F. Bajo - Constantino y Sus Sucesores. La Conversión Del Imperio
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Descripción: La obra política de Constantino fue, en sí misma, de tal importancia que permite que, a partir de su ascens...
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HISTORIA
^ mvmdo n t ig v o A n
f im m HISTORIA °^MVNDO ANTÎGVO
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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores profesores de va rias universidades españolas preten pre tende de ofrecer el último últ imo estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di versos niveles culturales. culturales. Una cuidada selecci selección ón de textos de au tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar func ionar como como un capítu capítulo lo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. monog rafía. Cada texto tex to ha sido redactado por por.. el especial especialista ista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.
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pu eb lo J. M artínez-Pinna, E l pueb etrusco. J. M artínez-Pinna, L a R om a p rim ri m iti va . S. M ontero, J. M artínez-Pin du alism ism o pa tri cio -p le na, E l dual beyo. S. M ontero, J. M artínez-Pinna, L a con quista qu ista de Ita lia y la igualdad de los órdenes. pe río do de las pr iG. Fatá s, E l perío meras guerras púnicas. F. M arco, L a exp ans ión de R o m a p o r el M ed iterr ite rrán áneo eo . D e fi n es de la se gund gu nda a gue rra rr a P ú nica a los Gracos. J. F. Ro drígu ez Neila, Lo s Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánch ez León , R e v u e l tas de esclavos en la crisis de la Repúb Re púb lica .
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ROMA
Director de la obra:
Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)
Diseño y maqueta;
Pedro Arjona
«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»
©Ediciones Akal, S.A., 1990 Los Berrocales del Jarama Ap do. do . 400 - Torrejón Torre jón de A rdoz rdo z Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Depósito Legal:M-26672-1990 ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 560-1 (Tomo LIX) Impreso en GREFOL, S.A, Pol. II - La Fuensanta Mósíoles (Madrid) Printed in Spain
CONSTANTINO Y SOS SUCESORES. LA CONVERSION DEL IMPERIO F. Bajo
Constantino Cons tantino y sus sucesores. La conversi ón del Imperio
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Indice
Págs.
Intro In trodu ducc cció ión n ................................................................................................................ I. La época épo ca de C onsta on stanti ntino no (3 0 6 -3 3 7 )................. )....................... ........... ........... ............ ............ ............ ............ ......... .... 1. De la la an arq uía uí a m ilitar a la reunifica ción del Im perio ...................... a) b) c) d)
La El La El
a n a rq u ía m i l i t a r ...... ......... ...... ...... ....... ....... ...... ....... ....... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ... lev le v an tam ta m ien ie n to de M a j e n c i o ............. .................. ............ ............. ........... ........... ............ ............ ............ ........ b atal at alla la del P u en te Milvio Mi lvio ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ... Im pe rio de Licini Lic inio o y C o n sta st a n tin o ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ....... ....... ..... ..
e) C o ns tan tino, tin o, d u eñ o ún ico del I m p e r io ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ..... ..... ...... ...... ..... .. 2. La conv co nv ersió er sió n de C o n s ta n tin ti n o ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ..... .. 3. Las disposiciones disposiciones jurídicas de C on stantino enfav enfavor or de la Iglesi Igl esiaa ... a) Normativa jurídica sobre las donaciones .........................................
b) La ju risd ri sd icc ic c ió n ecle ec lesi siás ástic ticaa ................................................................... c) La manumissio in eclesia ......................................................................
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II. La époc ép ocaa de Cons Co nsta tanc ncio io II (337-3 (33 7-361 61)) ............ .................. ............ ............ ........... ........... ............ ............ ............ ........
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1. El ascenso al po de r de Co ns tanc io I I ................................. .................... a) La sucesión de Constantino ................................................................. b) La u su rp a c ió n de M ag n e n cio ci o ............ .................. ........... ........... ............ ............ ............ ............ ............. ......... .. 2. La políti po lítica ca religios relig iosaa de C o n sta st a n cio ci o II ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ....... ....... ...... .....
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III.. La époc III ép ocaa de Ju lian li ano o (355(3 55-36 361) 1) ............ .................. ............ .............. ............. ............ ............. ........... ........... ............ .......... ....
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1. Ju lia n o C és ar y Ju lia n o E m p e r a d o r ..... ........ ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ..... ..... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... .....
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a) b) c) 2. La
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El acces ac ceso o al p o d e r de Ju lian li an o ...... ......... ...... ...... ...... ...... ....... ....... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ..... El test te stim im on io de J u l i a n o ............ .................. ............ ............ ............ ........... ........... ............ ............ ............ ............ ...... La po lítica lític a exter ex terio iorr de Ju lian li an o ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ....... ....... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ... polític po líticaa religiosa relig iosa de J u l i a n o ...... ......... ...... ...... ...... ...... ...... ....... ....... ...... ...... ....... ....... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...... ...
Ak a! Hi sto ria de l M un do An tig uo
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a) La religi rel igión ón del E m p e ra d o r ............ .................. ............ ............. ............. ............ ............ ............ ............ ........... ....... b) J u lia li a n o y los cr isti is tiaa n o s ..........................................................................
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IV. Economía Eco nomía,, administración y sociedad socieda d durante la dinastía dinastía constantiniana ......................................................................................................
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1. Carácter de laec laec on o m ía ............ ................... .............. ............. ............ ............ ............ ............. .............. ............. ............ ........ .. a) A gric gr icul ultu tura ra y m ine in e ría rí a ........ .............. ............ ............ ............. ............. ............ ............ ............ ............ ............ ............. ......... b) A rte rt e sa n a d o y c o m e r c i o .......................................................................... c) Políti Po lítica ca m o n e t a r i a ............. ................... ............ ............ ............ ............ ............. ............. ............ ............ ............ ............ .......... .... 2. A d m i n is tr a c ió n ............. ................... ............ ............ ............ ............ ............. ............. ............ ............ ............ ............ ............ ............. ......... a) Polít Po lítica ica im posit po sitiv ivaa ............ ................... .............. ............. ............ ............ ............ ............. .............. ............. ............ ............ ........ b) R e fo rm a s a d m in is tr a ti v a s ................................................................... c) R efor ef orm m a del ejérc ejé rcito ito ............ .................. ............. ............. ............ ............ ............ ............. .............. ............. ............ .......... .... 3. La sociedad durante la época de los constantínidas ........................... a) Las La s clases cla ses d i r i g e n t e s ............ .................. ........... ........... ............ ............ ............ ............. ............. ............ ............ ............ ........ b) Los Lo s humiliores ........................................................................................... c) La asistencia social de la Iglesia .........................................................
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Bibliografía ...................................................................................................................
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
Introducción
La obra política de Constantino fue, en sí misma, de tal importancia que pe p e r m ite it e q ue, ue , a p a r t i r de su a sc e n so al po p o d e r , p u e d a h a b la r s e de u n a n u e v a etapa del Imperio Romano. Pero generalmente esta consideración se fundamenta también —incluso prin cipalmente— en su comportamiento respecto al critianismo. Sí se des conocen muchos de los factores de su conversión: el momento, los motivos e incluso si tal conversión tuvo un carác ter católico o arriano, lo cierto es que fue Constantino quien propició la cristianiza ción del Imperio. En él cul minó un largo proceso de sincretismo religios religioso o pagano , cada vez vez más p róxi mo al cristianismo, y un igualmente largo proceso de «paganización» del cristianismo. El cristianismo pasó a convertirse en la religión del empera dor y por extensión posterior, en la religión del Imperio. Es notable que sus dos inmediatos sucesores en el Imperio, hayan pasa do a ser igualmente significados por su comportamiento religioso: Cons
tancio II por su encarnizada defensa del arrianismo y Juliano por su res tauración del paganismo greco-romano. Esto nos da una idea de la im po p o r ta n c ia d e la re lig li g ión ió n en esta es ta ép oca, oc a, de las enormes tensiones religiosas existentes y, ciertamente de las estre chas vinculaciones entre la religión y la política. Así, el factor religioso es un elemento primordial a la hora de tratar la situación del Imperio en esta época y el comportamiento político de los tres Constaninidas. Años después de la muerte de Constantino, un ilustre contemporá neo del Emperador Juliano, el histo riado r Am iano M arcelino, se referí referíaa a la obra político-religiosa de Constan tino en términos tal vez vez algo extrema dos pero indicativos de las profundas transformaciones que esta había in troducido en el Imperio: «Por enton ces, (Juliano) insultaba la memoria de Constantino acusándole de reno var y alterar las antiguas leyes y las costumbres heredadas desde la anti güedad».
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Akal Historia Historia del del Mund Mundo Antiguo Antiguo
I. La época de Constantino (306-337)
1. De la anarqu anarquía ía militar a la reunificación del Imperio a) La anarquía anarquía militar militar Tras la abdicación en el 305 de los dos primeros Augustos del sistema de gobierno denominado tetrarquía, Dio cletiano y Maximiano, se abrió un pe p e r ío d o e n el q u e los lo s p r o b l e m a s s u c e sorios sorios sumieron al Imp erio en una se rie de guerras civiles que, con interva los más o menos largos, tardaron casi veinte años en resolverse. El final de la crisis coincidirá con la reunification del Imperio y la li quidación, por tanto, del sistema tetrárquico, en manos de Constantino, tras las victorias de Andrinópolis y Chrysopolis (324) en las que Licinio fue desbancado como Augusto del Imperio oriental. Volviendo Volviendo al pun to de par tida , en el el 305, 305, los nuevos Au gustos del Im perio , Constancio Cloro y Galerio, tenían como Césares, para Occidente y Oriente, respectivamente, a Severo y a Maximino Daza, que habían sido elegidos casi al azar por Diocleciano. El sistema sucesorio, tal como Dio cleciano pretendió imponerlo, no contemplaba la transmisión del poder
de padres a hijos. En el caso de Dio cleciano, al no tener hijos, no hubo pro p ro b le m a s , al c o n t r a r i o de lo q u e s u cedió con los hijos de Maximino y Constancio. La vinculación familiar que los Augustos establecieron con los Césa res, pudo tal vez, desvirtuar el carác ter objetivo y estrictamente político que debía tener la cooptación, ali mentando, al mismo tiempo, las espe ranzas de sucesión de los hijos del Emperador. Así Galerio era yerno de Diocleciano y Constancio de su Au gusto Maximiano. Majencio, hijo de este último, se había casado siendo aún muy joven, con un a hija de G ale rio, nieta, por tanto, de Diocleciano. Otro tanto hizo posteriormente Cons tantino al casarse con Fausta, hija de Maximino. Las pretensiones dinásticas surgi das de estas familias quedan patentes en el hecho de que posteriormente, el hijo de Licinio, Licinio el Joven, es designado como César (317), al igual que Constantino y Crispo, hijos de Constantino, y Rómulo, hijo de Ma je j e n c io . Los principios de transmisión del po p o d e r ,- e s tab ta b le c id o s p o r el f u n d a d o r de la tetrarquía sólo pudieron ser aplicados sin problemas una vez. C onstan tino (Flavius Vale Valeri rius us Cons-
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
tantinus), que había permanecido prá p rá c ti c a m e n te to d a su v id a al la d o de Diocleciano y posteriormente, de Ga lerio, fue reclamado en el 305 por su pa p a d r e C o n s ta n c io , qu e e n to n c e s p a r tía para Bretaña. Habiendo logrado librarse de la pe p e rs e c u c ió n de los s o ld a d o s de G a le rio mediante una estratagema consis tente en ir matando a los caballos de la posta imperial que iba dejan do tras de sí (Lact. 24, 6-7; Zos. II, 8, 3), Cons tantino se reunió con su padre en el 306. Con él participó en un ataque contra los pictos. En ese mismo año, Constancio murió y el ejército acantonado en Bretaña, proclamó Augusto a su hijo Co nstantino. N o obstante, a fin fin de no cerrar la puerta al diálogo con Gale rio, se conformó inicialmente con el título de César, mientras Severo pasa ba b a a s er d e s ig n a d o s eg u n d o A ugus ug usto to.. Este último controlaba Italia, Africa,
N ó ric ri c o y P a n o n ia y a ñ a d ía a sus su s d o minios la diócesis de Hispania (ante riormente gobernada por Constan cio), mientras Constantino ejercía su autoridad sobre Bretaña y las Galias. En Oriente la situación no cambió: Galerio controlaba toda Asia Menor hasta el Taurus más Iliria y Grecia. Su residencia preferida fue Sardica (Sofía). A Maximino Daza le confió el gobierno de lo que se llamaba en tonces Oriente, esto es: Egipto, Siria y la parte sureste de Asia Menor. Su ca pita pi tall fue A n tio ti o q u ía .
b) El levantamiento levantamie nto de Majencio Pero la situación se complicó cuando en octubre del mismo año (306), Ma je j e n c io fue p ro c la m a d o A u g us to p o r los pretorianos, en Roma. Sin duda son múltiples las razones que pueden explicar este levantamiento; entre
m ¿
Basílica de Majencio.
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A ka l H isto ria d l M
do A nt igu
10 otras, la merma de importancia, no sólo de los los pretorianos, sino de la ciu dad (al no residir en ella el Empera dor occidental), el malestar produci do por la aplicación de los nuevos impuestos... Tal vez pretendiendo (al igual que Constantino) obtener de Galerio el reconocimiento como Cé sar, sar, M ajencio sólo sólo aceptó inicialm en te la nominación de princeps. princ eps. Como Galerio no reconociese a su yerno Majencio, otra autoridad que la de usurpador, ordenó a Severo que orga nizase el derrocamiento de éste. Pero las tropas a las que mandaba Severo eran las las mismas que habían obedeci do anteriormente a Maximiano, el pa p a d r e de M a jen je n c io , y el r e c h a z o a e n tab lar com bate contra el hijo de su re ciente Augusto, sumado a los donati vos en plata hechos llegar a los soldados por el propio Maximiano, dieron como resultado un desastre militar y la rendición de Severo bajo pr p r o m e s a —p o s t e r i o r m e n t e v i o l a d a po p o r M a je n c i o — de q u e su v id a serí se ríaa respetada respetada.. A par tir de entonces, entonces, M a je j e n c io p a s ó a c o n f e rirs ri rs e la c a teg te g o ría rí a de Augusto, en el 307. Como hemos visto, Maximiano Hercúleo decidió salir de su forzoso retiro, para intentar consolidar la si tuación de su hijo frente a Galerio. Es entonces cuando el viejo Emperador inicia inicia una alianza con C onstan tino, a fin de conseguir el respaldo de éste a la posición de su hijo. Es sabido, no obstante, que Cons tantino no medió ni intervino nunca en favor de Majencio. La conferencia de Carnuntum del 308, a la que asistió —por presión de Galerio— el propio Diocleciano, no hizo sino agravar las tensiones ya existentes. Cabía esperar que, tras la muerte de Severo, fuese designado como Augusto Constantino, y ¿poi qué no? Majencio como César. Pero fue designado Augusto'de Occidente Licinio, un amigo de Galerio, que no había pasado nunca por el cargo de César, lo que desde luego constituía
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una irregularidad. Majencio siguió teniendo la consideración de un usurpador. Y a M axim iano que se h a bía b ía s u m a d o al p o d e r j u n t o c o n su hijo Majencio, dándose el curioso tí tulo de bis Augustus, se le obligó a que dimitiera por segunda vez. En lo referente a Constantino, tal decisión aumentó sin duda el resenti miento de éste contra Galerio. De he cho Constantino afirmó su indepen dencia creando para sus estados una moneda nueva, el solidus, que venía a sustituir a las monedas anteriores y desde ese año ya no reconoció a los dos prefectos del pretorio de Galerio. Instalado en Tréveris, capital de sus dominios, emprendió grandes obras de ampliación de la ciudad. Majencio, por su parte, disgustado p o r el h e c h o d e q u e M a x i m i a n o no hubiese logrado modificar a su favor las decisiones de Galerio, porque la autoridad de su padre, iba en detri mento de la suya, y envalentonado además porque un intento de ataque de Galerio se vio frustrado al presen tir éste que corría el riesgo de que el ejército repitiese el comportamiento que había decidido la suerte de Seve ro, se sintió lo suficientemente fuerte como para prescindir de su padre, que en el 308 huyó junto a Cons tantino. En el 309 tuvo lugar la sublevación de la diócesis de Africa contra Ma je n c i o (q u e i n ic ia lm e n te ésta és ta h a b í a retenido, mientras que Hispania se hab ía decan tado un año antes a favo favorr de Constantino, en gran parte por su reciente asociación con Maximiano, que conservaba aún en España una gran influencia). El vicario de Africa, Alejandro, se puso al frente del levan tamiento y estableció negociaciones con Constantino. Pero aunque un año más tarde Majencio pudo recu pe p e r a r la d ióce ió ce sis si s y s o fo c a r la revu re vuel elta ta,, en el interim Roma quedó sin provi siones de grano, cortados los sumi nistros de Africa e Hispania, y, en consecuencia, el hambre hizo estra-
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
EUTROPIA ■*------- ,------ 1 MAXIMIANO HELENA-
1
>CONSTANCIO CLORO
CONSTANTINO-
• TEOD ORA
FAUSTA (Esposa de Constantino)
«FAUSTA (Hija (Hija de Maximiano)
CRISPO -♦ •JULIO •JULIO CONSTANCIO
ΓΓΤΤ
▼
HELENA·
JULIANO
GALLA
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M I
GALLO
(/)(/)(/)(/)
>>>> DALMACIO
HANIBALIANO
La familia Constantiniana.
gos en la ciudad. La situación de ais lamiento de Italia, que la había lleva do a tan grave situación fue sin duda la causa real de la revuelta del 309 que, sofocada por los pretorianos, costó la vida a unas 6.000 personas. La popu laridad de Majencio, a raíz de estos acontecimientos, sin duda sufrió un duro golpe. Al mismo tiempo tiempo que M ajencio en viaba su ejército a Africa, Constanti no tuvo que hacer frente a las tropas de Maximiano. Este acontecimiento sirvió para dejar las manos libres a M ajencio, a fin fin de que éste éste solu cion a ra sus problemas africanos, sin temor a que Constantino se aprovechase de la situación. Algunos autores como Piganiol, han creído ver en este he cho, un restablecimiento de las rela ciones entre Maximiano y su hijo. M aximiano hab ía intentado el el derro derro camiento de Constantino. La batalla se libró en las cercanías de Marsella y Maximiano fue asesinado o tal vez se suicidó. En el 311 —poco antes de su muerte— Galerio reconoció final mente a Con stantino com o Augusto y el mismo reconocimiento le otorgó a Maximino Daza. De forma que el
Imperio contaba con cuatro Augus tos: Galerio y Maximino Daza en Oriente, y Constantino y Licinio, en Occidente —el territorio de este úl timo, limitado, a causa de Majencio, a Nó N ó ric ri c o y P a n o n i a —, n i n g ú n C é s a r y un usurpador, Majencio. La muerte de Galerio en el mismo año, sin duda reforzó la alianza que, un año antes se se hab ía establecido en tre tre Co nsta ntin o y Licinio y cuyo obje tivo era sin duda la eliminación de Majencio y posteriormente tal vez la de Maximino Daza, ahora competi dor de Licinio al haberse convertido éste (con la sola aceptación de Cons tantino) en sucesor de Galerio, vulne rando el principio de antigüedad que favorecía a Daza. Licinio se puso al frente de Tracia, Oriente, Egipto y Grecia, pero no pudo evitar que Ma ximino Daza se quedase con Asia ,Menor. Dada la situación, Majencio y M axim ino establecieron entre ellos ciertas intrigas, cuyo objetivo es fácil de imaginar. Obviamente la situación estaba pla p la n t e a d a e n té rm in o s de u n in e v ita it a ble b le e n f r e n ta m ie n to e n tre tr e los lo s dos do s A u gustos de Oriente entre sí y los dos Augustos de Occidente. La colabora
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ción y la concordia que debían presi dir la gestión de los los tetrarcas se hab ía roto d efinitivamente. efinitivamente.
c) La batalla del Puente Milvio Lactancio (De mort. 43, 4) y Zósimo (II, 14, 1), desde posiciones ideológi cas distintas, pretenden que Majen cio declaró la guerra a Constancio pa p a r a v e n g a r la m u e rte rt e de su p a d r e (que apareció asesinado al día si guiente de su derrota y cuya autoría atribuían no pocos, a Constantino). Sin embargo, Eusebio (HE. IX, 9, 2), y Eutropio (X, 4, 3), parecen confirmar la opinión, más difundida, de que fue Constantino quien tomó la iniciativa. A comienzos del 312, Constantino atravesó los Alpes dispuesto a librar la batalla decisiva. Se abrió paso has ta Roma después de mantener com ba b a te s en T urin ur in y B resc re scia ia y el 28 de o c tubre, en la ribera derecha del Tiber, en un lugar próximo a la ciudad lla mado Saxa Rubra, se decidió la suer te a favor de Constantino, cuando gran parte del ejército enemigo, y en tre ellos, el propio Majencio, cayeron al río al romperse un puente de bar cas construido construido pa ra la batalla junto al pu p u e n te M ilvio. ilv io. Esta batalla supuso, sin duda, un acontecimiento político-militar rele vante, pero la importancia que hoy nos evoca se debe a que los autores cristianos de esta época (Eus. Vil. Const I, 27-31 y Lact. De mort. 44, 5) nos dicen que fue durante esta cam p a ñ a c u a n d o se p r o d u jo , de fo rm a milagrosa, la conversión de Constan tino al cristianismo, y una parte de la historiografía moderna no duda en aceptar que tal acontecimiento haya tenido lugar en esta señalada oca sión. Así pues, la guerra entre Cons tantino y Majencio ha sido conside rada tradicionalmente como una guerra de religión en lasque los perso najes encarnaban al cristianismo por una parte y a la tradición pagana por otra (Paneg. lat. XII, 14, 3; 16, 3; 18, 1).
