El Secreto de La Carverna.pdf

March 25, 2019 | Author: Melissa Yanquepe | Category: Boats, Nature
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ué tendrían en común la desaparición del bote, el caballo perdido, el arenque de la viuda, el chaleco salvavidas, el vidrio de la ventana, la turba perdida, el resorte de reloj oxidado o las extrañas huellas en la tierra, y la Caverna de McCullen? ¿Quién ordeñaba la vaca de la a n c i a n a \< dejaba una nota que decía: "No se preocupe poi Nancy esta mañana"? R o y s e propuso descubrirlo. Puesto t | u < | > > recia haber algún tipo de < o i i r \ i < > n con l.i < , i \ « - i na, Roy fue a explorar ;i!ií. I ,a ca\cina estaba os cura y tuvo que enti - ar gateando, 'leniblando .1 medida que se adcniraba l ú e a d a i , par:) su sor presa, con una p u e r t a . Miro con < '.idad i través de la ranura y a l l í . . . Pero, ¿por que no lo lees l u m i s i n o \I •' bres el misterio de la < avern;i?

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retado Al mirar hacia atrás, a través de los años, todavía puedo ver ese antiguo y pintoresco pueblo en la costa noroeste de Escocia, escenario donde se sitúa esta historia. Recuerdo cuando, del barco de vapor proveniente de Glasgow, descendí al pequeño bote que me llevó a la costa. Puedo ver a los residentes del pueblo que esperaban las cartas —y a los pasajeros— con ansias y gran curiosidad. Detrás de ellos estaban sus cabanas de techo de paja, todas dispuestas en fila a lo largo de la costa. Recuerdo cuando visité muchas de esas cabanas, también la del guardabosque que estaba tierra adentro y era la única con dos pisos y techo de tejas. Vuelvo a ver el extraordinario panorama que se apreciaba desde la cima de las montañas circundantes, esa vista maravillosa del mar ondulante, las islas envueltas en neblina y la puesta de sol. Allí, en ese precioso y solitario lugar, nació El secreto de la caverna. Es mi deseo que esta historia inspire a los niños de todo el mundo a encontrar su mayor alegría en el servicio, al reconfortar y brindar felicidad a aquellos que lo necesitan. TÍO ARTURO (3)

Título del original en inglés: The Secret ofthe Cave, Pacific Press Publishing Association, Boise, Idaho, E.U.A., 1951.

íncliice

Editora: Graciela R. de Mato Traductora: Paola Canuti Diseño: Eval Sosa Diseño de tapa: Néstor Rasi

1. ¿Contrabandistas o espías?

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2. Llega el "detective" Roy

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3. El remo mágico y la cena mística

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4. La turba fantasma y el bote misterioso

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5. El misterio en la casa del pastor

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6. La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante

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ISBN 950-769-016-6

7. La persecución de medianoche y la pista equivocada

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Edicione New Life, División AGES, Buenos aires, Argentina. Tel. 761- 4802. FAX: 760-0416

8. La vaca que se ordeñaba por sí sola y la luz detrás de la puerta

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9. El gran desenlace

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IMPRESO EN LA ARGENTINA Printed in Argentina Primera edición MCMXCVín - 4M Es propiedad. © Pacific Press Publ. Assn. (1951). © AGES (1998). Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

244 MAX

Maxwell, Arthur S. El secreto de la caverna - 1a. ed. - Florida (Buenos Aires): Ediciones New Life, 1998. 96 p.; 20x14 cm. Traducción de: Paola Canuti ISBN 950-769-016-6 I. Título -1. Literatura religiosa

Impreso, mediante el sistema offset, en talleres propios. 060598 —36506—

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CAPÍTULO 1

¿Gorntralbanclistas o espías? |ra el tema de conversación de todo el pueblo. Todo otro asunto había sido olvidado excepto la intrigante pregunta: ¿Quién estuvo anoche en la caverna de McCullum? El viejo Pedro Macdonald, un pastor montañés de barba gris, había permanecido hasta tarde en las colinas con su rebaño. Al regresar por un atajo escabroso junto a una playa cubierta de rocas, pasó bajo la entrada de la antigua caverna y se dio el susto de su vida. Muchas veces, en la escarpada ladera, había visto la entrada a ese gran agujero, con sus puntas salientes. En su juventud había explorado la mayoría de sus interminables, oscuras y silenciosas galerías; pero ahora, para su asombro, había escuchado sonidos muy extraños que provenían de la boca de la caverna. Aunque de alguna manera amortiguado, un fuerte golpe, como el de un pesado martillo Linternas en mano, el grupo penetró en la oscuridad.

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secreto de la caverna

íéa sobre unas maderas, llegó hasta sus oídos. Para aumentar su sorpresa, por momentos a estos ruidos se sumaba un grito confuso. Por supuesto que no se asustó; no él, ¡un experimentado pastor escocés! Sin embargo, de pronto se acordó de las historias, que tantas veces escuchara, que contaban que la caverna estaba habitada por fantasmas. Entonces, a paso rápido, completó su viaje de regreso al hogar. Ahora, todos hablaban de eso. ¿Quién había estado en la caverna? Seguramente no había sido ninguno de los habitantes del pueblo. ¿Por qué querría alguno de ellos estar en la caverna a esas horas de la noche? Una y otra vez se discutió, se descartó y se retomó toda clase de teorías. ¿Podrían ser contrabandistas? Difícilmente. No elegirían un lugar tan distante de todo centro comercial en el que pudieran deshacerse de su mercadería. —¡Espías! —sugirió alguien con la agitación de aquel quien se le ocurre una gran idea. Pero, ¿qué querrían unos espías en ese lugar tan solitario de la costa noroeste de Escocia? Esa noche, el pueblo de Longview estaba dividido en una cantidad de grupitos que habla-

El viejo Pedro Macdonald estaba seguro de haber oído ruidos en la caverna.

ban del tema. Dos niños, Osear y Bruno Maclaren, estaban muy interesados. Eran hijos del guardabosque que vivía en las afueras del pueblo. Recientemente su madre había enfermado de gravedad y su padre la acompañaba en el hos-

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El secreto de la caverna

pital de Glasgow hasta que mejor i que los dos muchachitos, que tenían quince y trece años, se hallaban solos. Por supuesto que se sentían tristes porque su mamá y su papá no estaban con ellos, pero como se llevaban bien entre sí, disfrutaron mucho de su inesperada libertad. Iban de un grupo a otro y escuchaban las últimas versiones de la historia del viejo Pedro, y con ansias recogían todos los detalles que se le iban agregando a medida que el tiempo pasaba. Al día siguiente, cuando los habitantes del pueblo decidieron que algunos de los hombres más valientes debían visitar la caverna y de esta manera acabar de una vez por todas con esa situación, estos dos muchachitos estuvieron entre los primeros que se ofrecieron para ir. Pero los hombres de más edad se negaron a llevarlos. —No, no —dijo alguien—. Supongamos que allí hubiera espías o contrabandistas con armas, y supongamos que les dispararan, ¿qué nos dirían su padre y su madre cuando regresen? A pesar del balde de agua fría que echaron sobre sus expectativas, Osear y Bruno les pidieron con tanta insistencia que los llevaran,

¿Contrabandistas o espías?

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que los hombres finalmente aceptaron, pero con la condición de que prometieran seguir a lodo el grupo a una distancia prudencial. Finalmente, una de esas largas tardecitas de verano, en las que allá, en el lejano norte, el sol no se pone hasta las diez de la noche, la expedición inició su camino. La caverna se hallaba como a cinco kilómetros del pueblo. Estaba ubicada un poco por encima de la playa y llegar hasta ella era algo difícil. Sin embargo, como hacía algún tiempo se habían construido algunos escalones en las rocas, la subida fue mucho más fácil. Por suerte la marea estaba baja, de lo contrario el grupo tendría que haberse acercado en bote hasta la entrada de la caverna. Un pequeño esfuerzo para subir los desparejos escalones finalmente condujo a seis hombres y a los dos niños hasta la entrada, no sin que sus corazones latieran un poco más rápido de sólo pensar con qué se podrían encontrar allí. Otros tantos que habían venido se quedaron en la playa. Algunos les gritaban a los dos muchachos para que no subieran. Pero Osear y Bruno estaban resueltos a ver de qué se trataba; y como su padre no estaba, no había nadie que les pudiera ordenar que bajaran. Se encendieron las linternas y el pequeño

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El secreto de la caverna

grupo avanzó en la oscuridad. La emoción iba en aumento y todos contenían su respiración en tanto que, lentamente y con sumo cuidado, exploraban las galerías. Ojos atentos y ansiosos miraban hacia delante, deseosos de ser los primeros en ver al intruso o cualquier indicio de una reciente ocupación; pero no encontraron nada. En cierto momento el líder del grupo se detuvo a examinar la pared. Por todo el suelo había pedacitos de roca desparramados, pero en ese lugar había más que en otros. Alguien dijo que podía ser producto de un derrumbe y esto pareció satisfacer al resto. Justo cuando estaban preguntándose si iban a examinar esa sección con más detenimiento, Osear atrajo la atención al señalar algunas huellas raras que había un poco más adelante. Todos fueron a verlas pero no eran de gran importancia. Nuevamente los hombres avanzaron, revisaron la última galería y luego, desconcertados, se dirigieron a la entrada. Ahora, la mayoría de los habitantes del pueblo se reía de Pedro Macdonald. Algunos le dijeron que no debía regresar tan tarde a su casa. Pero el viejo pastor no dudó ni por un instante de lo que había escuchado. Sin embargo, los "misteriosos sonidos" pronto se convirtie-

"¿Quién había emparchado el agujero del bote?", se preguntaban todos.

ron en bromas y al poco tiempo todos —es decir, casi todos— se olvidaron del asunto. Sin embargo, a los habitantes del pequeño pueblo todavía les esperaban grandes sorpresas y sobresaltos. Esa misma noche un bote desapareció de la playa. Era verdad que el tiempo había cambiado y una fuerte tormenta había barrido la costa y las amarras del bote se podrían haber corta-

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El secreto de la caverna

do; pero los pescadores escoceses nunca dejan sus embarcaciones mal amarradas, porque conocen la furia de los repentinos vientos del Atlántico. Todos sabían que el bote había sido robado. Pero, ¿por quién? Ese era el problema. ¿Te puedes imaginar la conmoción cuando, pocos días más tarde, el barco reapareció en su lugar de siempre pero con un prolijo parche en uno de sus lados y que cubría el gran agujero que se había hecho mientras estaba desaparecido? Dos días después ocurrió otra cosa extraña. Un caballo, que pertenecía a uno de los pueblerinos, desapareció del lugar donde lo habían atado y, para gran preocupación del dueño, no lo podía encontrar. Para el día siguiente se planeó una búsqueda colectiva; pero he aquí que cuando el hombre fue al establo esa mañana, ¡allí estaba el caballo, en el lugar de siempre! El hombre estaba mudo del asombro. Había escuchado que los caballos hacen cosas sorprendentes pero no podía concebir la idea de un caballo que pudiera abrir las puertas y atarse por sí solo en su caballeriza. Los habitantes del pueblo apenas habían tenido tiempo de comentar este acontecimiento extraordinario cuando se produjo otro hecho que aumentó su interés.

