Elora Dana Xenagab - ELLA Y YO

December 9, 2017 | Author: LeiAusten | Category: Irony, Shit, Humour, Truth, Love
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Descripción: «Mi vida es un asco» Es lo que piensa Andrea al ser ingresada en un Centro de rehabilitación por alcoholism...

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Sinopsis «Mi vida es un asco» Es lo que piensa Andrea al ser ingresada en un Centro de rehabilitación por alcoholismo, ese primer día conoce a Patricia otra interna. La primera impresión que tiene Andrea de Patricia es que es una desquiciada pegada de si misma, a su vez

Patricia piensa que Andrea es una maleducada y

mimada niña rica que necesita que alguien le ponga un alto a su mal genio. A veces las primeras impresiones no son lo que parecen o tal vez si…

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Categoría: Uber XWP

Disclaimer: Los personajes que aparecen en esta historia están basados en los caracteres de Xena Warrior Princess. No pretendo infringir ninguna ley escribiendo esta pequeña historia, solo espero que os guste. Correo: [email protected] Avisos: En esta historia se narran sentimientos de amor entre dos chicas, quien no esté de acuerdo con esta clase de tramas que no las lea, él/ella se lo pierde. Por cierto, pido perdón por tardar tanto en escribir las segundas partes que tengo pendientes de mis otros relatos. Pero es que sentí la necesidad imperiosa de escribir esta historia, solo espero que la disfrutéis.

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ELLA y YO de

Elora Dana Xenagab

Yo

no tenía que estar allí, no, pero mis padres se habían

empeñado. Todo fue un error, un maldito error y de pronto me encontraba a las puertas de la que sería mi casa durante tres meses, un maldito centro de rehabilitación. Sentí unas ganas tremendas de salir corriendo a través del bosque, de huir de aquel apestoso lugar. Mi madre me había dicho que no me preocupara, que aquello sería como estar en un campamento de verano. Y una mierda, aquello era de todo menos un campamento de verano. Nunca en mi vida había visto tantos pirados de mierda juntos. Uno parecía tener la necesidad estúpida de rascarse la oreja, otro de andar a la pata coja, otro de revolear las sillas del patio de un lado para otro. Me habían mandado a un puto psiquiátrico, lleno 4

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de locos y tontos del culo. Solo tenía la esperanza de salir pronto de allí. Arrastré mis maletas hasta la puerta. Pensé en aquel momento que el lugar no podía ser más horrible. Parecía un colegio, pero estaba pintado con un color verde pastel y las puertas de un amarillo espantoso. Sentí aún más ganas de huir, pero me envalentoné y seguí adelante. Cuando entré, la tía de turno me recibió con una estúpida sonrisa de oreja a oreja. —Bien, ya llegaste. Tú debes de ser Andrea, ¿me equivoco? —Me preguntó sin borrar su sonrisa de dentrífico. —No. —Me limité a contestar ásperamente. —Sígueme Andrea, te llevaré a tu habitación. La seguí por los angostos pasillos, cruzándome con toda clase de majaretas retardados. Y la mierda es que no había jóvenes como yo, todos viejos o de mediana edad. La tía gorda de la sonrisa, meneaba su gran culo de un lado para otro, me imagine su asquerosa grasa y sentí unas ganas tremendas de potar. Subimos unas escaleras y me di cuenta de que habíamos subido al pabellón juvenil. Me quedé al principio algo sorprendida al observar que a mi alrededor había jóvenes como yo, o incluso más pequeños, ¿qué coño habrían hecho ellos? Suspiré un poco más esperanzada. Tenía unas ganas tremendas de tomar una cerveza, solo una me dije a mí misma. Luego suspiré de nuevo, sabiendo que eso era imposible, al menos mientras estuviera en aquel maldito infierno.

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—Esta es tu habitación. —La gorda y fea mujer se paró ante una de las puertas del largo pasillo. Miré hacia dentro y puse mi mejor cara de asco, luego simplemente entré y luego cerré la puerta en un sonoro portazo. Solté las maletas con un simple gesto y luego eché un vistazo al lugar. Era una habitación horrible. Pequeña, dos camas con feas mantas donde en grandes letras estaba escrito: «La vida es una lucha constante». Sonreí con ironía y luego me senté en una de las camas. Me dejé caer hacia atrás y de nuevo suspiré recordando el tiempo que debía estar allí. Cerré los ojos con fuerza, deseando poder estar en mi casa de nuevo, en mi gran y confortable habitación, pero esta era la puta realidad, yo era una niñata de 18 años alcohólica que se había metido en una pocilga. —¿Tu qué has hecho? —Escuché una voz justo sobre mí. Abrí los ojos algo asustada y me encontré con la mirada interrogativa de una chica. Me reincorporé y la miré a los ojos sin poder disimular la curiosidad. Era joven, tendría unos 13 años y sonreía con inocencia. Tenía el pelo castaño y los ojos de un marrón claro. —Que te importa. —Contesté furiosa. Estaba dispuesta a ser lo más cruel posible. La chica dejó de sonreír. Luego me miró seria y de pronto volvió a sonreír como si ya hubiera recuperado la alegría. —Yo estoy aquí porque mi padre es del FBI, ¿sabes? —Me quedé mirándola intrigada.

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—¿Qué coño tiene que ver el que tu padre sea del FBI con el que estés aquí? —Le pregunté con voz áspera. La chica dejó de sonreír, luego se tapó la cara y empezó a sollozar. Por un momento sentí pena, había sido demasiado cruel, luego la chica salió corriendo. —Ya lo decía yo, esto es un maldito y puto psiquiátrico. —Dije para mí, poniendo los ojos en blanco. —¿Puto psiquiátrico, eh? —Una voz sonó esta vez desde la puerta. Me volví rauda y observé apoyada en el quicio a una mujer, debía tener unos 25 años. Era morena de largos cabellos aterciopelados y unos ojos increíblemente azules, tal parecía que fuera ciega. Salí de mi ensimismamiento y la miré con desagrado. —¿Qué coño quieres? —Le pregunté exasperada. —Nada. —Me contestó con indiferencia, luego entró y se sentó en la otra cama, sin dejar de mirarme. —¿Quieres dejar de mirarme? —Le pregunté con sarcasmo. —Claro. —Luego se tendió en la cama y empezó a leer una revista que estaba sobre la mesilla. La miré sorprendida, quería estar sola y la mujer no parecía querer irse de mi habitación. —Largo de mi habitación. —Le dije agriamente amenazante. La chica bajó la revista y me miró burlona. —¿Tu habitación? —Luego sonrió y se puso a leer de nuevo.

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—He dicho que te larges. —Le grité esta vez, histérica. Ella pareció sorprendida, pero luego se relajó. —No puedo. —Me contestó con indiferencia. —¿Por qué no? —Le pregunté con impaciencia. —Porque esta también es mi habitación. —Creo que no pude disimular la rabia que sentí al escuchar sus palabras burlonas. Intenté relajarme, pero mi humor era terrible cuando no podía beber. «Joder, puta mierda, me cago en to lo que...» Me moví furiosa de un lado para otro y luego salí de la habitación corriendo, necesitaba aire, necesitaba salir de aquel sitio. Corrí sin mirar hacia atrás, tan rápido como me lo permitieron mis piernas y me adentré en el amplio bosque que se encontraba cerca del centro. Solo recuerdo que paré para descansar y entonces más que ningún momento en mi vida desee tener una cerveza en mis manos, la sed era tan fuerte. Miré a todos lados, buscando sin éxito un bar, un motel, cualquier sitio en donde pudiera existir una nevera que contuviera una fría y amarga cerveza. —¿Quieres un pitillo? —Una voz sonó cercana a mí. Me acerqué despacio a la única figura que se encontraba allí. Un pitillo, al menos eso me calmaría. —Claro. —Contesté, intentando parecer agradable. En este caso me convenía serlo. 8

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La figura en cuestión era la de una mujer de unos 35 años, alta, ojos verdes oliva, pelo rojizo. Fue la primera persona que me dio la impresión de ser normal en aquel lugar. Su mirada trasmitía tranquilidad y dulzura. —¿Llevas mucho tiempo aquí? —Miré a la mujer con curiosidad, mientras le daba una calada a mi cigarro. —Mucho, sí, unos 12 años. —La pelirroja debió darse cuenta de mi asombro y me sonrió de forma conciliadora. —¿12 años? Vaya. —Contesté sin borrar mi asombro y mi angustia—. ¿Cómo es que lleva tanto tiempo aquí? —Le pregunté, pues solo imaginar que yo podía estar allí todo ese tiempo me entraban unas ganas tremendas de echarme a llorar. La mujer debía haber hecho algo bastante grave. —Trabajo aquí, soy la psicóloga. —Su sonrisa fue ahora más amplia que antes. Pero me dio la impresión de que se burlaba de mí. En cierto modo sentí furia de que la única persona cuerda de allí tuviera que ser un loquero. La miré con soberbia, le di una última calada a mi cigarrillo y lo tiré con desgana a los pies de la pelirroja. Luego me di media vuelta y me dispuse a regresar. —Oye, no te sirve de nada ser tan negativa, porque no intentas llevarte bien con la gente, te darás cuenta de que el tiempo se pasa más rápido. —Me volteé hacia ella de nuevo, escupí al suelo con descaro.

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—¿Por qué no me hace un favor? Deje de psicoanalizarme, yo no estoy loca. —Luego salí de nuevo huyendo de allí y de los ojos escrutadores de aquella mujer. Una voz sonó algo más lejana. —Yo no he dicho que lo estés. —Alzó la voz la psicóloga. Fruncí el ceño enfadada y sin mirar atrás me encaminé de nuevo a aquel estercolero que sería mi habitación y mi hogar. Hasta que no llegué a la puerta del centro no recordé a mi compañera de habitación. Su aparente indiferencia me había descompuesto. Había logrado sacarme de mis casillas en dos minutos. Solo esperaba que al menos me dejara en paz. Ahora solo quería estar sola. Entré en el centro y rápidamente una mujer se acercó a mí, era de mediana edad y se rascaba la cabeza de una forma nada saludable. Me sonrió de una forma extraña y luego comenzó a tirarme de la oreja y a cantarme feliz cumpleaños. No supe cómo actuar, pero pronto me deshice de su agarre y de nuevo corrí escaleras arriba a encerrarme en mi cuarto. Cuando llegué cerré la puerta tras de mí. Mi respiración era ansiosa, como si estuviera huyendo de algo que temía. Quizás de la locura que me rodeaba. Escuche una ahogada risita y supe que era mi compañera, la de los ojos azules intensos. La ignoré y me dejé caer en mi cama como un saco de papas. Cerré los ojos e intenté conciliar el sueño, pero la respiración sosegada a mi lado no me dejaba pegar ojo. Rendida, decidí que sería mejor entablar una conversación con la estúpida que estaba sentada frente a mí. La miré directamente, y me asombré de lo hermosa que era, antes no había caído en la cuenta, quizás por la furia. Pero ahora pude 10

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observar su correcto perfil, liso y mortecino. Sus labios carnosos y sonrosados. Entonces creí que admiraba su belleza, no presentí que aquello fuera atracción por una chica. A decir verdad yo era una chica promiscua, pero nunca había tenido ni por asomo una relación seria con ningún chico y menos aún con una chica. Me pregunté a qué venía pensar en esas cosas y decidí finalmente romper con el tedioso silencio y despejar mi mente de ridículas ideas. —¿Tú por qué estás aquí? —Sin darme cuenta había hecho la misma pregunta que la chica castaña me había hecho a mí cuando llegué. La morena siguió leyendo lo que fuera que estaba leyendo y sin desviar la vista me contestó: —Sobredosis. —Se limitó a decir de una forma seca. —¿Eres drogata? —Le pregunté asombrada, pues no lo parecía. —Ya no. —Volvió a contestar de manera seca y fría, sin desviar la vista de aquel libro. —¿Y entonces por qué coño estás aquí? —Le pregunté con sorna. —Locura mental transitoria, mate a mis padres y luego me comí sus dedos asados. —¿Algún problema con eso? —Me miró de una forma que congelaría hasta al tío más salido. No pude cerrar la boca, creo que

durante

las

restantes

horas

hasta

la

cena.

Estaba

jodidamente asustada y no pensaba permanecer allí con esa 11

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asesina, joder, coño, se había comido los dedos de sus padres, que clase de... animal haría eso. Salí con disimulo de la habitación y con paso veloz me dirigí a la sala de reclamaciones. Allí estaba sentada la gorda mujer que me había llevado hasta mi habitación. —¿Qué te ocurre hija?, tal pareciera que te acababan de dar una mala noticia. —No pienso dormir con esa... esa... parricida. —Le contesté furiosa, alzando la voz sin poder evitarlo. —¿Con qué asesina hija? —Me preguntó sin dejar de sonreír bobamente. —Con la zorra carnívora esa que está en mi habitación. Juro que si no me cambian de habitación me la cargo antes de que me... —Señorita, cuide su lenguaje. —La mujer alzó la voz de forma tan imperiosa que me dejó muda—. Bien, ahora, tranquilícese. ¿Se refiere a Patricia? —Me preguntó resueltamente tranquila. —¿Y yo que cojones sé? Yo no le puse el nombre, joder. —Seguí contestando de forma vulgar. —Señorita, no quiero volver a llamarle la atención sobre los tacos, entendido. —Me dijo la mujer calmada. —¿Qué? ¿Me meten en una habitación con una jodida loca y pretende que no me cague en to lo que se menea? —La mujer miró hacia la puerta de mi habitación y luego se tapó la boca 12

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disimulando una sonrisa. Aquel gesto me enfureció aún más—. ¿Se puede saber qué es lo que tiene tanta puñetera gracia? —le inquirí a la mujer sin dejar de mirarla. —Sabes hija, Patricia no está loca, ni es carnívora, ni parricida... es... una simple estudiante que está aquí por... una sobredosis. Sus padres están vivos, hija, es solo que a Patricia le gusta tomarle el pelo a las novatas como tu. —Me contestó la mujer, de nuevo sin dejar de sonreír. La miré despectivamente y luego furiosa por haber caído en el engaño pegué una patada al mostrador. Miré a mi habitación, me di cuenta de que Patricia se reía asomada a la puerta con su talante soberbio y no pude contener las ganas de partirle la cara, por más hermosa que esta fuera. Decidida me fui hacia ella y le pegué un puñetazo en la cara, ella calló hacia atrás, en su rostro vi una expresión de asombro. Pero no pude seguir mirándola porque pronto ella se levantó para devolverme el puñetazo y de esta forma acabamos revolcándonos por los suelos, estirando de pelos,

uñas,

pegando

fieramente,

mientras

un

barullo

se

arremolinaba a nuestro alrededor. Gracias a Dios que nos separaron, porque de no haber sido así ahora estaríamos sin pelo ni uñas y con más moretones que un traje de feria. De esta forma fue como acabamos las dos en la celda de castigo, un lugar más podrido aun que el resto de las habitaciones de aquel asqueroso centro de puta rehabilitación. En aquel cuadrado metálico solo había una pequeña y minúscula cama y un váter, 13

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eso era todo. Pero lo gracioso es que no nos pusieron separadas, no. A doña culo gordo se le ocurrió que era mejor encerrarnos juntas para que limáramos asperezas, que jodia. Nos tuvieron que llevar a rastras, eso sí, luego pensé que el espectáculo debió haber sido bochornoso, pero ya no había marcha atrás. Y allí estaba yo, con la tipeja de ojos azules inexpresivos y su flamante sonrisa perversa. La miré de reojo y rápidamente corrí hacia la única cama del lugar, pero ella se me adelantó, supongo que ya había estado en este sitio antes. Tragué saliva, e intenté calmar mi ira al ver que asomaba a su boca una sonrisa burlona y soberbia. —Ohhh, rubita, te quedaste sin cama, ¿ehh? —Me preguntó con sarcasmo y su sonrisa de superioridad. —Cállate zorra. —Dije en un susurro mientras me sentaba en la esquina de la celda, en el suelo. La mujer morena se tendió en la cama con aire de suficiencia, sin que su sonrisilla desesperante desapareciera aun. No hizo ningún comentario más durante las siguientes horas. Yo estaba bien, al menos al principio estaba cómoda, un poco dolorida por los golpes. Pero cuando pasó de la media noche oí como mis dientes castañeaban con fuerza, el frio me estaba aturdiendo y juro que más que nunca desee tener una calentita manta con la que taparme. Estaba pensando en una cálida manta cuando me di cuenta de que la chica me observaba divertida, tendida de lado, con la cabeza apoyada en su mano. —¿Tienes frio? —Me preguntó con tono divertido. 14

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—Jodete. —Le respondí furiosa. —No, perdona, la que se está jodiendo eres tú. —Me dijo mirándome de forma tan seria que pensé estaba considerando la posibilidad de volver a golpearme. —Vete a la mierda. —Le contesté sin amedrentarme. —Mira, lo siento, vale, solo pretendía gastarte una broma. —Me contestó con la expresión seria por la que empezaba a sentir curiosidad. —Disculpas aceptadas, ahora déjame en paz, ¿vale? —Le dije, aun enfurecida. —Bien. —Se limitó a contestarme. Luego se colocó boca arriba y cerro sus ojos para conciliar el sueño, mientras yo luchaba en mi interior por no rebajarme a pedirle una manta o algo para taparme. No sé cuánto tiempo pasó hasta que logré conciliar el sueño yo también. Hasta entonces me distraje en observarla y me di cuenta de que su figura me era más familiar de lo habitual. Su expresión tranquila me daba cierta seguridad, no supe cómo explicarlo entonces, ni aun ahora, pero me sentí tranquila allí con ella. Observé sus dulces labios entreabiertos y tuve unas ganas tremendas de rozarlos con los míos. Pensé que era uno de esos ridículos y alocados pensamientos que se te pasan por la cabeza cuando estás con el mono. Pero había algo en ella que me atraía, algo muy primitivo, mi corazón me decía que ella era mía. Sonreí, 15

