Formacion Espiritual. Siguiendo Los Movimientos Del Espíritu - HENRI J.M. NOUWEN
April 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Michael J.Christensen / Rebecca J.Laird
FORMACIÓN ESPIRITUAL
Siguiendo los impulsos del Espíritu
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Agradecimientos Prólogo: De qué trata este libro Introducción: La formación espiritual: El camino del corazón PRIMERA PARTE: MOVIMIENTOS TEMPRANOS 1. De la opacidad a la transparencia 2. Del espejismo a la oración SEGUNDA PARTE: MOVIMIENTOS DE LA EDAD ADULTA 3. De la tristeza al gozo 4. Del resentimiento a la gratitud 5. Del temor al amor TERCERA PARTE: MOVIMIENTOS DE MADUREZ 6. De la exclusión a la inclusión 7. De la negación a la aceptación cordial de la muerte Epílogo: Viaje interior, viaje exterior Apéndice: El lugar de Nouwen en la teoría del desarrollo espiritual, por Michael J.Christensen
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HENRI Nouwen fue una persona generosa que compartió gratuitamente con otros su tiempo, su dinero y su amistad. Escribió notas, envió regalos y descubrió múltiples formas de alegrar la vida de los demás. Por eso, no es de extrañar que todavía hoy sean tantos los familiares y amigos suyos que hacen gala de su misma generosidad como característica personal. Este libro no habría sido posible sin el amplio conocimiento de los escritos de Henri demostrado por Gabrielle Earnshaw y el personal del Archivo «Henri Nouwen» de la St. Michael's University de Toronto. Este equipo humano puso a nuestra disposición todo cuanto le pedimos: el texto de los artículos, de las conferencias y de los sermones de Nouwen, así como los extractos de sus obras. Robert Jonas habló largo y tendido en diversas ocasiones con los autores de este libro y se mostró siempre dispuesto a participar en el diálogo cuando nosotros dos tratábamos de aclarar nuestras ideas sobre el interés pedagógico y teórico de Henri en la formación espiritual. También John Mogabgab, Jim Forest y Michael Hryniuk escucharon, reflexionaron y pusieron a prueba nuestros puntos de vista. Sue Mosteller y los miembros de la fundación que administra el legado de Nouwen evaluaron y aprobaron nuestra propuesta y, al igual que nosotros, tuvieron la sensación de que, en su enfoque de la formación espiritual, consciente o inconscientemente Henri había tratado de reelaborar la tradición espiritual clásica. Kathy Smith y Maureen Wright, pertenecientes también al personal de la fundación antes citada, nos prestaron una ayuda inestimable en el rastreo de las fuentes. Nuestra deuda de gratitud con todos ellos, así como con los herederos de Nouwen, es inmensa. Además de ofrecernos una amistad a toda prueba, Christine M.Anderson contribuyó con su indiscutible pericia editorial a solucionar la cuestión de las licencias cuando ni nuestro tiempo ni nuestra propia capacidad organizativa fueron suficientes. Nuestro editor, Roger Freet, trató de satisfacer nuestros persistentes deseos de añadir imágenes, aportó ideas para el diseño de la cubierta y se ocupó incansablemente de los detalles. Afortunadamente, Christina Bailly (editora auxiliar e investigación artística), Carl Walesa (corrector de pruebas), junto con Lisa Zuniga y Carolyn Holland (redactoras), ambas del equipo de la Editorial HarperOne, consiguieron que todos centrásemos nuestra atención en el interés, la claridad, la estética y la producción de la obra dentro del plazo previsto. Por último, estamos especialmente agradecidos a la familia de Henri, en particular a su hermano Laurent, que encarna el amor de la familia Nouwen por el arte, la música y la cultura. Laurent nos hospedó en su casa de Holanda durante una semana. Conocimos así por experiencia la extraordinaria calidad de la hospitalidad de los holandeses, al igual que su buena disposición para la conversación y la risa, lo que sin duda nos ayudó a comprender mejor la propia formación de Henri y su búsqueda imperfecta de la intimidad con Dios y con otros seres humanos. Queremos dedicar este libro a Laurent, el 13
hermano menor, que gracias a su espiritualidad activa y sabiduría práctica sigue dispuesto a dar a muchos, siempre que su generosidad pase desapercibida. Mientras que Henri, el hermano mayor, probablemente rumiaría larga y concienzudamente sus intuiciones espirituales, tú, Laurent, nos muestras cómo ir y hacerlo.
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De qué trata este libro ESTE libro es un manual básico acerca del modo en que nos movemos en la vida espiritual. Más que de etapas conducentes a la iluminación, este libro trata de prácticas del corazón. En lugar de estadios progresivos de desarrollo, aquí se habla de movimientos: paso de cosas que nos esclavizan y destruyen a otras que nos liberan y vivifican. Este libro identifica la dinámica psicológica de la vida espiritual, así como las contradicciones y una serie de movimientos comunes a muchos individuos que tratan de vivir espiritualmente en un mundo en cambio y movilidad constantes. Este libro ofrece sabiduría espiritual acerca de cómo desplazarse de la mente al corazón, para vivir aquí como en el centro - y como el lugar donde Dios habita. «La formación espiritual ofrece oportunidades de penetrar en el centro de nuestro corazón y familiarizarnos con las complejidades de nuestra propia vida interior», escribió Henri Nouwen, uno de los escritores espirituales más leídos y sistemáticos de la segunda mitad del siglo XX. Independientemente de la cuarentena larga de obras sobre temas de espiritualidad cristiana publicadas por Nouwen, nuestro libro contiene sus enseñanzas integradas y ejemplos personales del «camino del corazón»: la senda seguida para descender de la mente hacia el cora zón, donde el espíritu del hombre fija su morada y es configurado por el Espíritu de Dios. Como pastor, psicólogo, profesor y pionero en el campo de la psicología pastoral, Henri Nouwen es un guía fidedigno para ayudarnos a movernos por lo que ahora se conoce generalmente como formación espiritual. En su condición de sacerdote de la Iglesia católica, Nouwen era depositario de una rica tradición de formación espiritual dentro de la teología mística católica, que entendía que, tras superar diversas etapas progresivas y aplicando unas disciplinas específicas, el alma alcanzaba la unión mística con Dios. Más tarde, como psicólogo, Nouwen integró y desarrolló una comprensión más psicodinámica de las polaridades interiores de la psique (alma) humana, localizadas por él en el corazón como yo esencial o centro espiritual de la persona, donde las vidas física, mental y emocional del individuo entran como una sola realidad en relación con Dios. A medida que estas polaridades interiores fueron mejor comprendidas y orientadas hacia Dios, se vio la posibilidad del movimiento transformador. Cuando el corazón humano se muestra abierto y es sensible a los movimientos del Espíritu, es inevitable que se produzca una formación espiritual saludable'. Reflexionando sobre su propia experiencia espiritual y la de otras personas, Nouwen logró articular cualidades personales y universales de la vida interior en relación con la formación espiritual. En uno de sus primeros li tiros, Signos de vida: intimidad, fecundidad y éxtasis, centró su atención en la dinámica interna de sentimientos como el 16
miedo, la vergüenza, la vulnerabilidad, la identidad, la autoestima, la ansiedad, el amor y la esperanza. En su opinión, estas polaridades psicológicas y espirituales provocan movimientos transformadores en el marco del itinerario espiritual. La identificación de una determinada cualidad de la vida interior le permitió articular la disciplina y el movimiento correspondientes en el marco del desarrollo espiritual: de esta cualidad a esa otra situación, de algo esclavizador y destructivo a algo liberador y vivificante. Por ejemplo, en su obra Tres etapas (más que de etapas, sería preferible hablar aquí de movimientos, como en el texto original: movements) en la vida espiritual: un proceso de búsqueda, el primer movimiento que identifica Nouwen es del aislamiento a la soledad, y la disciplina requerida es el silencio; el segundo movimiento es de la hostilidad a la hospitalidad, que incita a poner en práctica la disciplina del ministerio o servicio; el tercer movimiento es de la ilusión de vida a la oración del corazón, que exige a la vez oración contemplativa y discernimiento comunitario. Los movimientos del Espíritu - ya sean importantes, o secundarios - pueden variar de un individuo a otro, de un estadio a otro de la vida y de una comunidad de fe a otra. Nunca son estáticos, absolutos o completos desde todos los puntos de vista, como si tuviéramos que obtener el título correspondiente al pasar de un movimiento a otro antes de proseguir nuestro itinerario. Lo que sucede, más bien, es que seguimos moviéndonos y tratando de discernir en qué dirección sopla el viento de la actividad de Dios en nuestras vidas. En tales circunstancias, para vivir espiritualmente tratamos de respirar con el ritmo del Espíritu y movernos hacia Dios siguiendo el largo itinerario de la fe. Este proceso implica tomar conciencia, fijar la condición y seguir los sutiles movimientos del Espíritu en nuestros corazones y en nuestras vidas. Según Nouwen, los movimientos más importantes son de la opacidad a la transparencia; de la ilusión a la oración; de la tristeza a la alegría; del resentimiento a la gratitud; del temor al amor; de la exclusión a la inclusión y de la negación a la aceptación de la muerte. Estos siete movimientos, entre otros muchos, constituyen el camino del corazón, la senda de la formación espiritual'. Formación espiritual: siguiendo los impulsos del Espíritu representa la consolidación de las disciplinas clásicas, las etapas tradicionales y los movimientos espirituales como un itinerario dinámico de fe que exige reflexión cotidiana y práctica intencional. Como tal, es un libro apropiado para la reflexión de los individuos y de los pequeños grupos. Cómo se escribió este libro Tras la cálida acogida y el fructífero feedback de Dirección espiritual, el anterior libro que nosotros mismos elaboramos a partir de las anotaciones y los manuscritos de Henri Nouwen, nos preguntamos si no sería posible publicar otro libro igualmente útil a partir de las numerosas grabaciones y otros escritos que forman parte del legado de Nouwen. 17
Como alumno de Henri en Yale y lector de sus libros desde comienzos de la década de 1980, yo, Mi chael, pude observar la persistencia del patrón de los movimientos, tanto en sus exposiciones orales como en sus escritos. Después de leer sus numerosos libros a lo largo de los últimos años, comencé a hacer el recuento de los movimientos que él identificaba por su nombre. En particular, me llamó la atención el hecho de que cambiase los nombres de los movimientos de un libro para otro, y me pregunté si esos cambios eran un simple recurso retórico o pedagógico para facilitar el aprendizaje o si, por el contrario, el lenguaje del movimiento pretendía describir cómo actúa Dios en nuestros corazones, haciéndonos pasar de una condición a otra de acuerdo con unas pautas y ciclos repetitivos. Cuando mi colega Rebecca Laird analizó la teoría psicológica del desarrollo espiritual de Nouwen en sus años como investigador en el Menninger Institute, y releyó El sanador herido, su contribución más importante al campo de la psicología pastoral, todo nos pareció más claro: Henri trataba de reconstruir y completar las etapas y las disciplinas clásicas a la luz de la psicología pastoral y de la nueva comprensión de la espiritualidad cristiana, con el fin de reflejar mejor la realidad humana en la segunda mitad del siglo XX. El fruto de su trabajo creativo es el nuevo enfoque, de carácter transformador, que se da a la formación espiritual. Nuestro libro es un producto entresacado de las numerosas obras de Nouwen, quien escribió incansablemente acerca de los movimientos internos, al tiempo que recorría el itinerario de su fe. Tras la muerte de Nouwen, dedicamos un par de años a ubicar y recuperar algunas de las tendencias o corrientes de sus enseñanzas acerca de estos movimientos en sus obras inéditas - homilías, notas de clase, discursos, en sus artículos periodísticos y en los libros que publicó. En aquel momento integramos esos elementos en un todo coherente para abrirlo a nuevos contextos y ampliar el círculo de lectores. De esta manera, movimientos que les resultaban familiares a los lectores ya antiguos de Nouwen han sido actualizados, reestructurados y recontextualizados para que respondan a las nuevas audiencias. Formación espiritual: siguiendo los impulsos del Espíritu es el segundo de la serie de tres volúmenes prevista sobre la vivencia de la vida espiritual. El primer volumen, dedicado al tema de la Dirección espiritual, fue publicado en 2006. El tercer volumen, todavía en preparación, tratará del Discernimiento espiritual y abordará las cuestiones que plantea la lectura de los signos de la vida cotidiana. Cada volumen es independiente y, en este sentido, pueden leerse los tres por separado. De todos modos, juntos forman una trilogía espiritual que glosa el pensamiento de Henri Nouwen3. Cómo leer este libro La formación exige tiempo, nos compromete de por vida. Sería preferible leer este libro 18
despacio, y no necesariamente siguiendo el orden de sus capítulos. Desde luego, desaconsejamos que se lea de un tirón. La formación espiritual es algo personal e interior, pero en este terreno los mejores resultados se obtienen cuando se cuenta con una comunidad de apoyo. En cualquier caso, sería bueno que la lectura de este libro se hiciese en un grupo peque ño a lo largo de siete semanas, o incluso de varios meses, permitiendo que el tiempo litúrgico guíe el trabajo interior de los lectores en coincidencia con el contenido de cada capítulo. Si hay personas comprometidas con su propio itinerario espiritual, pueden ofrecer apoyo y ciertas formas de orientación espiritual a lo largo del camino. Cada uno de los capítulos viene enmarcado en una «historia - o parábola - favorita de Henri» y en un «icono - o cuadro - favorito de Henri». La lectura de las parábolas en voz alta tiene en cuenta la antigua práctica de la lectio divina, o lectura meditativa de la Sagrada Escritura o textos revelados, y puede desembocar en actos de oración o contemplación. Las imágenes insertadas en las páginas centrales del libro corresponden al contenido de cada uno de los capítulos y se incluyeron porque Henri, inspirándose en la tradición cristiana ortodoxa, oraba a menudo con iconos, pero también porque el arte sagrado, especialmente el icono, puede ser fuente de revelación divina que quien lo contempla está invitado a recibir de forma meditativa, con el fin de sentirse inspirado y mejorar su percepción. La antigua práctica de meditar sobre imágenes visuales ha sido calificada recientemente de visio divina (visión divina o sagrada)'. En nuestro mundo, donde tanto abundan las palabras, sentarse a reflexionar en silencio frente a una imagen puede ayudar a la mente a descender al interior del corazón. Después de que hayas leído un determinado capítulo de este libro, siéntate frente a la imagen correspondiente a dicho capítulo durante diez minutos por lo menos y deja que tu mente se concentre en los múltiples detalles de la imagen. Ten en cuenta que contemplar las imágenes divinas - ya se trate de pinturas religiosas o de iconos sagrados - es una manera de ver y de dejar que nos vean. De esta manera, imagen y palabra, contemplación y reflexión, contribuyen a realzar el sentido y tienden al movimiento descrito en el capítulo correspondiente. Las cuestiones que se plantean en el apartado titulado «Profundización», al final de cada capítulo, pretenden ayudarte a registrar y aplicar el material desarrollado en el capítulo como conocimiento del corazón que te ayuda a articular mejor los movimientos de tu propio corazón y la labor de talla que Dios lleva a cabo en tu propia vida. Los ejercicios espirituales incluidos, o bien fueron utilizados por Henri Nouwen en pequeños grupos, o bien han sido añadidos como material complementario. Si se estudia el libro en grupo, cada sesión puede empezar con una oración de apertura y diez minutos de visio divina silenciosa. Las imágenes adecuadas para cada capítulo son fáciles de obtener a través de Internet, y para la meditación y la reflexión en grupo pueden imprimirse o, mejor aún, proyectarse sobre una pantalla grande o sobre un muro blanco. Esta forma compartida de practicar la fe conjuntamente con otras personas debería ir seguida de una discusión de los tres o cuatro puntos principales o citas dignas 19
de consideración. Finalmente, debería seguir un tiempo en que todos los miembros del grupo se corresponsabilicen de las cuestiones propuestas a la reflexión, o bien de otros ejercicios. Para respetar los compromisos de tiempo del grupo, cada uno de sus miembros ha de venir dispuesto a compartir y a limitar su intervención a unos pocos minutos, para que todos puedan participar. La formación en comunidad exige disciplina para que todas las voces puedan ser oídas, sin que ninguna se vea reducida al silencio o marginada por los miembros más extravertidos. Aseguraos de que, al concluir la sesión, se dedique algún tiempo a rezar los unos por los otros y por los problemas que afectan al mundo entero. Sería también una práctica loable finalizar vuestro estudio del libro con algún tipo de servicio prestado a personas de fuera de vuestro grupo. Este gesto os recordará que, aunque la formación espiritual implica movimientos internos, cada uno de nosotros se forma en la sede de su corazón para un encuentro con Dios en comunidad, expresado por el amor hacia los demás en el ministerio. La introducción que Henri Nouwen preparó para este libro - un texto clave para comprender el carácter único de su enfoque de la formación espiritual - y los capítulos que siguen describen los movimientos internos y las polaridades del corazón en marcha. Cada capítulo identifica una condición de la experiencia humana - opacidad, ilusión, tristeza, resentimiento, temor, exclusividad, rechazo - y hace una llamada explícita a la oración y a la formación espiritual. Siguiendo los movimientos internos del Espíritu, somos conducidos una y otra vez a la sede del corazón, donde podemos ser formados, reformados y transformados por el amor de Dios. MICHAEL J.CHRISTENSEN REBECCA J.LAIRD Domingo de Pascua 4 de Abril de 2010
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La formación espiritual: el camino del corazón TRAS muchos años de esfuerzo por vivir intensamente mi vida espiritual, hoy sigo haciéndome una serie de preguntas: «¿Dónde me encuentro yo como cristiano?». «¿Qué progresos he hecho?». «¿Amo a Dios ahora más que en épocas anteriores de mi vida?». «¿Ha madurado de alguna manera mi fe desde que empecé a recorrer el camino espiritual?»... Sinceramente, no sé qué respuesta debo dar a estas preguntas. Tengo tantas razones para mostrarme pesimista como para dejarme llevar por el optimismo. Muchas de las luchas de hace veinte o cuarenta años siguen todavía, en buena medida, vivas en mí. En este momento sigo buscando la paz interior, tratando de que mis relaciones con los demás sean creativas y de que mi experiencia de Dios sea más profunda. Y me es imposible saber con certeza si los pequeños cambios psicológicos y espirituales que he experimentado durante las últimas décadas me han hecho una persona más o menos espiritual. En una sociedad que sobrevalora el progreso, el desarrollo y el éxito personal, la vida espiritual se deja deslumbrar por los resultados aparentes y se orienta fácilmente al rendimiento: «En qué nivel me encuentro yo ahora y qué tengo que hacer para acceder al siguiente nivel?». «¿Cuándo alcanzaré personalmente la unión con Dios?». «¿Cuándo experimentaré la iluminación?»... Muchos santos importantes han descrito sus experiencias religiosas, y muchos creyentes menos santos las han sistematizado en diferentes fases, niveles o etapas. Estas distinciones pueden ser útiles para quienes escriben libros destinados a instruir a los fieles, pero es muy importante que nosotros nos olvidemos del mundo de las medidas cuando hablamos de la vida del Espíritu. Tal como yo veo hoy las cosas, la formación espiritual no trata acerca de los peldaños o etapas que encuentra el alma en su camino hacia la perfección. Lo que realmente le interesa son los movimientos de la mente hacia el corazón a través de la oración, movimientos que, en sus múltiples formas, nos unen con Dios, con nuestros semejantes y con nuestro más auténtico yo. El místico ruso Teófanes el Recluso escribió: «Sólo quiero recordarte una cosa: se ha de descender con la mente al corazón y permanecer ahí ante el rostro omnipresente del Señor, viéndolo todo dentro de ti. La oración contará con un asidero firme y seguro cuando en el corazón empiece a arder un pequeño fuego. Trata de no apagar este fuego, y se consolidará de tal manera que la oración se repetirá a sí misma: y entonces tendrás dentro de ti un riachuelo que susurra»'.
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A través de los siglos, esta visión de la oración ha sido central en las tradiciones espirituales. Orar es permanecer en presencia de Dios con la mente en el corazón, es decir, en el punto de nuestro ser en que no existen divisiones ni distinciones, porque en él somos totalmente uno con nosotros mismos, con Dios, con los demás hombres y con el conjunto de la creación. En el corazón de Dios mora el Espíritu, y es ahí donde tiene lugar el gran encuentro. Ahí un corazón habla a otro corazón cuando estamos en presencia del Señor, omnipresente, viéndolo todo dentro de nosotros. Y ahí, en la sede del corazón, tiene lugar la formación espiritual. Formación del corazón El término corazón se entiende aquí en el sentido que le da la Biblia: el lugar del hombre en que cuerpo, alma y espíritu se unen para formar una sola realidad. En el uso moderno que nosotros le damos, corazón se ha convertido en una palabra más bien blanda. Nos imaginamos el corazón como el cálido lugar en que se asientan nuestras emociones, por oposición a la fría inteligencia, que constituiría el hogar de nuestros pensamientos. Sin embargo, en la tradición judeo-cristiana el término corazón se refiere a la fuente de todas las energías humanas: físicas, emocionales, intelectuales, volitivas y morales. Es la sede de la voluntad; traza planes y adopta buenas decisio nes. En este sentido, el corazón es el órgano central que unifica toda nuestra vida personal. Nuestro corazón determina nuestra personalidad; a la vez que sede de la morada de Dios en nosotros, es el lugar contra el cual dirige el Maligno fieros ataques, suscitando en nosotros dudas, temores, desesperación, resentimiento, actitudes consumistas, etcétera. Por eso, vivir la vida espiritual y dejarnos llenar por la presencia de Dios exige orar constantemente; y abandonar nuestros espejismos y nuestro aislamiento para retornar a ese lugar del corazón en el que Dios sigue formándonos a imagen y semejanza de Cristo, requiere tiempo y dedicación. Me gusta la historia que de un escultor que refiero a continuación, porque expresa de manera sencilla, pero convincente, la importancia de no descuidar nunca la formación espiritual: «Un muchacho observaba a un escultor mientras trabajaba. Durante varias semanas, el escultor no parecía hacer otra cosa que golpear y desbastar un gran bloque de mármol. Pero, pasadas algunas semanas, el artista había creado un hermoso león de mármol. Lleno de admiración, el muchacho preguntó al escultor: "Señor, ¿cómo sabía usted que en ese bloque había un león?"»Z. Mucho antes de dar forma al bloque de mármol, el escultor debe saber que en él se esconde un león. El escultor debe conocer el león «de corazón» - y no sólo «de memoria», como se dice en otros idiomas - para poder verlo en el bloque sin desbastar. El secreto del escultor reside en el poder que tiene de reconocer en el mármol todo 23
aquello que conoce «de corazón». Un escultor que conoce de esta manera a un ángel será capaz de ver a ese ángel en el mármol; y si el escultor conoce así a Dios, verá a Dios en el mármol. Sin duda, el escultor tiene que conocer las reglas del arte, porque sin habilidad y sin técnica el mármol no desvelará lo que su corazón conoce. Pero la habilidad y la técnica no bastan por sí solas; hace falta, además, que el corazón esté informado por el conocimiento adecuado. Así pues, la gran pregunta que hemos de hacer al escultor es: «¿Qué es lo que conoces tú de corazón?». La historia del muchacho y del escultor nos ayuda a ver la formación espiritual como una formación del corazón. ¿Qué valor hemos de atribuir a cristianos y a líderes espirituales bien adiestrados y perfectamente formados si sus corazones siguen siendo ignorantes? ¿Qué valor tienen cualidades como una gran erudición teológica, o una notable maestría pastoral, o una intensa pero fugaz experiencia mística, o el activismo social, cuando falta un corazón bien formado que guíe una vida bien formada? Que el conocimiento de la mente conduzca a Dios o a la desesperación depende del corazón. Si la palabra de Dios se reduce a ser tema de análisis o de debate y no desciende al corazón, fácilmente se convierte en instrumento de destrucción, en lugar de servir de guía para el amor. Si nuestro corazón únicamente conoce pensamientos malvados o egoístas, transmitirá el mal o el egoísmo; pero si nuestro corazón está formado por la palabra de Dios en Cristo, verá el rostro de Dios en todo cuanto contemple. Teófanes el Recluso escribió también: «Si el recuerdo de Dios está vivo en el corazón y mantiene el temor divino, todo va bien. Pero si este re cuerdo se debilita o únicamente se conserva en la cabeza, todo irá por mal camino»3. Si únicamente nuestra mente «ve», pero nuestro espíritu permanece ciego, seguiremos siendo espiritualmente ignorantes. Por este motivo, la formación espiritual exige permanecer siempre atentos a la disciplina que nos enseña a descender de la mente hasta el interior del corazón, ya que solo así encontraremos el conocimiento y la sabiduría verdaderos. El viaje interior hacia el corazón La formación espiritual exige emprender un viaje al interior del corazón. Aunque este viaje se realiza dentro de la comunidad y conduce al servicio, la primera tarea es mirar dentro de uno mismo, reflexionar sobre nuestra vida cotidiana y buscar a Dios y su actuar justamente ahí. Las personas que se atreven a mirar en su interior se enfrentan a un nuevo desafío, a menudo bastante dramático: han de llegar a entenderse con el mysterium tremendum - es decir, la naturaleza abrumadora - de su propia vida interior'. Mientras que el Dios que existe «fuera» o «por encima» de nosotros se disuelve en 24
multitud de estructuras sociales y construcciones teológicas, el Dios que mora dentro de nosotros reclama nuestra atención con una fuerza irresistible. Y de la misma manera que el Dios exterior a nosotros puede ser experimentado como un ser bueno y amoroso, a la vez que como un ser iracundo e incluso demoníaco, el Dios interior puede convertirse en fuente creadora de nueva vida, pero también en causa de destrucción, en fuente de caos y confusión. De ahí que el mayor motivo de queja de místicos como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz fuese a menudo la ausencia de maestros espirituales que los guiasen por el camino adecuado y les enseñasen a distinguir entre los espíritus creativos y los destructivos. No es preciso exagerar lo enormemente peligrosa que puede llegar a ser la experimentación con la vida interior. Tanto las drogas como diferentes prácticas de concentración y de aislamiento, a menudo no solo no ayudan, sino que perjudican. Por otra parte, no es nada raro hoy que quienes evitan todo encuentro que les resulta penoso con realidades pertenecientes a la esfera de lo invisible se vean condenados a vivir vidas arrogantes, aburridas y superficiales. La primera y más elemental tarea de quien está decidido a emprender el viaje interior del corazón consiste en clarificar la enorme confusión que puede producirse cuando se penetra en este nuevo mundo interior. Es realmente penoso comprobar lo escasamente preparados que podemos estar para recorrer este territorio interior. La mayoría de los líderes cristianos están acostumbrados a pensar en términos de organizaciones en gran escala: hacer que la gente se reúna en asambleas, escuelas y hospitales, y dirigir el cotarro como lo haría un director de circo. No solo no se han familiarizado con los movimientos profundos y verdaderamente significativos del Espíritu en el interior de los creyentes, sino que puede suceder incluso que algunos líderes lamenten esos movimientos. En este sentido, me temo que no habrán pasado muchas décadas antes de que la Iglesia sea acusada de haber descuidado su tarea más básica: ofrecer a la gente formas creativas de comunicarse con la fuente divina de la vida humana. Pero ¿cómo podemos evitar nosotros este peligro? En mi opinión, no nos queda más remedio que tomar el camino que nos permite acceder al corazón, centro de nuestra existencia, y familiarizarnos con la complejidad de nuestra vida interior. Tan pronto como nos sintamos a gusto en nuestra propia casa - descubriendo los rincones oscuros y las zonas de luz, las puertas cerradas y las habitaciones abiertas a los cuatro vientos-, desaparecerá nuestra confusión, se reducirá nuestra ansiedad y nos sentiremos capacitados para trabajar creativamente y llevar una vida espiritualmente formada. En este punto, el trabajo clave se llama «articulación». Quienes están en condiciones de identificar y articular los movimientos de sus vidas interiores, quienes pueden poner nombre a sus variadas experiencias, no tienen que continuar siendo víctimas de sí mismos, porque son capaces de remover lenta y sistemáticamente los obstáculos que impiden la entrada del Espíritu en sus vidas. Estas personas pueden crear un espacio para Aquel que es más grande que ellas, cuyos ojos ven más que los suyos y cuyas manos pueden curar y formar más eficazmente que las suyas'. 25
Nuestra relación con Dios ¿Qué decir de nuestra relación con Dios, sin duda la más central de todas nuestras relaciones? ¿Puede esa realidad última, ni vista ni comprobada, ser fuente de asesoramiento y formación? ¿Está Dios realmente presente e interesado en el resultado de mi vida individual? Esta es la pregunta que muchas personas se hacen hoy, como ha sucedido durante siglos. En este momento, numerosas Iglesias, seminarios y escuelas teológicas empiezan a comprender que la formación espiritual forma parte esencial de su programa educativo. A muchas personas la espiritualidad les ha parecido un asunto demasiado personal, demasiado privado y demasiado inaprehensible para ser tomado en serio como área de estudio y de adiestramiento. Sin embargo, es muy posible que, como sucediera con la educación pastoral clínica en las décadas de 1950 y 1960, tanto la formación espiritual como la dirección espiritual entren a formar parte de la formación y la educación teológicas a comienzos del nuevo siglo. Cualquiera que se tome la vida espiritual en serio y desee comprometerse a fondo en el encuentro con Dios comprenderá enseguida la necesidad de formación y de dirección. Emprender este viaje interior exige tomar en consideración los movimientos del corazón con todas sus polaridades, pero interpretadas de una forma que respete a la vez el tiempo y la tradición. De la misma manera que ninguno de nosotros partiría para un largo viaje sin haber planificado antes tiempos de descanso y de refrigerio y haber comprobado la exactitud de nuestros mapas y direcciones, tampoco nosotros podemos esperar ahora ser formados en la fe sin comprometernos a vivir una vida espiritual con disciplinas o prácticas espirituales regulares. La oración y la meditación representan dos de las prácticas centrales para desarrollar la vida espiritual y no pueden, por tanto dejarse a la libre experimentación. Son muchos en nuestros días los movimientos que nos demuestran hasta la saciedad lo peligrosa que puede ser la experimentación improvisada con poderes espirituales. Si no hay nadie que nos ayude a distinguir entre el Espíritu de Dios y el amplio abanico de espíritus malévolos que acechan a nuestras almas, penetrar en terreno tan resbaladizo puede hacer más mal que bien. Aunque muchas personas estén de acuerdo en la necesidad de la formación espiritual, la cuestión de su aplicación práctica sigue siendo para la mayoría muy difícil de responder. El hecho de que en la historia de la espiritualidad cristiana occidental hayamos contado con tantas «escuelas» - representadas por figuras como (Pseudo) Dionisio el Areopagita, Benito de Nursia, Francisco de Asís, Maestro Eckhart, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, John Wesley, George Fox, Thomas Merton y el Hermano Roger y la Comunidad de Taizé - demuestra claramente que los métodos de formación espiritual son muchos. Pero bajo esta enorme variedad es posible descubrir un pequeño número de prácticas que han demostrado fehacientemente su utilidad como guías para todas aquellas 26
personas preocupadas por el crecimiento espiritual propio y ajeno. Voy a fijarme aquí en cinco de estas prácticas que parecen haber tenido especial importancia: reflexión sobre los documentos vivos de nuestros propios corazones y tiempos, lectio divina, silencio, comunidad y servicio. Practicadas en común, especialmente con un director y una comunidad de fe, todos estos ejercicios contribuyen a moldear nuestros corazones para Dios. Reflexión sobre nuestro corazón y nuestros tiempos La vida espiritual auténtica se basa en la condición humana. La vida espiritual no se vive fuera, antes, después o al lado de nuestra existencia cotidiana. No, la vida espiritual únicamente puede ser real en la medida en que es vivida en medio de las penas y las alegrías del aquí y ahora. Por tanto, hemos de empezar observando cuidadosamente nuestra forma de pensar, de hablar, de sentir y de actuar cada hora, cada día, cada semana, y cada año, con el fin de hacernos más plenamente conscientes de nuestra hambre del Espíritu. Mientras nos contentemos con un vago sentimiento de descontento con nuestro actual modo de vivir y un deseo impreciso de «cosas espirituales», nuestras vidas seguirán anquilosadas en una difusa melancolía. A menudo repetimos: «Yo no soy muy feliz. No estoy contento con la forma en que vivo. Realmente, no me siento feliz ni en paz conmigo mismo. Pero desconozco cómo podrían cambiar las cosas, y supongo que he de ser realista y aceptar mi vida tal como es». Es precisamente esta actitud resignada la que nos impide analizar de cerca nuestra realidad, articular nuestra experiencia y profundizar en la vida del Espíritu. Ya durante mis años de adiestramiento en la Clínica Menninger (Topeka, Kansas, EE.UU.) a finales de la década de 1960, tuve ocasión de estudiar y escribir sobre la vida y el pensamiento de Anton T.Boisen, uno de los pioneros en el campo de la psicología de la religión y del movimiento de asistencia pastoral moderna. La obra de Boisen es intensamente autobiográfica. Su propia vocación al ministerio fue seguida por «años de vagabundeo», que se intensificó durante un periodo de perturbación mental en el que Boisen empezó a «leer» el documento de su propia vida. Boisen estaba convencido de que el es tudio de la vida espiritual con Dios «no debe empezar con tradiciones o sistemas formulados en libros, sino con una exploración de la experiencia humana viva llevada a cabo con mentalidad abierta»6. Una reflexión activa sobre lo que Boisen llamaba «el documento vivo» de su vida y de su época contribuye a clarificar las polaridades internas de nuestra condición humana y apunta hacia una más amplia totalidad. A medida que avanzamos en el conocimiento del corazón, comprobamos que «lo que es máximamente personal es máximamente universal»'. Lectio divina
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La expresión lectio divina proviene de la tradición benedictina y se refiere primordialmente a la lectura litúrgica o privada de la Biblia'. Cada vez es más vehemente mi sospecha de que nuestra sofisticada, escéptica, competitiva y productiva sociedad reprime tanto nuestra lectura de la palabra de Dios como la lectura que esta hace de nosotros. La expresión lectio divina se aplica a toda lectura de la Biblia realizada con reverencia y disponibilidad a lo que el Espíritu quiera decirnos en ese momento. Si nos acercamos a la Palabra de Dios como a una palabra que nos es dirigida a cada uno de nosotros, podemos llegar a conocer la presencia y la voluntad de Dios. La práctica regular de la lectio divina da lugar a situaciones en las que mi historia y la historia de Dios se encuentran, y en esos momentos puede suceder algo sorprendente. En este sentido, leer la Biblia de esta manera significa leerla «de rodillas», es decir, con reverencia y atentamente, y con el convencimiento profundo de que Dios tiene para mí una palabra en mi situación personal única. En principio, la Biblia no es un libro de información, sino de formación. Con otras palabras, no es simplemente un libro para ser analizado, examinado minuciosamente y discutido, sino un libro sagrado para educarnos, unificar nuestros corazones y nuestras mentes y servirnos de fuente constante de contemplación. Es importante que no cedamos a la tentación de leer la Biblia programáticamente como un libro repleto de bonitas historias y convincentes ilustraciones de las que podemos echar mano para alcanzar objetivos inmediatos, como dar un consejo, preparar sermones, conferencias, comunicaciones y artículos. Mientras utilicemos la Palabra de Dios como un instrumento que nos permite hacer muchas cosas útiles, realmente no estamos leyendo la Biblia. Esta no nos hablará mientras únicamente deseemos utilizarla. Pero si estamos dispuestos a escuchar la Palabra de Dios como una palabra dirigida a nosotros, la Sagrada Escritura puede revelársenos, y su mensaje abrirse paso hasta el centro mismo de nuestros corazones. Lo cual no resulta nada fácil, porque exige una actitud abierta y estar constantemente dispuestos a convertirse y a ser conducidos a lugares a los que preferiríamos no ir (Jn 21,18). Cuando san Agustín leyó de manera orante la Biblia y acogió meditativamente la Palabra como una palabra dirigida directamente a él, su vida cambió radicalmente. Otros santos a lo largo de la historia y numerosas personas en nuestros días refieren parecidas historias de transformación. La conversión - es decir, la transformación - por la Palabra de Dios nos abre siempre al Espíritu de verdad y nos ayuda a romper con la ignorancia paralizante de nuestra vida mundana. La lectio divina es una antigua práctica de formación espiritual que hoy seguimos necesitando. A medida que nuestra sociedad ha ido relegando a un segundo plano la palabra para dar preferencia a lo visual, se han vuelto necesarios otros métodos de recibir la Palabra de Dios. Asistimos hoy al redescubrimiento de una antigua forma de ver y sentir el movimiento de Dios en nuestras vidas: la visio divina9, la visión sagrada o contemplación atenta de los iconos e imágenes sagradas. Hace siglos, los cristianos ortodoxos pintaban 28
iconos y oraban ante ellos, conscientes de que estos objetos podían señalarles el camino hacia el espacio interior de oración y llevarles muy cerca del corazón de Dios. Personalmente, conozco el poder de la oración mientras el orante contempla fijamente un icono. Me ha sucedido a menudo que, por diversos motivos, no he podido rezar: cuando estaba demasiado cansado para leer los evangelios, o demasiado agitado para concentrarme en pensamientos espirituales, o demasiado deprimido para encontrar palabras dirigidas a Dios, o demasiado agotado para hacer cualquier esfuerzo... De todos modos, siempre podía mirar las imágenes, que eran capaces de conectarme inmediata e íntimamente con una experiencia de amor de Dios. Con el tiempo, aprendí a llevar en mis viajes sendas copias del icono de La Trinidad de Rublev y de Los girasoles de van Gogh. incluso en los momentos más molestos y desesperados, estas imágenes sagradas son ventanas que permiten al orante asomarse al corazón de Dios10 El silencio Sin silencio, la Palabra de Dios no puede dar fruto. Uno de los aspectos más deprimentes de la vida contemporánea es la falta casi absoluta de silencio. Y yo me pregunto si la Palabra de Dios puede ser realmente acogida en el centro de nuestros corazones cuando, con nuestro parloteo incesante, el ruido constante y las interacciones electrónicas, mantenemos bloqueado el camino del corazón. De Ambrosio de Milán son estas palabras: «He visto salvarse a muchos gracias al silencio, pero no he visto salvarse a nadie gracias a las palabras". Y san Serafín de Sarov dice: «El silencio es el sacramento del mundo futuro; las palabras [son] las armas de este mundo»". Todos los místicos coinciden en que el silencio es el camino real que conduce a la formación espiritual. Jamás he conocido a nadie seriamente interesado en la vida espiritual que no tuviera un creciente deseo de silencio. Quienes se afanan buscando el Espíritu de verdad terminan cayendo en la cuenta de que, «de todas las partes del cuerpo, es la lengua la que contamina el cuerpo entero» (St 3,6). Mientras nuestros corazones y nuestras mentes estén repletos de palabras puramente humanas, la Palabra no dispondrá del espacio necesario para penetrar a fondo en nuestros corazones y dar fruto. En el silencio y gracias al silencio, la Palabra de Dios desciende de la mente hasta el corazón, donde podemos rumiarla, masticarla, digerirla y dejar que se convierta en carne y sangre en nosotros. Este es el sentido de la palabra meditación. Sin silencio, la Palabra no puede convertirse en nuestro guía interior; sin meditación, la Palabra no puede construir su morada en nuestros corazones y hablar desde ahí. El silencio que sirve de camino real para que la Palabra llegue al corazón no es fácil de lograr. Todos nos distraemos y nos sentimos desconcertados a menudo: no sabemos qué experiencias internas merecen nuestra confianza y cuáles no, ni qué sugerencias seguir y cuáles rechazar. El descenso de la mente hacia el corazón, que es el propósito de la formación espiritual, no es un camino libre de escollos. Por eso, no debe 29
