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RICHARD FISCH KARIN SCHLANGER
CAMBIANDO LO INCAMBIABLE
La terapia breve en casos intimidantes
Herder
Título original: Bri ef The ra py with Intimi dati ng C ases. Changing the Une hangea bl Traducción: Isa be l Fe rre r Diseño de la cubierta: Ariannc Fabe r © 2002, Richard Fiscb, Kann Schlanker © 2012, Herder Editorial, S. L., Barcelona 2'' e dici ón ISBN : 978-84-254-3051-0 La re p ro d u cci ó n to ta l o p a rci a l d e est a ob ra si n el co n sen t i m ie n to exp re so de i o s ti t u la re s de l Copyright e st á p roh i b i da a l am pa ro d e la l e g i sla ci ó n vi g en t e .
Imprenta: Reinbook Depósito legal: B-82-2012 Printed in Spam - Impreso en España
Herder www.herdercditorial.com
PRESENTACIÓN MARCELO R. CEBERIO
Frecuentemente, muchos prólogos suelen encabezarse enunciando: «En general los prólogos no son leídos...» Esto sucede en la realidad, cuando un lector abre con avidez una obra tentadora y halla en la antesala un prefacio extenso y tedioso. Resulta más intensa esa sensación de zambullirse de pleno en la lectura, que merodear en la presentación del texto. Me sugiero, entonces, ser sintético y claro. Escribir unas palabras acerca de una obra, cuyos autores conozco y reconozco como profesionales y amigos de alta talla e intentarles transmitir el afecto y la valoración por la difícil labor de escribir un libro. Evitando, por tanto, caer en la trampa del tedio y eludiendo mis ganas de expandirme, trataré -siendo consecuente con el modelo que propugnan los autores - de ser breve. La obra CAMBIANDO LO INCAMBIABLE. LA TERAPIA BREVE EN CASOS INTIMIDANTES recoge la experiencia de aplicar este modelo de psicoterapia en aquellas situaciones terapéuticas tildadas como graves o difíciles, tales como depresión, anorexia, psicosis, alcoholismo, etc. En este sentido, desmitifica dichas construcciones semánticas que revisten a estos trastornos (y eso son, construcciones). Es decir, a lo largo del texto se entiende que no existen casos intimidantes, sino que éstos son juicios de valor que atribuyen los terapeutas sobre algunas conductas sintomáticas de los pacientes. Esto coloca en la palestra la figura del terapeuta frente a su supuesto del caso a tratar y la emoción subsecuente que del supuesto emerge.
Mas allá que, de manera recursiva, las interacciones con el paciente pautan las intervenciones del profesional y tales intervenciones reglan dichas interacciones, el adjudicar significados sobre los comportamientos llevan montadas diferentes sensaciones en el terapeuta. Sensaciones que se traducen en acciones en el seno de la sesión. Si el caso es atribuido a la categoría de difícil, complicado, grave, siempre provocará temor, exceso de responsabilidad, será visto como demasiado grave para la experiencia que posee el profesional, intimidará, etc. Si el terapeuta afronta el caso desde tal cúmulo de sentimientos, corre con desventaja no solo en la relación sino en la planificación del tratamiento, sumiéndose en confusiones o en un estatismo que lleva a la involución del trabajo terapéutico. Pero los autores, no reniegan de la existencia de conductas catastróficas, pero en cualquier caso no dejan de ser conductas, señalan. El rótulo surge del sistema de creencias del terapeuta: los comportamientos no son en sí mismos, sino que entran en las categorizaciones del universo cognitivo del profesional. Se encargan, entonces, de remarcar la importancia de trabajar con conductas y no con diagnósticos. En cierta manera, se oponen al proceso tradicional en el que el terapeuta primero elabora un diagnóstico y luego planifica una estrategia. Fisch y Schlanger, por el contrario, remarcan: evaluamos con cuidado la conducta problemática y después tratamos esa conducta. Los etiquetamientos y rótulos de patologías son categorizaciones y, como tales, son construcciones de segundo orden. El hecho de trabajar terapéuticamente con conductas, es una de las premisas básicas del modelo de Terapia breve del MRI. La exploración exhaustiva de los comportamientos problemáticos y de las soluciones intentadas fracasadas para resolverlos, son pasos del proceso organizador de la terapia en pos de la posterior planificación y aplicación de tácticas y estrategias. El libro es eminentemente práctico. Recorre una serie de casos tildados como dificultosos, que utiliza a modo de ejemplos ilustrativos de la aplicación del modelo. Realiza una breve descripción del caso y acentúa algunas sesiones transcribiendo diálogos terapéuticos.
Presentación
Ingeniosas llaves verbales, paradójicas acciones, creativas intervenciones y prescripciones, típicas del modelo, son implementadas por Schlanger y Fisch en el intento de transmitir la experiencia. Muestran que el modelo de Terapia Breve es idóneo en este tipo de casos, razón que justifica ampliamente su aplicación, más aún cuando ha sido blanco de críticas desde otros modelos, imputándosele que solamente resultaba efectivo en situaciones de problemas concretos, acotados y de relativa simplicidad. El comentario y la transcripción de las principales partes de la sesión, suministra estrategias y planificaciones de acción. O sea, la obra no se queda anclada en la descripción y la teoría, sino que proporciona herramientas para el trabajo terapéutico. La redacción del texto es sumamente clara y con la misma claridad se expresa que: si no hay queja no hay problema. A pesar de parecer una conceptualización ingenua, poco de inocencia tiene, en tanto que la queja no solamente es la expresión del problema sino que muchas veces se constituye en el mecanismo que atenta contra el cambio y la solución. Ahora, algo acerca de la persona de los autores. En mi primera residencia en el MRI -precisamente en mi primera jomada de trabajo desde mi oficina del primer piso seguía el trayecto de una persona muy bajita y sumamente simpática que, apurada, regresaba a su consultorio mientras me escudriñaba de reojo cómo lo estaba observando. No entendí que esos ojos picaros, eran el preludio de un tropezón ficticio que me detonó en carcajadas que por supuesto reprimí. Así conocí a Dick Fisch. Describirlo, es hablar de su humor que algunos definieron como una brizna de humor judío; característica que introducida como recurso terapéutico transforma la sesión en un ambiente distendido favoreciendo la apertura en la comunicación. Dick, también, es un exquisito de la retórica y extremadamente hábil en la interacción con los pacientes en la búsqueda de complementa- riedad, evitando la confrontación. Cálido, solícito y riguroso, son características que se hallan en él, dentro y fuera de la sesión. Pero mi primer encuentro con Karin Schlanger, tampoco fue muy convencional. Nadie puede entender que tras esa rubia de ojos celes-
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tes con evidentes rasgos austríacos, se encuentra una argentina de Buenos aires, que mantiene el acento porteño y saluda diciendo un enérgico ¡Hola che! !. En aquellos años, era directora de trainning del MRI y puede afirmarse que en la actualidad es una de las pocas herederas del modelo de Terapia Breve en su expresión más pura. Unas de las particularidades más acentuadas en ella, son su fuerza y su capacidad de trabajo, su iniciativa y la cantidad de recursos a la hora de intervenir terapéuticamente y en la institución a la que pertenece. Por último -y a pesar que los autores le tributaron su libro reconociendo y valorando su labor - no quiero dejar de mencionar a uno de los mentores del modelo sistèmico en la comunicación humana: John Weakland. Tal como ellos lo afirmaron, John.no dejó de trabajar hasta sus últimos días. En mi estancia en el MRI del año 1994, dos veces por semana conjuntamente con Karin Schlanger y Barbara Anger-Diaz, asistíamos a que nos supervisara nuestra labor clínica. Casi cotidianamente, recibía en su oficina a los residentes que venían desde diferentes partes del mundo a formarse en el instituto y no abandonó nunca su humor ingenioso y su sonrisa cálida. Su casa, de claro estilo oriental, poseía la impronta de Anna Wu, su esposa china. Su antiguo Mercedes Benz, modelo pagoda de colección, blanco e impecable se hallaba rigurosamente aparcado en la puerta del garaje. En su oficina, solía sentarse en un butacón a espaldas de la ventana y mientras recordaba anécdotas floridas de su historia -en donde corrían personajes como Gregory Bateson y Milton Erickson, entre otros - expulsaba el humo que entre frase y frase se escapaba de la pipa que preparaba lenta y morosamente. Bien merecido, el tributo de este libro hacia un maestro y pionero de la terapia familiar en el mundo. Obra-tributo que por su calidad y desarrollo se halla a la altura de los textos que son de consulta permanente y que se constituyen en la guía del profesional para enriquecer su labor terapéutica. ; Roma, 2001
ÍNDICE
Presentación ................................................................................................. 7 Prólogo ..................................................................................................... 13 Introducción................................................................................................ 21 Ideas subyacentes Depresión profunda..................................................................................... 29 Delirios y paranoia...................................................................................... 57 Anorexia...................................................................................................... 67 Alcoholismo................................................................................................ 99 Problemas incapacitantes...........................................................................125 Múltiples problemas .................................................................................135 No puedo parar de mutilarme ...................................................................163 ¿Adonde vamos a partir de aquí?..............................................................181 Referencias y lecturas recomendadas .......................................................187 Indice analítico ..........................................................................................191
PRÓLOGO
Desde hace treinta años, hemos organizado numerosos talleres y seminarios sobre cómo tratar a pacientes con problemas en poco tiempo. En estas presentaciones, los participantes suelen plantear una pregunta retórica, aunque también perspicaz: «He empleado su método y suele funcionar muy bien. ¿Pero de verdad se puede usar en casos graves como las psicosis?». Al principio la pregunta nos sorprendió, porque hemos empleado nuestro método con éxito en casos que podrían calificarse de graves y que muchos terapeutas consideran intimidantes. Después nos dimos cuenta de que para que se entendiera bien nuestro método, los ejemplos que dábamos siempre eran de problemas menos espectaculares: conflictos matrimoniales, problemas parentales, ansiedad, depresión moderada, fobias y demás. También vimos que las tradiciones de la terapia convencional son muy tenaces, en particular el punto de vista de la psicopatología individual. Creimos que había llegado el momento de aclarar que, fuera cual fuera la conducta no deseada, y por muy intimidatoria y grave que fuera, no deja de ser una CONDUCTA. Fue así como nació la idea de escribir este libro.
EL CLIMA PARA LA TERAPIA BREVE EN LOS AÑOS 60 Es posible que muchos lectores no recuerden cómo era el clima para la psicoterapia breve hace treinta o más años. En gran medida con motivo del desarrollo y éxito del psicoanálisis, la psicoterapia (es
decir, una «conversación que cura») se había establecido como un medio legítimo de aliviar la angustia personal. Si bien al principio el psicoanálisis era un tipo de tratamiento relativamente breve (no era raro que un análisis con Freud y sus contemporáneos durara seis meses), con el tiempo se fue volviendo cada vez más complejo y al final evolucionó hasta convertirse en una actividad bastante larga para el paciente, generalmente de varios años de duración. Preocupados por esa tendencia, varios analistas (Alexander y French, Malan, Sifneos) intentaron buscar maneras de abreviar el tratamiento. Como se consideraba que el modelo psicoanalítico era el legítimo para abordar los problemas, los innovadores intentaron acortar la terapia abreviando la técnica psicoanalítica, pero sin dejar de aplicar sus premisas fundamentales. Una premisa básica era que, fuera cual fuera la dolencia del paciente, ésta no era más que una manifestación superficial de una situación bastante compleja que se había ido desarrollando en la psiquis. Asimismo, el paciente no era consciente de esta situación; sus elementos se hallaban en las profundidades del inconsciente. Por lo tanto, sólo un ingenuo o un charlatán podía pretender aliviar la angustia del paciente sin intentar reordenar esta situación inconsciente. Ése era el clima que predominaba en la psicoterapia de hace treinta años. En los casos en que un terapeuta daba a conocer un caso resuelto con éxito en el que sólo había tratado la dolencia del paciente, se menospreciaba ese éxito de diversas maneras: el cambio no duraría y el síntoma original volvería; aparecería otro síntoma sustituto, puede que incluso peor que el original (me acuerdo de que cuando hice la residencia hace unos cuarenta años, alguien me dijo: «¡Donde antes había un paciente histérico verás un esquizofrénico!»); en realidad la dolencia original no era una fobia (o lo que fuera), sino algo más superficial, que se podía tratar con una terapia «de apoyo». Así, se creía que el terapeuta no debía centrarse exclusivamente en la causa de la angustia o en el problema del paciente; en pocas palabras, la terapia centrada en un problema concreto era sospechosa y se hallaba en la periferia de la psicoterapia o bien se despreciaba por completo.
ORÍGENES TEÓRICOS DE LA TERAPIA CENTRADA EN LOS PROBLEMAS Cuando en 1966 iniciamos nuestro proyecto, el Centro de Terapia Breve (a veces llamado el Grupo de Palo Alto), sabíamos que íbamos en contra de las ideas convencionales al centrar la terapia en la dolencia expresada por el paciente, sin buscar las causas «más profundas» de su aflicción. No nos pareció una insensatez, dado que estábamos siguiendo los pasos de una serie de personas innovadoras muy sólidas e imaginativas. Varías décadas antes, Harry Stack Sullivan abrió nuevos caminos cuando consideró la enfermedad mental como un fenómeno ínterpersonal. (Véase la Introducción de H.S. Perry en Sullivan, 1962.) En los años cuarenta, Gregory Bateson, junto con el psiquiatra Jur- gen Ruesch, se había interesado por el abordaje de los problemas psiquiátricos desde un punto de vista comunicacional (Ruesch y Bate- son, 1951). Bateson, junto con Don Jackson, Jay Haley y John Weakland hicieron nuevas aportaciones al estudiar los modelos comunicativos en las familias de personas diagnosticadas como esquizofrénicas. Su trabajo fue precursor de la terapia de familia. Antes del trabajo de Bateson y sus colegas, Milton Erickson, un psiquiatra de Phoenix, había trabajado varios años con pacientes de una manera que excluía el concepto de psicopatología individual. Enfocaba los problemas de sus pacientes de una forma más humana, concibiéndolos como esfuerzos en la vida cotidiana comprensibles pero que les habían salido mal (Haley, 1973). Por lo tanto, lo que estamos describiendo es una larga lista de personas que se dedicaron a investigar los problemas humanos y que se fueron alejando de las tradiciones de la psicopatología para introducirse en el campo más amplio de la interacción social. Consideramos que nuestro trabajo también siguió esa vía y partió de las contribuciones de muchas otras personas. De todos, diríamos que el que más nos influyó fue el trabajo de Erickson. Nos atrajo su costumbre de asignar tareas o «deberes» a los pacientes y el hecho de que entablara un diálogo activo con ellos. También nos atrajeron, aunque tam
bién nos desconcertaron, los giros inesperados y únicos de las tareas que asignaba a la gente (por ejemplo, le pidió a un joven al que le daba miedo entrar en un restaurante que eligiera el mejor lugar para desmayarse). En 1966, se creó el Centro de Terapia Breve para investigar un método centrado en los problemas del paciente y para evaluar los resultados por medio de entrevistas de seguimiento tres meses y un año después de la última sesión. Este libro refleja nuestra labor con pacientes aquejados de problemas a menudo intimidantes para los terapeutas, algunos supuestamente graves, pero también en otros casos los pacientes estaban tan afectados por sus problemas crónicos que parecían no tener remedio. El tratamiento se vuelve más difícil cuando los pacientes no poseen los recursos adecuados para realizar una psicoterapia, ya sea porque tienden a ser demasiado concretos y carecen de la capacidad de «introspección» o bien porque tienen que luchar con los problemas básicos de la vida impuestos por la pobreza.
LA TERAPIA BREVE EN LA ACTUALIDAD Hoy en día se considera que la terapia breve es un logro válido. De un modo irónico, a menudo se ha atribuido la introducción de la terapia breve a la asistencia gestionada. Sin embargo, más que ser creadora del tratamiento abreviado, en realidad la asistencia gestionada se ha beneficiado de esos primeros intentos de acortar la terapia. En cierto modo, la asistencia gestionada favorece y al mismo obstaculiza los tratamientos breves. Por un lado, favorece la psicoterapia breve, pero lo hace parcelando las sesiones terapéuticas y cuestionando las solicitudes de sesiones adicionales al exigir una justificación. Por otro lado, fomenta los tratamientos a largo plazo al favorecer la medicación de los pacientes. Así, la asistencia gestionada considera útil algunos modelos, sobre todo los bioquímicos y genéticos, porque permiten un tratamiento menos costoso; la medicación de seguimiento requiere mucha menos dedicación profesional que una psicoterapia. Según estos modelos, algunos problemas son
de por vida y nunca se resolverán de un modo permanente (por ejemplo, el desorden bipolar) y, por lo tanto, el tratamiento puede durar toda la vida del paciente. A corto plazo, la administración de medicamentos puede aumentar los beneficios, pero que esto se sostenga a largo plazo ya es otra cuestión. Aunque la terapia breve ocupa una posición respetable, muchos terapeutas la consideran limitada porque creen que, aunque puede servir para resolver los problemas cotidianos (problemas matrimoniales, con la educación de los hijos, de sueño o de alimentación, incluso fobias y estados de ansiedad, etc.), no puede tratar de un modo eficaz los problemas «serios» (esquizofrenia, alcoholismo, profunda depresión, paranoia, etc.). Para estos problemas supuestamente serios, resultan más atractivas las explicaciones biológicas y se ha generalizado la práctica de derivar estos casos a los psiquiatras, lo que implica el empleo de la medicación como tratamiento principal.
UNA PERSPECTIVA GENERAL DEL CONTENIDO Este libro se centra en el reto de resolver los problemas serios o intimidantes con una terapia breve y representa para nosotros un modesto intento de responder a dicho reto. Más que una demostración de su indiscutible éxito al tratar todos los problemas serios, se trata de una explicación de nuestras experiencias para mostrar que «es posible» y para animar a los investigadores y clínicos con ideas afines a seguir explorando a partir de nuestra labor. Para ilustrar cómo un método para resolver problemas puede funcionar en los casos intimidantes, presentamos casos resueltos con éxito y explicamos cómo lo conseguimos. Tal vez habría sido mejor incluir algunos de los numerosos casos en que fracasamos, junto con una evaluación de las razones de dicho fracaso, pero creimos que eso sería material para otro libro. Para los lectores que desconozcan nuestro trabajo anterior (sobre todo Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974; Fisch, Weakland y Segal, 1982), en el primer capítulo incluimos un breve resumen de nuestras
principales ideas, aunque también les aconsejamos remitirse a las obras citadas. Los siguientes capítulos, del dos al ocho, presentan diferentes tipos de problemas intimidantes que hemos tratado, tanto en el Centro de Terapia Breve como en nuestras consultas individuales. En el capítulo nueve analizamos el futuro e incluimos algunas ideas sobre cómo será y hacia dónde se dirigirá la investigación en el futuro.
UN TRIBUTO A JOHN WEAKLAND Tenemos otra razón para escribir este libro. John Weakland, cofundador del Centro de Terapia Breve, falleció en 1995. Además de ser su cofimdador, este hombre aportó al proyecto una imaginación única y una gran fuerza. En ningún momento se dejó intimidar por los retos y en sus investigaciones siempre se enfrentó a ellos con rigor. La variedad de sus intereses era notable. Empezó como ingeniero químico, pero tras darse cuenta que eso no era para él, dejó la profesión para volver a la universidad a estudiar nada menos que antropología. Mientras estudiaba en Nueva York conoció a Gregory Bateson y éste lo invitó a trabajar con él en California, donde quería estudiar la comunicación entre las familias que contaban con un miembro «esquizofrénico». Así, Weakland y su esposa Anna hicieron las maletas y se fueron al Oeste. Fue al realizar ese proyecto cuando Weakland se comprometió con el concepto de interacción. Después, entre otros proyectos, realizó un estudio de las películas de la China comunista para ver los cambios producidos en el desempeño de los roles que se esperan de los miembros de una familia. Su interés en la interacción abarcó otros ámbitos, como los problemas de la tercera edad, de salud (para lo cual acuñó el término SOMÁTICA FAMILIAR), con la organización administrativa y los diferentes estilos de cada país en la negociación diplomática. Poco antes de morir, empezó a estudiar a las personas con incapacidades de desarrollo que participaban en un programa de readaptación ocupacional. Weakland era muy generoso con su tiempo. La puerta de su ofi-
ciña estaba casi siempre abierta y sus colegas podían consultar o conversar con él con toda libertad. Incluso en los últimos años de su vida, cuando ya no podía ir a su oficina, recibía a sus amigos y colegas y siguió atendiendo en su casa. No dejó de escribir hasta que ya no pudo sostener el lápiz, aunque siguió desarrollando ideas y dictándoselas a su secretaria. Lo más probable es que nunca llegue a apreciarse del todo el incomensurable legado que dejó Weakland. No era lo que se diría un personaje carismàtico; más bien era modesto, quizá demasiado, y siempre dedicó toda su energía a su trabajo y a explorar ideas nuevas. Rehuyó la tentadora búsqueda de una imagen en un mundo orientado cada vez más hacia lo exterior en lugar de hacerlo hacia el contenido. Este libro es un pequeño tributo a Weakland y a su tenacidad para desafiar lo «imposible». Él se definía a sí mismo como un hombre curioso, y en sus concienzudos esfuerzos por encontrar una descripción clara de los problemas exactos de la gente, desmitificó esos problemas, dando opciones que los demás nunca habían imaginado.
