Escolar, Cora y Besse, Juan - Epistemologia Fronteriza
April 18, 2017 | Author: Anatoly Karpovin | Category: N/A
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EPISTEMOLOGÍA FRONTERIZA Puntuaciones sobre teoría, método y técnica en ciencias sociales
Cora Escolar y Juan Besse Coordinadores
Cora Escolar Epistemología fronteriza. - 1a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2011. 192 p. ; 23x16 cm. - (Lectores) ISBN 978-950-23-1785-4 1. Epistemología. I. Título. CDD 121
Eudeba Universidad de Buenos Aires
1ª edición: 2011
© 2011 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economía Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202 www.eudeba.com.ar
Imagen de tapa: Pangolín de Pablo Besse. Diseño de tapa: Troopers Corrección general: Eudeba
Impreso en la Argentina Hecho el depósito que establece la ley 11.723 No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopias u otros métodos, sin el permiso previo del editor.
Entre la singularidad del ejemplo y la generalidad de la sentencia, los relatos hacen su camino. Entre lo histórico y lo no histórico, lo que viene de un mundo anterior al hombre encuentra con qué excavar su agujero y nidificar en los bordes del vacío, de la fusión, en la frontera de la disgregación, del lenguaje, del tiempo y del pensamiento. Pascal Quignard. Retórica especulativa
ÍNDICE
Presentación. Investigar en la frontera Cora Escolar y Juan Besse..............................................................11 Capítulos 1. Pensar en/con Foucault Cora Escolar.....................................................................................21 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como método en Michel Foucault Luciana Messina y Lisandro de la Fuente........................................33 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales, entre la aplicación y la extensión Juan Besse.........................................................................................49 4. La teoría menor, el tiempo histórico y la práctica simbólica compartida Cora Escolar.....................................................................................85 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto de investigación: las costuras de Frankenstein o un entre-dos que no hace dos Juan Besse............................................................................................ 93
6. Método: notas para una definición Cora Escolar y Juan Besse.............................................................115 7. El encuadre teórico-metodológico de la entrevista como dispositivo de producción de información Luciana Messina y Cecilia Varela...................................................125 8. La “gestión de datos” como proceso de toma de decisiones Cora Escolar...................................................................................137 Incursiones bibliográficas: comentarios de lectura Pensar la construcción. Un comentario sobre Arquitectura plus de sentido Juan Besse.......................................................................................147 Un lugar para los estudios de la vida cotidiana Cora Escolar y Analía Minteguiaga...............................................155 Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo estructural. Figuras y paradigma de Jean-Claude Milner Juan Besse.......................................................................................165 Simmel con Lacan. Un comentario de Lacan lector de Simmel: una extraña alianza de Paul Vanden Berghe Juan Besse.......................................................................................175
AGRADECIMIENTOS
Los escritos que constituyen este libro encontraron su enhebrado gracias al trabajo docente en las materias de epistemología y metodología de las ciencias sociales, en el nivel de grado y posgrado, tanto de la UBA, de la UNLa, como de otras instituciones universitarias. El seminario interno de las cátedras de Epistemología y Metodología de la carrera de Geografía de la UBA, llevado a cabo al alba de cada jueves de 2003 en la mesa redonda de Las Violetas y cada miércoles de 2004 en la ovalada de la Reina Kunti, ha sido el reavivo para pensar la enseñanza y la transmisión de muchas de las cuestiones concernidas en los capítulos que integran la compilación. El conjunto de los trabajos de este libro ha florecido con ese encuentro sostenido. Luis Baer y Cecilia Varela hicieron posible el tejido de la primera red para el armado del libro. Silvina Fabri lidió con los menesteres de la presentación editorial. El trayecto final estuvo a cargo de Andrea Lobos, todos ellos alumnos y graduados adscriptos a las cátedras antes mencionadas. En Eudeba, Pablo Castillo brindó un tiempo atento y riguroso al trabajo de edición. Cora Escolar y Juan Besse
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Presentación INVESTIGAR EN LA FRONTERA
Cora Escolar y Juan Besse
El título de este libro acaeció en el tiempo en que una serie de escritos –nuestros y de quienes forman parte de las cátedras de Epistemología de la Geografía y Metodología de la Investigación–1 se dispersaban en revistas o en las memorias de nuestras computadoras. Fue hacia fines de 2002 cuando empezó a tomar forma la idea de reunir en un libro escritos forjados al calor de pensamientos e intuiciones modulados en los seminarios internos de la cátedra. Esos borradores surgieron como resultado del cursado de materias o seminarios de formación, o en la tarea misma de la enseñanza. Allí, en ese tiempo y por esas prácticas, se hizo evidente, para nosotros mismos, el carácter fronterizo de la andadura epistemológica trabajada. Por eso, cuando tomamos contacto con el término epistemología fronteriza, el regusto a contradicción en los propios términos que secretaba la adición de las dos palabras, se impuso como una razonable condensación de los enfoques que coexistirían en el futuro libro. Ese descompletamiento de la Epistemología2 –por la 1. Cátedras del Departamento de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. 2. En la acepción que asocia Epistemología con Filosofía de la Ciencia, como sociedad con aspiraciones tribunalicias, es decir, un saber con atribuciones no sólo de examen sino de validación del conocimiento.
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Cora Escolar y Juan Besse
vía de la frontera o, más precisamente, inventemos el término, a cuenta y riesgo de la frontericidad– era, tal vez, uno de los denominadores comunes presente entre los distintos artículos a compilar. Pero ¿de qué hablamos cuando decimos epistemología o aludimos al carácter epistemológico de un enunciado? En un trabajo inspirador sobre los usos de la noción de epistemología, luego de hacer suyo el supuesto de que “hay un aspecto que caracteriza a todos los usos que vamos a distinguir: análisis crítico de las premisas de una actividad cognitiva”, Delgado señala los tres principales recortes que organizan la constitución terminológica del hoy acrecentado terreno epistemológico.3 Trabajo que sugiere la pertinencia de referirse: a epistemologías, en plural, cuando se haga referencia a teorías de las ciencias particulares, es decir, “a discursos meta-teóricos con valor disciplinar, esto es, cánones de la metodología de una disciplina”; a epistémica cuando se realice el análisis de “los contextos históricos, culturales y filosóficos en los cuales se desarrolla un estilo de pensamiento”, y a epistemología, en singular, cuando se dé cuenta de posiciones referidas a la construcción del objeto en los términos más tradicionales de la teoría del conocimiento, esto es, concepciones o perspectivas epistemológicas que despliegan a su vez teorías del objeto y del sujeto de conocimiento; pero, también, la asunción de que hay una dimensión epistemológica inherente a cualquier actividad.4 Las tres acepciones son constitutivas de las prácticas de investigación. Los trabajos que integran el libro expresan sus anudamientos y las tratan, en cada abordaje, con énfasis particulares. * La tarea propia de las disciplinas sociales es, simultáneamente, conocer y pensar. El verbo que condensa el uso poskantiano, digamos contemporáneo, de esa juntura es, no sin algún tropiezo, investigar. Entonces, ¿por qué investigar en la frontera? Investigar es ya, de algún modo, habitar la frontera entre la razón y la sinrazón.5 Reconocer que el límite que las separa es permeable o frágil, de allí la
3. Juan Manuel Delgado (1997), “Epistemologías, epistémica y epistemología”, en Fernando Álvarez-Uría (ed.), Jesús Ibáñez. Teoría y práctica, Madrid, Endymion, p. 177. 4. Juan Manuel Delgado (1997), op. cit., pp. 180-181. 5. Este libro es un texto universitario y, como ha dicho Derrida, no se puede pensar la posibilidad de la universidad como institución moderna sin interrogar ese acontecimiento que es el principio mismo de razón. Jacques Derrida (1983), “Las pupilas de la Universidad. El principio de razón y la idea de Universidad”, en Cómo no hablar. Y otros textos, Proyecto ‘A’ Ediciones, Barcelona, 1997.
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Presentación. Investigar en la frontera
insistencia clásica en su separación; la inquietud normativa por el establecimiento de criterios taxativos de demarcación que tracen el límite entre lo racional y lo que no lo es. Y así, a un lado o a otro de la frontera móvil entre trabajos viejos y nuevos, la puesta en común de estos materiales epistemológicos en un mismo libro fue adquiriendo color.6 El color de “lo fronterizo”. * Corominas sitúa el uso del vocablo “frontera” hacia 1140. En cambio, el advenimiento del término “fronterizo” es ubicado con precisión en 1607.7 A cuatrocientos años de esa emergencia, tres han sido las invitaciones a inscribir el título del libro en esa inclinación: desde la frontera, como sustantivo, hacia lo fronterizo como atributo de algo. * Por una parte, las nociones de lo epistemológico esbozadas antes por Delgado, aun primando una de ellas, hacen frontera en cualquier trabajo de investigación. La investigación es entonces una región fronteriza entre el conocimiento como posibilidad, como necesidad8 y como invención histórica: la producción de sujetos y objetos de conocimiento en las prácticas de investigación tiene como horizonte saberes, disciplinas y ciencias históricamente constituidas. Sobre ese supuesto cualquiera de esas nociones (epistemología en singular, epistemologías en plural o epistémica) es una vía de entrada que habilita –cuando no directamente la promueve– la búsqueda de enlaces, conexiones, relaciones, con alguna de las otras. Los trabajos que forman parte de este libro se palpan en esa frontera. En cada uno de los capítulos, los autores –como no puede ser de otro modo– hacen reverberar, en sus escrituras, improntas disciplinares: las certidumbres y las ignorancias, los modos de dudar y de evidenciar, los estilos de razonar, que ponen de manifiesto las formaciones primarias transitadas. Pero en ninguno de los
6. Wittgenstein, en sus observaciones sobre los colores, dice que “una historia natural de los colores tendría que dar cuenta de su aparición en la naturaleza, no de su esencia. Sus proposiciones tendrían que ser temporales”, Ludwig Wittgenstein (1977), Observaciones sobre los colores, Barcelona, Paidós/IIF-UNAM, 1994, p. 34. 7. Joan Corominas (1961), Breve Diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos, 1994, p. 281. 8. En el sentido establecido por Emilio Lamo de Espinosa, J. M. González García y C. Torres Albero en “Introducción: Conocimiento, individuo y sociedad”, La sociología del conocimiento y de la ciencia, Madrid, Alianza, 1994.
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Cora Escolar y Juan Besse
casos la razón disciplinar se ejerce como fundamento último. Así, los lenguajes incorporados en los trayectos académicos o profesionales –sean éstos los lenguajes provistos por las seguridades de las formaciones primarias (la antropología, la geografía, la sociología) o los de los balbuceos en los campos más recientemente explorados (la lingüística, el psicoanálisis, la filosofía)–, se intersecan, y esperamos que en el espacio de esas intersecciones se con-fronten fructíferamente. * La segunda filiación de nuestra opción por lo fronterizo proviene de los llamados estudios poscoloniales,9 cuyos autores, a decir verdad, no hemos frecuentado con asiduidad. Sin embargo, y a pesar de las diferencias de estilo, atisbamos en ese acervo teórico cuestionamientos fecundos. Ha sido el pasaje de los llamados estudios culturales10 a los estudios poscoloniales uno de los laboratorios del pensamiento contemporáneo que puso en entredicho el adocenado terreno epistemológico de las ciencias sociales. El arduo trabajo de instalar nuevas preguntas que dieran lugar a nuevos enfoques y objetos de investigación, ya no definidos por disciplinas sino por problemas, sirvió para sacudir la modorra epistemológica en la que se encontraban las ciencias sociales en los años ‘80 y, de ese modo, trabajar en pos de estrategias de investigación transdisciplinarias. La perspectiva poscolonial ha hecho suyo el concepto mismo de epistemología fronteriza, espacio bisagra entre estrategias globales e historias locales, sin el cual, a juicio de estas corrientes, no es posible pensar la producción de conocimiento. En ese sentido, Walter Mignolo entiende que “la reflexión sobre espacios geográficos y localizaciones epistemológicas es posible y es promovida por las nuevas formas de conocimiento que se están produciendo en las zonas de legados coloniales, en el conflicto fronterizo entre historias locales y diseños globales, desde América a África del Sur, desde América hasta África del Norte,
9. Véase, entre otros trabajos, Edgardo Lander (comp.) (2000), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO. 10. Castro-Gómez sostiene, y coincidimos con su apreciación, que “es preciso establecer aquí una diferencia en el significado político que han tenido los estudios culturales en la universidad norteamericana y latinoamericana respectivamente. Mientras que en Estados Unidos los estudios culturales se han convertido en un vehículo idóneo para el rápido ‘carrerismo’ académico en un ámbito estructuralmente flexible, en América Latina han servido para combatir la desesperante osificación y el parroquialismo de las estructuras universitarias”, Santiago Castro-Gómez (2000), “Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la ‘invención del otro’”, en Edgardo Lander (comp.) (2000), op. cit., p. 157.
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Presentación. Investigar en la frontera
desde el Pacífico en las Américas hasta el Pacífico del Sur de Asia y Oceanía. [...] Se trata de entender la fuerza de las epistemologías fronterizas, de aquellas formas de conocimiento que operan entre los legados metropolitanos del colonialismo (diseños globales) y los legados de las zonas colonizadas (historias locales). Se trata de pensar a partir de esta situación”.11 Pensar la situación es pensar en situación y, para Mignolo, el concepto de epistemologías fronterizas es solidario de otra noción: las geopolíticas del conocimiento.12 Intersección que no sólo compatibiliza sino que vuelve necesario leer, por dar un ejemplo que puede invitar a sonreír, a Jauretche con Derrida... y, contra reembolso, a Derrida con Jauretche. * La tercera incitación proviene de la pasión, o de la práctica, antifilosófica. Una epistemología fronteriza alude a una epistemología que no logra completar un sistema o que, habiendo sostenido la ilusión de la completud, se descompleta. Lo fronterizo es allí, casi, sinónimo de estado de descompletamiento. La intervención freudiana contradice la modernidad en razón de su propia experiencia, y da lugar “a lo que Eugenio Trías llama una razón fronteriza” en la que el campo del sentido no es lo opuesto a lo real como tampoco ya es pertinente pensar “al individuo como opuesto a la sociedad, ni 13
11. Walter Mignolo (1996), “Espacios geográficos y localizaciones epistemológicas: la ratio entre la localización geográfica y al subalternización de conocimientos”, en Revista del Instituto de Estudios Sociales y Culturales PENSAR, Nº34, Pontificia Universidad Católica Javeriana de Bogotá, p. 5. 12. Walter Mignolo (2000), Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledge and Border Thinking, Princeton Princeton University Press. Hay traducción castellana Historias locales/Diseños globales: ensayos sobre los legados coloniales, los conocimientos subalternos y el pensamiento de frontera, Madrid, Akal, 2003. 13. Jorge Alemán arqueologiza los usos del término en el campo psicoanalítico, a partir de la indicación de Lacan, en 1974, cuando –a poco de crearse un Departamento de Psicoanálisis en París VIII y con relación a la formación del analista– habló de lingüística, topología y antifilosofía como saberes que hacían a esa formación. Dice Alemán que “si tuviéramos que señalar un primer rasgo de lo que creo debe entenderse por antifilosofía, sería éste: el acontecimiento que tuvo lugar con el nombre propio de Freud, al dilucidar una frontera que, a diferencia de lo que vamos a llamar las tradiciones filosóficas que se proponen agotar al sujeto o a la subjetividad en el campo del sentido, el dato que se impone en Freud es esa articulación ‘pulsión-sentido’, esa especie de bisagra, de gozne, que une y separa a la vez estos dos sitios”, Jorge Alemán (2000), “Introducción a la antifilosofía. La filosofía y su exterior”, en Jacques Lacan y el debate posmoderno, Buenos Aires, Filigrana, p. 32.
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a la libertad como opuesta a la restricción”.14 Punto –este último enunciado de Alemán– en el que se restringe lo que cobija el rótulo, en ocasiones muy amplio, de antifilosofía.15 Ahora bien, la anti-epistemología o incluso la anti-metodología16 –en tanto términos usados como sustitutos eventuales de la noción de anti-filosofía– no supone necesariamente hacer suyos y desplegar los supuestos analíticos derivados de una razón fronteriza.17 En la medida en que el corte con el saber filosófico, epistemológico o metodológico establecido y consagrado (expresado en el prefijo anti) promueve una posición anti-normativista,18 podría decirse que están dadas ciertas condiciones de posibilidad de una razón fronteriza que hace su trabajo advertida de que lo simbólico no agota lo real pero que, sin embargo, en ese incesante, hacer frontera con él no cesa de intervenir en su fabricación. Así, las epistemologías de las ciencias sociales no pueden desconocer el principio de razón que las funda pero tampoco descansar en la ilusión de una razón operante por si misma o automática que conlleve un abandono del trabajo de pensar la singularidad de cada práctica de investigación. Algunas intervenciones del último Bourdieu, figura emblemática de una epistemología de las ciencias sociales dispuesta a ponerse en entredicho en cada acto de investigación, sugieren esa dirección.19 * Jullien habla de China como de una frontera al (propio) pensamiento. Dice “China nos permite tomar distancia del pensamiento del que venimos, romper con sus filiaciones e interrogarlo desde afuera [...] este paso por China tiene dos
14. Jorge Alemán (2000), op. cit., p. 31. 15. Lugar en el que se inscribirían pensadores tan distintos y a la vez, en más de un sentido, próximos como Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, Deleuze o Foucault. 16. En ese horizonte, planteos como el de Paul Feyerabend en El anti-método o Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon en El Oficio de Sociólogo pueden ser reconocidos como una anti-filosofía de la ciencia. 17. Tal como es esbozada la noción por Eugenio Trías y retomada por el trabajo de Jorge Alemán. 18. Entiéndase anti-normativista y no anti-normativa. 19. Como cuando dice que “aquello que denominé objetivación participante (a la que no debemos confundir con la ‘observación participante’) es, sin duda alguna, el más difícil de los ejercicios, porque exige romper con las adherencias y adhesiones más profundas y más inconscientes; a menudo con aquellas que fundamentan el ‘interés’ mismo del objeto estudiado para quien lo estudia, es decir, lo que él menos desea saber acerca de su relación con el objeto que intenta conocer”, Pierre Bourdieu (1987), “Una objetivación participante”, en Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, Respuestas. Por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995, p. 191.
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funciones, o se desarrolla en dos direcciones: de desvío y de retorno”.20 Como lo fueron –y en gran medida lo siguen siendo– el buen y el mal salvaje en los albores del pensamiento moderno, esta China pretexto, o la América pretexto, o lo que cumpla esa función de desarraigo epistemológico, es experiencia fronteriza, donde el desvío es solidario del retorno y al revés. Los capítulos En el capítulo 1 “Pensar en/con Foucault”, Cora Escolar propone indagar la posibilidad de la utilización del arsenal teórico-metodológico y las reflexiones epistemológicas de Foucault para el abordaje teórico de las relaciones entre prácticas sociales, discursos de verdad y producción de subjetividad. Para ello, se presentan algunas cuestiones epistemológicas y metodológicas mediante el recorte de una serie de enunciados seleccionados con el fin de repasar algunos supuestos teóricos acerca de la temática del poder que caracterizara la producción de Foucault en los años ‘70. Asimismo, dicho repaso de los items escogidos es trabajado a la luz de conexiones con los escritos de Foucault anteriores a los años ‘70, principalmente aquellos en los cuales sentó principios de corte epistemológico sobre las prácticas de investigación en el campo de las ciencias humanas. Por último, el abordaje destaca algunos rasgos del pensamiento de Foucault, entre ellos, que en su discurso no exista en sentido restringido una teoría del poder, sino más bien una analítica de éste. * El capítulo 2 de Lisandro de la Fuente y Luciana Messina, “Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como método en Michel Foucault”, pasa revista a la noción de arqueología en Michel Foucault. Así, el trabajo gira en torno a “cómo concibe Foucault el saber y por qué propone un abordaje arqueológico del documento histórico”. A la vez, colateralmente, la propuesta es dar cuenta de las relaciones que establece entre ciencia y saber en diversos pasajes de La Arqueología del Saber. En segundo lugar, se propone “indagar cómo Foucault, al construir un método opuesto a los modelos ya establecidos de análisis de la historia del pensamiento, necesitó deconstruir algunas concepciones sobre las que éstos se asientan”. Los autores centraron su análisis en La Arqueología del Saber con el fin de articular los ejes principales de dicho libro con ciertos aspectos 20. François Jullien (2005), Conferencia sobre la eficacia, Buenos Aires, Katz editores, 2006, p. 15.
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de la obra de Gaston Bachelard y Pierre Bourdieu, entre otros autores que han marcado la construcción del andamiaje epistemológico de las ciencias sociales. * En el capítulo 3 “El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales, entre la aplicación y la extensión”, Juan Besse señala que la travesía de incorporar el psicoanálisis al trabajo de investigación social invita a recorrer los diversos caminos que las distintas disciplinas sociales transitaron en su relación con la producción psicoanalítica. Sin embargo, dadas las dificultades que supone brindar un panorama razonable de esos encuentros y desencuentros, en reverso, ha optado por explorar algunos aspectos de los modos en que el psicoanálisis llevó a cabo, pero también pensó y teorizó, su relación con otros saberes. Así, el trabajo procura indagar algunos estilos de relación entre el psicoanálisis y otros campos mediante el rastreo de las coordenadas políticas, institucionales y epistémicas que vertebraron la constitución de las nociones de psicoanálisis aplicado y psicoanálisis en extensión. Y, por esa vía, comenzar a pensar qué de lo dicho por los psicoanalistas acerca de la formación del analista comparte una espesura en común con la formación del investigador social. * El capítulo 4 de Cora Escolar “La teoría menor, el tiempo histórico y la práctica simbólica compartida”, Cora Escolar plantea, con un carácter predominantemente hipotético y a los efectos de la discusión, un conjunto de cuestiones relativas a la relación entre la llamada “teoría menor” y las llamadas “teorías totalitarias” o “totalizadoras”. El trabajo ancla su desarrollo en un contrapunto de las posiciones de Cindi Katz y Michel Foucault respecto de la importancia de la llamada “teoría menor” en relación con la construcción y reconstrucción metodológica de distintos campos problemáticos. * En el capítulo 5, “Proceso y diseño en la construcción del objeto de investigación: las costuras de Frankenstein o un entre-dos que no hace dos”, Juan Besse revisa las nociones establecidas de algunos conceptos claves del discurso metodológico. Así los usos de términos como proceso y diseño de investigación son revisados al calor de la mentada relación teoría-método-técnica en la construcción del objeto de estudio y reinscriptos como aspectos constitutivos de las prácticas de investigación. 18
Presentación. Investigar en la frontera
* El capítulo 6 de Cora Escolar y Juan Besse “Método: notas para una definición” recupera una serie de notas de Cora Escolar escritas en México a mediados de los años ‘80 y reescritas en colaboración con Juan Besse a principios de los ‘90. Allí, la noción de método establecida juega con la incompletud del camino a recorrer por la práctica de investigación, pero también con la insuficiencia del camino recorrido. El método es construcción sobre andaduras previas como tomar un atajo transitado por otros investigadores no supone el mismo trayecto sino hacer marcas que no estaban en la senda. En el universo limitado de nuestra actividad docente, tanto en la UBA como en la UNLa, el trabajo es un “clásico” que, desde 1996,21 nos hemos propuesto muchas veces reescribir y sin embargo hemos decidido conservarlo como entonces, casi sin modificaciones. * El capítulo 7 “El encuadre teórico-metodológico de la entrevista como dispositivo de producción de información”, de Luciana Messina y Cecilia Varela, aborda algunos conceptos fundamentales en la construcción de soportes teóricos vinculados al campo de la metodología de investigación en ciencias sociales. La propuesta consiste en pensar el encuadre de la entrevista como un dispositivo de obtención de información, por un lado, irreductible a la interacción personal entre entrevistador y entrevistado y, por el otro, habilitante de la producción de discursos que entrañen la emergencia de lo no conjeturado previamente por el investigador. * El último capítulo de Cora Escolar, “La ‘gestión de datos’ como proceso de toma de decisiones”, tiene como objetivo presentar una serie de consideraciones acerca de los procesos de “gestión de datos” que se dan en el ámbito de las instituciones gubernamentales y que pueden ser de utilidad para pensar descarnadamente las potencialidades y limitaciones de un “hacer”. Un hacer que deviene en indicativo para la formulación de contratos de préstamo, reglamentos operativos, indicaciones para monitorear y evaluar programas y proyectos sociales. El proceso de “gestión” de datos como tarea político-administrativa y de investigación supone el reconocimiento previo de un complejo proceso de construcción de la información. Desde esta perspectiva resulta fundamental entender que 21. Año de su primera publicación como ficha de cátedra por OPFyL.
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los datos no están “dados en la realidad” y que sólo resta recopilarlos, sino que son fruto de una acción creadora y por tanto condicionada por las perspectivas teórico-metodológicas desde las cuales se los construye. * Por último, cuatro comentarios de libros, publicados como algunos de los trabajos anteriores en las revistas Litorales y Biblio 3W,22 exploran los andariveles epistemológicos de unos escritos, cuyos autores bordean los extremos de las disciplinas que cultivan: la arquitectura, la filosofía, la geografía o la lingüística. Ese borde con las ciencias sociales propone, a cada momento, excursiones hacia y desde esas fronteras que, más allá del pintoresquismo que asedia como posibilidad a cualquier viaje, pueden promover la necesidad de pensar y extraer opciones metodológicas fecundas. Buenos Aires, invierno de 2009
22. Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales, Revista Electrónica del Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, y Biblio 3W de Geocrítica, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona.
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Capítulo 1 PENSAR EN/CON FOUCAULT*
Cora Escolar
El viaje rejuveneció las cosas y envejeció la relación con uno mismo. Michel Foucault, 1976
Algunas palabras El propósito de este artículo es indagar la posibilidad de la utilización del arsenal teórico-metodológico y las reflexiones epistemológicas de Foucault para el abordaje de nuestras investigaciones. Para ello proponemos presentar y analizar las cuestiones epistemológicas-metodológicas a través de una serie de items unilateralmente seleccionados e interviniendo en el discurrir de Foucault. Sostenemos que estas reflexiones quedan impresas en el núcleo de todo proceso que pretenda ser creador y productor de conocimiento. Siguiendo a Deleuze1 sostenemos que las teorías son focales, limitadas, aplicables sólo a un campo concreto. Ninguna puede abarcar nuestra experiencia diaria, en su enorme complejidad. Por eso, nuestra producción teórica y práctica tiende a romper los muros de las teorías, tiende a relacionarlas unas
* Publicado en Cinta de Moebio. Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias Sociales, Nº20, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago, septiembre de 2004. Este artículo lo escribo en esa voluntad incesante de retorno de la memoria de mi hijo Manuel. 1. Deleuze (1987), p. 75.
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con otras.2 Ésta no es una idea nueva, pero cabe recordarla: todos somos, a la vez, teóricos de la sociedad y ciudadanos de a pie.
La práctica del poder La centralidad del problema de lo político es evidente en las últimas obras de Deleuze y Foucault. Dice Foucault: “Es preciso dejar de describir siempre los efectos del poder en términos negativos: ‘excluye’, ‘reprime’, ‘rehúsa’, ‘abstrae’, ‘encubre’, ‘oculta’, ‘censura’. En efecto, el poder produce, produce lo real, produce campos de objetos y rituales de verdad [...]”.3 Retengamos en estas palabras una propuesta de investigación sobre “el ejercicio del poder”. Dice el autor: “[...] cuando pienso en la mecánica del poder, pienso en su forma capilar de existir, en el proceso por medio del cual el poder se mete en la misma piel de los individuos, invadiendo sus gestos, sus actitudes, sus discursos, sus experiencias, su vida cotidiana”.4 El hecho es que Foucault hace aflorar un ámbito de investigaciones que, efectivamente, había permanecido inexplorado antes de que él se ocupase del mismo: el de las relaciones de poder en cuyo interior se ejercen todas las formas de práctica social. Según Foucault el poder produce. Es, pues, una técnica (tikto). Ahora bien ¿cómo produce el poder? De la lectura de Foucault se desprende que el poder es el ejercicio del poder. Es decir, multiplicidad de dispositivos, organismos, artificios, funciones, tácticas, mecanismos. Ello implica, según Deleuze, “el abandono de los cuatro postulados fundamentales que rigen la filosofía política tradicional”:5 1)
2) 3)
Que el poder sea “atributo” de una clase que lo habría conquistado, y no el efecto de innumerables puntos de fuga, conflictos, luchas, cambios; una resultante, en suma, de las diversas posturas estratégicas que asumen las diferentes clases y que se asumen dentro de una misma clase. El de la “localización”: que el poder esté localizado en un aparato institucional subordinado a la “estructura económica”. El del “modo de acción”: el poder como negativo: represión, ocultamiento, etc.
2. Bourdieu y Wacquant, (1995), pp. 167-169. 3. Foucault (1987) [1976], p. 75. 4. Foucault (1987) [1976], p. 60. 5. Deleuze (1975), p. 16.
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Capítulo 1. Pensar en/con Foucault
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El de la “legalidad”: el poder como complejo de leyes, cuando la ley “es siempre una composición de arbitrariedades a las que diferencia formalizándolas [...] la ley no es más que el resultado de una guerra vencida”.6
El poder y la norma En Vigilar y castigar Foucault describe un conjunto de prácticas de la norma en el sentido moderno del término, “la formación de lo que podríamos llamar en general la sociedad disciplinaria”.7 Lo importante en la idea de sociedad disciplinaria es la idea de que las disciplinas crean sociedad, crean un tipo de lenguaje común entre todas las clases de instituciones, hacen posible que una pueda traducirse a la otra. La norma es precisamente aquello por lo que la sociedad, cuando se hace disciplinaria, se comunica consigo misma. La norma articula las instituciones disciplinarias de producción, de saber, de riqueza, de finanzas, y las hace interdisciplinarias, convierte en inteligible el espacio social. La norma o lo normativo es lo que permite la transformación de la disciplina bloqueo en disciplina mecanismo. En efecto, dice Foucault: “Tradicionalmente el poder es lo que se ve, lo que se muestra, lo que se manifiesta... Aquellos sobre quienes se ejerce el poder pueden permanecer en la sombra; sólo reciben la luz que les es concedida de esta parte del poder [...]”.8 Con la disciplina según la lógica de la norma, la sombra llega a la luz. “En la disciplina, son los sujetos quienes han de ser vistos. Esta iluminación asegura el dominio del poder que se ejerce sobre ellos”.9 No hay que confundir “norma” y “disciplina”. Las disciplinas apuntan a los cuerpos con una función de adiestramiento; la norma es una medida, una manera de producir la medida común. En una dimensión, el poder es llamado disciplinario, pero la disciplina es sólo un aspecto de él. Lo que sin duda preocupó a Foucault fue comprender cómo la acción de las normas en la vida de los hombres determina el tipo de sociedad a la que ellos pertenecen como sujetos.10
6. Deleuze (1975), p. 16. 7. Foucault (1989) [1975], p. 213. 8. Foucault (1987) [1976], p. 65. 9. Foucault (1987) [1976], p. 65. 10. “Por lo tanto, no preguntemos por qué cierta gente desea dominar, qué busca, cuál es su estrategia general. Preguntemos, en cambio, cómo funcionan las cosas al nivel de la presente
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Puede entenderse por qué el interés de Foucault no se centra en el poder con mayúscula, sino en las microestructuras del poder (el poder con minúscula), que tiene su génesis en el propio sujeto. Cuando Foucault escribió La historia de la locura en la época clásica (1961) o Vigilar y castigar (1975), no recogió las quejas de los pacientes, no oyó la confesión de los presos, no sorprendió a los locos en sus manejos, sino que estudió máquinas de curar y máquinas de castigar. Foucault se volvió hacia las instituciones: registró sus edificios y sus equipos, sondeó sus doctrinas y sus disciplinas, enumeró y catalogó sus prácticas, publicó sus técnicas. Es decir, palpó con cuidado los dispositivos y las disciplinas; describió minuciosamente las funciones del hospital y de la prisión.11 La arquitectura de la cárcel se modifica para que sea más difícil a los prisioneros ahorcarse. Las tácticas van tomando forma progresivamente sin que nadie sepa bien qué significan. Foucault dirigirá su atención al problema de la normatividad en general, al hilo de los procedimientos propios que en una sociedad distinguen el bien del mal, el enfermo del sano, el loco del cuerdo, lo normal de lo anormal. Para Foucault el problema estriba en la posible criticabilidad de cualquier normatividad. Me interesa subrayar que estas tesis llevan implícitas una representación del poder que supone que el poder no sea concebido como una propiedad, sino como una estrategia. Siguiendo a Deleuze, toda sociedad tiene su o sus diagramas.12 El panóptico es un intercambiador entre un mecanismo de poder y una función. Es una manera de hacer funcionar relaciones de poder. Es una máquina abstracta, en el sentido que Foucault da a la máquina escuela, a la máquina hospital. Lo que quiere significar con máquina abstracta es que las máquinas son sociales antes que ser técnicas.13 En otras palabras, admitir que “el poder no se posee sino que se ejerce, que no es un privilegio adquirido o conservado por la clase dominante,
subyugación, al nivel de esos procesos continuos e ininterrumpidos que sujetan nuestros cuerpos, gobiernan nuestros gestos, dictan nuestras conductas, etc. En otras palabras, antes que preguntemos cómo aparece el soberano ante nosotros en su altivo aislamiento, deberíamos tratar de descubrir cómo es que los sujetos son constituidos gradual, progresiva, real y materialmente por medio de una multiplicidad de organismos, fuerzas, energías, materiales, deseos, pensamientos, etc.”; Faucault (1979), p.135. 11. La nueva tecnología del poder no se origina en ninguna persona o grupo identificable. En verdad se inventan tácticas individuales para necesidades particulares (Couzens, 1988). 12. Un diagrama es “...la exposición de relaciones de fuerzas que constituyen el poder”; Deleuze (1987), pp. 62-63. 13. Deleuze (1987), p. 68.
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sino el efecto resultante de sus posiciones estratégicas [...] Este poder [...] no se aplica, pura y simplemente, como una obligación o una prohibición a quienes ‘no lo tienen’, sino que los impregna, pasa por ellos, del mismo modo que ellos, en su lucha contra el poder, se apoyan en las acciones que éste ejerce sobre ellos”.14
Poder y saber Otra gran tesis de Foucault: la imbricación entre efectos del poder y efectos del saber. Aquí, su contribución original no consiste en afirmar que la posesión de un saber equivale a detentar un poder. El tema que atraviesa toda su obra, y que él ha sido el primero en teorizar, es el del poder que produce saber.15 Según Deleuze, interpretando a Foucault, “[...] el poder considerado abstractamente no ‘ve’ ni ‘habla’ [...] se ejerce a partir de innumerables puntos [...] viene de abajo. Pero precisamente porque ni habla ni ve, hace ver y hablar”.16 De esta manera, contra la concepción “negativa”, “represiva”, en el fondo “jurídica”, de un poder que se contenta con prohibir, con “decir no”, Foucault destaca el “carácter productivo del poder”.17 Es el tema central de La voluntad de saber: “Lo que le da estabilidad al poder, lo que induce a tolerarlo, es el hecho de que no actúa solamente como una potencia que dice no, sino que también atraviesa las cosas, las produce, suscita placeres, forma saberes, produce discursos”.18 Ésta es la razón para que en Foucault no exista una teoría del poder, sino más bien una analítica de éste. El poder es una relación que puede ser instrumentalizada, pero no una sustancia. Entonces, Foucault analiza la procedencia de las prácticas en las que se hacen efectivas relaciones de poder. En suma, todo saber se produce en el interior (por efecto y bajo el dominio) de las relaciones de poder. Las implicaciones de estas tesis son evidentes: por una parte, contra la interpretación racionalista del par “ciencia/ideología”: “Yo creo que el problema no consiste en discernir, en un discurso, lo que
14. Foucault (1987) [1976]. 15. “¿...en qué sentido existe primacía del poder sobre el saber, de las relaciones de poder sobre las relaciones de saber? Las relaciones de saber no tendrían nada que integrar si no existiesen las relaciones diferenciales de poder”; Deleuze (1987), p. 111. 16. Deleuze (1987), p. 111. 17. Deleuze (1987), p. 111. 18. Véase Foucault, La voluntad de saber (1987) [1976].
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viene caracterizado como cientificidad, y como verdad, de lo que derivaría de cualquier otra cosa, sino en ver cómo se producen históricamente efectos de verdad en el interior de unos discursos que de por sí no son ni verdaderos ni falsos”. Es curioso en Foucault este rechazo de la palabra ciencia; prefiere sustituirla por saber. El poder se nos manifiesta también como ciencia y lo que resalta Foucault son los saberes sometidos; los saberes que son una tradición de lucha, los saberes de los descalificados –los locos, los presos, las mujeres– y también el saber despreciado, el libro escrito hace cien años y que desde entonces se cubre de polvo en las bibliotecas. Ese saber que la ciencia no quiere para sí es el único que no va a ser integrado por el poder y, por lo tanto, el único que no va a ser arma de represión.19 Dentro de esta perspectiva, la idea de que la ideología está en una posición secundaria respecto a algo que debe funcionar como infraestructura es, para Foucault, básico en la desvinculación que realiza del sistema de las prácticas ideológicas respecto de las relaciones de producción. En este sentido se separa de Marx.20 Por esta razón evita hablar de ideología dominante.21 Lo que trata de hacer es develarla allí donde el efecto de la ideología dominante disimula los saberes dominados, es decir, en la familia, en la escuela, en el hospital. De aquí la teoría de la “microfísica del poder”.22
19. “¿...Qué tipos de saberes queréis descalificar cuando preguntáis si es una ciencia? ¿Qué sujetos hablantes, discurrientes, qué sujetos de experiencia y de saber queréis reducir a la minoridad cuando decís: ‘Yo que hago este discurso, hago un discurso científico y soy un científico’?”; Foucault (1993), p. 17. 20. Según Lecourt, refiriéndose a la Arqueología del saber, “...las dificultades con que se topa (Foucault) y el fracaso relativo al que llega no tienen solución y salida más que en el campo del materialismo histórico”; Lecourt (1973) [1972], p. 100. Ver también Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], pp. 101-121. 21. “No digo que estas teorías globales no hayan procurado ni procuren todavía, de manera bastante constante, instrumentos utilizables localmente... Pero pienso que no habrían procurado tales instrumentos más que a condición de que la unidad teórica del discurso quedase como en suspenso, cercenada, hecha pedazos, trastocada, ridiculizada, teatralizada [...] En cualquier caso, toda renovación en términos de totalidad ha tenido, en la práctica, un efecto de freno”; Foucault (1980), p. 128. 22. “La verdad se debe entender como un sistema de procedimientos ordenados para la producción, regulación, distribución y operación de declaraciones [...] ‘La verdad’ está vinculada en una relación circular con sistemas de poder que la producen y la sostienen [...]”; Foucault (1979), p. 143.
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Arqueología, genealogía y estructuralismo En una primera instancia aparece la confluencia del estructuralismo y la genealogía en el método arqueológico de Foucault.23 “Genealogía quiere decir a la vez valor del origen y origen de los valores. Genealogía se opone tanto al carácter absoluto de los valores como a su carácter relativo o utilitario. Genealogía significa el elemento diferencial de los valores de los que se desprende su propio valor. Genealogía quiere decir, pues origen o nacimiento, pero también diferencia o distancia en el origen. Genealogía quiere decir nobleza o bajeza, nobleza y vileza, nobleza y decadencia en el origen. Lo noble, lo vil, lo alto, lo bajo, tal es el elemento propiamente genealógico y crítico. Pero así entendido, la crítica es también lo más positivo”.24 En el curso del 7 de enero de 197625 Foucault desarrolla el concepto de Genealogía y sostiene “[...] se trata de un saber histórico de la lucha [...]” y “[...] se ha perfilado así [...] investigaciones genealógicas múltiples, redescubrimiento conjunto de la lucha y la memoria directa de los enfrentamientos. Y esta genealogía, en tanto que acoplamiento del saber erudito y del saber de la gente, no sólo ha sido posible, sino que además pudo intentarse con una condición: que fuese eliminada la tiranía de los discursos globalizantes con su jerarquía y con todos los privilegios de la vanguardia teórica”.26 Es así que Foucault asigna a la genealogía una tarea indispensable: percibir la singularidad de los sucesos, fuera de toda finalidad monótona.27 En este discurso la genealogía aparece como inductivista.28 Cuando Foucault sostiene que el proyecto genealógico no es un empirismo, ni tampoco un positivismo, pero sí una anti-ciencia, está precisamente discutiendo con estas dos corrientes de pensamiento. Se trata de “[...] la insurrección de los saberes [...]”.29 23. Según Dreyfus y Rabinow: “[...] Foucault llama a su nuevo método ‘análisis arqueológico’ [...] un método de análisis [...] puro de todo antropologismo”; Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], p. 74. 24. Morey (1978), p. 233. 25. Cursos pronunciados por Foucault en el College de France. Traducidos directamente de la grabación en cinta magnetofónica (1979), pp. 125-137. 26. Foucault (1979), p. 126. 27. Foucault (1979), p. 7. 28. Dice Foucault: “[...] encontrarlos allí donde menos se espera y en aquello que pasa desapercibido por no tener nada de historia –los sentimientos, el amor, la conciencia, los instintos [...]”; Foucault (1979), p. 17. 29. Foucault está discutiendo contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una ciencia centralizadora y “al funcionamiento de un discurso científico organizado en el seno de una sociedad como la nuestra”, Foucault (1993), p. 16.
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El estructuralismo que posee un valor epistemológico es ante todo un método, una práctica, un procedimiento.30 Durante los años ‘60 se sucedieron intensos debates sobre el estructuralismo y muchos de ellos en relación con el pensamiento de Foucault. Foucault se niega en repetidas ocasiones a ser llamado estructuralista, y aparece un rechazo foucaultiano al propio estructuralismo. En el prefacio de la edición inglesa de Las palabras y las cosas, escrito un año después de la Arqueología, Foucault insiste que “no ha utilizado ninguno de los métodos, conceptos y términos claves que caracterizan al análisis estructural”.31 Foucault resalta muy claramente que el proyecto de descripción y de búsqueda de unidades que pretende el arqueólogo no puede confundirse con el análisis estructural de la lengua. La lengua es siempre un sistema para enunciados posibles, un conjunto de leyes generales para un número infinito de pruebas. En el caso de los acontecimientos discursivos lo que hay que analizar es un conjunto finito de discursos.32 El análisis histórico de Las palabras y las cosas no es ni una historia de las ideas ni una epistemología en el sentido clásico del término.33 El título original de Las palabras y las cosas era El orden de las cosas. Y ésta es la preocupación de Foucault, la cuestión que ha dado origen a la Arqueología.34 ¿Por qué las diferentes épocas y las diferentes culturas ven el mismo mundo de modos diferentes? ¿Por qué el orden de las cosas es diferente? ¿Por qué las teorías que explican este orden son diferentes? Según Foucault entre el orden empírico de las cosas y las teorías que explican este orden existe una “región intermedia”, existen los “códigos fundamentales de una cultura”35 o de una época y son éstos los que rigen tanto el orden de las empiricidades cuanto el orden de las teorías. El objeto de la arqueología, la episteme, es esta región intermedia, el orden que ordena los órdenes empíricos y los órdenes teóricos, que rige tanto los
30. Boudon (1968), pp. 214-215. 31. Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], p. 74. 32. “La cuestión que me plantea el análisis de la lengua a propósito de un hecho cualquiera de discurso es siempre éste: ¿según qué reglas podrían construirse otros enunciados semejantes? La descripción de los acontecimientos del discurso plantea otra cuestión muy distinta. ¿Cómo es que ha aparecido tal enunciado y ningún otro en su lugar?”; Foucault (1990) [1969], p. 43. 33. Foucault (1998) [1966], p. 7. 34. “Los problemas de método que plantea tal ‘arqueología’ serán examinados en una obra próxima”, Foucault (1998) [1966], p. 7. 35. Foucault (1998) [1966], p. 5. 36. Foucault (1998) [1966], p. 7.
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esquemas perceptivos cuanto el lenguaje, tanto las palabras cuanto las cosas.36 El orden no proviene ni del sujeto ni del objeto; es anterior, los construye, los ordena.37 Pretendemos dejar planteada esta impronta foucaultiana que en Las palabras y las cosas nos muestra cómo es diferente el orden durante el Renacimiento, la Época Clásica o la Modernidad, sin ofrecernos una causalidad de la discontinuidad. La constitución de un conocimiento a partir de una práctica social la desarrolla en la Arqueología del saber. Analizar un saber es pasar de la conciencia constituida al discurso en tanto práctica, es pasar del sujeto titular de unos conocimientos al análisis de una relación diferencial de enunciados que van a posibilitar un saber. Aquí el sujeto no crea un discurso, sino que se sujeta a un conjunto de reglas determinadas de las que no es consciente. Es este conjunto y no el protagonismo aislado del sujeto lo que para el arqueólogo hará posible la emergencia de lo que definirá como práctica discursiva. La arqueología recorre el eje constituido por práctica discursiva en lugar de conciencia, saber en lugar de conocimiento. Ambos ejes conciencia-conocimiento, práctica discursiva-saber, desembocan en la categoría de ciencia. El lugar del saber va más allá de la demostración científica para ubicarse además en ficciones, relatos, encuestas, instituciones.38 De esta manera toda práctica discursiva implica un saber pero no una ciencia. Existen saberes no científicos, independientes de las ciencias. Reconocer una ciencia como práctica discursiva es hacer su arqueología, analizarla desde el pensamiento del exterior, desde el nivel simbólico, para ver cómo se inscribe en el elemento del saber, es decir, estudiando las reglas que han permitido la formación de sus objetos, las posiciones del sujeto que habla, la aparición y transformación de sus conceptos, las elecciones teóricas, así como todo el ensamblaje de consideraciones que acompaña todo proceso de producción de conocimientos.
37. “El orden es, a la vez, lo que se da en las cosas como su ley interior, la red secreta según la cual ellas se miran en cierta manera unas a otras, y lo que no existe sino a través de la grilla de una mirada, de una atención, de un lenguaje; y es sólo en los espacios en blanco de este tablero que él se manifiesta en profundidad como ya dado, esperando el momento de ser enunciado”. Foucault (1998) [1966], p. 35. 38. “La práctica discursiva no coincide con la elaboración científica a la cual puede dar lugar; y el saber que forma no es ni el esbozo áspero ni el subproducto cotidiano de una ciencia constituida. Las ciencias aparecen en el elemento de una formación discursiva y sobre un fondo de saber”. Foucault (1990) [1969], p. 309.
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Conclusión Este artículo arranca desde la preocupación por conocer la utilización del arsenal teórico de Foucault para el desarrollo de nuestras investigaciones. Para ello fuimos desbrozando, a través de una serie de items (poder, saber, ciencia, ideología, genealogía, arqueología) las implicancias epistemológicas-metodológicas de algunos de sus escritos. Fuimos señalando cómo el análisis del poder arroja luz sobre técnicas capaces de producir e imponer normas. En el trasfondo de todo esto, percibíamos que subyacía la cuestión de saber qué tipo de verdad era producida. De esta manera, el análisis del poder se doblaba en un análisis de los procedimientos de verdad. Y, en el punto de intersección de las normas y las tecnologías de la moral, del poder, de la verdad, del saber, nos topamos con el problema del sujeto.39 Este sujeto es producido y a la vez sometido a través de estas tecnologías. Los sistemas de control social y de castigo constituyen la moral que se impone a los sujetos. Entonces, por un lado, encontramos un sujeto sometido a las relaciones de poder dominante y, por otro, un sujeto que actúa autónomamente e influye en estas mismas relaciones de poder. Foucault trata de recuperar al sujeto como sujeto localizado, disciplinado. La discusión del sujeto oscilando entre su aspecto reproductor y su aspecto productor.40 En este sentido, identificamos el concepto de institución41 de los teóricos del análisis institucional con el concepto de sujeto en Foucault. Pero Foucault añade algo más al concepto de sujeto. Ya no es el sujeto racional, autoconsciente, tal cual ha sido tipificado por las corrientes racionalistas, sino el sujeto como producto histórico. Resulta notorio que atesoró algunos motivos de la reflexión de Bachelard, básicamente los relativos a la distinción entre umbrales epistemológicos o, más ampliamente, a los fenómenos de discontinuidad. Parece remitir a una concepción teórica de la ciencia de amplia mirada, al modo de una filosofía dispersada42 en capas distintas.
