El Segundo Anuncio. La Gracia de Volver a Empezar - Enzo Biemmi

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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ENZO BIEMMI

El segundo anuncio La gracia de volver a empezar

SAL TERRAE 2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la red: www.conlicencia.com o por teléfono: +34 91 702 1970 / +34 93 272 0447

Título del original: Il secondo annuncio. La grazia di ricominciare © Centro Editoriale Dehoniano, 2011 Via Nosadella, 6 – 40123 Bologna www.dehoniane.it Edición española realizada por mediación de la Agenzia Letteraria Eulama International Traducción: José Luis Saborido Cursach, SJ © Editorial Sal Terrae, 2014 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 94 236 9198 / Fax: +34 94 236 9201 [email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: † Vicente Jiménez Zamora Obispo de Santander 11-06-2013 Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera www.mariaperezaguilera.es Edición Digital ISBN: 978-84-293-2090-9

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Introducción «Necesitamos mapas y todavía no sabemos que los mejores se construyen caminando, mientras vamos edificando lo que todavía desconocemos».

– DUCCIO DEMETRIO ESTAS páginas han ido naciendo a lo largo del tiempo, en diálogos sencillos y sinceros con catequistas, con párrocos de muchas comunidades eclesiales italianas, con responsables de delegaciones diocesanas de catequesis y con algunos obispos, la mayoría de pequeñas diócesis, de cuya estima y amistad gozo y cuya pasión pastoral y amor a la Iglesia admiro. Hombres y mujeres creyentes de mi diócesis de Verona, del norte de Italia, de la Toscana o de las Marcas, hasta las vivas comunidades eclesiales del sur, de Calabria, de Sicilia, de Cerdeña y de la Pulla, tierra que amo como a mi Franciacorta. Con ellos he intercambiado reflexiones, he compartido interrogantes, he buscado respuestas al desafío de la evangelización y es para mí un deber devolverles estos pensamientos, únicamente un poco articulados y puestos en orden, pero sin por ello quitarles la espontaneidad con la que nacieron. En las conversaciones que he ido manteniendo en este tiempo, de una cosa me he dado cuenta: lo que de verdad se necesita es una palabra de esperanza. Alguna vez he dicho que tres cuartas partes de los catequistas italianos son depresivos. Sé que esto no es verdad y que solamente Dios conoce la dedicación, el entusiasmo y el amor que tantos y tantas catequistas ponen en su servicio. Sin embargo, predomina en nuestras comunidades un cierto clima de cansancio y falta de confianza. Es una falta de confianza en este tiempo, como si hubiese un tiempo más apto para el evangelio que otro, como si las épocas pasadas fuesen mejores que la actual simplemente porque fueron épocas sociológicamente cristianas. Tengo ganas de recoger en una antología las lamentaciones que, desde que existen los primeros esbozos de escritura, cada generación ha lanzado sobre la precedente, desde aquella tablilla asirio-babilónica que tiene una antigüedad de más de tres mil años y que, sin embargo, parece escrita ayer: «Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores, impíos y holgazanes. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura». Así que, como no hay ninguna generación que no lo haya dicho de la precedente, ¿os podéis imaginar hasta dónde debemos de haber llegado...? A fuerza de estar vueltos hacia atrás nos vamos a convertir todos en estatuas de sal... 4

La juventud actual es hermosa, ciertamente frágil y expuesta, pero llena de expectativas, de demandas, de esperanza. Desde los niños hasta los ancianos, los hombres y mujeres de hoy son «capaces de Dios» y muchos de ellos están buscando caminos para vivir la propia vida con humanidad y sentido, con fe o sin ella. El contexto cultural actual, globalizado, interétnico y multirreligioso no debe ser visto ingenuamente, pero sí con confianza. Tal vez sea cierto que está poniendo a prueba la fe, pero al mismo tiempo se está abriendo, para ella, un período absolutamente inédito: el fin del cristianismo sociológico puede ser el inicio del cristianismo de la gracia y de la libertad. ¿Quién puede calcular las sorpresas que el Espíritu Santo prepara para su Iglesia? Hemos «roto aguas», por utilizar el lenguaje del parto, y es cierto que existe un desequilibrio, pero de cara a una vida nueva, no a una muerte. Al menos así lo ven los ojos de quienes están entrenados para saber ver la luz de la mañana de Pascua y que, precisamente porque tienen esperanza, aman y no quieren privar del evangelio a las nuevas generaciones. Y eso, no por encargo ni por miedo a que nos quedemos pocos o por mantener la lucha por la causa, sino sencillamente porque han experimentado que el evangelio hace buena la vida y sencillamente por el gozo del don recibido, que solo será pleno cuando todos puedan gozar de él. En la búsqueda de posibles caminos, nadie tiene la receta para lograr que el evangelio tenga eco en esta cultura. Pero la observación de todo lo que está ocurriendo en nuestras parroquias, en torno a ellas o fuera de ellas, por obra de cristianos laicos que, «con dulzura y respeto», dan razón de la esperanza que hay en ellos, nos está diciendo que el mapa del segundo anuncio está ya marcando algunas direcciones y recorriendo algunos caminos. Nos toca a nosotros ir construyéndolo juntos, compartiendo proyectos, experiencias, hallazgos, pequeñas realizaciones pastorales, con una gran confianza en el Espíritu y en las personas que acompañamos. Hermano ENZO BIEMMI, FSF Verona, 1 de mayo de 2011 San José obrero

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CAPÍTULO 1.

Un mundo que ha desaparecido Sábado por la mañana, las 11,30, en una parroquia de la periferia. La plaza de la iglesia, que se alza por encima de las casas, se llena de chicos y chicas en muy poco tiempo: es la hora de la catequesis. Todos, bulliciosamente, están cerca de la puerta de la iglesia, excepto un grupito que se ha reunido en las escaleras que suben de la plaza, un poco distanciados de los demás: son los chicos de cuarto de secundaria. Al dar las 11,45, los catequistas les ponen en fila, clase por clase. Una vez hecho el silencio, las filas van entrando en la iglesia y se colocan en los bancos, a derecha e izquierda, según un orden ya establecido que va desde los de primaria hasta los de cuarto de secundaria. El párroco está en un lugar más elevado, en la escalinata del altar. Los bancos están llenos hasta la octava fila, que es la de los de cuarto de secundaria. Detrás, la iglesia está desierta. Todos se arrodillan y el párroco inicia el Padrenuestro. Sigue un breve discurso que no tiene relación con los contenidos del catecismo: algunas recomendaciones que tienen que ver con el tiempo litúrgico, la invitación al rosario o al vía crucis, la explicación de la procesión del Corpus... A las doce en punto se sale de la iglesia en filas y en el mismo orden de la entrada, desde los de primaria hasta los de cuarto de secundaria. Cada uno va a su sala. El grupo de los de cuarto de secundaria está formado por ocho chicos y trece chicas, con dos catequistas: Claudia, de 33 años, y José, de 31, ella trabaja en investigación en la universidad y él es obrero. La reunión se desarrolla según el guión acostumbrado: un breve resumen de la última lección; se abre el catecismo y se leen algunos párrafos; preguntas de los catequistas sobre los contenidos que se han leído con respuestas «exactas», es decir, las que los chicos saben que esperan los catequistas; propuesta de la tarea para la semana; oración final.

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1. Cómo eran las cosas entonces ESTA pequeña fotografía parroquial podría hacernos pensar en los tiempos de nuestros abuelos. Sin embargo, está sacada recientemente, en un sitio en el que el tiempo o, más sencillamente, el párroco parecen estar obstinadamente parados. Como si de una caricatura se tratara, esta imagen nos sirve para comprender de dónde venimos y los problemas que estamos viviendo en las parroquias, incluso en aquellas en las que hace tiempo que la catequesis ya no se hace así; pero la lógica parroquial, esta sí, corre el riesgo de seguir siendo la misma. La pregunta concreta que hay que hacerse ante este cuadro es la siguiente: ¿dónde está el problema? Fácilmente caemos en la cuenta de que hay tres niveles implicados: un modo concreto de catequesis, al servicio de un proceso de iniciación cristiana, y dentro de un cierto modelo de parroquia. • Ante todo, un modo concreto de catequesis. Es lo que comúnmente llamamos el «catecismo». Hasta no hace demasiado tiempo en algunas regiones se usaba la expresión «ir a la doctrina». El género «catecismo» se caracteriza por cinco aspectos inconfundibles: una clase, un maestro (el catequista), un libro (el catecismo), un método: pregunta – respuesta. La quinta característica es la obligación: si se quieren recibir los sacramentos hay que mandar a los hijos al catecismo. Este modelo ha educado en la fe a muchas generaciones, desde la segunda mitad del siglo XVI hasta hoy. Los contenidos se articulaban en cuatro partes tradicionales: lo que hay que creer (el Credo), lo que hay que recibir (los sacramentos), lo que hay que hacer (los mandamientos) y lo que hay que pedir (el Padrenuestro y otras oraciones). Pocas son las parroquias que siguen dando catequesis de esta manera. Han cambiado muchas cosas: ya no hacemos aprender de memoria textos y oraciones; los contenidos se han renovado; hemos modificado la pedagogía y hacemos todo lo posible por implicar a los chavales y hacerlos activos. Pero, en el fondo, la lógica sigue siendo la misma. Nuestro planteamiento de base sigue siendo fundamentalmente escolar, preocupado por la transmisión de una serie de contenidos: conocer bien aquello en lo que ya se cree. • Al servicio de un proceso concreto de iniciación cristiana. El modelo de iniciación cristiana de hecho, en nuestras parroquias, tiene dos características fundamentales: está dirigido a los pequeños y completamente orientado a la recepción de los sacramentos. Globalmente podemos definirlo como un proceso de socialización o familiarización con la fe de las nuevas generaciones para prepararlas a la recepción de los sacramentos. Resulta más bien evidente que este planteamiento de iniciación cristiana ha 7

sufrido una doble simplificación respecto al modelo de iniciación de los primeros siglos de la Iglesia. De una iniciación reservada a los adultos hemos pasado a una iniciación para los niños, mientras que los mayores ya son cristianos («detrás, la iglesia está vacía»). De una propuesta progresiva de iniciación a la vida cristiana hemos ido a la «preparación para recibir bien los sacramentos». La hora semanal de catequesis es justamente lo que se quiere para este planteamiento. • Dentro de un cierto modelo de parroquia. Se trata del modelo tridentino de parroquia, tal como fue definido, el modelo de la parroquia de cristiandad. Una parroquia centrada en la figura del párroco cuyo cometido esencial es la cura animarum. El «cuidado de las almas» se realiza mediante la predicación, la catequesis, las misiones populares, el catecismo para los sacramentos, la doctrina cristiana para los adultos el domingo por la tarde, las devociones, las peregrinaciones y todos los servicios que alimentan la fe de la gente. Es la parroquia como agencia de servicios religiosos para personas creyentes. Esta parroquia se halla encuadrada en un contexto social que, como resultado del cuadro que hemos dibujado anteriormente, tiene su centro visible en el campanario, situado en un lugar prominente. El contexto es, por tanto, el de cristiandad, donde la sociedad civil coincide con la religiosa y ambas están ancladas y definidas dentro de un territorio concreto.

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2. Tres matrices naturales para la generación de la fe Una catequesis en forma de catecismo escolar semanal, al servicio de un dispositivo de iniciación como preparación para los sacramentos, dentro de la parroquia de la «cura de almas», y en un país cristiano...: no podemos dejar de admirar la armonía de estos tres niveles y cómo la Iglesia, en esa situación cultural, logró encontrar el modelo preciso para servir al evangelio. Nos hallamos ante lo que podríamos definir como «un modelo de inculturación de la fe». Este modelo podía contar con tres matrices generadoras de la fe. La fe se transmitía en la familia no de un modo teórico (dando catequesis en casa), sino dentro de la vida cotidiana. Se transmitía por ósmosis, en los acontecimientos de cada día. Los niños la respiraban en las relaciones que se vivían, en la manera de reaccionar antes las cosas tristes o alegres que ocurrían (fiestas, duelos, dificultades económicas...), en la manera de pensar y de hablar, en el modo de orar juntos. Cuando comenzaba la enseñanza primaria, la maestra tomaba el testigo y continuaba esta educación religiosa amplia, porque la escuela era toda una semana de educación moral y religiosa sin fractura respecto de lo que sucedía en la familia. Y luego estaba el pueblo o barrio, que constituía una especie de útero protector. Nadie, en el pueblo o en el barrio, se sentía responsable únicamente de sus hijos sino también de los de los demás. El pueblo o barrio era la familia ampliada, el tercer ámbito educativo en sintonía con los dos primeros. Este sistema social constituía el tejido capaz de generar la educación humana, moral y religiosa de los niños. Eran tres matrices que iniciaban en el vivir, el comportarse bien y el creer en Dios. Estas tres formas de educación (humana, moral y religiosa) actuaban en sintonía dentro de un sistema social en el que ciudadano y cristiano eran una misma cosa. La parroquia no tenía, como tal, la tarea de generar en la fe, sino de alimentarla, cuidarla, hacerla coherente. Para esta tarea podía contar con tres ámbitos generadores y lo que a ella le correspondía era dedicarse a alimentar y cuidar lo que ya había sido engendrado. En este contexto, la responsabilidad de la hora del catecismo era la de hacer que los chicos aprendieran conceptualmente lo que vivían de modo difuso en la familia, en la escuela, en la sociedad. Transmitía la gramática de lo que las personas vivían y en lo que creían. Poco importaba si los chicos captaban o no el significado del catecismo que aprendían de memoria. Eran códigos a veces extraños pero, al mismo tiempo, familiares, que formaban parte de un paisaje compartido. Las catequistas (el femenino es obligatorio, salvo raras excepciones) tenían un trabajo muy sencillo: que se aprendieran las cosas contando con todo lo demás. Añadían a esto siempre su entusiasmo y su amor. Es importante comprender esto: ninguno de nuestros abuelos o abuelas catequistas pensó jamás en iniciar a la fe mediante la hora del catecismo. La iniciación era 9

«sociológica». Al catecismo le incumbía la tarea de «hacer aprender las cosas de la fe».

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3. Prácticamente todo ha cambiado ¿Qué queda de esas tres matrices de la educación moral y religiosa que hemos señalado antes? El «pueblo» donde vivimos es ahora la aldea global. La televisión, Internet y la mentalidad son ahora realidades globales. En un minuto, nuestros chicos se ponen en contacto con el mundo entero, y este mundo es un supermercado donde se encuentra de todo, todas las opiniones y costumbres, los valores más opuestos y las mayores contradicciones. El «pueblo» ya no educa. Es un tenderete de donde nuestros hijos toman todo lo que quieren. El «pueblo» es todo menos cristiano. Pasemos al «círculo» intermedio, la escuela. «Emergencia educativa» es el slogan que nos acompaña desde hace algunos años. La laicidad en la enseñanza es una palabra que está a la orden del día. Las misas de comienzo de curso, celebradas por el párroco, son un lejano recuerdo. Dentro de un contexto laico y con dificultades educativas, la hora de la clase de religión intenta, trabajosamente, mantener en la escuela la memoria cultural del cristianismo y sus valores. El discurso sobre la familia no es una excepción. Los padres ya no tienen un modelo educativo seguro que puedan aplicar. Hubo un tiempo en que los padres educaban a los hijos aprendiendo de lo que, con algunas adaptaciones, habían hecho con ellos sus padres. Era un guión escrito que cada uno interpretaba como quería o podía. Hoy ya no hay ningún guión escrito. Incluso en las familias que todavía están unidas, todos los días se intenta componer una melodía educativa y todas las noches se toma nota de alguna desafinación. En cuanto a la fe, pocas son las familias que la viven y la transmiten explícitamente. Hasta los padres creyentes con frecuencia han perdido la capacidad de comunicar la fe: ya no tienen palabras porque también su propia fe está llena de dudas, está en crisis o es simplemente una costumbre. La familia vive con sus hijos el mismo proceso de transición, de enorme cambio, que está viviendo la cultura y la sociedad, y esta gran transformación actualmente en marcha hace que los modelos tradicionales de educación sean poco eficaces.

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4. La hora de catequesis, misión imposible Tenemos que ser conscientes de lo que ha ocurrido desde 1970 hasta el día de hoy. A medida que las matrices sociológicas de la fe se iban diluyendo, comenzamos a descargar en la hora semanal de la catequesis la responsabilidad de la iniciación de la fe. Dijimos que ya no bastaba con la hora de catequesis, sino que era necesario conocer a las familias de los niños. Intentamos afianzar la catequesis proponiendo la implicación de los padres, tratando de asociarlos a la tarea de la educación de la fe. Hicimos colonias y actividades de verano en la parroquia tratando de interesar a los niños y tenerlos cerca de ella. Ser catequista era algo que se hacía a la ligera: «Necesitamos catequistas. ¿Te animas tú?», preguntaba el párroco. Tras escuchar nuestra tímida reacción: «Pero es que no estoy preparada y además no tengo mucho tiempo», nos decía: «No te preocupes, tienes el catecismo y el libro. Y es solo una hora a la semana». Y dijimos que sí por amor a la Iglesia. Más tarde, a medida que íbamos avanzando, era como si, a nuestras espaldas, el peso se fuese haciendo mayor cada año. Poco a poco, los responsables de engendrar en la fe nos abandonaban. Nos encontramos con que teníamos que hacerlo todo dentro de la hora semanal de catequesis. ¿Cómo puede una hora de clase iniciar a la fe? Realmente es una misión imposible.

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5. ¿Dónde está el problema? Ante todo, no en los catequistas, en su improvisada preparación. Si pudiésemos ver lo que sucede en la sala de catequesis de las parroquias, tal vez nos sorprenderíamos al ver cuánta pasión (en los dos sentidos del término: «apasionarse» y «sufrir»), cuánto amor, cuánto testimonio por parte de unos hombres y mujeres que quieren dar lo mejor de sí mismos. El problema tampoco está en los niños, más superficiales y dispersos que los de las anteriores generaciones: cuando encuentran personas que les quieren y les escuchan, saben hacer cosas sorprendentes. Tampoco está en los padres, más divididos y confusos que los de otro tiempo. Cuando pueden hablar de lo que realmente viven, manifiestan que sienten una gran necesidad de vida y de cariño para sus hijos. La única respuesta inteligente a la pregunta de «dónde está el problema» es la siguiente: es el problema de una nueva inculturación de la fe. Se trata sencillamente de comprender que hemos entrado en una fase de una gran transición cultural en la que el equilibrio anterior ha desaparecido. Nadie se libra de esta situación y no sirve de nada buscar al culpable. Ni la autoculpabilización (de nosotros mismos como catequistas y párrocos) ni la culpabilización (de los niños, de sus familias, de la sociedad) dan razón suficiente de lo que está pasando. Lo único que hay que entender es que el contexto de cristiandad va desapareciendo. El modelo que durante siglos se ha evidenciado como el adecuado muestra ahora todas sus grietas. En un mundo globalizado, interétnico y plurirreligioso, la Iglesia está llamada sencillamente a buscar una nueva manera de inculturar la fe, es decir, un nuevo modo de estar en este mundo con la gracia del evangelio. Incluso allí donde el campanario sigue estando en el centro del lugar, ese lugar ya no es cristiano. La hora de la catequesis, con sus dificultades, mayores cada día, es solo la punta del iceberg. La catequesis no es la causa de los problemas de la Iglesia, sino el síntoma de la crisis que vivimos, una crisis precisamente de inculturación de la fe. La Iglesia está llamada a un nuevo modo de estar en el mundo. Es el comienzo de una hermosa aventura. ***

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En síntesis El mundo del que venimos, el del pueblo con la iglesia y el campanario en el centro, ha desaparecido. Ahora estamos en la aldea global, multicultural, secular y plurirreligiosa al mismo tiempo, el país de Internet y los medios de comunicación. El modelo de parroquia, de iniciación y de catequesis, que ha dado pruebas de eficacia durante muchos siglos, se halla ahora en dificultades. Pero no es culpa de los catequistas ni de los párrocos. Tampoco es culpa de los chicos ni de sus padres. Sencillamente estamos atravesando un enorme cambio cultural. La Iglesia, que en el pasado ha dado pruebas de amor al evangelio y de creatividad pastoral, está llamada a estar de un modo nuevo en este mundo y a encontrar una nueva manera de inculturar el evangelio. Es un tiempo difícil pero favorable. Puede ser el comienzo de una nueva aventura.

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CAPÍTULO 2.

Hacia un cristianismo de la gracia

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1. La crisis de los cuarenta COMENZAMOS con una imagen. Hemos celebrado, en Italia, los cuarenta años del Documento Base y, con él, de la catequesis posconciliar en nuestro país. «La crisis de los cuarenta», dicen los estudiosos de la edad adulta, es un paso clave de la vida, al mismo tiempo trabajoso y fecundo. Se caracteriza, por un lado, por la desorientación y la pérdida del equilibrio precedente y, por otro lado, por la trabajosa necesidad de reconstruir un nuevo horizonte, de recomponer la visión de uno mismo, por un modo diferente de estar en la vida. Podríamos decir que se trata de un nuevo parto, del deber de volver a entrar en el mundo de un modo diferente pero siendo fieles a sí mismos. Con los límites que supone toda comparación (y con los límites del concepto mismo de la crisis de los cuarenta) podemos ver muchas analogías con la situación actual de la catequesis italiana y, de un modo más amplio, de la catequesis europea. El adjetivo más adecuado para definirla es este: desorientada. La catequesis en Italia y en Europa, que se ha sentido durante varios siglos como si estuviese en casa propia, tiene ahora el aspecto de aquellos misioneros que, tras muchos años de ministerio en países extranjeros, volvían a Europa y decían que se encontraban ante un mundo completamente distinto de aquel que habían dejado atrás. Esta crisis tiene grandes desafíos y formidables oportunidades: puede convertirse en la ocasión para un cambio cualitativo en la Iglesia y su manera de anunciar el evangelio.

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2. Un nuevo paisaje para la fe Para comprender el alcance de este desafío, intentaremos ver, aunque sea esquemáticamente, cómo se está configurando en Europa y en Italia una nueva geografía de la fe[1]. Podemos vislumbrar cuatro áreas geográficas que delinean un mapa diversificado de la fe y requieren, por tanto, diferente atención en lo que se refiere a la evangelización. • De la ruptura al olvido. La primera área es la que supone una verdadera expulsión de la fe del marco cultural, hasta quedar incluso borradas las huellas del cristianismo. Esta situación afecta de un modo más visible a Francia, Bélgica y los Países Bajos, países en los que parece que el catolicismo no forma parte del universo cultural. Se trata, en esta parte de Europa, de una ruptura propiamente dicha respecto a la Iglesia y al cristianismo, considerados como enemigos del hombre, de su libertad y de su realización. Hay que hacer notar que a esta situación de ruptura le sigue ahora otra, más preocupante: la de la indiferencia y el olvido del cristianismo y de su historia. Sencillamente, las nuevas generaciones no tienen conocimiento de la propuesta cristiana. • La continuidad parcial de la práctica tradicional. Una segunda área se caracteriza por la permanencia de muchas huellas de la tradición cristiana, aunque marcadas ya por un importante proceso de secularización. Esta configuración, que afecta a algunos países del sur de Europa, como España y Portugal, además de Polonia como excepción entre los países del Este, está representada también, de alguna manera, por Italia. Es una situación caracterizada por un proceso de secularización de la mentalidad, pero no tanto como para eliminar las huellas de la referencia cristiana y las costumbres religiosas. Esta permanencia de la memoria cristiana y de sus manifestaciones dentro de mentalidades cada vez más secularizadas parece resistir al tiempo, como lo testimonia la buena salud de la religiosidad popular. Es una situación que constituye a un mismo tiempo una posibilidad y una dificultad para el anuncio del evangelio. • La religión privada. Podemos determinar una tercera área respecto de la fe que afecta a los países del Este que sufrieron durante tanto tiempo la dominación de la antigua Unión Soviética. Este tiempo «largo» (1946-1989) ha estado marcado por una obstinada persecución, por la destrucción de los valores morales cristianos y por la conocida y vivida negación de la existencia de Dios. La fe cristiana ha sido custodiada, en estos países de dominación soviética, en un clima de clandestinidad, dentro de las familias, gracias al testimonio de los abuelos y las abuelas, los padres y las madres. La caída del muro de Berlín y de la República Soviética (1989) han marcado la vuelta al espacio público de la fe cristiana en los países del Este. Pero la liberalización tras un largo tiempo de clandestinidad trae dos contratiempos significativos: el debilitamiento de la fe 17

(sin adversario, la fe se desvanece) y su continuidad en forma sobre todo privada, fundamentalmente cultual, con escasa incidencia en la vida personal y pública. • La serena ausencia de religiosidad. Finalmente constatamos la situación de la Alemania Oriental y de países como Suecia, la República Checa e incluso Holanda. Es un área que presenta una especificidad única en Europa en lo que toca a la fe. Oficialmente, en la ex Alemania del Este, hay un 4% de católicos y un 21% de protestantes. El resto de la población (alrededor del 75%) es sencilla y serenamente a-religiosa. Se trata de una ausencia de religiosidad que se ve como normal, que a nadie sorprende: una a-religiosidad pacífica. Si alguien, en la ex Alemania del Este, pregunta: «¿Cree usted en Dios?», verá que le responden: «No. Yo soy completamente normal» [2]. Nos hallamos en un contexto a-religioso estable[3], excepcionalmente resistente a todo esfuerzo misionero, y es necesario guardarse muy mucho de pensar que el homo areligiosus de la Alemania Oriental está por ello menos atento y es menos sensible a los valores humanos del homo religiosus de Baviera, de Polonia o del resto de Europa: en este sentido, la situación de la Alemania Oriental es igual, y en algunos aspectos mejor, que la de la Alemania Occidental, todavía fuertemente estructurada por el cristianismo[4]. Estamos ante una «tercera confesión de individuos sin confesión religiosa».

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3. Europa está en cada uno de nosotros ¿Qué sentido tiene este intento de diferenciación de la tarea misionera de la catequesis en Europa? Nos lo hacen ver los mismos catequistas al preguntarles sobre esta cuestión. A la pregunta: «¿Cuáles de estas áreas se dan en vuestra parroquia?», responden que las cuatro. Dicen que hay creyentes que se han alejado de la Iglesia con un sentimiento de agresividad, personas que siguen siendo practicantes pero con una mentalidad profundamente secularizada, hombres y mujeres que tienen una religiosidad privada, «a la carta», a la medida de sus gustos personales y, finalmente, personas que son tranquilamente no creyentes pero con una riqueza interior y una «espiritualidad» no religiosa. Lo que impresiona sobre todo es el hecho de que estos catequistas admiten que «encontramos estas cuatro áreas en nuestras familias y, si somos sinceros, dentro de cada uno de nosotros». A la pregunta siguiente: «Según vosotros, ¿cuál de estas cuatro situaciones es la más dispuesta a dejarse evangelizar, la más abierta a la sorpresa de la buena noticia del evangelio?», la respuesta es esta: «La cuarta. Las personas serenamente no religiosos son las que más dispuestas están a dejarse sorprender por la novedad del evangelio y de su gracia». Tal vez en esta respuesta tengamos la clave para comprender como nunca que la situación actual no es una desgracia sino que, por el contrario, tal vez constituya una oportunidad para un nuevo momento de la fe. ¿Cuál?

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4. Adelantarse a la jugada y no limitarse a devolver la pelota La actual situación de pluralismo y secularización que a todos nos alcanza no es el fin del cristianismo, sino de un cierto cristianismo, de aquel cristianismo en el que cristiano y ciudadano coincidían y en el que no se podía ser otra cosa que cristiano: una fe que tenía que serlo, que se daba por descontado, una fe obligada. Esta situación ha demostrado su valor pero también sus límites. Todo tiene un precio, incluida la coincidencia entre lo civil y lo religioso. No se trata de enjuiciar el pasado, pero es importante comprender que no se está acabando el cristianismo sino su forma sociológica. Caminamos hacia un tiempo en el que las personas, precisamente por estar inmersas en un pluralismo cultural y religioso, elegirán, cada vez más, entre ser o no ser cristianas. La cultura actual, de hecho, ya no transmite la fe, sino la libertad religiosa. Los cristianos del mañana sentirán su fe como un plus de gracia con respecto a su proceso humano, sentirán que la fe en el Señor Jesús es la gracia de poder vivir la propia vida animados por el Espíritu Santo, contentos de estar en medio de hombres y mujeres que piensan de modo diferente, pero siempre dispuestos a dar razón de su esperanza. La peor respuesta que podamos dar a esta situación es la de la nostalgia. Para servir de un modo inteligente al evangelio, en Italia y en Europa, es necesario, diciéndolo con un término deportivo, «adelantarse a la jugada» y no limitarse a «devolver la pelota». Devolver la pelota significa llevar a cabo una pastoral y una catequesis que intenta detener las pérdidas, limitarse a ralentizar el alejamiento de la Iglesia de los cristianos por tradición, trabajar para hacer que las cosas vuelvan a ser como antes. Se trata de una actitud que parte de una lectura negativa de la cultura actual y se interpone como barrera a la que considera como una deriva cultural. Pero, como testimonian los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo está siempre un paso más allá, no se queda nunca en un sitio. «Adelantarse a la jugada», por el contrario, significa emplear la propia pasión evangélica y las energías pastorales al servicio del rostro futuro del cristianismo, el que el Espíritu Santo está preparando en Europa desde hace tiempo. Haciendo un esfuerzo de imaginación, podemos pensar que este cristianismo tendrá tres rasgos principales: el de la libertad, el de la gratuidad y el de la maternidad. • Una propuesta de libertad. Hemos pasado de «el cristiano no nace, se hace», como afirmaba Tertuliano en el siglo II en un contexto pagano, a una situación exactamente al revés: «Nacemos cristianos y no podemos no serlo». En esta situación de cristiandad sociológica europea, que ha durado alrededor de quince siglos, ser cristiano se daba por descontado y había que adherirse y escuchar a la Iglesia por obligación. Ahora estamos en un tercer momento que podríamos resumir con la siguiente expresión: «No nacemos cristianos, podemos llegar a serlo, pero esto no se ve como algo necesario para vivir humanamente bien la propia vida». En una sociedad pluricultural, la fe cristiana 20

vuelve a su estatuto originario de libre propuesta y de adhesión. No estamos ante un cambio pequeño. • Una propuesta en la gratuidad. Una propuesta que se hace en libertad es una propuesta bajo el signo de la gratuidad. Esto supone que quien anuncia no debe pretender meterse en la respuesta ni juzgar el modo en que la persona responde. Para quien viene de tantos siglos de fe tradicional y obligada, la posibilidad de volver a creer solamente le puede venir si percibe que el testimonio de la fe es un testimonio libre y que su anuncio es gratuito. Esto es lo que valientemente desean los obispos lombardos: «Hoy la Iglesia está llamada a curar, acompañar, sanar, de una manera absolutamente gratuita todo acceso a la fe sin que ni siquiera se insinúe la sospecha de que lo hace para que el destinatario de su acción se haga cristiano y discípulo. Lo que llevamos en nuestro pensamiento que mueve nuestra acción es el gozo de hacer posible que (...) todo hombre o mujer que llama a las puertas de la vida y de nuestra comunidad llegue libremente a ser discípulo creyente» [5]. En esta perspectiva, la Iglesia se coloca en situación de debilidad evangélica: «Pero Él me dijo: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad”. Por tanto, con sumo gusto seguiré vanagloriándome, sobre todo en mi debilidad, para que se manifieste en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9). • Una propuesta de «maternidad». El tercer dato nuevo es, consiguientemente, la recuperación de la gradualidad y la organicidad de la propuesta de la fe, es decir, su dimensión iniciática. Por gradualidad y organicidad entendemos la realización del proceso de introducción en la fe tal como se entendía y se llevaba a cabo en el catecumenado antiguo: hoy, la propuesta no puede dirigirse solo a la inteligencia de las personas (los conocimientos de la fe), sino a la totalidad de las dimensiones de su vida. La globalidad del anuncio pone nuevamente en el centro los procesos iniciáticos de la fe y la comunidad cristiana, en su conjunto, como seno materno iniciador. Se acaba, de este modo, con la delegación de la catequesis en manos de un encargado de la tarea (el catequista o la catequista como niñera de la fe) y vuelve a ser la principal actividad de una comunidad creyente que, al tiempo que gesta a sus hijos, ella misma se ve regenerada en su fe.

