Exposito Miguel Conocer y Celebrar La Eucaristia

March 25, 2017 | Author: Juan Pablo Ayala Aguilar | Category: N/A
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Conocer y celebrar la Eucaristía

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Miguel Expósito Lastra

CONOCER Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA

Dossiers CPL, 91 Centre de Pastoral Litúrgica Barcelona

A mis padres, Herminio y Mercedes, difuntos ya, pero ¡tan presentes! Y a mi hermana, Diñes, que, con tan generosa dedicación, cuidó de ellos, en su larga ancianidad. No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento sin la autorización escrita de la editorial.

Primera edición: setiembre del 2001 Edita: ISBN: D.L.: Imprime:

Centre de Pastoral Litúrgica 84-7467-762-9 Z-2.362-2001 Cometa, S.A. (Zaragoza)

SUMARIO

Prólogo, por Jesús Burgaleta

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Introducción

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I. Ritos iniciales, de apertura : A. Reunirse, construir asamblea B. Desarrollo litúrgico de los ritos iniciales

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II. Liturgia de la palabra A. Escucha de la palabra de Dios B. Desarrollo ritual de la liturgia de la palabra

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III. Liturgia eucarística A. Celebrar el memorial del Señor y comulgar su cuerpo B. Desarrollo ritual de la liturgia eucarística

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IV. Rito de despedida A. Enviados a las tareas de la vida B. Desarrollo litúrgico del rito de despedida

379 381 387

índice general

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PRÓLOGO He aquí un libro oportuno y útil. Son muchos los responsables de la pastoral que buscan un libro asequible, práctico, cómodo, que proporcione pistas para la acción celebrativa y, en concreto, para la celebración de la Eucaristía. Esta obra de Miguel proporciona a los servidores de la celebración, ya sean presidentes, promotores de su participación, lectores, cantores, iniciadores o catequistas, un verdadero material. En él se encuentra el sentido profundo de la Eucaristía, las características de cada una de sus partes o fases del desarrollo y las anotaciones prácticas para una buena celebración.

LAS SIGLAS O ABREVIACIONES que más frecuentemente utilizamos CCE DV EM IGMR LG LMD MR OLM PO SC

Catechismus Catholicae Ecclesiae Vaticano II, Dei Verbum Instrucción Eucharisticum Mysterium Introducción al Misal, ¡nstitutio Generalis Missalis Romani Vaticano II, Lumen Gentium La Maison-Dieu Misal Romano Introducción al Leccionario, Ordo Lectionum Missae Vaticano II, Presbyterorum Ordinis Vaticano II, Sacrosanctum Concilium

Es un libro escrito por un pastor con espíritu de servicio, probado en las comunidades de la montaña perdida y de la ciudad. Por lo cual se tiene garantizado un buen olfato práctico. En este libro encontramos el ejemplo de cómo la reflexión teórica debe conducir inexorablemente a la praxis y de cómo una acción auténtica conlleva la reflexión. Sólo una buena teoría nos capacita para programar, potenciar, revisar y confrontar la acción pastoral diaria. El saber competente transforma el vivir concreto. Pero, a la vez, e indisolublemente unido, sólo una buena experiencia práctica genera una buena teoría. La teoría es necesaria para poder ahormar la experiencia. El vivir da el saber. Habría que revisar ese recelo que tantos agentes de la pastoral alimentan respecto de la reflexión y la teoría, despreciándolas so pretexto de

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Prólogo

divagación o utopía. Quien no tiene la idea clara de qué y cómo han de ser las cosas, se incapacita para vislumbrar las metas, para entrever las alternativas a lo que se vive o se hace. El que ignora la realidad y sus inmensas posibilidades nunca se sentirá movido a desarrollarlas, a moverse, a cambiar. La meta, el ideal de hacia dónde hay que ir, es el modo más eficaz de comenzar a caminar y de acelerar el paso.

¿Cómo entablará el diálogo con el mundo quien en la celebración de la Palabra está completamente ausente y mudo? ¿Cómo transformará la realidad quien no toma en serio la más intensa acción transformadora de lo humano, que consiste en realizarse como la humanidad nueva gracias a la comunión fraternal realizada por el Espíritu?

La pastoral se desarrolla a ras de tierra; pero no es ramplona. La falta de reflexión y de conocimiento hunde en la rutina, la vulgaridad, la banalidad y el maldito ritualismo. En este libro se van a encontrar datos, conocimientos, reflexiones, criterios y una amplia visión de la celebración de la Eucaristía tomados de la cristología, la eclesiología, la sacramentología y la historia. Pero en él hay, a la vez, mucha sensibilidad para promocionar la realización de la celebración y la participación de la comunidad. Esta obra, centrada en la acción de la celebración eucarística, nos pone delante una urgencia pastoral: hoy es necesario volver a tomarse en serio la celebración y la pastoral de la Eucaristía. Que la Eucaristía es la "culminación" y la "fuente" de toda la actividad y del ser mismo de la Iglesia - comunión, se nos ha convertido en un tópico. Lugar común que, pretendiendo expresar mucho, no dice nada, porque no se vive lo que con él se indica. Hoy, por desgracia, está siendo necesario "volver a los primeros rudimentos", pues lo que fue una ilusión en la que creíamos que todo iba a cambiar, se ha esfumado en la más espantosa rutina y vaciedad. El termómetro de una buena pastoral, de la vida de una comunidad, de la densidad cristiana y la seriedad del servicio solidario en la calle, es la celebración de la Eucaristía. Basta observar cómo se celebra para saber lo que se vive, cómo se vive y la responsabilidad como se afronta el servicio a los demás. ¿Cómo celebrarán la comunión con los enfermos que no pueden asistir a la comunidad, los que no son capaces de celebrar dignamente la comunión con los que están presentes? ¿Cómo organizará el "compartir" -en todos los niveles- con los pobres, quien no es capaz de celebrar con profundidad la acción real del "compartir el pan y el cáliz" eucarísticos?

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Esa pastoral que realiza tan lánguidamente la celebración de la comunión, ¿qué vida en comunión vive de verdad? Felicito a Miguel por el planteamiento del libro. No sólo porque explica la Eucaristía desde su celebración concreta, sino porque destaca los aspectos fundamentales de la misma y su hilazón lógica: comunidad en comunión, palabra entregada y recibida en comunión, comunidad entregada en comunión al Padre y a Cristo y donada también en comunión entre sus miembros. Me ha llamado la atención el estilo literario. El escrito es reflexivo, pero a la vez testimonial. Es explicativo, pero también implicativo. Es la exposición de un servidor de la comunidad respetuoso y solidario con sus hermanos y hermanas, a los que "exhorta" a realizar en común eso mismo que propone. Esta obra está escrita en serio, pero viene acompañada con un fino humor, propio de este cántabro, que quita hierro a lo innecesario, para poner de relieve lo que verdaderamente interesa. Te escribo estas líneas, Miguel, rememorando aquellos años de Comillas, en los que tanto paseábamos y hablábamos, llenos de ilusión, entre los Picos de Europa, el mar Cantábrico y las suaves praderas cubiertas de algas secándose al sol. Con estas líneas quiero, además, celebrar contigo una fraternidad ininterrumpida y vivida más intensamente en los años en que estuviste estudiando en el Instituto Superior de Pastoral y pudimos poner en común la diversidad de los bienes de cada uno. Deseo que quien acceda a tu escrito descubra tantas cosas buenas como en él has depositado.

JESÚS BURGALETA

INTRODUCCIÓN Las páginas de este libro van a ocuparse de esa realidad, verdaderamente nuclear, de la liturgia y de la vida cristiana, que es la Eucaristía; concretamente, la Eucaristía parroquial (o equivalente) de los domingos, el más familiar e importante acto litúrgico que tenemos. El hecho de que la celebremos cada domingo hace de ella algo tan cercano, que puede ocultarnos sus verdaderas riquezas, y tan repetido, que puede llevarnos a la rutina, al cansancio, a la celebración superficial, inexpresiva, descuidada, falta de la necesaria preparación. No es fácil abordar con ilusión, cada semana, la tarea de lograr una celebración de la Eucaristía que sea digna, auténtica, expresiva, viva, cuidada en todos sus aspectos. No es fácil, pero merece la pena que lo intentemos con renovado esfuerzo, que no renunciemos a mantener y mejorar, en lo posible, la calidad de nuestras Eucaristías dominicales. En ellas tenemos el medio privilegiado de encuentro con aquello de lo que vivimos como cristianos, el centro, la fuente y culminación de la vida y la acción pastoral de nuestras comunidades, su expresión y alimento imprescindibles. No estaría bien, y hasta sería un contrasentido, que programáramos y cuidáramos con esmero otras tareas de la acción pastoral, implicando en las mismas, y preparando para ello, a miembros de la comunidad, y abandonáramos la celebración litúrgica de cada domingo a la improvisación, o a la inerciade la costumbre. Mantener vivas, participativas, estimulantes esas celebraciones es algo que requiere un gran esfuerzo y una gran tenacidad, estar dispuesto a empezar

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siempre de nuevo y descubrir nuevas posibilidades, tener el convencimiento de que es decisivamente importante la Eucaristía dominical y de que siempre es posible mejorar en algo su celebración. Y requiere también ser capaz de pararse, de vez en cuando, a reflexionar, a contemplar, como a distancia y con despacio, lo que celebramos; porque, de tan cercano y repetido, nos puede pasar inadvertido y, en alguna medida, desconocido. Buena parte de los fallos que se dan en la celebración se deben a la insuficiente comprensión que tenemos de la Eucaristía y de sus valores fundamentales. Como el buen profesor o el buen alumno, de vez en cuando, hay que repasar los libros, releer lo ya leído. Siempre se descubre algo que no se había descubierto, o se recuerda algo que ya se había olvidado. Es lo que pretendo hacer con lo que les ofrezco bajo el título que encabeza este libro: "Conocer y celebrar la Eucaristía". Por supuesto, sin ninguna pretensión de originalidad, pero con la esperanza de que pueda resultar útil a alguien. Los dos verbos del título señalan la doble dirección en que quiere moverse el trabajo que ahora inicio: una, más teórica -"conocer"- y otra, más práctica -"celebrar"-. Conocimiento y práctica de la Eucaristía, teoría y praxis. Pero una teoría lo menos teórica posible; una teoría para la práctica y desde la práctica litúrgica, tal como esta ha quedado plasmada en los libros actuales (Misal y Leccionario). Y una práctica que no cierra sus ojos a la buena teoría; que no ignora el sentido de la Eucaristía en su estructura general y en cada una de sus partes y evita oscurecer y desfigurar su significado profundo. Conocer mejor la Eucaristía para celebrarla mejor. Es lo que quisieran conseguir y lo que se proponen facilitar las páginas que siguen. Ojalá sirvan a algún responsable de la celebración para mejorar su propia actuación como presidente de la misma, y para la necesaria formación de aquellos miembros de la comunidad que intervengan desempeñando alguno de los restantes ministerios litúrgicos; o para la catequesis litúrgica de la comunidad, en general.

- I RITOS INICIALES DE APERTURA

"Hoy tu familia reunida en la escucha de tu Palabra y en la comunión del pan único y partido celebra el memorial del Señor resucitado mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso".' El Señor que nos reúne en torno a un mismo altar y nos alimenta con un mismo pan, nos conceda tener un solo corazón y una sola alma, para celebrar como conviene el sacramento eucarístico signo de unidad y vínculo de caridad. 2

REUNIRSE, CONSTITUIR ASAMBLEA "En la Misa o Cena del Señor, el pueblo de Dios es reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico" (IGMR 7). La Eucaristía es, antes que nada, reunión. Lo primero que hacemos para celebrarla es reunimos con otros cristianos. Todo empieza con esa reunión, de la que nace la asamblea litúrgica, que es el sujeto integral de la celebración. La Eucaristía es celebración de la comunidad cristiana, del pueblo santo de Dios. Sacramento de la alianza nueva y eterna, memorial de Cristo Jesús, que derramó su sangre para reunir a los que el pecado había dispersado, o para crear un pueblo nuevo, no la celebramos individualmente y por separado, sino juntándonos, reuniéndonos con los demás cristianos. La Eucaristía es fiesta del Señor, la celebración de su victoria sobre el poder del mal y de la muerte. Y no se hace fiesta, no se celebra en solitario, sino compartiendo el gozo de los demás y con los demás. Eucaristía y comunidad se reclaman mutuamente. Una remite a la otra: la Eucaristía, a la comunidad, que es su sujeto propio, y la comunidad, a la Eucaristía, que es su acto más característico y diferenciador3.

1 Prefacio X dominical. 2 Oración resultante del acoplamiento y adaptación de una de las invocaciones de la bendición solemne final de la misa en la dedicación de un altar (Misal Romano, 1989, p. 896) y de la oración sobre las ofrendas del formulario B de Misas por la Unidad de los Cristianos (ibíd., p. 926).

3 Cf. J. MARTÍN VELASCO. Celebración y comunidad cristiana: Phase 165-166 (1988)187.

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/ - Ritos iniciales

Antigüedad y permanencia de una práctica

cristiana, testimonia lo que ya sabemos (que los cristianos se reúnen cada domingo para celebrar la Eucaristía) y, además, nos ofrece una preciosa información acerca de cómo se celebra esa Eucaristía:

Los cristianos se reúnen cada domingo para celebrar la Eucaristía. Es algo que se hace desde los comienzos mismos de la Iglesia y que nunca ha dejado de hacerse. Así lo atestiguan textos preciosos, algunos tan antiguos que pertenecen a escritos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, el libro de los Hechos de los Apóstoles, que hace referencia clarísima a la Eucaristía ("fracción del pan"), celebrada "el primer día de la semana", según el calendario judío, es decir, el domingo, "día del Señor", según el calendario cristiano (Ap 1,10): "El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que pensaba marchar al día siguiente, les estuvo hablando y alargó la charla hasta la medianoche" (Hch 20,7). Día del Señor y asamblea eucarística son realidades que van unidas ya "de forma inseparable y habitual en la primera comunidad apostólica" 4 . La insistencia de los evangelistas en señalar "el primer día de la semana" como día de las apariciones del Señor no hace sino corroborar lo que se acaba de decir (Mt 28, 1; Me 16, 1-8; Jn 20, 19-29, y sobre todo, Le 24, 13-16. 28-43, que, narrando la aparición a los discípulos de Emaús, emplea unos términos que, sin duda, hay que referir a la experiencia eucarística que tienen los cristianos que le leen). El domingo es el día en que los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía y, al hacerlo, tienen conciencia de encontrarse con el Señor, con Jesús resucitado. Merecerá la pena recordar también algún testimonio no bíblico, de entre los textos patrísticos más conocidos. La Didajé, importantísimo documento de la era postapostólica, escrito probablemente hacia el año sesenta, anterior por tanto a algunos escritos del Nuevo Testamento, se refiere en estos términos a la Eucaristía del domingo: "El día del Señor congregaos en asamblea para la fracciái del pan y la eucaristía, tras haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro" {Didajé, 14, 1-3). Aproximadamente un siglo más tarde, a mediados del siglo segundo, el filósofo y mártir san Justino, en la Apología que escribe en defensa déla fe 4 SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Día del Señor, Madrid 1992, p. 52.

de

apertura

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"El día que se llama del Sol se celebra una reunión de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las Memorias de los Apóstoles o los Escritos de los Profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplares. Seguidamente, nos levantamos todos y elevamos nuestras preces. Cuando se terminan, se presentan pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, eleva igualmente a Dios sus plegarias y acciones de gracias y todo el pueblo aclama diciendo: Amén. Después viene la distribución y participación que se hace a los presentes de los alimentos consagrados por la acción de gracias, y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a huérfanos y viudas... Y celebramos esta reunión general el día del Sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el día antes al de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que es el día del Sol, apareciéndose a sus apóstoles y discípulos, nos enseñó estas mismas doctrinas que nosotros os exponemos para vuestro examen" (Apol. 1, 67). Otro famoso testimonio acerca de la asamblea cristiana de los domingos es el que nos da Plinio el Joven, un no cristiano, que, en su condición de gobernador de Bitinia, tenía como uno de sus cometidos, precisamente, impedir esas reuniones prohibidas por el emperador de Roma. En una carta que dirige al emperador Trajano, el año 112, se expresa en los siguientes términos, refiriéndose a los cristianos que habían renegado o abandonado el cristianismo: "Afirman, sin embargo, que esta era su mayor culpa o error: que habían tenido por costumbre reunirse un día determinado antes del alba y cantar entre sí alternativamente un himno a Cristo como a un Dios". Está claro. Los cristianos tenían la costumbre de reunirse un día determinado (no se precisa cuál, pero, prácticamente, es seguro que se trata del domingo, como consta por otros testimonios). A los que se refiere Plinio no se reúnen ya, porque han dejado de ser cristianos.

