El Transeunte y El Espacio Urbano

October 30, 2017 | Author: Sergio Franco Mondragon | Category: Sociology, Society, Anthropology, Space, Immanuel Kant
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Descripción: sociologia...

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TVorfiíccííSÿ Alberto L. Bíxio Cubierta: Maqueta de colección: Julio Vivas

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Realización: Alfredo Landman

Primera edición, 1988, Buenos Aires, Argentina

Derechos para todas las ediciones en castellano ®

Editorial Gedisa, S, A.

Muntaner, 460, entlo., V

Tel. 201 6000 08006- Barcelona España f

ISBN 950-9113-45-X

Hecho el depósito que establece la Ley n- 11 .723

tíEn el interior de ésta célula hay, tú lo sabes, alguien. Prefe¬ riría no hablar de esto. A mi parecer, se trata de una imagen, En ti, pensamiento inmóvil, cobra cuerpo, brilla y desapare¬ ce todo lo que de todos se refleja en nosotros. De suerte que te* nemos el mayor de los mundos en cada uno de nosotros, pues todos se reflejan en virtud de un infinito centelleo que nos pro¬ yecta en una intimidad radiante de la que cada uno retorna a sí mismo, iluminado por el hecho de noÿr más que el refle¬ es jo de todos. Y el pensamiento de que cada uno de nosotros sólo el reflejo del universal reflejó, esa respuesta a nuestra li¬ gereza, nos embriaga con esa ligereza misma, nos hace cada vez más ligeros, más ligeros que nosotros, en el infinito de la esfera centelleante que, desde 1 a superficie a la chispa única, es el eterno ir y venir de nosotros mismos.” Maurice Blanchot, Le Dernier Homme. Gallimard 1957, págs. 124-125.

Arm ado con esta ciencia primitiva, el individuo se encuentra no tanto con un guía para la acción (aunque es probable que en ocasiones lo encuentre) como con un guía para la aten¬ ción... 37 E. Goffman, La mise en scene de la vie quoíidienne, Minuit, tomo 2, 1973, pág. 179.



Impreso en Argentina

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la reproducción tota] o parcial por cualquier ti,,7.la í,rohibida ,mf,re «n firma idéntica, extractada o modificada, en m,' , ii7,de < na tell uno o cualquier otro

"Todo eso sucedió en un instante y dura para siempre. El es¬ pejismo de las figuras humanas se eleva en el horizonte. Apa¬ recen en la esquina de la calle.” Virginia Woolf, LesVague$t Stock, tomo 2, pág. 380.

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INDICE i.

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2. ACTUALIDAD

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ROSTROS

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EL EXTRANJERO TRADUCTOR ... 1. Digresiones 2, El insomne y el sonámbulo .. 3. Movimientos exploratorios ... 4. Enclaves 5. El territorio de la urbanidad

1. PRECARIEDAD

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5. INTERVALO

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o. RUTINAS

93

7. RESERVA..

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s. DOBLE LENGUAJE

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REDES

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t o. CONVICCIONES

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El extranjero traductor 1. Digresiones

Es frecuente que un libro comience con una adverten¬ cia al lector en la cual se anuncia lo que el libro no es. Dice uno entonces que el autor se anda con remilgos, se sospecha que se precave anticipadamente contra las agresiones de la crítica, que utiliza estrategias evasivas que no engañan a nadie y que confirman la escala de evaluación de un traba¬ jo intelectual mediante una especie de celebración desdicha¬ da o perversa de la diferencia que hay entre un trabajo real y el ideal de una obra acabada. Pero también puede conside¬ rarse que esos “remilgos” responden a hermosas intenciones minuciosas, por ejemplo, destinadas al librero para ayu¬ darlo a clasificar el libro en sus estantes o, más general¬ mente, destinadas al público al cual el autor no se atreve a convocar para el debate sino después de haber limitado las cuestiones que en él entran enjuego. Como la atención de un público no es la atención de un jurado, como esa atención es a la vez distraída y parcial, el mejor arbitrio supone que el autor subraye el carácter incompleto de lo que presenta o muestre su incompetencia relativa. De manera que el autor sólo interviene en el debate que abre andando hacia atrás, retrocediendo, y sólo designa el lugar, que se supone que de¬ be ocupar, alejándose. En dos palabras, aborda su tema re¬ curriendo a una digresión. Las páginas que siguen exigirían sin duda que se hi¬ ciera acentuado hincapié en este tipo de advertencia que ya se ha hecho clásico. En efecto, aquí sería menester no sólo



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anunciar lo que el libro no es sino agregar que en modo al¬ guno se trata de un libro, puesto que instala en la digre¬ sión. Y esto por dos razones de desigual importancia. En primer lugar, fue mediante esta forma de pensamiento digresviso, mediante esta manera de indicar o de jeto de pensamiento alejándose uno de él (muyevocar un ob¬ precisamen¬ te las Digressions sur de Simmel) cómo l’Etranger comenzó, unos cinco años atrás, una reflexión de la cual este es el remate provisional. Son esas digresiones las trabajo que la mantuvieron constantemente en la tensión de la distanciay de la proximidad, como el estribillo de una cantilena, en el límite del encantamiento y de la argumentación, entre la co¬ quetería y la reserva o el tacto, entre la figura de lo munda¬ no y la figura de lo migratorio. La segunda*razón (y ésta es decisiva) es la de que bien se ve que esos objetos se organizan en un territorio por en¬ tero paradójico. Para decirlo en el estilo de Kant, los concep¬ tos de la microsociología tienen un territorio en el que son reguladores, pero no tienen un dominio en el que legislen. Los enfoques del espacio público que el presente trabajo

trata de inventariar partiendo de las obras de G. Simmel, de G. Tarde y de E. Goffman son en este sentido esencialmen¬

te digresiones. El Extranjero de Simmel, por ejemplo, forma de la imaginación sociológica que evoca al actores una social cuya pertenencia comunitaria está relativamente minada. Es, desde el comienzo, mucho más que un indeter¬ tipo so¬ cial que pudiera circunscribirse de una vez por todas. No es un elemento de una tipología, sino que es la forma de la socialidad misma como relación más allá del vagabundeo (nomadismo) y de la fijación (solidaridades comunitarias). Trátase de percibir una interacción cualquiera simplemen¬ te consistente combinando la atención y la indiferencia. Asi¬ mismo, lo público en Tarde es mucho más que una categoría de la sociabilidad diferente de la muchedumbre; es la represen tación de lo social emancipado de la calle como espacio de proximidad física, pero también distinto de político to que Tarde, fiel aquí al pensamiento de lasloLuces, pues¬ concibe el espacio público como un espacio de razón sin principio de est ructuración trascendente. Por fin, la sociología de las cir-

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me¬ regiun mesólo a una región refiere no soio se refiere — nor del universo de las estructuras, puesto que el análisis la ma¬ di uinatúrgico de una situación de la vida cotidiana es como “orden por fluclí d estación de lo social en su totalidad los tres casos, el i unción”, como “estructura disipante”. En pensamiento digresivo recorre la obra, interroga a la socio¬ embargo en la logía sobre sus fundamentos, dejándola sin su cam¬ incertidumbre en cuanto a sus objetos y en cuanto acierta in¬ po disciplinario. Pero es evidente que se cometería justicia si se caracterizaran esas obras de manera negativa intui¬ y se las considerara frágiles síntesis del pensamiento de Sim¬ tivo (que es lo que a menudo se ha dicho de la obra que mel), como descripciones fundamentalmente subjetivas (lo sólo tendrían el interés de lo curioso y de lo introspectivo etnogrᬠcual reduciría la obra de Goffman a su dimensión _ _ •_ fica) o como intentos marcados por una especie de indecisión sociología disciplinaria que vacilaría entre la psicología y la ha levan¬ (y lo cierto es que entre los sociólogos todavía no se Tarde). de tado la cuarentena que pesa sobre los trabajos inmanente Trátase más bien de un modo de estructuración que hace explorar fenómenos situados en el límite del camobras consi¬ po de la sociología dominante; cada una de los de la fundamentos los sobre interrogarse a vuelve deradas disciplina y llega a hacer problemática la noción misma de relación social.

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2. El insomne y el sonámbulo

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a los Conviene decirlo todo en seguida: los tres autores del en¬ que nos referimos son cualquier cosa menos filósofos aquí a los cuentro y de la alteridad. Los hemos convocado Tarde, Georg efectos de la restitución de un mundo. Gabriel tres por el Simmel y Erving Goffman se dejaron atrapar los demonio de la descripción de las formas. Los tres se manien lo inscrita abandono de dimensión la a sensibles testaron de los real mismo puesto que desconocen la precariedad prestan aten¬ vínculos que lo constituyen, puesto que ya no mundo, entre ción al ir y venir, que constituye la carne del

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trivialidad y rareza. Eos tres lo captaron en el momento en que se corría el peligro de agotarse en un pensamiento del afuera imposible, en las jeremiadas infinitas de la concien¬ cia exiliada. No tenemos ninguna razón para machacar sobre la ex¬ periencia del desamparo o derrelicción. Y ni siquiera tene¬ mos el derecho de suponer que la complejidad y el desorden de nuestras vivencias sean ajenos al universo de las formas que describe el discurso científico.1 El azar está sobrecargado de discursos apologéticos, en tanto que la necesidad fluctúan te ya no asume la apariencia clásica de una madre severa. De ahíla reorientación del dis¬ curso existencial. No se trata ya de pensar en el individuo, sino que se trata de pensar en el “siempre" del mundo, el siempre de la no coincidencia y de la relación. Y para esto es menester volver a recorrer el camino que va de las categorías de la reminiscencia a las categorías de la repetición. Es ne¬ cesario preguntarse lo que debemos emprender incansable¬ mente, cuáles son las demandas de nuestro diario vivir, los momentos en que se desdobla bajo el peso del sentido común, los momentos en que el sujeto se desprende de la eternidad fría de la vigilancia, no para retirarse a dormir (para hacer¬ se conciencia, diría Lévinas, para tomar su tiempo), sino para inventar nuevos torbellinos, para alimentar las inter¬ ferencias que constituyen la contextura del mundo. La experiencia primera del espacio público no es la experiencia privada de una crispación existencial la sole¬ dad frente a la estructural plenitud del mundo. Nunca encontramos esos átomos de pura presencia en sí, esos ele¬ mentos absolutamente intransitivos, “sin intencionalidad, sin relación”.2 Lo que se nos da es más bien la experiencia de la fluidez de la copresencia y de la conversación, de las pe¬ queñas oposiciones sociales que son nuestras vacilaciones, la experiencia del excedente de socialidad en su materialidad discursiva. Lo que se nos da es también la experiencia





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Iíya Prigogine e Isabelle Stengers, La Nouvelie Alliance, N.R.F., 1979, 2 E. Lévinas, Le 7Temps et VAutre, P.U.F., 1983, póg. 21.

ti 1 1ti i. m< Jomo y desamparo de este existir en beneficio efecto, sólo atendemos al sentiui uin del ser existente. En insomnede il’i t'i»i que estamos petrificados en esa vigilancia presente y sin infinitamente I, vigilancia ovinas, Imilla lian del desdoblamiento pú¬ 1 1 e i . que nos mantiene en la esfera entorpece. i lllll late subjetivo y que nos

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Kl discurso del extranjero no es pues el discurso de! exi|i ' No es la vivencia subjetiva de la derrelicción lo que resul¬ estado de ta grave para el espacio público, sino que es el l inn del mundo, su desamparo. Prestar atención al (GofTman) situaciones las 1 elido (Deleuze) o no descuidar 1 todo de la experiencia del in1 1 n i Tica, en efecto, no esperarlo tendido enteramente está insomne del espacio El • hace sufuerinn i i lo alteridad de su esencia misma, lo cual fuerza procede de las expe/ ¡i v n la vez su impotencia: su experiencias del amor y de la 1 1 1 n 1 : is que lo atormentan, las movimuer te; su impotencia consiste en la modalidad de suporque hacia lo otro, movimiento que sólo es intenso una relación e .tn retraído. El insomne guarda con su mundo álgebra próde querellante. Transforma en virtud de una generosidad en crispación su ¡i lade la reivindicación a Hun es un don virtual. El más insignificante de sus pensamientos que lo aho¬ el en énfasis por el gusto su ahí De mismo. si de mmediaga todo: sus gritos, su dolor, sus deficiencias están Pero, ¿es I ámente marcadas por el signo de la afirmación. ¿Cuál entonces el presente lo que constituye la hipóstasis? y absolutaitH la naturaleza de ese presente indiferenciado través de mrinte abierto que nos hace percibir el existir sólo a ... las formas de soledad de lo existente? El insomne hasta puede hacerse peligroso por presunclásica rum. Su crispación existencial, la pareja de la razón que existe) en la ( lo extraño del mundo y la soledad del ser lo lleva (por desconfianza respec¬ . se instala el insomnerazón) (jUÍÍ a descuidar las formas con¬ to del voluntarismo de la y cretas del existir, a subir indefinidamente la apuesta a en¬ volver de misterio su relación con el misterio. Desde este punto de vista, el espacio público estáesirre¬ un mediablemente truncado. No es un espacio pasional, está espacio de sonámbulos curiosamente esta metáfora i