39. “Las ideas que me gustaría discutir aquí no representan ni una teoría ni una metodología [...] Mi objeto [...] ha consistido en crear una historia de los diferentes modos de subjetivación del ser humano en nuestra cultura [...]. Así, el tema general de mi investigación no es el poder sino el sujeto” en Dreyfus y Rabinow (1988) [1979], p. 227. 40. Cfr. con la función reproductora y productora de las instituciones; Escolar, (2000), p. 30. 41. Lourau (1970), p. 95. 42. Bachelard (1993) [1940], pp. 12-14.
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También se preocupó por indagar las relaciones entre el discurso y el saber localizados temporalmente. Así, intenta buscar cómo en cada práctica científica se constituyeron el sujeto y el objeto de conocimiento.43 El polémico estructuralismo de sus primeros escritos, la genealogía, la arqueología, su concepto de episteme, son enseñanzas de este maestro generoso, cuyo método participa, a la vez, de una extrema prudencia científica y de una extrema distancia con relación a la ciencia.
Bibliografía Bachelard, G.: La filosofía del no, Buenos Aires, Amorrortu, 1993 [1940]. Balbier, E. et al.: Michel Foucault, filósofo, Barcelona, Gedisa, 1990. Boudon, R.: A quoi sert la notion de estructure?, París, Gallimard, 1968. Bourdieu, P. y Loïc J. D. Wacquant: Respuestas. Por una antropología reflexiva, México DF, Grijalbo, 1995. Couzens Hoy, D.: Foucault, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988. Deleuze, G.: No un escritor, un nuevo cartógrafo, Critique 343, 1975. —: Foucault, Barcelona, Paidós Studio, 1987. Dreyfus, H. y P. Rabinow: Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica, México, UNAM, 1988 [1979]. Escolar, C. (comp.): Topografías de la Investigación. Métodos, espacios y prácticas profesionales, Buenos Aires, Eudeba, 2000. Foucault, M.: Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1979. —: Historia de la locura en la época clásica I, México, Fondo de Cultura Económica, 1986 [1964]. —: Historia de la sexualidad, 1.- La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1987 [1976]. —: La historia de la locura en la época clásica, FCE, México, 1987. —: Vigilar y Castigar, México, Siglo XXI, 1989 [1975]. —: La Arqueología del Saber, México, Siglo XXI, 1990 [1969]. —: Saber y verdad, Madrid, La Piqueta, 1991. —: La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1991 [1978]. —: Las redes del poder, Editorial Almagesto, Buenos Aires, 1992. —: Genealogía del racismo, Montevideo, Carone Ensayos, 1993. 43. “[...] en principio hemos de considerar que estas tres pasiones o impulsos –reír, detestar y deplorar– tienen en común el ser una manera no de aproximarse al objeto, de identificarse con él, sino de conservar al objeto a distancia, de diferenciarse o de romper con él [...]”; Foucault (1980), p. 27.
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—: Las palabras y las cosas, Madrid, Siglo XXI, 1998 [1966]. Lourau, R.: El análisis institucional, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1970. Lecourt, D.: Para una crítica de la epistemología, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973 [1972]. Morey, M.: Sexo, poder, verdad, Barcelona, Editorial Materiales, 1978. Terán, O.: Michel Foucault. El discurso del poder, Folios Ediciones, México, 1983.
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Capítulo 2 RELACIONES ENTRE CIENCIA Y SABER LA ARQUEOLOGÍA COMO MÉTODO EN MICHEL FOUCAULT*
Luciana Messina Lisandro de la Fuente
I. Introducción En el presente artículo pretendemos dar cuenta de las relaciones entre el saber y la ciencia desde una perspectiva foucaultiana. Para ello proponemos, en primer lugar, ahondar en cómo concibe Michel Foucault el saber y por qué propone un abordaje arqueológico del documento histórico. En segundo término, procuramos indagar cómo dicho pensador, al construir un método opuesto a los modelos ya establecidos de análisis de la historia de las ideas, precisó deconstruir algunas concepciones sobre las que éstos se asientan. Abordamos en este escrito, entonces, al Foucault epistemólogo. Tomando como eje La Arqueología del Saber, expondremos el método arqueológico en los aspectos que pueden ser vinculados con desarrollos conceptuales de otros pensadores –principalmente, Gaston Bachelard y Pierre Bourdieu– y del mismo Foucault en otros escritos. Así como Bachelard sostiene que el acto de conocer
*El presente artículo es una reescritura de “Bajos fondos de saber. La arqueología como método en Michel Foucault”, publicado en la Revista Litorales, Año 2, Nº 2, agosto de 2003.
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implica desarmar aquellos conocimientos incuestionados que se han transformado en obstáculos epistemológicos y Bourdieu –retomando a aquél– nos enseña que para construir el objeto de investigación es necesario producir rupturas epistemológicas con las nociones dadas y naturalizadas del sentido común, Foucault nos ofrece un nuevo método de análisis de la historia del pensamiento que –al partir de la crítica de los grandes temas de éste (unidad, continuidad, totalidad, origen) y al tratar los documentos como restos arqueológicos– focaliza en la detección de reglas de formación de los discursos y de sus discontinuidades, posibilitando así la descripción del espacio de dispersión de los saberes. I. Saber y episteme En Las palabras y las cosas, Foucault decide orientarse hacia lo que denomina análisis de la episteme, entendiendo por ésta la configuración del “campo epistemológico” en el que los conocimientos “hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad”.1 La episteme sería, entonces, aquello que establece el horizonte de pensabilidad de una época dada, el a priori histórico que da lugar a la manera de expresarse de una época, el modo de ser del orden a partir del cual pensamos. Es en este sentido que Foucault2 afirma: “no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa”.3 Con la intención de reconstruir el camino que condujo al surgimiento de las denominadas ciencias humanas, Foucault da cuenta en dicha obra de aquello que concibe como las dos grandes rupturas en la episteme de la cultura occidental:
1. En La Arqueología del Saber, Foucault definirá la episteme como el “conjunto de relaciones que pueden unir en una época determinada las prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias, eventualmente a unos sistemas formalizados”; Foucault (1987) [1969], pp. 322-323. 2. Foucault (1987) [1969], p. 73. 3. El concepto de episteme se diferencia tanto de los de cosmovisión y paradigma como del de estructura. Se aparta de las cosmovisiones, de los paradigmas, de esas grandes legislaciones escritas “de una vez y para siempre por una mano anónima”, por su carácter de “campo indefinido de relaciones”, por ser aquel “conjunto indefinidamente móvil de escansiones, de desfases, de coincidencias que se establecen y se deshacen”; Foucault (1987) [1969], pp. 322-324. A pesar de la semejanza, mientras el concepto de estructura remite a un todo coherente, completo y cerrado sobre sí mismo, que permitiría la emergencia de un conocimiento válido y objetivo, la episteme refiere a las formas de ver y de hablar de una época histórica no caracterizadas por la coherencia, sino por las rupturas, grietas y discontinuidades, y niega, por lo tanto, al idea de totalización.
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Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...
por un lado, la que inaugura la época clásica hacia mediados del siglo XVII y, por otro, la que marca el comienzo de la época moderna a principios del siglo XIX. Es en el seno de esta última redistribución en el orden del saber –que reemplaza la episteme clásica por la episteme moderna– donde aparecen las ciencias humanas. Más allá de las contingencias que han dado lugar al nacimiento de cada una de ellas, la posibilidad intrínseca del surgimiento de “este conjunto de discursos que toma por objeto al hombre en lo que tiene de empírico” está ligada a un reordenamiento de la episteme que dio por resultado la constitución de la figura del hombre como objeto de ciencia; es decir, su emergencia como “aquello que hay que pensar y aquello hay que saber”.4 Las figuras epistemológicas que componen las ciencias humanas no podrían, entonces, presentar antecedentes en formas discursivas previas a su surgimiento: es solamente a partir de la invención del hombre que éste, por primera vez, puede ser colocado en el lugar de los objetos de conocimiento. La irrupción de la concepción del hombre en el pensamiento moderno no sólo fundó las ciencias humanas, sino que entregó a éstas su paradoja constitutiva: el hombre se convirtió, por un lado, “en aquello a partir de lo cual todo conocimiento podía constituirse en su evidencia inmediata y no problemática” y, al mismo tiempo, “en aquello que autoriza el poner en duda todo el conocimiento del hombre”.5 En La Arqueología del Saber –obra en la que Foucault establece los principios metodológicos que habrían gobernado la construcción de sus obras anteriores–,6 el concepto de episteme es apenas mencionado hacia el final, mientras que el despliegue teórico se estructura en torno a los conceptos de formación discursiva, enunciado, saber y sus relaciones con la ciencia. Foucault considera que el saber de una época se halla constituido por el conjunto de los regímenes de enunciados posibles, regímenes que encuentran sus límites en lo visible y lo decible en un tiempo y lugar determinados y que resultan del interjuego de reglas que hacen que emerjan algunos enunciados y no otros. En este sentido, el saber para Foucault es aquel pensamiento implícito en la sociedad, pensamiento anónimo configurado a partir de ciertas reglas de formación y transformación, que resulta condición de posibilidad tanto de una teoría como de una práctica o de una ciencia. El saber constituye, entonces, aquella experiencia social que, aunque no se inscriba de manera elocuente en un enunciado concreto, sí puede ser reconstruida a partir de una descripción de las 4. Foucault (1984) [1966a], p. 334. 5. Foucault (1984) [1966a], p. 335. 6. En la Introducción, Foucault sostiene que dicha obra es un intento por dar coherencia al conjunto de “una empresa cuyo plan han fijado de manera muy imperfecta la Historia de la locura, El nacimiento de la clínica y Las palabras y las cosas”; Foucault (1987) [1969], pp. 24-25.
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líneas de visibilidad y de enunciación que caracterizan la masa discursiva de un período (reglamentos, poesía, consejos de higiene, filosofía; en fin, documentos provenientes de distintos campos). Foucault propone atender esta masa discursiva con el fin de identificar las regularidades en la construcción de determinadas formas de mirar y de decir, ya que ellas conforman códigos de la palabra y de la mirada que posibilitan la comprensión de aquel pensamiento anónimo y de las verdades y evidencias construidas en su seno.
III. El método arqueológico Desde esta perspectiva, la pregunta por el saber es una pregunta arqueológica y la tarea del “arqueólogo” consiste en “sacar a la luz este pensamiento anterior al pensamiento [...] ese trasfondo sobre el cual nuestro pensamiento ‘libre’ emerge y centellea durante un instante”.7 Se trata de buscar los estratos sobre los que se erigen nuestras evidencias y verdades actuales, es decir, de indagar las condiciones de posibilidad de la aparición de ciertos enunciados y de la exclusión de otros. En este sentido, Foucault propone un trabajo de descripción sobre el archivo, entendiendo por él no la masa de textos recuperados de una época sino el conjunto de las reglas que en un tiempo y lugar definen sobre qué se puede hablar, cuáles discursos circulan y cuáles se excluyen, cuáles son válidos, quiénes los hacen circular y a través de qué canales. Así, el método arqueológico recurre a la historia, pero “esta estrategia no implica buscar las verdades del pasado sino el pasado de nuestras verdades”.8 Por ello, no resulta relevante para el análisis arqueológico la veracidad de los documentos sino las condiciones de su aparición, “pues lo que interesa es ver cómo estamos constituidos, desde qué mecanismos; ya que aquello que damos por verdadero tiene un cierto efecto en qué somos y cómo somos”.9 Al llamar arqueológico al método de análisis de la historia, Foucault propone invertir las relaciones que caracterizaron a ambas disciplinas. Según el autor, hubo un tiempo en que la arqueología tendía a la historia y “no adquiría sentido sino por la restitución de un discurso histórico: podría decirse, jugando un poco con las palabras, que, en nuestros días, la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca del monumento”.10
7. Foucault (1991) [1966b], p. 34. 8. Murillo (1996), p. 39. 9. Murillo (1997), p. 39. 10. Foucault (1987) [1969], p. 11.
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El análisis arqueológico focaliza en la dimensión de exterioridad de los discursos11 y busca sus condiciones de existencia en las prácticas discursivas que son, asimismo, prácticas sociales. Las prácticas discursivas producen saberes de distinto tipo que, a su vez, las caracterizan y delimitan. En palabras de Foucault, “No cuestiono los discursos sobre aquello que, silenciosamente, manifiestan, sino sobre el hecho y las condiciones de su manifiesta aparición. No los cuestiono acerca de los contenidos que pueden encerrar sino sobre las transformaciones que han realizado. No los interrogo sobre el sentido que permanece en ellos a modo de origen perpetuo, sino sobre el terreno en el que coexisten, permanecen y desaparecen. Se trata de un análisis de los discursos en la dimensión de su exterioridad”.12
IV. Las relaciones entre ciencia y saber desde una perspectiva arqueológica El método arqueológico no describe disciplinas –si entendemos por ellas a un conjunto de enunciados que pretenden producir conocimientos científicos, es decir, discursos coherentes, demostrados e institucionalizados–, ya que aquéllas no fijan los límites de las positividades ni se corresponden con las formaciones discursivas. Tampoco las positividades y las ciencias se hallan en relación de sucesión cronológica o de mutua exclusión. Entonces, ¿cuáles son las relaciones entre ciencias y positividades? En este punto, resulta relevante distinguir los dominios de cientificidad de los territorios arqueológicos. Mientras que los primeros se constituyen de aquellas proposiciones coherentes, sujetas a ciertas leyes de construcción pasibles de demostración, de ordenación jerárquica y sistematización; la arena arqueológica, en cambio, atraviesa distintos tipos de textos. En tanto el saber no se ciñe a los enunciados demostrados, el análisis arqueológico puede intervenir igualmente en ficciones, reflexiones, relatos, reglamentos institucionales y decisiones políticas. Es en este sentido que, en términos de Foucault, “la práctica discursiva no coincide
11. En El orden del Discurso, Foucault expone los cuatro principios de método reguladores del análisis de los discursos; cuatro principios que se oponen a las nociones que han dominado la historia de las ideas, a saber: de trastocamiento, de discontinuidad, de especificidad y de exterioridad. Este último propone “no ir del discurso hacia su núcleo interior y oculto, hacia el corazón de un pensamiento o de una significación que se manifiestan en él; sino, a partir del discurso mismo, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie aleatoria de esos acontecimientos y que fija los límites”; Foucault (1999) [1970], p. 53. 12. Foucault (1991) [1968], p. 58.
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con la elaboración científica a la que puede dar lugar; y el saber que forma no es ni el esbozo áspero ni el subproducto cotidiano de una ciencia constituida. Las ciencias [...] aparecen en el elemento de una formación discursiva y sobre un fondo de saber”.13 Para abordar las vinculaciones entre ciencia y saber, es oportuno señalar que las formaciones discursivas se transforman al franquear distintos umbrales (positividad, epistemologización, cientificidad y formalización). Dichos umbrales no sólo redistribuyen los elementos de cada formación discursiva sino que delimitan nuevas reglas de formación de objetos, de conceptos y de estrategias discursivas. Producen, de esta forma, nuevas articulaciones entre estos elementos, nuevos criterios de selección y nuevos recortes, y dan paso, así, a nuevas condiciones para la emergencia de los enunciados.14 En cada formación discursiva se reconoce una particular relación entre ciencia y saber, y una de las opciones de la descripción arqueológica consiste en mostrar cómo el discurso científico se inscribe y opera en el campo del saber; es decir, cómo recorta, selecciona y modifica los elementos del saber. En este sentido, la ciencia se localiza en el saber pero de ninguna manera lo agota o lo reemplaza. Por ello, si bien la ciencia se constituye sobre un fondo de saber, no todo dominio de saber deviene conocimiento científico.15
V. De la historia de las ideas a la historia del discurso Ahora bien, para comprender por qué han aparecido en un cierto tiempo y lugar una ciencia, una teoría, un concepto, valores, verdades, etc., hay que atender a
13. Foucault (1987) [1969], pp. 308-309. Destacado nuestro. 14. Foucault denomina “umbral de positividad” al momento en que una formación discursiva se individualiza y autonomiza. Cuando sobre una formación discursiva se opera un recorte de enunciados que intentan hacer valer ciertas reglas de verificación y de coherencia, se dirá que aquella atraviesa el “umbral de espistemologización”. En tanto aquellos enunciados con estatuto epistemológico obedecen a criterios formales y a leyes de construcción de proposiciones, se dice que han franqueado el “umbral de cientificidad”. Por último, cuando el discurso científico define axiomas necesarios y puede desplegar el edificio formal que lo constituye, se dirá que ha atravesado el “umbral de formalización”. Estos umbrales no representan estadios naturales y necesarios a través de los cuales se sucederían ordenada y evolutivamente las formaciones discursivas; implican, por el contrario, modificaciones internas del orden de la singularidad y la contingencia. 15. Foucault dirá que el saber “no es ese almacén de materiales epistemológicos que desaparecería en la ciencia que lo consumara. La ciencia (o lo que se da por tal) se localiza en un campo de saber y desempeña en él un papel. Papel que varía según las diferentes formaciones discursivas y que se modifica con sus mutaciones”; Foucault (1987) [1969], p. 310.
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las relaciones sociales que los hicieron discursos enunciables y visibles, esto es, situarlos en determinadas relaciones de poder. En este sentido, vemos cómo el saber se liga al poder. Asimismo, al preguntarse por las condiciones de posibilidad de la emergencia de determinados discursos y sus relaciones con otras prácticas extradiscursivas –obviando deliberadamente la referencia a voluntades individuales–, Foucault apuesta, más que a una historia de las ideas, a una historia del discurso. Consideramos oportuno detenernos en este dilema teórico-metodológico entre la tarea de realizar una historia de las ideas o una descripción arqueológica. Foucault desestima por varias razones los tipos de análisis producidos por los historiadores de las ideas. En primer lugar, mientras que la historia de las ideas busca interpretar en el discurso aquellos elementos que lo trasciendan y que sean manifestaciones de un sentido ubicado por fuera de él, la arqueología se dirige al discurso mismo en tanto práctica que obedece a ciertas reglas de formación. En segundo lugar, la descripción arqueológica, lejos de buscar una continuidad y una explicación causal entre los discursos y aquello que los precede, antecede o rodea, pretende abordar el discurso desde su exterioridad, por medio de la explicitación de las formas específicas en que se articulan las formaciones discursivas y los dominios no discursivos. En tercer lugar, la descripción arqueológica no toma a la obra como una unidad por considerar que las reglas de formación discursiva atraviesan las obras individuales. Y por último, mientras que la historia de las ideas, al marcar distinciones entre lo original y lo ya dicho, intenta recuperar las motivaciones o intenciones del autor, la arqueología pretende, en cambio, describir las regularidades de los enunciados, es decir, el conjunto de condiciones en que se ejerce la función enunciativa. De este modo, la arqueología localiza su interés en las discontinuidades que, delineadas por ciertas transformaciones, afectan el régimen de las formaciones discursivas.16 La descripción arqueológica es, entonces, “una tentativa para hacer una historia distinta de lo que los hombres han dicho”.17 En pocas palabras, La Arqueología del Saber nos habla de dos formas de hacer historia, de dos tipos de análisis de la historia: mientras que el más tradicional enfatizaría en la continuidad de las grandes unidades históricas, la historia nueva fijaría su atención, por el contrario, en detectar las interrupciones que se deslizan por debajo de esas unidades. Si bien ambas trabajan con y a partir 16. Foucault entiende por “formación discursiva” a las series de enunciados surgidos en distintos ámbitos que, lejos de formar un sistema homogéneo, se articulan en la dispersión (esto es, en la diferencia) y emergen en prácticas sociales que operan como condiciones de posibilidad del conjunto de enunciados constitutivos de esa formación discursiva específica. 17. Foucault (1987) [1969], p. 233.
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de documentos, sus concepciones sobre el valor del documento son distintas y provocan efectos de superficie inversos. Mientras que la historia tradicional interroga al documento con el objeto de reconstruir el pasado que lo produjo, la historia nueva no pretende ni interpretarlo ni probar su veracidad sino abordarlo desde su interior. Es decir, plantea revertir la posición respecto de la utilización del documento en tanto éste ya no es “esa materia inerte a través de la cual trata ésta [la historia] de reconstruir lo que los hombres han hecho o dicho, lo que ha pasado y de lo cual sólo resta el surco: trata de definir, en el propio tejido documental, unidades, conjuntos, series, relaciones”.18 La mutación epistemológica de la historia operaría un desplazamiento desde el documento como memoria hacia el documento como monumento, en el que se despliegan los elementos que el investigador deberá aislar, reagrupar, relacionar. Desde esta perspectiva, algunos efectos de superficie surgidos de la concepción tradicional de la historia pueden resultar obstáculos epistemológicos para la descripción arqueológica.
VI. Obstáculos para una arqueología del saber Gaston Bachelard introduce el concepto de obstáculo epistemológico para denominar aquellos conocimientos que por diversos motivos se han convertido en causas de estancamiento, retroceso o inercia para el desarrollo del proceso de investigación científica. No se trata de obstáculos externos como “la complejidad o la fugacidad de los fenómenos” ni son atribuibles a “la debilidad de los sentidos o del espíritu humano” sino que constituyen dificultades propias del sujeto en el acto de conocer. En este sentido, sostiene que “hay que plantear el problema del conocimiento científico en términos de obstáculos [...] es en el mismo acto de conocer, íntimamente, donde aparecen, por una especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las confusiones”.19 Desde este enfoque, el acto de conocer no sería una actividad apacible en la que el sujeto de conocimiento y el mundo de las cosas se encuentran en una relación signada por la continuidad y la afinidad, sino que, por el contrario, no habría entre ambos adecuación ni identificación. Dice Foucault, retomando al Nietzsche de La gaya ciencia, “entre el conocimiento y las cosas que tiene para conocer no puede haber ninguna relación de continuidad natural. Sólo puede haber una relación de violencia, dominación, poder y fuerza, una relación de violación. El conocimiento sólo puede ser una violación de las cosas a conocer 18. Foucault (1987) [1969], p. 10. 19. Bachelard (1984) [1938], p. 187. Destacado en el original.
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y no percepción, reconocimiento, identificación de o con ellas”.20 La tarea de conocer conlleva, entonces, el ejercicio de una violencia sobre la continuidad asignificativa del mundo. Y el sujeto que conoce no sólo ejerce esta violencia sobre el mundo material sino también sobre sí mismo al romper con las prenociones, deconstruyéndose en este acto como sujeto. En esta línea de pensamiento, algunos procedimientos y temas pivote de la historia global (origen, totalidad, unidad, continuidad) pueden ser pensados como obstáculos epistemológicos para la realización de una historia general o arqueología. Querríamos profundizar en algunos obstáculos que Foucault distinguió al proponer una historia del pensamiento mediante la descripción arqueológica del documento. Es decir, pretendemos indagar sobre algunas preconstrucciones, verdades dadas, evidentes, que resultan trabas para un análisis que intente trazar la historia del pensamiento a partir de nuevas relaciones entre los elementos; análisis que implicará quiebres, deconstrucciones y rearticulaciones de las relaciones más aparentes.21 Foucault opera rupturas con las nociones, conceptos, teorías y tipos de relaciones que obstaculizan la tarea de una descripción arqueológica, es decir, de “una descripción pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la búsqueda de las unidades que en ellos se forman”.22 Vemos aquí una semejanza metodológica con la concepción de Pierre Bourdieu acerca de la construcción del objeto de investigación. Según Bourdieu, el conocimiento sólo es posible a partir de un proceso sistemático y deliberado de desarticulación de saberes previos, y del establecimiento de un nuevo haz de lazos conceptuales. En sus palabras, “el descubrimiento no se reduce nunca a una simple lectura de lo real, aun del más desconcertante, puesto que supone siempre la ruptura con lo real
20. Foucault (2000) [1973], p. 24. 21. En palabras de Murillo: “El método arqueológico se vale del documento, recurre a la historia efectiva y real, no acepta ninguna forma de determinismo ni teleología, se centra en los acontecimientos y reconoce el valor del azar, en sentido de lo contingente. El método foucaultiano enseña a desconfiar de cualquier forma de evidencia” (1997), p. 39. 22. Foucault (1987) [1969], p. 43. Profundizando en esta cuestión, Foucault plantea: “si los discursos deben tratarse desde el principio como conjuntos de acontecimientos discursivos, ¿qué estatuto hay que conceder a esta noción de acontecimiento que tan raramente fue tomada en consideración por los filósofos? Claro está que el acontecimiento no es ni sustancia, ni accidente, ni calidad, ni proceso; el acontecimiento no pertenece al orden de los cuerpos. Y sin embargo no es inmaterial; es en el nivel de la materialidad, como cobra siempre efecto, que es efecto; tiene su sitio, y consiste en la relación, la coexistencia, la dispersión, la intersección, la acumulación, la selección de elementos materiales; no es el acto ni la propiedad de un cuerpo; se produce como efecto de y en una dispersión material”; Foucault (1999) [1970], p. 57.
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y las configuraciones que éste propone a la percepción [...] para hacer surgir el nuevo sistema de relaciones entre los elementos”.23 a) Discontinuidad y ruptura
Un primer obstáculo se relaciona con todas aquellas formas que apelan a la continuidad: nociones tales como tradición, influencias, desarrollo, evolución y mentalidad; grandes unidades discursivas pretendidas en libros, obras y autores; y temas recurrentes como el origen y lo ya dicho. Foucault realiza sobre ellas un trabajo negativo, deconstructivo, en tanto “son siempre el efecto de una construcción cuyas reglas se trata de conocer y cuyas justificaciones hay que controlar, definir en qué condiciones y en vista de qué análisis ciertas son legítimas; indicar las que, de todos modos, no pueden ser ya admitidas”.24 Pueden establecerse, aquí, semejanzas con el planteo de Pierre Bourdieu en torno a que la historia de las ciencias “es siempre discontinua porque el refinamiento de la clave de desciframiento no continúa nunca hasta el infinito sino que concluye siempre en la sustitución pura y simple de una clave por otra”. Foucault propone librarnos de las construcciones naturalizadas de largos períodos que dan cuenta de unidades cerradas sobre sí mismas, cuya coherencia interna descansa en la articulación de relaciones causales entre sucesos que se derivan unos de otros, y donde lo discontinuo es borrado en pos de subrayar la continuidad. Si no librarnos, al menos dejarlas en suspenso, ponerlas entre paréntesis, dejar de considerarlas como evidentes, y empezar a tener en cuenta que la unidad de una época histórica, una obra o un autor son construcciones realizadas desde alguna perspectiva actual sobre un conjunto discursivo previo: una operación que da cuenta de que el sentido se construye a partir de un efecto de retroversión. b) La constitución subjetiva
Un segundo obstáculo epistemológico se relaciona con la concepción de sujeto supuesta en la concepción tradicional de la historia. Según Foucault, una razón para que los efectos de la mutación epistemológica en el análisis de la historia no se hayan dejado sentir aún en la historia del pensamiento se vincula con la pretensión de salvar la soberanía del sujeto contra todos los descentramientos de los que éste fue víctima. Foucault señala que, en el siglo XIX, Marx, Nietzsche y Freud –según Paul Ricoeur, los maestros de la sospecha– operaron tres 23. Bourdieu (1995) [1993], p. 48. 24. Foucault (1987) [1969], p. 41.
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descentramientos de la función fundadora del sujeto. A partir de ellos, ingresaron en el pensamiento occidental nuevas formas de discursividad que permitieron pensar la enajenación del sujeto, poner en duda la posibilidad del hombre de gobernar la totalidad de sus acciones. La descentralización definitiva, operada por el psicoanálisis, dejó en evidencia que el hombre no se halla gobernado enteramente por la razón, dando por tierra con la idea de un sujeto libre y consciente de todos sus actos. Ignorando estos descentramientos, la historia continua “es el correlato indispensable de la función fundadora del sujeto: la garantía de que todo cuanto le ha escapado podrá serle devuelto”; y en este sentido, “lo que tanto se llora no es la desaparición de la historia, sino la de esa forma que estaba referida en secreto, pero por entero, a la actividad sintética del sujeto; lo que se llora es ese uso ideológico de la historia por el cual se trata de restituir al hombre todo cuanto, desde hace más de un siglo, no ha cesado de escaparle”.25 En oposición a la concepción del sujeto como esencia dada, como identidad sustantiva, de un sujeto caracterizado por la razón, la libertad, la voluntad y la capacidad de conocer la verdad de lo real en sí mismo, Foucault sostiene que los sujetos son producidos en el seno de dispositivos.26 El sujeto es fabricado en dispositivos tales como la familia, la sexualidad y el trabajo, cuya parte enunciable está conformada por el dispositivo discursivo que las atraviesa. En este sentido, el sujeto se constituye en la relación de las prácticas discursivas y extradiscursivas propias de cada dispositivo y al interior de una trama histórica-social. Hablar de dispositivos nos conduce, entonces, a plantear cómo Foucault entiende el poder. Desde la perspectiva foucaultiana, el poder no es pensado como algo que se posee y se transmite sino como relaciones de fuerza que se ejercen, relaciones que, a su vez, generan resistencias. Son estas resistencias, que pueden o no ser conscientes y racionales, las que dinamizan los dispositivos de 25. Foucault (1987) [1969], pp. 20, 23-24. En el campo del pensamiento social, numerosos desarrollos han incorporado valiosos aportes del psicoanálisis, aunque cabe destacar que la concepción del sujeto que se centra en igualar el yo con la conciencia no fue del todo desterrada de su posición hegemónica en el espacio discursivo de las ciencias humanas. 26. En “¿Qué es un dispositivo?”, Gilles Deleuze entiende los dispositivos como madejas en las que se entretejen líneas de visibilidad, de enunciación, de fuerza. En cuanto a la visibilidad, los dispositivos serían “máquinas para hacer ver y para hacer hablar. La visibilidad no se refiere a una luz en general que iluminara objetos preexistentes; está hecha de líneas de luz que forman figuras variables e inseparables de este o aquel dispositivo. Cada dispositivo tiene su régimen de luz, la manera en que ésta cae, se esfuma, se difunde, al distribuir lo visible y lo invisible, al hacer nacer o desaparecer el objeto que no existe sin ella”; Deleuze (1990), p. 155. Un dispositivo es, entonces, una red conformada por elementos heterogéneos y polimorfos que se configuran en y a partir de ciertas relaciones de fuerza.
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poder. De este modo, lejos de pensar al poder como algo puramente represivo, Foucault lo entiende como algo activo: produce sujetos y saberes. En este sentido, “el dispositivo se halla pues siempre inscrito en un juego de poder, pero también siempre ligado a uno de los bordes del saber, que nacen de él pero, asimismo, lo condicionan. El dispositivo es esto: unas estrategias de relaciones de fuerzas soportando unos tipos de saber, y soportadas por ellos”.27 De este modo, el poder atraviesa todo el entramado social, es ejercido, no vertical o piramidalmente, sino desde el interior de redes formadas por un conjunto heterogéneo de elementos discursivos y no discursivos que se articulan configurando dispositivos. El análisis de la episteme es pensado como el análisis de un tipo de dispositivo específicamente discursivo. En este sentido, una descripción arqueológica de los documentos históricos no se ocupa de interpretar la voluntad individual del autor, rechaza cualquier análisis que se reduzca a las intenciones o capacidades de individuos empíricos. Por el contrario, considera al discurso en su materialidad, en tanto producto de prácticas sociales concretas entramadas en dispositivos concretos; busca mostrar cómo, en ellos, los sujetos y los saberes son fabricados. Si el sujeto no nace sino que se hace, es porque, en primer lugar, él mismo es inventado en el seno de dispositivos que lo estructuran. Para Foucault, en una línea de pensamiento inaugurada por Marx un siglo antes, el sujeto está sujetado; es el emergente, el efecto de una estructura que lo precede. Consideramos pertinente, en este punto, apoyarnos en algunas conceptualizaciones desarrolladas en el Seminario 2 de Jacques Lacan, seminario dictado entre los años 1954 y 1955.28 Según Lacan, el pensamiento freudiano revoluciona el estudio de la subjetividad al postular que el sujeto no es equivalente al individuo. En este sentido, se rehúsa a pensar el sujeto como una esencia dada, como un yo consciente que preexiste al acto de conocer. Al reconocer que todo cuanto el sujeto hace y dice no está enteramente gobernado por la razón y la voluntad individual no sólo supone que el sujeto excede a la conciencia (es más que, cartesianamente, “una cosa que piensa”), sino que reafirma la dimensión de lo inconsciente como constitutiva de la subjetividad. “Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto”, dice Lacan, “son todo aquello que lo ha constituido, sus padres, sus vecinos, toda la estructura de la comunidad, que lo han constituido
27. Foucault (1991) [1977], p. 130. 28. Se trata, más que de una articulación entre dos sistemas de pensamiento (lo cual carecería por completo de sentido desde una perspectiva foucaultiana), de reforzar la exposición del método arqueológico con la idea de sujeto sujetado al lenguaje que construye Lacan en un momento puntual de su recorrido intelectual. La relación de Foucault con el psicoanálisis fue cambiando notablemente en el transcurso de su producción intelectual y merecería consideraciones extensas que exceden por completo las intenciones de este artículo.
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no sólo como símbolo sino como ser”.29 Así, el sujeto se halla estructuralmente sujetado, en principio, por el lenguaje; está atrapado en la red significante, en lo que Lacan llama el Orden Simbólico. El sujeto se constituye, entonces, en la función simbólica pues “por pequeño que sea el número de símbolos que puedan concebir en la emergencia de la función simbólica en la vida humana, ellos implican la totalidad de todo lo que es humano. Todo se ordena en relación con los símbolos surgidos, con los símbolos una vez que han aparecido. La función simbólica constituye un universo en el interior del cual todo lo que es humano debe ordenarse [...] Si la función simbólica funciona, estamos en su interior. Y diré más: estamos a tal punto en su interior que no podemos salir de ella”.30
c) La invención de la verdad Un tercer obstáculo podría vincularse a una concepción clásica de la verdad como descubrimiento de la autenticidad del ser y de la génesis de las cosas, como relación de correspondencia entre las palabras y las cosas, como esencia pura pasible de ser develada a través de las palabras. Esta concepción de verdad se anuda, así, a una comprensión del lenguaje como mero instrumento, como un vehículo no problemático; en resumen, un lenguaje transparente que simplemente nombra. Foucault sostiene que la verdad es socialmente construida y compartida, como emergente de relaciones sociales concretas, relaciones de fuerza, de poder y resistencia, que se imbrican formando una red. También la verdad es producida en dispositivos. En palabras de Pierre Bourdieu, deben rechazarse “todos los intentos por definir la verdad de un fenómeno cultural independientemente del sistema de relaciones históricas y sociales del cual es parte”.31 La verdad así concebida, en tanto supuesto epistemológico, puede cumplir una función metodológica en el proceso de producción de conocimiento. Para Foucault no hay ni sujetos ni objetos preexistentes al acto de conocer, éstos se configuran en la relación, y es en ella que se genera algo distinto al sujeto y al objeto, algo singular, nuevo. No se trata de una verdad que se le imponga al sujeto de conocimiento –énfasis en el objeto– ni de verdades contenidas en el sujeto y que son potencialmente desarrollables –énfasis en el sujeto– sino del hecho de que sujeto y objeto se coconstituyen en el conocimiento. Desde esta perspectiva, la descripción arqueológica no indaga al documento sobre el valor de verdad o falsedad de sus enunciados, sino que trata de 29. Lacan (1995) [1954], p. 37. 30. Lacan (1995) [1954], pp. 51-53. 31. Bourdieu (1993) [1973], p. 35.
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detectar: cómo se construyen criterios de verdad, a partir de qué reglas ciertos discursos se constituyen como verdaderos mientras que otros quedan relegados a los márgenes de lo verdadero, cómo han surgido las verdades evidentes, qué dispositivos las producen y qué efectos de poder generan.
VII. Conclusión En síntesis, frente a una historia como necesidad, donde pueden encontrarse encadenamientos causales entre sucesos que nos hablarían de un destino prefijado, en oposición a una visión progresiva y teleológica de la historia, Foucault propone pensar la historia como articulaciones contingentes entre acontecimientos que, surgidos en ciertos dispositivos, lejos de clausurar sentidos, abren grietas, multiplican líneas de ruptura, permiten el sinsentido. Asimismo, una historia general, como contrapartida de una historia global, no busca la restitución de un sentido totalizador, de un origen fundante, de una causalidad necesaria, sino que acoge al discurso en su carácter de acontecimiento singular. Y una descripción arqueológica aborda la historia como la masa de documentos que circulan y son leídos, busca series de acontecimientos, intenta identificar qué desfasajes pueden existir entre ellas, qué temporalidades diferentes las caracterizan, qué elementos las constituyen. En suma, “la anulación sistemática de las unidades dadas permite en primer lugar restituir al enunciado su singularidad de acontecimiento y mostrar que la discontinuidad no es tan sólo uno de esos grandes accidentes que son como una falla en la genealogía de la historia, sino ya en el hecho simple del enunciado”.32 De este modo, las distintas perspectivas teórico-metodológicas recorren ejes distintos, ejes que suponen diferentes concepciones del sujeto, de la verdad y de la historia. Por un lado, la historia de las ideas discurre sobre el eje conciencia - conocimiento - ciencia, que remite a una historia interna de la verdad, protagonizada por sujetos soberanos, autónomos y plenamente conscientes de sus actos. Por otro lado, la descripción arqueológica desplaza su interés hacia el eje prácticas discursivas - saber - ciencia, eje que permite articular la historia interna de la verdad con aquellos otros sitios donde se producen verdades y que, a su vez, revela un sujeto producido en redes significantes. Finalmente, podríamos decir que la ciencia actúa sobre el saber redistribuyendo, validando, confirmando y modificando algunos de sus elementos. De este modo, algunos saberes han sido sometidos por la ciencia. Este disciplinamiento de saberes polimorfos y heterogéneos consiste justamente en su sistematización 32. Foucault (1987) [1969], p. 46.
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según criterios de selección que descalifican y desechan el saber falso y el no saber, en la normalización y homogeneización de sus contenidos y en su jerarquización dentro del dominio científico. Frente a la tiranía de los discursos totalizantes, Foucault postula la liberación de los saberes soterrados; liberación sólo posible mediante la insurrección de los saberes contra la institución y los efectos de poder del discurso científico, contra su propia jerarquización, contra lo que tiene de coercitivo el discurso teórico, unitario, formal.
Bibliografía Bachelard, Gaston: La formación del espíritu científico. Contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1984 [1938]. Bourdieu, Pierre et al.: El Oficio de Sociólogo. Presupuestos epistemológicos, Madrid/ México, Siglo XXI, 1993 [1973]. Deleuze, Gilles: “¿Qué es un dispositivo?”, en Balbier, E. et al., Michel Foucault, filósofo, Barcelona, Gedisa, 1990. Foucault, Michel: Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Barcelona, Planeta-Agostini, 1984 [1966a]. —: La Arqueología del Saber, México, Siglo XXI, 1987 [1969]. —: “A propósito de Las palabras y las cosas”, en Saber y Verdad, Madrid, La Piqueta, 1991 [1966b]. —: “La función política del intelectual. Respuesta a una cuestión”, en Saber y Verdad, Madrid, La Piqueta, 1991 [1968]. —: “El juego de Michel Foucault”, en Saber y Verdad, Madrid, La Piqueta, 1991 [1977]. —: El Orden del Discurso, Barcelona, Tusquets editores, 1999 [1970]. —: “Primera conferencia”, en La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 2000 [1978]. Lacan, Jacques: “Saber, verdad y opinión y El universo simbólico” en Seminario 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires/ Barcelona/México, Paidós, 1995 [1954]. Murillo, Susana: El Discurso de Foucault: Estado, locura y anormalidad en la construcción del individuo moderno, Buenos Aires, Oficina de Publicaciones del CBC, Universidad de Buenos Aires, 1997.
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Capítulo 3 EL PORVENIR DE UN ENCUENTRO. PSICOANÁLISIS Y CIENCIAS SOCIALES, ENTRE LA APLICACIÓN Y LA EXTENSIÓN*
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I. Entradas El trabajo explora algunos aspectos de los modos en que el psicoanálisis1 enunció, pero también pensó y teorizó, su relación con otros saberes y prácticas. Así, el escrito se propone indagar dos estilos de relación entre el psicoanálisis y otros
* En este capítulo reescribí algunos tópicos trabajados en “El porvenir de una relación. Psicoanálisis & investigación social entre la aplicación y la extensión”, publicado en la Revista Universitaria de Psicoanálisis, Nº8, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, 2008. Una parte de esta nueva versión encontró el momento de ser reescrita en ocasión de las 1as Jornadas de Historia, psicoanálisis y filosofía llevadas a cabo en Buenos Aires en 2009. La reescritura de ese artículo ha sido acompañada por ese intertexto que es el grupo de estudio, sobre los escritos de Lacan, con Ricardo Rodríguez Ponte. El trabajo se benefició con los comentarios de Ricardo Abduca, Federico Aboslaiman, Carina Basualdo, Ana Couchonnal y Guillermo Wilde. También con las puntuaciones de Omar Acha. Y esta extensión fue posible gracias a la charla de muchos años con Laura Salinas. Como es de forma, no los hago responsables de lo aquí expresado. 1. Bien podría hablar de los psicoanálisis pero, como señala Derrida, “pluralizar es siempre darse una salida de emergencia hasta el momento en que es el plural el que nos mata”; Jacques Derrida (1997) [1996], p. 44.
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campos mediante el rastreo de algunas de las coordenadas políticas, institucionales y epistémicas que vertebraron la constitución de las nociones psicoanálisis aplicado y psicoanálisis en extensión. Y, por esa vía, comenzar a pensar qué de lo dicho por los psicoanalistas acerca de la formación del analista comparte una espesura en común con la formación del investigador social o el quehacer propio de las ciencias sociales. Al intentar reconstruir los lazos del psicoanálisis con otros saberes, es inevitable transitar la cornisa de las controversias acerca de lo que distingue el psicoanálisis aplicado del psicoanálisis en extensión. Las denominaciones “aplicado” y “en extensión” entrañan problemas derivados de los usos y de las referencias de las palabras. Ambas denominaciones tienen una historia que no es otra que la de los usos del psicoanálisis por fuera de lo que se supone su campo específico, esto es, el de una práctica que se entiende desde el propio psicoanálisis a partir de su relación con la clínica. Los problemas parecen exceder entonces la cuestión terminológica. En todo caso, los términos aplicado y en extensión dan cuenta de modos de vinculación del psicoanálisis con otros saberes y otras prácticas. En ese sentido, dichas denominaciones permiten desbrozar el tipo de producto pero también los presupuestos epistemológicos que nutrieron los modos en los que el psicoanálisis llevó a cabo –y pensó– su relación con otros campos –entre ellos, el de las ciencias sociales–. Esos modos de relación del psicoanálisis con otros campos (en un sentido que implica el desde) se ha venido desarrollando en sincronía con los modos en que otros saberes se encontraron o buscaron herramientas conceptuales en el psicoanálisis para enfrentar sus propias preguntas y desafíos. Se trata entonces de situar un tablado para pensar los usos del psicoanálisis en el campo de las ciencias sociales y, más específicamente, en el terreno de las prácticas de investigación social. Con ese objetivo, estas notas se proponen reseñar algunas distinciones efectuadas en el campo psicoanalítico acerca del psicoanálisis aplicado y el psicoanálisis en extensión que inviten a intentar nuevas escuchas entre ambos campos y escrutar las posibles vías de encuentro entre el quehacer propio de la ciencia social y aquello que el psicoanálisis ofrece.
II. Psicoanálisis aplicado / psicoanálisis en extensión A la luz de la propuesta esbozada, no es cuestión de engrosar las tintas de la controversia entre lo aplicado y lo extensivo mediante una lógica que plantee la diferencia como un dilema. Los usos efectivos de un saber son materializaciones del hacer, de modo tal que las distinciones entre una y otra posición sólo serán aprehensibles si, a condición de no moralizar la disputa, el problema se plantea como un debate entre dos praxeologías. En algún punto –como diría Lévi50
Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...
Strauss– sólo si aíslo los extremos la contradicción permanece. En tal sentido, no se trata de tensar la cuerda con el fin de crear la escena manualística de una riña académica o profesional entre “aplicacionistas” y “extensionistas”2 sino que he apelado a esos rótulos con el fin de reordenar algunos ejes de la exposición y mostrar que tras los términos anidan, por lo menos, dos concepciones acerca de cómo pueden establecerse las relaciones entre el psicoanálisis y otros saberes, sobre todo, cuando allí en los usos –que cada una de las posiciones encarna– se condensan sin duda muchos de los sobreentendidos y malentendidos que organizan las relaciones entre el psicoanálisis y las ciencias sociales.3 Assoun destaca que la conjunción de los términos psicoanálisis y ciencias sociales “no logra conformar una sintaxis”. Así, dice que “la posición freudiana traduce al mismo tiempo la convicción firme de una especificidad irreductible del psicoanálisis, en su objeto y en su experiencia propia –lo que la expresión fara da sa traduce vigorosamente– y una apertura de la ‘ciencia del inconsciente’ hacia sus fronteras, especialmente hacia las ciencias de lo social –lo que la expresión psicoanálisis aplicado (angewandte Psychanalyse) significa con firmeza–. De manera que sería conveniente redescubrir y asumir la letra de esta expresión que adquirió mal nombre epistemológico, porque produjo muchos productos eclécticos con esa marca que mancillaron el principio original, ya que existe un movimiento espontáneo desde el psicoanálisis hacia las llamadas ciencias ‘del hombre’. Por lo tanto, no se trataría de aplicar el psicoanálisis a los objetos de las ciencias sociales como una ‘cataplasma’, sino de aprehender el movimiento por el cual el inconsciente,
2. De hecho, los colores de esas camisetas no se destacan en el campo psicoanalítico y les son indiferentes a la mayor parte de los investigadores y teóricos sociales. 3. Así, la y que vincula en el título [de este capítulo] psicoanálisis y ciencias sociales podría reemplazarse por la notación lógica lacaniana ◊ (punzón, en francés losange). Dicha notación lógica daría cuenta de las dificultades que presenta la copla entre ambos saberes. Porge dice que “ese losange se presta a equívocos que nada tienen que envidiar a los equívocos significantes. ‘Está hecho para permitir veinte y cien lecturas diferentes’, afirma Lacan. En efecto, si al principio, en 1958, el punzón es identificado por Lacan con el esquema L, luego será de buena gana descompuesto (como los caracteres chinos) en ‘’ e identificado con la división del Otro y la Demanda, de la S y a son respectivamente el cociente y el resto; un corte en doble bucle del plano proyectivo; la disyunción/conjunción; el más grande/el más pequeño; el vel de la alienación y el borde de la separación en la intersección y la reunión de conjuntos; la implicación y la exclusión”; Erik Porge (2007) [2005], p. 63). Parodiando los juegos de palabras de Lacan cuando –frente a las invectivas de los lingüistas que sostenían su impertinencia en los usos de la lingüística– afirma que él hace lingüistería, Rithée Cevasco señala que los usos que Lacan efectúa de la lógica bien podrían ser entendidos como logistería.