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estaba volviéndome loca y todo por no tener una manta confortable. Desvié mi atención de ella, pero no pude hacerlo por mucho tiempo, su figura era tan misteriosa para mí. Miré embelesada el sosegado ritmo de su respiración, el ir y venir de su pecho. Y así logre caer en los brazos de Morfeo. El frío dejó paso a una tranquilidad nunca experimentada por mí, no sé cómo ni por qué, pero en un momento de mi sueño me sentí entre grandes almohadones, bien arropada por los brazos fuerte y bronceados de alguien, mientras me acariciaba el rostro con la palma de su mano y se sentía tan dulce, sentí un calor en mis labios y luego una suave brisa húmeda. Me desperté asustada por el terrible ruido de la puerta y su chirriar, me costó un momento habituarme al sitio donde me encontraba. Observé que ya no tenía frío, estaba tapada con una manta. Fruncí el ceño extrañada y luego miré a la chica morena que estaba de pié en medio de la habitación con una cara... que parecía tal como si la hubieran pillado haciendo algo vergonzoso. Pronto me di cuenta de que ella me estaba observando dormir, pero me pregunté por qué. La mujer del culo gordo y el guarda nos indicaron que podíamos salir de allí. Sin más me dirigí a mi habitación, pero la monótona voz de la mujer de recepción me distrajo. —Tenéis media hora para daros una ducha y hacer lo que sea que tengáis que hacer. Luego os quiero ver en la sala 2, tenéis vuestra charla de grupo. Ohh, por cierto, Andrea, tú debes hablar primero

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con la Doctora Bleis, primera planta, despacho 5. —Y tal como apareció se marchó por el angosto pasillo. Sin abrir la boca tan solo para respirar me dirigí a mi habitación, pero claro, me di cuenta de que solo había una ducha así que corrí rápida, antes de que Patricia pudiera llegar. Esta vez conseguí llegar antes y le sonreí con autosuficiencia, pero ella pasó por mi lado sin ni siquiera mirarme y se recostó sobre su cama, luego cerró los ojos. Me sentí un poco frustrada, esperaba que ella, no sé, se enfadara conmigo o algo, pero solo me ignoro, de tal forma que me sentí miserable. —¿No vas a ducharte? —Le pregunté casi en un susurro. —Mmmm... sip. —Tardó un tiempo en contestar. —Pues tendrás que hacerlo después de mí. Le dije intentando pincharla. —Mmmm... bien. —Contestó indiferente. Enfadada me fuí hacia ella y de brazos cruzado la observé. —¿Tu de qué vas? ¿No vas a pelearte por ser la primera en ducharte? —Le pregunté entre asombrada, enfadada y furiosa. —¿Debería?, ¿es eso lo que quieres? —Abrió sus ojos de par en par y me miró fijamente. Pude observar que yo no le era totalmente indiferente.

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—Vete a la mierda. —Le contesté furiosa y cuando me di la vuelta para dirigirme de nuevo al baño, ella saltó por encima de su cama y la mía y se colocó frente a la puerta del baño. La miré sorprendida. —¿Es esto lo que quieres? —Me preguntó dibujando una sonrisa perversa. Intenté pasar, pero a cada intento que yo hacía ella me impedía el paso. Desesperada le empuje y ella entró en el baño. Rápidamente entré tras ella, pero en ese momento la puerta se cerró y alguien, echó el pestillo. La miré con pánico en los ojos y supe que ella también estaba asustada. Luego la luz del baño se apagó y quedamos envueltas en sombras. Ella corrió hacia la puerta y la aporreó con fuerza. —¡¡¡Lisa, te he dicho que esto no tiene gracia, deja de joderme!!! — Gritó con fuerza. Yo fruncí el ceño sin comprender nada. —¿Quién es Lisa? —Pregunté confusa. —Lisa, ¿estás ahí? Abre por favor, no hay extraterrestres, ya te lo dije y tu padre no es del FBI. —Sonreí al darme cuenta quién era la tal Lisa. Pero mi sonrisa se fue al darme cuenta de la situación en la que nos encontrábamos. Patricia aporreaba la puerta con fuerza, pero todo parecía en vano, al parecer era la hora del desayuno y luego vendrían las clases y al menos hasta las 4 o las 5 no subirían al pabellón. Esto era magnifico, yo estaba destinada a quedarme encerrada con esta tía en toda clase de sitios, como si fuera cosa del hado.

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—¿Por qué coño hay pestillos fuera del baño, joder? —Pregunté más para mí misma que para ella. —Yo que coño sé, supongo que el jodido tío que planeo este sitio pensó en una cárcel en vez de un centro de rehabilitación. —Me contestó tan furiosa como yo. La escuché respirar ansiosamente, como si tuviera miedo de algo y me

asombré,

lo

primero

que

pensé

es

que

quizás

era

claustrofóbica. Decidí pincharla un poco, no sabiendo las consecuencias que ello podría acarrearme. —¿Eres claustrofóbica? —Le pregunté con burla. —Que te folle un pez. —Me respondió obviamente enfadada. —Lo eres, lo sabía, cobarde, te da miedo la oscuridad. —Me metí con ella. —Que te calles rubita o te vas a arrepentir. —Yo sonreí ante su amenaza, empezaba a gustarme hacerla rabiar. —Uhhh, que oscuro, las sombras parecen surcar el aire y aplastarse sobre nosotras, que calor... —Empecé a quejarme. —Tú lo has querido. —Me dijo desafiante. La escuché moverse con temor,

buscándome

por

la

pequeña

habitación,

pero

movimientos eran lentos, como los de una tortuga acobardada.

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sus

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—Estoy aquí, venga, vamos, zorra, ven a cogerme. —Le dije con una voz que me recordó la voz seductora de una línea telefónica caliente. —Como te coja, rata callejera. —Me metí en la bañera con cuidado, intentado que ella no escuchase nada, pero pareció oírme porque dio unos pasos muy seguros hacia mí. Asustada golpeé el grifo justo cuando ella entraba también en la bañera y me agarraba por las muñecas para sostenerme, con la intención de no dejarme escapar. Al momento escuché un ruido sordo y el agua fría empezó a caer sobre nosotras. Noté que ella se había asustado y en un acto reflejo pegó un saltó que nos hizo tambalearnos a las dos hasta caer con un sordo ruido sobre la plataforma de la bañera. La postura era algo incomoda, por no decir bastante. Ella sobre mí, bastante cerca, pues noté sus erectos pechos rozando los míos y su aliento caliente sobre mis labios, su rodilla descansaba en mi entrepierna, de tal forma que estaba sintiendo un calor poco común en mí, me estaba excitando de una manera sofocante y con una chica. A juzgar por el trote de su corazón, supuse que ella estaba sintiendo algo parecido y tuve un gran deseo de acercarme más a ella. Sus manos se habían posado sobre mis caderas, mientras las mías se agarraban a su ancha espalda como a un ancla. En toda aquella oscuridad solo pude observar el refulgente tono azulado de sus ojos y cuando estaba a punto de rozar sus labios con los míos, las luces se encendieron. Rápidamente ella se incorporó sin dejar de agarrarme, por lo que yo también me levanté. El agua seguía cayendo y entonces pude mirarla a los ojos frente a frente. Estaba sonrojada, con los labios 20

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más rojos de lo habitual y su cuerpo me enviaba olas de calor que contrastaban con el frío del agua. Antes de que la puerta se abriese ella se acercó a mí de forma brusca y me besó, me besó como si hubiera estado deseándolo toda su vida y así respondí yo también. El beso duró solo breves segundos, pero me empapé de su sabor, aun cuando ni siquiera pude adentrarme en el universo de su boca como me hubiera gustado, a la manera francesa.

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Solo esa era la verdad, que yo estaba con la chica de nuevo encerrada en aquel horrible y apestoso rincón. Ella, para mi sorpresa me cedió la cama. Quizás yo le caía mejor desde... bueno, joder, ella me besó, yo le gustaba a ella, no ella a mí. Al menos eso creía, pero me equivoqué. De todas formas, sigamos con mi historia. Como ya os he dicho, la recepcionista creyó que estábamos peleándonos de nuevo. Y yo pensé en aquel momento: «¿Pero esta tía es tonta o se lo hace?», joder si casi nos estábamos desnudando, yo no sé dónde vio ella la conducta violenta. Pero bueno, dejémoslo así. Para mí fue mejor y menos vergonzoso que pensara en mi como una chica peleona que como tortillera, bollera o como sea que sea. Bueno, el hecho es que yo no era tortillera, al menos hasta entonces me habían gustado los tíos y nunca me había dado por fijarme en una tía, no por nada, soy liberal y todo eso, pero ninguna me llamaba la atención, supongo que ella sí lo logró. Dejo de divagar y sigo con lo que estaba. El caso, es que estábamos las dos allí encerradas, ella mirándome sin pestañear y yo disimulando que no la miraba. Aquello me resultaba muy incómodo por no decir tormentoso. Sus ojos, para que os lo imaginéis eran de una azul tan transparente que daba la impresión de que podrías ver sus pensamientos reflejados en ellos. Daban miedo, pero a la vez era calmoso, al menos para mí. Harta de su mirada penetrante la enfrenté cara a cara y ella me sonrió, 22

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sí, como escucháis, me sonrió como si esperara aquel momento durante todo el tiempo que me había estado observando. —¿Qué? —Le pregunté algo histérica. —Nada. —Fue su escueta respuesta, demasiado escueta para mí. —¿Entonces qué miras? —La chica, o en su caso, Patricia, como decía llamarse, me miró de nuevo con arrogancia. —Eres guapa. Se limitó a contestar sin borrar su sonrisa. Yo levanté las cejas tanto como pude, sorprendida de sus palabras. —Oye, que te quede claro, yo no soy bollera, ¿vale? —Le dije en tono amenazante, quería dejar claro esa cuestión cuanto antes, sin embargo no pude negar que sus palabras me había seducido de alguna forma. —Me

besaste.

—Increpó

seria.

De

nuevo

elevé

las

cejas,

doblemente asombrada. —Perdona, pero fuiste tú la que me besó. —Le dije obviamente algo enfadada. —Me metiste la lengua. —Me dice sonriendo de nuevo con arrogancia. Por un momento no sé qué decir, ella tenía razón, y qué coño podía argumentar en mi favor. —Yo... yo me dejé llevar, fue algo instintivo, la costumbre. — Contesté indiferente, dejé de mirarla, incomodada, y me tendí en la cama de nuevo. Luego cerré los ojos, intentado dar por concluida nuestra conversación, pero ella volvió a hablar. —A mí no me pareció eso. —Su voz sonó seductora. No le contesté, intentaba ignorarla, pero cuando quise darme cuenta, noté un suave y delirantemente dulce roce sobre mis labios. Era un

sabor

tan

familiar.

Sin

darme 23

cuenta

mis

labios

se

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entreabrieron y permitieron que su lengua se adentrase en lo recóndito de mi boca, sin darme tiempo a pensar en lo que estaba haciendo. Ella se empezó a separar y sin querer mi cuerpo se elevó con la necesidad de alargar aquel beso. Entonces noté como se reía sobre mis labios y me separé, consciente por vez primera de lo que estaba ocurriendo. Ella se levantó de encima de mí y se marchó a su esquina, sin borrar un ápice de su sonrisa maquiavélica. —¿Así que no te gustó? —Preguntó con ironía. Incorporada sobre la cama, la miré indignada y al mismo tiempo avergonzada. Entonces decidí ser de nuevo la zorra malcriada y me busqué la respuesta más hiriente que pude encontrar. —¿Sabes por qué estoy aquí? —Le pregunté sin borrar una sonrisa diabólica de mi rostro. Ella se sorprendió de mi aparente cambio de humor. —No, me gustaría saberlo. —Dijo ella curiosa y sorprendida. —Soy promiscua. —Ella abrió los ojos como platos. Noté que mi revelación le había golpeado—. Sí, mis padres me encerraron aquí porque me lo hice con mi profesor particular, con el jardinero, con casi todo el equipo de futbol de la universidad... —La miré, estaba ciertamente pensativa, vi cierta expresión de desilusión en su rostro—. No es que me gusten tus besos, es que me gustan todos los besos... aunque, a decir verdad, tu beso no es uno de los mejores, en un ranking del uno al 10 quedarías en el puesto 10. — Y así finalicé mi largo monólogo y ella permaneció callada y seria, con la cabeza gacha durante cerca de tres horas, hasta que nos trajeron la comida. 24

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—¿No comes? —Le pregunté al verla aun seria y callada, y tan estática como una estatua. Elevó la mirada, herida y desafiante y chasqueó la lengua en señal de disgusto. —NO. —Contestó fríamente. —¿No tienes hambre? —Le pregunté con diversión. —NO. —Volvió a contestar. —¿Entonces, te importa que me coma tu plato? —Le pregunte con indiferencia. Ella me miró, parecía aún más herida. —Haz lo que te dé la gana. —Sonreí satisfecha y me llevé a la boca un trozo de su filete. Ella me miró extasiada comer y de nuevo sentí esa incomodidad. —Ahora tengo hambre. —Me miró fijamente, como si yo fuera su almuerzo y no el suculento filete, porque debía decirlo, la comida de allí no estaba nada mal. La miré sin comprender, y ella siguió mirándome seria. Un poco retraída le alargué su plato, ella lo cogió. La observé mirar durante unos instantes la comida y se llevó una cucharada de gelatina de fresa a la boca. Luego abrió su boca, con la gelatina aun en su interior y con una mirada seductora me preguntó. —¿Te apetece? —Miré sus labios y me parecieron el manjar más sabroso que podía haber comido nunca. Qué demonios me pasaba. Su beso de antes no me había sido indiferente, en absoluto, deseaba que me besara más que nada, más incluso que una cerveza. La gelatina se asemejaba a su color de labios y ella saboreaba el trozo, rozándolo en ocasiones con sus labios. Noté como empezaba a excitarme con aquella simple visión. Baje la cara al notar como la sangre subía a mis mejillas con fuerza. 25

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—Deja de hacer eso. —Le dije sin mirarla. —¿El qué? Esto. —Se había acercado a mí y ahora estaba a apenas diez centímetro de mis labios. Suspiré sin dejar de observar sus labios moverse de una lado a otro—. ¿Te gusta ehh? —Preguntó tragándose de una vez el trozo de gelatina. ¿Y qué le podía decir yo?, ¿qué no? —Déjame en paz, quieres. —Le dije mosqueada. —Está bien, te propongo algo, si eres capaz de quitarme este trozo de gelatina. —Paró y se llevó a la boca otro pequeño trozo de gelatina—. Te dejaré en paz. —Terminó de decir dificultosamente. La idea no me parecía mala, entre otras cosas porque sentía unas ganas tremendas de volver a besarla, pero no iba a caer tan bajo, así que me fui acercando a ella cautelosamente, ante la mirada asombrada de la morena. Ella entreabrió los labios, enseñando algo más el trozo de gelatina, y en esas estábamos, cuando de un manotazo le arrebate el trozo de la boca y ella me miró desilusionada. Yo reí a carcajadas. —Un trato es un trato. —Le dije y ella me miró con sorpresa. —Está bien, te dejare en paz. —Se fue a la esquina de la habitación y se sentó silenciosa. Aquel día no cruzamos más palabras, ella ni siquiera me miró más. Empezaba a arrepentirme de decirle que me dejara en paz. Desee que me hablara, aunque fuera para soltarme una bordería. Pero ella se acostó y cerró los ojos sin dirigirme la palabra. Me levanté a la mañana siguiente, ella ya no estaba, se habría ido a desayunar. 26

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Así

que la mañana transcurrió más tranquila que los días

anteriores. Hice caso de la recepcionista y fui a ver a la maravillosa doctora Bleis, es decir, a la loquera de turno. Me senté en una cómoda silla y la miré aburrida e indiferente. —Me alegro de volver a verte, Andrea. —Dijo la pelirroja con una gran sonrisa sincera. —Yo no. —Contesté secamente sin dejar de mirarla a los ojos. —Veo que no has dejado de ser tu misma. —Ella sonrió y se levantó para mirar por las grandes ventanas de su despacho. —Vaya al grano, quiere. —Contesté mientras jugaba con un pequeño artefacto que había sobre la mesa. —¿Sabes por qué estás aquí, verdad? —Preguntó la mujer mirándome seriamente. —Sí, por colgar de los huevos a mi anterior loquero. —Luego sonreí con ironía. La pelirroja se rió de mis palabras y luego volvió a tomar asiento. —Solo quiero que sepas que solo se te permite ver a tus padres y si te pillo con drogas o alcohol vas directa a la cárcel. ¿Está claro? —La pelirroja se rió con ironía y yo le respondí de igual forma. 27

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—Cristalino. —Contesté—. ¿Ya está, eso es todo? —Pregunté con sarcasmo. La pelirroja asintió y volvió la vista a sus papeles—. ¿Cuánto te pagan por esto? —Pregunté de forma retórica mientras salía por la puerta. —Al menos tienes buen humor. —Oí que decía antes de que cerrara la puerta. Anduve por los pasillos, mirando las caras de todos aquellos con los

que

me

cruzaba.