¿Contrabandistas o espías?

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En el pueblo había pocas viudas. De tanto en tanto el resto de la comunidad las ayudaba de alguna manera. Una viuda, sin embargo, era más pobre que otras debido a que se enfermaba con frecuencia. Aunque anteriormente la habían ayudado en más de una oportunidad, ahora la habían descuidado, y en realidad estaba muy escasa de dinero. ¡Imagínense entonces su sorpresa y alegría cuando una mañana, al despertarse, encontró junto a su cama una cajita de galle titas, dos panes y una cantidad de deliciosos arenques! A pesar de las muchas preguntas y averiguaciones de una punta del pueblo a la otra, la viuda no pudo saber quién había sido la persona generosa responsable de una acción tan noble, ni tuvo oportunidad de brindarle un caluroso agradecimiento a su benefactor. Pero, ¿de dónde habían venido todas las cosas y cómo llegaron hasta ese lugar? ¿Había alguna relación entre los "ruidos de la caverna" del viejo Pedro Macdonald, el bote maltratado, la devolución del caballo y las visitas nocturnas a la viuda? El pueblo de Longview pensaba y hablaba, reflexionaba y hablaba una y otra vez; y mientras tanto los hechos sucedían con rapidez.

CAPÍTULO 2

Llegia el "detective" Roy

¡n el pueblo de Longview uno de los entretenimientos de la semana era la llegada del barco de vapor que venía de Glasgow trayendo correspondencia, mercadería y, ocasionalmente, visitas. No había lugar para que el barco atracara, de modo que anclaba a cierta distancia de la costa donde los pasajeros y el cargamento eran transbordados a un pequeño bote que los traía a tierra firme. En esas ocasiones se podía observar a la mayoría de los habitantes que salían corriendo de sus hogares para ver la llegada de la pequeña embarcación. El vapor acababa de echar el ancla en la bahía. A través de la neblina matutina la gente en la playa observaba cada movimiento de las personas en la embarcación, mientras que un pescador con telescopio en mano les informaba los detalles. —Ya bajaron la correspondencia —exclamó—. Está viniendo un perro. Quizá sea para Pedro Macdonald. Parece que no hay pasaje(17) 17» muchacho bajó del barco de vapor hasta el bote que lo estaba esperando.

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El secreto de la caverna

ros. Ah, sí, hay un muchacho que está bajando, y un hombre se está preparando para hacer lo mismo. Creo que no los conozco. Tal vez sean los hombres que vienen a quedarse en la casa del dueño del almacén. Eso es todo. Ahora el barco se está yendo. Esos sí que no se demoran, ¿verdad? En cuanto terminó de decirlo, el barco comenzó a desplazarse rumbo al norte y el botecito de remos comenzó su viaje de regreso. Los dos pasajeros resultaron ser extraños en el pueblo. El hombre era un tal señor Wallace, de Liverpool. Su hermano, el dueño del almacén de ramos generales de Longview, le había pedido que viniera a pasar sus vacaciones de verano en este peculiar lugar. Encantado con la idea decidió también traer a su hijo de catorce años, Roy, quien, ni falta hace decirlo, estaba tan contento como cualquier otro jovencito que tiene la posibilidad de disfrutar un verano así. Seguramente no pasó mucho tiempo hasta que los recién llegados se enteraran de los misteriosos acontecimientos que habían ocurrido en el pueblo. El señor Wallace no parecía muy interesado; pero Roy paró sus orejas para captar todos los detalles y sintió que de repente se estaba convirtiendo en todo un detective. ¡Esto sí que era una aventura! ¿Cuándo sus vacaciones habían comenzado de una manera tan di-

Cansado de tanto nadar, Roy se subió a una roca para descansar.

vertida? Al principio, no podía ver la relación entre la caverna, el bote, el caballo y el arenque. Sin embargo, a medida que le daba vueltas al tema en su cabeza, se le ocurrió que al menos podría haber una leve conexión que uniera los cuatro misterios. ¿Pero cuál era? ¿Qué podía ser? Roy estaba resuelto a descubrirlo.

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El secreto de la caverna

Como el pueblo era pequeño, pronto llegó a conocer a todos los que vivían allí. Con mucho cuidado fue obteniendo de cada uno toda la información sobre los últimos acontecimientos. Algunas personas amables lo enviaron a la casa del guardabosque para que conociera a Bruno y a Osear, quienes tenían más o menos la misma edad que él. Pero como no los encontró en su casa, regresó al almacén. Esa tarde fue a caminar por la playa y a echarle un vistazo a la famosa caverna. La marea estaba baja, así que tuvo oportunidad de acercarse bastante. Sin embargo, no había nada para ver, a no ser por la oscura entrada. Por algún motivo no tenía ganas de subir por los escalones, no en ese momento. Por lo menos, no lo haría hasta que tuviera más información. De hecho, existía la posibilidad de que alguien estuviera adentro. Esa misma noche, o mejor dicho a la mañana siguiente, la gente de Longview, incluyendo a Roy, fue objeto de otro desconcertante sobresalto. Hacía como un mes, uno de los pescadores, después de haber ahorrado durante mucho tiempo, se había comprado uno de los chalecos salvavidas más caros y modernos. Su orgullo y su 'mayor alegría consistía en ponerse su nuevo tesoro y escuchar los comentarios de admira-

Al resbalar, Roy cayó al agua estrepitosamente.

ción de sus compañeros. Pero ocurrió algo muy triste. Una hermosa noche, cuando regresaba a su casa, no se dio cuenta de que se había olvidado el chaleco salvavidas en la cubierta de su embarcación. Esa misma noche se levantó un viento muy fuerte y azotó todas las embarcaciones que estaban en la costa. De esta mane-

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El secreto de la caverna

ra, todo lo que no estaba firmemente asegurado, incluyendo el tan preciado chaleco salvavidas, fue arrastrado por el agua. El hombre estuvo inconsolable durante dos días y continuó lamentando la pérdida por un tiempo. Imagínense entonces su sorpresa y su alegría cuando, una mañana, al abrir la puerta de su casa, vio el chaleco salvavidas que había desaparecido hacía un tiempo. Estaba justo enfrente de él, suspendido de un clavo. ¿Cómo había ido a parar a ese lugar? Alguien lo tuvo que haber puesto después de las once de la noche, puesto que no se había ido a la cama hasta esa hora, y antes de las cinco y media de la mañana, que fue la hora en que abrió la puerta. Sin embargo, a pesar de todas las averiguaciones no se pudo encontrar ni una pista de quién lo habría puesto allí. Roy, al igual que toda la gente de Longview, estaba intrigado. ¿Quién lo había hecho? Además, ¿había alguna relación con todos los misteriosos acontecimientos que habían estado ocurriendo? ¿Sería posible que el chaleco salvavidas estuviera relacionado con los ruidos de la caverna? En la desesperación, Roy se dispuso a olvidar todo el asunto por esa tarde e ir a nadar por un buen rato. Comenzó a nadar enérgicamente y pronto

Llega el "detective" Roy

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avanzó una distancia considerable. Cuando empezó a sentirse cansado se subió a una pequeña roca que sobresalía del agua para descansar por un momento. Se zambulló otra vez y fue hacia otra roca, y después de descansar un ratito fue hacia otra más. Así continuó, alejándose poco a poco del pueblo. Finalmente, pensó que sería conveniente no alejarse más y decidió, después del último descanso, que era hora de regresar. Cuando estaba descansando sentado en una roca, por casualidad miró hacia la costa. Para su sorpresa, se dio cuenta de que estaba justo frente a la entrada de la caverna. La abertura parecía pequeña porque estaba a unos cuantos metros de distancia; pero se la veía claramente. ¿Y qué era eso? ¡Sin duda sus ojos no lo engañaban! ¡Algo se estaba moviendo en la entrada de la caverna! Volvió a mirar. Sí, ¡era la figura de una persona!; pero no podía distinguir quién era. Desgraciadamente, con la emoción del momento, Roy se olvidó de que no estaba sentado en un lugar muy seguro. Así que al ponerse de pie para poder ver mejor, patinó en la roca resbaladiza y cayó al agua estrepitosamente. Cuando volvió a la superficie miró nuevamente en dirección a la caverna, pero la figura ya había desaparecido.

El remo mágico y la cena mística

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3

mágico J la cena mística

|L|J na hora más tarde, Roy llego al Almacén. Estaba muy cansado, con mucho a-,etito y muy pero muy conmocionado despugg ¿e ia experiencia de esa tarde. Sin embaigQ, como un buen detective, pensó que por el momento era mejor no decir nada de lo que h^ja visto en \ entrada de la caverna. R°> recobró las fuerzas comiendo unas nutritiva^ galletitas de avena escocesas y tomando un de:jCiOSO vaso de leche. Después de la cena pensó qUe debería tratar de encontrar a Osear v a Bluno, con la esperanza de que le dieran algun^ información adicional. Todavía no los había visto, pero por lo que había oído de ellos estab^ seguro de que se llevarían muy bien. Teriía que caminar bastante, porque la casa guardabosque estaba retirada del pueblo. Ras0s grandes y apresurados, pronto llegó al lugar Era Una vivienda bonita; tenía dos pisos y techo de tejas, lo que la hacía diferente (24)

de las cabanas con techo de paja que había en el pueblo. Los dos hermanos estaban en casa. Roy los vio de lejos y pudo acercarse bastante antes de que lo vieran. Al igual que otros muchachos, los dos hermanos se estaban divirtiendo arrojando piedras a una botella de vidrio que habían colocado sobre un muro de piedras que rodeaba el jardín. Al escuchar las pisadas se dieron vuelta instantáneamente y saludaron al recién llegado con un alegre "¡Hola!" Roy se presentó como el sobrino del dueño del almacén y les contó que venía de Liverpool, y esto fue suficiente para que los otros dos muchachos se interesaran por él. Después vinieron algunas preguntas y respuestas. Finalmente, los tres se pusieron a arrojar piedrecitas a la botella hasta que un tiro de Roy hizo que la botella no sirviera para nada más. —Te invitaríamos a pasar a nuestra casa —dijo Osear—, pero como mamá y papá no están, la casa está un poco desordenada. —Vamos a hacerle una buena limpieza el día antes que regresen —agregó Bruno con una gran sonrisa. —¿Duermen solos? —preguntó Roy.

El remo mágico y la cena mística

Osear y Bnfno

arr°Jaban

piedras a una botella que estaba sobre la tafia.