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5. El cristianismo de la gracia y de la propuesta bajo el signo de la sorpresa Entrar en esta perspectiva de libertad y gratuidad exige que la propuesta de la fe sea hecha y percibida en la línea del testimonio, es decir, de la gratitud por lo que por gracia hemos llegado a ser. Sitúa la cuestión de la fe y de su propuesta no primariamente en el orden de la búsqueda o de la respuesta a unas preguntas más o menos supuestas, sino de la sorpresa, como lo evidencian la parábola del tesoro y de la perla. Invoca un cristianismo de la gracia. La perspectiva de la «no necesidad cultural de la fe para vivir humanamente», es decir, la de la situación de la ex Alemania del Este, presente en todos y en todas, no pone en crisis la convicción central de la fe cristiana de que Jesús es el Señor. Los cristianos profesan que Jesucristo es el Salvador universal y que fuera de él no hay salvación. Pero al mismo tiempo saben que su gracia actúa en todo ser humano y en toda cultura, incluso fuera de la forma canónica eclesial. La adhesión explícita a la fe cristiana es, por tanto, como dice André Fossion, una «gracia segunda» [6], un suplemento de gracia que impulsa a todo creyente a dar testimonio de su fe para que esta gracia alcance a todos y así «nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,4). Este horizonte sitúa la evangelización en un espacio de absoluta gratuidad y libertad, y precisamente este horizonte es la condición cultural de la plausibilidad de la fe cristiana en Italia y en Europa tras tantos siglos de adhesión obligada y dada por descontado. Paradójicamente, la «no necesidad cultural de la fe» es una formidable oportunidad para devolverle a la fe cristiana su valor y su esplendor, y a la comunidad cristiana a su vocación misionera.

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6. Una crisis saludable Volvemos así al punto donde habíamos comenzado: la «crisis de los cuarenta». Ella es – decíamos– una llamada para situarnos en la vida de un modo diferente. Lo que caracteriza a esta «diferencia» es algo cualitativo: consentir ponerse al servicio de la vida tal como es y no como quisiéramos que fuese. Dicen que el adulto que atraviesa bien el vado de los cuarenta consiente en soltar la presa y decide tomarse la vida de otra manera, no programando de modo voluntarista el trazado del camino, sino sirviéndose de rutas inéditas y no dominables, poniendo gratuidad y confianza en su modo de amar. El tiempo que vivimos tiene dos tentaciones: la de la nostalgia del pasado y la de la pretensión de dominar el presente. El juicio negativo sobre la cultura actual va seguido con frecuencia de un esfuerzo por hacer que las cosas vayan como nosotros quisiéramos. Este tiempo de transición cultural nos llama a mantener la confianza en el Espíritu Santo –que ciertamente no deja que se le escape el timón de la historia– y a cultivar la esperanza en los hombres y mujeres de hoy, que no son menos aptos para el evangelio que los de las generaciones pasadas. Es una invitación a no pretender dominar los cambios, sino a ponerse al servicio de la vida que el Señor sigue suscitando. No una pastoral desilusionada ni una pastoral voluntarista, sino el empeño por entregar el evangelio a todos desde el estilo evangélico de la confianza y de la esperanza. ***

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En síntesis Muchos hombres y mujeres de hoy piensan que para ser plenamente humanos y tratar de vivir bien la propia vida no es necesaria la fe. Esta situación puede asustar y crear en la Iglesia sentimientos negativos. Si se asume, por el contrario, desde la perspectiva de una evangelización renovada, esta misma situación abre el camino hacia un nuevo rostro del cristianismo. No ya la coincidencia entre sociedad civil y religiosa, ni tampoco una adhesión al cristianismo, obligada y dada por supuesto. Desde una propuesta libre y gratuita, se abre el tiempo de un cristianismo de la gracia. Los hombres y mujeres de hoy en día no son menos aptos para el evangelio que los de las épocas pasadas. Con su visión secularizada de la vida están tal vez más dispuestos a dejarse sorprender por el evangelio, a condición de que la Iglesia tenga esperanza en ellos y siga dando testimonio de aquello que por gracia se le ha otorgado ser, sin proselitismos, sino por un exceso de gratitud, de modo que su alegría sea completa.

1. Esta reflexión está tomada de una conferencia tenida en el coloquio promovido por la Facultad de Teología de Padua sobre los cuarenta años del Documento Base: «La catechesi a un nuovo bivio?», en G. ZIVIANI – G. BARBON (eds.), La via italiana del cambiamento, Messaggero – Facoltà Teologica del Triveneto, Padova 2010, 65-89; «La catechesi a un nuovo bivio. La via italiana del cambiamento»: Chiesa in Italia. Il Regno. Annale 2008, 63-78. 2. G. ERBRICH, «Puntos de partida para el primer anuncio en la Alemania del Este», en La conversión misionera de la catequesis, PPC, Madrid 2009, 85. 3. E. T IEFENSEE, «Une troisième confession dans l’Europe occidentale. Les chrétiens et leurs voisins areligieux en Allemagne orientale»: Lumen Vitae 61 (2001) 1, 41-57. 4. Véase la significativa comparación establecida por Tiefensee entre Alemania oriental y el resto de Europa respecto a valores como la familia, el trabajo, el tiempo libre, la amistad, la libertad sexual, el divorcio y el aborto («Une trroisième confession...», 48-49). 5. OBISPOS

DE LAS

DIÓCESIS LOMBARDAS , La sfida della fede: il primo annuncio, EDB, Bologna 2009, 40-41.

6. A. FOSSION, «Annunciare il Vangelo nell’ambito delle categorie culturali odierne»: La vocazione formativa delle comunità cristiane. Evangelizzazione e catechesi degli adulti. Quaderni della Segreteria generale CEI, 12 (2008) 34, 36.

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CAPÍTULO 3.

La dirección correcta UNA marcha por la montaña es siempre una experiencia particular. El tiempo está en calma, partimos con alegría, al comienzo hay una gran euforia, se bromea y se ríe, nos gritamos desde un recodo al otro del sendero... La mochila siempre pesa un poco al principio. Si después de unas cuantas horas de camino, hay que marchar por caminos poco transitados, no hay nada peor que te sorprenda la niebla y no ver por delante ningún horizonte. Es sabido que, en la montaña, el tiempo puede cambiar de repente. Empezamos a andar atentos únicamente a lo que tenemos delante, entre dudas e inseguridades. No es una sensación agradable. La moral se viene abajo, decaen los ánimos, comienzan las dudas: ¿no hubiera sido mejor quedarse en casa? Alguien propone darse la vuelta. Luego, de pronto, se ve un trozo de cielo despejado, aparecen de nuevo las siluetas de las montañas, vemos la vaguada con sus pueblos. Entonces vuelve la alegría y un enorme sentimiento de liberación. El cansancio es grande, pero ahora tenemos claro cuál es la dirección. Reemprendemos la marcha y, aunque no se ve todo perfectamente claro delante de nosotros, tenemos conciencia de que la dirección es correcta. Y esto es suficiente para seguir caminando. Esta experiencia es una buena metáfora para comprender el camino recorrido por la catequesis en nuestro país desde 1970 hasta nuestros días. Veamos por qué.

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1. Las diversas vicisitudes de la catequesis italiana Para la catequesis italiana, el año 1970 es el símbolo del comienzo de un tiempo nuevo. El Documento Base[1], dirigido por los obispos a las comunidades cristianas, abre un tiempo nuevo. El cielo está despejado, con el azul brillante que nace de la esperanza abierta por el concilio Vaticano II, de la confianza en el hombre, de la confianza en Dios. El Documento Base es el mapa que se entrega a los catequistas. Son alrededor de trescientos mil que se echan a andar con confianza y con tesón. Se da el pistoletazo de salida. Las parroquias de Italia adoptan los catecismos oficiales de la Conferencia Episcopal Italiana. Su redacción se realiza en dos tiempos: de 1970 a 1984 (catecismos ad experimentum); de 1988 a 1997 (redacción definitiva). Una importante producción de mediaciones (itinerarios y materiales de catequesis) acompaña a la experimentación y la actualización: catecismos únicos, por tanto, pero diversificación de itinerarios. Un hermoso proyecto: mantiene la unidad de todos y permite una amplia creatividad. Es tal vez el único caso en la Iglesia de un proyecto articulado y apoyado de esta manera. Su inspiración de fondo puede resumirse con esta expresión: el paso del «catecismo de la doctrina cristiana» a la «catequesis para la vida cristiana». Los «catecismos para la vida cristiana» van creando, progresivamente, una nueva mentalidad y una nueva práctica catequística. Estas son sus líneas de inspiración: el cambio de finalidad de la catequesis, es decir, de la doctrina a la fe; la persona de Cristo como contenido central del anuncio; el desarrollo de todos los contenidos de la fe en torno al núcleo central (Jesucristo) en perspectiva trinitaria; la recuperación de las fuentes bíblicas, litúrgicas, de la tradición viva de la Iglesia; la atención a los sujetos, que ya no son considerados como simples destinatarios; la renovación del método y de la pedagogía catequística, que se resume en la expresión «fidelidad a Dios y fidelidad al hombre»; el replanteamiento de la figura del catequista: no solo enseñante, sino educador y testigo. Muchas cosas en la mochila, pero parecen pesar poco. ¿Cómo fueron las cosas? Un análisis del estado de ánimo de los catequistas y de los párrocos nos puede ayudar a comprender la experiencia vivida. • Primero hubo un periodo de gran entusiasmo, una auténtica «primavera catequística». Desde 1970 hasta finales de la década de 1980, las parroquias de nuestro país lo confiaron todo a la catequesis con la esperanza de que esta renovase las comunidades cristianas. Se realizó un gran esfuerzo de formación de los catequistas y de renovación pedagógica. Veinte años de confianza y de tesón.

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• A esta fase eufórica le siguió un tiempo de desencanto, desde finales de la década de 1980 hasta el año 2000. La desilusión venía del hecho de ver cómo la enorme cantidad de energías desarrollada no solo no había resuelto los problemas de la evangelización, sino que parecía registrar un fracaso cada vez más acentuado. El signo inequívoco era lo que se llamó «la ruina de la posconfirmación», es decir, el abandono masivo de la práctica religiosa tras el último sacramento de la iniciación cristiana Se decía que la iniciación cristiana se había convertido en la conclusión cristiana: tres de cada cuatro confirmados abandonaban la comunidad antes de cumplir 18 años. Esta situación llevó a un periodo de desánimo y estancamiento de la catequesis italiana. Había comenzado la niebla. En medio de este estado de confusión surgió una cuestión importante, muchas veces recordada por el magisterio: la necesidad, en el anuncio de la fe, de asegurar la transmisión de la doctrina «no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y vigor» (Catechesi tradendae, 30). Se invitó a la catequesis antropológica y experiencial, camino emprendido con confianza y generosidad por los catequistas italianos, a llevar a cabo una importante acción de vigilancia: la fe, como respuesta a los problemas de la vida, no puede disociarse de la fe como conocimiento y adhesión a su contenido, sobre todo en un contexto de progresiva ignorancia de la fe. Algunos interpretaron esto como una invitación a poner en tela de juicio el Documento Base y el movimiento catequístico de nuestro país. La catequesis posconciliar habría sido la responsable del fracaso de la evangelización. Mejor volver atrás, a los catecismos de la doctrina cristiana, como pudo verse con la reimpresión del catecismo de Pío X. Volvía la niebla. • El cambio de milenio inaugura, simbólicamente y también de hecho, un nuevo punto de vista en la Iglesia. Un momento clave fue la celebración del jubileo del año 2000 y el impulso determinante de la carta apostólica Novo millennio ineunte, con su invitación, tan sugerente, a «remar mar adentro» (Duc in altum), a comprometerse en una nueva evangelización. En la Iglesia italiana, este viraje se concretó en las orientaciones pastorales para el decenio 2001-2010, Comunicare il vangelo in un mondo che cambia[2]. Su objetivo de fondo estaba claro: «Dar a toda la vida cotidiana de la Iglesia, también a través de mutaciones en el ámbito de la pastoral, una clara connotación misionera» (n. 444: ECEI 7/206). Es el giro misionero de la pastoral y la exigencia del primer anuncio que la catequesis deberá hacer propia. Esta lectura de cuarenta años de catequesis en nuestro país es necesariamente esquemática y simplificadora. Es una mirada desde arriba y, aunque es verdad que se pierden los detalles, se ven mejor los contornos: la forma de las cosas se ve mejor desde

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lejos. Tal vez ha comenzado algo nuevo, verdaderamente nuevo. Es como un resquicio por el que asoma el buen tiempo en medio de la niebla.

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2. El denominador común encontrado Podríamos decir que tanto el pensamiento del magisterio como la reflexión catequética parecen haber encontrado, tras un periodo de incertidumbre, el acuerdo sobre un denominador común que interesa a toda Europa y, bien mirado, a la Iglesia del mundo entero. Este denominador reside en el desafío de la conversión misionera de la práctica de la evangelización y, más profundamente, de la identidad misma de la Iglesia, llamada a recuperar su vocación de testigo del evangelio. Las Iglesias europeas, en concreto, vuelven a encontrarse en torno a convicciones y expresiones que les son comunes. Los temas de la propuesta de la fe, del paso de una catequesis de mantenimiento a una catequesis capaz de generar vida cristiana, del cambio de paradigma de la catequesis y, sobre todo, del primer anuncio, son lenguajes compartidos y familiares a todas las Iglesias europeas y constituyen ahora la base de nuestra gramática de comunicación entre los catequistas, los catequetas y los responsables eclesiales.

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3. Los tres grandes cambios de dirección del episcopado italiano Vamos a intentar ver de qué manera se ha situado la Iglesia italiana dentro de este movimiento. Echando una mirada atrás, a los pasos que hemos ido recorriendo, caemos en la cuenta de que nuestros obispos han establecido tres grandes líneas de conversión. • La primera es la perspectiva misionera de la pastoral en la línea del primer anuncio. Puede decirse que esto es, en términos de toma de conciencia eclesial, el resultado más consistente del primer decenio, cuya expresión ha sido el documento sobre el rostro misionero de las parroquias, la nota sobre el primer anuncio, la carta a los buscadores de Dios y, por último, la carta a los catequistas en el cuarenta aniversario del Documento Base[3]. Esta última resume bien la cuestión: «Muchos piensan que la fe no es necesaria para vivir bien. Por eso, antes que educar la fe es necesario suscitarla: con el primer anuncio debemos hacer que arda el corazón de las personas, confiando en la fuerza del evangelio, que llama a todos los hombres a la conversión y les acompaña en todas las etapas de la vida» (n. 10). Dentro de esta propuesta de conversión misionera de la pastoral destaca, por su carácter interpretativo y propositivo, el documento sobre el rostro misionero de las parroquias. Se dibuja en él lúcidamente el cambio actual y se invita a aceptar ese desafío. Se indican las dos posibles derivas de nuestras parroquias (la autorreferencialidad y la reducción de la parroquia a un centro de distribución de servicios religiosos), se propone la figura de una Iglesia cercana a la vida de la gente, se invita a volver a empezar desde el primer anuncio, se señala, en una pastoral integrada o en red, el camino que se ha de recorrer al servicio del evangelio. • La segunda conversión se refiere a la necesidad de replantear el modelo de iniciación cristiana en perspectiva catecumenal. Recordado ya autoritativamente por el Directorio general para la catequesis[4], que invita a hacer del catecumenado el paradigma de la catequesis, esta invitación ha encontrado una propuesta práctica en las tres notas de los obispos italianos sobre la iniciación cristiana[5]. Especialmente la segunda nota, la de la iniciación cristiana de los niños entre 7 y 14 años, ha inspirado en Italia muchas de las experiencias de renovación de la praxis ordinaria de la iniciación cristiana de los niños. La tercera nota, en cambio, es la más fecunda para replantear un proceso de redescubrimiento de la fe por parte de los adultos. Todos compartimos hoy la necesidad de un proceso de iniciación cristiana que asuma por completo la inspiración catecumenal. El Directorio general para la catequesis la define de esta manera:

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«La concepción del catecumenado bautismal como proceso formativo y verdadera escuela de la fe proporciona a la catequesis posbautismal una dinámica y unas características configuradoras: la intensidad y la integridad de la formación; su carácter gradual, con etapas definidas; su vinculación a ritos, símbolos y signos, especialmente bíblicos y litúrgicos; su constante referencia a la comunidad cristiana...» (n. 91: EV 16/871). • La tercera conversión consiste en una mudanza propiamente dicha. Se trata de la centralidad del anuncio basado en los elementos fundamentales con los que se articula la existencia humana. El congreso de Verona, superando el planteamiento centrado en las tareas esenciales del anuncio, la liturgia y la caridad, ha invitado «a partir de la persona y de su exigencia de unidad, más que de una articulación interna de la Iglesia, aun fundada teológicamente» [6]. Los cinco ámbitos especificados (la vida afectiva, el trabajo y la fiesta, la fragilidad humana, la tradición, la ciudadanía) son lugares de experiencia que ejemplifican el arco completo de la vida y la convivencia humana. Este desplazamiento de la propuesta de la fe desde la lógica y la organicidad del contenido a la lógica y la organicidad de la existencia humana en los elementos fundamentales con los que se articula, abre, para la pastoral en perspectiva misionera, el tiempo de un exigente y fecundo replanteamiento. «Poner a la persona en el centro constituye una preciosa clave para la renovación, en sentido misionero, de la pastoral y para superar el riesgo de repliegue que puede afectar a nuestra comunidad» [7]. El plan pastoral para el segundo decenio Educare alla vita buona del Vangelo[8] retoma, entre los objetivos y las opciones prioritarias, los cinco ámbitos de Verona y los señala como pistas para la evangelización y como aportación educativa. Estos tres cambios de perspectiva (misionera, iniciática y secular) han modificado sustancialmente las líneas de nuestro proyecto y constituyen el horizonte en el que sitúa la reflexión y la práctica pastoral de nuestras parroquias y diócesis para los años venideros. Así pues, hemos salido de la niebla. Hay que estar agradecidos al Espíritu y a la Iglesia italiana por haber precisado con lucidez y firmeza la dirección que hay que tomar. ¿Son conscientes de ello todos? Parece que no. Pero lo que cuenta es ver cómo muchos catequistas y párrocos están recuperando la confianza y el entusiasmo precisamente gracias a este cambio de dirección. Porque esta es propiamente la cuestión: ya hemos comprendido cuál es la dirección, pero todavía no tenemos las soluciones. Sin embargo, esta situación es mucho mejor que la anterior. En los últimos tiempos, la reacción ante la dificultad de la evangelización ha sido, por una parte, el cansancio pastoral y, por otra, el activismo, intensificando la organización y las propuestas. Pero esta generosidad era confusa y se corría el riesgo de estar al servicio de una lógica pastoral de mantenimiento y de vuelta a la situación anterior. Ahora, en cambio, quien ha visto el resquicio de luz entre la tiniebla empieza a caminar de otra manera. Ha comenzado el tiempo de los 31

pequeños pasos, de las experiencias, de la creatividad pastoral. Hay trabajo, es cierto, pero a muchos se les ha ido ya el cansancio mental. Lo dicen los catequistas que han emprendido las primeras experiencias de renovación de la práctica tradicional de la iniciación cristiana. «Quería dejarlo, pero he vuelto a encontrar el gusto de ser catequista». «Estoy volviendo a encontrar el sentido de mi ministerio», dicen algunos sacerdotes. Volvamos a la imagen de la marcha. El cansancio es mucho. Y, sin embargo, hay una nueva luz en nuestra pastoral. Todavía es una luz débil. Es un retoño que hay que cuidar y proteger. El que ha dado los primeros pasos no tiene intención de dar marcha atrás. Lo que se necesita ahora es la capacidad para orientar y organizar lo nuevo que está naciendo, por amor al evangelio y a las personas que el Señor ha puesto en nuestro camino. ***

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En síntesis La catequesis italiana ha vivido desde 1970 hasta hoy un largo periodo. Primero fue la primavera tras el concilio, bajo la guía de los catecismos para la vida cristiana, basada en la confianza en hombre, la fe y el entusiasmo de trescientos mil catequistas. A continuación, en el último decenio del siglo pasado, un tiempo de cansancio, de desilusión e incluso de nostalgia. El esfuerzo realizado no produjo los resultados que se esperaban. Con el paso simbólico del segundo milenio se ha abierto un tiempo nuevo: el del giro misionero de la Iglesia. El episcopado italiano ha hecho suyo el desafío y ha señalado a la Iglesia de nuestro país, con su autoridad, tres direcciones: la conversión misionera de la pastoral, la inspiración catecumenal de la iniciación cristiana, el anuncio del evangelio desde las experiencias antropológicas fundamentales de la vida. Las orientaciones pastorales Educare alla vita buona del Vangelo han tomado en serio esta invitación a una conversión misionera, iniciática y secular de la propuesta cristiana. Tenemos ahora, por tanto, una dirección clara, hemos salido de la confusión. Se abre el tiempo de la creatividad pastoral, porque tenemos la dirección, pero nos faltan las recetas. Se trata de dar cuerpo a las hermosas intuiciones. Pero ahora estamos mejor que antes. Tener que buscar soluciones teniendo clara una dirección es mucho mejor que multiplicar las iniciativas en una dirección confusa. Es la hora del trabajo, de la fidelidad y de la paciencia, con amor al evangelio y pasión por el hombre.

1. CONFERENZA EPISCOPALE ITALIANA (CEI), Il rinnovamento della catechesi. Documento pastorale dell’Episcopato italiano, Roma, 2 de febrero de 1970 (ECEI 1/2362-2973). 2. CEI, Comunicare il vangelo in un mondo che cambia. Orientamenti pastorali dell’Episcopato italiano per il primo decennio del 2000, Roma, 29 de junio de 2001: ECEI 7/139-265. 3. CEI, Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia, Roma, 30 de mayo de 2004: ECEI 7/1.4041.505; COMMISSIONE EPISCOPALE PER LA DOT T RINA DELLA FEDE, L’ANNUNCIO E LA CAT ECHESI, Questa è la nostra fede. Nota pastorale sul primo annuncio del vangelo, Roma, 15 de mayo de 2005: ECEI 7/2.338-2.422; COMMISSIONE EPISCOPALE PER LA DOT T RINA DELLA FEDE, L’ANNUNCIO E LA CAT ECHESI, Lettera ai cercatori di Dio, Roma, 12 de abril de 2009, EDB, Bologna 20093 (trad. esp.: Carta a los buscadores de Dios, BAC, Madrid 2011); COMMISSIONE EPISCOPALE PER LA DOT T RINA DELLA FEDE, L’ANNUNCIO E LA CAT ECHESI, Annuncio e catechesi per la vita cristiana. Lettera ai presbiteri e ai catechisti nel quarantesimo del Documento Base Il Rinnovamento della catechesi, Roma, 4 de abril de 2010, Bologna 2010. 4. Direttorio generale per la catechesi, Roma, 15 de agosto de 1997: EV 16/741-1127. 5. La CEI ha publicado tres notas sobre la iniciación cristiana: L’iniziazione cristiana. 1. Orientamenti per il catecumenato degli adulti, Roma, 30 de marzo de 1997: ECEI 6/613-731; 2. Orientamenti per l’iniziazione cristiana dei fanciulli e dei ragazzi dai 7 ai 14 anni, Roma, 23 de mayo de 1999: ECEI 6/2.040-2.119; 3. Orientamenti per il risveglio della fede e il completamento dell’iniziazione cristiana in età adulta, Roma, 8 de junio de 2003: ECEI 7/956-1,059.

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6. C. T ORCIVIA, «La parrocchia e la conversione pastorale: un modo più missionario di pensarla a partire dagli orientamenti della Chiesa italiana», en J.F. Antón (ed.), I luoghi della vita quotidiana come luoghi di evangelizzazione. Atti del Convegno teologico pastorale di Vitorchiano (14-16 febbraio 2008), 90. 7. CEI, «Rigenerati per una speranza viva» (1 Pt 1,3): testimoni del grande «sì» di Dio all’uomo, Roma, 27 de septiembre de 2007, n. 22, EDB, Bologna 2007. 8. CEI, Educare alla vita buona del Vangelo. Orientamenti pastorali dell’ Episcopato italiano per il decennio 2010-2020, Roma, 4 de octubre de 2010, EDB, Bologna 2011.

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CAPÍTULO 4.

Primer y segundo anuncio «Nuestra actual situación pastoral se parece quizás al trabajo de un agricultor enamorado de su tierra. Cava, abona, riega, con gran dispendio de energías..., pero nadie se ha preocupado de sembrar en ese campo ¡y los esfuerzos resultan estériles! Si la catequesis corresponde al tiempo del cultivo, el primer anuncio corresponde al tiempo de la siembra, y es esta siembra la que falta, en gran parte, en nuestra pastoral ordinaria» [1].

ESTE ejemplo nos sirve perfectamente de introducción para comprender el tema del primer anuncio. En su sencillez, no exenta de ironía, pone sobre la mesa la raíz esencial de donde nacen las frustraciones pastorales de nuestras parroquias. Todos, párrocos y catequistas, nos vemos reflejados, sudorosos, ocupados en alimentar y sostener la fe de nuestros muchachos y de sus padres, irritándonos si no se corresponde con lo que esperamos y desilusionados de la esterilidad de nuestros esfuerzos. El problema es que la fe no se debe presuponer sino proponer. La palabra clave es esta: no se puede dar por descontado que... «No se puede dar por descontado que se sepa quién es Jesucristo, que se conozca el evangelio, que se tenga alguna experiencia de Iglesia. Esto vale para niños, muchachos, jóvenes y adultos; vale para nuestra gente y, obviamente, para muchos inmigrantes, provenientes de otras culturas y religiones. Se necesita un renovado primer anuncio de la fe. Es responsabilidad de la Iglesia en cuanto tal, y recae sobre todo cristiano, discípulo y, por tanto, testigo de Cristo; corresponde especialmente a las parroquias. El primer anuncio es transversal a todas las acciones pastorales» [2].

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1. El significado de la expresión «primer anuncio» Una vez que se ha comprendido el problema, queda el hecho de que la noción de «primer anuncio» aparece todavía borrosa tanto desde el punto de vista teórico como desde la práctica pastoral. Esta noción hace referencia a diversas propuestas: introducir en la fe (initium fidei para personas no bautizadas), ayudar a personas ya creyentes a redescubrir con una renovado asombro el corazón más hondo del evangelio, acompañar la reiniciación de personas que se han alejado de la comunidad cristiana. Es bueno, por tanto, que tratemos, en la medida en que nos sea posible, de clarificar su sentido para que no se reduzca a una «palabra mágica» y, en resumidas cuentas, confusa e impracticable. Como ya hemos dicho, ha sido el contexto actual de secularización y pluralismo cultural y religioso, con la progresiva desaparición de la forma de cristianismo sociológico, el que ha suscitado, en la comunidad cristiana, la conciencia de la necesidad del primer anuncio. Estamos llamados a pasar de una «catequesis para la maduración de la fe», que se da por descontada, a una catequesis «de propuesta de la fe», de las «tradiciones cristianas» a la Tradición (Traditio = entrega) de la fe cristiana. Podemos dar una primera definición: el primer anuncio es la proclamación del evangelio con vistas a conducir a una persona al encuentro con Jesús en la comunidad eclesial y a emprender un camino de conversión. Está claro: trata de una adhesión inicial a la fe que es al mismo tiempo acto, contenido y actitud. • En cuanto acto, el primer anuncio conduce al abandono de sí en el Señor Jesús, una primera respuesta de fe personal y consciente. Es, pues, del orden de la confianza, del fiarse: una vida que decide confiar y fiarse del Dios de Jesucristo en la docilidad a su Espíritu. • La confianza y el abandono necesitan, sin embargo, un contenido, es decir, saber de quién se fía uno. El contenido del primer anuncio es el misterio de Jesucristo, es decir, su vida, su pasión, muerte y resurrección y, a la luz de todo esto, el rostro del Padre y el don del Espíritu, que guía a la Iglesia hasta su vuelta definitiva. Nosotros hablamos del kerigma, pero este no se reduce al anuncio de la Pascua sino a todo el misterio de Cristo. Contiene, pues, en sí todo el evangelio, con cuanto da y cuanto pide. Ahora se comprende que el «todo» de la fe del primer anuncio no es de tipo cuantitativo sino de tipo intensivo-cualitativo. No se trata todavía de explicitar todos los contenidos de la fe, sino de transmitir el corazón del evangelio, en su dinámica de don y respuesta.

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• El abandono y la adhesión al contenido de la fe se convierten pronto, pues, en actitud. El primer anuncio conduce a las personas a emprender un camino de conversión, es decir, decidirse a seguir a Jesús y conformar la propia vida con la suya. Desemboca en el bautismo o en su redescubrimiento y conduce a un cambio de vida. Será necesario un camino de acompañamiento y profundización en la comunidad cristiana, mediante la escucha de la Palabra, la celebración de la eucaristía, la vida comunitaria fraterna, el compromiso en la caridad y el testimonio.

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2. El primer anuncio, inicio y fundamento de la vida cristiana ¿Por qué llamamos «primero» al anuncio? ¿En qué sentido es primero? • Ante todo, en sentido cronológico, porque indica el tiempo inicial que lleva a la adhesión y a los primeros pasos en la fe o a su redescubrimiento tras el abandono o el olvido. Hace siglos que, en nuestras comunidades, no estamos acostumbrados a ofrecer un tiempo de entrada en la fe, a causa de un contexto ya comúnmente cristiano. Hemos perdido, pues, en gran parte la memoria misionera y la capacidad de «hacer entrar» en el don de la fe. Vuelve a ser importante introducir en nuestras comunidades tiempos de primer anuncio, es decir, de propuestas de acompañamiento en los primeros pasos de la fe. En todas nuestras parroquias, de hecho, aumenta el número de no bautizados, por la presencia de inmigrantes o por la costumbre cada vez más difundida de no bautizar a los más pequeños. • Pero hay otro sentido, más profundo, del adjetivo «primero». El anuncio no está únicamente en el inicio cronológico de la fe sino siempre en su centro. No es solo un tiempo que requiere sucesivos pasos, sino el «valor fundante» que debe estar presente en todos los procesos de evangelización, en la pastoral como su espina dorsal, y en la vida y en el hacer de la Iglesia. Es lo que expresa, eficazmente, la nota sobre el primer anuncio: «La “prioridad” del primer anuncio se entiende sobre todo en sentido genético y fundante: en la base de todo el edificio de la fe está el “cimiento... que es Jesucristo” (1 Cor 3,11); él es la “piedra angular, elegida, preciosa, y quien cree en ella no quedará defraudado” (1 Pe 2,6). De esta manera se edifica el cuerpo de Cristo, “hasta que lleguemos todos... al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13)» [3].