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presente en nuestros tres autores que se desplazan y apre¬ henden las cosas en el infinitivo, El sonámbulo es alguien

cuya vida de relación persiste mientras duerme. Por defini¬ ción es un ser del afuera; nos saca del inventario de los esta¬ dos anímicos del ser existente para hacernos captar desde el principio la riqueza formal del existir. Función ética del so¬ námbulo; poner un término a las pretensiones fundadoras de la relación intersubjetiva, romper con Parménides, pero también con las dialécticas declaradas o implícitas median¬ te las cuales la filosofía occidental trata de deshacerse del principio de identidad uniéndolo al principio, patético, de la dualidad insuperable de los seres por obra de la experiencia de una relación con “lo que se escapa permanentemente”. La fenomenología del espacio público no es la fenomenología del pudor; es la del tacto. En nada nos ayuda a concebir una ética de la desnudez puesto que desde el principio dicha fenome¬ nología se sitúa en un universo de relaciones preformadas, ya consistentes, se sitúa en una estética del socius. Atañe a nuestros “modales” actuaciones rituales en determinadas situaciones más que a las “apariencias”, es decir, a la ma¬ nera en que un actor social se acomoda a normas de conve¬ niencia y decoro ligadas a su condición y posición.3 Lo mis¬ mo que el insomne, el sonámbulo no acepta el “fracaso de la comunicación”, pero, porque ha hecho mucho más radical¬ mente que el insomne su duelo de una socialidad fusional, porque ha abandonado el ideal de una transparencia del vínculo social, llega a pensar que ese fracaso tiene que ver con el desprecio en que tenemos a nuestras civilidades y con el privilegio que asignamos a lo desnudo sobre lo vestido, El sonámbulo es un ser pragmático en el sentido de W. James. Ha renunciado a encontrar el sentido’ lo conoce de antemano y con exceso, apuesta por la proliferación infinita de la asociaciones entre las ideas y en ti e ios hombres, apues-

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Sobre la distinción de los modales y de la apariencia, véase E. Goífmanr La mise en scéne de f a vie quotidienne, tomol, págs, 31-36 y 106-110. El estudio de las normas de conveniencia y decoro se inscribe en el análisis de 1 as organizaciones sociales, el estudio de los modales en el análisisdel es¬ pacio público y de sus regiones,

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I a por la profusión

cualitativa de las formas por más que és¬

tas resulten precarias. El impulso vital que caracteriza un espacio público, por ejemplo una conversación, es sin embargo un impulso con¬ tenido. Es, dice Simmel, “un impulso de vitalidad conteni¬ da”. En este sentido, el horizonte de un espacio público es i siempre un horizonte de paz. Ya se trate del simple “hay” del mundo, ya se trate de la concepción kantiana de la publici¬ dad como condición de la paz perpetua, por mi parte supon¬ go que aquello que me “desborda” en una relación pública son menos los demás que el intervalo mismo que me separa de ellos, el contexto en el que se presenta dicho intevalo, el marco dentro del cual se sitúa la interacción. Esa es la razón por la cual la experiencia del espacio público requiere menos un guía para la acción que un guía para la atención (Goff* man). A su manera y en la aparente ligereza de sus empeños y compromisos, el sonámbulo no está liberado de esa obse¬ sión de la gran catástrofe, la obsesión de la muerte del mun¬ do que Hanna Arendt define como contemporánea de los “tiempos oscuros”, la obsesión en laque el terror lo invade to¬ igualmente aterra¬ do.4 El espacio público tiene dos límites 6 dores: el terror de la identificación el espacio público es un espacio de traidores y de traductores y el terror de la inva- ! sión (el espacio público es un espacio de reserva y de cer¬ cados). El horizonte de los tiempos oscuros nos impone con: cebir a los demás más allá de la fusión, nos impone salvar el espacio público del desastre de la fraternidad. Pero la afir¬ mación de un espacio público parece reclamar algo más. Esa afirmación necesita certezas de paz. Y no hay ninguna razón para maldecirla por ello, para considerar su exigencia como un lujo, para tildarla de futilidad porque trabaja en una su¬ perficie de racionalidad que persiste en flotar por encima de las grandes fracturas de la historia de nuestro tiempo.6 Por

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Hanna Arendt, Fíes Politiques, Gallimard, colección Essais, Intro¬ ducción. 5 Maurice Blanchot, L’Amitié, sobre el libro de Andró Gorz, Le Trattre. 6 *Las cosas vivas en contacto con el aire deben tener una epidermis, y no podría uno reprochar a la epidermis que no sea el corazón”, G. Santa4

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el contrario, hay que tomar seriamente las exigencias del es¬ pacio público. Hay que tener en cuenta el elemento político de las civilidades. Precisamente, ese excedente de socialidad que es lo único que permite hablar de un espacio público, que permite no confundirlo con una relación intersubjetiva, es el contexto en el cual se despliega dicho espacio, es su marco. Nos es preciso analizar los marcos que nos hacen atribuir una realidad singular, una seriedad, una gravedad a nues¬ tras relaciones. Frame Analysis: ¿cuál es la naturaleza exac¬ ta de las membranas que delimitan y definen una situación, que aseguran a la vez su carácter irreversible y su contenido socializante? Lo que se trata de restituir es el desbordamien¬ to o profusión de la relación y no ya tan sólo el desborda¬ miento de las subjetividades que la constituyen. Se trata de oponer el m agnetismo de las situaciones al peligro de reducir el espacio social; se trata de reencontrar la ética de la mun¬ danidad más allá de los melindres de la lisonja. Esta ya era la intuición de Maurice Blanch ot: por curio¬ so que sea, los demás no harán sino darme mucho más de lo que yo habría esperado. El espacio público tiene necesidad no sólo de la pluralidad de las diferencias, sino también de su enmarañamiento, de los efectos de movilización o de sobrecargay de inmovilización que aquellas diferencias provo¬ can. En suma, la filosofía de la alteridad no basta para esta tarea. Dicha filosofía sólo puede restituirnos el mundo que ya hemos perdido. Sólo puede volver a subir la cuesta del di¬ vorcio y la destitución, sólo puede instalarse en los pliegues narcisistas de la historia: institución, destitución, restitu¬ ción.

3. Movimientos exploratorios El pensamiento del espacio público, desde su origen en la época clásica, se vedó recurrir a un orden fundador (sim¬ bólico), pero su enfermedad infantil es sin duda el babelismo, el meltingpot de los patrimonios. La microsociología nos yana, citado porE. GofFman, La mise en seine de la 1, pág. 7.

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ayuda y aquí puede pretender, lo mismo que la ciencia con¬ temporánea, volver a encantar el mundo a dirigir una mi¬ rada nueva a la dispersión. El atender a las circunstancias rompió con las delicias de la multiplicidad, con los dulces te¬ rrores de la jauría. Se trata de la atención a las consisten¬ cias, a las coproducciones, como diría Tarde, es decir, a las formas de adaptación que a veces afectan la epidermis de lo social, esto es, lo social en su inmanente reflexividad. Uni¬ camente en este sentido las excentricidades pueden considerarse como prefigurativas. No se trata de “innovaciones”, son movimientos exploratorios, de análisis de lo social en su



tensión: socialización-desocialización. De ahí la propensión de la microsociología a analizar las relaciones sociales atendiendo a la distancia, es decir, en una diastemia y no ya en una proxemia. La dispersión de las escenas tales como las mira la microsociología no equivale ya a la disolución o a la desorganización puesto que dicha dispersión corresponde a la naturaleza misma del espacio público urbano. Pero ella es al mismo tiempo natural y pre¬ caria, y esto es decisivo en el análisis de los fenómenos de atipicidad y para el lugar que deben ocupar en el análisis el enfoque descriptivo y el método de las historias de vida.7 En efecto, la pareja socialización-desocialización nos obliga a abandonar el concepto de patología social para acep¬ tar desorganizaciones parciales y transitorias que se sitúan en una sociología de la adaptación. Todo síntoma de atipicidad o de morbosidad remite en el caso del fenómeno atípico (y por lo tanto en el trabajo social) a una forma de adaptación. De ahí que sea necesario que el investigador esté atento no sólo a las atipicidades mismas sino también a las visiones del mundo en las que se sitúa el ser atípico y que le permiten trascender circunstancias, improvisar partiendo de ellas. En otras palabras, la pareja socialización-desocialización nos obliga a pasar de lo patológico al pathos, es decir, aun ala cualidad dramática de los comportamientos sociales cuando esos comportamientos no correspondan únicamente a los atípicos. 7

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Por otro lado, si la relación socialización-desocializa¬ ción es, no accidental, sino esencial (y esto resulta claro en el dominio de los comportamientos étnicos, por ejemplo) no podremos atenemos a un enfoque correctivo y explicativo (las malas condiciones de vida son las causas de los desórde¬ nes), Cada vez que distinguimos las características típicas de un medio mediante abstracción analítica nos veremos obligados a matizarlas, a tener en cuenta su parte de ironía o de paradoja, de manera que toda intención explicativa nos llevará a la descripción detallada de una historia de vida, de una situación, de un espacio de interacción. Por fin, la pareja socialización -desocialización, al ha¬ cer difícil toda tipología concreta de las identidades, nos im¬ pulsa constantemente a explorar nuestras propias fronteras culturales e intelectuales antes de catalogar esta o aquella población dando por descontada su segregación o su exclu¬ sión. En otras palabras, nos es preciso explorar los modos de expresión social que se unlversalizan en un modo menor, que son definitivamente excéntricos, nos es preciso pasar de las poblaciones emigrantes al mundo del emigrante. Cuales¬ quiera que sean las aporías de la razón descriptiva (atrapa¬ da entre el talento literario y la fascinación por el inventa¬ rio) nos vemos constantemente empujados a las fronteras, nos vemos atraídos por analizadores cualitativos un mo¬ mento, un conjunto de circunstancias singulares, una figura o metáfora y hacia formas de transcripción atípicas próxi¬ mas a lo que los norteamericanos llaman human documents , que proceden más del testimonio directo que del estudio de





casos,

Se han dicho muchas tonterías sobre la Escuela de Chicago. En particular se han ensañado en ver en la fascina¬ ción por los medios atípicos solamente los tropismos de filán¬ tropos inveterados o una predisposición congénita o coyun¬ tura! a la planificación social. Pero se han olvidado de expli¬ car esta curiosidad por los movimientos exploratorios del atípico, por las contingencias de su trayectoria. Esa curiosi¬ dad atestiguaba claramente una certeza filosófica mucho más profunda en cuanto al carácter negociado del orden so¬ cial desde el momento en que se lo observa en situaciones da20

das y en el carácter indeterminado de una trayectoria indi¬ vidual Después de todo» al luchar contra los eugenistas, los sociólogos norteamericanos aprendieron mucho más rᬠpidamente que nosotros a desembarazarse del demonio de Aplace: no hay estado inicial del sistema. 8 ¿Se trata de la in¬ fluencia de la mitología del pionero o de tener en cuenta la capacidad del emigrante para “redefinir la situación” (Tho¬ mas)? Lo cierto es que el análisis de las trayectorias sociales en la corriente de interacciones nunca llega a hacer sustan¬ tivos y concretos a los actores. Estos están demasiado atra¬ pados por la complejidad de los contextos, y sus trayectorias están siempre sobredeterminadas. Sobredeterminación e indeterminación corren parejas, o, para decirlo de otra ma¬ nera, el análisis de una trayectoria debe ir de la integración de las situaciones a la integridad individual, y no inversa¬

mente. Es seguro que el “laboratorio urbano” en el que los so¬ ciólogos de Chicago observan estos fenómenos de socialización-desocialización no es un terreno como cualquier otro o un terreno de substitución para la antropología repatriada. Y ello es así aunque más no sea porque dicho laboratorio pone en escena tres movilidades. Primera movilidad: el hombre es un ser de locomoción al que los encuentros y las expe¬ riencias de copresencia transforman en un enorme ojo. La ciudad instaura el privilegio sociológico de la vista (lo que se hace) sobre el oído (lo que se cuenta), pero al conjugar la iiversidad y lo accesible, la ciudad afecta lo visible con un coe¬ ficiente de indeterminación y de alarma. Segunda movili¬ dad: el habitante de la ciudad es un ser cuya relación con el lugar que habita es completamente particular; con él la mo¬ vilidad social y la movilidad residencial se conjugan. El habi¬ tante de la ciudad acumula las residencias y se deslocaliza constantemente. La tercera movilidad, de laque volveremos luego a ocuparnos, es la que Simmel llama movilidad sin desplazamiento, la versatilidad del habitante de la ciudad, lo pasado de moda como modo de vida. En el antropólogo hay Véase Ilya Prigogine e Isabelle Stengera, La Nouvelle Alliance, págs. 276-80. 8

