Elizabeth Barret Browning

June 6, 2019 | Author: Cesar David Chamba Quizhpe | Category: Love, Poetry, Religion And Belief, Nature
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Reseña biográfica Poeta inglesa nacida en marzo de 1806 1 806 en Coxhoe Hall, Durham. Hija de un rico terrateniente, recibió una esmerada educación, gracias a la cual se interesó desde muy pequeña por la lectura de los clásicos. En 1920 publicó su primer poema "La batalla de Maratón", seguida por "Ensayo sobre el hombre y otros poemas" en 1826, "El serafín y otros poemas" en en 1838 -publicación ésta que la elevó elevó a la fama internacional-, "El lamento lamento de los niños" en 1841 y "El galanteo de Lady Geraldine" Geraldine" en 1844. Una vieja lesión de columna vertebral debilitó su salud obligándola a usar opio para calmar los dolores. En 1846, a pesar de la oposición oposición de su padre, contrajo matrimonio matrimonio con el poeta Robert Browning, con quien se radicó en Paris y posteriormente en Italia. De esta época son sus publicaciones "Sonetos "Sonetos de la portuguesa" en 1850, "Las ventanas de la casa Guidi" en 1851, "Aurora Leigh" en 1856 y "Poemas antes del Congreso" en 1860. Falleció en Florencia en 1861. Después de su muerte, se editó, en 1863, su última producción poética: "Últimos poemas". ©

Poemas de Elizabeth Barret Barret Browning:

Aléjate de mí... Almas de flores Catalina a Camoens De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre... ¿De qué modo te quiero? Dilo, dilo otra vez... ¿Es verdad que de estar muerta sintieras... ¡Mis cartas! No me acuses, te ruego... Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso... Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo... Si has de amarme que sea solamente... Y no obstante el amor por ser amor... Ir a: A media voz Ir a: Traducciones de poesía Pulsa aquí para recomendar esta página Tus comentarios o sugerencias serán de gran ayuda para el desarrollo de esta página. Escríbenos a: [email protected]

Esta página se ve mejor con su fuente original. Si no la tienes, bájala a tu disco duro, descomprime el fichero y cópiala en: Windows/Fonts: Georgia Aléjate de mí... Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre, he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria, irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida recóndita, podré gobernar los impulsos de mi alma, ni alzar la mano como antaño, al sol, serenamente, sin que perciba en ella lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra con que quiso alejarnos el destino, en el mío deja tu corazón, con latir doble. En todo lo que hiciere o soñare estás presente, como en el vino el sabor de las uvas. Y cuando por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas. Versión de Màrie Manent

Almas de flores Nos quedamos contigo, rezagadas, las últimas de aquella muchedumbre, como voz de quien canta y sus propias canciones le enamoran. Somos perfume y alma

de la flor y el capullo. Tus pensamientos nos llevamos, cuando nuestro aliento respiras, hacia los amarantos de esplendores, que en las colinas arden, hacia tiernas campanas de los lirios y grises heliotropos; hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan tal aliento de sueño y tal sonrojo, que, al cruzarlas, los ángeles habrán de parecerte más blancos todavía; hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado, donde te solazaste un día entero, hasta que tu sonrisa trocábase en devota y el rezo florecía; hacia la rosa oculta en el boscaje, que vertía sus gotas de rocío en tu sueño; y hacia aquellos asfódelos floridos donde tu paso hundiste. Tiramos de tu ropa y tu pelo alisamos; desfallecemos entre nuestras quejas y sufrimos, perdidas por los aires. Versión de Màrie Manent

Catalina a Camoens Al morir mientras él se encuentra en el extranjero y aludiendo a los versos en los que el poeta se refería a su dulce mirar. No entrarás por esta puerta que contemplo sin cesar. ¡Adiós! Se va la esperanza,

viene la muerte, no tú. Ven, amor mío, ven a cerrar estos ojos que llamaste los de más dulce mirar. Cuando oía tu canción en antiguas primaveras, olvidando otros elogios sólo escuchaba los tuyos, y repetía el corazón: Benditos sean mis ojos si le parecen tan dulces. Todo cambia y esta tarde baña un sol frío la puerta. ¿Susurrarías ahora igual que antes: Te amo mucho... cuando la muerte nubla triunfal los ojos que ayer llamaste los de más dulce mirar? Si estuvieras a mi lado  junto a la cama en que muero, aunque antaño desdeñaste su hermosura, sé que ahora los llamarías siendo veraz, por el amor que hay en ellos, los de más dulce mirar. Y si entonces los mirases y ellos te viesen a ti, todo su brillo perdido volverían a tener. Por el amor y de verdad fueran belleza radiante los de más dulce mirar.