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3. El segundo anuncio Precisamente esta llamada a no limitar el primer anuncio al tiempo del initium fidei, sino a considerarlo como fundamento y dimensión de la vida cristiana, nos lleva a enfocar mejor cuál es el problema pastoral central de nuestras parroquias. La mayoría de las personas que las frecuentan con regularidad, de manera esporádica o solo en algunos rápidos pasos de la vida (bautismo, primera comunión, confirmación, matrimonio y funeral) han sido ya iniciadas en la fe. Conocen el cristianismo y la Iglesia, tal vez demasiado y mal. Dan por descontada la fe o tienen una visión parcial y confusa de ella, si no absolutamente distorsionada. Muchos cristianos viven la fe como una costumbre; otros se limitan a algún gesto o algún rito. Muchos se han alejado y se mantienen a una prudente distancia. Por este motivo, para evitar confusiones mentales y pastorales, debemos introducir en nuestro lenguaje eclesial la noción de segundo anuncio. De hecho, el principal problema de nuestras parroquias es doble. Por una parte, se trata de hacer que los creyentes (más o menos creyentes) vuelvan a descubrir la novedad profunda del evangelio, a no darla por supuesta, a volver constantemente al «primer amor», al «primer asombro». Por otra parte, es necesario salir al encuentro de los que se han alejado de la fe por diversas razones: por olvido, por dejadez, por hostilidad, por separación física, por experiencias negativas con la Iglesia y sus representantes, por el influjo de otras culturas o religiones... Por «segundo anuncio» podemos, pues, entender las propuestas que tratan de reavivar la fe de personas que la viven como una costumbre o que se han distanciado de ella. Entender el primer anuncio como «segundo anuncio» hace que salgamos de muchas ambigüedades y nos ayuda a acercarnos correctamente a las personas, sabiendo que no son una tabula rasa, sino que tienen una experiencia que debemos tener en consideración, que debemos dejar que se exprese y que se re-elabore. No creemos, a este propósito, que el segundo anuncio a los practicantes sea más fácil que el segundo anuncio a quien ha perdido el contacto con nuestras comunidades eclesiales. El primer anuncio, de hecho, así como el segundo «primer anuncio», constituye siempre una experiencia inaugural, provoca un nuevo comienzo, despierta el asombro adormecido. Pero nada más difícil que asombrar a cristianos practicantes o acostumbrados a creer: ¡ya no se asombran de nada! ¡Lo que cuesta, por ejemplo, que algún cristiano se asombre al contarle de nuevo la impresionante parábola del Padre misericordioso! Todo el evangelio se ha convertido en algo ya conocido, obvio, descontado. No menos costoso es el segundo anuncio con personas que han perdido el contacto con la fe. Aquí puede ser útil recordar la parábola del sembrador. Nadie es una tabula rasa. Los terrenos están ya llenos de prejuicios, experiencias negativas, resistencias, alergias, temores. Antes de hacer aprender se necesita un largo tiempo para ayudar a desaprender. Es el gran problema de las representaciones religiosas, que en muchas personas constituyen un obstáculo para la fe porque vehiculan imágenes de Dios, de la 39

Iglesia, de la moral... distorsionadas y nocivas. En ambos casos, el segundo anuncio es realmente un problema fundamental de nuestras parroquias y el mayor desafío en nuestro contexto cultural.

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4. La clave de bóveda de la pastoral ¿Qué puede significar, para nuestras parroquias, ponerse en perspectiva de segundo anuncio? ¿Tal vez abandonar todas nuestras propuestas pastorales y empezar algo nuevo, que no sabemos que puede ser? ¿Se trata de dejar que se pierdan las propuestas que hacemos en la parroquia y ponernos todos a hacer experiencias de evangelización en la calle? Los obispos nos ofrecen la intuición más valiosa que nos permite valorar nuestra pastoral tradicional y al mismo tiempo hacerla nueva: «El primer anuncio es transversal a todas las acciones pastorales» [4]. Esta invitación parece decirnos que no se trata de hacer tabula rasa de las iniciativas tradicionales, sino de infundir en ellas una perspectiva misionera, precisamente la del segundo anuncio. Podríamos ofrecer muchos ejemplos. Cuando los padres vienen a pedir el bautismo para su bebé y descubrimos que no saben lo que es la fe, que viven juntos o divorciados, tenemos la ocasión para establecer con ellos una relación de segundo anuncio, sin que nos importe demasiado si no son como nosotros quisiéramos. El segundo anuncio, de hecho, parte del punto en el que se encuentran las personas, no del punto en que nos encontramos nosotros. Con las parejas de novios en los cursillos prematrimoniales, basta que planteemos estos pocos encuentros, no desde el punto de vista de una simple formación humana o como una suplencia de un consultorio familiar, sino como una segunda propuesta de la fe, tras el abandono de la confirmación. En vez de amargarnos porque ocho de cada diez parejas de las presentes conviven ya, tenemos la oportunidad de sorprenderlas con un «segundo primer anuncio». Esto vale para todas las actividades de la parroquia, incluso las más devocionales: procesiones, mes de mayo, cuarenta horas... Basta con replantearlas y ayudar a vivirlas como ocasiones de primer o segundo descubrimiento del evangelio. Las experiencias piloto de primer anuncio, comúnmente llamadas «evangelización de calle», son útiles para la comunidad cristiana: la mantienen despierta y la invitan a salir de sus propios límites. Pero la lógica de estas formas de evangelización y las modalidades de su propuesta no pueden convertirse en el modelo de nuestras parroquias. Verdaderamente se tomará en serio, en Italia, el problema del primer anuncio cuando nuestras parroquias asuman, dentro de ellas, el punto de vista del segundo anuncio. El «segundo anuncio» es, de hecho, en Italia, la forma principal de «primer anuncio».

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5. El camino inverso del primer y segundo anuncio Acerca del segundo anuncio solamente queda hacer una precisión importante, que se refiere a su modalidad de propuesta. El contenido del primer y segundo anuncio, como hemos visto, es el kerigma en el sentido más amplio. Es sustancialmente, por tanto, el Símbolo. La cuestión del contenido vuelve a ser central en el primer y segundo anuncio porque el acto de fe no puede desligarse de ello: ¿cuál es el rostro del Dios de quien me fío? ¿En quién pongo mi esperanza? El acto de fe requiere conocer a aquel de quien nos fiamos. Pero es importante ser conscientes de la inversión de perspectiva del «segundo primer anuncio» respecto a la perspectiva tradicional de la catequesis. La catequesis se dirige a quien es creyente y sigue el orden de la exposición: «Creo en Dios, Padre del Señor Jesús, que nos da su Espíritu y la vida hasta su plenitud. Amén». El segundo primer anuncio, por el contrario, expresa el contenido de la fe por un camino inverso respecto de la exposición lógica, el camino del descubrimiento. Mons. Bonomelli, obispo de Cremona, respondiendo en 1912 a una consulta del papa acerca del catecismo de Pío X, usaba una expresión que nos puede ayudar: «Estoy convencido de que el catecismo debe cambiarse radicalmente en cuanto a la forma. Hay que descartar el método que siguen tradicionalmente los catecismos. Las personas doctas, que contemplan en sus mentes la verdad ya dispuesta según un determinado sistema, se sienten inclinadas a exponerla con ese mismo sistema, tesis y fórmulas, también a los demás, olvidando fácilmente que, para aprenderla por primera vez, tuvieron que seguir el camino inverso» [5]. ¿Cuál es el camino inverso? El obispo de Cremona hablaba del camino inverso entre el método expositivo y el didáctico, es decir, el método seguido por los teólogos y el método que, al contrario, se mueve desde las primeras ideas más sencillas hacia lo más complejo de la fe, más adaptado a los niños y a las personas con poca cultura. Pero si ampliamos su intuición, podemos ver lo preciosa que puede ser para nosotros. La profesión de fe contenida en el Símbolo... «... es del orden de la exposición. Vale para quien es creyente, para quien se reconoce en ella, para quien puede comprenderla. Yo creo, por el contrario, que el “primer anuncio” debe expresar lo que se cree en el orden del descubrimiento. Y aquí el movimiento es inverso. En el orden del descubrimiento todo comienza con el Amén de la vida de un creyente. A partir de esta palabra es posible remontarse desde esta experiencia del Espíritu a su identificación como Espíritu de Jesús, que continuamente nos orienta hacia el Padre, y de esta manera se hace el camino inverso al orden de la exposición con el que el Credo enuncia la fe. Para entrar en una lógica de primer anuncio es necesario pasar del enunciado de los objetos de la 42

fe pronunciados en el Credo a la experiencia de fe “portada” por un cuerpo que la hace ver, oír y tocar» [6]. El camino inverso es, por tanto, el de la atestación, el camino testimonial, que va desde el «Amén» de un testigo y de una comunidad reunida por el Espíritu, hasta el Padre, por medio de Jesús. Es entonces cuando la persona iniciada puede llegar a pronunciar su profesión de fe («yo creo») en el orden lógico del Credo. Este «yo creo» se hace reflejo del «Amén» de donde todo ha partido, se hace redditio como eco de la traditio creyente. Es, por otra parte, el camino que sigue el catecumenado: el camino iniciático a la fe cristiana. Volvamos a la imagen inicial. «Si la catequesis corresponde al tiempo del cultivo, el primer anuncio corresponde al tiempo de la siembra, y es esta siembra la que falta, en gran parte, en nuestra pastoral ordinaria». Se ha iniciado, pues, el tiempo de la siembra. Esto nos lleva, como catequistas y párrocos, a concentrarnos en lo que tenemos que dar nosotros más que en las condiciones que deben tener los destinatarios del evangelio. El gesto de la mano que siembra es atrevido: se fía de la fuerza de la semilla y se fía de la capacidad receptiva del terreno, que es lo mismo que decir: de la libertad de la persona. Lo que tenemos que dar no nos pertenece. Es en sí mismo un don sin pretensiones. Y en la medida en que se da sin pretensión es como puede obtener respuesta. ***

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En síntesis No puede darse por descontada la fe en quien es practicante ni en quien se acerca intermitentemente a la parroquia, ni mucho menos en quien se ha alejado de la Iglesia. La fe, antes que ser formada, debe ser propuesta: es el tiempo de la siembra, tiempo de primer anuncio. El primer anuncio es, en sentido estricto, la propuesta de la fe a quien no cree y pretende conducir a la adhesión a Jesús en la comunidad eclesial, al conocimiento del evangelio y a una vida según el Espíritu. Nuestras parroquias, pues, deben preparar tiempos para la entrada en la fe. Pero su principal problema es el que concierne a los bautizados, sean practicantes regulares, intermitentes o bautizados que han abandonado la fe. Nuestro problema es el del segundo anuncio, o el «segundo primer anuncio». El segundo anuncio tiene en cuenta la historia de las personas, sus representaciones religiosas, sus experiencias más o menos negativas. Les ayuda a desaprender antes de aprender. El segundo anuncio sigue el camino inverso respecto a la catequesis. Parte del testimonio creyente, del «Amén» de una persona y de una comunidad animadas por el Espíritu, llega a reconocer que es el Espíritu del Señor Jesús y lleva a dirigirse a Dios como Padre. En ese momento la persona puede ya decir su «yo creo», en el orden expositivo con que lo profesa la comunidad. Es tiempo del segundo anuncio, sin preocuparnos demasiado de las condiciones que el otro debe tener, sino de cuanto le podamos dar gratuitamente. La semilla de la Palabra lleva en sí su propia fuerza.

1. UFFICIO CAT HECHIST ICO 2002, 3.

REGIONALE

LAZIO, Linee per un progetto di primo annuncio, Elledici, Leumann (TO)

2. CEI, Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia, n. 6: ECEI 7/1.440. 3. COMMISSIONE EPISCOPALE PER LA DOT T RINA DELLA FEDE, L’ANNUNCIO E LA CAT ECHESI, Questa è la nostra fede. Nota pastorale sul primo annuncio del vangelo, n. 6: ECEI 7/2.364. 4. CEI, Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia, n. 6: ECEI 7/1.440. 5. L. NORDERA, Il catechismo di Pio X. Per una storia della catechesi in Italia (1896-1916), LAS, Roma 1988, 507. Mons. Bonomelli retoma casi literalmente algunos pasajes de Rosmini en el Prólogo a la segunda edición de su Catechismo disposto secondo l’ordine delle idee, de 1898. Véase: G. BIANCARDI, Per Dio e per le anime. Studi sulla pastorale e la catechesi dell’Ottocento, LAS, Roma 2010, 123-131. 6. F. BOUSQUET , «Ne prononce pas le nom de Dieu en vain», en Service National de la catéchèse et du Catéchuménat, Un appel à «la première annonce» dans les lieux de la vie, por Jean-Claude Reichert, CRER, Paris 2008, 56-57.

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CAPÍTULO 5.

Segundo anuncio e iniciación cristiana «Cuando llegan las fiestas de la Pascua, durante los ocho días que van desde la Pascua a la octava (...), el obispo (...) explica todo lo que se hace en el bautismo. En ese momento ningún catecúmeno tiene acceso a la Anástasis: en la Anástasis solo entran los neófitos y los fieles que desean escuchar los misterios. Mientras el obispo expone cada uno de los aspectos y explica su significado, las voces que asienten son tales que se oyen incluso fuera de la iglesia. Y realmente él expone todos los misterios de tal modo que nadie puede sustraerse a la emoción de oírlos explicados de esa manera» – Egeria, Itinerario 47,1-2.

ES difícil no sonreír admirados ante este cuadro tan vivamente descrito en el itinerario de la peregrina Egeria. Hoy ya no ocurre que, estando fuera de la iglesia o de la sala de la catequesis, se oigan gritos de entusiasmo de los que escuchan las palabras del catequista o del sacerdote. Egeria es una mujer de finales del siglo IV, enérgica y curiosa, llegada de Galicia, en el extremo noroccidental de España, o de la parte noroccidental de Francia. Emprende un largo viaje a los lugares donde vivió Jesús y envía sus relatos a otras mujeres a las que llama «señoras hermanas». En Jerusalén vive la liturgia de la Semana Santa y asiste a las catequesis del obispo Cirilo. El testimonio de Egeria nos aporta preciosas informaciones sobre el proceso catecumenal de aquella iglesia y sobre las «catequesis mistagógicas». Eran las catequesis que hacía el obispo en la semana después de la Pascua, reservadas a los neófitos para explicarles el significado de los «misterios», es decir, de los sacramentos que habían recibido la noche de Pascua: bautismo, confirmación y eucaristía. Los neo-bautizados, purificados e iluminados interiormente por el Espíritu, estaban en ese momento preparados para acceder con más conocimiento al significado de la gracia recibida: se les explicaba el sentido de lo que habían vivido. El motivo es sencillo y así lo expresa el obispo Cirilo: «Se cree más aquello que se ve que aquello que se escucha».

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1. ¿Catequesis para preparar a los sacramentos o iniciación por medio de los sacramentos? Además de hacernos sonreír, el relato de Egeria nos hace reflexionar. Hubo un tiempo en el que primero se recibían los sacramentos y luego se explicaban. Desde 1500 hacemos lo contrario. La catequesis semanal se ha pensado en gran parte como preparación de los niños y muchachos bautizados para recibir bien la primera comunión y la confirmación. Como decíamos en el primer capítulo, en un contexto de socialización cristiana generalizada, el proceso originario de la iniciación cristiana, atestiguado por la práctica del catecumenado, ha sido doblemente simplificado. Era un proceso para iniciar a los adultos a la vida cristiana por medio de los sacramentos y se ha transformado en un proceso reservado a los pequeños para prepararlos a los sacramentos. La preocupación de la catequesis se concentró en explicar los «misterios» antes de recibirlos y en crear todas las condiciones necesarias para poder recibirlos. El segundo esfuerzo ha sido el de enseñar todos los compromisos morales que se derivaban de haberlos recibido. Esta preocupación es legítima y obligada. Manifiesta la atención que se ha de poner para que los gestos sacramentales no se vivan inconscientemente, como gestos mágicos: son gestos de fe. Pero el acento puesto en esta preocupación de la catequesis corre el riesgo de llevarnos a un callejón sin salida. Los liturgistas nos llaman la atención sobre este riesgo y afirman: «[Nuestra catequesis] sitúa el sacramento después de un camino, que asume el rasgo de obligatoriedad, y lo conecta después con las exigencias y compromisos que deberían ser observadas. Si esta es la lógica de fondo, estamos impidiendo vivir el momento de la celebración como un don, porque lo hacemos depender del compromiso precedente, e inhibimos su fuerza transformadora porque pretendemos determinar nosotros la vida de gracia que el sacramento concede vivir. Nunca debemos olvidar que lo que se celebra en el sacramento es siempre mucho más que el compromiso que se pidió previamente y mucho más que el que determinamos que tiene que cumplirse después» [1]. El sentido de todo esto es sencillo: en lo que se refiere a la liturgia, hemos dado primacía al pensamiento respecto a lo que se vive en la celebración. «En los ritos hay un superávit de sentido que, ciertamente, es necesario comprender después también canónica, dogmática y moralmente. El sentido común piensa, al contrario, que la dogmática y la moral son las que dan significado a la liturgia. La presunta superioridad del lenguaje reflexivo es una distorsión mental de la que todos somos víctimas. El lenguaje reflexivo es importante pero interviene únicamente 47

después de una experiencia que el rito te proporciona, con tal que tú penetres del todo en él» [2]. Exagerando las cosas, podríamos resumir diciendo que insistimos generalmente tanto sobre las condiciones que hay que tener primero y sobre las consecuencias que hay que realizar después que, llegados a ese punto, la experiencia del sacramento casi se hace superflua.

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2. La inspiración del modelo catecumenal Todas estas advertencias nos permiten medir más conscientemente el cambio de perspectiva que supone la invitación a hacer del catecumenado el modelo de todo proceso de iniciación cristiana. El Directorio general para la catequesis habla oportunamente de «inspiración» y lo que pide no es tanto «reproducir miméticamente la configuración del catecumenado bautismal» como dejarse «fecundar por sus principales elementos configuradotes» (n. 91: EV 16/872). Es importante, por tanto, comprender estos elementos. El catecumenado se caracteriza, ante todo, por ser un proceso cuyo sujeto es la comunidad cristiana que, de esta manera, ejerce su maternidad espiritual; es un proceso formativo y de verdadera escuela de la fe; tiene un carácter gradual con etapas definidas; está salpicado de momentos de catequesis y de ritos y celebraciones litúrgicas; es un camino progresivo de discipulado, ayudado y acompañado; todo él está impregnado del misterio de la Pascua de Cristo; encuentra su culminación en la celebración de los sacramentos. Sintéticamente podemos decir que es... «... el proceso global a través del cual se llega a ser cristiano. Se trata de un camino dilatado en el tiempo y jalonado por la escucha de la Palabra, la celebración, y el testimonio de los discípulos del Señor por medio del cual el creyente realiza un aprendizaje global de la vida cristiana y se compromete a una opción de fe y a vivir como hijo de Dios, y es incorporado, con el bautismo, la confirmación y la eucaristía, al misterio pascual de Cristo en la Iglesia» [3]. Aun manteniendo cuidadosamente la distinción entre catequesis post-bautismal y pre-bautismal, es decir, el proceso de los catecúmenos y el de los niños que ya están bautizados, estas orientaciones de fondo propias del catecumenado inspiran ya ahora la práctica de la catequesis post-bautismal y han abierto un tiempo fecundo de replanteamiento de la práctica tradicional de la iniciación cristiana en nuestras parroquias.

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3. Las nuevas experiencias de la iniciación cristiana de los niños De hecho, de las tres grandes conversiones señaladas en el capítulo 3 (La dirección correcta) aquella en la que nuestras parroquias están dando los primeros pasos es propiamente la renovación de la práctica tradicional de la iniciación cristiana de los niños[4]. Esto es algo sorprendente. Durante treinta años nos hemos empeñado en renovar la catequesis, dejando intacto, sin embargo, el dispositivo de la iniciación cristiana y el modelo de parroquia en el que ella se sitúa. Así pues, la novedad precisamente es esta: desde hace unos diez años estamos tratando de desatar el nudo más complicado de nuestra pastoral: el de la iniciación cristiana. Es ahí donde de hecho se concentran los problemas más grandes relativos a la demanda tradicional de sacramentos. Las nuevas experiencias han nacido de la base, de la pasión de algunos párrocos que han dicho: «Así no se puede seguir». Las tres s sobre la iniciación cristiana y la clarividencia de algunos obispos han animado y guiado las primeras experiencias[5]. A menudo han nacido independientemente unas de otras porque una misma dificultad suscita a menudo respuestas semejantes. Se han extendido como mancha de aceite en nuestras parroquias, por contagio. Han provocado dificultades, resistencias, a veces incluso tensiones entre párrocos. Ahora ya son en Italia una realidad: podemos decir que no hay ninguna diócesis en nuestro país en la que no se hayan iniciado experiencias nuevas. Es un movimiento en expansión e intensificación. A pesar de su gran diversificación, parece que los rasgos comunes que las caracterizan son estos: la atención ha pasado de los niños a los adultos, y especialmente a la familia; el sujeto de la catequesis ya no es solo el catequista sino la comunidad; el acceso al proceso de la iniciación de personas adultas se caracteriza en la mayor medida posible por la libertad, saliendo de una lógica de contrato; se recupera la dimensión catecumenal del proceso de iniciación cristiana; se tiende a restablecer el orden correcto y la unidad de celebración de los tres sacramentos de la iniciación cristiana; el domingo se convierte en el tiempo privilegiado para el proceso de iniciación; el trabajo en equipo es la modalidad más extendida para promover y mantener las experiencias, superando la delegación a un catequista aislado.

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4. La implicación de los padres Uno de los aspectos comunes a toda la renovación de la iniciación cristiana es el hecho de tener como objetivo el segundo anuncio a los adultos, a los padres. A este propósito es necesario recordar que la iniciación cristiana de los niños puede asumir un carácter catecumenal solo en sentido analógico. De hecho, lo que especifica que un proceso sea catecumenal es la libre decisión y la conversión de la vida a Jesucristo. Ahora bien, propiamente hablando, este acto libre y esta decisión de conversión son propios de un adulto o de un joven adulto. La iniciación cristiana de los niños no puede considerarse, por tanto, como catecumenal en sentido propio. Se trata de un tiempo en el que se imprimen en ellos puntos de referencia y valores, una gramática de la fe y de las actitudes positivas hacia la comunidad eclesial. Estos elementos no son todavía la última decisión por la fe cristiana. Está llegará más tarde, en los momentos clave de la vida. El trabajo que se realiza con los niños se considera muy importante: les proporciona los materiales para sus futuras decisiones. Tras la iniciación les espera, de hecho, un tiempo fisiológico de incertidumbre y generalmente de distanciamiento, y un progresivo tiempo de reelaboración. La propuesta cristiana a los niños se plantea como un trabajo con vistas a una futura reformulación. Ahora comprendemos cómo el tiempo de iniciación de los niños es un tiempo justo, una ocasión oportuna para el segundo anuncio a sus padres, si ellos lo aceptan. Esto nos lleva a afirmar que todo el esfuerzo que las nuevas experiencias realizan para implicar a los padres está en la buena dirección, es exactamente lo que hay que hacer hasta el punto de tener que decir que ese es su objetivo más importante. No hay recetas elaboradas para implicar a los padres, pero las cosas buenas que se van haciendo nos proporcionan preciosas sugerencias. Podemos resumirlas en tres puntos de observación. 4.1. Modalidades de implicación Se están llevando a cabo cuatro modalidades de implicación de los padres en el proceso de iniciación de sus hijos. • La primera consiste en una serie de encuentros anuales que sirven para informar a los padres del proceso de catequesis que se está ofreciendo a sus hijos. En estos encuentros se busca una implicación mínima, pero se tiene interés en establecer relaciones positivas con las familias, especialmente con las madres. La parroquia muestra su rostro acogedor. • La segunda modalidad, más frecuente y en crecimiento, consiste en la propuesta de encuentros de formación para los padres, un proceso paralelo al de los hijos, con una 51

periodicidad más o menos mensual. Aquí se añade la preocupación por reavivar en los padres un descubrimiento de la fe con ocasión del proceso sacramental de los hijos. Se trata de un segundo anuncio. La parroquia muestra su rostro evangelizador. • La tercera modalidad es la vivencia, generalmente una vez al mes, del domingo juntos, «domingos ejemplares» en los que se implica toda la familia en varias dimensiones o aspectos: relacionales, de convivencia, de reflexión, de celebración. Esta modalidad apunta a la realización de una experiencia fuerte. La parroquia muestra su rostro de comunidad y comunión. • La cuarta tipología es la más exigente. Prevé un proceso de catequesis familiar en el que los padres van implicándose progresivamente no solo como creyentes sino como catequistas de sus hijos. La parroquia muestra su rostro generativo. 4.2. Diversos registros de la propuesta Un segundo aspecto, interesante, se refiere a los contenidos y al lenguaje que predominan en la propuesta. Observamos tres registros formativos: el reflexivo, el experiencial y el celebrativo. • Hay propuestas en las que predomina lo reflexivo. Se desarrollan como reuniones con padres y niños para profundizar en algunos temas de fe. Esta profundización se hace con diferentes metodologías: desde la propuesta directa hasta el taller. • Hay propuestas que, aun conteniendo momentos de reflexión, parecen preferir el registro experiencial. Es el caso de los «domingos juntos» o tardes en las que se llevan a cabo diversas actividades de formación que van desde la reflexión a la comida compartida y hasta la celebración. Estas propuestas reducen el número de encuentros, pero aumentan la intensidad de la formación. • Hay propuestas que hacen del momento celebrativo dominical el punto fuerte de la propuesta. Sin olvidar los aspectos reflexivos y experienciales, esta propuesta cree que la primera catequesis es la experiencia litúrgica bien vivida y participada. Es la fuerza generativa de los símbolos y los ritos. 4.3. En qué momentos de la vida Este tercer punto de observación se refiere al periodo de la vida en el que se realiza la propuesta, su situación en la vida y en la edad de los padres. Observamos que casi todas las nuevas experiencias atañen a la familia en el tiempo en el que sus hijos inician la preparación para la primera comunión o la confirmación, generalmente entre los 7 y los 12 años, Es decir, que toman contacto con padres jóvenes adultos. Pero muy pronto algunas diócesis han sentido la necesidad, a partir de esta experiencia, de anticipar el 52

acompañamiento en los primeros pasos de los hijos, entre los 0 y los 7 años. Anticipándose en el tiempo, se ha tomado conciencia de la importancia de tratar con ellos con ocasión del nacimiento de sus hijos, mediante una serie de reuniones de preparación para el bautismo, frecuentemente en su casa. Finalmente, se siente la necesidad de replantear en términos de segundo anuncio los procesos de preparación para el matrimonio. En una mirada retrospectiva, por tanto, tiene lugar un proceso hacia atrás, centrado en el adulto, porque nos damos cuenta de que no es posible construir sobre el vacío, no es posible que los padres esperen a que el hijo tenga 7 años para volver a descubrir la fe. Mirando hacia delante, hacia el futuro de los niños, se ve como necesario poner en marcha una seria pastoral juvenil tras la recepción de los sacramentos: una pastoral mistagógica. Y en cuanto a los adultos, será decisivo cuidar los que serán «los umbrales de la fe», es decir, aquellas situaciones en las que son llamados a franquear nuevas etapas y a encontrar nuevas formulaciones.

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5. ¿Vino nuevo en odres viejos? La observación y la descripción de estas experiencias pueden llevarnos a la conclusión de que, en realidad, no hay nada nuevo, de que estas cosas las hemos hecho siempre (hace ya tiempo que intentamos implicar a los padres) y de que han funcionado poco o nada. Lo importante en este momento es comprender que la diferencia no está en el tipo de actividad que proponemos, sino en la lógica de la relación que establecemos. Hemos dicho que la novedad de esta perspectiva reside en tres aspectos: la libertad, la gratuidad, la maternidad. La clave no está, por tanto, en quién sabe qué iniciativa original (aunque es importante introducir ideas y propuestas nuevas), sino en el espíritu con el que la comunidad cristiana propone el itinerario de fe. Si este espíritu es el de educar en la libertad de acceso a la fe (lo que quiere decir también, a veces, invitar a posponer el sacramento continuando en un camino de discernimiento), el de ofrecer el evangelio «sin que ni siquiera se insinúe la sospecha de que se hace para que el destinatario pueda hacerse cristiano y discípulo», sino por puro gozo y gratuidad, el de un acompañamiento en el que nos implicamos también nosotros y nos ponemos en juego en vez de limitarnos a hacer de enseñantes, entonces hasta las iniciativas más sencillas son «nuevas» porque es nuevo el «odre», es decir, la mentalidad de la comunidad. Si, por el contrario, la «novedad» consiste únicamente en cambiar las estrategias o subir el listón de las condiciones requeridas (diez reuniones de padres en vez de tres), entonces nos hemos quedado en una perspectiva vieja aunque el contenido sea nuevo, seguimos manteniendo una relación de tipo contractual cuya única novedad para los destinatarios es que «los sacramentos son más caros». La diferencia entre lo viejo y lo nuevo en nuestra pastoral sacramental pasa por la realización de esta frase: vino nuevo en odres nuevos.