Sin embargo, la realidad dista mu cho de este planteamiento dualista. Ni N i C o n s t a n t in o er a e n to n c e s cr isti is tia^ a^ no (ver: Paneg. VIII, 21, 4; IX, 2, 5; 24, 4), ni Majencio había demostrado nin guna hostilidad a los cristianos. Al contrario, había hecho marcar la cruz en algunas délas monedas acuñadas, y había, no sólo practicado una polí tica de tolerancia, sino devuelto a las iglesias los bienes confiscados duran te la persecución anterior (Optat. Mil. I, 18). En el 312 Constantino se convirtió en el el único E m perad or de Occidente, Occidente, dándose el título de Máximo Augusto. Las primeras medidas que adoptó tras su entrada en Roma fueron: la disolu ción de la guardia pretoriana; la anu lación de las disposiciones acordadas po p o r M a je n c io (C. Th. XV, 14, 3); reafir mar las buenas relaciones con Lici nio —que se casó en Milán en el 313, con la hermana de Constantino— y el acuerdo de proclamar la libertad religiosa en las dos partes del Impe rio, y restituir los bienes que les ha bí b í a n sid si d o c o n fis fi s c a d o s a los lo s c ris ri s tia ti a n o s durante la persecución de Diocleciano. Este acuerdo ha sido mal lla mado el Edicto de Milán, pues el úni co edicto datado en el 313, que se conoce, es es el el que prom ulgó Licinio en N ic o m e d ia en j u n i o del de l m ism is m o añ o , aunque ciertamente, se hace cons tar el acuerdo de los dos Empera dores. Algunos autores, siguiendo la ten dencia cada vez más aceptada de res tar el protagonismo absoluto de Constantino en todas las decisiones pr p r o - c ris ri s tia ti a n a s , cr e e n q u e este es te ed icto ic to no fue promulgado por Constantino y que Eusebio de Cesarea se lo atri bu b u y e a C o n s t a n t in o p o r la c o n v in c e n te razón de que, al terminar su obra en el 324 (tras la derrota de Licinio, al que se aplicó la damnatio memoriae ), se dedica a traspasar a Constantino todos los honores que estaban en el «haber» de Licinio (Moreau, 1954 y Gregoire, 1956).
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
Cabeza de Museo del C
d) El Imperio de Licinio y Constantino En el mismo año, tuvo lugar el con flicto entre Licinio y Maximino. En el Cam pus Ergenu Ergenus, s, en Tracia, las tropas de Maximino fueron derrotadas y Li cinio ocupó Asia Menor, reunificando así bajo su autoridad todo el Im pe p e rio ri o O rie ri e n tal. ta l.
tolio, Roma.
El Imperio, pues, se encontraba en manos de dos Emperadores que, como aliados, iniciaron una política de concordia, atenta atenta a unas mismas acti tudes políticas y religiosas. Esta concordia, no obstante, tuvo un a vida muy corta. Las fricciones fricciones no tardaron en aparecer y como solu ción pa cificadora se pensó en elegir elegir a un C ésar que se ocup ase del gobierno
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Versión pagana de la conversión de Constantino Cuando todo el poder estuvo en manos de Constantino, ya no escondió la mezquin dad que le era natural. Celebraba aún los ritos ancestrales, no por respeto, sino por interés; por esta razón también obedecía a los adivinos que, como él mismo había comprobado, le habían anticipado la ver dad respecto a todo cuanto le había acon tecido. Pero cuando volvió a Roma, hen chido de arrogancia, decidió que su pro pio hogar fuese el primer teatro de su im piedad. Su hijo Crispo honrado, como se ha dicho antes, con el título de César, fue sospechoso de relaciones culpables con su madrastra Fausta, y él le hizo matar sin tener en cuenta las leyes de la naturaleza. Adem Ad emás, ás, como co mo la madre ma dre de Consta Co nstantin ntino, o, Helena, se sintiese desolada por tal des gracia e incapaz de soportar la muerte del joven, jove n, Consta Co nstantino ntino,, a m odo od o de cons co nsue uelo, lo,
de los territorios limítrofes entre am bo b o s Im p e rio ri o s. El C é s a r d e s i g n a d o fue Bassianus, amigo de Licinio y cuña do de Constantino, que, por instiga ción de Licinio, preparó un complot destinado a asesinar a Constantino y este acontecimiento llevó a la guerra a ambos Emperadores. Licinio fue vencido en Cibalae, en Panonia, en el 314, pero su derrota no le impidió nombrar Augusto a uno de sus duces, Valente, destinado por él a suceder a Constantino en Occidente. La segun da batalla se libró en el Campus Ardiensis, en Tracia, y el resultado no fue decis decisiv ivo o para ning una de las las dos pa r tes. No obstante se llegó a la conclu sión de un tratado de paz: Licinio hizo matar a Valente, y cedió a Cons tantino las las dióces diócesis is de Pano nia y M a cedonia, incluida Grecia. Constantino, por su parte, renun ció a la prerrogativa que tenía, como pr p r im e r A ugus ug usto to,, de le g is la r p o r c u e n ta propia. Hasta el 324, el Imperio fue una es pec p ecie ie de c o n f e d e r a c ió n m al a v e n id a , con escasa cohesión* a pesar de las muchas analogías que se encuentran en las gestiones de uno y otro Em pe p e r a d o r.
curó el mal con un mal mayor: hizo prepa rar un baño más caliente de la cuenta y ha ciendo entrar a Fausta, la sacó muerta. In timamente consciente de sus crímenes así como de su desprecio por los juramentos, consultó a los sacerdotes sobre el modo en que expiar sus fechorías. Pero mientras que éstos le habían respondido que no existí existía a ninguna clase de purificación capaz de borrar tales impiedades, un Egipcio lle gado de España a Roma y que había enta blado relación con las mujeres del palacio, llegó hasta Constantino y le aseguró que la fe de los cristianos perdonaba todo peca do y prometía a los impíos que la adopta ban la absolución inmediata de toda culpa. Constantino acogió muy favorablemente esta exposición y rechazó las creencias de los ancestros, compartiendo después las que el Egipcio le había comunicado. Zósimo, Historia Nueva,, II, 29
Generalmente es aceptado por los historiadores que la causa de los con flictos que volvieron a plantearse en tre ambos Emperadores a partir del 320 fueron las divergencias religiosas. Aunque también podría ser que la nueva actitud de hostilidad a la Igle sia, sia, por pa rte de Licinio, fuera la la co n secuencia y no la causa de otro tipo de diferencias y problemas existentes entre los los dos Em peradores. Com o por ejemplo el hecho de que la idea de la reunificación del Imperio bajo un solo mando, estuviese presente en los pla p la n e s de u n o o de a m b o s p rín rí n c ip e s. La respuesta definitiva no nos es co nocida, pero permanece el interro gante de por qué Licinio, que había hecho gala de una actitud claramente cristianófila, decidió que pronto, tras siete años de gobierno, adoptar una po p o líti lí ticc a h o s til ti l h a c ia la Igle Ig lesi sia. a. A lg u nos autores pretenden que fue el conflicto conflicto arriano, que h abía estallado estallado po p o c o an tes te s en O rie ri e n te , el q u e infl in flu uyó en la nueva orientación religiosa de Licinio (Tuillier, 1975). Aún así, resul ta difícil de explicar el comporta miento de Licinio, teniendo en cuen ta, además, la enorme implantación que el cristianismo tenía entonces en
Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
Oriente. Sin duda él sabía que cual quier disposición contraria a los cris tianos le atraería una gran impopula ridad, lo que confirma Eusebio cuando nos dice que los cristianos o r i e n t a l e s c o m e n z a r o n a v e r en Constantino a su defensor y anima ron a éste éste a que les liberase de Licinio (Eus. Vit. Const. IV, 32). Tampoco re sulta muy digna de fe la afirmación de Eusebio y Teodoreto de que los arríanos fuesen favorcidos por Lici nio y que fueron ellos quienes le im pu p u l s a r o n a l u c h a r c o n t r a C o n s ta n t i no (Eus. Vit. Const. I, 56; H.E. X, 8, 8; Theod. H.E. I, 19). En primer lugar, po p o r q u e n o co n s ta q u e L icin ic in io h ay a pr p r o d i g a d o n u n c a sus su s s im p a tía tí a s h a c ia los arríanos (aunque sí su esposa Constancia), como tampoco pare ce cierto que Constantino pudiese ser considerado un campeón de la ortodoxia antes del Concilio de Nic N icee a. La hostilidad hacia los cristianos de Licinio se manifestó en una serie de medidas concretas, puesto que no hubo un edicto general, tales como: obligar a los funcionarios de la admi nistración imperial a sacrificar a los dioses o dimitir (Eus. H.E., X, 8, 10; Vit. Const. I, 52-54); que las asambleas cristianas fueran mixtas, medida que, pro p ro b a b le m e n te , ten te n ía co m o fin ev ita it a r las querellas dogmáticas entre arrianos y no arríanos, pues es sabido que Arrio tenía un gran número de segui dores entre las mujeres. El mismo in terés de zanjar las controversias de bió b ió i n s p ir a r la p r o h i b i c i ó n de q u e los lo s obispos salieran de sus diócesis y ce lebraran sínodos (Eus. H.E. X, 8, 17). Las infracciones parece que eran se veramente castigadas y si hemos de creer a Eusebio, se llegó en algunos casos a la aplicación de penas capita les (Eus. H.E. H, 8; Vit. Const. II, 2 y 30-34). No obstante, estos castigos a los que alude Eusebio, debían impo nerse a la prim era de estas estas dispos icio nes, la que alude a la obligación de los funcionarios de sacrificar a los
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dioses. Es sabido que en el Código Teodosiano se contemplan en los pri meros años, disposiciones idénticas de Licinio y Constantino, prohibien do cualquier dispensa de las obliga ciones de los curiales ( C.Th. XII, XII , 1, 1, 1 y 5) y castigando con la deportación a los que escapasen a tales obligacio nes (C.Th. XII, 1, 6). La permisividad que, en el caso de los clérigos, concedió Constantino po p o co d esp es p u é s, d e s a p a r e c ió en el 320 Th. XIV, 41 y 2, 3) al obligar a los (C. Th. clérigos y laicos curiales a hacer fren te a sus obligaciones. No obstante, pe p e r m i tió ti ó q u e n o c u m p lie li e s e n los lo s ri ri tuales religiosos vinculados al acceso a las magistraturas municipales (C. Th. Th. XIV, 2,5), puesto que el cumpli miento de estos ritos podría dar lugar a conflictos de conciencia entre los cristianos. Sin embargo ninguna ex cepción semejante aparece en el Có digo Teodosiano para la parte orien tal del del Imperio. Es po r tanto, bastante lógico suponer que puesto que Lici nio no había emitido ninguna deci sión particular para los cristianos, aplicase la la m isma d isposición a todos todos sus súbditos, paganos y cristianos. La negativa de algunos de estos últimos a cumplir con los sacrificios rituales, suponía una negativa a integrarse en la curia y, en consecuencia, les sería impuesto el castigo correspondiente; así así parece parece confirm confirm arlo la sorpren den te acusación de Eusebio, de que Lici nio persiguió a los cristianos inscri bié b ié n d o lo s e n el álbum de las Curias. La batalla entre Constantino y Li cinio nos es presentada de nuevo por los autores cristianos de la época, como una segunda guerra de religión. (Además de los autores citados; Sozom. VII). La prim era d errota de Licinio, Licinio, en el el 324, tuvo luga r cerca de A ndrin ópo lis. Licinio se retiró posteriormente a Bizancio y nombró Augusto a uno de sus funcionarios, Martiniano. En la segunda y definitiva derrota, jugó un pap p ap e l d ecis ec isiv ivo o la flot fl otaa c o n s t a n ti n ia -
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na, que estaba dirigida por el joven César Crispo. Esta se produjo en Chrysópolis, y, pocos días después, Licinio —a quien Constantino había dado palabra de perdonar la vida, y que por cierto, no cumplió— se rin dió. Así Constantino, flanqueado por sus dos hijos nombrados Césares, reunificó de nuevo el Imperio des pu p u é s d e c u a re n ta a ñ o s d e h a b e r e s ta do dividido.
e) Constantino, dueño único del Imperio Una de las medidas que marcaron más profundamente la nueva etapa constantiniana fue el traslado de la capitalidad del Imperio a la antigua ciudad de Bizancio, reconstruida y enormemente ampliada por decisión del Emperador y que desde el 8 de noviembre del 324 —fecha de su
inauguración— pasó a llamarse Constantinopla, o «ciudad de Cons tantino». Esta decisión trasladó de forma definitiva el eje político del Im pe p e rio ri o h a c ia O rien ri en te. te . En el 325 presidió el Concilio de N ic e a c o n el q u e se p r e te n d ía z a n j a r las disputas teológicas que enfrenta ba b a n a los lo s s eg u ido id o re s y a los lo s a d v e r s a rios de Arrio. Poco después de haber celebrado las vicennalia de su mandato, primero en Constantinopla y luego en Roma, tuvo lugar una tragedia que a juzgar po p o r las la s fuen fu en tes te s de la é p o c a, m a r c ó la pe p e r s o n a l i d a d d e C o n s t a n t i n o h a s t a su muerte. Los detalles no nos son co nocidos, pero la culminación de este drama supuso la ejecución de Crispo, de Fausta y de de Licinio II, II, hijo de an ti guo rival de Constantino. Zósimo (II, 29, 2-3) dice que, atormentada su con ciencia, y humillado porque los sa cerdotes paganos no le absolvían de
Arco Ar co de Constanti Const antino. no.
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
tales crímenes, fue atraído al cristia nismo por la promesa de que el bau tismo cristiano borraba todos los pe cados. Juliano , en su obra satírica «El Banquete» (c. 38), expresa la misma opinión que Zósimo sobre las razo nes del acercamiento de Constantino a la Iglesia. Esta opinión que, tradi cionalmente ha sido poco valorada, es considerada por Gracco Ruggini (1980) de cierta consistencia ya que, en su opinión, fue poco después cuando Constantino rompió públicamente con el neoplatonismo, en concreto hacia el 331. Constantino asoció a tres de sus hi jo s al Im p e r io d e s ig n á n d o le s C és ares ar es : Constantino II, Constancio II y Constante. También nombró César a su nieto Dalmacio y Hanibaliano, herm an o de este este último, último, ob tuvo el el cu rioso título de «Rey de reyes de las naciones pónticas». En opinión de algun os autores (C has tagn ol, 1984), el el pro p ro y e cto ct o c o n s t a n ti n ia n o de d ivis iv isió ión n del Imperio, preveía el reparto de lo tes entre los cuatro Césares, pero sólo desde el punto de vista administrati vo. El mayor de sus hijos, Constanti no II sería el destinado a mantener a los otros tres supeditados a su volun tad, esto es, ocupar el lugar predomi nante que el propio Constantino ocu pa p a b a e n to n c e s resp re spec ec to a sus su s C ésar és ar es. es . Pues, mientras que en la tetrarquía los Césares ocupaban una posición de mayor independencia respecto a sus Augustos, los hijos de Cons tantino estaban políticamente some tidos a su padre por completo. Así describe Eusebio esta sumisión: «Nuestro Rey, como la luz del sol por sus destellos ilumina a través de sus rayos que son los Césares...», en el discurso preparado por Eusebio con ocasión de los tricennalia de C onstan tino ( Triakont . 201, 5-21). Constantino murió en el 337, en su villa villa de Anciro, cerca cerca de N icom edia y durante sus últimos años parece que se acercó hacia las posiciones arrianas. Así parece indicarlo el hecho de
Moneda de Constantino con los polémicos signos en el casco (años 314-321).
que fuera Eusebio de Nicomedia, obispo arriano, quien le bautizó po cos días antes de su muerte.
2. La conversión de Constantino El problema de la conversión de Constantino al cristianismo es, tal vez, uno de los temas que mayores querellas ha desatado, y que, al cabo de más de un siglo de haberse plan teado el debate, sigue siendo un tema abierto y aún sujeto a múltiples y contradictorias contradictorias opiniones. El debate se ha centrado, casi ex clusivamente, sobre la persona de Constantino, esto es, sobre su propia conversión, intentando establecer el mo m ento en que ésta ésta se produ jo, e in cluso deduciendo las razones de la misma. Pero las fuentes que posee mos se prestan a m uy diferentes diferentes valo raciones por parte de los estudiosos del tema. En síntesis las dificultades más relevantes afectan, en primer lu gar, a la ambigüedad de los textos que nos informan sobre dicha conver sión, que son principalmente las obras de Eusebio de Cesarea y de Lactancio. No hay coincidencia en el relato que uno y otro nos dan la vi
18 sión celeste que decidió la conversión del príncipe. Eusebio no comenta este episodio en la Histo Hi storia ria E cles cl esiá iást stic ica a, silencio sorprendente dada la impor tancia del acontecimiento, pero sí en la Vida de Constantino, aunque en dos pa p a s a je s , y, c o n c iert ie rtaa s v a r ian ia n te s . E n pr p r i m e r luga lu gar, r, n o s d ice ic e q u e este es te h e c h o trascendental se produjo antes de la ba b a t a l la de P u e n e M ilvi il vio o y q u e el E m pe p e r a d o r vio en el ciel ci elo o «el l u m in o s o trofeo de la cruz acompañado de las pa p a l a b r a s “con “c on éste és te v e n c e rá s 11» ( V.C., 28, 2). Posteriormente, nos dice que la conversión fue el resultado de dos apariciones, la antes señalada, más la que tuvo la noche siguiente en la que se le apareció Cristo con un signo confusamente descrito por Eusebio (VC. 1, 29-31) que muchos autores entienden que se trata de un cristogra m a ^ (Alfoldi, 1948; Vog Vogt, t, 1949); pa p a r a o tro tr o s se tr a ta r í a de u n a cr u z, en vez de una rho\ (ver (ver G uardu cci, 1980) y para otros se trataría de una tau dentro del numeral griego diez, esto es, % que habría que interpretar como tria decennia (Piganiol, 1936), aludiendo a la visión que Constanti no tuvo y que nos es descrita por el pa p a n e g i r i s t a d el 310, q u i e n d ic e , en pr p r e s e n c ia del de l E m p e r a d o r, lo q u e este est e mismo le habí contado: que Apolo se le había aparecido y le había ofrecido dos coronas en cuyo interior Cons tantino vio un signo que identificó como la promesa del dios de que rei naría treinta años (Paneg. lat. VII, 21, 4-8). Lactancio, finalmente, no habla de visión, sino de un sueño habido la noche antes de la batalla de Puente Milvio, aunque la descripción que hace del signo que Dios le mostró en el sueño también se ha prestado a distintas interpretaciones: «...ut caeleste signum Dei notaret in scutis atque ita proelium committeret. Facit ut iussus est transversa transversa X litter littera, a, su m m o capite circumflexo, Christum in scutis notat. Quo signo arm atus exercitus exercitus capit f e rrum (De mort. 44, 4 ss). (Véase texto
número 2).
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Pero además, no sólo estos relatos sino las obras de ambos autores son objeto de múltiples interpretaciones, His toria ia Eclesiásti Ecles iástica ca de al igual que la Histor Sozomeno. Ya nos hemos referido a cómo, deliberadamente o no, han sido omitidos o falseados en estas obras algunos aspectos de la política de Licinio y del propio Ma jencio. O b viamente son obras de carácter pro pa p a g a n d ís tic ti c o , cuy cu y o fin fi n es e n s a lz a r el triunfo del cristianismo y a Constan mortibu s persecu tino: es el caso del De mortibus torum, de Lactancio, claramente panfletario. Aún así, resultan impres cindibles para el estudio de la época constantiniana, sobre todo la VC . Pero la valoración de esta fuente en tró en un debate particular a partir de los trabajos de Grégoire, en los que expone numerosos argumentos cuyo resultado es que la Vida de Constanti no, de Eusebio de Cesarea, es el pro ducto de un falsificación de época teodosina. teodosina. M uchos de esto estoss argum en tos al cabo del tiempo han sido des pe p e ja d o s ; si n em b ar g o , s u b s is te n a ú n muchas dudas sobre la obra en sí y sobre los documentos del propio Constantino insertos en la obra. Al gunos autores, aún aceptando global mente la autenticidad, admiten que hay interpolaciones en el texto (ver Honn, 1940) y todavía hoy los estu diosos de la época continúan ofre ciéndonos argumentos en contra o a favor de la autenticidad de los mis mos (así, Pietri, 1983). En segundo lugar, y aunque acep tásemos alinearnos al lado de los más fervientes defensores de la autentici dad de estos textos, nos encontraría mos con que difícilmente puede de ducirse de ello, que Constantino haya sido cristiano desde el momento en que la tradición sitúa su conversión. En los escritos constantinianos que Eu sebio edita en su Vida de Constanti no, no, el príncipe habla frecuentemente de la «divinidad», del Dios muy alto, del «Dios omnipotente» términos am big b igü ü os y q u e son so n c o m u n e s a los lo s p a g a
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
nos de la época. Sin embargo no ha b l a e s p e c í f i c a m e n t e d e J e s ú s , n i Eccles ia tampo co utiliza utiliza el el nom bre de Ecclesia en contextos en los que podría acla rarse su afinidad con ella, sino que habla —¿tal vez refiriéndose a la Ec clesia o no?— de las «asambleas de los justos» (VC. II, 55, 2), de la «es tancia santa» (VC. II, 56, 2; 55, 2). Tampoco la iconografía nos sumi nistra pruebas contundentes. Así los relieves del arco triunfal de Constan tino en Roma son considerados por m uchos estudiosos estudiosos como de clara ins p i r a c i ó n p a g a n a y v i n c u l a r í a n a Constantino con el culto solar, tres años después de su pretendida con versión (ver L’Orange-Von Gerkan, 1939). Las monedas —excepto las de sus últimos años— ofrecen también una simbología equívoca (Schóne beck be ck,, 1939). 1939). El g ra fito fi to q u e a p a r e c e en una de las paredes de la iglesia de San Pedro, en Roma, datada en el 315, y que se compone de un cristograma y las palabras: Hoc vin (ce (ce), es p r e s e n t a d o p o r la p r o f e s o r a G u a r ducci como confirmación de los testi monios de Eusebio y Lactancio, pero no es una prueba definitiva, pues si el muro es ciertamente del 315, el grafito —tosc —t osco o y h e c h o p o r c u a lq u i e r a — p u e de ser de esa época o posterior (ver Guarducci, 1974). Por otra parte, el comportamiento de Constantino tampoco desvela sus afinidades religiosas de forma preci sa. Es verdad que sus estrechas rela ciones con algunos obispos (sobre todo Osio de Córdoba y Lactancio), es un hecho probado y puede remon tarse tarse a los primeros añ os de su su m an dato como Emperador Occidental. Pero no es menos cierto que hasta los últimos años de su vida cultivó tam bié b ié n la a m is ta d de n u m e ro s o s filó fi lóso so fos paganos, sobre todo de Sopatro, filósofo neoplatónico. Y que las cere monias de la fundación de Contantinopla (324-330), fueron claramente pa p a g a n a s y e st u v iero ie ro n p r e s id id a s p o r el Em perador acomp añado de un po p o n
tifex (Vettio Agorio Pretextato, noble
romano y defensor a ultranza del pa ganismo) y el propio Sopatro, como augur.
