Etienne, Robert - La Vida Cotidiana en Pompeya

December 27, 2016 | Author: quandoegoteascipiam | Category: N/A
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ROBERT ETIENNE - LA VIDA COTIDIANA EN POMPEYA Traducción del francés por JOSE ANTONIO MIGUEZ Con dos not...

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R O B E R T E T IE N N E

LA VIDA COTIDIANA EN

ROBERT ETIENNE

LA VIDA COTIDIANA EN

POMPEYA Traducción del francés por JOSE ANTONIO MIGUEZ Con dos notas de A. GARCIA Y BELLIDO

C----(« O *

JL

TOLLE, LEGE

AGUILAR

ROBERT ÉTIENNE

-

LA VIDA COTIDIANA EN POMPEYA Traducción del francés por JOSE ANTONIO MIGUEZ

Pom peya atrae todos los años millones de turistas; em pero, visitantes de urgencia o mal inform ados, corren el riesgo las más de las veces de desconocer su verdadero rostro. Deslumbrados por el esplendor de sus pinturas muráles, olvidan el destino miserable de esta pequeña ciudad provinciana, asolada por el terrem oto del 5 de febrero del año 62 y que, parcialm ente reconstruida, entró en la eternidad bajo un sudario de cenizas el 24 de agosto del año 79. R obert ETIENNE, aprovechando los resultados de excavaciones ya seculares y utilizando más de once mil inscripciones, trata de dar una visión to tal de la historia de la ciudad. Vuelve a resucitar así la vida cotidiana de una población en la que se mezclan las razas, en la que se oponen las clases sociales y en la que todos disfrutan de los beneficios de la civilización rom ana, robustecida con la savia campania e injertada en una raíz griega. Tom a el pulso de un m undo de los negocios en el que la escala de las fortunas es m odesta y no oculta las miserias de un m undo del trabajo en el que no ha desaparecido, sin embargo, la esperanza de uña ascensión social. Sigue a los ricos y a los pobres en sus casas o cam aranchones, los acom paña en los templos o en las term as y los encuentra-de nuevo en las gradas de los teatros y anfiteatros. Pom peya se aparece entonces como una ciudad de piedad tan to com o la ciudad de la felicidad, dé una felicidad llena d i vitalidad exuberante, de ostentación y de hum or m ordaz, domo una ciudad en la que es posible burlárse del prójim o, del ejmperador e incluso de los dioses.

Esta obra ha sido publicada originariamente en francés, por la Librairie Hachette, de París, con el titulo de LA VIE QUOTIDIENNE À POMPEI

D e p ó s it o

©

A göilar, S. A.

de

E

legal.

M. 29175.— 1970.

L ib r a i r i e H a c h e t t e , 1 9 6 7 .

d ic io n e s ,

Juan Bravo, 38, Madrid (España), 1971.

Printed in Spain. Impreso en España por Ediciones Gráficas, Paseo de la Dirección, 52, Madrid, 1971.

A MI HIJO ROLAND EN RECUERDO DE NUESTRA VIDA COTIDIANA EN POMPEYA, EN AGOSTO DE

1962

F ig ,

1.

Adorno de situla en bronce de la casa de Menandro (según A. M a i u r i : Casa del Menandro, fig. 168, pág. 437).

ADVERTENCIA DEL AUTOR

Este libro nació de la amistosa insistencia de M. Jérôme Carcopino. Nuestro maestro, a quien debemos ya mucho, tiene derecho, una vez más, a toda nuestra afectuosa gratitud. En Pompeya, trágicamente desaparecida el 24 de agosto del año 79 de J. C., la vida se petrificó al final de esa mañana en la que toda una población se entregaba a sus ocupaciones habituales. Parece fácil y legitimo volver a poner en movimien­ to esta ciudad, hoy en día explorada en sus dos terceras partes, y dar a conocer sus trabajos y penalidades, sus alegrías y sus juegos. Pero Pompeya no debe ser confundida con Herculano ni con Estabia. Sin atribuir al puerto pompeyano una categoría casi internacional, debe comprenderse, sin embargo, que. las otras dos aglomeraciones de la Campania son esencialmente ciu­ dades de ocio y de residencia y que su vida cotidiana difiere sensiblemente de la de Pompeya. Se aceptará, pues, de buen grado que nos hayamos pro­ puesto tan solo el descubrimiento del universo pompeyano para aprehender, mejor su alma. Febrero de 1965.

RESUMEN BIBLIOGRAFICO Una bibliografía sobre Pompeya exigiría un volumen. Nos vemos obligados, pues, a enviar al lector a las indicaciones de las notas, en las que están señalados los libros y artículos esenciales.

PRINCIPALES ABREVIATURAS A .Í.I.N ............................. Annales E.S.C............... A .E .................................... A .I.P h......................... A th ............... .......... ... B.C.H. .,........................ B.E.F.A.R........................ B.S.A . F.........

..........

C.I. L ........................ D. A ................................ jF.A.................................... I.I...................................... I.L.S........................... ... l.G ..................................... J.R.S. ... ..................... J.S......................... ... ... M .A .A .R .......................... M .E.F.R........................... M .S.A.F........................ . N .S .A ............. ... ... ... P-P................................... Κ ·Α ................................... R .A .A .N ....................... ............ ..................... R .E .A ............................... R'E.L................................ R J-C ................................. jR.M...................................

R .N ...................................

Annali dell’lstituto Italiano di Numismática. Annales. Economies, Sociétés, Civilisations. Année Epigraphique. American Journal of Philology. Athenaeum. Bulletin de Correspondance Hellénique. Bibliothèque des Ecoles Françaises d’Athènes et de Roma, Bulletin de la Société Nationale des Antiquai­ res de France. Corpus Inscriptionum Latinarum. Daremberg, Saglio, P ottier,,. Dictionnaire des Antiquités. Fasti Archeologici. Inscriptiones Italiae. Dessau... Inscriptiones Latinae Selectae. Inscriptiones Graecae. Journal of Roman Studies. Journal des Savants. Memoirs of the American Academy in Rome. Mélanges de l'Ecole Française de Rome. Mémoires de la Société Nationale des Anti­ quaires de France. Notizie degli Scavi di Antichità. La parola del Passato. Revue Archéologique. Rendiconti della Accademia di Archeologia, Lettere e Belle Arti dl Napoli. Real'Encyclopädie der klassischen Altertums­ wissenschaft. Revue des Etudes Anciennes. Revue des Etudes Latines. H. M attingly, E. Sydenham... Roman Impe­ rial Coinage, Römische Mitteilungen. Revue Numismatique.

INDICE G EN ER AL

IN D IC E G E N E R A L Pág,

A d v e r t e n c ia d e l a u t o r

ix X

P r in c ip a l e s a b r e v ia t u r a s

LIBRO I Catástrofes y resurrecciones Cap.

I.— L a s c a t á s t r o f e s

3

JEl terremoto del ? de febrero del año 62, pág. 3.;—La ciudad se roconstru. ÿè (62-79), 5.·—Medidas administrativas excepcionales, ó.—Técnicas nuevas de construcción, 7.—Inconclusión de la reconstrucción pública, 8.-—Esfuerzo de reconstrucción, 9.—Dificultades de los particulares, 10.·—La erupción del Vesubio del 24 de agosto del año 79: El reportaje de Plinio él Joven, 13.·— Sus límites, 18. -Naturaleza del Vesubio, 19.—Estratigrafía de los materia­ les volcánicos, 20.—Historia verdadera de la erupción, 22.—Vaciado de los cuerpos, 26.—La agonía de los pompeyanos, 26. C ap.

Π .— L a s r e s u r r e c c i o n e s ............................................................................................................... 3 2

Pompeya, condenada y olvidada, pág. 32.—1. La caza de los tesoros (801860): Ficciones..., 33.—... y ocasiones perdidas, 34.—Direcciones desordena­ das, 35.-—Francia ante los nuevos descubrimientos, 36.·—El papel de Winckel­ mann, 39,—Aceleración de las excavaciones, 41.—Lentitud de las excavacio­ nes, 42.—2. La era de la ciencia: Giuseppe Fiorelli y el establecimiento de un método científico, 44.—-De Michele Ruggiero (1875-1893) a Vittorio Spinazzola (1910-1924), 46.·—Michele Ruggiero, 46.—Giulio de Petra, 47.—Ettore Pais, 49.—-Antonio Sogliano (marzo de 1909-finales de 1910), 51.—Vittorio Spinazzola, 52.—Amedeo Maiuri. A) 1924-1941: Calle de la Abundancia, 55. Plaza del Anfiteatro y Gran Palestra, 56.—Villa de los Misterios, 56.—Pozos y canalizaciones, 56.—Aislamiento de la muralla, 57.—Complemento de ex­ cavaciones de la región VIII, 57.—Excavaciones estratigráficas, 58.—Restau­ ración, 60.—B) 1941-1951, 60.—C) 1951-1961: Excavaciones de las regiones I y II, 61.—La limpieza de los escombros seculares, 62,—Deseos, 62.

LIBRO II Actividades y hombres Cap.

67

I .— E l p e s o d e l p a s a d o

1. Pompeya. griega por primera vez, antes del 524: Pompeya osea, pág. 68.— El templo dórico, 68.—El culto a Apolo, 69··—2. Pompeya etrusca (524-474): Cronología, 70.—Victoria de Cumas, 71.—Aportación etrusca, 71.—3. Pom­ peya griega por segunda vez (474-424), 72.—El debate, 73.—La fortificación de Pompeya, 74.—La región VI, 75.—4. Pompeya samnita (424-89): Conquis­ ta, 76.—Cronología, 77.—Primera intervención romana, 80.—-El Estado ro­ mano-capuano, 81.—Dominación romana, 82,-—Influencia capuana, 83.—Fide­ lidad a Roma de la Campania frente a Pirro, 83.—-Solo Pompeya no traiciona a Roma frente a Aníbal, 84.—Fortificación, 85.—Extensión de la ciudad, 87. 5. Pompeya romana: Ager Campanus, 89.—Probletaa de las tierras, 90.— ΧΠΙ

La insurrección de los pompeyanos, 91.—Sitio y derrota de la ciudad, 91.— Cicerón y Pompeya, 92.—La refriega del año 59 de J. C., 93.—El legado del pasado, 94.

Ca p .

II.— F ie b r e e l e c t o r a l .............................................................................................. Fidelidad a los emperadores, pág. 95.—Culto imperial, 96,—Popularidad de Nerón, 98-—Favor de Vespasiano, 99.—Humor político, 99.—Las institucio­ nes municipales: Instituciones samnitas, 100.—Municipio y colonia, 101.— Quinquennales, 102,—Funciones de los magistrados, 102.—Foro, 103.·—Comi­ tium, 105.—Curia, 105.—Mensa ponderaría, 106.—Basílica, 106.—Consecuen­ cias del incidente del año 59, 107.·—Colegios, 108.—“Ordo et populus”, 109. Las campañas elector-ales: Propaganda electoral, 110.—Cartel electoral, 111, Candidaturas de lista completa o candidaturas aisladas, 111.—Cualidades del candidato, 112.—Los patrocinadores de las elecciones, 114.—Papel de las gentes del barrio, 115.—-Las corporaciones, 115.—Las agrupaciones re­ ligiosas y culturales, 116-—“Cabarets” y elecciones, 117.—Las mujeres y las elecciones, 117.—Un candidato popular, 118,—Vigilancia electoral, 118.— Cronología electoral, 119.—La puerta estrecha, 121.

95

C ap.

III.— E l m u n d o d e l o s n e g o c i o s ...................................................................... El mundo agrícola: Paraíso agrícola, pág. 123.—Vino, 124.—Aceite, 128.— Cereales, 128.—Cría de ganado, 129.—Jardinería, 129.—El mundo de la indus­ tria: Industrias alimenticias, 130.—Industria textil, 136.—Fábrica de curti­ dos, 141.—Construcción, 141.—Cerámica, 141.—El mundo del comercio: Pom­ peya, emporio comercial, 142.—Puerto de Pompeya, 142.·—Exportación de vino, 144.—Exportación de tejas, 146.—Diáspora pompeyana, 146.—Relaciones con el A sia..., 147.— ... la Numidia, 148.—Atracción..., 149.—Importaciones de productos extranjeros, 151.·—Comercio de la lana al por mayor, 152.— El mundo de la banca: Las cartas de pago de L. Caecilius Jucundus, 155.— Las estructuras sociales: Composición étnica, 161.—Nada de revolución so­ cial, 163.—Persistencia del gran dominio, 165.—-Extensión de la propiedad pompeyana, 166.—Tipos de propiedad y de propietarios, 167.—Equilibrio so­ cial, 170.—Concentración de la propiedad, 171.—Arrendamiento, 171.— ¿Re­ volución industrial?, 172.—Lugar de los libertos, 173.—No hay clase inde­ pendiente de libertos, 174.

123

Cap.

IV.— E l m u nd o d e l trabajo ................................................................................. Mano de obra agrícola: La viña, pág. 178.—Aceite, 179.·—Cereales, 179.— Legumbres, 180.—Frutas, 180.—Cría de ganado, 181.—Mano de obra indus­ trial: Alimentación, 181.—Vestido y curtido, 181.—Construcción, 182.—Ma­ dera, 182.—Metales, 182.—Mano de obra comercial: Mercado, 183.—“Forum holitorhim”, 183.—Buhoneros, 184.—Tiendas, 186.—Transportistas, 190.—Es­ clavos, 191·—Trabajadores libres, 193.—Circulación monetaria, 194.·—Escala de precios de algunos artículos, 196.—Coste de la vida, 197.—Tesoro de Boscoreale, 199.·—Beneficio agrícola y coste de una propiedad, 200.

178

Ca p.

V.— P r e se n c ia d e lo s a g r a d o .......................................................................... Triada Hércules-Baco-Venus, pág. 203.—Triada capitolina, 209.—Origen del culto a Isis, 211.—Zeus frigio, 218.—¿Criptocristianos?, 220.·—-Culto impe­ rial, 222.—La Villa de los Misterios no es el local de una secta, 229.—Una ciudad piadosa, 235.

202

LIBRO III Placeres y juegos C a p.

I.— C a s a s y j a r d i n e s .........23 I. Los elementos de la casa pompeyana: Vestíbulo, fauces y puerta de en­ trada, pág. 240.—“Atrium”, 241 .—“Tablinum y alae”, 242.—Habitaciones en torno al atrio, 242.·—Jardín-peristilo, 243.—Habitaciones, 243.—Comedor, 243. ‘'Triclinia*' al aire libre, 244.—“Oeci”, 245.—“Exedra”, 245.—Cocina, bafios y cuartos de desahogo, 745.—Piso, 246.—II. Una casa de ciudad: La casa de Menandro: El recinto señorial en torno al atrio, 247.—... en torno al pe­ ristilo, 249-—Baño, 250¡—-Recinto rústico y servil..., 251·—AI Sur, 251.—AI Este, 252,—A l Oeste, cocina y almacenes, 252,—III. La Villa de los Mis te XIV

rios, tipo de villa suburbana: Situación, ?¡53.—Plano general, 254.—Habita­ ciones del atrio, 254.—La parte señorial en torno al atrio, 256.—El atrio tetrástilo y el baño, 259.·—Habitaciones señoriales en torno al peristilo, 259. El patio de las cocinas, 260.—El criptopórtico, 260.—El recinto rústico y servil, 261,—Los establecimientos agrícolas, 261.—-IV. Las revoluciones ar­ quitectónicas: Revolución arquitectónica en la ciudad, 262.—Papel del peris­ tilo, 263.—V. Jardines y fuentes: Significación del jardín, 266.—Plantas de jardín, 266.—Arquitectura de los jardines, 267.—Agua, 267.—Fuentes, 268.— Animales, 269.—VI. Mobiliario y vajilla: Rareza del mobiliario, 269.—Vajilla de plata, 271.

Ca p .

II. — E l u n i v e r s o d e l a p i n t u r a p o m p ey a n a ........................................... Técnica de la pintura: ¿Fresco o pintura a la encáustica?, pág. 277.—La verdadera técnica: caí saponificada, 278.—Cronología de la pintura: Mau..., 2179.·—... y su gramática de los estilos, 280.—Vitruvio y la imitación de lo real, 282.—El gusto pervertido, 283.—La verdadera revolución: el cuadro, 284. Las dos fases de la pintura decorativa, 284.·—Primacía de la arqueología, 285.—Error de Mau..., 286.—... y de Maiuri, 287,—Los pintores de Pompe­ ya, 287.—Ilusión de lo real, 289.—Elección en lo real: los “topia”, 290.— Exotismo, 291.—Mezcla de lo humano y lo divino, 291.—El retrato..., 292.— ... académico, 292.— ... y verdadero, 292.—Naturaleza muerta, 293.—Esce­ nas de la vida cotidiana, 294.—Educación de príncipe, 295.—Educación clá­ sica, 296.—Teatro, 296.—El ciclo homérico, 296.—Religión, 297.—Política y moral, 297.

C a p . III.— C a l l e s d e l o s v iv o s , c a l l e s d e l o s m u e r t o s .......................... La red de calles, pág. 299.—Calles y aceras, 300.—Dimensiones, 301.—Deno­ minaciones, 301.—La calle y el agua, 302.·—Calles y tráfico, 304.—Bobos y mendigos, 308.·— Músicos ambulantes, 309.—Otros tipos de calles, 309.— Calle y política, 310.—Calle y religión, 310.—La calle, mensajera de amor, 311,—Tumbas y jardines, 313.·—Tumbas y vida social, 314.—Otras necró­ polis, 322. C a p . IV .— E d u c a c ió n y c u l t u r a ..................................................................................... El bilingüismo en Pompeya, pág. 325.—Escuelas y maestros de escuela, 327. “Discentes”, 329.—Escuela técnica, 330.-—Nada de enseñanza superior, 330.— Escribientes, 331.—El latín de Pompeya, 332.—Gran Teatro, 333.—Odeón o teatro cubierto, 337.—Obras de teatro, 338.·—Mezcla de géneros, 339.—A c­ tores, 343.—Límites de la cultura literaria, 344.—Los poetas citados, 345.·— Conclusión, 346. Ca p.

V.*— D e p o r t e y o cio ............................................................................................... Las palestras: Palestra samnita, pág. 348.—Gran Palestra, 349.—Ejercicios y juegos, 351.—“Juventud” de Pompeya, 352.—Termas públicas: Su importan­ cia, 354.—Termas de Estabia, 356.—Termas del Foro, 359.—Termas centra­ les, 362.—Progresos técnicos, 364.—Baños de agua de mar y de agua dulce, 366.—El anfiteatro y sus juegos: Situación, 367.—Fecha, 367.—Construcción, 368.—Estructura, 371.—Los juegos, 374.·—Gladiadores, 376.

C o n c l u s i ó n .................. ............................................................................................................. Pompeya y Roma. pág. 382.·—Oposición de clases, 382.—Pompeya, ciudad feliz, 383.—Ostentación y mordacidad, 384. P eq ueño

l éx ic o l a t in o - e s p a ñ o l .....................................................................................

I n d ic e

t o p o g r á f i c o ..................................................................................................................

I n d ic e

d e il u st r a c io n e s

LIBRO

PRIMERO

CATASTROFES Y RESURRECCIONES

ΟΛΡΒΜδ

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Fig. 2.

*

™-

Mapa de la Campania (según M a u -K e l s e y , fig. 1, pág. 2).

CAPITULO ï

LAS CATASTROFES

El terremoto del 5 de febrero del año 62 / En el cielo de China, el 9 de agosto del año 60 1 se apareció un cometa al norte de la constelación de Perseo ; durante ciento treinta y cinco días, hasta el 22 de diciembre, los astrónomos chinos lo si­ guieron hacia el sur de la constelación d e . Virgo. Esta aparición, observada igualmente en el occidente romano bajo los consulados de C. Velleius Paterculus y M. Manilius Vopiscus, anunciaba para el período de un año lluvias, tempestades, vientos violentos. Como para confirmar la siniestra predicción, Acaya y Macedonia sufrieron en la primera mitad del año 61 temblores de tierra. Apenas repuestos los, espíritus de estas catástrofes cuando un año después, el 5 de febrero del año 622, bajo los consulados de P. Marius y L. Asinius, Pompeya era a su vez sacudida por movimientos sísmicos y com­ pletamente devastada. Se trataba dë una ciudad importante de la Campania, situada en la confluencia de las costas de Sorrento y de E stabia3, por una parte, y de Herculano, por otra, costas que dibujan con su doble arco un golfo agradable y aíslan a Pompeya del mar abierto (Fig. 2). La región, próxima al Vesubio, había recibido ya algunos avisos, pero, al no sufrir ningún daño, se sentía libre de todo temor. Esta vez el desastre fue considerable y no perdonó a las ciudades vecinas. He aquí las noticias que llegaron a Roma: una parte de la 1 J. W i l l i a m s : Observations of Comets extracted from the Chinese Annals, L o n d r e s , 1871, páginas 11-12. 2 Sobre esta fecha, tanto tiempo discutida entre 62 y 63, véase R. L e c o q : “Quelle date assigner à la première catastrophe de Campanie,

62 ou 63 P.C.?”, en Ant. Class., t XVJII, 1949, págs. 85-91, y, sobre todo, G. O , O n o r a t o : “La data del terremoto di Pompéi 5 febbraio 62 d. C.”, en Rendiconti, A tti della Acc. Naz. dei Lincei, ser. VIII, t. IV, 1949, págs. 644-61. 3 S é n e c a : Quaest. nat., VI, 1-3.

3

ciudad de Herculano se ha derrumbado y lo que queda de ella inspira temores. La colonia de Nuceria (Nocera), a 13 kilómetros al este de Pompeya, sin haber sido gravemente afectada, tiene mo­ tivos para lamentarse. El horroroso azote alcanzó ligeramente a Ná­ poles, donde los particulares sufrieron pérdidas, pero no así la ciu­ dad. Hubo villas que se desplomaron; otras experimentaron la sa­ cudida, pero sin sufrir daños. A todo esto había que añadir otros efectos: perdido un rebaño de seiscientos corderos, estatuas parti­ das por la mitad y gentes que vieron trastornado su espíritu, va­ gando todos como locos. La magnitud de estos males señalaba a Pempeya como epicentro del cataclismo. Dominando su emoción, Séneca escribió el libro VI de las Cues­ tiones naturales consagrado al terremoto; quería reanimar los espí­ ritus abatidos y liberarlos de su terror, porque durante mucho tiempo Pompeya no ofreció otra cosa que ruinas y desolación. No había allí más que templos derribados, casas destruidas, murallas venidas al suelo. Ningún edificio público, ningún monumento reli­ gioso, ninguna construcción privada, había podido ser salvada. Un escultor perpetuó con cierta torpeza sobre dos relieves de mármol que adornan el santuario particular del banquero L. Caecilius Iucundus el momento más dramático, aquel en que todo se desploma; sobre la gran plaza pública del foro un arco de triunfo va a derrum­ barse hacia el Oeste; el templo de Júpiter Capitolino y sus co­ lumnas, sus escaleras, la puerta de la celia„ son arrebatados por este movimiento fatal, que arrastra también dos estatuas ecuestres de ilustres pompeyanos. Al nordeste de la ciudad se encuentra la puerta del Vesubio, arrancada a la muralla samnita. Solo el cas­ tillo de agua, de ladrillo, de construcción más reciente, resiste, evitando a la ciudad, ya tan duramente castigada, los horrores de una inundación; la rotura de las conducciones de agua en la ciudad bastaba para complicar la tarea de los salvadores en lucha con múltiples incendios, en este mes de invierno en el que tantos braseros encendidos habían facilitado la propagación del fuego. Pero, a pesar de sus muertos, a pesar de su tragedia presente, a pesar de su temor por el futuro, los pompeyanos no se instalaron en una vida cotidiana temerosa del mañana, sino que trabajaron por la resurrección de su ciudad \ * Para Pompeya entre los años 62 y 79, el mejor guía es A. M a iu r i :

L’ultima fase edilizia di Pompei, Ro· ma, 1942.

4

La ciudad se reconstruye (62-79) El primer acto de la ciudad en duelo fue un acto religioso. Era preciso aplacar la cólera de los dioses manifestada por el terremoto y ofrecer sacrificios expiatorios. Pero ¿a quién dirigirlos? El Capi­ tolio ha quedado destruido—el templo de Júpiter Meilichios debe acoger los modelos reducidos en cerámica de Júpiter, Juno y Mi­ nerva·—, el templo de Apolo tampoco existe; son entonces los Lares quienes toman a su cargo la ciudad angustiada. Sobre el solar de una calle y de algunas casas particulares, entre el mercado y el templo de Vespasiano, se decide construir en su honor un am­ plio atrium descubierto, rodeado por un ábside central y por dos grandes nichos laterales. Esta construcción expiatoria, que data del comienzo de los Flavios, es contemporánea de la erección del templo de Vespasiano, inacabado sin duda en el año 79, pero que acompaña necesariamente un edificio consagrado a los Lares. Desde el emperador Augusto, en efecto, los Lares públicos no se dis­ tinguen de los Lares augustos, en la medida misma en que el Es­ tado se confunde con el Augusto, es decir, con el emperador rei­ nante. Las encrucijadas reciben también los altares compitales, de­ corados con mucho gusto; los particulares tienen a gala la soli­ citud por el larario, salvaguardia de la continuidad doméstica tanto como de la vida pública: L. Caecilius Jucundus (V, 1, 26)5 adorna el suyo con famosos bajorrelieves de mármol que recuerdan ciertos momentos de la catástrofe, a la vez que exaltan los sacrificios reparadores. M. Obelliüs Firmus (IX, 10, 1-4) manifiesta su pietas con su larario cuidadosamente estucado en un momento en que la decoración parietal está todavía en su fase preparatoria. En la casa llamada del Criptopórtico (I, 6, 2), en plena transformación, el propietario dispone un gran larario pintado en el que el busto de Mercurio está tratado como una terracota votiva. La piedad pública o privada comprometía así los recursos de la colonia o los de los particulares. ¿Cómo podía la ciudad hacer frente a esta situación? No pudo contar más que consigo misma. Ni el Estado ni el emperador vinieron en su ayuda; y Nerón, tan popular no obstante en Pompeya, no imitó a Tiberio, que socorrió con su liberalidad a las doce ciudades de Asia Menor, arruinadas 5 Acerca de las cifras que identifican cada casa, véase el capítulo siguiente.

por los terremotos de los años 17 y 23 δ. Es verdad que después del incendio de Roma del año 64, Nerón tenía bastante con hacer de la capital una “nueva ciudad7” sin ocuparse de la Campania. Los acontecimientos dramáticos de los años 68 y 69, en los que cuatro emperadores se disputaron el trono imperial, retardaron hasta Vespasiano toda manifestación imperial en favor de una ciu­ dad de la Campania. En Herculano, por la magnificencia de Vespa­ siano» fue restaurado el templo de la Mater Deum*\ con menos fortuna, Pompeya debió a la liberalidad de uno de sus hijos, N. Po­ pidius Celsinus, la primera restauración de un santuario dedicado a una divinidad extranjera, la del templo de Isis9. ¿Fueron los re­ cursos municipales sacados de su postración por préstamos impor­ tantes de los banqueros pompeyanos? Lo ignoramos; en todo caso, la contabilidad de L. Caecilius Jucundus, banquero que, de ordinario, se beneficiaba en la colonia del papel de arrendador de ciertos impuestos, se detiene justamente en enero del año 62; el terre­ moto resultó fatal para su actividad y hubo de contentarse con levantar su propia casa, dando gracias a los dioses por haberle dejado la vida a salvo. Medidas administrativas excepcionales Para poner remedio a las consecuencias de esta calamidad pú­ blica, Pompeya recurrió a medidas excepcionales. El juego normal de sus instituciones municipales no podía resolver todos los pro­ blemas nacidos del cataclismo ni, sobre todo, reglamentar las dispu­ tas jurídicas. Para suplir la ausencia del colegio regular de los duunviros y de los ediles, se ve a un magistrado extraordinario —un praefectus lege Petronia (un prefecto elegido según la ley de Petronio)—recibir del Senado una delegación de los poderes m unicipales10. Esta medida se reveló como insuficiente ante la magnitud de la catástrofe: los archivos públicos de. la ciudad (tabularium) ha­ bían resultado dañados, cuando no parcialmente destruidos11; la 6 T á c i t o : Ann., II, 47, y IV, 13. ^ 7 A . B o e t h i u s : The Neronian No­

va Urbs..., en Corolla... Gustavo Adolpho dedicata, 1932, págs. 8497. 8 C.I.L., X, 1406. 9 Ibid., X, 846.

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10 Ï . M a r q u a r d t : Manuel Antiq. Rom., París, 1889, VIII, págs. 237240, y C.l.L.. X, 858. 11 Cn. Alleius Nigidius Maius dará un gran espectáculo de anfiteatro pa­ ra la restauración del tabularium : C.I.L., IV, 7993.

desaparición entre las víctimas de los propietarios y de los fiadores debió de favorecer las apropiaciones indebidas del suelo público por los particulares. Pasada la angustia de los primeros momentos, la colonia se encontró apurada de dinero, de bienes para adminis­ trar y para dar en alquiler, sin que apenas fuese posible el recurso a los archivos para ayudar a la solución de las discusiones jurí­ dicas. Era necesario, pues, un procedimiento de excepción: un magistrado que recibiría sus poderes de la autoridad misma del emperador César Vespasiano Augusto y que juzgaría sin apelación las causas que le fuesen presentadas. Tal fue el papel del tribuno T. Suedius Clemens12, al que Vespasiano envió a Pompeya con la misión imperativa de reivindicar los bienes públicos de la colonia usurpados o poseídos abusivamente por los propietarios particulares y cuyas decisiones permitieron reconstruir el catastro de los bienes patri­ moniales de la colonia, jalonados más allá de cada puerta por mo­ jones que recordaban su misión. A primera vista, el balance de la catástrofe hizo patente que ni los escasos recursos del erario público, ni las diponibilidades limitadas de los particulares, serían capaces de superarla rápida­ mente. Había que movilizar todas las empresas de construcción, todos los carpinteros, los herreros, los pintores, los estuquistas, los mosaístas, para levantar de nuevo una ciudad en ruinas. Ningún gremio de artesanos podría resultar suficiente, como tampoco lo serían los materiales de construcción que se escogiesen como más resistentes o mejor adaptados a nuevas modas, como la del la­ drillo. Técnicas nuevas de construcción Ciertamente, para actuar con más rapidez y aprovechamiento, los propietarios se sirvieron de los materiales recuperados en las ruinas, aunque en las escombreras públicas encontradas a 1,40 y 1,50 metros de altura entre la puerta de Herculano y la puerta del Vesubio no aparecieron más que materiales ligeros: restos de tejas, de pavimentos, de argamasa y de vajilla rústica. Pero para los paramentos se hace uso por entonces de técnicas nuevas: al lado del antiguo opus caementicium y del opus incertum—especie de argamasa a base de cal—florecen ya el opus reticulatum, que presenta una red de rombos de toba de colores diversos y tallados 12 Ibid., X, 1018.

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a la perfección, empleado con frecuencia entre pilares de ladrillo; el opus lateñcium, todo en ladrillos que van del rojo coral y del amarillo paja al habano oscuro, unidos por filetes muy sutiles de argamasa, y, en fin, el opus mixtum, en el que alternan enrases de piedra (toba o caliza) y de ladrillo. Los muros agrietados y aún en pie son reparados con entramados de ladrillo, recubriéndolos de armazones horizontales hasta los nuevos pilares de ladrillo. Las pilastras y arcos de ladrillo se multiplican para sostener las bóvedas como en los pasadizos de los anfiteatros, y los arcos de descarga son corrientes en las paredes de ladrillo. Otra técnica notable: en la Gran Palestra, las columnas caídas son fijadas en su pedestal por una colada de plomo. Inconclusión de la reconstrucción pública Ante la penuria de medios técnicos y económicos, y no obs­ tante las atrevidas creaciones de los arquitectos, no ha de sorpren­ dernos que alguno de los monumentos civiles y religiosos del foro no hubiese podido ser terminado antes del año 79, ni que el foro presentase, tanto al Oeste como al Este, un pórtico travertino in­ acabado, ni que la plaza central esperase su pavimento, ni que las basas honoríficas permaneciesen despojadas de su revestimiento y de sus estatuas. El capitolio en ruinas desde el terremoto, la ba­ sílica con su columnata por tierra, la curia sin nadie que la ocupase, el comitium desnudo y todos los edificios del lado oriental in­ acabados, todo esto ofrecía a los pompeyanos un espectáculo idén­ tico al que contemplamos todavía hoy: una ruina imponente de un conjunto arquitectónico que entre los años 62 y 79 no hubo posibilidad de reconstruir. Los otros monumentos no se presentaban de.m anera diferente: de los dos edificios termales primitivos, no se pudo poner en ser­ vicio más que las termas del foro y únicamente su sección mascu­ lina, mientras se restauraban las termas de Estabia, cuyo vestíbulo y el apodyterium (el lugar que servía de guardarropa) habían recibido estucados al fresco y se construían enteramente nuevas las termas centrales; de los. dos teatros, el más grande presentaba sus gradas más elevadas en ruinas, y, por tanto, inutilizables, y el nuevo frons scenae, con su juego de nichos conforme al gusto neronianoflavio, carecía todavía de columnas que lo decorasen. Se había procedido, sin embargo, a las restauraciones más urgentes del an8

fiteatro para que las representaciones pudiesen tener lugar regu­ larmente; la pasión por los juegos del circo había acarreado la transformación del noble paseo, que se extendía sobre cuatro lados más allá del Gran Teatro, en cuartel par§ las tropas de gladiadores. Por el contrario, la Gran Palestra, lugar de los ejercicios, concursos y juegos de la juventus, no estaba todavía terminada; no había recibido su alimentación hidráulica y el suelo, aún recubierto de ruinas, no se encontraba nivelado. En fin, el aprovisionamiento de agua para la ciudad no estaba tampoco asegurado. En los primeros momentos de angustia, la ciu­ dad hubo de recurrir de nuevo a los pozos antiguos, que, con las cisternas de agua de lluvia, habían representado el primer sistema de aprovisionamiento de agua de la ciudad samnita. Había que restaurar el acueducto, las columnas elevadoras de cada barrio, las fuentes vecinas; sin duda, pilas y fuentes que encontramos en los jardines de algunas casas—de los Vettii (VI, 15, 1), Menandro (I, 10, 4), Efebo (I, 7, 10-12), Trebius Valens (III, 2, 1) y Loreius Tiburtinus (Π, 2, 2)—prueban que una parte al menos del sistema hidráulico, había sido reparada. Pero en el año 79 el castillo de agua estaba en completa reconstrucción. Se sustituían aún en mu­ chos lugares las viejas conducciones del acueducto, en tanto que una acometida secundaria alimentaba las casas ocupadas con el concurso de las tuberías que aún discurrían sobre las aceras de las calles. Sin embargo, las letrinas del foro, las piscinas de las termas, de la Gran Palestra, carecían de agua. En fin, la puerta del Vesubio nos ha llegado tal como la había dejado el terremoto del año 62: la bóveda enteramente hundida, el muro de fortificación hacia el Este desmantelado en una buena parte. Esfuerzo de reconstrucción No obstante esta prueba de inconclusión, que tuvo molestas repercusiones en la recuperación de la vida pompeyana, no pode­ mos menos de reconocer la magnitud del esfuerzo realizado por la administración municipal para reparar la amplitud del desastre. A excepción del mayor templo del foro, en el que no se reconoce ninguna restauración, y de la basñica, en la que las reparaciones se limitaron a los muros exteriores, no existe edificio público que no haya sido más o menos completamente reparado, a veces in9

cluso enteramente renovado, en sus estructuras y aun en su deco­ ración: tenemos el ejemplo de las salas de la curia, del edificio de Eumachía, del templo de Vespasiano, del mercado, mientras que se restauraba la decoración del templo de Apolo y de las termas del foro y se trabajaba en la reapertura al público del anfiteatro y en la transformación del cuadripórtico del teatro en un cuartel para las tropas de gladiadores. La reconstrucción de los edificios públicos se hizo respetando el urbanismo tradicional de la ciudad; en general, las nuevas fa­ chadas se alinearon sobre las antiguas, salvo ligeras modificaciones a expensas de construcciones vecinas (templo de Isis) o de super­ ficies públicas (termas de Estabia y termas centrales). La red ha­ bitual de calles fue mantenida sin disminuir el privilegio de las familias ricas que disfrutaban de caminos particulares, lo que constituía un obstáculo importante para una circulación fácil. No fue diseñada ninguna nueva plaza para hacer más fluido el tráfico en ciertos barrios. Sin embargo, sacando provecho de las ruinas acumuladas por la catástrofe, en uno de los puntos más centrales de la ciudad, cerca de la encrucijada en la que se cruzan el decu­ manus maximus y el cardo maximus, el urbanista en jefe elevó las termas centrales, acaparando como suelo público toda una insula en la que, antes del año 62, únicamente 'podían construirse casas particulares. La construcción de un tercer baño público, en el momento en que se renovaban estas termas del foro y se repa­ raban las termas de Estabia, no representa solo un perfecciona­ miento técnico en la instalación de un baño (se encuentra aquí un baño caliente, laconicum, un patio más amplio para instalar en él una mayor piscina de agua fría) y un progreso arquitectónico con su fachada de grandes ventanas que anuncia la arquitectura termal del Imperio, sino que responde a un plan racional destinado a me­ jorar el urbanismo de la ciudad, puesto que este barrio no contaba con baños. Con todo, este edificio también quedó inconcluso. Dificultades de los particulares Las dificultades de los particulares sobrepasaron las de los m a­ gistrados, y así se explica que en diecisiete años muy pocas casas particulares hubiesen sido completamente restauradas y que fuesen muy numerosas, por el contrario, aquellas en las que, en el mo­ mento de la erupción, los trabajos estaban todavía en curso. Entre 10

las primeras hemos de mencionar las mansiones más ricas del medio patricio mercantil—casa de los Vettii (VI, 15, 1), del Poeta ' Trágico (VI, 8, 5), de los Holconii (VIII, 4, 4), de Epidius Rufus (IX, 1, 22), de Menandro (I, 10, 4)—, y entre las segundas, tanto las casas del viejo patriciado, más o menos arruinado por la ca­ tástrofe, como la mayor parte de las viviendas de la clase media. Algunas casas no fueron nunca reconstruidas; no podemos saber si se trata de un abandor j voluntario de los propietarios, por venta, por falta de dinero, o si desaparecieron sus dueños, víctimas del sismo. Así, diecisiete años y medio después de su primer desastre, la ciudad era todavía, tanto en lo que respecta a sus edificios públi­ cos como a sus casas particulares, un inmenso taller de construc­ ción. Sin duda, los muros habían sido restaurados en su totalidad, pero con frecuencia se los veía como obra bruta, desprovistos de decoración, en tanto que los suelos solían carecer de pavimentos de mosaico. Se había podido instruir, organizar y perfeccionar un verdadero ejército de albañiles, de ebanistas y de carpinteros. Ha­ bía resultado más difícil encontrar un número suficiente de pin­ tores, de mosaístas, de estuquistas, capaces de proseguir en toda la ciudad la serie sucesiva de las restauraciones. De ahí que aparez­ ca, en muchas casas ricas, una decoración incompleta—casa del Centenario (IX, 8, 3), Loreius Tiburtinus (II, 2, 2), Amores Dorados (VI, 16, 7), Bodas de Plata (V, 2); en muchas otras, las paredes desprovistas de revestimiento o, en todo caso, revestidas de una sola mano; por lo demás, los montones de cal depositados aquí y allá sobre el pavimento—y no solamente en la casa llamada de la Cal (VIII, 5, 28), sino también en la villa de los Misterios—, a veces incluso en medio de la calle; las semiánforas llenas de es­ tuco fino, los materiales mismos destinados a fabricarlo, ates« tiguan la actividad de la reconstrucción en el año 79. Los instrumen­ tos de los carpinteros, yeseros, pintores, pertenecían a los que. p. ej., en la casa de la Gran Fuente (VI, 8, 22) equipaban el tablinum, y los numerosos colorantes muestran claramente qüe no se trataba de una reparación normal, sino más bien de una reconstrucción general y ra­ dical. Exigía una mudanza completa de los muebles y la custodia de la vajilla en lugares seguros (casa de Menandro, I, 10, 4). La rareza relativa de las empresas de pintura para hacer frente a la demanda da cuenta de ciertos aspectos particulares de la pin­ tura pompeyana en este último período de su vida. Incluso en las 11

casas ricas, la pintura ornamental supera a la pintura figurada ; se caracteriza por un esquematismo excesivo, el abuso de la repe­ tición de los temas en plantilla, la preponderancia del impresio­ nismo en los paisajes; en fin, por la parte siempre mayor de la pin­ tura popular: escenas realistas en las tiendas, en las posadas y en las oficinas, pinturas de lararios y de altares de encrucijadas, y esa pintura publicitaria y religiosa constituye uno de los aspectos más singulares de la pintura pompeyana. En comparación con los edificios públicos y las casas particu­ lares fue más rápida la restauración de los tiendas, de las oficinas y de las humildes viviendas de todos los que ejercían un negocio, una industria, un oficio. Era necesario vivir y, sobre todo, revivir. Algunos barrios, algunas calles, los puntos de tráfico y de co­ mercio intensos nos hacen asistir, con sus inmuebles renovados, sus rótulos aún frescos, a la rápida recuperación de la vida comer­ cial de la ciudad; así, p. ej., la calle de la Abundancia, tal como nos la presentan las nuevas excavaciones con sus tiendas, “tascas”, industrias en plena actividad antes de la erupción. Por lo demás, la vida comercial no hacía más que iniciarse de nuevo-. Muchas tiendas ofrecen tan solo sus muros desnudos, sin señal visible de banco de venta, o de cualquier otra instalación destinada al ejer­ cicio de un oficio o de una industria. Sobre todo, el hecho de que el edificio de Eumachia, asiento de la corporación más rica y más influyente en el plano político, la de los bataneros, no estuviese terminado—los muros exteriores de los dos largos lados del criptopórtico no alcanzaban más que la tercera parte de su altura nor­ mal, y barreños provisionales para hacer la argamasa de cal se habían instalado en él—da la medida de una recuperación muy precaria de la vida económica. El gran mercado—el macellum del foro·—no estaba aún terminado y se reconstruía el dodecágono de la thoîos central. Hecho extraordinario: los ricos ocupantes de casas señoriales no habían dudado en instalar tiendas, posadas, industrias, en habitaciones anteriormente consagradas a usos más nobles. Precisaban encontrar rápidamente los recursos necesarios para una completa restauración de su mansión, y la estética hubo de sufrir momentáneamente cuando las calderas de una nueva fullo­ nica llenaban de humo las columnas de un elegante pórtico en toba. A la edad de oro de una colonia sin historia sucedía la edad de hierro de una ciudad que recreaba su urbanismo y sus fuentes 12

de riquezas. En el momento en que iba a salir victoriosa de esta lucha contra las fuerzas de la Naturaleza, una implacable fata­ lidad vino a sellar para siempre su destino: he aquí, pues, una ciudad llena del deseo de vivir, que toma de nuevo gusto a la exis­ tencia y confía en el porvenir garantizado por los dioses, a la que el Vesubio hace entrar el 24 de agosto del año 79 en la eternidad, bajo un sudario de cenizas. LA ERUPCION DEL VESUBIO DEL 24 DE AGOSTO DEL AÑO 79

Disponemos de un testigo ocular: se trata de Plinio el Joven, que en dos cartas famosas transmitió a la posteridad un docu­ mento que podría tentar a un director de cine; pero· ¿qué valor preciso tiene su testimonio para Pompeya, único tema que nos ocu­ pa, cuando el futuro panegirista de Trajano no tenía más que un único deseo: glorificar a su tío, el sabio Plinio el Viejo, muerto en el curso de la catástrofe? El reportaje de Plinto el Joven Escuchemos primero el dohle reportaje de Plinio el Joven: Me pides13 que te refiera la muerte de mi tío para poder transmitirla más verazmente a la posteridad. Te lo agradezco porque considero que a su muerte ha de seguir inmortal gloria si tú la celebras. En efecto, aunque pereció en una desgracia que asoló pueblos y ciudades, y aunque su pérdida, ocurrida en acontecimiento memorable que destruyó hermo­ sas regiones, debe asegurarle en cierto modo la inmortalidad; aunque escribió muchas obras que no perecerán, confío, sin embargo, en que la inmortalidad de las tuyas se añadirá a la que debe esperar. Por mi parte, considero dichosos aquellos hombres a los que los dioses concedieron la gracia de realizar cosas dignas de ser escritas o de escribir obras dig­ nas de ser leídas, pero más dichosos todavía a los favorecidos con esta doble gracia. Cuento entre estos últimos a mi tío por sus libros y por los tuyos, y esto me mueve a cumplir con más gusto órdenes que yo mismo te habría pedido. Encontrábase en Miseno, donde mandaba la flota. Era el noveno día antes de las calendas de septiembre (24 de agosto), cerca de la hora séptima (13 h.), cuando le advirtió mi madre que se descubría una nube de magnitud y forma extraordinarias. Había tomado su baño de sol, luego su baño frío y, echado sobre un lecho, estudiaba. Levantóse y subió a un punto desde donde podía observar mejor este prodigio. Era difícil distinguir de qué montaña ascendía aquella nube; pronto se supo que 13 P l i n i o :

Epist., VI, 16.

del monte Vesubio. La nube se parecía mucho a un pino, porque, des­ pués de elevarse en forma de tronco, desplegaba en los aires sus ramas; creo que era arrastrada por una súbita corriente de aire y que, cuando esta cedía, la nube, vencida por su propio peso, se dilataba y extendía, apareciendo unas veces blanca, otras veces negruzca o de colores dife­ rentes, según que se encontrase más recargada de tierra o de cenizas. Este prodigio pareció a mí tío importante y digno de ser estudiado más de cerca. Dispuso en seguida que preparasen su nave libúmica (nave pequeña de dos filas de remos) y me dejó en libertad de acompañarle si lo deseaba; le respondí que prefería estudiar y, en efecto, él me había proporcionado el tema. Salía de su habitación cuando recibió un aviso de Rectina, esposa de Casco, asustada del peligro que la amenazaba; de hecho, su villa estaba situada por debajo (del volcán) y no podía huir más que por el mar; le suplicaba, pues, que la librase de una suerte tan horrenda. Mi tío cambió entonces de parecer, y lo que había comenzado por amor a la ciencia lo realiza ahora por un heroico sentimiento del deber. Hace salir las cuatrirremes, se embarca en una y decide prestar ayuda no solo a Rectina, sino también a muchas otras gentes (porque es sabido que los atractivos de la costa llevaban a muchos hacia ella). Se apresura a llegar a la región de la que todos huían y se dirige directa­ mente a donde mayor era el peligro, tan ajeno a él que todas las fases de esta catástrofe, todos sus aspectos, los dictaba o los anotaba él mismo en cuanto los percibía. Pero a medida que se acercaban las naves caía sobre ellas ceniza, que se hacía cada vez más densa y más cálida; llovían también piedras calcinadas, guijarros ennegrecidos, quemados y pulverizados por la fuerza del fuego; parecía que el mar se retiraba y que las rocas desplomadas impedían el acceso a la playa. Dudó un momento y pensó en retroceder; pero volviéndose a su piloto, que se lo aconsejaba, le dijo : “La fortuna favorece al valor; pon rumbo a la casa de Pomponiano.” Este último se en­ contraba en Estabia, separado de él por la mitad del golfo (de hecho, el litoral forma allí un pequeño golfo que llena el mar). A este lugar, y a la vista de un peligro que todavía estaba lejano, pero que cada vez aumentaba y se acercaba más, Pomponiano había retirado su equipaje y lo había embarcado en las naves, decidido a huir en cuanto soplase viento que no fuese contrario. Este mismo viento, muy favorable, llevó a mi tío hacia él, a quien encontró temblando; le abraza., pues, le consuela y le anima y, para que su propia seguridad aplacase sus temores, manda que le conduzcan al baño ; una vez bañado, se sienta a la mesa, cena ale­ gremente, o, lo que no es menos admirable, afectando regocijo. Durante este tiempo, el Vesubio brillaba con enormes llamaradas por muchos puntos y grandes columnas de fuego se desprendían de él, cuya intensidad hacían más ostensible las tinieblas de la noche. Sin embargo, mi tío, para tranquilizar a los que le acompañaban, les repetía que lo que veían arder eran hogares abandonados por campesinos aterrorizados o villas dejadas solas por sus moradores. Se acostó, pues, y durmió con un sueño profundo. Los que pasaban por delante de su puerta oían per­ fectamente su respiración, por el fuerte y sonoro de sus ronquidos a causa de su corpulencia. Pero al fin comenzó a llenarse de tanta ceniza

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mezclada con piedras pómez el patio por el que se entraba a su habi­ tación, que si mi tío hubiese permanecido por más tiempo, seguramente no habría podido salir de ella. Despertáronle, se levantó y marchó a re­ unirse con Pomponiano y todos los demás que no se habían acostado. Deliberan entonces si conviene permanecer en la casa o salir al campo, porque, en realidad, las casas amenazaban desplomarse como consecuen­ cia de los frecuentes e importantes terremotos; quebrantados sus ci­ mientos, parecían oscilar de un lado a otro. A l aire libre, por otra parte, era temible la caída de piedras pómez, a pesar de su ligereza y porosi­ dad. Entre estos dos peligros prefirieron el campo raso. Mi tío optó por la solución más razonable, pero los demás se dejaron vencer por el temor mayor. Salieron, pues,, cubriéndose la cabeza con almohadas atadas con pañuelos, única precaución contra todo lo que caía. Ya el día despuntaba por todas partes, pero aquí seguía siendo noche, y noche más cerrada, más tenebrosa que todas las otras noches; apenas la interrumpían la luz de numerosos relámpagos y de muchos otros resplandores. Decidieron acercarse a la playa y examinar de cerca si era posible intentar la navegación; pero encontraron el mar muy agitado y con viento contrario. Mi tío se tendió sobre un manto y pidió por varias veces agua fresca, de la que bebió. Pronto, sin embargo, las llamas y el olor a azufre que las anunciaba pusieron en fuga a sus acompañantes, que le despiertan. Apoyándose en dos jóvenes esclavos, se levantó y cayó de nuevo en seguida. En mi opinión, la densa humareda le cortó la res­ piración y le cerró la laringe, que por naturaleza era débil, estrecha y, con frecuencia, le dificultaba la respiración. Cuando la luz disipó las tinieblas (y esto solo ocurrió tres días después), su cuerpo fue encon­ trado intacto, en perfecto estado, y cubierto con la misma ropa que llevaba al morir. Su actitud era más parecida a la de un hombre que descan­ saba que a la de un muerto. Durante este tiempo, mi madre y yo permanecimos en Miseno... Pero esto nada tiene que ver con la historia, ya que a ti no te interesa otra cosa que la muerte de mi tío. Así, pues, concluyo, y añadiré tan solo que te he contado todo lo que vi u oí en aquellos momentos en que los relatos son más exactos. Tú, ahora, elegirás lo que te parezca más importante, porque escribir una carta es una cosa, y otra muy dis­ tinta escribir una página de la Historia; escribir a un amigo es, en verdad, algo muy diferente a escribir para la posteridad. Adiós.