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6. Frutos del segundo anuncio Después de diez años de experiencias, sentimos la necesidad de hacer ahora un balance y de recibir una orientación autorizada de los obispos. Esta comprobación es necesaria, pero el proceso no puede quedarse estancado. Lo que está sucediendo es un replanteamiento sin camino de vuelta. El valor con que se está afrontando este nudo gordiano de la pastoral nos está demostrando que la renovación de la iniciación cristiana puede convertirse en el trampolín para una verdadera conversión misionera de nuestras parroquias, para un segundo anuncio de la fe. Junto con aquellos con quienes estamos trabajando, podemos atestiguar que son muchas las dificultades, pero que los frutos son fundamentalmente tres: • El primero es para nuestros niños, que ven cómo, en su proceso, se han implicado sus padres y otros jóvenes y adultos. La fe, por tanto, no es algo de los pequeños sino de los mayores. Aunque debemos tener en cuenta un distanciamiento fisiológico por parte de muchos de ellos, siempre quedará impresa en su mente la imagen de una comunidad adulta, y esta experiencia puede ser la base de su posible retorno o vuelta a empezar. • El segundo fruto concierne a los padres. Para algunos de ellos, la propuesta es un verdadero segundo anuncio, un retomar la fe con términos nuevos. Algunos dicen a los catequistas: «Es una pena que no hayamos tenido antes esta experiencia», dando a entender claramente que si hubiera ocurrido antes, habrían acompañado a sus hijos de otra manera. Otros dicen: «No volváis a dar la catequesis como antes». • Pero el fruto más importante le toca a la comunidad. Ante la cuestión, tan debatida e insoluble, de la ausencia de comunidades adultas, se abre un resquicio de luz. El grupo que asume la tarea de la iniciación de los niños es un grupo de jóvenes y adultos que han recuperado el gusto de la fe y el gozo de comunicarla. Dentro de una parroquia que todavía, considerada globalmente, es tradicional se pone en marcha un mecanismo positivo, toma cuerpo un pequeño núcleo de comunidad con conciencia misionera y capacidad generativa. Es imposible convertir la parroquia en perspectiva misionera comenzando por las estructuras o esperando que todos los feligreses sean adultos en la fe. Hay que comenzar desde dentro, a partir de algunos cristianos que vuelven a descubrir la fe mientras la proponen. Este es el fruto más importante de las nuevas experiencias: el círculo vicioso de nuestras parroquias puede convertirse en un círculo virtuoso. ***

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En síntesis Hemos convertido la iniciación cristiana en un tiempo más o menos largo para preparar a los niños a una buena recepción de los sacramentos. Hemos insistido tanto en los conocimientos que hay que tener para recibirlos y en los compromisos que hay que cumplir después de haberlos recibido, que hemos hecho que la preparación sea más importante que la celebración. Estamos iniciando a la vida cristiana por medio de los sacramentos. La Iglesia invita a las comunidades cristianas a asumir la inspiración catecumenal como paradigma de la catequesis y de la iniciación cristiana: un aprendizaje global de la vida cristiana, una práctica de la fe acompañados por la comunidad. Esta intuición fundamental ha dado inicio, en Italia, a un fecundo periodo de nuevas experiencias que son, hoy en día, una realidad, un camino sin retorno posible. La principal preocupación de estas experiencias es la implicación de los padres. Con diferentes modalidades, por medio de acentos diferentes en cuanto a los contenidos o el lenguaje, en diferentes momentos de la vida de los padres, muchas parroquias están experimentando la fecundidad de un segundo anuncio en sentido propio: para los niños y para sus padres, pero sobre todo para la comunidad. A la espera de una evaluación y de una orientación autorizada de los obispos, el camino está ya trazado. Es un camino de subida tal vez, pero un camino necesario.

1. L. GIRARDI, «I sacramenti come gesti di salvezza», en Quando il rito dà forma alla vita, apuntes impresos por cuenta propia, Siusi 2010, 61. 2. A. GRILLO, «Perché facciamo questo?», Quando il rito dà forma alla vita, 46. 3. UFFICIO CAT ECHIST ICO NAZIONALE, Il catechismo per l’iniziazione cristiana dei fanciulli e dei ragazzi. Nota per l’accoglienza e l’utilizzazione del catechismo della CEI, Roma, 15 de junio de 1991, n. 7: ECEI 5/259. 4. Un balance significativo de estas experiencias se halla contenido en las actas del Congreso Nacional de directores de las delegaciones de catequesis que se tuvo en Acireale del 20 al 23 de junio de 2005: «Esperienze nuove di iniziazione cristiana. Le proposte e i loro protagonisti»: Notiziario dell’ Ufficio catechistico nazionale 34 (2005) 3. Véase: E. BIEMMI, «L’iniziazione cristiana in Italia tra cambiamento e tradizione»: Rivista del Clero italiano 86 (2005) 9, 610-623. 5. La comunicación de Mons. Adriano Caprioli sobre las «Nuevas experiencias de iniciación cristiana en Italia», pronunciada en la Asamblea general de la CEI en mayo de 2004, significa la toma de conciencia por parte del episcopado de la necesidad de inaugurar la gran obra de la experimentación. Mons. Caprioli, tras haber subrayado cómo «se impone un replanteamiento si se quiere que nuestras parroquias mantengan la capacidad de ofrecer a todos la posibilidad de acceder a la fe», subraya que la necesidad «no es de retocar o mejorar el modelo, sino de replantearlo con fidelidad y sabia creatividad» (Quaderni della Segretaria generale della CEI 8 [2004] 12, 3-15).

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CAPÍTULO 6.

Experiencias de segundo anuncio LA práctica del segundo anuncio está mucho más extendida de lo que podríamos pensar. Subterránea y silenciosa, forma parte de las vivencias que la reflexión ignora, preocupada como está por la organización, de un modo lógico, de su pensamiento. Estamos convencidos de que las soluciones, como ha ocurrido siempre en la historia de la Iglesia, no vienen de la elaboración en un despacho. Resulta evidente que hemos de prestar oído a la práctica cristiana del anuncio. No debemos dejarla sola, y tampoco la reflexión puede quedar aislada. El camino del segundo anuncio lo encontraremos en la relación mutua entre práctica reflexiva y reflexión práctica. Por ahora, pongámonos humildemente a la escucha de lo que sucede y que con mucha frecuencia no se ve. Para comenzar, y solo para comenzar, escuchemos tres experiencias que dispondremos en círculos concéntricos cada vez más anchos: dentro de la parroquia, en torno a la parroquia y lejos de la parroquia.

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1. Dentro de la parroquia El primer testimonio se refiere a una forma tradicional de pastoral: la del bautismo y, bajo su impulso, la del post-bautismo. Nos situamos, pues, dentro de la práctica ordinaria que suelen tener todas las parroquias: dos o tres reuniones con los padres que piden el sacramento del bautismo para sus hijos. Con una novedad cada vez más extendida: el camino que se repite con padres que tienen hijos entre 0 y 6 años, el gran agujero vacío de nuestra pastoral. Giuliana y Cecilia, de la diócesis de Verona, nos cuentan su experiencia. Nada extraordinario. Solo el testimonio de que este tiempo tan rápido de encuentro de la comunidad con personas frecuentemente lejanas, o ausentes desde hace tiempo, no carece de sorpresas, si se dan determinadas condiciones. 1.1. El bautismo Pienso en todos los aspectos rituales que hay en el bautismo. Algunos los vivo más, otros menos, por problemas de mi propia fe. Cuando llevas a tu hija o a tu hijo, vas con tus problemas de fe, pero esto te lleva a plantearte cómo crees, te hace replantear tu fe. Valoro lo que me dieron mis padres, tanto si lo hicieron por cumplir un deber como si lo hicieron para transmitirme unos valores. Con el mayor, comenzamos con el Padrenuestro por la noche; yo recuerdo cómo lo hacía mi madre, en la cama, con el Padrenuestro. Y creo que esto me ayuda más a mí que a él a redescubrir aquel mundo sencillo que había olvidado. Cuando, hace ya unos años, el párroco me pidió que colaborase en la pastoral del bautismo, lo acepté de buena gana porque me pareció bonito eso de acercarse a los padres jóvenes en el momento tan gozoso del nacimiento de un hijo. El compromiso era, en principio, bastante modesto: los padres piden el bautismo en una reunión con el párroco, después una pareja va a visitarles a su casa. Después hay una reunión comunitaria para reflexionar sobre el rito y preparar la celebración. La experiencia se hallaba en sus comienzos y se trataba de poner en marcha una nueva manera de hacerlo. Nos preguntábamos cómo nos acogerían en las casas, qué íbamos a decir y de qué modo. Teníamos la preocupación de no estar a la altura, de no tener suficiente preparación teológica. Sin embargo, la acogida de las familias generalmente fue cordial. Un padre joven, comentando nuestra visita, decía: «Con vosotros es como si la comunidad hubiese venido a vernos». Tuvimos también la oportunidad de formarnos junto con otras parejas de animadores y asistimos a los encuentros organizados por la diócesis para animadores de la pastoral del bautismo. Pero lo que más nos ayudó para la formación fue el acercarnos a los padres «desarmados» de conocimientos y escuchar las preguntas que se hacían ante 60

el recién nacido: «¿Tendrá una vida buena nuestro niño? ¿Será feliz? ¿Qué podemos hacer para educarlo bien?». Recordamos las emociones que habíamos vivido con el nacimiento de nuestros hijos, la alegría pero también la ansiedad que habíamos sentido, el asombro y el sentimiento de exceso que provoca una nueva vida que nace. Una madre joven decía de sus pequeños: «Siempre hemos creído que son un gran regalo, dos seres especiales, maravillosos, que venían de Dios. Misteriosos, fascinantes, especiales, tan lejos de tu alcance que te das cuenta de que, en realidad, te vienen dados de lo alto». Ante sus palabras, tan sinceras y espontáneas, el esquema que habíamos preparado para el encuentro en algunos casos se deja a un lado con el fin de dejar que ellos expresen sus sentimientos, emociones y expectativas. Los encuentros implican también a la comunidad y le exigen algún tipo de replanteamiento. Al hablar con los padres sobre el sacramento, siempre subrayamos que el bautismo es el inicio de un camino y supone la incorporación a la Iglesia. Pero, ¿cómo acompañar a las parejas en su camino de crecimiento humano y de relectura de su fe? A lo primero que hay que atender es a las relaciones personales. Después, durante la preparación para el sacramento, les decimos que se les irán ofreciendo encuentros y reuniones para vivir la dimensión comunitaria de la fe y crecer juntos en ella. Las siguientes invitaciones se las hace la misma pareja que les ha acompañado. Solo una parte de estas invitaciones es acogida. En la celebración anual de quienes han bautizado un hijo en el año anterior, la asistencia es alta. Después disminuye el número de parejas que se decide a realizar un proceso comunitario de formación. Pero tenemos otra limitación, y es que no disponemos procesos diferenciados. Salvo casos excepcionales de bautismos de adultos, la oferta que hacemos es la misma para quienes han seguido frecuentando la Iglesia y para quienes se acercan a ella después de mucho tiempo. Sin embargo, una consecuencia positiva que va madurando es que la comunidad cambia su modo de pensar sobre las parejas jóvenes. Y así como los padres se sienten dispuestos a cambiar para ayudar a crecer a su hijo, de la misma manera la parroquia se siente animada a buscar nuevas formas de pastoral con las que acoger y acompañar a las familias que piden el bautismo. – Giuliana Mantovani, catequista 1.2. Primeros pasos He escrito estas palabras a mi hija pequeña: «Dios es como un papá bueno, solícito y atento; Dios es como un niño que necesita que le ayuden, que le escuchen, que necesita jugar; Dios es como una mamá, que regala la vida; Dios es como una semilla que, si cae en tierra buena, da frutos buenos; Dios es como un guardia que, cuando hay muchos caminos, te dice por dónde hay que ir; Dios 61

es como una cerilla que, en la oscuridad, te ayuda a saber dónde estás; Dios es como un corro de gente, que te hace estar con muchas personas» (un papá). «Dios existe, no se le ve, pero puedes escucharle con el corazón, en la creación, en mamá y en papá, en los abuelos, en los hermanos y en las personas que tenemos cerca. Dios te quiere y puedes decírselo a los demás» (una mamá). «Si me muero antes, no te preocupes, papá, vendré a darte un beso por la noche y tú lo sentirás» (un niño). Primeros pasos es todo esto: asombro de los padres que se sorprenden de sus propios relatos, niñitos que experimentan la alegría de estar juntos, catequistas acompañantes que siguen maravillándose de la riqueza interior de los padres. Primeros pasos nació hace unos diez años, cuando la diócesis de Verona, dentro de un proyecto de pastoral del bautismo, invitaba a las jóvenes parejas a seguir manteniendo la relación después del bautismo de sus hijos. Nuestro equipo de catequistas había constatado la existencia de un vacío pastoral tras el bautismo y había apostado por la capacidad generativa de los padres. La intención del itinerario trienal estaba clara: dar prioridad a los padres ayudándoles a repensar su fe, a reavivarla testimoniándola como familia y a vivirla participando activamente en la comunidad cristiana. De la experiencia, realizada en quince parroquias, nació un proceso que ponía el acento en tres contenidos del Catechismo dei bambini: la dignidad del niño, el encuentro entre Dios y el niño, y la vida de familia, pequeña Iglesia doméstica que introduce a la vida en la comunidad. Mirar a los hijos con los ojos de Dios es el «primer paso», llamado a propiciar la formación integral de la persona y la atención puesta en los valores de los hijos. El segundo paso entra en la intimidad doméstica, abre La casa del relato y acentúa la dimensión narrativa para dar calidad a las relaciones, como presupuesto fundamental para poder transmitir la fe. El último paso, Camino para el encuentro, pretende ayudar a la educación de la fe como cuidado de las condiciones necesarias para el encuentro con Dios. La propuesta asume el estilo del segundo anuncio, no da por descontada la fe y manifiesta una actitud de respeto, paciencia, gradualidad, comprensión, compasión, acogida incondicional, que permita a todas las personas ser lo que son. Con el estilo de los talleres, invitamos a los padres a asumir su vida como ámbito de escucha, de búsqueda y de experiencia cristiana. No pensamos la catequesis como un cúmulo de contenidos, sino como una ocasión para favorecer el crecimiento del gusto de dar espacio a una Palabra que vuelve a generar la vida. La acogida a las familias es nuestra manera

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de mostrar un rostro de una Iglesia hospitalaria, de favorecer las relaciones e introducir en la comunidad. Los encuentros se articulan en tres fases: tomar la Palabra, porque creemos que hay que partir de lo que son y lo que saben; profundizar la Palabra, para dar profundidad a nuestra vida; expresar de nuevo, en la vida y en la invocación, nuestra respuesta. Los sujetos del proceso son los padres y sus hijos de 0 a 6 años. A los pequeños les ofrecemos un acompañamiento en paralelo con los temas que proponemos a los padres, un tiempo para escuchar sus preguntas, iniciando algunos temas que tienen que tratar junto con sus padres. En el momento final de cada encuentro, todos juntos celebramos la alegría y la gratitud por la vida cristiana que hemos vivido en comunidad, con gestos y palabras de oración. A los niños les encanta ir «a la reunión», igual que a sus padres les gusta ir a ella acompañados de sus hijos. Nace, entre las familias, un intercambio de experiencias humanas transparentes y auténticas que comparten. Las familias que participan en estos encuentros dominicales fraternos establecen vínculos con la comunidad parroquial. Durante el proceso constatamos que los más fieles y deseosos de continuar son precisamente los que frecuentan menos la parroquia, los que están separados o no están casados. En ellos es muy fuerte la pregunta de cómo pueden hablar de Dios a sus hijos. Es una gran oportunidad pastoral de la que disfrutan los padres sin prisa por acercarse a los sacramentos. Se abren al mundo de las relaciones, a lo maravilloso de la vida y a la búsqueda del sentido de la muerte. Para nosotros, los catequistas, es muy estimulante descubrir toda la riqueza de los padres y sus preguntas, que han permanecido sin respuesta durante mucho tiempo. Estas incertidumbres nos obligan a la búsqueda y animan nuestro trabajo de equipo. Es estimulante también reconocer las sombras que oscurecen la posibilidad de creer en el mundo actual y replantear la catequesis de manera que pueda expresarse desde la misma vida, que pueda hacerse cargo de los retos culturales proponiendo una fe posible y deseable. Propiciar el encuentro entre Dios y el niño regenera tanto a la familia como a la comunidad. Es lo que expresa el Catechismo dei bambini: niños y adultos, familia y comunidad, juntos, se educan en la conciencia de ser engendrados desde lo alto. Es el punto de partida de una catequesis permanente e intergeneracional que, por medio de una comunidad corresponsable, regenera a la misma Iglesia. – Cecilia Brentegani, catequista

Para sacar provecho

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La demanda de sacramentos (bautismo, primera comunión, confirmación, matrimonio canónico...) sigue estando profundamente arraigada en la mentalidad de mucha gente y constituye el aspecto más complejo de la pastoral. La ambigüedad de estas demandas es evidente a los ojos de todos, pero la respuesta de la comunidad cristiana deja bastante que desear. Esta se debate entre dos extremos: una postura rígida que, en nombre de la seriedad de los sacramentos, pone como primera condición un nivel de fe que la gente no tiene; y una postura de resignación que administra el sacramento sin ninguna propuesta, en nombre de la complejidad de las situaciones, del primado de la gracia o, sencillamente, para no crearse demasiados problemas. Los testimonios que hemos escuchado nos ofrecen algunos puntos de reflexión: • El segundo anuncio, ante la demanda de sacramentos, comienza acogiendo a las personas tal como son, recibiéndolas en la comunidad, pero sobre todo dejándose acoger por ellas. Esta ida a su casa es la primera manera de mostrar el rostro bueno de la comunidad y la confianza que se tiene en el valor de su humanidad. • El anuncio que se hace a una pareja de nuevos padres hay que prepararlo con solicitud, pero con esa misma solicitud hay que abandonar el esquema que se había preparado para entrar, por medio de su conversación, en sus expectativas, en sus interrogantes. Para hacerlo, basta con recordar las propias y compartirlas. • El anuncio no se detiene en la escucha, sino que se transforma en propuesta. Se les anuncia el evangelio de la paternidad y la maternidad y se les hace una invitación. Hay un amplio panel de encuentros preparados para ellos: daremos «los primeros pasos» de la fe para y con sus niños. El vacío de presencia de padres tras el bautismo es sencillamente el espejo de nuestro vacío de propuesta. • Los niños son el secreto de todo el proceso. Con su presencia, percibida como un exceso de gracia de la vida, se convierten en barqueros que llevan en su barca a sus padres y a la comunidad. La gran lección de esta humilde experiencia es la siguiente: siempre hemos dicho que los padres son los primeros catequistas de sus hijos; ha llegado la hora de empezar a decir que los niños son los primeros catequistas de sus padres.

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2. En torno a la parroquia El segundo testimonio es de don Stefano, párroco del centro de la ciudad de Bolonia. La situación de su parroquia es parecida a la del centro histórico de muchas ciudades italianas: iglesias cercanas unas a otras, generalmente vacías o casi vacías. Y, sin embargo, a su alrededor todo está lleno de vida, jóvenes que llenan los bares hasta bien entrada la noche. Iglesias vacías en medio de un mundo de jóvenes que viven, buscan, aman, esperan, sufren. Nuestras iglesias de la ciudad pueden volver a interesar no solo a los amantes del arte. Son espacios de segundo anuncio si hay un poco de pasión y de fantasía. Las velas contra los mosquitos en pleno centro, en torno al pórtico de una iglesia, de repente dejaron de parecerme algo normal. No sé si fue el olor de la hierba de limón o la extraña luz que iluminaba el pórtico, pero la atmósfera, aquella noche, parecía realmente surrealista. El sonido de una trompeta que provenía claramente del interior de la iglesia no me ayudó a normalizar esa sensación. ¿Tenía algo mejor que hacer, a las doce menos cuarto de aquel sábado noche? No, desgraciadamente no. Habíamos discutido, y me esperaba una larga noche esperando su improbable SMS. ¡Caramba!, no recordaba yo que era tan hermosa la iglesia de San Bartolomé. Unos pocos muchachos, inmóviles, sentados en los primeros bancos. Un trompetista en el coro del órgano, más bien lejos del estereotipo de catequista que guardaba en mi memoria. Después, por lo general, silencio. No sé con quién hablé, en mi mente, aquella noche; no sé a quién escuché, ni si escuché; solo sé que allí se estaba bien. Hace dos años, en noviembre, celebré los diez años de ministerio en una parroquia: se me había confiado la pastoral de una comunidad cristiana en pleno centro de la ciudad, con las mismas características de muchas en esta situación: una iglesia bellísima, pocas familias residentes, muchas tiendas, muchas oficinas, muchos pisos alquilados a estudiantes, las sedes centrales de instituciones públicas y de bancos. El aniversario había sido la ocasión para intentar hacer un balance. Aunque por muchos aspectos podían hacerse consideraciones positivas, un dato era evidente: en la parroquia faltaban los jóvenes. Tras la catequesis de la iniciación cristiana que terminaba con la celebración de la confirmación, los chicos desaparecían. 65

Ciertamente, los motivos son muchos, y vale la pena analizarlos con atención para preguntarse de quién es la responsabilidad y qué es lo que hay que cambiar, pero hay un dato todavía más evidente: el hecho es que hay muchos jóvenes, pero no vienen a la parroquia. Caminando por la noche se ven cientos de jóvenes que abarrotan las calles del centro histórico. Nuestra iglesia está situada en el punto donde convergen una serie de calles que unen la plaza de la ciudad con el barrio universitario y esta zona, de noche, está más poblada que de día: son precisamente los jóvenes que hace unos años venían a la catequesis los que ahora se encuentran en la cafetería. Los grupos que trasnochan y se paran en la calle para charlar con una cerveza en la mano son una clara señal de la necesidad de grupo y de compañía. De aquí nació la idea de tratar de dirigirse a los jóvenes yéndoles a buscar allí donde están, a la hora en que se encuentran, utilizando un lenguaje comprensible para ellos. La primera decisión fue el horario: se programaron una serie de actividades nocturnas, entre las once de la noche y la una de la madrugada. Un sábado al mes, entre la Pascua y el Adviento, la iglesia estaba abierta e iluminada, resplandeciendo como una luz en medio de la noche de la ciudad. La decisión más importante fue sobre los contenidos. Se quería ofrecer a los jóvenes la posibilidad de tener una experiencia espiritual, a la vez sencilla y profunda: salmos y adoración eucarística. Cada noche se leía un salmo y se comentaba en tres niveles: el análisis histórico-literario, la interpretación cristológica, el sentido espiritual y existencial. Todo dentro de la adoración eucarística, dividida en dos momentos: la primera hora guiada por el salmo y la segunda hora, después de la medianoche, en total silencio. No menos relevante es la manera como contactábamos con los jóvenes: por medio de sus compañeros de edad, con su estilo. De ahí salió una propuesta verdaderamente interesante. Para realizar el cartel de publicidad de la iniciativa, acudimos a un concurso de diseñadores de comics y se lo pedimos a un joven dibujante de comics dark. Para proclamar el salmo que guía cada noche la oración, llamamos a un aspirante a actor que estudia en el Departamento de arte, música y espectáculos. Para animar la oración, la música del órgano y de una trompeta. De aquí el nombre que dimos a las siete noches de escucha, música y oración: «Psallite in tuba et organo» («Salmodiad con trompeta y órgano»), sacando de nuestro tesoro lo antiguo y lo nuevo. El organista era el joven maestro recién diplomado que dirigía el coro de la parroquia. Al trompetista lo encontramos en el Teatro de la Rabia, nombre realmente expresivo. De hecho, él fue precisamente una de las sorpresas más hermosas de toda la iniciativa porque se fue animando progresivamente y se convirtió en el alma de la propuesta. También se cuidaron todos los detalles: cada noche había un ramo diferente de flores o de plantas, siempre en sintonía con la estación del año: un cerezo florecido en abril, rosas en mayo, una gavilla de espigas en junio, y así sucesivamente. Bajo el pórtico 66

de la iglesia, hasta la calle, pusimos cuencos de terracota con velas de jardín que esparcían luz y aroma. La puerta de la iglesia es de cristal y, de esta manera, todos los que pasaban de largo por la calle podían ver el interior sin entrar en él. Una hora antes comenzábamos a tocar las campanas y a veces, pocas en realidad, algunos jóvenes repartían octavillas por las calles del centro para invitar a participar. Se empezaba con una introducción, leída con mucha precisión por un chico o una chica, mientras la iglesia estaba en penumbra; después, se exponía el Santísimo y progresivamente, con la sucesión de pasajes musicales, comentarios al salmo y tiempos de silencio, la luz iba creciendo hasta iluminar toda la iglesia, como un símbolo: una iglesia abierta, transparente, luminosa. ¿Cómo resultó? Ciertamente no acudieron multitudes... Cada noche hubo unas treinta o cuarenta personas, no todos jóvenes. Sin embargo, creemos que la experiencia fue muy positiva y estamos decididos a volverla a proponer, sobre todo para mantener el compromiso de encontrarnos con los jóvenes allí donde están y hablarles con su lenguaje. Aunque los participantes no han sido numerosos y algunos solamente se han asomado, la noticia se propagó y, en cualquier caso, queda el signo de una Iglesia abierta y acogedora. Los contenidos también nos parecen adecuados: los salmos son la plegaria que brota de la vida y, a fuerza de repetirlos, adquieren significados cada vez más profundos, hasta unirse a la oración y la actitud de Jesús y de la Iglesia. El objetivo es ofrecer un tiempo y un espacio de escucha y de reflexión, sin pedir nada a cambio, con el único deseo de que, en lo esencial, todo joven pueda encontrar a Cristo y dejarse seducir por él. Para mí, como sacerdote, acostumbrado a un ritmo monástico (irse, si es posible, pronto a la cama y despertarse también pronto por la mañana), ha sido la ocasión para reestructurar mi jornada con el fin de adaptarme a las exigencias –no solo de horario– de los jóvenes. •Progresivamente se ha ido creando, no solo en mí sino también en la parroquia, la exigencia –y el gozo– de poder hablar con un interlocutor real para que, con la comunicación mutua, se reconozcan la sed y el agua. Don Stefano Ottani, párroco

Para sacar provecho Los jóvenes están muy lejos de la Iglesia. No necesariamente porque tengan algo contra ella. Para ellos, sencillamente, no somos interesantes. No pertenecen a aquella generación que se marchó tras romper con ella, sino que están lejos porque la propuesta de la fe es irrelevante. ¿Cómo volver a encontrarse con ellos? ¿Cómo no privarles del evangelio? Es la pregunta más importante para todos los catequistas y párrocos. El testimonio de don Stefano no nos da ninguna receta. Lo más valioso de su valiosa propuesta es que es innovadora, pero no es una cosa rara. Es factible en cualquier parroquia. Estas son algunas cosas que nos sugiere: 67

• Hay que ir a los jóvenes allí donde ellos están, en su ambiente de vida, de estudio, de ocio. Su mundo nos es generalmente desconocido, pero es un mundo lleno de vitalidad, rico, lleno de interrogantes y expectativas. Es necesario que nos dejemos acoger en sus noches. • Debemos atrevernos a proponerles algo. Si únicamente les esperamos, transformaremos nuestras parroquias en salas de espera vacías, como algunas estaciones de tren de la periferia, oscuras y sucias. • La propuesta que les hagamos no tiene que deslumbrarles a base de efectos especiales: ellos ya saben cómo divertirse y distraerse. Lo que podemos proponerles es una experiencia de interioridad, de espiritualidad, de silencio, de oración. • Les gustan las cosas bellas. El camino de la belleza es para ellos el camino real de la fe. El arte, la música, las flores... son los lenguajes que ellos entienden y aman. • Los jóvenes van con los jóvenes. Ellos se evangelizan mutuamente. Con algún adulto que crea en ellos y con las iglesias iluminadas y las puertas abiertas. Tal vez sea este el camino para acercarlos al evangelio: que todas las puertas de las iglesias sean de cristal y que dentro haya siempre una luz encendida.