Esta ambigüedad es considerada voluntaria por algunos autores (Mc Mullen, 1984). Así pues, las conclu siones a las que los estudiosos de la cuestión constantiniana han llegado
Visión cristiana de la conversión de Constantino Se inicia la lucha y, en un primer momen to, se imponen los soldados de Majencio, hasta que Constantino, con ánimo renova do y dispuesto a todo, movió sus tropas hasta las proximidades de Roma y acam pó cerca del puente Milvio. Constantino fue advertido en un sueño de que grabase en los escudos el signo celeste de Dios y se lanzara de esta forma a la batalla. Hace lo que se le había ordenado y, curvando el rasgo superior de la X, una vez invertida, graba el nombre de Cristo en los escudos. El ejército, protegido con este símbolo, toma las armas. El enemigo avanza sin su general y atraviesa el puente. Los dos ejér citos chocan frente a frente y se lucha con gran violencia por una y otra parte: «ni unos ni otros tenían lugar por donde esca par». En la ciudad se produce un motín y se increpa al emperador por haberse des preocupado de la salvación del estado; cuando aparece en público —celebraba en efecto unos juegos circenses con oca sión de su cum pleaños plea ños— — , el pueblo grita con una sola voz que Constantino no pue de ser vencido. Afectado por estos gritos, abandona el circo y, reuniendo a algunos senadores, ordena que se consulten los li bros sibilinos: en ellos se descubre que ese día habría de morir el enemigo de los romanos. Convencido, ante esta respues ta, de la victoria, se levanta y se dirige al campo de batalla. El puente se corta a sus espaldas. Los soldados, al ver esto, recru decen la batalla y la mano de Dios se ex tiende sobre la lucha. Los soldados de Majencio son presa del pánico; él mismo, iniciando la huida corre hacia el puente, que estaba cortado, y, empujado por la masa de los que huían, se precipita en el Tiber. Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, perseguidores, 44
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Porta Nigra de
a través del estudio de las mismas fuentes documentales, no pueden ser más diversas: Constantino se habría convertido en un cristiano compro metido, atendiendo al relato de Euse bio bi o (Bes (B esni nier er,, 1937; 1937; K eres er eszt ztes es,, 1981), 1981), o se trataría más bien de un hombre di vidido entre el neoplatonismo paga no y el cristianismo (Piganiol, 1936, y el mismo McMullen, 1984), o de un hombre atormentado como nos lo muestra la visión tradicional pagana, o de un político sagaz que se valió del cristianismo para sus fines (Gregoire, 1964). En cualquier caso, no hay duda de que fue durante la época constantiniana cuando se crearon las condiciones que transformaron al Imperio romano en Imperip cristiano. La cristianización del Imperio no fue fue el el resultado de una conversión in dividual (aunque se trate del Empera-
/eris (hoy Trier).
dor), sino la cristalización de un pro ceso que implicaba a la mayoría de sus súbditos y cuyos orígenes últimos se situarían a finales de la República, coincidiendo con el comienzo de la crisis de la religión pagana y cuyos orígenes orígenes más inm ediatos se se encon tra rían en las corrientes m onoteístas que se extendieron po r todo el el Imp erio en los siglos II-III.
3. Las disposiciones jurídic jurídicas as de Constantino en favor de la Iglesia En nuestra opinión tal vez sean las disposiciones jurídicas pro-cristia nas, jun to con las generosas generosas don acio nes del del Em perador, las las que m ejot nos
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Constantino y sus sucesores. La conversión del Imperio
Principales monumentos cristianos de Roma en los siglos III, IV y V.
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14.
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San Calixto San Crlsógono Santa Cecilia Santa Sabina San Prisco Santa Anastasia Santa Balbina Santos Nereo y Aqulleo San Sixto San Esteban Santos Juan y Pablo Cuatro Santos Coronados San Clemente Santos Pedro y Marcelino
15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 2 5. 26. 27. 28 .
Santa Cruz de Jerusalón San Pedro ad Vincgla Santa Práxedes Santa María la Mayor San Eusebio Santa Prudenciana San Ciríaco Santa Susana San Vidal Santos Apóstoles S an M ar c el o San M ar c o s San Lorenzo S a n L o r en z o
A Vía Fl am in ia B Via Salaria C Vía Nomentana D SAN PEDRO E Mons Plnclus F Collis Quirinalis G Via Tiburtina H Collis Viminalis I C ap i t o l i u m J FORU M K Mons Esquillnus L Vi a Pr aen es t i n a
M laniculum N Mons Palatinus Ñ COLISEO 0 Via Aurelia P Mons Aventinus Q Mons Caelius R LETRAN S Via Tusculana T Via Ostiensis U Via Appia V Via Latina
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desvelan su política religiosa y su concepción de las relaciones IglesiaImperio. La sistematización jurídica de las nuevas relaciones entre la Iglesia y el Estado romano, no fueron el resulta do de una medida concreta sino que su gestación fue gradual y paulatina, aunque a un ritmo más acelerado cuando Constantino se vio dueño único del Imperio. Muchas razones aconsejaban, en los primeros años, pr p r u d e n c ia al E m p e r a d o r e n la e l a b o ración de un estatuto de favor para la nueva religión cristiana. Entre ellas, la identificación que siempre había existido en Roma entre derecho pú blic bl ico o y d e r e c h o s a g r a d o p a g a n o . El cristianismo ofrecía, además, muy po p o c a s g a r a n tí a s de re sp e to a la ley: los numerosos casos —particularmente importantes en época de Diocleciano— de indisciplina militar hacían acreedores a los cristianos de un am pli p lio o d e s p r e s tig ti g io cív cí v ic o -p o líti lí ticc o . L a Iglesia, no obstante, demostró pronto su voluntad de colaboración con el Emperador al amenazar con la exco munión, un año después de la pro mulgación del Edicto de Milán, a los cristianos que desertaran del ejército o cometieran actos de indisciplina m ilitar (Conc. de Arlés, c. c. 3) 3), m ientras que hasta entonces estos mismos de sertores habían sido considerados mártires por la misma Iglesia.
a) Normativa jurídica sobre las donaciones La primera disposición que expresa mente autorizó a las iglesias (católi cas) a recibir donaciones y herencias es del año 321 (C.Th. XVI, 2, 4). El pro p ro p io E m p e r a d o r p a s ó de la te o ría rí a a los hechos con gran celeridad. Cons tantino concedió a la Igle Iglesi siaa n um ero sos donativos tanto de su caja priva da como de los bienes del fisco (Sozom. H.E. V, 5). Algunas de sus donaciones a la
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Bases ideológicas del poder imperial El emperador, el amado de Dios, será des de ahora partícipe del reinado celestial, porque está coronado de las virtudes que son inherentes a Dios y ha recibido en su alma los efluvios que vienen de Dios. Ha llegado a ser razonable por la Razón uni versal, ha llegado a ser prudente y sabio por su participación en la Sabiduría y ha llegado a ser bueno por comunión con el Bien. Eusebio de Cesarea. Discurso de las tricennalia, II, 3
Iglesia de Roma nos son conocidas a través del Lib L iber er Pontificalis, una espe cie de registro o inventario de bienes de la Iglesia romana. Además de la fundación de numerosas basílicas, (en el 324 Constantino establece la concesión de subvenciones, a través de la oficina prefectural, para la repa ración de iglesias y para la construc ción de otras nuevas), todas ellas do tadas de un patrimonio propio con sistente sistente en fondos suficientes para ga rantizar el mantenimiento de las mis mas, así como de los clérigos a su ser vicio, Constantino les dotó de objetos muebles, generalm ente en p lata y oro oro.. Sólo para las iglesias de Roma, las donaciones de Constantino en obje tos litúrgicos, superan los 500 kg de oro y se acercan a las seis toneladas de plata. Además, la estimación de las rentas percibidas, sólo por las iglesias romanas, es de más de 26.370 sólidos. Estas cantidades son tanto más significativas si se tiene en cuen ta el breve tiempo en que tal patrimo nio se constituyó. Además los bienes pa p a t r i m o n i a l e s de la s igle ig lesi sias as d is f r u t a ron de importantes exenciones fisca les: Constantino liberó a las iglesias de la obligación de pagar el impuesto normal, así como a las propiedades del Emperador, a las que se concede el mismo beneficio {C.Th, II, 1, 1). Hay que entender que se trataba del impuesto de la iugatio, que era el im pu p u e s to fu n c ia rio ri o n o rm a l. E sta st a d is p e n sa la extendió, por otra disposición
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del 319 (C.77?. XVI, 2, 2) a los bienes de todos los clérigos, lo que en cierto modo suponía la concesión al ordo estatuto o jurídico p arti clericalis de un estatut cular, que aparece, con tales privile gios, claramente diferenciado de los cristianos laicos.
b) La jurisdicción eclesiástica En una disposición del 318, Constan tino establece que sea el tribunal episcopal quien juzgue a todo aquel que desee ser juzgado según la ley cristiana, incluso en el caso de que la causa hubiese sido ya presentada ante los tribunales civiles. Además, declara que la sentencia emitida por el tribunal episcopal sería inviolable y su ejecución sería asegurada por la fuerza pública (C.Th., 27, 1). De una sentencia posterior del mismo Empe rador se desprende que la voluntad de una sola de las partes en litigio, ba b a s t a b a p a r a a r r a s tr a r a la o tra tr a a n te el tribunal episcopal. Añade que, en cuanto a la materia a juzgar, incluía todo tipo de causas y que sus senten cias eran sacrosantas y sin posibili dad de apelación (Const. Sinnond. I, año 333). Lo extremado de tal conce sión ha hecho que algunos autores po p o n g a n en d u d a su a u te n tic ti c id a d (así (a sí p o r ej em p lo, lo , D e F ra n c isc is c i). i) . Posteriormente, a partir de los su cesores de Constantino, los tribuna les eclesiásticos sufrirán un proceso restrictivo: primero, se les conceden competencias para juzgar delitos civi les, pero leves, no de carácter crimi nal. Más tarde se intentó que sus competencias se limitasen a los asun tos de carácter religioso excluyendo las causas civiles. Pero esta precisión es extremadamente vaga, pues mu chos conflictos de carácter religioso po p o d í a n ser se r al m ism is m o tie ti e m p o a s u n to s criminales. No en vano la futura ins titución de la Inquisición se sustenta, en gran parte, en las competencias ju rídicas otorgadas al tribunal episco pa p a l en esta es ta époc ép oca. a.
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En la base de estas restricciones sin duda se encontraba la necesidad de organ izar est estaa du plicidad de jurisdic ciones paralelas: la secular y la ecle siástica, establecidas sobre la base de mutua independencia. No debieron ser infrecuentes las contradicciones entre ambos tribunales tales como que un clérigo, depuesto por el tribu nal eclesiástico, fuera declarado ino cente en el proceso ante los jueces ci viles, o viceversa.
c) La manumissio in ecclesia La legislación imperial sobre las ma numisiones eclesiásticas es significa tiva de la importancia social concedi da por el poder político a los clérigos. Volterra considera que estas disposi ciones suponen un punto de encuen tro verdaderamente notable entre el Emperador y los principios sociales
La manumisión en la iglesia (18 de abril del 321) El emperador Constantino Augusto al obis po Hosio. Que quienes con sentimiento religioso han concedido en el interior de una iglesia la libertad merecida a sus esclavos, se considere que la han dado con los mismos efectos efectos jurídicos jurídicos que cuan do es concedida la ciudadanía romana con cumplimiento de las formalidades; pero ha parecido oportuno admitir tal efecto sólo para quie nes la hayan dado en presencia de los sa cerdotes. Por otra parte, permitimos a los clérigos que, al conceder la libertad a sus servidores, no solamente les concedan el pleno disfrute de la libertad, sino también, cuando dan la libertad por estipulación testamentaria o deciden darla con pala bras cualesquiera, que la libertad se ob tenga automáticamente desde el día mis mo en que se hizo pública la voluntad, sin necesidad de testigo o intérprete del derecho. Dado el catorce de las calendas de mayo en el segundo consulado de Crispo y Constantino (18 de abril del 321). Código Teodosiano, IV, 7, 1; trad. J.J. Sayas
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cristianos. Pero no hay que olvidar que tal encuen tro ya ya se ha bía efectua do entre la valoración que los estoi cos hacían de la esclavitud y los em pe p e r a d o re s de la d in a s tí a d e los lo s A ntoninos. Constantino dedicó dos constitu ciones al tema de la Man M anum um issi is sio o in ec clesia y ambas tienen la forma de res pu p u e s ta a las la s so lici li citu tud d e s p re v ias ia s d e dos do s obispos. La primera de ellas es del año 316 (C.J. I, 13, 1) y en ella se con cede a los dueños la facultad de ma numitir a sus esclavos en las iglesias, en presencia de los presbíteros y del pu p u eb lo . L a se g u n d a d is p o s ic ió n es del año 321 (C.Th. 4, 4, 7, 1 = C.J. 13, 1, 1, 2) y la innovación, respecto a la anterior, consiste en que, mientras que en la del 316 se exigía la redacción de un acta firmada por los obispos —segu ramente con vistas a la elaboración del censo—, en esta esta segun da con stitu ción el proceso se simplificaba: se pre p re s c i n d e de la s o le m n id a d del de l a c ta y se acepta la manumisión por la sola voluntad manumisora del clérigo, ex pr p r e s a d a v e rb a lm e n te . E n a m b a s o c a siones se confería al esclavo la ciuda danía romana. De todas formas, par a q ue los los cléri gos gos m anu m itieran a escl esclavos avos pertene cientes a un propietario laico, se re quería el consentimiento de éste, que recibía una cantidad en concepto de pa p a g o o i n d e m n i z a c ió n . C o n s t a n c i o ampliará la concesión decidiendo que todo clérigo clérigo (incluso fieles fieles laicos) laicos) po p o d í a r e s c a t a r a c u a l q u i e r e s c lav la v o que hubiera sido maltratado por su amo, incluso contra la voluntad del dueño (C.Th. XII, 8, 1). N o se c o n oc e, ni p o r a p r o x im a c ió n , el número de manumisiones practi cadas por las iglesias, pero aún supo niendo que hubiera sido muy eleva do, sin duda estas no alteraron la ins titución de la esclavitud, ya en crisis varios siglos de la época >constantiniana. Al descender el número de es clavos, éstos habían ido siendo re emplazados por trabajadores con es
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tatutos diferentes y sumamente im pre p re c i s o s c o m o se d e s p r e n d e d e las la s clasificaciones que de éstos se hace en los textos jurídicos (C.J., 11, 11, 48, 21, 1) y que genéricamente podríamos definir como colonos. Las condicio nes de vida de los esclavos esclavos m an um iti dos no debían, por otra parte, experi mentar una mejora notable al obte ner estos la libertad, pues la situación de los colonos y de los esclavos rura les era muy semejante. Ambos, en la pr p r á c t i c a , e r a n sie si e rvo rv o s qu e, g e n e r a l mente, disponían de un lote de tierra que debían cultivr y cuyos productos les pertenecían a cambio del pago de una renta al dueño del dominio, bien en metálico o, más frecuentemente, en especies. Ambos estaban, además, obligados a realizar trabajos en la «reserva» del señor. El parecido entre la situación real de unos y otros se po p o n e d e m a n ifie if ie s to p o r la c o n f u si ó n de ambos estatutos en los textos ju rídicos.
Constantino y Apolo-Helios. Ticinum, 313 (según Schünebeck); 316 (según Mattingly).
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II. La época de Constancio II (337-361)
1. El ascenso al poder de Cons Co nstan tancio cio II a) La suce su cesió sión n de Constantino Desde el 22 de mayo del 337, fecha de la muerte de Constantino, hasta sep tiembre del mismo año se dio la situa ción curiosa de que los cuatro Césares siguieron gobernando sus provincias y tom ando decisiones decisiones conju ntam ente en nombre del desaparecido Constanti no, sin que ninguno de ellos procedie se a proclamarse Augusto. Esta situa ción es más bien indicativa de las tensiones latentes que del buen enten dimiento. dimiento. Prob ablem ente la m uerte de de Constantino les había cogido des prev pr ev enid en idos os.. Mientras tanto, Constantino II resi día en su capital de Tréveris, Constan cio II en Antioquía, Dalmacio, el so br b r in o de C o n s ta n tin ti n o en C o n s ta n titi nopla, Hanibaliano estaba en Cesarea de Capadocia y del tercer hijo de Constantino, Constante, desconoce mos el paradero, aunque se ha pensa do que podría encontrarse en Milán. La tensión estalló en Constantino pla p la en septi se ptiem embre bre.. L a trad tr adic ició ión n y J u lia li a no hacen responsable a Co nstancio de la matanza que los soldados llevaron a cabo en Constantinopla. Fueron asesi nados: el César Dalmacio, el herma nastro de Constantino y padre de Ju
liano, Julio Constancio, y todos los miem bros de la familia excepto Galo y Juliano, qu entonces eran unos niños. Además, fueron ejecutados sus princi pa les le s part pa rtid idaa rio ri o s. El rey H a n ib a lia li a n o fue asesinado poco tiempo después. Elim inado s así, de un solo golp golpe, e, to dos estos contendientes, los tres hijos de Constantino: Constantino II, Cons tancio II y Constante, fueron procla mados Augustos el 9 de septiembre del 337. Constantino II se encargó del go bi b i e r n o del de l I m p e r io O c c id e n ta l y se convirti convirtió ó en prime r August Augusto. o. C onsta n cio se puso al frente del Imperio de Oriente y a Constante, el meno r, le le en comendaron el gobierno del Ilírico, pe ro b a jo tute tu tela la del de l h e r m a n o m ayor ay or.. Los dos años siguientes se caracteri zan, en los tres frentes, por las luchas que los nuevos Augustos hubieron de llevar a cabo: contra los bárbaros en Ocidente, y contra el Im perio de Sapor II, en Oriente. Pero en ei 339 Constan te se rebeló contra su hermano mayor y ocupó Italia. La guerra entre los dos hermanos tuvo como escenario Aquileya, donde resultó muerto Constanti no II. II. En consecuencia, el joven C ons tante se convirtió en Augusto de todo el Imperio Occidental. Desde el 340 al 350, Constancio II y Constante gobernaron sus respectivas par p arte tess del Im p e rio ri o sin si n q u e h u b i e ra e n tre ambos una gran armonía, pues
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mientras el primero se había converti do en campeón de la ortodoxia, Cons tancio era el sostenedo r del del arrian ism o en Oriente. Cuando el obispo católico Atanasio de Alejandría fue expulsado de nuevo de su sede episcopal y se re fugió en Roma, las relaciones entre ambos amenazaron con romperse; no obstante Constante logró logró de su su h erm a no, poco después, que fuese repuesto en su sede de Alejandría a cambio de otras contrapartidas. La situación, mientras tanto, era di fícil en Oriente pues el eterno Sapor II —qu —q u e se en fre fr e n tó c o n los tres tre s e m p e r a dores de la dinastía constantiniana— había reanudado la guerra en el 343. La cam paña, que duró tres tres años, años, imp i dió que los persas se apoderasen de Nís N ísib ibis is.. Pero Pe ro tras tr as u n p ar én tesi te siss de dos do s años, se reemprendió en el 348 y, aun que de nuevo Nísibis pudo ser mante nida, las tropas de Constancio II su frieron una grave derrota en Singara. Constante, mientras tanto prosiguió sus campañas en la frontera del Rhin. D urante estos estos años años se produjeron tam bié b ié n g ra n d e s d e s ó r d e n e s e n A fric fr icaa donde los católicos, apoyados por Constante, llevaron a cabo una dura cam pañ a contra los donatistas. donatistas. Se Se pro hibieron sus celebraciones religiosas, se clausuraron sus iglesias y fueron de tenidos muchos donatistas. El propio Donato murió durante la travesía que le llevaba al destierro. Pero esta actitud hostil hacia el donatismo tuvo como consecuencia que todos los elementos de oposición a la clase poseedora, al gobierno de Roma y/o a la Iglesia ca tólica, se aglutinaran entorno a la sec ta donatista. Entre ellos los circumce lliones —obreros temporales indígenas y poco romanizados—, que sembra ron el pánico en las aldeas. En virtud de estas «adherencias» extra-religio sas, el donatismo fue adquiriendo un, cada vez mayor, componente separa tista y antirromano, doblelnente preo cupante por la enorme implantación del cisma en las provincias africanas (ver: Frend, WHC, 1952).