Algunos

podían

pasar

totalmente

desapercibidos, pero otros tenían un aspecto totalmente ridículo. Subí a la segunda planta, y aunque sabía que tenía una reunión con mi grupo, caminé despacio, no queriendo llegar nunca. Si caminabas por los pasillos de la planta en la que yo estaba podías imaginar que estabas en un colegio mayor, de hecho, también había colegio en aquel apestoso sitio. Joder, y pensé que me había salvado de la universidad. Algunos grupos de chicos y chicas hablaban felices en una sala y daba la impresión de que eran muy buenos amigos. Sentí celos y envidia, pues nunca en mi relativamente corta vida había tenido amigos de verdad. Nunca me duraban mucho, yo era muy egocéntrica y nunca me interesaba por nadie, más que por mí misma. Poco a poco se fueron cansando uno por uno de mí y yo dejé de buscar amistad o amor, me limitaba a pasar por la vida sin más, sin esperar nada de nadie y sin dar nada a nadie. Pero lo cierto es que deseaba saber que era tener un buen amigo que te escuchara y comprendiera o alguien que te abrazara cuando sintieras que estabas sola en este mundo. 28

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Pensando en estas jilipolleces, llegué hasta la sala donde mi grupo se reunía. Todos me miraron intensamente y los miré a todos de forma despectiva. A un lado, algo apartada del grupo estaba Patricia. Estaba escribiendo distraídamente en un cuaderno. Un hombre estaba de pie y había dejado de hablar cuando yo entré. —Pasa, Andrea. —De forma desdeñosa entré y no esperé a que me invitara a sentarme—. Yo soy el doctor Morris, pero puedes llamarme Bud. —Le miré con el ceño fruncido. —¿Qué clase de nombre es ese? Budmorritos, es horroroso. —Dije riéndome de mi gracia, pero nadie más se rió. —Bueno, es el nombre que me pusieron, pero si no te gusta no es mi problema. Ahora cállate y escucha respetuosamente a tus compañeros de grupo. —El doctor Morris se recompuso algo incómodo en su asiento. Patricia sonreía divertida en la otra punta de la habitación. El tío que estaba de pie volvió a hablar. —Como ya dije mi vida es una mierda. —Dijo el hombre melancólico. —Desde que estoy aquí, la mía también. —Dije yo con sarcasmo, algunos me miraron serios. Yo solo sonreía irónica. —¿Por qué no le explicas a Andrea por qué tu vida es una mierda? —Le indicó Budmorritos. El hombre me miró con una expresión de suma tristeza en su rostro y por primera vez quise escuchar lo que él tenía que decirme.

29

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—Yo era un hombre muy feliz, estaba casado con una espléndida mujer a la que amaba más que a nada y tenía un hijo maravilloso. Pero los problemas comenzaron a llegar cuando comencé a beber, pensaba que bebiendo se me pasarían los problemas que tenía en el trabajo, pero era todo lo contrario. Siempre había sido un buen médico, pero empecé a fallar, a llegar tarde, perdí algunos pacientes por mi ineptitud y finalmente conseguí que me despidieran. Me enfurecí tanto que me fui a beber solo al bar, estaba muy borracho y llegué a mi casa pegando gritos y despertando a todos mis vecinos. Mi mujer horrorizada se echó a llorar y mi hijo pequeño no ha dejado de odiarme desde entonces. Quiero hacer algo por recuperarle, pero sobre todo hago esto por mí. —Parpadeé varias veces, pensando en lo triste de la historia de aquel tipo. Si hubiera escuchado la historia en boca de otro pensaría que era un jodido capullo irresponsable, pero en aquellas circunstancias no dejaba de pensar en lo mal que lo estaría pasando. —Lo

siento.

—Alcancé

a

decir

y

todos

me

miraron

con

complacientes sonrisas. Por primera vez me sentí aceptada, me sentí integrada en un lugar, en un grupo, y sonreí entusiasmada. Quizás aquello era una jodida mierda, pero me hacía sentir bien. —Bien, por hoy hemos terminado. —Habló el doctor Morris con una sonrisa en su rostro—. Espero que mañana seas puntual, Andrea. —Me indicó serio, yo solo asentí aturdida por haber perdido mi caparazón. Me acordé de Patricia y la vi sonriéndome dulcemente, me encantó aquella sonrisa inocente y traviesa y 30

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pensé que valía la pena empezar a ser buena chica tan solo por verla sonreírme de aquella manera. Se acercó a mí de forma algo tímida. —Sabía que no eras una bruja. —Sonreí estúpidamente sin poder dejar de mirar su sonrisa. —No. —Contesté medio hipnotizada por su mirada y sus labios. —Me gusta más esta Andrea. —Me dijo y escondió su sonrisa tras la mata de pelo liso y negro. —A mí... también me gusta más esta Patricia. —Contesté intentando verle la mirada, ya que ella la había escondido avergonzada. —Estupendo,

¿almorzamos

juntas?

—Preguntó

contenta

y

mirándome de nuevo pícaramente. —Claro. —Le contesté y caminamos juntas hacia la cafetería. —En realidad, esto no es tan malo, solo intenta no estar mucho tiempo en la primera planta, podrías volverte loca. —Me explicó mirándome todavía avergonzada. Me reí a carcajadas. —Puede que ya lo esté. —Contesté y nos reímos las dos. Por primera vez pensé que empezaba a tener una amiga. Aquel día fue uno de los mejores que recordara de toda mi vida. Estuve charlando con Patricia hasta toda la tarde y supe que le estaba cogiendo un cariño desorbitado. Me encantaba su forma de 31

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sonreírme, su manera de mirarme, como si yo fuera su ídolo. Creí que solo me estaba encariñando, nunca me paré a pensar en la magnitud de mis sentimientos. Patricia llevaba tiempo allí, casi un año. Había entrado después de tener una grave sobredosis que casi la deja en coma. Pero consiguió sobrevivir y luego sus padres la trajeron al reformatorio. Al principio era igual de arisca que yo, pero me contó que luego se fue encariñando con todos y a veces se apenaba

cuando

alguien

se

marchaba

del

reformatorio,

habiéndose recuperado. La tarde se nos hizo corta y el tiempo pasó volando. Ambas nos fuimos a acostar, pero no pudimos evitar seguir hablando. Me sentí como si asumiera que ella debía conocer toda mi vida. —¿De qué parte de Texas eres? —De San Antonio, ¿Y tú? —Me preguntó Patricia. —De Houston. Vivimos cerquita. —Le dije sonriendo. Ella asintió contenta. —Cuando salgamos de aquí, ¿podré ir a visitarte? —Yo asentí expresando mi alegría de tener una amiga. —Me encantaría. —Patricia, tendida en su cama, dejó de mirarme y miró el techo pensativa—. ¿Qué ocurre? —Le pregunté extrañada por el cambio de humor. —Es solo que... siento, siento lo de... todo lo de antes. Yo solo pretendía intimidarte un poco... creí que eras una típica

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ricachona... ya sabes, olvídalo. —Asentí sin dejar de sonreírle sinceramente. —La verdad, es que soy una típica ricachona. —Contesté riéndome, ella también se reía. Luego me miró seria, pero intensamente. —Pero tú eres especial. —Contestó y me miró tan seductoramente que pensé que estaba coqueteando conmigo. Y a pesar de que me gustaba me sentía incomoda. Y luego me puse a pensar en que quizás ella se estaba haciendo una idea equivocada de nuestra relación—. Yo... lo siento, no he pretendido incomodarte. Ya sé que no te gustan las chicas... es solo que... de verdad creo que eres especial, al margen de que me gustes o no. —Gracias. Tú también eres especial, eres una buena amiga. —Y recalqué estas últimas palabras más de lo normal. Ella asintió y me miró con una media sonrisa. —Gracias. —¿Puedo hacerte una pregunta? —Atraje toda su atención—. ¿De veras eres lesbiana o solo te estás quedando conmigo? —Le pregunté algo avergonzada. —La verdad es que me gusta la persona, nunca me fijo en el físico, bueno, casi nunca. —Me sonrió divertida. —¿Quieres decir que te puede gustar tanto una chica como un chico? —Ella asintió bajando la cabeza algo avergonzada. 33

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—Vaya con la niña, y parecía tonta. —Dije burlona y ella me respondió tirándome un cojín a la cara. Tras lo cual vino la campal batalla de almohadas, a los gritos acudieron el guardia y la

gorda, pero al vernos

reír a

carcajadas, se

quedaron

mirándonos extrañados. —Jóvenes, nunca sabes por donde te van a salir. —Dijo la recepcionista y encogió sus hombros mirando al guardia. Éste indiferente, volvió a su lugar y ella fue tras él con una sonrisa, pensando en las dos chicas y en lo felices que parecían ahora. Desde aquel día todo fue mejor. No solo disfrutaba de mi estancia en aquella residencia, sino también de la compañía. A pesar de que todos tenían sus rarezas había hecho algunas amistades. Del grupo me llevaba muy bien con Carmen, también alcohólica. Era una chica sudamericana de mediana edad casada y con tres hijos, su marido era un bastardo que la maltrataba día a día sin descanso. Luego también hice buenas migas con David, un chico apuesto y muy elocuente que desde un principio me calló bien. Su problema era que estaba obsesionado con los extraterrestres y todo esos temas en los que yo nunca me paré a pensar, ésta fue la causa por la que empezó a tomar alucinógenos y todo esa mierda. También conocí a gente a través de Patricia. Tenía una amiga que desde la primera vez que la vi me calló simpática, Mary, rubia y de ojos marrones miel. Luego estaba Lucia, también simpática, pero que pasaba mucho más desapercibida que Mary. A decir verdad, todas las amistades de Patricia me caían bien. Tenía amigos y 34

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bastantes amigas, pero había una chica a la que no soportaba, Lidia. Tan solo acordarme de ella me molesta. Era muy guapa y muy atractiva, eso no lo pude negar, pero en más de una ocasión la escuché hablar mal de la gente de allí, incluso de Patricia. Me calló peor aun cuando Patricia me confesó que le atraía y le parecía una mujer misteriosa. Recuerdo aquel día perfectamente. Yo estaba sentada en la cafetería, hablando con Mary. Patricia se sentó distraída al lado de nosotras, pero sin hacer caso a nuestra conversación. Entonces la noté rara, pero no le di la mayor importancia. Me despedí de Mary y Patricia se vino conmigo a la habitación. Por el camino no dijo nada, solo se limitó a evitar mi mirada interrogante. Entré en la habitación y ella detrás de mí. Se echó en la cama con un saco de papas y cerró los ojos dando un bufido. —¿Me vas a contar que ocurre? —Le pregunté desesperada por su mutismo. Ella abrió los ojos y me miró intensamente. —Me ha pasada algo... curioso. —Dijo entre dientes. —¿Qué? —Le volví a preguntar deseosa de que siguiera. Ella se levantó de la cama y se echó el pelo hacia atrás, dejando descubierto su terso cuello y un gran chupetón. Abrí los ojos con sorpresa, pero algo en mí se removió de una manera que me resultó incomoda y dolorosa—. ¿Quién te hizo eso? —Pregunté de manera protectora, pensando que ella no lo había deseado. —No, yo, dejé que ocurriera... —Parpadeé sin dar crédito a mis oídos. 35

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—¿Dejaste que alguien te hiciera eso? —Le pregunté acercándome a ella para ver el chupetón mejor y luego puse cara de repugnancia, ella lo notó y bajó la cara avergonzada. —Me gustó. —Me confesó, aun sin atreverse a mirarme. —¿No te dolió? —Pregunté extrañada. Ella negó y volvió a mirarme. —Pero, ¿quién fue? —Le pregunté curiosa. —Fue una mujer. —Se limitó a decirme. Yo arquee las cejas con sorpresa. —¿Quién? —Casi grité, invadida por algo que no supe explicar en aquel entonces, pero que ahora tengo claro que fueron celos. Ella se sobresaltó. —Lidia. —Yo fruncí el ceño y con disgusto salí por la puerta de la habitación dando un portazo. Sé que ella se preguntó muchas veces el porqué de mi reacción, pero acabó creyendo que mi enfado se debía a que yo odiaba a Lidia. Luego me disculpé por mi reacción y le dije que era libre de estar con quien quisiera y que yo no debí juzgarla. Lo solucionamos todo,

pero

yo

entonces

empecé

a

sospechar

sobre

mis

sentimientos hacia ella. Recuerdo un día en el que algunos jóvenes nos escapamos al bosque a mitad de la noche, para hablar, disfrutar un poco de libertad y quizás algunos con el pensamiento de tener contacto íntimo. Yo andaba junto a Mary y 36

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Lucia y hablábamos del grupo, del problema de aquel, de que al otro le quedaba poco para marcharse y demás cosas. Patricia venía más atrás hablando con Lidia. Yo no estaba atendiendo a la conversación de Mary y Lucia, solo asentía cuando creía que debía hacerlo. Intentaba escuchar algo de lo que hablaban ellas dos, pero no lo conseguía y me sentí impotente. —Ehh, Andrea, vamos a bañarnos. —David me arrastró al lago, donde ya había algunos chicos y chicas en el agua. Algunos incluso iban desnudos. Me lo pensé un instante, preguntándome cuales serían los intereses de David, pero finalmente accedí. Después de entrar con David, tan solo con la ropa interior, nos reímos y divertimos mucho todos. Pero al buscar a Patricia no vi rastro de ella ni de Lucia, salí del agua cuando no me prestaban atención y anduve por los alrededores solo con una camiseta de David puesta buscando a las chicas. El motivo de mi preocupación no era otro que los celos. Quería saber a toda costa qué estaban haciendo ambas y cuando las vi, tendidas sobre la mojada hierba, besándose y acariciándose en sitios que nunca hubiera creído que podrían ser acariciados, corrí asustada de vuelta al centro. Mi respiración

estaba

agitada

y

mi

corazón

tamborileaba

juguetonamente. Estaba rabiosa por lo que Patricia había hecho, y no porque odiara a Lidia, sino porque me gustaba Patricia. Fue entonces, esa noche en la soledad de mi habitación cuando me di cuenta de que, quizás estaba enamorada de la morena. De esta forma, no logré conciliar el sueño en toda la noche, hasta que casi al amanecer, la puerta se abrió con suavidad. Yo estaba vuelta de 37

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espaldas a la cama de Patricia. Ella ni si quiera entró en la cama. Directamente fue a la ducha y yo pude respirar tranquila. Me acomodé en la cama, escuchando el goteo de la ducha y me tranquilicé. Sin darme cuenta empecé a imaginarme a Patricia desnuda bajo el agua, con su morena y suave piel salpicada de gotitas de agua y sin querer me excité, como una colegiala con su guapo profesor.

38

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Los rayos del sol alumbraron la estancia de forma insistente y me encontré de mal humor nada más abrir los ojos. Patricia no estaba en su cama; lo primero que pensé es que estaba con Lidia y pude comprobar que no me equivocaba cuando al bajar al comedor

las

vi

a

ambas

sentadas

juntas

y

hablando

animadamente. Desdeñosa volví la vista y vi a David y Lucia sentados en una de las mesas, me hacían gestos para que me uniera a ellos. Para mi sorpresa ni siquiera tenía hambre, con lo mucho que me gustaba a mí un buen desayuno, pero, como ya he dicho, ese día no estaba del humor que cabría esperar. Rechacé la invitación de David de dar un paseo, pero cuando observé a Patricia y a Lidia marcharse del comedor juntas, me levanté irritada y forcé a David a que me acompañara. Supongo que él debió de pensar que mi comportamiento era extraño, pero no parecía sorprendido, sino más bien encantado con que yo le prestara más atención de lo normal. Sin embargo, fui incapaz de encontrarlas, pese a que estuvimos dando vueltas por todo el edificio, incluso por la primera planta. Pero no había rastro de aquellas dos. Miré a David y percibí que ya no parecía tan encantado, más bien estaba harto. Se despidió de mí con una excusa estúpida, que me puso aun de más mal humor, y luego se marchó con uno de sus amigos, 39

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refunfuñando algo. Supongo que ya no le caía también. Desde ese día a penas si veía a Patricia y me dolía la idea de que nuestra grata amistad se viera rota de aquella forma y por culpa de aquella estúpida niña engreída. Intenté olvidarla y en mis ratos libres pasaba las horas muertas en la biblioteca. Había adquirido un gusto exacerbado por la lectura y la soledad, pero solo quería olvidarme de todo. Poco después, dejé de pensar en Patricia y eso me contentó, volví a ser la chica que antes era y me hice más popular de lo que había pretendido. El hecho de no ver a Patricia nada más que alguna que otra vez, quizás contribuyó a desentenderme de ella. Fue así que, sin darme cuenta comencé a salir a escondidas con David y estábamos hasta altas horas de la noche charlando en el bosque o en algún lugar con algo de intimidad. No había sexo, si es lo que pensáis, pero de vez en cuando nos desfogábamos un poco. Tanto tiempo encerrada allí y sin tener ninguna relación no era bueno para nadie, me defendía yo. Llevaba ya casi dos meses, cuando una de tantas noches me encontré con un panorama desolador. Patricia estaba acongojada llorando en su cama y escondiendo el rostro tras una almohada. —¿Estás bien? —Le pregunté, aunque no pude evitar que mi voz sonara distante. No hubo respuesta alguna. Así que no le di la mayor importancia y me metí en la ducha. Dejé que el agua me golpeara con fuerza sobre los hombros y el rostro y me relajé bajo aquella lluvia cálida. 40

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Mi calma fue interrumpida por unos sonoros golpes en la puerta. Cerré la ducha sorprendida. —¿Quién es? —Pregunté. —¿Qué haces? —Escuché la trémula voz de Patricia al otro lado. —Me estoy duchando. —Contesté un poco aturdida. —¿Tardarás mucho? —Preguntó de nuevo. —No, ya casi estoy. —Le informé. Al otro lado escuché un resoplido de impaciencia. Pensé que quería que saliera pronto para así poder entrar, así que me apuré un poco y aunque solía vestirme en el baño cogí la ropa y salí por la puerta con una toalla que cubría lo justo. No reparé en que Patricia se pudiera sentir incomoda, pero esa fue la impresión que me dio al ver como un tono rosado inundaba sus mejillas. No es que no recordara que a Patricia le gustaban las chicas, pero había descartado totalmente que yo pudiera gustarle o despertar sus instintos. —Ya puedes entrar. —Le informé extrañada al ver que no se movía. —No

quiero

entrar.

