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BIBLIOTECA
CLÁSICA.
LUCIO ANNEO SÉNECA
EPÍSTOLAS M O R A L E S T R A D U C C I Ó N DIRECTA
DEL
LATÍN
D. FRANCISCO N A V A R R O Y C A L V O
MADRID LUIS N A V A R R O ,
EDITOR
COLEGIATA, NlÍM. 6
I
884
EPÍSTOLAS MOEALES.
BIBLIOTECA TOMO
CLASICA. LXVI
EPÍSTOLAS M O R A L E S POR
LUCIO ANNEO SÉNECA TRADUCCIÓN DIRECTA DEL L I T Í N POR
D. FRANCISCO N A V A R R O Y C A L V O Canónigo de la Metropolitana de Granada CON U N ESTUDIO BIOGRÁFICO DEL AUTOR POR
D.
GASPAR
CARRASCO
Canónigo de la misma Metropolitana
^i^n— MADRID LUIS „
N A V A R R O ,
EDITOR
COLEGIATA, NÚK. 6
1884
LUCIO ATENEO SÉNECA.
APUNTES
BIOGRÁFICOS.
I. Córdoba, importante población de la España ulterior, fundada, ó al menos engrandecida, por el pretor Marcelo, fué patria de Séneca el filósofo. Los historiadores no convienen acerca del año de su nacimiento; pero estando averiguado con certeza que, m u y niño aña, le llevaron á Roma, siendo emperador Augusto, debió ser éste hacia el año 13 de J.' C. Sus padres fueron Marco Anneo Séneca (1), conocido por el declamador ó retórico, y Helvia, enlazada con la familia de Marco Tulio Cicerón. Marco Séneca enseñó con mucho éxito la elocuencia en Roma, quedándonos de él, aunque incompletas, sus controversias ó defensas, y sus suoasorias 6 declamaciones sobre negocios públicos. Lucio Séneca tuvo por maestros (1) El nombre Anneo, güedad de su familia.
según algunos críticos, indica la anti-
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de elocuencia, además de su padre, á Higinio, Cestio y Assinio Galo, dedicándose después á los trabajos del foro, en causas públicas y privadas, bajo el rei nado de Tiberio y á principios del de Calígula. A pesar de la opinión de su padre, y contrariando sus deseos, consagróse al estudio de la filosofía, mo vido especialmente por las explicaciones de Attalo el estoico, del cual dice: «Considérase rey, pero es su perior á los reyes, á quienes hace temblar en el tri bunal de su censura. Cuando le escucho me compa dezco del género humano» (1). Créese que fueron maestros de Séneca los filósofos más notables, Attalo, el estoico; Soción de Alejandría, pitagórico; Fabiano Papirio, ecléctico, y Demetrio, cínico. Sus progresos en la filosofía le distinguieron tanto, que, si notable fué en el Foro hasta el punto de provocar la envidia del detestable Calígula, que atentó contra su vida, más notable fué aún por su profesión de filósofo, estu diando con entusiasmo esta ciencia y poniendo en práctica los principios que defendía. Mesalina acusó á Séneca de tener trato ilícito con Julia, hermana de Calígula, hecho verdadero ó vil calumnia, acerca de lo cual no están conformes sus biógrafos, y por el que el emperador Claudio le des terró á la isla de Córcega. En esta isla, ó más bien, como él mismo la describe, «en esta roca estéril por la producción, bárbara por los habitantes, salvaje (1)
Epístola cvin.
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por su aspecto, nociva por su clima,» soportó cerca de nueve años de destierro, dedicado al cultivo de las letras y á la meditación de la filosofía. En el libro De Consolatione, que desde allí dirigió á Helvia, Polibia y Marcia, escribe: «Pasión es en mí conocer y observar la naturaleza: nada me cansa, porque si me fatigan meditaciones graves, paso á estudios ligeros.» Agripina, esposa y a de Claudio, llamó á Séneca para encargarle la educación de su hijo Nerón, al que se había propuesto elevar al trono del Imperio,. Realizados sus deseos en cuanto al regreso del filósofo y sus proyectos en la exaltación de Nerón, el primer acto con que inauguró éste su reinado fué la oración fúnebre cue pronunció en elogio de Claudio, encomiando su antigua estirpe, los triunfos de sus antepasados, su amor á las ciencias y el respeto que d u rante su reinado guardaron al Imperio las naciones extranjeras; mas cuando quiso ensalzar la prudencia y sabiduría del difunto Emperador, todos se burlaro n á pesar de la belleza del discurso, que fácilmente co nocieron haber sido compuesto por Séneca con todo el arte imaginable (1). Desde entonces dirigió sabiamente el maestro el espíritu del discípulo, infundiéndole amor á la filosofía, sin contrariar la inclinación que mostraba á las bellas artes y á la literatura, inclinación que le m e r e ció el título de poeta (2). No está justificada la a c u s a (1) Cornelio Tácito. Anales, 1. x u i , c. n i . (2) Vossio. Poética, cap. ui.