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/ - Ritos iniciales de apertura

El texto que acaba de citarse, al recordarnos que los cristianos tenían prohibidas sus reuniones cultuales y que algunos, ante el peligro que corrían, preferían abandonar, hace que nos acordemos espontáneamente de aquellos otros cristianos que, manteniéndose fieles en medio de la persecución, se convirtieron en "mártires del domingo" o de la asamblea eucarística; porque esa reunión de los domingos era para ellos tan importante que no podían pasar sin ella, la sentían como una necesidad vital. Es conocido, e impresionante, el testimonio de los Mártires de Abitinia (año 304), donde encontramos la famosa expresión "sine dominico non possumus". "Fueron presentados al procónsul por los oficiales del tribunal. Se le informó que se trataba de un grupo de cristianos que habían sorprendido celebrando una reunión de culto con sus misterios. El primero de los mártires torturados, Télica, gritó: - Somos cristianos: por eso nos hemos reunido. El procónsul le preguntó: ¿Quién es, junto contigo, cabeza de vuestras reuniones? El mártir respondió con voz clara: El presbítero Saturnino y todos nosotros. Victoria, una de las cristianas declaró: Todo lo que he hecho, lo he hecho espontáneamente y por mi propia voluntad. Sí, yo he asistido a la reunión y he celebrado los misterios del Señor (dominicum cum fratribus celebravi) con mis hermanos, porque soy cristiana. El presbítero Saturnino experimentando las torturas en su cuerpo, fue llevado delante del procónsul, que le dijo: Tú has obrado contra el mandato de los emperadores reuniendo a todos estos. Saturnino, lleno del Espíritu, le respondió: Hemos celebrado tranquilamente el día del Señor, porque la celebración del día del Señor no puede omitirse. Mientras atormentaban al sacerdote, saltó Emérito, un lector: Yo soy el responsable, pues las reuniones se han celebrado en mi casa. Y lo hemosliecho porque el día del Señor no puede omitirse: así lo manda la ley. El procónsul le preguntó: ¿En tu casa se han tenido estas reuniones?, ¿por qué les permitiste entrar? - Porque son mis hermanos y no podía impedírselo. - Pues tu deber era impedírselo. - No me era posible, pues nosotros no podemos vivir sin celebrar el misterio del Señor (sine dominico non possumus).

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Asimismo varios de los cristianos salieron a declarar: Nosotros somos cristianos, y no podemos guardar otra ley que la ley santa del Señor. El procónsul les dijo: No os pregunto si sois cristianos, sino si habéis celebrado reuniones. El autor de la crónica comenta a este punto: "Necia y ridicula pregunta del juez. Como si el cristiano pudiera pasar sin celebrar el día del Señor. ¿Ignoras, Satanás, que el cristiano está asentado en la celebración del día del Señor?". Un joven, Félix, dio valiente testimonio: Yo celebré devotamente los misterios del Señor, y me junté con mis hermanos, porque soy cristiano. Un niño, Hilariano, sin miedo a los tormentos, también dijo: Yo soy cristiano, y espontáneamente y por propia voluntad asistí a la reunión, junto a mi padre y mis hermanos..."5. Más allá de la simple reunión material Tal como decían los mártires de Abitinia, el cristiano no puede pasar sin celebrar "los misterios del Señor", sin celebrar "el día del Señor"; y lo celebra con la Eucaristía, que es recuerdo y actualización sacramental de Cristo Jesús y de su obra salvadora, banquete pascual donde él alimenta a los suyos con el pan de su Palabra y de su Cuerpo. Para celebrar esa Eucaristía, el cristiano ha de reunirse con los hermanos. Pero ello es mucho más que coincidir con otros cristianos allí donde va a celebrarse la Eucaristía. Es integrarse en la comunidad, sentirse miembro vivo de ella y actuar como tal, formar, con los demás, asamblea celebrante: asamblea que ora, que escucha, que da gracias, que canta y hace silencio, que ofrece el sacrificio del Señor y se ofrece con él, que comulga el Cuerpo de Cristo. Es lo primero que se nos pide cuando vamos a participar en la fiesta de la familia cristiana, o banquete fraterno, que es la Eucaristía: hacer comunidad de oración y alabanza, comunidad "de mesa" y de corazón con los que, unidos por la misma fe y el mismo bautismo, se disponen a celebrar el memorial del Señor. Él es el que convoca, el que reúne, el que congrega a su pueblo sin cesar. "El pueblo de Dios es reunido" (IGMR 7). Es decir, no se reúne a sí mismo, 5 SECRETARIADO N. DE LITURGIA, op. cit., pp. 19-20 (extractado de D. Ruiz BUENO, Actas de los mártires, BAC 75, pp. 975-994).

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/ - Ritos iniciales de apertura

o por cuenta propia, sino que es reunido por la iniciativa amorosa del Señor. No nos reunimos a nosotros mismos, ni porque sí, porque nos gusta, por propia iniciativa; sino que lo hacemos en respuesta a la llamada del Señor. Él es quien tiene la iniciativa, quien nos convoca cada domingo, quien nos congrega para que, juntos, como una sola familia, como un solo pueblo, como miembros de un mismo cuerpo, celebremos el banquete pascual de su amor.

Iglesia, su manifestación concreta y visible. "La palabra Iglesia -recordaba Pablo VI- significa precisamente asamblea, y es la asamblea festiva la que nos hace caer en la cuenta de que somos y debemos ser Iglesia"6. Reuniéndose en asamblea litúrgica, sobre todo para la Eucaristía de los domingos, la comunidad cristiana se construye y manifiesta visiblemente como Cuerpo de Cristo y convocación del Señor, es decir, como Iglesia7.

Riqueza y misterio de la asamblea litúrgica El Señor, que nos convoca, acude a la cita, se hace presente, cumple la promesa del Evangelio: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Esa afirmación de Jesús los santos Padres la aplican a la asamblea litúrgica, en la que reconocen, por tanto, una presencia especial del Señor. Y el Misal se expresa en estos términos: "Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre" (IGMR 7). Sí, va a hacerse presente en la persona del ministro que preside, en la Palabra que es proclamada y, de modo muy especial, en el Pan eucarístico. Pero, ya desde el comienzo, sin pasar el umbral de la celebración, sin adentrarnos en la acción litúrgica, la misma asamblea o grupo reunido para celebrar, es ya lugar y signo privilegiado de la presencia del Señor. Él está siempre presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre. Por pobre que sea la asamblea litúrgica, en cuanto al número de participantes y a los medios humanos de que dispone, es una asamblea enriquecida y honrada siempre con la presencia del Señor. Esa es la grandeza; ese, el misterio de la asamblea litúrgica, que para el creyente no debiera pasar nunca inadvertido. La reunión o asamblea eucarística es la primera y más fundamental realidad litúrgica, que hemos de aprender a respetar y valorar (y construir...) porque es convocación del Señor y signo eficaz de su presencia. Y, porque es convocación del Señor, que se hace presente en ella y la asocia a su obra sacerdotal de glorificación de Dios y redención humana (cf. SC 7), la asamblea litúrgica es también el signo más expresivo de la

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El rostro de la asamblea se convierte, pues, en el rostro de la Iglesia y está llamada a reflejarlo de la manera más digna y adecuada. El domingo, que es "el día del Señor", puede ser llamado también, con toda razón, "día de la Iglesia", por ser el día en que esta se muestra tal, reunida con gozo en torno a su Señor.

Papel de la asamblea en la celebración La asamblea, como totalidad, como pueblo de Dios "reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo" (IGMR 7), tiene el papel más relevante, sin duda. Habitada por la presencia del Resucitado, que la incorpora en su acto de culto al Padre, a la asamblea le corresponde el verdadero protagonismo visible de la celebración: ella es la que celebra, la que ora, la que aclama, la que da gracias... Ella, el sujeto integral de la celebración. La recuperación de la asamblea como sujeto activo de la liturgia fue, como se sabe, uno de los grandes objetivos que se propuso el Concilio Vaticano II y que ha sido muy tenido en cuenta por los libros litúrgicos postconciliares, concretamente por el Misal, o libro que, juntamente con el Leccionario, ordena la celebración de la Eucaristía. Si en el Misal anterior -el de Pío V— se ignoraba prácticamente la presencia y la acción de la comunidad y se fijaba la atención exclusivamente en la persona y acción del sacerdote y d e sus ministros, en el actual no ocurre nada de eso. Tiene permanentemente 6 Alocución del Ángelus del 4-8-1974. En SECRETARIADO N. DE LITURGIA, op. cit., p. 27. 7 COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, El domingo, fiesta primordial de los cristianos, 1981,

n. 3 (A. PARDO, Enchiridion, n. 4575).

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/ - Ritos iniciales

en cuenta la presencia de la comunidad reunida y su participación activa en la celebración. Ya afirma, desde el comienzo, que la celebración de la Misa es acción de Jesucristo (protagonista invisible) y del pueblo de Dios (jerárquicamente ordenado, es verdad)8.

y provechosa participación de toda la asamblea, están en función y al servicio de la misma. Entre los ministerios hay que destacar, por su especial significado y singular importancia, el del sacerdote que preside la celebración eucarística, "haciendo las veces de Cristo" (IGMR 60). Miembro también él de la asamblea, su servicio consiste en significar la presencia de Cristo, en ser signo visible de la presencia invisible del Resucitado en medio de su comunidad y en coordinar toda la celebración y todos los servicios dentro de ella. Él es quien dice las oraciones más importantes de la celebración, pero ésta no es obra suya, sino obra de toda la asamblea; por eso, al decirlas, no lo hace en singular, en nombre propio, sino en plural, en nombre de todos.

No hay que confundir participación activa con intervención personal, o prestación de algún servicio o función especial en la celebración. Pongamos un ejemplo. Cuando se proclama la primera, o la segunda lectura, en la liturgia de la Palabra, ha de buscarse, ciertamente, la participación activa de toda la asamblea, incluido el que la preside y cualquier otro ministro de la misma; pero, ¿en qué consiste fundamentalmente esa participación? En la escucha atenta y receptiva de la Palabra de Dios que es proclamada. En función de esa participación, o de esa escucha, actuará el lector. Actúa, pues, uno solo; pero participan, o para que participen todos. A esa participación esencial de la escucha, en sí misma no perceptible, se añade, cuando termina la lectura, la intervención hablada o cantada de la asamblea, que, en respuesta a la aclamación del lector/a, "Palabra de Dios", responde "Te alabamos, Señor". Esta aclamación de la asamblea, en diálogo con el lector/a (aclamación que, sí, es ya perceptible o audible), pone de manifiesto su implicación o participación activa en la proclamación de la Palabra. Cada cual ha de hacer todo y sólo aquello que le corresponde (IGMR 58; SC 28). No todos tendrán que hacerlo todo, ni actuar de la misma manera en la celebración; pero nadie queda excluido, porque tampoco nadie tiene la exclusiva. Unos intervendrán con el ejercicio de alguna función especial o ministerio en la celebración y otros no; pero nadie ha de quedar por ello relegado ala condición de sujeto pasivo, ni sentirse tal. Todo bautizado, que no esté legítimamente excluido, tiene el derecho y el deber de participar activamente en la celebración litúrgica. Los nninisterios o funciones que realizan algunos en la celebración no son la participación, sino medios para conseguirla. Se ordenan a esa activa

8 I G M R 1; cf. P . ROMANO ROCHA, La principal manifestación de la Iglesia; en R. LATOURELLE, Vaticano II. Balance y perspectivas. Salamanca 1989,pp. 457-460.

de

apertura

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Cómo hacer asamblea Entrar en asamblea litúrgica, formar parte de ella, es un don que se nos hace, pero también una tarea, algo que requiere el esfuerzo y la generosidad de todos. Ya hemos dicho que hacer asamblea es algo más que coincidir con otros allí donde va a celebrarse la Eucaristía. Es formar, realmente, grupo de celebración con ellos, comunidad fraterna, donde todos se acogen mutuamente y se saben acogidos por el Señor, que convoca, se hace presente y celebra con los suyos el sacramento de la alianza eterna, el banquete pascual donde todos se alimentan con el mismo Pan. Si ha de haber asamblea, hay que estar dispuesto a construirla. No puede ir cada uno a lo suyo, desentenderse de la celebración común, aislarse de los hermanos, rehuirlos, distanciarse de ellos. Nos une a todos algo demasiado importante como para no tenerlo en cuenta: la misma llamada y el mismo Espíritu del Señor, la misma fe y el mismo bautismo, el mismo Padre y el mismo Pan. Hay que redescubrir el misterio de la asamblea -convocación del Señor, signo eficaz de su presencia, automanifestación privilegiada de la Iglesia- y despertar o avivar el espíritu comunitario; pasar del y o individualista al nosotros solidario; ser capaces de reconocer la presencia de aquel en cuyo nombre estamos reunidos y experimentar el gozo d e compartir la fe; sobreponerse a la inercia de la costumbre, a la desgana, a la indolente pasividad y tener voluntad de meterse en la celebración, implicarse en ella, colaborar. Hay que "sentirse responsables de l a

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/ - Ritos iniciales de apertura

asamblea y en la asamblea, si queremos que exista verdaderamente asamblea eucarística"9.

al lado. Aunque sea un desconocido, es un hermano en la fe, con quien se va a compartir la celebración de los sagrados misterios. Nadie puede resultar extraño a nadie cuando comparte la misma celebración, la misma mesa12. Habrá lugares u ocasiones especiales donde convenga, además, tener algo así como un servicio de acogida: personas de la comunidad que se encarguen de recibir amablemente a los que llegan y orientarlos, o acompañarlos hacia el sitio que han de ocupar, para que no se sientan extraños, sino acogidos y se integren más fácilmente en la asamblea.

