden—. Es hermoso, una maravilla de la ingeniería... —¿Y? —Se le traba la mandíbula. —Y todos aquí sabrán que no puedo mantener mi asiento sin él. —El calor me escuece en las mejillas. —Siento decírtelo, Violencia, pero eso ya lo sabe todo el mundo. —Señala la silla de montar—. Esa de ahí es la forma más práctica de montar. Tiene correas en los muslos para abrocharte el cinturón una vez arriba y, en teoría, deberías poder cambiar de posición en vuelos largos sin desabrocharte, ya que también hemos incorporado un cinturón ventral. —¿En teoría? —No estuvo dispuesto a que realizáramos un vuelo de prueba. —Puedes montarme cuando la carne se pudra de mis huesos, líder de ala.

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Bueno, eso es descriptivo. —Mira, no hay ninguna regla en contra. Lo he comprobado. Y en todo caso, le harás un favor a Tairn liberando todo su poder y quitándole el peso de la preocupación de su mente. La mía también, si eso ayuda. Me presiono las palmas de las manos con las uñas mientras busco otra razón, otra excusa, pero no la hay. Puede que no quiera parecer diferente a los demás jinetes de este campo, pero ya lo soy. —Mierda, esa mirada testaruda y luchadora siempre me hace querer besarte. — La expresión de Xaden sigue siendo sosa, incluso aburrida, pero sus ojos se calientan cuando su mirada se posa en mi boca. —Y lo dices ahora, donde la gente verá si realmente lo haces. —Se me corta la respiración. —¿Cuándo te he dado la impresión de que me importa una mierda lo que la gente piense de mí? —Una comisura de sus labios se levanta, y ahora es todo en lo que puedo concentrarme, maldito sea—. Sólo me importa lo que piensen de ti. Porque es un jefe de ala. No hay nada peor que los cadetes hablando que te pusiste a salvo acostándote con uno. Eso es lo que Mira advirtió en el Parapeto. —Monta, Sorrengail. Tenemos una batalla que ganar. Aparto mi mirada de la suya y estudio la exquisita e intrincada estructura de la silla. —Es hermosa. Gracias, Xaden. —De nada. —Se gira pero se inclina hacia mi espacio, y un escalofrío recorre mi espina dorsal cuando sus labios rozan mi oreja—. Considera mi favor cumplido. —¿Eso es una silla de montar? Me alejo de un salto de Xaden, pero él no se mueve ni un milímetro cuando Dain interrumpe, sosteniendo una bandera amarilla gigante en un mástil de metro y medio, con los ojos muy abiertos mientras mira fijamente a Tairn. —No, es un collar —corta Tairn, chasqueando los dientes. Dain retrocede unos pasos. —Sí —responde Xaden—. ¿Tienes algún problema? —No. —Dain mira a Xaden como si no fuera razonable—. ¿Por qué tendría un problema con eso? Me parece bien cualquier cosa que mantenga a Violet a salvo, por si no te has dado cuenta. —Bien. —Xaden asiente una vez y se gira hacia mí. Apuesto a que sería aún más incómodo si te besara ahora, ¿eh? Sí, por favor.

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—La próxima vez que nos besemos será mejor que no sea sólo para molestar a Dain. —Más vale que la próxima vez sea sólo porque queremos. —La próxima vez, ¿eh? —Su mirada baja de nuevo a mi boca. Y, por supuesto, ahora solo pienso en eso, en la sensación de sus labios sobre los míos, en la forma en que sus manos siempre me acarician la nuca, en el deslizamiento de su lengua. Evito inclinarme hacia él. Apenas. —Ve a dirigir tu ala, o haz lo que sea que hagas. —Robaré un huevo. —Su sonrisa destella antes de volverse hacia Dain—. Mantén nuestra bandera fuera de las manos de la Primera Ala. Dain asiente y Xaden se marcha, cruzando el campo hacia donde espera Sgaeyl. —Es una gran montura —dice Dain. —Lo es. —Asiento, y Dain me ofrece una sonrisa antes de caminar hacia Cath. Me acerco a la pata delantera de Tairn y me río cuando me inclina el hombro. —¿Qué? ¿No hay escalera? —Lo pensamos y decidimos que te haría demasiado vulnerable. —Por supuesto que pensaste en... —Hago una pausa antes de subir cuando un destello dorado galopa hacia mí—. ¿Andarna? —Yo también quiero luchar. —Se detiene delante de mí. Mi boca se abre y se cierra. Andarna ha estado volando con nosotros y, durante breves momentos, puede seguir el ritmo de Tairn, pero la forma en que esas escamas brillan al sol es un faro para... todo el mundo. Pero si puedo tener una silla de montar, entonces... —Entendido. —Mis ojos barren el campo de vuelo, que está en su punto más fangoso desde la temporada de escorrentía desde los picos nevados de arriba—. A rodar. —Señalo el barro—. ¿A menos que eso vaya a estropear tus alas? Lo que más me preocupa es que las escamas de tu vientre se vean fácilmente. —¡No hay problema! —Sale corriendo, y yo monto a Tairn, encontrando la silla real que cubre el asiento en la base de su cuello y las escamas de la empuñadura. —Creía que habías dicho que el cuero era malo. —La silla en sí es de suntuoso cuero negro, con dos empuñaduras elevadas para mis manos, y cuando me acomodo, me queda de maravilla. Me agacho y ajusto los estribos con el sistema de hebillas de las correas. —El cuero es un peligro en mi pecho si recibimos un ataque de fuego, ya que tu montura se deslizaría enseguida. Pero si recibes una ráfaga directa ahí arriba, sentarte en un trozo de metal no te va a salvar. No me molesto en señalar que el único fuego que recibiríamos sería el de otros dragones, lo cual es un problema inexistente, ya que los grifos son todo pico y garra. En lugar de eso, busco las correas para los muslos y me las abrocho.

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—Esto es ingenioso —le digo a Xaden. —Hazme saber si necesita modificaciones después de que ganemos hoy. Idiota arrogante. Andarna se mantiene cerca de Tairn, tal y como hemos practicado. Nuestra misión es mantener la bandera fuera del alcance del enemigo, por lo que bordeamos el perímetro del campo de batalla de ciento sesenta kilómetros que abarca la mayor parte de la cordillera central mientras los otros escuadrones se encargan del reconocimiento y la recuperación. Alrededor de una hora después de empezar la tarde, me pregunto si esta misión es en realidad un castigo para Dain y no un honor. Los doce nos dividimos en dos grupos de seis, siete si tenemos en cuenta a Andarna. Dain tiene la bandera en su grupo justo delante de nosotros, y cuando llegamos a otro pico de la cordillera, se separa hacia la derecha. Tairn se inclina hacia la izquierda y mi estómago se revuelve mientras descendemos por la ladera de la montaña. Las anchas correas se me clavan en los muslos, sujetándome firmemente, y el corazón me retumba cuando la euforia pura me golpea con tanta fuerza como la ráfaga de viento contra la cara y las gafas mientras nos zambullimos, zambullimos, y zambullimos. Y por primera vez, no tengo miedo de caerme de su espalda. Despacio, suelto las manos de las empuñaduras y, un latido después, las tengo por encima de la cabeza mientras caemos en picada hacia el valle. He vivido veinte años y nunca me he sentido tan viva como en este momento. Sin siquiera tocar tierra en mis Archivos, la energía me recorre las venas, crepitando con vida propia, sacudiendo cada uno de mis sentidos hasta un grado que roza el dolor. Tairn agita las alas, aparta el aire y sale de la caída. —Vas a tener que trabajar en los músculos del hombro, Plateada. Practicaremos esta semana. Me inclino todo lo que puedo sobre la montura y veo a Andarna agarrada por las garras de Tairn mientras volamos por el fondo del valle. —¡Gracias! Ya lo tengo —dice Andarna, y Tairn la deja libre. El poder me sacude los huesos, como si buscara una salida, y me fuerzo a ponerme de pie. Es diferente de lo habitual... como si en lugar de estar dispuesta a ser moldeada por mis manos, quisiera moldearme a mí. Un momento de miedo recorre mi espina dorsal. ¿Y si la reacción del poder de no manifestar una habilidad ha elegido el día de hoy para liberarse por fin? Sacudo la cabeza. No tengo tiempo para preocuparme por lo que pueda ocurrir, no en medio de los Juegos de Guerra. Mi poder simplemente se siente libre porque por fin no estoy tan concentrada en caerme de mi asiento. Eso es todo.

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Sentada en la silla de montar, recorro el paisaje con mi mirada inestable mientras Tairn comienza a subir de nuevo, y mi corazón tartamudea. En lo alto de la cresta occidental hay una torre gris que casi se confunde con el acantilado. No la habría visto de no ser por el... —¿Es lo que creo que es? —El miedo sólo alimenta la energía incontrolable que punza mi piel. La cabeza de Tairn ya está girada en esa dirección. —Dragones. Miro por encima del hombro hacia Liam y Rhiannon y veo que Tairn debe de haber transmitido el mensaje, porque rompemos la formación y nos dispersamos cuando tres dragones se lanzan desde el acantilado sobre nosotros en distintas direcciones. Les hemos dado múltiples objetivos, pero ahora nos enfrentaremos a ellos cara a cara. Una lluvia de perdigones de hielo golpea mi piel y rebota en las escamas de Tairn, que se ve obligado a plegar las alas para evitar el daño. El estómago se me sube a la garganta mientras caemos en caída libre y el fondo del valle se eleva hacia nosotros a una velocidad alarmante. El calor y la energía amenazan con devorar cada centímetro de mi cuerpo, e incluso siento que me arden los ojos. Oh, mierda, mi habilidad se va a volver contra mí durante los juegos. —¡A tierra ahora! —Tairn ruge. Cierro los ojos de golpe, arrojando ambos pies mentales sobre el suelo de mármol de los Archivos y levantando los muros que me rodean, dejando sólo entradas para el torrente de poder de Tairn, Andarna y el acceso a Xaden, e inmediatamente me siento más en control. Cuando abro los ojos, estamos ascendiendo, las alas de Tairn baten con tanta fuerza que me deslizo hacia atrás en la silla con cada empujón. Ha dejado al cadete de la Primera Ala en picada detrás de nosotros, y me estremezco cuando el dragón controla a duras penas el descenso, inclinándose en la dirección opuesta a la que nos dirigimos. —Ahí es donde están guardando el huevo. —Tiene que ser, considerando que otros tres dragones han tomado el lugar de los otros al borde del acantilado, listos para lanzarse. —De acuerdo. Agárrense fuerte. —Tairn apenas tiene un segundo para gritar antes de que un dragón salga volando del valle a la derecha y lance un chorro de fuego contra nosotros. —¡Tairn! —grito, mirando con horror como las llamas se dirigen hacia nosotros. Tairn se agacha y recibe el impacto directamente en el vientre, protegiéndome de todo menos del calor chisporroteante. ¿Qué carajo pasa?

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—¿Andarna? —Si algo le pasa a ella porque la Primera Ala está buscando sangre... —A prueba de fuego, ¿recuerdas? Suelto un suspiro tembloroso. Uno menos para preocuparse, pero el otro dragón nos pisa los talones, abre la boca y curva la lengua. Tairn da una sacudida y su cola se balancea, alcanzando al dragón agresor en el costado, justo debajo de su ala. El otro dragón ruge y cae de lado, perdiendo altura a una velocidad alarmante. Pero no me concentro en el descenso. En lugar de eso, aprovecho el tiempo para escudriñar la ladera de la montaña en busca del puesto avanzado que observé antes. Los latidos de mi corazón se aceleran cuando lo veo asomarse desde una cresta, con un solo dragón custodiándolo. —¡Xaden! ¡El huevo está aquí! —transmito. —Ya estoy en camino. Estamos a treinta kilómetros. —El pánico que se percibe en su tono me hace sentir un nudo de miedo en la garganta, que no hace más que aumentar cuando veo a Deigh y Liam enzarzados en una batalla por encima de nosotros con un conocido Cola de Escorpión Naranja. Jack. —Tenemos que ayudar a Liam. —En ello. —Tairn acelera y Andarna se aleja. En cuanto veo que se adentra en la ladera de la montaña, donde estará a salvo, me agacho sobre el cuello de Tairn, lo que le ofrece menos resistencia al viento contra el que luchar mientras subimos más rápido que nunca. El viento me tira de la trenza, y los mechones sueltos me azotan la cara mientras mantengo los ojos fijos en Deigh y Liam. Baide chasquea su cola hacia Deigh, el bulbo venenoso peligrosamente cerca de la garganta de Deigh. —Sus escamas son más gruesas de lo que crees. Es Liam quien está en peligro — advierte Tairn, subiendo más alto. Casi hemos llegado cuando Jack desenvaina su espada y salta de la espalda de Baide a la de Deigh, tomando a Liam por sorpresa mientras los dragones se acercan a la torre a una velocidad vertiginosa. Apenas hay tiempo para que Liam se ponga de pie antes de que Jack le clave la espada en el costado. —¡Liam! —el grito se desgarra de mi garganta cuando Jack patea con su bota el estómago de Liam, forzando el cuerpo de Liam fuera de la hoja... y de Deigh. No. No. No. Liam cae, sus brazos se agitan mientras cae en picado delante de nosotros. —¡Atrápenlo! —exijo, temiendo que no lo logremos.

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Deigh y Baide chocan contra la torre, y veo a Jack rodando hasta ponerse a salvo en la torre más alta, su sonrisa sádica lo suficientemente amplia como para verla desde aquí mientras Tairn cambia de rumbo con un dramático giro a la derecha. Sólo las correas de cuero de mis muslos me mantienen sentada mientras perseguimos el cuerpo de Liam, las alas de Tairn bien ceñidas, pero los afloramientos están demasiado cerca y estamos demasiado alto. No. Se me cierra la garganta. Me niego a perderlo. No cuando ha dedicado tantos meses de su vida a mantenerme con vida. Fallar no es una opción. Simplemente... no lo es. —¿Andarna? —grito, abriendo de par en par la ventana de mi mente hacia donde aguarda su reluciente regalo. —Hazlo —responde—. ¡Concéntrate en todo menos en ti y en Tairn! Tiene razón. No podré alcanzar a Liam si Tairn está congelado. —¡Hazlo! Alcanzo el poder dorado y mi espalda se arquea mientras me recorre la espina dorsal, inundándome los dedos de manos y pies, envolviendo cada célula de mi cuerpo antes de salir disparada en una onda expansiva que pasa por encima de Tairn. De repente, somos los únicos que nos movemos, precipitándonos a través de un cielo sin viento hacia el cuerpo congelado de Liam, a escasos metros del escarpado afloramiento de rocas que hay debajo. Latidos, eso es todo lo que tenemos. Todo mi cuerpo tiembla por el esfuerzo de sostenerlo, el poder que fluye de Andarna disminuye cuando Tairn extiende sus alas y su garra, arrebatando el cuerpo de Liam del aire y derribando las rocas con la fuerza de su cola mientras nosotros mismos escapamos a duras penas de la muerte. —Lo tengo. El tiempo retrocede, el viento me golpea en la cara mientras subimos, girando con fuerza para evitar chocar con la cresta. —¿Andarna? —A salvo. —Su voz es apenas un susurro en mi cabeza. La ira y la furia me hierven la sangre cuando mis ojos se clavan en la figura que hay en lo alto de esa torre. Esta es la última vez que este imbécil viene por mis amigos o por mí. Feirge aparece desde abajo, los brazos de Rhiannon extendidos mientras se elevan bajo nosotros. Tairn ralentiza lo suficiente como para transferir a Liam hacia ella. Está vivo, tiene que estarlo. Es el único resultado que aceptaré. En mi visión periférica, veo a Cath y a otros dragones llegar desde el norte justo cuando otro escuadrón se lanza desde el acantilado de arriba. Baide está en el aire detrás de nosotros, corriendo hacia el idiota de su jinete, que sigue regodeándose en lo alto de esa puta torre.

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—¡Arriba! —ordeno, desenvainando una daga en mis costillas y dejando una mano libre para desabrochar las hebillas cuando llegue el momento. —¡No te desabroches! —me grita Tairn mientras avanzamos, dejando atrás al dragón naranja más pequeño. Gira la cabeza hacia la izquierda y lanza una ráfaga de fuego hacia la línea de dragones de la Primera Ala para advertirles de que se alejen. Un poder creciente chisporrotea en mi pecho mientras fijo mi mirada en Jack. Puedo ver el placer enfermizo en su rostro mientras volamos más cerca, la sangre que gotea de su espada. La sangre de Liam. Un enorme dragón aparece en el horizonte. No necesito mirar ni siquiera abrir mis sentimientos para saber que es Xaden, pero no puedo dedicarle ni un momento. Tairn sube más rápido de lo que nunca hemos subido y la energía recorre mi piel, abrasándome la sangre. Si esto es todo, si mi poder está retrocediendo, entonces que me parta un rayo si no me llevo a ese imbécil conmigo. Tairn es a prueba de fuego, pero no Jack. —¡Más rápido! —grito, mi voz desesperada por la preocupación de que no lleguemos a tiempo. Tairn carga contra la torre, sus alas baten cada vez más rápido, e instintivamente lanzo las manos hacia delante, como si pudiera proyectar todo este poder que azota mi interior hacia el enemigo que acaba de intentar matar a mi amigo, que ha hecho todo lo posible por matarme en cada oportunidad. Ese chisporroteo de magia crece hasta convertirse en un letal y arremolinado vórtice de energía y, aunque mis pies siguen firmemente asentados en el suelo, la energía se eleva hasta un punto de ruptura y el techo de mis Archivos se desintegra. La energía crepita por encima de mí, se arremolina a mi alrededor y me envuelve hasta los pies. Soy el cielo y el poder de todas las tormentas que han existido. Soy infinita. Un grito sale de mi garganta justo cuando un rayo parte el cielo con un aterrador trueno. El rayo azulado de muerte plateada choca contra la torre y saltan chispas al estallar en una explosión de piedra. Tairn se inclina para evitar la explosión y yo giro sobre la silla de montar. Jack cae por la ladera de la montaña en una avalancha de rocas a la que sé que no puede sobrevivir. Por la forma en que Baide llora debajo de nosotros, ella también lo sabe. Me tiembla la mano al envainar la daga limpia en mis costillas. La única sangre que se encuentra está en las rocas de abajo, aunque me miro las manos como si debieran estar cubiertas de muerte. Tairn ruge con el inconfundible sonido del orgullo.

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—Portadora del rayo1.

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1 Rayo: El rayo es la electricidad en sí. El rayo es la luz que emite el rayo y que se puede ver. El trueno es el sonido a consecuencia del rayo.

La muerte de un cadete es una tragedia inevitable pero aceptable. Este proceso reduce el grupo, dejando solo a los jinetes más fuertes, y mientras la causa de la muerte no infrinja el Codex, cualquier jinete implicado en extinguir la vida de otro no será castigado. -GUÍA DEL CUADRANTE DE JINETES DEL MAYOR AFENDRA (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

terrizamos en el campo de vuelo lo que parecen minutos después. O tal vez toda una vida. No estoy segura. El suelo tiembla cuando los dragones llegan por la izquierda y la derecha, y el campo se llena rápidamente de jinetes de la Cuarta Ala que celebran y de jinetes furiosos de la Primera. Los dragones despegan en cuanto sus jinetes desmontan, a excepción de Andarna, que espera entre las patas delanteras de Tairn mientras yo tanteo las hebillas. Jack está muerto. Yo lo maté. Yo soy la razón por la que sus padres recibirán una carta, la razón por la que su nombre quedará grabado en piedra. Al otro lado del campo, Garrick levanta el huevo de cristal por encima de su cabeza mientras Dain ondea la bandera, y los de la Cuarta Ala vitorean, corriendo hacia la pareja como si fueran dioses. El peso de Tairn se desplaza debajo de mí cuando la última hebilla se me escurre entre los dedos y me deslizo fuera de la silla. La cabeza me da vueltas; sin duda, el estrés me ha provocado un mareo que me impide mantener el equilibrio mientras me dirijo a su hombro y desmonto. Tropiezo en el barro, golpeándome las rodillas cuando llego donde Andarna yace entre las patas delanteras de Tairn, claramente agotada.

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—Dime que Liam está vivo. Dime que valió la pena. —Deigh dice que está vivo. La espada le atravesó el costado —dice Tairn. —De acuerdo. Bien. Muy bien. Gracias, Andarna. Sé cuánto te ha costado. — Miro sus ojos dorados y ella me devuelve el parpadeo lentamente. —Valió la pena. Las náuseas me atenazan y se me agria la boca. Lo maté. Yo lo maté. —¡Maldición, Sorrengail! —Sawyer grita—. ¿Un rayo? ¡Nos has estado ocultando algo! Un rayo que tomó una vida. Se me revuelve el estómago y una sombra oscura me envuelve, pero no es Xaden. Tairn ha plegado sus alas sobre nosotros, cerrando el mundo mientras yo vomito todo lo que comí hoy. —Hiciste lo que era necesario —dice Tairn, pero eso no impide que mi estómago vuelva a apretarse y contraerse, haciendo todo lo posible por forzar lo que ni siquiera está ahí. —Salvaste a tu amigo —añade Andarna. Finalmente, mi estómago se asienta y me obligo a ponerme de pie, arrastrando el dorso de la mano sobre mi boca. —Necesitas descansar un poco, ¿no? —Estoy orgullosa de que seas mía. —La voz de Andarna vacila, los parpadeos de sus ojos se hacen más lentos—. Aunque necesite un baño. Tairn echa las alas hacia atrás y Andarna camina hacia delante, luego se lanza al cielo con un batir de alas constante hacia el Valle. Miro fijamente a la silla de montar. Tengo que sacarlo de aquí para que él también pueda descansar. Pero todo lo que puedo pensar es que finalmente tengo una habilidad, una habilidad real, verdadera, y lo primero que hice con él fue matar a un hombre. —¿Violet? —Dain aparece a mi izquierda—. ¿Fuiste tú la del rayo? ¿La que derribó la torre? La que mató a Jack. Asiento, pensando en todas las veces que apunté al hombro en vez de al corazón. Los venenos que usé para incapacitar, no para asesinar. Dejé a Oren inconsciente en el suelo en el Threshing y ni siquiera fui por su garganta cuando invadió mi habitación. Todo porque no quería ser una asesina. —Nunca he visto nada igual. No creo que haya habido un portador del rayo en más de un siglo... —Hace una pausa—. ¿Violet?

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—Lo maté —susurro, estudiando la placa central del pecho de la montura. Ahí tiene que ser donde todo se conecta, ¿verdad? Tiene que salir de esta cosa de alguna manera. Mamá estará tan orgullosa de saber que ahora soy como los demás. Como ella. Mi vientre vacío se revuelve de nuevo y me dan arcadas como si mi cuerpo intentara expulsar la culpa. —Mierda. —Me pasa la mano por la espalda—. Está bien, Vi. Esta vez se detiene antes, y Dain me estrecha contra su pecho, meciéndome suavemente mientras su mano hace movimientos relajantes arriba y abajo por mi columna vertebral. —Yo lo maté. —¿Por qué demonios es todo lo que puedo decir? Soy una caja de música rota, repitiendo la misma melodía una y otra vez, y todo el mundo puede verme. Todo el mundo sabe que no puedo manejar las consecuencias de mi propia habilidad. —Lo sé. Lo sé. —Me da un beso en la cabeza—. Y si no quieres usar ese tipo de poder de nuevo, no tienes que... —Aléjate de ella con esas tonterías. —Xaden empuja el pecho de Dain y me arranca de sus brazos, luego me agarra de los hombros, girándome hacia él—. Tú mataste a Barlowe. Asiento. —Un rayo. Tu habilidad es un rayo, ¿verdad? —Me mira con tanta intensidad, como si mi respuesta fuera la clave de lo que necesita. —Sí. Su mandíbula se flexiona y su cabeza se inclina una vez. —Eso pensaba, pero no estaba seguro hasta que te vi derribar esa torre. ¿Eso pensaba? ¿Qué diablos significa eso? —Escúchame, Sorrengail. —Levanta una mano para acariciarme y acomodar los mechones sueltos detrás de la oreja, con un tacto sorprendentemente suave—. El mundo es un lugar mejor sin Barlowe. Ambos lo sabemos. ¿Desearía haber sido yo quien acabara con su miserable vida? Claro que sí. Pero lo que hiciste salvará a muchos otros. No era más que un matón y sólo iba a empeorar a medida que se hiciera más poderoso. Su dragón elegirá a otro jinete cuando esté lista. Me alegro de que esté muerto. Me alegro de que lo hayas matado. —No era mi intención —apenas un susurro—. Estaba tan jodidamente enojada, y acabábamos de rescatar a Liam. Pensé que mi reliquia estaba retrocediendo finalmente. —Mis ojos se abren de par en par—. Estuvo cerca, Xaden. Estuvo demasiado cerca. Tenía que hacer algo. —Lo que hayas hecho es lo que lo ha mantenido con vida. —Me acaricia la mejilla con el pulgar, un movimiento que no concuerda en absoluto con su tono, y sus ojos se desorbitan lo suficiente para que sepa lo que he hecho.

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—No quiero esto —suelto—. Rhiannon puede mover objetos a través del espacio, y Dain tiene retrocognición... —Oye —dice Dain. —¿Crees que no lo sabía ya? —grita Xaden por encima del hombro. —Kaori puede dar vida a su imaginación, y Sawyer puede doblar el metal. Mira puede extender las protecciones. Todos tienen una habilidad que no sólo es útil para la batalla. Son herramientas para hacer el bien en el mundo. ¿Y qué diablos soy yo, Xaden? Soy una maldita arma. —No tienes que usar tu poder, Vi —empieza Dain, su voz suave y reconfortante. —Para. Jodidamente. De. Mimarla. —Xaden muerde cada palabra a Dain—. No es una niña. Es una mujer adulta. Una jinete. Empieza a tratarla como tal y al menos ten la decencia de decirle la verdad. ¿Crees que Melgren o cualquier otro general, incluyendo a su propia madre, va a dejar que se siente en un poder como este? No es como si pudiera ocultarlo, no con la forma en que acaba de demoler uno de los fuertes de práctica. —Sólo quieres que sea como tú —argumenta Dain—. Una asesina a sangre fría. Pronto le dirás que está bien, que se acostumbre a matar. Respiro con fuerza. Xaden lo fulmina con la mirada. —La sangre de mis venas está tan caliente como la tuya, Aetos, y si es mi puesto lo que quieres el año que viene, entonces será mejor que empieces a entender que nunca te acostumbras a matar, pero sí entiendes que es necesario. —Se vuelve hacia mí, su mirada oscura clavándose en la mía—. Esto no es la escuela primaria. Esto es la guerra, y ya me oíste decirlo una vez, pero la fea verdad que los que no están en el frente prefieren olvidar es que en la guerra siempre hay bolsas para cadáveres. Empiezo a negar con la cabeza, pero sus ojos se entrecierran en los míos. —Puede que no te guste, puede que incluso lo detestes, pero es un poder como el tuyo el que salva vidas. —¿Matando gente? —exclamo. Si Sgaeyl tiene razón, y las habilidades reflejan lo que somos en el fondo, entonces soy exactamente como Xaden me apodó... Violencia. —Derrotando a los ejércitos invasores antes de que tengan la oportunidad de herir a los civiles. ¿Quieres mantener vivo al sobrino de Rhiannon en esa pequeña aldea fronteriza? Así es como. ¿Quieres mantener a Mira con vida cuando está detrás de las líneas enemigas? Esto. Es. Cómo. No eres sólo un arma, Sorrengail. Tú eres el arma. Entrena esta habilidad, aduéñate de ella y tendrás el poder de defender un reino entero. —Me alisa más mechones de cabello sueltos por el viento detrás de las orejas, despejándome la vista para que no tenga más excusa que ver la honestidad en sus ojos. Cuando está seguro de que no voy a discutir más, mira a su lado—. Rhiannon, ¿puedes llevarla de vuelta a la ciudadela? —Absolutamente. —Rhiannon se apresura.

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Dain se burla y camina hacia los otros líderes de escuadrón, dejándonos. —La silla... —empiezo. —Tairn puede quitársela él mismo. Fue una de sus muchas estipulaciones de diseño. —Xaden se da la vuelta para marcharse, pero hace una pausa—. Gracias por salvar a Liam. Es importante para mí. —No tienes que agradecer... —Suspiro a su espalda—. Y ya se ha ido. —Ustedes tienen una relación de lo más extraña —dice Rhiannon, enlazando su brazo con el mío. —No tenemos una relación. —Miro a Tairn, que sorprendentemente ha mantenido la boca cerrada durante lo que sea que haya pasado con Xaden y Dain. —Ve —insta Tairn—. Pero no te regodees en la culpa, Plateada. Lo que sientes es natural. Permítete sentirlo, pero luego déjalo ir. El jefe de ala hizo un punto válido. Con una habilidad como esa, eres la mejor esperanza que tiene el reino contra las hordas del mal que buscan dañarlo. Descansa y te veré mañana. Me quitaré mi propia montura. —Definitivamente tienen una relación —continúa Rhiannon, sacándome del campo—. No sé si es la atracción por lo opuesto lo que los hace mostrar las garras o la lenta y letal tensión sexual. —Me mira de reojo—. Ahora dime cómo demonios se han movido tan rápido ahí afuera. —¿Qué quieres decir? —Cuando Liam estaba cayendo, Feirge y yo volamos tan rápido como pudimos, pero sabía que seríamos demasiado lentos dado nuestro ángulo y velocidad, y pensé que tú.... —Sacude la cabeza—. Parecía que estabas muy por encima de él un segundo y que lo tenías en el siguiente. Nunca había visto a un dragón volar tan rápido. Es como si hubiera parpadeado y me lo hubiera perdido. Ahora la culpa me ataca por otra razón. Rhiannon es mi amiga, la más cercana aquí, si he de ser sincera sobre en qué nos hemos convertido Dain y yo. De todos, ella debería saber... —No te sientas culpable por no poder contárselo. Este secreto pertenece a la humanidad dragón, no a ti —advierte Tairn—. Nadie tiene derecho a arriesgar a nuestras crías. Ni siquiera tú, Plateada. —Tairn es muy rápido —digo a modo de explicación. No es mentira, pero tampoco es toda la verdad. —Y gracias a los dioses por ello. Zihnal realmente debe amar a Liam, engañando a la muerte dos veces hoy. Pero no fue Liam quien engañó a la muerte. Fui yo. Y no puedo evitar preguntarme si en algún lugar, en algún plano de la existencia, Malek está sentado en su trono, enojado porque le robé un alma. Pero le di la de Jack.

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Por supuesto, podría haber roto la mía para siempre.

La diana de madera de mi habitación se tambalea cuando una de mis dagas se hunde en la madera junto a la última que lancé. Puede que esté enojada con el mundo, pero al menos mi puntería no falla. Si fallo, es muy probable que la hoja salga volando por la ventana, teniendo en cuenta dónde tengo la diana apoyada en la pared. Lanzo tres más, en ráfaga, y cada vez doy en la garganta del objetivo con forma de persona. ¿Qué sentido tiene seguir yendo por los hombros si ya asesino a la gente con rayos? ¿Para qué me contenía? Con un movimiento de muñeca, lanzo la siguiente daga, que atraviesa la frente de la figura justo cuando llaman a mi puerta. Es Rhiannon preguntándome por décima vez si quiero hablar de lo que pasó hoy o es Liam... Hago una pausa. No puede ser Liam, que está comprobando si realmente me he quedado a dormir, porque Liam todavía está en la enfermería, curándose del espadazo que recibió en el costado. —Adelante. ¿A quién le importa si estoy en nada más que mi bata? No es como si no pudiera matar a un intruso con un cuchillo. O con un rayo. La puerta se abre a mi lado, pero no me molesto en mirar mientras lanzo otra daga. ¿Esa estatura? ¿Ese mechón de cabello oscuro que capto en mi visión periférica? ¿Ese increíble aroma? Ni siquiera necesito mirar a fondo: mi cuerpo me dice que es Xaden. Entonces mi cuerpo me recuerda exactamente lo que se siente al tener su boca en la mía, y mi estómago se revuelve. Mierda, estoy demasiado nerviosa para lidiar con él o con lo que me hace sentir esta noche. —¿Te imaginabas que era yo? —me pregunta, cerrando la puerta y apoyándose en ella, cruzando los brazos sobre el pecho. Luego me mira de arriba abajo, con su mirada caliente recorriendo mi cuerpo. De repente, la brisa primaveral que entra por la ventana abierta no es suficiente para refrescarme la piel, no cuando me mira así. Mi larga trenza se balancea en mi espalda mientras agarro otra daga de mi tocador. —No. Pero fuiste tú hace unos veinte minutos. —¿Quién es ahora? —Levanta una ceja, cruza un tobillo sobre el otro. —Nadie que conozcas. —Con un movimiento de mi muñeca, la siguiente hoja atraviesa el esternón—. ¿Por qué estás aquí? —Miro hacia él el tiempo suficiente para

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darme cuenta de que se ha bañado y que lleva nuestro uniforme estándar en lugar del mono de vuelo, y definitivamente no el tiempo suficiente para darme cuenta de lo jodidamente bien que luce. Por una vez, me encantaría verlo despeinado o nervioso, cualquier cosa fuera de ese control tranquilo que lleva como una armadura—. Déjame adivinar. Como Liam está fuera de servicio, es tu deber sermonearme sobre dormir en algodón. —No he venido a sermonearte —dice en voz baja, y puedo sentir la calidez de su mirada como una caricia mientras recorre los finos tirantes negros de mi bata—. Pero veo que no llevas puesta la armadura. —Nadie va a ser tan ridículo como para atacarme ahora. —Agarro otra daga de la cómoda, mi pila disminuye—. No cuando puedo matarlos a cincuenta metros de distancia. —Golpeo el extremo del arma afilada como una cuchilla y giro ligeramente, lo justo para mirarlo—. ¿Crees que funciona adentro? Quiero decir, ¿cómo puede alguien crear un rayo si no hay cielo? —Manteniendo los ojos fijos en los suyos, lanzo la daga contra el objetivo. El satisfactorio sonido de la madera al partirse me dice que he dado en el blanco. —Mierda, eso es más caliente de lo que debería. —Respira hondo—. Creo que es algo que tendrás que averiguar. —Su mirada baja hasta mi boca y sus brazos se tensan. —¿No vas a intervenir y decir qué puedes entrenarme? ¿Qué puedes salvarme? —Chasqueo la lengua y siento el ridículo impulso de recorrer con ella las líneas de la reliquia de su cuello, trazando el intrincado dibujo—. Qué poco propio de tu parte Xaden. —No tengo ni idea de cómo entrenar a un portador del rayo y, por lo que he visto hoy, no necesitas que te salven. —Hay anhelo puro en sus ojos cuando recorre mi cuerpo desde los dedos desnudos de mis pies hasta el dobladillo que bordea mis muslos, pasando por mis pechos y mi cuello, hasta llegar finalmente a mis ojos. —Sólo de mí misma —murmuro. Las cosas que pienso hacerle cuando me mira así seguramente me arruinarían, y esta noche no estoy segura de que me importe. Es una combinación peligrosa—. Entonces, ¿por qué estás aquí, Xaden? —Porque parece que no puedo mantenerme alejado. —Parece cualquier cosa menos complacido por la confesión, pero me quedo sin aliento. —¿No deberías estar celebrándolo? —Todos los demás lo están. —Ganamos una batalla, no una guerra. —Se aparta de la puerta y da un solo paso, acortando la distancia entre nosotros, y me levanta la trenza por encima del hombro, frotando lentamente las hebras con el pulgar—. Y me imaginé que seguirías enojada. —Me dijiste que lo superara, ¿recuerdas? Así que, ¿por qué carajo te importa que esté enojada? —Cruzo los brazos sobre el pecho, prefiriendo la ira a la lujuria. —Te dije que tendrías que desarrollar un estómago para matar. Nunca dije que lo superarías. —Me suelta la trenza.

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—Aunque debería, ¿verdad? —Sacudo la cabeza y me retiro al centro de la habitación—. Aquí pasamos tres años aprendiendo a ser asesinos, promocionando y alabando a los que mejor lo hacen. Ni siquiera se inmuta, sólo me mira con esa calma observadora y exasperante que tiene. —No me enoja que Jack esté muerto. Ambos sabemos que ha querido matarme desde el Parapeto, y finalmente lo habría hecho. Me enoja que su muerte me cambie. —Me golpeo el pecho justo encima del corazón—. Dain me dijo que este lugar se despoja de las sutilezas para revelar quién es alguien realmente. —No voy a discutir eso. —Me mira mientras empiezo a caminar. —Y sigo pensando en que cuando era más joven, le pregunté a mi papá qué pasaría si quería ser un jinete como mamá o Brennan, y me dijo que yo no era como ellos. Que mi camino era diferente, excepto que este lugar me ha despojado de mi civismo, mis sutilezas, y resulta que mi poder es más destructivo que cualquiera de los suyos. —Me detengo frente a él y levanto las manos—. Y no es que pueda culpar de este poder a Tairn, no es que lo haría. Las habilidades se basan en el jinete, sólo que alimentados por el dragón, lo que significa que esto siempre ha estado ahí bajo la superficie, esperando a ser desatado. Y pienso... —Se me hace un nudo en la garganta—. Durante todo este tiempo, he tenido la pequeña esperanza de que yo sería como Brennan, y ese sería el giro de mi pequeña fábula. Que mi habilidad sería reparar y podría volver a unir todas las cosas rotas. Pero en lugar de eso, estoy hecha para separarlas. ¿A cuánta gente mataré con esto? Sus ojos se suavizan. —Tantas como elijas. Que hoy hayas ganado poder no significa que hayas perdido tu esencia. —¿Qué me pasa? —Sacudo la cabeza y cierro los puños—. Cualquier otro jinete estaría encantado. —Incluso ahora, siento el poder hirviendo a fuego lento bajo mi piel. —Nunca has sido como ningún otro jinete. —Se acerca pero no me toca—. Probablemente porque nunca quisiste estar aquí. Dioses, quiero que me toque, que borre la fealdad del día, que me haga sentir algo, cualquier cosa menos esta vergüenza que brota. —Ninguno de ustedes quería estar aquí. —Miro fijamente la reliquia de la rebelión en su cuello—. Todos lo están haciendo bien. Me mira, me mira de verdad, y parece que ve demasiado. —La mayoría de nosotros quemaríamos este lugar hasta los cimientos si tuviéramos la opción, pero cada uno de los marcados quiere estar aquí porque es nuestro único camino para sobrevivir. No es lo mismo para ti. Tú querías una vida tranquila llena de libros y hechos. Querías registrar las batallas, no estar en ellas. No hay nada malo en ti. Puedes estar enojada por haber matado a un hombre hoy. Puedes

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estar furiosa porque ese tipo intentó matar a tu amigo. Puedes sentir lo que quieras dentro de estas paredes. Está tan cerca que puedo sentir su calor corporal a través del fino algodón de mi bata. —Pero no fuera de ellas. —No es una pregunta. —Somos jinetes —dice, como si eso fuera explicación suficiente. Me sujeta las manos y se las lleva al pecho—. Así que haz lo que necesites para desahogarte. ¿Quieres gritar? Grítame a mí. ¿Quieres golpear algo? Pégame. Puedo soportarlo. Golpearlo es lo último que quiero hacer y, de repente, ya no lucho contra ello. —Vamos —susurra—. Muéstrame lo que tienes. Me pongo de puntillas y lo beso.

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Aunque no está prohibido, se recomienda encarecidamente a los cadetes que no desarrollen fuertes vínculos románticos mientras estudian en el cuadrante por la eficiencia de la unidad. -ARTÍCULO CINCO, SECCIÓN SIETE EL CÓDICE DEL JINETE DE DRAGÓN

u cuerpo se queda rígido durante un tiempo, dos, y luego nos hace girar a una velocidad imposible, poniendo mi espalda contra la puerta, empujando el marco. Vaya. Me agarra las muñecas con una mano y las mantiene prisioneras por encima de mi cabeza. —Violet —gime Xaden contra mi boca. La súplica en su tono inunda mis venas con una forma totalmente distinta de poder. Saber que está tan afectado por nuestra atracción como yo es un subidón—. Esto no es lo que quieres. —Es exactamente lo que quiero —respondo. Quiero sustituir la ira por la lujuria, la muerte del día por la seguridad palpitante de mi propia vida, y sé que él es capaz de ofrecerme todo eso y más—. Dijiste que hiciera lo que necesitara. —Arqueo la espalda y aprieto la punta de mis pechos contra el suyo. Su respiración cambia, y hay una guerra en sus ojos que estoy decidida a ganar. Es hora de dejar de dar vueltas alrededor de esta tensión insoportable y romperla. Se inclina, con su boca a escasos centímetros de la mía. —Y yo te digo que soy lo último que necesitas. —El gruñido apenas contenido de su voz retumba en su pecho y todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se activan. —¿Estás sugiriendo a alguien más? —Mi corazón se acelera cuando me arriesgo a desafiar su engaño.