* * * Me d ices14 que la carta en la que, atendiendo tu petición, te referí la muerte de mi tío te ha excitado el deseo de conocer qué temores e incluso qué peligros he atravesado en Miseno, donde él me había dejado (porque, en efecto, allí me encontraba cuando interrumpí mi relato). Aunque me estremece su recuerdo, comenzaré. Después de la marcha de mi tío, continué entregado al trabajo que

11 Id., ibid., VI, 20.

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me había impedido seguirle. Tomé un baño, cené, me acosté y dormí un rato con un sueño inquieto. Durante muchos días, y como señal precursora, se habían dejado sentir terremotos que apenas nos inquie­ taban por lo habituales que son en la Campania. Pero durante esa noche adquirieron tal violencia que todo parecía, no ya temblar, sino derrumbarse. Mi madre penetró bruscamente en mi habitación cuando yo me levantaba a mi vez para ir a despertaría si ella dormía. Nos sentamos en el patio de la casa, corto espacio que separaba la edifica­ ción del mar. No sé si hablar de mi firmeza o de mi imprudencia, porque tenía solo dieciocho años ; pero es el caso que pedí un libro de Tito Livio y, con la mayor tranquilidad, me puse a leerlo e incluso a extractarlo, como ya había comenzado a hacerlo. Llega entonces un amigo de mi tío, recién venido de España para verle. Al vem os sentados a mi madre y a mí, y a mí particularmente con un libro en la mano, nos recrimina a los dos, a mi madre por su pasividad y a m í por mi despreocupación, pues que con tanto interés me entregaba a la lectura. Era ya la primera hora del día y apenas se observaba una luz incierta y casi crepuscular; las edificaciones se resquebrajaban, y aunque nos­ otros estuviésemos al aire libre., la estrechez del lugar nos hacía temer grandes e inevitables peligros en caso de derrumbamiento. Fue entonces cuando decidimos salir de la ciudad; el pueblo nos sigue, consternado, y— en el terror aún se encuentra algo de prudencia— cada uno confía más en la decisión ajena que en la suya propia; una inmensa columna oprime y empuja a los que parten. Una vez dejada atrás la zona edifi­ cada, nos detuvimos y experimentamos entonces muchas sorpresas y temores. En efecto, los carruajes que habíamos llevado, a pesar de ha­ llarse en terreno perfectamente llano, eran arrastrados a uno y otro lado, y aunque se los sujetase con piedras, no había manera de fijarlos en su lugar. Además, veíamos que el mar se retiraba como si fuese re­ chazado por las sacudidas. La playa, por tanto, era más ancha, y sobre la arena que había quedado en seco se veían numerosos peces. Al otro lado podía contemplarse una nube roja, verdaderamente horrible, surcada por fuegos rápidos y centelleantes que dejaban escapar largas llamaradas, semejantes a relámpagos, pero mucho más grandes. Volvió entonces el amigo de España, y con tono más enérgico y apremiante nos dijo : “Si tu hermano, si tu tío vive, desea, sin duda, que os salvéis; si ha muerto, habrá deseado que le sobreviváis. ¿Qué esperáis, pues, para poneros a salvo?” Le contestamos que no podíamos pensar en nuestra salvación mientras desconociésemos la suerte de mi tío. Sin tardar un momento más, se aparta de nosotros y escapa al peli­ gro en una desenfrenada huida. Poco tiempo después, la nube se abate sobre la tierra y cubre el mar, envolviendo la isla de Capri y ocultán­ dola a nuestra vista, así como el promontorio Miseno. Mi madre me rogó, me suplicó, me ordenó que me pusiera a salvo de cualquier ma­ nera que fuese; me decía que yo podía hacerlo, por mi juventud, y que ella, vencida por los años y por su gordura, moriría contenta si no era la causa de mi muerte; yo, por el contrario, le contesté que no me salvaría más que con ella. Así, pues, la cogí de la mano y la obligué

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a apresurar el paso. Obedeció a regañadientes lamentando el retraso que me originaba. En este momento comenzaba la caída de cenizas, aunque todavía en pequeñas cantidades. Vuelvo la cabeza y veo a mis espaldas una densa humareda que nos persigue, extendiéndose por el suelo a la manera de un torrente. “Mientras veamos—dije— , apartémonos de la calzada, no vaya a ocurrir que perezcamos derribados y aplastados en las tinieblas por la multitud.” Apenas nos habíamos sentado cuando la noche nos envolvió de tal manera que parecía, no una noche sin luna y oscura, sino la que se produce en un local cerrado, privado de toda luz. Solo se oían lamentos de las mujeres, llantos de los niños, gritos de los hombres ; unos llamaban a sus padres, otros a sus hijos, otros, en fin, a sus esposas, tratando de reconocerlos por la voz. Unos lloraban su propia desgracia, otros la de los suyos; había algunos incluso a los que el temor a la muerte los hacía invocar a la muerte misma. Muchos implo­ raban el auxilio de los dioses, y más de uno creía que no los había, considerando que esta noche era la última y eterna noche del mundo. No faltaban los que todavía aumentaban los peligros reales con terrores falsos e imaginarios: decían, p. ej.t que en Miseno se había derrumbado un edificio, que otro ardía, y aunque todo era falso, el mismo miedo daba crédito a sus mentiras. Apareció entonces una débil claridad que nos parecía, no la luz del día, sino la señal de la proximidad del fuego. Se mantuvo, sin embargo, a distancia de nosotros y de nuevo volvió la os­ curidad y la lluvia de cenizas se hizo más abundante y espesa. Teníamos que levantarnos de cuando en cuando para sacudir nuestras ropas, por­ que, de otro modo, pronto nos veríamos cubiertos y aplastados bajo su peso. Podría ufanarse de no haber dejado escapar una queja, una palabra de desaliento en medio de tantos peligros, si la consideración de que yo perecía con todo el mundo y de que todo el mundo perecía conmigo no me hubiese servido de consuelo, amargo ciertamente, pero al menos reconfortante. En fin, aquella densa y negra niebla se disipó y desapareció a la manera de una humareda o de una nube. En seguida se vio la verdadera luz del día y brilló el sol, aunque con un color cárdeno semejante al de los eclipses. A nuestros ojos todavía medrosos todo se ofrecía bajo un nuevo aspecto, cubierto como de nieve de una espesa capa de ceniza. Volvimos a Miseno, donde reparamos nuestras fuerzas como mejor pudimos y pasamos una noche inquieta, compartida entre el temor y la esperanza. Pero el temor seguía dominando, porque, en efecto, los terremotos continuaban y la mayor parte de la gente aumentaba sus desgracias y las ajenas con predicciones verdaderamente terroríficas. Sin embargo, ni aun entonces,, aunque conocíamos el peligro por experiencia y nos sentíamos amenazados por él, se nos ocurrió la idea de retirarnos antes de saber noticias de mí tío. Estos son los hechos, indignos de la Historia, y que tú leerás sin intención de incluirlos en tus obras; solamente debes culparte a ti mismo, que me los has pedido, si ni siquiera son dignos de una carta. Adiós.

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Sus limites Estos textos, considerados durante mucho tiempo como fun­ damentales, no bastan para darnos una luz suficiente sobre los acon­ tecimientos pompeyanos. En ningún momento Plinio el Joven o Plinio el Viejo fueron a Pompeya ni pudieron recoger informaciones de primera mano so­ bre la agonía de la ciudad. La ruta de Plinio el Viejo es. fácil de seguir : salió de Miseno con la flota de grandes navios hacia Hercu­ lano, pero sobre las dieciséis horas la corriente de lava y la confusión reinante en la costa impedían todo desembarco; a las dieciocho horas desembarca en Estabia, y al amanecer del 25 de agosto, muere asfixiado en la playa misma de Estabia. En cuanto a Plinio el Joven, permaneció todo el 24 de agosto en Miseno y el 25 de agosto por la mañana abandona la ciudad para dirigirse al campo con una multitud aterrorizada. Por la tarde vuelve de nuevo a Miseno. Las horas no son más favorables que los lugares para permitir se­ guir la película de la erupción en Pompeya. Ciertamente, antes del 24 de agosto, movimientos sísmicos, tan habituales en la Campania que no son especialmente advertidos, anuncian la erupción pró­ xima. Pero a las trece horas, la nube en forma de pino observada por Plinio el Viejo pertenece a la tercera fase, es decir, al pleno desenvolvimiento de la erupción y no a sus comienzos. La nube en forma de pino parasol, el chorro periódicamente rítmico por la emisión de cenizas y escorias, designa en la descripción de Plinio el Joven el momento en que el nivel del magma muy explosivo se encuentra todavía a gran profundidad en el conducto volcánico después de la erupción del magma primitivo que lo recubría. Ade­ más, Plinio el Viejo recibe hacia las catorce horas el aviso de Rectina: fueron precisas de dos a tres horas al mensajero para recorrer los 38 kilómetros que separan la región de Herculano· de Miseno. La erupción debió de comenzar entre las diez y las once. La primera fase, así como la segunda, no pudieron ser observadas por Plinio el Joven. En cuanto a Plinio el Viejo, se acerca a la costa del Vesubio hacia las dieciséis horas y Pompeya ha quedado se­ pultada hace ya varias horas, recubierta de cenizas pisolíticas. En Herculano es una corriente fangosa, como se dice en el texto, co­ rriente en la que estratos de cenizas separan los raudales de lava, la que inunda y destruye la ciudad. Según las observaciones transmiti18

das a Plinio el Joven, la erupción alcanza su punto culminante en la mañana del 25 de agosto, cuando los movimientos sísmicos hacen desplomarse la villa de Pomponiano en Estabia y las cenizas y lapilli caen en gran cantidad, asfixiando a Plinio. La caída de las cenizas continúan, el. 25, eí 26, y. tan solo el 27 logra verse nueva­ mente la luz del sol. En Miseno, con el cambio de dirección del viento, que arrastra­ ba la nube de cenizas hacia el golfo, la ciudad se cubrió de cenizas blancas,; características de las capas profundas del foco magmático ial final de la tercera fase; no se encuentran en Pompeya, sino en los materiales de la última corriente de lava en Herculano. Así, limitada en el espacio y el tiempo, la experiencia vivida por eí tío y el sobrino, por dramática que aparezca, por rica de detalles que nos haya llegado, apenas satisface nuestra curiosidad y estamos lejos de asistir al mecanismo de la erupción inicial. Abandonamos con pesar estas páginas que refieren un hecho diverso de una dimensión excepcional, y por el análisis de los materiales arro­ jados por el volcán, materiales que el arqueólogo debe interpretar para resucitar la ciudad sepultada, trazamos de nuevo el desarrollo real de la erupción15. Naturaleza del Vesubio El Vesubio no es un volcán simple, sino un volcán compuesto y, hablando con más propiedad, un volcán de. estratificación inversa, porque aquí la sucesión de los fenómenos eruptivos es inversa a la que se encuentra en un volcán compuesto de estratificación nor­ mal. Este, en efecto, comienza por lanzar un magma menos viscoso y más básico; luego, un magma más viscoso y menos básico que llega a ser ácido: el Vesubio presenta estos fenómenos en el orden contrario cuando se analizan las rocas volcánicas del Somma pri­ mitivo, del Somma antiguo, del Somma reciente y del Vesubio. He aquí otra diferencia. En un volcán en período de actividad persistente y de conducto abierto, todos los productos—lavas, es­ corias o cenizas—presentan una composición química constante ; ahora bien: desde hacía milenios, el Vesubio permanecía apagado. ¿No había sido construida Pompeya sobre un lecho de lavas pre­ históricas? Pero desde esta erupción, que se pierde en la noche 15 Seguimos a A. R it t m a n n : “L’emaîogico e vulcanologico”, en Pomruzione vesuviana del 79. Studio magpeiana, 1950, págs. 456-74.

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de los tiempos, el volcán había conocido un largo intervalo de absoluta inactividad16 externa, durante la cual el conducto volcá­ nico había permanecido herméticamente obstruido por un tapón de lava consolidada. En este caso el magma, en el conducto y en su foco, está en calma, es decir, no se ve removido por los gases emitidos cuando se encuentra en actividad persistente. Puede, pues, diferenciarse: los gases suben lentamente hacia lo alto y se acu­ mulan bajo el tapón, mientras que los cristales pesados descienden hacia la masa en fusión y se acumulan en las partes profundas del conducto y del foco. Si, luego de una tal diferenciación, el tapón del conducto cede a la presión de los gases magmáticos, sobreviene entonces la erupción inicial, durante la cual son lanzados con enor­ me fuerza explosiva, primero los trozos del tapón, y a continuación los fragmentos del magma muy ricos en gases y con pocos minerales pesados, que se transforman en el aire en piedras pómez esponjosas; vienen después los fragmentos del magma más pesado, y finalmente las cenizas, constituidas por el magma pulverizado, todavía más pesado, y por los bloques, lapilli y arenas arrancados a las paredes del conducto. Una tal erupción sacude el volcán en su misma base y produce numerosas grietas que facilitan la formación de un nuevo cráter cuando se desploman las paredes centrales del edificio vol­ cánico. Un flujo de lava, al final de la erupción, se derrama fácil­ mente a lo largo de las grietas que comunican directamente con el foco. El magma que sale afuera es entonces pobre en gases y bastante viscoso. Forma una corriente de lava que encierra ma­ terial diferenciado o eventualmente enriquecido con materiales pe­ sados. Estratigrafía de los materiales volcánicos Esta teoría se verifica cuando se estudia la estratigrafía de los materiales volcánicos en la Gran Palestra, en la que, lejos de los edificios, eçtamos seguros de poder “fotografiar” la sucesión cro­ nológica de los materiales volcánicos (Fig. 3). En primer lugar, a 2,60 metros de altura se encuentra Un depósito de piedras pómez acumuladas en un tiempo muy corto; inmediatamente, en unos 5 centímetros, piedras pómez muy esponjosas y numerosos lapilli que representan pequeños fragmentos del tapón de lava que obs­ 16 Alrededor del siglo vin a. de J. C. sería posible una erupción. Greci pág. 176.

,

truía el conducto antes de la erupción, proviniendo otros fragmen» tos de lava de las paredes del conducto; luego, piedras pómez blancuzcas, más grisáceas y más pesadas. A 2,50 metros de altura, las piedras pómez son de color gris verdoso. Tal variación de la naturaleza de las piedras pómez priieba que antes de la erupción el magma se encontraba fuertemente dife-

m

Tierra vegetal Cenizas pisoiíticas Lapilli -— -„C enizas Lapiili

f Cenizas y arena mezcladas con leños calcinados

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Lapilli Arena volcánica

Piedras pómez color gris verdoso

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«y·sV . i.¿Λtî'M- Murhn lapilli

Estratigrafía de los depósitos volcánicos de la Gran Palestra (según Pompeiana, fig. 59, pág. 46Ö).

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rendado en el conducto. Por la presencia de piedras arrancadas a las paredes del conducto y de la fuente magmática, puede sa­ berse que, a 1,20 metros de altura, los elementos depositados pro­ vienen de una profundidad de un kilómetro; a 2,50 metros, de 5 a 6 kilómetros. A 2,60 metros se encuentra una capa de arena volcánica (0,05 metros) endurecida; luego, 0,03 metros de lapilli, 0,64 metros de cenizas mezcladas con madera calcinada, dos es­ tratos de lapilli que encierran una capa de cenizas, 0,30 metros de cenizas pisolíticas. Historia verdadera de la erupción Es fácil ahora reconstruir las fases de la erupción y describir lo que pasó en Pompeya el 24 de agosto del año 79. El Vesubio se despertó brutalmente sin que ninguna señal en los días anteriores hubiese permitido a los pompeyanos seguir los progresos de una actividad creciente, lo que tal vez habría podido evitar las pér­ didas humanas. Los movimientos sísmicos les hacían temer, como cosa peor, un terremoto. La erupción comenzó con un estruendo espantoso : un tapón de lava “saltó” y los trozos más pesados caye­ ron cerca del cráter. Apenas abierto, el conducto dejó salir con una violenta explosión el magma muy rico en gas a alta presión; así fueron proyectados al aire, a varios miles de metros de altura, fragmentos de lava que abandonaban sus gases y se convertían en piedras pómez muy esponjosas. La velocidad disminuía con la al­ tura y al mismo tiempo los fragmentos se ahuecaban emitiendo una gran cantidad de gases calientes. La columna de emisión gaseosa se extendía rápidamente en altura por la fuerza expansiva de los gases. Una vez disminuida la fuerza de lanzamiento, las piedras pómez caían en gran número alrededor del monte y especialmente sobre las regiones meridionales y orientales, sepultando a Pompeya, tanto más cuanto que el viento arrastraba las cenizas hacia el Sud­ este. Después de esta fase caracterizada por el lanzamiento de las piedras pómez, que había vaciado todo el conducto, los gases no arrastraban ya más que pequeñas cantidades de magma, así como la arena de las rocas arrancadas a las paredes del conducto, y pro­ vocaban la lluvia de cenizas arenosas de cuando en cuando; en el momento en que disminuía la emisión gaseosa, las paredes de la parte superior del conducto se desplomaban y producían un obs­ táculo temporal a la emisión de los gases; pero, en seguida, la 22

presión de los gases lo arrancaba y proyectaba a los aires esos trozos de escombros, originando por momentos lluvias de lapilli y produciendo de nuevo con más fuerza la lluvia de cenizas. Por lo demás, el vaciamiento del conducto había producido así mismo una disminución de la presión hidrostática sobre el magma del foco. El magma profundo se encontraba sobresaturado de gas, co­ menzaba a hacer espuma, ascendiendo por el conducto y liberando con formidables explosiones cenizas pulverulentas, constituidas en gran parte por los productos vitreos del magma; estamos en la fase culminante de la erupción; una gran parte de la Campania se encontraba recubierta de nubes densas de polvo cargadas de gas, en las que predominaban el vapor de agua y el ácido clorhídrico. En razón de la viscosidad del magma, la actividad explosiva no es uniforme, revela ondas bajas y altas. Sacudidas y agrietamientos acompañaban las explosiones. Por otra parte, grandes cantidades de vapor de agua, arrojadas al mismo tiempo que las cenizas, se con­ densan y, al contacto con estas gotas, la ceniza cuaja y forma en el aire las pisolitas que encontramos en la capa superior de las cenizas de Pompeya. Poco a poco, la fuerza explosiva disminuye a medida que el magma pierde sus gases y, con la simple emisión de vapor de agua no acompañada de cenizas, la erupción entra en su fase final. Es entonces cuando el techo rocoso, una vez per­ dido el punto de apoyo, cede a su propio peso, y las grietas pro­ ducidas dejan pasar el magma a la vez que las corrientes de lava invaden regiones alejadas del volcán, como Castello di Cisterna: pero no había ya ningún pompeyano para contarlo, el 26 de agosto o la noche siguiente. Dión C asio17 registró la explosión del tapón, hablando de piedras de una masa extraordinaria que fueron lanzadas hasta la cima del monte y de la lluvia de cenizas18 que forma lo esencial, a decir ver­ dad, de la observación de Plinio el Joven. Por nuestra parte, pode­ mos trazar el cuadro de las páginas 24 y 25. El drama humano de Pompeya puede ser imaginado por lo que refiere Plinio el Joven acerca del final de su tío; pero, sobre todo, los muertos mismos de Pompeya, por su número, por su actitud, nos hacen asistir a los últimos momentos de su agonía19, 17 D ió n C a s i o , LXVI, 22. 18 Id., ibid., 23. 19 Véase E. C., conde Corti: Vie,

mort et résurrection d’Herculanum et Pompéi, París, 1953, págs. 75-84.

23

D I A S

SITUACION DE PLIN IO E L VIEJO

SITUACION DE P U N IO E L JOVEN

24 agosto 10 h.

Miseno.

Miseno.

13 h.

16 h.

18 h.

25 agosto 6-7 h.

Estabia. Cerca de la costa; noche agitada y corta. Se dirige a la playa, donde el olor a azufre le asfixia. Muere.

tarde, final del día

Sale de la ciu­ dad

Retorno a Miseno.

26 agosto noche

27 agosto

Saliendo del Vesu­ bio nube en forma de pino en la que se encuentran ceni­ zas y tierra. Observación de llu­ via de cenizas, pie­ dras pómez.

En la costa, ha­ cia Herculano.

noche

OBSERVACIONES DE P U N IO E L VIEJO

Descubrimien­ to de su cuer­ po en la playa.

24

Hondonada en el mar. Litoral corta­ do La fortificación de Pompéya Lo que la lógica inclinaba -a pensar fue también confirmado por las exploraciones efectuadas por M aiuriu en las diversas puertas de la ciudad y en algunos sectores de la muralla samnita. Prueban la existencia en la época presamnita de una muralla griega de dóble lienzo construida en bloques' cuadranglares; no superaba los cua­ tro metros de altura sobre el muro exterior y contaba con escaleras de acceso al camino de ronda cerca de las puertas. El material de construcción es exclusivamente la caliza del Sarno. Este tipo de for­ tificación, sin agger (terraplén), parece derivar claramente de . los recintos griegos. La estructura de la muralla recuerda la de Vos mu­ ros griegos de Cumas (siglo vi), Nápoles (siglo' v), Paestum (si­ glos v i i -v i ), Poseidonia-Paestum, por la estructura de su caliza pro­ cedente de depósitos de aluvión, podría ofrecer 'un modelo de es­ tructura y de técnica particularmente adaptado al material calizo del río Sarno. Esta muralla sigue en la región VI el trazado del cinturón pos­ terior. En la puerta del Vesubio, bajo la torre XI, en la puerta de Estabia, se encontraron los vestigios de las puertas de esta m uralla, griega, lo que subraya que la fortificación samnita y el sistema de sus puertas se calcaron sobre las implantaciones precedentes : el pasado domina el presente. Este cinturón griego debía de abarcar por el O este15 las regiones VII y VIII, núcleo primitivo, y la nueva región VI, lo que prueba un agrandamiento de la ciudad. Se trataba para la Pompeya griega de defenderse para hacer frente a la coalición etrusco-campania, siempre viva, y a la supervivencia de núcleos políticos y culturales etruscos en la región de Ñola y de Nocera. 14 A . M a i u r i : “Studi e .ricerche sulla fortificazione di Pompei” , en Monumenti Antichí, XXXIII, 1930, col. 113-286. 15 Ninguna estructura presamnita fue encontrada en la puerta de Ñola, pero conviene mantener prudencia a este respecto, puesto que se encontro entre la Gran Palestra y el anfi-

teatro un trozo de fortificación precaliza, construida en bloques de toba negruzca, el pappamonte. F. C a s t a GNOLi : Ippodameo di M ileto e Vurbanistica a pianta ortogonale, Roma, 1956, págs. 31-32, piensa equivocadamente que el plano de la ciudad se debe tan solo a los griegos.

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La region VI La región VI, entre todos los barrios de la ciudad, ofrece una notable regularidad geométrica y una orientación particular. Pa­ rece poco verosímil que los samnitas, que en otras poderosas ciu­ dades de la Campania, en Cumas, Capua, Ñola, se instalaron en el interior de murallas ya sólidamente establecidas, se hubiesen con­ vertido en Pompeya, desde los. primeros años de su ocupación, en los promotores de un plan regulador, que por primera vez disci­ plinaría una inorgánica aglomeración urbana a la que ni los griegos ni los etruscos habían sabido poner un poco de orden. Ahora bien: la región VI representa el modelo de una implan­ tación urbanística tan perfecta que no puede encontrarse más que en las ciudades obedientes al sistema hipodámico. La longitud y la estrechez de las insulae suponen una gran experiencia de un urbanismo que trata de multiplicar las vías de acceso y de comu­ nicación de un barrio. Es inverosímil que los samnitas, en las altu­ ras escarpadas de los Apeninos, hubiesen adquirido tal experiencia y manifestado tal exigencia para aplicarla por primera vez en Pom­ peya. Es más natural suponer que encontraron ya esta implantación del barrio noroeste y que tomaron modelo de ella para extenderla a los barrios del Este. Basta, por el contrario, echar una ojeada a los planos de las ciudades griegas de la Campania, de Neápolis y de Herculano, para encontrar ejemplos de regularidad geométrica y de esta práctica de la forma alargada y estrecha de las insulae. Solo los griegos pudieron concebir la implantación de esta región en correlación con el desarrollo de la nueva muralla; viene a insertarse como un gran rombo en el plano más antiguo e irregular de la ciudad osea y etrusca y encaja perfectamente, si se la data del 460 al 425, en el gran desarrollo de los planos de tipo hipodámíco en el occidente m editerráneo16. Pompeya arcaica no se aparece como la humilde aldea osea, so­ metida a las influencias más o menos inciertas de las civilizaciones griegas o etruscas, sino como una ciudad y un puerto disputados entre un imperio marítimo griego y la federación etrusco-campania, que inscribe en su suelo y en sus monumentos la hegemonía griega 16 Seguimos a Maiuri contra Patroni, que pensaba que la región VI era etrusca y atribuía la muíalla

igualmente a los etruscos. Castapágs. 26-32.

g n o l i,

75

dominante. Los itálicos del Samnium van a sustraerla a los episo­ dios de esta lucha y a imprimirle un carácter itálico más ostensible.

4.

POMPEYA SAMNITA (424-89)

Es el período samnita el que va a dejar su señal profunda en Pompeya, tanto desde el punto de vista político e institucional como sobre el plano urbanístico y cultural. Conquista La conquista fue brutal y sim ple17. Sus autores, rudos monta­ ñeses de los Abruzzos y de la Calabria, que bajaron de sus mon­ tañas a la búsqueda de tierras más fértiles. Este movimiento se sitúa en la perspectiva de las oscilaciones temporales de poblacio­ nes siempre atraídas por el golfo de Nápoles. Pero, por esta vez, la brutalidad del movimiento es la acción de un pueblo nuevo que, a imagen de los otros pueblos itálicos, va a apoderarse de posicio­ nes ocupadas por los “colonizadores” ; los sabinos descienden a la llanura latina y tal vez se apoderan de Roma; al Sur, los hémicos se establecen en el valle del Liris y entablan contra los ecuos y los volscos luchas seculares. Los samnitas ocupan Capua, Ñola, y forman el Estado campanio. Los lucanios someten el istmo calabrés, antiguo imperio de Síbaris; en la costa tirrena, todos los puertos griegos—y entre ellos Pompeya—caen en sus manos, a excepción de Velia; Turios resiste en la costa jonia. En el Adriático se instalan pelignios, frentanios, picentinos, mientras que los yápigas son rechazados hacia Tarento. Estos bárbaros en movimiento son parientes unos de otros y se ha podido hablar con razón de invasiones sabélicas. Entre sabinos y samnitas existe un estrecho parentesco lingüístico. Los samnitas estaban compuestos de numerosas tribus (p. ej., los hirpini), algu­ nas de las cuales permanecieron aferradas a los picos de los Abruz­ zos; otras, como los campant, tomaron este nombre una vez ins­ talados en la llanura de la Campania. Los Incani son una rama desgajada del tronco samnita; los bruttii serían a su vez esclavos sublevados contra sus dueños. 17 Véase I.

H eurgon,

págs. 81 y sgs.

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\

Sabinos, samnitas, lucanios, estaban unidos por la sangre y por una civilización común, una lengua: el oseo, y costumbres, como el ver sacrum 18: consagraban a Marte, su dios nacional, todo lo que producía la primavera siguiente, sin exceptuar a sus hijos; estos, llegados a hombres, dejaban la tierra de sus padres y partían a la conquista de tierras nuevas. Los samnitas eran como la retaguardia de los ausones, que habían ocupado al comienzo del primer milenio la Italia meridional. A su marcha, se contentan con vivir en las montañas; luego se ponen en movimiento, a finales del siglo vi, como consecuencia del ocaso etrusco y después de la caída de Síbaris. Poco a poco, se aproximan a la Campania deslizándose por los valles que desembocan en la rica llanura y ocupan las oppida próximas : Allifa, al pie del monte Mateso; Tribula, nido de águilas en la cima de la última estriba­ ción del Apenino; Compulteria. Cronología ¿Cuándo aparecen los samnitas en la llanura? Podemos preci­ sarlo gracias a Diodoro de Sicilia y a Tito Livio. Diodoro19, que sigue una cronología griega para la historia de la Campania—por tanto, la mejor—, escribe que bajo el arcontado de Teodoro y el consulado de M. Genucius y Agrippa Curtius Chilo (438-437 an­ tes de J. C.), quedó constituido el pueblo campanio, que recibió este nombre de la fertilidad de la llanura vecina (campus). Diodoro20 dice a continuación que, bajo el arcontado de Aristión y el consu­ lado de T. Quinctius y de A. Cornelius Cossüs (421-420), los cam­ pamos marcharon sobre Cumas con fuerzas considerables y des­ pedazaron a la mayor parte de sus adversarios; luego pusieron sitio a Cumas y, después de numerosos asaltos, se apoderaron de la ciudad. La saquearon, redujeron los prisioneros a la condición de esclavos y se proclamaron a sí mismos habitantes legítimos. En Tito Livio tenemos dos menciones que se refieren a estos mis­ mos acontecimientos : se fechan en el 423 21. Un hecho que nos resulta extraño, pero que es digno de ser recor­ dado, se produjo durante este año: Volturno, ciudad etrusca, que es ahora Capua, fue tomada por los samnitas... Ahora bien: tomaron Vol18 L H e u r g o n : Trois études sur le ver sacrum. Bruselas, 1957. 19 XII, 31» 1.

20 XII, 76, 5. 21 IV, 37, 1.

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turno en dos etapas: primero obligaron a los etruscos, agotados por la guerra, a compartir con ellos su ciudad y su territorio; luego, aprove­ chándose de un día de fiesta, como los antiguos habitantes estuviesen entontecidos por el sueño y por los festines, los nuevos colonos, en una matanza nocturna, se deshicieron de ellos. En este mismo año (420)æ, Cumas, que pertenecía a los griegos, fue tomada por los campamos.

En la perspectiva de una Pompeya griega, sometida bien a Nápoles, bien a Cumas, es importante que Diodoro y Tito Livio se hallen de acuerdo para la caída de Cumas en el 420. Esta coin­ cidencia proviene de que los dos autores tomaron su cronología de Timeo, que en este punto apenas es sospechoso, porque la ocupación de Cumas debió de producir gran conmoción en el mundo griego. Ahora bien: esta marcha contra Cumas no pudo producirse más que en el momento en que el interior, lo mismo que la costa, habían pasado bajo el control exclusivo de los sam­ nitas. El desacuerdo entre Diodoro de Sicilia y Tito Livio sobre la fecha de la ocupación de Cumas proviene de que los datos propues­ tos no tienen la misma significación. En 437, Diodoro no habla de la toma de Capua, sino de la constitución del populus Campanus. En 423, Tito Livio no habla más que de la toma de Capua. Los dos acontecimientos no coinciden: las tribus montañesas formaron un pueblo antes de derribar la ciudad etrusca; esta cayó, en rea­ lidad, después de una larga serie de guerras y de negociaciones. Entre los pueblos itálicos, el ager, circunscripción territorial, priva sobre la ciudad. Un ager Pometinus se anticipa a Pometia; por tanto, un ager Campanus existió antes que la urbs Capua; esta anterioridad viene medida por la distancia entre las dos fechas de Diodoro y Tito Livio. A partir del 437 las tribus samnitas, consti­ tuidas en populus Campanus, acampaban en el territorio de VolturnoCapua. Pero la ciudad seguía existiendo como enclave etrusco en medio de los campanios que la hostigaban, lo mismo que subsistían en la costa ciudades griegas. Capua no capituló hasta el 423. Esta constitución de un populus Campanus llenaba de preocupación a las ciudades griegas: Nápoles se reforzó con un contingente ate­ niense y hacia el año 432 recibió la visita de una flota ateniense, si hemos de dar crédito a Timeo, aunque este refuerzo defensivo no podía ser suficiente para resistir el asalto samnita. Así, pues, 23 IV, 44, 12.

78

entre 423 y 420, pero más cerca del 423 que del 420, hay que situar el final de la dominación griega en Pompeya. Pero pudieron darse etapas, puesto que no se habla de un asalto a Pompeya, a imagen del de Cumas. Estrabón23 piensa que la guerra de conquista fue desencadenada por un ver sacrum, pero no fueron una sola oleada ni úna sola batalla las que sellaron la suerte de las ciudades etruscas y griegas de la Campania. Hubo infiltración lenta, presión demográfica de estos pueblos, que suministran mercenarios a los ejércitos de Sira­ cusa y de Cartago. Turbulentos, prontos a la revuelta, se conver­ tirán a veces más tarde, como Amílcar el samnita en Cartago, en los jefes políticos de su patria de adopción. Hacia el año 437, hay que imaginar simplemente grupos de agricultores, efe pastores que conducen sus rebaños (el ver sacrum poetizaba la trashumancia) y descienden con ellos a la llanura, de donde las disputas y peleas con poblaciones que viven en aldeas sin defensa. “Expulsaban de ellas a sus ' habitantes y sacrificaban a M arte el toro que les había servido de guía”, dice Estrabón. Los etruscos estaban cogidos entre dos fuegos: de un lado, los samnitas; del otro, Cumas y su im­ perio, recobrado desde el 474. Además, se encontraban privados de ayuda de sus metrópolis toscanas, Así se vieron obligados poco a poco a efectuar concesiones: hubieron de asociar el populas Campanus a la posesión de la ciudad de Capua y de su territorio. Nápoles, al igual que Capua, hubo de abrir sus murallas a un cierto número de campamos e incluso darles acceso a sus magistraturas. Estrabón^4 da como prueba de ello la lista de magistrados, que, en otro tiempo únicamente griega, cuenta ya con numerosos nombres campanios. Se distinguían en Nápoles los Palaeopolitani, antiguos habitantes, de los samnitas, a Los que se había tenido que conceder el derecho de ciudadanía. Nápoles debió de entrar en la vía de las concesiones en razón de sus disensiones interiores: en 328, cuando Roma libera a Nápoles de la tutela samnita, existen un partido noble, favorable a Roma, y un partido de la plebe, adicto a los samnitas. En Capua también la plebe estaba formada por los ausones vencidos, que aspiraban a sacudirse el yugo del extranjero; los samnitas, que poco a poco llegaban, se agrupaban junto a sus hermanos de raza, y lentamente la aristocracia etrusca quedó su­ mergida por la marea plebeya. ¿Qué ocurrió en Pompeya? Pom24 V, 4, 7.

28 V, 4, 12.

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peya amplió sin duda sus murallas por la necesidad de albergar una colonia samnita. En todo caso, pudo haber aquí un primer período, a partir del 438, en el que los samnitas se infiltraron en la ciudad; en 422, después de la caída de Capua, como consecuencia de un movimiento de liberación de sus hermanos oprimidos, Pompeya se vuelve samnita—lo mismo que toda la Campania—. Ñola—-en oseo, “la Nueva”—pudo sustituir un poblado etrusco, Hyria, sin duda. Herculano y Sorrento cayeron en manos de los samnitas. Cuando, a mediados del siglo iv, se pasea el Pseudo-Scylax, toda la costa entre el monte Másico y el promuntorium Minervae está sometida a ios campamos; en el golfo de Nápoles, el navegante encuentra tres enclaves griegos : Nápoles, Ischia y Cumas, con los que el hele­ nismo resiste a las violencias de sus nuevos dueños. Vienen a con­ tinuación los samnitas, que conquistaron las ciudades etruscas y griegas del golfo de Salerno. ¿Va a conocer Pompeya años de paz bajo sus nuevos dueños samnitas? Una potencia se engrandece a las puertas de la Cam­ pania: es Roma. Inmediatamente después de la catástrofe gala, Roma se mide con los latinos; en todo caso, el terror provocado por la invasión gala del 358 restableció la solidaridad entre las ciudades latinas y determinó al Latium a concluir este año un acuerdo definitivo con Roma, que, entre 390 y 358, preparaba me­ tódicamente su avance hacfa el Sur: Antium quedaba cercado por su esfuerzo de colonización en la parte septentrional de las lla­ nuras pontinas. Durante la guerra etrusca de 357-354, Roma con­ cluye un tratado con el Samnium, que marca una etapa importante hacia una posible dominación en la Campania. Primera intervención romana

1

Los samnitas, que habrá que distinguir en adelante de los cam­ pamos, organizados en una confederación dominada por Capua y que querían conservar su hegemonía en esta llanura, formaban una confederación de varias tribus: los caraceni del valle del Sagrus (Sagro), cuyas ciudades principales eran Aufidena (Alfedena) y Bo­ vianum vetus (Pietrabbondante), los Peutri del macizo del Mateso, cuya ciudad principal se denominaba también Bovianum (Boiano); los Caudini, en la frontera campania; los Hirpini, hacia el paso de Benevento. En el 343, los samnitas aliados de los romanos perse­ guían a los sidicinos, aliados de los capuanos, y los sidicinos 11a80

marón en su ayuda a los latinos. Los samnitas se quejaron a Roma, que respondió con toda razón que no detentaba primacía alguna entre los latinos. Se originó así la primera guerra samnita : romanos y latinos hacen la guerra a los samnitas y un ejército romano entra en la Campania en el 343; en el 342 Roma hace la paz con los samnitas en condiciones tan deshonrosas que los latinos se niegan a reconocer la cláusula que abandona a los sidicinos a la supre­ macía samnita; en el año 340 se inicia la guerra entre Roma y el Latium, donde asistimos a la inversión de las alianzas. Roma, aliada a los samnitas, hace la guerra a los latinos, aliados a los campamos. Y comienza en este año una serie de victorias sobre los latinos que son el toque de muerte de la confederación latina, pero tam­ bién el de la confederación campania. El Estado romano-capuano Roma, de acuerdo con su genio propio, sustituye el régimen de las confederaciones por el de la ciudad. Las oppida campanias reciben, según el modelo de Capua, una organización municipal. Capua es llamada en el 341 ciudad aliada; en el 334, municipio federado: es una ciudad que estuvo primero ligada a Roma por un tratado y se naturalizó luego como romana, sin renunciar por ello a las tradi­ ciones y al prestigio que le venía del foedus antiguo. Entre las oppi­ da, Suessula en 338, Acerrae en 332, obtienen la civitas sine suffra­ gio25, la ciudadanía romana sin voto en Roma; ocurre otro tanto con Atella. Las ciudades de la Campania oriental, Ñola y Nocera, sufren otro trato y concluyen con Roma una alianza. Ahora bien: tenemos motivos para creer que el ager Pompeianus formaba parte del territorio de N ocera26, que controlaba por su confederación a Pompeya, Estabia, Herculano y Sorrento27, y, además, Pompeya y Nocera tenían el mismo puente sobre el Sarno. Pompeya debió de concluir igualmente esta alianza. Pero la formación del Estado romano-capuano28 no interesa solamente a la historia militar y diplomática de Italia en el siglo iv. Constituye también Una opera­ ción de política y de policía interiores. Los equites Campani™, 25 M . S o r d i : 1 rapporti romanoceriti e Vorigine della “civitas sine suffragio”, Roma, I960, págs. 118-19. „ ae L i v io , IX. 38. P o l i b i o , III. 9. 27 S a r t o r i ; Problemi di storia costituzionale italiota, Roma, 1953, p. 17.

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28 Para todo esto, véase H e u r g o n : Capone, págs. 243 y sgs. 29 C. N ic o l e t : “Les équités campani et leurs représentations figu­ rées”, en M.E.F.R.. t. LXXIV. 1962, págs. 463-517.

grandes señores, apremiados por doquier por la marea creciente de las reivindicaciones plebeyas y samnitas, buscan en Roma un medio de hacer frente al peligro. Aceptan el prestarse a las intenciones anexionistas del Senado romano, a condición de que se constituya en guardián de la constitución de Capua. Negocian la cesión del ager Falernus, una de las tierras más fértiles del país, a cambio de una renta anual, entregada por el tesoro capuano bajo la garantía expresa de Roma. En Roma, los conserevadores—entre los cuales hay que anotar en primer lugar a los Fabii·—habían formalizado relaciones y alianzas con las familias dirigentes de Tas ciudades itálicas, particularmente en Etruria y en la Campania. En el 342, la victoria de los demócratas en Roma no cambia gran cosa esta situación. Aún más: el cónsul del año 340, P. Decius Mus, sería un condotiero capuano, cuyo nombre Dekis es capuano, y en el Estado romano-capuano este Dekis, llegado a cónsul, será el ins­ trumento de una cierta política de igualdad y de equilibrio. Dominación romana Pero este Estado romano-campanio o romano-capuano evolu­ cionará rápidamente hacia una simple dominación romana. Parece que fue entre 318 y 312 cuando este sometimiento, primero teórico, quedó práctica y definitivamente realizado; 318 es la fecha de là creación de la tribu Falerna, que consagraba la anexión de 340; 312 es la fecha de la construcción de la Via Appia, que, a través del territorio de los ecuos, de los volscos y de. los auruncos ya so­ metidos, reunía en un solo bloque lo que no se podía llamar el Estado romano-capuano, sino simplemente el Estado romano. Es natural que la ejecución íntegra del tratado que le había sido impuesto provocase en Capua un último sobresalto de independen­ cia. Según Diodoro de Sicilia30 y Tito Livio31, trató en 314, en un momento crítico de la segunda guerra samnita, de sacudirse el yugo de sus dueños. Después de esta sublevación de los conservadores de la ciudad, no se oye hablar más de Capua. No da señales de actividad durante la guerra de Pirro y oficialmente no asume ningún papel en la tensión romano-cartaginesa que fue el origen de la primera guerra púnica. Encontramos la prueba de ello en el cuadro que la Alejandra, de Licofrón, según Timeo, trazaba hacia el 274 80 XIX, 76, 3.

31 IX, 26, 5 y sgs.

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de la situación política de la Italia central, De Capua nada se dice, porque para un Titneo, para un Licofrón, la única potencia que dominaba del Tiber al Sabeto era Roma; no había ya Estado romano-capuano, solo existía im Estado romano. Influencia capuana Esto no quiere decir que Capua no ejerciese en los asuntos de Roma una influencia oculta, pero determinante. En efecto, después de la terminación de la conquista de Etruria, Roma se compromete inmediatamente en una serie de operaciones en las que parece que se ha dejado arrastrar, más o menos deliberadamente, por Capua. Así se ve con toda claridad en el asunto de Nápoles en 327, cuando Roma abraza las reivindicaciones de Capua con respecto a Nápoles, pero Nápoles, sostenida por los samnitas, supo resistir y Roma firmó con ella una alianza en un plano de igualdad ; el ataque contra Nápoles señaló el comienzo de la segunda guerra samnita. La humillación de las Horcas Caudinas en el 324 no impidió, pues, a la Urbs el desarrollar en la Campania una acción de las más decisivas y lanzarse en 311 a una política marítima: es también un miembro de la familia de los Decii, él tribuno de la plebe M. Decius, quien propone al pueblo32 la creación de los duoviri navales en 310: su pequeña flota le permite realizar un desembarco cerca de Pompeya para atacar a Nuceria; los romanos fueron de­ rrotados por los nucerianos ayudados por los pompeyanos; pero poco después, Nuceria fue ocupada y Pompeya también. Los ro­ manos conquistaron incluso Bovianum, la capital samnita, en 305, y en 304 se termina la segunda guerra samnita: Roma ha sustituido con su hegemonía la de los samnitas en la Campania. Pompeya, ciudad aliada, vasalla de Roma, conservaba su fisonomía samnita. No se le pedía otra cosa que la lealtad política, tanto durante la tercera guerra samnita, que termina en 291 con la rendición de los samnitas, a los que fue concedido un tratado, como durante la guerra contra Pirro. Fidelidad a Roma de la Campania frente a Pirro En efecto, era verosímil que Pirro se decidiese a atacar la Cam­ pania para separar de la causa romana ciudades hasta hace poco 32 L iv io ,

IX, 30. 4.

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independientes y que podía suponer repudiarían fácilmente la alian» za con Roma. Ahora bien: las ciudades campanias permanecieron fieles a Roma, sin duda en razón de la alianza de Pirro con los samnitas, que las habían sojuzgado brutalmente. El fracaso de la aventura de Pirro significaba el toque de muerte para la independen­ cia de las ciudades griegas de la Italia del Sur; en 272, Tarento fue ocupada y la legión campania que había traicionado a Roma y se ha­ bía instalado en Reggio hubo de capitular : los 300 supervivientes fue­ ron ejecutados en el foro. Roma no podía tolerar lá menor insen­ satez y multiplica las colonias latinas, como Benevento en 268 y Aesernia en 263, para mantener sometidas a las ciudades de la Campania en el momento en que se inicia la primera guerra pú­ nica en 264. Solo Pompeya no traiciona a Roma frente a Aníbal Fue en el curso de la segunda guerra púnica cuando las ciudades campanias trataron de recuperar su libertad. En efecto, la derrota de los romanos en Cannas el 2 de agosto del año 216 sacudió du­ ramente su prestigio en Italia; se pasaron a AníBal las tribus de Apulia, dando el ejemplo las ciudades de Arpi y de Salapia; luego el pueblo de los brúcianos, con la excepción de Petelia y de Consenzia; a continuación les tocó el turno a los lucanios, hirpinios y otros pueblos samnitas. La deserción más grave para Roma fue la de Capua y sus vecinas Atella y Calatia, pero las ciudades griegas de Lucania, del Brutium y de Campania permanecieron fieles a los romanos por odio a los cartagineses y a los brúcianos. Esta fide­ lidad era interesada: una victoria cartaginesa habría arruinado su comercio; además, Roma era una ciudad “griega”. La guerra fue llevada entonces a la Campania: Claudius Marcellus se dirigió allí con dos legiones e impidió que Ñola cayese en manos del enemigo púnico. Este tomó Casilinum (Capua), que dominaba el puente sobre el Volturno. Se instaló en el monte Tifata para amenazar Cumas y Ñola, pero en vano. Así, toda la Campania griega se le resistía y Roma pudo reconquistarla. También, en 214, Casilinum fue re­ cuperado por los cónsules Fabius y Marcellus; en el otoño del año 212 los cónsules Fulvius Flaccus y Claudius Pulcher comenzaron el asedio de Capua, apoyados en Casilinum, la desembocadura del Volturno y Pozzuoli. En el año 210, la ciudad caía y era dura84

mente castigada: senadores vendidos como esclavos, esclavos va­ rones deportados, organización municipal destruida. Las tierras pa­ saban a poder del Estado romano. Tal era el precio de la traición para una ciudad más samnita que helenizada. En todo este com­ bate, Pompeya, lo mismo que Nocera, parece fiel a Roma. Todo hacía suponer que esta fidelidad sería merecedora de recom­ pensa. Pero las victorias alcanzadas en la segunda guerra púnica dan a Roma un sentimiento de superioridad tal que decide no guar­ dar ninguna consideración con respecto a sus aliados. Sin embargo, estos, sobre todo las aristocracias locales, deseaban cada vez más entrar en la ciudad romana, y la plebe anhelaba la igualdad de los derechos privados. El problema de las tierras comienza a hacerse irritante: en el año 183 se produce un litigio entre las dos ciudades de Nápoles y de Ñola con relación a territorios cuya propiedad reivindicaba cada una de ellas; el cónsul Q. Fabius Labeo, encar­ gado del arbitraje, zanja la cuestión concediendo los territorios en disputa al pueblo romano. Como los pueblos se veían excluidos de la posesión de las tierras que habían regado con su sangre y ganado con la espada en la mano para el imperio romano, se ori­ gina muy pronto una crisis que conducirá a la guerra social y al final de la Pompeya samnita. Envuelta en el remolino de las guerras de Roma contra los sam­ nitas y teniendo que defender su existencia contra vecinos turbu­ lentos o contra las pretensiones de Roma, Pompeya permanece durante todo el período samnita como una ciudad fortificada, e incluso desarrolló entre 424 y 89 un sistema de fortificación cada vez más sólido, en el que se pueden distinguir tres fases. Fortificación P r im e r a f a s e .— Ante la técnica de la muralla griega de doble lienzo, ¿cuál iba a ser la reacción de los samnitas fieles a la estruc­ tura poligonal en sus ciudades de la montaña y en las que jalona­ ban su progresión hacia la Campania? En Pompeya, lo mismo que en Poseidonia, abandonan esta estructura poligonal y recurren a un elemento nuevo de tipo itálico, el agger: estiman que el lienzo externo debe ser más alto y más fuerte y renuncian al sistema de doble lienzo que no sobrepasaba los tres o cuatro metros de altura; en cambio, conciben como apoyo del lienzo externo un agger, es decir, un gran terraplén, sostenido en su base por un

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pequeño muro. El primer trabajo entre 400 y 300 fue, pues, el de demoler y rehacer con más altura (8 a 10 metros) un lienzo ex­ terno construido con grandes paralelepípedos y de más grosor que en el período griego, reforzado además hacia el interior con pilas­ tras adosadas al muro. El lienzo interno presamnita fue en parte demolido y su base sumergida en la tierra del agger. Las puertas fueron reconstruidas, pero más estrechas y con alas profundas y bastiones con taludes, incorporados entre el lienzo externo y el agger. El material sigue siendo esencialmente la caliza del Sarno. Este período de construcción intensa, que corresponde a la época de las guerras samnitas, entra en el cuadro más amplio de la dura lucha de las poblacionees samnitas contra Roma. S e g u n d a f a s e — En un segundo período, entre 300 y 180, se tuvo la idea, para disminuir la presión de las tierras, de volver al siste­ ma de doble lienzo con pilastras; al lienzo externo de caliza que se refuerza con toba, se añade un lienzo interno, hecho de bloques de toba isódomos marcados con signos oscos. Las puertas son tam ­ bién rehechas y la toba sustituye a la caliza del Sarno del período precedente; el agger se acerca a la ciudad y es revestido de gradas de toba que conducen al camino de ronda y contienen las tierras. Reparación y refuerzo corresponden al período de la segunda guerra púnica y a la doble presencia de los ejércitos de Aníbal y de los ejércitos romanos en el teatro de guerra de Campania. T e r c e r a f a s e .— En fin, en un tercer período, que va de 120 a 89 y que corresponde a los preparativos intensos antes de la guerra social, se repara ampliamente el lienzo exterior; se construyen to­ rres a caballo de los muros y sobre el camino de ronda, mientras que el plano del agger es rebajado para llegar más fácilmente al nivel inferior de las torres. Hacia finales del siglo π, ante la inminencia de la lucha contra Roma, se siente la necesidad de adaptar mejor las defensas de la ciudad a los perfeccionamientos alcanzados por las máquinas ofensivas móviles, torres y castillos de madera. Había que disponer de torres rectangulares que vigi­ lasen el camino de ronda y formasen cuerpo con el cinturón de de­ fensa desbordando los dos lienzos. Esto equivalía a volver al sistema helenístico de fortificación; en su muralla Pompeya realizaba la uni­ dad entre dos tipos opuestos de fortificación, el griego y el itálico, lo que se ajusta perfectamente a la imagen de la civilización de esta región. ' 86

Extensión de la ciudad Esta fortificación samnita se superpone en el sentido de los cardines a la muralla presamnita. Es decir, que de Norte a Sur la ciudad no conoció extensión: simplemente la torre XII—la torre de Mercurio—cerró el cardo primitivo, mientras que el cardo ma­ ximus de la ciudad es representado en adelante por el camino de Estabia, de la puerta del Vesubio a la puerta de Estabia. Por el contrario, de Este a Oeste la ciudad samnita conoce un nuevo y considerable desarrollo ; en efecto, ni en la puerta de Capua, ni en la puerta de Ñola, ni en la puerta del Sarno, se encontró vestigio alguno presamnita. Es verosímil que el sector oriental sea una creación de los samnitas, a imitación de la ciudad griega, cuya estructura urbanística, fuertemente implantada al Este, ellos mis­ mos descubrían, Fueron, pues, los samnitas los que dieron a Pompeya el perí­ metro urbano de 3.104 metros que nosotros conocemos. Y la for­ tificación está ahí para recordarnos la Pompeya guerrera que impuso a los colonos romanos su rostro severo, con su lienzo de toba ne­ gro, sus altas y recias torres y sus estrechas puertas fortificadas (Figs. 4 y 21), No es posible al visitante olvidar esta muralla que definía el territorio de la urbs, defendido en adelante por una línea de puestos, más allá de la cual comenzaban las necrópolis, R e d v i a r i a — En el interior de esta superficie urbana, la red viaria trataba de poner en relación los conjuntos monumentales, de enlazarlos con las puertas y, por tanto, con la zona extraurbana. Gracias a un cipo inscrito en lengua osea descubierto en la puerta de E stabia33, sabemos que esta puerta dominaba un camino extraurbano que conducía por un puente sobre el Sarno hasta Estabia y a un camino intraurbano, llamado por excelencia camino o ruta de Pompeya, la moderna carretera de Estabia, que bordea el templo de Zeus Meilichios; una calle de Júpiter pasaba al norte de este templo (hoy en día calle del Templo de Isis), y otra sería la actual calle de los Teatros; a mediados del siglo n pueden observarse la unidad y la coherencia de este recorrido urbano que trata de enlazar el foro triangular y todo su complejo monumental con la plaza del foro civil, en el momento en que es construido un m G. O . O n o r a t o : “La sisfemazione stradale del quartiere del Foro Triangolare di Pompei”, en Rend.

Lincei, ser. VIH, t. VI, 1951, pagi­ ñas 250-64.

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pórtico en toba para decorarlo. Esta red da a la Pompeya samnita su doble cara de ciudad de tráfico con la via Pompeiana, en la que se lee en filigrana la palabra griega πομπή34, y de ciudad militar, porque una de las calles hacía el servicio a la palestra en la que se ejercitaba para su preparación militar, la juventud de Pom peya35. M onumentos.—Pompeya poseía, pues, los numerosos edificios

Puerta de Estabia (según M a u -K e lse y , fig . 106, pág. 236).

