Entrevista al Jefe Dos Lunas

September 9, 2017 | Author: profhistoria10 | Category: Sioux, Battle Of The Little Bighorn, Montana, South Dakota, Indigenous Peoples Of The Great Plains
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Descripción: Entrevista al jefe cheyenne Dos Lunas, vencedor en LIttle Big Horn....

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LECTURA l50

AÑOS DE ENTREVTSTAS

Dos Lunas cuenta cómo oanó

la histórica batalla de Liitle Big Horn, Montana, en 1876, frente a las tropas militares del general

George A. Custer. Esta es la tercera entrega de una serie de entrevistas, que publica E/ Pals Semanal, realizadas a los protagonistas del siglo por los mejores periodistas de la época.

Dos Lunas, el jefecheyene ESTA ENTREVISTA FUE REALIZADA POR EL ESCRITOR HAMLIN GARLAND

EN SEPTIEMBRE DE 1898 PARA'MCCLURE'S MAGAZINE'

El jefe cheyene Dos Lunas participó en la famosa batalla de Li¡

tle Big Horn (Montana) en 1876. El teniente co¡onel del Séptimo de Caba-

componentes de la columna fueron abatidos mient¡as avanzaban a campo abierto hacia una colina en busca de una posición defensiva.

Existe cie¡ta cont¡ove¡sia sobre el final de Custe¡. Sufrió una herida mo¡tal en el cuerpo, aunque también presentaba una he¡ida en la cabeza producida por un disparo casi a quemarropaHay quien sugiere que se guardó la última bala para sí mismo,

Ilería George A. Cus-

te¡ nombrado general de división para esta campaña, dirigió a sus t¡opas en una expedición milita¡ destinada a cercar y combatir a los indios hostiles agrupados bajo ei

caudillaje del jefe sioux Toro Sentado. El 25 de junio, parte de las fue¡zas de Custer, bajo el mando del comandante Reno, cruzaron el Little Big Horn y atacaron a los indios acampados en el vaIle, aunque se vieron obligados a retroceder y cruza¡ de nuevo el río. Custer, que a la cabeza de su propia columna había intentado alcanza¡ el campamento por otra ¡uta, fue atacado, rodeado y der¡otado Do¡ una ab¡umado¡a suoe¡io¡idad numé¡ica. Todos los

En i876, el general Cuscer dirigió

a sus cropas en una expedición milicar desrinada a abari¡ a los indios agrupados bajo el mando del jefe siour Toro Sentado. El 2) de junio, pane de escas rropas c¡uzaron el Lir¡le BJg Horn y acacaron a los indir¡s

)l Cuando coronamos la baja loma tachonada de pinos y observamos el seco y ardiente valle, Voz de Lobo, mi intérprete cheyene, señaló hacia una pequeña cabaña de madera junto a Ia verde iínea de alisos por donde fluye el Rosebud y dijo: -Su casa. Dos Lunas. Al i¡nos ace¡cando, llegamos a una desconce¡tante bifu¡cación en el camino. El ramai de la izquierda rodeaba ei ext¡emo de una ce¡ca de alambre, mientras que el de Ia de¡echa conducía a un prado. Tomamos el de ia izquierda, pero el ondear de una manta a manos de un homb¡e que había en la puerta de la ca-

acampados en el valle. Pero se vieron obligados a retroceder y cruzar de nuevo el ¡ío. Los soldados ftreron abatidos por los indios enrre los que se enco¡t¡aba el jele cheyene Dos Lunas, mlenr[as avanzab¿n en busca de una posición defensiva.

baña nos l.rizo dirigirnos hacia la derecha. Cuando estuvimos más cerca, descubrimos a Dos Lunas extendiendo mantas en la nagra sombra de su cabaña. Unos jóvenes cheyenes afilaban una hoz. Un par de niños co¡reteaban en to¡no a los pequeños establos de t¡oncos. En aquel suelo nuevo y árido, el patio y los ediflcios ¡eco¡daban a los de cuaiquier colono bianco. Era todo ye¡mo y poco atractivo, el hogar de la pobreza. Mient¡as desmontábamos a la puerta de 1a cabaña, Dos Lunas salió a recibi¡nos con los b¡azos abie¡tos. "How?", dijo con una cálida y sostenida nota de bienvenida en la voz. Hizo gestos hacia las mantas que había extendido ai vernos llegar para que nos sentá¡amos. Nada hubiera podido superar la dignidad y since¡idad de su ¡ecibimiento.