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como objeto sui generis, tiende a ‘aplicarse’ a lo ‘social’, movimiento que hay que acompañar y pensar”.4 Es interesante señalar que en el marco de la exploración de las aporías que atraviesan la relación entre psicoanálisis y ciencias sociales, el mismo Assoun realiza una recuperación del psicoanálisis aplicado mediante el llamado a asumir la letra de la denominación, rompiendo de ese modo el mito de la dualidad de origen entre los sustratos conceptuales, o doctrinarios, de la aplicación y la extensión. A la vez, mediante lo que podría entenderse como una línea de recuperación del espíritu freudiano primitivo, el trabajo de Assoun pareciera dirigirse hacia un doble deslinde. Por una parte, respecto de 1) las posiciones que priorizaron el psicoanálisis como terapia5 –descuidando de ese modo los métodos psicoanalíticos de investigación y, sobre todo, sus usos por fuera del tratamiento de las psicopatologías (esto es: la constitución epistémica de un campo de saber asociado a esa indagación). Pero también Assoun pareciera remarcar su disidencia con 2) ciertas vertientes lacanianas –cuando no respecto del mismo Lacan– que produjeron, como veremos más adelante, una subversión del concepto mismo psicoanálisis aplicado tal como fuera utilizado para clasificar ciertos estudios en vida de Freud o por los corrientes posfreudianas. De modo similar, Plon insiste en que la premura con que, desde los inicios del psicoanálisis, muchos analistas “se dedicaron a encajar –más que aplicar– un ‘saber’ psicoanalítico a objetos no pertenecientes al terreno de la clínica, de la cura” colaboró activamente en su descrédito, habilitando por esa vía críticas destinadas a facilitar la servidumbre del psicoanálisis respecto de la psiquiatría como especialidad médica y eludiendo así la posición política que Freud asume respecto del asunto Reik en ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, “donde recuerda enfáticamente que la línea divisoria no se sitúa entre psicoanálisis ‘médico’ y las aplicaciones del psicoanálisis, sino ‘entre el psicoanálisis científico y sus aplicaciones en los dominios médico y no médico’”.6 El movimiento desde el psicoanálisis hacia las ciencias de la cultura o del espíritu –o como el propio Freud lo refiriera más tarde, hacia la “indagación del régimen social”–, denominado psicoanálisis aplicado, recorre tópicos de la obra psicoanalítica temprana7 y se institucionaliza en 1912 mediante la revista Imago bajo la inspiración de
4. Paul-Laurent Assoun, 2001 [1999], pp. 149-150. 5. Ídem, pp. 32-34. 6. Michel Plon, 2006 [2004], pp.10-11. Sobre este punto véanse Sigmund Freud (1986), “¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial” y “Presentación autobiográfica”. 7. En 1907 se establece en Viena una colección de monografías sobre psicoanálisis aplicado denominada Schriften zur Angewandten Seelenkunde, Michel Plon (2006) [2004], p. 10.
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Hans Sachs y Otto Rank.8 Así, desde lo que podría denominarse la política del psicoanálisis, la aplicación, a pesar de sus resonancias tecnológicas, se ubica en el seno de la propuesta epistémica de Freud y de sus estrategias de posicionamiento del psicoanálisis en el campo científico de su tiempo. Mientras la denominación psicoanálisis aplicado –en la acepción no lacaniana del término– parece ser casi tan vieja como el psicoanálisis mismo, en contraste, el psicoanálisis en extensión se encuentra asociado a las escisiones promovidas en el campo psicoanalítico alrededor de la praxis de Lacan. Es Colette Soler quien propone “para un contexto bastante generalizado, que más allá de la multiplicación de grupos, existen tres momentos en la historia del psicoanálisis: la corporación que privilegia al grupo sobre el discurso, la asociación que privilegia el saber universitario, y la escuela –es la propuesta de Jacques Lacan– que pone el acento en la elaboración (cartel, pase) del saber –sea referencial o textual–”.9 La periodización que propone Soler es sugerente ya que ayuda a articular en el abordaje de nuestro tema los procesos de institucionalización del psicoanálisis con las rupturas teórico-clínicas que se produjeron en su seno, las cuales entre otros aspectos supusieron posicionamientos respecto de la relación del psicoanálisis con otros saberes. Así se puede destacar que la aparición de un espacio de producción y publicación sobre psicoanálisis aplicado como la revista Imago coincide con los inicios de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y la emergencia del término psicoanálisis en extensión con los discursos y 8. El nombre completo de la revista era Imago: Zeitschrift für Anwendung der Psychoanalyse auf die Geisteswissenschaften, es decir, revista para la aplicación del psicoanálisis a las ciencias del espíritu, denominación esta última que establece, por una parte, la impronta neokantiana en los procesos de institucionalización académica de las ciencias sociales en el campo intelectual y científico de habla alemana pero también cierta frontera indiscernible entre el terreno de las humanidades y el de las ciencias sociales. Al respecto, véanse Sigmund Freud, 1984 [1914] y Sigmund Freud (1986) [1926], pp. 230-232. En este último escrito, Freud sostiene enfáticamente que “en modo alguno consideramos deseable que el psicoanálisis sea fagocitado por la medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de la psiquiatría, dentro del capítulo ‘Terapia’ [...] Merece un mejor destino, y confiamos que lo tendrá. Como ‘psicología de lo profundo’, doctrina de lo inconsciente anímico, puede pasar a ser indispensable para todas las ciencias que se ocupan de la historia genética de la cultura humana y de sus grandes instituciones, como el arte, la religión y el régimen social. Yo creo que ya ha prestado valiosos auxilios a estas ciencias para la solución de sus problemas, pero ésas no son sino contribuciones pequeñas comparadas con las que obtendrán cuando los historiadores de la cultura, los psicólogos de la religión, los lingüistas etc. aprendan a manejar por sí mismos el método de investigación que se les ofrece. El uso del análisis para la terapia de las neurosis es sólo una de sus aplicaciones; quizás el futuro muestre que no es la más importante”, Sigmund Freud (1986), p. 232 (los destacados son míos). 9. Germán García (2005), pp. 245-246.
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textos de Lacan relacionados con la fundación de la Escuela Freudiana de París. En síntesis, que la aplicación se corresponde con la lógica de la Asociación y la extensión con la de la Escuela. O, al menos, que si no hay correspondencia –estrictamente– lógica, la hay cronológica. Ahora bien, a diferencia de la aplicación, la idea de extensión cuestiona la noción misma de lo interno y lo externo al psicoanálisis y desplaza la cuestión de la relación con otros campos desde la reverberancia técnica que habla de procedimientos e instrumentos aplicables hacia el trabajo o la experiencia que presupone la formación del analista.10 En el concepto promovido por Lacan, la práctica clínica –la intensión– necesita de ese trabajo –la extensión– que, dicho sea de paso, podrá sin duda colaborar con el hacer de otras profesiones o prácticas.
III. La formación del psicoanalista en la vía del artista La formación del psicoanalista ha sido objeto de pensamiento y de acción desde los inicios de la Asociación internacional fundada en 1910. A esa inquietud respondió, ya avanzada en la década siguiente, la creación de los Institutos de Psicoanálisis.11 La formación de analistas se organizó entonces siguiendo el patrón funcional del instituto de Berlín. Fue en el seno de esa modalidad, y de sus ulteriores adaptaciones en los países anglosajones, que los estudios de psicoanálisis aplicado ingresaron en la criba del saber de corte universitario y lo hicieron, además, como un modo de complementar la formación psicoanalítica básicamente pensada para los médicos.12
10. Cabe destacar que en Freud la formación del analista ya ocupa un lugar relevante. Véase Sigmund Freud (1986) [1926]. 11. El Instituto de Berlín fue inaugurado en febrero de 1920. A Berlín siguieron los de Viena, en mayo de 1922, y unos meses más tarde bajo el nombre de Instituto Psicoanalítico Estatal se estableció el Instituto de Moscú. 12. Es sabido cuáles fueron las respuestas que obtuvo Freud en relación a la admisión de los no médicos en la Asociación. En los institutos los no médicos, también llamados por diversas traducciones analistas profanos o legos, tenían “su lugar en el cursus [establecidos por los institutos] a título excepcional o transitorio”, Eric Laurent (2004), pp. 22 y ss. Dice Pommier que, en respuesta al patrón alemán, Ferenczi fue el primero en señalar que no había diferencia entre análisis terapéutico y análisis didáctico (el que se realiza en el marco del programa de formación que tiene a los institutos como eje) y “el único antes de Lacan en relacionar el objetivo de la formación y el fin de análisis”; sobre este punto y acerca de cómo la formación psicoanalítica se guió por el modelo médico universitario, véase Gérard Pommier (1992) [1989], pp. 23-31.
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En el campo de la teorización afiliada a la enseñanza de Lacan dicho criterio de demarcación sostiene –a trazo grueso– que para la perspectiva del psicoanálisis aplicado, en su sentido tradicional –es decir, tal como era entendido más que ejercido por el canon de la Asociación internacional–, los alcances de la aplicación del psicoanálisis por fuera de su campo clínico específico se juegan en el terreno de la interpretación sin transferencia;13 mientras que la extensión daría cuenta de usos que más que aplicar de modo unilateral el saber psicoanalítico estarían destinados a recibir del arte, la literatura, la filosofía o la ciencia social acicates para revisar la teoría y la experiencia analítica, lo que equivale a decir: modos de trabajar sobre los propios conceptos psicoanalíticos.14 En ese sentido, la aplicación y la extensión pueden ser entendidas como un punto de encuentro y desencuentro entre Freud y Lacan.15 Encuentro, en tanto ambas posiciones habilitan un pensamiento acerca de cómo abordar las relaciones entre el psicoanálisis y lo que no es el psicoanálisis. Desencuentro en tanto la aplicación presupone –al menos en algunas de las corrientes posfreudianas– un espíritu interventor desde una posición de saber, mientras que la extensión se piensa a sí misma como la lógica de un testigo o de un discípulo que piensa su propia práctica a la luz de lo que ofrecen otros saberes. Por otra parte, la perspectiva de la extensión considera que esa vinculación del psicoanálisis con otros saberes no hace referencia al encuentro de dos externalidades, como, por ejemplo, podrían ser las ciencias sociales y el psicoanálisis. Muy por el contrario se trata de una extensión que se ubica topológicamente respecto de la intensión16 propiamente clínica enriqueciendo la práctica mediante
13. Si seguimos a Assoun: “ya estamos en condiciones de captar el sentido estricto del término ‘aplicado’, que aparece en la expresión ‘psicoanálisis aplicado’ y que parece designar la imposición de algo –en este caso, la ‘rejilla’ de la interpretación psicoanalítica– a otra cosa distinta (aquí, las ciencias del hombre y de la cultura)”, Paul-Laurent Assoun (2001), p. 32. 14. Mario Pujó (2001), pp. 37-41. 15. En el marco de las respectivas reflexiones acerca de la introducción del psicoanálisis en la universidad –es decir, su institucionalización como saber que, además de trabajarse en las propias instituciones analíticas, se impartiría en las instituciones universitarias–, tanto Freud como Lacan identificaron algunos saberes y disciplinas como los más adecuados a la formación de psicoanalistas. Véase Mario Pujó (2001), nota 42. 16. Los términos intensión (Sinn; en castellano, sentido, contenido de un concepto) y extensión (Bedeutung; en castellano, referencia de un concepto) son tomados de las categorías lógicosemánticas propuestas por Gottlob Frege. Por ejemplo, las frases “el tirano prófugo” y “el primer trabajador”, en el marco de la lengua política de los argentinos, refieren (extensión) ambas a J. D. Perón, pero producen distintos y, en este caso, contrapuestos sentidos (intensión). Derrida llama la atención sobre cuestiones asociadas con la traducción de la lengua alemana, y, respecto a la palabra Sinn, que quiere decir “sentido’, indica “que también tiene relación
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nuevas aperturas de la teoría. Al fin y al cabo el psicoanálisis, como diría Milner “ciencia de lo éxtimo”, no podría dejar de contemplar –sin el riesgo de vulnerar sus propios axiomas– cómo las torsiones entre intensión clínica y extensión cultural no pueden ser concebidas sino como superficies contiguas.17 Bajo esa misma directriz de trabajo es oportuno destacar que la relación entre intensión clínica y extensión al campo de la cultura intenta prevenir la tentación imperialista y desmarcar así el concepto de la extensión respecto de la noción de expansión.18 Desde los supuestos anteriores, Pujó enfatiza que “la llamada ‘aplicación’ del psicoanálisis no debería ser linealmente entendida como la extensión de un saber constituido, objetivo y objetivable, a un campo distinto del de su producción, porque su implementación pone en juego, cada vez, un doble movimiento: allí donde el psicoanálisis funda su discurso en los saberes de la cultura para dar cuenta de su clínica provee herramientas que van a permitir, a la inversa, despejar los resortes esenciales en los que la propia cultura reposa. Lo que nos conduce a una segunda afirmación: la teoría freudiana de la transferencia es solidaria y
con camino, algo intraducible por ‘sentido’”. Aventuro que Lacan hizo propio ese atolladero de la traducción del término señalado por Derrida. Véase Jacques Derrida (1999), p. 39. En un sugerente escrito acerca de la Proposición del 9 de octubre de 1967 de Jacques Lacan, Bassols pregunta “¿Qué es el ‘psicoanálisis en extensión y en intensión’?” y sigue diciendo: “En la ‘Proposición...’ Lacan escribe ‘psicoanálisis en extensión, o sea los intereses, la investigación, la ideología que él acumula...’. Esta es la referencia del psicoanálisis, su extensión, su Bedeutung. Los ‘intereses’ es un término que evoca el texto de Freud ‘Múltiple interés del psicoanálisis’, su ‘múltiple extensión’, sus múltiples referencias: la literatura, la antropología, la religión –las logociencias, como las ha designado Jacques-Alain Miller–, la Universitas litterarum necesaria a la formación del analista”, Miquel Bassols (2004, puede consultarse en línea). 17. Bassols destaca así cómo la clínica del caso y la clínica de lo social muestran en su solidaria extensión los alcances de la intervención topológica que el propio Lacan propusiera –en los comienzos de la fundación de su escuela– al revelar las consecuencias de la lógica segregativa, esto es “el advenimiento, correlativo a la universalización del sujeto procedente de la ciencia, del fenómeno fundamental cuya erupción puso en evidencia el campo de concentración”; Jacques Lacan (1993) [1967], p. 26. El mismo Lacan dice: “la singular extraterritorialiadad de que goza esta institución [la de los psicoanalistas nucleados en la International Psychoanalytic Association (IPA)] respecto de la enseñanza universitaria, y que le permite calificarse de internacional, fue una buena protección, en la historia, frente a ese primer intento de segregación a gran escala que fue el nazismo. De ello se desprende una curiosa afinidad, perteneciente al registro del reaseguro, entre el estilo de la institución y las soluciones segregativas que la civilización está a punto de retomar ante la crisis generada en ella por la generalización de los efectos del saber. Sería nefasto que ello generase una complicidad: pero es fatal que así sea, si se deja fuera la elaboración de una ética propia a la subversión del sujeto anunciada por el psicoanálisis”, Jacques Lacan (1988) [circa 1961 con interpolaciones 1969], p. 20. 18. Véase Frida Saal (1996), p. 14.
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contemporánea de la teoría freudiana de la formaciones culturales; y la intelección de su dinámica la reconoce homólogamente implicada en el fundamento de todo lazo social”.19 Atento a lo dicho por Pujó, la intelección del lazo social sólo es posible a condición de la solidaridad entre la teoría de la transferencia y la de las formaciones culturales, recordándonos una vez más a los investigadores sociales que el sujeto del psicoanálisis, el del inconsciente, no es ni individual ni social, sino que es transindividual. En el reverso de esa asunción básica del psicoanálisis de corte lacaniano, la vía de encuentro entre el psicoanálisis y las ciencias sociales no pasa por lo que al psicoanálisis le faltaría ni por lo que tiene sino por lo que ofrece en tanto discurso y práctica que se organiza a partir de la lógica del no-todo. En palabras de Lacan, “pienso, aunque la propia Marguerite Duras me entera de que no sabe de toda su obra de dónde le viene Lol, y aunque pueda yo entreverlo por lo que me dice en la frase siguiente, pienso que un psicoanalista sólo tiene derecho a sacar ventaja de su posición, aunque ésta por tanto le sea reconocida como tal: la de recordar con Freud, que en su materia, el artista siempre le lleva la delantera, y que no tiene por qué hacer de psicólogo donde el artista le desbroza el camino. Reconozco esto en el rapto de Lol V. Stein, en el que Marguerite Duras evidencia saber sin mí lo que yo enseño. Con lo cual no perjudico su genio al apoyar mi crítica en la virtud de sus recursos. Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente, es lo único de lo que quiero dar fe al rendirle homenaje”.20 Sin embargo, al establecer su posición, Lacan invoca a Freud, invitándonos así a pensar que la perspectiva “aplicacionista” está más cerca de una incomprensión de la extensión freudiana en algunos de sus epígonos que en el hacer del propio Freud al respecto. Ciertas aristas históricas relacionadas con los conflictos y las rupturas en el interior del campo psicoanalítico pueden echar luz sobre la cuestión de los rótulos y de los usos de esas denominaciones a partir de la segunda mitad de los años sesenta. Veamos entonces el modo en que Lacan subvierte las denominaciones
19. Mario Pujó (2001), p. 209. 20. Jacques Lacan (1988) [1965], pp. 65-66 (los destacados son míos). Años después Duras escribió, “En Lol. V. Stein ya no pienso. Nadie puede conocer a L. V. S., ni usted ni yo. Y hasta lo que Lacan dijo al respecto, nunca lo comprendí por completo. Lacan me dejó estupefacta. Y su frase: ‘No debe de saber que ha escrito lo que ha escrito. Porque se perdería. Y significaría la catástrofe’. Para mí, esa frase se convirtió en una especie de identidad esencial, de un ‘derecho a decir’ absolutamente ignorado por las mujeres”, Marguerite Duras (2006) [1994], pp. 21-22.
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adocenadas en el psicoanálisis de entonces, entre ellas, y en este caso, la noción establecida en el sentido común de los psicoanalistas acerca de los trabajos sindicados como parte del psicoanálisis aplicado. El año 1963 es el de la demorada ruptura de la IPA (International Psychoanalytic Association) con Lacan.21 La “excomunión” de Lacan y otros psicoanalistas plantea a los excluidos un escenario institucional novedoso que reconfigura las dimensiones organizativas de la práctica analítica. En el año 1964 Lacan funda la Escuela Francesa de Psicoanálisis “corregido inmediatamente”22 por Escuela 21. Son muchos, y variopintos, los trabajos sobre la separación de Lacan como didacta autorizado por la IPA y los movimientos que llevaron a la fractura y desaparición de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (creada en 1953 y aceptada como Grupo de estudio en el seno de la Asociación) por acción de la IPA. Véanse, entre otros trabajos, las entrevistas compiladas por Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas (2003) [2001]; los documentos compilados por Jacques-Alain Miller (1987); Erik Porge (1998) [1997]; también Élisabeth Roudinesco (2000) [1993]. Vemos que tanto el cercamiento de Lacan por la conducción de la IPA como la escisión y posterior disolución de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis que finalmente da lugar a la fundación de una Escuela por Lacan “se trata, en efecto, de la primera gran escisión producida en el movimiento analítico que no se hace contra Freud o sin Freud”; Erik Porge (1998) [1997], p. 71. Destaquemos el hecho de que la escisión, como señala Porge, no sólo no es sin Freud o contra Freud sino que profundiza el retorno a Freud enunciado como ‘consigna’ por Lacan en la conferencia “La cosa freudiana”, llevada a cabo en Viena en noviembre de 1955. Véase Jean Allouch (1993) [1984], p. 267. Algunas cuestiones del retorno a Freud son trabajadas por Zafiropoulos, una de cuyas sugerentes preguntas abre otras líneas de indagación sobre el tema; así señala “pero si Lacan fecha su retorno ‘público’ (es decir, en un seminario) a Freud en 1951, ¿por qué presentarse como su anunciador en 1955? Porque entonces ya no se trata exclusivamente de su propio retorno a Freud sino –y son sus palabras– de una ‘consigna’ (Escritos, 402) cuya resonancia política (en el sentido de política del psicoanálisis) se asume ahora de verdad y es susceptible de ponerse en acto –por su iniciativa– en el plano colectivo e internacional del campo psicoanalítico”; Markos Zafiropoulos (2006) [2003], p. 141. Destaco entonces la distinción entre enunciación y anunciación en el punto en que esta última da cuenta, en sentido estricto, de una posición política en el interior del campo psicoanalítico. 22. Una extensa cita de Allouch recalca cómo el pensamiento se significa también en la geografía. Así dice que “haré notar que en 1953 Lacan está lejos de pensar en fundar una ‘Escuela freudiana’; crea, con otros, una ‘Sociedad Francesa de Psicoanálisis’, algo, entonces, que no implica, en su título, ninguna referencia a Freud. Será necesario esperar mucho tiempo, exactamente hasta 1964, para que el régimen de la ‘Sociedad’ ceda su lugar al de una ‘Escuela’ en el tiempo mismo en el que (no sin una ligera vacilación [Allouch hace referencia a que la primera denominación que se pensara para la escuela fuera Escuela Francesa de Psicoanálisis]), ‘freudiano’ aparece en el título en lugar de la referencia nacional, y ‘psicoanálisis’ se encuentra a la vez excluida por la localización en París de este freudismo. Es tanto más legítimo subrayar estas últimas sustituciones, cuanto que un formidable ‘azar’ (!) deja intacta la sigla, como para marcar, con esta estabilidad acrofónica, que los lugares son efectivamente, ’los mismos’”, Jean Allouch (1993) [1984], p. 268.
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Freudiana de París (EFP). En el discurso del acto de fundación23 se explaya con precisión en la descripción de la estructura institucional de la EFP. Tres son las secciones que tendrá la Escuela: 1) “psicoanálisis puro –praxis y doctrina–”, 2) “psicoanálisis aplicado24 –terapéutica y de clínica médica–” que a su vez se divide en subsecciones y 3) “Sección de recensión del campo freudiano”, sección esta última que también se subdivide en otro ternario: 3a) “comentario continuo del movimiento psicoanalítico”, 3b) “articulación con las ciencias afines”, 3c) “ética del psicoanálisis que es la praxis de su teoría”.25 Advertimos así cómo el modo en que la confrontación con la Asociación internacional que acaba de segregarlo es registrada mediante torsiones topológicas que ubican al “campo freudiano” donde antes se aplicaba el psicoanálisis y al psicoanálisis aplicado no como el lugar de saber y hacer puros, sino como el espacio de la terapéutica y de la clínica médica. La doctrina y la praxis, más allá de la ortodoxia y la ortopraxis establecidas por el no-lugar de la Asociación, han encontrado su sección primera (S1) que será lo que la sección dos (S2) y la sección tres (S3) hagan en su despliegue. Según Lacan, la institución de la Escuela (EFP) se propone fundar un espacio de enseñanza, pero también y con los años un dispositivo del ejercicio clínico, cuya marca sea la apuesta a una lógica antisegregativa. La respuesta de Lacan, en un giro que renueva la apuesta de Freud sobre la legitimidad, pero también la legalidad, de los legos para ejercer el análisis, pone de manifiesto el núcleo ético de lo que está en juego: la fundación “es asunto solamente de quienes, psicoanalistas o no, se interesan por el psicoanálisis en acto”.26 23. Jacques Lacan (2005) [1964]. 24. Es Miller quien señala que la distinción entre psicoanálisis puro y aplicado, tal cómo Lacan entiende y propone este término a partir de la organización y estructura de su Escuela, “desaparece en la obra del último Lacan con la fórmula Sínthoma = Síntoma + Fantasma”; Gerardo Pedevilla (2008), pp. 73-74. 25. La descripción de las misiones y funciones de la tercera sección no puede ser más elocuente. Las palabras de Lacan resuenan en la actualidad de, por ejemplo, el modo en que, dos años más tarde, Michel Foucault en Las palabras y las cosas situará a la etnología y a una cierta vertiente de la lingüística estructural junto con el psicoanálisis como contraciencias. Lacan enfatiza que la sección “convocará, por último, a instruir nuestra experiencia así como a comunicarle, a aquello del estructuralismo instaurado en ciertas ciencias, puede esclarecer el estructuralismo cuya función he demostrado en la nuestra; además de ponerlos a ambos en comunicación y, en sentido inverso, llevar a esas ciencias aquello que por nuestra subjetivación puede recibir como inspiración complementaria”, Jacques Lacan (2005) [1964], p. 113. Repárese que en el anterior enunciado de Lacan el psicoanálisis tácitamente es referido como ciencia. 26. Jacques Lacan (2005) [1964], p. 120. No es posible deslindar aquí el haz de los sedimentos teóricos que en 1964 pudieron dar sentido a la noción de psicoanálisis en acto. Sólo apuntemos que en la vertical de las resonancias epistémicas y éticas del discurso de fundación,
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Asimismo, es oportuno indicar que hacia mediados de los años ‘60 las vicisitudes políticas e institucionales del psicoanálisis y los debates internos respecto del ejercicio de su práctica como de los alcances de su enseñanza que llevaron a la “excomunión” de Lacan tuvieron consecuencias no sólo en el campo psicoanalítico sino también en otros, entre ellos el de las ciencias sociales. La interrupción del seminario sobre los Nombres del Padre, en 1963, y la retoma del seminario en enero de 1964 bajo el lema fundante de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis gracias a la hospitalidad de la EPHE (École Pratique des Hautes Études) facilitaron la apertura de las clases a un público ya no circunscripto a los psicoanalistas. En el devenir de esa apertura y sin duda asociado al fragor del conflicto con la IPA, pero más aún a la edificación de la ética que presupone el proyecto de retorno a la letra freudiana, es claro que Lacan lleva a cabo respecto de Freud una variación en el vector que une al psicoanálisis con otros saberes y otras prácticas, tales como el arte o la literatura.27 Si, en este punto, el pensamiento de Lacan opera una variación respecto de Freud, con respecto a la ortodoxia de la Asociación Internacional se trata de un corte que de alguna manera reactualiza –bajo nuevos modos de plantear preguntas– viejas controversias entre médicos y legos.28 Por ejemplo, en el comentario que formulara a la obra de Jean Delay sobre Gide, Lacan demuele la acepción del psicoanálisis aplicado vigente hasta el momento. Lacan afirma en ese fragmento que al texto de Delay ninguna de las avenidas del descubrimiento psicoanalítico le son extrañas para luego decir que “sin el psicoanálisis, este libro no sería el mismo. No es que haya corrido ni por un instante el riesgo de parecerse a lo que el mundo analítico llama una obra de psicoanálisis aplicado. Ante todo, rechaza lo que esta calificación absurda
la convocatoria invoca a los nuevos ‘legos’ mediante un enunciado que pone el acento en el psicoanálisis y no en los psicoanalistas. 27. François Regnault (1996) [1993]. 28. Miller muestra, a través de la reconstrucción de la historia del psicoanálisis en la Rusia zarista y en la Unión Soviética, el espesor histórico de las preocupaciones en la IPA respecto del análisis profano y sus repercusiones en el desarrollo del psicoanálisis aplicado. En el caso ruso, la representación de los médicos –tanto en el grupo de Moscú como en el de Kazan– era baja respecto de los no médicos y “pese a que Freud se oponía a exigir formación médica para los candidatos psicoanalíticos, un número de los psicoanalistas europeos de la IPA tenía cierta desconfianza hacia los psicólogos y otros especialistas no médicos de las ciencias sociales y de las humanidades que se dedicaban al psicoanálisis. La idea de que un matemático (Otto Schmidt) fuera vicepresidente del Instituto de Moscú resultaba inexplicable para los médicos. La IPA tampoco puso demasiado énfasis en esta época en la investigación en psicoanálisis aplicado por parte de los estudiosos en Psicología social, filosofía, estética, o historia, campos en lo que lo rusos ya estaban haciendo contribuciones”; Martin Miller (2005) [1998], pp. 109-110.
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traduce acerca de la confusión que reina en ese paraje. El psicoanálisis sólo se aplica, en sentido propio, como tratamiento y, por lo tanto, a un sujeto que habla y oye”.29 François Regnault se detiene en ese comentario y destaca el modo en el que Lacan refiere el escrito de Delay invirtiendo, en un juego de palabras, el significado y la dirección de la aplicación. En Lacan –ausculta Regnault– no se trataría de aplicar el psicoanálisis a la literatura o al arte, sino al revés.30 Así, “no parece que haya en Lacan el propósito de percibir lo que el artista o la obra reprimen sino, más bien, que la obra y el artista interpretados hacen percibir lo que la teoría desconocía. La obra va, incluso al encuentro del psicoanálisis aplicado, de manera siempre espontánea, para hacerle tomar conciencia de sus eventuales prejuicios, y el teórico del análisis recibe de la obra de arte, podríamos decir, su mensaje en forma invertida”, con estas palabras Regnault31 establece el corte, sutil pero fundamental, que fundaría la práctica de la aplicación del psicoanálisis como un trabajo del analista sobre la obra literaria o artística que, por sus efectos productivos sobre la teoría analítica, en rigor, se manifestaría como trabajo de la obra sobre el analista. Ese trabajo de la obra sobre el analista y la invitación a recordar con Freud que el analista no ha de hacerse el psicólogo donde el artista le abre camino, refresca el lugar de desecho que el propio analista necesita transitar en la formación analítica; el vector lacaniano destacado por Regnault refuerza, entonces, la situación de encuentro que la obra artística o literaria propone al analista en su práctica teórica. La guía freudiana se revela aquí, tempranamente, precisa e incisiva.32 Ahora bien, el caso de las relaciones entre el arte y el psicoanálisis centellea de modo ejemplar en la discusión sobre los límites y los alcances de la aplicación. En breve recorrido, prospectemos entonces el terreno de las continuidades y discontinuidades con el planteo de Lacan antes esbozado. Le Poulichet recuerda que, ya en 1907, Freud prevenía contra la escritura de patografías de artistas “dado que las teorías no pueden más que resentirse por ello”,33 insistiendo en lo que las obras podían mostrar al psicoanalista a la hora 29. Jacques Lacan (1993) [1966, 1958], p. 727 (los destacados son míos). Véase cómo el texto sobre Jean Delay anticipa en 1958 la postulación institucional de 1964: las subsecciones de la sección psicoanálisis aplicado son: 2a) doctrina de la cura y de sus variaciones, 2b) casuística y 2c) información psiquiátrica y prospección médica. 30. François Regnault (1996) [1993], p. 19. 31. François Regnault (1996) [1993], p. 20. 32. Véase Sigmund Freud (1948) [1907] y las observaciones de Paul-Laurent Assoun (1995) [1994] sobre el texto de la ‘Gradiva’ de Jensen: “el escritor, señala Freud, muestra más discernimiento que el psiquiatra”, p. 129. 33. Pueden verse al respecto las palabras preliminares y el capítulo I de Sylvie Le Poulichet (1998) [1996], p. 8. Le Poulichet dice que “una nueva relación entre el arte y el psicoanálisis
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de entrenar la escucha. La duda de Freud respecto a realizar –no un sino el– psicoanálisis del arte es bien auscultada por Rancière cuando ubica las relaciones entre el arte y el psicoanálisis en un plano político de naturaleza impolítica:34 saber acerca de las relaciones entre ambos campos no puede “ser un simple asunto entre el psicoanálisis y el arte”.35 Rancière establece que a los fines de su trabajo no pretende saber de qué modo se aplica la teoría psicoanalítica a la interpretación de textos literarios o de las obras plásticas. A la inversa, a la manera de Lacan, se pregunta “por qué la interpretación de esos textos y esas obras ocupa un lugar estratégico en la demostración de la pertinencia de los conceptos y las formas de interpretación analíticas”.36 Asimismo, Rancière deja en claro que no se trata de una alianza entre Freud y los artistas sino más bien de la historia de un desencuentro parcial, en el que el fundador del psicoanálisis –al acometer el arduo trabajo de construcción del estatuto del inconsciente– tuvo que moverse en un territorio ya ocupado por otros inconscientes. Freud, dice Rancière, le pide al arte y a la poesía que “testimonien positivamente a favor de la racionalidad profunda de la ‘fantasía’, que apoyen a una ciencia [el psicoanálisis] que pretende, en cierta forma, volver a poner a la fantasía, a la poesía y a la mitología en el centro mimo de la racionalidad científica”37 mediante la demostración de que el pathos no está disociado del logos. Solicitud de testimonio que, de aceptar los argumentos de Rancière, habilita la postulación de un “reproche” freudiano a artistas y poetas.38 Al
podría privilegiar en lo sucesivo una reflexión sobre la capacidad de las obras para elaborar teorías: ciertas obras y ciertas trayectorias de artistas, en efecto son susceptibles de transmitirnos preciosos elementos concernientes a la puesta en juego de procesos psíquicos que la confrontación con la psicopatología nos impide abordar. ¿La puesta en acción de esos procesos psíquicos no entraña unas teorías implícitas que terminan por enriquecer nuestras capacidades de escucha en el campo de la clínica? [...] Sin querer ‘aplicarles’ un saber ya constituido, ¿no se invita al psicoanálisis a abrir más aún sus propias cuestiones al contacto con los elementos teóricos que transmiten las obras?, pp. 9-10. 34. Según Cacciari en Nietzsche “‘impolítico’ no significa por lo tanto ‘supra-político’: su concepto atraviesa el total espacio de lo ‘político’, es, en lo ‘político’, la crítica de su ideología y de su determinación”; Massimo Cacciari (1994), p. 70. 35. Jacques Rancière (2005) [2001], p. 9. 36. Jacques Rancière (2005) [2001], pp. 19-20. 37. Jacques Rancière (2005) [2001], pp. 62-63. 38. Freud está al tanto de las marcas románticas, vitalistas o místicas que nutren la poesía de muchos de sus contemporáneos y, en un giro propiamente gramsciano, arremete contra la materialidad del arte-narcosis y sus efectos en la subjetividad de su momento. Algo de esto testimonia el recuerdo de Goetz sobre sus entrevistas con Freud; véase Bruno Goetz (2001) [1960], pp. 34-35. Musachi retoma el escrito de Goetz para situar la posición de Freud frente
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Capítulo 2. Relaciones entre ciencia y saber. La arqueología como...
final de la cuenta –para Freud– en la empresa racional de interrogar el más allá de la conciencia, artistas y poetas no serían más que “semi-aliados”,39 parte de una alianza objetiva pero no interesada en el mismo combate. Así, el arte o la literatura, inmersos en y por sus propias prácticas en la frontera que cruza razón y pulsión, son entonces un hacer privilegiado para desovillar la lógica de la fantasía que tanto importa a la práctica como a la teorización psicoanalítica. La constitución epistemológica de la “razón fronteriza”40 sobre la que trabajan el arte y el psicoanálisis será entonces objeto de una tarea colaborativa entre artistas y analistas, pero sin colaboración activa.41 De resultas, lo más razonable es aceptar que las denominaciones psicoanálisis aplicado y psicoanálisis en extensión no son unívocas ni trazan los contornos de dos estrategias nítidamente delineadas. Por lo tanto y en tanto nombres de usos distintos, a veces epistémicamente opuestos pero en más de un detalle coalescentes, ambos términos admiten un trabajo de reconstrucción a través del cual se expongan con rigor tanto los puntos en los que el espíritu de la aplicación –en la acepción freudiana originaria– y la extensión –en la lanzada
al ‘hinduismo’ de los intelectuales europeos. En el análisis de lo que lee en Freud respecto del deseo del analista, Musachi destaca en Freud una posición que en principio contraría las perspectivas más tradicionales del psicoanálisis aplicado. Dice Musachi que “Freud no se lleva bien con las ‘oscuridades del misticismo’ ya sean de Ferenczi, de Empédocles o de la ‘jungla hindú’ [...] [y que, ya en el encuentro con Goetz] “en 1904 Freud sabe lo que hay que saber acerca del hinduismo europeo de su tiempo: que no sabe nada de la profundidad oriental, que sueña, divaga y llega a enloquecer creyendo que esa nada de la que habla el pesimista es una diversión voluptuosa. Entendámonos, Freud no cree que los europeos estén mal informados (que también pueden estarlo a raíz de la ‘jungla hindú’) sino que –interpretamos– afirma que las experiencias alojadas en un discurso no pueden trasladarse tal cual a contextos de enunciación distintos y por el solo trámite del conocimiento” (los destacados son míos); Graciela Musachi (2001), pp. 44-45. En pocas palabras, Freud desacredita, por superfluo o por terrorífico, el ‘hinduismo aplicado’, aplicado por el solo trámite del conocimiento, y lo hace en nombre de una política precautoria, que es la del psicoanálisis. 39. Jacques Rancière (2005) [2001], pp. 59-60. 40. Jorge Alemán (2001). 41. Los breves pero no por eso menos atribulados pensamientos de Freud respecto de la obra de Popper-Lynkeus parecen testimoniar los encuentros y desencuentros que supone una semi-alianza en la que se comparten los mismos utensilios para metas o combates distintos. Asimismo, vemos resonar el asombro y el homenaje de Freud a Popper-Lynkeus en las palabras del homenaje que Lacan tributara a Marguerite Duras cuando Freud, luego de explicar brevemente la censura onírica, dice “que es justamente este fragmento esencial de mi teoría del sueño el que Popper-Lynkeus ha descubierto por sí mismo”; Sigmund Freud (1984) [1923], p. 282. Véase también Sigmund Freud (1986) [1932].
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de Lacan– se solapan, como en aquellos otros en los que quedan expuestas las incompatibilidades.42 En ese sentido, cabe la precaución que prevenga el “historicismo” conceptual o el “evolucionismo” de las prácticas que propone leer la aplicación o la extensión como dos momentos o como dos etapas que muestran, en la “literatura de las ideas” psicoanalíticas, la relación del psicoanálisis con otros campos. Como modos de relación, el afán aplicativo o el papel de la extensión en la formación del analista surgieron en tramas históricas específicas, y en alguna medida se cincelaron al ritmo del devenir del psicoanálisis y de su política; sin embargo, en tanto hacer de los psicoanalistas –en 1912 o en 1964– los aguafuertes de ambos estilos de relación ya estaban delineados y será cuestión de ponderar sus efectos en el caso por caso. Ahora bien, ¿qué podemos recuperar quienes trabajamos en el campo de las ciencias sociales de estos debates en el campo psicoanalítico? Por analogía, y como propuesta sólo de principio, que el investigador social no se haga el “cientista” social allí donde el psicoanálisis le abre el camino. El carácter “general” o referencial del psicoanálisis respecto de las ciencias sociales, tal como ha sido ásperamente esbozado en el Excursus, no es entonces un postulado de hueca autoridad; sólo indica que la cuestión es escuchar y pensar en consecuencia, qué, para qué y cómo algo de eso llamado psicoanálisis le concierne, para algo y en algún punto, al investigador social.
V. Salidas Los intercambios entre el psicoanálisis y las ciencias sociales tienen, casi, la edad de ambos saberes. Ambos se constituyeron en las encrucijadas políticas, culturales e intelectuales de finales del siglo XIX. Los frutos del encuentro entre esa proble42. Según Pujó, “Lacan no ‘aplica’ el psicoanálisis [...] como un instrumento de interpretación, sino que excursiona en él como un recorrido necesario a la elaboración de su experiencia como analista. Deja ver así una diferencia de perspectivas que no es menor y que tiene incluso su incidencia en la preferencia de aquellas disciplinas que tanto Freud como Lacan proponen, cada uno en su momento, como apropiadas a la formación de los analistas. En la coyuntura de la posible introducción del psicoanálisis en la Universidad, ambos imaginan una relación con otros saberes que no se interesa tanto en lo que el psicoanalista podría aprender de ellos, como en la singular transformación que la experiencia de su práctica les impondría; pero difieren, no obstante, y fuertemente, en cuanto al estatuto de los saberes a los cuales referir esa práctica y esa formación. [...] Esta diferencia de orientación prolonga y acentúa la mencionada divergencia respecto al sentido a dar a la noción de ‘psicoanálisis aplicado’”; Mario Pujó (2001), p. 39 (los destacados son míos).
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Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...
mática entidad llamada teoría social y la teoría psicoanalítica maduraron al ritmo de la aceptación por parte de los pensadores e investigadores sociales de lo que, a título provisorio, podríamos llamar los presupuestos de la antropología freudiana. Pero ni el psicoanálisis ni la ciencia social se reducen sólo a teorías. En tanto prácticas, sustentadas en la clínica o en la investigación, recortan un horizonte que desborda lo teórico. Así, el pase de la razón epistemológica a la condición praxeológica impone nuevos recaudos y no menos nuevas responsabilidades. A pesar de un siglo de encuentros y desencuentros, el trabajo de poner en relación psicoanálisis ◊ ciencias sociales, en más de un sentido, pareciera que se está siempre iniciando o no cesando de no inscribirse. La reelaboración de la teoría del sujeto acometida por el psicoanálisis lacaniano expurgó al psicoanálisis de sus improntas ontológicas en lo teórico, y puso sine die en entredicho el debate acerca de la cientificidad del psicoanálisis. Fue allí, al poner en relación el carácter transindividual del sujeto y el estatuto ético del inconsciente, que se constituyó un punto de partida nuevo y fecundo para el psicoanálisis. Estos supuestos, derivados de la experiencia específicamente clínica, que Lacan estableció como divisa de la práctica psicoanalítica, no han dejado de resonar por fuera del psicoanálisis. En 1966, Foucault trazó las diagonales de la configuración epistemológica de aquello que dio en llamar la episteme moderna, entendiendo a esta última como el campo epistemológico donde los conocimientos manifiestan una historicidad que no es otra que la de sus condiciones de posibilidad. Allí, escrutó un presente y aventuró un porvenir para la relación entre las no-ciencias (las ciencias sociales o humanas) y las contraciencias (el psicoanálisis, la etnología y la lingüística).43 Entre los varios fragmentos que abren una senda a través de la cual puede pensarse ese encuentro, Foucault dice que “el psicoanálisis y la etnología ocupan un lugar privilegiado en nuestro saber. Sin duda no se debe a que hubieran aprehendido, mejor que cualquier otra ciencia humana, su positividad y realizado por fin el viejo proyecto de ser realmente científicos; sino más bien porque, en los confines de todos los conocimientos sobre el hombre, forman con certeza un tesoro inextinguible de experiencias y conceptos, pero sobre todo un perpetuo principio de inquietud, de poner en duda, de crítica y de discusión de aquello que por otra parte pudo parecer ya adquirido”.44 43. Que a la manera de la máxima marxista que dice que es la anatomía del hombre la que permite entender la del momo y no al revés, en la vertical histórica de su perspectiva francesa es claro que Foucault está pensando no en los inicios de la etnología, la lingüística o el psicoanálisis sino en Lacan, en Lévi-Strauss y en Jakobson/Benveniste. 44. Michel Foucault (1992) [1966], p. 362. Es Milner quien relee Las palabras y las cosas y La Arqueología del Saber de un modo sugerente para pensar la aplicación, y su relación con la
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Se trata ahora de pensar –y de hacer– más allá de los principios teóricos, pero en las coordenadas que el encuentro entre la teoría psicoanalítica y la teoría social han abierto al pensamiento, el puente entre psicoanálisis e investigación social en tanto prácticas que suponen modos de poner a trabajar teoría, método y técnica. Pienso así –cuestión que dejo planteada a modo de hipótesis– que los usos del psicoanálisis en el campo de la investigación social han comenzado a rebasar el horizonte de una teoría referida a la relación de lo viviente con el lenguaje –es decir, a lo estructural humano– para proyectarse en prácticas más específicas propias de la construcción teórico-metodológica de los objetos de investigación social. Al compás del apotegma de Lacan “no hay relación (o proporción) sexual”, un no hay relación de conocimiento, una escritura universal de la relación de conocimiento, concierne a la práctica de los investigadores sociales. La investigación social contemporánea, expresión cuyo espesor periódico cabe ser escrutado en el caso por caso, no sólo requiere nutrirse de la experiencia del psicoanálisis sino que la misma le resulta ineludible; le es necesaria no por convicción dogmática o unilateral sino porque le viene siendo necesaria, en la medida en que ya no es afortunado sostener discursos sobre la subjetividad sin apelar a la teoría del sujeto que inaugura la experiencia psicoanalítica, o, al menos, sin advertir que la teoría y la investigación social después de su encuentro o desencuentro con el psicoanálisis se han puesto a sí mismas en entredicho en el mismo acto de pensar lo impensable. O más ajustadamente, de insistir en simbolizar lo que resiste a la simbolización e imaginar no lo inimaginable –en tal caso no habría algo como una ciencia de lo social– sino lo que resulta difícil
formación del analista, según la lógica del modelo médico universitario y la extensión en tanto lugar (a donde se llega) solidario del pase, como trayecto formativo. Resulta imposible desplegar en este trabajo las estimulantes conjeturas de Milner acerca de la relación entre la constitución del saber moderno y el nombre judío. Según Milner la estructura del saber moderno, en los términos que él la reconstruye, tuvo como una de sus consecuencias que ese saber se pensara como absoluto, es decir como un saber desembragado del sujeto y el objeto, donde el objeto es la ocasión del saber y el sujeto no es más que el mediador también ocasional de ese saber. Así, el psicoanálisis aplicado podría entenderse como uno de los efectos de esa relación históricamente situada entre el psicoanálisis y la figura del saber absoluto, es decir un saber desembragado del sujeto y el objeto, para el caso una práctica reducida a un saber. Milner dice que Freud “de un modo singular; se pretendió judío de saber, luego, por obra de las circunstancias, pero también por un movimiento propio, dejó de lado esta pretensión”; Jean-Claude Milner (2008), p. 13. Con el giro dado en 1920, que inaugura el ciclo de escritos que pone en el centro de la perspectiva freudiana la pulsión de muerte, y de modo muy especial con la publicación del Moisés, esa posición absoluta respecto del saber, que nutrió el programa básico de la aplicación del psicoanálisis, fue puesta en entredicho.
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de imaginar. Eso que la experiencia analítica denomina lo real, como parte de un entre tres que no hace tres, y al que “ya no es cuestión de imaginar [...] que se ubicaría más allá de la prensión, así como de la comprensión: queda bien captado y comprendido (en todos los sentidos del término), incluso si lo fuera bajo la modalidad de lo imposible. ¿Cómo se situaría en un ‘más allá’ este imposible puesto que, sin él, lo simbólico y lo imaginario quedarían desarmados?”.45 De allí, la enigmática expresión de una experiencia de lo real (entendido como lo imposible, aquello que no cesa de no inscribirse) utilizada por algunos psicoanalistas como Miller. Como el mismo Pommier lo indica, lo imposible no sería lo más “periférico en la experiencia sino aquello que viene a centrarla”.46 Las trampas de la homonimia nunca llegaron tan lejos como para disociar lo real del psicoanálisis de lo real de la ciencia. Si el sujeto del psicoanálisis presupone al de la ciencia, una misma espesura se extiende entre ambos. Por eso, entre otras razones, al recorrer a lo largo de fragmentos de la historia del psicoanálisis los usos y los sentidos de la aplicación y la extensión, he intentado ponderar algunos problemas en torno de la figura misma de la aplicación del psicoanálisis –o mejor dicho de algunas teorías psicoanalíticas– al terreno de las ciencias sociales. Más específicamente, destacar la preocupación acerca de la relación procelosa que une la posición aplicativa con los riesgos de reducción. Así, el supuesto básico que sustenta la relación antedicha es que la aplicación, por estructura, entraña la pendiente hacia la reducción. Dicho de otra manera, el “aplicacionismo” como estrategia de vinculación entre campos de estudio –pero también de intervención práctica y/o técnica– supone modos de anexión que suelen inducir, cuando no promover deliberadamente, formas de reducción unilateral de los objetos de investigación. Expurgado de connotaciones finalistas, normativas o escatológicas, en pocas palabras de las marcas que nutrieron muchas filosofías de la historia, el destino puede entenderse como “una composición subjetiva del tiempo”.47 Acaso no sea otro, en esa acepción, el destino del psicoanálisis en su relación con otros saberes y, pienso, muy en particular con las ciencias sociales. El de quedar en el lugar silente del desecho. Si la concepción clásica del psicoanálisis aplicado supone una posición de poder autorizada en un saber, de allí la idea de una interpretación sin transferencia que esbocé más adelante, la extensión sólo sería posible a través de una posición organizada, en términos de Miller, como un deseo de no dominio.48 45. Gérard Pommier (2005) [2004], p. 168. 46. Gérard Pommier (2005) [2004], p. 72. 47. Alain Badiou (2007) 2004, p. 11. 48. Se pregunta Miller, “¿Cómo pudo elaborar Freud, poner a punto este deseo de no dominio que, podemos decir, es inédito en la historia? Es, efectivamente, porque este deseo es inédito
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Los estilos mediante los cuales el psicoanálisis se relacionó con otros campos ayudan a pensar de qué modo las ciencias sociales pueden relacionarse a su vez con el psicoanálisis. La aplicación de las ciencias sociales al psicoanálisis no ha sido ni parece ser una vía fructífera, en cambio sí la consideración del psicoanálisis como una de las extensiones posibles de las ciencias sociales colabora en la interrogación del quehacer (intensión) de los investigadores sociales. Esos usos del psicoanálisis como reavivo de la cuestión que mueve la práctica de las ciencias sociales supondrá, sin duda, algunas licencias que, parodiando a Lacan, bien podrían inscribirse como una psicoanalisería. Entonces, el trabajo a emprender puede entenderse en términos afines a los que Assoun sugiere como clave para abordar la relación entre Freud y Wittgenstein; las relaciones entre psicoanálisis y ciencia social “nos imponen, mediante su tan problemático diálogo, la obligación de ubicarnos, no como una resultante o un compromiso entre dos modos de pensar, sino en alguna parte del centro mismo de su parentesco apórico. Esto, tan contradictorio de pensar, es, según nos parece, lo que más da que pensar”.49 Estas puntuaciones, con las vacilaciones a la vista, se embarcan en esa dirección.
