F. J. Lomas - LOS FLAVIOS

March 19, 2018 | Author: quandoegoteascipiam | Category: Vespasian, Roman Empire, Ancient Europe, Ancient Rome, Classical Antiquity
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Descripción: Vespasiano fue digno representante de la mentalidad mercantil y militar del ciuis romanus que se impone: ho...

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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

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1.

A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal­ ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.

14. 15. 16. 17. 18.

19. 20 .

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22. 23. 24 .

J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R . López M elero, E l estado es­ partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien­ se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a­ ción de la democracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.

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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon­ so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un­ do griego y F Hipa de Mace­ donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he­ lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar­ quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he­ lenística.

ROMA 36. 37. 38.

39. 40. 41.

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43.

J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in ­ na, El dualismo patricio-ple­ beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

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45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.

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56. 57. 58.

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60. 61. 62.

63. 64.

65.

C . G onzález R o m án , L a R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po­ líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma­ na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe­ rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m ­ perio. J. M angas-R . C id, E l paganis­ mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del I m ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. La conversión del I m ­ perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien­ te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o­ mano de Occidente.

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ROMA

Director de la obra: J u lio M an g a s M a n ja rré s (C atedrático de H istoria A n tig u a de la Universidad C om plutense de M adrid)

Diseño y maqueta: Pedro A rjo n a

«No está pe rm itid a la reproducción total o parcial de este libro, ni su tra ta m ie n to in fo rm á tico , ni la tra n s m isió n de ninguna form a o por cu a lq u ie r medio, ya sea electrónico, m ecánico, por fotocopia, por registro u otros m étodos, sin el perm iso previo y por e scrito de los titu la re s del Copyright.»

© E diciones A k a l, S .A ., 1990

Los Berrocales del Jaram a Apdo. 40 0 - Torrejón de Ardoz M adrid - España Téls. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Depósito legal: Μ .1 6 9 1 4 Ί 9 9 0 ISBN: 8 4 -7 6 0 0 -2 7 4 -2 (Obra completa) ISBN: 8 4 -7 6 0 0 -5 9 9 -7 (Tomo XLIX) Impreso en GREFOL, S.A. Pol. II - La Fuensanta M óstoles (M adrid) Printed in Spain

LOS FLAVIOS

F. J. Lomas

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Indice

Págs.

I.

Vespasiano y Tito ................................................................................................ 1. Vespasiano ...................................................................................................... a) El levantamiento galogermánico ....................................................... b) Operaciones en Britania ...................................................................... c) La guerra judía ........................................................................................ d) Política provincial ................................................................................... 2. Tito ...................................................................................................................

7 7 13 16 18 20 27

II. Domiciano ............................................................................................................

31 33 38 40

1. Gobierno de Domiciano ................................................. ......................... 2. C am pañas militares .................................................................................... 3. Domiciano y la oposición senatorial ....................................................

III. La sociedad flavia ............................................................................................... El ejército ...................................................................................................... P a n o ra m a provincial durante ladinastía flavia ................................... Corrientes de pensamiento ....................................................................... Educación ...................................................................................................... Producción literaria .................................................................................... Ciencia jurídica .............................................................................................

45 51 52 66 73 77 80

Bibliografía ....................................................................................................................

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1. 2. 3. 4. 5. 6.

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I. Vespasiano y Tito

1. Vespasiano Vespasiano fue digno representante de la mentalidad mercantil y militar del ciuis rom a n u s que se impone: h o m ­ bre de orden, metódico y enérgico. En él se dio el iialum fa c e tu m (erat enim dicacitatis plurim ae, Suetonio, Vespa­ siano, 22) que antaño caracterizó a la sociedad ro m ana campesina, y consi­ deró tiempo perdido el que no dedi­ caba a la República; se levantaba al alba y dedicaba las primeras luces del día a la cuidadosa lectura de cartas e informes de los diversos departam en­ tos de la administración, aprovechan­ do el tiempo que em picaba en su dia­ rio aseo personal para recibir a cuantos venían a saludarle. Cualquier ocasión le parecía propicia para recabar fon­ dos para el Estado, como aquella en que una legación le anunció que se le había decretado la erección de una estatua colosal a la que respondió, ex­ tendiendo la palm a de la m ano, que el pedestal estaba ya dispuesto (Sueto­ nio, Vespasiano, 21 y 23; Dión Casio, epítome del libro LXV; LXVI, 10 y 14). Quizá sea o po rtun o recordar que el hecho de que se durm iera d u ra n ­ te un recital de N erón en su gira por Grecia transciende la anécdota, y la em barazosa situación en que se halló fue tod o un símbolo de la mentalidad ro m an a que con él se inicia: acentua­

ción de la latinidad, del espíritu prag­ mático rom ano y campesino, frente a la cultura y mentalidad helénica tan cara al último de los Julios-Claudios. Al día siguiente de la muerte de Vitelio se reunió el Senado y otorgó a Vespasiano todos los honores y pre­ rrogativas acostum brados a un prín­ cipe, además del consulado epónimo del 70 al propio Vespasiano y a su primogénito Tito, que lo ejercieron in absentia; a D om iciano la pretura y el poder consular, algo insólito y sin pre­ cedentes, a M uciano los honores triun­ fales, a Antonio Prim o los ornam enta consularia (siendo él quien logró la victoria, en cambio fue pospuesto a M uciano), y algunas distinciones más a otros relevantes com andantes flavianos. Con la victoria de Antonio Primo a cuenta de Vespasiano se restauraba la institución del principado con el mismo vigor que tuviera en los días de Augusto. Lo que hizo el Senado el 21 de diciembre fue simplemente sancio­ nar un poder conferido por los ejérci­ tos y que Vespasiano poseía desde ha­ cía seis meses. Es suficientemente sig­ nificativo al respecto que fuera el 1 de julio, no el 21 de diciembre o cualquier otra fecha, el dies im perii de Vespa­ siano así como el de sus sucesores. Contam os, afortunadam ente, con un senadoconsulto conocido como lex de im perio Vespasiani que, aunque frag-

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mentado, nos permite un cabal co­ nocimiento de la realidad institucional y política que se inaugura con la dinas­ tía flavia. A través de sus cláusulas podemos apreciar el inmenso poder que acumuló y que podemos cifrar en aquellas competencias según las cuales todos sus actos, cualesquiera que fue­ sen y sirviesen al engrandecimiento del Estado, tuviesen plena validez, así como que no se viese obligado por aquellas leyes y plebiscitos que ta m ­ poco obligaron a Augusto, Tiberio y Claudio; competencias «cristalizadas» en normas jurídicas por Ulpiano en tiempos de los Severos: «Lo que plugo al príncipe tiene fuerza de ley» (q u o d principi p lacuit legis habet vigorem), así como en la formulación princeps legibus solutus est, el príncipe no se halla sujeto a las leyes (Digesta, 1,4, 1; 1, 3, 31); en definitiva, el mismo modo de ver la realidad institucional de un contemporáneo de Ulpiano, D ión C a­ sio, cuando interpretaba el principado de Augusto en los siguiente términos: «El pueblo eximió a Augusto del cumplimiento de las leyes, de suerte que (...), siendo dueño de sí mismo e independiente de las leyes, llevase a efecto cuanto quisiese y no ejecutase cuanto le disgustase.» (Dión Casio, LUI, 28.) Está fuera de to d a d u d a que el prin­ cipado de Vespasiano tiene un m a r­ cado carácter m onárquico y dinástico, como queda patente en el coloquio en­ tre Dión de Prusa, Eufrates de Tiro y Apolonio de Tiana con Vespasiano en Alejandría (si bien la inspiración de este coloquio quizá hubiera que contextualizarla en la época de los Seve­ ros; Filóstrato, Vida de A p o lo n io de Tiana, V, 27-38), y así lo dan a enten­ der Tácito, D ión Casio y el propio Vespasiano, a través de Suetonio, lo explícito (y hemos de pensar que era del dominio público): «Todos concuerdan en afirmar que tenía tal confianza en su propio horós­ copo y en el de los suyos que, a pesar de las continuas conspiraciones tra ­

madas contra su vida [sólo conocemos las de A. Cécina Alieno y Eprio M a r­ celo; D ión Casio, epítome del libro LXV; LXVI, 16] se atrevió a afirmar en el Senado que le sucederían sus hijos o nadie.» (Suetonio, Vespasiano, El propio Suetonio inicia así la bio­ grafía de Vespasiano: «El Imperio, largo tiempo vacilante y, por así decir, a la deriva como con­ secuencia de los golpes de estado y la muerte violenta de tres emperadores, lo asumió a la postre y lo consolidó la fa m ilia de los Flavios (la cursiva es mía), oscura, ciertamente, y sin ningún antepasado ilustre, pero que se hizo acreedora del reconocimiento de to ­ dos.» Ja m á s se tradujo el principio dinás­ tico en una formulación jurídica. Sin em bargo, y desde un principio, Vespa­ s ia n o y T ito f o r m a r o n u n tá n d e m dinástico. Tito fue Caesar y princeps iuuentutis desde el 69, colega de su padre d urante siete de sus ocho consu­ lados, colega también durante la cen­ sura del 73. Del mismo modo se confi­ g u r ó la p o s ic i ó n p o lí tic a de D o m i ­ ciano; Caesar y princeps iuuentutis y ejercicio de seis consulados en vida de su padre; por lo demás, ya en las pri­ meras emisiones monetales aparecen o r a V e s p a s ia n o y sus hijo s T i to y Dom iciano, ora sólo éstos y en todos los casos con leyendas suficientemente expresivas y de claro contenido dinás­ tico. A ñadam os, finalmente, que los C o m m e n ta rii de V e sp a s ia n o p r e t e n ­ dían exaltar u na nueva dinastía, itálica y de nuevo cuño, sin historia: S te m ­ m ata q u id fa ciu n t, q uid prodest, Pontice, lo n g o s a n g u in e cen seri, p ic to s ostendere uultus m aiorum , etc.? (Ju ­ venal, Sátiras, VIII, 1-3). La lex de im perio Vespasiani no es un texto legal más en el cuerpo ju rí­ dico del Estado, sino la respuesta jurí­ dica a nuevos presupuestos y condi­ cionamientos históricos de la sociedad r o m a n a d el m o m e n t o . Es u n a r e s ­ p u e s t a a la a n a r q u í a m il i t a r , a la corrupción, a la parcialidad y arbitra-

Los Flavios

10 riedad del año 69, y a unos segmentos sociales en alza que aspiraban a con­ vertirse en clase dirigente: la burgue­ sía, los provinciales que reivindicaban la plenitud de derechos y deberes en el seno de la comunidad romana, tra­ yendo unos y otros, c o n s ig u ie n te ­ mente, una estabilidad política de la que son sus principales avales. La lex de imperio es un unicum que «institu­ cionaliza» el Principado y de la que extraerán todas sus con se c u e n cias políticas los Severos a través de sus jurisconsultos. A los pocos días de la muerte de Vitelio (20 de diciem bre) e n tró en Roma Muciano, haciéndose cargo de la situación en perjuicio y detrimento de la autoridad de Antonio Primo. Una de sus primeras m edidas fue enviar las legiones a sus a c u a r t e l a ­ mientos o a nuevos destinos. La Vil Galbiana, afecta a Antonio Primo, fue enviada a Panonia, la 111 Gallica a Siria, y la VIH Augusta, XI Clau­ diana, y XIII a Vindonissa (legiones que formarán el núcleo de las tropas en la guerra galogermánica); de este modo alejó de Roma la sedición, vol­ viendo a imperar las leyes, el orden y las magistraturas (Tácito, Historias, TV, 39. Breve y carente de precisión es Flavio Josejo, La guerra judía, IV, 654-55). Igualmente logró Muciano ata­ jar un intento de depuración senato­ rial, sostenido por individuos como Helvidio Prisco, impidiendo así una ruptura en la Curia que hubiera hecho peligrar su propia posición como árbi­ tro de la situación y la estabilidad del nuevo gobierno, lo que para Tácito representó que los senadores hicieran dejación de las libertas apenas estre­ nada (patres coeptatam libertatem (...) omisere; Historias, IV, 44). Vespasiano comenzó a reinar desde Alejandría confiando en el buen hacer de Muciano a quien hacía llegar sus designios para que los mandase ejecu­ tar. Su actitud significaba, tan seguro estaba del poder, que no necesitaba personarse en Roma para manifestar

A ka ! Historia deI M undo Antiguo

su autoridad. Finalmente, abandonó Alejandría y se em barcó para Rodas, Jonia, Grecia y desde Corcira pasó a B r in d is d o n d e le r e c ib ió M u c ia n o mientras D om iciano lo hacía en Bene­ vento. Las ciudades italianas saluda­ ron jubilosas el paso de Vespasiano hacia R o m a donde fue objeto de un e s p lé n d id o re c ib im ie n to d e se a n d o el pueblo que renaciese la seguridad y la prosperidad tras un largo año de des­ ó r d e n e s . O c u r r í a e sto en o c tu b r e del 70, catorce meses después de que fuera proclam ado príncipe por los sol­ dados en Alejandría. Las A ctas de la H erm andad de los Arvales se hicieron eco del aduentus de Vespasiano a la ciudad, recordando el sacrificio reali­ zado en el Capitolio en su honor: «ob diem quo ingressus est im perator Cae­ sar Vespasianus A ugustus, loui bouem m a re m , I u n o n i u a c c a m , M in e ru a e uaccam, Fortunae R educi uaccam .» Carecemos para su reinado de una guía cronológica segura, al faltarnos fuentes de información tan fundam en­ tales como las que Tácito nos p ro p o r­ ciona hasta el advenimiento de Vespa­ siano gracias a los A nales e Historias; de m anera que lo congruo es conside­ rar su reinado temáticamente. Proce­ día Vespasiano de una humilde familia de la Sabina sin antecedentes o vincu­ laciones senatoriales; sólo sabemos de un tío m aterno que alcanzó la pretura. Su carrera la desarrolló en la milicia, aunque desempeñó el proconsulado de África; fue precisamente esa doble cir­ cunstancia, la oscuridad de su linaje y su preparación militar, la que inclinó el ánim o de N erón a la hora de elegir un g e n e r a l p a r a la g u e r r a j u d í a . Ahora, ya en R om a y como príncipe, se encontró con un Senado muy casti­ gado por la guerra civil, con brotes de revanchismo como el que protagonizó Helvidio Prisco (volveremos sobre él más adelante) solicitando una dep u ra ­ ción en sus filas; circunstancias que a l l a n a r o n el c a m in o p a r a u n a p r o ­ f u n d a r e n o v a c i ó n de la C u r ia . Sin lazos con la vieja aristocracia, abrió el

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Senado a hom ines noui procedentes de Italia y de las provincias, fundam en­ talmente de las occidentales, que, a lo que sabemos, no cuestionaban el P rin ­ cipado como institución ni alentaban deseos de usurparlo, con lo que la posibilidad de intrigas palaciegas (se caracteriza tam bién la dinastía por la a u s e n c ia de m u je re s in t r i g a n t e s en Palacio), tan abundantes en la etapa anterior del Principado, quedaba prác­ ticamente eliminada. Añádase a ello su natural modestia y ciuilitas (epieikéstatos: sumamente ecuánime, lo deno­ mina Dión Casio, y al referirse a él h a b l a de su e p ie ik e ía ; e p ít o m e del libro LXV; LXVI, 8-9), que no rene­ gaba de sus orígenes, que abolió la costumbre de controlar a quienes se le aproxim aban diariamente a saludarle (sa lu ta tio m a tu tin a ), q ue s o p o r t a b a con paciencia y m oderación las liber­ tades y altanerías que se tom ab an sus amigos, leguleyos y filósofos gracias a su j o v i a l i d a d y m o r d a c i d a d , q ue olvidó pasados agravios y ofensas, que de nadie recelaba y que fue generoso con los senadores indigentes. Dice Suetonio que «durante todo su principado puso el máximo empeño en afianzar primero el Estado, postrado casi y a punto de derrum barse, y en d a r le lueg o el m á x i m o e s p le n d o r» (Vespasiano, 8). En efecto, laborioso y t r a b a j a d o r in f a ti g a b le , a s p e c to que destacan todas las fuentes de la Anti­ güedad, fue tam bién un buen adminis­ trador — aunque se le tachara la avi­ dez p o r el d i n e r o — , m a s , tra s la a narquía reinante durante la crisis del 68-69, con una Italia en guerra, tal multitud de soldados acantonados en R om a, los campos devastados y las ciudades sometidas a pillaje, los tres príncipes gastando por necesidades de g u e r r a m u y p o r e n c im a de lo que p o d í a n in g r e s a r y, a d e m á s , c o n c e ­ d ie n d o p r iv ile g io s y e x e n c io n e s a comunidades como hemos apuntado en páginas anteriores, todos los me­ dios y esfuerzos para acrecer el Erario y el Fisco, exhaustos, eran pocos (así

le parecían) por lo que no resulta extra­ ño que declarara al principio de su r e in a d o la n e c e s id a d q u e te n ía el E s ta d o de 4 0 0 .000 .00 0 de se ste rc io s (sobre la alteración de la cifra que o fre c e S u e t o n i o , cf. S. M a z z a r i n o , L ’im pero rom ano, 11, 337). En esta línea de conducta hemos de anotar que exigió el pago de los tributos no d e v e n g a d o s d e s d e el p r i n c i p a d o de Galba, que aum entó la tributación de las provincias y que añadió otros nue­ vos y onerosos tributos a los ya exis­ tentes. Tal fue el caso de la Quadrage­ sim a Galliatum et H ispaniarum que puso nuevamente en vigor; o de Ale­ jandría, a la que gravó con tributos c a íd o s en d e s u s o c i n t r o d u j o o tr o s n u e v o s ; o de los j u d í o s , a q u ie n e s sometió a un tributo de dos dracmas, en realidad el anteriorm ente pagado al templo de Jerusalén; o de la propia ciudad de R om a, a la que impuso un t r i b u t o s o b r e los o r in e s ( S u e t o n i o , Vespasiano, 16 y 23; Flavio Josefo, La Guerra Judía, Vil, 218; Dión Casio, epítome del libro LXV; LXVI, 7-8); medidas que no le impidieron confir­ mar privilegios concedidos por prínci­ pes que le precedieron, a los vanacinos, comunidad corsa, por ejemplo, ratificando los que poseía desde los días de Augusto o los que concedió a médicos, fisioterapeutas, gramáticos y rétores (Fontes luris R om ani Anteiustiniani, 1, 72 y 73; Digesta, 50, 4, 18, 30). Sin reparar en la licitud de la obten­ ción de los ingresos por más que en ningún m om ento se apropió de los bienes de los caídos en las guerras fra­ tricidas, gastó cuanto consideró nece­ sario para el bienestar y desenvolvi­ miento de la com unidad y a tal fin fomentó las artes, honró a insignes artistas y poetas con grandes recom­ p e n s a s y d o n a t i v o s , s u b v e n c io n ó la r e c o n s t r u c c i ó n de m u c h a s c iu d a d e s asoladas por terremotos e incendios y llevó a c a b o la r e c o n s t r u c c i ó n de R o m a permitiendo la ocupación de los s o la re s d e v a s t a d o s p o r los p a s a d o s incendios para su edificación si sus

Aka! Historia dei M undo Antiguo

12 d u e ñ o s los h a b í a n a b a n d o n a d o , así como m andó construir el templo del d iv in o C l a u d i o , a s o l a d o p o r N e r ó n hasta sus cimientos, el templo de la Paz, y el Anfiteatro, más conocido como Coliseo. El templo de la Paz a lb e r g ó los d e s p o jo s del te m p l o de Jerusalén, algunos de los cuales pue­ den verse representados en el Arco de Tito en R om a , entre los que Flavio Josefo destaca la áurea mesa sobre la que cada sábado judío extendían los doce panes, que pesaba muchos talen­ tos de oro, y el candelabro de siete brazos, igualmente de oro, mientras que las Tablas de la Ley y la pú rpura del templo q uedaron en Palacio (La Guerra Judía, VII, 148-150, 158-162). Del templo de la Paz dirá Plinio, en su Historia natural (X XXVI, 24), que era uno de los edificios más hermosos, y Herodiano, a raíz del incendio que lo redujo a cenizas en torno al 192, nos r e c u e r d a la c o p i o s i d a d de b ie n e s y cosas preciosas que albergaba (I, 24). El Coliseo, en el emplazamiento del g r a n lag o de la D o m u s Á u r e a de N erón, con c ap acid ad p ara unos 45.000 e s p e c t a d o r e s , es el e je m p lo supremo de la pericia rom ana y m ag­ nífica manifestación artística del p a ­ nem et circenses, en frase de Juvenal, q ue n e c e s i t a b a u n a o c io s a y p lu r a l sociedad urbana. De él dirá Amiano Marcelino, en ocasión del aduentus de Constancio II a R o m a (a. 357), que el ojo hum ano llegaba con dificultad a la parte más alta del edificio (R es Gestae, XVI, 10, 14). A estas obras hay que sumar la reconstrucción del templo a Júpiter en el Capitolio arrasado por el fuego el 19 de diciembre del 69 del que ya hemos hablado, la reconstrucción del tabularium anejo al templo, ta m ­ bién seriamente dañado por el fuego, para el que encargó se reprodujeran tres mil planchas de bronce que se habían fundido en ocasión del incen­ dio; docum entos de naturaleza política y j u r í d i c a , s e n a d O c o n s u lto s , leyes y plebiscitos conteniendo alianzas, tra­ tados y privilegios.

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Pavimentó las calles de Roma, con­ solidó las márgenes del Tiber, puso particular interés en la traída de aguas a la ciudad; todo lo cual denota una in te n s a a c tiv id a d e d ilic ia , de s u e r te que R o m a ofrecía un nuevo aspecto. Vespasiano fue digno continuador de la gran empresa urbanística iniciada p o r N e r ó n tr a s el in c e n d io del 64. Además de los edificios mencionados, quizá pueda atribuírsele la transfor­ mación de la uia Sacra en una anchu­ rosa y rectilínea avenida que, desde el F o r o R o m a n o , c o n d u c í a al C o lise o mejorando así su perspectiva. A los lados de dicha vía se ubicaban los horrea piperatoria y los horrea Vespa­ siani; mas no debió finalizar ahí la e m p r e s a r e c o n s t r u c t o r a de V e s p a ­ siano, pues po r Plinio sabemos que restauró el templo de H onos y Virtus, y un epígrafe del año 78 denom ina al e m p e r a d o r co n seru a d o r c a e rim o n ia ­ ru m et r e s titu to r a e d iu m sa c ra ru m (IL S, 252). La reconstrucción llevada a cabo en R o m a form ó parte de su p rogram a político que ensalzó Marcial cuando Tito inauguró el anfiteatro con fastuosos juegos, lo que le valió el ius trium liberorum que este em perador le otorgó. También las provincias e Italia conocieron una im portante actividad constructora y de obras públicas, pues preocupación importante de la dinas­ tía flavia, y de Vespasiano en concre­ to, fue la de afianzar y extender la paz a todo el Imperio mediante el estable­ cimiento de una buena red de c om uni­ caciones, asentamientos militares per­ manentes y la creación de centros ur­ banos irradiadores de rom anidad (en el área latina) y disgregadores, en la misma medida, de la urdimbre sociopolítica autóctona; aspectos que han dejado huella arqueológica y epigrá­ fica y que en muchos casos tienen como protagonista al ejército. Sobre ello volveremos, ofreciendo unos a p u n ­ tes tras el reinado de Domiciano. De distinto tenor es la obra en Italia, pues más se asemeja a la que puso en prác­ tica en Roma.

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Los Flavios

En otro orden de cosas merece re­ cordarse su interés por agilizar la admi­ nistración de la justicia ab ru m ada por numerosos pleitos como resultado de la guerra civil, el licénciamiento de la mayoría de los soldados vitelianos o el freno que puso a las exigencias de los vencedores m ostrándose moroso a la h ora de conceder recompensas, y la privación de libertad, en realidad de inmunidad, a diversas ciudades grie­ gas, privilegio otorgado por Nerón, reduciéndolas al régimen provincial; en efecto, el último tercio del siglo I se caracterizó por una creciente ingeren­ cia gubernam ental en la adm inistra­ ción y gobierno de las ciudades grie­ gas, sobre todo en materias financie­ ras, que se inició con la designación de funcionarios para esos menesteres (lo­ gis t o í — curatores) cuando la ocasión lo dem andaba y finalizó con su implan­ tación permanente. El primer logistés del que tenemos m em oria desarrolló su función en la ciudad de Esmirna, en vida del sofista Nicetes.

Peristilo con fuen te octogonal en la D om us flavia de Roma

a) El levantamiento galogermánico Cuando R o m a comenzaba a normali­ zar su vida surgieron dos principales focos de preocupación: la revuelta galogermánica, secuela de la guerra civil, y la guerra jud ía cuya prolongación quizá fuera debida a dicha guerra civil. A ello hemos de añadir otros pequeños, y controlados, focos. En el verano del 69 Julio Civil, mal quisto por Vitelio y las legiones vitelianas, se sublevó y arrastró a la suble­ vación a frisios, tungros y nervios de la Galia Bélgica, a bructeros y te n d e ­ ros de la G erm ania, así como a u nida­ des auxiliares de estos pueblos al ser­ vicio de R o m a con las que atacó el cam pam ento de dos legiones. Se le s u m a r o n a c o n t i n u a c i ó n las o c h o cohortes bátavas ya aludidas en pági­ nas anteriores que, enviadas por Vite­ lio de regreso a su patria, se to paron con H o rdeonio Flaco a quien entre otras exigencias reclamaban un aumen­ to de sus estipendios; p or más que prometió lo que solicitaban no pudo retenerlas a su lado, pues las cohortes bátavas c o ntinuaron su camino hacia la G e r m a n i a I n f e r i o r p a r a u n ir s e a J u l i o C ivil. C o n la lle g a d a de sus

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compatriotas poseía Civil una conside­ rable fuerza militar que oponer a las ralas y faltas de vigor tropas renanas. Mientras que los legionarios acusaban a Hordenio Flaco de traidor a la causa viteliana y de instigador de la subleva­ ción de Civil, lo que le obligó a confiar el m a n d o m i lita r a D id io V ó c u la (natural de C órdoba, según R. Syme), legado de la legión XXII Primigenia en unas circunstancias harto difíciles pues el malestar de los soldados se acrecentaba por la falta de trigo, por la reluctancia de los galos a p ro p o r­ cionar reclutas y tributos (solicitados por el propio Vócula), y la tardanza en el pago de los estipendios. Mientras estas cosas o c u r r í a n en el b a n d o romano, Julio Civil lanzó sus fuerzas contra los ubios, pucbo germ ano muy romanizado ya con capital en Colonia (Colonia A ra Ubiorum A grippiniensis). Un tal Alpinio M ontano, que más tarde se pasaría al bando de Civil, trajo cartas de A ntonio Prim o co m u­ nicando la victoria flavia en C rem ona (ocurrida el 25 de octubre, sería cono­ c ida en G e r m a n i a en la p r i m e r a semana de noviembre). A regañadien­ tes prestaron fidelidad los soldados a Vespasiano, pero causó mucho recelo el saber que llevaba otra carta para Civil ordenándole el cese del hostiga­ miento a las fuerzas romanas. Lejos de deponer las armas, Julio Civil arre­ mete contra las legiones y unidades a u x ilia re s s itu a d a s en A s c ib u r g iu m (próxima a Asberg, ju n to al Rhin), Gelduba (Gellep, a 18 km. al NF. de Neuss), M o g o n tia c u m ( M a g u n c ia ) y N o u a e siu m (N e u ss, j u n t o al R h in ) , donde los soldados rom anos dieron muerte a Hordeonio Flaco mientras V ó cu la p u d o e s c a p a r a g u isa de esclavo a m p a r á n d o s e en la n o c h c (Tácito, Historias, IV, 12-37). Según Tácito, la guerra galogermánica tomó un sesgo diferente cuando se supo la muerte de Vitelio (20 de diciem bre del 69). J u l i o C ivil se declaró entonces, sin disimulo alguno, contra el pueblo romano. Las legiones

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r e n a n a s , v ite lia n a s , no e s t a b a n d is ­ puestas a someterse al imperio de Ves­ pasiano a pesar del juram ento pres­ tado. Los galos cobraron ánimos al saber las dificultades de las legiones ilirias sitiadas por sármatas y dacios (nuestra única fuente de información p a r a e s ta s e s c a r a m u z a s es F la v io Josefo, La Guerra Judía, VII, 89-95), y por encima de todo el incendio del Capitolio, signo del mejor augurio que los d r u i d a s h á b i l m e n t e e x p l o t a r o n , pronosticando el poder a las poblacio­ nes transalpinas. Se sum aron entonces a Julio Civil, Julio Clásico y Julio T u to r con los tréviros, y Julio Sabino con los lingones. La primera acción de esta segunda fase de la guerra fue dar muerte a Vócula; Julio Clásico se p r o ­ c la m ó e m p e r a d o r del Im p e r iu m Galliarum, mas ni Julio Civil ni los bátavos le prestaron fidelidad; Munio Luperco, legado de una de las legio­ nes, fue tom ad o prisionero y entre­ gado a Véleda, virgen y profetisa entre los bructeros (sería capturada en torno al 77 por Rutilio Gálico; Estacio, Sil­ vas, I, 4), pero sufrió la muerte en el c a m in o ; a s o l a r o n las g u a r n ic io n e s rom anas desde Vindonissa hasta el mar a lo largo del Rhin, excepto esa plaza y M ogontiacum ; la ciudad de los ubios finalmente se entregó; las legiones I y XVI fueron llevadas cautivas a Tréveris (A u g u sta Treuirorum , con estatuto colonial desde los días de Claudio), mientras Julio Civil continuó atrayen­ do hacia sí a poblaciones belgas y ger­ manas. No se haría esperar la reacción rom ana. P o r lo demás, la unión de todos estos pueblos, galos y germanos, resultaba artificial, y una victoria de los secuanos, pueblo galo fiel a R om a, sobre los lingones enfrió los ánimos de la c o n f e d e r a c i ó n g a l o g e r m á n ic a h a ­ ciendo entrar en razón a algunos de los p u e b l o s q u e la c o m p o n í a n . El hecho es que a instancias de los remos se puso a consulta en las poblaciones galas qué preferían, si la libertad o la paz (libertas an p a x placeret). La frase es significativa de suyo; denota sin am-

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bages, el cansancio que la revuelta ha producido y la necesidad de reconside­ rar los pactos y tratados con R om a y lo que era permisible y lícito (resipiscere paulatim d u ita te s fa sq u e foedera respi­ cere; Tácito, Historias, IV, 54-67). Muciano y Vespasiano hubieron de considerar el levantamiento de suma gravedad, pues llegaron a concentrar en el Rhin ocho legiones. Además de las tres vencedoras en Cremona, dos procedentes de las Hispanias, la VI Victrix y la X Gemina, una de Brita­ nia, la XIV Gemina, la recién creada II A d iu tr ix y la viteliana XXI R apax; todas ellas al m ando de Petilio Ccrial, quien derrotó a los tréviros y a fuerzas belgas y germanas al m ando de Civil, T u to r y Clásico. En esta coyuntura los ubios se crecieron y tras dar muerte a la guarnición germ ana hospedada y asentada en su ciudad se pasaron a los r o m a n o s p id ie n d o p r o te c c ió n , pues temían represalias de los insurrectos cuando supiesen de la m atanza de los germanos. E n tretanto, la legión XIV sometió a tungros y nervios. La victo­ ria , i m p o r t a n t e , s o b r e los tr é v i r o s , conociéronla Muciano y Domiciano, quien le aco m pañaba, a principios del verano en camino como estaban para el teatro de operaciones (Tácito, His­ torias, IV, 68-79 y 85-86.) Tras la derrota sufrida por los trévi­ ros, Julio Civil concentró sus fuerzas en C a stra V etera m ie n tr a s P e tilio Cerial iba con las legiones tras sus pasos hasta que finalmente derrotó a los bátavos, ocupó el corazón de su t e r r i t o r i o , la in s u la D a ta u o ru m , y obligó al reyezuelo bátavo a entre­ garse. Aquí finalizan, bruscamente, las H istorias de Tácito con un parlamento inconcluso de Civil a Cerial (V, 14-26). Resulta difícil una interpretación del alzamiento bátavo de Julio Civil arras­ trando tras de sí a poblaciones galas y germanas contra los ejércitos romanos del Rhin. No es fácil saber cuál fuese la naturaleza del Im perium Galliarum que proclam ó el tréviro Julio Clásico. Por lo demás, parece inadecuado h a­

blar de un movimiento secesionista en las Galias ya que el plural Galliarum suele tener en Tácito normalmente el sentido de todas las Galias excepto la Narbonense y Cisalpina, cuando la rea­ lidad de los hechos indica que la suble­ vación afectó a la Gallia Belgica y a algunos, pocos, pueblos de la Lugdu­ nense; po r otro lado, no recibió uná­ nime aceptación en la población confe­ derada la proclamación de dicho Im ­ perium . ¿Qué papel jugaban y jugarían los germanos en él? No todos, además, participaron en la revuelta, sino quie­ nes se asentaban en la Germania Infe­ rior. A m ayor abundam iento, no hubo en m om ento alguno una efectiva unión entre galos y germ anos y sí, en cambio, recelos y disensiones en las diversas fases del alzamiento. Ni siquiera hubo unión entre los jefes galos; por el con­ trario, resaltan las estrategias diversas y personalizadas que oponen a los ro ­ manos en la última fase del conflicto sobre todo. Sí parece que hubo, sin em bargo, un tinte indigenista en la revuelta; no debiéramos minusvalorar el im pacto de los druidas sobre las poblaciones galas, del que Tácito se hace eco, el gesto de Julio Civil cortán­ dose el cabello barbaro uoto (H isto­ rias, IV, 61; cf. Germania, 31) tras la masacre de las legiones en Vetera, o la autoridad de la profetisa Véleda entre los germanos, más exactamente entre los bructeros, para quienes tenía la consideración de diosa. «Había vatici­ nado prosperidad a los germanos y el exterminio de las legiones.» Desde el lado rom ano no resulta nada clara tam poco la actuación de diversos personajes. ¿Pretendió A nto­ nio Primo, y con él H ordeonio Flaco, que Julio Civil sembrase la discordia y la revuelta en el Rhin a fin de impedir que llegasen de allí refuerzos a Vitelio? Pareciera que sí, efectivamente, pues los legionarios romanos eran fieles y adictos a Vitelio mientras que tacha­ ban a los m andos, y sobre todo al g o b e r n a d o r de la p r o v i n c ia , de ser p ro c liv e s a V e s p a s ia n o (H isto ria s,