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b) La usurpación de Magnencio En enero del 350 tuvo lugar en Autún la proclamación como Augusto del conde Magnencio. Este era un oficial medio bárbaro que contaba con el respaldo del ejército acantonado en las Galias, con el prefecto del pretorio local, un aristócrata romano, y con el de Marcelino, conde de la adminis tración privada del Emperador. Cons tante se dirigió hacia el sur de las G a lias a fin de prepararse para el com ba te , p e ro fue fu e a lc a n z a d o p o r las la s t r o pa p a s de M a g n e n c io y a s e s in a d o . As Así, í, en febrero del mismo año, Magnen cio fue proclamado Augusto y pasó a controlar todo el Imperio Occidental. Parece Parece que M agnencio era pagano, se desprende de la ley que promulgó inmediatamente después de su pro clamación, por la que restablecía la libertad a los paganos de celebrar sa crificios nocturnos (C.Th. XVI, 10, 2). También los prefectos de Roma de signado s p or él eran pagano s. Tal Tal vez vez este golpe de estado tuvo una raíz re ligiosa y fuera alentado por la oligar quía romana, que era mayoritariamente pagana. Pero es significativo que Magnencio Magnencio hiciera hiciera acu ñar m one das en las que aparece representado el cristograma y a ambos lados de él las letras alfa y omega. Es evidente que las tensiones religiosas del Impe rio eran muy frecuentes y que para mantenerse en el poder necesitaba granjearse también el apoyo de los cristianos. Constancio tardó casi un año de intervenir puesto que se encontraba en plena campaña contra los persas. Pero, a la espera de Constancio, algu nos miembros de su familia impulsa ron nuevas usurpaciones a fin de crear frentes de resistencia contra Magnencio. Así Constantina, herma na de Cons tancio y viuda de H anib aliano, establecida en Panonia, hizo pr p r o c la m a r E m p e r a d o r al g e n e ra l VeVetranio n en m arzo del del mismo año. Eutropia, una hermana de Constantino,
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suscitó una revuelta en Italia Central e hizo proclamar Emperador a su hijo Nepociano, que consiguió consiguió hace r se momentáneamente con el control de Rom a en jun io del 35 350. No o bstan te, te, apen as u n mes después, un ejército ejército enviado desde las Galias por Magnenc io y a cuya cuya cabeza iba M arcelino entabló combate con Nepociano. Este fue asesinado, al igual que su madre y algunos de sus partidarios. Se tomaron medidas de confiscación y persecución contra los senadores romanos que habían apoyado a Ne po p o c i a n o ; a lg u n o s d e ello el loss l o g r a r o n llegar hasta Panonia y ponerse bajo la protección de Vetranion. A finales del mismo año, Constan cio se dirigió hacia Occidente. Fue pa p a r a p o d e r r e c o n q u is ta r el O c c id e n te del Imperio, por lo que, en marzo del 351, Constancio designó César a su pr p r im o G a lo , h e r m a n a s t r o de J u li a n o , al que encomendó el gobierno de Oriente. Magnencio por su parte, había nombrado César a su hermano De centius centius y le hab ía enco m enda do la ta rea de rechazar a los alamanes que, empujados por Constancio, sembra b a n el p á n ic o en las la s fro fr o n tera te ras. s. El enfrentamiento entre ambos ejércitos tuvo lugar en Mursa en sep tiembre del 351. Pese a la victoria de Constancio, la batalla fue probable mente la más sangrienta de todo el si glo. Parece que los 80.000 hombres de Constancio murieron más de treinta mil y de lo 36.000 de Magnencio, cer ca de 24.000. Una pérdida que afectó gravemente a la capacidad militar del ejército romano durante muchos años. Pero Magnencio, con los restos de su ejérci ejército, to, consiguió esc apa r y d u rante casi todo un año se mantuvo en las Galias, hasta la nueva victoria de M on s Seleuci, a resul Constancio, en Mon tas de la cual tanto Mgnencio como Decentius se suicidaron. Vetranion, por su parte, abdicó en favor del Emperador Constancio vo luntariamente. Este gesto fue recom-
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El intervencionismo de Constancio en los asuntos teológicos He confesado a Cristo en la persecución que Maximiano, vuestro abuelo, suscitó contra la Iglesia. Si vos queréis renovarla, me encontraréis dispuesto a sufrirlo todo antes antes que traicio nar a la verdad y derramar la sangre del inocente, consintiendo en su condena. Yo no me he conmovido ni con vuestras cartas ni con vuestras amenazas; es inútil, pues, que continuéis con ellas... No os comprometáis más, os conjuro. Re cordad que sois un hombre mortal. Temed el día del juicio. Preparaos a comparecer puro e irreprochable. No os inmiscuyáis en los asuntos eclesiásticos. No nos prescri báis nada al respecto. Aprended mas bien de nosotros lo que debéis creer. Dios os ha dado el gobierno del Imperio y a noso tros el de la Iglesia. Quien ose atentar con tra nuestra autoridad, se opone a la orden de Dios. Dios. G uardaos de haceros culpable de un gran crimen usurpando la autoridad de la Iglesia. Se nos ha ordenado dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No nos está permitido atribuirnos au toridad imperial. Vos tampoco tenéis poder alguno en el ministerio de las cosas santas. Carta de Osio de Córdoba a Constancio II (año 356)
pe p e n s a d o p o r u n a p r o p ie d a d de BitiBi tinia, en donde vivió retirado de la po lítica hasta el fin de sus dias. Mientras tanto, el César Galo y su espos esposaa Constancia, herm ana del del E m pe p e r a d o r , h a b í a n i m p u e s t o u n ré g i men de terror en Oriente. Constancio informado de su pésima gestión, le hizo venir a Milán, pero antes de lle gar a la ciudad, fue detenido y juzga do en un proceso regular que le con denó a muerte a finales del 354. Poco tiempo después, el coman dante de las tropas imperiales, Sil vano, se hizo proclamar Emperador po p o r sus su s s o ld a d o s, e n C o lo n ia . A u n que la revuelta pudo ser sofocada en po p o c a s s e m a n a s , el a m b ie n te de in e s tabilidad política decidió a los fran cos v alamanes a penetrar en el Impe rio donde ganaron casi toda la mar
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gen izquierda del Rhin. Pero además, el rey Sapor amenazaba de nuevo con re em prend er la la guerra con los los ro manos. Ante la imposibilidad de mantener los dos flancos del Imperio pro p rote teg g id o s, se d ec id ió a n o m b r a r u n nuevo C ésar. La elección era fácil: fácil: Ju liano era el el único superviviente superviviente varón de la familia constantiniana. Los deseos de Constancio de nego ciar la paz con el rey Sapor, fracasa ron ante las excesivas exigencias de. éste. Así, en el 359 Sapor invadió la Mesopotamia romana llegando hasta la fortaleza romana de Amida, en el alto Tigris, a la que destruyó. Un inten to de Constancio de recuperar al año siguiente la ciudad de Bezabdé, fraca só. Fue entonces cuando abandonan do la campaña persa se preparó para salir al encuentro de Juliano que, ha bie b ie n d o sido si do p ro c la m a d o A u g u sto st o , se dirigía con su ejército a Oriente para dirimir por medio de las armas las hostilidades hostilidades entre entre ambos. No ob stan te no hubo necesidad de llegar a la guerra, pues Constancio enfermó du rante el trayecto y murió en noviem bre b re del de l 361. 361.
2. La política religiosa de Constancio II Cuando Constancio se convirtió en Emperador único de Oriente y Occi dente, tras la muerte de su hermano Constante, procedió con entera liber tad y gran em peño en su tarea de reureunificar la Iglesia, pero sobre la base de la aceptación de las fórmulas arrianas. Mientras vivió Constante, como hemos vist visto, o, ambos Em perado res procuraron mantener un equili bri b ri o en sus su s a c titu ti tu d es reli re lig g iosa io sa s a fin de que los problemas religioso-polí ticos que pudieran derivarse no rom pie p ie ra n el frági frá gill e n te n d im ie n to q u e se había instaurado entre los dos Au gustos del Imperio. En el 351 Constancio acude al Concilio de Sirmium donde se con denan los postulados trinitarios de los ortodoxos y el propio obispo de la ciudad, Fotino, fervoroso defensor de la unidad de la substancia, es depues to y reemp reemp lazado po r el am an o Germinio (Socr. II, 29). En el 353, Constancio convocó en
Visión de Mambré. (Mediados del siglo IV), catacumba de la Vía Latina, Roma.
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San Atanasio. Miniatura de un manuscrito griego del siglo XII. Biblioteca Nacional. Paris.
Arlés un concilio presidido por el obispo de la ciudad, Saturnino. El ob je tiv ti v o p r io r it a r io era er a j u z g a r y c o n d e nar a Atanasio de Alejandría al que el nuevo pa pa Liberio no se ha bía tretrevido a excomulgar pese a que los obispos orientales le habían dirigido una carta en la que se le presionaba pa p a r a q u e A ta n a s io fue fu e ra d e p u e s to y expulsado de la Iglesia. La ofensiva am an a contaba ahora ahora con un valia valiaso so aliado, el Emperador, y la excomu nión de Atan asio era el el paso obligado pa p a r a re d u c ir a la fa c ció ci ó n o rto rt o d o x a . Como el obispo de Roma, Liberio, exigiese la celebración de un concilio ecuménico, Constancio organizó en Milán la celebración del mismo. Este concilio supuso el pun to álgido de los los enfrentamientos entre ambas iglesias. El Emperador intervino en términos tales de coacción que a los ortodoxos les resultaban ahora intolerables: su opinión había de ser considerada por los obispos como si se tratara de un canon y quien no la suscribiese, sería
desterrado. Las sesiones conciliares se celebra ron en el el prop io palac io del Emperador, donde éste podía seguir los debates, instalado detrás de una cortina. En el mismo, se sancionó de nuevo nuevo la con dena de Atanasio y todo todo aquel que protestó contra la decisión, fue exiliado a Tracia y sustituido por el diácono Félix. También el anciano obispo Osio de Córdoba, que tan activamente había defendido el credo ortodoxo en el Concilio de Nicea, fue mandado al exilio a Sirmium, después de haber escrito una carta al Emperador en la que se atrevió a negarle todo derecho a que éste se mezclase en los asuntos de la Iglesia (ver sobre el particular, De Clercq, 1954). Atanasio, pese a las reiteradas con denas y solicitudes del Emperador a que compareciese en la corte, consi guió guió m antenerse como ob ispo en Ale ja n d r í a ha sta st a febr fe brero ero del 356, 356, ap oy ad o p o r los o rto rt o d o x o s d e la c iu d a d . Se re re currió a provocar una revuelta popular
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—i n s t ig a d a p o r C o n s t a n c i o — a re sueltas de la cual, Atanasio fue deteni do. En su lugar, se nombró obispo a Jorge de Capadocia, instrumento fiel del príncipe y antiguo instructor de Juliano. La aceptación de éste no dejó de tener problemas: entronizado en el 357, fue depuesto en el 358 por una sublevación popular. Los ortodoxos le acusaron de organizar un monopolio de pompas fúnebres, de especular con la sal, con el papiro, etc. Pero fue repuesto tres años después. Otro exiliado notable fue el obispo de Poitiers, Hilario, cuyos ataques a la intromisión del Emperador en los asuntos eclesiásticos, nos son cono cidos a través de su obra (Migne, P. L. IX-X). Fue Jualiano, entonces César en las Galias, quien, por orden del Emperador, convocó un concilio de Béziers, donde los obispos decidie-
Sobre las inmunidades de los clérigos (30 de junio del 360) El mismo Augusto (Constancio) y César (Juliano) a Tauro, prefecto del Pretorio. En el sínodo de Ariminum (359), cuando se sostuvo una discusión relativa a los pri vilegios de las iglesias y los clérigos, se elaboró un decreto a este efecto, a saber, que las unidades de tierra sometidas a tri buto que resulten pertenecer a la Iglesia sean liberadas de cualquier servicio públi co obligado y que se vean libres de cual quier entorpecimiento. Nuestra sanción, dada anteriormente, viene a rebatir este decreto. Pero a los clérigos y a aquellas personas a quienes un uso reciente ha empezado a llamar «sepultureros» debe ser concedida exención de servicios públicos obligato rios de naturaleza baja y del pago de tasas, si, por razón de llevar un negocio de muy pequeña escala, tuvieran que adquirir co mida y ropas pobres para sí mismos. Sin embargo, aquellos otros cuyos nombres estaban incluidos en el registro de comer ciantes en el momento en que los pagos de tasas fueron oficialmente hechos, asu mirán las tareas y pagos de tasas de los comerciantes en la medida en que entra ron con posterioridad en la condición de clérigos.
ron el exilio de Hilario a Frigia. A partir del 357, esta política de coacciones coacciones parece que comenzó a dar resultados y convencidos o no, los obispos se replegaron dócilmente a las fórmulas tan violentamente de fendidas por el Emperador. En contrapartida, Constancio no sólo mantuvo, sino que aumentó mu chas de las concesione concesioness de Con stanti no a la Iglesia. Además, proscribió el culto paga no, tanto los sacrificios como la ado ración a los dioses (C.Th. XVI, 10, 6) y p a r a h a c e r m ás e fic fi c a z su v o lu n t a d de abatir el paganismo, ordenó que: «todos los templos sean cerrados y que se prohíba el acceso a ellos a fin de que los hombres perdidos no ten gan oca sión de pecar. pecar. Que el el que con travenga esta Ley sea castigado con una espada vengadora» (C. Th. XVI, 10, 4). En lo que respecta a los los clérigos que po seen propiedades fondarias, sin embargo, Vuestra Sublime Autoridad decretará no solamente que de ninguna manera ellos puedan eximir a las unidades de tierras im ponibles de otros hombres del pago de las tasas, sino también que dichos clérigos sean obligados a realizar pagos fiscales por las tierras que ellos mismos poseen. Pues, en verdad ordenamos a todos los clérigos, en la medida en que son terrate nientes, que asuman los pagos provincia les de los débitos fiscales, especialmente desde el momento en que en la Corte de Vuestra Tranquilidad otros obispos proce dentes de zonas de Italia, así como los ve nidos de Hispania y Africa, han estimado que esta regulación es muy justa y que, además de esas unidades imponibles de tierra y de la declaración fiscal que corres ponde a la Iglesia, todos los clérigos de ben de ser requeridos para realizar todos los servicios públicos obligatorios y para proporcionar transporte. Dado como carta la víspera de las ca lendas de julio, en Milán, en el año del dé cimo consulado de Constancio Augusto y el tercer consulado de Juliano César (30 de junio del 360). Código Teodosiano, XVI, 2, 15; trad. J.J. Sayas
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III. La época de Juliano (355-361)
1. Juliano César y Juliano Emperador a) El acceso al poder de Juliano Flavius Claudius lulianus, el último Emperador de la dinastía constantiniana, era hijo de Julio Constancio, hermano consanguíneo de Constan tino, y, por consiguiente, nieto de Constancio Cloro y primo de Cons tancio II. Nació en Constantinopla en el año 332. Cuando tenía 5 años la matanza dinástica a la que ya nos he mos referido propiciada por Cons tancio II le privó de su padre, de su herm ana stro mayor y otros otros familiares familiares directos. Sólo él y su otro hermanas tro, Galo, escaparon a esta masacre, el primero por su corta edad y el se gundo porque tal vez se esperaba que la enfermedad que entonces sufría pu p u s ie ra fin fi n a su vida vi da.. Hasta el 355, año en el que cambió su destino destino al ser ser nom brado César por su primo, la vida de de Juliano es una se rie de exilios y reclusiones, siempre lejos de Constancio pero siempre es trechamente vigilado por éste. Prime ramente es educado en Nicomedia, po p o s te r io rm e n te es t r a s la d a d o a C o n s tantinopla donde continúa sus estu dios; en el 344, de nuevo Nicomedia y un año después, hasta el 351, es en viado, viado, jun to con G alo al al do m inio im p e r i a l d e M a c e l l u m ( C a p a d o c i a ) ,
donde su situación era muy parecida a la de un prisionero. Esos años fue ron decisivos en la formación religio sa de Juliano (ver: Bidez, 1930), pues los sacerdotes arríanos encargados de su educación le facilitaron un pro fundo conocimiento de los textos sagrados. El nombramiento de su hermano como César, en el 35 351, le conced e u na libertad de movimientos desconocida anteriormente por él. Frecuenta a retores y filósofos paganos de Asia Me nor y parece sentirse en esta época, especialmente atraído por las doctri nas del neoplatónico Jámblico. Pero en el 354, Galo es condenado a muer te y Julian o es obligado a presentarse en la corte de Milán. Tal vez hubiera sufrido la suerte de su hermano, pero el favor de la Emperatriz Eusebia, es po p o sa d e C o n s ta n c io , n o sólo só lo le lib li b ró de la posible prisión sino que le valió la autorización del Emperador para que Juliano prosiguiese sus estudios en Atenas. Durante los pocos meses que permaneció allí, Juliano estrechó sus vínculos con los filósofos ncoplatónicos sobre todo con Prisco, y se inició en los misterios eleusinos. No hay du da, ya en esta época, acerca de sus creeencias religiosas, aunque tal vez por respeto al Emperador tardó varios años en hacerlas públicas. En octubre del 355 fue de nuevo obligado a partir hacia Milán, donde esperó durante casi un mes hasta co
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nocer la decisión que Constancio ha bía b ía to m a d o a c e rc a d e él. E ste, st e, in f lu i do tal vez por la Emperatriz, pero también obligado por las circunstan cias, decidió nombrarle César y en viarle a las Galias, después de cele br b r a r s e el m a tr im o n io d e J u li a n o c o n Helena, hermana del Emperador. Sin duda el honor de tal nombramiento era muy poco al lado de las dificulta des de la empresa que le encomenda ba b a y de los p o co s m e d io s y m e n o s p o deres que se le concedieron, pues, según nos dice el propio Juliano, no se le concedió la autoridad suprema sobre el ejército, sino que la dirección de las operaciones incumbía a los ge nerales, todos ellos hombres de Cons tancio (Epist. Aten., 7). Ese mismo año se había levantado un nuevo usurpa do r en Occiente Occiente,, Sil Sil vano, y las fronteras del Rhin habían sido devastadas por los bárbaros, que habían incluso penetrado en el Impe rio. Juliano con una escolta de 360 soldados, todos cristianos, y un a total carencia de formación militar, fue en viado para las Galias. No N o o b s ta n te , d u r a n te los lo s a ñ o s q u e allí permaneció (355-361), se reveló, —lo q u e n o d e ja de s e r s o rp r e n d e n te en un joven que había dedicado su vida anterior a la meditación y al estudio— como excelente estratega, un sabio adm inistrador y un h ábil ge ge neral. La primera campaña supuso la recuperación de Colonia y una derrota pa p a r a los lo s a l a m a n e s (356-7). L a b a t a l la de Estrasburgo contra los alamanes, fue, sin duda, un triunfo memorable que devolvió la confianza a las po bla b la c io n e s fr o n te riz ri z a s y le va lió li ó u n a gran popularidad (ver: Zosim. III, 3, 3-4; -4; A m m . 16, 11 11-12). 12). D u ra n te los años siguientes, desde Lutecia (París), donde había instalado sus cuarteles de invierno, continuó con éxito sus victorias contra los pueblos bárbaros; al mismo tiempo reconstruyó las ciudades fronterizas e hizo venir des de Bretaña a un contingente de bar cos (800 según Zósimo, III, V, 2), car
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gados de trigo para abastecer a estas ciudades. Tal vez la envidia y el temor de Constancio ante los éxitos del joven César (punto en el que coinciden to dos sus cronistas) expliquen que el Emperador, que preparaba en el 359 una de sus campañas contra los per sas, diese la orden a Juliano de que éste le envíase a sus mejores tropas. El ejército se negó a obedecer esta or den y provocó un levantamiento en favor de Juliano, que se vio obligado a tomar el título de Augusto en el 360 en Lutecia. Aunque Constancio, entonces en Oriente, se negó a reconocer tal nom bra b ra m i e n to y ni s iq u ie ra le re c o n o ció ci ó ya como César, Juliano no se decidió hasta el 361 a solucionar la crisis con las armas, esperando, sin duda, que Constancio cambiase de opinión. Es significativo a este respecto, que Ju liano, en el 361, celebrase aún, la fies ta de la Epifanía. Aunque tal vez el no haber cortado ya sus vínculos for males con el cristianismo no se expli que sólo por lealtad a Constancio, sino porque la presencia cristiana en su ejército era muy importante. En el interim llevó a cabo una nue va campaña contra los francos y otra contra los alamanes, a los que Cons tancio había arrojado contra él. Cuando ya Juliano se encontraba en N a is s u s , p r e p a r a d o p a r a la b a t a l l a con Constancio, le llegó la noticia de que el Emperador había muerto en Tarso, a consecuencia de una enfer medad. No obstante, antes de morir, había decidido que la dinastía constantiniana continuara en la persona de su su brillante brillante primo, el el ahora Em pe rado r Juliano. Juliano.
b) El testimonio de Juliano Julia no es, es, sin duda , uno de los los perso najes de la antigüedad que conoce mos con mayor precisión. Esto se debe a la propia actividad literaria del Emperador, hecho bastante insó
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Entrega de la ley a S. Pedro y S. Pablo (fines del siglo IV). Abside del Mausoleo de Santa Constanza, Roma.
lito entre los emperadores romanos y que no siempre fue apreciado por sus súbditos. súbditos. Gregorio Gregorio N azian zeno le lla ma «sofista coronado» y ciertamente las pretensiones intelectuales de Ju liano —que le confirieron un estilo estilo de gobierno tan diferente al de Cons tancio— es objeto de burla para el obispo cristiano (Greg. Naz. D.V., 30, IV, 112). La mayoría de las obras de Juliano que se han conservado son de carác ter filosófico-religioso: Contra Heraclios, La Madre de los dioses, Helios-Rey y Contra los cínicos ignorantes.