—Se

explicó,

dejando

de

tendiéndose en la cama. Parpadeé sorprendida. —¿Entonces qué querías? —le pregunté algo molesta. 41

mirarme

y

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—Hablar, ¿podemos hablar? —me preguntó con cierto temor. —Claro. —Respondí desconcertada—. Pero primero deja que me ponga el pijama. —Ella solo asintió y esperó pacientemente sentada. Al rato salí con unos pantalones de algodón muy cómodos y una camiseta de tirantes blanca de algodón. Hubiera jurado que Patricia se me quedó mirando embelesada durante un buen rato, pero deseché esa idea—. Tú dirás. —La insté a que comenzara a hablar. —Lidia me ha dejado. —Me confesó dolida. Tragué con fuerza al darme cuenta de que rápidamente había pensado en burlarme de ella, pero negué con la cabeza, reprochándome a mí misma. —¿Y por qué querías hablar conmigo? —Le pregunté algo incomoda. —No sé, estaba pensando que... en todo este tiempo que he estado con ella... bueno... no hemos hablado mucho... y... de pronto sentí una repentina ira en mi interior. —Claro, ahora sí te acuerdas, cuando ella te ha dejado... —Lo siento. —Se disculpó realmente arrepentida a mis ojos. —No tienes nada que sentir, eres libre de hacer lo que te plazca, pero no esperes que la gente esté aquí para ti cuando tú ni si quiera te acuerdas de que las tienes por compañeras de habitación. —Le sermoneé.

42

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—Ya te he dicho que lo siento. —Refunfuñó dolida y casi a punto de llorar. Su semblante me enterneció y mirándola compresiva me senté sobre mi cama. —Está bien, ¿por eso lloras? —Le pregunté. —¿Qué? —Preguntó distraída. —Te he preguntado que si llorabas porque Lidia te ha dejado. — Volví a repetir. —No, cuando me lo dijo, no sentí ganas de llorar, como hubiese sido lo normal. —Me explicó. —Quizás es que no estabas enamorada de ella, ¿lo estabas? — pregunté, queriendo saber la respuesta más por interés personal que por curiosidad. —Mmmm... —reflexionó durante unos minutos en silencio—. Creo que no. —¿No? ¿Entonces por qué llorabas? —Pregunté sorprendida. Patricia arrugó la frente con desconfianza. —Lloraba porque me di cuenta de que solo... solo había una relación basada en... —Sus mejillas se volvieron a enrojecer—. Ya sabes... —Puedes decirlo, no es una palabra prohibida ni nada. —Dije con sarcasmo. 43

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—En atracción sexual. —Soltó en un veloz chasquido de su lengua. —¿No estabas enamorada de ella? —Pregunté algo incómoda y sorprendida. —No, y sabes, eso es lo malo de mí, nunca me enamoro. Creo que en mi vida nunca he querido a nadie. —Recapacito con voz apenada. —Puede... puede

que

no hayas

encontrado a

la

persona

adecuada... —No, tú no lo entiendes, intento decirte que nunca he querido a nadie, ni he sentido cariño o amistad. —Ella bajo la cabeza avergonzada. —Eso es una tontería, claro que sientes cariño, sino ¿cómo explicarías que tienes amigos? —Le pregunte intentando animarla. Para mi sorpresa no contesto, miro fuera de la ventana donde unas grandes gotas de aguas golpeaban el cristal con fuerza y suspiro, me dio la impresión de que estaba intentando recordar algo. —Cuando era pequeña vi como mi mejor amiga, Elena, se ahogaba y yo no hice nada por ella. Ni siquiera llore, ¿puedes creerlo? — Parpadee asustada. —¿Pero sentirías pena? —Pregunte sorprendida.

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—No, de hecho en lo único que pensé fue en que tendría que buscar una nueva amiga. —Patricia se abrazó las piernas y escondió los ojos tras las rodillas. —Pero... quizás no estuviste el tiempo suficiente con ella para... —La conocía desde que empecé a andar. —Explicó cortante—. Yo me quedé allí parada, sin saber qué decir o qué hacer. —Quizás eras demasiado pequeña para saber lo que ocurr... —Cuando tenía quince años murió mi madre, tampoco lloré. — Dijo fríamente—. Me quedé largo rato observándola, allí silenciosa y con ese aire de misterio que siempre le había envuelto.

45

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Como podéis imaginar, Patricia y Lidia empezaron a odiarse a muerte, más de una vez estuvieron a punto de llegar a las manos. Lidia resultó ser una persona demasiado impulsiva; yo la había calado desde el principio. Por otro lado, David y yo seguíamos con nuestras habituales escapadas, aunque desde que volví a juntarme con Patricia, estas salidas eran cada vez menores. Todo iba medianamente bien, y ya solo me quedaba una semana para salir del reformatorio. Era increíble lo rápido que me pareció el tiempo allí. Supuestamente ya no era alcohólica, o mejor, era ex alcohólica, pero, aunque confiaba en mí, no pude dejar de deprimirme cuando veía que algunos de los que se marchaban resueltamente recuperados, volvían a los dos o tres días habiendo recaído de nuevo en su vicio. Resultó que uno de esos días hablando con David, me di cuenta de algo en lo que antes no había parado a pensar. Estábamos en la cafetería, tomando un desayuno rápido para luego ir al grupo. Hablábamos sobre quien sería la siguiente persona en marcharse, ante que yo. —¿Cuánto te queda? —Preguntó David y pude observar que realmente estaba interesado en saberlo, quizás me echaría de menos. 46

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—Esperemos que para la semana que viene. —Le contesté contenta. —Es estupendo, me alegro por ti. —Asentí, dándole las gracias—. Tienes suerte, hay gente, como Mary o Patricia que llevan aquí, por lo que he oído, casi un año. —Fruncí el ceño, recapacitando. —Es verdad, supongo que serán casos graves. —Reflexioné. —En el caso de Mary puedo entenderlo, porque ella ha recaído varias veces en lo que va de año, pero el caso de Patricia, no lo entiendo. —Hizo un gesto de pensar o recordar. —¿Por qué lo dices? —Pregunté, sin que se notara demasiado mi interés. —No sé, ingresó después de haber sufrido una sobredosis, por voluntad propia. Pero, uno de los conserjes, Luigi, dice que eso es mentira, que Patricia es una estudiante que prepara una tesis aquí. Parece ser que trabaja bajo la supervisión de la doctora Bleis, pero quiso integrarse, para así estar más cerca de nosotros, las cobayas de su estudio. —Para mí era un poco difícil creer en aquella historia, puesto que me parecía que Patricia se había involucrado

demasiado

con

la

gente,

y

normalmente

los

estudiantes de doctorado evitaban esos extremos. Sin embargo nació en mí una especie de duda existencial. Si era verdad, nos había estado engañando vilmente y eso sería difícil de perdonar. —No creo que eso sea verdad. —Le contesté a David, que se levantaba ya con la intención de marchar al grupo. Yo le seguí. 47

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—Pero de todas formas, encaja, lleva demasiado tiempo, no parece una drogadicta y además no ha recaído, por qué permanecer entonces tanto tiempo. —Sus palabras me dejaron reflexionando el resto de la tarde. Estaba meditabunda, retozando por los pasillos, cuando recordé aquel cuaderno del que Patricia no se separaba nunca. Tuve la brillante, aunque malvada idea de echarle una ojeada por si había allí algo interesante que pudiera corroborar lo que David me había contado. De esta manera, aprovechando que Patricia estaba en sus clases de manualidades, entré en la habitación y rebusqué entre sus objetos personales. Para mi sorpresa, allí estaba el dichoso cuaderno, pero no solo había uno, había tres y dos de ellos

estaban

completamente

escritos

y

aprovechados.

Por

curiosidad, saqué el que estaba más abajo del baúl. En el principio tenía la fecha apuntada, más o menos cuando ella ingresó. Entonces comencé a leer y decía algo así: «Acabo de integrarme en el grupo, me presenté un poco hostil al principio, con la esperanza de no despertar sospecha alguna, pero luego he ido entrando poco a poco. Me han aceptado bien y tengo como objetivo primordial a un chico alcohólico y una mujer casada con

drogodependencia,

detenimiento

y

he

a

los

podido

cuales descubrir

he que

observado tienen

con unas

personalidades muy complejas y que por tanto, pueden ser objetivos útiles de mi tesis.»

48

Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Yo parpadeé varias veces incrédula, sin poder creer lo que leía. Entonces, de forma alocada comencé a buscar la fecha de mi ingreso.

Mi

nombre

aparecía

a

finales

del

segundo

cuaderno. Ávida de curiosidad leí lo que decía de mí: «Ha ingresado una nueva chica. Su talante, bastante hostil, me ha llamado mucho la atención. Un primer examen me ha llevado a la conclusión de que es un objeto antisocial, no demuestra sentimiento o respeto alguno y no parece querer integrarse.» Unos apartados más abajo, decía: «La

chica

nueva,

por

primera

vez

ha

demostrado

tener

sentimientos y parece, al fin, querer integrarse en el grupo. He estado pensando y no encuentro cuál ha sido su problema. Es una chica que tiene madera de líder, simpática, ahora que ha logrado la amistad de los compañeros, y en general inteligente y agradable. Parece, según ella me ha confesado, que su problema es que vivía a un ritmo diferente al del mundo, y pasaba de todo a su alrededor.» Pasó a las últimas hojas y leyó con más curiosidad: «Al margen del estudio, y aunque dudo que esto conste en mi tesis, debo confesar que me he enamorado de la señorita A. Y soy consciente de que uno de los objetivos de una estudiante de doctorado que realiza una tesis es no involucrarse personalmente con sus objetos de estudio, pero resulta muy difícil convivir y no sentir nada por las personas a las que les dedicas un año de tu 49

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vida. La señorita A me ha enseñado a superar mi problema, el cual ya expuse en la prólogo de mi tesis. Está pensado que salga en una semana, lo cual me deprime, pues nunca me involucré hasta tal punto con nadie. Este es un problema que creo debo concretar con la doctora Bleis, para que ella resuelva o me aconseje acerca de mi error.» A estas alturas, estaba que me tiraba de los pelos. La ira me había inundado, tenía unas ganas tremendas de zarandear a Patricia incluso de pegarle algún que otro azote. Era más cruel de lo que en principio había creído. ¿Cómo podía referirse a las personas como «objetos»?. Era odioso, y nunca lo habría pensado de ella. Y lo que era más mortificante, ¿quién era esa señorita A de la que se había enamorado la muy pérfida? Sí, estaba celosa, muy celosa. Estuve pensando mucho tiempo, aun con el cuaderno en mi regazo, quién podía ser esta tal señorita A. Me resultaba extraño que se hubiera enamorado, puesto que Patricia últimamente estaba casi todo el día conmigo. A estas cosas le estaba yo dando vuelta tras vuelta, cuando me di cuenta de que Patricia estaba en la puerta y con una cara que no presagiaba nada bueno. —¿Se puede saber qué haces? —Casi gritó arrancándome los cuadernos de la mano. —Esa misma pregunta tendría que hacerte yo. —Le contesté con igual furia. —¿Sabes lo que es la intimidad? —Contestó ella, devolviendo los cuadernos a su lugar de origen con gesto hosco. Luego se volvió 50

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hacia mí bruscamente—. ¿Qué has leído? —Preguntó ofuscada, mientras tomaba una posición en jarra, con las manos en las caderas y con una mirada inquisitiva. —Lo bastante para saber que eres una rata inmunda. —Contesté iracunda. Ella pareció sentirse dolida. —Tú no lo comprendes, este es mi trabajo, mi trabajo de todo un año... —¿Hablas de las personas como objetos? —le increpé. —Solo es una manera de hablar técnica, adecuada a la tesis... —Venga ya, creo que tienes razón, eres un ser insensible. —Le encaré. —No digas eso... —Es la verdad, nos has estado utilizando como a ratas de laboratorio, aprovechándote de nuestra confianza, ¿crees que eso está bien? —Le pregunté avanzando hacia ella y empujándola con el dedo índice en el hombro. —Por favor, déjame que te lo explique... —No hay nada que explicar, maldita... zorra... espero que llegues muy lejos, bien lejos de nosotros. —Terminé de decir saliendo por la puerta y dejándola atrás, hecha un mar de lágrimas. —No soy un ser insensible... —Oí que susurraba. 51

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Impotente y sobre todo decepcionada, corrí hacia el bosque. Reflexioné sobre el motivo de mi gran enfado, y me di cuenta de que la principal razón por la que estaba así no era otra que los malditos y quisquillosos celos por la señorita A. La tarde pasó, más lenta que de costumbre y yo seguía allí, tirada en el frío suelo de aquel bosque, que se hacía cada vez más lúgubre. Cuando decidí volver, más que nada por la intensidad del frío, tenía la intención de pedir a la doctora Bleis que me cambiara de habitación. Estaba dispuesta a revelar la verdad sobre Patricia a los demás y a hacerle la vida imposible durante el tiempo que me quedaba por estar allí. Pero cuando llegué me di cuenta de que algo no andaba bien, la gente me miraba apenada yo tartamudeé varias veces antes de preguntar nada. —¿Qué... que ha ocurrido? —Pregunté temerosa a Mary. Mi primer pensamiento fue que alguien había muerto. Por los rostros de todos y esa melancólica mirada en cada uno de ellos me imaginé que debía ser algo fuerte. —Es Patricia. —Dijo y bajó la cabeza, reprimiendo un llanto. Tragué saliva con fuerza. —¿Ella... ella está...?. —No era capaz de razonar, debido al tropel de emociones, no sabía qué sentía en aquel momento. —Ha desaparecido... no sabemos dónde está, la doctora Bleis está muy preocupada, teme que vuelva a recaer... 52

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—¿La doctora Bleis? —Mary asintió—. Tengo que hablar con ella. —reflexioné.

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Patricia

ya no estaba, nadie había podido dar con ella, ni

siquiera la doctora Bleis y yo me sentía impotente, la quería, me di cuenta de que quizás había sido demasiado dura con ella. Había estado hablando con la doctora Bleis y me contó que Patricia sí había sufrido una sobredosis y que ingresó allí por propia voluntad, pero también era cierto que poco después de su estancia allí, decidió que era lo que quería hacer, quería ayudar a los jóvenes con sus mismo problemas, por eso decidió realizar su tesis sobre este tema. Así que al fin y al cabo no era una arpía como yo pensé en un primer momento, lo hacía por ayudar. ¿Y si le ocurría algo por mi culpa?, pensaba asustada. La echaba muchísimo de menos. A partir de entonces me resultó incómodo que David me tocara, soñaba con que fuera Patricia quien lo hiciera, pero luego volvía a abrir los ojos y a darme cuenta de que ella ya no estaba. No es que estuviera muerta, pero para mí era casi como si fuera así, tan lejana. El día de mi vuelta no pude evitar llorar, no solo por el hecho de salir de allí, sino porque estaba recuperada, según los profesores y psicólogos, y sobre todo lloré porque sabía que mi vida había cambiado muchísimo en el tiempo que había estado allí y había conocido a gente maravillosa, gente que probablemente no volvería a ver, gente como Patricia, a la que pensé que amaría siempre. 54

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El tiempo pasó y yo no pude evitar pensar en Patricia cada día. Antes de marcharme del reformatorio decidí pedirle el domicilio de Patricia a la doctora Bleis, se mostró un poco reacia, pero finalmente me lo dio. Y ahora allí estaba yo, frente a la puerta de la casa de la única persona de la que me había enamorado. Golpeé la puerta suavemente, casi con un roce, pero alguien abrió la puerta con demasiada rapidez. Era un niño moreno, como de unos 6 ó 7 años, tenía el mismo color de ojos que Patricia. —Hola. —Dijo sonriente. —Hola. —Le contesté risueña—. ¿Está Patricia? —El niño frunció el ceño pensativo. —Patricia ya no vive aquí... —Antes de que el niño pudiera acabar lo que iba a decir salió a la puerta una mujer de mediana edad, de un parecido asombroso con Patricia. —Hola, ¿desea algo? —Me preguntó la mujer amablemente. —Sí, estaba buscando a Patricia. —La mujer me miró un poco extrañada. —Patricia está trabajando en Canadá, en Quebec. ¿Es usted amiga suya o la busca para otra cosa? —Preguntó interesada.