AGRADECIMIENTOS Como ocurre con muchas obras, este libro no es sólo fruto de nuestra mente. Deseamos expresar nuestra gratitud a los innumerables profesionales cuyo interés en nuestro trabajo dio pie a plantear su retadora pregunta sobre su aplicación en los casos intimidantes o serios. Sobre todo, deseamos agradecer la tenaz colaboración a nuestro trabajo en el Centro de Terapia Breve de Barbara Anger-Diaz, que también es una leal amiga; a Paul Watzlawick, que ha estado a nuestro lado desde que se creó el Centro, tanto en los buenos como en únalos ratos; a Lucy Gilí, que amplió nuestros horizontes al enseñamos el campo de la organización administrativa (Gilí, 1999). También queremos dar las gracias a Teresa García y Jean Jacques Witte-
zaele del Instituto Gregory Bateson en Lieja, Bélgica; a muchos otros colegas en el extranjero; y a Steve de Shazer e Insoo Kim Berg, que aplicaron con éxito nuestro método en distintas culturas. Damos las gracias a Wendel Ray, un hombre de una energía inagotable que nos animó a seguir trabajando a lo largo de los años. Tampoco podemos pasar por alto los pacientes esfuerzos de Phyllis Erwin, administradora del Instituto de Investigación Mental, que nos facilitó las cosas al ayudamos a superar las frustraciones cotidianas de las cuestiones organizativas. También apreciamos el cuidado y los esfuerzos de nuestro editor, Alan Rinzler, que nos alentó y nos dio consejos muy útiles para el original. Por último, uno de nosotros (R.F.) desea expresar su profunda gratitud a un leal amigo, Larry Spector, que me cedió su tiempo y energía desinteresadamente para ayudarme a aclararme con el ordenador y los laberintos del procesador de textos y cuyos ánimos constantes fueron un acicate para, finalmente, sentamos a escribir. RICHARD FISCH , KARÍN SCHLANGER Palo Alto, California, enero de 2001
INTRODUCCIÓN
¿Cómo se decide que un problema es intimidante o serio? La opinión tradicional es que, por su propia naturaleza, ciertos problemas se resisten de un modo inherente a métodos que han funcionado al tratar problemas «no serios». Las explicaciones de esa diferencia parten de que los elementos del problema se encuentran en el propio individuo cuya conducta se cuestiona. No es raro que un terapeuta que cree en la utilidad de los conceptos interactivos (por ejemplo, la terapia de familia) renuncie a ellos cuando se topa con un problema serio y que defienda el punto de vista tradicional de la psicopatología individual, que es una explicación monadista. Si, por ejemplo, un terapeuta intenta intervenir en conductas que se consideran extrañas Y sólo trata a la persona que padece la afección (el paciente), Y esa persona no pide ayuda para cambiar, entonces, cuando la terapia fracasa, se dice que el paciente tiene un problema serio, un problema imposible de resolver con una psicoterapia. Se atribuye el fracaso al paciente, no a la manera de abordar el tratamiento. Asimismo, se considera que el individuo con un problema intimidante es significativamente DIFERENTE de las personas «normales» porque padece una patología persistente, ya sea por factores genéticos, un estado de ánimo firmemente arraigado, una manera de pensar defectuosa que se desarrolla con el tiempo o una peculiaridad inexplicable pero física en la mente de la persona (por ejemplo, la vulnerabilidad al alcohol, el estrés o cualquier otra cosa). Todas estas
etiquetas dan al problema un aura de inmutabilidad y desaniman de un modo implícito al terapeuta cuando establece el primer contacto con el paciente al prever un cambio benéfico. Un terapeuta que se enfrenta a una esquizofrenia, por ejemplo, tenderá a ser pesimista respecto al éxito de la terapia, y, por supuesto, ese pesimismo puede ser peijudicial para el tratamiento, igual que el optimismo es beneficioso. Hay otras características que contribuyen al concepto de gravedad. Una importante es que la conducta problemática tenga un efecto potencialmente catastrófico. Se puede decir que un paciente sufre una ligera depresión cuando no pone en peligro su propia estructura económica o la de su familia porque no trabaja o cuando no expresa la intención de suicidarse. En caso contrario, se le diagnosticará una depresión grave. Así, el término GRAVE tiende a ser empleado para diagnosticar una conducta que es algo más que molesta, inconveniente, vergonzosa y demás, y que por el contrario conlleva amenazas de suicidio, homicidio, agresión, inanición o de un desastre económico. Los terapeutas también considerarán que un problema es grave cuando el paciente está tan dominado por él que está prácticamente incapacitado. Por otro lado, los pacientes que presentan múltiples problemas o que manifiestan «síntomas» extraños (como la automutilación) también intimidan a muchos terapeutas. *** Aunque pueda parecer ingenuo, consideramos que es mejor definir los problemas como conductas que causan angustia a alguien que desea un cambio; en esos casos, la persona presenta una queja. Las características de la conducta pueden diferir según la persona, y la conducta que es motivo de queja puede variar en función de una serie de factores. Los síntomas de una dolencia pueden ser muy idiosincrásicos: lo que para una persona puede ser un problema, para otra puede ser algo muy normal. Para nosotros, SI NO HAY QUEJA, NO HAY PROBLEMA. Esta idea se aleja del punto de vista tradicional de que los rasgos de una conducta problemática reflejan un estado anormal,
Introducción
una enfermedad o un trastorno que se etiquetan con un diagnóstico. Eso no significa que algunas conductas no hayan sido o no puedan ser catastróficas, pero éstas, en cualquier caso, no dejan de ser conductas. Según el punto de vista tradicional, el terapeuta tiene que reunir la información para realizar un diagnóstico porque lo cree necesario para saber cómo debe intervenir, y después tratará el DIAGNÓSTICO . Por el contrario, nosotros evaluamos con cuidado la conducta problemática y después tratamos esa CONDUCTA. Por ejemplo, el terapeuta tradicional pregunta: «¿Qué hacen con el desorden obsesivo compulsivo?», mientras que nosotros preguntamos: «¿Qué hacen con una persona que mira si el horno está encendido diez o más veces antes de salir de casa?». *** En el primer capítulo, analizamos las ideas subyacentes a nuestro trabajo y cómo éstas determinan nuestra manera de abordar el tratamiento de las dolencias. Para una explicación más detallada de la lógica subyacente, recomendamos la lectura de THE TACTICS OF CHAN- GE: DOING THERAPY BRIEFLY (Fisch, Weakland y Segal, 1982).
John H. Weakland
y Joyce Emanjomeh antigua administradora de MRI
I W
UNA TERAPIA BREVE PARA CASOS
INTIMIDANTES
IDEAS SUBYACENTES
Para abordar un problema, para intervenir, un terapeuta tiene que basarse en una serie de ideas, en un modelo. El modelo puede ser sencillo o complejo, pero, en cualquier caso, debe ofrecer una serie de directrices que indiquen tanto lo que hay que hacer como lo que no hay que hacer. En el ámbito de la psicoterapia, estas ideas suelen ser una «realidad» construida para explicar en qué consisten los problemas; en cierto modo, el modelo es una explicación de por qué la gente tiene problemas o ciertos tipos de problemas. (Algunos terapeutas dirán que ellos no parten de ninguna teoría, pero lo más probable es que no sean conscientes de las directrices que dictan sus «movimientos» en una terapia.) A continuación explicaremos nuestras ideas sobre los problemas y sus implicaciones en una intervención.
SI NO HAY QUEJA, NO HAY PROBLEMA Para nosotros, un problema es una conducta que el paciente considera claramente indeseable, más que la manifestación de una patología. Así, si la persona no se queja por una conducta, no tiene ningún problema. En ese sentido, nuestras ideas se alejan de los conceptos de normalidad y anormalidad y, en cambio, se basan en la QUEJA.
No juzgamos la legitimidad de una queja; cada uno tiene su propia escala de valores para definir lo que es una conducta aceptable o inaceptable. Aunque, en tanto individuos, no podemos compartir muchos de los valores de nuestros pacientes, los respetamos y los consideramos caprichos de las prioridades y sensibilidades de cada cual. Una queja que para nosotros podría ser trivial es tan legítima en una terapia como otra que nos pueda parecer catastrófica; igualmente, aceptamos la palabra de un paciente cuando sostiene que cierta situación, por muy terrible que nos parezca, para él o para ella no representa ningún problema. Así, como verán en los siguientes capítulos, salvo raras excepciones, al principio de la primera sesión siempre preguntamos: «¿Cuál es el problema que le ha traído aquí?». La pregunta también sirve para demostrarle a la persona que su problema es lo primero y, por lo tanto, lo más importante, centrándose así la terapia en el presente.
LA SOLUCIÓN INTENTADA FORMA PARTE DEL PROBLEMA A nosotros no nos importa cómo se inició un problema, pero sí creemos que es básica para nuestro modelo la idea de que, sea cual sea la manera en que se hayan iniciado, los problemas PERSISTEN debido a la insistencia con la que la persona intenta resolverlos; a esa actitud la llamamos la SOLUCIÓN INTENTADA. Este es el elemento principal de nuestras ideas o de nuestro modelo. Así, el objetivo de la terapia 110 es conseguir que la persona haga algo, sino más bien que deje de hacer lo que hacía para resolver el problema. En cierto modo, la solución consiste en conseguir que el problema se disipe en lugar de hacer un esfuerzo por superarlo. En ese sentido, diríamos que lo que tratamos no son los problemas, sino las soluciones intentadas. Sin embargo, también ofrecemos alternativas partiendo de que no se puede dejar de hacer algo sin intentar hacer otra cosa. (¡Prueben dejar de sentarse sin emprender otra acción!)
Partimos del supuesto de que una persona que persiste con una actitud contraproducente no tiene nada de especial. Si intentamos averiguar cuáles son las soluciones intentadas, en general, salvo raras excepciones, vemos que suelen ser fruto de la lógica cotidiana o del sentido común; por ejemplo, si a una persona le da miedo realizar una actividad habitual, por ejemplo, entrar en un edificio grande, la gente que quiere ayudarla suele decirle: «No hay nada que temer; todo el mundo lo hace». Como parece que eso es lo único razonable que se puede decir, la familia o los amigos insisten y quizá intenten expresar lo mismo de diversas maneras: «Mira. ¿Qué va a pasar? ¡Nada!» Creemos que sería interesante realizar un estudio de la lógica común. ¿Cómo es que la gente se queda atrapada en una sola opción? A la gente parece costarle cambiar su marco de referencia y pasar de preguntar «¿Qué es lo lógico?» a «¿Qué funciona?». De un modo concomitante, lo más frecuente es que no se den cuenta de que están repitiendo lo mismo una y otra vez y de que lo único que varía es la forma. Por ejemplo, una conocida nuestra había sido contratada por una familia para dar clases a su hijo de diez años. Al principio, el niño se mostró dispuesto a trabajar, pero poco a poco fue perdiendo interés y buscando todo tipo de maneras para resistir o sabotear los esfuerzos de la profesora. Sólo mostraba interés cuando hacía algún juego, pero no cuando la profesora quería que se concentrara en el trabajo requerido. La profesora se sintió cada vez más frustrada y empezó a aborrecer ir a esa casa. Pensó en dejarlo, pero necesitaba el dinero, (’reía que lo había intentado todo y estaba a punto de rendirse. Había probado poner un límite a los juegos con lecciones; le había explicado que el juego interfería en el trabajo y que no era bueno para él. Intentó motivarlo ofreciéndole la actividad lúdica como recompensa al final de las clases más formales. Ninguna de esas tácticas funcionó. Aunque creía que lo había probado todo, en realidad sólo estaba haciendo una cosa, si bien de diferentes formas, todas ellas basadas en el mensaje: «¡Tienes que ponerte a trabajar en serio!». Nos contó que en una ocasión, en medio de una clase, harta de intentar captar su atención, interrumpió la lección y le dijo: «Has tenido un día muy
largo y creo que debes dejar de trabajar y ponerte a jugar». El niño enseguida aceptó su ofrecimiento, pero al cabo de diez minutos volvió a la mesa donde trabajaban y quiso reanudar la lección. En lugar de seguir con lo que funcionó —«No deberías trabajar en serio»—, la profesora hizo lo que, para ella, era lógico: atribuyó su renovado interés en el trabajo a que el niño vio su mueca de desaprobación, y ella volvió a la actitud de «Bien, sigamos trabajando». Con este comentario no consiguió el esfuerzo continuado que ella había esperado y de nuevo se sintió impotente. Nosotros le señalamos claramente lo que no funcionaba y lo que sí funcionaba y le hicimos una serie de sugerencias sobre cómo podía probar una táctica diferente, que consistía básicamente en: «Te veo cansado [o parece que has tenido un día muy duro], ¿por qué no te vas a jugar?». Aunque la profesora nos contó que el chico trabajaba mejor que antes y en algunas clases rendía bastante más, dijo que le costaba mantener esta actitud con él porque le parecía tan ilógica; además, atribuyó su mayor concentración en los estudios a que el chico por fin se dio cuenta de la cantidad de trabajo que tenía y de lo necesario que era hacerlo. Teniendo en cuenta que esta mujer no es en absoluto estúpida ni tozuda, atribuimos su dificultad para desviarse de un camino contraproducente a la dificultad para cambiar de marco de referencia; es decir, para cambiar de «realidad».
LA INTERACCIÓN ES BÁSICA Creemos que es inevitable que las personas que están en contacto continuo se influyan las unas a las otras. Esta creencia es un elemento básico en el pensamiento interactivo, un pensamiento que es intrínseco a nuestra visión de la persistencia de los problemas. Así, mientras que una persona puede considerar que la conducta indeseable de su hijo refleja un fenómeno interno o intrapsíquico, nosotros analizamos la INTERACCIÓN entre el padre o la madre y su hijo, sobre todo las interacciones que giran en tomo a la queja manifestada.
Por ejemplo, un padre dice que su hijo es un mentiroso. Al analizar el contexto en el que ese niño miente, vemos que suele ser cuantío se enfrenta a una acusación directa o indirecta del progenitor, un enfrentamiento al que el niño responde negando su culpa. Como el progenitor sospecha o cree que el niño es culpable, el interrogatorio continuará, a menudo con palabras acaloradas, y al final el progenitor usará ese episodio como otro ejemplo de que el niño es un men- I i roso. En general, el que presenta la queja adopta el punto de vista lineal de que el niño miente sólo porque tiene esa tendencia, en lugar de adoptar el punto de vista interactivo de que el niño miente EN RESPUESTA al interrogatorio del progenitor. Al progenitor puede confundirlo que el terapeuta resuma el intercambio diciendo que el niño miente CUANDO lo interrogan y que, hipotéticamente, no mentiría si no lo interrogaran. Muchos padres contestarán que, si bien eso es verdad, es necesario interrogar «para conseguir que el niño reconozca su culpa», ya que creen que su confesión es necesaria para legitimar el castigo que le impongan. El punto de vista interactivo desempeña un papel decisivo cuando la queja tiene que ver con otro, como en el ejemplo del niño que miente, y cuando el otro no reconoce la existencia de un problema. Una vez más, los padres piensan que el niño mentiroso necesita una terapia, en lugar de pensar que tienen que dejar de interrogarlo y buscar otras maneras de justificar la imposición de las consecuencias.
HL CAMBIO FAVORECE MÁS CAMBIOS Como consideramos que los problemas requieren un esfuerzo continuo (la solución intentada) para persistir, cuando hay un cambio mínimo pero estratégico, creemos que se producirán más cambios en forma de una onda expansiva o del efecto dominó. Es decir, en cuanto la persona deja de realizar lo que hace que persista el pro
blema, empezará a ver un resultado positivo, y eso, a su vez, la animará a desviarse un poco más de la solución intentada, y así sucesivamente. Esta reacción de onda expansiva es uno de los elementos que permiten que el tratamiento sea breve. A menudo, no es necesario que la terapia recorra toda la distancia, sino que basta con poner la pelota en movimiento.
UNA DESCRIPCIÓN, NO UN DIAGNÓSTICO Aunque este modelo tiene una estructura sencilla, en la práctica su ejecución contrasta con su simplicidad. El modelo es contrario a la intuición; es decir, básicamente se desvía de las tradiciones de la psicoterapia. En la mayoría de las terapias, es necesario hacer un diagnóstico para poder determinar el tratamiento adecuado: ¿corresponde la conducta del paciente a una «depresión», «ansiedad», una «depresión agitada», «obsesiva compulsiva» o...? Por el contrario, nuestro modelo requiere que el terapeuta piense en términos de una DESCRIPCIÓN de la conducta del paciente y de los intentos de llegar a una solución. Supongamos, por ejemplo, que un padre con un hijo que no ha ido un día entero a la escuela porque cada mañana, antes de salir, llora desconsoladamente. Cuando lo obligan a ir, se pone a dar patadas y a chillar y, si el padre consigue llevarlo, el crío se las arregla para que la escuela pida que lo vayan a buscar porque su angustia perturba el resto de la clase. La etiqueta habitual (diagnóstico) para esta conducta (según el DSM-IV) es la de desorden de ansiedad por separación. Esta etiqueta tiende a reducir el centro de intervención al niño, a menudo involucrándolo en un intento de averiguar POR QUÉ se angustia. Así, no se intenta adquirir una visión más amplia de la conducta que provoca la angustia; por ejemplo, ¿EN QUÉ CONTEXTO el niño empieza a gritar, a dar patadas o a perturbar la clase? ¿Lo hace en respuesta a cuando el padre le asegura que no tiene nada que temer y que se lo pasará bien? Debido a los episodios anteriores, ¿es posi
r ble que la maestra haga o diga algo previendo sus acciones perturbadoras y que su conducta sea una respuesta a eso? Asimismo, las etiquetas de diagnóstico pueden conducir a la creencia implícita de que es imposible cambiar y a cierta actitud pesimista, tanto por parte del paciente como del terapeuta. La etiqueta «alcohólico» implica que el individuo debe realizar cambios fundamentales, mientras que la frase «Bebe más de lo que debiera» evita una expectativa tan intimidatoria. En el primer caso, el paciente desea convertirse en otra persona; en el segundo, necesita encontrar la manera de dejar de realizar una acción no deseada. Básicamente, nuestro modelo evita poner una etiqueta a una conducta no deseada y, en cambio, pretende averiguar cómo y en qué contexto SE LLEVA A CABO la conducta no deseada. Los profesionales tienden a pasar por alto esta última idea porque las tradiciones de los métodos de curación occidentales han establecido los diagnósticos (o cajas) como una condición SINE QUA NON para poder actuar. *** En el capítulo 2, ilustramos la aplicación de estas ideas analizando un tipo de problema que suele considerarse intimidante porque conlleva un estado en el que la vida del paciente corre peligro y en el que pierde la noción de la realidad. Se trata de la depresión profunda.
DEPRESIÓN PROFUNDA
En general, los terapeutas no suelen sentirse intimidados cuando se enfrentan a casos en los que el paciente se queja de una depresión pero sigue trabajando o funcionando a un nivel razonable, aunque sea un nivel inferior al deseado. Sin embargo, incluso en esos casos, si la terapia no tiene los efectos deseados, el terapeuta derivará el paciente a un psiquiatra, que seguramente lo medicará. Si encima el paciente amenaza con suicidarse, es casi seguro que lo derivará. (A veces, si aún así el paciente no mejora, el terapeuta pensará que la dosis o el tipo de medicación es insuficiente, mientras que es posible que el psiquiatra cuestione la terapia. Lo más probable es que el psiquiatra ajuste la medicación y que la terapia siga igual que antes.) Cuando el terapeuta cree que el paciente está muy deprimido, es posible que el caso le parezca intimidante; seguramente lo derivará a un psiquiatra y lo hará nada más empezar la terapia. El terapeuta también puede decidir que hay que aplicar medidas más severas; las más habituales en estos casos son la medicación, la hospitalización y la administración de electrochoques. Este abordaje se ve reforzado cuando el paciente amenaza o intenta suicidarse. Al hablar de DEPRESIÓN PROFUNDA nos referimos a episodios en que un individuo, además de decir que está bajo de moral, se conduce de una manera que interfiere de un modo significativo en sus actividades fundamentales, como el trabajo o la escuela, o hace peligrar su salud por la falta de sueño, la pérdida de apetito y de peso o por des-
hidratación. Empleamos esta definición para diferenciar estas conductas de las de las personas deprimidas pero que consiguen llevar a cabo actividades importantes y que cuidan de su salud básica. Esta distinción es fundamental, porque el empeoramiento de la salud y la disminución de las actividades que definen el rol de una persona pueden a su vez intensificar sus sentimientos de depresión. Un individuo puede dejar de trabajar porque se siente deprimido, pero el solo hecho de dejar de trabajar también puede ser deprimente, creándose así un círculo vicioso. Cuando un individuo se comporta de una manera que hemos descrito como característica de una depresión profunda, el que presenta la queja suele ser un pariente, como el cónyuge, más que la persona deprimida. Tal es el caso presentado en este capítulo; el equipo de tratamiento vio al marido sólo una vez. (Este caso se atendió en el Centro de Terapia Breve, donde el terapeuta principal suele trabajar conjuntamente con los miembros del equipo, que observan por un espejo unidireccional. Debido al elemento de investigación del trabajo realizado en el Centro, nuestros tratamientos tienen un límite de diez sesiones.) Tradicionalmente, incluso cuando el terapeuta se entrevista primero con el cónyuge, se considera que éste es una especie de transeúnte, una víctima indefensa de la «enfermedad» de su pareja. Se valora la información que da para poder hacer o confirmar un diagnóstico antes de tratar al paciente. Como ya hemos dicho, para nosotros la persona que presenta la queja es fundamental para la terapia: es la que realiza el mayor esfuerzo para cambiar la situación a pesar de que sus esfuerzos, sin saberlo, MANTIENEN el problema que intenta cambiar. Lo volvemos a mencionar aquí para que no piensen que nos centramos en Miriam en lugar de Al porque éste estaba ingresado, y para que no se extrañen de que tuviéramos tan poco contacto con el «verdadero paciente». (Como en todos los casos de este libro, los nombres e identidades de los participantes son ficticios.)
MIRIAM Y AL Miriam acudió al centro preocupada por su marido Al, que, según ella, estaba profundamente deprimido. Al tenía sesenta y cinco años y Miriam, sesenta y dos. Al se había retirado de su negocio tras un infarto y ambos se habían trasladado a esta zona porque su hija y su yerno vivían aquí. Al había tomado antidepresivos, pero no le ayudaron, y tras insinuar que quería suicidarse, su psiquiatra decidió ingresarlo. Cuando se celebró la primera entrevista con Miriam, hacía una semana que estaba en el hospital. Miriam contó que tenía la depresión desde hacía un año, había estado ingresado seis semanas y en esa ocasión le habían administrado electrochoques. Dos años antes había sufrido otra depresión y lo habían ingresado entre tres y cuatro semanas, aunque esa vez no le administraron electrochoques. Miriam dijo que sus depresiones parecían coincidir con su preocupación de que no les alcanzara el dinero para vivir; temía que los desahuciaran del piso en que vivían y que acabaran en la calle junto con todas sus pertenencias. Ante la tenacidad de esa creencia y la omnipresencia de su preocupación, Miriam estaba muy asustada.