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Excursus. El carácter referencial del psicoanálisis en tanto teoría “general” Y bien, resulta que el inconsciente es algo aceptado, y, por otra parte, se piensa haber aceptado muchas cosas en paquete, a granel, gracias a lo cual todo el mundo cree saber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoanalistas, y eso es lo molesto. Ellos son los únicos que no lo saben. No sólo no lo saben, sino que hasta cierto punto es algo que se justifica completamente. Si creyeran saberlo de inmediato, sería grave, no habría más psicoanálisis en absoluto. A fin de cuentas, todo el mundo está de acuerdo, el psicoanálisis es un asunto definitivamente reglado, pero para los psicoanalistas no puede serlo. Jacques Lacan, 1967
La primera pregunta que cabe plantear es: el psicoanálisis ¿teoría y teoría general para quién o para qué prácticas? Si el término teoría está demasiado preñado de significados, ya sea porque se lo imagina como un sistema de proposiciones cerradas o como un cuerpo sistemático de enunciados, el término teoría general redobla la preñez y hace bullir el tono propio de pretensiones imperiales. Para salir de ese atolladero positivizante, desde el psicoanálisis y con mucho más énfasis desde la vertiente lacaniana, se ha insistido en establecer el psicoanálisis como una práctica que para llevarse a cabo requiere abrir la vía a su propia teorización. De modo tal que la rigidez implícita en el término teoría da lugar a una práctica que requiere del teorizar pero que no se extravía en la vía de las deducciones o las inducciones simples. Pienso entonces que, más que una teoría, en la acepción más convencional del término, esa teorización se encuentra cerca de lo que en La Arqueología del Saber Foucault denomina una formación discursiva que vista en su despliegue histórico ha establecido en y por la regularidad de sus prácticas discursivas y sociales un saber. Así, el psicoanálisis reivindica para sí la función practicante y la función teorizante y evita la proclividad hacia su reducción como conocimiento despegado de la 71
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teorización sobre el caso y como técnica independiente de la práctica que es la del caso por caso. Aun cuando resalta que “no es el camino que me gustaría tomar”, dice Porge que “existe un saber de verdades analíticas –la sexualidad infantil, la castración, la transferencia– que, desde Freud, los psicoanalistas transmiten y que forma parte de un saber referencial del psicoanálisis. Aunque estas nociones, especialmente por su difusión, se presenten como resultados del saber analítico cuya verdad de conjunto habría que admitir a priori, la verificación personal que cada uno puede hacer de ellas en una cura o de otro modo suele contribuir a asegurar y a mantener, retroactivamente, esta verdad del psicoanálisis en su conjunto”.50 Y, como bien dice Grignon, Porge, en el desarrollo del trabajo del que extrajimos la cita anterior, contradice la posición que sostiene que “hay un saber de las verdades psicoanalíticas que sería referencial. Lo enfatizo pues no pienso que el saber psicoanalítico sea referencial en tanto debe ser producido singularmente por cada cura. En este sentido, no precede al acto psicoanalítico, está producido por él; es lo que se deposita de él”.51 Ahora bien, si nos situamos no como psicoanalistas sino como investigadores sociales o ensayistas, no sería un desbarre decir que ese saber referencial al que alude Porge es asimilable a lo que, en breve, Recio dirá del psicoanálisis como una teoría general y que Foucault, sin duda, vincularía con el carácter singular de las contraciencias –cuando se refiere en Las palabras y las cosas al psicoanálisis, a la lingüística y a la etnología como contraciencias– como saberes signados por un permanente principio de inquietud. * Recio sostiene que para las ciencias sociales el estatuto del psicoanálisis es similar al de la lingüística, ya que constituye una teoría general con la que hay que contar. No se trata de forzar la relación entre una “disciplina científica” y una “corriente teórica”, o de pensar al psicoanálisis como un saber que puede ser anexado o subordinado al proyecto de una disciplina en un sentido instrumental como lo postula la misma denominación psicoanálisis aplicado, sino más bien de construir la relación como psicoanálisis en extensión, ya que “la relación entre psicoanálisis e investigación social debería situarse en la reflexividad y no en la instrumentalidad”.52
50. Erik Porge (2008) [2007], p. 113. 51. Olivier Grignon (2008) [2007], p. 140. 52. Que, como bien puntúa Recio, “no es lo mismo teoría psicoanalítica e investigación social que ‘interpretación psicoanalítica’ en la investigación social. [...] El ‘psicoanálisis aplicado’ a la investigación social es una forma de contribuir no sólo a la retórica sociológica, sino
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Situar al psicoanálisis como teoría general entraña un conjunto de intervenciones epistemológicas para el campo de las ciencias sociales. Entre ellas la de un cierto descompletamiento. Por un lado, reconocer el estatuto del psicoanálisis como el de una teoría general lo coloca en posición de exterioridad –en el sentido más fecundo de una contraciencia–53 respecto de las ciencias sociales o humanas. La postulación de una exterioridad, propia de una contraciencia, provee una vía para evitar así los distintos modos de relación entre las ciencias sociales y el psicoanálisis que ya han mostrado su esterilidad:54 la anexión imperialista, la suplementación complementarista (una suerte de coexistencia pacífica) o algunas de las modalidades de la tierra prometida enunciadas por los anhelos interdisciplinarios o multidisciplinarios.55
también a la vulgarización psicoanalítica. Más pertinente es pensar la investigación social a través de la teoría psicoanalítica. Esto nos permite entender mucho mejor, no sólo la propia investigación, sino lo social mismo”; Félix Recio (1994), p. 488. 53. La perspectiva de Recio, que señalara antes, en pos de un psicoanálisis en extensión encuentra uno de sus sustentos más sólidos en los argumentos que ofrece aquel Foucault de los años ‘60, en el capítulo décimo de Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Hacia el final del libro Foucault define el estatuto del psicoanálisis y la etnología (y no cabe duda que está pensando en los virajes de esos campos del saber mediante su encuentro con la lingüística derivada de otro encuentro, el de Ginebra y Praga, en las versiones más estructurales de Lacan y estructuralista de Lévi-Strauss). “Así, pues, era necesario que ambas fueran ciencias del inconsciente: no porque alcancen en el hombre lo que está por debajo de su conciencia, sino porque se dirigen hacia aquello que, fuera del hombre, permite que se sepa, con un saber positivo, lo que se da o se escapa a su conciencia [...] el psicoanálisis y la etnología no son tales ciencias humanas al lado de otras, sino que recorren el dominio entero, que animan sobre toda su superficie, que expanden sus conceptos por todas partes, que pueden proponer por doquier sus métodos de desciframiento y sus interpretaciones. Ninguna ciencia humana puede asegurar haber terminado con ellas, ni ser del todo independiente de lo que hayan podido descubrir, ni tampoco remitirse a ellas de una manera”; Michel Foucault (1992) [1966], pp. 362 y 367 (los destacados son míos). En estas últimas afirmaciones, como en otros pasajes tan sugerentes como el seleccionado, son presentadas algunas de las aporías más notables que vienen signando las relaciones entre el psicoanálisis y las ciencias sociales. 54. Al respecto véase el trabajo de Omar Acha acerca de las relaciones entre psicoanálisis e historiografía. Allí Acha dice que “la historicidad del lacanismo condice con la imposibilidad de definir una historiografía en el marco de una sola teoría. Así como una ‘historiografía marxista’ haría escasa justicia al marxismo al comprimir sus contratiempos en una filosofía de la historia, una ‘historiografía lacaniana’ haría un flaco favor a los proyectos de extender sus efectos críticos en las ciencias sociales. Es preciso delimitar la transferencia a Lacan. Su teoría no podría coincidir con lo real de la historia”; Omar Acha (2004). 55. Las controversias acerca de los supuestos y los alcances de las estrategias interdisciplinarias y multidisciplinarias rebasan los propósitos (pero más aún los límites) de este trabajo. La noción de transdisciplina, si bien resuelve en parte el atolladero de sostener lógicas exclusivamente
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Ahora bien, aun al costo de una cierta grosería argumental, dejaré de lado en este excurso la controversia respecto del estatuto de cientificidad de las ciencias sociales (o humanas), que si bien ronda las consideraciones aquí bosquejadas, agregaría un plus de problematicidad imposible de desplegar en los límites de este trabajo. Si nos atenemos estrictamente al desarrollo propuesto por Foucault en Las palabras y las cosas, la pregunta por la cientificidad de las ciencias humanas constituye ya un problema no sólo con consecuencias epistemológicas sino, básicamente, políticas.56 Por otra parte, a diferencia de los psicoanalistas, especialmente de raigambre lacaniana, la mayor parte de los investigadores sociales no ponen hoy en entredicho la inclusión de sus prácticas bajo el rótulo de la ciencia social. Supuesto: el psicoanálisis no es una ciencia humana más. Es más, el psicoanálisis no es una ciencia, duda a la hora de pensarse a sí mismo como una ciencia y, sin embargo, no reniega de la cientificidad.57 * políticas en el trazado de las fronteras disciplinarias, agrega dificultades adicionales. En pos de transitar esas dificultades frente a una interdisciplina que “deja las cosas como están” es “preferible practicar otra cosa: la transdisciplinariedad, es decir, la actitud que se interroga acerca de eso ‘propio’ en cuyo nombre se practican esos intercambios”; Jacques Rancière (2005) [2001], p. 6. 56. Dice Foucault, “Ciertamente no hay duda alguna de que esta forma de saber empírico que se aplica al hombre (y que, por obedecer a la convención, puede llamarse aun ‘ciencias humanas’ antes de saber en qué sentido y dentro de cuáles límites se les puede llamar ‘ciencias’”; Michel Foucault (1992) [1966], pp. 338-339. 57. En palabras de Alemán “no se trata, en efecto, de fundar la cientificidad del psicoanálisis según las epistemologías; por el contrario, si el psicoanálisis no puede ser una ciencia no es por un déficit, sino porque se ocupa de aquello que la ciencia excluye para constituirse como tal”; Jorge Alemán (2001), p. 33. Bailly destaca que “el psicoanálisis jamás será una ciencia experimental, porque el observador forma parte integrante e integral de la cura; lo que puede considerarse como objeto de examen no es el analizante y ni siquiera su discurso, sino el conjunto analista-analizante, es decir la transferencia [...] Hacia el final de su vida [Lacan] dijo: ‘el psicoanálisis es un delirio’ o ‘un delirio que querría ser científico’. Es una conclusión bastante buena del debate sobre las relaciones del psicoanálisis y la ciencia”; René Bailly en Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas (2003) [2001], pp. 105-106. Allouch dice “el análisis no es una psicología. Tampoco es un arte ni el psicoanalista es una artista, algo que se dice y a veces incluso se reivindica. No hay duda de que no es una religión, también y a pesar de algunas inclinaciones hacia ese lado; y menos todavía una magia, aun cuando ocasionalmente sea ‘mágico’. Está pues como flotando en el aire. Ni ciencia, ni delirio, ni religión, ni magia: ¿Qué es entonces el psicoanálisis?”; Jean Allouch (2007), p. 29. Las preguntas por la cientificidad del psicoanálisis reverdecieron a la luz de la ruptura de la IPA con Lacan. La coyuntura político-institucional generada en torno de la práctica y la enseñanza
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Hablar de modos de relación entre el psicoanálisis y la ciencia social es ya presuponer que el psicoanálisis tiene para el pensamiento social una condición de existencia, ha pasado el instante de la mirada o tiempo para ver y estamos transitando diversos modos del pasaje entre el tiempo de comprender y el momento de concluir.58 Con estos momentos del tiempo lógico expuestos por Lacan he querido enfatizar que el psicoanálisis ya es parte del mapa epistémico de la modernidad. Son pocos los discursos, y son expresiones poco confiables (al menos para la “academia crítica”), aquellos que niegan la racionalidad del psicoanálisis59 y más aún, diría el fundador del psicoanálisis, los discursos que no la niegan pero a condición de que el psicoanálisis se restrinja a lo que “se” supone su campo específico.60 Volvamos ahora a los modos de relación. Lo primero que cabe señalar es que dichos modos de relación entre el psicoanálisis y las ciencias sociales son, como dijimos antes, distintos. Discernibles, en el sentido weberiano del término, en tanto tipos ideales o conceptuales de relación. Esto es, no son descripciones empíricas sino construcciones que empapadas de determinaciones históricas no se ajustan uno a uno a ningún caso sino que facilitan la intelección de los casos mismos. En primer lugar podemos perfilar la modalidad de la anexión. La anexión recorre varios tópicos; un análisis pormenorizado de los casos concretos de “anexión” permitiría historizar los estilos de anexionismo practicados por algunos científicos sociales (vg. Talcott Parsons o Anthony Giddens). Es Félix Recio quien postula que el psicoanálisis y la lingüística no son abordables a partir de las ciencias sociales. Dice este autor que, visto lo estéril que ha resultado cultivar la imagen de cierta paridad disciplinar, “producir otra modalidad de relación consiste en pensar que el estatuto del psicoanálisis
de Lacan colaboró activamente en la profundización de las preguntas acerca del estatuto del psicoanálisis y su relación con la ciencia. Véase sobre estas cuestiones Jacques Lacan (1995) [1973] [1964]. 58. Para situar uno de sus libros, Žižek refiere a que “en su Pragmatismo, William James desarrolló la idea, retomada por Freud, de que en la aceptación de una nueva teoría hay tres etapas necesarias: primero es descartada como absurda; después hay quienes sostienen que la nueva teoría, aunque no carece de méritos, en última instancia se limita a presentar con nuevas palabras algo que ya saben todos; finalmente se reconoce la novedad”. Luego sigue diciendo que “a un lacaniano le resulta fácil discernir en esta sucesión los tres momentos del ‘tiempo lógico’ –el instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir– articulados por Lacan”; Slavoj Žižek (1998) [1996], p. 12. 59. Véase Jacques Lacan (1998) [1981]. 60. Véase Sigmund Freud (1986) [1925].
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es semejante al de la lingüística. Es decir, lingüística y psicoanálisis son teorías generales de las ciencias sociales porque a partir de ellas se puede dar cuenta de lo social. Diferentes saberes, como la semiología o la antropología, la historia de las mentalidades o la investigación sociológica de textos y discursos, pueden remitirse a la lingüística o al psicoanálisis, mientras que la lingüística o el psicoanálisis no son abordables a partir de estos saberes”.61 Pero ¿en qué sentido no serían abordables? Claro está que lo son como objeto de investigación histórica o sociológica (verbigracia la historia de sus devenires teóricos, del modo en que nutrieron la historia intelectual, o de sus configuraciones institucionales) pero no lo serían, dice Recio, como (o en tanto) teorías generales. En esa afirmación de hebra althusseriana, para las ciencias sociales, el psicoanálisis adquiere una cierta disposición referencial. Y aquí sí cabe tomar posición respecto de lo que haría que una teoría se ubique en el rango de lo general y no de lo particular o lo local. Sin duda, los objetivos de este escrito exceden el tratamiento que merece la caracterización de una teoría como general, pero –a modo de una aproximación a los criterios mínimos de establecimiento que la figura de lo general trae– intentaré transitar un corredor espinoso y complejo. Así, y antes de continuar con la perspectiva de la anexión arriba enunciada, demos entonces un rodeo que permita establecer en qué sentido y por qué razones un saber puede ser pensado como fábrica de conceptos con carácter general (por caso, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis que Lacan, en 1964, propusiera como sustento de la práctica analítica: inconsciente, pulsión, transferencia y repetición). Aun cuando el término mismo que conjuga la propuesta no sea muy amigable al campo psicoanalítico afín a la enseñanza de Lacan, tantearemos en el próximo apartado la posibilidad de pensar al psicoanálisis –mirado desde las ciencias sociales– como una teoría y, además, general. * Volvamos ahora a la pregunta por el estatuto general de una teoría. Cuando de aplicación se habla, el estatuto mismo de lo general está puesto en el tapete, y por eso mismo cabe destacar brevemente los alcances y las limitaciones de la noción de generalidad que se deriva del planteo de Recio antes mencionado. Al comulgar con el apelativo de lo aplicado, la cuestión se desliza hacia el terreno de la lógica. Pierre Bourdieu a lo largo de su obra sostuvo lo que hoy constituye un apotegma de su edificación epistemológica, la precaución de no confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas. La sentencia de Bourdieu,
61. Félix Recio (1994), pp. 487-488 (los destacados son míos).
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muy propia del segundo trayecto de su producción intelectual, parece rescatar esa experiencia de lo real a la que hicimos mención en el inicio de este apartado. Algo así como afirmar la incompletud de las estructuras simbólicas mediante las que se edifica la investigación social. Dicho de otro modo por el mismo Bourdieu mediante la paráfrasis que hace de Kant al decir que la teoría sin investigación está vacía y la investigación sin teoría está ciega.62 En ese sentido, el carácter general que el psicoanálisis reviste –en tanto teoría general respecto de la investigación social– no es adecuado pensarlo como una estructura legiforme o normativa de nivel “superior” al conocimiento de las ciencias sociales, sino como un saber y una práctica a partir de los cuales se pueden pensar los objetos de estudio de las ciencias sociales. A modo de redondeo, la siguiente indicación de Agamben resulta orientadora. Agamben sostiene que el concepto de aplicación es una de las categorías más problemáticas no sólo en el campo de la teoría jurídica sino en todos aquellos que se ordenan por una noción de lo aplicativo de naturaleza estrictamente lógica.63 Por esa razón, un adecuado abordaje del problema de la aplicación “exige, por lo tanto, que ella sea transferida del ámbito de la lógica al ámbito de la praxis”.64 Agamben recuerda de ese modo el acierto de Schmitt al conceptualizar que la aplicación de una norma no se encuentra contenida en la norma misma ni se trata de una cuestión de mera deducción, “porque, de haber sido así, no habría sido necesario crear todo el imponente edificio del derecho procesal. Como entre lenguaje y mundo, tampoco entre norma y aplicación hay ningún nexo interno que permita derivar inmediatamente una de otra”.65 La generalidad radicaría entonces en unos usos del psicoanálisis, inseparables de la inexorable dificultad que implica el pasaje de la lógica a la praxis. Esto es, una utilidad que sólo podría ponderarse en la práctica de investigación misma. De modo tal que, al entender la relación de lo general con lo particular menos como una deducción lógica y más como una actividad práctica, se hace evidente otro pasaje: el de la aplicación a la extensión.
62. Pierre Bourdieu (2000). 63. Kant pareciera robustecer la idea de que el carácter general de una teoría no la hace una teoría completa o global sino que, por el contrario, dicho carácter colabora en su descompletamiento, por ejemplo, cuando afirma que “aunque la teoría puede ser todo lo completa que se quiera, se exige también entre la teoría y la práctica un miembro intermediario que haga de enlace y el pasaje de la una a la otra; pues al concepto del entendimiento que contiene la regla se tiene que añadir un acto de la facultad de juzgar por el que el práctico diferencia si el caso cae o no bajo la regla”; Immanuel Kant (2003) [1793], pp. 9-10. 64. Giorgio Agamben (2004) [2003], p. 82. 65. Giorgio Agamben (2004) [2003], pp. 82-83.
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Vale aún una puntuación más: decir que el psicoanálisis se ubica en el rango de una teoría general no presupone sostener que se trata de una teoría sobre lo genérico humano. Por el contrario, sus alcances como teoría general hacen del psicoanálisis un saber y una práctica con las limitaciones propias de lo universal simbólico que, como fuera enfatizado por Lacan, “no tiene ninguna necesidad de difundirse por toda la superficie de la Tierra para ser universal. Por otra parte, que yo sepa no hay nada que constituya la unidad mundial de los seres humanos. No hay nada que esté concretamente realizado como universal. Y, sin embargo, desde el momento en que se forma un sistema simbólico cualquiera, éste es completamente, de derecho, universal como tal”.66 La adjetivación sustantivante de una teoría como “general” ¿no reúne –en lo que esperamos no sea una apocopación transigente– el riesgo de ser entendida como algo que se distribuye entre lo genérico y lo universal? Puede ser. Tal vez, sea cuestión de escribir: lo genérico ◊ lo universal. Donde el punzón dé cuenta de cuán difícil es acoplar un término a otro. Cómo un término no recubre al otro. Es sabido que el término general está connotado por usos epistemológicos y lastres conceptuales que se apartan de la ética del psicoanálisis o, en términos menos exigentes, que resultan muy problemáticos para el modo en que el psicoanálisis concibe su práctica y el sentido de la misma. Pero, ¿acaso el itinerario del psicoanálisis, al evitar la vía de la reducción culturalista y tocar resortes específicos de ciertas sobredeterminaciones del viviente humano, no ha consistido en mostrar cómo el corte entre naturaleza y cultura es no sólo insuficiente sino también ingenuo a la hora de pensar de qué manera lo genérico humano es “intervenido” por el símbolo, dando lugar así a una dimensión de lo real que inaugura una experiencia singular de lo imaginario sin la cual el acontecimiento mismo de lo humano no hubiera tenido lugar? Sin llegar al forzamiento de “hacer caer” al psicoanálisis propuesto por la praxis de Lacan en la pretensión freudiana de constituirlo como el basamento categorial de una antropología, pienso que
66. Jacques Lacan (2001) [1978] [1954/55], pp. 56-57. En dicho capítulo, Lacan se apoya en Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss para construir su noción de lo universal. A la vez, Lacan sube la apuesta mediante la distinción clave entre la universalidad y lo genérico, situando lo universal humano como un subrogado de la existencia misma de la función simbólica: la cita parece ser una respuesta a la asociación primera entre naturaleza y universalidad / regla y cultura que Lévi-Strauss delinea en su libro. Así Lacan remarca que “el hecho de que los hombres, salvo excepción, tengan dos brazos, dos piernas y un par de ojos –y por otra parte esto lo tienen en común con los animales–, el hecho de que se, como se dijo, sean bípedos sin plumas, pollos desplumados, todo esto es genérico, pero absolutamente no universal”. Véase y confróntese Claude Lévi-Strauss (1993) [1949], especialmente, pp. 41 y ss.
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nada indica que Lacan –o quienes se inscriben bajo su divisa doctrinaria– hubiera rechazado los supuestos de la pregunta anterior. Cuestionar lo general por la vía de remarcar su dependencia de lo particular, poner en entredicho lo universal por considerar que lo universal no es sin lo singular o que para el psicoanálisis lo universal se encarna en lo singular del sujeto, son otros tantos modos de sortear falsos dilemas. Aun cuando el psicoanálisis no se sienta cómodo en el concepto de lo general, es evidente que la extensión de otros campos hacia él, de un modo u otro, lo requiere. En otras palabras, servirse de una teoría general a condición de poder prescindir de ella. * Continuemos con la perspectiva de la anexión antes enunciada. Como rasgo básico de la política que lo caracteriza, el anexionismo asume –con comodidad– la teoría psicoanalítica pero elude las implicancias de la transferencia.67 Esto es, disyunta la teoría de la clínica o, lo que en algún plano es lo mismo, la teoría de la práctica. Es más, supone una teoría en vez de una práctica que teoriza o una teorización practicante. Al separar la teoría de la práctica, el anexionismo desarticula el núcleo dinámico de un saber. Lo diseca. En este caso, la fecundidad del psicoanálisis no es independiente de lo que han hecho los psicoanalistas con su práctica, en concreto, Freud, Klein, Lacan, o quien fuere.68 Para bien y para mal la teoría no puede ser sopesada en el más allá de sus aciertos y sus errores. El psicoanálisis, entonces, como teoría no puede ser desacoplado en un todo de su práctica, esto es, la de los propios psicoanalistas.69
67. Jorge Alemán (2003), pp. 71-86. 68. En ese sentido, resulta interesante pensar la respuesta de Jean Clavreul a la pregunta de Alain Didier-Weil: “A. D-W.: ¿Qué opinas del retrato de Lacan que se desprende de su biografía escrita por Élisabeth Roudinesco, recién publicada? J. C.: Creo, como muchos otros analistas, que en ese libro no se advierte de ninguna manera por qué Lacan fue psicoanalista y no se dedicó a otra profesión...” (los destacados son míos); Jean Clavreul en Alain DidierWeil, Emil Weiss y Florence Gravas (2003) [2001], op. cit., p. 24. Cfr. Élisabeth Roudinesco (2000) [1993], en particular, pp. 628-629. 69. Atento a lo que sostienen, en especial, los propios analistas que se inscriben en el campo lacaniano, la práctica psicoanalítica adquiere su sentido (intensión) en el quehacer clínico pero no por eso, como veremos más adelante, se cierra sobre sí misma sino que se nutre de los saberes de su tiempo y lo hace sopesando la transferencia con esos saberes. Major, un analista cercano a Lacan, pero que nunca se sumó a su Escuela, dice al respecto que “fundar la autonomía de
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Ahora bien, en cualquier caso, la anexión es por estructura unilateral. En síntesis, y aunque parezca un tanto descabellado: se evidencia la política de anexar la teoría y eludir la transferencia. In extremis: anexar la teoría para eludir la transferencia. La segunda modalidad de anexión podría considerarse un caso particular de la primera, la anexión no por vía militar sino por vía política y, además, “correcta”: la mal llamada estrategia de la suplementación. La retórica de la suplementación es en verdad (se piensa como) una complementación que parte de un supuesto falaz organizado sobre la “asunción incorregible” de que el psicoanálisis constituye un saber sobre lo individual.70 Postulado que no se comprende sin una disyunción ontológica –esto es, como una división realista– entre individuo y sociedad. Se trata a todas luces de un dogma basado en un pleonasmo que confunde la emergencia del inconsciente –en la dimensión que lo hace posible, la de la singularidad que pone en juego al sujeto– con un patrimonio individual.71 Cuando el individuo y el sujeto son traspuestos e intercambiables ya no se está en el lugar que propone el psicoanálisis. El psicoanálisis, desde sus inicios, consistió en un trabajo de discernimiento que –bajo distintos nombres, ya sean las tópicas freudianas o las apuestas provocativas de Lacan al hacer uso de la noción de sujeto– se ha propuesto evitar la absorción del sujeto analítico en el individuo sociológico. Las diversas estrategias de la suplementación terminan –a la corta o a la larga– inscribiéndose como efectos teóricos que se refuerzan los unos a los otros. Así, se pretende suplementar “lo individual” con “lo social”, “lo biológico” con “lo cultural”, cuando no “lo patológico” con “lo normal”, retro-trayendo el estado
la clínica psicoanalítica no quiere decir confinarse en la ignorancia de las otras disciplinas y de su lenguaje, sea el de la filosofía o el de la biología, el de la genética o el de las neurociencias. Supone, por el contrario, su conocimiento, e incluso préstamos y desvíos, como sucedió con los recursos múltiples del pensamiento lacaniano a la lingüística, la filosofía y la lógica. Pero esto no significa confusión de lenguas. Se trata, por el contrario, de un trabajo riguroso de traducción: un trabajo, hablando con propiedad, de transferencia”; René Major (2000) [1999], p. 87. 70. Sobre las intervenciones epistemológicas de Freud puede consultarse el trabajo señero de Michel de Certeau (1995) [1987] y los diversos modos de abordaje de ese punto en la obra freudiana trabajados en los escritos de Paul-Laurent Assoun (2001) [1999] y (1993). 71. No hay otro ser que el ser hablante, pero eso no habilita a hacer del hablante una mónada. Una vez más el sujeto y la individualidad empírica quedan traspuestos, y en consecuencia confundidos en una operación pre-cartesiana que piensa al cuerpo y a su implicación con el alma como algo del orden del uno. Dicha ‘unificación’ oblitera la vertiente cartesiana que intelige en la constitución del sujeto el espacio epistémico que abre el tener en dicha intelección. Véase Guy Le Gaufey (1998) [s/r], pp. 51 y ss.
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del psicoanálisis a un punto anterior al giro teórico que Freud diera a partir de 192072 y profundizara con la zaga de escritos que se inicia en 1923. La postulación de la pulsión de muerte –y la radical teoría del lenguaje que por su copertenencia estructural con lo simbólico se deriva de ella– inaugura un estatuto de la pulsión que, en los dilemas73 que oponen instinto a razón, siempre tiende a eludirse. Una extensión hacia la teoría psicoanalítica no puede soslayar el estatuto de lo pulsional, como sostiene Laurent, a sabiendas de que el lazo con el Otro es la pulsión, y en ese sentido, el psicoanálisis se constituye para el pensamiento social en invitación incesante a recordar el malestar. La noción de malestar –que el concepto de pulsión permite inteligir– en su doble apertura, hacia lo crónico y lo histórico,74 inaugura una avenida compleja para el análisis social: el reconocimiento de lo no histórico en lo histórico, y viceversa, mediante la postulación de una naturaleza humana no enturbiada por el imperativo y el “equívoco idealista”,75 matriz esta última del equívoco historicista (todo es historia). Así, la antropología freudiana hace del malestar estructura y por tanto propone una posición menos ingenua respecto de la naturaleza humana. Humana naturaleza que habiendo perdido pie en la primera naturaleza, la que filia al hombre con el animal, no puede sentirse cómoda en la segunda –la cultura–, ésa que el saber socioantropológico entiende como propiamente humana. En esos pasajes de la primera naturaleza a la segunda –siempre dispuestos y expuestos a fracasar y triunfar– un núcleo resiste la reconciliación del sujeto con el orden simbólico que sostiene la cultura76 y abre, en consecuencia, la consideración del malestar como concepto ordenador en la constitución del lazo social, posibilitando de ese modo la aprehensión de la lógica de las formaciones culturales. Eso que,
72. Véase Juan Carlos Cosentino y Carlos Escars (comps.) (2003). 73. Construcciones muy propias de quienes sostienen la estrategia de la suplementación ‘complementaria’. 74. Sobre este punto al interrogarse acerca de lo que puede aportar el psicoanálisis a la problemática de la exclusión y qué puede decir sobre las “formas actuales de la crisis de lo colectivo y de sus ‘ideales’, que el síntoma de la exclusión cristaliza”, Assoun señala que “el vínculo social se define por condiciones inconscientes [...] existe un sujeto del inconsciente que tiene, como un Jano de dos cabezas, un ‘lado’ colectivo y un ‘lado’ individual, sin extensión a un ‘inconsciente colectivo’ que, como subraya Freud, es un pleonasmo que no explica nada [...] es lícito sugerir que existe un decir del psicoanálisis sobre las formas, al mismo tiempo perennes –ya que son estructurales– y móviles –ya que son históricas– de lo que Freud denomina Malestar”; Paul-Laurent Assoun (2001) [1999], p. 27. 75. Sigmund Freud (1986) [1930, 1929], p. 139. 76. Sobre este punto puede verse la homologación pertinente e impertinente entre la perspectiva hegeliana y freudiana del malestar llevada a cabo por Slavoj Žižek (2001) [1999], pp. 90 y ss.
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según Lacan, “Freud nos indica sin pedantería, sin espíritu de reforma, y casi abierto a una locura que supera por mucho lo que Erasmo sondeó de sus raíces: este acuerdo del hombre con una naturaleza que misteriosamente se opone a sí misma, y donde él querría que logre descansar de su pena al encontrar el tiempo medido de la razón”.77 Pasaje temprano en el que Lacan reivindica el papel que fungió la construcción antropológica de Freud, pero también escruta y sopesa los perjuicios y los beneficios que abismarse en la aventura de una antropología puede tener para la práctica analítica. Poco después, y en medio del fragor de las luchas políticas que marcaron el devenir del campo psicoanalítico en los años sesenta, Lacan recusará la aspiración antropológica del psicoanálisis y se embarcará en el establecimiento de una ética estrictamente ajustada a los alcances de la experiencia analítica, como una práctica que se concibe a sí misma, aunque no exclusivamente, en relación con la clínica y sus avatares. Paradójicamente, las transformaciones y los modos de pensar esa práctica, abiertos por la escisión realizada en nombre de Lacan, tendrá efectos, silenciosos, pero contundentes, en el terreno del pensamiento filosófico y en el quehacer de las ciencias sociales que se nutre de ese pensar.
Bibliografía Acha, Omar: “‘Cette chose que je deteste’: Jacques Lacan y la Historia”, en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales, Revista del Instituto de Geografía, FFyL, UBA, Buenos Aires, agosto, 2004. Agamben, Giorgio: Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2004 [2003]. Alemán, Jorge: “Introducción a la antifilosofía. La filosofía y su exterior”, en Jacques Lacan y el debate posmoderno, Buenos Aires, Filigrana, 2001. Allouch, Jean: El psicoanálisis ¿Es un ejercicio espiritual? Respuesta a Michel Foucault, Buenos Aires, Ediciones Literales/El cuenco de plata, 2007. Assoun, Paul-Laurent: Freud y las ciencias sociales, Madrid, Ediciones del Serbal, 2001 [1993]. Bailly, René: “Entrevista”, en Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas, Quartier Lacan. Testimonios sobre Jacques Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003 [2001]. Bourdieu, Pierre: “¡Viva la crisis! Por la heterodoxia en las ciencias sociales”, en Poder, Derecho y Ciencias Sociales, Bilbao, Desclée/Palimpsesto, 2000.
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Capítulo 3. El porvenir de un encuentro. Psicoanálisis y ciencias sociales...
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Juan Besse
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Capítulo 4 LA TEORÍA MENOR, EL TIEMPO HISTÓRICO Y LA PRÁCTICA SIMBÓLICA COMPARTIDA* (A propósito de las reflexiones de Cindi Katz, Hacia una teoría Menor,1 y Michel Foucault, Microfísica del poder)2
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Introducción El propósito del presente artículo es plantear, con un carácter predominantemente hipotético y a los efectos de la discusión, un conjunto de cuestiones relativas a la relación entre la llamada “teoría menor” y las llamadas “teorías totalitarias” o “totalizadoras”. Partimos para su desarrollo de la lectura crítica de las posiciones de Cindi Katz y Michel Foucault respecto de la importancia de la llamada “teoría menor” en relación con la construcción y reconstrucción metodológica para el abordaje de distintos campos problemáticos. Hemos seleccionado ambos trabajos porque a nuestro criterio plantean de manera original y nueva una serie de reflexiones más que pertinentes para la problemática que aquí pretendemos desarrollar. Pero, que al mismo tiempo contienen lo que desde nuestra perspectiva constituyen interesantes puntos de * Artículo publicado en Cinta de Moebio. Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias Sociales, Nº15, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago, 2002. 1. Katz (1996). 2. Foucault (1979).
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discusión que nos ayudan a armar el discurso sobre la importancia metodológica de la “teoría menor”. En lo que sigue, haremos primero una breve exposición de los conceptos con que Katz y Foucault abordan esta problemática. Luego intentaremos una crítica de esos mismos conceptos con el fin de recuperar lo que en ellos nos parece relevante. Por último, trataremos de exponer nuestros propios puntos de vista respecto de la teoría menor y su relación con la teoría mayor en la construcción de una mirada epistémico-metodológica del proceso de investigación.
Cindi Katz y su relación con las “teorías totalizadoras” En términos generales, el artículo de Cindi Katz sostiene una posición crítica de lo que denomina teorías totalizadoras3 que parecen conformar el núcleo fuerte del paradigma dominante en el medio académico occidental en los últimos años. Este paradigma descansaría en una gnoseología positivista fundada a su vez en una concepción lineal del tiempo y que define a la ciencia como un saber de validez transhistórica (por tanto, como verdad ahistórica de alcance universal), no dimensionada contextualmente ni condicionada por factores materiales de ninguna índole (se trate del acceso a recursos o de intereses subjetivos). Consecuentemente, la producción de ciencia es considerada como actividad autorregulada, cuya legalidad propia y autónoma garantiza el deslinde infalible entre éxitos y fracasos –es decir, la distinción inequívoca entre teorías que no resisten la contrastación y son descartadas y aquellas que superan adecuadamente el cotejo con “la realidad” y entran a formar parte del patrimonio universal de verdades científicas (o conjeturas plausibles). El carácter ahistórico y necesariamente acumulativo del conocimiento científico involucrado en esta visión deriva lógicamente de la asunción (usualmente no explícita) de un sujeto de conocimiento. La definición de la verdad científica como una y válida para todo sujeto racional posible conduce inevitablemente a una política de exclusión en razón de su presunta no cientificidad que se extiende a toda teoría o práctica de investigación cuya adscripción a las reglas de producción de conocimiento derivadas de y validadas por el paradigma dominante es por lo menos dudosa. Esta marginalidad de la legitimidad académica de sectores y grupos que hacen ciencia conforme otras lógicas ha sido históricamente reforzada por el peso aunado de dos factores: 3. Katz (1996).
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En primer lugar, la vigencia del criterio de demarcación4 del positivismo lógico de tipo popperiano –que parece resistir en saludable agonía– al intento, exitoso en un sentido amplio, de desmonte de las visiones neopositivistas más estrechas que han sido el sustento teórico de la práctica científica de las últimas décadas. En segundo lugar, el refuerzo que este mismo enfoque positivista ha recibido por parte de una de sus “consecuencias observacionales”5 más conspicuas –el llamado “giro tecnológico”–, que a la trascendencia e ahistoricidad atribuida a la ciencia ha sumado la autonomía de la legalidad tecnológica que se realimenta permanentemente automotivada por la lógica de la innovación. El efecto conjunto de estos factores se traduce en el carácter de tierra de nadie que sigue teniendo aún hoy gran parte de la producción de conocimiento –a pesar de y justamente por la asimilación de la crítica– dentro del todavía encorsetado universo académico que, desde su normativa que define qué es ciencia y qué no, distribuye habilitaciones y proscripciones del terreno del discurso y la práctica científica. Los platos rotos de esta exclusión parecen pagarlos sistemáticamente aquellos que trabajan bajo nuevas modalidades en los espacios intermedios –es decir, en los intersticios que constituyen las líneas de fractura del paradigma–, o, en palabras de la autora, los puntos de subdesarrollo por los cuales el lenguaje puede escapar.6
Michel Foucault y las “teorías totalitarias” También Foucault rechaza las pretensiones de lo que llama teorías totalitarias, a las que reconoce algunos méritos –en particular cuando se trata del psicoanálisis o del marxismo– y les adjudica un efecto inhibitorio7 (a diferencia de estas teorías globales, y contra ellas, propondrá Foucault el desarrollo de teorías localizadas, regionales, particulares.8 La teoría, para Foucault, no constituye sino “[...] una caja de herramientas [...]”, “[...] se trata de construir no un sistema sino un instrumento [...]” y “ [...]
4. Popper (1978). 5. Weber (1973) [1958]. 6. Katz (1996). 7. Foucault (1979). 8. “El papel de la teoría hoy me parece ser justamente éste: no formular la sistematicidad global que hace encajar todo; sino analizar la especificidad de los mecanismos de poder, percibir las relaciones, las extensiones, edificar avanzando gradualmente un saber estratégico”; Foucault (1979), p. 79.
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esta búsqueda no puede hacerse más que gradualmente, a partir de una reflexión [...] sobre situaciones dadas”.9
La “teoría menor” como problemática en ambos autores De ahí que en el discurso de Katz, más allá de cierta flojedad en el uso metafórico del lenguaje –lo que complica el lado también descriptivo de todo relato que en principio e intención asume centralmente la forma de planteo–, estos intersticios representan la sospecha de grietas en el paradigma y evidencian que nada permanece tal como lo definimos por mucho tiempo. La obstinación de lo real por contrariar nuestros intentos de simplificar su complejidad actúa en dirección favorable a lo que (siguiendo muy flexiblemente a Katz) puede entenderse como una reelaboración de la anomalía que procede por descomposición de lo mayor. Para Foucault, lejos de pensar en una descomposición de lo mayor, la reflexión sobre situaciones dadas produciría investigaciones genealógicas múltiples.10
Espacio intermedio, intersticio, líneas de escape: “el tornarse menor” Se trata, entonces, para el tema que plantea Katz, además de una elaboración más precisa de estos términos –espacio intermedio e intersticio– del esclarecimiento del panorama, acercando una descripción del estado de las cosas en el cual la tensión entre permanencia y cambio –cuyo nexo fluido sería el tornarse o devenir del que habla la autora– podría ser, además de móvil y exquisita, informativamente más rica. En efecto, no se trata de una petición de principio de tipo semántico: elaborar como conceptos las expresiones que la autora emplea permitiría pasar del lenguaje evocador de las imágines al código de construcción y desciframiento de lo real –es decir, del sugerir al referir. 9. “No digo que estas teorías globales no hayan procurado ni procuren todavía, de manera bastante constante, instrumentos utilizables localmente: el marxismo y el psicoanálisis están ahí para confirmarlo”. Sin embargo, agrega de inmediato: “...pienso que no habrían procurado tales intrumentos más que a condición de que la unidad teórica del discurso quedase como en suspenso, cercenada, hecha pedazos, trastocada, ridiculizada, teatralizada [...]”; Foucault (1979), p. 127. 10. “Y esta genealogía, en tanto que acoplamiento erudito y del saber de la gente, no sólo ha sido posible sino que además pudo intentarse con una condición: que fuese eliminada la tiranía de los discursos globalizantes con su jerarquía y con todos los privilegios de la vanguardia teórica”; Foucault (1979), p. 129.
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La utilidad de tal operación no se agota en su rinde gnoseológico en tanto la autora señala que aun cuando las perspectivas no dominantes son conocidas y aun citadas, sus reclamos no alteran en realidad el proyecto, a la vez que enfatiza la importancia de la acción informada, una construcción descriptivamente apropiada del escenario es la condición de posibilidad de orientar en la dirección de lo viable la potencialidad transformadora que conlleva todo tornarse menor.11 Resulta necesario poder identificar cuáles son y dónde están los intersticios y los espacios intermedios para elaborar los puntos de ruptura en términos de reales y operativas líneas de escape, y es lógicamente imposible identificar –y señalar como blanco de una política de transformación– aquello cuyo concepto es difuso. No se trata de una cuestión de nombrar, por cuanto esto remite a la asignación convencional de correspondencias entre las palabras y las cosas, mientras que elaborar un concepto es construir desde lo lógico-lingüístico la identidad de un objeto. La diferencia entre ambos actos es significativa: mientras el nombrar descansa sin mayores dificultades en la confortable suposición de la existencia de objetos ya dados al sujeto (equiparando cosa existente y objeto), el conceptualizar involucra la perspectiva constructivista del conocimiento que hace del sujeto el forjador activo de los objetos. Y esto no equivale, valga la aclaración, a poblar el mundo desde el lenguaje, por cuanto a menos que deseemos incurrir en esencialismos de difícil justificación lógica, la entidad de los objetos es debida a nuestra actividad de conceptualización y clasificación de las cosas existentes. En consecuencia, entre una sutil operación lógica como lo es la elaboración conceptual de lo real, y algo tan escasamente abstracto como su transformación, la distancia está marcada por la construcción de una estrategia de cambio realista e implementable. Esto es, ni más ni menos, transformar ese punto que es el intersticio en un vector –una línea direccionada–, en este caso, para garantizar la habilitación de otros discursos y prácticas igualmente científicos, que también construyen el mundo que habitamos colectivamente. En el debate por legitimar las voces de estos otros constructores de mundos –los activistas de la teoría menor– Katz defiende un propósito políticamente crítico por cuanto que es sustantivamente democrático: asegurar también para estas otras lógicas el carácter de “hogar” del medio académico. Señala que los reclamos de la teoría menor, siendo conocidos “y aun citados”, no producen de hecho ninguna modificación en el paradigma dominante. La razón de este eclipse pareciera, en principio, debida a una heterogeneidad en el estilo de producir conocimiento científico: Katz habla de una “diferencia de desempeño”, 11. Katz (1996).
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atribuyendo a las teorías opositoras una lógica de producción científica desde un registro menor. No obstante, la heterogeneidad de los lenguajes se resuelve, en realidad, en un conflicto de intereses a través del cual las teorías opositoras ponen en evidencia el carácter encarnado del conocimiento en general y las condiciones materiales alternativas que promueven o limitan la producción de ciencia. Por esta vía crítica procede a mostrar el fundamento históricamente posicionado de los “registros diferentes”: la heterogeneidad de lenguajes descansa, en última instancia, en un fundamento material, que hace de la incomensurabilidad de las teorías como enfoque de la historia de la ciencia una postura ideológico-política resistida en el debate académico ortodoxo. En este sentido, el posible aporte de una línea de pensamiento como la que desarrolla la autora radica en llamar la atención sobre la necesidad de franquear el acceso al rango de la excelencia no sólo a otras teorías, otras lógicas, otros modos de producir conocimiento, sino –lo que es más importante– de acoger dentro del hogar académico a los grupos humanos que llevan adelante esas otras prácticas. Desde ya que tal propósito se inscribe de lleno en la praxis –la acción informada, en palabras de Katz–, y que por lo tanto exige mucho más que esclarecimientos teóricos o deslindes conceptuales. Sin embargo, el primer paso en esta dirección bien puede ser trabajar el ensanche de la noción históricamente elitista de excelencia, “forzando los límites del lenguaje” de manera de producir, a la larga, una democratización del enfoque desde el cual la propia intelectualidad académica piensa su lógica de conocimiento en la generación de conocimiento. Este primer objetivo es seguramente modesto, pero su modestia no es insignificancia, y no por ello, por otra parte, es sencillo de alcanzar: si así fuera, los años de “teoría marxista, feminista, poscolonial, antirracista y otras singularidades”12 habrían logrado posiciones de relevancia en la vida académica norteamericana. Lejos de ello, Katz revela muy a su pesar que estas otras miradas apenas si han podido arañar sin hacer mella el monolítico sentido común académico –para usar una expresión de Gramsci que resulta aquí especialmente pertinente.
El intelectual “específico” y su lucha en torno a la verdad Como lo expresa Foucault, el intelectual específico ha terminado por sustituir al intelectual universal: “[...] de este modo, el intelectual específico, actuando dentro de su ámbito particular y de acuerdo a su especialidad –y ello independientemente 12. Katz (1996).
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de cualquier proyecto estratégico global– cumpliría, entonces sí, un papel en el trastocamiento del sistema de poder”. Y continúa: “[...] Un nuevo modo de ‘ligazón entre la teoría y la práctica’ se ha constituido. Los intelectuales se han habituado a trabajar no en el ‘universal’, en el ‘ejemplar’, en el ‘justo-y-verdaderopara todos’, sino en sectores específicos, en puntos precisos en los que los situaban sus condiciones de trabajo o sus condiciones de vida (la vivienda, el hospital, el manicomio, el laboratorio, la universidad, las relaciones familiares o sexuales”.13 Y esta lucha del intelectual específico hace referencia ante todo y principalmente a la lucha en torno a la verdad. Pero entendiendo por verdad no “[...] el conjunto de cosas verdaderas que hay que descubrir o hacer aceptar sino el conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero, efectos políticos de poder”.14 De ahí, que las luchas en torno a la verdad implican para el intelectual un problema político fundamental. Y esta situación se expresa mejor en la concepción que Foucault ha expuesto del sistema educativo: “[...] ¿Qué es después de todo un sistema de enseñanza sino una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones de los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal cuando menos difuso; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus poderes y saberes?”.15 La lucha estaría dirigida hacia la constitución de un nuevo régimen político de verdad.
¿Teoría totalizadora versus teoría menor? Avanzar en la dirección de la integración no es, por otra parte, tan sólo un legítimo reclamo de progres nostálgicos. En efecto, asegurar la heterogeneidad de voces y la posibilidad de potenciar la fertilización cruzada entre perspectivas, teorías y prácticas es una bandera que debe levantarse no únicamente desde el deber ser de la pluralidad democrática esencial al oficio de científico, sino que responde también a una necesidad práctica: este mundo nuestro –al que agredimos y habitamos colectivamente– no puede darse el lujo de descartar ninguna incubadora de posibles soluciones para algunas de todas las heridas con que continuamente lo lastimamos. Y, en esa dirección, no puede desdeñarse el aporte de estas otras maneras “alternativas” –conforme la denominación estándar– a la hora de idear nuevas soluciones a nuevos problemas, nuevas maneras de enfocar problemas 13. Foucault (1979). 14. Foucault (1979). 15. Foucault (1980) [1970].