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ción que dirigieron á Séneca de que menospreciara á los oradores antiguos y que prohibiese á su discípulo la lectura de otros libros que los suyos, cuyo estilo afectado corrompía el gusto del Príncipe (1). Testimonio claro de la exactitud y laudable celo con que Séneca llenó su misión de maestro son sus dos libros De Clementía. Conociendo que el carácter de Nerón era cruel, como manifestó á sus amigos íntimos, diciéndoles que «amansaba u n león que, si una vez probaba la sangre humana, sería terrible;» en esta preciosa obra demuestra la excelencia de la mansedumbre y de la dulzura, y las ventajas que lleva un príncipe que gobierna con amor y bondad, á los tiranos que se sirven de la fuerza y el terror. Dirigido por tan prudente y sabio preceptor, los cinco primeros años del imperio de Nerón pueden servir de modelo á los príncipes, decía el emperador Trajano (2); y según Frontino, de tal manera había corregido Séneca los abusos de la corte, que parecía haber vuelto la edad de oro y descendido del cielo los Dioses para conversar con los hombres. El puebloy los soldados recibieron del Emperador cuantiosos dones, disminuyó los impuestos á las provincias, restituyó su dignidad á los senadores, y conocidas son las palabras que pronunció al presentarle para la firma la primera sentencia capital: «Pluguiese al cielo que no supiera escribir;» y aquellas con que respondió á los (1) Echard. //¡sí. Rom., tom. iv. (2) Aurelio Víctor. De Caesaríbus,
cap. v.
elogios que le tributaba el Senado: «Esperad para alabarme á que lo haya merecido.« Estos admirables sentimientos había inspirado al Príncipe la saludable enseñanza de sus maestros Afranio Burrho y Séneca, encargado el primero de la educación militar, y de la moral y literaria el otro; pero el perseverante trabajo de los dos quedó inutilizado por la altivez desmedida, la envidiosa política y perniciosos ejemplos de Agripina, que exigía, no solamente los mismos honores que el Emperador, sino intervenir en los asuntos del Estado y firmar con él los decretos. El envenenamiento de Británico fué el primero de la serie de crímenes que hacen execrable la memoria de Nerón, crímenes que no hemos de narrar, pero sí toca á nuestro propósito defender la memoria del filósofo de las acusaciones que se le dirigieron, "considerándole como autor de la perversión, no solamente literaria, sino moral, del hijo de Agripina. Suilio y Dión le presentan cual repugnante y malvado hipócrita que enseña y escribe la moral más s e vera, al mismo tiempo que tiene la vida más corrompida; y hasta tal punto exageran su lujo y desmedida ostentación, que aseguran tenía quinientos lechos de cedro con adornos de marfil; que solamente buscaba la amistad de los poderosos y los placeres de la sensualidad más repugnante, sin respetar á la madre de su discípulo, á la que correspondió con vil ingratitud. Por el contrario, el historiador más imparcial de Roma en la época á que nos referimos, y el único quizá que
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pudo penetrar en los secretos de la corte de Nerón, Cornelio Tácito, describe la frugal y retirada vida de Séneca, en conformidad con sus principios filosóficos. ¿Qué puede decirse en medio de tan opuestas afirmaciones? Sus riquezas, debidas no á la injusticia sino á las liberalidades del Príncipe, no le deslumbraron, sino que las tuvo bajo su servidumbre conforme á la enseñanza estoica, que, como con tanta frecuencia inculca Séneca en sus Epístolas, considera la riqueza, los honores, la gloria y todas las demás cosas que deslumhran al vulgo, como objetos despreciables para el filósofo. Ningún historiador de su época, ni siquiera Tácito y Suetonio, que tan poco favorables le son, habla de sus disoluciones; antes al contrario, mencion a n con elogio á Paulina, la esposa de Séneca, de la que jamás se separó éste, y de la que habla con profundo cariño en algunas de sus obras; y tan lejos estuvo de cooperar al cruel asesinato de Agripina, que al notificárselo Nerón por medio de Burrho, ó cuando, según Tácito, le manifestó el Emperador que era n e cesaria la muerte de su madre si él había de conservar la vida, Séneca guardó profundo silencio, aterrado ante tan horroroso proyecto. Seleucio demuestra que no tuvo participación en aquel crimen, pero que no le excusa porque no debió callar en circunstancias tan graves (1). Diremos, finalmente, con uno de sus biógrafos: No es propio de hipócritas y malvados
(1) P. Cauaiflo. Cort. Sant., tom. iv.