21



pues cierta formación urbana que lo impulsa a modificar los registros clásicos en su disciplina— del espacio y de la cul¬ tura y sobre todo lo obligan a captar los ft-iómenos sociales

como sistemas de relaciones deslocalizados y sobredetermi¬ nados.9 4, Enclaves

Para comprender este cambio de registro habría que partir del concepto de sociabilidad. En los Estados Unidos esta noción sirvió de eje a toda una serie de investigaciones llevada a cabo por el equipo de Riesman, a fines de la déca¬ da de 1950, alrededor de ese “huésped invisible” que penetra las amistades, las conversaciones, los convites más o menos festivos y que constituye la afabilidad. Referida a la sociolo¬ gía estructural, esta sociología de la sociabilidad abarca dos temáticas: la del Estado mínimo y la de la sociedad perdida, el tema de la obsesión del anonimato y el desierto de las re¬ laciones sociales. Esa sociología se inscribe en un recorrido intelectual que va desde el recuerdo de la aldea a la jungla de las ciudades. En Francia, el redescubrimiento de las so¬ ciabilidades se debe a un doble movimiento que pasa por la genealogía de los dispositivos disciplinarios y por la historia de larga duración. En el primer caso, se atribuye a la socia¬ bilidad una función de resistencia a la normalización y a la omnipresencia de relaciones de poder diseminadas, microfísicas; y esa sociabilidad indica al investigador la vigencia de fenómenos de coalescencia en la superficie de lo social: lo corriente de la amistad, las trivialidades del intercambio simbólico, los plegamientos de sentido en nuestra vida coti¬ diana entre las bromas y los rumores, entre la ironía que in¬ vade las relaciones jerárquicas y las rodea de movilización de recursos. Paralelamente, la sociología histórica de las 9

Sobre todos estos puntos, véase Ulf Hannerz (Explorer la ViUet Minuit 1983) que se inspira a la vez en la antropología social y en la Escuela de Chicago de la cual el autor subraya, a la inversa de loa comentarios ha¬ bituales, la atención prestada al tiempo de los procesos sociales y no sólo al espado en el cual aquéllos se desarrollan.

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mentalidades, de las instituciones o del espacio público 11ede J.JH a la comprobación de que los conflictos tradicionales las sociedades urbanas ttales como son analizados por los so¬ ciólogos de la producción urbana), las “luchas urbanas”, no destruyen gran cosa, como si existiera un estrato inconmo¬ vible de las sociedades urbanas, un estrato tibio de costum¬ bres, de prácticas sociales de un género particular que sólo se conjugarían en el modo infinitivo, sin sujeto y sin objeto, prácticas inveteradas más que tradicionales* El análisis de este estrato se refiere menos al peso de lo social que a sugrauedad propia. Por eso, dicho análisis legitima bastante fácilmente un pensamiento de la restitución, nuestras nos¬ talgias del cual serían el buen sentido* Imagina ciudades ca¬ parazones, situadas en el límite de lo orgánico y de lo mine¬ ral y cuya consistencia estriba en regularidades que no son de tipo institucional puesto que toleran una cantidad asom¬ brosa de irregularidades: migraciones intraurbanas, formas de territorialización discreta del espacio abuelito bondado¬ so (A* Battegay), pequeños mundos, círculos y sectas, excen¬ tricidades tranquilas que hacen que las sociedades urbanas parezcan a veces mantenerse al margen de su propia histo¬ ria, indiferentes a las trepidaciones de todo lo político. Para explicarse esta forma pasmosa de adaptación, esta combinación de regularidad y de irregularidad, de socialización y de desocialización, el investigador siente la tentación de extrapolar partiendo del nuevo terreno que per¬ cibe el barrio aldea instalado en la periferia del laboratorio urbano. Conviene decir que la sociología de la sociabilidad tiene algo de diabólico pues puede transformar una zona de transición, un suburbio de clase media, un arrabal obrero, un barrio de París o de Lyon en otras tantas aldeas. Lo cier¬ to es que esta sociología asimiló el primer postulado de la ecología: si las ciudades son baluartes de la resistencia a lo político, ello tal vez se deba a que las ciudades están consti¬ tuidas por una pluralidad de nichos. Esta permanencia de las aldeas en la ciudad no tiene forzosamente relación con la permanencia de vínculos de parentesco, salvo que tomemos como modelo una caricatura de la aldea étnica. Las aldeas urbanas no son vestigios sino que son efectos del medio, de 23

los productos de una sociedad fragmentaria en la que el es¬ píritu de barrio está constantemente redefinido. De manera que la aldea urbana no es una realidad cultural que podría concretarse partiendo de su patrimonio, sino que es ante to¬ do una forma de resistencia a la atracción del centro. Mien¬ tras que el centro es el torbellino, el tráfago, la variedad de lenguas, los barrios aldeas se caracterizan por su excentri¬ cidad específica, por su visibilidad parcial. No son pues ni microcosmos ni bunkers . Son “áreas naturales” que resultan de un proceso de segregación más que de una política de se¬ gregación, y su naturalidad es muy precaria. Su identidad varia de una generación a otra. Estos barrios aldeas están constituidos por poblaciones trasplantadas (y la arqueología de la sociología urbana redescubre inevitablemente en los primeros filántropos del siglo XIX el estudio de las patologías, de las formas de adaptación al transplante: nuevas raíces, asociaciones voluntarias o resurgimientos de clanes o de sec¬ tas), Las sociabilidades de la aldea urbana son pues siempre sociabilidades del “como si”. Por otra parte, las aldeas urba¬ nas son entidades sociales yuxtapuestas , cuyas fronteras son siempre negociadas y constantemente cruzadas por otros, fronteras expuestas a la mirada del vecino, fronteras en descubierto. El carácter precario de las áreas naturales se debe justamente a estas dos características del mosaico ur¬ bano: hecha de piezas unidas y yuxtapuestas, la ciudad ofre¬ ce el espectáculo de una cacofonía de conmemoraciones en virtud de las cuales cada “medio” se rehace un recuerdo por generación, así como se rehace la fachada de una casa; y, por lo demás, la ciudad es un enmarañamiento de estilos, un len¬ to mestizaje de los modos de vida. Veremos luego cómo la metáfora del mosaico contribuye a deslizar la hipótesis eco¬ lógica hacia un pensamiento de la deslocalización de las relaciones sociales, precisamente porque dicha metáfora permite concebir la conjunción de los procesos de segrega¬ ción y de moviliad individual. Aquí agregaremos simple¬ mente que la sociología de los enclaves contribuyó a hacer mucho menos decisivas las problemáticas de la centralidad y la cuestión del centro. Un mosaico de territorios es algo completamente diferente de un espacio organizado alrede¬

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dor de un centro con un a periferia. En este movimiento, el in¬ vestigador ve como estalla completamente la cuestión polí¬ tica reducida ella también a sus arcaísmos: tribus, clanes, notables y “patrones” locales con sus redes de amigos y sus solidaridades seudocomunitarias.

5. El territorio de la urbanidad

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Las aldeas, los feudos, los reductos, los guetos son ob¬ jetos de estudio tanto para el historiador o para el antropó¬ logo como para la sociología urbana. En todo caso, es claro que la sociabilidad, como forma inmediata y cualitativa de lo social, asegura el privilegio de un pensamiento descriptivo susceptible de ser entendido por todos aquellos que no esperaron al sociólogo, ya se trate de novelistas, ya se trate de periodistas o cineastas. Resulta igualmente claro que la for¬ mación urbana del investigador requiere una modificación de su mirada que debe ser ante todo ingenua, que debería captar las cosas mismas fascinada por lo social in statu ñascendi, como diría Simmel. En definitiva, este movimiento acelera el trabajo de duelo de la sociología estructural y re¬ fuerza la tentación literaria. Y no se trata solamente de la sociología, sino que se tra¬ ta de «o social mismo cuya naturalidad se desvanece y de lo cual se anuncia la muerte como se han anunciado otras muertes en serie en las sociologías de week-end . El mínimo de Estado va acompañado por un mínimo de socialidad. El sociólogo se ve obligado a recuperar saberes y lenguajes para reconstruir su dominio, se ve obligado a realizar incursiones fuera de su campo. La primera reconquista es antilibidinal: las derivas no son pulsionables. Según lo indican los diccio¬ narios de navegación, las derivas nos impiden ir a una de¬ terminada parte. Lo cual quiere ya decir que el transeúnte ocioso, el paseante callejero tienen recorridos, digresiones del texto urbano que se disciernen en los rostros y que funcionan según el modo de la reciprocidad inmediata, como dice Simmel, en un espacio-tráfico que se extiende entre lo trivial y lo raro. La segunda reconquista se realiza a expen25

data del siglo XIV; la segunda se refiere a las cualidades del hombre de la ciudad. Es este segundo sentido el que continuó usándose y el que designa la cortesía en !a que entra mucho de afabilidad natural y de usanzas mundanas. El dicciona¬ rio cita las palabras de Giraudoux que hablan del “respeto de los demás y de uno mismo que a justo título es lo que se lla¬ ma la urbanidad”. Es significativo el hecho de que el primer sentido del término, la urbanidad como gobierno de una ciu¬ dad, haya desaparecido. En todo caso, es seguro que la so¬ ciología urbana sólo comenzó a constituirse como discurso específico negándose a reducir la ciudad a las medidas polí¬ ticas urbanas. Por el contrario, le ha sido necesario postular la hipótesis de que las ciudades son sociedades antes que in¬ tervenciones del gobernante. En otras palabras, la urbani¬ dad designa más el trabajo de la sociedad urbana sobre sí misma que el resultado de un a legislación o de una adminis¬ tración, como si la irrupción de lo urbano en el discurso so¬ ciológico estuviera marcada por una resistencia a lo político. Lugar de alzamientos, de revueltas y de turbulencias o “es¬ tado de espíritu'1, “mentalidad” (Park, Simmel), la ciudad es anterior a lo político, ya está dada. Ei segundo sentido del término urbanidad (cortesía, afabilidad, usanzas munda¬ nas) es todavía más embarazoso para el sociólogo que el tér¬ mino sociabilidad del cual está próximo por su sentido. Bien se ve en efecto que esta urbanidad se elabora en otro escena¬ rio, el escenario de la corte o de los salones y que aun cuan¬ do ella se distinga por su cuenta mantiene los ojos vueltos hacia la corte como el lugar superior de los valores cultura¬ les (Habermas). Habría que decir entonces que una ciudad sólo adquiere toda su verdad en la medida en que gravita al¬ rededor de una sociedad relativamente inaccesible, una so¬ ciedad que retrocede en relación con el espacio de lo vulgar, una sociedad que está en la cima de la cascadas de los ejem¬ plos, como diría Tarde. La urbanidad sería pues la ciudad antes de la ciudad, por encima de la ciudad, la ciudad supe¬ rior y el paradigma de la ciudad. En cuanto a la afabilidad del habitante de la ciudad (cualidad que haría de él alguien a quien se pudiera hablar), puede hacer pasar al sociólogo por un cándido soñador. Las descripciones y los análisis del

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modo de vida ciudadano insisten por el contrario en la inca¬ pacidad del habitante de la ciudad para mostrar disposición a ser abordado. El habitante de la ciudad, dice Simmel, es de un natural aburrido y hastiado que se cierra a la interacción y se encuentra en un estado de in diferencia flotante. Lo cier¬ to es que la ciudad provoca una "intensificación de la vida nerviosa” que raya en la esquizofrenia. El hombre de la ciu¬ dad sólo puede pues salvaguardar su capacidad de encuen¬ tros recurriendo a cierto entabicamiento de la atención y de la mirada. Por eso vive la mayor parte del tiempo en “situa¬ ción de alarma” (Goffman) y sus comportamientos de reser¬ va se deben al hecho de que constantemente teme la invasión (el intruso, el importuno, el mal encuentro) o la identifica¬ ción (¿qué está haciendo él allí?). Tanto esas; que la disposición a mostrarse uno a 1 a mi¬ rada de los demás es enteramente particular en el medio ur¬ bano; esa disposición se aproxima a las características que se atribuyen tradicionalmente a la mundanidad. Entre las lisonjas de la corte (donde la identificación llega a su colmo en el nombre del rey) y el círculo que exige una abstracción de identidad, la mundanidad es desde la época clásica un régimen de doble identidad. La urbanidad y la mundanidad utilizan dos técnicas de comunicación, dos maneras de "do¬ minar las impresiones” (Goffman): arte de las apariencias (la cortesía como máscara de la indiferencia, la reserva co¬ mo prevención contra la dispersión) y la palabra de circuns¬ tancias (comportamientos que sólo tienen verdad en ciertas situaciones en las que “la ocurrencia” es la primera evalua¬ ción).

