Etchegoyen, Horacio - Los Fundamentos de La Tecnica Psicoanalitica

January 1, 2017 | Author: Ana Martirena | Category: N/A
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R. Horacio Etchegoyen

Los fundamentos de la técnica psicoanalítica Amorrortu editores

Indice general

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Introducción y reconocimientos

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Primera parte, Introducción a los problemas Je la técnica

19 30 44 57 66 76 91 93 102 112 124 137 144 158 167 178 189 200 208 219 228 236 248 259

1. La técnica psicoanalítica 2. Indicaciones y contraindicaciones según el diagnóstico y otras particularidades 3. Analizabilidad 4. La entrevista psicoanalítica: estructura y objetivos 5. La entrevista psicoanalítica: desarrollo 6. El contrato psicoanalítico Segunda parte. De la trasferendo y la contratrasferencia 7. Historia y concepto de la trasferencia 8. Dinámica de la trasferencia 9. Trasferencia y repetición 10. La dialéctica de la trasferencia según Lacan 11. La teoría del sujeto supuesto saber 12. Las formas de trasferencia 13. Psicosis de trasferencia 14. Perversión de trasferencia 15. Trasferencia temprana: 1. Fase preedípica o Edipo temprano 16. Trasferencia temprana: 2. Desarrollo emocional primitivo 17. Sobre la espontaneidad del fenómeno trasferencial 18. La alianza terapéutica: de Wiesbaden a Ginebra 19. La relación analítica no trasferencial 20. Alianza terapéutica: discusión, controversia y polémica 21. Contratrasferencia: descubrimiento y redescubrimiento 22. Contratrasferencia y relación de objeto 23. Contratrasferencia y proceso psicoanalítico Tercera parte. De la interpretación y otros instrumentos

273 ¿84 295 112 Î26 142

24. 25. 26. 27. 28. 29.

Materiales e instrumentos de la psicoterapia El concepto de interpretación La interpretación en psicoanálisis Construcciones Construcciones del desarrollo temprano Meta psicología de la interpretación

355 366 381 396 417 433

30. La interpretación y el yo 31. La teoría de la interpretación en la escuela ínglesu 32. Tipos de interpretación 33. La interpretación mutati va 34. Los estilos interpretativos 35. Aspectos epistemológicos de la interpretación psicoanulític», Gregorio Kltmovsky

457

Cucina porte. De la naturaleza del proceso analitico

459 470 479 491 499 514 526 543

36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43.

553

Quinta parte. De las etapas del análisis

555 564 576 587 597

44. 45. 46. 47. 48.

607

Sexta parte. De las vicisitudes del proceso analitico

609 619 633 645 656 682 692 707 717 724 738

49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60.

753 757

Epílogo Referencias bibliográficas

666

10

La situación analítica Situación y proceso analíticos El encuadre analítico El proceso analítico Regresión y encuadre La regresión como proceso curativo Angustia de separación y proceso psicoanalítico El encuadre y la teoría continente/contenido

La etapa inicial La etapa media del análisis Teorías de la terminación Clínica de la terminación Técnica de la terminación del análisis

El insight y sus notas defínitorias Insight y elaboración Metapsicología del insight Acting out (I) Acting out (II) Acting out (III) Reacción terapéutica negativa en Reacción terapéutica negativa (II) La reversión de la perspectiva (I) La reversión de la perspectiva (П) Teoría del malentendido Impasse

Introducción y reconocimientos

No es fácil escribir un libro y menos, puedo asegurarlo, un libro de técnica psicoanalítica. Al preparar este me di cuenta de por qué hay muchos artículos sobre técnica pero pocos libros. Freud presentó sus imperecederos escritos al comienzo de los años diez, pero nunca llegó a escribir el texto muchas veces prom etido. L a in­ terpretación de los sueños habla largamente de técnica, lo mismo que las obras de Anna Freud y Melanie Klein sobre el psicoanálisis de niños, pe­ ro nadie los considera, y con razón, libros de técnica. Tam poco lo son Análisis del carácter y E l yo y ios mecanismos de defensa, a pesar de que influyeron decididamente en la praxis del psicoanálisis, como también lo hizo diez años antes The developm ent o f psycho-analysis (1923), donde Ferenczi y Rank abogaron m ilitantemente por una práctica en que la emoción y la libido tuvieran su merecido lugar. El solitario volumen de Smith Ely Jelliffe, The technique o f psycho­ analysis, publicado en 1914, y que tradujo de la segunda edición inglesa al castellano en 1929 nada menos que Honorio Delgado, es sin duda el primer libro sobre la m ateria; pero ha sido olvidado y nadie lo tiene en cuenta. Yo lo leí en 1949 (¡hace treinta y seis años!) y hace poco lo repasé con la prem editada intención de citarlo, pero no encontré cómo hacerlo. Si se exceptúa este m onum ento abandonado, el prim er libro de técni­ ca es el de Edward Glover, The technique o f psychoanalysis, que se editó en 1928. Glover dictó un curso de seis conferencias sobre el tema en el Instituto dé Psicoanálisis de Londres, que aparecieron en el International Journal o f Psycho-Analysis, de 1927 y 1928 y en seguida en form a de libro. Antes, en verdad, en 1922, David Forsyth había publicado The technique o f psychoanalysis, que no tuvo m ayor trascendencia y yo sólo conozco por referencias bibliográficas. Un curso similar al de Glover dictó Ella Freeman Sharpe para los can­ didatos de la Sociedad Británica en febrero y marzo de 1930, que publicó el International Journal (volúmenes 11 y 12) con el título de “ The techni­ que o f psychoanalysis” . Estas excelentes clases se incorporaron después a sus Collected papers. En 1941 Feniche] publicó su Problems o f psychoanalytic technique, que desarrolla y expande su valioso ensayo de 1935, donde había recogi­ do los aportes de Reich y de Reik, criticándolos penetrantem ente. El de Fcnichel es de verdad un libro de técnica, ya que se ubica con nitidez en esa área, abarca un amplio espectro de problemas y registra las principa­ les inquietudes de su ¿poca.