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permanecer serenos ante la muerte; antes al contra rio, cuando la tienen presente en toda su horrible desnudez, cuando se acerca de u n a manera inevita ble, cuando llega sin que puedan hacer nada para evitar el golpe, la hipocresía desaparece, quedando al descubierto los bajos sentimientos de temor y cobar día que forman el fondo del carácter del hipócrita. Pues bien: Séneca recibió la orden de muerte y la muerte misma con la serenidad y grandeza de alma de un Sócrates y de u n Foción. Nunca se mostró más grande este filósofo que al morir, y jamás se dio tes timonio más elocuente de convencimiento profundo en la verdad de unos principios filosóficos como el que dio Séneca saliendo al encuentro de la muerte con la tranquilidad del estoico que considera la vida «como albergue en que se aloja el caminante, y que más ó menos pronto tiene que abandonar» (1). Tiempo hacía y a que despreciaba Nerón los conse jos de sus antiguos preceptores, y guiado por la cruel dad de su carácter había dado muerte á Burrho, por medio del veneno, reemplazándole con Tigelino, vil instrumento de sus vicios. Solicitó entonces Séneca retirarse de la corte y abandonar al Emperador las riquezas que poseía; pero á n i n g u n a de estas cosas accedió Nerón, tributándole grandes muestras de aprecio y respeto. Sin embargo, desde aquella época cambió por completo la vida del filósofo; alejóse de (1) Séneca, Epístolas
morales.
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los negocios, de los espectáculos; evitó el trato con los cortesanos; se reconcentró en el estudio, tomando apenas alimento, bien por acomodarse á la sobriedad tan ensalzada por los estoicos y que, como él mismo refiere, observó largo tiempo en su juventud cuando escuchaba las lecciones de Attalo, bien por temor á la ponzoña, de que tan hábil y frecuentemente se servía Nerón para deshacerse de los que le eran odiosos. Mas no pudo evitar caer bajo la garra de aquel león que no consiguió amansar. Descubierta la conspiración que tramaron los nobles y principales de Roma para libertarse del Emperador, conspiración que dirigía Cayo Pisón, elogiado por Tácito, Natal acusó á Séneca de complicidad con los conspiradores, y á pesar de que no se probó su participación en el delito, y ni siquiera se conocía claramente su opinión, el Emperador le condenó á muerte. El historiador Tácito describe de esta suerte (1) aquel ultimo trance del filósofo, en el que tan relevante prueba dio de su firmeza en los principios estoicos: «Siguió á esta muerte (la de Plaucio Laterano) la de Anneo Séneca, m u y agradable al Príncipe, no porque se hallase contra él culpa alguna en la conjuración, sino por ejecutar con hierro lo que no había podido hacer con veneno; porque hasta entonces no había sido nombrado más que por Natal solo, de que Pisón le había enviado á visitar á Séneca estando (1) Anales, xv. Traducción de D. Carlos Coloma, publicada en esta BIBLIOTECA.