Otras, sin abandonar esta temática que le obsesionaba, se centran en la familia imperial: Elogi El ogio o de Eusebia Eus ebia,, Elogio Elo gio de Constan Con stancio cio y El E l banq ba nquet uete. e. Se conservan también algunos fragmen tos de una ob ra que pretendía ser ser una refutación del cristianism cristianism o: Contra los Galileos. Una obra de difícil clasifica Mi sopogo ogon n o «el enemigo de ción es el Misop
la barba». Esta parece que fue escrita a
raíz del del ince ndio del tem plo de Apolo en Dafne (Antioquía), del que el Em pe p e r a d o r c u l p ó a los lo s c r is tia ti a n o s y en ella se refleja el pesimismo del autor ante la incomprensión existente entre él —y su obra religiosa— y los antioquenos. Pero, además, poseemos dis cursos y cartas del Emperador a nu merosos personajes así como m uchas de las respuestas de algunos de éstos. Tal vez entre todas sus cartas, sea la dirigida a Temistio, poco después de su nombramiento como Emperador, no sólo la más bella y espontánea, sino también una de las más intere santes, puesto que nos desvela la con cepción del poder de Juliano y las lí neas generale generaless de su p rogram a de go bie b ie rn o . E n ella el la se m a n i f i e s t a n sus su s d e seos de tolerancia religiosa. Además de los escritos de Juliano, po p o s e e m o s los lo s te s t i m o n io s e x c e p c io nales de Amiano Marcelino y de Li-
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ba b a n i o , c o n t e m p o r á n e o s del de l E m p e r a dor y testigos de primer orden de su vida y su obra. A éstos habría que añadir los de Gregorio Nazianzeno que vendrían a ser el negativo de Ju liano, y que nos informan sobre la vi sión que del Emperador tenían algu nos sectores cristianos. Pero a pesar de toda toda esta docu m en tación, o tal vez a causa de ella, la fi gura de Juliano ha sido, y aún es, una de las las m ás controvertidas controvertidas y fascina n tes de la Antigüedad. Considerado po p o r los lo s c r isti is tiaa n o s de su é p o c a c o m o el Emperador Apóstata, fue hasta el fin del del m und o antiguo celebrado y recor recor dado por los paganos como «Juliano el Grande». Pocas veces un personaje histórico ha sido objeto de tal canti dad de estudios y menos veces aún, ha conseguido sobrepasar el marco de la historia para convertirse en una leyenda.
c) La política exterior de Juliano La guerra contra los persas fue un pu p u n t o de c o in c id e n c ia de los lo s tres tr es E m pe p e ra d o re s de la d i n a s t ía c o n s t a n t i n i a na. Constantino había ido demoran do esta empresa que pretendía que fuera la culminación de su obra polí tica, pero la muerte le sobrevino antes de que pudiera realizarla. También Constancio II, como he mos visto, tuvo que hacer frente al mismo enemigo, aunque sus campa ñas fueron defensivas y ciertamente la idea de la conquista de Persia re sulta inconciliable con su política moderada y realista. Juliano, por el contrario, considera un deber inelu dible del Emperador someter al ene migo que ha actuado durante siglos como verdugo del pueblo romano: «Es nuestro deber —dice— destruir a esta odiosa nación, en cuyas espadas aún no se ha secado la s,angre de los nuestros» (Amm. Marc. 23, 5, 19). Hay que tener también en cuenta, que el ejército fue el principal sostén
de Juliano —suprimida por él la abundante y poderosa burocracia de su antecesor y debilitada, por ende, como fuerza político-social— y, ade más, a su su entende r, fue fue el el instrum ento con el que mayor gloria había conse guido en el pasado el pueblo romano; así, continuando esta tradición ex pa p a n s i o n is t a , él e s p e ra « r e s titu ti tu ir a la majestad romana el honor que le es debido» (Amm. Marc. 16, 12, 31). Juliano no sólo pretendió restable cer la antigua religión vinculada a la época gloriosa de Roma, sino reto m ar tam bién su política. política. No es casual que en sus discursos y harengas al ejército estén siempre presentes las evocaciones al sometimiento de Cartago, tago, de Vey Veyes, es, de N um anc ia... (Am m. Marc. 23, 5, 20) y a personajes como los Curtii, los M u cii ci i, los Decii... Decii... (Amm. Marc. 23, 5, 19). Fue sobre este ideal —a n a c r ó n i c o p o r o tra tr a p a r t e — de d e volver al Imperio las virtudes y la grandez a de la la época repub licana, so bre b re el q u e se m o n tó la p r o p a g a n d a de su campaña ofensiva contra los per p er sas. sa s. Las incidencias de esta campaña nos son muy bien conocidas a través de Amiano (23-25), Libanio (Disc. 18, 204-274) y Zósimo (III, 12-29), quie nes seguramente consultaron el dia rio de guerra que escribió Oribaso, m édico del del Em perador, y que sin em ba b a r g o n o so tro tr o s n o co n o c e m o s . En marzo del 363 tuvo lugar la par tida del ejército hacia el Eufrates. Una parte del ejército, al mando de Procopio, siguió desde Nísibis la ruta del este, mientras el Emperador, con el grueso de su ejército y una flota de cien barcos, atravesó primero el Eu frates y luego el Tigris y avanzó pri mero hacia Seleucia, a la que some tió, y luego hacia Tesifonte. Durante su avance las victorias se habían su cedido cedido ininterrum pidam ente, e inclu so ante Tesifonte había conseguido aplastar al enemigo; pero Juliano, sorprendentemente, decidió destruir la flota y reunirse con Procopio, que
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entonces se encontraba en el norte. Esta decisión precipitada y difícil de entender, (según Arniano, Juliano no creía poder doblegar el sitio de Tesifonte) de retirarse, sin duda desmora lizó al agotado ejército a quien habían comenzado a escasear los víveres. En este ambiente, Juliano fue asesi nado, durante un combate, por una lanza que muchos creen que pertene cía a uno de sus propios soldados.
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_ D e sp u e s de su m u e rte rt e , el ejér ej érci cito to ac anto nad o en Persia, Persia, eligió eligió como su cesor a Joviano, un oficial cristiano de origen panonio que, ansioso de llegar a suelo romano y confirmar su nombramiento, concluyó una paz vergonzosa con los persas, a los que entregó las cinco satrapías situadas más allá del Tigris y una parte de la Mesopotamia, incluyendo a Nísibis y Singara.
Juliano el Apóstata.
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2. La política religiosa de Juliano El momento en que Juliano rompió sus vínculos con el cristianism cristianism o y m a nifestó públicamente sus convincciones religiosas fue, como hemos visto, tras la muerte de su primo Constan cio y su consiguiente proclamación como Emperador en diciembre del 361. Sabemos también por el propio Juliano, cuándo se convirtió íntima mente al paganismo: «No perderéis el buen camino si me seguís —escribe a los los alejandrino s que interven ían en favor de Atanasio—. Igual que voso tros yo he seguido ese camino hasta los veinte años; ahora, con la ayuda de los dioses, voy por este otro desde hace once años» (luí. Ep. 111, 21, 3). N o h ay, ay , en re a lid li d a d , n i n g u n a r a zón para negar que fuera así; pero el tema de su apostasia es una de las cuestiones que más ha preocupado a los estudiosos de Juliano. Una teoría muy antigua pero que aún hoy se en cuentra en algunos m anua les es la de que Juliano no fue sinceram ente cris tiano nunca, aduciendo como móvil de su rechazo al cristianismo el re sentimiento de éste hacia Constancio y, por extensión, hacia su religión (Martha, C. 1883). Otros autores, por el contrario, le atribuyen u na s fuertes fuertes convicciones cristianas durante los pri p rim m e ro s a ñ o s —i —in n c lu s o el p ro p ó s ito it o de convertirse en obispo— y, en con secuencia, su ruptura con el cristia nismo h abría sido sido el resultado resultado de un a pr p r o f u n d a cris cr isis is re ligi li gio o sa (B idez id ez,, 1930 1930;; Festugiére, 1959). Por último se ha in tentado explicar su apostasia en ra zón de la mala formación teológica recibida por ser arríanos los precep tores a los que Constancio le había encomendado (Allard, P., 1900; Ricciotti, G., 1959). C ontra la la primera primera podfía argum en tarse que la corta edad de Julian o —5 ó 6 años— cuando se produjo la ma sacre de Constantinopla, es difícil
mente compatible con una reacción semejante y más aún si tenemos en cuenta que la religión de Constancio fue también la de su madre, Basilina —m u e rta rt a p o c o d es p u é s del de l n a c i m i e n to de su hijo Juliano— y la de su abuela, Teodora. Además, el mismo Juliano reconoce, ya siendo Empera dor —por consiguiente cuando no había razón para fingir— haber sido cristiano. La segunda teoría es es tamb ién Julia no quien la rebate, pues a través de distintos pasajes se puede ver cómo pri p rim m e ro su c u r io s id a d , lueg lu eg o su i n c li nación, hacia el paganismo, habían ido despertándose en él. Así, en un pa p a s a je de su o b r a Hel H elio ioss-R R ey , dice: «Hacia su luz etérea —la del Dios son— elevaba, siendo muy joven, tan completamente mi pensamiento que no me bastaba con mirarlo, sino que, incluso durante mis salidas noctur nas, bajo la pura claridad de un cielo sin nubes, indiferente a cualquier otra cosa, sólo ponía interés en las maravillas del cielo, sin oír lo que se me decía, sin poner atención en lo que hacía... Se me tenía ya por un as trólo trólogo, go, cuan do ni siquiera siquiera tenía b ar ba . P o r o tra tr a p a rte rt e , p o n g o a los lo s d iose io sess po p o r test te stig igos os,, n u n c a h a b ía te n id o e n tre tr e las manos un libro sobre tal materia» (Iul. H e l I, t. II, 2). Sabemos que Mardonio, el eunuco sirio que fue su pedagogo hasta el 341, año en el que G alo y Juliano fue ron recluidos en Macellum, era un gran conocedor de los clásicos y que, gracias a él, Juliano aprendió a amar las obras de Homero —cuyas citas son constantes en sus cartas— y He siodo, y a través de ellas, a la cul tura helenística. Gregorio Nazianzeno dice que en los ejercicios de retórica y filosofía en los que el preceptor oponía a los dos hermanos, Juliano siempre prefería defender la causa de los griegos, que Gregorio identifica, seguramente con razón, con los paganos (Greg. Naz. Orat IV, 30).
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El tema de la conversión al paga nism o, o de la ap ostas ia, si se se prefiere, prefiere, de Juliano, se ha desorbitado bastan te, en nuestra opinión. En el fondo de muchos estudios se percibe el interés po p o r c o m p r e n d e r esta es ta e x tr a ñ a d e c isió is ió n de Juliano. Pero hay que desconfiar de los argumentos sicológicos. Por el contrario nada tiene de extraño que Juliano o cualquier otro otro contemp orá neo suyo, educado en un ambiente cristiano, pudiese posteriormente ha cerse pagano. Aunque no poseamos estadísticas, es sabido que el cristia nismo aún no era una religión total mente implantada en Oriente y era aún minoritaria en Occidente. Aún aceptando que Constantino se hubie ra convertido al cristianismo durante los primeros años de su gobierno como em perado r de Occidente, Occidente, y que que tal conversión hubiera tenido una trascendencia pública —lo que no está en absoluto probado, como he mos visto—, apenas habrían pasado treinta años hasta la época época en que Ju liano sitúa su conversión al paganis mo. En treinta años el paganismo pu p u d o se r o fic fi c ia lm e n te rele re leg g ad o , p er o era muy poco tiempo para desarrai gar una religión de siglos. Por consi guiente no creemos que este asunto de la apostasia de Juliano tenga nad a de sorprendente ni merezca mayores reflexiones.
a) La religión del Emperador Pese a su actitud política de defensa del tradicionalismo romano, Juliano es sobre todo un oriental, un helenis ta, tanto en el aspecto cultural como en el religios religioso. o. Pero es el el prop io Ju lia no quien concilia helenismo y romadice:: ¿No es acaso R om a nitas cuan do dice una ciudad griega «por su origen y po p o r su co n s titu ti tu c ió n » ? ¿no ¿n o so n los lo s r o manos una «raza helénica»? {Helios Rey, cap. 39), aludiendo evidentemen te a la Eneida. Incluso RómuloQuirino, el el funda do r de de R oma, era un
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descen diente del Sol, Sol, filiación filiación que J u liano desarrolla en su discurso sobre Helios Hel ios-Re -Reyy (cap. 44). Por otra parte, el paganismo roma no había iniciado claramente, desde la época de Marco Aurelio una evolu evolu ción hacia el monoteísmo que a lo largo del siglo III se había ido inspi rando cada vez más en la filosofía neop latónica. Plotino, Porfirio y Jám bli b licc o — a q u i e n J u l i a n o c a lif li f ic a de «daimonios» o divino en su obra Helios-re Helio s-reyy, cap. 26—, fueron los prin cipales elaboradores de esta filosofía religiosa —inspirada en Platón— que aportó una dimensión racionalista al pa p a g a n is m o clás cl ásic ico. o. A d e m á s de la i n fluencia neo-platónica, también las religiones orientales habían impreg nado al paganismo de un misticismo nuevo que rompía con el formalismo tradicional de la religión grecoromana. Así, el paganismo había ido pa p a r e c ié n d o s e c a d a vez ve z m á s al c r is tia ti a nism o que, a su su vez —y —y como religión sincrética que era— había ido asu m iendo, desde la época de Pablo, Pablo, m u chos elementos filosóficos y religio sos tanto del helenismo como de las otras religiones orientales. La dife rencia objetiva fundamental entre ambas, fue sin duda el monoteísmo riguroso y exclusivo del cristianismo, mientras que las religiones orientales y el paganismo greco-romano se pu dieron compatibilizar sin mayores pro p ro b le m a s. H a y v a rio ri o s ca so s de s a cerdotes de religiones orientales que lo son ade m ás de otros otros dioses: dioses: en CIL VI se menciona a un sacerdote de Mi tra, de Hécate y de Magna Mater (cf. Piganiol, 1936). Este acercamiento entre el paganismo y las religiones orientales, enriqueció, como hemos dicho, la dimensión espiritual y mís tica del primero, pero desvirtuó el ca rácter de las religiones orientales, y, en nuestra opinión, explica que nin guna de ellas tuviera la fuerza sufi ciente para configurarse como alter nativa a la antigua religión grecoromana.
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Las obras de Juliano —pagano fer voroso y decidido a revitalizar el p a g a n i s m o — n ó s i n f o r m a n a b u n da nte m en te sobre su. su. filosofía, filosofía, religio sa. La mayoría de sus reflexiones se inspiran directamente en los «libros herméticos», compendio del paganis mo neoplatónico de la época, aunque los autores que han estudiado pro fundamente las obras religiosas de Juliano coinciden en que hay en ellas ellas elementos filosóficos que son aporta ción del propio Juliano (esp ecialmen te, Bidez, 1930). Juliano define las relaciones entre el Dios Supremo y el Sol como los cristianos de su tiempo definían los vínculos entre Dios Padre, y el Hijo: El Dios Supremo ha creado a HeliosSol con su propia substancia; así He lios lios es es sem ejante y con sus bstan cial al Dios Creador (. Helio He lios-R s-Rey ey , c. 31). H e lios es un demiurgo o mediador entre el Dios Creador y la creación. Pero además es Helios quien ha orientado la colonización griega, a través de su oráculo, en Delfos, y también la fun dación de Roma y su esplendor son obra suya (c. 39, 40). Helios es general mente identificado con Apolo, pero otras vece vecess lo es con M itra, con M ar te, te, con Serapis o con Jú piter. O tal vez no se trate sino de manifestaciones distintas del mismo dios Sol. De la carta que le escribe Salustio en el 362 y que es resultado de las conversaciones religiosas entre éste y Juliano, se desprenden algunas ideas interesantes sobre los mitos y los ri tos. Así, por ejemplo, los mitos se jus tifican, entre otras razones, porque impiden que la gente inculta tenga, al contacto con los dioses, emociones bru b ru t a le s . L os rito ri to s s o n i m p o r t a n t e s po p o r q u e se d e b e o to rg a r a los lo s d iose io sess algo de lo mucho que se les debe, pe p e ro son so n las la s p a l a b r a s d e la o r a c i ó n las que dan vida al sacrifico y las que h acen posible que 'ést 'éstee adq uier a un carácter mágico. En la misma carta se habla de la transmutación de las almas que es, en esencia,
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similar a la que describe los libros her méticos. U no de los los rasgos de la la religiosidad de Juliano que más pábulo ha dado a los ataques verbales de los cristianos, fue seguramente su afición a los cul tos mágicos. Esta afición —sin atre vemos a afirmarlo— pudo deberse a la influencia que sobre Juliano tuvieron tuvieron Prisco y sobre sobre todo M áxim o de Efes Efeso. o. Este extraño personaje que, proba ble b le m e n te c o n ra z ó n , h a s id o p r e s e n tado tradicionalmente como uno de los mayores charlatanes de todos los tiempos, inició a Juliano, en torno al 352, en no se sabe qué misterios (de
Desventuras del Emperador Juliano Que nuestra línea paterna arranca del mis mo origen que la de Constancio es cosa conocida, pues nuestros padres fueron hermanos nacidos de un mismo padre. Y a nosotros, que éramos sus parientes tan cercanos, ese clementísimo emperador ¡cómo nos ha tratado!: a seis primos míos, que eran también suyos, a mi padre, que era tío suyo, y además a otro otro tío com ún por parte de padre y a mi hermano mayor los hizo matar sin juicio, y a mi y a mi otro her mano, aunque quiso matarnos, finalmente nos envió al exilio, del que a mi me llamó, mientras que a él lo salvó el título de César, aunque fue degollado poco después... ¿Cómo podría hablar de los seis años que pasamos en una propiedad exraña, igual que los que son encerrados en fortalezas entre los persas, sin que ningún extraño se nos acercara y sin que se permitiera a nuestros antiguos conocidos-visitarnos, vi viendo apartados de todo estudio serio, de toda conversación libre, educados en me dio de una brillante servidumbre? De allí fui sacado a duras penas gracias a los dio ses, por fortuna, pero mi hermano fue en cerrado en la corte por una mala fortuna como ningún otro hombre ha sufrido ja más. Pues si él mostró un carácter duro y violento, sin duda aumentó con su educa ción montaraz. Creo que es justo que esta responsabilidad recaiga sobre el que nos proporcionó a la fuerza semejante educa ción, de la que a mí los dioses me purifica ron y salvaron gracias a la filosofía, pero de la que a él nadie le liberó. Juliano: Discurso, IV, 3-4
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Daniel entre los leones, sarcófago de época de Constantino. Museo Arqueológico de Córdoba.
Hécate, según Piganiol y de Mitra se gún Bidez), en el interior de un gruta po p o b la d a de fa n ta s m a s . P o s te rio ri o rm e n te, a los 24 años, se hizo iniciar en los misterios de Eleusis.
b) Juliano y los cristianos Las invectivas de Gregorio Nazianceno contra Juliano, no son, sin duda,
representativas de la opinión niayoritaria que los cristianos tenían de su Emperador, pero algunas de ellas al menos sí debían ser compartidas por un sector cristiano que se acomodaba mal a la idea de ver evaporarse los priv pr ivil ileg egio ioss q ue les h a b í a n a c o rd a d o los dos primeros constantínidas. Lo que sorpren de sobre todo en los los dos discursos de Gregorio Naziance-
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no es la vehemencia de sus impreca ciones e incluso el desprecio hacia Juliano, sorpresa justificada por tra tarse del obispo de una religión que se basaba en el amor universal. Gregorio compuso estos discursos po p o c o tie ti e m p o d es p u é s de la m u e rte rt e d e Juliano, durante el invierno del 36364. El estilo parcial y carente de in dulgencia queda patente en el relato que hace de la primera impresión que tuvo de de Julian o cu an do éste éste era era un es tudiante en Atenas, en el 355: «No pr p r e s a g i a b a n a d a b u e n o ese es e cu e llo ll o v a cilante, esas espaldas inquietas y so br b r e s a lta lt a d a s , esos es os o jos jo s a g ita it a d o s q u e se movían sin cesar, esa mirada de exal tado, esos pies inquietos, esa nariz que respiraba insolencia y desdén, esas muecas ridiculas que manifesta b a n los lo s m is m o s s e n t i m i e n t o s , e sa s carcajadas sin medida, convulsivas, esos signos de aprobación o de nega ción que no tenían sentido, esa pala bra b ra e n t r e c o r ta d a p o r la re s p ir a c ió n y cuyo relato se detenía bruscamente, esas preguntas incoherentes e ininte ligibles, esas respuestas que no eran mejores, que se entremezclaban las unas con las otras sin regularidad, a despecho de las reglas de la composi ción. ¿Qué necesidad hay de dar más detalles? Yo le he visto antes de que hiciera aún nada, tal como su con ducta lo ha mostrado después. Si es tuviese cerca de mi alguno de los que me acompañaban entonces, y que me oyeron, darían sin ninguna duda tes timonio. Cuando vi este espectáculo, les dije: “¡Qué monstruo alimenta el Imperio Romano!“; se lo había ad vertido solemnemente mientras de seaba ser mal profeta» (Dis. V, 23-24, cf.: Bernardi, J., 1978). Que Juliano fuera nervioso es posible, pero que fuera un exaltado lleno de «tics» no es creíble. Ninguna descripción se m ejante nos ha llegado llegado por otra fuen te. ¡Qué diferente opinión la de Amiano Marcelino, cuando recuerda los ojos «terribles y encantadores» de Ju liano cuyo magnetismo le había fas
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cin ad o (F onta ine, J., J., 198 1982). En la ép o ca en que ambos se conocieron Ju liano hacía pública confesión de cris tianismo. ¿Qué razón podía haber pa p a r a q u e G re g o rio ri o h icie ic iese se t a n fu n e s tos pronósticos, sino la parcialidad y el rencor con el que escribe? Como po p o n e de m a n ifie if ie s to B e rn a rd i, G re g o rio ha guardado, durante toda su vida, una animadversión innegable hacia Juliano. En diversas homilías evoca de nuevo la figura del Empera do r muerto y siempre con las mismas tintas: Juliano como un instrumento de Satán, como un rebelde contra Dios y contra el soberano legítimo, Dis. que era Constancio en el 361 ( Dis. XXI, 32), como un castigo divino, como aquel que «después de conocer a Cristo ha vuelto su furor contra él; aquel que ha odiado a Cristo porque Cristo le había salvado; aquel que cam bió los libros libros santos p or los los sacri ficios de los ateos» (Dic. XLII, 3). Pero antes de continuar conviene ver cuales fueron las medidas que Ju liano acordó contra los cristianos. Como ya hemos dicho, la primera actitud de Juliano fue la tolerancia hacia todas las religiones del Impe rio. Bidez cree que Juliano se limitó a pr p r o c l a m a r la l i b e rt a d de c u lto lt o a los lo s dioses paganos anulando las disposi ciones de Constancio sobre la prohi b i c i ó n d e s a c r i f i c a r a lo s d io s e s y abriendo los antiguos templos clau surados. Mamertino dice en el pane gírico al Emperador del 362: «Ahora se puede mirar al cielo y, con compler ta seguridad, levantar los ojos para c o n t e m p l a r l o s a s t r o s » ( π . XI, 23, 5). Más aún, sabemos por Amiano, que Juliano reunió en su palacio de Constantinopla a los jefes de las dos iglesias divididas: el arriano y el cató lico y los exortó a que solventaran sus querellas y se reconciliaran (Amm. XXII, 5, 2). Cierto que Amiano termi na su relato avanzando que Juliano sabía que la la libertad de culto culto no har ía más que multiplicar los cismas, pues
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«nullas infestas himinibus bestias, ut sunt sibi ferales plerique Christiano rum, expertus».