Como detalles concretos de esa celebración responsable, pueden señalarse, entre otros, los siguientes: Llegar con puntualidad, entrar a tiempo en la iglesia, no hacerse esperar. Por consideración a los hermanos, por respeto a la asamblea, por la importancia que tienen esos minutos primeros, en orden a crear el clima adecuado para la celebración. Es muy distinto poder comenzar una celebración cuando ya están todos reunidos, que tener que hacerlo cuando buena parte de los que van a participar están por llegar, o llegando. Y ¿cómo pensar siquiera en dedicar unos minutos a la preparación inmediata de la celebración (ensayo de cantos, concreción de algún servicio pendiente, etc.), si los llamados a participar en ella no entran hasta que no está ya iniciada? Decía alguien: "¡Bienaventurados vosotros si pertenecéis a una comunidad que valore los primeros cinco minutos!"10. Colocarse lo más cerca posible del altar, no en los últimos bancos, si no es necesario (¿por qué seremos en esto tan evangélicos?...). La asamblea, ya lo sabemos, es más que reunión material, pero también es eso. ¿Mostrarán voluntad de unirse espiritualmente y formar un solo cuerpo, una sola familia, los que tanto rehuyen la cercanía física y parecen evitarse unos a otros? Hay iglesias grandes en las que, a punto de comenzar ya la celebración eucarística, los allí "reunidos" parece que estuvieran jugando a las cuatro esquinas, tan separados entre sí como resulta posible. Veinte personas pueden estar ocupando dieciocho bancos. "La Iglesia -decía san Juan Crisóstomo- está hecha no para dividir a los que se reúnen en ella, sino para reunir a los que están divididos, que es lo que significa la asamblea Expresar de algún modo la acogida mutua, tener un gesto sencillo, una palabra, una sonrisa, un intercambio discreto de saludo con quien se tiene 9 D. BOROBIO, Eucaristía para el pueblo, Bilbao 1981, p. 20. 10 J. ALDAZÁBAL, Claves para la Eucaristía, Dossiers CPL, 17, p. 12. 11 A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Barcelona, 1964, p. 124.

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Responder con decisión, sin desgana, al saludo y demás invitaciones del que preside. Un "amén" apenas perceptible, como respuesta a las palabras con que el sacerdote acompaña el signo de la cruz que abre la celebración ("en el nombre del Padre, y del Hijo...") y, sobre todo, un "y con tu espíritu" sin espíritu, desmayado del todo, como respuesta al saludo que el sacerdote dirige a los reunidos, produce una tristísima impresión y un efecto muy negativo. No es lo mejor que puede ocurrir, precisamente, cuando empieza a constituirse la asamblea. Sobreponerse en esos momentos a la pereza, o a la indecisión, y responder con firmeza, con ganas, a esos, digamos, requerimientos del sacerdote es colaborar muy positivamente a la construcción de la asamblea, porque tiene siempre una fuerza de provocación y de estímulo positivo para los demás. No digamos nada del canto. Basta que unos pocos "rompan el hielo", para que, prácticamente, toda la asamblea se ponga a cantar, cuando se trata, claro está, de un canto conocido. Mostrarse disponible para ejercer alguna función o servicio en la celebración. Esta aparece más claramente como fiesta de una comunidad estructurada, plural y diversificada, como la misma Iglesia, si las distintas funciones recaen sobre distintos miembros y no sólo sobre uno, el sacerdote, dando lugar al llamado "sacerdote-orquesta", que lo hace todo en la celebración, quizá porque no ha descubierto posibles colaboradores en la

12 En ambientes populares y parroquias rurales, el saludo e intercambio fraterno se da espontáneamente en esa especie de tertulia que suele tenerse, antes de la celebración, en el campo o en el portal de la iglesia. Un momento de acogida y encuentro lleno de valor humano; un "rito" de entrada previo al rito de entrada propiamente dicho.

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comunidad13. "No rehusen los fieles servir al pueblo de Dios con gozo cuando se les pida que desempeñen en la celebración algún determinado ministerio" (IGMR 62). No singularizarse en los gestos y actitudes corporales, para que la diversidad de estos no dé pie para pensar que también son diversos los sentimientos interiores y que se rompe, de algún modo, la unión con los hermanos. "Eviten... toda apariencia de singularidad o de división, teniendo presente que es uno el Padre común que tienen en el cielo, y que todos, por consiguiente, son hermanos entre sí. Formen, pues, un solo cuerpo. Esta unidad se hace hermosamente visible cuando los fieles observan comunitariamente los mismos gestos y actitudes corporales". "La postura uniforme, seguida por todos los que forman parte en la celebración, es un signo de comunidad y unidad de la asamblea, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes" (IGMR 62.20). Valorar y cuidar el rito de entrada, que, en definitiva, lo que se propone es hacer asamblea, formar comunidad para la celebración.

DESARROLLO LITÚRGICO DE LOS RITOS INICIALES Sentido global Se trata de unos ritos que, sin pertenecer a los elementos fundamentales de la celebración14, ni haber formado siempre parte de la misma15, tienen una gran importancia en orden a conseguir la adecuada disposición de los presentes y su activa y fructuosa participación a lo largo de la celebración. Como su mismo nombre indica, son ritos de inicio, de apertura, de introducción, de entrada. Hemos entrado ya en el lugar de la celebración; se trata ahora de "entrar" en la celebración misma. Física, materialmente, estamos ya reunidos; pero para empezar bien la celebración hace falta algo más: que los que estamos unidos materialmente, en un mismo lugar, estemos unidos también espiritualmente, en un mismo espíritu y una misma oración; que no seamos una masa informe, un conglomerado de individuos aislados en nosotros

14 "La Misa podemos decir que consta de dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto... Otros ritos pertenecen a la apertura y conclusión de la celebración" (IGMR 8 ) .

13 L. MALDONADO, Cómo animar y revisar las eucaristías dominicales, Madrid 1980, p. 12.

15 En los primeros siglos, a la Liturgia de la Palabra precedía únicamente el saludo del que presidía la celebración, tal como atestigua para el norte de África san Agustín, que describe del siguiente modo el comienzo de la Eucaristía de Pascua en e l aío 426: "Saludé al pueblo... por fin se hizo el silencio, se leyó el pasaje de las divinas Escrituras que tenía relación con la fiesta" (De Civ. Dei. 2, 28).

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mismos, sino una comunidad, un grupo de cristianos dispuestos a participar, como un todo, como un cuerpo, en la acción común; a participar como una sola familia, en el banquete pascual de su Señor.

su tiempo y exige su esfuerzo. Por eso conviene realizar cuidadosamente y sin prisas el rito de entrada17.

Constituir, pues, asamblea eclesial, implicar a todos en la celebración común, disponer el ánimo de los reunidos para el encuentro con el Señor, que se hace presente entre los suyos y quiere dárseles en el pan de la Palabra y de la Eucaristía: eso es lo que se proponen los ritos de entrada. "La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía" (IGMR 24).

Sentido y realización de cada rito

Se habla de ritos, en plural, porque el rito de entrada consta, como se sabe, de varios elementos, o pequeños ritos, que, según cómo se desglosen, pueden concretarse en unos diez. Se trata de un rito bastante complejo, que puede dar la impresión de reiterativo, o innecesariamente repetitivo y "abarracado""\ Quizá se le entienda mejor si se le ve no sólo como preparación, sino como anticipo de lo que va a ser la celebración en su parte más central, o liturgia eucarística. Puede decirse de él que introduce a la liturgia de la Palabra y preludia globalmente toda la celebración, en lo que esta tiene de gozosa celebración de la presencia del Señor, aclamación de su misericordia, alabanza agradecida de su grandeza y de su obra salvadora. No sólo prepara para la celebración, sino que la inicia y adelanta, dando un avance y resumen de lo que luego, a lo largo de la celebración, va a encontrar más desarrollo. Su función puede compararse con la que cumple la obertura de ciertas obras musicales, que introduce en la obra y la preludia, adelantando sus temas principales. También podría verse reflejada la función del rito de entrada, en la que cumplen muchos pórticos de catedrales: mediando entre estas y la calle, hacen más suave y eficaz la entrada, acostumbran la mirada y la sensibilidad del que entra, adecuándolas a la grandiosidad y belleza que va a encontrar en el interior. Pasar, de los ruidos y reclamos de la calle y de la vida ordinaria, a implicarse personalmente en la acción festiva comunitaria es algo que lleva 16 Cf. P. FARNÉS, Ordenación general del Misal Romano, Barcelona 1969, p. 74.

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Canto de entrada En su origen histórico, este canto era efectivamente un canto de entrada, un canto que acompañaba la entrada procesional del presidente y demás servidores de la celebración ("ministros") en el culto solemne de las basílicas romanas. Al ser estas de grandes proporciones y tener situada la sacristía a la entrada, en la parte de atrás, la más alejada del altar, daban lugar a un amplio recorrido a través del pasillo central, que se hacía con toda solemnidad. Esa solemne entrada, o procesión hacia el altar, estaba pidiendo un complemento sonoro, que no podía encontrar en el órgano, que no existía, ni en otros instrumentos musicales, que estaban prohibidos; lo encontraba en el canto, que, por razón de la función que desempeñaba, era canto de entrada, o "introito"18. Actualmente, junto a esa función para la que nació, el canto de entrada cumple otras más importantes o, al menos, más habituales, por cuanto no 17 Cf. P. CNEUDE, Que faisons-nous a la Messe, Paris, 1968, pp. 97-98. Dice Luis MALDONADO: "Todo este ritual de entrada, que podría llamarse 'liturgia del umbral', es como una microeucaristía, que, a modo de pórtico, abre el desarrollo de la gran Eucaristía. Insistamos. El desarrollo de una celebración litúrgica deberá representarse no mediante la línea recta, sino mediante la espiral. Avanza en círculos concéntricos. Por eso no importa invertir tiempo en este Ritual de entrada (como hacen los orientales), pues es algo más que un preámbulo o un prólogo que hay que atravesar rápidamente para entrar en lo principal (liturgia de la Palabra, etc.). Ni es una rúbrica que hay que cumplir expeditivamente. Son concepciones estas demasiado funcionalistas, de un pragmatismo y un racionalismo que ignora las leyes profundas y los ritmos ocultos de la fiesta, especialmente de la fiesta litúrgica cristiana" (Cómo animar y revisar las Eucaristías dominicales, Madrid 1980, pp. 15-16). 18 Cf. J. A. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa. Madrid, 1963, pp. 359-373. En la p. 359 dice: "En el culto solemne de las basílicas romanas el acto de ir al altar se convirtió en la entrada procesional del clero, al que acompañaban los cantores entonando el introito". Véase también DENIS-BOULET, Análisis de los ritos y de las oraciones de la Misa, en A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Barcelona 1964, pp. 366 ss.

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siempre hay procesión de entrada en las eucaristías dominicales. Es un canto para entrar en la celebración, para abrirla o iniciarla como acción comunitaria y festiva del pueblo de Dios. Ese es su primer objetivo: abrir la celebración y fomentar la unión de quienes se han reunido (IGMR 25), es decir, hacer comunidad de celebración, crear asamblea. Esa finalidad, común a todo el rito de entrada, le incumbe a este canto de un modo especial, ya que, por ser, diríamos, la entrada del rito de entrada, o el primer elemento del rito, es también el primer acto que aglutina a la asamblea.

el carácter festivo de la Eucaristía dominical y el gozo del reencuentro de los hermanos entre sí y con el Señor. Una asamblea que se sabe convocada por el Señor y se dispone a celebrar el memorial de su victoria pascual, una asamblea que reconoce presente en ella al Resucitado y su fuerza salvadora, es una asamblea llamada a alegrarse, a hacer fiesta; y el canto de entrada, el canto que entona cuando aparece el sacerdote que le recuerda y visibiliza la presencia de Cristo, puede ser signo y expresión de ese gozo festivo.

Pocas cosas habrá que tengan la capacidad del canto para cohesionar, para unir, para crear sentido de comunidad. Tiene mucha más fuerza que la sola palabra y puede lograr por sí mismo lo que no lograrían muchas moniciones. Unir las voces ayuda a unir los corazones, y cantar juntos hace sentirse juntos. Iniciar la celebración participando en un canto común es algo que obliga a superar, ya desde el comienzo, la pasividad y hace salir de uno mismo, para sintonizar con los otros en un mismo ritmo y un mismo tono; hace pasar del yo al nosotros, de la dispersión individualista, a la convergencia y expresión comunitaria en una misma celebración 19 . No cabe duda de que el canto de entrada es "particularmente apropiado para favorecer la unión interior de todos los asistentes" 20 .

Habida cuenta de las funciones que está llamado a desempeñar, el canto de entrada debe ser:

Otra función o cometido del canto de entrada, que señala también el Misal (IGMR 25), es la de introducir en el misterio litúrgico, o fiesta, que se celebra, ofreciendo la clave para identificarlo. El canto de entrada debe permitir conocer si la celebración eucarística que inicia es una celebración de Cuaresma, o de Adviento, de Navidad, o de Pascua, una fiesta de la Virgen María, o del Señor. Si está bien escogido, este canto da el tono litúrgico y hace vivir el talante de la celebración del día. Así, pues, abrir la celebración, cohesionar a los reunidos, introducir en el misterio del día y acompañar, si la hay, la procesión de entrada: he ahí la finalidad propia, o los objetivos específicos, del canto de entrada. Habría que referirse, finalmente, a otra función, que, sin ser específica del canto de entrada, sí que le compete a él muy especialmente: la de expresar

- Un canto consistente, que tenga la suficiente entidad y duración como para ir cohesionando a la asamblea; sin, por otra parte, llegar a cansarla; un canto lo bastante largo como para que puedan tener los que lo cantan la sensación de estar haciendo algo juntos21. - Un canto que sea lo suficientemente sencillo y conocido como para que pueda cantarlo la asamblea sin miedo y con entusiasmo. - Un canto que dé el tono o el colorido litúrgico del misterio o del tiempo que se celebra; que revele desde el comienzo su contenido. Si para un tiempo fuerte, o una celebración especial del año litúrgico, la comunidad no conoce más que un canto, es ese el que debe entonar como canto de entrada. Porque, como se ha dicho, uno de los cometidos del mismo es introducir en el sentido del tiempo litúrgico, o del misterio que se celebra. - Un canto solemne, festivo, con sentido de marcha. Y, ¿a quién corresponde cantar el canto de entrada? Por lo que llevamos dicho, parece claro que el canto de entrada debe ser cantado preferiblemente por el conjunto de los reunidos. Es un canto del que no debe quedar excluida la asamblea. Pero ello no quiere decir que no pueda intervenir también el coro. De hecho, los más de los cantos que suelen utilizarse constan de estrofas y estribillo; un tipo de canto que se presta para ser interpretado en diálogo coro-asamblea, cantando esta el estribillo y el c o r o (o, a falta de coro, un solista), las estrofas. Incluso, puede haber ocasiones en que, por requerir la liturgia un c a n t o de entrada propio de la fiesta, o del tiempo litúrgico que se celebra, y n o

19 Cf. J. ALDAZÁBAL, El canto en la nueva liturgia: Phase 131 (1982) 408-410. 20 R. FALSINI, Invitados a la mesa del Señor, Madrid 1994, p. 44.

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21 Cf. J. LLIGADAS, Cómo escoger y dirigir los cantos, Barcelona 1987, p. 22.

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conocer ninguno la asamblea, está indicado que lo interprete sólo el coro. Sabemos que es un canto con varias funciones; y, en el caso indicado, se prestaría atención especial a una de ellas: la de introducir al misterio litúrgico que se celebra y adelantar o revelar desde el comienzo su sentido. También y excepcionalmente, podría cantarlo el coro, para expresar el carácter especialmente solemne de alguna celebración determinada22. El Misal no baja a detalles y da cabida a todas las posibilidades (IGMR 26).

Puede darse el caso de que sea el mismo sacerdote que preside el que tenga que entonar el canto, para que pueda cantarlo la asamblea. En ese caso, y según las circunstancias, puede ser preferible que, una vez en la sede, haga la señal de la cruz, salude a la asamblea (el primer contacto oral con la asamblea debe ser el saludo) y entone el canto.

