Elogio Del Cuerpo Danzante

February 28, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Elogio del cuerpo danzante Silvia Federici La historia del cuerpo es la historia de los l os seres humanos, pues no hay prácca cultura culturall alguna que no es primero aplicada al cuerpo. Aún si nos limitamos a hablar de la historia del cuerpo en el capitalismo nos enfrentamos con una tarea abrumadora, tan extensivas han sido las técnicas usadas para disciplinar al cuerpo, constantemente cambian cambiantes, tes, dependiendo de los giros en los regímenes de trabajo a los que nuestro cuerpo fue sujeto. Más aún, no tenemos una historia sino diferentes historias del cuerpo: el cuerpo del hombre, de la mujer, del trabajador asalariado, del esclavizado, del colonizado. Una historia del cuerpo puede entonces reconstruirse al describir las disntas formas de represión que el capitalismo ha acvado en su contra. Pero he decidido escribir en cambio del cuerpo como un campo de resistencia, esto es el cuerpo y sus poderes; el poder de actuar, de transformarse transformarse a sí mismo y al mundo y el cuerpo como límite natural a la explotación. Hay algo que hemos perdido en nuestra insistencia en el cuerpo como algo socialmente construido y performavo. La visión del cuerpo como una producción social (discursiva) ha escondido el hecho que nuestro cuerpo es un receptáculo de poderes, capacidades y resistencias, que han sido desarrolladas en un largo proceso de co-evolución con nuestro ambiente natural, así como también las práccas inter-generacionales que lo han converdo en un límite natural a la explotación. Por el cuerpo como un "límite natural" me reero a la estructura de necesidades necesidades y deseos creados en nosotros no sólo por nuestras decisiones conscientes o práccas colecvas, sino por millones de años de evolución natural: la necesidad de sol, del cielo azul y el verdor de los árboles, del aroma de los bosques y los océanos, la necesidad de tocar, oler, dormir, hacer el amor. Esta estructura acumulada acumulada de necesidades y deseos, que por miles de años ha sido la condición de nuestra reproducción social, ha puesto límites a nuestra explotación y es algo que el capitalismo ha combado combado incesantemente para superar. El capitalismo no fue el primer sistema basado en la explotación de la labor humana. Pero más que cualquier otro sistema en la historia, ha tratado de crear un mundo económico donde el trabajo es el principio más esencial de acumulación. acumulación. Como tal fue el primero en hacer de la regimentación y mecanización del cuerpo una premisa clave para la acumulación de riqueza. De hecho, una de las principales tareas sociales del capitalismo desde sus inicios al presente ha sido la transformación transformación de nuestras energías y potencias corporales en potencias de trabajo. En Calibán y la Bruja, he mirado a las estrategias que el capitalismo ha empleado para lograr esta tarea y remodelar la naturaleza humana, en la misma forma en que ha tratado

 

de remodelar la erra para hacer el suelo más producvo y converr a los animales en fábricas vivientes. He hablado de la batalla histórica que ha librado contra el cuerpo, contra nuestra materialidad, y las muchas instuciones que ha creado para este propósito: la ley, el lágo, l ágo, la regulación de la sexualidad, así como las miríadas de práccas sociales que han redenido nuestra relación con el espacio, la naturaleza, y unos con otros. El capitalismo nació de la separación de la gente de la erra y fue su primera tarea hacer el trabajo independiente de las estaciones y alargar la jornada laborar más allá de los límites de la resistencia. Generalmente, Generalmente, enfazamos los aspectos económicos de este proceso, la dependencia económica que el capitalismo ha creado con las relaciones monetarias, y su rol en la formación del proletariado. Lo que no siempre vemos es lo que la separación de la erra y la naturaleza ha signicado para nuestro cuerpo, el cual ha sido pauperizado y despojado de los poderes que las poblaciones pre-capitalistas les atribuían. La naturaleza ha sido un cuerpo inorgánico y hubo un empo cuando podíamos leer los vientos, las nubes y los cambios en las corrientes de los ríos y la mar. En las sociedades pre-capitalistas la gente pensaba que tenían el poder de volar, de tener experiencias extra-corporales, de comunicar, hablar con los animales y tomar sus poderes y aún cambiar de forma. También pensaban que podían estar en más lugares l ugares que uno y por ejemplo, que podían volver de la tumba y vengarse de sus enemigos. No todos estos poderes eran imaginarios. El contacto diario con la naturaleza era la fuente de una gran candad de conocimiento reejado en la revolución alimentaria que tuvo lugar especialmente en las Américas antes de la colonización o en la revolución de las técnicas de navegación. Sabemos ahora, por ejemplo, que las l as poblaciones Polinésicas solían viajar mar adentro de noche con sólo sus cuerpos como compás, pudiendo notar por las vibraciones de las olas las disntas vías para dirigir los botes a la costa. La jación en el espacio y empo ha sido una de las técnicas más elementales y persistentes que el capitalismo ha usado para adueñarse adueñarse del cuerpo. Vean los ataques a través de lla a historia a los vagabundos, migrantes, caminantes. La movilidad es una amenaza cuando no es por buscar trabajo ya que hace circular conocimientos, experiencias, luchas. En el pasado los instrumentos de restricción fueron lágos, cadenas, mulación, esclavitud. Hoy en día, además del lágo y los centros de detención, tenemos la vigilancia electrónica y la amenaza periódica de epidemias como un medio para controlar el nomadismo. nomadismo. La mecanización -converr los cuerpos, masculinos y femeninos, en máquinas- ha sido una de las más constantes búsquedas del capitalismo. Los animales también son converdos en máquinas, de manera que las siembras pueden doblar su producción, las gallinas pueden producir ujos ininterrumpidos de huevos, mientras que las improducvas son molidas como piedras, y los terneros no pueden ponerse de pie antes de ser traídos al matadero.

