Elora Dana Xenagab - Corazón Contaminado

August 4, 2017 | Author: LeiAusten | Category: Horses, Castle, Hair, Woman, Love
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Descripción: El destino trágico une los caminos de Talti y Sorcha. Sera posible que del odio y la venganza que dominan s...

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Corazón Contaminado - Elora Dana Xenagab

Sinopsis

l destino trágico une los caminos de Talti y Sorcha. Sera posible que del odio y la venganza que dominan su existencia surja otro sentimiento mucho más poderoso que pueda sanar sus corazones y sus almas.

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Disclaimer: Ni siquiera me voy a molestar, total ya sabéis lo que corresponde a esta parte y bla bla bla.

Resumen: En plena Edad Media, dos corazones contaminados de odio se encuentran y se unen bajo un mismo anhelo: la venganza.

Avisos de la autora: Esta historia es un UberXena, ya lo habréis supuesto. Disculpadme porque sé que hay partes que están un poco mal dibujadas o no se entienden como yo quisiera, pero soy muy mala con las palabras. Ahh, se me olvidaba, se narra sentimientos de amor entre dos mujeres, espero que a nadie le disguste esto, si es así, "nadie te ha pedido que lo leas". En fin, sinceramente, espero que os guste.

Dedicatoria: Se lo dedico a mi hermana por ser como es; a mis compañeros de la facultad, Peter y Virwi, sois los mejores. A mi lejana amiga de Barrio Sésamo, aunque sé que nunca leerás esto y en fin, a todas aquellas personas que se han dejado el corazón en escribir relatos sobre la serie, gracias. [email protected]

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CORAZÓN CONTAMINADO Elora Dana Xenagab

Capítulo I:

Todo ocurre por alguna razón.

Marca de Asphodel estaba gobernada por un endiablado conde, que descendía de una no menos endemoniada estirpe de panzudos y torpes guerreros, de ojos glaucos y pelo rojizo y polvoriento. Este conde tenía por nombre el de Valkin II, sucesor de Valkin I, su padre, que había sido un guerrero audaz, capaz de soportar altas y bajas temperaturas, aunque carente de toda sabia conducta en lo que no se refiriese al arte de batallar. Soberbio como el que más, lujurioso y perverso, capaz de toda bellaquería, tunante, imprudente, pérfido, odioso y ruin, era un animal más que un hombre. Se le temía más por sus misteriosos cambios de humor que por su aparente crueldad, ya conocida por todos. Su hijo, al que a continuación describiremos más detalladamente, le había tenido temor tanto o más que los cortesanos que le 4

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rodeaban, incluso en algún momento, quizás cuando veía a su padre cortar cabezas o realizar uno de sus virulentos sacrificios, llegó a odiarle al mismo tiempo que la admiración amarga se apoderaba de él. El conde, que había sucedido a su padre, como hijo legítimo que era, se había criado en la torre norte del Castillo, allí no había más que aprendido el arte de la guerra desde que tuvo edad para sostener una espada, y carecía, por tanto, como su padre, de todo resquicio de sabiduría o habilidad en las letras. Era igualmente malvado y los años de admiración hacia su padre hicieron tanta mella en su débil corazón que se fue convirtiendo en un monstruo, sediento de sangre, vil y malévolo, en el que la ausencia de todo dulce o benévolo sentimiento era un hecho. Esta sed de sangre le había llevado al punto de intentar conquistar las marcas de los alrededores, empresa que además de no traerle ningún resultado ni beneficio, le privó de gran parte de su ejército y lo llevó a la mísera ruina. Mientras, al norte de su ya viejo y mugriento castillo se alzaba el gran palacio del rey, un rey que si bien tampoco era muy lúcido en lo que se refiere a la técnica de pensar, no obstante no era ni mucho menos cruel o malvado, como lo eran sus vecinos. Acostumbrado a la buena vida, pocas veces había sostenido un arma en sus manos, como cualquiera podía averiguar por la ausencia de asperezas y llagas en ellas. Si bien era soberbio y vanidoso como cualquier rey que se preciara de serlo, de poca personalidad, fácil de manipular y de tratar, apenas temido, más 5

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bien era respetado y querido en todo el reino, excepto por Valkin, que si en apariencia intentaba agasajar y acomodar al rey en todo, a cubierto buscaba la forma de deshacerse de él o de manipularlo a su antojo para así poder tener en un puño las marcas enemigas. De esta forma y aunque su reino estaba sumido en la decadencia, desprovisto de todo recurso económico, no obstante su ejército llegó a ser el más numeroso de todo el reino, gracias al consejero del rey, un tal Turno, que confabulado con el odiado conde, había puesto al ejercito del rey de parte de Valkin, para que estos luchasen a su lado por un reino mejor administrado y mayor, donde se les prometió puestos y honores. El rey, ausente de todo mal,

confiado

y

despreocupado,

pasaba

los

días

ocioso,

desprevenido. Tenía el rey tres hijos, dos varones y una hermosa niñita, que era la frescura del palacio. El mayor de los varones era alto, desgarbado, hábil en el manejo de las armas, inteligente estratega, pero al igual que su padre, carente de sabías decisiones o pensamientos y poco amable a la vista, pues también había heredado la fealdad que caracterizara a su abuelo y a su padre. Como primer y legítimo hijo, estaba destinado a ser rey. Por su parte, el más pequeño, se mostraba poco interesado en las armas y en todo lo que tuviese que ver con la guerra, bastante delicado y escrupuloso, pasaba las horas muertas recorriendo los bosques o los jardines, sumido en la más absoluta tristeza. La única habilidad de la que podía mofarse era su gran maestría para entender el lenguaje de los pájaros, además de su belleza, que 6

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más que una habilidad era una bendición, herencia de su raíz materna. El último lugar lo ocupaba una hermosa niña, de pelo rubio y ojos verdes glaucos, refulgentes como la esmeralda, llenos de viveza e ilusión. Esta belleza, era el legado de su madre, una jovencísima mujer que tuvo que contraer matrimonio con el rey a pesar de no estar enamorada de él, aunque después de todo le tomó cariño por tratarse de un hombre bondadoso y benévolo. Esta amada reina murió al nacer la última de sus criaturas, pues hubo en el parto algunas complicaciones. La tristeza que tanto el rey como sus dos hijos varones sintieron al perder a su adorada madre, fue suplantada poco a poco por la alegría que la dulce niñita traía a sus vidas. Había en el castillo un viejo hechicero, que hacía de tutor para los dos hijos varones del rey. Este viejo sabio descubrió que la pequeña niña, escondida en uno u otro rincón, escuchaba una por una las lecciones que con mucho ahínco intentaba meter en las mentes de sus distraídos hermanos, uno pensando en armas y guerras, el otro en pájaros y en otras cosas de más misterio. De modo, que a espaldas de su encariñado padre, la niña se iba nutriendo de más y más sabios pensamientos y su sabiduría, ya grande de por sí, iba creciendo el doble que su estatura. Contaba la pequeña Talti con tan solo 6 años, y una inteligencia superior a la de cualquier cortesano, cuando el conde Valkin, que por entonces ya pasaba de los 30 años, se apoderó del reino, matando a sangre fría al mayor de los hijos del rey, y cortándoles la cabeza al pequeño y a su padre, este era su castigo preferido. 7

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Talti que fue testigo de aquella masacre para su familia, se juró a sí misma que no quedarían sin venganza. Ella, por otro lado, había sido ignorada, pues aparentemente no era peligrosa y quizás algún alma compasiva se apiadó de la suya. Turno la llevó en presencia del que ahora era el rey para que este decidiera cual iba a ser su destino, acompañabales también el viejo hechicero, al que Turno había perdonado la vida por considerarlo útil, debido a su sabiduría y sus dotes como médico. El rey se encandiló de los hermosos ojos de la niña, pero por su poca edad y poco desarrollado cuerpo estimó que debía esperar algún tiempo para hacerla su concubina. De este modo mandó que le dieran alojamiento en la torre del sur, que lindaba con un amplio mar que se abría al horizonte y se confundía a los lejos con el azul del cielo. En cuanto al viejo hechicero, fue respetado y se le dio también alojamiento cerca de la pequeña princesa, para que llevara a cabo sus ciencias y los experimentos que considerara necesarios, no obstante se le advirtió que toda magia o brujería estaba totalmente prohibida, bajo pena de muerte.

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Capitulo II:

Una búsqueda sin término.

na vez coronado rey con honores y de forma oficial, Valkin se dispuso a aumentar los dominios de su ahora reino. Instigado por la ambición puso sus esperanzas en las tierras del este, donde la amplia estepa se extendía. De allí solían aparecer como por arte de magia misteriosos jinetes cabalgando a la puesta del sol. Estos desconocidos jinetes, semejantes a centauros, puesto que sus cuerpos se confundían en uno solo con las figuras de sus oscuros y ligeros caballos, llevaban a cabo con asiduidad inesperadas y salvajes incursiones en el reino de Valkin. El rey, cegado por el odio y la repugnancia hacia estas misteriosas apariciones, y a la vez admirado del misterio y el enigma de la tierra de la que procedían, forjó en su basta vida la ansiada necesidad de dominar esa tierra y a sus negros jinetes. Con este empeñó, Valkin encomendó a Turno el cuidado y la administración del reino mientras estuviese ausente, en aquellas turbias batallas que debía ejecutar. También a su cargo quedaron cada uno de los cortesanos y habitantes de aquel gran palacio, que no veían con confianza la lealtad de Turno hacia el rey. No obstante, el rey no prestaba atención a banalidades de esta clase y únicamente tenía ojos para mirar al este, a la gran llanura que se extendía ante él. Cuando el rey y su ejército se adentraron en aquella inmensidad desconocida, en aquel olvido, y aunque muchos años tardaron en 9

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localizarlos, descubrieron que los que parecían guerreros forjados y valientes, no eran sino hordas salvajes, que montaban a lomos de sus caballos en busca de alimentos, o con la sola idea de dar a respetar su vasto territorio. Hallaron que estos animales salvajes vivían en cabañas poco elaboradas o simplemente al resguardo de cuevas, libres de todo dominio exterior, en una sociedad anárquica, y desprevenidos de todo ataque exterior. En número de doscientos, trescientos contando a mujeres y niños, huyeron despavoridos en sus veloces corceles, sabedores de las pocas posibilidades que tenían; muchos murieron en su afanosa huida, otros tantos fueron apresados para luego darles muerte, niños y mujeres entre ellos. Valkin miró con asombro y frialdad, desprecio y desengaño aquellos animales salvajes, con sus retorcidos movimientos de desesperación y el temor reflejados en sus negros ojos. Todos parecían hijos de un mismo hombre, largos, desgarbados, de ojos tan negros como sus enmarañadas melenas que se esparcían con el viento a la fuga de la muerte. No obstante entre toda aquella masa de negras cabelleras, distinguió un jinete más alto, más misterioso y que no se dignaba a abandonar la lucha. Sus movimientos eran instintivos y al mismo tiempo sutiles, sin lugar a dudas manejaba las armas con igual destreza que lo hiciera el rey o uno de sus mejores mercenarios. Iracundo, azotó a su caballo en dirección hacia donde la oscura horda se enfrentaba a uno de sus más aguerridos hombres. El nocivo rey se lanzó sobre la figura con una agilidad pasmosa y la derribó sin ningún problema, no obstante tras aquel inesperado ataque, la oscura

sombra

bajo

su

cuerpo 10

no

dejaba

de

revolverse

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furiosamente, gruñendo y maldiciendo en otra lengua, arañando y mordiendo todo resquicio de piel humana. Aquello enfureció aún más al rey que de un manotazo lo dejó inconsciente. La extraña figura, que yacía ahora sobre el suelo resultó ser una joven cuya belleza era insólita para los ojos del rey. De oscura y sedosa cabellera, pálida piel que contrastaba con la refulgente tonalidad que invadía sus mejillas, fruto seguramente del esfuerzo y la agonía de la que había sido víctima, y de cuerpo sensual y delicado, al fin y al cabo era ante todo un animal salvaje.

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Capitulo III:

Un encuentro inesperado.

abían pasado tres o cuatro años desde que Valkin abandonara la vida cortesana, y el reino se encontraba sumido en la penuria, mientras que la riqueza y las comodidades de Turno crecían de forma incomprensible. Día a día, cortesanos y aldeanos aguardaban esperanzados la llegada de su heroico rey, sin embargo ni este ni su ejército hicieron acto de presencia en los siguientes años. La esperanza fue perdiéndose, muchos creían que tanto rey como mercenarios habían sido derrotados por los jinetes de la estepa y que no volverían jamás de los jamases. Sin embargo, en la abandonada torre sur del castillo, una preciosa jovencita esperaba con ansiedad la llegada de Valkin, no porque su corazón albergara amor ninguno hacía él, sino porque ansiaba poder llevar a cabo sus planes de venganza hacía el rey, y por nada del mundo hubiera deseado que otro ser, hombre o animal le diera muerte en su lugar. Aquel día de primavera, mientras paseaba su torneado y gentil cuerpo por los jardines del palacio, recordó con agonía y dolor aquellas imágenes que le traían a la mente el recuerdo de dos cabezas ondeando de sendas lanzas a la luz de un sol lloroso. Su maestro, aquel viejo hechicero que el rey había instalado cerca de sus aposentos no dejaba de asombrarse de las dotes matemáticas de la jovencita, que por entonces contaba con tan solo 13 años. Se preguntó si no hubiese sido mejor que el rey dejara a su cuidado y 12

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sabia administración aquel reino desastroso, que se debatía en revueltas, hambrunas y epidemias. Pero el rey había cometido un error, y cuando regresara, si algún día lo hacía, debería enfrentarse a la situación como mejor supiera, puesto que las culpas no recaerían sobre Turno, sino sobre un rey que nunca se interesó por su reino. Pese al tiempo que había transcurrido, las ansias de venganza no se habían aplacado en absoluto, todo lo contrario, cada día crecía más su ira hacia aquel hombre cruel y sangriento, que a pesar de todo le perdonó la vida a ella, Dios sabe por qué. Su salida a la luz del día se había prolongado demasiado, ya empezaba a sentir una brisa fría del sur, proveniente del mar que tanto tiempo había sido su compañero de amargura. Un alboroto, y el rápido ir y venir de pisadas le hicieron presentir que algo, bueno o malo, pero sin duda importante, ocurría al otro lado del hermoso jardín. Unas trompetas, mal afinadas anunciaron lo que tanto tiempo había deseado, la llegada de un rey. Sin poder ocultar sus nervios y su alegría se dirigió hacia la puerta principal del castillo, donde cientos de cortesanos, hombres y mujeres engalanados, traviesos niños, sirvientes y demás gentes ya se agrupaban en torno a una grosera figura, era Valkin, aún seguía vivo para alegría de Talti, y su soberbia y vanidad eran según podía observarse el doble que antes de que se fuera en pos de aquellos jinetes esteparios. Sucio y mugriento, cubierto el rostro de abundante maraña de rojo y crispado pelo, alzó sus manos en señal de triunfo y el pueblo estalló en vítores y aplausos, más animados por lo que significaba la llegada de Valkin, que por la aparente victoria de la que éste se 13

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vanagloriaba. Le prestó atención durante unos escasos minutos, hasta que pudo observar a lo lejos, cientos de cabezas ondeando a la luz de aquel atardecer, tal cual había sido testigo hacia tantos años. El endemoniado rey había mandado cortar cabeza por cabeza de aquellos pobres hombres, niños y mujeres para fanfarronear de su aniquilación. La gente, ante el asombro de Talti, seguía aplaudiendo al rey, pese a ser testigo del mismo tormento que ella. Entonces se dio cuenta de que todos aquellos hombres y mujeres que la rodeaban eran igual de crueles y malvados que el rey. Desprevenido de la mirada de odio que se dirigía directamente hacia él, se apeó de su caballo y se dirigió hacía un carruaje que le seguía con estrépito, sobre el carruaje se habían dispuesto unos barrotes a modo de celda o jaula. Todos se acercaron a observar el regalo que el rey les traía, era una jovencita jinete, que chillaba y se removía, como una leona enjaulada. Talti pudo observarla a lo lejos, pues no era de su gusto admirar las trazas de Valkin, como si en ello le fuera la vida. Sin embargo una inexplicable curiosidad la atrajo cerca, desde donde pudo observar con total nitidez unos hermosos ojos azules, del mismo tono que el azul del cielo. Un impulso misterioso la hizo dar algunos pasos más hasta quedar a escasos metros del carruaje. Entonces la oscura jinete dejó de chillar y agitarse, y Talti observó que la curiosidad era mutua, por lo que sin poder evitarlo se colocó más cerca aún y alargó su mano, quería consolarla, acariciarla, calmar su furia, como ella había deseado que lo hicieran una vez, hacía mucho tiempo. La jinete observó temerosa la mano, alrededor la multitud había quedado en un 14

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mutismo absoluto y el ambiente se había vuelto tenso. El rey desconcertado, fijó a todos lados su mirada y observó cual era la causa de aquella mudez. Durante unos breves segundos, la joven y pálida jinete dudó en darle la mano, pero aquella duda se disipó y un extraño impulso, al que le resultó difícil de oponerse, se adueñó de ella. Alargó su mano, temerosa y desconfiada, aunque a pesar de todo, algo le hechizaba dentro de aquella lejana tonalidad esmeralda en la que vio su propia imagen reflejada. Apenas rozaron sus dedos, ambas mujeres sintieron un fervor desconocido bullir en su sangre, en su aliento, en la piel, ambas tuvieron entonces la impresión de estar solas frente a un vacío insondable, enfrentando sus miradas en la más infinita soledad. Pero aquel extraordinario momento fue brutalmente roto por la desagradable intromisión de Valkin, que no podía soportar que la atención de sus cortesanos se fijase por mucho tiempo en otro que no fuese él. De este modo, agarró fuertemente a Talti por un brazo y con tanta saña lo hizo que el dolor se expandió a casi todo el cuerpo de la princesa. La joven jinete intentó atacar a aquel odiado personaje, que parecía burlarse de todos y de ella misma, algo la impulsaba a proteger a la extraña mujer de pelo amarillo, pero supo darse cuenta pronto de que eso era imposible, puesto que estaba enjaulada como un mísero animal. —¿Quién sois vos?, ¿Y qué creéis que estáis haciendo, acaso no sabéis que este animal puede arrancaros un brazo de un solo mordisco? —Obviamente estaba exagerando.

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—Mi señor, disculpad mi imprudencia, pero tened en cuenta que mi ánimo es joven y no he podido evitar sentir curiosidad hacia este extraño ser. No ha sido mi intención en modo alguno la de molestaros, vuestra soy y de mi podéis hacer lo que plazcas, y si en ese caso consideráis el castigarme, estáis en todo derecho. —El rey observaba perplejo la desenvoltura con la que se expresaba aquella hermosa jovencita. —Palabras sabias habéis pronunciado, decidme ahora vuestra edad, vuestro nombre y el nombre también de la familia a la que pertenencias, pues sin duda debéis ser de alta alcurnia. —Hija vuestra soy, pues me acogisteis en vuestro palacio siendo yo una niña, nombre no tengo, espero que mi rey me lo otorgue, y en cuanto a mi edad solo tengo 13 años mi señor. —No os he visto nunca en mi corte. —Eso es señor, porque me alojaste amablemente en la torre sur, la que va a parar al mar, y allí he permanecido durante siete largos años confinada. Además, debéis tener en cuenta que vuestra majestad ha estado ausente del reino cuatro estaciones. ¿Tanto tiempo?. —Se preguntó para sí mismo en voz baja—. Ahora retírate, ya consideraré que hacer con vos, jovencita. Tengo asuntos muy importantes que tratar. —Si me permite una última objeción señor. —Dijo la chica agachando la cabeza en modo de ruego, el rey le hizo un gesto con la mano. 16

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—Adelante. —Creo que hablo por todos cuando os digo, sinceramente, que nos alegra mucho vuestra vuelta y vuestra grata victoria. —El rey se limitó a hacer un gesto altivo y a mirar a todos los espectadores de aquella singular escena, que permanecía callados y absortos.