sorprendernos que las personas que se toman la vida espiritual en serio busquen siempre a alguien que las guíe. Uno de los signos más esperanzadores de estos últimos años es el desarrollo de centros especializados en la formación de directores espirituales. Al mismo tiempo que crece la búsqueda de libertad interior, aumenta el número de personas que pueden ayudar en la tarea de discernimiento, distinguiendo entre el Espíritu Santo y los numerosos espíritus mundanos. Aquí es donde la dirección espiritual puede resultar especialmente beneficiosa. Lectio divina, silencio, discernimiento y dirección espiritual son elementos centrales en la formación espiritual. Cualquiera que sea la «escuela de oración» que sigamos, todas ellas subrayan que la Palabra de Dios ha de recibirse en soledad y silencio, bajo la mirada de un maestro competente. Sin embargo, con esto no está dicho todo sobre la formación espiritual; de hecho, podría ser incluso engañoso, en el sentido de que podría sugerir que la formación espiritual es un asunto predominantemente individual. Leo yo solo la Palabra. Me adentro en el silencio y la soledad. Puedo hablar con un especialista que me ayude a recorrer el camino del corazón. Pero no todo acaba aquí. La formación espiritual no es un ejercicio de devoción privada, sino de espiritualidad corporativa. Es verdad que todos tenemos experiencias personales de Dios, pero juntos recibimos la formación que corresponde al pueblo de Dios. El viaje exterior hacia la comunidad La formación espiritual no solo nos obliga a emprender el viaje interior hacia el corazón, sino también el viaje exterior del corazón hacia la comunidad y el ministerio. La espiritualidad cristiana es esencialmente comunitaria. Y la formación espiritual es formación en comunidad. La vida personal de oración de un cristiano no se comprende plenamente si la separamos de la vida de comunidad. En la vida espiritual, la oración conduce a la comunidad, y esta lleva a la oración. En comunidad aprendemos lo que significa confesar nuestra debilidad y perdonamos unos a otros. En comunidad descubrimos nuestra propia enfermedad, pero también un lugar de curación. La comunidad es escuela de verdadera humildad. Sin comunidad, nos volvemos individualistas y egocéntricos. Por eso mismo, la formación espiritual incluye siempre formación para vivir en comunidad. Reflexión sobre el corazón, lectio divina, silencio, discernimiento y orientación son prácticas que única mente pueden realizarse plenamente en el contexto de una comunidad espiritual y una tradición de fe. Por este motivo, la lectura de la Palabra de Dios y la escucha silenciosa de la misma no son técnicas individuales que, enseñadas por un maestro y practicadas exclusivamente en soledad, nos permitan alcanzar la perfección personal. Un director espiritual no es un guru cuya autoridad dependa de una iluminación personal, sino una persona de fe y un compañero con capacidad de discernimiento que te escucha atentamente y ora contigo. En mi opinión, aquí radica una diferencia significativa 30
entre la espiritualidad cristiana y muchas religiones y métodos orientales. La espiritualidad cristiana no solo fluye de la comunidad, sino que crea comunidad. Alimenta la vida del espíritu en nosotros, dentro de nosotros y entre nosotros. El Espíritu de Dios habita en el centro de nuestro corazón y es el centro de nuestra vida en común. A decir verdad, lo que es máximamente personal demuestra ser máximamente comunitario; lo que es máximamente íntimo demuestra ser máximamente público; lo que es máximamente nutritivo para nuestras vidas individuales demuestra ser el mejor alimento para nuestras vidas como miembros del pueblo de Dios que vive y actúa en beneficio de un mundo que sufre. Por eso no debe sorprendemos que la oración y la comunidad aparezcan siempre juntas, porque el mismo Espíritu que ora en nosotros es el que nos une en un solo cuerpo cuando somos llamados a amarnos unos a otros y a trabajar por un mundo renovado. La comunidad espiritual es, ante todo, una cualidad del corazón que nos capacita para desenmascarar las ilusiones de nuestra sociedad competitiva y para mirar directamente la realidad. En y a través de la comunidad podemos reconocernos unos a otros como hermanos y hermanas en Cristo y como hijos e hijas del mismo Dios. Por tratarse de una cualidad del corazón, la comunidad no puede ser identificada con ninguna forma institucional. La comunidad es un don del Espíritu que, de acuerdo con las circunstancias, se presenta de diferentes maneras: en silencio o sirviéndose de palabras; en actitud de escucha o hablando; haciendo que varias personas vivan juntas o en una vida solitaria; y en diversas formas de liturgia y de servicio activo. El servicio «Servir» significa aquí atender a alguien, amar y cuidar a otros, y reconocer en ellos el corazón de Dios. Un verdadero discípulo de Jesús acudirá siempre allí donde haya personas que se sienten débiles, quebrantadas, enfermas, doloridas, pobres, solas, olvidadas, inquietas y perdidas. A veces resulta difícil presentarse en espacios de debilidad y de rechazo para ofrecer consuelo y alivio. Esto solo es posible cuando descubrimos la presencia de Jesús entre los pobres y los débiles y comprendemos la enorme cantidad de dones que ellos pueden ofrecernos a cambio. Por ello, la formación espiritual incluye siempre responder a las necesidades de los pobres en un espíritu de auténtica compasión. Dado que muchos de nosotros nos sentimos tentados a entender la formación del corazón en términos individualistas, es importante recordar que «comunidad» implica ministerio, y «ministerio» significa servicio al pueblo de Dios. La idea de servicio no podemos reducirla a modelos psicológicos, en los que la relación de persona a persona es central. Si las disciplinas de la Palabra, el silencio y la orientación se practican en un medio ambiente individualista, es muy probable que no se limiten a ali mentar nuestras 31
tendencias narcisistas y a reforzar el egocentrismo espiritual. La Palabra de Dios se lee, ante todo, en comunidad; el silencio forma parte, ante todo, de nuestra vida común; la dirección espiritual necesita, ante todo, ser vista y experimentada como dirección en nombre de la comunidad más amplia; y el ministerio es una vocación que responde a una necesidad de la propia comunidad de fe y se desempeña en nombre de esa misma comunidad. En este sentido, «formación espiritual» significa formación continuada del corazón, en el contexto de la vida en comunidad, expresada en el servicio prestado al mundo. La formación espiritual: el camino hacia la libertad En mi opinión, la mejor forma de articular la importancia de la formación espiritual en este momento es verla como el camino del corazón, el camino hacia la libertad. El camino del corazón lleva de la soledad con Dios a la comunidad con el pueblo de Dios, al ministerio para y por todos. El camino del corazón es el camino hacia la verdad, y «la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Cuando Jesús se despidió de sus discípulos, les dijo: «Os conviene que yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Valedor; pero, si me voy, os lo enviaré... Cuando él venga, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,7-13). El Espíritu de verdad nos libera de nuestras ilusiones y nuestra ignorancia, que nos mantienen esclavizados. La ignorancia nos lleva a buscar la aceptación allí donde no hay razón alguna para esperar esa respuesta, y nos incita a esperar cambios allí donde estos no pueden producirse. La ilusión nos lleva a luchar por un nuevo mundo, como si nosotros mismos pudiéramos crearlo y controlarlo; además, nos hace juzgar a nuestros vecinos como si nosotros tuviésemos la última palabra al respecto. Ignorancia e ilusión nos mantienen enredados en el mundo y provocan sufrimiento y pesar. En cambio, el camino del corazón conduce a la libertad. La vida espiritual es una forma de existencia en la que el Espíritu de Dios nos sitúa como seres libres para que gocemos de ella en toda su plenitud. A decir verdad, gracias a este Espíritu los creyentes podemos «estar en el mundo sin ser del mundo»; podemos movernos libremente sin vernos atados por falsas adhesiones; no podemos hablar libremente sin temer el rechazo humano; y podemos vivir en paz y alegría incluso cuando nos vemos rodeados de conflictos y tristeza. Fue este Espíritu el que impulsó a los discípulos del siglo 1 a recorrer, en el uso de su libertad, grandes distancias y a anunciar audazmente la Palabra de Dios, aunque en ocasiones esto supuso para ellos la persecución, la cárcel e incluso la muerte. Y este mismo Espíritu nos dará a nosotros la libertad para vivir en una sociedad como la nuestra, orientada a la muerte, como testigos de la nueva vida que nos ha sido dada en y 32
a través de Jesucristo. La formación espiritual nos prepara para una vida en la que se nos invita a dejar atrás nuestros temores, coacciones, resentimientos y tristezas, para servir con alegría y audacia en el mundo, aun cuando ello nos conduzca a lugares que, si de nosotros dependiera, trataríamos más bien de evitar. La formación espiritual nos ayuda a ver el rostro de Dios en medio de un mundo empedernido y en nuestro propio corazón. Esta libertad nos ayuda a utilizar nuestras habilidades y nuestras mismas vidas para hacer visible ese rostro a todos aquellos que viven en la esclavitud y el miedo. Ya Jesús dijo a sus discípulos: «Por tanto, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn 8,36). Los siguientes capítulos describen las polaridades internas en los movimientos que se desplazan de la mente hacia el corazón... y más allá. Cada capítulo analiza una condición de la experiencia humana - opacidad, ilusión, tristeza, resentimiento, temor, exclusividad, rechazo - y articula llamada a la oración, movimiento y formación espiritual. Siguiendo los movimientos internos de la vida espiritual, el Espíritu de Dios nos conduce, una y otra vez, al lugar del corazón donde podemos estar a salvo. HENRI NoUWEN
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MOVIMIENTOS TEMPRANOS
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La taza de té vacía «Esta es la historia de un profesor universitario que fue a visitar a un maestro Zen para plantearle algunas preguntas acerca precisamente del Zen. Nan-in, el maestro Zen, le sirvió té. Llenó la taza de su visitante, pero siguió vertiendo té en la taza. El profesor observaba cómo el líquido se derramaba, hasta que no pudo contenerse: "¡La taza rebosa! ¡No cabe ni una gota más!" A lo que Nan-in contestó: "A semejanza de esta taza, usted está lleno de sus opiniones y especulaciones. ¿Cómo voy a enseñarle Zen si antes no vacía usted su taza?"». -101 historias Zen, compilación (1919) de koans Zen de la era Meiji (18681912) en Japón' LA formación espiritual comienza con el descubrimiento gradual y a menudo penoso de la incomprensibilidad de Dios ante los grandes misterios y limitaciones de la vida. Nosotros podemos alcanzar cierta competencia en algunas materias, pero no podemos ser expertos en las cosas de Dios. Dios es más grande que nuestras mentes y no puede ser aprehendido dentro de los límites de nuestros conceptos finitos. Por este motivo, la formación espiritual no conduce a una comprensión orgullosa de la divinidad, sino más bien a la docta ignorantia. Dios no puede ser contenido Dios no puede ser «captado» o «encerrado» en ninguna idea, concepto, opinión o convicción concretos. Dios no puede ser definido por ninguna emoción o sensación espiritual específica. Dios no puede ser identificado con buenos sentimientos, rectas intenciones, fervor espiritual, generosidad de espíritu o amor incondicional. Todas estas experiencias pueden evocarnos la presencia de Dios, pero la ausencia de las mismas no es una prueba de la ausencia de Dios. Dios es más grande que nuestras mentes y nuestros corazones; y del mismo modo que debemos evitar la tentación de adaptar a Dios a nuestros pequeños conceptos finitos, también hemos de evitar adaptarlo a nuestros pequeños y limitados sentimientos. Esta es una realidad difícil de aceptar en una cultura que da por sentado que estamos adiestrados para dominar una materia, definir todo tipo de conocimientos y controlar nuestro destino. Médicos, abogados y psicólogos estudian para convertirse en cualificados profesionales a los que se paga por saber qué es lo que ha de hacerse. Un 37
teólogo o ministro bien formado, únicamente está en condiciones de destacar la tendencia universal a reducir a Dios a nuestras pequeñas concepciones y expectativas humanas y a pedirnos una mente y un corazón abiertos para que Dios pueda revelársenos. Así pues, ¿cómo podremos buscar a este Dios incomprensible? En este punto, nuestra situación se asemeja a la del maestro Zen del cuento. Si estamos dispuestos a vaciar nuestra taza y renunciamos a convertir nuestra propia experiencia individual en criterio para acercarnos a los demás, seremos capaces de ver que la vida es más grande que nuestra vida personal, que la historia es más amplia que la historia de nuestra familia, que la experiencia es mayor que nuestra propia experiencia, y que Dios es más grande que nuestro dios. Tanto la reflexión teológica como la formación espiritual requieren una «docta ignorancia» y un vacío receptivo como requisito previo para que Dios pueda revelársenos. Del mismo modo que la teología nos pide que vaciemos nuestra taza para que podamos abrir nuestra mente a los misterios incomprensibles de Dios, la espiritualidad nos pide que vaciemos nuestra mente para que podamos abrir nuestro corazón y recibir la vida como un don que ha de ser vivido. Aún más que nuestra mente, es nuestro corazón el que tiene que estar lo suficientemente vacío para que el Espíritu penetre en él y lo llene. Este proceso de autovaciamiento y posterior llenado de espíritu es lo que denominamos formación espiritual: el desarrollo gradual del corazón de Dios en la vida de un ser humano, ayudado por la práctica de la oración contemplativa, la pertenencia a la comunidad global y el ejercicio de un ministerio compasivo. La oración contemplativa disipa la oscuridad Para quienes oran de corazón, el mundo pierde su opacidad y se vuelve transparente; es decir, el mundo de la experiencia empieza apuntando, más allá de sí mismo, a la luminosa fuente de sabiduría y comprensión, a la esfera traslúcida del Espíritu de Dios. Contemplar es ver, hacer visible aquello que se oculta a la visión ordinaria. Evagrio Póntico, uno de los Padres del desierto que más significativamente han influido en la espiritualidad monástica de Oriente y de Occidente, define la contemplación como theoria physiké, lo que significa «visión» (theoria) de la «naturaleza real de las cosas» (physiké). El contemplativo es una persona que ve las cosas como realmente son; que ve las conexiones reales que hacen que las cosas encajen entre sí; que sabe - como solía decir Thomas Merton - what the scoop is (aproximadamente: «cuál es la primicia» o «exclusiva»). Para conseguir semejante visión se necesita disciplina espiritual. Evagrio aplica a esta disciplina el nombre de praktiké y se refiere a la acción de quitar de nuestros ojos la venda que nos impide ver con claridad. Merton, que estaba muy familiarizado con las enseñanzas de Evagrio, expresó la misma idea cuando dijo que en la vida contemplativa se pasa constantemente de la opacidad a la transparencia, de un lugar 38
donde las cosas son oscuras, espesas, impenetrables y cerradas, a otro lugar donde esas mismas cosas son transparentes, abiertas y permiten ver mucho más allá de sí mismas'. La práctica de la oración contemplativa nos revela la verdadera naturaleza de las cosas; desenmascara la ilusión de controlarlo todo, la posesividad y la pretensión del falso yo. Para quienes practican la oración contemplativa, el mundo (mundus) ha dejado de ser opaco u os curo, para hacerse nuevo y transparente: la «nueva Tierra», que brilla con su carácter intrínseco. Vivir espiritualmente en el mundo es desenmascarar la ilusión, disipar la oscuridad, y caminar en la luz. De la misma manera que una ventana no es real si no podemos mirar a través de ella, nuestro mundo no puede mostrar su verdadera identidad si continúa siendo opaco y no apunta a algo que está más allá de sí mismo. En el proceso de formación espiritual, toda la vida puede convertirse en una theoria physiké, una clara visión de la naturaleza de las cosas. El Espíritu de Dios nos muestra cómo desplazarnos continuamente de la opacidad a la transparencia en tres relaciones centrales: nuestra relación con la naturaleza, con el tiempo y con la gente. Cómo se transforma la naturaleza Durante las últimas décadas nos hemos hecho particularmente conscientes de la vital importancia de nuestra relación con el entorno natural. La naturaleza en su conjunto encubre grandes secretos, que únicamente nos serán desvelados si adoptamos una actitud de atenta escucha de los mismos y vemos espiritualmente su verdadera forma. John Henry Newman considera el mundo visible como un velo, «de manera que todo cuanto existe o sucede visiblemente, oculta y al mismo tiempo sugiere - y, sobre todo, está al servicio de- un sistema mucho más grande de personas, hechos y acontecimientos que están más allá de lo visible» 3. ¡ Qué diferente sería nuestra vida si fuéramos siempre conscientes de este velo y percibiésemos en todo nuestro ser que la naturaleza desea que oigamos y veamos la gran historia del amor de Dios a la que ella apunta! Si nos referimos a los árboles, los ríos, las montañas, los campos y los océanos como objetos que podemos utilizar para satisfacer nuestras necesidades, reales o ficticias, hacemos de la naturaleza algo opaco, y esta no nos desvelará su verdadero ser. Si un árbol no es otra cosa que una silla en potencia, deja de decirnos muchas cosas acerca de su crecimiento; si un río se reduce a ser el lugar destinado a recoger el vertido de residuos industriales, no seguirá hablándonos de movimiento; y si una flor se utiliza simplemente como modelo para una decoración plástica, apenas tendrá nada que decirnos sobre la sencilla belleza de la vida. En nuestra sociedad, los ríos contaminados, los cielos cubiertos de humos industriales, las colinas con minas a cielo abierto y los 39
bosques talados son otros tantos signos opacos que, si por una parte manifiestan las verdaderas dimensiones de la contaminación y del desastre ecológico, por otra parte revelan nuestra falsa relación con la naturaleza. Es triste que sean tantos los seres humanos que no creen en el ministerio de la naturaleza con respecto a nosotros. Demasiado a menudo limitamos el ministerio al trabajo que realizan unas personas en favor de otras. En cualquier caso, prestaríamos un inmenso servicio a nuestro mundo si dejásemos que la naturaleza nos curara, nos aconsejara y nos enseñara de nuevo. Nuestra difícil tarea - en este momento verdaderamente urgente- consiste en dejar de ver la naturaleza como una propiedad del hombre, como una posesión de conquista o un objeto utilizable, para ver su auténtica belleza y su gloria. Si, por ejemplo, tomamos una flor en nuestras manos, pronto se marchitará. Una flor no está hecha para terminar en ma nos de nadie, sino para ser pacientemente observada. Solo entonces desplegará ante nosotros su verdadera belleza. En cierta ocasión, un amigo me regaló una hermosa fotografía de un nenúfar. Le pregunté cómo había conseguido una imagen tan espléndida. Con una sonrisa me respondió: «Bueno, lo único que hice fue tener paciencia y estar muy atento. Sólo tras haber pasado varias horas halagándolo aceptó el nenúfar que yo le hiciese la fotografía». Si, en lugar de manipular la creación, nos decidiéramos a contemplarla, estaríamos en condiciones de ver la naturaleza como un regalo de Dios que debemos apreciar y cuidar amorosamente. Si recibimos en nuestros corazones con agradecimiento y asombro lo que Dios ha creado, veremos la naturaleza tal como realmente es: como una realidad trascendente que reclama reverencia y respeto. Es entonces cuando se vuelve transparente, y la vida empieza a hablar un nuevo lenguaje, revelándonos la bondad y la belleza de Dios. Las plantas y los animales con los que vivimos nos dan lecciones acerca del nacimiento, el crecimiento, la maduración y la muerte, acerca de la necesidad de cuidar con delicadeza de las cosas, y especialmente acerca de lo importantes que son la paciencia y la esperanza. Esta es la base sacramental de toda ecología saludable. El pan es más que pan: señala hacia Aquel que partió el pan con sus amigos. El agua es más que agua: apunta a nuestro nacimiento espiritual. El vino es más que el fruto de la vid y es elaborado por manos humanas. Para nosotros se convierte en la sangre de Cristo, en la copa de salvación. En su sentido más profundo, todos los elementos recordados en la solemne Acción de Gracias apuntan, más allá de sí mismos, hacia la gran historia de nuestra re-creación. Comida y bebida, vestidos y casas, montañas y ríos, océanos y firmamento...: todo se vuelve transparente cuando la naturaleza se muestra tal como es a quienes tienen ojos para ver el rostro amoroso de Dios. Cómo se transforma el tiempo
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Una segunda relación que requiere el movimiento continuo de la opacidad a la transparencia es nuestra manera de ver el tiempo. En el proceso de formación espiritual no solo se reevalúa la naturaleza, sino también la calidad del tiempo. El tiempo nos amenaza constantemente con convertirse en nuestro enemigo. El tiempo nos esclaviza. Solemos decir: «Me gustaría poder hacer todas las cosas que necesito, pero, sencillamente, no tengo tiempo. Solo pensar en las muchas cosas que tengo que hacer hoy - ir al supermercado, realizar mis prácticas musicales, terminar de escribir un artículo, aparecer por clase, hacer una docena de llamadas telefónicas, visitar a un amigo, sacar tiempo para la meditación...-, solo pensar en todas estas cosas me cansa». La petición más frecuentemente escuchada hoy en día suele ser: «Sé que estás muy ocupado, pero ¿podrías dedicarme un minuto?». Y las más importantes decisiones se toman a menudo mientras «se pica algo». Realmente, parece como si nosotros ya no tuviésemos tiempo para nada, sino que el tiempo nos tiene a nosotros. Si experimentamos el tiempo como chronos (cronología), los acontecimientos de nuestra vida no son otra cosa que una serie, conectada al azar, de incidentes y accidentes sobre los que no tenemos control alguno. El tiempo se ha vuelto opaco, oscuro e impenetrable. No podemos ver a través de él la coherencia subyacente de nuestra historia. Decepciones, paro, pérdidas materiales, enfermedad y muerte son otros tantos hechos que experimentamos como alteraciones carentes de sentido y que, si es posible, tratamos de negar y de evitar. Si el tiempo es únicamente chronos, no disponemos de tiempo suficiente para hacer todas las cosas que necesitamos hacer, y nuestra programación constituye una carga. El tiempo se agota, y la vida llega a su fin. No hay tiempo para la amistad, para la bendición y el agradecimiento, para la celebración. El tiempo debe pasar, de chronos, a kairós: una oportunidad para un cambio de corazón. La vida espiritual es un proceso de formación en el que el tiempo pierde paulatinamente su opacidad y se vuelve transparente. Empezar a ver que los múltiples acontecimientos de nuestros días, semanas o años no representan obstáculos para una vida plena y valiosa, sino más bien un camino para alcanzar esto último, constituye una experiencia real de conversión. Una vez que hemos descubierto que escribir cartas, asistir a clase, visitar a los amigos, preparar la comida e incluso lavar los platos no son una serie de actividades al azar, sino que contienen en sí mismas el poder transformador de recreación, pasamos del tiempo vivido como chronos al tiempo vivido como kairós (el tiempo adecuado, el momento real, la ocasión para el cambio, la oportunidad de una vida). Si nuestro tiempo se convierte en kairós, un sinfín de nuevas posibilidades y oportunidades se abre ante nosotros. En la vida y en el ministerio de Jesús, cada acontecimiento es reconocido como kairós. Jesús inaugura su ministerio público con estas palabras: «Se ha cumplido el tiempo...» (Mc 1,15). Él vive cada momento de su vida como una oportunidad para hacer nuevas todas las cosas. Después de apenas tres años y medio, anuncia que está 41
próxima su hora (Mt 26,45), y a continuación inicia su pasión - es decir, su última hora. Y finalmente, cuando la muerte es transformada en vida resucitada, Jesús libera a la historia humana de la mera cronología, convirtiéndola en kairós: tiempo de Dios en el que pasado, presente y futuro se funden en el momento presente. Si el tiempo se transforma de manera que su opacidad se vuelva transparente, empezaremos a reconocer las manos de Dios en acción, haciendo que el mundo en general y nuestras vidas individuales pasen a ser recordatorios vivientes del amor de Dios. Entonces podremos anunciar la buena nueva: ¡Este es el mundo de Dios! El tiempo está en las manos de Dios. Algo profundo está sucediendo. La historia tiene sentido. «Todo concurre al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28). Las que podrían parecer piezas de mármol simplemente puestas en contacto unas con otras son en realidad dibujos en el mosaico de la obra de Dios en nuestras vidas. Con los ojos de la fe podemos aprender de los acontecimientos de nuestra vida y aceptar todo cuanto suceda como venido de la mano de Dios. Por duro y penoso que sea, cualquier tiempo puede convertirse en ocasión para aprender, determinando influencias que nos forman como las personas que somos y conduciéndonos a la Fuente de la verdadera salud y salvación. Así pues, la vida espiritual no es una vida que nos ofrezca algunos momentos buenos entre los muchos momentos malos, sino una vida abundante que transforma todos los momentos del tiempo en ventanas a través de las cuales lo invisible se vuelve visible. Cómo se transfiguran las personas Para quienes oran, no sólo la naturaleza y el tiempo pierden su opacidad, sino que, en un nivel más profundo, también las personas se vuelven cada vez más transpa rentes. Aquí, más que en nuestras relaciones con la naturaleza y con el tiempo, se pone de manifiesto la importancia de la contemplación como theoria physiké, porque nos permite ver las conexiones reales. Nuestra sociedad hace que resulte difícil ver como transparentes a las personas, porque estamos condicionados para referirnos a ellas como caracteres - diferente, interesante o no interesante... - para utilizarlas como corresponde a nuestras propias necesidades o deseos. «Sí, ella es buena en esto, y él es bueno en lo de más allá, lo que me permite manipularlos, explotarlos o utilizarlos para que desempeñen la función que mejor realizan», pensamos a menudo para nosotros mismos. Una de nuestras mayores tentaciones es la de mostrarnos selectivos a la hora de decidir con quiénes deseamos relacionarnos. Si alguien nos impresiona como persona «interesante», deseamos conocerla, porque la consideramos «digna» de ser conocida por sus especiales cualidades. Siempre nos sentimos intrigados por personajes interesantes del mundo de los deportes, del espectáculo, de las artes y de las ciencias. Les prestamos 42
especial atención y deseamos encontrarnos con ellos, estrecharles la mano, conseguir su autógrafo o, simplemente, mirarlos. También suscitan nuestra curiosidad y nos intrigan personajes fuera de lo común: criminales, personas con minusvalías físicas, con conductas patológicas o con trastornos psicológicos. A veces nuestra atención se centra instintivamente en ellos. Entre los médicos y otros profesionales de la ayuda, la caracterización es común. Generalizamos y etiquetamos a las personas como «enfermas» o «sanas», «inestables» o «estables», «adictas» o «codependientes», etcétera. En los círculos religiosos, a menudo dividimos a las personas en dos campos: creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes, conservadores y progresistas, ortodoxos y heterodoxos, santos y pecadores. La caracterización es común, pero reductora. El aplicar etiquetas es siempre limitador. Pone al descubierto muchos aspectos de nuestra propia inseguridad y nos da una falsa comprensión de la naturaleza real de nuestros vecinos. Un profesor es algo más que un profesor, y tanto los técnicos informáticos como los mecánicos de automóviles son algo más que el trabajo profesional que desempeñan. Una persona es algo más que su carácter o su figura. Si tú te relacionas conmigo únicamente porque yo puedo hacer algo por ti, o porque puedes servirte de mí para tus propios fines, yo no estaré dispuesto a mostrarte lo mejor de mí mismo. Adoptaré una actitud defensiva, me volveré receloso, precavido, y tal vez oculte mis verdaderos sentimientos y opiniones. Pero si tú ves en mí algo más que mi personaje, si me ves como una persona única, poco a poco yo podré comunicarme contigo en un nivel más profundo, e incluso puedo llegar a compartir contigo mis secretos. La palabra persona proviene del francés antiguo personare, que significa «sonar a través de». Nuestra tarea espiritual consiste en resistir la tentación de encerrar a nuestros congéneres humanos en personajes y caracteres, y verlos más bien como personas «a través de las cuales suena» una realidad más grande que la que ellos mismos conocen plenamente. Como personas, a través de nosotros resuena un amor más grande que el que nosotros podemos comprender, una verdad más profunda que la que podemos articular, y una belleza más rica que la que podemos contener. Si en la contemplación conseguimos ver toda la vida como un don, no nos será difícil después reconocer que en nuestras vidas las personas constituyen el más grande de los dones de Dios. prescindiendo de su estatuto de personajes, se han convertido en personas con quienes podemos formar comunidad y a través de las cuales puede hablarnos Dios. Cuando nos convertimos en personas unos para otros, trascendemos las limitaciones de nuestros personajes individuales y comprendemos un objetivo más grande, como es el pueblo de Dios. Como personas creadas individualmente por Dios, estamos llamados a ser transparentes unos para con otros, a apuntar, más allá de nuestro propio personaje, hacia Aquel que nos ha regalado auténtico amor, verdad y belleza. La formación espiritual exige ser fieles a la práctica de la oración para pasar de la opacidad a la transparencia, una práctica en virtud de la cual un mundo en el que reina la 43
oscuridad se transforma en otro de trascendente luminosidad. La naturaleza ha dejado de ser una propiedad sometida a control, para convertirse en un don aceptado y compartido por todos nosotros. El tiempo ha dejado de ser una serie aleatoria de acontecimientos y se ha convertido en una oportunidad constante para un cambio de corazón. Si el tiempo ha pasado de chronos a kairós (y de historia [history] a «su historia» [his-story]), podemos detener el momento presente y descansar en paz. Y cuando las personas han dejado de ser figuras interesantes con las que encontrarnos o a las que explotar para nuestros propios intereses, y se han convertido en personas «a través de las cuales suena» más de lo que ellas mismas son capaces de contener, pueden ser amadas, protegidas y comprendidas. La oración contemplativa nos ayuda a quitarnos la venda de nuestros ojos y ver el mundo tal como es - como una realidad sacramental-, conectado y revelándonos ininterrumpidamente el gran amor de Dios. Contemplación y ministerio La oración contemplativa da lugar con frecuencia a un encuentro íntimo del orante con el amor de Dios que nos ha sido revelado en Jesús. En semejante experiencia terminamos conociendo más profundamente que nunca que Dios no está contra nosotros, sino a nuestro favor; ni está lejos de nosotros, sino con nosotros; ni está fuera de nosotros, sino muy dentro de nosotros. Cuando dedicamos un momento a reflexionar silenciosamente en un lugar tranquilo, nuestra mente y nuestro corazón se serenan y, en su estado de quietud, se vuelven más profundos y amplios, acogiendo/liberando la eterna calidad de la vida en toda su plenitud. Gracias justamente a esta creciente toma de conciencia interna del abrazo eterno de Dios, encontramos los seres humanos nuestra verdadera libertad. Según Evagrio, la práctica de la theoria physiké (contemplación de la naturaleza real de las cosas) encuentra su culminación en la theologia (conocimiento directo de Dios). En este punto vamos más allá de la visión de la naturaleza de las cosas y entramos en la más íntima comunión con Dios como Santa Trinidad. Esta theologia es el mayor regalo de todos, la gracia de la unidad, la quietud y la paz perfectas. Es el nivel más elevado de vida espiritual; en él, el mundo creado es trascendido, y nosotros experimentamos directamente nuestra elevación para participar en la vida interna de Dios4. Esta experiencia cumbre se produce rara vez, e incluso quienes han mirado un momento desde esa altura deben volver al valle, aunque no cuentan a nadie lo que han visto (Lc 9,36). La mayoría de nosotros ve cómo su vida, por lo general, no transcurre en la cima de la montaña, sino en el valle. Y en este valle estamos llamados a orar como parte de un activo ministerio. Si nosotros desenmascaramos las ilusiones que forman parte de nuestro entorno, también se benefician de esta luz las personas que viven en contacto con nosotros. Y si el mundo deja de ser oscuro y opaco para nosotros, otras personas empiezan a ver la luz. Alguien puede decir: «¿Qué ves tú en mí que no pueda ver yo?». A lo que puedes 44
responder: «Veo que a través de ti me llega mucha belleza. Al encontrarte a ti, entro en contacto con un profundo amor y sentido de temor reverencial». A menudo conseguimos aclararnos unos a otros realidades que nosotros mismos aún no vemos ni comprendemos plenamente. El ministerio es el instrumento de que disponemos para hacer el mundo más transparente para el otro, de modo que el mundo habla de Dios, y los seres humanos son iluminados por el amor de Dios. Hay aquí algo hermoso, que asoma bajo la superficie, para aquellas personas que tienen ojos para ver y oídos para escuchar. Para decirlo de manera sencilla: el ministerio es para ayudar a que las personas abran sus ojos y sus oídos; para hacer que lo nebuloso y opaco se vuelva claro y hermoso. Lo que nosotros hemos experimentado en la oración, lo proclamamos a los demás: «Eres una persona mucho más cariñosa de lo que tú mismo comprendes. En la naturaleza hay algo más hermoso que lo que tú puedes ver. En tu vida suceden más cosas que las que tú piensas o eres capaz de ver en este momento». La contemplación limpia la mente y abre el corazón para recibir la verdad, la belleza y la sabiduría de Dios. Se desenmascaran los espejismos de la vida y se hace posible la verdadera visión. Se disipa la oscuridad, y brilla la luz divina en todo su esplendor. El mundo pierde su opacidad y se hace transparente. La naturaleza se transforma, el tiempo se muda, y las personas se transfiguran. Dios hace nuevas todas las cosas.
PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO 1.Imagina tu vida como una taza llena a rebosar de opiniones, ideas y actividades. Haz una lista de las numerosas distracciones que te asaltan en la oración. Pídele a Dios que te ayude a eliminarlas, para que puedas hacer sitio en tu mente a una visión más amplia de tu vida y del mundo de Dios. 2.«Las personas que son sensibles al enorme problema ecológico de nuestros días y trabajan seriamente por eliminar algunas de las opacidades de la naturaleza - escribe Nouwen en Clowning in Rome - ejercen un auténtico ministerio, porque no solo a los seres humanos, sino también a plantas y animales, les permiten instruirnos acerca del ciclo de la vida, curar al solitario y hablarnos del gran amor de Dios. De esta manera, el paso gradual de la opacidad a la transparen cia en nuestra relación con la naturaleza no solo nos conduce a una contemplación más profunda del mundo que nos rodea, sino que además ensancha nuestro ministerio en el mundos. ¿Cómo puede transformar esta nueva percepción tu propio ministerio de cuidar, enseñar, curar, 45
aconsejar, celebrar el culto, etcétera? 3.Recuerda un tiempo en que otra persona veía en ti algo que tú simplemente no podías ver. Reflexiona sobre cómo esa experiencia te permitió expandir tu autopercepción. ¿Cómo puede la visión que Dios tiene de ti como persona «amada» transformar tu vida y hacer que a través de ella los demás entrevean al mismo Dios? VISTO DIVINA: LA TRANSFIGURACIÓN Una de las formas de orar contemplativamente consiste en admirar la belleza del Señor observando atentamente el icono bizantino de La Transfiguración de Pereslavl (hacia 1403), de Teófanes el Griego. (Véase reproducción en color). Esta actividad podemos calificarla de visio divina. En el Evangelio de Lucas, Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan a lo alto de una montaña para orar. En la montaña, las nubes desaparecieron y reinó la claridad: «Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto, y sus vestidos resplandecían de blancura». La gloria de Dios se abrió paso a través de la oscuridad, y los discípulos que estaban con él vieron la luz de su divina majestad brillando a través del velo de su condición de siervo. Poco a poco, empezaron a comprender que su tarea a partir de entonces consistía en hacer «sonar a través de» sus personas las palabras que habían oído en lo alto de la mon taña: «Éste es mi Hijo, a quien yo he escogido. Escuchadlo» (Lc 9,28-35). El icono de La Transfiguración fue creado a partir de imágenes visionarias descritas en los evangelios con el único fin de facilitar el acceso al santuario interior de oración y nos traslada hasta muy cerca del corazón de Dios. Los iconos representan un acceso real, aunque limitado, a la luz increada de la gloria de Dios y a nuestra propia iluminación espiritual. A través de la puerta de lo visible contemplamos el misterio de lo invisible. Mirar fijamente un icono mientras oramos nos ofrece una posibilidad de «investigar» más claramente la auténtica naturaleza de las cosas. Mientras contemplas la imagen, trata de observar su esplendor luminoso, siente de cerca su majestad, disfruta de la textura de sus colores, estudia sus formas y simetría, considera la compenetración de Jesús, Moisés y Elías, y trata de sintonizar con las reacciones de los tres discípulos. Déjate penetrar entonces por el misterio de la transformación que se produce en presencia de Jesús en la montaña de la oración. Allí, en lo alto de la montaña, el rostro familiar de nuestro Maestro se nos revela bajo una nueva luz. Para quienes fijan su mirada en la belleza del Señor, lo opaco se vuelve transparente; naturaleza, tiempo y personas sufren un proceso de transformación, y nosotros mismos somos transfigurados.
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Del espejismo a la oración
El árbol inútil «Un carpintero y su aprendiz paseaban juntos por un gran bosque. Cuando pasaron al lado de un árbol alto, gigantesco, lleno de nudos, viejo y hermoso, el carpintero le preguntó a su aprendiz: "¿Sabes por qué este árbol es tan alto, tan gigantesco, tan nudoso, tan viejo y hermoso?" Mirando a su maestro, el aprendiz respondió: "No... ¿Por qué?". "Bueno", dijo el carpintero, "pues porque es inútil. Si hubiese sido útil, hace mucho tiempo que habría sido cortado y convertido en mesas y sillas, pero, por ser inútil, ha podido crecer tan alto y tan hermoso que ahora tú puedes sentarte a su sombra y relajarte"». Adaptación de Chuang Tzu, The Inner Chapters' LA formación espiritual es una vocación al discipulado, una llamada a seguir a Jesús radicalmente y, de esa manera convertirse, en sus hermanos y hermanas, en hijos e hijas de Dios. Si pertenecemos a Jesús, pertenecemos juntamente con él a su Padre celestial, y los unos a los otros. Tras haber encontrado nuestro verdadero hogar en Dios, podemos vivir en el mundo sin someternos a sus obsesiones, coacciones y adicciones. Sin embargo, el discipulado requiere disciplina. Curiosamente, discipulado y disciplina comparten la misma raíz lingüística (discere, que significa «aprender de»), y ambos términos deberían ir siempre juntos. En efecto, disciplina sin discipulado conduce a un formalismo rígido; y discipulado sin disciplina desemboca en un romanticismo sentimental. Ser y estar en el mundo con sus numerosas exigencias, mientras mantenemos el corazón y la mente sólidamente anclados en Dios, exige un esfuerzo humano descomunal. En principio, las diversas disciplinas de la vida espiritual están para respaldar la libertad y son medios dignos de confianza para la creación de límites prácticos en nuestras vidas dentro de los cuales puede escucharse la voz de Dios, sentirse la presencia de Dios y experimentar la guía de Dios. Sin estos límites que dejan espacio para Dios, nuestras vidas rápidamente reducen su campo de acción: oímos y vemos menos cada vez, enfermamos espiritualmente y nos convertimos en personas unidimensionales y a veces falaces. El único remedio para todos estos males es la práctica deliberada de la oración y la meditación.