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viejos y rápidas vías de adaptación para las cambiantes condiciones de nuestro escenario cotidiano. Indicar una “línea de escape” en esta dirección es, me parece, el logro que el artículo de Katz alcanza, a la vez que evidencia –desde su propia factura, los giros de su expresión y la forma en que en él cohabitan un poco promiscua y ligeramente temas y preocupaciones diversas– un estado de la cultura académica occidental actual y una agenda de urgencias pendientes de resolución (y aun de planteo adecuado). Creo, siguiendo a Katz y Foucault, que en un medio intelectual y político cansado de burdas interpretaciones, de la burocratización de los partidos, del “vanguardismo” pretencioso que se erige en representante de las masas, que muchas de las proposiciones de ambos autores aparecen como una bocanada de aire fresco en un ambiente enrarecido. Y, esto, para los intelectuales contiene otra virtud: la importancia de las microluchas cotidianas sin tener que preguntarse por el significado de esas microluchas en relación con la sociedad global. Es cierto que no pensar en perspectiva puede resultar estéril, por ello, propongo pensar en simultaneidad y articulación. Creo que ha llegado el momento de exponer nuestros propios puntos de vista y con ello lograremos que las “teorías totalizadoras” acojan a las “teorías menores”, bien como realidades prácticas, bien como utopías, que la utopía tiene su lugar en la historia.
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Capítulo 5 PROCESO Y DISEÑO EN LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO DE INVESTIGACIÓN: LAS COSTURAS DE FRANKENSTEIN O UN ENTRE-DOS QUE NO HACE DOS*
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Tras días y noches de increíble trabajo y fatiga, logré averiguar la causa de la generación de la vida; y más aún, conseguí dotar de animación a la materia inerte. [...] Pero este descubrimiento era tan grande y abrumador que enseguida olvidé las etapas que gradualmente me habían conducido a él, y sólo tuve ojos para el resultado. Víctor Frankenstein Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo
I. Razones introductorias Discernir los niveles epistemológico, metodológico y tecnológico mediante los cuales se lleva a cabo el trabajo investigativo hace al establecimiento de una
* El presente capítulo surgió de las costuras de notas sueltas y pasajes de trabajos preexistentes. Las lecturas y consideraciones de Cecilia Ros y Miriam Wlosko respecto de algunos de esos escritos fueron un envite a dar forma a este trabajo. Cora Escolar y Juan Samaja hicieron lo suyo gracias a una enseñanza perdurable.
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analítica de la investigación, sin la cual la metodología –como saber– corre el riesgo de ser capturada o, lo que es peor, reducida por los otros niveles, dificultando de ese modo el entendimiento o la aprehensión de la complejidad de la lógica de las prácticas de investigación social. Para Jesús Ibáñez, que lee a Bourdieu, Chamboredon y Passeron, que a su vez leen a Bachelard, “la tecnología nos da razón de cómo se hace. Pero antes de plantear el problema de cómo se hace, hay que haber planteado los problemas de por qué se hace así (nivel metodológico) y para qué o para quién se hace (nivel epistemológico). Bourdieu señala tres operaciones necesarias para el dominio científico de los hechos sociales: una ‘conquista contra la ilusión del saber inmediato’ (epistemológica), una ‘construcción teórica’ (metodológica) y una ‘comprobación empírica’ (tecnológica). Las tres operaciones están jerarquizadas. Cada una da razón de las siguientes, construye un metalenguaje sobre ellas. Bourdieu se inspira en Bachelard, para quien el hecho científico se conquista, construye y comprueba”.1 Decir que el hecho científico se conquista, construye y comprueba es establecer anterioridades donde lo lógico prima sobre lo cronológico. Si hay en juego una temporalidad, se trata de una temporalidad lógica no expresable de manera directa en un tiempo cronológico, el de la mera temporalidad ordinaria. Como recurso grotesco, algo así como decir: el lunes conquisto, el martes construyo y el miércoles compruebo. La comprobación supone lógicamente la construcción y esta última la conquista del objeto. Según Badiou, “en una concepción experimentalista de la ciencia como la de Bachelard para la física o la de Canguilhem para la fisiología, el ‘hecho’ experimental es él mismo un artefacto: es una escansión material de la prueba y nunca la preexiste”.2
1. Jesús Ibáñez (1996) [1986], pp. 51-52. Véase El Oficio de Sociólogo de Pierre Bourdieu, Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron (1992) [1973]. En la introducción de este último libro, denominada “Epistemología y metodología”, los autores señalan que “establecer, con Bachelard, que el hecho científico se conquista, construye y comprueba, implica rechazar al mismo tiempo el empirismo que reduce el acto científico a una comprobación y el convencionalismo que sólo le opone los preámbulos de la construcción. A causa de recordar el imperativo de la comprobación, enfrentando la tradición especulativa de la filosofía social de la cual debe liberarse, la comunidad sociológica persiste en olvidar hoy la jerarquía epistemológica de los actos científicos que subordina la comprobación a la construcción y la construcción a la ruptura: en el caso de una ciencia experimental, la simple remisión a la prueba experimental no es sino tautológica en tanto no se acompañe de un explicación de los supuestos teóricos que fundamentan una verdadera experimentación, y esta explicitación no adquiere poder heurístico en tanto no se adhiera la explicitación de los obstáculos epistemológicos que se presentan bajo una forma específica en cada práctica científica” (los destacados son míos); Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1992) [1973], p. 25. 2. Alain Badiou (2009) [2007, 1969], p. 54.
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Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...
Destaco entonces que lo que define la entidad de una práctica de investigación es el anudamiento necesario entre la teoría, el método y la técnica,3 nudo siempre singular, cuyo devenir –en tanto anudamiento– da lugar a lo que suele denominarse el proceso de investigación. La materialización de las acciones que hacen dicho proceso y las decisiones racionales de diseño que lo puntúan presuponen el enlazamiento de los tres niveles, operaciones y modalidades que Ibáñez señalara: Relación
Niveles
Operaciones
Modalidades
1 teoría
Epistemológico
Conquista (epistémica)
Para qué / para quién
2 método
Metodológico
Construcción (teórica)
Por qué (se hace así)
3 técnica
Tecnológico
Comprobación (empírica)
Cómo
Cada uno de esos tres niveles, que es solidario de los otros, le imprime a cada momento del proceso de investigación una primacía relativa que se despliega peculiarmente, con énfasis distintivos, en la práctica de diseño. Se trata entonces de puntualizar aspectos propios de los tiempos y las operaciones conceptuales y prácticas de la construcción del objeto en el proceso de investigación. La cuestión es entonces transmitir la complejidad de las relaciones entre: • •
•
los niveles (epistemológico, metodológico, tecnológico) las operaciones (conquista contra la ilusión del saber inmediato, es decir las relaciones entre la ruptura, el obstáculo y la vigilancia epistemológica; construcción teórica del objeto de estudio y comprobación empírica del mismo mediante la obtención y procesamiento de información) y las modalidades (cómo, por qué, para qué y para quién)
Es ya un lugar establecido de la retórica4 construccionista, la postulación de relaciones entre teoría, método y técnica en el trabajo de constitución del objeto de estudio. Dichas relaciones suelen ser enunciadas como la relación T-M-T, entendiéndose así una cierta universalización del interjuego y por
3. Sobre este punto en particular, véase Cora Escolar (2000). 4. No sólo en el sentido de giros argumentales que fundan una posición sino también como retórica especulativa, dice Quignard, “tradición letrada antifilosófica que recorre toda la historia occidental desde la invención de la filosofía”; Pascal Quignard (2006) [1994], p. 9. Pienso que hay en Bourdieu, como emblema de algunos otros, y su estilo de trabajo intelectual ciertas trazas de esta filiación retórica.
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ende su carácter necesario. Se trata entonces de relaciones contingentes que en la medida que den a luz un producto se dirá que han sido o devenido necesarias. Así, pensando en la transmisión de ese carácter necesario de la relación teoría, método, técnica, surgió la potencia de ciertas figuras topológicas que logran no sólo graficar las relaciones entre los elementos sino dar cuenta de la consistencia del anudamiento que rebasa lo imaginario de los vínculos y se proyecta sobre la escritura del proceso de investigación y por lo tanto sobre su producto. La idea es que las figuras que se usan para mostrar modos de relación eviten abordajes simplificadores que conduzcan por una parte, a pensar una aprehensión independiente de la teoría, del método y de la técnica en el proceso de investigación y por otra, a una escisión entre el proceso de investigación y la producción tanto del objeto como del sujeto de la investigación.5 Al buscar figuras lógicas de transmisión del enunciado ‘si hay investigación hay anudamiento’, la topología6 pero también sus usos tal como ha sido utilizada por ejemplo por Lacan en un campo distinto al de la matemática, muestra su fecundidad para otros usos.7 Guitart, como matemático, realiza al respecto una indicación pertinente –y estimulante para el campo de las ciencias sociales– cuando dice “el alcance de lo que Lacan [hace] puede verse en la necesidad de proponernos con sus elaboraciones en torno a objetos matemáticos, como la banda de Moebius y el entrelazamiento borromeo, no es tanto del orden de la topología (elaboración de los discursos sobre la cuestión de los lugares) como de lo que yo llamaría logotopía (elaboración de lugares sobre la cuestión de los discursos)”.8 Entre esas figuras topológicas, o si seguimos a Guitart, logotópicas, la del anudamiento borromeo permite visualizar un entre tres que no hace tres.9
5. La enseñanza de la metodología por vía de inventario suele desembocar en modos de rubricar, por parte del enseñante o del investigador, imágenes de desresponsabilización subjetiva (y por tanto objetiva) respecto del objeto construido en la práctica de investigación. El investigador suele “aparecer” como mero mediador entre el objeto y el conocimiento. 6. Una semblanza accesible sobre los nudos puede consultarse en Ian Stewart (2004) [1987]. 7. Cabe señalar aquí los riesgos de imaginarización que pueden producir esas figuras si no se marcan adecuadamente ciertos principios que reduzcan la tentación de pensarlas como nuevas formas de sutura o dialectización que terminan invitando a los siempre buscados efectos de cierre, en el sentido de un completamiento sin punto ciego. 8. René Guitart (2003) [2000], p. 44. 9. Los nudos borromeos son figuras topológicas que fueron desarrolladas conceptualmente por Jacques Lacan para matematizar (matemizar) la enseñanza del psicoanálisis a partir de 1972 y, de ese modo, transmitir un saber que paradójicamente no puede reducirse, en tanto saber clínico, a una mera enseñanza. En ese sentido algunas figuras topológicas permiten graficar relaciones complejas y enfatizar el carácter analítico de las distinciones, siempre proclives –a fuerza de prácticas– a sustantivarse. La denominación debe su nombre a una figura presente en el blasón
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Tres que sólo es posible enlazar mediante la construcción de un cuarto término; es decir algún grado de –dispénsese el neologismo– efectuación del sujeto de investigación, esto es un sujeto investigador. Donde el término investigador hace referencia a algo que es necesario producir cada vez y no a una sustancia o una facultad pre-existente, anterior y exterior a la práctica de investigación misma. Con esto queda establecido como supuesto que no sólo el objeto de investigación es del orden del efecto sino que el sujeto también lo es.10
de la familia milanesa Borromeo, consistente en una “‘cadena de tres, tal que al desatar uno de los anillos de esta cadena los otros dos se deshacen’ [...] y si los nudos borromeos interesan es a causa de su función esencial, ‘es decir, del tipo paradójico de enlace que instituyen’: ‘ ¿Qué es una topología? Una topología –declarará Lacan en su charla el Savoir du psychanaliste– es algo que tiene una definición matemática. La topología es lo que se aborda en primer lugar mediante relaciones no métricas, relaciones deformables. Propiamente hablando, es el caso de esas especies de círculos blandos [...] cada uno es una cosa cerrada blanda que se sostiene por estar encadenada a las otras. Nada se sostiene solo. Esta topología, por su inserción matemática, está ligada a relaciones de significancia, es decir, que es en tanto que esos tres términos son tres que vemos que por la presencia del tercero se establece una relación entre los otros dos. Es esto lo que quiere decir el nudo borromeo’” (destacados nuestros); Claude Conté (1996) [1993], p. 88. Asimismo, “el nudo procede de un método emparentado con el de la ciencia: el método que cobra consistencia gracias a una dimensión por la cual pasamos de la demostración a la mostración, es decir, a una evidencia que ya no obedece únicamente a la calidad imaginaria de la demostración sino también a la calidad de lo real”; Charles Melman (2003) [2001], p. 85. Por tal razón no se trataría de una mera ilustración, una imagen pertinente. Así los dibujos como medios para hacer efectiva una representación gráfica ponen en escena una captura imaginaria, pero al tratarse de una escritura ya introducen “el simbolismo”. En esa dirección, Granon-Lafont afirma que “Lacan demanda del nudo borromeo explicar, formalizar relaciones que por lo demás no están escritas. El nudo no ilustra las relaciones entre los términos, las crea”; Jeanne Granon-Lafont (1999) [1987], p. 142. 10. Según Foucault el conocimiento es un “efecto de superficie”; su invención –en los términos sostenidos por Foucault– comporta una doble ruptura. Ruptura con la naturaleza humana pero también con la naturaleza de la cosas. Con la naturaleza humana, porque el sujeto de conocimiento no es del mismo nivel que ‘la’ o al menos una naturaleza humana (ya sea se entienda por naturaleza humana una determinada estructura anatómica y fisiológica compleja caracterizada por un atributo sutil como el prensilismo; una co-pertenencia entre lo humano y el orden simbólico; la posesión de un aparato para proferir el lenguaje; el hecho de ser seres hablantes) sino que entraña un plus. Ruptura con la naturaleza de las cosas porque el conocimiento tampoco se desprende de la naturaleza de las cosas, las cosas no reclaman ser conocidas y esto ni aunque las cosas humanas se definan por su estar en la lengua o posean el atributo del habla o la potencialidad de ser dichas. En tal sentido, Foucault no desconoce la existencia de una materialidad –de hecho– independiente del acto de conocimiento, materialidad que pre-existe al trabajo de constituir el objeto sino que enfatiza el argumento de que el conocimiento sólo es posible mediante la distancia o mejor dicho el proceso de producir un distanciamiento entre un sujeto y un objeto que se producirían con el acto mismo de conocer, pauta que nos es brindada por el lenguaje: conocer es co-nacer;
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En síntesis, el anudamiento entre teoría, método y técnica que posibilita llevar a cabo un proceso de investigación y la construcción de un objeto se produce simultáneamente con la ‘efectuación’ del sujeto.11 En ese sentido, el proceso de investigación que conduce a la construcción del objeto es un proceso tridimensional, a la vez epistemológico, metodológico y tecnológico. Así como de un objeto tridimensional no cabría preguntar si es ancho o largo porque es ancho, largo y alto; respecto de un proceso de investigación no cabe preguntar si es teórico o empírico, no cabe tampoco escindir la teoría del método o éste último de la técnica.
II. Los usos del término proceso de investigación Una vía fecunda para abordar la noción de proceso de investigación es descomponer el término a partir de múltiples cruces. Así, un camino es el rastreo en algunas definiciones de sus marcas etimológicas pero también de su historia conceptual, tanto desde el punto de vista de su significado referencial (un abordaje semántico) como de los usos efectivos en el campo científico y con mayor énfasis en el campo de la investigación social. La tarea entonces es tomar cierta distancia respecto del término proceso de investigación. Como primera aproximación hacerlo no sólo en lo tocante a su significación erudita o manualística sino también a su significancia social.12
Michel Foucault (1984) [1973]. Por ende, el sujeto no coincide con el investigador (aunque lo presupone, es su condición necesaria pero no suficiente) y el objeto no coincide con las cosas (aunque las presupone), se producen junto con el conocimiento en una fabricación que no es transparente ni del todo conciente para el investigador. Está claro que Foucault sube la apuesta de la teoría del conocimiento kantiana mediante la incorporación del poder y la historicidad. Y que lo hace por la vía de la incorporación de elementos conceptuales provenientes del pensamiento de Nietzsche a través de los cuales pone en perspectiva el conocimiento pero también el objeto y el sujeto de conocimiento. Véase en este libro nuestro comentario sobre el libro de Vanden Berghe Lacan lector de Simmel: una extraña alianza. 11. Sujeto y objeto no son causa de conocimiento sino que son del orden del efecto. O en todo caso sujeto y objeto se encuentran en el lugar de causados uno respecto del otro pero a condición de preservar un punto de imposibilidad: el sujeto no puede decirlo todo acerca del objeto y el objeto no puede ser dicho todo. 12. Acerca de la significancia o insignificancia social, de manera muy preliminar, cabe decir que los usos del término se inscriben en un orden del discurso que habría que indagar caso por caso y que la magia del término se ve reforzada, entre otras impulsiones, por la noción de proceso en tanto progreso. En la lengua de los argentinos, la marca del significante Proceso de Reorganización Nacional es motivo de vacilaciones o impasses discursivos.
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La eficacia simbólica del concepto le viene dada por un orden que excede las cuestiones epistemológicas y metodológicas, es decir que su significación no se da por el mero trámite de las razones expuestas por las teorías de la ciencia, del conocimiento o de la investigación que circulan en las instituciones académicas o científicas sino también por los alcances de su inscripción social. Siguiendo a Canguilhem, la cuestión es explorar no sólo en el terreno discursivo de lo que la ciencia dice sobre el proceso de investigación sino sobre lo que no dice o dice no. Proceso de investigación es un término que enlaza dos significantes polivalentes y enraizados de un modo u otro en el habla social. Evolucionar y conocer hacen sentir allí su escansión o corte histórico. Digamos que se trata de un concepto eminentemente moderno, ilustrado, faro de luz durante al menos dos siglos. También que se está ante una palabra encandilante. ¿De qué distintos modos el evolucionismo –una sucesión de fases, etapas o estadios correlativos y necesarios– y el funcionalismo –la visión de algo como un todo de partes interdependientes y con imperativos de regulación interna– están presentes en el término? Se trata entonces, como diría Canguilhem, de distinguir –y diferenciar– lo normal de lo normativo y ver cómo el significado más asentado de normalización es un producto arbitrario de la confusión entre normatividad y normativismo (en tanto uso espúreo o explotación política o ideológica de la norma).13 Según Allouch –y la metodología como campo con aspiraciones disciplinarias tanto como los usos del término en dicho campo no son ajenos a este boceto– “el término ‘proceso’ viene del latín processus que quería decir ‘progreso’; es ‘eso que va adelante’, de allí su sentido anatómico de ‘prolongamiento’, ‘saliente’, ‘divertículo’. Littré lo define como un conjunto de fenómenos concebido como activo y organizado en el tiempo (el singular señala que esos calificativos se refieren al conjunto como tal y no a los fenómenos). Guilbaud en su libro sobre
13. Una de las certidumbres relativas que orientan este trabajo indica que no podemos rehusar de la normatividad pero tampoco caer en el normativismo; es decir que en esa delgada línea se juega la diferencia entre la razón y la locura. Al respecto Legendre dice que “importa no confundir una reflexión sobre la normatividad con el despliegue de un pensamiento normativo. La sociología –al menos la que no es ciega a sus propios fines– ha perfeccionado suficientemente sus métodos para favorecer esta distinción. La explotación social y política de la normatividad es una cosa, la cuestión vital del vínculo de un sujeto con la normatividad es otra cosa. Ninguna sociedad humana podría prescindir de poner en orden a sus sujetos” (destacados míos); Pierre Legendre (1996) [1985], p. 11. Una aserción similar ofrece la obra de Georges Canguilhem Lo normal y lo patológico, al distinguir entre el cuerpo normado –como cuerpo social externo producido por el científico en el quehacer de su ciencia (laboratorio, estadísticas)– y el cuerpo normativo –en tanto cuerpo capaz de innovar, de producir respuestas inéditas, esto es, la normatividad como instrumento a través del cual el ser viviente se singulariza; véase Guillaume Le Blanc (2004) [1998], pp. 46-66.
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la cibernética da la definición siguiente: “...una teoría general de los ‘procesos’, palabra que designa ya sea una sucesión de fenómenos, dotada de cierta coherencia o unidad (aquí los calificativos se refieren a la sucesión como tal) ya sea la fuente o la génesis de esta sucesión. [...] Es cierto, Freud no cerró definitivamente esta puerta al proceso, lo cual nos puede sorprender viniendo de quien sin embargo había reconocido que en el hombre no existía la más mínima tendencia al progreso”.14 Para Allouch el proceso entendido como progreso por lo que supone como dirección homogénea y orientada, ofusca el acto. Así, siguiendo a este autor, Lacan, al forcluir el proceso psiquiátrico, daría lugar al acto (analítico).15 A semejanza de ese gesto teórico, en el campo de la investigación social se puede decir que cuestionar la noción de proceso de investigación no es desestimar su lugar sino reubicar su importancia y abrir la caja negra: desplazar la vigilancia epistemológica desde el proceso de investigación (historicismo que cree que el sentido viene del pasado) hacia el acto investigativo (cuya marca es historizante y no historicista).16 Y tal vez este reavivo del acto de investigación no sea otra cosa que la necesidad de “perder apoyo” en el proceso, reducir su hipostasía en el discurso metodológico de la ciencia y por prolongación en el de la ciencia social, afín a lo que Samaja sugiere cuando dice “la actividad investigativa efectúa una modificación en el sistema originario de observables y de representaciones del objeto de estudio. Efectuadas las actividades y producido el resultado, el proceso remata y se ‘extingue’ en el producto”.17 La noción de proceso de investigación puede ser interrogada desde otras concepciones que la despegan de la noción de progreso. Por ejemplo, Jullien, en su Tratado de la eficacia, desde una perspectiva comparativa que examina la noción de eficacia en el mundo griego, después romano-cristiano, y la confronta con la concepción de proceso en el mundo chino, revela un corte de base entre procesar y progresar. Así, dice Jullien, “la lección china, en síntesis, reside en que la eficacia es siempre el resultado de un proceso. Es necesario un desarrollo. Podrán percibir aquí la gran noción china del tao, la ‘vía’, o, como acabo de traducirlo, la viabilidad. Pero no podemos equivocarnos: a pesar de lo que el tema de la ‘vía’ parece tener fatalmente en común, a través de la diversidad de las culturas, 14. Jean Allouch (1994), p. 20. 15. Agrega Allouch que “en psiquiatría, en psicoanálisis, pero también en otros campos (notablemente en historia) uno encuentra regularmente y hasta en los mejores trabajos, ese procedimiento bastante curioso que consiste en hacer de un caso, de una monografía que ofrece una secuencia de acontecimientos, un proceso [...] es casi general la tendencia que hace de la distinción del reconocimiento de un proceso, el criterio de una comprensión al fin ‘científica’ de un objeto que de golpe también lo sería”; Jean Allouch (1994), p. 17 y p. 18. 16. Así diacronía no es, por sucesión de tiempo crónico, historicidad. 17. Juan Samaja (2003) [1993], p. 46.
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la vía china no es una vía que ‘lleva a’, como la vía religiosa en Europa, o la vía de la filosofía que, como el principio de Parménides, conduce a la verdad. En el contexto cristiano, la vía lleva al Padre (a la Salvación, a la Vida eterna). Nuestra imaginación europea siempre relaciona la vía con un final, siempre hay un telos; mientras que el tao chino no es una vía que lleva a, sino la vía por donde la cosa pasa, por donde es posible, por donde es ‘viable’. Es la vía de la regulación, la vía de la armonía por donde el proceso, que no se desvía, vuelve a pasar incesantemente. [...] aquí no hay ninguna idea de resultado; se trata de un proceso y no de un progreso”.18 Así, atento a la vía china pero sin desafiliarse de la vía occidentada, diversos autores, entre ellos Samaja, han señalado los usos, muchas veces confusos e imprecisos, de términos tales como proceso, diseño, método o proyecto de investigación. Que si bien son términos que refieren a aspectos de la investigación que se encuentran estrechamente vinculados en la práctica de producción de conocimiento es necesario distinguirlos como dimensiones específicas de dicha práctica. Demos un rodeo antes de avanzar en la definición de proceso que ofrece Samaja. La asunción básica del programa para una epistemología de las ciencias sociales impulsado por Bourdieu, Chamboredon y Passeron a principios de los años ’70, y cuyo manifiesto es El Oficio de Sociólogo, se organiza sobre el intento de evitar la disyunción sustantiva entre epistemología y metodología, o dicho en otras palabras entre teoría y método, esto es dejar de suscribir la separación realista entre teoría y observación, teoría e investigación, teoría y práctica que, aunque sutilizada, imponía el canon metodológico derivado del programa de Paul Lazarsfeld y continuado por Galtung: teoría teoricista y metodología empirista. La cuestión entonces es buscar el atajo para salir de la encerrona que insiste en separar en términos sustantivos19 la teorización del objeto de estudio respecto del proceso de investigación, entendido este último como el proceso de elaboración del diseño de investigación20 pero que al no coincidir uno a uno con él lo rebasa y lo afecta. En esa dirección se orienta la recuperación del aserto de Kant, parafraseado por Pierre Bourdieu, cuando dice que la teoría sin investigación empírica está vacía y la investigación sin teoría está ciega. El discurso metodológico (no el ‘clásico’ sino el del pasado reciente) ha introducido un término como es el de estrategia de investigación o estrategia teórico-metodológica que viene a cuestionar, es decir a darle otro significado u 18. François Jullien (2006) [2005], pp. 78-79. 19. Es decir, en términos prácticos y no analíticos. 20. En la acepción restringida que hace referencia al diseño como el conjunto de operaciones técnicas destinadas a la obtención de información, punto que desarrollaré en el acápite siguiente.
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otro alcance, al término proceso de investigación. La noción de estrategia de investigación ‘desnaturaliza’ o si preferimos ‘desnormaliza’ la temporalidad de la secuencia investigativa y, por ende, viene a resolver los problemas derivados del empastamiento entre proceso (construcción por la acción) y diseño (construcción por la razón). Sin embargo, agrega otras dificultades: supone, desde una asunción demasiado político-militar de la noción de estrategia la idea de un gobierno cuasi-pleno sobre la práctica de investigación.21 En contraste con la estrategia de investigación entendida como gobierno de la práctica, Samaja identifica múltiples aspectos del proceso de investigación y, de este modo, matiza los alcances de la lógica estratégica mediante la intelección de un punto de imposibilidad. Dice Samaja: “con el término ‘proceso de investigación científica’ quiero hacer referencia a la totalidad de las acciones que se ponen en juego en el curso del proceso cuyo producto final es eso que se denomina ‘conocimiento científico’. En ese conjunto están comprendidas no sólo las acciones conscientes, sino también las inconscientes. No sólo las acciones individuales, sino también las institucionales. Es una noción sumamente abarcativa y es susceptible de ser examinada en diversas escalas de tiempo, de espacio y de contexto social”,22 brindando así una definición sumamente amplia de la noción de proceso de investigación que no deja de resultar útil a la luz de uno de los presupuestos básicos antes esbozados. Sobre el cañamazo de la definición de Samaja, sí es posible sostener entonces el presupuesto de que la existencia del proceso de investigación es tributaria de la relación o del anudamiento teoría-método-técnica pero no por ello se recubren con exactitud o son términos intercambiables. Con esto quiero decir que hay proceso si hay anudamiento, esto es que el anudamiento T-M-T es condición necesaria pero no suficiente de la práctica de investigación que se materializa en actos de investigación singulares que retroactivamente pueden ser inscriptos, a los fines de una enseñanza, en la lógica y la cronológica de un proceso de producción de conocimiento. La definición de Samaja recuerda la afirmación de Bourdieu acerca de que la acción social no es lo mismo que la elección racional.23 Dicho de otro modo, que el proceso en tanto acción social no puede ser reducido a las elecciones racionales del diseño y viceversa. Es el mismo Samaja quien propone un concepto de diseño como articulador entre el proceso y el proyecto. Así, en coincidencia con Samaja, el concepto 21. Gobernar, una de las profesiones marcadas por la imposibilidad según Freud. 22. Juan Samaja (2004), pp. 47-48, definición que corrige y especifica parcialmente, sobre todo en lo referente a la relación del proceso con el diseño y el proyecto, a la propuesta en Juan Samaja (2003) [1993], pp. 204-205. 23. Pierre Bourdieu (2000), p. 81.
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de diseño (uno de los conceptos principales del discurso y la enseñanza metodológica) permite representar una articulación mediadora entre el proyecto y el proceso de investigación pero a condición de que el proceso y el diseño no se confundan con el proyecto.24 Será cuestión entonces de desempastar la noción de proceso de investigación respecto de sus connotaciones progresivas (algún progreso se espera pero no por eso se da por supuesto: es el progreso difícil) como también de sus ilusiones progresistas (por procesar progresaremos: es el progreso fácil). Esto habilitará discernir más adecuadamente el registro propio del proceso de investigación respecto del registro del diseño y animará a pensar sus articulaciones en otro trazado epistemológico al que, me pregunto, tal vez sea prometedor denominarlo bajo el nombre más antiguo de trabajo de investigación.
III. Los usos del término diseño de investigación Con el fin de reducir algunos problemas semánticos en torno al término diseño de investigación desbrozaré de manera somera algunos significados y sentidos asociados a diversas ‘acepciones’ del término diseño presentes (y frecuentes) en la lengua de los metodólogos e investigadores sociales. Partimos del supuesto pragmático de que los significados dependen de los usos de las palabras. Así, el término diseño de investigación reconoce tanto en el campo de la literatura metodológica que nutre los modos de hacer investigación social como en el discurso de los propios investigadores sociales, cuando cuentan la cocina de su práctica, al menos, tres acepciones básicas que remiten a diferentes operaciones discursivas y prácticas de la investigación. Como ha señalado Lacan el sentido es un recipiente agujereado. No es cuestión entonces de detener la pérdida o el deslizamiento de sentido mediante un parche al recipiente, o su normalización, que es casi lo mismo; sin esa pérdida de sentido sería imposible pensar la propia intelección sobre las prácticas de investigación. Sin embargo, ponerse de acuerdo acerca de qué decimos cuando decimos diseño no está de más. Ayuda a pensar la práctica de investigación al poner en palabras el modo en que pretendemos recortar conceptualmente la
24. Dado que ni el proceso ni el diseño apuntan necesariamente a la formulación de un proyecto –para Samaja mero documento de gestión– que plasma por lo general, en los inicios de un proceso de investigación, el estado de conocimiento de un investigador o equipo de investigadores y lo hace con el fin de intercambiar un plan de trabajo por reconocimiento simbólico (financiamiento, becas, adscripción o cobijo institucional). Con Lévi-Strauss se puede decir que el proyecto se inscribe en la lógica del intercambio.
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realidad en estudio, obtener información y finalmente a través de la construcción de los datos en relación a una problemática, construir y validar un objeto de investigación. Tres son los usos más habituales: 1) 2)
3)
El que asocia el término diseño con la elaboración de proyectos de investigación. El que asocia el término diseño con la formulación teórico-conceptual del objeto de estudio (recorte del tema, planteo del problema y establecimiento de los objetivos de investigación, elaboración del estado de la cuestión y desarticulación del mismo para rearticular los conceptos en el interior del marco teórico, etc.). El que asocia el término diseño con la elaboración de procedimientos e instrumentos de obtención de información, es decir con el diseño de las técnicas de investigación social.
A pesar del orden que les he impuesto,25 es la elaboración de proyectos la acepción menos frecuente (y a mi juicio la menos pertinente o la más inadecuada) y es la elaboración de técnicas la más extendida. Pasemos revista entonces a las acepciones 2 y 3. De los usos del término diseño se desprende una acepción madre que aplica el sustantivo diseño a un “estado” racional y explicitable del proceso de diseñar una investigación. Llevar a cabo una práctica de diseño sería entonces propiamente anudar la teoría, el método y la técnica. Y así las prácticas de diseño quedan asociadas a lo que efectivamente hacen los investigadores en el proceso de investigación.26 Identifiquemos entonces dos momentos del diseño en el proceso de investigación. Si descartamos la elaboración de proyectos como término intercambiable con la noción de diseño de investigación27 encontramos en una punta de ese arco de acepciones una definición amplia que refiere al proceso de formulación teórico-conceptual del objeto de investigación (recorte del tema, problema, objetivos, estado de la cuestión y elaboración de los supuestos y conceptos teóricos fundamentales, etc.) y le permite al investigador anticipar –mediante una
25. En consonancia con distintos momentos del proceso de investigación tal como han sido imaginados por las imágenes prevalecientes en la literatura metodológica de las ciencias sociales. 26. El uso del término lleva hacia otros deslizamientos semánticos. A esos deslizamientos de sentido vamos a denominarlos acepciones no excluyentes de un significante que a fuerza de ser usado cobija el secreto de la coexistencia pacífica. 27. Elaborar un proyecto supone una práctica de diseño pero no es lo mismo. También supone una práctica de diseño confeccionar un artículo, una ponencia, una tesis, un libro, un informe.
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representación organizada del punto de partida– el inicio de la construcción del objeto en el proceso de investigación. A este primer momento, podemos denominarlo diseño de investigación en sentido amplio y recalcaré que hace referencia a la construcción teórica del objeto. En la otra punta del arco, una acepción restringida que define al diseño como la opción técnica adecuada a un determinado tipo de problema de investigación28 y que entiende al diseño como un dispositivo exclusivamente técnico. Esto es el diseño de los procedimientos e instrumentos de obtención de información. Ahora bien, cuando diseñar reemplaza como verbo a investigar no lo hace como sinónimo. El uso del verbo diseñar está poniendo énfasis en la dimensión estratégica del proceso de investigación. Desde el punto de vista etimológico, diseño significa plan, programa o hace referencia a algún tipo de anticipación de aquello que se pretende “conseguir”: la construcción de un objeto. Morin recupera la etimología común que tienen los términos diseño y designio,29 lo cual hace pensar en la tensión que estructura el sentido de lo que se quiere comunicar cuando se habla de diseñar una investigación. Por un lado, un plan de investigación, es decir hacia dónde se apunta, qué se quiere recortar/buscar, pero también con qué procedimientos e instrumentos (¿cómo?); y entonces lo que se resalta es el componente técnico del diseñar. Como investigadores, no sólo planteamos una pregunta y perseguimos un objetivo, sino que armamos los instrumentos que permitirán la consecución del mismo. Y es esa combinatoria de componentes estratégicos y tácticos lo que se quiere significar cuando en términos más modernos (unas dos décadas y media) se habla de una estrategia teórico-metodológica. En ese sentido la denominación estrategia teóricometodológica subsume, en su mismo fraseo, ambos momentos del diseño de investigación y reconoce al proceso de investigación como el locus en el que se anudan, en el tiempo tanto lógico del sujeto como cronológico de la práctica, la teoría, el método y la técnica. Así, la teorización no está ni antes ni después del proceso de investigación, orienta y acompaña el proceso de investigación desde sus inicios pero no es todo –si fuera todo estaríamos en el teoricismo–. Contrarreembolso, la investigación (en el sentido restringido que la entiende como intervención tecnológica) nutre la teorización pero no la sustituye –si la sustituyera estaríamos en el empirismo.30
28. Por ejemplo, Alvira sostiene que “un diseño de investigación se define como el plan global de investigación que [...] intenta dar de una manera clara y no ambigua respuestas a las preguntas planteadas en la misma”; Francisco Alvira (1996) [1986], p. 87. 29. Edgar Morin (1995) [1990]. 30. Una anécdota de Rubert de Ventós prepara el terreno para los apartados que siguen; así, dice el autor que no es cuestión de pretender que “la existencia y eficacia de las imágenes
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Para redondear, en pocas palabras, y a riesgo de redundar diré que en la literatura metodológica o en los discursos de las ciencias sociales que dan cuenta de la ‘cocina’ de la investigación hemos podido aislar dos grandes usos del término diseño:31 a)
b)
Un uso –tal vez el menos extendido– asociado a la formulación teóricoconceptual del objeto de estudio (tema, problema, objetivos, pasaje del estado de la cuestión al marco teórico, etc.). Acepción en la que el término diseño queda recubierto, en parte, por la noción de método y a la que llamaré apelando a un distingo clásico, diseño de investigación en sentido amplio. Un uso –tal vez el más habitual– asociado a las operaciones tecnológicas de elaboración de instrumentos y procedimientos de aplicación de dichos instrumentos. Acepción en la que el término diseño queda recubierto, en parte, por la noción de procedimiento y a la que llamaré diseño de investigación en sentido restringido. *
Es un lugar común calificar a las investigaciones en cuantitativas y cualitativas. Ahora bien, ¿en qué nivel del diseño y en que momento del proceso de investigación cabe la distinción entre diseños cuantitativos y cualitativos?
sea algo nuevo, pero sí que su paso de la natura a la cultura, su transformación en productos expresamente manufacturados para ser asumidos, no ha supuesto tanto la desmitificación de las ideologías como la reprogramada remitificación de una supuesta experiencia directa y eficacia inmediata. Sólo así puede comprenderse que el culto a la imagen y el empirismo más estricto se amalgamen sin conflicto alguno en la cultura norteamericana. Empíricos, pragmáticos y profundamente desconfiados respecto de las ideologías, los americanos no se escandalizan sin embargo si la Casa Blanca lanza la ‘operación Candor’ como una campaña de marketing, cuyo objetivo declarado es ‘mejorar la imagen del Presidente después de Watergate’. Igualmente ‘empíricos’ en sus investigaciones, los antropólogos de Harvard rechazan las ‘especulaciones’ de Mauss o Lévi-Strauss y se atienen estrictamente a lo que el indio Juan o la patrona María les cuentan sobre su concepción de Dios o de las estaciones. Sólo que el indio Juan pronto aprende que cuanto más larga y barroca es su historia más propina saca. De modo que, bajo los dólares, hacen proliferar en México tantos mitos y tradiciones como tesis doctorales se escriben en USA. Tesis todas, claro está, que transcribirán con exactitud las observaciones y entrevistas realizadas. La conclusión de mi mujer, luego de trabajar con los antropólogos de Harvard, creo que es en este sentido definitiva: puesto que ellos son ‘empíricos’ y se niegan a inventar teorías... lo que inventan –o pagan para que les inventen– son los hechos mismos”; Xavier Rubert de Ventós (1980) [1974], pp. 374-375. 31. Juan Besse (2000), p. 98.
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Tal como intenté definirlo en el apartado anterior, en el nivel del diseño de investigación en sentido amplio no corresponde utilizar la clasificación que distingue entre diseños cuantitativos y cualitativos. Los temas, los problemas, los objetivos de investigación –el conjunto de la construcción teórica del objeto– no caben ser clasificados según un criterio propio de la técnica. Ni los problemas de investigación ni los marcos teóricos pueden ser clasificados como cuantitativos o cualitativos; en cambio sí dicho distingo –y a pesar de los gradientes– es pertinente en el nivel de las técnicas. La distinción entre diseños cuantitativos y cualitativos opera exclusivamente en el nivel tecnológico. A diferencia de las teorías o de los métodos –y según lo que entendamos por método–, en rigor, las técnicas sí pueden ser clasificadas como cuantitativas y cualitativas. Al menos, es posible definir una serie de rasgos característicos de las técnicas cuali o cuanti como si se tratara de tipos técnicos ideales32 y ponderar por la vía de la distancia (cuánto se alejan y cuánto se acercan) en relación con ese tipo ideal, los procedimientos e instrumentos de obtención de información ‘reales’. En principio, como intenté mostrar, el diseño en sentido restringido se sitúa básicamente en el nivel tecnológico –y no meramente técnico– es decir implica una distancia reflexiva respecto de las técnicas. En el sentido restringido, diseñar es elaborar los procedimientos y los instrumentos de obtención de información. Ahora bien, una técnica está constituida por tres aspectos: la experiencia, el procedimiento y el instrumento. Así, es necesario distinguir el nivel de la experiencia –por efecto de la mediación del instrumento y el procedimiento, escasa o nula en las técnicas cuantitativas y, por contraste, densa y abigarrada en las técnicas cualitativas– del nivel de la procedimentalidad y del de la instrumentalidad. Desde la perspectiva de los tipos ideales los diseños cuantitativos y cualitativos pueden ser caracterizados según los rasgos que se describen en el cuadro que sigue:
32. En el sentido establecido por Max Weber.
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Cuadro de rasgos según diseños de investigación en sentido restringido Rasgos Diseños Lógica de construcción
Cuantitativo
Cualitativo
ex ante
ex post
Lógica de la decisión
táctica
estratégica
Procedimientos de elaboración
lineales
no lineales
del instrumento Estructura del instrumento
rígida
flexible
instruccional
decisional
Ingreso de la información
cerrado
abierto
Relación universo/muestra
determinada
indeterminada
Procedimiento de uso del instrumento
Sólo cabe señalar entonces que se trata de tipos conceptuales ‘puros’ y que por convención se dirá que una técnica es cuantitativa o cualitativa si presenta una concentración mayoritaria de rasgos propios de uno de los tipos de diseño y no si responde al ideal ‘puro’.
IV. Conclusiones preliminares En comparación con el devenir de la teoría social la denominada metodología de la investigación social, es decir la teoría de la investigación social, no se ha visto alterada en sus lineamientos conceptuales fundamentales desde que Paul Lazarsfeld y algunos de los emigrados centroeuropeos33 instituyeran su órganon
33. Le cabe a Paul Lazarsfeld aquello que Milner afirma respecto de los emigrados judíos –los judíos de saber– en relación con el derrotero del nombre judío en la jungla académica anglosajona: “...todos ellos se hicieron trampa a sí mismos y a sus contemporáneos. Hicieron trampa a propósito del saber; hicieron trampa con su lengua natal; hicieron trampa con Europa; hicieron trampa con los Estados Unidos; hicieron trampa con el nombre judío: cada uno de ello siguió rodeos que le eran propios, pero todos tomaron caminos colaterales. Hoy se sospecha que estos caminos no llevaban a ninguna parte. Pasado el tiempo, corresponde hacer el balance. Los judíos de saber pudieron estar en el candelero de las universidades norteamericanas o inglesas; pudieron sacar adelante trabajos de magnitud, pero no dejaron ninguna huella particular en lo que atañe al devenir del nombre judío. En cuanto al saber universitario, siempre estuvo regido por una ley de hierro: deformación cuando no hay olvido, olvido cuando no hay deformación; sólo se salvan de esto las excepciones. Los judíos de saber no fueron excepción”; Jean-Claude Milner (2008) [2006], p. 124. En la crítica y el homenaje que Samaja efectúa a lo que da en llamar la
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multinacional en la influyente academia sociológica norteamericana. Otras disciplinas como la antropología o la historia dan cuenta de otros derroteros aunque no del todo independientes de la ciudadela metodológica –todavía– hegemonizada por los cánones duros del modelo norteamericano establecido, a escala planetaria luego del ‘45 y desplegado al compás de las industrias académicas financiadas por los Estados Unidos o el mundo occidentado.34 En ese sentido, la metodología en tanto campo disciplinar se caracteriza por un ritmo de cambio lento, por temporalidades frías35 y bastante mecánicas en el sentido que Lévi-Strauss dio a esos términos. Desde los grandes cismas ‘teórico-metodológicos’ de la década del ‘60 –los que comenzaron con el ‘58 de la mano de Wright Mills y la sociología crítica norteamericana hasta los que se gestaron en el ‘68 de la mano del estructuralismo, el marxismo, las relecturas de Weber y de Heidegger con Bourdieu, Chamboredon y Passeron a la cabeza– es poco lo que se ha dicho en los últimos treinta años que no haya emergido y madurado en esa década larga. Una arqueología del saber metodológico nos indica la pista de la coexistencia pacífica entre la gran tradición asociada al empirismo abstracto norteamericano (Parsons, Merton y los miembros fundadores de la multinacional metodológica:36 Lazarsfeld, Zeisel, Jahoda y otros, o la más tardía formalización de los principios de esa perspectiva a cargo de Galtung) y su contracara en la baraja: la teoría social crítica (W. Mills, Gouldner). No tanto porque se resignara la confrontación en pos de una civilizada tolerancia sino porque, entre quienes comulgan con las diferentes –y en ocasiones contrarias– perspectivas teóricas e incluso epistemológicas que ofrece el panorama de la ciencia social contemporánea,
matriz de datos ‘clásica’ de Galtung puede leerse, conjeturo, algo del deseo de Lazarsfeld que se extravió en las andaduras de las universidades norteamericanas; Juan Samaja (2003) [1995]. 34. Las transformaciones de lo que en la mayor parte del mundo académico se denomina Metodología de la investigación social, con escasas excepciones, abrevan poco en la riqueza que se desprende de un examen minucioso de la singularidad de las prácticas de investigación tanto disciplinares como de aquellas difíciles de inscribir en tradiciones disciplinarias o teóricas asentadas. 35. Parafraseando a Foucault, es como si por detrás de la historia atropellada de las grandes controversias teóricas, de las implicancias políticas de las teorías, de los objetos y de los problemas de investigación se dibujaran “unas historias, casi inmóviles a la mirada, historias de débil declive, historia de las vías marítimas, historia del trigo o de las minas de oro, de la sequía y de la irrigación” (los destacados son míos); seguimos diciendo nosotros: de los métodos de análisis o de las técnicas de obtención de información. Michel Foucault (1988) [1969], p. 4. 36. Michael Pollak (1986) [1979]. Sobre la trayectoria académica de Lazarsfeld puede consultarse la presentación de Fernando Álvarez-Uría y Julia Varela (1996) a Los parados de Marienthal.
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los métodos propugnados por el ‘metodologismo’ y las técnicas asociadas a ellos no difieren sustantivamente. Lo actual de las metodologías de la investigación social, las más generalistas y las más aplicadas o asociadas a objetos específicos, es el estado de encerrona. Las insistencias más tenaces que quieren reducir el saber metodológico al nivel tecnológico, siguen teniendo el ‘éxito’ del discurso instruccional o el más sólido encanto del discurso procedimental que escinde la teoría del método y el método de la técnica, cuando no la teoría de la teoría37 y la técnica de la técnica; en una suerte de ‘taza taza, cada uno a su casa’. Sin embargo, la reducción de lo metodológico a lo técnico al no habilitar un pensamiento, decae, desinfla el deseo y obtura el trabajo de investigación. En cambio, el saber metodológico que entiende que no puede ser si no es a través de su anudamiento con lo epistemológico y lo tecnológico no teme a la teorización de la investigación que, entre otras cosas supone teorizar la práctica que teoriza. La teorización metodológica –si consiste en un verdadero trabajo de partera epistemológica– horada la completud imaginaria de la práctica de investigación, produce incomodidad, cuestiona el reglamento, hace de la instrucción un procedimiento y del procedimiento una práctica que necesita ser pensada cada vez. Prorrumpe en el automatismo. En el automatismo del método como receta y como reglamento o reglamentación del uso del recetario. Pero también, sobre el que opera en la aceptación de la continuidad asignificativa de las cosas preconstruidas –cuya dotación de realidad pareciera depender, paradójicamente, del hecho de que tienen más presencia social cuando menos significan.38
37. Pierre Bourdieu, J-C. Chamboredon y J-C. Passeron (1992) [1973]. 38. “La experiencia lo prueba: mientras más no significa nada, más indestructible es el significante [...] Es fácil, desde luego, criticar lo que puede tener de arbitrario o de huidizo el uso de una noción como la de sociedad, por ejemplo. No hace tanto tiempo que se inventó la palabra, y resulta irónico ver a qué impasse concreto lleva en lo real, la noción de sociedad como responsable de lo que le ocurre al individuo, cuya exigencia ha dado lugar finalmente a las construcciones socialistas [...] Son todas cosas que no existen de suyo. De ello es lícito deducir que la noción de sociedad puede ser puesta en duda. Pero precisamente en la medida misma en que podemos ponerla en duda es un verdadero significante. Y por esa misma razón entró en nuestra realidad social como una roda, como la cuchilla de un arado. Cuando se habla de lo subjetivo, e incluso cuando aquí lo cuestionamos, siempre permanece en la mente el espejismo de que lo subjetivo se opone a lo objetivo, que está del lado del que habla, y que por lo mismo está del lado de las ilusiones: o porque deforma o porque contiene lo objetivo. La dimensión hasta ahora eludida de la comprensión del freudismo, es que lo subjetivo no está del lado del que habla. Lo subjetivo es algo que encontramos en lo real”; Jacques Lacan (1998) [1981, 1955-56], pp. 265-266. Estas consideraciones, entre otras harto fecundas, abren
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Si la epistemología tal como fuera pensada por Bourdieu, en tanto nombre emblemático de la renovación en los métodos de la investigación social, hace retornar a la vertical que cose al lenguaje con el sujeto: para qué y para quién; si la metodología en sentido restringido exige justificar por qué hemos hecho lo que hemos hecho de ese modo y la tecnología supone dar cuenta de cómo lo hemos hecho, la ética resitúa todo eso en el plano de la emergencia singular. ¿En qué consiste esa emergencia? Por diversas razones, no es este el lugar para escribir sobre ello. O como dijo el monstruo a su creador Víctor Frankenstein: –Estoy tratando de razonar. Esta pasión es perjudicial para mí, ya que no te das cuenta de que eres tú la causa de su exceso. En esas palabras que Mary Shelley puso en boca del ser defectuoso, se revela un plus que la investigación social exige reconocer como propio de su práctica, su lógica y su ética: acompañar pero a condición de no sustituir los avatares del sujeto por el taponamiento acompañante (llámese éste teoría, método, técnica o tutor). Las costuras de Frankenstein, como metáfora del hacer investigativo, proyectan sobre la singularidad de cada práctica de investigación el plus de una soledad que ni el proceso ni el diseño, ni la relación teoría-método- técnica pueden evitar porque es su causa.
