El tango desde sus orígenes
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El tango desde sus orígenes hasta la oficialización: Una discursividad sexual higienizada Nicolás Pierri
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LUJÁN Profesorado en Historia Seminario: El Tango, una lectura de la cultura popular ‐2011‐ Dr. Enrique Fliess
El tango desde sus orígenes hasta la oficialización: Una discursividad sexual higienizada Nicolás Pierri Universidad Nacional de Luján
1 Los orígenes del tango parecen sumirse en una espesa nebulosa que dificulta ampliamente cualquier posibilidad de abordar sus inicios desde la investigación histórica. No sólo resulta de una gran complejidad trabajar sobre fenómenos sociales marginales, y por ende escasos de documentación escrita; sino que también se debe lidiar con el relato que el propio fenómeno se da, posteriormente, de sí mismo. Al mismo tiempo, se debe evitar caer en el simplismo analítico de buscar una fecha precisa, un momento fundacional, como si se tratara de un acontecimiento decidido y planificado de antemano. Los procesos sociales constituyen, en palabras de Gilles Deleuze, agenciamientos de carácter múltiple. Para comprender mejor esta categoría de análisis el autor incorpora la figura del rizoma, un tipo de organismo natural que carece de un centro ordenador y por ende de jerarquizaciones (Deleuze & Guattari, 2004). Esta figura nos sirve para entender los orígenes del tango como un proceso de construcción social donde se evidencia claramente el peso de las multiplicidades. No podemos hablar de una causa determinante, ni de un estilo musical determinante, ni de una tradición cultural determinante, y tampoco de una fecha determinante para entender y explicar el surgimiento de ese fenómeno marginal conocido como “tango”. Antes bien, son todas esas “causas” actuando recíprocamente las que permiten definir un tipo de cultura particular en el Río de la Plata. Aclarado este punto y esta posición teórica para con los inicios del tango como hecho cultural, nos interesa centrarnos en el desarrollo de nuestro análisis. En el presente trabajo intentaremos dilucidar de qué manera se produce el pasaje del tango desde un ámbito sumamente marginal a un fenómeno masivo y portador incluso de rasgos identitarios de una sociedad en un determinado periodo de su
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historia. Puntualmente nos interesa destacar qué es aquello que el tango primitivo va dejando en el camino hacia su aceptación multitudinaria. Nos referimos aquí a un aspecto peculiar de ese primer desarrollo cultural rioplatense, es decir al discurso abierto, despreocupado e incluso soez sobre el sexo. Nuestra hipótesis es que el tango se vuelve masivo y socialmente correcto sólo al “higienizar” su letrística, es decir que la condición para abandonar la marginalidad era deshacerse precisamente de su forma de expresar la condición marginal de un sector de la sociedad.
2 Todos los estudiosos que se dedicaron a desentrañar los origenes del tango coinciden en destacar la importancia del elemento inmigratorio en su génesis. Horacio Ferrer sostiene que se trata de un “hecho capital” en el estudio de nuestro arte popular, diferenciando el flujo inmigratorio entre quienes lograron insertarse en un mercado laboral ávido de mano de obra calificada, y los que “tuvieron que bajar la guardia ante la miseria” (Ferrer, 1960, pp. 15, 17). En las anécdotas registradas por Francisco García Jiménez sobre la ejecución del primer tango puede leerse que “los musicantes eran tres: un gringo con acordeona, un criollo pardo con vigüela, y un morocho con arpa” (Jiménez, 1964, p. 14); dando cuenta, aunque en base a un testimonio poco probable desde el ámbito académico, de una sugestiva amalgama de procedencias. También Luis Ordaz, en su análisis sobre el Teatro Nacional, rescata este punto al sostener que “fue en la bodega de los enormes transatlánticos que llegaron a nuestro puerto” los personajes, la forma de hablar y hasta las situaciones que luego cristalizarían en el tango (Ordaz, 1977, p. 1222). Sin duda, la importancia del componente inmigratorio en la constitución de la cultura popular esta fuera de cualquier discusión. Para cimentar esta posición y visualizar claramente el peso de este factor dividiremos las distintas corrientes inmigratorias poniéndolas en relación con la población local: 1869 Habitantes de Buenos Aires: 170.000. Mitad nativos y mitad extranjeros.