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Capitulo IV:

La evasión.

ronto supo que la conversación que aquellas dos personas habían mantenido no era en modo alguno violenta, aunque esa fue la sensación que tuvo en un principio. Se sentía frustrada por no poder moverse, y más aún por no entender la lengua de aquellos pintorescos hombres y mujeres, que vestían de manera tan colorida y ridícula. Intentó de nuevo golpear aquellos barrotes de madera, que aparecían a la vista tan gastados, pero todo esfuerzo fue inútil, su ánimo estaba agotado, tenía hambre y sed, pues el rey no era lo que se podría llamar un buen anfitrión, hacía ya tres días que no le daba nada de alimento y las manos le temblaban despreciablemente. Las horas le parecían más largas por lo que exhausta se dignó a recostarse sobre el frío suelo y cerrar los ojos, quizás así pasaría por un tiempo el apetito tan tormentoso que sufría. Un ruido la despertó, era el leve crujir de una rama seca, producido seguramente por una pisada, lo que le indicó que alguien se acercaba. A la luz de una brillante luna vio aproximarse sigilosamente la figura de la jovencita de pelo amarillo, que temerosa miraba a diestro y siniestro. La joven princesa se acercó a la celda de madera en la que permanecía encerrada la jinete y se le quedó mirando por un instante. Ésta la miraba con igual detención, sentía curiosidad por saber qué hacía la chica allí, seguramente si aquel desagradable hombre que la había apresado 18

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la viera de nuevo cerca de la celda, estaba segura de que nada bueno le esperaba. —¿Estás bien?. —Preguntó Talti mirándola intimidatoriamente. La chica no contestó, seguía mirándola escrutadoramente—. Ya supuse que no me entenderías, pero no hay problema, conozco muchos idiomas, a pesar de que nunca he salido de este maldito reino. —La jinete la miraba ahora con curiosidad, una cómica mueca había aparecido en su rostro—. ¿Qué?, ¿qué te hace tanta gracia?. —La jinete supo que le había ofendido, aunque no sabía exactamente porqué—. Así no vamos a llegar a ninguna parte. Bueno, está bien, voy a soltarte, entiendes, a soltarte, a dejarte libre, como un pajarito. —Y comenzó a remedar el vuelo de un pájaro de una forma tan grotesca que hizo reír calladamente a la jinete—. Bueno, al menos, tienes buen humor. Dicho lo cual, tomó entre sus manos el rudo candado que cerraba la puerta y con un simple líquido, al parecer corrosivo, pudo abrirlo, puesto que el metal del que estaba hecho había desaparecido prácticamente. La morena mujer se separó rápidamente al ver de lo que era capaz aquel extraño elixir y por un momento temió que la pequeña mujer se lo diese de beber, no obstante, pronto se dio cuenta que la chica intentaba dejarle escapar, lo que no se explicaba era el porqué. Cuidadosamente Talti tiró de aquella pesada puerta e hizo un gesto a la jinete para que saliese fuera, ésta saltó rápidamente al 19

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suelo y aunque mullida y débil salió corriendo hacía la cuadra. Talti se asustó, sin embargo corrió tras de ella, no fuera a hacer alguna tontería. Pronto se dio cuenta de que lo que la jinete quería era su caballo, un ejemplar del negro más lustroso y perfecto que jamás se hubiese visto. Antes de que pudiese entrar en las cuadras, la jinete ya había montado a su caballo y dos guardias armados corrías tras de ella. Talti intentó correr hacia dentro del castillo pero unas fuertes manos la alzaron a ras del suelo. Boca bajo, a lomos de aquel estruendoso caballo, sintió un miedo atroz, la jinete la había secuestrado, seguramente como rehén, para que la dejaran escapar, pero la ironía es que la jinete no sabía en modo alguna que su vida no valía nada para el rey. Cavilando estás cosas, sintió de nuevo unos brazos en sus caderas que la erguían para que pudiese sentarse a horcajadas, sin pensarlo dos veces hizo lo que se le mandaba, sin lugar a dudas esta posición le resultó mucho más cómoda. Pero ahora podía ver el peligro que se cernía tanto sobre ella como sobre la inocente jinete. Un grupo de guardias se preparaba para lanzar sus astas. La jinete golpeo fuertemente con los talones el lomo del caballo, sin saber si quiera a donde dirigirlo. De repente unas hábiles manos le quitaron las cuerdas de su adorado caballo y súbitamente lo dirigió hacia la parte sur. Era Talti que había sentido la duda reflejada en la jinete y supo que o se arriesgaba a llevar la contraria o moriría de todas las maneras. Llegaron hasta el muro sur del castillo, la guardia aún no había llegado, Talti detuvo el caballo y saltó rápidamente al suelo, la joven jinete, sin saber cómo actuar confió en aquellos breves segundos en su instinto, que le decía que la rubia deseaba 20

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salir de aquel problema tanto o más que ella. Talti dejó al descubierto un pasadizo secreto cuya salida daba a las costas del mar. Hizo un intento de huir de nuevo hacia el castillo, pero la jinete la volvió a alzar y huyeron a lomos del negro corcel por aquel oscuro pasadizo. Tras de sí quedaba a lo lejos un inmenso reino y un adorado sueño

que

había

fracasado

estrepitosamente,

su

ansiada

venganza. Delante de ella se erguía el amplio mar, que tantas veces pudo observar desde lo alto de aquella torre sur.

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Capítulo V:

Hola y adiós.

alti miraba hacía el horizonte, de donde hondeaban los primeros rayos de sol, su futuro ahora era incierto, lo único que sabía es que el débil hilo que la unía a Valkin se había roto y que ahora solo le quedaba mirar al infinito en busca de una nueva oportunidad.

En

seguida

fue

consciente

de

que

estaba

acompañada, aunque la jinete podía confundirse con una estatua. Desde que aminoró el paso de su veloz caballo, no había movido la boca, y su cuerpo estaba tan rígido como una tabla. Talti podía sentir el roce de su aliento en la nuca, un aliento cálido, pero muy débil. De lo que estaba segura es que no aguantaría mucho tiempo más a lomos del caballo. Tenían que descansar, pero eso era impensable, primero debían atravesar los altos bosques que bordeaban aquel mar, por el este, solo entonces se encontrarían a salvo, temporalmente claro, porque de lo que estaba segura era de que el rey no dejaba títere sin cabeza o asunto sin resolver. Después de aquella larga huida decidieron acampar al resguardo del bosque del este. Sus cuerpos estaban entumecidos, Talti estiró su cuerpo, intentando darle nueva vida, mientras la jinete la miraba con curiosidad. La mujer morena no parecía violenta, al menos hasta aquel momento, aunque tampoco se podía decir que la conocía bien, pensó la rubia. El rumor de los arboles la sacó de sus pensamientos, miró hacia arriba, las copas de los árboles se movían siguiendo una danza acompasada, el sol comenzaba a 22

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aparecer tímidamente por el este; por vez primera, desde hacía mucho tiempo, pudo respirar el aire mañanero, mezcla de hierbas y arena mojada, y pudo sentir el rocío cayendo sobre sus mejillas, que se habían tornado rosadas haciendo un delicado contraste con su delicada piel blanca. Las lágrimas llegaron de improviso a sus ojos, las sensaciones eran demasiado intensas, hacía mucho que no se sentía viva. La jinete la observaba con curiosidad, aquella mujer de pelo amarillo era increíblemente misteriosa, más incluso que ella. ¿Qué pensará?, ¿por qué llorará, estará asustada? ¿Creerá que le quiero hacer daño?. Decidió preguntarle, pero dudó, ¿me entenderá?. —¿Por qué lloras?. —Preguntó en su lengua tímidamente. Para su asombro la mujer pareció entenderle. —Porque me siento viva. —Le contestó y ella sintió un deseo irrefrenable de saber más sobre aquella mujer, era aún más misteriosa, y tan bella. —¿Me

entiendes?.

—Preguntó,

aunque

ya

sabía

la

obvia

respuesta. —Sí. —Se limitó a contestar Talti. —Tú me salvaste. ¿Por qué?. —Por qué creo que nadie debe ser un esclavo. —¿Qué sientes?. —Le preguntó la jinete sin borrar la curiosidad y las ansias de saber más. 23

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—¿Qué siento, sobre qué?. —Cuestionó Talti extrañada ante la inusitada pregunta. —Sobre esto, sobre por qué estamos aquí, sobre por qué te traje, ¿sientes miedo de mí?, ¿qué piensas de mí?. —No pienso en ti, no tengo miedo de nada. —Dijo fríamente la mujer rubia—. Pienso que no debería estar aquí, qué no es este mi sitio, que tengo algo muy importante que hacer y tú me lo estás impidiendo. —Dijo quejándose, sin levantar la voz y con indiferencia. —Entonces piensas en mí porque crees que yo soy la culpable de que no puedas llevar a cabo eso tan importante. Yo no te impido nada, eres libre de marcharte. —¿Por qué?. —Preguntó la rubia. —¿Por que qué? —Preguntó a su vez curiosa la jinete. —¿Por qué me secuestraste?, ¿por qué?, ¿por qué ahora me dejas escapar?. Aun me duele más esto, que no te sirva para nada, ni siquiera me vas a vender o me vas a matar por venganza. —Dijo sin poder evitar los débiles gemidos que salían de su garganta. —Yo no te secuestré, te devolví el favor, no parecías muy feliz. ¿Además, por qué iba a matarte?, sólo hay una persona a la que quisiera ver muerta, no eres tú. Tampoco voy a venderte, eres libre, no eres ningún animal. ¿Acaso crees que yo sí lo soy?. — Preguntó esperando que la respuesta fuera una negación. 24

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—Sí, eres un animal, un animal como yo, sediento de venganza y odio. Conozco ese sentimiento, y sé que está en tus ojos. Ellos brillan con intensidad. —La morena se sorprendió ante tales palabras. —¿Qué sabrás tú lo que es el odio?, una cortesana que lo tiene todo, una princesa que construye castillos de nube en sus sueños. —¿Qué te hace pensar eso?. Tú misma dijiste que no parecía feliz. —Se limitó a contestar y se volteó dando por zanjada con aquel gesto la irrelevante conversación que mantenían. La morena jinete se tendió sobre el suelo, sobre la espesa hierba que cubría el suelo. Cerró los ojos intentando concentrarse en algo, pensando en su futuro. ¿A dónde iría?, ya no le quedaba nada ni nadie. No pudo evitar pensar en la mujer que se sentaba a su lado, abrió los ojos de nuevo y miró el azul del cielo, algunas nubes lo cruzaban velozmente, un inesperado frío azotó sus mejillas, se volteó y ya no estaba.

*

*

*

Se debatía en un cruce, derecha o izquierda, era tan fácil, pero tan difícil decidirse. Se decidió por tomar la izquierda, el camino era apenas visible, los árboles se abrían paso a ambos lados, la mañana resultaba fría, a lo lejos divisó unos caballos, era la 25

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guardia del rey, las buscaban a ellas, para matarlas seguramente. No quiso huir, no le importó que pudiesen verla, deseaba que se la llevasen, que la llevasen junto a Valkin, quería tener su última oportunidad, aunque tuviera que morir en el intento, sabía lo malvado que podía llegar a ser el rey. Cuando los guardias se hallaban a unos 300 metros, unas manos la arrebataron de nuevo de su camino, unas manos que ya conocía. Se revolvió intentado zafarse de ellas, pero la mujer morena la sostuvo fuertemente encima del corcel y huyó camino al bosque. Allí paró en seco su caballo, se apeó sin soltar a la joven y se escondió tras unos grandes arbustos, Talti intentó gritar, pero la jinete le tapó la boca fuertemente, sin intención de hacerle daño. Cuando el peligro hubo pasado, la mujer soltó un poco la presión sobre la boca de la rubia, y está aprovechó para morderle. La morena se separó rápidamente sujetándose fuerte la mano y con expresión de dolor y confusión. —¿Qué pretendes?. —Preguntó disgustada. —¿Por qué no me dejas en paz de una vez?. —Gritó la rubia andando hacia atrás, en un intento de alejarse de la jinete. —¿Por qué siempre me respondes con otra pregunta?. —Gritó fríamente la morena. —Déjame. —La rubia se volteó hacia la oscuridad del bosque, la niebla se había hecho muy espesa, los troncos de aquellos grandes árboles parecían ahora espectros acechando. 26

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—¿Por qué quieres morir?, ¿tan poco vale para ti la vida?. —La jinete la miraba expectante, su mirada trasmitía tristeza. La rubia se volteó y corrió directa hacia la morena. Se abalanzó sobre ella y ya en el suelo empezó a gritarle zamarreándola. —¡¡¡Lo perdí todo, todo, lo perdí todo...!!! —Paró en seco al darse cuenta de que había dejado que sus sentimientos afloraran y eso la hacía sentir vulnerable. Intentó separarse de la jinete, pero esta la agarraba fuertemente por la cintura, le dio la impresión de que aquello era un abrazo y pensó el tiempo que hacía que nadie la abrazaba, por un momento recordó a su padre, sus cariñosos abrazos... No lo soportó más y se desvaneció entre aquellas manos, escondiendo su cara en el cuello de la jinete, intentando huir por una vez de su martirio. La joven morena sintió la humedad en su cuello, eran lágrimas, lágrimas de alguien que parecía muy desgraciada. ¿Qué es lo que había sufrido aquella muchacha?. Aguantó los llantos de aquella extraña mujer durante toda la mañana que le parecieron segundos, estaba disfrutando con aquello, no del sufrimiento ajeno, sino de lo bien que se sentía protegiéndola con sus brazos, consolándola con dulces palabras, mirando de vez en cuando aquel rostro compungido y aquellos maravillosos ojos glaucos, que la habían enamorado desde el primer momento en que la vio. Al fin Talti se levantó perezosa, deseando no separarse jamás de aquellos confortables brazos, en donde por vez primera desde hacía mucho tiempo había sentido 27

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paz en su corazón. La mujer morena se levantó tras ella, parecía desilusionada. La rubia la miró de reojo, mientras se acercaba al tronco de un árbol y se apoyaba en él, abrazándose a sí misma con los brazos. Aquel gesto disgustó a la mujer morena, que creyó que la pequeña muchacha prefería sus propios brazos a los de ella. La miró despectiva. —Espero que te encuentres mejor, yo debo marcharme. —Dijo fríamente, pero en lo más hondo esperaba que la muchacha se dignara a acompañarla, lo deseaba realmente. La muchacha la miró con una expresión de desengaño, sonrió débilmente y luego se sacudió parsimoniosamente. Volvió a mirar a la morena que ajustaba las correas de su caballo, se volteó y empezó a andar hacia ninguna dirección. Por un corto tiempo había sentido un pequeño atisbo de esperanza, pero de nuevo estaba la verdad allí para hacerla volver a su realidad, la soledad. La morena se volvió rápidamente, hizo un amago de correr tras ella, pero se dijo a sí misma que la rubia prefería estar sola. La muchacha rubia siguió su camino, sin mirar adelante, sabía que su intuición pronto la llevaría hasta su hogar, su único hogar, y poco después allí estaba, una torre erguida a lo lejos, en el sur de un esplendoroso castillo, el único sitio que ella sentía realmente suyo, el único lugar que le había dado protección y que le había visto desfallecer en más de una ocasión. Miró hacia atrás con la duda reflejada en su rostro, pensó en el vacío que sentía y que se acrecentaba a cada paso que daba, deseó volver a ver 28

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aquella tonalidad azul, pero no sería hasta mucho tiempo después que volvería a verla.

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Capítulo VI:

El destino.

os invitados eran tantos y tan frívolos todos, pensó Talti, engalanados con sus mejores galas, como lo requería la ocasión; una boda real era más que un acontecimiento, era un motivo aprovechado por muchos para entablar relaciones diplomáticas, para arreglar asuntos de política e incluso para convenir el matrimonio de hijos e hijas. Las cortesanas se dedicaban a criticar el vestido de una u otra y otras trivialidades del estilo. Talti tomó asiento cuando el brindis tocó a su fin. El rey parecía realmente feliz, pero todos dudaban que aquel personaje pudiera amar a alguien, era simplemente un hombre de corazón helado. Se hacía llamar con orgullo Valkin el Sanguinario, nunca mejor dicho, pensó Talti. El rey la miró con deseo, su esposa era realmente apetecible, Valkin deseó que aquella maldita ceremonia terminase para poder hacer suya por fin a aquella muchachita que había aparecido en su vida en el mejor momento. Sin quererlo recordó la primera vez que la vio, aquella tarde, cuando regresó de la estepa. Luego, aquella maldita jinete esteparia la había secuestrado, pero la muchacha era tan astuta que consiguió escapar y volvió junto al hombre que amaba, así se lo narró Talti, y él la creyó, sus ojos parecían tan sinceros. La ceremonia seguía, los viejos amigos del rey, sentados todos a su alrededor, se dejaban llevar por las risas que la embriaguez les 30

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proporcionaba. Se palmeaban y se reían las gracias los unos a los otros; los chistes del rey eran todavía más celebrados, sin embargo a Talti le parecían de lo más ridículos y crueles. Bebía tranquilamente, miraba y espiaba a unos y otros, divisaba pronto la clase de relación del rey con sus súbditos más allegados. Todos aquellos condes y consejeros eran más o menos de la misma edad, rozando los 40 aproximadamente, algunos repugnantes a simple vista, otros realmente atractivos pese a su avanzada edad, pero todos de una crueldad infinita. No pudo evitar fijar su atención en uno de los consejeros que era sin lugar a dudas la excepción, apenas bebía, parecía espiar a los demás, tal y como ella hacía. Se reía poco de los chistes, pero si alguien le miraba él disimulaba una falsa sonrisa. Talti lo miró de reojo, mientras bebía un poco de vino, observó la extraña figura que representaba, sin duda era joven, alto, esbelto, delgado, demasiado, pues todos los consejeros solían ser bastante gruesos; tenía el pelo negro, cortado por debajo de las orejas, al estilo de los jóvenes príncipes y un largo flequillo le caía sobre los ojos, de modo que era imposible discernir el color de estos, sin embargo, y pese al misterio que le envolvía a Talti le pareció familiar. Talti pensó que aquello de llevar el pelo tapándole los ojos podía ser realmente incomodo, pero sin duda era una ventaja cuando querías mirar sin tapujos a alguien y que esa persona no se diera cuenta. El joven pareció darse cuenta pronto de que estaba siendo observado, dobló su vista hacia Talti, parecía mirarla con entretenimiento, la estudiaba. Talti pensó que era valiente, pues si el rey se daba cuenta de que miraba a su esposa por tanto tiempo hubiera acabado con su vida en un abrir y cerrar 31

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de ojos, sin dar tiempo a explicaciones. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sin previo aviso el consejero abandonaba su sitio, mientras todos reían ajenos a lo que ocurría alrededor. Talti se sintió de repente indispuesta, notó que un escalofrío inundaba sus venas y sintió ganas de huir de allí. El rey pareció darse cuenta de que su joven mujer no se encontraba bien, ella estaba pálida. —Ana, ¿te encuentras bien?. —No quería que su mujer estuviese indispuesta a la hora de la verdad. —Sí, es sólo un mareo, el vino debe haberme trastornado un poco, no estoy acostumbrada... —Aún le parecía raro verse llamada con otro nombre, Ana. El rey se lo puso porque una vez vio un cuadro de Santa Ana y decía que Talti se parecía fidedignamente a ella. —No se hable más, será mejor que te marches a nuestra recamara, pronto llegaré yo. —El rey sonrió pícaramente y a Talti se le retorció el estómago de asco. —Está bien. —Dijo sumisamente, sonriendo dulcemente al rey y levantándose con disimulo. Pronto el rey volvió a la algarabía con sus crueles amigos, despreocupado y realmente feliz de tener al fin una esposa que le diera futuros hijos. Talti salió del salón donde se celebraba su boda y se dirigió hacia su recamara, todo estaba oscuro, la luz de la luna dejaba entrever las sombras de la cama y los muebles que adornaban la 32

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habitación. Se sentó en la gran cama y se frotó los ojos soñolientos, realmente había bebido demasiado, sería eso. De pronto unas manos la agarraron por el cuello y la empujaron hacia atrás, cayendo boca arriba en la cama. Sin darle tiempo a reaccionar o gritar unos labios se adueñaron con furor de los suyos, sintió el sabor agrio de la sangre. Una lengua luchaba por entrar dentro de su boca. Talti se atrevió a abrir los ojos, mientras pensaba que era una ironía que la violaran el mismo día de su boda, ¿quién sería tan valiente?, se preguntó. De todas formas sabía que se lo jugaba todo e intentó zafarse de aquellos brazos que sostenían los suyos por encima de su cabeza. De pronto vio el fulgor de una intensa tonalidad cristalina, el cielo se abría ante ella, aquellos ojos eran de ella, la morena jinete. Intentó hablar, pero unos labios seguían haciendo presión sobre los suyos, la besaban con un deseo de años atrás, un deseo que ella también empezaba a sentir. De repente la sombra sobre ella paró en seco, se le quedó mirando largo rato. Talti no desvió la mirada, se atrevió a hablar. —¿Tu?. —Preguntó. —Ya no eres princesa, eres toda una reina, ¿orgullosa?, ¿era esto lo que querías?. —Preguntó la sombra. —¿Cómo te llamas?. —Preguntó a su vez Talti. —¿Por qué siempre me respondes con otra pregunta?. —Sonrió débilmente.