16 IV, 27). ¿No hab rá subestimado Táci­ to la labor de zapa de los mandos mili­ tares en favor de la causa flaviana propiciando el desarrollo del levanta­ m ie n to , q u iz á m e d i a n t e p r o m e s a s (como la duplicación del estipendio a las c o h o r t e s b á t a v a s ) q u e lu e g o no pudieron cumplir? P a r e c e e v id e n te , f i n a l m e n t e , qu e tra s la m u e r te de V ite lio el m o v i­ miento insurgente alcanzó plena auto­ nom ía hasta el punto de inquietar a Muciano, quien en R o m a era el albacea político de Vespasiano y actuaba c o n a r r e g lo a sus i n s t r u c c i o n e s , no contentándose con enviar un conside­ rable cuerpo de ejército, sino que per­ sonalmente se dirigió, tras él, al campo de batalla. C o n la f i n a l i z a c i ó n d el l e v a n t a ­ miento en la prim avera del 70 se res­ ta b l e c ió la a u t o r i d a d r o m a n a en el Rhin, volvieron a disfrutar las pobla­ ciones involucradas en el conflicto de sus derechos p a ra con R om a, contri­ b u y e n d o los b á t a v o s t a n sólo con hombres p ara las unidades auxiliares del ejército ro m ano (cf. Tácito, Ger­ m a n ia , 29). U n c a m b io i m p o r t a n t e introduce, sin em bargo, Vespasiano en la política militar de reclutamiento; a partir de ahora las unidades auxiliares allí reclutadas no servirán en esa área, rompiendo de esta form a los lazos con la población autóctona y privándolas, por ende, de base y caldo de cultivo para ulteriores y potenciales revueltas, así com o de motivo de fricción con las legiones estacionadas en dicha área. Además, las unidades auxiliares reclu­ tadas no estarán al m a n d o de jefes o reyezuelos de su propio grupo poblacional. P o r último, las dos legiones capturadas por los galogermanos fue­ ron disueltas. Tras la revuelta galogermánica hubo paz en el Rhin, sólo alterada por bre­ ves cam pañas, una en el 73-74 en la G erm ania superior, la otra entre el 7578 en la G erm ania inferior contra los bructeros, en la que Véleda fue to m a ­ da prisionera y llevada a Rom a. Inte­

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resa señalar, sobre todo, la creación d el lim e s r e n a n o c o n u n a lín e a de emplazamientos militares en la orilla derecha del Rhin desde la altura de M o g o n tia c u m h a s t a las o r illa s del L e c h ( L a d e n b u r g , O f f e n b u r g , A ra e Flauiae, G ünzburg y Augsburg), y la a p a r ic i ó n de los A g r i D e c u m a te s, designación d a d a a las tierras situadas en el nuevo territorio defendido por esos y otros fortines y que fue coloni­ zado por galos. No sabemos cuál fue el destino que cupo a dicha designa­ ción. La conquista de la Germania que r e e m p r e n d e la d i n a s t í a f la v ia v iene motivada principalmente por la nece­ sidad de orden militar de enlazar el lim es renano con el d anubiano para m e jo r s a l v a g u a r d a r el t e r r i t o r i o r o ­ mano; de ahí las vías que se trazan y la lín e a de e m p l a z a m i e n t o s m ilita re s mencionados; mas no podemos olvi­ dar la necesidad de tierras en las que asentar tanto a los veteranos como a parte de la población gala.

b) Operaciones en Britania En Britania, y como consecuencia de la guerra civil que impidió prestar la aten­ ción y defensa debida a Cartim andua, reina de los brigantes, y p rorrom ana, su esposo, Venucio, apartado del trono y del lecho conyugal desde hacía más de diez años, invadió el territorio de los brigantes convirtiendo a éste de estadotapón que fue con C artim an du a en una confederación tribal hostil a Roma. P a ra restaurar la situación, Vespasiano envió a Petilio Cerial como goberna­ dor. Logró reducir a los brigantes y avanzó la línea de penetración rom ana hasta E buracum (York), en territorio de los parisino s, do n d e a c a n to n ó a la legión IX. Puede, incluso, pensarse que llegara hasta Luguualium (Carlisle). Su actuación quizá le valiera el consulado sufecto que desempeñó en el 74. El perito en agrimensura, temas militares e hidráulicos, Julio Frontino, sucedió en el 74 a Cerial. De m om ento se p a r a ­

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lizaron las acciones en el norte de In­ glaterra, volcando todos los esfuerzos en la conquista de Gales; a tal fin atacó a los siluros con el resultado de la reducción a R om a del sur del país y el establecimiento en Isea Silurum (Caerleon) de la guarnición de la legión II. Al final de su m a n d a to se estaba ya erigiendo en C ilurnum (Chester) un cam pam ento legionario que utilizaría como base militar p ara la conquista y organización del norte de Gales su su­ cesor Julio Agrícola, g obernador de Britania en el 77/78-84, y suegro de Tácito. C om o legado de la legión XX bajo el gobierno de Cerial, Agrícola hubo de conocer bien esta región y pre­ cisamente el previo conocimiento de la zona explica que, a su llegda al finali­ zar el verano del 77 o del 78 y sin espe­ rar a la buena estación, em prenderá una c am pañ a contra los ordovices y tras aniquilar a casi toda la tribu se apoderó de la isla de M o n e (Anglesey), principal centro y reducto de los drui­ das, limpiando el lugar de cultos autóc­

tonos cuya influencia era mucho más penetrante que la que el propio Tácito podía sugerir (cf. Anales, XIV, 29-30). Tras esto sólo quedaba por dominar el norte de Gales mediante el estableci­ miento de fortalezas. Realizada la ope­ ración, el territorio quedó completa­ mente conquistado y organizado, pues los dos primeros años de su estancia llevó a cabo una profund a obra romanizadora. «Como aquellos hombres dispersos y toscos, y por ello propensos a las lu­ chas, estuvieran acostumbrados a pa­ sar el descanso y el ocio entre placeres, los anim aba en privado, ayudaba a sus comunidades a construir templos, mer­ cados y casas, elogiando a los diligen­ tes, criticando a los indolentes; de este modo, el estímulo a su amor propio sustituía a la coacción. Además, ini­ ciaba a los hijos de los jefes en las artes liberales; prefería el talento natural de los britanos a las técnicas aprendidas de los galos, con lo que quienes poco antes rechazaban la lengua rom ana se

Coliseo de Rom a (años 7 2 -7 8 d.C.)

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apasionaban por su elocuencia. Des­ pués empezó a gustarles nuestra vesti­ menta y el uso de la toga se extendió. Poco a poco se desviaron hacia los encantos de los vicios, los paseos, los baños y las exquisiteces de los banque­ tes. Ellos, ingenuos, llamaban civiliza­ ción a lo que constituía un factor de su esclavitud.» (T á c ito , A g ríco la , 21. Trad, de J. M. Requejo.) E n los a ñ o s s ig u ie n te s , A g r íc o la culminó la conquista del norte de Bri­ tania. Emprendió campañas militares en la lín e a T y n e - S o lw a y , lle g a n d o hasta el istmo de Forth-Clyde, a lo largo del cual estableció fuertes y for­ tines que impedían cualquier contraa­ taque y, tras someter a selgovios y votadinos, avanzó hasta Strathm ore y desde allí obligó a los britanos a entrar en combate, resultando u na gran vic­ toria ro m ana en el morís Graupius. Consecuencia de esta victoria fue la posesión de las tierras bajas de Esco­ cia, tras destruir la resistencia de los p o b l a d o r e s de las t i e r r a s a lta s . Es notable el retórico discurso de uno de los je fe s tr ib a le s , C a lg a c o , d e n u n ­ ciando el imperialismo rom ano (T á­ cito, Agrícola, 18-38).

c) La guerra judía Tan serio como el alzamiento de Julio Civil en el Rhin y más que las cam pa­ ñas en Britania, fue la guerra judía. Abre Tácito el libro V de las H istorias con un breve sumario de la historia y costumbres de los judíos, §§ 1-13, antes de proceder a la narración bélica que no nos ha llegado al quedar interrum ­ pida su obra en el § 26 de dicho libro (dedica los §§ 14-26 a los acontecimien­ tos en el Rhin). Llam a la atención sobrem anera la ignorancia de que hace gala sobre el pueblo judío cuando hubo de haber tenido buenas y fidedignas fuentes de información, Flavio Josefo, por ejemplo; sólo es explicable su igno­ rancia p or su antisemitismo, en reali­ dad el antisemitismo rom ano que com ­ parten intelectuales como Séneca. P er­

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sio, Petronio, Marcial y Juvenal, de­ rivado del apriorístico desprecio hacia el pueblo judío. La misma terquedad que hace de Plinio un perfecto desco­ nocedor de la realidad cristiana cuan­ do, sin em bargo, está inmerso en ella durante su gobierno de Bitinia años más tarde. Así pues, dependemos del historiador judío Flavio Josefo, tráns­ fuga a los rom anos, para el conoci­ miento del desarrollo de la güera judía qu e , in ic ia d a en el 66, c u l m i n a r á n lugartenientes de Tito con la toma de Masada. La guerra ju d ía es un m ani­ fiesto p rorro m ano , escrito y publicado bajo los auspicios de Vespasiano; no es extraño, por consiguiente, que en diversos pasajes de los libros que nos ocupan surja Tito en medio de las escaramuzas durante el sitio de Jerusalén como un deus e x m achina para salvar una situación que parecía irre­ mediable para los romanos. N erón no m b ró a Vespasiano a prin­ cipios del 67, mientras se hallaba de gira por Grecia, general en jefe para reprimir la rebelión jud ía por su p ro ­ bada capacidad y porque nada podía temer de el dada la oscuridad de su linaje, o lo que es lo mismo, porque no pertenecía a la vieja nobleza aristocrá­ tica y, po r tanto, no lo consideraba capax imperii. En dos años domeñó toda Judca, excepto Jerusalén y tres plazas fuertes, entre las que se encon­ trab a M asada. Sabida la victoria de A ntonio P rim o y ya en sus manos la capital del Imperio, prestó especial atención a finalizar la conquista y con­ solidación de Jud ea, encom endando el m ando a su hijo Tito. C o ntaba para expugnar la ciudad con tres legiones a cantonadas en Judea, la V M acedo­ nica, la X Fretensis y la XV A p o llin a ­ ris; la XII Fulminata, venida de Siria y la 111 Cyrenaica y XXII D eiotariana traídas por el de Egipto, amén de re fuerzos proporcionados por Julio Agri­ pa, Soemo y Antíoco de Comagene. Un total de no menos de 40.000 h o m ­ bres que tenían como lugarteniente a Tiberio Julio Alejandro y que acam pa­

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ron en G abath Saul, a escasos kilóme­ tros de la ciudad, desde donde se fue­ ron aproxim ando paulatinamente apos­ tándose en derredor de la ciudad santa. T an pronto como llegaron las fuerzas rom anas, las tres facciones que lucha­ ban entre sí en Jerusalén para detentar su control cesaron en la luchas internas y unieron sus fuerzas contra las de Tito. Esto ocurría en la primavera del 70. Inmediatamente puso sitio a la ciudad, al tiempo que emprendía ope­ raciones militares para abreviar el ase­ dio. Resultado de ello fue la ruptura del primero de los tres recintos a m u ra ­ llados que ceñían la ciudad (en realidad el tercero y más moderno) el 25 de mayo; a los pocos días, el segundo recinto. La resistencia era ciega y faná­ tica, p or lo que Tito envió a Flavio Josefo a fin de conseguir de los sitiados la entrega de la ciudad de manera incruenta. No logró persuadirlos. Para el mes de jun io se apod eró de la que parecía inexpugnable turris A ntonio. Entretanto, y durante el largo asedio, se recrudeció la guerra interna entre las facciones, el ham bre hizo estragos en la población sitiada, se alzaron los pobres contra los ricos, se impidió a todo trance que los m oradores de la ciudad se pasasen a los rom anos, y se atrinche­ raron en el recinto más antiguo de la ciudad y en el Templo (la descripción de los tres recintos en V, 142-48). Fi nalmente y tras el arrasam iento de la turris A n to n ia (que describe en V, 23846), Tito «se vio obligado» a prender fuego al Templo en los últimos días de agosto, destruyendo a continuación la ciudad (26 de septiembre). Del prolijo relato de la guerra (IV, 658; VI, 442, cf. Tácito, Historias, V, 11-13; D ión Casio, epítome del libro LXV; LXVI, 4-7; F.usebio, Historia eclesiástica, III, 5-7, relata la h a m ­ bruna y las calamidades padecidas por los sitiados en los mismos términos que Flavio Josefo, a quien sigue) sobresale del lado rom ano la figura de Tito, héroe de Flavio Josefo, de quien des­ taca la p h ila n th ro p ia (hum anistas),

sobre todo cuando los judíos se encuen­ tran en el interior del recinto más anti­ guo una vez incendiado el templo, así como su ferviente deseo de preservar la ciudad para sus moradores, y el templo p ara la ciudad (V, 334), tal como nos anticipa p ara predisponer nuestros ánimos cuando aún no ha p e n e t r a d o en el s e g u n d o re c in to , y durante la celebración de un consejo de guerra con los legados de las legio­ nes, el prefecto de Egipto y el procu­ rador de Ju dea habido el 28 de agosto. Nos dice Flavio Josefo (V, 237-43) que en aquella reunión Tito se opuso a la destrucción del templo, abogando por su conservación, pues lo consideraba ornato del Imperio, y m andó apagar las llamas que ya lo estaban consu­ m ie n d o , m i e n t r a s q ue o t r a s fu e n te s nos presentan el incendio como un a c to d e l i b e r a d o de T i to ( S u lp ic io Severo, Crónica, II, 30); todo lo cual nos hace sospechar de la imparcialidad del relato y de la hum anitas de Tito en la presente ocasión. Del lado judío habría que destacar el estado de sece­ sión interna que solamente se zanjó con el arrasam iento de la ciudad, un encarnizado y cruento enfrentamiento entre indigentes y notables de la ciu­ dad (que se corresponde con las distin­ tas fa c c io n e s re lig io s a s ) p a r a le lo al habido entre sus m oradores y el ejér­ cito rom ano, una fanática defensa de tan inexpugnable ciudad, doblemente fortificada por su ubicación geográfica y por las obras de triple amurallamiento con escarpadas laderas y multi­ tud de torres, que llevó a sus habitan­ tes a extremos tales que prefirieron la m uerte p or h a m b re y ex ten u ació n antes de doblegar la cerviz al yugo del imperialismo rom ano, por último, un acusado nacionalismo teocrático. Apo­ derándose de Dios, Flavio Josefo dirá que la divinidad jud ía se pasó a los rom anos. Del lado del historiador, y además de lo dicho anteriormente de su persona, la frialdad y el distanciamiento con que describe las refriegas, los trabajos militares de asedio, las

20 masacre en la ciudad incendiada y la destrucción y saqueo del templo rebo­ sante de riquezas múltiples. Tras dejar acantonada en la arra­ sada ciudad la legión X y recibir plei­ tesía del rey parto Vologeso, regresó a Alejandría y en la prim avera del 71 embarcó para Italia, precedido de los líderes judíos supervivientes, Sim ón y Juan, setecientos selectos notables y un inmenso botín. A su partida para Rom a encomendó a Lucilio Baso la prosecución de la guerra, quien tom ó la inexpugnable plaza fuerte de M aqueronte, en el lado oriental del mar M u e rto , de e s tr a té g i c a i m p o r t a n c i a pues era el acceso a Ju d e a desde A ra­ bia. El sucesor de Baso, Lucio Flavio Silva, prosiguió las cam pañas militares atacando la fortaleza de Masada, al suroeste del m ar M uerto, poblada por los sicarios, ala extrema de los zelotas, secta religiosa judía que profesaba un exacerbado nacionalismo religioso; el mismo que se observó en la defensa de Jerusalén. Si la ciudad santa y M aqueronte eran puntos inexpugnables, con form idables de fe nsa s n a tu r a le s , con m ay or r a z ó n p o d e m o s p r e d i c a r lo mismo de Masada. Sitió Flavio Silva la plaza f u e rte , bien a b a s t e c i d a de agua y provisiones y dispuesta, por consiguiente, a soportar largo asedio sin necesidad de sufrir penurias y esca­ seces, mas tras la apertura de una bre­ cha en la muralla, luego de ím probos trabajos, los moradores de Masada, a instancias de su fanático jefe Eleazar, decidieron la quema de la ciudad y darse mutua muerte a fin de no caer en la esclavitud romana. Solamente so b re v iv ie ro n do s m u je r e s y cin co niños que no se resignaron al holo­ causto y se ocultaron en los acueduc­ tos del subsuelo. Fueron cerca de un millar los autoinmolados que se en­ contraron los rom anos al penetrar en la fortaleza silente y abrasada, el 2 de mayo del 73. Con la to m a de M asad a finalizó la guerra judía (VII, 163-209, 252-408) aunque continuó el hostiga­ miento y persecución de los sicarios en

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otros puntos de Oriente, Alejandría y Cirene. La tom a de Jerusalén y de M asada significó la pérdida de im por­ ta n c i a r e lig io s a y p o l ític a de los zelotas-sicarios y la victoria de la secta de los fariseos, más acomodaticia al ejército invasor (aunque no por ello d e j a r a n de o d ia r le ) . S ig n ific ó , en suma, la desvitalización del fanatismo religioso, de la virulencia política, del t e r r o r i s m o p o l í t ic o - r e lig io s o , y el triunfo de los ricos, como se desprende de múltiples pasajes de la Guerra ju día (véase, por ejemplo, V il, 437 y si­ guientes. Sobre Flavio Josefo, fariseo, su oposición a los zelotas y los oríge­ nes del cristianismo, cf. S. Mazzarino, L ’Im p e r o ro m a n o , I I I , 873 y s i­ guientes).

d) Política provincial A Vespasiano, iniciador de la dinastía, le cupo el im portante papel de acelerar el proceso de urbanización del Impe­ rio , p r o m o v i e n d o , c o n ello, el d e ­ sarrollo de una nobleza provincial a partir de los dinastas y notables loca­ les, económicamente fuertes, y de los veteranos de los ejércitos quienes, tras el se r v ic io en filas, v o lv ía n a sus patrias de origen para figurar como principales y firmes valedores de una institución a la que debían su ascenso social. A partir de ahora, como jam ás a n t e r i o r m e n t e , c o r r e s p o n d e r á a las ciudades desempeñar un papel im por­ tante y ten d rá n un peso específico en la vida del Imperio por más que la economía fuese de carácter fundam en­ talmente rural, mas las claves de la misma y el desarrollo de un comercio de más en más interprovincial tenía como p unto referencial las ciudades del Imperio. Gracias a un ingente p r o ­ gram a político de profundos alcances sociales la base sobre la que se susten­ tab a el Principado no quedó confi­ nada a R o m a e Italia, sino que viose am pliada con la activa participación de las provincias a través del ejército y

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de la intensa vida agraria y comercial. D urante su censura (sobre el carác­ ter de la misma, véase A. T orrent en Emerita, 38, 1968), que en sus manos fue un elemento más para la consoli­ d a c i ó n d el p o d e r , u n e fica z i n s t r u ­ mento para la reforma del Estado y c óm odo medio para realizar las lectio­ nes senatus, organizó Italia en regio­ nes y distribuyó las municipalidades en c a d a u n a de ellas, y a s e n tó a muchísimos veteranos de las guerras recién extintas, con las consecuencias que se derivaron como veremos a con­ tinuación. Italia no se encontraba aso­ lada y no sufrió un desplome econó­ m ic o , p u e s p e r s is te a lo la r g o del siglo Ϊ la floreciente agricultura, ga­ nadería e industria artesanal conec­ tada con el campo (tejares y alfares, s o b r e t o d o ) , c o m o t e s t i m o n i a n las exhumaciones de uillae y los poblamientos campesinos. No es lícito, en defensa precisamente de lo contrario, sacar a colación la lapidaria frase de Plinio: L atifu n d ia perdidere Italiam,

iam uero et prouincias (Historia natu­ ral, XVIII, 35. Sobre el alcance de la e x p r e s i ó n , R. M a r t í n en R E A , 69, 1967, y en su obra sobre los agróno­ mos latinos. París, 1971, 382 y ss.) A hora bien, dicho esto conviene aña­ dir que experimentó cierto quebranto por el creciente comercio provincial que abastecía de principales productos y materias primas, elaboradas o semielaboradas. No podemos olvidar que salvo algunas partes de las Galias y gran parte de Italia, el resto de las provincias occidentales y orientales ni participó en la guerra del 68-69 ni s u frió d e t e r i o r o e c o n ó m ic o a lg u n o , sino que, por el contrario, a la finali­ zación del conflicto resultaron ser las p r in c i p a le s a b a s t e c e d o r a s de I ta lia (aún postrada por los desastres de la guerra), de los ejércitos que, en guerra o en paz, hallábanse estacionados en las fronteras del Rhin, del Danubio y en B r i t a n i a , y de a q u e l lo s n ú c le o s urbanos provinciales de reciente crea­ ción que se incorporaron al circuito

22 económico. Por lo que a la población rom ana se refiere, y ante la escasez de grano que se hacía sentir (también en otras partes de Italia y en determ ina­ das áreas de Oriente), dedicó Vespa­ siano especial atención a su abasteci­ miento de manera que no faltase ni siquiera a la ociosa e indigente p obla­ ción. Para ello contaba principalmente con Alejandría, que abastecía de trigo a Roma durante cuatro meses; y con Á fric a , q ue la a l i m e n t a b a los o c h o meses re s ta n te s ( F la v io J o s e í o , La guerra judía, II, 386 y 383). Dejando a un lado Hispania, de la que nos ocupamos más adelante, con­ vendría resaltar algunas de sus actua­ ciones provinciales sin otro ánimo que el de confirmar el planteamiento gene­ ral ya expuesto de la política de Ves­ pasiano. En África, tras la neutraliza­ ción de los g a r a m a n te s y de los nómadas saharianos, trasladó en el 75 la legión II A ugusta de A m m aedara, H a id r a , a T h e v e ste , T e b e s sa , c o n s ­ truyó la calzada que desde aquí enla­ z a b a con H ip p o R eg iu s, B one A nn a b a , a s e n tó a sus v e te r a n o s en Haidra, una vez convertida en colonia F lauia, y re d e f in ió la f o s s a regia ( c re a c ió n de J u l io C é s a r ) , f r o n t e r a entre el A frica Vetus y el A frica N ona en una M auretania ahora dividida con propósitos fiscales y administrativos. P r e c is a m e n te en e s ta a m p lia z o n a h u b o de r e p r im ir re v u e lta s, pues tenemos atestiguada documental mente para el año 75 la presencia de Scxtio Scncio Ceciliano, legatus A u g u ti p r o ­ praetore ordinandae utrius que M a u ­ retaniae ( I I S , 8979). En suma, estaba echando las bases de una política que e s c r u p u lo s a m e n t e lle v a rá a e fe c to Domiciano. En el Rhin fue Vespa­ sia n o q u ie n inició los p r e p a r a t i v o s para la constitución del limes renanorético y para la plena ocupación de los Campos Decumates, que sin embargo fue realización de Domiciano. Conce­ dió el título de cotonía a Avenches, entre los helvecios, a Forum Segusiauorum entre los lugdunenses, a él o

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a sus hijos se debe el nacimiento como centros urbanos en Pa n o n ia de Sir­ m iu m y Siscia gracias a colonos reclu­ tados de la flota de Rávena; proceso romanizad or que experimentaron tam ­ bién Dalmacia, Mesia y Tracia en las que diversos núcleos urbanos recibie­ ron la epíclesis de Flauium. Por lo que respecta a Oriente, conoció una nota­ ble remodelación provincial y también en él florecieron las ciudades ílavias, como por ejemplo Flauiopolis en Cili­ cia o Sam osata Flauia, al tiempo que diversos principados y ciudades inde­ pendientes fueron adscritas a las p ro ­ v in c ia s v e c in a s ; tal fue el caso de Rodas, Samos y Bizancio en el Egeo, r e v o c a n d o p o r t a n t o la « lib e rta d » a n t a ñ o c o n c e d i d a p o r N e r ó n , q ue dejaron de ser ciudades independien­ tes; de Emesa, cuyo último rey fue Julio Soemo, y de Palmira, im por­ tante ciudad caravanera en la ruta del E u f r a t e s q u e h a s t a e n to n c e s h a b ía gozado de completa autonomía, que estuvo sujeta a algún tipo de control, pues Vespasiano se interesó particu­ la r m e n t e p o r los b e n e fic io s fiscales derivados del comercio. A este res­ pecto es ilustrativa la anécdota trans­ mitida por Filóstrato, según la cual en el c o n t r o l a d u a n e r o de Z e u g m a (el Puente), a orillas del Eufrates y pró­ xima a Apamea, fue requerido A polo­ nio para que declarara lo que llevaba consigo, a lo que contestó que llevaba T e m p l a n z a , J u s t ic ia , V ir tu d , C o n t i ­ nencia, H om bría y Disciplina. El solí­ cito funcionario interpretó que se tra ­ taba de esclavas y quería que pagara por ellas (V ida de A p o lo n io de Tiana, 1, 20). Acaya pasó nuevamente a ser p ro v in c ia s e n a to ria l, T e salia, d e s g a ­ ja d a de Acaya, se incorporó a la p ro ­ v in c ia de M a c e d o n i a , el á r e a del Helesponto estuvo al m ando de un g o b e r n a d o r - p r o c u r a d o r imperial. In­ corporó Cilicia y Comagene a la p ro ­ vincia de Siria, hizo de Capadocia, Galacia y algunas áreas próximas a ella un territorio bajo control militar de un senador de rango consular con

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do s le g io n e s p a r a la v ig ila n c ia del E u fra te s (s e rá c o n v e n ie n te r e c o r d a r que C apadocia fue reino cliente desde el año 17 y en años posteriores estuvo b a jo el m a n d o de un g o b e r n a d o r p r o c u r a d o r c o n t r o p a s a u x ilia r e s ) . T ransform ó, por último, el gobierno de J u d e a que dejó de estar al m ando de un pro curado r imperial p ara estar gobernada por un senador con una legión a c a nton a da en Jerusalén como c o n s e c u e n c ia de las g u e r r a s ju d ía s . Otros cambios menores afectaron al P o n t o y B itin ia , A r m e n i a , F r ig ia , Pisidia, Licaonia y Paflagonia. Si im portante fue la labor desple­ gada por Vespasiano, de significativo hemos de considerar, al menos por el eco que tuvo en sus propios días, el interés que le merecieron determinadas tierras, subcesiuae, sobre las que nadie hasta su advenimiento había reparado y prestado debida atención. Sobre el p a r t i c u l a r , fue la s u y a u n a m e d i d a política, no agraria, derivada de las dificultades financieras tras la finaliza­ ción de la guerra del 68-69 y acrecidas éstas, pues hubo de asentar a muchí­ simos veteranos licenciados del ejér­ cito c a r e c ie n d o de t ie r r a s y d in e r o suficiente para ello (no olvidemos que decía la necesidad que tenía el Estado de 400 millones de sestercios). Además de i n s t a l a r c o l o n o s en p r o v in c ia s , asentó también a veteranos en Paes­ tum (licenciados de la flota del Miseno), en el ager Ostiensis, en A bella (municipio de la Cam pania), en Ñola, en el Samnio, en Nápoles (aquí fue Tito quien asignó tierras), en la ciudad siciliana de Palermo; extremos de los que nos inform an, entre otras fuentes, el L ib e r c o lo n ia r u m , el g r a m á t i c o Hygino y diversos epígrafes. Subcesiuae son aquellas tierras que no fueron mensuradas ni distribuidas ni asignadas a los colonos una vez realizadas tales operaciones en ocasión de la deducción de la colonia y que normalmente se hallaban en los confi­ nes de la misma. Sin otro título que la mera posesión, pero habidas durante

23 generaciones y por lo general por los propios colonos, Vespasiano las reivin­ dicó y puso en venta, pues conforme a derecho eran agri p ublici y, p o r tanto, p ro p ied a d de la Res Pública, eufemis­ mo tras el que hemos de ver a Vespa­ siano en la presente ocasión. Así, pues, exigió el pago de las mismas a sus posesiones a cambio de la plena p ro ­ piedad. El resultado fue un malestar general en to d a Italia, quassabatur uniuersus Italiae possessor (los colo­ nos de E m erita lograron el tus subcesiuorum sobre tales tierras a orillas del Guadiana), y un desfile de delegacio­ nes de las ciudades afectadas ante el príncipe, quien reconsideró la medida y desistió de con tinu ar en su empeño; pero Tito prosiguió con las ventas. En esto D om iciano se apartó de la polí­ tica de su padre y se alzó como protec­ tor de los pequeños y medianos cam ­ pesinos, possessores, al abolir median­ te un edicto tales ventas; uno edicto totius Italiae m etum liberauit, dijo un cualificado contemporáneo de los acon­ tecimientos (Agenio úrbico, de controuersiis agrorum, p. 41, 12-26, Thulin), lo que deja entrever el profundo malestar que habían causado las me­ didas de Vespasiano, el aborrecimien­ to de que fue objeto por parte de los campesinos italianos y la buena dispo­ sición de D omiciano para con ellos (en la misma línea, ya veremos, de su de­ fensa de la agricultura italiana). D o ­ miciano, pues, dejó a los ocupantes de estas tierras el derecho de usurpación del que habían estado disfrutando has­ ta entonces, y en u n a fecha que pode­ mos situar a principios de su princi­ pado, pues ya el 22 de julio del 82 confirmó tal derecho a los falerienses picentinos tras larga disputa con los fírmanos descendientes de veteranos asentados por Augusto (C/L, IX, 5420 = F IR A , I, 75). Paralelamente a la reivindicación, re­ cuperación y venta de las tierras sub­ cesiuae, ordenó Vespasiano la restitu­ ción de las tierras comunales, loca p u ­ blica, usurpadas y ocupadas por pose­

24 sores privados; m edida que afectó ta n ­ to a Italia como a las provincias. C on­ cretam ente la tenem os c o n firm a d a para Roma, donde p or medio del cole­ gio de pontífices restituyó terrenos ocu­ pados por particulares, para Pompeya, donde el tribuno pretoriano Suedio Clemente, tras escuchar reclamaciones y medir las tierras, restituyó tierras públicas ocupadas por particulares a la ciudad, para Canas, p a ra Orange d o n ­ de se restituyeron a los soldados de la legión II Gallica tierras públicas ocu­ padas por particulares; p a ra la Cirenaica, donde Hygino menciona cipos de época de Vespasiano en los que constaba que terrenos públicos, ocu­ pados por particulares, fueron devuel­ tos a la ciudad. Al mismo criterio or­ denancista, y con fines fiscales y fi­ nancieros, hubieron de obedecer las centuriaciones de parte de la llanura alsaciana, el catastro de Orange (sobre el cual véase A. Piganiol, Les d ocu­ m ents cadastraux de la colonie rom a in e D ’O range, P a r ís , 1962), así como diversos censos en Italia, por ejemplo, el efectuado en Calabria. De no m enor im portancia por la trascendencia que tuvo a lo largo del siglo II e incluso con resonancias en é p o c a v á n d a l a (c u ltu r is M a n c ia n is : Tabletas Albertini) fue la ordenación de los saltus en el norte de África m e d ia n te u n a d i s p o s ic ió n c o n o c id a como lex M anciana que tradicional­ mente se atribuye a Vespasiano. La conocemos a través de una reglamen­ tación inspirada en dicha ley de los p r o c u r a d o r e s im p e ria le s de T r a j a n o responsables de la administración del fu n d u s d e n o m i n a d o V illa M a g n a Variana o M appalia Siga contenida en un epígrafe hallado en Henchir Mettich, Túnez, no lejos de Bagradas. La inscripción es un valioso documento y, aunque perteneciente al principado de Trajano, sirve de ilustración para la vida en el norte de .África en época flavia. Nos informa de la existencia de inmensas propiedades (la mayoría en manos del em perador o de la familia

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imperial; cf. Plinio, H istoria natural, XVIII, 35; F 1R A , 1, 101: saltus D o m i­ tianus), nos habla de una agricultura intensiva, capitalizada, tecnificada y, por tanto, rentable, nos ofrece un cua­ dro social rural autón om o y al margen de la administración y gobierno de las ciudades, percibimos a través de ella cómo el poder está de parte de los te r r a t e n i e n t e s , si bien se a m p a r a n derechos de los colonos, y nos informa tam bién de las condiciones laborales de los colonos cultivadores de tales propiedades. Pero dejemos que hable por sí misma la inscripción: I 5. «A quienes habitasen en la p r o p i e d a d de V illa M a g n a V a r ia n a séales p e r m i t i d o c u ltiv a r las tie r r a s s u b c e s iu a e [n o o t o r g a d a s ] se g ú n lo dispuesto en la ley M anciana de suerte q u e q u ie n las c u ltiv a s e d is f r u te del usufructo. I 9. De los productos que obtuvie­ ren en tal lugar deberán entregar unas partes a los dueños o a los arre n d a ta ­ rios o a los administradores de la pro­ piedad con esta condición según la ley Manciana: de los frutos de cualquier cultivo que acarreen y trillen en la era, los colonos devolverán el grueso de los mismos, según su estimación, a los arrendatarios o administradores de la propiedad; mas si los arrendatarios o los administradores de la propiedad hiciesen saber las parte in assem que se les habrán de dar, garanticen mediante escrito sellado sin fraude las partes del producto que deban entregar, y los colonos deberán entregar tales partes a los arrendatarios o a los adm inistrado­ res de la propiedad. I 19. Quienes tienen o tengan fin­ cas en la propiedad de Villa M agna h a b rá n de entregar a los dueños de la propiedad o a los arrendatarios o a los administradores las partes in assem de los frutos y de las viñas como es cos­ tum bre según la ley Manciana: un ter­ cio del trigo de la era, una tercera p a r t e de la c e b a d a de la e r a , u n a cuarta parte de las legumbres de los arriates, una tercera parte del vino del

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la g a r , u n a te r c e r a p a r te del aceite recogido, un sextario [poco más de m e d io litr o ] de miel p o r c o lm e n a . Quien tuviese más de cinco colmenas en el tiempo de la recogida de la miel deberá entregar a los dueños o arren­ datarios que cultivan in assem [...]. II 6. Si alguno llevase colmenas, enjambres, abejas, recipientes para la miel, de la propiedad de Villa M agna a un campo octonario [campo gravado con un tributo octonario, quizá una octava parte de los frutos de la cose­ cha], con lo cual se defrauda a los dueños o a los arrendatarios o a los administradores, las colmenas, enjam­ bres de abejas, recipientes p ara la miel y la miel serán de los arrendatarios o de los administradores in assem de la propiedad. II 13. Las higueras en tierra incul­ ta, árboles y cualesquiera otras plantas fuera de los lindes de los árboles fruta­ les y los árboles frutales del interior de su propia finca que no hubiesen dado más que una recolección normal, el

colono deberá dar a su albedrío una parte de los frutos recogidos al arren­ datario o a los administradores de la propiedad. II 17. De las higueras viejas y los olivares plantados con anterioridad a e s ta ley d e b e r á n e n t r e g a r el f r u t o , como es costum bre, al arrendatario o a sus administradores. Si posterior­ mente se plantase algún higueral se p e r m ite a q u ie n lo c u ltiv e p e r c ib i r íntegramente el fruto del tal durante cinco años seguidos a su albedrío, a partir del sexto año deberá entregarlo a los arrendatarios o a los administra­ dores de la p ropiedad a tenor de la antedicha ley. II 24. Permítese plantar y cultivar viñas en lugar de las viejas con la con­ dición de que quien las cultive perciba í n t e g r a m e n t e el f r u t o de las tales durante cinco años seguidos a su albe­ drío, a partir del sexto año deberá entregar un tercio del producto, según la ley M anciana, a los arrendatarios y a los administradores in assem.