Entonces, ¿no son acaso las sociedades urbanas más que templos de simulacro, de falsas apariencias? Si ello fue¬ ra así habría efectivamente que admitir que la civilización urbana no existe y que todavía debe ser inventada; habría entonces que confiar esta tarea a un utopista una vez más o bien salir a la conquista de las ciudades como en una cruza¬ da y ver cómo los mártires luchan contra los comediantes. Pero ocurre que la micr osociología elaboró dos discursos que se proponen transcribir minuciosamente la riqueza de las ci¬ vilidades urbanas, no sólo su diversidad tornasolada, sino 29

también su positividad ética. Y también aquí volvemos a en¬ contrar a Simmel: “Dejemos de lamentamos de la superfi¬ cialidad de las relaciones sociales", su gravedad debe leerse precisamente en la superficie, en la menor de las interac¬ ciones. El primer discurso, el análisis dramatúrgico de la vida cotidiana, tiene por objeto el análisis de las apariencias y su función social. El habitante de la ciudad es, en efecto, un co¬ mediógrafo que inventa formas sociales, pequeñas interac¬ ciones, escenas que son otros tantos jirones de sociatidad perdida. Interpreta las relaciones sociales aveces con un mí¬ nimo de texto e improvisando con mayor o menor felicidad. Se muestra siempre vacilante, embarazado, pues ha perdi¬ do su partitura. Lo que importa entonces es establecer su convicción. El habitante de la ciudad es también un actor, pero un actor es mucho más que un intérprete. Es alguien que sabe o que ha llegado a saber desempeñarse en varios es¬ cenarios, que debe por ló tanto saber integrar las situaciones y definir cada una de ellas en su propiedad. Ese es el saber vivir del hombre de la ciudad y no ya solamente el saber del hombre mundano en el sentido estrecho del término: definir y redefinir una situación. Toda la obra de Goffinan y de los interaccionistas sobre el espacio público gira alrededor de esta doble exigencia o paradoja: ¿cómo combinar la integra¬ ción de las situaciones y la integridad individual? ¿Cómo se puede decir de una palabra de circunstancia que “respeta a los demás y a uno mismo”? Pero sólo se puede comprenderla gravedad ética de esta pregunta si se piensa al mismo tiem¬ po en el emigrante de W. Thomas, en el Campesino Polaco. En materia de arte de las apariencias, es el pionero cierta¬ mente el emigrante, experto en la redefinición de las situa¬ ciones. El segundo discurso, el microanálisis y la etnografía de la comunicación, se ocupa de las características de la pala¬ bra de circunstancias, de sus condiciones ecológicas, de los materiales de expresión que esa palabra utiliza en situacio¬ nes de interacción, de actuaciones comunicativas, de formas del espacio del diálogo: la ironía, la agudeza, la broma, o la pulla, el sentido de la réplica viva, es decir, todas las formas

discursivas que forman parte de una antropología pragmᬠtica en el sentido en que la entendía Kant, es decir, como des¬ cripción y análisis de un mundo de apariencias concertadas, en el cual reina un consenso sobre el engaño, en el cual todos son embaucados y en el cual en efecto yerran los que no son

embaucados.

Ante todo hay que reconciliarse con la actualidad, no con la historia sino con la simultaneidad de convicciones. Tal vez habrá que reconciliarse con lo asubjetivo que trasluce el momento y con lo puramente ondulatorio. (Véase el capítu¬ lo 2, ACTUALIDAD.) Reencontrar luego ese régimen de la socialidad en el espacio-tráfico que hace del ocioso paseante callejero el explorador de los contextos en lo que éstos tienen de más superficial. Deslizarse a la alteridad de un encuen¬ tro, ver en un rostro todo lo que en él se conjuga deobra maes¬ tra y de repetición, de rareza y de trivialidad, toda la riqueza reflexiva, la reciprocidad inmediata de la diada (véase capí¬ tulo 3, ROSTROS). No son ciertamente las formas más pobres de lo social aquellas a las que entonces llegamos, sino que por el contra¬ rio son las más elevadas; son las formas que están más acá de los contenidos puramente estéticos. Aprehensibles por percepciones y metáforas. Tres experiencias sustentan esta estética del espacio público y las tres son experiencias sobre lo precario de lo social; experiencia del emigrante, experien¬ cia de la conversación, experiencia de la copresencia y del tráfico. (Véase el capítulo 4, PRECARIEDAD.) La experiencia del emigrante se caracteriza por una obsesión: la pérdida del sentido del mundo. Sus testimonios tienen pues una importancia capital; desde el momento en que el emigrante comuncia esta experiencia, desde el mo¬ mento en que se sitúa (aunque no sea más que por la pa¬ labra) fuera de los muros del gueto, dicha experiencia le revela lo que no es cultural en una cultura, la naturaleza de los intervalos constitutivos de un mundo. Ese mundo es un mundo pragmático en el sentido en que lo entendía Kant: un mundo de apariencias concertadas en que la contextura es el egoísmo lógico, la paradoja. (Véase el capítulo 5, INTER¬ VALOS.)

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Desempeñar un papel en un espacio público no es con¬ firmar una condición o posición, sino que es intervenir en una situación y es necesariamente emplear expresiones ready-made que enmascaran la naturaleza problemática de todo empeño y compromiso. Los conjuntos de comporta¬ mientos así discernidos pertenecen a un régimen de comu¬ nicación que es a la vez banal y singular; es el régimen de los rumores deslocalizados y de los chismes y hablillas que delimitan un territorio como región de significación. La ve¬ locidad de circulación, característica de este régimen, está li¬ gada con el carácter incompleto de las enunciaciones. Esa velocidad sólo se comprende mediante un doble supuesto: el de la reciprocidad de las perspectivas y el del etcétera. (Véa¬ se el capítulo 6, RUTINAS.) El principio de reserva funciona en los tres campos de la experiencia de lo precario. Pero es la conversación lo que le da toda su fuerza ética (Simmel). La reserva mundana es la puesta en escena más trivial de lo social por cuanto es el objeto no de una proxémica sino de una diastémica, de un saber de la distancia. Su vivencia no es ligereza ni descono¬ cimiento, sino que es malestar y embarazo. (Véase el capítu¬

consistencia frágil, que la naturaleza de nuestras conviccio¬ nes no es diferentede la naturaleza denuestras resistencias; que ambas reposan en esa bifurcación antropológica entre creencia y deseo (Tarde) que nos preserva de todas las tira¬ nías. (Véase el capítulo 10, CONVICCIONES.)

lo 7, RESERVA.) El orden de las circunstancias impone a todo actor una fidelidad muy particular respecto de lo que le ocurre. Esta 2 idelidad le impone abandonar la lógica de la integridad in¬ dividua) (engaño- sinceridad) para adoptar la lógica del trai¬ dor. Defender el sí-mismo es siempre calmar a un necio (Goffman), es decir, salvar la situación al precio de un doble lenguaje. Saber comunicar es pues saber traducir. (Véase el capítulo 8, DOBLE LENGUAJE.) Se puede ver entonces cómo se organiza un mundo, una urdimbre de relaciones que es una red, con sus regiones de densidad variable, con sus nudos, con sus bifurcaciones de trayectorias. Un destino no es más que una negociación constante entre dos integridades la integridad de un repertorioy la integridad de una situación , entre doslógicas, la de las revelaciones y declaraciones y la de la movilización . (Véase el capítulo 9, REDES.) Hay que admitir pues que el espacio público tiene una

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y a medida que él se absorbía en esos nombres las regiones se reunían, en medio del ruido de las tazas y de la música de radio en sordina, formando un continente familiar de fines de otoño en la mayor ciudad y donde él ‘bebía café’ y ‘leía el diario’, como si estuviera instalado allí desde siempre... Fue allí donde Sorger vivió, más tranquilizado sobre el futuro, su segundo retorno al mundo occidental. El espacio en que se encontraba asumió súbitamente importancia”.1 Esta es sin duda una situación. En su singularidad sen¬ sible está pletórica de una calurosa confianza. El futuro es¬ tá allí, en una forma dramática, en la reconciliación de un espacio y de un momento vivido. Reconciliación con la visión, con la escena en lo que ésta pueda tener de fundadora y de corriente. Pero para el espectador de esta escena la invita¬ ción al relato es experimentada como una conminación. “¿Un relato? No, nunca más relatos".2 Este es el eco de aque¬ lla ruptura, anunciada por Maurice Blanchot en 1948, que da al testimonio de Handke su estilo de torpeza fingida, de ridículo en el narrador. La historia queda replegada sobre sí misma. En virtud de una especie de Unto retorno, los ciclos de larga duración pusieron al desnudo las estructuras de lo cotidiano y, en los archivos de nuestros discursos posmoder¬ nos, ya no encontramos más que relatos del día, protocolos de circunstancias, juegos de lenguaje envarados en su reflexividad.3 Eternidad del instante, sin duda, pero como rastro con un cambio de destino, como ruina mnésica. En la des¬ cripción de este episodio no hay nada que haga recordar, no se percibe el menor reflejo que evoque un reconocimiento. La luz de este “retomo al mundo occidental” es blanca como la luz de un relámpago. El flash del fotógrafo aplastó los relie¬ ves del pasado. Las líneas de fuga de la perspectiva desapa¬ recieron de la representación del tiempo. Las oposiciones de la forma y del fondo, de la materia y del recuerdo se desva-

2

Actualidad “En este mundo, el mundo de las grandes ciuda¬ des, y de las grandes masas colectivas, es indife¬ rente saber si esto tuvo lugar realmente y de qué fenómeno histórico nos creemos los actores y tes¬ tigos. Lo que llamamos realidad es una utopía. La historia tal cómo nos la representamos y tal como creemos vivirla, con su sucesión de acontecí mien* tos tranquilamente lineal, solo expresa nuestro deseo de atenemos a cosas sólidas, a acontecimentos indiscutibles que se desarrollan en un or¬ den simple al que el arte narrativo, la eterna lite¬ ratura de las nodrizas, presta valor en provecho de la atractiva ilusión. Ulrich ya no es capaz deex_ felicididad de la narración sobre peri mentar la cuyo modelo se constituyeron siglos de realidades históricas. Si vive, lo hace en un mundo de posibi¬ lidades y no ya de acontecimientos, mundo en el que no ocurre nada que se pueda contar." Maurice Blanchot, “Musil, la passion de Vín difference", en Le Livre á venir , Gallunard, Idées, págs. 204-205.

“Entró en un coffee-shop y leyó el diario . La literatu¬ ra moderna es afecta al tartamudeo de la palabra. A la clau¬ dicación de la escritura. A lo extraño “inquietante ... de la imagen. A la vacilación... en el trámite. Entró en un coffee shop y leyó el diario. Veíase allí un mapa meteorológico, las diferentes regiones del país llevaban sólo los nombres de Trío intenso', 'Caídas de nieve,’, ‘Templado’, 'Sol y brumas’ 34

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Peter Handke, Lent Retour, Gallimard, 1982, pág. 146. Maurice Blandió!, La Fo/iedut/our, Fata Morgana 1973; Emmanuel Lávinaa, “Exercices sur La Folie du Jour", en Sur Maurice Blanchot, Fata Morgana, 1975, págs, 55-79. 3 J. L. Lyotard, La Condition Post-Modern*, Minuit, 1979.