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—¿Cómo te llamas?. —Volvió a preguntar respondiendo a la sonrisa de la jinete. —Sorcha. —Volvió a sonreír—. Aunque ahora soy el Consejero del Conde Millo, Trer. —Alargó la mano en forma de saludo y Talti se la dio divertida. —Si el rey te ve aquí va a matarte —Trer. Volvió a sonreír por su irónico chiste. —Antes le mataré yo. —Miró a Talti fijamente, el odio volvió a inundar sus ojos. Talti se levantó rápidamente como un resorte y se colocó al otro lado de la cama. —No, olvídate de eso. Es mi venganza. —Dijo fríamente Talti—. ¿Tu venganza?. ¿Fue él quien te lo quitó todo, verdad?. También él me lo quitó todo, tú conoces la historia y sabes que también es mi venganza, no me quites lo único que realmente es mío, lo único que me hace sentir viva. Talti cambió su frío semblante por uno de infinita comprensión. —Está bien, el premio será para quien primero lo consiga. —Dijo sonriendo irónicamente. —Eso ha tenido gracia, pero sigo sin entender ¿cuál es tu venganza y por qué?. —Respondió Sorcha. —Es una larga historia que tú no tienes tiempo de oír, y ahora márchate. —Dijo susurrando, cosa que a Sorcha le excitó sin

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querer y esta no pudo contener su deseo de besar aquellos dulces labios. Se acercó impulsivamente a ella, la agarró por la cintura, la estrechó contra sí, temiendo que se escapara y acercó sus labios hacia los de ella, esta vez con suavidad. Rozó tímidamente sus labios, luego los beso, los mordió con sensualidad, los lamió y finalmente intentó abrirse paso a través de ellos con su lengua, pronto le fue cedido el paso y Sorcha exploró cada centímetro que le era permitido, deseando llegar más allá, una de sus manos se posó en el trasero de la joven reina que no pudo evitar un sobresalto, otro acarició uno de sus pechos lentamente y con suavidad. Pronto Talti introdujo su lengua en la boca de Sorcha y sintió un sabor agrio, como a limón y sal, pero la sensación era de sumo placer. Finalmente tuvo que cortar el largo beso, que estaba durando demasiado y se separó bruscamente, secándose el hilillo de saliva que corría por su barbilla. Sorcha pareció desilusionada, pero pronto entendió que aquello era lo mejor. —¿Te volveré a ver?. —Le preguntó Sorcha ahogadamente. —Sí, —le contestó—, posiblemente en el funeral de mi esposo. — Sonrió al ver que la otra mujer sostenía una carcajada—. No me cabe la menor duda. —Luego le dio un corto beso y salió corriendo disimuladamente de la recamara. Talti volvió a recostarse en su cama, y comenzó a pensar en su venganza, en qué iba a consistir. Se preguntó cuál sería la mejor manera de hacer sufrir a un hombre. Sonrió al darse cuenta de 35

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que conocía a alguien que tenía la respuesta a esa pregunta, el viejo hechicero. Ya buscaría el momento preciso para ir a buscarle. Ahora debía preocuparse por algo más importante, el rey. Aunque su deseo de ver cumplida su venganza era grande nunca vendería su cuerpo a semejante monstruo, sus ojos brillaron al encontrar la solución.

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Capitulo VII:

Manos a la obra.

quello sabía a rallos y centellas, pero era lo mejor que podía hacer. No había nada más malo que odiara su marido que una mujer enferma y aquella poción le daría la solución. Talti respiró profundamente y notó como el líquido comenzaba a fatigarla. Pronto le sobrevinieron arqueadas y aunque sentía un dolor de estómago terrible sonreía satisfecha. Había pasado poco tiempo desde que se había tomado la poción, cuando Valkin apareció en la recamara deseoso de una noche de lujuria. Pero todas sus esperanzas sucumbieron al ver a su recién nombrada esposa en aquel terrible estado, era tal su aspecto que él mismo sintió náuseas y rabioso salió en estampida de la habitación, para no volver a ella hasta el amanecer. Para entonces Talti ya se encontraba bien, se había levantado dispuesta a hablar con su querido hechicero, al que hacía mucho que no visitaba. Pero la figura del rey se interpuso en su camino, ella lo miró suplicante. —Mi rey, siento mucho que me encontraras en aquel estado. — Ella agachó la mirada sumisa y besó la mano de su marido. —Ana, hay más noches, ¿acaso el año no tiene 365 días? —Le contestó Valkin con una sonrisa satisfecha, su voz, sin embargo le había sonado demasiada empalagosa para su gusto. 37

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—Aún así te pido mil disculpas mi esposo, no debí abusar del vino, esta noche me encontrarás en un inmejorable estado, te lo aseguro. —Talti seguía manteniendo la mirada sumisa y sostenía la mano derecha del rey entre las suyas. —Así lo espero, esposa mía. —Valkin salió presuroso de la recamara y se dirigió como rayo que lleva el diablo hacia las cuadras, algo le estaba alterando y no sabía exactamente qué podía ser ese algo. Talti sonrió ante la reacción de su cruel esposo, ¿acaso no había visto compasión en sus ojos o solo había sido una vana ilusión?, realmente algo había cambiado en el rey y ella lo sabía. Talti recorrió parte del castillo en busca de las estancias del hechicero, al que tras mucho divagar por las recamaras y habitaciones de aquel inmenso castillo, encontró en una pequeña y destartalada estancia, con bastante humedad, vestido con harapos y muy sucio. Talti se entristeció al verlo en aquel estado, luego, tras un momento de observarlo divertida, golpeó la puerta varias veces, pues el hechicero estaba tan absorto en sus investigaciones que no atendía a lo que acontecía a su alrededor. Una voz apagada y anciana sonó chillona: —¿Quién viene a molestar mi retiro? ¿Eres tú otra vez, pequeño bribón? —El hechicero hablaba mientras se movía alrededor de la estancia buscando algo—. ¿Por qué no me ayudas a buscar el aguamiel?

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—No, soy yo, la princesa Talti. —El hechicero se volvió raudo hacia ella y se retiró las gafas que se sostenían a duras penas sobre su nariz aguileña. —Mi niña, mi princesa, hace tanto que no te veía. —Talti se acercó al anciano que le abría las manos para darle un fuerte abrazo, ella se dejó hacer. —Me alegro mucho volver a verlo, hechicero, aunque hubiera preferido encontrarlo en mejores condiciones, le diré a mi esposo que interceda por ti. —Dijo Talti acariciando con dulzura la mejilla del viejo. —Mi niña, si por mi fuera no llevaría ropas, a no ser que hiciese tanto frío que fuese necesario. En el caso contrario la ropa solo estorba mis continuas elucubraciones. —Usted siempre igual, tan dado a los estudios. —Ella le sonrió con ternura. —Además, ¿qué podría hacer tu marido por mí?, solo un hombre puede cambiar mi situación, y ese es tan cruel que no se apiadaría ni de su propia madre. —El rey es mi esposo, hechicero. —El hechicero la miró atónito, una sombra inundó sus ojos. —¿Tú y ese canalla juntos?, nunca el agua y el fuego estuvieron juntos y nunca lo estarán. —Dijo el viejo tornándose de repente más rudo en sus palabras. 39

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—No te enfades, mi amigo, pues no estoy en absoluto enamorada de tal personaje, convertirme en su esposa es solo parte de mi plan de venganza y para llevar a cabo ese plan necesito tu estimable ayuda. —El viejo la miraba de nuevo con ternura y compasión. —Cuan bello era tu corazón, cuan bondadoso e inocente cuando no estaba manchado con las ansias de venganza. Me pregunto si algún día volverá a ser igual. —Le contestó el viejo hechicero, invitándola a que se sentara en una roída y pertrecha silla. —Nunca volverá a ser el mismo, querido amigo, todo resquicio de mi inocencia desapareció entonces y nunca más volverá. —El hechicero negaba con la cabeza. —Sin embargo yo veo en ti un brote de esperanza, sé que algún día recuperarás tu inocencia y bondad. —Quizás tengas razón. —Talti pensó al instante en aquellos ojos azules que cada noche la desvelaban. —Mi reina, cambiando de tercio, siento no poder recibirla como es menester, pero soy un humilde y pobretón hechicero que no puede más que poner su mente al servicio de su majestad, así que si necesitáis algo, cualquier cosa, yo soy vuestro hombre. —Así como lo dije, cierto es que necesito vuestra ayuda, pues necesito saber cuál es el mayor mal que puede atormentar hasta la muerte a un hombre, a un rey para ser concretos. —Dijo Talti suspirando. 40

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—Para un hombre no hay mayor mal que amar y no ser correspondido, pero para un rey, además de éste mal, otro aun peor le atormenta y le desvela, no tener descendencia es el peor de los males que puede caer sobre su reino. —El hechicero quiso saber si había satisfecho la curiosidad de su amiga con aquellas suposiciones. —Sabias son tus palabras y no me cansaré de decirlo, mi querido amigo. ¿Sabrías tú de algún remedio que impidiese al hombre concebir hijos? —El hechicero alzó la ceja comprendiendo. —Mi reina, si lo que queréis es convertir al rey en un hombre estéril habéis venido al lugar indicado. Yo prepararé cierta poción para ti que hará el trabajo que deseas. —Ella le sonrió satisfecha. —Gracias, mi amigo. —Talti se levantaba cuando el hechicero la agarró de la mano indicándole que volviera a tomar asiento. —Sin embargo, mi reina, si el rey ve que no tiene descendencia alguna no dudará en acabar con tu vida, por ello sería mejor asegurarnos. —¿A qué te refieres? —Talti lo miraba sin comprender. —Si el rey se enamora de ti, estará atado por siempre y nunca deseará hacerte daño, aunque siendo tan cruel como es nunca se sabe lo que se puede esperar de él. —Tus argumentos son ciertos y nunca más acertados. ¿Es posible hacer que un hombre se enamore de mí? 41

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—Cualquier hombre se enamoraría de ti sin necesidad de pócima, pero en este caso más valdría asegurarnos. Por supuesto que puedo hacer que él se enamore como un mancebo de ti. —El hechicero alargó su mano y asió un tarro con un contenido rosa chispeante en su interior, para luego depositarlo en las manos de Talti. —¿Qué es esto? —Preguntó Talti mientras miraba con curiosidad la botellita. —Su contenido es misterioso, miles de hechiceros han consumido su vida intentando averiguar cuáles son los ingredientes que componen esta maravillosa poción. Es agua del lago rojo, qué nadie nunca ha visto, esta botella en concreto, me la entregó una hermosa ondina que prendada del joven mancebo que fui una vez me suplicó que bebiese de ella, más yo cogí la botella y me marché sin ni siquiera probarla, siempre supe que tendría mejor uso. —Gracias pues, hechicero, tu inteligencia y sabiduría es la mayor riqueza que poseo en este castillo. —Talti miró al viejo dulcemente. —Me halagas princesa. —El hechicero hizo una reverencia ante Talti, que le sonrió divertida. —Ahora debo irme, mi destino debe cumplirse. —Dijo Talti apesadumbrada, volviendo a dibujar una mueca de seriedad en su níveo rostro. El viejo solo se limitó a asentir. Talti volvió rauda a su habitación, donde sus damas la esperaban. Pronto se vio envuelta por las criadas que la preparaban para 42

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algún acontecimiento del que no había sido informada, se quejó varias veces, pero finalmente se dejó hacer. Fuera del castillo se oían alaridos de guerra, de fiesta, de diversión, era obvio que el rey celebraba alguna justa, ahora que lo pensaba más detenidamente recordó haber escuchado al rey hablar con sus crueles amigos sobre la celebración de un torneo, donde se decidiría a que noble le sería concedida la mano de una doncella, de la cual desconocía el nombre y la procedencia. Las cortesanas la arrastraron sin dilaciones hacia el palco principal que se había dispuesto en el gran jardín de los torneos. Ella vio a lo lejos la gran multitud de convocados, observó la multitud de gentes apiñada, deseosa de sangre, de acción, de diversión, si lo podían llamar así. Cuando se acercaba al palco principal las damas se detuvieron y la dejaron subir al palco sola, acompañada por una sola dama, a la que Talti le tenía mucha estima. El rey se levantó para recibirla, junto con los invitados de honor que estaban congregados a los lados. Ella realizó una reverencia ante todos, pero su mirada se dirigió rauda y se detuvo por un breve instante en la cara de uno de los invitados de honor, que no era otro que Trer, el Consejero del conde Millo, o debía decir Sorcha, su enemiga en la ansiada venganza. Sorcha dirigió un saludo indiferente a la reina, sin demasiado entusiasmo, lo cual disgustó a la joven reina. Malhumorada, depositó su mano sobre la del rey, le sonrió con dulzura y luego se sentó a su lado sin más dilaciones. No dejaría que sus estúpidas e inservibles emociones arruinaran su plan.

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Capitulo VIII:

El enfrentamiento.

l rey observaba con aburrimiento la justa, no parecía llamarle mucho la atención, se sentía muy cansado. Era ya un hombre viejo, porque en aquel entonces un hombre ya era anciano a los 40, y él no lo era menos. Antes, cuando su cuerpo vagaba de un lado a otro en busca de tierras y riquezas se sentía joven y su mente trabajaba más a prisa. Pero ahora, tras cuatro años en tediosa paz se sentía como el más viejo entre los viejos, como si su sangre se hubiera enfriado y no corriera de la misma forma que antiguamente. La justa acabó con la victoria del joven Ricard, hijo del Conde Millo. Era un chico garboso, fuerte y portentoso, pero solo sabía manejar las armas, en cualquier otra actividad era más zopenco que un asno. El chico, empujado por los vítores de las gentes, se acercó al palco del rey y la reina y se arrodillo en señal de sumisión. Valkin sonrió soberbio. —Levanta muchacho. —El muchacho hizo lo que se le ordenaba y miró al rey con docilidad—. Has demostrado ser el mejor guerrero con diferencia y bien podrías merecerte la mano de la joven doncella pero tengo una duda. —El chico elevó las cejas intranquilo—. Me preguntaba si serías fiel a tu rey. —Siempre, mi señor, eso no debe dudarlo su majestad. —Habló raudo el chico. El rey sonrió a carcajadas y los que le rodeaban le siguieron, aun sin entender por qué se reía. 44

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—Si es así, deja la mano de esa doncella y agarra con fiereza la empuñadura de tu espada para luchar junto a tu rey. —Los presentes empezaron a murmurar sobre lo siguiente que haría el joven. Éste dudó un instante, la doncella era una bella mujer, según le habían dicho y él merecía su compañía, pero el rey le había puesto entre la espada y la pared. Dirigió una mirada suplicante al consejero de su padre. El rey observó la duda en los ojos del chico. —¿Qué contestas? —Preguntó el rey impaciente. El chico observó al consejero de nuevo, que le indico que accediera a los ruegos del rey con un asentimiento de su cabeza. Sin embargo el chico prefirió elegir su propio camino. —Majestad, siempre me tendrá a su lado en su ejército, pero no veo por qué no puedo tener una buena mujer a mi lado. —El chico bajó la vista un poco avergonzado. —No hay más que hablar, su mano no te será concedida. —El rey tomó de nuevo asiento, mientras una maliciosa sonrisa llegaba a sus labios. —Pero... majestad... he luchado y he vencido, ¿por qué no merezco su mano? —El joven supo que había cometido un error al pedir explicaciones a su rey, por lo que seguidamente pidió disculpas—. Lo siento, majestad, sé que no tengo ningún derecho a... —El rey no le dejó acabar.

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—Has demostrado ser infiel a tu rey, de ser así, ¿cómo sé que no le serás infiel a tu esposa? —El chico bajo la vista dolorido y furioso. —Mi rey, cuanto lo siento. —El rey se sonrió, la gente lo miraba como si fuera un portador de gran sabiduría. —Sé que lo sientes, pero has demostrado ser aún demasiado joven para saber cuáles son tus prioridades. Ahora coge tu espada y vuelve a tu casa y dentro de unos años vuelve a mí y demuéstrame que mereces ser esposo y caballero. —El chico asintió fervoroso. El conde Millo lo observaba todo con disgusto, sentía unas ganas tremendas de azotar a su hijo, como cuando él era tan solo un niño. «Condenado niño», pensó para sí. —Sí, su majestad. —Dijo el chico, dándose la vuelta para retirarse humillado. —Espera. —El rey levantó un poco la voz para llamar la atención del chico y de los presentes. Se le había ocurrido algo para ponerse a prueba él mismo—. Te voy a conceder una nueva oportunidad que te permita obtener la mano de la doncella. — Todos los presentes alabaron al rey por su aparente compasión—. Si logras vencerme en combate a muerte, no solo te daré la mano de esa doncella, sino que, habiéndome vencido, serás nombrado rey por derecho divino. —El joven tragó saliva con fuerza. Conocía de sobra la reputación del rey y su fuerza en combate, pero él también era un buen guerrero. Miró a su padre que le indicó con

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un gesto que se negara a tal hazaña, más el chico de nuevo tentó al destino. —Acepto, majestad. —Declaró el chico, incapaz de verse más humillado de lo que ya había sido. El rey miró a todos los presentes, alzando su vista por encima de sus hombros y con un gesto indicó a su escudero que le entregara sus armas. Pronto estuvo engalanado como un gran guerrero y dispuesto para la batalla. Antes de que se dirigiera a su enfrentamiento una voz le detuvo. —Mi rey, majestad. —El rey miró a la joven reina con molestia—. Tened mucho cuidado, os amo. —La joven reina se arrodilló un poco y le besó la mano con humildad—. El rey se sintió como el más poderoso de los dioses. —Levanta, mi reina, pues solo a vos os permito permanecer de pie junto a mí. —Luego el rey besó su mano con delicadeza. La muchedumbre aplaudió azorada y sorprendida de ver a su rey tan complaciente. El rey sonrió dulcemente y bajó las escaleras con parquedad. Al otro lado del palco una mirada se fijaba fríamente en él, Sorcha deseaba poder ser aquel joven, al menos tendría la oportunidad de enfrentarse a Valkin honrosamente. Valkin

miró

al

chico

con

indiferencia,

observó

sus

aun

adolescentes facciones y se recordó a sí mismo con aquella edad. Entonces era un apuesto galán con mucha suerte con las damas, pero con renuente fama. No destacaba mucho, salvo por su crueldad en batalla, pero entonces, no era ni siquiera uno de los 47

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mejores guerreros. Suspiró cansino de recordar cuanto había vivido desde aquellos tiempos que ahora le parecían tan lejanos. Agarró con fuerza la empuñadura de su espada y dio apertura a la batalla. El rey embestía con fuerza frente a la mirada atónita del joven guerrero, que ni por asomo imaginaba cuánta fuerza había tras ese encallecido cuerpo. Y no solo bajo su cuerpo, sino a través de su mirada irradiaba el rey un vigor inaudito. El chico empezó a gritar de rabia, creyendo que así saldría de él más potencia, pero los hechos negaban sus intentos y nunca lograba que el rey retrocediera. La espada serrada del rey le rasguñó a un lado del costado y el chico se inclinó de dolor, pero se negó a pedir clemencia. El rey, sin embargo disfrutaba viendo a su presa desvalida y al borde de la muerte y la deshonra. Pronto el rey se cansó de dar rodeos y cuando tuvo la oportunidad con una fuerte estocada atravesó el estómago del chico que con una mirada de pánico vio su propia sangre correr por sus manos. Cayó inconsciente al suelo, medio muerto. —¡¡¡¡Piedad!!!! ¡¡¡¡¡Tened piedad!!!!! —Gritó el conde Millo desolado viendo a su hijo sobre el suelo. El rey le miró con molestia. —Conde Millo, su vástago aceptó un duelo a muerte, y la muerte es su destino. —El Conde Millo lloró, pareciendo aún más viejo de los que era. —¡¡¡Por Dios, majestad, sólo es un niño!!! ¡¡¡No sabe lo que hace!!! —Se defendió el viejo.