F ig . 4. B, C, D,

paso exterior. patio anterior. puertas.

o, pozos. b, escalera del camino de ronda. c, cuarto del guarda.

que serán reconstruidos en el período romano: el foro triangular (Fig. 35) y el foro civil (Fig. 7)—este, descentrado con relación a la extensión de la ciudad y, no obstante, conservado—, la ba­ sílica, el Gran Teatro, la palestra samnita, las termas de Estabia (Fig. 37), el templo de Apolo, el templo de Júpiter, el templo de Júpiter Meilichios, el templo de Isis. C a s a s .—La arquitectura privada35 nos dejó su rastro, y en el curso de los tiempos empleó materiales que evolucionaron al ritmo de los que hemos observado en la muralla. La Casa del Cirujano 3i Pompeya tendría así una étimotagia griega (M, N i s s e n : Pompeianiscke Studien, págs. 580 y sgs.). 35 C o n w a y , n. 42.

36 Volveremos a ocuparnos del con­ junto de la cuestión en el cap. I del lib. HI.

tiene una fachada en bloques de caliza del Sarno, lo mismo que al­ gunas otras. Los samnitas, que demolieron el lienzo exterior griego, volvieron a emplear los bloques isódomos para las casas, con ries­ go de dar a estas mansiones el aspecto severo de fortalezas, hora­ dadas con pequeñas ventanas. Pero es con la toba con la que se desarrolla la gran época arquitectónica de Pompeya, el tiempo en el que la influencia helenística se deja sentir mejor, hasta trans­ formar la vivienda, que se extiende sobre una insula entera, en un palacio digno de recibir a una familia real. Así vivía la Pompeya samnita, apegada a sus instituciones polí­ ticas, civiles y religiosas, ciudad abierta a las influencias romanas y griegas. Tenía al mismo tiempo conciencia de deber defender su patrimonio contra toda amenaza, aunque esta proviniese de Roma. La Pompeya romana no podrá renegar indudablemente del legado samnita. 5.

POMPEYA ROMANA

No hubo evolución lenta, en el sentido de que la civilización helenística cediese su lugar poco a poco a una civilización más romanizada. Pompeya se hizo romana brutalmente. Ager Campanus El ager Campanus que rodea a Pompeya había sido acaparado desde hacía mucho tiempo—y con desprecio de toda legalidad— por los senadores romanos, que encontraban en él, a una distancia razonable de Roma, un terreno rico, un clima agradable y una vida fácil. En el sentido estricto de la palabra, el ager Campanus37 no representaba más que el oeste de la gran llanura entre el mar y el Apenino, que limitan el Volturno al Norte, al Sur los montes de Pozzuoli, y el Vesubio al Sudeste. Una línea convencional ïo separaba del ager Calatinus y del ager Atellanus, pero estos terri­ torios, lo mismo que el ager Stellatinus que los prolongaba más allá del Volturno, parecen haber compartido su suerte; así delimitado, abarcaba más de 60.000 hectáreas, cuyo suelo sin accidentes mara­ villaba por su fertilidad: árboles frutales y trigo lo recubrían. Con­ fiscado por el Estado desde la traición de Capua, fue defendido celosamente por los Patres, que en el 194 consintieron solamente en la distribución colonial de las marismas y de las colinas de la 37

J.

C a r c o p ïn o :

Des Gracques à Sylla, 3.a ed., 1952, págs. 169-70.

costa- Permitieron la venta de las parcelas excéntricas en los años 206 y 198, y en la llanura los capuanos ayudaron a los romanos a instalar una nueva economía capitalista, donde alternan planta­ ciones y pastizales y donde los pastizales, a su vez, cada dos o tres años, según el ritmo de la sucesión de los barbechos, son par­ cialmente roturados, sembrados y abonados. Problema de las tierras Pero si nada parecía amenazar la quietud de una posesión ilegal, el problema de las tierras estaba, con todo, planteado en Italia. Era preciso encontrar un remedio al decaimiento de la clase media y restablecer la quebrantada economía de Italia. Tib. Gracchus fue el primero que propuso el reparto del ager publicus y la limi­ tación de las grandes propiedades, pero los italianos parecían exclui­ dos de esta redistribución de las tierras, lo que comenzó a pre­ ocuparles seriamente. No solamente corrían el riesgo de ser inquie­ tados porque ocupaban parcelas que iban a ser redistribuidas, sino que quedaban al margen del beneficio de una medida reservada únicamente a los romanos. Al mismo tiempo, pues, que el problema de las tierras estaba a la orden del día, otra reivindicación, tan importante como esta, venía a añadírsele: la extensión del dere­ cho de ciudadanía romana; no obstante los esfuerzos del segundo de los Gracos, Caius, que trata vanamente de que se conceda a los latinos el derecho de ciudadanía completo y a los demás aliados (socii) el estatuto de latinos domiciliados, los aliados permanecen “sensibilizados” a esta cuestión de la ciudadanía y siguen con pasión la política del tribuno M. Livius Drusus, que, en la primavera del año 91, propone nuevas asignaciones de tierra. Inmediatamente reaparece el malestar italiano, porque latinos y aliados no pueden soportar que el pueblo romano proceda a una redistribución del ager publicus, cuyos inconvenientes y perjuicios sufrirían ellos mismos sin recoger sus frutos, por no ser todavía ciudadanos de pleno derecho. Livius Drusus comprendió entonces que había que conceder el derecho de ciudadanía romana a todos los italianos; la rogatio Livia (proyecto de ley de Livius Drusus) en el verano del ano 91 se la confería en bloque. La emoción provocada en Roma por esta política movió a Drusus a concluir un pacto de amistad con el jefe de los marsos Q. Pompidius Silo. Se comprende fácil­ mente que su muerte—su asesinato—·, a finales del mes de octubre 90

del año 91, haya significado el comienzo de la revuelta que se llama la guerra social, o guerra de los aliados, La insurrección de los pompeyanos El cónsul Philippus había distribuido en septiembre del 91 su ejército consular entre los magistrados para vigilar más de cerca las idas y venidas de los aliados. Servilius se dirigió a Asculo en el Piceno; L. Acilus y L. Scipio ganaron en territorio samnita la co­ lonia latina de Aesernia, L. Postumius fue a residir a Ñola en la Campania. El drama comienza con la matanza de los magistrados en el teatro de Asculo, lo que se llama la revuelta del Piceno, de los samnitas. Los sublevados inducen pronto a la mayor parte de las ciudades campanias a unirse a ellos. Ñola, donde L. Postumius se mantuvo algunos meses, sacude el yugo en marzo del 90. desem­ barazándose con un asesinato del jefe que Roma le había enviado. Pompeya, Herculano, Estabia, Sorrento, Venafra e incluso la colonia latina de Salerno, imitan su deserción ante la llegada del ejército del general samnita Papius Mutilus. Así, pues, toda la Campania se levanta contra Roma y se integra en la confederación marsa para destruir a Roma. Se desarrolla entonces en Pompeya una actividad bélica febril: el muro de defensa reforzado con torres es objeto de una vigilancia constante. Se cursan órdenes de movilización por sectores para que los soldados conozcan a sus jefes y ocupen a la menor señal los emplazamientos que les sean asignados39: se distinguen así el sector noroccidental de Veru Sarinu (porta Satis), actual puerto de Herculano, eï sector septentrional a lo largo de la muralla con la designación de torres y hacia la porta Urbulana (hoy en día puerta de Ñola); un sector oriental, entre la puerta de Herculano y la puerta M arina; un sector meridional hacia la puerta de Estabia. La lucha estaba lejos de ser ganada por Roma. Sitio y derrota de la ciudad El cónsul L. Caesar, ya en la primavera del año 90, había tratado de levantar el asedio de Aesernia y fracasó estrepitosamente; pero en el verano supo resistir a un movimiento combinado de los sam­ nitas y de los campamos que intentaban sitiar Acerrae y las tropas 38 Se trata de las inscripciones en oseo, llamadas de encrucijada, eituns: Onorato, 53-57.

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aliadas de Marius Egnatius fueron destrozadas en agosto del año 90. En la primavera del 89, C. Sila, que sucede al cónsul L. Caesar, del que era legado, asume el mando de las operaciones militares contra los samnitas rebeldes de la Campania meridional. Sila confía a T. Didius, su legado, y a Minatius Magius, italiano, jefe dei partido romano entre los hirpinios rebeldes, el asalto a Herculano, ca­ yendo él mismo sobre Estabia, a la que ocupa y destruye el 30 de abril. El 11 de junio o en los días siguientes, Herculano fue con­ quistada por las tropas de Didius, que encuentra la muerte en el asalto a la ciudad 39. Las dos amenazas a las alas habían desapare­ cido y Sila puede reunir su ejército con el que proviene de Hercu­ lano. En el verano procede al asalto de la ciudad fortificada entre la puerta de Herculano y la puerta del Vesubio. Bombardea la muralla con grandes balas de piedra, marcadas con su nombre, que dejaron una huella indeleble en los bloques de toba marcados a su vez con letras oseas 40. El asalto se llevaba tal vez igualmente por mar. La resistencia de los pompeyanos es obstinada, pero no pue­ den pensar en luchar solos contra el ejército romano que los sitia. Papius Mutilus envía a L. Cluentius con un contingente de con­ federados en ayuda de Pompeya; Sila le ataca y Cluentius debe retroceder; con un nuevo refuerzo de tropas celtas se aproxima de nuevo al campo romano y libra batalla, pero el pánico se apodera de los celtas y el ejército huye hasta Ñola, donde cae Cluentius a. Esta batalla de Ñola, en la que perecieron 18*000 sam nitas42, fue importante para el destino de Pompeya: después de la derrota de Cluentius, la ciudad no podía acariciar ninguna esperanza y hubo de rendirse entre el verano y el otoño del año 89. La Pompeya samnita, la Pompeya guerrera, sucumbe, y comienza entonces la Pompeya romana, la Pompeya pacífica. Cicerón y Pompeya Un detalle anecdótico no debe sin duda silenciarse43: Cicerón, cuyo Pompeianum14 no podrá quizá ser localizado nunca, formó 39 O v i d i o : Fasti, VI, 567-68. 40 V ak B u r e n , en M.A.A.R,, pag. HG; X, 14 y sgs. Se trata, duda, de señales de los maestros obras: C.I.L., IV, pág. 604. A p i a n o : B.C., I, 50. ß O rosio , V, 18, 23.

i3 G. O . O n o r a t o : “La partecipaV, zione di Cicerone allá guerra sociale sin in Campania”, en Rend. Napoli, tode roo XXÏV-XXV, 1949-1950, págs. 415426. ál Está, p. ej.. el 19 de agosto del 44 (Att., 16. 7).

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parte del ejército romano que sitió a Pompeya. Sabemos que en el año 90 y en enero del 89 se encuentra en el ejército de Cn. Pompeius Strabo y que asiste a la entrevista entre el consul y el jefe de los m arsos45. Algunos meses más tarde, se incorpora al ejército de Sila y dos pasajes del De divinationei6 nos corroboran que asiste a un sacrificio' presidido por L. Sila antes de la batalla contra Cluentius. Los arqueólogos no se darán, pues, descanso hasta bautizar como villa de Cicerón—a lo largo de la calle de los Se­ p u lcro s-u n a mansión que no fue nunca la suya47. La refriega del año 59 de J. C. No quedaba a Pompeya otro recurso que hacer el aprendizaje de las instituciones municipales romanas y llevar una vida tranquila y fácil en una Campania en la que Sila instala como colonos, a partir del año 80, a sus fieles soldados de retorno de Oriente. Mas como los pueblos felices no tienen historia, Pompeya des­ aparece de la crónica y no volverá a ser recordada, antes de las grandes catástrofes de los años 62 y 67, más que por la refriega del año 59. Sigamos a Tácito, que la refiere con precisión48: Por el mismo tiempo, un incidente sin importancia provocó una ho­ rrible matanza entre los colonos de Nocera y los de Pompeya; aconteció durante un combate de gladiadores dado por Livineius Regulus. Como ocurre de ordinario en las pequeñas ciudades, se cambiaron primero in­ sultos, luego piedras, para terminar por hacer uso de las armas. La plebe de Pompeya llevó la mejor parte, porque era aquí donde se daba el es­ pectáculo. Muchos de los nucerianos fueron transportados a sus casas con el cuerpo mutilado; numerosos eran también los que lloraban la muerte de un hijo o de un padre. El príncipe llevó el juicio de este asunto al Senado, el cual a su vez lo envió a los cónsules. Pero, aten­ diendo una nueva petición, el Senado prohibió por diez años en la ciudad de Pompeya esta clase de reuniones y acordó la disolución de los colegios que se habían establecido en contra de las leyes: Livineíus y los demás causantes de la sedición fueron castigados con el exilio.

El incidente excitó de tal manera la imaginación de los contempo­ ráneos, que una pintura, hoy en día en el museo de Nápoles (Fig. 41), presenta el sangriento alboroto en sü punto culm inante49. Tácito da 45 Cicehón: Phil., XII, 11, 27. 4S I, 33, 72; II, 30, 65. 47 P lu ta r co : Cicerón, 8. Cíe.: Acad., 2, 3, 9; Ad. A tt., 1, 20, 1; 5, 2, I; 10, 15, 4; Ep., 16, 4; 13, 8; A d Fam., 7, 3, 1; Ep., 4, 12, 20: A d Q. fr.< 2, 14, 1.

J. Carcopino: Les secrets, de la correspondance de Cicerón, París, 1948, t. I, pág. 83. 48 T á c it o : Ann., XIV, 17. í9 En el museo de Nápoles. Inv, ntíms. 112-222.

93

como explicación alguna intemperancia provincial de lenguaje, riva­ lidades supporters de equipos rivales; pero el fondo de la cuestión no es psicológico; por entonces, los pompeyanos no se habían libe­ rado todavía del peso del pasado. Pompeya había formado parte de la confederación de Nocera, como hemos visto; en el 216, Nocera desaparece momentáneamente del escenario político ante ía inva­ sión cartaginesa; luego, la guerra social divide a Pompeiani y Nuce­ rini: los primeros hacen causa común con los rebeldes itálicos, mientras que los segundos, que permanecen ñeles, consiguen se les asigne el territorio de Estabia. Esto debió de ser como una nueva manzana de la discordia, que despertase la rivalidades ya antiguas cuando el mismo puerto' sobre el Sarno servía de salida única para las dos ciudades. En Nocera, por otra parte, en el año 57, una nueva llegada de colonos20 debió de hacer más aguda 1a cuestión de las tierras, ese eterno problema del MezzogiornoS1. El legado del pasado Esta Pompeya romana permanece tan solidaria del pasado que conserva su antiguo recinto, incluso desafectado. El aumento de la población trae consigo una crisis de la vivienda, hasta el punto de que se permite la construcción de casas en el área pomerial interna —ese camino que sigue en la ciudad la base del agger— como la casa de las Vestales, cerca de la puerta de Herculano, que tiene las gradas de toba, y en la parte meridional el habitat franquea la fortifi­ cación que fue destruida para ceder su lugar a terrazas con una vista impresionante sobre el mar. Todo el antiguo barrio oseo de la re­ gión VIII estaba en trance de ser remodelado y una nueva Pompeya podía así desarrollarse. Se trataba de un primer ensayo, aunque tímido, para escapar a un urbanismo heredado de dos civilizacio­ nes; este doble legado dio a su vida cotidiana un sabor caracterís­ tico y particular, un encanto que ninguna otra ciudad de la Campania puede disputarle. 50 T ácito: Ann.. XIII, 31. 51 A. M aiu r i : “Pompei e Nocera”,

en Rend. Napoli, t. ΧΧΧΙΠ, 1958, págs. 35-40.

94

CAPITULO

II

FIEBRE ELE CTO RA L No hay más que deambular por la calle de la Abundancia para que la mirada se sienta atraída por grandes inscripciones pintadas en rojo o en negro sobre las fachadas de las casas o de las tiendas. ¿Qué significa aquí, como en otras calles, esa abigarrada mezco­ lanza de colores tan frescos que no pueden fecharse más que unos años antes de la catástrofe del 79, los que siguieron al terremoto del 62? Se trata de “pasquines” electorales que nos aleccionan sobre el aspecto político de la vida cotidiana en Pompeya. Incluso el

j F ig . 5 .

£®vn)

Inscripción electoral (C.I.L., IV, 1122; según W. K k e n k e l : Pompeianische Inschriften, Heidelberg, 1963, pág. 20).

problema angustioso de Ja reconstrucción de la ciudad no suspendió la vida política municipal : la abundancia de las recomendaciones en favor de los candidatos, ía multiplicación de las candidaturas, una pasión evidente por hacerlas triunfar, testimonian, por el contrario, esa fiebre electoral de la que nos hablan todavía los muros de la ciudad y que, todos los años por la primavera, se apoderaba de los hombres e incluso de las mujeres de Pompeya. Fidelidad a los emperadores No vayamos a creer que Pompeya, colonia romana, ciudad pro­ vinciana, hacía lo que pudiera llamarse la “gran política” y ponía en tela de juicio los objetivos definidos en Roma por el emperador y por su corte. El horizonte municipal era más limitado: para 95

Pompeya, la gestión de los asuntos de la ciudad después del año 62 estaba sometida al imperativo de la renovación urbana, a la elec^ ción de la zona a urbanizar con prioridad y a la consecución de los créditos necesarios para la reconstrucción. Es decir, que la mu­ nicipalidad no tenía más remedio que permanecer fiel al Imperio y exaltar la majestad imperial. Culto imperial Pompeya saluda con dedicatorias el advenimiento de cada empe­ rador y de cada emperatriz: Augusto1, Livia8, Caligula3, Agri­ pina4, Nerón5, Nerón asociado a Popea6, Vespasiano y sus hijos7; la familia imperial no es olvidada; así un Marcelo, nieto de Au­ gusto8, o un Nerón, hijo adoptivo de Claudio9. Las estatuas im­ periales dan testimonio del mismo afán: Marcelo, el rostro de­ macrado, pero iluminado por una llama interior y lleno de sereni­ dad1“; Livia, de ja villa de los Misterios11, sacerdotisa hierática; el pretendido Druso el Joven13, los dos personajes del macellum, tan difíciles de identificar con miembros de la familia julioclaudia. Los sacerdotes del culto imperial se multiplican: Holconius Rufus sirve a Augusto en vida Holconius Celer honra a Augusto divi­ nizado14, Vibia Sabina es sacerdotisa de Julia Augusta, la empera­ triz Livia15; Decimus Lucretius Satrius es llamado flamen perpetuo de Nerón César16; Cn. Alleius Nigidius Maius, de Vespasiano17. Varios templos acogen a los fieles del emperador: templo de la Fortuna Augusta (Fig. 6), al norte 'del foro en la calle del Foro, construido en los últimos años del siglo I antes de Jesucristo, en todo caso antes del año 2 antes de Jesucristo por M. Tullius, en un terreno que le pertenecía19. El arquitecto imitó la estructura 1 C.I.L., X, 793, 842, 931. 13 C.I.L., X, 830,837(Sacerdos Au2 Ibid. 799=I.L.S., 1 2 2 . gusti), 8 3 8 , 9 4 7 , 9 4 8 (Flamen Aligns3 Ibid.] 796. tí). á Ibid., 9 3 3 . 14 Ibid., 9 4 5 - 4 6 (Sacerdos divi Au5 Ibid., TV, 4 2 7 , 4 2 6 0 , 4 8 1 4 . 2 1 2 4 . gusti). 6 Ibid., 1 5 4 5 , 1 7 4 4 , 1 4 9 9 , 7 6 2 5 . K Ibid., 96 1 . 7 Ibid., 7993. 16 Ibid., IV, 1185. 3884, 79^5. 8 Ibid., X, 8 3 2 = I.L.S., 8 9 8 . 17 Ibid., 11 8 0 = D i e h l , 2 4 5 = O n o 9 Ibid., 9?,2~I.L.S., 2 2 4 . r a to . 92. 111 M a iu r i .* Fra Case ed abitanti,19 C.I.L., X, 820=I.L.S., 5398=

págs. 11-12. D e F r a n c is c is , pági- Onorato , 50. Augusto es llamado nas 41-42. Parens Patrice (C.I.L., X, 832—ΟνοId. : Villa dei Misteri, págs. 223 hato , 84). y sgs. D e F r a n c is c is , pág. 55. 19 C.I.L., 821. 12

De

F r a n c is c is ,

págs. 59-60.

96

del templo de Jupiter Capitolino con dos escaleras a una y otra parte que conducían a una plataforma al pie del podium. Ocho columnas de capiteles corintios sostenían el pórtico que precede a la celia. La estatua de la Fortuna Augusta estaba colocada sobre una basa al fondo del santuario, y en los cuatro nichos de los muros laterales ocupaban un lugar las estatuas de los miembros de la familia de M. Tüllius. El templo de Vespasiano se abría al foro

F ig .

6.

Plano del templo de la Fortuna Augusta (según M a u -K e l s e y , fig. 52, pág. 124). A, altar. B, pórtico. C, cella. D, estatua de la divinidad.

por un pórtico; su altar de mármol blanco presenta en la cara anterior al emperador con los rasgos del pontífice supremo reali­ zando el sacrificio ritual; está decorado en la cara posterior con una corona de roble, que Vespasiano recibió a la manera de Au­ gusto20. La dedicatoria del altar fue el motivo de grandes fiestas en el anfiteatro dadas precisamente por Cn. Alleius Nigidius Maius, flamen de Vespasiano21. En el fondo del amplio vestíbulo se alza la celia del templo tetrástilo sobre un alto podium al que permiten llegar dos escaleras laterales. Pero el santuario no se encontraba todavía terminado en el año 79 : si los muros de la celia y la entrada sobre el foro habían recibido su revestimiento de mármol, los mu­ ros del vestíbulo, divididos en paneles coronados alternativamente de frontones triangulares o curvilíneos, no estában recubiertos más 20 Véanse las monedas en R.I.C. 21 A. W. V a n B u r e n : “Gnaeus Alleius Nigidius Maius”, en Amer. Journal of Philol., LXVIII, 1947,

páginas

382-93; contrariamente, a Ultima fase, págs. 19 y 49, que ve aquí el altar del templo de los Lares públicos. M a x uh i :

97

que de una capa de estuco y esperaban su term inación23. Los A u ­ gustales, reclutados esencialmente entre los libertos, mantienen otro fuego de devoción; su magnificencia les confiere el sitial del biselium23, lugar de honor reservado de ordinario a los decuriones. Popularidad de Nerón Es evidente que los dos emperadores que recibieron más ho­ menajes por parte de los pompeyanos fueron Nerón y Vespasiano; sin duda, son los dos últimos que reinaron antes del año 79, puesto que el reinado de Tito apenas había empezado en el momento de la erupción. La popularidad de Nerón tiene algo de paradójica, si se quiere recordar que el Senado—con el beneplácito del empera­ d o r-h a b ía prohibido, como consecuencia del sangriento incidente del año 59 que enfrentó a pompeyanos y nucerianos, todos los jue­ gos en el anfiteatro por un período de diez años. Será preciso, pues, esperar al año 69 para que se reanuden las representaciones a las que tan aficionada era la población. Ahora bien: sabemos con certeza que los juegos fueron concedidos a Pompeya por la salvación de Nerón en el terremoto de los días 25 y 26 de febrero. No se trata en modo alguno del terremoto del año 62; por otra parte, el anfiteatro había sufrido con la sacudida del 5 de febrero, y es poco probable que se }e hubiese utilizado veinte días después. Mejor será recordar que en el año 64 Nerón escapó providencial­ mente a un terremoto cuando cantaba en el teatro de Nápoles El público no había hecho más que salir cuando el edificio se derrumbaba. Después de este accidente25, el emperador asistió a un espectáculo de gladiadores dado en su honor en Benevento, El de Pompeya fue un eco de la manifestación beneventina: era pre­ ciso, para ello, que el emperador hubiese derogado la prohibición del año 59. Lo cual tiene más visos de verosimilitud si se piensa que desde el año 62 Nerón estaba casado con Popea, Popea Sa­ bina, una hermosa pompeyana36 admirada por sus conciudadanos : 22 A. MAu-Fr. N. K e l s e y : Pompeii 23 CJ.L·, X, 1026=/.L.S„ 6372 — its life and art, Nueva York, 1899, O n o r ato , 81. pág. 109. M aid ri : Ultima fase, p á­ 21 S u e t o n i o : Nero, XX. ginas 43 y sgs., concluye firmemente 25 T ácito : Ann., XV, XXXIV. en favor de una construcción original 86 A. W. Van Buren : “Pompeii, y no de la prosecución de un anti­ Nero, Poppaea”, en Studies Robin­ guo santuario dedicado al Genio de son, II, págs. 970-74. Augusto.

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Consérvate siempre en flor, Sabina; conserva tu belleza y sé siempre jo ven 21, reza una inscripción. La familia de Popea había desem­ peñado un gran papel en la ciudad, en la que poseía cuatro casas y entre ellas la notable casa de los Amores Dorados (VI, 16, 7) y la maravillosa casa de Menandro (I, 10, 4 )28. No hay duda de que la emperatriz, tan querida de su pueblo, intercedió cerca de su esposo en favor de sus compatriotas tan dolorosamente afectados por el desastre del 62. La decisión imperial de permitir de nuevo los juegos del anfiteatro provocó una explosión de alegría: Vivan las decisiones imperiales, vivan las decisiones del emperador y de la emperatriz—se escribe en muchos lugares— ; Viva ia empe­ ratriz Popea23. Pompeya entrega, pues, su corazón a Nerón; no vayamos a creer, sin embargo, que se haya convertido en colonia neroniana™, pero ni la crisis de ios años 68-70, ni el cambio de dinastía, ni el advenimiento de los Flavios, podrán nunca extinguir la alegría infantil de los pompeyanos por el reencuentro con sus juegos favoritos. Favor de Vespasiano Con Vespasiano los pompeyanos se colocan en otro punto de vista. Se felicitan del envío de T. Suedius Clemens, que viene en nombre del emperador a poner un poco de orden en el catastro de la ciudad y a hacer devolver a la colonia las superficies urbanas usurpadas por abusivos propietarios. Se rinde homenaje, a través de este santo juez, este muy santo juez 3\ a su augusto señor. Y así, las “santas” imágenes del emperador son colocadas en los santua­ rios oficiales de la ciudad que renace: en el templo de los Lares públicos, construidos después del año 6232, en el mercado y, na­ turalmente, en el templo que le fue consagrado. Humor político Apenas se oyen algunas notas discordantes en ' este concierto de adulación. La devoción por el emperador no había borrado total­ 27 C.I.L., IV, 9 1 7 1 , si al menos 23 C.Î.L., IV, 3726, 1074, entre hay que identificar esta Sabina con otros. Popea. 30 Ibid., 3 525= D ieh l, 97=Onora28 D e l l a C o r t e : Case2, X, X ; Inτο, 90. La hipótesis de Sogliano es sula Poppaeorum Sabinorum, págidudosa. nas 2 4 3 - 4 9 . A. M a iu r i : La casa del 31 C.I.L., 7 2 0 3 , 7 5 7 9 , 1 0 5 9 ; 7 6 8 Menandro e il suo tesoro di argen- Di e h l , 1 3 7 = O n o r a t o , 143. teñe, 1 .a ed., Roma, 1 9 3 3 . 32 M a i u r i: Ultima fase, págs. 16 y 53. 9$

mente en algunos pompeyanos el sentido crítico e incluso el humor. Un visitante de P. Paquius Proculus, enemigo del imperio nero­ niano, tuvo ocasión de ejercitarlo a costa de Nerón. Molesto por las inscripciones que celebraban a Nerón en la casa de su huésped, escribió con hermosa letra (Fig. 8), perfectamente legible, sin duda bajo el reinado de Vespasiano, en un momento en que el peligro había pasado y no se corría riesgo alguno: El Veneno, ministro de Hacienda de Nerón Augusto™, designando de manera no disimu­ lada a Nerón mismo. ¿No se debe a este veneno su advenimiento en el año 54 y la eliminación de todos los que le estorban, fami­ liares o ministros? ¿No hizo envenenar en el año 66 a los hijos de los conjurados de la coniuratio Viniciana, en una misma y única comida con sus profesores y sus vigilantes3í? Así se desahogaba un poco tarde la conciencia de un hombre, exasperado por tanto crimen, que trataba de engrosar el tesoro del príncipe. LAS INSTITUCIONES MUNICIPALES

Instituciones samnitas En sus instituciones municipales la ciudad romana es solidaria del pasado de la ciudad osea, agrupada alrededor de su foro, plaza de mercado y de reunión del municipio itálico, superficie al aire libre en la que, según costumbre, se celebraban los sacrificios, en la que los reclutas prestaban su juramento solemne 3δ, y en la que también se desarrollaban los juegos crueles y heroicos de los gla­ diadores que seguían a estas ceremonias. Era el llamado meddix tùvtiks, quien estaba en Pompeya, lo mismo que en toda la Italia meridional samnita, a la cabeza de los magistrados; etimológica­ mente, es el que muestra el derecho, el iudex latino, nombre primi­ tivo del cónsul; pudiendo traducirse tùvtiks por publicus, público; es el magistrado supremo anual, que dirige la política interior y detenta el mando de los ejércitos. La Pompeya samnita, que perma­ neció fiel a la causa romana durante la segunda guerra púnica, no recibió praefectus romano, que hubiera puesto fin a su autonomía. Pero la ciudad sufrió desde muy pronto la influencia de las ma­ gistraturas romanas. Encontramos, en efecto, Un aidilis y un kwaisstur 38 CJ.L., IV, 8075—D ie h l , 26 2 = E., 1962, 133. D e l l a C o r t e : C ase1, n. 638,. pág. 259. J. C ar c o pi n o : “Un procurateur méconnu de

A.

Néron”, en E.S.A.F., 1960, págs. 150'158. 34 S u e t o n io : Nero, 36. 35 L iv io , X, 38.

100

que corresponden al edil y al cuestor romanos. Se trata en este caso de una lenta impregnación y de una infiltración de Roma en las instituciones itálicas que se alinearán en seguida con las de la capital. La autonomía municipal de la ciudad samnita es confir­ mada por la existencia de una asamblea popular (kumbernnieis) y de una especie de senado (kumparctkineis). Municipio y colonia La guerra social puso fin a la dominación samnita en Pompeya. Pero su autonomía municipal subsiste en el cuadro de las nuevas instituciones que en adelante van a regirla. Esta transformación de las instituciones de la ciudad no fue b ru ta l36, en la medida en que la restauración democrática en Roma se ve acompañada de am­ plias concesiones a los itálicos: Pompeya obtiene así el derecho de ciudad romana alrededor del año 87. Se convierte en municipium bajo la autoridad, como todo municipio, de quattuoviri, colegio de cuatro m agistrados37, y con la presencia de un c u e s t o r h e r e n c i a del kvcdsstur oseo. Por otra parte, recibe colonos silanos en el año 80, cuando Sila vuelve de Oriente, y toma el prestigioso título de Colonia Cornelia Venena Pompeiorum39, bajo los auspicios con­ jugados de un Cornelius Sylla y de Venus. Una doble comunidad política se reparte la ciudad : la antigua población, agrupada en mu­ nicipio40, y la nueva, que forma una colonia. Cuando Cicerón de­ fiende al sobrino del dictador, P. Cornelius Sylla, primer patrono de la ciudad, complicado en la conjuración de Catilina, una doble dele­ gación de colonos y de pompeyanos está presente en R om a41. No debieron de faltar dificultades entre quattuoviri del municipio y duoviri de la colonia42; pero las dos comunidades terminaron por fusionar y armonizar sus magistraturas. Los quattuoviri del munici­ pio se borraron poco a poco, desdoblándose en duoviri iure dicundo y duoviri simples, siendo así idénticos los magistrados superiores de las dos comunidades. En cuanto a los simples duoviri del muni­ cipio, eran llamados 77 viri viis aedibus sacris publicus procurandis, 36 G. O. Onorato: “Pompei mu­ nicipium e colonia romana”, en R. A. A. N., XXVI, 1951, páginas 115-56. 37 C.I.L., X, 800, 938, 1075; en­ tre ellos, ediles (I.L.S., 6357 a). 38 Se conoce a Vibius Popidius,

quaestor: C.I.L., X, 7 9 4 -/Z .S .. 5538 = O no r a to , 42. 39 C.I.L., X, 787. iQ Confirmado por P u n io : N.H., II, 51. 137; XIV, 3, 38. a Cicerón: Pro Sulla, XXI. 42 Id., ibid., XXI, 60-62.

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duunviros encargados de los caminos, de los edificios sagrados y públicos, al menos hasta los años 45-40. Tomaron luego, lo mismo que en una colonia, el título de aediles. La asimilación estaba termi­ nada: en adelante, Pompeya sería gobernada por un doble colegio de duoviri iure dicundo y de aediles elegidos en la primavera y que entraban en posesión del cargo el 1 de julio43. Quinquennales En Pompeya el año político cabalgaba sobre dos años civiles. Cada cinco años, en los años terminados en 0 y en 5, los duunviros reciben el envidiado título de quinquennalesli. Están encargados de hacer el empadronamiento de los ciudadanos, de revisar las listas electorales y representan en una colonia el papel del censor en Roma. Un mismo ciudadano puede disfrutar varias veces del honor del duunvirato y de la quinquenalidad. M, Holconius Rufus fue así cinco veces dunnviro y dos veces quinquennales, considerándose la edilidad como el primer paso en los honores municipales. Funciones de los magistrados Los ediles tienen a su cargo los intereses menores y materiales de la ciudad: red viaria, mercado, conservación de los inmuebles públicos y religiosos, policía urbana y rural. No les corresponde ninguna decisión importante. Unicamente los duoviri ture dicundo son responsables de la “política” municipal. Dirigen los asuntos de la colonia, civiles, religiosos e incluso económicos, puesto que no hay cuestor45. Cuentan con la ayuda de un personal servil, como el servus, el esclavo de la colonia, que actúa bajo la orden de los duoviri en los recibos de Caecilius Jucundus referentes al arrien­ do de los impuestos percibidos por la ciudad. Rebosan de actividad y nada se les escapa, incluso en casos donde podría esperarse uná intervención de los ediles; p. ej., son ellos los que rescatan para el templo de Venus el derecho de tapar los intercolumnios del pór­ tico del templo, y esto hasta la techumbre del pórtico46; se encar­ gan del camino público que atraviesa Pompeya y sale de la ciudad por la puerta de Estabia. Dos duunviros, A. Clodius Flaccus y C.Î.L., X, pág. 90; IV. pág. 426. 14 Se conocen los quinquennales de los años 15-16, 25-26, 40-41, 5051, 55-56.

45 CLL., IV, 3702^ 4β Ibid., X, 787.

13

102

~

N. Arcaeus Arellianus Caledus, hacen adoptar los pesos y medidas de R om a47. Las manifestaciones religiosas precisan de su autoridad : dedicatorias en el templo de Venus así como la constitución del colegio de los servidores de Mercurio y de M aya49. Construyen teatro y anfiteatro50, pero es en el foro donde brilla con más fuerza su ostentación, su gusto por los honores que se manifiesta con toda complacencia en numerosas basas honoríficasS1, Foro Símbolo de la autonomía municipal, el foro de Pompeya (Fig. 7) es una amplia plaza rectangular de 38 metros de ancho por 142 me­ tros de largo, donde el pueblo—-la totalidad de los ciudadanos—podía reunirse y tomar por aclamación las decisiones que le propusiesen sus magistrados, donde se disponían los lugares de reunión del con­ sejo municipal—el ordo de los decuriones—, donde eran conser­ vados los archivos y se hacía justicia. El foro, corazón político de la ciudad, tenía que ser necesariamente grandioso y armonioso. La plaza estaba rodeada de un pórtico de columnas dóricas de la época samnita, en toba, al Sur, mientras que el travertino reempla­ zaba al Oeste y al Este el material samnita; un piso de columnas más cortas y más ligeras se elevaba sobre este pórtico. En el lado meridional, delante del pórtico y en los intercolumnios, estaban situadas la mayor parte de las basas honoríficas sobre las que se hallaban las estatuas de bronce o de mármol, hoy en día perdidas, de los mejores hijos de Pompeya. Delante de estas basas, se fijaban sobre paneles, como lo muestra una pin tu ras2, los decretos muni­ cipales: todos podían así conocerlos y en seguida comentarlos. Una basa de construcción más sólida pudo ser la tribuna de las arengas. Al Norte, dos arcos de triunfo que flanqueaban el templo de Júpiter dominaban las vías que conducían hacia los barrios sep­ tentrionales ; la calle que venía de la puerta Marina desembocaba aquí, y de aquí partía también la calle de la Abundancia; la calle de las Escuelas divergía hacia los barrios meridionales: era, pues, el lugar adecuado donde podían reunirse fácilmente los ciudadanos para discutir los asuntos de la ciudad, así como los suyos propios. 47 Ibid., 18 Ibid., í9 Ibid., 50 Véase pítulo V.

793. 800, 802, 804. 884 y sgs. más adelante, lib. ΙΠ, ea-

51 Véase, p. ej., C.I.L., X, 788. S2 Museo de Nápoles: Le pitture antiche di Ercolano, Pompei e Stabia, vol. ΠΙ, Nápoles, 1762.

103

F ig . 7 .

P lan o d e l fo ro y d e su s m on u m en tos (según M a u - K e l s e y , plano II después de la pág. 44).

Comitium En la esquina sudeste, cerca de la calle de la Abundancia, una construcción abierta a esta calle y sobre el foro, cuyas dimensiones y forma irregular impiden pensar que tuviese techumbre, servía de anejo al foro; al Sur, se habían dispuesto dos pequeñas tribunas a las que se subía por escaleras. ¿Tendremos que ver en ella, ro­ deada como estaba por muros cuajados de nichos, la plaza en la que se votaba, el comitium (17,20 metros por 21,20 metros), al mis­ mo tiempo que la réplica de los rostra romanes con una doble tribuna? En todo caso, entre los años 62 a 79 las elecciones de Los magistrados se hicieron en otro lugar, puesto que este edificio no estaba totalmente restaurado. Cuña Todo planta y ábside o la plaza;

el lado sur del foro estaba ocupado por tres edificios de de concepción idénticas: una sala oblonga terminada en en nicho rectangular. Presentan una fachada común sobre la erupción del año 79 encontró el del sudeste terminado

A. E L F O E O : 1, pedestal de la estatua de Augusto. 2, pedestal de la estatua de Claudio. 3, pedestal de la estatua de Agrípina. 4, pedestal de la estatua de Nerón. 5, pedestal de la estatua de Caligula. 6, pedestales de estatuas ecuestres. 7, pedestales de estatuas de pie, 8, pedestal para tres esta­ tuas ecuestres. 9, rostra. 10, mensa ponderarla. 11, cuarto del vigilante de pesas y medidas. B.

LA

BASÍLICA

:

a, patio de entrada. 1, corredor. 2, nave central. 3, tribunal, 4-4, habitaciones laterales.

C, TEM PLO DE A PO L O : 1, columnata. 2, podium, 3, cella. 4, altar. 5, reloj de sol. 6, habitación del sacristán. 7-7, habitaciones.

D-D.

C ONSTRUCCIÓN PERTEN E­ CIENTE A U N MERCADO.

E.

R ETR ETES.

F-F. G.

L . SANTUARIO DE

LOS LAR ES!

1, habitación principal con el altar. 2, ábside y altar, 3, nichos con pedestales. 4, nicho que da al foro. M . TEM PLO

1, 2, 3, 4,

DE

VESPASIANO:

columnata. altar. celia. pórtico.

TESORO D E LA CIUDA D. ARCO

CONMEMORATIVO.

H . TEM PLO DE JÚ P IT E R . L

AÄCO DB TIBERJC

K.

m acellum

:

I. pórtico. 2, columnata. 3,3, tiendas. 4, mercado de la carne y del pescado. 5, capilla imperial. 6, comedor. 7, tholos. 8, majada.

105

N.

E D IFIC IO DE EUMACHIA O COM ITIUM :

1, habitación que da a la sala. 2, habitación que da al foro. P'E,, E D IF IC IO S M UNICIPALES ! P, oficina cíe los duunviros. Q, sala de los decuriones. R, oficina de los ediles. S,

FU EN TE.

y los otros dos en espera de su decoración interior y exterior. Estos tres edificios albergaban la administración de la ciudad: en el centro, la curia donde se reunían los decuriones, flanqueada al Este por la oficina de los duunviros y al Oeste por la de los ediles. La curia era intencionalmente la más decorada, un suelo más ele­ vado la distinguía de los otros dos edificios. En el año 79, el nicho del fondo reunía las estatuas de Vespasiano y de sus hijos Tito y Domiciano, que daban así frente a las tres divinidades del Capi­ tolio53. La oficina de los ediles disponía de una entrada libre que facilitaba la vigilancia de la plaza y del mercado. Las puertas cen­ trales de la oficina de los duünviros eran, por el contrario, muy sólidas para guardar los archivos de la ciudad. Mensa ponderaría De su autoridad, como ya hemos visto, dependían las pesas y las medidas de la ciudad. La mesa de pesas y medidas—mensa ponderaría—estaba colocada en un pequeño lugar, preparado a tal efecto en el muro del recinto del templo de Apolo y abierto al foro. No queda de ella hoy día más que la parte inferior, en la que se aprecian nueve cavidades que corresponden a nueve unidades de medida de capacidad, de un total primitivo de doce. En la época samnita, el sistema de pesas era ciertamente el de los griegos. Se leen todavía en algunas medidas sus nombres oscos, como kuiniks, que recuerda el griego choinix; en la época de Augusto se dio una mayor capacidad a las medidas para armonizarlas con el sistema romano, que Minturno51 adoptó igualmente en la misma época. En una habitación vecina se encontraba el empleado muni­ cipal, encargado de la oficina de pesas y medidas. Basílica Pero la actividad principal de los duoviri es la de administrar justicia, iure dicundo acompaña en adelante la mención de su cargo. Los juicios civiles y comerciales apenas sobrepasan las causas me­ nores, los asuntos de poca monta. Ejercen más una justicia de paz que una actividad judicial propiamente dicha, que, en los casos más graves, tiene necesidad de la autoridad imperial. Disponen, a imagen de los pretores en Roma, de una basílica que, en el lado 53 M a u -K e l s e y ,

pág. 124.

51 C.I.L., X, 6017.

106

occidental del foro, aún sigue siendo hoy, después de recientes res­ tauraciones de Maiuri, uno de los edificios oficiales más importantes de Pom peya65. Efectivamente, tras la columnata del foro, un ves­ tíbulo de pilastras de toba (chalcidicum) se abre por cinco puertas, y cuatro escalones de basalto conducen al edificio propiamente di­ cho, que continúa, pero de una manera más perfecta, la concepción arquitectónica del foro. Se presenta como una gran plaza rectan­ gular, rodeada de un pórtico interior y dividida en tres naves, de las cuales las laterales admiten una columnata de un piso; al fondo, en lugar de un edificio sagrado, se levanta el tribunal cuya ele­ gancia arquitectónica recuerda ciertas realizaciones de Pérgamo. Ofrece una simple plataforma elevada para el juez y sus ayudantes, mientras que los litigantes permanecían más abajo al nivel del suelo de la basílica. Adornada con siete columnas, esta plataforma sos­ tenía igualmente una columnata más pequeña decorada con un frontón. Los travesaños de la techumbre descansaban sobre las vein­ tiocho columnas de ladrillo de la nave central y sobre la columnata superior de las naves laterales, que alternaba con un muro provisto de ventanas. El interior recibía la luz de estas ventanas y de estos intercolumnios. Consecuencias del incidente del año 59 En este cuadro arquitectónico grandioso Pompeya era adminis­ trada sin sobresaltos, salvo en el momento del incidente del año 59. En efecto, el 1 de julio del año 59 habían entrado en función los dos Grosphi (Cn. Pompeius Grosphus y Cn. Pompeius Grosphus Gavianus)5G para los años 59-60. Ahora bien; en el año 60, el 8 de m ayo57, es decir, en el primer semestre del año en que de­ bían estar en ejercicio los dos Grosphi, encontramos dos nuevos duoviri, N. Sandelius Messius Balbus y P. Vedius Siricus, acompa­ ñados por un praefectus i (ure) di (cundo), Sex. Pompeius Proculus. Este prefecto representa el papel del dictador cerca de los cónsu­ le s 58. La refriega, y luego la sentencia senatorial, habían provocado o facilitado la dimisión de los dos Grosphi, tenidos por respon­ sables del orden público. Nuevas elecciones habían tenido lugar en 55 Remonta a los años 140-120 antes de J. C. A. M aiuri: “Saggi e ri~ cerche intorno alia Basilica”, en N.S.A., V, 1951, págs. 225-60.

58 Apocha CXLIII del 10 dejulio del 59. 57 Ibid., CXLIV. 58 Mommsen, en C.I.L., X, pág. 92; IV, pág. 427.

107

una fecha insólita y el emperador había exigido la presencia de un prefecto para adoptar medidas de urgencia. Se trataba del duunviro de los años 57-58ra, lo que constituía un homenaje rendido a su persona, así como a los sufragios anteriores de sus conciu­ dadanos. Es el único caso que se da en Pompeya de un prefecto de este tip o 60, Cuando un emperador o un miembro de la familia im­ perial era elegido duunviro, era, según la costumbre, reemplazado por un prefecto, como L. Lucretius Flaccus en el lugar de Caligula en el año 3 4 61, Holconius M acer62 en los años 40-41. Colegios Conviene otorgar un lugar a las asociaciones de barrios en la admi­ nistración de la ciudad. Tenían, sin duda, un papel preponderantemente religioso, identificándose con los colegios de encrucijada (compitum), a los que se confiaba el cuidado de celebrar las compi­ talia en honor de las divinidades protectoras del barrio, los Lares compitales. Pero aclaran un aspecto importante de la mentalidad pompeyana, muy apegada a la vida del barrio y que se expresa por los votos electorales colectivos de los viçini, de los vecinos que son también los habitantes del vicus, del barrio. En la medida en que podemos reconstruirlo, en Pompeya, todo colegio compitalicio está constiuido, lo mismo que en Roma, de magistñ vici et compiti, de condición libre o libertos, ayudados por m inistñ serviles. El colegio era renovado todos los años. Poseemos, en lo que concierne al barrio del foro, el album de los magistrados v id et compiti en el cargo en los años 47 y 46 e3; otro album pintado, pero muy frag­ mentario y de fecha incierta*4, se refiere a los magistñ v id et com­ piti del vicus Urbulanensium, o sea del barrio de la puerta de Ñ ola65. Se encontraron otros nombres de magistñ v id et compiti a lo largo de la calle de la Abundancia, cerca de altares compitaliciosC6. Fuera del territorio urbano propiamente dicho de Pompeya, existía al Norte un arrabal, el Pagus Augustus Felix Suburbanus, simplemente denominado Felix, y que data de la época de Sila. 59 Apocha CXVn, CXXI, CXXII 60 C. Cuspius Pansa fue prœfectus

63 Ibid., IV, 60 = D ie h l ,112 = O n o -

22. t. d. ex d(ecreto) λ, £) habitaciones.

LA

v e s tíb u lo .

b, atrio.

c , la rarlo. g , h, ala s.

u, doble escalera que conduce al piso y a la terraza media. salón que da a la columnata y a la parte posterior de la terraza z.

id ,

a:, y , co m ed o re s.

3 , TERRAZA IN F E R IO R :

1, corredor. 3-4, panadería. 6-8, baño.

2,

4 , HABITACIONES S U PE R IO R E S RKAZA MEDIA !

γ , B, habitaciones bajas abovedadas.

I, Π, i VI,

TERRAZA MEDIA: a , co r red o r q u e c o r resp o n d e a la e s ­ ca lera d e w. p , co rred or.

264

D E LA T E -

bodega. III, habitaciones por encima de y de λ. habitaciones por encima de ζ .

no nació de la adición de un peristilo, sino de su apertura a la Naturaleza y de la penetración del jardín. La huerta había caído en el descrédito, cediendo su lugar a otro jardín, que satisfaría las exigencias latentes del naturalismo romano, a la vez que las nuevas necesidades de lujo y de exotismo en la arquitectura. El peristilo no es más que un caso particular de la columnata. Las casas más antiguas encierran así seudoperistilos. La casa de Salustio (VI, 2, 4) abre su tablinum sobre una columnata en ángulo, fuera de línea. Incluso cuando el espacio necesario a su desarrollo existía, no es raro ver el peristilo reducido, como en casa de Loreius Tiburtinus (II, 2, 2), a una columnata sinuosa, que sirve de transición entre un jardín de superficie considerable y los lugares habitados. Por otra parte, los peristilos incompletos son deco­ rados en el cuarto muro, privado de pórtico, con pinturas que representan jardines; si el peristilo ideal hubiera debido ser de cuatro pórticos, el pintor no habría dejado de representar la co­ lumnata que falta. Ahora bien: representa un jardín, y este jardín no es la continuación del jardín real cultivado en el peristilo. En las terrazas pompeyanas las plantas estaban dispuestas en matas, en. matorrales bajos, y no tienen ni la exuberancia ni la continuidad que son de rigor en las pinturas; con frecuencia el jardín real está constituido por jardines de manipostería dispuestos a lo largo de los pórticos, en los intercolumnios. Por tanto, es realmente a otro jardín adonde se abre el peristilo, que no es otra cosa que un paseo que bordea el parque verdadero, unas veces real, otras pin­ tado en el muro del fondo. El peristilo tiene así una doble naturaleza: es un atrio más am­ plio, y, por otra parte, es el heredero de los pórticos griegos, que ya son por sí mismos continuadores de los “paraísos” orientales, persas o sirios. Así, es en menor grado el signo de la casa privada helenís­ tica que la reproducción de los parques reales de los diadocos y de ciertos jardines públicos de ciudades helenísticas. ¿Hemos de recor­ dar los grandes peristilos de la casa del Fauno (VI, 12, 2-5) y toda la atmósfera oriental y helenística que ayuda a crear el gran mosaico de Alejandro, colocado precisamente en la exedra que separa—une— los dos peristilos? Así, el peristilo trata de introducir el jardín en la casa pompeyana, y se perpetuará en la villa tanto como en la casa de la ciudad. Las fachadas bordeadas de pórticos no revelan un tipo de villa diferente de la villa con peristilo, porque el peristilo, 265

como ya hemos visto, no es más que una forma particular del pór­ tico. V.