¿Cuándo empieza y cuándo termina el canto de entrada! Normalmente, el canto de entrada debe empezar cuando comienza la solemne procesión de entrada, si la hay, o cuando el que preside la celebración hace su entrada ante la asamblea23. Y terminar, cuando haya cumplido razonablemente ya su función. Que no deba ser demasiado corto tampoco quiere decir que pueda alargarse desmesuradamente en un rito que es sólo introductorio. Si en una iglesia de dimensiones normales, hay procesión e incensación, el canto terminará cuando, terminada la incensación, el presidente se dirija ya a la sede. Si no hay procesión, cuando se hayan cantado, al menos, un par de estrofas, o algo más si se trata de la inauguración de un tiempo litúrgico fuerte, o de la celebración de alguna solemnidad cuyo contenido convenga explicitar en el canto. "Este canto, advierte J. Lligadas, no es necesario terminarlo cuando el celebrante llega a la sede: más bien será recomendable que el celebrante también pueda cantar al llegar a la sede24".

22 Con todo, el ideal sería que, aun cantando el coro, y cantando música polifónica, no por eso quedara excluido el pueblo. Para ello es preciso que los coros actualicen sus repertorios, y que los responsables de los templos y de las celebraciones no dejen en total libertad y desasesoramiento a los coros que actúan ocasionalmente, con motivo de alguna fiesta o acontecimiento especial. Si el coro es parroquial y habitual de la celebración se supone esa coordinación. 23 IGMR 25 y 83. Tampoco está prohibido iniciar el canto antes de que haga su salida y aparición ante la asamblea el sacerdote que preside. En el número 1 de Subsidia Litúrgica, publicado por el Secretariado N. de Liturgia, se dice: "De hecho, el canto se iniciará antes de la entrada del sacerdote, si la procesión fuese muy corta. Y se prolongará al menos hasta que el sacerdote se haya situado en la sede" (Cómo celebrar la Misa, Madrid 1970, p. 37). 24 Op. cit., p. 22.

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Entrada procesional La entrada procesional, propiamente dicha, es la que realiza, entrando desde el fondo del templo hasta el altar, el que celebra como presidente, precedido de los que celebran como "ministros" o ejecutores de otros ministerios litúrgicos (y de los presbíteros concelebrantes, si los hay). Tiene como elemento sonoro de solemnización el canto de entrada, y como elementos visuales, el incensario, ja cruz, los cirios y el Evangeliario, o Leccionario, llevado, si no hay diácono, por un lector o lectora25. Esta procesión, que solemniza la entrada de la celebración, puede verse como un símbolo de la asamblea que camina hacia el Señor y de la condición peregrinante del pueblo de Dios. No será algo a realizar todos los domingos, ni con cualquier asamblea, pero, si resulta posible, no sería acertado relegarlo permanentemente al olvido. Puede ser un buen modo, un modo expresivo, de iniciar la celebración de, al menos, ciertos domingos y solemnidades.

25 Este es, según el Misal, el orden de la procesión: a) Un ministro con el incensario humeante, si se emplea incienso. b) Los ministros que, si se juzga oportuno, llevan los ciriales, y, en medio de ellos, si el caso lo pide, otro con la cruz. c) Los acólitos y otros ministros. d) El lector, que puede llevar el libro de los Evangelios. e) El sacerdote que va a oficiar en la misa (IGMR 82). Si se emplea el incienso, el sacerdote lo pone en el incensario antes de que se ponga en marcha la procesión. Aunque en el apartado b) se habla de "ciriales", por tales hay que entender cirios, sin más, con sus respectivos soportes (los cirios del altar, o de la celebración, preferentemente). Véase el n. 84.

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Beso al altar

supremo acto de culto al Padre, es porque el bautismo nos hizo seguidores de Cristo y nos constituyó pueblo sacerdotal suyo.

"Según la costumbre tradicional de la liturgia la veneración del altar ... se expresa con el beso" (IGMR 232). Efectivamente, el beso al altar, y concretamente este beso del comienzo de la celebración eucarística, es una "costumbre tradicional", una práctica muy antigua, y no sólo de la liturgia romana, sino también de varias liturgias orientales (bizantina, armenia y sirio-occidental)26.

Hacer la señal de la cruz en los comienzos de la celebración nos recuerda también que la Eucaristía tiene mucho que ver con la cruz de Cristo Jesús: es recuerdo vivo de su muerte salvadora. "Empezar conscientemente la Eucaristía con este doble recuerdo del bautismo -la cruz y el nombre de la Trinidad- es dar a nuestra celebración su verdadera razón de ser"27.

Una vez realizada la procesión de entrada, o llegado al altar, el primer gesto que realiza el que preside es besar ese altar, que es la mesa donde se celebra el memorial del Señor, la mesa del banquete festivo que nos alimenta con el Cuerpo de Cristo. El altar simboliza a aquel cuyo misterio actualiza en la celebración: a Cristo Jesús. "El altar es Cristo", dicen los autores eclesiásticos. Al besarlo en ese momento, el sacerdote oficiante está reconociendo a Cristo Jesús como el verdadero protagonista de la celebración y expresándole su afectuoso respeto. El beso al altar, además del que preside, lo da también el diácono, si lo hay, y cuando se trata de la llamada Misa concelebrada, también los concelebrantes (IGMR 27.163).

Señal de la cruz Venerado el altar, el que preside la celebración se dirige a la sede y, cuando termina el canto de entrada, hace juntamente con todos los fieles la señal de la cruz, diciendo el que preside: "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" y respondiendo el pueblo: "Amén" (IGMR 86). "Santiguarse", hacer sobre sí mismo el signo de la cruz invocando a la Santísima Trinidad, es recordar el bautismo, que nos fue conferido en nombre de las tres divinas personas y nos incorporó a Cristo Jesús. Si celebramos la Eucaristía, memorial de Cristo muerto y resucitado, y

26 J. A. JUNGMANN, op. cit., p. 350 ss.; N. M. DENIS-BOULET, art. cit., p. 368; J. ALDAZÁBAL,

Gestos y símbolos, Dossiers CPL40. Barcelona 1989. pp. 108ss.

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Saludo del presidente Un elemento especialmente importante, y de la mayor antigüedad, en el rito de entrada es el saludo que el sacerdote celebrante dirige a la asamblea reunida. Este saludo representa el primer contacto hablado, o la primera comunicación oral, entre la asamblea y el que preside. Es un saludo que cumple la función de todo saludo entre quienes se encuentran y se disponen a realizar juntos una acción (expresarse la acogida, la buena voluntad, el reconocimiento mutuo); pero sirve, además, para recordar y poner de relieve el sentido cristiano y el misterio de la asamblea litúrgica. Lo expresa así el Misal: "El sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta que da el pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada" (IGMR 28). Los reunidos para la Eucaristía son una asamblea convocada y presidida por el Señor. Cuando el sacerdote celebrante mira a esa asamblea, reconoce en ella la presencia del Resucitado. Y cuando la asamblea ve delante de ella al que la preside visiblemente, en nombre y representación sacramental de Cristo, reconoce en él, igualmente, la presencia del Señor. Evocar e 27 J. ALDAZÁBAL. op. cit. p. 117. Cf. A. M. ROGUET, La Messe d'houjoura" hui, París 1969, p. 45. Este autor lamenta que se haya mantenido esa señal de la cruz y esa invocación. Y es que, ciertamente, es un signo que se asocia espontáneamente a comienzo, y la celebración de la Eucaristía dominical ya ha comenzado con el canto de entrada. En el mismo sentido se expresa P. FARNÉS, y hace notar que "el signo de la cruz, con la fórmula: "En el nombre del Padre..." se introdujo como acto devocional del celebrante, en tiempos de decadencia litúrgica" (op. cit., p. 77).

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invocar, en el saludo que se intercambian el que preside y la asamblea, esa presencia del Señor sirve para recordársela mutuamente y animarse a vivirla. Conscientes de esa presencia, podemos actuar con la convicción de que "no somos nosotros solos los que celebramos (o sólo el presidente con sus méritos y cualidades el que va a animar y dirigir la celebración). Cristo y su Espíritu van a ser protagonistas, dándonos su presencia y su fuerza para que sea eficaz la Eucaristía"28.

asamblea litúrgica nos dice que el Señor está en la asamblea reunida y está en el que va a presidirla representándole a él. Es bueno que recuerden desde el comienzo que no están solos, que está con ellos el Señor: El Señor está con vosotros. Pero también es bueno que se exprese ese deseo de que esté con ellos el que está; es decir, que se abran todos a la presencia del Señor y no la olviden. Porque nadie está con otro (con presencia eficaz de amigo) si ese otro no quiere, o no presta atención, o no acoge: la presencia ofrecida no se completa como tal hasta que no es aceptada y acogida.

El Misal propone variasfórmulas para ese saludo, pero la más característica y, al mismo tiempo, la más antigua en la liturgia (y a la que, en cierto modo, son reducibles todas las demás, en cuanto a su intención y significado) es: El Señor esté con vosotros. Pertenece a esas frases o expresiones que se quedan siempre cortas (o, mejor, en cuya traducción e interpretación uno se queda siempre corto), porque dicen mucho más que lo que aparentemente, o a primera vista (a primer oído), parecen decir. De ahí la conveniencia de pararse de vez en cuando a reflexionarlas, para que no se nos escape su rico significado. Tal como suena en castellano la frase, parece claro que expresa un deseo. El verbo en subjuntivo, "esté", no tiene sentido afirmativo, sino optativo. Pero en latín, como ocurre muchas veces, la frase no tiene verbo; dice: "Dominus vobiscum", "el Señor con vosotros". ¿El verbo que se sobreentiende hay que traducirlo en subjuntivo -esté-, o en indicativo -está- (como en la conocida escena de la Anunciación a María, en Le 1, 28: "El Señor está contigo")? Se sabe que los que trabajaron en la traducción de los textos latinos al castellano, en su momento, tuvieron dudas y discusiones al respecto. Y es que, ciertamente, cualquiera de las dos traducciones hubiera sido acertada y, al mismo tiempo, limitada; porque la expresión latina tanto puede entenderse en un sentido como en otro, y en este caso, contiene ambos sentidos a la vez. ¿El Señor esté con vosotros! Pues, sí. Es la traducción que ha elegido el Misal, y ¿qué deseo mejor pueden tener y manifestarse mutuamente los que se disponen a celebrar la Eucaristía? Pero la fe en el misterio de la 28 J. ALDAZÁBAL, La comunidad celebrante: Sus intervenciones en la Eucaristía (Dossiers CPL39) Barcelona 1989. p. 12.

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"El Señor esté con vosotros, es decir, que a la presencia objetiva de Cristo en medio de sus fieles responda también por parte de estos una conciencia cada vez más viva y una fe cada vez más plena en esta presencia de Cristo en la asamblea"29: que estén ellos también con quien con ellos está. Las palabras con que los fieles responden al que preside, también parecen tener una riqueza de significado a la que no se haría justicia si la expresión y con tu espíritu se la viera, sin más, como equivalente de "y contigo". Ciertamente, la asamblea desea al que la preside que también esté con él el Señor; pero que esté con él, precisamente, como llamado a presidirla y a representar a Cristo Pastor y Sacerdote; que esté con él para avivarle el Espíritu que recibió en la ordenación y, así, pueda ejercer con ejemplaridad y eficacia el ministerio de la presidencia litúrgica. ¿Un saludo, o un rito1? No hay por qué aceptar tal disyuntiva. Se trata de un saludo y de un rito; de un saludo que es ritual; de un saludo litúrgico, llamado a ser verdadero saludo: un saludo que ha de hacerse con toda la verdad y la expresividad que lleva consigo el saludo, cuando quien saluda es una persona seria y sincera. Que sea ritual no quiere decir que tenga que ser frío ni, mucho menos, mentiroso. Quiere decir que se trata de un saludo cristiano, para abrir una celebración cristiana, hecho con palabras de la tradición bíblico-cristiana, que hacen referencia expresa al don de Dios, palabras parecidas a las que se usan en todas las iglesias cristianas. No es un dar los "buenos días", o decir "hola, ¿qué tal?". Lo que importa es que ese saludo, que representa el primer contacto del que preside con la asamblea, tenga vida y sea, realmente, comunicativo. 29 P. FARNÉS, "Dominus vobiscum': Lit. y Esp. 12(1996)480.

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Hacerlo de forma rutinaria, distraída, sin prestarle atención, ocupándose el que lo pronuncia en otra cosa, sería perder la primera oportunidad de encuentro con la asamblea y marcar el comienzo de la celebración con una impresión muy negativa, de ritualismo vacío y de mentira. Dice el Misal que el saludo se hace con las manos extendidas: "extendiendo las manos" (IGMR 86). Sí, no se hace sólo con la palabra, sino también con el gesto, con la expresión corporal, con las manos, con la mirada; es decir, no sólo diciendo palabras, sino diciéndose en ellas, manifestando la acogida de corazón. Y ello, según el propio modo personal de ser y las características del grupo reunido. Seguramente, no requiere, ni soporta, la misma amplitud de gesto el saludo que se hace a una pequeña comunidad, que el que se hace a una gran asamblea. Lo importante es que el saludo tenga vida y verdad. ¿"El Señor esté con nosotros"? Al saludar a la asamblea, el que preside no ha de incluirse a sí mismo. Debe decir "El Señor esté con vosotros". Porque es lo propio de todo saludo: expresar el buen deseo para aquellos a quienes se saluda, dejando que sean ellos los que respondan a la recíproca. Si uno se incluye ya como destinatario del saludo que hace, diciendo "con nosotros", no tiene sentido la respuesta de la asamblea, que dice: "y con tu espíritu". En el fondo de esta práctica, objetivamente desacertada, está, sin duda, el deseo de igualarse con los demás miembros de la asamblea, de no distinguirse; en definitiva, un negarse a asumir en su totalidad el ministerio de la presidencia; ministerio que no debe ser visto como un honor, sino, eso, como un servicio, y un servicio necesario para que pueda hablarse de asamblea cristiana. El que preside no está, ciertamente, fuera de la asamblea, ni por encima de ella. Es un miembro más de esa asamblea; pero un miembro llamado a significar la presencia de Cristo, a representarle ante los suyos. Alguien tiene que significar que el Señor está en medio de su pueblo y que es él quien lo reúne, lo encabeza y lo guía30. El llamado a prestar ese servicio ha de hacerlo con toda humildad, ciertamente, pero sin negarse a actuar en nombre de aquel que le ha llamado, y a quien tiene que representar, o visibilizar, como "icono" o "signo sacramental" suyo.

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Monición El Misal dice que puede hacerse, y que ha de ser brevísima (IGMR 86). El Directorio litúrgico-pastoral La celebración de la Misa afirma que es muy conveniente hacer esta monición, y añade que nunca debiera faltar31. Si el rito de entrada tiene como finalidad cohesionar al grupo, implicarle en la celebración común, y disponerle para el encuentro con el Señor en la celebración, parece que esta primera posibilidad de encuentro personal, espontáneo y vivo del presidente con la asamblea, una vez hecho el saludo ritual, normalmente, debiera aprovecharse. Pero aprovecharse ¿para qué? No para dar mil explicaciones, ni para adelantar en ese momento lo que la celebración ha de ir diciendo por sí misma a lo largo de su desarrollo, ni para hacer un resumen anticipado de la liturgia de la Palabra, ni una introducción a las lecturas que se van a escuchar, ni para fatigar desde el comienzo a la asamblea con frases hechas y abstractas, o con palabras, no ya espontáneas, sino improvisadas y titubeantes, que no traducen ningún mensaje claro y que no resistirían ser puestas por escrito. El sentido y la finalidad de esta monición vienen dados por el lugar que ocupa en la celebración: en el rito de entrada, inmediatamente después del saludo ritual. Es como prolongar ese saludo con una palabra cordial y sencilla de acogida y de invitación a abrirse a la acción de aquel cuya presencia acaba de recordarse. Un ayudar a todos a situarse ante el misterio que se celebra, a entrar, a pasar de la vida cotidiana a la celebración, "de la calle al amén" (J. Gelineau)32. Ha de hacerse con brevedad y claridad, teniendo en cuenta la realidad concreta, tanto de los reunidos, como del domingo o fiesta que se celebra, buscando implicar, más que explicar, rehuyendo el peligro de caer en frases hechas, o en la rutina de empezar siempre de la misma manera. Si se canta un canto de entrada adecuado, puede ser conveniente aludir alguna vez

31 SECRETARIADO N. DE LITURGIA, La celebración de la Misa, Madrid 1986, p. 12. 30 Cf. La asamblea litúrgiciiy su presidencia, Dossiers CPL 69, Barcelona 1996, p.81.