Vista de una calle de Herculano

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III 3. Permítese plantar y cultivar o liv a re s allí d o n d e h u b ie s e t i e r r a inculta con la condición de que per­ ciba íntegramente el fruto del olivar q u e h u b ie s e p l a n t a d o d u r a n t e diez años seguidos a su albedrío, y a partir de la ¿ u n d é c im a ? c o s e c h a d e b e r á entregar un tercio del aceite recogido a los arrendatarios y administradores de la propiedad. III 10. Quien cultivase acebuches deberá entregar una tercera parte a partir del sexto año. III 11. Quienes siembren forraje en la propiedad de Villa M agn a Variana o sembrasen fuera de los lindes de los cam pos ded icad o s a legum bres, en­ treguen [?] del producto de sus campos a los arrendatarios o a los adm inistra­ dores, y los guardas deberán exigirlo. III 17. Del ganado que pasta en la p r o p i e d a d de V illa M a g n a d e b e r á entregar cuatro ases p or cada res a los arrendatarios o a los administradores de los dueños de la propiedad. III 21. Si alguien podase, a rra n ­ case, sacase fuera, se llevase, quemase o c o r t a s e el f r u t o m a d u r o o v e rd e todavía en el árbol (¿deberá pagar?) el d añ o de los dos próxim os años a los arrendatarios o adm inistradores de la propiedad. [Siguen unas cláusulas oscuras por lo fragmentadas que están sobre las r e s p o n s a b i l i d a d e s del c o lo n o p o r la p o d a de á r b o l e s f r u t a le s , s o b r e la transmisión hereditaria del usus p r o ­ prius en los terrenos cultivados, sobre el a b a nd on o o ruina intencionada de edificios de los terrenos cultivados.] IV 15. El terreno que estuvo culti­ vado el año recién pasado, dejase de ser cultivado, el arrendatario o adm i­ nistrador de la propiedad h a rá saber a quien dice tener ese terreno que ha de ser cultivado [si tras esta] notificación el denunciado persiste en el abandono y tam bién al año siguiente, deberá cul­ tivar dicho terreno al tercer año sin daño para la propiedad el arrendatario o el administrador. IV 22. Que ningún arrendatario o

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sus administradores obligue a algún cultivador de la propiedad a entregar más [...]. IV 23. Los colonos que morasen en la propiedad de Villa magna debe­ rán prestar a los dueños o arren data­ rios o administradores in assem dos peonadas de labranza por cada ho m ­ bre [¿dos?] peonadas d urante la cose­ cha y dos peonadas en cada operación de escarda.» ( T e r m i n a c o n u n a s c lá u s u la s qu e tam bién se encuentran excesivamente fragm entadas p a ra que podam os saber ciertamente el desarrollo de las mis­ mas.) CIL, VIII, 25902; F IR A , I, 100 C a r e c e m o s de i n f o r m a c i ó n s u f i­ ciente para concer el alcance jurídico de esta s d is p o s ic io n e s ; no o b s ta n te , podem os estar seguros que mediante ellas (de presumible aplicación en la mayoría de los contratos afectando a amplias dimensiones de terrenos) se evitaba el arriendo individual y que tales normas eran realmente una lex locationis conductionis que aparente­ mente tiene el carácter de un contrato e n f i t é u t i c o , p o r u tili z a r u n t é r m in o técnico aunque anacrónico p ara los días de los Flavios, que en el correr del tiempo podía derivar, por la prepoten­ cia de arrendadores y arrendatarios sobre colonos y cultivadores, en una societas leonina tal como la descrita en el Digesto (17, 2, 29, 2). De hecho, el catastro de Orange ya mencionado nos h a b la de a r r e n d a m i e n t o s p e r p e tu o s . Precedentes los había, las relaciones entre campesinos y la m on arq uía ptolemaica; quejas por prácticas abusivas no faltaron en tiempos posteriores, en los días de C óm o do concretamente y en el norte de África (IL S , 6870), y las regulaciones que hablan de las obliga­ ciones del colono, prestaciones perso­ nales, tributos debidos, etc., son preci­ sas y susceptibles de abusos por parte de quienes poseen la propiedad, arren­ dadores, arrendatarios y administra­ dores. ¿Quiénes son éstos? P o r supuesto

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Los Flavios

que los d o m in i son riquísimos terrate­ nientes con peso específico en la polí­ tica del Imperio, algunos surgidos de la n o b l e z a lo c a l y p r o v i n c i a l ; los arrendatarios, conductores, eran indi­ viduos ricos, nativos en su mayoría, influyentes en las ciudades próximas a los saltus y acaso ellos mismos propie­ t a r i o s de p r o p i e d a d e s r ú s tic a s ; los administradores, uilici, eran agentes de confianza de los propietarios y hemos de suponer que disfrutarían de un bie­ nestar económico (acaso también fue­ ran arrendatarios de algunas partes del saltus) y gozarían de cierta considera­ ción social. El cohecho y la conniven­ cia dolosa con los arrendatarios en p e r ju ic io de los c o lo n o s p o d r í a m o s darla por sentado. Quienes trabajaban las tierras eran los colonos a quienes se asignan partes colonicae para su p u e s t a en c u ltiv o . V iven, o p u e d e n vivir, dentro del saltus que en el caso de África tan extensos son que supe­ ran en extensión al territorio de las ciudades y en su interior reside toda una población trab ajad ora repartida en uici: «... en África, donde indivi­ d u o s p a r t i c u l a r e s ti e n e n s a ltu s no menores que los territorios de las ciu­ dades; ¿qué digo?, muchos saltus son m u c h o m a y o r e s q u e los te r r i t o r i o s : tales individuos tienen en sus saltus u n a p o b l a c i ó n p l e b e y a de n in g ú n m odo pequeña y aldeas en torno a la uilla tal como ocurre en los munici­ pios.» (Agenio Úrbico, De controuersiis agrorum, p. 45, 17 ss., Thulin.) Son quienes están sujetos a las pres­ t a c io n e s p e r s o n a l e s y c á n o n e s que m e n c io n a la i n s c r i p c i ó n . H e m o s de s e ñ a la r ta m b i é n y, p o r ú ltim o , un positivo interés y una preocupación de V e s p a s ia n o , c o m p a r t i d a p o r D o m iciano, por la ampliación de las tierras cultivables y por el fom ento en ella de una agricultura especializada (olivares, viñedos, árboles frutales) y de unas labores (apicultura, ganadería) de alto rendimiento. En suma, medidas que si tienen una finalidad fiscal y financiera, no por ello dejan de ser agrarias e invi­

tan a pensar en una política agraria que, iniciada por Vespasiano, prose­ guirá D om iciano con el resultado de una mayor rentabilidad de las tierras y la generación de una riqueza agraria provincial que desequilibrará el m un­ do rom ano a favor de las provincias y en paulatino detrimento de Rom a e Italia.

2. Tito Vespasiano m urió en su tierra natal, en la Sabina, el 23 de junio del 79, a la edad de sesenta y nueve años, dejando tras de sí, en el recuerdo de sus con­ temporáneos, una estela de aprecio y estima como R o m a no había conocido desde los días de la muerte de Augus­ to. Sería enterrado en el tem plum gen­ tis Flauiae y recibió honores de la apo­ te o sis. S in n i n g ú n p r o b l e m a , T ito asumió los títulos de A ugustus, pater patriae y p o n tife x m axim us. Comenzó a gobernar a los treinta y nueve años y desde el primer mom ento nom bró a su hermano Dom iciano consors y succesor suyo, mas sin recibir poder efec­ tivo alguno, pues sólo era princeps iuuentutis, aunque compartió el consu­ la d o del 80 c o n su h e r m a n o T ito . Tuvo una esmerada educación junto con Británico durante el principado de Claudio y vivió la disolución de la juventud ro m an a en los días de Nerón hasta el punto que de él se podrían d e c ir a q u e llo s v e rs o s de J u v e n a l: N ouerat ille luxuriam im perii ueterem noctesque Neronis iam medias (Sáti­ ras, IV, 136-38), mas parecía imposible ya volver al luxus neroniano tras diez años de reinado caracterizados por la austeridad y sobriedad impuesta por Vespasiano. A pesar de estar prece­ dido de mala reputación (habría que recordar que fue el artífice de la elimi­ nación de Cécina Alieno en el 79 (Sue­ tonio, Tito, 6), de quien se sospechaba que conspiró contra Vespasiano, y que se divorció de su segunda esposa, pues

28 tenía intención de desposarse con la hermosa Berenice, h erm ana de Julio Agripa II), al p un to se ganó las simpa­ tías de los rom anos, pues apartó de sí a Berenice inuitus inuitam , contra la voluntad de ambos (Suetonio, Tito, 7), y cambió radicalmente de conducta acom o dánd ola a los nuevos tiempos y siguiendo las huellas trazadas por su padre. Tras ser corregente con su padre: particeps atque etiam tu to r imperii, actuando efectivamente, pues asumió el gobierno de casi todos los negocios del Estado, comenzó su principado, del que estamos deficientemente inform a­ dos, concediendo un donativo a los soldados, confirm ando los beneficios y privilegios otorgados por sus predece­ sores, revocando la orden de destierro que pesaba sobre M usonio Rufo, y haciendo las paces con cuantos habían sufrido agravios en tiempos anteriores. Su conducta, calificada de sollicitudo principis y p a rentis affectus, solicitud imperial y ternura paternal (Suetonio, Tito, 8), m ostró en todo m om ento que el poder estaba en sus m anos y que lo ejercía con un deje de moderación; todo lo cual fue aceptado p o r el orden senatorial, pues no m andó dar muerte a senador alguno, de lo que se harán eco en el siglo IV autores como Orosio (7, 9, 13), Ausonio ( Caesares, 11) y E utro pio (7, 21, 2), desalentó a los delatores mediante leyes que limitaban la posibilidad de realizar acusaciones y les impuso penas corporales e infam an­ tes, de cuyas actuaciones se felicitó Marcial (E pigram as, I, 4); además re­ nunció en el 81 al ejercicio del consu­ lado epónim o, tras haberlo desempe­ ñado durante diez años consecutivos, limitando a su vez el privilegio del des­ em peño de la m áx im a magistratura a un m ayor núm ero de senadores. Fi­ nalmente, no perdió ocasión de ir en ayuda de cuantos lo solicitasen, recu­ rriendo a su propio peculio; solía decir: «No está bien que nadie salga triste tras una entrevista con el príncipe» (Sueto­ nio, Tito, 8).

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No faltaron calamidades durante su principado p ara llevar a la práctica d ic h o p a t e r n a l i s m o . E n los ú ltim o s días de agosto del 79 el Vesubio entró en e r u p c i ó n y s e p u l t ó a P o m p e y a , Herculano, Stabia y otros lugares de la C am p ania próxim os al volcán (re­ cordemos que en aquella ocasión m u­ rió Plinio el Viejo, entonces prefecto de la flota del Miseno, llevado por la curiosidad del fenómeno y para auxi­ liar a la población damnificada. Los relatos en Plinio el Joven, Cartas [a Tácito], VI, 16, y D ión Casio, Epítome del libro LXVI, 21-23). Creó una cúra­ tela de rango consular, curatores resti­ tuendae Campaniae, a fin de que orga­ nizasen adecuadam ente las labores de reconstrucción, a portó recursos eco­ nómicos propios a la misma así como empleó todos los bienes de los muertos sin herederos, bona caduca que en vir­ tud de las leyes caducarias pertenecie­ ron primero al Erario del pueblo R o ­ m ano y desde los días de Tiberio al Fisco. Al poco tiempo, y mientras es­ taba Tito atendiendo personalmente las necesidades de la Campania, un voraz incendio afectó severamente grandes partes de R om a. Todos, propios y ex­ traños, compitieron entre sí allegando fondos para la reconstrucción, mas Tito corrió con todos los gastos nom bran do al mismo tiempo u na comisión de ra n ­ go ecuestre p ara dirigir las labores de reconstrucción (Dión Casio, Epítome del libro LXVI, 24; Suetonio, Tito, 8). En diciembre de ese miemo año la H erm and ad de los Arvales elevó preces por la reconstrucción y dedicación del Capitolio, iniciada hacía casi diez años. Al poco tiempo, y a pesar de lo calami­ toso que resultó el año, inauguró el Anfiteatro Flavio (que aparecerá re­ presentando en un sestercio del 80-81 y en un tetradracm a de Domiciano del 82) y las termas próximas a él con espectaculares juegos de cien días de duración (en un solo día ofreció 5.000 fieras; Suetonio, Tito, 7; Dión Casio, Epítome del libro LXVI, 25) de los que, además de Marcial, se hizo eco la Her-

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Los Flavios

m andad de los Arvales como podemos apreciar a través de sus Actas. N ada más hizo Tito digno de resaltar hasta su muerte, según dice D ión Casio. Sin embargo, podem os seguir su política a través de la epigrafía y las fuentes jurí­ dicas, aunque siempre sea de m odo fragmentario. Prestó particular atención a la repa­ ración de diversos acueductos en R o m a (A qua M arcia, Curtia y Caerulea)', en Italia y en provincias a la red viaria: Via Aurelia, Flauia y Flam inia en Ita­ lia. En Hispania, po r ejemplo, cabe destacar la Via N oua, Br acara-As tur ica, realizada bajo la dirección de C. C a lp e ta n o R a n tio Q u irin a l V alerio Festo. Las obras públicas emprendidas o continuadas por Tito en Oriente son numerosas y entre ellas merece especial recuerdo la vasta red de calzadas mili­ tares que se extendían desde Licaonia al sur y Pisidia a occidente hasta la frontera del Eufrates y el Ponto. La inversión, costosa sin duda, y que fue ejecutada en parte por A. Cesenio Galo, go bernador de Capadocia-Galacia (a. 80-82), mereció la pena, pues se ase­ guró la frontera con los partos, trajo seguridad a la región y abrió el camino a la futura política expansionista e imperialista de Trajano. Su infatigable política edilicia es palpable, además de en R om a e Italia, como de ella dan fe los restos arqueológicos y artísticos y testimonian Suetonio y Dión Casio, de quienes hemos hecho mención, en las diversas provincias, desde Laodicea de Frigia, Éfeso, Esmirna, Chipre, Egipto (donde las labores hidráulicas a él de­ bidas son notorias), hasta Britania, don­ de completó la basílica de Verulamium. (Una selección de docum entos se halla­ rá en M. M cC rum , Select D ocum ents o f the principales o f the Flavian em pe­ rors, Cambridge, 1966.) En el ám bito de la vida económica siguió igualmente la política iniciada por su padre, sobre todo en lo que a las t ie r r a s s u h s e c iu a e se re fie re , así como en sus relaciones con las provin­ cias en las que persistió con la política

de fundaciones de colonias y extensión de la ciudadanía; a h o ra bien, abolió el tributo que pesaba sobre Cesarea al otorgarla el ius italicum (Digesta, 50, 15, 8, 7), y se abstuvo de confiscar y de imponer contribuciones, mostrándose sobre el particular más generoso que su antecesor. Digno de resaltar, p or último, es su a c ti v i d a d le g is la tiv a q u e , a u n q u e escasa por la brevedad de su reinado, tuvo como principal protagonista al ejército, uno de los más firmes baluar­ tes de la nueva e tap a del Principado. La docum entación al respecto es, den­ tr o de su p a r q u e d a d , sig n if ic a tiv a , pues se preocupó fundam entalmente porque pudieran acceder los milites a la propiedad de la tierra, por regulari­ zar favorablemente el m atrim onio de los s o l d a d o s y v e t e r a n o s , y p o r la sucesión testamentaria. De los escasí­ simos d iplom ata militaria que de su principado nos han llegado, en uno se hace referencia a los privilegios otor­ gados a los veteranos (justas nupcias y e x e n c ió n de t r i b u t o s en las tie r r a s asignadas, IL S , 1994), mientras en los otros, a la concesión de la ciudadanía rom ana y a las justas nupcias de auxi­ liares y soldados de Germania, Panonia y Egipto (en este caso se trata de clasiarii). A través de ellos, y com pa­ rados con el resto de la colección de diplom ata militaria, vemos cómo Tito reorganizó la expedición de la dimissio honesta m issione (todo lo cual puede apreciarse en G. Alfóldy, Historia, 17, 1968, 215 ss. y en P. A. Holder, S tu ­ d ie s in th e A u x ilia o f th e R o m a n A r m y fr o m A u g u stu s to Trajan, Ox­ ford, 1980). Cabe tam bién a Tito la disposición de que los soldados tuvie­ sen plena testam entifactio, disposición c o n f i r m a d a p o r D o m i c i a n o . H a s ta entonces, y desde los días de Julio C é s a r , e r a u n a g r a t u i t a c o n c e s ió n temporal que o torgaban los príncipes {Digesta, 29, 1, 1). En el ám bito civil suprimió Tito, de los dos pretores fideicomisarios crea­ dos por Claudio: qui de fideicom m isso

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30 ius dicerent (Digesta, 1, 2, 2, 32), uno. Dicha supresión quizá tenga que ver con una m enor intervención jurídica en materia de fideicomisos, por cuanto ya para entonces la sociedad rom ana se hubiese habituado al cumplimiento de los m a n d a t o s del f i d e ic o m i te n te ( r e c o r d e m o s q u e la o b l ig a c ió n del fideicomisario pasó de ser moral a ser legal al advenimiento del Principado). Quizá también tenga alguna relación con el senadoconsulto conocido como Pegasiano que m encionam os en pági­ nas p o s t e r i o r e s . A p a r e c e t a m b ié n recordada en el Digesto (49, 14, 1, 3) u n a d i s p o s i c i ó n s u y a r e la tiv a a los bona uacantia que, como caduca que eran considerados, estaban afectados por las leyes caducarias y pertenecían

al fisco una vez transcurrido la pres­ cripción de la delación. D a d o su corto reinado, poco más podemos decir de él, sino que, como ya ha sido señalado, continuó la polí­ tica paterna. El último recuerdo suyo se conserva en las Actas de la H er­ m andad de los Arvales, el 19 de mayo del 81. M u rió el 13 de septiembre de ese mismo año, a los cuarenta y dos años, en la casa en la que su padre encontró la muerte dos años atrás. Ausonio ( Caesares, 11) dijo de Tito, a quien Suetonio llamó al principio de su biografía am or ac deliciae generis hum ani, «afortunado en el trono, feliz por la brevedad de su principado..., am or de to do el orbe» (F elix imperio, fe lix breuitate regendi, ... orbis amor).

Pompeya (según T. W. Potter)

1. Foro 2. Tem plo de Júpiter 3. M ercado 4. Tem plos 5. Edificio de Eum achla 6. Com itium 7. O ficinas m unicipales 8. Basílica 9. Tem plo de Apolo 10. Term as del Foro 11. Term as centrales

12. Term as estabianas 13. Castellum Aquae 14. Vía delle tom be 15. 16. 17. 18.

Foro triangular Tem plos G ran teatro Pequeño teatro (odeón)

19. Barracas de los gladiadores 20. Palestra 21. Anfiteatro

22. C asa del cirujano 23. C asa del Poeta Trágico 24. C asa del Fauno 25. C asa de Vettii 26. C asa de Am ores 27. C asa de

los los Dorados las

B odas de Plata 28. C asa de L. Frontón

29. Casa del C entenario 30. Casa del C ríptopórtico 31. Casa de M enandro 32. Casa de L. Tiburtinus 33. Villa de Julia Félix 34. Villa de los Misterios 35. Tum bas

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Los Flavios

II. Domiciano

Ni Vespasiano ni Tito pensaron en m om ento alguno en orillar a D o m i­ ciano, a pesar de que d urante el prin­ cipado de ambos careciese de poder e fe c tiv o y V e s p a s ia n o lo tr a t a s e , cuando menos, fríamente. Dejó claro Vespasiano desde el principio el carác­ ter dinástico de la nueva etapa del p r i n c i p a d o , c o m o ya h e m o s d ic h o . Además, difícilmente pudo ofrecer el Senado otro candidato habida cuenta que Tito le había designado consors y successor suyo; por todo ello faltóle tiempo a Dom iciano, una vez muerto Tito, o a punto de expirar, para per­ sonarse en la guardia pretoriana, a la que otorgó el correspondiente donatiuum tras lo cual fue saludado como im perator (Dión Casio, Epítome del libro LXVI, 26). Reunido el Senado, confirmóle en todos los poderes y la H erm andad de los Arvales, reducto de lo más granado del círculo aristocrá­ tico palaciego, ofreció un sacrificio en su honor, mientras Dom iciano ratifi­ caba todas las concesiones otorgadas por su padre, su herm ano y anteriores príncipes. Treinta años tenía, y se hallaba en el pináculo del poder, largo tiempo aca­ riciado, lo que inclina a pensar razo­ nablemente que iniciara su principado con cierto aire de venganza por haber sido preterido primero por Muciano, después por su padre, más tarde por su hermano. P o r lo demás, Domiciano mostró a las claras su personal con­

cepción del principado al desempeñar sus funciones autom áticamente, sin las apariencias de mesura y moderación c a r a c t e r í s t i c a s del f u n d a d o r de la dinastía. No debiéramos extrañarnos de tal com portam iento, pues estaba legitimado en virtud de la lex de im pe­ rio; términos como m o narq uía consti­ tucional o parlam entaria son absolu­ t a m e n t e e x t r a ñ o s a los r o m a n o s . Finalmente, fue su carácter inflexible, riguroso, meticuloso en extremo; por t o d o lo c u a l, al p o c o tie m p o de h a c e r s e c o n las r ie n d a s del p o d e r , alarmó a una aristocracia que quería una apariencia de moderación, oca­ s i o n a n d o un e n f r e n t a m i e n t o y u n a oposición que la tradición historiográfica senatorial se encargó de magnifi­ car, desvirtuando y contam inando el r e la to de las a c c io n e s del p r ín c ip e hasta el punto que vinculó el deterioro de las relaciones entre Domiciano y el S e n a d o co n la t i r a n í a q ue en él e n c a r n ó , in c lu s o m o s t r a n d o co m o vicios lo que eran virtudes (Suetonio, D om iciano, 3). Al respecto es preciso señalar que el relato de Domiciano en la Historia de Rom a de Dión Casio ( L i b r o L X V I I ) e stá c o m p le ta m e n te estragado y deturpado, no sabemos si debido al propio Dión Casio o a sus epitomadores (especialmente Xifilino). Si únicamente dependiéram os de Dión Casio-Xifilino difícilmente podríamos o fr e c e r u n a im a g e n m ín i m a m e n te c o r r e c t a de su r e i n a d o ; a f o r t u n a d a ­

32 mente tenemos elementos correctores, el propio Suetonio y la inestimable epigrafía, nunca suficientemente enco­ miada. Las fuentes, Suetonio y D ión Casio fundamentalmente, nos ofrecen datos suficientes de su carácter enérgico y de su concepción del principado, que fue­ ron los que generaron el nulo enten­ dimiento con el Senado. Recién lle­ g a d o al p o d e r o t o r g ó a su e s p o s a D omicia y a Julia, viuda de Tito, el título de Augustas, como nos recuer­ dan las Actas de la H erm andad de los Arvales (c f Suetonio, D om iciano, 3. Pareciera que volvemos a los días de la dinastía Julio-Claudia), asumió el consulado du rante diez años y, desde el 84, sin designación formal, desde fines del 85 fue c e n s o r p e r p e tu u s ( D i ó n C a s io , E p í t o m e del lib ro LXVII, 4), añadió a su titulatura el sobrenom bre de G erm anicus sin que las escaramuzas habidas en Germania parece que fueran objetivamente sufi­ cientes para ello, cambió los nombres de septiembre y octubre p or los de G e rm á n ic o y D o m ic ia n o (S u e to n io , D omiciano, 13; Dión Casio, Epítome del libro LXVII, 4), se hacía llamar d o m in u s et d e u s t r a n s f o r m a n d o el paternalismo de Vespasiano y de Tito en un auténtico culto de sí mismo a la manera helenística. Idéntica firmeza observó en el ejer­ cicio de sus funciones. Condenó a la p e n a c a p i ta l a s e n a d o r e s h a c ie n d o caso omiso de un decreto del Senado, por el que no era lícito que el em pera­ dor condenase a muerte a sus pares, y distanciándose claramente del princi­ pio establecido por Tito, y trató áspe­ ramente a los amigos de su padre y de su hermano (D ión Casio, Epítome del lib r o L X V I I , 2). Su r i g u r o s i d a d e inflexibilidad m oral y religiosa ta m ­ bién fueron patentes. Prohibió la a p a­ rición en público de los cómicos; puso orden en el teatro, impidiendo se sen­ taran en los escaños'reservados a los caballeros quienes no tuviesen tal con­ dición; persiguió la difusión de libelos

Aka! H istoria deI M undo A n tiguo

contra señalados varones y matronas; removió del Senado a Cecilio Rufino por su desm edida afición al mimo y a la danza; a pesar de que insistente­ mente le pidieron durante la celebra­ ción de uno de los certámenes capitolinos que se rehabilitara a Palfurio Sura (a quien Vespasiano había expul­ sado del Senado) tras haber obtenido el máximo galardón, no lo consintió; d e v o lv ió a C l a u d i o P a c a t o , e x -c e n turión, a su dueño, pues se probó que e r a e sc la v o ; p r o h i b i ó la c a s t r a c i ó n (D ión Casio dice que la causa fue la erótica pasión de su herm ano Tito por un eunuco llamado Earino); condenó, en virtud de la ley Escantia (contra el s tu p r u m c u m m a s c u lo ), a d iv e rs o s caballeros y senadores; prohibió el uso de la litera a las mujeres de m alfamada vida, probrosae, y que pudieran recibir legados y herencias; fue severísimo con los delitos de incestum de las vestales, hasta el extrem o que, en ocasiones, a p l ic ó la p e n a del e m p a r e d a m i e n t o m ore ueteri; tachó del álbum de los jueces a un caballero que recibió a su mujer tras haberla repudiado, después de acusarla de adulterio. Al respecto, p o r el c o n t r a r i o , su c o n d u c t a fue inconsistente, pues repudió a su esposa D o m ic ia , p e r d id a m e n te e n a m o r a d a , deperdita, del cómico Paris, tras acu­ sarla de adulterio, y llamó hacia sí a su sobrina Julia, con quien vivió como en matrim onio. Al poco tiempo volvió a llam ar a su mujer, pero no por ello apartó de sí a Julia. La razón que dio para la reconciliación con su mujer fue que respondía a un vehemente deseo del pueblo, quasi efflagitante p o p u lo (Suetonio, D om iciano, 3; Dión Casio, Epítome del libro LXVII, 3). Fue también obstinado, meticuloso y enérgico en otros campos, en el de la justicia y la administración, por ejem­ plo. Dice Suetonio que administró jus­ ticia con diligencia y pericia, ius dili­ genter et industrie dixit, que amonestó a los reciperatores, cierto tipo de ju e ­ ces que entendían en causas de restitu­ ciones e indemnizaciones, para que no

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Los Flavios

C T C . /'Í-'A O jft

Casa de los V ettii de Pompeya

aceptasen reivindicaciones poco fun­ dadas, anuló sentencias de los centumuiri, ju ra d o de cien miembros, dicta­ das bajo soborno, tachó de infamia a los jueces venales; «puso tanto empeño en mantener a raya a los magistrados de R o m a y a los gobernadores de las provincias», prosigue Suetonio, «que no los hu bo nunca más honestos ni más justos. A muchos de ellos hemos visto tras su muerte reos de toda clase de delitos» ( D om iciano, 8. C f, por el c o n t r a r i o , la e s c a n d a l o s a d e b ilid a d con la que fue tratado Mario Prisco en los días de Trajano, Juvenal, Sátiras, I, 49-50; Plinio, Cartas, II, 11, 12). En otro orden de cosas, dio D o m i­ ciano pruebas de desinterés y genero­ sidad advirtiendo a sus allegados que no actuasen mezquinam ente mientras él no aceptó herencia alguna de quien al morir dejara hijos supérstites. E xo ­ neró a los deudores del A erarium con deudas contraídas cinco años atrás, y s a n c i o n ó las fa ls a s d e n u n c i a s de f r a u d e en d e t r i m e n t o del fisco c o n grandes penas. La H istoria A ugusta recoge un juicio atribuido a Trajano, según el cual Domiciano, aunque fue un pésimo príncipe, estuvo, sin em­

bargo, rodeado de buenos consejeros: p essim um fuisse, am icos autem bonos habuisse (A lex. Seu., 65, 5). Fueron la rigurosidad que exigía el funcionamiento del estado, su obsti­ n a d a d e t e r m i n a c i ó n p o r in te r e s a r s e por todo, su inflexible severidad para con la justicia y la m oralidad, causas principales del cambio operado en el principado y del desatado odio de la aristocracia senatorial. Hablemos pri­ mero de su obra de gobierno.

1. Gobierno de Domiciano Desdichadamente estamos aviesamen­ te in f o r m a d o s so b re el m ism o, así como sobre su personalidad, pues al h a b e r s id o p r o s c r i t o su r e c u e r d o , dam natio m em oriae, una vez muerto su nom bre fue suprimido de muchas inscripciones y m onum entos que con­ m e m ora ba n tal o cual acción o reali­ zación; pese a ello estamos en condi­ c io n e s de a s e g u r a r q u e fue d ig n o co ntinuador de su padre, buen admi­ nistrador del Estado. Con Domiciano el c o n s iliu m p r in c ip is a lc a n z ó c la r a i m p o r t a n c i a b a j o la d ir e c c ió n del

34 jurisconsulto Pegaso, a quien Juvenal denomina (en una sátira en la que alude socarronamente a dicho consi­ lium), uilicus urbi, mencionando de esta forma a la prefectura urbana que desempeñó. P or vez. primera entraron a formar parte de él caballeros. Fue este príncipe precisamente quien im­ pulsó el orden ecuestre, muchos de cuyos miembros dirigieron importan­ tes d e p a r t a m e n t o s de la c a n c ille ría im p e ria l ( S u e t o n i o , D o m ic ia n o , 7), como las secretarías ab epistulis et a patrim onio, a rationibus y uicesima h e r e d ita tiu m . C o n él, el se rv ic io doméstico, personal y particular, de la casa imperial se transform ó en un ser­ vicio oficial mediante la creación de procúratelas ecuestres a las que subor­ dinó los a n te rio re s a d m in is tr a d o r e s , lib e r to s . El n o m b r a m i e n t o de Cn. Octavio Titinio C apitón como pro cu ­ rator ab epistulis et a patrim onio (IL S , 1448), especie de secretario particular y adm inistrador de la fortuna impe­ rial, colocó a las órdenes del p ro cura­ dor a los dos libertos hasta entonces a d m i n i s t r a d o r e s de d ic h o s d e p a r t a ­ m e n to s. F u e ta m b ié n D o m ic ia n o quien, por prim era vez, confió a un miembro del orden ecuestre la percep­ ción del impuesto del 5 por 100 sobre las herencias, uicesima hereditatium , r e c a u d a d o h a s ta e n to n c e s p o r u n a so c ie d a d de p u b l i c a n o s . T e r c e r a e importante innovación fue la creación de una procúratela de carácter provin­ cial, ludi fa m ilia e gladiatoriae Caesaris Alexandreae ad A egyptum (ILS, 1397), desgajándola, por consiguiente, de la procúratela ludi m agni de Rom a y de e sta f o r m a r e g i o n a l i z á n d o m ás que subordinando sus cometidos. Así pues, hay que hacer justicia a Domiciano, cuya labor administrativa (Suetonio, D om iciano, 8) fue silenciada por la h i s t o r i o g r a f í a a n tig u a , e m p e ñ a d a como estaba en destacar su política antisenatorial. D om iciano llevó°a cabo una política agraria opuesta a la de su padre, y a la de su hermano, en lo concerniente al

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i us subcesiuorum y loca publica, que se tradujo en un edicto, gracias al cual los possessores italianos viéronse resti­ tuidos en las tierras subcesiuae que ha sta e n to n c e s h a b í a n o c u p a d o . Un autor contemporáneo, Agenio Úrbico, nos dice que merced a esta medida le g is la tiv a D o m i c i a n o to tiu s Ita lia e m e tu m lib e r a u it, p ues f u e r o n las medidas contrarias al respecto de Ves­ pasiano y Tito las que sembraron el terror en el campesinado italiano, cuya situación jurídica era la de un mero p o s e s o r de tie r r a s p r o p i e d a d del Estado romano, el ager publicus. La im portancia económica de este sector rural y su elevado número puede infe­ rirse por la trascendencia que el edicto dom icianeo tiene en las obras de los gromáticos (Agenio Úrbico, De controuersiis agrorum, p. 41, 16-26 T.; 66, 26-27 T.; id, C o m m entum de agrorum qualitate, p. 58, 5-7 T.; Hygino, De generibus controuersiarum , p. 96, 2197, 6 T.; 128, 1-2 T.; Siculo Flaco, De condicionibus agrorum, p. 78, 3-6 T.; 128, 1-2 T.; Suetonio, Dom iciano, 9). En idéntica línea político-económica se inscribe su carta a los picentinos de Faleria de 22 de julio del 82. Decretó en el a. 92 la p rohibición de nuevas plantaciones de viñedos en Ita­ lia y la destrucción de parte de las e x is te n t e s en p r o v i n c i a s ( S u e t o n i o , D om iciano, 7; Estacio, Silvas, IV, 3); evidentemente tal medida sugiere que había un exceso de producción viní­ cola y una exigua de cereales, por lo que cabría pensar en una política eco­ n ó m i c a i n t e r v e n c i o n i s t a t e n d e n te a prim ar la producción cerealística y a proteger los viñedos italianos; mas, sea como fuere, la medida no debió perdurar. C om o más adelante decimos en otro contexto, la provincia de Asia logró de D om iciano la derogación del edicto, y tanto por Rom a como por o tr a s p a r te s del I m p e r i o c i r c u l a r o n chascarrillos contra tales pretensiones (Suetonio, Dom iciano, 14; Filóstrato, Vida de A p o lo n io de Tiana, VI, 42). Desde luego, no detuvo la creciente

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im portación de vino provincial, bético f u n d a m e n t a l m e n t e , c o m o r e c ie n te s estudios vienen probando. En lo concerniente a la adm inistra­ ción de las finanzas, prosiguió la polí­ tica paterna. No hubo crisis financiera durante su principado {cf. R. Syme en J R S , X X , 1930, 55 ss. y Tacitus, 1958, 628 ss.) sino una meticulosa adm in is­ tración que le perm itió pagar y m an­ tener un costoso ejército y realizar una i m p o r t a n t e la b o r c o n s t r u c t o r a en Rom a, en la que fundam entalmente se limitó a finalizar obras emprendidas por su padre y su herm ano, por ejem­ plo, la restauración del templo capitol i n o , el de C á s t o r y P ó l u x , el del divino Augusto, la residencia de las vírgenes vestales, el templo de Apolo en el Palatino, con sus bibliotecas, el templo de Isis y Serapis, todos ellos afectados por el voraz incendio del 80; construyó en el Campo de Marte el porticus diuorum , en h ono r de Vespa­ siano y de Tito; renovó la curia y el Calchidicum o A triu m M in eruae, que la flanqueaba; completó el anfiteatro Flavio, las termas de T ito y el templo de V e s p a s ia n o , y c o n v i r t i ó la casa natal flavia en un templo-mausoleo. Asimismo, erigió otros edificios ani­ mado por personales motivaciones: el odeón y el estadio, en el Campo de Marte, y un estanque para naumaquias en la orilla derecha del Tiber. Por último, las numerosas fistulae aqua­ riae, tuberías para la conducción de agua, que afortunadamente escaparon a la dam natio m em oriae, muestran el interés y la preocupación por un mejor abastecimiento de agua a la ciudad. Su política edilicia denota una ausencia de dificultades financieras; por el con­ trario, D om iciano fue un hábil e inte­ ligente adm inistrador que supo apro­ vechar y d istribu ir los ingresos del Estado en unos años, además, en los que las pocas guerras fronterizas no aportaron ingresos de importancia al erario. Si pudo embellecer la ciudad fue por las prósperas condiciones que disfrutó el Im perio durante la p a x Fla­