Tomamos asiento. El sacó y una pipa. Era un anciano alto, de rasgos delicados y tez mo¡ena clara. Su pecho era poderoso; su pone, erguitabaco

do,

y su aspecto, marcial. Su

rostro sondente most¡aba una gran benevolencia y sus man€ras eran corteses y viriles. Mientras coÍaba tabaco, Voz de Lobo le explicó mis ProPosltos:

Dos Lunas, he venido

para escuchar su versión de la

batalla de Custe¡ ya que me han dicho que usted fue uno de los jefes que pafticipa¡on en ell¿. Cuando me haya contado su historia, me gustaría l.]acerle algunas fotos. Qriero que l.raga señales con una manta como solían hace¡lo los grandes jefes

du¡ante el combate.

Voz de Lobo tradujo mis palabras, y también un mensaje de los agentes lite¡a¡ios. A

no acuden a mí con rapidez. Aquella primavera (1876) yo había acampado junto al río Powder con cincuenta tiendas de mi pueblo, los cheyenes. El lugar está ce¡ca de lo que hoy es Fort McKenney. Una mariana, los soldados ataca¡on mi camp¿mento. Tres Dedos, el co¡onel McKenzie. Fuimos sorprendidos y nos dispersamos, dejando atrás ruestros caballos. Los soldados se ios lleva¡on todos. Es¿ noche, los soldados se fue¡on a dormi¡ dejando nuestros caballos agrupados a un lado. Así que reptamos hasta ellos, los recuperamos y nos marchamos. Viajamos muy lejos, y un dia encont¡amos un gran campamento sioux en Cha¡coal Butte. AcamDamos con los sioux v lo pasamos muy bien. Había hie¡ba abundante, caza abundante y agua buena. Caballo Loco e¡a el jefe supremo del campanen-

Al f¡ente de ellos iba

..LE DIJE A ToRo SENTADo: HAN ASESINADo A MI GENTE Y ROBADO MIS CABALLOS. ME GUSTA LA IDEA DE qOMBATIR''

to. Toro Sentado había acampado a poca distancia, junto ai

río Little Missouri.

C¿ballo Loco me dijo: "Me siento feliz de que hayáis venido. Vamos a luchar de nuevo contra el hom-

b¡e blanco". El campamento estaba lleno de he¡idos, hom-

"A¡- tÉnuIuo DE LA BATALLA EMPEZAMOSACONTARALOS MUERTos. H,qeíA. 3Aa,39

SIOUXYTGHEYENES.EL RESTO ERAN BLANCOS''

"CuANDo MURtó CusrER, Los

bres, mujeres y niños. Yo ie ¡es-

pondí: ÍMuy bien. Estoy dis-

puesto a luchar. Ya lo he hecho. Han asesinado a mi gente, han robado mis caballos; ne satisface la idea de combati¡". Llegado a este punto, el anciano hizo una b¡eve pausa y su cara adoptó una expresión distante y sombría. -Pnr ;n,,cl cntñn.P< r¡ó creía que los grandes espíritus habían c¡eado a los sioux y los

SIOUX DIJERON: ES CABELLOS

habían puesto aquí -dijo, trazando un cí¡culo a la derecha-.