Primera sesión En la primera sesión, nos reunimos con Miriam y su hija, Sara. Fn total, el tratamiento consistió en nueve sesiones, una semanal. TERAPEUTA: (A MIRIAM) ¿Cuál es el problema? MIRIAM: Bueno... empezó después del infarto. El tenía su propio negocio donde tenía que hacer un trabajo físico muy duro, de modo que después del infarto tuvo que dejarlo. En realidad se alegró de dejarlo y de venir a California porque nuestra hija vive aquí... Alquilamos un piso en San Francisco y, durante un tiempo, parecía estar bien, hasta que empezó a preocuparse por el dinero. «Ah -decía—, nos hemos equivocado. Aquí todo es muy caro. No nos alcanzará el dinero.»
Yo le aseguraba que sí que nos alcanzaría. Y últimamente no quería gastar en nada porque decía que no nos lo podíamos permitir. Ése es su mayor problema, que teme que no nos alcance el dinero. Pero yo le decía que con su Seguridad Social, la mía y unos pequeños ahorros, todo iría bien. Le insistía. Y mi yerno se lo explicó sobre papel varias veces, y cada vez él decía: «No podremos pagar el alquiler y entonces rescindirán el contrato de arrendamiento y nuestros muebles acabarán en la calle.» No paraba de decirme cosas horribles. Y yo le decía que no era verdad. (.MIRIAM TAMBIÉN HABÍA MENCIONADO QUE, CUANDO ESTABA INGRESADO, AL HABÍA DICHO QUE LE HABÍAN INTERVENIDO EL TELÉFONO .') TERAPEUTA: ¿Y supongo que las cosas fueron a peor? MIRIAM: SÍ, fueron a peor. TERAPEUTA: ¿Qué fue lo que provocó SU ingreso? Me refiero a
esta vez. MIRIAM: El miércoles pasado fuimos de compras y compré muy pocas cosas. Él parecía muy enfadado por lo que había comprado. Y luego, cuando llegamos a casa, ni siquiera se quitó el abrigo. Después, por la noche, quiso salir, y yo le pregunté: «¿Adonde vas?» Él me contestó: «No lo sé. Sólo quiero salir.» Así que llamé a mi hija y a mi yerno, y mientras hablaba con él, mi hija cogió el teléfono y llamó al doctor M. que dijo que lo lleváramos al hospital. Después Al me dijo que pensó que si se iba, quedaría bastante dinero para mí, y le pregunté: «¿Y adonde pensabas ir?» Me contestó que no lo sabía. TERAPEUTA: ¿Y eso le preocupó? MIRIAM: SÍ. TERAPEUTA: Así que deduzco que para él, el problema es la falta de dinero y el futuro incierto. Veo que tiene sesenta y cinco años. SARA: Tiene muchos... si me permiten intervenir, tiene los síntomas típicos de una depresión... sentimientos de inutili-
dad, mucha ansiedad, mucha angustia. Le da miedo conducir; además de la situación económica hay muchas otras cosas que lo angustian. Este último comentario muestra la importancia de reconocer la posición de la persona que presenta la queja. El terapeuta acababa de resumir el problema de Al al decir que consistía en una preocupación por el dinero y el futuro. Al parecer, eso a la hija le pareció una visión demasiado superficial del estado de su padre y creyó necesario corregirla, lo que llamaríamos la expresión de una POSICIÓN ; en este caso, la hija expresó una posición pesimista para corregir el optimismo del terapeuta. Por regla general, sobre todo en los casos graves, la persona que presenta la queja tiende a sentirse intimidada por el problema y también indefensa cuando no desesperada; es importante prestar atención a la expresión de ese pesimismo. Difícilmente el terapeuta se equivocará si adopta una postura igual de pesimista o más. El mayor peligro está en adoptar lo que parecería una posición optimista, pues la persona que presenta la queja puede quedarse con la sensación de que el terapeuta no entiende la gravedad de la situación y eso puede reducir enormemente su credibilidad. El terapeuta quiso averiguar cuál había sido la solución intentada de Miriam y Sara. Definimos las soluciones intentadas como los esfuerzos que hace la gente para lograr el objetivo específico de aliviar el problema. Aunque Miriam y Sara ya habían dado varios ejemplos de sus esfuerzos, la mayoría consistentes en asegurarle que tenían suficiente dinero, preferimos que nos lo confirmaran y que nos lo presentaran de un modo explícito como un intento de cambiar las cosas. TERAPEUTA: (A MIRIAM) ¿Cómo se ha enfrentado al problema hasta ahora? ¿Cómo ha intentado ayudarle? MIRIAM: En general he sido paciente. Le decía que no se preocupara por nada, que ya nos las arreglaríamos. Intenté animarle a ir al club de jubilados. Allí me dijeron que se
iban de viaje a Monterey, y pensé que le iría bien ir. Pero él dijo que no nos lo podíamos permitir, yo insistí y al final fuimos. En el viaje le comenté lo hermoso que era el paisaje y él dijo que no lo disfrutaba. Pensé que le iría bien, pero él dijo que no le gustó nada. TERAPEUTA: (A SARA) ¿Y usted cómo intentó ayudarlo? SARA: Bueno, hemos intentado darle todo nuestro apoyo. Mi marido habló con él de las cuestiones de dinero que le preocupan con mucho cariño y energía. Papá le respeta mucho porque es muy hábil en los negocios y todo eso, siempre le pide consejos para cuestiones relacionadas con el dinero, así que John intentó repasar su situación económica y mostrarle cómo era en realidad. Al ver que seguía igual, me dediqué a leer un poco, hablé con unos cuantos amigos psicólogos, para intentar informarme un poco más y no sé... parece que casi todo lo que hemos hecho es lo que se considera en general como lo más útil y terapéutico. A veces creo que nos equivocamos al intentar mostrarle la realidad de su situación cuando quizá eso era demasiado estresante para él. De un modo muy sucinto, la hija expresó el dilema de muchas personas. Es decir, hacen lo que suele considerarse correcto (lógico, realista, terapéutico, adecuado), a pesar de que no es eficaz o de que incluso empeora la situación. Insisten en ello porque creen que es lo correcto. Ese es su marco de referencia, su realidad. (Uno de los autores, R.F., recuerda que, en el instituto, en una clase de biología sobre los instintos, el profesor dio un ejemplo de un tipo de avispa que seguía construyendo laboriosamente un nido a pesar de que la mitad inferior estaba destruida. Cuando acababa de construir el nido, lo abandonaba.) TERAPEUTA: ¿Como qué tipo de realidades? SARA: Bueno, conducir le causa una gran ansiedad... Hasta
hace muy poco yo me limitaba básicamente a escucharle,
apoyarle y entenderle, y me di cuenta de que eso no le servía de nada, así que una vez que estaba sola con él decidí mostrarme un poco más enérgica y le insistí en que estaba segura de que él podía conducir. Intenté rebatir cada una de sus razones. Me dijo que el coche necesitaba una revisión, y yo le repliqué que incluso una chatarra el doble de vieja podía dar la vuelta a la manzana. ¡ Sólo tenía que poner la llave de contacto, dar la vuelta a la manzana y aparcar! Ese tipo de discurso realista. Es habitual que las personas que presentan la queja crean que han cambiado de actitud porque dicen lo mismo pero de un modo más enérgico o más suave. Durante todo ese tiempo, tanto Miriam como Sara habían adoptado la actitud de «No te preocupes, puedes hacerlo». En general, lo habían hecho con suavidad: razonando con Al, animándolo e instándole. Lo que Sara acaba de describir es lo mismo de antes, pero a ella le pareció sustancialmente diferente porque se había expresado de un modo más enérgico. TERAPEUTA: Deduzco que ÉL consigue que ustedes tres [con ello incluyo al yerno] sean más optimistas de lo que tal vez serían en otras circunstancias... que, de algún modo, consigue que las dos le digan que las cosas, al fin y al cabo, no están tan mal... me refiero a cuando le da por hablar de lo mal que está todo y de que pronto acabarán en la calle... MIRIAM: Sí, yo siempre le digo que se equivoca. SARA: SÍ, su pesimismo no se justifica.
A estas alturas, para el terapeuta ya era evidente que sus esfuerzos bien intencionados para ayudar a Al no surtían efecto y que alimentaban su depresión. También era obvio que esos esfuerzos bien intencionados se basaban fundamentalmente en animarle a sentirse mejor y a rendir más. Aquí, el terapeuta intentó volver a definir los esfuerzos como parte de una INTERACCIÓN repetitiva entre las dos mujeres y Al, en la que Al era un participante tan activo como ellas.
Éste es un ejemplo de una intervención de «prueba», que sirve para ver si la persona que presenta la queja aceptará la redefinición y, por lo tanto, si cuestionará la oportunidad de sus esfuerzos. Sin embargo, en este caso, tanto la esposa como la hija siguieron empleando su marco de referencia original, reiterando su justificación de lo que habian hecho. El terapeuta enseguida dejó de aplicar el nuevo marco de referencia y pasó a otro enfoque: TERAPEUTA: ¿QUÉ les aconsejó el doctor M? Me refiero sobre todo a cuando Al salga del hospital y vuelva a casa. MIRIAM: No nos ha dicho nada. SARA: Al parecer, cree que papá tiene que mejorar antes de poder hacer una terapia.
Al final de la primera sesión, el terapeuta pidió a Miriam y Sara que le preguntaran al psiquiatra si Al podía ir al Centro. Dijeron que lo harían.
Segunda sesión La segunda sesión también se hizo con Miriam y Sara. Como era evidente que su solución intentada consistía en asegurar a Al que no tenía que preocuparse por el dinero y que debía ser más activo porque así se sentiría mejor, el terapeuta sentó las bases para que cambiaran de táctica. Definió las afirmaciones pesimistas de Al como metáforas; como tales, los razonamientos de Sara y Miriam no podían ser eficaces, El terapeuta les recomendó que desistieran de hacer esa clase de comentarios. TERAPEUTA: Hemos trabajado mucho con familias en las que, además del plan de tratamiento que se le hubiera asignado al paciente, buscamos maneras en que las familias pudieran usar recursos que no se les habían ocurrido emplear... En general el individuo que padece una depresión se siente mal
consigo mismo, pero las extrañas afirmaciones de su marido parecen contener un elemento que es algo más que autodenigrante... Es posible que esté intentando comunicarse, pero de una manera y a un nivel que si intentan contestarle de un modo razonable, creo que lo que ocurre es que se produce un cruce de comunicaciones en el que nadie escucha a nadie... Lo que quiero decir es que para hacerse una idea más clara, en términos más comprensibles, de lo que le preocupa, es posible que ustedes tengan que dejar de razonar del modo más habitual y lógico cuando le dé por decir esos disparates. SARA: Ya.
La hija había aludido antes a los «demás miedos» del padre. Aunque Al los expresaba mucho menos, habían sido un importante motivo de preocupación para Sara y Miriam. Una cosa es hablar insistentemente de la falta de dinero, pero se considera ominoso que una persona se ponga a acusar a desconocidos de que la persiguen, actitud que suele tacharse de delirante. TERAPEUTA: ASÍ que, en vez de decir, como haríamos en una
situación normal: «Lo dudo», cuando él dice: «Me han intervenido el teléfono...», piensen en otro tipo de pregunta que le incite a reflexionar un poco más, como: «¿Qué te crees? Si te han intervenido el teléfono, ¿qué tiene tu conversación de tan interesante o importante como para que los demás la escuchen?» SARA: Ya le pregunté algo parecido: «¿Por qué te elegirían a ti?» Es muy frecuente que la persona que presenta la queja interprete un comentario del terapeuta de acuerdo con su propio marco de referencia y sin ver la diferencia esencial. En este caso, en su comentario, el terapeuta no puso en duda que hubieran intervenido el teléfono, sino que preguntó qué tenía su conversación que pudiera interesar
a los demás, mientras que el comentario de la hija cuestionaba la idea «delirante» de Al. TERAPEUTA: Puede que suene muy detallista en términos de comunicación, pero si usted expresa una duda sobre lo que él dice y después le pregunta: «¿Por qué habrían de hacerlo?», es casi igual que decir «No lo creo». SARA: SÍ, es verdad. TERAPEUTA: En cambio, le darán a entender algo muy distinto si le dicen: «¿Qué tienes de tan especial para que quieran intervenir tu teléfono?» MIRIAM: Entiendo. TERAPEUTA: Así se muestran intrigadas. Ya sé que lo que les
pido no es fácil.
Tercera sesión En la tercera sesión, el terapeuta se entrevistó con Sara y su marido, John. La semana anterior le habían dado el alta a Al en el hospital, que atribuyeron a los efectos de un nuevo antidepresivo. El terapeuta insistió en seguir con la táctica anterior, pidiéndoles que se desviaran de los anteriores intentos de mostrarse optimistas y que en cambio se mostraran pesimistas y cautos. TERAPEUTA: Les habíamos pedido QUE hicieran una cosa. Me gustaría saber cómo ha ido. JOHN: LO intenté Y dijo lo de siempre, lo de sus sospechas Y tal. Siempre fue un poco así, Y cuando estuvo ingresado cre YÓ que lo estaban poniendo a prueba para ver qué era real Y qué no lo era porque había hablado de suicidarse. En cuanto al dinero Y los teléfonos, no es que pretendieran hacerle daño, sino que querían averiguar si de verdad estaba loco. SARA: Casi fue como una muleta en tomo a la cual pudo girar la conversación. Me resultó muy útil.
JOHN: Seguramente habría sido mucho MÁS perjudicial intentar ganar la discusión, y eso nos permitió conversar más. Sentí que no le sermoneaba tanto.
El terapeuta pasó a crear un nuevo marco para el problema a fin de darle una perspectiva nueva, una en la que se viera lo ilógico y contraproducente que sería seguir animando a Al. Para animar a la gente a desviarse de sus esfuerzos habituales, no es fácil indicarles qué otra táctica deben emplear. Como dijimos antes, la gente persiste en sus acciones porque cree que es lo único razonable, lo único correcto. Sugerir otra cosa es cuestionar su realidad. Así, es necesario enmarcar cualquier otra táctica o dirección, o envolverla por así decirlo, con una explicación que a la persona le resulte agradable. Esto puede parecer extraño o artificial, pero enmarcar y volver a enmarcar forma parte de la mayoría de las terapias. La diferencia está en que en las terapias más tradicionales, el terapeuta CREE que lo que dice es «verdad», que está «enfrentando al paciente con la realidad». Por ejemplo, si después de unas pocas sesiones de un análisis un paciente le dice a su analista que siente que ya ha resuelto su problema y que cree que ha llegado el momento de terminar el tratamiento, el analista enmarcará ese anuncio como una «fantasía de salud» o bien como algún tipo de resistencia. Básicamente lo que hace el analista es volver a definir la mejoría como un obstáculo esperado para mejorar más o «de verdad». Para él el hecho de enmarcar no significa que esté inventando una historia, porque refleja su sistema de creencias. Ya sea creyendo en él o creándolo a propósito, el efecto de crear un marco nuevo es el de inducir al paciente a seguir el tratamiento. Nuestro trabajo y el de otros terapeutas con una orientación estratégica ha sido criticado porque el resultado de un nuevo marco, por muy beneficioso que sea para el paciente, pierde legitimidad si el terapeuta no CREE lo que dice. Sin embargo, éste es un debate que está fuera del alcance de este libro.
TERAPEUTA: Permítanme que LES diga una cosa, porque creo que los pondrá en una posición que les servirá para ayudar tanto a Miriam como a Al, sobre todo a Al. Creo que la decisión de venir a vivir aquí ha sido difícil, pues su padre prefería no hacerlo y su madre lo deseaba mucho. En cierto sentido, en lugar de convencerse, llegó un punto en que su padre se vio ante la siguiente opción: si sigo en mis trece, Miriam será infeliz y yo no quiero eso. Así que aceptó algo que habría preferido no hacer. Supongo además que a su madre también le costaba ver que su padre era desgraciado y puede que, a sabiendas de que él había tomado la decisión por ella, ella intentara que él también se sintiera feliz por haberla tomado. SARA: ¡Hummm! TERAPEUTA: Y a lo mejor se pasó de la raya. Es posible que le hubiera dado a entender que si bien ella tenía sus reservas acerca de venir aquí, podía ser bueno para su padre, que podría ser beneficioso para él. SARA: Estoy segura de que nosotros también participamos en eso. Aquí el clima es mejor... TERAPEUTA: A lo mejor exageró su entusiasmo sobre lo maravillosa que es California porque quiere hacerle creer que esto tiene que ser bueno para él. En ese sentido, su padre la está decepcionando porque no se está beneficiando. SARA y JOHN: SÍ. TERAPEUTA: Como las dos cosas que he mencionado se
apoyan en la discrepancia entre la idea de su padre de: «No estoy muy contento con California y tampoco estoy tan contento como debiera estar», creo que él se relajaría si esa discrepancia disminuyera. De modo que habría que hacerle ver que, en primer lugar: «No sé muy bien hasta qué punto mamá es feliz en California, creo que tiende a exagerar»; y, en segundo lugar: «Es un poco difícil acostumbrarse a un lugar como California.» Es decir, «Si te cuesta sentir la alegría de vivir, papá, es porque es un cambio difícil, y si estás con la moral
baja, deprimido, tienes derecho a estarlo.» Como tipo de mensaje, es el efecto terapéutico de «al sufrimiento le gusta estar acompañado», es decir, «no estoy solo». Cuarta sesión En la cuarta sesión, el terapeuta volvió a reunirse con Sara y John. Aunque hasta entonces habían seguido sus consejos, también expresaron su preocupación por tener que adoptar una postura claramente pesimista. Así, gran parte de esta sesión se dedicó a enmarcar la dolencia del padre y sus intentos anteriores de tranquilizarlo para que la táctica terapéutica les resultara más aceptable. La sesión concluyó con ejemplos concretos de cómo podían ayudar dando la impresión de que querían convencer a Al de que no hiciera determinadas actividades, en lugar de animarlo como lo hacían antes. Tengan en cuenta que creimos que el dar ánimos era el elemento pernicioso en el medio interpersonal de Al y, por lo tanto, por muy raro que parezca, la dirección diferente y obvia que había que seguir consistía en «desanimarlo». TERAPEUTA: El hilo común es que la postura terapéutica que hay que adoptar consiste en que cualquiera de ustedes dos se interponga en su camino; es decir, tienen que contenerlo... «¿Debería hacer mi testamento?» «Es demasiado complicado. Yo de ti no lo haría.» «¿Debería coger el autobús?» «No, creo que no.» JOHN: {RÍE) De acuerdo. TERAPEUTA: «¿Y si voy a dar un paseo?» «Es un esfuerzo demasiado grande, papá.» Porque es que hay una parte dentro de él que quiere estar bien, que quiere volver a la normalidad, y que necesita presión para ir acumulándose. Básicamente lo que ustedes tiene que hacer es construir un dique y crear esa presión, y la primera señal importante de éxito es cuando él se enfade porque ustedes se interponen en su camino y les diga: «¡Qué narices! ¡Pienso hacerlo!».
Quinta sesión El equipo de tratamiento vio que a Miriam le costaba dejarse convencer y desviarse de su costumbre de tranquilizar a su marido y que nuestros esfuerzos por crear un nuevo marco no habían sido eficaces. Por lo tanto, en la quinta sesión nos centramos en un marco nuevo: básicamente que la dolencia del marido se debía a su inseguridad (con lo que ella enseguida se mostró de acuerdo) y que podía ayudarlo devolviéndole esa seguridad (con lo que también estuvo de acuerdo); le sugerimos que una manera de lograr ese objetivo era evitando corregir sus percepciones «falsas» y, en cambio, respondiéndole diciendo «puede que tengas razón», es decir, no discutiéndole. También lo aceptó. Cuando la persona que presenta la queja está asustada o angustiada, nos resulta muy útil dar ejemplos concretos de cómo debe proceder. Por supuesto, lo hacemos sólo después de que la persona haya aceptado seguir la táctica general que sugerimos. En este caso, le propusimos que cuando su marido dijera, como solía hacer: «No sé si nos alcanzará el dinero», ella le contestara: «Yo tampoco». Con ello le demuestra que se compadece de él y, lo más importante, le permite desviarse de su tendencia habitual a discutir al replicarle: «Claro que sí; no te preocupes».
Sexta sesión En la sexta sesión, volvimos a ver a Miriam a solas. Como seguimos el principio de que la única intervención correcta es la que funciona, solemos esperar a ver si la persona que presenta la queja ha acatado nuestra anterior sugerencia y, si es así, qué ocurrió. Miriam explicó que cada vez que Al expresaba sus preocupaciones, ella coincidía con él en lugar de discutir y que la táctica parecía funcionar. Por ejemplo, unos amigos habían venido de Los Ángeles y Al se lo había pasado muy bien con su visita. Aunque Miriam dijo que su marido había mejorado, seguía pre
ocupada por su persistente resistencia a continuar con el tratamien- U> psiquiátrico. Cuando Al expresaba su renuencia a seguir con el psiquiatra, Miriam solía contestarle que debía hacerlo, con lo que él siempre disentía, de modo que su temor de que Al fuera a abandonar el tratamiento iba en aumento. Aunque nosotros no le dábamos la misma importancia a que su marido prosiguiera con el tratamiento, nos dimos cuenta de que Miriam se angustiaría más si lo dejaba. Tratar la ansiedad de la persona que presenta la queja tiene, como ya hemos resaltado, una importancia vital en los casos de problemas serios. En cuanto la persona que presenta la quej a ha aceptado una tác- tica terapéutica, la ha llevado a cabo y visto los resultados positivos, no es necesario crear tantos marcos para dirigir sus esfuerzos hacia otras áreas de la solución intentada. Así, en esta sesión, pudimos hacer sugerencias más rápido. Una vez más, las enmarcamos de un modo que permitiera a Miriam responder a Al de un modo que no diera lugar a una discusión: por ejemplo, cuando él dijera: «No creo que el doctor M. me haga bien», o «No creo que necesite al doctor M.», ella debía contestarle: «No sé si necesitas al doctor M. ni si te hace bien, pero convendría que sigas viéndolo para no herir sus sentimientos.» (Además de evitar una discusión, con su afirmación también dio otra RAZÓN para seguir el tratamiento psiquiátrico, al pasar tic una posición negativa —«Sigues enfermo; necesitas la ayuda de un médico»— a una posición positiva: «Sigue el tratamiento para que el médico no se sienta herido». Ese tipo de cambio puede aportar otra ventaja: es la capa que cubre el pastel de la compasión, También empleamos otro marco: que la depresión de Al se debía a un sentimiento de culpa porque no podía expresar el placer que se esperaba de él cuando su mujer le pedía que participara en determinadas actividades, como los viajes de placer, y que era esa culpa lo que ponía el mayor obstáculo a que él aceptara hacer las cosas. Como Miriam enseguida aceptó este nuevo marco, le sugerimos que cuando propusiera una actividad o salida añadiera: «Me apetece hacer tal o cual cosa, pero no creo que a ti te guste.» De ese modo, la ayudarnos a desviarse de sus habituales intentos de motivar a su marido como si fuera una animadora.