Conocem os de esta esta época una anéc dota muy significativa de la benevo lencia de Juliano: un obispo arriano de Calcedonia, viejo y ciego, salió al pa p a s o d el E m p e r a d o r c o r tá n d o le el c a m ino y se se puso a insultarle insultarle delan te de la mu chedu m bre porque iba a sacrifi sacrifi car a una estatua de la Victoria de Constantinopla. Juliano se conformó con burlarse de este obispo al que el Galileo, dijo, no había devuelto la vista (Socr. III, 12 y Sozom. V, 4). Ciertamente, aunque las pretensio nes de tolerancia de Juliano hayan sido ciertas, bien pronto se comprobó que el deseo deseo de venganza de los los pag a nos y la intransigencia de los cristia nos no iba n a hacer viable viable una co nvi vencia sin problemas. Así se suce
dieron una serie de arreglos de cuen tas y desórdenes graves: el obispo arriano Jorge fue masacrado en Ale ja j a n d r í a c o n o tro tr o s d o s f u n c io n a r io s cristianos. Gregorio de Nazianzo nos relata el caso del obispo Marcos de Aretusa que había destruido un tem plo p lo p a g a n o y q u e fue c o n d e n a d o — p o r la c o m i s ió n j u d i c i a l n o m b r a d a po p o r J u l i a n o — a c o n s tr u ir lo de nuev nu evo; o; como se negara a hacerlo, fue entre gado a la población, que le castigó d u r a m e n t e ( O r a t . IV, 88-89; cf: Braum, 1978). Como era previsible la Iglesia per dió algunas de las ventajas que había logrado de Constantino y Constan cio: supresión de la jurisdicción epis copal en materia de delitos civiles; restitución a sus curias de los curiales que habían escapado de ellas para hacerse clérigos y abolición de las ge
Adán y Eva llevand l levando o ofrendas of rendas con Caín y Abel A bel (mediados del siglo IV). Catacumba de la Via Latina, Roma.
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nerosidades económicas que había iniciado Constantino. Ciertamente —y como parece que el propio Juliano suponía— la liber tad de culto y propaganda concedida a todas las religiones y sectas no hizo sino avivar las querellas entre los ca tólicos y los donatistas, los arríanos, los los melecianos. melecianos... ..,, y, y, consig uien tem en te, el cristianismo se debilitaba mien tras el paganismo se iba fortale ciendo. En jun io del del 362 Juliano prom ulgó la famosa ley de enseñanza, en virtud de la cual los profesores de gramáti ca, retórica y filosofía serían en ade lante n om brados por el el poder central, central, pre p re v ia p r o p u e s ta de los m u n ic i p io s que atestiguarían la «moralidad» del candidato (C. 77?. XIII, 3, 5). Esta ley discriminatoria seguirá en vigor bajo los sucesores de Juliano con la dife rencia de que los candidatos en vez de ser preferiblemente paganos, serían cristianos (Braum, 1978; Marrou, H. I., 1963). Juliano explica en una carta las razones que le habían impulsado a tomar tal decisión: «Homero, He siodo, Dem óstenes, Heró doto, TucídiTucídides... ¿es que no creían ellos que los dioses eran los guías de toda educa ción? Yo encuentro absurdo que el que com ente sus obras desp recie a los los dioses que ellos han honrado. No obstante y por absurda que me parez ca esa inconsecuencia, yo no exijo de los educadores de la juventud que cambien de opinión, sino que les dejo elegir: o que dejen de enseñar lo que no toman en serio, o bien, si quieren continuar sus lecciones que predi quen primero con el ejemplo...» (Epist. 61. c.). Es verdad que a pa rtir de esta esta fecha la disposición de Juliano hacia los cristianos se tornó menos benevolen te. Algunos ejemplos característicos de estas agrias relaciones son: el cas tigo que aplicó a Cesarea de Capadocia, que había destruido sus templos y a la cual Juliano borró de la lista de ciudades y le devolvió su antiguo
nombre de Mazaca. Además, enroló en el ejército a los clérigos de la ciu dad y le impuso una multa de 300 li br b r a s de oro or o (P ig a n io l, 1939). 1939). P o r el contrario, a Gaza, que había conti nuado siendo pagana, la recompensó concediéndole el puerto de Constantia (Maioumma). Sócrates también dice que excluyó a los cristianos de la guardia pretoriana y del gobierno de las provincias ya que su propia ley, decía, les prohibía usar la espada (Socr. III, 13, 15). Pero no puede en absoluto soste nerse, nerse, en contra de lo lo que afirma G re gorio gorio de Na zianzo, que Juliano Juliano persi guiera a los cristianos. Y es otro escri tor cristiano, nada sospechoso de simpatías hacia Juliano, quien lo re conoce: «Juliano rechazó la excesiva crueldad de la época de Diocleciano, sin dejar por ello de perseguirnos; pe p e ro yo lla ll a m o p e rs e c u c ió n al h e c h o de inquietar de alguna manera a las gentes de paz» (Socr. III, 12). Si he mos de creer a Libanios, algunas de estas gentes de paz habrían sido auto res de complots contra el Emperador (Liban, Ep. 1120; Or. XII, 85; XVIII, 110).
La realidad es que en este corto tiempo —veinte meses— que duró el gobierno de Juliano, Juliano, se puso de m ani fiesto la imposibilidad de conviven cia pacífica entre estas dos religiones. Las tensiones y rencores desatados rom pieron el equilibrio equilibrio de la la balan za y Juliano, lógicamente, tomó partido p o r el p a g a n i s m o . D e s p u é s d e su muerte no volvió a haber ningún otro Emperador pagano, por lo que este efímero efímero m and ato de Juliano fue la úl tima oportunidad del paganismo; un pa p a g a n is m o qu e p o r o tra tr a p a rte rt e , n o h a bí b í a lo g r a d o f o r ta le c e r s e s u f i c i e n t e mente, pues el proyecto de Juliano de reorganizar el clero pagano —tal vez la tarea más necesaria— inspirándo se, en opinión de Labriolle (1934), en la organización eclesiástica, no pudo llevarse a cabo antes de la muerte del Emperador.
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IV. Econ Econom omía ía,, admi adminis nistra tració ción n y soci so cied edad ad durante la dinastía constantiniana
1. Carácter de la economía Los principios económicos de la di nastía consta ntinian a son los los mismos —c o n p o c a s y p o co t ra n s c e n d e n ta l e s modificaciones— que los que dirigie ron la economía en el período de la tretarq uía y que, en en su m ayor parte, se se ba b a s a n en las la s re fo rm a s de D io cle cl e c iaia no, que incidieron en todos los aspec tos de la economía y en el conjunto del sistema financiero. No es nuestra tarea exam inar las las líneas económicas generales derivadas de la reforma diocleciana cuyas complicaciones sin duda el cuaderno precedente, habrá logrado solventar, sino constatar las reformas introducidas por los Empe radores de la época que nos ocupa o po p o r el c o n t ra r io la c o n t i n u id a d de d e terminadas situaciones; no obstante hay que tener en en cuenta que no siem pr p r e e x is tió ti ó u n a e s p e c if ic id a d e n el comportamiento económico de estos Emperadores respecto al período pre cedente. D uran te los constan tínidas persist persistee el dirigismo económico estatal inicia do con Diocleciano: el Estado no sólo posee monopolios —entre ellos la importación de objetos de lujo, fa cultad exclusiva del comes commercio IV, 40, 40, 2), 2), o las m in a s — sino sin o rum ru m (C J. IV, que controla directamente sus pro pia p ia s e m p re s as : tin ti n to r e ría rí a s , fá b ric ri c a s de armas, talleres monetales. Pero aque llas a las que no alcanza su control
directo y que no son propiedad esta tal, las controla y utiliza de dos for mas: a través de las Corporaciones estatalizadas y a través de las requi siciones. El interés del Estado es prio ritario (aunque a veces sea contrario a los intereses de los particulares) y, en virtud de esta prioridad, el Estado pu p u e d e r e q u is a r n o sólo só lo p r o d u c to s e la b o r a d o s , s i n o t a m b i é n m e d i o s de transporte, e incluso horas de trabajo gratuitas de los ciudadanos (munera sordida) para el mantenimiento de las vías u otras ocupaciones. Este intervencionismo se manifies ta también en la organización de la actividad laboral del Imperio que se asienta sobre un principio inmovilista: la adscripción del individuo a su oficio, que además es hereditaria.
a) Agricultura y minería En contra de la opinión de algunos autores sobre la crisis agraria del si glo glo IV se pod ría o po ne r el el argum ento de que los senadores y los curiales si guen obteniendo sus ingresos del cul tivo de la tierra, enormes ingresos en muchos casos. Esta pretendida crisis agrícola se ba b a s a f u n d a m e n t a l m e n t e e n d os s u pu esto es tos. s. U n o de ello el los, s, m a n t e n id o p o r Mazzarino (1951) habría que buscar lo en el auge de las ciudades durante el siglo IV, superpobladas y en cierto modo responsables del peso excesivo
44 de los impuestos a los que se sometía al campo. Sin embargo y aunque ya se ha abandonado la vieja idea del despoblamiento de las ciudades a pa p a r t i r del de l sigl si glo o III, II I, la teo te o ría rí a d e M a z zarino ha sido contestada por otros estudiosos que se inclinan a pensar que hubo una notable decadencia de las ciudades durante el siglo IV (Piganiol, 1955). La segunda teoría se basa sobre todo en las fuentes literarias general mente pesimistas sobre la situación del campo. Entre varios textos, elegi mos uno que se sitúa en época de C ons tantino, en el 31 312, y do nd e el au tor anónimo del panegírico a Cons tantino presenta una situación de de solación en el comarca de los Eduos: «En Arebrignus... ya no se cultiva la vid sino en un solo lugar; el resto son b o s q u e s y r o c a s i n a c c e s i b l e s .. . E n cuanto a la llanura que se extiende a sus pies y que llega al Saona fue en otros tiempos, así me han dicho, cul tivada sin interrupción... pero hoy las devastaciones han obstruido los ca nales, las tierras bajas... se han trans formado en tierras pantanosas». (Paneg. Lat. VIII, 6, 7). También según el autor, en dirección a Bélgica, las tie rras tienen el mismo aspecto de aban dono y pobreza. Pero aún así, las fuentes literarias no informan gene ralmente, sino sobre zonas concretas que, efectivamente, en razón de las invasiones, de cambios climáticos u otros factores, han podido llegar a abandonarse; pero en ningún caso tienen un valor general. Por lo demás, la única innovación que se constata para este período fue la gran implantación del molino de agua, en sustitución del molino ma nual. En época de Constantino sabe mos que una aldea llamada Orcistos había incorporado numerosos moli nos de agua, puesto que en su entorno había agua abundante/Gracias a este avance técnico el sitio progresó hasta el punto de dejar de ser un vicus (al dea), para convertirse en una ciudad.
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Es una idea aceptada que durante este período hay una tendencia, den tro de las distintas regiones, hacia el po licu li cu ltiv lt ivo o , lo q u e les p e r m ite it e te n e r una cierta autarquía sin perjuicio de las exportaciones que distribuirían los excedentes. De este policultivo pu p u e d e se r u n in d ic io las r e p r e s e n ta ciones figuradas de algunos mosai cos, sobre todo los africanos. Como dijimos antes, las minas ha bí b í a n p a s a d o a ser se r u n m o n o p o lio li o del de l Estado y los metallarii habían sido reducidos a un estado de servidum bre b re c o m p a r a b le al de los lo s co lo n o s de los grandes dominios. Este monopo lio, lio, ratificado ratificado po r Constan cio, se op o ne al principio de liberación introdu cido por Juliano quien restableció la libertad de explotación de las minas, al menos las de oro. Las leyes del 365 y 367 (C.J. IV, 40, 2) determinaban el estatuto de los buscadores de oro, considerándola una profesión inde pe p e n d ie n te . La ú n ic a c o n d ic i ó n qu e se les imponía era la obligación de en tregar una cantidad de polvo de oro (balluca) a título de tasa. No obstante este régimen liberal no sobrevivió a la época de Juliano: las leyes del 369-70 pr p r o h i b i e r o n a los p a r tic ti c u la r e s b u s c a r oro y ordenaron que los metallarii o mineros fuesen conducidos de nuevo a sus minas (ver, Piganiol, 1945).
b) Artes Ar tesan anad ado o y com c omer erci cio o Los artesanos continuaron siendo, durante esta época, obreros libres en su gran mayoría. Así parece confir marlo una ley de Constantino (C.T. XIII, 4, 2) donde hace una enumera ción de los artesanos que estaban exentos de los munera sordida y donde al mismo tiempo se constata la gran diversidad de oficios existentes tanto en las ciudades como en los pueblos. Mucho más dura debía de ser sin embargo, la situación de los obreros de los talleres estatales cuyo rendi miento era estrechamente vigilado a través de una severa disciplina. Por
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Escena de vendimia, en una bóveda del Mausoleo de Santa Constanza, (siglo IV). Roma.
su trabajo recibían un salario perió dico determinado. En lo referente al comercio tampo co se aprecia ningún cambio sensible respecto a la época inmediatamente anterior ni posterior. Según el autor Ex posit sitio io totius toti us mund mu ndi, i, a media de la Expo dos del siglo IV el comercio era muy intenso en el Mediterráneo oriental, donde destacaban por su prosperidad los puertos de: Tiro, Seleucia, Laodi cea, Alejandría, Efeso, Corinto. En el Mediterráneo Occidental — menos conocido por el autor— pare ce que la actividad marítima era mu cho menor. Al igual que en la época anterior la mayoría de los grandes ba b a r c o s e r a n p r o p ie d a d de navicularii o armadores organizados en corpora vinculados a un puerto o a una pro vincia. Según Rougé (1966) estos cor pora po ra aludirían más bien a una activi
dad determinada que a una corpo ración en sentido estricto. Por la polí tica de requisiciones a la que antes nos hemos referido, el Estado podía obligarl obligarles es eventualmen te al transpo r te de mercancías generalmente desti nadas al abastecimiento de las dos grandes capitales del Imperio. La ne cesidad de asegurar el pan p an is gradilis, o distribuciones gratuitas de pan a los ciudadanos, es sin duda una de las razones principales que explica la po p o líti lí ticc a de re q u isic is ic io n e s y la esta es tata tali li-zación de determinadas corporacio nes, así como la promulgación de edictos fijando el maximum de los p r o d u c t o s a l i m e n t i c i o s . M e d i a n t e uno de estos edictos logró Juliano ha cer salir de los graneros el trigo almacenado. En lo referente al transponte por tierra, cabe destacar el empeño, tanto
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de Constantino como de Constancio po p o r m e j o r a r la p o s ta p ú b lic li c a . E s ta no sólo servía para el desplazamiento de los funcionarios sino para el traslado de los impuestos pagados en especias y otras mercancías estatales. En una disposición del 339 (C.Th. VIII, 5, 3), dirigida al prefecto de Oriente, Cons tantino alude al mal estado en que este servicio se encontraba: en ese año apenas se le podían ofrecer al Em perador una veintena veintena de animales animales de tiro. tiro. Los perm isos pa ra viajar en la po p o s ta p ú b l ic a d e b í a n c o n c e d e r s e c o n excesiva facilidad. Además desde' C on stan tino los clér clérigo igoss y los los obispos requerían constantemente permisos de viaje para asistir a sus frecuentes concilios. Así esta desorganización era era peno sa para los municipios cerca nos que se veían obligados a incesan tes prestaciones. Se dio el caso de lle-
Consecuencias de la política monetaria de Constantino Fue en época de Constantino cuando una excesiva prodigalidad asignó el oro, en lu gar del bronce —hasta entonces muy apreciado— a los comercios viles, pero el origen de una tal avidez es, según se cree, el siguiente. Cuando el oro, la plata y gran cantidad de piedras preciosas deposita das en los templos fueron confiscadas por el Estado, aumentó el deseo que todos te nían de poseer y regalar. A consecuencia de esta abundancia de oro, las casas pri vadas de los poderosos se enriquecieron y aumentaron su nobleza en detrimento de los pobres, los más débiles, que se encon traron oprimidos por esta violencia. Así los pobres, en su aflicción, se veían empuja dos a diversas tentativas criminales y no mostrando ningún respeto hacia el dere cho, ningún sentimiento de piedad, confia ban su venganza al mal: frecuentemente ocasionaron al Imperio graves daños, des poblando las campiñas, perturbando el or den con sus saqueos, suscitando el odio y, de una iniquidad a otra, favorecieron a los tiranos, que son mucho menos producto de la audacia que de los tizones encendi dos para hacer valer la gToria de sus méritos. An ónim ón imo, o, De rebus bellicis, 2
gar a requisar los bueyes con los que un campesino estaba arando (Liban. XVIII, 143). Las soluciones que aporta Cons tantino son: la institución de unos agentes in rebus que inspeccionarían los permisos para circular y la crea ción de un scrinium u oficina encar gada de los los desplazam ientos im peria les. Constancio legisló en el mismo sentido: vigilando la entrega de per misos oficiales de circulación e impi diendo que los gobernadores siguie ran cometiendo abusos en la utili zación de la posta (C.Th. VIII, 5, 8, 9, 10). Pero los problemas no parecen r e s u e l t o s a ú n b a j o J u l i a n o (C.Th. VIII, 5, 12). Las propias leyes nos in forman sobre los abusos que se guían cometiéndose. cometiéndose. Juliano prohibió las requisiciones que sobrepasaban lo permitido; pro hibió también que se utilizaran los carros de la posta para el traslado de mercancías privadas, y retiró al clero cristiano el derecho de viajar con car go al Estado.