Bibliografía Allouch, Jean: “Sobre el primerísimo viraje doctrinal de Jacques Lacan en el que rompe con el discurso psiquiátrico más avanzado” en Litoral, Nº16, abril, Revista de EDELP, 1994, pp. 7-23. Álvarez-Uría, Fernando y Julia Varela: “Presentación: el efecto Marienthal”, en Paul Lazarsfeld, Marie Jahoda y Hans Zeisel, Los parados de Marienthal, Madrid, La Piqueta, 1996. Alvira, Francisco: “Diseños de investigación social: criterios operativos” en El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas de investigación, Madrid, Alianza Universidad Textos, 1996 [1986]. Badiou, Alain: El concepto de modelo. Introducción a una epistemología materialista de las matemáticas, Buenos Aires, La Bestia Equilátera, 2009 [2007, 1969].
una vía promisoria para la reflexión epistemológica que se proponga reunir la construcción teórica con la intervención técnica en el terreno del método.
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Besse, Juan: “Prácticas de escritura y diseño en la investigación social” en Cora Escolar (comp.), Topografías de la investigación. Métodos, espacios y prácticas profesionales, Buenos Aires, Eudeba, 2000. Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron: [1973] El Oficio de Sociólogo, México, Siglo XXI, 1992. —: “¡Viva la crisis! Por la heterodoxia en las ciencias sociales” en Poder, Derecho y Ciencias Sociales. Bilbao, Desclée/Palimpsesto, 2000. Conté, Claude: “Nudos borromeos” en Pierre Kaufmann (dir.), Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis. El aporte freudiano, Buenos Aires, Paidós, 1996 [1993]. Escolar, Cora: “Palabras introductorias” en Topografías de la investigación. Métodos, espacios y prácticas profesionales, Buenos Aires, Eudeba, 2000. Foucault, Michel: La Arqueología del Saber. México, Siglo XXI, 1988 [1969]. —: “1ª Conferencia” en La verdad y las formas jurídicas, México, Gedisa, 1984 [1973]. Guitart, René: Evidencia y extrañeza, Buenos Aires, Amorrortu, 2003 [2000]. Granon-Lafont, Jeanne: La topología básica de Jacques Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 1999 [1987]. Jullien, François: Conferencia sobre la eficacia, Buenos Aires, Katz editores, 2006 [2005]. Ibáñez, Jesús: “Perspectivas de la investigación social: el diseño en las tres perspectivas” en Francisco Alvira y otros (comps.), El análisis de la realidad social. Métodos y técnicas de investigación, Madrid, Alianza Universidad Textos, 1996 [1986]. Lacan, Jacques: Seminario 3. Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1998 [1981, 1955-56]. Le Blanc, Guillaume: Canguilhem y las normas, Buenos Aires, Nueva Visión, 2004 [1998]. Legendre, Pierre: “Introducción”. En: El inestimable objeto de la transmisión. Estudio sobre el principio genealógico en Occidente, México, Siglo XXI, 1996 [1985]. Melman, Charles: “Entrevista a Charles Melman”. En: Alain Didier-Weil, Emil Weiss y Florence Gravas Quartier Lacan. Testimonios sobre Jacques Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003 [2001]. Milner, Jean-Claude: El judío de saber, Buenos Aires, Manantial, 2008 [2006]. Morin, Edgar: Introducción al pensamiento complejo, Barcelona, Gedisa, 1995 [1990]. Pollak, Michael: “Paul Lazarsfeld, fundador de una multinacional científica”. En AAVV, Materiales de sociología crítica, Madrid, La Piqueta, 1986 [1979]. Quignard, Pascal: Retórica especulativa, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2006 [1994]. 112
Capítulo 5. Proceso y diseño en la construcción del objeto...
Rubert de Ventós, Xavier: La estética y sus herejías, Barcelona, Anagrama, 1980 [1974]. Samaja, Juan: Epistemología y Metodología. Elementos para una teoría de la investigación científica, Buenos Aires, Eudeba, 2003 [1993]. —: Proceso, Diseño y Proyecto en investigación científica. Cómo elaborar un proyecto sin confundirlo con el diseño ni con el proceso, Buenos Aires, JVE Ediciones, 2004. Stewart, Ian: “Mucho ruido sobre los nudos” y “Más ruido sobre los nudos” en De aquí al infinito. Las matemáticas de hoy, Barcelona, Crítica, 2004 [1987].
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Capítulo 6 MÉTODO: NOTAS PARA UNA DEFINICIÓN*
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Introducción El propósito de estas notas fue en sus inicios familiarizar a los estudiantes con un espectro de discusiones que, en principio, les resultaba extraño: la teorización epistemológica y metodológica acerca de los métodos y técnicas cualitativas. Hoy consideramos necesario ampliar el repaso de los principales problemas involucrados en el ejercicio de las estrategias metodológicas propias de la investigación social. Con ese horizonte esbozaremos una perspectiva epistemológica desde la cual reflexionar sobre los problemas de construcción del método, así como de manera más específica abordar la relación entre teoría, método y técnicas en un proceso de investigación. * Una parte de este trabajo fue publicado con el título “De los problemas del método a los métodos cualitativos en Geografía” en Cuadernos de Epistemología y Metodología. Métodos Cualitativos, Nº1, Departamento de Geografía, Oficina de Publicaciones de Filosofía y Letras, UBA, 1996.
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El método en perspectiva epistemológica Aquí tan sólo hay fragmentos. Pedazos de conceptos, teorías, reflexiones, pensamientos que pueden ser un buen punto de partida para construir herramientas. Si citamos a Deleuze “una teoría es exactamente una caja de herramientas”.1 Aun concientes de las reminiscencias instrumentalistas que esta metáfora conlleva pensamos que se trata de una analogía apropiada, ya que se asocia simbólicamente al universo de las propuestas constructivistas. Las herramientas, siempre, para cumplir su función deben ser usadas. Las teorías se construyen a través de piezas: los conceptos. Wacquant ponderando el pensamiento de Bourdieu nos dice que su “relación con los conceptos es, ante todo, pragmática: los trata como ‘cajas de herramientas’ (Wittgenstein), disponibles para ayudarle a resolver problemas”.2 Son precisamente las relaciones entre los conceptos las que nos permiten formular teorías,3 es decir discursos que intentan capturar un aspecto de lo real mediante un trabajo de simbolización. La aproximación a lo real presupone concepciones acerca de sus propiedades y el cómo conocerlas. León Olivé señala que “las teorías [...] presuponen necesariamente ciertas opiniones en lo concerniente a la naturaleza del conocimiento científico y a los rasgos fundamentales de la realidad social. Llamamos a estos puntos de vista, que afectan a su vez a la teoría sustantiva, epistemológico y ontológico, respectivamente. Una consecuencia de esta suposición es la tesis de que las diferentes concepciones epistemológicas y ontológicas repercuten en la sustancia de las teorías sociales científicas”.4 Sin comulgar con la cuestión ontológica, basta con sostener que lo real no debe ser entendido como una “cosa”, sino que por el contrario se trata de algo, en constante movimiento, imposible por definición. La imposibilidad radica en que lo real se encuentra en fuga permanente, cuando se lo captura ya no es lo real, sino que ha devenido realidad, es decir “algo” de lo real inaccesible de manera inmediata; sólo accesible mediante la mediación imaginaria de los lazos sociales que constituyen toda práctica de investigación y simbólicamente mediante el lenguaje. Cualquier práctica discursiva que quiera dar cuenta de lo real tendrá que hacer de esa imposibilidad un fragmento de realidad y entonces será una práctica significante. Transformar en inteligible ese cúmulo que constituye “lo real” es sin duda investigar, producir conocimientos, producir saberes. A su vez como señalamos con anterioridad, toda producción de conocimiento es una producción de 1. Foucault (1979), p. 79. 2. Wacquant (1995), pp. 30-31. 3. Weber (1973) [1958]. 4. Olivé (1988), p. 10.
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realidad.5 De este modo, vemos cómo teoría y realidad se confunden, se mezclan, se co-producen. En este sentido, la realidad pierde los atributos de absoluta externalidad respecto del sujeto de conocimiento que adquiriera en el decurso de las conceptualizaciones que las vertientes empiristas y positivistas hicieran sobre la misma.6 Cuando investigamos el universo conceptualizado como natural, contamos con la ventaja (¿o la desventaja?) de que el mundo de la naturaleza no se significa a sí mismo,7 no se pregunta, no reflexiona sobre sí. Es el investigador quien relaciona, recorta, destaca, experimenta sobre un mundo que está metafóricamente mudo. En cambio, cuando trabajamos con el universo social, con el mundo conceptualizado como social, el mismo presenta una organización distinta al anterior. El mundo social no sólo no está mudo, sino que quiere y promete permanentemente decir su palabra. Nos habla a través de todo: el lenguaje, los gestos, los cuerpos, lo que produce, lo que consume, lo que construye, lo que destruye, sus palabras y sus silencios. Los conceptos y las teorías, si se pretende trabajar con ellos, deben ser manipulados.8 Manipular y jugar con los conceptos deben entenderse aquí como funciones sustantivas de la investigación. No podemos construir una mesa si no manipulamos las piezas, el material con el cual vamos a realizarla. Con el trabajo intelectual ocurre lo mismo, sin imaginación creativa, sin manipulación de los conceptos difícilmente podamos investigar. De este modo, no sólo debemos “pensar”, sino también extraer información de la realidad mediante técnicas (entrevistas, por ejemplo, o simples preguntas a viejos libros). Llegados a este punto, entendemos que el conocimiento denominado científico sólo puede ser producido a través de la construcción de los llamados objetos de investigación, estudio o conocimiento. Y, que esa construcción tiene como condición la práctica de la vigilancia epistemológica en sus múltiples modalidades, ya que consideramos que el concepto de raigambre bachelardiana acuñado por Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1973) involucra una serie de ejercicios intelectuales que recorren no sólo las diversas etapas (temporalidades) del proceso de investigación sino también una multiplicidad de espacios simultáneos que hacen a los modos de representación de lo real.
5. Foucault (1979). 6. Un análisis de los presupuestos compartidos por las vertientes rotuladas como “naturalismo” y “positivismo” respecto de la distinción –siguiendo a Olivé (1988)– ontológica y epistemológica entre sujeto y objeto como entidades “discretas”; ver Hammersley y Atkinson (1985). 7. Schütz (1993) [1932]. 8. Bourdieu et al. (1986) [1973].
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El ejercicio de la vigilancia epistemológica, en lo que podríamos denominar sus dimensiones temporales y espaciales queda asociado a otro concepto, proveniente de vertientes fenomenológicas o interaccionistas como es el de reflexividad;9 y, en tal sentido, inscripto como una práctica básicamente antidogmática y por lo tanto, más allá de algunas consideraciones generales, referenciado en prácticas particulares de construcción de conocimiento. Sólo el pensamiento dogmático tiene definiciones acabadas y definitivas acerca del mundo. En este sentido, la investigación y la rigidez no se llevan bien. El dogmatismo le teme al juego, porque no sabe jugar. Presupone las respuestas sin haber pasado por las preguntas.10 La actitud dogmática anticipa resultados, desenlaces, obstruyendo uno de los mejores atributos humanos: la capacidad de innovar. Por lo tanto, trabajar con definiciones provisorias disminuye la ansiedad y permite seguir adelante en la tarea de investigación. Y este avanzar, como dirían las abuelas, sin prisa pero sin pausa, genera las condiciones para repensar los conceptos y ajustar las definiciones. Como dijo Roland Barthes, “Hay una edad en la que se enseña lo que se sabe; pero inmediatamente viene otra en la que se enseña lo que no se sabe: eso se llama investigar”.11
Una aproximación a los problemas de los métodos En primer lugar, creemos pertinente plantear algunos usos que en las ciencias sociales se hacen del concepto de método, para continuar con una serie de reflexiones sobre los métodos cualitativos. Entendemos que las siguientes reflexiones constituyen un “piso” indispensable para repensar teóricamente los métodos cualitativos. Las prácticas de investigación implican permanentes tomas de posición y decisión por parte de los investigadores y, en este sentido inscribir los abordajes cualitativos, tanto metodológicos como específicamente técnicos en un horizonte de problematización teórica constituye un primer paso en el camino hacia la identificación de las potencialidades que presentan para la geografía como disciplina. En el terreno de las ciencias sociales, podemos distinguir diferentes niveles de abstracción a los que se asocia el término método. Si, en términos ideales, la situación problemática a la que se enfrenta el investigador social es el conocimiento de los objetos sociales en su conjunto, la respuesta marca un camino con el grado de generalidad que corresponde al tema planteado. Los métodos 9. Hammersley y Atkinson (1994) [1983]. 10. Bachelard (1973). 11. Barthes (1986) [1978], p. 150.
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Capítulo 6. Método: notas para una definición
discuten y proponen, en relación con las teorías en las que abrevan una manera de construir el objeto de estudio; o dicho en otros términos, un modo de recorrer el camino que une la aproximación a lo real con la construcción de datos científicos. Entonces, definimos al método como la construcción de un camino intelectual especificable mediante el cual se aborda una cuestión o pregunta de investigación que, en tanto camino construido a través de una práctica de vigilancia epistemológica debe ser pasible de una reconstrucción retrospectiva. Cabe destacar que en la literatura que trata sobre temas metodológicos muchas veces se hace referencia a los métodos como técnicas, a las técnicas como métodos.12 Este carácter intercambiable de los términos nos lleva al problema de los límites. Desde nuestra perspectiva sostenemos a la teoría, a los métodos –tal cual los hemos definido– y a las técnicas como componentes que actúan solidariamente en la práctica de investigación. Una pragmática del concepto nos indica que otro uso del término método –vinculado a las perspectivas epistemológicas positivistas– es el que lo asocia a una serie de procedimientos canónicos o metodología estipulada para mantener en resguardo la objetividad científica y la representatividad de los datos. O sea, que la manipulación del objeto no tergiversa las relaciones entre los “hechos” ni sus características; este concepto es el que asocia método con experimento. Se habla también de método cuando se describen los pasos a seguir para desarrollar con orden y de manera sistemática una problemática específica, que debe ser vinculada con los datos. Las fases de un diseño describen un método de resolución de problemas.13 Al reconocer que los componentes de un diseño son complejos, ya que abren distintas alternativas, podemos usar la palabra método para designar a las técnicas de recopilación de la información, lo que traducido a los términos de nuestra perspectiva epistemológica sería designar como método a las técnicas de intervención en lo real para obtener información. Información que nosotros no consideramos datos puros sino que la entendemos como insumo del proceso de deconstrucción/ reconstrucción de los datos.14 Ahora bien, reservamos la denominación de técnicas a aquellos procedimientos operativos de intervención en la realidad que aspiran a poder ser usados desde distintas perspectivas teóricas. Las técnicas se colocarían al final del proceso de abstracción y supuestamente como tales no les cabe la consideración de verdaderas o falsas, sino de útiles o inútiles a los fines de la investigación. Esta definición coincide con lo sostenido por Bourdieu,15 la concepción de que las 12. Taylor y Bogdan (1986) [1984]. 13. Alonso (1981). 14. Saltalamacchia (1992). 15. Bourdieu et al. (1986) [1973].
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técnicas, al igual que el método y la teoría, se construyen en cada proceso de investigación y de acuerdo con las particularidades del objeto de estudio. Sin embargo, consideramos necesario precisar en qué sentido entendemos la utilidad o inutilidad de las técnicas respecto de los fines de la investigación. Así como el método no puede ser escindido del proceso de investigación particular que lo construye, las técnicas resultan útiles o inútiles respecto del problema que cada investigación formula, en relación a los objetivos que se ha propuesto. En este sentido, coincidimos con Ferrarotti en que “hay un momento meta-técnico en cada técnica de investigación que no puede ignorarse. Las técnicas no son teóricamente indiferentes. No son neutras. No constituyen una especie de zona franca ni pueden considerarse intercambiables, o sea, aplicables con indiferencia a cualquier problema”.16 De esta manera, resaltamos el privilegio epistemológico de los problemas de investigación respecto de los procedimientos de intervención en la realidad. Las técnicas se encuentran “subordinadas” a la teoría en su proceso de construcción y “subordinadas” a los procesos de reformulación de las problemáticas o problemas de investigación, los cuales orientarán la selección de las técnicas más apropiadas para construir los datos.
Los métodos y técnicas cualitativas La relación sujeto-objeto aparece como uno de los problemas fundamentales del conocimiento. Distintas teorías epistemológicas han aportado diversas respuestas, pero ninguna deja de considerarla como problema. Se trata entonces, de situar las técnicas como parte de esta relación sujeto-objeto en etapas más específicas del quehacer científico. A partir de esta visión integral, las técnicas involucran una serie de problemas teórico-prácticos que deben ser situados en el conjunto de coordenadas problemáticas que van apareciendo en las distintas fases del diseño de investigación. Su aparente responsabilidad específica por ser las encargadas de aportar la información para la construcción de los datos, se extiende a las distintas fases de un diseño, porque, como ya señalamos, los datos deben necesariamente insertarse en una problemática de investigación. Cabe aclarar que nos referimos al diseño de investigación en tanto intento de formalización particular de los pasos de un proceso de investigación, por lo tanto, resultado de un método vigilado epistemológicamente.17 De manera que, 16. Ferrarotti (1990) [1986], p 115. 17. Bourdieu et al. (1986) [1973].
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Capítulo 6. Método: notas para una definición
para nosotros el diseño no es una receta18 de tipos puros y excluyentes como lo proponen los metodólogos fogueados en los presupuestos ontológicos y metodológicos del empirismo abstracto, sino que cada proceso de investigación particular construye su propio diseño de investigación sobre la base de los recursos teóricos y técnicos disponibles en el mercado del campo profesional. Ahora bien, nos detendremos en el objeto específico de estas reflexiones: los métodos y técnicas cualitativas. Definimos las técnicas cualitativas como instrumentos teórico-prácticos de intervención en la realidad con el fin de obtener información. A continuación vamos a presentar de manera indicativa, sin pretensiones de exhaustividad, lo que en la opinión de una serie de autores son problemas técnico-metodológicos fundamentales. Hay un primer problema a considerar. El uso del término técnica hace suponer al lector inadvertido que por fin el pensamiento teórico abandona las vueltas de la supersofisticación intelectual, dejando de lado las cuestiones, a veces circulares, de los fundamentos para entrar en un terreno más acotado a fines prácticos de recolección y análisis de datos. Pero todo investigador que se haya enfrentado al uso de técnicas sabe que los problemas que se presentan son todos los “grandes” problemas de la producción de conocimiento, sólo que ajustados a un campo de hechos más limitado. El segundo problema se presenta de manera más específica en las llamadas técnicas cualitativas, las cuales no transitan exclusivamente por el camino de la abstracción de lo común a los diferentes datos para proceder a la medición, sino de técnicas que pretenden, también, captar la especificidad del objeto de estudio. La anterior definición sintetiza en extremo una discusión que a lo largo de décadas mantuvo su vigencia en las ciencias sociales. La misma, a nuestro entender, se construyó en torno a una falsa oposición entre técnicas cuantitativas y técnicas cualitativas, que sólo sirvió para delinear fronteras rígidas y plantear la opción por “lo cuantitativo” o “lo cualitativo” de manera dilemática y no problemática.19 18. Según Miller (1960, 40-41) “un diseño de investigación no es un plan sumamente específico que deberá seguirse sin ninguna desviación, sino más bien una serie de guías para mantener a uno en la dirección correcta. Uno debe estar preparado a abandonar (aunque no muy rápido) hipótesis que no resultan y desarrollar nuevas hipótesis basadas en el nuevo conocimiento que se va adquiriendo en el proceso de investigación. Es más, cada diseño de investigación desarrollado en un cubículo sufrirá casi generalmente cambios y alteraciones, tomando en cuenta lo que el investigador vaya enfrentando en su trabajo de campo”. Hammersley y Atkinson nos dicen que “el diseño de la investigación debe ser un proceso reflexivo, operando en todas las etapas del desarrollo de la investigación”; Hammersley y Atkinson (1994) [1983], p. 42. 19. Las distinciones de Taylor y Bogdan (1984) entre foco sustancial y foco teórico y la de Hammersley y Atkinson (1983) entre problemas de investigación tópicos y genéricos –ambas
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En su conjunto, los métodos y técnicas cualitativos presentan al objeto en medio de sus conexiones vitales y, por lo tanto, obligan al investigador a encontrar razones que justifiquen una forma de categorizarlo. En rigor, apuntan a reflexionar sobre la ligazón existente entre la teoría, el método y las técnicas20 en la construcción del objeto. Un tercer problema consiste, por lo dicho más arriba, en el desafío que estas técnicas plantean a las grandes teorías –en el sentido en que usa el término Wright Mills (1969) en La imaginación sociológica– al obligarlas a desplegar hipótesis explicativas vinculadas a terrenos más específicos; en otros términos, a la formulación de hipótesis intermedias que permitan consumar el camino de lo teórico a lo empírico. Mediante estas técnicas no sólo se encuentra lo que se busca, sino que se presenta el objeto con una serie de interrelaciones nuevas que requieren explicación. Tal vez ésta sea, para las técnicas cualitativas, una de sus funciones más importantes. Esta forma de presentación de lo real no se hace totalmente a ciegas, sino con las indicaciones generales extraídas de las teorías a partir de las cuales se procede a descubrir nexos más detallados, un número más variado de aspectos fundamentales a tratar. Con lo anterior nos estamos refiriendo a un número más variado en relación a las cuestiones fundamentales que trata toda gran teoría, ya que éstas tienen como tema aspectos globales; en cambio, las técnicas focalizan su atención en un campo más restringido de hechos. Las técnicas cualitativas permiten abordar en profundidad dimensiones de lo real. En este sentido, las técnicas entendidas como instrumentos de intervención en la realidad, se constituyen en mediaciones o caminos que resuelven la tensión presente entre la teorización y lo real. En otras palabras, significaría la posibilidad de efectuar a través de la implementación técnica una operación intelectual (“esfuerzo”) que integre simultáneamente la densidad conceptual y la densidad de lo real. En síntesis, diríamos que el cuarto problema es que las técnicas cualitativas ayudan a construir teorías o aspectos de alcance medio de ellas21 y además, su utilización como procedimientos de recopilación plantea permanentemente tareas de creación del instrumento, adecuándolo o construyéndolo de acuerdo con los requerimientos del objeto de estudio. conceptualizaciones explícitamente inspiradas en The Discovery of Grounded Theory de Glaser y Strauss (1967)– son propuestas con el fin de esclarecer entre otros aspectos esta función de las técnicas cualitativas. Sin duda las representaciones duras de ambas opciones técnicas se constituyeron en el seno de perspecticas paradigmáticas autodefinidas como inconmensurables. 20. Bourdieu et al. (1986) [1973]. 21. Merton (1964) [1949].
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Capítulo 6. Método: notas para una definición
Un quinto problema, que se vincula estrechamente con las técnicas, se relaciona con la siguiente pregunta: ¿Cómo se construyen los datos? De este modo, la relación entre las técnicas y la construcción de los datos de una investigación queda planteada como otro de los problemas técnico-metodológicos nodales. Consideramos que la discusión acerca de la construcción del dato como problema epistemológico rebasa los límites de este artículo. No por eso debemos dejar de plantear la relación crítica existente entre la construcción de la técnica y la construcción del dato. Un señalamiento provisorio nos indica que el dato no puede reducirse unilateralmente a la construcción de la técnica, ya que sería sostener una reducción de la realidad a los presupuestos teóricos que subyacen en el diseño de la misma. Pero tampoco podemos postular la “independencia” de los datos respecto de los instrumentos diseñados para su obtención. Llegados aquí, nos hallamos ante el quid de la perspectiva que proponemos. Los datos se construyen a lo largo del proceso de investigación a través de la interacción entre teoría, método y técnicas con ese problemático referente denominado empiria. Según Saltalamacchia, “[...] el dato nunca es y nunca podrá ser lo real mismo. En tanto material simbólico, el dato es siempre una determinada estructuración de la realidad; la transposición de lo real a lo simbólico siempre representa un proceso de reducción, de síntesis y de atribución de sentido, en tanto dato, lo real es siempre un real construido”.22 Es en este punto, como ya hemos señalado, donde la tensión técnica/dato encuentra un camino de resolución teórica a través de los controles que establece la vigilancia epistemológica en sus múltiples modalidades. El último de los problemas que plantearemos en estas notas nos remite al dominio de la gnoseología, el mismo puede resumirse en la postulación del carácter problemático que presenta la percepción en la investigación cualitativa. A nuestro entender el problema de la percepción puede traducirse a nivel de las ciencias en general y de las ciencias sociales en particular como problemas vinculados a la observación, por lo tanto, a la problemática epistemológica.
Bibliografía Alonso, José Antonio: Metodología, México, Ed. Edicol, 1981. Bachelard, Gaston: Epistemología, Barcelona, Anagrama, 1973.
22. Saltalamacchia (1992), p. 34.
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Cora Escolar y Juan Besse
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Capítulo 7 EL ENCUADRE TEÓRICO-METODOLÓGICO DE LA ENTREVISTA COMO DISPOSITIVO DE PRODUCCIÓN DE INFORMACIÓN*
Luciana Messina Cecilia Varela “Pertenecemos a ciertos dispositivos y obramos en ellos. La novedad de unos dispositivos respecto de los anteriores es lo que llamamos su actualidad, nuestra actualidad. Lo nuevo es lo actual. Lo actual no es lo que somos sino que es más bien lo que vamos siendo, lo que llegamos a ser, es decir, lo otro, nuestra diferente evolución. En todo dispositivo hay que distinguir lo que somos (lo que ya no somos) y lo que estamos siendo: la parte de la historia y la parte de lo actual [...] Pues lo que se manifiesta como lo actual o lo nuevo, según Foucault, es lo que Nietzsche llamaba lo intempestivo, lo inactual, ese acontecer que se bifurca con la historia, ese diagnóstico que toma el relevo del análisis por otros caminos. No se trata de predecir, sino de estar atento a lo desconocido que llama a nuestra puerta.” Gilles Deleuze, 1990.
I. Introducción El presente artículo constituye un intento por comenzar a repensar algunos conceptos que consideramos fundamentales en la construcción de soportes teóricos vinculados al campo de la metodología de investigación en ciencias sociales. La * En este trabajo retomamos muchas de las ideas desarrolladas por Juan Besse y Cora Escolar en sus clases de epistemología y metodología de la investigación. Especialmente, en lo que hace a la posibilidad de pensar a través del psicoanálisis aspectos de las prácticas de investigación en ciencias sociales. Queremos, a su vez, agradecer sus comentarios críticos y sugerencias a este artículo.
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propuesta consiste en pensar el encuadre de la entrevista como un dispositivo1 de obtención de información, por un lado, irreductible a la interacción personal entre entrevistador y entrevistado y, por el otro, habilitante de la producción de discursos que entrañen la emergencia de lo no conjeturado previamente por el investigador. La pregunta que organiza el presente escrito y que consideramos nuclear a la hora de pensar esta herramienta metodológica es “¿Para qué mirada se escenifica?”2. Es decir, ¿desde dónde se construye ese “yo” que narra? Pensar la situación de entrevista requiere, entonces, preguntarse acerca de las relaciones que establecen quienes intervienen en ella, y más concretamente, reflexionar sobre los lugares que éstos ocupan dentro del entramado simbólico que soporta esas posiciones. Este enfoque se distancia de cualquier abordaje del sujeto concebido como pura individualidad empírica e interpela los procesos identificatorios que lo constituyen.
II. La entrevista como técnica cualitativa La entrevista es una técnica cualitativa de intervención en la realidad y de obtención de información relevante para la construcción de un objeto de investigación. Las técnicas de investigación, ya sean de recopilación de información o de procesamiento y análisis de discurso, constituyen instrumentos diseñados por el investigador para interrogar la realidad en función de las categorías de análisis por él mismo diseñadas. En este sentido, la construcción de una técnica siempre involucra una perspectiva teórica. Por eso, sustentar la existencia de técnicas neutrales supondría una operación –diríamos, imposible– de desvinculación de su componente teórico; componente presente, sin duda, tanto en el momento de su construcción como en el de su puesta en práctica en la medida en que las técnicas contienen ya una teoría del objeto.3 Las ilusiones acerca de la neutralidad de ciertas técnicas –en especial, de las cuantitativas– se derrumban, entonces, ante el reconocimiento del carácter perspectivo de la construcción de conocimiento.
1. En principio, utilizamos el concepto de dispositivo en un sentido amplio para referirnos a un mecanismo o constructo diseñado por el investigador para provocar un discurso en el otro pasible de constituirse en información en el proceso de construcción del objeto de investigación. Sin embargo, también consideramos que ciertos aspectos de la concepción foucaultiana de dispositivo pueden ser útiles para complejizar el abordaje teórico de esta herramienta metodológica; aspectos que sugieren que esta técnica pueda ser pensada como dispositivo de las ciencias sociales. 2. Žižek (1999) [1997]. Destacado en el original. 3. Bourdieu et al. (1993) [1973]; Bourdieu (1990) [1984].
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Tampoco podemos sostener la existencia del dato en estado puro e independiente de las técnicas que lo producen. Los datos construidos al interior de un proceso de investigación se desprenden de la interrelación entre teoría, método y técnicas.4 Por ello, no da lo mismo utilizar cualquier técnica sino que ésta debe ser potable de constituirse en un instrumento por medio del cual el investigador pueda articular las categorías que considera relevantes para analizar el problema de investigación al que se encuentra abocado. En este sentido, las técnicas deben evaluarse en función de su utilidad o inutilidad con relación al problema de investigación.5 La entrevista, como toda técnica cualitativa, se caracteriza por la flexibilidad y la apertura a la información. Si bien toda entrevista supone un cuestionario relativamente estructurado, la situación de entrevista (a diferencia de la de encuesta) habilita tanto la alteración del orden y de la cantidad de preguntas como la incorporación “sobre la marcha” de nuevos interrogantes que no habían sido anticipados por el investigador. Es decir, hay un margen para la redefinición del instrumento. Pero, la posibilidad de emergencia de nuevas preguntas en la situación de entrevista supone un entrevistador atento al discurso del entrevistado. Y aquí atento significa dispuesto a “escuchar” –y no sólo a “oír”– lo dicho por el entrevistado. Hammersley y Atkinson6 sostienen que el papel del investigador, si bien de una aparente pasividad, es el de un oyente activo. Rosana Guber,7 por su parte, considera a la “atención flotante” como uno de los tres procedimientos de los que se vale la entrevista antropológica para facilitar el acceso al universo cultural del entrevistado.8 Esto nos sugiere que la posición de entrevistador 4. Escolar, Besse y Lourido (1994); Escolar (2000, 2003). 5. Bourdieu et al. (1993) [1973); Escolar (2000). 6. Hammersley y Atkinson (1983). 7. Guber (2004) [1991]. 8. Los otros dos son: la categorización diferida del investigador y la asociación libre del informante. Podemos ver aquí las conexiones entre la entrevista antropológica y la entrevista psicoanalítica. La atención flotante (en contraposición a la atención voluntaria) es un concepto de origen freudiano y consiste en “el principio de acogerlo todo con igual atención equilibrada...”. El analista debe evitar dejarse guiar por sus esperanzas o tendencias, “pues en cuanto esforzamos voluntariamente la atención con una cierta intensidad comenzamos, también, sin quererlo, a seleccionar el material que se nos ofrece: nos fijamos especialmente en un material determinado y eliminamos en cambio otro, siguiendo en este selección nuestras esperanzas o nuestras tendencias. Y esto es precisamente lo que debemos evitar. Si al realizar tal selección nos dejamos guiar por nuestras esperanzas, corremos el peligro de no descubrir jamás sino lo que ya sabemos, y si nos dejamos guiar por nuestras tendencias, falsearemos seguramente la posible percepción. No debemos olvidar que en la mayoría de los análisis oímos del enfermo cosas cuya significación sólo a posteriori descubrimos”; Freud (1997) [1912], p. 1554. En el caso de la investigación social, si el investigador se deja guiar por sus propias formas de
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no adviene sola sino que, al igual que el objeto de estudio, debe ser producida mediante una operación de conquista. Retomaremos más adelante esta cuestión que hace a la construcción de la posición del entrevistador. A su vez, la situación de entrevista se presenta como un acontecimiento en el que entran en relación dos “sistemas de pre-construcciones”, dos universos de significaciones que, de no ser sometidos a una “confrontación metódica”, llevarían a “dejarse imponer las nociones y categorías de la lengua empleada por los sujetos”.9 La construcción del dispositivo de entrevista debe partir, entonces, del reconocimiento de esas realidades estructuradas a partir de diferentes universos de significaciones. Pero, si bien la construcción del sentido se produce a partir de la interacción de estas dos parcialidades en cuestión, los discursos e interpretaciones surgidos de la entrevista las rebasan, produciendo nuevos sentidos inexistentes antes de ella.10 * Partimos del supuesto de que la entrevista no puede pensarse como comunicación transparente. Como toda situación en la que está en juego la producción significante, la entrevista produce malentendidos y sobreentendidos. La producción de este “ruido” no representa una desviación en el proceso comunicativo, no equivale a una anomalía que pueda evitarse; sino que, más bien, es uno de sus elementos constitutivos.11 clasificar el mundo, utilizando categorías que son propias de una forma de conceptualizarlo y que se enraízan en una perspectiva teórica-política, se corre el riego de “proyectar conceptos y sentidos del investigador en las palabras del informante, corroborando lo que se proponían encontrar”; Guber (2004) [1991], p. 208. Así como el ejercicio de la atención flotante durante una entrevista en el marco de la investigación social habilita la categorización diferida, la opción por la no directividad guarda relación con la regla psicoanalítica de la asociación libre consistente en que el paciente “comunique, sin crítica ni selección alguna, todo lo que se le vaya ocurriendo”; Freud (1997) [1912], p. 1654. 9. En Bourdieu et al. (1993) [1973]. 10. Saltalamacchia (1992). 11. En primer lugar, porque el lenguaje difícilmente pueda ser conceptualizado como un instrumento comunicacional diáfano que remite unívocamente significantes a significados. Saussure indicó que el signo lingüístico no une una cosa con su respectivo nombre, sino más bien un significado (concepto) con un significante (imagen acústica) y que el lazo entre estos dos elementos es de carácter arbitrario. Es decir, los significantes no se corresponden sustancialmente con ningún significado. Esto es lo que explica para él la polisemia en el lenguaje: un significante puede hallarse enlazado a múltiples significados y conformar, de esta forma, distintos signos lingüísticos. El carácter arbitrario del signo es lo que permite la polisemia, aunque en el esquema saussuriano la significación enlazada al significante vuelve a otorgar
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Además, la situación de entrevista es terreno para la emergencia de algunos malentendidos atribuibles específicamente, esta vez, a las diferencias en los universos lingüístico-culturales de entrevistador y entrevistado. Los autores que han focalizado en ellos sugieren que una opción para evidenciarlos consiste en realizar preguntas abiertas tendientes a que el entrevistado se explaye en sus propios términos. Así, el entrevistador sería capaz de captar el universo de significaciones del entrevistado y trabajar, de alguna forma, con el problema de la polisemia significante. Se trata, entonces, de trabajar con el malentendido y no a su pesar, ya que muchas veces es a través de su captura que el investigador llega a comprender los sentidos que los sujetos les otorgan a sus propias prácticas. De allí los recaudos de tipo técnico-metodológico en la situación de entrevista tales como: la “no directividad” y la “categorización diferida”,12la necesidad de relevar aquellos términos que pudieran aludir a “quiebras” cognitivas13 y de capturar la “dialéctica entre los sistemas de preconstrucciones” puestos en juego.14 Estas herramientas son las que permiten muchas veces relevar las categorías nativas o categorías sociales en uso, que luego permitirán la reconstrucción de la teoría nativa o el conocimiento práctico que los actores tienen sobre su propio universo social. Parafraseando a Bourdieu cuando se refiere a la función del error en el proceso de investigación, podríamos decir que en la situación de entrevista lo importante es atravesar el malentendido y captar su lógica. * valor positivo a la unidad de signo lingüístico. Lacan, al retomar la lingüística saussureana desde el psicoanálisis con el fin de indagar el modo en que se relacionan lenguaje e inconsciente, alteró los términos de la articulación establecidos por Saussure entre significante y significado: si en el esquema saussureano, una vez conformado el signo lingüístico, aquéllos se hallan indisolublemente ligados, en el lacaniano se hallan estructuralmente separados. Si la lengua es polisémica no es porque –a diferencia de lo postulado por Saussure– haya significados a priori asociados a un mismo significante, sino porque el sentido se produce en la cadena significante siempre como efecto retroactivo. Cada significante se definirá, entonces, por todo lo que los otros significantes no son, es decir, por su pura diferencia con los otros significantes. Pero, si cada uno se define por lo que los otros no son, resulta imposible pensar en tener una totalidad donde se encuentren todos: “definir un todo del campo significante requiere que un significante no esté en él. El que falta permite la totalización. Para Lacan la estructura, está, por definición, descompletada. Hay una relación opositiva entre estructura y todo. Sólo hay estructura en el no todo de sí misma”; Recio (1995), p. 482. Así, el sentido es un efecto que se produce por intermedio del rebote de un significante sobre otros en la cadena significante. Si hay deslizamiento significante es porque lo que circula es la falta, y es esta ausencia la que permite el espacio necesario para que se constituya el sentido. 12. Guber (2004) [1991]. 13. Agar (1998) [1982]. 14. Bourdieu et al. (1993) [1973].
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De este modo, la entrevista no puede pensarse como comunicación transparente por los múltiples atravesamientos que construyen el lugar de entrevistador y entrevistado. El “ruido” proviene del hecho de que el entrevistador y entrevistado no se miran a sí mismos del mismo modo en el que son mirados por el otro. Los diferentes universos de significación de los que participan afectan las formas en que cada uno decodifica tanto las palabras y las acciones del otro como sus atributos adscriptos y adquiridos (aspecto físico, modalidades de enunciación, gestualidad, vestimenta, etc.).15 En este sentido, las interacciones sociales producidas en la situación de campo se hallan siempre atravesadas por la dimensión de la alteridad.
III. El campo del Otro: identificación imaginaria, simbólica y fantasía Si bien la situación de entrevista vincula dos individuos que se constituyen como otros en esa relación, ésta no puede reducirse a una mera interacción personal ni los discursos producidos en ella se dirigen y estructuran en función de un único interlocutor, es decir, del individuo empírico que oye. Consideramos, por el contrario, que aquélla no se juega en una relación de a dos. Siempre hay una terceridad que organiza las construcciones discursivas de los participantes en la entrevista, esto es, el campo del Otro. Para comunicarme con un otro debo primero pasar por el Otro, es decir, el orden simbólico. El Otro debe ser remitido al registro de lo simbólico, a lo que está antes del sujeto, esto es, el lugar previo del lenguaje en el cual y a partir del cual aquél se constituye.16 En palabras de Assoun, “El Otro designa el lugar de la palabra, solidario por esta razón de la categoría de lo simbólico. Debe comprenderse que este tercer testigo de la verdad es el lugar referente de la verdad de la palabra entre dos sujetos. El Otro es el lugar donde se constituye el yo (je) que habla con el que escucha”.17 En este sentido, el Otro no es asimilable a un semejante, sino que es el lugar desde el que emerge el sujeto en tanto hablante. De allí la pregunta: ¿desde dónde eso habla? Slavoj Žižek18 propone distinguir conceptualmente dos tipos de identificación: la identificación imaginaria y la identificación simbólica. La distinción entre ambas identificaciones puede resumirse en la preponderancia de la imagen en un 15. Hammersley y Atkinson (1994) [1983]; Besse (2000). 16. Al introducir el registro de lo simbólico, Lacan recusa la autonomía de lo imaginario puro, planteando la determinación de la imaginario por lo simbólico. 17. Assoun (2004), pp. 104-105. 18. Žižek (1992) [1989].
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caso y de la mirada en el otro. En este sentido, mientras que en la identificación imaginaria el elemento distintivo lo constituye la idealización19 de una imagen del yo que resulta placentera, en la identificación simbólica resulta determinante el lugar desde el que somos mirados. En palabras de Žižek “la identificación imaginaria es la identificación [...] con la imagen que representa ‘lo que nos gustaría ser’, y la identificación simbólica es la identificación con el lugar [...] desde el que nos miramos de modo que nos resultamos amables, dignos de amor”.20 Si bien ambas identificaciones se hallan entrelazadas, la identificación simbólica domina a la imaginaria permitiendo que el sujeto se integre en un campo socio-simbólico determinado; esto es, que asuma un mandato y ocupe una posición dentro de la red intersubjetiva de relaciones simbólicas. De este modo, aun cuando el sujeto se identifica con una imagen, lo hace en relación con una cierta mirada puesta en el Otro. La alienación imaginaria expresa una total ausencia de distancia dialéctica entre “lo que se cree ser” y “lo que se es”, una omisión de la pregunta por la propia posición subjetiva dentro del entramado simbólico del que se forma parte.21 En este sentido, la ausencia de la pregunta que problematiza el orden simbólico (¿quién soy yo para el Otro?), sustenta la creencia en la mismidad, es decir, en una identificación con una imagen más allá del reconocimiento público. A partir de la inscripción de la mirada del Otro se produce una nueva alienación asociada, esta vez, a un mandato simbólico donde el Otro, a través de su mirada, regulará las futuras imágenes con las cuales el sujeto se identificará.22
19. Resulta oportuno destacar que la idealización alude aquí a los procesos psíquicos que posibilitan que un objeto sea investido de características y peculiaridades únicas y perfectas. En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud nos muestra cómo la idealización se encuentra íntimamente ligada el narcisismo: “Amamos al objeto a causa de las perfecciones a las que hemos aspirado para nuestro propio yo y que quisiéramos ahora procurarnos por este rodeo para satisfacción de nuestro narcisismo”; Freud (1997) [1912], p. 2590. 20. Žižek (1992) [1989], p. 147. 21. En este sentido, Žižek señala que “la definición lacaniana de un loco es alguien que cree en su identidad inmediata con él mismo, alguien que no es capaz de una distancia mediada dialécticamente hacia él mismo como un rey que cree que es rey, que toma su ser como una propiedad inmediata y no como un mandato simbólico que le ha impuesto una red de relaciones intersubjetivas de las que él forma parte”; Žižek (1992), p. 76. 22. Es interesante pensar aquí cómo la trama de la película de John Lasseter Toy Story ilustra esta tensión entre identificación imaginaria y simbólica. Mientras Buzz está convencido de ser un astronauta que pertenece a un grupo de guardianes del espacio, Woody se reconoce como el juguete favorito del pequeño Andy. En Buzz, al estar cautivado por la imagen del astronauta, predomina una alienación imaginaria que expresa una total ausencia de distancia dialéctica entre “lo que cree ser” y “lo que es”, una omisión de la pregunta por la propia
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La constitución subjetiva queda así marcada por la integración a un orden simbólico que posiciona al sujeto en relación a un mandato determinado. Pero este mandato no se desprende de las capacidades reales del sujeto, sino que se le presenta de manera arbitraria. Es así que el sujeto queda enfrentado a la pregunta de por qué carga con ese mandato. Ese resto es el Che vuoi? “Dices que soy esto, pero ¿por qué dices que soy esto? ¿Qué quieres con ello? ¿Qué es lo que pretendes?”. La fantasía emerge allí como un argumento imaginario que funciona como un intento por resolver esa pregunta, evadiendo de este modo el insoportable enigma del deseo del Otro.23 Por ello, el deseo realizado en la fantasía no es nunca el del sujeto, sino que se trata del deseo del Otro. Pero si la narrativa fantasmática surge para resolver este enigma (permitiendo de este modo otorgarle cierta consistencia a la “realidad”), son estos mismos contenidos discursivos los que permanecen como testigos de la irresoluble pregunta inicial. Partiendo de la idea según la cual la persona entrevistada dice más cosas de las que piensa decir, podemos decir que más allá del sujeto del enunciado –un sujeto con intenciones de significar algo (moi)– hay un sujeto de la enunciación que remite a la posición desde la cual se enuncia (je).24 La importancia del relato en el proceso de investigación no tiene como finalidad, entonces, adentrarse en un supuesto “yo auténtico” del entrevistado, sino echar luz sobre la posición desde la cual éste construye sus identificaciones, los procesos a través de los cuales ésta se ha construido y los factores que han intervenido en su formación. Por ello, y a propósito de cada representación de un “papel”, la pregunta que será necesario formularse es cuál es la mirada tenida en cuenta por el sujeto al momento de
posición subjetiva dentro del entramado simbólico del que forma parte. Así las cosas, Buzz sostiene momentáneamente el sentido de realidad a través de una fantasía que muestra el abismo entre la imagen con la cual se identifica y su lugar efectivo en la red intersubjetiva de las relaciones entre los juguetes. En este sentido, la ausencia de la pregunta que problematiza el orden simbólico (¿quién soy yo para el Otro?), sustenta la creencia de ser un astronauta en su mismidad, es decir, más allá del reconocimiento público en cuanto tal. Para un análisis más detallado del film desde esta perspectiva, véase Baer et al. (2003). 23. La cuestión aquí es que finalmente el Otro también está barrado, estructurado en torno a una falta. La fantasía es ese intento por colmar la falta en el Otro, mantenerlo sin fisuras y consistente. Finalmente, entonces, el Otro sólo existe en tanto ilusión retroactiva que oculta la contingencia de lo real, necesario entonces para permitir el juego social y garantizar de un mínimo de consistencia a la “realidad”; Žižek (2000) [1991], (1992) [1989]. 24. Lacan distinguía así al Sujeto (je) del yo (moi): si el yo es la representación que un sujeto se hace respecto de sí mismo a través de sus enunciados y por ende está del lado de lo imaginario, el sujeto es ubicado en el registro de lo simbólico y refiere a la posición desde la cual aquél habla.