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necíeron discretamente a la luz del instante. Aquí sólo se su¬ perponen relatos del dial el diario, la meteorología y el día¬ lo del narrador. El sentido del relato, de la historia y de la narración se ha perdido, ¿Cómo contar esta pérdida? ¿Qué hace que el tiempo se convierta en algo “constante y activo”? ¿Que, por así decirlo, no exista?4 ¿Que ya no sea río o línea de flotación, punto de suspensión, de irresolución entre el pasado y el futuro? ¿Có¬ mo aceptar serenamente abandonar esta tensión extraordi¬ naria por la cual uno designa un tiempo vivido? En suma, ¿cómo se opera la ruptura de lq representación con la ópti¬ ca? ¿Ya no hay pues “punto de vista”? “El testigo ocular sólo tenía para designar esto las pa¬ labras ‘siglo’ y ‘tiempo de paz”\6 Eso es pues lo que se gana planteando la cuestión del punto de vista: la singularidad del momento, su cualidad sensible se vuelca en una abstraela cion secular- Esa era ya la obsesión de La Folie du Jowr, paz. Sorger se hace a su vez “testigo de su tiempo”, se con¬ vierte en periodista y trata de “descubrir lo que pasa”.6 Las palabras que salen entonces de su pluma tienen que ver con el comentario, con el sumario, con la función editorial. Le hacen reencontrar el énfasis didáctico. El relato del día se ve impulsado hacia lo alto por la “diosa tiempo , Las azucare¬ ras se convierten en custodias y ese espacio, en lugar de pa¬ recer extraño, se hace cada vez más familiar y termina por contener “todas las invenciones, todos los descubrimientos, los sonidos, las imágenes y las formas que a lo largo de los si¬ glos ayudan a hacer posible lo que es humano”, Bien pueden medirse los daños provocados por la ópti¬ ca y la historia. Lo cierto es que el principio según el cual se organiza la situación es un principio constante y activo que *

"Algún día contaré todo esto. El tiempo quedará completamente bo¬ rrado y el futuro florecerá de alguna manera del pasado, una nada, la caí¬ da de u na flor podría contenerlo. Mi teoría es la de que el acontecimiento en sí no existe, así como no existe el tierno. Pero no quiero insistir sobre esto . Virginia Woolf, Journal d’un écrivain, op.t ciL, pág. 177. ñ P. Handke, op. cií.M pág. 146. e Doris Lessing, Le Carnet d'Or Livre de Poche, págs., 76-77: La no¬ vela como vanguardia del periodismo y como función de la sociedad frag

i

4

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mentada,

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nada tiene de una categoría o de un continente. La situación, en su contextura visible, se contenta con contrastes, el en¬ cuadre importa menos que la “distancia entre ¡os persona¬ jes”.7 Restaurar la función-autor, formular la pregunta “¿desde dónde hablo?” significa volver a encontrar la abs¬ tracción del testigo en el lenguaje del articulo periodístico. O, mejor dicho, “no existe el lenguaje para expresar se¬ mejante momento en el que la luz se hace materia y el pre¬ sente se hace historia”. Por lo demás, el gesto del escritor permanece más acá del énfasis que él atribuye al testigo. El escritor se contenta con tomar notas “antes de que la si¬ tuación se disperse” por obra de un movimiento preventivo de reconquista: “Es un instante lo que funda la ley”, dice Handke, una reconciliación con la historia como “forma inaugural”, es decir, como plano de referencia y no como su¬ cesión, “Acabo de reparar en que yo formaba parte de la his¬ toria de las formas y que evolucionaba en ellas como las per¬ sonas que estaban en el interior del café y como aquellas que pasaban afuera por la calle”. Esas formas inmediatamente sensibles se manifiestan súbitamente henchidas de certe¬ zas, plenas de luz. Desde la historia como forma a la histo¬ ria de las formas, el instante perdió su cualidad “inaugural”, perdió la irrupción; se convierte en representante de lo hu¬ mano y cae en la complacencia: esa complacencia que nos ha¬ ce “vibrar al unísono de la pacífica historia humana”, esa complacencia que a cada instante nos tranquiliza acerca de la permanencia del mundo. Sin embargo, la forma dramáti¬ ca que se despliega en el coffee-shop no tiene a priori ningún contenido práctico y sólo por esteticismo por complacencia estética se puede hacer decir al testigo: “Por primera vez acabo de ver mi siglo a la luz del día, abierto a los otros siglos y he aceptado vivir hoy”. Hay que desconfiar pues de la pro¬ fusión de luces, de los accesos de fiebre que se toman por visiones del movimiento de la historia. Las sucesiones son lí¬ neas de fuga que implican cortes, fisuras, rupturas,8 lazos y



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Véase Wim Wenders, L’Etat des choses. Gilíes Deleuze y Claire P&met, Dialogues, Flammarion, 1978, págs,

61 *55.

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nudos. En suma, no hay ninguna razón para vivir hoy y ño¬ sotros no aceptamos nada. Simplemente somos los especta¬ dores y el público de una situación. Pero no refunfuñemos y dejemos por lo menos al ins¬ tante el beneficio de su luminosidad, de su materia lumino¬ sa, aunque dudemos de su representati vidad, es decir, de sus contornos. De todas maneras queda una alegría que no es la del reconocimiento; es la alegría de la invasión. “Me agradó ser uno de vuestros contemporáneos y un habitante de la tierra entre los habitantes de la tierra; y (allende toda esperanza), me sentí exaltado por el sentimiento, no de mi propia inmortalidad, sino de la inmortalidad humana. Creo en este instante y lo dejo consignado; también debe ser mi ley.' Me declaro responsable de mi futuro, deseo la razón eterna y ya no quiero estar solo nunca más. Que así sea. Des¬ de el espejo del coffee shop Sorger contemplaba a Sorger, va¬ cío, agotado, petrificado, como venido a su encuentro desde la profundidad de los siglos; aquel día se sintió conmovido por su propio rostro”. Dilución del testigo, narcisismo de las pequeñas situa¬ ciones. Estas son las dos características de la mirada que se echa a la actualidad. Pero dejemos de contar nuestras pér¬ didas. Tal vez hasta ganemos lo absoluto; la actulidad sería nuestra oración cotidiana. Evitando el énfasis, habría que preguntarse con Tarde cuál es la relación de la actualidad con la vacilación o con la intimidación. ¿Cuál es esa fuerza de la actualidad que nos desequilibra, que nos toma por tes¬ tigos, es decir como en un enfrentamiento cara a cara con lo indeterminado? Lo que ocurre es, dice Tarde, que la inti¬ midación corresponde a un momento de resolución adapta tiva, es decir, a un momento de invención. Trátase pues de un drama que no es un objeto de relato. El relato es una for¬ ma pobre. El relato de vida nada puede hacer con esos “tiem¬ pos de individualismo momentáneo, de disolución social mientras se aguarda una reorganización social”. El relato nada sabe de las bifurcaciones, de los conflic¬ tos de creencias y de deseos. Primera definición de la microsociología: es un discurso que partiendo del maravilloso espectáculo de lo diverso procura encontrar en la unidad de 38

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la situación, en el instante de surgimiento, la forma fluctuante de la comunicación social como coproducción o coadaptación simultánea de deseos y de creencias. La microsociología es, pues, una dramaturgia de lo social (unidad de tiempo, unidad de situación) que rompe con el relato para reencontrar el tiempo del diario. De las masas en movimien¬ to, la microsociología pasa a los públicos vacilantes. Tal vez así la sociología se unió a la novela de la década de 1950, según la apreciación de Doris Lessing; la sociología se convirtió en una vanguardia del periodismo. “Leemos pa¬ ra descubrir lo que pasa”. 9 No para anticipamos a los hechos, sino para captar las menores fluctuaciones. Lo mismo que la novela, la sociología se convirtió en una función de la socie¬ dad fragmentada. “Los seres humanos están muy divididos, cada vez más divididos y parcelados en sí mismos, a imagen del mundo... van tanteando ciegamente en busca de su pro¬ pia entidad y la novela reportaje constituye un medio de avanzar en esta dirección”. Y también a Doris Lessing le lle¬ ga el tumo de preguntarse “¿Por qué una historia?” Es evidente que nuestra sociedad ya no procede de una antropología newtoniana (el estructuralismo), y que se defi¬ ne cualitativamente por la heterogeneidad de los juegos de lenguaje y por determinismos locales. De ahí la fascinación que ejercen las disciplinas que indagan inestabilidades.10 Hay que comenzar por la lectura de un diario, porque el periodismo el primer medio profesional de Park es la prehistoria de la antropología urbana, el corazón de una so¬ ciología como ciencia de la comunicación social, el medio con el que soñaba Tarde para luchar contra el predominio del es¬ píritu de masas. Sustituto funcional del chisme de la aldea, el diario es el operador de esas formas secundarias de socialidad que proceden por simultaneidad de convicciones. Fascinación de Tarde por el periódico: reúne la fuerza de las creencias con la materialidad del acontecimiento. “Abro un diario que creo que es del día y leo con avidez cier-





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Doris Lessing, op. ciL, págs. 76-77. J. F. Lyotard, op, cit., Ilya Prigogine e Isabelle Slengers, La Nouvelie Alliance, op. cit. 1 £>

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tas noticias; luego me doy cuenta de que data de un mes atrás o del día anterior y entonces deja de interesarme. ¿A qué se debe este súbito disgusto? ¿Acaso perdieron los he¬ nos decimos chos narrados su interés intrínseco? No, pero an que somos los únicos en leerlos y eso basta, No es la proximidad de los hechos io que presta presti¬ gio a las noticias de actualidad, es la sensación que acompa¬ ña a todo lo que inspira un interés general, “La pasión por la actualidad aumenta pues con la sociabilidad, de la que ella no es más que una de sus manifestaciones más notables , pero este aumento no se realiza en la transparencia ni tam¬ poco es lineal. Un acontecimiento es como un a anécdota. In¬ soslayable como "cosa inédita” éste es el sentido original de la anécdota— es igualmente manipulate como un guijarro El acontecimiento nunca tiene sentido por si mismo, sino que funciona como articulación de una situación. Aire¬ dedor de estas articulaciones pueden girar las tensiones sig¬ nificativas y reorientarse cada vez. Lo cual da a las noticias de actualidad (al modo de organización de los acontecimien¬ tos en un saber) una forma que puede parecer pobre, L&s noticias de actualidad siempre piden un modo de lectura devorador”, superficial, de oídas, que es también el modo del rumor. Es un modo de conocimiento por relación (acquain¬ tance with) y no por apropiación o imitación (knowledge



about)}2

Park relaciona esta forma de conocimiento con el tac¬ to y con el sentido común, es decir, con un saber de las cir¬ cunstanciase también con una adaptación. “Si la adaptación de un individuo a su territorio ha de considerarse como un saber, éste deriva sin duda de lo que llamamos tacto o sen¬ tido común,” El diario es pues la primera forma, el primer grado del conocimiento antropológico. Es a la vez aquel lo que se encuentra más fácilmente naturalizado en nuestra me¬ moria y aquello que se transmite también más fácilmente. G. Tarde, L’Qpinion et la Foulet Alean, 1901 , pág. 4. 12 R. Park, “News as a for m of k no wledgeÿAJ S 45, marzo de l 940, págs. 669-86. Reproducido en On Social Control and Collective Behavior, Univer¬ sity of Chicago Press, 1967, págs. 33-52.

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I ¿i) s elementos de conocimiento que lo constituyen son sínteMS de la intuición, síntesis cautivas de un contexto y por lo Cinto no son manipulables a voluntad. Esas síntesis deben rendir cuentas a las circunstancias en las que fueron dedu¬ cidas,

El periodista, dice Park, es alguien que permanece afe¬ rrado a la “especiosidad del presente”. Se atiene a la ocu¬ rrencia que en cierto modo es su tacto profesional. Desde el momento en que quiere comparar o clasificar situaciones, sus instrumentos deben ser en cambio los de la historia na¬ tural, es decir, los de la historia de las formas instituciona! izadas de las prácticas sociales, esto es, los instrumentos de la, sociología. La complicidad del periodista y del sociólogo se tunda pues en una doble superación de la historia, que va más acá de la historia o más allá de ella, La sociología de las costumbres y de las civilidades, la sociología como discurso sobre el vínculo social comenzó ligada a un objeto histórico que es contemporáneo del naci¬ miento del periodismo en el siglo xvni: el público. El espíri¬ tu publico, la atención de un público son, dice Park, cosas fluctantes, inestables, que se distraen fácilmente”.13 El pú¬ blico es la forma atípica de los objetos de la sociología como nber de lasinestabildiades o de ¡as regularidades en forma¬ ción. El público se alimenta con series discontinuas de aconI cimientos más que con el encadenamiento de fenómenos. Se nutre de secuencias informativas de las que adquiere co¬ nocimiento de manera más o menos directa y que puede I ransmitir sin analizarlas o sin apropiarse de ellas. Se lla¬ mará conversación o espacio conversacional a un espacio social en el que se constituye un público por coalescencia de secuencias informativas. Una conversación es pues un jue¬ go de lenguaje particular que interesa al periodista y al sociólogo, por más que éstos no se propongan atenerse al análisis de las entidades organizadas ni a la descripción de gt ii pos ya constituidos. El periodista que tiende a cobrar un saber sobre la formación de la opinión pública y el sociólogo que trata de constituir una “ciencia de las conversaciones (