D0]rmimos como troncos —contestó Osear. ¿NcD tienen ni un poquito de miedo? —interrogó ]Huevamente Roy. ¡No1 nav razón para tenerlo! Hemos vivido aquí toe13- nuestra vida y conocemos a todas las personas del lugar —respondió Osear como

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si fuera tan viejo como Pedro Macdonald. —¿Ustedes creen que en la caverna puede haber contrabandistas o espías? —sugirió Roy. —¡Tonterías! ¿Ya escuchaste la historia del viejo Pedro? Pues muchos de nosotros investigamos la caverna de punta a punta, ¿y qué encontramos? ¡Nada! Roy paró las orejas. —¿Ustedes fueron con el grupo que investigó? —¡Por supuesto! No nos hubiéramos perdido esa experiencia por nada del mundo. Obviamente fue un poco inquietante, pero eso es lo mejor de las aventuras. —¿Y nadie encontró nada? —Ni un rastro. ¡Y vaya si nos habremos reído del pobre Pedro! La conversación desvió a otros hechos misteriosos; pero mientras que Osear y Bruno parecían estar muy ansiosos de descubrir quién estaba detrás de todo esto, no pudieron darle ninguna idea en cuanto a cómo pudo haber ocurrido. Por el momento dejaron el tema de lado y Osear le preguntó a Roy si le gustaría ir a pescar a la mañana siguiente. No había nada que le hubiera gustado más; y una vez que se pusieron de acuerdo, Roy regresó a la casa de su tío.

El remo mágico y la cena mística

Los tres muchachos se divirtieron mucho pescando en la bahía.

A la mañana siguiente los tres muchachos estaban pescando en las aguas de la bahía, algo que realmente disfrutaron mucho. Como Bruno y Osear eran expertos, pronto sobrepasaron a Roy en la cantidad de peces que iban pescando. —¿Y qué van a hacer con todos esos pescados? —preguntó Roy muy intrigado cuando se bajaron del bote. —¡Pues venderlos! —respondió Osear. —Siempre hay gente que nos compra y nunca nos sobran —agregó Bruno. —Ustedes hacen buen dinero con este pasa-

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tiempo, ¿no? —dijo Roy. —Pues sí. Con esto nuestras billeteras están más "gorditas". Pero, ¿qué vas a hacer mañana? ¿Te gustaría venir a pescar con nosotros otra vez? —preguntó Osear. —Me encantaría, pero me temo que no pueda —replicó Roy—. Mi papá planificó un par de viajes para estos días y quiere que lo acompañe; pero después... —Bueno, entonces ven cuando puedas —dijeron los otros; y así terminó la conversación. Una vez que arrastraron el bote hasta la playa, los muchachos se despidieron. Roy regresó al almacén orgulloso, llevando algunos pescados que, ni bien llegó, le mostró al padre como prueba de su hazaña. Pero la novedad de la pesca pronto cayó en el olvido cuando surgió otra aventura más cautivante. —¿Escuchaste las noticias? —preguntó el tío una vez que habían terminado los elogios por la pesca de Roy. —No, ¿hay algo interesante? —Te acuerdas que el viejo Sandy perdió un remo recién comprado durante la última tormenta. Eso sucedió más o menos en la misma fecha en que desapareció el chaleco salvavidas. —Oí algo de eso —dijo Roy.

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El secreto de la caverna

—Bueno, anoche —Sandy no está bien seguro de la hora que era— sintió un fuerte golpe sobre su pecho. ¿Y qué vio al abrir los ojos? No era otra cosa que el remo perdido que estaba atorado en la ventana de la habitación, con la pala saliendo por la ventana y el mango sobre su pecho. Pensó que estaba soñando; pero después se dio cuenta de que estaba despierto y vio que era un remo de verdad. Era un remo sólido y tenía grabado su nombre. Era el mismo que había perdido. Lo extraño es que nadie sabe nada más. Nunca vi a alguien ponerse tan contento como Sandy. Pero todo es un poco misterioso, ¿no te parece? Roy pensaba que sí. Es más, pensaba que era algo más que misterioso. En realidad, sus pensamientos no lo dejaron dormir durante buena parte de la noche. Pero así y todo, no pudo resolver el misterio. Al día siguiente, él, su padre y su tío fueron de viaje a las montañas y treparon a uno de los picos más altos para tener un buen panorama. Fue una experiencia fantástica el estar tan arriba y desde allí mirar el mundo a sus pies. Hacia un lado, hasta donde se podía ver, había montañas, montañas y más montañas que se levantaban una detrás de otra hasta que se perdían en la neblina. En dirección opuesta estaba la vasta

El viejo Sandy se despertó y vio que el remo que se le había perdido estaba apoyado en su pecho.

expansión del océano Atlántico, que por una vez le pareció relativamente apacible al desplegarse hacia el lejano y borroso horizonte. Salvo la larga caminata, la dificultosa ascensión y los maravillosos paisajes, el día transcurrió sin pena ni gloria. Pero la noche fue diferente...

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El secreto de la caverna

Cuando regresaban a Longview por otro camino, pasaron por la antigua cabana que el viejo Pedro Macdonald llamaba su hogar. Era una típica vivienda de la región montañosa de Escocia: tenía sólo planta baja, paredes de piedra de granito, techo de paja, dos ambientes y una chimenea. El pobre Pedro no tenía nadie que limpiara su cabana porque su esposa había fallecido hacía muchos años. Era muy tarde cuando los tres viajeros pasaron por la cabana. Estaban cansados, hambrientos y con los pies doloridos. En realidad debe de haber sido casi medianoche, pero por debajo de la puerta se veía luz. Cuando el viejo Pedro oyó los pasos de los que se acercaban, abrió la puerta y se paró en el umbral. —¿Quién anda ahí? —gritó. —Wallace —fue la respuesta. —¡Entren un momento! —gritó el anciano con agitación—. Por favor, ¡pasen! Su voz sonaba ronca y a medida que entraban, a Roy le pareció ver rastros de lágrimas en el rostro barbudo del anciano. —¿Qué ocurre? —preguntó el almacenero. —Nunca antes vi nada parecido, nunca antes alguien había hecho algo así, al menos no durante todos estos largos, largos años, desde que murió María. La gente ha sido muy ama-

—¿Quién podría haberlo hecho? —se preguntaba Pedro Macdonald.

ble, pero... permítanme explicarles. Esta tarde, cuando llegué cansado y agotado después de un largo día de trabajo y esperando encontrar mi casa tal como la había dejado esta mañana, ¿qué encontré? Todo era diferente. Alguien había hecho una buena limpieza, lo que yo más de una vez me había propuesto hacer pero

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El secreto de la caverna

nunca pude lograrlo, y había encendido en la chimenea el mejor fuego que jamás haya visto. Y sobre la mesa, Señor Wallace, ¡estaba servido todo un banquete! —¿Y no sabe quién lo hizo? —No, señor. Eso es lo que no puedo saber. ¿Quién podría hacerlo? Y lo que más me llama la atención es que ¿quién querría hacerlo? No era momento para conversar y, además, los viajeros estaban muy cansados como para hacerlo. Así que deseándole buenas noches al viejo Pedro regresaron apresuradamente a la casa, dejándolo para que especulara a su antojo en medio de tanta felicidad. Sin embargo, a pesar del cansancio que tenía, Roy no dejaba de pensar. ¿Era éste otro eslabón de la cadena de misterios? Ay, ¡pero por qué no le había preguntado al viejo Pedro qué le habían preparado para cenar! Le pareció reconocer cierto aroma en la habitación, pero ¿qué tenía que ver esto con las otras cosas que habían ocurrido? ¿Cuál sería la posible relación entre la cena de Pedro Macdonald, el chaleco salvavidas, el remo, el caballo y los ruidos en la caverna? Mientras iba caminando, Roy trataba de descifrarlo, pero era en vano. Pronto el cansancio venció a sus pensamientos.

CAPÍTULO 4

La turba rantasma y el bote misterioso día siguiente ocurrió algo más extraño aún. No es necesario decir que después del viaje a las montañas, Roy no se levantó muy temprano. Estaba cansado y le dolía todo el cuerpo. Roy, el padre y el tío no bajaron a desayunar sino como hacia la diez de la mañana. Los tres estaban en pleno desayuno cuando la señora Wallace, que había estado atendiendo el almacén, entró en la sala con una tal señorita Mackay, una señorita de unos setenta abriles, que temblaba de pies a cabeza, de rabia y de enojo. —Señor Wallace —prorrumpió aún antes de entrar a la sala—, ¡alguien robó mi turba! ¡Los muy infelices me la robaron! ¡Robarle a una pobre anciana! ¡Es una vergüenza! —No puede ser —replicó el almacenero—. ¿Quién querría su turba? Además, no hay nadie en el pueblo capaz de hacer semejante co(35)

La turba fantasma y el bote misterioso

Cargando el canasto de turba sobre su espalda, la señorita Mackay se fue rápidamente a su casa.

sa. No recuerdo haber escuchado de un robo de gravedad en todos los años que vivo aquí. —¡Pero se la han robado! —interrumpió la señorita Mackay—. Sé que lo han hecho. Yo misma la desenterré hace como un mes y la dejé al aire libre para que se secara. Después

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mi reuma empeoró y no pude ir para traerla a casa. Esta mañana me levanté y fui directamente a buscarla y ¡ya no estaba! ¡Apenas quedaba un puñado, cuando yo había extraído como seis canastos llenos! ¡Es una vergüenza robarle a una pobre anciana, débil y enferma! La pobre señorita Mackay estaba muy sobresaltada, y a los presentes les costaba articular alguna palabra y ni qué hablar de continuar con el desayuno. En principio, trataron de convencerla de que harían todo lo posible para encontrar la turba perdida después del desayuno. Cuando le dieron esa seguridad, la anciana se retiró. Mientras contaban la historia, Roy era "todo oídos" y resolvió tomar parte activa en la inminente búsqueda de la turba. Razonaba de esta manera: seis canastos llenos de turba no pueden caminar por su cuenta. Nadie se los llevaría por la montaña o en bote. Entonces todavía tenían que estar en algún lugar del pueblo o cerca de él. Es más, no podía esconderse tan fácilmente tanta cantidad de turba. Terminado el desayuno, fue a encontrarse con Osear y Bruno y los tres visitaron el lugar donde la gente extraía la turba, pero poniendo especial atención en la parcela de la señorita Mackay.

