Extras Crepusculo
November 12, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Extras Crepúsculo
Índice
Bádmint
1.
on – (Capítulo 11) Emmett
2.
y el Oso – (Capítulo 14) De
3.
compras con Alice – (Capítulo 20) Baile aile de
4.
Graduación – (Epílogo)
1.Bádminton Esta escena fue cortada del Capítulo 11: “Complicaciones”. Me molestó sacarla pero no sabía por qué, así que lo dejé pasar. Era muy tarde cuando me di cuenta qué era lo que me molestaba. Pese a que me he referido varias veces a la poca destreza de Bella en gimnasia, nunca pude mostrarla en acción. Esta fue la vez que Edward estaba “mirando” y era el lugar natural para mostrar su torpeza. Ja, ja, ja. ¡Ahora la explicación es más larga que la pieza editada! Stephenie Meyer
Caminé hacia el gimnasio, con la cabeza en otra parte, atontada. Llegué al vestuario, cambiándome de ropa como en trance, vagamente atenta de que había más gente a mi alrededor. Realmente, no me di cuenta de la realidad
hasta que cogí una raqueta. No era muy pesada, aunque la sentía demasiado insegura en mi mano. Pude Pu de ver ver a otro tros ch chic ico os de mi cla clase mirán irándo dome me fu furrtivam ivamen entte. El entrenador Clapp, nos ordenó formar equipos por parejas. Porr suer Po suerte te,, al algu guno noss ve vest stig igio ioss de la ca caba ball ller eros osid idad ad de Mi Mike ke toda todaví vía a sobrevivían; se acercó hasta ponerse a mi lado. — ¿Quieres ser mi pareja? —me preguntó alegremente. — Gracias Mike. No tienes por qué hacer esto, lo sabes —le dije — No te pr preo eocu cup pes es.. Me mant antendr endré é fu fuer era a de tu ca cami mino no —me dijo ijo haciéndome una mueca. Algunas veces, era tan fácil tenerle cariño a Mike. No resultó tan sencillo. Intenté alejarme un poco de Mike para que pudiese seguir el juego él solo, pero el entrenador Clapp, vino y le ordenó que se quedase a un lado de la cancha para que yo pudiese participar. Se quedó mirándonos enfatizando así sus palabras. Con un suspiro, me puse en el lugar más centrado de la pista, sosteniendo correctam ame ente en alto mi raqueta. La chica del otro equipo, se rió maliciosamente mientras sacaba la pluma –la había herido en una clase de baloncesto- dándole efecto para que descendiera directamente hacia mí por enci en cim ma de la red. ed. Me ar arro rojé jé sin graci racia a hac acia ia de dela lant nte, e, im impu puls lsan and do mi movimiento de la raqueta en dirección a la pluma, pero olvidé tener en cuenta la red. Mi raqueta rebotó en la red con tanta fuerza, que se soltó de mi mano, inclinándose hacia mi cabeza, y dando en el hombro de Mike que había corrido hasta mí para dar a la pluma que yo había perdido. El entrenador Clapp tosió o disimuló una risita. — Lo siento, Newton —murmuró mientras se alejaba ale jaba para que pudiésemos volver a nuestra antigua formación, menos peligrosa. — ¿Estás bien? —me preguntó Mike, masajeándose el hombro, igual que yo me tocaba la frente. — Sí, ¿y tú? —pregunté a media voz, retirando mi arma. — Creó que sobreviviré —Mike movió su brazo en círculo, comprobando que tenía total libertad de movimiento. — Me quedaré allá atrás, otra vez —Me situé en la esquina del fondo de la pista, sujetando mi raqueta cuidadosamente detrás de mi espalda.
2.Emmett y el Oso editada da del Epílo Epílogo go Origi Original. nal. Aunque la histo historia ria de Esta parte fue edita la conversión de Emmett está brevemente explicada en el Capítulo 14 : “Me Ment nte e Vers rsu us Cu Cue erp rpo” o”,, rea ealm lmen entte ech ché é de men eno os no te ten ner erlo lo detallado con sus propias palabras. Stephenie Meyer
Estaba sorpre Estaba sorprendi ndida da de encont encontrar rar un extrañ extraño o vín víncul culo o cre crecien ciendo do ent entre re Emmett y yo, especialmente teniendo en cuenta que él había sido el que más miedo me daba de todos ellos. Tenía que con que ambos habí ha bíam amos os si sido do el eleg egid idos os pa para ra en entr trar ar en la ver fami famili lia; a; ellos losmodo do doss en ha habí bíam amos os sido sido amados –y sido correspondidos– mientras éramos humanos, aunque por poco tiempo en el caso de él. Solo Emmett recordaba –y solo él comprendía el milagro que Edward significaba para mí. Hablamos de ello, por primera vez, una tarde mientras los tres estábamos sentad sen tados os en los cla claros ros sof sofás ás del sal salón ón princi principal pal,, Emm Emmett ett ent entret reteni eniénd éndome ome tranquilamente con recuerdos, más parecidos a los cuentos de hadas, mientras Edwa Ed ward rd se conc concen entr trab aba a en el cana canall de coci cocina na –hab –había ía de deci cidi dido do qu que e quer quería ía aprender apren der a cocina cocinar, r, ante mi incredulid incredulidad, ad, e iba a ser sumament sumamente e difícil sin el apropiado sentido del gusto o del olfato. Después de todo, había algo que no sabía hacer de forma natural. Su perfecto entrecejo se frunció mientras el famoso chef sazonaba otro plato de acuerdo a su gusto. Reprimí una sonrisa. — Para ese entonces él ya había terminado de jugar conmigo, y supe que estaba a punto de morir. —Recordó Emmett suavemente, dando un giro al relato de sus años humanos con la historia del oso. Edward no nos prestaba ninguna atención; ya la había oído antes. — No podía moverme, y mi conciencia se estaba disipando, cuando escuché lo que pensé que sería otro oso, y una lucha por ver quien se quedaba con mi cadáver, supuse. De repente sentí que estaba volando. Me imaginé que había muerto, pero intenté abrir los ojos de todos modos. Y entonces la vi. —Su rostro parecía incrédulo ante el recuerdo, le comprendía completamente— Y supe que estaba muerto. Ni siquiera me import imp ortaba aba el dolor. dolor. Luché Luché por man manten tener er mis pár párpad pados os abi abiert ertos, os, no quería quería
perderme ni un segundo el rostro del ángel. Estaba delirando, por supuesto, preguntándome por qué no habíamos llegado al cielo aún, pensando que debía de estar más lejos de lo que yo había creído. Me quedé esperando que ella levantara el vuelo. Y entonces, me llevó ante Dios. —Él rió con su risa profunda y atronadora. Yo entendía perfectamente qué alguien hubiese pensado aquello. — Pensé que lo que ocurrió a continuación era mi Juicio Final. Había tenido dema de masi siad ada a di dive vers rsió ión n dura durant nte e mi miss vein veinte te años años huma humano nos, s, as asíí qu que e no me sorprendieron las llamas del infierno. —Rió de nuevo, aunque yo me estremecí. El brazo de Edward me rodeó con más fuerza de forma inconsciente. — Lo que me sorprendió fue que el ángel no se marchó. No podía entender como algo tan hermoso podía estar en el infierno junto a mí, pero estaba agradecido. Cada vez que Dios venía a echarme una ojeada, yo temía que se la llevase de mi lado, pero nunca lo hizo. Comencé a pensar que quizás esos predicadores que hablaban de un Dios piadoso tenían razón después de todo. Y entonces el dolor desapareció… y ellos me lo explicaron todo. — Les sorprendió lo poco que me afectó todo ese asunto de los vampiros. Pero si Carlisle y Rosalie, mi ángel, eran vampiros ¿Cómo podía ser tan malo ser aquello? — Yo asentí, completamente de acuerdo, mientras él continuaba.— Tuve unos cuantos problemas con las reglas… —rió entre dientes.— Tuviste las manos bastante ocupadas conmigo al principio, ¿no? —el empujón juguetón de Emmett al hombro de Edward nos balanceó a los dos. Edward dejó escapar un leve gruñido sin apartar la vista de la televisión. — Así que ya ves, el infierno no es tan malo si consigues quedarte con tu ángel —me aseguró maliciosamente.— Cuando él consiga aceptar lo inevitable, estarás bien. El puño de Edward se movió tan rápidamente que no pude ver cuando golpeó a Emmett, lanzándole sobre el respaldo del sofá. Los ojos de Edward no se apartaron de la pantalla. — ¡Edward! —le regañé, horrorizada. —No te preocupes, Bella —Emmett estaba sereno, de nuevo en su asiento. — Sé dónde encontrarlo. —Miró por encima mío hacia el perfil de Edward. — Tendrás que hacerlo alguna vez —le amenazó. Edward simplemente gruñó en respuesta, sin siquiera alzar la vista. — ¡Chicos! —La voz de Esme, en reprimenda, se escuchó claramente desde las escaleras.