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1895 Habitantes de Buenos Aires: 680.000. Extranjeros: 360.000 y menos de 320.000 argentinos nativos. Esto significa que, a fines del siglo pasado, el 54% de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires eran extranjeros. 1914 Habitantes de Buenos Aires: 1.568.000. Argentinos: 798.000 y 770.000 extranjeros. Si bien los estudios citados sobre los origenes del tango concuerdan en el factor hasta aquí expuesto, olvidan llamativamente mencionar un aspecto clave en la conformación del ideario cultural tanguero. Es el costado erótico, sexual y provocativo del tango el que es muchas veces ocultado por manchar inmoralmente los inicios del mismo. Ninguno de los historiadores clásicos del tango hace mención a este hecho. Incluso en la caracterización que según Luis Ordaz realiza Ferrer sobre el “corte arrabalero” y el “corte zarzuelero” de los primeros tiempos del tango, prevalece la tradición hispánica como factor explicativo. Ordaz se defiende sosteniendo que esta inclinación no equivale “a renegar de bajos orígenes, ni a empinarse en procura de una genealogía de presunta alcurnia artística” (Ordaz, 1977, p. 1220); sin embargo, nunca se profundiza sobre esos “bajos orígenes”.
3 En este punto nos interesa analizar sobre todo cómo es percibido el inmigrante en la sociedad porteña, es decir a qué se lo asocia. Tanto las clases medias urbanas como las clases dirigentes, y hasta los “científicos” sociales de la época, tiene un discurso para con el inmigrante cimentado en un elemento común: el peligro social que supone el extranjero. Gustavo Varela precisa la recepción y la percepción local de esos inmigrantes, planteando irónicamente que “Buenos Aires en 1900 no es reconocible. Tiene su rostro desfigurado por habitantes extraños que bajan de los barcos, que ocupan las calles y se instalan en casas abandonadas. (…) Buenos Aires está invadida, casi 7 de cada 10 personas son extranjeros, la población se cuadriplica en poco tiempo, una estadística impensada por las elites gobernantes” (Varela, 2005). Halperin Donghi, en su clásico trabajo ¿Para qué la inmigración?, describe hábilmente cómo se pasa de una primera
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caracterización un tanto risueña del inmigrante, sobre todo a partir de la obra costumbrista de Fray Mocho, a una asociación inmigrante‐agitador social que culmina con la Ley de Residencia (1902) y la Ley de Defensa Social (1910). Todo este proceso, según el mismo autor, está acompañado de “campañas que se basan en una abierta y virulenta xenofobia” (Halperin Donghi, 1987, p. 222). No sólo desde el Estado, es decir a expensas de la clase dirigente, se asocia al inmigrante con el peligro social, sino que durante el período se genera todo un corpus teórico sobre el fenómeno migratorio y el impacto que este provoca sobre las grandes aglomeraciones urbanas. Un caso sumamente llamativo es el del médico y antropólogo alemán Roberto Lehmann‐Nitsche quien fue un consumado divulgador del “ideario fisonomista” en la Argentina. Este audaz investigador de los entonces denominados “fenómenos fronterizos”, en los que se creía que la sociedad se revelaba tal cual era, consideraba que Buenos Aires se le presentaba, en su condición de ciudad multicultural, como un magnífico laboratorio científico (Perazzi, 2009, p. 123). Más adelante trataremos específicamente sobre el curioso trabajo que realiza en Buenos Aires sobre los comportamientos sociales de los inmigrantes marginados. El caso de Lehmann‐ Nitsche nos sirve para ahondar en todo un clima de estudios “científicos “ de la época, que tenían por objeto comprender y eventualmente solucionar los problemas sociales que iban surgiendo en las nuevas ciudades donde la inmigración masiva trastocaba las buenas costumbres tradicionales. Este movimiento cientificista de finales del siglo XIX, sumamente influenciado por el positivismo reinante, fue conocido bajo el nombre de higienismo. En nuestro país, sobre todo a partir de la epidemia de fiebre amarilla, “es cuando se consolida la relación higienismo ‐ hábitat. La casa del pobre ‐los conventillos‐ será el escenario de intervención de los dispositivos estatales: comisiones municipales de higiene e inspecciones repentinas, pedidos de cierre / quema de conventillos, etc.” (Rivas, 2009, p. 42). Pero al mismo tiempo, y lo que resulta más importante para nuestro trabajo, “se consolidará en este período una posición que, comprendiendo a la sociedad como un cuerpo, ubicará los elementos patógenos y anormales en los inmigrantes (…) que atentarán contra el orden y la sociedad”(Rivas, 2009, p. 42). Como sostiene Varela “el extranjero, como el tango,