Un lustro después apareció Technique o f psychoanalytic therapy (1946), de Sandor Lorand, obra concisa y clara, que trata brevemente los problem as generales y se dedica especialmente a la técnica en los diferen­ tes cuadros psicopatológicos. Tras un largo interregno Glover se decidió a ofrecer en 1955 una se­ gunda edición de su obra, que mantiene la línea general de la prim era, si bien la am plia y la arm oniza con los avances de la teoría estructural de Freud. Puede afirmarse que esta edición es el libro de técnica de Glover por antonom asia, un clásico que, com o el de Fenichel, ha tenido durade­ ra influencia en todos los estudiosos. Siguiendo a Glover viene Karl Menninger con su Theory o f psycho­ analytic technique (1958), que Fernando Cesarman tradujo al castellano, donde se estudia con lucidez el proceso analitico en las coordenadas del contrato y la regresión. Los psicoanalistas argentinos contribuyeron a lo largo de los años con artículos im portantes de técnica, pero sólo con un libro, los Estudios sobre técnica psicoanalítica de Heinrich Racker, que se publicó en Buenos Aires en 1960. Entre otros temas, esta obra desarrolla las origina­ les ideas del autor sobre la contratrasferencia. A veinticinco años de su publicación, hoy puede afirm arse que los Estudios son una contribución perdurable y los años fueron m ostrando su creciente influencia —no siempre reconocida— en el pensamiento psicoanalítico contem poráneo; pero, por su carácter de investigación, no llegan a conform ar un libro de técnica, un texto com pleto, a pesar de lo cual, sin duda por sus excelen­ cias, en m uchos centros psicoanaliticos se los ha utilizado como tal. (Re­ conociendo sus méritos, Karl había invitado a Heinrich a la Clínica M en­ ninger como Sloan visiting professor en 1960; pero Racker declinó la invitación porque en esos días le habían diagnosticado el cáncer que lo llevó a la m uerte.) La valiosa obra Lenguqje y técnica psicoanalítica (1976a), de nuestro recordado David Liberm an, presenta las originales ideas del autor, y en especial su teoría de los estilos, sin que llegue a ser, ni se lo proponga, un libro de técnica. A los Estudios sigue un intervalo de más de un lustro hasta que apare­ ce The technique and practice ofpsycho-analysis (1967), donde con su re­ conocida erudición Ralph R. Greenson aborda un grupo de temas funda­ mentales, com o la trasferencia, la resistencia y el proceso analítico en un primer tom o prom isorio; y es por cierto una pena que este esfuerzo haya quedado a m itad de camino, ya que el gran analista de Los Angeles murió antes de term inarlo. M ientras Greenson presentaba su texto com o vocero autorizado de la ego-psychology, aparecía en Londres The psychoanalytic process (1967), donde Donald Meltzer recoge en form a original y rigurosa el pensamien­ to de Melanie Klein y su escuela. Si bien esta pequeña obra m aestra no abarca todos los problem as de la técnica, nos presenta esclareci­ mientos im portantes con relación al desarrollo del proceso analítico entendido en el marco de la teoría de las posiciones y de la identificación proyectiva.