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3. Lejos de la parroquia El tercer testimonio nos traslada a un mundo completamente laico. Maria Teresa, una creyente de Padua, emprende un proceso de formación mediante el método de la autobiografía. Sus compañeras de viaje son mujeres con los recorridos más inesperados y más tortuosos, lejos de la Iglesia y de la fe, pero no por eso carentes de interioridad, de una espiritualidad laica[1]. Estas personas representan la sensibilidad, los problemas, la historia de la mayoría de los hombres y las mujeres actuales. Estamos lejos de las parroquias, pero se dan encuentros de gran espesor humano, se dialoga y se comparte en profundidad. En estos contextos, con palabras y gestos sencillos, se abren historias sorprendentes de segundo anuncio. Aquel domingo por la mañana, P. se sienta a mi lado, le deseo una buena jornada, pero me doy cuenta de que su rostro está tenso y de que sus ojos dejan transparentar una profunda tristeza. Me dice que ha dormido poco esa noche y que ha estado dándole vueltas a las heridas del pasado. Le devuelvo inmediatamente una sonrisa porque vamos a comenzar el taller y a estimularnos mutuamente con la escritura. La escucha es siempre intensa, emocionante, porque vamos compartiendo cada vez con más profundidad. P. me susurra unas palabras al oído. Me vuelvo y veo que sus ojos azules se llenan de lágrimas. Leo rápidamente lo que ha escrito en el folio que desliza sobre mi mesa y advierto un gran sufrimiento. Luego, de improviso, su mano agarra mi jersey por el pecho y, sollozando, me dice: «Muéstrame tu Dios. Si haces que yo lo vea, también podré creer». Me quedo sin palabras, el dolor y la emoción me paralizan, luego tomo el bloc que me ha pasado y en un folio en blanco escribo lo que me sale del corazón. En enero del año pasado comencé una experiencia de escritura autobiográfica[2] que desde hace tiempo me parecía importante para mi proceso de formación. A lo largo de los años he tratado de cultivar tanto mi crecimiento personal como mi preparación para el servicio de la formación de catequistas de adultos que llevo a cabo con pasión en mi diócesis. Estoy convencida de que solo se puede dar a los demás lo que ha sido significativo para la propia experiencia vital. Con este ánimo me he acercado a una iniciativa laica, realizada con seriedad y competencia, que me ofrecía la oportunidad de experimentar en mí misma la importancia de la escritura y la narración de las propias vivencias. He realizado y compartido este sueño con una amiga que colabora con nosotros en la pastoral familiar. En el momento de comenzar nos ha enriquecido la presencia de una tercera persona, una bibliotecaria de unos cincuenta años, que se ha revelado, durante el 69

camino, como un fuerte estímulo para nuestras reflexiones, cada vez más intensas, profundas, conmovedoras. Comenzamos a utilizar desde el primer momento el viaje en tren para conocernos y confrontar nuestras opiniones. Hemos reconocido que nuestros caracteres son diferentes, lo mismo que nuestros modos de relacionarnos, nuestra historia personal, nuestro estilo de vida y las elecciones que habíamos realizado, nuestro modo de creer y de estar en la Iglesia. Las compañeras que participaron en las protestas de mayo del 68 me han ayudado, con sus preguntas provocadoras, a dar un nuevo significado a mis vivencias, a descubrir que todo el bagaje religioso recibido me ha permitido encontrar una dirección para mi vida y vivirla con significatividad: tener la posibilidad de mirar más allá, de volver a empezar, de percibir el sentido del límite, de iniciar un camino de perdón, de vivir relaciones de igualdad, de no sucumbir a los chantajes, de escapar de situaciones enredadas, de sentirme realmente amada. Ha habido momentos duros, de contestación a la Iglesia, de interrogantes penosos sobre mi permanencia en una realidad considerada poco acogedora y de comportamientos incoherentes (los hechos acaecidos y el tratamiento dado al uso que se hace del tanto por ciento entregado a la Iglesia en la declaración de la renta provocaban críticas despiadadas). He expresado con calma mis motivaciones sin la pretensión de defender algo o a alguien, pero pidiendo el mismo respecto y la misma acogida que yo mostraba a sus historias. Los viajes en tren se revelaron como un tiempo precioso en el que compartimos reflexiones sobre el matrimonio, sobre nuestro camino en pareja, sobre las relaciones entre hermanas, sobre la realidad de la muerte y de la vida eterna. Mientras L. afirmaba animadamente que su vida continuaría en sus hijos y nietos, yo le comunicaba reflexiones que tenía preparadas para la reunión con los catequistas sobre el artículo «Creo en la resurrección de la carne», compartiendo las dificultades pero también la esperanza de una vida más allá de la muerte. Fueron intercambios ricos e intensos que me permitieron compartir posiciones y pensamientos diferentes en una dialéctica constructiva entre creyentes y no creyentes, con un enriquecimiento mutuo. Hace unos meses me mandó este mensaje: «Creo que cada vez compartimos de un modo más profundo. Te agradezco los mensajes positivos que me has enviado y que me dan fuerza para seguir el camino de la vida». El encuentro con P., otra compañera de camino, me ha enseñado el lenguaje de la escucha y el afecto. La experiencia que buscaba era la de sentirse escuchada y amada tal como es, con sus rarezas y su darle tantas vueltas a su vida, marcada por grandes vacíos en la infancia y penas amorosas en la vida adulta. P. tiene unos ojos maravillosos, de un azul transparente, con los que te tropiezas tanto en los momentos de alegría como en los de melancolía, pero cuando sufre o se interroga sobre el sentido profundo de lo vivido como hija o como madre, sobre la falta de acogida que a veces recibe del grupo, sus ojos se vuelven como palomas enfurecidas que vuelan entre truenos de una tormenta de 70

palabras y movimientos interiores, buscando una salida para encontrar paz y descanso. Precisamente en esos momentos, la escucho con más intensidad, aunque no comparta todos sus pensamientos, pero, acogiéndolos, trato de descifrar sus búsquedas y su necesidad de compartir. He tomado espontáneamente la decisión de entrar en relación con ella, compartir alguna cena, darle algún escrito de mi vida, un cálido abrazo, una caricia en la cara, repetirle muchas veces «te quiero», porque esto es lo que siento en mi relación con esta septuagenaria. Entre nosotras ha crecido la acogida, la estima mutua y la confidencia. Compartimos los relatos de nuestras vidas en la sinceridad de mi «yo» creyente y su «tú» en búsqueda, con sencillez y en una experiencia que nos aúna: la escritura sobre una misma. Yo me he enriquecido, y ella se ha sentido acogida. Un día me llega este mensaje por correo electrónico: «Me agrada muchísimo la idea de un Dios inmerso en la vida. Es muy diferente de la imagen del Dios lejano y juez con la que fui educada. De un Dios así también me puedo fiar». Para hablarle de Dios a P., yo únicamente conozco el lenguaje que utiliza ella con cualquier hombre, el del amor: le digo que pienso en ella, que la quiero, que escucho y comparto su búsqueda de una vida buena y de una merecida serenidad. Su tristeza hace que me sienta mal, su búsqueda continua y sin llegada a la meta en el intento de sanar los errores de su vida. En este compartir la vida, que continúa, recibo recientemente su felicitación pascual acompañada por la imagen de una tumba excavada en la roca y abierta: Feliz resurrección de parte de P. «Danos, Señor, la fuerza para romper todas las tumbas en las que la prepotencia, la injusticia, la riqueza, el egoísmo, el pecado, la soledad, la enfermedad, la traición, la miseria, la indiferencia han enterrados vivos a los hombres» (Tonino Bello). Para que personas que se han distanciado de la fe por diferentes razones puedan llegar a ella es importante, en mi opinión, cultivar el valor y la importancia de la vida y esa relación que se expresa en el calor de una escucha afectuosa y un diálogo sincero, sin miedo a comunicar las propias limitaciones y la riqueza de una aventura que nos aúna y que, en la fe, ha encontrado sentido, orientación y esperanza. En estos espacios y con estos lenguajes, la fe se deja experimentar como buena y saludable para la vida y, por eso, llena de sentido y deseable. Maria Teresa Stimamiglio, compañera de viaje

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Para sacar provecho Hay a nuestro alrededor un universo de hombres y mujeres «buscadores de Dios». Lo buscan incluso cuando lo rechazan o, mejor dicho, cuando rechazan a la Iglesia y, con ella, al Dios del que ella se presenta como portavoz. Lo buscan dentro de su propia historia, lineal o más frecuentemente tortuosa, habitada por la alegría y más a menudo por el dolor, historias heridas, necesitadas de sanación y salvación. El camino de la autobiografía y de la narración de uno mismo, en compañía de personas capaces de acoger los relatos, abre posibilidades de búsqueda de sentido y no raramente de profunda interioridad. Los cristianos laicos viven con estas personas, trabajan con ellas, dialogan, discuten, a menudo se plantean los mismos interrogantes. Una palabra creyente puede abrir de improviso la luz de un segundo anuncio. Estas son algunas cosas que nos sugiere la experiencia de Maria Teresa: • A quienes no creen no se les puede dar más que aquello que ha llegado a ser significativo para la propia vida. Haberse planteado a fondo las cuestiones fundamentales de la vida es la condición para poder decir palabras de fe que sean creíbles. • Escuchar es acoger todo lo que se dice, todas las críticas y la misma rabia que atraviesa a la persona, sin escandalizarse. No necesariamente hay que compartirlo, pero sí comprenderlo. • Es bueno expresar con calma las propias opiniones, siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza, pero «con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16), sin afán proselitista, por amor a la persona. La apologética del evangelio es apologética desarmada, no violenta. • El único lenguaje que habla de Dios es el del amor, con palabras y gestos. La pasión y la compasión por el hombre es el mismo camino que Dios ha seguido para llegar a él. • Las historias de la vida de la gente están atravesadas por Dios. Se trata de escuchar y ayudar a las personas, a través de nuestra mirada, a comprender que son historias de salvación. Así seremos ayudados, incluso nosotros, a confirmar nuestra fe.

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En síntesis El campo del segundo anuncio no tiene límites. Las experiencias que se están llevando a cabo son mucho más numerosas de lo que pensamos. Hemos escuchado tres: una, dentro de nuestras parroquias; otra cerca y otra lejos, en los ámbitos más profanos de la vida. En estos tres espacios, catequistas, párrocos y laicos están haciendo resonar el evangelio con sencillez, humildad, fantasía y pasión. Hay un capital de segundo anuncio que nos es desconocido. Tenemos la responsabilidad de escuchar las experiencias que se están realizando y de comunicarlas. Ellas contienen ya las intuiciones que el Espíritu Santo nos está sugiriendo. Abramos, pues, la mesa de los relatos. Y aprendamos a amar las historias de la vida de la gente. En ellas es donde, de hecho, Dios prosigue su historia de salvación.

1. Acerca de la reivindicación de una espiritualidad no creyente puede verse el libro de D. DEMET RIO, autor, en su origen, de esta singular iniciativa: Ascetismo metropolitano. L’inquieta religiosità dei non credenti, Salani Editore, Milano 2009. 2. Se trata de una escuela trienal de escritura autobiográfica y biográfica, dirigida por Duccio Demetrio en la Libera Università dell’Autobiografía de Anghiari (Arezzo).

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CAPÍTULO 7.

Las palabras del anuncio «Todo gran amor entraña el peligro de hacernos perder de vista lo que yo llamaría la polifonía de la vida. Quiero decir lo siguiente: Dios y su eternidad quieren ser amados de todo corazón, pero no de modo que el amor terrenal quede mermado o debilitado; el amor a Dios debe ser en cierto sentido el cantus firmus hacia el cual las demás voces de la vida se elevan como contrapunto… Allí donde el cantus firmus se muestra claro y nítido, el contrapunto puede desarrollarse con toda la energía posible... Te quisiera pedir que dejéis sonar con todo vigor el cantus firmus. Solo entonces habrá un sonido pleno y perfecto y el contrapunto se sabrá siempre apoyado; no puede separarse ni alejarse» [1].

EN esta carta a su amigo Eberhard, Bonhoeffer habla con gran finura de la relación entre el amor de Dios y el amor de una pareja. El teólogo invita a su amigo a no perder de vista «la polifonía de la vida». En ella, el amor de Dios es el «canto firme» y el amor humano es el contrapunto. En la música medieval y del Renacimiento, el canto firme es una melodía religiosa o popular que sirve de soporte a los ejercicios del contrapunto. El canto firme y sus contrapuntos crean una polifonía. La melodía sin el contrapunto se hace repetitiva, aburrida. El contrapunto sin la melodía es mero ejercicio de estilo. Bonhoeffer quiere decir que el amor de Dios no es antagonista del amor humano. Más bien este, en toda su expresión, permite experimentar y gustar el amor de Dios, a condición de no separarse de él. Ni el amor de Dios por sí solo, ni el amor humano desligado de él pueden hacer gustar la polifonía de la vida. Esta sugerente metáfora nos introduce en una cuestión central del segundo anuncio: sus palabras. ¿Cuáles son las palabras del segundo anuncio? Quisiera hablar del contenido del primer y segundo anuncio y, en definitiva, de toda la catequesis. O mejor: precisamente para no perder de vista la polifonía de la fe, tratamos de hablar del «contenido» y de los «contenidos» de la catequesis. Sin confundirlos ni separarlos. Veamos cómo y por qué.

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1. La fe cristiana es una cuestión de amor Von Balthasar, poco antes de morir, decía que si se quiere comprender qué es la fe, es necesario mirar la sonrisa de un niño. La sonrisa de un «infante» significa esto: «Sé que soy amado». Esta es la fe: descubrir y reconocer que soy amado, mi sonrisa al «sí» de Dios hacia mí. La fe no es una doctrina, es una relación. Si queremos decirlo con tres expresiones, podemos afirmar esto: es una historia, es la historia de una relación, es una relación siempre abierta a la sorpresa. • En primer lugar, es una historia. Es la comunicación que Dios hace de sí mismo mediante acontecimientos y palabras, y esta auto-comunicación se hace plena en el Hijo hecho hombre. Dios hace historia con el hombre. Pero, ¿de qué tipo de historia se trata? • Es la historia de una relación. El Antiguo Testamento dice que es una alianza y precisa que esta se da en una dinámica de llamada gratuita y respuesta libre. El Nuevo Testamento aporta una novedad impresionante: no solo Dios se ha puesto en relación gratuita con nosotros, sino que se ha hecho uno de nosotros. La encarnación, muerte y resurrección del Señor muestran toda la complicidad que Dios ha decidido establecer con el hombre. Expresan también la finalidad última de esta relación: «Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también sean uno en nosotros» (Jn 17,21). • Es una relación abierta. Esto significa que todo ha sido ya dicho y dado en Jesús, pero que todo está todavía cargado de sorpresa. La historia de Dios con el hombre es una historia en proceso. Hablamos de la dimensión escatológica de la fe cristiana. La liturgia nos dice que aquel que ha venido es siempre el Viniente, hasta su vuelta definitiva: «Anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas». Estas tres características de la fe cristiana (histórica, relacional y escatológica) impiden que pueda reducirse a un sistema religioso o ético. No permiten, además, que su «contenido» pueda identificarse con una doctrina. La fe cristiana es de orden relacional, antes que racional[2].

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2. El contenido y los contenidos del segundo anuncio Es muy útil, por tanto, que en nuestro lenguaje eclesial enseñemos a distinguir ambos términos: el «contenido» y los «contenidos» de la catequesis. Si hay una cosa clara en toda la tradición de la Iglesia, es que el contenido de la catequesis es el Señor Jesús. Es su persona y la relación con él. «El centro vivo de la fe es Jesucristo. Solo por medio de él pueden salvarse los hombres» (Documento Base, n. 56). Desde este punto de vista, la tarea de la catequesis se especifica ante todo como el acompañamiento para entrar en relación con Jesús y, en él, con el misterio de la Trinidad. El ámbito de acceso a esta relación es la comunidad, como nos dice el prólogo de la primera carta de Juan: «Para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,3). Así es como la catequesis hace honor, ante todo, a su fidelidad al contenido: haciéndose mediación de un encuentro, de una relación con la Trinidad en la comunidad cristiana. Pero, como toda relación de amor, la fe cristiana se hace palabra. Así es como, desde el comienzo, desde el primer testimonio de los apóstoles narrado en la Escritura, el «contenido» de la fe se convierte en discurso, reflexión, síntesis, norma, pero siempre como expresión y posibilidad de una relación. La fe cristiana ha producido reflexiones (una teología), síntesis y normas de la fe (el Símbolo y los dogmas), formas de celebración (los ritos) y orientaciones para la vida (la moral). Una relación necesita de todo esto para darse, para decirse, para alimentarse, para desarrollarse. Las formas reflexivas, rituales, morales, que normalmente llamamos «contenidos» de la fe, son las mediaciones para poder vivirla, nos ayudan a acceder a ella, favorecen su experiencia y su comprensión: son la forma humana por medio de la cual Dios, palabra hecha carne, entra en relación con nosotros y nosotros con él. En este sentido, la catequesis hace honor plenamente a su fidelidad al «contenido» de la fe solo en la medida en que asegura la fidelidad a todos sus «contenidos».

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3. La Escritura y los cuatro elementos fundamentales de la catequesis En el lenguaje popular de muchas lenguas, «tener una historia con alguien» significa tener una relación. Lo mismo ocurre con la fe. Ahora bien, la historia de Dios con el hombre está contenida definitivamente en la Escritura. La primera mediación para introducir en la relación con Dios, contenido de la fe, se da, por tanto, obligatoriamente, poniendo a los destinatarios en contacto con los grandes relatos bíblicos y con los relatos nunca interrumpidos de la tradición viva de la Iglesia. San Agustín, en su libro De cathechizandis rudibus, recordaba al catequista Deogracias que su primera tarea era la narratio plena de las maravillas de Dios. En el centro de la catequesis, del primer y segundo anuncio, está siempre la Escritura. «La Escritura es el “Libro”; no un material de apoyo, aunque sea el primero» (Documento Base, n. 106). De hecho, ignorar la Escritura sería ignorar a Cristo, dice san Jerónimo[3]. En virtud del carácter histórico y relacional de la fe cristiana, el relato de las historias de Dios y con Dios representa «la elección de un modelo de conocimiento y no su abdicación» [4]. De esta manera, la modalidad del relato es el camino más apropiado para acceder a la verdad cristiana y propiciar su experiencia. El encuentro con la palabra de Dios es la base de los contenidos de la catequesis. La Escritura es el cantus firmus de la catequesis. Sin embargo, la estructura narrativa de la catequesis, ella sola, no es suficiente. La verdad de los relatos debe experimentarse en los ritos, debe ser reunida en la síntesis y en la norma de la fe que es el Símbolo. Debe traducirse en orientación para la vida y debe vivirse en una relación filial con Dios. Necesitamos la reflexión, la argumentación, la síntesis doctrinal y la propuesta para la vida. Esta ha sido siempre, desde el principio, la tradición de la catequesis. A partir de su fundamento narrativo, a partir de la Escritura, la catequesis ha desarrollado sus cuatro grandes pilares: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y el Padrenuestro. Estas cuatro partes tradicionales de la catequesis, desde el catecumenado hasta el Catecismo de la Iglesia católica, han sido objeto de exposición y, por tanto, «contenidos» de la catequesis. Con todos los límites de la analogía, retomando la metáfora de Bonhoeffer, podemos decir que el cantus firmus de la catequesis es la narración ininterrumpida y plena de la historia de la salvación (la que está contenida en la Escritura y la que el Espíritu Santo escribe continuamente con su Iglesia), y su contrapunto son los cuatro grandes pilares de la catequesis. Sin su anclaje en la Escritura, la catequesis se atrofia en abstracciones doctrinales, rituales y morales. Separados de los relatos, los ritos se reducen a ceremonias, el Símbolo a una doctrina, la moral a prohibiciones, la oración una práctica devocional. Pero los relatos no constituyen, ellos solos, la gran sinfonía de la fe, no bastan para vivir todas las dimensiones humanas de una relación. Las palabras del primer y segundo anuncio tejen constantemente la historia y el dogma. Nunca los separan. 77

4. El catequista como garante de la polifonía de la fe La tarea de un catequista evangelizador es propiciar el encuentro con el Señor Jesús en la comunidad cristiana haciendo resonar la polifonía de la fe, el cantus firmus y sus contrapuntos. El contenido que el catequista está llamado a transmitir es ante todo un entrecruzamiento de historias. Por eso sigue el mismo proceso por medio del cual nos llega el testimonio del evangelio, es decir, por medio del encuentro de tres historias: la del Señor Jesús, el narrador que se convierte en narrado; la del testigo que ha vivido una historia con él; y la de los oyentes, con sus expectativas, problemas y esperanzas[5]. El primer y el segundo anuncio actualizan este proceso: narran a Jesús, su vida, muerte y resurrección; cuentan cómo esta historia transformó la vida de los testigos; abren, en los oyentes, la posibilidad de nuevas historias con Dios. Tiene capacidad para narrar únicamente aquel que ha sido ya salvado por la historia que narra. Solo en este momento quien escucha la historia puede entrar en ella y percibirla como una historia posible para él. Así, a partir de las múltiples historias de los primeros testigos (hay cuatro evangelios canónicos, no solo uno) prosigue la historia de Dios con los hombres y todo creyente escribe con su vida su «quinto evangelio». Desde un punto de vista narrativo, el catequista sabe transmitir las palabras de la fe, la comprensión que tiene la Iglesia del don que ha recibido, todo su patrimonio cognoscitivo, ético, celebrativo y orante. El catequista no es únicamente quien hace vivir una experiencia, sino que es él quien da forma y palabras a la experiencia de fe. Él, por tanto, conoce la Escritura, sabe dar razón de todos los artículos fundamentales del Credo, sabe explicar el sentido de los sacramentos y de las celebraciones litúrgicas, presenta los diez mandamientos y las bienaventuranzas como palabras que ayudan a vivir la relación con Dios, introduce en la oración por medio del Padrenuestro y el rico patrimonio orante de la Iglesia.

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5. Del buen uso del catecismo Cuanto se ha dicho explica por qué, en la catequesis, el catecismo ha sido siempre una referencia importante. Con sus cuatro partes tradicionales, es una mediación autorizada para asegurar la polifonía de la fe. Las cuatro partes de la catequesis fueron establecidas autoritativamente por el Catecismo del concilio de Trento en 1566, llamado también Catecismo romano o «ad parochos», porque estaba destinado a los párrocos para orientar su catequesis y su predicación. Pero es importante comprender el sentido de estas cuatro partes. «En realidad, el orden de la doctrina del Catecismo de Trento no tiene cuatro partes; más bien se presenta ante nosotros como un magnífico díptico, sacado de la tradición: por una parte, los misterios de la fe en Dios Trino y Uno como se confiesan (Símbolo) y se celebran (sacramentos); por otra parte, la vida humana conforme a esta fe –“a una fe que se hace operativa mediante el amor”– que se concreta en el modo cristiano de vivir (Decálogo) y en la oración filial (el Pater)» [6]. Esta estructura teológica del catecismo tradicional puede ser expresada de nuevo de esta manera: • En la primera parte (los dos primeros pilares) se nos anuncia lo que Dios hace por nosotros, sus maravillas, es decir, la historia de la salvación que se ve reflejada en el Credo en su estructura trinitaria y narrativa, y la liturgia, en la que esas maravillas realizadas en otro tiempo se transforman en «hoy» para nosotros (el «hoy» litúrgico). • En la segunda parte (los segundos dos pilares) se expresa la respuesta del hombre, su vida bajo el signo del amor y de la libertad (los mandamientos) y la relación filial con Dios a quien, en el Espíritu Santo, podemos llamar «Abbá», «Padre». Esta dinámica don/respuesta, gracia/agradecimiento, es todo lo más profundo que la revelación y la tradición nos han entregado. El Catecismo de la Iglesia católica ha retomado la misma estructura y la misma intención de fondo. Un buen uso de este catecismo exige propiciar su descubrimiento y penetrar en su estructura teológica fundamental. Usarlo únicamente como mera doctrina es traicionar su intencionalidad. La Iglesia italiana ha comprendido esta apuesta de la catequesis. Los obispos nos han entregado el catecismo de los adultos La verità vi farà liberi (La verdad os hará libres), punto de referencia para todos los demás catecismos. Este catecismo se presenta como una articulación especialmente lograda entre Escritura y tradición, entre el cantus firmus y sus contrapuntos. Como dice el propio texto: «El planteamiento de este catecismo es histórico-salvífico y trinitario; quiere ser una exposición amplia de lo que en el Símbolo de la fe está concentrado en pocas 79

palabras. Su línea de desarrollo puede expresarse con la fórmula “por Cristo en el Espíritu hacia el Padre”. Estos son los principales pasos y puntos de articulación: el hombre, en búsqueda del significado de su vida, encuentra la respuesta en el encuentro con Cristo, dentro de la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, donde renace como hijo de Dios, comprometido en la historia junto con otros y tendiendo a la vida eterna junto al Padre» (n. 99). Como puede verse fácilmente, el catecismo de adultos ayuda a entrar en el gran relato de la historia de Dios con el hombre y, mientras lo narra, presenta lo que la Iglesia cree (el Símbolo y las principales verdades de fe), ofrece reflexiones y argumentos para una fe meditada y, mediante la revalorización de las pinturas de la tradición artística de nuestro país, deja transparentar su belleza. A esto se añade que, en la última página de cada capítulo (las «páginas amarillas»), el mismo catecismo invita a convertir su palabra escrita en un encuentro, mediante los cuatro pasos de la pedagogía de la fe: reflexionar e interrogarse; escuchar y meditar la Palabra; orar y celebrar; profesar la fe. Esta invitación es un gesto de sabia humildad por parte del texto, que sabe distinguir entre el catecismo y el hecho vivo de la catequesis. Así, el catecismo de los adultos no solo hace que resuene el cantus firmus de la fe, no solo lo enriquece con los contrapuntos de la tradición, sino que se les entrega a los catequistas para que transmitan creativamente el mensaje mediante su enseñanza y su testimonio vivo. ***

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En síntesis Nos preguntamos cuáles son las palabras del primer y segundo anuncio que, generalmente, reciben el nombre de contenidos. Es bueno que aprendamos a distinguir, en nuestro lenguaje eclesial, entre el «contenido» y sus «contenidos». El contenido del anuncio es el Señor Jesús, la relación con él en la comunidad cristiana y en él con el Padre en el Espíritu. El anuncio es fiel cuando ayuda a esta relación. Por eso es fundamentalmente narrativo y su «canto firme» es la Escritura. La relación con el Señor Jesús, sin embargo, no solo se experimenta: necesita palabras. Por eso, el anuncio pone en contacto con todas las palabras que la Iglesia ha puesto a su historia con Dios, palabras que son el contrapunto de su «canto firme». El testigo del evangelio es, al mismo tiempo, narrador de una historia y maestro de la fe. Mientras ayuda al encuentro con la Escritura, sabe poner en contacto con los cuatro pilares de la tradición catequística eclesial: el Credo, los sacramentos, los mandamientos y el Padrenuestro. Sin estas palabras, la historia sagrada se queda sola. Estas palabras, desligadas de la historia sagrada, son fórmulas vacías, privadas de la vida que las ha generado. Los catecismos son una preciosa y autorizada referencia para garantizar, en el anuncio, la polifonía de la fe. Son una ayuda para no separar nunca la historia del dogma ni el dogma de la historia. El catecismo de adultos La verità vi farà liberi (La verdad os hará libres) es una mediación especialmente lograda que ayuda a garantizar la estructura histórico-salvífica de la fe y la comprensión que la Iglesia ha ido madurando a lo largo del tiempo. Es un catecismo-recurso: al tiempo que narra, va presentando las verdades de la fe, las explica, ilustra su belleza mediante el patrimonio artístico de nuestro país, capacita para dar razón de nuestra esperanza. Invita a hacer de él y de cualquier otro catecismo un «buen uso»: un marco autorizado de referencia escrito para el riesgo siempre nuevo del testimonio vivo de la fe. Distinguir y articular el contenido de la fe y sus contenidos, el catecismo y el hecho vivo de la catequesis, nos permite garantizar la sinfonía de la fe.

1. D. BONHOEFFER , «Carta a Renata y Eberhard Bethge», en Resistencia y sumisión, Ariel, Esplugues de Llobregat 1969, 171-172. 2. G. LAT T I, «Narrare la fede. Racconto, identità, verità», en el dossier La dimensione narrativa dell’annuncio, en Evangelizzare 6/2011, 347-352. 3. J ERÓNIMO, Prólogo, citado en la Dei Verbum, n. 25. 4. B. SALVARANI, «Quale racconto salverà il mondo? Sulla riscoperta della narrazione in un’epoca post-narrativa», en F. BAT INI – R. ZACCARIA (eds.), Per un orientamento narrativo, Franco Angeli, Milano 2000.

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5. R. T ONELLI, La narrazione nella catechesi e nella pastorale giovanile, Elledici, Leumann (TO) 2002, 66-69; «I giovanni e la Bibbia. Suggerimenti per una utilizzazione sapienzale», en IST IT UTO DI CAT ECHET ICA UNIVERSIT À PONT IFICIA SALESIANA, «Viva ed efficace è la parola di Dio». Linee per l’animazione biblica della pastorale. Miscellanea in onore di don Cesare Bissoli, Elledici, Leumann (TO) 2010, 243. 6. Catechismus Romanus seu Catechismus ex Decreto Concilii Tridentini ad parochos, Libreria Editrice Vaticana, Roma 2000, citado en C. SCHÖNBORN, «I criteri di redazione del Catechismo della Chiesa cattolica», en T. ST ENICO (ed,), Un dono per oggi. Il Catechismo della Chiesa cattolica. Riflessioni per l’accoglienza, Paoline, Cinisello Balsamo 1992, 42. Véase también: «Il Catechismo della Chiesa cattolica. Concetti dominanti e temi principali», en J. RAT ZINGER – C. SCHÖNBORN, Breve introduzione al Catechismo della Chiesa cattolica, Città Nuova, Roma 1994, 49-50.

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CAPÍTULO 8.

El segundo anuncio para una vida buena «Y encima tengo hambre, y el sol está a punto de ponerse. Cruzo la valla y una bala silba a mi lado. Los rusos nos apuntan. Salgo corriendo y llamo a la puerta de una isba. Entro. Dentro hay soldados rusos. ¿Son prisioneros? No. Están armados. ¡Tienen la estrella roja en la gorra! Empuño el fusil. Los miro boquiabierto. Están comiendo sentados a una mesa. En el centro hay una sopera de la que todos comen con cucharas de madera. Ahora me miran, las cucharas suspendidas en el aire. “Mnié Khocetsia iestj” (dadme algo de comer), digo. También hay mujeres. Una de ellas toma un plato y un cazo, se acerca a la sopera común y llena aquel de leche y mijo, y me lo tiende. Doy un paso, me cuelgo el fusil al hombro y como. El tiempo ha dejado de existir. Los soldados rusos me miran. Las mujeres me miran. Los niños me miran. Nadie habla. Solo se oye el ruido de mi cuchara en el plato. Y el de cada bocado que doy. “Spaziba” (gracias), digo cuando termino. Y la mujer recibe de mis manos el plato vacío. “Pasausta” (de nada), responde con sencillez. Los soldados rusos me miran sin moverse. En la puerta hay colmenas. La mujer que me ha dado la sopa me acompaña para abrirme la puerta, y yo le pido con señas un panal de miel para mis compañeros. La mujer me da el panal y yo salgo». – MARIO RIGONI STERN, El sargento de la nieve[1].

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1. Un nuevo humanismo « UNA eucaristía laica», así se ha definido el relato de Mario Rigoni Stern[2]. Y tiene razón. En el frío de la estepa rusa, en el corazón de una guerra que llevará a la muerte de miles de jóvenes vidas, en una retirada sin esperanza, ocurre algo inesperado. Un hombre llama. Le abren. Delante de él hay unos enemigos armados. Pide comida. Le dan un plato y comida, leche y mijo. El hombre deja el fusil y come en silencio. Da las gracias. Pide algo más, pero no para él, sino para sus compañeros. Le dan miel. Leche y miel, el alimento de la tierra prometida. En medio de un escenario de muerte, un hombre acepta la comida, come, da las gracias y da de ella a sus compañeros. En torno a él hay hombres, mujeres y niños. Todo es natural y hace pensar que todo puede también suceder hasta convertirse en una costumbre, en un modo de vida. Y para que esto llegue a ocurrir –añade el autor– «nos acordaremos», «mientras vivamos, todos los que estuvimos allí nos acordaremos de lo que pasó». Muchos años antes, en medio de un complot orquestado para matarlo, Jesús se pone a la mesa y realiza con los suyos un rito: «Tomó el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio». Jesús no habla del pan como de una «cosa», sino como de su vida. Resume su vida en el gesto de dar el pan y repartir el vino. Dice que ha vivido siempre como un don de Dios: acogido, agradecido y generoso. Y anticipa también, de este modo, el sentido profundo de su inminente muerte violenta: «Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18). Estos dos relatos nos introducen en el tema crucial de la aportación que puede ofrecer la fe cristiana a la humanización de las personas, de la convivencia humana y de la cultura. En una palabra: el don del evangelio para una vida buena. Los obispos hablan de la educación para un nuevo humanismo, el humanismo concentrado en el gesto eucarístico de Jesús, convertido en el gesto distintivo de la Iglesia y su sueño sobre la humanidad[3]. La tarea de la Iglesia es anunciar este evangelio que, de hecho, no es tal, no es «buena noticia» si no manifiesta toda su capacidad para entrar en la vida humana, sanarla y salvarla. Hacerla buena. Este es el horizonte y el objetivo de las orientaciones pastorales Educare alla vita buona del Vangelo.

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2. La aportación de la catequesis a la vida buena del evangelio La tradición más antigua y más genuina de la fe cristiana ha aportado siempre a la cultura, y especialmente a las nuevas generaciones, una importante contribución educativa humanizadora, un evangelio para la vida buena. Esta contribución se ha hecho presente de diferentes maneras, escribiendo importantes páginas educativas y también, como es obvio, alguna página deseducativa. La manera más sencilla y popular que ha tenido la Iglesia para aunar evangelio y educación para la vida buena ha sido la catequesis. La mayoría de los italianos han ido a catequesis, guardan en su memoria la hora semanal de catequesis, la imagen de una mamá catequista, el álbum de fotos de la primera comunión y de la confirmación. La catequesis es una forma popular de educación religiosa, forma parte de las prácticas pobres de pedagogía, pero que transmiten vivencias preciosas y orientaciones de humanidad de una generación a otra. Las prácticas pobres de pedagogía no siempre son «pobres prácticas» y a menudo son vehículo de humanidad, valores y cultura, aunque no sean valoradas por la reflexión más docta. La práctica pobre de la catequesis ha hecho humildemente su aportación educativa basada en cuatro dimensiones: la educación de la memoria, a través de los relatos; la educación en los ritos, ayudando a vivir simbólicamente la vida; la educación moral, cultivando el deseo; la educación de la interioridad, formando para la oración. Reconocemos aquí aquellos que hemos definido como los «cuatro pilares de la catequesis», que constituyen también cuatro capítulos de los catecismos tradicionales. Vamos a intentar esbozar la riqueza de esta cuádruple aportación educativa y su permanente actualidad. 2.1. La educación de la memoria mediante los relatos Nos encontramos en una cultura sin memoria. Los jóvenes ven la vida a través de la televisión, Internet, los videojuegos: una vida virtual. Todo se produce y se vive al instante, bajo el imperativo de lo inmediato. No podemos privar de relatos a las nuevas generaciones. Estamos llamados a poner la mesa de los relatos en nuestras familias. Contar cuentos a los niños, contar lo que nos ha pasado durante el día cuando nos juntamos para cenar, hablar de nosotros en nuestra vida de pareja. Porque sin relatos no hay gusto por la vida ni esperanza. Estamos atravesando una época sin escatología y sin esperanza. ¿Es posible la esperanza? ¿Mantiene la vida sus promesas? Si hemos apostado por la vida, es porque alguien nos ha contado que vale la pena. Relatos personales, familiares, sociales y los grandes relatos bíblicos, las grandes narraciones de la fe.