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es la amenaza de una infección que es necesario extirpar. Y para ello serán necesarios los médicos, diestros en el manejo del bisturí” (Varela, 2005). Como puede inferirse de los aspectos hasta aquí mencionados, no cabe duda que el tango, como expresión cultural, está íntimamente ligado con la inmigración. Por ende, todo ese arsenal teórico sobre la condición del extranjero en Buenos Aires recaerá también sobre esa música, esa danza y esos discursos obscenos que componen la etapa formativa del tango. Aquellos preocupados intelectuales higienistas como “Ramos Mejía, José Ingenieros, Eusebio Gómez o Francisco de Veyga hacen taxonomías, tratan de descifrar el origen de “tanta perversión”, lo asocian a la pobreza, al inmigrante, a la modalidad sexual de las grandes ciudades” (Varela, 2005). Ahora bien, ¿Qué tiene para decir, al respecto, la élite cultural porteña? “El tango es en Buenos Aires una danza privativa de las clases de mala fama. (…) para los oídos argentinos despierta ideas realmente desagradables”, sentenciaba Enrique Rodríguez Larreta; “Creación bochornosa de mestizos europeos en el Buenos Aires cosmopolita de nuestros días” propugnaba Ricardo Rojas; o “Es un reptil de lupanar tan injustamente llamado argentino en los momentos de su boga desvergonzada” vociferaba Leopoldo Lugones (Horvat, 2006, pp. 27, 28). No cabe duda, entonces, que aquello que más repele a la buena y culta sociedad porteña es el tratamiento y el discurso abierto y despreocupado sobre el sexo.
4 Casi todos los investigadores y coleccionistas del la historia del tango coinciden al afirmar que en el primer momento –durante la fase embrionaria o de génesis‐ las letras que acompañaban las incipientes composiciones musicales estaban signadas por un leguaje soez, de carácter prostibulario y alegre. Un discurso desaforado e irrestricto sobre el sexo que reflejaba, expresaba y hasta funcionaba como herramienta para explicar la propia existencia de los inmigrantes en los márgenes del Río de la Plata. Algunos de los títulos de aquellas composiciones no dejan lugar a dudas sobre las intenciones de los autores, pero sobre todo revelan cuáles son las temáticas, aquello de lo que se habla sin tapujos, entre las capas marginadas de la sociedad:
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Echale aceite a la manija, Va Celina en punta (Vaselina en punta), Tocámelo que me gusta, Se te paró el motor, Metele fierro hasta el fondo, Dejalo morir adentro, El movimiento continuo, Afeitate el 7 que el 8 es fiesta, Viejo encendé el calentador, Date vuelta, Empujá que se va a abrir, La c...de la l..., Pan dulce, Tomame el pulso, Mordeme la oreja izquierda, Aura que ronca la vieja, El fierrazo, Tocalo más fuerte, Qué polvo con tanto viento, Hacele el rulo a la vieja, Sacudime la persiana, ¡Al palo!, Dos sin sacar, etc. Todo un compendio de sexualidad desenfrenada; algunos con el doble sentido de una tradición más picaresca, otros con la urgente necesidad de lo explícito. Así, sin ningún tipo de censura moral, se conforma todo un hecho cultural que enaltece y expone el acto sexual como temática central de sus discursos. Dentro de este “magma instintivo”, como lo denomina Gustavo Varela, destaca por su producción y por su posterior importancia, el multifacético Ángel Villoldo, quien fuera poeta, guitarrero, linotipista del diario La Nación y periodista en publicaciones de la época. Bajo el seudónimo Lope de la Verga escribe en A mi amor herido: Me enardece de tu látex la tersura, me subyuga de tu cutis el rubor, y en las horas placenteras del amor, me fascina acariciarte la costura. Por otro lado, las estrofas originales de “El Choclo” dan cuenta de un relato erótico en un tiempo en el cual la sexualidad es el fondo, el sustrato agitado de una Buenos Aires que arde (Rivas, 2009, p. 21). El Choclo (versión original; 1903 aprox.) De un grano nace la planta que más tarde nos da el choclo por eso de la garganta dijo que estaba humilloso. Y yo como no soy otro más que un tanguero de fama murmuro con alborozo está muy de la banana. Hay choclos que tienen