Pero, ay, que sólo me ves con ojos de enamorado como una leve sonrisa soñando tras abanicos; y así repites sin saber más en tus serenos ensueños: los de más dulce mirar. Mientras el alma se sale de mi cuerpo lento y pálido, siempre ansioso por oír estas palabras de amor, ¡oh, mi poeta, ven a mí ya! Tardío amor, ven, son tuyos los de más dulce mirar. Poeta mío, profeta, al alabar su dulzura, ¿es que no viste que está apagándose su luz? ¿Es que no viste que ya jamás devolvería la tumba los de más dulce mirar? Silencio. Sólo se escucha el surtidor en el patio, cae el agua sobre el mármol como cae el corazón desde el suspiro hasta la muerte, muerte que anuncia su triunfo sobre los ojos más dulces. ¿Vendrás? Me siento muy sola, todo es amargo a mi lado, y tu voz, amado mío, no me despierta los párpados. Ha muerto amor, llorad, llorad,

 junto al ciprés si es que fuisteis los de más dulce mirar. Sonaba el ángelus, cerca de aquel convento paseábamos y los coros atraían los ángeles al coloquio. Veía el cielo el alma audaz. Sonreíste. ¿Es eso impuro, los de más dulce mirar? Al pasar en tu caballo y ver tras la celosía de aquel palacio otro rostro que no es el rostro de siempre, ¿en un murmullo repetirás: Desde aquí me contemplasteis, los de más dulce mirar? Cuando las damas en torno de tu guitarra te digan: Canta, poeta, los versos de la dama que murió, ¿entre las lágrimas, no fingirás entonando la canción de la del dulce mirar? ¡Oh, melodiosas palabras muchas veces repetidas! Entre todas tus canciones la mejor ésta será, la escucha el alma una vez más entre el ruido de este mundo... Los de más dulce mirar. El clérigo va a rezar, el coro está de rodillas, otras músicas solemnes

el alma pronto oirá. ¡Oh, miserere, oh, ten piedad! Ya no será Catalina la de más dulce mirar. Guarda esta cinta que es mía (me la quité del cabello), y cuando llores sobre ella no te sentirás tan solo, pues desde el cielo yo sin cesar en ti posaré estos ojos, los de más dulce mirar. Pero ahora, cuando aún estoy aquí, brillan más; tú, amor mío, echa en olvido todo lo que es mi pasado: estas palabras dedicarás a otra más bella que yo: la de más dulce mirar. Pero, ¿qué hacéis, ojos míos? Sois desleales si el llanto dejáis caer por el bien de su esperanza y su vida. Sería indigno para el mortal que un llanto ruin enturbiara los de más dulce mirar. Velaré por su futuro, bendeciré su esplendor; quiero que cante a otros ojos de mirar mucho más dulce. Que los proteja su ángel guardián, y que sean para él los de más dulce mirar.

Versión de Carlos Pujol

De mi cabello nunca di un rizo a un hombre... De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre, amado mío, salvo el que te ofrezco ahora y, pensativamente, en toda su largura sombría, voy ciñendo en torno de mis dedos. Tómalo. Ya mis días de juventud pasaron; ya al paso alborozado no tiembla mi cabello, ni prendo en él la rosa o los brotes del mirto, como las chicas suelen: ya sólo puede, en pálidas mejillas, sombrear las huellas de mi llanto, y se avezó a soltarse cuando a la frente inclina con su arte el dolor. Temí que las tijeras fúnebres lo cortaran primero, y ha vencido tu amor. Tómalo. Puro como antaño, hallarás el beso que, al morir, en él dejó mi madre. Versión de Màrie Manent

¿De qué modo te quiero? ¿De qué modo te quiero? Pues te quiero hasta el abismo y la región más alta a que puedo llegar cuando persigo los límites del Ser y el Ideal.

Te quiero en el vivir más cotidiano, con el sol y a la luz de una candela. Con libertad, como se aspira al Bien; con la inocencia del que ansía gloria. Te quiero con la fiebre que antes puse en mi dolor y con mi fe de niña, con el amor que yo creí perder al perder a mis santos... Con las lágrimas y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere, te querré mucho más tras de la muerte. Versión de Carlos Pujol

Dilo, dilo otra vez... Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo que me quieres, aunque esta palabra repetida, en tus labios, el canto del cuclillo recuerde. Y no olvides que nunca la fresca primavera llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques, en su entero verdor, sin la voz del cuclillo. Me saluda en las sombras, amado mío, incierta, esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa, clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen, o un exceso de flores ciñendo todo el año? Di que me quieres, di que me quieres: renueva el tañido de plata ; mas piensa, amado mío, en quererme también con el alma, en silencio.

