El Sexto-Jose Maria Arguedas

July 9, 2018 | Author: Nadia Ibarra | Category: Prison, Philosophical Science, Science, Religion And Belief
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El Sexto, breve novela de Jose Maria Arguedas (1961), cuenta las experiencias de Gabriel durante su prisión en la conocida cárcel limeña. La fetidez, el aspecto sombrío, el envilecimiento de la persona son las notas primeras que diseñan la forma de la cárcel y su mundo cerrado. Gabriel ingresa en ella a causa de su actividad como líder estudiantil: al hacerlo, tiene la impresión de haber penetrado en una ciudad turbulenta y desconocida. Los personajes que encuentra (criminales, maleantes, degenerados, presos políticos y estudiantes), su conducta, los hechos insólitos convertidos en norma carcelaria, la estratificación del penal –especie de jaula rectangular dividida en tres pisos horizontales– en donde se distribuyen, de abajo hacia arriba: vagos y asesinos, maleantes no avezados, y detenidos políticos; la noche y la mañana contempladas desde la celda, todo esto, por fin, en frente de Gabriel, y al mismo tiempo en su contorno, lo impele a buscar perspectivas –íntimas y externas– para ordenar la secuencia de figuras disformes que lo cercan... Esa realidad –que no es paisaje natural– cosificada en el volumen oscuro de la cárcel, lo incita al recuerdo de la infancia serrana, bajo el sol brillante que fustiga el campo. La lluvia menuda, el cielo descolorido le recuerdan que la cárcel está en Lima; el ruido de los automóviles, la torre de la iglesia cercana, no obstante su proximidad, le recortan el espacio y lo insertan en el paisaje de la prisión, crucero principal de la ciudad moderna. El Sexto, erguido y voluminoso, se le antoja un monstruo que tritura a sus huéspedes impertubablemente. En diálogo con Cámac, su compañero de celda, sindicalista minero, intuitivo y serrano como él, Gabriel aprende las más claras lecciones sobre la cárcel y la vida. Cámac tenía un ojo enfermo que l le supuraba sin pausa; pero por el sano irradiaba una luz convincente, de tenaz rebeldía. La opacidad y el fulgor de sus ojos impresionan a Gabriel y trasuntan la lucidez y el desvarío de las pláticas; entretanto, el monstruo cosificado adquiere otra significación: en él se apretuja la estructura humana y económica del Perú contemporáneo, sólo que, paradójicamente, el sector popular ocupa el nivel más alto, cual si se hubiese invertido la pirámide. Gabriel ensambla su análisis con las desordenadas observaciones de Cámac, y reconoce que le confieren razón al minero; mas, aparte el acuerdo conceptual, percibe que una fuerza emotiva, no-lógica, lo aproxima a éste y otros hombres de distintos credos, y que en cambio lo separa del frío sustento analítico que caracteriza a los dirigentes de los partidos organizados en el penal. En la tabulación de las costumbres carcelarias, de la conducta de los reclusos, y de las amistades y los odios, entra en juego un conjunto de apreciaciones y sentimientos pertinazmente serranos. Las tres figuras capitales: Gabriel, Cámac, Juan, son de origen andino. La intuición y el sentimiento, la reminiscencia y la furia despojada de doctrina, hermanan a estos hombres en su percepción del país como secuencia de espacios (sierracosta), y como espacio con profundidad, en el prisma de base rectangular que es el Sexto y todo el Perú. La vida carcelaria debería ser entonces una experiencia compartida, mas, puesto que en ella se revelan igual que al microscopio los vicios y virtudes del país, Gabriel descubre que el suyo, como el problema de los otros políticos, no es un caso personal, no es un caso de conciencia, y sin embargo está anegado de individualismo. "La soledad no se goza; la soledad se sufre": junto a la escoria humana, en El Sexto se hallan los seres más idealistas del país; sin embargo, la discrepancia en las cuestiones prácticas aleja a los hombres más que las ideas, y lo que distingue a la persona, –para Gabriel ¡intelectual!– no son las teorías, sino la conducta. Frente al monstruo cosificado, los hombres se autodefinen y desunen, a pesar de haber comprendido el secreto de la cárcel y de la sociedad. Después de oír las opiniones de Cámac sobre el estado del Perú y el remedio de su crisis, Gabriel comenta: "Aun en la cárcel me parecían temerarias esas palabras". "Tenía 23 meses de secuestro en el penal y había recuperado allí el hábito de la libertad" . No se había juzgado con tan punzante amargura a nuestros regímenes dictatoriales; en ellos, la cárcel, negación de la persona, disforme reflejo de la sociedad, le ofrece al hombre lo que la vida ciudadana le arrebata: la libertad de comprender y de expresarse; le promete, en fin, el sueño de un nuevo país. Y aunque sólo sea en el plano simbólico, esta realidad se desborda del prisma, y expande e incorpora las secciones parciales del territorio en un nuevo "todo" ideal. Ese ideal habita en el Sexto; en ese sentido uno de los reclusos dirá "Esta es nuestra casa…".