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—Joder, no. —El inconfundible destello de celos entrecierra sus ojos por un instante antes de que sus caderas aprisionen las mías contra la puerta, y mi alivio instantáneo ante su respuesta es sustituido por una sacudida de pura lujuria. Veo su infame control al borde del abismo, balanceándose precariamente sobre la punta de un cuchillo. Todo lo que necesita es. Un. Poco. De. Presión. Y estoy a punto de presionar descaradamente. —Bien. —Inclino la cabeza hacia la suya y atraigo su labio inferior entre los míos, chupándolo antes de pellizcarlo suavemente con los dientes—. Porque sólo te quiero a ti, Xaden. Las palabras abren una brecha en su interior y se entrega. Por fin. Nuestras bocas chocan y el beso es ardiente, duro y totalmente incontrolable. La necesidad me recorre la espina dorsal cuando me agarra el culo con las manos y me empuja contra sus caderas; mi espalda roza los rebordes de la puerta a mi espalda mientras la utilizo como palanca para acercarme a su fuerza. Le rodeo la cintura con las piernas y cierro los tobillos. Mi vestido se levanta con el movimiento, pero no me importa, no con la forma en que me está besando. La caricia de su boca y las caricias de su lengua perversa me roban todo pensamiento lógico, y mi mundo se reduce a este beso, a este minuto, a este hombre. Mío. En este momento, Xaden Riorson es mío. O tal vez soy suya. ¿A quién carajo le importa mientras siga besándome? El calor inunda mi cuerpo en una oleada adictiva, incendiando cada centímetro de mi piel mientras su boca se desliza por mi cuello en un sensual asalto que me hace gemir. —Dioses —dice contra mi garganta, y entonces nos movemos. La madera raspa el suelo y se estrella antes de que mi culo golpee el escritorio, y mis tobillos caen de la parte baja de su espalda cuando se inclina sobre mí, clavándome los dedos en el cabello de la nuca mientras vuelve a tomar mi boca. Le devuelvo el beso con un hambre que sólo he conocido con él. Mis manos vuelan hacia atrás para sostener mi peso, apartando todo lo que se cruza en mi camino y lanzándolo al suelo. El reloj deja de sonar. —Me odiarás por la mañana. Tú. Realmente. No. Quieres. Esto. —Acompaña cada palabra con un beso a lo largo de mi mandíbula, hasta llegar a mi oreja. Me muerde el lóbulo, y mi núcleo se licua, se funde. —Deja de decirme lo que quiero. —Respiro entrecortadamente y enhebro los dedos entre los cortos mechones de su cabello, ladeo la cabeza, dándole mejor acceso. Lo toma, bajando por mi cuello hasta donde se curva en mi hombro. Joder, qué bien se siente. Cada contacto de su boca con mi piel caliente es como una llama que se enciende, y respiro agitadamente cuando se detiene en un punto sensible, tomándose su tiempo. Pero entonces vuelve a quedarse quieto, con su aliento caliente y húmedo en el lateral de mi cuello.

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Mi ceño se frunce con un pensamiento inoportuno. —A menos que no me desees. —¿Te parece que no te deseo? —Me toma la mano y la desliza entre nuestros cuerpos, y mis dedos se enroscan alrededor de su cuerpo a través de sus cueros. Gimo de puro deseo al sentir lo duro que está para mí—. Siempre te deseo, joder — gime mientras aprieto. Entonces levanta la cabeza, me mira y reconozco la necesidad salvaje en esas profundidades doradas. Es un reflejo de la mía—. Entras en una habitación y no puedo apartar la mirada. Me acerco a ti y esto es lo que ocurre. Instantáneamente duro. Joder, apenas puedo pensar cuando estás cerca. —Mueve sus caderas contra mi mano, y mi agarre se tensa junto con mi estómago—. Desearte no es el problema. —Entonces, ¿qué es? —Intento hacer lo honorable y no aprovecharme de ti después de que hayas tenido un día de mierda. —Su mandíbula se flexiona. Sonrío y le beso un lado de la boca. —Siempre es un día de mierda por aquí. Y no es aprovecharse cuando te estoy pidiendo —mis dientes pellizcan sus labios—, corrección, rogándote que me mejores el día. —Violet —dice mi nombre como una advertencia, como si fuera algo de lo que debería desconfiar. Violet. Sólo dice mi nombre cuando estamos los dos solos, cuando caen todos los muros y las pretensiones, y que Dios me libre si no quiero oírlo una y otra vez, sin más. —No quiero pensar, Xaden. Sólo quiero sentir —suelto. Un tirón de la cinta basta para desenredar la larga trenza suelta de mi cabello, y paso los dedos por la mata. Sus ojos se oscurecen y sé que he ganado. —Jódeme, este cabello —dice, y luego posa su boca sobre la mía—. Y esta boca. Todo lo que quiero hacer es besarte, incluso cuando me enfureces. —Entonces bésame. —Me arqueo hacia él y reclamo sus labios, besándolo como si fuera la única vez que tuviera la oportunidad. Este tipo de desesperación no es natural; es un incendio forestal que probablemente nos queme a ambos hasta los cimientos si se lo permitimos. El beso es descarado y deliciosamente carnal, y me derrito contra él, acompañando cada movimiento de su lengua con la mía. Sabe a menta y a Xaden, y no puedo saciarme. Es el peor tipo de adicción, peligrosa e imposible de saciar. —Dime que pare —susurra, mientras su pulgar roza la piel hipersensible de la cara interna de mi muslo. —No pares. —Moriré si lo hace. —Joder, Violet —gime, deslizando su mano entre mis muslos.

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No importa. Así es como quiero que diga mi nombre a partir de ahora. Así. Desliza la tela de mi ropa interior por mi clítoris, y mi espalda se arquea ante el estallido de placer que irradia por mi cuerpo, tan dulce que puedo saborearlo. Vuelve a atrapar mi boca con la suya en un asalto hambriento, su lengua se desliza contra la mía mientras sus dedos me acarician a través de la tela, utilizándola expertamente para friccionar. Intento mover las caderas contra su mano para conseguir más, pero mis pies cuelgan del escritorio y me impiden hacer palanca. Sólo puedo tener lo que él decida darme. —Tócame —le exijo, con las uñas clavadas en la nuca de su fuerte cuello, con el deseo latiéndome como un tambor. Su voz se agita contra mi boca. —Si te pongo las manos encima, de verdad, de verdad, no sé si podré parar. Lo haría. Lo sé en mi alma. Por eso le confío mi cuerpo. ¿Mi corazón? No está jugando en esta decisión. —Deja de ser tan honorable y fóllame, Xaden. Sus ojos se encienden y me besa como si yo fuera el aire que le falta, como si su vida dependiera de ello, y creo que la mía podría depender de ello. Sus dedos se deslizan bajo mi ropa interior y acarician mi núcleo resbaladizo, y un gemido sale de mis labios. Su tacto es eléctrico. —Tan condenadamente suave. —Me besa profundamente mientras sus dedos me tocan y acarician, haciendo que esa dulce espiral de placer se apriete en mi interior. Clavo las uñas en su hombro y arqueo la espalda mientras él hace círculos cada vez más estrechos contra mi clítoris hinchado—. Apuesto a que sabes tan bien como te sientes. El placer me estremece, un fuego vivo que respira bajo mi piel. —Más. —Es todo lo que soy capaz de decir, exigiendo, mientras mi piel se ruboriza y mi pulso se dispara. Voy a arder, a estallar en llamas, y todo lo que puedo hacer es gemir contra su boca mientras desliza un dedo dentro de mí. Mis músculos se contraen a su alrededor y él trabaja en un segundo. —Estás jodidamente buena. —Su voz baja, sonando como si la hubieran raspado sobre brasas—. Puede que nos maldiga a los dos, pero no puedo esperar a sentir cómo te corres alrededor de mi polla. —Oh dioses. —Esa boca. Pongo las manos contra la pared para hacer palanca y suelto algo al girar las caderas. Algo se rompe en el suelo a la izquierda mientras cabalgo sobre sus dedos. Los enrosca contra mis paredes internas y yo jadeo, mis muslos se cierran en torno a sus caderas forradas de cuero. Y cuando me acaricia el clítoris con el pulgar, la fricción y la presión me llevan al borde del éxtasis. Grito, y él cubre el sonido con la boca, besándome con movimientos tortuosos de la lengua que coinciden con el movimiento de sus dedos dentro de mí. La energía

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me recorre los huesos y me aferro aún más a Xaden, sorprendida por el inesperado torrente de energía crepitante. —Mírate. Eres jodidamente hermosa, Violet. Déjate llevar por mí. —Sus palabras se enroscan en mi mente, su boca se funde con la mía, y su intimidad me empuja al límite del placer y luego lo sobrepasa. Se traga mi grito mientras mi espalda se arquea, la primera oleada de mi orgasmo bañándome, liberando esa tensa espiral de tensión en un estallido de chispas en el borde de mi visión, rompiéndome en un millón de estrellas dispersas. Un relámpago cae fuera de mi ventana, iluminando la habitación una y otra vez mientras él me acaricia con una pericia que hace que el primer clímax se convierta en un segundo. —Xaden —gimo mientras el placer refluye y vuelve a estallar. Sonríe y retira los dedos de mi cuerpo, y yo no soy más que una respiración entrecortada y un hambre cruda mientras busco su camisa. Quiero quitársela ya. Accede a mi urgencia, arranca la tela y volvemos a besarnos, un remolino de lenguas y manos vagabundas. El tacto de su piel bajo mis dedos es divino, increíblemente suave sobre metros de músculos duros. Trazo las líneas de su espalda, memorizando las hendiduras y los huecos mientras los tendones se ondulan con cada movimiento que hace. —Te necesito ahora. —Jadeo y agarro los botones de su mono. —¿Sabes lo que estás diciendo? —me pregunta mientras empujo la tela, y cualquier prenda que haya debajo, más allá de sus caderas, liberando la gruesa longitud de su polla. Está caliente y dura en mi mano, y el gemido que brota de sus labios me hace sentir invencible. —Te pido que me folles. —Me arqueo y lo beso. Gime, arrastrando mis caderas hasta el borde del escritorio y bajándome la ropa interior por las piernas, dejándome desnuda. Se me dispara el pulso. —Tomo el supresor de la fertilidad. —Por supuesto, ambos lo hacemos. Lo último que alguien quiere son pequeños bebés cuadrangulares correteando por ahí. Pero es mejor decirlo que lamentarlo. —Lo mismo. —Me agarra de las caderas, me levanta para conseguir un mejor ángulo y la cabeza de su polla roza mi clítoris. Jadeo y sus ojos se clavan en los míos. El hambre que veo grabada en cada línea tensa de su cuerpo es mi perdición. No me importa si nos condena. Lo necesito. No te contengas más. Ya no. Alargo la mano entre nosotros, guiando la cabeza de su polla hasta mi entrada, pero esta posición es una mierda. Es considerablemente más alto que el escritorio, y si no estuviera tan desesperada por él, me reiría, pero lo estoy. Me arqueo, pero no ayuda. Cada segundo que esperamos parece durar una década. —Maldito escritorio —jura.

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Pienso exactamente lo mismo. Sus bíceps se flexionan cuando me levanta por la parte posterior de los muslos y yo le rodeo el cuello con los brazos y la cintura con las piernas. Nuestras bocas se encuentran en un beso voraz mientras mi espalda choca contra el armario, pero apenas pestañeo, demasiado consumida por el roce de su lengua, por sentirlo entre mis muslos. —Mierda. ¿Estás bien? —pregunta. —Estoy bien. No me romperás. Empuja dentro de mí ese primer centímetro apretado, y jadeo por el ajuste, el estiramiento. —Más. —Estoy demasiado ocupada besándolo para hablar—. Te necesito todo. —Vas a ser mi muerte, Violet. —Lo que le quedaba de control se le escapa y me penetra completamente de un fuerte empujón. Gimo dentro del beso. Profundo. Es tan jodidamente profundo que lo siento por todas partes. —Dime que estás bien. —Ya se está moviendo, gracias a los dioses. —Estoy perfecta. —Mejor que perfecta. El poder vuelve a arder bajo mi piel, zumbando en una demanda frenética y sin palabras. —Te sientes tan jodidamente bien. —Vuelve a penetrarme, una y otra vez, a un ritmo brutal y constante. Su boca se desliza por mi cuello y su mano sube para tocarme el pecho. No puedo ni pensar en el placer enloquecedor que siento mientras mi espalda golpea la puerta del armario con cada embestida, llenando la habitación con el sonido de nuestros cuerpos en tensión y el crujido de la madera. Cada golpe es mejor que el anterior. Respiro entrecortadamente. —Joder, nunca voy a tener suficiente de ti, ¿verdad? —dice con la cara hundida en mi cuello mientras me arqueo contra él. —Cállate y fóllame, Riorson. —Mañana es pronto para arrepentirse. Levanto los brazos y me agarro con una mano al borde superior del armario para poder balancearme con más fuerza, seguir el impulso de sus caderas y penetrarle más hondo, más fuerte. Me quita uno de los tirantes del camisón del hombro y el aire fresco de la noche besa el pico endurecido de mi pezón un instante antes de que su boca caliente lo cubra. Las sensaciones se suceden en espiral, girando y enroscándose, formando un apretado nudo de placer tan profundo dentro de mí que la tensión es sublimemente insoportable. La puerta del armario gime y luego se desprende de las bisagras, y las sombras de Xaden salen disparadas, protegiéndome mientras el marco se rompe y la madera se estrella a nuestro alrededor. Mi poder se dispara en respuesta al suyo, chisporrotea bajo mi piel, me agarro a sus hombros y mi boca encuentra la suya. No podemos parar. No podemos parar.

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—Joder —maldice mientras me toma una y otra vez, sin parar, girándonos de nuevo para que haya tela contra mi espalda. Pero no es la cama. Son las cortinas empujadas a un lado de la ventana. La energía vuelve a crepitar cuando nuestras bocas se encuentran, y él sigue avanzando, apretando dolorosamente ese nudo dentro de mí con cada movimiento. Y el poder... es demasiado. Me está quemando, calentando mi sangre con la necesidad de liberación. —Xaden —grito, retorciéndome y a la vez aferrándome a él como si fuera lo único que me ancla a la tierra. —Te tengo, Violet —promete, con su aliento entrecortado contra mis labios—. Déjalo salir. Me atraviesan unos relámpagos tan brillantes que se me cierran los ojos de golpe. El calor se dispara sobre mí y los truenos estallan de inmediato. Y huelo a humo. —Mierda. —El poder de Xaden llena la habitación, eclipsando la luz que teníamos, y la cortina cae, pero nos movemos antes de que la tela carbonizada pueda siquiera tocar mi piel. Ese nudo de placer crece hasta un punto de ruptura cuando me lleva al suelo y, finalmente, tengo todo su peso mientras se clava en mí. Las sombras desaparecen y lo veo encima de mí, con su mirada oscura clavada en la mía en intensa concentración, es el espectáculo más hermoso que he visto nunca. —Tan. Hermoso. —Puntualizo cada palabra con un beso. Se echa hacia atrás, sus ojos buscan los míos durante uno o dos latidos antes de devastarme con otro beso que me hace esforzarme más, balanceando mis caderas contra las suyas. Este hombre besa con todo el cuerpo, moviendo las caderas al ritmo de la lengua, apoyando su peso lo justo para que pueda respirar mientras acaricia su pecho sobre mis pezones hipersensibles. Me mantiene al mismo nivel que él, y no sé cuánto tiempo podré aguantar antes de prender fuego a toda la habitación. —Necesito... necesito... —Mis ojos frenéticos buscan los suyos. ¿Dónde están mis palabras? —Lo sé. —Vuelve a reclamar mi boca y mete la mano entre nosotros, usando esos dedos talentosos para acariciarme hasta otro orgasmo, y la luz parpadea de nuevo, seguida de truenos y oscuridad mientras me derrito bajo él. El placer me invade en oleadas, me recorre una y otra vez hasta que lo único que puedo hacer es agarrarme a los hombros de Xaden y dejarme llevar por la dicha. —Hermoso —susurra. En cuanto bajo, rompe el ritmo, me aprieta la rodilla contra el pecho y me penetra aún más. Muevo las caderas para encontrarme con las suyas, el sudor cubre nuestra piel mientras lo observo con embelesada fascinación. Me encanta su pérdida

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de control tanto como temo la mía, y cuando giro las caderas, él gime, arqueando el cuello mientras empuja una vez. Dos veces. A la tercera, grita, luego se estremece dentro de mí y su poder se proyecta en rayas de sombras, la fuerza parte el blanco de madera al otro lado de la ventana. Los pedazos vuelan y Xaden lanza otra oleada de oscuridad que dura lo justo para protegernos de los escombros. Entonces las sombras retroceden y las dagas caen al suelo detrás de mí. Parece tan sorprendido y cautivado como yo mientras nos miramos fijamente, con el pecho agitado tras lo que sólo puede describirse como una locura total y absoluta. —Nunca he perdido el control así —dice, apoyando su peso en un brazo y apartándome el cabello de la cara con el otro. El movimiento es tan suave, tan contrario a lo que acabamos de vivir, que no puedo evitar parpadear y sonreír. —Yo tampoco. —La sonrisa se transforma en una sonrisa de oreja a oreja—. No es que haya tenido poder para perder el control antes. Se ríe y nos hace rodar hacia su lado, manteniéndome cerca y amortiguando mi cabeza con sus bíceps. Huelo el humo en el aire. —No... —¿Prender fuego a las cortinas? —Levanta una ceja—. Sí. —Oh. —No puedo avergonzarme, así que le rozo la mandíbula con el dorso de los dedos—. Y tú lo apagaste. —Sí. Justo antes de destruir tu diana arrojadiza. —Hace una mueca—. Te conseguiré una nueva. Miro hacia el armario. —Y nosotros... —Sí. —Levanta las cejas—. Y estoy bastante seguro de que también necesitas una silla nueva. —Eso fue... —Ni siquiera conseguí quitarle del todo los pantalones, y mi vestido cuelga desordenadamente de un hombro. —Aterradoramente perfecto. —Me acaricia la cara—. Deberíamos asearte y dormir. Podemos preocuparnos de... tu habitación mañana. Irónicamente, tu cama es lo único que no destrozamos. Me siento para confirmar que la cama lo ha logrado, y Xaden hace lo mismo a mi lado, inclinándose hacia delante. Inmediatamente, pierdo el interés por todo lo que no sean las musculosas líneas de su espalda y la reliquia azul marino que Sgaeyl le transfirió. Alargo la mano y trazo la reliquia del dragón en su espalda, mis dedos se detienen en las cicatrices plateadas en relieve, y él se pone rígido. Son todas líneas

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cortas y finas, demasiado precisas para ser un látigo, sin rima ni razón en su patrón, pero nunca se cruzan. —¿Qué ha pasado? —susurro, conteniendo la respiración. —Realmente no quieres saberlo. —Está tenso pero no se aparta de mi contacto. —Sí, quiero. —No parecen accidentales. Alguien lo lastimó deliberadamente, maliciosamente, y me dan ganas de cazar a la persona y hacerle lo mismo. Flexiona la mandíbula, mira por encima del hombro y sus ojos se cruzan con los míos. Me muerdo el labio, sabiendo que este momento puede ser cualquier cosa. Puede dejarme fuera como siempre o dejarme entrar de verdad. —Hay muchos —murmuro, arrastrando los dedos por su columna. —Ciento siete. —Mira hacia otro lado. Esa cifra hace que se me revuelva el estómago, y entonces mi mano se detiene. Ciento siete. Esa es la cifra que mencionó Liam. —Ese es el número de niños menores de edad que llevan la reliquia de la rebelión. —Sí. Me muevo para poder verle la cara. —¿Qué pasó, Xaden? Me echa el cabello hacia atrás y la mirada que pasa por su rostro es tan tierna que me hace palpitar el corazón. —Vi la oportunidad de hacer un trato —dice suavemente—. Y la aproveché. —¿Qué clase de trato te deja cicatrices como esas? El conflicto se refleja en sus ojos, pero luego suspira. —Del tipo en el que asumo la responsabilidad personal por la lealtad de los ciento siete niños que los líderes de la rebelión dejaron atrás, y a cambio, se nos permite luchar por nuestras vidas en el Cuadrante de los Jinetes en lugar de ser ejecutados como nuestros padres. —Desvía la mirada—. Elegí la posibilidad de morir antes que la certeza. La crueldad de la oferta y el sacrificio que hizo para salvar a los demás golpean como un golpe físico. Acuno su mejilla y vuelvo a acercar su rostro al mío. —Así que si alguno de ellos traiciona a Navarra... —Levanto las cejas. —Entonces mi vida está perdida. Las cicatrices son un recordatorio. Por eso Liam dice que le debe todo. —Siento mucho lo que te pasó. —Especialmente cuando no fue él quien lideró la rebelión. Me mira como si viera en lo más profundo de lo que soy. —No tienes nada por lo que disculparte.

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Le tomo de la mano cuando se levanta. —Quédate. —No debería. —Dos líneas aparecen entre sus cejas mientras busca mis ojos— . La gente hablará. —¿Cuándo te he dado la impresión de que me importa una mierda lo que piense la gente? —Uso sus palabras anteriores contra él y me siento, enroscando mi mano alrededor de la sección de su cuello que lleva su reliquia—. Quédate conmigo, Xaden. No me hagas rogar. —Ambos sabemos que es una mala idea. —Entonces es nuestra mala idea. Sus hombros se hunden y sé que he ganado. Es mío por esta noche. Nos turnamos para salir a hurtadillas el tiempo suficiente para asearnos y luego se mete en la cama detrás de mí. —Solo entre estas paredes —dice en voz baja, y entiendo lo que quiere decir. —Sólo dentro de estas paredes —estoy de acuerdo. No es como si tuviéramos una relación o algo así. Eso sería... desastroso dada la cadena de mando—. Somos jinetes, después de todo. —No confío en mi temperamento si alguien dice... Le rozo la boca con un beso, haciéndolo callar. —Sé lo que dices. Es... dulce. Me pellizca la piel. —No soy dulce. Por favor, no confundas ninguna parte de mí con suave o amable. Eso sólo te hará daño, y hagas lo que hagas... —Entierra su cara en mi cuello, inhalando profundamente—. No te enamores de mí. Acaricio con la mano su brazo marcado y rezo para que no sea eso exactamente lo que estoy haciendo. Esta abrumadora yuxtaposición de anhelo y satisfacción en mi pecho tienen que ser las secuelas de haberme corrido no una sino tres veces, ¿verdad? No puede ser más. —¿Violencia? Miro por la ventana hacia el infinito cielo negro y cambio de tema, los párpados me pesan cada segundo que pasa. —¿Por qué supusiste que podía manejar el rayo? Se estira lo justo para meter mi cabeza bajo su barbilla. —Pensé que lo habías hecho la primera noche que Tairn te canalizó el poder, pero no estaba seguro, así que no dije nada. —¿En serio? —Parpadeo, recordando, pero mi cerebro está lleno de un zumbido agradable y sordo mientras el sueño lucha por hundirme—. ¿Cuándo? —Se me cierran los ojos.

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Me aprieta con los brazos y me arropa, y mis muslos se aprietan contra sus pantalones mientras empiezo a perder el conocimiento. —La primera vez que me besaste.

Cuando me despierto, Xaden se ha ido, pero eso no es exactamente una sorpresa. ¿Para empezar, que se quedara toda la noche? Eso sí que fue sorprendente. ¿Encontrar un tarro en mi mesilla de noche con un puñado de violetas de primavera? Se me hincha el corazón. Estoy en un lío de mierda. Incluso movió todos los escombros a una pila en la esquina, lo que significa que debe haber usado sus sombras mientras yo dormía porque no oí nada. Todavía estoy agotada, pero me visto y me recojo el cabello rápidamente, al darme cuenta de que el sol ya ha salido. Con Liam en la enfermería, hoy estaré sola en mi viaje a los Archivos, pero quizá pueda colarme para verlo a la vuelta. Me estoy atando las botas cuando llaman a mi puerta. —Tienes que estar bromeando —digo lo bastante alto como para que me oiga sobre la aldaba—. El hecho de que Liam se esté curando no significa que necesite otro guardaespaldas. —Abro la puerta de un tirón y tropiezo con la última palabra. El profesor Carr está de pie en mi pasillo, con los cabello de punta mientras me mira con evaluación científica, y luego levanta las cejas mientras mira fijamente más allá de mí hacia los restos de mi habitación. —Tenemos trabajo que hacer. —Tengo el deber de los Archivos —argumento. Resopla. —Estás fuera del servicio de Archivos hasta que estemos seguros de que no vas a quemar el lugar. Los rayos y el papel no se llevan bien. Créeme, Sorrengail, los escribas no te querrán cerca de sus preciados libros y, por lo que parece, ni siquiera puedes controlar tus poderes mientras duermes. Intento ignorar el escozor de sus palabras, ya que está lejos, pero acabo siguiéndolo por el pasillo cuando se marcha. —¿A dónde vamos? —A algún sitio donde no vayas a provocar un incendio forestal —dice sin mirar atrás. Veinte minutos después, estamos en el campo de vuelo y, para mi sorpresa, Tairn está ensillado. —¿Cómo demonios has hecho eso? Resopla indignado.

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—Como si fuera a dejar que diseñaran algo que yo mismo no pudiera ponerme. Recuerda de dónde sacas tu poder, Plateada. —¿Cómo está Andarna? —pregunto mientras el profesor Carr me pone una mochila en las manos—. ¿Para qué es esto? —Durmiendo, pero está bien —promete Tairn. —Desayuno —responde Carr—. Con todo lo que vas a hacer, lo vas a necesitar. —Se sube a su Cola de Daga Naranja y, después de que yo monte a Tairn y me abroche el cinturón, estamos en el aire. El viento primaveral me pica en las mejillas mientras nos adentramos en la cordillera, y doy gracias por haberme puesto el uniforme de vuelo esta mañana, pensando que tendría una sesión antes de comer. Aterrizamos casi media hora después, muy por encima de la línea de árboles. Tiemblo y me froto los brazos para combatir las bajas temperaturas propias de la altitud. —No te preocupes. No tendrás frío por mucho tiempo —asegura Carr, desmontando y sacando un pequeño tomo de su bolsillo—. Según lo que leí anoche, esta habilidad en particular tiene el poder de sobrecalentar tu sistema, por lo tanto... —Hace un gesto a nuestro alrededor. —Además, no hay mucho que quemar aquí arriba, ¿verdad? —Y tampoco hay testigos si decide romperme el cuello. Le dirijo una rápida mirada antes de apartar la vista, desabrochándome las hebillas de la silla y deslizándome por la pata delantera de Tairn—. No me dejes. —Jamás. Lo quemaré vivo antes de que dé un solo paso hacia ti. —Exacto. —Me estudia detenidamente y evito mirarlo a los ojos mientras compruebo que el vendaje de mi rodilla no se haya deslizado bajo el uniforme—. Siempre me intriga cómo la naturaleza encuentra el equilibrio. —No estoy seguro de saber a qué se refiere, profesor. —Este tipo de poder encontrado en uno tan... —Suspira—. ¿No te llamarías frágil? —Soy quien soy. —Me erizo. Nunca le he dado a este profesor ninguna razón para considerarme diferente. —No es un insulto, cadete. —Se encoge de hombros, mirando a la silla de montar—. Es un equilibrio. En el desempeño de mis funciones, he encontrado una especie de correlación que mantiene un sistema de controles sobre el poder. El tuyo parece ser tu cuerpo. Un gruñido retumba en el pecho de Tairn mientras bordea al dragón más pequeño de Carr fuera de su espacio. —Tu dragón no confía en mí —afirma Carr, como si fuera un problema académico a resolver—. Y teniendo en cuenta que es el más poderoso de ellos en el cuadrante en este momento…

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—Pero no el continente —admite Tairn. —… eso significa que tú tampoco confías en mí, cadete Sorrengail. —Me sostiene la mirada, y el viento de la cima de la montaña hace que su cabello blanco baile como plumas—. ¿Y eso por qué? —No tiene sentido mentir. —¿Aparte de llamarme frágil? —Me quedo en la base de la pata delantera de Tairn, lista para montar si es necesario—. Yo estaba allí el día que mataste a Jeremiah. Su habilidad se manifestó, y le rompiste el cuello como a una ramita delante de todos nosotros. Carr ladea la cabeza pensativo. —Sí, bueno, estaba en un estado de pánico considerable, y es bien sabido que a los inntinnsicos no se les permite vivir. Acabé con su sufrimiento antes de que pudiera ver venir el final. —Nunca entenderé por qué leer la mente es una sentencia de muerte. —Pongo la mano en la pierna de Tairn como si pudiera absorber su fuerza, aunque ya la siento fluir a través de mí. —Porque el conocimiento es poder. Como hija de una General, deberías saberlo. No podemos tener a alguien caminando por ahí con acceso ilimitado a material clasificado. Son un riesgo para la seguridad de todo el reino. Y, sin embargo, Dain vive. —Porque Aetos les será útil mientras puedan mantenerlo bajo su control. —Tairn lanza una bocanada de vapor sobre mi cabeza, y el Cola de Daga Naranja retrocede aún más—. Su poder también se limita al tacto, así que es más controlable. —Ahora, no tienes que confiar en mí, e incluso puedes blandir desde tu asiento en tu dragón si quieres, pero espero que me creas cuando te digo que no tengo planes de matarte, cadete Sorrengail. Perder un activo como tú sería una tragedia para el esfuerzo bélico. Un activo. —Y el hecho de que hayas unido a Tairn los convierte a ti y a Riorson en la pareja de jinetes más codiciada que este reino ha visto en mucho tiempo. Si me permites un consejo. —Sus ojos se entrecierran. —Por favor, hazlo. —Al menos es brutalmente honesto, así que sé a qué atenerme con él. —Mantén claras tus lealtades. Riorson y tú tienen un poder excepcional y letal que cualquier jinete envidiaría. ¿Pero juntos? —Sus pobladas cejas se fruncen—. Serías un enemigo formidable al que el mando simplemente no podría permitirse dejar existir. ¿Entiendes lo que digo? —Su voz se suaviza. —Navarra es mi hogar, profesor. Daré mi vida por defenderla como todos los Sorrengail que han cabalgado antes que yo.

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—Excelente. —Asiente—. Ahora vamos a trabajar. Cuanto antes puedas contener el rayo, antes podremos dejar de congelarnos el culo. —Buen punto. —Miro hacia el campo de tiro—. Sólo quieres que... —Hago un gesto hacia las montañas que nos rodean. —Preferiblemente en cualquier sitio menos aquí, sí. Miro fijamente las montañas a lo lejos. —No estoy muy segura de lo que hice para llamarlo antes. Fue una... reacción emocional. —Y lo que pasó anoche definitivamente no está en discusión. —Interesante. —Apunta algo en su cuaderno con un trozo de carboncillo—. ¿Has manejado rayos además de la exhibición de ayer durante los Juegos de Guerra? Me debato entre guardarme la respuesta, pero mi silencio no va a servir de nada. —Unas cuantas veces. —¿Y ambas veces fueron el resultado de reacciones emocionales? Tairn resopla y yo le golpeo la pata delantera con el dorso de la mano. —Sí. —Bueno, entonces empieza por ahí. Aterriza en tu poder e intenta sentir lo que sea que estabas sintiendo. —Vuelve a su cuaderno. —¿Debería traer al líder del ala? —Tairn se ríe a carcajadas en mi cabeza. —Cállate. —Apoyo ambos pies en mis Archivos y el poder fluye a mi alrededor, a través de mí. La luz dorada de Andarna también está ahí, pero se ha suavizado por haber sido drenada ayer, y sobre mí se arremolinan las sombras negras como la tinta que sé que representan la conexión con Xaden. —¿Problemas? —pregunta Xaden, como si sintiera mi indagación—. ¿Y qué haces tan lejos? —Entrenando con Carr. —Mis mejillas se calientan al oír su voz grave—. ¿Y cómo sabes lo lejos que estoy de todos modos? —Vuélvete más fuerte en la habilidad, y serás capaz de hacerlo también. No hay ningún lugar en la existencia al que puedas ir en el que no te encuentre, Violencia. —La promesa debería ser una amenaza, pero no lo es. Es demasiado reconfortante para eso. —Ahora mismo, me conformaría con controlar algún rayo. Carr me está mirando, y está a punto de ponerse jodidamente incómodo si no puedo averiguar cómo... Imágenes de... mí inundan mi mente. Es lo de anoche, solo que, de algún modo, lo estoy viendo a través de los ojos de Xaden, sintiendo el inconfundible ardor de un deseo insaciable. Pierdo el control... no, es Xaden quien pierde el control mientras gimo bajo él, mis caderas cabalgando sobre su mano, mis uñas mordiéndole la piel con un dolor que roza el placer mientras me retuerzo. Dioses, necesito... no... él me

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necesita. Su hambre está al borde de la inanición por conocer mi tacto, mi sabor, la sensación de... La energía inunda todo mi sistema, crepita a lo largo de mi piel y la luz parpadea detrás de mis ojos cerrados. Las imágenes se detienen y mis sentimientos vuelven a ser míos. Y joder si no estoy tan excitada que tengo que mover mi peso para aliviar el dolor entre mis muslos. —¡Buen trabajo! —El profesor Carr asiente, anotando algo. —No puedo creer que hayas hecho eso. —De nada. Me arden las mejillas al llevarme el dorso de las manos a la piel. —Ves, te lo dije. —Carr levanta el cuaderno—. El último portador del rayo dijo que les hacía recalentarse. Ahora hazlo de nuevo. Tairn se ríe. —Ni una puta palabra tuya —advierto. Esta vez, me concentro en la sensación del torrente de energía y no en lo que lo ha provocado, abro todos mis sentidos y dejo que la energía al rojo vivo me atraviese hasta alcanzar un punto de ruptura. Entonces la libero y un rayo cae a más de un kilómetro de distancia. Bueno, mira eso. Soy una tipa dura certificada. —¿Quizás podrías trabajar en apuntar esta vez? —El profesor Carr mira por encima de su cuaderno—. Sólo recuerda no agotar la fuerza física con la que controlas el poder. Nadie quiere verte consumida. Un poder como el de Tairn te comerá viva si no puedes contenerlo. Los relámpagos caen cinco veces más antes de que me agote, y ninguno impacta donde estaba apuntando. Esto va a ser más difícil de lo que pensaba.

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1 de julio, aniversario de la Batalla de Aretia, queda proclamado Día de la Reunificación y se celebrará en toda Navarra en esta fecha todos los años para honrar las vidas perdidas durante la guerra para salvar nuestro reino de los separatistas y los salvados por el Tratado de Aretia. -PROCLAMACIÓN REAL DEL REY TAURI EL SABIO

laman a mi puerta mientras saco un montón de ropa de los restos esqueléticos de lo que solía ser mi armario. —Adelante —grito, dejándolos sobre la cama. La puerta se abre y entra Xaden, con el cabello al viento como si acabara de llegar del campo de vuelo, y mi pulso se acelera. —Sólo quería... —Empieza, luego hace una pausa, observando los restos de mi habitación de anoche—. De alguna manera me convencí hoy de que no habíamos hecho tanto daño, pero... —Sí, es... Me mira y ambos esbozamos una sonrisa. —Mira, esto no tiene por qué ser incómodo ni nada. —Me encojo de hombros, tratando de aliviar la tensión—. Los dos somos adultos. Su ceja llena de cicatrices se levanta. —Bien, porque no iba a hacerlo así. Pero lo menos que puedo hacer es ayudarte a limpiar. —Su atención se desplaza hacia el armario, y hace una mueca de dolor—. Juro que no se veía tan arruinado en la oscuridad cuando me fui esta mañana. Resulta que también incendiaste más de un árbol anoche. Hicieron falta dos tiradores de agua para sacarlos. Mis mejillas se calientan.

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—Te fuiste pronto. —Intento que mi tono sea lo más despreocupado posible mientras camino hacia mi escritorio, que milagrosamente ha sobrevivido, y me agacho para recoger algunos de mis libros que habíamos tirado al suelo. —Tenía una reunión de liderazgo y necesitaba empezar temprano. —Su brazo roza el mío cuando se inclina y recoge mi libro de fábulas favorito, el que Mira me metió en la mochila cuando volvimos a Montserrat aquella noche. —Oh. —Mi pecho se aligera—. Eso tiene mucho sentido. —Me pongo de pie, dejando mis textos sobre el escritorio—. Así que no fue porque ronco o algo así. —No. —Una comisura de sus labios se levanta—. ¿Cómo fue el entrenamiento con Carr? Buen cambio de tema. —Puedo invocarlos, pero no puedo apuntar, y es completamente agotador. — Mi boca se frunce, pensando en el primer golpe que di—. Sabes, ayer fuiste un poco idiota en el campo de vuelo. Sujeta con fuerza el libro. —Sí. Te dije lo que creí que necesitabas oír para superar el momento. Sé que no te gusta que los demás te vean vulnerable, y tú... —Éramos vulnerables —termino. Asiente. —Si te hace sentir mejor, yo tampoco pude retener nada después de la primera vez que maté a alguien. No pienso mal de ti por tener una reacción así. Sólo significa que aún conservas tu humanidad. —Tú también —le digo, quitándole suavemente el libro. —Eso es discutible. Dice el hombre que tiene ciento siete cicatrices en la espalda. —No lo es. No para mí. Desvía la mirada y sé que va a subir sus defensas en cualquier momento. —Dime algo real —le digo, desesperada por mantenerlo conmigo. —¿Como qué? —me pregunta, igual que hizo antes cuando volábamos, cuando me dejó sentada en aquella montaña cuando tuve la osadía de preguntarle por sus cicatrices. —Como... —Mi mente corre, buscando algo que preguntar—. Como dónde fuiste la noche que te encontré en el patio. Frunce el ceño. —Vas a tener que ser más específica que eso. A los de tercer año los mandan fuera todo el tiempo. —Tenías a Bodhi contigo. Fue justo antes del Gauntlet. —Me paso nerviosamente la lengua por el labio inferior.

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—Oh. —Agarra otro libro y lo deja sobre el escritorio, claramente haciendo tiempo mientras decide si se abrirá conmigo o no. —Nunca le contaría a nadie nada de lo que me digas —prometo—. Espero que lo sepas. —Lo sé. Nunca le contaste a nadie lo que viste bajo el árbol el otoño pasado. — Se frota la nuca—. Athebyne. No puedes saber por qué ni preguntar nada más, pero allí estábamos. —Oh. —Eso definitivamente no era lo que esperaba, pero no fuera de lo común para los cadetes para llevar algo a un puesto de avanzada—. Gracias por decírmelo. —Me muevo para poner el libro de nuevo y veo que la encuadernación está definitivamente deteriorada después de que tiramos el tomo antiguo de la mesa la noche anterior—. Maldita sea. —Abro la contraportada y veo que la encuadernación está rota. Algo se asoma. —¿Qué es eso? —pregunta Xaden, mirando por encima de mi hombro. —No estoy segura. —Equilibro el pesado libro con una mano y saco lo que parece ser un trozo de pergamino rígido de donde estaba escondido detrás de la encuadernación. La gravedad cambia cuando reconozco la letra de mi padre: está fechado pocos meses antes de su muerte. Mi Violet, Cuando lo encuentres, lo más probable es que estés en el Cuadrante de los Escribas. Recuerda que el folclore se transmite de generación en generación para enseñarnos nuestro pasado. Si lo perdemos, perdemos los vínculos con nuestro pasado. Sólo hace falta una generación desesperada para cambiar la historia, incluso para borrarla. Sé que tomarás la decisión correcta cuando llegue el momento. Siempre has sido lo mejor tanto para tu madre como para mí. Con amor, Papá Frunzo el ceño, le paso la carta a Xaden y hojeo el libro. Todos los cuentos me resultan familiares, y aún puedo oír la voz de mi padre leyendo cada palabra, como si aún fuera una niña acurrucada en su regazo después de un largo día. —Eso es críptico —comenta Xaden. —Se volvió un poco... críptico en los años posteriores a la muerte de Brennan —admito en voz baja—. Perder a mi hermano hizo que mi padre se recluyera aún más. Sólo pude pasar tiempo con él porque siempre estaba en los Archivos, estudiando para ser escriba.

