Epilogo Fin Desierto y Otros Poemas de PDF

March 23, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Fin desierto  y otros poemas

Mario Montalbetti

 

Fin desierto y otros poemas

© Mario Montalbetti Colección Ruido de agua (reedición) © Studio A Editores, Primera edición. Lima, Perú, 1995 © Hueso húmero ediciones, Segunda edición. Lima, Perú, 1997 © Komorebi Ediciones, Tercera edición. Valdivia, Chile, 2018 Registro de Propiedad Intelectual N°: 287.329 ISBN: 978-956-09161-2-9 Diseño de cubierta: Maite Naranjo Imagen de cubierta: Annie Spratt Diagramación: Pedro Tapia León Komorebi Serrano 958Ediciones Ltda. Valdivia, Chile Contacto: komorebi.edicione [email protected] [email protected] Impreso en Chile por Gráfica Lom Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile y en el exterior sin autorización previa de la editorial.

PROYECTO FINANCIADO POR EL FONDO NACIONAL DE FOMENTO DEL LIBRO Y LA CONVOCATORIA CONVOCAT ORIA 2018.

LECTURA,

 

Epílogo

Ni la primera ni la segunda edición de  Fin desierto (Studio A, 1995; Hueso húmero, 1997) incluyen un epílogo, prólogo, nota, texto de contratapa o siquiera una mínima biografía de su autor. Recién en ésta, la tercerade-oMario cuarta, si consideramos íntegra enEdiciones la poesía reunida Montalbetti, Lejos desu mí inclusión decirles (Aldus, 2013; Liliputienses, 2014)-, los editores han considerado necesario agregar este breve texto final, que me pidieron porque sabían mi interés por esta obra y mi “fascinación con el vacío”. Justo antes de comenzar a escribirlo, leí en el último libro del mismo autor,  Notas para un seminario seminari o sobre Foucault , estos versos: “Un poema realmente bueno/ siempre resulta más interesante/ que cualquier comentario que esbocemos sobre él”. Me imaginé paranoicamente que esta advertencia había sido escrita sólo para mí, y me bloqueé por varias Incluso sentí la colocarlos como epígrafe dejarsemanas. las siguientes páginas ententación blanco; aldemenos así cumpliría de ma-y nera rotunda con las expectativas de los editores… Pero lo cierto es que un libro como éste no merece huidas tan fáciles. Es más: es un libro del que me ha sido imposible huir. Leí por primera vez, hace unos 13 ó 14 años, algunos fragmentos de Fin desierto en la antología Prístina y última piedra de Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras. Lumbrera s. Por las mismas fechas, también leí el ensayo “La poética del Desierto de Mario Montalbetti”, de William Rowe. En una nota al pie, se indicaba que había dos ediciones completas del libro, la segunda de húmero húmero ellas editada laorevista y í,me obsesioné  Averi  Averigüé güé que que por Mirk Mirko Lauer  Hueso Lauer participaba particip aba ,allí, all enc encontré ontré un un por corrconseguirlo. correo eo suyo suyo y le escribí para saber cómo podría encargarlo. Me respondió de inmediato con copia a Mario, quien me dijo que le diera mi dirección para enviarme un ejemplar. Pero no me envió la segunda edición, sino la primera, que correspondía más al formato de un libro de artista. Recuerdo muy bien el impacto que sentí al sacar de la caja y abrir este largo pliego de un papel muy fino, en el que las frases se movían con libertad y se intercalaban algunas grandes letras rojas. Al mismo tiempo que me preocupaba por mi torpeza al manipular un objeto tan delicado, me asombraba la enor-

me generosidad de Montalbetti con este fan. Le había pedí más de esta publicación, y me comentó quelejano esta versión sidodetalles traba79

 

 jada con Armando Andrade Andrade y Verónica Majluf, diseñadores gráficos gráficos de Studio A, quienes propusieron “desarmar” espacialmente el poema, y decidieron de manera conjunta la disposición de los versos y estrofas. Una compañía de electrodomésticos pagó esta edición y la regaló a sus clientes para la Navidad, aunque por las dificultades técnicas, el libro tuvo queseser impresoenenelSantiago de Chile. Este ejemplar ejemplar, , defamiliar. más está decirlo, convirtió más valioso de nuestra biblioteca A  veces imagino la decepción de un ladrón que pudiera entrar a nuestra casa y no encontrara objetos susceptibles de ser reducidos, y rezo para que, si se le ocurriera llevarse alguno de nuestros libros, no escogiera éste, el más irremplazable de todos. Mi única manera de responder el entusiasmo que me provocó este obsequio fue escribir una pequeña reseña que traté de publicar en algún periódico nacional para difundirlo  a nuestros lectores. Ya no recuerdo por qué no fue posible, pero finalmente terminó apareciendo en una  Sibila. En revista brasileña, ocasión me (entendida preocupé especialmente por transmitir la atracción másesa“superficial” no como defecto sino como una virtud) que me había producido, y aludí al modo en que los espacios, los diversos cuerpos y espaciamientos de las letras o las variaciones tipográficas producían algunas recurrencias que podrían calificarse como “rimas visuales”. En los años siguientes volví varias veces a este libro en distintos contextos: lo incorporé en una exposición de libros experimentales, lo cité en una discusión sobre poesía religiosa contemporánea a propósito de sus numerosas referencias bíblicas, y lo incluí dentro de un curso

