El Romanticismo Musical Colombiano
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El Romanticismo Musical Colombiano de lo escuchado y sentido entre el dolor de la guerra y la pasion de los artistas...
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EL ROMANTICISMO MUSICAL COLOMBIANO De lo escuchado y sentido entre el dolor de la guerra y la pasión de los artistas
Generalidades históricas Una vez disuelta la Gran Colombia en 1831, y dentro de los procesos de reorganización del Estado, el general Francisco de Paula Santander, promovió en su calidad de Presidente una reforma de la educación. Se abrió entonces la Escuela de Música y Dibujo en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, institución que había sido fundada en 1653, bajo los auspicios de fray Cristóbal de Torres. Entre 1833 y 1834, se dictaron clases de piano, violín, guitarra, flauta y canto. Como director fue nombrado Eugenio Salas (Bogotá, 1823 – 1853), quien además de abogado, fue músico, organista y colaboró con el coro de la iglesia de Santo Domingo. En compañía de Francisco Londoño, guitarrista antioqueño radicado en la capital, dictaban clases de música. La Sociedad Filarmónica (1846-1857) es la institución que preside la vida musical de mediados de siglo XIX en Bogotá y a ella estuvo vinculada la mayoría de figuras de alguna significación en la vida musical de la época. Fue su fundador Henry Price (Londres, 1819 – New York, 1863). Sus estudios de música y pintura le permitieron permitieron desarrollar una extensa labor como maestro. Tocaba violín, arpa y piano y realizó numerosos conciertos como director de la Orquesta de la Sociedad. Poseía suficientes cualidades y conocimientos técnicos como pintor, razón por la cual fue vinculado a la Comisión Corográfica, creada en 1850 por el Gobierno y confiada a la dirección de Agustín Codazzi. Price había llegado a Bogotá hacia 1841 como dependiente de una casa comercial. De su trabajo como compositor, iniciado a partir de 1836, se conservan 38 obras. Sus inquietudes de orden artístico lo llevaron a crear la Sociedad Filarmónica, a pesar de las enormes dificultades políticas, económicas y sociales de la época. Esta institución inició sus labores el 11 de noviembre de 1846, con un programa musical dirigido por el mismo Price al frente de una pequeña orquesta. Se proponía, según expresan sus estatutos "fomentar y generalizar el gusto por la música", tarea que cumplió a través de conciertos realizados con intervalos de seis semanas aproximadamente y por espacio de 11 años consecutivos, según se registró en el libro de actas de la institución.
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Tomado, con algunas modificaciones del texto “Colombia”, en Diccionario de la Música Música Española e Hispanoamericana. Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Musicales-Sociedad Musicales-Sociedad General de Autores y Editores-Ministerio Editores-Ministerio de Educación y Cultura-Fundación Autor, 2000.
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La Sociedad llegó a tener vinculados suficientes integrantes activos para conformar una orquesta de cerca de cuarenta músicos, que para la época es sorprendente. Además, se contaban como directores los señores Nicolás Quevedo Rachadell, José Joaquín Guarín (1825-1854) y Manuel Antonio Cordovez. Dice Andrés Martínez Montoya que "a juzgar por los programas de la Sociedad, el gusto por los compositores dramáticos italianos se encontraba por entonces en su apogeo". No obstante, esta sociedad incluyó dentro de los programas de sus conciertos varios quintetos y sinfonías de Beethoven, un quinteto de Mozart, la Sinfonía turca de Haydn, y obras de Rossini, Bellini, Mercadante, Donizzetti, Weber, Auber y Strauss. Estrenaron la Canción Nacional y La Romanza de José Joaquín Guarín y una Obertura Triunfal de Henry Price. La Sociedad quiso extender sus funciones a la fundación de una escuela de música en 1848, sobre la cual no se conocen mayores detalles. Price emigró a Nueva York en 1854 y con su ausencia, la Sociedad Filarmónica se agotó. Es muy numerosa la lista de colaboradores de la Sociedad Filarmónica. Entre ellos se destacaron Mariano de la Hortúa y sus hijos. En 1826 fundó en la vecina población de Zipaquirá una Academia de Música, en la cual se dictaban clases de piano, órgano, violín, flauta y clarinete. Radicado en la capital, tuvo como principal ocupación la afinación y reparación de pianos. Cuenta José Caicedo y Rojas que el señor Hortúa "conocía todos [los pianos] que había en esta ciudad allá por los años de 50, tuvo la curiosidad de hacer un censo exacto de ellos, el que dio por resultado la enorme cifra de más de dos mil." Y más adelante, explica: “El hecho es que por cualquier calle de esta ciudad, aún de las más excusadas, por donde uno pase, oye tocar un piano, siquiera haciendo escalas". La cifra ha sido ampliamente comentada en cuanto estudio se refiere a la música en la ciudad, más cuando las cifras aproximadas calculan para entonces, una