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Las páginas revolotean mientras hojeo historias de un antiguo reino que se extendía de océano a océano y una Gran Guerra entre tres hermanos que luchaban por controlar la magia de esta tierra mística. Algunas de las fábulas cuentan historias de los primeros jinetes que aprendieron a vincularse con dragones y cómo esos vínculos podían volverse contra el jinete si intentaba consumir demasiado poder. Otras hablan de un gran mal que se extendió por la tierra cuando el hombre se corrompió por la magia oscura y se convirtió en criaturas conocidas como venin que crearon bandadas de criaturas aladas llamadas wyvern y azotaron la tierra de toda magia en la sed de más poder. Otro habla de los peligros de ejercer el poder desde el suelo en lugar de desde el cielo, ya que uno podría fácilmente empezar a extraer magia de la tierra y acabar volviéndose loco. Uno de los propósitos de las fábulas es enseñar a los niños los peligros de tener demasiado poder. Nadie quiere convertirse en un venin; son los monstruos que se esconden bajo nuestras camas cuando tenemos pesadillas. Y, desde luego, nunca queremos intentar controlar la magia sin un dragón que nos apoye. Pero eso es todo lo que son, cuentos infantiles. Entonces, ¿por qué me dejó mi padre esta nota críptica y la escondió dentro del libro? —¿Qué crees que intentaba decirte? —pregunta Xaden. —No lo sé. Todas las fábulas de este libro hablan de cómo el exceso de poder corrompe, así que tal vez sintió que alguien en el liderazgo era corrupto. —Miro a Xaden y bromeo—: No me sorprendería que un día el general Melgren se quitara la máscara y revelara que es un terrorífico venin. Ese hombre siempre me ha dado escalofríos. Xaden se ríe. —Bueno, esperemos que no sea eso. Mi padre solía decir que los venin estaban esperando su momento en los Barrens y que un día vendrían por nosotros... si no nos comíamos nuestras verduras. —Mira por la ventana a su izquierda y sé que está recordando a su padre—. Dijo que un día no quedaría magia en el reino si no teníamos cuidado. —Lo siento... —empiezo a decir, pero cuando se tensa, decido que un cambio de tema es lo que realmente necesita—. Entonces, ¿qué lío debemos abordar primero? —Tengo una idea mejor de cómo pasar nuestra noche —dice mientras pone otro montón de ropa sobre mi cama. —¿Ah, sí? —Miro hacia él y veo que sus ojos se oscurecen mientras mira fijamente mi boca. Mi pulso se acelera de inmediato, la idea de tocarlo me produce una explosión de energía. No te enamores de mí... Sus palabras de anoche contrastan con la forma en que me mira ahora. Doy un paso atrás. —Dijiste que no me enamorara de ti. ¿Cambiaste de opinión?

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—Absolutamente no. —Su mandíbula se tensa. —Cierto. —No espero que eso duela tanto como duele, lo cual es parte del problema. Ya estoy demasiado involucrada emocionalmente como para separar el sexo, por fenomenal que sea—. Aquí está la cosa. No creo que pueda separar el sexo de la emoción cuando se trata de ti. —Bueno, mierda, ahora lo he dicho—. Ya estamos demasiado unidos para eso, y si volvemos a quedar, al final me voy a enamorar de ti. —El corazón me late con fuerza por la confesión apresurada, esperando su respuesta. —No lo harás. —Algo parecido al pánico brilla en sus ojos y se cruza de brazos. Juro que puedo ver cómo se defiende de sus propios sentimientos—. No me conoces de verdad. No en el fondo. ¿Y de quién es la culpa? —Sé lo suficiente —argumento en voz baja—. Y tendríamos todo el tiempo del mundo para averiguarlo si dejaras de comportarte como una gallina emocional y admitieras que tú también te vas a enamorar de mí si seguimos así. —No hay forma de que hubiera diseñado esa montura, pasado todo ese tiempo entrenándome para luchar y volar, si no sintiera algo. Va a tener que luchar por esto también, o nunca funcionará. —No tengo ninguna intención de enamorarme de ti, Sorrengail. —Entrecierra los ojos y pronuncia cada palabra, como si yo pudiera tomármelo de otro modo. Joder. Eso. Me dejó entrar. Me habló de sus cicatrices. Tenía un arsenal hecho para mí. Él se preocupa. Está tan metido en esto como yo, aunque no sepa demostrarlo. —Ouch. —Hago una mueca de dolor—. Bueno, es evidente que no estás listo para admitir a dónde va esto. Así que sí, creo que es mejor que acordemos que esto ha sido cosa de una sola vez. —Me encojo de hombros—. Los dos necesitábamos desahogarnos, y lo hicimos, ¿verdad? —Claro. —Asiente, con la aprensión marcando su frente. —Así que la próxima vez que te vea, actuaré con la misma frialdad que tú ahora y fingiré que no recuerdo lo que se siente al tenerte deslizándote dentro de mí. — Caliente y duro. Realmente tiene un cuerpo increíble, pero no puede dictar lo que hago con mi corazón. Se adelanta con una sonrisa burlona, su mirada calienta cada centímetro de mi cuerpo. —Y fingiré que no recuerdo la sensación de tus suaves muslos alrededor de mis caderas o esos soniditos que haces justo antes de correrte. —Sus dientes rozan su labio inferior, y necesito toda mi fuerza de voluntad para no chupar ese labio y metérmelo en la boca. —E ignoraré el recuerdo de tus manos agarrando mis caderas, inmovilizándome en el armario para que pudieras tomarme más profundamente, y tu boca en mi garganta. Fácil. —Separo los labios mientras retrocedo y el corazón me da un vuelco cuando él me sigue y me apoya contra la pared.

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Su mano descansa junto a mi cabeza mientras se inclina hacia mi espacio, sus labios curvándose en una media sonrisa. —Entonces supongo que ignoraré el recuerdo de lo caliente y resbaladiza que te sientes alrededor de mi polla, y de cómo gritas pidiendo más hasta que lo único en lo que pueda pensar es en cómo superar todos los límites físicos para ser exactamente lo que necesitas. Mierda. Es mejor que yo en este juego. El calor enrojece mi piel. Lo quiero más cerca. Quiero exactamente lo que tuve anoche. Pero quiero más. Su aliento me golpea los labios, y yo no estoy en mejores condiciones. A la mierda. Puedo tenerlo, ¿verdad? Puedo tomar exactamente lo que me ofrece y disfrutar cada minuto. Podemos destrozar todos los muebles de esta habitación y luego mudarnos a la suya. ¿Pero dónde nos dejará eso por la mañana? Justo aquí, ambos queriendo y sólo uno de nosotros lo suficientemente valiente como para tomar, y me merezco más que una relación que es sólo en sus términos. —Me deseas. —Le pongo la mano en el pecho y siento cómo late su corazón— . Y sé que eso te asusta aunque yo te deseo con la misma intensidad. Se pone rígido. —Pero aquí está la cosa. —Le sostengo la mirada, sabiendo que podría huir en cualquier momento—. No puedes dictar cómo me siento. Puedes dar las órdenes ahí fuera, pero no aquí. No puedes decirme que podemos follar pero que no puedo enamorarme de ti. Eso no es justo. Sólo puedes respetar lo que yo elija hacer. Así que no volveremos a hacer esto hasta que quiera arriesgar mi corazón. Y si me enamoro, entonces es mi problema, no el tuyo. No eres responsable de mis elecciones. Su mandíbula se aprieta una vez. Dos veces. Y entonces se aparta de la pared, dejándome espacio. —Creo que es lo mejor. Pronto me graduaré, y quién sabe dónde acabaré. Además, tú y yo estamos encadenados por culpa de Sgaeyl y Tairn, lo que complica... todo. —Retrocede un paso cada vez, la distancia más que física—. Además, con tanto fingir, seguro que al final olvidaremos que lo de anoche sucedió. La forma en que nos miramos me dice que ninguno de los dos va a olvidar nunca. Y él puede evitarlo todo lo que quiera, pero vamos a acabar aquí una y otra vez hasta que esté dispuesto a reconocer lo que es esto. Porque si hay algo que sé con certeza, es que me voy a enamorar de este hombre -si no lo he hecho ya- y él también está a medio camino, se dé cuenta o no. Dándole la espalda, camino hacia las mitades destrozadas de mi diana de lanzamiento y las recojo antes de volver a cruzar mi habitación. —Nunca pensé que fueras un mentiroso, Xaden. —Le empujo las mitades al pecho—. Puedes conseguirme una nueva cuando estés listo para entrar en razón. Entonces nos desahogaremos. —Echo al hombre molesto.

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—¿Te has enterado de que el rey Tauri celebra aquí el Día de la Reunificación? —pregunta Sawyer mientras balancea la pierna sobre el banco a mi lado en el almuerzo. —¿En serio? —Ataco mi pollo asado con celo. Desde que entreno todos los días con Carr, mi apetito se asemeja en cierto modo a un pozo sin fondo. Al menos sólo me arrastra a esa cima durante una hora al día, pero aun así, para cuando llega el desayuno, estoy voraz. Después de un mes, sigo sin poder apuntar un rayo. Pero ya hago unos veinte rayos por hora, así que es una mejora. Echo un vistazo a las mesas y capto la atención de Xaden, que está comiendo con los líderes en el estrado. Se ve delicioso esta mañana. Incluso la nubecilla melancólica que le sigue a todas partes tiene cierto atractivo cuando pone los ojos en blanco ante algo que dice Garrick. —No me mires así. —¿Así cómo? —Arqueo una ceja. Su mirada se dirige a la mía. —Como si estuvieras pensando en el gimnasio de sparring de anoche. —Bueno, duh —dice Rhiannon frente a mí—. Por eso Devera tiene ahora mismo unos quinientos uniformes de gala negros en los comunes. Donde viaja el rey, también viaja el partido. —Bueno, ahora que lo dices. —Me paso la lengua por el labio inferior, recordando cómo sus caderas clavaron las mías en la colchoneta cuando todos se habían ido por la noche. Lo cerca que estuvimos los dos de ceder a la pulsante necesidad que había entre nosotros. Su mandíbula se flexiona y aprieta el tenedor. —En serio. No puedo pensar cuando me miras así. —¿De verdad? Creía que eran para la graduación. —pregunta Ridoc. Imogen se burla. —Como si alguien se vistiera para la graduación. Es básicamente una formación gigante en la que Panchek dice: Mira, has vivido. Buen trabajo. Ven a recoger tus tareas y luego recoge tus cosas y vete. Todos se ríen de su acertada imitación. —Tú eres el de la ridícula regla de no enamorarse el uno del otro —le recuerdo. —Sigues mirándome. —Obliga a su atención de nuevo a su plato.

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—Haces que sea difícil apartar la mirada. —Echo de menos su boca en mi piel, la sensación de su cuerpo apretado contra el mío. Echo de menos su mirada cuando me veía deshacerme. Pero extraño sentirlo acurrucado a mi alrededor mientras duermo. —Estoy aquí guardándome las manos y los recuerdos porque tú me lo pediste, y tú me estás follando con los ojos. Eso no es jugar limpio. Dejo caer el tenedor y todos los comensales se vuelven para mirarme. —¿Estás bien ahí? —pregunta Rhiannon, levantando las cejas. —Sí. —Asiento, ignorando el calor que me sube por el cuello—. Estoy genial. Liam deja su vaso y nos mira a Xaden y a mí, sacudiendo la cabeza mientras lucha contra una sonrisa. Por supuesto que sabe lo que está pasando. Tendría que ser completamente inconsciente para no saberlo, teniendo en cuenta que ayudó a Xaden y a Garrick a instalar el nuevo armario. —Te dije que dejaras de mirarme. —Hay risa en su voz, pero su cara está tan inexpresiva como siempre. Golpeo el tenedor en el plato de pura frustración. ¿Sabes qué? A la mierda con esto. Dos pueden jugar a esto. —Si te hicieras hombre y admitieras que hay algo entre nosotros, me desnudaría para que pudieras ver cada centímetro de mí. Y una vez que me suplicaras, me arrodillaría, desabrocharía ese uniforme de vuelo que llevas, y envolvería mis labios alrededor... Xaden se atraganta. Todas las cabezas del comedor se vuelven hacia él, y Garrick le golpea la espalda hasta que Xaden le hace señas para que pare, tomando un trago de su agua. Sonrío, lo que me hace ganar unas seis miradas de confusión de nuestra mesa y un par de ojos en blanco de Liam. —Vas a ser mi muerte.

Sólo faltan diez días para la graduación, y estoy contando cada uno de ellos. Será entonces cuando sepamos hasta dónde enviarán a Xaden desde Basgiath. A la mayoría de los nuevos tenientes se les asignan puestos en el centro del país, vigilando los fuertes a lo largo de los caminos que llevan a los puestos fronterizos, pero ¿alguien con el poder de Xaden? No quiero ni pensar lo lejos que estará. O por qué aún no ha admitido que hay algo entre nosotros. O incluso insinuó que al menos no se arrepentía de esa noche. Yo aceptaría eso. No te enamores de mí...

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Siento un cosquilleo familiar en el cuero cabelludo y sé que Xaden ha entrado en la sala de Informes de Batalla con el resto de cadetes y líderes. El profesor Devera entra de lleno en el sumario de hoy, pero me resulta difícil prestarle atención. Hoy hace seis años que mataron a Brennan. Ahora sería capitán, o tal vez mayor, dado el auge de su carrera. Tal vez estaría casado. Tal vez yo sería tía. Tal vez el corazón de nuestro padre no habría fallado la primera vez por la tensión de perderlo o la última vez esa primavera hace dos años. —Llévame a la cama —suelto mentalmente, y luego me hundo un poco en el asiento. Pero no me arrepiento. Precisamente hoy necesito una distracción. —Podría ser incómodo delante de toda esta gente. No puedo verlo desde donde sé que está sentado en lo alto de la sala de Informes de Batalla, pero sus palabras se sienten como una caricia en mi nuca. —Podría valer la pena. —¿Y qué habrías hecho diferente? —pregunta Devera, escudriñando a la multitud. —Habría pedido refuerzos si hubiera sabido que las protecciones se estaban debilitando en la zona —responde Rhiannon. —No he cambiado de opinión, Violencia. No hay futuro para nosotros. —¿Y cuando no haya refuerzos disponibles? —pregunta Devera, arqueando una ceja—. Te has dado cuenta de que las promociones del Cuadrante de Jinetes disminuyen cada año, mientras que el repunte de los ataques nos ha costado otros siete jinetes y sus dragones este año, ¿no? Se necesita al menos una compañía completa de infantería para compensar la pérdida de un jinete. —Faltan diez días para la graduación. —La proximidad de la fecha límite me tiene en vilo. —Habría retirado temporalmente a los jinetes de los puestos del centro del país para ayudar a reconstruir los pabellones —responde Rhiannon. —No me lo recuerdes. —Excelente. —Devera asiente. —¿En serio vas a dejar a Basgiath sin...? —¿Sin qué? ¿Declarar su eterna... lujuria? —Sí. Por supuesto que lo haría. Xaden es un maestro en contener sus emociones, y probablemente por eso también se empeña en contener las mías. ¿O hay alguna otra razón por la que se está conteniendo que no estoy considerando? El sexo fue genial. ¿Nuestra química? Explosiva. Incluso somos... amigos, aunque el dolor constante en mi pecho me dice que ha ido mucho más allá. Si pudiera ser un idiota, descartaría esa noche como sexo, un sexo ridículamente alucinante, y seguiría adelante. Pero no es

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un idiota... al menos no normalmente, y ahora entiendo por qué se toma su trabajo tan en serio. Él carga con la responsabilidad de cada uno de los marcados aquí. —Lo que estés pensando puede esperar hasta que no haya una habitación llena de gente entre nosotros —dice. —¿Qué más tienes para mí? —Devera continúa, llamando a uno de segundo año. Ha pasado un mes y medio desde que destruimos mi habitación y hemos conseguido mantener las manos alejadas el uno del otro, aunque una noche no fue suficiente para satisfacer a ninguno de los dos, si las tardes llenas de tensión en las colchonetas de sparring sirven de indicación. Por supuesto, ambos sabemos que cualquier cosa más sólo complicaría aún más una situación ya de por sí demasiado complicada. Pero seguro que no está aliviando esta tensión sexual que se extiende tensa entre nosotros con otra persona. Seguramente. El insidioso pensamiento se extiende con una rapidez enfermiza. Dejo de escuchar mientras mi estómago se retuerce ante una posibilidad demasiado real. —¿Hay alguien más? —No voy a tener esta discusión contigo ahora. Presta atención. Necesito todo lo que tengo para no darme la vuelta y gritarle. Si he pasado todas las noches dando vueltas en mis sábanas sola mientras él... —También es una buena idea, Aetos. —Devera sonríe—. Una respuesta muy de líder de ala, si se me permite decirlo. Oh dioses, el ego de Dain va a ser insoportable hoy durante el sparring si Devera sigue halagándolo. Sparring... Aprieto la pluma con demasiada fuerza al recordar la forma en que Imogen miró a Xaden aquella noche. Mierda. Eso tendría sentido. Lleva una reliquia de la rebelión, y definitivamente no es la hija de la mujer que mató a su padre, así que también tiene eso a su favor. —¿Es Imogen? Voy a vomitar. —Por el amor de Dios, Violencia. —¿Lo es? Sé que dijimos que no iríamos allí de nuevo, pero... —Me estoy pateando por haberle dicho que quería más ahora, y por el hecho de que debería estar prestando atención en lugar de pelearme con Xaden—. Al menos dímelo. —Sorrengail —suelta Xaden. Me quedo inmóvil, sintiendo el peso de todas las miradas sobre mí. —¿Sí, Riorson? —pregunta Devera. Se aclara la garganta.

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—Si no hubiera refuerzos disponibles, habría pedido el traslado temporal de Mira Sorrengail. Las guardias son fuertes en Montserrat, y con su habilidad, ella podría reforzar las debilidades hasta que otros jinetes pudieran llegar para reforzar esas guardias. —Buena idea. —Devera asiente—. ¿Y qué jinetes son la opción más lógica para ayudar a reconstruir los pabellones en este paso de montaña en particular? —Tercer año —respondo. —Continúa. —Devera inclina la cabeza hacia mí. —A los de tercer año se les enseña a construir protecciones, y a estas alturas del año, ya se van de todos modos. —Me encojo de hombros—. Es mejor enviarlos pronto para que puedan ser útiles. —Punto jodidamente hecho. Bajo mi escudo y lo bloqueo. —Es una elección lógica —dice Devera—. Y eso es todo lo que tenemos por hoy. No olviden que deben prepararse para el último ejercicio de los Juegos de Guerra antes de la graduación. También los esperamos a todos y cada uno de ustedes en el patio frente a Basgiath esta noche a las nueve para los fuegos artificiales para celebrar el Día de la Reunificación. Sólo uniformes de gala. —Levanta las cejas mirando a Ridoc. Se encoge de hombros. —¿Qué otra cosa podría llevar? —Uno nunca sabe lo que se le va a ocurrir —dice Devera, despidiéndonos. —Cualquier cosa que necesite saber sobre lo que está pasando entre tú y... — Liam levanta las cejas mientras recogemos nuestras cosas. —No pasa absolutamente nada entre nosotros. Ni una maldita cosa —insisto. Si Xaden no quiere ver si puede haber algo más entre nosotros, mensaje recibido. Me vuelvo hacia Rhiannon—. ¿Estás emocionada por poder escribir por fin a tu hermana dentro de diez días? Sonríe. —Llevo escribiéndole una vez al mes desde que llegamos. Ahora por fin podré publicarlas. Al menos una cosa buena viene con la graduación. Todos podremos volver a hablar con nuestros seres queridos.

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Más tarde, esa misma noche, me acomodo el fajín que cruza el corpiño de mi vestido negro y me acomodo un mechón suelto de cabello en el bonito arreglo que Quinn me ayudó a hacer antes de encontrarme con Rhiannon en el pasillo. Se ha desatado el cabello de su habitual trenza protectora, y los apretados bucles forman un hermoso halo alrededor de su rostro, que ha espolvoreado con colorete dorado. La opción que ha elegido, unos elegantes pantalones de vestir entallados y un jubón cruzado que le cruza el torso en diagonal, le sienta fenomenal a su estatura. —Sexy —digo asintiendo mientras se tira de la faja. Elegí la opción de cuello alto y sin mangas para ocultar mi armadura, y la falda fluida hasta el suelo con una abertura en el muslo, que Devera me dijo que era para poder moverme en caso de ataque. Personalmente, no estoy en contra del destello del muslo que da cuando me muevo, especialmente con todo el trabajo que he hecho para fortalecer mis piernas con Imogen. Mi faja es sencilla, del mismo raso negro que la de los demás, con mi nombre bordado justo debajo del hombro y la estrella de un primer año. —He oído que va a haber una multitud de soldados de infantería allí —dice Nadine cuando se une a nosotros. —¿No prefieres un poco de cerebro con tu fuerza muscular? —Ridoc se desliza justo a nuestro lado, con Sawyer a su lado. —¡No intentes irte sin mí! —Liam grita a medida que corre hacia adelante, abriéndose paso entre la multitud mientras nos dirigimos hacia la escalera que conduce al campus principal de Basgiath. —Esperaba que te dieran la noche libre —respondo sinceramente cuando él llega a mi lado—. Te ves guapo. —Lo sé. —Él se pavonea sarcásticamente, enderezando su banda sobre un jubón negro medianoche—. He escuchado que a los cadetes sanadores les gustan los jinetes. —A duras penas. —Se ríe Rhiannon—. ¿Con la frecuencia con la que nos tienen que recomponer? Apuesto a que les gustan más los escribas. —¿Y qué les gusta a los escribas? —Liam me pregunta mientras descendemos las escaleras en un mar de negro, tomando el camino que recorremos todas las mañanas hacia los Archivos—. Dado que casi fuiste uno de ellos. —Normalmente otros escribas —respondo—. Pero supongo que jinetes, en el caso de mi padre. —Me hace ilusión ver a gente que no son jinetes —dice Ridoc, abriendo la puerta para que podamos pasar por el túnel—. Se está volviendo algo incestuoso por aquí. —De acuerdo. —Rhiannon asiente.

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—Oh, da igual. Tú y Tara han estado yendo y viniendo todo el año —dice Nadine, y luego palidece—. Mierda. ¿Se han vuelto a separar? —Nos tomamos un respiro hasta el Parapeto —dice, y entramos en el Cuadrante Sanador. —Cuesta creer que seremos estudiantes de segundo año en poco más de dos semanas —dice Sawyer. —Cuesta creer que hayamos sobrevivido —añado. Esta semana solo había un nombre en la lista de fallecidos, un alumno de tercer curso que no regresó de una misión nocturna. Cuando llegamos al patio, la fiesta está en su apogeo. Hay una mezcla de azul pálido para los sanadores, crema para los escribas, y los uniformes azul marino de la infantería abruman con creces a los uniformes negros dispersos. Aquí debe de haber mil personas o más. Luces mágicas cuelgan sobre nosotros en forma de una docena de candelabros, y cortinas de ricos terciopelos cubren las paredes de piedra de Basgiath, transformando el funcional espacio al aire libre en una especie de salón de baile. Incluso hay un cuarteto de cuerda tocando en un rincón. —¿Dónde estás? —le pregunto a Xaden, pero no hay respuesta. Todos parecemos dispersarnos al entrar, pero Liam permanece a mi lado, tan tenso como la cuerda de mi ballesta. —Dime que llevas la armadura debajo de todo eso. —¿Crees que alguien va a acuchillarme delante de mi madre? —Hago un gesto hacia el balcón expuesto, donde parece que está mamá, vigilando sus dominios. Nuestras miradas chocan y ella susurra algo al hombre que está a su lado, desapareciendo de la vista. Yo también me alegro de verte. —Creo que si alguien fuera a acuchillarte, ahora sería el momento, sobre todo sabiendo que matarte tiene muchas posibilidades de acabar con el hijo de Fen Riorson. —Su voz se tensa. Es entonces cuando me fijo en las miradas de los oficiales y cadetes que nos rodean. No se quedan embobados mirando mi cabello o el nombre de mi banda. No, sus miradas se amplían al ver la muñeca de Liam y los visibles remolinos de su reliquia de rebelión. Engancho mi brazo en el suyo y levanto la barbilla. —Lo siento mucho. —No tienes que lamentar absolutamente nada. —Me da una palmadita tranquilizadora en la mano. —Por supuesto que lo hago —susurro. Oh dioses, todos están aquí reunidos para celebrar el fin de lo que él y los otros llaman la apostasía. Están celebrando la muerte de su madre—. Puedes ir. Deberías ir. Esto es... —Sacudo la cabeza.

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—Voy donde tú vas. —Su mano se estrecha sobre la mía. Se me hace un nudo en la garganta y escudriño a la multitud, sabiendo instintivamente que él no está aquí. No está Garrick, ni Bodhi, ni Imogen, y definitivamente tampoco Xaden. No me extraña que hoy estuviera de tan mal humor. —Esto no es justo para ti. —Miro fijamente al oficial de infantería que tiene el descaro de parecer horrorizado al ver la muñeca de Liam. —Dudo mucho que disfrutes celebrando el aniversario de la muerte de tu hermano. —Liam se sostiene con una dignidad que jamás podría imaginar. —Brennan odiaría todo esto. —Hago un gesto a la multitud—. Él era más de hacer el trabajo que de celebrar su finalización. —Sí, suena como... —Sus palabras mueren, y aprieto su brazo con más fuerza mientras observo la multitud que se separa ante nosotros. El rey Tauri camina al lado de mi madre, y por la dirección de su amplia sonrisa dentada, se dirige hacia aquí. Una banda púrpura cruza su jubón, prendido a su pecho por una docena de medallas que nunca ha ganado en cien campos de batalla que jamás ha pisado. Las medallas de mamá se las ha ganado todas, y adornan su banda negra como si fuera una joya, ya que cuelga sobre su uniforme de cuello alto y manga larga. —Vete —le digo a Liam en un susurro, forzando una sonrisa por el bien de mi madre cuando el general Melgren se une a ellos. Puede que Melgren sea brillante, pero también es jodidamente desconcertante estar cerca de él. —¿Cuando se acerca tu mayor peligro? Creo que no. —Su columna se endereza. Voy a arrancarle la hermosa cabeza a Xaden por obligar a Liam a pasar por esto. —Majestad —murmuro, dejando caer un pie detrás de mí como me enseñó Mira e inclinándome al tiempo que agacho la cabeza, observando que Liam hace una reverencia. —Tu madre me ha dicho que te has unido no a uno, sino a dos dragones excepcionales —dice el rey Tauri, sonriendo bajo su bigote. —Sí, confía bastante en tu poder —añade Melgren, con una sonrisa gélida mientras me mira con descarada valoración. —Yo no diría lo mismo en este momento —respondo con una sonrisa cortés. He pasado suficiente tiempo rodeada de generales egoístas, políticos y miembros de la realeza como para saber cuando hay que ser humilde—. Todavía estoy aprendiendo a manejarlo. —No seas tan modesta, hija —reprende mamá—. Por lo que dicen sus profesores, sólo han visto un don tan poderoso un par de veces en la última década, en Brennan y el chico Riorson.

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Ese chico es un hombre de veintitrés años, pero sé que no debo corregirla y poner una diana aún mayor en la espalda de Xaden. —¿Y tu don? —pregunta el rey Tauri a Liam. —Visión lejana, majestad —responde Liam. Los ojos de Melgren se entrecierran en la reliquia de rebelión expuesta de Liam, y luego suben hasta su banda. —¿Mairi, como el hijo del coronel Mairi? Aprieto más fuerte su brazo contra el mío en señal de apoyo silencioso, y mamá se da cuenta. —Sí, general. Aunque fui criado principalmente por el duque Lindell en Tirvainne. —Su mandíbula se flexiona, pero ese es el único signo físico de su incomodidad. —Ahh. —El rey Tauri asiente—. Sí, el duque Lindell es un buen hombre, un hombre leal. —La superioridad en su aire me hace querer arrebatarle las medallas de su pecho. —Tengo que agradecerle mi fortaleza, majestad. —Liam juega bien el juego. —Sí, así es. —Melgren asiente de nuevo, su mirada escanea la multitud—. Ahora dime, ¿dónde está el chico Riorson? Siempre me gusta echarle el ojo una vez al año y asegurarme de que no está causando problemas. —No es un problema —respondo, ganándome una rápida mirada de mamá—. En realidad, es nuestro jefe de ala. Me salvó la vida cuando estábamos en el frente en Montserrat. —Haciendo que me fuera en vez de quedarme a ayudar, pero aun así, se merece el mérito de que no distrajera a Mira y consiguiera que nos mataran a ella, a mí y a Tairn. Xaden ha hecho más que salvarme. Me creyó cuando le dije que Amber llevó a los desvinculados a mi habitación. Tenía todo un arsenal de dagas hechas sólo para mí. Diseñó una silla de montar para Tairn, para que pudiera cabalgar a la batalla con mis compañeros. Me había protegido cuando lo necesité y me enseñó a defenderme para que no necesitara protección para siempre. Y cuando los demás se apresuran a ponerse delante de mí, Xaden siempre permanece a mi lado, confiando en que me mantendré firme. Pero no digo nada de eso. ¿Qué sentido tiene? A Xaden le importaría un carajo lo que esta gente pensara de él, así que a mí tampoco. En lugar de eso, sigo ofreciendo una sonrisa fingida, aparentemente asombrada por los poderosos hombres que tengo delante. —Sus dragones están apareados —ofrece mamá, con una escalofriante—. Así que ella se ha acercado bastante a él por necesidad.

sonrisa

Por lujuria y necesidad y el dolor en mi pecho que me aterra definir, pero seguro, la necesidad funciona.

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—Eso es excelente —dice el rey Tauri con una sonrisa radiante—. Es bueno tener a un Sorrengail vigilando por nosotros. Nos avisarás si él decide, oh, no sé. — Se ríe—. ¿Iniciar otra guerra? Melgren es plenamente capaz de ver el resultado de cualquier absurdo de ese tipo, y sin embargo, nos mira a Liam y a mí con una atención perturbadora. Todo mi cuerpo se tensa. —Puedo asegurarte que es leal. —Entonces, ¿dónde está? —El rey Tauri escanea el patio—. Pedí que estuvieran todos aquí, todos los marcados. —Lo vi hace un rato. —Sonrío a través de la mentira que no lo es del todo. El Informe de Batalla fue antes—. Revisaría los alrededores. No le gustan mucho las fiestas. —¡Oh, mira! Ahí está Dain Aetos —dice mamá, asintiendo hacia alguna parte detrás de mi hombro—. Estaría tan honrado si lo saludas —le sugiere al rey. —Por supuesto. —Los tres se alejan, dejando a Liam y a mí de pie en completo silencio mientras giramos para observarlos y no darles la espalda al rey por accidente. Siento como si acabara de sobrevivir a una muerte segura, o al menos algún tipo de desastre natural. —Voy a matarlo por hacerte venir a esto —murmuro en voz baja mientras Dain saluda al rey con perfectos modales. —Xaden no me hizo venir. —¿Qué? —Mi mirada salta hacia la suya. —Nunca me lo pediría a mí. Nunca se lo pediría a nadie. Pero le dije que te mantendría a salvo, y eso es lo que estoy haciendo, mantenerte a salvo. —Esboza una sonrisa torcida. —Eres un buen amigo, Liam Mairi. —Apoyo la cabeza en su brazo. —Me salvaste la vida, Violet. Lo menos que puedo hacer es sonreír y aguantar una puta fiesta. —No estoy segura de poder sonreír y soportarlo. —No con la forma en que la gente mira constantemente su muñeca, como si fuera él quien llevó personalmente al ejército a la frontera. Dain sonríe cuando el rey se despide, luego mira por encima del hombro, encuentra mi mirada y se dirige hacia nosotros. Sonríe, y es demasiado fácil recordar a cuántos eventos como este hemos asistido juntos a lo largo de los años. Me toca suavemente la mejilla. —Estás preciosa esta noche, Vi. —Gracias. —Sonrío—. Tú también estás fabuloso. Deja caer la mano y se vuelve hacia Liam. —¿Ya ha intentado escapar? Siempre ha odiado estas cosas.

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—Todavía no, pero la noche es joven —responde Liam. Dain debe de haber leído las tensas líneas del rostro de Liam, porque su sonrisa se le escapa cuando me devuelve la mirada. —La escalera está a metro y medio a nuestra derecha. Yo distraeré mientras tú te escabulles. —Gracias. —Asiento en señal de agradecimiento, ofreciéndole una suave sonrisa—. Vámonos de aquí —le digo a Liam. Una vez fuera de la fiesta y de vuelta en el Cuadrante de los Jinetes, camino directamente al patio y al suelo, dejando que el poder se arremoline a mi alrededor y a través de mí. Percibo la energía dorada de Andarna, el poder abrasador de Tairn que me conecta con Sgaeyl y, por último, las sombras resplandecientes de Xaden. Abro los ojos, trazando el flujo y reflujo de esa sombra resplandeciente, y sé que está en algún lugar frente a mí. —Liam, sabes que te adoro, ¿verdad? —Bueno, eso está bien... —Vete. —Camino recto por el patio. —¿Qué? —Liam me alcanza—. No puedo dejarte aquí sola. —No te ofendas, pero puedo freír todo este lugar con un rayo si quiero, y necesito ver a Xaden, así que vete. —Le doy una palmada en el brazo y sigo dando zancadas hacia la sensación, usándola para guiarme. —O sea, tu puntería es una mierda según tú, ¡pero el resto lo entiendo! —grita quedándose atrás. No me molesto en encender una luz mágica cuando paso la zona donde solemos estar en formación y sigo caminando hacia las figuras que descansan junto a la única abertura de este muro olvidado de la mano de Dios. Xaden solo puede estar en un sitio. —Díganme que no está ahí fuera —les digo a Garrick y Bodhi, cuyos rasgos apenas puedo ver a la luz de la luna. —Podría decírtelo, pero estaría mintiendo —comenta Bodhi, frotándose la nuca. —No vas a querer verlo. Esta noche no, Sorrengail —advierte Garrick con una mueca—. La autopreservación es una cosa. Fíjate que no estamos con él, y somos sus mejores amigos. —Sí, bueno, soy su... —Abro la boca y la cierro varias veces porque... joder si sé lo que soy para él. Pero el anhelo que tiene secuestrado mi corazón, esta necesidad imperiosa de estar a su lado porque sé que está sufriendo, no importa si eso significa lanzarme de cabeza a la incertidumbre... no puedo negar lo que él es para mí. Me quito de una patada las zapatillas de cuero de mi uniforme de gala: son más un peligro que otra cosa, ¿y con este viento? Bueno, ya veremos cómo va—. Sólo soy... suya.

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Por primera vez desde el año pasado, subo al parapeto.

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En cuanto a los 107 inocentes, hijos de los oficiales ejecutados, ahora portan lo que se conocerá como la reliquia de la rebelión, transferida por el dragón que llevó a cabo la justicia del rey. Y para mostrar la misericordia de nuestro gran rey, todos ellos serán reclutados en el prestigioso Cuadrante de Jinetes en Basgiath, para que demuestren su lealtad a nuestro reino con su servicio o con su muerte. -ADENDA 4.2, TRATADO DE ARETIA

aminar por el parapeto el Día de la Conscripción es un riesgo cierto. ¿Caminar por el parapeto en uniforme de gala, descalza, en la oscuridad? Esto sí que es una locura. Los primeros tres metros, mientras sigo dentro de las paredes, son los más fáciles, y al llegar al borde, donde el viento me despeina la falda como una vela, empiezo a dudar de mi plan. Va a ser difícil llegar hasta Xaden si caigo al vacío. Pero lo veo sentado a un tercio del camino por el estrecho puente de piedra, mirando fijamente a la luna como si de algún modo añadiera algo a la carga que lleva, y me duele el puto corazón. Tenía las vidas de los ciento siete marcados grabadas en la espalda, haciéndose responsable de ellos. Pero, ¿quién se responsabiliza -cuidade él? Todo el mundo al otro lado del barranco está celebrando la muerte de su padre, y él está aquí fuera llorándolo solo. Cuando Brennan murió, yo tenía a Mira y a papá, pero Xaden no tiene a nadie. Realmente no me conoces. No en mi esencia. ¿No es así como respondió cuando le dije que acabaría enamorándome de él? Como si conocerlo me hiciera desearlo menos, pero todo lo que sé de él sólo me hace caer más fuerte y más rápido.

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Oh dioses. Conozco este sentimiento. Negarlo no lo hace menos cierto. Mis sentimientos son los que son. No he huido de un reto desde que crucé este parapeto hace un año, y no voy a empezar ahora. La última vez que estuve aquí, estaba aterrorizada, pero la distancia al suelo no es lo que me tiene ahora con el pulso acelerado. Hay más de una forma de caer. Mierda. Ese dolor en mi pecho arde más que la energía que corre por mis venas. Estoy enamorada de Xaden. No importa que se vaya pronto o que probablemente no sienta lo mismo por mí. Ni siquiera importa que me advirtiera que no me enamorara de él. No es un enamoramiento, ni nuestra química física, ni siquiera el vínculo entre nuestros dragones lo que hace que siga buscando a este hombre de todas las formas posibles. Es mi imprudente corazón. Me he mantenido alejada de su cama -de sus brazos- porque se empeña en que no me enamore de él, pero ese barco hace tiempo que zarpó, así que ¿qué sentido tiene contenerse? ¿No debería aprovechar cada momento que podamos tener mientras él siga aquí? Doy el primer paso sobre el estrecho puente de piedra y extiendo los brazos para mantener el equilibrio. Es como caminar por el espinazo de Tairn, algo que he hecho cientos de veces. Excepto que estoy en un vestido. Y Tairn no va a atraparme si me caigo. Se va a enojar mucho cuando se entere de que he hecho esto... —Ya lo estoy. La cabeza de Xaden se mueve en mi dirección. —¿Violencia? Doy un paso y luego otro, manteniendo mi cuerpo erguido con una memoria muscular que no tenía el año pasado, y empiezo a cruzar. Xaden levanta las piernas y se pone en pie de un puto salto. —¡Date la vuelta ahora mismo! —grita. —Ven conmigo —grito por encima del viento, mientras una ráfaga me azota la falda contra las piernas—. Debería haberme puesto los pantalones —murmuro y sigo caminando. Ya viene hacia mí, sus zancadas tan largas y seguras como si pisara tierra firme, devorando la distancia que nos separa mientras avanzo lentamente hasta encontrarnos. —¿Qué carajo haces aquí fuera? —me pregunta, fijando sus manos en mi cintura. Lleva cueros de montar, no uniforme de gala, y nunca ha tenido mejor aspecto.