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—Soy amiga suya, estuvimos compartiendo habitación en el reformatorio. —La mujer asintió con comprensión. El niño hacía tiempo que había desaparecido de mi vista. —Debes de ser Andrea. Ella me avisó que vendrías. Pasa. —Yo me quedé pasmada, sin saber que hacer—. Dejó algunas cosas para ti. —Me explicó. Yo asentí aun sin saber muy bien que hacer. La habitación de Patricia, era de todas las formas menos de la forma en la que había pensado. Estaba decorada de una forma informal, pero resueltamente elegante y todo estaba ordenado. Era una habitación de un color celeste, con lunas y estrellas de un tono más oscuras repartidas por doquier. En el techo colgaba una lámpara de papel china y que llenaba la habitación de un nacarado tono. Había velas y algún quemador de incienso que otro y muchas figurillas de duendes, hadas y brujas. Era una habitación con magia y no pegaba para nada con la imagen mía de Patricia. —Lo siento, Patricia tiene muchos tiestos. —Se disculpó la mujer al ver mi cara de asombro. —No se preocupe, es una habitación preciosa. —Le contesté sonriente. —Ella misma la decoró, se llevó un verano entero decorándola, cuando se le mete algo en esa cabecilla... —Me dijo la mujer con la típica sonrisa de madre orgullosa. Yo le sonreí divertida. —Valió la pena. —Respondí y ella asintió dándome la razón. 56

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—Cuando regresó del reformatorio estaba muy apenada. —La alta mujer, que supuse era la madre de Patricia se sentó en la cama. —Oh, perdona, creo que no me he presentado, soy Sara Gellar, la madre de Patricia. —Me sonrió un poco avergonzada. —Andrea Darford. —Contesté tranquilizándola con la mirada y sentándome a su lado. —¿Dadford? —Me miró frunciendo el ceño. —Sí,

el

mismo

Dadford

que

tiene

una

gran

cadena

de

multinacionales. —Le expliqué un poco sarcástica. Ella no reparó en mi incomodidad. —Como te iba diciendo, Andrea, Patricia estaba muy mal cuando regresó. —La mujer bajó la cabeza apenada—. Más de una vez pensé que había vuelto a recaer, luego ella me explicó lo que había ocurrido y la regañé, aunque en cierto modo comprendí que lo hacía con buenos sentimientos. Eso era lo que quería que entendieras Andrea... Lo que más le dolió fue haberte hecho daño a ti. —La mujer me miró intensamente a los ojos y pensé que por su mirada de tanta complicidad, sabía parte de lo que había ocurrido entre Patricia y yo. —No supe que pensar en aquel entonces... era todo tan confuso. —Por alguna extraña razón, supe que podía confiar en la mujer. —Te comprendo hija. A Patricia le encantará que vayas a visitarla. —Miré un poco dudosa a la mujer.

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—Quizás ella ya tenga su vida y ni siquiera se acuerde de mí. —La mujer me sonrió con dulzura. —Me llama todos los días preguntando si has venido a buscarla. ¿Todavía sigues creyendo que no se acuerda de ti? Estaba muy enamorada de ti y aun lo está. Lo que ella siente por ti, parece ir más allá del amor. —Parpadeé sorprendida y al mismo tiempo nerviosa—. Ahora, la pregunta que debes hacerte es si tú la amas de igual manera. —No lo sé, todo ocurrió tan rápido que ni siquiera me paré a pensar sobre mis sentimientos acerca de ella. Yo... —Pero ahora tienes todo el tiempo que quieras, porque sé que Patri te esperará. Yo soy su madre y la conozco mejor que nadie. Aunque quizás algún día, tu acabes conociéndola más que yo. — Le sonreí con complicidad y ella me correspondió de igual forma—. Mi hija no tiene mal gusto, eres mucho más que hermosa. —Me volvió a sonreír al ver que me ruborizaba. —Gracias. Será mejor que me marche, no quiero entretenerla más. —La mujer me miró sería un rato largo, mientras yo aguantaba su inquietante mirada. —Tengo una idea. —La miré sorprendida por el cambio de tema repentino. —¿Qué? —Pregunté aturdida.

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—Dentro de dos semanas celebraremos Navidad y Patricia no tiene más remedio que venir, será perfecto, ella no se lo esperará... —No le comprendo... —¿Por qué no viene a celebrar la Navidad con nosotros?, en mi familia serás muy bien recibida. —La miré un poco asustada por la perspectiva de volver a ver a Patricia. —No lo dudo, pero... —No hay más que hablar, el día 25 te quiero aquí a las 8 de la tarde. —Pero... —No hay peros que valga. —La madre de Patricia me sonrió contenta y se levantó—. Te acompañaré. —La miré sin poder articular palabra alguna. —Está bien. —Accedí finalmente, aunque la decisión ya la había tomado ella por mí. —Estupendo. Me acompañó a la puerta y me dio dos sonoros besos que me recordaron la época de mi infancia en la que odiaba besar y que me besaran. Le sonreí como mejor pude, evitando que se me notara el nerviosismo y la incomodidad. Me fui andando hasta donde había aparcado mi coche y pensando en lo ocurrido. No podía evitar preguntarme qué era lo que yo sentía realmente por 59

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Patricia. ¿Era amor? Seguía dudándolo; le echaba de menos, sí, muchísimo, nunca hasta ahora me había dado cuenta de lo mucho que la echaba de menos, de lo mucho que ansiaba volver a hablar

con

ella,

de

cualquier

cosa,

aunque

solo

fueran

banalidades. ¿Era eso amor? Luego pensaba en aquel primer beso y me excitaba con el simple recuerdo de sus labios rozando los míos, de sus manos tocándome, de su boca degustando un trozo de gelatina de fresa... No podía evitarlo, quizás me gustaba, de hecho, me gustaba, pero no sabía si era amor y no lo sabría hasta que no la volviera a ver. Eso ocurrió por supuesto dos semanas más tarde.

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Así,

dos semanas más tarde, me levanté con la angustia

reflejada en mi cara. Llevaba 14 días esperando aquel momento, aquella fiesta en la que la volvería a ver. Sentí al mismo tiempo unas ganas incontrolables de verla y al mismo tiempo un terror angustioso, miedo a mirarla de nuevo, a mirar de nuevo aquellos ojos celestes que traspasaban almas. Cuando llegó la tarde, a eso de las 5, me empecé a arreglar. No me preguntéis por qué empecé a prepararme tan temprano, porque es obvio, quería estar guapa, quería estar sexy, quería estar perfecta, pero nada me parecía propio. Todos los trajes que me compré ahora me parecía que cada uno de ellos tenía algo que no me gustaba. Uno me hacía parecer demasiado rellena, el otro demasiado delgada, el otro no me iba el color, aquel era demasiado llamativo... Miré desolada el último traje sobre la cama. Era un conjunto informal, nada del otro mundo. Unos vaqueros muy elegantes, un cinturón marrón y ancho de estilo hippy y una camisa verde esmeralda que hacía un juego maravilloso con el color de mis ojos. Con aquel conjunto, no parecía ni muy baja, ni muy alta, ni muy rellena ni muy delgada, ni el color iba mal y tampoco era demasiado elegante. Me sentí cómoda entre aquella ropa y finalmente me la dejé puesta, un poco más esperanzada. Ahora llegaba el turno de mi rebelde pelo.

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Lo miré un rato pensando qué podía hacer con él. Tenía casi media melena ya, no me iban los moños, ni los rebuscamientos, así que me decidí por alisármelo. Perfecta, no quería pecar de parecer creída, pero me miré al espejo y estaba muy bien, me hubiera hecho el amor a mí misma si eso hubiera sido posible. Ahora en serio, había conseguido cambiar de imagen y estar sexy y perfecta para la ocasión, solo esperaba que la gente no fuera demasiado arreglada a la fiesta. Cogí mi regalo de Navidad para Patricia y el ramo de flores para la madre, que tan bien me había comprendido. Después de la visita a su casa me llamó dos veces y hablamos un poco de todo, de mí, de su hija, de su familia, de la mía y un largo etc. Era una mujer realmente amable y simpática y ya tenía la impresión de que éramos viejas amigas. De camino a la casa de Patricia me entró el pánico, como de costumbre ocurre cuando estás a punto de dar un paso que puede llegar a cambiar tu vida. No obstante no cambié de rumbo y preferí dejar mi mente en blanco o al menos lo intenté. Ahora mismo no recuerdo la de millares de cosas que en realidad se me pasaron por la cabeza aquella noche, pero sí recuerdo como se desarrollaron los acontecimientos. Recuerdo que aparqué el coche cerca, pero observé que había muchos coches ya alrededor de la casa. Supuse que la familia de Patricia debía ser grande y me puse aún más nerviosa con la sola visión de miles de ojos fijos en mi persona. Pero ocurrió todo lo contrario. Pasé desapercibida entre tanta multitud. Podía haber unas 30 personas en la holgada, pero aun así pequeña casa, y aun así unos a otros se conocían de toda 62

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la vida. La madre de Patricia, que fue, gracias a Dios, quien me abrió la puerta me dio dos sonoros besos y agarró con una efusiva fuerza su ramo de rosas, volviéndome a besar con igual ímpetu con que lo hacen a veces los niños pequeños, casi haciendo que tocara con mi espalda el suelo. —Me alegro de verte. Patri aún no ha llegado, pero estará a punto de hacerlo, es muy tardona, muy impuntual. Ven. —Me arrastró por medio de la gente y a través de una larga sala llena de invitados como yo, que brindaban y festejaban indiferentes a lo que acontecía a su alrededor. Entramos en lo que parecía una gran cocina, donde dos muchachas y dos fuertes y robustos chicos preparaban canapés y alimentos y tapas variadas. —¡¡¡Mirad!!! Esta es Andrea... la futura novia de Patricia. —Abrí los ojos con horror al escuchar las palabras alegres de la mujer, creo que el color rojo invadió por entero mi cara y quise esconder la cabeza bajo tierra como lo hacen las avestruces. Sin embargo todos empezaron a reír y yo sonreí también, sin esconder mi vergüenza, había sido una broma. —Me alegro de conocerte, yo soy Luis, el hermano pequeño de Patricia. —Se explicó el más apuesto de los dos y el que parecía más robusto. Tenía unos dorados rizos y una mirada celestona muy parecida a la de Patricia, pero quizás no tan misteriosa. —Encantada. —Me limité a decir, estrechándole la mano.

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—Yo soy Teo, el hermano mayor de Patricia, y por tanto el que lleva los pantalones aquí. —Dijo medio en broma medio en serio. Éste tenía un parecido mayor con Patricia, tenía el pelo negro, pero sus ojos eran de un verde oliva apagado. —Encantada también. —Repuse estrechándole igualmente la mano. Luego conocí a las esposas de cada uno de ellos y a sus hijos. Luis tenía dos retoños, mellizos, niña y niño. La niña era clavada a Patricia, mientras que el niño se parecía más a su padre. Teo tenía un solo hijo, aquel con el que me encontré el día que vine a ver a Patricia. Nos sentamos un rato a charlar, mientras me contaban cosas de la familia, como que eran de origen argentino y que el abuelo de ellos emigró a Norteamérica en busca de fortuna. No encontró un filón de oro y acabó en las filas del ejército. De hecho, la familia de Patricia trabajaba casi al completo en el ejército. Luis era piloto, bastante bueno, según su madre. Teo era capitán de campo y su mujer alférez. El padre de Patricia también había sido piloto, pero murió de un ataque al corazón hacía ya 10 largos años. —Patricia era más macho que nosotros. —Decía divertido Teo. —Y que lo digas, siempre era ella la que nos defendía de todos, desde siempre había sido alta y hasta los 13 ó 14 años hacía por dos de nosotros. —Explicó con burla Luis.

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—¿Era gorda? —Pregunté divertida y sorprendida al mismo tiempo—. No seas tonto Luis. Era un poco anchota, pero nada más. —Explicó su madre queriendo suavizar las cosas. Poco a poco la gente se fue marchando. Los gritos y las voces se fueron aplacando y Patricia seguía sin aparecer. No estaba incómoda, se había ido creando una atmósfera de intimidad y acogida muy cálida, que yo nunca había experimentado en mi fría familia. Lo que yo conocía por cena familiar, hasta entonces, era una cena con mucha comida en total silencio con gente ricachona y engreída y guardando en todo momento la compostura. Y ahora sin embargo, tenía en mis brazos a una mofletuda y graciosa niña de unos 3 años, haciéndome carantoñas, mientras yo demostraba tener una mente igual de infantil que la de ella. Pensé que era una estampa bastante navideña. A eso de las 12, solo quedaban en la casa la madre y los hermanos de Patricia, con sus respectivas familias, y yo, por supuesto. Nos habíamos sentado en el salón, frente al calor de la chimenea. Yo estaba sentada en el suelo, por expresa petición de los renacuajos de la familia, a los que complacida y divertida les contaba la historia de caperucita roja, una historia que viraba un poco de la verdadera, donde el lobo y caperucita se hacía amigos y formaban un negocio juntos. Los demás se reían del destripado cuento. —Bueno, es hora de ir a dormir. —Dijo Lucia, la mujer de Luis—. Solo si Andrea nos cuenta un cuento para dormir. —Rogaron con voz

melosa

ambos

retoños. 65

Yo

sonreí

orgullosa—.

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Andrea está muy cansada. —Explicó Beth, la mujer de Teo—. No importa, de verdad. —Dije sonriente, mientras cogía en brazos a la pequeña Carolina y agarraba de la mano al pequeño Carlos—. ¿Dónde está la habitación? —Pregunté. —Tom, acompaña a Andrea y te acuestas también, que es muy tarde ya. —Pero yo quiero ver a la tata Patri. Se quejó el niño. —Vamos, Tom eres el mayor, da un buen ejemplo a tus hermanos y haz caso a tu madre. —Le dijo con voz cariñosa Teo. —Está

bien.

Sígueme

Andrea.

—Dijo

el

niño

con

voz

desilusionada. Yo sonreí a todos. —Ahora os llevaré un chocolate calentito y galletitas para Papa Noel. A ver si este año podéis verlo. —Dijo seriamente Sarah, la madre de Patri. —¡¡¡Vamos patrulla!!! Síganme los buenos. —Dije teatralmente. Así fue como, guiada por Tom, llegué a la habitación que parecía estar

acondicionada

para

tres

renacuajos.

Había

juguetes

esparcidos por todos lados y miles de cachivaches que no logré identificar. Los acosté a cada uno en una pequeña cama y luego les empecé a contar una vieja historia que me contaba Macumba, una criada negra que mi madre había elegido para que fuera mi niñera. No se llamaba así, su nombre era María, pero ella decía

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que realmente se llamaba Macumba y a mí me encantaba pronunciar su nombre. Era como decir las palabras mágicas. Macumba solía contarme historias sobre su país, historias de dioses y diosas, algunos malvados y otros bondadosos. A los niños les conté la historia del mono Tutun, que se mofaba de las alas del búho Tuba. Sus risas me recordaban a las mías propias y sin quererlo, con aquella melodía, yo misma acabé sucumbiendo a los brazos de Morfeo. Según me contó Lucia, Patricia llegó poco después de que yo subiera a la habitación. Vino cargada con un montón de bártulos y regalos para la familiar y apenada se disculpó por no haber podido llegar antes. Estuvieron hablando un rato, explicando los pormenores de la fiesta, como que el padre Salmón había empinado demasiado el codo, o que la prima Flora se había puesto a demostrar su habilidad con la fregona, poniéndolo todo embarrado. Patricia escuchaba todo con un inusitado interés, pero según Lucia, se le notaba triste. Evitaron decirle que yo estaba allí y esperaron el momento en que yo bajara para darle la sorpresa, pero viendo que tardaba más de lo que eran capaces de soportar, la mandaron con el chocolate y las galletas a la habitación de los chicos. Al parecer la familia al completo subió a hurtadillas las escaleras tras Patricia, para ver en vivo la reacción de ella. Según me contó Patricia, más tarde, abrió la puerta con suavidad y me vio sentada en la moqueta del suelo, con la cabeza recostada en la cama de la pequeña Caroline, que también dormía 67

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apaciblemente. Sin embargo, Tom, que aun vagaba despierto por ensoñaciones, esperando la llegada de Papa Noel gritó a viva voz. —¡¡¡¡Tía Patri!!!! —Patricia incapaz de reaccionar se descompuso intentando que el niño guardara silencio, pero para entonces yo ya estaba de pie, asustada y nerviosa mirando al fondo de sus ojos. —Hola. —Dije, sin poder apartar mi mirada de su elegante figura. Estaba realmente hermosa. Su pelo estaba recortado a media melena, un poco más larga que la mía e iba vestida con un elegante traje pantalón azul marino con rayan blancas. Estaba encantadora y mis ojos no pudieron evitar fijarse un momento en el gran escote que dejaba al descubierto. Tosí nerviosa. —Hola. ¿Qué...? —Tu madre me invitó. —Le expliqué. Ella miró hacia atrás y comprobó que su familia al completo espiaba desde las escaleras. Escuché un pequeño gruñido que salió de su garganta. Luego escuché un tropel de pasos nerviosos bajando las escaleras. No pude evitar sonreír. —Me alegro de verte. —Dijo tras una larga pausa observándome. Tom saltó de la cama y se aferró a las piernas de Patricia—. Ehh, renacuajo. —Se agachó a darle un beso y mandó a que se acostara de nuevo. —Yo también me alegro. —Dije un poco divertida al verla con Tom—. Será mejor que hablemos en el estudio. —Me informó tornándose seria. Yo asentí siguiéndola cabizbaja. 68