3.De compras con Alice Reco noce ceré réis is par arttes de est ste e ca capí pítu tulo lo –p –pe equ que eño ños s pe peda dazo zos s Recono sobrevivieron y fueron combinados en los que al final fue el Capítulo 20 - “Impaciencia”. Este capítulo le reduce las revoluciones a la parte de la ca cace cerí ría a de la hi hist stor oria ia,, pe pero ro se sent ntíí qu que e al ed edit itar arla la,, sa sacr crif ifiqu iqué é muchísimo de la personalidad de Alice. Stephenie Meyer
El coche era liso, blanco y potente; sus ventanas estaban tintadas de negro. El motor rugía como un gran coche a medida que aceleraba a través de la oscura noche. Jasper conducía con una sola mano, parecía despreocupado, pero el poderoso coche volaba hacia delante con perfecta precisión. Alice se sentó conmigo en el asiento trasero de cuero negro. De alguna manera, durante la larga noche, mi cabeza había acabado recostada contra su cuello de granito, sus fríos brazos envolviéndome, su mejilla apoyada en lo alto de mi cabeza. El frente de su fina camisa de algodón estaba fría, húmeda por miss lá mi lágr grim imas as.. Ante Antess y ah ahor ora, a, si mi resp respir irac ació ión n se volv volvía ía ines inesta tabl ble, e, ella ella murmuraba de forma calmante; en su veloz y aguda voz, su consuelo sonaba como si estuviera cantando. Para mantenerme en calma, me centré en el contacto con su fría piel; era como una conexión física con Edward. Ambos me habían asegurado -cuando me percaté, inmovilizada por el pánico, de que todas mis cosas seguían en la furgoneta- que dejarlo atrás era necesario, algo que tenía que ver con su esencia. Me dijeron que no me preocupara ni por la ropa ni por el dinero. Intenté confiar en ellos, haciendo un esfuerzo para ignorar lo incómoda que me sentía enfundada en las ropas de Rosalie. Era una cosa trivial de la que preocuparse. En las llanas carreteras, Jasper nunca condujo el robusto coche a menos de 120 kilómetros por hora. Parecía completamente inconsciente de los límites de velocidad, pero nunca vimos un coche patrulla. Los únicos cortes en la mono mo noto toní nía a del del ca cami mino no fuer fueron on la lass dos dos pa para rada dass qu que e hi hici cimo moss pa para ra ca carg rgar ar gasolina. Me di cuenta vagamente que Jasper fue dentro para pagar las dos veces en efectivo. Comenzó a amanecer cuando estábamos en alguna parte del norte de California. Miré con los ojos secos, semicerrados, como la luz gris se irradiaba a través del cielo despejado. Estaba exhausta, pero el sueño había desaparecido, mi men mente te est estaba aba dem demasi asiado ado llena llena de imágen imágenes es per pertur turbad badora orass com como o par para a
dejarme llevar por la inconsciencia. La destrozada expresión de Charlie -el brutal gruñido de Edward enseñando los dientes- la penetrante mirada del rastreador -la expresión triste de Laurent- la oscura mirada en los ojos de Edward después de que él me besara la última vez; como instantáneas que se iluminaban ante mis ojos, mis sentimientos se alternaban entre el terror y la desesperación. En Sacramento, Alice pidió a Jasper que parara, para conseguirme comida. Pero sacudí mi cabeza cansadamente, y le dije que siguiese conduciendo con voz apagada. Unas pocas horas después, en un suburbio a las afueras de Los Ángeles, Alice le volvió a hablar suavemente, y él salió de la autopista pese al sonido de mis débiles protestas. Un gran centro comercial era visible desde la autopista, y se dirigió hacia allí, entrando en el aparcamiento hasta la planta subterránea para aparcar. — Quédate en el coche —le ordenó Alice a Jasper. — ¿Estás segura? —él sonaba receloso. — No veo a nadie más por aquí —dijo ella. Él asintió, accediendo. Alice me cogió de la mano y me sacó del coche. Se aferró a mi mano, manteniéndome cerca de ella mientras caminábamos por el oscuro garaje. Ella rodeó el borde del garaje, manteniéndose en las sombras. Aprecié cómo su piel parecía brillar a la luz del sol que se reflejaba de la acera. El centro comercial estaba abarrotado, varios grupos de compradores pasaban, algunos girando la cabeza para vernos pasar cerca. Cami Ca mina namo moss bajo bajo un pu puen ente te qu que e cruz cruzab aba a de desd sde e el ni nive vell su supe peri rior or de dell aparcamien apar camiento to al segun segundo do local de un gran almacén, siempre manteni manteniéndon éndonos os fuera de la luz solar directa. Una vez dentro, bajo las luces fluorescentes del almacén, Alice parecía menos llamativa -simplemente una muchacha pálida como la tiza, ojerosa, con oscuros ojos y pelo negro puntiagudo. Estaba segura de que las ojeras bajo mis prop pr opio ioss ojos ojos eran eran más más evid eviden ente tess qu que e las las su suya yas. s. To Toda daví vía a llam llamáb ábam amos os la aten atenci ción ón de algu alguno noss qu que e nos nos mi mira raba ban n de reoj reojo. o. Me pr preg egun unta taba ba lo qu que e pensaban cuando nos veían. La delicada y danzarina Alice, con su llamativo rostro de ángel, vestida con pálidas prendas que no disimulaban lo suficiente su palidez, llevándome de la mano, obviamente guiándome, mientras yo me arrastraba lentamente, enfundada en un vestuario caro que no me pertenecía y con mi pelo enredado en la parte de atrás. Alice me llevó a una atestada zona de restaurantes. — ¿Qué quieres comer?
El olor de las comidas rápidas grasientas retorció mi estómago. Pero la mirada de Alice no dejaba lugar a la persuasión. Pedí sin entusiasmo un sándwich de pavo. — ¿Puedo ir al baño? —pregunté en cuanto nos dirigimos a la cola. — Vale —y cambió de dirección, sin soltar mi mano. — Puedo ir sola. —La atmósfera banal del centro comercial me hizo sentir más normal de lo que había estado desde nuestro desastroso juego de anoche. — Lo siento, Bella, pero Edward va a leer mi mente en cuando esté aquí, y si ve que te he dejado fuera de mi vista durante un minuto… —no terminó la frase, tratando de ignorar las horribles consecuencias. Al menos esperó fuera del abarrotado cuarto de baño. Me lavé la cara, así como co mo las las mano manos, s, ig igno nora rand ndo o la lass as asus usta tada dass mi mira rada dass de las las mu muje jere ress de mí alrededor. Traté de peinarme el pelo con los dedos, pero me rendí rápi rá pida dame ment nte. e. Alic Alice e cogi cogió ó mi ma mano no de nu nuev evo o en la pu puer erta ta,, y vo volv lvim imos os lentamente a la fila de la comida. Yo me arrastraba, pero ella no se mostraba impaciente conmigo. Me miraba comer, primero despacio y luego más deprisa a medida que volvía mi apetito. Bebí la soda que ella me compró tan rápido que me dejó por un momento -sin quitarme la vista de encima, claro- para conseguirme otra. — La comida que comes es definitivamente más conveniente —comentó cuando acabé— pero no parece más divertida. — Me imagino que cazar es más excitante. — No te haces una idea. —Cent —Centelleó elleó con una amplia amplia sonrisa de brill brillantes antes dientes, y varias personas giraron la cabeza en nuestra dirección. Tras tirar nuestra basura, me condujo por lo anchos pasillos del centro come co merc rcia ial, l, sus sus oj ojos os mira mirand ndo o aquí aquí y al allá lá busc buscan ando do algo algo qu que e ella ella qu quer ería ía,, arrastrándome junto a ella en cada parada. Se detuvo por un momento ante una cara boutique para comprar tres pares de gafas de sol, dos de mujer y unas de hombre. Noté la mirada del vendedor con una nueva expresión cuando ella le entregó una inusual y pulcra tarjeta de crédito con líneas doradas cruzándola. Después encontró una tienda de accesorios donde eligió un cepillo y unas gomas de pelo. Pero en realidad no terminó hasta que me introdujo en el tipo de tiendas que yo nunca frecuentaba, porque el precio de un par de medias estaba fuera de mi presupuesto. — Debes de ser aproximadamente una talla dos. —Era una declaración, no una pregunta. Me utilizó como mula de carga, cargándome con una asombrosa cantidad de ropa. De vez en cuando podía verla alcanzando una talla extra-pequeña cuando escogía algo para ella misma. Las prendas que seleccionaba para sí