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identificarse con una determinada imagen.25 Los dichos del entrevistado pueden ser interpelados a partir de su identificación con la imagen vinculada al locus desde donde se mira. La problematización del orden simbólico permite ir más allá de las supuestas imágenes que se imbrican en los procesos identificatorios y, por lo tanto, en la estructuración del “papel” del entrevistado. Pues en la conformación de los rasgos de identificación se interpone siempre una mirada en el Otro que opera cuando el entrevistado se identifica con una imagen. * Así –y desde una perspectiva que pone a dialogar antropología y psicoanálisis–, Rita Segato propone no colocar nuestro foco en la construcción cultural de la identidad, ni en la subjetividad en tanto contenidos constitutivos de un ego y sostiene, en cambio, que el análisis antropológico consiste en identificar “la manera (en) que pronunciamos de forma tácita o explícita, la primera persona del singular”26 asumiendo, en este sentido, que el sujeto no tiene contenido discursivo, sino que es pura posición frente a otros. De allí que en el proceso de investigación el interés no radique únicamente en el contenido efectivo del relato –contenido que sería del orden de lo imaginario en tanto está informado por la fantasía– sino también en la identificación de la posición desde la cual éste es enunciado. A los fines de pensar el encuadre de la entrevista es pertinente, entonces, considerar el escenario en y para el cual se escenifica. Esto nos lleva necesariamente a sustraer la entrevista del estrecho marco que la considera un vínculo entre dos individuos en tanto y en cuanto siempre está involucrado el Otro. El Otro no es equivalente al otro presente físicamente, sino que entrevistador y entrevistado están siendo constituidos por miradas que no son analogables a la visión del interlocutor, y que participan de la constitución de los discursos. Las preguntas serán entonces: ¿cuál es la posición desde la que se enuncia el discurso de la entrevista? y ¿cuáles son las miradas que operan en la formación de los discursos?
IV. La conquista de la posición de entrevistador: saber su-puesto Todo investigador es portador de ciertas marcas que pueden incidir en el proceso de obtención de información (género, edad, indumentaria, modalidades de enunciación). Hammersley y Atkinson sostienen que en las entrevistas (así 25. Žižek (1992) [1989]. 26. Segato (2003), p. 93.
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como en otros tipos de observación participante), “el cuidado de la propia imagen” posibilita “evitar la asignación de identidades perjudiciales y desarrollar las que faciliten la afinidad”. En este sentido, es necesario que los atributos –tanto adscriptos como adquiridos– del investigador devengan objeto de una práctica de vigilancia epistemológica. Sin embargo, el lugar que el investigador construye para sus interacciones en el trabajo de campo no se agota en estas consideraciones que hacen a la posibilidad de manipular la imagen personal. Retomaremos aquí los conceptos de semblante, posición y disposición desarrollados por Besse para pensar cómo se constituye el sujeto de investigación en las prácticas de investigación. El concepto de semblante27 refiere a la construcción de un “desplazamiento entre la posición del investigador y la cara que éste construye para relacionarse con los actores”, desplazamiento simulado (y no tanto) desde un lugar de “saber” hacia otro de “no saber” que a su vez requiere un supuesto saber frente al otro. La posición del investigador se vincula a la perspectiva teórica y política desde la cual se construye conocimiento. Por último, la disposición refiere a una actitud de predisposición para revisar los supuestos personales de carácter teórico-político y en este sentido supone una práctica de vigilancia epistemológica. Es esta reflexividad la que permite el desplazamiento del investigador desde su posición, y lo dispone al planteo de nuevas preguntas y problemas, es decir, a abrir el campo problemático. El concepto de esta tríada que consideramos fundamental para pensar la situación de entrevista es el de semblante porque es la basculación entre el saber y el no saber la que permite la producción de novedad. La vinculación entre los conceptos de posición y disposición no es directa; no podemos sostener que “desde una posición dispongo”. Si se produce este movimiento de posicióndisposición, es porque se hace semblante en las prácticas de investigación. La aspiración del investigador de ponerse en el lugar del “otro” (informante) puede ser una consecuencia producida por pasar por alto el concepto de semblante. La empatía (en el sentido de creer que el investigador puede alcanzar el conocimiento de los estados psíquicos ajenos) se constituye así, en aparente paradoja, como un obstáculo que no permitiría la emergencia de la intersubjetividad. Si la empatía involucra la identificación de un sujeto con otro, lo que aquí llamamos semblante refiere, por el contrario, a una modalidad de escucha que presupone la suspensión de la identificación y con ello de todo juicio de valor, entendiendo esto como aquello que hace posible la palabra del sujeto. A su vez, la conquista del lugar de entrevistador involucraría no sólo poder escuchar al entrevistado sino ser capaz de escucharse a sí mismo. Y, en rigor, si el entrevistador puede ejercer estas dos escuchas, el entrevistado también se encontraría 27. Besse (2000), p. 160.
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habilitado a hacerlo. Por eso, lo deseable es que la situación de entrevista habilite la producción de estas cuatro escuchas; es decir, que la relación establecida entre entrevistador y entrevistado posibilite un proceso reflexivo que habilite la emergencia de lo no conjeturado, de lo no pensado. Es en este sentido que la entrevista puede constituirse en un dispositivo que posibilite la producción de discursos inexistentes previamente. La entrevista se manifiesta en primer lugar como dispositivo en tanto constituye una máquina “para hacer ver y para hacer hablar” que configura objetos y posiciones de sujeto inexistentes por fuera de ella.28 Para Deleuze en todo dispositivo es necesario discernir la historia (lo que ya no somos) y lo actual (lo que estamos siendo). Pensar la entrevista como dispositivo implica, entonces, contemplar en ella la posibilidad de emergencia de nuevos sentidos antes no conjeturados. Se trata de que la entrevista genere “algo más” que una interacción entre dos individuos. Esta postura rompe con la concepción de la entrevista como mero enfrentamiento de dos cuerpos, en el cual los sujetos preexisten y están por fuera de él. El encuentro que propicia la situación de entrevista pone así de manifiesto la importancia de la co-constitución del sujeto de investigación en la misma interacción, pues lo que importa es aquello novedoso que adviene en la tensión del intercambio.
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Capítulo 8 LA “GESTIÓN DE DATOS” COMO PROCESO DE TOMA DE DECISIONES*
Cora Escolar
Introducción “Uno, como el protagonista de Morgan, caso clínico, ha tenido muchas veces la impresión de vivir en una isla de sensatez rodeado de un mar de locura... los consultores-investigadores... hacen lo que hacen sin pensar en lo que hacen, aplican sus rutinas sin saber por qué ni para qué...” Jesús Ibáñez
El presente artículo tiene como objetivo presentar una serie de reflexiones referidas a los procesos de “gestión de datos” que se dan en instituciones de los gobiernos y que pueden ser de utilidad para exponer descarnadamente las potencialidades y
* Este artículo es una resignificación de uno más acotado publicado en Cinta de Moebio, Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias Sociales, Nº14, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago, 2002.
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limitaciones de un “hacer”. Un hacer que deviene en indicativo para la formulación de contratos de préstamo, reglamentos operativos, indicaciones para monitorear y evaluar programas y proyectos sociales. El proceso de “gestión” de datos como tarea político-administrativa y de investigación supone el reconocimiento previo de un complejo proceso de construcción de la información. Desde esta perspectiva resulta fundamental entender que los datos no están “dados en la realidad” y que sólo resta recopilarlos, sino que son fruto de una acción creadora y por tanto condicionada por las perspectivas teórico-metodológicas desde las cuales se los construye. Aunada a esta afirmación la “gestión de información” debe recurrir a datos que deben ser susceptibles de ser contados, medidos, pesados y para ello se apoya en una metodología cuantitativa que se basa en muy diversas fuentes.
Los indicadores como elementos fundamentales de este paradigma La medida o la construcción de índices y de indicadores, de manejo estadístico de masas más o menos grandes de datos, carecen en general de fronteras, y aquí lo que nos interesa resaltar es el importante tema de la construcción de indicadores sociales, que surge ante la necesidad de cuantificar determinadas dimensiones de una situación social, como por ejemplo la satisfacción ante una determinada prestación social o el nivel de vida de una determinada población.1 En este caso, los indicadores son utilizados como puros instrumentos de conocimiento. Diríamos como el básico instrumento de conocimiento, sin discutir de dónde provienen o cuál es la base teórica de su origen.2 Al respecto cabe destacar el importante aporte de Blalock, quien sostiene que no existe una correspondencia directa entre teoría y realidad, entre conceptos y observaciones, por lo que “se requiere la existencia de una ‘teoría auxiliar’ como intermediaria entre ambos planos, que especifique en cada caso el modo de relación de un indicador determinado con una variable teórica determinada”.3
1. Indicador social es “la medida estadística de un concepto o de una dimensión de un concepto o de una parte de ésta, basado en una análisis teórico previo e integrado en un sistema coherente de medidas semejantes, que sirva para describir el estado de la sociedad y la eficacia de las políticas sociales”; Carmona (1977), p. 30. 2. Lazarfeld habla de “...la formulación de un concepto derivado de la inmersión del investigador en los detalles de un problema teórico [...] y que da sentido a las relaciones observadas...”; Lazarsfeld y Rosemberg (1955), p. 15. 3. Blalock (1968).
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Capítulo 8. La “gestión de datos” como proceso de toma de decisiones
Esta preocupación que planteamos subyace en todo sistema de información que funciona como “gestión de datos” sin problematizar la estandarización de esquemas conceptuales y teóricos que tienden a homogeneizar la información en una progresiva organización burocrática de la misma. La organización internacional de sistemas de indicadores omite la discusión crítica de enfoques teóricos y metodológicos y se constituye en recetas de planificación y evaluación de proyectos y programas sociales. Esta paradigmática postura ha llevado a la primacía de la producción masiva de datos.
La construcción de los datos como perspectiva teórico-metodológica Proponemos por tanto un nivel de construcción del dato: “los datos empíricos” en sí no dicen nada, se deben analizar en función de identificar el lugar desde el cual fueron construidos. Desde esta línea, el proceso de “gestión” de datos implica, por un lado de-construir aquellos parámetros y variables desde los cuales fue elaborada la información y por el otro, re-construir la misma a partir de este reconocimiento de singularidad.4 Singularidad que se vuelve necesaria al relacionarla metódicamente con las causas y razones que la explican y le dan sentido. La naturaleza del dato
Referirse a la naturaleza del dato plantea varios interrogantes: ¿Cuál es ésta? ¿Es algo dado? ¿Existe mediación conceptual? ¿Cuál es la relación entre lo dado y el dato? En términos de esta perspectiva epistemológica lo dado es un “recorte epistemológico”, efectuado por el sujeto en el objeto percibido. “...en este sentido, la abstracción requiere para su construcción de un procedimiento sistemático y coherente...”. 5
4. La construcción de datos descansa siempre sobre una previa clasificación de los datos, ya sea conforme a categorías “ad-hoc” o bien a los términos de la práctica de gestión. Cf. Cicourel (1964). 5. “Afirmar que los conceptos tengan un contenido teórico significa que constituyen una anticipación de realidad en función de un esquema que los especifica en función de un orden de determinaciones (o sea, teóricamente). Por el contrario, se trata de construir una relación no teórica (en la acepción anterior) en cuyo marco los conceptos, que sirven de base al razonamiento y que provengan del conocimiento acumulado, sean utilizados en forma de que cumplan la función construir campos problemáticos con prescindencia de las delimitaciones teóricas de la realidad”; Zemelman (1990) [1984], p. 6.
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Sin embargo, aquí lo que interesa es lo dado, es decir lo que toma el sujeto como “dado” del objeto, como el lugar conocido empíricamente, como el “dato inmediato” del mismo, por una parte, y por la otra, la relación entre lo dado y el dato, considerado éste como lo dado elaborado, como lo dado mediado. Lo dado vendría a ser un recorte epistemológico efectuado por el sujeto en el objeto percibido. Este recorte tiene que ver con el alcance “visual” logrado por todo un desarrollo aprehensivo, por lo que podemos llamar una especie de “socialización” cognoscitiva del objeto.6 De esta manera, se reduce lo observable al indicador estadístico, o a una característica indicativa y permanente, tratándose de los datos cualitativos. El indicador establece la intensidad o extensidad del fenómeno, y a veces su correlación con otros fenómenos, comprendidos como variables. En rigor, el proceso estudiado o en vistas de ser analizado se reduce a ser una cosa; el objeto se petrifica, quedando de él el significado de su rasgo y el esqueleto de su regularidad.7 Esta crítica a la concepción del dato es importante, no sólo para develar su encajonamiento empirista, sino también para liberarlo del empaquetamiento que hace de él como instrumento neutro, herramienta primaria en el acto de procesar información que pretende dar cuenta de una realidad recortada según formas particulares que se destacan acorde a cualidades indicativas/indicadas de antemano (del latín index, -icis, ‘indicador, revelador´; derivado: indicar, indicare, indicador; indicativo).8 Como afirma Bourdieu “no lamentar, no reír, no detestar, sino compren9 der” , de nada serviría que el sociólogo hiciese suyo el precepto spinoziano si no fuera también capaz de brindar los medios de respetarlo. La idea es facilitar los medios para la comprensión, es decir, instrumentar los dispositivos necesarios para aprehender la realidad como necesaria e insertarla en el contexto que la hace ser lo que es. Para superar el estigma de que el proceso de “gestión” de información se constituya en una suma de técnicas o un “sistema nacional de contabilidad social”, la propuesta es subordinar estas técnicas y conceptos e indicadores a un examen sobre sus condiciones y límites de validez, repensarlos en sí mismos en función del caso particular. Esta cautela metodológica significa repensar la mecánica
6. Prada (1986), p. 307. 7. Se convierte en un intercambiable socialmente: entre el sujeto cognoscente y el objeto perceptual median el símbolo y el indicador, como formas cosificadas, hipóstasis del objeto dado, pero útiles en cuanto a su transmisión en el lenguaje, como también para su manipulación en el proceso de gestión de información; Prada (1987). 8. Corominas (1994), p. 64. 9. Bourdieu (1999) [1993], p.141.
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lógica de las comprobaciones y las pruebas y reconocer que existen atajos para proponer un discurso que haga legible la complejidad de la producción social.10 La vigilancia epistemológica11 debe estar presente tanto en el procesamiento de la información como en el análisis de la misma ya que se vuelve una fuente de información “ad hoc” al “hablar significativamente” de los fenómenos bajo análisis. Esto exige estar atento a la diversidad de subjetividades que intervienen en todo el proceso que recorre una y otra vez la construcción de distintas matrices de datos que se constituyen en fuentes de información básica para el trabajo de sistemas de información. En otras palabras, no se trata simplemente de la “aplicación correcta” de un manual de procedimientos, que se presupone neutral, objetivo y paradigmático, sino de cómo hacer para preservar el entorno de “objetos” a los que se atiende o a los que se supone que se atiende para generar algo llamado “dato”. Así se elaboran múltiples tablas, estadísticas, indicadores y cuadros que aparecen como datos objetivados y que de alguna manera encubren el núcleo de procedimientos (demasiado simplificados) que pretenden verificar y justificar supuestos e hipótesis que son en definitiva decisiones teórico-políticas, por tanto sustancialmente ideológicas. De esta manera podemos afirmar que los consultores-investigadores se enfrentan permanentemente a problemas inseparablemente teóricos y prácticos que ponen de relieve la relación social entre los primeros y su objeto de investigación-gestión.
El procesamiento e interpretación de la información. Sus usos Otro ítem significativo refiere a las interpretaciones que de ellos se hacen sobre lo que “sucedió” (se atendieron XXX beneficiarios, el presupuesto devengado fue de XXX, las prestaciones fueron XXX) pretendiendo presentar argumentos convincentes como condición para decidir los diferentes resultados que se están mostrando. Aquí nos volvemos a encontrar con la estadística. La estadística (ciencia del estado) ha sostenido siempre metodológicamente el paradigma del control. Ha servido a un poder que se reserva el azar (permanece impredecible) y atribuye la pauta (predice).12 La estadística descriptiva permite al Estado hacer el recuento 10. Recordemos que la descripción no es más que “la toma de posesión” de un conjunto concreto por medio de un conocimiento ya producido de antemano. Está sometida a los resultados que suministran los procesos de delimitación y de clasificación de la encuesta descriptiva. 11. Bourdieu et al. (1993] [1973].
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de sus recursos materiales y humanos. La estadística inferencial le permite reducir a pauta –objetivar– el comportamiento de las personas y el movimiento de las cosas (suministra una estrategia contra seres sin estrategia). En relación a este punto, Foucault sostuvo en aquella Primera Conferencia de La verdad y las formas jurídicas dictada en 1973 en Río de Janeiro,13 que toda práctica social –incluida la “gestión” de datos– engendra necesariamente dominios de saber. Éstos a su vez conllevan dominios de verdad en el sentido de que implican construcción de subjetividad en términos de prácticas y discursos sociales que se constituirán en mecanismos, dispositivos y tecnologías de control y vigilancia social. Estos dispositivos de información son dispositivos de acción: dicen algo sobre la sociedad pero también hacen algo en la sociedad en el sentido de que participan en los procesos de producción y reproducción de cierto ordenamiento social. Ellos enuncian una compleja red de relaciones que quedará sujetada a sistemas totalmente sistémicos –el todo se distribuye en sus partes–. Cada elemento o parte está sujetado por esa red de relaciones por lo que no existen elementos autónomos. Tampoco estructuras estables ya que para que exista lo instituido debe existir lo instituyente, el sistema social reproduce su estructura cambiando. Desde este lugar, los sistemas de información conjugan elementos (sujetos) y estructuras (relaciones bastantes invariantes) que permiten una cara visible: observación, y una cara invisible: acción. Ellos son un modo de tomar medidas de la sociedad en el doble sentido de tomar medidas a (observación) y tomar medidas sobre (acción). Las medidas que se toman son según niveles de cuantificación –del tipo clasificación (nominal), del tipo ordenación (ordinal) o del tipo medición del tipo (intervalar, de razón o absoluta). Sólo es posible y necesario clasificar, ordenar y medir cuando hay más de una alternativa.14 La condición de existencia de la alternativa es la reflexividad sobre los procesos de construcción de conocimiento. Una reflexividad que se vuelve una distancia necesaria al develar las posiciones desde las cuales hablamos y significamos el mundo en que vivimos. Significa ser rigurosos sin ser rígidos, comprensivos sin justificar y vigilar sin controlar. Por ello resulta fundamental recuperar el concepto de “vigilancia” en las dos acepciones en que se trabajan en esta ponencia. Una como práctica de develamiento15 de la propia subjetividad en el proceso de investigación y la otra como proceso de control “panóptico” de las operaciones y prácticas de gestión 12. Ibañez (1998) [1990]. 13. Foucault (1984) [1978]. 14. Ibañez (1998) [1990], p. 51. 15. Escolar (2000), p. 30.
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en una institución. Es decir, una propone una autorreflexión sobre las propias condiciones de producción de conocimiento, lo que conlleva la descarnada exposición de la singularidad de los puntos de vista. La otra, por su parte, pretende la regulación y normalización de las prácticas con total indiferencia de las condiciones y condicionamientos de los que es producto el autor de todo discurso, en definitiva con total prescindencia etnometodológica de la organización social y del orden que ella conlleva. Los avatares del proceso de “gestión de información”
De tal forma, y siguiendo a Deleuze16, nuestras condiciones de existencia se conforman a partir de múltiples líneas segmentarizadas y planificadas que nos atraviesan y permean. Éstas forman parte indisociable del complejo entramado de instituciones que regulan la vida social (escuela, fábrica, familia, etc.) produciendo en su operatoria una re-territorialización de la sociedad al trazar sus pendientes y fronteras y erigiendo sobre ésta un mapa de consistencia para homogeneizar y sobrecodificar todos sus segmentos. En esta línea, a través de las cartografías, mapas, cuadros, índices, matrices, etc., las instituciones encargadas de la “gestión” de la información participan de esta sobrecodificación a través del procesamiento, análisis e interpretación de los datos. El punto no es invalidar la maquinaria y acciones que implican los sistemas de información, sino en poner de relieve su utilidad social a través del reconocimiento de los límites y potencialidades que conlleva todo proceso de construcción de información.
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Incursiones bibliográficas: comentarios de lectura
PENSAR LA CONSTRUCCIÓN. UN COMENTARIO SOBRE ARQUITECTURA PLUS DE SENTIDO. NOTAS AD HOC DE IGNACIO LEWKOWICZ Y PABLO SZTULWARK* Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark, Arquitectura plus de sentido. Notas ad hoc, Buenos Aires, Kliczkowski, 2002.
Juan Besse
Arquitectura plus de sentido... es uno de esos escritos que dan que pensar. El libro está organizado mediante una introducción, un apartado y tres partes que, en principio, proponen un pasaje por el estatuto actual de la arquitectura. En estas notas, para abordar los muchos costados de la arquitectura, Lewkowicz y Sztulwark han elegido una vía de acceso: poner en relación un cierto estado inactual de la Arquitectura –en tanto disciplina– con la práctica de la arquitectura como un hacer parcialmente desacoplado de ese saber que orienta la construcción social de entes arquitectónicos pero que, paradójicamente, hoy no puede construir el espacio epistémico para pensarse a sí mismo. Y no sería aventurado decir que la propuesta de los autores consiste en que no ya los entes arquitectónicos (los edificios, los parques, las autopistas, etc.) sino el objeto arquitectónico no pueden ser pensados mientras no se intente escribir el objeto de la arquitectura de un modo menos académico y más colectivo. Por decirlo en términos afines a Heidegger1 (no ajenos a la perspectiva del libro), la * Reseña publicada en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales, Nº2, Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, agosto de 2003. 1. Cf. Martin Heidegger (1997) [1951].
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Arquitectura ha extraviado su ser y se encuentra peligrosamente reducida como práctica profesional y como saber a un discurso sobre sus entes. En cuanto al estilo, se trata de un libro que trabaja la exposición a la manera de una intervención oral. Las ideas y los modos de relacionarlas traen el timbre familiar de las cosas conversadas, y sin embargo la cadencia de los argumentos es la de una clase dirigida –por tomar una distinción de Cristina Corea explícitamente recuperada en el libro– a testigos y no a espectadores. Lo primero que se nos ocurre es que en el libro hay un plus que lo hace algo más que una reflexión sobre la arquitectura y las prácticas asociadas a su ejercicio. Para quienes trabajamos en el campo de la metodología de la investigación social, el modo en que Lewkowicz y Sztulwark piensan la relación entre el dominio más general de ‘lo arquitectónico’ como práctica social y los fundamentos de la construcción del objeto arquitectónico conduce al terreno del pensar epistemológico que soporta las prácticas de investigación. En ese punto, la distinción que materializa el hacer de la arquitectura como un tensor entre los mundos preconstruidos y la práctica de la construcción constituye una reflexión sobre la experiencia del límite (todavía animal por cierto); pero más aún acerca de la experiencia de la delimitación. Y como de pensar las prácticas se trata, y no sólo pensar sino también reconectarlas con su dimensión autorreflexiva podemos afirmar que este libro habla sobre cómo está siendo necesaria la experimentación del límite, y así cualquier experimento de delimitación es por rigor una experiencia de lenguaje y en el lenguaje. Además se necesita un sujeto que construya el objeto y un objeto que comprometa a un sujeto en su construcción. En ese sentido, el libro es una invitación a pensar las relaciones de la arquitectura con el lenguaje y el sujeto, o mejor dicho como la arquitectura llega a ser a través de la producción de un objeto que compromete a un sujeto pero a la vez lo excede “y este objeto precisamente es arquitectónico porque está en exceso respecto del pensamiento que lo causó. Es decir, que el efecto es irreductible a la causa, y que el pensar no tiene en sí contenido todo su hacer”.2
El libro y sus partes El formato expositivo propone una introducción que es más que una zanahoria para atraer al burrito. En ella, una pléyade de supuestos obligan a leer con detenimiento y a preguntarnos acerca de qué se está hablando.
2. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 51.
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Dos ideas resultan ya allí, en el inicio, jugosas: la primera es cuán dificultoso resulta pensar hoy “la situación de nuestra cultura arquitectónica. Ni siquiera resulta sencillo encontrar un lenguaje adecuado para comprender la situación actual de nuestra reflexión sobre la Arquitectura. La razón es clara: si no disponemos de un lenguaje adecuado para pensar la situación actual de la reflexión arquitectónica es porque esa reflexión misma ha dejado hace tiempo de constituir un ejercicio habitual de las prácticas profesionales”.3 A lo que agregan, que la confianza en el hacer se ha vuelto especularmente proporcional a la desconfianza en el pensar. Y allí se despliega el segundo movimiento conceptual de la introducción: “la reflexión teórica se ha vuelto tan extraña a la disciplina que más bien parece que esa reflexión permanece fatalmente en el exterior”.4 El supuesto más fuerte, que se proyecta sobre el conjunto de lo que sigue a la introducción, es que “si la Arquitectura sólo es Arquitectura, no es Arquitectura. Para que haya Arquitectura es preciso un plus. ¿Pero cómo?”.5 La primera cuestión refiere al agotamiento de la Arquitectura. La arquitectura habría agotado sus recursos conceptuales y esa sequedad ha cerrado las puertas para su propio pensar.6 El parangón de ese supuesto con el pensamiento de Heidegger, y sobre todo con la lectura que Badiou le tributa, es inevitable. En esa dirección, podemos decir que se desprende del análisis de Lewkowicz y Sztulwark que la arquitectura ha devenido historia de la arquitectura y ha propiciado la separación mortífera entre su despliegue en el tiempo y el acto de pensamiento. Si es política, es política gestionaria, establecida, pura habladuría que no logra quebrar el círculo vicioso de insistir en ser, solamente, desde la moral particular de una posición. Y para colmo, como señalan los autores, las costumbres del campo no ayudan y en el debate arquitectónico, o mejor dicho en el debate de los arquitectos, el juicio de valor prevalece sobre los procedimientos reflexivos y argumentales. Ahora bien, el análisis que proponen Lewkowicz y Sztulwark propicia entender la práctica arquitectónica como una práctica política, y lo hace desde una perspectiva ética que restituye a la construcción arquitectónica la dignidad de un objeto incompleto que necesita de los otros (del consenso social, de la planificación urbana, del bienestar en la ciudad, etc.) para poder ser efectivo e iniciar el círculo virtuoso de una arquitectura que busque sus nutrientes en las aberturas que se producen entre la política establecida y lo político por venir. 3. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 13. 4. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 14. 5. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 15. 6. Esta distinción entre un saber y su agotamiento como mera historia de ese saber nos ha ayudado a pensar campos como los de la metodología o la epistemología de la investigación social. Jorge Alemán lo aborda con fineza al desarrollar la noción de antifilosofía en Lacan a partir de Heidegger (2001: 27 y ss.). Lewkowicz diría un saber que funciona en el desfondamiento.
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Luego de la introducción, y con marcas dialécticas,7 un plus y tres partes constituyen el cuerpo del libro. En el apartado Plus, los autores –luego de un breve recorrido etimológico– ubican el término en el cruce de los linajes teóricos del marxismo (plus-valor) y el psicoanálisis (plus de goce) y hacen jugar allí una pesada ontología “como si algo de la condición humana estuviese jugado en esa dimensión de plus”,8 para continuar –en un movimiento que entronca la condición humana con la situación de la arquitectura– diciendo que “el plus como demasía, como exceso o como plétora puede ser un recurso en otro campo. Veremos que en Arquitectura, ese exceso es más que un recurso. Es, paradójicamente, una condición imprescindible; y es esa dimensión que hace que haya arquitectura [...] Un plus que es la cualidad propia de la Arquitectura: es la noción que el libro intentará indicar y que seguramente no terminará de capturar”.9 Ese exceso, no dialectizable, que no puede ser absorbido por práctica alguna es lo que deviene en esta trama de argumentos, un recurso. El recurso de buscar en otra parte lo que no se tiene, no porque se carezca de ello sino simplemente porque la arquitectura como cualquier dominio de saber sólo podrá producir algo a condición de pensarse, desde el dolor de haber sido y ya no ser, y en consecuencia actuar como no-todo. No hay discurso arquitectónico que sea todo. Y, sin embargo, paradójicamente, su liberación estará sujeta al plus, siempre, o la bandera arquitectónica flameará sobre sus ruinas. A continuación, haremos mención de los núcleos que se trabajan en cada una de las partes, para sólo detenernos en algunos modos de problematización que a nuestro juicio ahonden lo novedoso que trae el sustrato epistemológico del libro y resulten útiles para el trabajo metodológico en el campo de la investigación social. La Parte I contempla Cuatro términos en torno del plus: El campo del sentido, el objeto arquitectónico, la reflexión sobre el objeto y la función intelectual. La Parte II distingue Contexto y partido, o (re)pensar el proyecto. 7. Žižek, haciendo gala de la máxima freudiana de que lo serio en el hombre es que está estructurado como un chiste, se pregunta: “¿Por qué un dialéctico debe aprender a contar hasta cuatro? [...] ¿Hasta cuánto debe aprender a contar un dialéctico hegeliano? La mayoría de los intérpretes de Hegel, para no mencionar a sus críticos, intentan convencernos al unísono de que la respuesta correcta es tres (la tríada dialéctica, etc.). Además ellos compiten entre sí por llamarnos persuasivamente la atención sobre el ‘cuarto lado’, el exceso no dialectizable que supuestamente elude la aprehensión dialéctica, aunque (o, más precisamente, en cuanto) es la condición de posibilidad intrínseca del movimiento dialéctico: la negatividad de un puro consumo que no puede ser recobrado en su resultado”; Žižek (1998). 8. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), p. 21. 9. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), pp. 21-22.
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La Parte III recupera viejos y nuevos desarrollos de la teoría social urbana –desde el situacionismo de Guy Debord hasta la teoría de los flujos en la configuración de la ciudad propuesta por Manuel Castells– y propone la conexión vital entre las dos primeras partes y un conjunto de Reflexiones sobre la ciudad contemporánea: La ciudad de los flujos, El arquitecto en la ciudad contemporánea, Ciudad y situaciones urbanas. Las diferencias entre las partes pasan por los énfasis puestos en el modo de teorizar la cuestión arquitéctónica. La Parte I lo hace desde una perspectiva epistemológica, otorgando la prioridad a la ruptura con la inmediatez de las nociones comunes, en especial las provenientes del propio campo disciplinar, en este caso la arquitectura. Por ejemplo, cuando se pone en entredicho, se horada, la noción misma de objeto arquitectónico. Son muchos los pasajes que pueden ilustrar la invitación a pensar y a dejarse tentar por las bondades y los riesgos de la analogía con los propios campos profesionales o disciplinarios. El que sigue es un buen ejemplo de por qué se recomienda la lectura de este libro: “El agotamiento del pensamiento moderno en Arquitectura produce la disociación entre el hacer y el pensar. Se piensa acerca de la arquitectura desde otra disciplina, y se hace desde la disciplina. En estas condiciones, el desde y el sobre la Arquitectura ya no coinciden. El pensamiento disciplinario queda reducido a una dimensión eminentemente práctica. Hay Arquitectura sin reflexión sobre ese hacer. Tenemos un problema. Esta coyuntura del discurso arquitectónico se despliega bajo tres condiciones: el fin de la arquitectura moderna, el vacío de la arquitectura contemporánea, y la invasión de ese vacío desde otros discursos que se ofrecen como detentando el sentido de esa práctica. [...] El punto de partida, entonces, es disciplinario. Pero un discurso disciplinario no significa un discurso monopolizado por los agentes del campo, porque una disciplina no incluye sólo a sus agentes autorizados sino también y sobre todo a sus usuarios, sus destinatarios, sus objetos. Y en el caso de la Arquitectura, a sus conciudadanos y sus clientes. Un discurso propio de la disciplina es también un discurso destinado a aquellos que en relación con la Arquitectura, requieran de condiciones para la recepción de la obra y del pensamiento propio de la Arquitectura”.10 Por último, la Parte III nos trae la frescura de una intertextualidad ingeniosa. En primera instancia, la reflexión teje elementos teóricos para un abordaje de lo urbano que recupere la noción de lugar. La apuesta a la relectura del concepto de situación que propusiera Debord hace más de treinta años es el puntapié para articular una teoría del lugar con una teoría de los flujos tal como es expuesta por Castells. Mucho es lo que aquí podría decirse; el libro no 10. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), pp. 45 y 47-48 (los destacados son nuestros).
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abunda en los aspectos descriptivos de las teorizaciones de Debord, de Castells (u otras imputadas a un constructo realizado por los autores, al que podríamos llamar el sentido común del planificador urbano medio)11 pero sí provee una pista fructífera para pensar articulaciones entre aspectos teorizados en diferentes y hasta antagónicas matrices teóricas que no siempre son puestos en relación a la hora de pensar la función intelectual del arquitecto o la, más modesta, del mero consumidor inmobiliario urbano. Valga para ilustrar el modo poco elíptico con que se sitúan las opciones a las que responde el arquitecto –con deliberación o con ignorancia no por ello menos responsable– al asumir el desafío de pensar la porción de la ciudad que le deparó la vida profesional. Para Lewkowicz y Sztulwark “se plantea, entonces, una diferencia fuerte para el arquitecto: pensar desde la Ciudad o pensar desde situaciones urbanas. Pensando desde la Ciudad hay, implícitamente enunciada, una potencia de subordinación de las situaciones urbanas a un orden preestablecido. El arquitecto que piensa por delegación de la ciudad administra un sentido preexistente. El que piensa, en cambio por implicación en situaciones urbanas, opera en los hiatos del sentido preexistente. Por otra parte, pensar desde situaciones urbanas supone que la ciudad no es una integración total a la que haya que plegarse o que se tenga que desplegar, sino que es un modo de configuración que constituye subjetividad, pensamiento, ocasión de intervención”.12
Exoducción: sobre testigos y espectadores Entre las muchas consideraciones que se pueden hacer sobre este libro móvil, y adaptable a los más diversos usos intelectuales por parte de un investigador, la que cabe resaltar es aquella que destaca la presencia de dos registros en su letra. Siempre que se habla de un qué, de una cierta entidad de las cosas se la acompaña de un cómo fueron pensadas o cómo podrían comenzar a ser pensadas. Se trata entonces de un libro que por semejanza recorre breve pero incisivamente los fundamentos del oficio de arquitecto.13 Y al hacerlo, al interrogar ética y políticamente el saber y el hacer del arquitecto, ofrece un ejercicio teórico y metodológico que se presta
11. Dicho sea de paso, coto histórico de los arquitectos y, marginalmente respecto de los anteriores, de los geógrafos. Más recientemente de sociólogos y antropólogos incursionistas. 12. Ignacio Lewkowicz y Pablo Sztulwark (2003), pp. 111-112. 13. En los términos propuestos por Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon en El Oficio de Sociólogo y reconfigurados por Bourdieu (1995) [1987] de modo afín al itinerario que sugieren Lewkowicz y Sztulwark.
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Pensar la construcción. un comentario sobre arquitectura plus de sentido...
a los más diversos usos no sólo para el investigador sino para el ‘enseñante’ de metodología o el orientador de un taller de diseño: hay en el libro un itinerario de pensamiento, construido colectivamente, puesto a prueba en la discusión y en la transmisión, abierto a rectificaciones, que habla de autores testigos y no de espectadores de la Arquitectura, de la Ciudad y de las situaciones urbanas que nos conciernen por el solo hecho de –como podemos– habitarlas.
Bibliografía Alemán, Jorge: Jacques Lacan y el debate posmoderno, Buenos Aires, Filigrana, 2000. Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon: El Oficio de Sociólogo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1992 [1973]. Bourdieu, Pierre: “Transmitir un oficio”, “Pensar en términos relacionales” y “Una duda radical” en Bourdieu, Pierre y L. J. D. Wacquant, Respuestas por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995 [1987]. Heidegger, Martin: Construir, habitar, pensar, Córdoba, Alción Editora, 1997 [1951]. Lewkowicz; Ignacio y Pablo Sztulwark: Arquitectura plus de sentido, Buenos Aires, Kliczkowski, 2002. Žižek, Slavoj: Porque no saben lo que hacen. El goce como un factor político, Buenos Aires, Paidós, 1998 [1996].
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UN LUGAR PARA LOS ESTUDIOS DE LA VIDA COTIDIANA. UN COMENTARIO DE LA VIDA COTIDIANA Y SU ESPACIO-TEMPORALIDAD Alicia Lindón (coord.) La Vida Cotidiana y su espacio-temporalidad, México, Anthropos, 2000, 237 páginas*
Cora Escolar y Analía Minteguiaga
La vida cotidiana y su espacio-temporalidad es una excelente contribución a las sociologías de la vida cotidiana y aquellos otros enfoques disciplinarios que recuperan la noción de vida cotidiana como eje de sus análisis y reflexiones. La amplia e indiscriminada utilización del concepto de vida cotidiana ha operado como una suerte de vaciamiento de sus implicancias teóricas más relevantes. Por ello el punto de partida de este libro es el reconocimiento y explicitación de los dos vacíos operados por diversos estudios que se autodefinen como de vida cotidiana y que se constituyen en el obstáculo más importante para el avance del conocimiento en este campo. El primero refiere, y valga la redundancia, al cotidiano y libre uso del concepto de vida cotidiana. El segundo, a los sobreentendidos y a la ausencia de definiciones precisas acerca de la especificidad propia del campo. El conjunto de artículos e investigadores reunidos en esta compilación tiene el objetivo de avanzar en la construcción de una mirada comprensiva sobre los fenómenos y procesos que hacen a la subjetividad social, y a los sentidos y significaciones de la práctica humana, intentando colaborar * Reseña publicada en Geocrítica Nº96, Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 2002. http://www.ub.es/geocrit/b3w-380.htm.
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Cora Escolar y Analía Minteguiaga
con aquellas sociologías de la vida cotidiana y su esfuerzo por conformar un universo teórico-conceptual específico. Desde este planteo lo cotidiano se constituye en el lugar donde se “encuentran” en una dinámica compleja la vivencia subjetiva y la producción y reproducción de las estructuras sociales. Es a través de la experiencia práctica, de la vivencia de dichas estructuras, como los hombres contribuyen a su transformación o reproducción. Es decir, donde se pone en juego la continuidad o ruptura de cierto ordenamiento social. De esta manera, Alicia Lindón coincide con Norbert Elias al descartar aquellos planteos que insisten en pensar lo cotidiano como opuesto a lo estructural cuando en realidad ambas dimensiones forman parte indisociable de la práctica humana y sus sentidos. En esta línea, la coordinadora de este trabajo rescata el reconocimiento que hacen las sociologías de la vida cotidiana de la espacio-temporalidad de las prácticas y sus sentidos. Toda acción práctica y vivencia intersubjetiva se desarrolla en un “aquí” y un “ahora”, desde donde los sujetos se ven y desarrollan vinculaciones con el otro. Así la temporalidad y el espacio de la experiencia práctica suponen no restringir la noción de tiempo a su aspecto cósmico y medible y no circunscribir el espacio al locus externo a la experiencia, sino entenderlos como aspectos constitutivos de la experiencia práctica misma y por lo tanto, impregnados con los sentidos y significados de aquella. De esta forma la especificidad del campo está dada por la particular mirada que sobre lo cotidiano hagamos y no por los componentes o “materiales” que conforman la vida cotidiana, como el trabajo, el ocio o la sexualidad. Una mirada que, tomando como punto de partida al individuo frente a la alteridad, podrá orientarse a la socialidad, la ritualidad, o la espacio-temporalidad en tanto vías de acceso e indagación al complejo y profundo mundo de la vida cotidiana. El primer trabajo que presenta este libro escrito por Michel Maffesoli discute la clásica dicotomía entre sociedad y naturaleza en el contexto de las sociedades posmodernas. Partiendo de la noción de lo cotidiano como lugar en el que se juega la relación con los otros, el autor indica que en esas sociedades la naturaleza se constituye en una particular alteridad. En sus palabras, el cambio de la relación con aquella naturaleza objeto de control y dominio instituye un nuevo vínculo en donde la misma pasa a ser una alteridad absoluta, el gran Otro y a partir de ella se ordenan y acomodan los demás pequeños otros que se encuentran en la proximidad. De esta manera, la incorporación de la naturaleza como alter del individuo en su vida cotidiana implica reconocerla como aspecto constitutivo del vínculo social, en suma, es la conjunción y reversibilidad (y no la separación) de la socialidad y la naturalidad desde donde podemos pensar los procesos mismos de estructuración social. Para Michel Maffesoli en estos momentos resulta un error 156
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana
pensar, explicar u organizar la sociedad desde la distinción o la dicotomía de los elementos que la componen; por el contrario, exige un pensamiento complejo sobre sus interrelaciones y mutuas imbricaciones. El artículo de Emma León se introduce en el terreno de los estudios sobre la cotidianeidad desde una revisión sobre las propias herramientas intelectuales y esquemas de comprensión que ponemos en juego a la hora de analizar la complejidad de la realidad social. Para la autora la necesidad de una autorrevisión se vincula con una cuestión mucho más profunda sobre el mismo campo de estudio, en tanto, que el ámbito de la vida cotidiana ya no puede comprenderse desde encuadres teórico-metodológicos que responden a determinados modelos sociales como si fuesen los únicos existentes y hasta los únicos posibles. En esta línea afirma la necesidad de reconocer una vez más que la utilización de la teoría cumple el papel nada inocente de definir los ángulos de visibilidad sobre el mundo que trae a sus terrenos. Desde aquí realiza una crítica a la aceptación irrestricta que de un cierto corte espacio/tiempo se realiza en algunos estudios de este campo reflexionando sobre el tipo de configuración de la vida social que sustenta tal construcción analítica. La revisión, por tanto, de los tiempos y espacios de la cotidianeidad debe alcanzar a las propias estructuras de construcción y fundamentación teórica ya que de nada serviría identificar la heterogeneidad espacio/ temporal del mundo observado si ésta será configurada y contemplada con la misma matriz que impuso una particular forma de ver y analizar el espacio y el tiempo social. Esto pone en el centro del debate la cuestión de la pertinencia de nuestras herramientas analíticas para comprender el mundo en el que vivimos. Pertinencia entendida como el proceso que pone en constante tensión la teoría y el mundo observado a fin de develar en ambos lados formas, contenidos y trayectorias; es en esa tensión donde se puede descubrir lo inédito, lo que huye a nuestro esquema de entendimiento, o en otras palabras, “lo no dicho en lo dicho”. En definitiva, aquello que habita nuestros discursos y categorías y que hace a nuestra condición de sujetos histórica y socialmente determinados. En una misma línea de análisis se ubica el trabajo de Rossana Reguillo problematizando la relación entre los procesos que caracterizan el mundo de la vida cotidiana y la producción y reproducción del orden social. La clandestina centralidad de la vida cotidiana está dada justamente en que ésta se constituye en un escenario de construcción y de esta forma, de innovación y cambio de aquellos discursos, prácticas y sentidos en donde se pone en juego cotidianamente el orden instituido. La “naturalidad” con que se despliega este espacio invisibiliza los innumerables procesos de selección, combinación y ordenamiento que en él tienen lugar. Sólo en ciertos momentos y circunstancias la normalidad y naturalidad de sus procedimientos y lógicas revelan su arbitraria y determinada naturaleza social. 157
Cora Escolar y Analía Minteguiaga
En tal sentido puede decirse que una manera de definir la vida cotidiana es mediante una operación de oposición y al mismo tiempo de complementariedad. Por un lado, para la autora, lo cotidiano se constituye por aquellas prácticas, lógicas, espacios y temporalidades que garantizan la reproducción social por la vía de la reiteración; y por el otro, la rutinización normalizada adquiere “visibilidad”para sus practicantes en aquellos períodos de excepción o cuando alguno o algunos de los dispositivos que la hacen posible entran en crisis. Al definir el espacio de la vida cotidiana como escenario de la re-producción social y por tanto vinculado a lo que en un momento específico se considera normal y legítimo para garantizar cierta continuidad social, la autora niega la existencia de una cotidianeidad esencial y ahistórica factible de ser explicada desde abstracciones o generalizaciones unívocas, y exige una comprensión desde las propias estructuras que la producen y que son simultáneamente producidas (y legitimadas) por ella. Basándose en las ideas de Michel De Certeau afirma que si bien los mecanismos y lógicas de la vida cotidiana al ser rutinizadas constriñen a los sujetos existe un margen para la improvisación que de acuerdo a su “uso” puede subvertir desde dentro el mismo orden establecido. En ese margen de indeterminación es donde se libra la batalla simbólica por la definición del proyecto societal como totalidad. Desde este lugar el desafío consiste, entonces, en desentrañar el “plus” de sentido que se sobreimprime en el acto de apropiación de lo que la sociedad pone a nuestra disposición. Por ello, para la autora, por lo menos bajo dos condiciones puede pensarse la vida cotidiana como un espacio clandestino en el que las prácticas y los usos subvierten los poderes hegemónicos. Justamente estas condiciones son el desanclaje espacio-temporal y la dimensión asociativa de la vida cotidiana. El trabajo de Daniel Hiernaux-Nicolás desarrolla el tema de la vida cotidiana desde un ámbito particular como es el turismo y en este ejercicio lo jerarquiza al distanciarse de los enfoques tradicionales construidos a partir del trabajo y la producción que han despreciado el lugar que le cabe al ocio en el marco de las motivaciones humanas. En este sentido afirma que algunos de los trabajos más leídos en sociología del turismo analizan críticamente el proceso de turismo a través de una valorización negativa del mismo definiéndolo como proceso de despersonalización del individuo en un contexto de alienación construido por las grandes empresas internacionales. El artículo se centra en el tema de la construcción de la vida cotidiana en el turismo, o mejor dicho, en explorar en los procesos turísticos la existencia de una recreación de la vida cotidiana. Ésta será sin duda distinta a aquella que se constituye en el mundo del trabajo y de residencia habitual. Será más efímera y responderá a otras pautas pero no por eso resultará menos productiva e inno158
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana
vadora que aquella cotidianeidad desarrollada en los ámbitos más tradicionales. Su hipótesis central es que las prácticas turísticas se sustentan en un modelo espacio-temporal radicalmente opuesto al que se desarrolla en el mundo del trabajo. En la cotidianeidad del turismo se construye un mundo distinto, el del ocio, en donde prevalecen reglas de convivencia interpersonal, criterios de construcción de identidad, prácticas sociales y motivaciones basadas en lo efímero, más que en lo permanente. Esta cotidianeidad menos duradera pero socialmente identificable habla de la posibilidad de la innovación y del cambio aun bajo condiciones menos regulares y rutinizadas. Desde este planteo el autor recupera un eje central de todos los trabajos que integran esta compilación: el de la relación entre las configuraciones espacio-temporales que actúan en la vida cotidiana y la producción y reproducción del orden. En este sentido, el turismo participa de los complejos procesos de construcción social a partir de operar una suerte de distanciamiento respecto del orden central de la vida social. De tal forma el turismo da cuenta de ciertas “lateralidades” que le permiten a los individuos separarse de las reglas establecidas convenciéndolos de que no están totalmente cooptados por los principios ordenadores de la sociedad. Aun admitiendo que existen múltiples condicionamientos al analizar el peso de las corporaciones turísticas, el turismo permite recrear roles subversivos que inhiben los efectos de las imposiciones de otros mundos de la vida abriendo el camino a la transformación de la estructura social. Como reverso de los objetivos que se propone el trabajo de Pablo Hiernaux Nicolás, el artículo de Salvador Juan se concentra en todas aquellas formas y lógicas que en la vida cotidiana restringen, limitan, controlan, ordenan y coaccionan a las personas en sus múltiples dimensiones. La creciente funcionalización de la vida cotidiana conlleva un correlativo aumento de su división espacio-temporal en actividades cada vez más especializadas. Esto sucede paralelamente a la desintegración de los lazos sociales y mecanismos de cohesión. La consecuencia inevitable es la generación de una excesiva tensión de la vida cotidiana, o en sus términos una hipertensión, que favorecida por la fragmentación del espacio y del tiempo heteronomiza de manera creciente la experiencia vital de los individuos. A su vez la colonización operada por el consumo conlleva procesos de atomización e individualización que debilitan el espacio de las interacciones sociales y la sociabilidad. Pero más allá del carácter crítico y poco optimista de este artículo el autor argumenta que en el reconocimiento de la histórica institucionalidad de estos procesos se encuentra la posibilidad de su transformación política. Sin duda el artículo de Pablo Fernández Christlieb comparte esta visión sobre la posibilidad del cambio al concentrarse en descubrir en qué medida se ha transformado la vida cotidiana a partir de la aceleración del tiempo y el 159
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movimiento en el espacio. Es en las comunidades posmodernas donde este autor fija el espacio de la vida social en la transitoriedad y no en el arraigo, en los flujos deslocalizados y no en las raíces conformadas a partir del anclaje en un territorio. De esta manera, la tecnología ha logrado inyectarle velocidad no sólo a los transportes y las comunicaciones sino a la vida misma, a las percepciones, al pensamiento, a las motivaciones y a los deseos. El territorio instantáneo de la comunidad posmoderna indaga sobre las nuevas formas de agrupamiento y socialidad que plantean las actuales condiciones de vida a partir de las diferencias expresadas con aquellas formas de comunidad originarias y modernas. Dos elementos se distinguen en la primera: uno referido a la indisoluble pertenencia del individuo al suelo donde se afinca; el otro, a la atmósfera vital que conllevan tales comunidades y dentro de la cual sus integrantes se encuentran contenidos y comparten con los demás modos de pensar, soñar, saber, expresar y sufrir. De esta forma la comunidad se constituye en un sentido común, un mundo común, en el cual la pertenencia es siempre de los participantes a la comunidad y no viceversa. Con la modernidad se diversifican los suelos y las atmósferas simbólicas, se multiplican y pluralizan los modos de vida, las formas de pensar y problematizar la realidad. Así cuatro nuevas modalidades de comunidad entran en funcionamiento, cada una afincada en un suelo distinto: la comunidad familiar, situada en el suelo doméstico; la ilustrada, afincada sobre el suelo de los sitios de reunión de la sociedad civil; la burocrática, sustentada en el suelo de los aparatos informáticos y datísticos; y la personal, erigida sobre el individuo y su cuerpo. Finalmente, las nuevas condiciones de la posmodernidad atravesaron, desbordando y descentrando, los límites de los modelos anteriores. Por ello describe la posmodernización del espacio, del cuerpo, del conocimiento y de la comunidad. Para este autor la forma posmoderna de comunidad ha perdido el suelo en su acepción tradicional, sustituyéndolo por la velocidad y la creciente movilidad territorial, así como volvió inmediata y transitoria –de grupos, identidades, normas, verdades y sentimientos– su atmósfera vital. Resulta importante destacar que estos cambios no dan cuenta de una evolución lineal y progresiva de las formas o modalidades de organización de la vida social, sino de complejos procesos históricos de producción y reproducción de lo social donde parte de lo actual, lo presente y lo nuevo encuentra explicación desde lo antecedente, lo pasado y lo antiguo. Este análisis de la vida cotidiana parte del reconocimiento de que la comunidad originaria permanece como realidad cotidiana aún en la comunidad posmoderna. En las palabras de Pablo Fernández Christlieb, todas las formas de comunidad descriptas son modos de memoria colectiva, por lo que siguen vivas aun cuando son transformadas por el paso de la historia, en el presente finisecular de las nuevas comunidades. 160
Un lugar para los estudios de la vida cotidiana
Esto último permite introducirnos en el trabajo de Claude Javeau al volver sobre la idea de otorgarle importancia al pasado para entender parte de este presente que vivimos. Su acercamiento a la vida cotidiana hace eje en la idea de lugar como particular soporte en el que se desarrollan las “acciones” de los individuos. Este lugar es a la vez una localización identificable y un escenario. Es el anclaje topográfico (significado) y fuente de posible evocación (significante). Los sucesos de la vida cotidiana se fijan en ellos conformando el pasado que queda así anclado en el espacio y que puede ser transformado en presente por la evocación que ocurre al volver a visitarlos. Las experiencias de vida conforman las marcas en el recorrido de nuestra existencia cotidiana. Los lugares donde éstas se suceden se vuelven escenarios en el sentido escénico del término ya que sólo ellos pueden volver a recrear lo vivido. Por ello para el autor los lugares de la memoria testifican la existencia de una indexicalidad pura, es decir un significado que no puede ser elaborado si no es en referencia a un contexto preciso e irreductible a cualquier otro. Por ello conmemorar algún acontecimiento pasado no es sólo recordar, sino fundamentalmente conferir a un lugar el sentido y peso dado a dicho evento en el relato histórico que constituye nuestra memoria colectiva. En esa evocación contribuimos a modelar el futuro ya que nuestras experiencias actuales son producto de relaciones imaginarias con el mundo de los predecesores y de los sucesores; es decir, evocación que significa la socialidad actual desde la cual rememoramos. La indagación del autor sobre la vida cotidiana a partir de los lugares de la memoria se comprende más cabalmente cuando se descubre la participación de los mismos en la estructuración de nuestras interacciones cotidianas, por ende colaborando con la definición de las situaciones, la organización de los itinerarios vitales y el establecimiento de horizontes de sentido. El trabajo de Alicia Lindón Villoria retoma el tema de la innovación en la vida cotidiana planteado por Daniel Hiernaux-Nicolás y Rosa Reguillo y comparte con Claude Javeau el interés por la cuestión de la participación del espacio en la constitución de la vida social. Para las sociologías de la vida cotidiana el espacio y el tiempo se constituyen en las coordenadas básicas desde donde pensar y comprender las interacciones sociales, la intersubjetividad y, aunque esto no lo diga la autora, la constitución de nuevas subjetividades. Una mirada que otorga centralidad a la espacio-temporalidad de la vida cotidiana define un abordaje particular hacia los fenómenos de la cotidianeidad. En el campo de estas sociologías el tiempo ha tendido a organizar la espacialidad. Su primacía se expresa en diversos debates teóricos como el que opuso a la vida cotidiana como rutinización vs. como innovación. Frente a esta centralidad de la temporalidad la autora reflexiona sobre algunas formas específicas de la vida cotidiana en las cuales el espacio parece organizar el tiempo. A diferencia de las 161
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formas descriptas por Hiernaux Nicolás éstas reconocen espacialidades donde el movimiento es escaso, donde su aceleración o velocidad no resultan fundamentales. Por ello habla de modos de vida cuasi fijos en el espacio e inesperados desde los enfoques más tradicionales sobre la aceleración del mundo cotidiano. De esta manera lo no esperado se vuelve una forma de innovación social y se expresa en la capacidad del espacio vivido y cuasi fijo para organizar la temporalidad de las prácticas cotidianas. A través de un interesante análisis sobre las prácticas concretas del “trabajar y residir” la autora llega a la conclusión de que la espacialidad se constituye en la matriz básica condicionadora y conformadora del hacer cotidiano. En un proceso complejo, el condicionamiento dado por la fijación en un lugar de ciertas prácticas deviene significante para las mismas, lo que ayuda a su vez a sustentar aún más el arraigo y la inmovilidad espacial. El significado básico que mueve estas prácticas es la búsqueda por mantener el logro inscripto en el ideario del progreso moderno como horizonte de sentido. Para Alicia Lindón paradójicamente el devenir de la vida dentro de ese horizonte termina por minar sus propias bases ya que el futuro queda conquistado en un presente prolongado, protegido del cambio y en el cual la espacialidad de las prácticas resulta pre-estructurante de aquel significado del mantenimiento del logro. Finalmente, el artículo de Héctor Rosales vuelve sobre ciertas ideas ya planteadas por algunos trabajos incluidos en esta compilación. Al igual que Alicia Lindón realiza su reflexión teórica a partir de un caso empírico –que para Rosales son los modos de vida vecinal en la Ciudad de México– intentando plantear las opciones que existen para la convivialidad en el contexto capitalista. Esta última refiere al arte de habitar en el sentido heideggeriano, es decir a la posibilidad de la construcción humana del espacio y del tiempo. Ligada a una forma de comportamiento, la capacidad humana de habitar, se ve golpeada y desintegrada con la modernidad. Recuperando la interesante discusión entre sociedad y naturaleza desarrollada por Maffesoli, Rosales plantea la relación conflictiva entre “la animalidad y la socialidad” como elementos constitutivos de la humanidad. Esto resulta fundamental para pensar los modos de asumir y vivir la condición urbana y las condiciones de habitabilidad de los espacios impuestas por la modernidad capitalista. De manera alentadora concluye diciendo que es en el conflicto, en la insatisfacción y en el deseo donde se encuentra la posibilidad del cambio y la innovación social. De esta manera, esta compilación resulta un rico y profundo aporte no sólo para las sociologías de la vida cotidiana sino para las ciencias sociales en general. Las representaciones de tiempo y espacio con que cotidianamente trabajamos se inscriben en definiciones más amplias de la realidad social. Establecer distancias con aquellas que se desinteresan por el impacto que tienen en el ordenamiento 162
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y selección de lo concreto particular y que consideran la espacio-temporalidad y la sociedad como externamente relacionados exige una autorrevisión de nuestras propias representaciones. Como afirma John Agnew las teorías, conceptos y categorías a través de los cuales comprendemos el mundo son productos históricos. Están relacionadas con las condiciones políticas y materiales dominantes de cada época. Deconstruir las representaciones implícitas del tiempo y el espacio en las perspectivas hegemónicas permite romper la naturalización con la que operan. Queda pues en este libro planteada una alternativa que recupera la idea de cambio e innovación en contra de aquellas metáforas espaciales y temporales estáticas e inamovibles.