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Llegamos a un pequeño estudio, estaba sobriamente decorado. Patricia se sentó en un cómodo sillón y me indicó que me sentara en el otro que estaba frente a la mesa. Me sentí incomoda porque parecía que estábamos haciendo negocios y no que éramos viejas amigas reencontrndose. —¿Cómo estás? —Preguntó y me tranquilicé al notar que su voz era suave y dulce. —Bien, bastante bien. Acabé independizándome. —Le expliqué sonriente. —Me alegro. ¿Sigues estudiando? —me preguntó realmente interesada. —Sí, estoy estudiando Pedagogía. —Me sonrió con cierta mirada orgullosa. —Veo que el estar en el reformatorio te cambió un poco. —Dijo un poco irónica. —¿Un poco? Incluso cambié de bando. —Ella sonrió un poco incomoda. —¿Tienes pareja? —No. —Negué efusivamente. —¿Por qué no? —Le miré como si preguntara algo extraño. —No lo sé, no encontré a la persona adecuada. 69

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—¿Y David? —Hace mucho que no lo veo. ¿Y tú, tienes pareja? —Se acomodó en el sofá de cuero y me miró inquisidoramente. —No, por desgracia, la persona de la que estoy enamorada no me hace ni puñetero caso. —Se explicó y yo sentí que mi corazón se retorcía de celos. —¿Le has dicho lo que sientes por ella? —Pregunté un poco malhumorada. —No, ¿qué te hace pensar que es ella y no él? —Preguntó seria. Aquello me calló como un jarro de agua fría. No solo estaba enamorada, sino que encima el afortunado era un hombre—. La verdad es que no me importa, solo quería saber si estabas bien. — Le dije, levantándome un poco malhumorada. Ella me miró espantada—. Es muy tarde, creo que debo irme. —¿No llevamos hablando ni diez minutos y ya te quieres marchar? —Preguntó un poco apenada. —Es tarde y tú deberías dormir. —Le dije. —Te traje un regalo. —Explicó con una cara impasible y sacó una cajita pequeña. —¿Sabías que iba a venir? —Ella negó efusivamente—. No, no tenía ni idea; pero, el otro día, cuando fui de compras, lo vi y pensé en ti y no pude evitar comprarlo, aunque creía que nunca 70

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me atrevería a dártelo. —Explicó con media sonrisa forzada. Se levantó y se puso frente a mí, luego me agarró la mano derecha y colocó en mi palma la cajita—. No tienes por qué abrirlo ahora. — La miré dudosa y decidí guardarlo en el bolsillo de mi chaqueta. —Yo... yo también te traje algo. —Le dije un poco tímida. —¿En serio? —Preguntó incrédula. —Sí. —Saqué una cajita, casi del mismo tamaño que la de ella y se la puse de la misma forma en que ella lo había hecho, encima de su mano—. Es mi forma de decirte que no te guardo ningún rencor y que entiendo los motivos que te llevaron a engañarnos. —Gracias, me alegra saber que he sido absuelta de mi pecado. — Dijo burlona y sonreí con ella. —Te he echado de menos. —Le dije, sin poder dar crédito a mi atrevimiento. —Anda que yo a ti. —Me dijo abrazándome fuertemente. Yo respondí al abrazo y nos dejamos embargar por la calidez de aquel gesto. Noté su acalorado aliento sobre mi nuca y cuello, el calor de sus manos en mi espalda, la fragancia de rosas que la envolvía, todo era tan excitante y tan turbador para mí, tan nuevo. Me separé un poco acalorada. —Tengo que marcharme. —Le dije y ella me miró con tristeza.

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—Está bien, pero prométeme que vendrás a visitarme más de vez en cuando. —Asentí amablemente, aunque sabía que si me marchaba de allí, me costaría mucho volver de nuevo. Bajamos en total silencio las escaleras. Sarah y los demás tomaban chocolate en el salón. Me acerqué a ellos sonriente y me despedí de cada uno de ellos. Todos guardaron un silencio bastante incómodo. —¿Vendrás en fin de año? —Preguntó Sarah. —No sé... —Sí, será buena idea. —Dijo Lucia, con la que yo había hecho muy buenas migas. —Bueno, si a Patricia le parece bien... —Me encantaría. —Dijo Patricia mirándome de una forma muy intensa. —Entonces o me quedo en casa, tomando el champagne sola o lo paso con esta divertida familia. Creo que lo segundo será mucho mejor. —Todos aplaudieron. —Estupendo. Patricia irá a recogerte. —Patricia cabeceó, dándole la razón a su madre. Luego todos nos acompañaron hasta la puerta y se despidieron de nuevo de mí. Sarah no se olvidó de darme esos maravillosos dos besos que tanto me empezaban a gustar. De repente, todos se 72

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pararon serios, mientras Teo miraba al techo. Patricia y yo habíamos acabado bajo el marco de la puerta, justo debajo del muérdago. —La tradición es la tradición. —Dijo Sarah seriamente, mientras escondía apenas duras la risa. —Todo sea por la tradición. —Dije yo, disimulando estar malhumorada. Fue Patricia quien se acercó a mí y me besó. Fue un beso casto, pero más intenso de lo que podía parecer y más largo de lo normal. —Ejem, la tradición no pone límite de tiempo, pero empieza a hacer frío. —Dijo burlonamente Luis. Ante el comentario de su hermano, Patricia gruñó, separándose costosamente. Bajé la cabeza algo avergonzada. —Me lo he pasado muy bien, gracias por la magnífica velada. — Dije educadamente. Patricia me acompañó hasta donde había dejado mi coche. Ambas estábamos calladas. Yo, después de aquel beso no dudaba que deseaba besarla de nuevo, aunque no supiera aun qué sentía por ella, deseaba tenerla en mis brazos, a ser posible como Dios la trajo al mundo. Además, pensaba yo, ella me había respondido con igual énfasis. ¿Estaría realmente enamorada de aquel hombre o habría alguna posibilidad para mí? La noche estaba clara y las estrellas brillaban en el gran firmamento, ajenas a todo lo demás, preocupándose tan solo de 73

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alumbrar con fuerza, como si lucharan por ver quien irradiaba más luz. Nos paramos al lado de mi coche. No habíamos cruzado palabra en el corto trayecto, pero Patricia se atrevió a romper el silencio. —Me ha encantado verte, aunque solo fuera por diez minutos. — Dijo burlona. —A mí también, si hubieras llegado antes... —¿Llevabas mucho tiempo esperando? —Me preguntó con voz quejumbrosa. —Desde las 8, casi 5 horas, ¿te parece poco? —Le increpé, pero sin dejar de sonreír. —No, claro que no. A veces puedo ser muy egoísta, ya me conoces. —Asentí dándole la razón, pero mirándole con ternura. —Y yo muy testaruda. —Dije con una amplia sonrisa. Ella agradeció el gesto y se relajó. —Ojalá fueran todos los días Navidad. —Reflexionó casi en voz baja Patricia. —Es una época preciosa. —Contesté. —No lo digo por eso. —Dicho lo cual se marchó y me quedé plantada con una cara confusa. Había dado unos 10 pasos

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cuando se volvió—. Te veo en fin de año. —Dijo feliz. Solo asentí, aun pensando en el sentido de sus palabras. Llegué a mi casa bastante cansada. El día con la familia de Patricia había sido bastante ajetreado pero tenía esa sensación cálida que te nace cuando empiezas a sentir cariño por alguien, esa sensación de felicidad y plenitud. Después de tanta soledad, aquello era una manta dulce y protectora. Comencé a pensar en lo que Patricia había dicho sobre la Navidad. ¿A qué había venido aquello? ¿Lo dijo porque le había gustado verme o porque le había gustado que nos besáramos? Fantaseaba con las posibilidades, pese a estar un poco descorazonada. Recordé la cajita con el regalo de Patricia y me levanté de la cama para cogerla. No pesaba mucho, la sostuve un rato en mi mano, preguntándome por qué Patricia me había dado elegir si quería abrirlo delante de ella o no. Luego sin poder aguantar más, la abrí. Dentro había un precioso anillo de oro con una pequeña pero brillante esmeralda. Sorprendida lo miré como si fuera un chiquillo que se ha encontrado una moneda de oro y es incapaz de creérselo. Me lo probé y observé que me quedaba perfecto, además era muy hermoso. Dentro de la cajita había un pequeño papel, doblado cuidadosamente. Lo abrí y leí ansiosa: «Espero que este anillo selle nuestra gran amistad». Sonreí complacida, era demasiado, pero no pude evitar pensar que me había encantado. Era mucho mejor que mi llavero en forma de corazón. Me recosté en la cama sin dejar de mirar mi nueva adquisición embelesada. Me lo quité y 75

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lo miré más de cerca, pudiendo ver que había una inscripción por dentro, era la fecha en que nos conocimos y nuestros nombres grabados. Realmente se acordaba de mí, o al menos se había acordado de mí, yo no le era totalmente indiferente, pero quién sería aquel del que ella estaba enamorada. Pensando en esto me dormí. Tres días después de Navidad, recibí la llamada de Patricia. Solo llamaba para saber si quería ir con ella a comprar ropa para fin de año y algunos tiestos que su madre le había encargado. Contenta, accedí y me preparé para cuando llegara, a las 12 de la mañana. Me puse unos vaqueros y una simple camiseta de mi universidad, unos tenis y me maquillé un poco. No quería parecer demasiado preocupada por la imagen. El timbre de la puerta me sacó de mi ensimismamiento.

Estaba

apurando

un

tazón

de

cereales,

mientras miraba con interés un capítulo de la serie "Los viajes de Ulises". —Ey, hola, buenos días. —Le dije aun con la taza de cereales en la mano. —Buenas tardes, ¿aun desayunando? —me corrigió burlona. —Pasa anda. —Ella entró un poco tímida. —Una casa bonita. —Dijo mirando a su alrededor. —Gracias, siéntate, dejó esto y nos vamos. —Le expliqué un poco avergonzada por el desastre que era mi casa a esas horas—. No hay prisa. —Contestó, sentándose seguidamente y mirando con 76

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curiosidad la televisión—. ¿Los viajes de Ulises? —La escuché preguntar incrédula desde el salón. Sonreí un poco avergonzada y divertida. —No lo puedo evitar, me encanta. —Dije con una inocente mirada, saliendo de la cocina. —A mí también. —Contestó ella mirándome con media sonrisa—. Anda ven aquí. —De pronto se acercó a mí y me abrazó, me quedé un poco estupefacta, pero respondí amablemente al abrazo. Cuando se separó la miré estrechando los ojos, ella se limitó a sonreír con inocencia. —A veces puedes ser muy rara. —Le dije, saliendo ya por la puerta. —O muy obvia. —Susurró con una enigmática sonrisa. No había estado en aquel supermercado, ni siquiera sabía que existía. La verdad es que últimamente iba de casa a la universidad y de la universidad a casa. Solo muy de vez en cuando me pasaba por el pequeño supermercado que había junto a mi apartamento, aunque la mayoría de las veces comía fuera, en alguna cafetería o en algún restaurante. Miré a todos lados maravillada. Hacía tiempo que no me compraba nada personal, si dejamos a un lado los trajes para Navidad. Y no es que no tuviera dinero, mi querido padre se encargaba de engrosar mi cuenta cada mes, pero a mí me resultaba humillante gastar su dinero, no era mío. A veces no tenía más remedio, no tenía tiempo para trabajar, así que cogía su 77

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dinero

prestado,

pero

únicamente

para

los

gastos

de

la

universidad. Algunas veces trabajaba en algún bar, otras veces de repartidora, según me conviniera. Patricia estiró de mí hacia la parte de los comestibles. Durante todo el camino había tenido una extraña sonrisilla traviesa en sus labios y aún seguía ahí. Miré a mi alrededor y observé que la gente me miraba como con burla, parpadeé incrédula y miré por si me había puesto la camiseta del revés o un zapato de cada clase, pero nada, y en la cara tampoco tenía nada. —¿Qué estás haciendo? —Me preguntó Patricia mirándome con extrañeza. —Es solo que... tengo la impresión de que la gente se burla de mí. —Dije pensativa. —¿En serio? No, serán imaginaciones tuyas. —Dijo, dándose la vuelta y escondiendo otra sonrisilla. Eso ya fue el colmo, sabía que algo pasaba, así que un poco enfurecida la encaré—. Llevas toda la mañana riéndote por lo bajo, ¿se puede saber que te hace tanta gracia? —Le pregunté con el ceño fruncido mientras cruzaba los brazos a la altura del pecho. Ella me miró inocentemente. —Nada, de veras, solo pensaba. —¿Y en qué piensas? —Le dije, empezando a andar de nuevo—. En las Navidades pasadas, mi madre me contó parte de lo que hiciste con mis pobres sobrinos. ¿Les contaste un cuento donde

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caperucita y el lobo se hacían amigos? —Me preguntó con una mirada entre el reproche y la incredulidad. —¿Qué tiene de malo? Solo pretendía explicarles que los malos no son tan malos como parecen y que pueden tener amigos, de vez en cuando. —Sonreí orgullosa por mi explicación. —Menos mal que no se te ocurrió enrollarlos, conociéndote me extraña que no lo hicieras. —Recapacitó, mientras empujaba un carro de compra. —Ja ja ja. Que graciosa. No se me ocurrió, pero no hubiera estado mal, ahora que lo pienso. —Le contesté con una sonrisilla traviesa. —Ves cómo te conozco. —Patricia cogió una lata de algo que no supe muy bien qué era y siguió impasible empujando el carro—. ¿En la vida real, quién sería el lobo y quien sería caperucita? —Me preguntó, sin pararse a mirarme. —Pues... ¿por qué piensas que deben tener su equivalente en el mundo real? —Dije un poco extrañada. —No lo sé, casi todas las historias tienen su base real. — Reflexionó, mientras ponía cara de asco al pasar por la zona de los mariscos. —Pues esta no. —Contesté con una dulce sonrisa.

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—Bien.

Vamos

para

allá,

tengo

que

coger

aceite.

—Dijo,

cambiando de tema. Le seguí mirando algunas cosas, pero sin perderla de vista. La gente seguía mirándome, pero yo, cansada de tantas miraditas ajenas, les ignoraba. Miré a Patricia que estaba embobada comparando los precios del aceite. Tenía una expresión que me resultó divertida, entre la incredulidad, la rabia y la tontura. Era lindo de ver. Estaba realmente bella, era increíble como cualquier cosa que se pusiera le quedaba como anillo al guante. Y hablando de anillos, recapacité, aun no le había dado las gracias por su regalo. —Patricia. —La llamé quedamente. Ella se volteó. —¿Puedes creerlo? ¿Cómo puede variar tanto el precio? — Preguntó ofuscada. —Creo que no te di las gracias... —No me lo puedo creer, pero si son iguales... —Es muy bonito, en serio, pero me parece demasiado, debe de haberte costado... —Una pasta... —Perdón... —¿Qué? —Se volvió a mirarme confusa.

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—¿Has escuchado lo que te he dicho? —Le dije un poco enfurecida por su indiferencia hacia mí. —¿Qué? —Volvió a preguntar. —Da igual. Solo quería agradecerte el regalo. —Alcé la mano para enseñarle el anillo. —Ohh, eso, sí. ¿Te gustó? —Bajó la cara un poco avergonzada. —Me encanta. Es precioso. —Le dije. —Creo que tampoco te di las gracias por tu llavero. —Alzó un manojo de llaves con mi llavero incluido. Sonreí satisfecha. —De nada. —Contesté. —Ahora dime, ¿qué aceite compro? —Suspiré con desilusión, creí que me daría una explicación, que diría algo más y de nuevo al tema del aceite. Patricia me ayudó a subir algunas bolsas con comida y ropa. El ascensor estaba estropeado y aunque yo vivía en un segundo, se quejaba burlonamente a cada escalón que subía. —¿Quieres dejar de quejarte? Ya solo quedan 200 escalones. — Dije burlona. —Claro, claro, como tú aun estás en la juventud. —Dijo con voz quejumbrosa tras el puñado de bolsas.