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El secreto de la caverna

No había dudas, en el lugar donde habían estado los seis canastos llenos apenas había un puñado de turba. ¿Adonde habían ido todos esos canastos? Los muchachos estuvieron como dos horas buscándolos; pero la búsqueda fue infructuosa y se dieron por vencidos. Cuando Roy insinuó que quizá alguien podría haber llevado los canastos a la caverna, los otros dos muchachos pensaron que era una broma. —¿Por qué alguien querría llevar turba a la caverna? —dijo Bruno con razón. Al llegar a la casa, un poco desanimado, Roy se encontró con la noticia más asombrosa. La señorita Mackay, que por casualidad anduviera por la parte de atrás de su terreno, algo que no había pensado hacer en la mañana antes de visitar la parcela donde extraía su turba, había encontrado todo el preciado combustible prolijamente apilado detrás del muro trasero de su jardín. Era un relato sobrecogedor. El pobre Roy, que había tenido la esperanza de que, al resolver el misterio de la turba desaparecida, encontraría una pista de los otros hechos misteriosos, se sintió más desorientado que nunca. Por la tarde fue a la playa y se puso a conversar con un viejo pescador llamado Juan

La turba fantasma y el bote misterioso

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McCorquodale. El "Viejo Corkey", como le decían generalmente, aseguraba ser el hombre de más edad en el pueblo, aún mayor que Pedro Macdonald. Estaba comenzando a padecer la misma enfermedad que aquejaba a la señorita Mackay: reumatismo. Al igual que ella, a menudo decía que no podía andar por todos lados haciendo muchas cosas como antes solía hacer. Estaba ocupado reparando su bote viejo pero el trabajo era un poco molesto para su espalda y sus piernas. Estaba muy contento de que Roy le hubiera ayudado a dar vuelta la embarcación para ponerle brea a la quilla, gesto que recompensó contándole maravillosas historias de su vida en el mar. Juntos cubrieron de brea como un tercio de la quilla. Luego, como el "Viejo Corkey" comenzó a tener más "dolores reumáticos", decidió dejar el resto para el día siguiente. Tan mal se sentía que dejó el bote y la brea como estaban, y Roy le ayudó al pobre anciano a llegar hasta su casa. Entonces Roy tuvo una idea brillante. Al día siguiente se levantaría temprano y, antes de que el "Viejo Corkey" llegara al lugar, él ya habría cubierto de brea la parte que faltaba, y de esta manera le daría una gran sorpresa.

La turba fantasma y el bote misterioso

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Así fue que se acostó temprano y se levantó a las cinco y media, llegando al bote poco después de las seis. A medida que se iba acercando al bote empezó a restregarse los ojos y a pellizcarse para ver si realmente estaba despierto, porque el bote estaba ahí, en el mismo lugar donde lo habían dejado la noche anterior, pero ¡ya estaba cubierto de brea! De hecho, era posible que el "Viejo Corkey" hubiera estado allí antes que él. Pero no fue así, porque, al llegar a la casa del anciano, Roy descubrió que todavía estaba en la cama. Roy comenzó a averiguar si alguien sabía quién lo había hecho; pero no consiguió información alguna al respecto. Esto era algo sumamente extraño. En realidad, le dio la impresión de que la gente tenía razón al afirmar que un ángel había decidido que el pueblo de Longview sería el lugar ideal para su silenciosa e invisible morada. Sin embargo, Roy estaba convencido de que una persona de carne y hueso —aunque quizá con el corazón de un ángel— era responsable de la reciente sucesión de hechos que, aunque generosos, eran también misteriosos. Para él sólo cabía una pregunta: ¿Quién? Y cada hecho misterioso que siguió sólo fortaleció su deseo y determinación de encontrar a la persona o las personas que estaban detrás de

Con mucho gusto, Roy ayudó al "Viejo Corkey" a cubrir de brea la quilla de su bote.

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El secreto de la caverna

todo eso. Después del incidente del bote, Roy decidió que si para develar el misterio era necesario quedarse toda una noche despierto y patrullar el pueblo, él lo haría. Pero entonces los hechos extraños comenzaron a ocurrir de día. Mientras la esposa de un joven pescador estaba excavando turba, y como no había nadie en la cabana, alguien entró y se llevó el único reloj que tenían. Era cierto que no funcionaba desde hacía como un mes o más, cosa que causó muchos inconvenientes y dolores de cabeza a su dueño; pero no querían deshacerse de él y menos de esta manera. Sin embargo, había desaparecido y nadie supo más de él. A algunos vecinos les pareció haber visto pasar a un hombre, mientras que otros aseguraban que sólo habían visto niños en los alrededores. Pero no había testigos del hecho. El reloj ya no estaba. Pero dos días más tarde, para sorpresa y alegría de la joven esposa del pescador, que regresaba a su casa después de una breve ausencia, encontró que el reloj estaba en el lugar de siempre ¡y funcionando! Lo habían arreglado y lustrado de tal manera que parecía un reloj completamente nuevo. Y como sucedía siempre, nadie supo cómo había

¡Entre los arbustos había un oxidado resorte de reloj!

ocurrido. Roy estaba confundido. No podía encontrar ni una pista. Comenzó a pensar y a analizar a cada persona que vivía en el pueblo, e incluso trató de "sospechar" de ellas pero no obtuvo resultados. Ahora estaba muy seguro de que en el fondo de esta cuestión había una persona; sin embargo pensó que había alguna posibilidad de que los hechos no estuvieran relacionados. Quizá su gran deseo de ser un "detective" lo estaba conduciendo a conclusiones equivocadas. Tendría que esperar y observar. Debía admitir que tenía ciertas sospechas

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El secreto de la caverna

de un joven de unos diecisiete años llamado Roberto Malcolm. Este muchacho fue visto en la turbera la noche antes de la desaparición del combustible de la señorita Mackay. Algunos estaban seguros de que había pasado cerca de la casa de la esposa del pescador alrededor de la hora en que el reloj había sido devuelto. Otros recordaban que en las últimas noches había estado fuera de su casa hasta tarde. ¿Podría ser él? Era posible. Era un muchacho muy tranquilo y no se relacionaba mucho con los otros muchachos. Roy lo iba a observar con cuidado. A la tarde siguiente, sumido en sus pensamientos, se encaminó hacia el sur del pueblecito, en dirección a la caverna. Después de un kilómetro el camino se volvió empinado. Además, la rocosa ladera dificultaba mucho el tránsito. Roy avanzó un poco más y luego, sintiéndose muy cansado como para seguir subiendo sin ninguna razón en particular, se dispuso a bajar. Miró el suelo para ver bien por dónde caminaba, y cuando lo hizo, algo extraño que estaba sobre un montón de arbustos pequeños llamó su atención. Se agachó y lo recogió. ¡Era el resorte oxidado de un reloj!

CAPÍTULO 5

El misterio en la casa del pastor ga^quella noche vino una fuerte tormenta del Atlántico, y cuando Roy despertó en la mañana, todo estaba totalmente empapado en agua. Cuando miró por la ventana, la lluvia todavía caía a mares. De tanto en tanto una ráfaga de viento azotaba los vidrios de las ventanas. En las cercanías podía escuchar el tronar de grandes olas sobre la playa. "¡Qué día!", pensó Roy. Tenía planeado seguir la pista que había encontrado en el arbusto la tarde anterior, pero ahora se le hacía imposible. No había nada que pudiera hacer, excepto sentarse y esperar que pasara la tormenta. Después del desayuno, como no tenía nada mejor que hacer, fue al almacén y se puso a mirar las diferentes cosas que su tío tenía a la venta. En una esquina estaban los víveres; en otra estaban las ollas, sartenes y platos; y en otra había escobas, palas, horcas y otras he(45)

El misterio en la casa del pastor

K^SMÍM

EL

\

¿Quién podría conocer al responsable de estos hechos extraños?

—preguntó el doctor MacGregor—. A mime gustaría saberlo.

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rramientas de jardinería. Por aquí y por allá había rollos de soga, frascos con clavos y latas de pintura. En realidad era un almacén de ramos generales, destinado a suplir todas las necesidades de la población. Pero ese día había pocos clientes. Parecía que todos habían pensado lo mismo: quedarse en sus casas hasta que la lluvia se detuviera. Sin embargo, de tanto en tanto, alguna alma valiente, empapada de pies a cabeza, se precipitaba dentro del almacén en busca de algún artículo que necesitaba con urgencia. Una vez adentro, ninguno quería volver a salir. Los clientes se quedaban charlando, con la esperanza de que el clima mejorara. Esta situación le dio a Roy la oportunidad de hacer algunas preguntas que tenía en mente. —¿Ha escuchado hablar sobre las cosas tan extrañas que han estado sucediendo en el pueblo? —le preguntó a una mujer de edad que estaba muy envuelta en una capa. —Pué sí, mi niño —dijo ella—; pero no creí ni una palabra. Y ni voy a creé na' hasta que yo mesmita lo vea y lo oiga. —¿Pero qué opina de lo que le pasó a Pedro Macdonald? —preguntó Roy—. ¿Y lo que le pasó al "Viejo Corkey" y su bote? —¡Tonterías! —exclamó la anciana—. El Pe-

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dro Macdonald está soñando, y me han dicho que el "Viejo Corkey" puede haber estao tomando. Yo no le voy a creé a ninguno de los dos. —Pues yo sí —dijo otra anciana que acababa de entrar—. Los conozco bien. Son buenos hombres y ninguno de ellos andaría diciendo mentiras. Le voy a decir una cosa: Algo raro está pasando en este pueblo, y me gustaría saber quién está detrás de todo. Puede que sean ángeles y puede que no. Pero está ocurriendo algo extraño. —¡Ángeles! —dijo la primera anciana—. ¡Nunca voy a creerlo! —Es mejor esperar y ver qué pasa —dijo un pescador de rostro curtido por la intemperie, que estaba sentado sobre un cajón de manzanas—. No hay que apurarse a sacar conclusiones. ¡Nunca vi cosa igual! Miren el bote del "Viejo Corkey", por ejemplo. ¿Quién le terminó de poner brea? ¿Cómo me explican eso? Y así continuaron las discusiones durante toda la mañana y buena parte de la tarde. Minutos antes de cerrar el almacén, la puerta se abrió de golpe y ¿adivinen quién entró como una ráfaga de viento? Ni más ni menos que el mismo doctor Samuel MacGregor, el pastor del lugar.

El misterio en la casa del pastor

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Todos lo saludaron con una sonrisa, puesto que lo apreciaban y lo respetaban mucho. Como el cuello y la solapa de su abrigo estaban levantados y su sombrero negro estaba goteando, Roy no pudo ver con facilidad cómo era este hombre exactamente; además, nunca antes lo había visto. Sin embargo, era evidente que era alto, de mediana edad, tenía cabello gris y su rostro era alargado y serio, pero no muy serio; porque, como Roy pudo notar, había cierto destello en sus ojos cuando conversaba con los presentes y le decía al señor Wallace lo que deseaba. —Lamento molestarlo en un día como este —dijo—, pero la tormenta ha derribado un árbol que estaba al lado de mi casa y una rama entró por una de las ventanas y la rompió. —¿Qué tan grande es? —preguntó el señor Wallace. —No muy grande. Es una abertura pequeña pero la lluvia está entrando torrencialmente y está haciendo un desastre en mi sala. ¿Alguien podría venir a arreglarla esta noche? —Esta noche no —dijo el señor Wallace—. Pero le daré una tabla de madera para que la clave en la abertura y mañana a la mañana le enviaré a alguien para que le coloque un vidrio nuevo.

