Escort Girl

April 15, 2017 | Author: fujitivaaa | Category: N/A
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tomaba las riendas, su posición sobre ella era la prueba, indicando su determinación, sus deseos de empujar los límites. La presa se convertía en depredadora y el cazador se debilitaba ante sus repetidos asaltos. ¿Cómo podía Emma resistir? ¿Por qué medios podía invertir la situación? Ella, la profesional experimentada, sucumbía a la dañina tentación encarnada en su clienta rebelde e irresistible. Su mano se cerró alrededor de su nuca, su pulgar rozó su oreja y sus labios capturaron los suyos en un beso apasionado y fogoso. ¿Quizás la haría callar? ¿Tenía ella, quizás ganas de escucharla? Sus dientes mordieron su labio una vez más mientras que Regina cabalgaba sus dedos, frotándose contra su palma abierta. — ¿Y tú?— preguntó ella en un suspiro contra sus labios — ¿A ti te gusta…lo que te hago? Una mano en la nuca de Emma, la otra permanecía en su mejilla. Los dedos de Regina se cerraban sobre la piel sudorosa de su amante ante cada una de sus penetraciones que ella misma provocaba. Le gustaba verla así, verse así, las dos flirteando con sus respectivos límites Parte Primera

***

Regina Queen estaba nerviosa. Desde el comienzo de la mañana, estaba impaciente, su mirada escrutaba impacientemente las agujas de su reloj de muñeca o las del gran reloj del salón. Había vuelto a su casa al acabar la jornada, a su gran mansión situada a unos pocos kilómetros del centro de Northfolk. Esperaba, insegura, con un vaso de whisky en la mano, pensando que ya le era imposible volverse a atrás en su decisión. La joven a la que esperaba llegaría de un minuto a otro proveniente del aeropuerto de Boston a donde su chofer había ido a buscarla. Pero Regina ya no sabía más… ¿Había obrado bien llamando al Señor Gold para permitirle que le buscara a esa joven, a esa dama de compañía, como ella le había pedido? Una mujer a la que había elegido de entre tantas otras hojeando un sencillo álbum de fotos que le habían presentado. El Señor Gold le había asegurado una discreción inquebrantable y “prestaciones” de calidad por parte de la agencia con la que estaba tratando. Así que Regina Queen había resuelto aceptar el ofrecimiento por un fin de semana. Había pagado una cifra totalmente indecente para que esa agencia de Boston le comunicara las señas de esa mujer con la que se había puesto en contacto por e-mail. Después, una sencilla llamada había bastado para convenir la duración y el precio del contrato, al menos, durante el periodo de prueba, pues Regina Queen no era una mujer de comprometerse a largo plazo sin haber probado, previamente, el producto que le vendían.

Y si la Señora Alcaldesa de Northfolk era implacable en los negocios, lo era igual en las relaciones humanas, lo que le valía ser una de las mujeres más detestables y detestadas de la ciudad cuyos habitantes le debían todo. Se sobresaltó cuando tocaron a la puerta, arrancándola de sus turbios pensamientos, y dejó su vaso en la mesa baja del salón. Se ajustó su entallado vestido y caminó hacia la entrada, haciendo resonar sus tacones en el parqué a cada paso que daba. Posó su mano en el pomo, tomó aire y abrió, posando inmediatamente su mirada sobre la joven a la que solo conocía por fotos y por su voz. Esta era tal y como se presentaba en las fotos. Segura, mirada franca, tenía como mucho veintiocho años. Rubia, cabellos largos que caían sobre sus hombros, cubiertos por una chaqueta de cuero rojo, sus ojos azules mirándola con seguridad. — Usted debe ser Regina Queen…— dijo ella con una ligera sonrisa. La susodicha calculó cuán de incómoda era la situación y las razones de ello eran legítimas. Asintió — Sí, en efecto, y usted debe ser Emma Nollan… Abrió más la puerta, lanzando una mirada hacia la calle para asegurarse de que nadie fuera testigo de la llegada de su particular invitada. — Entre, se lo ruego… La joven obedeció y Regina Queen no pudo evitar recorrer su silueta con una rápida ojeada antes de cerrar. Todavía le costaba creerse la presencia de la joven en su casa, y eso, durante todo el fin de semana, a menos que ella decidiera otra cosa. Deslizó sus manos por la tela de su vestido y explicó — He hecho que le preparen una habitación en la planta de arriba Emma recorrió el sitio con una mirada atenta y esbozó una sonrisa divertida ante esa última frase. Posó los ojos sobre su clienta del fin de semana y se tomó el tiempo para examinarla. Regina Queen tenía la apariencia de una mujer de negocios con una autoridad desbordante. Recta, vestida con un vestido de alta costura, tacones de precio exorbitado, Madame Queen oscilaba entre frialdad y una tórrida sensualidad. Una verdadera contradicción, así como su presencia en su hermosa casa. Una mujer que, a primera vista, no se la imagina uno sobrepasando unos límites, pero que, en realidad, acudía a sus servicios… — ¿Una habitación?— repitió ella Con su bolso en la mano, se acercó lentamente a su cliente. — Solo ha pagado por dos días— precisó ella — ¿Está segura de querer que pase mis únicas dos noches en esa habitación? El nerviosismo de Regina Queen acababa de transformarse en incomodidad extrema ante ese acercamiento inesperado. Estaba turbada, sin embargo, consciente de los servicios propuestos por la joven. Pero su pudor y su falta de contacto humano desde hacía incalculables años la perdían. Había visto varias fotos de Emma Nollan, pero encontrarse cara a cara con ella, concretizaba sus expectativas, y la joven era mucho más bella, mucho más carismática de lo que se hubiera esperado. Su mirada subió de sus labios a su mirada azul. — Yo…yo le dije que deseaba, antes que nada, conocerla

Emma no apartó los ojos de ella, así como mantenía una pequeña sonrisa tan encantadora como divertida. Después de todo, estaba allí para darle placer a Regina Queen, darle una entera satisfacción durante dos días. No estaba asombrada por leer algo de confusión en la oscura y penetrante mirada de su clienta. — Existen muchas formas de conocerme— respondió ella mientras se quitaba su chaqueta de cuero — ¿Cuál le viene a la mente en primer lugar? ¿Cómo Regina Queen podía responder a esa pregunta con todo conocimiento de causa? Esa joven estaba, efectivamente ahí para darle placer, lo que suscitaba múltiples analogías. Al verla desvestirse, dejar su chaqueta en el perchero de la entrada, Regina recorrió una vez más la silueta de Emma Nollan. Atlética, delgada, la joven cuidaba mucho su cuerpo. Su apariencia “masculina” era más palpable cara a cara que en las fotos. Borró de su mente algunas sugestivas imágenes que le habían venido a la cabeza ante esa última cuestión y respondió — Bueno…Podríamos tomar una copa en el salón… Pasó delante de ella. — Tengo una excelente whisky importado de Irlanda — Ok— respondió Emma siguiéndola Regina debía ocupar las manos en algo para calmar su nerviosismo que esperaba que fuera discreto para no parecer una idiota. Cogió un vaso, y echó el líquido ambarino antes de tendérselo a su invitada a la que no podía evitar mirar de arriba abajo. Regina Queen no conseguía creerse que hubiera tenido la audacia de pagar a una escort-girl para que le hiciera compañía un fin de semana. — He entendido que no debía hacer preguntas privadas— dijo— pero… Era más fuerte que ella. — ¿Realiza este trabajo desde hace mucho? Emma se llevó el vaso hacia la nariz y respiró el perfume del alcohol. En efecto, Madame Queen no ahorraba en confort o en placeres…Sus servicios, añadidos al whisky importado, a las ropas que la vestían, ya representaban una buena suma, más de un año de salario para una persona de clase media. Saboreó el whisky y contestó con una sugestiva mirada — Lo suficiente para satisfacer todos sus pedidos y colmarla a la altura de su inversión Echó hacia atrás sus rubios cabellos con un movimiento de cabeza y posós sus ojos azules en ella. — Le toca a usted decidir lo que quiere hacer conmigo… Regina Queen sintió un profundo estremecimiento. Sin duda, este era demasiado ardiente para que pudiera ser capaz de decir nada. Sus mejillas se habían sonrojado, se dispuso a responder, pero se contuvo desviando su mirada, visiblemente turbada. Con un gesto de la mano, se repeinó antes de decir finalmente — Usted…usted es muy directa, Miss Nollan Tomó una ligera inspiración antes de volver a posar sus ojos en Emma,

incapaz de imaginarse que ella, efectivamente, tenía el derecho de decidir lo que “quería hacer con ella” — Pero como le dije por teléfono, no tengo por costumbre recurrir a este tipo de servicios y todo esto es…nuevo…para mí… ¿Comprende? Emma, comprensiva, bebió otro sorbo de whisky. Madame Queen tenía, efectivamente, ciertas reservas, una evidente contención frente a ella. Como algunos de sus clientes, Regina mantenía las distancias en un primer acercamiento, pero Emma sabía que no era sino cuestión de tiempo. Después de un primer contacto, de gestos tranquilizadores, Madame Queen dejaría a un lado, seguramente, sus buenas maneras de gran dama para abandonarse a sus fantasías… — Comprendo— respondió ella Dio algunos pasos por la estancia, con el vaso en la mano, y paseó sus ojos por los muebles, los objetos, la decoración de ese gran salón. Toda la comodidad estaba presente, un salón sobrio, clásico, sin demasiados excesos, cada cosa reflejaba a su propietaria y su faceta ordenada y distante de la vida. Porque un interior hablaba por la persona, Emma tenía la costumbre de leer a sus clientes lanzando una ojeada curiosa a la decoración de sus casas. — Soy célebre por hacer que la gente se sienta cómoda— añadió ella mientras cogía una manzana del centro de mesa de cristal — Por adaptarme a todas las circunstancias Se giró de nuevo hacia ella y la miró de arriba abajo otra vez. Había tenido suerte, Madame Queen era de una belleza incuestionable, tan seductora como inaccesible, un verdadero desafío, una armadura que solo pedía ser resquebrajada. — Pero lo que podría decirle sobre mí, sin embargo no haría que sus reservas desaparecieran. Y si me dejara dar el primer paso, estoy segura de que usted daría todos los demás… Regina Queen la había seguido con la mirada y sus cejas se habían elevado ante sus últimas palabras. Dejar que la señorita Nollan diera el primer paso era una idea tan turbadora como la de habersela imaginado en su cama todos esos últimos días de espera. La presencia de esa joven rubia en su casa volvía la fantasía a la vez más real y más inaccesible. Una locura que Regina Queen podía pagarse perfectamente, pero que, consumado el hecho, la paralizaba. No se trataba de ganar unas elecciones, de obtener contratos de construcción para su sociedad. Se trataba de su vida privada y la Señora Alcaldesa no había tenido deceso desde hacía años. Su teléfono sonó en ese momento y la arrancó a la vez de sus reflexiones y de su contemplación. Cogió el teléfono que estaba en la mesa baja. — Discúlpeme, tengo que responder Descolgó — Queen Su interlocutor no era otro que uno de sus secretarios, enviado para gestionar sus bienes inmobiliarios en la ciudad. Mientras lo escuchaba, ella

continuaba siguiendo con la mirada a su invitada que recorría los estantes de libros de su biblioteca. Su mirada evaluaba su silueta, sus formas, su atuendo, su apariencia en sus ajustados vaqueros, su ligero top, su increíble talante para estar tan relajada mientras que ella estaba excesivamente tensa. Tan lejos como remontaban sus recuerdos, Regina Queen nunca había experimentado turbación parecida en presencia de otra mujer. Su asistente llamó su atención. #¿Madame Queen? ¿Sigue ahí? — Sí, dígales que debo reflexionar— respondió ella en un tono más frío — Y envíeme los detalles por e-mail…Y no se tome la molestia de llamarme antes del lunes, Clyde, no estaré disponible. #Bien, Madame Regina colgó sin realmente haber escuchado las explicaciones de su asistente. Su mirada permanecía irremediablemente cautivada, atraída por la rubia a algunos metros de ella. — ¿Desea comer conmigo?— dijo ella Emma dejó su vaso en la pequeña mesa cerca del sofá y deslizó sus manos en los bolsillos posteriores de sus pantalones. Había notado los ojos de Regina Queen sobre ella, había adivinado su interés por su cuerpo. Después de todo, lo cuidaba bastante para saber que atraía las miradas. Ese era el fin de su trabajo…Sugerir ideas indecentes en la mente de sus clientes le aportaba dinero y reputación. — Usted propone, yo sigo— respondió ella sin vacilar Regina estaba incómoda ante tanta “facilidad” y reformuló — Sobre todo quería saber si tenía hambre y si, es así, le gustaría comer en mi compañía… Emma observó una pausa sobre esa precisión por parte de su cliente. Su sonrisa reapareció al constatar que además de querer obtener todo lo deseaba, Regina Queen también quería conocer su opinión sobre ella. — Tengo hambre— respondió ella — Y me gustaría mucho comer con usted y estoy impaciente por mostrarle hasta qué punto ha hecho lo correcto al llamarme… Divertida y juguetona, ella la señaló con el dedo antes de añadir — Y usted es el tipo de mujer con quien tendría gran placer en…trabajar. Comamos, eso le abrirá el apetito. Regina quiso creer que esa respuesta era un cumplido sobre su persona, sobre su físico. Pero escasas eran las veces en que le hacían un cumplido, aunque sabía que era una mujer muy hermosa. La situación era inhabitual, por eso, sus reflexiones y su capacidad de análisis siempre estaban presentes. — Bien— concluyó ella ante sus propios pensamientos Atravesó la puerta acristalada de la casa, que daban a una gran terraza en donde se encontraba una mesa no muy alejada de la piscina con jacuzzi. — Como si estuviera en su casa, vuelvo enseguida Regina se alejó hacia la cocina, con la mente increíblemente abrumada por

lo que estaba a punto de pasar bajo su techo y que, por primera vez, le parecía totalmente fuera de control. Acoger a esa joven en su casa era, de lejos, una de sus ideas más locas. Pero en este caso preciso, no era cuestión de trabajo, de compromisos de compra y venta, de firmas de contratos de millones por medio. La idea de que Emma Nollan estuviera ahí para ella era a la vez excitante y absolutamente aterradora, porque nunca nadie había compartido su vida, ni siquiera un fin de semana. Regina Queen era de esas mujeres hiperactivas, dependientes de su trabajo, de sus actividades profesionales y esa opción de escort-girl le había parecido ideal para cambiar su rutina y ofrecerse un poco de diversión. Pero ahora, con el hecho consumado, frente a Miss Nollan, Regina Queen se descubría menos emprendedora y segura que en los negocios. Cuando se volvió a unir a Emma en la terraza, vio que esta había aprovechado el agua templada de la piscina. Sus ropas yacían en el borde de la piscina, y ella se había metido en ropa interior. Al volver al borde, cerca de la mesa, después de haber hecho algunos largos, Emma posó sus ojos en Regina que acababa de poner los platos y los cubiertos. — No he podido resistirme a su piscina— dijo Se apoyó en el borde y se ayudó de sus brazos para salir de la piscina. Escurrió sus rubios cabellos y se acercó sin preocuparse de su cuerpo enteramente mojado. — Está un poco pálida, debería quitarse su vestido y unirse a mí en el agua… ¿Desde hace cuánto que no aprovecha de su hermosa terraza soleada? Regina Queen estuvo a punto de dejar caer la bandeja con los cubiertos y los platos que acababa de dejar sobre la mesa. ¡Dios, vaya si Emma Nollan era atractiva! ¡Ese cuerpo apenas cubierto por su ropa interior! ¿Tenía ella conciencia de sus encantos? Por supuesto, se decía Regina intentando reprenderse. Había seguido el lento trayecto de una gota de agua deslizándose por su cuello, la parte alta de su torso, el perfil de su pecho antes de morir en la tela húmeda de su sujetador. Regina parpadeó, desviando su mirada oscura, ardiente por la visión del cuerpo de Emma. — No tengo mucho tiempo para eso— dijo ella Esbozó una ligera sonrisa mientras posaba los platos. — Pero es un verdadero placer verla bañarse. Emma esbozó una ligera sonrisa, completamente consciente del efecto que tenía sobre Regina Queen. Al menos, la atracción estaba presente y el deseo era bien real por lo que leía en la mirara huidiza de su anfitriona. La ayudó a poner la mesa y recuperó sus gafas de sol que había colgado del cuello de su top. — Pues, usted se lo pierde— comentó Ya que Regina tomó asiento en la mesa, ella hizo lo mismo y se sentó a su lado mientras se ajustaba las gafas sobre la nariz. Era evidente que Madame Queen amaba las buenas cosas en muchos aspectos. Una ensalada de tomates y mozzarella acompañaba a un filete de salmón a la plancha a las finas hierbas. El apetitoso olor despertaba tanto el apetito como las papilas. — ¿Es usted una gran cocinera además de ser una mujer de negocios o ha

pedido todo esto a su restaurante? Otro cumplido que turbaba a Regina. A fuerza de ser detestada por los habitantes de su propia ciudad, ella se olvidaba de algunos de sus talentos. La ventaja con su invitada, extraordinariamente atrayente, era que ella no la conocía como las gentes de Northfolk lo hacían. — Yo cocino— confesó — Es una de las pocas actividades que me relajan. Comenzó a comer, incapaz de no alzar sus ojos fascinados hacia Emma Nollan. — ¿Y usted? ¿Qué hace cuando no trabaja?— preguntó Emma saboreó un trozo de tomate con un poco de mozzarella. Apreciaba la buena cocina cuando tenía ocasión de probarla. Una vez más, Regina se mostraba curiosa sobre su vida privada. Una vida que ella intentaba esconder, mantener separad de su trabajo. — Deporte— respondió — Intento mantener mi herramienta de trabajo… Una pequeña sonrisa siguió su declaración sobre su cuerpo y preguntó sin demora — Pero hábleme de esas pocas coas que la relajan además de la cocina…o de aquello le da placer en general. Ella se enderezó, alzó las gafas sobre sus cabellos húmedos y posó sus ojos azules sobre su anfitriona de carisma sorprendente. Tenía deseos de ahondar, de conocer más. — Una mujer con tanto poder, dinero y estatus debe tener algunas fantasías…algunos deseos aún no saciados. Si no, yo no estaría aquí. Ese tema acentuaba la incomodidad de la Señora Alcaldesa tanto como la mirada azul y penetrante de su invitada que parecía cómoda en toda circunstancia. Regina Queen no estaba para nada habituada a ese tipo de comida íntima, a citas galantes o conversaciones a solas tan seductoras. — No frecuento a nadie— se dio prisa en decir — No he tenido relaciones desde hace años. Bajó su mirada hacia su tenedor y pensó en las fantasías no saciadas a las que Miss Nollan hacía referencia. — Fue uno de mis colaboradores quien me sugirió llamar a esa agencia de Boston. Ella la miró y se justificó — Al principio no quería…Nunca he recurrido a este tipo de prácticas. Después de una pausa, cogió su copa de vino blanco y añadió alzando su mirada marrón hacia Emma — Pero, mi curiosidad me empujó a hojear el catálogo y vi su foto. Una vez más, Emma leía tanta confusión como pudor en los rasgos de Regina Queen. Un rasgo de carácter que pocas personas debían ver en su clienta. Porque fuera de esa comida a solas con ella, Regina Queen debía mostrarse implacable y autoritaria en cada una de sus relaciones. Pero a través de sus evidentes reservas, ella adivinaba sus ganas, sus visibles deseos en la mente de su cliente. — Relájese— la tranquilizó ella después de haber bebido un poco de vino —

Y disfrute…No tiene que dar cuenta a nadie, ni tiene que dar ninguna excusa. Y todo lo que diga o haga en estos dos días no saldrá de su casa. Dejó la copa de vino, intrigada por las explicaciones de Regina Queen. Giró un poco la silla hacia ella y preguntó. — ¿Por qué me eligió? Regina Queen entrecerró los ojos ante esa pregunta muy directa, que exigía, por supuesto, una respuesta similar. Una muy ligera sonrisa se dibujó en sus labios, y agarró su paquete de cigarros que reposaba en la bandeja con la esperanza de recobrar un poco de contención. — Es usted muy hermosa— confesó llevándose el cigarro a los labios. Dio una bocanada y se acomodó mejor en la silla, incapaz de no contemplar a la rubia que tenía al lado. — Pero, más allá de la belleza, usted desprende algo diferente… La mirada de Emma sobre Regina se hizo más maliciosa ante ese cumplido. Madame Queen tenía todo de una mujer, de una gran dama en el sentido estricto del término. Elegante, seductora y bien educada, disimulaba todos sus vicios tras rasgos tenebrosos y carismáticos. Las mujeres de poder que han logrado ascender al más alto nivel social mostraban esa imagen, esa inquebrantable e impermeable coraza. Pero Regina Queen se encontraba en su presencia, una escort-girl con alguna experiencia en psicología. Cogió otra vez su copa y bebió antes de responder — Es verdad que no tengo mucho en común con muchas de mis compañeras que tratan con hombres…ellos quieren que se les mimen, y yo, no tengo nada de madre. Y las mujeres como usted buscan dar rienda suelta a lo que guardan en su interior todos los días sin tener que confrontarse al sexo fuerte. No somos muchas las que tratamos con mujeres porque con ustedes hay que mostrarse particularmente sólidas…Algunos rasgos masculinos en un cuerpo femenino. Eso debe ser lo que me diferencia de las otras. ¿Qué piensa usted? ¿A qué tipo de fantasía debería responder con usted, Madame Queen? Emma Nollan debería dejar pronto de pronunciar la palabra “fantasía”, pensaba la Señora Alcaldesa, porque no era cuestión de vicios o de algunas satisfacciones por su parte. Además, esas palabras le hacían tener, a su pesar, un montón de ideas inapropiadas que acentuaban ese estado inhabitual en el que su invitada la ponía. Más turbada, se esforzó en precisar. — Soy muy consciente del tipo de servicios que usted ofrece a sus clientes, Miss Nollan, pero yo no soy… Dobló su servilleta y reformuló — No espero que responda a mis…fantasías. Quería conocerla-añadió mirándola — Deseaba conocerla, pasar un rato con usted… Emma rio un poco ante esas palabras. Regina Queen se empeñaba en mantenerse en los límites de lo razonable en toda circunstancia. Ella no era ciega y había sorprendido la chispa de un evidente deseo en los ojos marrones de su anfitriona.

— Entonces, ¿me llamó porque le falta gente con quien hablar? Se enderezó y cogió el último tomate de su plato. — De acuerdo— añadió sin esperar respuesta — No es habitual, pero hablemos… Alzó los ojos sobre ella y retomó — ¿De qué quiere conversar? ¿Política, economía, deporte, negocios, del sector inmobiliario? Sé hablar de otras cosas que no son sexo si quiere mantener sus ideas íntimas para usted… Regina no dudaba de los “recursos” de la joven. Ella no era ingenua, sabía muy bien que este tipo de escort-girl no se conformaban con ser bellas. Un fin de semana de treinta mil dólares valía al menos el placer de poder conversar sobre diversos temas. Y la Señora Alcaldesa tenía ganas de conocer los temas de interés de su invitada. — ¿Le gusta la pintura?— preguntó Emma se tomó dos o tres segundos antes de responder. Se apoyó en el respaldo de la silla, el brazo extendido en el reposabrazos, la copa de vino en una mano. — Tengo mis clásicos. Pero, ¿conoce las reglas de la escort, verdad? No responderé a sus preguntas si se hacen demasiado personales. Esa regla era particularmente incómoda, pensaba Regina Queen con una mirada que revelaba su desacuerdo. Ella retomó. — Solo le preguntaba si le gusta la pintura, no que me muestre sus fotos de familia. Ella cogió su copa — ¡Y esa regla es ridícula, si quiere mi opinión! Emma esbozó otra sonrisa ante esa palpable molestia. Regina Queen tenía, seguramente, la costumbre de obtener todo lo que deseara y no chocaba muy a menudo con rechazo u objeciones. — ¿Usted pinta?— preguntó ella sin tener en cuenta su última observación — ¡Sí, pinto!— respondió Madame Queen en un tono aún molesto Se levantó para quitar la mesa. — ¡Y pedirle que pose para mí sería seguramente demasiado personal, supongo, así que no se lo pediré! Emma, esta vez, se echó a reír ante la molesta reacción de su anfitriona. Regina Queen mostraba un lado completamente opuesto al que deseaba que se desprendiera con su hermoso atuendo. Una niña que exigía que le cumplieran sus caprichos, eso es lo que parecía Madame Queen en ese momento. Entonces, Emma, divertida, la observó mientras recogía los cubiertos y los platos de la mesa. — Mi vida personal es privada, pero mi cuerpo es suyo por estos dos días, así que si desea que pose, posaré…Bastaba simplemente con pedírmelo… Una vez más, Regina estuvo a punto de tirar platos y cubiertos. Su mirada acusadora subió hacia la rubia. ¿La provocaba a propósito cada vez que estaba sujetando algo? “Mi cuerpo es suyo” le decía. Decir ese tipo de cosas de forma tan directa estaba fuera de lugar, pero ¡Dios, qué dulce y ardiente

estremecimiento había sentido Regina Queen! — Ya veremos— respondió — ¿Quiere un café, un té, una infusión? A menos que responder a esa pregunta también sea una manera indirecta de darme información privada sobre sus gustos en materia de bebidas calientes. Afortunadamente, Emma estaba acostumbrada a enfrentarse a todos tipo de caracteres en su trabajo. Y Regina Queen mostraba sus límites a través de esa nueva acusación. La siguió con los platos y paseó sus ojos por la silueta ajustada en su elegante vestido. — Un café negro sin azúcar— respondió Dejó los platos en la encimera, en medio de una gran y hermosa cocina de colores crudos y blanco. Se apoyó en el borde aún en ropa interior. — ¿Es siempre tan caprichosa o es solo conmigo?— preguntó para picarla Madame Queen metió dos capsulas de café en una máquina Expresso, último modelo antes de girarse hacia Miss Nollan. Por supuesto, su mirada no pudo hacer otra cosa sino pasearse por su silueta, sus piernas musculadas, su liso vientre, sus hombros y sus brazos bien marcados ciertamente por la musculación. Lo que tenía ante los ojos, Regina Queen lo había visto en foto, y la realidad era mucho más seductora y perturbadora de lo que ella hubiera podido imaginar. — No soy caprichosa— se defendió — Y aunque comprendo y concibo que pongáis normas a vuestros clientes, cosa que también hago en mi trabajo, ¡me esfuerzo en adaptarlas cuando, por ejemplo, algunos de mis compradores se muestran particularmente conciliadores y no buscan negociar mis tarifas! Se giró hacia las dos tazas humeantes cuyo agradable aroma ya perfumaba toda la cocina. — Y soy muy conciliadora ya que no abuso de su…amabilidad. Emma no se había movido y mantenía una sonrisa divertida ante la reacción defensiva de su cliente, que solo estaba destinada a disimular un nerviosismo que la avergonzaba y la bajaba al mismo rango que el común de los mortales. A mujeres como Madame Queen no les gustaba verse tan vulnerables, debilitadas por deseos incontrolables. Regina le tendió su taza y Emma se enderezó. Su mano agarró el objeto, lo dejó en la encimera y la otra se deslizó por su mejilla antes de besarla. Si Regina se empeñaba en mantener sus distancias, Emma estaba ahí para romperlas, hacer desaparecer las reservas y soltar los ardientes deseos. Entonces el beso se hizo sensual, porque Emma no encontró ninguna dificultad en profundizarlo. Los labios de su cliente, carnosos y perfumados, despertaban sus deseos y volvían ese trabajo mucho más interesante. Su mano libre le quitó la taza de la suya para dejarla en el borde de la encimera. Sin romper el beso, la empujó contra el mármol y murmuró — Debería…Estoy aquí para eso Esta vez ya no se trataba de estremecimientos o sencillas olas de calor en el cuerpo febril de Regina Queen. Este último se había despertado ante el acercamiento de su invitada y el contacto de sus labios lo había hecho temblar. Ella perdía el control de sus emociones, de su mente, de todo su

ser frente a tal asalto y tanta sensualidad. Regina no sabía decir a cuándo remontaba la última vez que la habían besado de esa manera, o si alguna vez la habían besado así…No pudo, entones, cerrar sus labios sobre los de la rubia cuyo dulce aroma acentuaba el estado en el que Emma la ponía… Atrapada contra la encimera, su cuerpo medio desnudo contra el suyo, ¿cómo podía ella luchar cuando su mano acababa de estrecharse febrilmente en su cadera, percibiendo la dulzura de su piel? Un ligero suspiró se le escapó… — Miss Nollan…Espere… Ella la vio retroceder, percibiendo los dulces y deliciosos vértigos que acompañaban los estremecimientos que recorrían sus miembros. Su mano en lo alto de su torso desnudo, sus dedos apenas extendidos sobre su curtida piel. Su mirada en la suya ciertamente había cambiado, ya no era acusadora, sino brillante sondeando las pupilas azules de Emma Nollan. — Creo que…que podríamos tomarnos tiempo Emma recobró la sonrisa ante esa sugerencia poco sorprendente por parte de Regina. ¿Tenía ésta conciencia de las razones de su presencia ahí? En general, sus clientes o clientas no acostumbraban a rechazarla de esa manera. Pero probar los límites de Madame Queen y jugar con sus deseos que ella veía centellear en sus ojos añadiría algo de picante. Cogió una fresa del frutero colocado en la encimera y retrocedió — Me veo en la obligación de recordarle que no tiene sino dos días para tomarse tiempo… Mordió la fresa y se apoyó en el borde de la encimera sin apartar los ojos de Regina. Cada uno de sus gestos así como cada mirada lanzada estaba destinado a encenderla, a atizar los deseos bien presentes en la cabeza de su cliente. Tomó impulso y se sentó en la encimera, cruzando sus piernas, sin vergüenza — Es usted una mujer sorprendente, Regina…Recurre a una agencia de escort underground y quiere tomarse tiempo… Lanzó una mirada a la fresa ya empezada y se la llevó a los labios para acabársela. El jugo dulce de la fruta mantuvo su cuerpo caliente después del beso que le había robado a su cliente. La fresa era, sin duda, una de las frutas más sensuales en el tema del erotismo. — Si quiere mantener el control, basta que me lo diga, dejaré que lleve las riendas Llevó una mano hacia atrás para apoyarse y posó la otra en su muslo desnudo. Su mirada posada en Regina Queen, seguía la de ella que la recorría de arriba abajo, y se deleitaba con ello. — ¿Ya lo ha hecho con una mujer? La Señora Alcaldesa estaba asfixiada en ese momento. Había puesto fin a ese beso y un viento fresco había, de repente, hecho contraste con la temperatura de su cuerpo después de ese beso increíble que Emma Nollan le había ofrecido. Apoyada en la encimera, su mirada, por supuesto, había seguido los movimientos de la rubia, la manera en la que había cogido esa

fresa y se la había llevado a sus deliciosos labios. ¿Cómo era posible desprender tanta sensualidad? Se preguntaba Regina. — Sí— dijo ella — Hace mucho tiempo. Cogió la taza y bebió un poco antes de retomar — Pero no entraré en detalles Emma adivinó sin problema que la historia con esa otra mujer había acabado tristemente. No se requería enorme capacidad intelectual para saber que el pasado de Regina Queen se componía de algunas experiencias dolorosas en materia de relaciones amorosas. Su trabajo equivalía también a subsanar ciertas cosas, a responder a las ausencias así como jugar a veces a las confesiones…Saltó de la encimera y cogió otra fresa. — Ok… ¿Sabe lo que vamos a hacer ya que quiere tomarse tiempo?...Va a quitarse ese vestido y venir conmigo a su piscina enorme y climatizada… Se acercó de nuevo, la mirada tan sugestiva como decidida. — Porque si estoy aquí es también para romper sus costumbres de mujer de negocios agotada y pasar un buen momento. Regina no podría resistirse de todas formas. Esa joven tenía un poder sobre ella que no le asombraba. Su elección en el catálogo de escorts había sido evidente, rápido, no la había visto sino a ella entre todas las otras que, a pesar de su innegable belleza, no desprendían tanto carisma y seguridad como Emma Nollan. — Bien, tiene razón, debo relajarme Su mirada viajó por un momento hacia los labios de la rubia, estremeciéndose ante el recuerdo del beso y dijo enseguida — Voy a cambiarme, enseguida me uno a usted. Se alejó sobre sus tacones que resonaban sobre el parqué, y dejó a Emma sola en la cocina. Esta no había dejado de seguirla con la mirada hasta verla desaparecer. Regina Queen tenía, efectivamente, un caparazón sólido que, de todas maneras, ella acabaría por romper con ayuda de algunos de sus encantos. Salió afuera, a la terraza, y no esperó para deslizarse en la piscina. Ya estaba tardando para poner sus ojos sobre el cuerpo de su cliente sin el vestido…Regina Queen era una mujer bellísima, con talentos nada despreciables y Emma no contaba con estropear esta misión en la que no tendría que esforzarse…Extendió sus brazos a lo largo del borde, se apoyó y posó sus ojos interesados sobre Regina que apareció, vestida con un elegante albornoz…Su sonrisa volvió a sus labios mientras la escrutaba con atención. El nudo fue deshecho y descubrió un cuerpo de formas generosas y sensuales. ¿Cómo una mujer como Regina Queen podía necesitar una escort? Emma no pronunció la más mínima palabra, esperando ahogar ese pudor y ese nerviosismo sorprendente que aún leía a través de las reservas de Madame Queen. Esta última rodeó la piscina hasta las escalerillas y la bajó escalón por escalón mirando a la rubia de la que captaba su ligera sonrisa encantadora. No sabía decir si la divertía o si Miss Nollan se reía de ella, pero Regina Queen no estaba totalmente a gusto. Tener consciencia de ser una mujer

hermosa no le quitaba su incomodidad y su pudor, sobre todo cuando Miss Nollan era generosamente pagada para interpretar el papel de la amante encantadora. — No está obligada, lo sabe… Se sentó en uno de los escalones, el agua de la piscina llegándole al bajo vientre, y añadió — A fingir que le gusto Emma sacudió la cabeza, mucho más divertida que nunca esta vez. — No la habría besado si no me gustara… Regina Queen era la clienta y la que había pagado para traerla ahí, así que Emma también debía doblegarse a sus exigencias. Su mirada permanecía atraída por el cuerpo de Regina sin obligarse a ello. Su bañador negro esculpía sus formas con voluptuosidad, comprimía un pecho generoso sin ser exagerado. A Emma le gustaban las mujeres, sobre todo las hermosas mujeres…Dejó el borde de la piscina y se acercó a ella subiendo los primeros escalones sumergidos. La rodeó y se puso a sus espaldas. Si Regina mantenía las distancias, su papel era el de erradicarlas. Sus manos se deslizaron por sus hombros, una de ellas separó sus cabellos negros antes de que sus labios se posaran en su piel. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, testigo de un placer real, sin subterfugios. — Y es usted la que rechaza mis avances desde antes… Regina sentía de nuevo cómo cálidas sensaciones la envolvían, mezcla de escalofríos, de ligeros estremecimientos, pero, sobre todo, de deseo. Con su cabeza inclinada hacia un lado, dejaba libre acceso a los labios de la rubia, sin llegarse a creer lo que estaba pasando. Regalarse los servicios de una mujer tan bella era una locura que, sin embargo, le ahorraba muchas complicaciones, pensaba ella. Aunque la mujer en cuestión partiera al terminar el fin de semana. Regina Queen no quería pensar en ello y los asaltos de Miss Nollan borraban, poco a poco, su pudor natural. Sentirla a su espalda, sus besos en su cuello, la hacían temblar…Ella llevó su mano a su mejilla, apreciando en sus dedos la dulzura de su piel. — No la rechazo— dijo ella con voz más baja bajo el efecto de los temblores…— Me esfuerzo por no quemar ciertos pasos… Quemar era el término exacto, pensó Emma. Esta no tuvo en cuenta los deseos de Regina Queen. Su cliente parecía satisfecha y contenta con sus asaltos, con su iniciativa y era todo lo que bastaba. Su mano se apartó de su brazo, se deslizó por su costado y se detuvo en su liso vientre. Ella se estremeció. Su palma acariciaba la piel de Madame Queen, como la seda, tan suave como cálida. Sus besos siguieron sencillamente sus deseos en función de su descubrimiento. Regina no tardaría en dejarse ir, en soltarle las riendas a su espíritu atenazado por algunos principios morales. Sus labios se cerraron alrededor de su lóbulo. Con la punta de su lengua, la acarició, añadió un toque picante a ese momento robado a su patrona — Conmigo…no existe ninguna etapa…ningún límite— susurró en su oído — No son necesarias las buenas maneras. Solo cuenta su placer. Su otra mano soltó el broche de su parte alta sin asillas, motivada por el deseo y el contacto de sus cuerpos que se habían acercado aún más. La

prenda quedó flotando en el agua y fue alejado por las ligeras ondas. Emma se sentía también receptiva ante sus propis gestos, ante lo que descubría de su cliente. El calor subía, el aliento se perdía a veces entre beso y beso en su cuello. Excitar a Regina se convirtió en algo necesario, obligatorio, más excitante que el placer por sí mismo. Su mano sobre su vientre se deslizó hacia su cadera, trazó la finura de sus curvas y alcanzó su muslo al que rodeó lentamente. Sus dedos se aferraron ahí un momento antes de deslizarla para separarlo del otro, y dejarla reposar sobre su pierna. — Dígame lo que quiere— murmuró ella entonces ¿Cómo Regina Queen podía responder o incluso razonar? Lo que Emma Nollan provocaba en ella sobrepasaba el entendimiento. Su deseo se hacía cada vez más fuerte, incontrolable a cada segundo, alcanzaba límites insospechados. La rubia la deshojaba con sensualidad. Cada uno de sus asaltos la derribaba. No había sino una única respuesta a sus últimas palabras susurradas en su oído. Quería a Miss Nollan, incapaz de retroceder, de pensar en otra cosa. Su rostro sonrojado se giró hacia el de ella, sus pupilas oscuras, transpirando deseo, buscaban el contacto con sus ojos mientras que su mano permanecía en su mejilla. — Es a usted a quien quiero— confesó en medio de unas emociones que se habían hecho demasiado intensas — La quiero desde que la vi en esas fotos… En ese momento, ante las últimas palabras de Regina, el calor se hizo sofocante. Finalmente, esta se revelaba, se descubría y dejaba salir a flote sus pensamientos íntimos. Emma no encontró nada que decir y la besó de nuevo para responder a ese pedido. El placer no tenía que ser fingido, el deseo venía de ellas mismas y numerosas ideas nacían en su cabeza. Su mano en su espalda descendió hacia sus riñones. Con la punta de los dedos, rozó su húmeda piel antes de rodear su costado. El perfil de su pecho pasó bajo su pulgar, despertó otro escalofrío y el beso se hizo más apasionado. Un suspiró se escapó de él, consecuencia excitante de esos audaces asaltos. Emma descubría el pecho de Regina con la punta de sus dedos, sin necesidad de la menor mirada. Su lengua se inmiscuyó en sus labios, encontró la suya antes de retirarse. Atizarla de esa manera acentuaba su placer, para nada forzado. Regina Queen hacía gala de encantos formidables e incluso una profesional como Emma se dejaba tentar. Pero las costumbres debían ser demolidas, los anhelos sobrepasados, los deseos cumplidos — ¿De qué manera me desea?— suspiró ella pegada a sus labios. Depositó otro beso en sus perfumados labios antes de añadir con voz cálida — Dígame lo que desea… Su mano rodeó su muslo, se deslizó hacia el interior, bajo el agua. Emma la sintió temblar contra ella. Tomaba, poco a poco, posesión de su cuerpo, la recorría con lentitud y delicadeza, sin impaciencia, sin precipitación. — Yo lo desearé de todas maneras— añadió ella ¿Miss Nollan tendría conciencia de lo que provocaba en ella?, se preguntaba Regina. Ya no se trataba de dar marcha atrás o poner alguna pega en ese momento. La Señora Alcaldesa estaba escuchando su cuerpo, las

sensaciones que Emma despertaba. Ese beso, esas caricias menos castas, sus nuevas palabras atizaban un fuego ya ardiendo en cada célula de su cuerpo. ¿De qué manera quería ella a Emma? ¿Qué deseaba? Y Miss Nollan le hacía sobrentender que ella también lo deseaba. No hacía falta más a Regina Queen para redoblar su deseo. Tantas respuestas venían a esas preguntas, sin embargo, sencillas, respuestas que su cuerpo formulaba en una necesidad irrefrenable de sentir a Emma tomando posesión de ella. Así que Regina rompió apenas el beso y su mirada fija en la de Emma reveló el ardor de su deseo. — Solo la deseo a usted— murmuró Su respiración era más cálida, su respiración más anárquica al ritmo de los latidos de su corazón. Se incorporó un poco, se deslizó sobre Emma y sus dedos volaron hasta su nuca. — Deseo sentirla en mí… Esa vez, Emma supo que lo había logrado. Regina había tomado la iniciativa, se había decidido a expresar sus deseos sin atarse más a sus reservas. Colocada sobre ella, su cliente le demostraba todas las razones que la habían empujado a recurrir a sus servicios. Su brazo se enroscó alrededor de su cintura y sus labios viajaron por su ardiente piel. Recogieron algunas gotas de agua hasta alcanzar su pecho al que hasta el momento solo había descubierto con sus dedos. Ese momento tenía algo de sensual, apasionado e íntimo. Regina Queen parecía tan sincera como auténtica. Tales eran los efectos de una relación carnal. Una se abría a la otra, perdiendo la noción de las circunstancias o de la realidad. Su papel de escort ya no existía, solo estaba ella como persona. Si Regina Queen se abandonaba, entonces, Emma no tenía sino que seguirla y saborear ese instante en compañía de su cliente. Esta dejaba ver una belleza innegable, perfectamente irresistible. Pocas eran las veces en las que Emma sentía un deseo real, sin esfuerzo ni artificios, hacia sus clientes. En el agua, sus cuerpos encontraban algo de frescor, el aire se caldeaba y calmaba las olas de calor a cada una de sus respiraciones. Una mano se deslizó por los muslos de Regina Queen, separó el biquini y sus dedos obedecieron a su deseo claramente pronunciado, cálidamente susurrado. Un nuevo suspiro se escapó, cubriendo el chapoteo del agua contra el borde de la piscina. Los labios de Emma se detuvieron en su pecho, haciendo más intensas las sensaciones. Ella podía sentir los dedos de su compañera aferrarse alrededor de su nuca. Aguardaba sus reacciones inflamadas, evidentes, escuchaba sus demandas implícitas. Sus caricias entre sus muslos provocaban el efecto deseado, un placer latente, aún contenido… Pero la excitación solo pedía intensificarse más. Así que Emma se alejó de su pecho, depositó algunos besos ardientes sobre su piel antes de morder apenas su cuello. Mostrarle un deseo recíproco, una avidez feroz doblaría seguramente su éxtasis, desencadenaría, quizás, sus pensamientos íntimos y enterrados. — Dígalo otra vez— susurró ella, en su oído — Quiero escuchárselo… Regina se estaba inflamando y las temperaturas estivales no tenían nada que ver en la fiebre que su amante le provocaba. Sus dedos hundidos en sus

cabellos dorados, no tenía otra elección sino abandonarse a sus caricias, al placer cada vez mayor que sus labios y dedos hacían nacer en su intimidad. Un ligero suspiro contenido se evadió de sus labios, revelador de un pudor innato. — La deseo— repitió ella — La quiero…en mí… Y cuanto más Regina sentía los dedos de Emma entre sus labios íntimos, excitar su clítoris, más ese deseo clamaba por ser saciado, consumido hasta el éxtasis más total. Con su mirada en la suya, finalmente sintió sus dedos deslizarse lentamente en su interior. El placer se intensificó sin demora, delirante, febril ante las lentas y sensuales embestidas que la rubia le prodigaba. Regina llevó sus manos a sus mejillas, acallando otro gemido sobre los labios de Emma y susurró — Más…No se detenga… El placer la hacía hablar, liberaba los deseos, soltaba las riendas a sus instintos más reprimidos. Finalmente, Emma escuchaba el deseo de Regina Queen, el resultado de su delicado acercamiento. En ese momento, ella podía expresar el suyo, soltar su lengua y algunos de sus libertinos pensamientos. Porque le estaba gustando lo que estaba viviendo, apreciaba los dulces gemidos ahogados que se escapaban de los carnosos labios de su amante. Así que Madame Queen ya no era la rica mujer de negocios, renombrada en toda la costa este, sino una mujer con sus necesidades largo tiempo insatisfechas, de locos deseos. Emma sentía placer acariciándola, y la excitación aparecía sola, sin necesidad de ser forzada. Sus dedos en ella, sus labios contra los suyos bastaban para provocarle emociones. ¡Cuánta sensualidad y pasión mezcladas buscando solo escapar de esa mujer con aires elegantes, de carácter frío y autoritario! Regina Queen, seguramente, no había hecho el amor desde hacía bastante tiempo, y la repentina llegada de su orgasmo fue una prueba irrefutable de ello. Emma la sintió crisparse, borrar los últimos centímetros que las separaban para callar su último suspiro. E incluso en ese instante, sus reservas permanecían, viejas costumbres destinadas a protegerla. Su cuerpo se relajó sobre el suyo después de haber temblado por última vez. La calma volvió, el chapoteo del agua retomó su sitio como ruido de fondo y Emma retiró su mano…El placer había sido tomado, algunos deseos satisfechos, al menos, de momento. Con un gesto delicado, Emma deslizó sus dedos por los cabellos morenos de Regina, que mantenía su rostro hundido en su cuello. Una ligera sonrisa estiró sus labios. Venía el instante de lucidez, el momento en que la consciencia retomaba su lugar en la realidad. ¿Cuáles serían las próximas palabras de Regina? ¿Cuál sería su reacción? Esos segundos que seguían al primer contacto se manifestaban, a veces, difíciles para la clienta. Así que Emma fue la primera en romper el silencio. — También es una buena manera de conocernos, ¿no cree? Regina aún sentía increíbles vértigos después de esa tempestad de placer. No había sido capaz de contener su éxtasis. El orgasmo que la había alcanzado había sido de una intensidad tal que nunca olvidaría. Su rostro se alzó mientras recobraba su espíritu. La posición en la que se encontraba era

de lo más sugestiva. Ella, que nunca se había imaginado haciendo el amor en su piscina, se veía ya ante el hecho consumado. Gracias a Dios, no se las tenía que ver con posibles vecinos, pues su terreno era vasto. Su mirada se posó en los rasgos tenebrosos de Miss Nollan, su atracción hacia ella permanecía intacta, por no decir reforzada por ese momento que acababa de vivir en sus brazos. La joven había derribado sus reservas, su pudor, había sabido guiarla para que franqueara algunas de sus reglas o su moral. — Es una manera muy agradable de conocerse— confesó ella deslizando su mano por su mejilla. Porque, a su pesar, Regina no podía desviar su brillante mirada de los trazos finos e insolentes de Emma Nollan. Entonces, tuvo la audacia de volver a besarla, un beso menos cargado de impaciencia o de deseo febril, sino que fue un beso insistente y delicado a la vez. Retrocedió, sus dedos deslizándose por su mejilla y colocando un mechón dorada tras la oreja de su amante — Y me ha gustado— confesó Emma esbozó una sonrisa feliz y encantadora. Era todo lo que quería escuchar por parte de su amante durante dos días. Su mirada oscura aún resplandecía, confiándole otros mil deseos que Regina debía estar guardando en su interior. Para ser una mujer de reputación implacable, Regina revelaba una fragilidad y una sensibilidad evidentes. Era un efecto debido al acto realizado. Acostarse con una escort no exigía nada, ningún compromiso, ninguna promesa. El o la cliente dejaba sencillamente hablar a su cuerpo. — Soy la mejor— respondió ella con tono ligero Con un brazo aún enroscado en su cintura, recogió su biquini que flotaba en la superficie del agua y se lo dio, colgado de la punta de su dedo índice — Y usted tampoco ha estado mal— acabó por confesar — Por otra parte, podemos retomarlo cuando quiera… Regina recogió la parte de arriba de su biquini, mientras que esas pocas palabras volvían a reavivar un deseo indecente hacia su invitada. Se lo puso, cubrió su pecho que había sido objeto de asalto por los labios de Miss Nollan algunos minutos antes. — No me diga esas cosas— dijo Regina Finalmente ella le sonrió, con una sonrisa ligera, pero cargada de emociones y de atracción que Emma podía confirmar a través de sus oscuras pupilas. Regina volvió a besarla, cautivada por sus labios. — Podría tomarle la palabra— terminó la Señora Alcaldesa. Solo cuando su teléfono sonó, sus trazos se tensaron, esa llamada la arrancaba de ese momento de relajación, de placeres que había olvidado. Se levantó, pero miró a Emma — Discúlpeme… Salió de la piscina y caminó hacia la mesa antes de coger el teléfono que seguía sonando. Verificó la llamada y descolgó con expresión severa. — ¿Qué pasa ahora, Clyde? Emma se recostó a lo largo de los escalones de la escalerilla de la piscina.