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—No insistas, tu hijo ha deshonrado tu casta, no merece tu piedad, viejo. —Agregó fríamente el rey, elevando su espada para acabar de una vez con el jovencito. —Mi rey, dejad que le proponga algo. —Una voz ruda y calmosa se alzó entre las demás. El rey lo miró con desprecio y disgusto. —¿Quién sois vos? —El rey sintió curiosidad por aquella figura. —Soy Trer, Consejero del Conde Millo. —Informó la figura. —¿Qué es eso que queréis proponer? —Preguntó el disgustado rey, cansado ya de demorar tanto lo que deseaba hacer. —Mi rey, yo lucharé por su vida. —Volvió a hablar calmoso la figura. El rey se rió débilmente, pero su risa pasó a ser carcajada. Talti

intentó no mostrar ningún sentimiento, salvo el de

preocupación por el rey, pero no pudo evitar que la preocupación fuera debida a otra persona. —¿Me estás retando a duelo? —Preguntó el rey sin dejar de pensar que aquello se estaba poniendo demasiado interesante. —Por su vida, majestad. Sabemos cuán cruel y sanguinario es en la batalla, pero también sabemos que es un rey justo y piadoso. — El rey dejó de sonreír y miró las caras de todos los presentes. No podía negarse a tal propuesta, si lo hiciera estaría perdiendo dignidad y quedaría como un cobarde. Tampoco podía matar al chico, por qué de ser así todos lo creerían un ser despiadado y cruel y se haría con un enemigo más, el Conde Millo. 49

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—Bien, pero si pierdes, el joven y tu moriréis. —Dijo el rey—. Y ten muy por seguro que perderás. —Agregó muy seguro de sí mismo. —Acepto mi señor, más quiero saber qué ocurrirá si el perdedor sois vos. —Preguntó Sorcha, que sentía unas ansias tremendas de enfrentarse de nuevo a tal bestia. —Jajajajajajaja. —El rey lo miró sin dejar de reír—. Eso no ocurrirá. —Pero, majestad, se debe dejar claro cuáles son los límites del acuerdo, es la ley. —El rey lo miró con disgusto. Odiaba a los consejeros, el suyo era odioso y este no lo era menos, hablaban demasiado para su gusto. —Está bien, en el caso improbable de que gane vos, mi reino y todo lo que es ahora mío será tuyo, incluso mi esposa. —El rey se rió de sus propias palabras. No podría ganarle nunca, tenía a cuestas muchos años de experiencia, demasiados, conocía casi todas las artes de lucha y aquel personaje solo parecía un estúpido consejero deseoso de congraciarse con su señor, el Conde Millo. Además su cuerpo no era robusto, no, más bien enclenque. Si el hijo de Millo no había conseguido soportar sus embestidas, menos lo conseguiría este joven afeminado. —Alguien que arriesga tanto debe estar muy seguro de sí mismo. —Habló Sorcha al mismo tiempo que con un gesto de la cabeza le indicaba al escudero del joven Ricard que le trajese su propia espada y su armadura. Rápidamente estuvo totalmente ataviada y 50

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preparada para la batalla. Se acercó al rey que esperaba impacientemente en medio de la arena. El rey saludó a su enemigo, Sorcha respondió. Una sonrisa sardónica se dibujó en su rostro y Valkin se percató de ello. El joven guerrero se había tapado completamente, solo se podía observar su sonrisa tras aquella extraña armadura. El rey retrocedió pensativo. —No reirás tanto cuando tu cabeza penda de mi lanza, niño. — Rugió el rey, como un perro feroz, dispuesto a comerse a su presa. Sorcha rió aún más, y con ello estaba consiguiendo sacar de sus casillas al fiero rey. Todos los presentes respiraban silenciosos y abrían los ojos esperando el inminente primer ataque, pero la espera se estaba haciendo insoportable. Los dos enemigos se miraban como estudiándose, pero ninguno veía el momento preciso de atacar. Tres personas ponían especial interés en aquella contienda, el Conde Millo, deseoso de salvar la vida de su primogénito, el propio Ricard, deseando al menos recuperar su vida, ya que su honor había desaparecido, y por último, la reina Talti, inquieta por prever la posible muerte del rey en manos de Sorcha, su enemiga en la venganza, ella que deseaba tanto hacer del rey un hombre desgraciado y ver su miseria, ahora se tendría que contentar con ver su sangre en manos de otra persona. Los pensamientos de todos los espectadores fueron interrumpidos por el primer rugido de las espadas chocando entre sí. Las chispas saltaron del metal, el silencio lo envolvía todo mientras ambos contrincantes se atacaban mutuamente con igual ímpetu. Valkin se sorprendió al ver la fuerza que aquel personaje tenía en sus delgados brazos. Sus embestidas eran devueltas con igual fuerza y 51

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aquello empezaba a preocuparle. ¿Y si había cometido un error?, ¿y si había subestimado la habilidad de aquel consejero?. Tragó saliva asustado. Sorcha se movía con mucha rapidez. A su lado, los gestos de Valkin eran totalmente predecibles. Sorcha dio un salto por encima de la cabeza del rey que se volteó asustado, parando con un gesto torpe y demasiado débil la envestida de Sorcha. Esta volvió a sonreír, una imperceptible risilla llegó a oídos del rey, que se encolerizó, dándose cuenta de que había sido engañado vilmente. Sorcha aprovechó su confusión para golpearle en la cara con el pie. Valkin cayó al suelo y la espada fue a parar fuera de sus manos. Sorcha se acercó y puso la punta de su espada en el cuello del rey. Este, disimuladamente fue a coger un puñado de arena de la tierra, pero Sorcha lo vaticinó y le pisó la mano. —Ni se te ocurra. Estás muerto. ¿Qué dices ahora, maldita basura?. —El rey abrió los ojos, la furia le inundó al darse cuenta de lo rápido que había perdido el respeto que todos le daban. —¿Matarás a tu rey?. —Le dijo, sin poder disimular su miedo ante la muerte. —Te cortaré la cabeza, maldito bastardo, igual que hiciste con mi familia y mi pueblo. —El rey abrió los ojos, entendiéndolo todo, había sido víctima de un plan de venganza muy bien trazado. Sorcha se deshizo en un gesto rápido del casco que le tapaba medio rostro y dejó ver la luz de sus ojos con claridad. El rey abrió los ojos con sorpresa. 52

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—¿Tú?, debí matarte cuando tuve oportunidad, maldito animal asqueroso y rastrero de la estepa. —El rey le escupió con repulsión. Sorcha siguió riendo como ida de sí. —Debiste hacerlo entonces. —Agregó ella irónicamente. El rey la miró furioso, pero al mismo tiempo temeroso de que aquella espada le atravesara la garganta. —¡¡¡¡Noooooooo!!!!. ¡¡¡¡¡Ten tú ahora piedad de él!!!!!. —Gritó desesperadamente Talti. Todos los espectadores se voltearon a observarla, incluida Sorcha. El rey intentó deshacerse de la amenaza, pero pronto Sorcha reafirmó su posición y el rey perdió toda la esperanza de escapar. Sin dejar de mirar al rey con furia, Sorcha gritó: —¿Por qué he de tener piedad con él? Él no la tuvo con mi pueblo, los mató a todos, a niños y mujeres incluidos. —Sorcha notó que los recuerdos de aquel día venían con fuertes retazos a su mente y su ira se hacía mayor y más grande eran también los deseos de ver la cabeza del rey rodando por la arena. Levantó su espada con la intención de acabar con aquello de una vez por todas, pero la voz del rey se alzó entre todas. —¿Vais a dejar que mate a vuestro rey?. —Preguntó, desesperado. Los presentes empezaron a murmurar, pero ninguno dio un paso al frente a favor de su rey. El Conde Millo habló airado. —No pidas clemencia ahora, le recuerdo que fuiste vos quién aceptaste esta lucha a muerte y ahora debes asumir las 53

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consecuencias, al menos hazlo con honor. —Terminó el viejo, deseando acabar con la amenaza que se cernía sobre su joven hijo. La multitud clamó a favor de las palabras del Conde y el rey se vio totalmente traicionado. Antes de cerrar los ojos con fuerza vio que la única que ahora pedía clemencia por él se acercaba veloz hacia ellos. Cuando pasaron breves segundos el rey abrió los ojos con lentitud. Vio frente a él como una mano impedía que Sorcha diese su estocada final, era su esposa, su amada Ana. —No tienes derecho a hacerlo. —Le increpó Talti. Sorcha soltó una carcajada gutural. —Claro que lo tengo. Yo gané y yo seré quien acabaré con él, no tú. —Agregó Sorcha. El rey parpadeó confuso, sin perder el hilo de aquella conversación de la que dependía su vida—. Pero dejaré que te desahogues con palabras. Sorcha le sonrió a la joven, que con un gesto despectivo volvió su rostro hacia el del rey. Se agachó, hasta estar muy cerca de él y lo miró con repulsión. —Mira a tu querida mujer, bastardo. Mi nombre no es Ana, es Talti, princesa y única heredera de este reino. Y ahora tú estás muerto y las cosas han vuelto a su cauce normal, como siempre debió haber sido. —Talti le escupió con ira—. Mi rostro será el último que veas, ahora será tu cabeza la que esta tarde hondee al atardecer. —Talti puso sus manos alrededor de su cuello y lo apretó con toda la fuerza de la que era capaz, Sorcha la observó atónita, todos la observaban atónitos. El rey hacia esfuerzo por deshacerse del agarre, pero sus fuerzas se escaparon cuando notó 54

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el frío metal entrando por a través de la encallecida carne. Respiró con fuerza, sintiendo como la vida se le iba por dos sitios diferentes. Cerró finalmente los ojos y un suspiro ahogado se escapó a la vez que un hilo de sangre se derramaba por la comisura de su boca. El silencio lo inundó todo. Unos a otros se miraban con sorpresa, preguntándose qué era lo que realmente había ocurrido allí. Mientras las dos mujeres aún seguían apretando con furia. Finalmente, Talti volvió en sí y soltó el cuello con lentitud, observando sus manos rojas del esfuerzo. Miró a Sorcha, y observó que su mirada aún estaba perdida en la lejanía. Talti se levantó furiosa al pensar que no había sido ella la que había acabado con la vida del rey, sino Sorcha. Ésta pareció salir de su estupor, mirando a la joven reina con sorpresa. —Me quitaste lo único que me pertenecía. —Le susurró Talti, sin dejar de mirarla fijamente. Sorcha supo enseguida de lo que estaba hablando. —También me pertenecía a mí. —Agregó quedamente. —Déjame al menos cortarle la cabeza. —Sorcha la miró atónita de que una criatura tan delicada pudiese albergar tanta crueldad en su joven corazón. Se limitó a asentir y le alargó la espada, que segundos antes había sacado de las entrañas del depuesto rey. Talti la cogió con inusitado salvajismo y alzándola ante la multitud habló con estas palabras:

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—Hace mucho tiempo un rey bondadoso os reinaba por voluntad divina. Pero este bastardo le traicionó y le mató a él y a sus vástagos. Más yo, la única hija de ese rey sobreviví a su furia y sin saberlo Valkin me acogió en su corte, donde esperé con paciencia el día de mi venganza, ahora sois testigos de ella. —Talti cercenó la cabeza del cadáver del rey y sonrió con gozo al hacerlo. Los presentes observaron atónitos la escena. Talti ensartó la cabeza en la espada y la alzó al público, luego se la ofreció a Sorcha y la instó a que hablara. —Él mató a mi familia y acabó con mi pueblo, mandó que les cortaran la cabeza a todos. Muchos de vosotros fuiste cómplices de aquella masacre, más yo ahora os perdono la vida si me respetáis y me prometéis fidelidad, tanto a mi como a la única y verdadera heredera de este reino. —Acabó Sorcha. El Conde Millo aplaudió con fuerza las palabras y todos los presentes siguieron efusivos el gesto del viejo. Todos empezaron a vitorear a las dos mujeres, aunque ninguno aún se había percatado del género del consejero, al que todavía creían era un hombre, y no una mujer. Encima de una lejana torre un viejo miraba con tristeza la figura de la princesa. Luego su vista se volvió hacia la otra figura, y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Luego desapareció de nuevo entre las sombras.

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Capitulo IX:

Una nueva vida.

acia tan solo días que ella se sentaba en el que debió haber sido el trono de su querido hermano. Todos y cada uno de los

antiguos

sirvientes

de

Valkin

fueron

marchándose

o

desapareciendo en la lejanía de aquellas tierras, sin volver a saberse nada más de ellos. Otros, los más bondadosos de corazón se quedaron junto a su reina, ayudando y prestando servicios como siempre lo habían hecho. Incluso, todavía, había un sirviente, el viejo Cool, que antiguamente hubo trabajado para el padre de Talti y que fue, según recordaba la joven reina, un buen escudero. Ahora sin embargo era un cuerpo delgado y pellejoso. Su pelo había pasado del negro carbón lustroso a un blanco amarillento y mohíno y era ya tan fino y ralo que se distinguía la pálida piel de la cabeza. No obstante, Talti los trataba a todos sin distinción, con la bondad que le caracterizara, pero con la firmeza que sabía, era necesaria para hacerse respetar. La situación en la que ahora se encontraba no podía ser más extraña. Nunca en la historia de su pueblo había reinado una mujer, siempre eran reyes los primogénitos, pero este era un caso excepcional y el pueblo lo aceptaba como tal. Talti solo recordaba una antigua historia que en su ya añorada infancia le había contado el hechicero sobre una antigua madre de un rey que fue regente durante la minoría de edad de su hijo. Al parecer, aquella época en la que la joven mujer reinara fue la edad de oro del que ahora era su reino. Fue la época 57

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de mayor esplendor y extensión del reino, gracias a las habilidades de cálculo y a las amistosas relaciones que aquella joven reina se había encargado de establecer. Sus pensamientos pasaron de estas minucias, que no carecían de importancia, a otras minucias más importantes para ella. Pensaba ahora en Sorcha, y en el papel que ella tendría en su reino. Era una mujer, pero eso solo lo sabía ella. Todo el mundo pensaba que aquella figura delgada pero ágil era la de un misterioso consejero nacido en la estepa, que había encontrado el sino de su vida. Muchos, los peor pensados, rumoreaban que todo había sido un plan trazado por ella misma y el consejero. Argumentaban que la reina y el consejero habían caído en ardiente

pasión, y

enamorados planearon la muerte del tirano. Es más, había quienes apostaban algunas monedas de oro a que el enlace de matrimonio entre la reina y el consejero Trer no tardaría en llegar. Talti sonrió malévolamente, imaginándose a ambas al pie del altar. En un momento le parecía una estampa hermosa, pero al rato pensaba en lo ridículo de la situación. Unos pasos firmes interrumpieron sus cavilaciones. En la entrada de su aposento mayor, con la cabeza alzada y sin mirar a nada ni a nadie en concreto se encontraba la noble figura de Sorcha. Ahora vestía ropa más viril aun. Talti le había nombrado príncipe de la guardia real, un puesto que le colocaba día y noche junto a la reina y que le haría velar por su vida sin descanso. Pero no fue ese el hecho de que la joven reina lo nombrara como tal, sino que más bien se dejó seducir por la idea de tenerla más tiempo a su 58

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lado. Sorcha había demostrado ser una mujer impresionante. No solo sabía mucho del arte de la guerra, sino que sus técnicas eran muy novedosas y Talti iba a necesitarlas para luchar contra aquellos enemigos que no aceptaban su soberanía. Aunque no directamente, ya le habían amenazado con vengar la muerte de Valkin, no obstante, Talti estaba despreocupada. La mayoría de los nobles y condes veían más ventajas estando bajo el mando de la reina que bajo el mando del terrible Valkin, al fin y al cabo, todo el mundo sabía que las mujeres eran más compasivas y fáciles de manejar. Desgraciadamente, no conocían de qué materia estaban echas Talti y Sorcha, ni siquiera llegaban a intuirlo. —¿Qué ocurre?. —Preguntó sin preámbulos la joven y novata reina. —Mi reina. —Se inclinó Sorcha con desgana, pues no era de su menester rebajarse a nadie ni a nada. Ella pensaba que todos eran iguales y debían serlo ante la ley y que nadie debía arrodillarse frente a otro. No obstante, sentía respeto y admiración por la joven Talti y no quería acarrearse problemas. —No es necesario que te inclines ante mí, tan solo hazlo cuando haya personas delante. Tú y yo somos iguales. —Terminó de informarle la reina. Sorcha sorprendida por esta reacción se limitó a sonreír con el labio torcido. —Muy bien, majestad. —Talti chasqueó los labios con disgusto. —Tampoco es necesario que me llames así, solo cuando... 59

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—Estemos ante otras personas. Sí, he comprendido. ¿Cómo tengo que llamarte, entonces?. —Preguntó la joven guerrera, pues desde lo ocurrido en el torneo apenas habían cruzado palabra. —Bastará con que me llames Talti, ese es mi nombre. —Sorcha asintió—. Siéntate a mi lado. —Indicó Talti. Sorcha con paso dubitativo y sin disimular algunos nervios se sentó junto a la reina y en aquel momento, por alguna extraña razón se imaginó como un rey junto a su reina. Sonrió de lado, diciéndose a sí misma que eso nunca sería posible. —Talti. —Sorcha tragó saliva con fuerza y escondió sus ojos tras el espeso y negro flequillo—. Me siento muy honrada de ser el príncipe de vuestra guardia real. Nunca hubiera pensado en un puesto más honrado para una esteparia asesina. —Sus palabras denotaban arrepentimiento. —No eres una asesina, mataste porque te jugabas la vida y la de otra persona, no por gusto. —Sorcha levantó a penas la vista para mirar a los ojos a la joven reina. —Te equivocas, desde el principio supe que podría matarlo, yo había estudiado sus movimientos, sabía que podía vencerle. Me dejé dominar por la sed de venganza. —Sorcha volvió a bajar la cabeza. —Las dos lo hicimos. Pero no me arrepiento de ello. —Agregó Talti con voz firme.