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El secreto de la caverna

—Gracias, muchísimas gracias —dijo el pastor aceptando la tabla de madera—. Yo mismo puedo clavarla, y esperaré que mañana venga alguien para terminar de arreglarla. Cuando estaba a punto de abrir la puerta, Roy se le acercó. —Disculpe, señor —dijo—, pero, ¿ha oído hablar de las cosas extrañas que han estado ocurriendo últimamente en el pueblo? —¡Ja, ja, ja! —se rió el Dr. MacGregor—. Mira, jovencito, tú no tienes que preocuparte por esas cosas. Por supuesto que estoy al tanto de todo; pero ¿cómo voy a saber quién es el responsable? —¿Usted cree que son ángeles? —preguntó una de las ancianas. —Bueno, ¿quién podría saberlo? —respondió el pastor con una sonrisa—. Si alguno lo supiera, a mí también me gustaría saberlo. Y sin decir más abrió la puerta y salió. —Sólo un minuto más, pastor —exclamó el pescador que estaba sentado sobre el cajón de manzanas—. ¿Podría hacerle una pregunta, si es que me permite? El doctor MacGregor regresó y cerró la puerta. —Por supuesto, mi amigo. ¿Cuál es su pregunta? —dijo.

Parecía que todo el mundo subía la colina rumbo a la capilla.

—Quisiera saber cuándo va a hacer arreglar la campana de la iglesia. Me gusta escucharla cuando voy para la iglesia. Y hace como más de un mes que no la oímos. —Deseo hacerla arreglar tanto como ustedes —dijo el pastor—. En realidad hace tiempo que estaría arreglada si tan sólo hubiera encontrado a alguien que supiera hacerlo. Aparentemente nadie sabe cuál es el problema. Está atorada. Pero les prometo que algún día voy a conseguir que vuelva a sonar. No se

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preocupen. Adiós a todos. Al decir esto se marchó y las personas reunidas en el almacén se quedaron conversando de la tormenta, la iglesia, la campana y el pastor. No fue sino hasta muy entrada la noche que todos se fueron a sus casas y el señor Wallace pudo cerrar su negocio. Para entonces la tormenta estaba amainando y en todos los hogares de Longview deseaban que la noche fuera apacible para poder descansar y dormir bien. Pero no fue así. Temprano en la mañana, antes del amanecer, comenzó a sonar una campana. Roy la oyó primero, y se sentó en su cama preguntándose qué significaría eso. Quizás estaba soñando. Pero no era así; la campana seguía sonando. Saltó de su cama y fue corriendo hasta la habitación de su tío. El señor Wallace ya estaba despierto. —¿Qué está pasando? —preguntó Roy. —¡Es la campana de la iglesia! —contestó el señor Wallace—. ¿Quién será el que la está tocando a esta hora? —¡Vayamos a ver! —exclamó Roy. —Está bien —dijo el señor Wallace en tanto que los dos se iban a vestir. Sin lugar a duda otras personas también

El misterio en la casa del pastor

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habían escuchado la campana porque, cuando Roy y su tío salieron a la calle lavada por la lluvia, parecía que todo el mundo subía la colina rumbo a la iglesia. Entonces la campana dejó de sonar. A medida que se iban acercando a las lápidas junto a la capilla vieron al doctor MacGregor que venía corriendo de su casa. —¿Qué es todo esto? —preguntó agitado—. ¿Cuál es el problema? ¿Quién ha estado tocando la campana? —Eso es lo que hemos venido a averiguar —dijo el señor Wallace. Juntos entraron en la antigua capilla. La tenue luz matutina la hacía verse misteriosa. Estaba silenciosa como una tumba. No había nada más que hileras de bancos vacíos, el vetusto pulpito de roble y... ¡la cuerda de la campana! Todos se quedaron estupefactos. —¡Tiremos de la cuerda y veamos que sucede! —dijo el doctor MacGregor. Uno de los hombres dio un paso al frente y tiró de la cuerda. La campana sonó. —¡Es increíble! —dijo el pastor—. ¿Quién pudo haberla arreglado en la oscuridad de la noche? ¡Es lo más extraordinario que jamás haya visto!

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—¡Miren! —exclamó el doctor MacGregor—. ¡Miren mi ventana!

Nadie podía decir palabra. Era simplemente demasiado. Todos se dirigieron en silencio a la casa del pastor, donde los esperaba otra sorpresa. —¡Miren! —exclamó el doctor MacGregor—. ¡Miren mi ventana! —¿Cuál ventana? —preguntó el señor Wallace. —¡Esa ventana! —contestó el pastor señalando con asombro la ventana en cuestión—. Esa era la que se había roto. Miren, allí, en el

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suelo, está la tabla que clavé anoche mismo. Señor Wallace, ¿usted hizo esto? —No, yo no fui —dijo el señor Wallace—. Yo estaba en casa, durmiendo. —Y yo también —agregó Roy. —Entonces, me pregunto quién fue —dijo el doctor MacGregor. Nuevamente todos se quedaron sin palabras. —Quizá sean esos ángeles otra vez —dijo alguien fervorosamente. —Estoy empezando a preocuparme —dijo el pastor—. ¡Pero miren, allí! ¡Son huellas! ¡Los ángeles no dejan huellas, ¿o sí?! Era verdad, había algunas huellas en el barro. Roy observó que conducían hacia la ladera de la montaña. ¡Sí! ¡E iban en dirección a la caverna! Ansioso, siguió el rastro por unos metros hasta descubrir que las huellas desaparecían en un charco de agua de lluvia.

CAPÍTULO 6

La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante el hecho extraño más notable de todos los que habían estado ocurriendo en este emocionante período de la historia del pueblecito de Longview, fue lo que sucedió con la silla de ruedas del pequeño Jimmy MacDougal. El pequeño Jimmy era la única persona inválida que había en el pueblo. Cuando era apenas un bebé, Jimmy se cayó y se lastimó la espalda, y desde ese trágico día tuvo que permanecer acostado la mayor parte del tiempo. En ocasiones, se sentía lo suficientemente bien como para que lo sentaran en la puerta de la cabana para ver a los niños que jugaban o iban a la escuela. Hacía poco tiempo, toda la gente del pueblo había contribuido para comprarle una silla de ruedas que mandaron traer de Glasgow. Jimmy estaba encantado, tanto como le era posible, pero su entusiasmo se apagó cuando (56)

La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante

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observó un defecto. No tenía un espacio para poner sus amados libros. Era un buen lector, pero como el sostener los libros durante mucho tiempo lo cansaba, no podía leer tanto como hubiera querido. Un día su mamá fue al armario donde guardaban la silla de ruedas y volvió corriendo para darle a Jimmy una noticia maravillosa: durante la noche alguien había instalado una pequeña repisa para libros en la silla de ruedas. El rostro pálido de Jimmy brilló de alegría cuando lo vio; era exactamente lo que él quería. Pero, ¿quién lo había hecho? Ni su madre ni ninguna otra persona lo sabía. Simplemente, era otro misterio. De hecho, Roy oyó hablar del episodio y lo discutió con Osear y Bruno; pero eso fue todo. Roy sugirió organizar "una búsqueda" y los otros dos muchachos aceptaron de buen gusto; pero cuando llegó el momento de planear los detalles en cuanto a dónde y qué buscar, los tres quedaron en silencio. Tímidamente, Roy propuso que investigaran en "la caverna", pero Osear dijo que era inútil ir allí en busca de una respuesta. —Bueno, tengo una idea —dijo Roy justo cuando se estaba por ir—. Denme su opinión. —¿Qué idea? —preguntó Osear.

La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante

Más de una vez, el pequeño Jimmy había deseado tener una repisa para sus libros.

—Antes una pregunta. Roberto Malcomí, ¿es bueno en carpintería? —Bueno, su padre es el único carpintero que hay en el pueblo. ¿Por qué? —¿Piensas que él...? —preguntó Roy lentamente.

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—¡Qué buena idea! —gritó Bruno interrumpiéndolo. —¡Excelente! —dijo Osear—. Vayamos y preguntémosle directamente si él lo hizo. —No —dijo Roy—. Será mucho más divertido atraparlo con las manos en la masa. Déjenmelo a mí. —De acuerdo, Señor Detective —dijo Bruno riéndose—, cuando lo atrapes, haznos el favor de hacer sonar el silbato y vendremos con las esposas. Luego, riéndose con ganas, se fue cada uno por su lado. Roy no mencionó el incidente del resorte del reloj ni el de las huellas en el barro que había visto en la casa del pastor. Pensaba que éstas eran evidencias de suma importancia como para comentárselas a unos muchachos de pueblo y que éstos a su vez las transmitieran a otros, y de esta manera quizá poner sobre aviso a la persona que estaba buscando. Tampoco se había olvidado de la silueta que había visto en la entrada de la caverna cuando había ido a nadar unos días atrás. ¿Sería posible que hubiera visto mal? Por supuesto que era una posibilidad, pero él pensaba que sus ojos no lo habían engañado. Pero entonces, como Osear y Bruno habían

La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante

Allí estaba el cortaplumas perdido, ¡colgado de la ventana'.

dicho, ¿qué motivo tenía él para relacionar el arenque de la viuda, la cena de Pedro Macdonald, la devolución del chaleco salvavidas y el remo, la turba de la señorita Mackay, el bote del "Viejo Corkey", la ventana del doctor MacGregor, la repisa de Jimmy y el resorte del reloj con la cueva? Ninguna en absoluto. Seguramente era una tontería.

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En verdad, tenía poca evidencia contra Roberto Malcomí, y todo era producto de chismes. Iba a abandonar toda la investigación. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, puesto que desde que había puesto los pies en Longview su cabeza había estado inundada de una serie de misterios. Esa misma noche el entusiasmo de Roy, que venía en decadencia, se renovó hasta alcanzar su punto culminante. ¡Los misteriosos visitantes nocturnos estuvieron en el almacén de su tío! Hacía unas semanas el señor Wallace había perdido un cortaplumas que quería mucho porque era el regalo de un viejo amigo, y cuya pérdida había lamentado profundamente en aquel momento. Pero esa mañana se despertó y encontró su cortaplumas colgando de una cuerda en la ventana de su habitación. Roy consideró que el caso era como "tirarle de la cola al león en su propia cueva"; y él era el león. En ese instante se propuso resueltamente que no dejaría piedra sobre piedra hasta resolver todos los misterios, sin saber cuan cerca estaba de cumplir el deseo de su corazón. Nada fuera de lo común ocurrió la noche siguiente. Sin embargo, la noche subsiguiente

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El secreto de la caverna

alguien entró en la cabana de la señora MacIntyre mientras ella estaba fuera cuidando a su nuera enferma, en otra parte del pueblo. El misterioso intruso prácticamente reconstruyó la mesa de la cocina, la que a pesar de estar tan desvencijada, seguía siendo usada por la señora Maclntyre durante los últimos meses, a falta de alguien que la arreglara. Tan pronto como Roy escuchó las noticias fue corriendo a la escena del último acontecimiento. Examinó con sumo cuidado la mesa restaurada. Había quedado completamente firme y resistente. Roy observó que las partes flojas fueron atornilladas, no clavadas, sin duda para no hacer algún ruido que pudiera llamar la atención de los vecinos, aunque la cabana más cercana estaba a cientos de metros de distancia. Repentinamente lanzó una exclamación de sorpresa. —¡Señora, mire! —dijo Roy—. ¡La tabla del medio no está atornillada! Hicieron los agujeros, pero fíjese, ¡está totalmente suelta! —Pues en verdad tienes razón —dijo la señora Maclntyre—. Ahora me pregunto, ¿por qué los ángeles la dejaron así y no terminaron el trabajo? En ese momento la señora Maclntyre creía

Roy encendió su linterna. ¡Era la señora Maclntyre!