Extendidos los brazos, dejó que el sol calentara su piel, que, sin embargo, estaba bien marcada por el placer de su amante. Ese contrato se hacía cada vez más interesante, completamente a su gusto. Finalmente se incorporó y dejó la piscina para acercarse lentamente a su cliente al teléfono. Por lo que leía en sus rasgos tensos, su conversación no la estaba satisfaciendo. ¿Podría acaso ella animarla un poco? A sus espaldas, su brazo recobró su lugar alrededor de su cintura y su mano apartó los cabellos morenos. Su cuerpo se presionó contra el suyo en un estremecimiento… ¿Y si Regina le tomaba la palabra como había dicho hacía un momento? Sus labios, traviesos y vagabundos, partieron a la conquista de su cuello. Una sonrisa reapareció en su rostro al sentir a Regina crisparse ligeramente. La Señora Alcaldesa acababa de conmocionarse ante ese acercamiento que no se había esperado. Su asistente estaba al otro lado de la línea, pero ella estaba perdiendo el hilo de la conversación. Pero en lugar de apartarse de Emma Nollan, de poner fin a ese abrazo imprevisto en plena llamada profesional, Regina Queen se irritó más con su asistente — Dígale a mi padre que no bajaré el precio y que si él desea negociar con los compradores, que me llame en persona. #Lo siento, Madame Queen, pero ha sido muy claro y siendo propietario mayoritario tiene el derecho de decidir los acuerdos de la venta. ¿Cómo quiere que yo argumente? ¿Qué debo decirle? — ¡Qué se vaya al infierno!— respondió Regina Colgó, tensa, y dejó el teléfono que hubiera preferido apagar, sobre todo en tales circunstancias. Entonces se giró hacia Emma, a la que no había dejado de sentir a su espalda, y olvidó rápidamente esa llamada de Clyde y las contrariedades emparejadas con sus negociaciones. Tal era el poder que la joven tenía sobre ella, hacer cortocircuito en sus pensamientos, capturar su atención con la más mínima mirada. Al sentir a Emma pegarse a ella, su mano viajó hasta su mejilla, comprobando la dulzura de su piel, mientras que otros escalofríos de deseo hacían acto de presencia. — Usted impide que me concentre— confesó ella La mirada de Emma reflejó tanta malicia como satisfacción. Sus labios capturaron los suyos en un beso provocador, y ella respondió — Entonces no tenía por qué pagar mis servicios… Finalmente, ella profundizó el contacto, ya que Regina sucumbía a sus avances. Emma tenía que recordar las razones de su presencia ahí. Regina Queen había desembolsado una bella suma para concederse sus servicios y Emma contaba mostrarse profesional hasta el final. La empujó hacia la mesa, la elevó apenas para sentarla encima. — Dígame que me pare si no le gusta… Regina ardía una vez más. Rápidamente había enlazado el cuello de la rubia y su mano había viajado hacia su costado para atraerla entre sus muslos. ¿Cómo se resistiría a otros avances por su parte si su invitada se mostraba tan atrevida con ella? — No se lo diré— susurró en el beso con un tono de voz que quería que

fuera provocador. Porque Regina se esforzaba por mantener el control y quería creer que le gustaba a su amante. Que más allá de ese trabajo de escort, Emma Nollan la deseaba realmente a ella. ¿Percibía ella ese ardiente deseo cuando la señora Alcaldesa se abandonaba a él? Con la respiración entrecortada y la mirada más resplandeciente que nunca, Regina Queen retrocedió y se tomó unos segundos para observar mejor a la joven que tenía delante, captar la importancia de ese instante, de lo que había pasado hacía unos minutos en la piscina, de lo que podría pasar sobre esa mesa si ella lo deseaba…Y Regina lo quería más que a nada, más que nada ella deseaba a Emma. Volvió a besarla, dejó que la rubia le quitara la parte de arriba de su biquini y sintió sus dedos aferrar la parte de abajo, que deslizó a lo largo de sus muslos. Esta vez, Regina se encontró desnuda, y con un gesto de la mano, tiró los pocos documentos que había sobre la mesa, mientras que Emma la hacía retroceder, y se colocaba entre sus muslos. Sentir su piel, su cálido cuerpo, su perfume envolverla por completo multiplicó por mil las sensaciones que había podido sentir en la piscina. Regina bien podía ahogarse bajo el peso de su deseo, del calor que Emma provocaba en ella, nada contaba en ese momento sino el cuerpo de la rubia sobre el suyo, alojado entre sus piernas. Sintió sus besos descender por su cuello, echó su cabeza hacia atrás, mientras que su mano se aferraba a sus musculosas nalgas aún cubiertas de un tejido demasiado incómodo. — Me va a volver loca— susurró ella entre suspiros

*** Eso era todo por lo que Emma se encontraba ahí, en esa inmensa mansión, entre las piernas de su amante. Los impetuosos encuentros se habían sucedido uno tras otro. Satisfecho el placer, volvía la calma, se imponía la realidad, pero el deseo ardía de nuevo…Así que, Regina sucumbía a los acercamientos de Emma y esta se plegaba a las exigencias de su clienta. Y cuanto más pasaba el tiempo, más se desvelaba Madame Queen, se hacía libre en sus movimientos, se mostraba en confianza después de toda la intimidad compartida. Sobre el sofá, la encimera de la cocina, el despacho al fondo del pasillo, el jacuzzi, se conocían, se aprendían la una a la otra. Nunca Emma había conocido semejante apetito. Regina Queen se revelaba más insaciable de lo que ella habría sospechado. Exigía a lo largo del acto, emitía algunas demandas sensuales, dirigía las negociaciones de una manera bastante tórrida. Disfrutaba de la experiencia de Emma, de su profesionalidad. La noche había llegado y la habitación permanecía sumergida en la penumbra. Una vez fuera de la ducha, que se había convertido en cuna para un nuevo encuentro, se habían acostado en la cama para conversar ligeramente, para pequeñas bromas, agradables intercambios sin desavenencias ni enfrentamientos. Pero las manos se perdían de nuevo, las caricias se profundizaban, en busca de un cuerpo ya conocido y reconocido.

La huella de un increíble placer permanecía y sugería nuevos ataques apasionados. El sueño fue el único en poner fin a un descubrimiento sin fin, a incesantes reencuentros. Él liberó sus cuerpos inflamados, hizo que reinara la calma y trajo un silencio apaciguador a la casa. Regina se había quedado dormida con la cabeza reposada en el torso de Emma, cuyo brazo aún la rodeaba al despertarse con la aurora. Los recuerdos de la víspera, recuerdos de tanta lujuria, invadieron la mente de la Señora Alcaldesa, mientras Emma aún dormía. Esa mañana era diferente a las otras, Regina lo sentía en lo más profundo de sí misma. Sabía que no saldría de esa cama como lo hacía cada día desde hace incalculables años. No habría ni ritual de preparación, de maquillaje, de elección de ropa, ni llamada matinal, pues ella había tenido el cuidado de apagar su teléfono después de que su asistente la hubiera intentado llamar la noche pasada. Esa mañana, Regina no tenía ni la menor idea de qué hora era, pero tampoco le importaba. En esa habitación, con su cuerpo desnudo acurrucado contra el de Emma, se dejaba acunar por sus aromas, por la suavidad de su piel que redescubría con sus labios. Estos se deslizaron por su hombro, trazando un delicioso camino hasta la garganta de Emma. Nunca hubiera creído que una mujer tuviera tal efecto sobre ella, pudiera provocar tanto deseo, tanta dependencia, tanta locura. Su mirada ascendió hasta el rostro de la rubia, girado hacia el suyo, dormido, y sus dedos le apartaron algunos mechones antes de descender por su mandíbula, su cuello, llegar hasta la parte alta de su desnudo torso. Porque Regina le había pedido que se desvistiera, había querido sentirla completamente desnuda pegada a ella, sentirla a ella. El cuerpo de Emma parecía haber sido esculpido por los dioses, no presentaba ninguna imperfección, ninguna marca, ningún vulgar tatuaje ni ninguna cicatriz. La mano de Regina continuó su lento descubrimiento y despareció bajo las sábanas en búsqueda de un tesoro nuevo. Conocía ese “límite” prohibido establecido en el contrato con la rubia, pero quería creer que Emma y ella habían pasado del estado jefa/empleada…Sus dedos alcanzaron la parte alta de su intimidad, pero una mano agarró su muñeca. — Regina, no— dijo Emma con voz rota Regina alzó su rostro, la mirada brillante de deseo anclada en la de la rubia que sacaba su mano de debajo de la sábana. Regina la puso en el pecho de Emma y respondió — Esa regla es la más estúpida de todas— dijo Regina en voz baja. Emma abrió los ojos y los posó sobre su rostro atrayente y sombrío. Esa mirada se la había cruzado muchas veces la noche pasada así como había recorrido ese cuerpo que notaba pegado al suyo. Un estremecimiento le recordó el placer vivido durante horas, de diferentes maneras. — Pero sigue siendo una regla— respondió ella Porque con ese trabajo, ella no podía permitirse dejarse tocar de esa manera por sus clientes. Su concentración y atención no serían perfectas si ella también sucumbía al orgasmo…No se trataba de relaciones amorosas ni aventuras de una noche después de conocerse en un bar. Cada encuentro tenía lugar porque una suma de dinero había sido gastada. Con las mujeres,

esa regla podía ser seguida porque sus clientas esperaban ser satisfechas y no satisfacer. Ellas pagaban para recibir, no para dar…Emma dobló el brazo bajo la cabeza y se tomó tiempo para escrutar el rostro de Regina Queen. Con un gesto, acarició su mejilla de piel aterciopelada — ¿Ha dormido bien?— le preguntó Regina no se conformaba con mirar a Emma, la contemplaba sin medias tintas. Pero ese retroceso por su parte, daban a las cosas su justo valor, a esos malditos treinta mil dólares que le había pagado por su presencia en su casa. — Sí— respondió ella fríamente después de su rechazo. Se incorporó y dejó finalmente la cama, quedando desnuda ante la mirada de su amante, antes de coger la bata de satén y ponérsela. Esa repentina distancia no le agradaba en absoluto, pero parecía necesaria para no sucumbir a sus ganas de volver a empezar todo. Se giró hacia Miss Nollan mientras anudaba su bata. — Pensaba que entre nosotras ya no solo era cuestión de ese maldito contrato— lanzó ella Después sintiéndose más desamparada, añadió — Y yo… ¡Pensaba que yo le gustaba! Emma no había apartado los ojos de ella, es más, disfrutaba mirándola con atención. Su fabuloso cuerpo, de voluptuosas curvas, permanecía en sus recuerdos, tan intactos como embriagadores. Con sus dos brazos bajo la cabeza, no se tomó la molestia de levantarse. Desde su posición, podía contemplar a su amante que volvía a refunfuñar. — Un contrato es un contrato…Pero eso no quiere decir que usted no me guste— respondió ella — No soy tan…activa con mujeres que no son de mi gusto. Regina la miró un instante, el ceño aún fruncido, tensa. Sabía que tenía que calmarse y suavizar sus arrebatos que, desde la víspera, tenía frente a su invitada. Volvió a la cama, como si fuera incapaz de mantener mucha distancia con Emma y se sentó en el borde. — Entonces, pongamos fin a ese contrato desde ya— dijo ella Esta vez Emma cambió de expresión y se hizo más seria. Se apoyó sobre un brazo, la mirada fija sobre Regina Queen. — Eso no es lo convenido— dijo ella Sin embargo, esa mañana más que la víspera, Regina no podía concebir las cosas de esa manera con la rubia, no después de esos besos dados, de sus asaltos, sus acercamientos. Quizás ella había pagado un servicio preciso, pero sabía mejor que nadie que un contrato podía romperse. Hizo una pausa, desvió los ojos un instante hacia las agujas del reloj que le recordaban que su tiempo estaba marcado. Pronto serían las dos de la tarde, lo que significaba que la rubia dejaría su domicilio en pocas horas. La miró y cambió literalmente el tono de esa conversación — Yo…no te pido que me lo reembolses. Me importa poco el dinero, quiero volverte a ver Emma se conmocionó ante las palabras y el tono empleado por Regina Queen. Debería habérselo esperado después de recibir todas esas

insistentes y sinceras miradas. Sus suspiros durante el acto sexual habían hablado por ella, dejando ver mucho más que una sencilla satisfacción. Pero hubiera preferido no escuchar esas últimas palabras que sonaban como una declaración. Se incorporó y se sentó en el borde del colchón. Las pocas veces que había tenido que afrontar ese tipo de conversación no le había aparecido tan difícil. — Eso no es posible— respondió ella Desvió la mirada, apenada, tensa ante la idea de tener que explicar su rechazo. — Y la regla también dice que se supone que no debo volver a verte después de lo que acabas de decir. El repentino silencio que se instaló mostró toda la confusión que se adueñó de Regina Queen. Su mirada no se apartaba del rostro de Emma, asimilando su mente sus últimas palabras. ¿Hablaba en serio? La sola idea de no volver a ver a la rubia era impensable, no después de un día como el de ayer, no después de esa noche, no después de haber compartido y sentido tanto. — No…eso no es factible— defendió Regina Pero la distancia repentina de Emma le hacía comprender que esas palabras no eran una opción y no le dejaban elección. Así que Regina se levantó y la desafió con la mirada. — ¿Es lo que quieres? ¿No volver a verme? Emma la miró durante algunos segundos, bastante tiempo para comprobar lo que sus palabras habían infligido a Regina. Recogió sus bragas del suelo y se las puso, la garganta cerrada. Hasta ese momento, ella no tenía ninguna dificultad en imponer las reglas, en hacerlas respetar. Pero con Regina Queen todo parecía diferente, hasta manteniendo sexo…Su trabajo había adquirido un giro demasiado placentero, demasiado agradable para permanecer en los límites razonables. — No es lo que he dicho— respondió ella recogiéndose el pelo — Pero debes comprender que es mi trabajo…que no puedo aceptar volver a ver a una de mis clientas por placer. Los límites deben ser respetados para evitar problemas… Regina tomó una segunda inspiración mientras veía a Emma vestirse. Poco a poco, un miedo indecible escalaba en su interior, el de no volver a ver a la rubia, el de verla alejarse de ella. Dejando claro su deseo de hacerlo de forma diferente, no respetaba las cláusulas del contrato y una única solución podía solucionar ese problema, permitiéndole ganar un poco de tiempo — En ese caso, voy a pedir una prórroga… Se alejó hacia la puerta con paso decidido — Y contactar con la agencia Emma alzó los ojos sobre ella y la vio salir de la habitación. Sin demora, la siguió y la detuvo agarrándola por el brazo — Regina, no— rechazó ella Dejó que un silencio se hiciera entre ellas antes de continuar. — Deja que este contrato acabe. Haz como habrías hecho normalmente y tómate el tiempo de pensar en estos dos días…

Porque Emma conocía también el entusiasmo humano, el encaprichamiento repentino de una persona bajo emociones tan intensas que se volvía como un niño en Navidad. — No eres la primera en fascinarte al acabar el primer contrato. Así que, primero retoma tu vida y reflexiona. Hemos estado encerradas más de 24 horas y yo te he encendido bastante, las ideas se enmarañan… Apartó algunos mechones rubios de su rostro y añadió — De todas maneras, mañana tengo otro trabajo, así que tendrás todo el tiempo para reflexionar antes de volver a llamar a la agencia. Regina frunció el ceño, insegura de haber entendido bien, de haber comprendido bien, sobre todo de medir bien lo que esas últimas palabras significaban — ¿Un contrato? ¿Otro contrato? Parpadeó — ¿Es que…quieres decir que vas a ver a otra mujer? Emma ya había sobrepasado los límites con Regina Queen y hablarle de otro contrato formaba parte de ello. Conocía esa mirada acusadora y lamentaba haber hecho referencia a su agenda profesional delante de una clienta. — Regina— dijo ella — Se supone que no puedo tener esta conversación contigo…Haz solo lo que te he pedido. Volvió a la habitación, recogió su sujetador, más nerviosa. Ese contrato con Regina Queen no tenía nada de un trabajo tranquilo y sin problemas. ¿Por qué no había escuchado a su instinto después de la primera vez que se habían mantenido sexo? ¿Por qué había rechazado los límites, provocado emociones? Se puso un top limpio y abrochó el cinto alrededor de su cintura. — No es como si no supieras cómo funciona esto…Eso por ello que existen los contratos Regina la había seguido, desamparada. — Sé para qué sirven los contratos, y todo contrato puede ser roto… ¡quienquiera que sea esa mujer, pagaré el doble si hace falta! Una sonrisa nerviosa apareció en los labios de Emma. No sabía si caer bajo el encanto o tensarse más. Regina mostraba un apego evidente, se empeñaba en no comprender para no tener que cortar definitivamente los puentes. — Y todo contrato tiene un fin, Regina, tú, que sabes de negocios— respondió ella Cogió su bolso sobre la cómoda de Regina y alzó los ojos hacia ella. Esa conversación la obligaba a olvidar esas agradables horas, esos repetidos embates, para recordarle la crueldad de su trabajo. Sacó su móvil del pequeño bolsillo de su bolso y lo encendió tras haberlo apagado a su llegada. Varios bips se escucharon señalándole la recepción de varios mensajes. — Por favor— añadió sinceramente — Ya he ido en contra de todo lo que debía hacer contigo… Ante la mirada desamparada de Regina, su voluntad, sus resoluciones se

fundían como nieve al sol. Entonces todo el placer sentido con ella, todas las sensaciones vividas volvían a la superficie. Se puso el bolso en el hombro, sacó una tarjeta de su bolsillo y un bolígrafo de la mesilla de noche. Sacó el tapón que mantuvo entre sus dientes y anotó algunas palabras en el papel. — Estaré en Nueva York el jueves de esta semana…Si quieres verme, llámame a este número y deja un mensaje Regina cogió la tarjeta donde se encontraba el número de Emma, comprendiendo que, finalmente, ella aceptaba volver a verla a pesar de esas malditas reglas. Aunque debía tranquilizarse, la idea de que Emma viera a otra mujer hacía que esa bola de nervios se anclara en su garganta. — Ahora tengo que irme— añadió Emma La vio alejarse, dejar la habitación, pero fue tras ella — ¡Emma, espera! Cuando la rubia se dio la vuelta al llegar a la escalera, Regina se detuvo frente a ella, su mirada expresando todo lo que ella era incapaz de decir. Así que llevó sus manos a sus mejillas y pegó sus labios a los de ella en un último beso antes de retroceder. — Iré— dijo ella — Te dejaré un mensaje, pero iré de todas maneras a verte… Ese beso robado por Regina no hizo sino recordarle a Emma el impacto que ese trabajo había tenido sobre ella, todos los límites que sobrepasaba. Los encantos de Madame Queen habían surgido efecto, la habían doblegado muchas veces. Queriendo atravesar su coraza de mujer de negocios, ella había hecho pedazos la suya…Le sonrió ligeramente antes de sucumbir al deseo de otro último beso, y bajó velozmente las escaleras para salir de la casa. Quizás esos próximos días sin ver a Regina Queen harían que esta reflexionara, tomara la necesaria perspectiva para comprender su arrebato y su infundado apego. Y quizás Emma también podría deshacerse de la ardiente quemadura de todos esos momentos de sexo… *** Al día siguiente, la Señora Alcaldesa se dirigió a su despacho en el centro de la ciudad de Northfolk, más tensa que nunca. Casi no había dormido y su humor por la mañana era el mismo que el de la noche pasada. — Buenos días, Madame— dijo una primera secretaria en la recepción al verla pasar Regina Queen no le dirigió ni una mirada, ni una palabra de amabilidad al contrario que otros días. — Señora Alcaldesa— saludó otra secretaria que se cruzó en la zona de las fotocopiadoras. Pero Regina continuó su camino a través del pasillo. Sus altos tacones resonaban por el parqué encerado, anunciando su llegada a los otros empleados que corrían a ocupar sus puestos de trabajo. Ahí todos conocían a la Señora Alcaldesa y la temían. Regina Queen era implacable en los negocios o en su forma de gobernar la ciudad y todos le debían algo. Un trabajo, un alquiler o un crédito, pues el único banco de Northfolk era

privado y pertenecía a su padre Robert Queen, que gestionaba la red de la NMB por todo el país, la National Queen Bank. Al llegar al final del pasillo, Clyde Stevenson le pasó la carpeta de documentos, así como una taza de café. Se quedó bastante inseguro al constatar la expresión seria de su jefa. — Buenos días, Señora Alcaldesa, he confirmado su cita de esta tarde con el Señor Hoffmann, de seguros Hoffmann. Regina le lanzó una mirada acusadora mientras entraba en su despacho. — ¡Anúlela!— ordenó ella Clyde se detuvo ante el escritorio de la Señora Alcaldesa que ya se estaba sentando en su cómodo sillón de cuero y abriendo el porta documentos. ¿Había entendido bien la orden? — ¿Que…que la anule, Madame? Pero…La semana pasada decía que esa cita era muy importante para negociar las tasas de… — Anúlela— repitió Regina — No estoy de humor. Clyde estaba turbado y nunca hubiera creído ver a una Regina Queen en tal estado de cólera como para anular una cita como aquella. — ¿Le tengo que recordar que el señor Hoffmann y usted llevan planificando sobre esta reunión desde el mes pasado? Regina alzó lentamente su mirada hacia Clyde. — ¿Debo yo recordarle que usted está aquí para hacer lo que yo diga y no contradecir mis órdenes? Clyde tragó saliva. — No, Madame. Regina, definitivamente, no estaba de humor para dialogar o encontrarse con nadie después de la terrible noche que acababa de pasar. Hojeó los últimos contratos reunidos en su porta documentos, firmó el primero, pero se dio cuenta de que Clyde seguía aún plantado delante de ella — ¿Es eso todo? Desgraciadamente no, pensó Clyde. Una noticia más delicada debía ser anunciada y ese era su trabajo, aceptar ser el mensajero de las noticias, buenas o malas, a riesgo de perder su empleo. — No…Yo…Tengo que decirle también que su padre ha dejado varios mensajes y exige que lo llame enseguida, si no, cogerá el primer avión hacia Northfolk. Regina se tensó, el ceño fruncido, bastante irritada. ¿No había tenido ya bastantes problemas desde la partida de Emma Nollan la víspera? ¿Por qué tenía su padre que ensombrecer aún más ese maldito día? Agarró el teléfono y vio a Clyde alejarse con paso apresado hacia la puerta del despacho que cerró tras él. Ella se acomodó en su sillón, un brazo en el reposabrazos, el otro sujetando el teléfono en su oído, y cruzó las piernas antes de escuchar la voz de su padre. #¡Te has tomado tu tiempo para llamar! Ese tono arrogante no asombró a Regina. Su padre y ella no se llevaban bien y sin duda, nunca lo harían. — No veo qué tengo que decirte— dijo ella secamente — ¿Qué quieres? #Que firmes el compromiso de venta

— No quiero vender ese inmueble— replicó Regina #¿Por qué te empecinas que mantenerlo? ¡El barrio en el que se encuentra está en plena caída, los alquilados ya no pagan su alquiler y cada día que pasa te obstinas en hacernos perder dinero! ¡Firma ese maldito compromiso de venta, no te lo pediré dos veces, Regina! — No, aunque me lo pidas de rodillas, no venderé esos bienes. Se produjo un breve silencio… #¡Se nota que eres hija de tu madre! ¡Tan testaruda como rencorosa! — No metas a mamá en esto… #La meto si quiero, se enfadó Robert Queen. ¡Al menos, tu hermano tuvo la sensatez de pasar página, seguir mis consejos e ir hacia delante! Mientras que tú, tú continúas viviendo en esa maldita ciudad. ¡No por no querer vender ese inmueble seguirás manteniendo un lazo con tu madre! ¿Debo recordarte que han pasado más de diez años? ¡Haz como tu hermano, cásate, ten hijos y avanza en lugar de enterrarte como lo llevas haciendo todos estos años, porque acabarás como ella, Regina, sola y odiada por todos! Regina se tensó y se levantó, la mirada franca y llena de acusaciones — ¡No sabes nada de mí, papá, nunca has demostrado interés sino por Peter, no tienes la menor idea de lo que hago, de lo que levanto y ya no estoy sola! Un corto silencio se hizo al otro lado del teléfono #¿De verdad? ¿Así que has encontrado a un hombre capaz de soportarte? Ella lo escuchó reír, y apretó su mano al teléfono, llena de cólera. #¿Y quién es él? ¿Qué hombre es lo bastante loco para ser capaz de pasar más de un día contigo? — No es un hombre… #Oh…¿Así que es una mujer? No te pensaba…¡Ninguna mujer tendrá la paciencia de soportarte! Otra risa resonó, acentuando el malestar que Regina sentía desde la noche anterior. La reacción de su padre hacía subir su cólera, su rencor hacia él. — ¿No me crees? ¡Te la presentaré y ya verás! #¿Ah sí? Pues habrá que ver…el jueves por la noche se celebrará un cóctel por la inauguración de mis nuevos apartamentos en Columbus Circle. Por supuesto, estás invitada, la celebración se extenderá durante dos días con los principales promotores, espero que me honres con tu presencia y la de tu…amiga. — ¡Allí estaremos!— respondió Regina con un tono seco. Le colgó en las narices sin ni siquiera decirle adiós y se cruzó de brazos. Esa llamada de su padre se había transformado, una vez más, en ajuste de cuentas. Pero Regina se había embalado antes de razonar esperando defender el poco honor que le quedaba. Su padre nunca la había querido, tanto como había detestado a su madre siendo ella el recuerdo del fracaso de su matrimonio. Pero después de la cólera venía la incertidumbre. Regina se volvió a sentar, la mente confusa. Debía ir a esa fiesta y con la obligación de ir acompañada. Como siempre, su padre la ponía a prueba y su orgullo la obligaba a probar que ella no era esa mujer malvada, sola, sin

sentimientos de la que toda la familia se burlaba. A la defensiva y ante cada una de sus palabras, Regina había pensado en Emma, pero después de su partida de la víspera, después de ese repentino alejamiento, Regina ya no sabía a qué atenerse. Emma no era sino una escort. Ella le había dejado claro su trabajo, su papel junto a ella ese fin de semana, era por lo que le había pagado. Pero en la mente llena de ilusiones de Regina, esos dos días pasados con Emma no eran consecuencia de un contrato, de un pago de treinta mil dólares, aunque seguía siendo consciente del trabajo de la rubia. Nunca había vivido momentos semejantes con nadie, y nunca ese nadie había sido capaz de hacer nacer en ella un vacío tan grande por su ausencia. Emma le faltaba, terriblemente. Regina no había conciliado el sueño esa noche. Perdió el apetito. Cogió su bolso y sacó una tarjeta de visita, la de la agencia E. D, Escort Directory. Marcó, insegura, y se aclaró la garganta. — Buenos días…Soy Regina Queen… #Madame Queen, feliz de escucharla, ¿cómo está? — Le llamo con respecto a Miss Nollan…Quiero decir…Emma Nollan ***

En esa época del año, Central Park atraía a las muchedumbres. Los turistas, los hombres de negocio, los estudiantes y los deportistas. El sol brillaba en un cielo azul, la hierba reverdecía y los campos de béisbol se llenaban hasta caída la tarde. Seguramente el paraíso era esa naturaleza en medio de la inmensa ciudad que era Nueva York, calma y tranquila, al abrigo del incesante movimiento de la metrópolis. A un mismo ritmo, Emma corría al lado de su amigo, Kendall. Un joven cerca de la treintena que cuidaba de su cuerpo tanto como ella lo hacía. Porque él también trabaja como escort para las señoras, una especie de gigolo, como a él le gustaba decir al hablar de él mismo. De una belleza casi divina, sus rasgos masculinos y su cuerpo esculpido por la mano de Apolo mismo atizaban todos los deseos, tanto de hombres como de mujeres. Por esa razón, Kendall aceptaba algunos trabajos con hombres. La orientación sexual no importaba en su manera de pensar. Para él, los humanos partían a la búsqueda del placer carnal desde la pubertad y poco importaba el género…Poseyendo un encanto natural y simpático, Kendall tenia consciencia de su poder de seducción. Es más, era eso lo que le había empujado a ese terreno laboral. Después de casi diez años siendo hombre de compañía, su reputación ya estaba hecha, y exigía él también sumas astronómicas por sus servicios. — Es la primera— dijo él — Sabes cómo pueden ser en la primera…Los hombres, las mujeres, es lo mismo. En cuanto toman su ritmo, en cuanto se sienten en confianza, se aferran y creen que tú eres Dios Padre… Kendall se detuvo al borde del camino para recobrar la respiración. Emma lo imitó, sudando, y bebió algunos buches de su botella de agua. Su amigo no estaba equivocado y ella lo sabía. Pero desde su marcha de casa de

Madame Queen, no había logrado sacársela de la cabeza. Regina ocupaba sus pensamientos, demasiado a menudo para su gusto. — Quizás tengas razón— respondió ella para asegurarse Kendall dio unos pasos hacia el hermoso césped tomado de asalto por los turistas, familias y estudiantes buscando sol. Se agachó y se apoyó sobre sus brazos para hacer algunas flexiones. — Queen, ¿no son los de los bancos?— preguntó él, curioso — E inmobiliarias— respondió ella mientras se estiraba Kendall se incorporó y observó a su amiga. — No deberías hacerte preguntas. Esa mujer está forrada y forma parte de una de las familias más ricas de la costa Este…Si le has hecho tilín, volverá a llamarte y podrás ganar una buena cantidad… Pero la situación no parecía tan sencilla a ojos de Emma que no quería arriesgarse a ninguna afección. — Ya tengo regulares que me pagan mucho más que bien — ¿Y? ¿Qué puede hacerte a parte de volverte rica? Emma esbozó una sonrisa tan nerviosa como divertida ante el lógico razonamiento de su mejor amigo. — ¿Cómo es ella?— preguntó él Emma se tomó unos segundos, asaltada por los recuerdos de su fin de semana con Regina Queen. La respuesta se imponía a través de los recuerdos de sus encuentros. — Sobre los treinta, mujer de negocios, tirando a guapa … Kendall frunció el ceño ante esa respuesta evasiva por parte de Emma. Normalmente, esta no se quedaba corta en sus descripciones. Sus clientes era o “cañones” o “amables” para evitar decir “feas”. — ¿Tirando a guapa?— repitió él — ¿Guapa tipo me la tiro por trabajo o guapa tipo voy a hacer horas extras? Emma se echó a reír ante el resumen que explicaba bien su estado mental durante el trabajo con Regina Queen. Ella estiró un brazo, después el otro, y respondió — Es una bella mujer. Kendall conocía a Emma desde su llegada a la agencia hacía seis años. Los dos trabajaban de la misma manera, con profesionalidad y rigor. Se tomaban ese trabajo en serio y no bromeaban con las reglas para evitar desafortunados y desagradables malentendidos. Porque el sexo podía, a veces, suscitar confusión en ciertos clientes, hacerles perder la razón hasta el punto de dejarlo todo por el escort…Grandes sumas de dinero eran gastadas para actuar no importa cómo sin preocuparse de las consecuencias físicas y psicológicas de su trabajo. Kendall leía cierta vacilación en la mirada de Emma. Y lo que ella acababa de contarle sobre el impulso de Madame Queen al final del tiempo del contrato quizás solo era parte de la verdad. Dudaba del rechazo de su mejor amiga hacia Regina Queen, lo que nunca sucedía. Emma se mostraba siempre sólida y estricta cuando se trataba de dejar las cosas en su sitio. — ¿Y cómo fue tu pequeño tête-à tête con Madame Travis?— preguntó él sin querer insistir. — ¿Su marido estaba ahí esta vez?

Emma bebió otra vez algunos sorbos de agua, aliviada por hablar de su última clienta en lugar de hablar de Regina. — No— respondió ella — Ella le dijo que no repetiría la experiencia y que prefería estar sola conmigo… Kendall esbozó una sonrisa y dijo en broma — ¿Y cómo se lo tomó él? — La cuentas bancarias están todas a nombre de ella, ¿qué quieres que dijera? Emma rio con su amigo y los dos echaron a caminar, volviendo sobre sus pasos, hacia la salida del parque. Su teléfono vibró en el forro amarrado a su brazo y lo sacó para ver el nombre de su agente en la pantalla. Descolgó, pensando ya en un nuevo trabajo. — ¿Sí? #Hola Emma, soy Leech’. Tengo un nuevo trabajo para ti a partir del jueves por la noche. Madame Queen ha llamado, acaba de reservarte por diez días, lo que nos lleva hasta el domingo que viene. Le he dicho que la llamaría para confirmárselo. ¿Te parece bien? La expresión de Emma cambió, y transparentó tanta incertidumbre como vacilación. Debería haberse esperado tal propuesta por parte de Regina después de haberla visto tan afectada por su marcha. Y un trabajo de diez días conllevaba una suma descomunal para una escort. — ¿Es para un viaje? Porque los o las clientes, a menudo, pedían escorts para sus viajes de negocios o personales, lo que explicaba una duración más larga de los contratos. #Una viaje a Nueva York al menos por dos días. Para el resto, puedes llamarla si tienes otras preguntas Así que Regina había tomado sus precauciones y la había reservado diez días antes que dos para no cometer el mismo error… — Ok, la voy a llamar. #Bien, entonces espero tu confirmación. Y pasa por la agencia en cuanto puedas. Tienes papeles que firmar y facturas que darme. No lo olvides, hay que cerrar las cuentas antes de fin de mes. — Iré enseguida, después de comer #Hasta luego, bye Emma colgó y Kendall preguntó rápidamente — ¿Otro trabajo? Emma suspiró en silencio, el pulgar sobre el nombre de Madame Queen en la pantalla de su teléfono. — Sí…Diez días con Regina Queen — ¡Joder, no se anda con chiquitas!— lanzó Kendall espontáneamente — Has aceptado, espero. — Primero tengo que llamarla

***

Después de haber firmado algunos documentos, Regina había pedido a Clyde que le trajera otro café, cosa poco recomendable en su estado de nervios exacerbados. Desde hacía varios minutos, esperaba que Elisha Wallace la llamase para confírmale su “reserva”. Regina había tomado la delantera, incapaz de esperar hasta el jueves para contactar con Emma. Para calmarse, por su bienestar mental, no había encontrado otra solución sino la de llamar a la agencia. De esa manera se aseguraba ver a Emma más tiempo sin correr el riesgo de que fuera llamada para otro de esos malditos contratos. Su teléfono sonó y no esperó al segundo toque para responder -¿Queen? # ¿Diez días? ¿Sabes cuánto vas a tener que pagar? Regina, nerviosa, dio algunos pasos a lo largo de su despacho con el móvil pegado a la oreja. El solo hecho de escuchar a Emma al otro lado de la línea la reconfortaba, la calmaba, como si su cuerpo hubiera estado en apnea desde la marcha de Emma el día anterior. — Da igual. Puedo permitirme pasar los próximos seis meses si fuera necesario. ***

Emma sacudió la cabeza ante esa precisión que se suponía que debía indicarle la determinación de Regina. Pero ya la conocía y temía ese nuevo trabajo. No solo a causa de las reacciones inflamadas de Regina, sino también a causa de algunos límites que ya había franqueado con ella… — ¿Qué tienes pensado para diez días? Escuchó un ligero suspiro al otro lado de la línea, después Regina le respondió #Mi padre organiza un gran cóctel en Nueva York ese jueves, así como dos días de celebración en el Sheraton de Central Park. Me gustaría que me acompañaras. Me dijiste que estarías disponible, así que he tomado la delantera para asegurarme de que también lo estarías los días siguientes. Solamente…Será necesario que me hagas un favor cuando nos veamos… — ¿Qué tipo de favor? #Le he dicho que…que había conocido a alguien. Emma frunció el ceño ante esa breve explicación. Regina la dejó adivinar lo que seguía — Así que voy a tener que interpretar el papel de novia— concluyó ella, poco entusiasta ante esa idea — ¿Sabes que ese tipo de interpretación solo funciona un tiempo con los padres? # Me da igual. ¿Podrías hacer eso por mí o debo llamar a la agencia? Emma suspiró ante esa pregunta y ante el tono molesto e impaciente de Regina. La tensión se palpaba. Emma no apreciaba que la obligaran a nada.