misma eran todas de materiales ligeros, pero de mangas largas o largas hasta el suelo, diseñadas para cubrir el máximo posible de su piel. Un sombrero negro de paja de ala ancha coronó la montaña de ropas. La dependienta tuvo una reacción similar al anterior ante la inusual tarjeta de crédito, volviéndose más servicial, y llamando a Alice «señorita». El nombre que dijo también era desconocido, me pareció. Una vez estuvimos fuera del centro comercial, con los brazos cargados de bolsas, cuya mayor parte llevaba ella, le pregunté. — ¿Cómo te llamó la dependienta? — La tarjeta de crédito dice Rachel Lee. Vamos a ser muy cuidadosos para no dejar ningún tipo de pista para el rastreador. Vamos a que te cambies. Pensé sobre ello cuando ella me llevó de vuelta a los aseos, poniéndome en el recinto para minusválidos de modo que tuviera sitio para moverme. La escuché rebuscando en las bolsas, para finalmente pasarme un ligero vestido azul de algodón por encima de la puerta. Estaba agradecida de quitarme los vaqueros demasiado largos y ajustados de Rosalie, di un tirón a la blusa que me envolvía en todos los lugares erróneos, y se los arrojé por encima de la puerta. Me sorprendió pasándome un par de suaves sandalias de piel por debajo deb ajo de la puerta puerta -¿cuán -¿cuándo do las había compra comprado? do? El vest vestido ido me senta sentaba ba asombrosamente bien, el costoso corte parecía flotar a mi alrededor. En cuanto dejé el recinto noté que estaba tirando las ropas de Rosalie a la papelera. — Guarda tus zapatillas de deporte —dijo. Las puse encima de una de las bolsas. Volv Vo lvim imos os al ga gara raje je.. Al Alic ice e lo logr gró ó meno menoss mi mira rada dass es esta ta ve vez; z; es esta taba ba tan tan cubierta por bolsas que su piel era apenas visible. Volv Vo lvim imos os al gara garaje je.. Alic Alice e al aler ertó tó po poca cass mi mira rada dass es esta ta ve vez, z, es esta taba ba tan tan cubier cubi erta ta de bols bolsas as qu que e su pi piel el di difí fíci cilm lmen ente te se podí podía a ve ver. r. Jasp Jasper er es esta taba ba esperando. Salió del coche a nuestro encuentro -el maletero estaba abierto. Mientras alcanzaba primero mis bolsas, echó a Alice una mirada sarcástica. — Sabía que debía haber ido—murmuró. — Sí —reconoció ella— a ellas les hubiera encantado tenerte en el baño de mujeres. Jasper no respondió. Alic Alice e re remo movi vió ó rá rápi pida dame ment nte e en entr tre e su suss bo bols lsas as an ante tess de po pone nerl rlas as en el maletero. Le pasó a Jasper un par de gafas de sol, poniéndose ella otro par. Me pasó el tercer par, y el cepillo del pelo. Y sacó una camisa larga, fina, negra transp tra nspare arente nte,, ponién poniéndos dosela ela enc encima ima de su cam camise iseta, ta, dej dejánd ándola ola abi abiert erta. a. Por último, se puso el sombrero de paja. En ella, el improvisado disfraz parecía
corresponder al de un escape. Agarró un puñado más de ropas y, envolviéndolas en una bola, abrió la puerta trasera e hizo una almohada sobre el asiento. — Ne Neccesitas dormir —ordenó firmemente. Avancé despacio y obedientemente en el asiento, apoyando mi cabeza al instante y acurrucándome de lado. Estaba medio dormida cuando el coche arrancó. — No deberías haberme comprado todas estas cosas —mascullé. — No te preocupes por eso, Bella. Duerme. —Su voz era relajada. — Gracias —suspiré, y caí en un sueño inquieto. Fue el dolor de dormir en una posición apretada lo que me despertó. Estaba todavía exhausta, pero de repente estaba nerviosa en cuanto recordé dónde estaba. Me senté para ver el Valle del Sol fuera, delante de mí; la extens ext ensión ión amplia amplia,, lla llana, na, de tej tejado ados, s, palmer palmeras, as, autopi autopista stas, s, nie niebla bla tóxic tóxica a y pi pisc scin inas as,, abra abraza zada da po porr lo loss pe peña ñasc scos os pe pequ queñ eños os y roco rocoso soss qu que e llam llamam amos os montañas. Estuve sorprendida de no sentir ninguna sensación de alivio, sólo una añoranza fastidiosa de los cielos lluviosos y los espacios verdes del lugar al que Edward dio un nuevo significado. Sacudí mi cabeza, intentando hacer retroceder el inicio de desesperación que amenazaba con abrumarme. Jas Jaspe perr y Alic Alice e esta estaba ban n ha habl blan ando do;; co cono noce cedo dore res, s, es esto toy y se segu gura ra,, de qu que e estaba consciente de nuevo, pero no dieron ninguna señal de ello. Sus veloces y suaves voces, una grave, otra aguda, me rodeaban como si fueran música. Deduje que estaban discutiendo dónde quedarnos. — Bella —Alice se dirigió a mí casualmente, como si ya fuera parte de la conversación— ¿Cuál es el camino al aeropuerto? — Sigue por la I-10 —dije automáticamente— Pasaremos justo por al lado. Pensé por un momento, mi cerebro todavía confuso por el sueño. — ¿Vamos a volar a algún sitio? —pregunté. — No, pero es mejor estar cerca, por si acaso. —Sacó su teléfono móvil, y por lo vist por visto o llam llamó ó a in info form rmac ació ión. n. Ha Habl blab aba a má máss de desp spac acio io de lo ha habi bitu tual al,, pregun pre guntan tando do por hot hotele eless cer cerca ca del aer aeropu opuert erto, o, ace acepta ptando ndo una sug sugere erenci ncia, a, luego esperando mientras era puesta en contacto. Hizo reservas para una semana seman a bajo el nombre de Chri Christian stian Bower, Bower, recitando recitando a toda prisa un númer número o de tarjeta de crédito sin siquiera mirarlo. La escuché repitiendo direcciones por el bien del operador; estoy segura de que ella no necesitaba ayuda con su memoria. La vista del teléfono me había recordado mis responsabilidades. — Alice —dije cuando ella acabó.— Necesito llamar a mi padre. —Mi voz era seria. Ella me pasó el teléfono.
Era a última hora de la tarde; estaba deseando que él estuviera en el trabajo. Pero respondió al primer tono. Me abatí, imaginando su ansiosa cara por el teléfono. — ¿Papá? —dije vacilante. — ¡Bella! ¿Dónde estás, cariño? —una sensación de alivio llenó su voz. — Estoy en la carretera. —No era necesario hacerle saber que yo había hecho un recorrido de tres días en una noche. — Bella, tienes que volver. — Necesito volver a casa. — Cariño, hablemos de esto. No necesitas irte sólo por un chico. —Podría decir que él estaba siendo muy cuidadoso. — Papá, dame una semana. Necesito pensar las cosas, y luego decidiré si vuel vu elvo vo.. No tien tiene e nada nada que que ve verr cont contig igo, o, ¿d ¿de e ac acue uerd rdo? o? —Mi vo vozz temb tembló ló levemente.— Te quiero, papá. Sea lo que sea lo que decida, te veré pronto. Lo prometo. — De acuerdo, Bella. —Su voz era resignada.— Llámame cuando llegues a Phoenix. — Te llamaré desde casa, papá. Adiós. — Adiós, Bella. —Vaciló antes de colgar. Por lo menos estaba de buenas con Charlie de nuevo, pensé mientras devolvía el teléfono a Alice. Ella me observaba atentamente, quizás esperando por otro bajón emocional. Pero yo sólo estaba muy cansada. La familiar ciudad voló por mi oscura ventanilla. El tráfico era ligero. Transitamos rápidamente por el centro de la ciudad y luego viramos alrededor de la parte norte de Sky Harbour International, girando al sur en Temple. Sólo en el otro lado del húmedo cauce del Río Salado, a un kilómetro o más del aeropuerto, Jasper salió ante la orden de Alice. Ella le dirigió fácilmente a través de las superficiales calles a la entrada del hotel Hilton en el aeropuerto. Yo había estado pensado en el Motel 6, pero estaba segura de que ellos no se preocupaban por el aspecto económico. Parecían tener reservas ilimitadas. Entramos en el aparcamiento bajo la sombra de un gran toldo, y dos botones se colocaron rápidamente al lado del impresionante automóvil. Jasper y Alice bajaron del coche, pareciendo dos estrellas de cine con sus gafas de sol. Yo bajé torpemente, agarrotada por tantas horas en el coche, sintiéndolo aco ac ogedo gedorr. Ja Jasp sper er ab abrrió el mal alet eter ero o, y el efic eficie ien nte botone toness de desc scar argó gó rápidamente nuestras bolsas de compra en un carrito. Estaban demasiado bien entren ent renado adoss como como para para mostra mostrarr nin ningun guna a mirada mirada so sorpr rprend endida ida ant ante e nue nuestr stra a carencia de un verdadero equipaje.