Com o los argentinos, los analistas franceses han contribuido con im­ portantes trabajos de técnica pero con pocos libros. Yo conozco el Guérir avec Freud (1971) de Sacha N acht, donde este influyente analista expone sus principales ideas, sin llegar a escribir un tratado, lo que tam ­ poco es, por cierto, su propósito. O tra contribución es el libro 1 del semi­ nario de Jacques Lacan, titulado Les écrits techniques de Freud, dictado en 1953 y 1954 y publicado en 1975, donde este original pensador lleva adelante una profunda reflexión sobre el concepto de yo. En las antípo­ das de Nacht, el jefe de L 'E cole freudien im pugna la concepción del yo de A nna Freud y de H artm ann, a la que contrapone su concepto de suje­ to; pero la técnica del psicoanálisis para nada está en su mira. Un m anual breve y conciso donde se tratan la gran mayoría de los problem as de la técnica es el de Sandler, Dare y H older, The patient and the analyst (1973), que se presentó simultáneamente en castellano en una inteligente traducción de Max Hernández. Pulcro y claro, escri­ to con un gran acopio bibliográfico, donde todas las escuelas psicoanalíticas tienen su sitio, no falta por cierto en este m anual la opinión perso­ nal de Sandler, destacado discípulo de A nna Freud, teórico vigoroso y lector infatigable. Con esta recorrida sobre los pocos textos publicados, he querido sin duda justificar la aparición de este libro; pero tam bién definirlo com o un intento de abarcar, si no todos, buena parte de los problem as de la técni­ ca psicoanalitica, tratándolos con detenimiento y ecuanim idad. Mi propósito es ofrecer al lector un panoram a completo de la m ateria en su problem ática actual, con las lineas teóricas que la recorren desde el pasado hasta el presente y desde este hacia el futuro como podemos aho­ ra imaginarlo. Sigo p or lo general un m étodo histórico para exponer los temas, viendo cómo surgen y se desarrollan los conceptos y cómo se van anudando y precisando las ideas, m ostrando tam bién cóm o a veces se di­ fuman o se confunden. El conocimiento psicoanalítico no siempre sigue una línea ascendente y no es sólo el fruto del genio de unos pocos sino también del esfuerzo de muchos. Cuanto más leo y releo, cuanto más pienso y observo al analizado en mi diván, menos inclinado me siento . a las posiciones extremas y dilemáticas y más lejos me mantengo del eclecticismo complaciente y de la defensa cerrada de las posiciones escolásticas. Al ñnal he llegado a convencerme que la defensa a todo tra­ po de las ideas viene más de la ignorancia que del entusiasmo y como aquella por desgracia me sobra y este todavía no me falta, lo uso para le­ er más y disminuir mis falencias. Me gusta a veces decir que soy un kleiniano fanático para que no me confundan; pero la verdad es que Klein no necesita ya que nadie la defienda, como tam poco lo necesita Anna Freud. Cuando leo los textos polémicos de los años veinte puedo identificarme con aquellas dos grandes pioneras y apreciar tanto su ele­ vado pensamiento como sus hum anas ansiedades, sin sentirme ya en la necesidad de tom ar partido.

Como la mayoría de los autores, pienso que la unión de la teoria y la técnica es indisoluble en nuestra disciplina, de m odo que en cuanto nos internam os en un área pasamos sin sentirlo a la otra. En cada capitulo he tratado de m ostrar de qué form a ambas se articulan, y a lo largo del libro he procurado, asimismo, que se aprecie cómo los problem as se agrupan y se inñuyen entre sí. Esto me h a resultado más sencillo, creo yo, porque el libro se escribió como tal y sólo por excepción algún trabajo previo pasó a integrarlo. Tal vez valga la pena contarle brevemente al lector cómo se gestó esta obra. Desde el comienzo de mi carrera analítica en la década de 1950, me sentí atraído por los problem as de técnica. C uando a alguien le gusta una tarea se interesa por la form a de hacerla. Tuve la fortuna de realizar mi análisis didáctico con Racker, que en esos años estaba gestando la teoría de la contratrasferencia, y me reanalicé después con Meltzer, cuando escribía E l proceso psicoanalítico. Creo que estas propicias circunstan­ cias reforzaron mi imprecisa afición inicial, lo mismo que las horas de supervisión con Betty Joseph, Money-Kyrie, Grinberg, H erbert Rosenfeld, Resnik, H anna Segai, M arie Langer, Liberm an, Esther Bick y Pi­ chón Rivière a lo largo de los años. En 1970 empecé a dictar Teoría de la técnica, para los candidatos de cuarto año de la Asociación Psicoanalítica Argentina, y seguí después la misma tarea en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Tuve suerte, porque los alumnos se m ostraron siempre interesados por mi en­ señanza y, con el correr del tiempo, con ellos, y de ellos, fui aprendiendo a descubrir los problem as y a enfrentar las dificultades. El Instituto de Form ación Psicoanalítica de mi Asociación comprendió este esfuerzo y asignó un espacio mayor a la asignatura, que ahora ocupa un seminario en los dos últimos años. El estímulo generoso de alumnos y discípulos, amigos y colegas, me fue haciendo pensar en escribir un libro que resu­ m iera esa experiencia y pudiera servir al analista para reflexionar sobre los problem as apasionantes y complejos que form an la colum na ver­ tebral de nuestra disciplina. Con el paso de los años mi enseñanza se fue despojando de todo afán de catequesis, en la m edida que fui capaz de distinguir entre la ciencia y la política del psicoanálisis, esto es, entre las exigencias inalterables de la investigación psicoanalítica y los compromisos siempre contingentes (aunque no necesariamente desdeñables) del movimiento psicoanalítico. Si este libro llega a tener algún mérito será en cuanto ayude al analista a encontrar su propio camino, a ser coherente consigo mismo aunque no piense como yo. He cambiado más de una vez mi form a de pensar y no descarto que mis analizados, de los que siempre aprendo, me lleven toda­ vía a hacerlo más de una vez en el futuro. Sólo aspiro a que este libro sirva a mis colegas para encontrar en sí mismos el analista que realmente son. Decidida ya la tarea, pensé cuidadosam ente si no sería en realidad más conveniente buscar colaboradores y com poner con ellos un tratado. Amigos para ello no me faltan y de esa form a podría alcanzarte una es-