población total urbana de 60 mil habitantes. Y siguiendo el artículo de Caicedo y Rojas, hoy sería igualmente válida la pregunta formulada por el escritor: "Pero tal abundancia de pianos, ¿en qué ha venido a parar?. Hay una docena de señoritas que aman de veras la buena música, la conocen, la interpretan, están familiarizadas con la estética del arte"; "luego vienen las muchedumbres de polkistas, pasillistas y bambuquistas, turbas angélicales llenas de ilusiones, que nunca salen de la clase de cachifa, ni quieren aprender más que los nominativos". Entre los hijos de Mariano de la Hortúa, se destacaron como músicos Francisco José, violinista y director de orquesta; Juan, contrabajista, que dio continuidad al oficio del padre; Tiburcio, fagotista y Ruperto, timbalista, quienes igualmente figuraron en la lista de músicos de la Sociedad Filarmónica. Santos Quijano (c 1807 – c1892), chelista, organista y compositor, fue integrante activo de la Sociedad Filarmónica. Durante varios años fue Maestro de Capilla de la Catedral de Bogotá en la que se conservan varias de sus obras. Manuel María Párraga (c1826-
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c1895), fue célebre pianista y uno de los más populares compositores del siglo XIX en Colombia. Fue el primero de ellos que dedicó no pocos esfuerzos a incorporar a la música cultivada los motivos, las melodías y los ritmos de origen popular. Por esta época existió también una Sociedad Lírica, cuyos propósitos se asemejaban a los de la institución fundada por Price. Fue su fundador José Joaquín Guarín, quien creó en 1845 una escuela de música, junto con el guitarrista antioqueño Francisco Londoño. La Sociedad Lírica dedicó sus esfuerzos al estudio de la música religiosa y a su ejecución en los principales templos de la ciudad. En su repertorio incluyó la Misa Imperial de Haydn, estrenada a propósito del primer aniversario de la Sociedad, acontecimiento muy destacado en la prensa local. Sobre las labores de esta institución no se tienen noticias, aparte de su desaparición por la muerte de Guarín. Posteriormente se creó la Unión Musical el 11 de noviembre de 1858, por iniciativa de Manuel María Párraga y Alejandro Linding, en un intento por reanudar las tareas que había desarrollado la Sociedad Filarmónica. No se conoce ninguna documentación que de cuenta de la actividad que pudo cumplir esta institución. Una década más tarde, en 1868, se fundó la Sociedad Filarmónica de Santa Cecilia, que contó con el apoyo de autoridades civiles del Estado de Cundinamarca y autoridades eclesiásticas, que se propusieron la creación de un coro polifónico de voces infantiles que atendiera las necesidades de la iglesia de San Carlos. Se cuenta dentro de las iniciativas de dicha institución, la importación de un órgano para la iglesia. Además, se expresa en su reglamento que es necesario "pedir buena música para impedir la incalificable costumbre de tocar trozos de ópera y música profana en el templo". En 1886, José Caicedo y Rojas se quejaba de la situación de la música religiosa así: Y ya que hablamos de funciones religiosas, vengamos a la música del templo. Es la música sagrada, la música seria y solemne la que allí se ejecuta? Ah, cuántas veces en las más solemnes festividades, en el acto de una comunión en que centenares de personas se acercan al altar santo, se oyen resonar en el coro -siempre con el pistón- los dolorosos acentos de Lucía en su delirio, o las profanas melodías de Traviata en aquel 'addio'.
En casi veinte años, no había cambiado entonces la usanza en el repertorio musical de las iglesias. Es oportuno destacar igualmente a la familia encabezada por Juan de la Cruz Figueroa constituida por varios compositores e instrumentistas, algunos de los cuales desarrollaron sus actividades musicales ya en el
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siglo XX. Entre ellos se destacaron Fernando e Ignacio Figueroa Domenech, hijos de Juan de la Cruz. El primero se distinguió especialmente por los conocimientos profundos que tenía como ebanista y fabricante de instrumentos musicales que elaboraba en compañía de David Mac-Cormick, norteamericano radicado en Bogotá. Fue clarinetista de la orquesta de la Sociedad Filarmónica. Ignacio Figueroa, fagotista, también fue integrante de la orquesta de la Filarmónica. Hacia 1870 estaba dedicado a la enseñanza de la música en las escuelas públicas de Bogotá. Fue el responsable de la educación musical de varios de los integrantes de su familia y compuso una Canción Nacional, cuya partitura no se conserva. Daniel Figueroa Pedreros, hijo del anterior, se educó en el Conservatorio de París como pianista e interpretaba también el contrabajo. Andrés Pardo Tovar sugiere que el grupo integrado por Julio Quevedo Arvelo, Joaquín Guarín y Vicente Vargas de la Rosa, músicos, el poeta Diego Fallon y el escritor Juan Crisóstomo Osorio y Ricaurte, constituyen los mejores representantes de un romanticismo en Colombia y sin duda, fueron figuras relevantes en su época.