 

No puedo aquí evocar todas las maneras en que ha ocurrido la mecanización del cuerpo. Baste con decir que las técnicas de captura y dominación han cambiado dependiendo del régimen de trabajo dominante y las máquinas que han sido el modelo para el cuerpo. Así encontramos que en los siglos 16 y 17 (la época de la manufactura) el cuerpo fue imaginado y disciplinado de acuerdo al modelo de máquinas simples, como la válvula y la palanca. Este fue el régimen que culminó en el Taylorismo, el estudio del empomovimiento, donde cada movimiento era calculado y todas nuestras energías canalizadas a la tarea. La resistencia aquí era imaginada en la forma de la inercia, con el cuerpo visto como un animal torpe, un monstruo resistente a las órdenes. Con el siglo 19 tenemos, en cambio, una concepción del cuerpo y las técnicas disciplinarias modeladas en base a la máquina de vapor, su producvidad calculada en términos de input y output, y la eciencia como la palabra clave. Bajo este régimen, el disciplinamiento del cuerpo era logrado a través de restricciones dietécas y el cálculo de las l as calorías que un cuerpo trabajador necesita. El clímax, en este contexto, fue la mesa Nazi, que especicaba cuántas calorías necesitaba cada po de trabajador. El enemigo aquí era la dispersión de energía, la entropía, el desperdicio, el desorden. En los estados unidos, la historia de esta nueva economía políca comenzó en los 1880s, con el ataque a los saloons y el remodelado de la vida familiar con su centro en la ama de casa de empo completo, concebida como disposivo an-entrópico, siempre atenta a las llamadas, lista para restaurar la carne consumida, el cuerpo ensuciado e nsuciado tras el baño, el traje reparado y vuelto a romper. En nuestro empo, los modelos para el cuerpo son el computador y el código genéco, diseñando un cuerpo desmaterializado, des-agregado, imaginado como un conglomerado conglomerado de células y genes cada cual con su propio programa, indiferente al resto y al bien del cuerpo como un todo. Tal es la teoría del "gen egoísta", la idea, ésto es, de que el cuerpo está hecho de células individualistas y genes todos persiguiendo su programa, una metáfora perfecta de la concepción neoliberal de la vida, donde la dominación mercanl se vuelve no sólo contra la solidaridad de grupo sino contra la solidaridad dentro de nosotros mismos. En la medida en que internalizamos esta visión, internalizamos la experiencia más profunda de alienación, mientras confrontamos no sólo una gran besa que no obedece nuestras órdenes, sino una hueste de micro-enemigos micro-enemigos que están plantados justo dentro de nuestro propio cuerpo, listos para atacarnos en cualquier momento. Se han construído industrias basadas en el miedo que esta concepción del cuerpo genera, poniéndonos a merced de fuerzas que no controlamos. controlamos. Inevitablemente, si internalizamos esta visión, no sabemos bien a nosotros mismos. De hecho, nuestro cuerpo nos asusta, y no lo escuchamos. No escuchamos lo que quiere, sino que nos unimos a su asalto con todas las armas que la medicina puede ofrecer: radiación, colonoscopía colonoscopía,, mamograa, todas armas en una larga