— ¿Así que estás dispuesta a pagar otra escort? # Pagaré a otra para esa velada si tú no deseas acompañarme, pero te dejaría las llaves de mi apartamento donde podrás esperarme y yo iría a tu encuentro. Más hablaba Regina, más se crispaba Emma. Regina se buscaba problemas con esa historia de su novia imaginaria. ¿Tenía consciencia de lo que eso implicaba? La idea de saber a otra escort en compañía de Regina Queen durante ese cóctel tampoco le agradaba… — Muy bien, te acompañaré esa noche— cedió ella — Pero vas a tener que decirme qué papel tendré que interpretar exactamente #Te envío la dirección de mi apartamento al número que me has dado. Reúnete conmigo ahí a las cuatro del jueves, te diré todo lo que necesitas saber. — Ok, ahí estaré…

***

Regina caminaba de un lado a otro del despacho desde que la conversación había empezado. El corto silencio que se hacía denotaba su persistente nerviosismo mientras que no tenía ninguna intención de colgar. Poner fin a esa llamada equivaldría a no tener noticias de Emma hasta el jueves si la rubia decidía no responder al número de teléfono que le había dejado antes de su partida. Regina se detuvo delante de los ventanales de su despacho que daban al pequeño parque adyacente al Ayuntamiento y volvió a hablar — He pensado mucho en lo que ha pasado entre nosotras este fin de semana Un silencio siguió a sus palabras antes de escuchar la voz de Emma # ¿Y te has dicho que embarcándote en esta historia de tu novia sería más sencillo? Además de ocupar todos sus pensamientos sin excepción, Emma la irritaba, pensaba Regina — No estaba previsto— se defendió — ¡Si dependiese de mí, me hubiera conformado con verte en Nueva York para pasar los próximos diez días sola contigo! Se esforzó en calmarse y apartó un mechón detrás de su oreja — Pero una vez que ese mal momento haya pasado, haremos lo que te parezca los ochos días siguientes. Porque en eso también había pensado Regina desde la marcha de Emma, en todos sus deseos hasta ese momento inexistentes desde el encuentro con la rubia. — El jet estará a nuestra disposición, solo tendrás que decidir. #Veamos cómo transcurre esa velada, y ya veremos después Las respuestas de Emma jugaban con los nervios de Regina. ¿Esta se mostraba de repente despegada a propósito? ¿Era porque no estaba de “servicio”? Regina se sentía en una trampa, pues temía hacer ciertas

preguntas cuyas respuestas podrían acentuar su malestar. — Entonces, me despido hasta el jueves…

*** Aún al lado de su amigo Kendall, que la observaba por el rabillo del ojo, Emma se irritaba en silencio. Regina era una verdadera gruñona, además de ser caprichosa y testaruda. — Hasta el jueves— respondió ella al final #Emma, espera… Emma no había apartado el móvil de su oreja, de todas maneras. Así que, respondió — Aún sigo aquí Un corto silencio se hizo al otro lado de la línea, después escuchó #Me gustó este fin de semana…Me gustó lo que pasó y…Te echo de menos. Emma se irritó más al sentir una emoción desagradable invadirla ante esas palabras. Ellas señalaban ese apego imposible y peligroso, evocaban la complejidad de ese contrato. Lanzó una mirada a Kendall, después al semáforo antes de cruzar la avenida. — Hablaremos el jueves, tengo que dejarte. Colgó y Kendall tomó la palabra rápidamente, bastante intrigado — Diez días para un segundo trabajo solo tres días después del primero— resumió él — Tu cliente amó tus servicios… Por supuesto que Regina había disfrutado y ella se lo había repetido, pensó Emma, crispada. Kendall ya debía estar haciéndose preguntas, adivinando su confusión que ella intentaba disimular. Pero él conocía las vicisitudes del trabajo, las reglas y las posibles distancias. — ¿Y tú? ¿Te gustó?— preguntó él ¡Era justamente la pregunta que Kendall no tenía que haber hecho! Emma le lanzó una mirada acusadora por atreverse a haberla hecho. — ¿De qué hablas?— replicó ella Kendall dejó ver una ligera sonrisa ante el repentino cambio de humor de su amiga. — No sería la primera vez…Eso puede pasarnos a nosotros también. ¿Lo sabes? Dar con un cliente que nos gusta, con quien nos gusta acostarnos. Sentimos placer y deseamos comenzar de nuevo. No somos robots o juguetes sexuales, aunque está bien para el ego decirse que las personas nos desean y nos quieren hasta el punto de pagar varias decenas de miles de dólares para acostarse con nosotros en una cama. En fin, para ti, ¿cuánto sería? Alrededor de 200.000… Él le sostuvo la puerta cuando llegaron ante el inmueble donde se encontraba el gimnasio donde se daría la clase de Muay thaï. Porque además de ser amigos, hacer el mismo trabajo, compartían el mismo interés por ese arte marcial y el derroche de adrenalina. Emma entró, seguida de Kendall. Debía ordenar sus pensamientos a propósito de Regina, encuadrar la situación, pero la idea de cruzarse de nuevo con su mirada le despertaba

ya unos nervios que no debían existir. — De todas maneras, mantén el control del trabajo… Emma sabía por qué razón Kendall le daba ese consejo. El control era primordial en cada una de sus misiones si no querían correr ningún riesgo. Las reglas bien establecidas, los clientes bien informados de su trabajo, el control debía ser mantenido. El equilibrio residía entonces entre imponerse a su cliente dejándole creer que era él quien lo detentaba. Y era eso lo que Emma temía perder pasando tiempo con Regina… *** Emma caminó por el pasillo unos segundos, vacilante. Había localizado la dirección que le había indicado Regina Queen en el último piso de un inmueble de lujo en el Upper East Side. Había preferido no contestar a la llamada del día anterior, solo le había mandado un mensaje para confirmarle la cita de la media tarde. Durante tres días no había dejado de pensar en ello, de temer ese nuevo cara a cara con Madame Queen. Porque sabía que sus ojos se habían paseado a lo largo de su cuerpo, habían escrutado cada mínimo rincón. Regina la atraía mucho más de lo que debía…Pero la suma ya había sido ingresada en la cuenta de la agencia y el trabajo, por tanto, debía realizarse. Ante la puerta del apartamento, se sacó los pulgares del bolsillo trasero de los pantalones y se resignó a llamar. Una buena inspiración y seguramente recobraría el control de la situación. Regina Queen abrió, el teléfono al oído, vestida con uno de sus elegantes trajes chaqueta, hecho a media y de precio desorbitado. Por supuesto, la Señora Alcaldesa no pudo evitar mirar a la rubia de arriba abajo. Cerró tras ella y acortó su llamada. — Páseme las llamadas importantes a mi línea de Nueva York, Clyde, pero únicamente las importantes. #Bien, Madame, anotado. — Le llamo mañana Y colgó finalmente sin haberle quitado ojo a Emma que paseaba por su apartamento. Regina había sentido ese algo agradable y embriagador en su pecho cuando su corazón había latido más rápido, más fuerte, al ver a Emma entrar. Apagó el teléfono, lo dejó en la mesita de la sala y se enderezó. Regina Queen, implacable mujer de negocios, sentía que perdía pie, nerviosa frente a la rubia. Los escasos tres días sin noticias de ella le habían parecido una eternidad. Vio a Emma girarse hacia ella y se ajustó su blusa en los pantalones de vestir que caían sobre sus altos tacones. — Estoy contenta de verte— dijo ella con una brillante mirada que reflejaba mucho más que alegría Emma no sabía decir si sentía lo mismo. No dejaba de recordarse el contrato, la razón de su presencia ahí. Pero volver a ver a Regina hacía volver a su mente los recuerdos de sus numerosos retozos. Su perfume inundaba el apartamento, llegaba a ella en sucesivas e intensas oleadas. Por supuesto, su mirada no había tardado en posarse sobre su clienta. Se

había deslizado por su silueta cubierta por sus hermosas prendas, siempre tan elegante. Regina Queen desprendía un carisma evidente y su belleza acentuaba el poder de sus encantos. — ¿Cómo estás?— preguntó ella Regina no conseguía controlar su propio corazón que se empeñaba en no querer calmarse. Ese era uno de los numerosos efectos que Emma tenía sobre ella. Ella se acercó, vacilante, insegura, sintiéndose una adolescente en su primera cita. — Ahí va… Señaló el bar con un femenino movimiento de mano y añadió — ¿Te sirvo algo de beber? ¿O quieres, quizás, comer? Emma esbozó una sonrisa nerviosa al percibir la evidente turbación de Regina delante de ella. Ella era la escort, así que debía controlar ese reencuentro, aunque este implicara emociones que sobrepasaban los límites. — Me gustaría un whisky solo— respondió ella mientras se quitaba su chaqueta de cuero — Y me gustaría hablar de lo que has previsto para esta noche. Para poder estar a la altura… Regina se esforzaba por encontrar en su interior un poco de calma. Caminó hacia el bar, sirvió dos vasos con un puro malta escocés y puso uno frente a Emma que se había sentado en uno de los taburetes. Ella rodeó la barra de cristal y se sentó a su lado. Su mirada no podía evitar recorrer su silueta, su mente no dejaba de recordarle los momentos íntimos compartidos. Sin embargo, esa velada era importante, una prioridad. — ¿Cómo es que se dice?— dijo ella intentando bromear — El trabajo antes que el placer… Cruzó sus piernas, alisando la tela de su pantalón de vestir con la mano antes de cruzarlas sobre las rodillas. — No quiero una interpretación complicada— dijo— Y no dejaré que te someta a un interrogatorio sobre nuestra vida o la tuya. Así que eres libre de inventar lo que te plazca con respecto a nuestro encuentro, nuestra vida. Conociendo a mi padre, no se extenderá en los detalles. Seguramente te preguntará a qué te dedicas y qué milagro hace que me soportes. Emma alzó las cejas ante esa explicación sucinta de la relación de Regina con su padre. Después de haberla observado por el rabillo del ojo, se esforzaba en mantener la cabeza fría, de atenerse a su papel de escort. Su mano aferrando el vaso, lo hizo girar antes de beber un trago. Lanzó una mirada a Madame Queen, la observó, deteniéndose una vez más en su ropa, su blusa entreabierta que sugería el nacimiento de un pecho firme y generoso. — ¿Entonces debo impresionar a papá?— resumió ella — ¿Él tiene razón? ¿Nadie puede soportarte? Regina se mordió la comisura del labio ante esa pregunta. Admitía tener un temperamento fuerte, un carácter duro. — Exagera— dijo Bebió otro trago de alcohol y añadió — Y tú podrás juzgarlo después de pasar los próximos días conmigo.

Emma esbozó una sonrisa ante ese último comentario. Diez días completos pasándolos con Regina, ofreciéndole sus servicios. Temía aprender otras cosas a parte de su lado insoportable. Barrió ese pensamiento de su cabeza y se concentró en esa velada anunciada y en esa historia de novia falsa presentada a Papá Queen. Con el vaso aún entre sus dedos, Emma se tomó el tiempo para reflexionar, y después propuso — Ya que tu querido padre es muy atento contigo, espera que tú te relaciones con la élite, imagino… Un ojeada a Regina bastó para comprender que había adivinado. Así que continuó… — Seré Anna, hija de Vladimir Tchekhoz, un rico industrial ruso que hizo su fortuna gracias al comunismo y que posee la mitad de la ciudad de Miami… Pero este querido Vlad se supone que está muerto, asesinado por la mafia en un viaje de regreso a su país. Y yo estoy aquí porque soy la heredera de su imperio. ¿Será suficiente para Papá Queen o no le gustan los rusos? Regina frunció los ojos ante esa propuesta más elaborada de lo que hubiera podido imaginar. ¿No se decía que cuánto más gorda era la mentira más creíble? — A mi padre no le gusta nadie— precisó ella con una ligera sonrisa Se levantó — Me tomé la libertad de pedirte un conjunto de alta costura para la fiesta. Si quieres seguirme, está en la habitación. Emma se levantó y siguió, entonces, a Regina a través del inmenso apartamento cuyas vistas sobre Central Park eran espectaculares. Regina entró en la estancia, una amplia habitación presidida en una esquina por una cama tamaño gigante. Mesas de noche de madera, modernas, hacían juego con un tocador, y dos grandes ventanales permanecían abiertos a un inmenso cuarto de baño cuya bañera era comparable a un jacuzzi. La maleta estaba abierta sobre la cama, el conjunto del que la Señora Alcaldesa le acababa de hablar estaba extendido en la cama, aún protegido por el plástico. Se trataba de un traje negro, con una camisa blanca, muy parecido a los trajes que llevaban los hombres en esas fiestas de la alta sociedad. — Lo encargué ayer a un gran sastre francés. Debería ser de tu talla. He pensado que te sentirías más cómoda con este tipo de atuendo. Ella sacó de su maleta un vestido, también cubierto con un plástico. — Tengo que prepararme, dejo que te lo pruebes, te veo en unos minutos. Al menos Regina no había puesto ninguna objeción a su historia, y Emma podría meterse en la piel de su personaje sin temer no sentirse a gusto. Lo que más le asombraba era ese atuendo, efectivamente masculino, que Madame Queen le había elegido. La etiqueta interior indicaba una gran marca de la alta costura europea. Regina no escatimaba medios…Emma lanzó una ojeada al cuarto de baño en el que ella se había encerrado. Esa noche se anunciaba animada, entre el encuentro con su padre, su papel de novia y esa maldita atracción que sentía por su clienta. Sin turbación, se quitó la ropa para ponerse el pantalón, después la camisa y el chaleco. Dejó los botones desabrochados para darle al atuendo un

toque más sexy, menos sobrio. Regina no se había equivocado de talla. Esas prendas le iban a la perfección, ni demasiado anchas, ni demasiado estrechas. Se dirigió hacia un espejo de pie, en una esquina del cuarto, y se examinó con atención. Algunas clientas ya le habían pedido de calzarse ropa típicamente masculina para satisfacer algunas fantasías. Pero no se trataba de pasar esa noche en la cama, o de retozar en las cuatro esquinas de ese apartamento…Además de darle placer a la chica, ella debía encantar al padre. Cogió un elástico de su bolso y se ató los cabellos en una cola de caballo, y entonces escuchó la puerta del baño abrirse. Giró los ojos hacia Regina y la vio vestida con un largo vestido negro, con una abertura lateral. Esta se había detenido en seco cuando su mirada se posó sobre Emma. Ese traje parecía hecho para ella, y, una vez más, lo que había imaginado para la rubia estaba por debajo de la realidad. Se acercó a ella, bajo el encanto, atraída por lo que Emma desprendía en ese traje, y ajustó el cuello de la camisa. Su mirada siguió a sus dedos antes de subirla hacia la de Emma. Volvían a comenzar los rápidos latidos de su corazón, sus familiares sofocos acompañados de dulces estremecimientos. — Estás muy guapa— dijo, simplemente Pues las palabras le faltaban. Ningún adjetivo podía calificar lo que Emma desprendía ante ella. Tanto encanto, carisma, una belleza natural que no dejaba de cautivarla. Ella le sonrió, su brillante mirada reveladora de toda su atracción, y añadió — Estoy segura de que la señorita Anna Tchekhov causará una gran impresión. En ese momento, Emma no pensaba en Anna, sino en Regina con ese vestido. La prenda la cubría como un guante de seda en una mano femenina. Y todo en lo pensaba era en quitárselo, subir sus dedos por ese muslo medio descubierto. La tensión aumentaba, la atracción recobraba las riendas y sobrepasaba los límites. La velada no había comenzado todavía, el contrato acababa de comenzar y Emma se sentía desfallecer, sentía que perdía el control, que debía mantener a cualquier precio. Su mirada se había detenido en sus carnosos labios, pintados de un rojo oscuro. Le devolvió la sonrisa, naturalmente encantadora, y deslizó una mano en su mejilla. Sus cabellos morenos, echados hacia atrás, dejaban al descubierto sus pequeñas orejas, adornadas con unos elegantes pendientes. — ¿Contigo de mi brazo? Seguro… Puso sus labios sobre los de ella y la besó, después de haberse estado conteniendo por demasiado tiempo. Un estremecimiento la atravesó, recordándole todo lo que había sentido los dos días en compañía de Madame Queen. Su cuerpo no lo había olvidado y reaccionaba a la primera. Dio un paso hacia atrás, negándose a dejarse quemar, y volvió a hablar — Deberíamos marcharnos antes de que la escort tome el sitio de Anna y se ocupe de ese vestido… Ese beso había sido demasiado corto, infinitamente demasiado corto, aunque Regina sintió sus efectos al momento. Su corazón se había embalado durante el tiempo de ese delicioso contacto que no se había atrevido a pedir. Pero ahora que Emma había dado ese primer paso tan

esperado, Regina no podría esperar, estoicamente, a la vuelta para besarla de nuevo. Antes de que Emma retrocediese, su mano se deslizó en la suya, provocando con ese simple contacto, otros temblores. — Espera— dijo ella con una voz bastante cálida Regina estaba demasiado debilitada para resignarse a una nueva espera. Así que se lanzó contra ella, su mano remontó hacia su mejilla y sus labios capturaron los suyos. El beso apenas fue insistente, más tímido, más una huella de una contención, aunque llena de pasión. Y Regina lo profundizó, su otra mano subió hacia el cuello de la camisa de Emma, sus dedos rozaron su torso apenas accesible, los otros partieron hacia su nuca, bajo sus dorados cabellos. A lo largo de ese beso, las contenciones de Regina se desmoronaron. Sus emociones, sus sentimientos y su atracción desmesurada por Emma tomaban las riendas sobre lo poco de racionalidad que su breve separación le había aportado. Así que el perfume de su amante, sus labios pegados a los suyos, el gusto azucarado de su aliento y la cálida humedad de su lengua había echado por tierra sus reservas. — Te he echado tanto de menos— murmuró ella. Un ardiente suspiro se escapó de ese beso provocado por Regina. Esta atizaba todos sus deseos, sus innombrables y libertinas ideas en la mente ya fuera de lugar de Emma. Su profesión, sus costumbres añadidas a ese devorador e incontrolable deseo hacia su cliente no facilitaban nada. Con un brazo alrededor de su cintura, sus manos buscaban pasearse, detenerse en ese cuerpo ya recorrido, descubierto abrazo tras abrazo. Pero tenía que mantener la cabeza fría y no dejaba de repetírselo. Un trabajo la esperaba antes de dejar a Regina tomar las riendas y que obtuviera todo por lo que había pagado. Se obligó a retroceder, a romper ese tórrido contacto. Sus resplandecientes ojos azules se hundieron en los de ella y allí se perdieron un instante antes de recobrarse. — Tú eres la clienta…O bien continuamos y esto acabará por las cuatro esquinas de esta apartamento, o nos paramos y vamos a esa fiesta… Regina maldecía esa fiesta y a todas las personas que allí se cruzarían. Al oír las palabras de Emma, bien podía mandar al diablo sus proyectos, a su padre y sus obligaciones. Después de todo, no tenía que rendirle cuentas a nadie sino era a ella misma. Y todo lo que quería en ese momento era a Emma. Ya solo la veía a ella en esa hermosa ropa, solo pensando en quitársela. Esos tres días de espera interminable acababan ahí, ahora…Así que Regina subió su mano por su costado y bajó la cremallera de su vestido. Este se deslizó lentamente por su busto, después por sus piernas antes de caer a sus pies. Solo lencería fina la vestía. Los pechos encerrados en un sujetador, a sus braguitas de encaje estaba sujeto un liguero que aguantaba sus medias a conjunto. Entonces, Regina deslizó sus dedos por la clavícula de Emma y respondió — Si me deseas tanto como yo a ti, me da igual la fiesta, Miss Nollan… Emma reconoció esa ola de calor en ella, esa que la invadía para hacerla caer y hacerle olvidar su verdadero papel al lado de Regina Queen. Esta abusaba de sus hechizantes encantos, de sus apetitosas y seductoras formas. En su ropa interior, atizaba un fuego peligroso, despertaba

emociones que debían estar calladas e inexistentes. Pero Emma era humana, como Kendall le había recordado y a ella le gustaban las hermosas mujeres tanto como el placer de la carne. Así que sucumbió, primero porque estaba ahí para eso, y luego porque era incapaz de resistirse. Nunca, jamás una clienta había tenido tanto poder sobre ella. Un poder sobre ella y sus deseos, su manera de ser y de comportarse. Había límites que debían ser mantenidos y respetados, como cortafuegos destinados a proteger a las dos partes de un apego malsano. Con sus labios en los suyos, Emma la besaba más y más. Sus manos sobre el cuerpo de Regina se paseaban, partían al descubrimiento con lentitud e impaciencia mezcladas. Las de su amante se introducían bajo su camisa, la desabotonaban, se encargaban de abrirla. Al instante siguiente, Emma se encontró encima de ella, en la cama. Y todo volvía a comenzar. La distancia impuesta entre ellas durante tres días no había sido sino una vaga ilusión, un tomar carrerilla para saltar mejor. Ese reencuentro envenenaba las cosas, la situación entera. Emma no podía decidirse a poner nombre a ese nuevo encuentro. Se escondía tras la excusa del contrato, una consciencia profesional que la obligaba a honrar a su clienta y sus exigencias. Pero más allá de la clienta, de sus exigencias, Emma respondía a las suyas, a sus propios anhelos convertidos casi en necesidad. Sus cuerpos reunidos en una nueva ofensiva, el calor de un deseo profundo y visceral, Emma se dejaba arrastrar por la fogosidad, la excitación provocada por las manos de Regina. Estas se detenían sobre ella, después de haberle quitado el sujetador, en su espalda, recorriendo su columna con la yema de los dedos. Los estremecimientos se encadenaban a medida que estos pasaban hasta llegar, deslizándose, bajo la cinturilla del pantalón. Entonces un temblor la recorrió, arrancándole un suspiro. Regina acababa de descubrir uno de sus zonas sensibles…Ella rompió el beso, hundió su brillante mirada en la suya. Su respiración entrecortada tenía que recobrar su ritmo normal así como sus revueltos pensamientos, y su corazón en estado de pánico. Había olvidado desnudar completamente a la clienta, deshojarla con cuidado. Solo su sujetador había desaparecido…La excitación se hacía tan grande bajo las manos de Regina que Emma perdía de vista el placer de la clienta. Ese era el riesgo que las escorts debían evitar a cualquier precio para mantener el control, dejar sus marcas indelebles sobre sus amantes (hombres y mujeres) para fidelizarlos. Pero ese fin de semana al lado de Madame Queen había adquirido otra amplitud, demasiada importancia. Y Emma sucumbía ahora bajo el recuerdo de sus numerosos retozos. Su mano alcanzó su cadera, descendió por su muslo y deshizo el cierre de una de sus ligas. ¿Cómo trabajar sin temer abandonarse completamente a su propio placer? Debía reencontrar el gusto de la aventura, de la seducción y del encanto, olvidar la intensidad del apego. Su otra mano se encargó de desabrochar la otra liga, y se inclinó hacia ella para depositar sus labios sobre su liso vientre. En la mente de Regina ya no había sitio para su padre, su cóctel, su manera insistente de recordarle que era el vivo retrato de su madre, a la que él había abandonado. Solo quedaban Emma y ella en su apartamento. Solo importaba la fiebre que su amante hacía crecer con sus asaltos, sus caricias,

sus besos. Regina la había desvestido a medias, y Emma se encargaba de desnudarla una vez más. Sus manos habían viajado hacia los cabellos dorados conforme ella descendía lentamente. Sus besos en su pecho, después en su vientre provocaban otros temblores, otras locas ideas que la llevarían al éxtasis. Pero con Emma, el orgasmo no era la finalidad. Regina disfrutaba cada segundo, cada caricia, cada mirada que Emma posaba sobre ella. Después de haber desabrochado el liguero, sintió cómo le quitaba las medias, después cómo las braguitas de encaje se deslizaban por sus piernas. Entonces los besos de Emma bajaron hacia su bajo vientre, haciéndose más ardientes, Regina era consciente de la idea de su amante. Cuando sus labios alcanzaron su intimidad, Regina se arqueó sensualmente, su cabeza echada hacia atrás, mientras que un dulce gemido se escapó de su garganta. Emma se aventuraba con caricias más íntimas y Regina noto su lengua deslizarse sobre su clítoris. Otra ola de calor la envolvió, la hizo temblar y murmuró — Em’…Tú…me vas a volver loca… Como única respuesta, Regina sintió sus asaltos más insistentes. Sus dedos se aferraron, cerrándose, en los cabellos rubios de Emma, sus labios deslizándose entre sus dientes para contener otro gemido. Notó su otra mano deslizarse sobre su vientre, la capturó con la suya antes de que los dedos se entrecruzaran. Con cada ola de calor, de placer, Regina los aferraba, se abandonaba a la deliciosa tortura que Emma le infligía. Emma era la única que la hacía perder el control, que la hacía olvidar sus prerrogativas y obligaciones. Con ella, Regina no era más la mujer estricta, rígida y ordenada. Renunciaba a la imagen que quería dar a los demás, soltaba rienda en provecho de las emociones y sentimientos que nunca mostraba a nadie. Con todas sus fuerzas, Emma contenía sus propias ganas, sus deseos devorando el interior de su vientre, entre sus muslos. Cuanto más sentía a Regina reaccionar, suspirar, tensarse antes sus asaltos, más ganas tenía de explotar una buena vez por todas. El placer experimentado se volvía poderoso e impresionante. Su mano libre posada en su cadera dejó ese lugar y alcanzó su vientre. Con la otra agarrada por la de Regina, no necesitaba sino una para desencadenar el fuego del infierno…Entonces su pulgar se unió a sus labios sobre su intimidad y ofreció todas sus atenciones al clítoris. Sabía que estaba al límite, al borde del orgasmo, podía sentir sus músculos tensarse, sus dedos aferrándose a sus cabellos. Su aliento ya no dejaba pasar sino suspiros y breves gemidos, consecuencia de una verdadera tortura. Emma se esforzaba en contener sus emociones, en mantener la cabeza fría, pero ¿cómo podía hacerlo? ¿Cómo ser capaz de separar atracción y placer? ¿Cómo hacer tu parte del trabajo cuando una mujer satisfacía tus gustos, llenaba tus expectativas personales? A Emma le gustaba lo que hacía, así como le gustaba cada una de las caricias que infligía a su clienta. Y eso era todo en el término “gustar”. Su trabajo era dar placer, hacerse gustar y no hacerse dar sus propios favores. Por supuesto, ella podía apreciarlo con el objetivo de actuar mejor, volver al o a la cliente dependiente. Ese oficio conllevaba tantas contradicciones como paradojas.

Se jugaba con el amor, la felicidad, el placer absoluto. Se buscaba satisfacer al otro, provocarle una necesidad, una dependencia que después se hacía lo posible por deshacer si se hacía demasiado fuerte. Los clientes debían aferrarse, pero no amar, engancharse, pero no convertirse en dependientes…Todo se oponía, todo se contradecía. Y lo más sencillo era acostarse por acostarse. El sexo por el sexo, puro y duro. Pero los clientes no pagaban sumas exorbitadas para encontrarse con una puta. Y una vez más, reinaba una perfecta antinomia, una negación por cada parte. El que paga se negaba a esa bajeza, exigía ser satisfecho en diferentes terrenos, olvidaba haber pagado por sexo. La escort respondía a sus necesidades, a su falta de afectividad, interpretaba a la amiga, a la amante, la confidente y la esposa…Un oficio tan arriesgado como ser bombero. Lanzarse a pecho descubierto a una falsa relación, un fuego alimentado que podía devorar al cliente y a la escort. Y Emma, sin embargo, debía atizar las cenizas, soplar sobre las brasas incandescentes con todo conocimiento de causa. Saltar de cabeza a la tormenta, a los peligros de una emoción demasiado fuerte, a sensaciones incontrolables. Era lo que ella acababa de hacer en ese momento. Rechazar los límites, hacer degustar a Regina los sabores de un orgasmo delirante y total. Sudando, se incorporó, la respiración entrecortada, los labios cubiertos con el placer de su amante. Después del éxtasis, la belleza de Regina se revelaba más natural y salvaje, extirpada de cada poro de su deliciosa piel. De rodillas, entre sus muslos, Emma se inclinó sobre ella y le apartó un mechón de cabello húmedo de su mejilla — Tendría que haberte dicho que ese tipo de lencería tiene un extraño efecto en mí… Regina se recobraba de la delirante tempestad de placer que se había abatido sobre ella. Estaba agotada, satisfecha, su mirada oscura, resplandeciente, posada en los rasgos de Emma, inclinada sobre ella. El calor aún perduraba, más suave, reconfortante. A Regina le gustaba acoger el cuerpo desnudo de Emma en el suyo, alojado entre sus piernas replegadas sobre el colchón. Una mano estaba reposada en su espalda y la otra esbozaba lentas caricias a lo largo de su brazo. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios, marca de serenidad y ternura. -Solo me la he puesto para ti— dijo con voz cansada El silencio se volvía a instalar y Regina apreciaba el brillo en la mirada azul de su amante. Se perdía en ella sin remedio, pues después de haberse liberado gracias a ese nuevo encuentro, su nerviosismo se esfumaba. Emma retrocedió, se echó a su lado y Regina siguió el movimiento. Con una pierna entre las suyas, pegó su cuerpo a su costado y la enlazó, incapaz de soportar la mínima distancia. Emma no estaba completamente desnuda, no aún, y Regina disfrutaba pensando que la noche apenas acababa de caer sobre Manhattan. Un breve pensamiento le recordó que eran esperadas en el cóctel de su padre, pero nada la haría dejar ese apartamento esa noche. Sonrió ante un pensamiento, siguiendo con una mirada maliciosa sus dedos que se abrían y cerraban en la parte alta del torso de Emma. — ¿Qué pensaste cuando te dije que contemplaba la posibilidad de

contratar a otra mujer para que me acompañara a la fiesta de mi padre? Emma se estremecía bajo los dedos de Regina. Su cuerpo permanecía marcado por ese tórrido encuentro, su deseo bien despierto. Notaba su excitación entre sus muslos, evidente resultado de una atracción irresistible hacia su clienta. Ante esa pregunta una sonrisa, a la vez juguetona y nerviosa, se dibujó en sus labios. Se acordaba de esa breve réplica de Regina durante su corta conversación telefónica. Y se acordaba de los pensamientos que la habían atravesado en ese momento. — Que esa otra mujer debía ser fuerte para sufrir tus embestidas, en mi lugar— respondió ella — Y que era preferible que yo lo asumiera antes que dejar que una compañera resultara acribillada…Y nadie lleva tan bien un traje como yo. Regina mantuvo su sonrisa seductora, divertida por los meandros tomados por Emma para no confesarle los celos. Ella la devoraba con los ojos, apreciando ese instante en el que la reencontraba plenamente. Le posó sus labios en su mentón y le robó un beso. — Me ha gustado quitártelo… Regina no dejaba de alimentar la excitación, la efervescencia en su interior. Emma era consciente de ello y luchaba para no sucumbir, para no dejarse llevar por la locura del momento. Esa última embestida había provocado nuevas emociones, había desvelado su apego a Regina. Y tenía que desconfiar, permanecer en guardia, no abandonarse. Los carnosos labios de su clienta no dejaban de llamarla. Renovó un beso, le capturó el labio inferior entre sus dientes en un reflejo juguetón. Porque ella era así y no necesitaba forzarse para mortificar a la otra. — Es el objetivo— dijo ella — Tú me vistes y tú me desvistes, las mujeres adoran jugar a las muñecas incluso en edad adulta. Regina rio sobre los labios de Emma y la miró fijamente, su mirada aún contemplativa. Su labio entre sus dientes, su índice trazó los contornos de los de la rubia antes de descender por su mentón. Algunas ideas lujuriosas le pasaron por la mente. — Conozco otro juego que consiste en mezclar placer y degustación. Retrocedió y se levantó — Espérame, ya vuelvo… Regina se alejó hacia la puerta de la habitación y salió estando aún desnuda. Emma no había desviado su mirada de ella y la había mirado de arriba abajo hasta que ella desapareció en el salón. El cuerpo de Regina suscitaba tantas cosas, tantos deseos que llegaba a ser embriagador. Llevó sus brazos debajo de la cabeza, se quedó en la cama, obediente. Un instante más tarde, la vio volver con un bol de fresas, nata y champán. Sus ojos comenzaron a brillar con una chispa de concupiscencia, revelando las incalculables ideas que acababan de encadenarse en su cabeza. — ¿Finalmente vas a soltarte y realizar una de tus fantasías?— le preguntó ella con la sonrisa en los labios — Has comprendido que estoy aquí para eso, está bien. Regina mantuvo su ligera sonrisa y su mirada siguió siendo maliciosa. Dejo el bol de fresas sobre el colchón, el tubo de nata en una mano. Emma no

sabía si al decirlo había provocado la realización de una de sus fantasías, pero esa no era tan antigua como Emma podía creerlo. Sin pedir ningún tipo de autorización, Regina se sentó sobre ella, su cuerpo desnudo ofrecido a su vista. Puso la punta del tubo de nata sobre el torso de Emma y la hizo derramarse lentamente por sus pechos antes de coger una fresa que llevó a sus labios llenos — ¿Ya te has preguntado lo que sería encontrarte en mi lugar? Con una mirada más traviesa, Regina se inclinó sobre el torso de Emma para recoger con su lengua el rio blanco y azucarado. Emma dejó de respirar ante la ardiente sensación de la lengua de Regina contra su piel. El calor se hacía sofocante. Con los labios ente sus dientes, se contenía e intentaba jugar a ese juego manteniendo la mente despejada y clara. Pero Regina acababa de colocarse sobre ella, a horcajadas, completamente desnuda. Su mano se deslizó en sus cabellos oscuros, cuidados, y algo despeinados debido a la batalla anterior. — No soy solo un juguete sexual, ¿sabes?— respondió ella, excitada — Y mi cuerpo no es de piedra… Regina se incorporó, cogiendo de paso una fresa que llevó a los labios de Emma. — Espero que no seas de piedra Pero cuando Emma quiso morder la fresa, Regina se la retiró de los labios, la mirada más maliciosa — Quiero que sepas lo que es querer terriblemente algo que se te niega. Llevo la fresa a su boca, la mordió y recogió con su dedo un poco de nata. La mirada de Emma siguió el menor de sus gestos hasta que su dedo se perdió entre sus labios que no dejaban de avivarla. Emma se encontraba, efectivamente, en el lugar de su clienta y sentía sus deseos aumentar a cada segundo que pasaba. Regina la atizaba y todo en ella se hacía tórrido. Se incorporó, incapaz de permanecer inmóvil ante sus envolventes encantos. Sabía que ese juego, que, sin embargo, ella había empezado podría serle fatal. Sus manos de vuelta en sus caderas solo pedían poseerla una y otra vez… — Atrévete a decir que no tienes todo el placer que quieres— respondió ella a sus alusiones — Es por eso que las mujeres me llaman a mí…porque ellas no tienen que devolver lo mismo, porque ellas solo necesitan dejarse satisfacer. Regina se estremeció ante la manera en la que Emma la acercó a ella, su pelvis rozándose con su bajo vientre acababa de reavivar su placer. Su deseo volvía, incluso más fuerte, más envolvente y ardiente. Su mirada reflejaba ese fuego interior que podía devorarla en todo momento. El de la pasión, el de la adicción a los placeres carnales, a los sentimientos experimentados hacia Emma. Pues sus mismos sentimientos cambiaban todo y desde esa noche, Regina sentía la atracción recíproca, la negación, el rechazo de Emma a dejarse ir, a franquear los límites de sus malditas reglas. Sus dedos se deslizaron a lo largo de su mandíbula cuando los de Emma viajaron por sus muslos. Con un sensual movimiento de sus caderas, Regina los guio lentamente hacia su interior, sin apartar sus ojos de los

Emma que también la miraban fijamente — Yo no soy esas mujeres— le recordó con voz cálida — Y yo quiero más que tus atenciones… El placer ascendía ya hacia sus riñones, percibiendo a través de las pupilas de Emma tanto desafío como satisfacción. — Por lo que sé— añadió ella en un suspiro — Sé que te gusta verme gozar por ti… Emma se encontraba presa de su propio juego de seducción. Regina había encontrado sus fallas y hundía el dedo en ellas sin vacilación, sin condición. La mirada que le daba en ese momento revelaba tanto desafío como provocación. Normalmente era ella quien atizaba, quien alimentaba la llama para encender el fuego y quemar todo hasta la extinción total. Pero Regina — ¿No lo sientes?— la desafió Regina Porque Regina era muy consciente de que Emma percibía la cálida humedad de su sexo en su mano, el resultado de su exacerbado deseo, de su éxtasis al sentir los dedos de Emma entrando en ella. Sus movimientos de cadera se hacían más profundos, al ritmo de sus contenidos suspiros contra los labios de Emma. Pero contra todo pronóstico, Regina detuvo todo movimiento, los dedos de su amante aún en ella, los suyos aún sobre su angelical rostro. Regina, por un momento, quería retrasar la ascensión delirante de su orgasmo, intentar mantener el control sobre las emociones que Emma hacia nacer. Sus mejillas enrojecidas desvelaban, sin embargo, el placer que sentía, que dejaba en suspense, su mirada resplandeciente en la de Emma. — Quiero escuchártelo decir, Emma…Dime que lo nuestro no es solo un trabajo… Emma había retenido su respiración. Sus ojos tenían, ahora, que suplicar por ella, tan fuerte era la presión. Regina se revelaba cruel y testaruda. Su mano atrapada entre sus muslos, sus dedos aún en ella, el fuego continuaba crepitando y su aliento acariciaba su piel. Tenía que explotar, liberarse, pero Regina la asfixiaba de momento, decidida a obtener respuestas que Emma no podía darle. Porque la mínima palabra pronunciada a su demanda significaría muchas cosas, promesas, un prohibido compromiso. Y si negaba la existencia del contrato, entonces despertaría otras expectativas. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para salvaguardarse? El silencio se hizo pesado, opresivo. Entonces su brazo la rodeó y la giró sobre su espalda con la esperanza de encontrar una salida. Con su mano aún entre sus muslos, su mirada febril en la suya, respondió — No me preguntes…No me hagas preguntas, Regina. Depositó sus labios en los suyos en un ligero beso y añadió en voz ronca — No me obligues. Tanto rechazo se convertía en tantas preguntas para Regina. A través de ese renovado beso, Emma le imponía su voluntad, su rechazo a abdicar, la obligaba a capitular, a no hacer más preguntas. Escucharla decir que su relación era más que un trabajo habría, sin embargo, acentuado todas las emociones de Regina, habría significado liberarse de sus últimas reservas. Pero Emma no estaba dispuesta a pesar de sus caricias llenas de pasión y

de deseo. Así que Regina se abandonó en sus brazos, a sus asaltos, dejando que su orgasmo la envolviera en un profundo suspiro que Emma capturó entre sus labios. Dulcemente, su cuerpo se relajó, sus pensamientos volvían a su sitio así como su respiración se calmaba. Su mano aferrada a la espalda de Emma también se había aflojado al ritmo de los músculos de su cuerpo. Pero su amante permanecía acostada sobre ella, su rostro hundido en su cuello, su pelvis entre sus muslos. Regina respiró sus aromas, aprovechó esa deliciosa vuelta a la calma. Sus dedos dibujaban tiernas caricias en la espalda de Emma. No sabía decir si ese nuevo silencio era el que precedería a la tormenta, consciente de lo que le había exigido a su amante en plena exaltación. Pregunto con voz cansada. — ¿Quieres que prepare algo para cenar? Sonrió al pensamiento que le vino y añadió — ¿O prefieres que continuemos nuestro goloso tentempié en la cama? Hundida en el cuello de Regina, Emma recobró la sonrisa. Durante un instante, había temido el retroceso, un rechazo, una reacción que sería legitima. Porque ella conocía las intenciones de su clienta, sabía de su creciente apego, lo alimentaba a pesar de todo y de las reglas. Ella era la única culpable de esa complicada y ambigua situación, de las demandas de Regina. Se incorporó, posó su mirada en su rostro de rasgos embrujadores, a la vez tenebrosos y seductores. Con un gesto de la mano, le aparto sus cabellos de la frente. — No estoy en contra de mezcla comida y placer, pero voy a optar por la cena… Sus labios depositaron un nuevo beso en los suyos antes de separar su cuerpo del de ella. Lejos de Regina, el frescor se hizo presente. Se levantó, aún con el pantalón desabotonado en su cintura. — Pero cocino yo— añadió mientras recogía la hermosa ropa de Regina — Espero que tu nevera esté llena… Colocó el vestido en el respaldar de una silla, en una esquina de la habitación y se puso su camisa que solo abotonó al centro. — ¿De qué más tienes ganas aparte de mí?— preguntó con mirada traviesa Regina se preguntó cómo una joven podía ser tan encantadora y atractiva a la vez. Nunca había sentido tal atracción por nadie y Regina había tenido numerosas aventuras antes de consagrarse plenamente a su carrera y a su trabajo. También salió de la cama, optando por una bata de satén negro, y siguió a Emma a la cocina. — Algo ligero— dijo ella — Me gustaría no caer en un pesado y profundo sueño después de la cena, ya sabes lo que quiero decir… Emma esbozó una pequeña sonrisa ante esa respuesta que implicaba agradables proyectos. Al llegar a la cocina, casi tan grande como la de la mansión, encontró la nevera y la abrió para mirar con ojo atento. — Ok— respondió — no demasiado pesado para Madame… Sacó un buen pedazo de salmón envasado al vacío y propuso — ¿Te gusta el pescado crudo? Regina se había sentado detrás de la barra, apoyada sobre los codos y con su encantadora sonrisa intacta mientras veía a Emma tomar posesión del

sitio, haciendo como si estuviera en su casa. — Me gusta el pescado en todas sus formas— precisó ella Lo que alegró a Emma, ya que esa respuesta iba con sus gustos. Lanzó una mirada a Regina que no apartaba los ojos de ella, y rápidamente se hizo con la cocina perfectamente equipada. De la nevera sacó un pepino, una cebolla, y los colocó en una tabla de corte que colocó en la superficie de trabajo. — Me gusta cocinar mientras bebo algo— comentó ella — Así que si tienes una botella de vino blanco, sería un buen aliciente. Regina estaba en las nubes. Se levantó y sacó de la parte de debajo de la nevera una de las numerosas botellas que mantenía frías. La abrió, versó el líquido dorado en dos copas y se acercó a la espalda de Emma para dejarle la suya cerca de la tabla de corte. Regina aprovechó esa proximidad para abrazarla. Su mano apartó sus cabellos dorados de su nuca sobre la que hizo rozar sus labios. Nuevos estremecimientos la recorrieron cuando su nariz se perdía en los aromas de su amante. — Espero que te hayas dado cuenta de que no estabas tan autoritaria y exigente conmigo el fin de semana pasado Emma contuvo un suspiro, pero fue incapaz de refrenar un escalofrío bajo los audaces labios de Regina. Su piel se erizaba bajo sus besos, bajo la proximidad de su cuerpo felizmente cubierto por la bata. Con el cuchillo en la mano, cortaba el pepino en pequeños dados. — Y yo espero que recuerdes hasta qué punto soy buena levantándote y sentándose en una superficie de trabajo como esta. Regina rio ante esas amenazas excitantes y reposó su mentón en el hombro de Emma mientras miraba su perfil. Una mano sobre su cadera, la otra se deslizó bajo su camisa a medio abrochar donde redescubrió la dulzura de su piel. — ¿Por qué hay que llevarlo todo al sexo?— la pinchó ella Emma se crispó bajo los dedos merodeadores de Regina. Alimentaban unas ganas nacidas hacía horas ya, un deseo que se despertaba al mínimo contacto. El perfume de Regina la aturdía, hacía que su cabeza diera vueltas de lo bien que olía. Lleno de recuerdos embriagadores, la embrujaban. Con habilidad, cortó la cebolla y la echó junto con los dados de pepino en una ensaladera. Cogió la copa de vino, la hizo chocar con la de Regina que ella mantenía al lado. Dio un sorbo, paladeó su aroma afrutado y su persistencia en boca. — Porque soy una obsesa y me gusta el sexo cuando se hace bien— respondió ella en tono ligero — Y tú incitas a la indecencia, querida. Regina, finalmente, retrocedió sin irse demasiado lejos, ya que cogió su copa y se apoyó de espalda en la encimera. Con los brazos cruzados, su mirada traviesa permanecía sobre Emma que continuaba con su preparación. — Lo que encuentro particularmente divertido en tu respuesta es que dices que te gusta el sexo cuando se hace bien, pero aún no me has dejado hacértelo. Emma le lanzó una mirada divertida, perfectamente consciente de lo que

ella acababa de decir. Con el trozo de salmón ya en la tabla, se limpió sus manos en un paño y se dispuso a cortarlo. — Precisamente porque soy yo quien lo hace, sé que está bien hecho— respondió sin dejar de sonreír. Adivinaba las intenciones de Regina que vigilaba sus palabras para adentrarse en una nueva brecha. — Me gusta el sexo a secas, si lo prefieres. De todas maneras, seria hipócrita si dijera lo contrario con el trabajo que hago… Cortó un limón en dos y apretó una de las mitades sobre los ingredientes que estaban dentro de la ensaladera. — ¿Comprendes al menos la razón por la que no me lo dejo hacer, no? Regina lo adivinaba por supuesto y observaba a Emma tanto en sus respuestas como en su actuar preparando la comida. Abrió la nevera, cogió un pequeño bote de aceitunas verdes y lo abrió antes de volver a su sitio. — Déjame pensar un momento Con su ceño fruncido, llevó una a los labios de Emma — ¿Te reservas para el gran amor?— bromeó ella Emma le lanzó una leve mirada acusadora después de haber cogido la aceituna con sus labios de entre los dedos de Regina. La mordió y continuó con su tarea antes de responder — No vivo en un cuento de hadas y no quiero reinterpretar Pretty Woman— respondió ella — Aunque sería una buena escort para Julia Roberts… Alzó los ojos hacia Regina y preguntó — ¿Y tú? Soltera, rica, independiente…Hermosa y definitivamente bastante buena. ¿Dónde está la que debería estar en mi lugar en este momento? — Soy muy difícil— respondió Regina sin vacilación –Y tú ya estás en su lugar. Emma agitó la cabeza ante esa respuesta. Regina intentaba hacerla caer en la trampa, empujarla a decir cosas que ella no quería pronunciar. Mezcló el salmón cortado en pequeños trozos con el resto de los ingredientes. — Para una mujer muy difícil, te veo muy satisfecha con tu primera escort… ¿Sabes? Los clientes difíciles encuentran la escort buena después de haber probado dos o tres… Regina tomó un poco de vino y respondió — Eres tú quien me gusta, y ninguna otra. No invito a una desconocida a mi casa solo para tirármela, Miss Nollan, pensaba que lo habías comprendido. Emma suspiró en silencio, la sonrisa en los labios. Las respuestas de Regina la exasperaban y estaba descubriendo su lado testarudo, queriendo decir siempre la última palabra. Bebió un poco de vino y rebuscó en los armarios buscando un ramequín. — Me siento halagada— respondió ella colocando el recipiente encima de la planta de cortar — Pero podría no haberte gustado después de dos o tres charlas Cogió una cuchara y comenzó a rellenarlo con la mezcla. — A parte de un buen físico y mi cuerpo de diosa— añadió con una sonrisa maliciosa — No soy tan cautivadora. Con su codo apoyado en su otro ante brazo y su copa en la mano, Regina

analizó despacio las intenciones, conscientes o no, de Emma desde hacía algunos minutos. Una pequeña sonrisa ladeada se dibujó en sus labios. — ¿Acaso estás intentando convencerme de que no mereces mis atenciones?— preguntó ella — Porque si es así, tienes que saber que tengo un talento particular para encontrar los productos del mercado, lo que hace de mí una mujer rica y temible en los negocios. Emma rio ante ese breve resumen de los talentos de Regina. Ese debate parecía no tener fin, cada una quería mantenerse firme en sus posiciones. Desmoldó el Tartar de salmón en cada plato para presentarlo bien y lo chorreó con un poco de aceite de oliva. — Oh, lo sé— respondió ella — Sé que soy la mejor, ya te lo he dicho, eso… Colocó el aceite en un rincón y posó su mirada en Regina. En cualquier circunstancia, esta desprendía una belleza innegable, una elegancia a toda prueba. — Yo también soy temible en los negocios, en este caso, cuando le doy placer a una clienta… Cogió un plato y se lo dio a su cerrada amante. — Y tienes suerte, no propongo mis talentos culinarios sino a partir del séptimo contrato. Regina la vio poner los platos en la mesa del comedor y se unió a ella con las dos copas de vino y la botella. Se sentó, dejando que la rubia fuera a buscar los cubiertos, dejando que ella misma, sin pedirle nada, se tomara sus libertades. — ¿Qué quieres que te diga, Miss Nollan? Soy, de lejos, la más atrayente de tus clientas, pero eso no quieres admitirlo, porque iría…contra las reglas. Emma no necesitaba escucharlo para saberlo. Regina Queen ya había ocupado demasiado sitio en su interior, en su mente. Volvió con los cubiertos y se sentó a la mesa, a su lado. Con el tenedor en la mano, la miró un momento y respondió — Eres la más atrayente de mis clientas. ¿Contenta? Regina se echó a reír y ajusto su bata antes de cruzar las piernas. — Eres adorable— lanzó espontáneamente Saboreó su tartar de salmón. Apenas especiado, ligero, el salmón estaba delicadamente preparado y a Regina le encantaba ese tipo de comida. — Y eres una muy buena cocinera. Cogió su copa de vino, tomó un poco sin apartar sus ojos de Emma, y preguntó para seguir la conversación. — ¿Dónde aprendiste a cocinar? Emma movió la cabeza ante esa nueva pregunta. Cogió un poco del tartar en su tenedor y finalmente apreció su gusto y su preparación. — Vamos a jugar al juego de las preguntas, tú me haces una, yo te hago una, y tenemos comodines para las que sean demasiado personales. ¿Te parece? Regina rio — No tiene nada de personal saber dónde has aprendido a cocinar. A menos, por supuesto, que te hayas acostado con tu profesor de cocina, lo que, admito, podría revelarse privado, aunque no estás obligada a

decírmelo. Volvió a coger su tenedor después de esa larga tirada, para finalmente responder a la pregunta. — Dicho esto, tu juego me interesa pero con la única condición de solo tener un comodín. La sonrisa de Emma se tiño de malicia. Bebió un sorbo de vino y respondió — Ok, comienzo yo y voy a ir suave en la primera. ¿De cuándo data tu última aventura? Regina se tensó ante esa pregunta. Debería habérselo esperado, había aceptado prestarse a ese juego, pues lo encontraba su interés. Debía responder si quería mantener su comodín para una pregunta más embarazosa, lo que hizo en un tono inconscientemente más serio. — La última remonta a diez años más o menos. Emma alzó las cejas, asombrada y perpleja. No lograba creerlo. — ¿Diez años sin nada? ¿Ni siquiera un rápido encuentro entre dos reuniones o con tu compañero o compañera de asiento en un avión? Regina se molestó — ¡No! Y no vale la pena comentar. Bebió un sorbo de vino blanco, intentando calmarse, herida y molesta por los recuerdos que esa pregunta había suscitado en ella. — Mi turno… Se aclaró la garganta y preguntó — ¿Hay alguien en tu vida…? Quiero decir, ¿una persona por quien tengas profundos sentimientos afectivos? Emma reviró los ojos y se dejó caer sobre el respaldar de su silla. Con su copa en la mano, observó a Regina con mirada insistente. Sabía que su anterior pregunta la había turbado, solo le había faltado cruzarse su mirada velada durante un segundo o dos. — Tengo amigos— respondió ella — No soy tan salvaje…Incluso tengo un mejor amigo al que veo regularmente. Dada su respuesta, saltó hacia su próxima pregunta después de beber un sorbo de vino. Con su mirada franca, juguetona y vagabunda sobre su clienta, vestida solamente con una bata, preguntó — ¿A qué escuelas fuiste de pequeña? Regina parpadeó varias veces. Emma acababa de hacerle trampa, y respondió — No has respondido a mi pregunta Miss Nollan. ¡Has cambiado el sentido! Emma se enderezó y se encogió de hombros con gesto indolente. — He respondido— insistió ella — Tu pregunta no era clara y yo tengo mucha afección por mi mejor amigo. Le lanzó una mirada burlona y divertida antes de volver a coger el tenedor con un trozo de salmón. — Y eres tú la que no has contestado a mi pregunta. Ciertamente Regina se había dejado engañar, lo que la obligaría a ser más precisa en su próxima pregunta. Llenó la copa de Emma, después la suya. — Fui al colegio privado de West Pont que está a unos pasos de aquí, y ya que quieres jugar con las palabras, tengo otra pregunta.