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Recuerdos de infancia: quince niños, hijos de tres hermanas. En los días de bochorno del verano, cuando amenazaba tormenta, la tía Maria nos sentaba a todos en la mesa, que era de madera. «Así, si cae un rayo, no os alcanza». Y ya podía tronar. Ella le daba vueltas a la polenta en la olla que colgaba de una cadena negra y nos contaba la historia de José y sus hermanos: los sueños, la envidia, la cisterna, la prisión, el faraón, las espigas llenas y las espigas vacías, Benjamín y la sorpresa final. Los niños estábamos tranquilos. Ya podían caer rayos allá fuera: la historia estaba en manos de Dios. Y, una vez pasada la tormenta, era una gozada saltar en los charcos de la era: sabíamos que podíamos correr sin miedo el riesgo de vivir. Nuestra fe aporta las grandes narraciones bíblicas. El Credo que profesamos juntos cada domingo contiene estos relatos. Narra lo que Dios ha hecho, hace y hará definitivamente por nosotros. Cuenta que no hemos nacido por casualidad, sino que hay un Dios que nos ha amado y nos ha hecho nacer a la vida; nos dice que corremos de continuo el riesgo de estropearla irremediablemente; nos asegura que Dios se ha hecho hombre y está en medio de nosotros con su humanidad resucitada: él que nos ha creado, nos recrea constantemente; podemos apoyarnos en una «esperanza fiable» porque se ha comprometido él mismo para llevarnos a la plenitud de la vida; entonces, lo que tenemos delante no es la muerte, no es el fin del mundo, sino la vida plena, los cielos nuevos y la nueva tierra; «no somos seres vivos destinados a la muerte, sino seres mortales destinados a la vida» (André Fossion); podemos, pues, vivir responsablemente, preparando el futuro de Dios y haciendo de esta tierra una casa de hijos y hermanos. 2.2. La educación en los ritos viviendo simbólicamente la vida La segunda dimensión educativa que procura el anuncio es la dimensión simbólica: la capacidad de acoger, expresar e impulsar de nuevo nuestra vida por medio de los ritos. Ante todo, mediante la educación en los ritos ordinarios, cotidianos, profanos. Los que suceden todos los días en nuestras casas. Esto es lo que hacen los ritos: regeneran la vida. No son conceptos traducidos en gestos: son acciones simbólicas que transmiten vida. Los ritos no solo representan, sino que nos hacen convertirnos en lo que dicen. Una caricia en el hombro expresa la relación que deseamos establecer y hace que esta relación sea una realidad. Toda comida juntos, incluso una pizza el domingo por la noche con los amigos, está expresando el futuro relacional que tratamos de construir, y al ritualizarlo, lo anticipa, hace que ocurra. La fe cristiana es guardiana de una vida jalonada de ritos. Los siete sacramentos tendidos en el arco de la vida expresan simbólicamente que toda la vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte, está custodiada por Dios. Los sacramentos expresan cómo Dios cuida la vida humana: nos lava, nos perfuma y nos alimenta con los tres sacramentos de la iniciación cristiana; nos hace capaces de amor y de entrega en los dos sacramentos del matrimonio y del orden; nos cura en las experiencias de fragilidad moral, de enfermedad y ante la muerte (la confesión y la unción de enfermos): somos lavados,

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perfumados, alimentados, capacitados para amar, sanados, acompañados en la hora de la muerte. Esto es hoy una contribución educativa fundamental que nuestra fe puede ofrecer a una cultura que corre el riesgo de no ir más allá del nivel de la mera objetividad de las cosas, de las acciones y de los hechos. 2.3. La educación moral por medio del despertar del deseo La tercera dimensión que la catequesis ha propiciado en la educación para la vida buena del evangelio es la educación moral. Muchos cristianos han recibido una educación moralizante dentro de la cual no ha sido fácil abrir un camino de libertad. La cultura de mayo del 68 hizo que cayesen las referencias morales, que se hiciera de la propia vida lo que a cada uno le pareciera. Incluso la pedagogía, en un determinado momento, enseñó también que no había que poner normas, sino dejar que los hijos se comportasen con su propia espontaneidad. Los resultados están a la vista. Hoy, los pedagogos y los psicólogos nos dicen que la primera manera de amar la vida es ayudarla a no dañarse: «Los “noes” que ayudan a crecer», normas para no dañar la propia vida y no hacer daño a los demás. Las referencias éticas y morales hacen un doble servicio: prohíben los retrocesos y permiten la vida. Son como los tacos de salida en la carrera de cien metros. Impiden retroceder y ayudan a lanzarse hacia delante. Al prohibir, impiden que nos hagamos daño, que reduzcamos nuestro propio deseo a la pura necesidad. Al permitir, están llenas de promesas: nos infunden ganas de vivir. El aporte educativo de la fe cristiana a la vida buena está contenido, todo él, en el decálogo, que significa literalmente «diez palabras». Las diez palabras de la fe para una vida buena se pronuncian en el seno de una relación que ha liberado de la esclavitud: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Dt 5,6). Son palabras que garantizan una vida en libertad. La educación cristiana se ha apoyado siempre en las diez palabras, ha dicho siempre qué es lo que promueve y lo que embrutece la propia vida y la convivencia pacífica. Y ha hecho siempre, de las diez palabras, una escuela del deseo y no de la sola necesidad. De hecho, el sentido último del decálogo y su plenitud en las bienaventuranzas puede resumirse en el único mandamiento del amor. La educación moral es, por tanto, una invitación a desear, a encontrar en el amor a uno mismo y a los demás el sentido último de la vida. La educación moral es una educación para el amor. Y, por consiguiente, para la vida buena. 2.4. La educación de la interioridad mediante la oración En el ámbito educativo hay una cuarta aportación que el anuncio de la fe ha cuidado siempre: la educación de la interioridad. La educación de la interioridad ayuda a despertar la conciencia de los propios pensamientos y sentimientos, a aprender a leer la propia vida, a estar ante sí de forma meditativa, no atados a la exterioridad y el exhibicionismo, 87

no reducidos a la superficialidad y el egoísmo. Iniciar a la vida interior es educar en el silencio, en la autoconciencia, en la reflexión. Ayuda a ser más pensativos, más autocríticos, más conscientes de los propios errores, menos egoístamente egocéntricos, más dispuestos a estar en soledad sin sufrimiento. La interioridad se afirma y crece si cuenta con otros aliados como el silencio, el gusto por la soledad, el gozo de encontrar maneras de expresarse y comunicarse para entrar en diálogo con los demás. La educación para la autoconciencia interior es un bien duradero; es una preparación para saber afrontar las pruebas más duras que todos y todas tenemos que atravesar[4]. La educación para el silencio, para la meditación, para el examen de conciencia, en una palabra, para la conciencia del propio mundo interior ha sido siempre una importante aportación de la fe cristiana. Pero ha ayudado siempre a algo más, algo que va más allá de la simple interioridad como introspección. La educación cristiana ha tenido mucho interés en enseñar a orar, es decir, a estar en el mundo sabiendo que el cielo no está cerrado sobre la tierra y que tampoco está habitado por fuerzas misteriosas o amenazantes sino por la paternidad de Dios. «Padre nuestro...»: la oración, en la tradición cristiana, invita a vivir custodiando la interioridad, una interioridad que es introspección, sí, pero también diálogo con una presencia, el Espíritu, que habita en el corazón de cada uno: una interioridad habitada por la Palabra y, por tanto, una espiritualidad. La educación en la oración invita a vivir la propia interioridad unas veces como invocación, otras como acción de gracias, otras como contrición, como lamento, como confianza, como protesta, como alabanza, como llanto, como grito de alegría. Los salmos desarrollan, en forma de oración, toda la armonía de la interioridad cristiana. La aportación a la humanización que la catequesis puede ofrecer para una vida buena tiene estas dimensiones de profundidad. Transmite relatos e invita a volverlos a contar; da forma a la vida mediante los ritos; nos confía la tarea de hacer que este mundo sea habitable y fraterno, según el sueño de Dios; proporciona normas para ser buenos, para no dañar la propia vida y mantenerla en la libertad y en el amor; educa a las personas para cultivar la interioridad y la espiritualidad, para no vivir de manera superficial y distraída. Si tratamos de decir lo contrario captaremos mejor su valor: una vida sin relatos, relatos sin ritos, ritos sin responsabilidades, responsabilidades sin normas, normas sin interioridad... ¿qué vida humana sería esta? Una vida sin esperanza. Y, sin embargo, sabemos que esta época de las «pasiones tristes» [5] y de la reducción científica y técnica de la vida corre el riesgo de dejar al hombre atado a lo inmediato, sin conexión con el pasado y sin esperanzas para el futuro. Sin responsabilidades. Desmemoriado, desconfiado, desregulado.

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3. El segundo anuncio para un cristianismo deseable Para muchas personas, la vida cristiana no es una vida buena. Muchos se encuentran marcados por una mala relación con la fe, que sería enemiga del hombre, de su libertad, de su realización. Una educación marcada por una visión moralizante, ritualista, con posturas dogmáticas ajenas a la razón, hace que se sientan lejos de la fe o les lleva a vivirla dolorosamente. A menudo el cristianismo no es visto socialmente como humanizador y entonces tampoco es deseable. Una tarea fundamental del segundo anuncio es mostrar el rostro de un Dios deseable[6]. Cada momento del evangelio es una palabra buena para la vida. La reconciliación de muchos de nuestros contemporáneos con la Iglesia y con el evangelio y la manera de ayudarles a comenzar a creer pasa por la capacidad de proponerles un evangelio amigo del hombre. Un anuncio que pone de relieve la diferencia de lo cristiano, pero siempre como una «diferencia a favor del hombre», nunca como «diferencia contra él» [7]. Para un creyente, es bueno darse cuenta de que cuanto la fe aporta a la educación no es primariamente religioso sino sencillamente humano, porque «el que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre» (Gaudium et Spes, n. 41). Es bueno saber que la última prueba de la bondad de la fe está en su capacidad de transmitir y custodiar humanidad, vida, plenitud de vida. Esto nos coloca a todos serena y gozosamente muy cerca de muchos hombres y mujeres diferentemente creyentes o no creyentes, pero que, sin embargo, aman la vida y la viven apasionadamente La vida buena del evangelio es la que Jesús resumió en el gesto de la eucaristía. Este gesto es, al mismo tiempo, denuncia de todo lo que embrutece la vida y signo de un mundo de hijos y hermanos. La tarea del primer anuncio es anunciarlo a quienes no conocen el evangelio. La tarea del segundo anuncio es hacer que quien lo ha vivido como malo «lo vea como bueno». ***

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En síntesis En el gesto de la eucaristía, rito distintivo de la comunidad cristiana, se resume toda la vida buena que el evangelio ofrece al hombre. La catequesis siempre ha pretendido, mediante una forma sencilla y popular, educar para la vida buena del evangelio. Lo ha llevado a cabo por cuatro caminos: la educación de la memoria por medio de los relatos; la educación en los ritos, ayudando a vivir la vida simbólicamente; la educación moral, cultivando el deseo; la educación de la interioridad, formando para la oración. Ella sigue ofreciendo, a lo largo del tiempo, esta aportación a la educación. Transmite relatos e invita a relatarlos; da forma a la vida por medio de los ritos; nos confía la tarea de hacer que el mundo sea habitable y fraterno, según el sueño de Dios; proporciona normas para que podamos ser buenos, para no malograr la propia vida y mantenerla en la libertad y el amor; educa a la persona para cultivar la interioridad y la espiritualidad, y no para vivir de un modo superficial y distraído. En esta capacidad educativa se juega hoy la credibilidad del cristianismo, considerado por muchos como una religión no humanizadora y, por tanto, no deseable. La tarea del primer anuncio es anunciar el evangelio a quienes no lo conocen; la tarea del segundo anuncio es hacer ver que este evangelio está a favor de la vida plena del hombre.

1. De este modo prosigue el relato: «Así ocurrió todo. Pensándolo bien, no lo recuerdo como un hecho extraño, sino natural, fruto de esa espontaneidad con la que antaño debían de actuar los seres humanos. Pasada mi primera sorpresa, todos mis gestos fueron naturales, no sentí ningún temor, ni el menor deseo de defenderme o de agredir. La cosa fue muy simple: comprendí que los rusos eran como yo. En aquella isba se creó entre los soldados rusos, las mujeres, los niños y yo una armonía que distaba de ser una tregua. Trascendía con mucho el respeto que se tienen entre sí los animales del bosque. Por una vez, las circunstancias permitieron que los hombres supieran ser hombres. ¿Dónde estarán ahora esos soldados, esas mujeres, esos niños? Ojalá todos hayan sobrevivido a la guerra. Mientras vivamos, todos los que estuvimos allí nos acordaremos de lo que pasó. Sobre todo los niños. Si aquello ocurrió una vez, puede ocurrir de nuevo. Dicho de otro modo, puede volverles a ocurrir a muchísimos hombres más y convertirse en una costumbre, en un modo de vida». De Mario RIGONI ST ERN, El sargento en la nieve, Pre-textos, Valencia 2007, 129-130. 2. La expresión es de Marco CAMPEDELLI, sacerdote de la diócesis de Verona, autor de La ferita e il canto. Per una poetica della liturgia, Messaggero, Padova 2009. 3. «Es necesario difundir un nuevo humanismo, educando a toda persona de buena voluntad, especialmente a las nuevas generaciones, para mirar la vida como el mayor regalo que Dios ha hecho a la humanidad» (Educare alla pienezza della vita, Mensaje para la 33 Jornada nacional por la vida, 6 de febrero de 2011). 4. D. DEMET RIO, «Educare è conoscere se stessi»: Evangelizzare 9 (2001). 5. M. BENASAYAG – G. SCHMIT , Las pasiones tristes, Siglo XXI, Buenos Aires 2011. 6. A. FOSSION, Dieu désirable. Proposition de la foi et initiation, Novalis – Lumen Vitae, Bruxelles – Québec, 2010. 7. E. BIANCHI, La differenza cristiana, Einaudi, Torino 2006.

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CAPÍTULO 9.

Para un mapa del segundo anuncio «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo encuentra, vuelve a esconderlo y, de tanta alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos al caso de un mercader que anda buscando perlas finas. Cuando encuentra una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra». – Mateo 13,44-46

ESTAS dos breves parábolas son un regalo especial de Mateo. Los otros evangelistas no las cuentan. Son dos relatos llenos de sorpresa, imbuidos de asombro, impresionantes, en el sentido de que revolucionan dos vidas y obligan a reformularlas por completo. Son dos parábolas gemelas, construidas en paralelo. En su semejanza saltan a la vista dos aspectos evidentes: • Al leerlas seguidas, el acento de ambas cae en la última frase: «Va, vende todo lo que tiene y compra...». Parece, pues, que «venderlo todo» es el objetivo de la parábola, su «moraleja». La catequesis y las homilías pueden servirse fácilmente de esta constatación. Lo que se dice es que hay que dejarlo todo por el Señor; la fe cristiana exige una respuesta radical; Dios tiene que estar siempre en primer lugar, etc. La interpretación moral de la parábola es legítima y no hay razones para dudar de que se encontrara también en la intención del evangelista. Pero la segunda parte (la reacción de los personajes) se apoya por completo en la primera (el descubrimiento de un bien precioso e inesperado). El gozne sobre el que giran las parábolas es la imagen del tesoro y de la perla. Este descubrimiento es el que lleva a los protagonistas a una total desapropiación para una nueva apropiación. • Lo segundo que hay que notar es que la única diferencia entre las dos está en este punto: uno no busca y se topa con el tesoro; el otro está buscando y se topa con una perla mucho mayor de lo que esperaba. Mateo parece poner en escena ambas posibilidades respecto de la fe; la del que busca y la del que no busca absolutamente nada. El Reino de Dios abarca ambas situaciones. La búsqueda no es, por tanto, la condición del descubrimiento. Este se debe siempre «a un golpe de suerte» o de gracia.

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Estas dos observaciones nos permiten pensar el segundo anuncio evitando dos peligros y tomando una dirección muy concreta. a) El primer peligro es reducir el evangelio a una moral. Es el peor servicio que podemos hacer a la fe cristiana. La «buena noticia» se convierte, de este modo, en una invitación al «buen comportamiento». El segundo anuncio tiene que ver con este problema: muchos cristianos viven la fe, de hecho, como una limitación, reduciéndola a una carga que hay que llevar. La fe, entonces, se convierte principalmente en una renuncia a la plenitud de la propia vida. Dentro de ella se instala la imagen de un Dios exigente, celoso de nuestra felicidad, un Dios que nos corta las alas y que nos quiere un poco menos felices que los demás. Esta sensación está muy difundida y le quita a la fe toda la alegría. ¿El motivo? Muy sencillo: de las dos parábolas solo ha quedado la segunda parte, la del compromiso. Se ha perdido la sorpresa del descubrimiento, la percepción de la gran suerte tenida. El tesoro ha perdido su valor y la perla su brillo. El segundo anuncio recupera la sorpresa del don para motivar nuevamente la respuesta. Pone en contacto con la gratuidad y con el «plus» de la gracia para que el propio compromiso sea un compromiso gozoso. b) El segundo peligro tiene que ver con uno de los estribillos que siempre se repiten en nuestros ambientes eclesiales: si estos chicos (o jóvenes, o adultos) no buscan nada, si no están interesados, si son superficiales... no hay nada que hacer. Por el contrario, Mateo nos hace comprender algo fundamental: que la gracia de Dios precede a toda búsqueda. Propiamente hablando, la fe cristiana no pertenece al orden de la respuesta a preguntas que normalmente la gente no se hace, ni al orden de la búsqueda basada en preguntas que las personas podrían llevar en su interior o que se trataría de suscitar, sino al orden de la sorpresa. Hay un aspecto de exceso, de «demás» gratuito que pilla por sorpresa tanto al que busca como al que no busca. El Reino de Dios es para todos, busquen o no busquen, y es siempre para todos un don. c) Una vez evitados ambos peligros, se está en la dirección correcta. El descubrimiento del tesoro y de la perla, el don desproporcionado e incondicional de Dios se da en la vida cotidiana; en este caso, en el trabajo: uno es un labrador y el otro un comerciante. Es como decir que el evangelio viene al encuentro del hombre en lo concreto de su vida y su historia, en nuestras vivencias humanas y en los recovecos de nuestra existencia. El segundo anuncio manifiesta su idoneidad si es anuncio de vida buena.

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1. Tres reglas de oro del segundo anuncio Las parábolas del tesoro y de la perla nos ofrecen, así, tres reglas de oro del segundo anuncio: a) El segundo anuncio no insiste principalmente en la consistencia de la búsqueda y de las preguntas que las personas puedan hacerse o dejar de hacerse, sino en la calidad de la propuesta en términos de don y de sorpresa. La comunidad cristiana tiene que centrarse, por tanto, en lo que debe ofrecer gratuitamente más que en las condiciones que han de tener las personas. Sabe que el evangelio tiene la capacidad de hacer ver su valor por sí mismo. b) El segundo anuncio no parte del llamamiento a las exigencias morales de la fe y al compromiso radical que esta exige. Esto es, más bien, su punto de llegada y, en cualquier caso, nunca en el orden del deber sino de la exigencia intrínseca del don. El segundo anuncio se esfuerza por suscitar nuevamente el asombro, la maravilla, la gratuidad del exceso de amor de Dios. Esto es algo esencial, sobre todo después de tantos siglos de un cristianismo de costumbre y una formación generalmente moralizante y triste. c) El segundo anuncio muestra cómo el don de Dios alcanza a las personas en su vida, concierne a su historia, responde a su necesidad de vida y, en este sentido, a sus demandas. El segundo anuncio muestra el rostro generoso del evangelio para una vida buena en todos los casos. Tocamos aquí el gran reto que la Iglesia italiana ha decidido afrontar en este decenio.

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2. Pasajes de la vida, pasajes de la fe La partida del segundo anuncio se decide en la capacidad de hacer ver que el evangelio es una promesa de vida buena para la experiencia de vida que tiene la gente; dicho de otro modo, se decide en la calidad educativa de la fe. Ya lo hemos dicho antes: la tarea de la Iglesia es evangelizar, pero el evangelio no cumple con su misión si no transforma cualitativamente la vida de las personas, de la convivencia ciudadana, de la cultura. El Congreso eclesial de Verona ha abierto proféticamente el camino. Ha resumido en cinco ámbitos los «lugares antropológicos» en los que la comunidad cristiana está llamada a hacer resonar el sí de Dios al hombre. Es evidente que la vida afectiva, el trabajo y la fiesta, la fragilidad humana, la tradición y la ciudadanía son un elenco significativo aunque no exhaustivo. La tercera nota de la CEI sobre la iniciación cristiana los define como «situaciones en las que puede nacer una demanda de fe» [1] y presenta un amplio elenco de ellas: bautizados que han dirigido su búsqueda de sentido hacia otras religiones o experiencias religiosas; peticiones que nacen de acontecimientos casuales como la lectura de un libro, una celebración litúrgica, una conversación; experiencias de voluntariado y solidaridad; la búsqueda de trabajo, el comienzo de la vida afectiva, la perspectiva de crear una familia; la experiencia de la soledad, del sufrimiento y de la muerte; la demanda de sacramentos para los hijos, la decisión de casarse por la iglesia; una serie de situaciones problemáticas como una enfermedad personal o de un familiar, dificultades de tipo profesional, una crisis matrimonial, un traslado imprevisto que cambia radicalmente la vida y las relaciones, la muerte de una persona querida. La nota sobre el rostro misionero de la parroquia recuerda que... «... el adulto se deja implicar en un proceso de formación y un cambio de vida solo cuando se siente acogido y escuchado en los interrogantes que afectan a las estructuras que sustentan vida: los afectos, el trabajo, el descanso (...). Los adultos de hoy responderán únicamente si se sienten interpelados en estos tres frentes con inteligencia y originalidad» [2]. La nota de la CEI sobre el primer anuncio habla de «ocasiones especiales para el primer anuncio» y propone otro elenco sugerente[3]. La Carta a los buscadores de Dios se abre con un capítulo dedicado a las «preguntas que nos unen», especificadas en cuatro ámbitos: felicidad y sufrimiento; amores y fracasos; trabajo y fiesta; justicia y paz. Los obispos lombardos, en su mensaje sobre el primer anuncio, prefieren llamarlos «umbrales de la fe» y los reúnen en cinco grupos: cuando nace un bebé, a la hora de decidir el mañana (adolescencia y juventud), el comienzo de una vida juntos (el inicio de la vida en pareja), el precio de la felicidad, la difícil compañía (sufrimiento y fragilidad)[4].

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3. Construir nuestro mapa del segundo anuncio Las sugerencias que nos presentan los diversos documentos de los obispos constituyen una invitación a construir, en nuestras parroquias, el mapa real del segundo anuncio en función de las experiencias de la vida de la gente. He aquí una lista de diez vocablos que pueden poner en marcha la búsqueda. – Generaciones: cuando nace un hijo (bautismo); los primeros pasos (0-6 años); la iniciación cristiana de los hijos. – Transiciones: adolescencia y juventud; escuela y universidad; diálogos personales ocasionales. – Relaciones: encuentros; web; diálogo interreligioso. – Vinculaciones: el enamoramiento (cursos para novios); el camino de pareja (pastoral familiar). – Dedicaciones y pasiones: trabajo; voluntariado; arte. – Viajes: traslados; peregrinaciones; encuentros. – Distanciamientos: crisis afectivas; separaciones y divorcios; segundas nupcias. – Fragilidad: enfermedad; pobreza; soledad; cárceles. – Duelos: la pérdida de un hijo; la pérdida de un cónyuge. – Consumación: ante la propia muerte. Un ejercicio muy sencillo consiste en diseñar este mapa a partir de la situación real de una parroquia, con el consejo pastoral o con el grupo de catequistas, por ejemplo. Se podrán ver, así, las partes llenas y las partes vacías, es decir, dónde situamos tradicionalmente la propuesta del evangelio y en dónde estamos ausentes desde hace tiempo. Caeremos en la cuenta, por ejemplo, de que nuestras parroquias dejan abierta normalmente una sola puertecita: la de la iniciación cristiana de los hijos. En todo lo demás, la comunidad está callada. Nos daremos cuenta también de que la pastoral de los sacramentos se halla modulada ya sobre los pasajes fundamentales de la vida, puesto que los sacramentos afectan a la vida en todos sus momentos más esenciales. Esto puede ayudarnos a comprender cuántas posibilidades tenemos solo con salir de las prácticas habituales y repetitivas. Hay que recordar, por último, que si se da el primer paso, en seguida se ve cuál es el siguiente. Nadie tiene en este momento ya hecho el plano del camino. El mapa se construye al caminar.

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4. Necesitamos el desorden Las sugerencias de los obispos contienen una exigencia transversal: la necesidad de reorganizar el anuncio y de mostrar su fecundidad. No a partir del orden de la fe y su coherencia teológica, sino de la lógica de la vida con sus idas y venidas: los diversos momentos de la vida son momentos potenciales para la fe, las citas que Dios nos hace en los pliegues de la vida humana. También aquí lo que parece decisivo no es, como ya vimos anteriormente, anular la pastoral tradicional, sino replantearla con una mentalidad nueva. Hay que llevar a cabo una desorganización mental para propiciar una nueva reorganización que obedezca no a nuestros esquemas sino a las llamadas del Espíritu en la vida de la gente. A este propósito vale la pena aceptar la provocación de Paola Bignardi: «Para que se den algunas de las situaciones antes descritas, creo que se necesita una Iglesia dispuesta a cambiar su propio planteamiento pastoral de fondo y algunas de sus estructuras para adecuarlas verdaderamente a la conversión misionera de la que venimos hablando desde hace años. Se trata de tener el valor de desestructurar un poco el planteamiento pastoral, hacer que su organización esté menos planificada y sea más flexible, capaz de adaptarse a las experiencias de la vida de la gente, a su modo de comunicarse hoy; a los lugares que frecuentan; a unos tiempos en que la vida está rota, sin aliento y muchas veces convulsa. Para encontrar a los buscadores de Dios que en nuestro tiempo, como tal vez en todo tiempo, no frecuentan los lugares de la Iglesia sino los de la vida y del mundo, se necesita una Iglesia capaz de ir hacia el mundo, de organizarse en la dispersión de la vida actual (es decir: desorganizarse para poder entrar en sintonía con una vida dispersa). La actual organización de las parroquias consigue relacionarse solo con personas para los sacramentos, pero ya no logra entrar en diálogo con los interrogantes sobre la vida y la fe (...). Hoy se necesita una comunidad capaz de pensarse en términos de dispersión por el mundo, verdaderamente capaz de valorar, no solo de palabra, la vocación de los laicos para acercarse a la gente allí donde la gente vive» [5]. El segundo anuncio exige una programación un poco desordenada. En una pastoral hinchada y superorganizada, los esquemas operativos ensayados actúan como rejilla de lectura de lo existente: formatean todo en lo acostumbrado y ya conocido, y no ven lo nuevo que está ya presente porque lo reconducen a lo ya realizado, a lo ya llevado a cabo, a lo déjà vu. Necesitamos desorden, una pastoral más ligera que no permita que los programas secuestren todas las energías, sino que sepa servir a la vida que el Espíritu está haciendo germinar en el corazón de los hombres y las mujeres de hoy, no menos que en los de ayer.

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5. Hacia una nueva ministerialidad La invitación a valorar la vocación de los laicos cristianos no es en absoluto retórica. La tercera nota de la CEI lo dice de esta manera: «Es necesario disponer tiempos y lugares en los que hombres y mujeres creyentes puedan acoger, sin prejuicios ni asperezas, a quienes buscan un nuevo sentido cristiano para su vida» (n. 52: ECEI 7/1406). Esta breve frase nos invita a poner en marcha una nueva ministerialidad, la de los adultos, parejas, cualquier hombre o mujer laicos que acepten acompañar a aquellas personas que vienen a la comunidad cristiana partiendo de quienes son, del punto en el que se encuentran, sin moralismos ni asperezas. Se trata de una ministerialidad que no sustituye a las tradicionales, sino que les presta apoyo, una ministerialidad más flexible, organizada en función del proceso personalizado de las múltiples situaciones de las personas con respecto a la fe. Una sugerente imagen de André Fossion puede ayudarnos a encontrar la perspectiva y el justo equilibrio. Recuerda el conocido proverbio africano: «Hace más ruido un árbol que cae que una selva que crece». Así pues, como comenta Fossion, «en la Iglesia mucha gente se esfuerza incansablemente –e incluso se agota– por mantener en pie el viejo árbol que se desploma. Esto no es inútil si se trata de retardar la caída para evitar que alguien sea aplastado. Pero lo importante es la selva que crece» [6]. El reto pastoral hoy, en Italia, es ciertamente «mantener en pie el árbol que cae», es decir, llevar adelante la pastoral tradicional para las personas que se reconocen en ella y que encuentran en ella la manera de alimentar su propia fe. Pero deberíamos decir: no con ambas manos. Una mano tiene que estar libre para favorecer el crecimiento de la selva que está germinando. La imagen de las dos manos expresa también acertadamente la complejidad del servicio pastoral en un contexto cultural de cambio. Esta actitud pastoral conjuga la continuidad con la innovación. Continúa con generosidad su servicio en los puntos del mapa eclesial ya ocupados, pero se pone en marcha para hacer presente el evangelio en los puntos profanos que están abandonados, allí donde el Espíritu se encuentra desde hace tiempo y donde, hoy como en la comunidad primitiva, espera a su Iglesia. ***

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En síntesis Las reglas de oro del segundo anuncio son tres, como nos muestran las parábolas del tesoro y de la perla. La primera: el evangelio no es un don que está vinculado a la búsqueda humana, es siempre un «plus» de gracia; la comunidad debe tomar conciencia de este don que ella misma ofrece, un don que no le pertenece. La segunda: el don de Dios precede a la respuesta humana; la comunidad se empeña en suscitar de nuevo el asombro, el recuerdo confuso del primer amor, la alegría de ser amados gratuitamente; de aquí brotará un renovado compromiso moral; La tercera: el Reino de Dios se realiza en la vida cotidiana de la gente, sana y salva sus experiencias, encuentra los lugares antropológicos fundamentales; la comunidad cristiana anuncia el evangelio a partir de las situaciones de la vida de la gente y no en primer término a partir de la lógica de los contenidos de la fe. Estamos así invitados a desplazarnos dentro del mapa de las situaciones de la vida, para ponernos en sintonía con la acción del Espíritu, con la vida que está suscitando en nuestros contemporáneos, dentro y sobre todo fuera de nuestras estructuras eclesiales. Para esto se requiere un sano desorden pastoral.