35 uta. Sin el interés y empeño flavio en todos los órdenes de la administración, también en el de las finanzas, hubiese sido imposible el esplendor de la época traianeana. Perduró D om ician o con los mismos propósitos integradores y niveladores de su padre respecto a las provincias a m edida que im ponía la p a x Flauia. Y esto en una doble vertiente, por un lado prosiguiendo la labor romanizadora, como para Hispania fehaciente­ mente demuestran los estatutos ju ríd i­ cos de Salpensa y Malaca, y el recién hallado del m unicipio Irnitano, por otro, creando nuevas provincias y ane­ xionando reinos clientes. Los distritos militares del R h in superior e inferior, pertenecientes a la Galia bélgica, fue­ ron transformados en las provincias de Germania superior y Germania infe­ rior, regularizando, de esta manera, la existencia sólo de facto de tales unida­ des territoriales cuasi administrativas, lo que probablem ente ocurriera en el año 90, y como consecuencia quizá de la rebelión de A n to nio Saturnino. La frontera del D anubio, hasta entonces suficientemente atendida gracias a los reinos clientes (recordemos a Sidón e Itálico, reyes de los suevos, luchando con las tropas flavianas en la segunda batalla de Bedriacum ), adquirió im por­ tancia militar como consecuencia del creciente poderío y desarrollo cultural del reino dacio; así pues, durante el transcurso de la guerra dácica creó dos nuevas provincias a p artir de la ya exis­ tente, Mesia Su perior y Mesia Inferior (a. 86). Para un mejor control de los recursos, situó al frente de la adm inis­ tración de Panonia y Dalmacia a un procurador ecuestre. En Oriente des­ apareció el reino cliente de Calcis, en el 92, y probablemente en el 93 el reino itureo de Ju lio A gripa II, y resultó permanente la un ió n de Capadocia y Galacia, provisional en días anteriores. De esta forma allanó a pasos agiganta­ dos el cam ino para la efectiva incorpo­ ración e integración de tan fértiles terri­ torios por todos los conceptos, princi-

36 pálmente en el ám b ito de la cultura, en el Im perio durante el s. II. Quienes realmente se beneficiaron de este p ro ­ ceso fueron los dinastas y notables loca­ les; tal fue el caso de Julio Alejandro, del linaje de Herodes, que alcanzó el consulado, así como su hijo Julio A gri­ pa y otros miem bros de la familia que desempeñarán relevantes cargos en la adm inistración en años posteriores. Mientras se desarrollaba este p ro ­ ceso integrador, D o m iciano lo facili­ taba mediante el trazado o reconstruc­ ción de puentes (así en Coptos), de ca lz a d as ( T y a t i r a , P r u s a , A n c ir a y otras en Galacia, Capadocia, Ponto, Pisidia, Paflagonia, Licaonia, A rm e­ nia menor), de edificios públicos (un pórtico en Megalopolis, en Delfos un te m p l o , e t c . ) ; e m p e ñ o el su y o q u e alcanzó a otras partes del Imperio. A él se debe la apertura de una calzada en los Campos Decumates, desde Estras­ burgo a Retia, la restauración de calza­ das en Mesia Superior, para las que empleó soldados de la legión VII Clau­ dia, al tiem po que, en otro orden de cosas, asentó veteranos de la legión VIII A ug u sta en la colonia de D eultum y exim ió de tributos a veteranos de la guerra judaica y a sus descendientes. Por lo que a Hispania respecta, señale­ mos nada más la reconstrucción de parte de la uia A ugusta, y la uia noua ab A sturica Bracaram, ésta ju n to con Tito en el año 80. Supo ganarse el favor popular como pocos príncipes hasta entonces. Para contento y satisfacción de la plebe cons­ truyó, o restauró, en Rom a los edificios destinados a espectáculos ya mencio­ nados, incrementó dichos espectáculos con los L u d i C apitolini en R om a y los Q uinquatria M ineruae en su villa de Alba, creó cuatro escuelas de gladiado­ res, asistía con regularidad a los espec­ táculos que ofrecían tanto él como los ediles, y participaba con el pueblo de la alienación dep ortiva, m anifestando, como un ciudadano “más, sus preferen­ cias por determinados luchadores y equi­ pos de gladiadores, fa ctio n es (digamos

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de paso que añadió dos facciones a las cuatro tradicionales existentes). No se detuvo aquí su interés por la plebe de Roma, pues la benefició con tres con­ giaria a lo largo de su reinado, el p ri­ mero enel 84, probablemente, el segun­ do, en el 89, y el tercero, en el 93, y en cada uno de ellos dio 300 sestercios a cada uno de los beneficiados, además de ofrecer comidas gratuitas a la pobla­ ción de R om a a la usanza antigua. No fue, pues, la plebe m otivo de conflicto, ya que recibía puntualmente el panem et circenses del que nos habla Juvenal. En cierto m odo, su benevolente y pater­ nal actitud formaba parte de la política tendente a controlar la o pinión romana y ahogar cualquier intento de toma de conciencia y crítica de la realidad polí­ tica que él encarnaba, que se desarrolló más cruda y severamente en otros seg­ mentos sociales, como diremos en bre­ ve y reiteramos, desde otra perspectiva, en las páginas finales. Tampoco fue conflictivo el ejército cuya extracción era popular; por el contrario, D o m i­ ciano fue generoso con él, lo conocía, estuvo al frente de las tropas más a m enudo que cualquier otro príncipe desde A ugusto, concedió Ubérrima­ mente la ciudadanía a los auxiliares, reforzó los vínculos entre el príncipe y los soldados merced al aumento de la paga, que elevó de 225 denarios a 300, aum ento que en vano venían solici­ tando desde el advenimiento de T ibe­ rio, en el año 14. En el plano religioso, Domiciano fue, como sus predecesores flavios, fiel cum plidor de la tradición romana, mas a doptó una particular e interesada acti­ tud religiosa; era, a fin de cuentas, una cuestión política. Dado que era d o m i­ nus et deus, era tam bién dios entre los dioses romanos, y a ellos dedicó espe­ cial atención (recordemos algunos de los templos erigidos o reconstruidos por él en Roma), y como «señor y dios» que era tuvo muy en cuenta tal condi­ ción, de suerte que el crimen de esa majestad se trocó durante su princi­ pado en un crim en de naturaleza reli­

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giosa y la adoración al príncipe, como gesto de homenaje, que cristalizará en el siglo IV, encuentra ahora sus orí­ genes. De los cultos extranjeros mereció especial atención el de lsis, a quien estaba agradecido desde que, en el año 69, escapara de una muerte cierta a manos de los soldados vitelianos. El resto de las religiones orientales le me­ recieron, cuando menos, desconfianza y desprecio, y de ellas destacaban el judaism o y el cristianismo, cuyos adep­ tos sufrieron persecución. P u do haber habido en el en torno palaciego de D o ­ miciano personas atraídas y fascinadas por las nuevas ideas judías y cristianas que fueron conquistadas a la nueva fe por la gloriosa tradición del profetismo hebraico, al que la escatología cristiana daba aspecto de m odernidad y nove­ dad; tales fueron, como parece, el cón­ sul Flavio Clemente, prim o del p rín ­ cipe, y su esposa Flavia Domitila, cu­ yos hijos D om iciano destinó a la suce­ sión. Bien es cierto que la tolerancia religiosa del Estado rom ano difícilmen­ te podía explicar las persecuciones de que fueron objeto (el dios de los judíos y de los cristianos no era, aparente­ mente, menos peregrino que otros d io ­ ses que recibían ya culto), mas no podemos olvidar que es un dios celoso, que no admite que puedan existir otros dioses («Yo Yahveh, soy tu dios... No habrá para ti otros dioses... Yo Yah­ veh, tu dios, soy un dios celoso, etc.», Exodo, 20 y D euteronom io, 5) y en la práctica religiosa y en la conciencia de la vida el judaism o y el cristianismo expresaban una experiencia religiosa compleja y más profunda que otras peregrinae caerimoniae. Es posible que Clemente y Dom itila, como otros cu­ yos nombres no conocemos, no pudie­ ran concillarse fácilmente con la tradi­ ción rom ana; de ahí que en Suetonio encontremos la expresión contem ptis­ sim a inertia y en D ió n Casio la de atheótes aplicadas a Flavio Clemente ( D o m ic ia n o , 15; E p í t o m e del lib r o L X V II, 14). Eusebio de Cesarea, reco­

giendo una tradición bien fundamen­ tada en las H ypom ném ata (Memorias) de Hegesipo, iniciador de la historio­ g ra f ía e c le s iá s tic a , d ic e q u e D o m i ­ ciano prom ovió una persecución con­ tra los cristianos (H istoria Eclesiás­ tica, III, 17), a la que quizá aluda también Plinio el Joven en su Panegí­ rico a Trajano (§ 48). Nos dice Sueto­ nio, y nos reiterará D ió n Casio, que fue implacable con los ju d ío s o con quienes se com portaban como tales, qui inprofessi Iudaicam uiuerent uitam (en esta expresión hemos de conside­ rar a los cristianos), exigiéndoles el tributo debido al fisc u s Iudaicus, y persiguiéndoles incluso hasta la m uer­ te ( D om iciano, 12; E pítom e del libro L X V II, 14). Parece no haber duda del cristianismo de Clemente y Dom itila (ésta sólo sufrió el destierro en la isla Pandateria) en cuyas propiedades se hallaría el «cementerio de Domitila»; q u iz á t a m b ié n e n c o n t r a r a la m u e rte por idéntico m otivo Acilio Glabrión (la familia Acilia tenía una cripta en el cementerio de Priscila) a quien Sueto­ nio d enom ina m aquinador de noveda­ des, m o litor rerum nouarum , con toda la carga de subversión que el término res novae encierra, y que muy bien se puede aplicar al cristianismo. Fuera de Roma, donde más se hizo notar la per­ secución contra los cristianos fue en A s ia m e n o r , y p a ra su i lu s tr a c i ó n poseemos un docum ento importante en el A pocalipsis de Juan, quien preci­ samente sufrió el destierro en la isla de Patmos. ¿A qué se debió esta perse­ cución? Habida cuenta de la confusión entre j u d í o s y c r i s t i a n o s , de la q ue nos in f o r m a S u e t o n i o y D i ó n C a sio , resulta fácil explicarla dado el despre­ c io q u e s i e m p r e s i n t i e r o n p o r los judíos, la amarga experiencia que para Rom a supuso la guerra judaica y el te m o r a c u a l q u i e r n u e v o b r o t e de extrem ism o religioso como el repre­ sentado por los zelotas; por otro lado, e n tr e las c o m u n i d a d e s c r is tia n a s de Asia m en or comienza a aparecer la

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d o c tr in a m ile n a r is ta (la e x p e c ta c ió n del pronto establecimiento del reino universal de Cristo centrado en Jerusalén) animada po r corrientes mesiánicas. Es razonable pensar que R om a no distinguiera entre zelotismo y mesianismo milenarista, máxime si tenemos en cuenta que la cristiandad oriental p e r m a n e c ía p r o f u n d a m e n te ligada al judaism o (y quizá tam bién el propio Ju a n ); de ahí, dicho sea de paso, la radical diferencia de actitud ante el poder imperial de las Cartas de San Pablo, quien pretende distanciarse del judaism o afirm ando el acatamiento a las instituciones romanas, y el A p o c a ­ lipsis joán ico , en el que el poder impe­ rial es un m onstruo de siete cabezas (clara alusión a los príncipes), o Rom a una nueva Babilonia. Las concom itan­ cias, por últim o, entre el Apocalipsis y la literatura ju d ía de la época, sobre tod o po r la hostilidad que rezuman hacia Roma, son indicios razonables para abogar por cuanto decimos.

2. Campañas militares Tan buen estratega como adm inistra­ d o r , D o m i c i a n o p r e s t ó la d e b i d a atención a los problemas fronterizos, empeñado en su control, reducción y en que no redundaran en debilidad y peligro para las provincias próximas a los teatros de operaciones militares. P ro v in c ia s c o n s u lu it, m ir ó p o r las provincias, dijo una fuente c on tem p o­ ránea (Frontino, Stratagém ata, A rtifi­ cios de guerra, Ϊ, 1). Su política m ili­ tar iba encaminada no tanto a ampliar el t e r r i t o r i o r o m a n o e i n c o r p o r a r l o como nuevas provincias cuanto a alejar los peligros más serios y graves, ade­ lantándose de esta forma a la política que em prenderá Hadriano. Y así fue desde las primeras escaramuzas, más que batallas campales, libradas contra los catos, poderoso pueblo germano allende el R hin y próx im o a co m u nida­ des germanas, romanizadas unas, en vías de rom anización otras, bajo p ro ­

tectorado rom ano, pero amenazadas constantemente hasta el punto que des­ de el principado de Tiberio el ejército se había visto obligado a repeler sus continuas incursiones. En la primavera del 83 D o m iciano en persona se dirigió contra ellos al frente de un notable con­ tingente de tropas, las legiones I A diutrix, X IV Gemina, VIII Augusta, IX Claudia Pia Fidelis, X X I Rapax, amén de destacamentos procedentes de Britania y unidades auxiliares. A pesar de las fuerzas desplegadas regresó a Roma en otoño de ese mismo año, sin que, al parecer, hubiese grandes m ovimientos militares; no obstante, conquistó y ane­ xionó las tierras al m ediodía de los montes Tauno y la Weteravia. D ió n C a s io - X if ilin o (E p íto m e del lib ro L X V II, 4) despacha estas operaciones en pocas palabras y sin conceder mérito alguno a las mismas, más parco aún es Suetonio ( D om iciano, 6) y Tácito es lacónico y parcial ( Germania, 29). Si desde el p unto de vista militar careció de mayor relevancia la expedición con­ tra los catos, no así desde el punto de vista político, pues le perm itió c o n ti­ nuar el establecimiento de un sistema defensivo de vanguardia entre el R hin y el M ain iniciado p or su padre, en la región de los montes Tauno, que con sus fortines, torres y guarniciones de tropas auxiliares fue el paso más im­ portante para la definitiva constitución del lim es en los reinados de H adriano y A n ton in o Pío, y la construcción de una vital y estratégica red viaria en la zona en cuestión; extremos estos ya analiza­ dos en páginas anteriores. El resultado final será la consolidación de los Cam ­ pos Decumates, la creación de las dos provincias germanas y la reducción, en el 92, de las legiones renanas a seis, cuando la X IV y la X X I fueron trasla­ dadas a una zona más conflictiva y más seriam ente amenazada, el D a nubio. Además, gracias a ésta y otras e xpedi­ ciones de menor importancia, activó el comercio entre las ciudades y uillae de la orilla izquierda del R hin con los pueblos germanos trasrenanos.

Los Flavios

Desde los días de T iberio habíase ido extendiendo la influencia romana allende el D anubio mediante el estable­ cim iento de reinos-clientes. Resultado de esta política imperial fue que cuados y marcomanos, de estirpe sueva, mos­ traban una inquebrantable lealtad a Rom a (recordemos que sus reyes Sidón e Itálico fueron fieles-a la causa flavia en la batalla de Bedriacum)·, los yacigos, de estirpe sármata, asentados entre el Danubio y el Tuza, así como otros pueblos transdanubianos, aunque me­ nos apegados que los primeros a Roma, eran también reinos-clientes. En cam­ bio, los dacios, cuyo grueso ocupaba las tierras altas de Transilvania y esta­ ban presionando sobre las fronteras con los roxolanos desde hacía años, se encontraban en pleno desarrollo cultu­ ral, y habían logrado crear un estado unificado con un poderoso ejército que realizaba frecuentes incursiones en M e­ sia. Una de estas incursiones provocó la expedición de D om iciano (a. 86) como respuesta a la derrota sufrida por el consular y gobernador de Mesia Opio Sabino. Un considerable contingente romano (entre cinco y siete legiones más las correspondientes unidades au­ xiliares y cohortes pretorianas) al m an­ do de Cornelio Fusco, prefecto del Pre­ torio, de rrotó a los dacios y obligóles a repasar el río mientras D om iciano diri­ gía las operaciones desde su Estado mayor en una ciudad de Mesia. Decé­ balo, rey de los dacios y talento militar nato, al decir de D ió n Casio-Xifilino, cuya figuración en la columna de T ra­ jano testim onia la energía y cualidades merecidas del pueblo que regía, soli­ citó la paz que fue rechazada por Roma. Un segundo ataque en territorio dacio term inó en derrota: los dacios tom aron el campamento romano, capturaron el águila legionaria de la V A la u d a e y Cornelio Fusco halló la muerte. De m o ­ mento cesaron las hostilidades. En el verano de ese mismo año inauguraba D om iciano en R om a los L u d i Ca­ pitolini. Las operaciones se reanu daro n en el

39 88 tras una cuidadosa preparación y con el mejor general que Domiciano pudo hallar, Tetio Juliano, quien ya se distinguiera en Mesia en el 69 y a quien Otón galardonó por sus victo­ rias sobre los roxolanos (las alianzas y defecciones son un factor nada infre­ cuente entre poblaciones bárbaras). En la presente ocasión Domiciano quedó en R om a celebrando los L u d i Saecula­ res (otoño del 88. Ludi conmemorados en un sestercio acuñado ese mismo año) mientras el consular Tetio J u ­ liano se adentraba en territorio dacio y se ap roxim aba a la capital de Decé­ b a lo : S a r m iz e g e tu s a lo g r a n d o u n a clara victoria en Tapae, no lejos de las Puertas de Hierro de Transilvania, pero no la explotó. Fue un respiro para Decébalo. Soli­ citó la paz mientras la situación en el D anubio se complicaba. Cuados, m a r ­ c o m a n o s y y a cig o s, e n v a l e n t o n a d o s probablem ente por la d erro ta de C o r­ n e lio F u s c o y la g l o r i a m i l i t a r de Decébalo y acaso presionadoos por turbulentos pueblos sármatas y suevos a sus espaldas, rehusaron hon rar a los rom anos con sus obligaciones como r e i n o s - c lie n t e s , e sto es, e n v ia n d o refuerzos para la guerra dacia. Ante e s ta s i tu a c ió n , D o m i c i a n o , q u ie n ahora se hallaba en la frontera d a n u ­ biana, h ubo de hacerles frente por su rebeldía mientras concertaba la paz con Decébalo (una paz ignominiosa para la tradición historiográfica sena­ torial) en unos términos, a fin de cuen­ tas, similares a los del cualquier tra ­ tado con reyes-clientes: ayuda material y financiera y como contrapartida que abrieran su territorio a los mercaderes rom anos y pudieran franquearlo las tropas rom anas en su guerra contra suevos y sármatas; así fue, mientras se les atacaba desde Panonia. En el 89 regresó D o m ic ia n o a R o m a , donde celebró un triunfo sobre los catos (en realidad, por su victoria sobre A n to ­ nio S a turnino, de quien hablaremos a continuación) y los dacios. La guerra se rea n u d a en el 92 con

40 aniquilación de la legión X X I R a p a x y su g e n e ra l; m as D o m i c i a n o , n u e v a ­ mente en el frente de batalla y con un c o n t i n g e n t e m i l i t a r c o m p u e s t o al menos de nueve legiones (cuatro de P an on ia y cinco de las dos Mesias, la Superior y la Inferior, más unidades a u x i lia r e s y d e s t a c a m e n t o s de o t r a s legiones), expulsó a cuados, marcomanos y yacigos de P a n o n ia y penetró en territorio yacigo inflingiéndoles una du ra derrota; p or ello se denom ina esta expedición com o guerra sueva y sárm ata, bellum suebicum item Sarma­ ticum . Resultado fue la asunción del tít u l o de s a r m a tic u s , no o fic ia l, la c r e a c ió n de las d o s p r o v in c ia s en Mesia a partir de la existente, y en el que la frontera se hallase poderosa­ mente protegida por formidables cam ­ p a m e n t o s le g io n a r io s (es r a z o n a b l e pensar que de esta época daten los c a m p a m e n t o s de B rig e tio , S z ó n y , y A q u in c u m , B u d a p e s t) , lo que no impedía los intercambios de todo tipo con los pueblos del Danubio. N o conocemos más guerras en la zona hasta el principado de Trajano, pero las alianzas, defecciones y tu rb u ­ lencias entre tales pueblos y las guar­ niciones rom anas hubieron de ser fre­ cuentes. De hecho, en modo alguno sucumbieron los dacios bajo el yugo rom ano, como lo menciona Marcial (Epigramas, VI, 76). Decébelo podía s a c u d i r s e el y u g o c u a n d o q u isie se colocando al Imperio rom ano en una d ifíc il s i t u a c i ó n ; lo c u a l a c o n t e c e r á años más tarde en el reinado del m en­ cionado emperador. La labor defensiva y rom anizadora em prendida por Vespasiano y conti­ n u a d a p or D om iciano en el Rin se vio alterada en el 88 por Antonio S a tu r­ nino, com a n da nte de las tropas en la G erm ania Superior, quien se sublevó en M o g o n tia c u m , M a y e n c e , c o n la am en azado ra perspectiva de una gue­ rra civil. L a ocasión parecía propicia, pues los dacios estaban en plena acti­ vidad en el D a n u b io y los partos pres­ tab a n su apoyo a la aparición de un

AkaI Historia deI M undo A n tiguo

nuevo y falso Nerón. Pudo ser A n to ­ nio S a turnino oriundo de la T arraco­ nense y su padre sería flamen provin­ cial (C IL , II , 4 129) o a c a s o de la N arbonense, al decir de R. Syme. Con el apoyo de las legiones XIV Gemina y X X I R a p a x se hizo proclamar empe­ ra d o r y con ta b a con el apoyo de los c a to s . O r d e n ó e n to n c e s D o m i c i a n o que Trajano, com andante a la sazón de la legión VII Gemina, condujese sus tropas al Rin p a ra reprimir la subleva­ ción, pero fue Lapio M áxim o, c o m an ­ dante de las tropas de la G ermania Inferior, quien sofocó la revuelta antes que los catos, que no pudieron fran­ quear el Rin a causa del deshielo y que venían (así se decía) en ayuda de A n to ­ nio S aturnino, se le uniesen. T ambién a ho ra D om iciano se personó en el Rin y aprovechó la victoria para seguir construyendo la línea de fortines y to­ rres entre el M ain y el D anubio, mien­ tras enviaba a R o m a la cabeza de A nto­ nio S aturnino para que fuera expuesta en los R ostra. L a H erm andad de los Arvales conservó el recuerdo de esta victoria con una reunión en el C apito­ lio p r o salute et reditu et uictoria im pe­ ratoris Caesaris D om itiani A ugusti Ger­ m anici los días 17 y 29 de enero del 89. Además de estas expediciones, D o ­ miciano hizo frente también a la re­ vuelta de los nasamones y otros pue­ blos mauretanos, así como con Agrí­ cola continuó la conquista de Britania, como ya hemos dejado dicho en pági­ nas anteriores. (P ara la cam paña con­ tra los catos y las guerras danubianas, véase H. Neusselhauf, en Hermes, 80, 1952, 222 ss., y R. Syme, en Cambridge A n cien t History, XI, 168 ss.).

3. Domiciano y la oposición senatorial L a p e r s o n a l i d a d de D o m i c i a n o e n ­ cuéntrase desfigurada por la implaca­ ble persecución que sufrieron m iem­ bros pertenecientes al orden senato­ rial. Ya hemos visto cuál fue la causa

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Los Flavios

última de este conflicto que generó u n a manifiesta oposición por parte de egregios varones: su carácter enérgico, la inflexible rigurosidad y severidad exigida a los gobernantes de la R e p ú ­ blica y observada en el m antenim iento de la justicia y m oralidad tradicional, así c o m o , y f u n d a m e n t a l m e n t e , su c o n c e p c ió n a u t o c r á t i c a del P r i n c i ­

pado. Precisamente este último rasgo p ro p ic ió u n a h i s t o r i o g r a f í a su b lim in a r m e n t e h o s t il al P r i n c i p a d o y a Domiciano, en concreto como la apre­ ciamos en D ión Casio, quien comienza la narración dom icianea en el libro L X V I I c o n c u a t r o c a l if ic a t iv o s que endosa a D om iciano predisponiendo así al le cto r: e p íb u lo s ( in s id io s o ) ,

Atrio de la casa del Fauno en Pompeya

42 krypsínus (fingidor), Propetés (temera­ rio) y dólios (artero). Después de esto lo menos que podemos esperar es una personalidad voluntariamente sesgada y aviesa. Con anterioridad a D ión C a ­ sio, Tácito afilará su plum a presentán­ donos una figura de D omiciano nada halagüeña, por cierto (Agrícola, 44-45). En realidad, pocos son los que p o d a ­ mos individualizar que padecieran el infortunio o la muerte y escasos los cargos precisos que se les imputaron; por el contrario, las fuentes que posee­ mos (Suetonio, las Cartas y Panegírico de Plinio el Joven, el A grícola de T á ­ cito y D ión Casio fundamentalmente) son de vaguedad tan notoria que hace nos preguntemos hasta qué pu nto fue un régimen de terror el suyo o al menos el último tram o de su reinado. No obs­ tante, no podem os negar actuaciones arbitrarias que arruinaron haciendas y vidas de algunas personas pertenecien­ tes principalmente al primer estamento de la sociedad romana. Resulta difícil situar el m om ento en que D om iciano endurece su actitud; quizá ni siquiera sea im portante. Sin embargo, la asunción de la censura perpetua a fines del a. 85 es motivo suficiente p a ra explicar el abo rre ci­ m i e n to s e n a t o r i a l al p r ín c ip e p o r cuanto mediante los poderes que le proporcionan dicha magistratura p o­ día expulsar im punemente del Senado a quien le viniese en gana. Resulta ten­ tador, por otra parte, vincular la cen­ sura perpetua con la instauración de los L u d i C apitolini en el verano del 86 y los Q uinquatria M ineruae, pues por medio de estos dos fastuosos y ex tra­ vagantes certámenes atléticos y poéti­ cos pretendía indudablemente manifes­ tar una superioridad fácilmente con ­ siderada com o petulante arrogancia a la que, lejos de poner sordina la desca­ rada adulación de los intervinientes, hacía más odiosa. En efecto, en una época como la fLavia, en la que p a ra d ó ­ jicamente existía un a gran libertad de expresión, la adulación y el pretendido control de la opinión no sólo pudo aca­

A ka! H istoria deI M undo Antiguo

llar las voces disidentes senatoriales nutridas por doctrinas filosóficas, sino que las hacían más nítidas e hirientes. D om iciano no era Vespasiano y carecía del italum fa c e tu m de su padre. A p a r­ tir de a h o ra tom ó medidas sutiles y crueles para protegerse de enemigos y conspiradores, y no le faltaron despia­ dados colaboradores, en su mayoría de orden senatorial, algunos de los cuales fueron a su vez víctimas de tales medi­ das; entre aquellos podemos mencionar a Aquilio Régulo, Fabricio Veyentón, Valerio Catulo Mesalina, Metió Cario, Clemente Arrecino, Bebió M asa y P u ­ blilio Certo. T am po co le faltó el apoyo y entusiasm o de la H erm andad de los Arvales, que el 22 de septiembre del 87 ofrecía sacrificios en el Capitolio ob detecta scelera nefariorum . Ignoramos el alcance, fin y participantes de tal conspiración. D ejando a un lado la m acabra cena a la que invitó a señalados varones con el consiguiente pánico y terror que infun­ do en ellos (Dión Casio, LXV1I, 9), en el 89-90 expulsó a los astrólogos de R om a, según nos transmite la Crónica de san Jerón im o, y acaso aluda a ella Dión Casio cuando, al mencionar la expulsión habida en el 93, utiliza el adverbio authís (de nuevo). Sabemos que Metió P om pusiano, a quien no temió Vespasiano, fue primero deste­ rrad o a Córcega para ser condenado a muerte posteriormente porque su ho ­ róscopo le pronosticaba el trono, p o r­ que llevaba consigo a todas partes un m apa del m undo y los discursos de reyes y generales copiados de Tito Li­ vio, y porque había dado a dos de sus esclavos los nombres de M agón y Haníbal; igualmente encontraron la m uer­ te el astrólogo Ascletarión por difundir pronósticos sobre el príncipe y un arúspice germ ano (éste en vísperas del ase­ sinato de Domiciano). No era ajeno e insensible el em perador a los vaticinios, en línea con la mayoría de los que le precedieron y en consonancia con el estado de supersticioso respeto sentido por amplios sectores de la sociedad

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rom ana ante cualquier circunstancia o suceso más o menos insólito y a sus intérpretes, veraces o charlatanes; no en vano se tom ó en serio la predicción que sobre el tipo de muerte que le espe­ raba le vaticinaron siendo todavía ado ­ lescente unos astrólogos (Suetonio, D o­ miciano, 14). En ese mismo año expulsó a los filó­ sofos, mas no debió surtir el efecto pre­ tendido, pues sufrieron una segunda expulsión en el 93 que alcanzó, entre otros, a Epicteto y D ió n Crisóstomo. En relación con los filósofos hemos de m encionar la muerte que sufrieron J u ­ nio Aruleno Rústico, Helvidio Prisco (hijo del senador y oponente de Vespa­ siano del mismo nombre) y Herenio Seneción; «muchos otros perecieron por filosofar», dice Dión Casio. El prin­ cipal objetivo debió ser debilitar la posición de los estoicos y de los adherentes a tales doctrinas, sin du da las más sólidas hasta el punto que jugaron papel primordial en la configuración del Principado tras la muerte de D om i­ ciano. Los cargos im putados a Junio Aruleno Rústico fueron los de haber publicado una biografía del estoico Trásea Peto, de quien fue discípulo, y de Helvidio Prisco, un delito de opi­ nión, en suma, a quienes denominaba hombres dignos de la m áxim a venera­ ción, sanctissim os uiros. Aruleno R ús­ tico había pretendido en el 66 interce­ der por Trásea Peto desde el trib un ado de la plebe que desempeñaba, pero T rásea le hizo desistir de su intento. A Helvidio Prisco hijo le im putaron unas alusiones al divorcio de Domiciano y de su mujer, Domicia, en una farsa en la que aparecía en escena la historia am orosa de Paris y Énone; fue acusado por el senador colaboracionista Publi­ lio Certo de un delito de lesa majes­ tad. A Herenio Seneción se le imputó es­ cribir una biografía de Helvidio Prisco padre y no desem peñar m agistratura alguna tras la cuestura. Sus acusadores fueron Bebió M asa y Metió Caro. En el 90 se había ofrecido a defender a Vale­ rio Liciniano, acusado de relaciones

sexuales con un a vestal, y en el 93, ju n to con Plinio el Joven, salió en defensa de los intereses de sus conciu­ dadanos de la Bética en un juicio por concusión al p ro c u ra d o r de la misma Bebió Masa, el mismo que a continua­ ción lo acusará de im pietas, ponién­ dose de esta form a de manifiesto el alcance que ya tenía la denominación a D om iciano de d o m in u s et deus, como hemos dicho en páginas anteriores. Arria y Fania, esposas de Trásea Peto y Helvidio Prisco hijo, fueron desterra­ das y confiscados sus bienes, lo que también aconteció a Verulana Gratila, esposa de J. A ruleno Rústico y a Junio Máurico, su hermano. No fueron éstos los únicos conde­ nados a muerte. Sufrieron también la pena capital Cívica Cerial, siendo proEl senado bajo Dom iciano (Plinio Ep. 8,

14, 8-10). P lin io el J o v e n d e s c rib e , co n los más negros tin te s, la esclavitud del Se­ nado bajo D om iciano contrapuesta a la libertad concedida por el O ptim us P rin ­ ceps, Trajano. «También asistim os como espectadores al Senado, pero a un Senado tem eroso y mudo, donde expresar una opinión sincera era peligroso y miserable expre­ sar una falsa. ¿Qué se podía aprender entonces, de qué servía aprender nada si se convocaba al Senado para perder el tiem po o para com eter algún crim en y, sentado para su propio escarnio o su propia h u m illa ció n , sus decisiones n u n ­ ca eran serias, aunque a menudo, tris ­ tes. Al co n ve rtirn os en senadores, nos hicim os partícipes de tales males y los vim os y soportarnos d u ra n te m uchos añ o s h a s ta q ue fin a lm e n te ta m b ié n nuestro espíritu se debilitó, rom pió y fue d e s tru id o . Hace poco tie m p o (tiem po tan to más breve cuanto más feliz) que empezam os a saber cuáles son nues­ tros poderes y a ejercer lo que sabe­ mos».

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c ó n s u l de A sia ; S a lu s tio L ú c u lo , go bern ad or de Britania; el allegado a D om iciano Flavio Sabino; Clemente A r r e c in o ; S a lv id ie n o O r f i to , d e s t e ­ rrado a la sazón, y Salvio Coceyano, sin que sepamos qué cargos pesaban s o b r e ello s. E lio L a m i a s u f r ió la m áxim a pena por palabras considera­ das ofensivas, pero pronunciadas años a tr á s . El r é t o r M a t e r n o , p r o b a b l e ­ mente el mismo personaje del Diálogo sobre los oradores, encontró la muerte en el 91 p or un escrito contra la tira­ nía, y H erm ógenes de Tarso, historia­ do r griego de quien n a d a más sabe­ mos, por ciertas alusiones a su perso­ na, y no contento con darle muerte, m andó crucificar a sus amanuenses. No sería ex trañ o que estas personas cayeran bajo el delito de im pietas (las fuentes no nos lo dicen, ciertamente), con lo cual la lesa majestad (la im pietas era lesa majestad) era un efectivo ins­ trum ento disuasor para lograr el con­ trol de la opinión senatorial. De todas formas, para finalizar, el movimiento opositor a D om iciano fue num érica­ mente reducido y prácticamente cir­ cunscrito a algunos círculos senatoria­ les, que no todos. La plebe urb ana se sentía protegida y alimentada por D o ­ miciano, los agricultores mucho le de­ bían, el ejército le quería, a pesar de la defección de las legiones XIV Gemina y XXI Rapax, que se pusieron de parte de Antonio Saturnino cuando éste se alzó en armas en G ermania; lo cual no impidió que echara a los perros en el circo a un espectador p or proferir algo que D om iciano consideró ofensivo, o que m atara, tras haberlo desterrado previamente, a su secretario y liberto Epafrodito p or no haber salvado la vida a Nerón. Digno colofón de esta etapa oscura de su reinado, si no estu­ viera tintado por la mala conciencia, son estas palabras de Tácito: « D im o s , p r e c is o es r e c o n o c e r l o , grandes muestras de sumisión, y mien­ tras que las épocás pasadas vieron qué había en el límite extrem o de la liber­ tad, a nosotros nos sucede lo mismo

c o n la e s c l a v i t u d , tr a s h a b é r s e n o s arrebatado, gracias a los espías, hasta el trato del h ablar y del escuchar. La m em oria misma hubiéramos perdido, ju n ta m e n te con la voz, si en nuestro poder estuviera el olvidar tanto como el callar» (A grícola, 2. Trad, de J. M. Requejo). L a m u e r t e de F la v i o C le m e n te , primo herm ano de Domiciano, ocu­ rrida el 95, m arcó el principio del fin del emperador; la conspiración entró en palacio y Dom iciano se sentía cada vez más am enazado mientras se fra­ guaba su asesinato entre el personal doméstico con la anuencia y conniven­ cia de senadores y algunos jefes milita­ res próxim os a palacio. M urió ap u ñ a ­ lado el 18 de septiembre del 96 cuando co ntab a 45 años. Su fiel nodriza Fylis le enterró en el templo-mausoleo de la familia flavia. Apolonio de Tiana, que a la sazón se encontraba en Éfeso, anunció la muerte que le estaba oca­ sionando Esteban, liberto de la casa im p e r ia l y p r o c u r a d o r de D o m i t i l a , q u ie n se e n c o n t r a b a e x ilia d a , en el preciso instante en que ésta se pro d u ­ cía. El pueblo acogió con indiferencia la noticia de su muerte; los soldados, en cambio, se enfurecieron e intenta­ ron divinizarlo al punto; incluso le hubieran vengado si hubieran contado con m andos militares prestos a ello. P o r el c o n t r a r i o , los s e n a d o r e s se a l b o r o z a r o n , u l t r a j a r o n la m e m o r ia del m uerto con to d a clase de im prope­ rios, descolgaron de las paredes de la C uria escudos y estatuas de D o m i­ ciano que estrellaron contra el suelo, d e c r e t a r o n , p o r ú l tim o , q ue fuese bo rrada de todas partes su titulatura y olvidado su recuerdo, dam natio m e­ moriae. El ya anciano senador Nerva fue s a l u d a d o c o m o n u e v o p r ín c ip e , im perator, mientras sin dilación co­ m e n z a b a a p la s m a r s e la t r a d i c i ó n a n t i d o m i c i a n e a . Le f a ltó tie m p o a Juvenal p ara denominarle, vinculán­ dole a N erón, caluus Ñero (Sátiras, IV, 38), aludiendo, efectivamente, a su alopecia.