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enfermo y á dolerse con él de que no consentía que le visitase; añadiendo que era mejor poner nuevas raíces á su amistad, tratándose y comunicándose familiarmente, y que Séneca había respondido «que el «conversar entre sí y verse á menudo no era convel i e n t e á ninguno de los dos, pero que su salud despendía de la salud y seguridad de Pisón.» Estas palabras mandó el Príncipe que refiriese á Séneca Granio Silvano, tribuno de una cohorte pretoriana, y que le preguntase si era verdad que hubiese pasado aquel coloquio entre él y Natah Había casualmente Séneca (otros dicen que de industria) vuelto aquel día de Campania y alojádose en una quinta suya, á u n a l e gua de la ciudad, donde, cerca de la noche, llegó el tribuno, y después de haber hecho cercar la quinta de escuadras de soldados, hallando á Séneca cenando con Popea Paulina, su mujer, y dos amigos, le n o tificó las comisiones que llevaba del Emperador. •Respondió Séneca: «que era verdad que había v e »nido á él Natal, de parte de Pisón, quejándose de »que, queriendo visitarle, se le había negado la en»trada; que á esto se había excusado con su enferme»dad y con el deseo que tenía de quietud, y que, por »lo demás, nunca había tenido causa para anteponer »á su propia salud la de un hombre particular; ni él, »de su naturaleza, era inclinado á lisonjas, c o m o m e »jor que otro alguno lo sabía el mismo Nerón, el cual »había hecho más veces experiencia de la libertad »de Séneca que de su servil adulación.» Referida
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por el tribuno esta respuesta al Príncipe en presencia de Popea y Tigelino, que era el Consejo secreto con quien resolvía el modo do ejercitar su crueldad, le preguntó si Séneca se preparaba para tomar una muerte voluntaria, y afirmando el tribuno que no había conocido en él señal alguna de temor ni tristeza en palabras ni en rostro, se le m a n d a que vuelva y que le notifique la muerte «Séneca, sin temor alguno, pidió recado para hacer testamento, y negándoselo el centurión, vuelto á sus amigos, les dice: «que pues se le impedía el reconoc e r y gratificar sus merecimientos, les dejaba u n a »sola recompensa, aunque la mejor y más noble que «les podía dar, que era el espejo y ejemplo de su «vida, del cual, si tenían memoria, sacarían u n a hon»rada reputación y el loor de haber conservado y sa»bido aprovechar el fruto de tan constante amistad. »Y juntamente, y a con amorosas palabras, y a con sev e r i d a d , á manera de corrección, les hacía dejar el «llanto y los procuraba reducir á su primer firmeza «de ánimo, preguntándoles que dónde estaban los «preceptos de la sabiduría, dónde la disposición pre»parada con el discurso de tantos años para oponerse »á cualquier accidente y eminente peligro. Porque á «todos era notoria la crueldad de Nerón, á quien no «quedaba y a otra maldad que hacer, después de ha«ber dado muerte á su madre y hermano, sino quitar »!a vida á su ayo maestro.»
f
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«Después de haber dicho en general estas y seme jantes cosas, abraza á su mujer, y habiéndola miti gado algún tanto la fuerza del temor presente, la exhorta y la ruega que trate de templar y no eterni zar su dolor, procurando, con la contemplación de su vida pasada virtuosamente, tomar algún honesto consuelo y en su manera olvidar la memoria de su marido. Manifestando la esposa que estaba decidida á morir con él, le dijo Séneca: «Yo te había mostrado «los consuelos que había menester para entretener la «vida; mas veo que tú escoges la gloria de la muerte. «No pienso mostrar que tengo envidia al ejemplo »que has de dar de tí, ni estorbarte esta honra. Sea «igual entre nosotros dos la constancia de nuestro «fin, aunque es cierto que el tuyo resplandecerá con «mayor excelencia.» Después de esto se cortaron al mismo tiempo las venas de los brazos. Séneca, por que siendo y a m u y viejo y teniendo el cuerpo m u y enflaquecido con la larga abstinencia despedía m u y lentamente la saugre, se hace cortar también las ve nas de las piernas y tobillos. Y cansado de la cruel dad de aquellos tormentos, por no quebrantar con las muestras de su dolor el ánimo de su mujer y por no deslizar él en alguna impaciencia, viendo lo que ella padecía, la persuade á que se retire á otro apo sento. Y sirviéndose de su elocuencia hasta en aquel último momento de su vida, llamando quien le es cribiese, dictó muchas cosas