Séptima sesión Decidimos concertar la siguiente cita para al cabo de dos semanas y que también vinieran Sara y John. Creimos que como ellos también habían intentado ayudar a Al, convenía hablar con ellos; al mismo tiempo, su presencia en la terapia podía servir para que Miriam se sintiera apoyada al tratar con su marido. Los tres contaron que Al iba bastante bien a pesar de que el psiquiatra quería seguir viéndolo otros seis meses. Miriam le había dicho a su marido que debía seguir yendo al médico, aunque por la razón que dimos en la sexta sesión, y añadió que no parecía haber surtido efecto. Sin embargo, comentó que desde entonces él no había vuelto a expresar su deseo de dejar de ver al doctor M. (Eso es normal; es decir, algunas personas esperan ver los resultados inmediatos de una intervención y, si no son obvios, creen que lo que hicieron no funcionó. Cuando sí se produce un cambio, a veces lo atribuyen a otra influencia o incluso ni siquiera lo ven, como ocurrió en este caso.) Aunque los miembros de la familia veían que Al iba mejorando de un modo continuo, parecían creer que todavía no había salido del bache, lo que dio pie a una discusión sobre cómo iban a saber que había salido. El terapeuta sugirió dos posibilidades: una, que una señal podía ser que el propio Al manifestara que se le habían pasado las preocupaciones y el retraimiento, y la otra era que si ellos adoptaban la misma posición conservadora que él -diciendo, por ejemplo, «No sé si estás en condiciones» para hacer cualquier actividad que ellos o él proponga—, Al tendría la oportunidad de decir si realmente lo estaba o no. Vemos aquí otro paso para dejar de tranquilizarlo y para adoptar otra actitud que, aunque a primera vista parezca desalentadora, no es obstructiva.
Octava sesión En la octava sesión el terapeuta vio a Miriam sola y ésta contó que todo había ido bastante bien salvo en lo relativo al coche. Pese n que su marido había mejorado bastante, ella seguía dándole importancia al hecho de que él no quisiera conducir y algo menos a su deseo de no seguir con el psiquiatra. Gran parte de la sesión se dedicó a las diversas opciones relacionadas con el coche y la conducción: Miriam podía proponerle vender el coche, o decirle que había decidido aprender a conducir para que él no tuviera que hacerlo. Para la siguiente sesión le dijimos que queríamos verla con su marido.
Novena sesión Fue el propio Al el que sacó el tema del coche y, más adelante en la sesión, el de seguir viendo a su psiquiatra. En las dos cuestiones se mostró bastante categórico: quería vender el coche e interrumpir el tratamiento con el psiquiatra, pero añadió que le costaba hacerlo porque Miriam se oponía. Enmarcamos esas decisiones como importantes, unas decisiones en las que él necesitaba sentirse firme. Para ayudarle a tomar una decisión independiente y definitiva, nos volvimos hacia Miriam y le preguntamos si se opondría, porque si daba su aprobación, él sentiría que sólo habría podido actuar con su apoyo y, de ese modo, se sentiría menos seguro en el momento de lomar una decisión. (Éste es un ejemplo en que el terapeuta parece apoyar una acción que preferiría ver eliminada, en este caso, que Miriam discuta la preferencia de Al, pero al enmarcar su oposición como un intento de poner a prueba la resolución de Al, el terapeuta anula su electo contraproducente. En este caso el nuevo marco sólo es para Al; así, cuando Miriam exprese su habitual oposición a sus deseos, él no lo interpretará como su postura «real» sino como un intento mecánico de poner a prueba su determinación.) Al contestó diciendo: «¡Así que soy yo el que tiene que decidir si se lo digo al doctor M.!». En nuestro proyecto de investigación clínica, nuestros tratamientos
tienen una duración de un máximo de diez sesiones. Les dijimos a Miriam y Al que como todavía les quedaba una última sesión, podían concertar otra cita o bien dejarla pendiente (es decir, según vieran la necesidad). Los dos enseguida acordaron dejarla pendiente.
Seguimiento Como en todos los casos que tratamos en el proyecto, siempre hacemos evaluaciones de seguimiento tres meses y un año después de la última cita. Como nuestro modelo se basa en la queja (a diferencia de un modelo normativo o basado en una enfermedad), juzgamos el resultado a partir de lo ocurrido con la queja original. Así, en la sesión de seguimiento celebrada a los tres meses, preguntamos a Miriam y Al si creían que Al había salido del bache en cuanto a la depresión. Los dos coincidieron en que Al estaba mucho mejor, aunque todavía no había salido del todo del bache. Miriam contó que estaba más activo y que leía y veía la televisión. Él estaba de acuerdo en que no estaba ciento por ciento mejor, pero que iba haciendo cosas, como salir a pasear y buscar trabajo de voluntario. Seguía sin conducir, pero dijo que no había renunciado a la idea y todavía no había vendido el coche. Iba a ver al doctor M. porque el médico parecía insistir en ello, al menos para controlar la medicación. Por último, los dos dijeron que Al ya no se preocupaba por el dinero y creía que tenían suficiente para vivir. En la sesión de seguimiento celebrada al cabo de un año, Al dijo que seguía viendo al doctor M. alrededor de una vez al mes para controlar la medicación, pero «lo importante es que me siento bien». La situación de Al ilustra un problema habitual en la gente que se está medicando: es fácil empezar pero es muy difícil saber cuándo hay que parar. El paciente, el psiquiatra, o ambos, temen que al interrumpir la medicación vuelva el trastorno anterior. Por desgracia, el hecho de continuar con la medicación es una manera de decirle al individuo y a su familia de un modo implícito que sigue «enfermo». Aunque Al y Miriam se sentían aliviados por la mejoría, es posible que creyeran
que Al no había salido del bache debido a la necesidad implícita de que todavía necesitaba tratamiento. Al había vendido el coche unos seis meses antes, tras tomar la firme decisión de que no quería conducir. Al y Miriam trabajan juntos de voluntarios en un centro comunitario. No habían tenido más problemas y la pareja dijo que todo les iba bien. *** En resumen, las características fundamentales de este caso podrían definirse de la siguiente manera: La persona que presentaba la queja era la esposa. 2. Su queja era por la depresión de su marido, manifestada mediante su temor a una ruina económica, amenazas de suicidio y un retraimiento de las actividades. 3. Su principal intento de corregir la situación consistía en tranquilizar a su marido diciéndole cosas como: «Tus preocupaciones son absurdas», al igual que lo hacían su hija y su yerno. 4. El principal esfuerzo terapéutico consistió en desviarla de esa tendencia a tranquilizarlo para que adoptara una postura de «Tus preocupaciones son razonables». Sin embargo, la aplicación de la estrategia terapéutica no fue tan sencilla. Había que tener en cuenta lo intimidada que se sentía Miriam ¡míe la «gravedad» del estado de su marido. Por ese motivo, nuestro equipo tuvo que proceder con cautela y lentitud para que ella sintiera que pisaba fuerte cada vez que daba un paso y adoptaba una nueva actitud frente a su marido. También tuvimos que recurrir a la ayuda de su hija y su yerno, así como apoyar el tratamiento de Al con el doctor M. En general, nuestro enfoque ilustra la utilidad de identificar la posición de la persona que presenta la queja y encauzarla en la dirección que el terapeuta quiere que esa persona siga. ***
Los «delirios paranoicos» de Al de que le habían intervenido el teléfono y de que lo estaban poniendo a prueba para ver si estaba loco eran relativamente leves y sólo los expresaba a los miembros de la familia. En casos como el del tercer capítulo, los principales síntomas de los pacientes eran unos delirios más exagerados, del tipo que pueden disuadir al terapeuta de practicar una psicoterapia y, desde luego, de creer que su caso puede tratarse en un breve periodo de tiempo.
DELIRIOS Y PARANOIA
Cuando un paciente expresa ideas que van más allá de lo que cree la gran mayoría de las personas y, sobre todo, cuando se muestra totalmente convencido de ellas, se considera que el problema es grave. Se le asigna la etiqueta de «grave» de acuerdo con el concepto tradicional de que unas expresiones tan extremas representan una patología de ideas fijas; la situación del paciente es tanto más grave si el delirio consiste en que lo persiguen, pues con ello surge la amenaza implícita de que el paciente puede tomar algún tipo de represalia o inten- lar defenderse de un modo drástico. En cualquier caso, se considera que el paciente está fuera del alcance de la lógica o del discurso normal, y el terapeuta suele creer que está tratando con una persona trastornada y posiblemente peligrosa. En general, al tratar los delirios, se evitan los enfrentamientos directos, del tipo: «¿Conque crees que eres Jesús? ¡Pero qué locura!». I in cambio, los terapeutas intentan convencer a sus pacientes de que sus delirios no son reales presentándolos de un modo IMPLÍCITO como productos de una enfermedad mental, una actitud que se refleja en preguntas como: «¿Cuándo empezó a pensar que...?», acompañadas de otras acerca de acontecimientos estresantes o excepcionales ocurridos en el momento de su aparición. Otras preguntas pueden cuestionar el delirio de un modo más explícito: «Cuando se lo contó a otras personas, ¿sintió que lo miraban de un modo extraño?» «¿Por qué cree que lo ingresaron? ¿No sintió que le pasaba algo?» ¿Por qué está tan seguro de que...?».
Así, en general, los métodos tradicionales ponen en entredicho el delirio, ya sea de un modo explícito o implícito. La mayoría de los terapeutas cree que una terapia no puede ser productiva hasta que el paciente reconoce que su creencia no tiene ninguna base razonable. Si, al enfrentarse al reto, el paciente persiste con su delirio, el terapeuta suele pensar que dicha persistencia es una señal de la gravedad del caso en lugar de demostrar la inutilidad de su procedimiento. Como con cualquier otro tipo de problema, nos interesan más los intentos fallidos, aunque persistentes, para cambiar una conducta indeseable. Sin embargo, los siguientes casos que presentamos como ejemplo comparten una serie de características que deben tenerse en cuenta. En primer lugar, estos casos se atendieron en una consulta privada por lo que no se grabaron las sesiones. Por lo tanto, en algunos casos hemos resumido los diálogos y en otros los hemos simulado. En segundo lugar, a diferencia del caso del capítulo dos, en el que la solución intentada está claramente delimitada, aquí no ocurre lo mismo. Los terapeutas partieron de suposiciones, basadas en su propia experiencia, de lo que no funciona cuando se intenta disuadir a un paciente de sus ideas «locas». Como ya explicamos, en un tratamiento tradicional -en el que se intenta poner en entredicho la creencia del paciente—, básicamente se le dice: «Lo que usted cree no es válido. Es un producto de una mente trastornada.» Para desviarse de esa solución intentada, la alternativa principal del terapeuta es la de adoptar la postura: «Lo que usted cree sí que es válido.» Veremos este razonamiento en todos los ejemplos de los casos presentados aquí. Puede que cueste mantener esta postura, sobre todo cuando el delirio se expresa de un modo amenazador y cuando el paciente se muestra capaz de emprender una acción drástica para protegerse de la persecución. Conviene tener en cuenta que intentar que el paciente acepte que su creencia es infundada es lo mismo que discutir, y que lo más probable es que una discusión polarice la situación.
SÍ-; QUE HAY UN MICRÓFONO ESCONDIDO IÍNLA OFICINA Este primer ejemplo es de un caso que trató Don Jackson (fundador y guía espiritual del Instituto de Investigación Mental) a principios de los años sesenta. Nos lo presentó como una manera innovadora de tratar a un paciente diagnosticado como paranoico. Su intervención también influyó mucho en el método empleado en el tercer ejemplo de este capítulo. El paciente era un hombre casado de cuarenta y pocos años que había ocupado un cargo de responsabilidad y al que le habían sugerido que pidiera la baja por enfermedad cuando insistió en decir a sus compañeros de trabajo que una organización gubernamental -la CIA, d FBI u otra por el estilo— lo espiaba y lo seguía, le vigilaba la casa y 1c había intervenido los teléfonos. Tras mucho insistir, la empresa lo convenció de que pidiera ayuda psiquiátrica y al final lo derivaron a Jackson. Poco después de dar los habituales datos personales, el paciente dijo con toda naturalidad: «Ya sé que esta entrevista está siendo grabada, pero, de todos modos, sigamos.» En lugar de poner en entredicho su afirmación (por ejemplo, diciendo: «¿Qué le hace pensar eso?» o «¿Ha pensado lo mismo en otras situaciones?», etc.), Jackson se irguió y, con una expresión de clara preocupación e irritación, exclamó: «¡Caray, no permitiré que nadie invada la privacidad de mi Ir abajo con mis pacientes! ¡No seguiremos hasta que no hayamos encontrado ese micrófono y lo hayamos quitado!» Acto seguido, se puso a buscar en los cajones del escritorio, a palpar debajo de la mesa y a examinar el teléfono. El paciente, que seguía sentado, se sorprendió al ver la reacción de Jackson y la intensidad de su búsqueda. Jackson se volvió hacia él y le dijo: «¡Pero no se quede allí sentado! ¡Ayúdeme a encontrar ese maldito micrófono! No seguiremos hasta que no lo hayamos encontrado.» Jackson se lo repitió al ver que el paciente vacilaba, hasta que al final el hombre se levantó y, titu
beante, hizo esfuerzos por buscar debajo de las sillas, sin dejar de mirar a Jackson para ver qué hacía. De vez en cuando, Jackson le preguntaba: «¿Lo ha encontrado?» y cuando el otro le contestaba que no, le decía: «De acuerdo, siga buscando. No vamos a seguir hasta que no la hayamos encontrado,» Al cabo de un rato, el paciente se sentó, pero Jackson le insistió en que siguiera buscando el micrófono. Al final, el paciente dijo en tono cansado: «Doctor Jackson, olvídese del micrófono y del FBI. No es eso lo que me importa. Necesito hablarle de mi matrimonio. Se está viniendo abajo.» Al oírlo, Jackson paró de buscar, se sentó y preguntó: «Muy bien, ¿qué le pasa a su matrimonio?» Tanto esa sesión como las sesiones posteriores transcurrieron de la misma manera, sin que el hombre volviera a mencionar el FBI ni los teléfonos intervenidos. Lo que nos llamó la atención de la intervención del doctor Jackson fue que evitó la habitual solución intentada de cuestionar el delirio y, en cambio, lo aceptó como válido. Con ello, señaló de un modo implícito la incoherencia del paciente que se quedó sentado sin hacer nada cuando se disponía a tener una sesión privada con un psiquiatra que tenía un micrófono oculto en su oficina.
FIDEL CASTRO ESTÁ ENAMORADO DE MÍ Unos años después, la oficina de bienestar social me envió (a R.F.) una mujer (a la que llamaremos Janet) de treinta y dos años, soltera y en paro. Vivía de ayudas públicas porque la consideraban una discapacitada psíquica. Cuando le pregunté por qué acudía a mi consulta, contestó que no sabía como responder a los intentos de acercamiento que le hacía Fidel Castro. Tras recordar el caso de Jackson y el trabajo que habíamos hecho en el Centro de Terapia Breve, comprendí que no tenía sentido poner en entredicho lo que decía. R.F.: ¿Qué tipo de intentos de acercamiento? JANET: Bueno, es que está enamorado de mí.
R.F.: ¿Y cómo se lo ha hecho saber? Al fin y al cabo, Fidel Castro está en Cuba. JANET: No, está en San Francisco. R.F.: ¿Ah, sí? Me sorprende, porque no se puede decir que en este país lo quieran mucho. Pero con los gobiernos nunca se sabe lo que pueden llegar a hacer. ¿Así que cómo le expresa su amor por usted? JANET: NO lo hace directamente; siempre es a través de sus agentes.
R.F.: Ah, ¿y eso cómo es? JANET: Bueno, cuando voy por la calle paso al lado de dos o tres hombres que están hablando, y me doy cuenta por lo que dicen de que es un mensaje de Castro de que me quiere. R.F.: ¿Alguna vez ha sido lo suficientemente hombre como para decírselo directamente a la cara? JANET: No, siempre lo ha hecho a través de sus agentes.
R.F.: Hum. Dado que la quiere, ¿la ha invitado alguna vez a cenar? JANET: No.
R.F.: ¿Nunca? ¿Ni siquiera una vez? JANET: No.
R.F.: ¿Y al menos la ha invitado al cine, aunque sólo fuera para ver una película mala? JANET: No, tampoco. R.F.: ¡¿Me está usted diciendo que ese hombre dice que la quiere pero no se atreve a decírselo directamente a la cara y que tampoco se gasta ni un duro en usted?! JANET: Bueno, supongo... sí, así es.
R.F.: Janet, usted no quiere perder el tiempo con esa clase de hombre; es demasiado buena para alguien así. (JANET SONRÍE Y SE MUESTRA SATISFECHA.) Piénselo, ¿y qué le parece si nos volvemos a ver la semana que viene? JANET: (Sin dejar de sonreír.) DE ACUERDO.
Janet empezó la siguiente sesión diciendo: «¿Se acuerda de lo que le conté de Castro? Pues eso se acabó; no es importante. Le diré para qué necesito ayuda. Llevo mucho tiempo sin trabajar, y ya estoy harta de vivir de la caridad. Quiero volver a trabajar, y la idea me aterroriza. Nada más pensarlo se me pone la mente en blanco. ¿Puede ayudarme con este problema? Le expliqué a Janet que también me dedicaba a ese tipo de problemas. El resto de las sesiones las dedicamos a hablar de eso. Acabó la terapia tras imciar un programa de formación profesional con el que tenía además muchas posibilidades de encontrar un empleo.
EL HOMBRE QUE DIJO QUE YO NO ERA DEL FBI Una mañana recibí (R.F.) una llamada en mi oficina. Era de un pastor; uno de sus parroquianos, Jerry, había ido a verle en un estado de gran agitación. Jerry le dijo que necesitaba ayuda porque en su trabajo manejaba información confidencial y el FBI lo estaba vigilando. El pastor creyó que Jerry estaba muy necesitado de ayuda psiquiátrica y me preguntó si podía verlo lo antes posible. Le contesté que podía recibirlo esa misma mañana y concertamos una cita. Me explicó que como Jerry estaba muy angustiado no querría acudir solo a mi consulta y me pidió permiso para acompañarlo. Le contesté que no había ningún problema. Jerry tenía casi treinta años, estaba casado y tenía un hijo. Cuando salí a la sala de espera, el pastor y él ya estaban allí. Le indiqué a Jerry que pasara al despacho y él me preguntó si lo podía acompañar el pastor. Acepté enseguida. Jerry se sentó en el borde de la silla y se le veía tenso. Cuando empecé a pedirle los habituales datos personales, Jerry enseguida me interrumpió. JERRY: ¿Puede enseñarme algo que le identifique?
R.F.: Claro, ¿qué quiere ver?
JERRY: ¿Qué le parece su carnet de conducir?
R.F.: Muy bien. {Me levanto, me acerco a Jerry y abro mi billetero para enseñarle el carnet. El se lo mira por encima y yo vuelvo a mi silla.) JERRY: Gracias. Está BIEN. R.F.: ¿Está usted seguro de que soy el que se supone que debo ser, el doctor Fisch? JERRY: Sí. R.F.: ¡Caray! Pero si apenas lo miró; sólo le echó un vistazo. Así es imposible saberlo. Tome, mírelo bien. (Me acerco otra vez y le muestro mi carnet. Esta vez lo mira con atención, observa la foto, me mira otra vez a mí para asegurarse y luego vuelve a mirar la foto.) JERRY: De acuerdo, está bien.
R.F.: {REGRESO A MI SILLA) ¿Ya está satisfecho? JERRY: Sí, está bien. R.F.: ¡Dios mío! Su pastor me dijo por teléfono que tiene problemas porque el FBI lo está siguiendo ¡y resulta que acepta que soy yo sólo con ver mi carnet de conducir! JERRY: Bueno, tiene los diplomas Y el título en la pared. R.F.: Jerry, al FBI no le cuesta nada falsificar cualquier tipo de documento. Incluso podrían montar una oficina entera en un santiamén. No, 110 basta con eso. No quiero que me cuente nada sobre usted hasta que^o esté convencido de que usted está seguro de que soy quien se supone que debo ser. Se hizo un largo silencio mientras Jerry miraba desesperado a su alrededor buscando algo que corroborara mi identidad. Miró una o tíos veces al pastor, aparentemente con la esperanza de que lo sacara del apuro o le sugiriera algo que él había pasado por alto. Sin embargo, el pastor permaneció impasible, dejando que Jerry se las apañara solo. Por fin, Jerry dijo: «Doctor Fisch, olvídese del FBI. No estoy aquí por eso. Mi mujer dice que quiere divorciarse; estoy aterrorizado. Por favor, necesito que me ayude en eso.» El resto de esa sesión y las demás se centraron en el problema
matrimonial. Jerry nunca volvió a mencionar el FBI. En ese caso concreto, «seguir la corriente del delirio» tuvo un efecto interesante: rápidamente se invirtieron nuestras posiciones originales. Al principio, Jerry me pidió que lo convenciera de mi identidad, pero yo le di la vuelta a la situación de modo que él tuvo que convencerme a MÍ de mi identidad. *
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*
El lector habrá advertido en estos ejemplos que aceptar el delirio en lugar de ponerlo en entredicho conlleva cierta picardía. Se puede evitar la triste lucha para conseguir que el paciente reconozca que sus ideas no son reales y que se basan en algún tipo de psicopatología y, en cambio, se pueden buscar las contradicciones internas en el propio delirio. De hecho, a menudo el paciente que supuestamente tiene delirios no ACTÚA de un modo coherente con el delirio en cuestión. Por ejemplo, Jerry, aunque decía que el FBI lo tenía bajo constante vigilancia, no hizo nada para comprobar si había agentes espiándolo en la puerta de mi oficina, lo que habría sido muy lógico. En el caso de la mujer que decía que Castro estaba enamorado de ella, ella no se preguntó hasta qué punto él era un hombre adecuado para ella, lo que habría sido normal en una mujer que habla de un hombre que dice que la quiere pero que nunca le ha hecho caso de un modo tangible. Las intervenciones no se basaron tanto en lo que hizo el terapeuta como en el hecho de que consistieron en una DESVIACIÓN de las maneras habituales de enfrentarse al fenómeno cuando alguien expresa una idea extraña o extravagante. A veces cuestionar una idea puede dar lugar a que el individuo se retracte de ella, pero en el caso de alguien con delirios paranoicos, cuestionarla hace que la persona se mantenga en su posición con mayor firmeza. Esa conducta no plantea la pregunta: ¿es la persistencia de una idea extraña una manifestación de una paranoia fija o una respuesta a los continuos desafíos a esa idea?