El coche debía de haber estado muy frío en su interior. Saliendo de él a la tarde calurosa, aunque ya oscura, de Phoenix, fue como meter mi cabeza en un horno y empezar a dorarme. Por primera vez en ese día, me sentí en casa. Jasper caminó con seguridad por el vestíbulo vacío. Alice se mantuvo cuid cu idad ados osam amen ente te a mi la lado do,, lo loss boto botone ness tras tras no noso sotr tros os sigu siguién iéndo dono noss co con n nues nu estr tra as cosa cosas. s. Ja Jasp sper er se ac acer ercó có al most mostrrad ado or de recep ecepci ción ón co con n su inconscientemente aire de realeza. — Bower ower —fue fue tod odo o lo que dij ijo o a la apa parrent entemen ementte pr pro ofesi fesio ona nall recepcionista. Ella rápidamente procesó la información, con sólo un mínimo vistazo hacia el ídolo de pelo dorado delante de él, traicionando su cuidadosa eficiencia. Rápi Rá pida dame ment nte e fuim fuimos os gu guia iado doss a un una a gr gran an su suit ite. e. Sabí Sabía a qu que e los los do doss dorrmit do mitorio orioss eran eran meram eramen entte una fach fachad ada. a. Lo Loss bo boto tone ness des esca carg rgar aron on eficientemente nuestras bolsas mientras me sentaba débilmente en el sofá y Alice danzaba a examinar el resto de la suite. Jasper les dio la mano cuando se iban, y la mirada que intercambiaron en su salida hacia la puerta era más que satisfecha; estaban deleitados. Entonces nos quedamos solos. JJas aspe perr fu fue e a la lass ve vent ntan anas as,, ce cerr rran ando do los los do doss ni nive vele less de co cort rtin inas as co con n seguridad. Alice apareció y dejó caer un menú de servicio de habitaciones en mi regazo. — Pide algo —aconsejó. — Estoy bien —dije sin entusiasmo. Me la lan nzó una oscu scura mi mirrada, ada, y me quit quitó ó el me men nú de las las man manos os.. Murmurando algo acerca de Edward, levantó el teléfono. — Alice, de verdad —comencé a decir cuando me silenció con la mirada. Apoyé mi cabeza en el reposabrazos del sofá y cerré los ojos. Los golpes en la puerta me despertaron. Salté tan rápido que me resbalé del sofá hacia el suelo y me golpeé la frente contra la mesa de centro. — Oh —dije, aturdida, acariciándome la cabeza. Escuché a Jasper reírse una vez, y levanté la vista para verle tapándose la boca bo ca,, inte intent ntan ando do ahog ahogar ar el rest resto o de su dive divers rsió ión. n. Al Alic ice e abri abrió ó la pu puer erta ta,, presionando sus labios firmemente con los bordes de su boca estirándose. Me ruboricé y me trepé de nuevo al sofá, sosteniendo mi cabeza con la mano. Era mi comida; el olor de carne roja, queso, ajo y patatas me rodeó. Alice llevó la bandeja tan hábilmente como si hubiera sido camarera durante años, y la colocó en la mesita a la altura de mis rodillas. — Ne Nece cesi sita tass pr prot oteí eína nass —me —me ex expl plic icó, ó, leva levant ntan ando do la plat platea eada da tapa tapa semiesférica mostrar un gran filete ysi una decorativa escultura de cuando patata. — Edward nopara estará contento contigo tu sangre huele anémica llegue aquí. —Estaba casi segura de que estaba bromeando.
Ahora que podía oler la comida estaba hambrienta de nuevo. Comí veloz, sintiendo volver mi energía en cuanto los azúcares llegaron a mi torrente sanguíneo. Alice y Jasper me ignoraban, viendo las noticias y hablando tan rápida y calladamente que no pude entender ni una palabra. Un segundo golpe sonó en la puerta. Salté sobre mis pies, intentando evitar otro accidente con la bandeja medio vacía en la mesa de centro. — Bella, necesitas necesitas tranq tranquiliz uilizarte arte —dijo Jasp Jasper, er, mientras Alice aten atendía día a la puerta. Un miembro del personal de limpieza le dio una pequeña bolsa con el logotipo del Hilton y se marchó rápidamente. Alice lo trajo y me lo entregó. Lo abrí y encontré un cepillo de dientes, pasta de dientes, y todas las demás cosas críticas que me había dejado en mi camioneta. Las lágrimas aparecieron en mis ojos. — Sois tan amables conmigo… —miré a Alice y luego a Jasper, agobiada. Había notado que Jasper era normalmente el más cuidadoso en mantener las distancias conmigo, de modo que me sorprendió cuando vino a mi lado y colocó su mano en mi hombro. — Ahora eres parte de nuestra familia —me dijo, sonriendo calurosam caluro sament ente. e. De rep repent ente e sen sentí tí un pes pesado ado ago agotam tamien iento to flu fluyen yendo do por mi cuer cu erpo po;; mis mis párp párpad ados os eran eran de al algu guna na ma mane nera ra de dema masi siad ado o pe pesa sado doss pa para ra mantenerse abiertos. — Muy sutil, Jasper —escuché a Alice decir en tono sarcástico. Sus fríos y delgados brazos resbalaron bajo mis rodillas y mi espalda. Me levantó, pero yo estaba dormida antes de que me depositara en la cama. Era muy temprano cuando me desperté. Había dormido bien, sin sueños, y estaba más alerta de lo que solía estar al despertar. Estaba oscuro, pero había destellos azulados de luz proviniendo desde debajo de la puerta. Busqué al lado de la cama, tratando de encontrar la lámpara en la mesita de noche. Una luz apareció sobre mi cabeza y me exalté. Alice estaba allí, arrodillada a mi lado en la cama, con su mano en la lámpara que estaba ensamblada a la cabecera. — Lo siento —dijo mientras yo me desplomaba de alivio hacia atrás, sobre la almohada.— Jasper tiene razón,… —continuó— necesitas relajarte. —Bueno, pero no se lo digas a él —me quejé.— Si él intenta relajarme más, entraré en coma. Se rió tontamente. — Te diste cuenta, ¿eh? — Si me hubiera golpeado la cabeza con un sartén habría sido menos obvio. — Necesitabas dormir. —Se encogió de hombros, sonriendo todavía.
—Y ahora necesito una ducha, ¡ala! —Me di cuenta de que todavía llevaba el ligero vestido azul, el cual estaba más arrugado de lo que tenía derecho a estar. Mi boca tenía mal sabor. — Creo que vas a tener un chichón en la frente —mencionó mientras me dirigía al baño. Después de haberme aseado, me sentí mucho mejor. Me puse las prendas que Alice dejó para mí en la cama, una camisa verde militar que parecía estar hecha de seda, y pantalones cortos marrones de lino. Me sentí culpable, ya que mis nuevas cosas eran mucho más agradables que cualquiera de las prendas que había dejado atrás. Fue agradable hacer algo por fin con mi pelo; el champú del hotel era de buena calidad y mi pelo resplandeció de nuevo. Me tomé mi tiempo en secarlo hasta dejarlo perfectamente liso. Tuve el presentimiento de que no haríamos gran gr an co cosa sa ho hoy. y. Una Una es estr trec echa ha in insp spec ecci ción ón en el es espe pejo jo re reve veló ló un una a so somb mbra ra oscureciendo en mi frente. Fabuloso. Cuando finalmente salí del baño, la luz brillaba al máximo alrededor de los bordes de las gruesas cortinas. Alice y Jasper estaban sentados en el sofá, mirando fija y pacientemente la televisión, con el sonido casi apagado. Había una nueva bandeja de comida en la mesa. — Come —dijo Alice, señalándola firmemente. Me senté obediente en el suelo, y comí sin darme cuenta de lo que comía. No me gustaba la expresión de sus caras. Estaban demasiado quietos. No apartaban la vista de la pantalla, ni siquiera cuando aparecían los anuncios. Empujé la bandeja a un lado, con el estómago repentinamente revuelto. Alice miró hacia la bande bandeja, ja, observand observando o con mirada disgu disgustad stada a que todavía estab estaba a llena. — ¿Qué es lo que va mal, Alice? —pregunté dócilmente. — Todo va bien. —Me miró con ojos abiertos y sinceros que no me creí ni por un segundo. — Bueno, ¿qué hacemos ahora? — Esperaremos a que Carlisle llame. — ¿Y no debería haber llamado ya? —Me pareció que me iba acercando al meollo del asunto. Los ojos de Alice revolotearon desde los míos hacia el telé teléfo fono no que que esta estaba ba enci encima ma de su bo bols lso; o; lueg luego o vo volv lvió ió a mi mira rarm rme. e.— — ¿Qué ¿Qué significa eso? —Me temblaba la voz y luché para controlarla— ¿Qué quieres decir con que no ha llamado? — Simplemente que no tienen nada que decir. —Pero su voz sonaba demasiado y el aire hizo más difícil de respirar. — Bellamonótona —dijo Jasper con se uname voz sospechosamente tranquilizadora— no tienes de qué preocuparte. Aquí estás completamente a salvo.