Julio Quevedo Arvelo (Bogotá, 1829 - Zipaquirá, 1897), hijo del músico Nicolás Quevedo Rachadell, fue una de las figuras más interesantes y trágicas de la época. Dadas las limitaciones impuestas por un defecto físico que le impedía caminar, Quevedo perfeccionó sus estudios musicales en forma autodidacta, estudiando las partituras que llegaban a sus manos. Fue director de coro, además de haber colaborado en la dirección de pequeñas agrupaciones orquestales y bandas militares. Fue el fundador del Sexteto de la Armonía que pretendía "difundir e implantar la música de cámara". Compuso varias misas, entre las cuales se destaca la Misa Negra, además de otras obras de carácter religioso, que en su mayoría fueron destruidas por el propio compositor. Quevedo se dedicó a viajar y después de sortear grandes dificultades de tipo personal, se vinculó a la Academia Nacional de Música, en la cual fue profesor de armonía y composición.
José Joaquín Guarín, ya mencionado, fue pianista y director de orquesta además de compositor. Entusiasta colaborador de la Sociedad Filarmónica, fue el alma de la Sociedad Lírica hasta su prematura muerte.
Vicente Vargas de la Rosa (Mompós, 1833 - La Unión, 1891). Fue flautista y profesor de música de larga trayectoria, y que fue vinculado a la Academia Nacional de Música en 1882. Esta es una figura profundamente atrayente por su extensa formación humanística, escribió una Teoría de la Música, que se utilizó por muchos años como texto. Formó parte del Sexteto de la Armonía con el que realizó numerosos conciertos, serenatas y veladas musicales. En su repertorio incluyó obras de Beethoven, Mozart, Mendelssohn y Schumann. “Fue notable profesor de flauta, y a pesar de no
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ser pianista ejecutante fue profesor de piano y formó discípulos excelentes, como la señora Teresa Tanco de Herrera”, apunta Jorge W. Price. A Juan Crisóstomo Osorio y Ricaurte, escritor, se debe el que podría considerarse primer estudio sobre la música en Colombia, publicado bajo el nombre de "Breves Apuntamientos para la Historia de la Música Colombiana", en la revista Repertorio Colombiano, en 1879. Su labor resulta muy meritoria en tanto que no era historiador ni un verdadero investigador; su texto incluye una serie de datos de la mayor importancia para la reconstrucción de la historia musical. Dos figuras más tienen gran importancia para el desarrollo musical del país en las últimas décadas del siglo XIX: José María Ponce de León, José Caicedo Rojas y Jorge Wilson Price.
José María Ponce de León (Bogotá, 1846 – 1882) e inicialmente fue discípulo de Saturnino Russi y Juan Crisóstomo Osorio. En 1867 fue enviado a estudiar al Conservatorio de París, en el cual permaneció cuatro años. Allí fue discípulo de Charles Gounod y de Ambrosio Thomas. En 1871, la guerra franco-prusiana lo obligó a regresar a Colombia. Por razones no establecidas claramente, Ponce de León debió batallar contra un medio musical profundamente hostil a su trabajo. Dirigió por un tiempo la Banda de Bogotá, para la cual escribió varias obras ligeras, muchas de ellas inspiradas en aires populares que se presentaban en los conciertos al aire libre o retretas realizadas en el parque de Santander en Bogotá. Escribió dos óperas: Ester , 1874, basada en temas bíblicos y Florinda, estrenada en 1880 y basada en la leyenda de La Cava, la vieja tradición española sobre la conquista de los moros. Escribió también la Sinfonía sobre Temas Colombianos en 1881.