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¿Qué estoy haciendo aquí? Estoy arriesgando todo para llegar a él. Y si me rechaza... No. No hay lugar para el miedo en el parapeto. —Podría preguntarte lo mismo. Sus ojos se amplían. —¡Podrías haber caído y muerto! —Yo podría decir lo mismo. —Sonrío, pero lo hago temblando. La mirada de sus ojos es salvaje, como si lo hubieran llevado más allá del punto en que puede contenerse en la pulcra y apática fachada que suele llevar en público. No me asusta. Me gusta más cuando es real conmigo de todos modos. —¿Y te has parado a pensar que si tú te caes y mueres, entonces puedo morir yo? —Se inclina hacia mí y mi pulso se acelera. —Otra vez —digo en voz baja, apoyando las manos en su pecho firme, justo encima de los latidos de su corazón—. Podría decir lo mismo. —Aunque la muerte de Xaden no matara a Sgaeyl, no estoy segura de poder sobrevivir a ella. Surgen sombras, más oscuras que la noche que nos rodea. —Olvidas que manejo las sombras, Violencia. Estoy tan seguro aquí fuera como en el patio. ¿Vas a invocar un rayo para detener tu caída? Bien. Es un buen punto. —Yo... quizá no pensé esa parte tan a fondo como tú —admito. Quería estar cerca de él, así que me acerqué, maldito parapeto. —En serio vas a ser mi muerte. —Sus dedos se flexionan en mi cintura—. Vuelve. No es un rechazo, no con la forma en que me mira. Hemos estado luchando emocionalmente durante el último mes, demonios, incluso más tiempo, y uno de los dos tiene que exponer su yugular. Finalmente confío en él lo suficiente como para saber que no irá a matar. —Sólo si tú lo haces. Quiero estar donde tú estés. —Y lo digo en serio. Todos los demás, todo lo demás en el mundo puede caer y no me importará mientras esté con él. —Violencia... —Sé por qué dijiste que no veías futuro para nosotros. —Mi corazón se acelera como si intentara levantar el vuelo mientras suelto las palabras. —¿Sí? —Por supuesto que no va a hacer esto fácil. No estoy segura de que el hombre siquiera sabe lo que es fácil. —Me deseas —le digo mirándolo a los ojos—. Y no, no hablo sólo en la cama. Me. Quieres. A. Mí, Xaden Riorson. Puede que no lo digas, pero haces algo mejor y lo demuestras. Lo demuestras cada vez que decides confiar en mí, cada vez que tus ojos se detienen en los míos. Lo demuestras con cada lección de sparring para la que no tienes tiempo y cada lección de vuelo que te aparta de tus propios estudios. Lo

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demuestras cuando te niegas a tocarme porque te preocupa que no te quiera de verdad, y lo vuelves a demostrar cuando te tomas el tiempo de buscar violetas antes de una reunión de líderes para que no me despierte sintiéndome sola. Lo demuestras de un millón de maneras diferentes. Por favor, no lo niegues. Su mandíbula se flexiona, pero no lo niega. »Crees que no tenemos futuro porque tienes miedo de que no me guste quién eres realmente detrás de todos esos muros que guardas. Y yo también tengo miedo. Puedo admitirlo. Tú te vas a graduar. Yo no. Te irás en cuestión de semanas, y probablemente nos estemos preparando para un desengaño amoroso. Pero si dejamos que el miedo acabe con lo que hay entre nosotros, no nos lo merecemos. — Levanto una mano hasta su nuca—. Te dije que era yo quien decidiría cuando estoy lista para arriesgar mi corazón, y lo estoy diciendo. La forma en que me mira, con la misma mezcla de esperanza y aprensión que inunda actualmente mi organismo, me da la vida absoluta. —No lo dices en serio —dice negando con la cabeza. Y ahí va, chupando la vida de nuevo. —Lo digo en serio. —Si esto es por lo de Imogen... —No lo es. —Sacudo la cabeza, el viento atrapando los rizos en los que Quinn pasó tanto tiempo—. Sé que no hay nadie más. No andaría por el parapeto en mitad de la noche si pensara que estás jugando conmigo. Frunce el ceño y me estrecha contra el calor de su cuerpo. —Entonces, ¿qué te hizo pensar eso? Tengo que admitir que me ha enojado. Te he dado exactamente cero razones para pensar que estoy en la cama de otra. Lo que significa que sólo está en la mía. —Mis propias inseguridades y la forma en que los miró a ti y a Garrick haciendo de sparring. Puede que no sientas nada por ella, pero ella definitivamente siente algo por ti. Conozco esa mirada. Es la misma mirada que tengo cuando te observo. —La vergüenza calienta mis mejillas. Podría cambiar de tema o desviar la atención, pero no le haría ningún favor a nuestra relación, si es que se trata de eso, ocultar mis sentimientos, por muy débil que me hagan parecer los irracionales. —Estás celosa. —Muerde una sonrisa. —Tal vez —admito, luego decido que esa respuesta se queda a medias—. Sí. Sí. Es fuerte y feroz y tiene la misma vena despiadada que tú. Siempre he pensado que es mejor pareja para ti. —Conozco bien esa sensación. —Sacude la cabeza—. Y tú también eres fuerte y feroz y tienes una vena despiadada. Por no hablar de que eres la persona más inteligente que he conocido. Esa mente tuya es muy sexy. Imogen y yo sólo somos amigos. Créeme, no me estaba mirando, y aunque lo hiciera... —Hace una pausa, su mano se desliza para acunar la parte posterior de mi cabeza mientras nos mantiene

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firmes a pesar de las ráfagas de viento—. Que Dios me ayude, sólo te estoy mirando a ti. La esperanza es un zumbido más fuerte que cualquier cosa que estuvieran sirviendo en la fiesta. —¿No te estaba mirando? —No. Repiensa lo que acabas de decir, pero sácame de la ecuación. —Levanta las cejas, esperando a que llegue a la conclusión correcta. —Pero en la esterilla de combate... —Mis ojos se agrandan—. Ella tiene algo con Garrick. —Te estás dando cuenta rápido, ¿verdad? —Lo estoy haciendo. ¿Has terminado de apartarme? Se echa hacia atrás y me mira a los ojos a la luz de la luna antes de mirar por encima de mi hombro. —¿Has terminado de ponerte en peligro para conseguir tu objetivo? —Probablemente no. Suspira. —Sólo estás tú, Violencia. ¿Es eso lo que necesitabas oír? Asiento. —Incluso cuando no estoy contigo, sólo estás tú. La próxima vez, sólo pregunta. Nunca has tenido problemas en ser franca conmigo. —El viento sopla a nuestro alrededor, pero él está tan inmóvil como el propio parapeto—. Si no recuerdo mal, incluso me has lanzado puñales a la cabeza, cosa que prefiero enormemente a ver cómo te enredas en tus pensamientos. Si vamos a hacer esto, tenemos que confiar el uno en el otro. —¿Y quieres hacer esto? —Contengo la respiración. Suspira, largo y tendido, y admite: —Sí. —Sube la mano y me acaricia la mejilla con el pulgar—. No puedo prometerte nada, Violencia. Pero estoy cansado de luchar. —Sí. —Una palabra nunca había significado tanto para mí. Entonces parpadeo, recordando su comentario anterior sobre los celos—. ¿Qué quieres decir con que conoces bien el sentimiento de los celos? Sus manos me aprietan la cintura y aparta la mirada. —Oh no, si tengo que confiar en ti y decirte lo que pienso, entonces espero lo mismo de ti. —No voy a ser la única vulnerable en esta cornisa. Refunfuña, arrastrando su mirada de nuevo a la mía. —Vi a Aetos besarte después del Threshing y casi me vuelvo loco. Si no lo amara ya, eso podría haberme llevado al límite.

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—¿Me querías entonces? —Te he deseado desde el primer segundo que te vi, Violencia —admite—. Y si hoy he sido cortante contigo... bueno, es que es un día de mierda. —Entiendo. Y sabes que Dain y yo sólo somos amigos, ¿verdad? —Sé que eso es lo que sientes, aunque entonces no estaba seguro. —Me pasa el pulgar por la hinchazón de los labios—. Ahora vuelve a poner el culo en tierra firme. Quiere quedarse aquí y revolcarse. —Ven conmigo. —Mis dedos agarran el material de su uniforme de vuelo, dispuesta a tirar de él si es necesario. Sacude la cabeza y mira hacia otro lado. —No estoy en condiciones de atender a nadie esta noche. Y sí, sé que es una mierda decirlo, ya que es el aniversario de la pérdida de Brennan.... —Lo sé. —Deslizo mis manos por sus brazos—. Ven conmigo, Xaden. —Vi... —Sus hombros se hunden, y la tristeza que impregna el aire entre nosotros me hace un nudo en la garganta. —Confía en mí. —Me aparto de sus brazos y le agarro las manos—. Vamos. Pasa un momento de tenso silencio antes de que asienta una vez, avanzando y manteniéndome firme mientras me doy la vuelta. —Soy mucho mejor en esto que en julio pasado. —Ya veo. —Se queda cerca, una mano en mi cintura mientras recorro la última parte del parapeto—. Con un maldito vestido. —Es una falda, en realidad —digo por encima del hombro, a escasos metros de la pared. —¡Ojos al frente! —refunfuña, y es sólo el miedo en su tono lo que me impide hacer algo arrogante como saltarme los últimos metros. En cuanto nos encontramos dentro de los límites del muro, me empuja contra él, dándole la espalda. —No vuelvas a poner tu vida en peligro por algo tan trivial como hablar conmigo. —Es tan bajo como un gruñido contra mi oído, que me produce un escalofrío. —El año que viene va a ser muy divertido —bromeo, me adelanto y entrelazo mis dedos con los suyos para que me siga. —Liam estará aquí el año que viene para asegurarse de que no hagas tonterías —murmura. —Te va a encantar recibir sus cartas —prometo, saltando el último metro desde el parapeto hasta el patio de abajo—. Huh. —Echo un vistazo al patio vacío mientras me vuelvo a poner las zapatillas—. Garrick y Bodhi estaban aquí.

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—Probablemente saben que voy a matarlos por dejarte salir. ¿Un vestido, Sorrengail? ¿En serio? Tomo su mano entre las mías y atravieso el patio. —¿A dónde vamos? —Suena tan idiota como el día que lo conocí. —Me llevas a tu habitación —digo por encima del hombro cuando nos acercamos al dormitorio. —¿Yo qué? Abro la puerta de un tirón, agradecida por las luces mágicas que hacen que ahora sea fácil verlo, con sorna y todo. —Me llevas a tu habitación. —Giro a la izquierda, nos conduzco por el pasillo hasta mi habitación y luego empiezo a subir la amplia escalera de caracol. —Alguien nos verá —argumenta—. No es mi reputación lo que me preocupa, Sorrengail. Eres de primer año y yo soy tu jefe de ala... —Seguro que todo el mundo ya lo sabe: aquella noche incendiamos medio bosque —le recuerdo mientras subimos por la puerta que da al pasillo de segundo curso—. ¿Sabías que la primera vez que subí estos escalones con Dain, me horrorizó que no hubiera pasamanos? —¿Sabías que no soporto oír su nombre en tus labios mientras me diriges a mi habitación? —Sube los escalones detrás de mí, las sombras se enroscan en la pared como si percibieran su estado de ánimo y no quisieran tener nada que ver con él. Pero sus sombras no me asustan. Ya no hay nada en este hombre que me asuste, excepto la magnitud de lo que siento por él. —El punto es, y ahora mírame. —Sonrío cuando llegamos a la planta de tercer curso, y empujo para abrir la puerta arqueada—. Todo menos bailar en el parapeto con un vestido. —Probablemente no es un buen momento para recordármelo. —Me sigue al pasillo. Se parece a la planta de segundo curso, salvo que hay menos puertas y un techo alto y abovedado. —¿Cuál es la tuya? —Debería hacerte adivinar —murmura, pero mantiene mis dedos entrelazados con los suyos mientras caminamos hasta el final del larguísimo pasillo. Por supuesto que es el último. —Cuarta ala —me burlo—. Siempre tiene que llegar más lejos. Desteje sus propias vallas y abre la puerta, apartándose para que yo pueda entrar primero. —Tendré que proteger tu nueva puerta antes de irme o enseñarte a hacerlo en los próximos diez días.

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Cuando entro en su habitación por primera vez, no pienso en el inminente plazo de su partida. Es el doble de grande que la mía, y la cama también. Sobrevivir al tercer año tiene sus ventajas. O quizá el tamaño refleja su rango, quién sabe. Está inmaculadamente limpio, con un gran sillón junto a la cama, una alfombra gris oscuro, un amplio armario de madera, un escritorio ordenado y una estantería que me produce una envidia instantánea. Junto a la puerta hay un estante para espadas, con tantas dagas que no puedo contarlas todas, y al otro lado del escritorio hay una diana igual a la que tengo en mi habitación. Hay una mesa y sillas en la esquina, y su ventana da a Basgiath, pero está enmarcada por gruesas cortinas negras con el emblema de la Cuarta Ala en la parte inferior. —A veces celebramos aquí reuniones de jefes de sección —dice desde la puerta. Giro y me lo encuentro mirándome con ojos curiosos, como si esperara que juzgara su espacio. Al pasar junto al estante de las espadas, dejo que mis dedos rocen las empuñaduras de las distintas dagas. —De todas formas, ¿cuántos desafíos has ganado? —La mejor pregunta es cuántos he perdido —dice, entrando y cerrando la puerta tras de sí. —Ahí está el ego que tanto conozco y amo —murmuro, dirigiéndome a la cama, que, al igual que la mía, está vestida de negro. —¿Te he dicho lo guapa que estás esta noche? —Baja la voz—. Si no, soy un tonto, porque eres magníficamente hermosa. El calor sube a mis mejillas y mi boca se curva en una sonrisa. —Gracias. Ahora siéntate. —Le doy un golpecito en el borde de la cama. —¿Qué? —Sus cejas se levantan. —Siéntate —le ordeno, mirándolo fijamente. —No quiero hablar de ello. —Nunca dije que tuvieras que hacerlo. —No hay necesidad de preguntar qué es, ni voy a dejar que lo que pasó hace casi seis años abra una brecha entre nosotros, ni siquiera por una noche. Para mi absoluta sorpresa, hace lo que le pido y se sienta a un lado de la cama. Sus largas piernas se extienden frente a él y se apoya ligeramente en las palmas de las manos. —¿Y ahora qué? Me muevo entre sus muslos y le paso los dedos por el cabello. Cierra los ojos y se inclina hacia mí, y te juro que siento que se me parte el corazón. —Ahora me ocupo yo de ti. Sus ojos se agrandan y son preciosos. He memorizado cada mota de oro en esas profundidades de ónice, y es algo bueno, ya que no sé a dónde lo enviarán después

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de la graduación. No es lo mismo verlo una vez cada pocos días que poder tocarlo cuando quiera. Dejando su cabello, me arrodillo ante él. —Violet... —Sólo te estoy quitando las botas. —Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras le desabrocho una, luego la otra, y se las quito. Me levanto y llevo sus botas hacia el armario. —Puedes dejarlas ahí —suelta. Las dejo en el suelo, junto al armario, y vuelvo. —No iba a andar husmeando en tu ropa, y no es como si no la hubiera visto toda de todos modos. Su mirada se fija en mi falda, calentándose cada vez que la abertura revela una parte de mi muslo. —¿Llevaste eso toda la noche? —Eso te pasa por caminar detrás de mí —me burlo, colocándome de nuevo entre sus muslos. —Tampoco puedo discutir la vista desde atrás. —Inclina la barbilla para mirarme. —Cállate y deja que te quite esto. —Le desabrocho los botones diagonales del pecho y se quita el uniforme—. ¿Has volado esta noche? —Suele ayudar. —Asiente mientras me inclino para dejarlos en el sillón—. Este día siempre es... —Lo siento. —Lo miro a los ojos mientras se lo digo, esperando que sepa lo mucho que lo siento mientras vuelvo a agarrar la camisa. —Yo también lo siento. —Levanta los brazos y le quito la camiseta de un tirón antes de ponerla con la chaqueta de vuelo. —No tienes nada que lamentar. —Mantengo mis ojos en los suyos mientras recorro los ángulos implacables de su cara, y luego trazo la cicatriz que divide una ceja—. ¿Desafío? —Sgaeyl. —Se encoge de hombros—. El Threshing. —La mayoría de los dragones dejan cicatrices en sus jinetes, pero Tairn y Andarna nunca me han hecho daño —digo distraídamente, mientras mi mano se desliza por su cuello. —O quizá sabían que ya llevabas una cicatriz. —Recorre con sus dedos la larga cicatriz plateada de la hoja de Tynan en mi brazo—. Quería matarlos. Y en lugar de eso, tuve que quedarme ahí y ver cómo se enfrentaban a ti tres contra uno. Estaba al límite de mi control y listo para intervenir cuando Tairn aterrizó.

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—Era sólo dos contra uno una vez que Jack corrió —le recordé—. Y no podías haber interferido. Va contra las reglas, ¿recuerdas? —Pero dio ese paso. Ese único paso que me dijo que lo habría hecho. La comisura de sus labios se tuerce en una de las sonrisas más sensuales que he visto nunca. —Al final del día, te fuiste con dos dragones. —Su expresión decae—. Dentro de dos semanas, ni siquiera estaré aquí para ver cuando te desafíen, y mucho menos para hacer algo al respecto. —Estaré bien —prometo—. A quien no pueda vencer en un desafío, simplemente lo envenenaré. No se ríe. —Venga, vamos a llevarte a la cama. —Me inclino y beso la cicatriz de su ceja— . Será mañana cuando te despiertes. —No te merezco. —Su brazo me rodea las caderas y me acerca—. Pero voy a conservarte igualmente. —Bien. —Me inclino y rozo mis labios con los suyos—. Porque creo que estoy enamorada de ti. —Mi corazón late erráticamente, y el pánico se apodera de mi caja torácica. No debería haberlo dicho. Sus ojos se amplían y sus brazos me rodean con fuerza. —¿Tú crees? ¿O lo sabes? Sé valiente. Aunque él no sienta lo mismo, al menos habré dicho mi verdad. —Lo sé. Estoy tan locamente enamorada de ti que no puedo imaginar cómo sería mi vida sin ti. Y probablemente no debería haber dicho eso, pero si estamos haciendo esto, entonces estamos empezando desde un lugar de completa honestidad. Aplasta su boca contra la mía y me atrae hacia su regazo para que me siente a horcajadas sobre él. Me besa tan profundamente que me pierdo en él. No hay palabras cuando me quita el fajín, el top y me desabrocha la falda, todo ello sin romper el beso. —Ponte de pie —me dice contra los labios. —Xaden. —Mi corazón truena. —Te necesito, Violet. Ahora mismo. Y no necesito a nadie, así que no estoy muy seguro de cómo manejar este sentimiento, pero voy a dar lo mejor de mí. Y si no quieres esto esta noche, está bien, pero voy a necesitar que salgas por esa puerta ahora mismo, porque si no, voy a tenerte desnuda de espaldas en los próximos dos minutos. La intensidad de sus ojos y la vehemencia de sus palabras deberían asustarme, pero no lo hacen. Aunque este hombre pierda hasta el último gramo de su autocontrol, sé que nunca me hará daño.

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No con su cuerpo, al menos. —Vete o quédate, pero en cualquier caso, necesito que te levantes —suplica. —Creo que dos minutos podría ser sobreestimar tus habilidades con un corsé. —Miro mi armadura. Sonríe y me levanta de su regazo. Mis pies golpean el suelo. —Te estoy cronometrando. —Es que... —Uno. Dos. —Levanto los dedos—. Tres. Se pone en pie en un abrir y cerrar de ojos, y entonces su boca está sobre la mía, y dejo de contar. Estoy demasiado ocupada persiguiendo las caricias de su lengua, sintiendo la ondulación de sus músculos bajo las yemas de mis dedos, como para que me importe una mierda a dónde va a parar mi ropa. Siento el aire correr contra mis piernas cuando mi falda toca el suelo, y lo ayudo quitándome las zapatillas mientras le chupo la lengua. Gime y sus manos vuelan por mi espalda. Los cordones se aflojan en un tiempo récord y el corsé cae al suelo, dejándome en ropa interior, ya que no cabía mucho más debajo de ese uniforme de gala. Las dagas, tanto las suyas como las mías, caen al suelo mientras él me desata las vainas de los muslos y se desabrocha las suyas. Es una gloriosa cacofonía de metal hasta que ambos estamos desnudos y él me besa sin aliento. Luego me agarra el cabello con las manos y me suelta las horquillas hasta que la mata de cabello me cae por la espalda, libre. Se retira solo el tiempo suficiente para recorrer mi cuerpo con su mirada voraz. —Tan jodidamente hermosa. —Creo que podría haber sido un poco más largo que dos... —Empiezo, pero me agarra por detrás de los muslos y me levanta, sacándome los pies de debajo. Mi espalda choca contra la cama con un ligero rebote y, sinceramente, debería haberlo visto venir, ya que lleva casi un año poniéndome boca arriba. —¿Sigues contando? —pregunta, arrodillándose junto a la cama y arrastrándome por el mullido edredón hasta el borde. —¿Necesitas que lleve la cuenta? —me burlo mientras mi culo golpea el extremo de la cama. —Siéntete libre. —Sonríe, y antes de que pueda decir otra palabra, su boca está entre mis muslos. Respiro con fuerza y echo la cabeza hacia atrás ante el placer de su lengua, que lame y gira alrededor de mi clítoris. —Dioses.

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—¿A cuál estás llamando? —pregunta contra mi carne—. Porque sólo estamos tú y yo en esta habitación, Vi, y yo no comparto. —Tú. —Mis dedos se enredan en su cabello—. Te estoy llamando. —Te agradezco que me eleves a deidad, pero mi nombre bastará. —Me lame desde la entrada hasta el clítoris, pasando finalmente la lengua por ese sensible capullo, y yo gimo—. Joder, qué bien sabes. —Me sube los muslos a los hombros y se acomoda como si no tuviera otro sitio donde estar esta noche. Luego me devora absolutamente con lengua y dientes. El placer, caliente e insistente, me recorre el estómago en espiral y me pierdo en las sensaciones, con las caderas subiendo y bajando mientras persigo el subidón al que me conduce con cada experta estocada de su lengua. Me tiemblan los muslos cuando toma ritmo contra mi clítoris e introduce dos dedos en mi interior. Se traban cuando acaricia sus dedos al compás de su lengua. Sin pensar, estoy simplemente sin pensar. El poder me recorre como un torrente, mezclándose con el placer hasta que son la misma cosa, y cuando me lleva al borde del olvido, grito su nombre mientras ese poder se desborda con cada oleada de mi clímax. Los truenos retumban, haciendo temblar los cristales de las ventanas de Xaden. —Esa es uno —dice besando mi cuerpo flácido—. Aunque creo que vamos a tener que trabajar en el espectáculo de fuegos artificiales o la gente siempre va a saber lo que estamos haciendo. —Tu boca es... —Sacudo la cabeza mientras sus manos se deslizan debajo de mí, moviéndonos al centro de su cama—. No hay palabras para eso. —Deliciosa —susurra, sus labios rozando el plano de mi estómago—. Eres absolutamente deliciosa. Nunca debería haber esperado tanto para tener mi boca en ti. Jadeo cuando se mete en la boca el pico de mi pecho, su lengua me azota y acaricia el pezón mientras trabaja el otro entre el pulgar y el índice, encendiendo en mí un fuego completamente nuevo, construido sobre las brasas del primero. Para cuando llega a mi cuello, soy una llama retorciéndose bajo él, tocando cada parte de él que puedo alcanzar, acariciando con mis manos sus brazos, su espalda, su pecho. Dioses, este hombre es increíble, cada una de sus líneas esculpidas para la batalla y construidas por el combate y la esgrima. Nuestras bocas se encuentran en un profundo beso, y puedo saborearnos a los dos mientras subo las rodillas, acomodando sus caderas justo donde deben estar: entre mis muslos. —Violet —gime, y puedo sentir su cabeza en mi entrada. —¿No tengo el mismo tiempo para jugar? —me burlo, arqueando las caderas para que se deslice contra mí y haciendo que mi respiración se entrecorte con el movimiento.

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Me pellizca el labio inferior. —Puedes jugar todo lo que quieras más tarde si puedo tenerte ahora. Sí, ese es un plan con el que puedo estar de acuerdo. —Ya me tienes. Su mirada choca con la mía mientras se cierne sobre mí, apoyando su peso para no aplastarme. —Tienes todo lo que tengo para dar. Es suficiente... por ahora. Asiento, arqueando de nuevo las caderas. Con los ojos clavados en los míos, empuja dentro de mí con un largo movimiento de caderas, consumiendo cada centímetro y luego tomando otro hasta que está metido hasta la empuñadura. La presión, el estiramiento, el ajuste de él está más allá de las palabras. —Te sientes tan condenadamente bien. —Giro las caderas porque no puedo evitarlo. —Podría decir lo mismo de ti. —Sonríe, usando mis propias palabras de antes contra mí. Fuerte, profundo y lento, marca un ritmo que me hace arquearme con cada embestida mientras nos corremos juntos una y otra vez. Nos impulsa hacia la cama y yo echo los brazos hacia atrás, apoyándome en el cabecero para hacer palanca mientras recibo cada embestida de sus caderas. Dioses, cada una es mejor que la anterior. Cuando lo insto a que vaya más deprisa, me dedica una sonrisa malévola y me penetra al mismo ritmo alucinante y estremecedor. —Quiero que esto dure. Necesito que dure. —Pero yo... —Ese fuego en mi interior se enrosca con fuerza y está tan a punto de estallar que casi puedo saborear lo dulce que será. —Lo sé. —Me empuja de nuevo y gimo de lo bien que me siento—. Quédate conmigo. —Acomoda el ángulo para golpear mi clítoris con cada embestida y presiona mi rodilla hacia delante, llevándome aún más adentro. No voy a sobrevivir a esto. Voy a morir aquí mismo en esta cama. —Entonces moriré contigo —promete, besándome. Estoy tan ida que ni siquiera me he dado cuenta de que he dicho las palabras en voz alta, y entonces recuerdo que no tengo por qué hacerlo. —Más. Necesito más. —El poder hierve a fuego lento bajo mi piel y mis piernas se traban. —Ya casi estás. Joder, te sientes tan bien a mi alrededor. Nunca voy a tener suficiente de esto, suficiente de ti. —Te amo. —Las palabras son increíblemente liberadoras, aunque él no las diga.

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Sus ojos se desorbitan y su control se resquebraja cuando me penetra, y ese placer enroscado estalla cuando mis poderes se desatan de nuevo, resquebrajando la habitación, rompiéndose como el cristal cuando él se echa a un lado, llevándome con él mientras me empuja hacia su propia liberación, gimiendo en mi cuello cuando las últimas oleadas de mi orgasmo me estremecen contra él. Pasan largos minutos antes de que nuestra respiración se estabilice y una ligera brisa bese el muslo que tengo sobre el suyo. —¿Estás bien? —me pregunta apartándome el cabello de la cara. —Genial. Tú eres genial. Eso fue... —¿Genial? —suministra. —Exactamente. —Iba a usar la palabra “explosivo”, pero creo que “genial” lo cubre. —Sus dedos se enredan en mi cabello—. Me encanta tu cabello. Si alguna vez quieres ponerme de rodillas o ganar una discusión, suéltatelo. Entenderé el punto. Sonrío mientras la brisa agita los mechones entre castaños y plateados. Espera. No debería haber brisa. Se me cae el estómago y me apoyo en un codo para mirar por encima del hombro de Xaden. —Oh, no, no, no. —Me tapo la boca con la mano al ver la destrucción—. Estoy segura de que he volado la ventana. —A menos que haya alguien más lanzando rayos, entonces sí, fuiste tú. ¿Ves lo que quiero decir? Explosivo. —Se ríe. Jadeo. Por eso se lanzó de lado, para protegerme de mis propios restos. —Lo siento mucho. —Reviso los daños, pero sólo hay arena en la cama—. Voy a tener que controlar eso. —He puesto un escudo. No te preocupes. —Me atrae de nuevo para darme un beso. —¿Qué vamos a hacer? —Reparar una ventana es algo muy distinto a cambiar un armario. —¿Ahora mismo? —Me vuelve a apartar el cabello de la cara—. Fueron dos, si seguimos contando, y digo que nos limpiemos, saquemos la arena de la cama y te llevemos a tres, tal vez cuatro si sigues despierta. Se me cae la mandíbula. —¿Después de que acabo de romper tu ventana? Sonríe y se encoge de hombros. —Nos tengo cubiertos por si decides cargarte el tocador a continuación. Contemplo su cuerpo y el ansia por él vuelve a encenderse. ¿Cómo no hacerlo cuando parece que los dioses le han bendecido y me siento como si los dioses me hubieran bendecido?

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—Sí, vamos por tres. Vamos por cinco, con mis caderas en las manos de Xaden mientras lo cabalgo lentamente, cuando recorro con mis dedos los remolinos negros de la reliquia de su cuello. No sé cómo podemos seguir moviéndonos y, sin embargo, no podemos parar esta noche, no tenemos suficiente. —Es realmente hermoso —le digo, levantándome solo para volver a hundirme en él, llevándolo muy dentro de mí. Sus ojos oscuros se encienden mientras sus manos se flexionan. —Solía pensar que era una maldición, pero ahora me doy cuenta de que es un don. —Arquea las caderas, golpeándome en un ángulo sublime. —¿Un don? —Dioses, me está robando todo pensamiento. Alguien aporrea la puerta. —¡Vete a la mierda! —gruñe Xaden, subiendo por mi espalda y enganchándose a mi hombro para empujarme hacia su siguiente embestida. Caigo hacia delante, ahogando mi gemido en su cuello. —Ojalá pudiera. —Hay suficiente pesar en la voz como para que me lo crea. —Más vale que alguien esté muerto si me levanto de esta cama, Garrick — replica Xaden. —¡Creo que hay mucha gente muerta, por eso están llamando a todo el cuadrante a formación, imbécil! —gruñe Garrick. Tanto Xaden como yo nos sobresaltamos y nuestras miradas chocan. Me zafo de él y Xaden me cubre con su manta antes de meter las piernas en el mono y dirigirse a la puerta. —¿De qué carajo estás hablando? —pregunta a través de una pequeña abertura en la puerta. —Agarra tu mono de vuelo, y será mejor que traigas a Sorrengail contigo también —dice Garrick—. Estamos bajo ataque.

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La incapacidad de controlar una habilidad poderosa es tan peligrosa para un jinete -y para todos los que están cerca- como no manifestarlo nunca. -GUÍA DEL CUADRANTE DE JINETES DEL MAYOR AFENDRA (EDICIÓN NO AUTORIZADA)

unca me he vestido tan rápido en toda mi vida, y ni siquiera me molesto con las vainas de los muslos. —¿Qué hora es? —le pregunto a Xaden, poniéndome el traje de etiqueta y las zapatillas y apartándome el cabello de la cara. Formación obligatoria y urgente para todo el cuadrante significa ahora. Los pabellones están cayendo. ¿Cuántos Navarros vamos a perder? —Cuatro y quince. —Termina de atarse las botas, ya armado hasta los dientes mientras recojo mis vainas, bastante segura de que me falta una de ellas—. Te vas a congelar ahí fuera. —Estaré bien. —Me arrodillo y localizo la daga perdida, sacándola por la correa de la vaina antes de volver a ponerme en pie. —Toma. —Xaden me echa una de sus chaquetas de vuelo por encima, atrapándome el cabello—. Si Garrick tiene razón y nos atacan, supongo que ordenarán a los mayores que ocupen los puestos de la guardia media, así que no deberías estar mucho tiempo en formación. No soporto la idea de que pases frío. Lo que significa que se irá. Mi corazón da un vuelco mientras meto torpemente los brazos por las mangas de su chaqueta. Estará a salvo, ¿verdad? Sólo será una misión en el centro, y él es el piloto más poderoso del cuadrante. Con las manos llenas de armas, no discuto que me abroche la chaqueta de vuelo sobre el pecho.

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—Tenemos que ir a la formación. —Sus manos acunan mi cara—. Y si tengo que irme, no te preocupes. Estoy seguro de que Sgaeyl me traerá de vuelta en unos días. —Se inclina y me besa fuerte y rápido—. Quererte será mi muerte. Vámonos. ¿Lo mejor de una escuela de guerra sumida en el caos más absoluto? Nadie se da cuenta cuando salgo de la habitación de mi jefe de ala y me meto en el mar de jinetes, todos tirando de sus propias ropas para llegar a la formación. Todo el mundo funciona con adrenalina, demasiado ocupados organizándose para darse cuenta de lo que estoy haciendo o del breve roce de la mano de Xaden con la mía antes de dirigirse hacia el liderazgo reunido cerca de la tarima en el patio. Tampoco soy la única que sigue con el uniforme de gala. El viento sopla fuerte cuando entro en formación, pero al menos la chaqueta de vuelo de Xaden me mantiene el cabello recogido. —Más vale que esto sea bueno, porque por fin iba a tener mi oportunidad con esa preciosa sanadora morena —se queja Ridoc mientras entra en formación detrás de mí. Liam está de pie a mi derecha, abotonándose todavía la parte superior de su uniforme. —¿Buena noche? —le pregunto a Liam. —Buena —murmura, con las mejillas sonrosadas a la luz de la luna. —¿Alguien ha visto a Dain? —le pregunto a Nadine mientras se pone en formación delante de mí. —Todos los jefes de escuadrón están con el liderazgo —responde por encima del hombro mientras Rhiannon se acerca corriendo. Rhi suelta un enorme bostezo, luego me mira y me vuelve a mirar. —Violet Sorrengail —susurra, acercándose—. ¿Llevas la chaqueta de vuelo de Riorson? La cabeza de Liam gira en mi dirección, maldiciendo su oído estúpidamente bueno. —¿Por qué dices eso? —Hago un trabajo de mierda fingiendo conmoción y meto las vainas en cada bolsillo disponible de esta cosa. Los tres, que son considerablemente más profundos que los de mi propia chaqueta. —Oh, no sé. ¿Porque te queda enorme y hay tres estrellas justo aquí? —Toca donde sólo hay una estrella en su uniforme. Bueno, mierda. Eso demuestra que ninguno de los dos pensaba con claridad. —Podría ser de cualquiera de tercer año. —Me encojo de hombros. —¿Con un escudo de la Cuarta Ala en el hombro? —Enarca una ceja. —Eso lo limita un poco —estoy de acuerdo. —¿Y un emblema de líder de ala bajo esas estrellas? —bromea.

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—Bien, es suya —susurro rápidamente cuando el comandante Panchek sube al estrado, seguido por el padre de Dain y los jefes de ala. Xaden es condenadamente bueno apartando los ojos de mí, pero yo no puedo decir lo mismo, sobre todo cuando hay pocas dudas de que está a punto de ser expulsado y aún puedo sentir su boca en mi piel. —¡Lo sabía! —Rhi sonríe—. Dime que es bueno. —Rompí su ventana. —Hago una mueca de dolor y se me calientan las mejillas. —Como... ¿le tiraste algo? —Su ceño se frunce. —No. Como que cayó un rayo... muchos, y rompí la ventana. —Miro hacia el estrado—. Y mira, ahí está ahora, tranquilo y sereno. —Se me aprieta el pecho al preguntarme cuál es la versión real de él. ¿La que está ahí de pie, en completo control, listo para comandar su ala? ¿O la que tenía dentro de mí hace menos de media hora? ¿La que ha declarado que no me merece pero que va a conservarme? Xaden parece cualquier cosa menos complacido, y su mirada se fija en la mía durante un milisegundo. —Malditos Juegos de Guerra. El alivio y la incredulidad me golpearon a partes iguales. —Me estás tomando el pelo. —¿Nos sacaron de la cama para Juegos de Guerra? —No. —Maldición. —Rhiannon sonríe—. Ojalá alguien me hiciera romper ventanas. Me giro hacia ella, poniendo los ojos en blanco. —Oh, por favor, has tenido mucho más... —Hola, Aetos —dice Rhiannon, apoyándose en mi hombro y pasándome rápidamente la mano por la clavícula para ocultar la insignia y el rango de Xaden—. Buenos días, ¿eh? Dain mira a Rhiannon como si hubiera bebido demasiado hidromiel mientras se acerca al escuadrón. —En realidad, no. —Echa un vistazo al resto de nosotros—. Sé que es temprano... o tarde, según tu noche, pero nos hemos pasado todo el año entrenando para esto, así que despierta de una vez. —Se vuelve hacia el estrado mientras Panchek sube al podio. —Gracias —le susurro a Rhiannon cuando vuelve a ponerse a mi lado. No estoy para escuchar a Dain sermoneándome sobre mis elecciones. No esta noche. —¡Cuadrante de Jinetes! —grita Panchek, su voz recorre el patio—. Bienvenidos al último evento de los Juegos de Guerra de este año. Un murmullo recorre la formación. —La alerta que se ha dado es similar a la que se habría dado si esto fuera un ataque en la vida real, para ver lo rápido que se reunirían, y continuaremos este ejercicio como si lo fuera. Si las fronteras fueran atacadas simultáneamente, y las

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guardias flaquearan, todos ustedes serían llamados al servicio para reforzar las alas. Coronel Aetos, ¿nos haría el honor de leer el escenario? El padre de Dain se adelanta, pergamino en mano, y comienza a leer. —Ha llegado el momento que tanto temíamos. Las protecciones a las que hemos dedicado nuestras vidas están cayendo, y se ha producido un ataque multinivel sin precedentes a lo largo de nuestras fronteras, poniendo aldeas bajo asedio de oleadas de jinetes grifos. Ya se está informando de bajas enormes entre civiles e infantería, así como de la muerte de múltiples jinetes. Está poniendo el melodrama bastante espeso. —Como haríamos si fueran una fuerza preparada para la batalla, estamos enviando sus alas en todas direcciones. —Continúa, centrándose en cada ala hasta llegar a la nuestra—. Cuarta ala al sureste. Cada escuadrón elegirá qué puesto avanzado reforzará dentro de esa región. —Levanta un dedo—. Las elecciones se harán por orden de llegada. Los Líderes de Ala, sin embargo, serán asignados al suyo a efectos de determinar un cuartel general para este ejercicio. Se vuelve hacia cada uno de los jefes de ala para darles órdenes, pero mira en nuestra dirección -sin duda buscando a Dain- antes de volverse hacia Xaden. Hay algo en su sonrisa que hace que se me erice el vello de la nuca. —Riorson, establecerás tu cuartel general para la Cuarta Ala en Athebyne. Líderes, reúnan sus escuadrones de cuartel general a su propia discreción, recurriendo a todos y cada uno de los jinetes dentro de sus alas. Consideren esto una prueba de liderazgo, ya que no hay limitaciones en un escenario real. Recibirán las órdenes actualizadas una vez que lleguen a sus puestos avanzados seleccionados para este ejercicio de cinco días. —Da un paso atrás. ¿Athebyne? Eso está más allá de los pabellones... ahí es donde Xaden voló en su misión secreta. Mi mirada busca la suya, pero está centrada en el coronel. —¿Cinco días enteros? Esto va a ser muy divertido —exclama Heaton con aterrador regocijo, pasándose la mano por las llamas moradas teñidas en el cabello— . Vamos a fingir una guerra. —Sí —añade Imogen en voz baja—. Creo que sí. —Al igual que en la vida real, los líderes de escuadrón tienen que tomar sus decisiones rápidamente, y luego presentarse en el campo de vuelo dentro de los treinta minutos —decreta Panchek—. Pueden retirarse. —Tairn. —Ya se está moviendo. —Vamos a reclamar el puesto avanzado de Eltuval, el más septentrional de nuestra región asignada —dice Dain, dándose la vuelta para mirarnos mientras Rhiannon vuelve a inclinarse sobre mi hombro, bloqueando la insignia de Xaden—. No voy a quedarme atascado en un puesto costero cuando sabemos que no es así como Poromiel elegiría atacar. ¿Alguien tiene algún problema con eso? Todos sacudimos la cabeza.

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—Bien, entonces ya han oído al comandante. Tienen treinta minutos para cambiarse, empacar lo que puedan llevar para cinco días, y llevar sus traseros al campo de vuelo. Se rompe la formación y todos corremos a nuestros dormitorios. —¿Cuáles crees que serán nuestras órdenes cuando lleguemos? —pregunta Rhiannon mientras pasamos a través del cuello de botella de cadetes todos tratando de entrar en los cuarteles—. ¿Más huevos para cazar? —Supongo que estamos a punto de averiguarlo. Tardo diez minutos en vendarme las rodillas y apoyarme los hombros para un vuelo largo, y luego vestirme con mi propio mono de vuelo. Tardo otros cinco minutos en desenredarme el cabello de la mano de Xaden y trenzármelo, lo que me deja exactamente cinco para hacer la maleta. Meto la chaqueta de Xaden en la mochila por si alguien fisgonea en mi habitación mientras estoy fuera. —Usa todas las dagas que tengas —exige Xaden, sobresaltándome. —Ya llevo doce. —Sigo echando cosas en mi mochila de viaje. —Bien. —Te veré en el campo de vuelo, ¿verdad? —Si se va sin despedirse, lo buscaré y lo mataré yo misma. —Sí. —Su respuesta es cortante, pero termino de hacer la maleta y salgo, encontrándome con Rhiannon y Liam en el pasillo. Un murmullo de entusiasmo acompaña a la multitud mientras nos dirigimos al campo de vuelo, tomando las raciones que el personal de cocina reparte cerca de los comunes en nuestro camino. No hay duda de que desayunaremos en pleno vuelo. Cuando llegamos, tardo un segundo en asimilar el espectáculo. Todos los dragones del cuadrante llenan el campo, de pie en la misma formación que mantenemos en el patio, y cientos de luces mágicas flotan sobre nosotros como estrellas flotantes, dando al espacio una sensación de otro mundo, como si estuviéramos en un gran salón en lugar de en el campo de vuelo. Es hermoso y amenazador al mismo tiempo. Hay una mezcla nerviosa de energía y expectación y más de una persona vomita lo que ha bebido mientras el campo se inunda de corredores. —Vamos a ganar —afirma Rhiannon mientras caminamos por las alas entre demasiados dragones que gruñen y chasquean los dientes. No somos los únicos ansiosos esta noche—. Somos los mejores. Ganaremos. —Su rostro está marcado por líneas de determinación—. Casi puedo saborear esa designación de líder de escuadrón para el próximo año. —Lo conseguirás —le digo, y me vuelvo hacia Liam cuando nos acercamos a nuestra sección—. ¿Y tú? ¿Quieres distinguirte con gloria para ascender a jefe de escuadrón? —Con su destreza en el cuerpo a cuerpo y sus excelentes notas en las clases, Liam tiene todas las de ganar.