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32 J. LEBON, Para vivir la liturgia, Estella (Navarra) 1987, v. 102.

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- Ritos iniciales de apertura 43

al mismo, tenerle en cuenta al hacer la monición. También puede ser útil enlazarla con el rito penitencial, haciendo que las últimas palabras de la monición sean el comienzo, o invitación, de éste. No se excluye que sea otro distinto del presidente el que haga la monición de entrada. Pero, dado el lugar estratégico que ocupa en la celebración, es más propia del sacerdote celebrante que de ningún otro. Con todo, "en algunos casos puede ser muy elocuente y significativo para el pueblo de Dios" que haga la monición de entrada un laico33. Aunque, entonces, parece que el momento más indicado para hacer tal monición es al comienzo de todo, inmediatamente antes de que aparezca ante la asamblea el sacerdote que la va a presidir y se entone el canto de entrada (al que puede servir también de introducción).

Acto penitencial Este rito constituye una novedad del Misal actual. No hay ningún testimonio acerca del mismo en la tradición litúrgica, ni oriental ni occidental34. Pero, correctamente realizado y mantenido en su justa medida, no cabe duda de que encaja perfectamente en la celebración y de que no está fuera de sitio en ese primer momento de la misma35. ¿No es un objetivo del rito de entrada lograr que los reunidos se sientan asamblea convocada y presidida por el Señor? Pues caer en la cuenta de la presencia del Señor lleva espontáneamente a experimentar la propia indignidad, a reconocerse pecador, a sentirse pobre y necesitado. Saberse en presencia de aquel que

33 J. LEBON, op. cit., p.

102.

34 El "Confíteor" del comienzo de la Misa en el Misal de san Pío V no era, en realidad, un acto penitencial de la comunidad, sino una devoción privada del celebrante, que, como una preparación al digno ejercicio de su ministerio, lo rezaba, solo o con sus ayudantes, cuando caminaba hacia el altar, o al pie del mismo, mientras se cantaba el canto de entrada. Cf. P. FARNÉS, El acto penitencial de la Misa: Phase 165-166 (1988) 235-245. 35 Lo cual no quiere decir que sea ese el único ni el mejor sitio posible. Al final de la liturgia de la Palabra, después de las lecturas y de la homilía, una vez escuchada la Palabra de Dios, hubiera sido también un sitio muy adecuado por el que abogaron, de hecho, algunos de los que trabajaron en la reforma litúrgica.

a su P C C f ° d C l m U n d ° ' d e a q U e l q u e a c o g e a I o s P e c a d o r e s y los sienta dC p r o d u c i r e n l a senf m e S a ' comunidad pecadora, pero creyente, un imiento de humildad y de gozo, de conversión y de apertura a la gracia que se le ofrece en la celebración. orno personas individuales, ni como comunidad, los que se encuentran ' os han alcanzado ya la perfección. Son una comunidad necesitada conversión, necesitada del Cristo compasivo que pasa junto a ellos celebración y se les hace presente con su gracia salvadora. Y esa nidad, o asamblea litúrgica, es signo de una Iglesia que, por ser s,a de Jesucristo, es santa, pero que abraza en su seno a los pecadores y a ' por lo mismo, necesitada siempre de purificación. Somos pecadores, n que, eso sí, pecadores salvados, pecadores alcanzados ya por la gracia e Jesucristo (CCE 823.827). En el acto penitencial del rito de entrada ^conocemos esa doble realidad: la de nuestro pecado y la de la gracia de r, sto. Es confesión de nuestro pecado, pero, sobre todo, confesión de la Misericordia del Señor. Hecho en ese momento de la celebración, aparece como un reconocimiento de la propia indignidad ante el Señor, en sus a nadas presencias; una preparación para el encuentro con Cristo, q Ue s e n . °s va a dar, no sólo en el pan eucarístico, sino también en e| Pan de su palabra. n

^ u nque en la presentación que hace del rito el Misal (IGMR 29) parece e ej ntificarlo con una sola de sus formas posibles (la primera), en realidad, °rdinario de la Misa, propone tres formularios distintos para realizar acto penitencial (a los que puede añadirse, como rito sustitutorio, a a J¡ [ los domingos, especialmente, los domingos de Pascua, la aspersión Cla gua bendita)36. ^ tres formularios tienen una estructura común, con los siguientes Rentos: a) monición-exhortación-invitación del que preside, en ordena ^Pertar la actitud penitencial; b) breve pausa de silencio, o recogimiento,

to g r a n n q U e Z a eXPreS¡Va d e d l c a a^ e s t e T n 1096-1102). ? n02) «trece I ^ Lpat a n S , o ; 1 sfor2?¿^ ^ , nto el apéndice III (pp. usoen 'as v e s n m U l a r Í O S d i s t i n t 0

cu la liturgia romana, no ocurrió en las demás liturgias y, desde luego, no ocurrió en las liturgias orientales, que han conservado la Oración de los lides hasta nuestros días. Durante los cinco primeros siglos, esa Oración constituyó un elemento muy importante y fijo en la celebración eucarística de la Iglesia universal. Con razón, Pablo VI, en la Constitución Apostólica "Missale Romanum", la cita expresamente como una de esas cosas que, desaparecidas a causa del tiempo, "se han restablecido, de acuerdo con la primitiva norma de los santos Padres" (MR pág. 20; cf. SC 50.53).

I.a oración de los fieles a partir del Concilio Desaparecida la Oración de los fieles de la liturgia romana, desde hacía siglos, el Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Sagrada Liturgia, mandó que fuera restablecida: "Restablézcase la "oración común" o "de los fieles" después del evangelio y la homilía... para que, con la participación del pueblo, se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero" (SC 53). Restablézcase. El Concilio no pensó, pues, en introducir ningún elemento nuevo en esta parte de la celebración, sino en recuperar uno que la liturgia romana había perdido, al abandonar la "oración común" de los primeros siglos. Si hiciéramos algo totalmente distinto a lo que fue esa antigua oración, estaríamos haciendo algo, quizá interesante, pero no sería ya la "oración de los fieles". Para que se hagan súplicas por la Iglesia, por los gobernantes.... Se trata de una oración de petición, de súplica, no de otra cosa. Y de una oración que no queda reducida a las intenciones o necesidades particulares de los presentes, sino que está abierta a las necesidades de la Iglesia y de la humanidad: una verdadera plegaria de intercesión universal.

Kyrie de la Messe et le pape Célase": Revue bénédictine 46 (1934) 126-144; tous les manuels en font mention. II est infiniment probable que ce déplacement n'a jamáis eu lieu" (p. 127, nota 15). Puede verse también: S. MARSILI, LOS signos del Misterio de Cristo, Bilbao 1993, p. 208.

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Oración común o de los fieles... con la participación del pueblo. La Oración de los fieles es oración del pueblo santo de Dios, de la comunidad de bautizados, como tal; no concurrencia o suma de oraciones particulares. Es "oración común": la asamblea toda se une en una misma súplica (cantada, rezada, o silenciosa). Ese orar comunitario es la verdadera y más importante "participación del pueblo" en ese momento de la celebración. No hay más participación porque se mueva más gente o actúe un mayor número de personas. No confundamos participación con intervención, ni tratemos, por tanto, de convertir la Oración de los fieles en una "procesión de intencionistas" (P. Farnés). Esta oración se llama "de los fieles" porque, como ya dejan bien claro san Justino e Hipólito de Roma (en la más antigua descripción y más antiguo ritual de la Eucaristía que conocemos) es propia y exclusiva de bautizados, de los que por el bautismo y la confirmación son miembros del pueblo sacerdotal del Señor, del Cuerpo de Cristo, para interceder con él por la salvación de todos. Al igual que los catecúmenos no podían participar en la llamada "Misa de los fieles", tampoco en esta oración, que, por eso mismo, es llamada "oración de los fieles". Fieles, pues, no significa aquí laicos, sino bautizados; no se opone, por tanto, a presbítero, a celebrante, a ministro, sino a catecúmenos, a no bautizados. Llevada ya a la práctica esa disposición del Vaticano II sobre la Oración de los fieles, el Misal de Pablo VI se expresa así acerca de la misma: "En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres. Conviene que esta oración se haga normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los Gobernantes..." (IGMR 45). El primer nombre que aquí se da a esta oración es el de oración universal, que, probablemente, es el más indicado. Expresa el carácter abierto de esa oración, que no queda reducida a las intenciones ni a las necesidades de los presentes o de la comunidad particular, sino que es siempre súplica por la Iglesia y por el mundo, "por todos los hombres". La principal aportación, en orden a precisar el sentido teológico y la verdadera identidad de la Oración de los fieles, la hace el texto cuando dice que en ella el pueblo actúa ejercitando su oficio sacerdotal. Es algo

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II - Liturgia de la Palabra

que no se debe olvidar. La Oración de los fieles es la intercesión sacerdotal del pueblo de Dios en favor de todos los hombres; la súplica que hacemos como Iglesia de Jesucristo, uniéndonos a su mediación intercesora. Al hacer esa oración no podemos quedarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas y necesidades; sino que, principalmente, hemos de pedir e interceder por los demás. Es así como ejercemos, en ese momento, el sacerdocio bautismal.

esta plegaria litúrgica (que también es necesario para identificarla; ya que es, precisamente, en esto en lo que se diferencia de otras preces de intercesión, como las de Vísperas).

Hay en la Oración de los fieles, podemos decir, una doble universalidad: la del objeto o contenido -pedimos "por todos los hombres"- y la del sujeto -pide la Iglesia toda de Jesucristo-. Sí, al no ser la Oración de los fieles un acto devocional dentro de la liturgia, sino una oración litúrgica, cualquiera que sea la comunidad concreta que realice esa oración, es siempre la Iglesia de Jesucristo la que suplica e intercede201.

Estructura y práctica de la oración universal Los dos textos comentados, el del Vaticano II y el del Misal de Pablo VI, constituyen por sí mismos un buen resumen y recordatorio de lo que es la oración universal, en lo que a su sentido teológico se refiere: "La súplica, o i ntercesión que la asamblea de los fieles dirige a Dios, para pedir principalmente por las necesidades de la Iglesia y de todo el mundo"202. De la mano del último documento arriba aludido y teniendo en cuenta las Orientaciones Pastorales del libro La oración de los fieles, citado en la última nota203, digamos algo de la estructura y la realización de 201 Como dice bellamente L. DEISS, "signo de la Iglesia universal, (la Iglesia particular) es también signo de su oración universal. En esta Iglesia particular, aunque esté reducida a algunos fieles, descansa entonces el porvenir de la Iglesia, la suerte de la humanidad entera. Ella intercede ante Dios por millones de seres humanos. Entre él y las naciones, Dios coloca a esta comunidad cristiana. Entre él y el mundo ha colocado Dios la intercesión de esta comunidad" {La celebración de la Palabra, Madrid 1992. p. 122). 202 SECRETARIADO N. DE LITURGIA, La Oración de los fieles, quinta edición corregida y aumentada, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1991, p. 11. 203 Las expresiones que aparezcan entrecomilladas y sin cita, pertenecen a este libro La Oración de los fieles.

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La oración de los fieles consta de cuatro partes: 1.- La invitación del que preside, 2.- la propuesta de intenciones, 3.- la respuesta de la asamblea, 4.la conclusión, también presidencial, como la invitación. 1. "Corresponde al que preside invitar a los fieles a la oración común". Precisamente, porque es oración común, oración de la asamblea litúrgica como tal, es normal que el que haga a esa asamblea la invitación a orar sea quien la preside. Este no ha de delegar tal tarea en otro presbítero concelebrante, ni en el diácono, ni por supuesto, en un seglar. Permitir que haga la introducción invitatoria, como a veces ocurre, el mismo seglar que va a leer las intenciones es desfigurar esta oración y hacerla aparecer, no ya como oración litúrgica, sino como elemento devocional. Quizá, por no haber entendido lo que significa aquí "fieles". Si se lo identifica erróneamente con laicos o seglares, puede pensarse que, haciéndolo ellos todo, incluidas la invitación y la conclusión, resulta más "de los fieles" la oración de los fieles. Esta invitación del que preside deberá ser breve, y clara, sencilla. Y el lugar más indicado para hacerla es la sede, aunque también se admite que sea hecha desde el ambón (IGMR 33). Cuando no hay Credo, la última parte de la homilía puede consistir en esa invitación a orar. Es decir, que las últimas palabras pueden convertirse al mismo tiempo en conclusión de sí misma, de la homilía, e introducción de la Oración de los fieles. 2. La propuesta de las intenciones no es el momento más importante de la oración de los fieles; pero sí el más delicado, el que más tiempo requiere en su preparación y el que, si no se tiene cuidado, más se presta a desviaciones, que pueden desnaturalizar esa oración, impidiendo que sea lo que está llamada a ser: un momento de intercesión sacerdotal del pueblo de bautizados, una oración de súplica universal "por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo" (IGMR 33). Normalmente, deberán estar presentes en ella estos grandes grupos o series de intenciones:

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a) La Iglesia universal (el Papa, los obispos y pastores, la evangelización, la unidad de los cristianos, las vocaciones, acontecimientos eclesiales de especial significación...).

individuales de cada participante en la celebración y, menos, a intenciones espontáneas. También las intenciones particulares, locales, cercanas, han de ser intenciones de la asamblea, como tal. Ella, que reza, se formula a sí misma las intenciones de esa oración, por medio del diácono, o de la persona capacitada y señalada para prestar ese servicio a la asamblea. Si alguien de los que participen, o de los que no participan, en la celebración, pide que se rece por una intención suya particular, por ejemplo, la salud de un familiar enfermo, la asamblea acogerá con gusto esa intención y la hará suya, rezará por ella; con lo cual será ya intención y oración de la asamblea. Pero, aún en ese caso, lo normal será que, de algún modo, se universalice la súplica: "Por la salud de N..., y de todos los enfermos".

b) El mundo y sus gobernantes (la paz, la justicia, la libertad, las elecciones, problemas socioeconómicos, responsables del mundo de la justicia, de la cultura, de las finanzas, organismos nacionales e internacionales...). c) Los que sufren (con sufrimiento físico o espiritual, pobres, parados, enfermos, moribundos, presos, exiliados, emigrantes, víctimas de alguna desgracia...). d) La comunidad local (grupos especiales, proyectos, necesidades, acontecimientos desgraciados o felices de la asamblea que celebra y de su entorno social...) (IGMR 46). La atención a esos cuatro grandes capítulos hará realidad que la oración de los fieles sea, efectivamente, oración universal, abierta a las necesidades de la Iglesia y del mundo, y no oración particular de la asamblea replegada sobre sí misma. La dimensión universal no puede faltar y, normalmente, será la que prevalezca en la oración de los fieles204. Pero en esta oración tienen cabida también las necesidades más cercanas y locales; e incluso en alguna celebración particular, como en la Confirmación, Matrimonio o Exequias, el orden y prevalencia de intenciones puede variar de signo, en atención a la particularidad de la celebración. Aunque ni siquiera en esos casos deberá faltar a la oración de los fieles alguna intención universal. Sin embargo, no hay que confundir intenciones particulares con intenciones de los particulares. Que junto a las intenciones universales de las primeras series, haya también intenciones particulares, de la última serie, no quiere decir que la oración de los fieles dé cabida también a intenciones

204 "Conviene que en las preces las intenciones universales obtengan absolutamente el primer lugar". Esta afirmación, que se hace de las preces de Vísperas, vale exactamente igual para la Oración de los fieles de la Eucaristía (IGLH 187). Cf. P. FARNÉS, Roguemos al Señor. Plegarias de los fieles, Barcelona 1996, Introducción, n° 4 y 5, pp. 18-20.