— ¿Crees que es por eso por lo que estoy preocupada? —pregunté con incredulidad. — ¿Entonces por qué? —Él también pareció sorprendido. Aunque podía sentir el tono de mis emociones, no podía saber las razones que las motivaban. — Ya oíste a Laurent —mi voz era sólo un susurro, pero estaba segura de que podía oírme, sin duda.— Dijo que James era letal. ¿Qué pasa si algo va mal y se separan? Si cualquiera de ellos sufriera algún daño, Carlisle, Emmett… Edward... —Tragué con dificultad.— Si esa mujer brutal le hace daño a Rosalie o a Esme... —hablaba cada vez más alto, y en mi voz apareció una nota de histeria.— ¿Cómo podré vivir conmigo misma sabiendo que fue por mi culpa? Ninguno de vosotros debería arriesgar su vida por mí... — Bella, Bella, para... —me interrumpió Jasper, sus palabras fluyendo rápidamente.— Te preocupas por lo que no debes, Bella. Confía en mí en esto: ninguno de nosotros está en peligro. Ya soportas demasiada presión tal como está es tán n la lass cosa cosas, s, no ha hace ce falt falta a qu que e le añ añad adas as toda todass es esas as inne innece cesa sari rias as preocupaciones. ¡Escúchame! —me ordenó, porque yo había vuelto la mirada a otro lado.— Nuestra familia es fuerte. Nuestro único temor es perderte. — Per Pero, ¿por por qu qué é vo voso sottros os.. ...? .? —Alice lice me inte interrrum ump pió esta sta ve vez, z, acariciándome la mejilla con sus dedos fríos. — Edward lleva solo casi un siglo. Ahora te ha encontrado, y nuestra familia está completa. ¿Crees que podríamos mirarle a la cara los próximos cien años si te pierde? La culpa remitió lentamente cuando me sumergí en sus ojos oscuros. Pero, incluso mientras la calma se extendía sobre mí, sabía que no podía confiar en mis sentimientos con Jasper presente.
4.Baile de Graduación Esta parte es de auto-gratificación en su peor expresión. Tuve una ráfa rá faga ga de se sens nsac acio ione nes s co con n to todo do es eso o de dell ba bail ile e de gr grad adua uaci ción ón y lo los s listones y cosas de chicas… Adelante, que cada uno asuma su riesgo. Stephenie Meyer
— ¿Cuándo me vas a decir qué está pasando, Alice?
— Ya lo verás, se paciente —me ordenó haciendo una mueca distraídamente. Estábamos en mi coche pero ella conducía. Tres semanas más y ya no estaría caminando escayolada, y entonces se iba a terminar con el asunto de los chóferes. Me gustaba conducir. Ya estábamos a finales de mayo, y la tierra alrededor de Forks encontraba de alguna manera la forma de ser aún más verde de lo normal. Era precioso, por supuesto, y de alguna manera me estaba reconciliando con el bosque, sobre todo porque pasaba mucho más tiempo allí de lo habitual. No éramos muy amigas todavía, la naturaleza y yo, pero nos estábamos acercando. El cielo esta estaba ba gris, pero eso también era agrad agradable. able. Era un gris perlado perlado,, no sombrío del todo, no lluvioso, y casi suficiente cálido para mí. Las nubes eran delgadas y seguras, esa clase de nubes que me gustaban, debido a la libertad que garantizaban. Pero a pesar de estos entornos agradables, me sentía particularmente nerviosa. Por una parte debido al comportamiento extraño de Alice. Ella había insistido fervientemente en tener una salida de chicas este sábado por la mañana maña na,, llev lleván ándo dome me ha hast sta a Port Port Ange Angeles les para para ha hace cern rnos os la ma mani nicu cura ra y la pedicura, rechazando a dejarme usar el modesto brillo rosa que yo quería, y ordenando a la manicurista que me pintara las uñas con un brillante rojo oscuro, llegó tan lejos que incluso insistió en que me pintara las uñas de mi pie escayolado. Cuando acabamos Alice me llevó a una zapatería, aunque solo me podía probar un zapato de cada par. En contra de mis vigorosas protestas, me compró un par de sandalias sobrevaluadas y de lo más poco prácticas, con tacón de aguja –algo que parecía realmente peligroso, sujetas solamente por una cinta de satén que se cruzaban sobre mi pie y se ataban en un ancho arco detrás de mi tobillo. Eran de un azul profundo, y en vano intenté explicarle que no tenía nada con lo que ponerme esos zapatos. Incluso cuando mi armario estaba vergonzosamente lleno de la ropa que me había comprado en Los Ángeles –la mayor parte de la ropa todavía demasiado ligera para ponérsela en Forks– estaba convencida de que no tenía nada en ese tono. E incluso si hubiese tenido ese tono exacto escondido en algún rincón de mi armario, mi ro ropa pa no ha hací cía a jueg juego o co con n es esas as sa sand ndal alia iass de tacó tacón n alto alto-- difí difíci cilm lmen ente te po podí día a caminar con seguridad solo usando medias. Pero mi irrebatible lógica no hacía mella en ella. Ni siquiera me discutía. — Bueno, no son de Biviano, pero lo van a tener que ser —murmuró diver divertida, tida, y noempleados. habló más Me hast hasta a que desenfu desenfundó su sitio tarje tarjeta ta crédi crédito to ante con los embelesados llevó a almor almorzar zarndó a un de de comida rápida serv se rvic icio io para para llev llevar ar,, di dici cién éndo dome me qu que e tení tenía a qu que e co come merr en el co coch che, e, pero pero
negándose a explicarme la razón de tanta prisa. Además, de camino a casa le tuve que recordar varias veces que mi coche no era capaz de ir a la velocidad de un coche deportivo, incluso con las modificaciones que Rosalie le había hecho, y que por favor le diera un respiro al pobre trasto. Por lo general, Alice era mi chófer preferido. Ella no parecía aburrida conduciendo a veinte o treinta kilómetros por encima del límite de velocidad, cosa que algunas personas no podían soportar. Pero la agenda secreta de Alice era solo la mitad del problema, por supuesto. Yo también estaba patéticamente ansiosa porque no había visto el bello rostro de Edward en casi seis horas y eso debe de haber sido un récord en los últimos dos meses. Charlie había estado difícil, pero no imposible. Se había reconciliado con la constante presencia de Edward cuando regresaba a casa, sin encontrar nada de qué quejarse cuando nos sentábamos en la mesa para hacer las tareas del instituto –hasta parecía disfrutar de su compañía cuando gritaban juntos los partidos en ESPN. Pero no había perdido nada de su original severidad cuando sostenía la puerta abierta a Edward exactamente a las diez en punto de cada noche de la semana. Por supuesto, Charlie era completamente inconsciente de la habilidad