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—Ya veremos. —Está inusualmente tenso mientras seguimos caminando. Llegamos hasta nuestros dragones, y no puedo evitar darme cuenta de que Tairn está de pie en lo que debería ser el lugar de Cath, obligando al dragón de Dain a hacerse a un lado mientras Dain hace recuento. Mi dragón egoísta ya tiene a Andarna bajo su ala. Mierda. Van a obligar a Andarna a seguirnos el ritmo. —Y si recibimos fuego enemigo, entonces busca la primera cobertura disponible y escóndete igual que en el último escenario. Eres demasiado brillante para tu propio bien —le dice Tairn. —De acuerdo. —¿Qué llevas puesto? —le pregunto a Andarna, que sale de debajo del ala de Tairn con la cabeza bien alta, presumiendo de un artilugio que me recuerda a una silla de montar, pero que no lo es. —El líder de ala lo tenía hecho para mí. ¿Ves? Se engancha al de Tairn. No puedo evitar sonreír al ver la forma del triángulo en la espalda de Andarna, que estoy segura que encaja con el del pecho de Tairn. —Es increíble. —Es por si no puedo seguir el ritmo. Ahora puedo acompañarte. Otra razón más para adorar a Xaden. —Bueno, me encanta. —Me giro hacia Tairn, que está ocupado chasqueando a Cath para que le deje más espacio—. ¿Necesitas que adjunte algo? —Lo tengo controlado. —Seguro que sí. —Entonces me doy cuenta. Cinco días. Maldición—. ¿Vas a estar bien si te separas...? —¡Segundo Escuadrón! —llama Dain—. Prepárense para una primera etapa de cuatro horas de nuestro vuelo. Tendremos que mantener una formación cerrada durante los primeros quince minutos mientras los escuadrones se dispersan. —Me mira y luego por encima del hombro—. ¿Líder de Ala? Me giro y veo a Xaden caminando hacia nosotros, con las empuñaduras de las dos espadas que lleva atadas a la espalda elevándose por encima de sus hombros, y se me cierra la garganta. ¿Cómo voy a despedirme de él delante de toda esta gente? Y lo que es peor, ¿cómo se las van a arreglar nuestros dragones? —No te preocupes, Plateada —interviene Tairn, con tono resuelto—. Todo está como debe estar. —¿En qué puedo ayudarte? —suelta Dain, sus hombros se enderezan. —Te necesito —me dice Xaden. —¿Perdón? —replica Dain antes de que pueda siquiera asentir. —Tranquilo, sólo quiere despedirse —le explico.

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—Si te estás despidiendo, es de él —corrige Xaden, asintiendo a Dain—. Estoy construyendo el escuadrón de mi cuartel general y tú vienes conmigo. También Liam e Imogen. Se me desencaja la mandíbula. ¿Estoy qué? —No me jodas —espeta Dain, dando un paso al frente—. Ella es de primer año, y Athebyne está más allá de los pabellones. Xaden parpadea. —No te oigo darme el mismo argumento sobre Mairi. Miro por encima de mi hombro y, efectivamente, Liam está de pie con la barbilla levantada frente a Deigh. Es casi como si se lo esperara. —¿Qué está pasando? —le pregunto a Xaden. —Liam es el mejor cadete de los de primer año, incluso si le asignas la guardia sobre Violet —argumenta Dain, cruzando los brazos sobre el pecho. —Y Sorrengail maneja el rayo —replica Xaden, acercándose un paso para que su brazo roce mi hombro—. Y no es que te deba una explicación, segundo año, porque no te la debo, pero Sgaeyl y Tairn no pueden estar separados más que unos días.... Sí, claro. Ahora tiene sentido. —¡Que tú sepas! —exclama Dain—. ¿O puedes decirme sinceramente que Sgaeyl no podía más cuando apareciste en Montserrat? Nunca has probado a fondo cuánto tiempo pueden estar separados. —¿Tienes ganas de preguntárselo tú mismo? —bromea Xaden, arqueando una ceja. Un gruñido grave retumba mientras Sgaeyl avanza, con la amenaza brillando en sus ojos. El corazón se me sube a la garganta por Dain. No importa lo a menudo que esté cerca de ella, siempre hay una parte de mí que la ve como la sentencia de muerte que es. —No lo hagas. Se sabe que los jinetes mueren durante los Juegos de Guerra, y ella está más segura conmigo —argumenta Dain—. Cualquier cosa podría pasar una vez que estemos lejos de Basgiath, y mucho menos que la lleves más allá de los pabellones. —No voy a dignificar eso con una respuesta. Es una orden. Los ojos de Dain se entrecierran. —¿O este ha sido tu plan todo el tiempo? ¿Separarla de su escuadrón y así poder usarla para conseguir tu necesidad de venganza contra su madre? —¡Dain! —Le sacudo la cabeza—. Sabes que eso no va a pasar. —¿Yo? —responde—. Le ha dado mucha importancia al asunto de si ella muere yo muero, pero ¿lo sabes a ciencia cierta? ¿Sabes que Tairn no sobrevivirá a tu muerte? ¿O todo ha sido una estratagema para ganarse tu confianza, Violet? Respiro con fuerza.

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—Tienes que parar ahora mismo. —Por favor, déjalo mientras estés detrás, Aetos —arremete Xaden—. ¿Quieres saber la verdad? Está mucho más segura conmigo más allá de los pabellones que contigo dentro de ellos. Ambos lo sabemos. —Su mirada es similar a la de Sgaeyl, y me doy cuenta de por qué lo eligió a él. Ambos son despiadados, ambos están dispuestos a aniquilar lo que se interponga entre ellos y lo que quieren. Y Dain está en el camino de Xaden. —Para. —Puse mi mano en el brazo de Xaden—. Xaden, para. Si quieres que vaya contigo, iré. Es así de simple. Su mirada se desplaza para encontrarse con la mía e inmediatamente se suaviza. —De ninguna manera —susurra Dain, pero resuena en mis huesos como un relámpago. Giro y suelto la mano del brazo de Xaden, pero es obvio por la expresión de Dain que ahora sabe que hay algo entre Xaden y yo... y está herido. Se me revuelve el estómago. —Dain... —¿Él? —Los ojos de Dain se agranda y su cara se sonroja—. ¿Tú y... él? — Sacude la cabeza—. La gente habla, y yo creía que sólo era eso, pero tú... —La decepción deja caer sus hombros—. No te vayas, Violet. Por favor. Va a hacer que te maten. —Sé que crees que Xaden tiene segundas intenciones, pero confío en él. Ha tenido todas las oportunidades y nunca me ha hecho daño. —Me acerco a Dain—. En algún momento, tienes que dejarlo ir. Dain parece horrorizado por un segundo, pero rápidamente lo disimula. —Si él es lo que eliges... —Suspira—. Entonces supongo que tiene que ser suficiente para mí, ¿no? —Sí. —Asiento. Gracias a los dioses toda esta tontería está a punto de pasarnos. Traga saliva y se inclina para susurrar: —Te extrañaré, Violet. —Luego gira sobre sus talones y se dirige a Cath. —Gracias por confiar en mí —dice Xaden cuando alcanzo la pata delantera de Tairn. —Siempre. —Tenemos que montar. Hace una pausa, como si fuera a decir algo más, pero se da la vuelta. Mientras se dirige de nuevo a Sgaeyl, no puedo evitar darme cuenta de que ambos hombres que me importan se alejan de mí ahora mismo, en direcciones opuestas, y dado el que he elegido seguir, mi vida está a punto de cambiar para siempre.

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El primer ataque de grifos conocido se produjo en 1 UA (Después de la Unificación) cerca de lo que hoy es el puesto comercial de Resson. Al borde de la frontera protegida por dragones, el puesto siempre ha sido vulnerable a los ataques y, en el transcurso de los últimos seis siglos, ha cambiado de manos no menos de once veces en lo que se ha convertido en una guerra interminable para asegurar nuestras fronteras de nuestros enemigos hambrientos de poder. -NAVARRA, UNA HISTORIA INÉDITA DEL CORONEL LEWIS MARKHAM

olamos por la mañana y luego por la tarde, y cuando Andarna no puede seguir el ritmo, se engancha al arnés de Tairn en pleno vuelo. Ya está dormida cuando Xaden decide bordear los Acantilados de Dralor, de miles de metros de altura, que dan a Tyrrendor una ventaja geológica sobre todas las provincias del reino -sobre todas las provincias del continente, en realidad-, y dar la vuelta, dirigiéndose a las montañas al norte de Athebyne. Siento un tirón en el pecho y luego un chasquido al cruzar la barrera de los pabellones. —Se siente diferente —le digo a Tairn. —Sin los guardianes, la magia es más salvaje aquí. Es más fácil para los dragones comunicarse dentro de las vallas. El jefe de ala tendrá que tenerlo en cuenta cuando comande su ala desde este puesto. —Seguro que ya ha pensado en eso. Es casi la una de la tarde cuando nos acercamos a Athebyne, deteniéndonos, por orden de los dragones, en un lago cercano al puesto avanzado para que puedan beber. La superficie del lago es lisa como el cristal, reflejando los picos dentados

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frente a nosotros con una precisión pasmosa antes de que el alboroto aterrice en la orilla y envíe ondas sobre el agua en pequeñas ondas de choque. Un espeso bosque de árboles y pesadas rocas rodea uno de los bordes del agua, y la hierba cercana está pisoteada, lo que significa que no somos los primeros en descansar aquí. Hay diez dragones en total con nosotros, y aunque no reconozca a cada uno de ellos, sé que Liam y yo somos los únicos de primer año del grupo. Deigh aterriza junto a Tairn, y Liam salta de su asiento como si no acabáramos de pasar siete horas en el cielo. —Los dos tienen que beber y probablemente comer algo —les digo mientras me desabrocho el cinturón. Me duelen los muslos y tengo calambres, pero no tan fuertes como en Montserrat. Las horas extra en el sillín este último mes han ayudado. Tairn clava una garra en un pestillo y Andarna cae al suelo, sacudiendo la cabeza, el cuerpo y la cola. —Y tú necesitas dormir —responde Tairn—. Has estado despierta toda la noche. —Dormiré cuando tú lo hagas. —Caminando con cuidado por sus púas, me deslizo por su pata delantera hasta el borde musgoso de la orilla. —Puedo pasar días sin dormir. Prefiero que no dispares rayos por falta de sueño. Tengo en la punta de la lengua replicar que hace falta esfuerzo para manejar un rayo, pero después de destrozar la ventana de Xaden anoche, no estoy segura de tener experiencia en el tema. O tal vez sea Xaden quien me hace perder el control. De cualquier manera, es peligroso estar cerca de mí. Me sorprende que Carr no me haya abandonado. —Es extraño estar más allá de los pabellones —digo, cambiando de tema. Las garras de Tairn se clavan en el suelo cuando Liam se acerca, estirando el cuello por encima de los hombros. Por la agitación general de la revuelta, me pregunto si es algo que todos sienten, este mal en el aire que me eriza los pelos de la nuca. —Estamos a veinte minutos de Athebyne, ¡así que hidrátense! No tenemos ni idea de qué tipo de escenario nos espera —grita Xaden, su voz se transmite por el pelotón. —¿Te encuentras bien? —pregunta Liam, acercándose a mí mientras Tairn y Andarna dan los pocos pasos que necesitan para acceder al agua. —Quédate con Tairn —le digo a Andarna. Ella es un blanco brillante tan lejos de la protección del Valle. —Lo haré. Dioses, debería haberla dejado en Basgiath. ¿En qué demonios estaba pensando al traerla aquí? Es sólo una niña, y este vuelo ha sido agotador. —Nunca fue tu elección —sermonea Tairn—. Los humanos, incluso los vinculados, no deciden dónde vuelan los dragones. Incluso una tan joven como Andarna

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conoce su propia mente. —Sus palabras traen poco consuelo. A la hora de la verdad, soy responsable de su seguridad. —¿Violet? —La preocupación surca las cejas de Liam. —Si digo que no estoy segura, ¿pensarán mal de mí? —Hay muchas maneras de responder a esa pregunta. Físicamente, estoy dolorida pero bien, pero mentalmente... Bueno, soy un caos de ansiedad y expectación por lo que me depararán los Juegos de Guerra. Nos advirtieron que el cuadrante siempre pierde el diez por ciento de la promoción en la prueba final, pero es más que eso. Simplemente no puedo poner mi dedo en la llaga. —Creo que estás siendo honesta. Miro a la izquierda y veo a Xaden en plena conversación con Garrick. Naturalmente, el jefe de sección ha pasado el corte para formar parte del escuadrón personal de Xaden. Xaden me mira, nuestros ojos se cruzan durante un segundo, y eso es todo lo que hace falta para que mi cuerpo recuerde que lo tuve desnudo hace unas horas, las líneas de sus músculos esculpidos tensándose contra mi piel. Estoy perdidamente enamorada de ese hombre. ¿Cómo se supone que voy a mantenerlo alejado de mi cara? Sólo sé profesional. Es todo lo que tengo que hacer. Aunque la forma en que soy muy consciente de todo lo que ha dicho y hecho desde que salió de su habitación me convierte en un ejemplo andante de por qué los de primer año no deberían acostarse con sus jefes de ala, y mucho menos enamorarse de ellos. Menos mal que sólo será mi jefe de ala durante una semana más o menos. —Sigue mirándome así y estaremos parados más de media hora —me advierte sin mirarme. —¿Lo prometes? Me mira y juro que lo veo sonreír antes de volver hacia Garrick. —¿Te va bien con lo que sea que esté pasando ahí? —me pregunta Liam, sobresaltándome. —¿Y si te digo que no estoy segura? —Le doy la misma respuesta, curvando los labios. —Pensaría que te has metido en un lío. —La expresión de su cara es cualquier cosa menos burlona. —Para alguien que dijo que le debía todo a Xaden, esa no es una recomendación elogiosa. —Dejo caer mi mochila al suelo y hago rodar los tensos músculos de mis hombros—. No te conviertas en Dain conmigo. —¿Te sientes bien? —pregunta Xaden. —Bien. Sólo un poco dolorida. —Lo último que quiero ser es una carga para él.

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—No es eso. —Liam hace una mueca—. Es que conozco sus prioridades. —Siento mucho que te hayan traído por mi culpa —digo en voz baja para que los demás no me oigan—. Deberías estar en uno de los puestos del centro con Dain, no siendo arrastrado más allá de las barreras. El coronel Aetos es un hombre justo, pero no me cabe duda de que esta misión está pensada para “darle su merecido” al jefe de alas marcado. —Termino esto último imitando al padre de Dain, y Liam pone los ojos en blanco. —No tengo miedo, nadie me está arrastrando, y lo creas o no, Violet, a veces mis órdenes no giran únicamente en torno a ti. Tengo otras habilidades, ¿sabes? — bromea con una sonrisa, mostrando un hoyuelo mientras me empuja con la cadera. —Nunca he olvidado lo increíble que eres, Liam. —Y lo digo en serio. Tose y le hago un gesto para que se vaya—. Ahora, necesito un momento de privacidad. Hace una reverencia con un gesto de la mano, como si me presentara el bosque que hay tras nosotros, y yo me adentro en sus sombrías profundidades. Cuando vuelvo a la orilla del lago, Xaden se aleja de Garrick y extiende su mano al acercarse. Mis cejas se levantan. ¿Está...? No. No lo haría. No delante de los otros ocho cadetes. Entrelaza sus dedos con los míos. Supongo que sí. Es más que el tacto de su piel lo que hace que me salte el pulso. Está rompiendo su propia regla. Miro fijamente hacia donde están reunidos los demás, todos en diversos estados de relajación junto a la orilla, pero mi mano se estrecha en torno a la suya. —Ninguno de ellos va a decir una sola palabra sobre ti, ni sobre nosotros. Confío mi vida a todas y cada una de las personas que están aquí —me dice, guiándome hacia un grupo de rocas que casi le doblan la altura, al otro lado del lago. —La gente habla. Deja que lo hagan. —No me avergüenzo de amarlo, y puedo soportar cualquier habladuría malintencionada que me llegue. —Eso lo dices ahora. —Su mandíbula se flexiona—. ¿Tienes suficiente para beber? ¿O comer? —Traje todo lo que necesitaba en mi mochila. No tienes que preocuparte por mí. —Preocuparme por ti es el noventa y nueve por ciento de lo que hago. —Su pulgar acaricia el dorso de mi mano—. Cuando lleguemos al puesto de avanzada, quiero que descanses después de que consigamos el objetivo de nuestro escenario. Liam se quedará mientras yo me llevo a los de tercer año a patrullar. —Quiero ayudar —protesto inmediatamente. ¿No me había traído para eso? ¿Por mis rayos? No es que esté ganando ningún premio a la precisión, pero aun así... —Puedes, después de que descanses. Tienes que estar a tope para manipular esa habilidad tuya, o correrás el riesgo de quemarte. Tairn es demasiado poderoso. Tiene razón, pero eso no significa que me tenga que gustar.

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Una vez fuera de la vista de los demás, me apoya contra la roca más grande y se agacha ante mí. —¿Qué haces? —Le paso los dedos por el cabello sólo porque puedo. El hecho de poder tocar a este hombre es absolutamente alucinante, y pienso aprovechar al máximo este privilegio mientras pueda. —Tienes las piernas agarrotadas. —Empieza por mis pantorrillas, aflojando los nudos con sus fuertes manos. —Supongo que no podemos irnos hasta que los dragones estén listos, ¿verdad? —Su toque se siente francamente exquisito. —Así es. Tenemos otros diez minutos más o menos. —Me dedica una sonrisa malvada. Diez minutos. Teniendo en cuenta que no tenemos ni idea de lo que nos deparará el resto del día, estoy más que contenta de aprovechar del tiempo que disponemos. Gimo mientras mis músculos se derriten y mi cabeza cae hacia atrás para apoyarse en la roca. —Eso duele maravillosamente. Gracias. Se ríe, acercándose a los tensos músculos de mis muslos. —Créeme, mis motivos no son altruistas, Violencia. Aprovecharé cualquier excusa para ponerte las manos encima. El vello de sus mejillas me roza las palmas cuando deslizo las manos por los lados de su cara hasta acariciarle la nuca. —El sentimiento es más que mutuo. Su respiración cambia cuando llega a la parte superior de mis muslos, sus dedos amasan mis músculos hasta la sumisión absoluta. —Siento lo de esta mañana. —¿Qué? Me mira, con la luz del sol reflejando las motas doradas de sus ojos, y arquea una ceja llena de cicatrices. —Estábamos en medio de algo, por si no lo recuerdas. Una lenta sonrisa se dibuja en mi cara. —Ah, ya me acuerdo. —Se desabrocha el botón superior de su chaqueta de vuelo, agarro la tela y tiro de él hacia mí. ¿En qué momento se va a calmar este ansia constante por él? Lo he tenido varias veces en las últimas veinticuatro horas y aún podría tener otra ronda... o tres—. ¿Está mal desear que hayamos tenido tiempo de terminar? —No sé si alguna vez terminaré. —Se levanta, cada plano de su cuerpo acaricia el mío mientras sube—. Soy demasiado codicioso cuando se trata de ti.

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Inclina la cabeza sobre la mía y borra el resto del mundo con un beso lento y lujoso. Su lengua se desliza entre mis labios separados y se desliza contra los míos como si no tuviera más planes para el día que memorizar cada rincón de mi boca. Todo mi cuerpo se enciende y empieza a hervir cuando me besa en la garganta. Me acaricia la cintura, acercando mis curvas a sus duros ángulos, y no soy más que calor y necesidad. El corazón me late con tanta fuerza que me parece un batir de alas. Dioses, nunca tendré suficiente de esto. Gime, una mano se desliza hacia mi culo. —Dime lo que estás pensando. Le rodeo el cuello con los brazos. —Estaba pensando que eres exactamente como predije la primera vez que me follaste en mi habitación. —¿Ah, sí? —Se echa hacia atrás, con la curiosidad brillando en sus ojos—. ¿Y qué fue eso exactamente? —Una adicción muy peligrosa. —Mi mirada recorre la línea plateada de su cicatriz, las gruesas pestañas por las que tantas mujeres matarían, y la protuberancia de su nariz hasta esa boca perfectamente esculpida. Ya le he dicho que lo amo, así que no es que tenga secretos. Diablos, comparada con él, soy un libro abierto—. Imposible de saciar. Sus ojos se oscurecen. —Voy a quedarme contigo —promete, como hizo anoche. ¿O fue esta mañana?—. Eres mía, Violet. Levanto la barbilla. —Sólo si eres mío. —Soy tuyo desde hace más tiempo del que imaginas. —Como si las palabras lo desataran, me agarra por la nuca y me besa larga y duramente, robándome cada aliento, cada pensamiento más allá del barrido de su lengua y la creciente marea de necesidad que calienta mi piel. Xaden aparta la boca con un grito ahogado, rompe el beso y ladea la cabeza como si estuviera escuchando algo. —¿Qué pasa? —le pregunto. Se ha puesto rígido bajo mis brazos. —Mierda. —Sus ojos se amplían mientras arrastra su mirada de nuevo a la mía—. Violet, lo siento mucho... —¿En serio es así como pasan el tiempo los jinetes de dragones? —pregunta una mujer desde detrás de Xaden, con voz de terciopelo arrastrado por un camino de grava. Gira tan rápido que es un borrón. Las sombras me envuelven, espesas como un nubarrón. No puedo ver una mierda.

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—¡Xaden! —grita alguien y varios pares de pies se abren paso entre la maleza. ¿Bodhi, tal vez? —Es una tontería ocultar lo que ya se ha visto —dice la mujer, con tono cortante—. Y si los rumores son ciertos, sólo hay un jinete de cabello plateado en tu fábrica de muerte de la escuela, lo que significa que es la más joven del general Sorrengail. —Joder —jura Xaden—. Necesito que te calmes, Violencia. ¿Calma? Las sombras se alejan, y dejo las manos sueltas a los lados por si necesito agarrar una daga o empuñar, esquivando a Xaden para poder ver. Una pareja de jinetes de grifos se encuentra en el prado, a unos diez metros de distancia, y sus bestias guardan un silencio espeluznante. Son un tercio del tamaño de nuestros dragones, pero esos picos y garras parecen capaces de destrozar piel y escamas igualmente. —¡Tairn! —Ya voy. —Quédate con Sgaeyl —le ordeno a Andarna. —Los grifos se ven sabrosos desde aquí —responde. —Son del mismo tamaño que tú. No. —Una puta Sorrengail. —La mujer parece sólo unos años mayor que yo, pero tiene el aspecto de una jinete veterana. Arquea una ceja oscura y me mira como si fuera algo que hubiera que sacar de los establos. El sonido del batir de las alas llena el aire cuando un puñado de jinetes de dragón irrumpen en el espacio que nos rodea. Imogen. Bodhi. Reconozco a uno de tercer año con el labio marcado. Liam. Pero nadie saca un arma. Al menos ahora las probabilidades están a nuestro favor. El poder se despliega bajo mi piel y abro de par en par la puerta de los Archivos, dejando que la energía se precipite sobre mí en un torrente de calor abrasador. El cielo cruje. —¡No! —Xaden se gira y me arrastra contra su pecho, rodeándome con los brazos y sujetándome los brazos a los costados. —¿Qué haces? —Tiro mi peso contra Xaden, pero es inútil. Me tiene bien encerrada. Una ráfaga de viento golpea mi costado derecho cuando Tairn aterriza. —Joder, ese es enorme —dice la mujer. Alrededor del brazo inmóvil de Xaden, veo a los jinetes de grifos retroceder con pasos rápidos, con los ojos desorbitados mientras miran hacia arriba. Xaden levanta una mano para acariciarme la nuca y yo lo miro. ¿Qué carajo está haciendo? ¿Besarme antes de morir?

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—Si alguna vez has confiado en mí, Violet, necesito que lo hagas ahora. —La súplica en sus ojos me deja atónita. Nuestros enemigos están a metros de distancia y él quiere... ¿tener un momento? —Quédate aquí. Mantén la calma. —Sus ojos buscan en los míos una respuesta a una pregunta que no me han hecho. Luego me pasa a Liam. Me pasa. Como si fuera una maldita mochila. Liam me sujeta los brazos a los costados con una fuerza cuidadosa pero inflexible. —Siento todo esto, Violet. ¿Por qué demonios se disculpa todo el mundo? —Déjame. Ir —exijo mientras Xaden se acerca a la pareja de jinetes grifos, con Garrick a su lado. El miedo me oprime el corazón como una prensa si cree que puede enfrentarse él solo a los grifos y sus jinetes. —No puedo hacerlo —se disculpa Liam, bajando la voz—. Ojalá pudiera. Tairn ruge desde mi derecha con tanta fuerza que vuela saliva, golpea a Liam en la cara y me hace zumbar los oídos. Liam suelta las manos y retrocede lentamente, levantando las palmas. —Entendido. Entendido. No tocar. Libre de su agarre, giro hacia el campo mientras Xaden alcanza a los jinetes. —Llegas jodidamente pronto —dice. Y se me detiene el corazón.

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En sus últimos días de interrogatorio, Fen Riorson perdió el contacto con la realidad, despotricando contra el reino de Navarra. Acusó al rey Tauri, y a todos los que le precedieron, de una conspiración tan vasta, tan incalificable, que no merece ser repetida por este historiador. La ejecución fue rápida y piadosa para un loco que costó incontables vidas. -NAVARRA, UNA HISTORIA INÉDITA DEL CORONEL LEWIS MARKHAM

e algún modo, consigo seguir respirando, lo cual es impresionante dado que siento que el corazón se me va a romper en mil pedazos, y estrecho la mirada hacia el enemigo. Nunca había visto a un jinete de grifo. Los dragones suelen reducirlos a cenizas, junto con sus monturas mitad águila, mitad león. —¿Qué ha pasado con lo de reunirnos mañana? No tenemos un cargamento completo —le dice Xaden al jinete del grifo, con voz tranquila y uniforme. —El cargamento no es el problema —dice la mujer, sacudiendo la cabeza. A diferencia del nuestro negro, los cueros de los jinetes son marrones, a juego con las plumas más oscuras de sus bestias... que en estos momentos me miran como si fuera la cena. —Si intentan algo, serán un aperitivo —dice Tairn. Cargamento. Apenas proceso lo que dice Tairn por la conmoción de las palabras del jinete. Y Xaden los conoce. Está trabajando con ellos, ayudando a nuestro enemigo. La traición me corta la garganta como el cristal mientras intento tragar. Por eso se ha estado escapando del cuadrante. —¿Así que estabas esperando cerca para charlar por si acaso volábamos un día entero antes? —pregunta Xaden. —Ayer patrullábamos desde Draithus, está a una hora al sudeste de aquí…

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—Sé dónde está Draithus —replica Xaden. —Nunca se sabe, los navarros actúan como si nada existiera más allá de sus fronteras —gruñe el jinete masculino de grifo—. No sé por qué nos molestamos en advertirles. —¿Advertirnos? —La cabeza de Xaden se ladea. —Perdimos una aldea en los alrededores por una horda de venin hace dos días. Lo diezmaron todo. Me sobresalto y abro mucho los ojos. ¿Qué acaba de decir? —Los venin nunca vienen tan al oeste —dice Imogen desde mi izquierda. Venin. Sí, eso es lo que ambos dijeron. ¿Qué demonios? Pensaría que alguien me está tomando el pelo si no fuera por los dos enormes grifos que se ciernen tras la pareja de jinetes. Pero nadie se ríe. —Hasta ahora —responde la mujer, volviendo la mirada hacia Xaden—. Eran inequívocamente venin y tenían uno de sus.... —No digas nada más —interrumpe Xaden—. Sabes que ninguno de nosotros puede conocer los detalles o lo pondremos todo en peligro. Basta con que interroguen a uno de nosotros. —¿Lo estás entendiendo? —le pregunto a Tairn, mirando de izquierda a derecha para ver si alguien más se ha dado cuenta de la ridiculez que sale de la boca de la mujer, pero todos los demás parecen... horrorizados, como si realmente creyeran que un pueblo ha sido destruido por criaturas míticas. —Desgraciadamente, sí. —Detalles o no, parece que la horda se dirige al norte —dice el hombre—. Directamente hacia nuestro puesto comercial en la frontera frente a su guarnición en Athebyne. ¿Están armados? —Estamos armados —admite Xaden. —Entonces nuestro trabajo aquí ha terminado. Han sido advertidos —dice el hombre—. Ahora tenemos que ir a defender a nuestro pueblo. Así las cosas, este viaje lateral sólo nos da una hora para llegar a tiempo. Al instante, el ambiente cambia, se intensifica, y los jinetes que me rodean parecen prepararse para algo. Xaden me mira por encima del hombro y, en lugar de reírse por lo absurdo de lo que están discutiendo, su rostro está marcado con líneas sombrías. —Si crees que alguna vez convencerás a un Sorrengail para que arriesgue su cuello por alguien fuera de sus fronteras, entonces eres un tonto —dice el hombre con una mueca en mi dirección. El poder chisporrotea dolorosamente bajo mi piel, exigiendo una salida. El hombre se inclina ligeramente hacia un lado y me mira de arriba abajo con evidente juicio.

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—Me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar tu rey para recuperar a la hija de su general más ilustre. Estoy dispuesto a apostar que tu rescate valdría armamento suficiente para defender a todo Draithus durante una década. ¿Rescate? Creo que no. Tairn gruñe. —Joder —murmura Bodhi, acercándose a mí. —Inténtalo. Atrévete. —Cruzo los dedos hacia ellos, liberando la energía suficiente para que la luz destelle entre las nubes que nos cubren. Las sombras surgen amenazadoras de los pinos que bordean el prado cuando Xaden levanta las manos y ambos jinetes grifos se tensan cuando la oscuridad se detiene a escasos centímetros de sus pies. —Si das un paso hacia esa Sorrengail, morirás antes de que puedas mover tu peso —dice Xaden, con una voz letal—. No está en discusión. La mujer echa un vistazo a las sombras y suspira. —Estaremos allí con el resto de nuestra infantería. Haz una señal si puedes alejarte de los incrédulos. —Se aleja, guiando al hombre de vuelta hacia sus grifos. Se montan en segundos y se lanzan hacia el cielo. Todas las cabezas se vuelven hacia mí con miradas que oscilan entre la expectación y algo parecido al miedo, y se me hunde el estómago. Nadie se sorprendió de la familiaridad de los jinetes de grifos ni de que soltaran palabras como “venin”. Y todos sabían que Xaden estaba ayudando al enemigo. Yo soy la extraña aquí. —Buena suerte, Riorson. —Imogen se coloca un mechón de cabello rosa detrás de la oreja, su reliquia de rebeldía asoma por encima de la manga de su mono de vuelo mientras se gira para dejarnos espacio. Se me revuelve el estómago y mi mente se acelera, buscando cualquier cosa que no sea la obvia y devastadora verdad mientras todos siguen lentamente a Imogen de vuelta al lago. Hay una reliquia de rebelión enrollándose en el antebrazo de un alumno de tercer curso que pasa por delante de mí. Garrick está aquí. Es un líder de sección, pero está... aquí, no con ninguno de los escuadrones de la Sección Llama. También están Bodhi e Imogen. Esa jinete morena con el anillo en la nariz es Soleil, creo, y eso es definitivamente una reliquia en su antebrazo izquierdo. ¿El de segundo año de la Sección Garra? También tiene una. Y Liam... Liam está a mi lado. —Tairn. —Mantengo la respiración lo más uniforme posible mientras Xaden me mira fijamente, con el rostro enmascarado como un líder de ala sin emociones. —¿Plateada? —La cabeza gigante de Tairn gira en mi dirección.

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—Todos llevan reliquias de rebelión —le digo—. Todos en este escuadrón, aparte de mí, son hijos de un separatista. —En el caos del campo de vuelo, Xaden construyó un escuadrón totalmente marcado. Y son todos. Jodidos. Traidores. Y caí en la trampa. Me enamoré de él. —Sí. Lo son —acepta, con resignación en el tono. Mi pecho amenaza con derrumbarse cuando realmente me golpea. Esto es mucho peor que el simple hecho de que Xaden me traicione, traiciona a todo nuestro reino. Sólo hay una explicación de por qué mis propios dragones han sido tan dóciles en presencia del enemigo. —Tú y Andarna también me mintieron. —La traición es demasiado, y mis hombros se hunden por el peso—. Sabías lo que estaba haciendo. —Los dos te elegimos a ti —dice Andarna, como si eso mejorara las cosas. —Pero tú lo sabías. —Miro más allá de donde Liam se atreve a mirarme con tristeza, hacia Tairn, cuya mirada letal se dirige al frente como si aún no hubiera decidido si va a quemar vivo a Xaden o no. —Los dragones están unidos por lazos —explica mientras Xaden se acerca—. Sólo hay otro vínculo más sagrado que el de un dragón y su jinete. Un dragón y su pareja. Todos lo sabían menos yo. Incluso mis propios dragones. Dioses, ¿Dain tiene razón? ¿Todo lo que ha hecho Xaden ha sido una estratagema para ganarse mi confianza? El dulce resplandor de felicidad, de amor, confianza y afecto que ardía tan intensamente en mi pecho hace tan sólo unos minutos chisporrotea dolorosamente, jadeando en busca de oxígeno como una hoguera apagada por un cubo de agua una vez que ha superado su utilidad. Lo único que puedo hacer es ver cómo las brasas se ahogan y mueren. Xaden me observa con creciente aprensión cuanto más se acerca, como si fuera una especie de animal acorralado a punto de abrirse paso entre dientes y garras. ¿Cómo fui tan tonta como para confiar en él? ¿Cómo pude enamorarme de él? Me duelen los pulmones y me grita el corazón. Esto no puede estar pasando. No puedo ser tan ingenua. Pero supongo que lo soy, porque aquí estamos. Todo su cuerpo es una jodida advertencia, especialmente la oscura reliquia que ahora mismo es tan visible en su cuello. Su padre puede haber sido el gran traidor, puede haberle costado la vida a mi hermano, pero la traición de Xaden es igual de profunda. Se estremece cuando mis ojos se entrecierran en una mirada fulminante. —¿Alguna vez fuimos realmente amigos? —le susurro a Liam, buscando fuerzas para gritar.

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—Somos amigos, Violet, pero se lo debo todo —responde Liam, y cuando levanto la vista, me está mirando con tanta desdicha que casi siento lástima por él. Casi—. Todos se lo debemos. Y una vez que le des la oportunidad de explicarse.... Ahí está. La ira acude en mi ayuda, dominando el dolor. —¡Me viste entrenar con él! —Empujo el pecho de Liam y él tropieza hacia atrás por la hierba—. ¡Te quedaste mirando cómo me enamoraba de él! —Oh, mierda. —Bodhi se lleva las manos a la nuca. —Violencia, déjame explicarte —dice Xaden. Siempre ha conocido mi verdadera naturaleza y, sinceramente, las sombras deberían haberme dado pistas sobre la suya. Es un maestro de los secretos. El poder no consumido ondea en mis huesos cuando le doy la espalda a Liam para enfrentarme a Xaden. —Si se te ocurre tocarme, te juro que te mato. —Mi poder se enciende con mi rabia y un relámpago cruza el cielo, saltando de nube en nube. —Creo que lo dice en serio —advierte Liam. —Sé que lo hace. —La mandíbula de Xaden se tensa cuando nuestras miradas chocan y se sostienen—. Todos, vuelvan a la orilla. Ahora. Me observa con aprensión mientras se acerca. —Sé lo que estás pensando —dice Xaden con su voz engañosamente suave, y hay un destello de miedo en esas profundidades de ónice. —No tienes ni idea de lo que estoy pensando. —Jodido. Traidor. —Estás pensando que he traicionado a nuestro reino. —Suposición lógica. Bien por ti. —Otro relámpago se libera, y va de nube en nube—. ¿Trabajas con jinetes de grifos? —Dejo los brazos sueltos a los lados por si necesito tener las manos libres para empuñar, aunque sé que no soy rival para él. Todavía no—. Dioses, eres un cliché, Xaden. Eres un villano que se esconde a plena vista. Hace un gesto de dolor. —En realidad, se llaman voladores —dice Xaden en voz baja, sosteniéndome la mirada—. Y puede que yo sea el villano para algunos, pero no tú. —¿Perdona? ¿En serio estamos discutiendo la semántica de tu traición? —Los dragones tienen jinetes, y los grifos tienen voladores. —Lo cual sabes porque estás aliado con ellos. —Retrocedo unos pasos para no sentir el impulso irrefrenable de darle un puñetazo en la cara—. Estás trabajando con nuestro enemigo. —¿Te has parado a pensar alguna vez que a veces puedes empezar en el lado correcto de una guerra y acabar en el equivocado?

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—¿En este caso en particular? No. —Señalo hacia la orilla—. Fui entrenada como escriba, ¿recuerdas? Lo único que hemos hecho es defender nuestras fronteras durante seiscientos años. Ellos son los que no aceptan la paz como solución. ¿Qué cargamentos les has estado dando? —Armas. Mi estómago golpea el suelo. —¿Que usan para matar jinetes de dragón? —No. —Sacude la cabeza enfáticamente—. Estas armas son sólo para luchar contra venin. Se me desencaja la mandíbula. —Venin son materia de fábulas. Como el libro de mi padre... —Parpadeo. La carta. ¿Qué había escrito? El folclore se transmite de generación en generación para enseñarnos nuestro pasado. ¿Intentaba decir...? No. Eso es imposible. —Son reales —dice Xaden en voz baja, como si intentara atenuar un golpe. —Estás diciendo que la gente que de algún modo puede aprovechar la fuente de la magia sin un dragón o un grifo que la canalice, corrompiendo su poder más allá de toda salvación, realmente existe —digo las palabras despacio para que quede claro—. No son sólo parte de la fábula de la creación. —Sí. —Frunce el ceño—. Drenaron toda la magia de los Barrens y luego se propagaron como una plaga. —Bueno, al menos eso concuerda con el folclore. —Cruzo los brazos sobre el pecho—. ¿Cuál era la fábula de nuevo? Un hermano se vinculó con un grifo, otro con un dragón, y cuando el tercero se volvió celoso, se alimentó directamente de la fuente, perdiendo su alma y librando una guerra contra los otros dos. —Sí- —Suspira—. No era así como quería decírtelo. —¡Suponiendo que alguna vez pensaras decírmelo! —Miro hacia donde Tairn observa, con la cabeza baja como si pudiera incinerar a Xaden en cualquier momento—. ¿Te gustaría contribuir a la discusión? —Aún no. Prefiero que llegues a tu propia conclusión. Te elegí por tu inteligencia y valentía, Plateada. No me decepciones. Apenas me contengo para no mostrarle el dedo medio a mi propio dragón. —De acuerdo. Si llegara a creer que los venin existen y recorren el continente utilizando magia oscura, entonces también tendría que creer que nunca atacan a Navarra porque... —Mis ojos se abren de par en par ante la conclusión lógica de esa posibilidad—. Porque nuestras barreras hacen que toda la magia no relacionada con los dragones sea imposible. —Sí. —Desplaza su peso—. Estarían impotentes en el momento en que cruzaran Navarra.

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Joder, eso tiene sentido, y yo desesperadamente no quiero que lo tenga. —Lo que significa que tendría que creer que no tenemos ni idea de que Poromiel está siendo atacada implacable y ferozmente por los esgrimidores de la oscuridad más allá de nuestras fronteras. —Arrugo la frente. Desvía la mirada y respira hondo antes de mirarme a los ojos. —O tienes que creer que lo sabemos y elegimos no hacer nada al respecto. La indignación me levanta la barbilla. —¿Por qué demonios decidimos no hacer nada ante la masacre de personas? Va en contra de todo lo que defendemos. —Porque lo único que mata venin es la misma cosa que alimenta nuestras protecciones. No dice nada más mientras estamos allí de pie, el único sonido es el del agua golpeando la orilla al compás del eco de sus palabras golpeando los bordes de mi corazón. —¿Es por esto que ha habido incursiones a lo largo de nuestras fronteras? ¿Están buscando el material que usamos para alimentar nuestras protecciones? —le pregunto. No porque le crea, todavía no, sino porque no está intentando convencerme. La verdad rara vez necesita esfuerzo, solía decir mi padre. Asiente. —El material se forja en armas para luchar contra venin. Toma, agarra esto. Levanta el brazo derecho y saca una daga de mango negro de la funda que lleva a un lado. Soy brutalmente consciente de cada movimiento, horriblemente consciente de que ha sido capaz de matarme siempre que ha querido, y este momento no es diferente. Aunque habría sido una muerte más rápida si hubiera usado una de las espadas que lleva a la espalda. Se mueve lentamente, extendiendo la daga como una ofrenda. La tomo, observando la hoja afilada, pero es la aleación incrustada en la empuñadura marcada con runas lo que me hace soltar un grito ahogado. —¿Lo has agarrado del escritorio de mi madre? —Mi mirada salta hacia la suya. —No. Tu madre probablemente tiene una por la misma razón que tú deberías. Para defenderse del venin. —Hay tanta lástima en sus ojos que se me aprieta el pecho. La daga. Las redadas. Todo está ahí. —Pero me dijiste que no había ninguna posibilidad de que estuviéramos luchando contra algo así —susurro, aferrándome a la última de mis esperanzas de que todo esto sea una horrible broma. —No. —Se acerca, me tiende la mano y luego la baja como si lo hubiera pensado mejor—. Te dije que esperaba que si esta amenaza estaba ahí fuera, nuestros líderes nos lo dijeran.