LARGos. ERA UN GRAN JEFE''

Qre a los hombres blaqtos y ios

cada pausa, la voz profunda de

Dos Lunas emitía mu¡mullos de comprensión: "Ai', 'Ah", "Oh", esos sonidos normalmente ilan.ramos "gruñidos", aunque en esta ocasión se trataba de graves y proiongadas expulsiones de aire que resultaban muy expresivas Luego hubo un largo silencio. El anciano estaba abst¡aído. Llevaba tiempo regresar del silencio del valle caliente, de 1a sombra de su pequeña cabaña y del seto de alamb¡e del prado a los dias de su juventud. Cuando empezó a habla¡ io i.rizo con gran dete¡minación. Su ¡ostro se ensombrecía por momentos y su mir¡d¡ se ¡b¿ h¡c¡endo crd¿ vez rnás introspec[iv¿.

A Dos Lunas no le gusta habla¡ de los días de lucha, pero como v¿ J escnbir un libro, lt.rbl¡ri. -Le diré la ve¡dad. Ha pasado mucho tiempo v las palabras

cheyenes los habian puesto aquí

-ahora señalaba dos posiciones a la izquierda-, esperando que se enf¡entasen entre sí. Pensaba que les gustaba verles luchar, que el combate era como un juego para ellos. Así que errpecé a medita¡ sob¡e la lucha. Mient¡as contaba esto, Dos Lunas me hizo sentir por un instante el poder de una deidad sa¡dónica cuyo espectáculo fávorito 6:e¡an las guerras de los homb¡es. -Sobre el mes de mayo, cuando la hierba está alta y los cáballos fuenes, levantamos el campamento y emprendimos camino hacia la desembocadu¡a dei río Tongue. Toro Sentado, Caballo Loco y los demás ascendieron por el Rosebud. Allí nos enfrentamos al general Crook y ie der¡otamos. Mu¡ieron muchos soldados, pero pocos indios. Fue una gran batalla, con mucho humo y mucho polvo. Desde ailí atravesamos la diviso¡ia v acamoamos en el valle de

Little Hom. Pensamos: "Aho¡a estamos fue¡a del te¡¡ito¡io del homb¡e blanco. Dejémosle que viva allí, nosotros lo har€mos aquí". Días más tarde, una mañana que estaba en el campamento no¡te de Toro Sentado, liegó cabalgando un mensajero sioux y dijo: "Qre todo el mundo se pinte, cocine y se prepare para un gran baile". Los cheyenes se pusieron a cocinar, a cortar tabaco y a prepararlo todo. Pensábamos baila¡ todo el día. Nos hacía muy felices pensar que nos encontrábamos lejos del homb¡e blanco. Me dirigí a da¡ de bebe¡ a mis caballos y los lavé con agua fría. Luego, yo mismo tomé un baño. Regresé a pie al campa-

mento, y mient¡as me ace¡caba a mi tienda, mi¡é hacia Little Horn, en la dirección donde estaba acampado To¡o Sentado. Vi cómo se levantaba una gran polvareda. Pa¡ecía un to¡-

ces Ilegaron mensajeros diciendo que ot¡os soldados iban a ma-

tar a las mujeres, y los sioux die¡on media vuelta. Alli combatió el jefe Osadía y también Caballo Loco. Volví a galope a mi campamento y detuve a ias mujeres que intentaban desmontar las tiendas. Sentado en mi caballo vi apa¡ecer bande¡as en la divisoria de la colina que había hacia el este, así -levantó las puntas de sus dedos-. Luego aparecieron los sof dados, todos al mismo tiempo, todos a caballo, así -puso sus dedos uno det¡ás de otro para indicar que Custer apareció marchando en columnas de cuat¡o-. Fo¡maban t¡es escuad¡ones con un pequeño espacio de separación ent¡e ellos. Entonces sonó una corneta, todos desmonta-

ron, y algunos soldados guia¡on a los caballos de vuelta al ot¡o lado de la colina.

nado. Poco después llegaron a galope al campamento los jinetes sioux gritando: "iHan llegado los soldadosl iHan venido

Entonces aparecieron sioux

por todos lados, galopando co-

lina ar¡iba a toda

muchos soldados blancos!". Cor¡í a mi tienda e informé a mi cuñado: "Coge los cabaIlos. Viene el hombre blanco.