Cogió su copa y continuó — ¿Hay alguna persona en tu vida que no paga por hacer el amor contigo? Emma se detuvo un momento sobre esa pregunta que se la había imaginado después de la polémica por la primera. Saboreó su salmón, lentamente, dejó pasar el tiempo durante el cual seguramente Regina estaba hirviendo. Le lanzó una mirada, cruzándose con la suya, leyó en ella tanta impaciencia como aprensión. — Hago algunos favores de vez en cuando, pero nada serio, y nada que me comprometa. De nuevo, percibió un velo cubrir los ojos cautivadores de su amante y se dio prisa en hacer la próxima pregunta. — Has hablado de tu padre, pero no de tu madre, ¿dónde está ella? — Tienes el don de hacer las preguntas incorrectas— gruñó Regina dando un respuesta espontánea — Mi madre murió hace diez años. Algo después de mi separación, fue un año muy malo. Se dio cuenta de que se extendía demasiado en esa parte de su vida. — Pero eso poco importa— cortó En ese momento escuchó que llamaban a la puerta de su apartamento y se levantó — Perdóname, ya vuelvo. Se alejó hacia la puerta bajo la mirada de Emma y aprovecho para atarse mejor el nudo de la bata que tendía a deshacerse con facilidad. Solo, cuando abrió, sus rasgos ya tensos, se crisparon más. — ¿Papá? ¿Qué haces aquí? Sin esperar la invitación, su padre entró en el apartamento, una bufanda al cuello, un tres cuartos negro que disimulaba un elegante traje. — ¿Tú qué crees? Dices que vienes a mi cóctel y no te dignas a presentarte… Se detuvo al ver a la joven rubia sentada a la mesa del salón y arqueó las cejas ante la sorpresa. — Oh…no estás sola Después de haber cerrado, Regina se acercó a él. Robert Queen le sacaba, al menos, tres cabezas a ella, lo que no impidió que Regina lo acusara. — Deberías haberme llamado, y no, no estoy sola, pensaba que había sido clara al teléfono. En cuanto a tu cóctel, no es el primero al que me invitas y al que no voy. ¿Qué quieres? — En primer lugar, creo que se impone una presentación. Robert Queen desvió su mirada hacia la joven a la que había visto vestirse rápidamente por el rabillo del ojo. Alto, delgado, los cabellos canosos, perfectamente peinados hacia atrás, el rostro de ese hombre estaba plasmado en numerosas vallas publicitarias por todo el país o aparecía, a veces, en las portadas de las revistas de economía. Emma se había sorprendido ante la llegada inesperada del padre de Regina. Conocía a Robert Queen de nombre y era tan alto como lo había creído al verlo en fotos. Se acercó a él y le tendió la mano — Señor Queen, es un honor— dijo ella Ya que no olvidaba esa historia de novia que debería interpretar en los

próximos minutos. — Soy Anna Tchekhov, la amiga de su hija Esa respuesta por parte de Emma acababa de desestabilizar a Regina que había olvidado completamente lo que habían planeado para esa maldita velada con su padre. Intervino antes de que este último se decidiera interrogar a Emma. — Como ves, estábamos cenando, así que te repito mi pregunta, ¿qué quieres? Después de quedarse mirando un instante a la joven, Robert Queen volvió su atención hacia su hija. — Sabes muy bien lo que quiero, no te dejaré en paz hasta que no firmes la venta de ese inmueble, Regina. — No es ni el sitio ni el momento para hablar de eso— acusó ella — Estoy de vacaciones, llámame dentro de diez días cuando vuelva. — ¿De vacaciones?— repitió Robert Queen — ¿Y desde cuándo te tomas vacaciones? — Eso no es de tu incumbencia Ella lo empujó hacia la salida, su padre se dejó arrastrar a pesa del pequeño tamaño de su hija. — Ahora, vete y la próxima vez que quieras verme, llámame Se dispuso a cerrar, pero Robert Queen puso su mano en la puerta. — Espero verte mañana en el Shertaton, Gin’… ¡No me obligues a llevar esto ante la justicia! — Con todo el respeto que le debo a la memoria de mamá que te soportó todos esos años, ¡vete a paseo! Le cerró la puerta en las narices y trancó la cerradura antes de girarse, incómoda de que Emma haya sido testigo de esa escena. — Ya está, has conocido a mi padre— concluyó ella Avanzó hacia la mesa del salón, cogió su copa de vino y bebió un gran sorbo, con su mano en la cadera. — ¡Es un…grosero! ¡Convocar a su propia hija a un juicio…! ¡Y me lo dice delante de ti! ¡Merecería que…que le retorciera el cuello! A Emma no le había pasado por alto la tensión entre Regina y su padre. Sin embargo, él no le había parecido tan violento, ni muy invasivo, sino más bien abierto para un padre salido de un rica familia. Con los brazos cruzados, se apoyó contra el marco de la puerta del comedor y preguntó, curiosa. — ¿Qué es ese inmueble que no quieres vender? Regina reflexionó sobre esa pregunta por parte de Emma, que no se había esperado. Hablar de sus problemas, confiarse a otra persona no era algo acostumbrado para ella. Comenzó a quitar la mesa mientras contestaba. — Es el primer inmueble que él y mi madre compraron hace treinta años. Se alejó hacia la cocina y dejó la bandeja sobre el poyo antes de continuar — Para él no es más que un vulgar edificio que habría que renovar, pero mi madre me repetía a menudo que ese edificio era sobre el que ellos habían construido su fortuna. Así que, me opongo a que venda, ¡y punto! Emma comprendía que la pérdida de su madre ocupaba aún los

pensamientos de Regina. Su pasado familiar y amoroso parecía compuesto de dolorosas experiencias. Pero la reacción de Regina ante ese problema de la venta sonaba más a un capricho. Ella la ayudó a quitar la mesa y volvió a preguntar. — ¿Dónde se encuentra ese edificio? Regina suspiró lentamente ante esa pregunta — En el Bronx…y nada de comentarios Emma se apoyó en el borde de la encimera y se cruzó de brazos, los ojos sobre Regina que se encargaba de meter los cubiertos sucios en el lavavajillas — No he conocido a tu madre, pero dudo que hubiese querido verte en juicio contra tu propio padre…Ya que ellos hicieron su fortuna con ese edificio, no te arriesgues a perderlo ahora. Invierte en el Soho, está en plena expansión con nuevos circuitos. Regina se giró hacia Emma, que no parecía comprender las razones de su rechazo, y ¿cómo podría hacerlo? — Tengo apego a ese inmueble, y mi madre no habría aceptado nunca venderlo. Mi padre no es más que un viejo imbécil y testarudo que hará de todo para contrariarme. Frunció el ceño — Pero, de todas maneras, ¡no sé por qué estamos hablando de eso! Se giró hacia la máquina expresso idéntica a la de su mansión. — ¿Quieres un café? — ¿Quieres saber lo que pienso?— respondió Emma sin hacer caso de la pregunta de Regina — Eres exactamente como tu padre, tan cerrada y testaruda como él, es por eso por lo que os cuesta entenderos. Se acercó a la máquina y hurgó en el pequeño estante de las capsulas para elegir un café fuerte. — Cuando lo hayas aceptado, tu padre y tú encontrareis, seguramente, muchos puntos en común. Ella le dio la capsula y volvió a decir — Toma…y deja de refunfuñar. Regina no se lo creía. Había seguido con la mirada a Emma que, claramente, se había permitido compararla con su padre, y darle una lección moral. ¡Nadie nunca se había atrevido! Con expresión seria y contrariada, se quedó muda. Emma la dejaba sin réplica en un tema que, es más, no tenía nada que ver con el sexo. Cogió las capsulas y preparó las dos tazas de café, apoyándose en la encimera frente a Emma que la contemplaba. — No nos parecemos— se defendió ella — No tenemos nada en común, si quieres saberlo. ¿Y sabes qué? ¡Mi madre lo dejó porque le era infiel, en cambio, yo no lo soy! Emma esbozó una sonrisa ante esa débil defensa. Regina reaccionaba, a veces, como una niña y ahora comprendía por qué razón. Al haber perdido a su madre diez años antes, no había podido disfrutar de una presencia femenina a su lado, había actuado como niña de papá. Pero Regina quería, ahora, volar con sus propias alas y mostrarle a su padre que sabía controlar tan bien como él. Su mano se deslizó por su mejilla, le apartó los cabellos

morenos mientras la miraba con expresión divertida y encantadora. — No, tú te pagas una escort— señaló ella — después de haberte cerrado como una ostra durante diez años…Deberías soltar lastre de vez en cuando…Como lo has hecho hace un momento en la cama con las fresas y la nata. Las pupilas marrones de Regina reflejaron de nuevo esa chispa de admiración y atracción hacia Emma. Su mirada azul tenía ese don increíble de cautivarla, calmar sus ansiedades. Sus dedos se aferraron a su camisa, tirando del tejido para acercarla a ella. — Es verdad, pero de todas maneras te soy fiel, porque tú eres mi escort— preciso ella con voz cálida. Emma se estremeció de nuevo. Una pequeña sonrisa estiró sus labios. Regina sabía cambiar de estado de humor de un momento al otro. Bastaba ofrecerle un poco de atención. Con la mirada brillante, con una chispa de deseo y como la tempestad parecía calmarse, llevo sus labios a los suyos para un beso ligero, pero seductor — ¿Quieres que te muestre hasta qué punto puedes soltar lastre? Con una mano tiró del cinto de satén que mantenía la bata cerrada ante ella. — Tengo un técnica infalible Regina continuó el beso, estremecida por la mano de Emma que se paseaba por sus costados. Le hacía falta poco para sentir emerger su deseo en su vientre ante los expertos asaltos de su amante. Si Regina era el hielo, Emma era el fuego que tiraba por tierra sus últimas reservas. — Solo pido verlo— susurró ella durante el beso. Al segundo siguiente, Emma la empujó hacia una esquina de la encimera de la cocina, sus dedos a la búsqueda de su tesoro. Una vez más, Regina y ella se dejaban arrastrar por sus deseos respectivos, la efervescencia de un nuevo beso, de un nuevo asedio. Regina no podía sino bajar las armas sin luchar, abandonarse a su obsesión que, una vez más, tomaba posesión de su cuerpo, volviéndola aún más dependiente de la fiebre que Emma le provocaba. La bata cayó, después el pantalón, la camisa, y la ropa interior se esparcieron por el suelo del gran apartamento. El sofá del salón fue el segundo testigo del deseo de ambas, a continuación la lujosa bañera del cuarto de baño acogió sus cuerpos enzarzados. Eran casi las dos de la mañana cuando Regina se relajó sobre el cuerpo desnudo de Emma. Sus labios entreabiertos dejaban escapar un aliento aún cálido, anárquico mientras que la calma volvía alrededor de ellas. Con su rostro en el hueco de su cuello, respiraba sus efluvios. Nunca antes Regina había hecho tanto el amor y nunca hubiera creído posible experimentar orgasmos de tal intensidad. Sin embargo, Regina se había dado cuenta de algo: siempre había sido Emma la instigadora de una nueva embestida, más demandante de lo que ella misma la hubiera creído capaz sin llegar a ser acariciada. Recuperada de sus emociones, se separó un poco, pero permaneció pegada a Emma, su cabeza sobre su hombro y su mano en lo alto de su pecho. — Debo rendirme a la evidencia, Miss Nollan…Me has agotado

Emma mantenía a Regina pegada a ella, disfrutando de sus dulces caricias después de tanta fogosidad. No le costaba ningún esfuerzo creer lo que su amante le acababa de decir. De nuevo, se habían reencontrado en esas embestidas ardientes, intensas y embriagadoras. Tan pasionales como voluptuosas. Cada caricia permanecía grabada en la piel como una marca a fuego. Con su nariz en sus cabellos, Emma respiraba sus perfumes envolventes, fragancias naturales desprendidas por la potencia de un placer satisfecho. — Puedes dejarlo estar, el Miss Nollan, ¿sabes?— dijo ella divertida — Después de lo que te he hecho, podemos deshacernos de los tratamientos… a menos que quieras jugar a ser la patrona con su devota empleada… A pesar de la fatiga, Regina rio, aún más divertida por las réplicas de su amante. Enderezó su rostro para mirarla mejor, para contemplarla y finalmente posó su mentón sobre su pecho antes de responder. — Me gusta la idea de que me seas devota…Pero por lo que respecta a mi lado de patrona, te recuerdo que has sido tú la que no has dejado de excitarme sin esperar a que estuviera completamente repuesta. Es más, me pregunto si no debería hacerte pagar si continuas y no me dejas dormir de aquí a que acabe la noche. Emma esbozó una sonrisa ante esas justas palabras que describían bien su apetito sexual. Dobló un brazo bajo su cabeza para mirar mejor el rostro de Regina. Su cuerpo junto al suyo alimentaba ese calor permanente, ese estremecimiento en lo hondo de su ser. Con sus dedos peinó sus mechones morenos a un lado de la cabeza y respondió — Si no tenías ganas, me lo hubieras dicho y como no escuché ningún “no” cada vez que te excitaba, solo hice aquello por lo que estoy aquí…Y tú lo único que tienes que hacer es no ser tan…atrayente. Y cuanto más juegues a ser la patrona autoritaria, yo más me excitaré, así que es un círculo vicioso y tendrás que soportar diez largos días a este ritmo…Te arriesgas a no poder caminar los diez días siguientes a mi partida Regina mantuvo su ligera sonrisa y se incorporó sobre un codo para tomar un poco de altura por encima del rostro de Emma. A pesar de su cansancio y de sentir los parpados pesados, deseaba disfrutar de ese instante, de cada segundo en que Emma estaba, efectivamente, ahí para ella, por ella. Aunque guardaba en la mente, en una esquina de su memoria, que había pagado una suma totalmente indecente para degustar esos momentos al lado de Emma, estos no tenían precio y Regina no los cambiaría por nada del mundo. — También he pensado en algunas reglas para cuando estés conmigo, Miss Nollan…Prohibido pronunciar las palabras “patrona”, “contrato” y “empleada” Emma no había apartado sus ojos de ella. Después de los abrazos, de los orgasmos, Regina estaba aún más bella que en cualquier otro momento del día. El maquillaje, la ropa, los adornos, todo había desaparecido para no dejar sino los rasgos naturales, los encantos puros y cautivadores. Su mirada fue una chispa maliciosa antes de preguntar — Ok, ¿y qué castigo tengo si me salto algunas de tus reglas, Madame

Queen? Regina dibujó una pícara sonrisa ante los pensamientos menos castos que suscitaba esa pregunta. Sus dedos alargados se deslizaron por la mandíbula de Emma y apartaron una de las mechas doradas. — Deberás dejarme hacerte el amor— respondió con voz baja Emma suspiró en silencio ante esa demanda reiterada. Regina volvía a insistir, aprovechaba la ocasión para explicitar claramente sus expectativas. Su cuerpo, por supuesto, había reaccionado, pero ella no podía rendirse a ello. — Cosa que se enfrentaría a mis reglas, así que no va a funcionar. Ella aferró su mano en la suya y deposito un beso en su dorso. — Ya te dejo mucho espacio, Regina…Demasiado. Regina lo sabía, tanto como sabía que Emma no lo hacía a disgusto. En su primer encuentro con Emma, se había tomado el tiempo de leer ese famoso contrato del que no había entendido sino algunas líneas. Y Regina sabía que una escort tenía el derecho, en todo momento, de poner fin a la misión por medio de un reembolso al cliente. En cambio su amante no se había pronunciado a ese respecto, siendo ella quien no le había dado tiempo para recobrarse de sus orgasmos. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios y sin una palabra más, depositó un tierno beso en los de Emma. Apoyó su mejilla en su hombro, disfrutando de ese instante que precedería a un sueño bien merecido. Así, en los brazos de Emma, Regina se sentía bien. No había otro lugar en ese terrenal mundo donde quisiera estar. ¿No se dice que hay que vivir el día a día?

***

Los rayos de sol alcanzaron la cama cuando Emma abrió los ojos después de algunas buenas horas de reparador sueño. Su primer pensamiento fue rápidamente hacia la presencia de Regina a su lado, más precisamente pegada a ella. Durante toda la noche, había permanecido la una pegada a la otra. Con su brazo alrededor de ella, Emma se despertaba con los dulces y femeninos perfumes de su amante. Apenas consciente, un temblor la recorrió, recordándole esa intensa relación que estaba alimentando con Regina Queen. Giró la cabeza hacia la de ella, pudo captar su lenta respiración, señal de que seguía dormida. El silencio de la habitación y la calma antes de la tempestad le permitían reflexionar. Los próximos días estarían sembrados de emboscadas, de luchas y de resistencia. Porque a pesar de las reglas exigidas por Regina, Emma no podía olvidar su papel junto a ella. Permitirse aceptar su apego sería el comienzo del fin y toda su vida daría un vuelco. Su trabajo, aunque especial, de dudosos valores, formaba parte de ella. Nunca había sentido tantos tormentos, vacilación e incertidumbre con una clienta o cualquier persona. Las emociones, los sentimientos encarnaban debilidades, una vulnerabilidad, una falla que otros podían utilizar. Y cada día pasado al lado de Regina reforzaba un lazo

demasiado fuerte y no solo amistoso o cómplice…porque el amor, los sentimientos bajo ese halo noble, honorable y salvador, quemaban las almas, daban la ilusión de una vida plena, de una existencia real entre la masa de personas que habitaban esta tierra. Cada emoción tenía su reverso e incluso la más pura disimulaba sufrimientos obligatorios y necesarios. Porque no existía paraíso sin infierno, ni paz sin combates y sacrificios. Detrás de cada gran símbolo del Bien se escondían otras tantas marcas del Mal. Emma había permanecido tanto tiempo en la ambigüedad más total, vagando entre dos campos, saltando de un lado al otro, que no podía situarse, posicionarse tan radicalmente. Ni virtuosa ni malvada, disfrutaba de las debilidades humanas, de los vicios de la vida como de los principios y los valores loables. Ella era tan contradictoria como su trabajo y por esa razón, se sentía bien, se sentía relajada. Formaba parte de ella. Pero tan cruel como apasionante, acababa de aportarle el dilema supremo. Su corazón había latido más fuerte durante su primer encuentro con Regina. Un síntoma evidente de una fiebre difícil de curar. Y sus reflexiones actuales eran otras, así como esos estremecimientos al despertarse. Pero, ¿qué hacer? ¿Marcharse o quedarse? Era incapaz de decidir, se sentía atraída por ese cuerpo desnudo pegado al suyo, por esa mirada morena, deslumbrante, que la escudriñan en cada encuentro sexual, y por la intensidad de sus reacciones cuando sus manos se posan en ella. Ya sentía ganas de arrancarla de su sueño, hacerla abrir los ojos para escuchar su voz, sentirla moverse contra ella, hacerla compartir un deseo aún presente. Su mano esbozó un movimiento en su espalda, rozó su costado, sobrevoló la curva de sus riñones. Sus labios buscaron el contacto de su piel y encontraron su frente. Un ligero estremecimiento indicó el apacible despertar de su amante y una sonrisa apareció en el rostro de Emma — Abrimos esos hermosos ojos oscuros, nos pegamos un poco más a este cuerpo ardiente y prometo que el despertar será bueno… ¿Qué dices tú, hermosa? Regina no habría podido imaginar un despertar tan delicioso en los brazos de Emma. Sus parpados se abrieron y su primer pensamiento fue decirse que su amante no se marcharía, no se alejaría de ella al terminar el día. A continuación los recuerdos de sus retozos llegaron, provocando dulces estremecimientos a su cuerpo que se despertaba pegado al de Emma. Su mano no esperó para ir a acariciar su mejilla, su mirada ya brillante posada en los rasgos insolentes y embrujadores de su amante. — Buenos días— murmuró con voz aún adormilada Una sonrisa tierna se dibujó en los labios de Regina que se acurrucó más en los brazos de Emma, emitiendo un suave suspiro. Sus labios acariciaron su mejilla, despertaron dulces temblores y a su pesar, pensó que estaba lista para pagar caro por tener a Emma cada mañana a su lado, precio que estaba pagando… — Eres una obsesa— bromeó en su oído — ¿Sabes que no tengo tu aguante sexual? Emma esbozó una sonrisa ante esa pregunta que le recordaba su obsesión irracional por el cuerpo de Regina. Su mano se encargaba ya de recorrerla y

se detuvo en su cadera, apreciando la suavidad de su piel. — Entonces, voy a tener que mantener mis distancias — respondió ella, en tono provocativo — ¿Crees que podrás soportarlo? Y no estoy haciendo nada… Regina se incorporó para mirar mejor a Emma y apoyó los codos cerca de ella. Más tiempo pasaba con la rubia, más se daba cuenta de lo que significaban los latidos de su corazón resonando en su pecho. Atrapando su labio entre los dientes, le apartó sus mechones de oro y respondió — Te prohíbo estar lejos de mí… No pudo evitar adelantarse para degustar los labios carnosos de Emma sobre los que poso los suyos tiernamente, sus dedos acariciando su mejilla — Y esto es una orden— susurró ella Emma, aunque luchara, se resistiera, su cuerpo reaccionaba a los tiernos asaltos de Regina. Se excitaba al mínimo contacto de sus sabrosos y carnosos labios, se calentaba, reclamaba más. Con una mano en la curva de sus riñones, la otra en sus cabellos oscuros, continuó el beso, de forma sensual, una succión seductora. — Entonces, te debo advertir que…tengo ganas de acariciarte…una vez más…de hacerte el amor, enseguida… Rompió el beso un instante para coger bastante aire y terminó — Tengo aguante por las dos si tú no tienes suficiente… Esas únicas palabras bastaron para encender el cuerpo de Regina. — Vuelves a excitarme— suspiró ella ¿Cómo podía Emma conseguir volver a encender ese deseo, sin embargo satisfecho, en su bajo vientre? Regina no tenía respuesta. Nunca nadie había tenido tal poder sobre ella y su mirada que ascendió hasta la de ella reflejó los efectos de esas palabras llenas de lujuria. Sin embargo, un pensamiento atravesó la encendida mente de Regina y una traviesa sonrisa se dibujó en sus labios. — Salvo que he decidido que no me volverás a hacer el amor hasta que no me dejes hacer con tu cuerpo lo que me plazca… Vio cómo Emma fruncía el ceño, consciente de que su pequeño chantaje sería tan difícil de mantener por su parte como divertido para empujar a Emma en sus trincheras. Llevó su índice a sus labios fabulosamente atrayentes y añadió — Y ya que soy la única dueña de tus servicios, bebé, ¡soy yo quien decide! Tras esas palabras llenas de provocación, retrocedió con el objetivo de abandonar la cama, pero fue detenida por la mano de Emma que acababa de cerrarse alrededor de su brazo. Sentada en la cama, con la mirada tan confundida como interrogadora, Emma no podía dejarla abandonar la cama después de esas palabras. — ¿Bromeas? Su pregunta encontró la respuesta en la pequeña sonrisa de suficiencia que Regina le devolvió. Esta se levantó de igual forma antes de cubrirse con su bata. Pero Emma no había dicho su última palabra. — No lo mantendrás— soltó, tensa A su vez, salió de la cama y se puso solo sus braguitas antes de atarse sus

cabellos. Temía sus propias palabras porque era consciente de la fuerza de su deseo por Regina. — Eso es chantaje y tú sabes que no puedo darte lo que esperas. ¿Qué interés hay en pagar cincuenta mil dólares para tenerme sin que tú obtengas ningún placer? Regina anudó su bata delante de ella y respondió mirándola. — ¿Quién te dice que no voy a obtener placer? Emma frunció el ceño, evidentemente en total desacuerdo con su clienta. Sacudió la cabeza desconcertada por ese chantaje indecente y malsano. ¿Qué tipo de clienta podía proponer eso? ¡Ninguna mujer había rechazado ser tocada, gozar con sus caricias! ¡Era cuestión de recibir sin tener que entregar nada de su persona! Se encontraba teniendo que trabajar sin realmente trabajar. Si ella hubiera sido un hombre, Emma habría podido decir que Regina acababa de cortarle los…Encontró su top que llevaba puesto cuando llegó y se lo puso sin ponerse su sujetador. — Es así como funciona…No porque te llames Regina Queen puedes obtenerlo todo. Cogió sus vaqueros, se los subió hasta la cadera con gestos molestos y ató su cinturón. — Debo volver a casa… Regina frunció el ceño ante esa respuesta que no se había esperado. — ¿Perdón? ¿Volver a tu casa? ¿Y por qué? ¡Estarás aquí conmigo, a mi lado aún durante nueve días, es lo que dicen tus malditas reglas que no dejas de recordarme, Miss Nollan! Emma apartó sus mechas doradas de su rostro alzando la mirada hacia su clienta. Esta no había debido leer bien el contrato al reaccionar con tanta virulencia. Ella cogió su chaqueta de cuero, comprobó que su móvil estaba el bolsillo y se la puso — El contrato y las reglas estipulan claramente que estoy autorizada a volver a mi domicilio particular en caso de urgencia o de necesidades ligadas al desarrollo del susodicho contrato— afirmó ella firmemente Encendió su teléfono, lo sintió vibrar anunciando varios mensajes recibidos y volvió a hablar sin apartar los ojos de Regina — ¡Vuelvo a casa, no tengo ni ropa limpia ni mis cosas de aseo para esos malditos nueve días de ese jodido contrato que tú estás arruinando! Siendo claramente una necesidad para la continuación de ese contrato que debo cumplir, estoy obligada a volver a mi domicilio personal y sin ti, preciso Regina se interpuso entre la puerta y Emma. No se podía creer el giro de la conversación, el arrebato de su amante. Se cruzó de brazos, consciente de que Emma interpretaba las cláusulas del contrato para su interés, y pensaba también que su reacción era desproporcionada ante su broma. — ¿Quieres marcharte?— dijo ella clavando su mirada en la de ella — Perfecto, pero antes, ¡responde a mi pregunta! ¿Desde cuándo las escorts se enfadan cuando sus clientes les piden no tener más relaciones sexuales? Emma sacudió la cabeza, la expresión exasperada y aún atónita ante esa pregunta — Pero, ¿te estás escuchando?— le devolvió ella — ¿Acaso crees que mis

clientes me proponen ese tipo de cosas? ¿No acostarse conmigo? ¡Tú sueñas! ¡Solo una mente retorcida como la tuya podría tener la audacia de soltarme ese tipo de insultos! Regina no se lo podía creer, estaba con los ojos abiertos de par en par, sin voz. ¿Emma la acusaba ahora de tener una mente retorcida? Pero, ¿quién tenía una mente más retorcida en esta historia? Ciertamente ella no. — ¡No tengo una mente retorcida!— se defendió ella — La verdad es que no aceptas que me resista a ti, rechazas no tener el control, tú…¡Me deseas tanto como yo te deseo y te niegas a admitirlo así que huyes porque ya no tienes el monopolio del control! Emma apretó los dientes ante ese nuevo ataque justificado. Lo peor era que ciertamente Regina estaba dando en el clavo con sus réplicas. El control era la base de todo y sobre todo, de un buen contrato. Cuando este no existía o la escort lo perdía, entonces su misión podía convertirse en una verdadera pesadilla. Un solo trabajo podía arruinar toda una reputación y eso era lo que Emma no quería en absoluto. Rodeó a Regina y abrió la puerta, más tensa que nunca. — Tu chantaje es una antinomia de mi trabajo y de mi presencia aquí contigo. Me pagas, pero te niegas a que te toque sin tocarme a su vez. Cruzado el umbral, se giró hacia ella para añadir — Voy a mi casa a recoger mis cosas. Comprendería que en ese tiempo pusieras fin al contrato, y si es así, solo tienes que llamar a Elisha directamente, es mi agente. Regina entrecerró los ojos. Emma no medía toda la paradoja que ella misma expresaba a través de sus respuestas cargadas de ofensas. Ella la ponía a prueba, la testaba para obligarla a poner fin a su relación cuando ella misma tenía el poder, en todo momento, de dar término al contrato sin dar ninguna justificación. Continuó mirándola, permaneció calma a pesar de la tormenta de malestar que reinaba en ella — Te espero aquí— respondió ella — Saldremos para Northfolk cuando vuelvas. Emma se quedó mirándola un instante más y se alejó hacia el ascensor. Nunca, nunca había estado tan crispada, tan colérica. ¡Regina Queen la hacía vivir emociones demasiado fuertes que la estaban cambiando! Ese contrato se estaba convirtiendo en un peligro para ella, un riesgo que, a pesar de todo, estaba corriendo. Era eso lo que ella se empeñaba en evitar: las complicaciones, los conflictos, las disputas, ese sentimiento incontrolable de furia ciega. Regina y su chantaje la revolvían, despertando en ella un vendaval de emociones entremezcladas. Volver a Northfolk, al terreno de su clienta la molestaba ahora y estaba dudando en romper el contrato sabiendo que quedaban nueve días.

***

En cuanto hubo cerrado la puerta, Regina lamentó esa disputa. Acababa de

descubrir el temperamento obstinado y arrogante de Emma, totalmente proporcional a la fogosidad de la que hacía gala en la cama. El silencio que cayó a su alrededor estuvo cargado de incertidumbres y de interrogaciones. Regina no sabía decir en qué momento su conversación había dado un giro hacia la discusión, y la ausencia tan repentina de Emma ya le pesaba. Sin embargo, ella no había dicho o hecho nada malo. Su pequeño desafío no había tenido nada de ofensivo, al contrario, Regina había querido hacer más picantes los próximos días, pensando que Emma se divertiría tanto como ella al hacerlo, excitándola más para ver cuánto tiempo ella soportaría. Regina, incluso, había pensado que ella misma hubiera sido la primera en ceder. Después su dulce y delicioso despertar se había, finalmente, echado a perder. Emma solo había visto en ello un chantaje destinado a debilitarla, en cambio Regina nunca había pensado en hacerle el menor daño o infravalorarla. Cogió su teléfono y se sentó en el sofá. Ese silencio se hacía tan pesado en ese segundo. ¿Debía llamar a Emma para disculparse? ¿Debía esperar su regreso y rezar para que la rubia hubiera reflexionado? Emma era, definitivamente, más testaruda que ella, pensaba Regina. Se daba cuenta de su temperamento tan fuerte como el suyo, lo que, ella lo sabía, estaba lejos de disgustarle, aunque Emma era algunos años más joven que ella. Esa situación le molestaba, la desesperaba. Finalmente dejó el aparato y se levantó. Emma volvería, intentaba convencerse. Ella iba a volver a casa- lo que significaba que Emma vivía en Nueva York-después volvería aquí y se marcharían juntas, a Northfolk como estaba previsto.

***

Emma entró en su hogar, en su casa, que ningún cliente conocía. Porque eso formaba parte de las reglas para preservar la intimidad absoluta y la vida privada de las escorts de la curiosidad de los clientes. En el último piso de un inmueble en Chelsea, un barrio en pleno centro de Manhattan, Emma había alquilado un gran loft que además poseía una terraza exterior sobre el tejado. Lo que ganaba en su trabajo le permitía buenas inversiones como ese lugar equipado con todas las comodidades modernas. Las paredes de ladrillo a la vista, los tres pilares a lo largo del salón, el comedor y el despacho cierto estilo auténtico al sitio. Dos habitaciones se encontraban al fondo, un cuarto de baño en medio de las dos ofrecía un acceso a las dos estancias y al resto del loft. Pero rara era la vez en que Emma pasaba ahí más de un mes entero sin abandonarlo por algunos días. Un hogar era necesario, casi obligatorio con el trabajo que ella ejercía. Y ahora, más que en cualquier otro momento, necesitaba refugiarse en su casa. Regina había provocado tensiones increíbles, una reacción en ella que no sentía a menudo. Y eso también era uno de los síntomas reveladores de un mal que la envolvía poco a poco. Abrió el ventanal que daba al balcón y dejó que el sol y su calor penetraran

en el loft. Con el teléfono en la mano, dudaba más a cada minuto, esperaba la llamada de su agente o pensaba en la que ella misma podría hacer. El dinero no lo era todo. Emma no podía aceptarlo todo. Ella sabía que esos próximos nueve días serían reembolsados a Regina si ella decidía poner fin al contrato. Las preguntas se encadenaban unas tras otras, los “pro “, los “contra”, las consecuencias, las ventajas. Se dirigió a su habitación, también de ladrillos rojos a la vista, y abrió su vestidor que contenía una marea de diferentes prendas. ¿Debía preparar una mochila? Dudaba una vez más, y finalmente decidió darse una ducha. Bañarse, quizás la ayudaría a verlo todo más claro. Pero una vez fuera de la ducha, el problema seguía siendo el mismo, las reflexiones, similares. Su corazón rechazaba romper ese maldito contrato y su cabeza le martilleaba con la idea de terminar de una vez sin pensarlo más. Ante el espejo del cuarto de baño, cruzó su huidiza mirada, no quería ver en ella todas esas verdades, esas respuestas evidentes que ya la atenazaban. Mantener la cabeza fría en todas las circunstancias era el principio mismo de su trabajo. Había perdido el control de ella misma hacía un rato delante de Regina Queen, se había dejado arrastrar por su cólera y ese sentimiento desagradable de estar perdiendo pie. Y si ella rompía el contrato, aceptaba que un problema existía…con ella, la máscara caía, Emma Nollan, la escort se difuminaba, ya no había necesidad de simular, de seducir y de mantener la sonrisa. Nunca desvelarse formaba parte de los principios de preservación. Algo antes, en casa de Regina, lo había olvidado, no había sabido manejar la situación, la propuesta de su clienta. No volver a tocarla hasta que ella no aceptara a su vez sus caricias. Delante del espejo, completamente sola en el cuarto de baño, se sentía totalmente capaz de logarlo. Salió del baño, volvió a su habitación, a su vestidor. Sacó ropa interior de uno de los grandes cajones, se la puso, después abrió la pequeña caja fuerte disimulada detrás de los estantes. Sacó de ella una pequeña bolsa de plástico que llevó a la habitación. Vació un poco de su contenido, un polvo blanco, sobre la mesilla de noche y dibujó una raya con la ayuda de una tarjeta. Enrolló un billete de veinte dólares y lo aspiró antes de incorporarse y limpiarse la nariz. La cocaína servía para mantener las formas, el aguante del que Regina había hablado y para soportar con la cabeza despierta las horas que tenía por delante. Muchas escorts, si no todas, consumían para mantenerse en lo alto. Ella tomaba parte de los vicios contra los que se veían enfrentadas, con los que convivían todos los días. A continuación se vistió con unos jeans, una camisa ajustada de manga corta, abierta en su escote y se calzó unas botas altas. Llenó su mochila con otras prendas, inspeccionó ciertos trajes, eligió algunos y los metió en la maleta. Su teléfono sonó y su corazón se aceleró pensando en la llamada de su agente. Caminó hasta coger el teléfono, que estaba sobre su cama y leyó “Ken”, de Kendall, en la pantalla. Un suspiro extraño de alivio se escapó de sus garganta, como si marchar a Northfolk con Regina Queen resolviera el problema…Respondió mientras se adentraba en el vestidor. — Hola, Ken, ¿qué ocurre?

#No creía que respondieses, ya que estás trabajando…Quería saber cómo estaba todo…Estoy con mi californiana y ella duerme, la he agotado, así que aprovecho para llamarte. Emma sonrió ampliamente ante ese breve resumen. Él también acababa de agotar a su clienta….Y ella pensaba en lo que Regina le había dicho la víspera y que definitivamente no volvería a decir, ya que ninguna relación tendría lugar de ahora en adelante. — Bien, estoy en casa recogiendo algunas cosas para continuar con el trabajo #Ah sí, es verdad…Diez días con tu riquísima heredera. ¿Cómo va esa ardiente Madame Queen? Kendall soltó una pequeña risita bromeando sobre lo que Emma le había contado de su tórrido fin de semana. Pero “ardiente” tampoco sería el término… — Está bien, pero no tengo tiempo, ¿te puedo llamar más tarde? #Cuando tú quieras. Déjame un mensaje si no contesto y nos vemos cuando regreses. No tengo nada previsto para estos diez días, y tengo pensado cogerme una semana de vacaciones. — Entonces, nos vemos en cuanto yo termine— respondió ella — Hasta luego. #Hasta luego, Em… Emma colgó y terminó de hacer su equipaje. No había querido extenderse sobre el contrato que estaba en marcha ni confesarle a Kendall cómo se sentía. En primer lugar porque no habría sabido por dónde comenzar, después porque no tenían tiempo y prefería, de momento, guardarlo para ella. Confesar a su mejor amigo su reacción frente a Regina, lo empujaría a hacer preguntas normales que la obligarían a responder. Cerró la mochila, eligió otra chaqueta de cuero, fue al baño a ponerse perfume, un poco en su cuello, sobre su pecho, en el vientre y bajo sus braguitas. Su cuerpo seguía siendo su herramienta de trabajo, aunque, para el resto del contrato, no lo necesitaría… ***

Regina estaba sentada en el salón, un vaso de whisky en la mano, su mirada fija en las agujas del reloj. Se estaba viendo, casi una semana antes, esperando a Emma a la que había conocido en su casa de Northfolk. Pero esta vez la situación era diferente, las emociones exacerbadas por la disputa. La señora alcaldesa se había duchado, había tenido tiempo de hacerse su peinado, de ponerse un elegante vestido y de maquillarse. Con las piernas cruzadas, en el sofá de cuero del salón, la espera se estaba haciendo insostenible. ¿Volvería Emma? ¿La llamaría Elisha para comunicarle la ruptura del contrato? Regina ardía por dentro ante esa idea. ¡No dejaría que Emma se alejase de ella así, se negaría a esa separación, y no se hablaba más! La idea de contratar a un detective privado para que averiguase su

dirección seguía en un rincón de su mente. Regina no dudaría en presentarse en casa de Emma para hablar con ella. Tenía suficiente información sobre ella para que un detective la pudiera encontrar en 24 horas, incluso en una ciudad tan grande como Nueva York. Otra cuestión se hizo presente en las angustiadas reflexiones de Regina. ¿Cómo debía reaccionar si finalmente Emma volvía? ¿Le guardaría rencor? ¿Se comportaría la rubia como si nada hubiese pasado? Regina se conocía. Ella no sabría fingir que esa discusión no había tenido lugar. Ese tipo de conflicto la exasperaba en grado sumo. Se levantó y se volvió a servir otra copa, la tercera que se tomaba desde el mediodía, después se sobresaltó al ver la puerta abrirse. La entrada de Emma la arrancó de sus turbios pensamientos, de sus dudas y de sus temores. Estaba de vuelta, constataba ella. Así que Regina dejó su vaso en la mesa y se levantó mientras que Emma cerraba la puerta y dejaba su mochila en la entrada. Su mirada no pudo hacer otra cosa sino mirar de arriba abajo a la rubia, cuya seguridad no se había debilitado desde su partida. Esta se había tomado tiempo para prepararse ante el nuevo cara a cara con Regina. La señora Alcaldesa se había vestido, se había puesto uno de sus hermosos vestidos elegantes que marcaban su silueta de cautivadoras formas. Pero Emma debía mantener la cabeza fría, atenerse a la propuesta de su clienta y no dejarse arrastrar por ideas libertinas. — Espero no haber tardado mucho— dijo ella acercándose. Una vez delante de Regina, cogió el vaso que ella acababa de dejar en la barra y bebió de él sin apartar los ojos de ella. — Nos vamos cuando quieras. Nunca antes Regina había sentido semejante tensión. ¿Provenía de ella, de Emma, de la situación, de su imaginación? Como Regina se había temido, Emma se comportaba como si nada hubiera pasado. No estaba ni fría ni cálida, sino en su papel, en ese maldito papel por el que Regina le pagaba. Su confusión no tenía límites. Ya no sabía si debía rebelarse, tener paciencia o provocar otra pelea con el riesgo de ver cómo Emma abandonaba su apartamento para siempre. De temperamento frío, Regina, sin embargo, siempre había reaccionado por arrebatos, pero el momento no se prestaba a una explosión. Con su mirada aún sobre Emma, cogió su teléfono y marcó, segundos después escuchó a su interlocutor que la saludó educadamente y al que ella ordenó — Puede venir Ed’ #Bien, madame Colgó y sus tacones repiquetearon sobre el parqué mientras avanzaba hacia la barra donde estaba su bolso de mano. Se lo puso en su hombro, y se encaminó a la puerta donde la esperaba ya Emma. Las dos salieron al pasillo, Regina sintiendo ese pesado silencio, cargado de sobreentendidos, de evidente tensión. Pasó la llave a la puerta, caminó hacia el ascensor donde Emma la esperaba, y entraron en él. Tantas cosas se arremolinaban en la mente de Regina que no sabía qué decir, cómo reaccionar sin explotar. Así que el silencio era, de momento, la mejor de las opciones al cruzarse

con la mirada tan segura y arrogante de Emma. Esta permanecía apoyada en la pared del ascensor, brazos cruzados. Su mirada se posaba sobre Regina, a su lado, y ¿por qué no lo habría de hacer? Ella era la escort, después de todo, pagada para seducir, para mostrarle a su clienta hasta qué punto ella era deseable. Su trabajo formaba parte de ella y Regina no se lo arrancaría con su chantaje. La dosis de cocaína estaba funcionando, esclarecía su mente oscurecida por aquella disputa, al final, inútil. Observando la pose autoritaria y no menos sensual de Madame Queen, Emma esbozó, incluso, una ligera sonrisa. La notaba al borde de la explosión, como una granada sin anilla, esperando la menor sacudida para desencadenar todo su poder. Salió del ascensor, atravesó el hall del edificio siguiendo a Regina. Fuera, el chofer de Madame las esperaba ante la puerta abierta de la limusina. Regina entró en el vehículo en primer lugar. Delante del chofer, en traje negro, Emma le hizo un guiño antes de deslizar un dedo por su mejilla. — Gracias Ed’… Sin añadir nada, entró en la limusina y se sentó al lado de Regina. Suspiró en silencio y giró su cabeza hacia ella antes de comentar en voz baja — Me gusta mucho el perfume que llevas… Una vez más, Regina se perdía. La actitud de Emma hacía difíciles sus intentos de reflexión, de toma de distancia. No pudo evitar mirarla, sondear su hermosa mirada azul que, visiblemente, no tenía ninguna dificultad en encarar la suya. ¿Era una manera que tenía Emma de torturarla? ¿De pretender que su discusión no tenía la menor importancia? ¿O daba Regina demasiada importancia al desacuerdo, a lo que había pasado? No olvidaba que Emma era bastante más joven que ella, sin duda más despreocupada, menos rígida…Quizás también Regina se había equivocado en los sentimientos que había creído captar en su mirada. Esa sola idea la crispó, le estranguló la garganta, pero respondió — Me alegro. Emma esbozó una sonrisa ante esa breve respuesta en tono frío que Regina le había devuelto. — Deja de poner mala cara, querida… Desvió la mirada, la posó en el vacío, la cabeza aún apoyada en el cómodo respaldo de su asiento. Finalmente, se incorporó, negándose a estar inerte y extendió el brazo hacia la pequeña neverita que todas las limusinas tan grandes ponían a disposición de los clientes. Cogió los cubiletes de hielo, y lleno dos vasos. — Si no, estos próximos nueve días van a ser mortales y no me gusta aburrirme. Echó whisky en los vasos y tendió uno a Regina. — Toma otra copa, te calentará Regina lo cogió, consciente de que sería su cuarta copa, aunque el alcohol no la ayudaba a esclarecer sus pensamientos y reflexiones. No conseguía responder, admitir la situación en la que estaban. Y cuando más distendida, cómoda y relajada parecía Emma, más sufría Regina por ello. Bebió un sorbo, y giró su mirada hacia el tráfico denso del centro de Nueva York.