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III. La sociedad flavia

Vespasiano fue consciente ejecutor de un proceso que venía gestándose des­ de la d in a stía pre c e de nte y al cual aceleró la crisis del 68-69. Finalizado el año de los cuatro emperadores, y como resultado de las civiles contien­ das, el Senado se halló privado de autoridad, decrecido el número de sus m ie m b r o s , d ie z m a d a la a r is to c r a c ia tras el longus et unus annus, carente, por consiguiente, la sociedad de aquel núcleo que en el pasado fuera catali­ zador de la vida comunitaria, prom o­ to r de hábitos, gustos, formas de pen­ samiento y vida. N o menos diezmado y debilitado se halló el orden ecuestre. Con el ascenso al tro n o de Vespasiano, una nueva sociedad emerge de la que él mismo es prototipo; cobró importancia capital una nobleza de nuevo cuño con cualidades tales como la honestidad, laboriosidad y lealtad al príncipe rei­ nante. La sátira octava de Juvenal ejem­ plifica claram ente los presupuestos ideológicos de esta naciente sociedad flavia en una R o m a, todo hay que decirlo, sin otra preocupación que el circo y el teatro (v. 118); «¿qué procu­ ran los árboles genealógicos?» (S te m ­ m ata q u id faciunt?), acertado proemio a los versos que se suceden cabalgando unos sobre otros en incesante sucesión de imágenes conceptuales. Preciso m a­ nual de ética para magistrados y go­ bernadores de provincias en particular

(vv. 87 ss.), preconiza la uirtus como blasón único de la nobleza para la que tan sólo han de contar las m ores (cos­ tumbres) y no los honores que uno recibe como legado de sus antepasados. Describe, en suma, el selfm adem an; de ahí que afirme que ocupaciones tan relevantes en época flavia como la elo­ cuencia y la jurisprudencia, como ve­ remos más adelante, surgen im m a de plebe, de plebe (vv. 47-50). El orden senatorial sufrió un pro­ fundo cambio merced a la inclusión de individuos procedentes de los munici­ pios y colonias de Italia y de las pro­ v in c ia s , p r i n c i p a l m e n t e de la p a r te occidental y latina del Imperio, aun­ que hay que m encionar la presencia de individuos pertenecientes a influyentes y poderosas familias de procedencia griega, cual es el caso de C. Caristanio Fro n tó n de A ntioquía de Pisidia, de A. Julio Q u a d ra to de Pérgamo (quien llegó a ser miembro de la H erm andad de los Arvales), de Ti. Julio Celso Polemeano de Éfeso, así como de Q. A u r e lio P a c t u m e y o C le m e n te y Q. Aurelio Pactum eyo F ro n tó n de Cirta (Numidia), el último de los cuales fue el primer cónsul de origen africano (año 80), los cuales, sin duda, to m aron p a r t i d o p o r V e s p a s ia n o d u r a n t e la contienda con Vitelio. Partidarios fla­ vios, pues, desde primera hora y desde sus c i u d a d e s de o r ig e n , en las q u e

46 form aban parte de la aristocracia. Una nueva aristocracia se instaló en los aledaños del poder (Senado, magistra­ turas, prom agistraturas y ejército) y en la periferia provincial dispuesta a con­ vivir arm oniosam ente con el em pera­ dor, quien e n carnaba los ideales de su origen italiano y, en su caso, provin­ cial. No era una aristocracia de naci­ miento, sino de funcionarios. Después que «depuró los más insignes órdenes, exhaustos por la diversidad de críme­ nes y mancillados por viejos abusos, completólos con un nuevo censo sena­ torial y ecuestre, una vez apartados los más indignos d and o entrada a lo más honesto de Italia y de las provincias» (Suetonio, Vespasiano, 9). Tácito describirá, con su acostum ­ brada precisión y concisión, la p ro ­ funda renovación del orden senatorial operada por Vespasiano: « A n t a ñ o , las f a m ilia s ric a s de la nobleza y las que descollaron por su prestigio se dejaban llevar por el gusto de la magnificencia. En efecto, enton­ ces todavía era lícito cultivar al pue­ blo, a los aliados, a los reyes, y recibir de ellos u n t r a t o r e c íp r o c o . En la medida en que cada cual brillaba por sus riquezas, su casa y su tren de vida, se hacía más ilustre, ganándose n o m ­ bre y clientelas. Después de que vino el ensañam iento de las m atanzas y la magnitud de la fam a suponía un peli­ gro de m u e r te , los s u p e rv iv ie n te s ad op taro n una postura más prudente. Al mismo tiempo se multiplicaron las a d m is io n e s al S e n a d o de h o m b r e s nuevos, procedentes de los municipios y colonias [de Italia] e incluso de las provincias [recuérdese la política de Claudio sobre el particular y téngase en cuenta el recién citado texto de Suetonio], los cuales introdujeron un tono de austeridad doméstica, y au n­ que, por fo rtu n a o por industria, los más de ellos alcanzaron una vejez o pu ­ lenta, permanecía en ellos el espíritu primitivo. Pero el principal p ro m o to r de la austeridad de costumbres fue Vespasiano, hom bre a la antigua u s a n ­

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za en su atuendo y alimentación» (A n a ­ les, III, 55. Trad, de J. L. Moralejo). Del senado ya había dicho Otón que era el «decoro de todas las provincias» (Tácito, Historias, I, 84), y Marsella se caracterizaba por su prouincialis p a r­ sim onia (Tácito, Agrícola, 4, 3). N ada podía temer Vespasiano, por cuanto llevamos dicho, de la nueva aristocracia y por ello mismo pudo m a n i f e s t a r s e lib é r r i m o c o n t o d o s , yendo, llegado el caso, en ayuda de los consulares para que no abandonasen el o r d e n s e n a t o r i a l p o r e scasez de recursos económicos e incluso prom ocionando a quienes se les acusaba de aspirar al trono; tal fue el caso de Metió Pom pusiano, a quien nombró cónsul en vez de desconfiar de él, de quien se decía que su horóscopo le vaticinaba el poder, genesim habere im peratoriam (Suetonio, Vespasiano, 17 y 14); por lo demás, jam ás se ap ro ­ pió de los bienes de sus adversarios muertos en la contienda, sino que dejó que pudieran heredarles sus familares conforme a derecho (D ión Casio, Epí­ tome del libro LXV, LXVI, 10). Así, pues, tuvo bajo su control desde los in ic io s de su p r i n c i a d o al S e n a d o , habiéndose asegurado que no hubiese en su seno fisuras ni disensiones, por lo que no permitió las depuraciones que algunos de sus miembros preten­ dieron al día siguiente de la muerte de Vitelio. Cabe destacar, finalmente, su deferencia hacia los integrantes de la Curia a quienes regularmente consul­ tab a en todos los asuntos, y su fre­ c u e n te a s i s te n c ia a las s e sio n e s del Senado; si bien no está de más recor­ dar que tales actitudes no c o m p o rta ­ b a n rie sg o a lg u n o p o r c u a n t o los senadores carecían de fuerza y volun­ ta d p o lític a . E n tales c ir c u n s ta n c ia s resulta un halago desmesurado, si no un sarcasmo, la leyenda de los sestercios a c u ñ a d o s en R o m a en el 71: C O N C O R D IA SENATVI. Fom entó de modo particular una a r is to c r a c ia c o m p r o m e t i d a y p r e p a ­ rada p ara las tareas administrativas

Los Flavios

q u e n e c e s ita b a el g o b i e r n o de ta n vasto Imperio. A tal fin encum bró al principal orden de la sociedad rom an a a cuantos estuviesen capacitados para c u b r i r p u e s to s de r e s p o n s a b i l i d a d , tanto en el ámbito militar como en el ad m inistrativo, m ediante la adlectio (inscripción de un caballero en uno de los escalones de la jerarq uía senato­ ria l); f e n ó m e n o q u e p a r e c e s u rg ió d u r a n t e la d i n a s t í a fla v ia . C o n la adlectio (inter quaestorios, tribunicios, praetorios, consulares) quería signifi­ carse que determ inado individuo había desempeñado ficticiamente la magis­ tra tu ra a que hacía referencia y, por consiguiente, que estaba en disposi­ ción legal para ser n om bra do para una responsabilidad que requiriese dicho rango senatorial o superior. A modo de ejemplo, un caballero podía poner de manifiesto a través del ejércicio de las tres m ilitiae equestres su capacidad y talento militar y el em p erado r ser­ virse de ellas para el m ando, suponga­ mos, de una legión o un gobierno p ro ­ vincial previa la adlectio inter prae­ torios o consulares, tales fueron los casos de Tiberio Julio Celso Polemeano, que realizó su carrera en la milicia, y de Aulo Julio Q ua d ra to , en puestos de responsabilidad civil; o bien, y gra­ cias al ejercicio de procúratelas admi­ nistrativas, sobresalir en tal o cual ám ­ bito administrativo y servirse el empe­ rad or de su oficio y acrisolada expe­ riencia encom endándole la dirección de una im portante secretaría de la canci­ llería imperial. La epigrafía es generosa sobre el particular y nos ofrece abun­ dante documentación de este fenómeno que resultó absolutamente normal des­ de entonces. Un caso, entre ellos, rele­ vante del mismo es el de C. Salvio Liberal, oriundo de Urbs Saluia (Pi­ ceno), itálico, por tanto, quien gozó del favor y amistad de la familia flavia. Fue p rom ocionado primero inter tri­ bunicios; más tarde, inter praetorios, y desde este m o m ento comenzó su fulgu­ rante carrera senatorial, que finalizó en la H erm and ad de los Arvales, pode­

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roso instrum ento al servicio del poder político (Prosopographia Im perii R o­ mani, III, núm ero 105). Al mismo tiem­ po, la adlectio es prueba de la im po r­ tancia que adquiere en época flavia una administración compleja, burocratizada y profesionalizada a la que los em­ peradores atienden cuidadosamente so­ bre todo en los asuntos financieros (extremo que ya hemos señalado a propósito de Vespasiano y Domiciano) y de la que separarán a los libertos palatinos concediendo el protagonismo al orden ecuestre, vivero del senatorial y del que se nutría p o r más que éste era hereditario. La condición de caballero, por su parte, era personal e intrans­ ferible. En el haber de los Flavios hay que an otar también el incremento de los miembros del orden ecuestre para la administración del Imperio, vincula­ dos a labores burocráticas tan impor­ tantes como, ab apistulis, por ejemplo, a actividdes financieras y fiscales, y al ejército, en el que form ab an parte de una oficialidad que, de acuerdo a los copiosos docum entos epigráficos, fue p a r t e p r i n c i p a l í s i m a de su e f ic a c ia , disciplina y capacidad de respuesta en difíciles situaciones bélicas. Su ascen­ sión social fue pareja, y posible al mismo tiempo, a la nivelación de las provincias mediante el consciente p ro­ grama ro m anizado r emprendido pol­ los Flavios. Firme bastión de la dinas­ tía flavia y destacado segmento social, procedía en su inmensa mayoría de las ciudades italianas y provinciales en las que previamente habían desempeñado m agistraturas municipales, cual es el caso de L. Julio Galo M um iano de C ó rd o b a y E. Egnatuleyo Séneca de T a r r a g o n a , p o r e je m p lo (C IL , II , 2224.4212), o provinciales, el edetano M. Valerio P rop in quo Gratio Cerial (C IL, II, 4251). Otros, po r el contra­ rio, procedían de la clase de tro pa (sin vinculación, p o r tanto, con las aristo­ c ra c ia s lo c a le s y p r o v in c ia le s ) , p e ro que por méritos y experiencia bélica llegaron a alcanzar el rango ecuestre.

48 D e a q u í, un b u e n p la n te l de ellos in g r e s ó en el o r d e n s e n a t o r i a l m e ­ diante la op ortu na adlectio. El carácter de este segmento social era el de una plutocracia que regía la vida municipal p a ra la cual había que ser muy rico, pues las magistraturas eran gratuitas, obligaban a costosos presentes a la ciudad y a sus conveci­ nos y exigían una gran responsabili­ d a d f in a n c ie r a . El o r ig e n de e sto s hombres era principalmente industrial y mercantil, así como descendientes de veteranos y libertos. En algunos p u n ­ tos, es el caso de África y de Britania, e ra n los m i e m b r o s de las fa m ilia s principales indígenas quienes alcanza­ ban tal condición. En cualquier caso, se t r a t a b a de u n a n u e v a élite c o n notables cualidades. Digna represen­ tante de la prisca uirtus, supo reaccio­ nar contra la soberbia nobiliaria y la inercia de los nobiles que caracterizó la etapa anterior. Se trataba, por lo general, de individuos p a ra quienes el obsequium , esto es, el espíritu de obe­ diencia y sumisión a los superiores (conformismo a la postre) era el norte y guía de sus vidas. Prudentes incluso en asuntos económicos, no malgasta­ ban fácilmente su dinero, pues practi­ caban la prouincialis parsim onia. Ante todo, reiterémoslo, eran ricos (dat cen­ sus honores, decía Ovidio), ya que la riqueza era símbolo de poder y supre­ ma razón de la vida social y política. El co m portam iento de esta aristo­ cracia, provincial o italiana, de rango ecuestre o senatorial, fue de signo cla­ ramente distinto del vivido en los días de la dinastía Julio Claudia, mientras que por otro lado conform ó sus hábi­ tos en una línea sin fisuras con la que le precedió. De signo claramente dis­ tinto por cuanto se hallaba «despoliti­ zada» com o consecuencia de dos prin­ cipales factores. El primero de ellos la guerra civil del 68-69; a todo trance querían la paz con quien fuese. Quie­ nes apostaro n p o r Vespasiano gana­ ron, y quienes no tuvieron ocasión de apostar po r ninguno se sum aron a los

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vencedores. El segundo de ellos fue una economía floreciente y próspera, a pesar de la contienda, sobre todo en las provincias y la costa de Italia. El bienestar material compensaba con cre­ ces la quietud política del segmento dom inante de la sociedad. En realidad la «despolitización» no era sino aquies­ cencia al orden que los flavios impusie­ ron y que lealmente secundaron e hicie­ ron secundar. P o r otro lado, aunque en los límites de la prouincialis pa rsim o ­ nia por com paración al luxus de los tiempos neronianos, la aristocracia ten­ dió a perpetuarse (nunca lo consiguió realmente) endogámicamente mediante el concierto de m atrim onios en función de la fortuna e intereses mutuos basa­ dos especialmente en extensas propie­ dades en las que ju n to a la explotación agropecuaria cob rab a cada vez mayor im portancia la fabricación de tejas y ladrillos, lucrativa actividad en una épo­ ca en la que predom ina el opus lateri­ cium en la construcción; y de contene­ dores y vajilla de loza para un m undo que había experimentado un notable desarrollo comercial; a fin de cuentas los alfares nunca estuvieron considera­ dos, según la mentalidad romana, como un a industria sino como una actividad derivada del campo. Lo más granado del orden ecuestre y senatorial residía, por lo general, en R om a, en mansio­ nes (dom us) bien abastadas, mientras que sus dominios eran atendidos por intendentes (uillici) que organizaban el trabajo de los esclavos (familia rustica) o el de los colonos en las diversas explotaciones agrarias repartidas por el á m b i t o del I m p e r i o . El d o m in u s quizá desconociera sus fundos, acaso los visitara regularmente, sobre todo los que tenía en Italia, permaneciendo alguna te m p o ra d a en alguo de ellos; en este caso frecuentaba aquella uilla que p or su ubicación le resultase más placentera, en la Cam pania si se tra­ ta b a de Italia. N o ta destacada también fue la de las a d o p c io n e s ficticias, muchas de ellas testamentarias, que tenían com o finalidad la perpetuación

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de haciendas y, en definitiva, de la estructura social y económica de los dos principales órdenes. ¡Qué a b u n ­ dancia de poliónimos nos ofrece la epigrafía del período y que sin solu­ ción de continuidad perd ura a lo largo del siglo II! A m enudo se nos antoja el suplicio de T ántalo, pues un mismo individuo puede aparecer en dos o más inscripciones con diferente onomástico sin que a ciencia cierta sepamos si se t r a t a e f e c t iv a m e n te del m is m o i n ­ dividuo. Además de ser la capital del Im pe­ rio, R o m a era el centro neurálgico de la s o c ie d a d r o m a n a (u n m illó n de habitantes tenía en los días de A ugus­ to), foco de atracción de menesterosos, trapaceros, comerciantes de toda con­ dición, ricos terratenientes. R o m a era un trasiego sin fin, polifacética y hete­ rogénea. Nos d a rá u n a idea de ella, siquiera pálida, la Sevilla, puerto y mercado, metrópoli del Imperio colo­ nial. La fascinación, magia y hechizo de la ciudad ya la puso de manifiesto

La palestra

Cicerón, nostálgico desde su prom agis­ tra tu ra en Cilicia en el 50 a.C., en carta a su pupilo celio: «Aprecia esta ciudad, mi querido Rufo, apréciala y vive en su resplandor. T o d o viaje al extranjero (tal fue mi parecer desde mi adolescen­ cia) resulta som brío y despreciable para quienes su actividad puede ser bri­ llante en Rom a» (A sus amigos, II, XII, 2). Marcial quedará prendado y seducido por la vida rom ana, por sus f ie s ta s , p o r el r a r o e n c a n t o de sus Saturnales, a cuyas costumbres dedi­ c a ra dos de sus libro s, y desde su retiro en Bilbilis la a ñ o ra rá con estos v e rso s: te rra ru m dea g e n tiu m q u e R om a, cui p a r est nihil et nihil secun­ d u m («Roma, diosa del ecúmene y de sus pueblos, sin p a r y tras ella nin­ guna», Epigram as, XII, 8, 1-2). Y lo sig u ió s ie n d o . T o d a v í a m e d ia d o el siglo IV, el rétor bordelés, preceptor y a lto f u n c i o n a r i o de V a le n t in ia n o I, A u s o n i o , i n i c i a r á el O rdo u r b iu m nobilium precisamente con Roma: «La primera entre las ciudades, la mansión

Herculano

50 de los dioses, es la d o ra d a Roma», aurea R om a, y c uando le toque el t u r n o a B u r d e o s d irá : « E s ta es mi patria, mas R o m a excede a todas ellas. Q u i e r o a B u r d e o s , m a s a p r e c io a R o m a » (d ilig o B ru d ig a la m , R o m a m colo, XX, 39-40). E le m e n t o h u m a n o i m p o r t a n t e en ella, desde una perspectiva social, era la plebe u rb a n a que en los días de A u g u s to c o m p r e n d í a de 150.000 a 200.000 individuos, a quienes proveía de b o le to s , te sse ra e , q u e p e r m i t í a n r e c o g e r las m e n s u a le s r a c i o n e s de aceite y grano y a quienes periódica­ mente el em perad or distribuía unos c u a n t o s s e s te r c io s , c o n g ia ria . Sus b e n e f i c ia r io s h a b í a n de a c r e d i t a r el nacimiento y domiciliación en R o m a y ser ingenuos, a diferencia de la plebs sordida, social y económicamente infe­ rior com puesta en su mayor parte por peregrinos, latinos y libertos. La per­ t e n e n c i a , p u e s, a la p le b s u rb a n a s u p o n í a c ie r to p r e s tig io d a d o qu e prácticamente todo ciudadano rom ano que cumpliese los mencionados requi­ sitos podía acreditarse como pertene­ ciente a la plebe urbana. En esta ciu­ dad, y a ju z g a r po r el testimonio de Juvenal cuya tercera sátira es «todo un poema» válido para la época ñavia y digno de ser leída por completo, convi­ vía con la plebe u rb a n a u n a población abigarrada y cosmopolita compuesta de peregrinos, orientales y una gran proporción de esclavos, que residía en bloques de pisos, insulae, muy seme­ jantes a los nuestros, con establecimien­ tos comerciales, tabernae, en los bajos, y viviendas distribuidas en pisos pero con deficiente confort y salubridad, como el propio Marcial nos dice, y con evidentes peligros de desplomes e incen­ dios, así nos lo manifiesta Juvenal, y que p a ra el siglo II tenemos atesti­ guado en Aulo Gelio: «Grandes son los ingresos de las propiedades urbanas, pero mayores son los peligros. Si hubie­ se algún remedio 'de suerte que no ardiesen tan a menudo las casas en R o m a, po r Hércules que vendería mis

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propiedades rústicas y las com praría en la ciudad» (N oches Áticas, XV, 1), y ello a pesar de la im ponente empresa urbanística llevada a cabo por Nerón tras el incendio en el 64 (Tácito, Anales, XV, 43) y continuada por los flavios. Del cam po hay que resaltar a la plebe rural inserta en las estructuras agrarias controladas por los dom ini. La propiedad de la tierra siguió siendo fuente de riqueza y de prestigio, con­ dición necesaria para form ar parte del o r d e n d e c u r i o n a l m u n i c i p a l y del orden senatorial. En el período que no s o c u p a n o es p r e d o m i n a n t e la pequeña propiedad cantada por Virgi­ lio en las Geórgicas (aunque difícil­ mente pudo desaparecer, lo cierto es que el conocim ento que de ella tene­ mos tanto en Italia como en provin­ cias es francamente deficiente), por el contrario sobresalen los grandes dom i­ nios y los latifundios imperiales, por ejemplo, en el norte de Africa, en la Bética, en la Italia central y meridio­ nal, conocidos fundamentalmente, por lo demás, gracias a la arqueología. P a ra los días previos a la dinastía fla­ via p o d e m o s c o n t a r c o n la v a lio s a contribución de Columela y con el tes­ timonio literario de Trimalción, siem­ pre que no tom em os en su literalidad la producción de las fincas propiedad del rico extravagante liberto. De las gentes que las habitan y que producen para sus dueños estamos, igualmente, d e fic ie n te m e n te in f o r m a d o s . C i e r t a ­ mente hubo de haber una fa m ilia rus­ tica bajo las órdenes de un intendente (a m enudo liberto o siervo) cuyas con­ diciones de vida y trabajo eran peores que las de los componentes de la fa m i­ lia u rb a n a . A d e m á s h u b o u n g r a n núm ero de colonos a quienes arrenda­ ban parte de las tierras a condición de la entrega de un canon o prestaciones p erso n ales, o que tra b a ja b a n com o jornaleros en fincas llevadas directa­ mente por el propietario o más gene­ ralmente por medio del intendente. T am ­ poco sabem os de ellos gran cosa en época flavia, aunque parece a rqueoló­

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gicamente probado (y no nos faltan fuentes escritas) que la estructura de la propiedad de la tierra permitía diversos modos de producción. P a ra el siglo segundo, y gracias a determinadas ins­ cripciones del norte de África, tenemos algún conocimiento de ellos, pero se trata en estos casos de colonos en tie­ rras arrendadas por el emperador.

1. El ejército La progresiva desaparación del elemen­ to italiano en las legiones se debió a motivos económicos y razones sociales, pues resultaba más lucrativo y era teni­ do en m ayor consideración el alista­ miento en las cohortes pretorianas y urbanas para quienes preferían la ca­ rrera de las armas a cualquier otra ocupación. P o r razones políticas los em perado­ res flavios adm itieron en las cohortes pretorianas a quienes, licenciados por Vitelio, habían servido en las filas flavias, así como a los legionarios más dis­ tinguidos en la defensa de la causa de Vespasiano. A lo largo de la dinastía decreció el núm ero de las cohortes pre­ torianas (dieciséis en tiempos de Vite­ lio), pues a fines del siglo tan sólo que­ d aron diez, núm ero inalterado por es­ pacio de dos siglos. Paralelamente, asistimos a la provincialización del ejercito, posible en gran medida por la extensión de la ciu­ dadanía rom a n a a individuos y com u­ nidades hasta entonces de condición peregrina. Continuó siendo un ejército de ciudadanos rom anos, mas el reclu­ tamiento fundamentalmente provincial coadyuvó a elevar el nivel social, polí­ tico, cultural y económico de las pro ­ vincias, pues no podemos olvidar que un factor im p ortante de la rom aniza­ ción fue el ejército. De este proceso se beneficiaron de m odo particular las provincias occidentales. Vespasiano, restaurador del orden, disciplinó el ejército y gracias a una escogida y adecuada oficialidad logró

que alcanzara un alto grado de efica­ cia, h a s t a el p u n t o q u e p r o te g ió durante casi un siglo el Imperio y la casa de los Césares. T r a s la g u e r r a civil V e s p a s ia n o licenció cuatro legiones, la I Germa­ nica, la IV M acedonica, la XV Primi­ genia y la XVI Gallica, que reemplazó por otras tres. La II A diutrix, reclu­ tad a por Vitelio entre los remeros de la flota (ya lo dijimos) y, regularizada su condición, enviada a Britania, la IV Flauia Felix, asentada en Dalmacia, y la XVI Flauia Firma, apostada posiblemente en Capadocia. La VII G a lb ia n a c a m b i ó de n o m b r e re c i­ biendo el de G em ina, en recuerdo de la fusión de dos legiones; acantonada p o r b r e v e e s p a c i o de t i e m p o en el Rhin superior, retornó finalmente a Hispania en torno al 74, de donde ya no s a l d r í a sa lv o p a r a r e p r im ir la sublevación de Antonio Saturnino. La única legión con que contó Hispania a partir de ahora, dio su nombre a la ciudad de León, su lugar de ubicación. Digamos, por último, que Domiciano perdió la V A laudae que reemplazó por la I iMiner uia. La distribución de las legiones, atendiendo a las necesi­ dades defensivas del Imperio, fue la siguiente: una en Hispania, cuatro en Britania, ocho en el lim es renano, siete en el d a n ub ia n o mientras el Danubio (Ister) lo g u ardab an flotillas fluviales de Mesia cognominadas Flauiae, una legión o dos en Capadocia, u na en J u d e a , de d o n d e no s a ld r ía ya, y Egipto y África no conocieron cam ­ bios, salvo que en esta última la legión 111 A ug u sta se mudó al interior, de A m m aedara a Theveste. Empleó a sus tropas en una febril a c tiv id a d c o n s t r u c t o r a q ue a u n q u e originada por necesidades puramente m ilita r e s y bélicas o c a s io n ó u n a mejora en las comunicaciones y una m ayor seguridad y rapidez en el trá ­ fico de bienes y personas; tal fue la construcción de calzadas, sobre todo en las proximidades del limes. Ade­ más, de las filas del ejército salieron

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e x c e le n te s té c n ic o s en in g e n ie r ía y arquitectura, form ados principalmente para las labores militares, prestos en todo m om ento para colaborar con la sociedad civil de su entorno en tareas propias de su oficio (topografía, tra­ zado de puentes y canales, construc­ ción de edificios, etc.).

2. Panorama provincial durante la dinastía flavia H ablar de Hispania en época de los flavios supone hablar del lu s L a tii que concedió Vespasiano a los hispanos en fecha incierta duran te su censura pero antes del año 75. En virtud de tal con­ c e s ió n t e n e m o s c o n s t a t a d o , ya en dicho año, la existencia de unos m u n i­ cipes Igabrenses (Igabrum , m unicipum F la u iu m ) q u e g r a c ia s a V e s p a s ia n o a l c a n z a r o n la c i u d a d a n í a r o m a - n a : b e n e fic io im p e r a r a to r is C a esa ris A u g u sti Vespasiani d u ita te m R o m a ­ nam consecuti cum suis p e r honorem (C IL , II, 1610 = I L S , 0000). D el mismo año tenemos otro epígrfe (C IL, II, 2096 = IL S , 0000) en el que unos h a b i t a n t e s de C is im b r iu m , Z a f r a , alcanzan idéntico status jurídico tras el desempeño de las magistraturas m uni­ cipales: beneficio Im peratoris Caesaris A u g u s ti V e s p a sia n i et T iti C a esaris A u g u sti filii VI consulibus d u ita te m R o m a n a m c o n s e c u ti c u m s u is p e r honorem Iluiratus. La concesión del Ius Latii transform ó muchas ciudades hasta entonces peregrinae en m unici­ p ia que aparecen siempre en nuestras fu e n te s e p i g r á f ic a s c o n la e píclesis Flauium y quienes en ellas fuesen ciu­ dadanos rom anos fueron adscritos a la tribu Quirina, tribu propia de los fla­ vios. A hora bien, y como claramente dem uestran éstas y otras descripciones, los habitantes de tales municipios no alcanzaban autom áticam ente la ciuda­ danía rom ana, sino que para conse­ guirla habían de d'esempeñar previa­ mente las magistraturas municipales (ex­ pressis uerbis lo dice el capítulo 21 de la

carta municipal de Salpensa). Una vez cumplidas sus funciones municipales obtenían la ciud adanía para sí, sus padres, sus cónyuges, hijos y nietos legítimos p o r vía masculina: filio natis natabus, de m od o que en pocas genera­ ciones alcanzó el status de la ciudada­ nía ro m a n a a una inmensa población u rb a n a hispana, mas el resto de la población, poseedora del lu s Latii, co­ menzó a disfrutar de unos derechos de capital im portancia para la vida eco­ nómica, sobre tod o en lo referente a las sucesiones, transmisiones y bienes pa­ trimoniales, derivados del ius com m er­ cii y el ius conubii. Con la concesión del derecho latino H isp a n ia viose v inc u la d a a R o m a como no lo h abía estado hasta enton ­ ces, p o r m ás que te m p r a n a m e n te estuvo ligada culturalmente a la me­ t r ó p o l i ; m a s a h o r a la i n v o lu c r a c ió n fue completa, alcanzando a todos los ámbitos de la sociedad y desempeñan­ do estas provincias un papel cualitati­ vamente superior, más dinámico y acti­ vo. La m edida vespasiana supuso un privilegio para los hispanos y acarreó la creación, o en su caso tra n sfo rm a ­ ción, de marcos urbanos y organiza­ ción ciudadana compatibles con las estructuras sociales, jurídicas y admi­ nistrativas de R om a y de cuantas co­ munidades desarrollaban su existencia en el seno de la ciudadanía rom ana y latina. Más de noventa ciudades viéronse beneficiadas con la concesión y, si bien fue ésta debida a Vespasiano, D om iciano la impulsó y puso en m a r­ cha el extraordinario proceso de trans­ form ación al que dio lugar y que ha quedado plasm ado en las tres cartas municipales hasta ahora conocidas. Fundam entalm ente el lus Latii supu­ so para la población hispana la posibi­ lidad de acceder a la ciudadanía ro­ m a n a y a través de ella lograr su p ro ­ moción en el orden ecuestre y sena­ torial, fenómeno este último cierta­ mente im portante ya en el período que nos incumbe; pero además, merced a la existencia de marcos de vida social

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ro m a n a (municipios, sobre todo) fue acostum brándose la población autóc­ tona a unos hábitos de vida y a unos comportamientos (administrativos, eco­ nómicos, religiosos, edilicios, cultura­ les, jurídicos) rom anos; gran parte de lo cual queda nítidamente mencionado en las cartas municipales y el resto nos lo proporciona la arqueología y la epi­ grafía. La im portancia de la epigrafía ju rí­ d ic a h i s p a n a m e re c e s i q u i e r a u n a somera exposición de las tres cartas m u n ic ip a le s al p e r í o d o fla v io . S a lpensa, en las proxim idades de Utrera (Sevilla), ciudad estipendiaría hasta la concesión del Ius Latii, recibió el esta­ tuto de m unicipium Flauium y contó c o n u n a ley p u b l i c a d a en d ía s de Dom iciano (entre el 13 de septiembre del 81 y el 84, com o términos p o st quem y ante quem ). Malaca, ciudad federada con R om a, al decir de Plinio, y de escasa im portancia en tiempos de P om ponio Mela, alcanzó dicho esta­ tuto municipal y contó igualmente con una ley publicada du rante el reinado de D o m i c i a n o . A e s ta s do s c a r ta s hemos de añadir u n a tercera pertene­ ciente al m un icip iu m Flauium Irnitanum , en las proximidades de Algámita s (S e v illa ). N i n g u n a fu e n te de la antigüedad se hace eco de tal com uni­ dad. Sólo sabemos que la lex Irnitana es también dom icianea (año 91). A ellas hay que añadir un fragmento de la ley municipal de Basilipo (J. G onzá­ lez en S tudia et D ocum enta Historiae luris, 49, 1983). P a r a h a c e r n o s u n a id e a , s iq u ie r a elemental, del contenido y semejanza de la ley Irnitana con las leyes Salpensana y M alacitana bueno será exponer con brevedad en qué puntos principa­ les coincide con estas últimas. Sus coi­ ncidencias con la Salpensana son las siguientes: — A d q u i s i c i ó n de la c iu d a d a n í a rom ana p er honorem . — P e r d u r a b il id a d del m a n c ip iu m , m anus y p o testa s a los que se encon­ traren sometidos, quienes, en virtud de

53 la ley, son a h o ra ciudadanos romanos. — P erdurabilidad de los derechos sobre el liberto p or parte del patrono, ahora ciudadano rom ano. — Establecimiento de un prefecto con iurisdictio plena si el emperador acepta el d u u nvira to que el municipio le ofrece. — P r e s t a c i ó n de j u r a m e n t o p o r parte de los duunviros, ediles y cuesto­ res elegidos y n o m b rados en el tér­ mino de cinco días y en caso contraio multa de 10.000 sestercios. — Ius intercessionis de los magis­ trados. — M anum issio uindicta, pero sólo en relación a los ciudadanos latinos. — Optio tutoris. C o in c id e c o n la ley M a l a c i t a n a , entre otros extremos, en los siguientes: — N om inatio de los candidatos. — Presidencia del comicio electoral. — Presencia de los incolae en una sola curia a efectos de deposición del voto. — Requisitos para la presentación de candidaturas en las magistraturas municipales. — Mecánica del proceso de deposi­ ción del voto, de los custodes y de los apoderados de los candidatos. — Mecánica del escrutinio, de la renuntiatio, por curias, hasta alcanzar el número de magistrados necesarios, del ju ra m e n to de los proclamados, así como de la garantía o cautio que se les exigía (para un a intelección de este punto y los precedentes, F. J. Lomas, «Tabula Hebana», Hahis, 9, 1978). — Prohibición de vetar la decisión de celebración de comicios electorales bajo multa de 10.000 sestercios. — C o optación de un patrono (en lo que tam bién coincide con el fragmento e m p o r i t a n o h a l l a d o en 1967 [véase A m purias, 29, 1967]). — Destrucción y demolición de edi­ ficios (en lo que concuerda también con la ley colonial de Urso). Es a todas luces evidente el interés desplegado por los flavios en Hispania y que en el ám bito jurídico no admite