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—Yo no tengo la culpa de que hayas entrado en el grupo de la tercera edad. —Le contesté burlona. —Sí, ríe, ríe. —Uso un tono entre la burla y la ironía. —Ya estamos. —Le informé, parada frente a la puerta, mientras con gran esfuerzo intentaba sacar las llaves del bolsillo de mi pantalón, cosa que me resultó imposible. —Te importa coger las llaves del bolsillo de mi pantalón. —Hubo un silencio un tanto prolongado. —¿De cuál de los dos? —Preguntó. —Del derecho. —Le contesté mientras intentaba esconder los nervios. —Allá voy. —Ella puso una de las bolsas en la mano izquierda y utilizó la derecha para sacar las llaves. Noté el calor de su mano en mi ingle y pegué un leve respingo—. ¿No tendrás cosquillas? — Preguntó burlonamente. La miré y un tono rosado había invadido sus mejillas. —Qué graciosa, date prisa, quieres. —Le dije simulando estar enfadada. Sacó finalmente la mano y con una triunfal sonrisa se dispuso a abrir la puerta ella misma. Corrí hacia la cocina y con un gesto de alivio dejé las bolsas sobre la encimera. Patricia me remedó y suspiró cuando dejó las dos bolsas al lado de las otras. 82

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—¿Cómo puedes comer tanto siendo tan pequeñaja? —Dijo burlona. —¿Y tú como puedes ser tan grande, comiendo tan poco? —Le contesté mientras empezaba a meter los congelados. —Bueno, creo que es hora de que me vaya. —Dijo en voz alta. —¿Por

qué

no

te

quedas

a

comer?

—Le

pregunté

algo

esperanzada. —También he comprado congelados y... —Bueno, está bien. —Me adelanté, pues sabía que vendría un no por respuesta. —Pero, podemos hacer una cosa, ¿por qué no te vienes a comer a casa y así me ayudas a cargar las bolsas? —Me sonrió con picardía. —No sé, tu madre no espera invitados. —Contesté un poco retraída. —Hay una barbacoa y ella misma me dijo que te invitara. —Se explicó. —Bueno, si me das diez minutos para guardar esto... —Claro. Te ayudaré. —Dijo y empezó a meter cosas en el congelador.

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Llegamos a la hora del almuerzo, no recuerdo muy bien lo que estuvimos hablando en el trayecto desde mi casa a la suya, pero si no lo recuerdo es porque seguramente no fue relevante. Sarah me recibió como de costumbre, con sus dos sonoros besos, ante la risita de Patricia. —Me alegro de que vinieras. —Me dijo Lucia, asomándose tras su suegra. —¿Qué celebráis? —Pregunté al ver algunos globos por la casa. —Hola. —Tom apareció por la puerta con la más grande de las sonrisas, sin dar tiempo a los demás a contestar a mi pregunta. —Ey, renacuajo, ¿qué tal? —Le dije divertida. Tom me alargó la mano para que se la estrechara y no tuve que esperar mucho para recibir la descarga de 12 voltios. —Ay, bicho, ¿qué tienes ahí? —Pregunté mientras los demás se reían a moco tendido. —Inocente. —Gritó el niño, riéndose con los demás. —Oh, es verdad, lo había olvidado. —Patricia reía más aún que los demás. —Ese es el mayor pecado que alguien puede cometer el día de los inocentes, olvidar el día que es. —Dijo burlona Patricia, mientras me quitaba algo adherido a mi espalda. —¿Qué es eso? —Pregunté, aunque me imaginaba lo que era. 84

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—Es un monigote. —Respondió Patricia, perdiéndose de pronto en las profundidades de la casa y riendo aun. —Ven aquí, te vas a enterar. —Corrí tras ella, ante la mirada divertida de todos. Recapacité, claro, por eso la gente me miraba así durante toda la mañana. Recorrí la casa con la mirada, pero no había ni rastro de Patricia. Salí al porche, donde algunos invitados charlaban amistosamente. A algunos los conocía de Navidad y me saludaron simpáticamente, pero a otros era la primera vez que los veía. Patricia apareció detrás de mí. —Eh, quieta, no me mates. —Dijo levantando los brazos. Puse cara de mohín. —Eres muy graciosa, no es justo, he quedado en ridículo delante de millares de personas. —Me quejé. —Exagerada. Solo ha sido una broma. —Dijo ella, restándole importancia al asunto. —Claro, como no has sido tú el objeto de la broma. —Le recriminé. —Toma, fumemos la pipa de la paz, jefe indio. —Dijo de forma divertida y me pasó un vaso de ponche. Estaba a punto de beber cuando miré con desconfianza el líquido. Ella puso cara de desesperación.

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—No está envenenado. —Dijo con media sonrisa sospechosa. —Si lo está caerá sobre tu conciencia. —Contesté con una sonrisa traviesa, ella se removió incomoda. —¿Tienes hambre? —Me preguntó, señalando las hamburguesas y las salchichas dorándose en la barbacoa. —No mucha. —Me miró con incredulidad fingida. —¿En serio? —Ja, ja, ja. Estás últimamente muy graciosa. —Contesté irónica y ella rió divertida—. Hay mucha gente. —Observé—. Sí, son amigos de mis hermanos y de mi madre. —Explicó con una mueca. —Parece

que

no

te

agradan.

—Reflexioné

mirándola

detenidamente. —No me gusta el ejército. —Contestó secamente. —¿No hay ningún amigo tuyo? —Pregunté un poco extrañada. —Estás tú. —Dijo con una ladeada sonrisa. —A parte de mí. —Ella me miró durante un largo momento, luego volvió la mirada y siguió callada. Su seriedad pasó a una gran sonrisa. —¿Quieres conocer a un amigo mío? —Alzó la mano, llamando a alguien que no supe determinan quien era, hasta que un hombre

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de unos 30 años se abrió camino entre la multitud, con una sonrisa triunfal. —Ehh, ¿me llamabas princesa? —Dijo el hombre con arrogancia— . Patricia le abrazó y le dio dos cálidos besos. Empecé a preguntarme si no sería aquel el tipo del que Patricia andaba enamorada. —Hola Carlos, quiero presentarte a una buena amiga mía. Carlos, esta es Andrea. —Carlos me estudio lujuriosamente de la cabeza a los pies. —¿Todas tus amigas son igual de bellas? —Dijo en un acento un poco extraño, luego me besó la mano de un modo galante—. Un placer, princesa. —¿No puedes dejar de ser italiano por un momento? —Preguntó Patricia disimulando una mueca de disgusto. —Viene de una larga tradición, está en nuestra sangre. —Explicó el moreno y forzudo italiano—. No puedo evitarlo. —Dijo con una sonrisa enigmática mirándome intensamente—. Y menos cuando me presentan a mujeres tan hermosas. —Corta el rollo Carlos. —Dijo Patricia un poco incómoda. —Vale, no te pongas celosilla, que tú también eres mi princesa. Carlos pasó un brazo por encima de Patricia y le besó en la mejilla. Pude comprobar que había mucha complicidad entre ellos. 87

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—Bueno, damas, me encantaría quedarme a charlar un rato más, pero el deber me llama, le dije a Sarah que me encargaría de la barbacoa. —Explicó y luego volvió a mirarme intensamente. Me limité a sonreírle un poco incomoda. —Hasta luego. —Dije. Patricia me pasó un brazo por el hombro y estiró de mí hacia el balanceador del porche. —¿Todos tus amigos son así de plastas? —Pregunté un poco malhumorada y celosa. —Es el único amigo que tengo. —Luego sonrió traviesa. —Ya

veo.

—Contesté

secamente,

bajando

la

mirada—.

Sentémonos. —Se sentó en el balanceador y me indicó que le hiciera compañía. —¿Estas bien? —Le pregunté al ver que guardaba un inusitado silencio. —Sí. ¿Por qué lo preguntas? —Encogí los hombros en señal de indiferencia—. Estoy bien, tan solo pensaba en el trabajo. —¿En qué trabajas? Tu madre me dijo que estabas en Quebec. — Le pregunté interesada, pues hasta ahora no habíamos hablado sobre ello. —Trabajo en un centro para niños con problemas, autistas la mayor parte. —Explicó. —Oh. ¿Es un buen trabajo? —Pregunté. 88

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—Sí, pero a veces me siento tan frustrada. Hay niños a los que por más que lo intento no consigo sacarlos de su mundo. Están inmersos en un mundo que no es el nuestro, carecen de sentimientos, pero luego demuestran tener una gran creatividad o grandes dotes para las matemáticas y ciencias, es tan extraño. — La miré realmente interesada. —A veces hay cosas que es mejor no preguntarse, cosas que tienen un fin, un destino... —¿Quieres decir que el que esos niños sean así es porque el destino decidió que debía ser así y no podemos remediarlo? —Me miró con cierta expresión de incredulidad. —No, lo que quiero decir es que quizás son así por algún motivo, quizás debamos ver las cosas buenas, como por ejemplo su rara creatividad o esos dotes matemáticos. No sé si me entiendes. — Dije un poco ofuscada por no poder explicárselo bien. —Sí, te sigo, pero tienes una rara filosofía, demasiado exotérica. — Me contestó sonriendo—. Cambiando de tema, ¿qué ha sido de tu vida todo este tiempo? —Me preguntó sentándose de lado en el balanceador para mirarme. —Pues, como te dije, después de salir de reformatorio, me vine aquí a estudiar en la universidad, me independicé de mis adinerados padres y aquí estoy, libre y ociosa como un pajarillo. — Ella sonrió divertida.

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—¿No has salido con nadie en todo este tiempo? —Preguntó alzando una ceja. —No he tenido mucho tiempo, la verdad es que me tomé la universidad muy en serio, era una forma de mantenerme... sobria. Hice una pequeña mueca, casi convertida en sonrisa. —¿Qué me dices de ti? —¿Yo? Ninguna chica se fijaba en mí, puede que les asuste, ¿tú que crees? —Me miró sonriente y pícara. —Me cuesta creerlo. —Dije con sarcasmo. —¿Me acusas de mentirosa? La verdad es que no estuve muy por la labor de buscar a nadie. —Explicó, volviéndose a sentar recta en el balanceador. —¿Y eso? —le pregunté intentando disimular el interés. —La única persona que me interesaba me odiaba, o al menos eso pensaba yo. —Patricia miró al horizonte, donde empezaba a ocultarse el sol—. Bonito atardecer, ¿no crees? —Me pareció que intentaba cambiar de tema. —¿Conozco yo a esa persona? —Pregunté, sin poder aguantar la curiosidad. —Oh, sí. —Fue su escueta contestación.

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—Ya veo, ¿creí que la habías olvidado? —Le dije volviendo también la mirada al horizonte. —¿Olvidarte?, no podría, cierro los ojos y veo tu sonrisa, tus brillantes ojos verdes, es tan embriagador. —Casi me caigo del balanceador al escuchar aquellas palabras. En cambio me sostuve agarrando fuertemente uno de los hierros de la estructura mientras mi corazón latía más allá del posible control. La miré con incredulidad incapaz de articular palabra. Ella notó mi escéptica mirada y me observó confusa—. ¿No me dirás que no lo sabías? — Preguntó. —Para serte sincera... no. —Fue ella la que me miró con incredulidad. —¿En serio? —preguntó sin dejar de mirarme. —En serio, nunca me lo dijiste. —Contesté recriminándola un poco. —De todas formas, sabía que era imposible, lo dejaste claro desde un principio. —Dijo un poco dolida. —Lo sé, es solo que pensé que era un capricho, tú... me dijiste que eras incapaz de amar... —Pero tú me ayudaste a combatir eso, no sé cómo, pero lo hiciste...

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—Estáis aquí. —Lucia apareció de la nada con dos vasos de limonada y dos perritos calientes—. Tomad, charlatanas. —Nos sonrió con ternura. —Gracias Lucia, pero no me apetece. —Patricia de repente se levantó y me dejó sola con la joven chica. —Oh, vaya, ¿dije algo malo? —Preguntó Lucia apesadumbrada. —No, creo que se ha enfadado conmigo. —Dije apenada. —¿Quieres contármelo? —Preguntó comprensiva. —No sé si lo comprenderás... es tan lioso. —No te preocupes, comprendo todos los idiomas y soy buena traductora. —La miré sonriente y me aparté para dejar que se sentara a mi lado. Le conté a Lucia todo lo que os acabo de contar a vosotros, desde el principio, todo lo que ocurrió desde el día que llegué al reformatorio, y ella escuchaba embelesada mi historia. Evité contarle

algunas

escenas

para

evitarme

un

momento

de

incomodidad y evitárselo a ella también. Me comprendió bastante bien, era una chica bondadosa y simple. —¿Pero tú estás enamorada de ella? —Preguntó mirándome intensamente. —Pues eso es lo que no sé, me gusta, pero no estoy segura de lo que siento... 92

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—Por qué no lo intentas, si no lo haces nunca lo sabrás. Míralo de este modo, y si ella es tu alma gemela, si no lo intentas quizás no habrá otra oportunidad. —Pero, yo soy nueva en esto, ni si quiera sé que hacer... es tan raro... —Solo tienes que dejarte llevar, haz como harías con un hombre, primero sedúcela hasta que caiga rendida, luego todo será más fácil. A mí me funcionó con Luis. —Dijo orgullosa. —No sé... no tengo ni la menor idea... —Yo te ayudaré. Seré tu cómplice. —Me sonrió tranquilizándome. —¿Trato hecho? —alargó su mano para que se la estrechara. Miré un momento su bondadosa e inocente sonrisa. —Trato hecho. —Nos dimos la mano. —Ahora hay que ponerse mano a la obra, hay que trazar un plan. Suspiré, pensando que quizás aquello no había sido tan buena idea.

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No

os podéis ni imaginar la que me armó Lucia. Llamó al

cuartel de sus queridas amigas, todas eran sabías en estética y belleza. Me encontraba como Jesús entre los doctores. En realidad me lo pasé bien. Pero antes que nada, os diré que el día de la barbacoa no volví a ver a Patricia, entre otras cosas porque estuve muy ocupada poniendo atención al plan de Lucia y además porque la propia Patricia no volvió a dar la cara en todo lo que quedaba de tarde. Me marché un poco depresiva, pero esperanzada de que el plan de Lucia saliera bien. Al día siguiente quedé con ella y sus queridas amigas para ir de compras. Me gasté tanto dinero en trajes y adornos que tuve que coger prestado dinero de mi padre, además allí todo se pagaba con tarjetas de crédito. Cuando llegué a mi casa me lancé sobre el sofá dejando que todas las bolsas se desparramaran por el suelo. Suspiré aliviada, pero nerviosa. Solo quedaban dos días para fin de año, pero no tenía la menor idea de qué hacer durante esos dos días. El plan ya estaba estudiado, todo iba viento en popa. Bueno, no todo, quedaba buscar al infeliz que tendría que hacerme compañía. Esta era la parte del plan que menos me gustaba, tener que dar celos a Patricia, solo pensar en 94

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su reacción me ponía nerviosa. ¿No era esa una medida un poco frívola y cruel, además de desesperada? Según Lucia en ningún caso debía decir que era mi novio, solo acompañante, para que Patricia

no

perdiera

del

todo

la

esperanza.

Luego

debía

comportarme cariñosa con el tipo, pero yo no era, y en mi vida he sido buena actriz. A la mañana siguiente el timbre de la puerta me despertó. Aturdida me vestí rápidamente y me dispuse a abrir la puerta. Ante mí apareció un chico de unos 25 años muy bien formado. Era castaño, casi rubio y tenía unos ojos verdes muy bonitos, le sonreí amablemente. —Hola. ¿Qué desea? —Pregunté, pensando que sería un nuevo vecino o algo así. —¿Es usted quien busca acompañante? —Preguntó el chico mirando avergonzado al suelo. Me quedé un poco perpleja, incapaz de reaccionar—. Lucia me obligó a venir. —Levantó la vista y me sonrió encantador. —Op, voy a matarla. —Dije entre dientes—. Pasa. —El chico dudó un momento y luego entró. —¿Qué te ha dicho exactamente Lucia? —Pregunté invitándole a que se sentara en el sofá. —Oh, pues me dijo que si no venía le diría a mamá que soy gay. — Me sonrió nervioso. —Jajaja, ¿en serio? ¿Sois hermanos? —El chico asintió—. Vaya cuanto lo siento. —Conseguí sacarle una gran carcajada—. 95

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Al menos tienes buen humor. —Dijo mirándome sonriente—. Gracias. Bueno, en serio, te agradezco mucho el gesto, pero no quiero obligarte a hacer nada que no quieras. —El chico se tensó un poco. —No, ante todo soy un caballero y le prometí a mi hermana que te ayudaría, además me has caído muy bien. —Contestó serio. —Gracias. Empecemos por el principio, ¿Cómo te llamas? —le pregunté. —Oh, Virgil. Contestó. ¿Y usted? —Sonreí al verme llamada de usted. —No me llames de usted, me hace sentir mayor y debo tener tu misma edad. Me llamo Andrea. ¿Virgil, de dónde viene? —Bajó la cabeza suspirando apesadumbrado. —De Virgilio, mi madre sufrió durante el embarazo un empacho de literatura clásica griega. —Me sonrió inocentemente. —Tengo una duda, ¿Patricia no te conoce? —Pregunté un poco extrañada. —No, la verdad es que como estuve estudiando fuera no pude venir a la boda, y aun no he tenido ocasión de conocer a la familia de Luis. —Me explicó. —Bien, bueno, entonces, el plan es que tu... bueno, yo... vamos juntos a fin de año... yo diré que eres mi acompañante... 96

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—Lucia me lo explicó. No debo decir que soy tu novio bajo ningún concepto. —Dijo y me sonrió con complicidad. —Bien,

entonces

todo

está

claro.