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¿Qué es la oración? La disciplina de la oración es el esfuerzo deliberado, concentrado y regular destinado a crear espacio para Dios. A nuestro alrededor, todo - cosas y personas - desea llenar a tope cada uno de los rincones de nuestra vida, lo cual nos convierte no solo en personas ocupadas, sino también preocupadas. Si dejamos que el mundo llene a tope nuestras mentes y nuestros corazones con innumerables cosas que hemos de mirar, escuchar y leer e innumerables personas a las que hemos de visitar, escribir, hablar y por las cuales debemos preocuparnos, ¿cómo podremos concentrarnos? Si son innumerables los acontecimientos que pueden exaltarnos o deprimirnos, ¿cómo vamos a conseguir reservar siempre un espacio para Aquel que dice: «No pongáis vuestro corazón en todas estas cosas. Buscad ante todo el reinado de Dios... y lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33-34)? Una vida desprovista de un centro donde reinen el silencio y la tranquilidad fácilmente se vuelve engañosa. Si nos aferramos a los resultados de nuestras acciones como la única manera que tenemos de autoidentificarnos, nos volvemos posesivos, defensivos y dependientes de falsas identidades. En la soledad de la oración desenmascaramos paulatinamente el espejismo de nuestras dependencias y posesividades, y en el centro de nuestro propio yo descubrimos que nosotros no somos aquello que podemos controlar o conquistar, sino más bien aquello que nos es dado de lo alto para canalizarlo hacia otros. En la oración solitaria nos hacemos conscientes de que nuestra identidad no depende de lo que hemos logrado o poseemos, que nuestra productividad no nos define, y que nuestra valía no es la misma que nuestra utilidad. Orar es derrochar tiempo con Dios El mundo dice: «Si no utilizas bien tu tiempo, eres inútil». Jesús dice: «Ven a pasar algo de tu tiempo inútil conmigo». Si pensamos acerca de la oración en términos de la utilidad que pueda tener para nosotros - qué hará por nosotros la oración, qué beneficios espirituales obtendremos, qué perspicacia adquiriremos, qué divina presencia sentiremos...-, a Dios le resultará poco menos que imposible hablarnos. Pero si conseguimos despegarnos personalmente de la idea de la utilidad y de los resultados de la oración, nos sentiremos libres para «derrochar» una preciosa hora con Dios en oración. Podremos comprobar que, poco a poco, nuestro tiempo «inútil» nos transforma, y todo a nuestro alrededor es diferente. Orar es estar desocupado con Dios, en lugar de estar ocupado con otras cosas. En primer lugar, orar es no hacer nada útil o productivo en presencia de Dios. No ser útil es recordarme a mí mismo que si a través de la oración sucede algo importante o provechoso, es a Dios a quien debo atribuir el resultado. Por eso, al amanecer de cada 49
nuevo día me pongo manos a la obra, con el convencimiento de que es Dios quien hace que mi trabajo dé fruto, y en modo alguno siento la necesidad de actuar como si fuese yo quien controla las cosas. He de trabajar duramente; he de realizar mi tarea; pongo lo mejor de mí mismo en el trabajo. Pero puedo dejar de lado la ilusión de controlar y mirar distanciadamente el resultado. Al final de cada día, puedo decir en mi oración que, si algo bueno ha sucedido, ¡alabado sea Dios! Orar es estar a solas con Dios En la vida y en el ministerio de Jesús la oración solitaria tuvo un lugar central. Los evangelios hacen constar cómo, muy a menudo, Jesús ora por su cuenta y con otros. Para Jesús, la oración parece haber sido una rutina diaria. «Al atardecer, cuando se había puesto el sol, le llevaron toda clase de enfermos y endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta, y el sanó a muchos enfermos de dolencias de uno u otro tipo. También expulsó a numerosos demonios, a los que no les permitía hablar, porque lo conocían. Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar solitario, donde estuvo orando. Simón y sus compañeros lo buscaron y, cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te están buscando". Él les respondió: "Vámonos de aquí a las aldeas vecinas, para predicar también allí, pues a eso he venido". Y fue predicando en sus sinagogas y expulsando demonios por toda Galilea» (Mc 1,32-39). En el contexto de un apretado programa de actividades - curaciones de enfermos, expulsiones de demonios, aclaración de dudas a unos impacientes discípulos, desplazamientos de unas aldeas a otras, y predicación en diversas sinagogas encontramos unas tranquilas palabras: «Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando». Cuanto más leo estas sencillas palabras, intercaladas en medio de llamativos enunciados de acción, con tanta mayor fuerza se afianza en mí la sensación de que el secreto del ministerio de Jesús se esconde en ese lugar solitario escogido por él para orar durante las últimas horas de la noche, bastante antes del amanecer. En medio de un programa de actividades que dejan sin aliento, escuchamos una sosegada respiración. Precedido y seguido por horas de nervioso movimiento, encontramos un instante de silenciosa quietud. En un texto donde se habla de intenso compromiso, no faltan palabras de repliegue. En medio de la acción hay contemplación. Y detrás de mucho compañerismo aparece la llamada de la so ledad, donde encontró Jesús el valor para seguir la voluntad de Dios y no la suya propia, para llevar a cabo la obra de Dios y no la suya propia. En la soledad es donde Jesús cultiva la intimidad con el Padre y asistimos al nacimiento de su ministerio.
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En la oración solitaria, Jesús acaba comprendiendo su identidad y su misión. En la oración experimenta la voluntad y la dirección de Dios y afirma que es Dios quien lo envía, quien le dice las palabras que él transmite a los hombres y le inspira las obras que realiza. Jesús no reclama nunca algo de gloria para sí mismo, sino que se refiere siempre a la gloria de Dios. «Las palabras que yo os digo no las digo por mi cuenta; el Padre que está en mí realiza sus propias obras. La gloria de la que yo doy testimonio no es mi gloria, sino la gloria de mi Padre» (Jn 5,30; 14,10). Jesús - y, salvadas las distancias, cada uno de nosotros - saca de la oración su perspicacia y el convencimiento de que, si hacemos algo que es digno de alabanza enseñando, curando, organizando, reformando, trabajando como se debe-, nunca podremos reclamarlo como si de un éxito personal se tratara. Más bien estamos invitados a reconocerlo como un don de Dios, con un resultado final que solo Dios conoce. La oración es la experiencia de conocer que Dios es la fuente de todo aquello que nosotros reclamamos como propiedad nuestra. Orar es decir con Jesús: «No mi voluntad, sino la tuya. No mis palabras, sino las tuyas. No mi mérito, sino el tuyo. No mi gloria, sino la tuya. No en mi nombre, sino en el tuyo». Una parte de nosotros sabe que, sin un lugar donde experimentar la soledad, nuestras vidas están en peligro. Una parte de nosotros sabe que, sin silencio, las palabras pierden su significado; que, sin escuchar, el habla pierde su poder de sanar; que, sin distancia, la proximidad no puede curar. Una parte de nosotros sabe que, sin soledad, nuestras acciones no tardan en convertirse en gestos vacíos. El prudente equilibrio entre silencio y palabras, repliegue e implicación, distancia y proximidad, soledad y comunidad, forma la base de la vida espiritual y, consiguientemente, debería ser objeto de la más personal atención por nuestra parte. Orar es descender de la mente al corazón Teófanes el Recluso, místico ruso del siglo XIX a quien ya hemos citado en la Introducción, resumía la tradición hesicasta sobre la oración interior' cuando dijo: «Orar es descender con la mente al corazón, para permanecer allí ante la faz del Señor, que, por estar siempre presente, lo ve todo dentro de ti» 3. Cuando el Señor colma nuestra mente, y nuestro corazón está vacío, podemos descender con nuestra mente al corazón, el punto de nuestro ser donde no hay divisiones ni distinciones y donde somos totalmente uno. Con el fin de desplazarnos de la mente al corazón - o «del pensamiento incesante a la oración ince sante»-, hemos de abrazar la soledad y el silencio y, a continuación, encontrar a Dios en el centro de nuestro ser. Ahí, en el lugar del corazón, aprendemos a escuchar atentamente a Aquel que nos llama «amado mío»'. Si la reflexión teológica implica franqueza de la mente del teólogo frente a la verdad y la sabiduría de Dios, la formación espiritual implica franqueza del corazón en 51
agradecimiento a Dios y al pueblo de Dios. Una y otra requieren una receptividad radical frente al gran don de Dios que es la vida y una práctica espiritual coherente para crear progresivamente un espacio donde Dios pueda revelarse. Sólo en esta pobreza de mente y de corazón podremos acoger con gratitud la vida del Espíritu dentro de nosotros. ¿Qué hemos de hacer, concretamente, para desplazarnos de la cabeza al corazón? ¿Qué se supone que debo hacer en situaciones como las siguientes?: cuando estoy acostado, sin poder conciliar el sueño por mis muchas palabras e inquietudes; cuando me preocupa la cantidad de cosas que debo hacer o los errores que puedo cometer; cuando no puedo dejar de interesarme por un amigo que está en situación desesperada o a punto de morir... ¿Orar? De acuerdo; pero ¿cómo lo consigo? Una forma sencilla de conseguirlo es repetir pausadamente una determinada oración con toda la concentración posible. La oración concentrada, repetida primero en la mente y después en el corazón, resulta más fácil cuanto más asiduamente se practica. Si te sabes de memoria el Padrenuestro, el Gloria o el Señor, ten piedad, ya tienes algo con lo que empezar. Simplemente, lánzate a orar repitiendo una y otra vez estas fórmulas que ya conoces. Tal vez te decidas a aprender de memoria el Salmo 23 (El Señor es mi pastor...), o las palabras que Pablo dedicó al tema del amor en su Primera Carta a los Corintios, o la oración atribuida a san Francisco de Asís (Señor, haz de mí un instrumento de tu paz...). Cuando estás en la cama, o conduces tu coche, o esperas el autobús, o sacas a pasear a tu perro..., puedes hacer que las palabras de alguna de estas oraciones desciendan de tu mente a tu corazón, tratando de escuchar con todo tu ser las palabras que repites. Tal vez te distraigan las preocupaciones que te asaltan en ese momento; pero si una y otra vez vuelves a repetir las palabras de la oración, poco a poco descubrirás que tus preocupaciones resultan cada vez menos obsesivas, que tu atención está cada vez más concentrada, y que realmente empiezas a disfrutar orando. A medida que la oración desciende de tu mente al centro de tu ser, descubrirás su poder curativo. La oración es la práctica del momento presente La oración, la disciplina del corazón, es una práctica espiritual del momento presente. En El sacramento del momento presente, un clásico de la espiritualidad publicado hace ya tres siglos, Jean-Pierre de Caussade afirma que Dios nos habla en cada momento de cada día: «Si comprendiéramos cómo percibir en cada momento alguna manifestación de la voluntad de Dios, encontraríamos también todo lo que nuestro corazón podría desear... El presente siempre está repleto de un tesoro infinito que contiene más de lo que tú eres capaz de retener. La fe es la medida. Cree, y te sucederá como has creído.
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Cuando nos abandonamos a Dios en la oración, cada instante se convierte en un sacramento de gozo, gratitud y amorosa aceptación de la voluntad de Dios manifestada en ese instante. Aceptando el momento presente de contemplación y mirándonos a nosotros mismos de frente, sincera y abiertamente, en la oración, Dios nos otorgará el deseo de nuestro corazón: este, cuanto más ama, más desea; y cuanto más desea, más recibirá. La voluntad de Dios está delante de nosotros en cada instante como un océano inmenso, inagotable, que ningún corazón humano puede desentrañar; pero, dado que nadie puede recibir de él una cantidad superior a su propia capacidad, es preciso aumentar esa capacidad por medio de la fe, la confianza y el amor»5. La práctica de la presencia de Dios en el momento presente es también el don que el Hermano Laurent (Frére Laurent de la Résurrection) nos dejó con su ejemplo de oración continua en medio de sus actividades ordinarias de cada día. Como cocinero de una comunidad monástica en París a finales del siglo XVII, el Hermano Laurent explica, con sencillas y bellas palabras, cómo «orar sin cesar», pero no desde la cabeza, sino desde el corazón. En su librito La práctica de la presencia de Dios, Laurent afirma sentirse muy desilusionado por tener que separar los distintos tiempos de oración. Según él, hemos de orar siendo conscientes de la presencia de Dios en todo tiempo y lugar. Para el Hermano Laurent no existía diferencia alguna entre tiempos señalados para la oración y tiempos destinados al trabajo'. De esta manera, cualquiera que trate de conocer la paz y la presencia de Dios, con independencia de su edad o sus circunstancias, puede practicar, siempre y en todas partes, el sacramento del momento presente'. Cuando oramos, nos ponemos en presencia de Dios, cuyo nombre es Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros». Orar es escuchar atentamente a Aquel que se dirige a nosotros aquí y ahora. Si nos atrevemos a confiar en que nunca estamos solos, sino que Dios está siempre con nosotros, cuida siempre de nosotros y nos habla siempre, entonces estamos en condiciones de desligarnos gradualmente de las voces que nos hacen sentir culpables o ansiosos y aceptar el momento presente. Si, durante unos pocos minutos cada día, pudiéramos estar plenamente donde de hecho estamos, descubriríamos sin duda que no estamos solos, y que Aquel que está con nosotros, en nuestro corazón, únicamente desea ofrecernos el amor que necesitamos y fuerza para amar a los demás. ¿Qué sucede cuando reservamos tiempo para orar? De la misma manera que nos hemos fijado horarios para comer, trabajar, jugar y descansar, también necesitamos disponer de tiempos regulares para orar. ¿Por qué no levantarnos temprano para disponer al menos de media ho ra para estar con Dios, además del tiempo discreto que compartamos con las personas que viven con nosotros? El mejor momento del día para orar es a primera hora de la mañana, porque la oración nos ayudará después a vivir el resto del día más centrados en Dios. Pero si esto es poco 53
realista, escoge cualquier otro momento del día para dedicárselo exclusivamente a Dios. Media hora cada día es mejor que nada. Una vez que hemos fijado un tiempo para orar, necesitamos escoger también un lugar para la oración. Para poder orar a gusto es importante disponer de un lugar silencioso, tranquilo. Jesús invitaba a sus oyentes: «Entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre a escondidas. Y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará» (Mt 6,6). Jesús da a entender claramente que tanto el tiempo como el lugar son aspectos que pertenecen a la disciplina de la oración. El lugar ideal es una habitación especial de la casa que se reserva para orar. Si esa habitación está decorada con imágenes que de alguna manera hablan de Dios, está provista de velas que se pueden encender e incluso de incienso para quemar, te resultará sin duda más agradable orar en ella. Y cuanto más ores en ese lugar, tanto más se llenará el espacio en cuestión con la energía de la plegaria. Si no dispones de una habitación especial para orar, reserva al menos un rincón de tu habitación para la oración. Si tampoco esto te es posible, trata de ir a una iglesia o capilla donde te sientas tan a gusto que desees volver. Si hay un lugar que visites diariamente para orar, enseguida se convertirá en un lugar amistoso, un lugar que delicadamente te invitará a regresar a él para orar y te dará la bienvenida con los brazos abiertos siempre que vuelvas a él. ¿Qué harás una vez que hayas reservado un tiempo y un espacio para estar a solas con Dios? La respuesta más sencilla es: ¡Estar simplemente con Jesús! Deja que él te mire, te toque y te hable. Y míralo, tócalo y háblale a tu manera, de cualquier forma que desee tu corazón. Sin la disciplina de la oración, el mundo mantiene intactos sus engaños. Sin una hora de oración pública, o media hora de oración privada, o diez minutos de meditación silenciosa, o una breve oración de acción de gracias antes o después de las comidas, olvidamos que Dios está presente en el mundo y en nuestra vida. Cuando nos acordamos de orar por la mañana, cuando tenemos en cuenta el momento presente, cuando distinguimos el sábado o el domingo como sabbath o día de la semana especialmente dedicado a Dios, todo en la vida, todos los tiempos y lugares, todas las personas que vemos... terminan transformándose por la luz de Dios. Cuanto más oramos - en el sentido de llevar una vida de oración-, tanto más deseamos estar con Dios en oración. La oración despierta en nosotros hambre y sed de estar con Aquel a quien hemos visto brillar a través de la naturaleza y de determinados tiempos, personas y acontecimientos. Cuando en la oración volvemos nuestros corazones hacia Dios, no solo queremos vernos a nosotros mismos como amados por Dios, sino ver a otras personas a la luz del gran amor divino. El corazón de Dios no es tan solo el lugar donde encontramos nuestro verdadero yo, sino también el espacio donde encontramos a hombres, mujeres y niños de todo tiempo y lugar y descubrimos que también ellos son nuestros hermanos y hermanas, 54
amados de manera tan personal y completa como nosotros mismos. En el corazón de Dios encontramos la verdadera alegría de formar parte del género humano. Ahí estamos verdaderamente conectados, no sólo con Dios, sino también con nosotros mismos y unos con otros. De esta manera, la oración se convierte en «lo único necesario» (Lc 10,42). Superar las distracciones Una de las cosas interesantes que suceden cuando pasamos algún tiempo con Dios en oración es que constatamos lo cansados y ansiosos que estamos todos. Si no caemos rendidos de sueño, comprobamos que nuestra cabeza está saturada de preocupaciones, intereses y asuntos que necesariamente hemos de ventilar. Mientras tratamos de estar con Dios, nuestra mente se entretiene repasando todos los planes que hemos hecho. Mil distracciones nos salen al paso, como monos saltarines que pululan en un platanal. Tan pronto como nos retiramos a la soledad, descubrimos lo increíblemente caótica que es nuestra vida interior. De pronto, todo tipo de pensamientos, sentimientos y fantasías salen a la superficie, y enseguida nos encontramos a nosotros mismos pensando en viejos sufrimientos y viejas recompensas, en citas a las que nos olvidamos de acudir y en cartas que no llegamos a escribir, en personas a las que esperamos ver y en individuos a los que esperamos no ver nunca, en unas futuras vacaciones, en una posible promoción, o en nuestra cercana jubilación. En lugar de concentramos para orar, nos inquietamos y no conseguimos serenarnos hasta que ha pasado la media hora. Esto no debe sorprenderte. No puedes simplemente cerrar de golpe la puerta de una casa que siempre ha estado abierta a los extraños, y esperar que nadie llame a dicha puerta. Se requerirá algún tiempo para que tan numerosas distracciones desaparezcan, pero finalmente lo harán, sobre todo si comprenden que tú estás decidido a no abrirles la puerta al menos durante la próxima media hora. Si, día a día, nos mantenemos fieles al tiempo de oración establecido, poco a poco las distracciones disminuirán, y tanto nuestra mente como nuestro cuerpo cooperarán al ritmo de la oración diaria. Todos necesitamos ayuda para permanecer concentrados. No podemos sentarnos en silencio y limitarnos a no hacer nada, al menos de buenas a primeras. Necesitamos un foco de interés, un punto de concentración. Esto es así en todas las tradiciones de fe y prácticas espirituales: luchamos contra las distracciones centrando nuestra atención en una cosa. No luchamos contra las distracciones dejando a un lado las cosas, sino, más bien, centrando nuestra atención en una de ellas. Es algo parecido a lo que nos sucede cuando miramos fijamente la luz de una vela durante un buen rato. Poco a poco, empezamos a sentirnos tranquilos, a medida que centramos la atención en algo, y todas las demás cosas empiezan a desaparecer. Para ayudarte a centrar tu atención, recurre a un texto sagrado: la lectura del evangelio del día, el Padrenuestro, las Bienaventuranzas, la oración de San Francisco de 55
Asís o cualquier texto de la Sagrada Escritura que le hable a tu corazón. Con delicadeza, concentra tus pensamientos en estas palabras de la Sagrada Escritura que has escogido. Cuando se presenten las distracciones, dedícales una sonrisa, déjalas pasar y vuelve de nuevo al texto escogido. Las palabras pronunciadas con los labios o escuchadas en silencio en tu corazón te resultarán más atractivas cada vez, y pronto las encontrarás mucho más importantes que la mayoría de los «debes» y «tienes que» que tratan de deslizarse en tu conciencia, donde causan verdaderos estragos. Las palabras provenientes de Dios tienen el poder de transformar tu vida interior y de crear dentro de ti una morada en la que Dios habita con agrado. En todo este asunto, no te olvides de tu cuerpo. Concédele un tiempo tranquilo para descansar y un lugar apacible para orar. Puedes sentarte, permanecer de pie, arrodillarte, o yacer postrado en presencia de Dios. Aunque tu corazón no se sienta preparado para estar plenamente ahí, si tu cuerpo adopta una actitud favorable al culto divino y la adoración, tu corazón descubrirá finalmente que no tiene que vagar sin rumbo, sino que puede reentrar en casa, donde se encuentra el cuerpo, y ponerse de buena gana con él en presencia de Dios. Una vez que tu mente, tu corazón y tu cuerpo estén unidos en oración, toda tu vida se convertirá en un acto de acción de gracias y de alabanza. Luego, cuando tu tiempo de oración concluya, y abandones ese lugar especial, permanecerás en actitud orante a todas horas y en cualquier lugar, y te sentirás lleno de la presencia de Dios. No te estoy exponiendo un objetivo fácil de alcanzar, sino un objetivo que responde a tu más profundo deseo y que está a tu alcance. Conclusión Moverse desde la ilusión a la oración exige disciplina constante y diaria práctica. Cuando nuestras mentes alcancen a tocar la eternidad, nuestros corazones toquen el amor de Dios y nuestros cuerpos fijen las fronteras que nos impiden recaer constantemente en las restrictivas coacciones, obsesiones y adicciones de nuestro mundo, dejaremos de ser como polluelos que picotean las sucias sobras de sus antiguas necesidades y, como águilas, empezaremos a volar alto en alas de Dios, profundamente agradecidos por nuestra libertad y capaces de disfrutar de la inefable belleza de nuestra existencia espiritual. PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL Nouwen recordaba a menudo la necesidad de reservar cada día un tiempo y un espacio sagrados para «hacer lugar a Dios» en lo más íntimo de nosotros mismos. Nouwen sostenía que, gracias a disciplinas como la soledad y el silencio, el corazón entra en comunicación con Dios en la oración. Y, como escribió en El camino del corazón, la 56
«purificación y transformación que tienen lugar en la oración solitaria se manifiestan en la compasión»8. REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO 1.La Madre Teresa de Calcuta es mundialmente famosa por su ejemplo de compasión por los «más pobres de los pobres». Quienes mejor la conocen saben que su compasión fue el fruto de horas de «inútil» oración. Valora la siguiente cita familiar de la Madre Teresa a la luz de la invitación a orar: «Yo no he sido llamada a ser famosa. He sido llamada a ser fiel". 2.Reflexiona sobre el siguiente párrafo de Caussade, en Sacramento del momento presente: 3.No hay momento alguno en que Dios no se presente bajo la apariencia de alguna pena que se haya de soportar, de alguna consolación de que disfrutar, o de alguna obligación que cumplir. Todo lo que sucede den tro de nosotros, alrededor de nosotros, o a través de nosotros, contiene y encubre la acción de Dios. Él está real y verdaderamente presente, pero de forma invisible, de manera que a nosotros siempre nos sorprende y no reconocemos la operación de Dios hasta que ésta ha cesado. Pero, si pudiéramos quitar el velo, y estuviéramos más atentos y vigilantes, Dios se nos revelaría continuamente y nosotros veríamos la actuación de Dios en todo lo que nos sucediera, y nos gozaríamos en ella. Entonces, ante los sucesivos acontecimientos exclamaríamos: «¡Es el Señor!», y cada circunstancia reciente la aceptaríamos como un don de Dios9. DIRECTRICES PARA LA ORACIÓN SOLITARIA Señalamos a continuación las directrices de Nouwen para la oración solitaria: tres formas sencillas de pasar de las ilusiones de la vida al corazón de la oración en la vida de cada día'° En primer lugar, guarda silencio La soledad y el silencio son el corazón de la oración contemplativa. En cualquier caso, personalmente me parece duro guardar silencio cuando uno está solo, porque las distracciones son muchas. Guardar silencio cuando uno está con otros es muy beneficioso. Lee algo con un amigo, y después permaneced juntos en silencio. Centra tu atención en la Palabra de Dios
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En el ejercicio cotidiano de la oración, nuestra atención debe centrarse en Dios y en las palabras de Dios. Puedes leer un salmo o un breve texto de la Sagrada Escritura. Simplemente, escoge un pasaje, léelo dos o tres veces y mantén tu mente concentrada en ese texto. No pienses en él en términos de análisis literario o filosófico; simplemente, toma conciencia de lo que ese pasaje te sugiere. El texto en cuestión puede mostrarte a Jesús curando a un enfermo o hablando con los discípulos. La imagen de Jesús situada ante ti se convierte en punto focal de tu interés. Esta práctica se denomina lectio divina y es una forma muy sencilla e intensa de orar. O centras tu atención en una palabra o una frase que destaque dentro del pasaje. Si te distraes, vuelve a la imagen o la palabra sobre la que habías centrado tu atención. Después de leer un pasaje de la Escritura, si se nos permite hablar así, dale un mordisco al texto leído. Por ejemplo, quédate con una breve sentencia, como «El Señor es mi pastor». Durante los diez minutos siguientes, limítate a repetir: «El Señor es mi pastor, El Señor es mi pastor, El Señor es mi pastor»... Y poco a poco esta verdad se convertirá en carne de tu carne. La repetición reiterada de una frase como esta nos relaja, permitiendo que nuestra mente descienda al corazón. Las palabras pronunciadas reposadamente se convierten en un seto alrededor del jardín en el que podemos experimentar la solicitud de Dios. En él estamos con el Señor, que como pastor amoroso nos conduce a tranquilas praderas donde es posible morar en paz. Este método se denomina «oración meditativa». Ora sin interrupción Tal vez ya hayas oído hablar de la famosa oración de Jesús: «Señor Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí, que soy pecador» (Lc 18,38). En la tradición hesicasta de la oración interior, estas antiguas palabras bíblicas, abreviadas, se repetían lenta e incansablemente. Cuando se repiten a diario, estas palabras pasan a formar parte de nuestra respiración, de los latidos de nuestro corazón, de nuestra forma global de ser. Lo hermoso de la oración de Jesús es que también nosotros podemos adoptar esta práctica y hacerla compatible con nuestras actividades cotidianas y orar, por ejemplo, mientras conducimos un coche, estamos sentados detrás de un escritorio o trabajamos de pie. «Señor Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí...», o «Señor, ten piedad...», o «Apiádate, oh Dios...». Repetir durante el día estas jaculatorias es una manera de cumplir el mandamiento de la Escritura, que dice: «Orad sin interrupción» (1 Tes 5,17). Es la llamada «oración del corazón». DIRECTRICES PARA LA ORACIÓN DE LA MAÑANA Y DE LA NOCHE Y éstas son las directrices de Nouwen para la oración grupal de la mañanas y de la noche": «Creo que la oración de una persona debería, de algún modo, ser pública. 58
Aunque esto pueda parecer contrario a lo que dice el evangelio, no es esa su intención. Entiendo "pública" en el sentido de que es conveniente que la gente sepa que hay algunos momentos del día o de la noche que tú has reservado para orar, a solas o con otras personas que disfrutan orando juntas. Para las oraciones de la mañana propongo una fórmula sencilla que todos pueden seguir. Yo leo tres salmos en voz alta, y después un texto del Nuevo Testamento; a continuación hago diez minutos de meditación silenciosa. Después recito otro salmo y leo algún texto contemporáneo significativo; acto seguido, hago otros diez minutos de meditación en silencio. Finalmente, termino con una oración conclusiva y con el rezo del Padrenuestro. Todo ello me lleva menos de una hora, y lo bueno de este formato es que siempre puedo invitar a un amigo: "Esto es lo que yo suelo hacer por las mañanas; ¿te gustaría acompañarme?". Para las oraciones de la noche me gusta sentarme en corro con algunos amigos y cantar salmos. Si celebras una cena con invitados, simplemente les recuerdas a tus huéspedes: "A las 22 suelo rezar mis oraciones de la noche. Si alguno de vosotros quiere acompañarnos, por favor, que lo haga. En caso contrario, me gustaría terminar la cena a tiempo". Nadie te preguntará: "Pero, bueno, ¿a qué viene esto?" En general, la gente te responderá favorablemente y se alegrará de ver que eres fiel a tus compromisos».
Visio divina: El árbol inútil Si estás aprendiendo a orar, imagínate sentado en el banco de Saint-Rémy de Provenza (Francia), a la sombra de un alto y viejo árbol como el pintado por el famoso artis ta holandés Vincent van Gogh12. (Véase reproducción en color). Lee de nuevo la parábola que abre este capítulo y hazte las siguientes preguntas: ¿Qué utilidad tiene este árbol? ¿En qué consiste su inutilidad? ¿Cómo glorifica a Dios con sus ramas y su sombra? ¿Pueden todas las criaturas alabar a Dios siendo simplemente aquello para lo que fueron creadas? Reflexiona sobre estas cuestiones y, acto seguido, contempla sencillamente esta reproducción en color durante diez minutos, dejando que la imagen te hable. Pon por escrito tus pensamientos y reflexiones. Como el viejo árbol de la parábola, nosotros no oramos para ser productivos o útiles, sino para convertirnos en personas abiertas y agradecidas. En la oración y la meditación podemos vivir y existir; podemos dar fruto, o no darlo; y podemos envejecer libremente, sin preocuparnos por nuestra utilidad. La fidelidad a la oración es su propia recompensa, con independencia de los resultados tangibles de la misma.
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MOVIMIENTOS DE LA EDAD ADULTA
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Kisa Gotami y las semillas de mostaza «Kisa Gotami, cuyo nombre significa La (Mujer) Débil, tenía un hijo de corta edad que era el sol de sus días. Por desgracia, el niño murió antes de que creciera lo suficiente como para correr y jugar por su cuenta. El dolor de Kisa Gotami fue tan intenso que se negó a aceptar la muerte del niño. Desesperada, se lanzó a recorrer las calles de la ciudad llevando consigo el cadáver de su hijo. Recorrió la ciudad de casa en casa, llamando a todas las puertas y suplicando: "Por favor, dadme medicinas para mi hijo!" La gente se dio cuenta de que la mujer se había vuelto loca. Se burlaban de ella y le decían: "No hay medicinas para los muertos". Pero ella siguió comportándose como si no se hubiese enterado y se limitó a seguir pidiendo. Hasta que, finalmente, un sabio anciano vio a Kisa Gotami y comprendió enseguida que el desvarío mental de aquella mujer estaba provocado por el dolor que le había causado la muerte de su hijo. En lugar de burlarse de aquella mujer, el sabio le dio este consejo: "Mujer, la única persona que podría conocer alguna medicina para tu hijo es el Poseedor de Las Diez Fuerzas, alguien muy importante entre los hombres y los dioses. Ve, pues, al monasterio. Llégate hasta donde está él y pídele medicina para tu hijo". Viendo que el hombre sabio le decía la verdad, Kisa Gotami se llegó, cargando con su hijo sobre la cadera, al monasterio donde residía el Buda. Con impaciencia, se acercó a la silla del Buda, donde estaba sentado el maestro. "Necesito una medicina para mi hijo, Sublime Buda", dijo la mujer. Sonriendo serenamente, el Buda le respondió: "Has hecho bien viniendo aquí. Ahora, lo que tienes que hacer es lo siguiente: has de visitar cada una de las casas de la ciudad, todas sin excepción, y en cada una de ellas has de pedir que te traigan diminutos granos de mostaza. Pero no servirán los que te ofrezca cualquier casa. Únicamente tomarás las semillas de mostaza que te muestren en aquellas casas en que no haya muerto nunca nadie". Gotami aceptó sin titubear y se dispuso gozosamente a volver a la ciudad. En la primera casa a la que llamó se presentó diciendo: "Soy Gotami, y me envía el Poseedor de las Diez Fuerzas. Os pido que me deis algunas diminutas semillas de mostaza. Es la medicina que necesito para curar a mi hijo". Cuando le llevaron las semillas de mostaza, ella les explicó: "Antes de que yo acepte las semillas, respondedme: ¿es esta una casa en la que no haya muerto nadie todavía?" A lo que respondieron: "¡Oh, no, Gotami! Las personas muertas en esta casa son incontables". 63
A lo que Gotami respondió: "Entonces tengo que ir a otra casa. El Sublime fue muy claro al respecto. He de buscar semillas de mostaza únicamente en aquellas casas que no hayan sido visitadas nunca por la muerte". Ella siguió llamando a más puertas en la ciudad. Pero siempre obtenía la misma respuesta. No encontró ni una sola casa que no hubiese sido visitada por la muerte. Finalmente, comprendió por qué había sido enviada a cumplir misión tan desesperada. Así pues, abandonó la ciudad, dominó sus sentimientos y llevó el cadáver de su hijo al crematorio, donde se desprendió de él. De vuelta al monasterio, la mujer fue recibida por el Buda dulcemente sonriente, que le preguntó: "Bondadosa Gotami, ¿has ido a buscar las diminutas semillas de mostaza de la casa sin muerte, como yo te indiqué?" Y Gotami respondió: "Muy Honorable Señor, no hay casas donde la muerte no sea ya conocida. Toda la humanidad ha probado la muerte. Mi propio hijo querido está muerto. Pero ahora veo que todo aquel que nace debe morir. Todo es pasajero. No existe medicina alguna que cure esta situación; no nos queda más que aceptarla. Tampoco existe curación alguna, solo conocimiento. Mi búsqueda está por encima de las semillas de mostaza. Tú, Poseedor de las Diez Fuerzas, me has ofrecido refugio. Gracias, mi Buda Sublime"». -De The Teachings of the Compassionate Buddha' EN mi opinión, este antiguo relato budista acerca de cómo Kisa Gotami superó su pérdida y la consiguiente tristeza describe con toda exactitud el movimiento que lleva a una persona de la negación a la aceptación, y de la tristeza a la alegría. Si hay alguna palabra que resuma las tristezas de la vida, esa es la palabra pérdida. Estamos tristes por todas las cosas que hemos perdido. Algunas de las pérdidas que se han asentado profundamente en nuestros corazones son la pérdida de la intimidad por las separaciones; la pérdida de la seguridad por la violencia; la pér dida de la inocencia por el maltrato; la pérdida de los amigos por la traición; la pérdida del amor por el descuido; la pérdida del hogar por la guerra; la pérdida del bienestar por el hambre, el frío y el calor; la pérdida de uno o más hijos por enfermedades o accidentes; la pérdida del país por los trastornos políticos; y la pérdida de la vida por los terremotos, las inundaciones, los accidentes de aviación, los bombardeos y las epidemias o simples enfermedades. Piensa acerca de tus propias pérdidas en este mismo momento: los muchos lugares en que a lo largo de tu vida has perdido algo querido y que influía positivamente en tu vida. Tal vez has perdido a un amigo por un cáncer, a un hijo por una enfermedad, a tu esposa porque ha muerto. Tal vez una de tus relaciones más duraderas ha tenido un final penoso. Alguien a quien tú amabas profundamente ha muerto de repente. Tal vez has perdido tu hogar o tu trabajo en tiempos de crisis. Te puedes sentir destrozado por el 64
maltrato físico o emocional de que has sido objeto. Sea lo que sea lo que has perdido, no eres tú la única persona que experimenta esa pérdida. A veces la vida se parece precisamente a una larga serie de pérdidas. Cuando naces, pierdes la seguridad y la intimidad del vientre de tu madre. Cuando vas a la escuela, pierdes la intimidad y la seguridad de tu vida de familia. Cuando consigues tu primer empleo, pierdes la libertad de la juventud. Si te casas, no puedes ya tomar tan alegremente determinadas opciones. Cuando te haces mayor, pierdes tu buena apariencia, tu salud, tus amigos, tu dinero o tu fama. Y cuando mueres, lo pierdes todo físicamente. En el atardecer y en el ocaso de la vida se producen también pérdidas dolorosas, debido a los conflictos, los malentendidos, los fracasos, los enfados y los resentimientos que arrastramos con nosotros. Entre otras, está la pérdida de nuestras esperanzas y de nuestros sueños, no solo debido a la edad, sino también debido al descubrimiento de la corrupción y la traición por parte de personas en las que habíamos confiado mucho tiempo. La pérdida de sentido y de rumbo en nuestras vidas, debida no solo a que nuestras mentes y nuestros corazones están cansados, sino también al hecho de que formas de pensar y de orar apreciadas durante siglos se ven repentinamente ridiculizadas o se considera que han pasado de moda. Se puede decir que cada uno de nosotros ha de dar por descontada de alguna manera la pérdida de los «buenos tiempos de antaño», que tal vez no han sido tan buenos como nosotros pensamos, pero que de alguna manera están guardados bajo llave en nuestra memoria como piedras angulares de nuestras vidas. Cuando éramos jóvenes, decíamos: «Esto es lo que voy a hacer con mi vida». Cuando somos viejos, decimos: «¿Qué ha sido de mis sueños?». Cuando éramos jóvenes, deseábamos hacer algo grande por la humanidad. Ahora tal vez nos sintamos absorbidos por la profesión, aburridos con nuestro trabajo, o perdidos en nuestra jubilación. Nuestro entusiasmo se ha desvanecido. Sentimos que la vida nos ha decepcionado, o que no hay muchas cosas nuevas que descubrir. Todas estas pérdidas, por numerosas que puedan parecer, forman parte de nuestra vida cotidiana. Pero, más allá de estas pérdidas ordinarias, podemos experimentar una pérdida espiritual: la pérdida de esperanza en el futuro, la pérdida del sentido divino de la existencia, o incluso la pérdida de la fe en Dios. Cuando eras joven, te sentías fuerte para soportar tus pérdidas, confiando en que estas te acercarían más a Dios. Las penas y los sufrimientos de la vida eran soportables, porque tú los veías como otras tantas formas de poner a prueba tu fuerza de voluntad y ahondar en tu convencimiento. Pero al enve jecer descubriste que lo que te había sostenido durante tantos años - tu fe en Dios, tu amor a Jesús, tu confianza en la familia y los amigos, tu esperanza de vida...- había decaído. Ideas largamente acariciadas, prácticas ejercitadas durante años, costumbres inveteradas de celebrar la vida... hace ya años que han dejado de caldear tu corazón. Tal vez recuerdes un tiempo lejano en el que Jesús era totalmente real para ti, y tú 65
no tenías la menor duda de su presencia en tu vida. En otro tiempo, Jesús fue tu amigo, tu consejero y tu guía más querido e íntimo. Él te ofrecía consuelo, valor y confianza. Y tú podías sentirlo. Sí, gustarlo y tocarlo. ¿Y ahora? ¿Qué ha pasado? En este momento no tienes ya el menor interés en pasar una hora en su presencia. Tal vez te preguntes incluso si Jesús fue alguna vez algo más que un personaje sacado de unos dibujos animados o una creación de tu fantasía. No estoy sugiriendo que todas estas pérdidas afecten de la misma manera a la vida de cada uno de nosotros. Pero, como caminamos juntos y nos escuchamos unos a otros, pronto descubriremos que muchas - si no la mayoría - de estas pérdidas forman parte del devenir humano: del nuestro y del de nuestros compañeros. ¿Qué hacer con estas pérdidas? Ésta es la gran pregunta que todos hemos de plantearnos. ¿Hay alguna manera de recuperar lo que hemos perdido? ¿Puede la tristeza convertirse en alegría? ¿Puede el duelo desembocar en baile? Cuando «el llanto se prolonga a lo largo de una noche», ¿es realmente imaginable que el júbilo se presente al amanecer (Sal 30,5)? Celebra el duelo por tus pérdidas La cuestión no es si tú has experimentado o no pérdidas, sino más bien cómo las vives. ¿Las ocultas a los ojos de los demás? ¿Pretendes convencerte de que no son reales? ¿Te niegas a compartirlas con tus compañeros de viaje? ¿Tratas de convencerte a ti mismo de que tus pérdidas son pequeñas en comparación con tus ganancias? ¿Culpas a alguien de tus sufrimientos y tus pérdidas? Hay otra opción: la posibilidad del duelo. Sí, puedes hacer duelo por tus pérdidas. No debes hablar o comportarte como si estas no existieran, sino que tienes que llorarlas con profunda aflicción. Nunca podrás recuperar la alegría si no te atreves a lamentarte en voz alta, si no tienes la valentía de llorar, si no aprovechas la oportunidad para experimentar el dolor y la pena. El mundo dice: «Simplemente, ignóralo; sé fuerte; no llores; olvídalo; sigue adelante...» Pero, si no haces duelo, se amargará tu carácter. Tu pena puede penetrar directamente hasta lo más profundo de ti mismo y asentarse allí para el resto de tu vida. Mejor hacer duelo por tus pérdidas que negarlas. Atrévete a sentir tus pérdidas. Atrévete a lamentarlas. Llama a las penas por su nombre y di: «Sí, la pena que siento es real, mi temor es real, mi pérdida es real; y estoy dispuesto a aceptarlo todo. Quiero cargar con la cruz de mi vida y llevarla». Lamentarse es experimentar la pena de tu vida y plantar cara al negro abismo donde nada está claro o establecido, donde todo es movedizo y cambiante. Y lamentarse con todas las consecuencias es dejar que tus pérdidas hagan trizas los sentimientos de falsa garantía y seguridad y te permitan descubrir la penosa verdad de tu deterioro y dependencia de Dios, y solo de Él. 66
Finalmente, llegas al punto en que, si eres sincero contigo mismo, puedes decir: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Ésta es mi vida, y como tal la acepto!». Personalmente, he lamentado muchas pérdidas en mi vida. Recuerdo perfectamente el día en que murió mi madre, y cómo me sentí tras su enfermedad y su muerte. Fue algo que cambió mi experiencia del tiempo. Cada ocasión «normal» de vida se convirtió en una nueva experiencia, como una «primera vez» o un «primer tiempo». La primera Navidad sin madre, el primer Año Nuevo sin ella, la primera Pascua... Me sería difícil recordar acontecimientos familiares de cierta importancia en los que ella no participase. Tampoco estaría en condiciones de predecir cómo me habría sentido yo en una de esas fiestas y celebraciones familiares. Cada vez que me he visto obligado a participar en alguno de esos acontecimientos sin ella, he sentido su ausencia de manera diferente. Y en cada una de esas ocasiones, ella ha muerto de nuevo en mí. Sin embargo, justamente cuando mis ojos se llenaban de lágrimas, justamente cuando me invadía la más profunda tristeza, justamente en medio de todo eso, algo nuevo estaba sucediendo. En medio de mi pena, empecé a entrar en contacto con una alegría cada vez más intensa y profunda. En una situación de deterioro humano ha nacido nueva vida. Entre las lágrimas y el dolor se vislumbran brotes de alegría y felicidad. La verdadera curación empieza en el momento mismo en que somos capaces de plantar cara a la realidad de nuestras pérdidas y renunciar a las ilusiones de poder controlarlo todo. Teniendo en cuenta que somos personas tan medrosas, el reto más duro a que nos enfrentamos es la realidad de nuestras pérdidas y cómo superar la ilusión de control, el desafío de ir más allá de nuestros miedos y confiar en que un día nos veremos libres de las ataduras que nos tienen cautivos. Personalmente, no creo que podamos alcanzar estos objetivos basándonos únicamente en nuestras capacidades intelectuales y emocionales. Si nuestras propias capacidades humanas son el único recurso con que contamos, tal vez habría que pensar que la respuesta más razonable a nuestras pérdidas no puede ser otra que alguna forma de estoicismo. Sin embargo, estoy convencido de que el Espíritu de Jesús, el Espíritu del Amor, nos ha sido dado para superar nuestros miedos y aceptar la realidad de nuestras pérdidas. Esto es justamente lo que se propone el duelo: permitir que el dolor de nuestras pérdidas penetre en nuestros corazones; tener el valor de mostrarnos a nosotros mismos y de sentir personalmente las propias heridas; aceptar que somos libres para llorar de angustia o para lanzar alaridos en señal de protesta... Al celebrar el duelo, nos arriesgamos a ser conducidos a un lugar interior donde podremos encontrarnos de nuevo con la alegría. Hay «un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para hacer duelo y un tiempo para danzar» (Ecl 3,4). Personalmente, completaría estas palabras añadiendo que todos esos tiempos están conectados entre sí. El duelo y el baile forman parte del mismo movimiento de gracia. De alguna manera, en medio de tus lágrimas se te hace entrega de un don de vida. O, dicho de otro modo, mientras celebras tu duelo, estás dando los primeros pasos de baile. Los gritos que brotan de tus pérdidas pertenecen a tu canto de 67
alabanza. Quienes no pueden afligirse tampoco pueden mostrarse dichosos. Quienes no han estado tristes tampoco pueden estar alegres. Muy a menudo, precisamente en medio de tu llanto, se asoma tu sonrisa entre tus lágrimas. Y mientras haces duelo, ya trabajas en la coreografía de tu baile. Tus lágrimas de dolor han suavizado tu espíritu y han abierto la posibilidad de decir «gracias». Tú puedes reivindicar tu itinerario personal como el camino de Dios para moldear tu corazón y traerte algo de alegría. Conecta tu pena con la historia en general Si el primer paso en el viaje que lleva de la tristeza a la alegría es plantar cara a tus pérdidas y hacer duelo por ellas, el segundo paso sería: conecta tu sufrimiento con el del mundo. Mira tus pérdidas a la luz del sufrimiento de los demás. Cuando llegué a Daybreak, yo estaba atravesando momentos de gran dolor personal'. Mis muchos años en el mundo académico, mis viajes entre los pobres de Centroamérica y mi intensa actividad como conferenciante me habían dejado espiritualmente agotado. En lugar de ofrecerme una salida para mis propios conflictos internos, mis correrías por distintos continentes no habían hecho otra cosa que intensificar mi confusión interna. Yo me había aferrado a la ilusión de controlar las cosas, de poder evitar aquello con lo que no deseaba enfrentarme ni dentro de mí ni en el mundo de mi entorno. Cuando presencié el indecible sufrimiento de personas con mi nusvalías físicas y mentales en Daybreak, poco a poco empecé a ver mis propios problemas y penas a una nueva luz. Comprendí que todos ellos formaban parte de una historia mucho más amplia del sufrimiento. Gracias a esta perspectiva, hice acopio de nuevas fuerzas para vivir en paz con mis propias miserias y sufrimientos. Comprendí que la curación empieza rompiendo el diabólico aislamiento que hemos creado en torno a nuestros problemas y aceptando que, con independencia de cuál sea el sufrimiento que nos afecte a cada uno, todos sufrimos en comunión con el resto de la humanidad o, mejor, con el resto de la creación. Al dar este paso, nos convertimos en combatientes de la gran batalla contra los poderes de la oscuridad. Nuestras pequeñas vidas participan en algo mucho más grande y universal. Y descubrí algo más: que entre estas personas, que en su mayoría no saben leer y muchas de las cuales no pueden cuidar de sí mismas, entre estos hombres y mujeres rechazados por un mundo que únicamente aprecia a las personas brillantes y sanas, sin minusvalías de ningún tipo, vi a individuos que aprendían a conectar el sufrimiento humano y el sufrimiento de Dios. Cuando yo mismo vi la conexión, deseé ardientemente formar parte de ella. Deseé conectar mi sufrimiento con el sufrimiento de todas estas personas. Y de pronto lo supe: «¡Yo formo parte de la humanidad!». Yo no soy ninguna excepción. Yo sufro como sufren los demás. Lloro como lloran otros individuos y puedo danzar como danzan otras personas. De pronto lo comprendí: sí, deseo vivir esta verdad con otros; deseo vivir en comunidad.