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—¿Te hizo sentir mejor?. —Preguntó Sorcha. Talti abrió los ojos, sin entender lo que le estaba preguntando—. Quiero decir, cuando supiste que estaba muerto, cuando le cortaste la cabeza, ¿todo eso te hizo sentir mejor?. Porque a mí no. Su muerte no me devolvió a mis seres queridos. —Pero ellos ahora pueden descansar en paz, sabiendo que han sido vengados y que el monstruo que les arrebató la vida está ardiendo ahora en el infierno. —Dijo con ira Talti. —No, no lo comprendes. —Sorcha se levantó de su sitio y caminó hacia la penumbra de la ventana. El sol brillaba allá en el cielo, como todos los días. Era un día tan bonito, tanto que nadie debía sentir odio si luego existían días como aquel—. La única forma de acabar con el ciclo de odio y violencia es con el amor. —Explicó con melancolía, recordando las palabras de aquella anciana pobretona que se cruzó un día en su camino. —Son palabras muy bonitas, pero son mentira. —Talti se levantó de su sitio y salió por la puerta sin más dilaciones, dejando a una confusa y sorprendida Sorcha sentada junto a la ventana. —Sorcha sentía algo muy poderoso que le instaba a permanecer junto a aquella mujer. No podía asegurar si era amor, pero estaba segura de que la deseaba y al mismo tiempo le temía. No se había atrevido en ningún momento a hablar sobre la noche antes de la muerte

de

Valkin.

Aquella

noche,

en

la

que,

quizás

desinhibidas por el alcohol que habían ingerido, se dejaron llevar por la lujuria desenfrenada y dejaron que sus labios se 61

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apoderaran los unos de los otros, como si llevasen mucho tiempo separados y necesitaran reconocerse de nuevo. Sin embargo ahora tenía unas ansias tremendas de abrazar a la fría mujer que se le mostraba, de acariciar sus mejillas y de regalarle miles de besos, no la invadían deseos carnales, sino ganas de consolar a esa mujer y decirle con su sola presencia que todo iba a ir bien, pero dudaba que la joven mujer que ahora era reina se dejase hacer, dudaba que Talti sintiera eso por ella. Por ahora sentía que estaba donde tenía que estar, en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Sin más dilaciones se ausentó del aposento y se dirigió hacia las caballerizas para dar un paseo a caballo.

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Capitulo X:

Recordando.

l día siguiente amaneció tan tranquilo como los anteriores. El sol seguía brillando en el firmamento y los pájaros cantaban afanosos por atraer la atención de las hembras. Sorcha se levantó de su cama, algo dolorida, y con paso trémulo e indeciso se dirigió a la tina de agua para refrescarse el rostro. Con gesto algo cansino se sentó junto a la ventana y miró el jardín, que tan bello le pareciera la primera vez que lo vio y aun amaba. Allí, aun con su camisa de dormir y el pelo suelto sobre los hombros, sin disimular para

nada

su

condición

de

mujer,

respiró

tranquila

y

relajadamente. Una sirvienta llamó a la puerta de su aposento con parquedad. —Mi señor, ¿estáis ahí?. —Preguntó la joven. Sorcha carraspeó para entonar su ruda voz mejor. —¿Qué ocurre?. —Preguntó, denotando molestia. —Siento despertarle, pero su majestad quiere que le acompañéis. —Informó la joven doncella. —¿A dónde?. —Preguntó con rudeza Sorcha, un poco molesta por la interrupción. —Mi reina quiere salir a cabalgar, pero desea que le acompañe su príncipe. —Sorcha se levantó y se comenzó a vestir. 63

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—Enseguida bajaré. —Se limitó a contestar, aunque seguía enfadada con Talti, no iba a demostrar descortesía y rebeldía ante los sirvientes, no quería ser un mal ejemplo. Talti se había levantado en completa ansiedad. Había soñado de nuevo con las cabezas de crespo pelo dorado de sus hermanos ondeando en sendas lanzas. ¿Cuánto dolor e impotencia sentía cada vez que volvía a tener aquellos sueños tan reales?. Era como volver atrás en el tiempo y vivir de nuevo aquella horrorosa tortura. Se dio cuenta de que las palabras de Sorcha resonaban ahora en su cabeza. Realmente no se sentía mucho mejor con respecto a la pérdida de sus seres queridos. Pero sabía que estaba en el lugar adecuado y que se había cumplido la justicia por primera vez en su vida. Recordó la figura de Sorcha en la penumbra de la ventana y por vez primera desde que la conoció se preguntó por la naturaleza de la relación que las unía. En realidad todo se resumía en sus planes de venganza. Pero ahora que estos habían sido consumados, ¿qué tenían?. Quizás solo había cordialidad, quizás era cuestión de tiempo que Sorcha se marchara. O quizás se necesitaban, al menos Talti la necesitaba. Solo confiaba en el viejo hechicero y en ella y por alguna extraña razón se sentía enormemente protegida a su lado. Pero no sabía exactamente que les había llevado a besarse de aquella salvaje manera en aquella lejana noche. Eran dos mujeres, eso lo tenía presente. Pero no era ese el mayor impedimento que veía en relacionarse con Sorcha de aquella manera, pues tenía noticias de las relaciones sexuales entre condes y otros hombres, aunque 64

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pocos eran los rumores que hablasen de dos mujeres amándose. Lo que realmente le preocupaba era no saber qué era lo que veía en Sorcha. A veces deseaba besar sus labios, a veces acariciarla, a veces que la abrazara fuerte y la protegiese como a una niña. Otras veces la miraba y veía a una extraña, la figura de una misteriosa mujer de la que no conocía nada o más bien poco de su pasado. Decidió que este era el día ideal para saber todo lo que debiera saber sobre ella. Como había vaticinado Talti, era un día precioso. El sol parecía sonreírse de la vida y de las gentes del mundo. El celeste del cielo daba la impresión de ser una extensa capa inmutable y calmosa. Los caballos trotaban despacio con aire distinguido. Talti agarraba las riendas con suavidad y despreocupadamente. A su lado Sorcha miraba los altos bosques que se habrían a lo lejos. A su mente venían recuerdos de aquel día en el que escapara con la princesa del castillo a lomos de su querido corcel negro. Ahora viajaban cada una en su propia montura, y Sorcha se sentía tan lejana y tan cercana al mismo tiempo de ella. Desde que salieran del castillo no habían hablado nada. Talti se limitaba a mirar el horizonte y los alrededores y seguía cabalgando inmutable. A su lado Sorcha esperaba con ansiedad un gesto o palabra que rompiera la ya palpable tensión. —¿Qué ocurrió?. —Preguntó Talti a la alta mujer. Sorcha salto desprevenida de su asiento.

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—No te entiendo. —Respondió más calmada, mientras miraba a la reina con el ceño fruncido. —Con tu pueblo, ¿qué ocurrió?. —Preguntó de nuevo mirando a la guerrera

fijamente.

Sorcha

se

encogió

por

un

momento,

intentando esconder su dolor, el dolor que le sobrevenía al recordar aquel día. Sorcha supo que le sería difícil contarle lo ocurrido, pero si lo hacía le demostraría que confiaba en ella. —Tú estabas allí, ¿recuerdas?. —Preguntó Sorcha desviando su mirada al horizonte—. Tú viste sus negras cabezas separadas cruelmente de su cuerpo. ¿Qué crees que ocurrió?. —Sorcha supo que había sido algo arisca al responder, pero, aunque quería acercarse a ella seguía doliéndole. Talti se sintió dolida, como si no confiara lo suficiente en ella. Respiró con desesperanza. —Quería saber que ocurrió contigo. ¿Por qué no te mató?. — Sorcha la miró fijamente a los ojos. Talti se sintió intimidada por el azul zafiro de aquella mirada y agachó la cabeza tímidamente. —No sé, siempre había sido buena guerrera. En mi pueblo... — Sorcha hizo un ademán de sufrimiento al recordar de nuevo el fin de éste—.... las mujeres también eran adiestradas como guerreras. Yo era solo una niña, pero era la mejor con la espada en todo el pueblo. Vivíamos felices, en paz con nosotros y los pueblos. Pero hubo un invierno en el que perdimos las cosechas. Estábamos empobrecidos y hambrientos, por lo que decidimos hacer algunas incursiones por los territorios de Istorel. Nunca atacábamos aldeas, si es lo que estás pensando, solo cazábamos, pues en la 66

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estepa no había mucho de que alimentarse. Nunca tuvimos problemas con la guardia de tu padre, pero cierto día nos llegaron noticias de su muerte y de la muerte de sus hijos. No es que la noticia nos doliera mucho, pero nos preocupaba nuestro futuro. Luego, un día, recuerdo que había amanecido soleado, con algunas nubes surcando veloces el cielo. Recuerdo también a mi hermana, Tara, me pidió que le enseñara a usar la espada y se enfadó conmigo porque me negué rotundamente. No quería que ella fuese como yo, luego me arrepentí, al menos podría haberse defendido. Quizás si yo le hubiese enseñado a utilizar la espada... —Sorcha bajó la cabeza para esconder las copiosas lagrimas que empezaba a derramar. Talti acercó despacio su caballo y sostuvo las

riendas

de

Sorcha,

haciendo

que

ambos

caballos

se

detuviesen. Sorcha levantó un poco la cabeza para mirar a Talti, esta solo le sonrió, mientras bajaba con agilidad del caballo. Se acercó a Sorcha y le ofreció la mano para ayudarla a bajar. Sorcha no esperó mucho tiempo para que el contacto fuera real. Sus manos se unieron como si siempre se hubieran pertenecido y ambas se miraron confusas a los ojos. Sorcha retiró la mano veloz cuando se dio cuenta de que alargaba demasiado el contacto. Talti solo sonrió y se sentó en la cálida hierba. Sorcha le imitó. —Sigue contándome, por favor. —Le indicó la reina. Sorcha miró la yerba y recordó los verdes prados primaverales donde solía jugar de niña. —Valkin... —Pronunció el nombre con repugnancia—.... apareció de repente con su gran ejército. Nos descubrió por sorpresa. 67

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Nunca habíamos temido un ataque, pues éramos un pueblo nómada y a muchos les costaba dar con nosotros. Sin embargo, él lo logró. Cuando lo vi aparecer me pareció un dios entre todos aquellos hombres, pero pronto supe que solo era un diablo que había escapado del infierno. Arrasó con todos sin distinción, niños, mujeres y hombres. Fueron cayendo uno por uno. Al principio recuerdo que el miedo me paralizó y era incapaz de reaccionar, pero entonces pasó algo que cambiaría mi vida para siempre. Ella no pudo esquivar esa aguda y afilada espada, solo era una niña inocente de 9 años. Recuerdo que sentí tanto odio por todos ellos y una fuerza me sacudió de tal manera que me lancé a por ellos con fiereza. Vencí a unos pocos antes de enfrentarme a él. Recuerdo que se me echó encima como un salvaje y me lanzó al suelo, no pude esquivarle, intenté escapar de su agarre, pero entonces yo era débil y joven y él era un hombre en su edad florida. Cuando logró tenerme a su merced me golpeó con fuerza y perdí la consciencia. No recuerdo nada más, tan solo que aturdida desperté y creí que todo había sido un angustioso sueño, hasta que supe dónde estaba. Me habían encerrado en una celda, como si fuera un león salvaje. Luego miré hacia atrás y entonces... —Paró en seco al recordar con nitidez la escena—. No me dieron de comer ni de beber durante varios días, ni siquiera recuerdo cuántos fueron. Luego llegamos al castillo y apareció un ángel entre toda aquella muchedumbre. Creí que habías venido para llevarme junto a mi familia, pero entonces supe que eras de carne y hueso como yo. —Hizo una pausa de unos segundos y luego miró fijamente a Talti—. Fuiste la única que sufriste dolor 68

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por ellos y no lo disimulaste. Lo vi claramente en tus ojos. —Talti volvió su vista al horizonte con el ceño fruncido. —Pero no hice nada por evitar aquella masacre. —Se disculpó en un susurro. —Aunque hubieses querido no habrías podido hacer nada. —Taltí negó con la cabeza avergonzada. —Estaba demasiada ocupada con mis planes de venganza. —Se increpó a sí misma. —Pero, aun así, me ayudaste a escapar, te apiadaste de mí sin conocerme. —Le consoló la esteparia. —Cuando... cuando vi lo que esa bestia repugnante había hecho con tu pueblo... nunca entendí porque él sentía tanto odio hacia todos. —Sorcha desvió la vista al horizonte. —Solo era un maldito demonio. No tenía escrúpulos ni corazón. — Sorcha se mordió con fuerza el labio inferior hasta sentir el dolor en ellos. Un largo silencio se extendió entre las dos jóvenes. Talti se echó sobre el verde manto de hierba y miró al cielo sin ninguna expresión en su rostro. Sorcha la observó, le seguía pareciendo tan bella como un ángel. Sus ojos seguían siendo tan brillantes como la esmeralda. Una débil y ausente gota de agua cayó sobre la mejilla de Talti. Sorcha sintió una fría brisa azotando su pelo. Miró al cielo y observó las nubes moverse con mucha velocidad, 69

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como si fueran hojas arrastradas por el viento. El cielo se había oscurecido y el sol se había perdido, como por arte de magia, tras aquella espesa capa de algodón. Talti no parecía darse cuenta de ello. Parecía que de un momento a otro empezaría a llover. Sorcha se levantó. —Será mejor que nos marchemos, pronto comenzará a llover. — Pero la joven reina no se movió del sitio. Sorcha frunció el ceño extrañada. —Talti... —La llamó con voz suave—. ¿Estás bien?. —Preguntó seguidamente. Como respuesta solo recibió una mueca que parecía una sonrisa forzada. Luego Talti le alargó la mano. Sorcha la cogió sin pensarlo dos veces y Talti la instó a que se tendiera junto a ella. —Cierra los ojos. Le susurró al oído la joven reina. —Sorcha se estremeció con el contacto de su aliento en su piel. Se limitó a cerrar los ojos, sin preguntarse por qué aquella reacción. No supo cuánto tiempo pasó realmente, ni qué le había llevado a actuar de aquella forma. Sentía como si quisiera evaporarse y vagar por el mundo libre de todo el peso que ahora llevaba en sus hombros. Notó un leve roce en su mano y recordó que a su lado se encontraba Sorcha. Por un instante volvió su cara a la de ella para mirarla y se sorprendió al darse cuenta de que la guerrera estaba observándola. —¿Por qué me miras así?. —Preguntó aturdida. 70

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—Pensaba que debes estar loca. —Sorcha sonrió sinceramente—. Y yo lo estoy aún más por seguirte en tus locuras. —Talti sonrió y su sonrisa se convirtió pronto en una carcajada. A Sorcha le encantó verla tan feliz, aunque solo fuera por unos segundos. —Alguien me dijo una vez: «El loco que persiste en sus locuras llegará a ser sabio». —Sorcha levantó las cejas en señal de sorpresa. —Ese alguien también debía de estar loco. —Contestó con una sonrisa inocente. Talti volvió a reír feliz. Sus carcajadas fueron interrumpidas por el relincho de uno de los caballos, que se movía nervioso con el estruendo de los rayos—. Será mejor que vayamos levantando el campamento. Pronto estará oscuro y no podremos distinguir el camino de vuelta. —Anunció con voz preocupada Sorcha. —Tienes razón. —Contestó la joven reina levantándose.

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Capitulo XI:

En las noches lúgubres del alma.

l viento soplaba con una fuerza inaudita y aullaba con el ímpetu de un lobo. A su paso arrollaba con todo. Las hojas volaban a su merced por el aire y los árboles parecían resquebrajarse más con cada embestida. Talti y Sorcha a duras penas se podían sostener sobre las monturas. La lluvia les impedía ver dónde se encontraban. Era posible que estuvieran a solo unos pasos del castillo y ni siquiera lo supieran. A Talti le pareció que incluso le costaba respirar. Sentía una fuerte presión en su pecho y rostro y la lluvia golpeaba su piel fuertemente. Sorcha tenía agarrada sus riendas, para impedir que se separasen en la tormenta. Talti se sentía cansada, sus miembros estaban doloridos y entumecidos y a cada zancada se resbalaba de la montura. Unos pasos más adelante no pudo evitar la caída. El barro embadurnó todo su cuerpo, pero por suerte aminoró el golpe. El caballo asustado se encabrito y Sorcha no pudo sostener las riendas. Huyó hacia la oscuridad del bosque sin poder hacer nada por evitarlo. Sosteniendo con fuerza las riendas de su propio caballo, Sorcha se bajó a socorrer a la princesa. Talti estaba echada en el suelo, había perdido la consciencia. Sorcha la levantó en sus brazos y la montó, no sin poco esfuerzo, sobre el noble caballo. Anduvo así un tiempo, que pareció una eternidad. A lo lejos le pareció ver la sombra de lo que parecía una vieja casucha. Aceleró su paso para 72

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llegar cuanto antes. Dejó el caballo en una vieja cuadra, casi derruida que estaba a un lado de la casa y cogió de nuevo en sus brazos a la joven reina. Entró en la casa sin poder vislumbrar nada y tropezando a cada paso. Pronto se fue haciendo a la oscuridad de la habitación y la luz de la luna ayudaba un poco. Dejó a Talti sobre una mullida y destartalada cama hecha jirones. Luego buscó algo con lo que hacer fuego. Unas sillas roídas por polillas y la mesa le servirían. Estaba enfrascada intentando encender el fuego, cuando una voz le llamó la atención. —Dejadme ir con vosotros. Por favor, prometo que me portaré bien. —Talti deliraba y se removía furiosa en el jergón. —Shhhh, tranquila. —Sorcha colocó una mano sobre la frente y le acarició, notando que la temperatura de su cuerpo era más elevada de lo habitual. —Padre, ¿por qué no puedo ir a cazar?. —Talti agarró con fuerza la mano de Sorcha y esta se estremeció con el contacto. —Puedes venir. —Sorcha intentó tranquilizarla. La respiración de la joven se volvió más tranquila. Unas delicadas gotas de sudor surcaban su rostro. Sorcha logró encender la hoguera tras algunos intentos fallidos. La luz del fuego le permitió reconocer mejor la habitación. Anduvo por toda la casa, sin encontrar más que algunos trapos roídos, unos cuencos, que parecían gastados y algunas botellas con algo que parecía vino. Lo olió y comprobó que efectivamente era vino y 73

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no parecía haber perdido su calidad. Lo cogió todo y lo colocó junto al fuego. Salió fuera, de nuevo a la intemperie en busca de una bomba de agua y la encontró a unos pasos de la cuadra. En uno de los cuencos más grandes echó el agua y la calentó al fuego un tiempo. Se acercó a Talti y la observó dormir tranquila. Luego con gesto dudoso comenzó a desvestirla. El barro estaba ya reseco, pero se podía distinguir la piel fina y tersa. El ver su piel le daba escalofríos y rozarla era para ella un regalo del cielo. Suspiró aturdida. Sus propias gotas de sudor caliente caían ahora sobre el cuerpo de Talti. Cuando la hubo desnudado por completo la arropó con una vieja piel de ciervo que estaba colocada en el suelo, a modo de alfombra, pero que serviría para este propósito. Acercó un poco la cama al fuego para que Talti recibiera el calor y comenzó a preparar compresas de agua para la reina. Con cuidado y delicadeza fue depositando compresas en la frente de la joven cada cierto tiempo, hasta que pasado un tiempo ésta dejó de tiritar y su temperatura había bajado considerablemente. Le dio de beber un poco del dulce vino y bebió un sorbo del mismo cuenco, sintiendo el ardor recorrer su garganta y estómago. Sorcha se tranquilizó y cansada se tendió junto a la reina. Su cuerpo también estaba entumecido y sus músculos agarrotados. Decidió que lo mejor era descansar un poco. De esta forma cerró los ojos adormilada. Talti abrió los ojos. La tenue luz de la hoguera parpadeaba a duras penas en la oscuridad. Sintió un calor extraño a su lado, era el cuerpo de Sorcha. Al darse cuenta se tensó nerviosa. 74