JARDINES Y FUENTES

Significación del jardín Hay que destacar, pues, que el jardín y la casa evolucionan en relación estrecha. El lugar creciente del jardín en la casa corres­ ponde a la profundidad del gusto de los romanos por la Naturaleza y los ilumina sobre las necesidades de su alma. Ciertamente, no se trata de un lujo gratuito·, porque el clima campanio exige un refu­ gio contra la luz y el calor; es la “pieza” verde suplementaria, en la que se gusta de vivir como en un salón. Cargado de historia, he­ reda del pasado prestigio y grandeza y da a estos nobles terratenien­ tes la ilusión de igualarse con los príncipes helenísticos. En fin, los progresos del atrio arrastran· consigo los progresos del jardín, marco de la meditación y del estudio. Los comedores al aire libre, como hemos visto, hacen manifiesta esta mezcla íntima de la vida con la Naturaleza, y las diaetae—pequeños pabellones circulares o cuadrados perdidos en medio del follaje—recuerdan las torres egip­ cias, persas o palestinas, y satisfacen ese deseo de exotismo que acompaña el gusto por la Naturaleza. Plantas de jardín En estos jardines, el jardinero-paisajista plantaba acanto, hiedra, narciso, adelfa, zarzaparrilla; utilizaba las herbae topiariae, prefe­ ridas por Plinio el Viejo, es decir, las plantas que permiten sugerir·, un paisaje: mirto, hierbas doncellas, helecho, ciprés, plátanos. Bien es verdad que las representaciones pintadas nos aportan otras enseñanzas: boj, lirio, brusco, rosa, violeta, vid; gracias al em­ plazamiento de las raíces, podemos reconstruir algunos jardines: : los de la casa del Centenario (IX, 8, 3), los de la casa de los Vettii (VI, 15, 1); nos damos perfecta cuenta de que flores y plan¿ tas no son buscadas por su belleza propia, que no son cultivadas por su gracia particular. La horticultura es pobre y no produce más que rosas. Las flores son esencialmente flores de los campos; la decoración se hace, sobre todo, con follajes, especies enanas de árboles. Justamente, plátanos y cipreses, hiedra, laurel y adelfa permitían efectos dignos de un gran parque. 2 66

Los macizos circulares estaban compuestos de laureles, en los qUe las flores de los campos dibujaban sus bordes exteriores; las jardi­ neras los acogían también en desorden, o bien albergaban plantas de hojas persistentes. De todas maneras, el jardín escapaba a las esta­ ciones y el hombre buscaba en él el marco inmutable de su vida cotidiana, un marco desprovisto de color, pero en el que el fondo vegetal permitía la fantasía de las composiciones, como la de las guirnaldas, originarias de Egipto y de Alejandría. El jardín adquiría así una fijeza que lo aproximaba a la arquitectura. Arquitectura de los jardines Los adornos de los estilos tercero y cuarto nos ofrecen esquemas de jardines. Se perciben aquí ritmos de arquitectura semejantes a los de los edificios que los bordean. Algunos son muy simples, redu­ ciéndose a un cenador hecho de un cuadrilátero de listones; otros, más complejos, presentan ábsides, pérgolas, fuentes. Los más complicados ofrecen pequeñas salas enlazadas entre sí por alamedas emparradas: casa del Centenario (DC, 8, 3), de Loreius Tiburtinus (II, 2, 2). A veces se trata de frontes scenae en las que se suceden exedras semicirculares y nichos rectilíneos. Así, pues, el jardín es concebido como una verdadera arquitectura y es la arquitectura la que impone al jardín el carácter de adorno al servicio de los hombres, convirtiéndose así el jardín, lo mismo que la casa, en un instrumento del gozo cotidiano. Agua Para estos jardines, el agua es una necesidad, porque de ella depende su fecundidad, su exuberancia. El agua fresca, siempre disponible, forma parte, igualmente, de la alegría de vivir del Mediterráneo ; el jardín no es otra cosa que surtidores de agua, fuen­ tes, cascadas, ríos y estanques. En la casa de Loreius Tiburtinus (II, 2, 2), un río artificial—un euripo—se compone de dos brazos en T : en una extensión de 10 metros, uno bordea al pórtico y la terraza de la casa; otro, durante 25 metros, sigue el eje del jar­ dín; el canal tiene dos metros de anchura. El agúa, corriente,, caía en cascada de una gruta artificial preparada bajo la terraza en el punto de unión de los dos canales. Otra fuente se había ins­ talado en el brazo principal, y más lejos se levanta una construc­ 267

ción en . forma de templo en miniatura. Este gusto por lo exótico y el agua explica la frecuencia de los nínfeos, de las grutas artifi­ ciales, de las capillas, de los templos, o de edificios más complica­ dos, y, sobre todo, la boga de las fuentes u. Fuentes Las fuentes son, en algunas ocasiones, el elemento decorativo más preciado y dan así su nombre a la casa: casa de la Gran Fuente (VI, 8, 22), casa de la Pequeña Fuente (VI, 8, 23-24), ambas gemelas. Detengamos nuestra atención en la gran fuente. Está precedida de un estanque en la fachada cóncava: el conjunto se encuentra revestido de mármol y, en medio, el surtidor de agua brota de un niño en figura de pez; dos máscaras dionisíacas en mármol señalan el punto de arranque de los pilares de la fuente propiamente dicha; su fachada de frontón está decorada con mo­ saicos de colores, y los motivos están encuadrados, como de cos­ tumbre, por conchas de moluscos. Se reconocen en los pilares, en una orla, dos pájaros enfrentados; en las rinconeras, un cisne con las alas extendidas; el nicho de medio punto combina rocalla, mosaico, mármol y líneas de conchas para dibujar festones con un cántaro estilizado al fondo; la parte vertical, semicircular, está hecha de paneles en forma de rombo que rodean una cabeza de divinidad fluvial; el agua salía de su barba y descendía en cascada sobre pequeños escalones de mármol. Mientras que en la casa de los Sabios el color dominante es el azul, aquí la policromía realza el verde, el amarillo, el rojo, y cuadra bien con la impresión general de rococó. La pequeña fuente (VI, 8, 23-24) es de arquitectura menos com­ plicada, pero el encanto del estanque reside, en gran parte, en la disposición de las estatuas: en el centro del estanque, ima estatua de bronce, el Niño de la Oca; a la derecha, el Pescador; en la base de la fuente, una máscara de Sileno, de la que brota—como, burla—el agua; un niño encapuchado: así, pues, aquí los chorros 11 Expresamos nuestro vivo agradecimiento a Denise loly, que nos permitió consultar su memoria de la Escuela francesa de Roma, tan importante, sobre La mosaïque pariétaie à Pompéi et à Herculanum. De

la misma, “Quelques aspects de Ia mosaïque pariétale au Ier siècle de notre ère d’après trois documents pompéiens”, en La mosaïque grécorromaine (Colloques Internationaux du C.N.R.S,), Paris, 1965, págs. 57-73.

268

de agua se han multiplicado y brotan de otras tantas estatuitas, en el espíritu narrativo helenístico. De cierta manera—y el estudio exhaustivo de las fuentes lo mostraría claramente—, el pompeyano trata de captar el agua en el jardín, a la vez que la Naturaleza. Quiere darse un universo com­ pleto y el jardín de la casa de los Vettii (VI, 15, 1), en un estilo arquitectónico, ofrece fuentes circulares en cada rincón del peris­ tilo y un estanque oblongo en cada lado largo. Los chorros de agua caen de estatuitas colocadas sobre pedestales, uno por cada estanque circular, dos para los de los lados largos. Animales Este jardín no permanece ni silencioso—el agua susurra aquí ar­ moniosamente—ni desierto, porque un mundo real de animales o irreal de estatuas lo pueblan. En las pinturas, los pájaros ani­ maban los bosquecillos ; sobre todo los pavos reales, tan deco­ rativos, desplegaban sus colas majestuosas (casa de las Amazonas). Las palomas domésticas venían a beber al borde de una pila, las pajareras encerraban ibis, faisanes, gorriones, y a veces la serpiente venía a morir bajo el pico del ibis. Los animales de mármol recuer­ dan que el jardín es también un paisaje sagrado12. En el momento de la catástrofe del año 79, parece que los ar­ quitectos de jardines intentan rivalizar con los arquitectos de casas; los monumentos invaden el jardín y la plantación queda en él sometida a un orden geométrico. Tiene, pues, un valor ornamental y asegura por medio de un arte plástico una transición entre la arquitectura y la Naturaleza; además de los gozos estéticos, este jardín ofrece al ciudadano satisfacciones sensuales: todos se vuelven aquí epicúreos, y por el jardín la Naturaleza penetra en la vida co­ tidiana y refuerza el naturalismo profundo de una raza campesina. VI.

MOBILIARIO Y VAJILLA

Rareza del mobiliario A diferencia de nuestras casas modernas, el mobiliario de una casa pompeyana se reduce al mínimo indispensable. Habiendo trans­ portado a la pared de los muros todo el esfuerzo de decoración, los pompeyanos pueden contentarse con pocos muebles. 12 Lib. II, cap. V.

269

Hay que confesar también que los lechos sirven para varios usos: lechos para las comidas en los triclinia, lechos en las habi­ taciones para el descanso de la noche, lechos para el descanso y las siestas del día, lechos de conversación en los salones, lechos para la lectura en las bibliotecas. Añadamos mesas de mármol o de bron­ ce, taburetes de pies de bronce ; para alumbrarse, candelabros de tallo muy largo, y para calentarse, braseros. Hemos hecho rápidamente el recuento de los muebles; el mobiliario más preciado era con­ servado en cajas de madera revestidas de hierro, que permanecían expuestas en los atria; en armarios murales cerrados con llave se colocaban la vajilla ordinaria y la vajilla de bronce. Presentaremos el mobiliario de la casa de Menandro, casa pa­ tricia cuyos propietarios conservaban por tradición piezas de toréu­ tica helenística e italiota, de la cual fueron Tarento y Capua los mayores centros de producción. Lechos.—Dos lechos descubiertos en el tablinum tienen pies y respaldos de madera. Sus dimensiones—largo, 2,07 m etros; ancho, 0,90 metros; altura, 0,33 metros—no tienen nada de excepcional, pero el bronce que recubre los pies (fulera) está incrustado de meandros de plata y de hojas de acanto; los fulera del lado del muro no presentan más que una roseta y una cabeza de oca, mien­ tras que los de delante están adornados de bustos de Silenos, de Eros acostado y de Hércules de pie; es la primera vez que se en­ cuentra esta triple asociación, y su ejecución debe de remontarse a la época augustea-claudia. Labrum.—Al sudoeste del atrio, cerca del tablinum, un labrum , de bronce servía de fuente para el atrio, desde la época augustea. Con la anchura de un metro, presenta un borde de óvulos y, si­ guiendo la técnica de las copas en ónfalos, su centro está adornado con una rosa de cuatro bandas concéntricas. Mesas.—U na mesa de mármol (0,83 por 0,46 metros) es sosteni­ da por un pie de bronce, terminado por patas de felino ; la columna lisa soporta un pupitre de cuatro brazos que se termina por un diente de encaje. El tablero de mármol tiene su borde protegido por una cornisa en la que se grabaron dos leones echados y dor­ midos.

Otra mesa de mármol, descubierta en la habitación del adminis­ trador (0,92 por 0,58 metros), es sostenida por un pie de mármol adornado con una cabeza de bacante, que lleva una guirnalda de laurel en la cabeza. 270

B ra se r o s .—En el peristilo, un brasero conservó la ceniza. Circu­ lar, presenta el tipo habitual, sostenido por tres robustas patas de león apoyadas en pequeñas basas y adornadas hacia arriba con un elegante motivo en forma de palmita y espiral y con un protomé leo­ nino; de tres pequeñas cabezas de león cuelgan a su vez los anillos de sujeción. C andelabros y lámparas .—Se trata de candelabros simples de bronce, apoyados sobre tres patas de felino y tres hojas de plátano. Se les adaptaban lámparas de bronce con uno o dos mecheros. Este mobiliario, sencillo pero escogido, es ampliamente supe­ rado por la vajilla de plata que constituye la celebridad de la casa de Menandro.

Vajilla de plata El hallazgo de esta vajilla supera incluso al descubrimiento de Boscoreale, que no había dado más que 108 piezas (de las que 102 fueron legadas al museo· del Louvre por Ed. de Rothschild). En casa de Menandro, la famosa caja disimulada en uno de los subte­ rráneos debajo del baño contenía encerradas y envueltas en un tejido de tosca lana 118 piezas, admirablemente conservadas. El servicio de mesa es de plata maciza, mientras que el servicio para beber es de plata laminada y labrada. Las piezas de este servicio están emparejadas, mientras que la vajilla menos preciosa cuenta para los platos y las cucharas con cuatro u ocho piezas semejantes. He aquí el inventario de estos 24 kilogramos de plata, cuyo recuento debía verificar con cuidado L. Poppaeus.

I n v e n t a r io

Servicio para beber NUMERO

2

NATURALEZA

DECORACION

tazas de pie bajo, cuerpo cilindrico (scyphi).

(Los números son aquí los del inven­ tario.) Paisajes: 1 ) remero, pastor y carnero, viaje­ ro y santuario ; 2 ) ganado pastando y en reposo, via­ jero y hechicera.

271

n u m e r o

1

DECORACION

n a t u r a l e z a

2

tazas de pie bajo, cuerpo cilindrico (scyphi).

3

tazas de pie alto, cuerpo ovoide (canthari).

2

pequeñas tazas de pie alto, cuerpo ovoide (canthari). pequeñas tazas, cuerpo ci­ lindrico (scyphi).

2 2

vasos con asa.

1

vaso con asa.

1 1

fíala con emblema dorado. gran jarro con asa. pequeño jarro.

X 2 1 2

pequeños jarros de pico tri­ lobulado. ánfora con dos asas. vasos de pared muy fina.

Trabajos de Hércules: 3) Anteo, cierva de Cerinea, león de Nemea, Gerión, la amazona Hipólita, hidra de Lerna; 4) jabalí de Erimanto, centauro Folo, pájaros de la laguna Estinfalia, manzanas de las Hespérides, ca­ ballos de Diomedes, el perro Cer­ bero. Bodas de Venus y Marte, bajo guir­ naldas de pámpanos y de flores de loto (5-6). Ramos de oliva (7-8). Temas en miniatura dionisíacos: muer­ te de Semele, nacimiento de Dionisos (9-10). Escenas de Amores y de victorias en los juegos del circo ( 1 1 - 12 ). Escenas de animales: cigüeñas y ser­ piente en un campo de trigo (13). Tyche de ciudad (14). (20). Cabeza de negro que lleva colgantes en el asa (2 1 ). (23-24). (22 ). (25-26).

Servicio de mesa NUMERO

DECORACION

NATURALEZA

1

gran cacerola (patera).

Mango decorado con una escena de caza (17).

2 1

pequeñas cacerolas. gran fuente (lanx). platos de cuatro tipos: 4 ejemplares de cada. platos y copas de tres ti­ pos : 4 ejemplares de ca­ da. vasares, 4 de tipo pesado, 4 de tipo ligero.

8 óvolos en relieve (18-19). (27). tipo ligero (28-43).

16 12 8

272

tipo pesado (44-55). (56-63).

NUMERO

1 6 8

4 1 2 2 2

4 4 8

4 4 2 1 1 1

NATURALEZA

DECORACION

cucharón. cucharas de sopa. cucharas pesadas. pequeñas cucharas ligeras. gran plato en forma de con­ cha. platillos en forma de con­ cha. cucharones (simpula). escudillas. pequeñas tazas. pequeñas copas en forma de cáliz. pequeñas copas en forma de cáliz. pequeños moldes de paste­ lería. hueveros (?) pimenteros. pipeta. soporte de fíala. mesa portátil de madera recubierta de laminillas de plata.

(64). (65-70). (71-78). (79-82). (83). (84-85). (86-87). (88-89). (90-93). (94-97). (98-105). (106-109). (110-113). (114-115). (116). (117). (118).

Para tener el número total de las 118 piezas, añadiremos: 1 1

j gran espejo. pequeño espejo circular con 1 mango y anillo.

(15) cabeza de Apolo (?) (16).

Gu st o d e u n coleccionista .— Se trata de una colección esco­ gida, reunida por un aficionado ilustrado, seducido por la variedad del arte de los cinceladores. Esta colección no fue obra de una sola generación. La vajilla familiar está representada por el conjunto de los seis scyphi (1-4; 9-10), Son los productos de la toréutica —el arte de los cinceladores—helenística de finales del siglo n antes de Jesucristo, en el momento en que el comercio de la vajilla de plata se difunde entre Roma y el Oriente, cuando los toréuticos más famosos de Rodas, Pérgamo y otras ciudades asiáticas emigran a Roma. Pertenecen más bien a la época augustea los cántaros ovoi­ des decorados con ramos de oliva y los que ilustran los amores de Marte y de Venus. Más tardíos parecen ser los dos vasos (11-12). Así, pues, las dos grandes épocas de la vajilla de plata están bien

273

representadas y, a la manera de la casa, la vajilla de plata conoce también el peso del pasado. Inventario de la vajilla de bronce.—La vajilla de bronce estaba bajo el control directo del administrador, que la conservaba en un armario de su habitación. Comprende hermosas piezas: NUMERO

DESCRIPCION

DECORACION

Friso de palmitas y de flores de loto, emblema decorado en la unión de las asas (Fig. 1). Adorno de las asas en forma de ma­ nos abiertas. El asa termina hacia arriba por una hoja encorvada; hacia abajo, por acantos y hojas acantiformes : un Amor en relieve lleva a sus es­ paldas una bestia de carga.

1

gran urna de bronce.

I

gran vaso.

1

jarro (a. 0,30).

1 1

pequeño jarro. pequeña ánfora. páteras, tipo fíala sin man­ go. páteras, tipo cacerola.

Varias Varios

Varios 2

Varios Varios Varios Varias

olpés panzudos montados sobre trípode.

oinocoes (a. 0 ,20) pico tri­ lobulado. vasos-canasta para la venta de moluscos y de los pro­ ductos del mar. ollas. calderos. cucharones. tazas.

Mangos terminados por una cabeza de camero; fabricados por Q. Ra~ bius Secundus, Mujer desnuda, en la actitud de la Afrodita fenicia y chipriota, soste­ niendo con sus manos sus senos; Europa sobre el toro. Mujer desnuda acostada al borde del vaso; gorgoneion (cabeza de Gorgona). Asa terminada por protomé de ba­ cante; abajo, por una esfinge. Pata de león y protomé leonino. Amor pugilista, motivos marinos.

H istoria.—Esta vajilla de bronce tiene una historia, porque la urna 1 recuerda el arte orientalizante y no puede provenir más que de Tarento, donde fue decorada en el siglo n antes de Jesu­ cristo. El gran vaso con adorno de las asas en forma de manos

274

abiertas, de origen italiota, data, por el contrario, del siglo i. Las otras piezas fueron hechas en el mismo lugar y los latoneros no carecieron de trabajo en Pompeya, sin caer por ello en el artículo de bazar. V ajilla de barro y vidrio.—En un armario del tablinum había colocado un servicio de imitación aretina, compuesto de platos, copas, páteras, vasos. Dos cajas contenían: una, seis botellas de vidrio y cuatro botellas cuadradas de cuello estrecho y con asa; otra, cuatro vasos de vidrio. Así, encontramos en la casa de Menandro, al lado de los humil­ des utensilios de la vida cotidiana, una vajilla de plata excepcional, una hermosa vajilla de bronce, auténticas y antiguas, que revelan los gustos refinados de propietarios conocedores y gustadores de deleites. Aim siendo raro, el mobiliario armonizaba en el marco escogido por el rico y delicado Poppaeus. *

*

*

Una casa, un jardín, un mobiliario, iluminan el alma del pom­ peyano en lo que tiene de más delicado y de más sólido. Enamo­ rado del orden, escoge un plano de casa que permite una división de las habitaciones a la medida de sus necesidades: para recibir a los clientes o a los personajes oficiales, dispone del atrio y del tablinum; para acoger a sus invitados, habilita salas de recepción en torno a un peristilo. Cocina y baño están ocultos a la vista, incluso de los íntimos, y con mayor razón el recinto servil se echa en olvido y apenas se le adivina en el recodo de un corredor. Su vida cotidiana se desenvuelve con desahogo en las numerosas habita­ ciones de una amplia casa. Pero, sobre todo, este ciudadano, gracias al jardín, vive próximo a la Naturaleza, y cuando dispone de una vista impresionante, sabe gozar de ella por medio de pórticos jui­ ciosamente preparados. Se siente en comunión con esta Naturaleza recostado sobre un lecho donde puede entregarse al placer de la lec­ tura; aldeano como es, sabe adaptarse a la vida de la ciudad y no renuncia a ninguna ventaja de la civilización. Se rodea de imágenes de los dioses que hace así descender a la tierra, y el rico pompeyano ve transcurrir días maravillosos frente al mar o ante las faldas del Vesubio. Estos placeres y este confort se extienden a toda la familia, a las mujeres, que disponen de habitaciones especialmente destina­ 275

das a su sexo, según el modelo helenístico; pero ellas tenían tam­ bién libre acceso a los pórticos de los peristilos y compartían esta vida deliciosa; libertos y esclavos participan en un grado menor de este lujo. Mas ¿qué decir del tendero que habita encima de su “oficina'’? ¿Qué imaginar del inquilino de algunas habitaciones situadas en el piso? Apenas se puede hablar aquí de casa. Su jardín se reduce a alguna era jardinera que el sol abrasa demasiado pronto. Es verdad que la calle le perteneceI3. Pero, en este gozo que nos domina, cuando penetramos en la casa del Fauno (VI, 12, 2-5) o en la casa de Loreius Tiburtinus (II, 2, 2), en esta admiración ante tanta inteligencia, ingeniosidad y gusto, dirigimos nuestro pen­ samiento hacia aquel que se ahogaba en su cenaculum, que se acos­ taba incluso en el suelo sobre una tosca estera: se dormía segura^ mente con el ruido de la fuente pública y solo disponía de su co­ razón para albergar a sus dioses. 1S Lib. ΠΙ, cap. III.

CAPITULO II

EL UNIVERSO DE LA PINTURA POMPEYANA El pompeyano, que supo procurarse una buena casa, aumenta su placer transformándola en museo “imaginario”. Este placer po­ demos apreciarlo claramente todavía hoy, porque las decoraciones parietales, que, desde su descubrimiento, atrajeron la atención de los expertos y de los profanos, llegaron hasta nosotros sin altera­ ción, espléndidas de factura y de color, vivas al salir de una tan larga noche. Pero este arte no es gratuito; está profundamente ligado a la evolución de la mentalidad romana, aunque la pintutra nos ayude a penetrar en el universo espiritual de los pompeyanos. TECNICA DE LA PINTURA

Muy pronto, el estado excepcional de conservación movió a los investigadores a analizar la técnica de estas pinturas; a los pro­ blemas que plantea ofrecieron soluciones diversas expresadas en un vocabulario variado1. ¿Fresco o pintura a la encáustica? R. M engs2 vio aquí frescos ejecutados “al fresco” por pintores dotados de una destreza singular y que trabajaban con extraordi­ naria rapidez. A. R equeno3 se inclinaba más bien a la opinión de que estaban pintados a la encáustica. Los expertos se decidieron después por una de estas dos tesis, no sin haber hablado también de pintura a tempera, con leche, a la cera, al aceite, etc. Había que salir de estas afirmaciones inciertas, incompletas y con frecuen1 S e l i m A u g u s t i : “La técnica dell’ antica pittura parietale pompeiana”, en Pompeiana, págs. 313-54: lo seguiraos paso a paso. Id. : “Restauro e conservazione della pittura pómpelana”, en A tti VII Cong. Int. Arch.

das., Roma, 1961, I, páginas 159-62. 2 R. M e n g s : Operé, Bassano, 1783. 6 A. R e q u e n o : Saggi sul ristabilimento dell’antica arte dei Greci et dei Romani pittori, Parma, 1787.

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cia contradictorias. A instancias del llorado A. Maiuri, Selim Au­ gusti, en 1947 y 1948, procedió a una serie de análisis de labora­ torio que permiten tener hoy día una clara visión de la técnica pictórica en Pompeya. La verdadera técnica: cal saponificada Ante todo, esta exige la preparación minuciosa del soporte de ía p intura4. Se trata, en primer lugar, de una capa espesa de cal y de arena (de 3 a 5 centímetros) y de una segunda, más fina, de cal y de calcita (de 0,5 a 0,7 centímetros), siendo de primera clase los materiales empleados. Para pasar esta primera capa, se esperaba a que la primera estuviese bien seca. Sobre este soporte seco se aplicaba Una última capa, hecha de una película (de 0,05 a 0,1 centímetros) de una mezcla acuosa de cal y de jabón, perfec­ tamente dosificada y adicionada al calor de la cera y que contenía yeso en suspensión. Esta preparación era pulida por medios me­ cánicos (llana de hierro, cilindro de mármol o de vidrio, piedra de pulir) y lustrada con un paño apropiado. Sobre el barniz así prepa­ rado se pintaba en seco. La pintura era obtenida mezclando los co­ lores en una solución acuosa de cal y de jabón, a la que se añadía cera. Era entonces pulida y lustrada de la misma manera que el soporte. V entajas .—Tal era la técnica de los pintores pompeyanos. Las ventajas son inmediatas y múltiples. La fluidez de la solución ja­ bonosa permitía trabajar más fácilmente, con pinceles extremada­ mente finos y de una manera más rápida. Los pintores habían adquirido tal maestría en la ejecución que pintaban directamente, sin tener necesidad de preparar o de trasladar un dibujo, como lo testimonia la ausencia de todo contorno grabado. Además, el he­ cho de trabajar sobre un soporte ya seco les permitía pintar en cualquier momento. El trabajo se hacía de arriba abajo: se ejecuta­ ban primero las cornisas; luego, los fondos y los personajes de los paneles, y en fin, el plinto. Los obreros pasaban el color de los fondos; los artistas se reservaban los personajes y los ornamentos; les ocurría a veces que colocaban una capa de impresión hecha de yeso más blanco que el que los obreros empleaban. También con frecuencia, y para dar más realce a su pintura, proseguían y re­ avivaban el color del fondo en las zonas próximas a su trabajo. Esta técnica maravilla por su simplicidad. El secreto de la perfec­ 1 V it r u v i o , V i l , 3 y 6 , d e s c r ib e u n t ip o d e s o p o r t e d e s e i s z a d o p o r l o s g r ie g o s .

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cap as u tili­

ción y de la resistencia de las pinturas pompeyanas reside en el cuidado con que era preparado el barniz previo que la cal y la calcita hacían muy duro y con el que eran escogidos y dosificados los materiales de la capa de impresión: la cal, que, con el tiempo, forma una capa dura de carbonato de cal; el jabón, que, por sus ácidos grasos, neutraliza la causticidad de la cal; la cera, que da pulido y brillo a la pintura y que la impermeabiliza; el yeso, que aumenta su solidez, aclara el fondo y facilita el pulimento y el lustrado. Si se quiere, pues, definir el procedimiento de la pintura pompeyana, podemos decir que es un procedimiento especial a tem ­ pera, fundado en el empleo de cal saponificada. Los diferentes pro­ ductos son dosificados con una precisión y una exactitud dignas de los mejores químicos modernos, y esta perfección es una lección que nos transmite también la Antigüedad. C olores.—He aquí la composición química de los colores 5 vivos que merecieron el calificativo de pompeyanos : rojo a base de óxido de hierro, natural (sinópico, ocre) o artificial (ocre tostado); el rojo brillante está constituido de cinabrio (sulfuro de mercurio, el m i­ nium de los antiguos); el amarillo, a base de óxido de hierro hi­ dratado; el azul, a base de cobre, de sílex; el negro está hecho de materias carbonizadas. CRONOLOGIA DE LA PINTURA

M au,,. Pero si la técnica pictórica nos ofrece una maravillosa simplici­ dad, no acontece lo mismo con la cronología, que abarca varios siglos, de los siglos iv-iii antes de Jesucristo al año 79 des­ pués de Jesucristo. Parece, pues, natural que se hayan querido dis­ tinguir varios períodos en la decoración parietal en Pompeya. La obra maestra en este dominio es la del alemán A. M au 6, que creyó poder distribuir toda la pintura pompeyana entre esquemas for­ males y cronológicos. No obstante su bella construcción, no pode­ mos contentarnos con esta trama y hemos de hacer un nuevo es­ fuerzo crítico. 5 Recordemos el descubrimiento, en una tienda especializada, de ollas

de color que están expuestas en el museo de Nápoles. V i t r u v i o , V I I ,

7-14, describe colores naturales y colores artificiales. 0 Δ Μ ατϊ* t io lp n * rativen Wan¿malerei in Pompeji, Berlín, 1882.

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...y su gramática de los estilos Mau distingue cuatro fases, cada una de las cuales significa una síntesis de expresión, a la que dio el nombre de estilo; trata igualmente de establecer, a través de una misma evolución formal, una filiación y una interdependencia entre estas fases. Examine­ mos, pues, su gramática de los estilos7, El primer estilo es esencialmente estructural y arquitectónico; desprovisto de elementos figurativos, es llamado estilo de incrusta­ ciones, Sobre una pared dividida en tres partes, pone en evidencia el relieve de las cornisas siempre jónicas, el saliente de las pilastras, el almohadillado y la policromía de los mármoles raros; en fin, el plinto de un color amarillo oscuro, imitando la madera. En este estilo, en el que se advierte una influencia del Mediterráneo oriental, la pared, cerrada, tiene simplemente un papel cromático y plás­ tico. Así se decoraron la nave de la Basílica, el primer peristilo de la casa del Fauno (VI, 12, 2-5), la casa del Centauro (VI, 9, 3-5), el muro del atrio de la casa de Salustio (VI, 2, 4). Este estilo habría florecido al final del período calcáreo y durante el período de la. toba hasta la guerra social : es esencialmente prerromano. El segundo estilo—o estilo arquitectónico—se aplica a una pared que conoce siempre la tripartición, pero cuya parte superior sufre un tratamiento especial. El muro no tiene ya relieve, su superficie plana permite al color que dé la ilusión de las masas y que evoque las profundidades irreales de una perspectiva arquitectónica. La pintura sugiere el espacio más allá de la pared y anula por esto mismo la pared, para introducir las arquitecturas helenísticas. Es entre la guerra social y el período augusteo cuando la pintura pompeyana conquista el espacio, y la villa de los Misterios ofrece un excelente ejemplo de ello en el cubiculum, dormitorio de doble alcoba, pero las últimas manifestaciones del segundo estilo tienden a embellecer la pared antes que a darle profundidad. De Augusto al período claudio, reina el tercer estilo, llamado ornamental, de influencia egipcia. La pared es de nuevo cerrada y el espacio se halla dividido por columnas delgadas, por candelabros que se desvanecen en tallos florecidos. La parte superior presenta formas arquitectónicas y ornamentos variados sobre fondo blanco, 7 A. M a i u r i : La peinture romaine, Ginebra, 1953, págs. 42-49.

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pero permanece sin relación con el resto de la decoración. Los paneles sobre fondo rojo tienen la apariencia de cuadros colgados del muro y la decoración de las cornisas y de los frisos es fina como de encaje. En medio de esta gracia minuciosa, los paisajes marítimos y campestres ponen una nota de frescura y de naturalismo y tien­ den a animar la pared, a la que los tonos fríos de la armonía cro­ mática hacen aparecer, con frecuencia, todavía más plana. De la época claudia al 79, el cuarto estilo vuelve a la pared abierta y luminosa con más profundidad, y a los pabellones aéreos. Pero el gusto por el ornamento subsiste y el cuarto estilo reúne composi­ ción decorativa y composición espacial. El gusto es más libre: se abandona la tripartición tradicional, puesto que las arquitecturas irreales del friso se transportan al panel central y se integran mejor en el conjunto de la decoración. Estas arquitecturas fantásticas son las transposiciones de escenas de teatro; el cuarto estilo mere­ cería ser llamado “escenográfico” ; ya los pintores de decoración de teatro habían tenido influencia sobre la pintura del segundo estilo8. Por lo demás, el artista se abandona a su imaginación de­ corativa, utilizando con profusión arabescos, dorados, cinceladuras, medallones, candelabros, hábil como es para iluminar fuertemente las perspectivas y para repartir sabiamente las tonalidades. C r ític a s .— Esta teoría, grata, a decir verdad, y clásica, promovió, sin embargo, numerosas objeciones y la necesidad de renovarla animó a muchos sucesores de M au9. Hay que confesar que la noción misma de estilo apenas es satisfactoria en la medida en que nos vemos obligados a admitir numerosas fases intermedias de un estilo a otro. Por lo demás, las rupturas cronológicas conti­ núan siendo otros tantos motivos de discordia. ¿Se pasa del segundo al tercer estilo alrededor de la era cristiana o alrededor de la muerte de Augusto en el año 14? ¿Hay que datar del final de Tiberio o del terremoto del año 62 los comienzos del cuarto es­ tilo? ¿No sería mejor indagar las certezas que pueden proporcio­ nar los textos antiguos y los resultados de la arqueología? 8 H. G. Beyen : The wall-decoration of the cubiculum of the villa o} P. Fannius Synistor near Boscoreale in its relation to ancient stage-

painting, en Mnemosyne, 4.° estilo, tomo X, 1957, págs. 147-53. 9 O. E lia: “Nota per un studio della decorazione parietale a Pom­ pei”, en Pompeiana, págs. 97-110.

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Vitruvio y la imitación de lo real Hay que partir de Vitruvio, que dedicó su De architectura al emperador Augusto y que nos da en el libro VII un estado de la decoración en su época, esto es, hacia el año 30 antes de Je­ sucristo. No duda, incluso, en hacer una exposición histórica de la pintura, que tiene sus tres grandes momentos y que fundamenta la teoría de los estilos : La pintura 10 es la imagen de lo que es o de lo que puede ser; así, p. ej., de los hombres, de los edificios, de los navios y de todas las cosas de las que se pueden sacar representaciones semejantes mediante la aparien­ cia de cuerpos definidos y precisos. De ahí que los antiguos, que fueron los primeros que utilizaron el estuco pulido, imitaran en primer lugar la diversidad y la disposición de placas de mármoles; luego, las múltiples combinaciones de festones, de heléchos y de triángulos.

¿No se reconoce aquí el primer estilo, cuyos tipos se encuentran en Grecia—p. ej., en Délos—, y a propósito del cual no se puede hablar aún de pintura parietal, puesto que el color tiene la función simple y secundaria de acentuar el relieve de las masas arquitec­ tónicas? Se trata ya de una visión arquitectónica de detalle, podría decirse, sin perspectiva, esto es, la imitación de una pared plena. Luego (los antiguos) se decidieron a imitar las siluetas de los edi­ ficios, los desplomes de las columnas y de los frontones; para los espa­ cios descubiertos, como, p. ej., exedras, pintaban, en razón de la dimensión de los paneles, arquitecturas de escena de tipo trágico, cómico o satí­ rico; para los paseos cubiertos, por el contrario, en razón de la longitud de los muros, utilizaban como decoración las variedades de paisajes (topia) representando imágenes sacadas de los caracteres propios y definidos de ciertos lugares 11 ; pintaron así puertos, promontorios, riberas, ríos, fuentes, euripos, templos, bosques sagrados, montañas, rebaños y pastores...

La visión arquitectónica se hace más compleja en un segundo período. Pero el enlace con el primer estilo queda bien establecido. ¿No existe una pared de incrustación, con un muro bajo y una visión de columnata en primer plano en la gran pintura—megaloV it r u v i o , VII, 5, 1. G .-C h . Pi11 Interpretación de G r im a l, pá: V a n romain, París, 1962, página 98. ginas 1 2 1 y sgs.

10

CARD

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grafía—-de la villa de los Misterios? En adelante, la columnata que se destaca del fondo y que da la profundidad al cuadro se ve in­ terrumpida por vistas del exterior o, si permanece continua, es cortada en su parte alta para ofrecer planos más interiores. Este tipo, como dice también Vitruvio, es escenográfico; introduce la naturaleza en el tema, pero una naturaleza típica, muy pronto abs­ tracta, ocupa todo el panel. Este segundo estilo así definido go­ zaba del favor de Vitruvio y de algunos contemporáneos de Au­ gusto, nostálgicos del tiempo pasado. Escuchémosles sus diatribas contra la “nueva pintura” n. El gusto pervertido Pero estos temas, que eran sacados de la realidad, son hoy día con­ denados por un gusto absurdo. Se pintan, en efecto, sobre los muros monstruos en lugar de imágenes precisas de cosas definidas; a modo de columnas se construyen cañas acanaladas; en lugar de frontones, adornos con hojas enrolladas y follajes, candelabros que sostienen la imagen de pequeños templos; en sus frontones, ramilletes que se des­ bordan en adornos de raíces y que contienen sin razón figuritas sen­ tadas, e igualmente tallos con semifiguras, unas con cabeza humana, otras con cabeza animal. Todo esto no existe, no puede existir o no existió jamás.

Vitruvio condena así la transformación de las formas de inspi­ ración arquitectónica en el sentido decorativo; la pared hasta en­ tonces servía para captar íntegramente el mundo y para transmitir una visión personal fundada en una síntesis visual. Este impre­ sionismo caracterizaba las tendencias doctrinales e intelectuales del helenismo tardío. Retendremos, sobre todo, del pasaje de Vitruvio que no hace ninguna alusión al cuadro pintado, considerado como tal y centro de la decoración parietal. Hay que concluir de aquí que hasta la época de Augusto, en los tipos de la decoración parie­ tal, los temas de inspiración arquitectónica, las escenografías, las megalografías, constituyeron las únicas formas teóricamente admitidas y que los cuadritos, las escenas representadas de poesía cíclica o religiosa, no tuvieron otra función que la de completar el con­ junto decorativo. Pero, ya se trate de una megalografía o de un paisaje, siempre nos encontramos con una composición continua. n V itruvio, VII, 5, 3-4.

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La verdadera revolución: el cuadro Más que la perversión del gusto denunciada por Vitruvio—y que apunta a la fase final del segundo estilo—, es la introducción del cuadro, de la tabula como centro de la composición, lo que aporta a la pintura pompeyana su verdadera revolución, cuando no su verdadero nacimiento. El artista llega por primera vez a trans­ poner sobre un muro un cuadro de caballete; copia los pinakes que estaban protegidos por una especie de armario con postigo de ma­ dera y que constituían el objeto de un comercio artístico en Délos, Alejandría, Rodas y Roma, a la manera de los emblemata (temas centrales) en opus vermiculatum destinados a adornar el centro de los pavimentos de mosaicos. Así, entre los años 20 a 79 se desen­ vuelve la pintura pompeyana, de carácter decorativo, que, a dife­ rencia de la pintura de perspectiva, no debe nada a la influencia he­ lenística; hay que situarla en el medio artesano campanio, muy hábil, conservador, por supuesto, de las tradiciones de los pintores ceramistas de Apulia, Lucania y de la Campania misma. Pudo res­ ponder a la demanda de una aristocracia terrateniente de comer­ ciantes, rica y cultivada, y producir una masa increíble de cuadritos. Las íios fases de la pintura decorativa Después de esta revolución, desconocida por un Plinio, p. ej., la pintura parietal conoce dos fases : una, que corresponde a un sistema rígido—-tipo del estilo III de Malí—, está caracterizada por el pabellón o edículo, portador del cuadro, como en el tablinum de la casa de Lucretius Fronto ; un lugar se reserva también a cuadritos menores con paisajes de villas. Este primer momento está carac­ terizado además por la riqueza y la importancia de los motivos ornamentales: el motivo del candelabro y las vistas en miniatura de la decoración de los jardines. La variedad de las combinaciones decorativas, todas al servicio del cuadro central, depende de la fecundidad de inspiración de los talleres: los temas están de acuer­ do con las tendencias clásicas del orden augusteo, e incluso si se sigue una evolución en la técnica de Augusto a Claudio-—del cuadro rectangular alargado en altura entre dos bandas neutras al cuadro 13 P l i n i o , XXXV, 29. 284

cuadrado, en el que los personajes, tratados plásticamente, no se ven acompañados más que de algunos accesorios—, la espiritualidad de la pintura es idénticau. El otro tipo de decoración presenta caracteres notablemente opuestos : aquí triunfa la libertad de composición arquitectónica, que tienen alrededor del cuadro central centros ornamentales me­ nores, cuadritos de paisajes o escenas figuradas. Los últimos cons­ tituyen el marco más suntuoso de los más bellos cuadros de las casas del Poeta, de Siricus, de Holconius, de M. Lucretius, de los Vettii y del templo de Apolo. Pueden ser fechados con precisión, porque cabe ponerlos en paralelo con las grandiosas composicio­ nes del Ecclesiasteñon del templo de Isis, reconstruido después del año 62. Este tipo de decoración remonta a la época de Nerón, que ve producirse una revolución espiritual en la que triunfa la “exuberancia barroca” de un universo fantástico y maravilloso, del que da testimonio la Casa Dorada. Es un soplo nuevo el que anima a los amantes del gran salón de la casa de los Vettii; las arquitecturas del peristilo sugieren de nuevo la evasión hacia un mundo misterioso, y en el atrio una arquitectura barroca, ator­ mentada y sobrecargada, hace pensar en las decoraciones de teatro del siglo XVIII italiano. La época de los Flavios vería una nueva transformación: la pared no se abriría ya y el manierismo deco­ rativo del tercer estilo reaparecería sobre los campos blancos y azul claro, elegantes y refinados: las tapicerías o las bandas cargadas de candelabros separan los cuadros. Pñmacia de la arqueología De todas maneras, estas últimas tendencias de la técnica pic­ tórica apenas tuvieron tiempo de desarrollarse, aün cuando dispon­ gamos de un número considerable de pinturas del cuarto estilo. Antes que al esteta o al crítico de arte hemos de escuchar al arqueólogo. Parece imposible no considerar de manera nueva la pintura pompeyana después del libro que Maiuri consagró a la última fase de la edilidad pompeyana. No había, sin duda, que re­ construirlo todo en Pompeya después del terremoto, y, sin em­ bargo, en muchos casos las numerosísimas reparaciones y trans­ formaciones debieron hacer tabla rasa del pasado. No se debe más qüe a un milagro del gusto la conservación de la gran composi­ 14 K. S c h e f o l d : Vergessenes Pompei, p á g s . 73 y s g s .

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ción del segundo estilo de la villa de los Misterios. Por lo demás, muchas habitaciones no habían recibido todavía su decoración en el año 79, y entre los años 62 y 79 es muy delicado precisar con rigor cuándo comienza la pintura flavia. Se dibuja una amplia corriente, cuyos comienzos deben de remontar a unos diez años antes de la catástrofe, y continúa después del 62, durante otro decenio, lo que nos conduce a la catástrofe final. Demasiados espíritus siguen seducidos por el esquema cronológico de Mau, olvidando la presencia masiva de una pintura concentrada en die­ cisiete años. Error de Mau... Ofreceremos como ejemplo la casa de los V ettií15. Del largo in­ forme analítico de M au 16, se desprende que las pinturas, todas del cuarto estilo, fueron ejecutadas antes del año 62 en el atrio, en las dos ·alas y en el gran comedor, y después del año 62, en las habitaciones que se abren al atrio, en el peristilo y en los dos oeci con las pinturas de Ixión y de Penteo, en el pequeño pórtico, las salas del Norte y en el larario del atriolum secundario. A la diversidad de las estructuras murales, correspondería una oposi­ ción de estilo, de concepción, de composición y de ejecución. Las pinturas más antiguas, de una gran riqueza en su acabado, manifes­ tarían un gusto exquisito y delicado; las más recientes, la habi­ lidad y el saber hacer, pero serían de un gusto más vulgar y care­ cerían de finura de detalles. Este contraste provendría del hecho de que hasta mediados del siglo i la casa había pertenecido a una familia cultivada, que había llevado pintores de Roma o de alguna ciudad griega, mientras que después del terremoto había caído en manos de los Vettii, libertos enriquecidos, que se contentaban con artistas locales. ¿Quién no ve el peligro de tales juicios fundados en criterios estéticos? ¿Cómo estimar burdas las pinturas del oecus donde se encuentra el cuadro de Ixión, que pasa, por el contrario, por una de las obras más bellas y más finas de la pintura pompeyana? La clasificación de Mau es errónea, porque descansa en un análisis inexacto de las estructuras murales. La fachada principal, lo· mismo 15 A. M a i u r i : Ultima fase, pági,nas 105-12. w M a u , e n R.M., 1 8 9 6 , p á g s . 3 y

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sig u ie n te s. M a u -K e l s e y , p á g s.

siguientes.

321 y

que las fachadas que dan a los callejones meridional y occidental, presentan los signos evidentes de las reparaciones efectuadas des­ pués del terremoto del año 62. Las mismas restauraciones se encuen­ tran en el interior de la casa, en el atrio y en el gran tñclinium, que Mau asignaba a un período anterior al año 62r al igual que en las habitaciones, los oeci. ...y de Maiuri Para Maiuri, los únicos fragmentos de la decoración anteriores al terremoto son esencialmente los de las alae. A esta conclusión tan clara se opone Schefold, para quien la pintura de las dos alae data de la época de Vespasiano Ώ. Sería posterior a una reparación tar­ día, consecuencia de un terremoto distinto al del 62, que habría precedido a la catástrofe del 79. El cuarto estilo prevalece, pues, en todas las pinturas de la casa de los Vettii y únicamente las tendencias neronianas y flavias deben distinguirse en él. Por otra parte, la imitación es propia de todos los tiempos, y bajo los Flavios pueden descubrirse tendencias arcaizantes18. Se imi­ ta, p, ej„ después del 70, el primer estilo, en la casa de los Sabios, y hemos de evitar el ordenar en una sucesión cronológica lo que, por el contrario, es contemporáneo, pero de manos y de maneras diversas. Los pintores de Pompeya Esto es lo que vio bien Ragghianti19 y lo que da realce a su tentativa. El crítico de arte cree en la originalidad de la pintura pompeyana. Un verdadero artista, incluso si se inspira en un mo­ delo, transfigura su tema. Allí donde algunos no quieren ver más que imitación servil de modelos griegos, el ojo experimentado del crítico distingue las maneras de diferentes “maestros”, cada uno de los cuales tiene su personalidad y su lengüaje propio. El ensayo de Ragghianti estanto más legítimo supuesto que, según él, la mayor parte de las pinturas han sido ejecutadas en el corto intervalo de los años 62 a 79, con lo que la coexistencia de las maneras, y, por tanto, de los artistas, se impone. Es así como Ragghianti distingue un Maestro de la Poetisa20 que 1; S c h e f o l d : Vergessenes Pompei, pág, 133. lá Id., ibid., pág. 140: “Nachalmung älterer Dekorations-systeme”.

19 C. L. R a g g h ia n t i : Pompei, Milán, 1963. 20 Id., págs. 51-52.

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Pittori

di

habría ejecutado los cuadros de Dédalo y Pasifae, el Suplicio de Ixión y Thetis en casa de Vulcano. Su pintura suave recurre a un modelado pastoso, a las sombras esfumadas. Los toques son fluidos, los retoques de color, raros, y los rostros aparecen frecuentemente enmarcados por rizos del cabello, como el de Safo, la poetisa. La tragedia está ausente de esta elegancia un poco preciosa, de esta afabilidad ligera, que evoca el lenguaje convencional de la conver­ sación. El Maestro de la Som bra21, que no es tal vez más que una “manera” del Maestro de la Poetisa, es responsable de la Muerte de Penteo y de Ciparisos. Con el Maestro Aulico que “firma” en casa de los Vettii la Leda y las arquitecturas de una habitación, las parejas en vuelo y los frescos del comedor, la sala de los Pequeños Amores y de otras decoraciones figuradas, conocemos al pintor más rico, más variado, más hábil, más espectacular de Pompeya. Manifiesta un gusto evidente por compaginar una imaginación fantástica y una extraordinaria habilidad en las arquitecturas parietales y los ador­ nos monocromos. El Maestro de los Escorzos23, que podría confundirse con el Maestro Aulico, pero que se distingue por sus enérgicos escorzos, pinta el Suplicio de Dirce. El Maestro de la F ábula2* posee una vena dramática y un ta ­ lento rico en movimiento, que animan un Hércules niño y la Lucha entre Eros y Pan. Très o cinco manos se reconocen en el conjunto de una im­ ponente decoración parietal; tal simultaneidad no puede sorprender, y Maiuri mismo se inclinaba a ella35. Agrupando, por razones de composición y de estilo, los cuadros pintados en diversas casas y definiendo varias “maneras”, Ragghianti devolvió a la pintura pom­ peyana su dignidad. No se podría calificar a un pintor de “popular”, porque incluso la pintura de cartel reclama grandes talentos, como lo muestran la procesión de Cibeles o la Venus pompeyana. Corrigió felizmente la rigidez del marco cronológico de Mau. Sin embargo, cae en un pluralismo muy eclécticose, y él mismo duda —ya lo hemos señalado—de algunas de sus denominaciones27. Un 31 22 23 24

Id., pág. 66. Id., págs. 64-66. Id., pág. 66. Id., págs. 66-67. 25 Maiuri : Pompei, pág. 49.

26 Sin embargo, Ragghianti reconoció la unidad de las pinturas de IX, 5, 18-21, que F. Zevi, pág. 65, igual­ mente atribuye a la misma mano. 27 R agghianti, pág. 74.

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artista puede tener varias maneras; su talento puede evolucionar entre los años 62 y 79. Es difícil imaginar una veintena de artistas de calidad concentrados en Pompeya y trabajando aquí cada uno de ellos durante diecisiete años. Las personalidades verdaderas son me­ nos numerosas. De hecho, excelentes artistas debían de trabajar en los talleres bajo la dirección de un maestro, sensible él mismo a cier­ tas corrientes : la corriente arcaizante y neoática lleva al Maestro del Sacrificio de Ifig&nia a arcaísmos voluntarios de composición. El talento escénico del artista es realzado por oposiciones contrastadas de sombra y de luz. La pintura pompeyana se nos ofrece en la diversidad humana de sus autores, y esta diversidad está hecha a imagen del universo de significación al que vivían apegados los usuarios, cuyas almas se ven totalmente iluminadas por él. Ilusión de lo real Lo que piden en primer lugar los pompeyanos a Ja pintura es la ilusión de lo real. Este ilusionismo de la pintura no apunta a representaciones extraordinarias y fantasmagóricas, sino que, por el contrario, trata de añadir la naturaleza a una arquitectura. Este gusto por el trampantojo resulta a veces divertido. ¿Quién no se acuerda de ese perro pintado sobre un muro de pasillo w, tan ver­ dadero que el visitante llega a asustarse ante la fiera apariencia del can? ¿Quién no vio los plintos de un atrio florecer en orlas vegetales pintadas? ¿Quién no admiró, por otra parte, cómo el artista sugería un gran parque representando sobre un muro ciego una perspectiva de árboles y de bosquecillos florecidos? Ya en el primer estilo—estilo de incrustaciones—se manifestaba este gusto por lo real, porque cada zona y cada sillar estaban sub­ rayados por la pintura y este procedimiento no desapareció en el segundo estilo29. En la villa de los Misterios, los muros pre­ sentan sus sillares de piedras y la gran megalografía se desarrolla delante de este muro; y cuando este muro se abre a media altura para permitir que la mirada entrevea columnatas que se elevan al cielo, es una nueva realidad la que se impone a los ojos del espec­ tador. El muro, plano y macizo, gana en profundidad. Es proyec­ tado en un espacio de tres dimensiones; es, por tanto, la conquista de una realidad más completa y más rica lo que traduce esta evolu24 P. V e y n e : “Cave canem”, en M.E.F.R., LXXV, 1963, págs. 59-66. 29 Grimal, págs. 250 y sgs.

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Fig. 30.

Topia, casa de la pequeña fuente (según P. Grimal : Les jardins ■ > romains, pl. XXV, 2).

ción de la pintura. La realidad se manifiesta así en dos grados : en un comedor, en una habitación, es evidente que el pompeyano no sale de una realidad arquitectónica, pero tiene la ilusión de con­ templar un parque o de pasearse bajo un pórtico sombreado. Elección en lo real: tos “topia” Procurarse la ilusión de lo real, ofrecerse pictóricamente el jar­ dín que se hubiese deseado poseer, no quiere decir que se pida al artista que reproduzca exactamente, de acuerdo con la Natura^ leza, tal o cual jardín. Aquí también la realidad se manifiesta en dos grados. El pintor se siente inclinado a reproducir Ips elemen­ tos típicos de los lugares, lo que se llama los topia (Fig. 30). Por eso encontramos siempre los mismos detalles, que se repiten incansablemente en los paisajes pompeyanos: el promontorio, el canal, el bosque sagrado, el pequeño santuario·, el rebaño de vacas, el pastor y el carnero: se trata del género que podría llamarse sacro-idílico. En el primer estilo de estos jardines pintados se in­ tegra en conjuntos arquitectónicos imitados directamente de los monumentos del helenismo. Se encuentran pórticos y anexos dise­ minados por el césped; las fachadas se presentan de manera sor­ prendente, cortándose imas veces en ángulo recto, otras en ángulo agudo, mientras que otras son semicirculares. El artista, al recrear estos paisajes, los reviste de un color dulce y romántico·; a veces los ve a contraluz, en una oposición de sombra y de luz un tanto irreal, sobrenatural. En el segundo estilo de los jardines, la Naturaleza se desen­ 290

volvió a expensas de la arquitectura; el paisaje se convierte en una decoración que acompaña los temas literarios,:-las escenas de género, de estilo neoclásico—Toro Famesio, que representa el cas­ tigo de Dirce; grupo de los Nióbidas, caza de Meleagro, Orfeo sobre su roca—, y la representación concede un lugar al símbolo, pero símbolo de una realidad que se quiere comunicar. En fin, lo simbólico se degrada en ornamental en el momento en que triunfa el barroco ornamental de la época flavia. Un motivo particular del jardín es escogido y tratado por sí mismo, sin pre­ ocuparse de la verosimilitud general: en la casa de los Vettii, falsas ventanas hacen aparecer pérgolas vistas desde un ángulo irreal, de­ coradas con viñas trepadoras. Esta estilización de la decoración aboca a una interpretación romántica e impresionista de temas arquitectónicos antiguos. Pero lo que frecuentemente no es más que una nueva técnica tiene por objeto crear una ilusión más per­ sonal de una realidad en la que, lejos de toda vulgaridad clásica, reintroduce el tiempo, mostrando, por ejemplo, casas abrasadas por el sol de mediodía. Exotismo El Nilo y el Euripo eran temas, topia. El mosaico de Palestrina había ilustrado magníficamente el género pictórico que tiene por tema esencial el Nilo, con sus fiestas náuticas, sus escenas de pesca y de caza. Conocemos la influencia de Egipto en el arte romano y pompeyano. Muchos ricos propietarios quisieron imitar las nobles ca­ sas al borde del Nilo, su cuenca y su canal, en el que se abrían flores de agua. Las escenas nilóticas no faltan, con sus pigmeos grotescos acometiendo a los monstruosos hipopótamos o pescando en medio de estas inmensas flores de agua. El éxito de la religión isíaca favo­ rece la multiplicación de los temas egipcios; se trata de otra natu­ raleza en la que los bueyes son sagrados y donde la garza lucha con la cobra (uraeus), un mundo que encanta y fascina a los pom­ peyanos. Mezcla de lo humano y lo divino En fin, el ilusionismo de la pintura pompeyana permite a los humanos vivir en medio de las divinidades. La megalografía de la villa de los Misterios es un ejemplo perfecto de ello. Ciertamente, 291

las sacerdotisas son las mediadoras naturales entre el mundo de los humanos y el mundo de los dioses. La presencia de la dueña de la casa, la escena de los preparativos del himeneo, indican cómo los hu­ manos pueden elevarse a esta inmortalidad que da la religión báqui­ ca. La ilusión es tanto más fuerte—no lo olvidemos—cuanto que la pintura pompeyana está hecha para que penetre en la habitación que decora. El visitante, hoy en día también, queda sobrecogido ante este mundo de personajes en tamaño natural, que cambian sus miradas de un muro a otro, se siente prendido por el cortejo bienaventurado y participa en las ceremonias en ese recinto irreal, que desborda incluso los límites de la habitación30. Así, por una suprema habilidad, el artista que por esta ilusión debería hacemos escapar al espacio y al tiempo nos hace participar en una ceremonia que para desarrollarse tiene necesidad del tiempo. El retrato... Un segundo polo de la pintura pompeyana es su apego a lo cotidiano. La ilusión se dirige a las almas insatisfechas, enamo­ radas de lo ideal. Lo sólido cotidiano contenta más a los que viven en contacto con sus semejantes y con la actualidad. ...académico El arte del retrato se reparte entre una débil corriente acadé­ mica y un gusto profundo por la realidad. Sin hablar de los retratos idealizados de filósofos, oradores y poetas queridos de la sociedad cultivada de Roma, hay que hacer notar, p. ej., que el retrato de la joven pompeyana sorprendida en un momento de meditación es afectado. El estilo en los labios, las tablillas de cera en la palma de la mano, esto indica pose. Su rostro aparece enmarcado por rizos del cabello, un detalle que se encuentra en muchos otros retratos pompeyanos y que permite definir la manera del “Maestro de la Poetisa”. ...y verdadero He aquí, por el contrario, una noble pompeyana, con los rasgos netamente campamos. El rostro lleno, su color natural, e! cuello 30 Ch. Picard, en R.A., 1954, pág. 99.