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El secreto de la caverna

firmemente, al igual que la mayoría del pueblo, que los ángeles estaban detrás de todos estos actos de bondad. —¡Ya sé! —exclamó Roy—. Quienquiera haya sido fue interrumpido antes de que pudiera terminar su tarea, o si no se quedó sin tornillos. —Quizá regresen y terminen el trabajo esta noche —sugirió la señora Macmtyre. —¡Pues, sí! —exclamó Roy con repentino entusiasmo—. ¡Quizá vuelvan! Dígame, señora Maclntyre, ¿le importaría si vengo y vigilo? —¡No hay inconveniente, muchacho, pero si son ángeles no podrás ver nada! —Pero puede que no sean ángeles —dijo Roy con una sonrisa—. De todas maneras estaré aquí alrededor de las diez y esperaré en el cobertizo de su patio. Entonces deje la puerta un poquito abierta y acérquele la mesa lo más posible, así quienquiera sea el que venga, la va a ver inmediatamente y se va a tentar a terminar el trabajo. Yo tendré lista mi linterna para alumbrarlos ni bien oiga las pisadas. Una vez que su padre le dio permiso para salir hasta tarde, Roy regresó a la casa de la señora Maclntyre y se escondió en el cobertizo, de donde se veía claramente la puerta del frente. Tal como lo habían pactado, la puerta esta-

La repisa sorpresa y el cortaplumas colgante

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ba entreabierta y la mesa, cerca de ésta. Roy estaba muy emocionado. Sus nervios estaban de punta. Pero a medida que transcurría el tiempo sus expectativas disminuyeron un poco. Después de todo, tal vez no venía nadie. Empezó a sentir frío y se le puso la piel de gallina, y entrada la noche comenzó a adormecerse. Para entonces sus ojos se negaban a seguir manteniéndose abiertos y su cabeza cayó sobre su pecho en tanto se sumía en un profundo sueño. ¡Oh! ¿Qué era ese ruido? ¡Pisadas! Roy pegó un salto, frotó sus ojos y buscó desesperadamente su linterna en la oscuridad. Apuntando directamente hacia la puerta, donde había escuchado los ruidos, encendió la linterna y ésta ¡iluminó la cara de la señora Maclntyre! —¿Dónde estás muchacho? —gritó ella—. ¿Lo viste? —¡No! ¿Si vi a quién? —preguntó boquiabierto. —No lo sé. Pero había alguien. Escuché movimiento y ruido y me levanté para ver. Pero ya no había nadie. —¡Y la mesa! —exclamó Roy corriendo en dirección a ella—. ¿Están puestos los tornillos que faltaban? Sí, estaban.

La persecución de medianoche

CAPÍTULO 7

La persecución de medianoche y la pista equivocada py quería darse contra la pared. ¡Por qué no se había podido quedar despierto! Quizás estos personajes misteriosos habían venido justo cuando se quedó dormido. ¡Qué oportunidad se había perdido! ¡Qué exasperante! —¿Hace mucho que se han ido? —le preguntó acaloradamente a la señora Maclntyre. —No sabría decírtelo —repuso la anciana—, pero no habrán pasado más de cinco o diez minutos, como mucho. Me levanté tan pronto escuché los ruidos, pero como me tuve que vestir, cuando salí a la puerta ya no había nada ni nadie para ver. —¡Los voy a perseguir! —dijo Roy con determinación, alejándose por el sendero del jardín. Pero cuando llegó a la calle surgió ante él la pregunta del millón: ¿Para qué lado ir? Era una noche muy oscura, algo envuelta en neblina, y era obvio que Roy no tenía la (66)

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más remota idea del camino a seguir. Se detuvo unos instantes y reflexionó. Había cuatro rumbos que podía elegir. Podía correr directamente camino abajo hacia el pueblo; podía subir por el sendero escabroso de la montaña; podía tomar una huella a su derecha que conducía a la turbera o podía ir por su izquierda, tomar un atajo y atravesar los campos en dirección a la caverna. ¿Qué camino debería tomar? Repentinamente sintió la soledad del lugar; lo extraño que es estar en la oscuridad y el silencio de la una de la madrugada, a unos 50 kilómetros de la estación de policía más cercana. Por un momento pensó en regresar a la casa de su tío e ir a dormir. Pero no; la oportunidad era demasiado buena como para perdérsela. No se echaría atrás. Encontraría a su "presa" aunque eso significara tener que estar despierto toda la noche y recorrer todo el camino hasta la caverna. ¿La caverna? Sí. Instintivamente eligió el camino de la izquierda y reuniendo coraje inició el recorrido por entre los campos, a paso vivo. Con la ayuda de su linterna saltó zanjas, trepó muros de grandes piedras de granito —que en el norte de Escocia sirven como cercas— y poco a poco se fue acercando a su pri-

La persecución de medianoche

•s*^~*3Sífc ^v&fífSit* A

Cuando alumbró con su linterna, Roy vio a alguien que corría.

rner objetivo: el lugar donde había encontrado el resorte de reloj oxidado. Ya había recorrido como medio kilómetro, cuando por casualidad iluminó con la linterna el camino que tenía por delante, ¡y vio que a una corta distancia había una figura borrosa que corría tan rápido como él!

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Estimulado por lo que había visto, Roy redobló su energía y corrió tan rápido como sus piernas le permitían. La siguiente vez que iluminó el camino tuvo la sensación de que estaba más cerca de su presa. Nuevamente apresuró sus pasos. Ahora estaba subiendo por la colina donde había encontrado el resorte. La figura estaba mucho más arriba y, ocasionalmente, algunas piedras que se soltaban al pisarlas caían rodando peligrosamente muy cerca de Roy. Pero eso no le importaba. Su deseo tan acariciado estaba a punto de hacerse realidad. Fue entonces que se tropezó y se cayó. Eso le hizo perder dos preciosos minutos. Cuando se levantó, la figura estaba fuera del alcance de la luz de su linterna. En vano trató de recuperar el tiempo perdido. Comenzó a correr más velozmente y, cuando ya había recorrido casi un kilómetro, se dio cuenta de que hacía mucho que debería haber alcanzado su presa; pero no, todavía no veía ni oía nada. Finalmente llegó hasta la colina al pie de la cual estaba la entrada de la caverna, ¡pero allí tampoco encontró nada! Por último, cansado y fastidiado, regresó a su casa caminando lentamente. Fue prestando atención durante todo el camino, pero bien po-

La persecución de medianoche

Roy observó el cacao con mucho cuidado. ¡Allí tenía que haber alguna pista!

dría haber ahorrado toda esa energía. Llegó al almacén alrededor de las tres de la madrugada, completamente exhausto. Pronto se quedó dormido. Al día siguiente, cuando estuvo totalmente despierto, cosa que no ocurrió sino hasta cerca del mediodía, su padre y su tío quisieron saber

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los resultados de la vigilia nocturna. La historia que la señora Maclntyre contó sobre cómo Roy se había dormido justo en el momento en que los "ángeles" llegaron, ya había llegado a sus oídos y fue motivo de algunas bromas. Pero Roy rebatió el argumento afirmando que había visto algo, y que vería mucho más antes que pasara mucho tiempo. No estaba dispuesto a decir más de lo que había dicho, y las risas sólo atizaron su deseo de encontrar una solución al misterio. Ya estaba muy cansado como para seguir "investigando" por ese día y el siguiente, y esto le dio la oportunidad de escuchar otra historia de una obra "angélica". Lo más extraño de todo era que esta historia era idéntica a una que había ocurrido poco antes de su llegada al pueblo de Longview. La pobre y anciana viuda que una vez había recibido pan, galletitas y arenques de un visitante nocturno, fue nuevamente el objeto de un acto de bondad similar, pero esta vez con el agregado de medio kilo de cacao en polvo. Roy visitó a la anciana. Como era de esperar, ella rebosaba de alegría a causa del regalo y no podía hablar de otra cosa. Con sumo tacto, Roy le hizo algunas preguntas sobre las galletitas y el cacao. ¡Allí tendría que haber algu-

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El secreto de la caverna

na pista! Luego fue a averiguar dónde últimamente se habían vendido estos artículos y a quiénes. Su tío había vendido precisamente esa misma clase de galle titas y cacao pero, por desgracia, a tantas personas que no podía recordar a alguien en particular. De modo que la pista resultó inútil. En ese momento, Roy tomó la decisión de dejar de investigar estas pistas infructuosas para dedicarse a un último gran esfuerzo, que tal como había estado pensando durante esos días, le daría mejores resultados: ¡él mismo iría a investigar la caverna! Con este fin comenzó con los preparativos, tomando la precaución de obtener una detallada descripción del interior de la caverna, especialmente en lo concerniente a la cantidad, longitud y ubicación de sus ramificados pasillos. Con la información que obtuvo de la gente del lugar dibujó un croquis y planificó una búsqueda sistemática y exhaustiva de los largos túneles y los oscuros huecos de la antigua caverna.

CAPÍTULO 8

La vaca que se ordenata por sí sola y la luz detrás de la puerta para animar a Roy en su temeraria empresa, la misma mañana que había fijado para iniciar la búsqueda, llegó a sus oídos una historia estremecedora. El viejo Sandy, el pescador cuyo remo había aparecido de una manera tan extraña, al regresar a su casa después de estar pescando toda la noche, dijo que cuando estaba haciéndose a la mar, vio algo que se movía en el frente de la caverna. No estaba lo suficientemente cerca como para ver qué era, pero sí estaba totalmente seguro de que allí había algo o alguien extraño. Como si esto fuera poco, Roy se enteró de que la noche anterior, mientras el viejo Pedro Macdonald regresaba a su casa, al pasar cerca de la caverna había vuelto a escuchar ruidos extraños que salían de ella. Era de esperar que la mayoría de los habi(73)

La vaca que se ordeñaba por sí sola

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tantes de Longview dudaran de la veracidad del relato, al recordar la infructuosa búsqueda que ya habían realizado en la caverna; pero para Roy, la noticia era de sumo interés. Se sentía más ansioso que nunca de iniciar su grandiosa expedición y apenas podía esperar para hacerlo. Sin embargo, era arriesgado. ¿Y si después de todo, los "misterios" no estuviesen relacionados y los ocupantes de la caverna resultaran ser espías o contrabandistas? Esa idea casi lo hizo echarse atrás. ¿Valía la pena correr el riesgo? Por unos instantes estuvo tentado a dejar la investigación; pero entonces recordó un viejo dicho: "El que no arriesga, no gana", y reuniendo todo el valor que pudo decidió que iría. Roy resolvió empezar inmediatamente después del almuerzo, esperando dar por finalizado todo el asunto antes de la hora de la cena; pero se demoró a causa de una anciana que llegó al almacén y empezó a relatar una historia por demás cautivante. —¡Ay, señor Wallace! —comenzó la anciana—. ¡Nunca he visto algo así en toda mi vida! Nunca, nunca. Mi vaca vieja, señor, se ordeñó por sí sola. Bueno, en realidad no quise decir eso, pero así parecía. Usted sabe lo mal que

—Mi vaca, señor Wallace, se ordeña por sí sola —dijo la anciana.