Nosotros tendemos a actuar de acuerdo con esta última explicación. Ya hemos dicho que en nuestro trabajo no tratamos los problemas sino que tratamos las soluciones intentadas. Este enfoque permite intervenir de un modo que puede provocar un cambio rápido, como veremos en el siguiente capítulo, que analiza nuestra manera de abordar algo que se está convirtiendo en un problema muy serio: los tras- lornos en la alimentación.
ANOREXIA
La anorexia se considera un problema grave porque conlleva una umcnaza inminente de muerte por inanición. El hecho de que una persona persista en no comer hasta el punto de hacer peligrar su salud C incluso su vida hace que el problema sea mucho más intimidante para el terapeuta. Asimismo, además de negarse a reconocer que hay silgo que no funciona en su «dieta», ¡el paciente tiene la extraña sensación de que sigue estando gordo! Como en otros problemas graves, la persona en cuestión rara vez os la que presenta la queja por su conducta; más bien suele ser un padre o un familiar cercano. Todos estos factores contribuyen a la idea de que el tratamiento será largo. En estos casos, como en todos los demás, nos interesa saber sobre todo lo que hacen las personas t|tie presentan la queja para provocar un cambio en el problema que las angustia, ya que es el cese de esos intentos lo que puede alterar la situación en un breve periodo de tiempo.
IIKNRY, SILVIA Y SUSAN En el siguiente caso, los que presentaron la queja fueron los padres. La hija estaba casada y trabajaba en la empresa familiar, con unos resultados bastante buenos. En todo lo demás, tenía el aspecto y se comportaba tal y como lo hacen las personas supuestamente anoré-
ticas. Estaba muy delgada y se la veía frágil, y era increíble que pudiera trabajar día tras día. Como muchos anoréticos, se quejaba de su peso y de que tenía que hacer un esfuerzo constante para no engordar e hincharse. Ante semejantes afirmaciones, evidentemente, sus padres le replicaban que en realidad estaba demasiado delgada, a lo cual ella respondía con toda naturalidad que bastaba con mirarse en el espejo para saber cómo estaba. Entonces sus padres, frustrados, callaban y se rendían. Como este caso se trató en la consulta privada, el siguiente diálogo es una simulación resumida del tratamiento en sí ya que no se pudieron grabar las sesiones ni transcribir el material. La primera llamada la hizo Henry, el padre de la «paciente». Quería que la entrevista se celebrara con él, su mujer Silvia, su hija ano- rética Susan y las otras dos hijas más pequeñas. Las dos hermanas, explicó, estaban dispuestas a recorrer una larga distancia para poder asistir porque estaban preocupadas por Susan. Aunque en general yo (R.F.) prefiero celebrar las sesiones sólo con los «personajes» principales (en este caso, habrían sido los padres, dado que cuando hablamos por teléfono me enteré de que Susan no presentaba una queja y que las dos hermanas tenían un contacto muy esporádico con ella), enseguida acepté el encuentro.
Primera sesión Henry y Silvia estaban en la cincuentena, llevaban un pequeño y próspero negocio desde hacía varios años y Susan ocupaba un cargo de responsabilidad en la empresa desde hacía cinco. Tenía veintinueve años, estaba casada y no tenía hijos. Su marido trabajaba en una empresa que no estaba relacionada con el negocio familiar. En ese primer encuentro, se hizo evidente que Susan era el centro de todas sus preocupaciones; sin embargo, todos se esforzaron para no ponerle la etiqueta de paciente. Los padres y las hermanas dijeron que estaban allí para hacer una
terapia de familia. Susan pareció adivinar la intención oculta tras sus Inlontos de ser diplomáticos y replicó que a ella no le pasaba nada y que lamentaba que todos se hubieran tomado tantas molestias para organizar el encuentro. HENRY: Bueno, querida, ya sabes que estamos preocupados por ti y creemos que nos ayudaría si, como familia, pudiéramos entender lo que te pasa. SUSAN: A mí no me pasa nada. Estoy bien, y ojalá dejarais de preocuparos por mí. SILVIA: Susan, estás demasiado delgada; apenas comes y no podemos evitar preocupamos por tu salud. SUSAN: ¡Dios mío! HERMANA: Ya sabes que siempre te estás resfriando, y a veces también tienes gripe. Estás agotando tus resistencias. ¿Es que no lo ves? SUSAN: Oye, yo ya sé cuidarme. ¿Es que queréis que parezca un zepelín sólo para no preocuparos?
El resto de la sesión siguió igual: los miembros de la familia intentaban convencer a Susan de que se estaba dejando morir de inanición y de que «necesitaba ayuda» y Susan respondía que «A mí no me pasa nada; sencillamente no quiero estar gorda».
Segunda sesión Como las hermanas tenían que volver a sus casas y era evidente que Susan no presentaba una queja, para la siguiente sesión pedí ver sólo a los padres. R.F.: En la otra sesión vi que todos intentabáis convencer a Susan de que estaba poniendo su vida en peligro porque no comía, pero ella no parecía querer reconocerlo. Sólo respondía que a ella no le pasaba nada. Para ahorrar tiempo,
¿podrían decirme si ese tipo de diálogo es un ejemplo de las otras ocasiones en que han intentado ayudarla? HENRY: Sí, ¡es una locura! Está como un palo y, sin embargo, insiste en que está gorda. SILVIA: ¿ES que no ve lo que se está haciendo? Tiene cuatro o cinco resfriados al año; tiene problemas para encontrar ropa de su talla y siempre está palídisima. No paramos de decírselo, pero ella nos contesta que estamos haciendo una montaña de un grano de arena. HENRY: ES muy frustrante. Trabaja con nosotros todos los días, y trabaja mucho; a menudo se salta la comida para quedarse en la oficina mientras Silvia y yo nos vamos a comer. R.F.: ¿Le dicen algo cuando se salta la comida? HENRY: Claro. Le pedimos que haga una pausa y que vaya a comer con nosotros. SILVIA: ES muy tozuda e insiste en que no tiene hambre y que quiere acabar lo que está haciendo. «Vosotros id a comer. Yo estoy bien.» Entonces le preguntamos si al menos podemos traerle algo. HENRY: Suele contestar que no, que en realidad no tiene hambre; pero de todos modos siempre le llevamos algo. Si es un emparedado de carne, ella se la quita, le da un mordisco, lo deja a un lado y sigue trabajando. Al final del día, prácticamente no lo ha tocado. ¡Me vuelve loco! SILVIA: Las pocas veces que nos pide que le llevemos algo para comer, pide algo absurdo, como una ensaladita o unas cuantas galletas saladas del restaurante. Cosas así. Intentamos llevarle algo más nutritivo, un emparedado o algo así. Pero entonces ella ni lo toca. R.F.: Señores, voy a hacerles una pregunta. Ya sé que están muy preocupados por ella y tienen razón para estarlo. Pero supongo que también están confusos. Al fin y al cabo, es una mujer inteligente y muy capaz. Dicen que trabaja muy bien en la empresa. Me gustaría preguntarles por qué creen que se comporta así.
Con esta pregunta, lo que pretendía era averiguar el marco de referencia de los padres para Susan y su problema; es decir, su postura. HENRY: Sé que puede parecer una locura, pero Susan siempre
se ha enorgullecido de responder a los desafíos y de hacerlo sin ayuda de nadie; siempre ha sido importante para ella poder enfrentarse a las cosas por su cuenta. Es muy competitiva. Sus hermanas han luchado para no engordar y, como habrá visto, no les ha ido muy bien. No me extrañaría que ella se haya empeñado en demostrarles lo que puede hacer. Pero eso sólo es una suposición. Esta es la explicación que dio Henry y posiblemente también es la de Silvia. Lo que sigue a continuación es un ejemplo de cómo se puede usar su realidad para ayudarlos a cambiar la postura de «Por l;ivor, tienes que comer más» y aceptar la alternativa lógica de «No deberías comer tanto». En determinados casos, la persona que presenta la queja está dispuesta a cambiar de posición cuando se da cuenta de que lo que ha hecho hasta entonces sencillamente no funciona. Pero en los casos ¿través, hace falta algo más que darse cuenta de que una táctica no funciona, porque las personas se sienten intimidadas por el estado del paciente y por el terrible riesgo que entraña equivocarse en la manera de tratarlo. Así, si trabajan con algo que tiene sentido para ellos pero con un marco nuevo, a lo mejor consiguen vencer la intimidación que los paraliza. En el siguiente diálogo, hemos puesto determinadas palabras en cursiva para mostrar que, al motivar al familiar, no basta con transmitir una idea, sino que también es importante la manera en que se transmite esa idea. R.F. (CONTINUACIÓN DEL DIÁLOGO ANTERIOR): Bueno, es una suposición, pero podría ser. Así que no descartaría esa idea de entrada. Si ése es el tipo de cosas que la motivan, ¿significa eso que no le interesaría esforzarse en algo si recibe ayuda?
HENRY:
Seguramente.
Es
muy
independiente.
{SILVIA
ASIENTE.)
R.F.: ¿Es POSIBLE que ésa sea la razón por la que han fracasado al intentar convencerla de que coma? ¿Que sin darse cuenta ustedes la hayan motivado a actuar así como respuesta a un desafío? Cuando se pretende que una persona considere una premisa nueva y desconocida, el hecho de preguntar si algo es POSIBLE resalta el esfuerzo, porque las personas aceptarán que la mayoría de las cosas sí que son POSIBLES . A partir de ahí se puede continuar como si la premisa fuera PROBABLE. HENRY: Sí, podría ser. ¿Pero qué íbamos a hacer? No podemos quedamos allí viendo cómo se deteriora sin hacer nada. R.F.: No, claro que no. Pero tampoco se trata de seguir realizando determinado esfuerzo que no funciona o bien de no hacer nada. Lo que hay que hacer es aprender por medio de la experiencia a actuar de una manera que sí funcione. Una y otra vez, han visto que intentar ayudarla a comer más ha fracasado. ¿Eso les sugiere algo?
La palabra FRACASAR es más contundente que NO FUNCIONAR, ya que este último verbo puede sugerir que los esfuerzos de las personas sólo son ineficaces, mientras que FRACASAR implica que son contraproducentes y perjudiciales. Asimismo, vemos que procedí con cautela al preguntarles si lo que les dije les sugería alguna idea. La gente está más dispuesta a aceptar una táctica hueva si es ella la que sugiere su dirección en lugar de creer que se la impone el terapeuta. SILVIA: ¿Se refiere a que deberíamos dejar de insistirle en que coma?
R.F.: No sé si bastará sólo con dejar de insistirle. Hay un riesgo demasiado elevado de que ella interprete su silencio como un paréntesis temporal en su actitud habitual; seguramente esperará que le digan todo lo que le decían antes. No,
creo que tiene que ser algo que le dé a entender que han cambiado de chip. HENRY: Supongo que tendría que ser algo como DESANIMARLA a comer. R.F.: Sí, eso creo... ¿Sería FACTIBLE? Cuando, por ejemplo, los dos estén a punto de salir a comer, pregúntenle si no le importaría quedarse a trabajar. No le ofrezcan traerle nada. Si lo pide, y sólo si lo pide, digan: «Claro». Pero, al volver, se darán cuenta de que lo han olvidado, se desharán en disculpas y le dirán: «¿No puedes esperar a la hora de cenar?» SILVIA: ¡ES todo lo contrario de lo que hacemos! (RÍE) HENRY: ¿Y si se enfada porque nos olvidamos de llevarle la comida? R.F.: ¿Alguna vez se ha enfadado porque no la obligan a comer? (LOS DOS NIEGAN CON LA CABEZA ) Entonces, si lo hace, sabrán que están siguiendo la táctica adecuada. Miren, sé que esto seguirá pareciéndoles raro a pesar de las experiencias que-han tenido con ella. NO LES PIDO QUE SE PRECIPITEN . Convendría que se lo pensaran bien ANTES DE INTENTARLO. Y como no saben cómo reaccionará, sería conveniente que se lo tomen como un EXPERIMENTO. Preferimos cometer el error de ir demasiado despacio al de ir demasiado rápido. En este caso les hice una sugerencia concreta, basada en el marco de referencia de los padres y cuya dirección fue definida por ellos. Sin embargo, en los casos graves, tenemos en cuenta que a las personas que presentan la queja suele asustarles cambiar de ¡ictitud por su temor a cometer un error peligroso. Por lo tanto, preferimos decirles que se lo tomen con calma. Proseguí con lo que parecía un eco de esa idea —«piénsenlo con calma»—, pero después añadí un calificador que implicaba que después de pensárselo, lo harían (le agradecemos este tipo de «sugerencia» a Milton Erickson). Por último, para disipar más su temor a intentar una táctica diferente, les urgí a que la probaran como si fuera un experimento. Un
experimento permite que el que lo realiza sienta curiosidad, y curiosidad tiende a desplazar la angustia. La etiqueta de experimento también implica que la nueva táctica puede descartarse si el experimento no funciona; se puede hacer y deshacer en función de 1a necesidad.
Tercera sesión La tercera sesión se celebró al cabo de dos semanas. R.F.: La última vez que nos vimos les sugerí algo y les pedí que se lo pensaran, así que ME INTERESA SABER QUÉ PENSARON. Nótese que no les pregunté si se lo habían pensado. De haberlo hecho, y si ellos hubieran dicho que no, tanto ellos como yo nos habríamos encontrado en una posición incómoda. Pero al preguntarles lo que habían pensado, les permití expresar su aceptación o rechazo de la idea y dar sus razones. Así, al formularlo de este modo, me puse en una posición de aceptar lo que pensaron. Al final resultó que esta precaución no fue necesaria, pero, como hemos dicho antes, es mejor proceder despacio que precipitarse. HETMRY: ¡Lo hemos hecho! La semana pasada, antes de salir a comer, le preguntamos a Susan si no le importaba quedarse a trabajar a la hora de comer para terminar un asunto pendiente. Dijo que sí, pero que le lleváramos un emparedado o una ensalada ligera, y nosotros le contestamos: «Claro». Cuando volvimos con las manos vacías, nos preguntó dónde estaba su comida. Le dije: «Ah, Dios mío. Lo siento mucho, cariño, se me pasó por completo.» No me ofrecí a salir a buscárselo, aunque debo confesar que me sentí tentado. Ella no
se enfadó, pero se mostró decepcionada, y el resto del día transcurrió sin incidentes. SILVIA: Al día siguiente nos llevamos una sorpresa. Pensamos que todo iría como siempre. Sin embargo, a la hora de comer, ¡Susan nos preguntó si podía ir a comer con nosotros! (HENRY SONRÍE. ) HENRY: Puede que parezca una tontería, pero nunca nos lo había pedido. Siempre le preguntábamos si quería venir y ella se negaba. Y, a la hora de comer, dijo que tenía hambre. Eso tampoco lo había dicho nunca y esta vez no comió desganada. ¡Se zampó todo el emparedado! Henry y Silvia estaban a todas luces satisfechos con el resulta- iln del «experimento». En estas circunstancias, para el terapeuta es muy tentador felicitarles por lo que han hecho y sugerirles que sigan mídante con la nueva táctica. Teniendo en cuenta que la eficacia de l¡i icrapia depende de la DESVIACIÓN de la táctica anterior, cualquier éxito inicial que se perciba como un cambio significativo, por pequero que sea, es una ayuda para proseguir con esa nueva actitud y evitar volver a lo que se comprobó que era contraproducente. Por regla general, cuando las personas cuentan algo que parece señalar una mejoría, preguntamos si se trata de un cambio en el problema antes de confirmar su éxito. Si, como a veces ocurre, nos dicen que no creen que se haya dado un cambio significativo, sabemos que no debemos felicitarlos y nos limitamos a asentir. A veces, podemos preguntarles cómo sería un cambio significativo y así obtenemos información muy útil sobre hacia dónde hay que dirigir las averiguaciones e intervenciones.
Sesiones cuarta y quinta Vi a Henry y Silvia otras dos veces, con intervalos de dos y tres semanas. Me contaron que Susan salía con regularidad a comer, menudo con ellos. También observaron que la comida que elegía era cada vez más variada y que tenía más apetito, y esos cambios empezaban a reflejarse en su aspecto. Los tres acordamos no concertar más citas a menos que ellos lo consideraran necesario. *** En este caso, se dio una serie de factores favorables que creemos que facilitó la tarea de persuasión. En primer lugar, la hija de las personas que presentaban la queja era una mujer adulta, no una adolescente. En segundo lugar, era una persona que había demostrado ser formal, al menos a los ojos de sus padres. Trabajaba de un modo constante y productivo, y sus padres valoraban su presencia en la empresa. Estaba casada y su matrimonio era estable. Como ya hemos dicho, el reto táctico al intentar intervenir en los problemas graves no tiene tanto que ver con la naturaleza de la persona que presenta la queja ni con la identificación de los esfuerzos de esa persona para mantener el problema. El problema radica más bien en conseguir que las personas que presentan la queja acepten desviarse de esos esfuerzos. (Salvo excepciones, lo habitual es urgir al anorético a comer más.) A menudo nos hemos sentido frustrados cuando hemos visto claramente lo que había que hacer y después nos hemos dado cuenta de que no hemos sabido motivar a la persona para que aceptara nuestra sugerencia. Por ejemplo, en otro caso, la anorética había sido tratada por un internista, y aunque no se había producido ningún cambio, los padres confiaban en él. Sin embargo, no nos pusimos en contacto con él. En retrospectiva, es posible que si hubiéramos hablado con él y pedido su apoyo, se habría dado una diferencia estratégica. En otros casos de anorexias, así como en otros casos graves, hemos adoptado, sin saberlo, una postura demasiado optimista y hemos dado
I lit familia la impresión de que no estábamos tomándonos a su hijo in suficientemente en serio; en esos casos, los padres ven a su hijo uní no un ser enfermo y desvalido, víctima de una peculiaridad psicológica interna. Los padres también se sienten intimidados por la Míe/.a de la «enfermedad». Como ya hemos dicho, hay menos posibilidades de equivocarse si uno procede demasiado despacio que si v» demasiado deprisa, porque a los padres les preocupa mucho «equivocarse». En otros casos, nos hemos precipitado al intentar conseguir que los miembros de la familia cambiaran de actitud antes de darles I lempo a comprometerse con el beneficio potencial.
El siguiente caso comparte una serie de características con el de i lenry, Silvia y Susan. La anorética era una mujer adulta y casada que li abajó hasta que estuvo demasiado enferma. Decidimos incluir este raso por un rasgo sorprendente. En la primera sesión, debido al método extremadamente minucioso y lento de averiguar los detalles básicos del problema y, lo más importante, la solución intentada de los ¡ladres, la inutilidad de esos esfuerzos se hizo tan evidente para los I»adres que ellos mismos decidieron cambiar de táctica y el terapeuta no tuvo que hacer nada para convencerlos de que se desviaran de lo que habían hecho hasta entonces. Este caso lo trató John Weakland (J. W.) en el Centro de Terapia llrcve, por lo que podemos presentar los diálogos reales. Hemos incluido gran parte del diálogo de la primera sesión para que vean cómo J.W. obtuvo información relevante de un modo tan claro que el caso se resolvió mucho antes de lo previsto; sólo se necesitaron Ires sesiones. Resulta irónico que hayamos desarrollado un método de terapia breve y que hayamos dedicado más de treinta años a perfeccionar y aplicarlo y que, a pesar de ello, a veces todavía nos sorprenda la rapidez con la que mejoran algunos casos. Unos años antes, poco después de abrir el Centro, en una ocasión nos pusimos a repasar los «casos fallidos», en los que estaban incluidos pacientes que habían
abandonado la terapia a medias. Habíamos clasificado como tal a una dienta que no se había presentado a la tercera cita. Sin embargo, cuando do escuchamos la cinta de la segunda sesión, todos la oímos decir, un modo muy claro y enfático, que lo que había conseguido con tratamiento excedía de lejos sus expectativas; ya no se sentía ofuscada por su problema (una depresión) y describió las acciones concretas que estaba realizando y que reflejaban su mejoría espectacular. Al oírla, perplejos, paramos la cinta. Todos -su terapeuta y cinco observadores— habíamos asistido a esa sesión y, sin embargo, nadie se acordaba de que hubiera dicho eso y, cuando seguimos escuchan* do la cinta, oímos que el terapeuta decía: «Muy bien, ¡nos veremos la semana que viene!». La única conclusión es que no supimos escuchar sus comentarios porque seguíamos obcecados por el concepto psicoanalítico de la falsa mejoría: que la mejoría descrita no era real y, por lo tanto, no había que tenerla en cuenta. Eso para que vean el poder del marco de referencia.
LA NIÑA NO COME Y PAPÁ TIENE LOS NERVIOS DESTROZADOS
Nos llamaron Jack y Peggy, los padres de Janice, una mujer casada de treinta y un años que al parecer tenía anorexia. A diferencia de Susan en el caso anterior, acababan de ingresarla. Sólo los vimos a ellos, tanto en la primera sesión como en el resto de la terapia. Nunca conocimos a su hija, lo que puede sorprender a los lectores que se sienten más a sus anchas con la terapia de familia tradicional, cuyo modelo parte de que la conducta sintomática de cualquier miembro de la familia representa una «homeostasis disfúncional» subyacente a toda la familia. De acuerdo con ese modelo, lo lógico sería pensar que, para aliviar la conducta sintomática, habría que analizar la manera de comunicarse de la familia, lo que significa que TODOS los miembros debe-
fililí participar en la terapia. Nuestro modelo, aunque también incluye un punto de vista interactivo, es diferente. Es decir, para nos- nlros la conducta sintomática es algo que básicamente s Z MANTIENE por medio de los intentos que hacen las personas que presentan la t|ueja de solucionar esa conducta; sus intentos tienen, de hecho, un Vl'ccto de retroalimentación positiva, creándose un círculo vicioso. Así, un cambio en los esfuerzos repetitivos por parte de cualquiera ilc los miembros puede revertir el efecto de retroalimentación, eliminando así las acciones que mantienen el problema.