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las espigas de oro que son las que adoro con tierna pasión, cuando trabajando llenito de abrojos estoy con rastrojos como humilde peón. De lavada enrubia en largas quedejas contemplo parejas si es como crecer, con esos bigotes que la tierra virgen al noble paisano le suele ofrecer. A veces el choclo asa en los fogones calma las pasiones y dichas de amor, cuando algún paisano lo está cocinando y otro está cebando un buen cimarrón. Luego que la humita está preparada, bajo la enramada se oye un pericón, y junto al alero, de un rancho deshecho surge de algún pecho la alegre canción. Según Varela, se trata de un “idioma bajo, escuchado y festejado en los prostíbulos de la calle Junín, esta vez sin metáforas sino de manera directa, la voz de Villoldo entona versos escandalosos, síntoma de la dicha prostibularia. El apetito sexual extendido, que provoca risa y no vergüenza, arrasando con todo” (Varela, 2005). Otro aspecto no menos importante a la hora de precisar el componente sexual en los primeros tiempos del tango lo constituye el rol de los “invertidos”. Varela estudia detenidamente el caso de la “Bella Otero”, que si bien no escribió letras de tango compartía sí toda una lírica que influía simbióticamente en los
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ambientes tangueros (Varela, 2005). Como apuntábamos mas arriba, la preocupación “higienista” desespera ante la proliferación de esta cultura prostibularia. El citado médico alemán Lehmann‐Nitsche publica en 1923, dentro de la colección Beiwerke zum studium der Anthropophyteia. Jahrbücher für folkloristische erhebungen und forschungen zur entwicklunggeschichte der geschlechtlichen moral (“Obras para el estudio de la Anthropophyteia. Anuarios para pesquisas folklóricas e investigaciones de la historia del desarrollo de la moral sexual”), en su tomo octavo, un raro trabajo1 de campo realizado en Buenos Aires en 1903 titulado Textos eróticos del Río de la Plata en español popular y lunfardo. Cabe destacar que la Anthropophyteia, según el propio Lehmann‐Nitsche, no era otra cosa más que la “investigación del instinto humano primitivo de carácter sexual” (Perazzi, 2009, p. 123). La obra consiste en un exhaustivo catálogo de coplas, poesías, refranes y adivinanzas, de orden erótico, sicalíptico y prostibulario. Poesía de burdeles (“lupanarias”) y rufianes (“bacanes”), inscripciones de excusados públicos (“escatológicas”), jerga de facinerosos (“lunfardos”) y un profuso “Diccionario” de términos referidos al lenguaje prostibulario (genitales, excreciones, prácticas amorosas, enfermedades venéreas, psicopatías sexuales, etc.) componen el monumental inventario (Perazzi, 2009, p. 124). Cabe destacar aquí que si bien nuestro análisis se focaliza en la producción escrita de esos primeros momentos del tango, no significa que las letras adquirieran un status escindido del resto de los factores que conformaron el fenómeno cultural del tango. A una determinada letrística le corresponde un determinado tipo de baile, una determinada melodía, y así sucesivamente; dando lugar a la conformación de un hecho cultural de conjunto perfectamente coherente en su interioridad y para con las condiciones del medio social imperante a fines del siglo XIX. En este sentido resulta interesante apuntar un dato no menor recogido por Andrés Carretero: en 1888 funcionaban en Buenos Aires 239 escuelas, había 16 templos católicos importantes y, nótese la magnitud, 6.000 prostíbulos (Carretero, 1998). 1 Uno de los colaboradores de este estudio fue llamativamente Sigmund Freud.
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Es entonces en este ámbito particular del Río de la Plata, signado por la inmigración, la sexualidad desenfrenada, la marginalidad, y también, por qué no, la censura moral y el escándalo de las clases dirigentes y la alta sociedad, que irrumpe y se consolida el tango como música popular y fenómeno cultural de la época.