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R. Park, op. cU.t pág, 14,

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comparadas”14 deben pues permanecer más acá de la línea de los consensos y de las concertad on es. De manera que en modo alguno debe asombrarnos comprobar que haya una connivencia entre una sociología del surgimiento y el diario concebido como el territorio de lo imprevisible,16 entre una sociología de lo trivial y el escarba¬ ). dor de lodo, de ruindades ( muckr Un acontecimiento no es un signo ni tampoco es un enunciado. Carece de la reflexividad crítica y de la preten¬ sión universalizante. En cambio, va acompañado por cierta ingenuidad o credulidad que hacen juego con su cautividad en una región de significaciones, en un universo particular de discursos. El acontecimiento se contenta con las resonan¬ cias de un vocabulario específico apropiado a un conjunto de situaciones dadas. Por su sola inercia, sin promoción ni co¬ mentario, el acontecimiento se sitúa en una línea discursi¬ va que va del rumor a la leyenda. Para que se transforme en hecho histórico necesita un operador trascendental, una re¬ ferencia a sus condiciones de posibilidad. El acontecimiento se convierte entonces en un conjunto de rastros que “se reú¬ nen en un punto preciso de la duración y de la extensión, en una gavilla de informaciones sobre las maneras de pensar y de obrar en la sociedad de la época”. Pero desde el momen¬ to en que el historiador se interroga sobre la manera en que “la percepción del hecho vivido se propaga en ondas sucesi¬ vas que poco a poco y en el despliegue del espacio y del tiem¬ po pierden su amplitud y se deforman”, entonces ante “la in¬ sidiosa penetración de lo maravilloso y de lo legendario", el historiador se hace periodista.16 La física social del periodista es ciertamente la de Tar¬ de, una física ondulatoria que conviene a las sociedades mo¬ dernas en las que la sugestión se ha liberado de la proximi¬ dad. Recordemos aquella primera técnica freudiana de la

presión del dedo sobre la frente y comparémosla con esta descripción de la formación de las opiniones en Tarde. 1odo

el mundo está sentado, “cada uno en su casa leyendo el mismo diario y disperso en un vasto territorio". ¿Cuál es el vinculo social entre esos hombres? “Ese vínculo es, con la si¬ multaneidad de la convicción o pasión de esos hombres, la conciencia que posee cada uno de ellos de que esta idea o es¬ ta voluntad está compartida en el mismo momento por un gran número de hombres. Hasta que cada uno lo sepa, aun sin ver a esos hombres, para verse influido por ellos masiva¬ mente y no sólo por el periodista, inspirador común, que es él mismo invisible y desconocido y, por consiguiente, tanto más fascinador”.17 En resumen, la lógica del diario consiste en un ir y ve¬ nir constante entre la dispersión de la atención que es favo¬ rable a los rumores y a todas las formas de conocimiento indirecto y superficial (chismes que corren, moneditas de sentido) y su concentración en lo que provoca escándalo o le¬ yenda (embotellamiento de vehículos o sobredetermina¬ ción}. El lenguaje de las noticias de actualidad se organiza como una bolsa de valores. Desde el momento en que la cir¬ culación se hace imposible, desde el momento en que los juegos de lenguaje se hacen impenetrables entre sí y se transforman en gramáticas, el público a su vez se convierte en masas o en sectas.18 Desde el momento en que un públi¬ co cede a la tentación de la integración, su periódico se trans¬ forma en órgano y el relato del día cede el lugar al mañana que canta, i -a lucha por la existencia en la historia natural de la prensa, dice Park, es la lucha por la circulación.19

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G. Tarde, op. cit. Lo que hace el acontecimiento dentro de los límites del día rio es el he¬ cho de lo que se ha esperado nacimientos, muertes, casamientos, noticias meteorológicas sin que por ello sea previsible» 16 G. Duby, Le Dimanche de Bouvines, Gallimard 1973, págs. 13-14. 1



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G. Tarde, op. ciL, pág. 3.

R. Park, 'Morale and the News", AJS 47. noviembre de 1941, págs. 360-77 y op. dt.t págs. 249*267. 1 9 "The Natural History of the Newspaper", AJ S 29, noviembre de 1 9¿S, págs. 273-89 y op. cit.t págs. 97-113. 18

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Rostros Un espacio publico, un público, una opinión pública son cosas naturalmente fluctuantes. La tesis de Robert Park, The Crowd and The Public, expuesta en 1904 no enuncia na da nuevo desde este punto de vista. Sin embargo la tesis no se contenta con comparar las variaciones de un público con las variaciones de un juicio, con los caprichos de la opinión, sino que procura explorar el carácter específico de un len¬ guaje propio de los públicos* Se trata de un lenguaje de refe¬ rencias, del lenguaje de las interacciones y de lascircunstan¬ cias, Su inconsecuencia le es esencial puesto que no tiene una función de expresión o de representación. Lo decisivo en la economía de este lenguaje es la primacía de la circulación, el hecho de que un rumor pueda circulan1 El lenguaje de la esfera pública se articula pues alrededor de dos función es co¬ municativas aparentemente contradictorias: por una parte, una función localizante que lo relaciona con la “especiosidad del presente”, por otra parte, una función de deslocalización que hace del espacio público un espacio relativamente acce¬ sible. Es esta doble articulación lo que distingue a un públi¬ co de un medio: un espacio público no es, como un medio, solamente un espacio de chismes y cotilleo, es un espacio de rumores, es decir, deformas desterritorializadasdel chisme. Hacer del diario un substituto del chisme de vecindad, como quiere Park, significa pues considerar sólo un aspecto de su función de comunicación y analizar la gran ciudad con las 1

Jules Gritti, Elle court elle court la rumeurt Stanké, 1997 e Yves Ftouquette, La Rumeur, P.U.F. f

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Ii-ntes de la sociedad de interconocimiento. Es éste uno délos principales problemas de la ecología urbana que osciló cons¬ tantemente entre una atención puesta en las relaciones es¬ pecíficas de una identidad y de un territorio (guetos, áreas naturales) y un interés concentrado en todos los fenómenos deslocalizantes de las sociedades urbanas. Por un lado, la metáfora del mosaico; por el otro, la metáfora de la bolsa, la

metáfora bursátil.2 Un espacio público es todo lo contrario de un medio o de una articulación de medios. Sólo existe como tal si logra trastornar la relación de equivalencia entre una identidad colectiva (social o cultural) y un territorio. Una gran ciudad sólo es un laboratorio de la soci alidad si hace del organismo urbano algo muy particular, algo hecho de lugares llenos de huecos, como una esponja que capta y rechaza fluidos y que modifica constantemente los límites de sus cavidades. De manera que un espacio público no puede definirse por su centralidad —por el contrario, puede caracterizarse por su excentricidad—, sino que sólo puede definirse por su fiinción de suprimir enclaves. De suerte que la abstracción de las identidades sociales que el espacio público requiere de aque¬ llos que participan de él afecta no sólo a los actores indivi¬ duales3 sino asimismo a las identidades colectivas. O, para decirlo en otras palabras, un espacio público no es un plano de organización de entidades en un medio, sino que es un piano de consistencia en el que las identidades son proble¬ máticas y las situaciones constantemente redefinibles. En mi espacio público, las identidades colectivas o individuales pueden suponerse siempre deslocalizadas o excedentes: "uno de más, solamente uno de más*.4 Ni siquiera es una estructura simbólica, no tiene necesidad de un comparti¬ miento vacío —es por el contrario el espacio del murmullo inagotable y del lenguaje sin silencio , pero de un hombre de más, excedente. Se sabe que la primera experiencia públi-



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Véase UEcole de Chicagoÿ op ctí./Présentatíon. J, Habermas, L’Espace Public, Archéologie de la PublicUéc L Joseph, et Sociétés, julio- diciembre de 1981. “Vio Publique” en 4 M. Blanchot, Le Dernier Homme , op. cü.t pág. 18.

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ca, la experiencia privada del público, es la intrusion. Pero no hay espacio público mientras el intruso no se haya desva¬ necido en el escenario, mientras ese intruso no se haya he¬ cho olvidar. El extranjero es un analizador estructural del espacio pübl ico, precisamente porque es la figura de esa pre¬ sencia-ausencia, la figura de una identidad fronteriza que no tiene ninguna necesidad de un iugar puesto que no perte¬ nece al plano de organización. El espacio público no atribu¬ ye ningún lugar; si es apropiable o apropiado, sólo puede ser¬ lo parcialmente, pues está ya desnaturalizado, se convierte en sitio, en reducto, en expresión simbólica de una relación con el espacio privatizado o territorio privatizado.s La úni¬ ca cualidad que las prácticas del espacio público estiman como pertinente es su carácter accesible. Este califica usanzas y sufre efectos de discriminación pero no puede reducirse a normas hasta el punto de hacerse exclusivo y transformar¬ se en apropiación.6 Un espacio público es, pues, un espacio en el que el in¬ truso es aceptado, por más que éste no haya encontrado todavía su lugar y por más que no “haya abandonado su li¬ bertad de ir y de venir” (Simmel). Definir una situación como pública es por lo tanto asignar el derecho de ser desaten¬ dido y asignárselo a todos. Un publico es algo que Goffman llama una estructura de distracción.7 Goffman toma de Bateson este concepto que define el régimen de significación de un juego y que puede generalizarse en todas las actividades que suponen un marco (fra¬ me). Todo acontecimiento susceptible de producirse dentro de ese marco, todo encuentro, debe pues comprenderse parVéase Sherri Cavan sobre los bares de bamo como “Home Territory Bars” en Liquor License, Al dine, 1970. 6 Sobre el carácter accesible de loa papeles sociales y las discriminación nes del papel, véase U. Harinera, op. ciLt capítulo 4. 7 ‘‘No me exigía ninguna atención y menos que un pensamiento. Era ese menos lo que resultaba lo más fuerte. Le debía yo u na distracción ilimi¬ tada y menos aún lo contrario de una espera, el revés de una fe que no era la duda: la ignorancia y la negligencia.” M. Blanchot, Le Dernier //om/ne, pág, 22. Véase también E. Goffman sobre ía expresión indirecta; “Evitaba cuidadosamente buscar la mirada de la gente”. M.S.V.Q., tomo 1, pág. 14. 5

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tiendo del funcionamiento de la membrana que asegura su composición interna. En una situación lúdica, la función seIretiva de esa membrana es particular; esa membrana impoque sólo se introduzca dentro del maro o en la situación la parte de estrategia que corresponde a la apuesta o a laani je i pación pragmática. Si lo que está en juego es demasiado grande, la partida es difícil; si no lo es lo suficiente, la parl ida no se entabla. Además, las anticipaciones de los actores no son puramente racionales puesto que toda membrana de* 8 ja pasar ruidos, parásitos, apuestas accesorias (side-bets). I lesde este punto de vista se impone decir que un rostro no es la epifanía que describen las fenomenologías de la alteridad. Es un elemento esencial de una estructura de distrae¬ rán, El actor típico de la escena goffmaniana “está en el limite de sí mismo”, está en su límite. No quiere esto decir que supere o que trascienda su contingencia; quiere decir que ese actor es siempre interpelado en el umbral de suideni idad y que la manera en que él proyecta situarse dejará en suspenso mil situaciones concretas, luminosas y mudas, en las que sólo sera un rostro que únicamente tiene que ver con rostros. ¿Anonimato de la gran ciudad? De ninguna manera. En primer lugar, entre personas que no se hablan o que no están “juntas”, hay interacciones muy significativas. “La idea de que cada uno está solo en medio de la muchedumbre, como átomo anónimo, es una verdad literaria, pero no es la verdad de las escenas de las calles reales. Tal vez el indivi¬ duo sea solitario, pero también está provisto de galas dis¬ puestas como las de un sordomudo en una recepción.”3 ¿Se i rata de una pérdida de sí mismo? Tampoco es eso. Por una parte, la nivelación de las sociedades urbanas va acompaña¬ da por una creciente individuación, por una tendencia a la excentricidad;10 y, por otra parte, el hecho de vivir en el lúni H

Howard Becker, “Notes on the conce pt of commitment”, AJS, vol. 66,

alio de 1960, pógs. 32ÿ0. E, Goffman, La mise en scénc de la vie quotidienne, Lomo 2, págs,

36*137. 10

Véase L'Ecole de Chi cago. Presentación de Y, Yves Grafmeyer, Isaac frtm'ph y Louis Wirth, Le phénoméne urhain com me mode de vie.