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54 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

Palacio privado de Herodes Almacenes Baños Edificio administrativo Sinagoga Edificios de apartamentos Desfiladero de la serpiente Edificio residencial Edificio residencial Reserva subterránea

M asada

(según E. M. Sm allw ood)

c o m p a r a c i ó n a lg u n a , s o b r e t o d o la Botica, con cualquier otra región del I m p e r i o r o m a n o . D ic h o in te r é s es patente también en Vipciscci / (hallada en 1876), bronce que contiene una lex m etallis dicta que quizá fuese de época flavia y hallada en Aljustrel (Portugal, t é r m i n o p e r t e n e c i e n t e al c o n v e n io emeritense), no lejos de donde Plinio sitúa precisamente a los M edubricenses qui P lum barii (H istoria natural, IV, 118). Mediante dicha ley el distrito minero no se hallaba sujeto a la juris­ dicción de municipio alguno, sino que quedaba bajo la adm inistración de un p ro c u ra to r m e ta llo r u m , d e p e n d ie n te del fisco imperial. Lo que de esta ley nos queda muestra la regulación del men­ cionado distrito minero, y en este sen­ tido, es una lex locationis conductionis. J u n to a Vipasca I, aunque de dife­ rente tenor pero dem ostración de la preocupación de los flavios por His­ pania, hemos de señalar dos cartas imperiales. Una de Vespasiano a los saborenses, ciudad libré del convento astigitano según Plinio, del año 74, por la que sabemos que les permitió,

una vez grafiticados con el lus Latii, denom inasen su o ppidum con la epíclesis Flauium y que lo construyesen en el llano, mas no permitió alteración alguna de los uectigalia que venían percibiendo y disfrutando desde los días de Augusto, pero si querían acre­ cerlos debían dirigirse para ello al pro­ cónsul de la provincia. Ignoramos en qué quedó la petición. La otra carta es de Tito, dirigida esta vez a los munigüenses, del año 79, por la cual zanja con su autoridad imperial un litigio entre un conductor de uectigalia, Ser­ v ilio P o l i ó n , y el m u n ic ip io flavio. Resalta de la carta la ecuanimidad que muestra Fito al dictar la sentencia, pues d and o la razón al acreedor y obli­ gando al municipio al pago de la deuda co ntraída le cond on a los intereses del capital debido resarciéndose de esta form a de unos abonos que Servilio Polión debía al municipio. Reza así la carta: «El em perad or Ί ito César Ves­ pasiano Augusto, pontífice máximo, con la potestad tribunicia por novena vez, aclam ado im perator en catorce ocasiones, siendo cónsul por séptima

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vez, padre de la patria, saluda a los quattuoruiri [magistrados] y a los de­ curiones municipales. Com o hubiéreis apelado para no pagar el dinero que debíais a Servilio Polión según senten­ cia de Sempronio Fusco, parecía opor­ tuno exigiros el castigo por la inopor­ tuna apelación; mas he preferido ha ­ blar según mi indulgencia y no según vuestra temeridad y os he condonado 50.000 sestercios por la pública pobre­ za que habéis aducido. Así pues he escrito al procónsul Galicano, amigo mío, para que paguéis el dinero adjudi­ cado a Polión y os libere de los intere­ ses desde la fecha de la sentencia. P ro ­ cede tener en cuenta los intereses de vuestros tributos que decís habéis arren­ dado a Polión, no fuese que por esto incurriese vuestra ciudad en pérdidas. Salud. D a d a siete días antes de los Idus de septiembre (7 de septiembre).» (AE, 1962, 288.) F a c t o r p r i m o r d i a l y m o t o r de la econom ía en H ispania fue la riqueza minera y su im portancia creció en la medida en que decrecían y se agotaban las m in a s de G r e c ia y A sia m e n o r (Albertini). De antiguo Hispania gozó merecida fama como tierra metalífera. Del convento asturicense dirá Plinio que aventajaba en producción aurífera a cualquier otro lugar de la tierra (H is­ toria natural, XXXI11, 78), y las are­ nas auríferas de los ríos Tajo, Duero y Segura se encuentran entre los tópicos de las L a u d e s H isp a n ia e . La p la ta hallábase asociada por lo general al plomo y principalmente en la costa levantina en to rn o a Cartagena, y en Sierra M orena en torno a Castulo, pero tam bién la había en Vipasca. La mayor producción cuprífera procedía de Hispania cuyas minas más im por­ tantes estaban enclavadas a occidente de Sierra M orena, M ons M arianus, y q u e , vía C ó r d o b a , a lc a n z a b a el Atlántico en su camino a la exporta­ ción. Hispania, pues, para no mencio­ nar otros metales, estaba a la cabeza de las provincias romanas en cuanto a la producción mincrometalúrgica y esa

55 fue, en realidad, su principal función en el e n tra m a d o económ ico del Impe­ rio. La organización militar, la red viaria, los límites administrativos estu­ vieron presididos por la consideración de c ó m o m e j o r a r la e x p l o t a c i ó n e i n c r e m e n t a r los r e c u r s o s m in e r o s . Poco sabemos, por otro lado, de los mineros, más asemejados por sus con­ diciones de vida a los esclavos que a los libres y que h ubieron de form ar u n a p a r t e m u y c o n s i d e r a b l e de la población de Hispania. Propiedad del fisco imperial p or un proceso de a p ro ­ piación desarrollado a lo largo de la dinastía Julio Claudia, las minas eran arrendadas a conductores, quienes, a su vez, podían subarrendarlas según una ley posterior, de época de H a ­ driano, que hace referencia al distrito minero de Vipasca. Sabemos que en la Bética con anterioridad a Plinio se arrendaron el m etallum Salutariense y el A n to n ia n u m po r 200.000 denarios a n u a le s (H is to r ia n a tu ra l, X X X I V , 165). Si la minería fue m o to r de la eco­ nomía, estamos mucho mejor infor­ m a d o s de la r i q u e z a a g ríc o la (de manera preferente de la de la Bética) gracias a recientes estudios analíticos de C h ic , S á e z , R e m e s a l y G u a s c h , e n tr e o t r o s . R o s t o v t z e f f d ejó d ic h o que la Bética era una pequeña Italia en E s p a ñ a . S us p r o d u c t o s e i n d u s t r i a alfarera, inherente a las labores agríco­ las según el pensamiento romano, al igual que sus minerales y salazones, fueron la base de su prosperidad y ya en los días de los flavios conocieron y recorrieron los caminos del Imperio s i t u a n d o a n u e s t r a s p r o v in c ia s , la Bética y la fachada levantina de la T arraconense sobre todo, en lugar pre­ ferente en el concierto económico del mundo romano. Las imponentes rui­ nas de las ciudades de la Bética, Lusi­ tania y Tarraconense son fehaciente testimonio de la prosperidad de sus habitantes, que alcanzará su apogeo a lo largo del siglo II. Tres eran los productos principales

56 que exportaba: el trigo, el aceite y el vino (la tríada mediterránea). El trigo se p r o d u c í a p r á c t i c a m e n t e en t o d a Hispania, salvo en la E spaña húmeda; el olivo se hallaba en las costas orien­ tales, en las cuencas del Guadalquivir y del D uero, en la meseta castellana hasta las vertientes meridionales de la sierra de G u a d a rra m a (H istoria n a tu ­ ral, XV, 1). Viñedos, de mejor o peor calidad, se encon traban por doquier, pero hay que resaltar, sobre otros, dos áreas de cultivo, la Bética y la costa levantina de C a taluñ a al sur de Valen­ cia. Las cosechas de trigo de la Bética n ad a tenían que envidiar a las de Egip­ to o a las mejores de Sicilia; solamente la producción triguera de Alejandría superaba en calidad a la de la Bética, y en cuanto al aceite solamente le excedía el de V enafrum , al decir de Plinio. Los mejores caldos, por último, procedían de la costa mediterránea (Baleares in­ cluida) y del valle del Guadalquivir. Hispania e x p o rta b a estos tres prod uc­ tos y su confirmación la tenemos sufi­ cientemente atestiguada como para no detenernos en ello, mas permítasenos tres observaciones. Un célebre mosaico de Ostia del siglo I representa las cua­ tro provincias graneras del Imperio; u na de ellas es Hispania; Sicilia, Africa y Egipto son las otras tres. P o r otro lado, particular y singular fuente de información es el m onte Testaccio cu­ yos cascotes de ánforas cotejados con los aparecidos en las riberas del G u a­ dalquivir y afluentes tributarios hablan por sí solos de la ingente exportación aceitera y, en m enor medida, de vino, a Roma. Tal entidad tenía la viticultura que en el municipio Irnitano se con ­ templa la posibilidad de posponer asun­ tos municipales durante la época de la vendimia, como nos recuerda P. Sáez (capítulo K de la L e x Irnitana). U na industria de solera en el me­ diodía peninsular fueron los salazones y el afam ado garum , tam bién ex p o r­ tado a R om a , y que im plicaba una im portantísim a actividad pesquera a la que de antiguo estuvo volcado el lito­

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ral gaditano. Bueno será recordar que la prosperidd que testimonian las rui­ nas del despoblado de Bolonia (colo­ n ia B a elo C la u d ia ) le s o b r e v i n o en gran parte gracias a su dedicación a la pesca de túnidos y escómbridos y a la industria derivada (garum y salazones). Pero volvamos a la agricultura, En n ada debió de afectar la crisis del 6869 al desenvolvimiento de la agricul­ tura, pero no es menos cierto que los flavios prestaron debida atención a lo q u e p o d e m o s c a lif i c a r de c o lo s a l fenómeno económico que tanto enri­ q u e c ió a t a n t o s y q ue a lim e n tó a m u c h ís im o s c i u d a d a n o s y m ilita r e s durante largo tiempo. H asta aproxi­ m adam ente el 150 el comercio medite­ rráneo realizado desde Hispania era fundam entalm ente un comercio bético en el que, al parecer, predom inaban el aceite y los salazones (Guasch). P ara a m b o s p r o d u c t o s , ta m b i é n p a r a el vino, se hacían necesarios contenedo­ res apropiados, las ánforas, parte inte­ grante, como hemos señalado, de las explotaciones agrarias y de las que tenemos cumplida constancia a lo largo del Guadalquivir. En los múltiples alfa­ res detectados observamos una febril actividad que coloca los productos, fun­ dam entalm ente de aceite, en todas, sin excepción, provincias occidentales y en Roma: en el lim es renanorético, en Britania, en las Galias, en los Campos D ecum ates, entre los helvecios, en Ita­ lia también. Si hubiéramos de indivi­ dualizar algunas de estas figlinas en producción en época flavia señalaría­ mos la de Las Delicias (control a d ua­ nero en A stigi, Écija) con u na pro d u c ­ ción muy diversificada, la de Alcotrista (idéntico control) con una amplísima difusión, la de Las Huertas del Río (control adu anero en Hispalis, Sevilla) cuyos propietarios, los Enios, bien re­ presentados en la epigrafía hispana, al menos algunas de sus familias, p ro d u ­ jero n ánforas p a ra contener los p r o ­ ductos de sus fincas y tam bién para abastecer a otros agricultores o enva­ sadores de la zona, la de La C atría

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Arco de Tito en Roma

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(idéntico control) que desarrolló una intensa actividad, la de Villar Tesoro (idéntico control), de primerísima im­ portancia económica en la zona y con contenedores que alcanzaron una am ­ plísima difusión. Esta riqueza agraria fue la que posibilitó la floración de una rica burguesía municipal, de cuyo seno salieron sobresalientes caballeros y se­ nadores, eficaces agentes de los prínci­ pes y firmes valedores de la institución del Principado en cuyo marco jurídicoeconómico, y sólo en ese marco, era posible la perduración y acrecentamien­ to de sus fortunas. Las tierras meseteñas y el cuadrante n o r o c c i d e n t a l , p o r el c o n t r a r i o , no lograron la prosperidad de las regiones m e r id io n a l e s , lo q u e en p a r t e s e r ía d e b i d o a t r a t a r s e de ti e r r a s m e n o s feraces y a que la principal riqueza, la m in e ría , p e r te n e c ía al e m p e r a d o r ; ahora bien, no por ello quedó exenta del influjo rom anizador procedente del sur, de Levante y de R o m a directa­ mente, como atestiguan los municipios flavios allí existentes. En ellas, y a diferencia de la Bética, la prosperidad les vino de su participación en el ejér­ cito (algo también de la explotación de los recursos mineros). En ellas perdu­ r a r á un d o b le g é n e r o de v id a , el rom ano y el indígena que todavía se reflejará, por ejemplo, en la renova­ ción del trata d o de hospitalidad de los Zoelas de mediados del siglo II, en el que se sigue h ab land o de estructuras gentilicias (F. J. Lomas, A sturia p re­ rrom ana y altoim perial, Sevilla, 1975). Aquí, como en otras partes del Impe­ rio, se hace necesario distinguir entre una p o b lació n ru ral, escasam ente rom anizada, y una población urbana. A pesar de la progresiva implantación de la rom anidad y de los esfuerzos, r e ite r o , d e s p le g a d o s p o r los flav io s, gran parte de la población, sobre todo en el norte y en el noroeste, seguía apegada a sus estructuras autóctonas, siendo las ciudades lo s'centro s desde d o n d e i r r a d i a b a la r o m a n iz a c ió n . Cierto es que a partir de com unida­

des a m enudo dispersas en época flavia, y en un proceso que se continuará en los primeros decenios del siglo II, la administración rom ana proporcionó un «marco de vida urbana» en el que habitualmente las poblaciones tenían sus mercados, fo ra . Aldeas y villorrios q u e P lin io d e s ig n a en su H is to r ia n atural por la tribu o estructura genti­ licia, aparecerán en Ptolom eo como centros urbanos, lo que supone que en el intervalo se ha producido un acen­ tuado proceso de urbanización. Fiel co n tin u a d o r de la política de su p a d r e , D o m i c i a n o h u b o de h a c e r frente en África a la revuelta de los nasamones, pueblo que ocupaba las costas de la G ran Sirte, por cuanto se negaron a pagar el tributo impuesto por Roma. La negativa acarreó la gue­ rra. Los supervivientes de la misma se retiraron a latitudes más meridionales, mientras que la Gran Sirte y la ruta que bord eab a la costa hasta Alejan­ dría gozaron de relativa calma y tran­ q u i l i d a d , lo c u a l p e r m i t i ó q ue los rom anos se ad e ntra ran sin temor, al tener la retaguardia expedita de ene­ migos, hacia el interior. En este mismo reinado, y como consecuencia de la victoria sobre los garam antes durante el principado de Vespasiano, se efec­ tuaron dos expediciones hacia el cora­ zón de África que podemos calificarlas de e x p l o r a t o r i a s e i n f o r m a t i v a s , y p e r m i t i e r o n el c o n o c i m i e n t o de las zonas sah arian as y tran sah arian as. Digamos, de paso, que ocasionaron el descubrimiento de rinocerontes, bes­ tias que no faltaron desde entonces en el a n f i t e a t r o p a r a m a y o r g lo r ia y deleite de Domiciano y regocijo de los romanos. Mientras la calma y la penetración hacia el interior era una realidad en el África proconsular, en las M aurctanias volvieron a surgir dificultades que obligaron a a D omiciano a enviar a C. V elio R u f o , del o r d e n e c u e s tr e , como com andante del ejército africano y m auretano, d u x exercitus A frici et M auretanici, para reducir la libertad

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de movimientos e impedir que rebasa­ sen los territorios que tenían asignados d iv e rs o s p u e b lo s de la r e g ió n , a d n a tio n e s q u a e s u n t in M a u r e ta n ia com prim endas (la fecha [antes del 86] y la carrera de este caballero en G. H. P f l a u m , C o rr ie r e s ..., n ú m . 50; A d ­ denda, p. 966). No conoció Africa tanto afán colo­ n i z a d o r p o r p a r t e de R o m a d e sd e Claudio hasta el advenimiento de los flavios. Se ocuparon enclaves estraté­ gicos y las regiones recién anexadas sufrieron la consiguiente transform a­ ción: se trasladó la legión a Theveste, T e b e s s a , m ás t a r d e a L a m b a e s is , d o n d e T ito e s ta b le c ió un d e s t a c a ­ mento, A m m aedara se transformó en c o lo n ia F la u ia A u g u s ta E m é r ita A m m a ed a ra , acogiendo a los vetera­ n o s , al ig u a l q u e C illiu m y q ue M adauros, esta última para la vigilan­ cia de los musulamios y númidas, se transform ó igualmente la calificación de Lepe is M agna, resultando un pecu­ liar municipio con instituciones púni­ cas (los «sufetes»), se transform ó tam ­ bién B u lla R e g ia en m u n ic ip io (en Plinio, H istoria natural, V, 22, aparece com oppidum liberum, pero véase, sin embargo, P. Q uo n ia m en Karthago X I, 1961-1962). P a r a l e l a m e n t e , se a m p lió la e x t e n s i ó n de los c u ltiv o s (cereales y plantaciones de olivo prefe­ rentemente) que permitió un ex trao r­ dinario desarrollo económico del que d a rán fe las florecientes ciudades del siglo II, con su consiguiente burguesía municipal al servicio del Imperio bien r e p r e s e n t a d a en la e p i g r a f ía , y el intenso comercio de la proconsular. Las comunidades autóctonas recibie­ ron también atención por parte de los flavios, pues asignaron tierras a de­ terminadas tribus, proceso mediante el cual, además de los beneficios econó­ micos derivados de su ocupación en la b o r e s a g r a r i a s , les p r o p o r c i o n ó cierta auton om ía y libertad de movi­ mientos (fenómeno bien analizado en R o s to v tz e f f ) . T a l fue la p o lít ic a de Domiciano con los suburburos, nici-

59 bos, sup en ses, v o fric e n se s , m u d ic iu vios y zamucios. (U na selección de epígrafes referentes a ello se hallará en M c C r u m , S e le c t D o c u m e n ts o f th e Principates o f the Flavian Emperors). A h o r a bie n, a p e s a r del e n o r m e esfuerzo rom an izado r desplegado por los flavios, la amplia difusión de la vida urbana, que aún hoy día impre­ siona al viajero que visita las ruinas rom anas del M agreb, no es más que la superestructura de un a realidad p ro ­ f u n d a m e n t e in d íg e n a y a g r a r i a . L o predom inante fueron los saltus, dila­ ta d a s p r o p i e d a d e s en su m a y o r í a imperiales, fruto de continuadas con­ fiscaciones, que no estaban integrados en ciudad alguna. El m odo de p roduc­ ción imperante fue el del colonato, no teniendo, por tanto, la esclavitud la misma im portancia que tuvo en otras regiones y en la misma Roma. La civi­ lización, marcadam ente autóctona, la p o d e m o s a p r e c i a r b ie n en L e p c is M agna. Con un pasado púnico que perdura claramente a través de sus peculiares instituciones y de su o n o ­ mástica hasta bien entrado el siglo I, con una im portante economía agraria y comercial, conoció, sí, los efectos de la romanización en días de los flavios, mas le q uedaba aún buen trecho por recorrer, como se desprende de Esta­ d o , quien dedica uno de sus poemas (Silvas, IV, 5) al caballero lepcitano S e p tim io S e v e r o , a b u e lo del f u t u r o em perador, en quien alaba la ausencia de rastros púnicos: N on serm o poenus, non habitus tibi, externa non meus: Italus, Italus. Las Galias y la orilla izquierda del R h in c o n o c i e r o n un e x t r a o r d i n a r i o auge resultante del establecimiento del limes renanorético y de la colonización de los C am pos Decumates. Las ciuda­ des a orillas del Rhin, con excepción de Tréveris, surgieron a partir de las canabae que g ra d u a lm e n te fueron tom a n d o u na conformación urbana. D ad a la fertilidad de los valles del Mosela y del Mosa, surgió en la región u n a f l o r a c i ó n de uilla e, c e n tr o s de

60 producción, y por tanto de carácter utilitario, y no m eramente residencias suntuarias y pensadas p ara el ocio de sus p r o p i e t a r i o s , c u y a p r o d u c c i ó n agropecuaria iba destinada casi en su totalidad al abastecimiento de los ejér­ citos renanos. Podem os decir que fue­ ron ellos quienes dinam izaron la vida económica de estos valles, los fautores de la intensificación de la navegación fluvial, de la circulación viaria, de una mayor producción y diversificación de productos cerámicos para mejor aten­ der sus crecientes necesidades asenta­ dos, como estaban ya, en cam p am en ­ tos p e r m a n e n t e s . L a e s t a b i l i d a d lograda por D om iciano en el Rhin tuvo c o m o c o n s e c u e n c ia be ne ficiosa qu e ta m b i é n las c i u d a d e s g a la s en general, más particularmente las de las Galias Bélgica y Lugdunense, experi­ mentasen un auge comercial e indus­ trial que se apreciará de m anera n o ta ­ ble en el siglo siguiente. A este creci­ miento coadyuvó decisivamente su ex­ celente red lluvial (R ódano, Mosela y Mosa, principalmente). Desde media­ dos del siglo I comienza la producción de terra sigillata en talleres de la Galia central (Lezoux y Les M artres-deVeyre, principalmente. Los alfares sudgálicos más renom brados son los de La Graufesenquc, M o ntan s y Banassac) que, ju n to con la fabricada en los alfa­ res meridionales, e xp orta rá a las p ro ­ vincias germanas y a Britania; mas no sólo la cerámica retiró los productos itálicos de los mercados del noroeste, sino tam bién su industria metalúrgica derivada de su riqueza en metales, el vidrio del Rhin, las m antas de lana, diferentes tipos de fíbulas, vasijas de bronce; productos todos ellos que en época de los flavios, y sobre todo en el siglo II, e xp orta rá n a las provincias occidentales, a la propia Italia e incluso a algunas provincias y áreas orientales. Galia llegó a ser en este período el mayor país industrial de occidente. Al respecto, no estará de más recordar que un lote de vajilla sudgálica se hallaba todavía sin desembalar en Pom peya

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cuando ocurrió la erupción del Vesu­ bio, en el atardecer del 24 de agosto del 79. El beneficio económico y social también alcanzo a la población cam pe­ sina que mejoró de situación gracias a la anexión de los Cam pos Decumates a los que emigró en gran número, asen­ tándose en dominios imperiales median­ te el pago de un diezmo, decuma, lo que explica el nom bre dad o a estos campos. En ellos se convirtieron en colonos, lo que significó una nueva cualificación social y un aumento de su nivel de vida. La más rica ciudad comercial de Britania era L ondinium . El resto de las ciudades están, como las de las Galias central y septentrional, habita­ das por una población autóctona esca­ samente rom anizada que consume los productos de los campos próximos. Lo que caracteriza la vida de esta p ro ­ vincia son las uillae, no las ciudades, que tienen un preponderante carácter u t i l i t a r i o , c o m o las de la o r illa iz­ quierda del Rhin y valles del Mosela y del Mosa, con unos seguros mercados para sus productos: el ejército estacio­ nado en la provincia. Con la pacifica­ c ió n del p a ís, c o n c l u i d a , c o m o ya dijimos, d ura n te el reinado de D o m i­ c ia n o , B r i t a n i a c o m e n z ó a c o n o c e r una era de prosperidad de la que se benefició una pequeña fracción autóc­ tona, las principales familias indígenas que se supieron adaptar a las nuevas circunstancias y se rom anizaron, a un ­ q u e s u p e r f ic i a lm e n t e , m i e n t r a s el grueso de la población nativa perm a­ neció al margen del movimiento integ rador auspiciado y alentado por los flavios. No fue en esta provincia, pre­ c is a m e n te , d o n d e V e s p a s ia n o y sus hijos destacaron por sus logros en el ámbito de la romanización. En parte se co nten taro n con someter al país, g r a c ia s al e s t a b le c im ie n to de reyesclientes (tal fue el caso de C ogidum nus en tiempos de Claudio: R e x et legatus A u g u sti in Britannia), pero también fun daron colonias para en ellas asen­ tar a los veteranos de sus ejércitos

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( L in d u m , L i n c o l n , p a r a los de la legión IX, y Gleuum, Gloucester, para los de la II Augusta). No se detuvo aquí su esfuerzo. R estauraron Veru­ lam ium , St. Albans, C am ulodunum , Colchester, seriamente afectadas du ­ rante la revuelta de Búdica, así como diversos edificios públicos, fo r a y basí­ licas, en otras tantas ciudades, y d o ta ­ ron a diversos destacamentos militares de lu g a r e s p a r a su e s p a r c i m i e n t o y entrenamiento, como el ludus (epecie de anfiteatro) de Caerleon que podía albergar a 6.000 espectadores, esto es, los efectivos de u n a legión completa. Por lo demás, Britania fue una p ro ­ v in c ia de b a jo p o t e n c i a l e c o n ó m i c o que debía im p ortar gran cantidad de p r o d u c t o s ( c e r á m ic a , f u n d a m e n t a l ­ m e n te s u d g á l ic a , a c e ite , v in o , etc.) p r o c e d e n te s , p r i n c i p a l m e n t e , de las c o s ta s g a lo b e lg a s , a q u i t a n a s , p e ro también de Hispania y del Mediterrá­ neo. De Britania R o m a extrajo, pri­ m o r d ia l m e n te , m e ta le s, el m e ta llu m Deceanglicum de Flinthsire a partir

del año 74, y el m etallum Brigantium de Nidderdale, Yorkshire, a partir del 84, si bien su producción fue restrin­ gida en beneficio de la hispana, se­ gún nos dice Plinio en su H istoria na­ tural. Oriente experimentó un renacimien­ to económico y cultural con la implan­ tación del Principado tras los estragos que o c a s io n ó la r e v o l u c ió n r o m a n a que puso fin a la República. Nerón din a m iz ó c o m o n ad ie a n te r io r m e n te las ciudades griegas y grecohelenísticas. A te n a s , p á l i d o re fle jo de su esplendoroso pasado en los días de Cicerón, volvió a recuperar ya en los días de los flavios el liderazgo cultural que, no obstan te, le d isp u ta b a n otras c i u d a d e s de la p r o v i n c ia de Asia. Ju n to con Atenas, Corinto, Olimpia en la Elide, Patrás, Esparta, Delfos, el santuario de E pidauro, experimenta­ ro n un r e n a c i m i e n t o e c o n ó m i c o y comercial, mientras el cam po se cua­ jaba de uillae propiedad de itálicos y autóctonos, que eran otros tantos cen­

Figura fem enina petrificada por la erupción del Vesubio

62 tros de producción agraria comerciali­ zada desde las ciudades griegas. En Asia menor la tres ciudades más im por­ tantes eran Éfeso, capital de la provin­ cia y su centro económico, Pérgam o y Esmirna. Tras permanecer ajenas a la guerra civil del 68-69, finalm ente las ciudades tom aron partido por Vespa­ siano y acaso esperasen, una vez Ves­ pasiano dueño del m undo, alguna re­ compensa por los servicios prestados; el reconocimiento y u na m ayor «liber­ tad» que la concedida por N erón p or lo que a las ciudades griegas se refiere, relevantes puestos en la adm inistra­ ción, preponderante presencia política y social en el Principado recién inaugu­ rado. Si abrigaron esas esperanzas, bien pronto se vieron defraudadas, pues Vespasiano no era N erón y sus esfuerzos, com o vimos, se volcaron principalmente en las provincias occi­ dentales. En realidad, las ciudades grie­ gas perdieron su libertad y los alejan­ drinos quedaron decepcionados po r el com portam iento de Vespasiano para con ellos, pues habían esperado verse magníficamente recompensados por la ayuda y fidelidad prestada en el 69-70, mas no sólo nada consiguieron, sino que el propio príncipe les gravó con nuevos tributos, además de actualizar otros caídos en desuso (Dión Casio, Epítome del libro LXV; LXV1, 8). Q ui­ zá las vanas esperanzas sembrasen el descontento social y político que, uni­ do a la existente oposición entre ricos y pobres en el seno de la ciudades, fue una constante a lo largo de la siguiente centuria (a m odo de recordatorio, m en­ cionemos las huelgas y revueltas obre­ ras en Prusa con aspecto casi revolu­ cionario y la de los tejedores de Tarso). El A pocalipsis joánico reprocha, a su vez, la riqueza, el hartazgo y materia­ lismo de los cristianos. Lo cierto es que con los flavios se aprecia un sentimien­ to a ntirrom ano en determinados secto­ res de la población grecohelcnística (fe­ nóm eno que, al igual que las disen­ siones internas, perd urará en el si­ guiente siglo y que hallará eco en la

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producción sofística) suficientemente bien reflejado en las llamadas Actas de los m ártires paganos de Alejandría, algunas de las cuales, aunque codifica­ das a fines del siglo II, contienen ras­ gos que convienen al período flavio, como por ejemplo las A ctas de Isidoro. Es a p artir de la dinastía flavia, no antes, cuando se manifiesta la oposi­ ción política de los alejandrinos en p a r­ ticular (quienes, p or otra parte, vivie­ ron en estado de stasis, ya patente, ya latente, desde el período helenístico) y la generalización de los disturbios en oriente a los que, por cierto, prestaron indebida atención los príncipes flavios, como decimos más adelante. C a r a c t e r í s t i c a del A sia m e n o r y Siria es el antagonism o campo-ciudad que hunde sus raíces en el período helenístico y la oposición ya mencio­ n ad a entre ricos y pobres, resultado de un desdén y corrupción en la adminis­ tración de las ciudades que obligará a los flavios al establecimiento de logistoi, de la rebeldía de la población que se había acostum brado a que los ricos f in a n c ia s e n f u n d a c i o n e s b e n é fic as y regalos sin tasa, de un suministro de trigo que no siempre seguía el ritmo de crecimiento debido. Galacia se carac­ terizaba por sus grandes latifundios, al igual que Capadocia, con sus fundos reales que de los reyes y dinastas pasa­ ron a m anos del em perador, los priva­ dos y las propiedades de los templos. Tales dominios permanecieron ajenos a la administración municipal, como los praedia Q uadratiana propiedad del primer senador grecooriental o los del templo de Éfeso, con sus extensas tie­ rras y sus propios siervos. La población rural agru pada en torno a los dominios era muy im portante y fundam entalmen­ te se dividía en tres grandes grupos: los colonos, sujetos a la explotación de los dominios imperiales; los campesinos, arrendatarios de los dominios de los terratenientes provinciales y los siervos adscritos a las tierras de los templos que p or su núm ero eran tan im po rta n­ tes com o algunas de las ciudades de las

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regiones civilizadas, reproduciendo sus­ tancialmente el cuadro de época de manera que la condición servil apenas mejoró, de hecho, en época romana; fenómeno que queda testimoniado, por ejemplo, en el templo de Baetocaece, en Siria, que gozaba de absoluta inm uni­ dad, poseía tierras ajenas a la adminis­ tración municipal y con una población campesina viviendo en aldeas o case­ ríos en el interior de tales propiedades (Dittenberg, O G IS, 262 = IG R R , 111, 1020). En la provincia de Siria se d aba una gradual concentración de la propiedad rural en manos de grandes propieta­ rios residentes en las pocas ciudades im portantes existentes, entre las que destacaba Antioquía. En dicha pro­ vincia se reproducía el cuadro social y económico de las tierras del interior de Asia menor, de C ap adocia y de Galacia: los notables de las ciudades vivían del trabajo de los pequeños colonos, cuyos productos ponían en circulación a través del comercio. El campo seguía expresándose, como en tiempos preté­ ritos, en arameo; y además de su ruralidad era vivero de reclutas para los cuerpos auxiliares del ejército y para las legiones, mientras que las ciudades utilizaban el griego como lingua fra n ca y se c o m po rta ba n fundam entalm ente como centros comarcales de vastos te­ rritorios agrícolas que llevaban una existencia sin apenas variaciones res­ pecto al período helenístico. Las dos grandes rutas comerciales eran la que atravesaba el reino de los partos, hacia el Asia anterior, C hina e India, con Emesa, Palm ira y Zeugma (ésta en la ribera del Eufrates), como principales ciudades caravaneras; y la que se diri­ gía al m ar Rojo e India, con Petra en el reino de los árabe nabateos como ciu­ dad aduanera y caravanera más im por­ tante. A través de estas rutas llegaban, además de especias y otros lujosos p ro ­ ductos, el algodón y la seda al Imperio rom ano, y acaso llegasen a aclimatar el algodón, si no ahora, en la siguiente centuria. A estas ciudades hemos de

63 añadir las de D am asco y Epifanía (H a­ m ath). En J u d e a las ciudades eran cen­ tros religiosos y administrativos, prefe­ rentemente, y la nobleza que las habi­ taban extraía sus riquezas sobre todo de la posesión de tierras y cabezas de ganado; esa es la impresión que se obtiene de los libros neotestamentarios que confirma Flavio Josefo, tanto en su Guerra ju d ía com o en su Vida. Solamente sabemos de dos colonias en esta región, ambas creación de Vespa­ siano tras la guerra judía, Cesarea y otra en Emaús (¿Kulonieh?) para asen­ tar a 800 veteranos en el año 71. Poca relación tenía Egipto con el resto del Imperio desde el punto de vista administrativo. Si consideramos a Egipto como provincia, era ésta de un carácter especial. El príncipe era en ella el sucesor de los Ptolom eos, el faraón, el «Señor de las dos Tierras», represen­ tado en los m onum entos con los atri­ butos divinos, su gobernador no perte­ necía al orden senatorial sino al ecues­ tre y llevaba el título de prefecto en vez de el de legado de Augusto y desde Ale­ ja n d ría giraba anuales inspecciones a los tres distritos, la T ebaida (alto Egip­ to), los Siete Nomos y Arsínoe (Egipto medio) y el Delta, al m an do de epistrategoi, que eran ciudadanos romanos, mientras los strategoi estaban al frente de los nomos, unidades territoriales ad­ ministrativas englobadas en cada uno de los distritos. Sólo contaba con tres ciudades importantes: Ptolemais en el interior del país, Naucratis y Alejan­ dría. C o ntin uab a siendo esta última en época flavia una ciudad abigarrada y tumultuosa, la más grande del ecúmene, según la consideración de los griegos. Ciudad em inentem ente co­ mercial, el puerto eran sus pulmones y a través de él se intensificó el tráfico comercial con el mar Rojo e India por canales construidos po r el primer prín­ cipe. Su población era heterogénea y la constituían itálicos, galos, minorasiáticos, sirios, libios, árabes, negros, ira­ nios, indios y una potente masa judía. Pero sobre todos ellos sobresalían los