Versión de Màrie Manent

¿Es verdad que de estar muerta sintieras... ¿Es verdad que de estar muerta sintieras menos vida en ti mismo sin la mía? ¿Que no brillara el sol lo mismo que antes sabiéndome en la noche del sepulcro? ¡Qué estupor, amor mío, cuando vi en tu carta todo eso! Yo soy tuya... Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo servirte vino con mi mano trémula? Renunciaré a los sueños de la muerte volviendo a las miserias del vivir. ¡Ámame, amor, tu soplo resucita! Otras cambiaron por amor su rango, y yo por ti el sepulcro, la dulzura celestial por la tierra aquí contigo. Versión de Carlos Pujol

¡Mis cartas! ¡Mis cartas! Papel muerto... mudo y blanco... Y no obstante palpitan esta noche en mis trémulas manos cuando aflojo

la cinta y caen sobre mis rodillas. Ésta decía: Dame tu amistad... Ésta fijaba un día en primavera para tocar mi mano... casi nada, ¡pero cuánto lloré! Ésta... un papel... decía: Te amo, y yo me estremecí  como si Dios rasgase mi pasado. Ésta, Soy tuyo... pálida la tinta por estar junto a un pecho tumultuoso. Y esta última... ¡oh, amor!, no fuese digna de lo que dices si lo repitiera. Versión de Carlos Pujol

No me acuses, te ruego... No me acuses, te ruego, por la excesiva calma o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera, que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos no puede un mismo sol la frente y el cabello. Sin angustia ni duda me miras siempre, como a una abeja encerrada en urna de cristales, pues en templo de amor me tiene el sufrimiento y tender yo mis alas y volar por el aire sería un imposible fracaso, si probarlo quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo el fin de todo amor junto al amor de ahora, más allá del recuerdo escucho ya el olvido; como quien, en lo alto reposando, contempla más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.

Versión de Màrie Manent

Oh, amor mío, amor mío... Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso que existías ya entonces, hace un año, cuando yo estaba sola aquí en la nieve y no vi tus pisadas ni escuché tu voz en el silencio... Mi cadena, eslabón a eslabón, iba midiendo como si no pudiese verme libre por tu posible mano... ¡Hasta beber la prodigiosa copa de la vida! ¡Qué extraño no sentirte en el temblor del día o de la noche, voz, presencia, ni adivinarte en esas flores blancas! Yo era ciega lo mismo que el ateo que no descubre a Dios al que no ve. Versión de Màrie Manent

Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo... Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo, desde que oí los pasos de tu alma moverse levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose entre mí y aquel borde terrible de la muerte tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada

hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo para mecer la vida. La copa de amarguras que Dios nos da al nacer, apuraré gustosa, loando su dulzura, amor mío, a tu lado. El nombre de las tierras y el del cielo se mudan según donde estés tú o hayas de estar un día. Y este laúd y el canto mío, que quise antaño (los ángeles canoros bien lo saben), los quiero sólo porque tu nombre se mezcla en lo que dicen. Versión de Màrie Manent

Si has de amarme que sea solamente... Si has de amarme que sea solamente por amor de mi amor. No digas nunca que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo de hablar o por un rasgo de carácter que concuerda contigo o que aquel día hizo que nos sintiéramos felices... Porque, amor mío, todas estas cosas pueden cambiar, y hasta el amor se muere. No me quieras tampoco por las lágrimas que compasivo enjugas en mi rostro... ¡Porque puedo olvidarme de llorar gracias a ti, y así perder tu amor! Por amor de mi amor quiero que me ames, para que dure amor eternamente. Versión de Carlos Pujol

Y no obstante el amor por ser amor... Y no obstante el amor por ser amor es bello. Igual llamea reluciente un gran templo y la hierba. El mismo fuego arde quemando el cedro y la cizaña. Y el amor es un fuego; y cuando digo te quiero, oh Dios, te quiero, ante tus ojos me transfiguro en esplendor y siento mi cara centelleante que deslumbra. En el amor no puede haber ruindad aunque amen los más ruines de los seres, que cuando aman a Dios Él los acepta. Y en la apariencia ruin de lo que soy refulge el sentimiento y purifica por ser fruto de amor lo que es de carne. Versión de Carlos Pujol

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