I'rimera sesión J.W. inició el caso con nuestra pregunta de siempre. J.W.: ¿Cuál es el problema? PEGGY: ES nuestra hija. Tiene treinta y un años y no come. A los doce años ya tuvo un problema con la alimentación, pero enseguida se le pasó. Después lo volvió a tener cuando iba al instituto. Se quejaba de que le dolía el estómago. Ahora está casada... desde hace cinco años... y tiene un hijo, de tres años y medio. Además está sometida a mucha tensión en el trabajo. J.W.: ¿Sigue ingresada? PEGGY: No, sólo estuvo tres semanas, pero no querían darle el alta si no prometía que iría a la clínica dos o tres veces a la semana... Es muy pequeña, mide menos de metro cincuenta, y pesa unos treinta kilos... Esperamos que usted nos ayude a hacer frente a esta situación.
Mientras Peggy hablaba, Jack estaba muy tenso. Se hallaba sen- lado con las manos dobladas como si rezara, la cabeza gacha y mirando hacia abajo, como un oyente que espera con ansiedad que le llegue el turno para decir algo importante. Por el contrario, Peggy se mostraba mucho más serena y hablaba con claridad y coherencia. Se
notaba que no había perdido la calma a pesar de que también ella creía que la situación era desesperada. PEGGY: (SIGUE HABLANDO ) Dijeron que a lo mejor tenía cándidas. En cuanto come algo tiene náuseas. Le da miedo vomitar. Dice que prefiere no comer a arriesgarse a vomitar. Yo le digo: «¿Qué tiene de malo vomitar?», pero igualmente le da miedo... estamos destrozados y él [Jackj está muy disgustado. Es una carga muy grande. J.W.: Veo que lo que hace Janice no es eficaz. (LOS DOS ASIENTEN .) Explíquenme un poco más eso de que es una carga muy grande. PEGGY: A veces nos llama por teléfono para decirnos lo mal que se siente. Son unas llamadas terribles. Casi no quiero hablar con ella. JACK: Sí, es muy duro oírla hablar de su estado, de que le duele el estómago, de que no come. PEGGY: Y (REFIRIÉNDOSE A JACK) cuando salimos del hospital él no para de decir: «¿Qué vamos a hacer?»
Ya se habrán dado cuenta de lo aterrorizadas que estaban estas dos personas: Jack apenas era capaz de controlar su pánico y sensación de impotencia, mientras que Peggy se controlaba en un intento de mantener un mínimo de equilibrio para los dos. PEGGY: Ella dice que quiere comer... Cree que es algo físico... pero también podría ser emocional. Alguna vez ha dicho que fue muy difícil criarse en nuestra casa. JACK: (EXPLICA) Yo trabajaba en [un entorno peligroso]... Eso de por sí ya era malo, pero encima me llevaba el maldito trabajo a casa... J.W.: Debe de ser agotador para usted (A PEGGY ). Ir al hospital, cuidar del bebé. PEGGY: (con debilidad y tristeza) Sí .
Le contaron a J. W. la atención médica que Janice había recibido, en parte para informarle y en parte para justificar su frustración y desesperación. JACK: En el hospital XYZ [otro], el médico era un hombre muy estrecho de miras. Janice le había preguntado por las cándidas y él le soltó: «¿Pero de dónde sacó esa idea? ¡Yo no creo en esas cosas!» ¡LA mandó callar! (EN ESE MOMENTO, JACK SE LANZA A HABLAR MUY RÁPIDO Y SE PONE MUY TENSO .) No me parece mal que lo piense, pero hay otras maneras más diplomáticas de decirlo... ¡No tenía que soltárselo directamente a la cara! [Jack procedió a contar que cuando consultaron con otro médico de ese hospital ocurrió lo mismo, lo que aumentó su frustración.] J.W.: Parece que esta situación tan difícil presenta tres aspectos... y da la impresión de que Janice no está recibiendo una atención médica competente y útil.
Al mencionar los «tres aspectos», J.W. se refería a las especulaciones sobre las cándidas, los factores «emocionales» y los factores «físicos» vagos y no identificados. Sin embargo, el principal objetivo de J.W. al hacer este comentario fue el de demostrarles que se daba cuenta de que se sentían impotentes, perdidos y asustados, JACK: ¡Exacto! ¡Exacto! PEGGY: Ha visto a varios médicos, y ahora está viendo a un médico holístico, así que esperamos que esta vez... J.W.: Ya pueden cruzar los dedos. Más vale no hacerse ilusiones para después no sufrir una decepción.
Con este comentario el terapeuta también mostró que se apiadaba de su situación. Lo importante aquí es que, ante un pesimismo tan evidente por parte de los padres, J.W. quería evitar adoptar una postura optimista, al menos de un modo explícito.
PEGGY: (ASINTIENDO) Hay que ser realistas, sí.
J.W.: (VOLVIÉNDOSE HACIA JACK.) ¿A usted qué es lo que más le preocupa? JACK: ¡Que coma! Si no engorda, se morirá. Y yo no quiero que ocurra eso... (JACK RESTA IMPORTANCIA A SUS EMOCIONES PARA HACER HINCAPIÉ EN LA SERIEDAD DE SUS PREOCUPACIONES. SIN EMBARGO, ES INCAPAZ DE MANTENER ESA CALMA FINGIDA, Y CONTINÚA.) Pienso que debería hablar con ella, pedirle que coma, si no por ella, al menos por el niño, esa monada que la necesita (ROMPE A LLORAR)... Pero no sé si debo decírselo. J. W.: Bueno, es demasiado pronto para aconsejarles algo, pero por regla general más vale tomarse el tiempo, no obligarla a responder... No se precipiten; el hecho de que no esté seguro significa que no está convencido y que interviene una serie de factores muy complejos. Sin preguntarlo directamente, J. W. podía deducir sin temor a equivocarse a partir de lo dicho que Jack había intentado ayudar a Janice urgiéndola e incitándola a comer y que estaba pensando en volver a intentar otro aldabonazo similar. Tras enmarcar el problema como desalentador por su complejidad, el terapeuta aconsejó a Jack que «actuara despacio» para que cediera en sus intentos de incitarla a comer. JACK: De acuerdo, de acuerdo... [Pero vuelve a sumirse en un
estado de agitada desesperación al pensar en los efectos catastróficos para su nieto si Janice se muere de inanición.] Ves a madres que harían cualquier cosa por su hijo; a veces me pregunto si Janice lo quiere lo suficiente; si lo que pasa es que el vínculo con él no es lo suficientemente fuerte. J.W. pasó a preguntarles por sus intentos de resolver el problema. Por supuesto, se trata de una información muy importante: según nuestro modelo, es la piedra angular que mantiene el problema.
J.W.: Me sería de gran ayuda saber cómo han intentado ayudar a Janice, cualquier cosa que hayan hecho. PEGGY: Hemos hablado en serio con ella, de que tenía que hacerse mayor. J.W.: ¿Cómo eran esas conversaciones? Las personas suelen dar información de una manera abreviada, haciendo un breve resumen o dando una etiqueta. Pero la ausencia de un diálogo concreto oscurece el mensaje enviado, de modo que sólo queda la INTENCIÓN del mensaje. Eso forma parte de la complejidad de la comunicación verbal humana: no se trata únicamente de que el mensaje enviado no siempre es el mensaje recibido, sino también tic que el mensaje que se pretende enviar no siempre resulta ser el mensaje enviado. Así, a menudo el terapeuta tiene que preguntar por el mensaje en sí, por el diálogo literal. (En este caso, no incluimos la respuesta de los padres.) J.W.: ¿Qué otras cosas han hecho para mejorar la situación? PEGGY: Yo le hacía la comida. Pero entonces ella nos decía: «Ah, eso no lo puedo comer», y yo le preguntaba: «¿Y qué puedes comer?» Sólo verduras, pero cuando se las hacía, no las quería... (SE INCLINA HACIA DELANTE) Sabe, es como alguien que se tira desde un avión. No sé cómo darle el empujón. J.W.: ¿De qué manera lo ha intentado? PEGGY: Ofreciéndole comida, cosas que creo que le gustarán. A veces dice: «Ojalá pudiera comer eso, comer de todo», y yo le digo: «A mí también me gustaría, y creo que lo harás.» Más allá de eso, no sé qué hacer para convencerla. Lo que de verdad me gustaría saber es si deberíamos explicarle cómo nos sentimos. Por dentro estoy deshecha, pero cuando estoy con ella guardo la compostura. El [Jack] tiende a mostrarlo más. Está siempre encima de ella: «¿Y esto te gusta? ¿Quieres aquello?» En medio de tanto nerviosismo, ella se pone aún más tensa.
J.W.: ¿Algo más? PEGGY: ¿Para ayudarla? Pensé que lo mejor sería ayudarla a relajarse, no darle importancia a la comida; a lo mejor dejar que ella la
pida en lugar de ofrecérsela. O sea, ignorarla. Ya empecé a hacerlo este fin de semana. JACK : (EXPRESANDO SU FRUSTRACIÓN EN SU INTENTO DE AYUDAR)...
¿Cómo podemos ayudarla? ¿Cómo demonios podemos llegar hasta ella? J.W.: (PROSIGUE CON LA SOLUCIÓN INTENTADA) ¿Y usted cómo lo ha intentado? JACK: Estoy cerca de ella, le insisto. Si come poco, la animo. Y ella me dice: «No quiero que me animes.» Pero yo le contesto: «Me estás haciendo feliz, y eso ahora es lo único que importa.» J.W.: ¿Le insiste y la anima a comer? JACK : Eso es lo que intento; procuro hacerla comer. Es como una visión al final de un túnel, lo único que veo. Que coma. Tras una llamada de los observadores del equipo, J.W. preguntó por la cuestión de las cándidas, en concreto si se podía confirmar el diagnóstico y cómo se podía hacer. Jack explicó que el médico que la llevaba en ese momento le pidió un análisis de heces; ya habían enviado una muestra a un laboratorio, pero no les darían los resultados hasta al cabo de dos semanas. Por último, antes de dar por terminada la sesión, J.W. les presentó una agenda nueva. J.W.: Antes de acabar esta sesión, me gustaría que pensaran en cómo sería una primera señal de mejoría. Digo una «primera señal» porque es una situación muy seria, y a su hija todavía le queda un largo camino por recorrer. Por lo tanto, es importante que piensen en algún tipo de indicador por el camino. ¿Qué es lo primero que verían? Piensen en detalles pequeños y concretos.
J.W. asignó a los padres esta tarea para que se lo pensaran antes de la siguiente sesión. Dicha tarea puede proporcionar información útil (por ejemplo, mostrar cómo una persona define un cambio), pero es, al mismo tiempo, un tipo de intervención. La pregunta incluye la premisa de que las cosas pueden cambiar, de que pueden mejorar. Al formular la pregunta, la persona acepta la premisa y así actúa con la sensación de que puede hacer algo. Esto es tanto más útil cuando las personas que presentan la queja, como en este caso, sólo ven desesperanza. A su vez, este «optimismo terapéutico» puede ayudarles a relajarse y ceder un poco en sus intentos desesperados de resolver el problema.
Segunda sesión Peggy y Jack volvieron al cabo de una semana. Como el terapeuta original, John Weakland, estaba fuera, yo (R.F.) me encargué de la sesión. Dado que había asistido como observador a la sesión anterior, mi sustitución no representó ningún problema. Se lo expliqué a Jack y Peggy nada más iniciar la sesión y los dos lo entendieron perfectamente. Nos llamó la atención que en la primera sesión apenas se había hablado del marido de Janice: de cuál era su papel, si tenía alguno, en el problema, así como de su postura. Como para nosotros es muy importante establecer quiénes son las personas que presentan la queja de un problema, lo mencioné en esta sesión. R:F.: Teniendo en cuenta que el que vive con ella es su marido, ¿qué pinta él en todo esto? PEGGY: Según él, Janice está bien. Eso no significa que no se preocupa, sí que se preocupa. Lo que pasa es que no es tan sofisticado, no entiende lo grave que está. Para él es algo pasajero. R:F.: ¿Quiere decir que no está alarmado...?
JACK: (I NTERRUMPE) No se le ve muy alarmado. Es que no lo
entiende... no sabe lo que puede pasar. PEGGY: ... Janice estará bien; se pondrá bien. R:F.: ¿Representa su actitud despreocupada un problema para ustedes? Los dos dijeron que no. Por lo que contaron de la actitud del marido hacia el estado de Janice, éste no parecía presentar ninguna queja. No estaba angustiado y, como para él era un «problema pasajero», seguramente no veía necesaria la intervención de expertos. En caso contrario, habríamos querido verlo. Jack pasó entonces a explicar otro enfoque. JACK: Soy como un espejo, me cuesta disimular lo que siento, mientras que a Peggy se le da muy bien. Así que he visto que lo mejor era mantenerme alejado y dejarla sola... y está funcionando. Así él [el marido de Janice] puede estar más tranquilo, y eso le está haciendo más bien que mal. R.F.: Si lo he entendido bien, el hecho de que él esté más tranquilo la ayuda.
Además de aclarar lo que dijo Jack, este comentario también sirvió para reforzar los beneficios de un desvío de la solución intentada, consistente en presionar a Janice para que comiese. R.F.: Esto es una pequeña digresión (A JACK), pero ha dicho que como se lo toma todo de un modo demasiado intenso y se pone muy nervioso, ha tendido a alejarse y a dejar que Peggy se ocupara de todo... No sé qué quiso decir con eso. ¿Qué clase de contactos ha tenido con ella? JACK: Cuando Janice viene a casa, evito entrar en la cocina o el comedor. Ya no le pregunto cómo se siente ni si ha comido lo suficiente; sólo la abrazo y salgo de la habitación o me voy a la tienda. Intento no hablar con ella... Si empiezo otra vez [a presionar a Janice], Peggy me hace una señal. Tie
ne sentido porque se empiezan a notar los efectos... De momento va bien. R.F. ...¿Y cómo se miden los efectos? Pedir detalles concretos puede servir para varias cosas. En primer lugar, sirve para que las personas den una descripción más clara de lo ocurrido, ya que les permite pasar de lo vago a lo concreto. En segundo lugar, el terapeuta se hace una idea de cómo estas personas miden el cambio, de sus prioridades. Por último, al explicar los detalles del cambio, la persona se da cuenta de que el cambio es más real, más significativo. JACK: Por el hecho de qué está comiendo un poco. PEGGY: Está comiendo más... JACK: (I NTERRUMPE) Está comiendo más... Esta comiendo alimentos más sólidos. R.F.: ¿Y eso desde cuándo?
Se lo pregunté porque a veces, en la primera sesión, las personas no dicen que se ha producido una mejoría antes de acudir al terapeuta. O bien la mejoría puede reflejar el impacto de esa primera sesión. Es importante saber si fue por eso, porque hay que destacar cualquier mejoría definible; también permite averiguar concretamente cuál fue la causa de esa mejoría. PEGGY: Desde esta última semana... El domingo hice el
desayuno: tostadas con canela y huevos escalfados. Comió bastante bien. Empieza a comer un poco más. Al final de la semana, ya no necesitaba la bolsa de agua caliente. (PEGGY HABÍA MENCIONADO ANTES QUE JANICE SE QUEJABA DE UN DOLOR ABDOMINAL DESPUÉS DE CASI CADA COMIDA Y QUE LO ALIVIABA CON UNA BOLSA DE AGUA CALIENTE.)
Pero todavía se preocupa por lo que come y sigue anotando la cantidad de calorías que ingiere. R.F.: Bueno, eso no me extraña, porque está muy grave, es una situación muy seria. Por eso ni siquiera se me ocu
rrió preguntar si se había producido algún cambio a lo largo de esta semana. Pero estoy sorprendido. Sin duda no ha salido del bache, pero según ustedes está comiendo más y ya no necesita la bolsa de agua caliente. No puedo atribuir la mejoría a algo que hayamos hecho aquí. Lo único que hicimos fue preguntar. Esta respuesta a la afirmación de Peggy de que Janice sigue fijándose en las calorías que ingiere tiene varias implicaciones. Tenía menos posibilidades de equivocarme si suponía que los padres seguían con una actitud pesimista y asustados por la fragilidad de Janice. Al hacerme eco de su actitud, conseguí que mis comentarios posteriores fueran más creíbles. Después empleé ese «pesimismo» para decir que me sorprendía la rapidez de la mejoría; ni siquiera se me había ocurrido preguntar si se había producido. Sin embargo, de todos modos dejé claro que se había producido un cambio deseable y antes de lo previsto. Así, al empezar diciendo «Todavía 110 ha salido del bache», aludí a una mejoría. Por último, al negar todo mérito por el cambio, sugerí que habían sido ELLOS los que habían hecho algo, que no eran observadores desvalidos. JACK : Bueno, me ayudó a sentirme menos tenso, me hizo pensar... El [John Weakland] me alivió de mucha tensión. No podía pensar... no me pregunte por qué... me ayudó a ir por buen camino. PEGGY: Esa sesión fue muy útil.
R.F,: ¿De veras? Saben, cuando uno está muy concentrado en lo que hace, a veces no sabe cómo lo hace. Así que me gustaría saber dos cosas, y permítanme abordarlas una por una. ¿Qué fue lo que se dijo que...? JACK : No sabría decirlo con exactitud... PEGGY: Era algo que necesitábamos desesperadamente. La situación para él (SEÑALANDO A JACK) era terrible, había perdido el control... cada minuto del día. Y tras venir aquí y hablar con el doctor Weakland... las preguntas que hizo...
R.F.: Eso me lleva a la siguiente pregunta. Es posible que tampoco puedan dar una respuesta exacta... ¿Saben qué hicieron esta semana que fuera distinto de lo que hacían antes? PEGGY: Fuimos a su casa, que está tranquila, en calma, nadie pregunta nada, nadie la presiona. No la agobiamos, sino que la ayudamos a relajarse. Fue como unas vacaciones para mí... porque Jack, que Dios lo bendiga, es un puro nervio, con una tensión que rebota por las paredes. R.F.: ¿Se refiere a que es como el famoso presentador de televisión Ed Sullivan? Podría iluminar una habitación sólo con irse. (JACKY PEGGY RÍEN.) PEGGY: En este caso, la tranquilizó yéndose.
Aunque hay que usar el humor con cuidado, a veces es bueno para ella que con ello la intensidad del problema pasa de lo patológico a un contexto HUMANO familiar; es una ayuda porque normaliza un problema y, de ese modo, sugiere una situación menos misteriosa y más cambiable. La gente tiende a estar más receptiva a las ideas nuevas cuando está relajada. R.F.: (A JACK) Como se sintió más relajado después de la sesión con Weakland, cuando fue a ver a Janice... ¿llegó a...? JACK: No fui a verla. Así que ella no se sintió presionada por mí. (SEÑALÓ A PEGGY .) Me quedé en casa. R.F. ¿De modo que la ayudó pero no de una manera muy halagadora? A primera vista, se podría interpretar el comentario como una manera de menospreciar el papel de Jack. Pero me interesaban más las implicaciones de que había sido un apoyo: que lo que hizo fue estratégicamente útil para Janice pero que yo entendería que no le atribuyeran el mérito que merecía. Sí él hubiese interpretado mi comentario de otra manera, le habría aclarado mis intenciones, pero resultó que 110 le molestó en absoluto. Jack dijo alegremente: «Hoy cuan
do la vi, su rostro, su actitud eran totalmente distintos. Tenía una vitalidad que no tenía la semana pasada. Se reía.» El resto de la sesión, Peggy y Jack reiteraron lo valiosa que había sido la primera visita para ellos. Al hablar de la solución intentada siempre lo hacían en pasado: «Antes, solíamos...» Sin embargo, como vimos antes, hablaban de la mejoría de Janice con salvedades, lo que dejaba abierto el interrogante de si veían la necesidad de recibir más ayuda. Por un lado, no queremos proponer concluir el tratamiento si la persona no se siente preparada; por el otro, tampoco deseamos prolongar una terapia que la persona no cree necesaria. Esta última postura puede tener una influencia negativa ya que, sin querer, puede dar a entender que lo conseguido no es suficiente, que es insignificante. La descripción de Jack y Peggy del cambio en Janice era, para nosotros, una mejoría significativa y cualitativa. Pero nos interesa más saber si la persona que presenta la queja cree que el cambio ha sido significativo y, en caso de que lo crea así, hasta qué punto. Se lo planteé. R.F.: Como los dos han dicho que se sienten más tranquilos después de la sesión con Weakland, no sé si han conseguido lo que deseaban. Al fin y al cabo, sólo han tenido una sesión. ¿O creen que todavía no han salido del bache? PEGGY: Janice podría recaer en cualquier momento, Y todavía no ingiere suficientes calorías... lo cual la asusta. Tengo que tranquilizarla. No engorda, pero está comiendo alimentos sólidos. Antes sólo tomaba líquidos. Ésta es la táctica correcta, aunque sólo avancemos un poquito cada día. R.F.: De modo que si les dijera que quiero verles otra vez, ¿no sentirían que sería una pérdida de tiempo? JACK : En estos momentos, no lo sé. No quiero interrumpir algo que le va bien. PEGGY: ¿Usted cree que es necesario hacer más sesiones?
Les propuse dos posibilidades. Podían dejarlo ahora y que el resto de las diez sesiones quedaran pendientes por si más tarde veían
la necesidad de volver o podían seguir hasta sentirse más seguros de que podían dar por terminado el tratamiento. Como siguieron eludiendo dar una respuesta, les dije: «Permítanme proponerles un término medio. Sé que John vuelve la semana que viene. Me gustaría pedirles que lo vean.» Tanto lo que diga el terapeuta como la manera de decirlo siempre debe tener en cuenta la posición de las personas que presentan la queja. Esta vez, su posición era ambigua, ya que no era ni muy pesimista ni muy optimista. En esos casos, el terapeuta tiene menos posibilidades de equivocarse si adopta una posición pesimista. Si se equivoca, y resulta que subestimó el optimismo de las personas que presentan la queja, éstas tenderán a corregir su impresión. Pero si se equivoca con la postura contraria, subestimando el pesimismo de las personas que presentan la queja, corre el riesgo de que éstas sientan que el terapeuta no entiende la gravedad de la situación, que la está trivializan- do. Así, ante la posibilidad de que Jack y Peggy se equivocaran, sugerí que volvieran aunque sólo fuera una vez. Al final resultó que estaban más tranquilos de lo que parecía a primera vista: PEGGY: ¿Y si venimos dentro de un par de semanas? ¿Es posible? JACK: Sí, así tendríamos más cosas que contar.