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Estaban compartiendo cama y le parecía que se encontraban en la más íntima comodidad, aunque la mullida cama no fuera realmente una cama y la piel que les tapaba fuera rasposa y demasiado pequeña. Divisó su ropa limpia puestas a secar junto al fuego y se dio cuenta de que estaba casi completamente desnuda. Eso le hizo sentirse algo incomoda. La ropa de Sorcha estaba junto a la suya, lo que le hizo pensar que ambas estaban piel contra piel. Sintió la sangre correr más rápido bajo su piel y el calor envolverla por completo. Incapaz de contener las ansias de acariciar a la otra mujer, decidió que lo mejor sería levantarse y vestirse, pues ya estaba amaneciendo. La tormenta había amainado y solo caían las últimas gotas olvidadas. Se vistió lentamente, sentía su cuerpo cansado, pero eso no le impediría montar de regreso. Tenía mucha hambre y deseó estar en el castillo y comer un suculento desayuno. Desde el suelo, ya vestida y junto al fuego se quedó observando a la bella guerrera. Ésta dormía plácidamente y su respiración le relajaba. Tenía una mueca que casi era una sonrisa en su rostro y parecía un ángel. Talti suspiró, preguntándose si volvería a besar sus carnosos labios de nuevo. Lo deseaba y deseaba abrazarla con fuerza y sostenerla cerca de su corazón para siempre, pero eso traería tantas complicaciones. Antes, cuando preparaban su plan de venganza no le importaba mucho las consecuencias de sus actos, siempre que estos no fueran contra sus planes de venganza, pero ahora, ahora tenía una corte y un reino tras sus pasos y el mínimo error podía costarle su vida y, posiblemente la de Sorcha. 75

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Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la viril guerrera se removió, abriendo seguidamente los ojos y dándose cuenta de que estaba siendo observada. Sonrió nerviosa. —Veo que ya estás mejor. —Habló con la voz reseca. —Sí. No recuerdo qué pasó, tan solo que caí al suelo y... —Dejó de hablar e intentó recordar algo más pero resultó inútil. —Te golpeaste en la caída y perdiste el conocimiento. Luego creo que cogiste frío y tenías algo de fiebre, po ...por eso te desvestí. — Se excusó incomoda. Talti sonrió inocentemente. —¿Te di mucha lata? Pareces cansada. —Dijo a modo de disculpa. —Para nada, fue un placer atenderte, lo hubiese hecho por cualquiera. —Intentó quitarle hierro al asunto. A Talti esas palabras la defraudaron. Pronto llegó a pensar que ella no tenía mucha importancia para la guerrera. —Ya. —Contestó secamente y volvió su vista al fuego. La luz del sol empezaba a asomarse por las lejanas colinas. —¿Por qué no te mató a ti?. —Preguntó Sorcha, siendo consciente del cambio de humor de la joven. Talti la miró con el ceño fruncido. —¿Realmente te interesa o solo quieres pasar el tiempo?. — Preguntó sin esconder su tono de molestia. 76

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—Realmente me interesa. —Se limitó contestar una extrañada guerrera. Talti sopesó sus palabras durante un largo y silencioso momento. —Solo tenía 6 años. Le gusté, supongo. Me encerró en una torre, esperando a que yo creciera para convertirme en su amante. Por eso no me mató. —Sorcha la miró con sorpresa. —¿Y cuándo te convertiste en su amante?. —Preguntó sin esconder la molestia que esas palabras le causaban. —Nunca. Me convertí en su mujer, pero nunca fui su amante. Yo aspiraba a algo más. Pero llegaste tú y lo estropeaste. —Sorcha se incorporó enfadada, sus pechos quedaron a la vista de la joven reina. —¿Qué?. —Preguntó airada. Talti se le quedó mirando entre avergonzada y extasiada. Sorcha se dio cuenta de lo que distraía a la joven y rápidamente en un gesto casual se tapó. La joven reina pareció salir de su ensueño. —Si no hubieras llegado, él hubiera sido el hombre más desgraciado de este mundo. —Le increpó la rubia. —No te comprendo. —Talti se levantó de su sitio y le acercó la ropa a la guerrera, que la cogió sin dudar. Luego se puso de espaldas mirando por la pequeña ventana hacia el exterior. Sorcha comenzó a vestirse con agilidad.

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—Yo pensaba hacerlo miserable, hacerle sufrir para el resto de su vida. —Se explicó la rubia. —¿Cómo?. —Preguntó la morena. —Eso ya no importa. —Increpó la rubia—. Será mejor que nos marchemos. Es de día y la tormenta ha amainado. —Sorcha deseó seguir con la conversación, saber algo más de ella, pero supo que sería imposible.

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Capitulo XII:

Un lugar vacío.

l camino de vuelta no fue en absoluto divertido o ameno. Ambas mujeres estaban pensativas y calladas. No se dirigieron la palabra. Ambas pensando en lo que les depararía el futuro y en si estarían para entonces juntas o si cada una habría rehecho su vida al margen de la otra. Iban ambas montadas en un solo caballo, el de Sorcha, pues del otro no sabían nada y desde entonces no se le ha vuelto a ver. Se dice que aun vaga por el bosque eternamente buscando a su jinete. Volviendo a nuestra historia, Sorcha iba delante, agarrando con delicadeza las riendas. Talti estaba a su espalda, recordando aquella primera cabalgata que

ambas

preguntándose

hicieron cuántas

juntas,

hacía

veces

ya

cabalgarían

mucho así

tiempo

juntas.

y

Ella

esperaba que fueran muchas. Le gustaba sentirse cerca de la guerrera, su ancha espalda le parecía un muro que le protegería de todo y deseaba acariciarla y abrazarla para que nunca desapareciera. Cuando llegaron Sorcha bajó primero y luego ayudó a la joven reina. Sus caderas sintieron el calor y al mismo tiempo el vacío de las huellas que dejaron las manos de Talti. Suspiró aliviada de haber llegado por fin. El conde Millo era un viejo gordo y gruñón, pero siempre se le había considerado un buen conde, bondadoso, justo, y en exceso sensiblero. Hace mucho tiempo, cuando aún vivía el padre de Talti, él era un buen amigo del rey. Pero cuando Valkin se apoderó 79

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del reino, tuvo que elegir y eligió ganar, aunque fuese uniéndose al enemigo. Se apenó de lo que el destino le había deparado al ocioso rey y sus hijos. Nunca se había preguntado qué fue de la pequeña niña rubia que se abrazaba a sus piernas con fuerza cada vez que visitaba el palacio. Y ahora su sorpresa fue mayúscula al vislumbrar los ojos de aquella niñita en una mujer. Suspiró cansino, llevaba esperando casi toda la mañana y no había ni rastro de la mujer. Al parecer ella y el que hasta hace poco fue su consejero habían salido a cabalgar el día anterior y aún no habían vuelto. Eso le resultaba anodinamente sospechoso. Y si era verdad, y si los rumores no eran infundados. El chico no era un mal partido, y en realidad, nadie podía negarle su derecho a estar donde estaba, al fin y al cabo él debía haber sido el rey, pero le cedió su cargo a Talti, a quien realmente le pertenecía. Era un chico bondadoso e inteligente, lo supo desde el mismo día que lo vio. Además siempre había estado a su lado en las numerosas batallas y le había salvado la vida en más de una ocasión. Incluida esta última vez que le salvó la vida a su hijo. Ricard ya estaba recuperado,

solo

necesitaba

descansar

unos

días.

Sus

elucubraciones fueron interrumpidas por los pasos apresurados que hacían eco en el gran palacio. Talti entró por la puerta, con la cabeza alzada y distinguidamente, sonrió al viejo Conde. Había tenido poco tiempo para limpiarse y acicalarse. Por suerte no había tenido que dar explicaciones de lo sucedido a nadie, ella era la reina. —Conde Millo, cuánto gusto volver a verle. —Talti imaginó que el viejo estaba allí para pedirle algo, a cambio de su lealtad. 80

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—Majestad. —El conde hizo una estudiada reverencia. —¿A qué

debo su

agradable

visita?.

—Preguntó sin más

preámbulos la joven rubia. Sus palabras fueron interrumpidas por la llegada de Sorcha. —Majestad. —Dijo la guerrera haciendo una reverencia frente a ella, luego se colocó a su espalda a un lado. El conde Millo observó la escena con curiosidad. Talti vio la confusión en los ojos del viejo. —No se preocupe por su presencia, él debe estar aquí, es mi guardia real. —Explicó la reina, indicándole al viejo que volviera a tomar asiento. Ella se sentó en la mesa, justo en el trono del rey. —Oh, me alegro por ti muchacho. Pero debiera tener en cuenta, majestad, que también es un magnífico consejero. —Dijo el viejo sonriendo a Sorcha, esta le correspondió a la sonrisa. —No lo dudo, lo tendré en cuenta, conde. —Contestó Talti sin dejar de mirar a Sorcha—. Ahora, vayamos a la cuestión que le ha traído hasta aquí. —El conde carraspeó algo incómodo. —Verá, majestad. No quiero ser ingrato, pero no sé si es consciente de los rumores. —Talti frunció el ceño. —No le comprendo, ¿qué rumores?. —El viejo conde se acomodó en la silla.

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—Esos rumores implican a usted y a Trer. —Dijo mirándoles a ambas—. Está muy extendido el rumor de que ambos planeasteis la muerte de Valkin. —Terminó el viejo. —¿Y?. Conde Millo, el pueblo necesita inventarse esas historias y rumores, pero no son verdad. Es más, yo no conocí al Consejero Trer hasta el día del torneo. De todas formas, no entiendo que tiene que ver eso con usted. —Increpó la joven reina. El conde se removió incómodo y nervioso en su silla. —Comprendo su postura majestad, pero no son esos los únicos rumores. Hay quienes creen y defienden que ambos sois amantes. Sé que eso no es de mi incumbencia, si así fuera, voz estáis en el derecho de relacionaros con quien os plazca, pero si esos rumores son mentira, he pensado que debería acabar con ellos cuanto antes. Puede crearse muchos enemigos por ello, de hecho, creo que ya tiene algunos. —Terminó el viejo conde. Talti sonrió irónica. —Son mentira, por supuesto. Más, ¿qué proponéis para aplacar esos rumores?. —Preguntó la reina, sospechando algún interés secreto tras las palabras del viejo. —Majestad, una mujer necesita un hombre a su lado, que le proteja y le cuide. ¿No ha pensado en buscar esposo?. —Terminó el viejo con una media sonrisa. Talti se echó hacia atrás en la silla y pensó confusa.

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—¿Cree que cansándome terminaré con esos rumores?. —Talti había relacionado rápidamente la palabra esposo con Sorcha, pero si se casara con quien todos creían era su amante, la cosa iría a peor. —Así es, y si me permite, he pensado en mi hijo pequeño, Dorian, es inteligente y bondadoso, muy dado a los estudios y bueno con la espada, solo que aún es joven, tiene tu misma edad. —Talti sonrió al viejo, descubriendo por fin el interés escondido. —Dorian, sí, le recuerdo, el pequeño Dorian. Alguna vez jugué con él de pequeña. —El viejo sonrió satisfecho. Mientras Talti sopesaba las palabras y el consejo del viejo. —Ahora es todo un hombre y buen mozo. —Dijo orgulloso el viejo. Talti miró a Sorcha, que parecía no inmutarse ni darse cuenta de nada. Volvió a mirar al viejo. No era mala idea, no era un mal consejo, necesitaba al pueblo de su parte y quizás dándoles un rey. Además, el conde Millo no era mala persona, era un buen aliado y su ejército era poderoso. Sería bueno tenerlo de su parte. —Lo pensaré, conde. —Dijo por fin la reina. Sorcha sintió la ira inundar su corazón ante esas palabras. Ella confiaba en que la joven reina se negara rotundamente a contraer matrimonio. Ahora se sentía traicionada. Sin poder evitarlo y aprovechando un jaleo que se había armado fuera de palacio como excusa, salió rauda por la puerta ante la sorpresa de Talti y la indiferencia del conde Millo. 83

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Talti recorrió el palacio buscando a Sorcha. Podía haber mandado a alguien, pero ella misma sintió la necesidad de buscarla. Se había comportado de una forma bastante extraña, desapareciendo de la sala, así como así, aunque el conde Millo no lo notase. Ella si se había dado cuenta. Sorcha estaba enfadada por algo. Al fin, después de vagabundear un tiempo de aquí para allá, ante la atónita mirada de algunos sirvientes, se topó con la joven guerrera. Estaba en el jardín, en aquel bonito jardín que conocía como la palma de su mano. Sorcha estaba sentada junto a una fuente, mirando los hermosos pececillos de colores que adornaban el agua. Talti se acercó a ella hasta quedar detrás. —¿Cuál es el problema?. —Preguntó Talti sin más dilaciones. —¿Por qué tiene que haber un problema?. —Contestó la guerrera dándose la vuelta para mirarla. —Estás enfadada y quiero saber por qué. —Increpó la rubia. Sorcha se sintió incomoda y escondió su airada mirada tras su largo flequillo. —No estoy enfadada, y si lo estuviera no es asunto tuyo. —Agregó la jinete. Se levantó de la fuente y realizó un amago de marcharse, más Talti la sostuvo por el brazo. —No olvides que soy la reina y aún no he terminado. —Explicó algo malhumorada la chica.

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—Creí que solo estábamos guardando las apariencias, majestad. —Dijo con ironía deshaciéndose del agarre que empezaba a quemarle la piel. —¿Quieres explicarme qué ocurre?. —Preguntó exasperada la reina. —Ya te he dicho que no ocurre nada. —Volvió a decir la guerrera. Talti se mordió el labio inferior con furia e impaciencia. Se sentó en un banco, unos metros más allá sin dejar de mirar a la esteparia. —¿Tiene que ver con la charla que hemos mantenido el conde Millo y yo?. —Preguntó, esperando que la otra mujer se dignara a ser sincera. Sorcha pareció morderse la lengua. —Eso no es de mi incumbencia, lo que hagas con tu vida es cosa tuya.

—Sorcha

levantó

la

voz

para

decir

estas

palabras,

obviamente molesta. Luego intentó marcharse de nuevo. —¡Espera!. Aún no he terminado. —Gritó airada la reina. Sorcha se detuvo cansada de la discusión. —¿Ahora qué?. —Preguntó la esteparia irritada. —¿Tu qué opinas?. —Sorcha la miró confusa—. ¿Sobre lo de casarme con Dorian?. —Preguntó la joven reina—. Quiero decir, como consejera.

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—Creo que... creo... que debes hacer lo que tu corazón piense que está bien. —Terminó la chica, tragándose el orgullo. —Esa es una respuesta muy obvia y muy estúpida. El corazón es un

órgano

inservible,

las

emociones

son

inservibles,

te

comprometen demasiado. —Explicó Talti. Sorcha sintió lastima y dolor por las palabras de la joven. —¿Sabes lo que pienso? Qué has vivido siempre tan al margen de la vida y del mundo, y que has estado tan inmersa en tu mundo de odios, rencores y venganzas, que es lo único que conoces. Eres incapaz de amar. —Terminó de hablar Sorcha, mirando fijamente a la rubia. —¿Acaso tu sí?. —Preguntó la reina levantándose del banco y acercándose amenazante a la morena. —Sí. —Contesto aturdida por la cercanía de la joven reina. —Tú eres como yo. —Le amonestó la rubia. —Sí, pero con una gran diferencia. —Talti frunció el ceño—. Mi corazón si late. —Sorcha cogió entre sus manos las de la joven reina y coloco la derecha en su pecho. Su corazón latía deprisa y golpeaba con fuerza su cuerpo. Talti se perdió en el azul de aquellos ojos, en el olor de aquel cabello, en la calidez de la cercanía y en el ritmo musical de aquel corazón. Cómo podía creer que ella no tenía corazón cuando se estaba sintiendo así, tan sumida en un sueño, tan perdida en un 86

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laberinto. Cuando volvió a la realidad fue consciente del lugar que su mano ocupaba y la retiró avergonzada. —El amor mueve montañas, trasciende al bien y al mal, es inmortal. —Susurró la esteparia mientras dudosa se acercaba a Talti, que no podía dejar de mirarla a los brillantes ojos—. El amor es magia y es lo que hace que mi corazón lata más a prisa. — Sorcha rozó suavemente los labios de la joven y saboreó su aliento. Luego la besó con ardor, sin poder soportar más el vacío entre ellas. Sus labios se pegaron con fuerza y se estudiaban y se buscaban con desespero. Pero Talti se retiró veloz y la rechazó. —No, yo no siento eso, tú mismo has dicho que mi corazón no late. No me importa si me amas o no. —En realidad si la amaba y su corazón si latía con fuerza inaudita, ante su sorpresa, pero sentía tanto miedo a perderlo todo. Si les veían los rumores no cesarían y si se descubría que el consejero era una mujer podrían condenarlas por brujería a ambas. Sorcha dio unos pasos atrás, sumamente dolida por las palabras de la otra. —Bien, en ese caso, no tengo nada que hacer aquí. Mañana mismo me marcharé, no quiero hacer incomoda tu estancia, majestad. —Contestó secamente la otra mujer, ante la disimulada sorpresa de la rubia. —¿Marcharte?. ¿Vas a marcharte porque no correspondo a tu amor?. —Preguntó con aire altivo.

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—No, no me importa que no me ames, pero no pienso permanecer al lado de alguien que pretende privarse de sentimientos, es inhumano. Alguien así no puede ser un buen soberano. —Terminó de hablar la guerrera. —No puedes marcharte, eres el príncipe de mi guardia real. Si te marchas lo tomaré como traición y haré que te persigan y seas juzgada por ello. —Amenazó la joven. —Bien, en ese caso, tú deberías ser juzgada también. —Talti frunció el ceño confusa. —¿Juzgada por qué?. —Preguntó entre impaciente y curiosa. —Por traicionarte a ti misma. —Explicó la otra mujer—. Ahora, con su permiso o sin él, majestad, me marcho, y espero no verla nunca

más.

—Agregó

Sorcha

iracunda.

Talti

tragó

saliva

horrorizada ante tales palabras, pero antes de que pudiese poner alguna objeción, la guerrera había desaparecido y ella era incapaz de reaccionar.

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Capitulo XIII:

Traiciones.

a noche sobrevino al día y el canto de los pájaros dio paso al aullido de los lobos y al canto del búho. Las noches de invierno en Istorel eran húmedas, pero no excesivamente frías. A sus 17 años Talti no había visto aun la nieve. Istorel era un reino muy caluroso en verano. En primavera los campos se vestían de múltiples colores y un manto de suaves y dulces olores inundaba la

tierra.