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—Retorciste la verdad para adaptarla a tus necesidades. —Mi mano se enrosca alrededor de la empuñadura de la daga, y la siento zumbar con poder. Los venin son reales. Los. Venin. Son. Reales. —Sí. Y podría mentirte, Violencia, pero no lo haré. No importa lo que pienses ahora, nunca te he mentido. Sí, claro. Claro. —¿Y cómo sé que esto es la verdad? —Porque duele pensar que somos el tipo de reino que haría esto. Duele reorganizar todo lo que crees que sabes. Las mentiras son reconfortantes. La verdad es dolorosa. Siento el zumbido del poder dentro de la daga y fulmino a Xaden con la mirada. —Podrías habérmelo dicho en cualquier momento, pero en lugar de eso me lo ocultaste todo. Se estremece. —Sí. Debería habértelo dicho hace meses, pero no pude. Estoy arriesgando todo al decírtelo ahora... —Porque tienes que hacerlo, no porque quieras... —Porque si tu mejor amigo ve este recuerdo, todo está perdido —interrumpe, y yo jadeo. —No sabes que... —Dain no rompería una regla para salvar tu vida, Violet. ¿Qué crees que haría si tuviera este conocimiento? ¿Qué haría Dain? —Tengo que creer que no pondría el Códice por encima del sufrimiento de la gente más allá de nuestras fronteras. O tal vez podría haber construido escudos que impidieran a Dain curiosear. O quizá seguiría respetando mis límites y nunca miraría en primer lugar. —Entrecierro los ojos—. Pero nunca lo sabremos, ¿verdad? Porque no confiabas en que yo supiera lo que había que hacer, Xaden, ¿verdad? Levanta las manos. —Esto es más grande que tú y yo, Violencia. Y el liderazgo no se detendrá ante nada para sentarse detrás de sus protecciones y mantener el secreto venin. —Su voz es cruda mientras suplica—: Vi cómo ejecutaban a mi propio padre intentando ayudar a esta gente. No podría arriesgarte a ti también. —Se inclina un poco más hacia mí con cada palabra, acelerando mi pulso, pero ya no dejo que mi corazón tome las decisiones de mi cabeza—. Tú me amas, y... —Amaba —le corrijo, esquivándole para poder conseguir algo de puto espacio y luego tomándolo. —¡Amas! —grita, deteniéndome en seco y ganándonos la mirada de todos los jinetes a una distancia audible—. Me amas.

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Una de esas pequeñas brasas en mi pecho intenta volver a la vida, y yo la aplasto antes de que tenga la oportunidad de arder. Lentamente, me giro para mirarlo. —Todo lo que siento... —Trago saliva, luchando por contener la rabia para no derrumbarme—. Lo que sentía por ti se basaba en secretos y engaños. —La vergüenza me quema en las mejillas por haber sido tan ingenua como para enamorarme de él en primer lugar. —Todo entre nosotros es real, Violencia. —La intensidad con la que lo dice hiere aún más mi corazón—. El resto, puedo explicarlo con tiempo suficiente. Pero antes de llegar al puesto asignado, necesito saber si me crees. Miro la daga y oigo las palabras de la carta de mi padre con la misma seguridad que si las hubiera pronunciado él. Sé que tomarás la decisión correcta cuando llegue el momento. Me lo advirtió de la única forma posible: a través de los libros. —Sí —digo, devolviendo la daga a Xaden—. Te creo. Eso no significa que confíe más en ti. —Quédatela. —Su postura se suaviza en señal de alivio. Me la enfundo en el muslo. —¿Me das un arma después de decirme que llevas meses engañándome, Riorson? —Absolutamente. Tengo otra, y si lo que dicen los voladores es cierto, y los venin se dirigen al norte, entonces puede que la necesites. Nunca mentí cuando dije que no puedo vivir sin ti, Violencia. —Se aleja lentamente, sus labios se curvan en una sonrisa triste—. Y las mujeres indefensas nunca han sido mi tipo, ¿recuerdas? No estoy ni remotamente preparada para bromear con él. —Vamos a llegar a Athebyne. Asiente, y unos minutos después, estamos en pleno vuelo. —Sabemos que no mentimos. Sólo que no se lo contamos todo —dice Andarna, volando en la bolsa de aire detrás de Tairn con menos resistencia al viento mientras nos dirigimos al puesto avanzado. —Eso es mentir por omisión —argumento. Hay mucho de eso hoy en día. —Tiene razón, Dorada. —La tensión irradia a través de cada línea del cuerpo de Tairn y del mismo batir de sus alas—. Tienes todo el derecho a estar enojada. —Se desvía, siguiendo la cadena montañosa a lo largo de la frontera. Las correas de mi montura me muerden los muslos—. Tomamos la decisión de protegerte sin tu consentimiento. Fue un error que no volveré a cometer. —La culpa que siente abruma mis propias emociones, derritiendo lo más caliente de mi ira, y empiezo a pensar. Pensar de verdad. Si venin existiera, tendríamos constancia. Y, sin embargo, no había ningún ejemplar de Las fábulas de Barrens en los Archivos -el único lugar donde Navarra

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debería tener un ejemplar de cada libro escrito o transcrito en los últimos cuatrocientos años-, lo que significa que papá no sólo me regaló un libro raro... sino uno prohibido. Cuatrocientos años de tomos y ni una sola... Cuatrocientos años. Pero nuestra historia abarca más de seis. Todo es copia de una obra anterior. El único texto original de los Archivos que tiene más de cuatrocientos años -más o menos cuando entramos en guerra con Poromiel- son los pergaminos originales de la Unificación, de hace más de seiscientos años. Basta una generación desesperada para cambiar la historia, incluso para borrarla. Dioses, papá me lo explicó todo. Siempre me dijo que los escribas tienen todo el poder. —Sí —dice Tairn cuando rodeamos el último pico, cuya cima dentada está desnuda de nieve por el calor del verano, y el puesto de avanzada de Athebyne aparece a la vista al mismo tiempo que los Acantilados de Dralor—. Una generación para cambiar el texto. Una generación elige enseñar ese texto. La siguiente crece, y la mentira se convierte en historia. Se desvía a la izquierda, siguiendo la curva de la montaña, y luego aminora la marcha cuando nos acercamos al campo de vuelo del puesto avanzado. Mis manos se aferran a las empuñaduras cuando aterrizamos frente a la imponente estructura encaramada en la ladera del último pico de esta cordillera. Su diseño es idéntico al de Montserrat, una sencilla fortaleza cuadrada con cuatro torres y muros apenas lo bastante gruesos como para lanzar un dragón. Los militares son muy uniformes. Me desabrocho la silla y me deslizo por su pata delantera. —Y de algún modo se supone que podemos concentrarnos en los Juegos de Guerra —murmuro, acomodándome la mochila a los hombros, pensando en un puesto comercial que puede o no sufrir pronto el ataque de criaturas míticas. Los demás desmontan, y miro hacia atrás para ver a Andarna ya acurrucada entre las patas de Tairn. Xaden camina con Garrick, mirando hacia mí con lo que parece anhelo. Se lo di todo y nunca me dejó entrar de verdad. El dolor me desgarra el pecho con el tipo de corte que sólo puede dar el desamor, afilado y dentado. Imagino que esto es lo que se siente cuando te cortan con una hoja sin filo y cubierta de óxido. No está lo bastante afilada para cortar con rapidez, y hay un cien por ciento de probabilidades de que la herida supure. Si no puedo confiar en él, no hay futuro para nosotros. Es más que tenso mientras los diez caminamos bajo el rastrillo abierto y entramos en el puesto de avanzada. El puesto de avanzada muy vacío. —¿Qué demonios? —Garrick cruza a zancadas el patio en el centro de la estructura, mirando a lo largo de los espacios de reunión que deben alinear el interior al igual que Montserrat.

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—Alto —ordena Xaden, observando los muros que se alzan a cada lado sobre nosotros—. Aquí no hay nadie. Divídanse y busquen. —Me mira—. No te vayas de mi lado. No creo que esto sea un Juego de Guerra. Empiezo a argumentar que es imposible que lo sepa, pero el azote del viento a través de la puerta abierta me hace detenerme. Los únicos sonidos en una fortaleza que debería albergar a más de doscientas personas son nuestras pisadas sobre el suelo rocoso, y tiene razón. Todo parece raro. —Impresionante —respondo con más que una pequeña dosis de sarcasmo, y todos menos Liam, que vuelve a ser mi sombra, se dispersan en grupos de dos o tres, subiendo varias escaleras. —Por aquí —dice Xaden, dirigiéndose a la torre suroeste. Subimos y subimos hasta llegar al cuarto piso, donde una puerta nos conduce a un mirador desde el que se divisa el valle y el puesto comercial de Poromish. —Esta es una de las guarniciones más estratégicas que tenemos —digo, buscando cualquier rastro de la infantería y los jinetes que deberían estar aquí—. Es imposible que la abandonen para los Juegos de Guerra. —Eso es exactamente lo que temo. —Xaden mira hacia el valle, luego estrecha los ojos en el puesto comercial a trescientos metros más abajo—. Liam. —En ello. —Liam avanza, apoyándose en la almena de piedra mientras se concentra en las estructuras a lo lejos, debajo de nosotros. El puesto comercial se encuentra a unos veinte minutos a pie por el ancho sendero de grava que serpentea por la ladera de la montaña sobre la que se alza nuestro puesto avanzado. Los tejados de varios edificios apenas asoman por encima del muro circular de piedra de sus defensas, una corriente de grifos y sus voladores acercándose desde el sur. Xaden se vuelve hacia mí, y su mirada es todo menos acogedora. —¿Qué te dijo Dain antes de irnos? Se inclinó y susurró algo. Parpadeo, intentando recordar. —Dijo algo como... —Busco en mi memoria—. Te extrañaré, Violet. Su cuerpo se tensa. —Y dijo que iba a hacer que te mataran. —Sí, pero siempre dice lo mismo. —Me encojo de hombros—. ¿Qué tendría que ver Dain con vaciar un puesto de avanzada entero? —¡Tengo algo! —llama Garrick desde la torre sureste, sosteniendo lo que parece ser un sobre mientras él e Imogen cruzan la gruesa muralla, viniendo en nuestra dirección. —¿Le hablaste de mis viajes aquí? —pregunta Xaden, con los ojos endurecidos. —¡No! —Sacudo la cabeza—. A diferencia de otras personas, nunca te oculté nada.

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Se echa hacia atrás, su mirada se desplaza a izquierda y derecha mientras piensa antes de posarse de nuevo en mí y ampliarse. —Violencia —dice en voz baja—, ¿te tocó Aetos después de que te hablara de Athebyne? —¿Qué? —Frunzo el ceño y me aparto un mechón de cabello de la cara mientras el viento se arremolina a nuestro alrededor. —Así. —Levanta su mano hacia mi mejilla—. Su poder requiere tocar la cara de alguien. ¿Te tocó así? Mis labios se separan. —Sí, pero así es como siempre me toca. Él nunca... —tartamudeo—. Lo sabría si leyera mis recuerdos. La cara de Xaden cae, y su mano se desliza hacia abajo, acunando mi nuca. —No, Violencia. Créeme, no lo harías. —No hay acusación en su tono, sólo una resignación que hiere lo que queda de mi corazón. —No lo haría. —Sacudo la cabeza. Dain es muchas cosas, pero nunca me violaría así, nunca aceptaría algo que yo no le hubiera ofrecido. Excepto que lo intentó una vez. —Está dirigido a ti —dice Garrick, entregándole el sobre a Xaden. Xaden me quita la mano de la cara y rompe el sello. Puedo leer las letras mientras abre la misiva. Juegos de Guerra para Xaden Riorson, Líder de la Cuarta Ala. Reconozco la letra, ¿cómo no hacerlo si la he visto toda mi vida? —Es del coronel Aetos. —¿Qué dice? —pregunta Garrick, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Cuál es nuestra misión? —Chicos, veo algo más allá del puesto comercial —dice Liam desde la almena—. Oh, mierda. La cara de Xaden pierde todo el color y arruga la misiva en su puño antes de mirarme. —Dice que nuestra misión es sobrevivir si podemos. Dioses. Dain leyó mis recuerdos sin mi permiso. Debe haberle dicho a su padre a donde se han estado escabullendo. Sin saberlo, he traicionado a Xaden... los he traicionado a todos. —Eso no es... —Garrick sacude la cabeza. —Chicos, esto es malo —grita Liam, e Imogen corre a su lado. —Esto no es culpa tuya —me dice Xaden, luego arranca su mirada de la mía y se vuelve hacia sus amigos, que corren por las murallas para unirse a nosotros—. Nos han enviado aquí a morir.

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Porque allí, en la tierra más allá de las sombras, había monstruos que habitaban en la noche y se alimentaban de las almas de los niños que se acercaban demasiado al bosque. - “EL GRITO DEL WYVERN”, LAS FÁBULAS DE BARREN

aden le entrega la misiva a Garrick, y el resto nos apresuramos a subir a las almenas para ver a qué nos enfrentamos, pero no puedo divisar ninguna amenaza en el valle de abajo ni en las llanuras que se extienden kilómetros más allá, antes de los Acantilados de Dralor. —Algo está mal —dice Tairn—. Lo sentí en el lago, pero es más fuerte aquí. —¿Puedes precisar qué es? —respondo mientras el pánico me sube por la garganta. Si el padre de Dain sabe que Xaden y los demás han estado suministrando armas a los voladores de grifos, hay muchas posibilidades de que esto sea una ejecución. —Viene del valle de abajo. —No veo una mierda ahí abajo —dice Bodhi, inclinándose sobre el borde de la mampostería. —Bueno, yo puedo —responde Liam—, y si son lo que creo que son, estamos jodidos. —No me digas lo que crees que son; dime de qué estás seguro —ordena Xaden. —La carta dice que esto es una prueba de su mando —lee el jefe de sección detrás de nosotros—. Tienes la opción de abandonar la aldea de nuestro enemigo o abandonar el mando de tu ala. —¿Qué demonios significa eso? —Bodhi se echa hacia atrás y agarra la carta. —Están poniendo a prueba nuestra lealtad sin decirlo. —Xaden cruza los brazos sobre el pecho, de pie a mi lado—. Según la misiva, si nos vamos ahora, llegaremos a la nueva ubicación del cuartel general de la Cuarta Ala en Eltuval a

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tiempo para cumplir nuestras órdenes para los Juegos de Guerra, pero si nos vamos, el puesto comercial de Resson y sus ocupantes serán destruidos. —¿Por qué? —pregunta Imogen. —Venin —responde Liam. Se me cae el estómago. —¿Estás seguro? —pregunta Xaden. Liam asiente. —Tan seguro como puedo estarlo sin haberlos visto antes. Son cuatro. Túnicas púrpuras. Venas rojas distendidas alrededor de ojos rojos brillantes. Espeluznante como la mierda. —Me parece bien. —El peso de Xaden cambia. —Me gustaba más cuando sólo entregábamos las armas —murmura Bodhi. —Ah, y un tipo con un bastón gigantesco. —Continúa Liam—. Y juro por Dunne que un segundo la llanura estaba despejada y al siguiente estaban... allí, caminando hacia las puertas. —Tiene los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas, mientras utiliza su habilidad para ver hasta el fondo del valle. —¿Venas rojas? —pregunta Imogen. —Porque la magia corrompe su sangre a medida que pierden su alma — murmuro, mirando a Xaden, preguntándome si recuerda lo que dijo Andarna la noche que tomamos el túnel hacia el campo de vuelo—. A la naturaleza le gusta todo en equilibrio. Todas las cabezas menos la de Liam giran hacia mí. —Si las fábulas son ciertas, al menos. —Una parte de mí espera que lo sean, o no sé casi nada sobre el enemigo de abajo. Por supuesto, si son ciertas... —Siete grifos han aterrizado junto a nosotros —me dice Tairn. Todos los demás se ponen rígidos, sin duda recibiendo el mismo mensaje de sus dragones. —Andarna, quédate con Tairn —le digo. Xaden puede confiar en los voladores, pero Andarna está casi indefensa. —De acuerdo —responde ella. —El tipo del bastón acaba de... —empieza a decir Liam. Suena una explosión que resuena en el valle poco arbolado, seguida de una columna de humo azul. El corazón me da un vuelco al verlo. —Esas eran las puertas —termina. —¿Cuánta gente vive en Resson? —pregunta Bodhi. —Más de trescientas —responde Imogen mientras otro estampido atraviesa el valle—. Ese es el puesto en el que hacen los oficios anuales.

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—Entonces bajemos. —Bodhi se gira y Xaden retrocede, bloqueándole el paso con una mano extendida—. Estás bromeando, ¿verdad? —No tenemos ni idea de en qué nos estamos metiendo. —El tono de Xaden me recuerda a ese primer día después del Parapeto. Está en pleno modo de mando. —¿Así que debemos quedarnos aquí mientras mueren civiles? —pregunta Bodhi, y yo me tenso. Todos lo hacemos, mirando a Xaden. —Eso no es lo que estoy diciendo. —Xaden sacude la cabeza. Tiene que elegir. Eso es lo que decía la misiva de los Juegos de Guerra. Puede abandonar esa aldea o a su mando, que ahora lo espera en Eltuval—. Esto no es un puto ejercicio de entrenamiento, Bodhi. Algunos, si no todos, vamos a morir si bajamos allí. Si hubiéramos sido asignados a un ala activa, habría líderes mucho más mayores y experimentados tomando esta decisión, pero no los hay. Si no estuviéramos marcados con reliquias de rebelión, si no hubiéramos estado ayudando al enemigo —su mirada se clava brevemente en la mía—, ni siquiera estaríamos aquí con esta elección. Así que, dejando a un lado la estructura de mando, ¿qué opinas? —Tenemos los números —dice Soleil, entrecerrando sus ojos marrones en el campo y golpeando rítmicamente con sus uñas verdes brillantes las almenas de piedra—. Y superioridad aérea. —Al menos no hay ningún wyvern. —Oteo el cielo para asegurarme. —¿Qué? —Bodhi enarca las cejas. —Wyvern. Las fábulas dicen que los venin los crearon para competir con los dragones y, en lugar de canalizar de ellos, canalizan el poder hacia ellos. — Esperemos que haya algo en ese libro que no sea verdad. —Sí, no nos metamos en líos. —Xaden me mira de reojo y luego estudia el cielo. —Hay cuatro venin y diez de nosotros —dice Garrick, alejándose del borde de la almena. —Tenemos las armas para matarlos —dice Liam, dando la espalda al valle—. Y Deigh me dijo que siete grifos voladores.... —Estamos aquí —dice la morena mayor del lago, bajando a zancadas por la almena desde la esquina sureste del puesto de avanzada—. Dejé el resto de la escuadra fuera cuando nos dimos cuenta de que su puesto de avanzada parece estar... abandonado. —Ella mira por encima de la muralla a las nubes de humo que se elevan desde el valle de abajo con una mirada de resignación, sus hombros caen—. No voy a pedirte que luches con nosotros. —¿No? —Las cejas de Garrick se levantan. —No. —Ella le dedica una sonrisa triste—. Cuatro de ellos equivale a una sentencia de muerte. El resto de mi escuadra está haciendo las paces con nuestros dioses. —Se vuelve hacia Xaden—. He venido a decirte que te vayas. No tienes ni idea de lo que son capaces de manejar. Sólo se necesitaron dos de ellos para derribar una ciudad entera el mes pasado. Dos. De. Ellos. Perdimos dos escuadrones tratando de detenerlos. Si hay cuatro ahí abajo... —Sacude la cabeza—. Están detrás de algo, y

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van a matar a cada persona en Resson para conseguirlo. Agarra tu motín y vete a casa mientras puedas. El miedo me oprime el pecho, pero me duele el corazón ante la idea de dejarlos morir. Va en contra de todo lo que defendemos, aunque no sean civiles navarros. —Tenemos dragones —dice Imogen, subiendo el tono—. Seguramente eso tiene que contar para algo. No tenemos miedo de luchar. —¿Tienen miedo a morir? ¿Alguno de ustedes ha visto combate? —La mirada de la morena nos recorre, y de repente me siento... joven al responder con nuestro silencio—. Pensaba que no. Tus dragones cuentan para algo. Pueden llevarte lejos y rápido. El fuego de dragón no los matará. Sólo las dagas que traes, y esas las tenemos. —Ella mira a Xaden—. Gracias por todo lo que has hecho. Nos has mantenido con vida estos dos últimos años y nos has dado una oportunidad de luchar. —Vas a bajar a morir —dice Xaden con naturalidad. —Sí. —Asiente mientras suena otra explosión—. Saca tu motín de aquí. Rápido. —Corriendo sobre sus talones, baja a zancadas por la muralla, con la cabeza alta antes de desaparecer en la torre del extremo opuesto. Xaden aprieta la mandíbula y puedo ver la batalla en sus ojos. Una pesadez insoportable se instala en mi estómago. Si nos vamos, todos morirán. Cada civil. Cada volador. No los habremos matado, pero seremos cómplices de sus muertes. Si luchamos, probablemente moriremos con ellos. Podemos vivir como cobardes o morir como jinetes. Los hombros de Xaden se enderezan, y la piedra en mi estómago se convierte en náuseas. Ha tomado una decisión. Puedo verlo en las líneas de su rostro, en la determinación de su postura. —Sgaeyl dice que nunca ha huido de una pelea, y hoy no será la primera. Y yo tampoco voy a quedarme de brazos cruzados mientras muere gente inocente. — Sacude la cabeza—. Pero no voy a ordenarles a ninguno de ustedes que se unan a mí. Soy responsable de todos ustedes. Ninguno de ustedes cruzó ese parapeto porque quiso. Ninguno de ustedes. Lo cruzaron porque hice un trato. Yo soy el que los obligó a entrar en el cuadrante, así que no voy a pensar mal de nadie que quiera volar para Eltuval en su lugar. Elijan. —Se pasa la mano por el cabello—. No te quiero en peligro. En un mundo perfecto, eso sería todo lo que necesitaría oír. —Si los demás pueden elegir, entonces yo también. Su mandíbula se flexiona. —Somos jinetes —dice Imogen cuando suena otra explosión—. Defendemos a los indefensos. Eso es lo que hacemos. —Salvaste a cada uno de nosotros aquí, primo —dice Bodhi—. Y te estamos agradecidos. Ahora, me gustaría hacer aquello para lo que nos hemos entrenado, y si

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eso significa que no vuelvo a casa, entonces supongo que mi alma será encomendada a Malek. De todos modos, no me importaría ver a mi madre. —Te diré lo mismo que hice después del Threshing de nuestro primer año, cuando decidimos empezar a sacar armamento de contrabando —dice Garrick—. Nos mantuviste vivos todos estos años; podemos decidir cómo morimos. Estoy contigo. —¡Exacto! —dice Soleil, tamborileando con las yemas de los dedos justo por encima de la daga enfundada en su muslo—. Me apunto. Liam da un paso adelante y se coloca a mi lado. —Vimos cómo ejecutaban a nuestros padres porque tuvieron el valor de hacer lo correcto. Me gustaría pensar que mi muerte sería igual de honorable. Se me aprieta el pecho. Sus padres murieron por sacar a la luz la verdad, mientras que los míos sacrificaron a mi hermano para mantener este atroz secreto. —De acuerdo. —Imogen asiente. Todos lo hacen. Uno a uno, todos aceptan, hasta que sólo quedo yo. Xaden capta mi mirada. Si crees que alguna vez convencerás a un Sorrengail de arriesgar su cuello por alguien fuera de sus fronteras, entonces eres un tonto. ¿No es eso lo que dijo el volador en el lago? A la mierda. —¿Tairn? —No sólo yo voy a la guerra. —Nos daremos un festín con sus huesos, Plateada. Gráfico, pero claro. No dejaré morir a inocentes, vivan del lado de la frontera que vivan. No dejaré que mis compañeros arriesguen sus vidas mientras yo huyo, a pesar de la súplica que veo en los ojos de Xaden. Al menos Rhiannon, Sawyer y Ridoc no están aquí. Vivirán para ser de segundo año. Mira lo entenderá. No me cabe duda de que ella haría lo mismo. Y en cuanto a mamá... La daga en su escritorio significa que lo sabe y no ha hecho nada para impedirlo. Supongo que seré el segundo hijo que sacrifica para mantener en secreto la existencia del venin. —He estado indefensa —le digo a Xaden, levantando la barbilla—. Y ahora soy un jinete. Los jinetes luchan. Los demás gritan de acuerdo. Un millar de emociones cruzan su rostro, pero Xaden sólo asiente mientras camina hacia las almenas.

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—Liam. Dame un informe. Su hermano adoptivo se mueve a su lado y se concentra. —Los voladores están comprometidos, los siete-seis. Parece que intentan alejar el fuego de los civiles, pero maldita sea, los venin están blandiendo un tipo de fuego que nunca había visto entre jinetes. Tres rodean la ciudad, y uno se dirige hacia una estructura en el centro. Una torre del reloj. Xaden asiente y nos divide por objetivos. Garrick y Soleil harán un barrido del perímetro para reconocimiento, mientras que el resto de nosotros apuntamos a los venin en varios lados de Resson, manteniendo un ojo en el avance de la torre del reloj a medida que nos acercamos a ella en cada paso por la ciudad. —La única forma de acabar con ellos es con dagas. —Eso significa que tendremos que desmontar y luchar una vez que llevemos a la gente del pueblo a cualquier lugar seguro que podamos encontrar —añade Garrick, con el rostro marcado por líneas sombrías—. No lancen sus únicas armas a menos que estén seguros de su puntería. Xaden asiente. —Salvar a tanta gente como puedas. Vámonos. Bajamos los escalones y atravesamos el silencioso patio, con Xaden a la cabeza. Cuando salimos del puesto avanzado, nuestros dragones esperan encaramados al borde de la cresta, moviendo su peso con agitación mientras observan el puesto comercial. Camino directamente entre Tairn y Sgaeyl. —Sabía que tomarías la decisión correcta —dice Sgaeyl, mirando hacia donde Xaden se acerca con Liam, sus pasos peligrosamente cerca del acantilado a mi izquierda—. Él también lo hizo. Aunque no le guste que te pongas en peligro, sabía que lo harías. —Bueno, él me conoce mucho mejor que yo a él. —Levanto una ceja. Parpadea. —Estás muy lejos de la chica temblorosa que estaba en el patio y trató de enmascarar su miedo después del Parapeto. Lo apruebo. —No estaba pidiendo tu aprobación. —Si voy a morir, bien podría ser honesta en mis últimos momentos. Se ríe y empuja la cabeza de Tairn con la suya, pero él está concentrado únicamente en el puesto comercial. El terreno rocoso cruje bajo mis botas mientras camino por debajo de Tairn hasta donde Andarna se encuentra entre sus patas delanteras, observando cómo se desarrolla el ataque bajo nosotros. Me pongo justo delante de ella, impidiéndole ver lo que tiene que ser una carnicería. —Quédate aquí y escóndete. —No voy a llevar a una niña a la batalla, punto.

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—“Quédate aquí” —refunfuña sarcástica en respuesta. Contengo una sonrisa triste. Es una pena que no vaya a verla pasar por su rebeldía adolescente. —De acuerdo. —Tairn me inclina un hombro—. Eres un objetivo, pequeña. —Lo digo en serio —ordeno a Andarna, acariciando mi mano sobre su nariz escamosa—. Si no hemos vuelto por la mañana, o si crees que se acercan venin, vuela a casa, al Valle. Ponte detrás de las protecciones pase lo que pase. Sus fosas nasales se agitan. —No voy a dejarte. Me duele tanto el pecho que lucho contra el impulso de frotarme la zona por encima del corazón, pero en lugar de eso cuadro los hombros. Hay que decirlo. —Sentirás el momento en que sabrás que no hay nada que dejar. Y puede que te rompa el corazón, pero cuando lo sientas, volarás. Prométeme que volarás. Pasan latidos antes de que Andarna finalmente asiente. —Vete —susurro, acariciando su hermosa mandíbula por última vez. Estará bien. Volverá al Valle. No puedo permitirme creer otra cosa. Ella se da la vuelta y se dirige al puesto de avanzada, y yo me recompongo y camino entre las patas delanteras de Tairn, echando un último y rápido vistazo al Valle. Xaden y Liam están a mi derecha, haciendo lo mismo. Un chillido rasga el aire, y un enorme dragón gris emerge de un valle dos cordilleras al sur... a través de la frontera Poromish. Mete sus dos patas bajo su enorme cuerpo mientras vuela lejos de nosotros, dirigiéndose directamente hacia Resson. —¿Tenemos un motín cerca? —pregunta Liam. —No —responde Xaden. Es como si el suelo bajo mis pies se moviera. Juraría que he visto un motín de dragones al otro lado de la frontera. ¿No es eso lo que Mira dijo en Montserrat? El dragón chilla de nuevo y arroja un reguero de fuego azul por la ladera de la montaña, prendiendo fuego a algunos de los árboles más pequeños antes de llegar a las llanuras donde se encuentra Resson. Fuego. Azul. No. No. No. —Wyvern. —Mi corazón se lanza a mi garganta—. Xaden, tiene dos patas, no cuatro. No es un dragón. Es un wyvern. —Tal vez si lo digo unas cuantas veces más, creeré lo que estoy viendo. Santa. Mierda. ¿Es esto lo que el liderazgo ha estado ocultando? Se supone que son mitos, no seres de carne y hueso. Pero también lo son los venin.

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—Bueno, ahí se fue nuestra superioridad aérea —dice Imogen frente a nosotros, y luego se encoge de hombros—. Que se jodan. Ellos también pueden morir. —Han creado abominaciones —dice Tairn, con un gruñido grave retumbando en su pecho. —¿Lo sabías? —Lo sospechaba. ¿Por qué crees que he sido tan duro contigo durante las maniobras de vuelo? —Tú y yo vamos a tener que trabajar en nuestras habilidades de comunicación. —Supongo que ahora conocemos todos los detalles —dice Liam. —¿Alguien quiere cambiar de opinión? —pregunta Xaden por la línea. Ninguno contesta—. ¿No? Entonces monten. Camino hacia el hombro de Tairn mientras Xaden se acerca a mí. —Date la vuelta, Violencia —ordena, y yo giro, mirándolo. Desenvaina una de sus dagas y la desliza en el lugar vacío que tengo en las costillas—. Ahora tienes dos. —¿No vas a sermonearme sobre la seguridad en el puesto de avanzada? — pregunto, con las emociones a flor de piel ante su cercanía. Me ha ocultado todo esto y, sin embargo, me duele el pecho con solo mirarlo. —Si te pidiera que te quedaras, ¿lo harías? —Sus ojos se clavaron en los míos. —No. —Exactamente. Intento no buscar peleas que sé que no puedo ganar. Mis ojos se encienden. —Hablando de saber que ganaras peleas, el general Melgren sabrá lo que ha pasado aquí. Él será capaz de ver el resultado de la batalla, incluso ahora. Sacude la cabeza lentamente y se señala el cuello, la reliquia de rebelión que serpentea alrededor de su garganta. —¿Recuerdas que te dije que me di cuenta de que era un don, no una maldición? —Sí. —Cuando estaba en su cama. —Sólo confía en mí, debido a esto, Melgren no puede ver una maldita cosa. Mis labios se separan, recordando a Melgren diciendo que le gustaba ver a Xaden una vez al año. —¿Algún otro secreto que me estés ocultando? —Sí. —Me acaricia el cuello y se inclina hacia mí—. Mantente viva y te prometo que te contaré lo que quieras saber. La simple confesión me estruja el corazón. Por muy enojada que esté, no puedo imaginarme un mundo sin él.

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—Te necesito para sobrevivir a esto, aunque odie seguir amándote. —Puedo vivir con eso. —Se le levanta una comisura de los labios, suelta la mano y se aleja de mí, en dirección a Sgaeyl. Tairn vuelve a bajar el hombro y yo monto, acomodándome en la silla y atándome los muslos después de asegurar mi mochila detrás del asiento. Ha llegado la hora. —Busca un buen escondite, Andarna. No soporto la idea de que te hagan daño. —Ve por la garganta —dice, entrando en el puesto abandonado. Sgaeyl se lanza a mi derecha, y sujeto con fuerza las empuñaduras cuando Tairn salta hacia el cielo con grandes y pesados golpes de sus alas. —Hay algo en ese puesto comercial. Todos lo sentimos —dice Tairn mientras se inclina junto a Sgaeyl y cae en picado desde la cresta de la montaña, dejándome el estómago atrás. Las correas de la silla se me clavan en los muslos, pero cumplen su función y me mantienen sentada mientras me bajo las gafas de montar para protegerme los ojos del viento. Volamos hacia la sombra, el sol se oculta tras los Acantilados de Dralor y ensombrece la tarde. Otra explosión golpea, esta vez llevándose por delante un trozo de los altos muros de piedra del puesto mientras Tairn arranca, esquivando por poco a un jinete de grifos y llevándonos a nivel a través del puesto, volando demasiado rápido para oír algo más que los gritos de la gente del pueblo mientras corren por las calles, huyendo hacia el éxodo a las puertas del puesto. —¿A dónde fue el wyvern? —le pregunto a Tairn. —Se retiró al valle. No te preocupes, volverá. Oh. Alegría. Mi mirada recorre los tejados del pequeño puesto hasta que veo-lo-que-seaque-él-sea. Hay una figura en lo alto de una torre del reloj de madera, con una túnica púrpura que ondea al viento mientras lanza llamas azules como dagas a los civiles de abajo. Es más aterrador de lo que cualquier ilustrador podría haber representado, con ríos de venas rojas abriéndose en todas direcciones alrededor de unos ojos sin alma consumidos por la magia. Su rostro es demacrado, con pómulos afilados y labios finos, una mano nudosa agarrando un largo bastón rojo de una madera deforme. —¡Tairn! —Sí, vamos. —Tairn se aleja de Sgaeyl, nos arrastra en un giro brusco y nos lleva al pueblo. Después de un par de golpes de alas, sale fuego de su boca e incinera la torre del reloj en un sobrevuelo. —¡Lo tengo! —Giro en la silla de montar, observando cómo la estructura de madera se derrumba por la explosión. Sin embargo, es sólo cuestión de segundos antes de que el venin salga de entre las llamas, y no tiene ni un rasguño—. Joder. Sigue ahí —grito mientras atajamos por el puesto para llegar a nuestra zona asignada,

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dándome una patada mental por pensar que podría haber sido tan sencillo. Hay una razón por la que estas criaturas forman parte de las pesadillas de la mayoría de los navarros, y no es porque sean fáciles de matar. Tenemos que acercarnos lo suficiente para clavarle una daga. Me giro hacia delante justo a tiempo para ver cómo una gigantesca masa de alas y dientes se cruza en nuestro camino con un chirrido ensordecedor, y la cola de Tairn choca contra los muros de piedra que hay detrás de mí, desprendiendo la mampostería mientras esquiva al wyvern. Apenas esquivamos el silbido de fuego azul que brota de su boca y prende fuego a un árbol cercano. —¡El wyvern ha vuelto! —Ese es otro —espeta Tairn—. Estoy transmitiendo órdenes a los demás. Por supuesto que lo es. Xaden puede comandar a los jinetes en este campo, pero Tairn claramente lidera a los dragones. El wyvern gira sobre sí mismo y se dirige hacia el centro de la ciudad, replegando dos patas y batiendo alas en forma de telaraña. Lleva una jinete con un equipo de vuelo granate que se parece al nuestro, y sus ojos son del mismo espeluznante color rojo que el venin de la torre del reloj. —Xaden, hay más de un wyvern. Hay un momento de silencio, pero puedo sentir la conmoción palpable de Xaden, luego la rabia. —Si te separas de Tairn, avisa y lucha hasta que yo llegue. —No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. No voy a dejar que se me escape, líder de ala —gruñe Tairn cuando veo por primera vez el espacio aéreo sobre la ciudad, inundado de dragones, grifos y wyvern, como en la fábula de la creación. —Soleil encontró una entrada sellada a lo que parece ser una mina —dice Xaden—. Necesito... Tairn se vuelve bruscamente, virando hacia las montañas. —… que veas si puedes poner algo de cobertura para que Garrick y Bodhi puedan evacuar a la gente del pueblo —termina de decir—. Liam está en camino. —En ello. —Mi pulso salta—. Tairn, no puedo apuntar. —Lo harás —dice como si fuera una conclusión inevitable—. Las órdenes se están dispersando entre los grifos. —¿Los dragones pueden hablar con los grifos? —Mis cejas se disparan. —Naturalmente. ¿Cómo crees que nos comunicábamos antes de que los humanos se involucraran? Me agacho sobre su cuello mientras sobrevolamos la ciudad, pasando por encima de una clínica, lo que parece ser una escuela y filas y filas de un mercado al aire libre que está ardiendo. No hay rastro del venin de túnica púrpura que vimos por primera vez mientras navegamos sobre el cuerpo arrugado de un grifo y su jinete

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cerca del centro de la ciudad. Se me revuelve el estómago, sobre todo cuando veo a un wyvern dando vueltas hacia ellos y a Sgaeyl en rumbo de intercepción. —Ella puede defenderse —me recuerda Tairn—. Y él también puede. Tenemos órdenes. Concéntrate. Concéntrate. Claro. Pasamos junto a familias que huyen de sus casas en ruinas y luego cruzamos las murallas de la ciudad en dirección a la abertura en la ladera de la montaña donde el Cola de Garra Marrón de Soleil clava su cola en los tablones de madera que cubren el túnel abandonado. Hay algunas dependencias a lo largo de la carretera, pero no mucho más. Tairn tira con fuerza hacia la izquierda cuando nos acercamos, la correa se me clava en las piernas cuando mi peso se desplaza en la silla con el brusco movimiento. Luego agita las alas para cernirse frente a Soleil, de cara a Resson y a la multitud vociferante que recorre los cien metros que separan las murallas de la ciudad de nosotros, encabezada por un par de grifos y sus voladores que miran continuamente detrás de ellos, escudriñando los cielos. Pero lo que no ven es al venin que se dirige hacia nosotros desde el norte de la puerta, observando el movimiento de la multitud con una mirada roja y entrecerrada. Las venas a ambos lados de sus ojos son más pronunciadas que las del jinete anterior, y su larga túnica azul me recuerda al portador del bastón que sobrevivió a la explosión de la torre del reloj. —Ya se lo he dicho a Fuil. Ella protegerá a Soleil —dice Tairn, acercándose a la amenaza. —Aléjanos de la multitud. —El poder ya chisporrotea bajo mi piel. Una niña tropieza en el camino de tierra, y mi corazón da un vuelco cuando su padre la toma en brazos y sigue corriendo. Deigh pasa, y lo veo aterrizar por el rabillo del ojo mientras levanto los brazos y dejo que mi poder se libere, concentrándome en el venin. Un rayo se resquebraja. Una parte de la muralla se desmorona. Joder. —Sigan adelante. ¡Deigh dice que necesitan más tiempo! —insta Tairn. Cometo el error de girar sobre la silla de montar, y me doy cuenta de que tanto Liam como Soleil están fuera de sus dragones, guiando a la gente del pueblo hacia la mina, mientras que Deigh y Fuil vigilan ambos lados del camino de evacuación. Si ocurre algo, si uno de esos wyvern que rondan el pueblo decide darse cuenta, son vulnerables. Pero también lo son las personas a las que protegen. Un trío de grifos llega volando, los tres llevan a los ciudadanos colgando de sus garras, los dejan en la entrada de la mina y regresan para otra carrera.

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La energía me recorre y apunto un rayo contra la venin, que hace añicos una dependencia situada en la ladera de la colina, a nuestra derecha. Las tablas se rompen y la madera vuela al derrumbarse. La atención de la venin se desvía hacia arriba, y mi estómago se retuerce cuando me ve. Hay pura malicia en sus ojos rojos cuando estira la mano izquierda hacia delante y luego la gira, empuñando el aire. Las rocas caen por la ladera de la montaña. Soleil levanta las manos y detiene el deslizamiento antes de que aplaste a la gente que corre hacia la mina. Sus brazos tiemblan, pero las rocas caen a ambos lados del camino de evacuación, dejando libre la vía de escape. Me vuelvo hacia la venin y jadeo. La fuerza bruta se palpa en el aire, erizando los vellos de mis brazos mientras la venin se yergue con las palmas de las manos bajadas hacia el suelo. La hierba a su alrededor se vuelve marrón, luego las flores de los arbustos de trébol silvestre se marchitan y las hojas se encrespan, perdiendo todo su color. —Tairn, ¿está ella...? —Canalizando —gruñe. Lanzo otra llamarada de energía mientras la plaga se extiende desde la venin, como si estuviera drenando la esencia misma de la tierra, pero golpea demasiado cerca del camino y del rezagado que corre hacia la seguridad, para mi comodidad. —Cuidado. Deigh dice que ese edificio al otro lado de la carretera tiene una caja de algo marcado con el escudo de la familia de Liam —me dice Tairn mientras disparo otra ráfaga que no llega ni de lejos a la venin—. Dice que es muy... inestable —termina, haciendo una pausa mientras transmite la información. —No me preocupa el edificio —respondo mientras el círculo de la muerte se expande bajo las alas batientes de Tairn, y extraigo más poder de Tairn, preparándome para atacar de nuevo. Soleil carga hacia la venin con Fuil pisándole los talones, con la daga en la mano y preparada mientras el resto del grupo de pueblerinos se adentra en el túnel. Todo esto vale la pena mientras sobrevivan. La ola de muerte empuja hacia delante desde la venin, fluyendo hacia fuera y alcanzando al civil que huye en medio del camino. Cae al suelo y grita sin emitir sonido, acurrucándose sobre sí mismo mientras su cuerpo se convierte en una cáscara. El aire se congela en mis pulmones y mi corazón tartamudea. La venin sólo... —¡Soleil! —grito, pero ya es demasiado tarde. La de tercer año tropieza unos pasos en la zona muerta, su dragón la alcanza mientras ambos se doblan y caen, Fuil lanzando una nube de tierra con su fuerte impacto.