Aunque su chofer conocía los caminos menos frecuentados, siempre era difícil trasladarse en coche por Manhattan. Y cuanto más estaba Regina en esa limusina, más sensación tenía de ahogarse. Toda la cólera, la frustración y la pena que crecía en ella estaban a punto de asfixiarla y sin embargo, no podía dejarse arrastrar por sus emociones. Tan devastadoras como fuesen, Regina debía contenerlas. ¿Cómo una joven podía hacerle, a la vez, tanto bien y dejarla en tal estado de angustia? Pero, por encima de todo, ¿cómo serían los próximos días ahora que los proyectos que Regina tenía planeados desde la víspera ya no podían ser anulados? El sonido de su teléfono la sacó de sus tormentos, permitiéndole recobrar un poco de contención. Comprobó quién la llamaba y respondió. — Buenos días, Rebecca… Emma continuó mirándola y después de algunos segundos la escuchó responder a su interlocutora — Estoy de camino. Gracias una vez más, hasta luego. Terminó su copa cuando la limusina llegaba finalmente al aeropuerto. Regina no podía estar más silenciosa, distante y fría…Aunque actuaba como si nada hubiera pasado, sin quejarse, ni atormentarla, no se acostumbraba. Emma salió del vehículo junto con Regina y agarró su mochila que Edward acababa de sacar del maletero. El sol resplandecía en un cielo azul y la temperatura era clemente. Felizmente, el clima parecía más reconfortante que su clienta. Bajó sus gafas de sol a su nariz y siguió a Regina al hall reservado a la alta sociedad que poseía bastante dinero para viajar en jet privado. Emma conocía bien ese rincón particular del aeropuerto. Más de la mitad de sus clientes ya la habían llevado a lo largo de diferentes trabajos. De esta manera, no tenían que registrase, hacer la cola durante horas, sino que simplemente tenían que verificar sus pasaportes y comprobar sus maletas antes de embarcar. Algunos minutos más tarde, se sentaron en la lujosa cabina del aparato. Regina casi no había dicho una palabra. Así que Emma se sentó frente a ella, al otro lado de la pequeña mesa y posó los codos en ella, la mirada anclada en sus ceñudos rasgos — ¿Sabes? Sería mejor anular el contrato si no quieres hablarme más… Regina suspiró despacio mientras terminaba de leer un mensaje en su teléfono. Lo dejó a un lado y alzó sus marrones pupilas hacia Emma — Quizás sea fácil para ti pasar por encima de lo que pasó esta mañana, pero a mí no me sucede lo mismo. Emma frunció el ceño ante esa respuesta comprensible y lógica. Se dejó caer hacia atrás, sobre el respaldo del asiento, ajustó sus gafas en sus cabellos y desvió la mirada hacia la ventanilla, mientras golpeaba sus dedos contra la mesa. — Pagas la suma equivalente al sueldo de toda una vida para ciertas personas solo para pasar diez días conmigo y en un momento, te niegas a que yo haga aquello por lo que soy pagada bajo el pretexto de que tú no tienes lo que quieres… Reposó sus ojos en ella y terminó — Se me compra para tener sexo, pero tengo límites. No soy una puta, si

no, estaría en una acera y no costaría un ojo de la cara. Regina no había apartado la mirada de ella. Finalmente retomaban la discusión donde la habían dejado. — ¿Piensas de verdad que te considero una puta? ¿No has imaginado que quería hacerte el amor porque tengo… Regina se detuvo en su impulso. Su cólera estaba tomando la delantera y sabía cuántas verdades podía entonces confesar cuando estaba en tal estado. — deseos…— intentó recobrarse — que no son solo de recibir, sino también de dar? Emma se había crispado tanto como Regina ante su brutal parón. Felizmente, esta no había pronunciado demasiadas palabras, no había enunciado demasiadas cosas. El tono de su clienta ascendía, y ¿cómo podía echárselo en cara? Ella había jugado con fuego, ella misma la había encendido, pero todo había comenzado porque Madame Queen la había contratado…Sus dedos continuaron golpeando en la mesita, en sus pensamientos. — Si tú quieres dar, conozco a varias chicas a las que no les disgustara en absoluto eso y que son tan encantadoras como yo. Pero de todas las clientas que he tenido hasta ahora, no ha habido una que me haya hecho una escena parecida…Es más, es por esa razón por la que ya no hago sino mujeres. Regina comprendió, entonces, que ella era la pelmazo de turno, pero a eso ya estaba acostumbrada. — Y si te tomara la palabra— respondió ella — ¿Es lo que tú quieres? ¿Qué llame a otra que no seas tú? Emma la observó con mirada pensativa, reflexionando en ello. Saco su iPhone e hizo pasar las pantallas con su pulgar. Después de algunos segundos, lo colocó bajo los ojos de Regina para enseñarle una foto. — Esta es Charleen, también llamada Charlie…Una de mis entregadas compañeras que da y que recibe. Es muy profesional y también muy sexy. Menos cara que yo, pero es buena. Regina se había esperado tal reacción. La arrogancia de Emma sobrepasaba todo lo que ella habría podido imaginar. Sostuvo su mirada. — Bien, entonces, llámala. La mirada de Emma permaneció clavada en la de Regina un instante. Así que esta estaba dispuesta ir hasta el final. — ¿Al menos te gusta? Emma no tenía la menor idea de lo que Regina era capaz. — Solo te pido que la llames— respondió ella Sin apartar los ojos de Regina, Emma llevó su teléfono al su oído después de haber pulsado la tecla de llamada. — Charlie, soy yo— dijo ella, mirando a Regina — ¿Te molesto? #¡Hola, Em’! No, en este momento estoy en casa, acabo de levantarme. ¿Cómo estás? — Tengo un trabajo para ti, una velada con mi clienta actual. #Espera… ¿Es Madame Queen? ¿La heredera de alto copete?

— Esa, ¿estás de acuerdo? #Sí, sin problema. ¿Es para un trio o estaré sola con ella? — Digamos que la clienta elegirá #Ok, super. ¿A qué hora? Emma echó un vistazo a su reloj antes de alzar la mirada a Regina a la que veía mucho más que atenta. — Hacia las ocho, te enviaré la dirección #Bien, entonces espero tu mensaje. Me pondrás al corriente al llegar. Hasta luego. Emma colgó y dejó el móvil en la mesa. — Estará allí esta noche. Regina ya no sabía qué pensar del orgullo sin límites de Emma. Esta iba hasta el final, la desafiaba como nunca nadie se había atrevido, al menos, fuera de su familia. ¿Por qué hacia ella eso? ¿Para tener la última palabra? Y Regina se preguntaba también por qué no ponía fin a esa mascarada. Para tener, sin duda, también la última palabra…Pero excusarse, doblegarse a ese maldito reglamento que Emma quería imponerle con sus propios ajustes y a su gusto, sería admitir que Emma no se sentía atraída por ella y eso, Regina lo rechazaba categóricamente. — Bien— dijo ella Cogió su revista de moda comprada en el aeropuerto y la abrió delante de ella — Sin embargo, no me gustan los tríos, así que mientras tendrás que darte un paseo por la ciudad. — Muy bien— respondió Emma sin vacilar Esta se levantó para estirar las piernas y se paseó por la cabina, ni demasiado pequeña ni demasiado espaciosa. Todas las comodidades estaban ahí: sofá, pantalla plana, sillones de masaje y azafatas al servicio de los pasajeros. Se cruzó con una al dirigirse hacia el bar y la pequeña cocina. — ¿Señora? ¿Desea comer, beber?» le preguntó esta — Si tuviera una botella de agua fría, sería perfecto— respondió ella — Se la llevo enseguida Emma se acomodó en el sofá y se estiró reposando su cabeza en un cojín, sobre el reposabrazos. Rebuscó en su bolsillo y sacó de él los auriculares que encajó en su móvil. La azafata le dio la botella y pudio relajarse. Esa situación con Regina la exasperaba. Nunca había tenido que lidiar con tanta tensión con una clienta. Normalmente, todo era tranquilo fuera del sexo y de algunas molestias debidas a los problemas personales de sus clientas. Regina se obstinaba en sus ideas, ese ridículo chantaje que ahora la ligaba a otra escort. Dio grandes buches a la botella de agua, su boca estaba un poco seca. Mientras escuchaba la música, aprovechó para responder a todos los mensajes recibidos desde la noche anterior. Leyó uno y abrió la cámara para sacarse una foto de ella misma antes de mandarla como respuesta al mensaje. Ya que Regina se empeñaba en enfurruñarse en su esquina, ella intentaba buscar cualquier distracción para matar el aburrimiento. Seguramente este era su peor enemigo junto con esas

malditas y fuertes emociones sentidas al lado de Regina. Esta la miraba actuar por el rabillo del ojo y tuvo que sacar sus pequeñas gafas de vista de su bolso para verla mejor, pues Emma estaba demasiado lejos. La señorita escuchaba música, se relajaba tranquilamente en el sofá. ¡Regina creía estar soñando! Ella cruzó, descruzó las piernas, molesta. ¿No sentía nada Emma al saber que otra mujer pondría sus manos sobre ella? ¿O quizás no la creía capaz de ir hasta el final? ¿Cómo hacía ella para ser tan despegada?, se preguntaba Regina. Después de algunos minutos, la azafata, sin embargo, se acercó a ella para comunicarle el inminente aterrizaje. Pues Northfolk solo estaba a cuarenta minutos de vuelo de Nueva York. Entonces, Emma volvió a sentarse delante de ella, y Regina hizo como si nada, fingiendo que leía su revista, aunque nunca leía en el avión, aprovechaba sus vuelos para trabajar. Eran las cuatro de la tarde cuando el avión finalmente aterrizó y, una vez en tierra, Regina cogió las llaves de su coche que un empleado del aeropuerto le había llevado, avisado de su llegada. Emma metió su mochila en el maletero y Regina subió tras el volante ante de arrancar y tomar la dirección de Northfolk. La tensión se podría cortar con un cuchillo, aunque Emma pretendía que todo estaba normal. Después de un rato, ella explicó — Tengo que pararme en la ciudad. Te pediría que me esperases en el coche y después iremos a mi casa. Emma reviró los ojos y esbozó una ligera sonrisa ante la recomendación. — Mm, la señora alcaldesa en compañía de una escort daría una mala imagen en la ciudad…Si te hacen preguntas, solo tendrías que ceñirte a la historia inventada para tu padre. Regina prefirió no responder a esa provocación, porque no tenía que justificarse. Mantuvo los ojos en la carretera, pasó por el cartel de la ciudad, pero no cogió la carretera principal que llevaba al centro y al ayuntamiento. Dobló en una calle residencial en la que numerosos habitantes habían construido sus casas, a veces pequeños edificios y comercios de cercanía. Giró en otra intersección que llevaba a otra zona más rica en donde se erigían bellas mansiones en extensos terrenos. Los jardines estaban florecientes, cuidados, la hierba verde y fresca, y algunos plátanos se elevaban por encima de arbustos y plantas. Regina ralentizó y se detuvo detrás de un coche a lo largo de la acera antes de coger su bolso del que sacó un sobre. — Ya vuelvo— dijo antes de salir. Emma la vio cerrar la puerta, y después alejarse por el camino de piedras que conducía a una gran casa de dos plantas. La gente de ese barrio tenía, por lo que se veía, mucho dinero. Podía escuchar el sonido de una cortacésped mientras veía a su propietario en el jardín vecino a la casa a la que se dirigía Regina. La vio golpear una puerta, después una mujer abrió, alta, unos treinta, de largos cabellos rubios cayéndoles sobre los hombros. Intercambiaron algunas palabras y Emma vio cómo Regina le daba el sobre antes de que su interlocutora verificara el contenido sin sacarlo. Después una silueta hizo aparición y Emma pudo ver llegar a un niño rubio antes de que Regina lo tomara rápidamente en sus brazos. Mientras observaba,

Emma frunció el ceño. Las preguntas nacían ante ese intercambio entre esa mujer rubia y su clienta. Pero cuanto más reflexionaba, más miedo tenia de comprender. Regina le había hablado de una separación de otra mujer diez años antes… ¿Y esa otra mujer no podría ser la que estaba de pie en el umbral de esa gran mansión? Pero, ¿ese pequeño? Por la semejanza con la desconocida, era su hijo y juzgando los gestos tiernos y atentos que Regina le prodigaba, ella debía haberlo criado durante un tiempo…Emma era buena leyendo los gestos, las miradas, las escenas. Es más, debía ostentar tal talento si quería triunfar en lo que hacía. Porque, a veces, debía leer entre líneas a los clientes para conocer sus temores y sus enterradas fantasías. Vio a Regina volver y desvió la mirada, con la cabeza llena de cuestiones. Demasiadas…Ella no tenía que pensar en la vida privada de sus clientas, ni siquiera tenía que sentir nada sobre ello. Cuando Regina volvió a ponerse tras el volante, el silenció regresó. Emma comenzaba a enfadarse, exasperada por la evidente tensión que Regina alimentaba. ¿Cómo podría soportar esos nueve días en esas circunstancias? Debía, ahora, imponerse una línea de conducta que normalmente mantenía sin tener necesidad de pensar. — ¿Qué has previsto para el resto de mi estancia aquí?— le preguntó en tono calmo respetando su papel. Regina no sabía nada. Haber visto a su hijo y haberlo cogido en sus brazos apenas la había sacado de sus tormentos con Emma. Le lanzó una mirada de reojo, tomando el camino a su casa. — No lo sé. De momento vamos a casa, ya que vamos a recibir a tu amiga esta noche, tengo que preparar una buena cena. Emma contuvo un suspiro ante esa respuesta a la que le faltaba entusiasmo y brío. Se apoyó en la puerta y llevó una mano a sus cabellos. Su malestar crecía segundo a segundo, y se preguntaba qué estaba haciendo en ese maldito coche. — Charlie es buena de boca— respondió ella Bebió un sorbo de su botella traída desde el avión y no encontró nada más que decir. La tensión era tan asfixiante en el vehículo que no le salían las palabras. Regina se detuvo delante de su gran mansión y Emma salió del coche para abrir el maletero y coger su bolso, así como el de su clienta. Al menos, el día estaba bueno, aún había sol. Ella la siguió hasta el interior y no pudo contener una sonrisa ante el pensamiento que le atravesó la cabeza. — ¿Quieres que me instale en la habitación de invitados? Regina frunció el ceño ante esa pregunta que para nada encontró divertida a pesar de la sonrisa provocadora de Emma — Te instalas donde quieras, Miss Nollan. Regina caminó hacia los ventanales que daban a la piscina y los abrió para airear. Lejos quedaba el momento en el que Emma le había hecho el amor ahí mismo, después en el salón y en el piso de arriba. Su despacho era, quizás, el único sitio que no había sido testigo de sus apasionados encuentros, pero al entrar en él, Regina se dio cuenta de que se equivocaba, al ver la mesita tirada sobre la alfombra. Salió a la terraza para unirse a

Emma que caminaba alrededor de la piscina. Regina no aguantaría mucho más ese juego de indiferencia y constatar a su amante tan serena, relajada, le susurraba que ella había querido ver cosas que, en ese momento,o parecían no existir ya. Era ella la que permanecía fría mientras que Emma conseguía comportarse de forma natural, pretendiendo que todo era normal. Imitarla estaba por encima de las fuerzas de Regina. Sus manos se posaron en el respaldar de una silla de exterior, la mirada posada en Emma que estaba frente a ella, cerca de la piscina. Finalmente rompió el silencio. — Puedes marcharte, Emma…Si es lo que quieres, vete, no llamaré a tu agente y no pediré que me reembolsen el dinero. Puedes quedarte con el dinero y marcharte. Emma alzó los ojos hacia ella y se la quedó mirando un instante, pensativa. Esas palabras le molestaron más, porque antes que ceder, Regina prefería llegar a eso. ¿Por qué no aceptaba simplemente tomar el placer que se le ofrecía? Hasta ahora, todo había ido bien entre ellas y aunque existían dudas, tomentos en su cabeza, se había atenido a su papel e incluso había cruzado ciertos límites a veces. Se colocó las gafas de sol sobre la cabeza para mirarla mejor. — ¿Cuentas con permanecer tan fría como lo estás desde que salimos de Nueva York?— preguntó ella, más seria Regina frunció el ceño ante esa acusación infundada — ¿Qué te crees? ¿Que vamos a besarnos, a hacer el amor y que todo irá bien? No es lo que espero y visiblemente no soy la clienta ideal que se conforma con coger lo que le dan. Puede ser que en nueve días, tú pases a otra cosa, pero yo… Regina no se atrevía a pensar en ella y su voz rasgada acababa de traicionar las emociones que se esforzaba en contener. — Me equivoqué— concluyó Emma acababa de escuchar lo que no había querido escuchar ni ver durante el fin de semana. Aunque Regina evitaba algunas palabras demasiado directas, demasiado francas, Emma no podía, ahora, enterrar la cabeza como los avestruces y fingir cualquier malentendido. Esa conversación la tensaba mucho más de lo que hubiera querido y su mente le formulaba todas las soluciones posibles en todos los sentidos. Pero ella no podía dejarse acariciar. Demasiadas cosas estaban en juego. Bastaba una única vez para que todo cayera y la máquina se pusiera en marcha, a toda velocidad, ¿hasta dónde? ¿Para qué? Lanzarse a corazón descubierto a una decisión que seguramente alteraría su vida por completo era una decisión sin sentido y peligrosa. — No puedo permitirme tener sentimientos— acabó por decir después de todas esas reflexiones — No con mi vida… Suspiró y desvió la mirada antes de sacudir la cabeza. No se podía creer que hubiesen llegado a ese punto. Solamente después de tres días completos con Regina, la situación se había convertido en insoportable. — Tres días— comentó ella alzando los ojos hacia ella — Tres malditos días… ¿Qué ha podido pasar para que cambies de opinión hasta ese punto? Y ahora ya sentía que había hablado mucho. Su malestar se transformaba

en rencor y acusación de todo tipo. Sacudió otra vez la cabeza y añadió — No tiene importancia…— dijo con un gesto de la mano Se giró para entrar en la casa — Estoy obligada a romper el contrato y te será devuelto el dinero de todas formas… Regina la vio alejarse hacia la puerta, paralizada por esas palabras, por toda esa distancia que creaba la reacción de Emma. Se giró hacia ella, sus pensamientos confundiéndose en su mente. Tenía que decir algo, pero, ¿qué? Regina había puesto a prueba sus respectivos límites, tenía que haberse esperado ese cambio de los acontecimientos. La vio abrir la puerta y soltó mientras volvía al salón — Dime que no has sentido nada…Dime que este contrato ha sido como los demás y que cada vez que me hacías el amor, yo era una clienta como las otras…Dilo Emma y nunca más oirás hablar de mí. En el umbral de la puerta, Emma se había detenido para escuchar esas últimas palabras lanzadas por Regina. De espaldas a ella, sabía perfectamente lo que Regina le preguntaba y nunca, ninguna clienta había escuchado ese tipo de confesión por su parte. Sería confesar una falta, un alejamiento de sus bien impuestas reglas. Con expresión seria, la mirada sombría por tormentosas y parásitas reflexiones, su mente se hundía en la neblina total. Con la mano agarrada en el pomo de la puerta, tuvo que tomarse un momento. Debía responder, decir algo, una palabra…Pero un nudo se formaba en su garganta y bloqueaba todo intento de explicación. Pronunciar algo en ese preciso instante, responder a la petición de Regina la paralizaba de arriba abajo. El control se le deslizaba entre los dedos, se le escapa literalmente y cada segundo tomaba tintes fatídicos, como si toda su vida reposara en esos precisos segundos, bajo el marco de esa puerta. Tragó saliva, alzó la desamparada mirada hacia el exterior, la mandíbula crispada. Un parpadeo más tarde, dejaba la casa, caminando por el sendero que llevaba a la carretera. Se puso su mochila al hombro, con el corazón en carne viva y latiendo frenéticamente, y camino hacia delante porque era lo que tenía que hacer.

***

Regina permanecía de pie en el salón, paralizada. La puerta se había cerrado y, su mirada oscura perdida en el vacío, aún seguía sin moverse. Había temido escuchar a Emma pronunciar las palabras que esperaba, palabras que habrían puesto fin a toda ambigüedad. Pero el silencio parecía peor, alimentaba tanto dudas como desespero. Emma acababa de marcharse, había tomado la decisión de alejarse y Regina se encontraba impotente frente a su elección. ¿Qué podía hacer a partir de ahora cuando la trampa se había cerrado sobre ella? Dio algunos pasos en su salón, la mirada aún ausente, vaga. Sus incesantes reflexiones buscaban una escapatoria y Regina no se dio cuenta de que su garganta se había

constreñido, dolía. Bajó y subió sus párpados con la esperanza de recobrarse y caminó hacia el despacho para coger las llaves del coche, atravesar el salón y dejar la casa. Subió al Mercedes, arrancó y violentamente dio marcha atrás para salir del garaje. No podía dejar que Emma se marchara, no así, no sabiendo si la volvería a ver. Después de un centenar de metros, frenó en seco y bajó del coche mientras la miraba fijamente — ¡Emma! Tú…tú no puedes marcharte…Esto no puede acabar así… Su garganta se había cerrado mucho más y se acercó con paso tembloroso, el Mercedes parado tras ella y Emma en la acera. — Yo…no quiero perderte— dijo con voz rota. Emma se había parado, sorprendida ante la repentina llegada de Regina. Justamente había temido esa reacción, un enfrentamiento claro y directo en el que nuevas palabras serían pronunciadas. Y las de Regina la golpeaban directo en el corazón, ahí donde ella no debía sentir nada, escuchar nada. Su máscara ahora se hacía pedazos. Desamparada, no podía luchar contra esas palabras, el sentimiento de traición envolvía su ser. La pena se volvía dolorosa, cruel y terrible. Su brazo cayó, su mano cerrada alrededor del asa de su mochila, la mirada desorientada. — Regina…No nos conocemos…Tú no me conoces…Solo has visto de mí lo que he querido mostrarte. Frunció el ceño, acosada por sus propias reflexiones, en ese momento confusas y enmarañadas. — Tú y yo— retomó — No tenemos la misma vida…Y aunque todo ha sido diferente contigo, aunque sienta algo, aunque no hayas sido un contrato más, no puedo cambiarlo todo porque tú me lo pidas. Regina sabía que ciertas cosas no se explicaban. Que no era necesario conocer a una persona de meses o años para que una simple atracción se transforme en sentimientos. Los sentimientos no se controlaban, ni en el espacio ni en el tiempo, y las palabras de Emma no hacían sino confirmarle que no se había imaginado todo lo que había pasado entre ellas. Sin preocuparse de los coches que ralentizaban la marcha o de los vecinos que miraban por sus ventanas, Regina se acercó a Emma y llevó su mano hacia su mejilla antes de besarla. No había ninguna otra manera de responder a esa incesante atracción que la encarcelaba, ningún otro medio de expresar lo que no se atrevía a decir. Sus labios se cerraron sobre los suyos con ternura y un estremecimiento la recorrió cuando la mochila de Emma cayó a sus pies y sintió cómo ella le devolvía el beso. Emma no podía decidirse a mantener las distancias. Ese beso robado por Regina, lleno de audacia y de determinación, doblegó sus fuerzas, sus desesperadas reservas. Ella se lo devolvió, capturó sus labios entre los suyos, profundizó el contacto, apasionadamente, arrastrada por el incesante deseo de sentirla. Su brazo pasó alrededor de su cintura, la atrajo contra ella porque era también todo lo que ella quería. La distancia, el rechazo y la frialdad habían congelado su sangre, paralizado su ser por dentro. Su corazón golpeaba velozmente, más fuerte, y sus latidos resonaban en su cabeza, callando todas sus demás reflexiones. Con una mano en los oscuros

cabellos de Regina, no podía dar fin al beso, sabía que se estaba quemando por ella con un deseo inconcebible, fulgurante. — No me impidas volver a tocarte…— murmuró ella sobre sus labios. — No me vuelvas a prohibir hacerte el amor… Regina retrocedió un poco, su mano sobre la mejilla de Emma, su mirada brillante a la vez de lágrimas, de pena y de alivio. Esa fuerza en los sentimientos la envolvía completamente, destructora, incontrolable. Regina no podía combatirla y las respuestas de Emma, tanto verbales como físicas, acentuaban las emociones que la recorrían. Escucharon un ruido de tos, y Regina fue obligada a desviar su atención antes de ver pasar sobre la acera a Madame Wintermann y su perro casi tan viejo como ella. — Señora alcaldesa— dijo ella con voz aguda — Señora Wintermann— saludó Regina… Apoyada en su bastón y caminando a paso lento, la anciana no se privó de mirarlas fijamente un momento antes de verse forzada a girar la cabeza. Con el ceño fruncido, Regina volvió a posar sus ojos sobre Emma que la miró de nuevo y lo hizo con una sonrisa nerviosa que se dibujó en sus labios antes de que respondiera. — ¿Quieres volver a casa conmigo? A pesar de la interrupción repentina de la pequeña anciana, seguramente sorprendida de por vida, Emma continuaba ardiendo después de ese beso. — ¿Y si no volvemos?— le preguntó ella — ¿Y si desaparecemos los próximos nueve días? Regina temblaba ligeramente ante esas preguntas que sobreentendían que Emma buscaba escaparse otra vez, pero esta vez con ella. Con su mano aún en su mejilla, dibujó una tierna sonrisa, sin dejar de acariciarla con su pulgar. — ¿A dónde querrías ir? Emma se estremeció bajo la mirada que Regina le daba. Sus caricias sobre su mejilla acentuaban su innegable atracción, bien presente. Debía tomarse su tiempo, disfrutar de Regina, omitir los contratos, la agencia y las obligaciones durante los próximos nueve días. — A una isla donde solo estemos tú y yo… Cruzó la mirada interrogadora de Regina y rápidamente añadió — Conozco una, pero no podrías hablarle a nadie del sitio a dónde vas. — Señora Alcaldesa— escucharon otra vez Regina retrocedió esta vez para ver a Preston Lewis, el hijo de su contable, que acababa de ralentizar en bicicleta al verlas. Ella no respondió a este último, sino que miró a Emma — Vamos a acabar esta conversación en otro sitio que no sea esta acera. Ella tomó su mano y la arrastró con ella hacia el coche antes de soltarla y sentarse tras el volante mientras que el motor continuaba encendido. Una vez Emma sentada, arrancó y cogió la dirección de su casa, profundamente aliviada por no volver sola. Su mano partió rápidamente al muslo de Emma y dijo — ¿Puedo saber de qué isla se trata? Tendría que avisar a mi piloto, para que se organice y reservar una habitación de hotel.

Emma posó su mirada en la mano de Regina posada en su muslo. Esta provocaba otros embriagadores estremecimientos, acentuaba el calor de su cuerpo ya demasiado sensible a sus contactos. — No hace falta— dijo ella sacando su móvil de su bolsillo — Solo di a tu piloto que volvemos a Nueva York, yo me encargo del resto. Tecleó sobre su pantalla para enviar un mensaje mientras que Regina se detenía delante de la casa — Prepara un bolso, y piensa en coger ropa más… Alzó los ojos hacia Regina y se tomó el tiempo de mirarla de arriba abajo. Su mente ya imaginaba su cuerpo sin su vestido, en esa ropa interior que disimulaba. — — Informal— terminó de decir Regina hizo una pausa y remarcó el impulso de Emma que ya estaba saliendo del coche. La siguió dentro de la casa, constatando que su actitud había cambiado completamente de un momento al otro. Pasaba de la ignorancia más total a “salimos de viaje solas a una isla desierta”. Por supuesto, ese pedido alegraba a Regina, la colmaba de felicidad para ser exactos, pero la detuvo en su arrebato, quitándole el teléfono de las manos y colocándose frente a ella. — Emma, espera…Me gustan las sorpresas, me gusta que se ocupen de mí, pero lo que tú quieres preparar, lo cargo a mis gastos… Ella entrecerró los ojos y la miró fijamente. — Y no estás obligada a hacer esto… Emma frunció el ceño, en desacuerdo con esas palabras. — ¿Acaso sabes a dónde pienso llevarte?— le preguntó recuperando su teléfono — Pagarás el viaje en tu avión, el resto, me toca a mí, y sé lo que hago, Regina. No deseo quedarme aquí, en tu casa, en tu ciudad y tampoco tengo ganas de volver a Nueva York, así que vamos a otro lado… Regina la vio alejarse, después llevarse el teléfono a la oreja. Emma se atrevía a reprocharle su lado testarudo, pero ¿se daba cuenta la rubia que era de lejos más obstinada que ella? Sin embargo, comprendía sus argumentos y por esa razón no intervino más y se alejó hacia las escaleras para subir a su habitación. Sacó una maleta que abrió sobre la cama y se dirigió hacia su vestidor. Llevar ropa informal no era costumbre en ella. En su casa, Regina permanecía la mayor parte del tiempo en bata o en bañador los veranos, pero en cuanto salía de casa, no llevaba sino vestidos o trajes chaqueta. Hizo el esfuerzo de elegir algunos vestidos más ligeros y caminó hacia la cama para meterlos en su maleta mientras veía a Emma entrar en la habitación. — Por cierto, ¿qué vas a hacer con tu amiga Charlie?— preguntó ella mientras abría su cajón de la ropa interior. Sacó varios conjuntos y la miró para precisar — Y además, ¡qué sepas que nunca habría dejado que otra mujer me tocara! Apoyada en el marco, en la entrada del vestidor, Emma esbozó una sonrisa satisfecha ante esa última precisión. Una sonrisa espontánea que alegraba sus trazos, calmaba sus pensamientos tumultuosos. Su mirada fue

capturada por el cajón que encerraba mil tesoros picantes…Ella se acercó y lo inspeccionó con mirada experta e interesada. Los aromas de Regina invadían todo su vestidor y se expandía por olas desde sus cajones y sus estantes. — Charlie, de todas manera, me lo habría contado todo— respondió ella — Y ya está avisada… Con la punta de su índice, enganchó la asilla de un corsé y lo sacó del cajón — Has olvidado coger esto… Regina se mordió la comisura del labio mientras caminaba hacia Emma y cogía la prenda interior en sus manos. Pero en lugar de ir hacia la maleta, no pudo evitar abrazarla, acurrucar su cuerpo contra el de ella. Los brazos de Emma la envolvieron, cosa que ella había esperado, que la calentaba y continuaba tranquilizándola. Sus dedos se deslizaron a lo largo de su mandíbula y preguntó con voz cálida — ¿Cuándo tenemos que estar de regreso en Nueva York? Emma frunció los ojos ante esa pregunta, una sonrisa en la comisura de sus labios. Los de Regina la llamaban y le sugerían un sin número de ideas, una más indecente que la otra. Ella los capturó, deslizando la punta de su lengua por ellos para saborearlos, volviendo ese beso lánguido y sensual. — Tendríamos tiempo de recuperar las últimas horas perdidas… Ella retrocedió rompiendo el beso, al fuego vivo por ese beso. Su mirada chispeante se hizo maliciosa, un poco provocadora. — Pero es necesario que tú estés de acuerdo… Con la mirada ardiente de deseo, Regina volvió a besarla y murmuró — Lo estoy… Empujó a Emma a la cama y esta se encontró sentada, mientras Regina bajaba la cremallera de su vestido, que se encontraba en su espalda. Aunque esa escena ya había sido interpretada, ahí o en Nueva York, las emociones permanecían siendo las mismas, las miradas, tan llenas de deseo como de impaciencia, ahora más después de todas esas complicaciones. El vestido de Regina cayó sobre sus tacones y ella se los quitó uno a uno antes de colocarse sobre Emma. Volvió a besarla y murmuró sobre sus labios. — Dime…que me deseas… Emma podía negar todas esas evidencias. Cuando miraba a Regina desvestirse, cuando la sentía tan lanzada, lista para ser poseída, su cuerpo entero se elevaba en llamas. Entonces, el deseo se volvía asfixiante y este incitaba a encontrar todos los medios para logar satisfacerlo. Regina tenía tal poder sobre ella que Emma apenas podía controlar sus reacciones. Con sus manos en las caderas de su amante, sus labios partieron al descubrimiento de su cuello del que emanaba esos dulces aromas. — Te deseo todo el tiempo, Regina… Y esas palabras eran verdaderas, de principio a fin. Desde su primer encuentro, desde su llegada a esa casa, Emma había sido capturada por los encantos de Madame Queen. Tanta belleza, seducción, sensualidad en un pequeño cuerpo como el suyo solo podían ser remarcados. Su mano desabrochó el enganche de su sujetador a su espalda y rápidamente se

deshizo de él para liberar esos redondeados senos, de generosas curvas. Sus labios dejaron su cuello y tomaron la dirección de su pecho. Ella podía de nuevo expresar sus deseos por Regina, esa necesidad increíble de tocarla. Porque el placer que emanaba era bien real y potente. *** Ella la acostó de espaldas, la extendió sobre la cama mientras el viento levantaba los visillos de las ventanas abiertas. El calor exterior acrecentaba el de sus cuerpos ya unidos en un nuevo abrazo. Las dos amantes no habían podido esperar más y, apenas dejadas las maletas en una de las habitaciones de la única casa de esa isla, se habían buscado una vez más, excitadas. Las ropas tiradas en el parqué de madera clara, sus cuerpos desnudos se empujaban en una danza sensual y erótica. Las manos se cruzaban, se encontraban y viajaban a la búsqueda sin jamás abandonar las curvas de la otra. El sol se escondía en el horizonte teñido de cálidos matices. Sus rayos desaparecían en los límites del océano para iluminar el otro lado del planeta. Perfumes exóticos de flores y plantas salvajes se mezclaban con el yodo y los aromas de coco que invadían el lugar. Tantos elementos que reforzaban las ganas, el deseo de un contacto carnal. Los suspiros se escapaban, se confundían con la resaca de las olas sobre la playa no lejos de la casa. Los labios de Emma poseían cada parte del cuerpo de su amante, la revisitaban con lentitud y seducción. Alojada entre sus muslos, se tomaba el tiempo de satisfacer sus numerosos deseos. Regina, ella sola, encarnaba el placer y el éxtasis. Sus cautivadoras formas, su aterciopelada piel bajo sus dedos y su femenina gracia invocaban todas las indecencias, las más locas de las fantasías. Con ella, Emma ponía todo su corazón además de toda la experiencia adquirida durante años. Y seguramente, por primera vez, hacía el amor sin estar trabajando. En esa casa, lejos de la muchedumbre, de las miradas y del resto del mundo, se otorgaba el derecho de alzar el velo… Regina se abandonó a su orgasmo, sus músculos temblaron, sus dedos se aferraron a la espalda de Emma en un último suspiro de éxtasis. Sus labios entreabiertos, su rostro enrojecido reflejaban el placer experimentado una vez más con su amante. Regina había descubierto a una Emma más demandante que en Nueva York, y aquí, lejos de toda civilización, la veía más liberada en sus palabras, en su manera de murmurarle sus exigencias cuando la acariciaba. Sus oscuras pupilas se volvieron a abrir sobre el rostro de Emma encima de ella, apreciando su cuerpo desnudo, transpirando contra el suyo. Con sus dedos apartó un mechón dorado tras su oreja, mientras, poco a poco, recobraba su respiración. Se estaba dando cuenta de que estaba en esa isla paradisiaca que aún no había tenido tiempo de visitar. — Me hace falta esta isla— dijo en voz alta Porque después de siete horas de vuelo hasta Nassau, un helicóptero las había conducido a este islote privado al norte de las Bahamas. Desde el

cielo, Regina había remarcado la pequeña extensión de la isla. Un kilómetro de ancho por ochocientos metros de largo, un pequeño bosque tropical se extendía de una punta a otra, rodeado de una playa de arena blanca. El agua era clara, turquesa por sus fondos de corales, ciertamente llenos de peces. — ¿Crees que tu amigo aceptaría vendérmela?— preguntó completamente en serio Emma sonrió ante esa pregunta que revelaba el lado caprichoso de su amante. Esta quería y exigía todo. Capturó sus labios entre los suyos, desesperadamente atraída y se incorporó para descansar sus brillantes ojos en los encantadores rasgos de su amante. Ella había respondido brevemente a algunas preguntas de Regina y le había explicado que ese sitio pertenecía a un amigo… — No, esta isla no está en venta… Se inclinó hacia ella y extendió algunos besos por su cuello. El calor del día se esfumaba y una fresca brisa arrastrada por el océano se infiltraba en la estancia. Suavizaba el ambiente y sobre todo los cuerpos húmedos y víctimas de un intenso placer. — Pero es tuya para los próximos días— añadió antes de incorporarse de nuevo. Volvió a darle un dulce beso y se separó del fabuloso cuerpo de su amante para caminar hacia la terraza que había en la habitación. Una jarra con un cóctel de frutas con alcohol las esperaba con sus vasos en una pequeña mesa de madera. — ¿Tienes sed? Regina se había incorporado, apoyada en sus codos, su pierna replegada sobre la otra. Su mirada se paseaba por la silueta desnuda de Emma. Grababa esa imagen idílica en su memoria. El sol se acostaba en el horizonte, coloreando el cielo de matices rosados, azulados, violetas, y sus rayos se reflejaban en la larga cabellera dorada de su amante. Las sombras y las luces rozaban la perfección, huellas de una calidez, mezcla de erotismo y pasión. Acabó por levantarse también al ver a Emma servir los vasos y se enlazó a su espalda, buscando la dulce calidez de su cuerpo en el suyo. Sus dedos apartaron sus cabellos, sus labios fueron dejando sabrosos besos en su nuca. — Voy a venderlo todo... — explicó — Para pasar el resto de mis días contigo en una isla…Quiero comprar una isla…para vivir de sexo, de amor y de romanticismo contigo Emma rio ante esos idílicos planes mencionados por Regina. Su cuerpo pegado al suyo la mantenía en esas embriagadoras sensaciones. Imaginaba sus formas frotándose en su espalda, dejándose invadir por libertinos pensamientos cuando apenas acababan de satisfacer sus deseos. Se giró hacia ella, capturó su refulgente mirada y le pasó el vaso. — No más Señora Alcaldesa, limusina, negociaciones inmobiliarias, distinguidos cócteles— comentó ella antes de saborear el líquido — ¿Crees que puedes dejar todo eso? Además, no solo hay romanticismo en ese vaso…

Regina lo tomó y dio algunos refrescantes y exóticos sorbos antes de dejarlo sobre la mesa. Volvió al interior, recogió sus prendas diseminadas aquí y allí por su impaciencia. — No sería la primera vez que revisara mis prioridades— explicó ella Las puso sobre la cama y abrió su pequeña maleta de la que sacó un pareo que pasó alrededor de su pecho. Porque el islote no estaba completamente desierto. Dos personas, empleadas por su propietario, cuidaban el sitio, a disposición de las ocupantes, y llevarían la cena a las ocho. Cogió una camisa de la maleta de Emma y se la llevó. — Ponte esto, Miss Nollan, no tengo ganas de que el único hombre de esa isla perdida te vea en el traje de Eva. Emma dedicó una mirada maliciosa a su amante. Envuelta en esa ligera tela, de color azulada, Regina abusaba de sus encantos físicos. Ella la obedeció, y cubrió su cuerpo con la camisa y respondió — No sería la primera vez que un hombre me viera desnuda… Ella abrochó los botones del medio, con una sonrisa en sus labios. — ¿Celosa o posesiva? ¿Quizás ambas cosas? Emma se sentó ante ella y Regina sencillamente se sentó en sus muslos mientras recuperaba su vaso. A su vez respondió — Soy celosa y posesiva. Y mucho más rica que la mayoría de hombres y mujeres que quieren poseerte, lo que me da el derecho de negarme a que otra u otro te vea desnuda. Puntualizó su larga tirada con un movimiento de cejas y bebió algunos sorbos de su cóctel de fruta agradablemente perfumado de ron. Con su brazo alrededor del cuello de Emma, le colocó otros mechones dorados y preguntó — Por cierto, ¿hace mucho tiempo que vives en Nueva York? Emma no había desviado sus ojos de ella. Regina se había colocado en sus muslos, sentada de lado, seguramente porque era incapaz de poner la mínima distancia entre ellas. Y ella lo comprendía mejor que nadie, porque también se sentía encadenada a ella, irresistiblemente atraída. Con un brazo alrededor de su cintura, se dejaba acunar por sus tiernas atenciones, no quería pensar en la realidad dejada de lado, más allá de esa isla. Dejó su vaso, para nada asombrada de la pregunta. Llegaba el momento legítimo en el que Regina reclamaba respuestas, intentaba saber….esa famosa toma de conocimientos que había intentado negociar los primeros días. — Algunos años— respondió ella — Pero me muevo mucho… No pudo luchar contra el deseo de posar sus labios en su piel, justo por encima de su pecho disimulado bajo el pareo. Un beso o dos más tarde, alzó sus ojos hacia ella y deslizó sus dedos por su mejilla antes de rozar sus labios. — ¿De dónde viene esta cicatriz en el labio?— preguntó ella con curiosidad Regina entrecerró los ojos mirando a Emma. Se había preguntado cuánto tiempo necesitaría su amante para, a su vez, hacerle preguntas más personales. Sus dedos jugaban con uno de sus mechones dorados, respondió — Era pequeña, quise imitar a mi padre que se afeitaba, así que cogí la

cuchilla, y a ella le debo esa pequeña marca. Emma esbozó una sonrisa maliciosa y encantadora. Su mano libre se deslizó por el muslo desnudo y se hundió bajo la tela que cubría el cuerpo desnudo de su amante. Un escalofrío la recorrió una vez más. — Aun de grande quieres todavía imitar a tu padre— la pincho ella — ¿También acude él a escorts? Regina tembló ante esa caricia y se dejó atraer hacia Emma, su rostro a pocos centímetros del de ella. Aprovechó para escrutar sus finos rasgos, su afilada nariz, su mandíbula cuadrada, sus finos labios y sus grandes ojos azules. ¿Cómo hacía para tener tanto poder sobre ella? ¿Para provocarle tantas emociones que podían ir de un extremo al otro? — No lo imito— se defendió ella — Y prefiero no saber a quién o a qué recurre cuando engaña a su última mujer. Llevó sus labios a la mejilla de Emma, acarició su piel apenas rozándolos en ella, y murmuró a su oído recordándole — Yo soy fiel… Emma no pudo abandonar su sonrisa ante esa recurrente precisión. Regina ya se lo había dicho. Como si ese rasgo específico de carácter primara sobre todos los otros…A través de las respuestas de su amante, de sus reacciones, Emma aprendía a conocerla, la descubría de otra manera. Sin embargo, ese momento desprovisto de sexo la conmovía mucho más de lo que habría debido. Cada instante pasado al lado de Regina impacta en su ser, quedaba impreso en su corazón. Y no quería pensar en lo que eso implicaba, lo que saldría de ello… — Generalmente, un hombre engaña a su mujer porque le falta algo— respondió ella — Quizás deberías ver las cosas de otro modo y pensar que tu padre intenta recuperar a tu madre… Regina se tensó ante esas palabras y respondió — En absoluto. La engañó durante años, es por esa razón que mi madre lo abandonó. Y su tipo de mujer es más bien rubia, exuberante, de generoso pecho, ¡nada que ver con mi madre! Emma rio ante esa respuesta a la defensiva. Su mano sobre su muslo no dejaba de abrirse y cerrarse sobre su piel, apreciando su suavidad. — ¿Y? La noción de sexo para los hombres es diferente que a la de las mujeres. Para los hombres, es una necesidad instintiva, física, mientras que las mujeres lo ven como un íntimo acompañamiento, una manera de aderezar sus vidas…a tu padre le gustan en la cama las que son como muñecas, pero nunca se casaría con una de esas mujeres. Es por eso que tu madre no se parecía en nada a sus amantes. — Me da igual, no tenía que haberla engañado— insistió Regina Deslizó su mano lentamente por los cabellos dorados de su amante y volvió a hablar con una ligera sonrisa — ¿Y yo? ¿Soy el tipo de mujer con quien te casarías, Miss Nollan?— bromeó ella La mirada de Emma brilló ante esa pregunta, más de lo que hubiera deseado. Esta reflejaba sus locos pensamientos, aunque voluntariamente disimulados. Esa pregunta sobrepasaba sus límites, anunciaba cosas que ni

siquiera debían atravesar su mente. — Yo no soy un hombre— le recordó — Aunque sé muy bien sustituirlos al lado de las mujeres… Regina se mordió la comisura de su labio. Su mirada no abandonaba la de Emma, una ojeada rápida a su vaso que acababa de coger para refrescarse quizás. — ¿Y también piensas que dos mujeres no pueden tener hijos? Emma levantó la mirada hacia Regina, más seria. ¿A qué venia esa inesperada pregunta? ¿En qué estaba pensando Regina? Es más, ese tema le recordó sus propias dudas que tuvo mucho antes, durante el día. — ¿Acaso has olvidado contarme algo? Regina se quedó un momento parada sin comprender esa pregunta devuelta por parte de Emma — ¿De qué hablas? Emma bebió otro sorbo de su vaso y lo dejó sobre la mesa. — De ese niño al que fuiste a ver antes cuando aún estabas enfadada conmigo— respondió ella — Y a esa mujer que estaba con él…No tienes que contestarme, pero siento curiosidad. Emma se atrevía con las preguntas personales, confirmaba Regina, y aunque se alegraba de ello, responder a ciertos temas la conmocionaba. Sabía, sin embargo, que tenía necesidad de responder, de mostrarle a Emma que no tenía nada que ocultar, que podía confiar en ella. — Es el hijo de mi ex, Rebecca. Tiene cuatro años. Rebecca lo ha tenido con su nueva compañera. Tuve la ocasión de cuidarlo un tiempo y de cierta manera, me considera como su tía. Emma enarboló una expresión tanto de sorpresa como de perplejidad. Esas nociones de ex, de niño a su cuidado, de pequeños favores hechos a antiguas amantes le eran vagas. — ¿Cuidas al hijo de tu ex?— resumió ella — ¿Que además vive cerca de ti? Tuvo que hacer una pausa, turbada ante reflexiones que, tampoco estas, tenían que estar en su cabeza. — ¿Y la otra no dice nada? La expresión de Regina fue evidente — Ya no nos acostamos juntas, Em’…Hace más de diez años que nos separamos y me gusta cuidar, de vez en cuando, de Adam, es un niño adorable. Emma se relajó y se dio cuenta de que se había puesto tensa los últimos segundos. ¿Por qué reaccionaba así? En el fondo de sí misma, encontró la respuesta, pero no quiso hacerle caso y la desechó como llevaba rechazando otros pensamientos desde hacía horas. — ¿Sabes? No te enfades, pero me cuesta creer que no hayas tenido una sola aventura en diez años… Esa afirmación no enfadó a Regina, más bien la hizo sonreír. — Sí, seguro que pasando tu tiempo con mujeres con falta de sexo, te cuesta concebir la autosatisfacción. Emma se echó a reír ante esa respuesta y su mirada dejó transparentar esa nueva chispa de deseo, señal de otro pensamiento picante.