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Comunidad y solidaridad son valores muy cercanos al movimiento que va de la tristeza a la alegría. Cuando empiezas a sentir el dolor de tu vida en relación con el dolor de otras personas, puedes enfrentarte a él en unión con estas últimas. De aquí provienen justamente palabras como compasión (com-pasión = pasión con; es decir, sufrimiento con otras personas) y paciencia (de la raíz latina patior, «sufrir»). Ser paciente es experimentar el dolor de la propia vida. Y cuando lo experimentas con otra persona, puedes ser «com-pasivo». Así es como empieza la curación. No gracias a respuestas maravillosas ni a recetas del estilo «haz esto o lo de más allá». La curación empieza experimentando la impotencia de no saber qué hacer juntos. Por eso es tan importante que crezcamos en compasión. Cuando sentimos y vivimos el dolor de nuestras propias pérdidas, nuestros afligidos corazones se abren a un mundo más amplio de sufrimiento y pérdida: al mundo de los prisioneros, los refugiados, los enfermos de SIDA, los niños que pasan hambre y el ingente número de seres humanos que viven en constante temor. De esta manera, el dolor de nuestra vida nos conecta con las quejas y los gemidos de una humanidad sufriente. Desde el punto de vista espiritual, la cuestión que se te plantea es si puedes vivir tu dolor en solidaridad con otras personas que también sufren. Pregúntate si puedes decirte a ti mismo palabras como estas: «Sí, esto forma parte de la condición humana; es algo que yo comparto con miles y millones de personas: con quienes han nacido antes que yo, con quienes han vivido mucho antes que yo y con quienes vivirán mucho después de mí». O como estas otras: «De alguna manera, yo soy una parte de la gran historia de la salvación de Dios. Y deseo conectar con la larga lucha de la humanidad. No deseo vivir mi sufrimiento aisladamente, sino conectado con el gran drama humano del amor, en que tristeza y alegría se experimentan conjuntamente». Te invito a vivir conscientemente conectado con esta gran lucha de existencia y fe en el amor y la liberación de Dios. Si tienes un amigo que sufre o que ha perdido a una persona querida, ¿puedes simplemente escuchar y decir palabras como estas: «Te amo y quiero estar contigo. Deseo escuchar de tus labios lo mal que lo estás pasando. No sé qué puedo decirte, ni qué puedo hacer al respecto, pero deseo estar contigo, y pasear a tu lado. No me da miedo. No voy a decir nada divertido acerca del mal momento que estás pasando, ni de los tiempos mejores que seguramente te esperan. Simplemente, deseo estar aquí y ahora contigo y decir: ¡Sí, has perdido algo, a una persona, y estás pasando por un verdadero infierno, pero no estás solo»? Si tu familia o tu comunidad sufren, te deseo que sientas el dolor con los demás miembros del grupo y que encuentres la alegría escondida en el dolor. Te invito a estar con ellos en la lucha. La manera de sobreponernos a nuestras pérdidas y tristezas consiste en conectar nuestro dolor personal con el gran sufrimiento de la humanidad, entendiendo que nuestras penas y pérdidas forman parte de la imagen más general del mundo. Porque nosotros no somos los únicos seres humanos que sufrimos en el mundo. Y tampoco estamos solos. 69
Descubre a Aquel que camina a tu lado «El camino de Emaús» es un conocido relato pascual del Evangelio de Lucas' acerca de Jesús y sus discípulos; en un nivel más profundo, esta historia nos habla del movimiento que lleva de la tristeza a la alegría. Como en el caso de Kisa Gotami, el viaje de los discípulos de Emaús nos ayuda a viajar interiormente, pasando del lugar de la tristeza y la pérdida al lugar donde moran la alegría y el agradecimiento. Te sugiero que trates de escuchar y sentir esta historia en su nivel más profundos. Dos personas caminan juntas. Por su manera de caminar, puedes ver que no son felices. Sus cuerpos se inclinan ligeramente hacia adelante, sus rostros parecen abatidos, sus movimientos son lentos. No se miran la una a la otra. Con anterioridad, ambas se sentían tristes, vacías, deprimidas, tal vez desilusionadas, afligidas... porque su Maestro había desaparecido y porque su vida en común no se había desarrollado como estaba previsto. Hacía muy pocos años que ambos se habían encontrado con una persona que había cambiado sus vidas, una persona que les había invitado a romper radicalmente con su rutina diaria y les había infundido una vitalidad nueva en cada apartado de su existencia. Ellos habían dejado su aldea natal, habían seguido a aquel desconocido y a sus amigos y habían descubierto una realidad completamente nueva escondida tras el velo de sus actividades ordinarias, una realidad en el contexto de la cual expresiones como «perdón», «curación» y «amor» habían dejado de ser meras palabras para convertirse en fuerzas que rozaban el núcleo mismo de su humanidad. El desconocido de Nazaret lo había hecho todo nuevo. Él había hecho de ellos personas para quienes el mundo no era ya una carga, sino un reto; no un campo plagado de trampas, sino un lugar con inagotables oportunidades. Él había traído alegría y paz a su experiencia de cada día. ¡Él había con vertido su vida en una danza! Ahora él había muerto y estaba desaparecido. Su cuerpo, que había irradiado luz, había sido destruido a manos de sus torturadores. Sus discípulos lo habían perdido. Y no solo a él, sino, con él, también a sí mismos. La energía que había llenado sus días y sus noches los había abandonado, y ellos se sentían completamente vacíos. Ellos dos se habían convertido en un par de seres humanos perdidos, que caminaban de vuelta al hogar sin tener hogar e iban a encontrarse con algo que se había convertido en un oscuro recuerdo. Cuando ambos viajeros vuelven a casa lamentando su pérdida, Jesús los alcanza y se pone a caminar a su lado. Pero el dolor que ellos sienten les impide reconocerlo. «Nosotros lo hemos perdido todo. Perdimos nuestras esperanzas, perdimos nuestra alegría, perdimos a nuestro Maestro. ¿No estás enterado de lo que ha sucedido? Aquel que, tal como nosotros pensábamos, estaba a punto de darnos vida, ¡está muerto, se ha ido, ha desaparecido!».
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Jesús no dice: «¡No os preocupéis! ¡Todo saldrá a pedir de boca!». No, él dice: «Contadme, contadme qué es lo que os apena; mostradme qué es lo que os hace sufrir. Yo quiero sentir vuestra angustia. Deseo estar con vosotros. Deseo escuchar vuestra historia». ¿Qué sucede a continuación? Jesús dice algo sorprendente: «¡Qué insensatos...!» No creo que Jesús quisiese llamar «estúpidos» a aquellos dos discípulos. No, su observación es mucho más tierna que eso. «¡Insensatos y torpes para creer», dice Jesús suavemente. Estas palabras van derechas a los corazones de ambos discípulos. Insensato es un término duro, una palabra que nos ofende y nos pone a la defensiva. Pero, al mismo tiempo, también puede hacer trizas una cáscara de miedo y autoconciencia y conducir a un conocimiento totalmente nuevo del ser humano. Es un toque de alarma que nos despier ta, un tirón que nos arranca la venda de los ojos, una forma de echar por tierra estratagemas inútiles de protección. Vosotros, insensatos, ¿no tenéis ojos para ver, oídos para escuchar?, ¿no os enteráis? Habéis estado observando un pequeño matorral, sin comprender que os encontráis en la cima de una montaña que os ofrece una visión panorámica del mundo. Habéis estado lamentándoos por vuestras pérdidas, sin comprender que estas son las que os hacen capaces de recibir el don de vida. El desconocido ha tenido que interpelar a los viajeros llamándolos «insensatos», para abrirles los ojos. ¡De repente sucede algo inesperado! La historia toma otro rumbo. El desconocido empieza a hablar, y sus palabras reclaman una atenta escucha de los viajeros. Él los ha escuchado a ellos; ahora ellos están en disposición de escucharlo a él. Jesús se refirió a Abrahán, a Moisés y a los profetas, y habló de la gran historia del sufrimiento humano que había conducido a algo nuevo: «¿No sabéis que Abrahán tuvo que abandonar su tierra para ir a vivir a otro lugar? ¿No sabéis que Moisés se vio obligado a salir de Egipto y a vivir en el desierto con su gente? ¿No sabéis que todos los profetas hablan de alguien que sufre y nos invitan a todos a vivir juntos de una manera nueva? ¿No estáis enterados de todas las veces que yo he tenido que sufrir, y de que vosotros sufriréis, y que vosotros y yo tendremos que luchar juntos? ¿No os dais cuenta de que este es justamente el camino de salvación, de esperanza y de recreación? ¿No sabéis que el grano de trigo debe morir? Porque, si no muere, seguirá siendo siempre un simple grano. Pero, si muere, dará fruto. ¿No sabéis que también vosotros debéis perder vuestra vida, y que solo así la ganaréis?». Todo eso es dicho no en plan de crítica o para infundir temor, sino simplemente como revelación. Jesús se une a nosotros cuando caminamos tristes y apesadumbrados, y nos aclara el sentido de las Escrituras. Durante el viaje, Jesús explica cómo hay pasajes que se refieren a él. Tanto si leemos el libro del Éxodo, los Salmos, los Profetas o los Evangelios, todos ellos están ahí para tocar nuestros corazones. Pero no sabemos que Jesús está con nosotros en el camino. Pensamos que él es un desconocido que está peor informado que nosotros acerca de las cosas que suceden en nuestras vidas. Y, sin embargo, nosotros sabemos algo y sentimos algo: nuestros corazones empiezan a arder dentro de nosotros. 71
En el momento mismo en que Jesús está a nuestro lado, nosotros no podemos entender plenamente lo que está sucediendo. Más tarde, a veces mucho más tarde, cuando todo esto ha pasado, nosotros tal vez podamos decir: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?». Pero en el momento mismo en que él camina y habla con nosotros, todo está demasiado cercano y es demasiado inmediato para ser objeto de reflexión. La pérdida, el dolor, la culpa, el temor, los vestigios de esperanza y las numerosas cuestiones sin contestar que pugnan por ocupar el primer plano de la atención en sus inquietas mentes: todos estos temas fueron recogidos por aquel desconocido, que además los situó en el contexto de una historia mucho más amplia que la de sus compañeros de viaje. Lo que en un principio parecía tan confuso empezó a ofrecer nuevos horizontes; lo que en un principio parecía tan opresivo empezó a ser percibido como una próxima liberación; lo que en un principio parecía tan extremadamente triste empezó a tomar en consideración la calidad de la alegría. Gradualmente, a medida que Jesús les hablaba, los discípulos descubrían que sus pequeñas vidas no eran tan insignificantes como ellos habían pensado, pues formaban parte de un gran misterio que no solo abarcaba muchas generaciones, sino que había sido previsto desde y para la eternidad. El desconocido no dijo que no existiera razón alguna para la tristeza, sino que su tristeza formaba parte de una tristeza más amplia que llevaba oculta dentro de sí la alegría. El desconocido no dijo que la muerte que ellos lamentaban no fuese real, sino que era una muerte que representaba el principio de una nueva vida, y una vida muy real. El desconocido no dijo que ellos no hubiesen perdido a un amigo que les había transmitido valor y esperanza, sino que tal pérdida haría posible el establecimiento de una nueva relación que iba a superar con mucho la amistad que ellos podían haber experimentado hasta entonces. El desconocido no negó en ningún momento lo que ellos le habían dicho. Se limitó a explicarles que todos aquellos acontecimientos formaban parte de una historia mucho más amplia, en la que a ellos les había tocado desempeñar un papel único. A medida que los dos tristes viajeros escuchaban al desconocido, algo cambiaba dentro de ellos. No solo experimentaban un renacer de la esperanza y la alegría que les afectaba en lo más íntimo de su ser, sino que su mismo caminar empezó a ser más resuelto y decidido. El desconocido les había dado un nuevo sentido de la dirección. Y sus corazones empezaban a arder. Si quieres descubrir esta verdad en tu corazón, tienes que ver tu vida como una pequeña parte de un relato más amplio. Tienes que ver que ahora tu vida es parte de lo que otros, a través de la historia, han vivido antes que tú y vivirán después de ti. Lo que tú estás experimentando ahora, al perder a tus amigos, a tu familia, las esperanzas que habías puesto en Jesús..., es algo que forma parte de una historia increíblemente larga de pérdidas pasadas, presentes y futuras. Y llegarán esa nueva vida y una mayor alegría. 72
Espero que esto esté sucediendo en ti en este mismo momento. Cuando empiezas a desprenderte de tu dolor y de tus pérdidas privadas, cuando empiezas a conectar tu historia personal con el misterio más grande, y cuando empiezas a sentir la presencia de Cristo en la Palabra que se te revela, ¿no arde tu corazón dentro de ti? ¿No sientes un calor interior que empieza a ponerse al rojo? ¿No oyes en tu interior, débilmente al principio, la Voz del Amor? Una vez que oigas y empieces a confiar en Aquel que pronuncia tu nombre, sabrás que es el Señor quien te habla. Su nombre es Jesús6. Conclusión El primer paso en el movimiento que te lleva de la tristeza a la alegría es plantar cara y lamentar tus pérdidas. El segundo paso es conectar tu sufrimiento con el de todo el mundo, para ver tus pérdidas a la luz del sufrimiento de otros. Con el tiempo, puedes tomar conciencia de que has de agradecer el no estar solo en el mundo, sino formando parte de una humanidad más amplia que lucha contigo, que gime por la revelación de un mundo muevo. En el camino a Emaús, Jesús se hace presente a través de las Escrituras. Esa presencia paciente, en cierto sentido demoledora, es la que transforma la tristeza en gozo y convierte el duelo en baile. PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL Lee el relato de Jesús caminando hacia Emaús con dos de sus discípulos, en el Evangelio de Lucas 24,13-35. Practica la lectio divina del pasaje leyéndolo en voz alta, lentamente y en compañía de otras personas, tres veces, anotando para una reflexión ulterior la palabra, frase o imagen que más te llame la atención. REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO 1.¿Puedes identificarte con uno de los discípulos que lamentan la pérdida de su Maestro mientras vuelven a casa, situada en la aldea de Emaús? ¿Puedes imaginarte a un desconocido que, mientras ambos estáis de camino, escucha y comprende tu dolor? ¿Puedes invitarlo a compartir contigo una comida familiar? ¿Puedes observar cómo ese desconocido parte el pan de una manera especial? ¿Es él el único que puede cambiar tu tristeza en gozo y hacer que tu corazón arda de nuevo? 2.¿Cómo has descubierto a Aquel que camina a tu lado? A partir de tu diario, comparte con otros el momento en que reconociste la presencia de Jesús: en su manera de explicar las Escrituras, o en la fracción del pan, o en el don del compañerismo. 3.Según Nouwen, el relato de los discípulos caminando hacia Emaús tiene cinco partes. Así, pues, el movimiento que lleva del duelo al baile comprende cinco pasos: 73
a)Lamentación o celebración de duelo por tus pérdidas. b)Conexión de tus propios sufrimientos con los grandes sufrimientos de la humanidad. c)Invitación a Quien has reconocido en el camino a que comparta contigo una comida familiar. d)Inicio de una relación íntima con el Cristo que vive dentro de ti. e)Acercamiento al mundo con alegría. ¿Cuál de estos pasos estás a punto de dar en este momento? ¿Cuál de ellos te gustaría intentar? 4.¿Qué has aprendido de la historia de la iluminación de Kisa Gotami? Ten en cuenta que la tristeza de Kisa Gotami fue tan dominante y devastadora que la pobre mujer enloqueció. Caminando sin rumbo por las calles, con el cuerpo de su hijo muerto sobre la cadera, Kisa pasó casa por casa pidiendo: «¡Dadme una medicina para mi hijo!» La gente se reía de ella por negarse a aceptar la realidad de la muerte del hijo. La curación se produjo cuando la mujer descubrió que la muerte y las pérdidas en general son una experiencia universal de los seres humanos, que «no hay casas que no hayan conocido ya la muerte». La medicina para su dolor la encontró al identificarse con otras personas que también habían sufrido. Su búsqueda de la curación en las semillas de mostaza fue posible por haber reconocido al Sublime, en quien encontró refugio. Una vez iluminada, Gotami pudo practicar lo que los budistas llaman a veces la resignación infinita: «Ahora veo que todo aquel que nace debe morir. Todo es pasajero. No hay medicina alguna que pueda curar esta situación; sólo nos queda aceptarla. Tampoco existe curación alguna, sólo conocimiento». Muchos viajeros han aprendido que el movimiento que les permite dejar atrás el dolor y la tristeza empieza con la celebración del duelo por sus pérdidas. Que la tristeza crea lazos de afinidad entre las personas. Que lo mismo que Gotami, «la (Mujer) Débil» del relato que ya conocemos, en un momento de devastadora tristeza terminó aceptando la muerte de su hijo, también nosotros estamos llamados a aceptar nuestras tristezas y finalmente superar nuestras penas y pérdidas. Los cristianos encuentran este reconocimiento espiritual en Cristo resucitado, que sale a nuestro encuentro, a veces como un desconocido, en nuestro camino de la vida. Nuestro corazón arde cuando somos capaces de discernir una «presencia» más grande que nosotros mismos actuando en nuestra vida. Cristo resucitado, el Exaltado, es quien camina a nuestro lado y nos explica las Escrituras para desvelar la historia oculta de nuestras vidas. ¿Cómo empezarías tú a contar tu historia de pérdidas y lo que has aprendido de la experiencia? ¿Cómo han contribuido tus propias penas y tristezas a 74
aumentar tu capacidad de ayudar a los demás? ¿Cómo tenderías paciente y compasivamente tu mano a alguien que ha sufrido una pérdida devastadora? Gotami encontró la curación de su mal tras reconocer al Sublime, es decir, a Buda. ¿Cómo has reconocido tú al «Sublime», o «Exaltado», en tu vida? «TIEMPO PARA HACER DUELO Y TIEMPO PARA DANZAR»: MEDITACIÓN SOBRE EL PASO DE LA TRISTEZA AL GOZO En «Tiempo para hacer duelo y tiempo para danzar», Henri Nouwen ofrece una meditación a aquellas personas que están en situación de pasar de la tristeza al gozo'. Como ejercicio espiritual, intenta leer en voz alta, lenta y pausadamente, el texto íntegro de la meditación, subrayando aquellas palabras que atraigan tu atención. Puedes hacerlo solo o en grupo, siguiendo las reglas de la lectio divina o de la lectura de los textos poéticos. TIEMPO PARA HACER DUELO Y TIEMPO PARA DANZAR Jesús llegó para cantar una endecha y dijo: «¡Llorad conmigo!». Jesús llegó para tocar una flauta y dijo: «¡Bailad conmigo!». Dentro de nosotros hay un lugar secreto donde el Espíritu produce nueva vida. Hay una guardería donde nace el Niño en ti. Hay el suelo fracturado de tu alma, donde las semillas de la gracia pueden crecer en ti. El Espíritu de Dios dice dentro de nosotros: «Hay un tiempo para hacer duelo y un tiempo para danzar». El Espíritu de curación que nos incita a hacer duelo es el mismo Espíritu que nos hace danzar. El misterio de la danza reside en el hecho de que sus movimientos los descubrimos también en el duelo. Un tiempo para hacer duelo Haz duelo, pueblo mío, haz duelo. Que tu pena arrecie en tu corazón y estalle en ti con sollozos y llantos. Haz duelo por el silencio que reina entre ti y tu esposa. Haz duelo por la forma en que os fue arrebatada la inocencia. Haz duelo por la ausencia de un tierno abrazo, una íntima amistad y una vivificante sexualidad. Haz duelo por la amargura de tus hijos, la indiferencia de tus amigos y la dureza de corazón de tus colegas. Haz duelo por aquellos que han contraído el SIDA al tratar de saciar su hambre de amor, por aquellos que han ido a parar a campos de refugiados al buscar su libertad, y por aquellos a quienes su hambre de justicia ha llevado a la cárcel. Llora desgarradoramente por los millones de personas que mueren por falta de alimentos, por falta de cuidados, por falta de amor... Llora sin consuelo pidiendo libertad, salvación, redención. Llora a voz en grito y profundamente emocionado, y confía en que tus lágrimas harán que tus ojos vean que el reino de Dios está muy cerca, al alcance de nuestra mano. ¡ Sí, lo estamos tocando ya 75
con la punta de los dedos! Un tiempo para danzar Sanar es dejar que el Espíritu nos invite a danzar. ¿Puedes sentir la libertad que bulle dentro de ti cuando, completamente desnudo, no tienes ya necesidad alguna de reprimir tus movimientos? ¿Puedes danzar como David delante del Arca de la Alianza? ¿Puedes reconocer en lo más íntimo de tu ser el gozo de vivir que nace del hecho de no tener ya nada que perder? ¿Puedes ver la tierna y hermosa sonrisa que aparece en los ojos llorosos de un amigo en situación de duelo? Jesús se adentra en nuestra tristeza, nos toma de la mano, nos lleva amablemente a un lugar donde podemos estar de pie y nos invita a danzar. Y al danzar nos damos cuenta de que no tenemos que permanecer en un rincón a solas con nuestro dolor, sino que podemos avanzar y adentramos en un territorio amplio y desconocido, hasta que finalmente comprobamos que nuestra pista de baile no es otra cosa que el mundo entero. ¡Sí! ¡Deja a tu padre, a tu madre, a tus hermanos, hermanas y amigos, deja tus redes..., y tendrás muchos padres, madres, hermanos, hermanas y amigos! Todo el mundo será tuyo, y dondequiera que dances contagiarás a otros con tu alegría. VISTO DIVINA: LOS GIRASOLES Como ejercicio de «visión divina», observa las maravillosas y exuberantes flores pintadas por Vincent van Gogh en el cuadro Los girasoles8. (Ver ilustraciones en color). ¡Qué dolor, qué tristeza, qué melancolía había experimentado este pintor a lo largo de su difícil vida! Y, sin embargo, ¡qué belleza, qué gozo y qué éxtasis fue capaz de captar en sus cuadros! Mirando estas vibrantes imágenes de sus girasoles, ¿quién puede decir dónde termina el duelo y dónde empieza el baile? Duelo y baile van siempre unidos. El duelo exige baile, y éste, a su vez exige duelo. La gloria se oculta tras el dolor. Y en esta misteriosa dualidad convertida en dueto Vincent celebra la vida. Personalmente, me siento muy cercano a Vincent van Gogh, no precisamente porque también él fuera holandés, sino porque, habiendo sido un hombre atormentado por cuestiones espirituales, tiene mucho que decir a quienes hoy buscan a Dios en sus vidas. Durante la mayor parte de su juventud, luchó interiormente por aclarar el problema de su vocación, ya que dudaba seriamente entre ser ministro o pintor. De todos modos, en ambas vocaciones se esforzó por estar cerca de los pobres. Cuando abandonó Borinage, donde había vivido con los mineros, inició un camino que lo convertiría, no en un predicador digno de ser escuchado, sino en un pintor digno de ser visto. Cuanto más vivo y cuanto más trato de encontrar un sentido a mis propias luchas, tanto más claramente descubro en Vincent a un auténtico compañero de viaje. Una de sus expresiones favoritas era «apenado, pero siempre alegre». Su vida y sus cuadros 76
ilustran los tres componentes de la vida espiritual. Gritamos en solidaridad con quienes sufren. Al ofrecer consuelo, sentimos profundamente con quienes experimentan dolor. Y, finalmente, damos aliento al señalar que, más allá de nuestras penalidades humanas compartidas, no faltan destellos de fortaleza y esperanza. Cuando van Gogh abandonó la oscura campiña holandesa y, tras una corta estancia en Amberes, se trasladó a París, se sintió cautivado por los colores vivos y alegres de la ciudad y sus alrededores. En ese momento realizó numerosos estudios de flores y le gustaba pintar bodegones. Entusiasmado, le escribió a su hermano Theo: «Es como si la naturaleza empezase a arder. En todas partes hay oro viejo, bronce, cobre..., un Sol que, a falta de otra palabra mejor, yo calificaría de amarillo, amarillo azufre, amarillo suave, amarillo limón, oro». Y también: «¡Oh, quienes no creen en este Sol... son verdaderos infieles. El Sol, luz en la oscuridad, luz que alegra la naturaleza y a las personas, luz que llama a los muertos de sus tumbas. Quienes tienen ojos para ver reconocerán que toda la luz proviene del mismo Sol». Quienes ven el Sol de Vincent comprenderán su solidaridad y consuelo y verán los rayos del gran Sol en lo más profundo de sí mismos9.