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carnoso, son puestos de relieve por los cabellos negros y lisos re­ partidos por la frente. La expresión es seria, casi melancólica, de ojos graves y mirada profunda, que acompañan una boca sensual, de labios gruesos; el mosaísta supo iluminar con ligeras entonacio­ nes luminosas este retrato de una de esas mujeres inteligentes que, como Eumachia, supieron administrar su fortuna. El verismo del retrato brilla también en los del panadero Te­ rentius Neo y de su mujer. El presenta los rasgos de un campesino, hirsuto, de rostro duro y de pómulos salientes; ella es astuta, maliciosa y coqueta, y la pincelada rica y densa da a las actitudes su plena verdad, aunque estos comerciantes enriquecidos quieran producir ilusión ÿ “posar" para la eternidad. Naturaleza muerta A esta raza de campesinos debía de agradar la naturaleza m uerta31, aunque su boga provino de la pintura helenística. Las naturalezas muertas campanias adoptan muy frecuentemente como tema los productos de la tierra campania; frutas, caza, pescados, quesos o aves pueblan los cuadros en miniatura del tercer estilo. A través de un gusto sensual, se descubre al pompeyano atraído por el mercado del foro o las banastas de los vendedores ambu­ lantes. Se detiene ante las cestas llenas de uvas y de melocotones que estallan con todos sus colores, ante los pescados que todavía colean, caídos de cestas volcadas. El pintor busca entonces, par­ tiendo de estos objetos aislados, una visión de conjunto, escalo­ nada sobre varios planos y en la que la luz realza todavía más las riquezas de la naturaleza. Estos “bodegones” son admirables por su estilo. He aquí uno en el comedor de las ninfas de Julia Felix (II, 4, 3), que da al jardín. Frutas en una copa de cristal : manzanas, peras, albaricoques, granadas, ofrecen sus formas plenas y sabro­ sas; un racimo de uvas, sus pequeños granos violáceos; una man­ zana aparece caída; una granada, entreabierta. Más abajo, un jarro lleno de uvas y un ánfora, cuya tapa está sujeta por cordelillos, esperan el buen placer de los comensales. ¡Qué alegría poder comer ante una composición tan bella, tan verdadera y tan inteli­ gentemente organizada ! He aquí otro cuadro muy armonioso : sobre un vasar están colocados un mortero de bronce, acompañado de 31 A. M aiuri: Peinture, págs. 133mortes campaniennes (Col. Latomus, 138. ]. M. Croisille : Les natures LXXVTI, Bruselas, 1965.

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una gran cuchara, una fuente con huevos, una oinocoe trilobulada; en la pared aparecen colgados cuatro tordos y una servilleta ornada de franjas; una pequeña ánfora, llena de un preciado vino añejo, está inclinada al pie del vasar. No se encuentra aquí ninguna bús­ queda de ilusionismo, pero sí se advierte un gusto por el objeto elegante, por la fruta sabrosa, que canta las glorias de la agricultura pompeyana. Escenas de la vida cotidiana La pintura está también apegada al mundo de la vida cotidiana,, de las costumbres, de las creencias de la pequeña burguesía, del comerciante, del artesano, del pequeño pueblo. Este mundo revive en lo que se ha llamado, a veces con un matiz peyorativo inme­ recido, la pintura de muestra o la pintura de cartel. Su expresión franca y libre, llena de espontaneidad, afirma una savia campania qué llega hasta la caricatura. Esta pintura es un comentario de la actualidad: unos jinetes que llegan a Pompeya, mientras que un mulo es arrastrado por una larga cuerda; un mendigo que encuentra a una dama de caridad; tales son las escenas coloreadas del foro de las que ya hemos ha­ blado32, o la distribución del pan (véase la j aqueta en color), la escena de la posada en la que el dibujo nervioso subraya los gestos dé los jugadores de dados, la pintura publicitaria, en fin, que gana sus cartas de nobleza presentando por debajo de la Venus pompe­ yana el friso del trabajo de la lana. El pintor pompeyano, que sabía simplificar los paisajes, repre­ sentó con humor las escenas clásicas más respetables y no dudó en caricaturizar a los dioses del Olimpo tanto como a sus se­ mejantes; . Sobre el friso del atriolum del baño, en la casa de Menandro (I, 10, 4), los dioses están representados por enanos de cabezas enormes, con gestos de fantoches. Júpiter, con sus largos cabellos en desorden, parece sorprendido entre el miedo de Juno, terriblemente celosa, y de Venus, que, disfrazada de hechicera, invita a Cupido a lanzar contra él sus flechas. La leyenda de Eneas se convierte en una fábula de La Fontaine : Eneas se ha transformado en un gran oso, que lleva a Anquises, viejo mono, mientras que el joven Ascanioosezno tiene dificultades para seguir las zancadas de su padre. 32 Lib. II, cap. IV. 294

El “Juicio de Salomon” pone en escena actores enanos, con aspecto de pigmeos. Las escenas nilóticas excitan la inspiración de los pin­ tores : los pigmeos de estatura minúscula atacan a bestias mons­ truosas; uno de ellos cabalga sobre un cocodrilo, que cazó a lazo, y un compinche acuchilla los lomos de un hipopótamo, mientras que la bestia, plácidamente, se engulle un desgraciado enanito. El espíritu agresivo del pueblo se divertía con los perros sujetos por un collar de gruesa cuerda, dispuestos a arrojarse sobre el visi­ tante malintencionado, garras, colmillos y lengua en plan de ba­ talla; otro mosaico presenta a un viejo Sileno, borracho, que se ha dejado caer sobre un borrico al que aplasta con su peso, a dos jóvenes caritativos que tratan de levantar a la infortunada bestia, tirándole por su largas orejas y por la cola. Esta comedia o farsa popular responde a los gustos de un público amigo de las panto­ mimas teatrales y que, sin complicaciones, buscaba su alegría de vivir. Para otros, más exigentes, la pintura define un ideal de ci­ vilización. Educación 4e principe El pompeyano había introducido en su casa el pórtico real y los parques helenísticos; podía forjarse la ilusión de una cultura principesca rodeándose de cuadros que evocan la historia helenís­ tica reciente en la que Roma había desempeñado un gran papel. Es así como, en el triclinium de verano de la villa llamada de P. Fan­ nius Synistor, cerca de Boscoreale33, un escudo de blasón mace­ dónico evoca el patio de Pella y con más precisión la sala del pa­ lacio en donde vivió en otro tiempo Alejandro. Se representa aquí a Antigono Gonatos, a sU madre Phila y a su ilustre maestro Menedemos de Eretria; en otra pintura, Ch. Picard reconocería al padre de Antigono Gonatos, Demetrio Poliorcetes, que descansa en una casi desnudez heroica, cerca de su cuñada Eurídice, esposa infor­ tunada del primer Tolomeo, y su hija Tolomáis. Esta visión gloriosa y feliz de una corte principesca de la Grecia del Norte era grata al propietario de la villa que tendió a evocar la epistémé basiliké, la educación de los jóvenes Antígonos y sus distracciones literaria y musical. 8> Cií. P icard: “A u triclinium d*été de la villa dite de P. Fannius Synistor, près de Boscoreale. La dé-

coration pariétale: religion ou histoire?,r, en J.S., 1958, págs. 49-68 y 102-19.

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Educación clásica Más cotidianas son las escenas de iniciación a la música de un joven efebo entre un pedagogo barbudo y una mujer que encama la Musa del canto, o una escena de lectura de papiro hecha por un anciano barbudo en presencia de una matrona y de su nieta. Tales escenas simbolizaban para el propietario de la villa imperial cerca de la puerta del Mar ese gusto por la cultura de que dan testimonio las representaciones de poetas como Menandro o de filósofos como Menedemos ; la filosofía epicúrea, lo mismo que la comedia nueva, tenía adeptos en la ciudad campania: un esque­ leto que sostiene un ritón en cada mano adorna un mosaico de triclinium. Recuerda el pequeño esqueleto de plata que muestra Trimalción o el esqueleto que decora uno de los cubiletes de Boscoreale : Seremos todos así, cuando la muerte se haya apoderado de nosotros. Vivamos, pues, mientras hay tiempo para ello, y vivamos b ien 3i.

Teatro El teatro 35, tan del gusto de los pompeyanos, inspiró a los ar­ tistas. La máscara de teatro se repite en los paneles como un tema obsesivo; se presta a todas las combinaciones decorativas; puede adquirir también valor simbólico y dar toda su significación a un paisaje, pues la máscara gesticulante está ligada a la religión dionisíaca que impregna toda la Naturaleza, tan querida de los pintores pompeyanos, o también evocar las infancias dionisíacas, la educa­ ción del joven dios. El ciclo homérico Pero la enseñanza, lo mismo que la cultura, siguen apegadas a Homero y a sus poemas, que, en una ciudad bilingüe, se conocían de memoria, y cuyas escenas más célebres eran ilustradas de buen grado por los pintores: en la casa del Poeta Trágico (VI, 5, 8), el sacrificio de Ifigenia, la partida de Criseida y la devolución de Briseida; en la casa de los Dioscuros, Aquiles en Skiros, en casa de Siricus (VII, 1, 47), Thetis en casa de Hefaistos; en la casa del 34 P e t r o n i o :

85 Lib. Ill, cap. IV.

Sat., XXXIV.

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Larario (I, 6, 4), el duelo mortal entre Héctor y Aquiles, la dra­ mática entrevista de Príamo y de Aquiles para el rescate del cuerpo de Héctor; la casa del Criptopórtico (I, 6, 2) presentaba cincuenta episodios de la Iliada; en la casa de Menandro (I, 10, 4), la muerte de Laocoonte, el ardid del caballo, el incendio del palacio de Príamo, bañan en esa luz irreal que transfigura en fiesta estos instantes tan dramáticos y tan crueles. Religión Esta cultura literaria permanecía inseparable de un ideal moral y de un ideal religioso. Aquí también, el pompeyano se forja la ilusión de vivir familiarmente con los dioses. Por el placer sensual que saca de ello, pero también por la satisfacción de su espíritu malicioso, gusta de ver multiplicados los cuadros de los amores de Marte y de Venus, mientras que. los Amores juegan con el casco o la lanza abandonados por el dios. Todo el panteón está presente, y Venus, patrona de la ciudad, ostenta la primacía sobre las otras divinidades. Los semidioses—Hércules—, los liberadores—Perseo—, tienen también su lugar; la pintura exalta no solamente el confor­ mismo religioso, sino el triunfo de la inteligencia sobre la bruta­ lidad, del bien sobre el mal. Los sacerdotes de todas las religiones, las ceremonias isíacas86 en particular, ayudan a esta glorificación de los valores morales que garantizan la conversión del cuerpo social. Política y moral



La pintura pompeyana no es, pues, un arte gratuito; sin po­ nerse al servicio de una ideología política precisa, ilustra temas queridos a la propaganda imperial. Así, p. ej., el mosaico de la batalla de ïssos o de Gaugamela—en el que el duelo personal entre Alejandro y Darío reemplaza al enfrentamiento colectivo de los dos ejércitos—representa un momento decisivo para la historia de la Humanidad; y sobre el fondo de lanzas levantadas que prefi­ guran curiosamente las de Breda, es el destino del helenismo lo que se está jugando contra la barbarie. La victoria del Occidente sobre el Oriente, en Actium y en otros lugares—recuérdese que los Flavios se convertirán en campeones de 36 V¿ase íib. Π, cap. V.

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la civilización contra la barbarie—es a la vez histórica y moral. Por consiguiente, hay necesidad de movilizar al servicio del derecho todos los temas heroicos e incluso de transformarlos: contraria­ mente a la tradición, Hércules agarra violentamente a Neso por los cabellos, en la casa de los Amores Fatales (IX, 5, 18), y esto bajo la influencia de las ideas de los filósofos cínicos y de los estoicos; en la casa de los Vettii (VI, 15, 1) se celebra, con el suplicio de Ixión, la victoria, sobre los gigantes, de los dioses y de la fuerza disciplinada. De igual manera los pintores oponen a los amores ilegítimos y desgraciados las bodas de Thetis y de Peleo : los temas pictóricos incorporan las intenciones de un Ca­ tulo 37. Que la pintura pompeyana sea en su conjunto tan moraliza^ dora no tiene nada de sorprendente, puesto que, bajo los rasgos de Heracles, quiere hacer pensar en Vespasiano. *

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La pintura pompeyana se dirige a un espectador, a un hombre que sabe ver, y a veces con malicia, a un hombre que pertenece a la civilización del olium. Lo que él ama, quiere encontrarlo en sü casa y adornar el cuadro de su vida cotidiana : Una Naturaleza orde­ nada y fresca, las frutas y las flores, dioses que son su buena con­ ciencia; en la calma de sus espaciosas habitaciones, hechas para la conversación o la meditación, no rehúsa evocar todo lo que ha dejado fuera : el foro abrasado por el sol, la multitud ruidosa, los animales inoportunos. Pero conserva ante todo su dignitas; quiere rodearse de todos los símbolos de esta cultura en la que colocó su ideal, que él desea tal vez más de lo que logró alcanzarlo. Encuentra así esa medida helenística, producto -de la armonía de los colores y de las formas, y de una cierta creencia en la superioridad del espí­ ritu. Si ama la Naturaleza, es para intelectualizarla. Quiere en todo momento tener ilusión: ilusión de lo real, ilusión del hombre que querría ser—rey, poeta o dramaturgo—, que se confunde con todos los héroes que le rodean y vive en medio de ellos una existencia inimitable, La vida no es para él un sueño, es representación; no vive realmente su vida, la representa, en Pompeya, donde el gusto por el teatro es tan pronunciado, donde se aclama a Nerón, em­ perador, histrión, en un gozo perpetuo de los ojos y satisfacción dél alma. 37 I. H e u r g o n , e n / . 5 . ,

1 9 5 2 , p á g s . 1 8 5 -8 6 .

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CAPITULO III

CALLES DE LOS VIVOS, CALLES DE LOS MUERTOS Para un hombre del Mediodía, la calle no ofrece solamente un medio de comunicación. Es ese lugar suplementario que pertenece a todos; una vez que se ha puesto el sol, invita al paseo, a deambu­ lar sin objeto. Los que se ahogan bajo un techo sofocante encuen­ tran en ella el fresco necesario ; sentados en la acera, chismorrean con sits vecinos, interpelan, por mero placer, a los transeúntes, pompeya conoció esa alegría meridional, esa atmósfera de fiesta popular que reina todavía hoy en las ciudades de la Campania. El pompeyano vivía hacía fuera: más allá del urbanismo y del comercio, supo dar a la calle de los vivos una significación cultural y religiosa. No olvidaba, sin embargo, a sus muertos, que, desde la ley de las XII Tablas, eran arrojados más allá del perímetro urbano. Los difuntos recibían, sobre los caminos que conducen a Pompeya, a todos los que se dirigían , al puerto del Sarno : en cada una de las puertas montaban una eterna guardia, como para recordar que una ciudad está hecha también del prestigio pasado de sus gran­ des muertos. Calle de los vivos, calle de los muertos : doble y coti­ diano rostro de nuestra Pompeya. La red de calles Puede afirmarse, sin paradoja, que, para el romano y para el etrusco que se la enseñó, la calle preexiste a la ciudad. Nace del cruce de esas dos líneas ideales, determinadas por el curso del sol, el decumanus que va de Esté a Oeste, el cardo qeu sigue la direc­ ción Norte-Sur. Estas líneas, que atraviesan la muralla que cierra la ciudad, fijan también el emplazamiento de las puertas. Pero este esquema ritual se pliega a las necesidades del terreno y al legado del pasado: en Pompeya, la lava volcánica había dejado un suelo accidentado, en fuerte pendiente del Norte hacia el Sur; 299

el reborde abrupto de las lavas formaba un obstáculo a las conexio­ nes meridionales hacia la ribera y hacia el Sarno. La red viaria respetó también el origen y el desenvolvimiento de la ciudad. Y el pasado pesa sobre el trazado de las calles, con el núcleo osco-etrusco de diseño caprichoso, mientras que el urbanismo rectilíneo es la herencia de los helenos y de los samnitas. Es natural que los gran­ des ejes, al desplazarse, hayan seguido en cuatro siglos el creci­ miento de la ciudad. El cardo primitivo de la ciudad se confundía con la calle de Mercurio y determinaba el emplazamiento del foro cruzando el dzcumanus, constituido por la calle del M ar y un trozo de la calle de la Abundancia. Con la ocupación romana, este decumanus se convierte en la arteria vital de la ciudad, y une la puerta del Mar con la del Samo. La calle de Ñola, articulada al Oeste por el tirante de la calle Consular con la puerta de Hercu­ lano, dobla el decumanus y desemboca al Este en la puerta de Ñola. En el mismo período, la nueva arteria vital Norte-Sür (cardo) es la calle de Estabia, de la puerta del Vesubio a la puerta de Estabia, que permite a los convoyes franquear el reborde abrupto de lava ya cortado. La puerta de Nocera, igualmente al Sur, fa­ cilita: el enlace con la Campania meridional, mientras que la puer­ ta de Capua lo asegura con la Campania septentrional. La red de caminos, de inspiración hipodamiana, está bien diseñada y asegura comunicaciones rápidas entre las plazas periféricas del foro civil, del foro triangular y del anfiteatro. En los cruces de las grandes vías, las arterias se ensanchan para facilitar la circulación de los que, en gran número, frecuentan las termas, situadas juiciosamente en estas encrucijadas1. En fin, todo este conjunto de vías está en­ lazado a la circunvalación que corre al pie de las murallas, en el interior, lo mismo que en el exterior. Calles y aceras A la inteligencia griega de^su diseño, las calles unen la exce­ lencia de la técnica de los romanos, los mejores ingenieros de puen­ tes y calzadas2. Distinguieron dos circulaciones: la de los vehículos en las calles y la de los peatones en las aceras. La calzada recibió un pavimento de caliza o de traqmta, hecho de bloques poligo­ nales, cuidadosamente ajustados. Las aceras están enlosadas con pe­ 1 Véase lib. Ill, cap. V. 2 Maiuri: Fra Case, págs. 185 y sgs.

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queñas piedras, o recibieron un revestimiento de hormigón y, a veces, incluso son simplemente de tierra batida. La fecha de colo­ cación de los pavimentos está, en algunos casos, indicada ; según que el mes de julio sea llamado Quinctilis o Julius, estaremos entre los años 80 y 44, o después del 44, fecha de la muerte de Julio César, al que se quiere honrar consagrándole un mes del año. Dimensiones Las dimensiones de las calles sorprenden. El decumanus maxi­ mus—la calle de la Abundancia—presenta una anchura de 8,47 a 8,53 metros, y sus aceras tienen de 3,96 a 4,30 metros; la calle de Ñola, de 7,26 a 8,36 metros, con aceras de 3,54 metros. El cardo maximus, la calle de Estabia, alcanza de 7,15 a 7,47 metros. Sus aceras tienen 3,98 metros de ancho, y la anchura de las otras calles varía entre 3 y 5 metros. Denominaciones ¿Cómo se las reconocía? Hoy en día, su designación proviene de las excavaciones; toman el nombre de la casa más importante que bordean: callejón de los Vettii, de Lucretius Fronto; de una fuente: calle de la Abundancia; de un descubrimiento: callejón de los Esqueletos; de una particularidad arquitectónica: calle del Balcón en voladizo; o de una visita ilustre: calle de la Reina. No vayamos a creer que en la Antigüedad estas calles eran anónim as3. A falta de inscripciones, disponemos de algunas indicaciones. Se trata de baldosas de cerámica coronadas o no de frontones, en las que un dibujo geométrico, o bien objetos o seres eran representados para per­ mitir su reconocimiento. En VIII, 4, sobre el muro de ladrillo está inserto un rosetón en el que la toba negra, opuesta a la cerámica de color rojo oscuro, llama la atención; sobre una de las pilastras del pórtico de los Tullii, próximo al templo de la Fortuna Augusta, cua­ tro pétalos color violeta en diagonal se adornan en su corazón con un motivo de toba negra. En VII, 5, en la esquina de la calle, exacta­ mente en el lugar de nuestros modernos rótulos indicadores, un asno indica el camino; en VII, 4, la calle de los Augustales está seña­ lada por dos buhoneros que transportan un ánfora pesada ; la han estibado por el cuello a una estaca que descansa sobre sus incli­ 3 E s t e e r a , s in

e m b a r g o , e l p a r e c e r d e Maiuki,

301

ibid.,

p á g . 187.

nadas espaldas y se ayudan para caminar de un alto bastón; la carga hace combar la madera y disminuye su marcha. En III, 4, es un falo sostenido por dos patas y coronado de mi rosetón, el que permite reconocer la calle, mientras que en la calle de Mercurio cuatro falos, que enmarcan un cubilete de dados, designan más bien una casa de juego que la calle. La calle y el agua A cueducto y “castellum aquae”.—A través de las calles, terri­ torio municipal, pueden los ediles, por medio de una red de canali­ zación, llevar el agua fresca o evacuar las aguas sucias. La técnica fue muy perfeccionada para asegurar el bienestar y el confort de los pompeyanos *. La época en la que los samnitas excavaban pozos o llevaban el agua en cisternas, gracias a tornos de mano que movían los esclavos5, sufrió una transformación. En adelante, un acueduc­ to de manipostería lleva el algua a Pompeya de una fuente que todavía no se ha descubierto. Este acueducto, rama del acueduc­ to augusteo del Serino, debía ser capaz de hacer subir el agua a presión a más de 45 metros. Debía de venir de lejos, sin duda como el que alimentaba Nápoles, Pozzuoli, Bayas y Miseno, y que tomaba el agua cerca de Avelino, a 18 kilómetros al este de Ñola. El acueducto penetraba en la ciudad cerca de la puerta del Vesubio, y el castillo de agua (castellum aquae), que, al exterior, semeja un cubo de muros de ladrillos reforzados con pilastras, aseguraba una tripartición del agua entre las fuentes públicas, las termas y las casas privadas, es decir, entre varios sectores de la ciudad. Para lograr esto, el agua del acueducto era recogida en el interior del castillo de agua en un depósito circular, horadado con tres con­ ductos, y un sistema de compuertas correderas permitía dirigir el caudal en una u otra dirección, según las necesidades. Castillos de agua de las calles.—Del gran castillo de agua, repartidor inicial, partían conducciones hacia castillos de agua par­ ticulares, que se encuentran en las calles, preferentemente en las encrucijadas, como en la de los Holconii. Se trata de pilares dp manipostería, conservados ordinariamente hasta 6 metros. En uno de sus lados, una profunda ranura recibía la tubería que conducía 4 A. M a iu r i : “Pozzi e condotture 5 A. M a iu r i : "Saggi e rícerche d’acqua nell’antica città di Pompei. intomo alla Basilica”, en N.S,A., Scoperte di un pozzo presso la Porta 1951, págs. 225-60. Vesuvio”, en N.S.A., 1931, páginas 546-76.

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el agua hacia lo alto, a un pequeño depósito, sin duda de metal, y del que partían tuberías de sección más pequeña que alimentaban las fuentes y las casas de los particulares Λ En la esquina nordeste de VI, 13, se encontraron las tuberías; había incluso un depósito, colocado en la parte superior del arco que se levanta al pie de la calle de Mercurio, sosteniendo la estatua de bronce de Caligula o de Nerón; la huella de las tuberías que partían de aquí es per­ fectamente visible sobre la superficie del arco. te^UENTES.—El caudal de agua era regulado por llaves de paso y, verosímilmente, el agua corría continuamente de las bocas de las fuentes. El mediterráneo tiene necesidad de sombra y de frescura. Todo el encanto de las villas del Mediodía radica en esta presencia del agua viva, siempre renovada, que apaga la sed y llena las calles y las plazas de un agradable gorjeo. A estas fuentes van las mu­ jeres llevando con gracia altiva el ánfora sobre su hombro o su cadera. Alrededor de ellas chismorrean, mientras que los niños, me­ dio desnudos, hacen mil chanzas y aprovechan la falta de atención de sus madres para zambullirse en la pila. Numerosas, y colocadas al menos en cada encrucijada, estas fuentes son de construcción simple: cuatro anchas placas de basalto, unidas por espigas de hierro, dibujan una pila rectangular. Hacia la mitad de uno de los lados largos, una placa es horadada para la llegada del agua; enfrente, una atarjea evacua el sobrante. El lugar de llegada del agua está ador­ nado con un relieve, más frecuentemente grabado que esculpido; el agua brota de una boca humana o de un ánfora. Remontemos las calies de Ñola y de Estabia y seamos sensibles a la diversidad de estos relieves de fuente, que podían ayudar también a orientarse en la ciudad. En IX, 10, encontramos un simple escudo, redondo, horadado en su centro, lo mismo que en la calle de la Abundancia enfrente de I, 7/1, 6, entre I, 9 y I, 8; en IX, 8, un rosetón; en la calle de Estabia, una mujer con un pájaro; en la esquina de la calle de Estabia y de la calle de Ñola, un Sileno con un odre; siempre en la calle de Estabia, en la esquina de VI, 14, y de VI, 11, una cabeza de perro lobo, una calabaza, una mujer tocada con una tira de tela en la encrucijada de la calle de la Abundancia; un morro de león en el callejón de los Vettii; calle de Mercurio, el rostro de Mercurio, un poco embadurnado. A veces, era utilizado 6 Sobre estos castillos de agua “depósitos”, y cámara de presión, véase

R. E t ie n n e : Le quartier nord-est de Volubilis, París, 1960, págs. 20,-23.

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un material más fino : la fuente que está adornada con la Con­ cordia Augusta, que lleva el cuerno de la Abundancia, y que sirvió para denominar hoy día la calle, está hecha de travertino lo mismo que otra, decorada con un águila con las alas desplegadas: se trata de ofrendas de ricos ciudadanos, y Eumachia no debe ser extraña a la instalación de la primera. A lbañales.—El sobrante de las fuentes iba a los albañales que corren por encima del empedrado de las calles, siguiendo las. re n ­ dientes naturales del terreno. La evacuación se hacía del foro harriel Sur, hacia la puerta Marina y hacia la calle de las Escuelas, de la calle de la Abundancia hacia el Sur. Los grandes colectores reci­ bían las aguas sucias de las Termas y de las casas particulares, y, con frecuencia, limpiaban los servicios públicos. Esta red de alba­ ñales no fue todavía perfectamente explorada. Calles y tráfico Bien empedrada, bien desaguada, la calle está destinada a ase­ gurar la circulación de los hombres y de las mercancías, lo que le da su fisonomía propia7. Las calles comerciales, de gran tráfico, están animadas por las tiendas, las “tascas”, las industrias, y se cruzan en hermosas encrucijadas; pero al lado de estas arterias amplias y ruidosas, coloreadas e inundadas de sol, existen calle­ jones silenciosos y desiertos, estrechos y frescos, como los de las ciudades medievales. Algunas calles, en una parte de su recorrido, estaban prohibidas a la circulación de los carros, al ruido de las ruedas: la calle de Mercurio era una de estap, desde que había perdido la dignidad ruidosa de cardo maximus y la müralla sam­ nita había hecho desaparecer la puerta que abría en el muro grie­ go. Era una calle aristocrática, amplia y llana, bordeada de toda una serie de hermosas mansiones hasta la torre llamada de Mercu­ rio. Encontró de nuevo hoy día el silencio sosegado y casi sub­ urbano que ella conocía y que no lograban turbar algunas canciones o altercados de borrachos trasnochadores en la única posada, si­ tuada en el recodo del callejón de la casa del Laberinto (VI, 11, 9-10). Si la conservación de la calle correspondía a los ediles, la de las aceras incumbía a los particulares. Para el propietario de una hermosa casa, la acera, protegida por los aleros o los balcones eñ 7 M a iu ri:

Fra case, p á g . 1 87.

304

voladizo, disponía de bancos reservados a los clientes y a los viajeros y formaba parte del vestíbulo de entrada, aunque el noble propietario de la casa del Fauno (VI, 12, 2-5) no hubiese dudado en escribir, sobre la acera, en letras de mosaico: Have! (¡Salud1.) recibiendo a su visitante antes incluso que hubiese franqueado el umbral de la casa. Para facilitar la subida a la acera, el reborde dispone a veces de un peldaño con dirección al umbral de la casa, como ocurre delante de la casa de Pansa (VI, 6, 1). Puede tener, por el contrario, mayor altura y una escalera de piedra conduce a una plataforma al nivel de la entrada, p. ej., de la casa de M. Epidius Rufus (IX, 1, 22). O bien el reborde elevado de una acera en pendiente permite bajar directamente del carro, como ocurre delante del cuartel de los gladiadores (V, 5, 3). Los propietarios de posadas, de tiendas, de almacenes, no se preocupaban en absoluto de las aceras para invitar a los transeúntes, sobre todo extranjeros, a admirar los productos expuestos, a gustar sobre el “mármol” bebidas calientes o frías, broquetas que se tuestan sobre las brasas de los leños, o trozos de sandías refres­ cantes ; a penetrar en la tienda de olores fuertes y frescura reconfor­ tante. Los agujeros que se ven en los rebordes de la acera servían menos para atar las bestias de carga que para fijar las cuerdas que sujetaban una especie de tendalera provisional, hecha de telas tendidas sobre estacas: los días de mercado o de feria, la mercancía ocupaba la acera y los vendedores ambulantes se desgañitaban para elogiar sus méritos. Durante estos días, las calles comerciales tenían que ser cerradas a la circulación de los carros, para evitar cualquier accidente. En tiempo ordinario, los peatones podían pasar de una acera a otra sobre grandes piedras que sorprenden todavía hoy al turista. Se las encuentra, sobre todo, en las encrucijadas, como en la de las calles de Estabia y de la Abundancia, donde represen­ taron, en estos puntos neurálgicos del tráfico, el papel de nuestros modernos pasos claveteados8. En las calles anchas se cuentan tres o cuatro de estas grandes piedras de basalto, y una sola en las calles secundarias; de altura igual, dejan entre sí el espacio necesario para el paso de las ruedas de los carros y no pueden ser más largas que la distancia de cubo a cubo. En caso de lluvia de tormenta, densa y súbita como de costumbre en países mediterráneos, los albañales no llegaban a desaguar con suficiente rapidez las calles 8 Lib. II, cap. I.

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transformadas en otros tantos ríos temporales, y cada cual se sentía feliz de poder atravesarlos a pie. Juzgando por la huella profunda que las ruedas dejaron sobre el empedrado de algunas calles en las que es imposible que los vehículos hayan podido cruzarse, hay que concluir en una necesaria dirección única y en la existencia de carros que tenían el mismo ancho de eje, porque las ruedas seguían siempre el mismo surco que las guiaba. Los surcos están marcados allí, sobre todo, donde la circulación era más intensa. La calle Consular conserva la huella del tráfico procedente de la puerta de Herculano, pero es la puerta de Estabia la que parece uno de los puntos neurálgicos del tráfico. De hecho, a esta puerta afluían los transportes y las mercancías del burgo marinero de Pompeya y del puerto sobre el Sarno; y de aquí par­ tían por las puertas septentrionales del Vesubio y de Herculano hacia los suburbios, las villas y las granjas de la montaña y del litoral. ¿No es partiendo de esta puerta como los magistrados samnitas habían proyectado la via pumpaiina, que será luego la calle de Estabia? 9 ¿No es también en esta puerta donde dos duunviros, L. Avianius Flaccus Pontianus y Q. Spedius Firmus, recuerdan que encargaron una vía que partía sin duda de aquí para ganar el Sarno10 y enlazar con la vía de Nápoles a Nocera, a una milla de este lugar? Una agencia de transportes-—de cisia (calesa de dos ruedas)—instalada en la puerta, de Estabia es una prueba suple­ mentaria de la importancia de la circulación. Además de los “carrua­ jes pesados”, hay, en efecto, medios más rápidos para asegurar las relaciones entre las mansiones urbanas y Jas granjas de los campos y ayudar a las comunicaciones interurbanas. Un cisium fue descu­ bierto en la casa de Menandro (I, 10, 4), con la lanza equilibrada, las ruedas calzadas con dos trozos de tejas, como se haría hoy día. En la puerta de la cochera particular, unas ánforas esperaban para ser cargadas. Para albergar los transportes pesados, existían esta­ blos (stabula) cerca de las puertas. Los muliones, mozos de muías, carreteros, hacían allí un alto, lo mismo que en la puerta de Hercu­ lano, donde ja corporación de los muliones manifiesta su interés por las eleccionesu. Estos hombres de la carretera tenían debi­ lidad por las cocheras resguardadas de las posadas, y los mozos 9 C./.L., O no rato ,

X. 58.

10 Ö.I.L., IV, 97, 113. 0 M aitjri : Fra case, pág. 190.

1064=7X.S., 5382=

306

F ig .

31.

Anuncios oficiales fijados en el foro (según M au -K e l s e y , fjg. 17, pág. 56).

de muías de la puerta de Herculano discutían candidaturas para las elecciones en casa de Albinus el tabernero12. C irculación restringida.—Pero se imponían también, en oca­ sión de los juegos, fiestas o iluminaciones, restricciones a la circu12 CJ.L., IV, 112.

307

lación urbana: pilastras y enrejados, que se ven a la entrada de las calles transversales que conducían de la calle de la Abundancia al anfiteatro y a la Gran Palestra, servían para regular y canalizar la gran masa de público que iba a asistir a los juegos de los gla­ diadores, a una cacería en la arena o a concursos de lucha en la palestra. Eran los momentos en que la plaza del Anfiteatro, cu­ bierta de hierba y sombreada de grandes plátanos, se transfor­ maba en una plaza de mercado como en una fiesta campesina, con revendedores de bebidas y de pasteles, situados bajo las arcadas del anfiteatro si contaban con un permiso de los ediles, o presen­ tando su mercancía en puestos improvisados a la sombra de los árboles. Circulación prohibida.—La plaza del Foro estaba excluida en absoluto del tráfico de carretera: altos escalones, mojones, im­ pedían el acceso a cada uno de sus puntos de salida: la calle de la Abundancia está así obstruida con tres piedras erigidas y sóli­ damente ancladas en el pavimento. Difícilmente, pues, se daba la vuelta al foro y era preciso tomar derivaciones estrechas e incó­ modas. En una palabra, los pompeyanos habían conseguido lo que resulta imposible realizar hoy día en el centro de las ciudades modernas: una zona prohibida a los carruajes y que invita a los ciudadanos a respetar a sus dioses, a sus magistrados y a sus jueces” . Bobos y mendigos Es verdad que el foro es una caja de resonancia de la multitud de ciudadanos que vienen a discutir acerca de los asuntos de la ciudad, a honrar a la divinidad del emperador o simplemente a hacer la compra. Seguidos de sus esclavos, van de taberna en taberna, del macellum al mercado de la lana, donde se detienen para leer los edictos de los duunviros o de los ediles, los diversos anuncios oficiales fijados en el foro sobre paneles móviles, delante de las estatuas ecuestres de los emperadores11 (Fig. 31). El pom­ peyano ejercita de buen grado la caridad con los numerosos men­ digos que frecuentan las calles; conocemos uno de estos, un an­ ciano barbudo, encorvado, que se apoya en su bastón y lleva atado un perro famélico15. Recibe de una hechicera agachada un plato : Fra case, pág. 1 9 2 . w Pintura en el museo de Nápoles.

13 M a tu ri

308

15 Mosaico en el museo de Nápoles.

que aplacará su hambre y que puede también contener algún bre­ baje propiciatorio. Bajo los pórticos del foro, cerca de los puestos de venta y de los vendedores ambulantes, un ser digno de lástima, ciego, guiado por su perro, avanza penosamente, mientras que una dama, llena de conmiseración, se aproxima y le tiende una mone­ da. Entre los muertos de la puerta de Nocera, reconocemos un viejo de flacas piernas y encorvado: nos imaginamos su respiración jadeante. Cayó al tratar de cubrir su rostro con un trozo de su pobre manto; sus pies estaban calzados con bellas y sólidas san­ dalias, su bien más preciado para él, que marchaba en busca de socorro; una escudilla, un bastón, una mochila: he aquí toda su fortuna. Músicos ambulantes Pero la calle no ofrecía tan solo este espectáculo entristecedor. Resonaban en ella armonías de músicos ambulantes: rápidamente habían instalado una escena rudimentaria, tendido· una tela de fondo delante de un muro ciego para hacer su exhibición como saltimban­ quis y titiriteros, Cuatro personajes cautivan a los numerosos papa­ natas que han venido a aplaudirlos: uno agita un cymbalum es­ bozando un movimiento de danza, hace juegos, canta y danza a la vez; otro personaje más vulgar y más pesado danza al son del tam ­ boril; una mujer toca la doble flauta y, por detrás, un enano bigo­ tudo espera entrar en escena. La escena es grotesca, los personajes se cubren con mantos demasiado grandes para su estatura y las risas debían de estallar ante sus bufonerías. Otros tipos de calles Solo las grandes arterias tienen el privilegio de una intensa circulación humana, animal y mercantil. Las callejas acogen a los viajeros extranjeros en posadas discretas, a veces a cuatro pasos del foro. El núcleo de la antigua ciudad osco-etrusca, con sus calles tortuosas, sus casas acogedoras, es frecuentado por una población de muchachas y de alcahuetes que están al acecho de los clientes populares de una tarde. Por lo demás, hacía la puerta de Nocera y en el barrio oriental, las calles están bordeadas de altos muros de propiedades que les dan un aspecto suburbano. Son severas y tristes, cuentan con una pequeña puerta estrecha, sobre un jardín donde está instalado un comedor al aire libre y donde, en la ciudad, 309

el dueño de la casa gusta de los placeres del campo, cultiva sus flores o platica con sus amigos. Calle y política Conviene volver a las calles de gran tráfico para definir y com­ prender su “mensaje”. Es, ante todo, político en cierto sentido, puesto que la calle exalta las glorias municipales locales tanto como venera la ma­ jestad imperial. En la encrucijada de la calle de la Abundancia y de la calle de Estabia se levanta la basa en travertino que sostenía la estatua de M. Holconius R ufus16, tribuno militar designado por el pueblo, cinco veces duunviro, dos veces quinquenal, sacer­ dote de Augusto y patrono de la colonia. ¿Hay necesidad de re­ cordar también que la calle es el soporte ideal de los carteles elec­ torales17, que se despliegan sin restricción sobre todas las casas que bordean las calles transitables? Calle y religión Pero la calle no es simplemente un medio de propaganda. Per­ tenece a los dioses18, y en ella también hay una presencia de lo sagrado. En efecto, se ecuentran altares dedicados a los Lares com­ pitales, a los Lares de encrucijadas; este culto del Genius y de los Lares del emperador, organizado bajo Augusto, es confiado a los vicorum magistri, a los magistrados de los barrios. En Pompeya, los santuarios de las calles se diferencian mucho entre sí, tanto en dimensiones como en carácter. Un pequeño altar apoya en la pared de una casa, y sobre el altar están pintadas dos grandes serpientes, el macho—reconocible por su cresta—y la hembra; los Lares están pintados sobre el muro, por encima. Un buen ejemplo se encuentra en la esquina nordeste de las calles de Estabia y de Ñola, entre la fuente y el castillo de agua. La parte posterior del altar tiene forma de frontón; cuatro adoradores en toga están acompañados, según el rito, de un tocador de flauta; a los lados, los dos Lares tienen los rasgos de dos jóvenes, vestidos con amplias túnicas recogidas por un cinturón y que levantan muy alto el cuerno de beber (rhyton}, del que cae un chorro de vino en un cubo (situla) que sostiene la otra mano. Existe una capilla en el lc C.Î.L., X,

8 3 0 = l.L .S.,

6361

17 Lib. Π , c a p . I I . 18 M a u -K e l s e y , p á g s . 2 2 7 y s g s .

b=

O norato, 2.

310

lado occidental de la calle de Estabia, cerca de la calle de la Abun­ dancia; a la entrada, a la izquierda, un banco acogía a los fieles; en el fondo un gran altar; a la derecha, un nicho para albergar las estatuas de bronce o en terracota de los Lares y del Genius. Una capilla del mismo tipo se encuentra en la calle de Mercurio (VI, 8, 14). Otras divinidades son igualmente honradas: cerca de la calle de Ñola, en el lado oriental de la insula IX, 7, Salus recibe una dedicatoria; al norte de VII, 7, un altar está consagrado a Júpiter. Otros dioses están pintados en los muros exteriores de las casas : calle de la Abundancia, los doce dioses—Vesta, Diana, Apolo, Ceres, Minerva, Júpiter, Juno, Vulcano, Venus Pompetana, Marte, Neptuno y Mercurio—están acompañados de dos serpientes. A la propaganda política responde, pues, la propaganda religiosa. Fiebre electoral y fiebre religiosa se reúnen en ciertas fiestas, pero la calle deja oír con sus inscripciones un mensaje más continuo y más popular19. La calle, mensajera de amor Estas inscripciones, diseminadas sobre los muros de las facha­ das de las casas, de las tiendas y de los edificios públicos, nos permiten escuchar en cierto modo la voz del pueblo jocoso; nos transmiten el eco de la vida sana, ruidosa, trepidante, de un pue­ blo que dialoga en la calle en voz alta, transformando por sus con­ fidencias un barrio, e incluso la ciudad entera, en una sola e inmensa casa en la que cada vecino es un conocido. La calle es así mensajera de amor. ¡Oh !, incluso muchas veces los propósitos son bien obscenos: Venus terrestre ejerce su im­ perio en los recintos de mala fama de las casas equívocas, de los lupanares y de las habitaciones dudosas. Y aparecen palabras su­ cias, expresiones groseras de admiración hacia proezas amorosas, prescripciones de muchachas que conocen su oficio, recuerdo de los dos o cinco ases dejados en la tablilla cerca de la lámpara con motivo erótico, nombres de pila de alcahuetes y de alcahuetas, de mucha­ chas y de muchachos que se prostituyen ante los transeúntes. Los epi­ gramas de Catulo y de Marcial están garabateados, pero los pom­ peyanos los privan de toda vestidura poética. En el dominio artístico, a un Príapo irreverencioso o a un aco19 M a i u r i :

Fra case,

págs. 1 2 7 y sg s.

311

plamiento bestial responden las imágenes de un amor idílico y romántico : Hilas asaltado por las ninfas, Narciso en la fuente, Hero y Leandro. Otro tanto ocurre con la literatura parietal. Aunque se trate de una situación escabrosa, el verso del pompeyano sabe ser discreto y encantador. Escuchemos la queja del enamorado, ansioso por encontrar al ser amado y que se impacienta por la de­ mora que le origina la sed del mozo de m uías20. Si tu experimentases el fuego del amor, te darías más prisa por ver a Venus. Amo a un joven y hermoso muchacho; te lo suplico, agui­ jonea tu tronco de muías, marchemos. Si terminaste de beber, marchemos, toma las riendas y sacúdelas. Condúceme a Pompeya, donde está mi dulce amor.

Se encuentra el espíritu de los pompeyanos, hecho de esa sen­ sualidad y de esa malicia que animan todavía hoy la canción napolitana. Se invoca a Venus para que favorezca los amores, para que sea propicia21. “No me olvides, querida; te lo suplico por Venus física”22. O entonces que permita una venganza m ortal: “Te lo pido: que mi rival perezca” 23. Pero el enamorado burlado se vuelve contra la diosa que le envió el sufrimiento: quiere rom­ per las costillas y los lomos de la pérfida diosa y devolver golpe por golpe21. De una manera general, el pompeyano es más dulce, más tran­ quilo, y reclama solamente el derecho de amar. “Los amantes, a la manera de las abejas, exigen una vida azucarada como la miel” 25. “Vive el que ama. Perece el que no sabe amar” 26. “Perece doble­ mente el que impide amar” Ώ. ¡ Qué emoción contenida, qué filo­ sofía resignada y qué encanto amoroso residen en estos versos! 28: ¡ Oh !, cuánto desearía tener tus brazos queridos colgados de mi cuello y besar tus tiernos labios. ¡Ea!, ahora, pequeña muñeca, créeme: ligera es la naturaleza del hombre, y, con frecuencia, en una noche en vela que era para mí una noche perdida, yo me decía a mí mismo : "Muchos de aquellos a los que la Fortuna elevó a la cima, los arroja abajo súbita­ mente y los precipita; lo mismo que Venus unió los cuerpos de los amantes, la luz del día los desune.”

Esta dulzura sentimental nos aleja de las violencias de esclavos que se burlan de sus infortunios o de las vulgaridades de aquel 20 21 22 23

25 Ibid., 26 Ibid., 27 Ibid., 23 Ibid.,

C.I.L., IV, 5092. Ibid., 2457, 4007. Ibid., 6865. Ibid., 8137. M Ibid., 1824.

312

8408. 3199. 4091. 5296.

al que un vecino califica de “carroña” 29. El manierismo, la afectación alejandrina, libran de la lujuria o de la corrupción. Las clases ricas, a la búsqueda de un equilibrio espiritual y de una regla de vida, pasaban fácilmente de uno a otra, y en casa de los Vettii el lupanar doméstico existe no lejos del comedor, tan maravillosamente deco­ rado. Un tal desconcierto traduce el desequilibrio de una sociedad víctima del escepticismo. Pero·, aun careciendo de una ética reli­ giosa, respeta a sus difuntos y'levanta con ostentación sus mauso­ leos a lo largo de las “calles de los muertos”. La muerte en Pompeya no ofrece ningún espectáculo doloroso. Si no hubiese existido la ceremonia fúnebre, el homenaje pun­ zante de los parientes y amigos al difunto; si la serenidad de una hermosa tarde no hubiese sido turbada por los lamentos y los llantos de una familia^ desconsolada, nada evocaría la tristeza a lo largo de estas calles que, todavía hoy, tienen algo de íntimo que invita al caminante a recordar y a meditar. Tumbas y jardines El muerto—antes incinerado que inhumado—es enterrado en una casa o en un monumento que perpetúa su memoria: sepul­ turas de mármol, cipos, altares, edículos, recintos fúnebres que se alinean en lontananza a lo largo de las calles pavimentadas de lava negra del Vesubio y predisponen a los espíritus al recogimiento, puesto que el ruido de los carros cesó ya y desapareció también la alegre animación de los alrededores de la ciudad. Pero la sombra de la muerte entre estas tumbas y estos cipreses no se ha petri­ ficado 30. Los huertos fúnebres florecen de nuevo, las inscripciones y los relieves cantan al sol la gloria de los magistrados y de los ciudadanos. Tiendas, posadas, entradas suntuosas de casas de cam­ po se mezclan con las tumbas y la vida parece jugar con la muerte, o, mejor, estos muertos vuelven a encontrar en el más allá la vida y sus dulzuras: Quiero— dice Trimalción borracho31—que haya toda clase de frutas alrededor de mis cenizas, y viñas en abundancia. Nada más absurdo que tener en vida casas provistas de todo y no preocuparse de las que de­ bemos habitar por un tiempo mucho mayor. 29 J.-P. C é b e : “A propos d’un terme d’injure pompéien: Mortu (u)s”, en M.E.F.R., 1962, págs. 529-31.

313

M a i u r i : Fra case, pág. 31 P e t r o n io : Sat., 71, 7.

133.

La tumba, lo mismo que la casa del vivo, exige jardín con un huerto, un pozo del que se saca el agua para regarlo, el triclinium en el que, el día del aniversario del difunto, los parientes y amigos celebran un banquete, protegidos por un velum. El banco semi­ circular (schola) facilita el descanso de los que vienen a honrar a los muertos. Tumbas y vida social Volvemos a encontrar, pues, la sociedad de los vivos, con su rica clase aristocrática que perpetúa la memoria de sus altos car­ gos y de sus ocupaciones. Pero el patricio acoge en su recinto sepulcral a los humildes que alimentó y educó, y que compartieron con él las alegrías y las penas de la familia. Un ánfora, una urna modesta, bastaban para albergar los restos de los esclavos o de los libertos; un ladrillo, horadado con un agujero circular perpen­ dicular mente a la abertura del ánfora o de la urna, permitía las li­ baciones, y una estela, a veces de mármol, tallada en forma de rostro, acompañada de trenzas para una esclava de Livia (Fig. 33), recuerda el nombre del servidor—esclavo o liberto—-, La paz reina entre los muertos lo mismo que entre los vivos y la muerte ignora, en una sociedad esclavista, la división en clases: el paternalismo extiende sus beneficios sobre el reino de las sombras. Vayamos nosotros también a visitar estas tumbas en las dos grandes necrópolis descubiertas: la de la puerta de Herculano, que es la más antigua que ha visto la luz, y la más reciente, la de la puerta de Nocera. L a n e c r ó p o l is d e l a p u e r t a d e H e r c u l a n o (Fig. 32).— Des­ pués de franquear la puerta con tres huecos de Herculano la calle desciende ligeramente y, a la izquierda, la primera tiimba, en forma de nicho bajo y abovedado, es la de M. Cerrinius Resti­ tu tu s33, un augustal perteneciente al rico medio de los libertos; sobre el muro del fondo estaba colocada la piedra sepulcral de mármol y había sitio en ella para un retrato esculpido. La schola en toba que sigue tiene seis metros de diámetro y el banco es sostenido, en sus extremos, por patas de león, detalle ornamental que recuerda el del teatro cubierto34. Era la tumba de 34 Lib. Ill, cap. IV

32 Mau-Kelsey págs. 397-420. 83 X, 994-95.

314

F ig .

32.

Plano de la necrópolis de la puerta de Herculano (según A. Maïuri Pompei, pág. 94).