— No me cuesta nada concebir todo lo que tiene que ver con el sexo, querida…Yo también me satisfago sola con o sin público. Su mano sobre el muslo de ella se deslizó un poco más bajo el pareo, hasta el nacimiento de su cadera. — Pero no me des demasiadas ideas, podríamos perdernos la cena… Regina se había estremecido con las palabras de Emma, las cuales evocaban pensamientos impregnados de lujuria. ¿Cómo era posible que no haya dejado de desearla de esa manera? Sus dedos trazaron un camino abrazador por lo alto del torso de Emma. Su camisa entreabierta le provocaba numerosas ideas, deseos que quedaban insatisfechos. — Eres tú quien me excitas, Miss Nollan. ¿Te atreves a decirme ese tipo de cosas y pretendes que me quede de hielo? Emma se mordió el labio, presa de una ola de calor, una de esas incontrolables reacciones. Su mano bajo la tela viajó hasta su nalga, recordándole su completa desnudez. Con un movimiento la pegó a ella. — Y eres tú quien ha hablado de autosatisfacción, te señalo…Aún no lo hemos intentado. Es más, hay un montón de cosas que tú y yo aún no hemos hecho. Parece que tu ex era demasiado convencional para enseñarte que existen más cosas aparte del misionero. El labio inferior de Regina desapareció entre sus dientes. La arrogancia de Emma, queriendo mostrarse más experimentada que su ex pareja, le encantaba. Volvió a besarla. — Tú eres la menos convencional de las amantes— respondió ella para hinchar su ego. Escucharon llamar a la puerta y Regina se levantó de los muslos de Emma mientras se ajustaba el pareo. — Vístete, querida, vamos a cenar. Mientras Emma se ponía unos pantalones cortos, Regina se dirigió a la puerta y la abrió. La pareja encargada del servicio durante su estancia entró con un carrito sobre el que descansaban varios platos cuyos aromas ya llenaban la estancia. Ellos colocaron la mesa en la terraza del salón, sin olvidarse de descorchar una botella de vino blanco fresco, después dejaron la habitación. Ya con apetito, Regina se sentó, dejando a Emma que sirviera el vino, pero, pensando en su conversación anterior, volvió a hablar — Hay una pregunta que no tuve tiempo de hacerte cuando hicimos aquel pequeño juego de preguntas/respuestas… — ¿Cuál?— dijo Emma — ¿Te gustaría a ti tener hijos? Emma esbozó una sonrisa ante esa insistente pregunta. Regina daba vueltas sobre el tema desde hacía varios minutos. Cogió su copa por la base y la hizo entrechocar contra la de ella antes de sentarse en el sillón de cojines de color crudo. — No lo sé— respondió — No tengo la vida que se necesita para ello y no puedo tener… Regina frunció el ceño — No harás lo que haces hasta el fin de tus días, ¿no? Emma llevó su copa a sus labios y degustó el refrescante vino. Metió su pie

en la esquina de una silla que tenía cerca y se tomó un segundo o dos en contestar. — No, seguramente no, pero no puedo tenerlos…físicamente, quiero decir Cruzó la insegura mirada de Regina y se incorporó para coger uno de los camarones dispuestos en una gran fuente de cristal. — No es el fin del mundo— continuó ella rápidamente para romper ese pesado silencio — Y tampoco es como si tuviera alma de madre. Regina intentó recobrarse un poco. Aunque Emma no parecía afectada por esa incapacidad para tener hijos, ella sí lo habría estado. — Ya veo— dijo ella sin gran certidumbre. Degustó a su vez los camarones y reflexionó durante un momento sobre lo que se disponía a decir, y al final se lanzó — El mes pasado comencé los trámites para una inseminación. Emma paro un instante de masticar y alzó la mirada hacia Regina. Su expresión se volvió suspicaz, seguramente reflejaba las numerosas cuestiones que fluían en su cabeza. — ¿Y?— preguntó, atenta — ¿Qué ha pasado? Regina bebió un trago de vino. Había observado la reacción de Emma con la esperanza de adivinar sus pensamientos, pero a pesar de su silencio de varios segundos, no tenía la menor idea de su opinión sobre el tema. — Tengo una lista de donantes que estoy estudiando desde hace varias semanas. No quiero dejar nada al azar. Emma desvió la mirada y tomó otro trago de vino, pensativa. Ese anunció la importunaba y negarlo habría sido en vano. Porque esa información ahora no dejaba de repetirse en su cabeza. Regina quería y tendría un hijo en las próximas semanas, solo era cuestión de tiempo. ¿Cómo debía reaccionar ella? En una situación normal, ese nuevo parámetro no iría con ella, y no tendría nada que decir. El reglamento solo exigía que una escort como ella no tuviera ninguna relación íntima con una mujer embarazada por pura precaución para ella y su bebé. Pero sus reflexiones sobrepasaban el reglamento, profundizando en el tema, evaluando las consecuencias, anticipando las eventualidades y provocando temores. Bajó las gafas de sol a su nariz al iluminar los últimos rayos de sol con un color anaranjado la terraza del salón. — Si estás embarazada, deberías decírmelo— dijo simplemente — ¿Por qué?— preguntó Regina Emma suspiró en silencio, poco dispuesta a responder a esa pregunta. Decir la verdad, poner en palabras lo que acosaba su mente sería demasiado complicado. — Porque no es sano— respondió volviendo a coger su copa Volver a los términos del reglamento le parecía lo más fácil. — Porque no puedo hacer lo que hago con una mujer embarazada, es peligroso…Pero lo comprendes, ¿no? Regina se echó a reír nerviosamente ante esas palabras. — ¿Peligroso? ¿Hacer el amor con una mujer embarazada? ¿Y puedo saber quién te ha contado una cosa tan absurda? Emma posó su mirada en Regina y respondió rápidamente

— Si la clienta tiene cualquier problema durante el embarazo debido a una MST o a alguna otra cosa, puede denunciar a la agencia…Y sabes que las clientas de la agencia tienen suficiente dinero para hacer que la cierren, incluida tú…También es por eso que las reglas existen. Regina estaba asombrada. Se sentó mejor, cruzando las piernas y ajustando su pareo antes de responder. — Quizás con tus otras clientas, sea así, pero se trata de mí. Sabes que eres la única que me tocas, no hay riesgo alguno…Además para tu información, las mujeres embarazadas tienen, por lo general, un apetito sexual más desarrollado. Sonrió ante sus propias palabras. — Lo que quiere decir que necesitaré más tus servicios si por casualidad me quedo embarazada. Regina se dio cuenta de la expresión sobria de Emma y se tomó un segundo antes de continuar hablando — No quieres que me quede embarazada, ¿es eso? Esa conversación tensaba a Emma. Es más, ¿por qué habían acabado hablando de eso? Nunca había tenido que debatir sobre ese tema con una clienta. Se sentía en una trampa, incapaz de discernir claramente su opinión, su parecer. Todo lo que sentía era ese malestar que la oprimía cada vez que se imaginaba a Regina embarazada. No era idiota hasta el punto de creer que lo que vivían en ese momento continuaría mucho tiempo. Todo cambiaría en el momento en que Regina estuviera embarazada, esperando a su bebé. — Eres libre de hacer lo que quieras, Regina— respondió ella No sabía siquiera explicar su estado, las angustiosas emociones que ensombrecían cada uno de sus pensamientos. Se levantó y dijo — Ya vuelvo, voy al baño… Regina la vio alejarse, por no decir huir de la mesa. No hubiera pensado que ese tema le afectara tanto y no le había gustado lo que había visto en la mirada de Emma. En el momento en que sus conversaciones se volvían intimas, aventuraban un futuro próximo o lejano en el que se volvieran a ver, las tensiones nacían de nuevo, por un lado o por el otro. Regina no quería volver a revivir lo que había pasado esa misma mañana. Discutir con Emma la perturbaba más de lo que ella quería. Se levantó a su vez y siguió sus pasos hasta el baño. Cuando quiso abrir la puerta bajando el manillar, constató que la había cerrado por dentro. — ¿Emma? Ábreme, por favor… En el interior del baño, inclinada sobre los dos lavabos, Emma hacía una raya en el polvo con la ayuda de una lima de uñas. — Espera— le respondió a Regina Enrolló un billete que encontró en el bolsillo de los pantalones y aspiró la raya antes de incorporarse. Con sus dedos borró las últimas huellas sobre su nariz y aspiró dos o tres veces. Hizo correr un poco de agua y limpió rápidamente la superficie para no dejar ningún residuo. Se frotó la nariz, cruzó su mirada en el espejo y suspiró un instante. Regina era la única que la hacía sentir tantas cosas, tantas emociones…Se sentía puesta a prueba

en cada una de sus serias conversaciones. — ¡Emma!— la escuchó al otro lado de la puerta. Tomó aliento y tiró de la cadena antes de abrir la puerta. — Estoy aquí— respondió con naturalidad — ¿Tengo derecho a tener otras necesidades además de las sexuales? Regina entrecerró los ojos y la miró de arriba abajo un instante, aún insegura. — No tienes muy buen aspecto— dijo ella Emma esbozó una ligera sonrisa para tranquilizarla y le acarició la mejilla antes de depositar un dulce beso en sus labios — Estoy bien— le respondió dando un paso hacia atrás — Solo que no tengo por costumbre hablar de este tipo de cosas con… Se detuvo dando cuenta de las palabras que se disponía a decir, pero terminó igualmente — las otras… Regina se tomó un tiempo al ver a Emma retomando la palabra. ¿Hacía alusión a las otras clientas? A pesar de ese beso y de su sonrisa, sentía que su amante no estaba en su estado normal. Volvieron a la terraza, se sentaron de nuevo y Regina sirvió la ensalada de frutos del mar acompañada de arroz aromatizado. Ella prefirió cambiar de tema. — ¿Qué dirías de ir mañana al mediodía a bucear un poco? También me gustaría dar un paseo por la isla. Emma agarró dos pinzas de langosta y arrancó la carne de estas para saborearla. Bajo los efectos de la cocaína, la confusión y el malestar desaparecían. Todo se volvía más claro, su mente lúcida y serena. — Conozco un sitio en la isla donde se puede ir a bucear. ¿Ya has buceado? — Hace algunos años— respondió Regina que volvía a afanarse con los camarones — ¿Me equivoco si supongo que esos amigos a quien pertenecen esta isla son clientes tuyos? Emma se tomó un segundo o dos antes de responder, vacilante. Masticó un poco de langosta y respondió — Te equivocas, en efecto. Y nunca te habría traído aquí si supiera que esta casa y toda la isla pertenecen a uno de mis clientes…Soy despreocupada, pero no hasta ese punto Esas palabras intrigaron a Regina más de lo que hubiera querido. — Entonces tienes ricos amigos cuyos nombres no quieres decirme. — ¿De qué te serviría conocer a quién pertenece esta isla? Ya sabes que no está a la venta. Regina era curiosa, muy curiosa y quizás ella conociera a personas del entorno de Emma. — Nunca se sabe— argumentó ella — podrían darme el nombre de su agencia inmobiliaria…o de su agente insular, no sé cómo llamar a alguien que vende islas. ¿Un agente islo-biliario, quizás? Emma se echó a reír, divertida y encantada con las reflexiones de su amante. Su mirada volvió a detenerse sobre ella una vez más y trazó sus rasgos tensos, su pequeña sonrisa embaucadora. No había un solo segundo en el que no sintiera esa atracción por ella, un deseo de besarla, de tocarla.

— Para una profesional del ramo inmobiliario, deberías saber que un marchante de bienes puede también vender una isla, un terreno o un dominio, en resumen, todo lo que sea vendible. Regina tomó su copa de vino y se colocó más cómoda en su silla cruzando sus piernas. — Yo solo me ocupo de mis inmuebles, en realidad, y realmente no tengo terrenos. Varios expertos y agentes trabajan para mí, me hacen sus informes y otros estados de los sitios. Emma cogió una ostra de la bandeja de frutos de mar y exprimió sobre ella un poco de limón. — Es verdad, eres la gran jefa— comentó ella, pícara Tomó cuidado de despegar la ostra antes de degustarla y dijo — Además de tu puesto de alcaldesa…Es más, ¿hace cuánto que lo eres? — Ocho años— respondió Regina sonriendo al verla tan apasionada con la comida. Porque Regina se estaba dando cuenta de que esa conversación más seria era la primera que compartían. Ya no se trataba de bromas después del acto amoroso, sino de hablar realmente de sus respectivas vidas. Y Regina tenía la cabeza llena de preguntas, y se esforzaba por no lanzarlas todas, una detrás de otra, para que Emma no tuviera la impresión de estar en un interrogatorio. — Pero si lo hubiera sabido— retomó ella — me habría inclinado por los recursos humano. ¿Qué porcentaje se llevan ellos en vuestra agencia de escort? ¿Veinte, treinta por ciento? Emma le lanzó una mirada brillante y cómplice. Adivinaba las numerosas preguntas que debían bullir en su fértil mente. Regina Queen no era ni una idiota ni una mujer sumisa que se conformaba con respuestas vagas. Cogió su copa de vino antes de responder. — Diez por ciento por mí Bebió un sorbo y continuó — Porque yo les aporto nuevos clientes. ¿Por qué no cambias de rama inmediatamente? No es como si no tuvieras medios para hacerlo… Regina no pudo evitar que una sonrisa pícara se dibujase en sus labios. Bebió un sorbo de vino y retomó — Miss Nollan…Cuando hablaba de recursos humanos, hacía referencia a ti, para unir mejor lo útil a lo agradable, el trabajo y el placer. Intrigada, Emma entrecerró los ojos sin comprender realmente el fondo de sus pensamientos. — ¿A mí? Una sonrisa maliciosa acompañó su expresión interrogadora. — ¿Quieres convertirte en mi agente? — No, por supuesto que no. Ni siquiera concibo que puedas tener otras clientas en el futuro… Se incorporó para llenar sus copas de vino. — Pero, ¿nunca has pensado pasarte al otro lado? ¿Montar tu agencia? Podría ayudarte si quieres… La explicación de Regina fue, entonces coherente a ojos de Emma, que,

después de esos días a su lado, había constatado su lado posesivo. — Aún no— respondió ella Sabía que su respuesta no gustaría a su amante, no colmaría sus expectativas. Pero, ¿por qué mentirle? Su encuentro se había debido a un pago por parte de Regina y ella había interpretado para ella su papel de escort. ¿Por qué esconder ahora sus motivaciones? — Aún me concedo algo de tiempo— añadió mientras bebía su vino. Extendió su mano hacia una delgada caja redonda colocada en el centro de la bandeja, en medio del hielo y la cogió. — Pero si tú quieres montar tu agencia, podría proporcionarte algunos buenos trabajos. Le dedicó una atenta mirada, juzgando su reacción ante el hecho de confesarle que quería seguir un tiempo más haciendo su trabajo. Abrió la caja, cogió una cuchara pequeña, y preguntó — ¿Te gusta el caviar? Pero Regina estaba molesta, es más, profundamente enfadada. Emma acababa de rechazar una propuesta que otra persona en su sano juicio habría aceptado. Parpadeó varias veces, y preguntó — ¿Por qué? ¿Es por el dinero? Tengo dinero, te daría… A la carga otra vez, pensó Emma. Esta suspiró en silencio y comenzó a coger un poco de caviar con su cuchara. — Yo también tengo dinero y no tiene nada que ver contigo, Regina, ni contra ti tampoco… Saboreó los carísimos y deliciosos canapés antes de acompañarlas con un poco de vino blanco. — Solo es que no he acabado con lo que hago. Tuvo que marcar una pausa para explicarse sabiendo perfectamente que Regina no podría comprender sus motivaciones. Alzó la mirada hacia ella e intentó de todas maneras responder — Tengo fijos, me gano bien la vida y soy libre todo el resto del tiempo… Puedo hacer lo que quiera, tomar vacaciones cuando quiera. No tengo un jefe encima de mí, solo un agente y contratos que elijo coger o no. Y me gusta lo que hago… Regina odió escuchar esas palabras aunque encontraba lógica la argumentación de partida de Emma. La libertad lo era todo, hasta ciertos límites. ¿Cómo podía gustarle hacerle el amor a personas sin tener sentimientos? Una respuesta, una sola, le venía a la mente — Entonces he de suponer que tus clientes, tus regulares son hermosas mujeres que te llenan, ¿es eso? Emma frunció el ceño ante la descripción física de sus clientas. Todas no eran de su gusto, pero ninguna le había faltado el respeto y cada una la amaba a su manera. ¿Cómo explicarle eso a Regina? Ni siquiera debería estar hablándole de su trabajo. — ¿Sabes que no debería estar hablando contigo de las otras? Regina era consciente de eso, pero no saber la angustiaba. Se encontraba en una trampa, en un círculo vicioso en el que cada respuesta acentuaba sus celos y cada cosa no dicha, su frustración. Lo peor era, sin duda, que

Emma le confesaba su deseo de no cambiar nada de su manera de vivir, y ¿cómo podía ella culparla? — Es verdad, lo siento— dijo ella recobrándose para no provocar otra discusión. Forzó una sonrisa y se levantó — Voy a darme una ducha, necesito refrescarme Pero antes de que Regina dejara la mesa, Emma se levantó también y la detuvo. Ella no quería que la conversación terminase otra vez con un frío y pesado silencio. Dio un paso hacia ella y le apartó los cabellos morenos con un gesto tierno. — Ellas no me llenan…Y no tienen nada que ver contigo. Nunca he traído a ningún cliente aquí…y nadie tiene que saber que lo he hecho. Regina escrutó las pupilas azules de Emma. Sabía que era sincera, era testigo de sus esfuerzos para abrirse a ella, pero la idea de perderla volvía incansablemente a acosarla. Cada día, cada hora, cada segundo la acercaba al momento en que Emma haría su maleta y se alejaría de ella para otra misión, otro contrato. Ignorarlo parecía fácil cuando se encontraba en sus brazos, pero después de ese largo día y su fatiga, sus angustias resurgían. Intentó una ligera sonrisa, llevando su mano a la de Emma para encontrar el tranquilizador contacto de su piel. — Nadie lo sabrá… Con su pulgar, Emma dibujó una caricia en su mejilla. Veía en la insegura y confusa mirada de su amante todas sus aprehensiones, todos sus temores. Y después de haber discutido de su apego, después de haberle confiado sus proyectos, Emma la sentía frágil ante esa situación poco común. Posó sus labios en los suyos, la beso con tanta ternura como sinceridad. Ella también amaba su proximidad, percibía que había algo aunque no quería ponerle nombre. Dejó que se alejara hacia el baño, la vio desaparecer en el interior y se volvió a sentar soltando un profundo suspiro. Tantas tensiones reinaban aún entre ellas. Y sin embargo, Emma se esforzaba por ser lo más honesta posible, sin desvelar ningún aspecto de su trabajo. Pero la verdad estaba ahí: Regina le había pagado por esos próximos nueve días así como lo había hecho por el fin de semana anterior.

***

Regina sabía que tenía que restablecerse, no ponerse a pensar en un futuro a corto o a largo plazo. Pero esa costumbre de anticiparse nunca la había abandonado, lo que le ha venido costando largas sesiones de terapia con el doctor Hopper en Northfolk. Pensar en el mañana le impedía disfrutar del momento presente. Tener consciencia de ello era una cosa, pasar por encima de esa costumbre era otra, a pesar de su voluntad. Pero, ¿cómo no podía reflexionar sobre lo que sucedía con Emma? Una vez más se daba cuenta de que no necesitaba verla durante meses o años para estar segura de su atracción, de sus nacientes sentimientos hacia la rubia. La única

sombra en su relación era ese maldito trabajo de escort. Regina se volvía loca imaginándose a Emma en los brazos de otras mujeres. Después se acordaba de que Emma y ella no tenían exactamente la misma edad ni la misma madurez. Con sus veintiocho años, Emma era más despreocupada y mordía la vida con todos los dientes. Regina tenía treinta y cinco, su vida era más tranquila, aunque hundía su soledad en su trabajo. Después de haberse duchado, puesto un picardías y perfumado, salió del baño y encontró a Emma durmiendo en la enorme cama. Después del día que acababan de tener, Regina estaba también agotada. Así que se acercó, se acostó al lado de Emma y aprovechó ese breve instante de calma para contemplarla. Tenía que dejar de darle vueltas a la cabeza, de anticiparse, ya que deseaba que los próximos días fueran lo más agradables para Emma y para ella. Depositó un dulce beso en sus labios y se recostó abrazándola. Después de todo, Emma estaba aún ahí, a su lado, había decido traerla a esta isla para que pudiesen disfrutar la una de la otra. Regina no debía estropearlo todo, sino que tenía que esforzarse para que su estancia fuera de lo más agradable.

*** A lo largo de los días que siguieron, Regina no hizo ninguna pregunta sobre el trabajo de Emma o sobre sus clientas y se mantuvo enfocada en los placeres y ocio que las esperaba. Bucearon cerca de los arrecifes, no lejos de la playa. Emma la llevó a pescar al otro lado de la isla. Hicieron jet-ski, largas sesiones de baño, y Regina apreciaba acostarse en la blanca arena para broncearse completamente…A veces, después del almuerzo, volvían a la cama para relajarse, hacer el amor, incansablemente, antes de que Regina se durmiera por agotamiento. Emma la despertaba, a veces en plena noche, con besos, caricias, murmullos impacientes, excitantes, al oído, para arrastrarla de nuevo a la cúspide del placer. Y más los días pasaban, más Regina se apegaba, dándose cuenta de que su atracción y sus sentimientos hacia Emma se confirmaban. Aunque su amante se mostraba, a veces, testaruda, caprichosa, autoritaria, a veces insolente, Regina amaba cada uno de esos pequeños defectos. Pero, desafortunadamente, el día del regreso llegó y después de una noche agitada, Regina se despertó por el ruido de la marea. Con los ojos apenas abiertos, escuchaba el ruido de las olas muriendo en la playa. Giró la cabeza y vio a Emma aún dormida, acostada sobre su barriga, con algunos mechones dorados sobre su rostro. Enseguida apareció en su rostro una tierna sonrisa y se los apartó antes de inclinarse sobre su mejilla y dejarle en ella un dulce beso. Emma, sin embargo, no se despertó, sin duda exhausta a causa de su último encuentro en el que, una vez más, ella la había, literalmente, colmado. Entonces, Regina dejó la cama y examinó el desorden de la habitación. Emma no tenía un carácter ordenado, detalle del que había tenido tiempo de constatar. Sus camisas, pantalones cortos o bañadores se esparcían por

aquí y allí, sobre una silla, en el sofá, en el suelo, diseminados por toda la habitación. Así que Regina comenzó a recogerlos, pues el helicóptero despegaría a las diez para llevarlas a Nassau. Encontró el pantalón corto que poco antes le había quitado a Emma, pero cuando lo recogió, algo cayó de él. Regina frunció el ceño y se inclinó para recoger lo que parecía una pequeña bolsa de plástico. Pero cuando lo tuvo en la mano, y vio el polvo blanco que había en ella, sus cejas se fruncieron y se tensó. ¿Emma tomaba cocaína? ¿Por qué se estaba haciendo esa pregunta ante tal evidencia? Parpadeó y lanzó una mirada hacia Emma que aún dormía. ¿Desde cuándo consumía esa droga? ¿Había estado tomando durante todos esos días? ¿Era por eso que sufría de insomnio y dormía hasta tarde por las mañanas? De repente, muchas preguntas se agolparon en la mente de Regina. Se había dado cuenta de la actitud de Emma, a menudo, extraña, sobre todo cuando se encerraba en el baño, ya que el resto del tiempo se duchaba con la puerta abierta, sin la menor vergüenza. En ningún momento Regina había pensado que Emma consumiera cocaína. Y ella conocía los efectos por haber frecuentado durante mucho tiempo a numerosos estudiantes que consumían cuando estaba en la universidad. Al ver a Emma despertarse, volvió a meter la bolsita en el bolsillo del pantalón que dejó con las otras prendas de Emma en su maleta. Tendría que tener una conversación con su amante, pero no recién levantada. A pesar de sus inquietudes, se acercó y se sentó a su lado, su cabeza inclinada, pero la mirada menos serena. — ¿Has dormido bien?— preguntó Rápidamente, Emma extendió el brazo hacia los muslos de Regina para posar su mano. Sentir su piel contra la suya se había convertido más que en un placer, era una necesidad. — Sí— dijo ella con voz algo cascada — Super… Se incorporó un poco y apoyó sus labios en el otro muslo de su amante. Su estancia ahí, los últimos días pasados a su lado habían reforzado su atracción, multiplicado sus fuertes emociones, difíciles para ella de gestionar. Se sentó en la cama, las piernas bajo las sábanas y apartó los cabellos negros de Regina con gesto atento — ¿Y tú, hermosa? Regina se estremeció como siempre que Emma le dedicaba sus atenciones. Le ofrecía esos apelativos desde hacía unos días y Regina no se quejaba para nada. Sin embargo, su descubrimiento permanecía ahora en una esquina de su mente y la tensaba. Se esforzó por permanecer natural y le dejó un beso en sus labios antes de levantarse. — Podría haber sido mejor si supiera que nos quedaban todavía diez días en esta isla. Porque para coronar todo, tenían que irse, tomar el avión para Nueva York, lo que significaba alejarse de Emma. Por supuesto, la idea de volver a llamar a la agencia estaba ahí, es más, desde hacía varios días, pero Regina quería, sin que fuera una cuestión de dinero, esperar, ver cómo Emma reaccionaba en las próximas horas. Abrió su maleta sobre la cama para meter sus cosas y dijo — No quiero ni imaginarme la cantidad de mensajes que Clyde ha podido

dejar en mi teléfono. Emma había seguido a Regina con la mirada, una vez más la había mirado de arriba abajo en su camisón de satén. Sus formas se disimulaban bajo la tela brillante, desvelándose sugestivas. Se puso de rodillas y se deslizó hacia el extremo de la cama arrastrando las sábanas con ella. — Tu Clyde esperará a que vuelvas a tu casa— dijo ella Ella no quería dejarse invadir por ese regreso a Nueva York, por el final del contrato con Regina. Lo que se entretejía en el fondo de su vientre tomaba formas de tela de araña. Capturaba la más mínima sensación para mantenerla bien hundida en su interior, para hacerle disfrutar de cada segundo de sus días, de sus agitadas noches. Y veía cómo la tensión volvía a aparecer en los rasgos de su amante, volviéndola más reservada, menos sonriente. Dejó la cama, completamente desnuda y se deslizó por su espalda antes de tomarle dulcemente las manos — Me ha encantado pasar todo este tiempo contigo, Regina— confesó ella cerca de su oído Regina sentía acrecentarse esa contradicción en ella. Esas palabras la hacían estremecerse, pero le hacían daño, anunciadoras de su cercano alejamiento. Ella se giró, simuló una ligera sonrisa, su mirada brillante, aunque sembrada de dudas. — A mí también, me ha encantado, pero eso tú ya lo sabes, ¿no? Emma llevó una mano hacia su mejilla para borrar todas esas incertidumbres en su rostro. Estas se comunicaban con ella, hablaban a sus emociones, a su corazón y a lo que se empeñaba en ahogar. — Lo sé— respondió Depositó un dulce beso en sus labios y retrocedió sonriendo — Y lo volveremos a hacer en cuanto podamos… Regina la vio recoger algunas prendas, sin evitar dejar vagar su mirada por su divina figura. Al menos, Emma se esforzaba por mantener la moral, quizás ayudada por la cocaína que había encontrado en sus pantalones. Sabía que ciertas drogas permitían mantener un control impecable de uno mismo en cualquier circunstancia, daban una seguridad inquebrantable. Pero Regina no respondió y continuó recogiendo sus cosas. Después de un frugal desayuno, se dirigieron hacia el helicóptero que las llevaría al helipuerto de Nassau donde un avión las esperaba para la vuelta a Nueva York. Regina no se sentía todavía capaz de hablar de su descubrimiento a Emma. Ningún momento le parecía el adecuado, ya fuera en el aeropuerto o en el jet privado que las llevaría al aeropuerto JFK. Cuando el avión se posó en la pista, Regina, al ver que Emma se levantaba para coger su mochila dejada en el sillón de la esquina, hizo lo mismo. No había decidido que haría una vez en Nueva York. ¿Debía ir a Northfolk o volver a su apartamento en el Upper East Side? — Creo que me voy a quedar en la ciudad algunos días— dijo finalmente Emma había captado la aprehensión de su amante. Ese anunció lo confirmaba. No supo qué pensar, pero su cuerpo pareció entrar en calor. Su mente se perdía en demasiadas reflexiones, en preguntas, en dudas, en angustias…Nunca había tenido que enfrentarse a esos dilemas. A veces, y a

menudo después de una dosis, sabía claramente que ningún problema existía. Su trabajo realmente no tenía nada que ver con Regina, ni con lo que sentía por ella, entonces, ¿por qué se torturaba la cabeza? — Tienes mi número de teléfono— le recordó ella — Y aún no tengo ningún cliente previsto para esta semana. Esa respuesta llevó a Regina a querer pedirle que se quedara con ella, a su lado…Pero si Emma no confesaba ese deseo, la Señora Alcaldesa de Norrhfolk no quería ponerse demasiado insistente. Sin embargo, preguntó — ¿Puedo acompañarte a tu casa con mi chofer o prefieres que te lleve a ti sola? Emma esbozó una sonrisa ante esa pregunta. Regina no era la única en haber formulado semejante petición. Pero Emma debía preservar su vida privada y personal y nunca debía arriesgarse a desvelar su dirección. — Tomaré un taxi— respondió ella En su interior, un murmullo le repetía que se dejara ir, que satisficiera sus deseos. Pero sus costumbres estaban bien asentadas en ella, bien presentes. Y aunque había disfrutado esa estancia con Regina, aunque temía esos próximos días lejos de ella, no podía soltar las riendas. Se acercó a ella y llevó su mano a su mejilla. Con su brillante mirada en la suya, tenía necesidad de probarle que todo lo que habían vivido contaba para ella. — Llámame— añadió— Nos veremos… Regina sentía de nuevo las reacciones de su cuerpo expresar sus emociones intensas, desgarradoras. Su corazón estaba apresado en su pecho. Estaba encarando el momento que más había temido durante esos días. La distancia con Emma volvía con esas palabras, aunque formulara esa petición de que la llamase. — Te llamaré— respondió ella con una sonrisa forzada. Vio a Emma retroceder, caminar hacia la puerta del jet donde se encontraban las escaleras y desde donde el piloto y la azafata la saludaban educadamente. Pero Regina la llamó -Emma, espera… Caminó hacia ella mientras Emma se había dado la vuelta en lo alto de los escalones, y no pudo evitar besarla una última vez. El besó fue insistente, tierno, su mano en la mejilla de la rubia a la que no podía dejar marchar. Dio un paso hacia atrás, su resplandeciente mirada sondeando la suya con intensidad. — Ya te echo de menos— dijo ella con voz rota — Cuídate, ¿de acuerdo? Emma escuchó cómo su corazón respondía al beso, a las palabras desesperadas de Regina. Sentía que ella estaba al límite, atenazada por sus dudas y se notaba tan frágil como ella. Su mirada morena en la suya y su mano en su mejilla le recordaban hasta qué punto el lazo entre las dos se había reforzado. Las emociones en ningún momento se habían disimulado, ni un segundo durante esos diez días. Con su piel bronceada por el sol de las Bahamas, Regina desprendía una belleza hipnótica, más atrayente que nunca. — Me cuidaré— respondió ella con una ligera sonrisa — Tú también, hermosa…

Ella depositó un beso en sus carnosos y perfumados labios, lo alargó dos o tres segundos antes de retroceder. No debía dejarse ir, abandonarse a sus deseos, a esa increíble atracción que sentía hacia Regina. Se obligó a girarse para bajar las escalerillas y caminar hasta las puertas de la sala dispuesta a los viajeros de jets privados. Con la mente invadida por los recuerdos de su escapada, con la sonrisa, los momentos pasados con Regina, se esforzaba por no darse la vuelta. Colocó sus gafas de sol sobre su nariz, es esforzó en no centrar su atención en su separación, sino en el simple hecho de que el contrato había llegado a su fin. Porque no se trataba sino de eso después de todo. Regina no se alejaría definitivamente, ella solo se iría a Nueva York. Pero la había llevado a su isla, su sitio, un lugar que solo guardaba para ella… ***

De regreso al apartamento de Nueva York, Regina daba vueltas de aquí para allá. Había vuelto a encender su teléfono, su ordenador, había revisado el incalculable número de mensajes recibidos por parte de todo el mundo. Sin embargo, su mente era incapaz de centrarse en algo más que no fuera el silencio, testigo de la ausencia de Emma, de su repentino alejamiento. Había recogido la casa, limpiado la cocina, el baño, la habitación, testigo de sus encuentros amorosos. Después la calma llegó incansablemente y la falta de ocupación se convirtió en una auténtica tortura. Sentada delante de su ordenador en la mesa del comedor, Regina comprobaba su teléfono cada dos o tres minutos. Había visitado la página de la agencia, había visto las fotos de Emma. La sola idea de que otras pudieran verla, “pedir” sus servicios la ponía fuera de sí. Pero, ¿qué podía hacer ella? Emma le había dicho, claramente, que no lo dejaría. ¿Debía alquilar sus servicios para los próximos tres meses? ¿Hasta que Emma comprendiera la necesidad de dejar ese maldito trabajo para quedarse a su lado? Regina no se reconocía en esas reflexiones y emociones extremas. Amaba a Emma…Se había enamorado perdidamente de ella y cada instante compartido no había hecho sino reforzar lo que no había sido sino una fuerte e irrefrenable atracción. Cogió su teléfono, comenzó a teclear, poco acostumbrada a mandar mensajes. Pero se echó para atrás una, dos, tres veces, incapaz de encontrar las palabras apropiadas. Al final, soltó el teléfono sin haber enviado nada y se levantó para servirse un vaso de whisky. Lo más difícil era calmar sus pensamientos, sus reflexiones, sus falsas deducciones sobre el tema Emma. Ella encontraría a otra mujer, más bella, más joven, más rica que ella…Dejaría de llamarla, se cansaría, después vendría el día en que ella también se enamoraría, olvidando los momentos vividos en esa maravillosa isla. Regina tuvo que inspirar para calmar sus angustias. Pensó en la isla y volvió a coger su teléfono. Tecleó y al momento escuchó la voz de su interlocutor al que dijo — Clyde, tome nota

# ¡Madame Queen! ¿Ha visto mis mensajes? El señor Hoffmann está muy descontento, desea verla lo antes posible. — Olvídate de Hoffmann y coja algo donde anotar— repitió Regina #La escucho — Contacte con Peter Abbot… #¿Peter Abbot?— dijo él — ¿El detective? — ¡Pues claro que el detective, no va a ser el tenista! Llámelo y dígale que me encuentre los datos de los propietarios de la isla del Cisne en las Bahamas, al norte de Nassau. ¿Lo ha apuntado? #Sí, Madame. — Que me llame en cuanto lo tenga. Colgó y suspiró dulcemente. No había perdido de vista la compra de esa isla. Estaba llena de recuerdos vividos con Emma. Regina se debía una negociación con los propietarios. Dio algunos pasos por el salón, cogió su vaso de whisky y bebió un sorbo. La noche había caído desde hacía algunos minutos, ya hacía seis horas que Emma y ella se habían separado. ¿Podría al menos llamarla para tener noticias de ella? ¿Asegurarse de que había llegado bien? Regina buscaba todas las excusas del mundo para hacerlo, calmar ese sentimiento de asfixia que la oprimía desde que Emma se había alejado de ella. Vaciló, se pellizcó los labios y finalmente marcó el número de teléfono que Emma le había dado, no hubo respuesta. Quiso volver a llamar, pero se detuvo en su impulso. ¿Por qué estaba a la vez tan agitada y en cólera? Pero, ¿en cólera contra quién? No con Emma, sino hacía ella misma. Regina Queen no se reconocía. Tenía que calmarse, tomar las riendas de sus emociones. Así que, aun costándole, dejó el teléfono en el mostrador. Tenía que tranquilizarse, pues no era la que tenía que llamar a Emma, sino Emma a ella. Regina no quería ser ese tipo de mujer demasiado acosadora y nunca más debería existir un contrato por medio. Si Emma siente lo mismo que ella, entonces su amante tendría, a su vez, que demostrárselo. Se sentó en el sofá, la mirada puesta en el teléfono. Una pequeña voz en su interior le imploraba que llamase, mientras otra le exigía tener paciencia y esperar. Así que Regina, ahora se preguntaba cuánto tiempo tardaría Emma en llamarla… ***

Emma no había rechazado las insistentes invitaciones de Kendall. Como también él estaba libre de trabajo, la había llamado al mediodía para sugerirle una salida de falsa pareja. Cuando no tenían ningún cliente, sino tiempo para gastar en ellos mismos, aprovechaban para salir, relajarse y al final, pensar en sus placeres personales. Emma no había aceptado inmediatamente porque ese final de contrato era diferente a todos los otros. Había dejado a Regina Queen en la puerta del avión después de haber pasado diez días disfrutando con ella y lo que la habitaba no se parecía a un sentimiento de trabajo bien hecho. Había dado vueltas por su apartamento, había puesto la lavadora, había matado las horas corriendo en su bicicleta

estática. Entonces, finalmente había respondido a Kendall porque no podía seguir en ese estado desagradable, nerviosa y tensa. Habían llegado a un famoso bar del centro, abierto a todo tipo de gente y de orientación sexual. Para ser un domingo por la noche, a comienzos de verano, el sitio acogía a una muchedumbre de jóvenes, de turistas, de estudiantes y de ejecutivos. Kendall ya se había encargado de echarle el ojo a un grupo de cuatro jóvenes mujeres, todas llegadas de Dakota que passaban una semana en la “ciudad que nunca duerme”. Nueva York atraía a la gente que carecía de distracción, de placeres, de picante en su vida. Kendall, seguramente el más guapo de los machos del lugar, no tenía ninguna dificultad en encantar al género femenino. De un natural simpático, sonriente y abierto, las chicas caían literalmente en sus brazos. Llevaba su trabajo en la piel y sus deformaciones profesionales eran numerosas. Pero esa noche, Emma no tenía precisamente alma de seductora…Acercó las dos copas de cóctel a dos de las chicas, Ashley y Jessica. — Tomad, chicas— dijo ella — Regalo de la casa… Ellas le dieron las gracias y Ashley se acercó a ella antes de dejar su copa en la barra cerca de Emma. — ¿Qué haces aquí? ¿Trabajas?— le preguntó ella — Sí, lo hago— respondió Emma — ¿En qué? Si no soy indiscreta — No me creerías si te lo dijera… La mirada de la joven se hizo vacilante y aún más curiosa. — Ok…déjame adivinar, entonces. Emma mantenía su sonrisa ante todo, aunque en su mente, en algún sitio de esta, se sentía asediada por la imagen de Regina… Algunas horas más tarde, se encontró sentada al lado de su amigo. — Estás completamente blanca, querida, ¿estás segura de que estás bien? — preguntó Kendall Emma frunció el ceño y se vio en la obligación de defenderse, sin ni siquiera haber sido atacada. — Estoy bien, Ken’. Solo necesito meterme en el ambiente… Kendall conocía a su mejor amiga y sabía que algo la preocupaba. Un poco antes, la había visto ausente, inmersa en sus pensamientos aun estando acompañados. A Emma no le gustaba el sentimiento que en ese momento la invadía. En mitad de la gente, en un ambiente festivo, su humor no conseguía despertar. Sus nuevas amigas parecían divertirse. Kendall se encargaba de subir el tono de algunas conversaciones, flirteaba con ellas. Emma le seguía el juego, se esforzaba en sonreír, en gustar, de devolver algunas miradas, pero nada surtía efecto…Fingir le parecía más difícil y ella no soportaba esa constatación. Ni el alcohol alejaba sus dudas, esa tensión en su interior. Se excusó con Kendall y las chicas y desapareció en el baño. Algunas chicas se retocaban el maquillaje, charlaban sobre sus últimos encuentros, de un “aquí te pillo, aquí te mato” con un guapo semental o una hermosa chica. Cruzó algunas miradas interesadas, pero no hizo caso y se encerró en una de las cabinas. Sus dosis de cocaína se hacían más frecuentes, más cerca

una de la otra, y también de eso se daba cuenta. Al regresar al bar, dejó que el polvo hiciera su efecto, la evidencia era que este era más fuerte que ella encarando sus propias emociones. El calor en el sitio iba en aumento a medida que transcurría la velada. La música resonaba contra las paredes, los bajos retumbaban en el suelo de parqué y la gente se dejaba ir bajo los efectos del alcohol. Se acercaban, se intercambiaban gestos, más directos, las miradas más sugestivas. Al hacerse más difícil la conversación por el volumen de la música, el lenguaje de los cuerpos se convertía en más importante, casi primordial. Entonces, los interesados abusaban de este y aprovechaba de esa proximidad para rozar, sentir y alcanzar su objetivo de la noche. Con la cocaína, la mente se despejaba, la seguridad se acrecentaba. La impresión de ser poderosa daba la ilusión de poder con todo, incluidas las devoradoras tensiones. La droga la ayudaría a olvidar a Regina y esos diez últimos días pasados con ella. Al menos, por esa noche, tenía que sacar de su cabeza su sonrisa, sus atenciones, ese apego que turbaba su vida desde que se habían conocido. Porque todo en ella estaba cambiando, se transformaba, desestabilizaba su forma de razonar. El control debía ser primordial, casi vital y ella lo notaba escaparse entre sus dedos… *** Al día siguiente, Regina no tuvo otra que volver a Nothfolk. Citas importantes la esperaban, sobre todo aquella con el señor Hoffmann. Asistió a su reunión, aunque no tenía la cabeza para negociar los nuevos contratos de seguridad de los inmuebles en construcción en las afueras de la ciudad. Regina había dormido mal, había intentado volver a llamar a Emma al levantarse, pero sin éxito. Le había dejado varios mensajes, pidiéndole que la llamara. No había dejado de mirar su teléfono durante toda la reunión, pero Emma no se dignaba a llamarla. De regreso a su despacho con su asistente, este le señaló — Madame, aún no ha firmado el contrato de cese y… Regina lo interrumpió mientras intentaba otra llamada. — No es el momento, Clyde — También quería decirle que Peter Abbot acaba de llegar. Esa información llamó la atención de Regina y miró a su asistente antes de colgar. — Que entre — Bien, Madame Al momento, un hombre de unos treinta años, rubio, con el cabello engominado y una sonrisa de anuncio, entró en la estancia con un dossier bajo el brazo. Cerró la puerta y le estrechó la mano. — Madame Queen. Vive usted en una encantadora ciudad— dijo él Pero Regina no estaba de humor para hablar de la ciudad — Podría haberme llamado directamente— dijo ella — ¿Por qué ha venido hasta Northfolk? — Me estoy quedando en Boston unas semanas y he preferido verla para

que hablemos de lo que he descubierto. ¿Puedo sentarme? Regina le señaló el sofá. — Por favor… Este se sentó y abrió sobre sus rodillas el dossier que sujetaba. — No creía que su petición me llevaría a descubrir ciertas cosas. A Regina no le gustaba este Peter Abbot. Su fama como detective privado le precedía. Sobresalía en su terreno, pero los medios empleados no eran todos legales. — ¿Sabe a quién pertenece la isla?— preguntó ella sin rodeos. — Por supuesto— dijo con expresión de autosuficiencia Sacó algunas hojas y respondió — Los propietarios no son otros sino la gran familia Tchekhov Regina frunció el ceño ante ese nombre que le resultaba familiar. ¿Dónde lo había escuchado? No tardó en acordarse, pues pocas eran las personas de su entorno que pronunciaban nombre rusos. — ¿Tchekhov, como Vladimir Tchekhov?— preguntó ella — Sí, señora— respondió Peter Abbot — Pero ese señor Tchekhov murió en 1997 durante un atentado en Moscú, perpetrado por la Bratva, que no es otra sino la Mafia rusa. Parece ser que el señor Tchekhov habría robado varios millones de dólares que pertenecían a la Bratva. Pero dejemos eso, la isla había sido entregada a su esposa, Alena Tchekhov, quien desapareció al año siguiente. La última superviviente de la familia Tchekhov y heredera es su hija, Anna Tchekhov. Ante esa última información, la mirada de Regina se quedó fija en el detective, acordándose de su conversación con Emma cuando le había pedido que fingiera ser su novia durante el cóctel de su padre. Emma le había dicho que se haría llamar Anna Tchekhov, pero Regina ni por un segundo había pensado que ella pudiera conocerla en persona. Un turbador pensamiento le atravesó la mente y preguntó — ¿Tiene usted una foto de esa tal Anna Tchekhov? — Por supuesto— respondió Peter Abbot Cogió una hoja A4 en la que estaba impresa una foto y se la pasó. — Aquí está…Esta foto fue sacada en Rusia en el 2001. La joven Anna Tchekhov tenía dieciséis años. Nadie ha oído hablar de ella desde ese año. Regina posó sus ojos en la foto y su turbación se multiplicó. El rostro de Emma estaba bajo sus ojos, mucho más joven, pero totalmente reconocible. Todo se hacía más confuso en su mente. Regina no tenía ningún impedimento en reconocer los rasgos de su amante, aunque esa foto datara de hace algunos años. No podía negar la evidencia que se le mostraba delante, irrefutable. Emma era Anna. Entonces, las preguntas se multiplicaron enormemente. ¿Por qué Emma había cambiado de nombre? ¿Por qué no le había dicho que esa isla era suya? Y sobre todo, ¿por qué era escort si había heredado el dinero de esa familia de la que provenía?