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Los obreros de la última hora «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y, al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: "Id también vosotros ami viña, y os daré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: "¿Por qué estáis aquí todo el día parados?" Ellos le dicen: "Es que nadie nos ha contratado". Él les dice: "Id también vosotros a mi viña". Al atardecer, dice el dueño de la viña al administrador: "Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros". Vinieron, pues, los de la hora undécima y recibieron un denario cada uno. Cuando les tocó a los primeros, pensaron que cobrarían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Y al tomarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor". Pero él contestó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos». Mateo 20,1-16 (Biblia de Jerusalén, No sé lo que pensaréis vosotros, pero a mí la parábola de los obreros de la última hora me saca de mis casillas'. ¿Por qué el propietario de la viña tenía que pagar a los obreros de la última hora el mismo salario que a los que trabajaron para él durante todo el día? Esto no es justo; no es correcto. Si el propietario no quería pagar más a los obreros de la primera hora, al menos podría haberles pagado primero y haberlos despedido, y de esa manera no se habrían enterado de cuánto cobraban los obreros de la última hora. ¡Pero no! Delante mismo de los trabajadores de la primera hora, el dueño de la viña paga también el salario de un día a los obreros contratados a última hora, dando así motivo para que los primeros reaccionen con resentimiento. Tras reflexionar durante mucho tiempo sobre esta parábola, he llegado a comprender lo farisaico que soy y el profundo resentimiento que suscitan en mí los trabajadores de la última hora que reciben el mismo jornal que personas como yo, un trabajador de la primera hora en la vi ña de la fe. ¡ Qué fácilmente olvido el gran privilegio que supone 79
pasar un día entero con mis hermanos y hermanas haciendo lo que me pidió Aquel que me ama más que nadie...! ¿Qué es lo que me impide alegrarme de la generosidad del dueño de la viña con los demás? ¿Por qué no estoy agradecido por todo lo que yo he recibido? ¿Y por lo que han recibido ellos? El movimiento que nos lleva a ser agradecidos, más que críticos de los demás, implica una profunda conversión2. ¿Qué es el resentimiento? El resentimiento es una pasión, una serie paralizante de quejas o reclamaciones que nos hacen sentir enojados y frustrados con personas e instituciones de las que nos hemos hecho dependientes por propia iniciativa. Pasión, en el sentido más antiguo de la palabra, significa el sufrimiento (pathos = lo que uno experimenta o siente) y la frustración que experimentamos cuando una emoción irresistible nos impide actuar racionalmente. A veces, esta impotencia da lugar a explosiones de ira fortuita o de violencia al azar, aunque es más frecuente que se manifieste siguiendo las pautas típicas, más o menos obligadas, del resentimiento. Y si bien el resentimiento es menos aterrador y menos visible que una violenta explosión de ira, no es menos destructivo. Todos conocemos la ira y cómo esta pasión nos enciende hasta ponernos «rojos de ira». La psicología nos dice que si contactamos con nuestros sentimientos de ira, les ponemos nombre e incluso, a veces, repartimos leña a destajo, la ira pierde parte de su poder sobre nosotros. Se nos anima a «trabajar con» nuestra ira, a pactar con las razones que cada cual pueda tener para estar airado y a tratar de entendernos con quien nos hiere. Estas acciones reductoras evitan que el resentimiento se instale permanentemente en nuestros corazones. Pero si nos tragamos nuestros sentimientos de ira y no hacemos nada por conocerlos, el resentimiento se apodera de nosotros. El resentimiento es ira fría, angustiosa. Cuando la ira encendida se enfría, endurece tu corazón y provoca estragos en tu vida. El resentimiento te vuelve sospechoso, cínico y depresivo. A largo plazo, el resentimiento se convierte en una forma de ser. Muchos de nosotros vivimos dominados por esta ira fría: el sentimiento profundo de que la vida nos defrauda, de que sufrimos injustamente y de que nuestras quejas no serán tenidas en cuenta. El resentimiento es una de las desviaciones que más afectan a la calidad de vida, porque dificulta enormemente las relaciones humanas y la vida comunitaria. El resentimiento nos impide recabar perdón y nos roba la alegría. Acaba con nuestra libertad interna para actuar creativamente y se aferra a sentimientos negativos como única forma a nuestro alcance de encontrar nuestra identidad. De esta manera nos convertimos en aquello contra lo que nos manifestamos y retrocedemos a las pequeñas satisfacciones de la ira no expresada, tácita. Si pretendemos vivir una vida agradecida y eucarística - es decir, en la que haya acción de gracias-, hemos de liberarnos de esta pasión. 80
A menudo, el resentimiento está tan profundamente oculto que ni siquiera quienes viven más profundamente resentidos lo advierten. En general, las personas resenti das se preocupan más de alimentar sus emociones negativas y, consiguientemente, provocan en los demás una actitud defensiva. De esta manera, se encierran en sí mismos, haciendo prácticamente imposible que otros entren en contacto con su yo profundo. Quienes consagramos nuestras vidas a servir a los demás, trabajamos duro y cultivamos virtudes socialmente apreciadas, a veces vemos cómo el resentimiento se insinúa en nuestros corazones. El resentimiento es la maldición de las personas fieles, virtuosas, obedientes y trabajadoras. Aquellos ministros que desean ardientemente estar cerca de Dios y servir a la gente, así como los profesionales de la ayuda al prójimo, son especialmente propensos al despecho. Sienten que a menudo se aprovechan de ellos, y esta experiencia puede conducir al resentimiento. Las instituciones religiosas y sociales que tratan de apoyar a los ministros y a otros profesionales de la asistencia social actúan muchas veces como caldo de cultivo del resentimiento. Por este motivo, algunos consideran el resentimiento la pasión más destructiva dentro de la Iglesia cristiana. Personalmente, recuerdo el momento exacto en que tomé conciencia por primera vez de la persistencia del resentimiento en la vida de los fieles. En 1973 se me pidió que dirigiera un retiro espiritual a diez seminaristas que se preparaban para la ordenación sacerdotal. Yo esperaba encontrarme con un grupo de estudiantes llenos de vida y fuertemente motivados, nerviosos por las expectativas de su futuro ministerio. Esperaba un cálido recibimiento y una gran ilusión por poder disponer de tiempo para debatir juntos las cuestiones candentes del ministerio cristiano. Esperaba un profundo sentido de comunidad, desarrollado a lo largo de los años y expresado con toda autenticidad en la oración común y en la celebración de la eucaristía. Esperaba un espíritu de gratitud por los numerosos dones de inteligencia y de corazón que habían recibido, así como una actitud esperanzada frente a las nuevas experiencias a las que pronto iban a hacer frente aquellos jóvenes. Pero ninguna de estas expectativas mías se cumplió. En realidad, me encontré con un grupo de jóvenes estudiantes cansados, que mostraban su recelo por tener que escuchar una charla más sobre religión y únicamente deseaban superar el proceso que conducía a su ordenación. En lugar de hospitalidad, sentí una velada hostilidad, sutilmente expresada en una evidente falta de interés hacia mi persona en particular y hacia una Iglesia respecto de la cual manifestaban una actitud un tanto cínica. Percibí su fuerte renuencia a reunirse para un retiro obligatorio en un centro que en épocas anteriores había estado repleto de jóvenes llamados al ministerio, pero que ahora parecía un recuerdo triste y vacío de glorias pasadas. En su reticencia a hablar sobre cuestiones espirituales o a rezar juntos percibí su escaso interés real por Dios o por las necesidades humanas. Se habló del pasado con amargura, y del futuro con un vago temor a lo desconocido. Cuando llegó el momento de la liturgia conclusiva del retiro, hubo muy 81
poco que celebrar. Ni siquiera las guitarras pudieron ocultar la vergüenza de una eucaristía sin auténtica acción de gracias. No deseo generalizar y dar a entender que esta fuese la situación de todos los seminarios o el estado de ánimo de toda la Iglesia en aquel momento; pero pienso que este caso ilustra la permanente parálisis que impide que personas que acarician sueños espirituales y grandes ideales los vean hechos realidad a través de instituciones. Cualquier terreno fértil para la esperanza y el agradecimiento puede convertirse fácilmente en lugar apto para el desa rrollo de los celos y del resentimiento. Lo que empieza como una pasión de fe y compasión generadora de vida puede terminar siendo un veneno mortal carente de toda vitalidad y «entusiasmo» (de la raíz griega en theos = literalmente, «en Dios»). ¿Sois capaces de beber la copa? En el Evangelio de Mateo se cuenta la historia de los dos «hijos de Zebedeo». Ambos deseaban sentarse al lado de Jesús cuando este ocupase su trono como rey largamente esperado. Con este fin, ambos hermanos encargaron a su madre que le plantease a Jesús la pregunta que ellos mismos no se atrevían a hacer. Y así fue. La madre de Santiago y de Juan se acercó a Jesús y le dijo: «Ordena que, cuando reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda». La respuesta de Jesús provocó un cierto resentimiento entre los dos hermanos y por parte de los demás discípulos: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber? ¿Estáis dispuestos a hacer lo que yo debo hacer con acción de gracias? En cuanto a sentarse a mi derecha e izquierda, no me toca a mí concederlo; será para aquellos a quienes mi Padre ha destinado» (Mt 20,20-28). Cuando los otros discípulos escucharon esta respuesta, se indignaron con los dos hermanos. ¿Cómo se habían atrevido aquellos dos a compararse con Jesús? Los celos y el resentimiento de los demás discípulos obtuvieron la debida respuesta cuando Jesús dijo: «Sabéis que entre los paganos los gobernantes tienen sometidos a sus súbditos, y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros. Más bien, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor; y quien quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. Lo mismo que el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos». Como los hijos de Zebedeo, nosotros deseamos estar cerca del poder y participar de su gloria. Y si no podemos sentarnos en el trono, al menos deseamos sentarnos cerca de él. Si nosotros mismos no nos atrevemos a pedir este privilegio, hacemos que otra persona lo pida para nosotros. La actitud y las palabras de Jesús en este relato deberían servirnos de advertencia para no ceder a la tentación de ser como Dios, ni tampoco al resentimiento por no ser siempre los primeros de la clase o los destinatarios de 82
importantes privilegios. Si no podemos conseguir el primer puesto en el Reino, nos conformaremos con el segundo. Quienes a sí mismos se consideran merecedores del primer puesto, pero tienen que contentarse con el segundo, necesariamente miran hacia arriba con resentimiento, y hacia abajo con recelo. Y, como consecuencia, en este competitivo y envidiado puesto no es posible servir ni a Dios ni a la humanidad. Cuando te aferras a tus reclamaciones, tu corazón se llena de resentimiento, y no hay lugar para que Dios entre en tu corazón y te libere. El resentimiento restringe los movimientos del Espíritu y reduce el reino dentro de ti. Donde antes había fe, esperanza y caridad, el resentimiento introduce temor, duda y rivalidad. Es realmente diferente el que en nuestros compromisos personales y comunitarios respondamos a la vida con ira y resentimiento o que, por el contrario, respondamos con amor y gratitud. ¿Qué es la gratitud? Lo contrario del resentimiento es la gratitud o agradecimiento (ambos términos se derivan de la palabra latina gratia = favor, gracia). Gratitud es más que un ocasional «¡Demos gracias a Dios!». Gratitud es la actitud que nos hace capaces de desprendernos de la ira, acoger los dones ocultos de aquellos a quienes deseamos servir, y poner estos dones a la vista de la comunidad como motivo de celebración. La gratitud pertenece a la entraña misma de la celebración y del ministerio. Cuando pienso qué significa exactamente vivir y actuar en nombre de Jesús, comprendo que lo que se espera que yo ofrezca a los demás no es ni mi inteligencia, ni mi habilidad, ni mi poder, ni mi influencia o mis relaciones, sino mi propia fragilidad humana, a través de la cual puede manifestarse el amor de Dios. El ministerio es una forma de entrar con nuestra fragilidad en comunión con otros para transmitirles una palabra de esperanza. La gran paradoja del ministerio es que, cuando servimos en nuestra debilidad, recibimos de aquellos a quienes somos enviados. Cuanto más en contacto estamos con nuestra propia necesidad de curación y salvación, tanto más dispuestos estamos a recibir con gratitud lo que los demás pueden ofrecernos. Cuando yo estudiaba español en Cochabamba (Bolivia), conocí a Lucha, una de las empleadas que trabajaban en el Instituto de Idiomas. No hablábamos de Dios ni de religión, pero su sonrisa, su amabilidad, su forma de corregir mi español y las historias que ella contaba acerca de sus hijos despertaron en mí una cierta envidia espiritual. No dejaba de pensar: «Ya me gustaría a mí tener la pureza de corazón de esta mujer. Ya me gustaría a mí ser tan sencillo, abierto y amable como ella. Ya me gustaría a mí ser tan cercano». Pero luego comprendí que tal vez ella no sabía qué era lo que me estaba dando. De esta manera, mi ministerio en relación con ella consistió en permitirle mostrarme al Señor de la amable manera en que ella sabía hacerlo, y reconocer con 83
gratitud lo que yo estaba recibiendo. La verdadera liberación incluye la eliminación de las cadenas que han impedido a la gente ofrecer sus dones a otras personas. Y esto es aplicable no solo a las personas individuales, sino también - y muy particularmente - a determinados grupos étnicos, culturales o marginados. ¿Qué significa realmente la misión para los indios, los bolivianos o las personas discapacitadas? ¿No debería consistir, ante todo, en descubrir con ellos su propia y profunda religiosidad, su profunda fe en la presencia activa de Dios en la historia y su comprensión del misterio de la naturaleza que los rodea? Me resulta duro aceptar que, probablemente, lo que mejor puedo hacer no es dar, sino recibir. Si soy capaz de recibir de una forma auténtica y abierta, quienes me dan algo pueden ser conscientes de sus propios dones. Después de todo, nosotros mismos conseguimos reconocer nuestros propios dones en los ojos de quienes los reciben agradecidamente. De esta manera, la gratitud se convierte en la virtud central de un cristiano. El término griego charis significa «don» o «gracia». ¿Y qué otra cosa es la vida eucarística que una vida de personas agradecidas? El paso del resentimiento a la gratitud Si nos liberamos del resentimiento, es para acceder a algo más vivificante, que no es otra cosa que la gratitud o, más exactamente, la actitud agradecida. El resentimiento bloquea la acción; la gratitud nos lanza hacia adelante, hacia nuevas posibilidades. El resentimiento hace que nos aferremos a sentimientos negativos; la gratitud nos permite ir por nuestra cuenta. El resentimiento nos hace prisioneros de nuestras pasiones; la gratitud nos ayuda a trascender el seguimiento compulsivo de nuestra propia vocación. El resentimiento nos agota con sus complicadas envidias y ambigüedades, despertando en nosotros destructivos deseos de venganza; la gratitud elimina nuestra fatiga y nos da nueva vitalidad y entusiasmo. El resentimiento nos enreda en interminables distracciones, haciendo que nos preocupemos por auténticas banalidades; la gratitud ancla nuestro más profundo yo más allá de este mundo y permite que nos involucremos sin perder nuestra personalidad. ¿Cómo podemos romper las cadenas del resentimiento y liberarnos de la pasión que nos paraliza? El resentimiento hunde muy profundamente sus raíces en nuestra condición humana y no es fácil de erradicar. Pero, una vez que confesamos nuestros resentimientos dentro de una comunidad de fe fiable y acogedora, creamos espacio para el perdón y la libertad. Cuando esto sucede, la gracia liberadora de Dios es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Aprendemos a cantar una nueva canción y a desarrollar un nuevo espíritu de agradecimiento que nos permite aceptar la vida entera como un don. La formación espiritual es uno de los medios que tenemos a mano para que el 84
resentimiento se transforme paulatinamente en gratitud. Mediante la práctica espiritual de rechazar la envidia y la amargura y perdonar y acoger positivamente a otros, podemos conseguir que nuestros rivales se conviertan en amigos, y antiguos competidores en nuevos compañeros en el camino que conduce a la verdadera grandeza. La palabra «servidumbre» tal vez nos suene a piadosismo, pero realmente lleva implícito el humilde reconocimiento de que nuestra vida no es una propiedad privada que hayamos de defender, sino un regalo que podemos compartir. Todo cuanto tenemos nos ha sido dado. A nosotros nos toca ser agradecidos y dar gracias. La cuestión acerca de cómo es posible pasar del resentimiento a la gratitud no es para que se la planteemos a personas individuales, sino a las instituciones religiosas y comunidades de fe. Mientras que la Iglesia, como institución, es a menudo un caldo de cultivo para el resentimiento, la comunidad auténticamente cristiana debe ser un terreno fértil para que crezca la gratitud, se acepten los dones y se compartan las bendiciones3. Este lugar encarna la verdadera naturaleza y función de lo que nosotros llamamos Iglesia, con independencia del lugar donde se reúnan sus miembros y del nombre que le demos. Toda comunidad auténticamente cristiana fomenta el espíritu de gratitud y servicio en la vida espiritual. Lo hace así al invitarnos a prestar permanente atención al estado de nuestros corazones, donde escuchamos la voz de Dios y respondemos con acción de gracias. Exige de nosotros estar siempre dispuestos a eliminar nuestro blindaje defensivo y crear el espacio interior donde pueda vivir el Espíritu de Dios. Nos pide valor para analizar minuciosamente nuestro yo compulsivo y abrir nuestro corazón a nuevas formas de ser. Nos forma para recibir y no para tomar, y nos ayuda a ver el dolor y el sufrimiento del mundo como otras tantas invitaciones para cambiar de corazón, más que como interrupciones perturbadoras. Me encontré en cierta ocasión con un viejo sacerdote que me dijo: «Durante demasiado tiempo me quejé de que mi obra se viese continuamente interrumpida, hasta que finalmente descubrí que las interrupciones eran mi obra». Es triste que hubiese tardado tanto tiempo en hacer semejante descubrimiento. El resentimiento es justamente la queja de que la vida no se desarrolla de acuerdo con los planes que nosotros nos habíamos trazado; de que nuestros múltiples objetivos y proyectos se ven constantemente interrumpidos por acontecimientos que pueden producirse una hora, un día y un año cualquiera; y de que no nos queda más remedio que convertirnos en víctimas pasivas de sucesos aleatorios y simples casualidades. El movimiento en dirección a la gratitud implica el descubrimiento de que el Dios en quien creemos es el Dios de la historia, y que las cosas se están desarrollando, tranquila y sosegadamente, como corresponde. Mi cometido espiritual es aprender a escuchar todo cuanto sucede a mi alrededor y confiar en que es la mano de Dios la que me guía. Así entendida, la vida deja de ser una serie de interrupciones que dan al traste con mi programación y mis planes, y se convierte en un camino paciente y lleno de sentido, del que Dios se sirve para formarme y conducirme día a día. La gratitud hace de la interrupción una invitación, 85
y de la ocasión de queja un momento para la contemplación. ¿Soy yo una roca o un bailarín? En cierta ocasión vi cómo un escultor eliminaba grandes fragmentos de una gigantesca roca en la que estaba trabajando. Pensé para mis adentros: Esa roca debe de estar su friendo terriblemente. ¿Por qué hiere ese hombre a la roca de esa manera? Pero, al mirar con una perspectiva temporal más amplia, pude distinguir cómo la figura de una graciosa bailarina emergía poco a poco de la piedra. Personalmente, he dedicado buena parte de mi vida a construir un muro de piedra para proteger mi corazón. En este momento, cuando, de hecho, oigo que alguien me cuenta la verdad acerca de mi dureza de corazón, es como si de mi muro protector arrancasen una piedra. Además de herirme, ello me asusta y me pone furioso. Es una gran lucha. De todos modos, trato de ser más consciente y menos cobarde en este proceso. «¡No tengas tanto miedo!», oigo que me dice la voz interior del amor. «Reconoce que todo lo que sucede en tu vida es un don, y da conscientemente gracias por ello. Concede un mayor espacio en tu vida a la alegría. Deja que quiten las piedras del muro y muéstrate agradecido. Ve más allá de la zona de seguridad... y confía. Ten valor, acoge los deseos más profundos de tu corazón y deja que el muro se derrumbe. Ábrete y deja que yo cambie tu corazón de piedra por un corazón de carne». En la formación espiritual puedes pensar que tu vida se asemeja a un sólido muro de piedra capaz de resistir a todo aquel o todo aquello que trate de modificarlo. El resentimiento nos ciega y nos impide ver la mano de Dios que nos esculpe. En cambio, la gratitud nos ayuda a reconocer este proceso, que actúa en nosotros en un doble plano: por una parte, nos transforma lentamente, pero con seguridad, en una bella obra de arte; por otra, nos prepara para ser personas capaces de ofrecer nuestros propios sufrimientos como fuente de salvación para los demás. En la formación real, se ha de contar con que Dios talle la roca de nuestra alma y elimine todas las piedras de resentimiento. Cada vez que se desprende del muro una piedra, grande o pequeña, nos duele, poco o mucho. Cada vez que tenemos que renunciar a una pasión familiar o a un concepto que nos es querido, a una idea atrayente o a un plan definitivo para nuestra vida, a una actitud razonable o a una conducta habitual, y especialmente a una amistad o una comunidad por la que sentimos especial aprecio, surge en nuestro interior una protesta. Pero si estamos dispuestos a ver en acción la mano acariciadora de Dios, quizá descubramos que el prolongado trabajo de talla ha dejado en nosotros un espacio vacío, a partir del cual podemos vernos colmados, sanados y, finalmente, transformados en el bailarín - o bailarina- que Dios quiere que seamos. Para curarme del resentimiento y acceder al estado de persona agradecida tengo que bailar; es decir, volver a creer, incluso en medio de mi sufrimiento, que Dios quiere 86
orquestar y guiar mi vida. El misterio del baile, o danza, es que sus movimientos se perciben al dar un paso tras otro: unos lentos, otros rápidos; unos suaves, otros no tanto. Si todos los pasos de nuestro viaje son movimientos de gracia, podemos estar agradecidos por cada momento que hayamos vivido, sabiendo que todo es gracia. Todo es gracia En su nivel más profundo, la gratitud extiende su acción de gracias a todos los momentos de la vida: a los buenos y a los malos, a los alegres y a los tristes, a los santos y a los no tan santos. Jesús nos pide que reconozcamos que la alegría y la tristeza nunca están del todo separadas; que en realidad el gozo y la pena se complementan mutuamente; y que el duelo y la danza forman parte del mismo movimiento. De ahí que Jesús nos pida que seamos agra decidos por cada momento que hayamos vivido y que reivindiquemos nuestro itinerario único como el camino escogido por Dios para moldear nuestros corazones a imagen y semejanza del corazón de Dios. La gratitud no es una emoción sencilla o una actitud obvia. Es una disciplina difícil, en virtud de la cual yo reivindico constantemente todo mi pasado como el camino concreto por el que Dios me ha guiado hasta este momento y por el que ahora me está introduciendo en el futuro. La dificultad de esta disciplina radica justamente en que ella me obliga a enfrentarme a mis momentos penosos - experiencias de rechazo y de abandono, sentimientos de pérdida y de fracaso - y a descubrir en ellos, poco a poco, la mano purificadora de Dios que prepara mi corazón para un amor más profundo, una esperanza más fuerte y una fe más abierta. He ido aprendiendo gradualmente que la llamada a la gratitud nos exige decir: «¡Todo es gracia!». Tanto si se trata de sufrir como de alegrarse, yo puedo decir: «Sí, deseo vivir este acontecimiento y descubrir en él más plenamente el don de la vida». Cuando nuestra gratitud por el pasado es únicamente parcial, nuestra esperanza de un futuro nuevo nunca podrá ser plena. Mientras sigamos estando resentidos por cosas que no han sucedido como a nosotros nos habría gustado, por relaciones que han tomado derroteros distintos de los que nosotros habíamos imaginado, por errores que hoy borraríamos de nuestro pasado..., una parte de nuestro corazón permanece aislada, incapaz de dar fruto en la nueva vida que nos queda por delante. Reivindicar nuestra historia en su totalidad significa que empezamos a comprender nuestro pasado de una forma nueva: en lugar de distinguir tiempos buenos, dignos de ser recordados, y tiempos malos, que necesitamos olvidar, ahora vemos únicamente oportunida des para una continua conversión del corazón. En un corazón convertido, todo nuestro pasado podemos acogerlo con gratitud, recordarlo con alegría y convertirlo en la fuente de energía que nos impulse hacia el futuro. También necesitamos recordarnos mutuamente que el cáliz de la tristeza es también 87
el cáliz de la alegría que compartimos, y que precisamente lo que nos causa pesadumbre puede convertirse en fuente de gozo cuando reconocemos que también ahí está presente la charis. Atrevámonos a mirar detenidamente todo aquello que nos ha ayudado a llegar adonde nos encontramos ahora, a recibirlo con gratitud y a verlo a la luz de un Dios de amor que nos guía a lo largo de toda nuestra vida. PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL Anteriormente en este mismo capítulo, Henri Nouwen nos ha contado la triste historia de un grupo de seminaristas resentidos que, reunidos para hacer un retiro espiritual, no consiguieron celebrar una eucaristía que fuese verdadera acción de gracias, porque el resentimiento no puede ser celebrado. Teniendo en cuenta lo destructiva que puede llegar a ser la pasión del resentimiento en la vida humana, el paso del resentimiento a la gratitud es absolutamente necesario. Una vez que iniciamos este movimiento del Espíritu, podemos abandonar nuestros resentimientos y tender nuestros brazos hacia el Dios que nos libera para una celebración litúrgica en la que participa mos, no en cumplimiento de una obligación religiosa, sino como manifestación de nuestra gratitud interior. Nouwen nos reta a mirar atentamente todo aquello que nos ha ayudado a llegar adonde ahora nos encontramos, a la luz de un Dios que nos ama y nos guía. REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO 1.¿Puedes mencionar un escalón difícil de superar que te haya permitido llegar adonde estás ahora, y reflexionar sobre él a la luz de un Dios que te ama y guía tus pasos? 2.Para Nouwen, ser agradecido significa vivir la vida como un don, de manera que dondequiera que viva, cualquier cosa que haga, cualquier cosa que me suceda, en todas mis experiencias veo un don que me obliga a ser agradecido. ¿Qué experiencias de tu vida pasada que en su momento te costó trabajo superar estás hoy dispuesto a agradecer sinceramente? 3.El apóstol Pablo nos anima a «dar gracias siempre y por todo» (Ef 5,20). En otro lugar, Pablo recuerda a los creyentes que «todo concurre al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28). Escribe en tu diario diez cosas por las que hoy te sientes agradecido. Comparte esta lista con tu pequeño grupo. 4.Lee la parábola del hijo pródigo en Lc 15,11-32. Escribe una página en tu diario en respuesta a la siguiente pregunta: ¿En qué sentido se podría afirmar que yo soy el hijo mayor de la parábola? Como lecturas complementarias que apoyen tu reflexión, te sugiero los capítulos 4 y 5 de El regreso del hijo pródi go, de Nouwen, o la segunda parte de Home Tonight, del mismo autor (véase, al final de este mismo libro, nuevas 88
sugerencias de lecturas complementarias). VISTO DIVINA: LA GRACIOSA BAILARINA En 1815 entraron en París las tropas rusas de Alejandro 1. Aunque no faltaron actos de violencia y pillaje por parte de los soldados, el zar ruso llevó a cabo una importante adquisición para el museo de L'Ermitage. En virtud de un tratado personal, Alejandro 1 consiguió hacerse con una colección de obras de arte que la emperatriz Josefina, primera esposa de Napoleón, había ido depositando en su castillo de Malmaison, cerca de París. Entre las obras adquiridas, de valor incalculable, había cuatro esculturas de Antonio Canova: Hebe, Paris, Mujer bailando (véase ilustración 4) y Cupido y Psique. Antes de responder a las preguntas que cierran este capítulo, reflexiona brevemente sobre la siguiente percepción de Nouwen: «En cierta ocasión vi cómo un escultor eliminaba grandes fragmentos de una gigantesca roca en la que estaba trabajando. Pensé para mis adentros: Esa roca debe de estar sufriendo terriblemente. ¿Por qué hiere ese hombre a la roca de esa manera? Pero, al mirar con una perspectiva temporal más amplia, pude distinguir cómo la figura de una graciosa bailarina emergía poco a poco de la piedra»4. ¿Cómo sientes tú el dolor de la roca que el escultor talla hasta hacer de ella la estatua de una bailarina? ¿Qué cascotes sientes que está apartando Dios en este mismo momento del muro protector de tu alma? ¿Cómo te opones al proceso o das a entender que te molesta? ¿De qué forma te muestras abierto y agradecido al mismo? Cuando contemplas Mujer bailando, de Antonio Canova, ¿puedes sentir la frialdad del mármol de la estatua? ¿Puedes sentir los pasos de la bailarina en movimiento? ¿Puedes verte a ti mismo solo o con otros en la pista de baile? ¿Qué es lo que te movería a ti a bailar con alegría?
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Los acaparadores miedosos «Érase una vez un grupo de personas que inspeccionaban los recursos del mundo, y se dijeron unas a otras: "¿Cómo podemos estar seguros de disponer de suficientes bienes para superar los momentos difíciles? Queremos sobrevivir a toda costa. Así pues, empecemos a almacenar alimentos y conocimientos para estar seguros y a salvo si se produce una crisis". Y empezaron a acaparar cosas, tan exagerada y ávidamente que otras personas protestaron, diciendo: "¡Ya tenéis mucho más de lo que necesitáis, mientras que nosotros no tenemos lo necesario para sobrevivir! ¡Dadnos una parte de vuestra riqueza!" Pero los miedosos acaparadores respondieron: "No, de ninguna manera. Necesitamos guardarlo todo para posibles casos de emergencia, cuando también a nosotros nos vayan mal las cosas o estén en peligro nuestras vidas". Pero los otros insistieron: "¡Nosotros ya estamos muriendo ahora! ¡Por favor, dadnos alimentos, materiales y el conocimiento que necesitamos para sobrevivir! ¡No podemos esperar: los necesitamos ya mismo!" A partir de entonces, los acaparadores miedosos se volvieron más miedosos todavía, porque temían que los pobres y los hambrientos los atacasen. Así pues, se dijeron unos a otros: "¡Protejamos con una muralla nuestra riqueza, de suerte que ningún extraño pueda robárnosla!"Y em pezaron a construir una muralla tan alta que ni siquiera podían ver si extramuros de la ciudad había enemigos o no. Su temor fue en aumento, hasta que, finalmente, se dijeron unos a otros: "Nuestros enemigos se han multiplicado de tal manera que muy bien podrían echar por tierra nuestra muralla. Esta no es lo bastante sólida como para mantener alejados a los enemigos. Tenemos que colocar explosivos y una alambrada de púas que corone la muralla, para que nadie se atreva ni siquiera a aproximarse a nosotros". Pero, en lugar de sentirse a salvo y seguros tras su bien defendida muralla, aquellos hombres se vieron atrapados en la prisión que ellos mismos habían construido, llevados de su propio miedo». HENRI NOUWEN, Discurso pronunciado en el Desayuno de la Asociación Presbiteriana de la Paz' ¿Por qué tenemos tanto miedo? CUANTAS más personas conozco y cuanto más conozco a las personas, tanto más abrumado me siento por el poder negativo del miedo. A menudo parece que el miedo ha invadido hasta tal punto todos los rincones de nuestras vidas que no sabemos ya cómo sería una vida en la que no existiera el miedo. El miedo impregna nuestros cuerpos, individual y comunitariamente. ¡Son tantas las personas que dejan que su pensamiento, 91
su lenguaje y su acción estén motivados por el miedo...! Tememos por nosotros mismos y por nuestros vecinos. Tememos que pueda suceder algo terrible. Parece que siempre hay algo que temer: Algo dentro o alrededor de nosotros. Algo cercano o muy alejado de nosotros; algo visible o invisible; algo en nosotros mismos, en los demás o en Dios. Cuando pensamos, hablamos, actuamos o reaccionamos, el miedo siempre parece estar presente: ¡como una fuerza omnipresente que no podemos quitarnos de encima! A menudo, el miedo ha impregnado tan profundamente nuestro yo interior que, seamos conscientes o no de ello, controla la mayor parte de nuestras decisiones. El miedo irracional puede convertirse en un cruel tirano que se apodera de nosotros y nos obliga a vivir como rehenes en esta casa del miedo. Cuando el miedo impregna nuestras vidas, se puede afirmar que habitamos en la casa del miedo, y desde ahí miramos el mundo. Lo que vemos desde ese mirador del miedo es alienación y penuria. Quienes gozan de poder e influencia, a menudo utilizan el miedo para fomentar la tensión interna y crear división entre nosotros. Quienes pueden metemos miedo, a menudo pueden hacer también que nosotros actuemos como ellos desean que lo hagamos. El miedo es una de las armas más eficaces en manos de quienes tratan de controlamos: un padre, una madre, un profesor, un médico, un jefe, un obispo, una Iglesia, Dios... Mientras estemos bajo los efectos del miedo, podrán hacemos actuar, hablar e incluso pensar como esclavos. Las prioridades de nuestro mundo - los asuntos y los temas que ocupan los periódicos y los noticiarios radiofónicos y televisivos - son prioridades que tienen que ver con el miedo y el poder. ¿Qué voy a hacer si no encuentro esposa, casa, empleo, amigos, protectores...? ¿Qué voy a hacer si me despiden, si caigo enfermo, si sufro un accidente, si pierdo a mis amigos, si mi matrimonio fracasa, si estalla una guerra...? Una cosa es cierta: la ver dad espiritual es que el planteamiento de estas horribles preguntas no conduce jamás a respuestas informadas por el amor; bajo cada una de esas horribles preguntas se esconden muchas otras horribles preguntas. Si en mi interior decido que para tener un hijo he de ser capaz de garantizarle una educación escolar, enseguida me veo atrapado en multitud de nuevas y angustiosas preguntas relativas a mi empleo, al lugar donde vivo, a las amistades que cultivo, etcétera. Si estoy convencido de que para ser feliz tengo que contar con amigos influyentes y con dinero, siempre estaré ansioso y deseando poseer más. De esta manera, el miedo engendra miedo. Del miedo nunca nace el amor. El control que ejerce el miedo sobre nuestras vidas puede ser muy sutil. Tal vez no pensemos conscientemente que las personas que nos rodean son nuestros enemigos, pero lo cierto es que nos comportamos como si eso fuese verdad. Cuando, durante algún tiempo, esta es nuestra realidad cotidiana, tal vez un día comprobemos que nos hemos convertido en extranjeros en nuestro propio país: nos hemos vuelto medrosos, aislados, impotentes. No nos sentimos seguros de nosotros mismos ni libres, sino personas 92
ansiosas y paralizadas. No nos sentimos esperanzados y alegres, sino interiormente vacíos y tristes. No vivimos en la casa del amor, donde Dios habita, sino que vivimos en la casa del miedo. La casa que construyó el amor Hace años, estuve viviendo varios meses en América del Sur entre gentes pobres y oprimidas. Observándolas de cerca, poco a poco comprendí que no eran personas capaces de meter miedo a nadie. Era gente sencilla y agra decida que vivía en un país del miedo. Allí encontré hambre, sufrimiento y agonía, pero también alegría, gratitud y paz'. Pronto comprendí que la otra cara de la opresión, la otra cara de la pobreza existente en el hemisferio Sur, es el miedo, la angustia y el cautiverio de quienes viven en el Norte. De alguna manera, estas dos realidades son inseparables. Nuestro sufrimiento, causado por una acumulación inspirada en el temor y por una falta de libertad, es inseparable del sufrimiento y la opresión de quienes viven en los llamados «países en vías de desarrollo». De alguna manera, en América del Norte casi hemos olvidado qué es lo que conduce a una vida de amor. En la práctica, hemos traicionado nuestras esperanzas colectivas de habitar en la casa del amor de Dios, a cambio de gozar de fronteras bien defendidas, sistemas de seguridad y comunidades enrejadas. Cuando san Juan dice aquellas hermosas palabras de que el amor perfecto expulsa el temor, se refiere a un amor divino que viene de Dios. El evangelista no traza un plan estratégico con objetivos de desarrollo o sistemas de seguridad. No habla de cariño humano, de compatibilidad psicológica, de atracción mutua ni de sentimientos interpersonales. Todo esto tiene su valor, pero el amor perfecto del que habla san Juan abarca y trasciende todos los planes, sentimientos, emociones y pasiones. El amor perfecto que expulsa todo temor es el amor divino, en el que se nos invita a participar cuando aprendemos a vivir en intimidad con el autor del amor. En este sentido, ese espacio íntimo de verdadera pertenencia no es obra de manos humanas. Es un espacio creado por Dios, que vino para plantar su tienda entre nosotros, nos ha invitado a vivir en su espacio y ha preparado un recinto para nosotros en su propia casa. Vivir donde mora el amor Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se utilizan con frecuencia diversas palabras para referirse a la propia casa, al «hogar». Los Salmos hablan a menudo de la nostalgia de morar en la casa de Dios, de buscar refugio bajo las alas de Dios y de encontrar protección en el templo santo de Dios; se alaba el lugar santo de Dios, la maravillosa tienda de Dios, el refugio seguro de Dios. Podríamos decir incluso que la expresión «morar en la casa de Dios» resume todas las aspiraciones expresadas en estas oraciones inspiradas. Por eso es altamente significativo que san Juan describa a Jesús 93
como la Palabra de Dios que habita entre nosotros (Jn 1,14). San Juan no dice únicamente que Jesús les ha invitado a él y a su hermano Andrés a permanecer un día en su casa (Jn 1,3839); también se refiere al hecho de que Jesús revela gradualmente a sus discípulos que él mismo es el nuevo templo (Jn 2,19). Esta idea está expresada con la mayor claridad en el discurso de despedida, donde Jesús se revela a sí mismo como nuestro verdadero hogar: «Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotros» (Jn 15,4). Jesús, en quien habita la plenitud de Dios, se ha convertido en nuestro hogar. Al establecer su morada en nosotros, él nos permite establecer nuestra morada en él. Al intimar con nuestro más profundo yo, Jesús nos ofrece la oportunidad de participar de su propia intimidad con Dios. Al escogernos como su morada preferida - su hogar-, nos está invitando a que también nosotros lo escojamos a él como nuestra morada preferida, como nuestro hogar. Podemos preguntarnos: ¿seremos capaces de vivir donde mora el amor, o estamos tan acostumbrados a vivir en el miedo que nos hemos vuelto sordos a la voz que dice: «¡No tengáis miedo!»? ¡No tengáis miedo! No somos los únicos que necesitamos aprender a escuchar esa voz. «¡No tengas miedo!» es una invitación que resuena a lo largo de todo el Nuevo Testamento. Los ángeles, cuando se aparecen a un hombre, siempre empiezan diciendo: «¡No tengas miedo!». Esto le fue dicho a Zacarías cuando Gabriel, el ángel del Señor, se le apareció en el templo y le anunció que su mujer, Isabel, le daría un hijo; también lo escuchó María cuando el mismo ángel la visitó en su casa de Nazaret para anunciarle que concebiría y daría a luz un hijo al que habría de poner el nombre de Jesús. Con su vida y su ministerio, Jesús enseñó a sus discípulos a no rendirse ante el miedo. Cuando los discípulos, sorprendidos por una gran tormenta en medio del lago, se llenaron de miedo, ¡Jesús dormía en la barca! Nosotros, como aquellos primeros discípulos, cada vez que el miedo nos domina, deseamos despertar a Jesús gritando llenos de ansiedad: «¡Sálvanos, Señor, que perecemos!». Y él replica: «¿Por qué estáis tan asustados, hombres de poca fe?». A continuación, Jesús increpa a los vientos y al lago, y sobreviene la calma (véase Mt 8,23-27). También escucharon esta voz las mujeres que se acercaron a la tumba y vieron que la piedra del sepulcro había sido corrida: «¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo!». Esto mismo dice el Señor cuando se aparece a los discípulos en la habitación superior después de la resurrección: «¡Ánimo, soy yo! ¡No tengáis miedo!» (Mt 28,10). «Yo soy un Dios de Amor que te invita a recibir dones de alegría, paz y gratitud y a dejar que tus miedos se esfumen, de forma que empieces a compartir eso de lo que tanto temes desprenderte». Cristo te invita a dejar la casa del miedo y trasladarte a la casa del amor: a pasar de un lugar de cautiverio y a instalarte en un espacio de libertad. «¡Ven conmigo, entra en mi casa, que es la casa del amor!». 94
La voz tranquilizadora, que no se cansa de repetir «¡No tengas miedo! ¡No temas!», es la voz que más necesitamos escuchar. La voz que pronuncia estas palabras - ¡Miedo no! - resuena a través de la historia como la voz de los mensajeros de Dios, ya sean ángeles o santos, y es la voz del mismo Cristo. Es la voz que anuncia una forma completamente nueva de ser: una forma de vivir en la casa del amor, la casa del Señor. Cuando Jesús nos acompaña en el camino de la vida, nos enseña lo que hemos de hacer para volver a la casa del amor. No resulta fácil comprender su enseñanza, porque son muchas las circunstancias que podrían infundirnos pánico: la imposibilidad de la tarea, la altura de las murallas, el poder de las olas, la fuerza de los vientos y el bramido de la tormenta. Nosotros insistimos: «¡Sí, sí..., pero mira!». Jesús es un maestro muy paciente. Nunca se cansa de recordarnos dónde podemos establecer nuestro verdadero hogar, qué hemos de buscar y cómo hemos de vivir. Cuando estamos distraídos, nuestra atención se centra en todos los peligros, y nos olvidamos de lo que hemos oído. Pero Jesús nos dice una y otra vez: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Quien permanece en mí, y yo en él, dará mucho fruto... Os he dicho esto pa ra que participéis en mi alegría, y vuestra alegría sea colmada» (Jn 15,4.5.11). Con estas palabras nos invita Jesús a vivir en su morada del amor. Pasar del temor al amor La oración es el camino que nos permite salir de la casa del temor para acceder a la morada del amor. La oración nos ayuda a superar el temor que está relacionado con la construcción de nuestra vida precisamente a partir de los intercambios interpersonales: «¿Qué piensa él/ella de mí? ¿Quién es mi amigo y quién mi enemigo? ¿A quién le caigo bien y a quién le caigo mal? ¿Quién me premia y quién me castiga? ¿Dice cosas buenas acerca de mí o no?». Nos preocupa todo lo relacionado con nuestra identidad personal y con lo que nos distingue de los demás. En la medida en que la percepción que tenemos del propio yo depende de lo que otras personas piensan y dicen de nosotros y de cómo esas otras personas nos responden, nos convertimos en prisioneros de lo interpersonal, de las interconexiones personales, de ese aferrarnos unos a otros en nuestra búsqueda de identidad; hemos dejado de ser personas libres para convertirnos en seres amedrentados. Una forma de orar en un mundo dominado por el miedo es preferir el amor a la ansiedad, abrir la puerta del corazón para vivir en la confiada presencia de Aquel que nos ama. Cuando empezamos a comprender que - en un profundo sentido espiritual, y con independencia de cuáles sean las circunstancias externas - vivimos rodeados de amor y en comunión con Dios, podemos liberarnos del temor que está agazapado en la antesala de nuestras mentes. Difícilmente pasa un solo día de nuestras vidas sin que experimentemos ansiedades, preocupaciones y temores internos o externos. En cualquier caso, no estamos obligados a vivir dominados por el miedo. El amor es más fuerte que el temor: «¡En el amor no cabe el temor; antes bien, el amor desaloja el temor» (1 Jn 4,18). 95
Personalmente, nunca he visto más bellamente reflejado el significado teológico de la expresión «vivir en la casa del amor» que en el icono de la Santa Trinidad, pintado en 1410 por Andrei Rublev en memoria del gran santo ruso Sergio (1313-1392). Este icono ha sido para mí una eficaz ventana visual que me ha permitido vislumbrar el interior de la casa del amor. La historia que lo precedió lo hace más elocuente aún si cabe. (Véase, entre las reproducciones en color, la n. 5). Hace siglos, una pequeña ciudad de Rusia era objeto de frecuentes ataques. Los monjes de uno de sus monasterios estaban ya tan nerviosos que no podían concentrarse durante sus horas de oración, debido a los violentos conflictos que se habían desencadenado en la ciudad. El abad llamó al pintor Rublev y le encargó un icono que ayudara a los monjes a mantener la concentración en medio de la agitación, los disturbios y la ansiedad. Rublev pintó un icono inspirándose en el texto del Génesis que describe la visita que hicieron a Abrahán tres ángeles, los cuales aparecen sentados alrededor de una mesa como huéspedes del patriarca hebreo. En el icono, la figura central señala con dos dedos el cáliz y se inclina ligeramente hacia la figura que está a la izquierda del espectador, figura que, a su vez, responde con una bendición. La tercera figura, situada a la derecha del espectador, señala hacia una abertura rectangular situada en la parte frontal de la mesa, a través de la cual el espectador es invitado a entrar y participar en las acciones sagradas. En conjunto, las tres figuras forman un misterioso círculo de movimiento en perfecta proporción. De esta manera, cuando los monjes oraban teniendo delante el icono y centraban su atención en ese círculo de hospitalidad, amor e intimidad, comprendían que no debían tener miedo. Cuando los monjes aceptaban integrarse personalmente como parte de la comunidad formada por las tres figuras y se dejaban arrastrar a ese círculo de seguridad y amor, podían orar en paz y no desanimarse. Para mí, orar teniendo delante este icono, relajar mis miedos centrando mi atención en la pequeña abertura rectangular pintada en la parte frontal que dirige la mirada del espectador hacia el espacio donde Dios habita en la intimidad, como huésped del alma y como persona bienvenida, se ha convertido cada más en una forma de profundizar en el misterio de la vida divina, al tiempo que se mantiene intacto el compromiso de participar activamente en las luchas de nuestro mundo, donde tanto abundan el odio y el miedo. Habitar en la casa del amor por días sin término El desafío que todos hemos de afrontar es el de liberarnos del miedo y reivindicar la verdad más profunda de quiénes somos. Cuando olvidas tu verdadera identidad como hijo amado de Dios, ya no sabes cuál es tu camino en la vida. Te asustas y empiezas a hacer cosas que no nacen de tu libertad, sino que están inspiradas en el temor. Pero cuando uno deja entrar a Dios en su vida y empieza a escuchar la voz amorosa de Dios, inmediatamente comienza a comprender el amor perfecto. Tú puedes rei vindicarlo e ir saliendo, poco a poco, de tu situación de temor. Este puede volver a ti mañana, y tendrás 96
que luchar con él, y tal vez vuelvas de nuevo del miedo al amor. Cada vez que sientas miedo, puedes abrirte personalmente a la presencia de Dios, escuchar de nuevo su voz y ser trasladado de nuevo a la situación del amor perfecto, que expulsa el miedo y trae consigo una mayor libertad. Sí, es posible no pertenecer a los poderes oscuros, no construir nuestra morada entre ellos, sino escoger la casa del amor como nuestro verdadero hogar. Para ser exactos, esta elección no se hace de una vez por todas, sino viviendo por propia decisión una vida espiritual: orando en todo momento, practicando la lectio divina y respirando el hálito de Dios en cada instante. Estas prácticas y otras disciplinas espirituales nos recuerdan que nosotros somos los amados. Las disciplinas clásicas son la hospitalidad, la amistad espiritual, la oración contemplativa, el perdón comunitario y la celebración de la vida. Gracias a la práctica espiritual regular, podemos pasar gradualmente de la casa del temor a la casa del amor3. Y, como proclamó el salmista, podremos «habitar en la casa del Señor por días sin término» (Sal 23,6). Una casa del amor para todos Pasar de la casa del temor a la casa del amor no es tan solo una necesidad que nos afecte a todos individualmente, sino que es necesario incluso para la supervivencia de la familia humana. Si seguimos centrando la atención en nuestros innumerables miedos - miedo a los terroristas, miedo al socialismo, miedo a perder la supremacía del poder y de la riqueza entre todas las naciones de la Tierra... y tantos otros miedos menores - para justificar el que empleemos más tiempo, dinero y energías en construir armas cada vez más devastadoras, nuestro planeta tendrá muy pocas probabilidades de sobrevivir más allá de nuestra época. Las naciones están obligadas a abandonar situaciones en las que imperan deseos y amenazas de muerte y a buscar vías conducentes a la reconciliación, la cooperación y la asistencia internacionales. Necesitamos academias de paz, ministros de paz y fuerzas que mantengan la paz. Necesitamos reformas educativas, reformas eclesiales, reformas del mercado, incluso reformas de los espectáculos, que por encima de todo busquen la paz. Necesitamos un nuevo orden económico que vaya más allá del capitalismo y del socialismo y haga de la paz y la justicia sus auténticos objetivos. Las naciones necesitan creer que es posible un nuevo orden internacional y que las rivalidades entre países o bloques son algo tan anticuado como las rivalidades entre las ciudades medievales. ¿Podemos desarrollar una espiritualidad global, en la que las exigencias del evangelio no orienten solo la conducta de los individuos, sino también la de las naciones? ¿Es posible un movimiento de masas que lleve del temor al amor, de la muerte a la vida, de la paralización al resurgimiento, de vivir como rivales a vivir como pueblo de Dios integrado en la única familia humana? Muchos considerarán ingenua esta gran visión. Ellos se alegran de aceptar las enseñanzas de Jesús para sus vidas personales y familiares, pero, 97
por lo que a los asuntos internacionales se refiere, consideran que dichas enseñanzas son utópicas y poco realistas. Sin embargo, Jesús envió a los apóstoles a hacer discípulos suyos no solo a personas individuales, sino a todos los pueblos, y a enseñar a estos mismos pueblos a observar sus mandamientos (Mt 28, 19-20). El último día, Jesús hará comparecer ante su trono a todos los pueblos y les hará esta pregunta decisiva: «¿Qué habéis hecho por estos más pequeños?» (Mt 25, 31-46). El discipulado va mucho más allá de la piedad individual o de la fidelidad comunitaria. Naciones enteras, y no simplemente personas individuales, son llamadas a abandonar la casa del miedo, donde ejercen su poder la sospecha, el odio y la guerra, y a trasladarse a la casa del amor, donde pueden reinar la reconciliación, la curación y la paz. Todos los grandes líderes espirituales, desde san Benito hasta santa Catalina de Siena, Martin Luther King y Thomas Merton, han comprendido esta verdad: el poder de la Palabra renovadora de Dios no puede encerrarse dentro de las fronteras seguras de lo personal y lo impersonal. Ellos reclaman una Nueva Jerusalén, una nueva Tierra, una nueva comunidad global. Y quienes tienen el coraje de unirse al círculo de la intimidad y la hospitalidad de Dios son los nuevos Franciscos de Asís de nuestro tiempo. Ellos nos permiten vislumbrar el nuevo orden que está naciendo de las ruinas del viejo orden. El mundo está a la espera de nuevos santos: mujeres y varones proféticos, tan profundamente arraigados en el amor de Dios que se sientan libres para imaginar y crear un mundo nuevo donde reine la justicia y se desconozca la guerra, donde el viejo orden haya desaparecido. Todos anhe lamos el día en que, por fin, habitemos en la casa del amor no solo en momentos libres de miedo, sino plena y libremente, para siempre4. La casa del Señor es la casa del amor para todos los seres humanos. En la casa del amor, la seguridad, la intimidad y la hospitalidad forman un círculo. En esa casa podemos abandonar poco a poco nuestros miedos y aprender a confiar. En esa casa podemos encontrar libertad, comunidad y alegría. Cuando vivimos en la casa del amor, la conciliación es posible. Cuando vivimos en la casa del amor, la justicia está al alcance de la mano. Cuando vivimos en la casa del amor, el ministerio es eficaz. En ella podemos existir, movernos, confiar y amar, en libertad y sin temor.
PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL Apenas necesitamos recordar que el mundo es un lugar peligroso. Podemos vivir rodeados de personas que únicamente están interesadas en destruirnos. Podemos habitar en territorio ocupado por el enemigo. Tal vez nos asuste el excesivo número de cambios que se producen y todo cuanto está sucediendo en nuestro mundo. Puede parecer que 98
los «principados y potestades» que gobiernan las tinieblas de este tiempo (Ef 6,12) han invadido las estructuras de nuestra sociedad hasta el punto de que la paz y la justicia son imposibles de alcanzar. No deseamos tener miedo de la gente con la que nos encontramos en la calle, pero tenemos miedo. No deseamos cerrar con llave una y otra vez nuestro coche, nuestra bicicleta o nuestra casa, pero lo hacemos. No deseamos advertir a nuestros padres, hijos y amigos que no vayan solos por la calle, pero tampoco podemos evitar hacerlo. En un mundo como el nuestro, ¿cómo dejar atrás el miedo para instalarnos en la casa del amor?' REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO He aquí una serie de sencillas preguntas para tu reflexión personal o para el debate en grupo: 1.¿Qué es lo que hoy te produce miedo y ansiedad? 2.¿Qué cosa o a qué persona temes más? 3.¿Qué es lo que tú almacenas o a lo que te aferras por miedo a sufrir escasez? 4.¿Cuándo y en qué circunstancias te has sentido más seguro y sin miedo? 5.¿Cómo te ha mostrado Dios el amor y la solicitud que ha tenido para contigo durante el día de hoy? 6.¿Cómo entiendes tú el siguiente versículo: «El amor perfecto expulsa el temor» (1 Jn 4,18)? VISTO DIVINA: VIVIR EN LA CASA DEL AMOR Reserva un tiempo digno para la oración visual: ¡Diez minutos como mínimo!' Contempla detenidamente el icono de la Santa Trinidad de Rublev. (Véase en láminas en color). Escucha lo que dice Nouwen acerca de este icono en su obrita La belleza del Señor: «Cuando nos ponemos a orar delante del icono, llegamos a experimentar una amable invitación a participar en la conversación íntima que tiene lugar entre los tres ángeles divinos y a unirnos a ellos en torno a la mesa. El movimiento del Padre hacia el Hijo y el del Hijo y el Espíritu Santo hacia el Padre se convierten en un movimiento que eleva y sostiene con seguridad al orante»'. Sigue con la vista la línea que señala el círculo de intimidad creado por las tres 99
figuras en el cuadro. A continuación, fija tus ojos en la puertecita rectangular señalada en la parte frontal de la mesa. Cada pocos instantes, aparta tus ojos del icono y repite en voz alta alguno de los versículos bíblicos consignados enseguida en este mismo párrafo. Vuelve a mirar fijamente el icono. Entra de nuevo en el círculo de intimidad. Centra tu atención en la verdad de alguno de estos versículos o afirmaciones de la Sagrada Escritura, que leerás en voz alta como una forma de oración: «Dios es para nosotros refugio y fortaleza, auxilio en los asedios, del todo disponible» (Sal 46,1). «Yo confío en ti, Señor. Digo: "Tú eres mi Dios"» (Sal 31,15). «Que Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño de su aprisco» (Sal 95,7). «Estoy persuadido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes, ni altura ni hondura, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en el Mesías Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). «Tu bondad y lealtad me escoltan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor - ¡la casa del Señor! - por días sin término» (Sal 23,6). Al finalizar tu tiempo de oración, repite en voz alta el salmo siguiente:
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MOVIMIENTOS DE MADUREZ
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El monje y el paralítico «Un día, cuando se dirigía a la ciudad para vender algunos objetos de escaso valor, Abba Agatón se encontró con un paralítico tumbado en el suelo a la vera del camino. El enfermo quiso saber hacia dónde se dirigía el padre del desierto y se lo preguntó directamente. Abba Agatón respondió: "Voy a la ciudad a vender alunas cosas". A lo que el paralítico contestó: "¡Hazme el favor de llevarme contigo!" Ni corto ni perezoso, Abba Agatón cargó con el enfermo y lo llevó a la ciudad. El paralítico le dijo entonces: "¡Déjame donde tú vendas tus productos!" Y así lo hizo Agatón. Cuando este vendió el primer producto, el enfermo le preguntó: "¿Cuándo te han pagado por ese objeto?" Cuando Agatón le dijo el dinero que había recibido, el enfermo replicó: "¡Cómprame un pastel!" Y Agatón se lo compró. Al vender Agatón el segundo objeto, de nuevo le preguntó el enfermo: "¿Cuánto te han pagado por este segundo objeto?" Al decírselo Agatón, el enfermo replicó: "¡Cómprame esto!" Y él se lo compró. Tras vender todos sus productos, Agatón se disponía a volver a su retiro en el desierto. En ese momento, el hombre enfermo le preguntó: "¿Vas a volver ya a casa?" A lo que Agatón contestó: "¡Sí!" Y el enfermo siguió pidiendo: "¡Por favor, llévame de nuevo al lugar donde me encontraste por primera vez!" Tomándolo en brazos, Agatón llevó de nuevo al enfermo al lugar donde lo había recogido al ir a la ciudad. A continuación, el hombre lisiado dijo: ` ¡ Agatón, Dios te ha colmado de bendiciones, en el cielo y en la tierra!" Al alzar sus ojos, Agatón no vio a nadie. ¡El lisiado era un ángel del Señor!». Dichos de los Padres del desierto' LA llamada a la solidaridad nos mueve siempre de la exclusión a la inclusión, con el fin de abarcar siempre un misterio mayor y una comunidad más amplia. El paso de la comunidad exclusiva a la inclusiva exige hospitalidad radical, intimidad espiritual y comunión abierta en el Cuerpo de Cristo. Hospitalidad radical El autor de la Carta a los Hebreos nos anima a practicar la hospitalidad con los extranjeros, ya que, «por haberla practicado, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles» (Heb 13,2). A menudo resulta difícil amar a todos, sin excluir a quienes no parecen compartir nuestras opiniones acerca de lo justo o no responden a nuestras expectativas de buena conducta. En principio, la historia de Agatón y el paralítico me pareció irritante. 104
Es un relato que muestra con toda claridad cómo una persona utiliza su enfermedad para manipular a un monje ingenuo y aprovechar se de él. Esto significa que los ministros necesitan recibir entrenamiento para no convertirse en víctimas del egoísmo de algunas personas. ¿Cuántas veces me han engañado a mí mendigos de todo tipo que conocían mi punto débil y no han dudado en aprovecharse de esa circunstancia? Si realmente deseo servir, no me vendría mal conocer mejor la diferencia entre servir a mis vecinos y ser explotado por ellos. Un pequeño estudio del área de la motivación y la necesidad humanas parece imprescindible. En cualquier caso, Abba Agatón no pensaba de esta manera. Él no tenía grandes planes o proyectos. No pensaba en la necesidad de ayudar al pobre o al enfermo. Simplemente, iba al mercado para vender algunos productos caseros, probablemente unos cuantos cestos tejidos por él mismo en su celda. Agatón era un hombre sin poder ni influencia y, por lo tanto, sin preocupaciones ni inquietudes y con muy poco que perder. Cuando se encuentra con el paralítico, hace lo que se le pide, sin emitir juicio y sin abrigar expectativas de ningún tipo. Se pone a disposición de un hombre enfermo y accede a sus deseos (algunos dirían «cede a sus caprichos») haciendo cosas que seguramente no habría hecho nunca por propia iniciativa. La mayoría de nosotros preferiríamos distinguir entre quienes padecen necesidad y quienes tienen poder para satisfacer las necesidades humanas. Las acciones de Agatón revelan la auténtica naturaleza de la compasión y de la comunidad. Cuando nuestros corazones están llenos de prejuicios, preocupaciones y temores, apenas queda en ellos espacio para un desconocido. La verdadera hospitalidad no es exclusiva, sino inclusiva; exige franqueza total y crea espacio para una gama muy amplia de experiencias humanas. Los verdaderos ministros son servidores sin poder que ofrecen los dones de la disponibilidad y la hospitalidad. El verdadero ministerio consiste en «sufrir con» otro en una comunidad de iguales en la solidaridad de la impotencia. Agatón no era un vagabundo pasivo que simplemente estaba de acuerdo con todo cuanto pudiera sucederle en su viaje, sino una persona creyente que seguía activamente una vocación divina. No carecía de dirección, sino que actuaba guiado por su Señor. Por todos estos motivos, tocamos aquí el misterio del ministerio y la razón de las alabanzas de que fuera objeto Agatón: «¡Dios te ha colmado de bendiciones, en el cielo y en la tierra!» El camino hacia Daybreak Al contrario que Agatón, yo peregriné sin rumbo durante muchos años por universidades, monasterios y misiones tratando de discernir mi verdadera vocación y encontrar un lugar al que pudiera llamar «mi hogar». Cuando conocí a Jean Vanier, el fundador de «El Arca» (L'Arche)2, este intuyó perfectamente qué era lo que me pasaba. Percibió que yo no era muy feliz, sino que estaba inquieto y me mostraba ansioso, que buscaba algo que aún no había encontrado. «Tal vez nuestra gente tenga un hogar para ti», me dijo. «Tal 105
vez ellos tengan algo que enseñarte, algo que tú necesitas realmente». Me llevó algún tiempo asimilar el mensaje. Finalmente, en 1986 dejé el mundo académico y me uní a Daybreak, una comunidad de «El Arca» en Canadá. Desde entonces, mi vida ha sido llamativamente distinta de lo que había sido hasta aquel momento. He tenido que desprenderme de mis conceptos previos de Iglesia y comunidad, de mi comprensión tradicional acerca de lo que incluyen y lo que no incluyen, y desprenderme personalmente de opiniones y juicios de valor largamente defendidos. Pero, a cambio, he encontrado un hogar donde me siento profundamente alegre, y mi vida tiene un nuevo sentido. En Daybreak conocí a Adam. Se trata de una persona con graves problemas físicos y emocionales, pero a mí me ha abierto el acceso al lugar donde Dios habita. Gracias a mi amistad con Adam y a los cuidados que le proporciono, puedo escuchar la voz de Dios: «Dichosos los pobres». No los que trabajan por los pobres, sino los pobres. «Henri, ¿deseas hacerte pobre para que yo pueda habitar también contigo?». Adam me enseñó que en la configuración de la comunidad interviene decisivamente la asociación del débil. Adam no estaba en condiciones de resolver sus propias necesidades físicas. No podía hablar, ni trabajar, ni comer por su cuenta, ni conducir un tractor... Como ayudante de Adam, yo vivía con él en una familia formada por cinco ayudantes y cinco miembros de la comunidad. Vistas las cosas desde fuera, los ayudantes son personas fuertes y poderosas, y los miembros de la comunidad que sufren algún tipo de minusvalía son débiles y desamparados. Sin embargo, vistas las cosas desde dentro, Adam era la persona fuerte, porque nos ayudaba a formar comunidad, a amarnos profundamente unos a otros y a disculparnos mutuamente nuestras peculiaridades. Y fueron precisamente las necesidades de Adam las que nos obligaron a luchar a brazo partido con nuestras propias necesidades. Juntos formamos una comunidad de los débiles que practican la hospitalidad, la disponibilidad y la solidaridad de manera convincente. ¿Qué es comunidad? En mi vida anterior, comunidad significaba para mí un lugar seguro y familiar de pertenencia, donde simplemente no estaban presentes quienes no se parecían a mí. Yo procedo de una familia católica holandesa en la que estaba claro quiénes éramos nosotros y quiénes eran ellos. Ellos eran los no católicos. Ellos eran los no creyentes. Ellos se habían divorciado o eran homosexuales. Nosotros, en cambio, éramos personas como Dios manda, porque creíamos las enseñanzas correctas y llevábamos una vida moral. Mi familia, mi comunidad, mi seminario y mi Iglesia se sentían a salvo y muy seguros, porque las pautas y las expectativas estaban muy claramente definidas. Poco a poco, durante mis años de docencia en las universidades de Yale y Harvard, mis defensas empezaron a venirse abajo. Los estudiantes me enseñaron que Dios era 106
más grande que mis concepciones católicas, y que la comunidad espiritual era mucho más amplia de lo que yo había supuesto hasta entonces. Cuando llegué a Daybreak, mi visión del mundo saltó por los aires hecha pedazos3. Es aterradora la experiencia de ver cómo se fuerzan las fronteras y se abren brechas en las murallas. ¿Cómo podría el no creyente creer más que el creyente, o el intruso ser más sabio que el miembro de la organización? ¿Cómo podrían tener algo que merezca ser compartido las personas sin recursos? Poco a poco, acabé comprendiendo que las diferencias entre católicos y protestantes, cristianos y budistas, religiosos y seglares... no eran el tipo de diferencias que yo había pensado, y que bajo la superficie de la distinción existía una unidad más profunda. Con el tiempo, reconstruí mi visión del mundo a la luz de mi nueva concepción de la comunidad como un lugar de perdón y celebración, en el que es más lo que nos asemeja que lo que nos diferencia a todos nosotros. Terminé comprendiendo que la diferencia entre las personas con discapacidades y las personas con diferentes habilidades simplemente había perdido toda relevancia, y que yo podía amar a las personas con desafíos físicos e intelectuales, porque yo mismo tenía mis propias discapacidades. Yo podía estar cerca de las personas que sufrían, porque de alguna manera ellas me permitían descubrir mi propio dolor. En adelante, ya no necesité compararme a mí mismo con los demás procurándome una hornacina y haciendo destacar mis peculiaridades. Finalmente comprendí que, desde el punto de vista espiritual, la gran vocación de cada uno de nosotros no puede consistir en ser diferentes del otro, sino en ser de la misma sustancia y naturaleza que el otro, en vivir en armonía con los demás. Más que emigrar hacia la periferia de la vida, donde tal vez pueda descubrir pequeñas diferencias, yo me siento llamado a encaminarme hacia el centro, donde tomo conciencia de mi solidaridad con todos los seres humanos. Thomas Merton recibió esta iluminación en la esquina de las calles Cuarta y Walnut de Louisville, Kentucky (EE. UU.), el 19 de marzo de 1958. En su diario podemos leer estas palabras: «...comprendí de pronto que yo amaba a todo el mundo y que nadie me era o podía serme totalmente extraño. Fue como si despertase de un sueño: el sueño de mi distanciamiento, de la vocación "especial" a ser diferente. Realmente, mi vocación no me hace diferente del resto de los hombres ni me coloca en una categoría especial, si no es de manera artificial... Yo sigo siendo un miembro de la raza humana, y ningún otro destino es más glorioso para el hombre, teniendo en cuenta que la Palabra se hizo carne, ¡convirtiéndose también en miembro de la Raza Humana!»4. Para Merton, la experiencia de liberación de la «diferencia ilusoria» entre los seres humanos fue al mismo tiempo una revelación y un alivio. Según sus propias palabras, dicha experiencia «me produjo tanta alegría que estuve a punto de ponerme a reír a 107
carcajadas. Y supongo que mi felicidad podría haber tomado forma en expresiones como estas: "¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios porque tan solo soy un hombre como los demás!... Ser miembro de la raza humana es un destino realmente glorioso"» s. Así, en una experiencia pasajera de solidaridad con la raza humana en su conjunto, también nosotros podemos asistir como testigos al derrumbamiento de numerosas murallas y fronteras, como podrían ser las distinciones que solemos hacer entre ministros y laicos, asistentes y asistidos, clientes o ayudantes, machos o hembras, jóvenes o viejos, casados o célibes, personas blancas o de color, homosexuales o heterosexuales... No necesitamos hacer comparaciones ni emitir juicios de valor acerca de los demás: «Yo no soy como él (o ella, o ellos/ellas); yo soy más; yo soy mejor; yo soy diferente de los demás». En un plano más profundo, podemos tomar conciencia de nuestra común humanidad. A la luz del amor incondicional de Dios y de nuestra propia capacidad de ser amados, pode mos experimentar cómo nuestros corazones se expanden como si no tuvieran límites. De la comunidad del corazón nadie está excluido. Todos formamos parte de la misma familia espiritual, y por eso «nada humano me es ajeno»6. Intimidad espiritual en el Cuerpo de Cristo El cristianismo posee una enseñanza admirable, una creencia esencial largamente defendida y sólida: la llamada «doctrina de la encarnación». El Evangelio de Juan hace constar: «Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios, y la Palabra era Dios... La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros» (Jn 1,1.14). Y san Pablo afirma: «Pues en Cristo reside corporalmente la plenitud de la divinidad, y de él recibís vuestra plenitud. Él es la cabeza de todo mando y potestad» (Col 2,9). El Dios eterno se hizo carne humana en Jesús, hijo de María, y el Espíritu de Dios está hoy en nosotros como el Cuerpo de Cristo. En el misterio de la encarnación nos es revelada la verdad según la cual el cuerpo humano, y la intimidad espiritual de la comunidad como Cuerpo de Cristo, es el lugar preferido por Dios para habitar (Col 1,19). La vida espiritual real es una vida encarnada. En la encarnación, Cristo no se aferró a su divinidad, sino que se vació de sí mismo y se hizo hombre (Flp 2). En adelante, la vida divina no es algo que hayamos de buscar fuera del cuerpo, ya que Dios decidió hacerse uno de nosotros. De ahí que san Pablo pueda decir: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios y habita en vosotros? De modo que no os pertenecéis. Os ha comprado pagando un gran precio. Por tanto, glorificad a Dios con vuestros cuerpos» (1 Co 6,19-20). Cuando comprendemos que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo, podemos formar entre todos una comunidad y experimentar una nueva dimensión de la intimidad física y espiritual. Dios está en medio de nosotros, ahora y siempre. El Cuerpo de Cristo es nuestro verdadero hogar. Mucho antes de que naciéramos, cada uno de 108
nosotros ya había sido visto, conocido, amado y mantenido a salvo en las manos de Dios. Mucho antes de que nos conociéramos unos a otros aquí y ahora, habíamos sido unidos en el corazón de Dios. Mucho antes de que pudiéramos decirnos unos a otros: «te necesito, te amo, apóyame, tócame, cuida de mí», había una Voz que decía: «Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco». Mucho antes de que aprendiéramos a cuidarnos unos a otros, todos éramos ya cuidados por nuestro Creador: «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas?», se pregunta el Señor. «Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros [es decir, tu cuerpo] están siempre ante mí» (Is 49,15-16). En virtud de la realidad de nuestra pertenencia eterna, nos encontramos unos a otros en la comunidad. En virtud de aquella intimidad original, expresamos nuestro amor y nuestros sentimientos. En virtud de la compasión divina, ofrecemos y recibimos cuidados. Tanto en nuestros cuerpos como en nuestros espíritus, anhelamos recuperar aquel lugar original de bendición y seguir estando cerca, sentirnos seguros y ser curados de nuestros males. La encarnación humana representa un desafío mundano para nuestros cuerpos y almas inquietos. Confieso que yo nunca me he sentido plenamente a gusto en mi cuerpo, algo de lo que me resulta sumamente difícil ha blar. Como cristiano y célibe, a veces me muestro resentido y crítico al encontrarme con otras personas que no parecen compartir mis convicciones o valorar mis compromisos. Sé que necesito sentirme más cómodo en mi propio cuerpo para poder celebrar plenamente cómo puedan sentirse otras personas en los suyos. Por mi parte, creo que afirmar la bondad y la belleza del cuerpo, del mío y del de los demás, es una actividad espiritual. Para intimar con Dios necesito sentirme a gusto en mi propio cuerpo, lugar preferido por Dios para habitar. Mi comunidad me desafía a reivindicar una nueva libertad para amar y aceptar a quienes tal vez conciban de diferente manera que yo cómo se ha de vivir una vida espiritual y de fe. En lugar de censurar, juzgar o comparar, puedo optar por aceptar, afirmar y celebrar al otro. En lugar de evitar a quienes no viven como yo o no creen lo mismo que yo, puedo aprender a comportarme con ellos de una forma personal, compasiva y creativa. Si estoy arraigado en mi propio espíritu y me siento a gusto en mi propio cuerpo, seré sin duda menos crítico. Abrazar una visión universal e inclusiva de la comunidad significa que nosotros no estamos dispuestos a juzgar los motivos y las elecciones de otros. «No juzguéis y no seréis juzgados», dijo Jesús (Mt 7,1). Uno de los primitivos padres del desierto, Abba Juan, les decía a sus monjes: «¿Por qué no arrojáis de vosotros la carga pesada y tomáis la carga ligera?». Intrigados, los monjes se preguntaban: «¿Qué es la carga pesada y qué es la carga ligera?». A lo que Abba Juan respondía: «La carga pesada es juzgar a otras personas, y la carga ligera es aceptar el juicio de los demás»'. Juzgar a otros es, efectivamen te, una carga pesada. ¿Por qué no evitarla? En cambio, ser juzgado por 109
otros es una carga relativamente ligera. ¿Por qué molestarnos cuando otros nos juzgan? A menudo me he preguntado a mí mismo: ¿Qué pasaría si en adelante extingo en mí el deseo de juzgar al otro? ¿O dejo de preocuparme por el control que otros quieran ejercer sobre mí con sus juicios? ¡Me movería por el mundo como una persona realmente muy ligera! Para alcanzar ese espacio interior en que el individuo renuncia a juzgar la enorme variedad de experiencias y expresiones humanas se ha de recorrer un largo camino de fe. El hecho de sobreponerme a esa necesidad constante de determinar mi lugar comparativo y de ser simplemente la persona que soy puede hacerme una persona sana. Finalmente, deshacerse de esa carga es una de las mayores alegrías y actos de libertad en la vida de cada uno de nosotros. ¿Quién es bien recibido en el círculo? Para mí, la eucaristía es la forma más tangible y física de celebrar el amor inclusivo de Dios en el Cuerpo de Cristo. Cuando Jesús dijo a sus discípulos: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros», estaba hablando, en un sentido estrictamente literal, de su muerte física, pero también de nuestra vida espiritual encarnada. En nuestros propios cuerpos, en nuestra propia carne y sangre, descubrimos la presencia real de un Cristo que vive entre nosotros. Juntos «saboreamos y vemos que el Señor es bueno». La acción espiritual de comer un sencillo trozo de pan y beber una copa de vino nos permite experimentar el misterio de la Encarnación. El roce humano, el comer y el beber, e incluso la danza, son otras tantas acciones fí sicas que nos renuevan. La persona que realmente es cada uno de nosotros en lo más profundo de nuestro ser se expande y reactiva con nueva fuerza física y vitalidad espiritual. La sustancia misma de nuestro ser es transformada (prefiero no utilizar la palabra transustanciada, para evitar los frecuentes malentendidos a que da lugar) al participar en el misterio de la eucaristía'. Cuando comemos y bebemos juntos, en el círculo del amor de Dios, realmente nos convertimos en el Cuerpo de Cristo. Para muchos, la eucaristía se ha convertido en un lugar de dolorosa exclusión, en un ritual vacío o en una superstición. Sin embargo, la eucaristía es el mayor regalo espiritual que Cristo nos ha hecho y el lugar físico por excelencia de oración y curación. Si hay algo que me gustaría conocer mejor, vivir más profundamente, celebrar más auténticamente y compartir con más personas, es precisamente el misterio de esa presencia real en la Palabra y el Sacrificio hecha visible en medio de nosotros. Jesús no dijo nunca: «¡Mastica y bebe a sorbos» el pan y el vino! Él dijo: «Come mi carne. Bebe mi sangre. Asimílalo todo. No te contengas. Yo deseo convertirme en parte de ti. Y deseo que tú te conviertas en parte de mí. No deseo estar separado de ti. Deseo vivir dentro de ti, para que, cuando tú comes y bebes, yo desaparezca porque estoy dentro de ti. Deseo fijar mi morada en ti, y te invito a que tú fijes tu morada en mí» (véase Jn 6,53-58). 110
Conclusión: dibuja un círculo donde quepamos todos Puesto que reconocemos la presencia de Dios en nuestros corazones, también podemos reconocer la presencia divina en el corazón de otras personas. Allí mismo donde Dios mora en mí, yo encuentro a todos mis hermanos y hermanas. Si escuchamos atentamente la voz de Aquel que nos llama sus «amados», aprenderemos que esa voz no excluye a nadie. Si dentro de nosotros mismos tan solo vemos oscuridad, en los otros no podremos ver otra cosa que esa misma oscuridad; en cambio, si dentro de nosotros vemos la luz de Dios, podremos ver la luz de Dios en los demás. Como declara el salmista: «En la luz de Dios vemos la luz» (Sal 36,9). La comunidad auténtica, como la oración solitaria, es ante todo una cualidad del corazón. La comunidad solo puede vivirse bien si surge a partir de la comunión con Dios. Y en esta comunidad de fe todos son incluidos, incluso aquellos de quienes pensamos que no pertenecen a ella. Pasar de las concepciones exclusivas de comunidad cristiana a una visión de la familia humana de Dios más universal e inclusiva es un viaje difícil y requiere una fe madura y confiada. El Dios de todas las naciones no es precisamente nuestro Dios privado. El Dios que habita en nuestro santuario interior es también el Dios que habita en el santuario interior de cada ser humano. La intimidad con Dios y la solidaridad con todos los seres humanos son dos aspectos de la inhabitación de Dios en el hombre. Ambas realidades son inseparables. Una y otra se juntan en el lugar físico que es el cuerpo humano y se desarrollan en comunidad: el Cuerpo de Cristo, celebrado en la eucaristía. Por tanto, estamos en condiciones de dibujar un círculo abierto a todos los seres humanos. PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO La formación espiritual no es un ejercicio de piedad privada, sino de espiritualidad corporativa. Muchas personas pueden haber tenido experiencias de formación espiritual, pero todos juntos hemos sido formados como pueblo de Dios. En la comunión con Dios, la comunidad con los otros y el ministerio podemos ver otras tantas partes integrantes de una rueda. Medita por un momento en la metáfora de la rueda del vagón tal como la describe Henri Nouwen en Aquí y ahora: «Siempre me he sentido fascinado por esas ruedas de los carros con sus grandes llantas, sus sólidos radios de madera y sus enormes ejes. Esas ruedas me ayudan a comprender la importancia de una vida vivida desde el centro. Si me desplazo por la llanta, puedo alcanzar un radio tras otro; en cambio, si me quedo al lado del eje, estoy en contacto con todos los radios a la vez»9. 111
Dibuja un círculo que represente tu comunidad de fe. Sitúa a tus familiares, amigos, colegas y demás personas importantes para ti dentro o fuera del círculo. Piensa en quiénes están dentro y quiénes están fuera, y por qué. Ora por quienes están dentro del círculo. Ora por quienes están fuera del círculo. ¿Qué supondría el hecho de dibujar el círculo más amplio? VISTO DIVINA: LA CRUZ Y EL CÍRCULO ¿Puedes ver la cruz de Cristo dentro del círculo del amor de Dios?'° (véase la lámina en color titulada Alegoría de la Transfiguración). Al parecer, en la cruz original de Jesús ambos maderos, el vertical y el horizontal, eran de la misma longitud. Por tanto, alrededor de los brazos de la cruz puedes dibujar un círculo perfecto". El madero horizontal señala por la izquierda hacia el pueblo judío, y por la derecha hacia los gentiles. A su vez, el madero ver tical señala hacia Dios por arriba, y hacia la tierra por abajo. Este es el misterio y la promesa de la cruz: los brazos de la cruz se asientan en la montaña donde Jesús junta todos los puntos divergentes dentro del círculo del gran amor de Dios. Con el paso de los siglos, los cristianos tendieron a alargar cada vez más el madero vertical de la cruz. En un determinado momento, se añadió un segundo travesaño o madero horizontal. Ha llegado la hora de reivindicar la cruz con los cuatro brazos iguales, de forma que seamos una auténtica comunidad de fe que no excluye a nadie. Jesús derribó las fronteras de tiempo y lugar, así como las barreras raciales y culturales que dividen a la humanidad. Y, no contento con eso, se convirtió para todos en la persona que redime lo que ha sido roto y reconcilia lo que ha sido dividido. Porque, como dice la Escritura, «en Cristo reside la plenitud de Dios en forma corporal. Y por medio de él - de su vida y su muerte, de su resurrección y su ascensión - Dios ha reconciliado todas las cosas, haciendo las paces por la sangre de la cruz entre las criaturas de la tierra y las del cielo» (Col 1,19-20). Por eso, Jesús mismo pudo decir: «Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). VISTO DIVINA: GIRANDO LA RUEDA Me gusta pensar que la vida espiritual se asemeja de algún modo a una gran rueda de carro con su eje, su llanta o cubierta y sus muchos radios' (véase, entre las láminas en color, La pintura de la rueda). El eje ocupa el centro de la rueda: el corazón de Dios y el lugar de oración. Orar es avanzar hacia el centro de toda vida y de todo amor. El eje me recuerda la importancia de una vida vivida desde el centro. En el ministerio, a menudo tenemos la sensación de estar corriendo alrededor de la llanta tratando de alcanzar a 112
todos y cada uno de los individuos. Pero Dios dice: «Comienza en el eje; vive en el eje. De ese modo estaremos conectados con todos los radios de la rueda, y tú no tendrás que correr tan deprisa». Es precisamente en el eje, en esa comunión con Dios, donde descubrimos la llamada a la comunidad. Cuando hago oración yo solo, entro en mi propio corazón, y en él encuentro el corazón de Dios, que me habla de un amor que abarca a todos. Cuanto más me acerco a Dios, tanto más cerca estoy de todos mis hermanos y hermanas en la familia humana. Y reconozco que es precisamente ese el lugar donde todos mis hermanos y hermanas están en comunión con Dios y unos con otros. La soledad encierra siempre una llamada a la comunidad. En la comunidad, la soledad se besa con la soledad. O, como dice Rilke: «Las [s]oledades se saludan unas a otras» 13. En la oración solitaria comprendo que formo parte de una familia humana y que deseo vivir con esa familia y prestar servicio juntamente con ella. Al girar la rueda, yo me desplazo de la comunión a la comunidad, al ministerio.
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Gemelos en el vientre materno «Dos gemelos charlaban entre sí en el vientre de su madre. La hermana le decía al hermano: "Creo que después del nacimiento hay vida". Su hermano protestaba con vehemencia: "¡No, de ninguna manera! ¡Esto es todo lo que hay. Este es un lugar oscuro y acogedor, y lo único que tenemos que hacer es aferrarnos al cordón que nos alimenta". La niña insistía: "¡Tiene que haber algo más que este oscuro lugar! ¡Tiene que haber algo distinto, un lugar luminoso donde uno pueda moverse libremente!" De todos modos, ella no lograba convencer a su hermano gemelo. Tras unos minutos de silencio, la hermana dijo con cierto tono de duda: "Tengo algo más que decirte, y me temo que tampoco esta vez vas a creerme, pero yo pienso que hay una madre". Su hermano gritó furioso: "¡Una madre! ¿De qué estás hablando? Yo nunca he visto a una madre, ni tú tampoco. ¿Quién te ha metido semejante idea en la cabeza? Como ya te he dicho, este lugar es todo lo que tenemos. ¿Por qué deseas siempre más? Después de todo, este lugar no es tan malo. Tenemos todo lo que necesitamos. Por tanto, démonos por satisfechos". La hermana, totalmente abrumada por la respuesta de su hermano, no se atrevió a decir ni una palabra durante unos instantes. Pero no lograba desentenderse de sus pensamientos y, como su hermano era la única persona con la que podía hablar, finalmente dijo: "¿No sientes tú que cada dos por tres te aprietan por todas partes? Es una experiencia muy desagradable y a veces incluso dolorosa". Le respondió el hermano: "Sí. Pero ¿qué tiene eso de especial?" Entonces aprovechó la hermana para decirle: "Bueno, yo pienso que esos apretujones nos preparan para pasar a otro lugar mucho más hermoso que este, donde podremos ver a nuestra madre cara a cara. ¿No crees que esto es excitante?". El hermano no respondió. Estaba harto de escuchar el disparatado discurso de su hermana y creyó que lo mejor sería ignorarla sencillamente, esperando que también ella le dejase a él vivir por su cuenta». HENRI NouwEN, Nuestro mayor don' A menudo, la muerte se produce de forma repentina: un accidente de coche, un avión que se estrella, una pelea fatídica, una guerra, una inundación, etcétera. Cuando nos 115
sentimos sanos y llenos de energía, no pensamos mucho en nuestra muerte. De todas formas, la muerte puede presentarse en cualquier momento. Si somos tan afortunados que disponemos de tiempo suficiente, y la conciencia que tenemos de nosotros mismos nos permite prepararnos para nuestra propia muerte, son muchas las preguntas que tendremos que hacernos: ¿Qué estratagemas utilizo yo para negar mi mortalidad? ¿Por qué tengo tanto miedo? ¿Tengo algún asunto sin resolver? ¿He perdonado a quienes me han ofendido y he pedido perdón a aquellos a quienes yo he ofendido? Cuando estamos en paz con todas las personas que forman parte de nuestra vida, nuestra muerte puede ser causa de gran dolor, pero no provocará sentimientos de culpa o de ira. Estas preguntas adquirieron especial relevancia en mi vida al morir mi madre. Seis meses después de tan dolorosa experiencia, cuando yo me encontraba en pleno proceso de duelo, escribí una carta de consuelo a mi padre sugiriéndole que tal vez era el momento oportuno para que tanto él como yo afrontáramos el problema de nuestra propia muerte. Recuerdo que, entre otras cosas, le escribí: «Desde que vimos su inmóvil rostro en el hospital, ambos nos hemos preguntado qué es realmente la muerte. Es una pregunta que madre ha dejado en nuestras manos, y nosotros deseamos tomarla en serio, abordarla, investigarla y dejar que madure en nosotros. Al hacer esto, tal vez demos con la forma de consolarnos mutuamente». Al llorar la muerte de mi madre y las muertes de otras personas, he aprendido lo importante que es afrontar el problema de la propia muerte antes de estar en peligro real de morir, así como reflexionar sobre nuestra mortalidad antes de que nuestras energías conscientes e inconscientes tengan que emplearse a fondo en la lucha por sobrevivir. Si solo empezamos a pensar en la propia muerte cuando seamos enfermos terminales, nuestras reflexiones no nos ofrecerán el apoyo que necesitaremos para hacer frente a una muerte cercana. Como dijo en cierta ocasión el místico alemán Jakob Bóhme, «quien no muera antes de morir está perdido cuando muera» 3. La historia de los gemelos en el vientre de la madre nos ayuda a pensar sobre la muerte de una forma nueva. ¿Vivimos como si esta vida es todo lo que tenemos, como si la muerte fuera absurda y no mereciera la pena hablar de ella? ¿U optamos más bien por reivindicar nuestra filiación divina y confiar en que la muerte es el paso doloroso, pero dichoso, que nos llevará a la presencia de nuestro Dios? Si estamos preparados para morir en cualquier momento, también lo estamos para vivir cada día. Para mí, el prepararme para mi propia muerte significó aceptar cordialmente esta, reivindicar mi condición de ser amado, hacerme niño de nuevo y confiar en la comunión de los santos. Te invito a que también tú des estos mismos pasos. Acepta cordialmente tu muerte Me gusta la expresión inglesa to befriend death (literalmente: «hacerse amigo de la muerte», «aceptar cordialmente la muerte» o, simplemente, «aceptar la muerte»). La 116
primera persona a quien se la oí fue el psicoanalista jungiano James Hillman, quien subrayaba la importancia de «hacerse amigo de» realidades humanas como nuestros sueños, nuestra sombra, nuestro inconsciente. Él estaba plenamente convencido - y exponía claramente sus razones - de que para convertirnos en seres plenamente humanos debemos reivindicar la totalidad de nuestra experiencia; los seres humanos alcanzamos la madurez integrando en nuestro yo tanto los aspectos luminosos como los aspectos oscuros de nuestra historia personal'. Aquello fue para de una extraordinaria importancia, porque yo estoy totalmente familiarizado con mi tendencia -y la de muchas otras personas - a evitar, negar o suprimir los aspectos dolorosos de la vida; una tendencia que inevitablemente conduce al desastre físico, mental o espiritual. Aceptar de esta manera la muerte parece la base de todas las demás formas de aceptación amistosa. Tengo muy arraigada la sensación de que, si fuéramos capaces de pasar de la negación a la aceptación de nuestra muerte antes de morir, si nos relacionáramos con la muerte como con un huésped familiar y no como con un enemigo amenazador, estaríamos más libres de miedo, de culpa y de resentimiento. ¿Cómo aceptamos nosotros la muerte? Recuerdo la visita que hice a un joven, llamado Peter, en un hospital de Toronto. Había contraído el SIDA, y su vida corría serio peligro. Su enfermedad se había agravado rápidamente, y su esperanza de vida se había reducido drásticamente. Era un hombre bueno, un profesor que había escrito y enseñado sobre temas de espiritualidad y era muy querido por sus alumnos. Peter creía profundamente en el amor de Dios y había dedicado su vida a su vocación. Ahora estaba en los huesos y había perdido el pelo a causa de la quimioterapia, y el cáncer de columna lo tenía paralizado en el lecho. Mientras el padre Jan Laak y yo permanecimos allí - no mucho tiempo, es verdad-, se produjo en la habitación un hecho sorprendente y que a mí me hizo ver la vida y la muerte de manera un tanto diferente. El compañero de Peter, un hombre guapo, dijo de pronto con contundencia: «¡Vamos a luchar contra esto! ¡No vas a morir! ¡Vamos a ganar esta batalla y no vamos a permitir que la muerte nos derrote!». Yo sentí verdadera admiración por él. Hablaba como el guerrero que miraba a la muerte de frente. Sus palabras me recordaron a Paul Monette, que en Borrowed Time («Tiempo prestado») había descrito la historia de su relación homosexual con Roger Horwitz, un abogado que, encontrándose ya enfermo, había dicho también: «¡Voy a luchar contra mi enfermedad! ¡Voy a vencer! ¡No vamos a morir! »s Cuando más tarde charlé con Peter, el tono de este al hablar era muy distinto. Dijo Peter: «¿Por qué, Henri, por qué me está pasando esto a mí? ¡Estoy tan enfadado con Dios por tenerme aquí...! He dedicado mi vida a Dios, he compartido el amor de Dios con cientos de personas, y aquí me tienes muriéndome, cuando todavía soy joven. No lo acepto ni, desde luego, lo deseo. Ni siquiera sé cómo me he visto implicado en todo esto. Estoy confundido, enfadado y frustrado. ¡Me siento abandonado!». La suya era la voz 117
de la resistencia, la voz de alguien que protesta. Estaba rechazando el sufrimiento: «¡No deseo esto y estoy furioso contra Dios! ¡Protesto! ¡Alzo mi puño y digo: "No"!». Peter estaba demasiado débil para ser un guerrero, demasiado ansioso, demasiado dominado por el dolor. Pero sacó fuerzas para gritar y, de hecho, dijo: «¡Que pase de mí este cáliz! ¡Yo no deseo esto! ¡Es horroroso!». Cuando caminaba de vuelta a casa con Jan, me atreví a preguntar: «¿Qué se puede hacer aquí? ¿Hay alguna forma de que mi amigo y su pareja puedan dar un paso más y aceptar la verdad de su realidad? ¿Puede aceptar Peter al malvado gemelo que es la muerte, presente en su habitación, y decir: "Sí, has sido mi enemigo, pero me siento llamado a amar a mi enemigo, y quiero amarte, estoy dispuesto a aceptarte, deseo permanecer a tu lado sin temor"?». No lograba apartar de mí la idea: «¿Por qué a Peter le resulta tan duro aceptar amistosamente la muerte, y por qué su pareja se resiste a seguir ese mismo camino?». Y luego lo supe. Ambos, cada uno a su manera, querían decir que si empezamos aceptando la muerte, moriremos antes. Si empezamos pensando en la muerte, renunciamos a la lucha. Si dejamos que la muerte entre en nuestra habitación y nos abrace, no podremos resistir por más tiempo. No creo que tal cosa sea cierta. Yo creo más bien que, si realmente nos enamoramos de la vida y de la muerte, si abrazamos a nuestro enemigo, si aceptamos amistosamente nuestra mortalidad, podremos ser mejores guerreros y más fuertes opositores, gracias al poder del amor. Digo esto con cierto conocimiento personal de esta verdad. Hace algunos años, fui atropellado por un coche y acabé en el hospital. Me sentía muy incómodo tendido en la camilla, pero, como no tenía heridas externas de las que hablar, pensé que me darían el alta y podría volver a casa. Cuando, finalmente, el médico me examinó, fue muy amable, pero también muy claro, al decirme: «Puede que no viva usted mucho tiempo. Hay una grave hemorragia interna. Trataremos de operarlo, pero tal vez no tengamos éxito». Todo cambió de repente. La muerte estaba allí conmigo, en mi misma habitación. Yo estaba conmocionado y asustado, y en mi mente se agolpaban los pensamientos cuando comprendí que aquello podría significar el final de mi vida. Yo no me sentía preparado para abandonar la vida y enfrentarme al momento de la muerte. Sentí que tenía que ocuparme de solucionar diversos asuntos pendientes, superar mi ira y mi resentimiento, solventar una serie de conflictos que me enfrentaban a personas con quienes vivía en ese momento o con las que había vivido anteriormente. Una sensación de no ser perdonado, o de no perdonar yo a otros, me mantuvo aferrado a la vida. A través de los ojos de mi mente pude ver a los hombres y mujeres que suscitaban dentro de mí sentimientos de ira, envidia e incluso odio. Por no haberlos perdonado verdaderamente de corazón, les había otorgado sobre mí un poder que me mantenía encadenado a mi existencia herida. Situado frente a la muerte, sentí un profundo deseo de perdonar y ser perdonado, de pasar por alto todas las valoraciones y opiniones y de verme libre de la responsabilidad de los enjuiciamientos. Sentí un inmenso 118
deseo de reunir alrededor de mi cama a todas las personas que estaban enfadadas conmigo, abrazarlas, pedirles que me perdonasen y ofrecerles mi perdón. En lo que al enfrentamiento con la muerte se refiere, la experiencia que tuve en aquella ocasión fue la más profunda que yo había tenido hasta entonces: una visión de amor puro e incondicional. En medio de mi confusión y estado de «shock» y con un sentimiento de culpa no resuelto, me invadió una gran calma, un hondo sosiego interior, y experimenté el abrazo de Dios, que me tranquilizó y amablemente me dijo: «¡No temas! ¡Estás a salvo! Voy a llevarte a casa. Tú me perteneces y yo te pertenezco». Dudo si debo hablar simplemente de Jesús, porque me parece que el nombre de Jesús tal vez no evoque la plenitud de la presencia divina que yo sentí, invitándome a acercarme más a él y a desechar todos los temores. Pero cuando yo avanzaba por el pasillo de la muerte, toda ambigüedad y toda incertidumbre desaparecieron. Jesús, el Señor de mi vida, estaba allí y me decía: «¡Ven a mí! ¡Ven!». La paz que entonces se apoderó de mí fue tan asombrosa que más tarde, aquella misma noche, tras pasar por el quirófano, cuando me desperté en la unidad de cuidados intensivos, me sentí profundamente decepcionado. Me pregunté a mí mismo: «¿Qué estoy haciendo yo aquí y por qué sigo vivo?». Seguí preguntándome qué me había sucedido. Poco a poco, comprendí que tal vez por primera vez en mi vida yo había contemplado mi muerte no con los ojos del miedo, sino con los del amor. Tras esta aceptación amistosa de la muerte, no he vuelto a tener miedo. De alguna manera, aunque solo fuese por un instante, yo había conocido a Dios. A partir de entonces, mi presencia en el mundo sería diferente: como un guerrero o como un insumiso, pero actuando siempre movido por el amor y no por el miedo. Me había convertido en un amante de la vida y de la muerte'. Reivindica tu condición de ser merecedor del amor Desde el momento en que veamos en la muerte a un amigo familiar y no a un enemigo amenazador, seremos capaces de disipar muchas dudas y temores, de plantar cara a nuestra mortalidad y de vivir en la libertad y el convencimiento de ser hijos amados e hijas amadas de Dios. Aunque yo disfruté del conocimiento de esta verdad durante muchos años, de vez en cuando he tenido que reivindicar mi condición de persona digna de ser amada. Nuestro miedo a la enfermedad, a la muerte y al futuro acaba con nuestra libertad y pone en manos de la sociedad el poder de manipulamos con amenazas y promesas. Si somos capaces de dejar atrás nuestros miedos y seguir avanzando hasta alcanzar a Aquel que nos ama con un amor imperecedero, ni la opresión ni la persecución, ni siquiera la muerte, tendrán poder para controlamos. Todas las formas de maldad, de enfermedad y de muerte pierden su poder final sobre nosotros. Alcanzamos entonces - con el corazón, 119
más que con la mente - el profundo conocimiento interior de que hemos nacido del amor y moriremos en el amor, de que todas y cada una de las partes de nuestro ser están profundamente arraigadas en el amor, y de que nada puede separarnos de ese amor de Dios, como tan bellamente afirmó el apóstol Pablo: «Estoy persuadido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en el Mesías Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). En cualquier momento puedes reivindicar la verdad espiritual más profunda de quién eres tú, aunque todo a tu alrededor sugiera otra cosa. Cuando la vida plantea un desafío a tu identidad esencial, o cuando otras personas tratan de definirte de manera diferente, tú puedes reivindicar tu verdad, tu itinerario, tu familia: «¡Soy amado por Dios!». Esta reivindicación ha de proceder directamente de tus entrañas, de tu centro, de tu corazón. Escucha esa voz, esa increíble voz del amor: «Tú eres mi hijo amado. En ti me complazco». Ésta es la voz que escucha Jesús en el Jordán y que confirma quién es él en verdad. Jesús vivió su vida como el amado, incluso cuando el diablo le propuso: «¡Demuéstralo! Demuestra que tú eres el Mesías haciendo algo llamativo, por ejemplo, cambiando estas piedras en pan. Demuestra que tú eres el Amado arrojándote desde el templo, para que todos puedan ver que eres una persona maravillosa. Demuestra que tú eres el Amado por tu poder e influencia, de manera que estás en condiciones de anunciar buenas noticias a la gente». Jesús rechazó las propuestas del diablo, diciéndole: «Yo no deseo demostrar nada. Yo soy el Amado, porque así lo dijo la voz en el río Jordán». Esa misma voz fue oída también por Pedro, Santiago y Juan, envueltos en la luz del Monte Tabor: «Éste es mi hijo, el Amado, mi predilecto. Escuchadlo» (Mt 17,1-8). Estoy convencido de que la voz del cielo no hablaba simplemente a Jesús o acerca de Jesús. Esa voz nos habla también a nosotros y acerca de nosotros. También nosotros hemos sido ungidos como los hijos e hijas amados de Dios. Jesús vino para compartir su naturaleza e identidad divinas con nosotros y para conferirnos su «cristeidad». Ahora el Espíritu de Jesús nos ayuda a reivindicar esta profunda verdad'. Dedica unos momentos de tu oración y meditación a tratar de profundizar en este gran misterio: tú, como Cristo, eres hijo amado de Dios. En ti, Dios se ha complacido. Ya antes de nacer eras digno de ser amado. Y esta pre rrogativa te acompañará todos los días de tu vida y más allá de tu muerte. Tú eres alguien a quien Dios ha amado plenamente antes incluso de que tu padre y tu madre, tu hermano, tu hermana o tu Iglesia te hayan amado o no, te hayan lastimado o te hayan ayudado. Tú eres plenamente amado, porque perteneces a Dios para toda la eternidad. Tal es la verdad de tu identidad. Eso eres tú. Y esta prerrogativa puedes reivindicarla en todo momento.