Vetas religiosas: El Sexto

Á diferencia de las obras anteriores donde El Dorado de mi pesquisa parecía asomarse reluciente y al alcance de la mano, al acercarme al Sexto sentí que tenía que andar hurgando con linterna, palos y uñas. Fui tentada a lanzarme en búsqueda de otras vetas en la mina literaria arguediana. Una que me sedujo fue la consideración de un posible paralelismo entre la cárcel con sus tres niveles, el enfrentamiento de dos partidos, los diferentes núcleos raciales, la pugna por el poder, etc, con la sociedad peruana o limeña. Este era tema recurrente en las tertulias de reflexión política de los presidiarios y en varias ocasiones los escuchamos delineando similitudes. Una noche, indignados por tener que conformarse con ser testigos impotentes de las brutalidades y bajezas de Puñalada y Maravi hacia “Clavel”, Cámac se preguntas: “¿Dónde está la diferencia entre el negocio de esos, de afuera, y de éstos, aquí adentro? “. Otra tentación fue buscar una continuación entre Gabriel, la voz narrativa y personaje principal, en quien, por ser un serrano con altos “ideales de justicia y libertad” y “un estudiante sin partido” se podría trazar una continuidad con Ernesto de Los ríos profundos, en quien ya se percibía gran sensibilidad social. De todas maneras, a pesar de estos deslumbramientos efímeros, decidí seguir abocada a mi faena, a pesar de que en esta oportunidad la paga sea magra y el esfuerzo más arduo. Encontré que a lo largo de toda la obra hay rastros de creencia cristiana en algunos presos, aunque más no sea una ligera mención de Dios. Tal es el caso del piurano, que ante el injusto e inhumano trato que recibían los más débiles de la penitenciaría exclama “No hay dios” Caso similar fue el de Luis, quien lo invoca como el último recurso de establecer justicia y castigo y otro preso se refiere a Dios como un modelo a imitar de alguien que no murió “feliz, a pesar de que salvaba al mundo” . El único preso que demuestra visiblemente su fe es Mok`ontullo, quien “se persignó con cierta ironía”, al entrar en una celda donde se estaba llevando a cabo una acalorada discusión política y quien, ante el cuerpo muerto de Cámac asume el liderazgo del sencillo velatorio e invita a rezar “un Padrenuestro en voz alta”. Es notable que en Gabriel la única referencia al cristianismo es visual y evocativa. Al contemplar la cúpula de la María Auxiliadora al atardecer, ésta despertaba reminiscencias, al igual que Ernesto, de las bonitas iglesias cusqueñas de “Santo Domingo y la catedral” . Por otro lado, también con cierta similitud al personaje de Los ríos profundos, Gabriel parece haber abrazado creencias de origen indígena. Atribuye vida a los espíritus de los muertos y luego de la muerte de Cámac, en voz alta le da algunas recomendaciones a su espíritu y le pide que obre de mensajero con los espíritus del Pianista y el Japonés . Esta creencia de la vida de los muertos se ve reforzada cuando luego comenta que en algunos años “en símbolo levantado sobre la helada plaza de esa ciudad....Alejandro Cámac permanecerá vigilando. Si aparece algún tipo d esclavitud, cualquiera que ella sea, Cámac se echará a andar de nuevo, levantando a los tiranizados; los convocará lanzando voces, igual que Pachacámac”. Más adelante ante la desoladora bajeza de la prostitución de “Clavel”, le pide al Hermano Cámac, quien ya era “todopoderoso” que lo lleve a “alguno de los ríos grandes de nuestra patria “ donde se purificará de “todo los que he visto en esta cueva de Lima” Esta creencia en las virtudes purificadoras de los ríos era común entre los quechuas, quienes veneraban las huacas o espíritus de los ríos y los consideraban lavatorios santos de los pecados y las enfermedades. Recordemos que Ernesto también al final de Los ríos profundos adjudica al río Pachachaca poderes curativos por ser el sitio donde residía “el espíritu purificador de doña Marcelina”

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