***

Parte segunda

Regina Queen no estaba ni nerviosa, ni ansiosa, ni excitada. Ese día se suponía que sería el más especial, el más hermoso de su vida, pero ninguna clase de emoción parecía dejarse ver a través de sus trazos duros y firmes. De pie, delante de la ventana de su despacho, su mirada permanecía fija en la calle de abajo. Los coches continuaban parándose, numerosos invitados afluían hacia las puertas del edificio. La de su despacho se abrió, pero ella no se movió al escuchar tras ella — ¿Madame? El vice alcalde acaba de llegar, los invitados comienzan a sentarse, solo la esperamos a usted. — Concédame un minuto… — Bien, Madame. La puerta se cerró, Regina aún inmóvil delante de la ventana. Ella había dicho “sí”, había aceptado un matrimonio en la alcaldía de Northfolk con Jonathan Price al que veía solo desde hacía un año. ¿Qué había pasado para llegar ahí? Regina no lo sabía muy bien. Había sufrido los cuatro últimos años, espectadora de una vida, de su propia vida, de la que, poco a poco, había perdido el control después de haber perdido a Emma. En cuatro años, no había pasado un solo día en que no hubiera pensado en ella, pero los días, las semanas, los meses habían pasado, llevándose con ellos sus muchos contratos, citas, encuentros hasta llevarla al día de su propio matrimonio. Decir “sí” había sido una manera de olvidar su pasado, al menos, dos escasas semanas de su vida que habían desequilibrado su universo. Y a escasos minutos de firmar un enésimo contrato, Regina quería creer que ese pasado quedaría tras ella. Así que se recobró, ajustó la falda de su traje chaqueta y giró los talones dirigiéndose a la sala de matrimonios…

***

Toda la ciudad se había reunido para el gran acontecimiento en el Ayuntamiento. El parking estaba lleno y los coches se extendían por las aceras de las avenidas y calles adyacentes. La afluencia testimoniaba la importancia de los novios…

Felizmente, el sol también estaba citado e iluminaba los parques enyerbados, los parterres llenos de flores cuidados por los empleados municipales. Todo estaba en orden, a imagen de la que sujetaba las riendas de la ciudad, la futura Madame Price, llamada, sobre todo, Madame Queen. Un vistazo a su reloj le indicó que ya se retrasaba algunos minutos. La ceremonia seguramente había debido comenzar sin ella, porque ya solo quedaban los chóferes y algunos agentes de seguridad en el exterior. Así que los invitados se encontraban en el interior. Con sus gafas de sol puestas, vestida con un traje negro y blanco femenino, abierto en su torso, los cabellos recogidos en una cola de caballo, Emma corrió rápidamente hacia la puerta. Se había arriesgado a venir, a volver a Northfolk después de cuatro años de silencio porque no podía quedarse de brazos cruzados. Ese matrimonio anunciado en la prensa le había llamado la atención, revuelto, le había dado vueltas el corazón y las tripas. De naturaleza bastante impetuosa e impulsiva, Emma no había sabido encontrar la fuerza para contenerse, para callarse. En el interior del Ayuntamiento, recorrió el pasillo hasta la sala de matrimonios, y empujó la puerta antes de ver cómo todas las miradas de giraban hacia ella. Unos cien invitados la miraron de arriba abajo en un momento. Si quería hacer una entrada discreta, había fallado enormemente. Pero se quitó sus gafas cuando posó su mirada en la novia vestida con un elegante traje chaqueta. ¿Dónde estaba el vestido blanco? Su mirada se cruzó con la de Regina y todo volvió en un momento. Nada había desaparecido a pesar del tiempo. Nada se había borrado. Regina nunca la había abandonado y su cuerpo se acordaba aún. Su corazón nunca había latido tan rápidamente en esos cuatro últimos años. Todo el mundo había olvidado a Emma, la escort sorprendida al lado de Regina Queen por un fotógrafo de prensa cuatro años antes, pero Emma no había podido olvidar a su clienta… Regina desvió súbitamente sus ojos hacia su futuro marido. Emma no estaba ahí, se repetía. Ciertamente acababa de tener una visión. Pero cuando alzó los ojos, su antigua amante seguía ahí, sublime en sus prendas negras y blancas con la corbata a medio atar. Regina Queen ya no escuchaba el discurso del vice alcalde. Su mirada acababa de desplazarse hacia Rebecca, en primera fila, que acababa de firmar la hoja de registro como testigo del matrimonio. El pánico la invadía, una oleada de preguntas la asediaba, pero los trazos de su rostro permanecían firmes, como de costumbre. Después de un breve instante, el sonido de la voz del vice alcalde le llegó — ...Se trata también de respetar la personalidad del otro y de aceptar sus diferencias, de confiar y de saber escuchar, sobre todo en los momentos difíciles. Yo os deseo un hermoso camino juntos. Voy a pedir a los testigos que se levanten y entreguen las alianzas a los cónyuges. Un hombre se levantó. Kevin Branner, amigo de Jonathan, director de una empresa de transportes en Northfolk. Le entregó la alianza a Jonathan y este tomó la mano de Regina antes de deslizar el anillo de oro y diamantes en su anular. A pesar de lo que estaba pasando, Regina permanecía ausente,

conmocionada. Tanto confusión como cólera la estaban invadiendo… ¿Por qué? ¿Cómo se atrevía Emma a venir después de todos esos años? Ella había hecho de todo para encontrarla, había contactado con la agencia de escorts para renovar un contrato, se había enterado de que Emma había dimitido la semana siguiente de su regreso de la isla. A continuación, había pedido a Peter Abbot que le trajera todo lo que supiera de su antigua amante, incluso lo de Anna Tchekhov. Al cabo de seis meses, el detective había puesto la mano en el taxista neoyorkino que, por suerte, se acordaba de la dirección de Emma, pues esta le había dejado una propina de cien dólares. Cuando Regina quiso ir hacia allí, el lujoso apartamento había sido vendido. Según Peter Abbot, el dinero había sido transferido a una cuenta en las islas Caimán bajo un nombre falso y no había podido encontrar ninguna otra información. Entonces, después de cuatro malditos años, Regina se había resignado a su desaparición, consciente de que nunca más volvería a ver a Emma, a Anna, o como fuera que se llamase. — ¿Regina?— escuchó murmurar a su lado Rebeca le extendía el anillo. Debía, a su vez, colocar la alianza en el dedo de su futuro esposo. Y lo hizo, en un gesto más automático que reflexivo antes de sentir los labios de Jonathan posarse en los suyos. Después le pasaron un bolígrafo. Firmó varios documentos, así como su esposo, Rebecca y Kevin. Resonaron los aplausos, anunciando el fin de la ceremonia. A partir de ahora, se llamaba Regina Price. Arrastrada por su esposo a través del pasillo, se cruzó de nuevo con la mirada de Emma, una mirada que ponía en cuestión esos últimos meses, sus decisiones, toda su vida, que había intentado reconstruir. Emma la siguió con la mirada hasta verla desaparecer en brazos de ese miserable con pintas de niño mimado. Su mandíbula seguía apretada, porque se había abstenido de intervenir, de decir algo para interrumpir esa ridícula unión. La mirada de Regina en ella le había gritado todas las acusaciones y los reproches acumulados esos últimos años. Emma sabía que esta vez era culpable, la única responsable de su separación. Pero lo que había sentido durante esos últimos años, lo que la había destrozado al leer el artículo en la revista el día anterior estaba grabado en su interior. No había sabido darle la espalda a la sonrisa de Regina, a esas emociones que ella había suscitado.

*** Emma se acercó al bar dispuesto para los invitados a la boda. Regina y su dichoso marido no habían reparado en gastos. Los invitados se habían dirigido al jardín de un lujoso hotel a las afueras de la ciudad, no lejos de un lago. Todos vestidos tan elegantemente como la novia, las mujeres llevaban bellos vestidos, sombreros y los hombres enarbolaban cómodos trajes de precio desorbitado. Desde su posición, Emma había reconocido a la ex compañera de Regina, después a su padre, Robert Queen, acompañado de una rubia muy joven, seguramente otra conquista. Ella estaba rodeada

como una princesa lo podría haber estado, felicitada desde todas partes por su matrimonio con ese tipo. Pero, ¿quién era él a excepción de un promotor de dientes largos? Emma agarró el vaso de vodka que había pedido y se lo bebió de un tirón esperando que la bola en el fondo de su garganta desapareciera con la quemazón del alcohol. De lejos, su mirada escrutaba a su ex clienta, la observaba esbozar falsas sonrisas, pronunciar lamentables agradecimientos. ¿Qué feliz novia se pondría en su boda un traje chaqueta? Porque Regina no desprendía esa delirante efervescencia como todas las demás novias felizmente casadas. Ella interpretaba y le recordaba su manera de actuar cuando tenía que acompañar, a veces, a mujeres aburridas…Pero Emma se dejaba devorar por sus preguntas, sus dudas ante esa escena. Volvió a pedir un vaso de vodka sin apartar los ojos de la novia y el barman acabó por preguntarle, después de haberla mirado con insistencia — ¿Por quién viene? Emma frunció el ceño sin comprender y echó una ojeada hacia el joven embutido en su chaleco negro de barman. — ¿Perdón? — ¿Es usted invitada del novio o de la novia?— precisó él Emma volvió a llevar su mirada hacia Regina y respondió — De la novia… Pero su expresión no reflejaba el entusiasmo de los otros invitados. Hoy, el privilegio de la falsa sonrisa era de la novia. La suya había desaparecido desde el día anterior, después de haber leído el anuncio de esa boda. Posós sus ojos en el barman y preguntó, curiosa — ¿Usted es de aquí o está de paso solo para servir detrás de la barra? — Soy de aquí— respondió con una sonrisa — Trabajo para el hotel que también pertenece a Regina Queen…en fin, Regina Price, ahora. Ese apellido no pega con su nombre, pensó Emma, tensa — Y usted, sin querer ser indiscreto, ¿de dónde viene? Emma nunca respondería la verdad, bastante acostumbrada a disimular. — De lejos— dijo simplemente sin mentir en realidad. Siguió un silencio durante el cual el barman comprendió que no serviría de nada insistir más. Emma continuó ella misma con la conversación. — ¿Conoce usted a ese Price? No he tenido la ocasión de encontrármelo, ya que viajo mucho, pero Regina me ha dicho que se conocen desde hace alrededor de un año… Era la información que había leído en el artículo. Porque Regina y ella no se habían vuelto a hablar desde el regreso de la isla. — Jon Price vino a invertir en la ciudad, hace poco más de un año…Hizo construir un estadio y un nuevo centro comercial. Es el hijo de Andrew Price, el propietario de Red Socks, ¿sabe? Emma lo sabía por haberlo leído la revista. — Sí, lo sé — En la ciudad, algunos dicen que es un matrimonio de conveniencia entre las dos familias y otros piensan que es verdadero… Esa última opción no era cuestionable para Emma que había conocido a

Regina, bastante íntimamente como para saber que ese Price no la haría ver las estrellas. — ¿Y usted? ¿Qué piensa usted?— preguntó ella al barman — Imagino que debe ser sincero porque dura desde hace un año y han esperado a ver si funcionaba antes de casarse. — ¿Si funcionaba?— preguntó Emma, buscando más precisión — Sí. El señor Price se mudó a casa de Madame Queen a los tres meses, después de hacer idas y venidas de Boston aquí. Entones, Regina había obtenido lo que ella no había podido darle, pensó Emma, cada vez más crispada. Pero ese matrimonio no podía durar, no mientras ella viviera.

*** Más lejos, después de haber estrechado varias manos, Regina tomó la copa que le tendía Jonathan. — Tu padre pide verme, sin embargo le he dicho que hoy no hablaríamos de negocios, pero como nuevo miembro de la familia Queen me sienta mal decirle que no antes de haber firmado los contratos. Espero que me perdones, te prometo darme prisa. Una vez más, Regina se había cruzado con la mirada de Emma que, desde el bar, hacía gala de una falta total de discreción mirándola como lo estaba haciendo. Ella forzó una enésima sonrisa y respondió — Tómate tu tiempo, también tengo muchos invitados que saludar. Jon besó su mejilla y se alejó mientras iba saludando a otros invitados por el camino. Regina ya no sabía lo que tenía que hacer o pensar, aún bajo el golpe de sus emociones al ver a Emma reaparecer en su vida. En ese día de celebración de su propia boda, su corazón tendría que latir por Jonathan Price, pero se había despertado cuando su mirada se posó en Emma. ¿Por qué diablos había girado la cabeza en vez de mirar a Jon? ¿Por qué Emma había elegido ese día para volver a su vida? Entre incertidumbres, alegría y cólera, el corazón de Regina se perdía. Sin embargo, fue ella quien avanzó en su dirección, hacia el largo mostrador donde se encontraban otros invitados, pero antes de alcanzarla, un hombre se interpuso — Señora Alcaldesa, mis felicitaciones. Su marido, Jon, me ha invitado, les deseo mucha felicidad, forman un pareja maravillosa. Regina forzó una sonrisa y lanzó otra ojeada hacia Emma que no se movía, acodada a la barra. Lo que más temía de todo en ese instante era sus reacciones al verla a escasos metros de ella. Tantos recuerdos le venían a la mente, en su casa, en la isla, en Nueva York, todas las veces en las que Emma la había besado, poseído y todas en las que Regina se había abandonado a ella. Su vestimenta chic, su peinado, su aire desenvuelto, arrogante y superior no habían dejado de atraerla y Regina no amaba esa emoción llena de amargura y de remordimiento que la estaba invadiendo por segundos. — Espero que me llamen— repitió el hombre del que Regina ni había

retenido su nombre. — Bien, entendido— replicó ella — Quiere excusarme, aún tengo muchos invitados que saludar. Ella se giró, borró los últimos metros que la separaban de Emma y se colocó ante la barra donde apoyó su copa de champán. Al fondo, una orquesta tocaba una música de jazz. Risas y conversaciones resonaban, pero Regina no se atrevía a tomar la palabra, ni siquiera a mirar a su ex amante por riesgo a que sus ojos comenzasen a quemar. Todo su ser parecía sentir, reconocer la proximidad de Emma, su aroma, su presencia, su mirada azul posada en ella. Y una avalancha de emociones olvidadas volvía a arrastrarla, a recordarle cuánto había sufrido cuando Emma había desaparecido de su vida. — ¿Cómo te atreves a venir a mi boda después de todos estos años? Emma no había apartado sus ojos de ella y había escuchado todas las ensordecedoras reacciones de su cuerpo a cada paso que la acercaba a ella. Frente a frente, no pudo hacer otra cosa sino trazar con sus ojos los sensuales rasgos de ese rostro que había poblado todas sus noches. Se terminó el vaso de vodka, se aseguró de que el barman se hubiese alejado y respondió a esa acusadora pregunta — Me atrevo a todo, deberías saberlo, Regina. Y olvidaste mandarme la invitación… Con un indolente gesto, señaló a Jonathan Price, al otro lado del gentío — Desaparezco y te casas con un títere… Esta vez, Regina alzó los ojos hacia ella. Si Emma quería provocarla, llamar su atención, acababa de lograrlo. — Jon es un buen hombre, y al contrario que tú, ¡nunca me ha dejado! Emma se tomó su tiempo ante esa nueva acusación. Por supuesto, era legítima y no podía culpar a Regina por reprocharle su repentina marcha. Pero su naturaleza orgullosa y arrogante tomaba las riendas. Como en el pasado, Regina alimentaba emociones intensas, provocaba vivas reacciones en ella. — ¡No es más que un guiñol con quien te casas, Regina! Ella echó una furtiva mirada a los demás invitados a su alrededor. Felizmente, podían conversar en paz y la gente parecía darles un poco de tiempo. Dio un paso hacia su ex amante, inhaló sus embriagadores aromas. Saberla casada con ese tipo, imaginarla en la cama con él despertaba una cólera sorda y dolorosa. — ¿Al menos te hace bien?— le preguntó en voz baja Regina lamentó haber hundido su mirada en las pupilas azules de Emma que parecían atravesarla de parte a parte. A menudo, se había preguntado cómo una persona a la que había amado tanto había podido hacerle tanto mal. Pero, ¿acaso era Emma consciente de ese mal de la que hoy la acusaba? — Al menos no me hace mal. Emma suspiró en silencio, pero se alegró ante esa respuesta implícita. Valía todas las confesiones del mundo ante sus ojos. Y aunque Regina se empeñaba en atacarla, en recodarle el impacto de sus faltas, ella no la

había olvidado. Vaciló un instante, la mano posada sobre la barra apretando su vaso vacío. — Me voy a quedar por los alrededor un tiempo— dijo ella — Si te das cuenta de que no es la vida que quieres… Regina la vio sostener un momento su mirada. Una parte de ella, irracional, tenía ganas de gritarle cuánto la había echado de menos. Pero otra, mucho más centrada, esa parte que había tenido que coger las riendas de su pena, la culpaba y alimentaba un rencor a la altura del daño que Emma le había causado. Se vio incapaz de responderle y la vio alejarse, magnifica en su traje entallado, con una elegancia que le había cortado la respiración. ¡Dios, qué hermosa era Emma! ¡Maldición, cómo la culpaba por haber vuelto a su vida después de cuatro años de ausencia! Tomó un sorbo de champan y escuchó. — ¿Quién era? Jonathan había hecho lo posible para volver junto a su esposa. Esta le dio una breve sonrisa que él percibió amarga — Nadie… ¿Pudiste ver a mi padre?— preguntó Regina para desviar la cuestión de la presencia de Emma — Nos espera en nuestra mesa. ¿Me acompañas?— preguntó mientras le ofrecía su brazo. Regina asintió, pasó su mano alrededor del brazo extendido de su esposo y lo siguió, lanzando una última mirada hacia la puerta por la que Emma había desaparecido.

*** Si su esposo concilió el sueño sin problema después de ese largo día, Regina no pudo decir lo mismo. Al contrario que Jon, ella no había bebido tanto alcohol para poder tener la mente despejada. Cuatro años antes supo cuán traidor podía ser el alcohol cuando las emociones eran demasiado fuertes. Muchas botellas de whisky le habían dado la ilusión de acallar su pena ante la ausencia de Emma, pero Regina no volvería a caer en esa trampa demasiado fácil. El sol ya había salido hace tiempo en su gran propiedad de Northfolk. Regina no había dormido, se sentía agotada, pero seguramente no conciliaría el sueño aunque se obligara a echarse. Con una taza de café en la mano, las pocas palabras intercambiadas la noche anterior con Emma se repetían en su mente. “Si te das cuenta de que no es la vida que quieres…” ¿Cómo pudo atreverse a decir semejante cosa en su cara? ¿Qué sabía ella hoy de su vida, de lo que quería? Aunque Jon no la llenaba como Emma lo había hecho durante esos diez días pasados en esa isla, al menos Regina podía contar con él. No, él no era ella, no lo sería nunca. Jon no la haría nunca tan feliz como Emma pudo hacerlo en un lapso de tiempo tan insignificante. Por esa razón, Regina había dejado a las mujeres. Para no volver a sufrir un dolor visceral y mental tan intenso del que no se recuperaría en meses. Dos veces la habían hecho sufrir. Regina se había jurado que no habría una

tercera, y lo que sabía a ciencia cierta era que Jon nunca la haría sufrir pasara lo que pasase. Aunque la engañase, la dejase, pidiera el divorcio, Regina nunca sentiría ese vacío, esa ausencia, ese dolor intento que había experimentado ante la idea de no volver a ver a Emma. El anillo en su dedo se suponía que debía protegerla de todo ese dolor pasado que se negaba a volver a vivir. Así que poco importaba que Emma estuviera en la ciudad, se repetía ella, Regina no se quebraría… La puerta de la entrada sonó y fue arrancada de sus pensamientos. Se tomó un momento antes de girar su mirada de la piscina bañada por el sol. Con la taza en la mano, fue a abrir y se quedó estática frente a Emma. Apoyada en el marco de la puerta, esta se tomó el tiempo de mirarla de arriba abajo con mirada resplandeciente. Desde la noche anterior, no había esperado sino ese momento preciso. Porque en ese segundo, delante de Regina envuelta en su bata, el rostro bien despejado, ella sabía que su noche de bodas no había sido tan movida. Si no, ¿por qué estaría de pie tan temprano? — Hola, hermosa Extendió los brazos hacia ella y le dio un pequeño paquete. — Había olvidado el regalo de boda— dijo — Pero este es solo para la novia Regina habría podido esperarse todo esa mañana, pero ciertamente no ver a Emma aparecer en su casa. ¿Su audacia no tenía ningún límite? La rubia venía a su casa, vestida con unos jeans ceñidos, una magnifica chaqueta de cuero y bastante perfumada para que Regina solo sintiera su fragancia arrastrada por la brisa matinal hacia su salón a través de la puerta abierta. Su mirada bajó un momento hacia el paquete de pequeño tamaño que Emma le tendía. ¿Por qué diablos Regina sentía su corazón embalarse delante de Emma? ¿Por qué diablos venía ella a su casa después de su breve encuentro en la ciudad? Regina debería haber cerrado la puerta, pero ante la azul mirada de Emma, ella fue incapaz. Tenía miedo del contenido de ese regalo, pero su curiosidad la arrastró. Sin decir una palabra, la expresión firme, Regina lo tomó y lo desenvolvió antes de descubrir una pequeña caja de terciopelo negro. Levantó la tapa y vio una llave reposada en un cojín. — ¿Qué es…? Su mirada confusa se alzó hacia el rostro de Emma. La ligera sonrisa encantadora de su amante permanecía intacta, segura, provocando en ella el efecto que siempre había causado. Pero Regina frunció el ceño sintiéndose de nuevo débil ante su ex amante. Cerró la caja y se la devolvió — Sea lo que sea, me da igual, porque, ¿sabes qué? Ni siquiera sé quién eres…Emma, Anna, me da igual tu nombre… Emma mantuvo su sonrisa a pesar de esa apreciación. Todo ser humano, seguramente, debería haberse sentido rechazado ante tal distancia. Pero al contrario, Emma una vez más caía en los encantos, desesperadamente atraída por el carácter testarudo y orgulloso de su ex amante. Esta no había cambiado en esos últimos años. Aún tan sensual, se extasiaba imaginando su cuerpo bajo esa bata de satén blanco…Por supuesto, Regina había rebuscado, seguramente la había buscado hasta descubrir ese pequeño detalle de su falsa identidad. ¿Cómo culparla? Una pequeña mentira

responsable de todo… — No se rechaza un regalo y es más, no es siquiera un regalo— respondió ella — Es una justa devolución de las cosas…tu padre ha vendido ese inmueble del Bronx, yo lo he comprado, lo he restaurado y vuelve a ti. Nunca ha sido mío… Ella se enderezó y hundió sus manos en sus bolsillos. Las preguntas le quemaban en la lengua, invadían su mente. Esa boda del día anterior la devoraba como una maldita y temible gripe de la que nunca uno se libra. Pero también era el detonante de todo…Una señal en la niebla, un chasquido que le había permitido tomar una decisión. Lanzó una mirada hacia la casa, tras Regina y dijo — Y tu futuro ex, ¿dónde está? ¿No deberíais estar bautizando toda la casa? Regina se maldecía a ella misma por dejar más tiempo de lo normal su mirada en el rostro de la rubia. A pesar de sus ropas, la veía más delgada, más musculosa, sus mejillas a penas más hundidas. Llegaban preguntas que Regina no debía cuestionarse. ¿Dónde había estado Emma todo ese tiempo? ¿Por qué había desaparecido sin darle la menor explicación? Preguntas que Regina se había dejado de hacer cuando conoció a Jon. A pesar de esa llave y lo que podía representar, Regina no se dejó convencer y empujó a Emma saliendo junto con ella al umbral. Tomó cuidado de cerrar la puerta, porque Jon no debía sorprenderla una segunda vez en plena conversación con Emma. — ¿Con qué derecho te permites volver a mi vida?— acusó ella — ¿Acaso sabes lo que tuve que atravesar cuando desapareciste? Regina sentía cómo tanto la amargura como la cólera hacían acto de presencia mientras que Emma no retrocedía y continuaba mirándola. — ¡No tienes derecho!— continuó ella — ¡No puedes reaparecer de la noche a la mañana! ¡No puedes venir a mi boda vestida como lo estabas! No puedes venir a golpear a mi puerta y…traerme regalos… Pero más se enfadaba Regina, más las emociones que había escondido en el fondo de su ser ascendían, se expresaban a través de tantas acusaciones así como de miradas a las vez brillantes y llenas de rencores. — Tú…Tú me dejaste, Emma…Desapareciste… ¡Te mudaste, dejaste la agencia…! ¡Yo no sabía dónde estabas! ¡Creí que te habían hecho algo, creí que estabas muerta! Esa vez fueron las lágrimas que perlaron el contorno de sus ojos. — Márchate… Quiso retroceder, pero la mano de Emma la retuvo rápidamente. Esta había deshecho su sonrisa ante las lágrimas y el arrebato de Regina. Verdaderas pruebas de un profundo mal que ella sola había provocado, eran tan dolorosas como difíciles de asumir. Pero se merecía ese rechazo, esa cólera, esos reproches. — No— dijo — No me iré a ningún lado esta vez… Porque Emma había tenido tiempo para reflexionar, pensar en su propia reacción. Las emociones la habían subyugado, literalmente vuelto loca, empujado a huir por falta de elección, por temores habituales y justificados. Llevó su mano a la mejilla de Regina, se estremeció ante el contacto de su

aterciopelada piel. — Tienes el derecho de estar cabreada, incluso tienes el derecho de hacérmelo pagar, pero no iré a ningún lado aunque tú me lo pidas. Un silencio siguió a esas últimas palabras que Regina había escuchado. A pesar de lo que ella leía en la oscura mirada plagada de lágrimas, ella sabía que tenía toda su atención. Quizás había llegado el momento de tener una conversación, de hablar. — Entré en pánico— confesó — Tú y yo…todo estaba haciéndose demasiado intenso…Se suponía que no tenía que pasar, pero yo lo sentía…Así que, no lo pensé y me marché. Lo siento, Regina…He cometido una enorme estupidez, lo sé, pero esta boda… Se detuvo a mitad de la frase. Regina parecía tan nerviosa, debilitada por sus errores, a flor de piel. Por una vez, ella se explicaba, intentaba expresar las emociones en otro tiempo desconocidas, nunca desveladas. Suspiró profundamente y apartó algunos mechones oscuros del rostro de su ex amante. Su corazón resonaba en su cabeza, su cuerpo se crispaba de angustia. Entre brotes de adrenalina, temores y miedos, añadió — Tú y yo, Regina…siempre has estado ahí, nunca me has abandonado. Así que no me marcharé y me da igual que estés casada. Esas palabras eran las que Emma nunca debería haber pronunciado, pensaba Regina. Sonaban a tanta confesión, a tantas promesas y esperanzas que sus resoluciones se derretían como nieve al sol. El acercamiento de Emma, la determinación en su mirada, sus tranquilizadoras palabras acompañadas de ese gesto en su mejilla le habían abrigado el corazón a su pesar. En ese instante, Regina lo habría dado todo para que esos cuatro años no hubieran pasado, para que Emma la hubiera ido a buscar al día siguiente de su regreso a Nueva York. Entonces sí, ella ciertamente la habría besado, le habría preguntado por qué no contestaba a sus llamadas, pero Regina no podía borrar el peso de su ausencia. Nada le aseguraba que Emma no se volvería a marchar, que ya no habría otras “clientas”, otras razones que la obligaran a alejarse de ella. Y Regina estaría sola, otra vez… A su pesar, Regina sintió los dulces y sabrosos labios de Emma posarse sobre los suyos, su pulgar borrar sus lágrimas, sus fragancias atenuar la incesante oleada de pensamientos que la atormentaban. Un solo beso de Emma tenía un poder inimaginable sobre ella y Regina estaba muy débil para retroceder o rechazar a su ex amante. Entonces sus labios se estrecharon a los de ella, señal evidente de todas las contradicciones que la habitaban. Su corazón volvió a latir más rápido, más fuerte, su deseo y su atracción intactos a pesar de los años. A continuación retrocedió, su mirada traicionaba sus emociones sondeando la de Emma a unos centímetros de ella. ¿Qué acababa de hacer? Regina ya estaba traicionando su compromiso con Jon a la mañana siguiente de firmar su matrimonio. Con un movimiento de cabeza, refutó — No…no podemos… En ese momento, la puerta se abrió tras ella, dejando ver a su marido que acababa de bajar a la planta baja tras un despertar agitado.

— ¿Regina? ¿Qué haces fuera? Él reconoció a la joven rubia que se había cruzado la víspera en el hotel y la saludó — Buenos días…Estaba en nuestra boda ayer, creo. No hemos sido presentados. Cogida en falta y perturbada, Regina tomó la delantera. — Jon, esta es Anna. Es una amiga de Boston. Tuvo que marcharse antes de lo previsto ayer y venía a decirme adiós. — Oh…Entonces, ¿vuelve a Boston? Ante esa repentina interrupción, la expresión de Emma se cerró, poco entusiasmada. ¿Por qué ese tipo tenía que haberlas interrumpido? Después del retroceso de Regina, ella sabía que su vuelta después de esos cuatro años sería difícil y penosa. — De hecho no— replicó ella lanzando una mirada a Regina — Me voy a quedar un tiempo por aquí…No pude quedarme ayer, así que he pasado a hacerle una visita a Regina antes de volver a la ciudad. Jon se asombró. Regina parecía confusa, pero eso no la sorprendía en gran medida porque él sabía que ella se había pasado la noche en vela sufriendo de dolor de cabeza. Pasó un brazo alrededor de su mujer y tendió el otro hacia Anna. — En todo caso, encantado de conocerla… Emma se tensó, pero hizo el esfuerzo de estrechar esa mano tendida para entrar en el juego. — Lo mismo digo— mintió ella Posó sus ojos en Regina y dijo — Nos veremos de todos modos, tengo que pasarme por el ayuntamiento para un asunto… Retrocedió y se alejó hacia su coche, un 4x4 negro. Ver a ese tipo pegado a su amante le daba náuseas y ganas de matarlo. Una vez dentro y con la puerta cerrada, Regina sintió un verdadero dolor de cabeza tomar cuenta de ella. Las emociones eran demasiado fuertes, demasiado numerosas, demasiado incontrolables. Primero el beso de Emma, después la llegada de Jonathan. Su mirada había pasado del uno a la otra durante su corta conversación durante la cual se había percatado de la oscura mirada de Emma sobre su esposo. Entró en la cocina y camino hacia un cajón de donde sacó una caja de aspirinas. Se tragó dos capsulas con un poco de agua mientras Jon se servía una taza de café. — ¿Has podido dormir algo en el sofá?— preguntó Jon mirándola — No— respondió Regina — Pero intentaré descansar hoy. Jonathan cogió una manzana del gran frutero colocado en la mesa, fruta recogida del jardín directamente por su mujer. — Tu amiga parece amable. Podríamos invitarla a cenar una noche, estoy segura que a Kevin le agradará. Pero Regina frunció rápidamente el ceño ante esa muy mala idea. — No…No es su tipo — ¿De tu amiga o de Kevin?— replicó él sonriendo — El de Anna

— ¿Y hace mucho tiempo que os conocéis? ¿Por qué Jonathan le hacía tantas preguntas?, se molestaba Regina. Sacó de la nevera una botella de zumo de frutas variadas y se sirvió un vaso. No podía claramente decir la verdad. Ser consciente de eso hasta ese punto significaba cuánto se sentía culpable ya de ese único beso intercambiado con Emma. — Nos conocimos en Nueva York hace algunos años… Ante el silencio de su mujer, Jon continuó — ¿En qué circunstancias? Regina colocó en la mesa un bol y un paquete de cereales. — ¿Por qué todas estas preguntas?— le devolvió ella — Es la primera mujer que me presentas desde que conocí a Rebecca. Incluso pensé que no tenías más amigas, así que me interesa. Regina se frotó la frente con la punta de los dedos. Las razones de ese interrogatorio estaban bien argumentadas, lo admitía. Desde que conocía a Jon, era verdad que nunca había tenido la ocasión de presentarle a sus amigos, por la sencilla y única razón de que Rebecca era la única que tenía, ya que a Regina, en general, no le gustaban las personas. — Anna me vendió algunos…servicios…inmobiliarios, eso es todo. No hay nada más que decir— concluyó ella — Simpatizamos, después perdimos el contacto y es más, no sé por qué ha vuelto a Northfolk. — Ha dicho que pasaría por el ayuntamiento por un asunto— recordó Jon — Veremos… Regina forzó una sonrisa. — ¿Podemos hablar de otra cosa? ¿A qué hora regresaste esta mañana? Jon recobró una ligera sonrisa ante esta pregunta que lo devolvía al fin de fiesta con sus amigos, mientras que Regina había preferido volver para descansar. Extraña noche de bodas para unos recién casados. Pero él no lo tuvo en cuenta. — Sobre las cuatro, creo. Ya no sé más…

*** Northfolk era la pequeña ciudad de provincias típica de los Estados Unidos. Bien mantenida, con avenidas limpias y cuidadas, desprendía la satisfacción de sus habitantes, su tren de vida. Acogía a sus turistas con su lago, su naturaleza envolvente y sus hermosos paisajes teñidos de colores diferentes dependiendo de la estación. Cada ciudadano tenía sus costumbres, sus referencias, sus pequeñas manías. Se formaban grupos al girar una calle, entre dos tiendas al borde de la avenida principal. Su centro comercial, su cine, su biblioteca y su estadio, expresamente construido para el equipo del instituto, satisfacían las expectativas de la creciente juventud. Depuse de dos horas de caminata, Emma había tenido la ocasión de hacer una visita, de cruzarse con los trabajadores, los pescadores e incluso con los madrugadores. Había identificado los barrios residenciales, atravesados por

algunos parques diseminados por aquí y por allí y había llegado al corazón, al centro de la ciudad. Con sus auriculares en las orejas, por supuesto había reflexionado sobre la noche anterior, en ese ridículo matrimonio entre Regina y su chico, en su beso intercambiado, bastante corto. Ella le había dicho varias veces que su estancia ahí no había acabado y no había vuelto por nada. Cuando sus labios se habían vuelto a encontrar, de nuevo lo había sentido, esa pasión, ese delirante fuego que nacía al menor contacto. Tantas razones justificaban su presencia en Northfolk. Cuatro años habían pasado y el agua había corrido bajo el puente…Habían ocurrido cosas, vidas habían sido viradas completamente, puestas boca abajo, la suya había tomado un camino completamente nuevo. Una señal le había sido enviada con ese artículo y, esta vez, había seguido su instinto, escuchado sus emociones. Detuvo su carrera a la atura de un pequeño café con la fachada de color salmón. Una campana en la puerta se escuchaba cada vez que un cliente salía o entraba. En el umbral de la puerta, una pequeña terraza acogía a los valientes deseosos de disfrutar de los primeros rayos del sol degustando un café y un dulce. Se quitó los auriculares, los metió en el estuche de su teléfono colocado en su brazo e hizo, también ella, tintinear la campana al entrar en el establecimiento. Los aromas de los pasteles, de calientes buñuelos, de café recién hecho invadieron su sentido del olfato y despertó su apetito. Con sus cabellos atados en una cola de caballo bajo su gorra con los colores de Nueva York, recorrió con la vista el establecimiento y divisó a una clienta en particular. Esbozó una ligera sonrisa y avanzó hacia la barra para pedir un batido de frutas. Con el vaso en la mano, tendió un billete a la camarera y se fue a sentar a una de las mesas cerca de la ventana, ya ocupada por la señora alcaldesa. Se sentó frente a ella y la arrancó de la lectura de su periódico. — ¿Buenas noticias?— le preguntó Regina se llevó tal susto que casi tira su café. Su mirada acusadora, de repente, se posó en Emma, paralizada al verla sentada en su mesa. A su pesar, esa misma mirada no tardó en suavizarse, desesperadamente atraída por la rubia cuyos rasgos permanecían arrogantes auto invitándose en su ciudad… — ¡Miss Nollan! Tú… Intentó recobrar el control, presa entre incomodidad y alegría deplorable. — ¡No deberías estar aquí! Pensaba que había sido bastante clara. — ¿Antes o después de haber respondido a mi beso? Por supuesto, Regina se sintió desconcertada ante ese recuerdo que Emma no había podido evitar lanzarle. Volvió a posar su mirada en un artículo, queriendo aparentar indiferencia a pesar del largo estremecimiento que la recorría. — Estuvo fuera de lugar, inconveniente y grosero Cerró, finalmente, su periódico y la acusó con penetrante mirada — Te recuerdo que estoy casada, ¡por Dios! Emma enarboló una sonrisa tanto de satisfacción como de encanto. Más se enervaba Regina, más ganas tenía de empujarla al límite. Después de todo ese tiempo alejada de ella, Emma no tenía la intención de abandonarla y

todas las acusaciones de Regina no la harían cambiar de opinión. Bebió un sorbo de su batido, apreció su sabor apenas dulce. — ¿Quieres que te recuerde cuántas personas casadas me han suplicado que las acompañase?— le preguntó ella Una vez más, acababa de conmocionar a Regina, a la que sentía cada vez más tensa — Sea lo que sea— añadió ella dejándose caer contra el respaldo de la silla — He venido a ver a la señora alcaldesa y no… Dejó que su mirada se paseara lascivamente por sus rasgos y su escote apenas sugerido en su blusa abierta. — ...a la sensual Regina Queen… Regina maldecía sus propios pensamientos, sus evocaciones, que venían ante esas pocas palabras. ¿Cómo era posible que Emma tuviera ese mismo poder sobre ella después de todos esos años y después de que Regina hubiera hecho de todo para olvidarla? De todas maneras se sintió intrigada por esas últimas palabras y preguntó — En ese caso, ¿qué quieres? Emma observaba minuciosamente las reacciones de Regina ante ella, sus intentos de retroceso. Regina no quería renovar los mismos lazos que se habían tejido entre ellas cuatro años antes y, ¿cómo culparla? Sin embargo, ellos permanecían intactos y Emma lo sentía desde hacía cuatro largos años. — Comprar un terreno en el que se encuentra un viejo almacén en el callejón Franklin no lejos del lago. Como pertenece a la municipalidad, debo hablar con la Alcaldesa…No me digas que no está a la venta, el propietario de ese almacén busca desesperadamente comprador desde hace tres años. Regina se quedó mirándola. Además de culparse por parecer débil ante Emma, la culpaba a ella por ser atrayente en toda circunstancia. Sin embargo, aunque su mirada la traicionaba, sus rasgos permanecían rígidos. — ¿Por qué quieres comprar un terreno aquí? Emma se enderezó, con la sonrisa en los labios, y apoyó los codos en la mesa antes de responder — Porque tengo proyectos…Soy nueva en la ciudad, deseo invertir en algún lado y Northfolk es tranquilo y propicio. Y no creo que la alcaldesa rechace mi oferta que está muy por encima del valor real de ese terreno. Regina no había apartado sus ojos de Emma durante esa larga explicación. Sabía qué terreno quería comparar Emma y ya no dudaba de sus medios después de saber quién era realmente ella. — Como alcaldesa, estoy en mi derecho de preguntarte cuáles son esos proyectos. ¿Residenciales, comerciales o privados? — Los tres a la vez— respondió Emma después de haber bebido otro poco de su bebida. Su expresión permanecía tan segura como insolente y encantadora delante de Regina — Pero la señora alcaldesa no está interesada en la vida privada de sus futuros inversores, ¿no? Evidentemente, Emma la estaba llevando a una trampa reenviándole esa

pregunta, pensaba Regina. Bebió un poco de su café y soltó la taza. — No imagino qué tipo de proyecto podrías tener en una pequeña ciudad como Northfolk. No hay nada aquí que te pueda interesar. Emma rio un momento y sacó una tarjeta del estuche que tenía alrededor de su brazo y la deslizó antes sus ojos — Hay muchas cosas que me interesan aquí— dijo ella levantándose — Pero eso, tú ya lo sabes. Llámame en cuanto recibas la oferta de compra. De todas maneras, estaré por aquí cerca. Regina la vio levantarse y alejarse hacia la salida. Su mirada se paseó sobre la atlética silueta ceñida en sus pitillos antes de que la puerta se cerrase. Cogió la tarjeta que tenía delante y pudo leer “AT Investiments” así como un número de teléfono. Sacó el suyo y tecleó antes de escuchar la voz de Emma al otro lado #Aún no has recibido mi oferta, preciosa Pero en el instante mismo en que otro estremecimiento la atravesó, Regina lamentó haber tenido que comprobar el número. Su mirada quedó posada en su taza, un instante de silencio en el que podía escuchar los ruidos de la ciudad provenientes desde el otro lado de la línea — No deberías estar aquí…No deberías haber venido. #Al contrario, yo creo que sí. Lo que te dije ayer, lo pensaba…Cometí una estupidez y tienes todas las razones del mundo para echármelo en cara y para no comprender lo que hice. Pero ahora estoy aquí y vas a tener que acostumbrarte porque no tengo intención de marcharme Regina lanzó una ojeada hacia los otros clientes, culpable, temiendo que estos pudieran ver en ella a la mujer infiel en la que se convertía en sus pensamientos ante las palabras de Emma. Desde el regreso de su ex amante a su vida, su mente se convertía en terreno propicio para todo tipo de conflicto interior donde luchaba consigo misma. Emma hacía renacer tantas emociones contradictorias, tana cólera, pero también tanta esperanza. Ella abdicó — Tendrás la autorización para el terreno, pero que sepas que no se vende, porque los trabajos de saneamiento te van a costar una fortuna.