 

batalla contra el cuerpo, con nosotros unidos al asalto en vez de sacar nuestro cuerpo de la línea de fuego. En esta manera estamos preparados para aceptar un mundo que transforma partes-del-cuerpo partes-del-cuerpo en mercancías para un mercado y ve el cuerpo como un repositorio de enfermedades, el cuerpo como plaga, el e l cuerpo como fuente de epidemias, el cuerpo sin razón. Nuestra lucha entonces ha de comenzar con la l a re-apropiación de nuestro cuerpo, la reevaluación y re-descubrimiento de su capacidad para resisr, y la l a expansión y celebración de sus potencias, individuales y colecvas. La danza es central a esta reapropiación. En esencia, el acto de danzar es una exploración e invención de lo que un cuerpo puede hacer: sus capacidades, sus lenguajes, sus arculaciones de los esfuerzos de nuestro ser. He llegado a creer que hay una losoa en la danza, pues la danza imita los procesos por los que nos relacionamos con el mundo, conectamoss con otros cuerpos, nos transformamos conectamo transformamos a nosotros mismos y al espacio a nuestro alrededor. De la danza aprendemos que la materia no es estúpida, no es ciega, no es mecánica, sino que ene ritmos, ene lenguaje, l enguaje, y es auto-acvada y auto-organizante. Nuestros cuerpos enen razones que necesitamos aprender, redescubrir, reinventar. Necesitamos escuchar su lenguaje como sendero a nuestra salud y sanación, así como necesitamos escuchar el lenguaje y los ritmos del mundo natural como sendero a la salud y sanación de la erra. Dado que el poder de ser afectado y afectar, de ser movido y moverse, una capacidad que es indestrucble, agotada sólo con la muerte, es constuvo del cuerpo, hay una políca inmanente residiendo en él: la l a capacidad de transformarse a sí mismo, otros, y cambiar el mundo.

 

In Praise of the Dancing Body Silvia Federici The history of the body is the history of human beings, for there is i s no cultural pracce that is not rst applied to the body. Even if we limit ourselves to speak of the history of the body in capitalism we face an overwhelming task, so extensive have been the techniques used to discipline the body, constantly changing, depending on the shis in labor regimes to which our body was subjected to. Moreover, we do not have one history but dierent histories of the body: the body of men, of women, of the waged worker, of the enslaved, of the colonized. A history of the body then can be reconstructed by describing the dierent forms of repression that capitalism has acvated against it. But I have decided to write instead of the body as a ground of resistance, that is the body and its powers – the power to act, to transform itself and the world and the body as a natural limit to exploitaon. There is something we have lost in our insistence on the body as something socially constructed and performave. The view of the body as a social [discursive] producon has hidden the fact our body is a receptacle of powers, capacies and resistances, that have been developed in a long process of co-evoluon with our natural environment, as well as inter-generaonall pracces that have made it a natural limit to exploitaon. inter-generaona By the body as a ‘natural limit’ I refer to the structure of needs and desires created in us not only by our conscious decisions or collecve pracces, but by millions of years of material evoluon:the need for the sun, for the blue sky and the green of trees, for the smell of the woods and the oceans, the need for touching, smelling, sleeping, making love. This accumulated structure of needs and desires, that for thousands of years have been the condion of our social reproducon, has put limits to our exploitaon and is something that capitalism has incessantly struggled to overcome. Capitalism was not the rst system based on the exploitaon of human labor. But more than any other system in history, it has tried to create an economic world where labor is the most essenal principle of accumulaon. accumulaon. As such it was the rst to make the regimentaon and mechanizaon mechanizaon of the body a key premise of the accumulaon of wealth. Indeed, one of capitalism’s main social tasks from its beginning to the present has been the transformaon of our energies and corporeal powers into labor-powers. In Caliban and the Witch, I have looked at the strategies that capitalism has employed to accomplish this task and remold human nature, in the same way as it has tried to remold the earth in order to make the land more producve and to turn animals into living factories. I have spoken of the historic bale it has waged against the body, against our materiality, and the many instuons it has created for this purpose: the law, the whip,

 