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I

El secreto de la caverna

me he sentido últimamente. Algunas veces, señor Wallace, apenas me puedo levantar; pero siempre me acuerdo de mi vieja Nancy y trato de ordeñarla periódicamente. —Entonces, señor Wallace, ayer a la mañana, cuando me sentía peor que nunca, me pareció que no iba a poder levantarme, pero finalmente lo hice. Cuando me acerqué a la puerta, encontré, ni más ni menos, que mis dos bidones de leche estaban llenos hasta el borde y junto a ellos había una notita que decía: "Esta mañana no se preocupe por Nancy". La pobrecita se detuvo para tomar aire y luego se apresuró para continuar. —Eso no fue todo, señor Wallace. Esta mañana sucedió lo mismo. Yo no tengo forma de averiguar qué ocurre porque los vecinos no saben darme ninguna información. No pueden ser los demonios por que ellos no hacen cosas buenas como éstas. Deben ser ángeles o si no... ¡fantasmas! —¿Tiene usted la nota que dejaron junto a los dos bidones? —preguntó Roy con mucho interés. —¡Eso es justamente lo más tonto que he hecho! Quise guardarla; pero, como una tonta, ¡sin darme cuenta la usé para encender el fuego junto con otros papeles viejos!

Roy reunió valor y entró en la caverna.

Roy hubiera querido investigar este hecho más detenidamente pero, como ya se había fijado un objetivo más importante, decidió dejar el caso de la vaca para después. Si la expedición de esa tarde resultaba infructuosa no tendría otra opción más que seguir esta otra pista. Creyó haber escuchado todo lo que la anciana podría decirle, la dejó continuar su conver-

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sación con el resto de los que allí estaban e inmediatamente inició su expedición. A las cuatro de la tarde estaba casi en la entrada de la caverna, parado sobre los rocosos escalones y observando el agujero oscuro al cual estaba a punto de entrar. En ese momento le pareció que era mucho más fácil planear la entrada a una caverna desconocida y probablemente deshabitada que entrar en ella. Roy sintió que sus piernas no estaban tan firmes como habían estado hacía un par de minutos. Pero al fin, la razón derrotó al miedo aunque no totalmente. Después de todo, había venido a explorar la caverna —no a quedarse mirándola— y así lo haría. Subió los escalones que le faltaban para llegar hasta la entrada y se detuvo a escuchar. No había ningún ruido excepto el sonido de las olas que rompían en las rocas de la costa. Roy encendió su linterna y una luz potente inundó el interior de la caverna. Sin embargo, no se veían más que paredes rocosas y, un poco más adelante, una bifurcación en el pasillo. En un momento tuvo un deseo casi irresistible de dar media vuelta y echarse a correr; pero, haciendo uso de una gran fuerza de voluntad, entró en la caverna con paso decidido. En

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breve llegó a la bifurcación del pasillo. Al mirar en el plano que se había hecho con toda la información que recabó de la gente del pueblo, encontró que la división estaba marcada. Después de pensar por unos instantes decidió tomar el camino de la derecha. Avanzó lentamente apuntando la luz de su linterna hacia las paredes, con el fin de observarlas con cuidado y descubrir algún rastro de ocupación reciente. Mientras tanto tarareaba una melodía para no sentir miedo. El pasillo, que poco a poco se volvía más empinado, lo condujo a un compartimento de considerable tamaño donde se detuvo. Una vez que lo examinó detenidamente, volvió sobre sus pasos y fue por otro pasillo que había pasado de largo en su camino hacia arriba. Este también resultó ser un "callejón sin salida", así que regresó a la bifurcación principal y tomó el pasillo que estaba a su izquierda. Este corredor era mucho más intrincado pues tenía recovecos y ramificaciones. En muchos casos el plano no coincidía con lo que iba encontrando y en más de una oportunidad se preguntó si debía continuar o regresar. No obstante, estaba decidido a hacer un buen trabajo y anotar todo lo que viera mientras estuviese dentro.

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Roy se acercó a la grieta más grande y miró hacia adentro.

Por el momento, casi había terminado, y no veía las horas de poner fin a esta situación de nerviosismo y poder salir "a la superficie" a respirar aire fresco y puro. Finalmente llegó al lugar que los pescadores llamaban "el derrumbe". Y en verdad parecía un derrumbe: en ese sector el pasillo tenía una forma diferente y por todo el suelo había pe-

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queños y grandes trozos de piedra de granito. Roy alumbró con su linterna en todas las direcciones, tratando de ver cuidadosamente todo lo que había a su alrededor. Sin lugar a dudas, este sector del pasillo era totalmente diferente de todo lo que había visto hasta el momento. Cierta porción de la pared era lisa y completamente distinta del resto de las paredes que allí había. Parecía que también era de piedra, sin embargo... Roy se acercó para ver mejor. ¿Qué era eso? Alumbró directamente hacia ese lugar. ¡Era una cuerda! Cuando fue a tomarla con sus manos se dio cuenta de que no podía moverla porque estaba adherida a la pared. Empezó a tirar de la cuerda con todas sus fuerzas. De repente, escuchó un ruidito, como si se hubiera abierto algo. Entonces, para su sorpresa, una parte de la pared se movió. Era una pequeña puerta que al abrirse le mostró un pasillo secreto. ¡La pesada puerta era de madera de roble y estaba pintada de tal manera que parecía una piedra! Pasaron unos minutos hasta que logró recuperarse de su asombro. Luego, una vez que verificó que la puerta no se cerraría tras él, siguió por el camino que alumbraba su linterna. Este túnel era mucho más pequeño que los

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otros. Por momentos su cabeza tocaba el techo. En algunas partes el pasillo era tan estrecho que apenas había lugar para caminar cómodamente. La longitud de este pasillo era sorprendente, y cuanto más avanzaba más ganas tenía de dar media vuelta y regresar. En un momento pensó que quizá ya había recorrido más de medio kilómetro y cuando estaba apunto de abandonar su búsqueda e irse, escuchó unos ruidos que lo dejaron paralizado de miedo. Sin embargo, como parecían venir de lejos decidió avanzar con cautela y ver de donde provenían. Para que no lo descubrieran apagó su linterna y, en medio de la oscuridad, avanzó a los tropezones. Los sonidos se oían cada vez mejor, aunque no eran muy claros por la distancia. Roy caminó tan rápido como pudo. De repente, al doblar una curva del pasillo, ¡se encontró frente a una puerta desvencijada que por entre sus grietas dejaba ver una luz brillante! Temblando de pies a cabeza, pero animado por la idea de que el éxito de su expedición era inminente, se acercó silenciosamente a la puerta, buscó una de las grietas más grandes y a través de ella miró hacia adentro.

CAPÍTULO 9

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oy casi se cayó de espalda cuando sus ojos vieron lo que había detrás de la puerta. El pasillo angosto se había convertido en un compartimento bastante grande. En el medio de ese recinto había una mesa junto a la cual había dos sillas viejas. En una esquina había un pequeño fuego que ardía en una chimenea improvisada y en la esquina opuesta, un montón de mantas y tapetes. Sobre la mesa había una lámpara de aceite y algunos alimentos. Sentados en las sillas junto a la mesa, devorando ansiosamente los sabrosos alimentos, estaban ni más ni menos que ¡Osear y Bruno! Roy no podía dar crédito a sus ojos; pero allí estaban los dos muchachos, lo creyese o no. Olvidando por el momento el lugar tan extraño en que se encontraba gritó: —¡Hola, Osear! (83)

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Los dos muchachos saltaron como si hubieran recibido una descarga eléctrica y se precipitaron a la puerta que estaba en el extremo opuesto del compartimento. Creyeron haber escuchado un rugido que provenía del oscuro pasillo y el miedo se apoderó de ellos. Roy apoyó todo su cuerpo sobre la puerta y ésta se abrió hacia adentro. Entonces volvió a gritar diciendo: —No se asusten; soy Roy Wallace. ¡Regresen! Los dos muchachos regresaron pálidos y temblando, mirando a su amigo con ojos desorbitados. —¿Cómo diablos hiciste para llegar hasta aquí? —le preguntaron. —¿Y qué diablos hacen ustedes aquí? —gritó Roy. Y eso fue todo lo que pudieron decirse. La verdad es que les llevó un buen rato calmarse lo suficiente como para poder volver a hablar razonablemente. Sin embargo, ayudó mucho el hecho de reanudar la merienda, pero esta vez en compañía de Roy. La comida pronto desapareció y los tres muchachos acercaron sus sillas a la chimenea y se pusieron a aclarar lo sucedido. —Así que por fin nos atrapaste —dijo Osear

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riéndose—. Yo sabía que algún día lo harías, porque te vi muy decidido a hacerlo. Pero nunca imaginé que nos descubrirías aquí, en nuestro escondite. —Bueno, me costó mucho trabajo —contestó Roy—. Ustedes cubrieron muy bien el rastro. Realmente había empezado a creer que era Roberto Malcomí. —Es interesante que nos hayas descubierto esta noche —dijo Bruno—. Si no nos atrapabas hoy, nunca lo hubieras hecho, porque hoy recibimos una carta de nuestro padre diciendo que regresa a casa la semana próxima, lo que, por supuesto, pone fin a toda esta aventura. —¡Justo a tiempo, ¿no?! —exclamó Roy—. Eso me pone muy contento. Pero díganme, ¿cómo hicieron para encontrar este lugar? —¡Eso fue un gran descubrimiento! —contestó Osear—. Lo descubrimos hace unos meses y no le contamos nada a nadie, pensando que algún día podríamos aprovecharlo. —Un día estábamos jugando en la colina cuando, de repente, Bruno tropezó con algo. Cuando se agachó para ver qué era encontró un pequeño trozo de hierro que salía del suelo y estaba bien cubierto de hierba. Intentó sacarlo pero no pudo; entonces fui a ayudarlo. De inmediato, después de forcejear un poco, se

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desprendió un trozo de tierra —que estaba adherido a una tabla— y allí apareció una abertura. Conseguirnos velas y nos deslizamos hasta llegar aquí. Tapamos muy bien la entrada que está en la colina para que nunca nadie pudiera descubrirla. —Pero, ¿y la otra entrada, la que encontré? —preguntó Roy. —Ah, eso vino después. Salimos por la otra puerta que hay en esta habitación y seguimos por el pasillo. Nos costó mucho trabajo abrir la puerta que da a la caverna. Incluso la rompimos un poco; pero traté de arreglarla lo mejor que pude y le puse una cuerda para que sea más fácil abrirla del otro lado. Eso fue lo que asustó al viejo Pedro Macdonald. Me sorprendió saber que el ruido que hacíamos al martillar hubiera llegado tan lejos. ¡Pero el viejo Pedro tiene un oído muy sensible! —¿Iban a la entrada principal de la caverna a menudo? —preguntó Roy con gran interés. —No muy a menudo; el camino es muy largo. Anoche estuvimos allí. Una vez, después de tu llegada te vimos parado sobre una roca mirando directamente hacia donde estábamos. ¡Mi madre, cómo corrimos! ¡Y vaya que nos costó hacernos los despreocupados cuando poco después llegaste a nuestra casa y nos enLos dos muchachos saltaron de sus asientos y huyeron despavoridos.