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•Séneca, entre tanto, durándole todavía el espacio y dilación de la muerte, rogó á Statio Anneo... que le trújese el veneno ya de antes prevenido..., lo tomó, aunque sin efecto alguno, por habérsele y a resfriado los miembros y cerrado las vías por donde pudiera penetrar la violencia de él. A lo último, haciéndose meter en el aposento donde había un baño de agua caliente, y rociando con ella á sus criados que le estaban más cerca, añadió estas palabras: «Este licor consagro á Júpiter librador.» Metido de allí en el baño y rindiendo su espíritu con aquel vapor, fué quemado su cuerpo sin pompa ó solemnidad alguna, como antes lo había ordenado en su codicilo, mientras hallándose todavía rico y poderoso, iba pensando en lo que se había de hacer después de sus días.» De esta manera describe Tácito los últimos momentos del Filósofo moralista, que, consecuente con la doctrina estoica que profesó y defendió durante toda su vida, nunca mostró mayor desprecio á la muerte que en el momento de morir. Como estoico murió, como estoico había vivido, y rechazando esta escuela la hipocresía, que considera como uno de los vicios que más rebajan la dignidad humana, difícil es, si no imposible, sostener ante la sana crítica la acusación que le dirigieron algunos escritores antiguos, y que se ha reproducido en tiempos más modernos. No fué solamente un gran filósofo Lucio Anneo Séneca; fué también una gran figura en el campo de la moral, y de
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•aquí que algunos creyeran fué cristiano, aunque no se atreviera á profesar públicamente la doctrina de Jesús, tan cruelmente perseguida por Nerón. La libación que hace al morir á Júpiter librador, según Tácito, desfruye esta opinión; sin embargo, son m u y atendibles los testimonios que la abonan. Flavio Dextro, en su crónica desde el nacimiento •de Jesucristo hasta el siglo iv, en que debió escribirla, dice (año 64) que Séneca tuvo buenos sentimientos del Cristianismo, y lo profesó, aunque no públicamente. «De chrisliana re bene sensit, factusque christianus sed ocidtus.» San Jerónimo lo incluye en el número de los cristianos, libro De Scriptoribus ecclesiasticis: «Séneca continentissimm vita fuit quem non ponerem in cathalogo sanctorum, nisi me illa epístola qua legunlur a pluribus Pauli adSenecam et Séneca ad Paulwm.» Tertuliano (libro De Anima) le llama nuestro, es decir, cristiano, aun -» XLIX. De la brevedad de la vida, por lo cual debemos abstenernos de lo inútil. . . L. Muchos no conocen sus propios vicios; cuando se conocen, no debe desespe rarse de la curación LI. El sabio debe elegir lugar conveniente para vivir LII. Auxilio necesitan los que buscan la sa biduría: debe elegirse buen guía LUÍ. Muchos ignoran sus propios vicios: la filosofía se los muestra y sana LIV. Padece asma: está muy cerca, de la muerte y completamente preparado para ella LV. De la quinta de Vatia: de la ociosidad buena y mala LVI. En todas partes puede estar tranquilo el sabio y dedicarse al estudio; y al contrario, el malo está agitado en todas partes LVII. Los movimientos repentinos del alma no están bajo el dominio del sabio.. LVIII. Explica cómo dividió Platón todas las cosas que existen LIX. Diferencia entre la voluptuosidad y el regocijo: de la imbecilidad humana. LX. Debe despreciarse lo que deseaelvulgo. LXI. Está preparado para la muerte LXII. Del uso del tiempo LXIII. No debe llorarse inmoderadamente á los amigos LXIV. Alabanza á Q. Sextio y á los sabios an tiguos • LXV. Opiniones de Platón, Aristóteles y los estoicos acerca de la causa.—Estas meditaciones levantan el espíritu á las cosas sublimes LXVÍ, Todos los bienes son iguales: todas las virtudes son iguales v LXVII. Todo bien es deseable
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133 136 139 142 146 149 152 154
158 162 164 173 178 179 181 182 186
188 194 207
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LXVIII. Recomienda el descanso y enseña cómo debe ser éste LX1X. Los viajes frecuentes perjudican á la sabiduría LXX. Puede desearse la muerte cuando es más ventajosa que la vida LXXI. El sumo bien consiste en lo honesto.—Todos los bienes son iguales . LXXII. Debe abandonarse todo para abrazar la filosofía LXXIII. Sin razón se acusa á los filósofos de rebeldes LXXIV. No hay otro bien que lo honesto . . . . LXXV. La filosofía no debe atender á las palabras, sino á las ideas LXXVI. Hastaen la vejez puede aprenderse.— Prueba de nuevo que no hay otro bien que lo honesto LXXVII. De las naves alejandrinas.—. De la muerte de Marcelino LXXVIIL No deben temerse las enfermedades LXXIX. De Caribdis, Scila y el Etna.—Los sabios son iguales entre sí LXXX De la ventaja de la pobreza LXXXI. ¿Debemos ser agradecidos con aquel que después de favorecer perjudica? LXXXII. Contra la molicie: después contra las argucias de los dialécticos LXXXIII. Dios examina nuestras almas. — Vuelve sobre las argucias de los estoicos, principalmente acerca de la embriaguez LXXXIV. Se debe leer y escribir alternativamente: qué fruto hemos de obtener de nuestras lecturas LXXXV. El sabio solamente debe experimentar afectos moderados LXXXVI. De la quinta del Africano y de su baño: del modo de trasplantar árboles
PAOS.