de Edward para regresar con su coche a casa y estar de vuelta en mi ventana en menos de diez minutos. Él era mucho más agradable con Alice, a veces de manera un tanto embarazosa. Obviamente, hasta que tuviera mi voluminosa escayola algo más mane ma neja jabl ble, e, nece necesi sita taba ba la ayud ayuda a de una una muje mujer. r. Alic Alice e er era a un ánge ángel, l, un una a hermana; todas las noches y todas las mañanas aparecía para ayudarme con mis rutinas diarias. Charlie estaba enormemente agradecido de ser relevado del horror de una hija casi adulta que necesitaba ayuda para ducharse -esa clase de cosas estaban lejos de ser de su comodidad, y también de la mía, por lo mismo. Pero era con más que gratitud que Charlie comenzó a llamarla «ángel» como apodo, y la miraba con ojos embelesados cuando ella danzaba sonr so nrie ient nte e por por la pe pequ queñ eña a casa casa,, il ilum umin inán ándo dola la.. Ni Ning ngún ún se serr hu huma mano no podí podía a resistirse a su increíble belleza y gracia, y cuando ella se deslizaba por la puer pu erta ta cada cada noch noche e co con n un cari cariño ñoso so,, Te ve veo o ma maña ñana na,, Ch Char arli lie e, lo de deja jaba ba atontado. — Alice lice,, ¿vam ¿vamo os a casas asas ahor hora? —le pre reg gunté unté en ese mom omen ento to,, entendiendo las dos que me refería a la casa blanca junto al rió. — Sí. —Sonrió, conociéndome bien.— Pero Edward no está ahí. Me enfurruñé. — está? recados que hacer. — ¿Dónde Él tenía algunos
— ¿Recados? —repetí tajante.— Alice, —mi tono se volvió suplicante— por favor dime qué está pasando. Ella sacudió la cabeza, negando pero sonriendo al mismo tiempo. — Me estoy divirtiendo mucho —explicó. Cuando entramos en casa, Alice me llevó directa arriba, a su baño del tamaño de una habitación. Me sorprendió encontrar a Rosalie ahí, esperándome con una sonrisa celestial, detrás de una silla rosa. Un arsenal de herramientas y productos de belleza cubrían el largo mostrador. — Si Sién énta tate te —ord —orden enó ó Alic Alice. e. La mi miré ré cuid cuidad ados osam amen ente te un minu minuto to,, y entonces, decidiendo que ella estaba preparada para usar la fuerza si era necesario, cojeé hasta la silla y me senté con la dignidad que pude mantener. Rosalie inmediatamente empezó a cepillarme el pelo. — ¿Supongo que no me dirás de qué va esto? —le pregunté. — Pue Puedes des tor tortur turarm arme, e, —mu —murmu rmuró ró,, abs absor orta ta con mi pelo— pelo— pero pero nun nunca ca hablaré. Rosalie sujeto mi cabeza en el lavabo mientras Alice frotaba mi pelo con un champú que olía como a menta y a pomelo. Alice secó furiosamente los mechones de mi pelo con una toalla y después roció casi una botella entera de algo más -este olía como a pepinos- en el pelo mojado y me pasó la toalla otra vez. Peinaron el lío rápidamente, y lo que fuera que olía a pepino hizo que el enredo desapareciera. Tenía que pedirles un poco de ese líquido. Luego cada una cogió un secador y se pusieron a trabajar. Mientras pasaban los minutos, y seguían descubriendo nuevas secciones de pelo empapado, sus caras empezaron a tomar una expresión un poco preocupada. Sonreí suspicaz. Hay algunas cosas que incluso ni los vampiros podían acelerar. — ¡Tiene una cantidad tremenda de pelo! —comentó Rosalie con voz ansiosa. — ¡Jasp Jasper er!! —ll llam amó ó cl clar aram amen ente te Ali lice ce,, pe perro no en voz voz mu muy y alta. lta.— — ¡Encuéntrame otro secador! Jasper vino a su rescate, alguna manera apareciendo con dos secadores más, cada uno de ellos apuntando a mi cabeza, profundamente divertido, mientras ellas seguían trabajando. — Jasper… —empecé esperanzada. — Lo siento, Bella. No tengo permitido decir nada. Cuando todo estuvo seco y esponjoso, Jassper escapó agradecido. Mi pelo sobresalía mi cabeza. — ¿Qué ¿Qtres ué centímetros me ha habé béis is de he hech cho? o? —pre —pregu gunt nté é ho horr rror oriz izad ada. a. Pe Pero ro ella ellass me ignoraron, sacando una caja de rulos calientes.
Intenté convencerlas de que mi pelo no se rizaba, pero me ignoraron, embadurnando algo que era de un color amarillo poco saludable a través de cada mechón antes enroscarlo alrededor de un rulo caliente. — ¿Encon ¿Encontra traste ste zap zapato atos? s? —p —preg regunt untó ó int intens ensame amente nte Rosal Rosalie ie mientr mientras as trabajaban, como si la respuesta fuese de vital importancia. — Sí, son perfectos —agregó Alice con satisfacción. Miré a Rosalie en el espejo, cabeceando como si un gran peso hubiese sido sacado de su mente. — Tu pelo se ve bien —dije. No que no estuviese siempre ideal -pero ella lo tenía levantado esa tarde, creando una corona de rizos dorados encima de su perfecta cabeza. — Gracias —me sonrió. Ahora habían empezado con la segunda tanda de rizos. — ¿Qué piensas sobre el maquillaje? —preguntó Alice. — Es doloroso —acoté. Ambas me ignoraron de nuevo. — No necesita mucho, su piel está mejor desnuda —dijo divertida Rosalie. — Pintalabios, entonces —decidió Alice. — Y rímel y lápiz de ojos —agregó Rosalie— Solo un poco. Suspiré fuertemente. Alice sonrió. — Se paciente, Bella. Nos N os estamos divirtiendo. — Bien, mientras vosotras os divirtáis —murmuré. Termi Terminar naron on de coloca colocarr tod todos os los rul rulos os ceñ ceñida idamen mente te e inc incómo ómodam dament ente e sujetos a mi cabeza. — Ahora, vamos a vestirla —La voz de Alice se emocionó. No quería esperar a que abandonase el baño por mi propio pie. En lugar de eso, me levantó y me llevó a la grande habitación blanca de Rosalie y Emmett. En la cama, había un vestido. Azul Jacinto, por supuesto. — ¿Qué te parece? —inquirió Alice. Esa era una buena pregunta. Era ligeramente escotado, con volantes, aparentemente para ser llevado por debajo de los hombros, con largas mangas que se fruncían en las muñecas. La blusa escotada estaba rodeada por otra, con pálidas flores, en tela azul, que se plisaban juntas para formar un fino volante en el lado izquierdo. El material florecido era más largo por la parte de atrás, pero abierto en la parte delantera por varias capas de volantes de suave azul, aclarado en tono cuando alcanzaban el dobladillo de la parte baja. — Alice —gemí— ¡No puedo ponerme eso! — ¿Por qué? —exigió en voz fuerte. — de arriba es totalmente transparente! — ¡La Estoparte va debajo —Rosalie levantó un pedazo de la tela azul pálido. — ¿Qué es esto? —pregunté aterrada.