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de sí mismo es comparable a íos fenómenos de polaiy zación de las membranas tales como los observan los bió¬ logos. ii Una vez más volvemos a encontrar aquí a Siminel: hay que dejar de lamentarse de la superficialidad de las relacio¬ nes sociales.12 La gran ciudad no es el escenario de una pér¬ dida irremediable del sentido. Es un medio en el que las identidades se dejan leer en la superficie, en el que “lo más profundo es la piel*.13 La superficie como lugar del sentido es precisamente Ja experiencia antropológica de! paseante que vaga por la ciudad. Virginia Woolf y Georg Simmel definen al transeúnte que vaga por la atrofia del sentido de la orien¬ tación y por la hipertrofia del ojo. Ese paseante que vaga por la ciudad pertenece a la literatura radiada más que a la lite¬ ratura lineal, esa literatura que es capaz de definir al mis¬ mo tiempo ?os deslumbramientos del aire exterior y las on¬ das que se producen en los rincones sombríos y olvidados”.1"1 Liberado del espacio y del tiempo lineales, ese paseante pue¬ de, como Orlando, atravesar tres siglos, desembarazarse de la alternativa estúpida entre la brevedad y la duración y dejarse llevar tan pronto por la una, Radiosa de patas de ele¬ fante”, Jtan pronto por la otra,” la diosa de las alas efímerasn.15 Ese transeúnte puede pues al mismo tiempo deslizar¬ se por las superficies de siglos y dejarse captar por un rostro Le

''Lft polaridad característica de la vida" dice G, Si mondo Q, **estáenel nivel de la membrana; lo cierto os queen ese lugar ta vida existe de mane¬ ra esencial, como un aspecto de una topología dinámica que mantienen ella misma la metaestabilidad por la cual aquélla existe. Todo el contenido del espacio exterior, en los limites de lo vivo. En electo, no hay distancia en to¬ pología; toda 3a masa deía materia viva que está en el espacio i oterior so en¬ cuentra activamente presento en el mundo exterior, en el límite de lo vivo 11

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El hecho de formar parte del medio de interioridad no significa solamente

estar dentro sino que significa también estar del lado interior del limíte * En el nivel do la membrana polarizada se enfrentan el pasado interior y el futura exterior * G. Sirnondon. op. cit, págs. 260-264. 12 Véase “L/éthiquc du tact* en (JRBI np 1.11 octubre de 1 980. * 13 Sens, pdg. 126. du G. Deleuze, Logique 1 A Citado por Qucntí n Bell, con referencia a Mrs , Dalloway, en Virginia tomo 2, Stock, pág. 171. Woolf 1 Virginia Woolf Orlando, Stock, tomo 2t págs. 69-70. R

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y un momento, es decir, por figuras, membranas del tiempo y del espacio urbanos, del tiempo y del espacio de las interact ciones. Los signos que lee el que callejea no son síntomas, apéndices o sedimentaciones de sentido. Ese transeúnte no es un hombre cultivado; tiene una “percepción elemental de ostra, un ojo enorme” 16 Es sensible a las opalescencias subítas de relaciones sociales, a las cristalizaciones de flujos comunicativos. Está más acá de la experiencia deí diálogo cara a cara. Su vivencia es un perpetuo juego que despacha y despídelo secreto y lo manifiesto. Las superficies no son su¬ perficies de revelación o de significación, son superficies de secreción.17 Por eso este ocioso vagabundo es incapaz de an¬ tropometría o de naturalismo. No es buen fisonomista y, por sí mismo, no hará entrar ninguna figura nueva en el museo tipológico. La etnografía de la ciudad a la que podría entre¬ garse no sobrepasaría la película de ?os trazos de la ciudad, de sus graffiti* Poco importa la unidad de tiempo. En la du¬ ración o en la brevedad, el paseante callejero es hi person so-

ri alista, De ahí su frecuente sensación de embotamiento, de saciedad dulzona y sosa, de ahí su sonambulismo. De algu* na manera es éste el precio que paga por su contrato con la calle. Sólo toma posesión de ella por la mirada, Sólo tiene el derecho de la mirada. Ni siquiera dispone de su tiempo, “El ojo no es un minero, un buzo, un buscador de tesoros sepul¬ tados. Nos lleva suavemente a favor de la corriente; el espí¬ ritu es perezoso y se adormece, pero tal vez lo observe todo durmiendo”. El ojo mariposa que busca el eolor y se arrella¬ na al sol, “y es absolutamente necesario permanecer allí pa¬ ra no excavar demasiado profundamente sin el acuerdo de la mirada”.18 El vagabundo urbano, dice Virginia Woolf, es una obra maestra de la naturaleza distraída. “La naturaleza pensaba en otra cosa, volvía la cabeza, miraba por encima del hom¬ bro”. Por eso no basta con decir que ese vagabundo tiene u na

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Virginia Woolf hpsarddes rues. Une aventure londonieaneÿen ' La Morí de la Phaléne, Scuíl, 1 968, págs. 1 27-1401 17 Francois DagognetT Faces, Surfaces, Interfaces, Vrin, 1 982, pág. i 72 Virginia Woolf op. cit.t pág. 129.

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Vrin, 1964» traducción de M. Foucault, págs. 11-13. 23 E. Kant, op„ cU.t párrafo 14, pág. 35. 22

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ganar a nadie, sino que además se permite dar una lección al filántropo: esa sinceridad le enseña el valor de los inter¬ valos y pone coto a las complacencias de la fraternidad. Ate¬ nerse a su imagen es, pues, postular que en la esfera de las civilidades no hay ventajas adquiridas, que siempre es necesaria una declaración más, una reafirmación constante de presencia en el público y en la situación.24 De manera que el principio de la apariencia concertada tiene una doble fun¬ ción pragmática: se opone a la repugnancia por la existencia y es el “papel moneda de la virtud”. 3) Por fin, el principio de la habilidad, Que quiere que utilicemos a los hombres para nuestros propios fines, debe distinguirse de la manipulación. Esta consiste en una sim¬ ple disposición tpcnica y corresponde a un pensamiento del dominio. Dominio de sí mismo, dominio de las impresiones. En la obra de Goffman habremos de volver a considerar este concepto. Pero es claro que si el actor social de la dramatur¬ gia gofímaniana pasa la mayor parte de su tiempo dominan¬ do las impresiones que provoca, esto significa que también se preocupa por salvar las apariencias en el otro. En suma, la habilidad pragmática es su principio de negociación; no es ni una regla de transacción, ni un cálculo estratégico. Y si las apariencias del universo pragmático están concertadas ello significa que son siempre problemáticas, que postulan y con¬ firman la función de los intervalos en la producción y la cir¬ culación de un sentido a través del espacio público. Porque un espacio público nunca es por sí mismo una buena forma (una fiesta, un universo orgiástico, un convite), se supone que los actores deben movilizar toda su habilidad pragmᬠtica, es decir, “poner las formas”.

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6 Rutinas Tin texto teatral, aun cuando se lo confíe a acto¬ res inexpertos, puede asumir vida porque la vida misma es algo que se desenvuelve de manera tea¬ tral.,* La socialización puede no implicar un aprendizaje minucioso de los numerosos detalles propios de un papel preciso. Rara vez se tendría el tiempoy la energía suficientes para eso. Lo que parece que debe exigirse del actor es que éste aprenda suficientes fragmentos del papel para ser capaz de Improvisar*y salir más o menos bien del paso, cualquiera que sea el papel que le toque. Las representaciones normales de la vidacotidiana no están Interpretadas* ni son 'puestas en escena’ en el sentido en que el actor conozca de antemano exactamente lo que ha de hacer y lo hi¬ ciera únicamente a causa del efecto que pueda producir. Aquellas de sus expresiones que se con¬ sideran indirectas son las que particularmente se le 'escapan’.* E. Goflínan. M.S.V.Q, Tomo I, págs. 73-74.

Alfabeto de la socialidad, cantinelas y primeras impro¬

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24

Véase “Notes sur la Conversation”, URBI n*II, 1979 y “Priyé-Publíc” en Espades et Sociéíés, julio- diciembre de 1981.

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visaciones: rutinas. Primeras particiones, primeros seg¬ mentos identificados: anécdotas. Un público es coextensivo con un universo de rumores. Nada es más característico de un público que los rumo¬ res que circulan en él. Sin embargo, no sabemos ver la par¬ te de invención y de adaptación que se trasluce en un rumor. La psicología social fijó el análisis de los rumores en preocu93

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paciones correctivas y reguladoras. Comenzó por establecer

una clínica de los rumores destinada a diagnosticar la circu¬ lación de informaciones no controladas. Así, en la formación de los rumores, aisló procesos de reducción, de acentuación y de asimilación que dicha psicología definió de manera negativa (con referencia a un discurso de verdad) como distor¬ siones. Ahora bien, esas transformaciones no se refieren tanto a los enunciados, a los mensajes previamente forma¬ dos, como a actos de discurso que tienden a una elaboración pragmática, conjunta, de significaciones. No se trata de de¬ formaciones de una comunicación exacta y sujeta a normas; son procesos que contribuyen o bien a acrecentar la credib: lidad de lo que se transmite son modalidades de enun¬ ciación en un espacio de creencia , o bien a aumentar la inteligibilidad de un suceso en circunstancias nuevas en las que el saber legítimo falta. De ahíla característica formal de todos los rumores que sólo pueden definir o redefinir una si¬ tuación por la buena forma de aquello que transmiten. La acentuación de este o de aquel detalle, el hecho de que en su¬ cesivas repeticiones el mensaje se haga cada vez más conci¬ so son principios pragmáticos de circulación de un mensaje que hacen que éste pueda transmitirse o reproducirse sin es¬ fuerzo de memoria, como si cada vez estuviera actualizado en función del interlocutor al cual se dirige. De manera que el rumor se entrega a un trabajo de adaptación significativa siempre para definir o redefinir una situación problemática con la esperanza de llegar a un consenso.1 En cuanto a la función normativa que el rumor compar¬ te tradicionalmente con el chisme mantenimiento de una frontera de grupo y refuerzo de la conformidad dentro del grupo, según Gluckman , es menester también matizarla. En lo tocante al chisme, Ulf Hannerz mostró que la informa¬ ción que el chisme suministra sobre la identidad de un ter¬ cero sólo se refiere a los aspectos contradictorios de esa enti¬ dad, al desfasaje que hay entre las apariencias y la realidad.

——





Sobre la crítica de las tesis clásicas de Allport y Postman, yéase Tamotsu Shibutani, Improuised News, A Sociological Study of Rumor, Bobbs and Mcrilh 1966, e Yves Rouquette, Les Rumeurs, PXT.F., 1975.

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Desde este punto de vista, el chisme tiene una función deflacionista que tiende a relativizar la normalidad de las apariencias y el carácter fijo de una entidad tal como ésta se presenta en público. (Siempre se trata de esa idea de que los rumores y hablillas tienen que ver con un desequilibrio en¬ tre la oferta y la demanda del sentido.) De ahí la necesidad de tomar seriamente el dilema ritual del que chismea, que vacila entre decir y no decir (“Yo no debería decírselo...”). Los elementos de información que el chismoso da pueden de¬ bilitar la representación de un espacio público constituido ya de manera precaria, siendo así que dichos elementos tie¬ nen como función confirmar una pertenencia común a ese espacio. El chismoso devalúa lo que circula entre unidades vehiculares al querer sobrevaluar las unidades de participa¬ ción; rebaja el grado de convicción compartido en un espacio público al invocar un principio de autenticidad que le es aje¬ no. Lo que ocurre es que, en realidad, las normas que refuer¬ zan el chisme son menos normas de comportamiento que normas de comunicación. Un chisme es un ritual de comu¬ nión phatica, una reminiscencia. El lugar del tercero es me¬ nos importante que el de aquel que cuenta una anécdota y de esta manera trata de mantener relaciones latentes. En este sentido, un chisme es una apertura o una reactivación más que una clausura del espacio público. Y aquéllas sólo pueden llevarse a cabo sobré la base de un mínimo de lo que entra en juego, de una apuesta nueva. ¿Qué quiere decir, en efecto, hablar si no es improvisar?® Un público es en primer lugar un campo en el que circulan informaciones. Eso es lo que hace que las personas hablen unas con las otras. Y es también todo un conjunto de actos de palabra más o menos organizados: anécdotas, pulias,3 bromas, historias que se cuentan, intrigas (Human Interest Stories). 4 La microsociología imagina el espacio de cir2

Ulf Hannerz, ‘‘Gossip, Networks and Culture in a Black American Ghetto* Ethnos, 1967, nfl 32, págs. 35-60, y Joe Bousquet, Le Médisant par bonté, Gallimard, TeL, 1980, 3 W. Labov, Le Parler ordinaire, Minuit, págs 232-273. 4 Helen Me Gill Hughes, Human Interest Stories, Chicago University Press, 1040.