5 Ahora bien, en la introducción de su libro Gustavo Varela se pregunta: “¿Por qué el tango, que era música del instinto sexual y la algarabía prostibularia, se convierte, en tan pocos años, en un discurso que afirma valores morales tan opuestos a los que dieron origen? ¿Por qué el placer se transmuta en condena y el regocijo en melancolía?” (Varela, 2005, p. 17). Esta pregunta posee varios niveles de posibles respuestas, yendo desde una perspectiva de la propia lógica interna del desarrollo del hecho cultural hasta la inclusión en fenómenos históricos de mayor alcance. Efectivamente, a partir de los primeros años del siglo XX, el tango se “oficializa”. Logra ese curioso estatus cuando la élite y la clase media comienzan a adoptarlo. De esta manera aquellas melodías, armonías y ritmos pasan a plasmarse en partituras, a materializarse en discos. Los intérpretes dejan de ser “orejeros”, ya no improvisan, sino que le aportan lo que se conoce como “la parte” de cada instrumento, los “arreglos” orquestales. Ya no son músicos intuitivos sino formados en academias (Horvat, 2006). De este modo, la música se hace más refinada, las letras se pulen y estilizan en manos de poetas y músicos con estudios. Es en esta etapa donde el nuevo ambiente del tango comienza a ser el cabaret. Así, su nuevo cultor, la clase media porteña, sustituye el carácter malevo del tango primitivo por una nueva poesía más acorde con las concepciones estéticas provenientes de Londres y París. Algunos autores atribuyen esta transformación producida en la aceptación masiva del tango a una especie de ósmosis provocada por la moda sobre todo francesa de escuchar y bailar la música rioplatense. Dos hechos fundamentales explicarían este fenómeno: a principios del siglo pasado, la fragata Sarmiento llevó miles de partituras de La Morocha, las que inundaron las calles de París.
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Después el músico Ángel Villoldo y el pianista Alfredo Gobbi viajaron a Francia con la misión de grabar algunos discos. De esta manera el tango, tanto en su versión cantada como también en el baile, comenzó a gustar entre los franceses, al punto de desatar una verdadera fiebre en poco tiempo. “Es probable que esta conversión ‐de élites que despreciaban al tango a élites que lo aplaudieron‐ haya ocurrido una vez que se puso de moda en Francia, teniendo en cuenta el carácter de nuestra burguesía que constantemente miraba y admiraba a Europa” (Rey, 2010, p. 6). Desde una perspectiva más amplia, la “oficialización” del tango se inscribe en un proceso general de la sociedad argentina de inicios del siglo XX relacionado con la construcción de la nacionalidad o la “argentinidad”. En esa primera década todo el esfuerzo institucional de la clase dirigente y los intelectuales está enfocado en contrarrestar las graves influencias desnacionalizadoras. José María Ramos Mejía, desde 1908 al frente de la presidencia del Consejo Nacional de Educación, se encarga, con dos ideas fundamentales que constituyeron su programa: multiplicar las escuelas y acentuar el carácter nacional de la enseñanza, de una de las aristas más preocupantes del problema inmigratorio. Ya habíamos mencionado cómo los “higienistas”, incluído Ramos Mejía, condenaban la dudosa moral sexual de los inmigrantes, así como sus expresiones culturales. Sin embargo ahora Ramos Mejía “advierte con claridad cómo la nueva liturgia patriótica debe ser un instrumento de incorporación –antes que de exclusión‐ de esa primera generación del inmigrante” (Halperin Donghi, 1987, p. 228). Las masas de clase obrera, en su mayoría inmigrantes, ahora fuertemente politizadas reclaman participación. Desde el Estado conservador parecen finalmente ceder (la Ley Sáenz Peña se sanciona con esa finalidad), aunque para incorporarse primero habrá que “civilizarse”. En esa construcción de una identidad nacional que incluyera, sobre todo con fines de contención más que por “bondad” política, a todas las capas de la sociedad argentina es que las manifestaciones de la cultura popular pasan a ser revisadas y, en cierta forma, vaciadas de todo contenido que resultara peligroso.
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Lo cierto es que la élite porteña va poco a poco apropiándose de la cultura popular. “De pronto músicos de familias aristocráticas se vuelcan al tango y este comienza a bailarse en las casas particulares de las familias tradicionales de Buenos Aires” (Rey, 2010, p. 7). Ciertos tangos de la época supieron describir hábilmente la transformación, por ejemplo “Flor de Fango” de P. Contursi y A. Gentile expresa el panorama de manera clara: Mina que te manyo de hace rato, perdoname si te bato de que yo te vi nacer... Tu cuna fue un conventillo alumbrado a querosén. Justo a los catorce abriles te entregastes a las farras, las delicias del gotán.... Te gustaban las alhajas, los vestidos a la moda y las farras de champán. Lo mismo puede decirse de “Esclavas blancas” de H. Pettorossi: Yo sé que vos sos buena, que escucharás este ruego de este sincero amigo. No sigas por la senda de fáciles placeres, de tango y de champagne. Pensá cinco minutos en esa criaturita de manecitas blancas, que en este mismo instante, tal vez a unos extraños, ¡les llamará mamá! O el caso de “Pompas de Jabón” de E. Cadicamo y R. Goyeneche: Pebeta de mi barrio, papa, papusa, que andás paseando en auto con un bacán, que te has cortado el pelo como se usa, y que te lo has teñido color champán. Que en lo peringundines de frac y fuelle bailás luciendo cortes de cotillón y que a las milongueras, por darles dique, al irte con tu "camba", batís "allón". Hoy tus pocas primaveras te hacen soñar en la vida
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y en la ronda pervertida del nocturno jarandón, pensá en aristocracias y derrochás tus abriles... ¡Pobre mina, que entre giles, te sentís Mimí Pinsón...!