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Al redactar las intenciones, además del peligro de particularismo, o repliegue de la comunidad sobre sí misma, habrá que evitar otros defectos en que suele incurrir la formulación de las intenciones; por ejemplo, el de convertirlas en explicaciones catequéticas, exhortaciones moralizadoras, pequeñas homilías, o complemento de la homilía que se ha tenido y de la que las intenciones se hacen, a veces, no ya discreto eco, sino fatigante repetición. Lo que uno ha de proponerse, al formular las intenciones, no es mentalizar, ni concienciar, ni, menos, hostigar, a nadie (que no son un arma arrojadiza, ni un medio de denuncia); sino facilitar la oración, la intercesión sacerdotal de la asamblea. Para conseguir ese objetivo habrá que evitar hacer las intenciones tan del gusto personal, o grupal, tan "ideológicas", de un signo o de otro, que difícilmente puedan ser acogidas y rezadas por todos. Su formulación se procurará que tenga ese buen decir y esa cierta solemnidad propios del estilo litúrgico; pero, sobre todo, que sea sencilla, clara, concisa, fácilmente entendible, para que la asamblea pueda asimilarlas sin dificultad y hacerlas objeto de oración comunitaria. Los formularios de que se dispone son una ayuda, muchas veces imprescindible, pero ninguno tiene carácter obligatorio, y, normalmente, estarán necesitados de un trabajo de selección, adaptación y complementación, para que las peticiones formuladas "resulten apropiadas a la asamblea litúrgica". Así lo pide la Eucharistiae participationem, y recomienda para ello que se emplee al componerlas una sabia libertad (es decir, una libertad

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que sepa lo que tiene que hacer, que conozca lo que es la oración de los líeles, y no se proponga hacer otra cosa)2"5.

la Oración de los fieles. Esta no puede convertirse, ciertamente, en simple glosa oracional de las lecturas escuchadas, ni en un diálogo con Dios acerca del mensaje de esas lecturas, con olvido de su condición de súplica de intercesión universal207. Pero puede realizar perfectamente esa intercesión universal, sin prescindir de la Palabra escuchada, haciéndose eco de ella, dejando que esa Palabra dé su tonalidad y colorido a las peticiones y las enriquezca e impregne de su novedad208.

Kl enunciado de las oraciones, normalmente, no irá dirigido a Dios, sino a la asamblea. Esas intenciones no son todavía la oración, sino ayuda y materia para la oración que va a hacer la asamblea206. Puede hacerse de una triple forma: a) La completa (Por... para que... Oremos".). Se designan primero las personas o instituciones por las que se va a pedir y se indica luego lo que ha de pedirse para ellas, el objeto o intención de la súplica, b) La parcial primera (Para que... Oremos".). Se señala directamente la intención o el objeto de la petición, en la que van incluidos los beneficiarios de la misma, c) La parcial segunda (Por... oremos). Se señala a los beneficiarios de la petición, sin indicar, al menos expresamente, qué se pide para ellos. En cuanto a la relación de estas intenciones de la Oración de los fieles con la Palabra que acaba de ser proclamada en las lecturas y actualizada en la homilía, cabe decir lo siguiente. En la práctica tradicional, en los formularios antiguos de Oración de los fieles, estos se muestran autónomos en relación con la Palabra proclamada, independientes de ella. Y así sigue ocurriendo en la liturgia bizantina actual: las peticiones de la Oración Universal no hacen ninguna referencia a las lecturas proclamadas. Son peticiones fijas; siempre las mismas. La relación, pues, intenciones-Palabra no es una relación obligada. Pero tampoco hay que absolutizar la historia y decir que es una relación prohibida; ni una relación que haya que evitar como necesariamente peligrosa para 205 Eucharistiae participationem, n. 16, A. PARDO, Enchiridion, Til. "Intentiones quae proponuntur sint sobriae, sapienti libértate et paucis verbis compositae, precationem universae communitatis exprimant": lnstitutio Generalis, edit. tenia, n. 71. 206 Sin embargo, también es conocida en la tradición la llamada forma presidencial de Oración de los fieles (la otra se llama forma diaconal), en la cual es el mismo celebrante el que pronuncia las intenciones, y las dirige directamente a Dios en forma de oración, a la que la asamblea responde Amén. En el libro La Oración de los fieles, del Secretariado N. de Liturgia, son de ese tenor los formularios n. 119,275,353,389,390. Debiera tenerlo en cuenta, para no decir tan absolutamente lo que dice en las Orientaciones Pastorales introductorias, n. 13: "Las intenciones nunca han de dirigirse a Dios directamente".

Parece que una sabia norma pastoral sería esta: ni forzar la relación, buscándola por sistema; ni renunciar a ella, cuando pueda enriquecer la Oración de los fieles, sin cambiar para nada su identidad, es decir, sin impedirle ser intercesión universal. ¿Quién propone las intenciones! Responde así el Misal Romano: "Conviene que sea un diácono, un cantor u otro el que lea las intenciones" (IGMR 47). La normativa es amplia, pero de ella se deduce, con suficiente claridad, que las intenciones las propone uno, no varios; que el más indicado para hacerlo es el diácono209; y que no se piensa en el celebrante para ese cometido. Lo propio de este es introducir y concluir, y, naturalmente, unirse a la asamblea que preside, en la respuesta de oración, cuando no tenga que decir él mismo las intenciones. Sólo cuando no haya quien pueda desempeñar adecuadamente ese servicio, estará justificado que lo haga el celebrante. "De suyo, ha de ser un solo ministro el que proponga las intenciones... la formulación de las intenciones por varias personas que van turnándose, exagera el carácter funcional de esta parte de la Oración de los fieles y resta importancia a la súplica de la asamblea". Hacer intervenir en ese momento a varias personas puede dificultar, más que favorecer, el buen desarrollo del rito y contribuir a oscurecer su verdadero sentido. Por otra parte, un 207 P. FARNÉS, op. cit., n. 6 de la introducción, pp. 20-22; id., art. cit., p.267. 208 L. DEISS, op. cit.. pp. 118-120; id., La Misa, Madrid 1990, p. 55. 209 El diácono lo hacía ya en la antigüedad, y de él recibe nombre esa forma de Oración de los fieles que consiste en proponer las intenciones a la asamblea para que esta las haga objeto de oración comunitaria: forma diaconal. Proponer las intenciones en la Oración de los fieles es, ciertamente, uno de sus cometidos propios. Cf. IGMR 61 y 131.

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proceder así va, ciertamente, contra la práctica tradicional y ecuménica (en la antigüedad las intenciones eran propuestas por uno solo, el diácono, así continúa haciéndose en las liturgias orientales). "Que una procesión de fieles -dice P. Farnés- cada uno con su petición, vaya desfilando oscurece el sentido de esta plegaria". Y aclara que, cuando en una Misa internacional del Papa proponen las intenciones varias personas, no es para que participen más fieles en la plegaria, sino para facilitar que la Oración universal se haga en varias lenguas210. Con todo, no habría que radicalizar la norma hasta el punto de considerar prohibido un modo de hacer, ocasional y excepcionalmente, distinto211. En cualquier caso, será siempre preciso que la lectura de intenciones sea hecha con buena dicción, tenga un ritmo adecuado y respete las pausas necesarias: entre la lectura de la intención y la invitación a orar-"Oremos" o "Roguemos al Señor"-; y, sobre todo, entre la respuesta de la asamblea, y la lectura de la siguiente intención. Una descuidada realización de este momento de la Oración universal puede convertirla en algo ineficaz e irrelevante; quizá sea ese el principal peligro que la amenaza212. 3.- La respuesta de la asamblea es lo más importante de la Oración de los fieles; es la oración de los fieles, propiamente dicha; la "plegaria común". Puede consistir en una breve invocación que se repite después de cada intención, o en un momento de silencio orante (IGMR 47). También podría consistir en una combinación de ambos: formulada la intención, se deja un momento de oración silenciosa y, hecha la invitación, la asamblea dice, o canta, la invocación. Cantar la invocación, es fácil y, ciertamente hace mucho más expresiva y unánime, más intensa, la oración común; acrece su entidad y su fuerza. 210

P. FARNÉS, art. cit., p. 267.

211 De hecho, el Leccionario de 1981 admite esa posibilidad: "Un diácono, o un ministro o algunos fieles proponen oportunamente unas intenciones (OLM 30). P. FARNÉS juzga desafortunada esa novedad del Leccionario; y dice que ha recibido tantas críticas, que parece se suprimirá en próximas ediciones (art. cit., p. 272. nota 38). 212 Cf. J. LUGADAS - J. GOMIS, La Misa dominical, paso a paso, Dossiers CPL 16, p. 45.

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No cabe duda de que una respuesta litánica cobra mucho más valor cuando es cantada. Podría ser esa la principal diferencia en el modo de realizar la Oración de los fieles los domingos y festivos, distinguiéndola de la de los días feriales213. 4.- La oración conclusiva, al igual que la monición-invitación introductoria, corresponde al que preside, que es el que dirige la Oración de los fieles. Él la inicia, con la invitación a orar, y la termina, con la oración conclusiva. "Generalmente basta una breve intervención en la que se pida a Dios que escuche benignamente las súplicas que se han hecho". Pero también cabe darle a esta oración conclusiva "una fisonomía propia", en sintonía con las lecturas que se han escuchado, o la fiesta que se celebra214.

Pedir por los demás en Misa Así podría traducirse, de forma sencilla, lo que hacemos en la Oración de los fieles: pedir, suplicar al Señor; y no, precisamente, o, al menos, no principalmente, por nosotros mismos; sino por la Iglesia y por el mundo, por los demás. Aunque sintiéndonos parte de esa Iglesia y de ese mundo; y pidiendo no sólo por las necesidades lejanas, sino también por las necesidades cercanas, que nos afectan especialmente. La Oración de los fieles no es la oración de los individuos, sino la oración de la comunidad; la oración que hacemos todos y cada uno como miembros

213 En el Cantoral Litúrgico Nacional, de 1993, se encuentran varias respuestas con música, y en el libro La Oración de los fieles, del Secretariado N. de Liturgia, además de casi todas esas respuestas del Cantoral, se encuentra también el invitatorio "Roguemos al Señor", en el tono correspondiente a las respuestas. El canto de la invocación resulta más fácil y espontáneo cuando la invitación a orar es también cantada. De no poderla cantar el mismo que lee las intenciones, podría hacerlo un cantor, aunque sea el mismo celebrante. 214 Es la opción que hace P. FARNÉS, en su libro Roguemos al Señor. Plegarias de los fieles. Para cortar lo que él piensa que puede ser un peligro de desnaturalización de la Oración de los fieles, evita que estas se hagan eco de las lecturas proclamadas, en las intenciones; pero hace resonar el mensaje de las lecturas, en la oración conclusiva, que cada domingo es triple, como triple es el ciclo de lecturas para escoger la que corresponda. Cf. OLM 43.

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de la Iglesia de Jesucristo; una Iglesia toda ella sacerdotal, que se hace visible y se expresa a través de la concreta asamblea litúrgica, que celebra y que reza. No son preces individuales, sino preces comunitarias, "preces comunes".

oración de súplica, si es auténtica, compromete a quien la hace; le fuerza y ayuda a actuar en el sentido de lo que pide. Orar por el prójimo no puede ser una evasiva, una excusa para sentirnos dispensados de hacer lo poco o mucho que podamos por socorrerle en su necesidad. Dice un conocido teólogo: "Hemos de poner atención en que nuestra oración no se convierta en una alegre evasiva... La oración plena es aquella que va acompañada de la disposición de abrazar la propia responsabilidad"218.

La Oración de los fieles es una oración de súplica intercesora; la más importante intercesión universal que realiza el pueblo fiel o Iglesia de Jesucristo cada vez que celebra el memorial de su Señor, al final de la liturgia de la Palabra. Concluye esa liturgia de la Palabra y da paso a la liturgia de la eucaristía. Puede decirse que es fruto de la una, de la Palabra, y preparación de la otra, de la Eucaristía; vínculo o enlace entre ambas215. La Palabra nos "cristianiza", nos hace arraigar en los sentimientos y deseos de Cristo, nos acerca al designio salvador de Dios, al recordárnoslo. Y, antes de responder a la misma con la acción de gracias y la renovación sacramental de la entrega amorosa de Cristo por nosotros "y por todos los hombres", rezamos para que esa salvación se cumpla y alcance realmente a todos. Suplicar al Señor es tanto como reconocer la propia indigencia, la propia incapacidad y apelar al amor fiel de Dios; un Dios que no olvida a sus hijos, que quiere para ellos vida y salvación. Es confesar la humana miseria y la divina misericordia. Y suplicar intercediendo -una de las más elevadas expresiones de la oración de súplica- es recordar ante Dios las necesidades de otras personas y pedirle su ayuda para remediarlas. Es una forma de oración que "se realiza siempre en dirección al prójimo"216, en su favor; como expresión de solidaridad con él y, al mismo tiempo, de comunión con Dios y con su voluntad salvadora217. Solidarizarse con el prójimo y "comulgar con Dios", compartir su designio amoroso, colaborar en su plan de salvación, es decir, comprometerse. La

215 Cf. OLM 30; J. ALDAZÁBAL, La Eucaristía, p. 407s.; L. MALDONADO, Celebrar la Eucaristía, Madrid 1997, p. 45. 216 J. BOMMER, La oración de súplica e intercesión: Conc. 79, 1972, p. 387. 217 "Orar es comulgar con Dios", dice J. M. CABODEVILLA (Discurso del Padre nuestro, Madrid 1971, p. 245).

No se trata de pedir a Dios que haga él lo que debemos hacer nosotros; ni de procurar utilizarlo o manipularlo para que actúe en el sentido que a nosotros mejor nos parezca. Tampoco se trata de tenerle informado y de moverle a actuar en favor de los que sufren. Que todo está presente a sus ojos y, sobre todo, él está amorosa, compasivamente presente, Compañero solidario, allí donde alguien sufre o necesita. Lo dice la Escritura: podrá, quizá, olvidar una madre a la criatura de sus entrañas; pero no puede Dios olvidar a sus hijos (Is 49,15). Se trata de poner ante él, con humilde confianza, nuestra insuficiencia y nuestro amor al prójimo sufriente o en necesidad; y de ponernos en sus manos, en las manos de Dios, dispuestos a escuchar las llamadas que él nos haga. ¿Será escuchada siempre nuestra oración? Por Dios sí (aunque no sepamos cómo, ni qué consecuencias puede tener esa escucha). Pero deberá ser escuchada también por nosotros, atentos a la posible llamada que Dios se digne hacernos a propósito de eso mismo que pedimos. Si, por ejemplo, pedimos por la paz, ¿no nos llamará Dios a mejorar nuestras propias relaciones deterioradas y a ensanchar nuestro corazón, quizá, resentido? Si pedimos por los que tienen hambre, ¿no nos repetirá aquello del Evangelio: "Dadles vosotros de comer"? (Me 6,37). La petición por el prójimo, que nace de la caridad fraterna, ha de alimentar en nosotros esa misma caridad. Bien es verdad que, aunque hagamos lo que podamos por la paz del mundo y por el pan de los hambrientos, seguirá siendo precaria o inexistente en muchos sitios la paz y el pan no quitará el hambre a todos. Porque los hombres seguiremos fallando; y fallará también la naturaleza. Pero el 218 J. B. METZ, Invitación a la oración, Santander 1979, p. 27.