titulado “Nada, vacío, silencio”, en una clase dedicada alpodían desierto. Me interesaba destacar cómo en la escritura de Montalbetti distinguirse algunas resonancias místicas cercanas a la tradición simbólica del desierto. Rowe ya establecía, en su ensayo, una comparación con “el reino de la inteligencia activa explorada por los recitales visionarios sufíes llamados ta’wil. Ambos son lugares de surgimiento y pérdida de la forma”. Por mi parte, también percibía mucha cercanía con la teología negativa, en la cual el desierto es una de las metáforas predilectas para representar la distancia insalvable insalvable y la imposibilid imposibilidad ad de asir a dios. Así se puede leer en un célebre poema atribuido al Maestro Eckhart:“El desierto, ese bien/esnunca porsabe/ nadie el sentido creado/Amador jamás allí ha alcanzado:/ y nadie quépisado,/ es”. Como bien comenta Vega, 80

 

en este espacio se anulan los contrarios y los conceptos dejan de tener tene r sentido “para presentarse en su realidad inmediata en la experien cia”. Desde una visión más amplia, David Jasper, Jasper, en The Sacred Desert , también señala que en el desierto las categorías normales se suspenden, y las nociones de tiempo y espacio se alteran, por lo que esta e sta geografía radical enmetaphors la relaciónare conflattened la divinidad: insistenttambién vertical influye lines and by the“Theology’s desert horizon”. El desierto que este libro me permitía imaginar, entonces, era uno en el que las coordenadas corporales, racionales y espirituales se diluían simultáneamente en la nada. Unos versos que ya en una primera lectura me habían gustado mucho sintetizaban esta impresión: “ya que tenemos ojos/ suponemos que hay algo que ver// ve r// pero no hay nada que  ver”. Como una especie de confirmación, luego encontraría un eco en Edmond Jabès, otro escritor vinculado íntimamente al desierto:“V “Ver er es no ver nada más que la Nada”. Fin desierto en mi cabeÉsta era predominante que tenía za, hasta quelaavisión fines de enero los editores me de contactaron para pedirme este texto. Justo un par de semanas después encontré, en la librería El Virrey de Lima, el ejemplar publicado por Hueso húmero. Se trataba de un libro muy distinto al que yo conocía, no sólo por la adición de tres poemas (“Misti Sismo”, “Telarmachay Eclipses” y “Trismo”), sino también porque su formato era mucho más convencional y la portada, cargada de figuras y colores chillones, parecía resaltar la violencia que late agazapada en el libro. Esta última edición, en la que se corrigen errores de la diagra-

mación anterior, se abre una fotografía más serena ofrece una tipografía máscon transparente y unamucho disposición gráficay mucho más limpia. Por eso, al leer  esta nueva versión  me sucedió algo extraño: sentía que me enfrentaba por primera vez a una escritura mucho más desnuda y, a la vez, más chocante. Quizás porque ya no me dejaba llevar por la suntuosa materialidad de la primera versión, mis ojos se fijaban ahora en versos que alteraban mi recuerdo: “el vómito de un ave carbonizada”, “este silencio suave como el excremento”. Tampoco Tampoco percibía ese halo metafísico que había enmarcado e nmarcado mi primer acercamiento. Dos versos ve rsos de “Telarmach “Telarmachay ay Eclipses”, de hecho, contradecían directamente aquellos que cité 81

 

un par de párrafos atrás: “donde antes no veías nada/ hay por lo pronto una piedra sobre otra”. Otros pasajes mostraban un relieve que me parecía más barroco y surrealista. La acumulación de los elementos me resultaba menos armoniosa, más tosca, pero al mismo tiempo más ambigua y desafiante. Ahora comprendía mucho mejor por qué José Ignacio Padilla que el autor introduce aquí “grandes masas continuas (deseñalaba sentido ) —materia no semióticamente formada”. En su ensayo El más crudo invierno. Notas a un poema de Blanca Varela, Montalbetti afirma que la palabra poética no nos propone un significado, sino un sentido: “La ventaja del sentido es doble: por un lado no hay sentido equivocado, por otro, no desemboca en un canje por otra cosa sino en algo que podemos denominar una indagación (un ‘seguir la dirección’)”. Habría que añadir que en Fin desierto ese sentido es totalmente laberíntico. Lo sé porque he vuelto a perderme una vez más, aunque ya no porylafantasmagóricas amplitud sin límites de la nada poblar sino por el exceso de Aformas reales que parecieran este desierto. estas alturas, ya he renunciado a la huida. E imagino que sus nuevos lectores también.

Felipe Cussen Universidad de Santiago de Chile

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