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culación de esos actos de palabra como una inmensa conver¬ sación, constantemente atravesada por interferencias. Lo que en ese espacio circula mejor es siempre algo reiterado y sin consecuencias. El espacio-diario de la aldea era el chis¬ me, dice Park; el espacio-diario de la gran ciudad es el rumor, que consiste en un chisme deslocalizado y que perdió su cen¬ tro y su blanco. Polifonía del concurso de bromas en Labov, serie indefinida de los “Me acuerdo de.. ” que marcan los pri¬ meros reencuentros, recreaciones indefinidamente prolon¬ gadas en la charla. Poco importa que ese espacio sea en realidad heterogéneo o esté cercado o segregado. Todo ocu¬ rre como si estuviera fundado en un mínimo de saber com¬ partido, en un contenido de socialidad abstracto, Para ser eficaces, esos actos de palabra deben tener una contextura particular y, al mismo tiempo, funcionar co¬ mo sondas que exploren o confirmen los límites dentro de los cuales ese saber es compartido. Su contextura es la de las co¬ plas rimadas, la de as historias bien hilvanadas, la de las in¬ trigas bien urdidas. Esto es lo que hace que una anécdota (o un chiste) pueda circular rápidamente sin ser interpretada, rehusando toda interpretación, Pero, por lo demás, una anécdota extrae su sentido de la oposición entre dos grandes sistemas de valores: el del espacio del lenguaje en el que la anécdota es producida y el del afuera (“Ellos”), Lo cierto es que la anécdota, lo mismo que la broma, funciona como una celebración de reciprocidad que ahorra todo un trabajo de consideración previa y de posterior pre¬ sentación del sentido. Las dos sitúan el intercambio verbal en el intervalo entre un no decir y un demasiado decir. En su¬ ma, postulan que entre quienes hablan no es necesario de¬ cirlo todo. La anécdota constituye, dentro de un espacio social indiferenciado, un dominio particular que se definirá partiendo del uso que se haga del principio del etcétera. Ha¬ bí ar uno en su propio universo de discurso, intercambiar palabras en uno de los medios a que uno pertenece significa tener la posibilidad de no determinar sus frases. Esta es una característica directamente vinculada con el postulado de la reciprocidad de las perspectivas, que los etnometodólogos definen como el esencial carácter inconcluso de un acto de 96

lenguaje. La cláusula del etcétera es en cierto modo un posi ulado del pensamiento empírico en una situación, postula¬ do que enuncia que las cosas dichas “son comprendidas a ¡ icsar de su ambigüedad y su imprecisión y nos permiten tra¬ il i r tos casos particulares como suficientemente pertinentes y significativos para poder identificar los elementos de la inscripción como apropiados”. Este postulado es implícito en el uso corriente (en el caso de quien habla) de elementos í irticulares de la lengua (términos relativos al léxico, frases y expresiones idiomáticas, sobreentendidos) y de elementos paralingüísticos que tienen por función ordenar el curso de la conversación y su significación.6 La cláusula del etcétera ‘normaliza las contingencias de la situación”; es una regu¬ laridad sugerida en la singularidad misma del discurso. Contingencia normalizada, regularidad sugerida, todo ocui re como si el paso a lo universal estuviera contenido por una f 1 1 nción pragmática que rechaza todo aquello que no atañe a 1 J i situación en su singularidad. De manera que es lo ocasio¬ nal !o que se convierte en lo concreto “que hay que pensar” y que las series causales sociales, culturales o psicológi¬ cas se convierten en contingencias de ia situación, en su reserva de sentido. Como la agudeza chistosa, la anécdota pone en corto circuito los comentarios. Es un rasgo cuya cualidad esencial equivale al espíritu de la situación. La anécdota designa un estado cualitativo del saber compartido o de las convicciones compartidas que no tiene necesidad de ser desarrollado o ex¬ presado explícitamente ni debe serlo. La anécdota está allí por un estado de las cosas y del mundo. Estado de las cosas, estado de los lugares.,, En el espa¬ cio público así concebido, la circulación de las anécdotas obedece a una especie de reciprocidad diferida de las pers¬ pectivas. Lo cierto es que todo análisis del proceso de comu¬ nicación pone de manifiesto su intrínseco carácter inconclu¬ so: carácter inconcluso significativo por el que se traslucen la ironía virtual de las enunciaciones y la información in¬ completa que remite al principio del etcétera. Esta doble



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A. Cicourel, La sociología cognitive. P.U.F., 1980, pága. 67-68.

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condición inconclusa tiene dos consecuencias: poruña parte, un contexto nunca tiene más que una autonomía significa tiva relativa; no existe una situación social total en el sentí do en que Mauss hablaba de fenómeno social total; y, por otra parte, los segmentos informativos que se entrecruzan en un contexto se sitúan en líneas que se prolongan más acá y más allá de la situación. El postulado del etcétera es más que un recurso discursivo tendiente a lograr una regulación económica de los intercambios. Es una rutina, es decir, una aptitud presupuesta en todo locutor, aptitud para "tratar un término del léxico, una categoría, una expresión como indi¬ cación de una mayor red de significaciones. . .”e Se considera, pues, que todo locutor tiene una aptitud para “abrir el cam¬ po” y para volver a cerrarlo apelando alternativamente a la reserva de sentido de que él dispone o al sentido inmediato que se construye en la situación. Una rutina es una actividad de tipificación formaliza¬ da que remite a una norma interpretativa en uso. La rutina me permite sencillamente tener la experiencia de mi inter¬ locutor como un contemporáneo. Y esto es lo que se pierde más fácilmente desde el momento en que abandona uno el dominio de una comunidad de lenguaje delimitada por sus trivialidades y sus relatos del día. La pérdida del sentido de lo trivial que experimenta aquel que abandona su país o que regresa a él después de una larga ausencia.7 En su definición primera, las rutinas son la meteorología dei vínculo social, son micromateríales de expresión que constituyen un saber de las circunstancias en su estado de hecho y que ahorran el trabajo de definir situaciones en un espacio-tiempo común. Son indicadores preciosos para el sociólogo cuando éste se interroga sobre la permanencia del mundo y trata de esta¬ blecer una tabla de las categorías preindividuales de un sen¬ tido común. El análisis de las rutinas hace del actor social, no ya un individuo que sufre efectos de la sociedad, sino un sonámbu®

A. Cicourel, op. dt, pág. 45. Véase A. Schütz, "The Home-Comer", en On Phenomenology and So¬ cial Relations, Chicago University Press, 1970, págs. 294-308. 7

iiue moviliza

recursos de adaptación preindividuales. En I HIO caso, es menester separar el concepto de rutina de sus un notaciones mecánicas. Las rutinas, como categorías del I II/.o na miento práctico, tienen propiedades de adaptación. I'oi una parte y según vimos, sugieren regularidades, proilurcn normas pragmáticas, es decir, apariencias normales V comportamientos aceptables; y, por otra parte, las propieI MI ios de plausibilidad, de aceptabilidad que ellas instauran •en propiedades de un intercambio problemático que oblir ut a que las categorías interpretativas permanezcan en 'ÿus pensó. En otras palabras, una interpretación contextuali ada supone siempre que yo pueda volver a los hechos pai .i reconstruir lo que ocurrió. Una situación de interacción, a una “ocurrencia” contextual. Una rutina interpretativa, como la del etcétera, se anticipa pues a una lógica reconsi nnda que depuraría la situación de toda ambigüedad. El ne ntido de lo enunciado queda parcialmente registrado, con¬ finado y esto es lo que evita que la situación sufra efectos de sobrecarga. Garfinkel intentó mostrar el callejón sin sa¬ lida en que se encontraría la menor de las interacciones si ella tuviera que formular explícitamente la totalidad de los propósitos que la alimentan. Si tuviéramos que fundamen¬ tar cada una de nuestras afirmaciones, pasar de lo pro¬ blemático a la aserción, daríamos, no vacilaciones, sino un nturdimiento.9 En suma, una rutina está en lugar de un conPor ejemplo GofTman dice: "Opino que en todo caso la sociedad es Jo primero y que toda cuestión individual es lo segundo*.. Por supuesto, esto n Jeja de tener implicaciones políticas y ae puede pensar que éstas son conIM-rvadoras... Lo tínico que puedo decir es simplemente que aquellos que quieren luchar contra la alienación de las conciencias y hacer que la gente perciba sus verdaderos intereses, ésos tienen mucho que hacer porque el nucño contra el que luchan es muy profundo. Tampoco tengo aquí la inten¬ ción de contar una historia (a lullaby); simplemente deseo acercarme en puntas de pie y observar la manera en que duerme la gente* Frame Analy¬ sis, Harper Colophon, 1974, págs. 13-14* H* Garfinkel, "Studies of the routine grounds of eveready activities" en Studies in Ethnomethodology, Prentice Hall, 1974.

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junto de anticipaciones disponibles o, para decirlo de otra manera, el actor social es un sonámbulo enterado. Se dice que el espacio en que circulan esas moléculas significativas cristalizadas es problemático. Pero no hay que asociar a este término problemático lasconnotad on es que le

lo que constituye ta originalidad del c •mpo conceptual de la microsociología como saber de las retrospectivas

i re imstancias.

atribuye el discurso de verdad. Esas moléculas son juicios en la medida en que se han adaptado a su función vehicu lar. Pe¬ ro se organizan en un estrato de comunicaciones en el que se encuentran formas de repliegue de las interacciones sobre sí mismas: metáfora, eufemismo, ironía, doble sentido. Esas formas subrayan la riqueza de una situación en su singula¬ ridad, refuerzan la densidad dramática de ésta. En suma, tienen un alcance problematizante. Este es también el pri¬ vilegio de la anécdota que puede circular en un espacio de rutinas sin perturbarlo y sin dejar de exhibir sus virtuales repliegues. En uno de sus últimos textos, Gender Advertisement, Goffman analiza las rutinas de comportamiento torn ando de la etología el concepto de parada. Adaptaciones sociales bᬠsicas o comportamientos emocionales formalizados, la refe¬ rencia a Darwin es clara. Pero esos sustitutos de expresiones ready-made no son caracteres adquiridos o sedimentos de evolución. Por una parte, dichos sustitutos sugieren una po¬ sible negociación con el interlocutor, lo cual quiere decir que se sitúan en un espacio interactivo relativamente fluctuante, en el que establecen una “alineación” del actor y, por otra parte y en oposición a la problemática durkheimiana del ri¬ tual, no exigen que se suponga un consenso o un sistema de creencias compartidas por el actor y el testigo, sino que sim¬ plemente piden la anticipación de un “despliegue de aconte¬ cimientos socialmente situados”.10 En suma, esas rutinas o esas paradas son señales, rastros, y no síntomas; tienen como soporte un sistema de anticipación antes que una me¬ moria específica. Es esta combinación de un vocabulario desviado del darwinismo (adaptación, selección) y de un en¬ foque que atiende a empeños, a tensiones prospectivas o ten10

100

E. Goffman, Gender Advertisement, op. cit., pág. 1.

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Si el malestar en la interacción no es solamente el inde una flotación coyuntura! y la suma superficial de un i eximen de intercambios y de un código de decoro, si, en otros i ( i minos trasciende mucho una simple teoría de la etiqueta, «i es más que el síntoma de una atención desmesurada, ob¬ sesiva, a las superficialidades galantes de la clase media, «ÿlio se debe a que dicho malestar se refiere a la dimensión elemental del trabjo de la socialidad y de las civilidades so¬ bre sí mismas, es decir, trabajo por el cual las civilidades se i « definen cotidianamente. Una civilidad puede analizarse partiendo de su organización molar como un conjunto de 1

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Reserva “Es en el momento en que los normales y los estigmatizados llegan a encontrarse materialmente en presencia los unos de los otros y sobre todo si se esfuerzan por sostener una conversación, cuando tiene lugar una de las escenas primitivas . de la sociología; pues muy a menudo en ese mo¬ mento las dos partes se ven obligadas a afrontar directamente las causas y los efectos del estig¬ ma.” Erving Goffman, Stigmates

El discurso interaccionista tiene un escenario privile¬ giado; la gran ciudad; tiene una situación tipo: la situación de encuentro; y tiene su escena primitiva. Esta, contraria¬ mente a la escena primitiva del psicoanálisis, presenta la particularidad de que es no sólo recurrente sino enteramen¬ te ordinaria y superficial. De la escena del malestar en la interacción no se podría decir que obedezca a una lógica sim¬ bólica inconsciente, subjetiva o colectiva. Dicha escena es preludio de todo intercambio social no lúdico y persiste. Gra¬ ba sobre la epidermis de lo social los caracteres de la tensión y de la precariedad. Si hemos de comparar esta persistencia con la del malestar en la civilización, habría que decir que el estado de crisis que evoca el malestar en la interacción es esencial y ocasional a la vez, que se debe menos al supues¬ to trabajo de lo negativo que al trabajo de las circunstancias, que no procede por ruptura de las regularidades sino que lo hace por suspensión constante de éstas en el acto mismo de los actores y, por fin, que tiene como reverso, no la barbarie, sino la desnudez. 102

enunciaciones estructuralmente discernibles o partiendo de MI elaboración por obra de agentes históricos en la larga du¬ ración de una sociedad dada. Una civilidad puede también reconstruirse partiendo del análisis de las disciplinas elat*oradas por cuerpos de especialistas. Pero también puede (sobre todo si se pretende construir una historia de! tiempo presente) ser extrapolada partiendo de fenómenos infinite¬ simales como la vacilación, la timidez o el tacto. Tarde fue el primero en asignar esta tarea a la sociología. La vacilación, como “oposición social infinitesimal”, era a los ojos de Tarde la realidad misma de lo social en estado naciente, el síntoma de la civilidad, definida como el mundo “al salir de la fami¬ lia". Por lo demás, Tarde no abrigaba ninguna duda sobre la precariedad de ese mundo, puesto que su sociomorfismo ge¬ neralizado, en el que la causalidad sólo aparecía con los ras¬ gos de la imitación, hacía entrar en juego las categorías de lo contingente y de lo posible, a la inversa de una axiomáti¬ ca utilitarista (económica o contractual).1 Asimismo, en Gofñnan, la vacilación y el malestar, en ciertas situaciones sociales que él llama de “contacto mixto”, establecen de mañera corriente y siempre singular la dimensión problemática de todo intercambio verba! o no verbal en público. No se trata de las “dificultades de comunicación en el mundo moderno”, sino que se trata de la manera en que los individuos y los entes colectivos negocian su identidad te-

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Gabriel Tarde, Les Lois de limitation, 1895. Reeditado en las Editions Ressouras, Ginebra, 1979.

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