pecialización más estricta y una profundidad a la que no puede aspirar una sola persona. Decidi finalmente, sin em bargo, sacrificar estos atra­ yentes objetivos a la unidad conceptual del libro. Me propuse m ostrar cómo pueden entenderse coherentemente los problem as, sin el am paro del eclecticismo o la disociación. No dejé de tener en cuenta, por otra parte, que tratados de ese tipo se escribieron últim am ente varios (y muy buenos) bajo la dirección de Jean Bergeret, León Grinberg, Peter L. Giovacchini, Benjamin В. W olman, etcétera. La única excepción es, tam bién, para un hom bre excepcional, Gregorio Klimovsky, que escribe el capítulo 35, «Aspectos epistemológicos de la interpretación psicoanalí­ tica», sin duda el mejor ensayo que conozco sobre el tema. C uando me puse a escribir no pensé, por cierto (¡y por suerte!) que el proyecto me iba a llevar más de cinco años, y sólo ahora me doy cuenta de lo necesario que fue el aliento y la confianza de mis hijos Alicia, L aura y Alberto, y mis hijos políticos Cristina Berisso y Ramón Torres Loyarte, lo mismo que el intercambio con mis amigos Benito y Sheila López, Ele­ na Evelson, León y Rebe Grinberg, Rabih, Polito, Cvik, Guiard, Reggy Serebriany, Elizabeth Bianchedi, Painceira, Zac, Guillermo Maci, Sor, W ender, Berenstein, M aría Isabel Siquier, Yampey, Gioia y el siempre recordado David Liberm an, entre muchos otros, tanto como el estímulo a distancia de Weinshel, M aría Carm en y Ernesto Liendo, Zim merm ann, Pearl King, Limentani, Lebovici, Janine Chasseguet-Smirgel, Blum, Green, Yorke, Grunberger, Vollmer, Virginia Bicudo, Rangell y m u­ chos más. A mis discípulos los quisiera nom brar uno por uno, porque los re­ cuerdo en este m om ento y les debo mucho. N ada puede com pararse, sin embargo, con la presencia permanente de Elida, mi esposa, que nunca se cansó de alentarme y me acompañó de veras en esas largas horas en que se redacta y vuelve a redactar y en los duros m om entos en que se lucha en vano por pensar lo que se quiere escribir y por escribir lo que se ha logra­ do pensar. Más que dedicárselo, debería haberla reconocido como co­ autora. Reina Brum Arévalo, mi secretaria, realizó eficazmente y con cariño su ardua tarea —sin angustia y sin enojo, com o diría Strachey—. A todos, ¡muchas gracias! Buenos Aires, 2 de febrero 1985.

Primera parte. Introducción a los problemas de la técnica

1. La técnica psicoanalítica

1. Delimitación del concepto de psicoterapia El psicoanálisis es una form a especial de psicoterapia, y la psicotera­ pia empieza a ser científica en la Francia del siglo x ix , cuando se de­ sarrollan dos grandes escuelas sobre la sugestión, en Nancy con Liébeault y Bemheim y en la Salpetriére con Jean-M artin Charcot. P or lo que acabo de decir, y sin ánimo de reseñar su historia, he ubi­ cado el nacimiento de la psicoterapia a partir del hipnotismo del siglo X IX . E sta afirmación puede desde luego discutirse, pero ya veremos que tiene tam bién apoyos im portantes. Se afirm a con frecuencia y con razón que la psicoterapia es un viejo arte y una ciencia nueva; y es esta, la nueva ciencia de la psicoterapia, la que yo ubico en la segunda mitad del siglo pasado.\El arte de la psicoterapia, en cambio, tiene antecedentes ilustres y antiquísimos desde Hipócrates al Renacimiento. Vives (1492­ 1540), Paracelso (1493-1541) y Agripa (1486-1535) inician una gran reno­ vación que culmina en Johann Weyer (1515-1588). Estos grandes pensa­ dores, que promueven, al decir de Zilboorg y Henry (1941), una primera revolución psiquiátrica, traen una explicación natural de las causas de la enfermedad mental pero no un concreto tratam iento psíquico. A P ara­ celso asigna Frieda Fromm-Reichmann (1950) la paternidad de la psico­ terapia, que asienta a la vez —dice ella— en el sentido común y la comprensión de la naturaleza hum ana; pero, si fuera así, estaríamos frente a un hecho desgajado del proceso histórico; por esto prefiero ubicar a Paracelso entre los precursores y no entre los creadores de la psicoterapia científica. Con el mismo razonam iento de F rieda Fromm-Reichmann podríam os asignar a Vives, Agripa o Weyer esa paternidad. Tienen que pasar todavía cerca de tres siglos para que a estos renova­ dores los continúen otros hombres que, ellos sí, pueden ubicarse en los albores de la psicoterapia. Son los grandes psiquiatras que nacen con y de Id Revolución Francesa. El mayor de ellos es Pinel y a su lado, aunque en otra categoría, vamos a ubicar a Messmer: son precursores, aunque no todavía psicoterapeutas. En los últimos años del siglo xv iu , cuando im planta su heroica refor­ ma hospitalaria, Pinel (1745-1826) introduce un enfoque hum ano, digno y racional, de gran valor terapéutico en el trato con el enfermo. Más ade­ lante, su brillante discípulo Esquirol (1772-1840) crea un tratam iento re-