***

En la calle, Emma esbozó una ligera sonrisa de victoria. Regina aceptaba su presencia en la ciudad, la autorizaba incluso a invertir y por consiguiente, a permanecer en Northfolk por un tiempo indefinido. De momento, era todo lo que deseaba aunque sus planes solo estaban en sus comienzos. Atravesó la calle y llegó a la entrada del hotel Somerset donde se alojaría los próximos días. Ya deseaba volver a ver a Regina, saborear de nuevos sus labios. Era así como las cosas transcurrían entre ellas, era así como siempre habían sido. — No importa— respondió ella — Prepara los papeles y avísame en cuanto estén listos, iré a firmarlos.

Se cruzó con algunas personas en el vestíbulo y llegó al ascensor mientras dejaba que a sus últimas palabras siguiera un silencio. — ¿Comemos juntas al mediodía? Escuchó un ligero suspiro al otro lado del teléfono.

***

Emma era completamente incorregible y Regina se culpabilizaba ante la sola idea de aceptar. ¿Por qué la tentaba de esa manera? Es más, Emma era sin duda la tentación encarnada, queriendo ponerla a prueba con todas esas alusiones, sus sobreentendidos, sus carnosos labios que impunemente había posado sobre los suyos. — No, tengo trabajo y tengo que colgar. ¡Buen día! Colgó y suspiró una enésima vez. No había querido dejar a Emma tiempo para que le hiciera otra de sus indecentes proposiciones. Su mirada bajó hacia su alianza, tantos compromisos hechos hacia ella misma para darse una vida mejor, menos atormentada y sin efusión de emociones. Pero una pregunta permanecía en el espíritu de Regina: si Emma se quedaba en la ciudad, ¿cuánto tiempo tardaría en irse? Porque Emma se iría, como siempre…

***

Durante toda la mañana, Emma se había ocupado en dar una vuelta por la ciudad. Había visitado el centro comercial casi tan grande como los de Nueva York. El chico de Regina no había hecho las cosas a medias, veía a lo grande. El lujo, las marcas famosas, los restaurantes, los cafés, las fuentes, la inmensa cúpula de cristal como techo, todo servía para abrir el deseo, impresionar y atraer a nuevas familias deseosas de instalarse en una ciudad rica. De regreso al centro, conoció al sheriff, Graham West quien la había abordado mientras tomaba el sol en un banco. Tras sus gafas de sol, observaba a la gente ir y venir, disfrutar de los soleados días cerca ya de las vacaciones. Según lo que había entendido, el sheriff West se había fijado en ella el día de la boda, después esa mañana en el café y había deseado darle la bienvenida. Como todas las pequeñas ciudades, los nuevos no tardan en hacerse notar, sobre todo si charlan con la señora Alcaldesa durante sus preciados desayunos en el café…De todas maneras, Emma no tenía la intención de pasar desapercibida, muy al contrario. Si sus planes salían como había previsto, su paso por la ciudad de Regina Queen daría que hablar. Después de su conversación el sheriff West, bastante encantador según apreciación de Emma, se había encaminado hacia el único gimnasio de Northfolk, llevado por Chris Scotfield y su hermana Amy.

Tan guapo el uno como la otra, tenían ese estilo de consumados atletas y debían atraer a los nuevos clientes, hombres o mujeres. La única diferencia que tenían era el color del pelo, Chris era rubio y Amy, morena. Además de su físico, su natural sonrisa y acogida había gustado a Emma, feliz de encontrar un gimnasio por los alrededores. Mientras rellenaba el formulario de pago, había aprovechado para hacer algunas preguntas, obtener información sobre la ciudad, sobre la Alcaldesa…La boda del día anterior había suscitado algunas conversaciones, había hecho correr ríos de tinta en los periódicos locales. Con toda evidencia, Regina sabía provocar el interés de sus conciudadanos. Malos o buenos, los comentarios sobre su unión con Jonathan Price no faltaban. Una pequeña ciudad no ofrecía, quizás, tantos servicios como las metrópolis, pero permitía hacerse una idea de sus habitantes bastante rápido. ¿Y quién no conocía a la señora Alcaldesa de Northfolk? Incluso Amy que parecía indiferente a la política, seguía de cerca la vida privada de Regina y sus reveses. De esa forma, Emma pudo conocer que su ex amante había atravesado un periodo “más bien difícil” según Amy, antes de conocer a Jonathan. Por supuesto, Emma no dudaba de lo que había causado esas dificultades y precisamente estaba en la ciudad para ponerle remedio. Pasado el mediodía, empujó las puertas del ayuntamiento. A esa hora, los empleados, las secretarias se preparaban para ir a comer. Con una bolsa en la mano, atravesó el vestíbulo, ascendió los escalones que llevaban a la planta de arriba y se vio llamada por una asistente detrás de una mesa. — Discúlpeme— dijo la joven — ¿Tiene usted cita? Emma posó sus ojos incrédulos en ella, era de lejos una sencilla ciudadana que quería una cita con la alcaldesa — No, pero… La joven se levantó y continuó sin dejarla terminar siquiera — Debe coger cita si desea ver a la señora alcaldesa Emma la miró un momento en silencio antes de pasar por su lado y empujar la puerta del despacho de Regina. La secretaria la siguió, enfadada por su insolencia e intervino sin tardanza. Emma ya había posado sus ojos en su ex amante, elegantemente sentada tras su hermoso escritorio. Vestida con una blusa abierta en su pecho, Regina desprendía una sensualidad a toda prueba. Sus labios carnosos, sus oscuros cabellos cayendo sobre sus mejillas, su oscura y autoritaria mirada en la suya evocaban mil indecencias. — ¡Señora, usted no puede!— gritó la secretaria, asustada La joven posó los ojos sobre Regina y se explicó — Lo siento, yo… — Todo bien, Emily. Puede dejarnos. — Bien, madame… Con expresión insegura la secretaria salió del despacho mientras que Regina se levantaba, las manos sobre la mesa, constatando una vez más la impertinencia de su ex amante. Vio cómo cerraba la puerta después de la salida de Emily, a continuación acercarse antes de dejar un paquete marrón delante de ella. Por supuesto, después de su carrera de esa mañana, Emma se había cambiado, se había adecentado antes de venir al Ayuntamiento.

Regina la vio quitarse su chaqueta y dejarla en el respaldo de la silla. Llevaba unos vaqueros de talle bajo y uno de sus tops que resaltaban sus formas atléticas, sus hombros de nadadora y sus brazos musculados. Regina, sin embargo, se esforzó en no dejarse ir en sus observaciones y preguntó con aire acusador — ¿Puedo saber qué haces aquí? Emma había cruzado esa mirada acusadora de su ex amante que se esforzaba más mal que bien en mantener las distancias. Pero sus furtivas ojeadas hacia su silueta le indicaban una incuestionable atracción. Abrió la caja sobre la mesa y sacó bandejas de sushis, sashimis y otros pedazos de pescado crudo… — Te alimento— respondió ella — Porque ya son las doce pasadas, y se supone que todo el mundo come a esta hora. Regina echó un vistazo al menú. Emma sabía, por supuesto, qué tipo de platos le gustaba y la comida japonesa era una de sus preferidas. Habitualmente, su único almuerzo consistía en un sándwich y un enésimo café durante una muy corta pausa de media hora. Emma le traía una comida de verdad y por la cantidad, había hecho lo que le había dado la gana, y le imponía un almuerzo para dos. Regina rodeó su escritorio, a pesar de todo, con apetito y comprobó de más cerca el menú elegido por su ex amante. No faltaba nada, ni siquiera el jengibre, la salsa de soja hasta una pequeña botella de zumo de piña natural. Regina lanzó una ojeada hacia Emma y volvió a hablar — ¡Eres un diablo! ¿Para qué me preguntaste mi opinión sobre comer contigo si después ibas a hacer lo que te diese la gana? La sonrisa de Emma reveló satisfacción y orgullo. Más la acusaba Regina, más ella se alegraba. Porque a pesar del rechazo que su ex amante se empeñaba en demostrar, esta aceptaba todo…o casi. — Por pura cortesía— respondió ella — Y porque sé lo que necesitas… Con Regina a su lado, a solo algunos centímetros, Emma no podía separar sus ojos de su cuerpo ceñido en esa pequeña falda recta y elegante. La señora Alcaldesa no había perdido sus encantos, su estilo chic y femenino. Ya miles de ideas germinaban en la cabeza de Emma, hundida en una contemplación cautivadora. — Tenías ganas de verme y yo tenía ganas de verte— añadió ella — Te habrás dado cuenta de que he esperado hasta la pausa del almuerzo… Hubiera podido visitarte antes si hubiese querido… Regina alzó los ojos de los platos y midió la repentina proximidad con Emma, que se había acercado. Su mirada encontró la suya, tan azul y seductora mientras su dulce aroma la envolvía. ¿Quería su ex amante que perdiera la cabeza cortejándola como lo estaba haciendo desde su regreso? A su pesar, su voz salió cálida y baja en otro intento de acusación. — Exageras Miss Nollan Por el solo tono de su voz, Emma supo todo el efecto que su cercanía creaba en Regina. Su mano tomó la suya y la acercó hasta que sus cuerpos se encontraron uno pegado al otro. El calor aumentó en un momento. — Siempre— dijo ella, provocadora

Esta vez, Regina era presa de sus estremecimientos, por los audaces asaltos de Emma, su mirada irremediablemente atraída por la suya. Su ex amante usaba todas sus armas para debilitarla. Ella iba demasiado lejos y Regina no podía defenderse frente a esos encantos. Su cuerpo contra el de ella, ¿cómo podía luchar? Estaba rodeada por un dulce y familiar calor. Este se insinuaba en su vientre, sus pulmones atrapados por el olor de Emma tan cerca de ella. Sucedió lo que tenía que suceder. Regina cedió a las provocaciones incesantes de los carnosos labios de Emma bajo esos ojos resplandecientes. Los suyos se posaron en los otros, primero prudentes, febriles antes de presionarlos en un beso más profundo. Un ligero suspiró reveló esas palabras no dichas, mientras que su mano iba hacia su mejilla para reencontrar la dulzura de su piel. — Eres el diablo— repitió ella sobre sus labios. Esta vez, Emma estaba obteniendo todas las respuestas a sus preguntas. La menor duda se evaporó porque, sobre sus labios, reconoció la huella incandescente de un deseo febril e incontrolable. Perfectamente similar al que había conocido cuatro años atrás. Regina se inflamaba, sucumbía a sus tentaciones, se acordaba de sus numerosos encuentros carnales. Ese beso profundizado, esos pocos suspiros confesados no fueron sino autorización y entera aprobación para una tórrida continuación. Sus labios capturaron los suyos, jugaron con ellos, mientras que una mano abría los botones de su blusa. Si Regina se esforzaba por mantener la distancia fuera de ese despacho, con la puerta trancada, dejaba vía libre a sus deseos enterrados, expresaba la amplitud de lo que era ella en su profundo interior. Una mujer de formidables encantos, apasionada e irresistible, dispuesta a cometer locuras cuando un sentimiento, uno de verdad, se cruzaba en su camino… Emma, finalmente, había comprendido todo eso. Esos cuatro años lejos de ella, de su ex amante, la habían afectado tanto que no había tenido otra solución que admitir sus emociones más poderosas que ella misma. Así que el deseo se transformaba en una necesidad, la atracción en una fuerza indestructible, el apego, en una razón de vivir. Regina había poblado sus noches, sus días, alimentado una abnegación sin límites que la había empujado a reaccionar, a actuar. Y una señal la había traído derecha a Norrhfolk, como una llamada inconsciente de un corazón dejado al abandono, en búsqueda de nuevos latidos. Con un gesto, apartó todo lo que se encontraba en el hermoso escritorio de la señora alcaldesa. El calor era ahora mismo asfixiante. Su top había desaparecido de su cuerpo bajo las apresadas manos de su amante, su cintura abierta a mitad. Su naturaleza no había cambiado, no se había transformado bajo la excusa de haber encontrado a su otro. Emma seguía siendo Emma, desesperadamente subyugada por Regina, presa de eternos deseos cuando se cruzaba con su oscura mirada. La levantó, la sentó en la mesa sin separar sus labios sedientos por la fiebre. Por primera vez desde hacía cuatro años, se volvían a encontrar y Emma sabía perfectamente lo que deseaba: hacer el amor, volver a sentir esas emociones excepcionales, el tormento de un placer absoluto e incontrolable. Deseaba a Regina y nada ni nadie, nunca, callaría ese sentimiento fuera de razón. Ya no había drogas,

ni alcohol, ni escort. Nada más que una mujer que había vuelto por aquella que ocupaba sus sueños, cada uno de sus pensamientos hasta hacer latir su corazón ante el solo recuerdo de su sonrisa. Sus manos subieron su falda hasta sus caderas. Colocada entre sus muslos, Emma se abandonaba al deseo, a la locura que alimentaba Regina. Ella escuchaba a sus emociones, esa atracción delirante, esa furiosa locura que crecía cada vez que Regina posaba sus manos en ella. Las suyas partían al descubrimiento de sus formas aún vestidas. Su perfume la embriagaba, suscitaba aún más audacia, sugiriéndole mil tentaciones. Poco importaba lo que vendría, poco importaba el después y la realidad de su vida en el presente. Los hechos, las sensaciones existían y estaban bien presentes. Labios contra labios, Emma buscaba su aliento. El oxígeno faltaba. Uno de los numerosos síntomas, señal de su unión con Regina Queen. Porque nadie había tenido tal impacto sobre ella. Ninguna mujer había suscitado tanta emoción. Su mano, apresurada y febril, arrancó finalmente el tanga de su amante. Tenía que poseerla de nuevo, arrancarle esos delicados suspiros, prueba de una reciprocidad, sin embargo, confirmada. Necesitaba verla, escucharla, sentirla. Saber que aún le pertenecía, que el tiempo no había hecho estragos en su pasión. Sus dedos acabaron por encontrar su tesoro, se posaron sobre su intimidad y obtuvieron todas las respuestas esperadas. — Eres mía, Regina…— murmuró Emma en un temblor. Regina no había podido olvidar la intensidad de esa fiebre que volvía a tomar posesión de ella. Solo Emma era capaz de hacerla nacer, poderosa, incontrolable y fuente de una ebriedad única. Con el aliento entrecortado, ardiente, en búsqueda de un poco de oxígeno, había cortado el beso, su mirada morena hundida en la azul de Emma. ¿Cuántas veces había tenido ese sueño en el que Emma volvía a su vida, la besaba, le hacía el amor y tomaba posesión de todo su cuerpo? Ante el placer de su cuerpo, Regina era consciente de que no estaba soñando. Sus dedos se cerraban sobre la mejilla de Emma en una lenta y sensual caricia. Ya no era cuestión de luchar, sino solo exaltación y abandono. Los sentimientos que la habían devorado cuatro años antes volvían a poseerla en detrimento de toda razón. Jonathan, su matrimonio, la tortura sufrida durante se separación, todo eso ya no existía. Solo Emma, sus labios, su perfume y sus caricias subsistían. Ella abdicaba, suspiraba a su amante todo el éxtasis que ella le hacía sentir. Hasta que un delicioso orgasmo la atrapó, la hizo temblar antes de acallar un último suspiro contra los labios de Emma. Los suyos se deslizaron por su piel, hasta su cuello donde su rostro tantas veces se había cobijado. La calma volvía poco a poco a ella, alrededor de ella y Regina tomaba también conciencia de la realidad y de lo que acababan de hacer. Subió su rostro, las mejillas aún enrojecidas por el placer mientras que su mano relajaba su agarre en la nuca de Emma, deslizándose por su robusto hombro. Regina se daba cuenta de su error después de hacer cedido, sucumbido a la tentación. Su mano llego al torso de su amante y su mirada se detuvo en un arañazo dejado por sus uñas cuando se había aferrado a ella. — Yo…lo siento por esto…

Emma no lo sentía. Esa huella sobre su piel testimoniaba el placer y el orgasmo de Regina. Prueba evidente de un deseo para nada contenido, ese arañazo marcaba su cuerpo como lo habían hecho sus labios, sus manos. Con su mirada resplandeciente sobre el rostro de su amante, Emma no dejaba de observarla, de saborear ese instante de después, esos minutos que seguían a su real reencuentro. Una ligera sonrisa estiró sus labios y sus ojos se posaron en el tanga rasgado dejando sobre la mesa. Con la punta de su índice, lo levantó y respondió — Estamos empatadas… Con una chispa de concupiscencia en su mirada, Emma volvió a hablar — Vas a tener que terminar el día sin tu tanga…Y yo voy a tener que asegurarme de que nadie traspase esa puerta… Regina estaba aún confusa. Vio a Emma meter sus bragas en el bolsillo de sus vaqueros y sintió cómo bajaba su falda mientras que ella reajustaba su blusa abierta en su pecho. Le había hecho a Jonathan lo que Rebecca le había hecho a ella. Lo había engañado, real, completa e intencionalmente… Y lo peor era, sin duda, que no lo lamentaba. — Lo que acaba de pasar, Miss Nollan— dijo ella — No deberá volver a producirse… Su voz extenuada no parecía hacer creíbles sus palabras, que querían ser vengativas. Vio la sonrisa bromista de Emma y la acusó una enésima vez — ¡Emma! Hablo en serio…Tú…nosotras…¡Estoy casada! Emma abrochó su cinto, abierto en su cintura, y no pudo evitar emitir una pequeña carcajada divertida ante las palabras de su amante. Después de haber hecho el amor, lo que ella había leído en los ojos de Regina, sin ninguna duda, era su apego… — No por mucho tiempo— respondió ella de forma insolente Elevó sus brillantes ojos hacia Regina. Esta no había bajado de la mesa donde permanecía sentada — No he vuelto para que me uses como un juguete sexual, cariño…Aunque lo adoro. Regina se había preparado para responder a otra réplica descortés, pero ese apelativo más íntimo que Emma acababa de darle la dejó sin voz. Su mirada intentaba sondear la suya, encontrar en ella todas las respuestas a sus incertezas y sus dudas profundamente arraigadas en ella. Regina se acordaba de que Emma le había pedido que dejar a Jon, pero en ese momento lo había creído una broma pesada, un juego malsano. Ahora, en ese instante, deseaba creer en la sinceridad de Emma. Se levantó, desconcertada, y reajustó el cuello de su blusa dándose cuenta de que durante todo el día estaría sin ropa interior. Miró su reloj, dándose cuenta también de que el regreso de Emma la distraía de nuevo de sus obligaciones profesionales. — No puedes quedarte…Tengo una reunión en menos de veinte minutos y debo preparar varios expedientes antes de la llegada de mi cliente. Emma rodeó la mesa y cogió la agenda de Regina que había acabado en el suelo después de su rápida limpieza. Pasó la página, dio con la del día siguiente y anotó algunas palabras.

— Voy a dejarte, pero mañana, tienes cita conmigo… Volvió a ponerle el tapón al bolígrafo y alzó los ojos hacia su amante. Se deleitaba en recordarle lo que acababa de pasar sobre su escritorio de la alcaldía, sintiendo un evidente orgullo. — Tranquilízate, no será solo para tu placer— añadió ella Se acercó a ella y depositó un dulce beso en sus labios que la hizo estremecer. — Ahora te dejo tranquila. Regina se abstuvo de retenerla, de prolongar el beso. Porque se conocía, sabía cómo podía volver a hacerse dependiente de Emma si volvía a dejarse ir. Vio cómo esta se agachaba para recoger algunos bolígrafos, documentos y la ayudó a recoger también las bandejas de sushi aún en sus envoltorios de plástico. Se alzaron y Regina alisó su falda. — Bien…Entonces si has acabado… Pero Emma la interrumpió posando otro beso en sus labios, otro contacto que cortó su frase y al que no pudo resistirse por los dulces escalofríos que volvían a invadirla. Su mano viajó hasta la parte alta del torso de Emma, decidida a hacer que parara esa deliciosa tortura. — Miss Nollan…— murmuró ella sobre sus labios Ella se obligó a retroceder, su mirada oscura, brillante, aún traicionando sus emociones al escrutar los atrayentes rasgos de Emma. — Vas a hacer que me retrase— acusó ella — Mejor— provocó Emma— Sabrán hasta qué punto soy importante cuando venga la próxima vez… Ella le guiñó un ojo acompañando el gesto con una encantadora sonrisa. Después cogió su chaqueta de la silla y se la puso. — De todas formas, nos llamamos y piensa en los papeles de venta de mi terreno…Estoy en el hotel Somerset si me necesitas. Se alejó hacia la puerta, pero antes de dejar el despacho, no pudo evitar girarse hacia Regina para mirarla por última vez. — Estás de muerte con esa falda… Regina la vio salir y cerrar la puerta y se dio la vuelta, la mirada en el vacío. Había cedido, se repetía. Los límites acababan de ser franqueados, sobrepasados aunque sabía que Emma ocupaba todas sus reflexiones y sus pensamientos desde su regreso. Ese patinazo y ese encuentro no habrían podido ser evitados, intentaba ella tranquilizarse, sobre todo si Emma no dejaba de acosarla. Después de todo, Emma sabía que ella estaba casada, Regina le había pedido que se fuera, que dejara la ciudad, incluso había rechazo su invitación para comer. Pero Emma no hacía sino lo que le daba la gana, se había obstinado en acosarla y Regina se había encontrado acorralada de improviso. Se sentó en su sillón, preguntándose dos cosas, la primera, ¿cómo lograría sacar adelante su reunión en tales condiciones? Y la segunda, ¿debería decirle a Jon quién era Emma y lo que había pasado entre las dos ese día?

***

Regina había vuelto a casa a media tarde, incapaz de concentrarse en el trabajo que estaba haciendo. En cuanto llegó, se puso a preparar la cena. Cocinar le permitía pensar mejor, ordenar sus pensamientos, y Dios sabe que eran numerosos desde que se había separado de Emma. Se torturaba la mente desde hacía horas preguntándose cómo confesaría esa verdad a Jon. Mentirle sería insoportable, pues ella no sabía hacerlo y su malestar se haría más evidente. Así que, quizás una buena cena haría que la perdonase, intentaba convencerse. Solo que, ¿qué hombre perdonaría a su mujer haberle engañado al día siguiente de su boda? Era algo imperdonable. Se había convertido en una auténtica zorra, ese tipo de mujer que ella siempre había criticado y detestado. Como cada noche, Jon volvió alrededor de las siete. Regina terminó de poner la mesa mientras que él subía a ducharse y cambiarse. Puso una buena botella de vino tinto, ansiosa, y lo vio volver con la sonrisa en los labios. — ¿Me lo parece o has preparado tu sabrosa ternera a la bourguignon? — No es cosa tuya— respondió Regina Ella lo vio sentarse y puso el plato sobre la gran mesa de madera que presidía el salón. Sirvió los platos, uno a uno, él, el vino y lo degustó. Un ritual, una rutina a la que estaban acostumbrados desde que Jon vivía con ella. — Este vino está delicioso— remarcó él — Como siempre— respondió Regina Ella se sentó y desdobló su servilleta sobre sus muslos, incómoda. Emma poblaba su mente hasta tal punto que tenía la impresión de aún oler su aroma sobre ella. — ¿Entonces?— dijo Jon — ¿Cómo ha ido tu día? — Muy bien— respondió Regina — ¿Y el tuyo? — A la perfección. Tenemos en mente una ampliación del centro comercial. Varias marcas de ropa de alta costura se han puesto en contacto con nosotros para presentar un proyecto. — Bien— dijo Regina — Está muy bien. Comieron, el ruido de los cubiertos resonando en el salón. Regina se repetía mentalmente lo que tenía que decir, pero parecía no encontrar las fuerzas. Así que como las otras noches, permanecía la calma. Jon y ella intercambiaban algunas miradas, algunas sonrisas. Regina se esforzaba en apartar de su mente los recuerdos de Emma, de sus momentos compartidos ahí, en Nueva York o en la isla del Cisne. Cada instante lo comparaba con este, anodino, en el que vivía desde hace meses en compañía de ese hombre encantador y amable que le había pedido matrimonio. ¿Por qué había dicho “sí”? se preguntaba ahora Regina. Y tenía las respuestas. Jon le había permitido recobrarse. Él la cuidaba, era amable, poco exigente y la respetaba. Además Jon nunca hacía preguntas descorteses o incómodas sobre su pasado. No era ni arrogante, ni pretencioso, ni orgulloso o

insolente. La evidencia era tal que Regina no quería admitirla. Ella se aburría. Saber que Emma estaba en la ciudad mientras ella estaba sentada ahí, en su casa, en esa pequeña nueva vida confortable, sin historia, con su marido, la desesperaba. — Me he acostado con una mujer— lanzó ella súbitamente Jon comenzó a toser, pues se había atragantado con su bocado. Se recobró, tragó un poco de vino y miró a Regina con expresión perpleja. — ¿Tú qué? Regina no se lo podía creer y estaba fuera de toda cuestión que repitiera esa confesión completamente loca. — Has escuchado muy bien. Jon se tomó un breve instante constatando la expresión firme y seria de su mujer. Al cabo de un momento, sonrió. — ¿Sabes? Todos hemos hecho cosas de las que no estamos muy orgullosos. No dudo que hayas podido tener experiencias poco normales antes de nuestro matrimonio. Regina suspiró dulcemente y apoyó los codos en la mesa, sus manos cruzadas ante ella. Jon no parecía querer comprender y la obligaba a dar detalles. — Emma, la joven que vino a nuestra casa…Era mi amante. Jon siguió comiendo, para nada perturbado con esas palabras. — Un joven muy guapa. ¿Qué edad tiene? Regina entrecerró los ojos. Sabía que Jon era amable, pero, ¿estaba fingiendo que no comprendía o ella no era lo suficientemente clara? — ¡Da igual su edad, acabo de decirte que me he acostado con ella, Jon! Esa vez, su marido se tomó un momento para pensar, el tenedor estático delante de sus labios. Lo dejó sobre el plato, su cara mostrando curiosidad. — Pero, fue hace tiempo, ¿verdad? Regina se sentía esta vez más incómoda. Culpable, lo era, consentidora, aún más. — No… Un corto silencio se hizo, Jon manteniendo sus ojos posados en su mujer después de esa breve respuesta. — No— repitió él — No, ¿qué? ¿De cuándo es esa aventura? Regina se levantó y dejó su servilleta sobre la mesa. Su estómago estaba hecho un nudo de lo nerviosa y ansiosa que estaba por las preguntas de Jon. Esa noche no conseguiría cenar. — Da igual a cuándo remonta — replicó ella Jon se levantó también al verla dirigirse hacia el bar. — ¡Gina!— la llamó — ¿Qué haces? ¡Háblame! Dime qué está pasando… Regina se sirvió un vaso de whisky. Una mala costumbre que sin embargo había dejado cuando sus botellas se habían convertido en las primeras cómplices de su malestar. — Amé a esa mujer— confesó ella. Elevó sus ojos marrones hacia Jon que la miraba y esperaba la continuación de su confesión. Él se acercó a paso lento y habló al verla silenciosa. — Ok, pero es una mujer— dijo él con expresión tranquilizadora — ¿Qué

intentas decirme, querida? ¿Quieres invitarla a nuestra casa? Quiero decir, ¿querrías que nosotros…? — ¡No!— lo interrumpió Regina comprendiendo las deducciones de su marido. ¡No! — Entonces, ¿qué? ¿Estás incómoda porque está en la ciudad y a ella le gustaría volver a verte? Sobre ese punto, Jon no andaba equivocado, pensó Regina. Tomó un sorbo de su whisky, dejando que el alcohol de color ámbar se deslizara por su paladar. Ya no sabía si debía seguir con esa conversación, ni siquiera sabía con qué fin la había comenzado. Su mirada bajó hacia el contenido de su vaso y admitió ante la evidencia — Pensaba hacer pasado página, pero todavía siento algo por ella… Jon no supo cómo tomar esas palabras, pero respondió — Puedo comprender que tengas ciertos deseos. No me opondría a que tengas una aventura con esa mujer si es para satisfacer ciertas fantasías. Regina lo miró, el ceño fruncido. ¿Por qué su esposo no reaccionaba de manera más virulenta? ¿Por qué no estaba enfadado? ¿Por qué la única emoción que ella leía en su rostro era una extraña confusión? — ¿Ahora podemos acabar esta conversación en la mesa y cenar?— preguntó él Regina estaba sin voz. Ni siquiera encontraba las fuerzas para enervarse, para sacudirlo, para decirle que reaccionase. Sabía que Jon estaba prendado, locamente enamorado de ella, pero ¿ese amor no encontraba ningún límite, ni siquiera los celos? Regina nunca hubiera soportado que Emma le confesara algo como esto, se tratase de un hombre o de una mujer. — Yo…Subo a tomar un baño— replicó ella — Puedes servirte más si quieres, quitaré la mesa más tarde. Sin añadir nada más, pasó por su lado y desapareció hacia las escaleras. Era incapaz de seguir esa conversación alrededor de una copa de vino como si se tratase de un tema cualquiera. Jon no parecía darse cuenta de la amplitud de su confesión. Él no veía en ello sino fantasías o una extraña perversidad. Ella no podía admitir que él pudiera empujarla al adulterio, a “satisfacer” ciertas pulsiones. Lo que Jon no parecía discernir era que los sentimientos de Regina no tenían nada que ver con el sexo. Ella había reunido el valor para hablarle, para admitir aquello a lo que se negaba. Parecía que no había servido para nada si no era para animarla por ese camino. Porque si se tomaba las palabras de Jon al pie de la letra, podría traicionarlo impunemente pretextando satisfacer algunas fantasías sexuales. Pero Regina no era así y detestaba lo que había hecho, lo que aún deseaba hacer. Pues a Emma la tenía en la piel, su mente invadida por ese rostro, su mirada, su sonrisa…Había pasado tantos años recuperándose de su imagen, de su necesidad de tenerla junto a ella. Emma era como una droga dura de la que uno se vuelve dependiente desde la primera dosis. Y Regina había cometido el error de probarla una segunda vez. Emma era la tentación, la encarnación de todo lo que ella amaba en una mujer, con su maravilloso lado masculino atrayente y excitante. Y en comparación, sabía

cuál era el lugar de Jon en su vida, en esa casa, en su cama. Cierta vergüenza la invadió al recordar las razones que la habían empujado a aceptar ese matrimonio de “seguridad sentimental”. Esa elección no era suya y Regina ya no se reconocía. De pie, delante de la puerta del cuarto de baño, su mirada se quedó en el vacío un instante, después, finalmente, dio media vuelta y bajó al salón donde Jon aún estaba en la mesa. Había encendido la tele que daba las noticias nacionales. — ¿Jon? — Un instante, querida, hablan de las próximas elecciones, ven a sentarte… Pero Regina no escuchaba. Esa pequeña cosa que la había empujado a volver a ver a su marido no tenía nada que ver con una necesidad de redimirse… — ¿Jon?— lo llamó otra vez Este bajó el sonido y miró finalmente a su mujer — ¿Qué pasa? — Me voy… Jon dejó su vaso de vino después de haber bebido un poco y preguntó — ¿A esta hora? Pero, ¿a dónde vas? Regina en realidad no sabía, pero se daba cuenta de repente que le era inevitable para ella marcharse, dejar ahora esa casa. Era incapaz de compartir esa noche con su marido. — Te dejo— dijo al fin — Yo…lo siento… Ella se giró y caminó hacia la entrada donde se encontraba su bolso. Aún sentado, Jon se quedó petrificado, asombrado, antes de levantarse y precipitarse hacia ella. — ¡Regina! Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué me estás contando? La atrapó suavemente por el brazo mientras se estaba poniendo su chaqueta. — ¡Regina!— insistió — Háblame Esta lo miró un instante, imaginando lo que hubiera podido sentir si Emma hubiera pronunciado esas palabras cuatro años antes. “Te dejo, lo siento”. Todo su mundo seguramente se hubiera derrumbado, con sus sueños, sus esperanzas, pero seguramente hubiera vivido los cuatro años últimos más libre, menos herida por las cicatrices que se negaban a cerrarse. Así que dejar a Jon era la única solución. Hacerlo sufrir, una vez por todas, para que tenga la oportunidad de recobrarse, de construir una familia, un hogar, sin pensar que un día ella pueda realmente amarlo. — Te dejo— repitió ella— No te amo…Estoy realmente afligida, Jon. Me voy algunos días, me gustaría que te marcharas de aquí al final de la semana. Ella lo vio estático. Su mirada perdida le partió el corazón, pero Regina sabía que estaba tomando la decisión correcta. Así que ella retrocedió, abrió la puerta, y dejó su casa sin darse la vuelta, antes de alcanzar su Mercedes negro. No esperó para arrancar, alejarse de sus errores, de Jon que no había pedido nada. Por haberlo sentido, Regina sabía el dolor que le estaba infligiendo, pero cuanto más esperara, más dolorosa sería la inevitable separación.

***

En su habitación, en el Somerset, Emma había esparcido los documentos sobre la mesita que estaba frente al sofá. Su habitación era un caos por falta de sitio. El espacio no faltaba, dos piezas ofrecían todo la comodidad necesaria, pero Emma daba vueltas como un león enjaulado. Sus ropas estaban desperdigadas por aquí y por allí, en los sillones, en la cama, en los respaldos de las sillas alrededor de la mesa. La música animaba el ambiente. Northfolk era una pequeña ciudad y la cantidad de distracciones no eran abundantes aunque las vacaciones se aproximasen. Vestida con un simple top y un pantalón de tela, mantenía su mirada en los planos abiertos sobre la mesa, después en los balances, el presupuesto. Sus proyectos, de los que había hablado a Regina, existían realmente. Porque tenía que tener un plan si deseaba instalarse en ese pueblo, tener tiempo para reconquistar a su amada…Y esta ocupaba todos sus pensamientos, sobre todo desde su impulsivo y salvaje encuentro sobre el escritorio de la alcaldía. Mientras pensaba en ello, una sonrisa se dibujó en su rostro. Le había hecho el amor a la señora Alcaldesa, sobre su propio escritorio, a escondidas de sus empleados y a pesar de ese ridículo matrimonio… Se terminó su vaso de vodka, mordió la rodaja de limón y se levantó cuando oyó que tocaban a la puerta. El empleado del room-service se ganaría la noche con ella y sus suculentas propinas. Por tercera vez en lo que iba de noche, había llamado a recepción para hacerse subir algunos dulces… Pero cuando abrió la puerta esta vez, su expresión dejó ver toda la sorpresa. Una muy agradable sorpresa fue ver a Regina Queen frente a ella, con una mano aferrada al asa de su bolso. No pudo evitar alegrarse, sonreír. — Señora Alcaldesa— dijo ella — ¿A qué se debe esta sorpresa? ¿Ganas de otra pausa para comer? Regina no pudo evitar mirarla de arriba abajo. Contemplarla sería la palabra adecuada. Una vez más, su mente comparaba lo que había vivido con Emma, lo que sentía estando frente a ella con lo que nunca había percibido en presencia de Jon — Dímelo— dijo ella — Dime que te vas a quedar y que has vuelto por mí… Emma recobró su expresión seria ante ese repentina petición. Si Regina estaba delante de su puerta a esa hora, es que había escapado de su hogar de mujer casada para ir a verla…Algo le murmuraba para que esta vez no bromease ni se tomase ese momento a la ligera. La expresión de Regina parecía tan confusa, casi desesperada. Ella extendió el brazo, le tomó la mano y la atrajo hacia ella para hacer que pasara al interior. Cerró y posó sus ojos sobre ella. — He vuelto por ti, Regina, y lo sabes. Con un gesto delicado, le apartó los cabellos de su mejilla y volvió a hablar — No voy a marcharme a menos que vengas conmigo… Regina escrutaba sus ojos azules, se estremecía ante la simple sensación de sus manos en las suyas. Su corazón latía velozmente, fuerte, por Emma,

como siempre lo había hecho. — Quiero un hijo— respondió ella — ...Y quiero casarme con un hermoso vestido blanco. Emma frunció el ceño ante esas condiciones anunciadas por su amante y acabó por recobrar la sonrisa, encantada. Eso se lo había esperado, se acordaba perfectamente de los deseos de Regina cuando había conversado cuatro años antes. Y cuatro años más tarde, no habían cambiado. Lo que había cambiado eran las reacciones de Emma frente a esas demandas, a esas exigencias formuladas con claridad. El calor de su cuerpo ascendía y ya no se trataba de angustia o confusión, solamente excitación y quizás algo de aprehensión. — ¿Eso es todo?— acabó por responder Sin soltar sus manos, Regina estuvo un momento en silencio. ¿Era todo? Ya no lo sabía, pues esa noche todo parecía precipitarse. — De momento, sí… Emma sonrió ante la evidente turbación de Regina. Se acercó a ella, deslizó la punta de sus dedos por su rostro, tomándose el tiempo de observarla cuidadosamente. Ese momento a solas, al abrigo de miradas despertaba esas mismas sensaciones sentidas cuatro años antes. Sin embargo, todo era calmo, lejos de la furiosa pasión aterradora que la había devorado para finalmente hacerla huir. — De acuerdo— aceptó ella — Pero voy a pedirte que te divorcies antes si quieres tu vestido blanco. Otros escalofríos se mezclaron a los primeros ante esas sencillas caricias por parte de Emma. Regina se estaba dando cuenta de que su amante no huía antes sus requerimientos, a sus condiciones necesarias e indispensables para su propio equilibrio. Su mano se soltó de la suya para ascender a su mejilla, reencontrar la suavidad de su piel contra su palma. Aún y para siempre, todo su ser reaccionaba a la proximidad de Emma, a sus aromas, a su cuerpo al que el suyo acababa de aferrarse. — Lo he dejado— dijo ella con voz baja — No hagas que me arrepienta, Em’ Emma no había escuchado sino las primera palabras de su frase. Palabras que no hicieron sino aumentar su atracción por Regina. Ahora pegada a ella, podía apreciar plenamente su regreso, el contacto de su mano sobre su mejilla, esas ganas locas de besarla. Sus labios obedecieron a sus ideas y se posaron sobre los de ella en un beso a la vez tierno y sensual. — ¿Es una amenaza?— murmuró ella Regina suspiró, exasperada y encantada a la vez por la increíble arrogancia de la que su amante hacía gala. Retrocedió un poco, su mirada oscura y brillante clavada en la suya — No bromeo, Miss Nollan. — ¿Qué más te hace falta?— le preguntó Emma con un pequeña sonrisa — ¿Que firme un contrato diciendo que nunca te dejaré, que nunca me marcharé? Ese tipo no está hecho para ti, ¿cómo puedes lamentar haberlo dejado? Regina frunció el ceño. Daba igual que Jon estuviera o no hecho para ella. — ¡Es un bueno hombre, me ama!

— ¿Y? lanzó Emma espontáneamente — Lo importante no es lo que él siente por ti, sino lo que tú sientes por él. — ¡No!— replicó Regina — ¡Lo importante esta noche es lo que tú sientes por mí! Regina era increíble, pensó Emma. Esta acababa de aceptar sus condiciones sin pensar, sin sombra de duda y ahí estaba Regina casi amenazándola para que no diera un paso en falso o si no, volvería con su boy — Te amo, Regina, ¿te vale como respuesta? ¿Es suficiente para ti? Regina no había apartado sus ojos de ella mientras un significativo silencio se instalaba. Esas palabras, las había esperado, deseado tanto. Y finalmente Emma las pronunciaba y claramente había tomado la decisión más importante de su vida. Se acercó más a ella en señal de rendición y su mano se posó sobre su pecho. — Es un buen comienzo— dijo con voz más tierna Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, sus dedos se deslizaron hasta la nuca de Emma. — ¿Puedo de verdad pedirte lo que quiera? Emma suspiró en silencio. Los gestos y la mirada de Regina sobre ella la embriagaban como antes. Nada en su interior había cambiado. Ella sencillamente controlaba sus sensaciones, las fuertes e intensas emociones que ardían en su interior. Había acabado por comprender, después aceptar antes de encararlo. Era así como ella funcionaba, aparentemente, porque nunca había amado antes de Regina Queen. No tenía ninguna noción de historias de amor, de una vida de pareja, pero sentía a Regina en cada latido de su corazón. — Prueba a ver— respondió ella, con resplandeciente mirada Regina tenía mil y una ideas que poblaban sus numerosos deseos colmados de lujuria. La comisura de sus labios desapareció entre sus dientes, su mirada se paseaba por sus dedos que se deslizaban dulcemente por la mandíbula de Emma hasta su mentón. Acariciaron su garganta, descendieron hasta su torso, rodeando la tela de su apretado top. — Podrías por una vez dejarme tomar las riendas Su mirada ascendió hacia la suya, más maliciosa. — Literalmente hablando. Emma hubiera apostado su fortuna a esa respuesta. Regina esperaba eso desde hacía cuatro años. Algo que Emma nunca había cedido a nadie, su cuerpo, su intimidad, lo que realmente ella era. A pesar de lo que había hecho en el pasado, de los innumerables encuentros amorosos compartidos con diferentes compañeros, nunca se había entregado. Porque había una brecha entre acostarse y hacer el amor. Y bajo los dedos de Regina, su piel temblaba, su cuerpo ya reclamaba lo que iba a venir, ávido, privado desde hacía mucho tiempo de un placer verdadero y auténtico. — ¿Quieres hacerte cargo de mí?— replicó ella, un chispa de desafío Se inclinó hacia ella y capturó sus labios en un nuevo beso. La temperatura ambiente no dejaba de aumentar. — De acuerdo…— cedió — Haz lo que quieras con tus manos…No las detendré.

Regina sintió un dulce calor apoderarse de ella y continuó el beso que Emma le ofrecía. Quería creer en su sinceridad, se repetía, no había vuelto a su vida después de cuatro años solo por una noche. Así que en ese instante, como en todos los otros que habían compartido, ya no era el momento para hacerse preguntas.

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