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Si crees que has sido amado desde antes de tu nacimiento, y que serás amado después de tu muerte, estás capacitado para comprender y cumplir tu misión en la vida. Simplemente, has sido enviado aquí para un instante: veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta años... El tiempo no importa. Tú has venido a este mundo para ayudar a tus hermanos y hermanas a comprender que todos ellos son tan amados como tú y que todos juntos formamos la familia de Dios. Somos enviados a este mundo para ser agentes de reconciliación. Somos enviados para enseñar y curar, para derribar los muros que dividen a los seres humanos en diferentes categorías de valor. Jóvenes, viejos, negros, blancos, homosexuales, heterosexuales - el lector puede añadir todas las divisiones que se le ocurran-, serbios, croatas, musulmanes, judíos, católicos, protestantes, hinduistas, budistas... Más allá de todas estas distinciones que nos separan, hay una unidad más grande. Fuera de esa unidad esencial, puedes vivir y proclamar la verdad de que todo ser humano forma parte del corazón de Dios, que late desde siempre y para siempre. El misterio del amor de Dios es que, si en tu corazón conoces que has sido elegido y bendecido, conoces que también los demás han sido elegidos y bendecidos, y no te queda otra salida que la de abrazar a todos los seres humanos como amados por Dios. Precisamente cuando nos enfrentamos a la vida y a la muerte en sus múltiples facetas, podemos decir finalmente a Dios: «¡También yo te amo!» Hazte niño de nuevo Cuando cumplí sesenta años, la comunidad Daybreak de «El Arca» celebró en mi honor una gran fiesta. Participaron en ella más de un centenar de personas. Allí estaba John Bloss, deseoso como siempre de desempeñar un papel activo. Su cabeza rebosaba de buenas ideas, pero, debido a su discapacidad, le resultaba muy difícil expresarlas con palabras. A pesar de todo, a él le gusta hablar, especialmente cuando cuenta con una audiencia que no tiene más remedio que escucharlo. Cuando todos los presentes se habían sentado formando un amplio círculo, Joe, el maestro de ceremonias, dijo: «Bueno, John, ¿qué tienes que decirle a Henri en este momento?». John, a quien le gustan los gestos teatrales, se levantó, se puso en el centro del círculo, me señaló y empezó a buscar palabras. «Tú... tú... eres», dijo dibujando una amplia sonrisa en su rostro. «Tú... tú... eres... uh... uh...». Todo el mundo le miraba con gran expectación, mientras él trataba de dar con las palabras deseadas y apuntaba hacia mí cada vez con más insistencia. «Tú... tú... eres... uh... uh...». Y luego, como una explosión, le salieron las palabras: «¡Un viejo!». Todo el mundo se echó a reír, y John disfrutó del éxito de su intervención. Eso lo decía todo. Yo me había convertido en «un viejo...». Parece justo decir que las personas que tienen entre uno y treinta años son 121
consideradas jóvenes; las que tienen entre treinta y sesenta años son consideradas de mediana edad; y las que pasan de sesenta años son conside radas viejas. Pero cuando tú mismo has cumplido de pronto sesenta años, no por eso te sientes viejo. Al menos, yo no me sentí así. A decir verdad, de alguna manera yo seguí olvidando que me había vuelto viejo y que, de hecho, así es como me ven los jóvenes. Me ayuda el hecho de contemplarme a mí mismo de vez en cuando en un espejo y ver tanto a mi madre como a mi padre cuando tenían sesenta años de edad, y recordar cómo yo los consideraba personas viejas. Ser viejo significa moverse cada vez más cerca de la muerte. En el pasado, yo trataba a menudo de calcular si aún me sería posible duplicar el número de los años que ya había vivido. Cuando tenía veinte años, estaba seguro de que al menos viviría otros veinte años más. Cuando tenía treinta años, confiaba en que fácilmente alcanzaría los sesenta. Cuando cumplí los cuarenta años, me preguntaba si conseguiría llegar a los ochenta años. Y cuando cumplí los cincuenta, comprendí que solo unos pocos alcanzan los cien años. Pero ahora, a mis sesenta años, no me cabe ya la menor duda de que he sobrepasado el punto que señala la mitad de mi camino y de que, por tanto, me encuentro mucho más cerca de mi muerte que de mi nacimiento. Las personas viejas, tanto hombres como mujeres, deben prepararse para la muerte. Pero ¿cómo nos preparamos como es debido para semejante acontecimiento? En mi opinión, esto me obliga a hacerme niño de nuevo: a reivindicar mi niñez. Tal vez parezca que ello va en contra de nuestro deseo natural de mantener la mayor independencia posible. No obstante, hacerse niño de nuevo - inscribirse para una segunda niñez - es esencial para morir una buena muerte. Jesús hablaba de esta segunda niñez cuando dijo: «Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios» (Mt 18,3). ¿Qué es lo que caracteriza esta segunda niñez a la luz de la eternidad? Es algo que tiene que ver con una nueva dependencia de Dios y de los demás. Durante los primeros veinte años de vida, aproximadamente, los seres humanos dependemos de nuestros padres, maestros y amigos. Cuarenta años más tarde, de nuevo nos hacemos más dependientes cada vez. Cuanto más jóvenes somos, tantas más personas necesitamos para poder vivir; cuanto más viejos nos hacemos, tantas más personas necesitamos de nuevo simplemente para vivir. La vida empieza con una dependencia y termina con otra. Ese es el misterio que Dios nos reveló a través de Jesús, cuya vida fue un viaje desde el pesebre hasta la cruz. Nacido en completa dependencia de las personas que formaban su entorno, Jesús murió, en cierto sentido, como víctima pasiva de las acciones y decisiones de otras personas. Vino al mundo como un niño y murió como un niño, y vivió su vida de manera que nosotros podamos exigir y reivindicar nuestra propia niñez, y de ese modo hizo de nuestra muerte - como hiciera con la suya propia - un nuevo nacimiento. Dijo Jesús: «Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de 122
Dios». En el proceso de aceptación amistosa de la muerte y de reivindicación de nuestra condición de seres dignos de ser amados, podemos convertirnos de nuevo en niños pequeños y libres. Como señalé anteriormente, yo tuve la inmensa fortuna de disfrutar de una experiencia que me permitió ver con toda claridad que la muerte puede ser aceptada con una confianza ingenua, como de niño. Enfrentarme a la muerte con ocasión de mi accidente de coche y de la subsiguiente intervención quirúrgica me permitió contactar con mi infancia como no lo había hecho nunca antes. Atado con correas sobre una mesa que se parecía a una cruz, rodeado de personajes que ocultaban su rostro tras una máscara, experimenté mi completa dependencia. Además de depender completamente de la habilidad de un equipo médico desconocido, mi vida dependió sobre todo de Dios. Supe con toda certeza que, sobreviviese o no a la operación, el abrazo seguro de Dios me sostenía como a un niño. Inmediatamente comprendí que todas las dependencias humanas están engastadas en una dependencia divina que hace que el morir forme parte de una forma más maravillosa de vivir. La experiencia fue tan real, tan básica y tan globalizadora que cambió radicalmente mi sentido del yo e influyó profundamente en mi estado de conciencia. Al enfrentarme a mi muerte sentí una cosa: ¡No deseaba estar solo! De alguna manera, deseo estar acompañado. Deseo que alguien sea mi comadrona en la hora de la muerte. Porque, de la misma manera que no nací solo, espero también no morir solo. Saber que soy hijo de Dios me da una inmensa sensación de seguridad y libertad. Todos nosotros tenemos buenas y malas expectativas acerca de cuándo y cómo moriremos. Será estupendo tener a tu lado a tu esposo o esposa, a tu pareja, a tu madre y a tu padre; será estupendo tener a tus amigos y a tu familia cerca; será estupendo contar con un terapeuta y un sacerdote. Es bueno no estar solo. Pero, en último término, ninguna de estas comadronas espirituales puede comunicarnos el poder espiritual para dar ese paso sin temor. Solo nuestra confianza en Dios y nuestra participación en la comunión de los santos nos llevarán en volandas al otro lado. Confía en Dios y en la comunión de los santos Estoy profundamente convencido de que, en el movimiento que nos lleva de la negación de la muerte a la aceptación amistosa de la misma, el Espíritu de Dios y la comunión de los santos son las dos fuerzas que nos permiten dar ese paso con fe y con coraje. «Creo en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna», proclamamos en el Credo. Cuando nos enfrentamos a la muerte, necesitamos reivindicar especialmente la doctrina histórica y espiritual de la comunión de los santos.
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Durante la reforma protestante, la doctrina católica de la comunión de los santos se asoció con la venta de «indulgencias» como forma de orar por los difuntos y rescatar a las almas de las penas del purgatorio8. En consecuencia, los reformadores sostuvieron que los verdaderos cristianos no rezan a los santos ni por los muertos. Los muertos son justificados exclusivamente por Dios, su destino está decidido, y nadie podría pagar o rogar para que las almas salgan del purgatorio. El resultado fue que muchos cristianos dejaron de orar por los muertos y de creer en los santos, ya que ni unos ni otros formaban ya parte de la Iglesia viviente en este mundo. Yo me encuentro hoy con muchos creyentes que desearían rezar por personas que ya han muerto y que con gusto creerían en la comunión de los santos, pero no saben cómo hacerlo. Después de la reforma y la contrarreforma, las Iglesias cristianas perdieron el sentido profundo de comunidad espiritual`. En la comunidad Daybreak de «El Arca», donde vivo, continuamos rezando por los miembros de nuestra comunidad que nos han dejado definitivamente. Celebramos su vida y su muerte. Cada día pensamos en ellos. Sobre las paredes de nuestros pasillos penden sus fotogra fías. Finalmente, Laurie, Helen y Morris, que murieron el año pasado, y otros muchos, todos están allí. Estas personas continúan enviándome su espíritu y su amor. Continúan diciéndome en qué consiste la vida. Cuanto más me aferro a su recuerdo, tanto más activamente se hacen presentes en mi corazón y en mi vida. Necesito que ellos me ayuden a vivir mi vida, de la misma manera que ellos me necesitaron a mí cuando estaban conmigo. Continúan enseñándome algo acerca de quién soy yo, hacia dónde camino y a quién pertenezco. Conclusión El movimiento final en la vida espiritual exige una confianza radical en quien nos ha amado antes de que naciéramos y estará con nosotros después de nuestra muerte. Este fue justamente el mensaje de Peter desde su cama del hospital en Toronto. Esta es también la verdad que escucho de boca de Simón Pedro en el evangelio cuando ve a Moisés y a Elías con Jesús, con vestidos blancos como la nieve, y escucha una voz celestial que proclama: «Este es mi Hijo querido, mi predilecto. Escuchadlo» (Mt 17,18). A esta luz, te animo a estudiar el rostro del ángel de la muerte y a decir: «No tengo miedo. Aceptaré amistosamente mi muerte. Quiero ser de nuevo como un niño dependiente. Creo en la comunión de los santos y en la vida eterna. Y confiaré en el Dios que me llama su amado». Oración ¿Cuándo moriré, Señor? No lo sé, pero espero que no sea pronto. No es que yo me 124
sienta indisolublemente ligado a esta vida..., pero todavía no me siento prepa rado para presentarme ante ti. Siento que dejándome un poco más de tiempo, revelas tu paciencia, me das una nueva oportunidad para convertirme personalmente, y más tiempo para purificar mi corazón. El tiempo es el regalo que tú me haces. Amén`
PROFUNDIZACIÓN: EJERCICIOS PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL ¿Qué quiso decir realmente Jakob Bóhme cuando dijo: «Quien no haya muerto antes de su muerte estará perdido cuando muera»?" ¿Dónde y cómo deseas tú morir?` ¿Cómo anticipa y sintetiza este movimiento final - de la negación de la muerte a la aceptación amistosa de la misma - todos los demás movimientos de la vida espiritual? MEDITACIÓN: EL DON DE LA PAZ Durante su estancia en Chicago, donde le habían invitado a pronunciar el discurso de apertura sobre la «aceptación amistosa de la muerte» (Befriending Death) en la National Catholic AIDS Network Conference de 1995 (sobre el citado discurso se basa este capítulo), Henri Nouwen visitó en el hospital a su amigo, el cardenal Joseph Bernardin, que luchaba en aquel momento con un cáncer terminal. Henri compartía su visión sobre «aceptar amistosamente la muerte antes de que mueras». Nouwen animó a su amigo a vivir su lucha con el cáncer manteniendo informada a su comunidad como pastor responsable que era, y a aceptar la muerte con la perspectiva de quien se siente hijo amado de Dios. Las reflexiones del cardenal Bernardin confirman la validez del punto de vista de Henri para él mismo en particular y para la Iglesia en general. El siguiente relato personal es un extracto del libro de Bernardin, El don de la paz: «Durante el mes de julio de este mismo año se produjo un hecho muy significativo: recibí la visita del padre Henri Nouwen, amigo mío durante más de veinticinco años. Nouwen había venido para asistir a un congreso en el área metropolitana y preguntó si podría hacerme una visita en el hospital. Mi respuesta fue: "¡Por supuesto!" Charlamos durante una hora aproximadamente, y me entregó uno de sus últimos libros, titulado Our Greatest Gift: A Meditation on Dying and Caring. Hablamos sobre el libro, y lo más importante que recuerdo es que él insistió en la importancia de ver en la muerte a un amigo, no a un enemigo. Aunque yo siempre había defendido ese mismo punto de vista, inspirado por mi fe, necesitaba que alguien me lo recordase en aquel preciso 125
momento, porque la radioterapia me había dejado completamente agotado. Entre otras cosas, Nouwen dijo: "La vida es muy sencilla. Si se apoderan de ti el miedo y la ansiedad y hablas con un amigo, esos miedos y ansiedades se minimizan, y podrían incluso desaparecer. Si los ves como un enemigo, terminarás adoptando una actitud negativa, de rechazo, y tratarás de alejarte lo más posible de ellos". Y añadió: "Las personas de fe, que creen que la muerte es la transición de esta vida a la eterna, deberían ver en la muerte a un amigo". Esta conversación fue para mí de gran ayuda. Me alivió la ansiedad o el temor que yo sentía ante la muerte. Cuando, el 21 de septiembre de este mismo año, el padre Nouwen murió repentinamente a consecuencia de un infarto, a la edad de 64 años, todo el mundo se sintió conmocionado. Sin embargo, no cabe duda de que él estaba preparado. Nouwen había dedicado parte de su vida a enseñar a otros cómo vivir y cómo morir»13. REFLEXIONA Y ANOTA EN TU DIARIO A la luz de las enseñanzas de Nouwen sobre el movimiento que nos hace pasar de negar la muerte a aceptarla amistosamente, lee el relato evangélico de la Transfiguración de Jesús y reflexiona sobre la luz del monte Tabor que vieron los discípulos que subieron con Jesús a la montaña. LECTIO DIVINA: LA LUZ DEL MONTE TABOR «Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y los condujo a una alta montaña. Allí se transfiguró ante ellos: su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se volvieron deslumbrantes como la nieve. Y de pronto se les aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con Jesús. Pedro le dijo entonces a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, prepararé aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y la tercera para Elías". Todavía estaba hablando cuando, de repente, una nube luminosa los cubrió con su sombra, y de la nube salió una voz que decía: "Éste es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadlo". Al oír estas palabras, los discípulos cayeron de bruces, llenos de miedo. Pero Jesús se acercó, los tocó y les dijo: "¡Levantaos, no temáis!" Y cuando levantaron sus ojos, sólo vieron a Jesús»". MEDITACIÓN EN EL MONTE TABOR Allí, en la cima del monte Tabor, los tres discípulos vieron a Jesús transfigurado ante ellos. «Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve». Los profetas Moisés y Elías se presentaron ante ellos, que no supieron qué decir. 126
Pedro se ofreció para preparar tres tiendas: para Jesús, para Moisés y para Elías. Mientras hablaba, una nube luminosa los cubrió con su sombra, y desde la nube habló la Voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadlo» (Mt 17,1-8). Dice el padre Rodney DeMartini: «Es difícil escalar el monte Tabor. Es una ascensión penosa, porque escalar la montaña significa dejar atrás el terreno firme, las viejas calles y a todos los amigos. Escalar la montaña significa exponerse a sufrir mareos, aunque sabiendo el terreno que se pisa. Escalar la montaña significa agarrarse a los salientes de las rocas y esperar - o, mejor, creer - que resistirán. Escalar la montaña significa creer que al final hay una cima y que al otro lado hay otra vertiente». En las montañas se producen transformaciones: Olivete, el monte de los Olivos. Calvario, el monte de la Calavera. Sión, la Ciudad que brilla sobre una colina. Todas las montañas tienen sus hendiduras sombrías, sus cimas y sus grandes vistas. El Tabor, la montaña de la Transfiguración, hace gala de un baile de sombra y resplandor. Se produce en la cima de la montaña, donde Dios hace oír su voz15. Prepárate para escalar la montaña. Reserva el tiempo necesario para ello y fíjate unas metas elevadas. Abraza el silencio y la soledad. Sosiega tus facultades... y escucha. Lee despacio y reflexivamente tres veces el texto evangélico, imaginando que también tú te encuentras en la cima de la montaña con Pedro, Santiago y Juan. ¿Qué ves? ¿Qué oyes? ¿Qué sientes cuando Jesús dice: «¡No temáis!»? ¿Qué significaría para ti ser transformado por una experiencia como la que tuvieron los tres discípulos en la montaña? Finalmente, ¿qué te dice este texto acerca de cómo afrontar tu propia mortalidad, tu muerte y tu nueva vida? Escribe en tu diario un pequeño texto sobre lo que ves y lo que oyes en la cima de la montaña. Comparte lo que has escrito con tu grupo de formación espiritual, con tu director espiritual o con un buen amigo. VISTO DIVINA: EN EL UMBRAL DE LA ETERNIDAD En la aldea de Etten, en Holanda, el pintor Vincent van Gogh bosquejó una naturaleza muerta que representa a un agricultor enfermo. Sentado cerca de la chimenea, el hombre sostiene su cabeza entre las manos y apoya sus codos en las rodillas16 (véase, entre las ilustraciones en color, El anciano afligido). El anciano aparece «agotado» y, como observa Vincent, «en el umbral de la eternidad». En este grabado «he intentado expresar... la existencia de Dios y la eternidad en la expresión infinitamente conmovedora de un pobre hombre anciano - algo de lo que él mismo es tal vez inconsciente-, en un 127
momento en que descansa tranquilamente sentado en un rincón al calor del fuego de la chimenea». La visión que Vincent tenía de la muerte y de la nueva vida se pone de manifiesto en la carta que escribió a su hermano Theo el 15 de noviembre de 1878. En ella escribe: «Es una escena triste y llena de melancolía, que debe emocionar a todo aquel que sabe y siente que todos habremos de atravesar un día el valle de las sombras de la muerte, y que también nosotros saborearemos nuestra porción de lágrimas y cabellos blancos. Detrás de esto se oculta un gran misterio que solo Dios conoce, aunque Él mismo nos ha revelado ya de manera categórica, a través de Su Palabra, que hay una resurrección de los muertos». Siéntate tranquilamente, tal vez al lado del fuego de una chimenea, y contempla «En los umbrales de la eternidad». Deja que tu reflexión se mezcle con tu oración.
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Viaje interior, viaje exterior Nota del Editor: El texto de este epilogo es una adaptación de un resumen redactado por Nouwen para su curso sobre formación espiritual y de las notas de clase del editor (Yale Divinity School, 1980). LA formación espiritual, por emplear las palabras de Elizabeth O'Connor, exige a la vez un viaje interior y un viaje exterior'. El viaje interior se propone encontrar al Cristo que habita dentro de nosotros. El viaje exterior intenta encontrar al Cristo que habita entre nosotros y en el mundo. El viaje interior recurre a prácticas y disciplinas como la soledad, el silencio, la oración, la meditación, la contemplación y la atención a los movimientos de nuestro corazón. El viaje exterior dentro de una comunidad y en el desempeño de una misión prevé una serie de prácticas y disciplinas relacionadas con el cuidado, la compasión, el testimonio, el servicio social, la curación, la responsabilidad y la atención a los movimientos de los corazones de otras personas. Como complementarios que son, ambos viajes deben reforzarse mutuamente y, en cualquier caso, nunca deberían separarse el uno del otro. La vida espiritual ofrece oportunidades para acceder al centro de nuestra existencia y familiarizarnos con las complejidades de nuestra propia vida interior. Tan pronto como nos sintamos a gusto en nuestra propia casa - porque hemos descubierto sus rincones oscuros, juntamente con sus puntos de luz; sus puertas cerradas, juntamente con sus habitaciones bien ventiladas-, nuestra confusión desaparecerá, la ansiedad disminuirá, y podremos llevar a cabo un trabajo creativo. Las habilidades requeridas en este terreno son discernimiento y articulación. Quienes sean capaces de discernir y articular los diferentes movimientos de su vida interior, quienes puedan identificar las fuerzas que compiten en su alma, hacer frente a sus demonios y clarificar sus experiencias, no han de seguir siendo víctimas del proceso. Todas estas personas pueden superar paulatina y confiadamente los obstáculos que impiden al Espíritu entrar en la arena y crear espacio para Dios, cuyo corazón es más grande que el de todos esos seres humanos. Solo a partir del espacio solitario e introspectivo propicio a la oración podemos albergar esperanzas con respecto a la comunidad y al ministerio. El viaje interior precede al viaje externo, y la cronología es importante. Espiritualmente, para poder amarnos unos a otros necesitamos conocernos a nosotros mismos - más concretamente, debemos conocer nuestro propio yo - y a Dios. La comunión con Dios precede a la comunión con los demás y al ministerio en el mundo. Una vez iniciado el viaje interior, exteriormente podemos pasar de la soledad a la comunidad y al ministerio. Ambos viajes, el interior y el exterior, persiguen el discernimiento y la conversión. 130
Ambos son viajes difíci les, y haremos muy bien en no tratar de realizarlos en solitario. Independientemente de que nos movamos interior o exteriormente en nuestra vida espiritual, nuestro fundamento y nuestra salvaguarda es Dios, que «es más grande que nuestros corazones y lo sabe todo» (1 Jn 3,20). Tener vida espiritual propia exige formación espiritual, dirección espiritual y discernimiento espiritual. Y aunque estas exigencias son realidades concurrentes en la vida espiritual, puede merecer la pena considerarlas individualmente. La lectura de este libro sobre la formación espiritual significa que has dado el primer paso en el largo viaje de la fe. Ahora podrías necesitar un director espiritual, porque el viaje de la vida espiritual no reclama únicamente determinación, sino también un conocimiento especial de los terrenos que uno pisa'. Bajo la guía de un director espiritual, y con el respaldo de una comunidad de fe, tal vez quieras aprender los caminos del discernimiento espiritual. En conjunto, la formación espiritual, la dirección espiritual y el discernimiento espiritual constituyen una trilogía de tipos de vida espiritual3.