R.F.: Muy bien. Será dentro de dos semanas.
Tercera sesión Al final, la tercera y última sesión se celebró tres semanas más tarde, de nuevo con John Weakland. J.W.: Han pasado tres semanas desde que vieron al doctor Fisch y entonces las cosas habían mejorado tanto que, a decir verdad, he estado un poco preocupado, así que me pregunto qué habrá pasado en este tiempo.
Este marco, que podíamos definir como preocupación por la rapidez de la mejoría, permite que las personas que presentan la queja se relajen al margen de lo que tengan que contar. Por ejemplo, si por un lado dicen que no ha cambiado nada desde la última visita o que las cosas han empeorado, el terapeuta podrá respirar aliviado y las personas no temerán que el terapeuta los castigue por no haberlo hecho mejor. Por otro lado, si las cosas han seguido mejorando, semejante noticia compensa fácilmente cualquier preocupación por el «nerviosismo» del terapeuta. Al fin y al cabo, son las personas que presentan la queja las que viven con el problema. PEGGY: Ha progresado. De una manera lenta pero constante. Janice está mejor. Come, aunque no ha engordado porque su dieta es muy limitada. Le han diagnosticado cándidas en un estado muy avanzado. Eso significa que no puede comer azúcar ni levadura, lo que incluye pan, pasta y todo lo que engorda; así que come verdura, pollo,.pescado. Con esa dieta no puede engordar, pero yo siempre le digo: «Al menos vas por buen camino; estás comiendo alimentos sólidos, no sólo líquidos.» J.W.: Por lo que recuerdo que me contaron la otra vez, aun cuando lo máximo que se pueda decir es que la situación se ha estabilizado, de todos modos sería un paso positivo, y Janice está comiendo de una manera limitada sin necesidad de pelearse con ella ni de insistirle en que lo haga. PEGGY: Exacto. Nadie le insiste. Tiene muchas molestias después de comer. Pero no cada día. Antes comía un poco y necesitaba la bolsa de agua caliente porque le dolía mucho. Ahora sólo la necesita una o dos veces a la semana. Sigue viendo a distintos médicos que a lo mejor pueden ayudarla. Eso ha costado mucho dinero, pero también le ha ido bien. J.W.: ¿Ha tenido más éxito a la hora de encontrar comprensión y buenos médicos? PEGGY: Sí, encontró a uno que le diagnosticó las cándi
das. Se mostró muy comprensivo pero también fue muy vago, y ella quiere algo más tangible. JACK: Ahora ha encontrado a un médico especializado en esta enfermedad. J.W.: Es muy difícil encontrar a una sola persona que vaya bien para todo. PEGGY: Tiene muchas alergias alimenticias, lo que le dificulta comer. Aunque está mejor, sigo un poco recelosa. Tengo miedo de que ocurra algo que la haga recaer y que se deprima otra vez. J.W.: Antes que nada permítanme que les diga que teniendo en cuenta lo grave que ha estado creo que es mucho más sensato adoptar una actitud recelosa que cantar victoria y gritar: «¡Viva! ¡Viva! ¡Ya está todo arreglado!» Eso no sería una actitud muy realista. Es más seguro ser un poco escéptico y cauto y esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos. PEGGY: Eso es lo que hago.
J.W.: Muy bien. Una vez más, J.W. mantuvo la credibilidad haciéndose eco del pesimismo de las personas que presentan la queja, pero también incluyó una IMPLICACIÓN optimista al sugerir que es posible o probable que las cosas «sigan su curso» y que su hija mejore. Esto se parece, en principio, al uso de la implicación en la hipnosis: «Sentirá su mano más ligera ANTES DE EMPEZAR A LEVANTARLA.» Esta postura contrasta de un modo notable con la terapia tradicional, en la que se consideraría que el pesimismo de la persona que presenta la queja es una señal negativa. En ese caso, el terapeuta intentaría acabar con su pesimismo: «¡Fíjese en el lado más alegre y esperanzador!» JACK: También la he animado a que viera a un buen nutri-
cionista. Le he concertado una cita con dos de esta zona y ella tendrá que elegir. J.W.: Espero que le vaya bien, pero según recuerdo de su entrevista con el doctor Fisch, si no me equivoco, y corríjan-
me si lo hago, usted había adoptado una actitud de observa» dor y no intervenía o bien había reducido su participación activa en la situación, dejándolo todo en manos de ella. PEGGY: SÍ. JACK: A la larga Janice tendrá que hacerse cargo de su vida, así que fue una buena manera de salir de ella.
J.W.: De modo que a menos que haya visto algo que le haga cambiar de opinión, en general lo mejor sería seguir con la misma táctica. PEGGY: De momento sigo en SU casa. La ayudo con la compra y estoy allí para apoyarla. Veo que poco a poco va haciendo más cosas. J.W.: De acuerdo. No me refiero al ritmo en el que se alejan y la dejan sola, porque eso no puedo juzgarlo de lejos. Sólo puedo opinar sobre la dirección general de su actitud. JACK: Ésa ha sido la dirección general, y lo hemos hecho despacio en lugar de echárselo todo encima y decirle: «Aquí tienes. Es todo tuyo.» PEGGY: Y como se siente mejor, está diciendo cosas que me parecen fantásticas. «Si sigo sintiéndome así de bien, podré ir sola en coche a ver al médico.» Empieza a pensar cosas así. J.W.: Eso es alentador, pero una vez más, es importante no obligarla a ir demasiado rápido ni esperar demasiado. Creo que lo mejor que pueden decirle en una situación como ésta es: «Me parece muy bien, pero no te fuerces. Puede que tardes un poco más de lo que crees.» De lo contrario, si le da por tener expectativas poco realistas o el ritmo de su mejoría... JACK: Me ha dicho que supone que tardará alrededor de un año, y sólo han pasado dos o tres meses.
J.W.: Eso está bien. Lo que quiero decir es que deben seguir igual en lugar de intentar hacer que las cosas vayan más deprisa de lo que deberían. JACK: Básicamente, la dejamos a ella que vaya marcando el ritmo y nosotros la seguimos, sin dejar de animarla. J.W.: Hum, eso es exactamente lo que quiero decir. No
dejen de animarla. ¿Pero la están animando o la están empujando un poco más de lo que deberían? JACK: Yo no la empujo. Me mantengo alejado Y no me meto con ella, la dejo tranquila. J.W.: De acuerdo. Entonces, ¿cómo la anima? JACK: Por ejemplo, cuando hablamos por teléfono, no le pregunto cómo se siente. Es lo peor que puedo hacer. J.W.: ¡Muy bien! JACK: Cuando la veo, le digo que tiene muy buen aspecto y que la veo muy activa. Y ella me contesta: «Sabes, ya me lo han dicho otras personas.» Así que sabe que se lo digo en serio, y ella responde a mis comentarios con una sonrisa, mientras que antes me gruñía o pasaba de mí. J.W.: Mientras sonría cuando se lo diga, está bien, pero si ve que se muestra escéptica... No hay que esperar una mejoría constante, sino que avanzará dos pasos y retrocederá otro mientras sigan produciéndose cambios. Todavía cabe la posibilidad de que un día esté así y le diga lo de siempre y ella le conteste que no está de acuerdo. Así que les aconsejo que mantengan los ojos bien abiertos por si eso ocurre y, si ocurre, interprétenlo como una señal y retrocedan porque están yendo más allá del punto para el que está preparada, al menos ese día. JACK: Siempre la observo antes de decir nada. Pienso antes de hablar. J.W.: Muy bien, ¡pero ya sé que es difícil! Cuando estaba a punto de concluir esta última sesión, J. W. preguntó sí había algo más que les preocupara de Janice. Los dos contestaron que no, que sólo les preocupaba su alimentación y los efec- los que podía tener la enfermedad en su salud y su espíritu. Reiteraron que creían haber entendido cuál era el camino más efectivo a seguir y que de momento se sentían animados con los resultados. Entonces J.W. sugirió que interrumpieran la terapia pero con la opción de volver si en algún momento lo consideraban necesario y ellos enseguida aceptaron dejar pendientes el resto de las sesiones.
Seguimiento Como es habitual en el Centro de Terapia Breve, realizamos una entrevista de seguimiento por teléfono con Jack y Peggy, la primera seis meses después de la última sesión. Los dos dijeron que se sentían menos preocupados por Janice, que ésta progresaba lenta pero gradualmente. Como ejemplo, Peggy mencionó que Janice había empezado a vestirse en lugar de estar todo el día en bata. Añadió que planeaba volver al trabajo la semana siguiente. Realizamos la segunda entrevista de seguimiento cerca de un año después de la última sesión. En cuanto a su preocupación por Janice, dijo Jack, había disminuido mucho. Contó que le había empezado a crecer el pelo otra vez, que trabajaba fuera de casa, conducía y comía con regularidad. Los dolores de estómago eran menos frecuentes y Peggy ya no sentía tanta necesidad de ayudarla. Peggy repitió lo mismo. «Se vale más por sí misma.» ***
Al revisar este caso, parecería que el principal impacto terapéutico tuvo lugar en la primera sesión. En ese momento, las preguntas que solemos hacer para averiguar el problema y, de ese modo, obtener una imagen clara de la solución intentada tuvieron un efecto estratégico inesperado. La discusión puso de relieve, de un modo evidente, que insistirle a Janice para que comiera no era, como mínimo, productivo, y posiblemente empeoraba las cosas. No era evidente hasta qué punto los padres lo habían entendido, pero por poco que lo hubieran hecho, lo llevaron a la práctica a su manera y el hecho de que evitaran forzar a su hija tuvo un efecto positivo y duradero. Como ya hemos dicho, el terapeuta se siente intimidado cuando intenta tratar una conducta «anoréxica», en gran parte debido a sus efectos en la salud y a que conlleva un riesgo de muerte. En el próximo capítulo, trataremos otro tipo de amenaza, más frecuente que la
anorexia; a saber, el problema de la bebida. A diferencia de la ano- rexia, cuyo impacto rara vez se extiende más allá de la familia, la bebida puede tener.consecuencias más amplias para la población en general. Uno de los ejemplos más dramáticos es el conducir bajo los efectos del alcohol, junto con la estrecha relación entre la bebida y los delitos violentos. Nos pareció que el problema de la bebida merecía a todas luces ser incluido en una obra que trata de los problemas intimidantes.
ALCOHOLISMO
Las etiquetas ALCOHOLISMO y ALCOHÓLICO , dos términos con una gran carga emocional, reflejan un punto de vista muy distinto del nuestro. De un modo más acorde con nuestra manera de ver las cosas, hablaremos de la TENDENCIA INDESEABLE A BEBER o, más concretamente, de la TENDENCIA A BEBER QUE ES MOTIVO DE QUEJA. Debido al componente emocional asociado al problema del alcoholismo, creemos necesario aclarar que, aunque nuestro enfoque a este problema difiere del modelo más habitual, reconocemos que beber en exceso puede tener y tiene un gran efecto en la salud y la supervivencia del bebedor y a menudo efectos catastróficos en los demás. Lo que pretendemos en este libro no es minimizar la gravedad de ese impacto, sino ofrecer un enfoque alternativo, capaz de abordar ese tipo de problema de un modo más eficaz y eficiente. No pretendemos tener un método infalible para tratar la tendencia indeseable a beber, pero el caso descrito en este capítulo es un claro ejemplo de cómo las intervenciones breves pueden provocar cambios duraderos en las personas que beben.
UNOS CUANTOS CONCEPTOS SOBRE LA BEBIDA Las actitudes hacia la bebida en exceso siempre han tenido con notaciones moralistas. Suponemos que tiene que ver con el hecho de que, a diferencia de la mayoría de los demás problemas sociales, cuando uno bebe exhibe a sabiendas una conducta imprcdecible e irresponsable; es decir, cuando bebe hasta emborracharse. (Por supuesto, en esto 110 se incluyen las celebraciones de Noche Vieja y algunas formas de beber de los grupos masculinos, por ejemplo, las despedidas de solteros, aunque algunos sostienen que beber en exceso en esas situaciones también es un tipo de alcoholismo.) Antaño, se consideraba que beber en exceso era señal de debilidad de carácter o una prueba del mal del bebedor, que había sucumbido a las tentaciones del diablo, el «Demonio de la bebida». Más recientemente, la bebida en exceso se ha definido como una enfermedad, lo que ha ayudado a aliviar al bebedor del tradicional oprobio moral infligido al borracho. La etiqueta de enfermedad implica que la persona en cuestión es víctima de un estado no deseado. Uno de los inconvenientes inherentes a estas etiquetas es que conllevan la imposibilidad relativa de cambiar: se centran en lo que ES una persona en lugar de en lo que HACE.
ALGUNOS OBSTÁCULOS QUE HAY QUE CAMBIAR Una de las constantes en nuestro trabajo en el Centro de Terapia Breve es el tema del CAMBIO, lo que significa que somos sensibles a los supuestos sobre las personas y sus problemas que impliquen la imposibilidad de cambiar, la fijación, el «así son las cosas». Estos supuestos pueden ser tan sencillos como decir que «Él es un...», en lugar de decir «Él actúa de tal manera...». Es más difícil pensar en
cambiar el modo de ser de una persona que cambiar lo que esa persona hace. Para una serie de problemas humanos, a menudo se atribuye la imposibilidad de cambiar a algún factor biológico, como una predisposición genética o alguna anomalía inexplicable del metabolismo. La medicalización de los problemas humanos se ha ido poniendo cada vez más de moda. Así, se tiende a relacionar problemas como el suicidio, la depresión, los cambios drásticos de humor y, por supues- !o, la bebida en exceso, con la familia de origen o el clan familiar del paciente. La suposición implícita en semejante actitud es que si cualquier de esos factores están presentes en la familia nuclear o extensa, entonces el paciente tiene cierta predisposición a tener esos problemas. Se da menos importancia a los factores sociales, económicos y culturales que a la genética. Este enfoque también tiende a oscurecer el papel de las decisiones y la conducta personales. Al absolver a las personas de la influencia que ejercen sobre sí mismas y sobre los demás, define al paciente como víctima, con todo lo que eso conlleva: impotencia y limitaciones en la capacidad del paciente para cambiar su situación. Como este punto de vista parece haberse impuesto como una verdad incuestionable, se considera una herejía investigar la bebida en exceso desde cualquier otra perspectiva. Los terapeutas que cuestionan la visión prevaleciente se arriesgan a que los acusen de trívializar el dolor y el sufrimiento de los miembros de la familia del bebedor. El problema con la visión actual es que un «tratamiento» dura toda una vida y aísla al bebedor de la sociedad. Este no sólo TIENE un problema, sino que él ES un problema en el sentido de que su trastorno constituye un componente importante en la definición de quién es. El coste de la solución es que esa persona acepte que su identidad gira en torno a su estigma. Lo que ha disuadido a muchos bebedores de pedir ayuda ha sido la estricta observancia de la abstinencia y el consiguiente compromiso que se les obliga a adquirir. Algunos también se sienten alienados por el énfasis que pone Alcohólicos Anónimos en la aceptación de un poder mayor como una necesidad de su programa (véase Shute, 1997).
¿QUIÉN PRESENTA LA QUEJA? Como con todos los problemas, consideramos que la tendencia no deseada a beber es una CONDUCTA por la que alguien presenta una queja. Como en una serie de problemas, la persona que provoca la queja, el bebedor, a menudo tiene menos motivos de queja que un miembro de la familia, un jefe o un agente de control social (el funcionario encargado de la libertad condicional, el personal de los Servicios de Protección a la Infancia, la policía y demás). Muchos de los individuos que deciden ir a ver al terapeuta no están descontentos con su conducta, sino que los han coaccionado a realizar una terapia: son pacientes involuntarios. Esto lo vemos nada más empezar la primera sesión, cuando le preguntamos al paciente qué le ha impulsado a pedir ayuda. Una respuesta característica es: «Bueno, es que este fin de semana cogí una cogorza de aúpa y el domingo por la noche mi mujer me dijo que iba a ver a un abogado para pedir el divorcio si no buscaba ayuda por lo de la bebida. Así que el lunes los llamé.» En un caso así, querríamos ver a la mujer del paciente, dado que es bastante evidente que la que presenta la queja de que él beba es ella, no él, y necesitaríamos saber qué ha hecho para intentar que él bebiera menos. Si bien las soluciones intentadas pueden ser de distinta índole -como buscar todas las botellas y tirarlas a la basura, exhortar al marido a asistir a AA, hacer comentarios críticos cuando él se sirve otra copa, pedir a sus amigos que «razonen» con él, etc.—, salvo raras excepciones, siempre reflejan la misma idea: «¡Debes y puedes parar de beber!». Hemos desarrollado la hipótesis de que este enfoque a menudo no funciona porque consiste en una orden de «No hagas esto», en oposición a la orden de «Haz aquello». El caso que presentamos ilustra esta idea.
«QUIERO CONTROLAR LA BEBIDA» Teniendo en cuenta el modelo prevaleciente para tratar la bebida en exceso, Judy despertó nuestro interés cuando nos pidió ayuda porque bebía y dijo que esperaba poder beber de un modo «normal» (es decir, de un modo controlado, social y sin problemas). Esta mujer de treinta y un años, casada y con dos hijos pequeños, había sido una profesional que trabajaba fuera de casa, pero en los últimos años se había dedicado exclusivamente a cuidar de su familia y la casa. Su marido, George, era consultor. Judy había estado viendo a un terapeuta que había aceptado ayudarla a beber como una persona «normal», pero como al cabo de un año no se había producido ningún cambio, su terapeuta nos la había derivado. Su primera terapeuta había intentado transmitirle la idea de que ella siempre tenía una opción en cuanto a la bebida; es decir, podía ELEGIR si bebía o no bebía, del mismo modo que podía elegir detenerse tras beber un número determinado de copas. Basándose en esa idea, ta terapeuta le pidió a Judy que planificara el número de copas que podía tomar así como los periodos de abstinencia. Durante ciertos periodos, Judy se abstenía de beber, pero en cuanto concluía la «condena», volvía a excederse en lugar de planificar el número de copas. Así, aunque su terapeuta intentó fijar un objetivo distinto, aplicó una de las soluciones intentadas más habituales: «¡No bebas!» Como verán, Judy resumió el problema de un modo muy sucinto: la bebida. Como con cualquier problema, no pensamos en términos normativos; es decir, no nos planteamos si una conducta se desvía de un modelo de normalidad; en cambio, lo que nos interesa es lo que la paciente considera que es un problema para ella. Así, le preguntamos por detalles como la cantidad de alcohol que bebe, no para determinar si Judy es alcohólica, sino para averiguar qué es lo que representa un problema con la bebida para ELLA. Nos parecen más pertinentes sus comentarios de que el alcohol le afecta el hígado, interfiere en su vida sexual y la vuelve más irritable con los niños. Por
supuesto, gran parte de esta información se habría podido conse con la sencilla pregunta: «¿De qué manera la bebida es un prob ma para USTED ?»