— Es un corsé, tonta —dijo Alice, impaciente.— Ahora te vas a poner esto sola o tengo que llamar a Jasper y pedirle que te sujete mientras yo lo hago? — me amenazó. — Se suponía que eras mi amiga —le acusé. — Se buena Bella —suspiró.— No recuerdo haber sido humana y estoy intentando tener algo de diversión contigo. Además, es por tu propio bien. Me quejé y me ruboricé mucho, pero no les llevó mucho tiempo meterme en el vestido. Lo tenía que admitir, el corsé tenía sus ventajas. — ¡Guau! —exhalé, mirando hacia abajo.— ¡Tengo escote! — Quien lo hubiera adivinado —Alice se rió entre dientes, encantada con su trabajo. Aunque no estaba completamente convencida. — ¿No creéis que este vestido en un poco demasiado… no sé, atrevido… para Forks? —pregunté dubitativa. — Yo creo que las palabras que estas buscando son Alta Costura —dijo Rosalie riendo. — No es para Forks, es para Edward —insistió Alice.— Es perfecto. Entonces, me llevaron de vuelta al baño, donde desenroscaron los rulos con dedos voladores. Para mi asombro, cayeron cascadas de rizos. Rosalie sujeto la mayoría de ellos arriba, enrollándolos cuidadosamente en una media cola de caballo que se desbordaba sobre mi espalda. Mientras ella trabajaba, Alice pintó rápidamente una fina raya alrededor de cada uno de mis ojos, me puso rímel, y pasó cuidadosamente un pintalabios rojo oscuro por mis labios. Luego se fue de la habitación y volvió rápidamente con los zapatos. — Perfectos —respiró Rosalie mientras Alice los sujetaba para admirarlos. Alice ató el zapato asesino con experiencia, y luego miró mi escayola con especulación en sus ojos. — Supongo que hemos hecho lo que hemos podido —sacudió su cabeza tristemente.— ¿No crees que Carlisle nos dejaría…? —Miró a Rosalie. — Lo dudo —replicó Rosalie secamente. Alice suspiró. Ambas levantaron sus cabezas entonces. — Ya ha vuelto — yo sabía a quién se referían, y sentí el aleteo de energéticas mariposas en mi estomago. — Él puede esperar. Hay una cosa más importante —dijo Alice firmemente. Me levantó otra vez –era necesario, estaba segura que no podría caminar con ese zapato- y me llevó a su habitación, donde ella gentilmente me dejó de pie en frente de su enorme espejo de cuerpo entero. — Ahí—dijo— ¿La ves? Mirédefijamente la extraña espejo.vestido Ella parecía muya alta con los zapatos tacón, la alánguida líneaendelelceñido contribuía la ilusión. El escote recto -dónde su inusual e impresionante busto atrajo mi atención otra
vez- hacía ver su cuello muy largo, mientras las columnas de brillantes rizos bajaban por su espalda. El color azul de la gasa era perfecto, destacando la cremosidad de su piel de marfil, el rosado del sonrojo de sus mejillas. Ella estaba muy guapa, lo tenía que admitir. — Bien, Alice —sonreí— La veo. — No la olvides —ordenó. Me levantó otra vez, y me llevó al descansillo superior de las escaleras. — ¡Date la vuelta y cierra los ojos! —ordenó a quien esperaba abajo.— Y mantente fuera de mi mente, no lo arruines. Alice vaciló, caminando más despacio de lo normal bajando la escalera hasta que pudo ver que él había obedecido. Entonces voló el resto del camino. Edward estaba esperando junto a la puerta, de espaldas a nosotras, muy alto y de negro. Nunca antes le había visto vestir de negro. Alice me puso derecha, arreglando la tela de mi vestido, colocando un rizo en su lugar, y entonces me dejó ahí, mientras se fue a sentar al banco del piano a mirar. Rosalie la siguió y se sentó con ella. — ¿Puedo mirar? —su voz era intensa por la ansiedad, hizo que mi corazón palpitara irregularmente. — Sí… ahora —ordenó Alice. Edward se giró inmediatamente, y se quedó congelado en el sitio con los ojos abiertos abiertos de par en par. Pude sentir el adulador calor por mi cuello y teñir mis mejillas. Él estaba magnífico; sentí un parpadeo del viejo miedo, que él fuera solo un sueño, no era posible que fuese real. Él vestía un esmoquin negro, y debería haber estado en una premier de cine, no a mi lado. Le miré fijamente con aterrorizada incredulidad. Caminó lentamente hacía mi, vacilando en un pie cuando me alcanzó. — Alice, Rosalie…gracias —espiró sin dejar de mirarme. Oí la risa ahogada de placer de Alice. Dio un paso adelante, tomando con su mano fría mi mentón e inclinándose para presionar sus labios en mi garganta. — Eres tú —murmuró contra mi piel. Se apartó, y había un ramo de flores blancas en su otra mano. — Fressias —me informó mientras las fijaba en mis rizos.— Completamente redundante, por lo que concierne a la fragancia, por supuesto. —Se inclinó hacia atrás para verme otra vez. Sonrió con esa sonrisa que me paraba el corazón.— Estás absurdamente hermosa. — Me ro roba bast ste e la lass pala palabr bras as —man —mantu tuve ve mi vo vozz tan tan clar clara a co como mo pu pude de manejar.— cuando me había mí misma que eras real, te apareces asíJusto vestido y tengo miedoconvencido de que estéasoñando dede nuevo.
Él me levantó rápidamente en sus brazos. Me sujetó cerca de su cara, mientras sus ojos ardían a medida que me acercaba. — ¡Cuidado con el pintalabios! —ordenó Alice. Él se rió en rebeldía, pero dejó caer su boca al hueco de mi garganta en su lugar. — ¿Estás lista para irnos? —me preguntó. — ¿Me va a decir alguien en algún momento cuál es la ocasión? Él se rió otra vez, mirando por encima de su hombro a sus hermanas. — ¿No lo ha adivinado? — No —rió tontamente Alice. Edward rió con deleite. Fruncí el ceño. — ¿Qué me estoy perdiendo? — No te preocupes, lo entenderás muy pronto —me aseguró. — Déjala en el suelo, Edward, para que pueda sacaros un foto —Esme estaba bajando las escaleras con una cámara plateada en sus manos. — ¿Fotos? —murmuré, mientras él me ponía cuidadosamente sobre mi pie bueno. Estaba teniendo un mal presentimiento sobre todo esto.— ¿Aparecerás en la foto? —pregunté sarcásticamente. Edward me sonrió. Esme nos tomó varias fotografías, hasta que Edward irónicamente insistió en que se nos iba a hacer tarde. — Nos veremos allí —dijo Alice mientras él me llevaba a la puerta. — ¿Alice estará allí? Donde quiera que sea —Me sentí un poco mejor. — Y Jasper, y Emmett, y Rosalie. Mi frente se arrugó por la concentración mientras intentaba adivinar el secreto. Él rió disimuladamente ante mi expresión. — Bella —me llamó Esme.— Tu padre está al teléfono. — ¿Charlie? —preguntamos simultáneamente Edward y yo. Esme me trajo el telé teléfo fono no,, pero pero él me lo ar arre reba bató tó cuan cuando do ella ella in inte tent ntó ó dá dárm rmel elo o a mí mí,, manteniéndome lejos fácilmente con un brazo. — ¡Oye! —protesté, pero él ya estaba hablando. — ¿Charlie? Soy yo. ¿Qué pasa? —sonó preocupado. Mi cara palideció. Pero su expresión pronto se volvió divertida y de repente malvada. — Dale el teléfono, Charlie, déjame hablar con él. —Lo que fuera que estaba est aba pas pasand ando, o, Edward Edward se est estaba aba div divirt irtien iendo do dem demasi asiado ado com como o par para a que Charlie estuviera en peligro. Me relajé ligeramente. — Hola la,, Tyle Tylerr, soy soy Edwa Edwarrd Culle ullen n —su vo vozz er era a muy amis amisttos osa, a, en apariencia. Pero yoen yasu le tono. conocía lo bastante bien como para rastro de amenaza ¿Qué estaba haciendo Tyler en detectar mi casa? el Caíleve en la cuenta de la terrible verdad poco a poco.— Lamento que se haya producido
algún tipo de malentendido, pero Bella no está disponible esta noche. —El tono de su voz voz ca camb mbió ió,, y la amen amenaz aza a se hizo hizo má máss ev evid iden ente te mi mien entr tras as se segu guía ía habl ha blan ando do.— .— Pa Para ra sert serte e tota totalm lmen ente te si sinc ncer ero, o, ell ella a no va a es esta tarr disp dispon onib ible le ninguna noche para cualquier otra persona que no sea yo. No te ofendas. Y lamento estropearte la velada. —No sonaba como arrepentido para nada. Y entonces, colgó el teléfono con una ancha y estúpida sonrisa en su rostro. — ¡Me estás llevando al baile de graduación! —Le acusé furiosa. Mi cara y mi cuello se ruborizaron con cólera. Pude sentir las lágrimas de rabia que se empezaban a acumular en mis ojos. Él no esperaba una reacción tan fuerte, eso estaba claro. Apretó los labios con fuerza y sus ojos se oscurecieron. — No te pongas difícil, Bella. — Be Bell lla, a, vamo vamoss todo todoss —m —me e an anim imó ó Al Alic ice, e, re repe pent ntin inam amen ente te junt junto o a mi hombro. — ¿Por qué me hacéis esto? —exigí. — Será divertido —Alice era todavía optimista. Pero Edward se inclinó para murmurar muy despacio en mi oreja, con su voz de seria y de terciopelo. — Sol Solo o ere eress hum humana ana una vez vez,, Bel Bella. la. Complá Complácem ceme. e. —En —Ento tonce ncess dirigi dirigió ó cont co ntra ra mí la fuer fuerza za de sus sus ab abrrasad asador ores es ojos ojos do dora rado dos, s, fu fund ndié iénd ndos ose e mi resistencia con su calor. — Bien —contesté con un mohín, incapaz de echar fuego por los ojos con la eficacia deseada.— Me lo tomaré con calma. Pero ya veréis —les advertí secamente.— En mi caso, la mala suerte se está convirtiendo en un hábito. Seguramente me romperé la otra pierna. ¡Mira este zapato! ¡Es una trampa mortal! —Levanté la pierna para reforzar la idea. — Mm Mmm m —mir —miró ó aten atenta tame ment nte e mi pier pierna na má máss tiem tiempo po de dell ne nece cesa sari rio, o, entonces miró a Alice con ojos brillantes— Una vez más, gracias. — Llegaréis tarde donde Charlie —nos recordó Esme. — Está bien, vamos —me levantó y me llevó hacia la puerta. — ¿Est ¿Está á Char Charli lie e al tant tanto o de todo todo esto esto?? —p —pre regu gunt nté é co con n los los dien diente tess apretados. — Por supuesto —contestó con una mueca. Estaba preocupada, por lo que no me di cuenta al principio. Solo fui consciente de un coche plateado, y asumí que era el Volvo. Pero entonces se detuvo tan abajo al acomodarme dentro del coche que pensé que me iba a sentar en el suelo. — me ¿Qué esto? —pregunté, que no eraesfamialiar.— ¿Dónde está esorprendida stá el Volvo?de encontrarme en un coupe