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Se secan en cuestión de segundos, sus cuerpos se arrugan. Un torno se aprieta alrededor de mi pecho, y por un segundo, no puedo respirar. La venin tiene aún más poder ahora. —¡Díselo a Deigh! —Miro por encima del hombro y veo a Liam corriendo hacia Deigh. Necesita tiempo. —Ya está hecho. —Tairn rueda a la izquierda mientras una bola de fuego se nos echa encima, la primera de una andanada que nos hace retroceder por el camino. —Perdimos a Soleil —le digo a Xaden. El único reconocimiento es una oleada de pena, y sé que es suya. Los grifos alzan el vuelo, sus jinetes blanden lo que parece magia menor contra los venin mientras dos wyvern se acercan, ambos sin jinete. —Diles que cambien de táctica. No tienen ninguna posibilidad si no pueden acercarse a ese venin —le digo a Tairn. Los grifos cambian de rumbo y yo vuelvo a perder mi poder, golpeando más cerca de la venin. Me mira fijamente y se gira al oír el batir de las alas. Garrick y los otros marcados de tercer año están llegando. La superan en número, y maldita sea, espero que lo sepa. Los grifos se unen y atacan a uno de los wyvern que se aproxima mientras Liam monta y Deigh se lanza, escapando del anillo de muerte que se extiende, pero el otro wyvern se agacha y se dirige hacia el venin. Justo en el camino para pasar por edificio anexo. —Dijiste que ese edificio tiene material inestable, ¿verdad? —pregunto. —Sí. No puedo estar segura de acertar, pero... —Excelente idea. Tairn nos coloca en posición, flotando a unos seis metros por encima del suelo, mientras Liam vuela hacia los grifos que tenemos encima, blandiendo lanzas de hielo contra la garganta del wyvern herido. La sangre corre a raudales mientras el wyvern cae del cielo con un grito desgarrador. Uno menos. La venin llega a la carretera y el wyvern derrapa hasta aterrizar en el camino de tierra para que ella pueda montar. —¡Ahora! —grito. Tairn inspira hondo y exhala fuego puro cuando el wyvern despega, haciendo que la dependencia se convierta en una llamarada que prende fuego a todo lo que haya dentro. El calor me llega a la cara y me chamusca la mejilla cuando el edificio explota y lo envuelve todo.

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La tormenta de fuego casi nos alcanza, pero Tairn se desvía a la izquierda, esquivando la explosión por poco. Grito, levantando el puño mientras damos media vuelta y el viento me alivia el escozor de la mejilla. Hemos derribado un wyvern, evacuado a buena parte de la población y es imposible que algo haya sobrevivido a la explosión. Tairn baja el ala derecha y giramos bruscamente, preparándonos para atravesar de nuevo la ciudad. Miro a la derecha y jadeo. La explosión no sólo no ha matado al wyvern, sino que su jinete sigue vivo y volando hacia... Mierda. Mierda. Mierda. Hay más wyvern que dragones saliendo del valle hacia el sur, y me esfuerzo por no entrar en pánico cuando un fuego azul abrasador pasa junto a nosotros. Giro sobre la silla y veo a un wyvern pisándonos los talones, acercándose a una velocidad aterradora mientras rodeamos los muros del puesto. —¿Alguna idea de cómo matar a tantos wyvern? —le pregunto a Tairn, con el pánico sentado en mi pecho como un ancla que amenaza con hundirme en el caos de mis pensamientos. Hay al menos seis wyvern, por lo que puedo ver, todos con una envergadura aterradora y dientes afilados, y se dirigen directamente hacia nosotros. —Los mismos métodos que pueden matarnos —dice Tairn, guiando al wyvern lejos del centro del puesto, donde Garrick y Bodhi están a pie, persiguiendo a los venin desde la torre del reloj, dagas en mano. —¡No tengo exactamente un perno cruzado a mano! —No, pero tienes un rayo, y un rayo detendrá el corazón de cualquier dragón. —Dime que avisaste a los demás de cómo murieron Soleil y Fuil. —Todos los que tocan el suelo son vulnerables. —Todos saben a lo que se arriesgan. Dioses, todavía hay niños ahí abajo, algunos gritando, otros en un silencio desgarrador mientras sus madres arrastran sus cadáveres de las calles. No hay palabras. —Tenemos que alejarlos de la ciudad —le digo a Xaden, dándome la vuelta en la silla todo lo que me permiten las bandas que me cruzan los muslos para tener una mejor perspectiva del espacio aéreo y de los wyvern, algunos de los cuales parecían haber aminorado la marcha para rodear los restos de la torre del reloj. —Lo que quieran debe estar ahí —dice Tairn. —De acuerdo en ambas cosas. Haz lo que puedas para dar tiempo al resto a evacuar —responde Xaden—. Estamos despejando el borde de la ciudad ahora. —Hace una pausa, y una onda de preocupación atraviesa nuestra barrera emocional—. Intenta no morir. —Trabajando en ello.

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Un wyvern se zambulle para volver a subir con una pierna humana colgando de entre sus dientes. Damos media vuelta y nos dirigimos al sur por el puesto comercial, lejos del centro de la ciudad y de lo que sea que estén haciendo Bodhi y Garrick. —No nos siguen —gruñe Tairn—. Tendremos que atraerlos. —A ese venin no parecía gustarle cuando blandía el rayo. —Eres una amenaza. —Así que llamemos su atención y amenacemos. Gruñe en señal de aprobación. Abro las compuertas del poder de Tairn y dejo que se agite bajo mi piel. En cuanto salimos de las murallas, alzo las manos y dejo que se libere. Un relámpago ilumina el cielo y nos hace llamar la atención de la horda de wyvern, uno de los cuales se desprende de su patrón de vuelo y se eleva en nuestra dirección, agitando tras de sí sus colas envenenadas. Quizá no fuera la mejor idea. —Ahora estamos comprometidos —me recuerda Tairn. Bien. Por fin están fuera de las murallas de la ciudad. Invoco más poder y empuño, con los brazos temblorosos por el esfuerzo de controlar el diluvio de energía bruta. Un rayo cae una vez, pero no alcanza al wyvern por más de lo que me gustaría admitir. El pavor me llena la boca con el sabor de la ceniza. No estoy preparada para esto. —Inténtalo de nuevo. —No tengo suficiente control... —¡Inténtalo de nuevo! —exige Tairn. Vuelvo a invocar mi poder, derribando los muros que separan a Tairn de mí, y más energía de la que él canaliza me atraviesa. Un relámpago divide el cielo oscuro en una explosión tan brillante que parpadeo. —¡Otra vez! Dejo que el poder me domine una y otra vez, concentrándome en la ubicación del wyvern mientras Tairn esquiva ráfagas de fuego azul. Finalmente, un golpe alcanza al que está detrás de nosotros, haciéndolo caer del cielo. Choca contra la ladera con un satisfactorio estruendo. —¿Y el venin al que está unido? —Tiemblo por el esfuerzo de controlar el poder, luchando para que no me domine. El sudor me resbala por la cara. —Esperemos que sean como nosotros. Mata al wyvern y el jinete muere, pero es difícil saberlo con tantos sin jinete.

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—“Esperemos” no es la mejor palabra en este momento... —Me giro en la silla de montar y observo horrorizada cómo otros dos wyvern sin jinete salen volando del valle—. Los civiles necesitan más tiempo para llegar a la mina. Vamos a dárselo. Tairn gruñe de acuerdo, y volvemos a toda velocidad sobre el poste. Xaden tiene a un wyvern agarrado por el cuello, estrangulándolo con sombras mientras uno de tercer año lanza hielo contra su jinete, y los otros cuatro están haciendo todo lo posible para hacer retroceder a los recién llegados con una combinación de fuego de dragón y magia. El poder me recorre en una oleada tras otra, mientras esgrimo más rayos de los que he practicado nunca. Giro el brazo y dirijo otro rayo hacia un wyvern que vuela cerca de la puerta principal, o lo que solía ser la puerta principal. No le doy al wyvern, pero golpeo una torre vacía, lanzando piedras en todas direcciones, y un trozo grande golpea a un wyvern en la cola y lo hace girar en el aire. Tairn realiza otro giro brusco y volvemos a dar la vuelta. Respiro hondo y lanzo un rayo, que impacta directamente en la parte superior de la espalda del wyvern con un chisporroteo satisfactorio. La bestia gigante chilla y se estrella contra una ladera cercana con un estruendo atronador. Dando la vuelta de nuevo para otra pasada, y embriagada por mi reciente muerte, lanzo tres rayos más en rápida sucesión. Por desgracia, más velocidad no se traduce en más precisión, y el subidón de adrenalina tampoco ayuda a mi puntería. Sin embargo, consigo provocar otras tres explosiones alarmantes, una de las cuales distrae a un wyvern bastante grande que había estado pisándole los talones a Bodhi, dándole un momento de ventaja, que su dragón aprovecha para girar bruscamente a la izquierda, acercarse por detrás del wyvern y clavarle los dientes en su correoso cuello gris. Se oye un ominoso crujido y, a continuación, el dragón de Bodhi suelta el cuerpo sin vida del wyvern, dejándolo caer al suelo a quince metros de profundidad. —¡A la izquierda! —grito cuando dos wyvern más aparecen en nuestro flanco trasero. Dejo las maniobras evasivas en manos de Tairn y me concentro en asestar tantos golpes como sea posible a medida que los wyvern ganan velocidad sobre nosotros. Me tiemblan los brazos, cada vez más débiles con cada rayo que intento controlar para no golpear a nuestros jinetes. Sgaeyl está en el lado oeste del puesto de avanzada, y se me sube el corazón a la garganta cuando vuela bajo y Xaden realiza un impresionante salto en carrera desde su espalda, aterrizando con una voltereta en la calle de abajo. Casi de inmediato, las sombras se extienden en todas direcciones y cubren a la gente que grita mientras intentan correr para ponerse a cubierto de las fauces gruñidoras de un wyvern hambriento. Uno de los wyvern que me pisa los talones debe de notar que Xaden está fuera de la silla, porque pliega las alas por un momento, lanzándose al suelo, solo para ensancharlas y arrancar en el último momento, planeando a escasos metros por

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encima de las sedosas sombras. Mierda. Se dirige directamente hacia Xaden, con la mandíbula abierta como si planease arrebatarle un bocado rápido. —¡Xaden! —grito, pero él ya se ha fijado en el wyvern, lanzando una cuerda de sombras por encima de los edificios en un lazo perfecto alrededor de la cabeza de Sgaeyl, y ella lo levanta del suelo y lo aparta de la trayectoria del wyvern que se aproxima. En un momento Xaden está colgando de la cuerda de sombras y al siguiente está de vuelta en su silla de montar mientras Sgaeyl se lanza a otra pasada baja por la ciudad. Pero estaba tan concentrada en Xaden que me olvidé por completo del wyvern que me pisaba los talones. Sin embargo, Tairn no lo ha hecho y empieza a subir cada vez más alto, guiando al wyvern desde el poste mientras gana altura con una rapidez nauseabunda. —¡Violencia! —grita Xaden—. ¡Debajo de ti! Miro hacia abajo y jadeo. Un chorro de fuego azul se eleva hacia nosotros. —¡Bank! Tairn gira a la izquierda, y mi culo abandona la silla, sujeta sólo por las correas, mientras él nos pone boca abajo para evitar por poco la explosión. Pero cuando se endereza, el wyvern sigue sobre nosotros. El corazón se me sube a la garganta cuando su boca se abre de par en par y sus dientes afilados y ensangrentados chasquean al abalanzarse sobre el costado de Tairn. —¡No! —Levanto los brazos para lanzar un rayo en su dirección y me preparo para el impacto. Un borrón azul se dispara entre nosotros y el wyvern es derribado por el cuerpo de un dragón azul, Sgaeyl. Su mandíbula desgarra el costado del wyvern de varios mordiscos rápidos y brutales, la carne se desgarra y la sangre salpica en la comida en el aire más despiadada que he visto jamás. A continuación, da una voltereta y atrapa al devorado wyvern por la cabeza con su cola de daga, enviando su cuerpo muerto volando varios cientos de metros antes de estrellarse contra el suelo. Sgaeyl acelera, se inclina y pasa volando junto a nosotros, su ala se desliza bajo la de Tairn casi con afecto, lo que contrasta por completo con la mirada amenazadora que parece dirigirme, con la sangre wyvern goteando aún de sus fauces. Mensaje recibido. A ella le toca vigilar la espalda de Xaden, y a mí vigilar la de Tairn. Doy una vuelta rápida sobre mi montura, comprobando todos nuestros flancos en busca de más wyvern, y luego le digo a Tairn: —Subamos para que podamos hacer un mejor recuento de a qué nos enfrentamos. Apenas hemos sobrevolado la ciudad unos treinta metros cuando veo a Liam y a Deigh volando a toda velocidad en dirección contraria, con un venin montado en un wyvern detrás. —¡Liam necesita ayuda! —me apresuro a explicar.

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—En marcha —dice Tairn, volteándonos en el aire. Nos quedamos suspendidos en el aire durante un segundo antes de que sus enormes alas capten el aire y nos giren de modo que nos dirigimos directamente hacia Liam. El venin levanta una especie de bastón y lanza bolas de llamas azules contra Deigh, pero éste consigue esquivarlas todas mientras Liam se levanta y corre a lo largo de la columna vertebral de Deigh hacia su cola de daga. En el último segundo, Deigh utiliza su cola para lanzar a Liam por los aires hacia el wyvern. Ni siquiera tengo tiempo de gritar antes de que aterrice en cuclillas sobre la retaguardia del wyvern y saque una de las dagas rúnicas como las dos que me dio Xaden. El venin se da la vuelta, levantando su bastón, pero Liam es brutalmente rápido y corta la garganta del venin con una precisión enfermiza. El wyvern deja de batir sus alas en cuestión de segundos, su pesado cuerpo cae libremente al suelo, y Liam salta desde su espalda justo cuando Deigh vuela por debajo, atrapándolo fácilmente. Un wyvern vuela hacia nosotros desde la izquierda, acercándose con grandes batidos de sus alas. —¡Tairn! —Mis venas se llenan de energía y alzo las manos, pero Tairn rueda y pone mi mundo patas arriba mientras recorre con sus garras y su cola estrellada al wyvern, desde la garganta hasta la cola, abriéndolo en el aire, y luego se nivela mientras el wyvern traza un sangriento camino hacia el suelo. El subidón en mi cabeza es el resultado de algo más que las acrobacias de Tairn. Por primera vez desde que acordamos tratar de defender a los civiles en este puesto comercial, desde que nos dijeron que había cuatro venin y que no había forma de que pudiéramos ganar, un poco del pánico que se asienta en mi pecho comienza a aliviarse. Tal vez podamos sobrevivir hoy. Tal vez. Justo entonces, otro wyvern cae de una nube sobre nosotros, lanzándose hacia Tairn, ganando velocidad mientras repliega sus alas, convirtiéndose en una lanza con punta de dientes. No hay tiempo para maniobras evasivas. Faltan segundos, pero el rojo llena mi visión y Deigh está allí, chocando contra el costado de la enorme bestia gris. No hay respiro de alivio cuando la colisión lanza a Liam fuera de la espalda de Deigh y a través de la base del cuello de Tairn a una velocidad vertiginosa. —¡Violet! —¡Liam! —Agarro sus manos mientras se desliza a mi lado y se aferra. Se me escapa un grito cuando mis hombros estallan y se subluxan por el esfuerzo de sostener su peso, y Tairn gira bruscamente para seguir a Deigh—. ¡Sujétate! Con una mueca de dolor, Liam se arrastra hacia delante sobre los codos a pesar del ángulo imposible, y luego se agarra a las empuñaduras de la silla de montar. Me arrojo sobre él, protegiéndole la cabeza y aferrándome con todo lo que tengo mientras Tairn rueda y se balancea para mantenerse cerca pero lejos de Deigh y del enorme wyvern gris.

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Enzarzados en una batalla a sólo unos metros de distancia, sus garras destrozan las escamas del otro entre chasquidos de dientes y los catastróficos rugidos de dolor de Deigh. Están demasiado cerca para que pueda actuar, y no hay garantía de que alcance al wyvern y no a Deigh con mi rayo. No puedo hacer otra cosa que asegurar a Liam. Agarro el cinturón abdominal que nunca uso, lo enrollo alrededor del torso de Liam y lo abrocho. —Esto debería aguantarte hasta que podamos llevarte de vuelta con Deigh, ¡pero no puedo invocarlo sin golpearle! —grito mientras el viento azota a nuestro alrededor. La agonía de sus ojos me roba el aliento. —¿Por qué has hecho eso? —grito, mis dedos buscan un punto de apoyo en sus cueros para acercarlo. Agarro la parte de atrás de su cuello y tiro—. ¿Por qué te arriesgaste? —Dioses, si les pasa algo... Su mirada choca con la mía. —Esa cosa iba a destrozar a Tairn. Me has salvado la vida y ahora es mi turno. No importa lo que pienses de mí por guardar secretos, somos amigos, Violet. La respuesta es imposible, ya que Tairn rueda de nuevo, levantando todo el cuerpo de Liam, y el cinturón de cuero se desliza hasta justo debajo de sus brazos. Pongo mis manos en la parte trasera de su mono de vuelo, pero no hay mucho a lo que agarrarse. Los latidos del corazón pasan y no puedo respirar, no puedo pensar más allá de la desesperación por mantener a Liam a salvo, hasta que Tairn se nivela de nuevo, tratando de mantenerse lo más cerca posible de Deigh sin arriesgar a ninguno de nosotros en el proceso. Pero entonces el grito de Deigh me cala hasta los huesos cuando ambos se lanzan en picado. —¿No puedes hacer algo? —le ruego a Tairn. —¡Trabajando en ello! —Cabecea a la derecha y cae en picado, colocándose alrededor del duelo de espirales descendentes para golpear. Deberíamos ser nosotros los que lucháramos por nuestras vidas, no Liam y Deigh. Y los dioses, Deigh está perdiendo, lo que significa Liam… Se me contrae la garganta. No. No va a pasar. —¡Ven aquí! —le grito a Xaden. La energía crepita a través de mis manos, pero no hay un objetivo claro. Se mueven demasiado rápido. —¡Estoy cazando un venin en las murallas! —responde. —¡Deigh está luchando por su vida! El latido de terror que me oprime el pecho como una prensa no es mío. Es el de Xaden. —¡Si me voy, estos civiles están todos muertos!

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Estamos solos. Un rápido vistazo al campo me dice que todos los demás dragones están enzarzados en su propia batalla. La cola de Tairn se balancea hacia fuera, golpeando los cuartos traseros del wyvern, y sale ensangrentada, pero la maldita cosa no suelta a Deigh. Sus garras se flexionan y se hunden aún más bajo las escamas rojas. —¡Deigh! —el grito de Liam es crudo, su voz se quiebra al final. Tairn arremete contra el hombro del wyvern y le arranca sangre, pero no es suficiente. Gira para conseguir un mejor ángulo sobre el wyvern, y la fuerza casi le cuesta el agarre a Liam, pero la hebilla resiste. Otro wyvern sin jinete vuela hacia nosotros desde la derecha. —¡Por la derecha! Tairn azota su cuerpo más rápido que nunca y arranca la garganta de la nueva amenaza, sacudiendo al wyvern como a un muñeco, luego suelta sus mandíbulas y deja que la cosa caiga cientos de metros hasta la ladera de la montaña de abajo. Entonces Tairn se zambulle para alcanzar a Deigh y al wyvern mientras corren hacia el suelo. El miedo se instala en mi pecho, ominoso y pesado. —¡Estamos en camino! —dice Xaden. Pero llegará demasiado tarde. —¡Violet! —grita Liam por encima del viento, y yo desvío mi atención de la espantosa batalla que se libra a nuestro lado mientras descendemos en espiral—. Tenemos que eliminar a los jinetes. —¡Lo sé! —respondo—. ¡Lo haremos! —Sólo tiene que aguantar. Ambos lo hacen. —No, quiero decir que es el... Tairn arremete de nuevo, y salimos despedidos hacia un lado mientras hace otro agujero en las alas del wyvern con los dientes, rastrillando su cola con las garras, pero la criatura tiene a Deigh en un cerrojo mortal. Sus alas están destrozadas ahora, pero no parece importarle mientras sus garras se clavan en el vientre de Deigh, como si estuviera dispuesto a morir sin pensar para matar. —Todo va a salir bien —le prometo a Liam, con el viento escociéndome las mejillas. Todo tiene que ir bien; aunque el suelo se nos eche encima, cada vez más cerca, tiene que ir bien. Deigh vuelve a gritar, el sonido es más débil y agudo que el anterior. Es un grito. —¡Tenemos que subir! —advierte Tairn. —¡Se está muriendo! —Liam se lanza sobre la espalda de Tairn, alcanzando a su dragón como si así pudiera tocar al Cola de Daga Roja por última vez.

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—Aguanta... —empiezo a decir, pero el grito de dolor de Deigh me cierra la garganta, estrangulando las palabras. Lo están destripando y no podemos hacer nada. El wyvern ruge victorioso un latido antes de que se estrellen contra la ladera con un golpe nauseabundo. El wyvern se aleja cojeando sobre sus patas traseras y las garras que inclinan sus alas. Deigh no se mueve. El grito de Liam me destroza el corazón, y Tairn agita sus alas con todas sus fuerzas para evitar que corramos la misma suerte. —DEIGH. —El dolor de Tairn me recorre el cuerpo mientras dispara contra la espalda del wyvern, que se retira, y el grito de Andarna me invade la cabeza. No. Si Deigh... —¿Está...? —No me atrevo a terminar. —Se ha ido. —Tairn da marcha atrás y se dirige a la ladera fuera de las murallas donde ha caído Deigh. No. No. No. Eso significa... —¡Liam! —Me aferro a mi amigo mientras aterrizamos a toda velocidad, las garras de Tairn se clavan en el suelo para detenernos cerca del cuerpo de Deigh. —Sólo tienes unos minutos —advierte Tairn. —Deigh —susurra Liam, cayendo sin fuerzas sobre la espalda de Tairn. —Te llevaré hasta él —prometo, ya tanteando la hebilla de la correa—. Deigh se ha ido —le grito a Xaden, con la voz temblorosa—. Liam se está muriendo. —No. —Siento su terror, su pena y su ira desbordante envolver mi mente, mezclándose con la mía hasta que me duele respirar. Minutos. Tenemos minutos. —Sólo aguanta —le susurro a Liam, luchando por no llorar mientras me mira con esos ojos azul cielo, muy abiertos por la conmoción y el dolor. Después de todo lo que Liam ha dado por mí, esto es lo menos que puedo hacer por él. Puedo llevarlo a Deigh de la misma manera que sé que él me llevaría a mí a Tairn o a Andarna. Tairn se tumba completamente, aplanando su enorme cuerpo todo lo que puede mientras me desabrocho los muslos. Luego envuelvo con mis brazos el voluminoso cuerpo de Liam y nos deslizamos por el costado de Tairn, golpeando con nuestros pies la ladera rocosa alejada del puesto comercial. Deigh yace a un par de docenas de metros, con el cuerpo doblado en un ángulo antinatural. Esto no es justo. Esto no está bien. No Deigh. No... Liam. Son los más fuertes de nuestro año. Son los mejores de nosotros. —No puedo ir —dice Liam, tropezando hacia delante.

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Me apresuro a agarrarlo cuando cae, pero su peso es demasiado para mí y ambos caemos de rodillas. —Podemos conseguirlo —digo con la garganta agarrotada, tratando de pasarle el brazo por encima de los hombros. Estamos muy cerca. Si aparece un venin, me ocuparé de él. —No podemos. —Se aplasta contra mí, deslizándose por mi costado. Caigo sobre mis talones y su cabeza aterriza en mi regazo mientras su cuerpo se debilita—. No pasa nada, Violet —dice, levantando la vista hacia mí, y yo me pongo las gafas sobre la cabeza para verlo mejor. Le cuesta respirar. —No está bien. —Quiero gritar por la injusticia, pero no serviría de nada. Me tiembla la mano cuando le subo las gafas de montar hasta la frente y le retiro el cabello rubio de la frente—. Nada de esto está bien. Por favor, quédate —le ruego, con lágrimas que no puedo contener rodando por mis mejillas—. Lucha por quedarte. Por favor, Liam. Lucha por quedarte. —En el Parapeto... —Su cara se tuerce de dolor—. Tienes que cuidar de mi hermana. —Liam, no. —Me ahogo con las palabras mientras las lágrimas me obstruyen la garganta—. Estarás allí. —Le acaricio el cabello. Liam está bien. Físicamente está perfectamente bien y, sin embargo, estoy viendo cómo se me escapa—. Tienes que estar ahí. —Tiene que sonreír a la hermana que ha echado de menos durante años y mostrar ese hoyuelo suyo. Tiene que darle la pila de cartas que ha escrito. Se lo merece después de todo lo que ha pasado. No puede morir por mí. —Tairn —grito—. Dime qué hacer. —No hay nada que puedas hacer, Plateada. —Ambos sabemos que no lo haré. Prométeme que cuidarás de Sloane —me suplica, sus ojos buscan los míos mientras respira entrecortadamente—. Promételo. —Lo prometo —susurro, agarrando su mano y apretándola, sin molestarme en secarme las lágrimas—. Cuidaré de Sloane. —Se está muriendo y no hay nada que pueda hacer. Nada que nadie pueda hacer. ¿Cómo puede ser todo este poder tan jodidamente inútil? El pulso bajo mi pulgar se ralentiza. —Bien. Eso está bien. —Fuerza una débil sonrisa, y ese hoyuelo hace una tenue aparición antes de que su expresión vacile—. Y sé que te sientes traicionada, pero Xaden te necesita. Y no me refiero solo a viva, Violet. Te necesita a ti. Por favor, escúchalo. —De acuerdo. —Asiento, luchando por forzar una sonrisa acuosa. Podría pedir cualquier cosa ahora mismo, y se la daría—. Gracias, Liam. Gracias por ser mi

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sombra. Gracias por ser mi amigo. —Él se desdibuja en mi visión mientras las lágrimas brotan más deprisa. —Ha sido. Un honor. —El pecho de Liam traquetea mientras sus pulmones luchan. Una ráfaga de viento me aparta de la cara los mechones sueltos de mi trenza. Segundos después, siento a Xaden correr hacia nosotros, un torrente de sus emociones abrumando las mías. —No, Liam —ahoga Xaden mientras se agacha frente a nosotros. Los músculos de su rostro trabajan para controlar su expresión, pero no puede ocultar la desesperación que presiona nuestra conexión mental. —Deigh —suplica Liam en un susurro estrangulado, volviendo la cabeza hacia Xaden. —Lo sé, hermano. —La mandíbula de Xaden se flexiona y nuestras miradas se fijan sobre Liam mientras las lágrimas desbordan mis ojos—. Lo sé. —Se inclina hacia delante y levanta a Liam en brazos, luego se levanta y lo carga—. Yo te llevaré. Camina lentamente por el terreno de grava hasta el cuerpo de Deigh, diciendo cosas que no puedo oír desde donde estoy arrodillada, con las piedras clavándose en mis rodillas a través de la tela del cuero mientras veo a Xaden despedirse. Xaden baja a Liam, sentándolo contra el hombro impoluto de Deigh, y luego se arrodilla a su lado, asintiendo lentamente a lo que sea que Liam haya dicho. El grito de un wyvern parte el aire por encima de nosotros y miro instintivamente hacia arriba. Una nube de alas grises se mueve hacia nosotros desde lo alto del valle. Wyvern. Docenas y docenas de wyvern. —¡Mira hacia el valle! La cabeza de Liam gira lentamente mientras ambos miran. La cabeza de Xaden se inclina, y mi aliento se congela en mis pulmones cuando las sombras se extienden momentáneamente a su alrededor, como una ráfaga de amenaza y tristeza. Segundos después, su grito insonoro y desgarrador me llena la cabeza con tal fuerza que mi corazón se rompe como un cristal contra el suelo de piedra. No necesito preguntar. Liam se ha ido. Liam, que nunca se quejó de ser mi sombra, nunca dudó en ayudar, nunca presumió de ser el mejor de nuestro curso. Murió protegiéndome. Dioses, y hace una hora le pregunté si alguna vez habíamos sido amigos de verdad. Sólo una de esas bestias consiguió matar a mi amigo; ¿qué demonios pueden conseguir tantas?

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Un wyvern ensangrentado se lanza hacia nosotros y Tairn lanza su ala sobre mí. Oigo el chasquido de sus dientes y un grito agudo por encima de mí antes de que su ala se retraiga. —Somos objetivos en tierra —dice Tairn mientras el wyvern se aleja volando. —Entonces seamos nosotros los que cacemos. —Me pongo en pie a tiempo de ver a Xaden corriendo hacia mí. —¡Violencia! —Xaden me agarra por los hombros, la determinación delinea sus rasgos—. Liam me dijo que te dijera que hay dos jinetes con esa horda. —¿Por qué me lo diría y no...? —Un yunque se posa en mi pecho. —Porque sabía que tendría que ser yo quien retuviera al wyvern el mayor tiempo posible. —Estudia mi cara como si nunca fuera a volver a verla. —Y yo soy la que puede matarlos a todos. —Me matará invocar ese poder muchas veces, pero soy la mejor oportunidad que tenemos. La mejor oportunidad que tiene para sobrevivir. —Puedes matarlos. —Me acerca y me besa en la frente—. Yo no existo sin ti — dice contra mi piel. Antes de que pueda reaccionar, se vuelve hacia el valle y levanta los brazos, levantando un muro de sombra que consume el espacio entre las crestas. —¡Vete! ¡Te daré todo el tiempo que pueda! Cada segundo importa, y estos serán mis últimos... nuestros últimos. En el lapso de un segundo, miro por encima de mi hombro, más allá de Tairn, y veo las ruinas en llamas del puesto comercial. La gente del pueblo huye de las murallas de la ciudad, huyendo de los wyvern que circulan por encima. Se me revuelve el estómago ante nuestro fracaso: no hemos conseguido evacuar a todos los civiles. Al segundo compás, tomo una bocanada de aire cargado de humo mientras un grifo solitario vuela a través de la bruma, seguido por Garrick e Imogen en sus dragones, y sólo puedo esperar que los demás sigan vivos. En el tercer segundo, me vuelvo hacia los cuerpos sin vida de Liam y Deigh, y la rabia inunda mis venas más rápido que cualquier rayo que haya blandido jamás. La horda de wyvern detrás del muro de Xaden desgarrará a Tairn y Sgaeyl igual que a Deigh. Y Xaden... Por muy fuerte que sea, Xaden no podrá retenerlos para siempre. Sus brazos ya tiemblan con el esfuerzo de controlar tanto poder. Será el primero en morir si no soy exactamente lo que me llamó bajo aquel árbol hace tantos meses. Violencia. Hay docenas de wyvern y uno mío. Tengo que ser tan estratégica como Brennan y tan segura como Mira.

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He pasado el último año intentando demostrarme a mí misma que no me parezco en nada a mi madre. No soy fría. No soy insensible. Pero tal vez hay una parte de mí que se parece más a ella de lo que quiero admitir. Porque ahora mismo, de pie junto al cadáver de mi amigo y su dragón, lo único que quiero es demostrarles a esos idiotas lo violenta que puedo llegar a ser. Me bajo las gafas mientras me giro hacia el hombro de Tairn, montando rápidamente. No hay necesidad de pedirle que se lance, no cuando nuestras emociones están tan alineadas. Queremos exactamente lo mismo. Venganza. Me abrocho las correas de los muslos mientras Tairn se eleva y levanta el vuelo con un fuerte batir de sus enormes alas. El wyvern ensangrentado ha retrocedido y Tairn vuela directamente hacia él. Ni siquiera me importa si es el mismo que acaba de matar a nuestros amigos. Todos van a morir. En cuanto nos acercamos lo suficiente, extiendo las manos y libero todo mi poder con un grito gutural. Un rayo alcanza al wyvern al primer disparo, haciendo que el monstruo caiga en picado cerca de las murallas de la ciudad. Pero nunca veo al que viene hacia nosotros por la izquierda. No hasta que siento el rugido de dolor de Tairn.

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Pero fue el tercer hermano, que ordenó al cielo que rindiera su mayor poder, quien finalmente venció a su celoso hermano a un precio grande y terrible. -“EL ORIGEN”, LAS FÁBULAS DE BARREN

e doy la vuelta en la silla de montar y veo a una venin -la que mató a Soleil, venas distendidas como ramas que se extienden desde sus ojos rojos- agarrando la espada que ha clavado entre las escamas de Tairn, en la zona de detrás de sus alas. —¡Tienes un venin en la espalda! —le grito a Tairn mientras la venin lanza una bola de fuego hacia mi cabeza. Se acerca tanto que siento el calor en la mejilla. Tairn rueda, ejecutando una vertiginosa escalada que hace que mi peso recaiga sobre la silla de montar, y aun así la venin se mantiene firme, aferrándose a la espada incrustada mientras sus pies vuelan por los aires. En cuanto Tairn se pone a nivel, la venin me mira como si fuera su próxima comida, avanzando hacia mí con determinación en los ojos y empuñando dagas serradas de punta verde. —¡Tres más sin jinete en mi cola! —grita Tairn. Joder. Hay algo que me estoy perdiendo. Me está provocando desde el borde de mi mente como la respuesta a un examen para el que sé que he estudiado. —¿No eres un poco pequeña para ser una jinete de dragón? —sisea la venin. —Lo suficientemente grande como para matarte. —Tairn y yo estamos muertos si no hago algo. —Necesito que te mantengas nivelado —le digo a Tairn, desabrochándome las correas de los muslos. —¡No desmontarás! —gruñe Tairn. —¡No dejaré que te mate! —Me pongo en pie y desenvaino las dos dagas que Xaden me ha dado hoy. Cada reto, cada obstáculo, cada hora que Imogen ha pasado

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en la sala de pesas, cada vez que Xaden me ha llevado a la lona tiene que valer algo, ¿no? Esto es sólo un desafío... con un no tan ficticio empuñador oscuro... en el parapeto. Un parapeto móvil y volador. —¡Vuelve a tu asiento! —ordena Tairn. —No puedes sacudírtela. Ella te cortará de nuevo. Tengo que matarla. —Hago a un lado el miedo. No hay lugar para él aquí. A la luz del sol, que se apaga, y bajo el inquietante resplandor de la ciudad en llamas, esquivo el primer golpe de su cuchillo, luego el segundo, agachándome y levantando el antebrazo para bloquear una estocada descendente, deteniendo la descarga de metal que se dirige hacia mi cara. La fuerza del impacto provoca un chasquido que sé que es uno de mis huesos. Un dolor insoportable me congela momentáneamente mientras la daga vuela de mi mano. Sólo me queda una. El corazón me late con fuerza cuando mis pies se enganchan en uno de los pinchos de Tairn y tropiezo. Ni siquiera puedo acunarme el brazo destrozado y palpitante mientras ella avanza, ganándome terreno con cada embestida y cada golpe de sus dagas de punta verde. Es como si supiera exactamente lo que voy a hacer antes de que lo haga. Contrarresta cada uno de mis ataques con otro más rápido, como si se adaptara a mi estilo de lucha tras unos instantes de combate. Es anormalmente rápida. Nunca he visto a Xaden o Imogen moverse tan rápido. Consigo parar cada uno de sus ataques, pero no hay duda de que estoy a la defensiva. Ni siquiera lleva cuero, sólo una túnica ondeante, y aun así... El dolor me recorre el costado, caliente y agudo, y retrocedo incrédula al ver que una de sus dagas sobresale en mi costado, justo bajo el borde de la armadura de escamas de dragón. Tairn ruge y Andarna chilla. —¡Violet! —grita Xaden. —¡Es demasiado rápida! —Dudo que la daga haya golpeado algo vital desde su posición, y lucho contra las náuseas que me hacen la boca agua para equilibrar la única hoja venenosa que me queda y arrancarle la suya. Pero algo no va bien. La herida empieza a arder, e inmediatamente lucho por mantener el equilibrio mientras el ácido corre por mis venas. La punta del cuchillo ya no es verde cuando cae de mis dedos. —Tal poder sin explotar. No me extraña que nos llamaran aquí. Podrías ordenar al cielo que rindiera todo su poder, y apuesto a que no sabes qué hacer con él, ¿verdad? Los jinetes nunca lo hacen. Voy a abrirte en canal y ver de dónde sale todo ese asombroso relámpago. —Me agita la otra daga y me doy cuenta de que está jugando conmigo—. O tal vez deje que él lo haga. Desearás la muerte si te entrego a mi Sabio.

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¿Tiene un profesor? Es una maldita estudiante, como yo, y me supera letalmente. Apenas puedo recordar en qué mano está su espada. Mi brazo tiene su propio latido, y mi costado grita. —Nivela el campo de juego —ordena Xaden. Ha dividido su poder y las sombras se precipitan desde los acantilados a mi izquierda, arrojando el mundo a mi alrededor, y a los venin, en una nube de oscuridad total. Y tengo el poder de la luz. Ahora soy yo quien tiene el control, y conozco el terreno de la espalda de Tairn como si fuera mi propia mano. Me desplazo hacia la derecha, donde noto la inclinación de su hombro, adopto una postura de combate, empuño la daga con la mano buena y dejo que mi poder estalle en la oscuridad, iluminando el cielo durante un crepitante e impagable segundo. La venin está desorientada, de espaldas a mí. Le clavo la daga de runas entre las costillas, justo donde Xaden me enseñó hace tantos meses, y tiro de ella para no perderla. Se tambalea hacia atrás y su rostro se vuelve gris ceniciento antes de caer de la espalda de Tairn. Vacilo, me balanceo mientras el ácido de mis venas arde más fuerte, más áspero, incinerándome desde dentro. —Está muerta —consigo decirles, lanzando la palabra hacia Tairn, Xaden, Andarna, Sgaeyl... quienquiera que pueda estar escuchando. Las sombras se desvanecen, dejando entrar la luz mortecina del crepúsculo, mientras avanzo a trompicones hacia la silla de montar, sujetándome el costado para detener el flujo de sangre de la puñalada. —Estás herida —acusa Tairn. —Estoy bien —miento, mirando con los ojos muy abiertos cómo la sangre negra oscura se desliza por mis dedos. No está bien. Muy mal. No podré luchar contra otro en cuerpo a cuerpo, no con la herida en el costado, y pronto estaré demasiado débil para invocar mi poder. La fuerza se me escapa con la sangre. Envaino la daga. Mi mejor arma ahora es mi mente. Respiro hondo, lucho por estabilizar los latidos de mi corazón y pienso. —Están cayendo —dice Tairn, y desvío la mirada de mi lado para ver a tres wyvern caer del cielo y estrellarse contra la tierra. Wyvern sin jinete. Creado por venin. Y todos murieron porque maté a un venin. Eso es lo que Liam intentaba decirme. Cuando un dragón muere, también muere su jinete. Pero aparentemente cuando un venin muere, también lo hace el

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wyvern que crearon. A todos ellos. Así es como podemos salvar a todos en este campo de batalla. Hay dos jinetes entre la horda que Xaden está reteniendo. —Tenemos que eliminar a los jinetes —susurro. —Sí —asiente Tairn, siguiendo mis pensamientos—. Excelente idea. —¿Estás dispuesto a jugarte la vida? —Si me equivoco, ambos estamos muertos, y también Xaden y Sgaeyl. —Apostaré mi vida por ti como lo he hecho desde el primer día —dice, orillándose para volar de regreso al valle mientras los otros dragones se apresuran con sus jinetes a seguirnos, sin duda siguiendo la orden de Tairn. Sólo Garrick y su Cola de Escorpión Marrón van por delante de nosotros, volando bajo y rápido hacia Xaden—. Tres de los venin están muertos, pero uno está... Veo con horror cómo un venin con un bastón tan alto como él sale de la oscuridad, con su mirada amenazadora clavada en Xaden. —¡A la izquierda! —le grito a Xaden. Sgaeyl gira y lanza ráfagas de fuego contra el venin, pero éste ni siquiera se detiene. Garrick se levanta de su asiento y lanza una daga, pero antes de que alcance al venin, la figura de la túnica golpea el suelo con su bastón y desaparece como si nunca hubiera estado allí. Se ha movido. Pero, ¿hacia dónde? —¿Qué demonios? —grito al viento. —Un general puede reconocer a otro general, y ése es su líder —afirma Tairn. ¿El Sabio? —¡No puedo contenerlos mucho más! —grita Xaden, con los brazos temblándole tan fuerte que parece que su cuerpo se está desgarrando por las mismas costuras mientras nos precipitamos hacia la boca del valle. —Nuevo plan —le digo a Xaden mientras Tairn se esfuerza al máximo—. Necesito que dejes caer las sombras. —¿QUÉ? —Ya está vacilando; puedo verlo por las formas tensas contra sus sombras, wyvern desesperados por abrirse paso. —Tanto sufrimiento. —El dolor en la voz de Andarna me estremece. Vuelvo la cabeza hacia el puesto comercial y veo un destello de oro. Me da un vuelco el corazón. —¡No! ¡Aquí no estás a salvo! —¡Me necesitas! —grita. —Escóndete, por favor. Uno de nosotros tiene que sobrevivir a esto —le digo mientras Tairn pasa volando junto a Xaden y Sgaeyl.