guiar y sistemático en que confluyen diversos factores ambientales y psí­ quicos, que se conoce desde entonces como tratam iento morel. El tratamiento moral de Pinel y Esquirol, que estudió criticamente Claudio Bermann en las ya lejanas Jornadas de Psicoterapia (Córdoba, 1962), mantiene aún su im portancia y frescura. Es el conjunto de medi­ das no físicas que preservan y levantan la m oral del enfermo, especial­ mente el hospitalizado, evitando los graves artefactos iatrógenos del medio institucional. El tratam iento m oral, sin em bargo, por su carácter anónim o e impersonal, no alcanza a ser psicoterapia, es decir, pertenece a otra clase de instrumentos. Las audaces concepciones de Messmer (1734-1815) fueron exten­ diéndose rápidam ente, sobre todo desde los trabajos de James -Braid (1795-1860) hacia 1840. Cuando Liébeault (1823-1904) conviene su hu­ milde consultorio rural en el más im portante centro de investigación del hipnotismo en todo el m undo, la nueva técnica, que veinte años antes h a­ bla recibido de Braid, un cirujano inglés, nom bre y respaldo, se aplica al par com o instrum ento de investigación y de asistencia; Liébeault la usa para m ostrar «la influencia de la m oral sobre el cuerpo» y curar al enfer­ m o; y es tal la im portancia de sus trabajos que la ya citada obra de Zilboorg y Henry no vacila en ubicar en Nancy el comienzo de la psicoterapia. Aceptaremos con un reparo esta afirm ación. El tratam iento hipnóti­ co que inaugura Liébeault es personal y directo, se dirige al enfermo; pero le falta todavía algo para ser psicoterapia; el enfermo recibe la influencia curativa del médico en actitud totalm ente pasiva. Desde este punto de vista más exigente, el tratam iento de Liébeault es, pues, perso­ nal, pero no interpersonal. Cuando Hyppolyte Bemheim (1837-1919), siguiendo la investigación en Nancy, pone cada vez más enfásis en la sugestión como fuente del efecto hipnótico y m otor de la conducta hum ana, se perfila la interacción médico-paciente que es, a mi juicio, una de las características definí to rías de la psicoterapia. En sus N uevos estudios (1891) Bemheim se ocupa, efectivamente, de la histeria, la sugestión y la psicoterapia. Poco después, en los tra b a o s de Janet en París y de Breuer y Freud en Viena, donde la relación interpersonal es patente, resuena ya la pri­ mera melodia de la psicoterapia. Como veremos en seguida, es mérito de Sigmund Freud (1856-1939) llevar a la psicoterapia al nivel científico, con la introducción del psicoanálisis. Desde aquel m om ento, será psico­ terapia un tratam iento dirigido a la psiquis, en un marco de relación in­ terpersonal, y con respaldo en una teoría científica de la personalidad. Repitamos los rasgos característicos que destacan la psicoterapia por su devenir histórico. P o r su m étodo, la psicoterapia se dirige a la psiquis por la única vía practicable, la comunicación; su instrumento de comuni­ cación es la palabra (o m ejor dicho el lenguaje verbal y preverbal), «fárm aco» y a la vez mensaje; su marco, la relación interpersonal médico-enfermo. P o r último, la finalidad de la psicoterapia es curar, y todo proceso de comunicación que no tenga ese propósito (enseñanza, adoctrinam iento, catequesis) nunca será psicoterapia.

M ientras llegan al máximo desarrollo los métodos científicos de la psicoterapia sugestiva e hipnótica se inicia una nueva investigación que ha de operar un giro copernicano en la teoría y la praxis de la psicotera­ pia. H acia 1880, Joseph Breuer (1842-1925), al aplicar la técnica hipnóti­ ca en una paciente que en los anales de nuestra disciplina se llamó desde entonces Anna O. (y cuyo verdadero nom bre es Berta Pappenheim ), se encontró practicando una form a radicalmente distinta de psicoterapia.1