Primera sesión En la primera sesión, el terapeuta vio sólo a Judy. En la prim parte, Judy dijo que quería cambiar la manera de beber y aprender controlar el alcohol en lugar de dejarlo por completo. TERAPEUTA: ¿Cuál es el problema? JUDY: La bebida. TERAPEUTA: ¿Puede explicarse un poco más? ¿Por qué,e un problema? JUDY: El problema es que... supongo que... Bueno, supon» go que siempre tuve una tendencia a ser... no una gran bebe- dora, pero yo siempre quería salir y pasármelo bien, y siempre me ha gustado ir de copas. Pero empezó a ser un problema hace un par de años, cuando empecé a beber sola o a sentir que tenía que tomar unas cuantas copas cada noche, y hace alrededor de un año llegué al punto en que me di cuenta de que necesitaba ayuda. El médico me dijo que la bebida empezaba a dañarme el hígado. TERAPEUTA: ¿Le explicó cómo? JUDY: Sólo me dijo que tenía grasa en el hígado. Me hizo análisis de sangre y dijo: «Usted no tolera el alcohol. No debería volver a beber. Si tiene problemas para dejarlo, vaya a ver a un terapeuta.» ¡Y adiós muy buenas! Me hizo mucho daño y me quedé muy resentida, pero no dejé de beber. TERAPEUTA: Cuando dice «bebo mucho», ¿qué significa? JUDY: Bueno, bebo cada noche. Alrededor de una botella o más de vino cada noche. En realidad, el problema no es la cantidad, sino el hecho de que está afectando mi vida, la relación con mi marido. Desperdicio las noches. No soy
productiva. Antes tenía otras prioridades que... he dejado de leer. TERAPEUTA: Ha dicho que la bebida está afectando su vida y su salud. ¿Puede explicarme de qué manera? JUDY: Cuando una noche bebo mucho, a la mañana siguiente me duele la zona alrededor del hígado. Tenía que hacerme otro chequeo pero no volví. Desde hace dos años que mi menstruación se ha vuelto irregular. También sé que le molesta mucho a mi marido. Tampoco es lo mejor para nuestra vida sexual. Y creo que como me siento mal conmigo misma soy más dura con los niños. TERAPEUTA: ¿Por qué ahora? JUDY: Hace poco fui a ver a mis padres y una noche bebí demasiado. Fuimos a dar un paseo después de cenar y yo no podía caminar en línea recta, me tambaleaba y se me trababa la lengua. Ya me había ocurrido otras veces estando con ellos, pero esta vez ellos me obligaron a enfrentarme al problema. Les conté lo que hacía para dejarlo, y me dijeron que eso no funcionaría. «Tienes que entender que no puedes volver a beber.» Fue una verdadera conversación de padres a hija. TERAPEUTA: Como nuestros tratamientos son relativamente cortos, ganaríamos mucho tiempo si pudiéramos saber lo que usted o George han hecho que no ha funcionado o bien que no ha funcionado lo suficientemente bien para resolver este problema. Es decir, si desde el principio averiguamos cuáles son las cosas que ni siquiera valen la pena intentar, ganaremos mucho tiempo. Así que repasemos todo lo que usted o cualquier otra persona preocupada por el problema ha hecho, por ejemplo, ¿dar consejos? JUDY: Ya, de acuerdo. En suma, uno siempre tiene una opción. Lo que intentaba mi terapeuta era que yo eligiera. Me decía: «Sal y elige no beber. O, si has tomado una copa, elige si vas a tomar otra o no.» Básicamente, yo elegía, ¡y elegía beber! Mi terapeuta también decía que bebía para ayu-
darme a relajarme y me aconsejó que comprara una infusión de hierbas en una tienda de dietética, pero eso no sirvió de mucho. (SE RÍE.) También le decía a George que se comportara como si fuera mi problema y no el suyo. Que saliera de la habitación o se marchara cuando le molestara que yo bebiera. George ha hecho todo lo posible. Es muy comprensivo. Incluso se ha enfadado conmigo. TERAPEUTA: ¿La terapeuta le dijo o aconsejó que hiciera algo más para conseguir que esto fuera un problema exclusivamente suyo? JUDY: Sólo le dijo que intentara no fijarse en lo que YO hacía. Desde entonces, ha adoptado distintas actitudes. Ha hecho de todo, desde no decirme nada hasta enfrentarse a mí. En la actitud de «Ha hecho de todo, desde no decirme nada hasta enfrentarse a mí» hay un malentendido muy habitual en las personas que creen que NO DECIR ALGO es un cambio, un cambio importante. Para nosotros, semejante conducta no representa en absoluto un cambio. Cuando otra persona ha adoptado una postura concreta, en este caso: «¡Has bebido demasiado!», el hecho de que no diga nada no dará a entender que la posición de esa persona ha cambiado, sino que está simplemente a la espera: «Aunque no lo diga, sigue pensándolo. Seguro que tarde o temprano me reñirá porque bebo.» TERAPEUTA: ¿Qué le dice cuando se enfrenta a usted? JUDY: Suele hacerlo por la mañana. Dice algo sarcástico
como «Anoche te luciste» o «¡¿Qué bebiste?! ¿Cómo pudiste emborracharte tanto?» Algo así. TERAPEUTA: ¿Ha hecho algo más para beber menos o para dejarlo? JUDY: Pensé que quería intentar sentirme bien conmigo misma, sentir que controlaba la situación. Lo que yo pretendía era decidir que un mes no bebería y beber al mes siguiente, o dos semanas o lo que fuera. Quería fijarme unos objetivos a corto más que a largo plazo. Lo conseguí alrededor de
una semana y media. Hasta que una noche salimos y me tomé unas cuantas copas, y después lo volví a intentar, aguanté un par de días hasta que me dejé llevar otra vez. «¡Tienes que acabar con esto, tienes que acabar!». Y todo esto me asusta todavía más de modo que al final casi bebo más, porque pienso que será la última vez. «Mañana ya 110 beberé, así que esta noche puedo beber todo lo que quiera.» ¿Me entiende? Ese ha sido el mayor problema que he tenido. En esta parte de la sesión, el terapeuta averiguó detalles de la solución intentada de Judy. Antes siempre preguntábamos: «¿Qué es lo que no funciona?», pero pronto nos dimos cuenta de que esa pregunta podía implicar que otras cosas que el paciente había probado sí que habían funcionado. Consideramos que la eficacia parcial o temporal pertenece a la categoría de lo que «no funciona» porque creemos que si un paciente busca ayuda profesional significa que, sean cuales sean los cambios aparentemente positivos que se han producido, han sido insuficientes pues es evidente que el paciente sigue teniendo una queja. Los pacientes también creen que, sea lo que sea que hayan hecho y lo que haya conducido a una mejoría temporal o parcial, han seguido una dirección útil y fiable, una idea que puede interferir con la opción de seguir una dirección muy distinta. Por lo tanto, ahora preguntamos: «¿Qué es lo que no funciona o lo que no funciona lo suficientemente bien?» Hemos visto que en los métodos en los que los individuos tienen que luchar contra la tentación de tomar lo que sea que les preocupa (bebidas alcohólicas, caramelos y otros dulces «prohibidos», drogas de la calle), estos en general al final acaban cediendo. Hemos especulado que la acción aparentemente tan sencilla de luchar con la tentación tiende a abocar al fracaso porque expresa una orden de «No lo hagas» para resistir la tentación mientras que al mismo tiempo se transmite otra orden de «Hazlo», expresada por la propia substancia no deseada; es decir, creemos que uno no puede acatar una orden de «No lo hagas» a menos que haya otra alternativa de «Hazlo».
Así, es difícil que surta efecto el eslogan de Nancy Reagan «D que no a las drogas» a menos que también haya un «En cambio di que sí a [otra cosa que no sea la droga].» En la lucha entre «Siento 1a tentación» y «pero no debo ceder», la tentación es, lógicamente, un orden mucho más fácil de seguir. Uno no puede dejar de estar sentado si no hace otra cosa, ya sea ponerse de pie, tumbarse, tirarse al suelo o lo que sea, como acción ALTERNATIVA. Nuestro colega John Frykman, que hace unos años trabajó con adictos a la heroína en la sección de Haight Ashbury de San Francisco, desarrolló este principio al tratar a sus pacientes con resultados sorprendentemente eficaces y duraderos. De hecho, les proponía realizar una sencilla acción alternativa cada vez que se enfrentaban a la tentación de inyectarse. Primero, Frykman resumía gráficamente todos los factores que antes habían impulsado al paciente a volver a consumir heroína: pérdida de trabajo, presión de los padres, la noticia de la muerte de un amigo íntimo por sobredosis, pedir consuelo a un novio o a una persona cercana que le ofrece una dosis gratis de heroína. Después, Frykman le pedía al paciente: «Si, en el momento en que la tentación es más fuerte, hubieras dicho: “No, gracias” a tu amigo, te hubieras dado la vuelta y marchado, ¿eso te habría enseñado algo sobre tu resistencia a volver a tomar?». Aunque esta pregunta se formuló como una manera de que el «adicto» determinara si había superado su «hábito», contiene la sugerencia implícita de una acción alternativa: di «no, gracias» y después da media vuelta y márchate; si lo haces, controlarás la tentación. Atribuimos la eficacia del enfoque de Frykman a que ofrece al «yonqui» una alternativa sencilla e inmediata a ceder a la tentación. Judy menciona otra sugerencia: beber infusiones de hierbas para sustituir el alcohol. Esto podría bastar como acción alternativa, pero es el tipo de alternativa que tiende a mantener la lucha con la tentación porque, en tanto que sustituto, puede reforzar el deseo de lo «auténtico». Al mismo tiempo, no es una alternativa fácilmente disponible. Podría ser más eficaz si se pudiera acceder a una taza o a una tetera con la infusión de un modo fácil e inmediato. Otra alternativa más eficaz sería determinado tipo de acción; por ejemplo: «Cuando
sienta la tentación, salga a la calle y dé una vuelta a paso ligero para FORTALECER su cuerpo en lugar de DEBILITARLO .» Además de evitar enmarcar un sustituto, esta alternativa pone el énfasis en hacer algo para el propio cuerpo y no sólo en huir del impulso. En principio, el consejo de la terapeuta al marido de Judy -que se comportara como si el problema con la bebida era de Judy y no de él—podía ser útil y eficaz. Sin embargo, al sugerirle que se marchara de la casa, se anulaba su eficacia porque con ello se corría un riesgo demasiado elevado de que Judy lo interpretara como una expresión de condena por verla beber y, por lo tanto, ella seguía creyendo que él se sentía molesto. Asimismo, sugerirle que actuara como si no se diera cuenta de que bebía es otro tipo de orden «No lo hagas», lo mismo ocurre si opta por «NO enfrentarse» y «NO decir nada». Desde un punto de vista empírico, nosotros y otros terapeutas hemos comprobado que intentar hacer caso omiso de un hecho desagradable rara vez funciona. En cualquier caso, estas sugerencias no perjudicaron sus «enfrentamientos» bien intencionados, que consistían en comentarios de enfado o retóricos. Los propios esfuerzos de Judy por controlar la bebida, la mayoría basados en fijarse periodos de abstinencia, tampoco funcionaron, creemos que por las razones que comentamos antes. Una vez más, se trata de diferentes formas de intentar imponer una orden de «No» o «No lo hagas», que hacen que persista la lucha hasta que la persona, agotada, cede a la orden de «Hazlo» y bebe. No nos sorprendió que tras estos tremendos esfuerzos, Judy acabara bebiendo más. Según los enfoques tradicionales del problema, estas sugerencias se consideran sumamente razonables, y si el bebedor no consigue llevarlas a la práctica significa que es un adicto. Para nosotros, pese a la «sensatez» y lógica de estos métodos, son una manera de MANTENER el problema. Como veremos en el siguiente diálogo, Judy explicó además su dilema para resolver su problema. Por un lado, sentía que no podía rebatir los consejos que le daban de que iba a tener que abstenerse por completo; por otro lado, «emocionalmente», seguía pensando que podría controlar la bebida. Como no compartimos los conceptos
tradicionales de que beber es una enfermedad, podemos creer que lo que ella pretende es posible. JUDY: (REANUDANDO EL DIÁLOGO mayor problema que he tenido.
ANTERIOR)...É SQ
ha sido el
TERAPEUTA: ¿NO conseguir los objetivos que se ha marcado? JUDY: Exacto. Eso ha sido un verdadero problema. Sé, racionalmente, que para resolver el problema yo sola tendría que dejar de beber por completo pero, emocionalmente, no quiero aceptarlo porque soy fuerte, y siempre he pensado que si he podido controlar otras cosas en mi vida, también puedo controlar esto. Nunca he querido reconocer que tenía que dejarlo por completo.
Éste es un claro ejemplo de lo que llamamos la POSICIÓN del cliente. Para nosotros, el principal objetivo de la terapia es conseguir que las personas se desvíen de la manera en que intentan hacer frente a su problema, aunque no sea fácil conseguirlo, porque tanto ellos como la mayoría de la gente creen que lo que hacen es lo único razonable. En cierto sentido, lo que pretendemos es que la gente se desvíe de lo lógico, de lo razonable, de lo cuerdo, por así decirlo. Hemos visto que va muy bien enmarcar la alternativa «ilógica» de una manera que incluya la manera en que la paciente se ve a sí mismo y el problema. Judy expresó clara y tajantemente que se consideraba una mujer fuerte, capaz de controlarse a sí misma y su vida. El terapeuta aprovechó esa idea que tenía Judy de sí misma para ofrecerle otra manera de controlar la cantidad de alcohol que deseaba beber. TERAPEUTA: Algunas personas que han tenido problemas para controlar la bebida lo han conseguido hasta tal punto que han llegado a convertirse en bebedores sociales, pero para hacer eso hay que ser muy FUERTE. EN GENERAL, LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS NO LO CONSIGUEN. Sólo quiero decir que usted
siente que realmente tiene que dejarlo por completo porque ha sido muy difícil reconocer que... JUDY: Exacto. Ésa tiene que ser la respuesta. TERAPEUTA: ...que usted no es una de esas EXCEPCIONALES
que son capaces de tener un
PERSONAS
CONTROL ABSOLUTO.
Las palabras en cursiva se hacían eco y reflejaban la posición de la propia Judy. Enmarcaban la realización de sus deseos como si se tratara de un reto; en cualquier caso, instarla a abstenerse no ha servido de nada. JUDY: Sí, supongo que lo que busco son las herramientas para controlarme; sentir que no necesito beber para ser sociable, para estar con gente. Para tener la sensación de que controlo la situación no necesito beber.
Segunda sesión En lugar de esperar, creimos que era importante involucrar a Geor- ge en la terapia antes de volver a ver a Judy y, como es habitual, en la segunda sesión lo vimos a él solo. George definió el problema igual que Judy y procedimos a preguntarle qué había hecho para conseguir que su mujer dejara de beber. TERAPEUTA: Le agradecería me explicara cómo ve usted el
problema. ¿Cómo lo describiría? GEORGE: Bueno, en pocas palabras, es casi tal y como usted lo acaba de explicar; que Judy ahora tiene una tendencia, en primer lugar, a beber sola; en segundo lugar, cuando lo hace con más gente, se excede, casi siempre, y creo que cuando se dio cuenta de que tenía un problema, se sintió más presionada con respecto al alcohol, y en lugar de beber menos o de dejarlo, se pasó al otro extremo. Es posible que la mayor consecuencia es que me enfado; he intentado controlarme y
ser comprensivo, pero es imposible. Me altero mucho y eso lo expreso enfadándome. TERAPEUTA: Cuando se enfada, ¿cómo lo demuestra? ¿Qué hace, qué dice? GEORGE: Antes solía hacer un par de comentarios maliciosos, cosa que no era muy propio de mí. Ahora ya no lo hago tanto. Veo que no me hace ningún bien meterme con Judy, sobre todo si ha estado bebiendo. Sólo consigo sentirme más frustrado. Ahora lo que hago, la mayoría de las veces, es marcharme a otro sitio, me voy a otra habitación, me siento a leer o a escuchar música o algo así. Todo esto empieza a repercutir en mi confianza en Judy. En ese aspecto, ya no puedo confiar en ella. Sé que es capaz de esconderse para beber, así que siento que tengo que vigilarla. Me preocupa mucho que beba y que conduzca sola o, peor aún, que coja el coche con los niños. Siento que la confianza en nuestra relación ha disminuido bastante. TERAPEUTA: Ha dicho que cuando está en casa, de pronto abre un armario y encuentra una botella escondida; ¿es ésa una de las cosas que intentó? ¿Buscar botellas escondidas? ¿Qué hace con ellas? ¿Las tira? GEORGE: Sí, sí, claro. George describió con claridad cómo había intentado influir en Judy para que dejara de beber. El lector verá lo fuerte que puede ser esa influencia. Con el tipo y la frecuencia de sus comentarios, su sola presencia era un recordatorio crítico de que ella bebía. Aunque se daba cuenta de que sus esfuerzos habían sido inútiles, si no contraproducentes, George insistía porque no sabía qué más podía hacer. Esencialmente, le daba a entender una y otra vez: «¡Debes parar de beber!» al adoptar una actitud de vigilancia y control. (Podríamos decir que sus esfuerzos tenían el efecto contradictorio de «Debes olvidar lo que voy a estar recordándote continuamente». Por supuesto, esto es una conjetura, y tampoco creimos que el problema se mantuvo por culpa de esta contradicción. Preferimos partir de que, SEA
el intento persistente de solucionar el problema, ESO es lo que mantiene el problema. En ese sentido, el «porqué» del mismo no es relevante.) Antes de la siguiente sesión, vimos que disponíamos de suficiente información como para centrarnos en la solución intentada de Geor- ge y creimos que ésta desempeñaba una función importante en el problema de Judy con la bebida. Teniendo en cuenta que George dudaba de que Judy fuera capaz de controlar la bebida y que Judy se aferraba a ese objetivo, pensamos usar el escepticismo de George para tentarla a beber, desviándolo así de la solución intentada. CUAL SEA
Tercera sesión En la tercera sesión vimos a Judy y George juntos y les propusimos una tarea para poner a prueba la capacidad de Judy de controlar la bebida. Les explicamos que el objetivo de la «prueba» era ver si de verdad Judy podía hacerlo o, en caso de no conseguirlo, que se comprometiera con la necesidad de resolver el problema a través de la abstinencia, en lugar de vacilar entre las dos posturas. Tal y como esperábamos, este marco satisfizo a George. Como siguiente paso... TERAPEUTA: (A GEORGE) Al margen de lo que usted piense, lo mejor que puede hacer para tratar el problema es no facilitarle las cosas. De lo contrario, no podríamos estar seguros de la validez de lo que ella haga.
Como George y Judy aceptaron ese papel, les explicamos los detalles de la prueba. Judy tenía que marcarse sus propios límites, a diario, de lo que significaba controlar la bebida. Sin embargo, como no debía facilitarle las cosas, George tenía que animarla a beber más allá del límite que ella se había fijado; le dijimos que podía hacerlo de un modo explícito («Veo que necesitas relajarte; ¿no te apetece una copa?») o implícito.
Al permitir que George le pusiera las cosas difíciles a Judy de un modo implícito, lo que pretendíamos era impedir que ella interpretara una mirada de impaciencia o desaprobación como un intento de desanimarla a beber planteándole la duda de si la mirada de George formaba parte de la estrategia para ANIMARLA a beber. Pensamos que sería importante darle alguna manera de evitar ser provocada de un modo implícito a beber más allá de su objetivo. Decidimos usar lo que en retrospectiva vimos que era un tipo de prueba similar a la empleada por Milton Erickson y Jay Haley en su trabajo clínico. Es decir, si algún día Judy sobrepasaba su límite, George y ella estaban obligados a beber el fin de semana. Nos sentimos optimistas con esta idea porque George iba a encargarse de llevarla a cabo (él tenía que servir el vino en dos copas e instar a Judy a beber, una copa tras otra) y, de ese modo, se desviaría claramente del «Debes parar de beber». Sin embargo, al final no tuvimos ocasión de ver los resultados de esta idea. JUDY: Parece un juego, y ni George ni yo somos jugadores. Si él decide que lo quiere hacer, creo que yo también lo haré, aunque, supongo... ya sabe... sí que es un poco extraño. Pero hay muchas cosas... TERAPEUTA: Claro que el juego de esconder las botellas no es extraño. (JUDY SE RÍE) TERAPEUTA: Tiene razón, es un juego, Y (A GEORGE) usted ha estado jugando al juego de intentar vigilarla. Pero éste es distinto.
Después, en esa misma sesión: GEORGE: Sí, estoy claramente dispuesto a hacer cualquier cosa que pueda provocar un cambio, a hacer lo que sea que valga la pena probar. Desde luego, estoy dispuesto a probarlo. Veo que hasta ahora 110 ha funcionado nada más.
Cuarta sesión En la cuarta sesión la pareja nos contó que no habían cumplido con el programa porque habían confundido las señales y al final lo habían dejado. Atribuimos su confusión a que habían intentado actuar sin antes prever las posibles desventajas que conllevaría resolver el problema; en lugar de culparlos por no haber cumplido con el programa, definimos su error como una señal de alarma legítima sobre esas posibles desventajas. Así, les pedimos que pensaran y discutieran entre ellos de qué modo les afectaría la solución del problema, sobre todo si la solución consistía en que Judy lograra controlar la bebida. Plantear la pregunta acerca de las posibles desventajas de una mejoría tiene varias funciones. En primer lugar, los clientes tienden a pensar que la solución de sus problemas tendrá sus pros y sus contras, y eso les permite prever la posibilidad de que se produzcan acontecimientos desagradables debidos al cambio, aun cuando el cambio sea deseado. No creemos que un problema tenga una función necesaria para el individuo o la familia, sino más bien que cuando algo cambia, ese cambio puede provocar otros en las vidas de las personas. (Por ejemplo, cuando la conducta de un adolescente se vuelve más aceptable para los demás, el adolescente puede adquirir más compromisos con otras personas ajenas a la familia, de modo que disminuirá su participación en la vida familiar, algo que los padres no habían previsto.)
Quinta sesión El terapeuta volvió a ver a Judy y George juntos en la quinta sesión. TERAPEUTA: Bueno, me interesa saber qué han pensado. GEORGE: Yo lo anoté. En lo primero que pensamos, y esto es
lo más importante... creo que a los dos nos preocupa que si Judy deja de beber, eso podría, de algún modo, restringir
nuestra vida social, porque nuestra vida social tiende a girar,- de una manera u otra, en torno a la bebida... Nos da miedo que salgamos menos... o que no nos lo pasemos tan bien o algo así... Ésa es una de las posibilidades que incluimos en la lista. Usted nos pidió que hiciéramos una lista de todo lo que se nos ocurriera, y nos preguntamos si a lo mejor no estamos los dos conformes con mi papel de vigilar a Judy y con el de Judy de dejarse vigilar. Si Judy deja de beber o controla la bebida y resuelve el problema, ya no tendríamos los roles que hemos desempeñado este último par de años... La desventaja sería que los dos nos sentimos a gusto con estos roles; no tendríamos ningún rol que asumir o bien tendríamos que asumir otros distintos. Otra razón es que, cuando bebemos juntos, cuando bebemos los dos, no sé por qué, nos comunicamos mucho mejor; tras cuatro martinis, o tras un par de copas de vino, los dos tendemos a salir del cascarón en el que nos metemos en la vida cotidiana, y ahora nos da miedo que si uno lo deja, que surjan problemas de comunicación, que ninguno de los dos salga del cascarón y nos pasemos las noches sin cruzar palabra. También hemos pensado que a lo mejor tengo miedo de que si Judy deja de beber o si consigue controlar la bebida, yo tendría que cuidarla de otra manera. Para mí es mucho más fácil que Judy beba y no tener que preocuparme de que beba que tener que vigilarla constantemente, que tener que estar siempre alerta. TERAPEUTA: ESO no acabo de entenderlo, George. GEORGE; Si ella lo deja, la desventaja para mí es que otras
veces que lo ha hecho, yo siempre me preguntaba: «¿Estará bebiendo? ¿Lo hará a escondidas en la fiesta?». Dice que va a controlarlo, y yo no paro de vigilarla, y eso la vuelve loca. También me vuelve loco a mí. Además las otras veces que dejó de beber, ella siempre estaba de mal humor; en general suele estar de buen humor, pero estoy seguro de que si lo deja,
al principio no estará muy animada. Lo que no sé es si el malhumor le durará veinticuatro horas, veinticuatro días o veinticuatro meses. Pero hasta ahora ha sido así. TERAPEUTA: (CONTESTANDO UNA LLAMADA DE LA SALA DE OBSERVACIÓN) Sí, John Weakland decía que hay un problema contrario, o que podría haber un problema... Si usted creyese que ella NO está abusando del alcohol, al discutir tendría que hacerle más caso que antes, y eso para usted podría ser un problema. Más adelante en la sesión, el terapeuta mencionó una hipótesis del equipo de que si ella resolvía el problema controlando la bebida «por la vía más difícil», se alteraría el equilibrio de la relación de superioridad e inferioridad que habían establecido a lo largo de los años: que el hecho de que ella bebiera era una especie de «operación de rescate» de ese equilibrio. (Con este comentario se podría pensar que defendemos la idea de que un problema tiene una función necesaria. Sin embargo, se comentó esta posibilidad sólo para confirmar la validez de la pregunta por los problemas que podrían surgir ante un cambio en la forma de beber de Judy.) JUDY: De hecho, siempre me ha parecido interesante que usted quisiera vernos juntos, dado que es mi problema, no el de George. ¿Por qué tiene que dejar su trabajo y venir aquí? Creo que usted ha expresado lo que he estado intentando decir desde que empezamos con todo esto. La semana pasada yo estaba en un bar y se pusieron a hablar de un programa para adelgazar. Una de las premisas es que uno se pone en la posición de decir
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