c) Política monetaria La llamada reforma monetaria de C on stantino se basa en que a diferen cia de los los tetrarcas tetrarcas que ha bía n con se guido inspirar confianza en la mone da de cobre, a fin de proteger el poder adquisitivo del pueblo, a partir de Constantino la estabilidad y la abun dancia de los solidi aureos redujo rá pi p i d a m e n t e el v a lo r de las la s m o n e d a s de br b r o n c e q u e h a s ta e n to n c e s e r a n de uso corriente en las compra-ventas y en el pago de impuestos. De aquí re sultó una gran inestabilidad en los pre p re cio ci o s, y la m i n a de los lo s tenuiores c u yos salarios e ingresos se pagaban con esta moneda inflaccionada; mientras que la moneda de oro salió pr p r o n to de este es te c irc ir c u ito it o c o m e rc ia l p a r a utilizarse sólo en las transacciones entre los potent pot entior iores es o tesaurizarse. En este comportamiento monetario ha visto Mazzarino una de las causas de
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la decadencia del Imperio: «la revo lución constantiniana del sistema mo netario permite el el nuevo orden je rárquico de la sociedad... los poseso res de oro se han convertido en los dueños de esta sociedad y los poseso res de la moneda de vellón han sido arruinados» (Mazzarino, 1951). El solidus creado por Constantino en el 310 pesaba 4,55 g. Inicialmente se impuso en las Galias, Hispania y Bretaña; a partir de la derrota de Ma je j e n c i o , en el Im p e r io O c c id e n ta l , y po p o s te rio ri o rm e n te , e n to d o el Im p e r io. io . A pa p a r t i r del de l 320, creó cr eó d os m o n e d a s de pla p la ta : la miliarensis de m ayor peso (1/ (1/ 60 parte de libra) y otra más ligera (1/ 72 pa rte de libra) qu e equ ivalía a 1/14 /14 pa p a r te de solidus. Además continuó en curso el argenteus de Diocleciano. Piganiol constata el hecho de que las compras de seda, perfumes y de más productos de lujo que se exporta b a n d es d e O rie ri e n te y E x tre tr e m o O rie ri e n te eran pagados en oro; también a los germanos reclutados como soldados mercenarios se les pagaba en oro e incluso cuando se compraba la paz, el precio se pagaba en oro. Esta he morragia, sin compensaciones mone tarias, ha sido también invocada como una causa de la crisis del mun do romano (Piganiol, 1945). Es verdad que las reservas de oro imperiales debían ser muy cuantio sas, tras muchos siglos de confisca ciones. Además el Estado percibía en oro —y a veces en plata— un buen número de tasas: la chiysargira o im pu p u e s to de los lo s m er c a d e re s, la gleba de los senadores, el canon de las vastísi mas tierras imperiales cedidas me diante un contrato eufiteútico o per pet p etu u o, los lo s d o n a tiv ti v o s c o n o c a s ió n de los aniversarios de los emperadores que se exigían a los senadores (oro oblaticio) y a los decuriones (oro co ronario), además, lógicamente, del oro extraído de las minas. El autor anónimo del de rebus belli cis dice que sólo la confiscación de oro y plata de los templos paganos
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p e r m i t i ó a C o n s t a n t i n o t o d a s su s pro p ro d ig a lid li d a d e s . Hasta el 318 siguió utilizándose el fo llis ll is diocleciano como moneda de vellón. A partir de ese año fue susti tuido por otra moneda revalorizada llamada n u m m u s que inicialmente equivalía 25 denarios, y que fue deva luándose progresivamente. Así en el Oriente de Licinio, la nueva moneda equivalía a 12,5 denarios sólo tres años después, lo que nos da una idea del ritmo de inflacción. En el 337 se disminuyó el peso del nummus de 2,6 a 2 g. Así, a la estabilidad constante del solidus se opone la creciente depreciacipon de la moneda de vellón. Los sucesores de Constantino han intentado remediar los inconvenien tes del sistema constantiniano procu rando revalorizar la moneda de ve llón y por tanto, aumentar el poder adquisitivo de los pobres. En el 348 Constante y Constancio II acuñaron dos nuevas monedas que pasaron a sustituir al nummus desvalorizado de Con stantino. La m ayor de plata y co bre b re p e s a b a 5,20 g y se lla ll a m ó la maiorina o maior pecunia. La segunda, de cobre, pesaba 2,60 g y se llamó n u m mus centenionalis. No obstante y en contra de sus previsiones, los precios no bajaron y la maiorina tendió a de saparecer de la circulación. Constancio II tras la caída de Mag nencio reorganizó de nuevo el siste ma monetario y creó una nueva mo neda de plata, el silicum cuyo peso era de 2,27 g y que valía en torno a 1/24 pa p a rte rt e de solidus. Pero fue Juliano quien con mayor tenacidad luchó por revalorizar la moneda de vellón. Siguió acuñando la maiorina y el centeninalis. Para au m enta r su su valor reajustó la política de pre p re c ios io s y d e im p u es tos to s . P o r A m ia n o sabemos que disminuyó el impuesto canónico obligatorio en las Galias de 25 solidi por unidad imponible a 7 so lidi (Am. XVI, 5, 14). Pero esta medida tenía como finalidad evitar los abu
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sos cometidos por los funcionarios o curiales perceptores de la adaeratio. Esta práctica fue instituida desde el 324, 324, en época, pues, de C on stan tino , y consistía en que los contribuyentes, que tradicionalmente pagaban sus impuestos en especies, pudieran pa garlos en dinero si así querían. Pero los los funcionarios tradu cían a dinero la contribución valorada en especies fi ja j a n d o p a r a ésta és tass u n p re cio ci o m ás alto al to que el del mercado. Cuando estos mismos burócratas tenían que pagar a los soldados su sueldo en especies, las adquirían en el mercado a un pre cio más bajo. Así la diferencia de pre p re c i o e n t re e stas st as d o s o p e r a c i o n e s suponía un beneficio para el intemediario. Es contra esta forma de robo contra la que actuó Juliano: ba ja j a n d o el im p u e st o p e rc ib id o p o r u n i dad fisca fiscal, l, reaju stan do los precios ofi ciales con los del mercado e inten tando que estos bajaran (C. TH. 4, 3). Para que los fraudes no se hicieran en el peso de los productos hizo dis tribuir pesos marcados con el sello es tatal, de los que debían dejar cons tancia (C. Th. XVII, 4, 4). Además
comenzó a pagar al ejército en me tálico. La política monetaria de Juliano ha tenido, ciertamente, una orienta ción muy distinta a la de Constanti no. Mazzarino habla de una «polari dad Constantino-Juliano», opinión que nosotros compartimos. Es cierto que Juliano no transfor mó el sistema económico constantiniano, sino que su labor se limitó a introducir unas cuantas sabias re formas. Pero el resultado de estas reformas fue que Juliano logró en poco tiempo establecer un gran equilibrio entre los po p o se so res re s de o ro y los p er ce p to re s de vellón, mientras que bajo Constanti no los pobres y los ricos ricos form aba n, en razón de la moneda, dos sociedades superpuestas y distintas.
2. Administración a) Política impositiva La reforma fiscal de Diocleciano des cansaba sobre el impuesto canónico obligatorio llamado annona o iugatio-
Llegada a una casa de postas, relieve de un sarcófago cristiano, Museo Nacional. Roma.
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La diosa Demeter (mediados del siglo IV). Catacumba de la Via Latina, Roma.
capitatio. Este impuesto pesaba sobre
la población agrícola y sobre los pro pie p ie ta r io s de tier ti erra ra s, fues fu esen en esto es toss p le beyo be yoss o clarissimi (ver Deléage, 1945). El sistema de la iugatio-capitatio supo nía la existencia de dos impuestos distintos sup erpuestos y equivalentes. equivalentes. Uno de ellos afectaba a la cantidad de tierra considerada una unidad (iugum) imponible. El otro afectaba al rendimiento de trabajo del hombre (caput). El sistema consistía en que los funcionarios del fisco —en base a los catastros, a evaluaciones y encues tas— estimaban el número de unida des, iugera, de un dominio, de las tie rras de una ciudad o de una pro
vincia entera. Además, estimaban el número de unidades — caput c aput (varia ble b le s eg ú n el sexo se xo o la e d a d de los trab aja do res )—. El im pue sto final final descansaba sobre la suma de las dos clases de unidades imponibles. Se daba a conocer a las curias locales el número total de las unidades fiscales de su comunidad y se las hacía res po nsab ns able less del co bro br o de los impu im pues estos tos.. Además de estos impuestos, los se nadores y los decuriones pagaban otro impuesto enmascarado bajo for ma de donativos generosos —pero obligatorios—, el aurum oblaticium y el aurum coronarium. Constantino completó la reforma
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fiscal de Diocleciano creando unos nuevos impuestos, llamados de clase, que afectaban a un amplio espectro social. — A los s e n a d o re s les im p u s o u n a contribución escalonada en tres cate gorías —según la fortuna que po seyeran— que se elevaba a: 1/4 libra de oro, 1/2 1/2 libra y 1 libra. Este im pu p u e s to se lla ll a m ó la collatio glebalis o gleba senatorial. — E l o tro tr o im p u e s to d e s a n s ó p r i n cipalmente sobre los comerciantes y artesanos y se llamó auri lustralis co llatio y chrysargira en Oriente. Pese a su designación parece que no era obligatorio que se pagara en moneda de oro. A este impuesto se encontra ba b a n t a m b ié n o b lig li g a d a s las la s p r o s titu ti tu ta s e incluso campesinos que iban a ven der sus productos directamente a las aldeas. Este último impuesto fue tal vez el más impopular. Los escritos de la época nos han dejado el relato de las desgracias que el cobro de este im pu p u e sto st o p r o v o c a b a (Z osim os im . II, 38). 38). Ya nos hemos referido a las exen ciones fiscales que Constantino con cedió a las propiedades eclesiásticas. Constancio, cuya avaricia fiscal nos confirma Amiano cuando, con pa p a l a b r a s m uy d u ra s h a b l a de la fl a g i tatorum rapacitas inexpleta (XXI, 16, 17), suprimió casi todas las exencio nes concedidas a título individual, a pe p e r s o n a j e s i m p o rt a n te s del de l I m p e r io [C.Th. XI, 1,1), pero mantuvo consi derables inmunidades a favor de las iglesias cristianas y de los propios bie b ien n es p e r s o n a le s de los lo s clér cl érig igos os.. En el 360, los obispos reunidos en el Concilio de Rímini acuerdan pedir al Emperador que tanto sus bienes como los de la Iglesia fuesen libera pu blic ica a func fu ncti tio. o. Constan dos de toda publ cio, a las excesivas exigencias de es tos, les contesta con una ley {C.Th. XVI, 2, 15) de la que se desprende: que los bienes de las iglesias perma nece rían exentos de casi casi todos los los im pu p u es to s (Vogler, (Vogl er, 1979) 1979) y q u e a los lo s b ie
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nes de los clérigos no les aumentaría las inmunidades. Pero, además, se re fiere de forma expresa a los clérigos negotiatores o comerciantes que esta b a n in s c rito ri toss e n el regi re gist stro ro.. E stos st os p a rece que, bajo pretexto de ayudar a los pobres, habían conseguido la exención del impuesto llamado chry sargira, como lo indica la ley del 353 {C.Th. XVI, 2, 10), por la que conce día: la exención del impuesto obliga torio y de todos los impuestos ex traordinarios, no sólo a los clérigos, sino «a las mujeres de los clérigos y también a sus hijos y a sus servidores, los de sexo masculino, y femenino, así como a los hijos de éstos». Esta concesión había despertado una oleada de vocaciones religiosas entre los comerciantes y artesanos; de ahí la contrariedad expresada por Cons tancio cuando contesta a los obispos de Rímini: decide que se retire a los clérigos negotiatores la posibilidad de negarse a pagar las cargas fiscales in herentes a su trabajo. Sin embargo la política fiscal de Constancio, tan severa con los parti culares, fue muy generosa con los clé rigos. En el 349 (C.Th. XVI, XVI, 2,9 ) exime a los clérigos de las cargas curiales, lo que decidió la huida de numerosos curiales a las filas del clero. La política fiscal de Juliano fue sin duda el mayor mérito de este Em pe p e r a d o r. A las reducciones fiscales que con cedió a la Galia, cuando aún era Cé sar, hay que sumar las concedidas a muchas otras ciudades del Imperio, entre ellas Antioquía (Jul. Misop. 37, 4; Lib. Oral. 16, 53). Además, al impuesto del oro coro nario le devolvió Juliano su antiguo carácter ceremonial y voluntario de ja j a n d o de c o n s i d e r a r l e u n im p u e s to 13, 1) 1). Es ta m ed id a fue un a (C.Th. 12, 13 más de las muchas que adoptó para fortalecer a las curias: obligó a que volvieran a ellas todos los que las ha b í a n d e ja d o p a r a i n g r e s a r e n el cler cl ero, o, en época de Constancio; les devolvió
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La política económica de Constantino Constantino continuó derrochando el pro ducto de los impuestos en larguezas, que otorgaba sin darse cuenta a individuos in dignos e inútiles, mostrándose odioso cara a los contribuyentes y enriqueciendo, por el contrario, a aquellos que no servían de nada; porque confundía prodigalidad y li beralidad. Impuso, además, la contribu ción del oro y la plata a todos aquellos que transportaban las mercancías a través del mundo, lo mismo que a los comerciantes establecidos en las ciudades, incluidos los más modestos sin permitir siquiera que las desgracias cortesanas fueran exonera das de este impuesto. Así, cuando se acercaba cada cuatro años el el m omento de percibir este impuesto, se podía ver la ciu dad llena de lamentaciones y quejas, y, cuando llegaba el vencimiento, el espectá culo de los latigazos y las torturas infligidas a aquellos cuya extrema indigencia impe día pagar su deuda; entonces las madres vendían a sus hijos, los padres prostituían
también las tierras y bienes que ha bí b í a n p a s a d o a ser se r p r o p i e d a d de p a r t i culares, del Estado o de la Iglesi Iglesia; a; exi mió a los curiales de la chrysargyra o lustralis collatio, salvo en el caso de que se entregasen a operaciones de gran envergadura ( C.Th. 12, 1, 50 y 13, 1, 4). Perdonó también muchos de los impuestos atrasados. Esta disposi ción, no obstante, sólo puede confir marse para el caso de Africa, puesto que es al vicario de Africa a quien el Emperador dirige el contenido de la ley (C.Th. 11, 28, 28, 1) 1). N o ob o b stan st an te h a sido sido interpretada p or mu chos autores como una ley de carácter general (ver: Stein-Palanque, 1959). Lamentablemente la mayoría de estas medidas fiscales tan benévolas no sobrevivieron a su autor.
b) Reformas administrativas L a s r e f o rm r m a s a d m i n i s t r a ti ti v a s de Constantino son un complemento de la gran obra reformadora de Dio cleciano. Con Constantino se termina la re
a sus hijas, y, de las ganancias que saca ban, tenían que aportar el dinero a los pre ceptores del chrysargyrum. Por otra parte, como quería igualmente imponer alguna carga a los miembros de la aristocracia, cada vez que llamaba a uno de ellos al ho nor de la pretura, tomaba como pretexto esta dignidad para exigir de él una gran cantidad de dinero. Es por lo que, cuando llegaban a las ciudades las propuestas para esta colecta, se veía a cada uno huir y dejar su patria patria por temor de verse gra tifica do con este honor en detrimento de su for tuna. Además, hizo recensar los bienes de los clarísimos y les impuso una contribu ción, a la que dio el nombre de follis. Tales tasas agotaron completamente a las ciuda des. En efecto, como se continuó exigién dolas todavía largo tiempo después de Constantino, y las riquezas de las ciudades disminuyeron poco a poco, la mayor parte se vaciaron de habitantes. Zósimo, Historia Nueva, II, 38; trad. J.J. Sayas
forma constitucional y administrati va del Imperio, que no sufrirá ya grandes modificaciones hasta el final de la historia del Imperio Occidental y hasta el siglo VII en la parte oriental. No N o es fáci fá cill p r e c i s a r el s e n tid ti d o de to to das y cada una de las reformas em pr p r e n d id a s p ero er o , a u n a ries ri esgo go de s im pli p li fic fi c a r el p ro b le m a , e n su c o n ju n to obedecieron a dos razones funda mentales: la necesidad de acercar la administración al pueblo y sobre todo, de asegurar y controlar la per cepción de los impuestos. Respecto a la administración cen tral, Constantino modificó el anterior consilium principis que pasó a desig narse sacrum consistorium y a cuyos miembros Constantino concedió el título de comes. Como posteriormente este título se extendió a otros muchos funcionarios civiles y militares, los miembros permanentes del Consejo del Emperador fueron llamados co mites consistorii y el resto de los comi tes divididos en tres categorías en vir tud de su importancia. Al frente del
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consistorio consistorio puso al quaestor sacri sacri p al a tii que con ayu da de los scrinia u ofici nas imperiales, redactaba las leyes y respuestas del Emperador. Creó también una schola notario rum, a cuyo frente estaba el prim pr im ice ic e rius notariorum, g e n e r a l m e n t e e l miembro más antiguo. Estos notarii además de actu ar como secretarios secretarios en el consistorio, actuaban también como comisarios imperiales en las pro p ro v i n c ia s , i n v e s t i d o s c o n p o d e r e s extraordinarios. Además usurparon algunas de las funciones que ante riormente habían sido competencia de los magistri scriniorum. También tue creado po r C on stan tino (Crook, 1955) la figura del quaestor Sacri palati. Este, actúa como portavoz del Emperador en el seno del consistorio, redacta sus discursos y prepara el programa a discutir en el consistorio. Al frente de los magistri scriniorum (esto es, los jefes de los distintos des pa ch os) os ) se e n c o n tr a b a el magister offi
ciorum, que era, po r tanto, el jefe de la
Cancillería imperial. Era, en cierto modo, el maestro de ceremonias de la corte, aunque, como decimos, ejercía también el control sobre los despachos u oficinas de la corte, y por extensión, sobre la admi nistración local y provincial. Además de la «escuela» de nota rios existía otra schola de agentes in re Dioclebus que parece fue cread a po r Diocleciano pero que sólo bajo Constancio II adquirió un mayor auge. Sus miembros constituían una especie de po p o lic li c ía o c o n fid fi d e n te s del E m p e r a d o r («los ojos y los oídos del Empera dor»). Controlaban la gestión de los altos funcionarios provinciales, el servicio de la posta pública, etc. Dentro del servicio palatino, la lis ta de los diferentes servidores es real mente impresionante: los que aten dían la mesa y la alcoba del Em pe p e r a d o r , a cuyo cu yo fren fr en te e s ta b a el Cas trensis sacri palatii ( q u e A m i a n o
Basílica de Constantino en Tréveris.
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Representación de una dama cristiana (siglo lll-IV). Museo del Louvre, París
XXVI, 8, 5) llama «ministro del vien tre y de la garganta»); la guardia im la tini ni y protec pro tec pe p e ria ri a l c o m p u e s ta p o r pa lati tores domestici; el servicio de la Cá mara imperial o cubiculum a cuyo frente se encontraba el Gran Cham be b e lá n (praepositus sacri cubiculi); tanto éste como el personal a sus órdenes eran eunucos. Cabe señalar el enor me poder que llegó a adquirir bajo Constancio II el Gran Chambelán Eusebio, condenado a muerte bajo Juliano (Dunlap, 1924). La estructura administrativa per maneció durante el mandato de Ju liano, aunque el número de notarii, de agentes in rebus y sobre todo de perso nal doméstico fue rebajado en una p r o p o r c i ó n e n o r m e , ta l c o m o n o s confirman las fuentes literarias y, en
tre ellas, el propio Juliano. La aporta ción más importante de Constantino y Licinio en el ámbito de la administra ción provincial se refiere a las prefec turas del pretorio. N o se c o n o c e el p ro c e so segu se gu ido id o po p o r esta est a in s titu ti tu c ió n d e sd e la ép o ca de Constantino-Licinio hasta el 337, cuando, ya bajo los hijos de Constan tino, la institución prefectoral apare ce claramente configurada en núme ro y competencias. A partir de este momento, los prefectos del pretorio serán tres (tal vez en relación con la existencia de tres Augustos): uno, Leontius, en esa época, para Oriente, y dos para Occidente. De estos dos, uno estaba al frente de la prefectura constituida por las diócesis de Hispa nia, Bretaña y las dos Galias; el otro,
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al frente de la diócesis de Italia, de Africa y el Ilírico. Así quedaba com pl p l e t a la p i r á m i d e j e r á r q u i c o - a d m inistrativa iniciada por Diocleciano: pro p ro v in c ia s, dióc di óces esis is,, p re fe c tu ra s p rere torianas. El Ilírico se constituyó como pre fectura independiente del 347 al 361, po p o r lo q u e d u r a n te esto es toss a ñ o s , h u b o cuatro prefectos, hasta que el Ilírico se reintegró de nuevo en la prefectura de Africa e Italia. Chastagnol ha intentado recons truir la evolución de estas estas prefecturas desde la época de Constantino. Así, con base epigráfica, se comprueba que en el 318 seguía habiendo —al igual que en época de Diocleciano— dos prefectos prefectos de pretorio: un o de Lici nio, en Oriene y otro de Constantino en Occidente (Chastagnol, 1962). Pero ya debían de haber perdido par te de sus atribuciones militares, pues to que Constantino suprimió las co hortes pretorianas a finales del 312. Varios Varios texto textoss epigráficos epigráficos par ecen co n firmar que hasta el 336 había cinco pre p re fect fe cto o s d e s ta c a d o s en O rie ri e n te y en Occidente, sin poder establecer mu chas más precisiones. La diócesis de Africa sabemos que se constituyó en prefectura ya en este momento, conociéndose el nombre de tres prefectos: Valerio Próculo (331-333), Félix (333-6) y Gregorio (336-7). Estos prefectos eran verdaderos vice-emperadores, aunque Constanti no les quitó su poder militar, tal vez en el 317 ó 318, cuando envió al joven César Crispo a las Galias en compa ñía de un prefecto de pretorio. Palanque considera que al Emperador pu p u d o p a r e c e rle rl e p e lig li g roso ro so h a c e r a c o m pa p a ñ a r al C é s a r p o r este es te e lev le v a d o f u n cionario que detentaba un enorme po p o d e r a la vez civil civ il y m ilit il itaa r. As Así, í, sus su s funciones militares quedaron reduci das al control de los depósitos de ar mas y a la vigilancia del orden de los ejércitos en su jurisdicción. Pero en el aspecto civil era el superior de los vi
carios de diócesis diócesis y de los los go ber na do res de provincia y el intermediario entre estos y el el E m per ad or p ara .tod .todos os los los asun tos adm inistrativos. inistrativos. Poseía su pr p r o p i a ca ja, ja , arca praetoriana, que se alimentaba de la mayor parte de los ingresos de los impuestos, y que le servía para pagar a los funcionarios, los burócratas y los soldados acanto nados en su prefectura. Para el cum pl p l im ie n to d e ta n ta s y t a n d iv ersa er sa s t a reas, los prefectos tenían su propia oficina de servicios y un importante número de burócratas.
c) Reforma del ejército En lo referente a las profundas refor mas de las que fue objeto el ejército durante esta época, es difícil separar las que fueron obra de Diocleciano y los tetrarcas y las que decidió poste riormente Co nstantino. Van Van Berchem cree que Constantino se limitó a de sarrollar y sistematizar la labor de Diocleciano Diocleciano y a dar un a mayor cohe sión al ejército así organizado, sobre todo en lo referente al cuadro de mandos (Van Berchem D., 1952). Al retirar de las tropas acantonadas en las fronteras —llamadas ripenses y pos teriormente limitanei — — u n a p a r te de las legiones y de las vexillationes para engrosar las tropas de campaña, lla m a d a s comitatenses, fue en cierto mo do responsab le de la mayo r vulne rabilidad del limes o frontera del Im pe rio ri o . E ste st e cier ci er to a b a n d o n o de la d e fensa del limes es es criticado criticado duram ente po p o r A m ia n o , Z ó s im o y el a u t o r del de l De rebus bellici.