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compromiso de Dios con el hombre permanece siempre; su estar por la paz y por el pan, por la vida del hombre, tiene un nombre: fidelidad. Apoyados en esa fidelidad del Señor, mantendremos constante nuestra súplica, sin desfallecer jamás; seguros de que nuestra oración no es un grito lanzado al silencio, sino un grito, o gemido, que llega al corazón de Dios.

litúrgicas; pero en otros, no; simplemente, son realizaciones menos logradas, menos indicadas para el fin que han de proponerse.

Nuestra oración ha de ir acompañada del necesario trabajo, del necesario actuar, para que esa oración sea auténtica; pero también nuestro trabajo, nuestro actuar, deberá ir acompañado de la necesaria oración, para que sea trabajo, actuar, cristiano: que tenga en Cristo su ejemplo, su estímulo y su fuerza.Hemos de confiar en Dios, como un hijo confía en su padre. Pero hemos de procurar, y pedir, ser hijos adultos y responsables. No nos bastamos a nosotros mismos, y acudimos a Dios. Siempre podemos contar con él. Que él pueda contar también con nosotros219.

Defectos que suelen darse en la celebración de la liturgia de la Palabra Aunque la explicación que se ha hecho de la liturgia de la Palabra ha sido larga y pormenorizada, o quizá por serlo, puede resultar útil añadirle una especie de apéndice, en el que queden recogidos, algunos de los defectos que suelen darse en la realización de esa liturgia de la Palabra. En muchos casos, las realizaciones defectuosas suponen inobservancia de las normas 219 La formulación que se haga de ciertas peticiones da, inevitablemente, una determinada imagen de Dios y de la oración. Habría que cuidar mucho esos formularios. Y. si hay prisa, o no se tiene muy claro lo que se debe pedir, recurrir a la forma incompleta "Por..., loguemos al Señor' (prescindiendo del "para que"...): "por los necesitados"; "por los que pasan hambre", etc. Véanse algunas intenciones que se encuentran en el libro La Oración de los fieles: "Para que socorra a los necesitados"; "para que encuentren ayuda en Dios"; "para que Dios aleje el hambre". Formulaciones así ¿no propician una desfigurada imagen de Dios y un tipo de oración descomprometida? Aunque va mucho más allá (pues, prácticamente, postula salvar los valores de la oración de súplica prescindiendo de ella), resultan muy interesantes, aunque desazonen, las observaciones de A. TORRES QUEIRUGA, en Recuperar la creación, Santander 1996, pp. 247-294. Lo titula Más allá de la oración de petición. Véase, sobre todo, cómo comenta la petición "Para que en Etiopía no pasen hambre, reguemos al Señor", y la propuesta alternativa que hace: "Señor, nos duele el hambre...", pp. 260 y 271.

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La prisa de los lectores. Quizá, el defecto más común y nefasto de cuantos se producen en la proclamación de la Palabra sea ese: la prisa con que se realizan las lecturas. Las palabras y las frases se suceden unas a otras sin pausa ni respiro, se atropellan; y al ahogo del que lee responde el ahogo (o "desconexión") del que escucha, incapaz de asimilar lo que se le dice con ritmo tan precipitado. Habrá que insistir mucho en la superación de este defecto que, por otra parte, no resulta fácil de corregir, al menos cuando se está en los comienzos y es escasa la práctica de leer en la celebración litúrgica. Pero hay otra prisa de los lectores, que antecede al acto mismo de leer; y esta sí que, con un poco de reflexión y voluntad, es fácilmente evitable. Me refiero a la prisa que suelen darse algunos lectores para abandonar su sitio y dirigirse al ambón, sin que aún se haya dicho el "Amén" conclusivo de la oración de entrada. Salir del sitio antes de tiempo, antes de que el "Amén" haya concluido la oración, es estropear la oración y estropear la lectura. Sin esas pausas breves, pero reales, que le son naturales, la celebración pierde mucho de su valor y de su fuerza. No somos autómatas, sino seres humanos, y necesitamos tiempo para situarnos ante las cosas y vivirlas; necesitamos, en este caso, tiempo para caer en la cuenta de a qué acabamos de decir amén y en qué nueva aventura nos vamos a embarcar: la escucha de la Palabra de Dios. También el final de la lectura suele verse afectado por la prisa: leída la última palabra, se dice, sin pausa alguna, "Palabra de Dios" y, sin aguardar a que la asamblea responda, el lector se retira. Da la impresión de que está deseando terminar y que sale huyendo. El "Palabra de Dios" con que termina el lector, es el comienzo de una aclamación que se completa con la respuesta-aclamación de toda la asamblea. Debe decirlo, pues, con decisión y esperar la respuesta de la asamblea, sin moverse del ambón hasta que esa respuesta se haya producido. Comienzo y finales incorrectos. Todavía, de vez en cuando, se sorprende uno con enunciados inapropiados e incorrectos de las lecturas, que hacen pensar más en una clase que en una celebración: "Primera lectura",

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"Segunda lectura". Lo que aparece en los leccionarios con letra roja, antes de las lecturas, está puesto para orientación del lector; no para que este lo haga llegar a la asamblea.

los del presbiterio, los laicos y los clérigos- se pone, por igual, a la escucha de la Palabra de Dios.

Tampoco es infrecuente escuchar al final de la lectura, "Es palabra de Dios" (o "Es palabra del Señor", si se trata del evangelio), en lugar de "Palabra de Dios" (o "Palabra del Señor"). No se trata de una explicación o información -"por si no lo sabíais, os digo que esto que ha sido leído es palabra de Dios, es palabra del Señor"-. Se trata de una aclamación -¡Palabra de Dios!-, que se completa con la respuesta-aclamación del pueblo: "Gloria a ti, Señor". Sobra el "esn. Primeras lecturas hechas por el celebrante. Si sólo ocurriera eso cuando es, realmente, necesario, porque no hay en la asamblea nadie que pueda realzar convenientemente este servicio, nada habría que objetar. Pero ¿no hay también ocasiones en que el presbítero que preside desempeña esa función de lector sin que sea absolutamente preciso, por comodidad, por costumbre, por no tener una idea clara de lo que corresponde hacer a cada uno en la celebración, o no tomárselo suficientemente en serio? ¿No se olvida con demasiada frecuencia la norma conciliar de que "en las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas"? (SC 28; IGMR 58). Proclamar las lecturas no es función presidencial, sino ministerial. Primeras lecturas hechas por presbíteros concelebrantes. Si proclamar las lecturas no es tarea del que preside, tampoco lo es de ningún otro ministro ordenado; es tarea del lector. Cuando no le hay instituido, que viene a ser lo habitual, ese lector o lectora puede ser cualquier miembro de la asamblea que esté capacitado para ello y haya recibido el encargo de hacerlo. El Leccionario habla expresamente de "laicos". Hacer las lecturas que preceden al Evangelio uno de los presbíteros concelebrantes, más que solemnizar la celebración, lo que hace es dar una imagen empobrecida y clericalizada de la asamblea litúrgica. Por el contrario, el hecho de que proclame las lecturas un miembro de la asamblea no perteneciente al clero contribuye a dar una imagen de asamblea viva y participativa, en la que, toda ella, en la diversidad de sus miembros -los de la nave y

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Supresión del salmo responsorial. Tal supresión no se produce, normalmente, porque a la primera lectura siga inmediatamente la segunda, sin nada entre ellas; sino porque el salmo que propone el Leccionario y que, suele estar en relación con la primera lectura, es sustituido por un canto cualquiera, que poco o nada tiene que ver con la lectura escuchada, o con el misterio del día que se celebra. El salmo, o texto bíblico equivalente, desaparece y, en su lugar, se canta "algo", se pone un "canto interleccional", que ya no es respuesta a la Palabra de Dios con su misma palabra. Salmo responsorial sin canto, "dicho" como si se cantara. Hay una forma de "respetar" el salmo responsorial que, más que respetarlo, lo que hace es acabar con él (no en su materialidad, pero sí en su espíritu y en el objetivo que se propone): decirle íntegramente, como una lectura más, tal como está en el Leccionario, sin que el pueblo cante la antífona, pero haciéndosela repetir a lo largo del salmo, entre las diversas estrofas, como si fuese cantada. El Leccionario, al ofrecer el texto del salmo, piensa en su forma de ejecución ideal, que es la que consiste en el canto de la antífona propia por la asamblea y la cantilación de las estrofas sálmicas por un salmista. Comienza este cantando la antífona y la repite la asamblea; continúa el salmista con el recitado o cantilación de las estrofas del salmo y la asamblea intercala entre cada una de ellas el canto de la antífona inicial, a modo de respuesta (salmo con responsum = salmo responsorial). Cuando la antífona es, efectivamente, cantada, no hace ningún problema, y enriquece el salmo. Pero si, en lugar de ser cantada, es "rezada", lo único que hace es entorpecer la escucha del salmo, ya que, más que atender a este, la asamblea estará pendiente de la antífona, para no olvidarla. Por eso, si se hace sin canto de antífona, es mejor que el salmo "se pronuncie todo él seguido, sin intervención de respuestas", o repitiendo la antífona sólo al comienzo y al final, después de que la diga el salmista. Leer el salmo el mismo que acaba de hacer la primera lectura. Aunque haya suficiente número de lectores y pueda leer el salmo alguien distinto del que ha proclamado la lectura, es muy frecuente esa práctica de que sea un mismo lector el que proclame la lectura y haga el salmo. Es una

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II - Liturgia de la Palabra

práctica desacertada. Porque, si el salmo se ejecuta sin cantar la antífona y se encarga de hacerlo el mismo que acaba de proclamar la lectura, hay el peligro de que aparezca todo, lectura y salmo como un todo continuo, indiferenciado, sin relieve propio. No suelen ser tan buenos los lectores como para pasar como conviene de un género de lectura a otro. Suelen hacerlo, más bien, sin respetar la pausa necesaria, y sin variar para nada el ritmo de lectura y, menos, el tono, el volumen, la expresión de voz. En esas condiciones, el salmo fácilmente queda devaluado, convertido en algo así como apéndice irrelevante de la lectura.

preside. En una Misa concelebrada, si no hay diácono, que es el ministro propio de la proclamación del evangelio, esa proclamación debe hacerla uno de los presbíteros concelebrantes, no el que preside. Que tenga él que predicar -esa sí es función que le corresponde- no quiere decir que tenga que proclamar también el evangelio; quiere decir que tiene que escucharlo; y, si hay quien lo proclame, es bueno que "se le vea" escucharlo, uno más con toda la asamblea. Su proclamación no es tarea del celebrante, no es función presidencial.

Si se dispone sólo de dos lectores y hay dos lecturas antes del evangelio, lo mejor es que haga uno las dos lecturas y otro, el salmo. Así se evita un doble peligro: el de indiferenciación entre primera lectura y salmo, y el de indiferenciación entre salmo y segunda lectura, que se daría si fuera un mismo lector el que leyera el salmo y la segunda lectura. Anunciar lo que se va a hacer. Decir: "Salmo responsorial". Como ya se dijo más arriba, ese "Salmo responsorial", escrito en letra roja, no se lee. Es rúbrica orientadora; no texto para leer. El salmista comienza, sin más, cantando, o diciendo la antífona. Confundir lo que es aclamación al evangelio con un canto después de la segunda lectura. El Aleluya no es un canto que siga a la segunda lectura y esté en relación con ella, como el salmo responsorial está en relación con la primera; sino un canto que precede al evangelio y está en relación con él. Es aclamación al evangelio. Por tanto, su canto supone que la proclamación de ese evangelio, de alguna manera, ya ha comenzado (quien lo va a proclamar se ha puesto ya en movimiento). No tiene sentido que, si lo va a proclamar el celebrante, permanezca sentado, esperando que se entone el Aleluya porque ya ha terminado la segunda lectura. No se canta porque ya ha terminado la lectura, sino porque comienza, se pone en marcha, la proclamación (procesión) del evangelio. Si, por algún motivo especial, hubiera que retardar esa proclamación -piénsese en una indisposición momentánea del que ha de proclamarlo- habría que dejar también para más tarde el canto del Aleluya, por muy acabada que estuviera ya la anterior lectura. Indebida proclamación del evangelio por el celebrante, o presbítero que

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Inclinarse ante el sagrario, en lugar de hacerlo ante el altar, para la oración preparatoria al evangelio. Inclinado ante el altar, dice en secreto. La norma litúrgica es clara. El sacerdote que va a proclamar el Evangelio, antes de hacerlo, reza en secreto una breve oración preparatoria, inclinado ante el altar, no ante el sagrario. Y ello es así porque durante la celebración, el signo principal de Jesucristo es el altar. Sobre él estará colocado el evangeliario, si lo hay, para la procesión del evangelio; y también ese evangeliario, es signo o "icono" de aquel cuya palabra contiene. No cantar nunca la aclamación final del evangelio. En demasiadas celebraciones ocurre así, incluso en aquellas más solemnes, en las que hay todo el canto que fuera de desear, y aún más del que fuera de desear. ¿Por qué renunciar a un elemento, bien sencillo, por cierto, y tan importante para dar vida, participación y solemnidad a la celebración, como es el canto de las aclamaciones? Al menos, el canto de la aclamación inicial, "Aleluya", y de la aclamación final, "Gloria a ti, Señor Jesús", no debiera faltar en ninguna Eucaristía dominical (o, al menos, en la de las Eucaristías más solemnes del año). Hacer la profesión de fe siempre con el Credo "breve ". Aunque la profesión de fe esté permitido hacerla tanto con el Símbolo de los Apóstoles como con el Símbolo Niceno-Constantinopolitano, ¿no sería una pena dejar que se perdiera este último sólo porque resulta un poco más largo y menos asequible? ¿No debieran tenerse en cuenta sus diez siglos de uso en las iglesias de Occidente (bastante más en las de Oriente), su condición de texto que ha dado lugar a las más grandes creaciones musicales y, sobre todo, su condición de único Credo universalmente utilizado por todos los cristianos, protestantes, ortodoxos y católicos, occidentales y orientales?

I7H

Celebrantes que no ejercen de tales en la Oración de los fieles. En algunas celebraciones, contra toda norma y toda lógica litúrgica, introduce y concluye esta oración un miembro de la asamblea distinto del celebrante, del que preside; normalmente, un seglar. Sin duda, el nombre, anacrónico, de esta oración juega una mala pasada a algunos, pues les induce a traducir la palabra "fieles" por "seglares" o "laicos". Es una gran equivocación; pues "fieles" no dice aquí otra cosa que bautizados. Como queda clarísimo en el primer documento eclesiástico que se refiere a esta oración -el de san Justino, del siglo II-, los catecúmenos sólo participaban en ella cuando dejaban de serlo, porque recibían el bautismo y se hacían así cristianos de pleno derecho, miembros del pueblo sacerdotal de Cristo: fieles. Sólo a ellos correspondía participar en una oración que es la intercesión sacerdotal del pueblo de Dios en favor de todos los hombres; como sólo a ellos correspondía participar en la liturgia eucarística, que, por lo mismo, era llamada "Misa de los fieles". Los catecúmenos podían participar en la primera parte de la celebración, pero tenían que salir antes de comenzar esta otra: la Oración y la Misa "de los fieles". La Oración universal es llamada, pues, "Oración de los fieles" por la misma razón que la liturgia eucarística ha sido llamada "Misa de los fieles". La palabra "fieles" no se opone aquí a clérigo, a celebrante, a ministro ordenado, sino a catecúmeno, o no bautizado. Al no tratarse, en la oración de los fieles, de una oración devocional dentro de la Misa, sino de una importante oración litúrgica -más antigua que las tres llamadas oraciones presidenciales-, es normal que quien haga la invitación a orar y la oración conclusiva, en esta oración universal, sea el que preside la asamblea litúrgica. El presidente que delega esa función en otro miembro de la asamblea, sea seglar o clérigo, no está haciendo todo lo que le corresponde. También hay que decir, por el contrario, que el que, sin ser necesario, hace él mismo el enunciado de las intenciones no está haciendo sólo lo que le corresponde.