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contraste lanzando piedras a esa botella! —Pero ahora —interrumpió Roy cuyo entusiasmo iba en aumento a medida que encontraba solución a cada uno de sus interrogantes— lo que quiero saber es si ustedes dos son los responsables de todos los "milagros" que ocurrieron en el pueblo durante las últimas semanas. —¡Ah, quieres saberlo todo, ¿no?! —dijo Osear—. Bueno, Bruno, supongo que será mejor que se lo digamos, ¿no? Bruno asintió con la cabeza. —Siendo que nos atrapaste casi con las manos en la masa —continuó Osear—, supongo que debemos confesar. Sí, éramos nosotros. Y nos divertíamos mucho al ver que sospechabas de Roberto porque sabíamos que nunca nos descubrirías en tanto desconfiaras de él. —Cuéntenme más —pidió Roy—. ¿Tuvieron algo que ver con el bote que todos daban por robado? ¿Cómo hizo el caballo para entrar a su establo y como le hicieron llegar la comida a la viuda? ¿Cómo hicieron para devolver el chaleco salvavidas y el remo del viejo Sandy? Ah, y también cuéntenme lo de la cena del viejo Pedro Macdonald, la turba de la señorita Mackay, el bote del "viejo Corkey", la silla de ruedas de Jimmy, la ventana del doctor MacGre-

Uno por uno, cada misterio se iba aclarando.

gor, la campana de la capilla, el cortaplumas de mi tío, la mesa de la señora Maclntyre; y lo del reloj, y la vaca, y todo eso. ¡Cuéntenme todo! —¡Mi madre! ¡Vamos a estar aquí hasta la medianoche! —exclamó Osear—. Todo fue muy sencillo pues nadie sospechó de nosotros, ni

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siquiera tú. —Como mamá y papá no estaban en casa, todos pensaban que nosotros nos acostábamos temprano y trancábamos la puerta por miedo a los "fantasmas". Pero no hacíamos eso. Algunas veces dormíamos en casa y otras aquí, como verás por las mantas. ¿Te acuerdas de mi respuesta cautelosa cuando nos preguntaste dónde dormíamos? —Sí, ahora lo recuerdo; tu respondiste: "Dormimos como troncos". —Siempre fui cuidadoso para no decir una mentira, ni siquiera para encubrir nuestra aventura. Algunas veces dormíamos de noche pero otras no, y veníamos aquí para recuperar las horas de sueño atrasadas. Así que cuando nos parecía que ya se habían dormido todos comenzábamos a trabajar. Mediante la bondadosa ayuda de Dios encontramos una buena cantidad de cosas que se habían perdido; aunque en algunos casos nos llevó horas y horas de búsqueda. —El bote que todos creyeron que había sido robado debe de haber sido arrastrado por la corriente en medio de la tormenta. Por casualidad lo encontramos durante una de nuestras expediciones por la costa. Se había golpeado contra una roca y se había agujereado en uno

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de sus lados. Logramos remolcarlo hasta la playa y allí lo reparamos sin demora. Luego lo regresamos a su lugar. Y todo esto, por supuesto, lo hicimos en la oscuridad de la noche. —En cuanto al caballo, lo encontramos perdido en las montañas. No fue difícil regresarlo al establo, pero relinchaba tanto que creímos que nos iban a descubrir. —Al chaleco salvavidas y al remo los encontramos en un lugar alejado, junto a la costa, cierta vez que fuimos de pesca. Nos divertimos muchísimo tratando de empujar el remo por la ventana del viejo Sandy; pero recién al otro día nos enteramos de que ¡había caído sobre su pecho! —Ahora pasemos a la historia de la turba de la señorita Mackay. Obviamente fuimos nosotros los responsables de que la turba fuera a parar al muro que está detrás de la casa; pero nunca nos imaginamos que no la buscaría allí. ¡Y entonces fue cuando nos viniste a ver para que fuéramos a buscarla! ¡Cómo nos reímos de eso! —¿Y qué me dicen del bote que recubrieron con brea? —preguntó Roy. —Esa fue mi idea —dijo Bruno—. Vi cuando tú y el "viejo Corkey" comenzaron a hacerlo y cuando él se empezó a sentir mal. De modo

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que le dije a Osear y pronto acabarnos la tarea. —Después vino lo del reloj. Yo lo torné, lo traje aquí y lo arreglamos entre los dos. Le faltaba un resorte, pero le pusimos otro que encontramos en un reloj destartalado que tenemos en casa. —¿Ustedes perdieron el resorte de ese reloj? —preguntó Roy. —Sí, ¿por qué? —Aquí está —dijo Roy con aire triunfal, sacándolo de su bolsillo—. Lo encontré en la colina, supongo que no muy lejos de su entrada secreta. ¡Si tan sólo hubiera observado un poco más de cerca la hubiera encontrado! —¡Si hubieras...! —rió Bruno—. Después vino lo de la ventana del doctor MacGregor. —¡Ah, explíquenme eso! —dijo Roy—. ¿Cómo hicieron para enterarse de que la ventana estaba rota? —Casualmente Osear pasó cerca de la casa del pastor poco después de que cayera el árbol. Vio que una rama había roto el vidrio de la ventana y se acordó de que en el taller de mi casa había un vidrio de la misma medida —es que aquí todos los vidrios tienen un tamaño estándar—. De modo que decidimos arreglar la ventana. Eso fue fácil, pero la campana nos costó mucho trabajo. En medio de la oscuridad

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subimos hasta el campanario y con nuestras linternas nos pusimos a analizar el mecanismo de funcionamiento. Entonces descubrimos el problema. De alguna forma la cuerda se había atorado en algo, y cuando logramos aflojarla, la campana volvió a sonar de maravilla. Y la verdad es que no pudimos resistir la tentación de hacerla sonar un par de veces. ¡Era tan divertido! —¡La escuché! —dijo Roy—. Despertó a medio pueblo. Aquella vez fue que vi sus pisadas. —¿De verdad? —preguntó Osear. —Sí —respondió Roy—, pero no pude seguirlas por mucho tiempo porque desaparecían en un gran charco de agua. —¡Ja, ja, ja! —se rió Bruno—. Nosotros pasamos por ese charco a propósito para borrar nuestras huellas. Ahora te vamos a contar lo de la silla de ruedas de Jimmy. —Esa fue obra de Osear. Es un excelente carpintero, ¿lo sabías? Y ¿te acuerdas que te dije que el papá de Roberto Malcomí es carpintero? Es verdad; pero te lo dije para despistarte. Roberto ni siquiera puede clavar bien un clavo. —Me parece que no sabías que soy carpintero —dijo Osear—. Bueno, pero hice un buen trabajo, ¿no? El mejor de todos fue el de la mesa de la señora Maclntyre. Fue simplemente

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excelente —especialmente porque nos estabas persiguiendo. ¡Qué contentos nos pusimos cuando vimos que los arbustos que había junto a la puerta del frente cubrían nuestros movimientos! —¿Por qué no terminaron el trabajo la primera noche? —preguntó Roy. —Es que no teníamos suficientes tornillos. —contestó Osear. —¡Eso fue lo que pensé! —exclamó Roy. —Siguiendo con las explicaciones, ahora viene lo de la vaca —continuó Osear—. Creo que no hay mucho que decir excepto que fuimos nosotros quienes la ordeñamos, teniendo cuidado de que nadie nos viera. —Bueno —dijo Roy, una vez que todos los "misterios" fueron aclarados—, ¡ustedes sí que se divirtieron a lo grande con toda esta aventura! Pero díganme, ¿por qué lo hicieron? —Me imaginé que lo ibas a preguntar —respondió Osear—. Por muchas razones. Queríamos usar nuestro escondite para hacer algo interesante, algo altruista en lo posible. También queríamos usar bien el tiempo libre que íbamos a tener durante la ausencia de nuestros padres. Después de discutirlo por un rato se nos ocurrió este plan: ayudar a los pobres y necesitados del pueblo en todo lo que estuviera

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a nuestro alcance. Pensamos que sería magnífico poder llevar un poco de alegría y alivio a estas personas, antes de que ya no estén entre nosotros. Además, tú conoces esa frase: "Todo lo que hicieron..." —Exactamente —dijo Bruno—. Pensamos que era hora de poner en práctica lo que Jesús nos enseña: alimentar al hambriento, ayudar a los pobres, alegrar a los tristes. Así como él mismo dijo: "Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron". Sin embargo, decidimos hacerlo tratando de evitar los agradecimientos que a veces nos hacen sentir incómodos por-

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que no sabemos qué decir. —Eso es verdad —dijo Roy—. Estoy seguro de que la gente del pueblo les estaría muy agradecida y buscaría la forma de demostrárselo si supiera que ustedes dos eran los que estaban detrás de todo esto. La mayoría cree que todas estas cosas buenas las hicieron los ángeles. —¡Nosotros ángeles! —dijo Osear riéndose—. En cuanto a los agradecimientos, no nos interesan ni un poquito. Lo único que nos importa es saber que nuestro plan ha tenido éxito en aliviar a los necesitados. Supongo que ahora que papá va a volver no tendremos la oportunidad de continuar con nuestro plan; al menos no de esta manera tan particular. Sin embargo, no podemos negar que estas semanas que pasaron fueron las mejores y las más felices de nuestra vida. Y así, los tres muchachos continuaron conversando y recordando una y otra vez sus aventuras, hasta que el fuego de la chimenea se extinguió y la luz de la lámpara comenzó a apagarse; dos de ellos sintiéndose felices porque sus esfuerzos para animar e iluminar a algunas personas solitarias habían sido valorados, y el tercero alegrándose porque al fin había podido resolver el misterio de la caverna.

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