— El Volvo es mi coche de diario —me dijo con cuidado, por si podía tener otro ataque.— Este es el coche para ocasiones especiales. — ¿Qué pensará Charlie Charlie?? —sac —sacudí udí la cabez cabeza a con desaprob desaprobación ación mientras me subía al coche y encendía el motor. Ronroneó. — Ah, la mayor parte de la gente en Forks piensa que Carlisle es un codi co dici cios oso o colec colecci cion onis ista ta de coch coches es.. —S —Se e apre apresu suró ró por por el bosq bosque ue hací hacía a la carretera. — ¿Y no lo es? — No, en realidad ese es más mi hobby. Rosalie también colecciona coch co ches es,, pe pero ro ella ella pref prefie iere re perd perder er el ti tiem empo po co con n sus sus en entr trañ añas as an ante tess qu que e conducirlos. Ha hecho un excelente trabajo con éste. Todavía me estaba preguntando por qué íbamos a casa de Charlie cuando aparcó en frente de ella. La luz de porche estaba encendida, aunque aún no había anochecido. Charlie seguramente estaba esperando, probablemente en ese es e mo mome ment nto o est estaría aría es espi pian ando do po porr la vent ventan ana. a. Em Empe pecé cé a ru rubo bori riza zarm rme, e, preguntándome si la primera reacción de mi padre hacía el vestido no sería similar a la mía. Edward rodeó el coche, demasiado despacio para él, para abrirme abr irme la pu puer ertta -co -confir nfirm mando ando mi sosp spec ech ha de que Charli arlie e estab staba a mirándonos. Entonces, mientras Edward me sacaba cuidadosamente fuera del pequeño coche, Charlie -muy fuera de lo común- salió a la entrada para recibirnos. Mis meji me jill llas as ardí ardían an;; Edwa Edward rd se di dio o cuen cuenta ta y me miró miró inte interr rrog ogan ante te.. Pe Pero ro no necesitaba estar preocupada. Charlie no me había visto aún. — ¿Es esto un Aston Martin? —Preguntó a Edward con una voz reverente. — Sí, el Vanquish —Las comisuras de su boca se elevaron, pero logró controlarlo. Charlie lanzó un silbido por lo bajo. — ¿Quieres probarlo? —Edward levantó la llave ofreciéndosela. Los ojos de Charlie finalmente se apartaron del coche. Miró a Edward con incredulidad –ruborizado por una diminuta esperanza. — No —dijo reacio— ¿Que diría tu padre? — Carlisle no tendría inconveniente —dijo Edward sinceramente, entre risas.— Adelante. Edward apretó la llave en la dispuesta mano de Charlie. — Bueno, solo una vuelta rápida… —Charlie ya acariciaba la carrocería con una mano. Edward me ayudó a llegar cojeando a la puerta principal, levantándome en brazos pronto como estuvimos llevándome a la cocina.de flipar — Esotan estuvo muy bien —dije.— dentro, Charlieyno tuvo la oportunidad con mi vestido.
Edward parpadeó. — No había pensado en eso —admitió. Sus ojos recorrieron de nuevo mi vest ve stid ido o co con n una una ex expr pres esió ión n crít crític ica. a.— — Supo Supong ngo o qu que e ha esta estado do bien bien que que no cogiéramos la furgoneta, clásica o no. Miré más allá de su rostro con desgano, para darme cuenta de que la cocina estaba inusualmente iluminada. Había velas en la mesa, muchas, quizás veinte o treinta velas blancas. La vieja mesa estaba oculta por un largo mantel blanco, al igual que las dos sillas. — ¿Es en esto en lo que has estado trabajando hoy? —No, esto solo me llevó medio segundo. Fue la comida lo que me llevó todo el día. Se lo desagradables que te resultan los restaurantes elegantes, no hay muchas opciones que cuadren en esa categoría por aquí, pero decidí que no podías quejarte sobre tu propia cocina. Me sentó en una de las blancas sillas envueltas, y empezó a sacar cosas del frigorífico y del horno. Me di cuenta que había solo cubiertos para una persona. — ¿No vas a alimentar a Charlie, también? Tendrá que volver a casa en algún momento. — Char Charli lie e no pu pued ede e co come merr nad ada a más. más. ¿Q ¿Qui uién én pien piensa sass qu que e fu fue e mi degustador? Tenía que estar seguro de que todo era comestible.— Puso un plato delante de mí, lleno de cosas que parecían muy comestibles. Suspiré. — ¿Todavía estás enfadada? —pasó la otra silla alrededor de la mesa para poder sentarse junto a mí. — No. Bueno, sí, pero no en este momento. Estaba solo pensando –ahí va la única cosa que podía hacer mejor que tú. Esto tiene buena pinta. —Suspiré otra vez. El se rió entre dientes. — Aún no lo has probado -se optimista, puede que esté horrible. Comí un trozo, me detuve, y entonces hice una mueca. — ¿Está horrible? —preguntó asustado. — No, está fabuloso, naturalmente. —Ess un al —E aliv ivio io —s —son onri rió, ó, tan tan pe perf rfec ecto to.— .— No te preo preocu cupe pes, s, toda todaví vía a ha hay y muchas cosas en las que eres mejor que yo. — Nombra una. No contestó inmediatamente, solo acarició suavemente su frió dedo por la línea de mi clavícula, sosteniendo mi mirada con ojos ardientes hasta que sentí cómo mi piel ardía y se sonrojaba. esruborizarse esta —murmuró, carmesí visto—Una a nadie tan bientocando como loelhaces tú. de mi mejilla.— Nunca he
— Genial, —fruncí el ceño—reacciones involuntarias, algo de lo que puedo estar orgullosa. — También eres la persona más valiente que conozco. — ¿Valiente? —tosí. — Pasa Pasass to todo do tu ti tiem empo po li libr bre e en comp compañ añía ía de va vamp mpir iros os;; es eso o pr preci ecisa sa coraje. Y no vacilas en ponerte a una proximidad peligrosa de mis dientes… Sacudí mi cabeza. — Sabía que no podías encontrar algo. Se rió. — Estoy hablando en serio, lo sabes. Pero no importa. Come. —Me cogió el tenedor, impaciente, y empezó a alimentarme. La comida estaba perfecta, por supuesto. Charlie volvió a casa cuando ya había casi acabado. Miré su rostro con cuidado, pero mi suerte se mantenía, estaba demasiado deslumbrado por el coche como para darse cuenta de cómo estaba vestida. Le devolvió las llaves a Edward. — Gracias, Edward —sonrió soñador.— Eso sí que es un coche. — De nada. — ¿Cómo estaba todo? —Charlie miró mi plato vacío. — Perfecto —Suspire. — Ya sabes, Bella, puedes dejarle que practique para nosotros de nuevo alguna vez —insinuó. Dirigí a Edward una mirada oscura. — Estoy segura de que lo hará, papá. No fue hasta que estuvimos al otro lado de la puerta cuando Charlie se despertó completamente. Edward tenía su brazo alrededor de mi cintura, como equilibrio y apoyo, mientras cojeaba en el inestable zapato. — Mmm, pareces… muy mayor, Bella. —Podía oír el principio del discurso de desaprobación paternal. — Alice me vistió. No pude decir mucho. Edward rió tan bajo que apenas lo escuché. — Bueno, si Alice… —se arrepintió y se ablandó. — Estás muy guapa, Bells —se —s e detu detuvo vo co con n un ra rayo yo astu astuto to en su suss ojos ojos.— .— Así Así qu que, e, ¿deb ¿deber ería ía es esta tarr esperando que aparezca algún otro joven más con esmoquin esta noche? Gemí mientras Edward reía disimuladamente. Cómo podía alguien ser tan inconsciente como Tyler, no lo podía entender. En realidad, Edward y yo nunca lo mant mantuv uvim imos os en secr secret eto o en el in inst stit itut uto. o. Íbam Íbamos os y vo volv lvía íamo moss junt juntos os,, me acompañaba a todas clases, metímido sentaba él y su familia enante la comida, y Edward tampoco era mis precisamente encon cuanto a besarme testigos. Tyler claramente necesitaba la ayuda de un profesional.
— Espero que no —Edward dijo mientras sonreía a mi padre.— Hay un frigorífico repleto de sobras, que se sirvan ellos mismos. — No creo que eso sea posible, esos restos son míos —murmuró Charlie. — Apunta los nombres para mi, Charlie —el indicio de amenaza en su voz era probablemente sólo audible para mí. — Ah, ¡suficiente! —ordené. Afortunadamente, por fin nos metimos en el coche y nos fuimos.
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