Aulus V eius35, duunviro dos veces, quinquenal y tribuno militar elegido por el pueblo. Fue un decreto de los decuriones el que concedió el lugar de su sepultura a la sacerdotisa pública M amia36: la schola es aquí un poco más tardía y data de la época de Augusto o de Tiberio. Entre estas dos últimas tumbas, la de Marcus Porcius37, un hijo del fun­ dador del Odeón y del anfiteatro, tiene la forma de un altar, con las volutas de la parte superior en travertino; falta la cámara se­ pulcral. Por detrás de la schola de Mamia se alza el hermoso monu­ mento de los Istacidii38 sobre una pequeña terraza rodeada de una balaustrada de manipostería. Tiene el aspecto de un templo circular con semicolumnas a los lados; sobre el cuerpo del piso bajo, una tholos, compuesta de columnas jónicas, albergaba bajo su techo las estatuas de los miembros de la familia, como en SaintRémy-de-Provence el monumento de los Julios. La cámara sepul­ cral del piso bajo encerraba en uno de sus lados un nicho destinado al señor y a su esposa, y en los otros, diez nichos más pequeños acogían a los demás miembros de la familia. El jefe de esta familia, emparentada con los más grandes nombres de Pompeya, era Nu­ merius Istacidiüs, cuya hija, Istacidia Rufila, era sacerdotisa de la ciudad. A la derecha, partiendo de nuevo de la puerta de Herculano, una tumba imponente, en forma de altar, encerraba en su cámara sepulcral dos urnas, y una moneda de Augusto fue encontrada en­ tre los huesos; un poco más adelante aparece un tipo de tumba que no hemos vuelto a encontrar: el cercado funerario con puerta de entrada. Se trata del de T. Terentius M ajor39, a quien la colonia había ofrecido el emplazamiento y 2.000 sestercios. Una urna de cristal estaba protegida por una cajita de plomo, encerrada en una tinaja y enterrada; dos monedas, de Augusto y de Claudio, fiieron descubiertas aquí; otras urnas contenían los huesos de los miembros de la familia; conchas de ostras son los restos de una comida fúnebre. La “tumba de las guirnaldas” tiene la forma de un templo en el que las pilastras reemplazan a las columnas; de estas pilastras penden festones de flores y de frutas. 35 X, 996. 36 Ibid., 998. 37 Ibid., 997.

38 Ibid., 999, 1004-007. 39 Ibid., 1019. 316

La tumba del “vaso azul” no conservó más que la cámara se­ pulcral con una puerta trasera. Encerraba tres urnas : dos de cristal, una de barro. Una de ellas, de cristal azul, del que recibió su nombre, puede rivalizar con los más hermosos vasos de cristal y no es inferior más que al Portland Vase. En forma de ánfora, está decorada con relieves blancos sobre fondo azul negro: en la parte baja, una escena pastoril presenta cebras y corderos que pacen; a los lados, dos escenas báquicas están separadas por los arabescos elegantes y graciosos de las viñas dominadas por festones de frutas y de flores. Se trata de escenas de vendimias; he aquí una, p. ej.: sobre asientos elevados se encuentran dos muchachos, uno que toca la doble flauta, otro—que tiene en sus manos una flauta de Pan—se prepara para incorporarse al cortejo; un Amor prensa los racimos en una cuba y blande un tirso en honor del dios del vino, mientras que un acólito trae nuevos racimos al lagar : el pompeyano había escogido, para su vida del más allá, una imagen del vino, brebaje de inmortalidad. Una tumba, recubierta de un techo en forma de semicúpula, da a la calle por una ancha abertura coronada de un frontón deco­ rado de estuco; el muro interior de la exedra está pintado en rojo y en negro. Después de la encrucijada, una de cuyas vías conduce a la villa de los Misterios, comienza a la izquierda un nuevo grupo de tum ­ bas que, a diferencia de las precedentes, pertenecen al último pe­ ríodo de la ciudad. Presentan el tipo en boga en el momento de la destrucción de la ciudad: una basa alta con escalones de mármol, que lleva a una superestructura maciza en forma de altar, cubierta con una plancha de mármol; el área funeraria está rodeada de un muro bajo y la cámara sepulcral tiene una puerta de acceso por detrás o a un lado. La primera tumba no estaba terminada en el año 79 y carecía de las urnas funerarias; pero en el área, una estela estaba dedicada a la Juno de Tyche, esclava de Julia A ugusta10(Fig. 33). Se encontra­ ba a continuación la tumba de Umbricius Scaurus a, el opulento fa­ bricante y comerciante de garum, notable por sus dimensiones y por su decoración: juegos crueles y detestables de los gladiadores y de los animales de venatio: oso, verraco, león, toro. Un mausoleo, inmediatamente después, ofrece un simple cilindro 40 I b í d 1023.

41 Ibid., 1024.

317

Fig. 33.

Estela funeraria de Tyche, esclava de Julia Augusta (según M au-Kelsey, fig. 230, pág. 410).

de manipostería. La fachada de ladrillo recibió un embutido de estuco para imitar el mármol, y la cámara sepulcral, situada en la super­ estructura, encierra tres nichos. El cenotafio del augustal C. Calventius Q uietus43, en forma de altar, estaba adornado con una corona cívica y un bisellium, honor insigne que le había otorgado la colonia. De la misma apariencia, la tumba construida por Naevoleia Tyche a su marido C. Munatius Faustus43, está enmarcada en ricos follajes, adornada en su fachada con un retrato de Tyche, y un bajorrelieve que representa una cere­ monia fúnebre ; a los lados, con un bisellium y un navio que entra en un puerto; se procede a barloar las velas: ¿es esto una alusión a la función comercial asumida por Munatius Faustus o el símbolo de la muerte? La cámara sepulcral contenía en una gran urna los restos de Naevoleia Tyche; otras urnas de cristal estaban protegidas por· una caja de plomo; sobre un banco ardían lámparas cerca de cada urna, y otras lámparas estaban suspendidas en cada esquina de la cámara que se iluminaba en ocasión de los aniversarios. En el cercado fúnebre de Cn. Vibrius Saturninusa y de su liberto Callistus, un triclinium y una pequeña mesa para las liba­ ciones estaban reservados para uso de los vivos. 42 Ibid., 1026.

43 Ibid., 1030.

318

41 Ibid., 1033.

El último grupo de tumbas no ofrece nada de particular: dos tumbas estaban en construcción en el momento de la erupción; otra había tenido que ser abandonada, porque los herederos no habían podido hacer frente a los gastos, sin duda demasiado im­ portantes. Dos monumentos, construidos con pequeños nichos, en los que se enterraba la urna bajo una pequeña teja, horadada para las libaciones, estaban destinados a los niños: M. Yelasius Gra­ tu s 45, de doce años; Saívius46, de seis. Puede admirarse la tumba en travertino de M. Alleius Luccius Libella, en forma de altar, construida por su viuda Alleia Decimilla, sacerdotisa de Ceres, en memoria de su esposo, duiinviro en el año 26 después de Jesucristo, y de un hijo del mismo nom­ b r e 47, miembro del consejo municipal y muerto a los diecisiete años. En fin, cuatro tumbas del mismo tipo, con pilastras; más o me­ nos prominentes, evocan un templo: la de L, Ceius Labeo, dos veces duunviro y quinquenal, y de su fam ilia48; la de la gens Arria y de un liberto de la gens Arria, M. Arrius Diomedes49, magistrado del suburbio Pagus Augustus Felix de Pompeya, lo que explica la presencia de fasces sin hachas, e hizo por error dar a la villa vecina el nombre de villa de Diomedes. ¿Debemos reconocer a Arria en esta mujer enlutada, severa, vigilando celosamente a la puerta de la tumba o esperando del más allá no sabemos qué reve­ lación, triste y poderosa? L a n e c r ó p o l is d e l a p u e r t a d e N o c e r a .—L a misma variedad y los mismos tipos de tumbas se encuentran en la necrópolis de la puerta de N ocera50, que abre su arco, alto y estrecho, sobre la pen­ diente de la colina, en el lugar donde se comienza a descender rápi­ damente hacia el valle. La calle de Nocera llega a una encrucijada en la que se levanta el cipo que recuerda, una vez más, la misión delicada e imperativa desempeñada por T. Suedius Clemens, bajo Vespasiano. El camino suburbano, paralelo a la línea de la muralla, es perpendicular a este trozo y describiremos las tumbas comen­ zando por la izquierda, partiendo del lado más próximo a la salida del anfiteatro51 y descendiendo desde aquí hacia el Oeste. 45 Ibid., 1041. 46 Ibid.. 1032. 47 Ibid., 1036. 48 Ibid., 1037-040. 19 Ibid., 1042.

preparaba su publicación. Véase MaIu si: Pompei, págs. 87-88. Bl Tumbas próximas al anfiteatro fueron excavadas en 1886-1887 : M au Kelsey, págs. 423-28.

50 Inédita. El llorado A. Maiuri

319

La fachada de la primera tumba anónima está construida según un ritmo ternario : entre columnas que aparecen enlazadas, dos elementos coronados por un arco enmarcan una puerta dominada por un frontón triangular. La tumba de los libertos C. CuspiUs Cyrus y C. Cuspius Sal­ vius ve triunfar el ladrillo: la cámara sepulcral, muy alta, presen­ ta una fachada entre dos columnas; la puerta, con dintel y pila­ res de travertino, se abre en una ancha arcada; loculi (nichos de urnas) tapizan los muros interiores. Un elemento circular en reticulado de toba corona la imponente construcción del piso bajo. La fachada de la tumba de L. Barbidius Communis recuerda la de la primera tumba, pero aquí el frontón triangular es reemplazado por un dintel recto. No hay cámara sepulcral, pero en el área se­ pulcral las habituales estelas llevan las inscripciones de los di­ funtos. La misma costumbre se señala en la tumba de A. Veius Atticus, cuya fachada de ancho frontón triangular recibió una decoración pintada muy simple y molduras estucadas. A su lado, la tumba ge­ mela de C. Munatius Faustus alberga estelas de niñas e incluso de bebés. La tumba siguiente ofrece una particularidad rara: está ente­ ramente cercada de muros, y unos escalones de lava, dispuestos en el muro de la fachada, es lo único que permite llegar hasta ella. La cámara sepulcral está excavada: al lado de un arcosolium (arcada baja en la que se aloja un sarcófago), la mesa (mensa) en U está dispuesta para las comidas fúnebres. En un gran recinto se levanta el mausoleo que una mujer, Veia Barchilla, hizo construir para su marido, N. Agrestinus Equitius Pulcher. Los Flavii, al lado, colocaron urnas y bustos en ocho nichos. Más adelante, un nicho con dos columnas de antas, levantado sobre un alto podium, alberga dos estatuas en toba que representan al propietario de la tumba y a su esposa, llenos de dignidad. El edificio más grandioso de todo el sector sigue siendo el de Eumachia, la sacerdotisa pública de Ceres, que, con su dinero, construyó la bolsa de la lana. Se observa en él una terraza bas­ tante alta, con una puerta cuya hoja de toba conservó su anillo, y que gira sobre un gozne de bronce; esta puerta conduce a una terraza sobre la cual se eleva una exedra grandiosa; detrás se 320

abre la cámara funeraria, desgraciadamente vacía cuando se pe­ netró en ella. Muy próxima se levanta sobre un alto podium la tumba en for­ ma de pequeño templo con cuatro columnas que encierra tres estatuas de toba: dos personajes en toga, uno en traje militar. M. Octavius y la liberta Vertia Philumene, su esposa, eran los pro­ pietarios del monumento. La tumba de los Tillii, gran cubo cuyas piedras de toba pre­ sentan un saliente regular, honra a un C. Tillius, duunviro en Pom­ peya y tribuno militar; a un C. Tillius pater, duunviro por se­ gunda vez, edil en Arpinüm y augur en Veroli, y a un C Tillius frater, duunviro en Pompeya, tribuno militar y augur en Veroli. Un nicho, coronado por un frontón triangular, alberga a los Vesovii y esencialmente al liberto P. Vesovius Phileros, augustal que, lamentándose de un amigo que le había acusado injustamente, in­ voca para él la maldición de los dioses penates y de los infiernos. Dos leones funerarios guardan, en fin, la tumba en forma de altar cuadrado de los Stronnii. Al sur de la encrucijada, en un recinto, Helvia, mujer del ban­ quero L. Ceius Serapion, le dedicó un mausoleo circular cons­ truido sobre una base cuadrada; el conjunto es de bellas propor­ ciones. Subiendo hacia el Este, esta vez a la derecha, una pirámide funeraria de gradas se termina por una especie de huevo de piedra; en su vértice se encuentra un tridente de bronce del que sin duda colgaban antorchas. La tumba de cámara del duunviro L. Cellius, tribuno mili­ tar nombrado por el pueblo, está decorada con paneles estu­ cados, mientras que otras tumbas del mismo tipo llevan ins. cripciones relativas a los juegos de gladiadores en Pompeya y en Nocera. Delante de una de estas tumbas, una bella estatua femenina en mármol, descendida de su pedestal, conserva, como su compañera de la necrópolis de la puerta de Herculano, un no sé qué de amaneramiento en su figura huesuda que debía de ser bien vista por las damas de la buena sociedad pompeyana. Extraordinaria es la construcción tetrástila que domina un po­ dium. Cada pilastra, hecha de opus listatum que dibuja cuatro co­ lumnas de ángulo adosadas, está coronada por capiteles corintios de travertino. ¿Estaba terminada en el 79? 321

Habría que hablar, en fin, de la tumba coronada de una es­ pecie de templo en miniatura que presenta dos columnas de antas, de altura muy reducida y que dan al conjunto un aspecto de mo­ numento abocinado. En una de estas cámaras funerarias, un pintor —-cosa muy rara—representó a un joven vestido con una túnica corta y polainas, que se enfrenta, con el puñal en la mano, con un jabalí al que acaba de clavar en la frente su largo venablo. Se trata de un joven pompeyano, víctima o héroe de una aventura de caza, al que sus padres quisieron inmortalizar de esta manera, tal como había partido al amanecer, con el venablo puntiagudo en bandolera, a desafiar a la bestia por entre las espesuras de los mon­ tes Lattari. Débese a la suerte tanto como a las posibilidades de excavación el haber podido descubrir y presentar las dos grandes necrópolis de las puertas de Herculano y de Nocera. Aun siendo mucho más mo­ destas, las necrópolis de las otras puertas no carecen de interés. Otras necrópolis Puerta d e l Vesubio.—En la puerta del Vesubio, el monumento más notable es el del edil C. Vestorius Priscus, muerto a los vein­ tidós años y que su madre le dedicó; en el interior, las paredes están decoradas con escenas de gladiadores52 y episodios de la vida del difunto. Se trata de una cámara sepulcral en forma de templo con detalles arquitectónicos subrayados de estuco. Existen otras tumbas: una schola del tipo ordinario, de la que brota una co­ lumna coronada por un capitel dórico. La tumba de Septumia pre­ senta una columna en una cámara sepulcral paralelepípeda muy sim­ ple, mientras que la de M. Veius Marcellus está coronada de un frontón triangular. P u e r t a d e Ñ o l a .—En 1854, en la puerta de Ñola, se efectuó una excavación a poca distancia del muro del recinto y fueron halladas 36 urnas funerarias; contenían pequeños vasos de perfumes: los po­ bres podían enterrar a sus muertos en el pomerium sin gasto de ninguna clase. Tubos de barro cocido conducían las libaciones de la superficie a las urnas, y el orificio estaba, en tiempo normal, re­ cubierto de una piedra plana sobre la que se colocaba una capa de tierra. ® J.-M. D e n t z e r : “La tombe de C. Vestorius dans la tradition de la

322

peinture

italique”, 'en M. B. F. R., LXXIV, 1962, págs. 533-94.

La tumba más importante es la que un pompeyano, N. Herennius Celsus, dos veces duunviro, jefe de gabinete de un senador, cons­ truyó, en un emplazamiento donado por la colonia de Nocera, para su esposa Aesquillia Polla, muerta a los veintidós años53. La schola de toba descansa en patas de león, como las de la necrópolis de la puerta de Herculano. Interrumpiendo el banco y el respaldo, un altar sostiene una columna coronada de un capitel jónico. Enci­ ma, la urna cineraria está coronada por el tridente portalámparas. Otra schola6i se encuentra muy próxima. El altar aquí, sim­ plemente detrás del banco-exedra, está decorado con una jara de la que sale una serpiente. P u e r t a d e E s t a b ia .—El tipo de schola es todavía más simple en la puerta de Estabia. Existen dos, una de ellas dedicada a M« Tullius 5S, fundador del templo de la Fortuna Augusta, por decre­ to de los decuriones ; otra a M. Alleius Minius 56, cuya inscripción en grandes letras llena toda la superficie del asiento: el emplaza­ miento de su sepultura fue donado a expensas de la colonia por decreto de los decuriones. Estos dos ciudadanos importantes ha­ bían contraído méritos bastantes con la colonia. Todos estos alicientes prometen descubrimientos de nuevos y grandes conjuntos: la vía tan frecuentada de Pompeya a Estabia, que pasaba por el barrio del puerto, invitaba a instalar una amplia necrópolis en la que las tumbas públicas disputaban el sitio a las tumbas particulares. *

*

*

En las calles de los vivos hemos encontrado sobre todo a la multitud del popolino, a los humildes que tienen necesidad del mundo exterior para contar con un universo. Las posadas, lo mis­ mo que las tabernas, son frecuentadas por el bajo pueblo, ciu­ dadanos o gentes de paso; los clientes esperan en la acera, por la mañana, a que se abran las puertas de las mansiones altivas. Pero las gentes de calidad circulan en cisium, deseosas de escapar, en el fondo de sus jardines, a los ruidos y a la agitación de la calle que reservan a sus libertos. Calle de los vivos, sí, de los que tienen en alto grado el sentido del movimiento y del color y que van a aplaudir al archimimo Pilades, lo mismo que al gla­ 10. Pozzx: “Exedra funeraria fu orí porta di Ñola”, en Rend. Na53 O no r a t o ,

54 E.

323

poli, XXXV, I960, págs. 175-86. 55 N.S.A., 1890, pág. 329. 56 O n o r a to , 8 .

diador Celadón, y en los entreactos toman por asalto las thermo­ polia: el pueblo que sufre y que ama, capaz a la vez de poesía y de tosquedad, pero que aporta toda su sal a esta tierra campania. Cuando entierra a sus muertos, los lleva a la tierra pública y anó­ nima del pomerium; si el difunto pertenece a Una casa noble, tiene derecho a que se escriba su nombre en una estela que imi­ ta burdamente el perfil de la cabeza humana. La calle de los muer­ tos sigue siendo el grandioso conservatorio de las glorias municipa­ les. Las generaciones pasadas pesan así todavía más sobre el pompe­ yano, que, aun llegado a liberto, no se libra de los obse.quia, de sus deberes con respecto a su señor, y que, incluso enriquecido, no re­ cibe en vida más que honores menores. Su dinero permite, al menos a sus herederos, que le construyan una tumba que, por su esplendor, corre pareja con las de las familias de la aristo­ cracia tradicional. Y en esta eternidad petrificada del sepulcro, se reúne con los que en todo tiempo tuvieron el his imaginum, el de­ recho al retrato de los antepasados. Solo después de la muerte de su padre el rostro de este nuevo ciudadano pompeyano cobra relieve y se reúne con sus aristocráticos modelos en este diálogo siem­ pre recomenzado de la vida y de la muerte. Pero los vivos de las tabernas y de las tiendas, al igual que los de las villae, vienen a afirmar sus derechos en una alegre y ruidosa animación. Goethe podía aquí sentarse serenamente sobre la exedra fúnebre de la sa­ cerdotisa Mamia y, contemplando el mar, el cielo y el Vesubio humeante, celebrar la v id a57. 57 M a iu ri: Fra case, pág. 133.

324

CAPITULO IV

EDUCACION Y CULTURA El pompeyano, al menos en las clases ricas, se nos aparece como un enamorado del arte y de la cultura. Su casa, como hemos visto S está decorada con cuadros que la transforman en museo. Encarga a los pintores retratos que ilustran este gusto por las letras. He aquí una joven sorprendida en un momento de meditación; va a confiar a las tablillas de cera que tiene abiertas en la palma de su mano, sus pensamientos más íntimos, y aproxima a sus labios el estilo que transcribirá a ellas los sueños de una Safo rom ántica2 o las reflexiones de una mujer sabia. ¿Y qué decir de la mujer del panadero Terentius Neo, maliciosa y coqueta, que quiere también llenarse de ilusión? El estilo en la mano, se apresta a escribir sobre un tríptico abierto ante ella algo que no son, sin duda, las cuentas de su negocio *, el rollo de papiro que tiene su esposo subraya tam ­ bién la voluntad deliberada de la pareja de adoptar una pose de gentes cultivadas. Sin duda, tenemos ese sentimiento de que cada uno asume un papel, pero esta actividad prestada define igual­ mente una psicología: la de burgueses que quieren jugar a inte­ lectuales. ¿Cómo se difundió esta cultura? ¿Es el simple fruto de una enseñanza escolar, o es también una cultura vivida gracias al teatro que, en ¡a mañana del 24 de agosto del año 79, justamente antes de la catástrofe, había atraído a la multitud a sus gradas? El bilingüismo en Pompeya Una lengua tiene dos funciones: vehículo de civilización, ase­ gura'tam bién la cohesión del grupo político. Este, si es derrotado por un adversario militarmente más poderoso, se encuentra en la obligación de aprender la lengua del vencedor, mientras la lengua de origen queda reducida al rango de un dialecto provinciano. 1 Véase lib. ΠΙ, cap. II.

2 Museo de Nápoles, ntím. 9084.

325

Así, la Pompeya samnita renuncia al oseo y acepta el latín, única lengua oficial. La desaparición del oseo es un hecho político, lo que no quiere decir que en el mercado, en el campo, el oseo no con­ tinúe siendo empleado. Tres siglos de hábitos lingüísticos no se anulan con un simple decreto. Pero la situación en Pompeya, al igual que en las demás ciudades de la Campania, no es verdadera­ mente tan sencilla. En efecto, por dos veces, como hemos visto, Pompeya fue griega. Este lejano pasado helénico se explica por la situación de la ciudad, puerto sobre una costa donde hacen es­ cala los barcos griegos, donde los esclavos griegos continuaron des­ embarcando durante el período samnita, en el momento en que las ricas familias del patriciado indígena se enriquecían en el co­ mercio con Délos. Pompeya no es una ciudad puramente samnita: en su mezcolanza étnica el color griego se mantiene muy bien y Roma se encontró así en presencia de un bilingüismo oseo-griego.

F ig . 34.

Escena de teatro (según H . T an zer : The commun people of Pompei, fig. 36. pág. 69).

Ciertamente, antes del asalto final, las inscripciones de las encru­ cijadas se escriben en oseo, y Roma, al desterrar la lengua de los vencidos, desmantelaba su resistencia; no por ello dejaba de respe­ tar la lengua griega, y la Grecia vencida, en Pompeya también, sabía seducir a su vencedor. Roma no olvidó nunca su deuda con el helenismo y le concedió la primacía en sus leyendas tanto como en el gobierno del mundo. 326

El Imperio romano es bilingüe; las oficinas del Palatino son diri­ gidas por un mundo de secretarios que conocen el latín y el griego ; los gobernadores provinciales, Jos altos funcionarios, por su educa­ ción y por su cargo·, entienden las dos lenguas oficiales, aunque los occidentales son nombrados más bien en la parte latina y los orien­ tales, en cambio, se reparten el “hemisferio” griego, con una línea de demarcación que pasa por el centro de la Dalmacia. Roma no tiene ni interés ni vocación por oponerse al bilingüismo pompeyano. ¿No llegan aquí, siempre en gran número, los esclavos griegos? ¿No tuvo una comunidad frigia un sacerdote especial? ¿No son también siempre bien acogidos los comerciantes griegos y judíos? No debe sorprendernos, pues, el encontrar sobre los muros de la ciudad, sobre los de las casas y de la palestra, alfabetos latinos y griegos3, o el leer tantos nombres griegos en las ánforas, hallar tantos epigramas en versos griegos4 y leer incluso en las apochae de Caecilius Jucundus palabras latinas transcritas en letras griegas5. Pompeya se encuentra situada, a partir del año 80 antes de Je­ sucristo, en la confluencia de dos culturas, la griega y la latina, y la enseñanza contribuía, por otra parte, a fortalecer esta doble cultura. Escuelas y maestros de escuela En las familias de la aristocracia municipal era de buen tono confiar al niño, desde su más tierna edad, a una nodriza o a un pedagogo griego. La primera lengua del pequeño pompeyano era el griego; era bilingüe por la fuerza de las cosas y, llegado a la edad escolar, podría abordar lectura y escritura en las dos lenguas, co­ menzando incluso por el griego. El joven aristócrata resultaba, pues, favorecido. ¿Cómo se puede hablar de igualdad escolar si se olvida voluntariamente todo lo que aporta de tradición y de cultura la familia? En la casa de las Bodas de Plata (V, 2), que perteneció a L. Albieius Celsus, candidato a la edilidad en el año 79, los hijos del dueño de la casa recibían en la exedra central amarilla, al sur del peristilo, la enseñanza de un pedagogo particular, C. Iulius H elenus6. Severo, sabía distribuir los castigos cuando la atención de sus alumnos se relajaba. No era, por tanto, solamente en pú­ blico y en las escuelas primarias donde la férula golpeaba a los perezosos.^ Estos se vengaban de su maestro confiando a los muros 9263 a 9312. 3407.

5 Apochae, XXXII y CXXXVI. 152.

3 C.I.L., IV , 4 Ibid.,

6 D e ll a C o r t e 2, pág.

327

sus insultos obscenos, de los cuales “Julius, tú eres un niño bonito” sería el más adecuado. La escuela pública en Pompeya tiene bien merecido su nom­ bre: es en público precisamente, bajo el pórtico de! foro, donde el preceptor Sema, un maestro necesitado, iniciaba a jóvenes alum­ nos (pueri) en los misterios del alfabeto y, aureolado de su gloria escolar, los asociaba a un cartel electoral7. Otras escuelas elemen­ tales se albergaban también bajo el pórtico meridional de la Gran Palestra8; los ludi magistri, retribuidos por sus alumnos, ejercita­ ban allí su inteligencia y solicitaban con piadosas súplicas el pago regular de sus honorarios. “Quien me pagó los honorarios debidos a mi enseñanza, obtenga lo que desea de los dioses de lo alto” San Agustín sabrá más tarde recordar que, en Roma, para no pagar a un maestro el precio de su enseñanza, .los estudiantes se ponen de acuerdo entre sí y pasan en bloque a casa de otro maestro, con despre­ cio de toda buena fe y de toda equidad y por amor al dinero10. Los alumnos de un Sema eran demasiado niños para inventar parecidas “colusiones”. Y la ruda mano de este esclavo griego ha­ bría puesto buen orden en ellos, Las instalaciones escolares son más pobres, móviles y provisionales: bancos para los oyentes, a menos que sólo el maestro disfrute de asiento, desarrollando en este caso la lección a sus discípulos sentados, incluso en el suelo del pórtico del foro o de la Gran Palestra, y provistos de una tablilla. Se trataba de aprender a leer y escribir en las .dos len­ guas. El maestro, aun siendo hombre rudo, se las ingeniaba para facilitar el paso de una lengua·, a la otra haciendo él mismo tra­ ducciones paralelas, palabra por palabra, en dos columnas, como lo presentarán a comienzos del siglo m los manuales bilingües. ¿Aca­ so este método, qüe recuerda, al menos para la conversación co­ rriente, los métodos modernos que pretenden hacer aprender, una lengua extranjera sin dificultad, permitía enseñar con alegría? No lo parece; los castigos, en Pompeya, sancionaban duramente los des­ fallecimientos, y los paseantes que mataban el tiempo bajo los pór­ ticos del foro asistieron, más de una vez, a la azotaina sobre las nalgas desnudas de un muchacho, mantenido, en su humillante po­ sición, por dos condiscípulos que le sujetaban brazos y piernas11. 7 C.I.L.,

IV,

668 .

8 D ella C o r t e 2, pág.

Epíst., 259, 4. M abro u , en M.E.F.R., XLXI, 1932, págs. 92-110.

335.

9 C.I.L., TV, 8 5 6 2 .

10 S an

A

g u s t ín :

11 Pintura, m useo de N áp oles.

Conf., V, 12, 22;

328

Discentes De un nivel de cultura más elevado eran los maestros que ense­ ñaban a los discentes, a los estudiantes, en lo que podemos llamar escuelas secundarias. Conocemos a tres de ellos—Saturninusn, Va­ lentinus13 y Ver n a u—gracias a los programas electorales. Bajo el simple sobrenombre de Saturninus se oculta un hombre conside­ rable, Cassius Saturninus, propietario de la casa del Fauno (VÏ, 12, 2-5). Puede sorprendernos el encontrar, bajo los rasgos de un pre­ ceptor, a un rico aristócrata, que posee una de las más bellas mansiones de la ciudad. Pero ¿por qué un notable iba a desintere­ sarse de la instrucción superior de sus compatriotas, cuando sabemos el interés que los pompeyanos manifestaban por la cultura? Valenti­ nus y Verna serían libertos, o bien hombres libres de fecha re­ ciente. Estos maestros disponen de salas de clase construidas “sobre suelo duro” ; semejan exteriormente una tienda. Franqueado su umbral, el alumno descubría una amplia habitación cuya parte an­ terior daba la impresión de un jardín (hortulus) iluminado por el alto ventanillo de la pu erta15: plantas que crecían en tiestos, en el suelo, o pinturas en trampantojos presentaban frutas, vegetales y flores. Detrás, una pérgola, que podía recibir en sus bancos unos quince alumnos y su maestro, dominaba el' pequeño jardín ; se lle­ gaba hasta allí por una escalera de madera, revestida de una grada de casquijo que todavía subsiste. Bajo la pérgola estaban insta­ lados los retretes, el guardarropa, los armarios-bibliotecas, que con­ tenían los cofrecillos de papiros. Los arquitectos pompeyanos habían “normalizado” así las construcciones escolares. Es aquí donde los maestros enseñaban la retórica, y leían y comentaban los textos fun­ damentales de las literaturas griega y latina. Pero en Pompeya, como en otras partes, un cambio se hacía sensible y el modernismo pe­ netraba en la enseñanza. En efecto, el conocimiento del griego no ofrece ya, en la Pompeya flavia, el mismo atractivo que en la época de Cicerón, inmediatamente después de Ja deducción de la colonia silana. La literatura latina ganó con Cicerón y Virgilio sus cartas de nobleza. El bilingüismo total no era posible y fácil más que para una élite, y la masa no podíahacer otra cosa que disipar en él sus escasos medios. Tan solo los más inteligentes deentre los esK C.I.L., I V , 2 7 5 . 13 Ibid., 6 9 8 = O n o r a t o ,

11 C.I.L., 694. 15 D e l l a C o r t e 2,

129.

329

pág.

110.

clavos o de los libertos orientales, que aprendían el latín, seguían sujetos a la charnela de dos educaciones. Ciertamente, los conoci­ mientos de historia y de geografía eran completados con nociones de derecho y los maestros de estas “escuelas secundarias" tenían que ser juristas (iurisperiti), que enseñaban lo preciso en cuanto a procedimiento judicial, compartiendo su experiencia de los asuntos políticos y administrativos de la colonia. La escuela es en este sen­ tido una propedéutica cívica. Escuela técnica Existiría también en Pompeya una “escuela técnica” 16, si los di­ bujos descubiertos en casa de los Cornelii Amandus y Proculus (VII, 12, 14) propusiesen a los trece alumnos que podían tener bajo la “pérgola” modelos de piezas a ejecutar. Se trata de una escalera de siete escalones, de un rosetón trazado a compás, preparado para un pavimento en opus sectile o un motivo geométrico de mo­ saico, con dos círculos concéntricos que representan, bien una torre circular, bien un pozo. Un maestro de obras enseñaba así a los carpinteros, mosaístas y albañiles los elementos fundamentales de su futuro oficio. Gracias a esta enseñanza técnica, se comprende me­ jor cómo los picapedreros de Capua dibujaban primeramente en el suelo las claves de las bóvedas que debían luego colocar en la fachada del anfiteatro17. Nada de enseñanza supeñor Para coronar el todo, ¿hay que creer en la existencia de una enseñanza superior pompeyana? El sabio italiano Delia C orte18 lo pensó así, en razón de una pintura descubierta en un local (IX, 8, 2) preparado según el modelo que hemos descrito anterior­ mente. El maestro es aquí Potitus, procurador de Poppaeus Sabinus. La pintura, que debía presentar unos cuarenta personajes, no ha con­ servado más que doce ; se trata de filósofos barbudos, pensativos, que se apoyan en su tradicional bastón o que llevan rollos de papiros. En medio de estos hombres que conversan entre sí o están aislados, se da tono el maestro de Escuela (esta vez con E mayúscula): des16 Id., pág. 152. 17 A. d e F r a n c is c i s : “Osservazio-

en Rend. Lineéis XIV, 1959, págiñas 399-402. ni sul disegno d’arco dell’Anfiteatro18 D e l l a C o r t e ®, pág. 110. campano di S. Maria Capua Ve tere”,

330

carnado, con su barba desaliñada, en la actitud del Menandro de Pompeya o del Virgilio de Susa. La Escuela está reunida en un jardín donde se reconocen árboles, columnas, asientos rústicos. Seria tal vez la representación del jardín ateniense de Epicuro. Dos vistas de Atenas confirmarían esta identificación : una con el Bá­ ratro al pie del Licabeto; otra, sobre un fondo que representa la Acrópolis y el Licabeto, con un edificio porticado, una torre circu­ lar, una estatua de Deméter y una banqueta semicircular de már­ mol. Potitus aseguraría así la difusión de la filosofía epicúrea. Pero ¿podrán tener estas representaciones un valor de documento? O, mejor, ¿no nos hallamos aquí ante escenas de género, sin relación alguna con la realidad y que nos ilustran solamente sobre el gusto del dueño de la casa? Es difícil creer, en verdad, en la presencia de una enseñanza superior en Pompeya, en · una ciudad tan poco alejada de Roma y de Nápoles. Y aunque él epicureismo· hubiese al­ canzado carta de ciudadanía en Pompeya y en la Campania13, los estudios no iban más allá de esas nociones de derecho, aprendidas en la escuela secundaria e indispensables para los que tuviesen más tarde la misión de gobernar la colonia. Escribientes La obligación escolar no existía en la Antigüedad; la asistencia a la escuela se relajaba en ocasión de los trabajos del campo, y los malos estudiantes, lo mismo que las gentes sin instrucción al­ guna, recurrían más tarde al escribiente o memorialista20 que se en­ contraba en su puesto del foro. La educación de las muchachas parece desdeñarse por completo, incluso en los medios sociales ele­ vados: ciertas damas de la buena sociedad de Pompeya se ven obligadas a recurrir a su esclavo griego para firmar las apochae del banquero L. Caecilius Jucundus. Pueden verificar transaccio­ nes comerciales, pero—desquite de la instrucción—deben a su hom­ bre de confianza la conclusión feliz de sus operaciones. En resu­ men, la escuela pompeyana ejercitó la memoria de los pueri y de los discentes, que conocen, por otra parte, mejor el latín que el griego. u P. B o y a n c é : Lucrèce et l’Epiciirisme, Paris, 1963, pág. 21, formuía justamente toda clase de reservas sobre las exageraciones de la

conclusión a la que llega Valle, 20 Museo de Nápoles.

331

G. della

El latín de Pompeya Sin duda, no es un latín ciceroniano el que hablan los pompeyanos, pero es un latín vivo que se aprehende21 en su evolución y que estaríamos tentados de llamar bárbaro. En la pronunciación, el timbre priva sobre la cantidad; la síncopa se desenvuelve sin­ gularmente, las vocales átonas tienen un timbre indeciso, y este do­ ble fenómeno invalida el efecto del acento de intensidad. El purista comprueba con estupor y pena la síncopa de la i postónica, con lo cual domina se convierte en domna23; la m cae en el acusativo: quisquis amat nigra (quien ama a una muchacha negra)23. Un habeat24 conminatorio se transforma en abiat, lo que anuncia el bajo latín. El estilo de la conversación permite la yuxtaposición de dos comple­ mentos directos, uno de los cuales debería ser el complemento de nombre del otro : Da fridam—puesto por frigidam—pusillum. (Da un poco de agua fría)25. No se trata más que de particularidades lo­ cales de una lengua en evolución cuyo vocabulario se distingue por la gran cantidad de términos eminentemente populares o vulgares y por las palabras tomadas del griego, de aspecto técnico o fa­ miliar. Los casos están a punto de reducirse al nominativo y - al acusativo, que tiende a convertirse en el caso oblicuo por exce­ lencia. Se comprenden ahora los varetazos o azotainas de los maes­ tros que permanecían fieles al lenguaje académico de los grandes au­ tores de ]a República ,o d d Imperio luchando contra la invasión de formas y de giros bárbaros, que, sin embargo, no eran debidos a ningún resurgimiento de las formas oseas: en Pompeya, antes del año 79, se hablaba y escribía un latín vulgar, fundamento de las lenguas romances. Pero el pompeyano no sigue tan solo apegado a los recuerdos escolares, una vez olvidados los varetazos o azotainas. Continúa cultivándose cuando asiste al teatro para aplaudir las obras d d re­ pertorio o a sus actores preferidos. Aquí, igualmente, tanto en la estructura arquitectónica de sus dos teatros como en los asuntos de las obras y los actores, Pompeya concede un lugar más im­ portante a las influencias latinas. 2i V. V a a n a n e n : Le latín vulgaire des inscriptions pompéiennes, Heîsinki, 1937. 32 C.I.L., IV, 6865.

332

23 Ibid., 6892. 24 Ibid., 538. 25 Ibid., 1291.

, Gran Teatro Edificio griego.—El teatro pompeyano más antiguo, y también el más grande, es el Gran T eatro26 (Fig. 35). Los samnitas construye­ ron Hacia el año 200 antes de Jesucristo, en la ladera de la colina, un teatro de piedra de estilo helenístico. En esta época, la influencia cultural griega priva de manera absoluta en todas las ciudades de la Campania. La cavzci—el lugar donde se sitúan los espectado­ res—tiene la forma de una herradura, y cuatro muros semicirculares sostienen el terraplén sobre el cual se dispone de gradas de piedra para acoger a 5.000 personas. Escena (Fig. 36).—La escena (A) se parece a la del teatro de Se­ gesta: unas entradas laterales o paraskenia flanquean Un proske■nion de columnatas. Los muros de las paraskenia están inclinados : cinco puertas dan acceso a la escena, tres en el muro posterior y una a cada lado, mientras los parodoi al aire libre conducen a la orchestra. À1 igual que en las grandes ciudades helenísticas27, el Gran Teatro dispone de un jardín-paseo rodeado de una columnata de 74 columnas jónicas. Esta delimita un amplio espacio y encierra agradables y útiles pórticos, que comunican, por uno de los dos parodoi, con la calle de Estabia, y por una ancha escalera, con el foro triangular. Por dos veces, este teatro de inspiración griega va a ser transformado para convertirse en teatro romano. Cuando, después del año 80, los vencedores construyeron el pequeño teatro cubierto a la manera romana, una primera remode­ lación afectó a la escena (B). Los muros de las paraskenia fueron retirados más atrás, y los parodoi, abovedados; estos últimos con­ ducen en adelante a la escena, que es rebajada; el muro posterior es ahuecado con cinco puertas, flanqueada cada una de ellas por dos pares de columnas sobre pedestales, o sea un total de veinte columnas que decoran suntuosamente el muro de la escena. Cavea.—En los últimos anos del siglo i, dos duumviri de la época augustea, los hermanos Holconii (Rufus y Celer), rehicieron, mo­ dificaron y agrandaron el Gran T eatro28. El arquitecto M. Artorius Primus es responsable de esta modernización, Construyó una cryp­ ta, es decir, un pasillo subterráneo entre la media cavea y la summa 26 Véase, sobre los teatros pompeyanos, M. B i e b e h : The history of the Greek and Roman Theater, Princeton, 1961.

333

27 V it r u v io , V ,

9, 1.

28 C.I.L., X, 833-34—I.L.S., 5638 = O no r ato ,

48.

» • i ---

Fig. 35.

» J-

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100 '

et

-------------------- J

Plano del barrio de los teatros (según M a u -K e l s e y , plano ΠΙ, desp. pág. 126).

334

cavea que pudo adosarse a este pasillo semicircular: un mayor número de gradas se ofrecía así a disposición de los espectadores. Instaló tribunalia, asientos de honor, encima de los parodoi above­ dados, reservados al que ofrece los juegos y al emperador o a su representante eventual. La capacidad del Gran Teatro era amplia­ mente aumentada. La cavea se descomponía en tres sectores: la ima cavea utilizaba la orchestra helenística, inútil para los espec­ tadores romanos; cuatro anchas gradas recibían los asientos de los personajes importantes de la colonia, los bisellia, de los que se enor­ gullecían sobre sus tumbas los augustales. La media cavea, con sus veinte gradas más elevadas, estaba dividida en cinco cunei por seis escaleras, y otros dos cunei habían sido preparados sobre los paro­ doi cubiertos, La summa cavea, construida sobre la crypta, estaba hecha de cuatro o cinco gradas; y el muro periférico, que se eleva­ ba por encima de la última grada, comprendía hacia el exterior re­ pisas de lava donde se fijaban los postes de sujeción y alzado del velo, esa gran tela o toldo que proporcionaba sombra. El acceso a

(Explicación de la figura de la página anteñor) A , PÓRTICO A LA ENTRADA DEL FORO TRIANGULAR. B , FORO

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8,

G, CUARTEL DB GLADIADORES:

triang ula r :

1, columnata. paseo. templo dórico. schola con reloj de sol. recinto funerario. altares. pozos. pedestal de la estatua de Marcellus.

C , PALESTRA SAMNITA:

1, columnata,. 2, pedestal y escalones. 3, 3, anexos.

5, 6, 7, 8, 9, 10, 11,

paso hacia la calle de Estabia. entrada. cuarto del guarda. paso cerrado hacia el Gran Tea­ tro. escalera que lleva al foro trian­ gular. exedra, habitación donde se encontraron armas. sala de guardia* escalera hacia el piso. cocina, comedor.

H , TEMPLO DE ZEUS MEILICHIOS :

I, 2, 3, 4,

D , DEPÓSITO DE AGUA.

E, GRAN TEATRO: 1, anexo. 2, escena. 3, orchestra. 4, ima cavea. 5, media cavea. 6, summa cavea. 7, 7, tribunas, F,

1, 2, 3, 4,

columnata, altar, celia. cuarto del sacristán.

I , TEMPLO DE ISIS :

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7,

o deón:

1, anexo. 2, escena. 3, 3, tribunas.

columnata. celia, santuario de Harpócrates. purgatorio. sala de iniciación. sala de los Misterios. aposento del sacerdote.

K , MURALLA. L, CIMIENTOS DE ESCALONES.

335

Ia summa cavea se hacía fácilmente desde el foro triangular. Artorius reemplazó finalmente las gradas hechas de un conglomerado de travertino89 por gradas de tr aver tino, coronando, con este deta­ lle suntuario, un proyecto ingenioso que trataba de aumentar la ca­ pacidad del teatro, lo que prueba la boga creciente de las represen­ taciones escénicas y quizá también el desarrollo demográfico de Pompeya. La e s c e n a y s u s e g u n d a t r a n s f o r m a c ió n .—Bajo Nerón, entre los años 63 y 68, la escena recibe su forma definitiva a imitación de las de Roma. Es baja y aparece dominada por un muro ricamente de­ corado, la scenae frons. Se compone de un amplio nicho central semicircular y de dos nichos rectangulares en los extremos. Dis­ pone de tres puertas, según el canon arquitectónico30: la puerta real (aula regia) y las hospitalia, que dan a la ciudad y al campo. Las columnas están colocadas sobre un pedestal. Estaba decorada con guirnaldas, máscaras, estatuas en nichos. Los bastidores quedan re­ ducidos por las curvas y los refuerzos. Se encuentran a un nivel más elevado que el de la escena, aunque los actores hacen su en­ trada por cortos escalones que los pintores pompeyanos no se J

1

c Fig. 36. Las transformaciones de la escena del Gran Teatro (según M. Bie­ ber: The history of Greek and Roman Theater, fig. 608, pág. 172). 29 Y no de toba. F.A., VI, 1953, núm. 3808 (A. Maiuri). A. Maiuri: “Π restauro della cavea del teatro

di Pompei”, en B. A rte, XXXIX, 1954, págs. 264-67. 30 V itruvio, V, 6, 8.

olvidarán de representar. El muro situado delante de la escena —el proscenium—presenta un nicho semicircular flanqueado a cada lado por dos nichos rectangulares, entre los cuales dos pequeñas escaleras permitían descender a la orchestra. Por detrás está excavada la zanja para el telón; piedras de lava, en superficie y subterráneas, eran horadadas para poder fijar en ellas los postes que sostenían el telón; este era bajado al comien­ zo de la obra, a diferencia de lo que ocurre en nuestros teatros modernos: en Pompeya, levantar e] telón significaba precisamente el final de la representación. En dos siglos, los pompeyanos pasaron de un teatro puramente helenístico a un teatro perfectamente romano, privado de porticus post scaenam, transformado en cuartel de gladiadores. Odeón o teatro cubierto Es verdad que los romanos habían construido en Pompeya el modelo sobre el cual no podía por menos de alinearse el teatro hele­ nístico. En tiempos de Sila, los dos duunviros C. Quinctius Valgus y M. Porcius31, a los que conocemos como ricos propietarios de viñedos32, construyeron un theatrum tectu m 33, un teatro cubierto, llamado igualmente Odeón (Fig. 35). C ubierta .— ¿Por qué era necesario un teatro cubierto en Pom­ peya? Por razones de acústica, puesto que este edificio estaba des­ tinado a albergar manifestaciones musicales y declamaciones aisla­ das. La cubierta34 exigía la solución de problemas técnicos delicados. El edificio, rectangular, mide 28,60 metros por 34,80 metros; el muro de escena alcanza 6 metros de altura; el corredor más alto está a 8,60 metros del nivel de la orchestra. Este tipo de edificio, elevado, pero de superficie reducida, es apto para recibir una cu­ bierta en su totalidad, El techo no es ni a doble pendiente ni pira­ midal, sino a cuatro paños, y apoya sobre el muro exterior del rectángulo. Un techo especial cubría el postscaenium, comunicado con el pórtico sobre la calle de Estabia. El peso de la techumbre es soportado por los muros exteriores que no están sometidos a 81 C.I.L., X, 844= /X .S .. 5636= 31 M. M urolo: “II cosidetto O deo’ Onorato, 43. di Pompei ed il problema della sua 32 Lib. II, cap. III. copertura”, en Rendic. Napoli, 33 E s t a c i o : Silv., III, 5, 91, emplea XXXIV, 1959, págs. 89-101. para Nápoles ía misma expresión.

337

un empuje excesivo. Naturalmente, contaba con ventanas, abiertas en los muros laterales y que iluminaban gradas y escena. Cavea.—La cubierta explica la fuerte inclinación de la cavea estrictamente semicircular. La ima cavea está bien cuidada; cuatro anchas gradas de toba recibían los asientos móviles (bisellia) de los decuriones y de los huéspedes de honor ; una barandilla—otro rasgo muy romano—separa la ima cavea de la ?nédia; treinta y cinco gradas están divididas en cinco cunei radiales por seis escaleras. En total, 1.300 espectadores35 tomaban asiento en este Odeón, en el que su circulación había sido cuidadosamente facilitada. Se llegaba a los asientos de la ima cavea desde la orchestra, a los de la media cavea por escalones semicirculares ; las gradas superiores eran accesibles por una entrada lateral desde la calle de Estabia. Los dos tribunalia, o asientos de honor, estaban instalados sobre las dos bóvedas de entrada; se llegaba a ellos desde la cavea y por dos pequeñas escaleras. Esta simplicidad de concepción no excluye una decoración elegante que, por su sabor helenístico, atempera el ri­ gor de las líneas romanas. Dos atlantes o telamones en toba pare­ cen sostener los extremos del muro que limita la cavea, como en Sicilia o en Grecia. La barandilla de separación entre ima y media cavea está adornada con dos patas de grifo vigorosamente esculpidas en la toba. La escena, muy simple, recibió una decoración del segun­ do estilo, sin duda en el curso de una restauración; en su conjunto, el Odeón pompeyano se parece al de Bovianum vetus (Pietrabbondante). Obras de teatro Disponiendo de dos escenas para una población de ciudad pro­ vinciana modesta, la temporada teatral debía ser particularmente rica. Saber qué obras estaban en cartel nos revelan el gusto, la cu­ riosidad y el entusiasmo del público. Muchas pinturas de Pompeya representan escenas teatrales. ¿Es­ tán tomadas de la vida real del teatro pompeyano contemporáneo, o son simples copias de pinturas griegas o helenísticas más anti­ guas? Aun en esta hipótesis, presentan detalles que son la imagen, de la realidad que el artista tenía ante sus ojos, tanto para la ar­ quitectura teatral como para el vestuario de escena y los decora­ dos de paisaje. Las composiciones del segundo estilo dan la razón 35 1262, si se quiere ser preciso.

338

a Vitruvio3S, para quien existen tres géneros de decoración escé­ nica: la decoración trágica (palacios reales, templos, santuarios de columnas, basas, estatuas); la decoración cómica, que representa casas particulares, casas con balcones y ventanas, vistas de la ciu­ dad, y, en fin, la decoración satírica, hecha de paisajes, de campos con árboles, cavernas, jardines, montañas u orillas del mar. Mezcla de géneros En oposición a esta teoría, es sorprendente comprobar que Pom­ peya practica a veces la mezcla de los géneros, esencialmente de la comedia y de la tragedia; esta mezcla es atestiguada por la de las máscaras. Las máscaras cómicas o trágicas están colocadas so­ bre las pinturas, en lo alto de pequeñas escaleras : unas provienen de la farsa popular, otras con un alto peinado (onkos) designan la tragedia. Estas máscaras eran realmente utilizadas: una representa a Andrómeda y se parece mucho a la pintura de Andrómeda y de Perseo en una casa de la cálle de Estabia próxima a los teatros. Una máscara cómica representa a un padre de larga barba; otra, a un joven de cabello rizado (speira), que lleva su caja circular con volumina (capsa), según un tipo utilizado en la Nueva Comedia. De esta mezcla, Pompeya ofrece tres ejemplos, en las casas del Centenario (DC, 8, 3), de Casca Longus (I, 6, 11) y de los Dioscu­ ros. En dos de estas casas existe una pintura que representa a Licos, Megara y Anfitrión, a los que se añade Heracles en la casa del Centenario. Parece que nos encontramos ante una reposición de la Locura de Heracles, de Eurípides, revisada por Accio, que hizo de ella un Anfitrión, del nombre del viejo padre de Heracles. En las dos pinturas se encuentra cerca de Megara, la esposa de H e­ racles. El mal tirano, Licos, se apoya a la derecha en un altar, temblando de miedo ante el anuncio de la llegada de Heracles. Anfitrión representaba, pues, en la escena latina un papel más im­ portante que en Eurípides. La casa del Centenario presenta otras escenas trágicas: Príamo sentado en conversación con Hécuba, Príamo arrodillándose delan­ te de Aquiles para pedirle el cuerpo de Héctor : estas dos pinturas ilustran una obra latina que refiere la epopeya de Troya. En otro panel, Medea apunta con su espada hacia sus hijos que le trae su tutor. Esta escena no existe en la Medea de Eurípides, en la que 36 V i t r u v i o ,

V,

6, 9.

V éase

lib.

ΙΠ , cap .