2. El método catártico y los comienzos del psicoanálisis La evolución que lleva en pocos años desde el m étodo de Breuer hasta el psicoanálisis se debe al genio y al esfuerzo de Freud. En la prim era dé­ cada de nuestro siglo el psicoanálisis se presenta ya como un cuerpo de doctrina coherente y de am plio desarrollo. En esos años, Freud escribió dos artículos sobre la naturaleza y los métodos de la psicoterapia: «El método psicoanalítico de Freud» (1904л) y «Sobre psicoterapia» (1905o). Estos dos trabajos son importantes desde el punto de vista histórico y, si se leen con atención, nos revelan aquí y allá los gérmenes de las ideas técnicas que Freud va a desarrollar en los escritos de la segunda década del siglo. Vale la pena m encionar aquí un cambio interesante en nuestros cono­ cimientos sobre un tercer artículo de Freud, titulado «Tratam iento psí­ quico (tratam iento del alma)», que durante mucho tiempo se dató en 1905, cuando en realidad fue escrito en 1890. El profesor Saul Rosenzweig, de la W ashington University de Saint Louis encontró, en 1966, que este articulo, que se incluyó en la Gesammelte Werke y en la Stan­ dard Edition como publicado en 1905, en realidad se publicó en 1890 en la prim era edición de Die Gesundheit (La salud), un m anual de medicina con artículos de diversos autores. En 1905 se publicó la tercera edición de esta enciclopedia.2 A hora que sabemos la fecha real de su aparición, no nos sorprende la gran diferencia entre este artículo y los dos que a conti­ nuación vamos a com entar. El trab ajo de 1904, escrito sin firm a de autor para un libro de LOwenfeld sobre la neurosis obsesiva, deslinda clara y decididamente el psico­ análisis del m étodo catártico y a este de todos los otros procedimientos de la psicoterapia. A partir del magno descubrimiento de la sugestión en Nancy y la Salpetrière se recortan tres etapas en el tratam iento de las neurosis. En la primera se utiliza la sugestión, y después otros procedimientos de ella de­ rivados, para inducir una conducta sana en el paciente. Breuer renuncia a esta técnica y utiliza el hipnotism o, no para que el paciente olvide sino 1 Strachey inform a que el tratam iento de Anna O. se extendió desde 1880 a 1882. (Véase la «Introducción» de Jam es Strachey a los E studios sobre la histeria, en S. Freud, Obras conipieles, Buenos Aires; A m orrortu editores, 24 vols., 1978-85, 2, pág. 5 [en adelante, A E \). 1 Véase J. Strachey, «Introducción», en Л Я , 1, págs, 69-75.

para que exponga sus pensamientos. A nna О., la célebre enferm a de Breuer, llam aba a esto la cura de hablar («talking cure»). Breuer dio así un paso decisivo al emplear la hipnosis (o la sugestión hipnótica) no para que el paciente abandone sus síntomas o se encamine a conductas más sa­ nas, sino para darle la oportunidad de hablar y recordar, base del m éto­ do catártico; y el otro paso lo dará el mismo Freud cuando abandone el hipnotismo. En los Estudios sobre la histeria de Breuer y Freud (1895) puede se­ guirse la herm osa historia del psicoanálisis desde Emmy von N ., donde Freud opera con la hipnosis, la electroterapia y el masaje, hasta Elisabeth von R ., a la que ya trata sin hipnosis, y con quien establece un diálogo verdadero, del que tanto aprende. La historia clínica de Elisabeth m uestra a Freud utilizando un procedimiento interm edio entre el m étodo de Breuer y el psicoanálisis propiam ente dicho, que consistía en estimular y presionar al enferm o para el recuerdo. Cuando l i historia clínica de Elisabeth term ina está terminado tam bién el m étodo de la coerción asociativa como tránsito al psicoanáli­ sis, ese diálogo singular entre dos personas que son, dice Freud, igual­ mente dueñas de sí. En «Sobre psicoterapia» (1905o), una conferencia pronunciada en el Colegio Médico de Viena el 12 de diciembre de 1904, que se publicó en la Wiener Medical Presse del mes de enero siguiente, Freud establece una convincente diferencia entre el psicoanálisis (y el m étodo catártico) y las otras formas de psicoterapia que hasta ese m om ento existían. Esta dife­ rencia introduce una ruptura que provoca, como dicen Zilboorg y Henry (1941), la segunda revolución en la historia de la psiquiatría. P ara expli­ carla, Freud se basa en ese hermoso modelo de Leonardo que diferencia las artes plásticas que operan per via di porre y per via di levare. La pin­ tura cubre de colores la tela vacía, y así la sugestión, la persuasión y los otros métodos que agregan algo para m odificar la imagen de la persona­ lidad; en cambio el psicoanálisis, como la escultura, saca lo que está de más para que surja la estatua que dorm ía en el mármol. Esta es la dife­ rencia sustancial entre los métodos anteriores y posteriores a Freud. Des­ de luego que después de Freud, y por su influencia, aparecen métodos como el neopsicoanálisis o el ontoanálisis que tam bién actúan p er vía di levare, es decir, que tratan de liberar a la personalidad de lo que.le está impidiendo tom ar su form a pura, su form a auténtica; pero esta es una evolución ulterior que no nos im porta discutir en este m om ento. Lo que sí nos interesa es diferenciar entre el m étodo del psicoanálisis y las otras psicoterapias de inspiración sugestiva, que son represivas y actúan per via di porre, Surge de la discusión precedente que hay una relación muy grande entre la teoría y la técnica de la psicoterapia, un punto que el mismo Freud señala en su artículo de 1904 y que Heinz Hartm ann estudió a lo lar­ go de su obra, por ejemplo al comienzo de su «Technical implications of ego psychology» (1951). En psicoanálisis es este un punto fundamental:

siempre hay una técnica que configura una teoría, y una teoría que fun­ dam enta una técnica. Esta interacción perm anente de teoría y técnica es privativa del psicoanálisis porque, como dice H artm ann, la técnica deter­ mina el m étodo de observación del psicoanálisis. En algunas áreas de las ciencias sociales se da un fenómeno similar; pero no es ineludible como en el psicoanálisis y la psicoterapia. Sólo en el psicoanálisis podemos ver cómo un determ inado abordaje técnico conduce en form a inexorable a una teoría (de la curación, de la enferm edad, de la personalidad, etc.), que a su vez gravita retroactivam ente sobre la técnica y la modifica para hacerla coherente con los nuevos hallazgos; y así indefinidamente. En es­ to se basa, tal vez, la denominación algo pretensiosa de teoría de la técni­ ca, que intenta no sólo dar un respaldo teórico a la técnica sino también señalar la inextricable unión de am bas. Veremos a lo largo de este libro que cada vez que se trata de entender a fondo un problem a técnico se pa­ sa insensiblemente al terreno de la teoría.

3. Las teorías del método catártico Lo que introduce Breuer, pues, es una modificación técnica que lleva a nuevas teorías de la enferm edad y de la curación. Estas teorías no sólo se pueden verificar con la técnica sino que, en la medida en que se refutan o se sostienen, inciden sobre ella. La técnica catártica descubre un hecho sorprendente, la disociación de la conciencia, que se hace visible a ese m étodo en cuanto produce una ampliación de la conciencia. La disociación de la conciencia cristaliza en dos teorías fundamentales, y en tres, si se agrega la de Janet. Breuer pos­ lula que la causa del fenómeno de disociación de la conciencia es el esta­ do hipnoide, mientras que Freud se inclina a atribuirlo a un traum a.3 La explicación de Janet remite a la labilidad de la slnresispsíquica, un hecho neurofisiológico, constitucional, que apoya en la teoría de la dege­ neración mental de M orel. De este m odo, si para que una psicoterapia iiea científica le exigimos arm onía entre su teoría y su técnica, el método de Janet no llega a serlo. En cuanto sostiene que la disociación de la conciencia se debe a una labilidad constitucional para lograr la síntesis de los fenómenos de conciencia, y adscribe esa disociación a la doctrina de la degeneración m ental de Morel, es decir a una causa bioló­ gica, orgánica, la explicación de Janet no abre camino a ningún procedi­ miento psicológico científico sino, a lo sumo, a una psicoterapia ínspiracíonal (que por lo demás a la larga actuará per via d i porre), nunca a una piicoterapia coherente con su teoría, y por tanto etiológica. La teoría de Breuer y sobre todo la de Freud, en cambio, son psicoló' Para mayores detalles, véase la «Com unicación preliminar)* que Breuer y Freud publiM fon en 1893, y que se incorporó com o capitulo I en los E studios sobre la histeria (/4E, 2, pági, 27-43).

gicas, La teoría de los estados hipnoides postula que la disociación de la conciencia se debe a que un determ inado acontecimiento encuentra al in­ dividuo en una situación especial, el estado hipnoide, y por esto queda segregado de la conciencia. El estado hipnoide puede depender de una ra­ zón neurofisiológica (la fatiga, por ejemplo, de modo que la corteza queda en estado refractario) y tam bién de un acontecimiento emotivo, psicológico. De acuerdo con esta teoría, que oscila entre la psicología y la biología, lo que se logra con el m étodo catártico es retrotraer al individuo al punto en que se había producido la disociación de la conciencia (por el estado hipnoide) para que el acontecimiento ingrese al curso asociativo normal y, consiguientemente, pueda ser «desgastado» e integrado a la con­ ciencia. La hipótesis de Freud, la teoría del trauma, era ya puram ente psicoló­ gica, y fue la que en definitiva los hechos empíricos apoyaron. Freud de­ fendía el origen traum ático de la disociación de la conciencia: era el acontecimiento mismo que, por su índole, se hacía rechazable de y po r la conciencia. El estado hipnoide no había intervenido, o habría interveni­ do subsidiariamente; lo decisivo era el hecho traum ático que el individuo segregó de su conciencia. De todos modos, y sin entrar a discutir estas teorías,4 lo que im porta para el razonam iento que estamos haciendo es que una técnica, la hipno­ sis catártica, llevó a un descubrimiento, la disociación de la conciencia, y a ciertas teorías (del traum a, de los estados hipnoides), que, a su vez, lle­ varon a modificar la técnica. Según la teoria traum ática, lo que hacia la hipnosis era ampliar el cam­ po de la conciencia para que el hecho segregado volviera a incorporársele; pero esto podría lograrse también por otros métodos, con otra técnica.