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—Xaden, tienes que dejar las sombras. Es la única manera. —¡Tairn! —grita Sgaeyl, con un tono de miedo que nunca había oído. —No me pidas eso. —Incluso la voz de Xaden tiembla. Esas sombras están bajando, lo quiera o no. Se está acercando al agotamiento. —Si alguna vez has confiado en mí, Xaden, necesito que lo hagas ahora —utilizo sus palabras anteriores, apenas respirando por el dolor punzante de mi costado. Se quemará si no confía en mí. —¡Joder! —En un parpadeo, el muro de sombra cae, y el wyvern vuela hacia nosotros a una velocidad aterradora. Si no puedo hacer esto, nadie sobrevivirá. Son demasiados. —Localiza al jinete más poderoso, Tairn. —Es la mejor apuesta. La única apuesta. Estamos a un minuto de una colisión. —Una vez que haya eliminado al jinete, sólo queda uno, Xaden. Mata a ese y el resto de los wyvern caerán. —Ya voy. Pero yo llegaré primero. Tairn es más rápido que Sgaeyl. —Nos salvaste al retenerlos tanto tiempo. Cuando empieza a responder, bajo mi escudo de golpe, bloqueándolo para concentrarme. La cabeza de Tairn gira de izquierda a derecha, buscando, y yo derribo el último de los muros de mis Archivos, manteniendo un pie firme sobre el suelo de mármol. —Ahí —dice Tairn, con la cabeza girada hacia la derecha—. Ese. En la esquina de la horda voladora hay un venin sentado, con venas carmesí que surcan sus sienes y recorren sus mejillas. —¿Estás seguro? —pregunto. —Positivo. Un fuego azul brota de la horda, y apenas respiro antes de que un torrente de sombras surja de los bordes del valle, apagando la llama. El poder se agita en mis huesos, haciendo vibrar mi propio ser con la cantidad de energía que estoy obligando a contener a mi cuerpo. —Dime que tu plan no es intentar saltar sobre el lomo del wyvern. —pregunta Tairn mientras se me corta la respiración. Unos segundos más y estaremos lo bastante cerca. —No tengo por qué —le digo—. ¿No has oído lo que ha dicho el venin? Puedo ordenar al cielo que entregue todo su poder, pero voy a necesitar cada gramo del tuyo

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para hacerlo. —Libero mi poder y golpeo una vez, fallando al wyvern, luego otra vez, fallando una vez más. Están casi sobre nosotros mientras golpeo una y otra vez, llevándome al límite mientras Xaden sofoca las llamas azules antes de que tengan oportunidad de quemarme viva. No puedo apuntar. No estoy preparada. Tal vez si tuviera uno o dos años más para practicar, pero no ahora. —¡Necesito más, Tairn! —¡Te quemarás, Plateada! —gruñe, esquivando una llama que Xaden falla—. Ya caminas por el borde. Mis brazos tiemblan cuando vuelvo a levantarlos. —Esta es la única forma en que puedo salvarlos. Puedo salvar a Sgaeyl. Sólo tienes que decidir vivir, Tairn. Aunque yo no lo haga. —No veré morir a otro jinete por no conocer sus propias limitaciones. Un golpe más podría ser el último. Siento tu fuerza menguante. —Sé exactamente de lo que soy capaz —prometo mientras la energía vuelve a llenar mi cuerpo y mi corazón se sacude, luchando por encontrar el ritmo adecuado. Estoy caliente. Tengo tanto calor que siento que yo misma podría estallar en llamas. He tomado demasiado poder—. No soy Naolin. El miedo amenaza con consumirme cuando el venin cabalga hacia nosotros, lo suficientemente cerca como para que pueda ver su boca gruñendo, pero no es mi terror. Es el de Tairn. —¡Déjame ayudar! —grita Andarna, y mi corazón se hincha aunque tartamudee por la energía que fluye por mis venas. No tengo tiempo de mirar dónde está; sólo espero que siga en el puesto de avanzada. —Sólo lo que necesito —le digo. Trago saliva y aferro con la mano sana la daga ensangrentada mientras volamos hacia el muro de wyvern. Alcanzo su poder dorado, que se extiende por mi espina dorsal y explota a través de mí, y el tiempo se detiene a nuestro alrededor. Tairn despliega su ala y nos hace flotar mientras los wyvern se acercan a nosotros centímetro a centímetro, luchando contra la magia de Andarna con la suya propia. Tengo que intentar matar a ese venin, y que los dioses me ayuden, lo hago. —¡Ahora! —Empujo los brazos hacia el venin y ordeno al rayo que parta el cielo, y lo hace, ramificándose en todas direcciones, pero sólo necesito controlar una de sus venas azul plateado. Me concentro en la más cercana al venin y la hago caer en lentas ráfagas que desafían al tiempo. Mis brazos vibran y siento que el poder de Tairn traspasa los límites de mi cuerpo mientras tiro de la ramificación hacia un lado en su descenso, centímetro a centímetro con lo que me queda de fuerza, hasta colocarla sobre el venin—. ¡Más, Tairn!

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Ruge y un relámpago me atraviesa, abrasando mis pulmones y carbonizando mi aliento mientras el don de Andarna se desvanece. No necesito estar cerca de ella para sentir su fatiga, su fuerza menguante. Pero sólo tomo lo que necesito. Andarna vivirá hoy, aunque sea la única. Sólo tengo unos pocos latidos o tanta fuerza me atravesará y me hundirá. Xaden grita a través de mi escudo mental, y los sonidos de su angustia y su miedo son casi más de lo que puedo soportar. Pero no hay tiempo para centrarse en él, para preguntarse qué pasará si no tengo éxito. Porque ahora mismo, estoy centrada en la venganza con una frialdad que haría sentir orgullosa incluso a mi madre. Arrastrando finalmente el rayo hasta su lugar mientras mi piel chisporrotea y arde, libero el tiempo y me mantengo erguida el tiempo suficiente para ver cómo impacta certeramente, matando al venin al primer contacto de su energía. Como si el tiempo siguiera congelado, su cuerpo se desploma lentamente desde lo alto de su wyvern. En el siguiente suspiro, más de la mitad de los monstruos caen del cielo, como si ellos mismos hubieran sido golpeados, y, como si hubiera estado esperando a que cumpliera mi objetivo, la herida de mi costado amenaza con quemarme viva. —¡A la izquierda! —ruge Tairn, girando hacia el wyvern y su jinete, que se dirigen hacia nosotros con una mirada asesina. Una cuerda de sombra vuela hacia arriba, envolviendo el cuello del venin mientras Tairn se inclina a la izquierda para evitar el golpe, y yo apenas consigo mantenerme en mi sitio. Xaden arranca el venin de la espalda del wyvern y tira de él hacia abajo, justo hacia la daga que sostiene en la mano extendida. Maldición, a veces olvido lo maravillosamente letal que es. Sabiendo que todos vivirán, dejo que la gravedad se apodere de mi cuerpo y me deslizo desde la espalda de Tairn. —¡VIOLET! —Oigo el grito de Xaden mientras caigo.

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En caso de que te encuentres con un veneno que no reconozcas, lo mejor es tratarlo con todos y cada uno de los antídotos. De cualquier forma, el paciente morirá, pero al menos así habrás aprendido algo. -GUÍA MODERNA PARA SANADORES DE MAJOR FREDERICK

reo que podría morir hoy. El aire pasa a toda velocidad y siento el estómago como si estuviera en algún lugar por encima de mí. Porque me estoy cayendo. Cayendo sin fin. Tairn ruge, y es el pánico, el tono de ese bramido, lo que me obliga a abrir los ojos el tiempo suficiente para verlo lanzarse por mí, pero no puedo sentirlo en mi cabeza, no puedo sentir mis pies en el suelo de los Archivos, no puedo acceder a mi poder. Estoy aislada, ya no tengo conexión a tierra. Mi espalda choca contra algo que me deja sin aliento, ralentiza mi descenso pero no lo detiene, y un oro resplandeciente se eleva y refluye a mi alrededor. El viento se detiene, los gritos de caos y destrucción cesan, pero el ardor interior continúa, consumiéndome con dientes ardientes. Tiempo. Andarna ha detenido el tiempo con las fuerzas que le quedaban. Estoy a su espalda, cayendo... porque ella no es lo suficientemente fuerte para llevarme, pero es lo bastante valiente para volar hacia esta batalla. Ahora también me arden los ojos. Ella no debería estar aquí. Ella debería estar escondida en el puesto de avanzada, a salvo del wyvern tres veces su tamaño. ¿Queda algún wyvern? ¿Los hemos agarrado todos? Cuando el tiempo vuelve a empezar, el viento azota mi piel expuesta, me escabullo de su espalda y unos fuertes brazos humanos me acercan.

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—Violet. —Conozco esa voz profunda, de pánico. Xaden. Pero no puedo moverme, ni siquiera puedo separar los labios para gritar de dolor cuando me presiona la herida—. Joder, debe de ser veneno. Tienes que combatirlo. Veneno. La daga de punta verde. Pero, ¿qué veneno podría paralizarme no sólo física sino mágicamente? —Yo cuidaré de ti. Sólo... sólo vive. Por favor, vive. Por supuesto que quiere que viva. Soy esencial para su supervivencia. Necesito todas mis fuerzas, pero consigo levantar los párpados un segundo, y el miedo evidente en sus ojos me sacude el corazón antes de perder el conocimiento.

—Tal vez no sea veneno —dice alguien con voz grave cuando me despierto sin poder abrir los ojos. ¿Garrick, tal vez? Dioses, todo duele—. Tal vez es magia. —¿Has visto cómo ha lanzado ese rayo directo a la cabeza de ese venin? — pregunta alguien. —Ahora no —prácticamente gruñe Bodhi—. Te salvó la puta vida. Nos salvó la vida a todos. Pero no lo hice. Soleil y... Liam están muertos. —Su sangre es jodidamente negra —suelta Xaden y sus brazos se tensan, estrechándome contra su pecho. —Tiene que ser veneno —grita Imogen, un sonido que nunca había oído de ella—. ¡Mírala! Tenemos que llevarla de vuelta a Basgiath. Nolon podría ayudarnos. Sí. Nolon. Tienen que llevarme a Nolon. Pero no puedo decirlo, no puedo hacer que mis labios se muevan, ni siquiera puedo llegar a lo largo de las vías mentales que se han vuelto tan familiares para mí como respirar. Estar aislada de Tairn, de Andarna... de Xaden es una tortura en sí misma. —Son doce horas de vuelo. —La voz de Xaden se eleva—. Y estoy bastante seguro de que tiene el brazo roto. Moriré dentro de doce horas. La promesa de un dulce olvido ya planea en el borde de mi conciencia, una promesa de paz si acepto dejarme llevar. —Hay un lugar más cerca —dice Xaden en voz baja, y siento sus dedos rozar mi mejilla. El movimiento es inquietantemente tierno. Otra oleada de fuego me consume, chamuscando cada nervio, pero lo único que puedo hacer es quedarme tumbada y aguantarlo. Haz que pare. Dioses, haz que pare.

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—No puedes hablar en serio. —La voz de alguien baja hasta convertirse en un siseo. —Lo pondrás todo en peligro —advierte Garrick mientras el sueño tira de mí, la única escapatoria al dolor abrasador. Tairn brama tan fuerte que mi caja torácica vibra. Al menos está cerca. —Yo no diría eso otra vez —murmura Imogen—, o probablemente te comerá. Y no olvides que si ella muere, es muy probable que Xaden también. —No digo que no deba hacerlo, sólo le recuerdo lo que está en juego — responde Garrick. ¿Puede Tairn sentir la desconexión entre nosotros? ¿Está sufriendo lo mismo que yo? ¿La espada también estaba envenenada? ¿Puede volar Andarna? ¿O necesita dormir? Dormir. Eso es lo que quiero. Sueño fresco, dichoso y vacío. —¡Me importa una mierda lo que me pase! —le grita Xaden a alguien—. Nos vamos y es una orden. —No hay necesidad de órdenes, hombre. La salvaremos. —Ese es Bodhi. Eso creo. —Haz honor a tu apodo y lucha contra esto, Violencia —me susurra Xaden al oído. Luego dice más alto, a alguien que está más lejos—: Tenemos que llevársela. Cabalguemos. —Siento el cambio cuando empieza a andar, pero la agonía del movimiento contra la herida es demasiado, y me desvanezco en la negrura.

478 Pasan horas antes de que vuelva a despertar. Tal vez segundos. Quizá días. Tal vez sea para siempre y Malek me haya condenado a una eternidad de tortura por mi imprudencia, pero no puedo arrepentirme de haberlos salvado. Tal vez sea mejor si muero. Pero entonces Xaden podría morir. Lo que sea que se interponga entre nosotros ahora, no lo quiero muerto. Nunca querré eso. Una ráfaga constante de viento en la cara y el rítmico batir de las alas me indican que estamos volando, y necesito toda la energía que tengo para levantar un solo párpado mientras pasamos por encima de los Acantilados de Dralor. La caída de trescientos metros es inconfundible. Es lo que hizo que la rebelión Tyrrish no sólo fuera posible, sino que casi tuviera éxito. El veneno abrasa cada vena, cada terminación nerviosa de mi cuerpo mientras me recorre sin control, ralentizando mis latidos. Ni siquiera la ironía de que voy a morir envenenada, algo de lo que tengo un conocimiento sin parangón, puede

hacerme reunir la energía necesaria para hablar, para ofrecer alguna idea sobre un antídoto. ¿Cómo podría hacerlo si ni siquiera sé qué me han puesto? Hasta hace unas horas, ni siquiera sabía que el venin existía fuera de las fábulas, y ahora sólo hay dolor y muerte. Es sólo cuestión de tiempo, y el mío es corto.

La muerte sería preferible a existir un segundo más en esta pira de cuerpo, pero al parecer es una misericordia que no se me permite, ya que me empujan para despertarme. Aire. No hay suficiente aire. Mis pulmones luchan por inhalar. —¿Estás seguro de esto? —pregunta Imogen. Cada paso que da Xaden me provoca una nueva oleada de agonía que empieza en el costado y me recorre todo el cuerpo. —Deja de preguntarle eso —gruñe Garrick—. Él tomó su decisión. Apóyalo o vete a la mierda, Imogen. —Y es malo —replica otro hombre. —Cuando tengas ciento siete cicatrices en la espalda, entonces podrás tomar las putas decisiones, Ciaran —gruñe Bodhi. El rugido de Tairn me sobresalta y me estremezco, lo que no hace sino intensificar la ya indescriptible tortura que ahora sacude mi cuerpo. —¿Qué fue eso? —pregunta Garrick desde algún lugar a la izquierda. —Básicamente dijo que me cocinaría vivo si fallaba —responde Xaden, abrazándome más fuerte. Supongo que esa parte del vínculo sigue vigente. Mi mejilla se apoya en su hombro y juro que siento que me da un beso en la frente, pero no puede ser. No se guardan secretos a alguien que te importa, y mucho menos secretos que me van a costar la vida en cualquier momento si el latido tartamudo de mi corazón sirve de indicación. Se esfuerza por bombear el fuego líquido que cauteriza mis venas. Dioses, ojalá me dejara morir. Me lo merezco. Soy la razón por la que Liam está muerto. Soy tan débil de mente que ni siquiera me di cuenta de que Dain tomó mis recuerdos y los utilizó contra mí, contra Liam. —Tienes que luchar, Vi —susurra Xaden contra mi frente mientras nos movemos—. Puedes odiarme todo lo que quieras cuando despiertes. Puedes gritar, golpear, lanzarme tus putas dagas por lo que a mí respecta, pero tienes que vivir. No

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puedes hacer que me enamore de ti y luego morir. Nada de esto vale la pena sin ti. —Suena tan sincero que casi le creo. Que es exactamente lo que me metió en esta situación en primer lugar. —¿Xaden? —grita una voz familiar, pero no consigo ubicarla. ¿Bodhi, tal vez? ¿Uno de segundo año? Tantos extraños. Y ningún amigo. Liam está muerto. —Tienes que salvarla.

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Son unos cobardes. -LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE FEN RIORSON (REDACTADAS)

Xaden stará bien. —La voz de Sgaeyl es más suave de lo que nunca se ha dignado a usar conmigo. Por otra parte, no me eligió porque necesitara mimos. Me eligió por las cicatrices de mi espalda y por el simple hecho de que soy el nieto de su segundo jinete, el que no sobrevivió al cuadrante. —No sabes si estará bien. Nadie lo sabe. —Han pasado tres malditos días y Violet no se ha despertado. Tres interminables días que he pasado en este sillón, caminando por el filo de la navaja entre la cordura y la locura, estudiando cada subida y bajada de su pecho sólo para asegurarme de que aún respira. Mis pulmones sólo se llenan cuando lo hacen los suyos, y el tiempo entre los latidos de mi corazón está lleno de un miedo agudo que todo lo consume. Nunca me ha parecido frágil, pero ahora sí, tumbada en medio de mi cama, con los labios pálidos y agrietados, las puntas del cabello más apagadas que su tono plateado habitual. Durante tres días, todo en ella se ha sentido como si la vida se hubiera filtrado de su cuerpo, y sólo una sombra de su alma quedara bajo su piel. Pero hoy, al menos, la luz de la mañana muestra que sus mejillas tienen un poco más de color a lo largo de la línea más oscura de sus gafas de vuelo que ayer. Soy un maldito tonto. Debería haberla dejado en Basgiath. O enviarla con Aetos, aunque eso tensara a Sgaeyl y Tairn. Ella nunca debería haber sufrido el castigo que el coronel Aetos le infligió. Por un crimen que ella ni siquiera sabía que estaba cometiendo. Ni siquiera sospechaba. Me paso una mano por el cabello. No fue la única que sufrió.

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Liam estaría vivo. Liam. La culpa se une a una pena que me absorbe el alma y apenas puedo respirar el dolor que siento en el pecho. Le ordené a mi hermano adoptivo que la mantuviera a salvo y esa orden hizo que lo mataran. Su muerte es culpa mía. Debería haber sabido lo que nos esperaba en Athebyne... —Deberías haberle hablado de los venin. Esperé a que se lo dijeras y ahora está sufriendo —gruñe Tairn. El dragón es la encarnación viviente, que escupe fuego, de mi vergüenza. Pero al menos el vínculo que nos une a los cuatro sigue en pie, aunque él no pueda comunicarse con ella, lo que significa que Violet está viva. Puede gritarme todo lo que quiera mientras su corazón siga latiendo. —Debería haber hecho muchas cosas de otra manera. —Lo que no debí hacer fue luchar contra mis sentimientos por ella. Debería haberme aferrado a ella después de ese primer beso como quería y mantenerla a mi lado, debería haberla dejado entrar hasta el fondo. Mis párpados raspan como papel de lija cada vez que parpadeo, pero estoy luchando contra el sueño con cada hueso de mi cuerpo. El sueño es donde oigo su grito desgarrador, la oigo llorar porque Liam ha muerto, la oigo llamarme maldito traidor una y otra vez. Ella no puede morir, y no sólo porque exista la posibilidad de que yo no sobreviva. No puede morir porque sé que no puedo vivir sin ella aunque lo haga. En algún momento entre la sorpresa de nuestra atracción en lo alto de aquella torre y el darme cuenta de que ella arriesgó su propia vida al ceder una bota por otra persona en el parapeto aquel primer día hasta que me lanzó aquellas dagas a la cabeza bajo el roble, vacilé. Debería haberme dado cuenta del peligro de acercarme demasiado a ella la primera vez que la puse de espaldas y le mostré con qué facilidad podía matarme en el tatami -una vulnerabilidad que no he permitido a nadie más-, pero lo deseché como una atracción innegable hacia una mujer de una belleza única. Cuando la vi conquistar el Gauntlet y defender a Andarna en el Threshing, me quedé pasmado, asombrado tanto por su astucia como por su sentido del honor. Cuando irrumpí en su habitación y encontré la traicionera mano de Oren en su garganta, la rabia que me hizo tan fácil matar a los seis sin pestañear debería haberme dicho que me dirigía a un precipicio. Y cuando me sonrió después de dominar su escudo en cuestión de minutos, con la cara iluminada mientras la nieve caía a nuestro alrededor, me enamoré. Ni siquiera nos habíamos besado y me enamoré. O tal vez fue cuando lanzó sus dagas a Barlowe o cuando los celos me comieron vivo al ver a Aetos besar la boca con la que había soñado innumerables veces. Mirando atrás, hubo mil pequeños momentos que me llevaron al límite por la mujer dormida en la cama en la que siempre la había imaginado. Y nunca se lo dije. No hasta que deliró con el veneno. ¿Y por qué? ¿Porque tenía miedo de darle poder sobre mí cuando ya lo tenía todo? ¿Porque es la hija de Lilith Sorrengail? ¿Porque seguía dándole a Aetos segundas y terceras oportunidades?

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No. Porque no podía darle esas palabras sin ser total y completamente honesto con ella, y después de la forma en que me miró en el lago, la traición absoluta... El crujido de las sábanas hace que mi mirada se dirija a su rostro y respiro por primera vez desde que se cayó de la espalda de Tairn. Tiene los ojos abiertos. —Estás despierta. —Mi voz suena como arrastrada por la grava cuando creía que sólo era mi corazón. Me pongo en pie tambaleándome y doy los dos pasos que me separan de su cama. Está despierta. Está viva. ¿Está... sonriendo? Debe ser un truco de la luz. Es probable que esta mujer quiera prenderme fuego. —¿Puedo revisar tu costado? —El colchón se hunde ligeramente cuando me siento cerca de su cadera. Ella asiente y estira los brazos como un gato que ha estado durmiendo la siesta al sol antes de agarrar las mantas. Retiro las sábanas, desato la bata que cubre el camisón corto que le puse aquella primera noche y levanto lentamente el dobladillo por encima de la piel sedosa de su cadera, preparándome para los zarcillos negros que decoloraron sus venas durante el vuelo pero retrocedieron lentamente desde que llegamos. No hay nada. Sólo una fina línea plateada a un centímetro por encima del hueso de la cadera. El aire sale a borbotones de mis pulmones en señal de alivio. —Milagroso. —¿Qué es milagroso? —gruñe, mirando su nueva cicatriz. Mierda. Sería un sanador horrible. —Agua. —Mi mano tiembla de cansancio, o de alivio, ni siquiera me importa cuál, mientras sirvo un vaso de la jarra que hay en mi mesita de noche—. Debes estar sedienta. Se empuja para sentarse y agarra el vaso, bebiéndoselo entero. —Gracias. —Tú eres… —dejo el vaso vacío en la mesita y me vuelvo hacia ella, mirándola a los ojos color avellana que me han perseguido desde el Parapeto—, eres milagrosa —termino en un susurro—. Estaba aterrorizado, Violet. No hay palabras adecuadas. —Estoy bien, Xaden —dice en voz baja, su mano se eleva para posarse sobre mi palpitante corazón. —Creí que iba a perderte. —La confesión sale estrangulada, y quizá sea tentar a la suerte después de todo lo que le he hecho pasar, pero no puedo evitar inclinarme hacia delante y rozarle la frente con los labios, luego la sien. Dioses, la besaría eternamente si pensara que eso mantendría a raya la discusión que se avecina, que nos mantendría en este momento prístino en el que puedo creer de verdad que todo puede estar bien entre nosotros, que no he jodido irrevocablemente lo mejor que me ha pasado nunca.

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—No me vas a perder. —Me mira desconcertada y sonríe como si hubiera dicho algo raro. Luego se inclina y me besa. Todavía me ama. Esa revelación hace que se me dispare el corazón. Profundizo el beso, paso la lengua por su suave labio inferior y chupo suavemente la tierna curva. Es todo lo que necesito para inundar mi organismo, caliente y exigente. Siempre es así entre nosotros: la más mínima chispa desata un incendio que consume cualquier pensamiento que no esté relacionado con cuántas maneras puedo hacerla gemir. Tendremos toda una vida de momentos así por delante, cuando pueda desnudarla y adorar cada curva y cada hueco de su cuerpo, pero este no es uno de ellos, no cuando apenas lleva cinco minutos despierta. Retrocedo y suelto lentamente su boca. —Te lo compensaré —le prometo, sujetando sus delicadas manos entre las mías—. No digo que no vayamos a pelearnos o que no quieras lanzarme esas dagas cuando sea inevitablemente un imbécil, pero te juro que siempre me esforzaré por hacerlo mejor. —¿Compensarme qué? —Se aparta con una sonrisa inquisitiva. Parpadeo mientras frunzo el ceño. ¿Ha perdido la memoria? —¿Cuánto recuerdas? Para cuando te trajimos aquí, el veneno se extendió a tu cerebro y... Sus ojos se encienden y algo cambia, algo que me hunde el estómago como una roca cuando aparta sus manos de las mías. Desvía la mirada y sus ojos brillan de esa forma que me dice que está consultando a sus dragones. —No te asustes. Todo va bien. Andarna no es la misma, pero es... ella—. Ella es jodidamente enorme ahora, pero no voy a decirle eso a Violet. Su don también ha desaparecido, según Tairn, pero hay tiempo de sobra para compartir esa noticia. En lugar de eso, digo—: El sanador me dijo que no está seguro de los efectos duraderos que pueda tener el veneno, porque es algo que nunca ha visto, y nadie sabe realmente cuánto tardarás en recuperar la memoria si hay algún daño duradero, pero te diré... Levanta la mano y echa un vistazo a la habitación, como si se diera cuenta de dónde estamos por primera vez. Su mirada me aprieta el pecho cuando se acerca a trompicones a los ventanales que rodean mi alcoba. Las ventanas que dan a la montaña sobre la que está construida esta fortaleza y al valle que hay debajo, con su hilera de árboles carbonizados que marcan el lugar donde la tierra se quemó hasta convertirse en piedra, y el tranquilo pueblo -que solía ser una ciudad- de Aretia bajo nosotros. La ciudad en la que nos hemos dejado la piel para reconstruir a partir de un montón de ceniza y ruinas. —¿Violet? —Mantengo mis escudos en alto, tratando de respetar su privacidad mientras camino a su lado, pero dioses, necesito saber qué está pensando.

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Sus ojos se amplían cuando su mirada recorre la ciudad, cada estructura con sus tejados verdes idénticos, y luego se detiene en el Templo de Amari, que era el monumento más destacado además de nuestra biblioteca. —¿Dónde estamos? Y no te atrevas a mentirme —dice—. No otra vez. No otra vez. —Te acuerdas. —Lo recuerdo. —Gracias a Dios —murmuro, llevándome la mano al cabello. Es algo bueno, demostrar que ella está verdaderamente curada, pero... joder. —Dónde. Estamos —pronuncia cada palabra, sus ojos se entrecierran hacia mí—. Dilo. —La forma en que me miras dice que ya lo sabes. —Es imposible que esta brillante mujer no reconozca ese templo. —Esto parece Aretia. —Señala la ventana—. Sólo hay un templo con esas columnas en particular. He visto los dibujos. —Sí. —Brillante. Jodida. Mujer. —Aretia fue quemada hasta los cimientos. También he visto esos dibujos, los que trajeron los escribas para los avisos públicos. Mi madre me dijo que vio las brasas con sus propios ojos, así que ¿dónde estamos? —Su voz se eleva. —Aretia. —Se siente increíblemente liberador decirle la verdad. —¿Reconstruida o nunca quemada? —Me da la espalda. —En proceso de reconstrucción. —¿Por qué no he leído sobre esto? Empiezo a decírselo, pero ella levanta una mano y yo espero. Ella también tarda un minuto en darse cuenta. Señala mi reliquia de rebelión y dice: —Melgren no puede ver el desenlace cuando más de tres de ustedes están juntos. Por eso no se les permite reunirse. No puedo evitarlo. Sonrío. Esta maldita mujer brillante es mía. O era mía. Volverá a ser mía si tengo algo que decir al respecto. Lo que probablemente no tenga. Suspiro, perdiendo la sonrisa de inmediato. Joder. No, no me rendiré hasta que ella me lo diga. Las cosas pueden ser complicadas, pero nosotros dos también lo somos. —Eso y que ya no somos tan grandes como para llamar la atención de los escribas. No estamos ocultos. Simplemente no... anunciamos nuestra existencia. — Que es también la razón por la que este lugar sigue siendo técnicamente... mío. Los nobles no estaban exactamente ansiosos por tirar su dinero en una ciudad quemada

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o ser gravados en tierras inutilizables. Con el tiempo se darán cuenta. Finalmente lo perderé. Entonces perderé la cabeza—. Puedes saber lo que quieras. Sólo pregunta. Ella se pone rígida. —Dime una cosa ahora. —Cualquier cosa. —Es... —Sus hombros se estremecen mientras inhala—. ¿Está Liam realmente muerto? Liam. Una nueva punzada de dolor me atraviesa las costillas. Los latidos del corazón pasan en silencio mientras intento encontrar las palabras adecuadas, pero no las hay, así que saco de mi bolsillo la talla de Andarna del tamaño de la palma de la mano, recién terminada, en la que Liam había estado trabajando. Se vuelve en mi dirección, su mirada se fija inmediatamente en la figurita y sus ojos se humedecen. —Es culpa mía. —No, es mía. Si te lo hubiera contado todo antes, habrías estado preparada. Probablemente nos habrías enseñado a todos cómo matarlos. —Se me vuelve a romper el alma cuando se seca las lágrimas con el dorso de las manos. Le pongo la talla en la mano—. Sé que debería haberlo hecho, pero no pude soportar quemarlo. Ayer lo enterramos. Bueno, los demás lo hicieron. No he salido de esta habitación desde que llegamos. —Nuestras miradas chocan, y es todo lo que puedo hacer para no alcanzarla, pero sé que soy el último lugar donde buscará consuelo—. No te he dejado. —Bueno, sí que tienes un interés personal en mi supervivencia —bromea con una sonrisa irónica y lágrimas en los ojos—. Dame un segundo para vestirme y luego hablaremos. —Echándome de mi propia habitación. —Intento adoptar ese tono sarcástico y burlón que solía ser tan fácil cuando se trataba de ella, y retrocedo—. Una nueva habitación. —Ahora, Riorson. No puedo evitar una mueca de dolor. Nunca usa mi apellido. Quizá sea porque no le gusta recordar que soy hijo de Fen Riorson, y todo lo que le costó mi padre, pero para ella siempre he sido Xaden. La pérdida se siente como un abismo sin fondo, como un golpe mortal. —El baño está por allí. —Señalo la pared del fondo y me dirijo a la salida, blandiendo mi espada a la espalda mientras salgo. Mi primo está apoyado contra la pared, hablando con Garrick, que presume de una nueva cicatriz de quince centímetros de la sien a la mandíbula, pero ambos se callan cuando cierro la puerta tras de mí. Se tensan y Garrick se pone en pie. —Está despierta.

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—Gracias a Amari —dice Bodhi, con los hombros caídos. Aún tiene el brazo en cabestrillo, recuperándose de los cuatro puntos en los que un venin se lo fracturó. —Va a tener que elegir. —Miro a Garrick, notando la preocupación en sus ojos. Ya me ha dicho que cree que guardará nuestro secreto. Esa preocupación es por mi estado mental si ella no me perdona por no habérselo dicho antes—. Guardará nuestro secreto o no lo hará. —Eso es algo que tendrás que averiguar tú —responde—. Y luego enseñarle a ocultárselo a Aetos, si quiere. —¿Alguna noticia de los voladores? —Syrena está viva, si eso es lo que preguntas —responde Bodhi—. También su hermana. Pero el resto... —Sacude la cabeza. Al menos lograron salir, y ahora que Violet está despierta, por fin puedo respirar. —¿Descubriste qué era esa caja que atrajo a Chradh en Resson? —pregunto. El dragón de Garrick es notablemente sensible a las runas, lo que les permitió localizar y recuperar la pequeña caja de hierro bajo los escombros de la torre del reloj. —Están trabajando en ello ahora mismo. Con suerte tendremos una respuesta en las próximas horas. Me alegro de que esté bien, Xaden. Se lo diré a los demás. — Asiente una vez y se dirige al vestíbulo, casi tan familiarizado con la distribución del castillo como yo, teniendo en cuenta que pasó aquí todos los veranos antes de la apostasía, o secesión, como llaman los navarros a la rebelión de papá. Es curioso cómo la gente cambia el nombre de todo lo que los hace sentir incómodos. Perdimos la fe en que nuestro rey alguna vez haría lo correcto. Y nos llaman traidores. Bodhi arruga la nariz. —¿Qué? —Hueles a culo de dragón. —Vete a la mierda. —Olfateo y no puedo discutir—. Estoy usando tu habitación. —Lo consideraría un favor personal. Extiendo mi dedo corazón y me dirijo hacia su habitación.

Una hora más tarde, estoy bañado e impaciente mientras espero fuera de mi habitación con un conjunto de cuero fresco y Bodhi, que está haciendo todo lo posible por aligerar mi estado de ánimo como siempre hace, cuando la puerta se abre y Violet se planta allí.

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Casi me trago la lengua al ver su cabello suelto y húmedo enroscándose justo debajo de sus pechos. Ni siquiera puedo expresar qué tienen esos mechones que me empujan directamente al territorio de la necesidad de follármela ya, y estoy demasiado ocupado luchando por mantener las manos a los lados como para preguntarme por qué. Ella existe y a mí me excita. He llegado a aceptar esa verdad particular en el último año. Bodhi sonríe, mostrando una sonrisa exactamente igual a la que solía mostrar mi tía. —Me alegro de verte levantada, Sorrengail. —Luego me da una palmada en el hombro mientras se marcha, mirando hacia atrás por encima del hombro—. Voy a buscar el plan de apoyo. Buena suerte. Dioses, quiero estrecharla entre mis brazos y amarla hasta que olvide todo excepto lo bien que estamos juntos, pero estoy seguro de que eso es lo último que querrá volver a hacer. —Vuelve a entrar —dice suavemente, y mi corazón da un vuelco. —Siempre que me hayas invitado. —Entro, aborreciendo la desconfianza en sus ojos. Me crea o no Violet, nunca le he mentido. Ni una sola vez. Yo tampoco he sido nunca del todo sincero. —¿Todo esto es original? —pregunta con la mirada recorriendo mi dormitorio. —La mayor parte de la fortaleza es de piedra —digo mientras ella estudia los detallados arcos del techo, la iluminación natural de las ventanas que consumen el muro occidental—. La piedra no arde. —Bien. Trago. Fuerte. —Creo que después de todo lo que has visto, la pregunta que tengo que hacerte antes de contártelo todo es bastante sencilla. ¿Estás dentro? ¿Estás dispuesta a luchar con nosotros? —Ella podría fácilmente decidir entregarnos a todos. Ella no sabía lo suficiente para condenarnos, pero ahora sí. —Me apunto. —Ella asiente. El alivio me recorre en una oleada más poderosa que cualquier cosa que pudiera canalizar desde Sgaeyl, y me acerco a ella. —Siento mucho haber tenido que... —Mis palabras mueren en mi lengua cuando ella retrocede, evitándome. —No va a pasar. —Un mundo de dolor destella en esos ojos color avellana, y me marchito—. Que te crea y esté dispuesta a luchar contigo no significa que vuelva a confiarte mi corazón. Y no puedo estar con alguien en quien no confío. Algo se me encoge en el pecho.

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—Nunca te he mentido, Violet. Ni una sola vez. Nunca lo haré. Se acerca a la ventana y mira hacia abajo, luego se vuelve lentamente hacia mí. —Ni siquiera es que me lo hayas ocultado. Lo entiendo. Es la facilidad con la que lo hiciste. La facilidad con la que te dejé entrar en mi corazón y no recibí lo mismo a cambio. —Mueve la cabeza, y yo lo veo, el amor, pero oculto tras las defensas que tontamente la obligué a construir. La amo. Claro que la amo. Pero si se lo digo ahora, pensará que lo digo por las razones equivocadas, y sinceramente, tendría razón. No voy a perder a la única mujer de la que me he enamorado sin luchar. —Tienes razón. Guardaba secretos —admito, y vuelvo a avanzar paso a paso hasta que estoy a menos de medio metro de ella. Aprieto el cristal a ambos lados de su cabeza, aprisionándola, pero ambos sabemos que podría alejarse si quisiera. Pero no se mueve—. Me llevó mucho tiempo confiar en ti, mucho tiempo darme cuenta de que me enamoré de ti. Alguien llama. Lo ignoro. —No digas eso. —Levanta la barbilla, pero no me pierdo cómo me mira la boca. —Me enamoré de ti. —Bajo la cabeza y la miro directamente a sus preciosos ojos. Puede que esté enojada con razón, pero seguro que Malek no es caprichoso—. ¿Y sabes qué? Puede que ya no confíes en mí, pero me sigues amando. Sus labios se entreabren, pero no lo niega. —Te di mi confianza una vez, y una vez es todo lo que tienes. —Enmascara el dolor con un rápido parpadeo. Nunca más. Esos ojos nunca volverán a reflejar el dolor que he infligido. —La cagué al no decírtelo antes, y ni siquiera intentaré justificar mis razones. Pero ahora te confío mi vida, la vida de todos. —Lo he arriesgado todo trayéndola aquí en lugar de llevar su cuerpo a Basgiath—. Te diré todo lo que quieras saber y todo lo que no. Pasaré cada día de mi vida ganándome de nuevo tu confianza. Había olvidado lo que se siente al ser amado, realmente, verdaderamente amado, habían pasado tantos años desde que papá murió. Y mamá... Eso no. Pero entonces Violet me dio esas palabras, me dio su confianza, su corazón, y recordé. Que me condenen si no lucho por conservarlos. —¿Y si no es posible? —Todavía me amas. Es posible. —Dioses, me dan ganas de besarla, de recordarle exactamente lo que somos juntos, pero no lo haré, no hasta que me lo pida—. No me asusta el trabajo difícil, especialmente cuando sé lo dulces que son las recompensas. Preferiría perder toda esta guerra antes que vivir sin ti, y si eso significa que tengo que probarme a mí mismo una y otra vez, entonces lo haré. Me diste tu corazón, y me lo quedo. —Ella ya posee el mío, aunque no se dé cuenta. Sus ojos se agrandan, como si por fin viera la determinación en los míos.

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Es hora de que lo sepa todo. Conociendo a Violet, no se quedará escondida, a salvo tras los muros de Basgiath, sobre todo ahora que sabe lo corruptos que son esos muros. Ella luchará esta guerra a mi lado. Llaman insistentemente a la puerta. —Joder, es impaciente —murmuro—. Tienes unos veinte segundos para hacer una pregunta, si lo conozco. Parpadea. —Sigo esperando que esa misiva en Athebyne fuera realmente sobre los Juegos de Guerra. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que acabemos en medio de un ataque wyvern en ese puesto de avanzada? —Eso definitivamente no fue un accidente, hermanita —dice desde la puerta. Suspiro y me aparto a un lado, observando cómo los ojos de Violet se abren de par en par al verlo parado en la puerta. —Te dije que conocía a los mejores maestros del veneno —le digo suavemente—. No te sanaron. Te repararon. —¿Brennan? —Ella mira a su hermano con la boca abierta, en estado de shock. Brennan simplemente sonríe y abre los brazos. —Bienvenida a la revolución, Violet.

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No te pierdas la nueva y explosiva secuela del éxito de ventas de Rebecca Yarros, Fourth Wing.

es la autora de más de quince novelas superventas del USA Today. “Una narradora superdotada” (Kirkus), también ha recibido el Premio a la Excelencia de los Escritores Románticos de Colorado. Rebecca, segunda generación de militares, adora a los héroes militares y lleva más de veinte años felizmente casada con el suyo. Es madre de seis hijos y vive con su familia en Colorado con sus tercos bulldogs ingleses, dos aguerridas chinchillas y una gatita llamada Artemis, que los domina a todos. Habiendo acogido y luego adoptado a su hija menor, Rebecca es una apasionada de ayudar a los niños en el sistema de acogida a través de su organización sin fines de lucro, One October, que cofundó con su esposo en 2019. Para saber más sobre su misión, visite oneoctober.org.

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