339

II.

los hijos son muertos en la casa. En Séneca, Medea m ata a sus hijos ante el público, y así el pathos retórico llena la escena. En la casa de los Dioscuros, la heroína tiene un bebé y es seguida de la nodriza; podría reconocerse a Augias y a Telefos y la heroína trá­ gica se distingue por su onkos exagerado y sus altas plantillas de madera. He aquí las escenas cómicas asociadas a estas tragedias: en la casa de Casca (I, 6, 11)* un viejo esclavo insulta a una mujer y a un joven. En la casa del Centenario, un joven llega, acompañado de un esclavo portador de una antorcha, y de un muchacho sobre cuya cabeza apoya su mano, mientras que un servidor observa la es­ cena a través de una puerta; en otra parte, un anciano· seguido de un esclavo se encuentra cerca de un altar sobre el cual hay una oca extendida, m uerta por una flecha, mientras a la izquierda una sacerdotisa, coronada y engalanada, sostiene otra corona en la mano. Se ignora a qué obras hacen alusión estas escenas. En la casa de los Dioscuros, una mujer y un viejo recuerdan personajes de Me­ nandro. Los pompeyanos, si realmente no aborrecen el pasar de la risa a las lágrimas, y viceversa, en un espectáculo, dosificado como lo era antiguamente el del Gran Guiñol, no por ello dejan de gustar de la tragedia o de la comedia. T r a g e d ia .—-Algunas pinturas representan el Gran Teatro de Pompeya ocupado por personajes trágicos. En casa del orfebre Pi­ narius Cerealis, en medio de una scenae frons suntuosa, Ifigenia aparece en lo alto de una pequeña escalera, en la puerta real rica­ mente decorada con columnas y acroteras; está enmarcada entre Thoas, sentado delante de un pasamanos, y la pareja inseparable Orestes y Pílades. Se trata de una escena sacada de la Ifigenia de Nevio, que se inspiró en la Ifigenia en Táuñde, de Eurípides ; so­ bre esta pintura, los personajes evolucionan en la decoración real de la escena del Gran Teatro, de la que se encuentran todos los detalles. Nevio (235-204), nacido en la Campania, suministraba, por lo demás, nueve tragedias en las que los elementos latinos moderaban la imitación de las obras griegas. Livio Andrónico debía igualmen­ te ser representado en Pompeya, pero el que tenía ciertamente más aceptación era Séneca. Sus nueve tragedias—Hércules furioso, Las Troyanas, Las Fenicias, Medea, Fedra, Edipo, Agamenón, Tiestes, Hércules Oeteo—fueron escritas del 41 al 49 ó del 49 al 59. Es> la 340

época de las pinturas que ilustran las escenas de tragedia, que testimonian la influencia de Séneca. Imita libremente a Eurípides: en Hércules furioso otorga, como hemos visto, un papel importan­ te a Anfitrión; en Las Troyanas, mezcla Las Troyanas y Hécuba del trágico griego ; Las Fenicias provienen de 3a contaminación de otras dos obras del mismo autor, Edipo y las Fenicias. Su Medea mata a sus hijos, de cara al público. Su Fedra está bastante aleja­ da del Hipólito coronado, de Eurípides, y perfila un carácter más audaz en su realismo. Edipo proviene del Edipo rey, de Sófocles; Agamenón, del de Sófocles, pero Séneca imaginó un drama sombrío y accidentado. En cuanto a Tiestes, las fuentes son difíciles de de­ terminar (Ennio o Vario) y el autor quiso provocar el horror y el espanto. En Hércules Oeteo, inspirado en Las Traquinianas, de Só­ focles, Hércules es un sabio estoico. El oído del pompeyano se de­ jaba arrebatar por el énfasis oratorio, tan del gusto también de Nerón, el emperador histrión, por el lujo descriptivo que suplía la ausencia de una verdadera preparación escénica. Su mirada se sa­ tisfacía con escenas sangrientas, con sacrificios mágicos y evoca­ ciones de los muertos. Pathos y retórica, lirismo y violencias, do­ minaron la tragedia sobre la escena del Gran Teatro de Pompeya del año 50 al 79. C om edia .— El pompeyano gusta de la Nueva Comedia de Me­ nandro, célebre en Pompeya. El poeta es representado en'Pompeya en la casa que lleva su nombre (I, 10, 4), sentado en un sillón áti­ co, coronado de laurel. Tiene un rollo de papiro en el que se lee: Menandro fue el primero que escribió la Nueva Comedia en cuatro libros. Está presente en los cubiletes de Boscoreale, sosteniendo una antorcha y una máscara de cortesano; próximo a él, un esque­ leto toca la flauta y el poeta Arquíloco de Mirina pulsa la lira. Una inscripción le designa : “Menandro de Atenas”. Con él, la comedia se convirtió en una comedia de costumbres (Fig. 34), en un espejo de la vida cotidiana de la rica burguesía contemporánea. El traje adoptado por los actores es el de todos los días, y los intermedios musicales desempeñan un gran papel en la representación cómica. Conocemos uno de ellos gracias a un mosaico de Dioscórides de Samos, encontrado en la pretendida villa de Cicerón. Una mujer, seguida de un miserable enano, acom­ paña con la flauta la danza mediocre de dos hombres, un cimba­ lista y un tocador de tamboril (tympanon). El mismo mosaísta permite, gracias a otra escena, penetrar en la intimidad de las mu­ 341

jeres de las comedias de Menandro: una vieja y dos muchachas están sentadas en torno a una mesa en la que hay colocados una corona de laurel e incienso. Parece que la vieja va a preparar un sortilegio; interrogada, gesticula mucho y bebe vino; una mucha­ cha se retuerce las manos de desesperación, mientras que la joven servidora observa una actitud modesta. El esclavo ocupa un lugar cada vez más importante, lo que es una señal de los tiempos. En casa de Casca Longus, el esclavo insulta a una joven pareja ha­ ciéndole los cuernos. La muchacha y su amante parecen aterrori­ zados y el hombre protege a la mujer. El esclavo tiene los cabellos, grises y lleva un amplio manto de buen paño, como lo haría un burgués, e incluso este manto está adornado con franjas, signo de lujo. Mejor que un esclavo, el personaje podría ser un liberto, o Pappus. Los libertos, lo mismo que Jos esclavos de la familia ur­ bana, debían de divertirse mucho con las aventuras de los héroes de Menandro, o con las de las comedias de Plauto y de Terencio, cuyas adaptaciones tuvieron también éxito. A telana .— Pero no hay que olvidar que la Campania es la pa­ tria de la atelana, una farsa popular que utiliza tipos puestos en escena por Nevio: el político (agitatoria), el adivino del futuro (ariolus), la carbonera (carbonaria), la vendedora de flores (corolla­ ria), la mujer de la túnica corta (tuniciüaria), el alfarero (figuhis), y otros muchos caracteres tomados de la vida cotidiana, que ilus­ tran las terracotas de la Italia del Sur. Conocemos otros tipos tra­ tados literariamente por Nevio y Pomponio hacia el 89: Maccus>el de las grandes mandíbulas, es soldado; Bucco, el glotón y charla­ tán, es gladiador; Pappus, el viejo ridículo, es granjero; los dos Dosseni son jorobados. Los temas están tomados de la vida rústi­ ca: Rusticus, Agricola, Vacca, Asina, Maialis: el palurdo, el cam­ pesino, la vaca, la burra, el puerco, que satisfacían la savia campe­ sina pompeyana. Eran motivo de diversión, sobre todo, asuntos tomados de la vida familiar: el tío (Patruus), el cazador de heren­ cias (Heres, Petitor), los gemelos (Gemini), las bodas (Nuptiae). Las profesiones eran llevadas a la escena : el adivino, el augur, el médico, el citarista, los pintores, los pescadores, los bataneros. In­ terés, pues, manifestado por la vida cotidiana a la que se carica­ turiza sobre la escena del teatro; gusto por la farsa, por la “Com­ media deH’A rte” y la “revista”, que iba a hacer nacer nuevas formas de espectáculo. 342

E l m im o .—El mimo trata de imitar la vida valiéndose de las expresiones del rostro y destierra la máscara; el vestido es también el de todos los días. El actor ejecuta danzas y acrobacias de origen siciliano, frecuentemente indecentes pero cortas. Los asuntos son burlescos y siempre giran invariablemente en torno al mismo tema: el adulterio, tema que gozaba del favor del público. Poco a poco, los mimos reemplazaron a las atelanas y se representan en la es­ cena del Gran Teatro: una pintura nos m uestra a un joven vestido con una clámide, y de pie, en la regia, a otros dos guerreros que ocupan las hospitalia, mientras por detrás dos esclavos sostienen, el uno un ánfora de vino, el otro una antorcha, y parecen preparar un banquete. La pantom im a .—La pantomima, con sus danzas y sus gestos en una producción muda, no fue juzgada indigna de la escena del Gran Teatro; conocemos una cuyo asunto es la lucha de Apolo y de Marsias. En el hospitalium de la izquierda, Atenea ensaya las flautas que ha inventado; en el de la derecha, Marsias cogió las flautas de Atenea; en la puerta real, Apolo victorioso toca la lira, mientras que por detrás cuatro miembros del coro simulan el complot. Jueg os a t l ét ic o s — Incluso los juegos atléticos penetran en la escena del teatro; parece que llegaron aquí tardíamente, sin duda cuando el anfiteatro, después de la refriega con los nücerianos, fue cerrado; los pompeyanos, al menos durante algunos años, tuvie­ ron que contentarse con combates simulados, como lo muestra una pintura: en la puerta central, un atleta sostiene, al final de la prueba que ha ganado, una palma que le es ofrecida por una Victoria, mientras que al segundo y al tercero lo enmarcan en las otras puer­ tas, a la manera como, en el podium olímpico, las medallas de plata y de bronce escoltan la medalla de oro. El Odeón seguía especializado en la recitación musical o poéti­ ca: un poeta coronado, con máscara trágica, declama aquí versos compuestos por é l87.

Actores Otro testimonio de los gustos de los pompeyanos es el favor de que gozan los actores. Estiman sobre todo su seriedad, su capa­ cidad de cambiar de voz según el papel masculino o femenino que 37 Pintura del Museo de Nápoles, 12733.

343

les toca en suerte; el actor estudia su máscara y delante de ella medita su papel. Desgraciadamente, los nombres de los grandes actores trágicos y cómicos no han llegado hasta nosotros. Es re-' velador que no conozcamos más que el de un archimimo, P a ris38, que aparece en el anuncio de los espectáculos39. Es aplaudido como señor único de la escena40. Una inscripción griega le saluda como el hermoso París 41. Podría ser el archimimo de la época de Domiciano, que, amante de la emperatriz, será ejecutado en el año 84 en la vía pública42 y enterrado luego en la vía Flam inia43. Norba­ nus Sorex representaba los segundos papeles en los mimos; era lo bastante rico para inmortalizar sus rasgos en un busto y era también un adepto de la religión isíaca4t. En Pompeya, los actores no son en modo alguno acusados de indignidad, e incluso los que interpretan espectáculos de un nivel intelectual muy inferior a las ver­ daderas obras de teatro reciben derecho de ciudadanía y honores. No podemos menos de manifestar cierta inquietud ante la boga de los mimos y pantomimas, ante la admiración producida por los archimimos: el mimo Marcelo, no obstante su inmenso talento, no puede reemplazar las obras clásicas, o incluso las de los bule­ vares. Una cultura se expresa no por gestos, sino por una lengua, por una escritura. Felizmente, las inscripciones están ahí para disi­ par nuestros temores. Los pompeyanos no olvidaron las lecciones del ludi magister; continuaron leyendo, sobre todo, versos, compu­ sieron algunos, con frecuencia malos, pero a veces su corazón en­ contró acentos que todavía nos conmueven. Limites de la cultura literaria Podemos, pues, hacernos una idea precisa de la cultura litera­ ria en Pompeya45. Es difícil hablar de un pensamiento y de una filosofía pompeyanas. No existe, como en Herculano, una villa de los Papiros; no se descubre el rastro de círculos literarios o filo­ sóficos y, en el sentido propio de la palabra, no podemos afirmar que Pompeya fue un centro de cultura. En la casa de Menandro, la biblioteca contenía solamente obras dramáticas. 38 C.I.L., IV, 7919 —D iehl, 9 0 9 =

108. C'f.L., 1179. Ibid., 3867, 3877. Ibid., 1294. Dión C a s io ,LXVH, 3. M a r cial , XI, 13.

O no r a to ,

39 40

41 42 13

44 Véase lib. II, cap. V. 45 M. G ig a n t e : “La cultura lette-

raria a Pompei”, enPompeiana, pá' ginas 111-43, preparado por D ella Corte : Epigraphica, II, 1940, página 171.

344

Las inscripciones, los grafitos mismos, dan testiminio de la ci­ vilización y los gustos de los pompeyanos, más que de una cultura desinteresada. El espíritu campanio repiensa y recrea la gran poe­ sía romana, gustándola en sí misma, o modificándola para la pa­ rodia, o adaptándola a sus propias inclinaciones. “Nacionalizando” una poesía griega y helenística, extrae de la tradición alejandrina los epigramas eróticos; y al hacer esto, Pompeya, una vez más, se sitúa en el cruce de la romanidad y del helenismo. Uno de los aspectos más típicos de la vida literaria es ofrecido por los epi­ gramas amorosos—que transmiten el amor de las conversaciones obscenas de los lupanares, de la vulgaridad de las encrucijadas—, tanto como por las conversaciones tiernas o los ásperos y efímeros diálogos. Se trata, en suma, de una cultura provinciana, al igual que en los otros centros de la Campania y de Italia, limitada, pero que tiene un color y un sabor originales. La expresión del sentimiento del amor la domina. La Colonia es, desde Sila, Venena; es la residencia de Venus (Veneris sedes)*6, y ello explica que haya nacido allí un club, el de los luvenes Ve­ neni, llamados también Veneriosi, que veían en la Venus física la divinidad suprema. Pompeya sigue siendo para la imaginación de nuestros contemporáneos la ciudad de los amores libres, y la ele­ gía fue cultivada en ella con especial atención. Los poetas citados ¿Cuáles son los poetas que se conocen y se imitan? Un verso de Ennio, primer cantor de la grandeza romana, acompaña la repre­ sentación de la ascensión de Rómulo al cielo, Las pinturas pompeyanas sobre la leyenda de los orígenes de Roma son numerosas, y el edificio de Eumachia albergaba el elogium de Eneas y de Róm ulo46bis. De Lucrecio, se repite cinco veces su invocación a Venus: Aeneadum, genetrix (madre de los descendientes de Eneas), que transfigura el símbolo de amor por el sentimiento de la progenitu­ ra romana. El mito doloroso de Ifigenia, ilustrado por una pintura que se hizo célebre, fue cantado también por Lucrecio. De Virgilio, no se encuentra más que una sola cita de las Geór­ gicas47, algunas de las Bucólicas pero los primeros versos de los IV, 4 4 , iGWs C.I.L., X , 808. « Ibid., I, 163.

« M a r c ia l,

5.

48 Ibid., I l l , 1; V,

345

II, 2 1 ; II, 5 1 ( t r e s v e c e s ) ; 72; VII, 4 4 ; VIII, 70.

libros I y II de la Eneida son muy conocidos, a veces imitados en una parodia burlesca, y a veces también revestidos solamente de un cierto hum oriB. Entre los poetas épicos admirados en Pompe­ ya, Virgilio ocupaba un lugar preeminente, tanto por la dulce ar­ monía del verso como· por el patetismo constante de su poesía. No nos sorprendamos del éxito de Ovidio, cuyos Amores son leídos50, así como las Heroidas*1, las M etamorfosis52 y el A rte de amar E\ El pompeyano’ sabe conciliar a Propercio54 con los A m o­ res 55: Candida me docuit nigras odisse puellas. Odero si potero: si non invitus amabo. (Una muchacha de piel blanca me enseñó a odiar a las muchachas de [piel negra. Las odiaré, si puedo; si no, las amaré contra mi voluntad.)

Propercio hablaba solamente de castas puellas: de muchachas castas. Propercio56 y Ovidio reproducen frecuentemente los lugares comunes de la poesía alejandrina y atestiguan que la experiencia poética pompeyana fue alimentada por temas comunes a la sensi­ bilidad de las épocas helenística y romana. Pompeya perdura así como la ciudad del epigrama y de la elegía, en la que se conserva algún recuerdo de Horacio 57 y de Catulo La inspiración epigra­ mática anima los tres dísticos que ilustran la graeca pietas de una pintura de la casa de M. Lucretius Fronto (V, 4, 10), en la que Pero amamanta a su viejo padre Micón. En griego, dos versos re­ producen un epigrama de Leónidas de Tarento, conocido por Diógenes Laercioδ9. Conclusión Estos recuerdos poéticos nos dan a conocer una humanidad hecha de ironía gentil y de violencia plebeya, de un priapismo 49 Ibid., I, 1 (trece veces); I, 135, 192, 234, 242, 468 y 469; II,1 (doce veces); 148, 223; IV, 223; V, 389; VII, 1; IX, 269 (dos veces), 404. 50 M A , I, 4, 67; I, 8, 77; II, 19, 57. 51 Ibid., IV, 17. 52 Ibid., VI, 113. 53 Ibid., I, 475. S1 Ibid., I, 1, 5:

κ χι^ ιχ, 35. A. W. Van Buren : “A Pompeian Distich”, en A.J.Ph., LXXX, 1959, págs. 380-82. “ Ibid., II, V, 9; III, 16, 13; IV, V, 47. « Ep„ I, 2, 32. Od., IV, 1. 58 A. W. Van B u r e n , en R. Pont. Accad. Arch., XIX (1942-1943), páginas 191-95. 59 C.I.L., VI, 50.

346

consciente y de blandas pasiones, de candor y de bajezas. La cul­ tura no parece haber sido buscada por sí misma, sino por los ser­ vicios que puede prestar; en la escuela, las nociones de derecho práctico, los elementos de la técnica, coronan los años de enseñan­ za. Pompeya, en la confluencia de las dos culturas helenística y romana, hace triunfar poco a poco la corriente romana, como he­ mos visto en las formas arquitectónicas y en la evolución de los espectáculos. Pero este triunfo es tal vez el ñn de la cultura des­ interesada, del refinamiento helenístico de los sentimientos; con la atelana, la savia campesina la exalta entre los pompeyanos, a la vez que la libera de los instintos primitivos. La erupción del 24 de agosto del año 79 encontraba, pues, esta cultura en plena crisis; esa mañana, en el teatro, ¿el bramido del Vesubio hizo acallar la voz de actores “clásicos”, o sorprendió una pantomima burlesca de gran espectáculo? Dión Casio no nos transmitió este detalle; pero sa­ bemos ya que la cultura, o al menos la civilización pompeyana, era mortal, y podemos decir con el poeta desconocido: Nada puede durar eternamente. Cuando el sol dio toda su luz, el océano lo recobra. Febo disminuye después de la luna llena. Los vientos huracanados se transforman en brisa ligera60. 60 Ibid., IV, 9123 —L o m m atzch , C. E., 2292.

347

CAPITULO V

D E P O R T E Y OCI O El hombre de la Antigüedad no concibió nunca educación com­ pleta sin desarrollo armonioso de su cuerpo. La educación física figura en buen lugar en todo programa escolar: la palestra es la prolongación y el complemento de la escuela. El joven ciudadano cifra su pundonor en conservar fuerza y destreza, y todos los pompeyanos cuidan en las termas de la higiene de su cuerpo. Pero este cuidado no es el único al que responden estos establecimientos de baños, característicos de la civilización romana; satisfacen también la necesidad de o tiu m 1, de ocio, hecho de conversaciones sabias, de descanso en el que la cultura encuentra su lugar y en el que los placeres del espíritu procuran el sosiego del alma. Es verdad tam ­ bién que la multitud llena el anfiteatro, donde se libera de cier­ to número de instintos aplaudiendo un espectáculo sangriento. Aquí también, el pompeyano es infiel a una pura herencia griega que, en la época samnita, había penetrado en su universo cotidia­ no. Cuando construye la palestra y las termas, se aparta de los mo­ delos helenísticos; implanta, por primera vez en el mundo, un an­ fiteatro, y en sus momentos cotidianos de descanso hace triunfar el orden romano. LAS PALESTRAS

Palestra samnita Un patio oblongo, situado al norte del Gran Teatro, entre el templo de Isis y la entrada del foro triangular, designa la palestra sam nita3 (Fig. 35). En su origen, el patio estaba enteramente rodea­ do por una columnata de seis columnas en los lados largos y de cinco en los pequeños. Más tarde, sin duda después del terremoto del 1 J.-M. André : “Recherches sur I’otium romain”, París, 1962 (Annales L itt. Univ. Besançon, vol. 52). 2 M a u -K e l s e y , p á g s . 1 5 9 - 6 1 .

348

año 62, las columnas del Este fueron suprimidas y el espacio ga­ nado en provecho del templo de Isis. Las que quedan pertenecen al orden dórico, y son de un tamaño reducido. Puede pensarse que el techo de los pórticos descansaba directamente sobre un arqui­ trabe de madera. Frente a la entrada, situada al Norte, se levanta, delante de la columnata meridional, un pedestal de toba delante del cual hay instalada una mesa del mismo material. El pedestal, al que se lle­ gaba por escalones estrechos, sostenía la estatua ¿del dios patrono del monumento. Sobre la mesa se colocaba, los días de competi­ ción, la corona destinada al vencedor; este subía los escalones para coronar a la divinidad de la palestra, que, por un instante, se había encarnado en él. De la estatua del dios que se restauró se hizo por error un Hermes doríforo, es decir, lancero. Al Este ha­ bía unos locales en los que los atletas eran untados de aceite y frotados con estrígila; una pila de agua corriente permitía las abluciones. La construcción de este edificio remonta a la época prerroma­ na, como nos lo prueba una inscripción osea: fue construido por el cuestor Vibius Vinicius, con el dinero que Vibius Adiranüs ha­ bía dejado en su testamento a la juventud pompeyana. Se trata, pues, de un gimnasio al aire libre, en el que los muchachos se ejercitaban, lo mismo que en los gimnasios 3 primitivos de Grecia, en la carre­ ra, en el salto y, sobre to d o 4, en la lucha, en el pugilato y en el pancracio. Este monumento modesto convenía a la sociedad aristo-, crática samnita, pero pareció a los romanos insuficiente para im­ portantes ejercicios atléticos, en el momento en que las palestras de las termas no se adaptaban ya al espíritu del tiempo. Gran Palestra Edificaron entonces la Gran Palestra, cuya exploración duró de 1935 a 1939. Es un amplio campus lo que se ha descubierto, de funciones múltiples, a la vez lugar de enseñanza y de paseo, patio de cuartel, mercado de esclavos y campo cerrado para combates de ga­ llos5. Es posible que los romanos hubiesen decidido establecer un 3 J. D elo r m e : “Gymnasion”. Etu-* P a usa nia s , VI, 21, 2; VI, 23, 2. de sur les monuments consacrés à 5 C.l.L., IV, 3890. Véducation en Grèce (Des origines à l’Empire romain), Paris, 1960 R.E.F.A.R., 196).

349

campo de M arte a escala de una ciudad provinciana en el sector del anfiteatro : los espectadores de los juegos, ahuyentados por la lluvia, podían encontrar -rápidamente refugio bajo sus pórticos. La Gran Palestra presenta un tipo arquitectónico nuevo. La am­ plia plaza rectangular, de más de 15.000 metros cuadrados, está encerrada en un gran recinto rectangular, orientada según los ejes del decumanus y de los cardines: dos anchas calles la aíslan de las insulae vecinas al Norte y al Oeste; al Sur, un muro la separa de la fortificación. Sus dimensiones son: al Este, de 141,30 metros; al Oeste, de 142,20; 107,80 al Norte y 107 al Sur, lo que representa una superficie superior a la de seis insulae. El terreno ofrece una ligera inclinación hacia el Sur y el Sudeste. El muro de cierre se parece a la muralla de un castrum; cuen­ ta con 10 portones de entrada: cinco al Este, dos al Norte—que corresponden a las callejas de las insulae—, tres al Oeste y nin­ guno al Sur. En el interior, tres largas columnatas constituyen tres pórticos elevados sobre un alto podium, estando el cuarto lado simplemente formado por el muro de cierre. En definitiv¡4, esta pales­ tra se presenta como una gran plaza porticada a lo largo de tres lados, con una columnata formada por 118 columnas que se extienden so­ bre 357 metros; en medio del patio fue excavada una piscina (nata­ tio), con unas dimensiones de 34,55 metros por 22,25—es decir, 774 metros cuadrados—y una cabida de 1.340 metros cúbicos. Una tube­ ría de plomo llevaba el agua del castillo de agua 'de la callejuela de Loreíus Tiburtinus. El vaciado y la limpieza estaban previstos: las aguas sucias discurrían por un albañal destinado al lavado de la gran letrina, anexa a la palestra, al Sudeste. En medio del pórtico occidental, una exedra rectangular estaba, como hemos visto, consagrada al culto de la divinidad de la pa­ lestra o incluso del emperador6, y al Sur, en cierto número de ha­ bitaciones, los atletas podían prepararse para los juegos y limpiarse antes de bañarse en la piscina. Su piel sudorosa era desengrasada con la estrígila. fóvenes esclavos los asistían en estos menesteres, lle­ vando aceite y toalla. El patio en torno a la piscina estaba adornado con plátanos, plan­ tados en dos filas y separados entre sí a razón de 7,50 metros. Pompeya posee de esta manera el primer ejemplo de arquitectura arbórea. Se han podido examinar las huellas de sus raíces y de sus 6 Lib. Π, cap. V. 350

troncos calcinados: algunos, en el año 79 eran centenarios, y su plantación—por tanto, la palestra—podría remontarse a los pri­ meros años del reinado del emperador Augusto; es decir, hacia los años 27-25 antes de Jesucristo. Sabemos que el emperador re­ organizó la iuventus (juventud); sus nietos llevaban el envidiado título de príncipes de la juventud; la palestra servía también de campo de ejercicio para el entrenamiento militar de los soldados de infantería y de caballería. El terremoto del año 62 devastó el campus. La columnata sufrió mucho. Las columnas de ladrillo hicieron su aparición, pero la restauración no estaba terminada en el año· 79. La alimentación de agua de la natatio no estaba asegurada en razón de la rotura de la tubería de conducción de agua. ¿ En resumen, la Gran Palestra pompeyana presenta una analogía singular con los gimnasios griegos primitivos, que eran simples pistas sombreadas, y siguen siéndolo en la tradición helénica, pero es romana por la introducción de la piscina y por esa unión entre ; termas y palestra. Esta estructura doble, que reúne la pista enarenada del gim­ nasio y las instalaciones de la palestra, invita a plantearse la cues­ tión de la naturaleza de los ejercicios que allí se desarrollaban7. Ejercicios y juegos Una primera precisión se impone: los ejercicios son realizados por individuos que no piensan más que en el desarrollo de sus aptitudes físicas. No podemos así tener en cuenta a esos pugilistas profesionales que, aisladamente o en grupos, participaban en los juegos dados en el foro por Aulus Clodius Flaccus con motivo de su primer duunvirato8. Unicamente, pues, nos interesan los ama­ teurs. La investigación resulta, sin embargo, difícil, porque dispo­ nemos de pocas imágenes de estos juegos de la palestra. Con de­ masiada frecuencia, las pinturas presentan atletas aislados, que se convierten en temas decorativos adaptados a la arquitectura. No obstante, la decoración parietal de una casa (VIII, 2, 22-24), re­ construida después del terremoto del año 62, presenta un esquema escenográfico en el que el fondo de escena está compuesto de figu­ 7 B. M a i u r i : “Ludi ginnico-atleti8 C.I.L., X, 1074 d —I.L.S., ci a Pompei”, en Pompexana, pági5054=O norato, 91. ñas 167-205.

5053,

ras de atletas, lo mismo que los baños de la casa 'de Menandro (I, 10, 4). Los ejercicios más frecuentes y los más apreciados eran el lanzamiento del disco, el salto con pesas, la lucha—esta muy po­ pular, como puede serlo en nuestros días el catch. El vencedor de estas competiciones era festejado y recibía re­ compensas variadas : palma, corona, cinta, vasos de arcilla y de bronce, gran vasija de bronce con pie (labrum). El deporte era, por tanto, popular. Sin embargo, algunos ejercicios tienen un ca­ rácter más especialmente militar. Las inscripciones de la palestra hacen mención de escuadrones y de centurias, el escuadrón con referencia a la caballería y las centurias a la infantería. Además* la carrera con armas ocupa un lugar entre los ejercicios de la pa­ lestra: un corredor armado, con la corona y la palma, tiene en la mano derecha el escudo, dos lanzas en la mano izquierda y a sus pies yacen el pequeño escudo circular y una espada. Los jóvenes a caballo se entregaban a difíciles y complejas evoluciones, en un juego que se llamaba Ludus Troiae o Truia, juego de Troya. Pero ¿toda la juventud de Pompeya se ejercitaba en el amplio campus y habían superado los romanos el ideal aristocrático cerrado de la palestra samnita? “Juventud” de Pompeya Todos los regímenes fuertes exaltan la juventud. Augusto, ya lo hemos dicho, promovió la mística de la iuventus y el sabio pompeyanista Matteo della Corte vio la iuventus de Pompeya con los ojos de un italiano seducido por los slogans fascistas: el libro que le consagró en 1924 es, por ello, más que sospechoso; trate­ mos de volver, lejos de toda pasión, al análisis de la realidad anti­ gua buscando términos de comparación en el mundo romano. Pre­ cisamente, en M actar9, ciudad del centro de Túnez, una inscripción (fechada en el 88 después de Jesucristo) cita a la Iuventus Civitatis Mactañtanae. He aquí su traducción: “La juventud de la ciudad de Mactar, los fieles de Marte Augusto, construyeron sobre el suelo público una basílica y dos graneros con sus propios recursos y bajo la vigilancia de dos de los suyos: Saturninus, hijo de Arisim, y Fortunatus, hijo de Lulhim.” Estos son los secretarios del colegio, cuya lista (album), que comprende 69 miembros, aparece reseñada a continuación. Sabemos que existían colegios de jóvenes (iuvenes) 9 G.-Ch. P ic a r d : Civitas Mactaritana (Karthago, VIH, 1957), págs. 77-95.

352

autorizados por la ley. Es en Italia y en las provincias más roma­ nizadas donde debieron de desenvolverse estos colegios, especie de clubs aristocráticos que agrupaban a los hijos de la burguesía mu­ nicipal; “hijos de papá”, debían esencialmente organizar juegos, los lusus iuvenum o iuvenalia, adorar al emperador y dar prueba de lealtad política. En el plano militar, su papel estaba limitado a la parada, al desfile a caballo. El poder imperial no se servía, pues, de estos collegia como centros de preparación militar superior para formar los cuadros del ejército. Sin embargo, en la inscripción de M actar no se habla de collegia iuvenum, sino de la juventud (iuventus), Al contrario de los colle­ gia, las iuventutes provinciales y en la Italia rural recordarían las sociedades suizas de preparación m ilitar: serían algo así como milicias en las que todos los jóvenes del cantón eran llamados a servir. Los magistrados tenían así a su disposición inmediata una fuerza de intervención cuya existencia no era jurídicamente reco­ nocida, sino solamente tolerada. Las iuventutes representaban al principio un papel importante en la transmisión del correo oficial. En Mactar, la iuventus vigila el aprovisionamiento (anona) militar: construye dos graneros para recoger en ellos el trigo destinado a las tropas romanas de ocupación. La oposición entre las dos instituciones no era tal vez tan ab­ soluta. En Pompeya, parece que no existe un collegium iuvenum; ahora bien: algunos de sus ejercicios, como hemos visto, tienen semejanza con los de la preparación militar. M atteo della Corte vio en esto las pruebas de la existencia de esa sociedad de prepa­ ración militar, que, según é l10, habría dispuesto de un local que bautizó con el nombre de Schola Iuventutis (III, 3, 6). Esta sala imponente, que se abría a la calle de la Abundancia en toda su extensión, estaba cerrada por una verja; a lo largo de las paredes, armarios de madera contenían armas y armaduras de parada. La decoración exaltaba la gloria m ilitar: en las pilastras exteriores estaban pintados grandes trofeos de armas, en los que se reconocían los trofeos cesarianos que recordaban las victorias de César en los cuatro rincones del m undo11; en el interior, dos palmeras fénix evocaban las palmas que recompensaban a los vencedores de la palestra; encima de las pilastras, las enseñas de las legiones alter10 D ella C orte 2, pág. 294.

n G.-Ch. P ic a r d : Les trophées romains, París, 1957, págs. 220-23. 353

naban con diez genios femeninos alados, armado cada uno de ellos con el escudo y un arma. Enfrente—o casi enfrente·—-, en casa de Julia Felix (II, 4, 3), los baños, gracias a su espaciosa palestra, recorrida por un euripo y do­ tada de un gimnasio, permitirían reunirse a la juventud pompeyana. Una inscripción de arrendamiento menciona un Balneum venenum et nongentum, muy delicado de traducir e interpretar. Para Matteo della Corte, no encierra dificultad : los iuvenes en Pompeya llevan el nombre de Venerii Pompeiani, a imagen de la colonia; y estos iu­ venes serían en número de novecientos; así, Julia Felix alquilaría el baño al club de los novecientos de la juventud pompeyana. En cuanto a Venerii, podemos, en rigor de verdad, aceptar la in ter r pretación del sabio epigrafista. Confesemos que resulta difícil creer que este baño pudiese pertenecer a novecientos jóvenes aristócra­ tas. Pero la idea del club cerrado subsiste si nongentum designa, como pensó Mommsen, a un gentilhombre. Pudiera ocurrir así que en Pompeya hubiese habido, para la jüventud dorada, cierto nú­ mero de círculos cerrados; en la Gran Palestra estaba igualmente presente, porque un espacio tan amplio solo convenía a sus evo­ luciones ecuestres o pedestres. La misma severidad del muro de cierre, que semeja al de un castrum, completa esa atmósfera mi­ litar. Estos jóvenes, sin embargo, no constituían verdadera mi­ licia permanente, sino que se entregaban, como buenos súbditos del Imperio, a ejercicios que los preparaban física y moralrnente para su papel de ciudadanos. Es natural que solo los hijos de la bur­ guesía municipal participasen en ellos: se necesitaba tiempo y di­ nero para montar a caballo o dedicarse a esta cultura física orien­ tada hacia el combate; así, una pequeña ciudad provinciana, en la época del ejército como profesión permanente, ofrece el lujo de una sociedad hípica y de una sociedad de preparación militar que re­ fuerza, desde los años jóvenes, la jerarquía social.

TERMAS PUBLICAS

Su importancia La palestra griega, que se desarrolla en torno a un patio, estuvo frecuentemente unida a un establecimiento de baños; y los arquitectos pompeyanos aprenderán esta lección no dejando que los edificios de las termas ocupen más que uno de los lados del 354

Fig. 37.

Plano de las termas de Estabia (según A, B, C, F,

M a u -K e ls e y ,

fig. 81, pág. 184).

VII, tepidarium. VIH, caldarium. IX, horno. 1-6, BAÑO DE LAS MUJERES: 1, 5, entradas. 2, apodyterium, 3, tepidarium. 4, caldarium.

ENTRADA PRINCIPAL, COLUMNATA. PALESTRA. PISCINA. i-vni, ba S o de LOS h o m b r e s :

IV, antecámara. V, frigidarium. VI, apodyterium.

patio-palestra. Sin embargo, la parte concedida a los ejercicios físi­ cos tiende a disminuir, a medida que se avanza en el tiempo. Lo que los romanos, en efecto, asimilaron en menor grado de los grie­ gos fue la gimnasia12; lejos de buscar el desarrollo de todo el ser, hicieron de los ejercicios de la palestra una técnica accesoria del baño. A diferencia de los oscos de la Campania, los romanos no se decidirán a adoptar el atletismo n. La práctica de los ejercicios gimnásticos penetró en la vida romana bajo la categoría de la higiene y no del deporte. La palestra romana es arquitectónicamente una dependencia de las termas, hipertrofiadas con relación a las instalaciones deportivas. 12 R. G in o u v e s : “Balaneutikè”. Recherches sur le bain dans VAntiquité grecque, París. 1962 (B.E.F. A.R., 200), pág. 149.

355

13 H.-Ι. M a r so u : Histoire de l’éducation dans l’Antiquité, págs. 337 y siguientes.

Mientras que, para los griegos, el deporte es un acto gratuito, un acto de competición, no sirve, según los romanos, más que para calentar el cuerpo, al objeto de que pueda gustar mejor del baño. La importancia de las termas en la vida pompeyana se mide por su número—contamos tres establecimientos muy importantes— y por su localización en los lugares más frecuentados y más acce­ sibles: las termas de Estabia, en la encrucijada de Holconius; las termas del Foro, en el cruce de la calle del Foro y de la calle de Ñola; las termas centrales, en el cruce del decumanus maximus y del cardo maximus. Las “normas” romanas invadían progresiva­ mente la arquitectura termal y se sigue fácilmente esta transfor­ mación desde las termas de Estabia, de la época samnita, a las termas del Foro, que se remontan a las primeros tiempos de la co­ lonia romana, y, en fin, a las termas centrales, que pertenecen a la última época de Pompeya y estaban sin terminar en el momento de la erupción. Termas de Estabia Las termas de Estabia (Fig. 37) son bastante grandes, ocupan todo el sector meridional de VII, 1, y disponen de siete entradas que dan a tres calles: la calle de Estabia, la calle de la Abundancia y el callejón del Lupanar o de las Termas. La gran entrada está situada en la calle de la Abundancia; dos puertas en la calle de Estabia conducen a los baños de los hombres y de las mujeres y al homo de calentamiento; en el callejón del Lupanar un paso permite la comunicación con la palestra, las cabinas de baños particulares y el baño de las mujeres. La antigüedad de la construcción samnita se señala por el gran portón de toba, adornado con una bella moldura, y por la inscrip­ ción en oseo del cuestor Maras A tiniusu, sobre un reloj de ¡ sol que marca las horas de servicio y el turno de los bañistasj El establecimiento mismo se compone de tres partes : en el sector este, el baño de los hombres, separado por el homo (praefurnium) del de las mujeres; en el sector norte, una serie de habitaciones aisla­ das, cada una de las cuales cuenta con una bañera y un retrete; en fin, en el centro, la palestra rodeada de un pórtico por tres lados, y por el cuarto, de una piscina, flanqueada de cuartos de servicio. Esta arquitectura sufrió transformaciones cuando se descubrió 11 C o n w a y ,

43=O

norato,

59.

356

un nuevo modo de calefacción adaptado a las termas, y cuando se pudieron instalar conducciones de agua a partir de la construcción del acueducto augusteo. Los duunviros C. Iulius y P. A ncnius15 sacaron entonces a subasta—ocurría esto en el primer período de la colonia romana, en la época ciceroniana—la construcción del laconicum y del destrictarium, la reconstrucción de los pórticos y de la palestra. El destrictarium designa el local en el que, en la palestra, los atletas se detergunt, se desengrasan con la estrígila del sudor y del aceite sucio de polvo, después de los ejercicios al aire libre, o bien la palabra se aplica a la schola labri, la habitación en la que pueden hacerse abluciones antes de chapuzarse en una bañera o en una piscina. El laconicum verdadero, sobre el cual volveremos, no se encontraba allí. El núcleo arquitectónico más antiguo es indudablemente el del sector norte, en el que se observa una serie de salas oscuras a las que se llegaba por un pasillo de entrada desde el callejón de las Termas. No conocieron reconstrucción posterior y debieron de ser abandonadas en beneficio de la instalación termal del sector oriental. Viendo estas salas, deberá recordarse que Escipión el Africano, en su villa de Liternum, disponía, a comienzos del siglo II antes de Jesucristo, de un cuarto de baño estrecho, tenebroso, se­ gún la costumbre de los viejos tiempos, y Séneca10, que nos refirió este detalle, añadía con humor y asombro: “Nuestros antepasados necesitaban la oscuridad para disfrutar del calor.” El baño primitivo era alimentado exclusivamente por el agua de un gran pozo que se encuentra hoy día en una tienda entre las dos entradas del Noroeste. El agua era sacada, como en un mo­ desto edificio termal recientemente descubierto (VIII, 5, 3-6)17, por intermedio de una rueda hidráulica, y abastecía un depósito situa­ do a la altura de las terrazas, desde donde se procedía a su dis­ tribución. Esta instalación prestó sus servicios hasta la canalización augustea; pero, aun entonces, la rueda hidráulica pudo continuar girando y sirviendo de solución de reserva. El baño se divide, como será siempre costumbre, en baño para los hombres y baño para las mujeres. La parte accesible desde la palestra, la más amplia, estaba reservada a los hombres. La toba 15 C.I.L.,

X,

O no r a to , 46. 10 S é n ec a :

829—/X .S.,

5706=

Ep., 86, 4. “Pompei. Scoperta

di un edificio termale nella Regio VIII, Insula 5”, n. 3-6, en Ñ.S.A., 1950. págs. 116-36.

17 A- Maixiri:

357

y el opus incertum datan la construcción de la segunda mitad del siglo ii antes de Jesucristo. En la disposición de las diferentes ha­ bitaciones se descubre el ritmo canónico de las term as: apodyte­ rium (lugar para desnudarse), tepidarium, (habitación tibia), calda­ rium (sala para el baño caliente), frigidarium (piscina de agua fría). La verdadera entrada se verifica por el pórtico de la palestra. El vestíbulo que precede al apodyterium y al frigidarium está muy ricamente adornado: su pavimento es de mármol, sus paredes son de color rosa. El techo abovedado y con artesones octogonales y cir­ culares recibió una decoración de relieve en estuco en la que se dibujan figuras femeninas, Amores, animales, sobre fondo azul y sobre fondo negro. El fñgidarium cilindrico, con una piscina alimentada por una fuente circular instalada en un nicho, es una pequeña construcción ventilada por un ojo de luz, como en el Panteón de Roma o en Baya, horadando una bóveda toda ella pintada de azul. El baño tenía una orla de mármol que se continuaba en cuatro nichos. Sobre los muros y los nichos había pintado, bajo un cielo azul estrellado, un maravilloso jardín con árboles, matorrales y pájaros. Los bañistas se olvidaban por un momento de la pequenez del lugar y tenían la ilusión del espacio y de la Naturaleza. El apodyterium es, después del vestíbulo, la habitación mejor decorada: sobre un podium de una grada, cuatro robustos pilares debieron de sostener los muros, después del terremoto del año 62; estos se encuentran excavados de una especie de nichos en los que los bañistas dejaban sus vestidos; están pintados simplemente en rojo y en blanco. La bóveda de artesones recibió una riquísima de­ coración, y una pequeña puerta comunicaba con el tepidarium, don­ de se disfrutaba de una temperatura moderada. EI caldarium ofrece una disposición que es también “reglamen­ taria”. En un alvéolo rectangular, próximo al homo, la bañera (alveus) de agua caliente daba frente a la parte en ábside de la habitación en la que una fuente de bronce (Xabrum) facilitaba las abluciones y permitía los beneficiosos refrescamientos en una at­ mósfera tan caldeada. En efecto, el calor es transmitido por un pavimento suspendido (suspensura), por debajo del cual circula aire caliente, lanzado por el praefurnium. Sergius Orata pasa por ser el inventor de este ingenioso dispositivo que reemplazaba venta­ josamente los braseros, nauseabundos y tóxicos. Para asegurar el 358

tiro y el caldeamiento de las paredes se habían dispuesto tubos de barro en los muros, y tegulae mammatae (provistas de cuatro protuberancias en forma de mamas) sostenían las dobles paredes. El praefurnium era el eje de simetría de todo el sector oriental, y, prosiguiendo hacia el Norte, el baño de las mujeres desgranaba, a la inversa del de los hombres, caldarium, tepidañum, apodyte­ rium, en el que una niña, que acompañaba a su madre o a su herma­ na, entretuvo su espera dibujando sobre una de las paredes un navio. La palestra, herencia greco-helenística, dispone de una piscina de 22 por 8 por 1,50 metros. Se puede, pues, nadar en ella y una nueva hidroterapia tiene lugar en estas termas. En las habitacio­ nes que la flanquean, los atletas se untaban de aceite, se aplicaban arena antes de la lucha y el pugilato· y se limpiaban con la estrígila después del ejercicio. Una cuba, alimentada por un orificio situado en un nicho, permitía un primer lavado. Al exterior, el muro de una de estas habitaciones había recibido una decoración del cuarto estilo, que toma del ciclo báquico y del ciclo olímpico los temas de Zeus en majestad y el rapto de Hilas. La fecha de esta pintura indica una reconstrucción tardía; pero después del año 62, estas termas, a pesar de los trabajos que se hicieron en ellas, no debieron de ser utilizadas. Termas del Foro Las termas del Foro (Fig. 38) pertenecen, con el Odeón y el anfi­ teatro, a ese grupo de edificios públicos construidos en los primeros tiempos de la colonia silana. Con los fondos públicos, el duunviro L. Caesius y los dos ediles, C. Occius y L. N iraem ius18, las hicie­ ron construir en un sector más central que las termas de Estabia, en reticulado de lava trabajado con buen mortero. En tamaño más pequeño, repiten la disposición de las termas de Estabia y están compuestas de dos secciones, para los hombres y para las mujeres ; al Norte, un patio no cubierto, porticado, sirve de palestra19, y su reducida superficie indica a las claras que los romanos se alejan resueltamente del ideal griego. El baño de los hombres tiene tres entradas, que dan a tres calles, mientras que 18 C.I.L., X, 819. 15 Es tan pequeño que podría pensarse también en un jardín.

359

el de las mujeres no tiene más que una, que da a la calle de la Fortuna; pero un vestíbulo, que invade la acera, hace su acceso más secreto. El apodyterium del baño de los hombres, desprovisto de nichos, ofrecía bancos; los usuarios dejaban aquí tal vez sus vestidos sobre estanterías de madera. Estaba iluminado al Sur por un tragaluz de vidrio que descansaba en una armadura de bronce. El frigidarium es de planta circular, y, como en las termas de Estabia, disponía de cuatro nichos; el aheus circular de gradas

F ig . 38.

Plano de las termas del Foro (según M au -K elsey , fig. 86, pág. 196). III, tepidarium. VI, caldarium. V, horno. 1-4, BAÑO DE LAS MUJERES! 1, ,apodyterium. 2, estancia para el baño frío. 3, tepidarium. 4, caldarium, reloj' de sol.

A, A', ENTRADAS. B, COLUMNATA. C, PATIO-PALESTRA.

D, PATIO POSTERIOR DEL BAÑO DE LAS MUJERES.

I-VI, BAÑO DE LOS HOMBRES: I, apodyterium. II, frigidarium.

360

tenía siis escalones de mármol para el descanso de los bañistas. La bóveda de cúpula contaba con un ojo central para que pudiese penetrar la luz, Arboles y fuentes pintados en rojo y blanco la deco­ raban, y, sobre la cornisa, relieves de estuco dibujaban una carrera de Amores. El tepidarium, no era calentado aquí con el invento revolucio­ nario de Sergius Orata: ninguna suspensura, ninguna pared con tu­ bos, sino un gran brasero de bronce, donado, así como los bancos de bronce, por M. Nigidius Vaccula “ cuyas expresivas armas —una vaquilla (vaacula)—decoran esta suntuiosa donación. Los muros están excavados de nichos, separados por atlantes-telamones, musculosos y feroces, que sostienen la rica cornisa hecha con hojas de acantos. El techo está decorado con paneles de estuco cuyos personajes son: Gamimedes robado por un águila, un Amor con el arco, Apolo sobre un delfín. El caldañum está bien conservado con sus paredes amarillo oro y sus elegantes pilastras de pórfido rojo. La calefacción estaba asegurada aquí por una suspensura y paredes con tegulae mamma­ tae. La bañera ofrece escaleras de mármol al servicio de los ba­ ñistas; enfrente, un nicho (schola) está ocupado por el labrum iluminado, como quiere Vitruvio, por una ventana; otras dos se abren por este mismo lado en la bóveda de la habitación con re­ lieve de estuco ondulado. El labrum de mármol costó a la caja de la colonia 5.250 sestercios en el momento en que por segunda vez eran duunviros Çn. Melissaeus Aper y M. Staius R ufus21, que ocupan el cargo en los años 3-4 después de Jesucristo El baño de las mujeres es más pequeño, pero el sistema de calefacción es más completo que en el baño de los hombres, puesto que todas las habitaciones están construidas sobre suspensura. Des­ graciadamente, sufrieron mucho con el terremoto del año 62 y estaban, en el año 79, en plena restauración. El homo, común a las dos partes de los baños, disponía de tres cisternas alimentadas por el agua de lluvia y por el agua de la ciudad. Comunicaba con un patio en el que podía levantarse, sobre un pilar, un reloj de sol que acompasaba el trabajo del per­ sonal. 20 C.I.L., X, 8 1 8 y 8 0 7 1 , 4 8 = O rato,

64. D ella n o ta 4.

n o - 21 C o r t e 2, p á g . 4 0 y

C.I.L·., X,

361

8 1 7 ^l.L.S., 5 7 2 6 = O norato, 6 3 . 22 C.I.L., X, 8 2 4 y 8 9 3 .

Termas centrales Los romanos, en los primeros tiempos de la colonia silana, ha­ bían construido, pues, termas relativamente modestas y cuya ar­ quitectura se inspiraba principalmente en la de las termas de Estabia. Las termas centrales (Fig. 39) concebidas después de la ca­ tástrofe del año 62, señalan, por el contrario, una ruptura y anuncian Una era nueva de la arquitectura termal.

y

F ig . 39.



20

carceres.

favorable para la construcción del primer anfiteatro, que no ne­ cesitaba más que el mínimo estricto de nivelación. Apoyan la elipse en im trozo de muralla, lo que disminuye otro tanto la longitud del anillo arquitectónico, que va a sostener el suelo en el que tomarán asiento los espectadores. Al exterior, este anillo está hecho de arcadas ciegas qUe descansan sobre pilares de piedra de toba de varios colores. Un muro inclinado cierra la arcada. Para evitar también el transporte de escombros, la arena está excavada, así como el emplazamiento de las primeras gradas. Esta 369

tierra forma un terraplén que sostiene el muro del podium; la construcción alcanza 140 por 105 metros al exterior, encerrando una arena de 66,80 por 35,40 metros. En una primera época, bastó a C. Quinctius Valgus y a M. Porcius con hacer excavar la arena, establecer el muro del podium a una altura de 2,50 metros por encima de ella, mediante un coronamiento de caliza moldea­ da, prever un terraplén en pendiente entre este primer muro que

F ig . 4 1 .

cierra la para que vinieron lugar de

La refriega del año 59 en el anfiteatro f ig . 96, p á g . 2 1 5 ).

(se g ú n M a u -K e ls e y ,

arena y el muro exterior, y horadar los accesos a la arena los espectáculos pudiesen comenzar. Las gradas de piedra después. Un tal M. Cautriu M arcellus39, duunviro, en los juegos y de las iluminaciones que debía ofrecer al

39 C.I.L., X, 857 d =I.L.S., 5653 a " On o r a t o , 45.

370

pueblo que lo había elegido, hace construir tres tramos (cunei) de gradas; los magistri del suburbio, otros duumviri, T. Atullius Celer, L. Saginius, N. Istacidius Cilix, A, Audius Rufus, P. Caesetius Ca­ p ito 40, lo imitan y revisten el terraplén. Así, las familias locales colaboran con los romanos de la colonia en el embellecimiento de este monumento en el que se desarrollaban juegos, tan gratos desde tiempos remotos a los campamos, que los habrían transmitido, por intermedio de los etruscos, a los romanos. Pero en el año 62 el monumento tiembla en sus cimientos. La excelencia de su construcción hace que no se desplome; única­ mente se producen grietas en los pasadizos que conducen a la arena; los magistrados hacen reforzar inmediatamente las bóvedas con arcos perpiaños de ladrillos. En dos nichos preparados en los arranques del último arco perpiaño del pasadizo oriental y, por tanto, una frente a otra, dos inscripciones perpetúan los nom­ bres de C. Cuspius Pansa pad re41 y C. Cuspius Pansa hijo42. El lugar de estas dos inscripciones. obliga a fecharlas según el terre­ moto del año 62, lo qué no es incompatible con el hecho de que C. Cuspius Pansa, candidato a la edilidad en el año 79, fuese el hijo del segundo y el nieto del primero 4V Los dos Cuspii son los restauradores del edificio y se comprende la fama del nieto, acla­ mado por todos los apasionados de los juegos de la arena. Estructura.

,

Reforzado, el anfiteatro no carecía de solidez, pero no había ganado nada, por el contrario, en estética. La incapacidad del maestro de obras pompeyano· para resolver los problemas de los que sabrán liberarse más tard e-lo s arquitectos flavios (Figs, 40 ÿ 41), denuncia cl arcaísmo de la constrücctón. Había que asegurar entrada y salida rápidas de los espectadores y una buena visibilidad desde todos los lugares. Adosadas al muro exterior, dos escaleras de doble rampa y dös de rampa sencilla, apoyadas sobre arcos y pilastras, conducen al primer piso : solución simple, que vino a entorpecer el óvalo. Los gladiadores y las jaulas dé animales, pasan por dos puertas monumentales para ir hacia la arena. Al Este, un pasillo, enlo­ 40 C.I.L., 41 Ibid., tc ; 4.

42 C.I.L.,

X, 8 5 3 - 8 5 7 &58=I.L.S., X,

859

c. 6359=O nora-

=I.L.S.,

6359

a=

O n o r a t o , 5.