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griegos, quienes gozaban de reconoci­ dos privilegios p o r más que a pesar de las reiteradas peticiones desde los días de Augusto en adelante no lograron ver reinstaurado el Senado local (quizá su­ primido por los últimos Ptolomeos). Digamos, de paso, que es razonable pensar que, ya que no lo tenía Alejan­ dría, los emperadores rom anos no los crearan en otras entidades u rbanas me­ nos consolidadas, las m etropoleis o ca­ pitales de los nomos, por ejemplo. Los flavios llevaron a cabo en Egipto una serie de reformas sobre la tenencia y titularidad de las tierras que tuvieron como resultado tangible, en tiempos posteriores, u n a poderosa adm inistra­ ción centralizada y articulada, soste­ nida por una fuerza militar garante del orden interno y de la seguridad contra las incursiones de los nóm adas del de­ sierto, u na burocracia con un amplio sistema de registros e inspecciones, una jerarqu ía social basada en castas y pri­ vilegios y un tra to de favor para la población helenizada (Η. I. Bell). C on­ cretamente, efectuaron grandes confis­ caciones de tierras privadas, usía i, ex­ tensas fincas en manos de miembros de la familia imperial, de los órdenes sena­ torial y ecuestre, de libertos validos de los príncipes, de miembros de la realeza judía (piénsese en C. Julio Alejandro y Julia Berenice), o de opulentos indivi­ duos pertenecientes a las más reno m ­ bradas familias alejandrinas. Era p ro ­ p ó s i t o de los fla v io s q u e la t ie r r a usíaca fuese c o m p ra d a por personas cuyas vidas estuviesen ligadas al país, e v itá n d o s e así la c o n c e n t r a c i ó n de propiedades en m anos de potentados terratenientes y absentistas, a quienes sería más factible exigirles la rigurosa observancia del pago de los impuestos y de los servicios debidos al Estado. Cuando no las vendían, las arrenda­ ban a los campesinos con el mismo fin; asegurarse contribuyentes que no tuviesen posibilidad de eludir sus obli­ gaciones tributarias. Temían, además, la aparición en Egipto de pretendien­ tes al tro no imperial y el valle del Nilo

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era inmejorable base de operaciones c o m o p o r p r o p i a e x p e r i e n c i a s a b ía Vespasiano. En definitiva, tras estas reformas se ocultaba un grave p ro ­ blema fiscal. Egipto era un a excelente oveja a la que había que esquilar, no desollar, com o dijo Tiberio, generalizando, al reprender a algunos gobernadores que pretendían aum entar los tributos p ro ­ vinciales (Suetonio, Tiberio, 32). Mas a pesar de tales cosideraciones la polí­ tica ro m a n a se tradujo en angustia y penalidades sin fin para la masa cam ­ pesina incapaz de satisfacer las de­ m andas y necesidades financieras del pueblo rom ano , mientras los grandes t e r r a t e n i e n t e s r e h u í a n c o n e x ce siv a f a c ilid a d sus o b lig a c io n e s . F iló n de Alejandría, jud ío helenizado y tío del p r e f e c t o de E g ip t o en tie m p o s de N e r ó n y V e s p a s i a n o , T i b e r io J u l i o Alejandro, nos habla para los reinados de Gayo y Claudio de un pano ram a social desolador: recaudadores rapaces y sin escrúpulos, capaces de llevarse la m om ia del contribuyente para así for­ zar a sus parientes al abono de los atrasos, y de encarcelar y tortu rar a miembros de una familia para saber por tales medios el paradero del con­ tribuyente fugitivo. No eran nueva la anachóresis, huida de los contribuyen­ tes y con frecuencia a centros fabriles en los que si el trabajo era duro lo com pensaban los salarios; ya la tene­ mos atestiguada para el año 20. A par­ tir de entonces fue una endemia, mas en vez de estructurar radicalmente el sistema fiscal paliaron los príncipes los problemas con ocasionales medidas de alivio como apreciamos en un papiro de fines del siglo I (papiro de Oxyr r i n c o , 44 = S e le c t P a p yri, II, 420, editados por Loeb Classical Library). Volvemos a tener testimoniados los abusos en el edicto del prefecto de Egipto, Tiberio Julio Alejandro, del año 68 (Dittenberg, O GIS, II, 669): personas obligadas a hacerse cargo de arriendos de tributos y de tierras; per­ sonas constreñidas a pagar arrend a­

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mientos de tierras estatales cuando ya las tenían en propiedad por haberlas c o m p rad o fu n cio n ario s reab rien d o procesos ya resueltos o imponiendo tributos cuando no tenían autoridad para ello. M ediante tres sistemas fun­ damentales, pues, veíase oprimida la población egipcia; por el sistema de las liturgias, práctica ptolemaica esporá­ dica, ocasional, y que recaía exclusi­ v a m e n te s o b r e los c i u d a d a n o s m ás ricos, que los rom anos generalizaron sin discriminación forzando a perso­ nas con alguna capacidad a asumir funciones públicas, incluso de recau­ dación, saliendo garantes de las posi­ bles pérdidas con sus propias personas o haciendas; mediante la llamada epibolé, obligatoria adscripción de lotes de tierras a tierras privadas con la

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obligación para sus dueños de cultivar­ las juntam ente con las suyas propias y la consiguiente responsabilidad tribu­ taria personal; por medio de la asigna­ ción de tierras perteneciente a un pue­ blo a otro distinto, epim erism ós, con la obligación com unitaria para sus veci­ nos de cultivarlas y la responsabilidad conjunta del debido cumplimiento de las contribuciones. En el transcurso del tiempo la responsabilidad de la epibolé pasó de ser personal a ser comuni­ taria, en el caso de que el contribuyente huyera, de m od o que los vecinos se corresponsabilizaban de los tributos im­ pagados. De esta form a se fue tejiendo una sutil m alla que atrapó a gran parte de la población. La política flavia q uedaba reflejada en el m encionado edicto de Tiberio

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Julio Alejandro, así com o en el edicto del prefecto de Egipto M arco Metió Rufo del año 89 (F IR A , I, 60). A tenor de ellos, así com o de censos y catastros del siglo II que nos inform an sobre realidades precedentes y del G nom on del ideoslogos (Vademécum de los fun­ cionarios imperiales), de mediados del mismo siglo, probablem ente ordenaron una severa verificación de los títulos jurídicos existentes y pusieron coto a los excesos de los funcionarios, de suer­ te que resultase menos gravoso y lesivo para las com unidades egipcias y para los campesinos el pago de los tributos, el ejercicio contra su voluntad de deter­ minadas funciones y la tom a a su cargo de tierras para ponerlas en cultivo. Resultado fue, a lo que parece, una disminución de las tensiones y una administración más eficiente y equita­ tiva, mas en m odo alguno una tra n s­ formación de las estructuras, de m a­ nera que siguió siendo válida para toda la época imperial aquella apreciación de Tiberio que m encionábam os en el párrafo precedente.

3. Corrientes de pensamiento Ignoram os si es cierta la noticia que D ión Casio nos transmite en el sentido de qu e L ic in io M u c i a n o in s i n u ó a Vespasiano la conveniencia de deste­ r ra r a los filósofos de R o m a en razón de su autosuficiencia y cierta a rrogan­ cia (Epítome del libro LXV; LXVI, 13). Lo c i e r t o es q u e , s e g ú n e sta f u e n te , t o d o s los f iló s o f o s , e x c e p to Musió Rufo, sufrieron el exilio. Los datos que tenem os sobre tal medida vespasiana son muy parcos. El mismo h i s t o r i a d o r n o s dice q u e d e p o r t ó a Demetrio, a Hostiliano, que m andó a zotar a Diógenes y que Heras fue decapitado. Los cuatro eran cínicos. C oncuerdan D ión Casio y Suetonio (Vespasiano, 15) en él destierro y pos­ t e r i o r e je c u c ió n de H e lv id io P ris c o , p r e s u n t o e s t o ic o . T á c i t o s ile n c ia la

noticia, quizá porque está utilizando fuentes proflavianas. ¿Podemos inferir de tan escasas noticias que los filóso­ fos conocieron el destierro en los días de Vespasiano? Vespasiano cultivó la amistad de los estoicos Trásea Peto, B a r e a S o r a n o y u n ta l S e n c io , así como la del neopitagórico Apolonio de Tiana, la de D ión de P rusa y la de Eufrates de Tiro, y mal se aviene un talante filosófico con la expulsión de los filósofos. La clave para explicar la a f ir m a c i ó n de D ió n C a s io nos la ofrece este mismo a propósito de Hel­ vidio Prisco, que tiene su confirma­ ción indirecta en Tácito. Vespasiano detestaba a Helvidio por subversivo, p o r sus f r e c u e n te s d e n u n c i a s de la basileía imperial, por sus elogios a la dem okratía. Poco sabemos de Helvidio Prisco durante el principado de Nerón, hijo de un primipilo y yerno de Trásea Peto (cuya personalidad tan bien ha trazado R. Syme), fue tribuno de la plebe en el 56, año en que acusó al cuestor del erario Obultronio Sabino de a b u s a r de los in d ig e n te s . N a d a s a b e m o s de él p o r e s p a c io de diez años, hasta que en el 66 fue desterrado como tantos otros, mientras su suegro viose forzado al suicidio. Retornó a R o m a durante el principado de Galba (cuyo cadáver enterró con la anuencia de Otón), al igual que otros desterra­ dos por Nerón. Fue pretor en el 70 (Tácito nos ofrece un perfil biográfico suyo en H istorias, IV, 5-6; se equivoca al decir que era cuestor). Recién retor­ nado a R o m a estuvo buscando la per­ d ic ió n de E p r i o M a rc e lo , e lo c u e n te o r a d o r , a c u s a d o r y c a u s a n t e de la muerte de su suegro, sin conseguirla. Al a d v e n i m i e n t o de V e s p a s ia n o se c o m p o r t ó p o lí t i c a m e n t e d e sd e u n a «perspectiva senatorial», actitud radi­ c a lm e n t e c o n t r a r i a al p e n s a m ie n to p o lític o de V e s p a s ia n o , n ítid a m e n te expresado en la lex de imperio. Es natural, por consiguiente, que ni con­ geniaran ni se entendieran. U n o de sus p r i m e r o s g e s to r fue

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reiterar la denuncia de Eprio Marcelo ante el Senado cuando Vespasiano no tenía intención alguna de realizar tal tip o de d e p u r a c i ó n . C o m o h o m b r e desvinculado de la vieja aristocracia senatorial (a diferencia de Galba, Otón y V ite lio ), el in te r é s de V e s p a s ia n o radicaba, al margen de sus amistades filosóficas, en rodearse, en salvar y promover a cuantos colaborasen con él, fuesen o no filósofos, culpables o inocentes de pasados delitos. No pros­ peró, pues, la denuncia de Helvidio porque Eprio estaba presto a acom o­ darse a la circunstancia presente por mucho que ad m irara el pasado: ulte­ riora mirari, praesentia sequi (H isto­ rias, IV, 8). Sí, en c a m b i o , la de M u s o n i o R u f o c o n t r a P u b li o C é le r para vindicar la m em oria de Barea S o r a n o ; p e r o H e lv id i o P r is c o no estaba dispuesto a acomodarse a la circunstancia presente. Su arrogancia y contum acia quedó p a t e n t e t a m b i é n c u a n d o el S e n a d o decidió enviar legados a Vespasiano para notificarle los honores y prerro­ gativas acordadas a su persona. M ien­ tras Eprio M arcelo manifestaba que el Senado debía atenerse a la tradición según la cual se sacaban a sorteo los d e s i g n a d o s , H e lv id io s u s t e n t a b a el parecer de que fuesen elegidos por los magistrados, de suerte que sólo los intachables (inocentissim i) compusie­ ran la em bajada, evitando así que el azar enviara a Vespasiano como lega­ dos a acusadores de ilustres personajes ( c o n lo q u e a p u n t a b a a E p r io ) al tiempo que serviría de advertencia al príncipe en el sentido de que conociese a quiénes tenía el Senado en conside­ r a c ió n y q u ié n e s s e r ía n los b u e n o s amigos que se le ofrecían, el mejor ins­ trum ento de un buen gobierno. T a m ­ p o c o en e s ta o c a s i ó n p r e v a le c ió su opinión. T ranscurridos seis meses aproxim a­ d a m e n te , el 21 de j u n i o , y c o in c i­ diendo con el solsticio de verano, se inició la reconstrucción del templo de Júpiter en el Capitolio, arrasado por

67 las llamas en la noche del 19 al 20 de d ic ie m b r e del a ñ o a n t e r i o r , y que Tácito describe con un lenguaje tal que el relato parece sacado de algún docum ento de naturaleza religiosa. De nuevo nos topam o s con la «perspec­ tiv a s e n a t o r i a l » de H e lv id io . P r o ­ p u g n ó , en su c a l i d a d de p r e t o r , la reconstrucción del templo a costa del E s t a d o , p e r o sin m e n o s p r e c i a r la ayuda de Vespasiano. Su propuesta fue i g n o r a d a y p a s a d a en sile n c io , manifestándose así el grupo senatorial com pacto y proflaviano y el carácter peligrosamente independiente de Hel­ vidio. Es más, no consiguió el pro ta­ gonismo que deseaba en tan ceremo­ niosa reconstrucción, pues Vespasiano la encargará a su vuelta a R o m a en octubre de ese año a Lucio Vestino, del o r d e n e c u e s t r e y p r o v in c ia l , de Vienne, y el príncipe en persona parti­ cipará en las primeras operaciones de desescombro. Helvidio no colaboraba con Vespa­ siano; por eso quizá, por su activa y altiva actitud opositora, por no querer doblegarse a la circunstancia presente, y al margen de su credo ideológico, será condenado. No parece probable que Vespasiano tuviera algo contra los filósofos; es incluso condescendiente con ellos mientras no atenten contra los principios constitucionales recogi­ dos en la lex de im perio, o contra la p o lític a a d m i n i s t r a t i v a q ue lleva a cabo. Tal fue el caso de Demetrio el cínico que nos citan D ión Casio y Suetonio. Si aceptamos la biografía de Apolonio debida a Filóstrato como docu­ mento histórico fiable, a salvo la natu ­ raleza de la obra, compleja, de carác­ ter aretalógico, biográfico y novelesco, cultivó D em etrio la amistad del neopitagórico Apolonio, arremetió contra los u s u a r i o s de u n g im n a s io recién c onstruido p or N erón en R o m a en el 61 porque suponía un derroche desme­ surado y porque m inaba el vigor de quienes lo recuentaban, lo que le valió el destierro y porque m inaba el vigor

68 de quienes lo frecuentaban, lo que le valió el destierro de R o m a , a la que volvió años más tarde. En el 66 nos lo encontram os departiendo con Trásea Peto «sobre la naturaleza del alm a y la separación del espíritu y el cuerpo» cuando le llegó a éste la noticia de su condena a muerte, m o m e n to en que hubo de sufrir el destierro ju n to con otros. C on la llegada de Vespasiano al p o d e r r e t o r n ó a R o m a y v o lv ió a conocer el destierro, pero, tras la con­ dena, de nuevo regresa a la ciudad y, aun cuando era un insolente, recibía como única respuesta del príncipe el in s u lto de « p e rro » . P e r m a n e c i ó en R o m a hasta los días de Domiciano, en cuyos últimos años lo encontram os en Puteoli (Puzzoles), Demetrio no su­ puso gran peligro p ara los flavios; era, eso sí, incordiante, molesto, fastidioso, y por ello sufrió los destierros. A d e m á s de los i n d i v i d u o s c o m o Helvidio Prisco, quienes no debieron hallarse seguros fueron quienes pulu­ laban por todos los rincones de la ciu­ dad y n a d a bueno enseñaban con su g a r r u l e r í a c u a n d o se d ir i g ía n a un público de ínfima condición socioeco­ n ó m i c a (e s c la v o s , m a r i n e r o s , etc .); filósofos callejeros que traficaban con las n e c e s id a d e s de su a u d i t o r i o tal como los describe D ión de P iu sa en su discurso a los alejandrinos (Discurso XXXII). Los cínicos, en suma, aque­ llos de quienes D ión Casio nos da noticia. De signo distinto son los estoicos, q u e , d e sd e el p r i n c i p a d o de N e r ó n hasta M arco Aurelio (Séneca, Musonio Rufo, Epicteto y el propio Marco Aurelio son los principales jalones), evolucionan hacia el misticismo y la ascesis a la misma velocidad que la teurgia y la magia (convendría recor­ dar que Petronio, con su Satiricon, es coetáneo de Nerón, y Apuleyo, con sus obras, lo es de M arco Aurelio). ¿Qué ha ocurrido en esos años por los que discurre la dinastía flavia? C errada la crisis del 68-69, R om a conoce de nuevo la paz (recuérdese la

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construcción del tem plum Pacis por Vespasiano), a la que no alteran las guerras, localizadas y controladas; la agricultura, nunca en baja, conoce un auge y un florecimiento que repercute y redunda en el fortalecimiento del orden dirigente de las ciudades pro­ vinciales, de Italia y de R o m a, al igual q u e la i n d u s t r i a y el c o m e r c io ; las finanzas imperiales están saneadas, el dinero, en fin, corre p or los núcleos urbanos, municipios y colonias; se eri­ gen o r e c o n s t r u y e n m o n u m e n t o s , a veces grandiosos, y no sólo en R o m a o sufragado p o r el erario público. La s o c ie d a d r o m a n a p a r e c e t r a n s c u r r i r po r un oasis de dicha. En este con­ t e x t o , el p r i n c i p a l o b je tiv o qu e e n ­ cuentra la población u rbana, poderoso sostén del régimen y con abundancia de num erario p a ra gastar y despilfa­ rrar producido por una masa laboral ingente e indigente p ara una minoría ociosa que d o m in a y posee los medios de producción, el principal objetivo, digo, era la vida placentera que ine­ x orab lem ente conducía a u n a b úsq ue­ d a de nuevos goces que fuesen distin­ tos de los de ayer disfrutados, finalizan­ do en el hastío, cansado el hombre de tan frenéticos empeños. Gozado este mundo, en medio de un nulo o raquíti­ co se ntim iento in te rio r espiritual la b ú s q u e d a se d ir ig e , a c o n t i n u a c i ó n , hacia aquellos idearios y religiones que ofreciesen algo verdaderamente nuevo y diferente, radicalmente distinto de la l o c u r a del p la c e r . E s to e x p lic a , en cierta medida, el auge de la teúrgia, de la magia, de las religiones mistéricas y s o t e r i o l ó g i c a s , de f o r m a s de p e n s a ­ miento y de vida más nobles que con­ viven arm oniosam ente con un a nutri­ da producción sofística. H abía dónde elegir p a ra satisfacer las necesidades y gustos personales. El estoicismo de los flavios y de los antoninos, desde los días de N erón al m e n o s , es u n a c o r r i e n t e de p e n s a ­ miento que caracteriza a una sociedad urban a, burguesa, mesocrática (a dife­ rencia del estoicismo republicano que

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Los Flavios

Vía de los Augustales. Pompeya

es elemento definidor casi exclusivo del segmento aristocrático de la socie­ dad), se halla tintado de una fuerte impregnación religiosa y realza uno de los aspectos básicos de la Estoa, la m oralidad, la necesidad de unas p au ­ tas de conducta, de un sometimiento a la razón, de una libertad interior; ése es el objetivo del sabio, del filósofo, pues mediante él alcanzará la perfec­ ción del espíritu y se hallará ajeno a las pasiones perturbadoras e irracio­ nales. Ajeno a las diatribas de los cínicos y a la ascética y crítica actitud ante los poderes públicos de los neopitagóricos es M usonio Rufo, uno de los estoicos m ás n o t a b l e s del p e r í o d o f la v io y maestro de Epicteto. Revalorizó un elemento clave p a ra la comprensión de la sociedad y de la política que le tocó vivir, el cosmopolitismo, la idea de la fraternidad universal, fundamento úl­ timo de la doctrina estoica, que con­ duce a suscitar en los individuos la hum anitas, esto es, la conciencia de

pertenencia en pie de igualdad de to ­ dos a una misma com unidad. De esta forma M usonio daba cumplida form u­ lación ideológica a un hecho social emergente y estimulado por la dinastía flavia: la mesocracia com o m otor y objetivo al mismo tiempo de la socie­ dad rom ana. El cosmopolitismo de Musonio no es nuevo, ciertamente. Ya Z enón de Citium (Chipre, 336-264 a.C.) decía en un tratado sobre el Es­ tado (Politeia) que no nos ha llegado que lo hom bres no debieran regirse por leyes diferentes en ciudades y co­ munidades distintas, sino por unas mismas instituciones en el seno de una misma com unidad (Plutarco, Sobre la fo rtu n a y virtu d de Alejandro, 329 F); pero la fraternidad y universalidad, revalorizando el papel del matrimonio, de la mujer, el trabajo manual (sobre todo el agropecuario), las sitúa M uso­ nio en el centro de sus reflexiones como pocos, d urante el estoicismo de la época del Principado, las situaron. Expulsado por Nerón, se vio obligado

70 a trabajar en la excavación del istmo de Corinto, y volvió a sufrir el destie­ rro en los días de D om iciano en la isla de Giara, en las Cicladas. No está de más recordar que, muy influido por la cultura grecohelenística, escribió en griego. D estacada figura neopitagórica fue Apolonio de Tiana, Capadocia, que tras u na vida nonagen aria debió de morir en el principado de Nerva. No dejó huellas en sus días, pues las fuen­ tes contem poráneas le silencian, y las posteriores son escasas si exceptuamos la b i o g r a f í a de F i l ó s t r a t o . S im p l e ­ mente le cita Luciano en el 180 A le ­ ja n d ro el fa lso profeta, 5); Dión Casio en dos ocasiones, en la prim era (epí­ tome del libro LXVII, Xifilino, 18), anunciando Apolonio a los efesios el asesinato de Dom iciano en el m om en­ to p r e c is o de p r o d u c i r s e en R o m a (cf. F i l ó s t r a t o , V ida de A p o lo n io , VIII, 25-26), en la segunda menciona D ión Casio la estima en que le tenía Caracala, quien erigió en su ho n o r un heróon (epítome del libro LXXVII1, Xifilino, 18); Orígenes simplemente le cita en su C ontra Celso a propósito de o tr o s b ió g r a f o s s u y o s, M e r á g e n e s y Eufrates de Tiro (VI, 41), y ya a fines del siglo IV la H istoria A u g u sta en la vida de A lejandro Severo (29), quien tenía en su larario su efigie al lado de las de algunos preclaros emperadores divinizados, de Cristo, de Orfeo y de A brahán , y en la vida de Aureliano (24 y 25), quien respetó la ciudad de Tiana cuando se disponía a arrasarla accediendo a las indicaciones de A p o ­ lonio, que se le apareció. P a ra unos, es el caso de Luciano, era un charlatán como el propio Alejandro Abonoteico o Peregrino P roteo; para otros, Oríge­ nes, un brujo; en los círculos paganos de los Severos gozaba fama de hom bre divino, y si debemos hacer caso a las H istoria A u g u sta siguió gozando de ella a lo largo del sigk) III. C on te m p o­ rán eo s suyos, com o M erágenes y Eufrates, debieron pro palar la especie de su c harlatanería y falacia, con la

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que engañaba, com o de los cínicos se decía, a las multitudes. Difícil es, por tanto, trazar su perfil hum an o, pues p a r a ello p r i m e r a m e n t e h a b r í a q ue discutir la fiabilidad de la biografía de Filóstrato, más interesado, al parecer, en r e h a b i l i t a r su f ig u r a t a c h a d a de magia y brujería, p or consiguiente una biografía sesgada, que en ofrecernos la complejidad de su vida. De todas for­ mas, es opinión com ún en la historio­ g r a f ía a c t u a l su i n c o n f o r m i s m o , su aspecto descuidado, su preocupación por la búsqueda de la verdad y la sin­ ceridad de sus palabras; todo lo cual hacía de él un hom bre difícilmente tra ­ table, molesto p ara los poderes públi­ cos. R eprochó a N erón su afán de novedades, el luxus que le consumía y fom entaba su crueldad, su carencia de moderación, lo que le valió que Ofonio Tigelino le incoara un proceso que no prosperó. Decía de N erón que es posi­ ble que supiera tem plar una cítara, pero que cubrió de ignominia su prin­ cipado por aflojar o apretar demasia­ do. La imagen ebria y lujuriosa de Vitelio concuerda con la que nos transm i­ ten Tuetonio y D ión Casio. De Vespa­ siano predica la equidad como equili­ brio y alaba su laboriosidad, aspecto que resalta tam bién Suetonio y Dión Casio. En el diálogo que sostiene con Vespasiano en Alejandría, se muestra partidario de la basileía de carácter dinástico, la que en definitiva im plan­ tó, concordando de nuevo con Sueto­ nio y D ión Casio. Encomia la m odera­ ción de Tito (aspecto que resaltan otras fuentes, Flavio Josefo, por ejemplo), y critica públicamente el régimen despó­ tico y los desmanes de Domiciano, alentando a preclaros senadores como Salvidieno Orfito, L. Verginio Rufo y el futuro príncipe Nerva a que se m ani­ festasen por la causa de la libertad y de la m oderación. A propósito del edicto de D om iciano prohibiendo la castra­ ción (a. 82) y del decreto impidiendo la plantación de nuevos viñedos y limi­ tand o los existentes (a. 92), dijo que D om iciano respetaba a los hombres

Los Flavios

pero que castraba a la tierra. Su indu­ m entaria era inconfundiblemente pita­ górica, lo que le valía u n a continua sospecha de brujo: larga cabellera, b arb a no rasurada, su m a n to de fibras vegetales (lino), en vez de la utilización de la lana, su calzado de corteza; a lo que h ab ría que añadir su desprecio por la cultura latina, actitud com partida por amplios sectores griegos. Entre sus amistades más sobresalientes hemos de resaltar a D ión de Prusa, de quien nos ocuparemos a continuación. H om bre religioso, pretendía la implantación de la justicia, el respeto a las leyes y una comprensión del género hum ano; des­ preciaba la ostentación de las riquezas, que no la posesión de las mismas, y consideraba el poder no com o una herencia, sino como un premio a la vir­ tud. La sociedad tiene necesidad de un príncipe, decía, que se com porte como un pastor justo y prudente (teoría que desarrollará D ión de Prusa), y encomiable es quien gobernando anárqui­ camente lo hace en beneficio de la comunidad; pero se oponía al principio del princeps legibus solutus, pues la ley había de im perar sobre el príncipe. Sólo así, sin violar las leyes, podría legislarse con mayor prudencia. T o m a n ­ do como base la biografía de Filóstrato, tenemos que A polonio es un espécimen filosófico en línea con lo predicado por la Estoa de época impe­ rial, que en el plano político se traduce en un rechazo del Principado tal y como se practicaba, esto es, desde la perspectiva de la lex de imperio, norte y guía de actuación de los Flavios; por ello mismo su presencia afectando a los círculos del poder resultaba irritante. De signo c o ntrario a los cínicos, estoicos y neopitagóricos, que co m p o­ nen ya en esta época un m agm a doctri­ nario que impide u n a neta diferencia­ ción de escuelas y sectas en quienes postulaban la pertenencia a tal o cual corriente de pensamiento, de signo con­ trario, digo, son los integrantes de la Segunda Sofística, pues en nada, o apenas algo, afectaban a los principios

71 del Principado reinaugurado por Ves­ pasiano, ya que dirigían sus energías fundam entalm ente a ag radar y halagar un auditorio que, complaciente, les es­ c u c h a b a . F u e el p r o p i o F i l ó s t r a t o quien acuñó el no m b re de Segunda S ofística, cuyas n o ta s c a ra c te rís tic a s eran el arcaísmo en el lenguaje y en los temas, d en ota nd o con ello un a cons­ c ie n te p r e o c u p a c i ó n p o r el p a s a d o griego, así com o u n a manifiesta insa­ tisfacción por la situación política pre­ se n te en las d iv e r s a s c o m u n id a d e s helénicas. De los sofistas de época flavia des­ tacamos a Nicetes de Esmirna, adine­ rado y benefactor de su ciudad natal, quien sacó a la retórica del estado de po stración en que se h allab a y a quien admiró Nerón; tuvo com o alumnos, entre otros, a Plutarco, Plinio el Joven y Escopeliano. El sirio Iseo, admirado por Plinio y de quien Juvenal dijo en u n o s v e r s o s d e s p e c ti v o s a t o d o lo griego en su tercera sátira que era un t o r r e n t e de p a l a b r a s , E s c o p e lia n o , procedente de u n a familia sacerdotal y adinerada que ostentaba, como él a su debido tiempo, el sumo sacerdocio de A sia (a rc h ie re ú s), fue d is c í p u lo de Nicetes y, com o él, profesó en Es­ m i r n a , a c a p a r a n d o la a t e n c i ó n de egipcios, sirios, fenicios, capadocios, de la provincia de Asia e incluso de la ju v e n t u d a te n i e n s e , s ie n d o A t e n a s , ju n to con Esm irna, Éfeso y R om a, uno de los principales centros de la Sofística de este período. R epartía su tiempo entre la docencia, la creación literaria (compuso la Gigantíada), la orato ria epidictica, la participación en la vida pública, reconviniendo a sus c o n c i u d a d a n o s e in v it á n d o l e s a la mesura, y la oratoria forense. C obraba por sus clases (rasgo que com parten todos los sofistas que se dedicaban a la enseñanza aun cuando procedían en su mayoría de familias ricas). Tal era el predicam ento de que gozaba que en o c a s i ó n d el d e c r e t o de D o m i c i a n o prohibiendo la plantación de viñedos y obligando a la erradicación de parte

72 de los existentes (a. 92), m edida que afectaba seriamente a gran parte de la p r o v i n c i a de A s ia , la p r o v i n c i a le escogió sin discusión p ara que interce­ d ie n d o a n te el p r í n c i p e , l o g r a r a la revocación del decreto. Y lo consiguió. No fue la única de las em bajadas de Escopeliano por encargo de las ciuda­ des de A sia . V ia je r o , c o m o t a n t o s otros sofistas,^ fue huésped del padre de Herodes Atico, otro ren om brado sofista del siglo II, de quien fue maes­ tro, así com o de Polem ón, quien ta m ­ bién alcanzó gran renombre. Solici­ taba su presencia en distintas ciudades para que las realzara con sus clases y sus discursos, rechazaba tales invita­ ciones, como en cierta ocasión la de Clazomena, pues por nada cam biaba a Esmirna. Apolonio de T iana lo tenía en gran estima. D ión de Prusa, de noble y adinerada familia y también conocido como Crisóstom o, se tras­ ladó a R o m a en el principado de Ves­ p a s i a n o , d o n d e e n s e ñ ó r e t ó r i c a al t ie m p o q u e e n t r ó en c o n t a c t o con M usonio Rufo. C om o Escopeliano y t a n t o s o t r o s s o f is ta s , r e p a r t i ó su tiempo entre la docencia, la oratoria y la c r e a c ió n l i t e r a r i a ( c o m p u s o u n a obra d e n o m in a d a Los Getas). M a n ­ tuvo particular amistad con Apolonio de Tiana, quien en cierta ocasión le dijo: «Trata de ag ra d a r con la flauta o con la lira, en lugar de con la pala­ bra», en clara referencia a su estilo epidictico. Sufrió el destierro gober­ nando Dom iciano, y durante catorce años, hasta su regreso a R o m a durante el principado de Nerva, fue viajero in f a t i g a b l e c o n u n a a p a r i e n c i a y talante cínico: había sufrido una con­ versión (fenómeno bien analizado por Nock), y esa actitud radical fue la r a z ó n f u n d a m e n t a l de su d e s t i e r r o . Com o únicos arreos, se llevó al exilio d o s l i b r o s , el F e d ó n , de P l a t ó n , y Sobre la em bajada, de Demóstenes. D u r a n t e e s to s a ñ o s de d e p o r t a c i ó n estuvo entre los dacíos, cuyo conoci­ m i e n to le s ir v ió p a r a c o m p o n e r la o b r a a l u d i d a , p e r o D o m i c i a n o le

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prohibió la en tra d a en Bitinia, su tie­ rra natal, ante el tem or de que su acti­ vidad fuera motivo de altercados y disensiones, crecientes día a día, tanto en el seno de las comunidades como entre ciudades griegas; situación social que se aprecia en la producción sofís­ tica (la recordábam os al mencionar a Escopeliano) y en la suya en concreto con discursos de reconvención a rodios, atenienses, nicomedios, apameos, e t c é t e r a , y a la q u e p a re c e q u e la dinastía flavia prestó indebida aten­ ción a juzgar po r el estado endémico de stasis de las ciudades griegas, nota do m inante en el siglo siguiente, pero que es patente ya. S in á n im o de e n t r a r en m a y o re s profundidades, y como mero apunte, bástenos decir que los sofistas fueron manifestación fehaciente de una so­ ciedad ociosa, mejor, de una burguesía adinerada y ociosa. Los sofistas fueron unos consum ados maestros de la o ra­ toria epidictica, pues se esforzaban por deleitar a su ocioso auditorio no tanto c o n la f u e r z a de la a r g u m e n t a c i ó n como con el vigor y belleza de las palabras, que apreciamos, por ejem­ plo, en los encomios paradójicos (he aquí algunos títulos: Elogio del pelo, del m osquito, del loro; todos ellos de Dión de Prusa); oratoria que tiene su razón de ser en la ausencia de una real y verdadera participación política de la ciudadanía (el poder político fue uno de los despojos y trofeos de gue­ rra de Vespasiano), por lo que las e n e r g ía s de la e l o c u e n c ia d e r iv a r o n h a c i a te m a s y s itu a c io n e s q u e no i m p lic a r a n p e lig ro p a r a q u ie n e s la practicasen, permaneciendo, por con­ siguiente, ajenos a cualquier audacia o l i b e r t a d re a l de e x p r e s ió n ; o r a t o r i a a l i e n a d a q u e a p r e c i a m o s en los si­ guientes títulos: L a jo v e n violada que p id e la m uerte del violador; Sea con­ denado a m uerte el p ro m o to r de un d is tu r b io y re c ib a u n a r e c o m p e n s a quien le p on g a fin ; Siendo uno m ism o el que lo ha p ro m o vid o y apaciguado, p id e la recom pensa; Panegírico al m ar

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Los Flavios

Egeo. En esa medida se explica, en parte, la revitalización de la sofística que alcanzará su esplendor con T ra ­ jan o y sus sucesores; en gran medida también se explica dicha revitalización p o r el s is te m a e d u c a t i v o i m p e r a n t e para la ju ventud ro m a n a en el cual la r e t ó r i c a y la o r a t o r i a j u e g a n p a p e l nada despreciable, disciplinas que son fundamentales p ara la actividad sofís­ tica (advirtamos, de paso, que R o m a siempre dinamizó lo que acogía, en este caso la sofística de m anos de sus prácticos que recalaban en la ciudad durante estancias más o menos p ro­ longadas). Digamos, por último, que los sofistas, por su cosmopolitismo y merced a su continuo peregrinar hacia R om a, difundieron la herencia cultu­ ral g r e c o h e le n ís ti c a h a s t a e x t r e m o s vV!

como siglos hacía que R o m a no la conocía; todo ello hará de la capital del Principado, en el siglo II, y ya lo e r a en é p o c a f la v ia , u n i m p o r t a n t e c e n tr o c u l t u r a l : S y r u s in T ib e rim deflu xit Orontes.