1. CEI, L’iniziazione cristiana. 3. Orientamenti per il risveglio della fede e il completamento dell’iniziazione cristiana in età adulta, nn. 10-13: ECEI 7/978-981. 2. CEI, Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia, n. 9: ECEI 7/1.464. 3. CEI, Questa è la nostra fede. Nota pastorale sul primo annuncio, n. 23: ECEI 7/2.416-2.419. Estas son las situaciones de vida que presenta: la preparación al matrimonio y a la familia; la espera y el nacimiento de los hijos; la demanda de catequesis y de los demás sacramentos para los hijos; las situaciones difíciles de las familias, debido a enfermedades u otros sufrimientos; el fenómeno de las migraciones; el contexto mediático con sus lenguajes; el patrimonio histórico y artístico de nuestro país; las ocasiones que ofrece el tiempo libre; las situaciones informales, sobre todo con los jóvenes. 4. OBISPOS

DE LAS DIÓCESIS LOMBARDASA,

La sfida della fede: il primo annuncio, EDB, Bologna 2009, 11-26.

5. P. BIGNARDI, «La via del dialogo e la pluralità dei cammini»: Il Primo Annuncio. Notiziario dell’Ufficio catechistico nazionale 36 (2007) 1, 84. 6. A. FOSSION, Ri-cominciare a credere, EDB, Bologna 2009, 136 (trad. esp. del orig. fr.: Volver a empezar, Sal Terrae, Santander 2005).

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CAPÍTULO 10.

La gracia de volver a empezar «“¿Qué es lo que le llega del feto a la embarazada?” [...]. Esta mujer resulta diferente cada día, lo vemos por su forma; y por el halo en torno a ella percibimos que se adapta a crear, aun cuando parece una contradicción hablar de adaptación a la creatividad. [...] “Eso es lo que le llega del feto a la mujer embarazada: justamente esa adaptación a la creatividad”. Durante mucho tiempo se ha creído que el cordón umbilical es unidireccional: pero no es cierto. El cordón umbilical, como toda relación viva, es siempre bidireccional» [1].

LA imagen del cordón umbilical es sugerente, pero sobre todo es verdadera. Expresa una realidad ante la cual permanecemos emocionados. La pregunta es: «¿Quién engendra a quién?». Es la madre quien «hace» al hijo, lo engendra día tras día, durante los nueve meses de embarazo. Su útero es la incubadora y por su cordón umbilical pasa el alimento que nutre al hijo y le hace crecer. Pero al mismo tiempo sucede el milagro inverso. El hijo hace a la madre, hace progresivamente de esa mujer una madre. La hace madre física y psicológicamente, en su ser más profundo. La embarazada nace de nuevo como madre. Hay una frase de la nota pastoral sobre el rostro misionero de las parroquias que expresa el principio del cordón umbilical para la Iglesia: «Con la iniciación cristiana, la Iglesia madre engendra a sus hijos y se engendra de nuevo a sí misma» [2]. Aquí, la pregunta deviene esta: «¿Quién evangeliza a quién?». Ciertamente, tanto en el caso de la madre como en el de la «Iglesia madre» resulta claro que se trata de una relación que se basa sobre una precedencia y, por tanto, sobre una diferencia. Primero está la mujer, después el hijo; primero está la Iglesia, después los cristianos. Nadie se da la vida a sí mismo; nadie se crea la fe por sí mismo. Tanto en la vida como en la fe, somos siempre precedidos y dados a nosotros mismos. Sin embargo, dentro de esta «precedencia» hay una generación mutua. La madre existe con el hijo y la Iglesia madre existe con los cristianos. Se trata de una relación asimétrica, pero bidireccional. Una relación de reciprocidad que contiene una precedencia. Dentro de este milagro de la vida está contenido el desafío y la suerte para la Iglesia de encontrarse hoy ante una situación de «nueva evangelización», es decir, de primer y de segundo anuncio. La Iglesia existe para evangelizar[3] y, al mismo tiempo, «además de ser agente de esta evangelización, se reconoce como fruto de ella» [4]. Esto significa que se abre para la Iglesia un tiempo de nuevo comienzo, la gracia de volver a empezar. Por otro lado, eso es lo que le ha sucedido desde el principio.

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1. Una relación de reciprocidad El relato del encuentro entre Felipe y el eunuco, narrado por Lucas en los Hechos de los Apóstoles (8,26-40), es muy querido por los catequistas. Junto con el relato paralelo de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) constituye para todo evangelizador la referencia bíblica en la que puede configurar y verificar constantemente el estilo propio de su anuncio[5]. Es un texto que nos transmite también cómo la comunidad cristiana «nació haciendo nacer». Sigamos el hilo del relato recogiendo los pasos que se dan en él en torno a cuatro parejas de verbos. 1.1. Hospedar y dejarse hospedar En la primera parte, el relato nos habla del encuentro entre Felipe y un eunuco etíope, administrador de los bienes de la reina de Etiopía, que viaja de regreso después de una peregrinación a Jerusalén. Lucas utiliza toda una serie de verbos significativos referidos a Felipe: «encontrar», «acercarse», «oír», «subir a la carroza» y «sentarse junto a». Se indica una delicada y profunda progresión mediante la cual se entra en relación con la persona. Hay un dinamismo interior que impulsa, un ponerse en camino, correr, escuchar atentamente y hacer camino juntos. En esta primera parte (que es ya anuncio), Felipe mantiene una actitud pasiva: no habla. Se limita a acercarse y escuchar, es decir, a entrar en una relación verdadera. Su única palabra es una pregunta-estímulo («¿Entiendes lo que estás leyendo?»), que provoca en su interlocutor una toma de conciencia y una petición de ayuda: «¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica?». Felipe hace una pregunta para que el deseo de vida del eunuco se haga más profundo. Al mismo tiempo, acepta y hace suyos los interrogantes de la persona a la que acompaña. Esta primera parte del texto nos ayuda a comprender que el camino de la fe requiere un tiempo de encuentro, de hospitalidad mutua. La palabra «huésped» es, en nuestra lengua como en otras muchas, ambivalente: designa al mismo tiempo a la persona que hospeda y a la persona que es hospedada. Así pues, la reciprocidad está inscrita en el lenguaje humano. ¿De qué se trata en nuestro caso? En el relato paralelo de los discípulos de Emaús sucede algo análogo. Jesús entra en la conversación que ellos mantienen: «¿De qué vais conversando por el camino?» (Lc 24,17). Cuando Jesús atraviesa Jericó, dice a Zaqueo: «Zaqueo, baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa» (Lc 19,5). Lo que cambia el corazón de Zaqueo es el hecho de que Jesús desea ser acogido en su casa y lo considera digno de que sea su anfitrión. ¡Es la primera vez que alguien se fía de él! Como afirma certeramente Fossion, la Iglesia se ha ejercitado mucho en ser acogedora, pero en una perspectiva evangélica debería adiestrarse en invertir la lógica: no tanto tratar de acoger cuanto dejarse acoger por los demás, fiándose de la capacidad de acogida que ellos tienen[6]. El anuncio pide la implicación del testigo en la vida, en las preguntas, en las dudas, en la necesidad de vida del otro. «Subir a la carroza» del eunuco significa dejarse hospedar en su vida.

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1.2. Evangelizar y dejarse evangelizar En la segunda parte, Lucas nos narra cómo acontece el anuncio del evangelio. Él se limita a decirnos, en un versículo concentrado, que Felipe «le evangelizó a Jesús». Es una lástima que en nuestra lengua no se pueda usar esta expresión, porque manifiesta toda la intensidad del don que Felipe hace de Jesús: le dio a Jesús como buena noticia. Pero Felipe hace este «don de Jesús» a partir de dos perspectivas: la del eunuco y la de él mismo. • Ante todo, la perspectiva del eunuco. Lucas guarda silencio sobre aquello que Felipe dice al eunuco, pero el texto de Isaías sobre el Siervo sufriente, que Felipe toma como punto de partida, nos hace comprender que él ha ido directamente al corazón de la fe y directamente al corazón del eunuco: le anuncia el misterio pascual, el misterio de la muerte y resurrección del Señor, sobre su situación humana de hombre discapacitado, marginado. Felipe no le anuncia un evangelio «estándar», igual para todas las personas y para todas las estaciones, sino que dice de nuevo el evangelio a partir de la situación que vive la persona que tiene enfrente. Lo reescribe a partir del otro y, por tanto, lo redescubre como nuevo. • Pero ¿por qué alcanza el centro del corazón del eunuco? Porque Felipe anuncia a partir de cuanto ha sucedido en su vida. Anuncia el evangelio a partir de sí mismo. El eunuco percibe que el anuncio es una palabra de vida para él porque quien le narra la historia de Jesús manifiesta que ha sido salvado ya por la historia que narra. Hay, por tanto, tres historias que se entrelazan: la de Jesús, la de Felipe y la del eunuco. En este juego de referencias, ambos son evangelizados: Felipe y el etíope. 1.3. Engendrar y ser engendrados Los exégetas nos dicen que la tercera parte del relato se caracteriza por un doble «énfasis», por una doble insistencia. «Mandó parar la carroza, bajaron los dos hasta el agua, Felipe y el eunuco, y Felipe lo bautizó» (v. 38). «Los dos», «Felipe y el eunuco». En buen español, y también en buen griego, hubiera bastado con estas palabras: «Bajaron hasta el agua y Felipe lo bautizó». Entonces, ¿por qué esta insistencia intencionada? El énfasis no deja lugar a dudas: el gesto bautismal –la inmersión en la pascua de Cristo– es vivido por los dos protagonistas. Se trata de un nacimiento (para el eunuco) y de un nuevo nacimiento (para Felipe). Uno no puede «quedarse fuera» en un itinerario de iniciación. Y uno no sale indemne de él. Hemos de vivir de nuevo la experiencia con las personas a quienes acompañamos; y cada vez que volvemos a vivirla, nacemos de nuevo diversamente. El texto muestra con claridad que en ese doble nacimiento existe una diferencia, expresamente señalada: «Y Felipe lo bautizó». Así pues, Lucas subraya la prioridad o precedencia de la comunidad cristiana sobre la fe del individuo: es la Iglesia la que bautiza, es en su seno materno donde nacen los nuevos cristianos. Se trata, por 102

consiguiente, de una experiencia compartida bajo el signo de la diferencia: la Iglesia es a la vez madre y nuevamente hija, nuevamente engendrada en el momento en que ella engendra nuevos hijos de Dios. 1.4. Acompañar y desaparecer La última parte del relato nos informa de que «el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, de modo que el eunuco no lo vio más; y continuó su viaje muy contento» (v. 39). Este es el versículo más conmovedor de todo el relato. Expresa el carácter de mediación en el acompañamiento de la fe y la necesidad de entregar a las personas al Espíritu Santo y a su libertad. Todos los progenitores y los educadores saben muy bien de qué se trata: la desaparición del educador es la condición para que la vida dada alcance su meta, para que la acción educativa sea interiorizada. Con la intensidad con que acompañan, con esa misma intensidad tienen que «dejar marchar». «¡No me retengas!», dice Jesús a María Magdalena. «Os conviene que yo me vaya. Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; si me voy, os lo enviaré» (Jn 16,7). Así pues, el Espíritu es el verdadero catequista competente. Por lo que respecta al catequista mediador, y a la Iglesia entera, tienen que autorizar (en el sentido más profundo de «autoridad») a partir, a escribir el «quinto evangelio», el evangelio que es escrito todos los días con la vida y la palabra de los creyentes. Ese es el momento en que desaparece la diferencia entre evangelizador y destinatario. Ya no se sabe quién evangeliza a quién. Es una evangelización mutua. Esta breve relectura del relato de Lucas permite comprender que todo acto de educación de la fe sucede en la reciprocidad. Esta es transversal a las cuatro etapas: en la acogida, a través de una hospitalidad mutua; en el anuncio, a través del testimonio de la propia fe a partir de la historia del otro; en la experiencia sacramental, como vivencia de paternidad en la fe y de nueva filiación; en el camino de la fe, a través de una reescritura común del evangelio en las propias historias de vida.

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2. Un problema eclesiológico El relato de Lucas, amén de ser una referencia fundamental para el segundo anuncio, contiene en filigrana la cuestión nodal del problema de la evangelización. Los Lineamenta del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización la expresan con estas palabras: «La pregunta acerca de la transmisión de la fe (...) no debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces y ni siquiera debe centrar la atención analíticamente en los destinatarios, por ejemplo los jóvenes, sino que debe ser formulada como una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite encuadrar el problema de manera no extrínseca, sino correctamente, porque cuestiona a toda la Iglesia en su ser y en su vivir. Tal vez así se pueda comprender también que el problema de la infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa» [7]. En este intenso pasaje se «confiesan» sin ambigüedad dos ilusiones: • El problema de la infecundidad de la evangelización no es un problema de la catequesis, sino de la Iglesia. Es un problema eclesiológico. La expresión es fuerte y se explica por qué se usa: una Iglesia que no se manifiesta como verdadera comunidad, como fraternidad y como cuerpo desmiente con la vida el mensaje que anuncia. Se trata, en este caso, de una Iglesia que ya no es «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen Gentium, n. 1: EV 1/284), sino una máquina o una empresa. • Al desafío de la nueva evangelización no se debe responder con la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces, porque es esencialmente una «operación espiritual». Se cuestiona «el ser y el vivir» de la Iglesia, porque ella anuncia con toda la vida y no solo con sus palabras. El hecho de haber desenmascarado con esta franqueza la ambigüedad de un modo inadecuado de entender la misión nos ayuda a salir del imaginario según el cual nosotros tenemos el evangelio y sabemos lo que es, los demás no lo tienen y son llamados a escucharlo. Si no lo escuchan, o bien actúan de mala fe o a nuestras estrategias comunicativas les falta algo. La verdad es que la evangelización es «una operación espiritual». Si las palabras de la Iglesia no son escuchadas, es porque no le dicen nada ni siquiera a ella. Se han vuelto palabras vacías y dadas por descontadas. Ella no se hará escuchar aumentando el tono de voz, sino haciéndose ella misma discípula de su Señor.

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Entonces el evangelio volverá a hablarle y ella encontrará las palabras para decírselo a los demás.

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3. Para una Iglesia del segundo anuncio La Iglesia del segundo anuncio es, por consiguiente, la Iglesia de la «segunda escucha». El llamamiento del Espíritu es una invitación a la comunidad para que acepte hacer de este tiempo una ocasión de gracia para ella y no solo para los demás. «Mira, voy a seducirla, llevándomela al desierto y hablándole al corazón» (Os 2,16). Es una invitación a los cristianos para que acojan la llamada a escuchar de nuevo el evangelio como si fuera la primera vez, a redescubrir el tesoro del que son portadores, para recuperar el asombro y el amor tal vez empañado por el desgaste del tiempo. El segundo anuncio parte de una escucha renovada por parte de la Iglesia. No obstante, en esta misión hay un aspecto paradójico y consolador. No hay un antes y un después: primero la Iglesia escucha de nuevo el evangelio, después lo anuncia. Esto llevaría inexorablemente al círculo vicioso de nuestra pastoral: de hecho, nunca estaremos preparados ni a la altura. Este tiempo de nuevo comienzo es, por el contrario, la gracia de un camino «juntos», junto con la gente, junto con esta cultura. Mientras la Iglesia escucha el evangelio, lo anuncia; mientras lo anuncia a las mujeres y a los hombres de hoy, lo escucha. La ayuda nos llegará precisamente de aquellas personas con las que asumiremos el riesgo de leer el evangelio. ¿Quiénes serán esas personas? Serán las mujeres y los hombres de hoy, los niños, los muchachos, los adolescentes, los adultos y los ancianos; tanto los bautizados como los no bautizados; tanto nuestros compatriotas como los extracomunitarios; tanto los cercanos como los lejanos; tanto quienes observan la moral de la Iglesia como quienes no lo hacen. Ellos serán quienes nos ayuden a ver el evangelio con ojos nuevos, a hacer que resuene en nosotros con una melodía nueva, a sentir que da un sabor nuevo y bueno a nuestra vida. Basta que queramos a las personas y que queramos el evangelio del que por gracia somos custodios, no propietarios. Es lo que nos recuerda con viveza san Agustín. Respondiendo al catequista Deogracias, que se lamenta de una sensación de molestia e inutilidad por tener que repetir siempre las mismas cosas, le dirige estas palabras: «Si nos molesta repetir continuamente las cosas muy sabidas acomodándolas al entendimiento de los niños, tratemos de adaptarlas con amor paterno, materno y fraterno a nuestros oyentes, y en esta unión de corazones terminarán por parecernos nuevas también a nosotros las cosas que decimos. Cuando las personas se quieren, y entre quien habla y escucha hay una comunión profunda, viven casi unas en otras, y quien escucha se identifica en quien habla y quien habla en quien escucha. Cuando mostramos a personas queridas algunos sitios hermosos de la ciudad o del campo, que ya para nosotros son muy conocidos y no nos impresionan, ¿no es cierto que es como si también nosotros los viéramos por primera vez? Y tanto más es así cuanto más amigos somos; porque el amor nos hace sentir desde dentro lo que experimentan nuestros amigos» [8]. 106

El deseo para la Iglesia italiana es que el segundo anuncio sea el que Jesús sigue proponiéndonos, pero no a nosotros solos, sino junto con las hermanas y los hermanos que se acercan a la Iglesia y con su asombro despiertan también el nuestro. Ellos hacen que volvamos a sentir el asombro ante el «paisaje» que se nos había vuelto habitual. Y tenemos razones para creer que Dios no desea de nosotros nada más que esto: que nos dejemos sorprender aún por su amor y que, después del tiempo de la costumbre, de la rutina pastoral, de la «organización verificada», del reconocimiento social, volvamos a ser, sencilla y humildemente, una Iglesia de la gracia y de la sorpresa. ***

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En síntesis Estamos en un tiempo de gracia para la Iglesia. Llamada a una nueva evangelización, ella se reconoce no solo como agente sino también como fruto de este anuncio. Con la iniciación cristiana, la Iglesia madre engendra a sus hijos y se engendra de nuevo a sí misma. Es el principio del cordón umbilical. Esta reciprocidad asimétrica en el anuncio está documentada desde los primeros pasos de la misión de la Iglesia. El relato de Felipe y el eunuco es un testimonio inequívoco de ello. El recorrido de la fe es vivido conjuntamente por los dos protagonistas: en la acogida, a través de una hospitalidad mutua; en el anuncio, a través del testimonio de la propia fe a partir de la historia del otro; en la vivencia sacramental, cuando experimentamos juntos la fecundidad de la Pascua; en el camino de la fe, a través de una reescritura del evangelio en nuestras historias de vida personales. Hay que evitar, por consiguiente, un equívoco mayor en el modo de entender la misión: pensar que es un problema de estrategias comunicativas. De hecho, es un problema eclesiológico. La pregunta sobre la evangelización tiene que convertirse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma, sobre su capacidad de configurarse como comunidad real, como verdadera fraternidad, como cuerpo y no como máquina o empresa. La evangelización es una operación espiritual. La Iglesia del segundo anuncio es, por tanto, la Iglesia de la segunda escucha. Pero no ella sola, sino junto con las personas a quienes acompaña. Junto a ellas, las mujeres y los hombres de hoy, la Iglesia que da el evangelio recibirá la ayuda para redescubrirlo en su perenne novedad. El segundo anuncio es ciertamente para ella la gracia de volver a empezar.

1. D. DOLCI, Dal trasmettere del virus del dominio al comunicare della struttura creativa, Edizioni Sonda, Milano 1988, 14-15. 2. CEI, Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia, n. 7: ECEI 7/1.448. 3. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, n. 14: EV 5/1.601. 4. EV 5/1.602-1.607. 5. Para una profundización catequística pastoral de este relato véase: E. BIEMMI, Nella forza dello Spirito, Ufficio catechistico diocesano di Verona, EDB, Bologna 2006, 95-112; A. BARBI, «L’icona dell’evangelizzatore Filippo», en C’è spazio per la Parola che salva? Esperienza e teologia 18 (2004), 101-111; «Un modello di evangelizzazione: Filippo e l’eunuco», en Atti degli Apostoli, Messaggero, Padova 2007, 217-242. 6. A. FOSSION, «Évangéliser d’une manière évangélique. Petite grammaire spirituelle pour une pastorale d’engendrement», en P. BACQ – C. T HEOBALD, Passeurs d’évangile. Autour d’une pastorale d’engendrement, Lumen Vitae – Novalis – Atelier, Montreal – Bruxelles – Ivry-sur-Seine 20082, 65; «Evangelizzare in modo

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evangelico», en La vocazione formativa delle comunità cristiane. Evangelizzazione e catechesi degli adulti. Quaderni della Segreteria generale Cei, 12 (2008) 34, 46. 7. SINODO DEI VESCOVI, XIII Assemblea General Ordinaria, La Nuova Evangelizzazione per la trasmissione della fede cristiana. Lineamenta, Libreria Editrice Vaticana, Roma 2001, 12 (n. 2). 8. Traducido libremente por G. GIUST I, Lettera ai catechisti «De catechizandis rudibus», EDB, Bologna 1981, 39.

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Breve gramática espiritual del segundo anuncio • La evangelización no es una cuestión de estrategias comunicativas, sino de espiritualidad. Ella parte de una comunidad cristiana que escucha al Señor y se deja guiar por su Espíritu. • La pregunta sobre la dificultad de la transmisión de la fe tiene que convertirse en una pregunta de la Iglesia sobre ella misma. Cuestiona a la comunidad cristiana en su ser y en su vivir, porque ella habla con todo lo que es. • Estamos acostumbrados a acoger a las personas. El evangelio nos invita a invertir la lógica: a dejarnos acoger, a entrar en las casas, a escuchar los relatos, a fiarnos. De la hospitalidad mutua florece el segundo anuncio. • Muchas personas piensan que la fe no es necesaria para vivir bien la propia vida. Es un desafío, pero también una oportunidad, para que podamos salir de un cristianismo debido, dado por descontado, obligado. Se abre la posibilidad de un anuncio bajo el signo de la gracia, de la sorpresa, del descubrimiento gratuito del tesoro de la fe y de la perla del evangelio. • Hay que acoger y amar a las personas como son. El evangelio no pone condiciones preliminares, sino que se ofrece como camino de vida y de conversión. Somos llamados a anunciar no partiendo del punto en que nos encontramos nosotros, sino del punto en que se encuentran las personas. Somos llamados a concentrarnos en lo que podemos dar y no en las condiciones que los demás tienen que poseer. • El anuncio es contemporáneamente relato de Jesús, relato de un testigo amado y salvado por él, relato formulado a partir de la vida de quien escucha. La comunidad cristiana es una tejedora de relatos. • En el centro del anuncio estará siempre el encuentro con la Escritura, porque ignorar la Escritura es ignorar a Cristo. En el centro del anuncio estará siempre el encuentro con la Escritura, porque la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo. La Palabra es el «canto firme» de la fe. Acompañaremos siempre este canto con el «contrapunto» de los cuatro elementos fundamentales de la catequesis: el Credo, los sacramentos, los mandamientos, la oración. Para que la polifonía de la fe sea plena. • Muchos bautizados tienen una relación triste con la fe. El segundo anuncio los alcanza con el evangelio para una vida buena. Con quien tiene que volver a empezar seguiremos, por tanto, el «camino inverso»: no anunciaremos según el modo de la 110

exposición lógica de los contenidos, sino que, partiendo de las experiencias de vida de la gente, haremos que se experimente la fuerza humanizadora y educativa de la fe. • La Iglesia custodia el evangelio, pero el Espíritu la espera en los caminos de la vida. La lectura de la Escritura con los ojos de las mujeres y de los hombres de hoy, de los niños, de los muchachos y de los adolescentes, de los adultos y de los ancianos, de los creyentes y de los no creyentes, es una gracia para la comunidad eclesial, porque la ayuda a redescubrir la novedad perenne del evangelio de siempre. • Vivimos en un tiempo afortunado, un tiempo de grandes transiciones culturales, de riesgos y de promesas. Es un tiempo propicio, el de un nuevo paso de Dios. Es el tiempo del segundo anuncio, la gracia de volver a empezar. • ... sigamos escribiendo la gramática del segundo anuncio...

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Anexo. El segundo anuncio... y algo más Diálogo sobre cuestiones actuales de catequesis

SALVATORE CURRÒ – ENZO BIEMMI[*]

La lectura del libro del hermano Enzo Biemmi, Il secondo annuncio, me ha suscitado una serie de reflexiones que he recogido en una recensión. He sometido después el texto de mi recensión al hermano Enzo y ha nacido un diálogo que parte del libro pero va más allá. A los dos nos ha parecido útil publicar este diálogo; podría animar a otros a participar y contribuir a mantener vivo el contraste de opiniones sobre cuestiones catequéticas de gran actualidad. Los desafíos actuales requieren diálogo y contraste. A continuación se reproduce: 1. La presentación del libro (es el texto de la contracubierta del mismo libro, que me ha parecido útil retomar sobre todo para quienes no hayan leído el libro). 2. El diálogo, vía correo electrónico, entre el hermano Enzo y yo, desarrollado entre el 26 de julio y el 30 de agosto de 2011 (lo presentamos conservando el tono de espontaneidad que lo ha caracterizado). – SALVATORE CURRÒ

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1. La presentación del libro «El primer anuncio de la fe representa el alma de toda acción pastoral» (Educare alla vita buona del Vangelo, 40). La manera más eficaz de dar pasos en la dirección indicada por los obispos es poner en marcha prácticas pastorales de segundo anuncio. El «segundo anuncio», de hecho, es la forma concreta de expresar el «primer anuncio» en la situación de nuestras parroquias. Significa la propuesta del evangelio a jóvenes y adultos bautizados que, por diversos motivos, se han alejado de la comunidad eclesial y de la fe; es la propuesta de actuar sobre todo en momentos especiales de la vida, esos pasajes o situaciones antropológicas que pueden convertirse en «umbrales de la fe». El presente estudio pretende aceptar este desafío y ofrecer un marco de fondo para repensar la catequesis y la pastoral en una triple perspectiva: – La acogida incondicional de las personas, con una actitud de sabia simpatía. – La oferta de la palabra buena del evangelio, expresada a partir de las experiencias vitales de la gente. – De cara a un nuevo comienzo de la fe no ya bajo el signo de la costumbre o del deber, sino de la libertad y de la gracia. Hay una convicción que atraviesa todo el libro de un extremo al otro: la convicción de que este tiempo de «crisis» es un tiempo bueno, un tiempo cargado de la llamada del Espíritu a la Iglesia para un nuevo comienzo: la gracia de volver a empezar.

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2. La recensión (Salvatore

Currò)

El libro (E. Biemmi, Il secondo annuncio) recoge, orgánica, reflexiva y razonadamente, algunas intuiciones y propuestas de pastoral catequística que giran en torno a la cuestión del segundo anuncio. Esta cuestión es el gozne en torno al cual gira el discurso, pero la reflexión es más amplia: es una interpretación concreta de la situación eclesial-pastoral actual y una propuesta concreta de camino pastoral y de renovación eclesial. 2.1. Por qué un segundo anuncio El segundo anuncio se justifica por las condiciones pastorales y eclesiales de las que tiene necesidad. El texto describe estas condiciones y, de esta manera, da cuenta de experiencias significativas realizadas en estos años y asume algunas sensibilidades que actualmente se van abriendo camino en las comunidades eclesiales: se toma nota de la centralidad que va asumiendo el primer anuncio; se reconoce una relación estrecha entre primer (o segundo) anuncio y catequesis, entre catequesis e iniciación cristiana, entre iniciación cristiana y contexto eclesial, entre familia y comunidades parroquiales, entre renovación de la iniciación cristiana (en sentido catecumenal) y renovación eclesial; se advierte también una íntima conexión entre las dinámicas de mutua acogida, confianza y simpatía, y el ejercicio de generar la fe por parte de la Iglesia, como también entre una atenta animación pastoral y la primacía de la gracia. Es el problema, en definitiva, de un anuncio (sea el primero o el segundo) que debe justificarse mediante unas condiciones pastorales y eclesiales que hagan que sea percibido como bueno para la vida y como buena noticia. El tono es positivo, de esperanza, de invitación a percatarse de las posibilidades que tiene el evangelio de ser acogido positivamente en nuestra sociedad. Las cuestiones relativas al horizonte eclesial y pastoral del anuncio son, en mi opinión, mucho más interesantes que la cuestión terminológica de la necesidad de hablar de segundo anuncio. El uso de la expresión segundo anuncio ayuda, efectivamente, a poner de manifiesto una situación pastoral peculiar: la de quien ha recibido ya un primer anuncio (ha habido ya un primer encuentro con la propuesta cristiana), pero necesita un segundo anuncio. Este ha de tener en cuenta el hecho de que ha habido un primer anuncio que puede haber dejado, en relación al evangelio, la sensación de ser algo «ya sabido», habitual, una falta de disponibilidad para dejarse sorprender. Y, sin embargo, el encuentro con el evangelio necesita, según Biemmi, la sorpresa. 2.2. El encuentro con el evangelio como sorpresa El registro de la sorpresa significaría un cambio sustancial respecto al de la demanda o la búsqueda: «La fe cristiana no pertenece al orden de la respuesta a preguntas que normalmente la gente no se hace, ni al orden de la búsqueda basada en preguntas que las 114

personas podrían llevar en su interior o que se trataría de suscitar, sino al orden de la sorpresa» (p. 112). De esta importancia atribuida a la sorpresa y al asombro es de donde nace la necesidad de hablar de segundo anuncio. Explica Biemmi: «Debemos introducir en nuestro lenguaje eclesial la noción de segundo anuncio. De hecho, el principal problema de nuestras parroquias es doble. Por una parte, se trata de hacer que los creyentes (más o menos creyentes) vuelvan a descubrir la novedad profunda del evangelio, a no darla por supuesta, a volver constantemente al “primer amor”, al “primer asombro”. Por otra parte, es necesario salir al encuentro de los que se han alejado de la fe por diversas razones: por olvido, por dejadez, por hostilidad, por separación física, por experiencias negativas con la Iglesia y sus representantes, por el influjo de otras culturas o religiones...» (p. 44). ¿Qué es entonces el segundo anuncio? Continúa Biemmi: «Por “segundo anuncio” podemos, pues, entender las propuestas que tratan de reavivar la fe de personas que la viven como una costumbre o que se han distanciado de ella. Entender el primer anuncio como “segundo anuncio” hace que salgamos de muchas ambigüedades y nos ayuda a acercarnos correctamente a las personas, sabiendo que no son una tabula rasa, sino que tienen una experiencia que debemos tener en consideración, que debemos dejar que se exprese y que se re-elabore» (p. 44). 2.3. Algunos interrogantes Aparecen, sin embargo, alguna perplejidad y algunos interrogantes. Se tiene la impresión de que hay una idea algo negativa acerca del primer anuncio y se infravalora el primer contacto, incompleto o problemático, que tantos italianos han tenido con la propuesta cristiana. En otro pasaje, que se detiene todavía en la diferencia entre primer y segundo anuncio, se afirma: «La tarea del primer anuncio es anunciarlo a quienes no conocen el evangelio. La tarea del segundo anuncio es hacer que quien lo ha vivido como malo “lo vea como bueno”» (p. 107). El contacto con la primera propuesta de la fe ha estado marcado ciertamente por algunas limitaciones (por la misma propuesta, por las condiciones existenciales de los interlocutores), ha creado hábitos y también, ciertamente, prejuicios; sin embargo, no debe ser infravalorado. La costumbre y el impacto anterior no son obstáculo para la posibilidad de sorprenderse ante el evangelio sino que, por el contrario, hacen posible esa sorpresa. Que haya limitaciones en la interacción entre evangelio, comunidad eclesial y experiencia de la gente forma parte del juego. Y eso mismo vale también, entre otras cosas, para las experiencias de segundo anuncio. Además, no hay que minusvalorar las limitaciones de las mismas personas (incluidos nosotros, los cristianos, que somos los que anunciamos), ligadas a la superficialidad en que vivimos y con la que nos ponemos ante el evangelio, que es exigente para todos y que pone al descubierto, tantas veces, nuestras debilidades, nuestros miedos y nuestros pecados.