4. La nueva técnica de Freud: el psicoanálisis Freud siempre se declaró m al hipnotizador, tal vez porque ese méto­ do no satisfacía su curiosidad científica; y fue así como se decidió a aban­ donar la hipnosis y ^ e la b o ra r una nueva técnica para llegar al traum a/ más acorde con su idea de la razón psicológica de querer olvidar el acon­ tecimiento traum ático. Pudo dar este intrépido paso cuando recordó la famosa experiencia de Bernheim de la sugestión poshipnótica5 y, sobre esta base,, cambió su técnicasren lugar de hipnotizar a sus pacientes empe­ zó a estimularlos, a concitarlos al recuerdo^ Así operó Freud con Miss 4 Gregorio Klimovsky ha utilizado las teorías de los Estudios sobre la histeria para ana­ lizar la estructura de las teorías psicoanalíticas. 5 C uando Bernheim daba a una persona en trance hipnótico la orden de hacer algo luego de despertar, la orden se cumplía exactam ente, y el autor no podía explicar el porqué de sus actos y apelaba a explicaciones triviales. Sin embargo, si Bernheim no se conform aba con esas racionalizaciones (como las llam aría Jones m uchos años después), el sujeto termi­ naba por recordar la orden recibida en trance.

Lucy y sobre todo con Elisabeth von R ./y esta nueva técnica, la coerción asociativa/lo enfrentó con nuevos hechos que habrían de modificar otra vez sus teorías .У . La coerción asociativí/le confirm a a Freud que las cosas se olvidan cuando no se las quiere recordar, porque son dolorosas, feas y desagra­ dables, contrarias a la ética y /o a la estética/E se proceso, ese olvido, se reproducía tam bién ante sus ojos en el tratam iento, y entonces encontra­ ba que Elisabeth no quería recordar, que había una fuerza que se oponía al recuerdo. Así hace Freud el descubrimiento de la resistencia, piedra angular del psicoanálisis. Lo que en el momento del traum a condicionó el olvido es lo que en este m om ento, en el tratam iento, condiciona la re­ sistencia: hay un juego de fuerzas, un conflicto entre el deseo de recordár y el de olvidar. Entonces, si esto es así, ya no se justifica ejercer la coer­ ción, porque siempre se va a tropezar con la resistencia. M ejor será dejar que el paciente hable, que hable libremente. Así, una nueva teoría, la teoría de la resistencia, lleva a una nueva técnica, la asociación libre, pro­ pini del psicoanálisis, que se introduce como un precepto técnico, la regla fu n d a m en ta l. Con el instrumento técnico recién creado, la asociación libre, se van a descubrir nuevos hechos, frente a los cuales la teoría del traum a y la del recuerdo ceden gradualm ente su lugar a la teoría sexual. El conflicto no es ya solamente entre recordar y olvidar, sino tam bién entre fuerzas ins­ tintivas y fuerzas represoras. A partir de aquí los descubrimientos se m ultiplican: la sexualidad infantil y el complejo de Edipo, el inconciente con sus leyes y sus conteni­ dos, la teoría de la trasferencia, etc. En este nuevo contexto de descubri­ mientos aparece la interpretación como instrum ento técnico fundam en­ tal y en un todo de acuerdo con las nuevas hipótesis. En cuanto sólo se proponían recuperar un recuerdo, ni el m étodo catártico ni la coerción asociativa necesitaban de la interpretación; ahora es distinto, ahora hay que darle al individuo informes precisos sobre sí mismo y sobre lo que le pasa, y que él sin embargo ignora, para que pueda com prender su reali­ dad psicológica: a esto le llamamos interpretar. En otras palabras, en la prim era década del siglo la teoría de la resis­ tencia se amplía vigorosamente en dos sentidos: se descubre por una p ar­ te lo inconciente (lo resistido) con sus leyes (condensación, desplazamien­ to) y sus contenidos (la teoría de la libido) y surge, por otro lado, la teoría de la trasferencia, una form a precisa de definir la relación médicopaciente, ya que la resistencia se d a siempre en térm inos de la relación con el médico. Los primeros atisbos del descubrimiento de la trasferencia, como ve­ remos en el capítulo 7, se encuentran en los Estudios sobre la histeria (1895¿0; y en el epílogo de «D ora», escrito en enero de 1901 y publicado en 1905,6 ya Freud comprende el fenómeno de la trasferencia práctica­ mente en su totalidad. Es justam ente a partir de ese momento cuando la 6 «Fragm ento de análisis de un caso de histeria», A E , 7, págs. 98 y siga,

nueva teoría empieza a incidir en la técnica e imprime su sello a los «C on­ sejos al médico» (1912e) y a «Sobre la iniciación del tratam iento» (1913c), trabajos contem poráneos de «Sobre la dinámica de la trasferen­ cia» (19126). La inm ediata repercusión sobre la técnica de la teoría de la trasferen­ cia es una reform ulación de la relación analítica, que queda definida en términos precisos y rigurosos. El encuadre, ya lo veremos, no es más que la respuesta técnica de lo que Freud había comprendido en la clínica sobre la peculiar relación del analista y su analizado. P ara que la trasfe­ rencia surja claramente y pueda analizarse, decía Freud en 1912, ei ana­ lista debe ocupar el lugar de un espejo que sólo refleja lo que le es m ostrado (hoy diríamos lo que el paciente le proyecta). Cuando Freud form ula sus «Consejos», la belle époque de la técnica en que invitaba con té y arenques al «H om bre de las Ratas» (Freud, 1909
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