—Virgil

bajo

la

cabeza

dubitativo—. ¿Eres homosexual, no? —Preguntó curioso. Era la primera vez que me lo preguntaba así que no supe que responder. —No lo sé, cuando veo a Patricia no tengo dudas. —Fue lo más estúpido que pude decir, pero no quería incomodar al chico diciéndole que también había estado con chicos. —Ahora sí, todo está claro. —Dijo el chico levantándose—. Bueno, tengo que irme, ha sido un placer. —Extendió la mano y yo se la estreché. —Lo mimo digo. —Contesté un poco más relajada. —Vengo a recogerte a eso de las 9. —Asentí. —Sí, es buena hora. —Y se marchó. Ya estaba todo resuelto, ahora solo quedaba esperar el día del holocausto final. Ya, ya sé que soy un poco exagerada, pero no pensareis lo mismo cuando os cuente lo que pasó, oh, eso sí que no se me ha olvidado, recuerdo cada palabra, cada imagen de aquella inolvidable noche. No os voy a dejar con la miel en la boca, seguiré con la historia, tranquilos. Lo que paso fue lo siguiente. Estuve medio día rodeada de las amigas de Lucia y de ella misma, mientras me probaban 97

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maquillajes y ropa tras ropa. Pareciera que estaba a punto de casarme. Yo suspiraba cansina cada dos por tres, pero soportaba estoicamente aquella tortura. En algún momento de la tarde, las chicas dieron su visto bueno a uno de los modelos y al fin pude suspirar aliviada. Luego cada una se fue marchando, pues tenían su propia fiesta para la cual debían arreglarse. Eras las 6 de la tarde y no había comido nada en todo el día, tan solo un zumo en la mañana. Con lo golosa que yo era, ahora estaba totalmente desganada. Me parecía gracioso ponerme guapa para gustarle a una mujer, debía estar volviéndome loca u homosexual, supongo. Bueno, el hecho es que salí de mi casa con el modelito elegido por las chicas y oí castañear a mis dientes. Hacía mucho frío, como debía ser en Navidad. El traje era de tirantes, con diferentes tonos de rosa y pardo, con un gran escote que dejaba ver más de la cuenta y con un recatado volante por encima de las rodillas. Debo decir que incluso Virgil se quedó embobado mirándome. La verdad es que también a mí me había gustado el traje, pero de ahí a ponérmelo... En fin, pensé, todo sea por la causa. Me puse el abrigo de ante negro y entré en el polo azul de Virgil. Cerré los ojos y me tranquilicé, o al menos lo intenté. —¿Estás bien? —Preguntó Virgil divertido. Le miré un poco confusa. Hasta ahora no había cruzado palabra con él, tan solo «hola». Realmente estaba guapo. No se había puesto smoking, sino un pantalón gris de pinza muy elegante y una camisa azul 98

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marina que hacía brillar aún más sus ojos. Le sonreí un poco avergonzada al darme cuenta de que había estado mirándole demasiado tiempo. —Sí, lo siento. —Virgil me sonrió quitándole importancia a mi anterior escrutinio—. Estás muy elegante, los hombres de la fiesta se volverán gays por tu culpa. —Es el mejor piropo que me han hecho en mi vida. —Dijo y seguidamente arrancó el coche con una media sonrisa liviana. La manzana estaba a rebosar de coches. Nunca imaginé que Patricia tuviera una familia tan extensa, ¡¡si incluso había un camión de mudanza y uno de helados más allá!! Nos costó un poco aparcar, al final lo tuvimos que hacer en la otra manzana. Andamos en silencio y ateridos por el frío hasta la casa. Virgil llamó a la puerta y me sonrió cortado. —¿Preparada? —Dijo nervioso. —Nunca estaría preparada para esto. —Contesté asustada. Virgil se echó a reír y yo hice lo propio. En ese momento se abrió la puerta, ¿y a que no sabéis quien fue a abrir? Pues quien iba a ser, Patricia, ni más ni menos. Su mirada pasó de la alegría al mirarme, a la confusión al ver a Virgil. —Hola. Pasad. —Dijo amablemente. —Hola. —Le dije una vez dentro de la casa y le di los acostumbrados dos besos. Ella se quedó mirando a Virgil 99

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seriamente—. Oh, este es Virgil, mi acompañante. —Señalé a Virgil y le miré con media sonrisa de complicidad, gesto que no pasó desapercibido para Patricia. —Mucho gusto. —Virgil estrechó la mano de Patricia con delicadeza y le sonrió. Patricia se limitó a hacer una mueca que casi fue de desprecio. —¿Os conocéis de mucho tiempo? —Preguntó Patricia con cierto tono de desconfianza, puesto que yo le había dicho que no tenía ninguna relación. —Sí, somos muy buenos amigos y nos compenetramos muy bien. Las palabras de Virgil no sonaron demasiado bien para Patricia porque frunció el ceño. —Dejadme vuestros abrigos. —Dijo amablemente, dejando a un lado la conversación. —Claro. —Contesté y me deshice de la prenda gustosa—. Toma. — Le alargué el abrigo pero Patricia no atinaba a cogerlo, estaba absorta en alguna parte de mi anatomía o en todas las partes, me pareció a mí. Sonreí con la idea y Virgil rió también divertido. —Toma

el

mío

también.

—Dijo

Virgil

sacando

de

ensimismamiento a Patricia, que se ruborizó por completo. —Entrad y poneos cómodos. —Dijo y desapareció por el pasillo.

100

su

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Virgil y yo nos miramos con complicidad. No pude evitar soltar un suspiro de alivio. Una vez dentro nos encontramos con Lucia y toda la plebe, que se merecieron el Óscar a las mejores actrices, supieron disimular de lo lindo, e incluso el hermano de Patricia supo disimular cuando su esposa se acordó de pellizcarle en cierto lugar doloroso «no penséis mal». Virgil y yo nos divertimos mucho durante el tentempié, pero de Patricia ni rastro, de vez en cuando la veía pasar con una falsa sonrisa y cargando una bandeja. La madre de Patricia invitó a la gente a tomar asiento en las mesas que habían dispuesto para los invitados. Nos sentamos los jóvenes juntos. Todos tomaron asiento, pero extrañamente nadie se sentaba a mi lado, supuse que esta era otra estratagema de Lucia. Cuando estábamos todos a la mesa, Patricia y Sarah sirvieron la cena y luego fueron a sentarse. A Patricia se le puso cara de sorpresa cuando observó que el único sitio libre estaba junto a mí. Me miró a lo lejos un poco azorada y yo le sonreí con dulzura y seducción. —¿Me pregunto por qué se te ve tan feliz? —Susurro Virgil chistosamente. —Que gracioso. No hables, no has dejado de mirar con descaro al capitán de la marina aquel. Dije sarcásticamente. —Ambos nos echamos a reír y a Patricia se le puso una cara de consternación. Un poco con pesadumbre se sentó a mi lado y me sonrió. 101

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—¿De qué os reíais? —Preguntó curiosa. Virgil charlaba con una de las amigas de Lucia sobre moda. —De algo que había dicho Virgil, es muy chistoso. —Le contesté. Ella volvió la cara un poco malhumorada. —Se os ve muy felices. —Dijo secamente. —Es muy divertido... —¿Yo no? —Preguntó mirándome un poco dolida. —Yo no he dicho que no lo seas, ¿a qué viene esa pregunta? —Dije confusa, aunque preveía que el plan de Lucia funcionaba, Patricia estaba celosa. —Olvídalo, solo pensé... solo... —¿Qué? —Pregunté curiosa sin dejar de mirarla. —Nada, da igual. —Dijo y se puso a comer en silencio. Me quedé mirándola un rato y sentí unas ganas enormes de abrazarla y decirle que solo la quería a ella, pero no era el momento, no allí delante de todos. —¿Qué pensaste? —Le susurré al oído de modo que los demás pensaran que solo estábamos cuchicheando y que aquello no era un método de seducción. Como no pareció reaccionar, puse mi mano sobre su muslo y pegó un respingo que le hizo mandar la cuchara llena de sopa dos metros atrás. La gente se quedó 102

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mirando a Patricia con curiosidad, esperando una explicación, pero ella, roja como un tomate, se limitó a levantarse, recoger el desastre y sentarse de nuevo. Carraspee, disimulando una sonrisilla traviesa—. ¿Estás bien? —Asintió nerviosa con la cabeza, pero sin atreverse si quiera a mirarme. De nuevo coloqué mi mano sobre su muslo y empecé a acariciarle con suavidad. Esta vez ella solo se agitó un poco, pero se mantuvo comiendo en silencio. —Ehh, Andrea... —Virgil me susurró al oído que el capitán le estaba mirando con interés y sonreí con su comentario. —Eres un seductor. —Le dije con complicidad. En ese momento, Patricia apartó mi mano con brusquedad. Supuse que la razón había sido mi cuchicheo con Virgil. Quizás se pensaba que yo jugaba a dos bandas. Volví mi vista hacia ella y me la devolvió con desprecio. Luego se acercó a mí. —Deja de jugar. —Me susurró. Su aliento me hizo cosquillas y me excitó sobremanera. —No juego. —Le dije mirándole seriamente. Entonces fue ella la que puso su mano sobre mi muslo. Pegué tal brinco que tire la copa de vino—. Mierda. —Dije levantándome al ver que se manchaba el traje. Patricia escondió una sonrisa de burla y un poco mosqueada la miré.

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—El baño está al final de la escalera, a la izquierda. —Me dijo sin poder contener la risa. Molesta me marché por el pasillo, refunfuñando cosas ininteligibles. Estaba enfadada, ella me había tratado con burla y yo odiaba que se burlaran de mí. La noche no estaba saliendo como esperaba, Patricia era un hueso duro de roer. Reflexioné un poco. Aquello no era más que un juego, Patricia tenía razón, ninguna ponía la carne en el asador, porque ninguna sabía lo que realmente sentía la otra. Me miré al espejo y suspiré. Mi aliento lo empañó por completo. Me eché un poco de agua sobre el cuello, me sentía completamente estresada. —¿No te han enseñado a cerrar con pestillo? —La voz de Patricia me hizo dar un brinco por el susto. Había cerrado la puerta con pestillo y se apoyaba sobre ella, mirándome con algo que estaba segura era deseo. —¿No te han enseñado a llamar antes de entrar? —Contesté malhumorada por su intromisión. —Me encanta cuando te enfadas. —La miré enfadada, pero por dentro estaba muy halagada. —Ya me marcho. —Dije y me acerqué a la puerta, pero ella se colocó delante de mí impidiéndome el paso. —¿Recuerdas el día que nos conocimos? —Me miró rememorando viejos tiempos.

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—Sí, como olvidarlo. —Contesté sin saber a donde quería llegar. —Me besaste en el baño. —Dijo sentenciosa. —De eso nada, fuiste tú quien me besó. —Dije a la defensiva. —¿Ah sí? No lo recuerdo, pero si fue así, supongo que ahora es tu turno, ¿no? —Dijo en tono divertido. —¿Qué? —Pregunté confusa. —Ahora te toca a ti besarme. —Explicó acercándose a mí. —¡¡Quieta!! —Patricia se detuvo mirándome con sorpresa. —¿No quieres besarme? —Preguntó con un tono de voz seductor. —No es eso... es que... —¿Qué? —Preguntó y siguió acercándose a mí. A escasos centímetros se detuvo, esperando que yo la besara, pero me entró el miedo, deseaba besarla, pero me sentía un poco humillada. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, pero contuve mi tentación y en silencio me escurrí hasta la puerta, dejándola allí. De camino al salón me reí por lo que había hecho. La mesa estaba siendo recogida y la gente estaba en el salón bailando y charlando. Observé que Virgil hablaba con el capitán distendidamente y no quise inmiscuirme, parecía que se gustaban realmente. Vi a Patricia acercarse a mí con una sonrisa orgullosa y vanidosa. 105

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—Cobarde. —Me susurró al oído. Te doy otra oportunidad. Estoy en mi habitación. —La vi marcharse escaleras arriba y tragué saliva. Era ahora o nunca. Dejé que pasara unos 5 minutos desde que se había marchado, para no parecer demasiado desesperada y fui tras ella. La puerta de su cuarto estaba entreabierta. Suspiré varias veces intentando tranquilizarme y finalmente entré, pero allí no había nadie. Miré en el baño y escuché un ruido seco, como de una puerta cerrándose. Salí asustada a ver y observé que estaba cerrando la puerta con pestillo. Luego me miró de forma inocente. —5 minutos, yo no hubiera tenido tanta paciencia. —Me sonrió y le respondí un poco avergonzada. —Quería decirte que Virgil... —Ah, ah... lo sé, me di cuenta cuando fuiste al baño, es homosexual, no dejaba de tirarle los tejos al amigo de mi hermano, al capitán. —Sonreí divertida. —No sabe disimular. —Dije en su defensa. —Ya me di cuenta. Sin embargo tú lo haces bastante bien. —Dijo acercándose a mí despacio. —No sé de qué hablas. —Dije en tono indiferente. Ella me empujó y caí sobre la cama. La miré un poco asustada.

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—¿No sabes de qué hablo? Se te da muy bien seducir, veamos qué tal se te da ser seducida. —Dijo poniéndose a horcajadas sobre mí. Tragué aire con fuerza y sentí una punzada en mi interior. —Yo lo hago mejor. —Contesté orgullosa, pero sin poder disimular mí deseo. —Aja, veamos. —Se agachó y besó mi escote con delicadeza, dejando un surco húmedo entre mis pechos. Gemí débilmente. —No está mal, pero yo puedo hacerlo mejor. —Tras un pequeño forcejeo, conseguí ponerme encima de ella. Me agaché para besarla, pero ella volvió la cabeza a un lado. Entonces besé su cuello y lo lamí, sabía a melocotón. Patricia se estremeció, pero contuvo un gemido. —¿Eso es todo lo que sabes hacer? —Preguntó con desprecio. Le sonreí y aproveché que me miraba para besarle en los labios. Tardó un tiempo en reaccionar, pero pronto el beso se convirtió en una lucha por ver quien llegaba más lejos. Sus manos acariciaron mis muslos con suavidad subieron hasta mis caderas, por debajo del traje. Me separé y me deshice de la prenda sin más contemplaciones—. Umm, no está mal. —Le calle con otro largo beso y me estremecí al notar sus manos sobre mi espalda. Me quitó el sujetador y consiguió ponerse encima de mí de nuevo. Se separó de mí y bajó con ansias a mis pechos. Besando cada uno de ellos. Suspiré y gemí con fuerza. Tiré de su cabello para atraerla a mi otra vez y la besé con fuerza y fiereza. Ella aprovechó

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la posición para deshacerse de su vestido, rompiendo por un momento nuestro intenso y salvaje beso. —Tampoco estás nada mal. —Dije mirándola con intensidad. Algo le hizo gracia y empezó a reír a carcajadas. —Lo sé. —Contestó. La noche se alargó más de lo común, eran las 3 cuando agotadas, nos permitimos descansar un poco. Me eché sobre el cuerpo desnudo de Patricia y observé que encajábamos a las mil maravillas, como dos cuerpos rotos por la mitad. La sensación de sentir el calor de su piel viva bajo la mía era indescriptible, nunca había

sentido

nada

parecido.

Aproveché

para

acariciar

y

memorizar el contorno de sus pechos, de sus caderas, de su rostro. Patricia sonreía con cada caricia y se estremecía. Me besó la frente y me miró como si fuera un objeto de veneración. —Te quiero. —Aunque lo había susurrado en varias ocasiones en mi oído, ahora me lo decía cara a cara, mirándome a los ojos. —Lo sé. ¿Sabes que yo también te quiero? —Pregunté divertida. —Lo sé. Ahora sí. —Dijo y sus labios rozaron los míos, con delicadeza, sin profundizar, pero con intensidad, con pasión en ese pequeño roce. Suspiré sintiéndome como en una nube, feliz y completa. —¿Quién ha ganado? —Pregunté cuando nos separamos.

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—Yo, por supuesto. —Dijo orgullosa. —Ja, eso no te lo crees ni tu. —Contesté siguiendo el juego—. Por supuesto, gané yo. —Dije con el mismo tono de orgullo. —Sabes, creo que ganamos ambas. —Dijo mirándome con dulzura. —Ganaste mi alma, ¿ese es un buen trofeo? —Pregunté mirándola con un poco de timidez. —El mejor del mundo. —Contestó. Me abrazó con fuerza y me dejé mecer por aquellos brazos reconfortantes. Así fue como terminó aquel fin de año. Bueno, he omitido ciertas imágenes porque hasta a mí me resulta vergonzoso contarlas, además es mi intimidad jolines. Bueno os contaré que aquel final feliz, sigue siéndolo todavía. Aun me acuesto y me levanto entre aquellos brazos, y soy la mujer más feliz del mundo, tengo lo único que necesito. No sé qué haría sin ella. Y mirad, estoy aquí desesperada, contándole esto a unos... unos ancianos que no saben ni quien soy, ni quienes son ellos mismos. Debo estar loca, y todo porque Patricia, mi niña se ha roto un brazo, menuda he armado. Después de esto puede que hasta deseéis de verdad perder la memoria. Siento si os he dado la lata mucho. Una rubia de pelo corto salió de la sala de entretenimiento con una sonrisa divertida, echó una última mirada a la entrada de la sala y entró luego en una habitación, donde una mujer morena le dio una

grata bienvenida. La puerta se 109

cerró tras ella.

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Mientras, en la sala de entretenimiento, unos viejos debatían sobre la intensa y entretenida historia que una rubia loca les había contado. Uno de ellos se quejaba a viva voz porque la rubia había omitido ciertos detalles...

FIN

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