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Debemos recordar que el encuentro con el evangelio es para personas que se implican sinceramente y eso no hay que darlo por descontado. Ciertamente, Biemmi es consciente de que nadie se presenta ante el evangelio como tabula rasa y hay que tener en cuenta sus condiciones existenciales: «Nadie es una tabula rasa. Los terrenos están ya llenos de prejuicios, experiencias negativas, resistencias, alergias, temores. Antes de hacer aprender se necesita un largo tiempo para ayudar a desaprender. Es el gran problema de las representaciones religiosas, que en muchas personas constituyen un obstáculo para la fe porque vehiculan imágenes de Dios, de la Iglesia, de la moral... distorsionadas y nocivas» (p. 45). Sin embargo, no se trata únicamente de imágenes distorsionadas; se trata de condiciones existenciales que implican actitudes vitales, una dimensión ética, apertura o cerrazón frente al otro o frente a la gracia, que ciertamente se hallan conectadas con imágenes que pueden no ser correctas. Más que ayudar a desaprender, la cuestión es ayudar a que se den las condiciones existenciales (de conversión) necesarias para una correcta comprensión del evangelio; de esta manera, las imágenes que ya se tienen se van transformando y, en todo caso, más que obstáculo son punto de partida para un camino que se realiza necesariamente bajo el signo de la progresividad. Hay que reflexionar después, seriamente, sobre si es suficiente la capacidad de sorpresa para que se dé el encuentro con el evangelio. Aunque la sorpresa, y también el sentido de la búsqueda, del hacerse las preguntas decisivas, tienen un gran papel, yo creo, sin embargo, que el encuentro con el evangelio se realiza fundamentalmente desde el registro de la disponibilidad para implicarse sinceramente; es un registro que tiene que ver con imágenes, anuncios, razonamientos, es decir, con el orden de la comprensión, pero que se abre a otro orden que está más allá de la comprensión. El horizonte de la comprensión correcta (entusiasta, sorprendente) del evangelio y de las condiciones pastorales que acompañan a la propuesta no es suficiente; y tampoco es suficiente una atención dirigida a las personas únicamente desde la óptica de las imágenes y representaciones que tienen de la fe. Es necesario, en mi opinión, ampliar el horizonte. Al acabar de leer el libro, se tiene una doble sensación: por una parte, se han señalado algunos puntos importantes de atención; por otra, no se han afrontado algunas problemáticas de fondo, decisivas. Es como si las pistas que se ofrecen, aun cuando sean válidas y a menudo se puedan compartir, necesitasen situarse en un horizonte más amplio y más sólido, respecto al estrecho horizonte pastoral-catequístico. Propongo, partiendo de algunas importantes sugerencias del libro e incluso de la perplejidad ya señalada, ampliar un poco el horizonte eclesial-pastoral, al menos en tres direcciones: la de la formación, la de la confrontación con la cultura actual y la relativa a la verdad. 2.4. La necesidad de la formación El primer ensanchamiento del horizonte se dirige a la formación. A medida que se va leyendo el libro, aparecen interrogantes sobre la formación, pero quedan sin resolver. Se insiste en la gracia: «La comunidad cristiana tiene que centrarse, por tanto, en lo que debe ofrecer gratuitamente más que en las condiciones que han de tener las personas» 116

(p. 113). Consiguientemente, se apuesta también por la libertad de las personas («Caminamos hacia un tiempo en el que las personas, precisamente por estar inmersas en un pluralismo cultural y religioso, elegirán, cada vez más, entre ser o no ser cristianas» [p. 23]) y por la necesidad de liberar a la pastoral eclesial de obsesiones y actitudes unilaterales. 2.4.1. Para responder positivamente a la gracia Sin embargo, a diferencia de lo que la lectura del texto hace pensar, la apertura a la gracia no se da por descontada. Se da por descontada la gracia (esto sí) y es bueno apoyarse en ella, y también en la libertad del sujeto; pero no se da por descontada la apertura a la gracia. Esta apertura, de hecho, debe ser acompañada. ¿Pero cuál es el sentido y el modo de este acompañamiento? El texto insiste mucho en una relación de reciprocidad, pero no aparece suficientemente una dinámica de formación del acompañamiento. Después, hay que clarificar la relación entre crecimiento espiritual y crecimiento humano, sin darlo por descontado. Con respecto a esto, sería necesario preguntarse por qué tantos cristianos son tristes (como se afirma más de una vez). No basta exhortar a que no lo sean. 2.4.2. Para educar las actitudes Y además, siempre desde el punto de vista de la formación, ¿por qué están bloqueados los mecanismos de la renovación eclesial? El texto se apoya mucho en las actitudes; hace ver que son decisivas, pero sigue abierta la cuestión de cómo educar las actitudes. El libro no toca estos problemas; sería difícil, por otra parte, tratarlos todos, pero las alusiones a ellos son también muy débiles. Creo que influye en ello también el hecho (digno de aprecio) de quererse situar en una perspectiva positiva y de esperanza. Esto es hoy especialmente importante, pero también es verdad que hay una gran necesidad de concreción y de verdad, y que un punto de vista excesivamente irenista corre el peligro de llevar a desilusiones y posteriores frustraciones (tanto para las personas que se acercan a la propuesta cristiana como para los agentes de pastoral). 2.5. La relación con la cultura actual Una segunda dirección de profundización concierne a la relación con la cultura actual. En realidad, según el texto, parecería darse por descontado el encuentro con el evangelio en el hombre actual (incluido el cristiano triste llamado a redescubrir el evangelio mismo). A veces el tono es entusiasta: «Se abre la posibilidad de un anuncio bajo el signo de la gracia, de la sorpresa, del descubrimiento gratuito del tesoro de la fe y de la perla del evangelio» (p. 133). La sensación es de un optimismo excesivo, que no corresponde a los grandes desafíos de la cultura. Se insiste en la fuerza humanizadora del evangelio, pero... ¿para qué humanidad?

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No se tienen en cuenta las condiciones humanas que exige el evangelio para que pueda resonar como buena noticia. Al contrario, a veces estas condiciones parecerían subestimadas o indiferentes respecto a la gracia de la fe, como cuando se afirma que «los cristianos del mañana sentirán su fe como un plus de gracia con respecto a su proceso humano» (p. 23). La gracia, en realidad, está involucrada con la verdad de nuestra humanidad y se halla involucrada, por tanto, con la conversión. No se puede subestimar la conversión. Es necesario implicarse sinceramente, con valentía, para comprender de verdad del evangelio. El libro apuesta por el hecho de que el hombre actual pueda interesarse o volver a interesarse por el evangelio; tal vez su interés esté adormecido, pero puede despertar. Y, sin embargo, existe la sensación de que implicarse sinceramente a veces está un poco superado o se piensa únicamente como algo que es consecuencia de haber acogido el evangelio. Hay que preguntarse, además, si se tiene suficientemente en cuenta el proceso de secularización y de indiferencia respecto de la fe y de la Iglesia, que obliga a buscar el diálogo y el encuentro no tanto en torno al interés por la fe sino en el terreno de lo humano. Más allá del mayor o menor interés por el evangelio, es posible (debe ser posible) una intervención sobre lo humano (que es el terreno de todos), sobre la calidad de lo humano, sobre la diferencia entre lo que es verdaderamente humano y lo que no lo es. ¿No sería necesario apoyarse en la verdad de lo humano o en las huellas de revelación y redención inscritas en lo humano? ¿No sería necesario reflexionar sobre las condiciones de humanidad al hablar de Dios y del evangelio? ¿No existe hoy un problema, a veces, de hablar en vano de Dios y de Jesucristo? 2.6. La cuestión de la verdad La otra línea de profundización concierne a la cuestión de la verdad. El texto sostiene la idea de que la evangelización, antes que una cuestión de comunicación es una cuestión de espiritualidad («la evangelización no es una cuestión de estrategias comunicativas, sino de espiritualidad» [p. 133]); y que la cuestión pastoral es, ante todo, una cuestión de gracia. Esto es cierto, y nos ayuda a no subrayar el punto de vista de las estrategias de comunicación, sin por ello subestimarlo. Pero la cuestión de la gracia va unida a la cuestión de la verdad. Hay un cierto temor, en algunos ámbitos de la catequesis, a replantear esta cuestión que podría dar pie a rigideces doctrinales y a una vuelta nostálgica al pasado. Sin embargo, la cuestión acerca de la verdad atraviesa hoy nuestra cultura. Forman parte de esta cuestión la posibilidad misma de hablar de la verdad, la posibilidad y el sentido de una verdad del cristianismo, la necesidad de poner de manifiesto la verdad de lo humano, la necesidad de mostrar la verdad humana (existencial) de la pregunta acerca de Dios y de la búsqueda de Dios. Interrogantes sobre este tema atraviesan la mente de muchas personas, aunque no sean muy explícitos. Ignorarlos o dejarlos demasiado al fondo no es sensato. La cuestión 118

de la verdad es esencial en el anuncio de Jesucristo; por eso debemos retomarla sin miedo en el ámbito de la catequesis. Debe hacerse también en relación al sentido de la Palabra de la que la catequesis es su eco. Es interesante lo que indica Biemmi sobre la necesidad de pensar la catequesis en la relación entre la Escritura y los cuatro pilares (credo, liturgia, moral, oración) que hacen de contrapunto. «En el centro del anuncio estará siempre el encuentro con la Escritura, porque ignorar la Escritura es ignorar a Cristo. La Palabra es el “canto firme” de la fe. Acompañaremos siempre este canto con el “contrapunto” de los cuatro elementos fundamentales de la catequesis: el Credo, los sacramentos, los mandamientos, la oración. Para que la polifonía de la fe sea plena» (p. 134). Es necesario volver a dar a la Escritura la centralidad, pero poniéndola en relación (como insiste también la Exhortación apostólica Verbum Domini) con el acontecimiento de la Palabra. La verdad cristiana, de hecho, pertenece al orden del acontecimiento.

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3. El diálogo (Salvatore Currò y Enzo Biemmi) Viterbo, 26 de julio de 2011 Querido Enzo: Hace unos días he leído con gusto tu libro sobre el segundo anuncio. ¡Enhorabuena! Me ha ayudado mucho a reflexionar. Iba haciendo algunas anotaciones mientras lo leía. Al final, he recogido las anotaciones y he añadido algunas reflexiones ulteriores desde mi punto de vista. Te envío esta especie de recensión (no sé todavía qué hacer con ella... fundamentalmente la he hecho para mí). Me gustaría que me mandaras algunas observaciones. Entretanto, un cariñoso saludo... y ¡buen verano! Salvatore *** Verona, 18 de agosto de 2011 Querido Salvatore: Acabo de regresar, después de una larga ausencia, y he encontrado tu mensaje. Te agradezco mucho la atención que has prestado a mi pequeño libro, una atención y un interés tal vez superiores a lo que vale. La editorial EDB me pidió que escribiera este libro de cara al Congreso de los delegados diocesanos de catequesis celebrado en Pesaro [20-23 de junio de 2011]. Como digo en la introducción, me dirijo a los catequistas y a los párrocos, y no pretendo que sea un tratado sistemático de tipo catequético. Soy consciente, sin embargo, de que no es un texto inocuo, sino que hay una visión de fondo que refleja mis convicciones profundas y mi sensibilidad no solo de catequista, sino también de religioso. Mi condición de hermano de la Sagrada Familia me libera de excesivas preocupaciones institucionales, pero, por estar marcada al mismo tiempo por el amor a la Iglesia y al evangelio, incide mucho en mi manera de ver las cosas. Te agradezco el haber captado que, tras la sencillez del texto, se esconde una visión de Dios, de la Iglesia, de la fe, de la cultura... No trato de retomar sistemáticamente tus observaciones positivas y tus puntos de vista más críticos. Me limito a devolverte, con agradecimiento, algunas consideraciones mías. • Has dado perfectamente en el blanco al decir que el objetivo del libro es atender a las actitudes. El contacto de muchos años con catequistas y párrocos me ha hecho ver muy de cerca que las soluciones pastorales deben estar inscritas en una mirada «buena», marcada por la esperanza y la confianza en el Espíritu y en las personas. 120

La intención del libro va por ese camino, para alejar a la gente de una lectura deprimente de la situación actual y acostumbrarles a mirar hacia delante más que hacia atrás. Hay mucha gente que necesita esta inyección de esperanza. • Esto puede dar la impresión de un excesivo optimismo respecto de la cultura actual. Soy consciente de lo que afirmas: que la cultura actual contiene muchos elementos deshumanizadores sobre los que el evangelio tiene que decir una palabra de juicio y una invitación a la conversión. Tu llamada a la conversión es absolutamente pertinente. Hubiera podido ser, y lo pensé, un capítulo del libro. Pero al mismo tiempo, la llamada a la conversión y el juicio son un juicio de salvación y se basan en la afirmación de fondo de que toda cultura es apta para el evangelio y todo ser humano es «capax Dei». La lectura negativa de la cultura actual, presente también en los documentos del magisterio, que son muy generosos a la hora de enumerar los «-ismos» y casi incapaces de destacar los puntos de apoyo positivos de la cultura actual para una reformulación del mensaje, muestran una Iglesia que no está en la línea del dar y recibir de la Gaudium et Spes. Esta actitud de falta de esperanza, que es muy diferente de una más que necesaria actitud de no optimismo, paraliza el anuncio y sobre todo la acogida. Mi intención, sin hacer un tratado sistemático de este tema, ha sido la de invitar a fiarse del Espíritu y apostar por los aspectos humanizadores de la cultura actual. De hecho, estoy convencido de que el evangelio solo podrá salvarla apoyándose en ella. Queda abierto aquí todo el campo, que tú subrayas y en el que eres competente, para este diálogo sobre lo humano que constituye el punto de apoyo entre evangelio y cultura. En esto me siento en perfecta sintonía. • Un punto central de tus observaciones se refiere al enfoque de la sorpresa, con sus limitaciones y con los aspectos que deja al descubierto. Estoy de acuerdo con tus observaciones, especialmente en que la sorpresa requiere, para conseguir su objetivo, la disponibilidad de la persona. La requiere, pero no la condiciona. Este es el punto en el que he querido insistir. La sorpresa precede a la disponibilidad y, de alguna manera, la hace posible, aunque sin obtenerla automáticamente. La sorpresa está, pues, conscientemente limitada por la respuesta, pero no condicionada por ella. Lo que he querido decir es que la comunidad cristiana tiene que concentrarse en el don del evangelio, que tiene en sí mismo la capacidad para hacer brillar su propio valor, concentrarse en su propio asombro ante el don recibido, y que esto es decisivo para todos los pasos siguientes. En este sentido, es una «operación espiritual» que luego debe traducirse en proceso, atención a la formación, llamada a la conversión. Me gustaría tener un debate sobre la cuestión de los «buscadores de Dios». Estoy personalmente convencido de que la búsqueda no condiciona a la gracia y que generalmente comienza o se profundiza en el encuentro con la gracia. No creo que la búsqueda sea determinante para acoger el evangelio. Pero la disponibilidad sí que 121

lo es. La disponibilidad para abrirse y convertirse cuando la gracia ha irrumpido en la propia vida. Hay quienes buscan explícitamente (pocos), hay quienes buscan implícitamente (muchos), hay quienes no buscan en absoluto (más de los que tal vez pensamos). La gracia es para todos y puede sorprender a todos en su búsqueda o en su no búsqueda. En cuanto a la disponibilidad (a la libertad que se abre), no es competencia del evangelizador más que en el sentido de que procura que se den las condiciones que puedan favorecerla. Es competencia del Espíritu (derramado en todos los corazones y, por tanto, que precede al evangelizador) y de la misteriosa libertad del ser humano. • Apenas he dedicado espacio al «cómo», en concreto al cómo de la formación, que justamente señalas como decisivo: atender a la creación de la disponibilidad del corazón en la persona. Esta atención a la formación es prácticamente mi principal cometido. Mi anterior libro (Compagni di viaggio [Compañeros de viaje]), en el que tampoco hay declaraciones de principio, es un ejemplo de cómo la formación no es otra cosa que ofrecer las condiciones y quitar los obstáculos para que la gracia pueda actuar en la libertad de la persona. Esta es la idea que yo tengo de la formación y prácticamente llevo toda mi vida trabajando sobre ello y sobre ello he escrito muchas cosas. Estoy, pues, en plena sintonía contigo sobre esta cuestión. No he querido hablar de ello en este libro –ya sea porque tenía que ser un libro breve o porque ya he escrito y trabajado mucho sobre ello–. En el fondo, soy conocido en Italia y en Europa por mi solicitud por la formación y por las experiencias de formación que llevo a cabo desde hace años. He contribuido a introducir en la catequesis italiana un modelo de formación para el acompañamiento, de trabajo con el fin de crear las condiciones necesarias para la acción de la gracia y para la apertura disponible de la libertad humana. Me he alejado conscientemente de todo modelo de formación que se limite a la transmisión de conocimientos o se acabe con las técnicas de animación. • Me interesa mucho la cuestión de la verdad y también he escrito sobre ello. Todo mi empeño actual de conjugar la Escritura con los cuatro elementos fundamentales de la catequesis y, por tanto, conjugar también los catecismos de la CEI con el Catecismo de la Iglesia católica –sin dejar que a este último se le dé un uso exclusivamente doctrinal o tradicionalista–, es prioritario en este momento. La experiencia que estoy llevando a cabo con un equipo de veinte personas, cada año con una semana de síntesis y experimentación, en Siusi, ocupa una parte importante de mis energías. Como tú dices, la verdad cristiana pertenece al orden del acontecimiento. Pienso que el libro no ha evadido esta cuestión, aunque no la he afrontado sistemáticamente. En mi formulación, las tres dimensiones de la fe como acto (confianza), contenido (dimensión de la verdad) y actitud (conversión), son indisolubles. Se hace honor a la verdad únicamente si se toman juntas las tres: el «affectus fidei», el «intellectus fidei» y la disponibilidad para cambiar la propia vida 122

según las exigencias del evangelio. Reducir la fe a uno solo de estos aspectos (emociones, nociones y moral) supone su muerte. Y la reducción de la verdad al saber mata la verdad. Creo que en esto estamos de acuerdo. Estos son, Salvatore, algunos de los pensamientos que tu escrito me ha llevado a reformular. Me alegro de este debate y espero que haya otra ocasión para continuarlo. De nuevo te agradezco la atención que has prestado a mi escrito. Te saludo fraternalmente. Enzo *** Viterbo, 27 de agosto de 2011 Querido Enzo: Te agradezco tu respuesta y este diálogo entre nosotros. Me siento en sintonía con muchas de tus preocupaciones. Comparto contigo, por ejemplo, el punto de vista de la esperanza, y también la necesidad de apostar por los elementos humanizadores de la cultura actual, lo cual no significa ser ingenuos ante los problemas. Es importante, además, mantener vivas, en la evangelización, dinámicas de reciprocidad, de verdadero diálogo, de dar y recibir, en la estela de la Gaudium et Spes. Comparto también la necesidad de poner en el centro el acontecimiento (la gracia) y la disponibilidad del corazón, respecto a dimensiones más intelectuales, como por ejemplo, la búsqueda, sin que esto signifique minusvalorar el esfuerzo de comprensión. Me parece, además, muy importante el esfuerzo que estás haciendo por dar centralidad a la Escritura, articulando su relación con los cuatro elementos fundamentales de la catequesis. Pienso que algunas de mis preocupaciones no son alternativas sino complementarias con las tuyas. Ellas parten de la percepción, que siento con mucha fuerza, según la cual el reto actual de la Iglesia está en un nivel radical, no solo en el nivel de las actitudes y las condiciones pastorales. El terreno del diálogo (o de la posibilidad del diálogo) se desplaza, a mi modo de ver, hacia lo humano y la verdad; la cuestión del encuentro con el evangelio se reconduce a la cuestión de la capacidad del evangelio para inspirar una verdadera humanidad. También me parece que es necesario todavía aprender a reconocer en lo humano la huella de la presencia de Dios y de la redención de Jesucristo, que, por el contrario, a veces parecen, en nuestra catequesis, como superestructuras respecto de lo humano, por ejemplo, cuando nos enredamos dándole vueltas a la preocupación de unir la fe y la vida. La cuestión es abrir los ojos y el corazón a la verdad de la vida y estar disponibles a todas sus posibilidades; esto es un reto para todos, creyentes y no creyentes. Si nos sentimos en camino con todos, si sentimos, con todos, el don y la llamada que se esconde en la trama de la vida, el evangelio y las riquezas de la 123

Iglesia se muestran cada vez más, a nosotros y a los otros, como posibilidades de vida verdadera. Para seguir profundizando en estas pistas, me parece importante que la reflexión catequética se mida con una profunda reflexión teológica sobre el sentido de la revelación (me resultan muy interesantes, en este sentido, algunos puntos de vista de la Verbum Domini) y con una reflexión antropológica (filosófica y teológica) que ilumine una comprensión de lo humano en términos de don, llamada, vocación, vínculo con el otro..., liberándonos cada vez más de las categorías antropológicas que hoy prevalecen, como la búsqueda, el proyecto, la libertad, la necesidad de autenticidad. Estas últimas categorías, cuando se convierten en categorías centrales de comprensión de lo humano (y es así en muchas catequesis y pastorales actuales) desmienten el verdadero sentido de lo humano y el verdadero sentido de la revelación cristiana. Me parece que la pastoral, a veces, está atravesada por una dinámica de negación de la fe, precisamente al proponerla, porque el horizonte carece de humanidad y de sentido de la revelación. El tema de la sorpresa, que te es tan querido, me hace pensar. Pienso que la atención hay que ponerla sobre todo en el «ya» más que en el «todavía no». Estamos llamados a sorprendernos (a abrir los ojos) ante todo por el «ya» del don que atraviesa la vida y el hecho mismo de que existimos: estamos dados a nosotros mismos, vivimos del don (de la gracia). Me parece que hoy hay una gran necesidad de reconciliarnos con este «ya»; en otras palabras, de reconocernos amados y criaturas. El evangelio, que es el «todavía no» para muchos de nuestros contemporáneos (y debe serlo, en cierto sentido, también para nosotros, los cristianos) libera su sentido de gracia a partir de este reconocimiento del «ya». Este reconocimiento (o esta sorpresa, como tú dices) no es, de hecho, fácil: es difícil dejarse amar, es difícil sentirse en deuda. Sin embargo, este es el terreno de un verdadero proyecto de vida, y este es el terreno en el que el mensaje de Jesucristo puede ser significativo por lo que es. El evangelio nos sorprende mientras estamos ya en un camino de revelación y de redención. Estas reflexiones mías, como también las ampliaciones de horizonte que he propuesto en la recensión, han nacido, de hecho, de tu libro que, efectivamente, más allá de la sencillez y el sosiego de la exposición, plantea grandes cuestiones sobre las que es bueno que se siga reflexionando. En esta reflexión, la atención a las condiciones y a los procesos de formación se integra con una atención al sentido (humano y de revelación) del evangelio y de la gracia cristiana; se entrecruzan también la perspectiva más atenta a la observación-interpretación de la realidad pastoral o de la experimentación y la perspectiva más teórica. Me parece que el momento actual requiere, al mismo tiempo, un impulso y un ánimo más fuerte para la experimentación y un retomar la reflexión teórica sobre los grandes temas de la fe. Y esto no puede darse más que en el diálogo, en la interacción y la integración de los diversos puntos de vista, en un gran esfuerzo inter- y

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trans-disciplinario; y tal vez, ante todo, descubriendo que el diálogo y el encuentro son grandes signos, hoy y en todos los niveles, de testimonio cristiano. Un gran saludo y hasta pronto. Salvatore. *** Verona, 28 de agosto de 2011 Querido Salvatore: Te agradezco mucho tu mensaje. Lo que dices en esta segunda aportación me toca profundamente, coincide con mi sensibilidad, me hace pensar. Especialmente tu reflexión sobre el «ya» me parece decisiva. La gracia del Dios de Jesucristo está actuando ya en el corazón de todas las personas, de todas las culturas, de todos los credos, de todas las filosofías y sabidurías. Cuando Felipe, en el episodio paradigmático del capítulo 8 de los Hechos, sube al carro del eunuco, se topa con este «ya» y, reconociendo este «ya» que le ha precedido (el mismo Espíritu que le ha impulsado a subir al carro), él lleva al eunuco a reconocerlo a su vez en el contacto con la Escritura. Yo creo que la evangelización es esencialmente esta operación de reconocimiento, de desvelamiento y de revelación. Nosotros no podríamos anunciar al Señor Jesús si Él no nos hubiese ya precedido, mediante su Espíritu, en el corazón de las personas. La sorpresa, por tanto, es doble: es, ante todo, la del evangelizador, que «reconoce» haber sido adelantado; y es la del destinatario del anuncio, que se descubre habitado y custodiado por una Presencia («desvelamiento») gracias al testimonio del evangelizador y al don de la Escritura («revelación»). En este juego de «reconocimiento – revelación – desvelamiento» ocurre el milagro de una evangelización mutua: la Iglesia, al encontrarse con el hombre en su camino y al anunciar al Señor Jesús, ella misma es evangelizada por aquella palabra del evangelio que está escrita desde hace tiempo por él en el corazón de las personas con las que se encuentra. Este me parece, querido Salvatore, el verdadero motivo por el que debemos sentirnos felices por el tiempo que estamos viviendo. Si se acaba el tiempo del cristianismo sociológico y comienza el tiempo del cristianismo de la gracia y de la libertad, entonces es un buen tiempo para la Iglesia, entonces verdaderamente esta cultura es una gran oportunidad de volver a empezar para una comunidad eclesial que da muestras de estar acostumbrada y cansada. Gracias por todo. Enzo.

* Tras la publicación del libro Il secondo annuncio, de Enzo Biemmi, la revista Catechesi (mayo-junio del año 2011-2012, pp. 33-44) ofreció a los lectores un fecundo diálogo entre el autor y Salvatore Curró, Presidente

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de la Asociación Italiana de Catequetas (AICA), sobre las tesis presentadas por Enzo Biemmi. Ofrecemos también nosotros, al presentar la traducción española del libro de Biemmi, este diálogo entre ambos catequetas, agradeciendo a la revista Catechesi y, en concreto, a su director, Giuseppe Biancardi, su amable autorización para traducirlo y publicarlo [Nota del Editor].

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Índice Portada Créditos Introducción Capítulo 1. Un mundo que ha desaparecido

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1. Cómo eran las cosas entonces 2. Tres matrices naturales para la generación de la fe 3. Prácticamente todo ha cambiado 4. La hora de catequesis, misión imposible 5. ¿Dónde está el problema? En síntesis

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Capítulo 2. Hacia un cristianismo de la gracia

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1. La crisis de los cuarenta 2. Un nuevo paisaje para la fe 3. Europa está en cada uno de nosotros 4. Adelantarse a la jugada y no limitarse a devolver la pelota 5. El cristianismo de la gracia y de la propuesta bajo el signo de la sorpresa 6. Una crisis saludable En síntesis

Capítulo 3. La dirección correcta

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1. Las diversas vicisitudes de la catequesis italiana 2. El denominador común encontrado 3. Los tres grandes cambios de dirección del episcopado italiano En síntesis

Capítulo 4. Primer y segundo anuncio 1. El significado de la expresión «primer anuncio» 2. El primer anuncio, inicio y fundamento de la vida cristiana 3. El segundo anuncio 4. La clave de bóveda de la pastoral 5. El camino inverso del primer y segundo anuncio En síntesis

Capítulo 5. Segundo anuncio e iniciación cristiana 1. ¿Catequesis para preparar a los sacramentos o iniciación por medio de los 127

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35 36 38 39 41 42 44

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sacramentos? 2. La inspiración del modelo catecumenal 3. Las nuevas experiencias de la iniciación cristiana de los niños 4. La implicación de los padres 4.1. Modalidades de implicación 4.2. Diversos registros de la propuesta 4.3. En qué momentos de la vida 5. ¿Vino nuevo en odres viejos? 6. Frutos del segundo anuncio En síntesis

Capítulo 6. Experiencias de segundo anuncio 1. Dentro de la parroquia 1.1. El bautismo 1.2. Primeros pasos 2. En torno a la parroquia 3. Lejos de la parroquia En síntesis

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Capítulo 7. Las palabras del anuncio 1. La fe cristiana es una cuestión de amor 2. El contenido y los contenidos del segundo anuncio 3. La Escritura y los cuatro elementos fundamentales de la catequesis 4. El catequista como garante de la polifonía de la fe 5. Del buen uso del catecismo En síntesis

Capítulo 8. El segundo anuncio para una vida buena 1. Un nuevo humanismo 2. La aportación de la catequesis a la vida buena del evangelio 2.1. La educación de la memoria mediante los relatos 2.2. La educación en los ritos viviendo simbólicamente la vida 2.3. La educación moral por medio del despertar del deseo 2.4. La educación de la interioridad mediante la oración 3. El segundo anuncio para un cristianismo deseable En síntesis

Capítulo 9. Para un mapa del segundo anuncio 1. Tres reglas de oro del segundo anuncio 128

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83 84 85 85 86 87 87 89 90

92 94

1. Tres reglas de oro del segundo anuncio 2. Pasajes de la vida, pasajes de la fe 3. Construir nuestro mapa del segundo anuncio 4. Necesitamos el desorden 5. Hacia una nueva ministerialidad En síntesis

Capítulo 10. La gracia de volver a empezar 1. Una relación de reciprocidad 1.1. Hospedar y dejarse hospedar 1.2. Evangelizar y dejarse evangelizar 1.3. Engendrar y ser engendrados 1.4. Acompañar y desaparecer 2. Un problema eclesiológico 3. Para una Iglesia del segundo anuncio En síntesis

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Breve gramática espiritual del segundo anuncio Anexo. El segundo anuncio... y algo más

110 112

1. La presentación del libro 2. La recensión (Salvatore Currò) 2.1. Por qué un segundo anuncio 2.2. El encuentro con el evangelio como sorpresa 2.3. Algunos interrogantes 2.4. La necesidad de la formación 2.4.1. Para responder positivamente a la gracia 2.4.2. Para educar las actitudes 2.5. La relación con la cultura actual 2.6. La cuestión de la verdad 3. El diálogo (Salvatore Currò y Enzo Biemmi)

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