371

43 Véase lib . II, cap. II. Mommsen h a b ía r e c o n o c i d o y a la f e c h a e n la q u e n o so tr o s n o s d e te n e m o s, n o o b stante lo que digan Nissen y Onorato.

sado con grandes baldosas, que sirve para la salida lateral de las aguas, está recubierto de una bóveda de manipostería sostenida por seis arcos perpiaños posteriores; un recodo en ángulo recto permite llegar a la arena sobre el gran eje, a los bordes de la cual dos carce­ res (habitaciones especializadas) acogían a gladiadores o animales. Enfrente, siempre sobre el gran eje, un pasillo, esta vez rectilíneo, atraviesa todo el anillo arquitectónico, siempre reforzado por arcos perpiaños y flanqueado cerca de la arena por una sola carcer. Esta falta de simetría en la dirección de los pasillos, debida a la pre­ sencia al Este del muro de cierre de la ciudad, y en la disposición de las carceres, es sorprendente. No resulta menos sorprendente el descubrir sobre el pequeño eje un pasillo, estrecho y oblicuo, que parte de entre las pilastras de la escalera exterior de doble rampa para abocar a un podium y que comunica con una habitación pa­ recida a una carcer. ¿Se trata de la porta libitinensis por la que se evacuaban hombres y animales muertos? ¿No será más bien, en razón de su emplazamiento, el pasillo que utilizaba el magis­ trado encargado de dar los juegos y que comunicaba con su apo­ sento? M. En fin, a uno y otro lado de este pasillo, otros dos pasa­ dizos, que se estrechaban en sus dos extremos, facilitaban el acceso a una crypta, pasillo subterráneo fraccionado en cuatro sectores discontinuos; las puertas los interrumpen sobre el gran eje y, sobre el pequeño, un macizo de manipostería los cierra. Este pasa­ dizo subterráneo, que recuerda el del Gran Teatro augusteo, a través de un juego de pasillos en pendiente o de escaleras, conduce a las gradas del podium o a las primeras filas de la media cavea. Si pa­ samos sobre las pesadas escaleras exteriores, observaremos una pri­ mera ordenación de la circulación, pero no se encuentra, con todo, ni simetría en los pasillos transversales, ni continuidad en el corredor anular. Los arquitectos tenían todavía muchos progresos que realizar. Nos damos cuenta de ello cuando subimos al primer piso por las escaleras exteriores. Un segundo anillo arquitectónico, muy re­ tirado con relación al primero para facilitar la circulación, está hecho de macizos de manipostería, atravesados por un pasillo que lleva a los asientos de la summa cavea; estos arcones de mani­ postería soportan aposentos a los que conduce desde la terraza una escalera lateral de doble rampa, tres de ellos macizos, mien­ 44 N e p p i M o d o n a ,

pág. 255.

372

tras que los otros dos son accesibles por una rampa anterior (Fi­ gura 42). Al exterior de la terraza del primer piso, sobresaliendo de la fachada, hay unas repisas agujereadas que estaban destinadas a sostener los postes del velum, cuya presencia cambia totalmente las condiciones del espectáculo. Así, en sentido vertical, pueden distinguirse tres caveae y dos praecinctiones, que son a la vez pasillos de circulación y baran­ dillas. Entre la ima cavea y la media cavea, la balaustrada, con­ tinua, de una altura de 0,78 metros, impedía toda confusión entre los espectadores de relieve y todos los demás. La praecinctio, entre la media cavea y la summa cavea, de una altura de 0,33 metros, se interrumpe en el cruce de una escalera sobre otras dos—se cuen­ tan, pues, 20 escaleras para la media cavea y 40' para la summa— , aunque las gentes menos afortunadas—que eran las más numero­ sas—podían salir, bien por la crypta, bien por las escaleras exterio-

F ig . 42,

Galería superior del anfiteatro

( s e g ú n M a u - K e l s e y , fig . 9 5 ,

res. En total, las 35 gradas elípticas (cinco para la ima cavea, 12 para la media, 18 para la summa) y los aposentos de la galería superior podían recibir 20.000 espectadores; pero no se saquen de ello conclusiones atrevidas sobre la población de la ciudad. Si no toda la Campania, al menos las ciudades cercanas a Pom­ peya se desplazaban para los juegos pompeyanos,' al igual que los pompeyanos invadían los circos de Nocera, de Ñola o de Pozzuoli. Si en la media y la summa cavea las escaleras dibujaban unos cunei, en la ima, las barandillas de piedra limitaban seis cunei, en los que se habían construido cinco gradas. Pero enfrente de la puerta estrecha, sobre el pequeño eje, cuatro gradas solamente ocu­ paban la anchura del cuneus para permitir la instalación de asientos inamovibles (bisellia), a veces de mármol, en los que se sentaban 373

los magistrados, los decuriones, los miembros de los colegios reli­ giosos. En el centro del cuneus, la grada se interrumpía para señalar el lugar del asiento reservado al emperador o a uno de sus repre­ sentantes. Incluso aunque nos encontremos en el comienzo de la cons­ trucción de los anfiteatros, y aunque el monumento de Pompeya no alcance la pureza de líneas de un Coliseo, ni presente, por su­ puesto, las soluciones revolucionarias de la época flavia para la circulación de los hombres y de los animales, es ya la imagen de la jerarquía social y permite también la comunión de todas las clases en un espectáculo atroz. to s juegos Que los pompeyanos se sentían locamente atraídos por los jue­ gos nos lo prueban los excesos a que los llevó la pasión por ellos, la excitación de los combates y los odios más profundos que originaron, en el año 59, las facciones de un público que ignoraba el fair play. Duramente afectado por la catástrofe del año 62, fue autorizado a abrir de nuevo el circo. Los muros se cubren entonces de “carteles" que los empresarios multiplican para llenar las gradas. O r g anizació n — Estos empresarios no son personas de condi­ ción social mediocre, en la medida en que la ley obliga a los ma­ gistrados a ofrecer los juegos; estos son más o menos suntuosos; algunos duunviros los sustituyen por otras donaciones menos cos­ tosas o más duraderas—como la construcción de gradas, según acabamos de ver—, pero hay pompeyanos magníficos, como Cn. Alleius Nigidius Maiüs, duimviro quinquenal, sacerdote de Vespa­ siano*5, aclamado como príncipe de la colonia45 y, sobre todo, prín­ cipe de los empresarios47 de gladiadores. Los empresarios reclu­ taban a los gladiadores formados en las escuelas y tenían sus corresponsales que les suministraban animales salvajes. Por cuatro veces, Cn. Alleius Nigidius Maius ofreció juegos a sus expensas, sin que costasen nada a la ciudadi8. Entre los aristócratas reinaba una emulación de mala ley. Se trataba de ofrecer el combate más completo de gladiadores o la caza más mortífera de los animales más feroces. Vemos así rivalizar en ostentación a Tiberius Claudius 47 Ibid., 7990. 48 Ibid., 7991.

« C.I.L., IV, 1180. Ibid., 1177, 7989 b.

374

V erusi9, duunviro en los años 61-62, que hará perfumar y refrescar el aire del anfiteatro; a Decimus Lucretius Satrius Valens, flamen perpetuo de Nerón, y a su hijo, que harán combatir a 30 parejas de gladiadores50 durante cinco días; a Aulus Suettius C ertus51, a Numerius Festius Am pliatusS3, a Popidus R ufus53. Pero ninguno lo hará tan bien como el magistrado de Pozzuoli que, durante cuatro días, hará combatir a 40 parejas de gladiadoresM: la ostentación tiene unos límites. C alendario .—El calendario de los juegos estaba muy cargado : después de un invierno sin circo, a partir de finales de febrero los combates se suceden hasta el mes de julio; las fechas que cono­ cemos son: los días 25-26 de febrero55, 28 de m arzo“, 4 de a b ril57, 8-9-10-11-12 de abril 58, 20 de a b ril59, 2 de m ayo60, 12, 13, 14 de m ayo01, 16 de m ayo62, 31 de m ayo63, 13 de junio€4, 4 de julio Los meses de más calor son evitados : no se conoce más que un solo combate el día 28 de agosto68; el otoño ignora las fiestas de la vendimia, contrariamente a nuestras costumbres me­ diterráneas, y hay que esperar a finales de noviembre para tener, por dos veces, una semana de juegos, los días 24-25-2667 y los días 27-28-2968. Cuando sabemos que en Ñola se da un espectáculo los días 1-2-3 de m ayo69, en Nocera los días 5-6-7«8 de m ayo70, y en Pozzuoli los días 12, 14, 16 y 18 de mayo 71, comprendemos las tentaciones continuas, y a veces simultáneas, que solicitan a los pompeyanos. Había festividades regulares—las que caían el 5 de julio con ocasión de los juegos de Apolo (ludí Apollinaris): en este momento los magistrados ofrecían los juegos que les imponía la ley; por otra parte, los juegos del anfiteatro no eran los únicos dados por los duunviros. Æéase a este respecto la larga inscrip­ ción 72 que, para informar a la posteridad, Aulus Clodius Flaccus, 49 60

Ibid., C.I.L.,

Ibid., 2 5 0 8 . IV, 1 1 8 3 . 63 Ibid., 1 1 8 9 . 61 Ibid., 7 9 9 3 . 65 Ibid., 1 1 8 0 . 66 Ibid., 1 9 8 9 . 67 Ibid., 1 1 7 9 . 68 Ibid., 1 1 9 9 . 69 Ibid., 3 8 8 1 . 70 Ibid., 3 8 8 2 = D i e h l ,

7 9 8 9 = O norato, 94. 3 8 8 4 = D ie h l ,2 4 2 = Ο ν ο -

«

63 Ibid.,

rato , 9 5 .

51 C.I.L., 52 C.I.L., 83 C .7 .L .. « C.I.L., rato , 1 0 0 . 55 C.I.L.,

1 1 8 9 = O norato, 9 6 . 1 1 8 3 = O norato, 97. 1 1 8 6 — O n o r a to , 9 8 . 7 9 9 4 = D ie h l , 9 7 8 = O n o -

IV, 7 9 8 9 . ™ Ibid., 1 1 8 5 , 7 9 9 5 . 57 Ibid., 7 9 9 2 . 58 Ibid., 3884. 59 Ibid., 1186. 60 Ibid., 2508.

241=O no101. 71 V é a s e n . 5 4 . 72 C.I.L., X, 1 0 7 4 5 0 5 3 , 4 =

rato ,

O no r a to ,

375

91.

duunviro por tercera vez, quinquenal, tribuno militar nombrado por el pueblo, había redactado con un cuidado minucioso del de­ talle : Para celebrar su primer duunvirato, en los juegos de Apolo, en el foro, una parada: toros, toreros y su “cuadrilla”, tres pares de clowns, una compañía de pugilistas y pugilistas aislados ; representaciones con toda clase de bufones y de pantomimas, entre ellos Pílades, y diez mil sestercios a distribuir entre el público en honor de su duunvirato. Para celebrar su segundo duunvirato quinquenal, en los juegos de Apolo, en el foro, una parada, toros, toreros y su “cuadrilla”, una com­ pañía de pugilistas. El segundo día, exclusivamente a sus expensas, en el anfiteatro, treinta parejas de atletas, cuarenta parejas de gladiadores: una cacería, toros, toreros, jabalíes, osos y una segunda cacería con diver­ sas fieras, compartiendo los gastos con su colega. Para celebrar su tercer duunvirato, representaciones al principio, luego bufones, compartiendo los gastos con su colega.

Pero los acontecimientos extraordinarios, como la inauguración de un monumento, reclamaban también unos juegos y los carteles en rojo y negro los anunciaban; el organizador—siempre un magis­ trado-pensaba en el confort de sus conciudadanos. Sobre la es­ cena del Odeón pudo leerse73: Por la salud del emperador Vespasiano César Augusto y de sus hijos, y por la consagración del altar, la compañía de gladiadores de Cn. Alleius Nigidius Maius, flamen del emperador, combatirá en Pompeya, sin posi­ ble aplazamiento, el 4 de julio. Habrá lucha con fieras. El velum será tendido.

Se trata de consagrar el altar del templo de Vespasiano. Para inaugurar los Archivos, es también Cn. Alleius Nigidius Maiüs quien da, el 13 de junio, un espectáculo : Parada, lucha con fieras, luchadores. El velum será tendido 7\ A veces, el aire era refrescado con pulverizaciones de agua mezclada con azafrán. Gladiadores Los gladiadores eran numerosos para alimentar unos juegos que duraban a veces tres, cuatro e incluso cinco días. Las cifras de 20, 30 y 35 parejas parecen corrientes. Hay que contar también con sus sus­ titutos, los suppositicii, en número igual. Ahora bien: un gladiador 73 C.I.L., IV, 1 1 8 0 = D O k orato , 9 2 .

ie h l ,

« C.I.L.,

245=

ra to ,

376

93.

7 9 9 3 = D ie h l ,

9 8 I = O no-

cuesta caro; y ofrecer una familia, una compañía de buenos gla­ diadores, exigía una sólida fortuna, que se disipaba en humo de gloria. Una casa—llamada cuartel de los gladiadores—convenien­ temente transformada (V, 5, 3), albergó primero las familiae gla­ diatoriae; en los estucos de las columnas, numerosas inscripciones dejaron el recuerdo de los éxitos en el anfiteatro y de las conquistas amorosas de sus ocupantes. Pero bajo los Flavios, hubo necesidad de tomar en consideración un local más importante que mereciese dignamente la denominación de cuartel de gladiadores: es el ludus gladiatorius. L u d u s g l a d ia t o r iu s (Fig. 35).—Su existencia es tardía, lo que testimonia la pasión en aumento por los juegos del anfiteatro des­ pués del año 62 y, sobre todo, en el período flavio. Es, en efecto, después del terremoto cuando el cuadripórtico del Gran Teatro fue transformado en cuartel de gladiadores. El arquitecto utilizó el opus mixtum de la última época para el paramento externo e incluso solo, el ladrillo para las pilastras interiores de la gran sala de reunión o comedor. Las pinturas son del cuarto estilo, presen­ tando en la exedra la pareja tan común de Marte y Venus, y en las habitaciones, trofeos de armas de gladiadores. Estas pinturas aseguran la identificación del edificio, confirmada, por otra parte,

F ig . 4 3 .

Preparativos de combate en el anfiteatro

(s e g ú n M a u - K e ls e y ,

f ig . 9 2 , p á g . 2 0 8 ).

por el descubrimiento metal, de un espaldar mente enjaezado; en davía los huesos de ducta.

de 15 cascos, de polainas, de cinturones de de retiario, de un esqueleto de caballo rica­ fin, en un calabozo, los cepos sujetaban to­ dos gladiadores condenados por mala con­ 377

La transformación del cuadripórtico fue obtenida por la cons­ trucción de celdas en el piso bajo y en el primer piso sobre galería de madera. Una cocina encerraba una chimenea gigante de cuatro fuegos; una sala de reunión estaba prevista, al igual que un apo­ sento, para el encargado de los gladiadores-—el lanista—en el se­ gundo piso. El patio servía para el entrenamiento cotidiano de los gladiadores. P o p u l a r id a d .—Incluso durante sus ejercicios preparatorios, la afluencia debía de ser grande y, si estaba prohibido aproximarse, ios espectadores lejanos no debían de faltar. La popularidad de los gla­ diadores era extraordinaria; la multitud conocía sus nombres, los garabateaba sobre los muros, interpelaba a sus campeones. Los dioses del estadio desaparecían ante los dioses de la arena. Se les aclama en los muros, se los caricaturiza muy atinadamen­ te (Fig. 44) y, sobre todo, se celebran sus conquistas amorosas: Crescens es el señor de las jóvenes75, es el médico tardío de las muñecas nocturnas, matinales y dem ás76, Celadus hace suspirar a las jóvenes, es su preferido77. Algunos dibujan escenas de victo­ r ia 78, en las que el gladiador baja de un estrado, con la corona en la cabeza y la palma en la mano; a veces, la escena es más dra­ m ática79: la victoria se obtiene con la mayor frecuencia después de haber arriesgado la vida. El gladiador pone en juego, cada día, en cada combate, su propia vida, ¿y puede desconocerse la fasci­ nación que ejerce sobre las mujeres el hombre joven y fuerte que corre el riesgo de morder el polvo y de manchar la arena con su sangre? Los amores de los toreros modernos responden a las pa­ siones de las pómpeyanas de calidad que, cargadas de joyas, no dudaban en desafiar el qué dirán y en compartir por algunas horas la celda del gladiador : la ceniza del 24 de agosto del 79, ¿no unió para la eternidad a una pareja de amantes? C o m b a t e .—El combate exige preparativos; en Pompeya las pin­ turas del podium nos aleccionan sobre esta primera fase (Fig. 43): en medio de la arena, el árbitro señala con un bastón el espacio en el cual se combatirá; a la derecha, un gladiador está par­ cialmente armado; dos servidores traen una espada y un casco; a la izquierda, un músico con su trompeta (tuba) espera que dos servidores arrodillados le traigan un casco y un pequeño escudo 75 CLL., 4356. 76 Ibid., 4 3 5 3 . 77 Ibid., 4 3 5 6 .

78 Ibid., 8055. 79 Ibid,, 8 0 5 6 .

378

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fl/ Fig. 44.

CüricaiMras de gladiadores (según C.I.L., IV, 8055, pág. 850).

redondo. Cuando la pareja de combatientes estaba bien armada, bien enjaezada, el combate podía comenzar. , Poseemos un cuaderno de gladiatura que detalla una parte de la lucha, los días 12-15 de mayo de un año desconocido ®°. Lo mismo que el aficionado a las carreras de caballos o el asistente habitual a las salas de boxeo de nuestros días, un espectador anotó el programa dando los resultados de los encuentros: TRACIO-MIRMILLON

Victoria ,........... Muerto ... ..........

Pugnax, de la escuela neroniana .................. Murranus, de la escuela neroniana...............

Victoria ... ... ... Perdonado ........

Cyenus, de la escuela ju lian a.........*... ......... Atticus, de la escuela juliana ...................

Perdonado ... ... Victoria ... .........

Publius O storiu s....................... ...................... Scylax, de la escuela juliana ... ............... ...

3 victorias 3 victorias

HOPLOMACO-TRACIO

8 victorias

14 victorias

ESEDARIOS

51 victorias 26 victorias

Se ve con ello que había varias especialidades entre los gladia­ dores: el tracio está armado a la ligera con el pequeño escudo redondo y la espada corta y curva. El hoplomaco está vestido, por el contrario, con una pesada armadura; los esedarios combaten en carro. Algunas categorías no figuran en esta lucha: los retiarios, que combaten con un tridente y una red; los jinetes, que combaten a caballo. 80 Ibid., 2508.

M a u -K e l s e y , p á g s.

217-19.

La mayor parte de los gladiadores son profesionales, formados en escuelas en las que se les enseña la técnica del combate. Sin duda los mejores de la Campania, por no decir de Italia, están en Capua, donde Julio César y Nerón dejaron su nombre a estable­ cimientos de este tipo. Las escuelas vendían sus gladiadores a los empresarios y obtenían con ello cuantiosas ganancias. Estos gladia­ dores son en general esclavos, pero los libertos no son raros e incluso en estas luchas de los días 12-15 de mayo, un hombre libre, Publius Ostorius, combate—y ya desde tiempo atrás^—, pues­ to que totaliza cincuenta y una victorias. Parece que el corazón del público—y el de los magistrados— se mostró particularmente benévolo en estas fechas. Una sola muerte, dos vencidos perdonados. La proporción es hermosa, pero ¿no oculta segundas intenciones? Un gladiador que no obtuvo más que tres victorias no ofrece apenas interés y corre el riesgo de ser eliminado en un próximo encuentro; pero el que venció catorce veces, o cincuenta y una veces, merece el perdón si es un hombre libre, o es un capital a preservar si se trata de un gla­ diador de profesión. V e n a t io .— Pero el combate de gladiadores no constituye el único espectáculo del circo. Se desarrolla en él también la venatio, el combate del hombre contra fieras, o de animales salvajes contra animales domésticos, de leones, por ejemplo, contra gacelas. Esta última variante no tüvo su Escenario en Pompeya, pero se conoce por numerosos textos la venatio legitima, que es la regular, ordenada por la ley. La misma expresión se encuentra a propósito de los combates de Ñola y de Nocera. Esto no es, pues, algo excepcional, dependiente de la fantasía o el orgullo de los magistrados. Y si había quienes se especializaban en la lucha con los toros, son, en cambio, los gladiadores los que se enfrentan con los jabalíes, los osos y toda clase de animales. La caza de las fieras es el se­ gundo acto de muchos espectáculos, después de la lucha de las parejas de gladiadores. E^stas bestias eran transportadas, ence­ rradas en jaulas y dejadas en las carceres próximas a la arena. Una puerta corredera vertical o lateral permitía soltar el animal. En este primer anfiteatro del mundo romano, ningún subterráneo había sido previsto para alojar los animales, y, por otra parte, en las condiciones en que se hallaba la arena resultaba tal vez atrevida 81 C.I.L., 8055, 8056.

380

una nueva excavación del suelo. En todo caso, bajo los Flavios, que adaptaron la arquitectura de los anfiteatros a la necesidad de numerosas e importantes venationes, el anfiteatro de Pompeya su­ pera sus insuficiencias y acoge esta forma dé espectáculo cada vez más popular82. *

#

*

En el universo cotidiano de los pompeyanos en el año 79 entra un poco más de deporte, de higiene y de ocio. N o son ya algunas familias patricias samnitas las que hacen ejercicio en la palestra o algunos privilegiados los que se sirven de las salas de baños de las termas de Estabia. Ciertamente, la clase social que más se aprovecha de la Gran Palestra es aquella a la que pertenece la juventud dorada. Pero la Gran Palestra no es un club cerrado, sino que está abierta a otras gentes que no son solo los hijos de la aristocracia. Si estos pueden disfrutar de sus termas privadas, el pueblo tiene acceso a las termas públicas, que son cada vez ma­ yores, a medida del crecimiento demográfico y de la participación más amplia en los ejercicios físicos y en las necesidades de la hi­ giene. Los ocios pueden parecer rudos, inquietantes, al exaltar el gusto por la sangre y satisfacer una crueldad gratuita y malsana. Conocemos todos los reproches que se han hecho a las corridas; no convencerán nunca a los que proclaman la nobleza de la bestia, el duro e inteligente trabajo del hombre que la castiga y que finalmente debe triunfar de ella, haciendo así que el alma del espectador se deje ganar por la trágica grandeza del combate, Al condenar el atroz combate de los gladiadores, aceptemos al menos que el corazón de una multitud vibre ante el espectáculo de una venatio y que los hombres del campo, los hortelanos del valle del Sarno, con su olor a ajo y a cebolla, que, en la “tasca” de la puerta de Nocera o bajo las tendaleras de los vendedores ambulantes de bebidas, habían llenado a rebosar sus copas para brindar por sus campeones, puedan al fin, descansando de sus tra­ bajos y de sus jornadas, encontrar en el circo arrojo y belleza. 82 Contra la opinión de Neppi Mo dona, pág. 255, n. 2, están los restos de una balaustrada de protección.

381

CONCLUSION Pompeya y Roma No se vivía en Pompeya como en Roma, y sería absurdo com­ parar una ciudad de 12.000 a 15.000 almas con ima metrópoli de un millón de habitantes1, una colonia como tantas otras con la capital de un Imperio. Roma se basta a sí misma; Pompeya es inseparable de ese perímetro comarcano que la prolonga por las villas suburbanas y de una tierra que la alimenta y la enriquece. Añadamos, pues, a su población, unos 3.000 a 5.000 habitantes di­ seminados por una campiña rica, fertilizada por los terrenos vol­ cánicos. Más importante que ía cifra de la población es el apego a la tierra de una aristocracia que obtiene de la agricultura una for­ tuna bien saneada y que cree tener vocación para administrar la colonia. Los libertos ambicionan cerrar sus filas y refuerzan con ello, no obstante la aportación de su sangre nueva, el conserva­ durismo profundo de la clase dirigente. Si se exceptúan las in­ fluencias religiosas exteriores, Pompeya permanece poco permeable a las revoluciones, a los cambios bruscos : una arquitectura nueva modela un solo barrio; una mesurada audacia permite romper un poco el urbanismo tradicional, defendido por su línea de murallas como una fortaleza inexpugnable. Es, por tanto, la vida cotidiana de una pequeña . ciudad provinciana, bastante replegada sobre sí misma, la que cada año sopesaba en la balanza electoral sus glo­ rias de barrios. Oposición de clases En estas condiciones, la permanencia de un ideal cívico y eco­ nómico mantiene las oposiciones sociales. Se ha visto con dema­ siada frecuencia en Pompeya una ciudad de retiro, de descanso, en la que, en el disfrute del far niente, una población de élite 1

C a r c o p in o :

Vie quotidienne...,

pág. 35.

382

gustaba de todos los placeres de la civilización. Hemos arrojado algo más que sombras sobre esta visión idílica. Ciudad fuerte, ciudad de trabajo, ilustra perfectamente la oposición entre las palabras latinas negotium y otium. Al principio era el negotium, la actividad y el tráfico, el que consume las horas y acorta el sueño ; pero en seguida viene el otium. Los humiliores—gentes de la clase baja—sufren para que los honestiores—gentes de la clase a l t a eduquen sus espíritus en sabias discusiones filosóficas o pasen su tiempo leyendo a sus' autores favoritos. El trabajo de los unos condiciona la libertad de los otros. ¿Hay algo más significativo que ese mes de agosto del año 79, en el que la mayor parte de los ricos propietarios de villas o de mansiones de la ciudad hu­ yeron del calor asfixiante para ganar otras ciudades, otros cam­ pos, otras riberas, mientras que los ejércitos de esclavos, bajo las ordene^ de un administrador liberto, se entregan al cuidado de la casa o de la propiedad, y los obreros de la construcción pro­ siguen las reconstrucciones de las viviendas de unos 'dueños ausen­ tes? Dos vidas cotidianas, paralelas, que, ciertamente, no se ig­ noran, pero a las que separa un inmenso foso. Sin duda, existe la esperanza para el esclavo de ver mejorar su condición—ya lo hemos dicho—■; pero una vez liberto, adquiere a su vez esclavos, la libertad le hace saltar el foso, no hace nada por llenarlo y la historia vuelve de nuevo a comenzar. Pompeya, ciudad feliz Esta ciudad de oposiciones sociales bien tajantes no conoce, sin embargo, los desórdenes interiores, las luchas de clases. ¿Por qué esta calma? ¿De dónde proviene esta falta de amargura? Pompeya— cólonia Venena Felix Pompeianorum—, protegida por Venus y por el bienaventurado Sila, felix Sulla, está colocada bajo el doble signo del amor y de la felicidad. La felicidad estalla por todas partes : “Aquí habita la feli­ cidad (Felicitas) 2. “Este lugar es bendito’' 3. “Feliz, Januarius Fuficius, que habita aquí” i. “Hombres felices, pasadlo bien” 5. El amor es responsable de esta felicidad; todas las formas del amor, desde el erotismo exasperado y violento, hasta el amor romántico y nos­ tálgico, pasando por el amor desgraciado y contrariado. Todas las 8

IV, 1454.

3 Ibid., 2320.

' * Ibid., 14351 5 Ibid., 1347.

clases sociales participan de este gozo amoroso que alegra los cuerpos y las almas. La cultura ayuda también a la felicidad, los ricos imitan una educación principesca, los más humildes pueden balbucear a Homero o a Virgilio. Ostentación y mordacidad Rápidamente, el hombre feliz exterioriza su alegría, garabatea sobre un muro los versos que ama, compone otros nuevos con humor, parodiando los que su memoria fiel tiene a su disposición. Su escritura6 se estira hacia arriba; los rasgos oblicuos se prolon­ gan a capricho por encima y por debajo del cuerpo de las letras (Figu­ ra 8), y de estos caracteres gráficos pudieron deducirse fácilmente ras­ gos de carácter, la propensión al énfasis, la fantasía, el gusto por

Fig. 45.

Caricatura de Rufus (según C.fZ,, IV, 9226, pág. 955).

la singularidad y el movimiento. Para los grafólogos, esta escri­ tura denota una vitalidad exuberante; es escritura de deportistas que desean ofrecerse como espectáculo y de actores a los que seduce la pintura barroca del cuarto estilo. Hay un matamoros en todo pompeyano, cierto sentido de la ostentación, una inclinación al engreimiento y a hacer de perdonavidas; el ciudadano de la 6 R. Marichal: “L'aspect culturel et social de certaines écritures pom-

péiennes”, en R.E.L., XXXVI, 1958. págs. 36-37.

384

pequeña ciudad está siempre dispuesto a pelearse con el vecino: el incidente de la refriega del año 59 después de Jesucristo da testimonio de este complejo de superioridad y del espíritu feroz­ mente particularista de cada una de estas pequeñas localidades de la Campania. Cada tino sabe burlarse de su prójimo (Fig. 45) y mofarse in­ cluso de los dioses del Olimpo. El pompeyano del pueblo está seguro de sí: gana por sus devociones la paz de su conciencia, y quiere consagrar seis horas al trabajo, el resto al sueño y al o tium 7: el otium uniñca los destinos para que las horas trans­ curran plácidamente en una biblioteca o en el thermopolium. Pero, sobre todo, Pompeya manifiesta, a través de su destino, una aptitud cierta para la felicidad y una excepcional vitalidad. El terremoto no abatió su energía; un inmenso esfuerzo la levanta de sus ruinas, y la flexibilidad de adaptación de la aristocracia solo tiene igual en la abnegación de los humildes. Vemos a toda una ciu­ dad entregada a una tarea sobrehumana, y tal vez haya sido un. poco del orgullo humano (υβρις) de cada uno el que quedó sepultado bajo cuatro metros de cenizas, entre las diez y Jas trece horas, el 24 de agosto del año 79, sobre las riberas de la Campania. ' ICa ï b e l ,

1122.

PEQUEÑO LEXICO LATINO-ESPAÑOL

PEQUEÑO LEXÏCO LATINO-ESPAÑOL ÆDILIS. Edil. ÆRARIUM. Tesoro público. AGER POMPEIANUS. T e r r ito r io de Pompeya. AGER VECTIGALIS. P r o p ie d a d que paga al Estado un impuesto. AGGER. Terraplén de una fortifi­ cación. ALA. (pl., alae). Habitación lateral que da al atrio. ALVEUS. Bañera. APOCHA (pl., apochae}. Carta de pago o recibo. APODYTERIUM. Lugar para des­ nudarse; guardarropa. ARCOSOLIUM. Sótano o cripta. AUGUSTALES. Cuerpo de libertos ■ que rinden culto al emperador. AUREUS. Moneda de oro. BISELLIUM. Asiento de dos pla­ zas honorífico en los lugares de espectáculo. CARCER. Celda subterránea del an­ fiteatro, donde esperan los gladia­ dores o las fieras. CARDO. Calle norte-sur. CASTELLUM AQUÆ. Castillo de agua. CAVEA, IMA, MEDIA, SUMMA. Gradas concéntricas de la parte inferior, del medio y de la parte superior en el teatro y en el an­ fiteatro. CENACULUM. Piso superior desti­ nado a comedor. COMPITALIA. Fiestas en honor de los Lares de las encrucijadas. COMPITUM. Encrucijada. CUBICULUM. Dormitorio. CUNEUS. Sección de gradas.

389

CHALCIDICUM. Vestíbulo. DECUMANUS. Calle este-oeste. DOLIA. Tinajas. DUOVIRI IURE DICUNDO. Ma­ gistrados de una colonia con po­ deres judiciales. EMBLEMA. Asunto central de un mosaico. FAMILIA, URBANA, R U S T IC A . Esclavos de la casa de ciudad, del dominio rural. FRONS SCENÆ. Arquitectura de escena de teatro. FULLONICA. Batán. FUNDUS. Propiedad. FURNUS. Horno. H’O R T I POMPEI ANI. Huertas de Pompeya. HOSPITALIA. Puertas laterales de la escena del teatro. IMAGINES MAIORUM. R etratos de los antepasados. INSULA. Manzana de casas de una ciudad. IUVENTUS. Juventud. LABRUM. Pila para abluciones. LACONICUM. Estufa. LANARIUS. Industrial lanero. LIBERTUS, LIBERTINUS. Liberto. LUCRUM. Ganancia. LUDI MAGISTRI. Maestros de es­ cuela. MACELLUM. Mercado. MAGISTRI VICI ET C O M PIT I. Magistrados inferiores del barrio y de la encrucijada. MATER DEUM. Cibeles^ madre de los dioses. NATATIO. Piscina. NEGOTIATORES. Comerciantes.

NUMEN. Divinidad. OBSEQUIA. Deberes. ŒCUS. Salón. OPUS LATERICIUM. Muro de la­ drillo. OPUS LISTATUM. Muro hecho con cimientos de piedra de toba inser­ tos entre dos enrases de ladrillos. OPUS RETICULATUM. Muro he­ cho de rombos de toba. OPUS SIGNINUM. Pavimento he­ cho de ladrillos o tejuelas macha­ cadas. ORCHESTRA. L u gar semicircular donde actuaba el coro en el teatro griego. ORDO. Clase social. OTIUM. Ocio, descanso. PAGUS MARITIMUS, SUBURBA­ NUS. Aldea o suburbio marítimo, suburbano. PARASKENIA. Bastidores d e un teatro. PARODOS (pl., parodoi). Pasillo de acceso a la orchestra para el coro griego. PIETAS. Piedad. PODIUM. Plataforma elevada de un templo. Muro-barandilla de la pri­ mera fila de las gradas del anfi­ teatro. POMERIUM. Límite consagrado de una ciudad. PORTA LIBINA. Puerta del anfi­ teatro por la que se retiraba a los gladiadores muertos. PRÆCINCTIO (pl., prædnctiones). Pasadizo de circulación que sirve también de barandilla en los tea­ tros y anfiteatros. PRÆDIUM. Propiedad. PRELUM. Prensa y brazo de pren­ sa. PROSKENION. Proscenio, QUATUOR VIRI. Magistrados de un municipio. QUINQUENNALIS. Magistrado mu­ nicipal con poder de censor.

SANCTUS, SANCTISSIMUS. San­ to, muy santo. SCHOLA IUVENTUTIS. Club de la juventud. SEVIR. Liberto que forma parte de un colegio religioso que honra al emperador. SOCII. Aliados (guerra de los alia­ dos). Compañía (garum de la com­ pañía). STATIO SALINENSIUM. Oficina o despacho de la sal. SUSPENSURA. Pavimento “suspen­ dido” sobre bóvedas o sobre pila­ res de un local caldeado. TABERNÆ. Tiendas. TABLINUM. Habitación central que da al atrio. TABULÆ CERATÆ, Tablillas de madera recubiertas de una capa de cera. TEGULÆ MAMMATÆ. Tejas es­ peciales con protuberancias. THERMOPOLIUM (pl., thermopolia). Taberna en la que se venden be­ bidas calientes; “tasca”. TORCULARIUM. Prensa. URBS. Ciudad. VECTIGALIA. Impuestos, gabelas. VELUM. Velo tendido por encima de un teatro o de un anfiteatro. VENATIO, VENATIO LEGITIMA. Caza, caza legal. VER SACRUM. Ofrecimiento de consagrar todo lo que debe nacer en la primavera. VICINL Habitantes de una aldea o barrio ; vecinos. VICOMAGISTER. Liberto encarga­ do del culto a los Lares de la en­ crucijada. VICUS. Aldea, barrio de una ciu­ dad. VILICUS. Administrador de u n a finca rústica. VILLA RUSTICA. Casa de campo. VOLUMEN (pl., volumina). Rollo de un manuscrito.

INDICES

AUXILIARES

INDICE T O P O G R A F I C O (véase Prisión). (II, 6), 9, 34, 42, 53, 62, 97, 308, 316, 330, 343, 350, 359, 367-71, 373-78, 381. B a ñ o s (véase Termas). B a r r io j u d í o (VII, 1), 163. B a s í l i c a (VIII, 1), 8 , 9, 42, 47, 48, 60, 88, 106, 280. A e r a r iu m

A n f it e a t r o

Ca l l e :

cardo, 61, 81, 293, 300, 350. maximus, 10, 50, 301, 304, 356. Consular (inmediata VI, 1-VI, 3), 42, 300, 306. decumanus, 46, 52, 53, 62, 300, 350. inferior, 53. maximus, 12, 301, 356. de Estabia (entre VI-VII-VIII y V-IX-I), 36, 42, 46, 49, 57, 73, 155, 300-01, 303, 356. de Mercurio (entre VI, 7-VI, 8 y VI, 9-VT, 10), 41, 73, 225, 300, 302-04, 311. de Nocera (inmediata I, 9-18), 6162, 319. de Ñola (entre VI-IV y VII-ÏX), 36, 46, 48-49, 51, 225, 300-01, 303, 310, 356. de la Abundancia (entre VII-IXIII y VIII-I-ÏI), 1 2 , 29, 51, 54, 56, 61-62, 103, 105, 108, 119, 143, 147, 150, 153-54, 207, 223, 300-01, 303-05, 308, 310-11, 353, 356. de la Fortuna (entre VI, 10-VI, 12-VI, 13 y VII, 4), 360. de la Reina (entre VII, 6 y VIII, 2), 301.

393

de las Escuelas (entre VIII, 2 y VIII, 8), 57, 103, 304. de las Tumbas (véase Necrópolis de la Puerta d¡e Herculano), de los Augustales (entre VII, 4-VII, 2 y νΠ , 9-VII, 12), 186, 301. de los Sepulcros (véase Necrópolis de la Puerta de Herculano), de los Teatros (entre VIII, 6 y VIII, 4-Vm , 8), 87. del Balcón en voladizo (entre VII, 12 y VII, 10-VII, 11), 301. del Foro (entre VII, 4 y VII, 5), 96, 356. del Mar (entre VIII, 1 y VII, 7), 300. del Templo de Isis (entre VIII, 4V in , 8), 55, 87, 214. Vico dei Soprastanti (entre VII, 6VII, 5 y VII, 15-VII, 7), 73. C a l l e jó n d e l Lu p a n a r o d e l a s T e r ­ m a s (entre VII, 12-VÏÏ, 11-VII, 14 y VII, 1), 187, 356-57). C a p i t o l i o (véase Templo de Júpiter Capitolino), C a r d o ( v é a s e Calle),

Ca sa :

de Casca Longus (I, 6 , 11), 242, 339, 340, 342. de Castor y Póllux (de los Dioscu­ ros) (VI, 9, 6-7), 143, 196, 244, 296, 339, 340. de Cn. Poppaeus Habitus (véase de los Am ores Dorados), de Criptopórtico (I, 6 , 2), 5, 28, 54, 297. de Championnet (VIII, 2 , 1-5), 41, de Epidius Ruf us y de Epidius Sa-

binus (IX, 1, 20 -22 ), 1 1 , 53, 243, 264, 305. de Julia Felix (II, 4, 3), 37, 61, 184, 186, 191, 213, 293, 354, 367. de L. Caecilius Iucundus (V, 1, 26), 4, 5, 45-46, 246. de L. Veranius Hypsaeus (véase Fullonica), de Loreius Tiburtinus (II, 2, 2), 9, 11, 54, 114, 147, 150, 212, 265, 267, 276. de Lucretius Fronto (V, 4, 11), 4750, 147, 206, 248, 346. de M. Lucretius (IX, 3, 5), 196, 285. de M. ObelUus Firmus (IX, 10, 1-4), 5, 50, 255. de M. Vecilius Verecundus (véase Tienda). de Meleagro (VI, 9, 2), 147, 245. d¡e Menandro (de Quintus Pop­ paeus) (I, 10, 4), 11, 28, 55, 60, 99, 178, 182, 196, 244, 247, 259, 261, 270, 275, 297, 306, 341, 344, 352. de Nigidius Vaccula (véase Castor y Pollux), de P. Cornelius Tages (o det Efebo de bronce) (I, 7, 10-12), 244-45. de Pansa (VI, 6, 1), 27, 172, 244, 305. de Paquius Proculus (I, 7, 1 ), 29, 54, 221. de Pinarius Cerialis {ΙΠ, 4, 4), 54, 203, 340. de Quintus Poppaeus (véase de Me­ nandro). de Rómulo y Remo (VII, 7, 10), 223. de Salustio (VI, 2, 4), 27, 41, 52, 243, 255, 280. de Siricus (VII, 1, 47), 285, 296. de Trebius Valens (ΙΠ, 2,. 1), 9, 54. de Triptolemo (VII, 7, 5), 59, 73. de Vesonius Primus (VI, 14, 20), 26. de la Estatuita India (I, 8 , 5), 143.

394

de la Gran Fuente (VI, 8 , 22), 268. de la Pequeña Fuente (VI, 8, 23-4), 268. de las Bodas de Plata (V, 2), 11, 46, 47, 49, 51-52, 243-44, 255, • 327. de las Vestales (VI, 1, 7), 34, 240. de los Amantes Felices (I, 10, 11), 55, 60. de los Amores Dorados (VI, 16, 7), 11, 50, 52, 99, 205, 213, 247. dß los Ceii (I, 6 , 15), 54. de los Cornelii (VII, 12, 14), 330. de los Cuatro Estilos (I, 8, 17), 55. de los Dioscuros (véase de Castor y Póllux). de los Gladiadores (V, 5, 3), 48. de los Halconii (VIII, 4, 4), l \ 285. de los Orígenes de Roma (V, 4, 12-13), 50. de los Sabios (VI, 14, 43), 26f| 287. de los Vettii (VI, 15, 1 ), 9, 11, 47-49, 205-06, 266, 269, 285, 287, 291, 298. del Ancla (VI, 10, 7-9). 143. ael Balcón en voladizo (VIII, 12, 28), 47. del Bello Impluvium (I, 9, 1), 65. del Cenaculum (IX, 12, 1-2), 52. del Centauro (VI, 9, 3-5), 243, 264, 280. del Centenario (IX, 8 , 3), 11, 46, 124, 206, 246, 266, 339, 340', del Cirujano (VI, 1, 9-10), 53, 88, 243. del Citarista (I, 4, 5), 244. del Efebo de bronce (véase de P. Cornelius Tages), del emperador José II (VIII, 2, 39), 58, 263. del Esqueleto (VII, 14, 9), 26. del Fauno (VI, 12, 2-5), 26, 43, 162, 264-65, 276, 280, 305, 329. del Huerto a , 9, 5), 61. del Laberinto (VI, 11, 9-10), 245, 304. del Larario (I, 6 , 4), 237.

del Marino (VII, 15, 12), 143. del Moralista (V, 1, 18), 54, 60. del Poeta Trágico. (VI, 8, 5), 11, 42, 285, 296. del sacerdote Amandus (I, 7, 7), 29, 55, 60. del Sarno (VIH, 2, 17), 58. Castellu m aquae (v é a se Castillo de Agua). C a s t i l l o d e a g u a (VI, 1 6 ), 4 , 9 , 4 9 , 302, 310, 350. C o m i t iu m (VIII,

3, 1), 8 , 105. (VIII, 8), 9, 10, 29, 40, 42, 305, 337, 377. C u r ia (VII, 2, 8), 8 , 10, 105-06. D e c u m a n u s ( v é a s e Calle). E d i f i c i o d e E u m a c h i a (VI, 9, 1), 10, 12, 72, 227, 320, 345. E n c i n t a d o (véase Fortificación). E n c r u c ij a d a d e H o l c o n i u s (cruce de las calles de la Abundancia y de Estabia), 302, 356. F á b r ic a d e c u r t i d o s (1, 5, 2), 141. F o r o (VII, 8), 4, 8, 9, 12, 30, 32, 34, 42, 48, 58, 59, 72, 87, 88, 97, 103-107, 122, 153, 163, 191, 208210, 228, 304, 309, 327-28, 331, 351. t r i a n g u l a r (VIII, 8), 29, 47, 51, 58-59, 60, 68, 72, 87, 203, 333, 336, 348. Monóptero, 60. Pozo, 60. F o r t i f i c a c i ó n , 4, 42, 48, 52, 56-9, 74-5, 85-7, 91-2, 94, 326, 350, 354. Torre X (al Noroeste), 48, 57. Torre XI (al Noroeste), 48, 57, 74. Torre XII (torre de Mercurio) (al Noroeste), 73, 87, 304. F o r u m H o l i t o r i u m (VII, 7), 183-84. F u e n t e s , 9, 303-04. C uartel

de

g l a d ia d o r e s

F u l l o n ic a d e V e r a n iu s (V I , 8 , 20), 139, 140. S t e p h a n i (I, 6, 7), 54,

H y psa eu s

139.

G r a n P a l e s t r a (véase Palestra). G r a n T e a t r o (véase teatro). L u p a n a r (VH, 12, M a c e l l u m (véase

18), 45, 52. Mercado).

395

M e n s a p o n d e r a r ía M e r c a d o (VII, 9,

99, 183, 225. de Sittius elefante) (VII, M u r a l l a (véase M a t a t io (véase M esa

(VII, 7, 1), 106. 4-12), 5, 10, 12,

(bajo la enseña del 1, 44-46), 149. Fortificación). Piscina).

N e c r ó p o l is :

de la Puerta de Estabia (Sur); 323. de la Puerta de Herculano (Noro­ este) : 27, 40, 42, 92, 254, 31419, 321-23, 366. de la Puerta de Nocera (Sureste); 47, 309, 314, 319-22. dß la Puerta de Ñola (Noroeste): 822. de la Puerta del Vesubio. (Noroes­ te) : 51, 322. Samnita (en la villa suburbana de las Columnas) : 51. O d e ó n (véase Teatro). O f i c i n a d e l o s d u u n v i r o s (VIII, 2, 10 ), 106. d e l o s e d i l e s (VIH, 2, 6), 106. P a lestra :

Gran Palestra (II, 7), 8, 9, 20, 29, 56, 60, 227, 308, 327, 328, 34952, 354, 365, 381. Samnita (VIII, 8 , 29), 88, 348, 349, 352. P a n a d e r ía s (VII, 2, 1-7; IX, 3, 1012), 130. P e s o s y m e d i d a s (véase Mensa pon­ deraría). P i s c i n a (II, 7), 350. P r i s i ó n d e l F o r o (VII, 7), 48. P uerta :

de Capua (Norte), 87, 300. de Herculano (Porta Salis, Veru sarinu) (Noroeste), 7, 42, 53, 57, 73, 91, 94, 117, 122, 134, 19091, 300, 306-07, 366. de Estabia (Sur), 30, 46, 62, 74, 87, 91, 102, 141, 300, 305, 306. de Nocera (Sudeste), 30, 61, 161, 180, 300, 309. de Nola (Porta Urbulana) (Nordes­ te), 46, 62, 87, 91, 122, 300. del Vesubio (Noroeste), 4, 7, 9, 48

49, 51, 56-57, 73-74, 87, 91, 191, 300, 302, 306. Marina (Oeste), 62, 91, 103, 142, 208, 296, 300, 304. Porta Salis (véase Puerta de Hercu­ lano). Porta Urbulana (véase Puerta de Ñola). S chola I u v e n t u t is (III, 3, 6), 53, 35354. T eatro :

cubierto (Odeón) (VIII, 8), 40, 41, 314, 316, 337, 359, 368, 376. Gran- (VIII, 8), 9, 10, 41, 42, 50, 51, 87, 214, 333, 337, 340, 343, 348, 372, 377. T em plo :

de Apolo (VII, 7, 1), 5, 10, 48, 59, 69, 72, 73, 88, 106, 227, 229, 285. de Isis (V in, 8 , 28), 6, 10, 29, 34, 40, 55, 88, 214-15, 285, 348. de Júpiter Capitolino (VII, 8), 4, 5, 8, 48, 59, 72, 88, 209-10. de Venus pompeiana (VIII, 1), 48, 102-03, 208. de Vespasiano (VII, 9, 2), 5, 10, 97, 226, 227, 376. de Zeus Meilichios (VIII, 8), 5, 88, 210. de la Fortuna Augusta (VII, 4, 1), 36, 42, 119, 301, 323. dp los Lares (VII, 9, 2), 5, 99, 226. dórico (VIII, 8), 47, 50, 59, 62, 68, 203. T erm as :

centrales (IX, 4), 8 , 10, 46, 356, 362-65, 367. de Estabia (VII, 1, 8), 8 , 10, 57, 88 , 163, 229, 356-59, 362, 364-5, 381.

del Foro (VII, 5), 8 , 10, 42, 163, 356, 359-61. T h e r m o p o l i u m de Asellina (IX, 13, 1), 54. T i e n d a (del comerciante de tejidos, M. Vecilius Verecundus) (IX, 7, 7-5), 53, 207. T o r r e s (véase Fortificación). V e r u S a r i n u (véase Puerta de Hercu­ lano). Vico (véase Calle). ALREDEDORES DE POMPEYA A r r a b a l d e S . A b b o n d io , 6 1 , 2 0 4 . C a l l e d e E s t a b i a en Pompeya, 87. G r a g n a n o , 29, 167, 193. Pag us: m a r it im u s ,

50. 48, 51.

SUBURBANUS,

P u e n t e s o b r e e l S a r n o , 81, 87. P u e r t o , 48, 70, 71, 94, 219, 306. S a l i n a e H e r c u l a e , 134, V il l a :

de Boscoreale, 127, 129, 160, 166, 170, 174, 178, 193, 199, 247, 271, 296. de Boscotrecase, 167. de Cicerón (calle de las Tumbas), 48, 93, 341, 366. de Diomedes (calle de las Tumbas), 27, 41, 52, 196, 319. de las Columnas (calle de las Tum­ bas), 51. de los Misterios, 28, 47, 49, 52, 56, 60, 96, 127, 206, 229-34, 253-63, 280, 283, 286, 289, 291, 317. Item (véase Villa de los Misterios), marítima, 142.

INDICE DE ILUSTRACIONES F ig .

Fig. F ig .

F ig . F ig , F ig . F ig . F ig .

F i g . 26.

1. A d orn o de situla en b ron ­ ce de la casa de M enandro (pág. VIII). 2. M apa de la Campania (2). 3. E stratigrafía de lo s d ep ósi­ tos volcá n ico s d e la Gran P alestra (21). 4. Puerta de E stabia (88). 5. In scripción electoral (95). 6. P lano del T em plo de la F or­ tuna A u gu sta (97). 7. P lan o d e l Foro y de sus m o ­ nu m en tos (104). 8. In scripción h o stil a N erón

F i g . 27, F i g , 28. F i g . 29.

F ig . 30. F i g . 31. F i g . 32.

(122).

F i g . 33.

F ig . 9. M olino de panadería (130). F ig . 10. A m asadera (132). F ig . 11. H orn o de panadería (133). Fig, 12. Enfurtido de las telas (137). F ig . 13. C ardado, azufrado de telas (139). F ig . 14. P rensa de tejid os (140). F ig . 15. Plano del ed ificio de Eum a­ chia (152). F ig . 16. P lan os de villas cam panias (168-169). F ig . 17. A p eros d e labranza (179), F ig . 18. C om erciantes en el F oro (185). F ig . 19. P lan o de u n “therm op o­ liu m ” (188). F i g . 20. E scena de “cabaret” (189). F i g . 21. Plano de la puerta de H ercu ­ lano (190). Frd. 22. E scena central de la m egalografía d e la V illa de lo s M isterios (230). F i g . 23. P lan o de la casa de lo s V e ttii (240). F ig . 24. “T riclin iu m ” al aire lib re de la casa del E febo (244). F ig . 25. P lan o d e la casa de M enan­ dro (248).

Reconstrucción de la Villa de los Misterios (255). Plano de la Villa de los Mis­ terios: primera época (257). Plano de la Villa de los Mis­ terios: última época (258). Plano de la casa del empe­ rador José II (264). “Topia”, casa de la peque­ ña fuente (290). Anuncios oficiales fijados en el Foro (307). Plano de la necrópolis de la puerta de Herculano (315). Estela funeraria de Tyche, esclava de Julia Augusta (318).

Escena de teatro (326). Fig. 35. Plano del barrio de los tea­ tros (334). F i g . 36. Las transformaciones de la escena del Gran Teatro

F i g . 34.

(336). F i g . 37, F i g , 38. F i g . 39. F i g . 40. F i g , 41. F i g . 42. F i g . 43. F i g . 44.

Plano de las termas de Es­ tabia (355). Plano de las termas del Foro (360). Plano de las termas centra­ les (362). Plano del anfiteatro (369). La refriega del año 59 en el anfiteatro (370). Galería superior del anfitea­ tro (373). Preparativos de combate en el anfiteatro (377). Caricaturas de gladiadores (379),

F i g . 45.

397

Caricatura de Rufus (384).

Fuera de texto: Plano de Pompeya.

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