Los

cerezos

y

almendros

en

flor

adornaban

primorosamente el castillo y las mariposas e incontables insectos jugaban a vivir la vida en aquella inmensa tierra. El otoño era una época melancólica. Los árboles desnudos de hojas daban un aspecto escabroso al paisaje y los verdes prados se secaban hasta convertirse en estepas. Era una estación húmeda, pero con poca pluviosidad. Sin embargo, cuando llegaba el invierno los días de lluvia aumentaban y el sol brillaba con poca asiduidad. Las nubes negras recorrían el cielo con egoísmo día tras día, sin dejar paso al disfrute. Se tendió sobre su confortable cama y cerró los ojos cansada de estos últimos días. No dejaba de darle vueltas al asunto de su casamiento. Si hacía caso a Sorcha y se dejaba llevar por su corazón, éste le decía que se rehusara, que viviera su propia vida y la construyera al margen de todo aquello. Al fin y al cabo ella no estaba destinada a ser soberana. De no ser por Valkin, posiblemente ahora se habría casado con un príncipe o un conde 89

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y tendrían hijos y sería infeliz. Ahora no es que fuera feliz, pero había logrado lo que se había propuesto. Sin embargo sentía una soledad inmensa tan solo pensando que se quedaría sola, sin la comprensión de Sorcha. Pero, si ignoraba lo que su corazón le decía y hacía caso de su razón, lo mejor era, sin duda, contraer matrimonio con alguien. Quizás Dorian no fuese ya el niño arisco y sombrío que de pequeño fue, quizás sería un buen partido. Y además, ella tenía que pensar en un futuro lejano, en dejar descendencia y para ello necesitaba a un hombre. Con estos pensamientos se quedó dormida. Al otro lado, muy cerca del dormitorio de la joven reina, Sorcha peinaba su sedoso cabello y se preparaba para dormir. Aun pensaba en la conversación con Talti y en los celos tan dolorosos que le habían corroído el alma cuando se imaginó a Talti en brazos de un hombre, de alguien que no fuera ella. Debía admitirlo, era algo que no podía negar, la amaba, como un hombre ama a una mujer, de esa forma. En realidad para ella no era algo del todo extraño, pues en su tribu eran comunes estas relaciones entre personas del mismo sexo, normalmente entre hombres. Pero también había alguna que otra pareja estable formada por mujeres. Pero ahora eso era lo de menos. Tan solo pensar que la dejaría de ver... Si se marchaba estaba segura de que no volvería a ver las dos esmeraldas que le desvelaban noche tras noche, pero no tenía nada que hacer, si ella aceptaba casarse no tendría ninguna oportunidad, nada que ofrecer. Se recostó en la cama, segura de la decisión que había tomado. 90

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La boda fue convocada para dos semanas más tarde. Talti conoció a Dorian y le pareció alguien con quien podría compartir la soberanía.

Demostró

ser

un

chico

inteligente,

en

exceso

bondadoso y sensible como su padre, gran adicto a la lectura y a los estudios, de ahí que pronto hiciera buenas migas con el viejo hechicero. Físicamente era de buen porte, ni muy robusto ni muy flácido, pero de bastante buen ver. Unos ojos azules y una melena rizada casi del mismo negro lustroso que la de Sorcha, y una sonrisa que no dejaba nada a la imaginación. Era una criatura perfecta, casi tan perfecta como Sorcha. Desde que le vio por primera vez no pudo evitar compararle a la guerrera y se culpó por ello, porque en realidad no tenían parecido alguna salvo en el aspecto físico. Sorcha aún estaba en palacio, aun no se había marchado como prometió y ellas no habían vuelto a hablar del tema, por lo que Talti supuso que Sorcha había reconsiderado su decisión. Se equivocó, la mañana del día anterior a la boda desapareció y nadie supo a donde se había ido o que había pasado con el misterioso consejero que venía de la estepa. Talti lloró, sintió por primera vez el dolor del olvido, del rechazo, aunque fuese ella la que la había rechazado, se sentía rechazada y traicionada. Pero, el dolor y la ira de verse traicionada le hicieron tomar fuerzas para casarse y olvidarla. Y así fue como la joven reina Talti se casó con el hijo pequeño del conde Millo, Dorian, y así logró aplacar las iras y recelos de las gentes.

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Capitulo XIV:

Hasta que la muerte nos separe.

a vida en Istorel era monótona, pero tranquila. No había ningún reino tan pacífico como el del joven Dorian y la joven Talti, ni unos reyes tan bondadosos. Las gentes nunca habían vivido en tanta armonía y despreocupación. Las puertas se dejaban abiertas, los niños salían a jugar sin temor a desaparecer en los bosques, las mujeres salían a las calles y recorrían caminos solas sin ninguna preocupación. La miseria y la pobreza habían descendido y la violencia no era una actitud bienvenida a Istorel. Todo el mundo era feliz en Istorel, salvo los propios reyes. Dorian quería a Talti, pero no la amaba en absoluto. No le interesaba el amor, pese a que lo consideraba el sentimiento más poderoso y hermoso del mundo. El cariño que sentía por ella era fuerte y era el que le había dado la fuerza para concebir a su lado un niño, Doane. Talti le había dado a luz hacía ya cuatro años y era un niño igual de bondadoso que sus padres, en exceso tan inteligente que temieron que les acusaran de brujería, pues el niño a los dos años ya había aprendido las letras y a hablar con soltura. Más nadie quería acusar a unos reyes tan queridos y nadie lo hizo. El niño creció fuerte, ágil y feliz. Amaba como un loco a su madre y admiraba mucho a su padre, pero desde el principio supo que ellos no se amaban. Así de tranquila era la vida en el reino de la joven Talti, hasta que cierto día, un ejército arribó en aquellas tierras y atacó la marca 92

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del conde Millo. El padre de Dorian y Ricard murieron sin poder hacer nada por salvar a sus familias, pues el ataque fue imprevisto. Mujeres y niños murieron o fueron esclavizados por Invold, un hombre sangriento y ambicioso que reinaba la isla de Jasman y buscaba ampliar horizontes, tal y como lo hiciera Valkin hacía ya tiempo. Dorian se llenó de odio, a pesar de ser un ser tan bondadoso y apacible no soportó la idea de perder a sus seres más queridos y encolerizó de tal modo que se volvió un ser arisco, agresivo e insensible. Pronto mando alistar un gran ejército y llegó a ser muy grande. Incluso, en su locura, aceptó a niños y mujeres, prometiéndoles todo lo que estos soñaban tener. Talti intentaba hacerle desistir de su locura y le invitaba a razonar, a buscar aliados. Más Dorian creyó tener suficientes hombres. No contó con que la dureza y el frío y la nieve en aquellas tierras se convertirían en su mayor enemigo. Muchos de sus hombres murieron antes de llegar a Jasman. El asedio fue largo, Talti no tuvo noticias hasta dos años más tarde. El mensajero volvió con la noticia de la terrible muerte de Dorian e informó a una dolida reina de que lo que quedaba de su ejército, apenas unos 300 hombres de los 1000 que salieron a luchar, llegarían en los próximos días. Talti pensó que su mundo se derrumbaba. Su marido, al que tanto había llegado a querer y el padre de su pequeño hijo había muerto en la más absoluta deshonra y ella no pudo hacer nada para impedirlo, así como no podría hacer nada para impedir que Invold atacara su reino. El pequeño Doane comprendió mucho mejor la muerte de su padre, le dolió y derramó algunas lágrimas, pero pronto 93

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comprendió que todo moría tarde o temprano. Talti tuvo el apoyo incondicional de su joven hijo, que ya contaba con los 7 años, pero que era prácticamente igual de alto que ella. Sus ojos eran, irónicamente del mismo azul intenso que los de la esteparia y su sonrisa era una mezcla de felicidad y melancolía. Su cabello era igual de rubio que el de su madre y tan rizados como los de su padre. Algunos decían que era una espiga de maíz, tan delgado, alto y tan dorado como las espigas. Talti observaba a su hijo día tras día y tan solo pensar en perderlo le hacía caer en la mayor pesadilla que hubiera soñado. Le amaba tanto, era sangre de su sangre y era tan especial. Si él muriese, quizás caería en la locura que había caído Dorian, quizás odiase como su marido había llegado a odiar. —Madre, ¿en qué piensas?. —Preguntó el joven Doane, dejando a un lado su cena. —En ti y en que me volvería loca si te ocurriese algo. —Contestó Talti con voz melancólica. —Madre, no pasará nada. Debes aceptar que todos morimos algún día y cuando te llega la hora no hay nada que podamos hacer. — Talti le observó, su hijo era tan realista y tan inteligente. Se sorprendía de sus sabias palabras. —Pero temo que me pase lo mismo que a tu padre. Él era un ser bueno, nunca había hecho mal a nadie, pero la perdida de sus seres queridos... —Talti no pudo terminar.

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—No, madre, no pienses así. Si alguna vez muero, prométeme que no

intentarás

vengarme.

—Talti

dudó

por

un

instante—.

Promételo. —Le increpó el niño levantándose de su sitio y mirándola intensamente a los ojos. —Lo prometo. —Contestó Talti, pues haría todo lo que su hijo le pidiera. El chico volvió a tomar asiento. —Bien, lo has prometido madre. Padre no lo comprendió, pero yo sé que tú lo harás por mí. —El niño sonrió sinceramente. —¿Qué es lo que él no comprendió?. —Le preguntó la joven mujer a su hijo. Doane torció su sonrisa. —Que la única forma de acabar con el ciclo de odio es amando y perdonando. —Talti recordó aquellas palabras y a la persona que las pronunció y no pudo evitar emocionarse, frente a la curiosidad de su hijo. —¿Por qué lloras, madre?. —Preguntó el niño entre triste y curioso. —De felicidad, por tener un hijo tan bueno e inteligente. —Doane se levantó de la mesa y abrazó con fuerza a su madre—. Contéstame a una pregunta hijo. Dijo la rubia. —Dime madre. —Contestó el chico separándose para mirarla a los ojos.

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—¿Dónde escuchaste esas palabras?. —Le preguntó la joven reina seria. El niño sonrió divertido. —El viejo hechicero me contó la historia de una misteriosa jinete esteparia que salvó su alma del odio gracias al amor, estas palabras se las dijo ella a su amado. —Terminó el chico de explicar—. ¿Quieres escucharla?. —Preguntó inocentemente el niño. —No, yo sé la historia. —El niño la observó confuso. —¿De veras? Entonces, ¿sabes quién fue su amado?. El hechicero dice que su amado se dejó vencer por el odio y murió en el olvido. —Talti sintió como su corazón se llenaba de comprensión y por primera vez entendía su error. —Sí, sé quién fue su amado, pero el hechicero se equivocó, no está muerto, su corazón aun late. —Contestó la rubia mirando el horizonte y sin poder evitar recordar a la joven jinete. —¿Tú le conoces?. —Preguntó el chico consternado. —Sí, le conozco. —Respondió Talti, pues era incapaz de mentir a su hijo. —¿Y dónde está ahora?. —Preguntó el chico con curiosidad. —Está vivo, pero perdido en algún lugar recóndito. —Contestó misteriosamente la rubia.

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—¿Y la jinete?. ¿Qué fue de ella?. —Preguntó el niño deseoso de saber más de aquella increíble historia. —La jinete se marchó, abandonó a su amante para que él lograra encontrarse a sí mismo. Pero el amante tardó mucho tiempo en comprender que le amaba y que la felicidad estaba junto a ella. — Explicó melancólica la joven mujer. —Pero entonces él la buscará, ahora que lo comprendió irá a buscarla. —Dijo el niño feliz. —El problema es que él no sabe dónde está... y ya basta de historias, es hora de ir a la cama jovencito. —Terminó Talti amonestando a su hijo. —Pero... madre, es temprano... —Se quejó el joven niño. —Ni hablar, todas las noches me vienes con lo mismo. Te dejo que leas un poco, pero nada de visitar al viejo hechicero a estas horas. Es ya un pobre viejo y está muy cansado. —Se explicó la joven reina. El niño asintió sonriente y seguidamente besó a su madre y la abrazó con cariño. Talti se quedó en la soledad del comedor, recordando como llevaba haciendo desde que vio por última vez, a la única persona que había amado. Los días pasaron lentos e intranquilos en Istorel. Las gentes evitaban salir de sus casas e incluso acumulaban víveres para evitar que fueran sorprendidos en plenas tareas del campo. Los pocos hombres que habían aceptado permanecer junto a la reina y aguardar el asedio de Invold, vagaban sin rumbo fijo alrededor de 97

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la ciudad esperando impacientes la hora de su muerte. Todo el reino estaba sumido en la tristeza y la melancolía. Parecía que el desánimo y la desesperanza se habían adueñado de todos los corazones, como si se tratara de una grave epidemia. La reina pasaba los días sentada en su trono pensativa, hurgando en su sabia cabeza alguna solución a aquella penosa situación. Pero para su sorpresa la solución vino por sí sola. Uno de estos días llegó al castillo una gran comitiva. Creyeron en un principio que podía tratarse del propio Invold, más pronto dilucidaron que la comitiva era una horda de negros jinetes esteparios, que no obstante no parecían tener intenciones violentas, más bien se acercaban sigilosos y pacientes hacia las grandes puertas del castillo. Talti, hizo salir fuera a uno de sus mensajeros con la intención de saber que había traído a aquellos hombres a su reino. El mensajero, aun temiendo por su mísera vida, atravesó la muralla y se acercó lentamente para hablar a los hombres. Tras intercambiar algunas palabras con una imponente figura, de la que apenas podía distinguir el rostro, entró de nuevo al castillo, más deprisa de lo que había salido. —¿Y bien?. —Preguntó impaciente la propia reina. —Señora, es el rey Ulster, gran señor de las estepas. Viene a ofrecernos ayuda. —La reina frunció el ceño desconfiada. —No le conozco. No sabía que en las estepas tuvieran un rey. ¿Alguien ha oído hablar de él?. —Preguntó la reina, mirando a algunos de sus hombres de más confianza. 98

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—Sí, señora, se oyen algunas historias de él. Dicen que fue el único sobreviviente a una masacre y que, siendo muy joven fue uniendo a las distintas tribus esteparias con el fin de crear un gran ejército y un gran reino. —Habló uno de los tantos hombres que la rodeaban. Talti deseó saber algo más de aquél misterioso rey. —¿Alguien le conoce personalmente?. —Talti miró intrigada todas las caras. Pero solo uno de ellos parecía tener respuesta a esa pregunta. —Majestad, no conozco al rey Ulster, pero sé que esos hombres son benévolos y humildes. —Se adelantó un joven muchacho, que no sobrepasaba los 16 años—. Hace algún tiempo, durante la marcha hacia Jasman... —Se paró sopesando sus palabras. —Sigue. —Le animo la reina. —Una noche, llevábamos mucho tiempo cabalgando, cruzábamos las estepas. Por si no lo sabe, majestad, en la estepa hace mucho frío de noche. Aquel día llovía y recuerdo que me distraje y perdí el rumbo. Fui incapaz de encontrar a mis compañeros y vagué un tiempo por los bosques oscuros sin encontrar nada. Estaba aterido por el frío y hambriento. Yo era muy joven y me sentí muy débil. Perdí el conocimiento. Pero cuando lo recobré observé una sombra oscura que me observaba. Al principio creí que era un espectro o un brujo, pero pronto me di cuenta de que era un estepario y de que solo quería asegurarse de que estaba bien. Él me ayudó a montar de nuevo y me condujo hasta donde estaban 99

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mis compañeros. Y sin decir más se marchó. —El chico acabó de narrar la historia. Todos los presentes lo escuchaban absortos. —Yo he escuchado que de joven fue hecho esclavo por el mismo hombre que mató a los de su tribu y que logró escapar. —Agregó otro muchacho de la misma edad, que estaba parado junto al otro. —Bien. Dejadle entrar solo a él. —Declaró la joven reina. Los hombres asintieron—. Y no dejéis de vigilar a esos otros. —Dijo señalando a los que integraban la comitiva. Así lo hicieron los hombres, tal y como les había ordenado su respetuosa reina. Y el rey, para su asombro no se negó, incluso rehusó entrar con un guardián para su persona. Una vez dentro del castillo la gran figura imponente de aquel rey se deshizo de su capa negra y se la cedió a una sirvienta. Fue dirigido ante la persona de la reina y se les dejó a solas para que trataran asuntos mayores. —Os agradezco la visita, rey Ulster. —Habló respetuosa la joven. El rey la miró con benevolencia y sonrió amablemente. Lo cual sorprendió a la reina. —¿Veo que ya habéis oído hablar de mí?. —Agregó el rey. Talti le respondió con otra sonrisa. —Todo lo que he oído son cosas que más que historias parecen leyendas. —Agregó Talti irónica.

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—¿Acaso no parece leyenda vuestra historia?. Yo también he oído hablar de vos. —Sonrió con galantería el hombre. Talti frunció el ceño entre disgustada y divertida por la elocuencia de aquel estepario. —Cosas malas, supongo. —Contestó divertida y pícara la reina. El rey soltó una gran carcajada, propia de un puro rey. —Todo lo contrario. —Contestó una vez que hubo cesado de reír—. He oído hablar muy bien de este reino y de sus bondadosos y humildes reyes. —Me halaga con sus palabras. —Contestó la reina. —Pero... también me han llegado noticias de la desgracia que le ocurrió a su marido y a su ejército. Siento la muerte de su esposo. —Informó apenado el maduro rey. Talti solo hizo un gesto indicando que agradecía el gesto. —Así es, mi reino vive sumido en la angustia y yo no dejo de pensar en cómo actuar. No quiero más guerras. —Declaró triste la reina—. Ya se han perdido muchas vidas. —Siento informarle, mi querida y bella mujer, que tratándose de Invold, pensar en una declaración de paz es ilusorio. Nunca aceptaría la paz, se lo aseguro, yo le conozco bien. —Informó el rey estepario. Talti pensó en sus palabras unos segundos. —¿Qué le parece si le invito a cenar y hablamos de ello, la cena será servida en breve?. —Le explicó Talti. El rey dudó un instante. 101

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—Me parece bien, me muero de hambre. —Dijo sonriendo Ulster. Talti le respondió con una simple sonrisa. La cena transcurría con tranquilidad. En la mesa solo había tres comensales. Talti, el rey Ulster y el pequeño Doane. Los tres comían parsimoniosamente y deseosos de que alguien rompiera el sepulcral silencio. —Me habían contado mucho de vos majestad, pero nunca llegaron a mis orejas la existencia de un hijo, que por cierto, si me lo permite decir, es la viva imagen de su madre, excepto por sus ojos. —Inquirió el rey. El chico le sonrió feliz y amigable. —Gracias, rey Ulster. —Contestó el muchacho—. Es para mí una gran alegría que me comparen con mi madre, aunque solo sea por el aspecto físico. —El rey miró desconcertado al chico por la elocuencia que había expresado. —No dudes chico que también has heredado su viva inteligencia y su amabilidad. —Le halagó el rey. El chico amplió aún más su sonrisa y miró a su madre obviamente rebosante de felicidad. —Dejémonos de halagos, rey Ulster y vayamos al grano, y perdona mi descortesía. —El rey negó con la cabeza. —No os preocupéis, lleváis toda la razón, el asunto es de máxima urgencia. —Habló serio el hombre. Talti asintió seria y expectante. —El motivo de mi visita, reina Talti es el de proponerle un trato. — El hombre la miró pacientemente. 102

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—¿De qué se trata?. —Preguntó la reina con el ceño fruncido ante la mirada impaciente y curiosa de su hijo. —Lucharé contra Invold. Supongo que vos habréis oído hablar de mi ejército estepario. Sé que podré vencerle, ya lo hice una vez y con menos hombres. —La reina asintió. —¿Luchará contra él en defensa de mi reino?. —Preguntó la reina sorprendida. —Así es. —Sonrió el rey benévolamente. La reina no pudo evitar desconfiar de aquella propuesta. Todavía le quedaba escuchar cual era el trato. —¿A cambio de...?. —Preguntó la reina secamente. El rey apartó su plato a un lado y se limpió tranquilamente la boca con un paño. Doane lo observó con detenimiento. No le parecía un rey, no tenía la distinción de un rey, más bien se comportaba como un mercenario, aunque un mercenario amable. Pero, si algo sabía es que no podía fijarse de las apariencias. Era moreno, tenía los ojos negros, como los cielos lluviosos y aparentaba unos 40 años. No era de muy buen ver, pero su presencia imponía. —Directa al grano, sí señor, una reina con mucho carácter, por lo que veo. —Dijo divertido el rey. —Déjese de rodeos, rey Ulster. —Contestó severamente la reina. El rey se quedó serio un instante y luego una sonrisa ladeada apareció en su rostro.