Qre todo el mundo co¡¡a

velocidad.

Los cheyenes subieron por la Iadera izquierda. Se produjeron

disparos muy rápidos. Poppop-pop, muy rápidos. Algunos soldados estaban rodilla en tie¡ra, otros permanecían en pie. Los oficiales estaban todos

a

buscar su caballo". A lo lejos, en lo más alto del valle, escuché un grito de lucha

en primera línea. El humo e¡a como una g¡an nube, y por doquiera que cabalgaban los indios, el polvo volaba como humo. Les rodeamos, girando como un ¡emolino de agua en

-iHay-a¡ hay-ay!-. También se oían disparos, algo así -dio unas palmadas muy rápidas-. No pude ver ningún indio. Todo el mundo estaba ocupado con los caballos y las sillas de montar. Cuando hube recogido mi caballo apareció de nuevo un gue¡re¡o sioux y dijo: "Vienen muchos soldados". Luego se dirigió a las mujeres: "Alejaos de aquí. Va a hahel,n¡ o',. -"1"."

torno a una roca. Disparábamos, galopábamos sin cesar,

Yo dije: "Muy bien, estoy

quién era. Pe¡o era un valiente. Los indios no dejábamos de da¡ vueltas y los soldados úni-

volvíamos a disparar. Los soldados caían y los caballos caían

sobre ellos, pero un hombre galopaba arriba y abajo, gritando todo el tiempo. Montaba un alazán con la cara y las patas delante¡as blancas.' No sé

preparado". Monté a caballo y reco¡¡í el campamento, ¡eu-

niendo a la gente que se dispersaba: "Soy Dos Lunas, vuestro jefe. No huyáis. Pe¡maneced aquí y ludrad. Debéis quedaros y combati¡ al homb¡e blanco, Yo me quedaré aquí aunque me maten". Cabalgué rápidamente hacia el campamento de To¡o Sentado. Allí vi a los soldados blancos, los homb¡es de Reno, en formación de combate. Los indios ocupaban el llano. Comenza¡on a enf¡enta¡se a los soldados, todos mezclados: sioux, soldados, más sioux, y todos ellos disparando. El ai¡e estaba lleno de humo y polvo. Vi ¡etrocede¡ a los soldados, que se hundían en el río como búfaios en plena estampida. No tuvieron tiempo de buscar un vado por donde c¡uzar Los sioux les persiguieron colina a¡¡i ba, donde se encontraron con más soldados en caffetas. Enton-

camente consiguie¡on abati¡ a unos pocos. Cayeron muchos soldados. Sólo quedaban cinco caballos vivos. De cuando en cuando, algún hombre intentaba romper el cerco y correr hacia el río, pero no llegaba muy lejos. Al final quedaron apelotonados en la colina ce¡ca de un centena¡ de hombres y cinco jinetes. Durante todo ese tiempo, el co¡neta siguió tocando las ó¡denes. También era muy valiente. Entonces murió un jefe. Oí decir que era Cabellos Largos fCuster]. No lo sé. Luego, los cinco jinetes y un puñado de hombres, puede que fuesen unos cuarenta, emprendieron el camino del ¡ío. Al f¡ente iba el hombre montado en el alazán, que gritaba continuamente. Iba vestido con una camisa de ante, su cabello era negro y largo y lucía bigote. Luchó vigo-

El general George A. Cusre¡ mu¡ió du¡anre la bataila de Little Big Horn mientras intentaba cercar el campamento de los indios. "Era u¡ hombre valienre, un gran jefe", dice Dos Lunas.