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El lugar de Nouwen en la teoría del desarrollo espiritual Por Michael J.Christensen HENRI J.M.Nouwen - sacerdote de la Iglesia católica, psicólogo pastoral, profesor universitario, prolífico escritor espiritual - comprendió la vida espiritual como un viaje: un viaje interior hacia el corazón y un viaje exterior en comunidad y cumpliendo una misión. Además, Nouwen describe el viaje interior y el viaje exterior como una serie de movimientos espirituales que hacen pasar al hombre espiritual de una determinada posición - cosas que lo esclavizan y lo destruyen - a otra - situaciones de liberación y de vida-. Tanto desde el punto de vista psicodinámico como espiritual, los seres humanos nos movemos hacia atrás y hacia delante o, como dice Nouwen, «entre diferentes polos, a medida que nuestras vidas oscilan y son mantenidas en tensión»'. Según Nouwen, la formación espiritual se produce a medida que avanzamos en la toma de conciencia de nuestras polaridades y oposiciones interiores, y sigue los movimientos inspirados por el Espíritu. «Descender desde la mente hasta el corazón», gracias a la oración contemplativa y otras prácticas espirituales, nos lleva a una mayor toma de conciencia, a una libertad más profunda y a formarnos para un mayor amor a Dios y al prójimo. Como contexto del desarrollo espiritual adulto, este libro sobre la formación espiritual no se basa en las clásicas «teorías de las etapas», sino en la «teoría» - si así se puede llamar - del propio Nouwen de los movimientos dinámicos, bastante parecidos a los movimientos musicales. Aunque sea menos sistemático que otras concepciones del desarrollo espiritual y esté limitado a la formación adulta y no al desarrollo de toda una vida, el enfoque de Nouwen es orgánico e intuitivo, perspicaz y convincente. Dos viajes, muchos movimientos «El viaje interior se propone encontrar al Cristo que habita dentro de nosotros. El viaje exterior intenta encontrar al Cristo que habita entre nosotros y en el mundo. El viaje interior recurre a prácticas y disciplinas como la soledad, el silencio, la oración, la meditación, la contemplación y la atención a los movimientos de nuestro corazón. El viaje exterior dentro de una comunidad y en el desempeño de una misión prevé una serie de prácticas y disciplinas relacionadas con el cuidado, la compasión, el testimonio, el servicio social, la curación, la responsabilidad y la atención a los movimientos de los corazones de otras personas. Como complementarios que son, ambos viajes deben reforzarse mutuamente y, en cualquier caso, nunca deberían separarse el uno del otro»2. 133
La reflexión teológica de Henri sobre el variado viaje de la fe revela que dentro de cada viaje se dan muchos movimientos transformadores. La formación espiritual puede empezar perfectamente con un viaje interior al corazón, para continuar después con un viaje exterior a la comunidad y al ministerio y, finalmente, volver de nuevo al viaje interior3. Para Nouwen, el corazón es «ese lugar donde cuerpo, alma y espíritu forman una sola realidad». Como órgano unificador central de nuestra vida personal, el corazón es la «fuente de todas las energías físicas, emocionales, intelectuales, volitivas y morales»4. El corazón así entendido es la sede de la voluntad, tiene intenciones y elige entre diversas opciones. Cuando oramos de corazón, nos familiarizamos con las diferentes complejidades y polaridades de nuestra propia vida interior. Cuando el corazón se muestra abierto y responde a las insinuaciones del Espíritu que habita en él, estamos preparados para movernos de un estado a otro en relación con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Por ejemplo, en Reaching Out Nouwen escribe que una polaridad se ocupa de nuestra relación con nosotros mismos: «La polaridad entre soledad y aislamiento». Una segunda polaridad forma la base de nuestra relación con los demás: «La polaridad entre hostilidad y hospitalidad». Y una tercera y especialmente importante polaridad estructura nuestra relación con Dios: «La polaridad entre ilusión y oración». Según él, estos polos «ofrecen el contexto que nos permite hablar acerca de la vida espiritual». Reflexionando sobre su propia experiencia espiritual y sobre experiencias de otras personas, Nouwen consiguió articular cualidades y dinámicas reconocibles de la vida interior en relación con la formación espiritual. En su primer libro, titulado Intimacy: Essays in Pastoral Psychology, analizaba detenidamente la dinámica interna entre miedo, vergüenza, vulnerabilidad, identidad, amor propio, ansiedad, amor y esperanza. En su opinión, estas polaridades psicológicas y espirituales provocan movimientos transformadores, de mayor o menor importancia, en el contexto del viaje espiritual. En situaciones de vacilación y tensión dinámica, los seres humanos nos movemos constantemente hacia atrás y hacia delante en la vida espiritual, pasando de una cualidad a otra, de una situación esclavizadora y destructiva a otra liberadora y vivificante. El motivo del viaje implica que el progreso es posible, aunque no de una forma ascendente perceptible, con resultados acumulativos. En aquellas culturas que aprecian el progreso social, el logro personal y el desarrollo humano, resulta del todo natural que se hable de etapas y niveles para medir el desarrollo y la formación espirituales. Como observa Nouwen, hay personas a las que preocupan mucho, incluso al punto de hacerles daño, preguntas como estas: «¿Hasta dónde he llegado yo?». «¿He madurado desde que inicié mi andadura por la senda espiritual?». «¿En qué nivel me encuentro ahora y cómo me desplazaré para seguir progresando?». «¿Estoy unido con Dios?». «¿He experimentado hasta ahora alguna forma de iluminación?». Sin descartar tales preguntas, Nouwen apunta en otra dirección: «Muchos grandes santos han descrito sus experiencias 134
religiosas, y muchos autores menos santos las han sistematizado en diferentes fases, niveles o etapas». Estas distinciones tal vez tengan interés para quie nes escriben manuales de instrucción, «pero es de gran importancia que, cuando hablamos de la vida del Espíritu, dejemos de lado el mundo de las mediciones?»s. ¿Etapas progresivas o movimientos transformadores? Nouwen observa que los diversos movimientos de la vida espiritual no están claramente separados ni son necesariamente consecutivos. De todos modos, «ciertos temas están presentes en los diferentes movimientos en distintas tonalidades, y a menudo confluyen el uno en el otro como los diversos movimientos de una sinfonía»6. Si identificamos los movimientos y polaridades de nuestro mundo interior, seguramente podremos reconocer mejor los elementos dinámicos de la vida espiritual, discernir las fuerzas de nuestro yo más íntimo y articular la acción del Espíritu de Dios en nuestra vida. Nouwen alcanzó esta comprensión de los movimientos recurrentes en la Universidad de Notre Dame y continuó sirviéndose de este mismo modelo en sus libros y conferencias a lo largo de su carrera docente en las Universidades de Yale y Harvard. Por ejemplo, en uno de sus primeros libros, Pray to Live (ahora titulado Thomas Merton: Contemplativ Critic), Nouwen identificaba los movimientos del sarcasmo a la contemplación y de la opacidad a la transparencia. En sus libros posteriores menciona otros movimientos, generalmente en series de tres, cada uno con su correspondiente disciplina: En Las tres etapas, el primer movimiento es de la soledad al ais lamiento, que conlleva la disciplina del silencio; el segundo movimiento es de la hostilidad a la hospitalidad, que incita a la disciplina del servicio; el tercer movimiento es del espejismo de la vida a la oración del corazón, que requiere tanto oración contemplativa como discernimiento comunitario. En Aquí y ahora, los movimientos son del fatalismo a la fe, de la inquietud a la oración y de la mente al corazón. En El regreso del hijo pródigo, los movimientos son de la disipación al retorno a casa, del resentimiento a la gratitud y de perdonado a perdonador. En algunos de sus libros tan solo se menciona un movimiento: En Creative Ministry aparece el movimiento del profesionalismo al ministerio creativo; en Making All Things New, el movimiento de la alienación a la comunidad; en Compassion, el movimiento de la competición a la compasión; en La voz interior del amor, el movimiento de la angustia a la libertad; en Burning Hearts, el movimiento de la tristeza al gozo; en Signos de vida, el movimiento de la casa del temor a la casa del amor; y en Nuestro mayor don, el movimiento final en el viaje humano es del envejecer al morir. En total, en las obras de Nouwen podemos identificar veintiséis movimientos, aunque solo siete pueden calificarse de dominantes'. Estos movimientos del Espíritu pueden variar de un individuo a otro, de una etapa de 135
la vida a otra, y de una comunidad de fe a otra. En cualquier caso, la vida espiritual nunca es estática, absoluta o perfecta desde todos los puntos de vista, como si antes de proseguir nuestro viaje tuviéramos que graduarnos de un movimiento a otro. En realidad, continuamos moviéndonos y tratando de discer nir hacia dónde sopla en cada momento el viento de la actividad de Dios en nuestra vida. Este proceso de discernimiento implica tomar conciencia e identificar, poniéndoles un nombre, los sutiles movimientos del Espíritu. Vivir espiritualmente es tratar de respirar al ritmo del Espíritu y de moverse hacia Dios siguiendo la larga andadura de la fe. Teoría clásica de las etapas Como sacerdote católico que era, Henri Nouwen había heredado una rica tradición de disciplinas espirituales y de formación espiritual dentro de la tradición mística católica. El desarrollo espiritual clásico cristiano identifica tres distintas etapas - también llamadas «vías» - del desarrollo espiritual - la etapa o vía purgativa, la etapa o vía iluminativa y la etapa o vía unitiva-, basadas en la reflexión bíblica sobre el hecho histórico del Éxodo, cuando Israel pasó de la esclavitud a la libertad como pueblo de Dios'. Una ininterrumpida reflexión sobre esta materia condujo a muchos comentadores a identificar cinco diferentes pasos o etapas en el viaje hacia Dios: 1.Despertar (del deseo). 2.Purgación (de las pasiones). 3.Iluminación (de Dios). 4.Noche oscura (del alma). 5.Unión (con Dios)'. Durante sus primeros años de sacerdocio, cuando los seminaristas y miembros de algunas órdenes religiosas le pedían dirección y supervisión espirituales, Nouwen les aconsejaba seguir las disciplinas clásicas para ascender por la escala de la subida en etapas progresivas, hasta alcanzar la unión con Dios. Subir por la escala de Jacob, escalón tras escalón, hacia la perfección espiritual es una imagen y un motivo habitual en la teoría clásica de las etapas. Nouwen había leído la obra de san Juan Clímaco - también conocido como Juan de la Escal(er)a, o Juan el Escolástico-, un asceta del siglo VI que había buscado la perfección en el desierto, y Nouwen había perdido la esperanza de alcanzar alguna vez la cima'°. Cuando llegó a la Universidad de Notre Dame para ser profesor de psicología pastoral, Nouwen había desplegado sobre el suelo la escala de la subida y explicaba la formación espiritual como una serie de movimientos horizontales del corazón, con avances y retrocesos, que requieren devoción y disciplina diarias, con el 136
objetivo de alcanzar, no la perfección divina, sino la plenitud humana. Nouwen había estudiado psicología y religión en el seminario de Utrecht (Holanda), había obtenido el doctorado de psicología en la Universidad de Nimega y se había formado posteriormente en el nuevo campo de la psicología pastoral en el Menninger Institute de Topeka (Kansas, Estados Unidos). Antes de enseñar espiritualidad en Yale y Harvard, había sido profesor de psicología en Notre Dame. Nouwen a menudo se refería a sí mismo como un «sacerdote con guión»: era un sacerdote-psicólogo-profesor. Dicho de otro modo, era un sacerdote que utilizaba el aula como su púlpito. Y por otra parte, como psicólogo, estaba familiarizado con el campo relativamente nuevo de la psicología profunda" y con las numerosas teorías modernas del desarrollo psicológico. Su educación y su atenta autorreflexión le llevaron a aplicar su creciente comprensión psicológica a enseñanzas clásicas en el campo de la espiritualidad. Teorías modernas de las etapas Como la teoría clásica, también la teoría moderna de las etapas postula normas estructurales del desarrollo cognitivo, moral y de la fe. Apoyándose en la teoría sobre el desarrollo cognitivo de Jean Piaget (1936), la obra clásica de Erik Erikson, Infancia y sociedad, propuso distinguir ocho etapas de edad en el ciclo de la vida humana (1950). Estas raíces evolutivas inspiraron algunas de las posteriores teorías evolutivas del desarrollo humano, incluyendo la obra de Lawrence Kohlberg y Robert Kegan en la década de 1970. James Fowler fue el primero que, en Stages of Faith (1981), aplicó la teoría de las etapas o estadios al desarrollo de la fe a lo largo de toda la vida humana. Según Fowler, el desarrollo de la fe, como el desarrollo emocional, cognitivo y moral, parece presentar un patrón am pliamente reconocible de desarrollo'. La investigación del desarrollo de la fe de Fowler forma parte de las ramas de un árbol de teorías modernas de las etapas plantado en la Universidad de Harvard, donde enseñaron y llevaron a cabo sus investigaciones los autores aquí citados: Erikson, Piaget, Kohlberg, Kegan y Fowler. Fue también en esta universidad donde Nouwen enseñó más tarde su idea de la formación espiritual adulta a partir de los movimientos de transición de una actitud a otra. La teoría de las etapas de Fowler, cimentada sobre las bases teóricas de Erikson y Piaget, afirmaba el tronco de la teoría de Kohlberg y dio un buen fruto en la forma de los «seis estadios de fe»13 La concepción estructural del desarrollo de la fe de Fowler ha sido criticada y ampliada a lo largo de estos años por otros investigadores de Harvard, entre los cuales incluyo a Carol Gilligan y Sharon Parks, que han sabido ofrecer el necesario equilibrio y corrección del género a las normas culturales, centradas mayoritariamente en el varón. Robert Kegan trató de integrar las diversas teorías de las etapas postuladas por Erikson, 137
Piaget, Kohlberg, Fowler, Gilligan y Parks, y subrayó la idea de que la vida es movimiento: «El agitado movimiento creativo de la vida misma». Lo que otros teóricos denominaron «etapas» - o «estadios» - de desarrollo, Kegan lo califica de «puntos de referencia de estabilidad (temporal)» en el proceso, que dura toda la vida, de encontrar sentido en el mundo. Estas seis «etapas de equilibrio» funcionan como entornos de contención de cambio transitorio y transformador". Sin tratar de construir conscientemente a partir de estas teorías anteriores, y sin proponerse añadir una nueva rama al árbol de la psicología evolutiva, Nouwen emergió en Notre Dame, continuó en Yale y puso fin a su carrera docente en Harvard con una perspectiva única y profunda sobre lo que significa ser una persona espiritual con profundas polaridades y tensiones internas, y sobre cómo estas fuerzas contradictorias provocan movimientos transformadores en la andadura de la fe. El fruto de la obra creativa e integradora de Nouwen en el ámbito de la psicología pastoral es el nuevo enfoque, transformador y no sistemático, que recibe la formación espiritual. Algunos intérpretes han afirmado que el enfoque de Nouwen es una «espiritualidad de la imperfección»'s ¿Cómo es posible progresar? Si los movimientos no son necesariamente consecutivos ni progresivos, si las polaridades internas nunca están completamente resueltas, ¿cómo es posible el progreso espiritual? Nouwen observó que los movimientos del Espíritu, en él mismo y en los demás, tendían a presentarse en ciclos a lo largo de nuestras vidas, con un orden progresivo solo vaga y difícilmente predecible. En lugar de ir escalando etapas cada vez más exigentes, como si el hecho de culminar una etapa condujese al siguiente nivel, y así sucesivamente, tendemos a oscilar hacia atrás y hacia delante entre los polos que tratamos de resolver. Nos movemos «del temor al amor», para volver después hacia atrás, «del amor al temor», por ejemplo, en un proceso dinámico que nunca es completo. Más que resolver las tensiones de una vez por todas, los movimientos continúan invitándonos a convertirnos y transformarnos. Más que permitirnos conquistar un determinado aspecto de nuestra vida y pasar a la siguiente etapa de desarrollo espiritual, se nos invita a volver a la oración, el amor y la intimidad con Dios. Con el paso del tiempo, puede ocurrir que el movimiento del resentimiento a la gratitud, o de una determinada cualidad a otra, nos resulte más fácil y natural a medida que adquirimos práctica. Nouwen concluye que, a medida que «nos volvemos más conscientes de los diferentes polos entre los que oscilan y se mantienen en tensión nuestras vidas», todos podemos ser más sinceros y expresarnos con mayor libertad acerca de las auténticas realidades de la vida espiritual. En el proceso, crecemos en toma de conciencia, en libertad personal y en conexión espiritual con Dios y con los demás16 138
Conclusión En último término, para Nouwen, el viaje espiritual no debería centrarse en la búsqueda de perfección, sino en la práctica de una oración contemplativa que conduzca a la comunidad y a la misión. La formación espiritual requiere reflexión diaria y práctica intencional. El proceso supone tomar conciencia, identificar las circunstancias y seguir los sutiles movimientos del Espíritu en nuestros corazones y en nuestras vidas. En pocas palabras, cuando el corazón humano está abierto y dispuesto a responder positivamente al Espíritu, se producen movimientos saludables, e inesperadamente se progresa de múltiples formas en la formación espiritual. 1. Para entender el tratamiento que hace Michael J.Christensen acerca de cómo el concepto que tiene Nouwen de las polaridades internas y de la naturaleza dinámica de la formación espiritual se relaciona con las teorías de las etapas o - estadios - en la historia de la investigación del desarrollo de la fe, véase sobre todo el apéndice de la obra. 2. En el apéndice encontrará el lector una lista de veintiséis movimientos identificados en las obras de Nouwen. 3. Cada uno de los tres volúmenes ha sido preparado tras la muerte de Nouwen con el fin de coordinar las diversas facetas de sus enseñanzas, inéditas y previamente publicadas, que de esta manera podrán aplicarse a nuevos contextos y ampliarán el círculo de sus lectores. 4. Aunque los editores han utilizado la expresión visual divina durante muchos años en talleres y retiros, en las páginas de Internet dedicadas a la oración y la meditación contemporáneas ha empezado a emplearse la expresión latina visio divina, versión latina de la expresión inglesa sacred seeing. La práctica postmoderna de la visio divina, combinada con la antigua práctica de la lectio divina, ofrece un enfoque integrador, sensorial y espiritual para conectar con la creatividad y la presencia divinas en la palabra y la imagen sagradas. 1. Teófanes el Recluso (1815-1894) es un santo muy conocido en la tradición ortodoxa rusa. Se le atribuye la traducción de la Philokalia, obra de la Iglesia eslava, al ruso en el siglo XIX. Enseñó la práctica de la oración interior ininterrumpida -u «oración continua»-, como san Pablo aconsejaba en su Primera Carta a los Tesalonicenses. Las citas de Teófanes las tomó Nouwen de la obra de Timothy WARE (ed.), The Art of Prayer: An Orthodox Anthology (Faber & Faber, 1966), p. 110. Citado por NOUWEN en Reaching Out: The Three Movements of the Spiritual Life (Doubleday, 1975; trad. española: Las tres etapas en la vida espiritual, PPC, 2001) y en The Way of the Heart: Desert Spirituality and Contemporary Ministry (Seabury 139
Press, 1981; trad. española: El camino del corazón, Narcea, 1986). 2. Thomas HORA, Existential Meta-Psychiatry (Seabury Press, 1977), citado por NOUWEN en «Spiritual Formation in Theological Education» y en Clowning in Rome: Reflections on Solitude, Celibacy, Prayer and Contemplation (Doubleday, 1979). 3. WARE, Art of Prayer p. 11. 4. Mysterium tremendum es una expresión acuñada por Rudolph Otto (1958) y utilizada, entre otros, por Carl Jung para referirse al encuentro humano con la abrumadora naturaleza de la vida interior y sus misteriosos fuerzas. Mientras el término mysterium señala la alteridad de lo sagrado, tremendum alude al poder abrumador que tiene la experiencia de lo sagrado, capaz de provocar una sacudida en lo más íntimo del ser humano. NOUWEN citó esta expresión, de forma un tanto simplificada - como inner tremendum-, en «Generation Without Fathers»: Commonweal 92 (junio 1970), pp. 287-294; y en The Wounded Healer: Ministry in Contemporary Society (Doubleday, 1972), cap. 2 (trad. española: El sanador herido, PPC, 2004). 5. NoUWEN escribió esta sección en The Wounded Healer en 1972 (p. 132). Leídas unos cuarenta años más tarde, sus palabras resultan clarividentes. 6. Anton BOISEN, The Exploration of the Inner World (Willett, Clark & Company, 1936), citado por NOUWEN en su artículo «Anton T.Boisen and Theology Through Living Human Documents»: Pastoral Theology 19 (septiembre 1968), pp. 49-63. 7. La máxima «lo que es máximamente personal es máximamente universal», utilizada a menudo por Nouwen, la citan también Anton Boisen y Carl Rogers. 8. La expresión lectio divina puede aplicarse también a la lectura piadosa de otros textos capaces de inspirar al lector. 10. Para mayor información sobre el método de Nouwen de orar teniendo a la vista iconos y otras imágenes, véase La belleza del Señor. 9. La expresión visio divina -y su correspondiente traducción a las lenguas modernas - es de origen reciente. Aunque Nouwen no la utiliza, los editores han creído oportuno servirse de ella para designar una práctica complementaria de la lectio divina. Y se han basado en la sugerencia hecha por NOUWEN en La belleza del Señor (Narcea, 20001; ed. original: Behold the Beauty of the Lord: Praying with Icons, Ave Maria Press, 1987). 11. WARE, Art of Prayer p. 27. 140
1. Citado por NOUWEN en Out of Solitude: Three Meditations on the Christian Life (Ave Maria Press, 1974), p. 42. 2. Según Nouwen, Merton expuso estas ideas en una conferencia dada a los monjes en la abadía trapense de Getsemaní (Kentucky, EE. UU.). Véase Clowning in Rome, p. 89. 3. John Henry NEWMAN, Essays Critical and Historical, vol. 2 (Longmans, Green, and Co., 1901), p. 192. 4. En la conclusión a Clowning in Rome, Nouwen pasa a describir la theologia y la doctrina mística de la «visión beatífica», en la que las distinciones teológicas desaparecen. Afirma, por ejemplo: «En esta experiencia, la distinción entre ministerio y contemplación no es ya necesaria, porque aquí nadie lleva ya vendas que tapen sus ojos, y todo se ha convertido en visión» (p. 107). 1. Citado por NOUWEN en Out of Solitude, p. 23. Adaptación del «Cuento del árbol inútil», en The Inner Chapters, de Chuang Tzu, filósofo chino que vivió en el siglo IV antes de la era cristiana. 3. WARE, Art of Praver p. 110; citado por Nouwen en El camino del corazón. 2. La tradición hesicasta de la oración interior comenzó en el siglo IV con los Padres del Desierto, se desarrolló en monasterios del Monte Sinaí y del Monte Athos y tuvo como continuadores a los staretz (consejeros espirituales que destacaban por su santidad personal) del siglo XIX en Rusia; véase versión inglesa de R.M.FRENCH, The Way of a Pilgrim (HarperCollins, 1965); versión española: El peregrino ruso (Editorial de Espiritualidad, 2005, 12a ed.). El término hesychia se refiere a la paz y la quietud que experimenta el alma del orante anclada en Dios. Hesicasmo es un método que enseña a orar ininterrumpidamente con el corazón, un tema recurrente en los cursos de Nouwen sobre la formación espiritual. 4. El lector encontrará una reflexión más amplia sobre este movimiento primario de la vida espiritual en NouwEN, El camino del corazón. 5. Jean-Pierre DE CAUSSADE, The Sacrament of the Present Moment (Harper San Francisco, 1989), lib. 1, cap. 2, sec. 3. Caussade, sacerdote de la Compañía de Jesús, fue un escritor espiritual de éxito. Henri Nouwen recomendaba encarecidamente a sus alumnos la lectura del «librito sobre la oración» de Caussade. 6. The Practice of the Presence of God recoge las conversaciones y cartas del Hermano Laurent de la Résurrection (nombre de pila: Nicolas Herman), reunidas y publicadas por Joseph de Beaufort, asesor del arzobispo de París, en 1691, año de la muerte del 141
Hermano Laurent. 7. En sus cursos de Yale y Harvard sobre la formación espiritual, Nouwen citaba a menudo el ejemplo del Hermano Laurent sobre cómo «orar ininterrumpidamente» (1 Tes 5,17). 8. The Way of the Heart, pp. 33-34. 9. CAUSSADE, Sacrament of the Present Moment, lib. 1, cap. 2, sec. 1. 10. Esta sección fue compilada y redactada a partir de las enseñanzas prácticas de Nouwen sobre la forma de orar, sobre todo a partir de «Prayer and Ministry: An Interview with Henri J.M.Nouwen»: Sisters Today 48/6 (febrero 1977), pp. 345355. 11. Esta sección fue compilada y redactada a partir de las enseñanzas prácticas de Nouwen sobre la forma de orar, sobre todo a partir de «Prayer and Ministry. 12. Esta sección ha sido facilitada por los editores. 1. Nota de clase (YDS, 1980). El título completo del folleto es «A tale from The Teachings of the Compassionate Buddha, E.A.Burt, editor, New York: New American Library, 1955, pp. 44ss». Nouwen utilizó esta historia en las conferencias que dio sobre el tema de la compasión en la Yale Divinity School en 1980. La parábola comienza con esta original introducción: «Se cuenta una historia de Buda, el Sublime, el Poseedor de las Diez Fuerzas, y de cómo enseñó sus doctrinas a una mujer llamada Kisa Gotami, cuando esta se hallaba abrumada por una profunda tristeza». 2. El lector encontrará una amplia reflexión sobre cómo vivió Nouwen el duelo por la muerte de su madre en estrecha relación con su padre, en A Letter of Consolation (Harper & Row, 1982). Para una reflexión parecida sobre la celebración del duelo por una persona amiga, véase Dirección espiritual: Sabiduría para la larga andadura de la fe (Sal Terrae, 2007), cap. 8, así como la obra de Nouwen, La voz interior del amor (PPC, 2001). 3. Daybreak («Amanecer») es el nombre de la comunidad de «El Arca» donde conviven personas con diversas discapacidades. Está situada cerca de Ontario (Canadá), y en ella desempeñó Nouwen el cargo de pastor y capellán entre 1985 y 1996. 4. Lc 24,13-35. 5. Más adelante en este mismo capítulo, en la sección titulada «Profundización», se sugiere un ejercicio de lectio divina en relación con el texto de Lc 24,13-35. 142
6. En Con el corazón en ascuas: Meditación sobre la vida eucarística (Sal Terrae, 19977), Nouwen reflexiona con sumo cuidado sobre la presencia eucarística en el camino hacia Emaús. 7. Esta meditación es una adaptación de «A Time to Mourn, a Time to Dance» (1977). 8. Esta sección ha sido entresacada de Turn My Mourning into Dance: Finding Hope en Hard Times (W Publishing Group/Thomas Nelson, 2001), p. 15, y de «Compassion: Solidarity, Consolation and Comfort»: America (marzo 1976), p. 199. 9. El texto de esta meditación sobre el Sol en las pinturas de Vincent van Gogh procede de «Compassion: Solidarity, Consolation and Comfort». Nouwen también dirigió un curso en 1979 en la Yale Divinity School sobre «El ministerio de Vincent van Gogh». 2. NOUWEN habla de su viaje personal desde el resentimiento a la gratitud en The Return of the Prodigal Son (Doubleday, 1992) y en Home Tonight; véase Home Tonight, pp. 85-88. En este capítulo reflexiona sobre el resentimiento y la gratitud en relación con la educación teológica, la formación espiritual y el servicio a los pobres. 1. «No sé lo que pensáis vosotros, pero a mí esta parábola me saca de mis casillas...», dijo Nouwen en la clase después de leer la parábola como introducción a su conferencia sobre el resentimiento y la gratitud. La versión que damos en este capítulo combina anotaciones de clase (M.CHRISTENSEN, Yale Divinity School lecture notes, 1979) y reflexiones del propio NOUWEN sobre la parábola en Home Tonight: Further Reflections on the Parabole of the Prodigal Son (Doubleday, 2009). Véase Home Tonight, p. 84. 3. En 1973, Nouwen hablaba de «educación para el sacerdocio» refiriéndose a la formación espiritual, y de «verdadera educación para seminaristas» en el seno de una comunidad verdaderamente cristiana en el contexto de la Iglesia católica. Para redactar este capítulo los editores han actualizado y ampliado estas ideas. 4. Turn My Mourning into Dancing, p. 102. 1. Versiones parecidas del texto de este capítulo aparecen en Lifesigns: Intimacy, Fecundity, and Ecstasy in Christian Perspective (Doubleday, 1986), p. 110 (trad. española: Signos de vida: Intimidad, fecundidad y éxtasis, PPC, 2001) y en The Road to Peace (Orbis, 1998), pp. 56-57. 2. En Gracias! A Latin American Journal (Harper & Row, 1983) y en Love in a Fearful Land: A Guatemalan Story (Orbis, 2006), NoUWEN desarrolla temas como el amor y el temor, y el don de la gratitud. 3. En Peacework: Prayer Resistance Community (Orbis, 2005; trad. española: El trabajo 143
por la paz, Sal Terrae, Santander 2005), NOUWEN habla de algunas prácticas colectivas que nos ayudan a pasar del temor al amor: oración, resistencia, y comunidad. En Signos de vida, afirma que la casa del amor posee tres cualidades destacadas: intimidad, fecundidad, y éxtasis. Estas características son dones y signos personales de quienes viven en comunidad. 4. En Lifesigns, pp. 111-114, Nouwen expone su visión de un movimiento global del temor al amor gracias a prácticas como la oración, la resistencia y la comunidad. 5. En El trabajo por la paz puede encontrar el lector nuevas reflexiones y meditaciones de Nouwen sobre el tema del temor y el amor. 6. Esta sección es una adaptación del artículo «The Mystery of the Passion», de la cinta de vídeo From the House of Fear to the House of Love: A Spirituality of Peacemaking (Centro de Asuntos Sociales, Universidad de Notre Dame, 2002) y de La belleza del Señor. 7. La belleza del Señor p. 21. 1. Benedicta WARD, trad., The Sayings of the Desert Fathers (Cistercian Publications, 1975); citado por NouwEN en «The Monk and the Cripple: Toward a Spirituality of Ministry»: America 142 (1980), pp. 205-210. 2. La comunidad de «El Arca», extendida por Francia y por el resto del mundo, está formada por personas con discapacidades físicas e intelectuales. En una de estas comunidades, llamada Daybreak («Amanecer»), situada cerca de Ontario (Canadá), vivió Nouwen. 3. Nouwen se refirió en diversos escritos a la crisis psicológica que tuvo que superar poco tiempo después de llegar a Daybreak: sintió que su visión del mundo se tambaleaba, sus expectativas se esfumaban, y su vida emocional sufría un verdadero colapso. Veáse Dirección espiritual, pp. 151-154. 4. Thomas MERTON, Diarios (1939-1960) (Oniro, 2001), p. 178. 6. Nouwen recurría a menudo a esta antigua máxima literario-filosófica, atribuida al dramaturgo cómico romano Terencio (185-159 a. de C.). 5. Thomas MERTON, Conjectures of a Guilty Bystander (Doubleday, 1966), citado por Nouwen en «Compassion: Solidarity, Consolation and Comfort». 7. Véase Thomas MERTON, The Wisdom of the Desert: Sayings from the Desert Fathers of the Fourth Century (Shambhala, 2004), p. 71.
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8. El «misterio» que Nouwen trata de describir aquí es doble: por una parte, la doctrina de la Iglesia católica sobre la transustanciación y, por otra, la enseñanza de la Iglesia ortodoxa griega sobre la theosis. Ambos conceptos son formas de representar la verdad mística según la cual, cuando el Espíritu de Dios establece su morada en cuerpos humanos, la divinidad humaniza, y la humanidad se diviniza. En el lenguaje teológico, Dios se encarna en Jesús, el primogénito de muchos hijos e hijas de Dios. En este sentido, la humanidad, en virtud del proceso de formación espiritual, es deificada. Para un tratamiento más detallado de estos conceptos teológicos, véase Michael J. CHRISTENSEN y Jeffery WITTUNG (eds.), Partakers of the Divine Nature: Deification in the Christian Traditions (BakerAcademic, 2008). 9. Esta sección está tomada del artículo de NOUWEN «Our Story, Our Wisdom», en Robert Perelli y Ton¡ Lynn Gallagher (eds.), HIV/AIDS: The Second Decade (National Catholic AIDS Network, 1995), p. 23. Este artículo reproduce el discurso pronunciado por Nouwen en el congreso de la National Catholic AIDS Network, en la Universidad Loyola de Chicago, en julio de 1995. 10. Gerhard KITTEL y Gerhard, (eds.), Theological Dictionary of the New Testament, 10 vols. (Eerdmans, 1964-1974), ofrece tres posibilidades sobre la forma de la cruz (stauros) de Cristo: «La cruz (stauros) es un instrumento de tortura para delitos graves... Por lo que a su forma se refiere, históricamente se conocen tres modelos básicos. La cruz era, o bien un palo vertical puntiagudo..., o bien estaba formada por un poste vertical con un travesaño cruzado en la parte superior... o por dos maderos de igual longitud que se cruzaban por la mitad» (7, 572). La preferencia por la cruz de brazos iguales dentro de un círculo es típica de las antiguas comunidades cristianas griegas, bizantinas y célticas. 11. Here and Now: Living in the Spirit (Crossroad, 1995), p. 23. 13. R.M.RILKE, Letters to a Young Poet (Norton, 1963), citado en el artículo «Spirituality and the Family»: Weavings 3/1 (enero-febrero 1988), p. 9. 12. Esta sección es una adaptación de Aging: The Fulfillment of Life (Doubleday, 1974), completada con Here and Now (trad. española, Aquí v ahora, San Pablo, 2002). 1. Our Greatest Gift, p. 19 (trad. española, Nuestro mayor don, PPC, 2001). 3. Nouwen cita este juego de palabras, atribuido generalmente al místco alemán Jakob Bóhme (1575-1624), en «A Time to Dance», p. 29. 2. A Letter of Consolation, p. 19. 4. James Hillman asistió a un seminario impartido por Nouwen sobre espiritualidad 145
cristiana en la Yale Divinity School en 1980, y contribuyó al debate introduciendo el concepto de «aceptación amistosa» (befriending) de aquellos aspectos de nosotros mismos y de nuestra realidad que nosotros a menudo tememos. Véase A Letter of Consolation, pp. 29-30. 5. Paul Monette escribió Borrowed Time: An AIDS Memoir (Harcourt Brace, 1988) tras la muerte de su pareja en 1986. Ambos son recordados por su activismo contra la homofobia y el estigma del SIDA. 6. El lector encontrará una reflexión más detallada sobre la «experiencia cercana a la muerte» de Nouwen en Senderos de vida y del Espíritu (PPC, 2002) y en Beyond the Mirror: Reflections on Death and Life (Crossroad, 1990). 7. Esta antigua doctrina cristiana, que defiende la idea de que el hombre comparte la «cristeidad» y la divinidad, es conocida como theosis - es decir, «deificación» - en la tradición de la Iglesia oriental. Para un estudio más profundo, véase CHRISTENSEN Y WITTUNG, Partakers of the Divine Nature. 8. La cuestión del purgatorio y de la oración en favor de los difuntos fue muy importante en el debate entre católicos y protestantes en el siglo XVI. El decreto aprobado en 1563 por el concilio de Trento reafirmó la existencia del purgatorio y la utilidad de la oración por los difuntos, aunque amonestaba seriamente a los fieles contra la curiosidad y la superstición. Actualmente, la enseñanza de la Iglesia católica acerca del purgatorio refleja su comprensión de la comunión de los santos: como miembros de la Iglesia terrena, estamos conectados con los santos del cielo, con los santos que esperan en el purgatorio y con los demás creyentes que todavía peregrinan en la tierra. Las oraciones por los difuntos no sirven para comprar su salida del purgatorio, pero son una expresión de nuestra fe «en la resurrección de la carne y en la vida eterna». 9. En su discurso sobre la «aceptación amistosa de la muerte» (Befriending Death), pronunciado en el congreso de la National Catholic AIDS Network, en la Universidad Loyola de Chicago, en julio de 1995, Nouwen habló de la doctrina de la comunión de los santos en relación con la temprana crisis del SIDA. Entre otras cosas, dijo a su auditorio: «Pienso que vosotros y yo estamos llamados a reivindicar la increíble y hermosa alternativa de la comunión de los santos. Lo cual significa que las personas que han fallecido antes que vosotros y aquellas otras que morirán después de vosotros pertenecen a una gigantesca familia. Vosotros sois simplemente una pequeña parte de una comunidad mucho mayor, a la que tenéis que aferraron y que debéis sentir. Vosotros pertenecéis a la gente que os ha precedido. Podéis fijaros en los santos antiguos, como san Francisco, san Benito o san Ignacio, y eso es importante; pero, teniendo en cuenta que son miles y miles las personas que os han precedido, ellos son una nueva familia. Tenéis que aferraron a ellos. Tenéis que abrazarlos como 146
santos. Sí, todas esas personas que nacieron y murieron hace ya mucho tiempo lucharon como vosotros y como yo. Tuvieron sus luchas sexuales como las tengo yo, y a veces se sintieron solos, deprimidos y confusos. Tuvieron que enfrentarse a la peste negra. También ellos forman parte de mi familia humana. Hasta donde alcanza mi vista, tanto hacía el pasado como hacia el futuro, me encuentro con esta multitud de testigos a la que también yo pertenezco. Yo estoy ahí apenas un momento, pero he estado y quiero estar ahí por quienes han vivido antes que yo y por quienes vivirán después de mí. Pienso en la comunión de los santos como en esa increíble familia espiritual que nos rodea a mí y a vosotros y que hace posible nuestro éxodo de esta vida». 10. Oraciones desde la abadía. Una súplica de misericordia (PPC, 1998), 24 de marzo. 11. La máxima de Jakob Bóhme la recoge Henry Miller en La sabiduría del corazón (Sur, 2006), y Nouwen la cita en Turn My Mourning finto Dancing. 12. Nathan Ba11 le hizo esta pregunta a Nouwen, de quien era amigo íntimo, tras la muerte de un miembro de la comunidad Daybreak. Según confesó Nouwen, la pregunta «me planteó un importante desafío: ¡No sólo debíamos preguntarnos cómo vivir bien, sino también cómo morir bien!». Véase el prólogo a Nuestro mayor don (PPC, 2001). 13. Cardenal Joseph BERNARDIN, The Cift of Peace (Loyola Press, 1997), pp. 127128; trad. española: El don de la paz (Planeta, 1998). 14. Mt 17,1-8 (Biblia de Jerusalén). 15. El padre Rodney DeMartini, director ejecutivo de la National Catholic AIDS Network, dirigió esta meditación durante el congreso que dicha organización celebró en la Loyola University de Chicago durante los días 20-25 de julio del año 1995. En esa ocasión presentó a Henri Nouwen, encargado de pronunciar el discurso de apertura, con estas palabras: «Para escalar la montaña, para abrirnos paso entre la desesperación y la esperanza, la desolación y las vistas espléndidas, necesitamos un guía, un escalador experimentado que sepa cuándo ascender, cuándo quitarse algo de encima, cuándo mantenerse fuertemente agarrado y cuándo desistir. Henri Nouwen es ese guía. Sacerdote de la archidiócesis holandesa de Utrecht, es ampliamente conocido en Norteamérica por haber ejercido la actividad docente en universidades como Notre Dame, Yale y Harvard, así como por los numerosos libros en que describe la vida del espíritu. Psicólogo, teólogo, escritor y guía espiritual, desde 1986 ha sido capellán de la comunidad Daybreak, de "El Arca", en Ontario. A partir de su experiencia en "El Arca", Henri Nouwen nos ha ayudado a comprender que el mundo no se divide en discapacitados y capacitados. Nuestra unión es algo más profundo que eso. De alguna manera, todos somos discapacitados y, en un sentido 147
muy profundo, todos somos capacitados. Somos seres humanos capacitados cuando de lo que se trata es de amar y juntarnos para vivir en comunidad. Demos ahora la bienvenida al estrado y al podio a Henri Nouwen, que nos guiará en la ascensión a la montaña del Espíritu a través de sombras de desolación, hasta alcanzar una panorámica que nos permita ver las cosas a una nueva luz en esta espléndida mañana de verano. Por favor, dad conmigo la bienvenida a Henri Nouwen». 16. Esta sección es una adaptación del artículo «Compassion: Solidarity, Consolation and Comfort». 1. Elizabeth O'CONNOR, Journey Inward, Journey Outward (Harper & Row, 1968). 3. Este volumen, Formación espiritual, que sigue de cerca movimientos especialmente significativos del espíritu, es el segundo de los tres previstos como introducción a la vida espiritual tal como la entendió Henri Nouwen. El primer volumen de la serie, que aborda la temática de la Dirección espiritual, fue publicado en 2007 (la versión original en inglés es del año 2006). Está en preparación el tercer volumen, dedicado al Discernimiento espiritual, que enseñará a leer los signos de la vida diaria. El proyecto de estos tres volúmenes se plasmó tras la muerte de Nouwen y con la idea de reunir y poner sus ideas al servicio de un público más amplio. Tanto sus libros ya publicados como sus escritos inéditos son susceptibles de ser leídos en nuevos contextos y de ser disfrutados por una audiencia más extensa. 2. Véase Rebecca LAIRD, «¿Cómo encontrar un director espiritual?», apéndice 2 del libro de Henri J.M.Nouwen, Dirección espiritual, eds. Michael J.Christensen y Rebecca Laird (Sal Terrae, Santander 2007), pp. 189-195. 1. Reaching Out, p. 10. 3. «Communion, Community and Ministry». 4. Véase la Introducción de Ñouwen a este libro. 2. Apuntes y notas de clase del curso «Communion, Community and Ministry: Introduction to the Spiritual Life» (YDS, 1980; Regis College, 1994). Nouwen se inspira para el motivo del viaje en Elizabeth O'CoNNOR, Journey Inward, Journey Outward (Harper & Row, 1978). 6. Ibid., p. 12. 5. Reaching Out, p. 10. 7. Véanse los títulos de los capítulos de este libro.
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8. Véase DIONIsio AREOPACITA, La jerarquía celestial (Losada, 2008), cap. 3 y otros muchos lugares. 9. Véase GREGORIO DE NIsA, Vida de Moisés (Sígueme, 1993) y De gloria en gloria, así como otros muchos textos patrísticos sobre la perfección y la elevación hasta Dios. 10. JUAN CLÍMACO, Libro de la escala espiritual, citado por Nouwen en Reaching Out, p. 9. 13. Según Fowler, «nuestras formas de imaginar y comprometernos con la fe de tan buen grado guardan una estrecha y significativa relación con nuestras formas de conocer y valorar en general». «Fe» es más un verbo que un sustantivo, asegura el mismo autor. La fe es un compromiso lleno de sentido con lo Divino, además de un cuerpo de doctrinas y prácticas de determinadas tradiciones creyentes. «La fe orienta a uno hacia la vida y sus objetivos y hacia la creación, con sus orígenes, su demanda, su hospitalidad para con la vida en sus innumerables formas y expresiones, y su misterio». Además, la teoría del desarrollo de la fe sugiere implicaciones prácticas para la ética, la teología y la espiritualidad. Véase FOWLER, «Faith Development at 30». 11. La psicología profunda, en sentido amplio, explora los movimientos sutiles y los elementos inconscientes de la experiencia humana y trata de hacerlos aflorar a la luz de la conciencia. Descubriendo, identificando y trabajando con las emociones, las motivaciones, los sueños, los complejos, los motivos y los arquetipos de una persona, la curación y la integridad son posibles. Aunque a Nouwen no le gustaba identificarse como psicólogo profundo, sus ideas se vieron influidas, al parecer, por varios psicólogos profundos, entre los cuales habría que destacar a Carl Jung, Anton Boisen y James Hillman. 12. James W.FOWLER, Stages of Faith: The Psychology of Human Development and the Quest for Meaning (HarperSanFrancisco, 1981). Fowler resumió también lo que se había hecho en el campo de la investigación del desarrollo de la fe, al cumplirse los treinta años de su primera publicación sobre esta materia, en su artículo «Faith Development at 30: Naming the Challenges of Faith in a New Millennium»: Religious Education 99/4 (otoño 2004). 14. KEGAN, The Emerging Self.• Problem and Process in Human Development (Harvard University Press, 1982). Para un resumen de la obra de Kegan en relación con la de sus predecesores, véase Joseph POWERS, si, «Faith as Creative Assent»: Kerygma 24 (1990), pp. 193-207. 15. Véase Wil HERNÁNDEZ, Henri Nouwen: A Spirituality ofImperfection (Paulist 149
Press, 2006). Para un enfoque parecido de la formación espiritual, véase la serie de grabaciones de Richard Rohr, The Spirituality of Imperfection: Wisdom for the Second Half of Life (St. Anthony Messenger Press, 2009). 16. Reaching Out, p. 10.
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Index Agradecimientos Prólogo: De qué trata este libro Introducción: La formación espiritual: El camino del corazón 1. De la opacidad a la transparencia 2. Del espejismo a la oración 3. De la tristeza al gozo 4. Del resentimiento a la gratitud 5. Del temor al amor 6. De la exclusión a la inclusión 7. De la negación a la aceptación cordial de la muerte Epílogo: Viaje interior, viaje exterior Apéndice: El lugar de Nouwen en la teoría del desarrollo espiritual, En su condición de sacerdote de la Iglesia católica, Nouwen era depositario de una rica tradición de hacia Dios siguiendo el largo itinerario de la fe. Este proceso implica tomar conciencia, fijar la c Formación espiritual: siguiendo los impulsos del Espíritu es el segundo de la serie de tres volúmene Cada uno de los capítulos viene enmarcado en una «historia - o parábola - favorita de Henri» y en un «Sólo quiero recordarte una cosa: se ha de descender con la mente al corazón y permanecer ahí ante e «Un muchacho observaba a un escultor mientras trabajaba. Durante varias semanas, el escultor no pare cuerdo se debilita o únicamente se conserva en la cabeza, todo irá por mal camino»3. La formación espiritual exige emprender un viaje al interior del corazón. Aunque este viaje se reali En este punto, el trabajo clave se llama «articulación». Quienes 151
11 14 20 35 46 61 77 89 102 113 128 131 139 139 139 139 139 140 140 140
están en condiciones de identificar
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tudio de la vida espiritual con Dios «no debe empezar con tradiciones o sistemas formulados en libro Una reflexión activa sobre lo que Boisen llamaba «el documento vivo» de su vida y de su época cont La expresión lectio divina proviene de la tradición benedictina y se refiere primordialmente a la le A medida que nuestra sociedad ha ido relegando a un segundo plano la palabra para dar preferencia a Dios. Con el tiempo, aprendí a llevar en mis viajes sendas copias del icono de La Trinidad de Rublev Sin silencio, la Palabra de Dios no puede dar fruto. Uno de los aspectos más deprimentes de la vida -101 historias Zen, compilación (1919) de koans Zen de la era Meiji (1868-1912) en Japón' Evagrio Póntico, uno de los Padres del desierto que más significativamente han influido en la espiri John Henry Newman considera el mundo visible como un velo, «de manera que todo cuanto existe o suced Según Evagrio, la práctica de la theoria physiké (contemplación de la naturaleza real de las cosas) Adaptación de Chuang Tzu, The Inner Chapters' Teófanes el Recluso, místico ruso del siglo XIX a quien ya hemos citado en la Introducción, resumía cuando dijo: «Orar es descender con la mente al corazón, para permanecer allí ante la faz del Seño sante»-, hemos de abrazar la soledad y el silencio y, a continuación, encontrar a Dios en el centro Cuando nos abandonamos a Dios en la oración, cada instante se convierte en un sacramento de gozo, gr oración y tiempos destinados al trabajo'. 152
140 140 140 140 140 140 141 141 141 141 141 141 141 141 141 141
De esta manera, cualquiera que trate de conocer la paz y la 142 presencia de Dios, con independencia d Nouwen recordaba a menudo la necesidad de reservar cada día un 142 tiempo y un espacio sagrados para «ha tro de nosotros, alrededor de nosotros, o a través de nosotros, 142 contiene y encubre la acción de Dios Señalamos a continuación las directrices de Nouwen para la oración 142 solitaria: tres formas sencillas Y éstas son las directrices de Nouwen para la oración grupal de la 142 mañanas y de la noche": ta holandés Vincent van Gogh12. 142 -De The Teachings of the Compassionate Buddha' 142 Personalmente, he lamentado muchas pérdidas en mi vida. 142 Recuerdo perfectamente el día en que murió m Cuando llegué a Daybreak, yo estaba atravesando momentos de 142 gran dolor personal'. «El camino de Emaús» es un conocido relato pascual del Evangelio 142 de Lucas' nos ayuda a viajar interiormente, pasando del lugar de la tristeza y 142 la pérdida al lugar donde moran Espero que esto esté sucediendo en ti en este mismo momento. 143 Cuando empiezas a desprenderte de tu do En «Tiempo para hacer duelo y tiempo para danzar», Henri Nouwen 143 ofrece una meditación a aquellas per
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