-IIILITURGIA EUCARÍSTICA

"Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación, por Cristo, Señor nuestro ". "El cual, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya. Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica ".'

CELEBRAR EL MEMORIAL DEL SEÑOR Y COMULGAR SU CUERPO A continuación de la liturgia de la Palabra, viene la liturgia eucarística, la liturgia del sacramento. No se trata de una relación de continuidad puramente externa (porque ha coincidido así), sino interna (porque no puede ser de otra manera). La Palabra lleva al sacramento y se completa en él. El encuentro salvador con Jesucristo, que tiene lugar ya en la proclamación de la Palabra, alcanza plenitud en la celebración del sacramento, que proporciona una presencia del Señor más densa y visible, más encarnada. "La mesa de la Palabra -dice Juan Pablo II- lleva naturalmente a la mesa del Pan eucarístico"2. La Eucaristía comporta esa doble mesa: la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo de Cristo. Como los discípulos de Emaús, también nosotros necesitamos de las dos mesas para que nuestro encuentro con el Señor sea completo. Y, en efecto, cuando Cristo nos congrega para la Eucaristía o "banquete pascual de su amor", no sólo "nos explica las Escrituras", sino que "parte para nosotros el pan"3. Puesto a darse, el Señor se nos da cuanto puede, se nos da del todo y, confirmando su donación primera (Encarnación), en cada liturgia eucarística la Palabra se hace carne, pan de Eucaristía, Cuerpo del Señor.

2 Carta Apostólica Dies Domini, 31 de mayo de 1998, n. 42. 1 Prefacio común IV y I de la Sma. Eucaristía

3 Plegaria eucarística V.

IH2

/// - Liturgia eucarística

1.a liturgia de la Palabra, que tiene dentro de sí mismaelementos de respuesta (salmo responsorial, profesión de fe, oración universal), encuentra, en su conjunto, la mejor respuesta en la liturgia eucarística: la respuesta de la alabanza y de la acción de gracias, la respuesta de la ofrenda sacrificial de Cristo y con Cristo, la respuesta de la súplica epiclética (o invocatoria del Espíritu), la respuesta, en fin, de la comunión en el cuerpo del Señor, que nos compromete y capacita para encarnar en nuestra vida la Palabra escuchada, en seguimiento de aquel que es la Palabra misma encarnada. Serán los temas de que nos ocupemos en esta introducción catequética: de la Eucaristía como acción de gracias; de la Eucaristía como ofrenda sacrificial; de la Eucaristía como invocación del Espíritu; de la Eucaristía como comunión del Cuerpo del Señor; y, como paso previo para poder comprender en su verdadero sentido esas realidades, de la Eucaristía como repetición de la Ultima Cena.

EUCARISTÍA Y ÚLTIMA CENA En la Eucaristía no celebramos, propiamente, la última Cena; celebramos la muerte y resurrección, el misterio pascual del Señor. Pero lo hacemos repitiendo los gestos y palabras de Jesús en la última Cena4. Conocer, pues, el sentido y alcance de los mismos resulta imprescindible para comprender lo que es la Misa y, concretamente, la liturgia eucarística. Al fin y al cabo, esta, en su realidad más esencial, no es otra cosa que el cumplimiento del mandato del Señor en aquella Cena: "Haced esto en conmemoración mía". "Esto": ¿tomar un trozo de pan y decir 'Esto es mi cuerpo'; coger una copa de vino y decir: 'Esta es mi sangre'? Ciertamente, olvidar esos gestos y palabras sería dejar sin lo más nuclear y decisivo la última Cena; pero quedarse con esos gestos y palabras, aislados del resto de la Cena, sería

4 Nuestra Misa procede, principalísimamente. de aquella Cena, y a ella debe su estructura básica (cf. R. CABIÉ, La Misa, sencillamente, Dossiers CPL 63, Barcelona 1994, p. 18 ss.). No se olvide que uno de los nombres que recibe en el Nuevo Testamento la Eucaristía es , precisamente, Cena del Señor (1 Co 11,20).

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empobrecerlos y hacer que se parecieran demasiado a acciones mágicas. Esos momentos de la Cena no han de verse aisladamente, separados de lo demás, sino integrados en el conjunto de la misma, que, en cuanto banquete festivo judío, tenía, toda ella, un sentido religioso y de oración. Y, si esos momentos más conocidos de la Cena han de verse integrados en el conjunto de la misma, esta en su totalidad, ha de verse a su vez, no aisladamente, sino formando parte de la larga serie de banquetes celebrados por el Señor, antes y después de esa Cena (banquetes pre y post-pascuales)5.

El banquete en la predicación y en la vida de Jesús En continuidad con el Antiguo Testamento, que, para hablar de la plenitud futura, obra del poder salvador de Dios, se sirve de la imagen del banquete6, Jesús para anunciar el Reino de Dios, verdadero centro de su vida y de su misión, dio cabida al banquete en su predicación y sus parábolas7; pero se la dio, sobre todo, en su vida: compartió mesa con las gentes más diversas y, muy especialmente, con los pecadores, los descreídos, los marginados, los excluidos. Los fariseos no inventaban nada ni mentían cuando decían de Jesús: "Este acoge a los pecadores y come con ellos" (Le 15,2; Me 2,13-17...).

5 "Las Teologías recientes... consideran la cena eucarística no como un hecho aislado, sino muy en relación con todas esas comidas anteriores o posteriores que jalonan la actividad tanto del Jesús histórico como del Señor resucitado... La "Última Cena" es el último eslabón de una larga serie de reuniones en torno a la mesa antes de Pascua y el primero de otra serie postpascual": L. MALDONADO, Eucaristía en devenir, Santander 1997. p.62-63. Cf. R. AGUIRRE, La Cena de Jesús: Historia y sentido, Madrid 1986, pp. 19 y 29; X. BASURKO, Para comprender la Eucaristía, Estella (Navarra) 1997, pp.32 y 43; .1. JEREMÍAS, Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1974, pp.335-336. 6 Recuérdese, como ejemplo clásico, el de Is 25, 6-8: "El Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera...". 7 Parábola del gran banquete, o de los invitados a la boda (Le 14, 16-24; Mt 22, 2-14). Ver también Mt 8,11; Le 13,29; Le 22,28.

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/// - Liturgia eucarística

Así como el bautismo de penitencia fue la acción simbólica más característica de Juan el Bautista en el anuncio de un Reino de Dios que llegaba como juicio, el banquete comunitario y festivo fue la imagen que Jesús prefirió para hablar de un Reino de Dios que llegaba como gracia y salvación; y fue, sobre todo, la acción simbólica que le gustó practicar para expresar la cercanía y el gozo de ese Reino que se ofrecía en gratuidad a todos.

que compartir comida, e incluso que compartir amistad; era compartir la fe y la salvación de Dios: la comida que se comía era una comida bendecida; y en ese sentido, sagrada; una comida en la que se reconocía como anfitrión principal al mismo Dios"12. "Toda comunidad de mesa es para un oriental garantía de paz, de confianza, de fraternidad; comunidad de mesa significa comunidad de vida. Para un oriental está claro que, admitiendo a pecadores y marginados a la mesa, Jesús les ofrece salvación y perdón. Por eso reaccionan violentamente los fariseos"13.

Jesús comparte mesa con los pecadores Fue la suya una "comensalidad abierta"1*, en la que nadie quedaba excluido y los "excluidos" tenían un lugar privilegiado. Compartir la mesa con los demás, sin excluir a nadie, era para Jesús compartir el gozo de un amor y una salvación de Dios que tampoco excluye a nadie y, porque a nadie excluye, busca y se acerca de modo especial a los que son excluidos por los demás y se sienten excluidos a sí mismos. Otorgándoles a estos comensalidad, Jesús "les otorgaba la amistad, la dignidad y el perdón de Dios"y; hacía ver que también ellos tenían parte en los bienes mesiánicos del Reino. AI compartir banquete con ellos, Jesús les estaba ofreciendo su paz, su perdón, su confianza, su amistad; les estaba haciendo palpable la ternura y la cercanía amorosa de Dios, que no los rechazaba, sino que les ofrecía reconciliación generosa y comunión gratuita. Era como manifestar, con una acción profética, que el Reino de Dios venía también para ellos y se les ofertaba en la persona de Jesús10. "Por orientales y por antiguos, los hombres con quienes vivió Jesús poseían todavía intactos los valores de la comensalidad"". Esta era bastante más

8 Tomo la expresión de L. MALDONADO, op.cit., p.65. que remite, para ampliación del tema, a J.D. CROSSAN. Jesús: vida de una campesino judío, Barcelona 1994, y a R. AGUIRRE, La mesa compartida..., Santander 1994, pp. 58-131. 9 O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, La entraña del cristianismo, Salamanca 1997, p. 466. 10 Cf. J.L. ESPINEL, La cena del Señor, acción profética, Madrid 1976, p.33; X. BASURKO, Para comprender la Eucaristía, p.39. 11 J.L. ESPINEL, op.cit., p.30.

Al solidarizarse hasta ese punto con los marginados, Jesús se estaba "marginando" a sí mismo; al comer con los "pecadores", estaba infringiendo la ley de su pueblo y haciéndose "impuro"14. Alguien ha llegado a decir (y en este contexto se entiende perfectamente) que "Jesús fue crucificado por la forma en que comía"15.

Jesús, anfitrión de la multitud Junto a esas comidas en las que Jesús comparte mesa en calidad de invitado, hay otras en las que aparece como el que invita, o el anfitrión del banquete. Debe destacarse entre ellas la "multiplicación de los panes", que es referida por los cuatro evangelistas y por dos de ellos, doblemente (Me 6,30-44; 8,1 -10 y paralelos), lo que da idea de la profunda impresión que debió dejar en los discípulos el núcleo histórico que sustenta los relatos. Jesús da de comer a la multitud allí donde podía hacerlo un predicador itinerante, como él: al aire libre. Por lo demás, son notorios los parecidos que presentan estos relatos con los de la última Cena (proximidad de la Pascua, al atardecer, recostados los comensales). Como allí, Jesús toma los panes, levanta la mirada al cielo, los bendice, los reparte. El significado fundamental que contienen estos relatos es el de la abundancia de los tiempos definitivos

12 Cf. L. MALDONADO, op.cit., p.64-65. 13 J. JEREMÍAS, La derniére cene. Les paroles deJésu, París 1972, p.243. 14 Cf. E. SCHILLEBEECKX, Jesús, la historia de un viviente, Madrid 1981, p. 192-193. 15 Le atribuye la frase a J.J. Karts, L. MALDONADO. op.cit., p.63.

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(escatológicos), la abundancia de los dones de Jesús16. "El punto central del relato no es tanto el "milagro", cuanto la admirable abundancia que se da cuando Jesús invita a la mesa"17. Jesús da con profusión. Se realiza, se cumple en él la abundancia anunciada, la plenitud del Reino. El pan multiplicado es importante porque quita el hambre corporal, pero, sobre todo, porque es signo revelador del que lo da, y ayuda a descubrirlo como el verdadero pan del cielo, el verdadero pan de Dios, que da vida al mundo (Jn 6,26-27.32-40.49-59).

Las comidas de Jesús con sus discípulos Para los discípulos que seguían de cerca a Jesúsy le acompañaban en sus viajes y trabajos por el Reino, la comunidad de mesa con él formó parte de lo cotidiano y fue, sin duda, medio de intimar con él, de profundizar la amistad, de experimentar y expresar la alegría del Reino. Una vez reconocido Jesús como Mesías, el compartir banquete con él tuvo que ser para los discípulos una gozosa experiencia, que les hacía sentirse partícipes del Reino que anunciaba y hacía presente Jesús y, al mismo tiempo, asociados a su tarea, "invitados a incorporarse de un modo activo a la misión de Jesús"iS. Su convivencia con Jesús fue una convivencia gozosa y.feliz, que tuvo sus momentos más expresivos en esas comidas compartidas con él: en la "comunidad de mesa festiva". No podían estar tristes, ni ayunar, porque gozaban de la presencia del Mesías del Reino y, por tanto, de la salvación que se hacía presente y se ofertaba en él. Lo contrario hubiera sido como estar reunidos en una boda y ayunar, en lugar de festejar. Ya les faltaría Jesús y entonces "ayunarían": quedarían tristes hasta perder las ganas de comer, ayunarían como expresión de esa tristeza (Me 2,19).

16 Cf. X. BASURKO, Para comprender la Eucaristía, p.41; ID., Compartir el pan, p.65. 17 E . SCHILLEBEECKX, Op.CÍt., p. 1 9 4 .

18 X. BASURKO, Para comprender la Eucaristía, p. 18.

/// - Liturgia eucarística

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Una comida especial: la Cena de despedida Hubo una comida de Jesús con los suyos, que tuvo un carácter y una importancia del todo especial, porque se celebró, precisamente, como comida de despedida. Marcó el final de una etapa y el comienzo de otra: acababan las comidas con el Jesús terreno y se anunciaba la comida con ese mismo Jesús, pero en el Reino venidero. Entre las unas y la otra, estarían las comidas del Resucitado con los suyos, que darían pie para esa afirmación convencida y gozosa de los Apóstoles:"Hemos comido y bebido con él, después que resucitó de la muerte" (Hch 10,41). La última cena, la última comida que ha tenido con los suyos Jesús en su vida mortal, es continuación y remate de las comidas anteriormente celebradas con ellos. Bajo el signo de la comunión de mesa con él, Jesús ofrece la salvación divina. Eso es cualidad común de las comidas que compartió a lo largo de su ministerio, y lo es también, y de un modo especial, de la comida postrera, de la última cena. Esta ha de ser vista, pues, en continuación con las anteriores; aunque destaca, ciertamente, y emerge sobre todas ellas, por última y por la plenitud de significado que Cristo quiso conferirle, al identificar el pan y el vino con su propia persona y dar a los Apóstoles la orden de repetir la celebración como memorial suyo. Adentrémonos ya, con respeto y veneración, en esa realidad, rica y compleja, de la última Cena; o, al menos, asomémonos a ella, tratando de descubrir algo de su misterio y de su denso significado. Nos hablan expresamente de ella, dándonos el llamado "relato de la institución de la Eucaristía", es decir, los gestos y palabras de Jesús sobre el pan y el vino, cuatro pasajes del Nuevo Testamento: tres, de los evangelios sinópticos -san Mateo, san Marcos y san Lucas- y el otro, de la primera Carta a los Corintios, de san Pablo (Mt 26; Me 14; Le 22; 1 Co 11). Entre ellos se dan semejanzas y desemejanzas, de acuerdo con sus peculiares concepciones teológicas y con las prácticas litúrgicas que reflejan; pero transmiten todos una tradición antiquísima que nos acerca al hecho histórico de la Cena y nos da su contenido esencial.

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