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—A cambio de que contraigas matrimonio con mi hijo Krimeón, mi primogénito. —El rey acabó de soltar la bomba y suspiró cansino, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Talti tenía la boca abierta y los ojos desorbitados. Aquel hombre le pedía que se casara con su hijo para así salvar su reino. No sabía qué pensar. —No entiendo, ¿qué ganáis vos con este trato?. —Habló la joven desconfiada. —Yo nada, mi hijo una bella esposa y un inteligente hijo. — Terminó de hablar el rey y sonrió sincero. —Vamos, ¿pretende que me crea que sólo quiere eso?. —El rey sonrió pícaro. —Bien, lo admito, hay algo más, minucias... —¿Qué minucias?. —Alzó la voz la reina algo impaciente. —Si te casas con Krimeón el reino estepario e Istorel unirán sus fronteras y mis hombres podrán cazar en tus fructíferos bosques y alimentarse de esta tierra, así como vuestros hombres podrán sembrar en nuestras tierras. —Terminó de explicar el rey. Talti pareció pensar un instante y se le quedó mirando a la espera de que él declara otros intereses, más el maduro rey no dijo una palabra más. —Veo justo el trato, pero yo no amo a tu hijo, ni si quiera le conozco. —Declaró la joven reina, ante la sorpresa de su hijo.

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—Madre, no tienes por qué aceptar, es indigno. —Intervino el chico apesadumbrado por su madre. —Doane, tu madre sabe bien lo que hace, es una mujer inteligente y elegirá con la cabeza, como siempre lo ha hecho. Además, le aseguro que Krimeón le gustará. —Terminó el rey de hablar y al decir estas últimas palabras miró con intensidad a la joven reina. Ella se sintió intimidad y desvió la vista un instante. —Bien, solo aceptaré si en declaración firmada me prometéis que la soberanía de ambos reinos recaerán en las manos de mi hijo. — Habló la joven reina, el hombre parpadeó varias veces, pero decidió que era mejor aceptar la propuesta de la joven reina, pues nunca habría mejor candidato para tal puesto, ya que Krimeón no podía tener hijos. —Acepto, reina Talti, el reino será por entero de Doane, os lo prometo. Y si mi promesa es alguna vez rota podrás acabar con mi vida y con la de Krimeón. —Terminó de hablar serio el rey. Talti sonrió orgullosa de haber encontrado una solución y de poder ayudar a su pueblo. —Bien. Pero primero quiero esa victoria sobre Invold. —Declaró la reina en una sentencia. El rey Ulster solo se limitó a sonreír, contento por su parte de haber llevado perfectamente el plan, aunque no contaba con Doane. Y la victoria llegó tan solo dos semanas después; todos y cada uno de

los habitantes de Istorel, incluso los viejos ermitaños 105

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celebraron la victoria y su salvación de la muerte o la esclavitud. Todos gritaban con fuerza y orgullo patriótico el nombre del rey Ulster y de la reina Talti. La reina sonreía contenta de estar libre del peso que había soportado durante aquellos dos años de guerras, pero en su interior se entristecía por tener que aceptar matrimonio con alguien a quien no amaba y a quien desconocía totalmente. Doane estaba taciturno y evitaba hablar con Talti. No le gustaba pensar que su madre había sacrificado su felicidad por la suya propia y la de su pueblo. Y le dolía pensar que él no había podido hacer nada para evitarlo. Tan solo tres días después de la victoria, llegó el rey Ulster, acompañado por su hijo y una gran comitiva de sus mejores hombres, al castillo. Habían pactado que la boda tendría lugar en aquel mismo día y que se celebraría por todo lo alto. El pueblo recibiría regalos y víveres. Hombres, mujeres y niños podrían relajarse con juegos y distracciones que la reina había preparado para tal ocasión. Cuando Ulster y Krimeón hicieron acto de aparición en la sala del trono, Talti hablaba con su hijo tranquilamente, intentaba explicarle a su hijo que lo que estaba haciendo le hacía feliz a ella, más el niño no le creía. El viejo Cool anunció la llegada de ambos hombres, que parados en el umbral de la puerta miraban la escena. Talti se levantó de su trono, y Doane se apartó de sus rodillas. Ulster se adelantó y saludó a la joven reina.

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—Cuanto gusto volver a veros majestad, y a ti pequeño Doane. — habló amigablemente el rey, sin dejar de echar miradas a la quieta figura de su hijo, que se escondía en la penumbra de la habitación. —Lo mismo os digo, rey Ulster. ¿He de suponer que el hombre que os acompaña es mi futuro esposo?. —Doane se acercó a la figura parada en el umbral y lo observó. Se asustó al ver que una máscara totalmente negra le ocultaba la cara. Iba vestido totalmente de negro y una capucha tapaba su cabeza. Parecía propiamente un hechicero o un demonio de la oscuridad. Incluso sus manos estaban cubiertas por guantes negros. Su ropa era de cuero y alargaban aún más la figura, ya de por sí grande de Krimeón. Doane corrió junto a su madre. —No te cases con él madre, es un monstruo. —Informó asustado el pequeño niño. Ulster rió a carcajadas. —Nada de eso niño. Krimeón ha cubierto su rostro por la muerte de su madre. Es costumbre en nuestro reino que así se haga para honrar a los difuntos. —Explicó el rey, pero Talti no creyó una palabra—. Acércate Krimeón, no seas tímido. —El joven dio unos pasos lentos hacia la joven reina. Talti observó su forma de andar, su porte, aunque solo pudiera distinguir su figura algo le decía que la misteriosa figura que se escondía de ella era especial y guardaba un secreto que intentaba ocultar. —No piensas decir nada. —Increpó la reina.

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—Ohh, se me olvidó decirlo, mi reina, tampoco puede hablar... —No me lo digas, es costumbre para honrar a su madre. —El rey Ulster cabeceó afirmativamente—. Bien, la boda tendrá lugar como ya hablamos, un trato es un trato, rey Ulster. —Ulster miró a Krimeón sonriente. —Todo arreglado. —Dijo sonriente. Así fue como Krimeón y la reina contrajeron matrimonio. La ceremonia fue corta y simple, nada de lujos o vanidades. Krimeón iba vestido igual que cuando había llegado y los presentes en la iglesia lo miraban entre curiosos y desconfiados. Se empezaba a rumorear que era un monstruo y que por ello ocultaba su rostro. Doane escuchó decir que Krimeón de pequeño se había quemado el rostro y que no tenía boca y por ello era mudo. Aquellos rumores le hacían sentirse inquieto e incómodo. Pero no quería juzgar a Krimeón sin llegar a conocerle, si de chico se quemó la cara, seguramente fue por error y eso no significaba que fuese mala persona. Cuando la ceremonia acabó, se celebró el banquete, del que se había encargado la reina. Talti miraba de reojo a su nuevo marido, no sabía por qué extraña razón sentía atracción por él sin conocerle. Era tan misterioso, no dejaba de preguntarse qué se escondía tras aquella fachada. Durante toda la cena Krimeón permaneció quieto, sin mirar a nadie, parecía una estatua en medio de toda aquella algarabía. Pero en cierto momento, sin poder aguantar más observó a la joven reina, esta se turbó al verse observada, aunque no pudiese discernir si la miraba o no. 108

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Krimeón se levantó y anduvo entre el bullicio, luego subió las escaleras

lentamente, sin

dejar de

mirar hacia

donde se

encontraba Talti. La reina, tras un tiempo, le siguió, deseosa de saber sobre aquel hombre. Se preguntó a donde había ido el joven príncipe y ahora rey, quizás hacia el que ahora sería su aposento. Llegó a la puerta y esta estaba cerrada, la golpeó con fuerza, pero no hubo respuesta. Iba a marcharse a la fiesta de nuevo, cuando la puerta de su propio aposento se abrió lentamente. Nadie se asomó y ella dudosa entró. La habitación estaba oscura y no era de noche, alguien se había encargado de cerrar cortinas y dejar la habitación en penumbras. Un ruido sordo le llamó la atención y miró a todos lados asustada. Una mano se posó en su hombro y ella se sobresaltó. Cuando se dio cuenta se encontraba frente a la figura de Krimeón, aun oculto tras su fachada. —¿Quién o qué eres?. —Preguntó Talti intentando ser altiva. Más la figura agarró con suavidad una de sus manos y la arrastró a la cama. Talti le siguió como hipnotizada. Sentía el calor a través de la tela del guante. Krimeón la tendió sobre la cama y se sentó a un lado sin dejar de observarla. Talti no podía moverse, se sentía sugestionada por aquel personaje y por el aura que le envolvía. Krimeón se quitó los guantes y dejó ver sus manos, finas y delgadas, pero encallecidas por el uso de la espada. Comenzó a desvestir a Talti, sin que esta se negara en ningún momento. Por qué iba a hacerlo, era su marido y ella quería sentirse amada. Cuando Krimeón la hubo desvestido por completo la observó embelesado. Acarició sus 109

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pechos con delicadeza, los bellos y robustos pechos de la joven rubia que tanto tiempo había soñado por besar. Ahora los tenía a su alcance, pero la máscara le impedía acercarse más. Se preguntaba por qué no le decía ya la verdad, quizás temiera despertar de aquel bello sueño. Quizás Talti no aceptaría aquella farsa, quizás Talti no sentía nada por ella. Demasiadas dudas y pocas respuestas. Sin poder soportarlo más y deseosa de besar los carnosos labios de la rubia, Sorcha se deshizo de la máscara y esperó a ver la reacción de la joven rubia. Pero ésta estaba con los ojos cerrados, esperando ser acariciada y con una expresión de sumo placer y comodidad en su rostro. Sorcha acercó su boca al oído de la joven y lo besó con delicadeza. Sus labios y sus lenguas áridas siguieron un recorrido lento hacia los labios rosados de la joven rubia. Sorcha dudó en besarlos pero no tenía fuerzas para contener sus deseos. Acercó sus labios lentamente a los de la otra mujer, rozándolos a penas, compartiendo el mismo aliento por lo que pareció un cálido segundo. Luego mordió el labio inferior de la chica. Talti soltó un pequeño gemido gutural que excito a Sorcha. Sus labios se unieron con fuerza, mordiendo, saboreando, succionado,

adorando

cada

segundo

de

aquel

beso.

Talti

respondía con la misma pasión, y en algún momento creyó estar besando de nuevo a la esteparia que desapareció hacía ya mucho tiempo de su vida y que la dejó con el corazón hecho trizas, más se mentalizó de que ella ya no volvería, le había dejado escapar por su estupidez. De pronto, al recordarla, apartó bruscamente a la figura sobre ella y se irguió turbada. Abrió los ojos y vio la figura de pie junto a la cama. Solo pudo distinguir el tono azulado, 110

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de aquellos ojos que también recordara, pues su hijo se había encargado de recordárselos día a día. Se levantó sorprendida. Un remolino de sentimientos se rebeló en su corazón palpitante. Su respiración se había hecho mucho más rápida y sus labios se entreabrieron por la sorpresa. Sorcha sonrió aturdida, sin saber qué decir o cómo actuar. Excitada aun por lo ocurrido era incapaz de formular una frase coherente. —¡¡¡¿¿Tu?!!!. —Gritó Talti. Sorcha dio unos pasos hacia atrás asustada. —Deja que te explique.. —¡¡¡¿Explicar? ¿Qué hay que explicar?!!!. ¡¡¡Que he sido engañada vilmente otra vez!!!. —Gritó de nuevo histérica la joven reina, aunque no podía disimular los nervios de volver a tener a quien tanto tiempo había querido volver a ver. —Oye, la primera vez que hice esto te gustó. —Dijo sonriente Sorcha, aunque sabía que se arriesgaba a llevarse un buen capón. Talti le dirigió una mirada asesina. —Ojgggg. Se limitó a decir ofuscada. —Por favor, tan solo deja que te explique, yo... —Sorcha dudó al ver como Talti se daba cuenta de que se encontraba totalmente desnuda. —Sigue.

—Dijo

secamente

la

reina,

avergonzada tras las sabanas de la cama. 111

mientras

se

escondía

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—Verás... deja que me recupere, ejem, estoy algo... —Talti cerró los ojos y apretó con fuerza el mentón—. Está bien. Verás, cuando supe que habías aceptado casarte con Dorian creí que podría quedarme a tu lado y protegerte, pero supe que no soportaría verte en brazos de otra persona, así que me fui... —Huiste.

—Corrigió

Talti.

Sorcha

frunció

el

ceño—.

Tú huiste. —Volvió a corregir la esteparia enfadada. —Es igual, voy a matarte del mismo modo. —Informó la reina, aunque Sorcha supo que era una amenaza sin fundamento. —Poco tiempo después de que me marchara, me uní a una tribu esteparia, la tribu de Ulster, al que ya conoces. Él y yo mantuvimos una relación muy unida y fuerte... —Fue tu amante. —Sentenció la joven, disimulando sus celos desdeñosamente. —Era como un padre para mí. —Contestó resignada la otra mujer—. ¿Vas a dejar que siga?. —Talti le hizo un gesto con la mano—. Bien, Ulster conoció mi historia y se sintió tan apenado que se ofreció a ayudarme y me alistó en su ejército. Pronto destaqué por encima de los mejores, fuera modestias. —La joven reina puso los ojos en blanco—. Ejem, en más de una ocasión salvé su vida y él me lo agradeció nombrándome su heredara, ya que no tiene hijos. Cuando Ulster oyó hablar de lo ocurrido con Dorian, me contó que te encontrabas en peligro y le pedí que me ayudara, claro que también vi la posibilidad de acercarme otra vez 112

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a ti. En realidad esto... no estaba pensado. —Sorcha suspiró derrotada, sin encontrar palabras para explicar la situación. —No claro, no estabas pensado, Sorcha. —Repitió con sarcasmo la rubia. —Lo siento, sé que no debí hacerlo, sé que no me amas y que no sientes nada por mí, pero necesitaba tanto volver a besarte. —Talti sintió como los latidos de su corazón se aceleraban más con aquellas palabras—. No he podido olvidarte, en todos estos años he vivido soñando con volver a verte. Sé que eres lo que busco, lo que necesito en mi vida. —Talti escondió su cabeza tras las sabanas. —Yo,,,mmm también te quiero. —Dijo susurrando, sin ser capaz de mirar a la jinete, pues estaba avergonzada. Sorcha fue incapaz de razonar tras escuchar las palabras de la joven reina. Se sintió tan feliz que en su locura transitoria abrió las cortinas y gritó a pleno pulmón—: "¡¡¡¡Ella me ama!!!!". —Talti destapó su cabeza asustada. —¿Estás loca? Ellos no deben saber que me casé con una mujer. —Sorcha la miró triste. —¿Por qué?. ¿Porque tiene que ser un problema que dos mujeres se amen?. Es tan estúpido. —Talti se acercó a la alta mujer, aun sabiendo que estaba desnuda. —No te preocupes, sabremos solventarlo... Te he echado tanto de menos, aunque no lo creas yo también soñaba contigo cada 113

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noche. —Confesó la rubia sonriente, abrazando a Sorcha. Esta fue incapaz de responder al verse junto al cuerpo desnudo de la mujer a la que amaba. Tímidamente posó sus manos sobre la espalda de la chica y la acarició con lentitud, disfrutando el tacto—. Comprendí que te amaba solo a ti, nunca he amado a nadie más, puedes estar segura de ello. —Sorcha le sonrió comprensiva. —¿Tienes un hijo?. —Preguntó curiosa. —Sí, me duele pensar que no es fruto del amor, pero fue fruto de una gran y hermosa amistad. Yo quería como a un hermano a Dorian, fue muy bueno conmigo. —Explicó Talti. —Me basta con saber que te ha protegido y te ha tratado bien. —Doane es un buen chico. —Talti se separó para mirar a Sorcha a los ojos. —Sus ojos tienen el mismo color que los tuyos. —Sonrió al decir estas palabras. Sorcha también sonrió y abrazó con más fuerza a la pequeña mujer. —Eres tan hermosa. —Se acercó para besarla y de nuevo se unieron en un ansiado y desesperado beso, esta vez no había urgencias, solo deseos. —Duerme esta noche conmigo. —Rogó Talti a la otra mujer—. Necesito sentirte, necesito sentirme viva a tu lado. —Sorcha la besó de nuevo y la arrastró hasta la cama para seguir besando cada parte de su cuerpo, deleitándose en sus labios, en sus 114

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pechos, en su cuello... Era tan dulce y tan cálida; tan tierna al tacto, tan suave su piel... Ambas mujeres yacieron toda la noche juntas, amándose como si fuera la última noche de sus vidas. Y se aferraron la una a la otra fuertemente para no perderse jamás, sin saber que el destino las volvería a unir en muchas otras vidas a lo largo de la historia, porque sus caminos corrían juntos y eran almas gemelas. Dicen que la jinete ocultó su rostro ante todos hasta la mayoría de edad de Doane y aquel día las dos bellas mujeres desaparecieron para siempre de la vida de todos cuanto las conocían y de todos aquellos que habían oído hablar de ellas. Nunca más se las volvió a ver, ni si quiera el joven Doane volvió a ver a su madre. —¿Entonces siguen vivas?. —Preguntó una pequeña niña de ojos verdes y largas trenzas rubias. —Hay quienes creen que vagan por el bosque juntas y a veces se las ve montadas sobre un corcel blanco, quizás se trate de aquel caballo que la joven Talti perdió en los bosques. —Agregó el viejo ermitaño pensativo, rascándose la larga barba blanca. —¿Qué fue de Doane?. —Preguntó un chico algo más mayor que la niña, que también escuchaba absortó la historia del ermitaño. —Ohhh, Doane, el hijo de la reina, mmm, bien... el joven Doane se hizo rey, y la gente dice que fue buen rey y buen hombre. Se casó y tuvo un hermoso niño que ahora también reina en Istorel y es

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honrado y humilde, como su padre le enseñó. —El ermitaño no pudo evitar que dos lágrimas resbalaran por su arrugada mejilla. —¿Por qué lloras?. —Preguntó otra de las niñas que escuchaba la historia con igual interés que los demás. —Ohh, por nada, tan solo es el polen de las flores, me hace llorar. —Disimuló el viejo—. Ohhh, se me olvidaba, ¿habéis oído hablar del lago de la estepa?. —Los niños negaron al unísono—. Dicen que los enamorados que realmente se amen verán a las dos amantes en el nítido espejo del agua, sonriendo como si fueran ellos mismos. Pero si alguno no ama al otro, ese no se reflejara en el agua. —¿Cuéntanos la historia otra vez, ermitaño?. —Pidió la niña de las trenzas rubias. —Ohhh, no, ya es muy tarde y pronto empezará a hacer frío y yo debo volver a mi casa y ustedes deben cenar y dormir como niños buenos que son. —Ordenó el viejo, levantándose costosamente y apoyándose en un gran bastón curvado. Los niños se levantaron para ayudarle. —Ermitaño, ¿nos contarás la historia de Doane mañana?. —El ermitaño sonrió benevolente y miró a los ojos a los expectantes niños. —Por supuesto, os contaré todas las historias que queráis, pero debéis portaron bien. —Los niños asintieron y uno a uno se fueron marchando. El viejo ermitaño se alejó entre la penumbra del 116

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bosque cantando una hermosa canción que su madre le cantaba siendo niño, sus azules ojos destellaron con los queridos y añorados recuerdos.

"Ohhh, bella niña, deja atrás tu ira, mira los ojos del cielo. No dejes que escapen, Deja que ellos te salven. Ohh bella niña, Dale tu mano, No dejes que se pierda En la oscuridad de tu corazón. Ohh, bella niña, Vuelve a recuperar la vida. Ohh, bella niña, no le rehúyas. Abrázala y deja que te amé Para la eternidad."

FIN «Gracias a todos aquellos que han tenido paciencia conmigo y han esperado el final de la historia. Siento haber tardado tanto, miles de perdones. Espero que les haya gustado. Se lo dedico a todas aquellas personas que me han escrito apoyándome y a todos aquellos que no lo han hecho, pero han pensado en hacerlo. Os lo agradezco de corazón» 117

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