En estos tres ejemplos podemos apreciar claramente cómo las letras no sólo reflejan el pasaje de un ámbito de marginalidad a uno asociado con las clases altas de Buenos Aires, sino que también ya comienzan a cargar con un discurso sumamente moralista dentro de su temática. En la primera época el tango cantaba sobre “la algarabía que no construye valores ni los reclama” (Varela, 2005), pero ahora, una vez insertado y celebrado entre las élites, sus letras añoran un conventillo idealizado que se ve corrompido por sus ansias de progreso. Estos tangos dan consejos, rememoran melancólicamente una época perdida, pero su contenido ha cambiado sustancialmente. Ni una palabra sobre esa alegría prostibularia, ningún doble sentido picaresco… “Ya no habrá ni putas ni rufianes ni compadritos. Los problemas van a ser otros: Buenos Aires, el amor, el abandono, la madre, el tango mismo, la patria, los amigos, el alcohol” (Varela, 2005). Más adelante, como menciona Horvat, “las transformaciones económicas y sociales de comienzos de la década del 40 en nuestro país, posibilitaron el fabuloso salto del tango en la sociedad argentina, ya que amplias masas populares empiezan a tener acceso a los bienes culturales, en especial al tango, promovido desde el disco, las emisoras radiofónicas, las películas” (Horvat, 2006); cerrando así un ciclo de supuesto ascenso cultural en donde el núcleo discursivo original fue quedando lentamente en el camino.
6 A modo de conclusión, y para ir cerrando este repaso por el devenir del tango como espacio de marginalidad y discursividad sexual hasta su oficialización como música ciudadana, nos queda simplemente enmarcar nuestro análisis en un esquema teórico de mayor alcance académico. Creemos que nuestra proposición de que el tango, una vez que es de alguna forma apropiado por sectores sociales diferentes a los que le dieron origen,
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necesita “higienizar” aquella enunciación sexual que desafiaba las normas morales, se encuentra sumamente relacionada con lo expuesto por Michel Foucault en su trabajo Historia de la Sexualidad. Allí podemos, en primera instancia, constatar cómo el dispositivo de la moral sexual está íntimamente vinculado al ascenso de la burguesía a partir del siglo XVIII. Una vez consolidada como clase social dominante en los nacientes Estados nacionales de mediados del XIX, comienza todo un proceso de control sobre la sociedad que penetra inusitadamente en la vida privada. A partir de ese momento, apunta Foucault, “nombrar el sexo se habría tornado más difícil y costoso. Como si para dominarlo en lo real hubiese sido necesario primero reducirlo en el campo del lenguaje, controlar su libre circulación en el discurso, expulsarlo de lo que se dice y apagar las palabras que lo hacen presente con demasiado vigor.” (Foucault, 2002, p. 25) Sin embargo, todo este dispositivo de control sobre los discursos sociales ‐como vimos en nuestro caso puntual, toda esa preocupación de la clase dirigente argentina sobre los inmigrantes, sus costumbres morales, sus expresiones culturales, etc.‐ no produce otra cosa más que el efecto contrario, es decir la proliferación: “En desquite, al nivel de los discursos y sus dominios, el fenómeno es casi inverso. Los discursos sobre el sexo –discursos específicos, diferentes a la vez por su forma y su objeto no han cesado de proliferar.” (Foucault, 2002, p. 26) Parece ser, entonces, que la única solución posible a la problemática de la promiscuidad discursiva del tango, así como lo fue para el problema de la inmigración en general, era la adaptación: “la nueva liturgia patriótica debe ser un instrumento de incorporación –antes que de exclusión.” (Halperin Donghi, 1987, p. 228). El tango debía sí o sí adaptarse a los cánones morales de su época, debía sí o sí abandonar su provocativa discursividad, a cambio de alcanzar con el paso del tiempo el estatus de “música ciudadana”. Como sostiene Varela, “A su modo, el tango sublima el desborde dionisíaco de los comienzos, se vuelve canción y entonces, para mantenerse vivo, se higieniza. .” (Varela, 2005)
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