the regulaon of sexuality, as well as myriad social pracces that have redened our relaon to space, to nature, and to each other. Federici land pullCapitalism was born from the separaon of people from the lland and and its rst task was to make work independent of the seasons and to lengthen the workday beyond the limits of our endurance. Generally, we stress the economic aspect of this process, the economic dependence capitalism has created on monetary relaons, and its role in the formaon of a wage proletariat. What we have not always seen is what the separaon from the land and nature has meant for our body, which has been pauperized and stripped of the powers that pre-capitalist populaons aributed to it. Nature has been inorganic body and there was a me when we could read the winds, the clouds, and the changes in the currents of rivers and seas. In pre-capitalist sociees people thought they had the power to y, to have out-of body experiences, to communicate, to speak with animals and take on their powers and even shape-shi. They also thought that they could be in more places than one and, for example, they could come back from the grave to take revenge of their enemies. Not all these powers were imaginary. Daily contact with nature was the source of a great amount of knowledge reected in the food revoluon that took place especially in the Americas prior to colonizaon or in the revoluon in sailing techniques. We know now, for instance, that the Polynesian populaons populaons used to travel the high seas at night with only their body as their compass, as they could tell from the vibraons of the waves the dierent ways to direct their boats to the shore. Fixaon in space and me has been one of the most elementary and persistent techniques capitalism has used to take hold of the body. See the aacks throughout history on vagabonds, migrants, migrants, hobo-men. Mobility is a threat when not pursued for work-sake as it circulates knowledges, experiences, struggles. In the past the instruments of restraint were whips, chains, the stocks, mulaon, enslavement. Today, in addion to the whip and the detenon centers, we have computer surveillance and the periodic threat of epidemics as a means to control nomadism. Federici mechanisaon pullMechanizaon—the pullMechanizaon—the turning of the body, male and female, into a machine—has been one of capitalism’s most relentless pursuits. Animals too are turned into machines, so that sows can double their liler, chicken can produce uninterrupted ows of eggs, while unproducve ones are grounded like stones, and calves can never stand on their feet before being brought to the slaughter house. I cannot here evoke all the ways in which the mechanizaon of body has occurred. Enough to say that the techniques of capture and dominaon have changed depending on the dominant labor regime and the machines that have been the model for the body.

 

Thus we nd that in the 16 and 17th centuries (the me of manufacture) the body was imagined and disciplined according to the model of simple machines, like the pump and the lever. This was the regime that culminated in Taylorism, me-moon study, where every moon was calculated and all our energies were channeled to the task. Resistance here was imagined in the form of inera, with the body pictured as a dumb animal, a monster resistant to command. With the 19th century we have, instead, a concepon of the body and disciplinary techniques modeled on the steam engine, its producvity calculated in terms of input and output, and eciency becoming the key word. Under this regime, the disciplining of the body was accomplished through dietary restricons and the calculaon of the calories that a working body would need. The climax, in this context, was the Nazi table, that specied what calories each type of worker needed. The enemy here was the dispersion of energy, entropy, waste, disorder. In the US, the history of this new polical economy began in the 1880s, with the aack on the saloon and the remolding of the family-life with at its center the full-me housewife, conceived as an an-entropic devise, always on call, ready to restore the meal consumed, the body sullied aer the bath, the dress repaired and torn again. In our me, models for the body are the computer and the genec code, craing a dematerialized, dis-aggregated dis-aggregated body, imagined as a conglomerat conglomerate e of cells and genes each with her own program, indierent to the rest and to the good of the body as a whole. Such is the theory of the ‘selsh gene,’ the idea, that is, that the body is made of individualisc cells and genes all pursuing their program a perfect metaphor of the neoliberal concepon of life, where market dominance turns against not only group solidarity but solidarity with own ourselves. Consistently, the body disintegrates into an assemblage of selsh genes, each striving to achieve its selsh goals, indierent to the interest of the rest. To the extent that we internalize this view, we internalize the most profound experience of self-alienaon, as we confront not only a great beast that does not obey our orders, but a host of micro-enemies that are planted right into our own body, ready to aack us at any moment. Industries have been built on the fears that this concepon of the body generates, pung us at the mercy of forces that we do not control. Inevitably, if we internalize this view, we do not taste good to ourselves. In fact, our body scares us, and we do not listen to it. We do not hear what it wants, but join the assault on it with all the weapons that medicine can oer: radiaon, colonoscopy, mammography, mammography, all arms in a long bale against the body, with us joining in the assault rather than taking our body out of the line of re. In this way we are prepared to accept a world that transforms body-parts into commodies for a market and view our body as a repository of diseases: the body as plague, the body as source of epidemics, the body without reason.

 

Our struggle then must begin with the re-appropriaon of our body, the revaluaon and rediscovery of its capacity for resistance, and expansion and celebraon of its powers, individual and collecve. Dance is central to this re-appropriaon. In essence, the act of dancing is an exploraon and invenon of what a body can do: of its capacies, its languag languages, es, its arculaons of the strivings of our being. I have come to believe that there is a philosophy in dancing, for dance mimics the processes by which we relate to the world, connect with other bodies, transform ourselves and the space around us. From dance we learn that maer is not stupid, it is not blind, it is not mechanical, but has its rhythms, has its language, and it is self-acvated and self-organizing, Our bodies have reasons that we need to learn, rediscover, reinvent. We need to listen to their language as the path to our health and healing, as we need to listen to the language and rhythms of the natural world as the path to the health and healing of the earth. Since the power to be aected and to aect, to be moved and move, a capacity which is indestrucble, exhausted only with death, is constuve of the body, there is an immanent polics residing in it: the capacity to transform itself, others, and change the world.

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