211 214 216 223 233 236 240 249 253 262 2(57 275 280 283 291
299 306 310 320
575 EPÍST.
LXXXVII. De la frugalidad y lujo. — ¿Son un bien las riquezas? LXXXVTII. Las artes liberales no pueden hacer al hombre bueno ni llevan á la virtud LXXXIX. División de la filosofía: del lujo y avaricia de su tiempo XC. Alabanza á la filosofía: en ella sola debe fijar su atención el espíritu. XCI. Del incendio de Lyón: reflexiones sobre la muerte XCII. Rechaza á los epicúreos.—La voluptuosidad no contribuye á la felicidad XCIII. No se ha de medir la vida por su duración, sino por sus actos XCI"V. ¿Son útiles los preceptos especiales ' de la filosofía? XCV. Los preceptos solos no engendran la virtud: necesarias son las máximas generales XCVI. Debe soportarse todo con paciencia XCVII. Siempre han existido malvados.— De la fuerza de la conciencia XCVIII. No debe confiarse en los bienes exteriores XCIX. Debemos consolarnos en la muerte de los hijos: no ha de cederse al dolor C. Juicio acerca del filósofo Fabiano Papirio y de sus escritos CI. De la muerte de Seneción CU. Es un bien la fama después de la muerte CIII. El hombre ha de precaverse principalmente del hombre CIV. De su enfermedad y cariño á la esposa.—Los males del ánimo no se curan con viajes.—Se debe vivir como los varones antiguos y eminentes
PAOa.
325 336 348 354 368 374 384 387 407 427 428 433 437 445 448 453 460
462
576 UPiST.
CV. De lo que da tranquilidad á la v i d a . . . CVI. De si el bien es cuerpo CVII. Debe robustecerse el ánimo,contra lo fortuito y lo necesario CVIII. De qué manera ha de escucharse á los filósofos CIX Si aprovecha el sabio al sabio y de qué manera CX CXI. Opone la verdadera filosofía á los sofismas... CXII. Desespera de corregir á un amigo de Lucilio, viejo en edad y en vicios, aduciendo el ejemplo de la vid CXIIL Si las virtudes son seres animados.— Deben despreciarse estas discusiones CX1V. La corrupción del lenguaje procede de la corrupción de c o s t u m b r e s . . . . CXV. Describe Ja belleza de la virtud.—Del excesivo amor á las riquezas CXVI. Deben rechazarse todas las pasiones. CXVII. Si siendo un bien la sabiduría, lo es también el saber CXVIII. En qué consiste el bien CXIX. Es rico el que domina sus deseos. . . . CXX. Cómo adquirimos el primer conocimiento de lo bueno y lo honesto . . CXXI. Si todos los animales tienen conciencia de sí mismos CXXII. Contra los que invierten el orden de la naturaleza. CXXIII. Debemos acostumbramos á la frugalidad.—Debemos despreciar á los libertinos , CXXIV. ¿Conocemos el bien por sentimiento ó por raciocinio?
PAGS.
471 473 475 478 488 493 498 499 500 508 516 522 524 533 538 541 548 554 559 564
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