Constantino reorganizó el mando del ejército continuando su política de separar los poderes civiles de los militares. La pirámide jerárquica mi litar con tem plaba que los jefes jefes m ili ilita ta res dependieran de los duces provin ciales; estos a su vez dependían de los comites militares de las diócesis. En el vértice de la misma se encontraban dos nuevos personajes: el magister magister pe ditum, jefe de infantería y el magister
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equitum, jefe de la caballería. Desde
mediados del siglo IV se nombraron nuevos magistri militum para Oriente, pa p a r a Ilir Il iria ia y las la s G a lia li a s en f u n c ió n de las nuevas necesidades defensivas. A lo largo del siglo IV, la propor ción de los germanos integrados en las tropas romanas fue en aumento. Constantino contribuyó a este au mento a través de las scholae pala tinae donde se adiestraba a guerreros de élite, mayoritariamente germánicos.
3. La sociedad durante la época de los constantínidas Tampoco, ciertamente, la sociedad de esta época presente particularidades notables respecto a la sociedad de la época inmediatamente precedente y menos aún respecto a la de la época po p o ste st e rio ri o r. Tal vez ve z sea se a u n o de los lo s rasra s-
Cambios administrativos realizados por Constantino Cambió enteramente las funciones admi nistrativas establecidas desde hacía largo tiempo. Había, en efecto, dos prefectos del pretorio que ejercían en común su cargo, de tal manera que dependían de sus cui dados y de su poder no solamente los cuerpos de tropas afectos al Palacio, sino también los que estaban encargados de la seguridad de la Ciudad y los que estaban establecidos en todas las fronteras. Por otra parte, la función del prefecto, conside rada como la segunda después de la fun ción imperial, imperial, com portaba el suministro de subsistencias y la represión, gracias a cas tigos apropiados, por faltas cometidas contra la disciplina militar. Aho A hora ra bien, bie n, C onsta on sta ntino nti no,, al m od ifica ifi ca r esta notable organización, dividió en cua tro esta función única. Atribuyó al primer prefecto todo Egipto con la Pentápolis de Libia, el Oriente hasta Mesopotamia, Cili cia, Capadocia, Armenia, todo el litoral que va de la Panfilia hasta Trapizonte y a las guarniciones dispuestas cerca del Faso, confiándole igualmente la Tracia li mitada por la Mesia hasta Hemo y por el Rodopo hasta la ciudad de Topero, así
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gos más novedosos el papel que el nuevo elemento cristiano, a través de la institución eclesiástica, va a jugar en el campo de la asistencia social y su constitución como gran propieta ria de bienes, aspectos ambos que c o n el el t ie i e m p o n o h a r á n s in in o aumentar.
a) Las clases dirigentes Durante el Bajo Imperio los altos funcionarios se reclutan, bien entre los senadores por nacimiento —la vieja aristocracia—, o bien entre los «hombres nuevos», generalmente pro p ro c e d e n te s del de l e jérc jé rcit ito o e in c o r p o r a dos posteriormente al senado, los ad venedizos o nueva aristocracia. Respecto a la primera categoría, los senadores por nacimiento quisieron acceder a los puestos más elevados de gobierno: vicariato de diócesis, pro consulado de provincia, prefecturas como Chipre y las Cicladas, salvo Lem nos, Imbros y Samotracia. Dio al segundo prefecto Macedonia, Tesalia, Creta, Grecia con las islas que la rodean, los dos Epiros, el llírico, la Daia, el país de los Tribales, la Panonia hasta Valeria y finalmente la Mesia Superior. El tercer prefecto tuvo toda Italia, Sicilia y las islas vecinas, Cerdeña, Córce ga y la Libia desde Sirtes a Cerne. Al cuar to le correspondió la Galia Transalpina y España, así como la isla de Britania. Después de haber fraccionado de este modo la función prefectoral todavía se es forzó en disminuirla por otros procedi mientos adicionales. Mientras que, por ejemplo, los soldados estaban por todas partes mandados no sólo por centuriones y tribunos, sino también por los que se lla man duques y que ocupaban en todas partes el puesto de generali, creó jefes de soldados puestos al frente uno de la caba llería y otro de la infantería yles transfirió la facultad de mandar a los soldados y de re primir sus faltas, privando igualmente de este poder a los prefectos. Indicaré a con tinuación los inconvenientes que se deri varon de ello... Zósimo, Historia Nueva, II, 32-33; trad. J.J. Sayas
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urbanas e incluso prefecturas pretorianas, debían previamente haber sido elegidos, entre sus colegas sena toriales, cuestores y pretores. Sólo después de haber accedido a ambas magistraturas podían aspirar a ma gistraturas más elevadas. Los advenedizos u hombres nue vos, procedían, como hemos dicho, generalmente de la militia, esto es, de la carrera burocrática, civil o militar. En su caso, para aspirar a las magis traturas más elevadas, debían recibir pre p re v ia m e n te del de l E m p e r a d o r u n a a d lectio entre los pretores o entre los cuestores y ser inscritos en el Se nado. Así pues los senadores, por naci miento o por adlectio, siguen siendo la clase más poderosa y los hombres más ricos del Imperio son los hones tiores, los que poseen divitias divitias atque ho nores militares, como se dice en el Querolus, una comedia satírica del 410. Estos «hombres nuevos» que debían, en gran parte, su condición de sena dores al Emperador, eran el sector más vital y más leal al Emperador. De hecho, su número no dejó de cre cer a partir de Constantino. En este sentido es ineresan te con stata r que en L iber er Pontificalis Ponti ficalis se señala el hecho el Lib de que varios pesonajes hicieron do nación de tierras — m assa as saee o poss po ssee ssio— a Constantino para que éste las donase a la iglesia romana. Al reali zar conjuntamente con el el Em perador sus donaciones, lógicamente preten dían asegurarse la voluntad imperial. Pietri pretende que dos de ellos son senadores por adlectio y el tercero es praepo pra eposit situs us sacri cubiculi, esto es, fun cionario imperial (Pietri, 1976). Muy por debajo de estas dos cate gorías sociales están los curiales, los abogados y los burócratas. La posesión de la tierra es durante el Bajo Imperio la base de la riqueza y, ciertamente, los senadores son los mayores propietarios de tierras, junto con el Emperador y, posteriormente, la Iglesia. Los senadores poseían
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grandes latifundios cuyas rentas de b í a n s e r e n o r m e s , si c o n s i d e r a m o s , po p o r ejem ej em p lo, lo , q u e a S y m m a co le p e r mitían gastarse enormes sumas de oro —2.000 libras oro— para celebrar la pretura de su hijo. Y Máximo se gastó 2.500 por el mismo motivo. Olympiodoro, a comienzos del siglo V, describe con gran asombro el tipo de vida que llevaban los riquísimos senadores romanos y dice que sus d omus— eran casi grandes casas — domus— como ciudades. Muchos de estos grandes latifun distas vivían fuera de la ciudad, en sus dominios. No obstante hay que señ alar que el mo delo de vida del del Oc cidente no es igual al de la parte oriental del Imperio. Mientras en Oc cidente, la crisis municipal determinó un paulatino deterioro de la vida ciuda dana —baste recordar que cuando en el siglo V las tropas de Atila invadie ron las Galias, varias ciudades sólo tenían como defensor a su obispo—, en Oriente, por el contrario, la econo mía ciudadana continuó siendo sóli da durante varios siglos aún. Los curiales curiales continúan , en aparie n cia, detentando el mismo prestigio que en siglos anteriores: en cada ciu dad la curia es a máxima autoridad; entre ellos se eligen los magistrados de la ciudad, inclusive el curator civi tatis que en el siglo IV será la más im po p o r t a n t e y la m ás efec ef ecti tiva va d e las la s m a gistraturas ciudadanas. De los últi mos años de Juliano (hacia el 363) se conserva el album municipal de la ciuda d de Timgad, Timgad, en Num idia. En él se recoge el nombre de los patronos de la ciudad; después, los distintos magistrados en ejercicio; a continua ción, una lista de cincuenta decurio nes que habían ejercido sus cargos en la ciudad, clasificados según la im p o r t a n c i a : duumviralicii, aedilicii y quaestoricii. Pero entre los pa tro tr o ni de la ciudad se encuentran —además de varios clarissimi y perfectissimi — — v a rios sacerdotes provinciales y munici pa p a le s (flamines) y un obispo. Entre
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otras conclusiones, podemos com p r o b a r có m o pese pe se a q ue, ue , m a p a r i e n cia, todos los decuriones tienen la misma consideración, en la práctica, los los simples decuriones están están más pró ximos a la plebe que a los clarissimi, en virtud de las distinciones introdu cidas por los Emperadores en el inte rior de la clase curial, mientras que los sacerdotales recibían incluso la de signación, honorífica, de ex comitibus pr incipa ipales les y eran designados como princ (Gagé, 1964). La mayoría de los curiales son pro pie p ie ta r io s ru ra les, le s, h a s ta el p u n t o de pos ses que, en el siglo IV, el término posses sor es es utilizado frecuentemente en los textos jurídicos para designar a los curiales. curiales. Pero sus tierras están en cier to modo hipotecadas al Estado. Ya hemos visto cómo pesaba sobre ellos la responsabilidad de que se recauda sen todos los impuestos de la ciudad; ellos eran avales forzosos ante el Es tado de los impuestos a recaudar en sus ciudades. Así, Constantino prohi bió b ió q u e los lo s cu rial ri ales es a b a n d o n a s e n o vendiesen sus tierras y —al convertirse en un cargo hereditario— su hijo le sucedería como curial con las mis mas propiedades, como garantía.
b) Los humiliores D en tro de este título título gen érico se, in cluyen diversas categorías cuya situa ción, ciertamente, era bastante dife rente: comerciantes, artesanos, la ple p leb b e u r b a n a y rúst rú stic ica, a, los c o lon lo n o s y los los esclavos esclavos.. E n la p olariz ació n social del Bajo Imperio, las clases interme dias no tienen una consideración es peci pe cial al:: p o r d e b a jo de los cu ria ri a les, le s, en las ciudades, sólo está la plebe o, lo que es lo mismo, los que no poseen tierras. El nuevo régimen corporativo de los artesanos y comerciantes es muy diferente al de los collegia del Alto Imperio. Las profesiones útiles al Im pe rio ri o se co n v iert ie rten en en o b lig li g a to r ias ia s y
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Cubículo pintado. Catacumbas de S. Sebastián, (siglo IV). Roma.
hereditarias. Sin duda las más nece sarias son las que permiten el abaste cimiento de víveres y útiles: los pana deros, los que aseguran el transporte de los alimentos, los talleres imperia les donde los artesanos fabrican ar mas y objetos objetos esenciales p ara los ejér ejér citos, los talleres monetales o cecas; también los objetos de lujo que con sume la corte y los senadores, deben ser asegurados por las corporaciones de negotiatores. Es sobre estos sobre los que el Estado ejerce un control mucho más férreo. La pérdida de libertad profesional
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y en cierto modo personal de los arte sanos es paralela a la pérdida de li be b e r ta d de los lo s tr a b a ja d o r e s ag ríco rí co las. la s. El nuevo sistema impositivo de Dio cleciano fue un factor decisivo para que, a partir de comienzos del siglo IV, los pequeños trabajadores agríco las, hasta entonces libres, prefiriesen po p o s e e r su p a r c e la sólo só lo e n « p re c a r io» io » a cambio de la promesa de protec ción, contra los perceptores de im pu esto es tos, s, de u n potentior. potent ior. Es el origen del régimen de los patronatos rurales que se desarrolló sobre todo en la se gunda mitad del siglo IV y que fue dura e inútilmente combatido por los Emperadores. Los campesinos entregaban sus tie rras a aquellos patronos que ofrecían mayores garantías de defensa frente al fisco. De este modo se producía una evasión fiscal que no hizo sino aum en tar a med ida que el el régimen régimen de p a t r o n a t o s e f u e e x t e n d i e n d o y consolidando. Libanio, en su discurso «Sobre los Patronatos» atribuye exageradamen te a los militares el monopolio de es tos to s patronatos, pues es sabido que otros muchos compartieron con los militares la responsabilidad de esta evasión fiscal. En un pasaje de su obra describe cómo un vicus de cam pes p es ino in o s, g ra cias ci as a la p ro tec te c c ió n de u n jefe je fe de u n a de las la s p e q u e ñ a s g u a r n i ciones extendidas por las campiñas sirias, hace frente a los colectores de impuestos: «Estos se dirigen hacia los pu p u e b l o s en c u e s t i ó n —l —los os m i s m o s que la presencia de los strategoi prote ge como con una muralla— los que se disponen a cobrar el impuesto: es su obligación y su función. Entonces re claman lo que se les debe; primero con suavidad y con un tono modera do; después, fingiendo desprecio y sarcasmo; ahora con acento indigna do y levantando la voz, como es lógi co en los que no alcanzan sus justas reivindicaciones. Amenazan con re currir a las autoridades municipales, pe p e r o es in ú til, ti l, ya q ue ésta és tass se e n c u e n
tran en inferioridad de condiciones frente a estos expoliadores de pue blos bl os.. E n esto es to,, h a n a l a r g a d o la m a n o y hecho el gesto de arrebatar; pero los otros les han hecho ver que tienen pie p ie d ra s . As Así, í, lo ú n ico ic o q u e h a n reco re co g i do los perceptores han sido golpes y se vuelven a la ciudad demostrando a través de la sangre que cubre sus ves tidos, los sufrimientos que han aguan tado» (Lib. Or. XLVII, 7-8). La división de los dominios de los potentiores, potentior es, en este siglo IV, general mente se compone: de las pequeñas pa p a r c e la s fa m ilia il iare re s q u e t r a b a j a n los colonos y del indominicatum, la tierra reservada al señor y que es cultivada p o r los lo s p r o p i o s c o l o n o s m e d i a n t e pre p re sta st a cio ci o n es . La situación de opresión a la que, en general, estaban sometidos estos colonos queda de manifiesto en los frecuentes levantamientos de los bagaudas en las Galias y de los circumceliones en el Norte de Africa. En am bo b o s c a s o s , se t r a t a d e b a n d a s d e insurrectos y desheredados: pastores, trabajadores temporeros, colonos fu gitivos cuya única salida es la deses pe p e r a d a a c tu a c ió n de s a q u e a r y h o s ti gar a sus opresores.
c) La asisten asis tencia cia social de la Iglesia Durante el Alto Imperio existieron una serie de vías de asistencia social cuyos fines eran, obviamente, aliviar las tensiones sociales. Estas fueron pr p r in c ip a lm e n te : la in s titu ti tu c ip o n de los alimentarii pueri et puellae, —especie de fundaciones para asegurar la ma nutención de los niños huérfanos o sin recursos—, los evergetismos de los senadores y magistrados municipa les, el patronato municipal y el repar to de la annona,llamado en el Bajo p an is popu po pula lari riss o pa p a nis ni s gr a Imperio pan dilis.
La quiebra del sistema municipal conllevó la crisis de muchas de estas instituciones que, en el momento de
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su creación, estaban vinculadas a la vida municipal y a la ideología ligada al sistema. Así, por ejemplo, la insti tución de los alimentarii desapareció a lo largo del siglo III. En este caso, la causa no fue sólo la crisis municipal, sino la creciente depreciación de las tierras, fenómenos ambos vinculados con la formación de los latifundios (ver: Sirago, 1958). También el tradicional evergetismo de los senadores y magistrados roma nos sufrió una serie de alteraciones sustanciales. Esta práctica de donati vos vos y generosidad es hac ia sus con ciu dadanos comportaba: regalos para los amigos y familiares, sportulae, m o nedas de plata y otra serie de donati vos para la plebe. Estos donativos eran considerados un elemento de pro p ro m o c ió n s o cial ci al in h e r e n t e al carg ca rgo. o. Pero, a partir de Constantino, sabe mos que la mayoría de los cuestores, al recibir el nombramiento, se sus traían al honor de celebrar los juegos que tradicionalmente se ofrecían (ver: Marcone, 1981). Y respecto a los ju e g o s p re to r ia n o s , s a b e m o s q u e es es tos se convirtieron en una especie de impuesto encubierto, en una carga onerosa que frecuentemente era esca moteada por los nuevos pretores, como se desprende de las disposicio nes constantinianas que castigan a los que se sustraían a esta obligación (C.Th. VI, 4, 7). De hecho, la celebra ción de estos juegos desapareció a fi nales del siglo IV. Respecto al patronato municipal: el declive del sector curial, la paulati na decadencia de las ciudades y la aparición de una nueva aristocracia rural alejada de las ciudades hicieron que la institución del patronato mu nicipal perdiera su antiguo carácter pr p r o p a g a n d í s t i c o y h o n o r í f i c o y, en consecuencia, se debilitara. p a n is p o p u la r is continuó Sólo el pa distribuyéndose periódicamente, ase gurado por el Estado. Pero el hecho de que ya no se distribuyera, como durante el Alto Imperio, sólo a los
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— origo o ciudacianos nacidos en Roma —orig Rom R om a , sino a todos los miem bros del mísero proletariado romano ur ba b a n o de R o m a y o tra tr a s c iu d a d e s del de l Imperio, supuso que el incremento del número de perceptores fuera enorme y esta dificultad, sumada a las que ya arrastraba el sistema ano nado, hizo que el pa p a n is popu po pula lari riss d e sap arec iera a finales del siglo IV IV y co mienzos del siglo V. En definitiva, el sistema asistencial heredado del Alto Imperio, ya no era eficaz ni se adecuaba a la nueva es tructuración social y a las nuevas condiciones políticas del Bajo Impe rio. De ahí la necesidad de organizar un sistema asistencial alternativo. A partir de Constantino se fue es tructurando, dentro del marco jurídico-político bajoimperial, el sistema asistencial eclesiástico, concretando en un serie de resoluciones: — E n p r im e r lug lu g ar, ar , las la s p r o p ia s d o naciones imperiales a favor de la Iglesia y las disposiciones jurídicas sobre las donaciones y sobre la inmu nidad patrimonial de las iglesias y de los clérigos, que posibilitaron la con centración de numerosas propieda des en manos de la Iglesia. — E n s e g u n d o luga lu gar, r, la c o n s id e r a ción que el Estado otorgó al patrimo nio eclesiástico de bienes de utilidad pú p ú b lic li c a (C.Th. XIII, 1, 5; XI, 27, 1). Así se pretendía que el sistema asistencial eclesiástico suplantase o completase los vacíos que tenía en esta época el sistema tradicional de asistencia social. El Emperador obtenía además otra contrapartida de tipo político. La alianza con la Iglesia sirvió para ali viar las tensiones sociales que las co munidades urbanas en crisis genera ba b a n y, en c o n s e c u e n c ia , c o n trib tr ib u y ó a la pacífica sustitución del anterior modelo municipal por otro diferente. Así, la Iglesia contribuyó a mantener el consenso social que todo poder po lítico necesita. El éxito de este nuevo sistema asis-
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Cripta de S. Sebastián, en las catacumbas de este santo, Roma.
tencial se apoya fundamentalmente en su adaptación a la nueva rea lidad bajoimperial: — L a Igle Ig lesi siaa se a d e c u ó p e r f e c ta mente a la nueva organización social po p o la r iz a d a , s in e s ta b le c e r c o n s i d e r a ciones de tipo jurídico-político: los ri cos eran benefactores de la Iglesia, ya fuesen senadores o libertos y los po bre b re s e r a n in c l u id o s e n t r e los lo s b e n e ficiarios. — E l sis si s tem te m a de e n tre tr e g a r d o n a t i vos a la Iglesia pa ra que ésta los desti nase a fines benéficos, resultaba, ade más, mucho más económico a los po p o te n tio ti o re s que las donaciones di rectas. — P o r ú ltim lt im o , la Ig le s ia a c t u a b a como intermediaria entre los bene factores y los beneficiarios. Pero, en función de las reglas administrativas eclesiásticas, la Iglesia retenía una pa p a r te s u s ta n c i a l de estoS d o n a tiv ti v o s que se destinaba: al salario del obis po, po , al s a la r io del de l cle cl e ro y al m a n t e n i miento de los edificios eclesiásticos y
a los gastos culturales. Así, mientras que en el sistema asistencial anterior no había intermediarios —y cuando los había, éstos eran funcionarios que no percibían percibían nin guna parte de de la la can tidad global destinada a ser distri b u i d a —, en el n u ev o s is tem te m a a s i s te n cial cristiano, la Iglesia encontró el medio de asegurar e incrementar su pr p r o p io p a tr im o n i o , a d e m á s d e h a c e r frente al quehacer asistencial que se le encomendaba: rescate de prisione ros ros —a manos de los bá rba ros —, m a nutención de huérfanos y viudas, au xilio a los enfermos y ocasionales medidas de distribución de víveres en ciudades coyunturaímente en estado de extremada carestía. Así pues, el sistema asistencial eclesiástico se impuso sobre el paga no, no en razón de su mayor eficacia caritativa, sino en función de que se conformó en el contexto político-so cial bajoimperial y, por tanto, estaba más capacitado p ara dar respuest respuestaa a las necesidades planteadas en esta época.
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