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MEMORIA DEL ANÁLISIS ESTRUCTURAL. UN COMENTARIO DE EL PERIPLO ESTRUCTURAL. FIGURAS Y PARADIGMA DE JEAN-CLAUDE MILNER* Milner, Jean-Claude, El periplo estructural. Figuras y paradigma, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2003 [2002], 254 páginas.
Juan Besse
Introducción
Los diccionarios de uso cotidiano traducen la palabra periplo como circunnavegación; y algunos agregan que se usa únicamente como término de geografía antigua. Una segunda acepción, tributaria de la anterior, habla de una obra antigua donde se narra un viaje de circunnavegación. La noción misma de periplo evoca la dulzura helénica de la circularidad pero también la errancia de los caminos que no conducen a ninguna parte porque conducen a todas. Se traman en la noción unos ciertos sentidos de la repetición y de la muerte. La perfección finita e ilimitada de la esfera halla en el periplo un destino coincidente con su punto de partida. ¿Habrá sido para Milner la imagen del periplo una elección casual o se trata de un símbolo crucial en la rememoración de unos sujetos y unos escritos que fueron responsables de un modo de análisis como el que se dio en llamar estructuralismo y de un concepto fecundo, como pocos, que se diseminó bajo * Reseña publicada en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales, Nº3, Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, diciembre de 2003.
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el nombre de estructura? Esa palabra, estructura, que a fuerza de usarla ya casi nada significa; y que sin embargo no ha dejado de ser eficaz en la enseñanza y el entendimiento de las cuestiones más complejas y de las más simples, retorna en las páginas de Milner como una memoria profunda de un tiempo y unos pensamientos que, sin duda, están entre nosotros de una manera que no podemos advertir. Asunto de olvido o de silencio, Milner parece acometer su trabajo en el surco de una ética del desolvido.1 Milner tensa la relación entre memoria e historia. En parte, el libro es un acto deliberadamente histórico (historizante gustaría decir el autor). En el doble sentido que hace historia de ese campo denominado estructuralismo y se propone indagar, historizándolo, las relaciones entre el campo académico e intelectual que promovió los diversos modos de análisis estructural y el despliegue de la doxa que posibilitó que algunas asunciones de dicho análisis devinieran una suerte de sentido común para ciertos segmentos de la sociedad. Con esto queremos decir que no sólo narra y construye una secuencia que encadena figuras, núcleos teóricos y los rasgos más destacados de un paradigma en el olvido, sino que examina su sustrato epistémico mediante movimientos que conectan la epistemología de las teorías estructurales con los acontecimientos políticos y las tramas ideológicas que le son contemporáneas. Milner en un movimiento argumentativo ya habitual en él2 conecta la estructura epistemológica y la estructura política de un saber, y lo hace mediante la mostración de lo que una arrastra de la otra sin perder ese resto que no permite afirmar, en una simplificación indecorosa, que la una es la otra. Si fueran lo mismo ¿de qué incidencias, influencias, recubrimientos o apropiaciones se estaría hablando? La imagen del hístor,3 tal como la expresa Cacciari, le cabe al modo en que el libro desanda los caminos del pensamiento estructural y reconstruye el periplo. ¿Es exagerado entonces pensar que en la ausencia de una rememoración no manualística del estructuralismo4 –como de los usos de la noción de 1. Que el autor reconoce como propia de la epistemología y la ética freudianas, Jean-Claude Milner (1998) [1988]. 2. Véanse, por ejemplo, Los nombres indistintos (1983) o La obra clara. Lacan, la ciencia y la filosofía (1995). 3. Para Cacciari, “hístor no es solamente el que descubre y narra los multiformes aspectos del Archipiélago, los caracteres de sus diversas ciudades, las vías del mar que lo conectan y separan a un mismo tiempo: hístor será el que es capaz de indagar entre los muchos el logos común. ¿Existe un logos de las muchas islas que encuentro, de las muchas voces que descienden tempestuosas desde el agorá? ¿Cuál es el elemento que hace de esas islas un Archipiélago, de estas voces una polis?”; Cacciari (1999) [1997], p. 25. 4. En el prefacio del libro señala que “después de la compilación pionera que bajo el título de Qu’est-ce que le structuralisme? publicaron, en 1968, O. Ducrot, M. Safouan, D. Sperber, T.
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Memoria del análisis estructural. Un comentario de El periplo estructural...
estructura– Milner hace acto de memoria histórica? Ahora bien, como lo indica en el prefacio “mi exposición no es la de un historiador”. Para la perspectiva del historiador remite a quienes sí han escrutado el paradigma estructuralista con esos ojos;5 allí deben buscarse los sostenes documentales. En cambio, su trabajo es el de un analista del periplo discursivo de ciertas figuras que tanto desde la controversia como mediante el consenso –más implícito que explícito– hicieron a la producción de algo (más que la teoría y la analítica estructural) a lo que, no sin sutileza, denomina paradigma.
La estructura de la exposición El libro cuenta con un prefacio y dos momentos expositivos. El primero ha sido llamado Las figuras; el segundo El paradigma. Nos extenderemos en los planteos orientadores del libro ya delineados en el prefacio y, por razones de extensión y competencia, haremos un picadito por los principales supuestos epistemológicos y teórico-metodológicos que a nuestro entender son útiles para pensar hoy el tejido epistémico de la teoría y la investigación social. I. El Prefacio
El prefacio es corto, claro y contundente. Allí cuenta Milner que se trata de una compilación de artículos éditos e inéditos cuyo “conjunto tiene [...] un propósito unitario: dar una idea más exacta y mejor fundada de lo que se dio en llamar ‘estructuralismo’”. Bajo este nombre es costumbre reunir dos entidades básicamente diferentes. Existe, por una parte, un programa de investigaciones desarrollado por hombres de ciencia desde fines de la década del ‘20 hasta fines de los ‘60; se caracteriza por cierto número de hipótesis y proposiciones; se completa en 1968. Hay, por otra parte, un movimiento de doxa que, junto a los actores centrales del programa de investigaciones, reúne otros nombres, a veces ilustres, que no participaron de él. Este movimiento se desenvolvió durante la década del ‘60 y en gran medida caracteriza intelectualmente al período”.6 Todorov y F. Wahl, la cuestión no había sido de veras retomada. Ahora bien: el paso de los años movió las líneas en algunos puntos”; Jean-Claude Milner (2003) [2002], pp. 9-10. La versión castellana de los títulos que conforman la colección antes mencionada editada por Losada fuera oferta en las mesas de saldos de la misma librería durante el curso de este año 2003. 5. E. Roudinesco y F. Dosse. 6. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 9.
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En el prefacio destaca tres decisiones de diverso orden que sustentan el andamiaje del recorte que llva a cabo para organizar el texto: a)
b)
c)
d)
“Del movimiento de la doxa hablaré poco, aunque merezca a la vez estima y atención”. No sin (contenida) nostalgia dice que “se trata quizá del último movimiento de lengua francesa que llegó simultáneamante, y en tantos países, hasta tantos ámbitos diversos: ciencias llamadas humanas, artes, letras, filosofía”.7 Desbrozada la doxa de la investigación afirma que tiene “un único propósito: rearticular el programa de investigaciones específico del estructuralismo y en especial la postura distintiva que desarrolló en lo referido a la ciencia”.8 Hecho esto... Resalta que para abordar al “conjunto, convenía dar cabida a las singularidades de los sujetos que dieron vida al programa [...] el programa de investigaciones estructuralista no preexistía a los sujetos, ellos no se lo encontraron sino que, propiamente, lo inventaron y en virtud de una decisión cada vez singular”.9 Por último, advertir al lector sobre la lógica de omisiones ruidosas y deliberadas. Dos de ellas tienen nombre propio. La primera por tratarse de aquel que hizo de la estructura escuela. El pensador que asumió el rótulo estructuralista sin más. “Hay una ausencia particularmente escandalosa; no traté en forma directa de una obra que es central, sin embargo, en la definición y despliegue del paradigma estructuralista: la de Claude LéviStrauss. No puedo alegar más razón que los límites de mi competencia”. La segunda, Michel Foucault, porque –a juicio de Milner– su inclusión en “la constelación llamada estructuralista” se trata de un equívoco y por tanto “que haya tenido una deuda intelectual con ciertos autores estructuralistas fundamentales (pero no con todos), que estos autores le hayan posibilitado un modo de abordaje que sin ellos hubiese sido imposible, de esto no caben dudas. Sin embargo, nada debe enturbiar la evidencia: tomada en su punto más alto de seriedad y gravedad, la obra de Michel Foucault encuentra su coherencia en un sistema de hipótesis por entero distinto: desconocer su tamaña cesura habría equivalido a deformar gravemente su proyecto”.10
7. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 9. 8. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 9. 9. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 10. 10. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 11 (los destacados son nuestros).
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II. Las figuras
El apartado Las figuras comienza, si nos detenemos en el hecho de que Milner es lingüista, con una replicación del giro lacaniano del retorno a... La primera figura es ‘Saussure. Retorno a Saussure’. No el retorno, sino retorno. Milner retorna a Saussure desde la singularidad de su lectura para decirnos que el retorno es la zaga del olvido que acompaña un acto instaurador sin el cual no habría fundación de discursividad posible en el nivel de un paradigma.11 Las figuras siguientes son: ‘Dumézil. El programa dumezileano; ‘Benveniste I. Sentidos opuestos y nombres indiscernibles: K. Abel reprimido por E. Benveniste’; ‘Benveniste II. Ibat obscurus; ‘Barthes I. Una cesura de inteligencia’; ‘Barthes II. Del signo a los signos’; ‘Jakobson. A Roman Jakobson o la felicidad por la simetría’; ‘Lacan I. Ciencia del lenguaje y teoría de la estructura en Jacques Lacan’; ‘Lacan II. Tecnicidades del hiperestructuralismo’, para finalizar con ‘La constelación de los sujetos’. Imposible por el momento ahondar en la multiplicidad y la riqueza de las derivas que el libro trae hasta la orilla de nuestro entendimiento. Se trata de un epílogo que prologa la hendidura a través de la cual –tal vez– nuestra cultura intelectual, en singular y en plural, pueda retornar al trabajo de una epistemología y una ética del pensamiento: en ese sentido algunos fragmentos tienen el tono de un manifiesto estructural, aun cuando esa denominación por lo que el autor esboza más adelante parezca una contradicción. Se trata también de la trayectoria vital de una lectura, de los encuentros y los tropiezos que constituyeron a Milner como lector. A continuación enumeraremos algunos puntos de luminosa emergencia, las insistencias especialmente vinculadas con los capítulos dedicados a Saussure y Lacan, que constituyen algo así como meridianos recurrentes que atraviesan el periplo de circunnavegación: a) En el Curso de Lingüística General, Milner encuentra una insistencia que dará lugar a los ulteriores desarrollos del estructuralismo generalizado, “la tesis implícita se deja resumir así: hay disyunción entre identidad y semejanza”.12 Esa disyunción rompe con la tradición filosófica idealista o empirista y obliga al lingüista a no tomar nada como evidente. La primera figura
11. Es sugestiva la lectura del retorno a Freud promovido por Lacan y teorizado por Foucault (1999) [1969] mediante el análisis de la figura de la función autor en los términos propuestos por Allouch (1993) [1984] pp. 255 y ss. 12. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 42 (los destacados son nuestros).
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cierra con un tono de advertencia que será retomado en otros momentos del libro, de modo menos retador; dice allí que “habría un paralelo: en tiempos muy cercanos al Curso, ciertos pensadores emprendieron una logicización integral de las matemáticas y hallaron en su camino antinomias y limitaciones; hoy, muchos matemáticos consideran su programa obsoleto, pero no pueden obrar como si nunca hubiese existido. De la misma manera, lingüistas especializados o no, aquellos a quienes les importa el lenguaje no pueden obrar como si el Curso no se hubiera publicado”.13 La segunda insistencia es la que distingue un estructuralismo débil de uno fuerte. Es imprescindible realizar un rodeo para precisar mejor la diferencia. En el subapartado Lacan I Las paradojas del estructuralismo, Milner, con énfasis didáctico, dice que “la lingüística que interesa a Lacan es una lingüística que sostiene dos tesis: a) que se conocerá el lenguaje imponiéndose retener solamente de él las propiedades mínimas de un sistema cualquiera; pero también b) que sólo un sistema tiene propiedades. El nombre convenido del sistema cualquiera es justamente el de estructura; de ahí el nombre de estructuralismo; la tesis a) corresponde al estructuralismo débil; la b) al estructuralismo fuerte”.14 Creemos que la distinción que agudiza Milner no es de mero grado, comporta algo más que –a partir de 1968– permitirá la apertura de la estructura como un más allá del horizonte de clausura propio de la noción de estructura que propone (¿sería abusivo decir toda?) la lingüística. Otras de sus consecuencias son la derrota epistémica (mas no política) del positivismo y viene de la mano de Lacan, aquella figura que extremó la lógica del estructuralismo débil: “la matematización de la ciencia no pasa por la medida sino por lo literal”.15 Así, con la teoría de la letra el descompletamiento de la estructura, es decir su no atadura exclusiva a lo simbólico, se instala como problema dando lugar a la tercera insistencia. El concepto de estructura constituye un indefinible. Así “en el estructuralismo, uno se da el concepto de estructura; éste funciona, pues, de hecho como un indefinible. Las tentativas de definición directa que podrían citarse consternan por su banalidad; la cual no se debe a una incapacidad de los autores sino a un error de concepción: en el programa de investigaciones que hizo de ella su axioma, la estructura no se deja definir; a lo sumo, y como mínimo, se puede mostrar su funcionamiento. Esta limitación pertenece al orden de las razones.
13. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 44. 14. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 145. 15. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 150. Este pasaje del primer clasicismo lacaniano al segundo clasicismo es trabajado por Milner en La obra clara (1995).
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Admitido el minimalismo, lo indefinible que uno se da debe ser un mínimo. Conclusión: la estructura es un mínimo. Siendo un mínimo, es tratada como un simple. Desde ese momento el concepto de estructura no es solamente indefinible sino también, y esto por construcción, inanalizable”.16 Ahora bien, respecto de la cuarta insistencia ya no sabemos si pertenece al paradigma estructuralista tal como se reveló en la mayor parte de los autores o a la perspectiva que Milner prioriza para interrogar la relación entre ciencia y lenguaje: la que se desprende principalmente de las intervenciones de Lacan. Sin embargo Milner parece sugerir que lo que sigue es una consecuencia del paradigma. Lacan optó por la lógica de la simplicidad y la minimalidad. Hizo estallar la bidimensionalidad entre paradigma y sintagma y con esto profirió la sentencia imposible: no hay metalenguaje.17 Milner lo sintetiza de este modo “el paradigma de un término dado es sólo la enumeración –finita y corta– de los términos de la secuencia en acto y recíprocamente. La precisión ‘en acto’ es crucial, pues en rigor, a partir del Curso, lo paradigmático no es otra cosa que lo sintagmático, pero es lo sintagmático posible”.18 Para Milner el hiperestructuralimo cuyas tecnicidades asienta Lacan es el estructuralismo tomado a letra. La última cuestión que cabría resaltar es enunciada, con dulzura y nostalgia, como quien añora una patria a la que no es fácil retornar: “la inexistencia de salida alguna se resumió con un nombre: estructura” (p. 173) “siendo la lengua y el lenguaje (no disputemos aquí sobre su distinción) la prueba capital de la estructura, de esto se concluye que la Caverna es la lengua misma. A lo cual responde el hecho –factum linguae– de que la lengua, no se habla sino en lengua (no hay metalenguaje). [...] decir que el inconsciente forma parte de la Caverna. No está fuera de ella, como la había supuesto Breton; tampoco es la Caverna misma, de la cual la filosofía permitiría salir, como parecen suponerlo los escolares. Ninguna necesidad de conocer el
16. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 156 (los destacados son nuestros). 17. “A condición de comprenderlo bien. Lo que es negado, no es la posibilidad para la lengua de hablar de sí misma; por el contrario, lo que es negado es la necesidad real para la lengua, cuando habla de sí misma, de salir de sí misma. [...] Se tendrá cuidado en particular en no confundir el logion de Lacan y una proposición tal como la de Wittgenstein: ‘Ninguna proposición puede decir nada sobre sí misma’ (Tractatus, 3. 332). Sin hablar de la proposición más general, recurrente bajo una forma u otra en los lógicos: ‘Es imposible hablar significativamente de un lenguaje L permaneciendo en el interior de ese lenguaje’. Está ahí justamente el axioma fundador del metalenguaje. A la inversa, el logion de Lacan puede parafrasearse: ‘’de una lengua, sólo una lengua habla’ o ‘no se sale de la lengua’” (en nota al pie); Jean-Claude Milner (2000) [2003], p. 29. 18. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 159 (los destacados son nuestros).
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plano de la casa para darse contra las paredes, decía Lacan: ¿hay palabras más abiertamente cavernícolas?” (p. 174). Milner dice entonces que al “sostener que no se sale de la Caverna, que en verdad no hay exterior de ella, los hombres de 1960 no eligieron la tristeza sino la alegría: la verdadera, la del saber. Es preciso que el saber siga siendo posible”.19
III. El paradigma La segunda parte del libro se titula El paradigma: programa de investigación y movimiento de opinión, y está organizada en nueve sub-apartados de diverso carácter. Hay en ella simultáneamente continuidad y ruptura con las figuras. Continuidad lógica y, si la historia es el resultado de una retroversión producida por la apropiación imaginante, ruptura histórica. De hecho, la unidad de sentido de la segunda parte, permite un abordaje independiente: se trata de un diagnóstico despiadado acerca las relaciones actuales entre intelectualidad (o mejor dicho la función intelectual) y política. Desde el aserto de Stalin “la lengua no es una superestructura”, hasta el devenir de las críticas de Chomsky20 como ariete del estructuralismo en los márgenes del campo intelectual norteamericano, el apartado El paradigma se enhebra vertiginosamente. En rigor, la reconstrucción del itinerario teórico que propone en este segundo momento rebasaría la exigencia económica de una reseña. Por tal razón, nos atendremos como cierre de esta recensión a unas porciones analíticas que, estimamos, serán generosas: “desde hace algún tiempo se ha convenido en hablar del fin de las ideologías; esto se resume en la tesis: las infraestructuras no se tocan. Hacerlo es inútil, y si acaso no fuera inútil, sería peligroso. En cambio, se deben tocar las superestructuras y tocarlas tanto más resueltamente cuanto más definitivamente se haya renunciado a tocar las infraestructuras. Cambiar los nombres y los verbos es, por lo tanto, una cuestión sociopolítica esencial. Demasiado seria para ser confiada a los que saben, o simplemente a los que aman la lengua, debe ser asumida por la sociedad entera. En Francia, como se sabe, la sociedad entera se resume en un grupo restringido compuesto exclusivamente por dos ingredientes: funcionarios y periodistas, mal distinguibles unos de otros y confirmándose los unos a los otros. No asombrará el que los resultados no respondan a las 19. Milner (2003) [2002], pp. 175-176. 20. Según Milner, es a Chomsky a quien “le correspondió hacer estallar en un solo movimiento” las contradicciones del estructuralismo; Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 237.
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expectativas de nadie. Ni de los que hablan, ni de los que escriben, ni de los que hacen ambas cosas, ni de los que no hacen nada. En cuanto a la lingüística saussureana, cualquiera sea la vertiente en que se la considere, estructuralista o no, es el discurso antisocial por excelencia. Sus practicantes deben tenerse por felices de no ser expulsados de la sociedad, con o sin corona de flores. Por suerte para ellos, no carecen de colegas progresistas tras los cuales refugiarse, en lo más profundo de las instituciones académicas. La indulgencia es de recibo entre colegas a condición de que no le cueste nada a nadie. Sin embargo, la discreción es aconsejable”.21 La segunda parte, El paradigma, se encuentra en sobresalto respecto de la primera, Las figuras. Si cabe una distinción que desliza comentando a Chomsky, hay paradigmas pero no paradigmática.22 Dicho de otro modo, la singularidad de las figuras hace a la universalidad del paradigma. El paradigma es de algún modo las figuras y éstas hoy son el resultado de nuestras lecturas. El periplo estructural viene a abrir, como corresponde, de modo provisorio y controversial, y nos atreveríamos a decir caballeresco, un silencio de casi veinte años. Las cosas serias hay que tomarlas en serie: el paradigma y las figuras encadenan unos pensamientos y una figurabilidad que no puede entenderse si no es en relación a los vínculos de la generación del ‘60 con esas figuras y, entre otros, ese paradigma.23 Para Milner, los grandes nombres de los años ‘60 “no consintieron jamás” en las simplezas de una dialéctica que confundiera ‘la revolución’ con una salida, hasta las creyeron a las revoluciones posibles y legítimas, no trataron con bajeza el ‘68; “cada uno de los grandes nombres estructuralistas tuvo su ética; sus éticas fueron diversas, pero también acordes entre sí. Tácitas o declaradas, esto variaba según los sujetos y los momentos. Sin embargo, el paseante casi no las percibió, apresurado como estaba para reducirlas al puro y simple ejercicio de la inteligencia y de la ruptura de compromiso extrema. Sin perjuicio de desinterpretarlas después, con efecto retardado, como las primicias de la doxa despolitizadora y neutralizadora que reina en el presente”.24 Sea bienvenido este retorno.
21. Jean-Claude Milner (2003) [2002], p. 254. 22. La impronta del apotegma lacaniano “no hay relación sexual” (lo cual no es obice para la condición de existencia de relaciones sexuales) da en la justeza de sus implicancias epistemológicas y políticas: no hay paradigmática pero sí paradigmas que no son otros que los sintagmas que lo constituyen. 23. Véase Los nombres indistintos, en particular, el capítulo XIV “Una generación que se desperdició a sí misma”, 1983: 137-147. 24. Jean-Claude Milner (2003) [2002], pp. 173-174.
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Bibliografía Allouch, Jean: Letra por letra. Traducir, transcribir, transliterar, Buenos Aires, EDELP, 1993 [1984]. Cacciari, Massimo: El Archipiélago. Figuras del otro en Occidente, Buenos Aires, Eudeba, 1999 [1997]. Foucault, Michel: “¿Qué es un autor?” en Michel Foucault. Entre filosofía y literatura, Paidós Básica, Barcelona, 1999 [1969]. Milner, Jean-Claude: La obra clara. Lacan, la ciencia y la filosofía, Buenos Aires, Bordes/Manantial, 1996 [1995]. — “El material del olvido” en AAVV, Usos del olvido, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1998 [1988]. — Los nombres indistintos, Buenos Aires, Bordes/Manantial, 1999, [1983]. — “De la lingüística a la lingüistería” en AAVV, Lacan, el escrito, la imagen, Buenos Aires, Ediciones del Cifrado, 2000 [2003]. — El periplo estructural. Figuras y paradigma, Buenos Aires, Amorrortu, 2003 [2002].
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SIMMEL CON LACAN. UN COMENTARIO DE LACAN LECTOR DE SIMMEL: UNA EXTRAÑA ALIANZA DE PAUL VANDEN BERGHE* Paul Vanden Berghe, Lacan lector de Simmel: una extraña alianza, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2003 [1994], 62 páginas.
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I. Introducción En los últimos años, algunos libros como Freud y las ciencias sociales de Paul-Laurent Assoun o Lacan y las ciencias sociales de Markos Zafiropoulos vienen ofreciendo reconstrucciones de las fuentes sociológicas, antropológicas o del pensamiento jurídico en las que abrevaron Freud y Lacan. Y lo vienen haciendo desde la perspectiva de las deudas y los intercambios enriquecedores que el psicoanálisis comparte con el campo del pensamiento social. Para quienes nos acercamos al psicoanálisis desde las ciencias sociales, lo interesante es que dichos trabajos de historia del pensamiento psicoanalítico son producto de una elaboración realizada a la luz de la experiencia analítica en el propio campo del psicoanálisis. En ese sentido, esta nueva cohorte de trabajos da cuenta de la relación entre psicoanálisis y pensamiento social de un modo distinto a los producidos desde las ciencias sociales. Allí radica parte de la sorpresa, pero también de la sospecha que inevitablemente envuelven al pensamiento cuando el asombro * Reseña publicada en Litorales. Teoría, método y técnica en geografía y otras ciencias sociales, Nº4, Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, agosto de 2004.
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acompaña el encuentro con lo singular, difícil de relacionar, ya sea deductiva o inductivamente, con lo conocido. El pequeño libro que hoy reseñamos da cuenta de las viejas pero remozadas relaciones del psicoanálisis con el campo filosófico. Se trata de un artículo extraído del libro La pensée de Jacques Lacan. Questions historiques – Problémes théoriques bajo la dirección de Steve G. Lofts y Paul Moyaert.1 Dicho libro –tomamos la parte extraída por el todo– es expresión de un corte respecto de los procesos de desfilosofización del pensamiento social acometidos por los fundadores de la ciencia social (Weber y Durkheim entre ellos) que hemos visto desplegarse a lo largo del siglo XX en diversas geografías, derivas disciplinarias y trayectos intelectuales.2 De alguna manera, el libro testimonia la exigencia actual de reconducción de los principia de las primeras teorías sociológicas a esa frontera incierta –a través de la cual se trazó la invención de las ciencias sociales– y en la que el sujeto de la ciencia social emergente aún no podía ser discernido del sujeto de la filosofía. Ese sujeto de la filosofía que para las nacientes ciencias humanas era –por necesidad– un sujeto que debía replegarse y dar lugar así a ese sujeto (imposible) presupuesto en la figura que, con humor, Foucault rotulara como un “duplicado empírico-trascendental al que se dio el nombre de hombre”.3
II. Lacan, Simmel, Kant Para situar en la justa vertical el escrito de Vanden Berghe, ubicaremos este libro en una cierta tradición erudita que apunta a la reconstrucción de la materialidad
1. Bibliotheque Philosophique de Louvain, 39, Louvain-La Neuve, Éditions de l’Institut Supérieur de Philosophie, Louvain - Paris, Éditions Peeters, 1994. Véase p. 4 de la edición de Tri-Grama. 2. Cabe destacar que dicho corte fue parte de las necesarias operaciones de deslinde y exclusión entre la ciencia y la filosofía, la ciencia y la política, la ciencia y la religión o la ciencia y el arte que debieron realizarse para que fuera posible la constitución del campo de las ciencias sociales en la segunda mitad del siglo XIX. A dicho corte fundacional podríamos agregar el operado por la sociología académica norteamericana desde los años ‘20, y mediante su tamiz en buena parte de las ciencias sociales latinoamericanas, que sumó lo suyo a una invisibilización de los sustratos filosóficos de las teorías sociales. Entre cuyas consecuencias hallamos, en primerísmo lugar, una neutralización del lugar de la noción de valor en el quehacer de la investigación social que impidió abordar la relación entre ciencia y política de un modo racional y responsable, esto es razonable. Así es imprescindible recalcar “qué entendió Weber por ‘Wertfreiheit’, ‘libertad ante el valor’, y por qué la ciencia debía ser ‘wertfrei’, ‘libre ante el valor’. Concepto que no es equivalente de ‘neutralidad’, con el que errónemanete ha sido traducido, y sí en cambio al de independencia y ‘opcionalidad’”; Luis F. Aguilar Villanueva (1989), p. 531. 3. Michel Foucault (1992) [1966], p. 310.
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de los pensamientos mediante el recurso de establecer filiaciones discursivas más cercanas a la lógica de la apropiación que a la de la influencia.4 La noción de influjo siempre conlleva una impronta mesmerista que niega o mejor dicho, no sitúa adecuadamente, que el sentido viene del futuro (nuestro presente es el futuro de estos escritos) y sólo la literalidad del escrito –negro sobre blanco– es aquello que heredamos del pasado. Dichas filiaciones entre un discurso y otro facilitan la arqueología del pensamiento, esto es su descripción, entendida como paso previo a cualquier examen racional o interpretación de los significados que los enunciados –desde el momento en que se ofrecen al lector– ayudan a construir. El libro de Vanden Berghe pone en relación a Simmel con Lacan. Donde ese con da cuenta, por una parte, de cómo Lacan hecha luz sobre el pensamiento de Simmel. A su vez de cómo Simmel puede ser pensado por Lacan como un recurso utilizado con el fin de externar su propio pensamiento (¿las intuiciones de Simmel que Lacan lee como una antecedencia de las relaciones de objeto: del objeto a que organiza su perspectiva acerca de la práctica y la teoría del psicoanálisis?) pero también, como un modo de advertir que la aproximación del sociólogo y el psicoanalista está interpelada, mediada, por Kant. Y hallamos allí, la otra diagonal de lectura: Lacan y Simmel con Kant. Lo que finalmente dice Vanden Berghe es que la intelección de la relación Simmel/Lacan es triádica; y no sólo porque él hace uso de Kant como operador de lectura del comentario de Lacan en el seminario sobre La Ética del Psicoanálisis, sino porque ese sintagma infinitesimal5 en el que Lacan –reacio a mencionar sus fuentes– nombra a Simmel, es una vía para inteligir el lugar de Kant en la constitución del pensamiento psicoanalítico.6
4. Aun cuando el término influencia es usado al inicio del libro. 5. Infinitesimal en el habla terminable e interminable que Lacan llevó adelante a lo largo de casi treinta años de seminario. Véase nota 6. 6. Se pregunta Alemán “¿Por qué Kant está en nuestra procedencia? ¿Por qué nuestro horizonte es inevitablemente kantiano? La primera razón es que –tal como lo han señalado muchos comentadores, incluso el propio Lacan–, en un época dominada por la física newtoniana y en la cual la naturaleza es abordada absolutamente desde el determinismo, la defensa de Kant de un factum, de un hecho de razón en el cual se nos muestra que somos capaces de decidir por nosotros mismos, y que esto no sea incompatible con la ciencia –con la desarrollada en la Crítica de la razón pura–, reintroducir el reino de la libertad en la subjetividad, mostrar que somos capaces de decidir, construir una subjetividad que tiene otra perspectiva que la de las leyes naturales, me parece que sigue siendo para nosotros un punto de partida extraordinario”; Jorge Alemán (2000), pp. 15-16.
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III. La estructura del libro El libro consta de una breve introducción y dos partes que constituyen dos momentos clave de la argumentación. El primero, titulado Simmel lector de Kant se organiza mediante los siguientes apartados:
1. Ética y éthos en la Introducción à la science des moeurs: disociación y síntesis. 2. La Cosa en sí en “Sur la notion de valeur et les relations entre le sujet et l’objet”. 2.1. El sujeto deseante y la economía de los objetos; 2.2. La dignidad ideal y la Cosa en sí. 3. ¿Simmel subjetivista? En la segunda parte Lacan lector de Simmel: 1. Distancia y distanciamiento. 2. Oscilación. 3. La Cosa en sí en la ética. 4. La sublimación y la Cosa en sí.
IV. La hipótesis abductiva del libro En la breve introducción del libro se sostiene que “parece muy probable que Simmel haya tenido influencia sobre Lacan. Hay desde el principio elementos formales que militan a favor de esta tesis”7 para luego dar cuenta de la mención que Lacan hace de Simmel en la clase del seminario del 2 de marzo de 1960.8 “¿Esto prueba, sin embargo, que el mismo Lacan ha tenido conocimiento de la obra de Simmel (y no únicamente alguien de su entorno)? Hay elementos en el pensamiento de Lacan que sugieren que ha leído al menos un texto de Simmel. Sin querer hacer una crítica de las fuentes de Lacan, retengamos dos hipótesis que conciernen a la estrecha afinidad entre Simmel y Lacan. Primero parece que la interpretación que hace Simmel de la filosofía kantiana constituye un eslabón intermediario entre Kant y la interpretación que de él hace Lacan. Es necesario confesar que esta interpretación lacaniana parece a primera vista incomprensible y sobre todo inesperada”.9 7. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], p. 7. 8. En referencia a la clase de Jacques Lacan (1995) [1986] [1959/60], pp. 193-194. 9. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], p. 8 (los destacados son nuestros).
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V. Desafíos del escrito de Vanden Berghe Son muchos los puntos en los que este escrito ayuda a pensar los aspectos epistemológicos del quehacer propio de las ciencias sociales. Sobre algunos de esos puntos seguiremos pensando, porque el libro empuja a releer, y desde otras coordenadas distintas de aquellas a las que estamos habituados, a Kant. Asimismo, como es de esperar, releer a Simmel. El libro de Vanden Berghe invita a hacerlo con los mismos recaudos con que releemos la obra de Max Weber a partir de los escritos innovadores de un Aguilar Villanueva.10 Autor este último que al practicar un abordaje de la historicidad del pensamiento de Weber que –en muchos casos y sin elasticidades forzadas– puede alcanzar a la obra de Simmel o, al menos, ayudar a revisar al neokantiano que anida en él y que Simmel mismo escruta con prudencia en el despliegue de su pensar. En la primera parte hemos de quedarnos con un aserto fecundo. Aquel que Vanden Berghe señala como corolario del primer momento argumentativo, esto es “desactivar en tres etapas el pretendido subjetivismo epistemológico y ético que se le reprocha a Simmel. Primero, el sujeto mismo es, tanto como el objeto, el producto de un proceso de distanciamiento que le precede. Más aún, este proceso de distanciamiento, aunque se tratara de un acontecimiento estrictamente singular e individual, conduce –si se lo empuja hasta el extremo– a un ‘objeto’ y a un ‘valor’ supra-subjetivos, a una cosa en sí, que tanto como el sujeto trascendental se encuentra más allá de la oposición objeto-sujeto. Reprochar a Simmel de ser un subjetivista testimonia de ‘una confusión entre la subjetividad y la individualidad del valor [...] El valor es por tanto desde el principio intra o supra-subjetivo. No es más que en un segundo lugar que es intersubjetivo, supra-individual. Segundo. El tercer término, la Cosa en sí, es –como el sujeto trascendental– secundaria en el ordo cognoscendi, pero en el ordo essendi no es ciertamente secundaria con respecto al sujeto y al objeto. Es necesario subrayar, por cierto, que lo que debe significar ordo essendi no está claro aquí, en la medida en que la existencia es una forma a priori del sujeto. Es cierto que la Cosa en sí no es conocida más que por un sujeto que se distancia, pero no es para nada la creación de un sujeto cognoscente que proyecta. [...] Tercero. En tanto que hombres, nos es imposible adoptar otro punto de vista que el del sujeto cognoscente y deseante. No es por lo tanto imposible reconstituir el proceso de distanciamiento de otro modo que de forma asimétrica, nos es imposible ubicarnos en un punto de vista sin punto de vista. Pero esto no excluye un subjetivismo trascendental (kantiano). El subjetivismo no puede ser superado 10. Luis Aguilar Villanueva (1989).
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más que de la forma siguiente: el sujeto trascendental debe tolerar a su lado un principio co-originario, la Cosa en sí. Por esta razón no podemos descuidar al menos la eventualidad que este mismo proceso pueda igualmente ser observado a partir del polo objetivo, del punto de vista de la Cosa en sí. Y aunque Simmel insiste sobre el hecho de que este distanciamiento se produce antes de que se pueda hablar de un sujeto o de un objeto que tome la iniciativa en un proceso de distanciamiento, resta por saber si Simmel no deja un margen conceptual a la posibilidad de que esto sea la Cosa que le da impulsión. Pensamos aquí la idea heideggeriana del Sein que ‘decide’ descubrirse y darse al Dasein (entbergen). Esta posibilidad no depende, para nosotros, más que de la cuestión siguiente: ¿se puede concebir que esta cosa tome la inicitiva sin que sea investida de nuevo de una supra-existencia?”.11 Intentaremos entonces exponer de modo breve el cierre de la primera parte. Y lo haremos a través de marcar unos pocos puntos de los tantos que el trabajo de Vanden Berghe expone para pensar aspectos prácticos del trabajo epistemológico, es decir, el que apuntala la conquista del objeto contra la ilusión de la inmediatez y se constituye por tanto en la antesala lógica –y no necesariamente cronológica– de la construcción teórica del objeto de investigación tal como es planteada por Bourdieu, Chamboredon y Passeron:12 •
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Mediante el distingo entre subjetividad e individualidad Simmel retoma la tarea de hacer de la filosofía un medio para el esclarecimiento de las ideas y del pensamiento. Se comporta, en el sentido más filosófico del término, como un pragmático: apostar a una experiencia del pensar. En esa dirección retoma el lugar de la filosofía como práctica de vigilancia epistemológica básica de las opciones conceptuales: allí radica la posibilidad de una legalidad epistémica propia de las ciencias sociales. Y, no ceder en la confusión entre sujeto e individuo es parte de la tarea. La ciencia social puede no reconocerse kantiana, lo que no puede es ser pre-kantiana, esto es eludir la fuerza de las categorías kantianas en la constitución de la categoría misma de lo social que se nutre de la teorización de la acción recíproca.13 Sin embargo, agrega un plus, el que se deriva del proceso de distanciamiento en tanto causa de sujeto y causa de objeto. En ese punto en que tanto uno (sujeto) como otro (objeto) son del orden del efecto. Para nuestra asunción de metodólogos donde dice proceso de distanciamiento bien podría decir proceso de investigación, causa de conocimiento y de co-producción de sujeto y objeto a condición de no reducir uno a otro.
11. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], pp. 37-39 (los destacados son nuestros). 12. Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon (1992) [1973]. 13. Véase Juan Samaja (2001).
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El carácter perspectivo del conocimiento está aquí presente y nos recuerda en grado sumo el conjunto de los planteos de Michel Foucault en lo que hace a la ruptura que produjo la mirada epistémica nietzscheana en plena eclosión del neokantismo.14 Los posibles influjos entre Nietzsche y Simmel son por tanto objeto de atención. Lo mismo cabe decir respecto de Freud y Simmel. Lo cierto es que Simmel acompaña el estatuto del sujeto cognoscente con el de sujeto deseante, donde pareciera que en lo tocante al conocimiento uno es al otro en una relación sine qua non. Una conjetura. Vanden Berghe lee a Simmel con Lacan y lo reconduce a Heidegger. Jorge Alemán ha señalado que el Heidegger de Lacan es un Heiddegger francés, sartreano15 (podemos conjeturar con comodidad que el de Pierre Bourdieu también: francés, sartreano). Un existencialismo materialista en el que se postula que en lo humano la existencia precede a la esencia. También en esta línea se deja constancia de que no habría otro ser que el ser del hablante. El libro de Vanden Berghe termina con un epítome de distinción entre lo subjetivo y lo individual. La conclusión necesaria es que el hombre es un ser fronterizo, entre la razón y la pulsión, entre la razón y la pasión, entre la naturaleza y la cultura y, por tanto, que cualquier intento de reducirlo a alguno de los polos desconoce el hecho de que el hombre, habiendo perdido anclaje en su primera naturaleza no logra encontrar un lugar pleno en la segunda. Por eso, su mejor definición es la que lo ubica en ese malestar entre dos que no hacen dos. Tal vez esa sea la razón por la cual el autor cierra el libro con una exigencia a pensar la idea (y la función) de límite en lo humano: “del mismo modo que en Simmel, el hombre en Lacan es un ser de límite (Grenzwesen), que se encuentra siempre en la tensión entre el más allá y el más acá. En esta tensión su equilibrio no es más que temporario. No existe sino orientado de forma finita hacia el infinito, hacia el más allá”.16 Otro autor, Horacio González, que ha acercado a Lacan y a Simmel en la contigüidad de las páginas de La ética picaresca, abaliza otra aproximación a la clave simmeliana en la que la distancia entre el sujeto y el individuo despoja a las relaciones humanas del impulso trágico y, sin embargo, “no hay hombres sin amor porque no hay hombres sin astucia. No hay hombres sin astucia porque nunca somos iguales e idénticos a nuestro proclamado amor”.17
14. Cf. Michel Foucault (1984) [1973]. 15. Véase Jorge Alemán (2003), pp. 5-25. 16. Paul Vanden Berghe (2003) [1994], p. 62. 17. Horacio González (1992), p. 156.
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colofón
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