4. Educación H ablar de la educación en R o m a en la segunda mitad del siglo I tiene su r a z ó n de ser p o r d iv e r s o s m o tiv o s , entre los que sobresalen la figura del C a la g u r r i ta n o M a r c o F a b i o Q u i n t i ­ lia n o , el m ás a f a m a d o m a e s t r o de retórica en la historia de R o m a, por el sesgo que to m a la enseñanza (y la t r a s c e n d e n c i a q u e é s t a tie n e en la sociedad flavia), y p or la interacción

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M osaicos del cuartel de los bom beros (vigiles de Ostia)



74 existente entre la misma y la sofística y la filosofía. Se nos h a conservado un buen plantel de ren om brad os rétores y gramáticos en las fuentes con tem po rá­ neas (Suetonio, S obre los Gram áticos y R étores que se complem enta con la Crónica de San Jerónim o; el Diálogo sobre los oradores, de Tácito; los Epi­ gramas, de Marcial; las Sátiras, de Juvenal y los doce libros Sobre la f o r ­ m ación del orador, de Quintiliano, en­ tre otras). Además de en R om a, no fal­ taron los gramáticos y rétores en los municipios y colonias de Italia y en las provincias occidentales, en las Galias, Hispanias y África. Quintiliano exce­ dió a todos ellos. Tras estudiar en Rom a, regresó a la Citerior para retor­ nar a la ciudad E terna con Galba. Fue el primer rétor que obtuvo la cátedra de retórica latina instituida por Vespa­ siano con un salario anual de 100.000 sestercios pagados p or el propio prín­ cipe (e fisco). De él dijo Juvenal que percibía 2.000 sestercios anuales por alum no, y en ta n ta estima lo tuvo Dom iciano que le encom endó la edu­ cación de sus dos sobrinos, hijos de Flavio Clemente, y le otorgó los orna­ m enta consularia. No contento Vespa­ siano con d otar a R o m a con dos cáte­ d r a s de r e t ó r i c a , u n a l a t i n a y o t r a griega, eximió además, como hemos dejado dicho anteriorm ente, a quienes ejercían la docencia (m agistri [ludí], gram m atici, rhetores [oratores]) de los m unera municipales (Suetonio, Vespa­ siano, 18; D ión Casio, Epítome del libro LXV; LXVI, 12; Fontes furis R om ani A n teiustiniani, I, 73 [edicto de Pérgamo]; Digesta, 50, 4, 18, 30); política educativa que, tras los flavios, continuaron H adriano, ratificando las exenciones, y M arco Aurelio, con la creación de la prim era cátedra de retó­ rica pagada por el Estado en Atenas (año 176). ¿Cuál fue el alcance y signi­ ficado de este gesto de Vespasiano? Se trataba de un reconocimiento oficial a la cultura, ciertamente, pero al mismo tiempo la aherro jaba p o r la dependen­ cia económica al príncipe de quienes

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d e s e m p e ñ a s e n ta n p re stig io s a s c á te ­ dras. Vespasiano no era un hom bre culto (como sí lo fue, po r ejemplo, Nerón, o sus hijos Tito y Domiciano; a c o s t u m b r a b a a d e c ir p lo s tr a , no p la u s tr a ( S u e to n io , V espasiano, 22); c h o c a r r e r o y c o n g r a n s e n tid o del hu m o r (recordemos su italum fa cetu m ; se estaba m uriendo y dijo a los presen­ tes: «¡Ay de mí!, creo que me estoy co n v irtie n d o en un dios»). H om b re práctico y concreto, más preocupado por la administración del Imperio y la milicia que por la literatura, no parece que hubiera en él un espíritu altruista, filantrópico, evergético para explicar su «preocupación» por la cultura. El fin que perseguía era domesticar la elocuencia, como se lamenta Tácito en el Diálogo sobre los oradores: «La dis­ ciplina política impuesta por el prín­ cipe había conseguido domesticar la elocuen cia», re firié n d o s e a A u g u sto , pero que es extensible a sus sucesores. L a e d u c a c i n s u f r ió u n a p r o f u n d a r e n o v a c ió n f in a liz a n d o la R e p ú b lic a c o n Q u i n t o C e c ilio E p i r o t a , lib e r to que fue de Tito P o m po nio Ático y pedagogo de su hija, al introducir el e s tu d io de los p o e ta e n o u i, de los e s c r it o r e s , p o e t a s s o b r e t o d o , vivos aún. Lucano penetró en las escuelas inmediatamente después de la publica­ ción de sus obras; la Tebaida, de Esta­ d o , la e s t u d i a b a d i lig e n te m e n te la juventud de sus propios días; los maes­ tros recitaban a Persio a sus discípu­ los; Marcial se preguntaba si cambiar de ocupación y dedicarse a la co m p o ­ sición de tragedias o poemas épicos para que un jactancioso con afectada voz los leyese a sus alumnos. Séneca gozaba del favor y admiración de la juventud. C o ntra esta tendencia inno­ vadora reaccionó Quintiliano, preten­ diendo im primir un nuevo sesgo a la educación. Era su idea introducir en los espíritus de los adolescentes aires de m oralidad y alejarles de lecturas que rezum aban sensualidad cuando no lascivia. Su meta era forjar hombres íntegros, con sentido ético, y a tal fin

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volvió sus ojos a Virgilio, Horacio, Salustio y Cicerón (en idéntico sentido se expresa Vespasiano en el mencio­ nado edicto de Pérgamo: h oi tas néon psidiás p ro s hem ero teka k a í p o litik é n aretén paidéusin). ¡No cuajaron sus propósitos. Pretendía volver los ojos al pasado!: ne uarietur, para que nada cambiase, o para decirlo más explíci­ t a m e n t e , p a r a g u i a r a la ju v e n t u d ro m a n a p o r las veredas, inanes y fúti­ les, de la cultura fo m entad a desde el poder. Gramáticos y rétores, y Quinti­ liano como suprem o guía de la juven­ tud, p ro pu gn aban u n a educación alien a d o r a y el b u e n g r a m á t i c o q u e d a cabalmente reflejado en aquellos ver­ sos de Juvenal con los que cierra su s é p tim a s á tir a : « Q ue s e p a c ó m o se llamaba el aya de Anquises, cuál fue el nombre y la patria de la m adrastra de Anquémolo, cuántos años vivió Acestes, cuántas medidas de vino siciliota dio a los frigios.» U n a gramática, en suma, erudita. El último peldaño de la educación lo costituía el estudio de la Retórica que, como la Gramática, era de carac­ terísticas alienadoras y epidicticas y tenía como propósito la preparación de los jóvenes para la vida forense y la b u r o c r a c ia ; u n a f in a lid a d e m in e n te ­ mente práctica, pues ya en el foro no se ventilaban causas de contenido o alcance político. P a ra el Calagurritano, el ora d o r es un uir bo n u s dicendi peri­ tus (la frase la tom a de Catón, Sobre la fo rm a c ió n del orador, 12, 1, 1), que tiene que poner to d a su preparación y elocuencia al servicio del Estado, bus­ cando en todo m o m en to la utilidad al régimen, anteponiendo a lo justo y lo bueno lo que la circunstancia política p re se n te , c o n d ic io te m p o r u m , exige (de aquí a la delación sólo hay un paso). P o r su parte, Tácito calificaba la e l o c u e n c i a de sus d ía s de v a n a , cuando no inexistente, pues los rétores h a b í a n d e s t e r r a d o la e n s e ñ a n z a del Derecho y de la Filosofía al reducirlas a unos pocos y menguados conceptos que degradaban la elocuencia. El sis­

75 t e m a de e n s e ñ a n z a e r a m e r a m e n t e formal, técnico y, además, absoluta­ mente desconectado de la cotidiana realidad; se ejercitaban en redacciones, en la práctica de la verosimilitud o inverosimilitud de determinadas situa­ ciones o temas, en el elogio y censura de afamados varones, en el desarrollo de tópicos, p ara finalizar con la com­ posición de suasorias y controversias (exhortaciones y debates). Tales temas no despertaban el más mínimo interés o emoción y su gusto por la fantasía irreal, lo inverosímil, su alejamiento de la cotidianeidad nos hablan de u na cul­ tu ra adormecida, aletargada, pues los personajes de tales temas y situaciones eran puras sombras; incluso el tópico del tirano, utilizado p ara las c ontro­ versias, está absolutam ente desvitali­ zado, no p e rturba n do al poder polí­ tico. Dom iciano ni se inmutaba. El hecho de que m a n d a r a m a ta r a M a ­ terno por un a de estas controversias no deja de ser un caso aislado. Vea­ mos lo que dice Tácito respecto a la enseñanza de la retórica: «Ahora llevan a nuestros m ucha­ chos a las escuelas de esos que llaman retóricos (...) en las que no me sería fácil decir si provocan m ayor perjuicio a sus dotes naturales el propio lugar, las condiciones o el tipo de estudios. Pues en el lugar no hay n a d a digno de respeto: todos entran allí con igual grado de ignorancia; nada aprovecha­ ble hay en los condiscípulos, puesto que los niños hablan ante un auditorio de niños y los jóvenes ante los jóvenes sin ningún riesgo de crítica. Las mis­ mas prácticas son, en gran parte, con ­ traproducentes. En efecto, dos clases de temas se tr a ta n con los retóricos, las suasorias y las controversias. De ellas, aunque las suasorias son claramente más ligeras y exigen menos juicio —se ponen en m anos de los niños— y las controversias se asignan a los mayores, ¡por los dioses, qué pobre calidad y cuán inverosímilmente están compues­ tas! Y, po r si fuera poco, a estas m ate­ rias, que chocan con la realidad, se les

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une un estilo declamatorio. Y así su­ cede que “ los premios de los tiranicid as”, “la situación crítica de las mujeres violadas”, “los remedios para una pes­ te”, “los incestos de los hijos con sus m adres” o cualquier otro tem a que se tra ta a diario en la escuela, raras veces o nunca se discuten en el foro con estas palabras altisonantes.» ( Diálogo de los oradores, 35. Trad, de J. M. Requejo). Además, la retórica no sirve a la vida política, pues ésta no existe p ara la ciu­ dadanía. Antes, hace decir Tácito a V ip s ta n o M é s a la ( i m p o r t a n t e f u e n te p ara el libro III de las H istorias, pues estuvo al frente de la legión VII Clau­ diana en Italia, en el 69), la elocuencia abría las puertas a los cargos públicos y p ro p o rc io n a b a renom bre político a los oradores. En los días de la dinastía fla­

via, a falta de vida pública participativa, la retórica forense había quedado restringida a una declamación oratoria p ara conseguir de los jueces benevolen­ cia y equidad para los encausados en procesos de poca m onta y en absoluto políticos, como acabo de señalar. No hay foro, ni política participada; no hay elocuencia, y la existente carece de sentido y virtualidad. Son evidentes los puntos comunes de la retórica y la sofística. Recorde­ mos que a los rétores les denom inaban los griegos sophisteís y que unos y otros son los indiscutidos representan­ tes de la «cultura oratoria», precisa­ mente la que emerge con fuerza en la segunda m itad del siglo I (una vez uti­ liza Juvenal el término sophistae en su acepción de rétores, Sátiras, VII, 167).

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De otro lado, los rétores rivalizaban con los filósofos (cultura oratoria ver­ sus cultura filosófica) en la disputa de la juventud y en su afán por descalifi­ car al contrario y arrebatarle el ámbito de la educación superior.

5. Producción literaria El período flavio es im p o rta n te por su producción literaria y por el carác­ ter de la misma que la distingue neta­ mente de la de períodos anteriores. La reproducción y comercialización de la obra literaria no surge, ciertamente, en esta época. Quien primero se dedicó a estos menesteres fue Tito Pom ponio Ático, pero durante los flavios alcanzó a m p lio d e s a r r o l l o . S a b e m o s q u e el libro primero de Marcial (Liber de Spectaculis), algo más de setecientos versos, costaba cinco denarios en edi­ ción de lujo y de seis a diez sestercios en t i r a d a s p o p u l a r e s , y el d e c i m o ­ c u a r t o (X e n ia , c o n j u n t o de le m a s ), doscientos setenta y cuatro versos, se v e n d ía p o r c u a t r o se ste rc io s; pre c io demasiado elevado a juicio del epigramista (Marcial, Epigramas, I, 117; X III, 3). Quien, en vez de pagar y cos­ te a rse un v o lu m e n , q u isie se leer y estudiar gratuitam ente tenía acceso a las bibliotecas públicas que ya Julio C é s a r h a b í a p r o y e c t a d o , a u n q u e la p r i m e r a b ib li o t e c a la f u n d ó A sin io Polión; a continuación, Augusto creó dos nuevas bibliotecas y Domiciano reconstruyó, sin reparar en gastos, las que habían sido consumidas por el fuego durante el principado de Tito, así como repuso los fondos bibliográ­ ficos desaparecidos, m an dando hacer copias incluso de originales existentes en la ciudad de Alejandría (Suetonio, D om iciano, 2). En el siglo IV había en R o m a veintiocho bibliotecas públicas. El género aparentemente predom i­ nante fue la poesía. Debiéramos pre­ guntarnos quiénes callaron y el precio que hubieron de pagar quienes h a ­ blaron: O m nia R om ae cum pretio —

« to d o tie n e su p r e c i o e n R o m a » — ( J u v e n a l, S á tira s, I I I , 183-184). Si exceptuamos a los escritores técnicos, a Plinio el Viejo que (aparte su obra histórica perdida pero en parte utili­ z a d a p o r T á c ito ) e x p u r g ó d o s mil volúmenes p a ra la H istoria natural, cúmulo de datos valioso ciertamente p e ro c o m p i l a d o s sin c r ít ic a y sin método, y a los juristas, de los que algo diremos a continuación, la pro­ ducción literaria que nos h a llegado es poética: Valerio Flaco, Silio Itálico, Marcial y Estacio. Los dos primeros son virgilianos en el peor de los senti­ dos, unos clasicistas a deshora. C on­ cretamente las Punica, de Silio Itálico, poem a épico decía (la A rgonautica, de Valerio Flaco quedó incompleta cuan­ d o m u r i ó d u r a n t e el p r i n c i p a d o de D o m i c i a n o ) c a r e c e n de g ra n d e z a , v ig o r, te n s i ó n y p a t r i o t i s m o . De él decía Plinio el Joven que, aunque cui­ d ad o y pulido, carecía de genio. Es un torpe poema. A la misma estirpe virgiliana perteneció la Tebaida, de Esta­ cio. De tenor completamente distinto son sus cinco libros agrupados bajo el nombre de Silvas. En un a cultura fundamentalmente oral y con una educación que ponía el acento en la declamación, en la crea­ ción poética y en la improvisación, principal atractivo de la oratoria, al decir de Curiacio M atern o en el D iá­ logo sobre los oradores, no es extraña la abundancia de poetas como los que conoció el período flavio. Sus creacio­ nes estaban destinadas a ser declama­ das, cuando no cantadas, por lo que no resultaba igual leerlas —a veces c o n c r a s o s e r r o r e s d e b id o s a los copistas— que escucharlas. Hubo en Roma, al igual que en otras ciudades si bien nuestros testimonios sólo nos hablan de la ciudad imperial, cientos de s a lo n e s q u e c o n g r e g a b a n a un grupo de oyentes p a ra escuchar a los poetas, ávidos de recitar y más aún de recibir aplausos. A algunos, incluso, se les escuchaba. Juvenal nos dice que E s ta c i o c o n g r e g a b a a m u c h a g e n te

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deseosa de oír su agradable voz, que hacía estremecer las bancas con los versos de la Tebaida. Los más preten­ d í a n , sin c o n s e g u i r l o , s a ti s f a c e r su vanidad; de m anera cáustica y fugaz nos lo dice Marcial: Me pides que te lea mis epigramas. [No quiero. No deseas oírlos, Celer, sino recitar tú. (Marcial, Epigramas, I, 63.) En otro de sus epigram as nos dice que un poeta arm ado de su manuscrito es una fiera más temible que la tigresa a la que le han arrebatad o las crías, que la serpiente más venenosa o que el escor­ pión. Hace presa a su víctima en plena calle, le sigue al baño, a la mesa, al dormitorio, le arranca de los brazos de Morfeo. En cuanto aparece, todos h u­ yen de él, nadie quiere sentarse a su mesa ricamente abastecida, se le rehúye como el dios del Sol esquivaba la mesa de Tiestes, se hace en torno a él un enorme vacío, No había quien aguan­ tase tantos y tan pesados recitales. Pli­ nio el Joven se quejaba de la falta de educación de quienes, asistentes a un recital, o bien permanecían en el fondo ajenos a la declamación o bien se levan­ taban durante el desarrollo de la misma para marcharse. Las razones que indu­ jeron a Umbricio a a b a n d o n a r R o m a en el estío eran, además de los desplo­ mes e incendios de las casas, las de evi­ tar tener que a guantar las lectuas pú­ blicas, nos dice Juvenal al inicio de la tercera sátira. Tácito y Juvenal, desde géneros lite­ r a r io s d is tin to s y d if e r e n te p o s ic ió n social y económica, coinciden en afir­ m ar la inutilidad de la poesía y la des­ gracia de ser poeta. La sátira séptima de Juvenal es un excelente reflejo de la época flavia a la que se la puede apli­ car. Se puede ser célebre y afamado, pero carecer de lo necesario para vivir. Los pudientes adm iran y alaban a los poetas, y poco más hacen por ellos cuando, en cambio, tienen que regalar a su am ante o con qué c om prar la

carne p ara su d o m a d o león. N ad a más ba ra to hay p a r a un padre que la edu­ c a c ió n de sus h ijo s (el l a m e n to se dirige tam bién a los gramáticos, réto­ res, leguleyos [ c a u sid ic i], o ra d o re s ): R e s n u lla m in o r is c o n s ta b it p a tr i q uam filiu s. M arco Apro dirá en Diá­ logo sobre los oradores que la poesía no proporciona dignidad ni bienestar material; lo único, la alabanza que por sí sola es estéril. Saleyo Baso, como S errano y tantos otros, fueron cele­ brados poetas, pero sólo eso. Pocos son quienes conocen a los buenos poe­ tas. Los «profesionales de la cultura», los poetas, h an de contentarse con el aplauso; más ganancia reporta una vic­ toria en los juegos, o el oficio de his­ trión que lo que anualmente perciben aquellos. A lo más que pueden aspirar es a ser invitados a la mesa de su patron o quien, ciertamente, establecerá las diferencias desde un principio (S á ti­ ra, V), o que proporcionen una mugrien­ ta casa para poder recitar la última creación y unos cuantos libertos y clientes que, adecuadamente distribui­ dos, form arán la claque, o cierta espo­ rádica cantidad de dinero. Com o caso digno de resaltar, hay que mencionar la actitud de Vespasiano, quien remuneró con ricos donativos y grandes mercedes a prestigiosos poetas, como ya dejamos dicho; concretam ente con 500.000 ses­ tercios a Saleyo Baso. La poesía y las declamaciones públicas no interesaban a la burguesía, como sí interesó a la sociedad aristocrática de los días de Augusto. La clase dirigente era mucho más práctica, menos evergética sobre el particular. Sólo unos pocos elegidos, p o eta e noti, p odían sobrevivir, pero no podían alcanzar m ucho más. A pesar del éxito de los recitales de la Tebaida, Estacio tiene que malvender su p ro ­ ducción a un histrión para tener cierto bienestar económico; el resto, la in­ mensa m ayoría de los poetas, eran unos desconocidos que no tenían d ó n ­ de caerse muertos. Todos ansiaban, pocos lo lograban, alcanzar el p a tro ­ nazgo del príncipe, como Calpurnio

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Siculo lo deseó en los días de Nerón. Todos se veían forzados a unas rela­ ciones de clientela que se perpetuaron a lo largo del Principiado, aunque el primer y principal pa trono fuera el príncipe; relaciones que eran ah ora de un cariz diferente, humillantes, degra­ dantes, pues el cliente ya no tiene qué ofrecer al p atro n o a cam bio de la espórtula o de unos pocos sestercios, cuando, por el contrario, en época re­ publicana el patron o podía contar con los votos de sus clientes en los diversos comicios. Los pa tronos aho ra ya no son los mismos. ¿Quiénes son ahora, se duele Juvenal, los Mecenas, los Proculeyos, los Fabios, los Cotas, los Léntulos? A hora, los tales son histriones. Dura, sin d ud a exagerada realidad. Con la desaparición de N erón y tras la crisis del 68-69 ha cam biado la faz de la sociedad romana. Feneció la aristocra­ cia evergética y con el advenimiento de Vespasiano se instalaron en la sociedad hom ines n o u i morigerados, sin cultura aristocrática, prácticos como el propio Vespasiano quien a cierto artesano que le proponía tra n sp o rta r al Capitolio enormes columnas a bajo costo le recompcsó por su ingenioso invento, mas no lo puso en práctica alegando que le dejara alimentar a la desvalida plebe (Suetonio, Vespasiano, 18). La juventud rom ana, paradigm a de la sociedad to m a d a en su conjunto, gustaba más de los espectáculos teatra­ les y gladiatorios, con tra los que arre­ mete sin piedad Tácito con un deje de melancolía por los tiempos pasados. Refiere en el tan citado Diálogo sobre los oradores la obsesión y alienación de la juventud p or esos ocios: tales eran sus temas de conversación en la casa, en las escuelas, en las termas. En los días de D om iciano, una m atrona aban do nó su abastada mansión para se g u ir h a s t a E g ip to a u n g l a d i a d o r carente, por otro lado, de la herm o­ sura y la belleza de la juventud: «pero era gladiador y esto hace de ellos unos Jacintos» (Juvenal, Sátira, VI, 110). No es fortuito que fuese Vespasiano

79 p r e c is a m e n te q u ie n c o m e n z a r a las o b r a s del a n f i t e a t r o F la v io y que Domiciano construyese un estadio en el C am po de M arte. El poder y la influencia política ya no están en los oradores, sino en los histriones y en los libertos imperiales. Lo que no dan los proceres lo otorga un histrión, dice Juvenal (cf. Tácito, Diálogo sobre los oradores, 13). C uando el bilbilitano Marco M a r­ cial llegó a R o m a en el 63-64 fue reci­ bido en las mansiones de los Pisones y de los tres Sénecas. En los días de D omiciano había desaparecido aquella aristocracia, sobreviviendo únicamente la viuda de Lucano, Pola Argentaría. Se impuso u na nueva clase, mesocrática, sin raíces ni abolengo, con otros gustos; es obligado, por consiguiente, buscarse la protección de más de una casa en las que obtener lo que antaño se conseguía en una sola. Aun cuando m a n t u v o b u e n a s re la c io n e s c o n la dinastía flavia (consiguió de Tito el ius tr iu m lib e r o r u m q u e D o m i c i a n o le confirmó y fue prom ovido al orden ecuestre) no parece que éstas mejora­ ran su posición social y su bienestar material, pues no encontramos en sus quince libros verso alguno de agrade­ cimiento al príncipe por favores reci­ bidos, como los sestercios que de Ves­ pasiano obtuvo Baso, o una simple invitación a cenar, por más que D om i­ c ia n o leía á v id a m e n te sus p o e m a s. Marcial es un cabal paradigma de los poetas flavios: ro n d a n d o siempre a los libertos imperiales, en medio de adula­ ciones y halagos desmesurados, cuan­ do no desvergonzados, para lograr de ellos su favor y amistad. A lo largo de sus e p i g r a m a s d e sfila ta m b ié n u n a galería de senadores a quienes rinde pleitesía, corteja y mendiga un favor sin que e sto s h a la g o s le r e p o r t a s e n mayores beneficios según parece. No le f a l t a r o n f é r r e a m e n t e c o n t r o l a d o . Marcial la practicó (¿o hubo de practi­ carla?) desde su posición de dependen­ cia, y aunque hallemos su poesía adu­ latoria dispersa en sus libros quiero

80 destacar persa p or encima de todos ellos el Liber de Spectaculis, escrito en clave antineroniana para socavar el sen­ timiento de popularidad de N erón y desacreditar sus grandiosas construc­ ciones en cuyos solares se alzaron el anfiteatro y las termas de Tito. No le fue a la zaga Estacio. L a cultivó ta m ­ bién Flavio Josefo desde idéntica posi­ ción de dependencia; al fin y a la postre él, liberto, todo se lo debía a los flavios. Plinio el Viejo, representante de la b ur­ guesía itálica y tradicionalista a un tiempo, mostróse igualmente adulador, como podemos c o m p ro b a r leyendo el Prefacio a la Historia natural que de­ dicó a Tito. Po dríam o s incluso pregun­ tarnos hasta qué punto los juicios y observaciones que vierte en su exposi­ ción sobre las obras de arte son críticos (él, que trabaja, com o hemos dicho, sin método y sin crítica), o si, por el con­ trario, al ensalzar las que Tito p o­ seía (H istoria natural, XXXIV, 55, y X X X VI, 37) solamente le guiaba un deseo de agradar al propietario de aque­ llas piezas. Quintiliano, por su parte, no podía propiciar u n a parrhesía preci­ samente con su fallido intento por im­ poner una nueva retórica. La causa última de la ausencia de libertad cultu­ ral habríamos de buscarla en la m en­ cionada lex de im perio Vespasiani que confería al emperador un poder casi ab­ soluto, sin límites objetivos, dependien­ do sus actuaciones de su libre albedrío. Símbolo supremo de la pérdida de auton om ía de la cultura respecto al poder político y, por consiguiente, del dirigismo cultural de los flavios, más concretamente de Domiciano, fueron los agones capitolinos cuadrienales ins­ tituidos en el 86, verdaderas justas poé­ ticas o juegos florales que congregaban a la masa de poetas ham brientos de vanidad com pitiendo p or el máximo galardón, u n a coron a de roble, y por ganar reputación y un m o d u s uiuendi. Lo conseguían si, además de tener ta ­ lento, conform aban Sus creaciones al tipo de cultura teorizada y difundida po r Quintiliano. En vano aspiró al

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primer premio Estacio. En el 94 parti­ cipó en el certam en capitolino un m u ­ chacho llamado Quinto Sulpicio M á ­ ximo quien, según sus padres, alcanzó grandes honores. M urió a los once años y medio de edad y sus progenito­ res inscribieron en el m onum ento fune­ rario los cuarenta y tres hexámetros griegos con los que participó (C/L, 00,00000 = ILS, 5177). A través de ellos vemos el tipo de enseñanza que recibió y se recibía en Rom a; sus versos sobre Zeus, Helios y Faetón son malos, pero revelan un concienzudo conoci­ miento de la épica griega. Además del torneo capitolino, instituyó Domiciano un certamen anual en su villa de Alba en el que Estacio alcanzó el máximo galardón con un breve poem a sobre los triunfos del em perador en las Germanias y en la Dacia. Pretendió con el establecimiento de las justas poéticas exaltar el principio m onárquico y a ello contribuyó el des­ arrollo de la literatura épica del perío­ do, además de fortalecer, quizás, una política imperialista y agresiva que h a ­ llará su acmé en el principado de T ra ­ ja no. Es ocasión de recordar que en Estacio son frecuentes los términos de d u x y du cto r, reflejo sin d ud a de una determ inada y precisa concepción del Principado que la sociedad ha asumi­ do. Mas no se contentó Domiciano con controlar la cultura a través de los cer­ támenes literarios, sino que utilizó los frisos del Palacio de la Cancillería con una clara finalidad propagandística, ya que ilustran retrospectivam ente las etapas determinantes de su carrera con el propósito de evocar su vida y tra n s­ mitir u na imagen ideal a la posteridad. Sobresale el friso en el que se repre­ senta la recusatio im perii (tópico h á­ bilmente explotado desde los días de Octavio Augusto), onerosa carga que asum irá al fin y a la postre ya que los dioses y los hombres le han elegido; vemos en él cóm o la República, a tra ­ vés del Genio del Senado y del Genio del pueblo ro m an o, solicita que acepte el Principado, exhortándole y alentán-

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dole los dioses mientras la victoria a rrastra en su estela a todo el cortejo. Con idéntica finalidad propagandís­ tica se celebró el triunfo de Vespasiano y Tito en conm em oración de la guerra judía, hábil y atinadamente utilizado. De la esplendidez y brillantez del cor­ tejo destacaron unos pégm aía, retablos con diversos registros, de considerable altura y magníficamente trabajados, auténticos tapices en oro y marfil m u ­ chos de ellos, en los que gráficamente se n a rra b a n los hechos de armas ro m a ­ nos. Dejemos que sea Flavio Josefo quien nos los describa: Se m ostrab a cada u na de las batallas por medio de numerosas representa­ ciones con manifiesta verosimilitud, pues era de ver ora un próspero país arrasado, ora falanges enteras de ene­ migos muertos, quiénes huyendo, quié­ nes conducidos en cautividad, muros de extrarodinario grosor abatidos por ingenios bélicos, ciudadelas absoluta­ mente inexpugnables tomadas, recintos completamente reducidos, un ejército desplegado en el interior de los muros, una localidad rebosando muertos, m a­ nos indefensas elevando una súplica, fuego lanzado contra templos, hundi­ miento de casas con sus m oradores y, en medio de la profun da desolación y desánimo, ríos fluyendo no sobre tierra cultivada ni como bebida para h o m ­ bres y ganado sino a través de tierras ardientes aún por todas partes. La Guerra Judía, VII, 142-145). La ciudad de R o m a al ver ese fas­ tuoso despliegue sabía quién m andaba en el m undo, y las provincias, de las que Ju d c a era el prototipo en la cir­ cunstancia presente, quién era su due­ ño y en dónde residía el poder. Con idéntica finalidad, aunque con efectos más duraderos y m ayor alcance, se acuñaron monedas con la leyenda Ivdaea Capta; com o Dom iciano acuñará más tarde monedas con la leyenda Germania Capta. Citemos también, y por último, el epígrafe que se erigió a Tito en R o m a en el año 80 en conm e­ moración de la sujeción de los judíos y

el arrasamiento de Jerusalén: et urbem H ierusolym am ... deleuit.

6. Ciencia jurídica La relevancia jurídica del período flavio es no tab le y merece, p o r consi­ guiente, que la señalemos. En el trans­ c u r s o de d o s d é c a d a s , la s o c ie d a d ro m an a conoció u n a pléyade de juris­ consultos de cuyas sistematizaciones y enseñanzas jurídicas apenas si tene­ mos c o n s ta n c i a f r a g m e n t a r i a . C a b e destacar entre ellos a Coceyo Nerva hijo con su Liber usucapionibus, a Casio Longino que sobresale por la originalidad y m odernidad de su pen­ samiento —estímulo para generacio­ nes posteriores— en sus Reponsa y su Derecho Civil en quince libros que q u iz á s a p r o v e c h a r a G a y o p a r a sus In stitu tio n es, a Próculo, de quien sólo conocemos su sobrenom bre, con sus Epistulae en once libros y sus Quaes­ tiones (casos prácticos dedicados a la e n s e ñ a n z a ) , a C e lio S a b i n o , c ó n su l sufecto en el 69, con su comentario al Edicto de los ediles curules que de ta n ta utilidad fue p a ra Ulpiano entre otros, a Juvencio Celso padre con sus Epistulae, Q uestiones y, sobre todo, sus Digesta en treinta y nueve libros, a m p l i a m e n t e r e p r e s e n t a d o s en la hom ó nim a compilación justinianea, a Plancio, que se ocupó del derecho pre­ torio, a Pegaso, cónsul sufecto con Vespasiano, g obernador de diversas provincias y prefecto de la ciudad, quien dirigió la escuela proculeyana mientras Celio Sabino dirigía la sabiniana; gozó de la confianza de los fla­ vios (he ahí los cargos políticos que desempeñó), de prestigio y reputación por su actividad como jurista (cf. J u ­ venal, Sátira IV, 75 ss.) en sus propios días y con relativa frecuencia lo citará Ulpiano en días de los Severos. Todos ellos desarrollaron su labor como juris­ tas d uran te la dinastía flavia, tiempos prósperos p ara la disciplina jurídica por la libre discusión de los problemas,

82 hasta el pu nto que unos y otros se ali­ nearon en dos «sectas», la sabiniana o casiana y la proculeyana, libre discu­ sión que quedó am inorada, o por me­ jo r decir, desapareció tras la publica­ ción del Edicto Perpetuo p or Salvio Juliano en el reinado de H adriano. Tiempos prósperos también por la ori­ ginalidad de algunas construcciones jurídicas, por las innovaciones que in­ troducen; progreso, en definitiva, en todos los cam pos y venturoso anuncio de aquella jurídica m adurez jurídica que hallamos en tiempos de los Severos. Resulta difícil singularizar en la di­ nastía flavia las aportaciones precisas de todos y de cada uno de los juriscon­ sultos, pero para el período y para este campo específico de la civilación sirven aquellas palabras que C atón el Censor aplicaba al Estado: «Nuestra Repúbli­ ca no se debe al ingenio de un solo hom bre, sino al de m uchos, y no se formó en u na generación, sino en va­ rios siglos de continuidad.» Cicerón, Sobre la R epública, 2,1,2. En efecto, la sum a de todos esos esfuerzos trajo como consecuencia un vertiginoso desarrollo de la disciplina jurídica. Todos ellos inform aron los principios del Derecho con un valor cada vez más en alza, el de la aequitas, trasposición a la esfera jurídica de una conciencia social sentida y necesitada que en la rom anidad latina se conoce b a jo d iv e r s o s n o m b r e s : b e n ig n ita s , hum anitas, liberalitas, y en el Oriente rom ano com o epieikeia, philanthropia y evergesia; términos todos ellos de enorme trascendencia social y política con T rajano y sus sucesores, pero que ya con los Flavios cristalizan en diver­ sos á m b ito s de la a d m i n i s t r a c i ó n , sobre todo en lo provincial. R a s g o i m p o r t a n t e de la j u r i s p r u ­ dencia flavia fue que dejó de estar en manos de la nobleza senatorial, n a tu ­ ral consecuencia de su progresiva pér­ dida de autoridad política (¿será nece­ s a r io e n f a t i z a r q u e , p o r e je m p lo , Pegaso fue un h o m o n o u u sl), se inde­ pendizó y fue m ateria de un a verda­

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dera profesión (embrionaria en tiem­ p o s a n t e r i o r e s ) al a m p a r o de las concesiones imperiales a distinguidos juristas del ius p ublice respondendi, y merced a la ap e rtu ra de escuelas o b u fe te s de c o n s u l t a (cf. I L S , 7748: m agister iuris)\ en línea, pues, con el ascenso de la burguesía. Entre los docum entos de carácter legislativo y jurídico, desdichadamente pocos son los que han llegado hasta nuestros días, y dejando a un lado los diplom ata m ilitaria y la sanción ya desde ahora con carácter permanente del testamento militar (cf. Digesta, 29, 1, 1), mencionemos las reformas del Ius Ciuile debidas a Pegaso: el senadoconsulto Pegasiano ( Quarta Pegasiana) concerniente a los fideicomisos de herencia y otro senadoculto Pega­ s i a n o , éste del a ñ o s a n t e r i o r (72), mediante el cual los libertos L atini Iuniani mayores de treinta años po ­ dían acceder a la ciudadanía rom ana estableciendo así la equidad e igual­ dad con los menores de esa edad, los ú n ic o s q u e h a s t a e n t o n c e s p o d í a n alcanzarla; un senadoconsulto Plauciano sobre la admisión de la paterni­ dad; el senadoconsulto Macedoniano, la carta de Vespasiano a los saborenses (a. 77); la carta del mismo empe­ ra d o r a los vanacinos de Córcega (a. 72); otra otorg an do privilegios a los veteranos; un rescrito del mismo prín­ cipe refrenando abusos de médicos y enseñantes, además de diversas cartas o estatutos municipales y una serie de medidas sobre las tierras subseciuae que hay que vincular con la preocupa­ ción p or el problem a del campo y de los campesinos si la ley M anciana, a la que hace referencia una ley de Trajano hallada no lejos de Bagrada (Túnez), es de época de Vespasiano. Precisa­ mente la preocupación de Vespasiano por el ám bito rural dio sus frutos en el cam po de la producción literaria: los primeros escritos científicos de agri­ m e n s u r a . ( U n a se le c c ió n de te x t o s legislativos se hallará en Fontes Juris R o m a n i A nteiustiniani, I).

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