rosamente con un gran cuchillo. Todos sus homb¡es estaban cr biertos de polvo blanco. No había fo¡ma de distinguir si eran ol ciales o no. Un homb¡e solo echó a co¡¡e¡ hacia el río y luego r montó ia colina. Pensé que lograría escapar, pero un sioux le di paró y le dio en la cabeza. Fue el último. Llevaba cintas do¡ad en los b¡azos [un sargento]. Los soldados estaban ya todos muertos, y sus cuerpos, desp jados. En esas condiciones no había forma de saber quiénes era los oficiales. Los cadáve¡es quedaron abandonados donde hat an caído. No hubo bailes esa noche. Nos sentíamos ent¡istecidc Al día siguiente, cuatro jefes sioux, dos cheyenes y yo regr samos al campo de batalla para contar a los mue¡tos. Un b¡a¡

Ilevaba un puñado de palitos. Cuando pasábamos junto a un c dáver, cogíamos un palito y se lo dábamos a otro, y así hicim, el ¡ecuento. Había 388 muertos. Treinta y nueve de ellos er: sioux y siete cheyenes. Tuvimos ce¡ca de un centenar de herid¡ Algunos soldados blancos habían sido pasados a cuchillo pa asegurarse de que estaban muertosJ y las mujeres habían mutil do a otros. La mayoría quedaron donde habían caído. Llegam, hasta el homb¡e del gran bigote. Yacía en las colinas en di¡ecci<

al río. Los indios no le quitaron su chaqueta de iante. Los siol decían: "Es un gran jefe. Es Cabellos Largos". Yo no lo sabía pc que nunca le había visto. El homb¡e más valiente había sido

COMPRI¡/IDOS EFERVESCENTES

couldina' Como siempre, alivio eficaz. o o

c_

0.

Tratamiento

o =

sintomático de los procesos

gripales

que montaba el alazán. Aquel día, cuando se ponía el sol, nuestros jóvenes guerrer aparecieron galopando Little Horn arriba. Llegaban muchos sc dados blancos en un gran barco, y cuando miramos pudimos v el humo que éste despedía. Reuní a mi gente y atravesamos toda prisa Little Horn hasta llegar alvalle de Rotten G¡ass. Acar pamos allí du¡ante tres días antes de cabalgar rápidamente, vuelta al este. To¡o Sentado volvió al Rosebud, siguió Yellowst ne abajo y se encaminó hacia el no¡te. No volví a verle. El anciano se interrumpió y llenó su pipa. Su historia hat concluido. Sus pensamientos volvie¡on a su pobre pueblo, atr pado en campos yermos donde rara vez se ve la lluvia. "Eso f hace mucho tiempo. Ahora soy viejo y mi ment€ ha cambiad P¡efe¡i¡ía ve¡ a mi gente viviendo en casas, cantando y bailand Usted me ha preguntado por la guerra y yo le he hablado de r tiempo que quedó atrás. Todo eso pertenece al pasgdo. En et momento pienso en ot¡as cosas. Primero, en que se debería c, car la reserva para mantene¡ fuera a los coionos blancos y dent a nuestros jóvenes. Así no habría problemas. Segundo, quiero r a mi gente criando ganado y haciendo mantequilla. Po¡ últim deseo que mi gente vaya a la escuela a aprender el camino c

homb¡e blanco. Eso es todo". Había algo de plácido y poderoso en las arugas de la amp frente del jefe, y sus gestos poseían un profundo d¡amatismo nobleza. Su brazo extendido, su mirada pensativa, su voz pI funda, se combinaban para expresar una solemnidad meditati impresionante. No habia ira en su voz, ni reminiscencia algu de la fe¡ocidad del pasado. Todo lo que es poderoso, delicadc ca¡acteístico del carácter cheyene fluía en la voz del anciano. I recía lo que ¡ealmente es: un líder y un homb¡e sabio, pacier frente a la injusticia, conés incluso con sus enemigos. Entrevista naducida por Antonio Resines.

y catarrales. - .-\*r4.>** @

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ENTREvISTAS PUBLICADAS: Al Pal¡lo Picas¡a,25 de feLtrero.

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