José Caicedo Rojas, músico aficionado, tocaba el cello en la orquesta de la Sociedad Filarmónica y fue mencionado a propósito de los cuartetos que se realizaban a manera de veladas musicales. Escritor de costumbres y dramaturgo, publicó entre otros artículos, uno titulado "El estado actual de la música en Bogotá" (El Semanario, 1886). Entusiasta colaborador de empresas culturales, apoyó decididamente la fundación de la Academia Nacional de Música, emprendida por Price y fue su primer presidente, además de director en 1885. Caicedo murió el 20 de octubre de 1898 en Bogotá. Jorge Wilson Price Castello, hijo de Enrique Price, nació en Bogotá en 1853. Se educó en Nueva York, ciudad a la cual emigró la familia en 1854. Arquitecto de profesión, poseía conocimientos musicales. Regresó a Bogotá y hacia 1875, emprendió la difícil tarea de revivir la Sociedad Filarmónica que había creado su padre. Fundó el Coro de la Iglesia Parroquial de las Nieves en 1878, que contaba con "18 o 20 ejecutantes", según sus
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palabras. Seguramente por estos años debió constatar la carencia de instituciones que atendieran la formación académica en la música y logró fundar en 1882 la Academia Nacional de Música, nombre bajo el cual funcionó hasta 1910 en que cambió su nombre por el de Conservatorio Nacional. La figura de Jorge Price está profundamente relacionada con el devenir de la Academia. Hombre de una gran constancia, debió vencer numerosas dificultades para conseguir del Estado un respaldo económico que permitiera la continuidad de las labores de la institución. Dotado de un gran sentido pedagógico más que de conocimientos estrictamente musicales, se dio personalmente a la tarea de traducir varios tratados sobre música, que permitieran un mejor desarrollo de la enseñanza musical. Contó con la colaboración de numerosos músicos, algunos de los cuales ya han sido mencionados. La Academia fue creada en forma oficial el 31 de enero de 1882, mediante acto legislativo firmado por el Presidente Rafael Núñez. Desde 1884, solicitó insistentemente ante el Gobierno Nacional que la institución como escuela, fuera parte integrante de la Universidad Nacional, bajo el convencimiento de que la profesión de la música debía estar respaldada por un título universitario. "La Academia de Música, como todas las academias del mundo, necesita que el gobierno le dé prestigio y fuerza moral ante la sociedad, para que ésta le dispense la confianza y el respeto que constituyen la autoridad en los cuerpos docentes_", escribía en el Anuario de la Academia Nacional de Música, en 1891. La institución debió sortear enormes dificultades financieras en sus años iniciales. Sirva de ejemplo que a raíz de la guerra civil de 1885, los profesores siguieron dictando sus clases aun sin reconocimiento salarial alguno. Dentro de sus labores habituales se presentaban conciertos en los cuales intervenían alumnos y profesores. Los programas iniciales demuestran la ejecución de obras de mediana calidad musical, pero en años subsiguientes, fueron introduciéndose en forma paulatina obras de mayor importancia. La Sinfonía militar de Haydn, el Rondó caprichoso de Mendelssohn, la Fantasía húngara para piano y orquesta de Liszt, varias obras de Mozart, fueron incluidas dentro de las programaciones de los conciertos. En 1898 se tocaron la Chacona de J. S. Bach, la Sonata "Kreutzer" de Beethoven, el Concierto para violín de Mendelsson, lo que da una idea de los progresos de la Academia como centro de formación. Los programas de los conciertos incluyeron obras de los compositores colombianos, muchos de ellos alumnos de la misma. Sin duda, en este centro docente se educó la mayoría de los músicos que ya en el siglo XX constituyen las figuras de importancia en el panorama musical colombiano: entre ellos bien vale destacar a Santos Cifuentes, a Guillermo Uribe Holguín y a Andrés Martínez Montoya. Por otra parte, la Academia ejerció una profunda influencia en el medio musical nacional dado que a raíz de su existencia se fundaron las Escuelas de Música de Santa Marta, Ibagué, Tunja, Medellín y Cartagena, algunas de las cuales incorporaron como profesores a varios egresados de la Academia Nacional de Música.
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En 1889 se vinculó como profesor Honorio Alarcón, nacido en Santa Marta en 1859 y educado en el Conservatorio de París y posteriormente en Leipzig. En criterio de varios de los historiadores de la música en Colombia, Alarcón fue el primer pianista virtuoso y de enormes capacidades técnicas que pueda registrarse para el país. Dirigió la Academia Nacional de Música, una vez que se reiniciaron las labores en 1905 y superadas las dificultades ocasionadas por la guerra de los Mil Días. Introdujo una serie de reformas bastante interesantes para la época en la institución. Inexplicablemente fue relevado del cargo en 1909. Falleció en Bogotá en 1920. Es importante recordar la figura del sacerdote Carlos Umaña Santamaría, nacido en Bogotá en 1862, quien ocupó el cargo de Maestro de Capilla de la catedral de Bogotá por algunos años. Recibió educación musical de París y su formación eclesiástica en Roma. Umaña fue un organista notable, que compuso una serie de Valses de Concierto, un Cuento Árabe, poema pianístico y una Misa. El padre Umaña murió en Bogotá en 1917. Dentro de la historia musical conviene incluir las referencias de las obras que conforman la bibliografía correspondiente al siglo XIX, que fue recopilada y analizada por Andrés Pardo Tovar en la Historia de la Música en Colombia . De un total de 31 obras, 24 son textos de referencia general para el aprendizaje de la música; 3 a la enseñanza del piano; 1 para canto; 1 para cítara; 2 para instrumentos populares (tiple, bandola y guitarra). La primera de estas obras fue publicada en 1858, en Bogotá. Resulta interesante la historia de las canciones nacionales que precedieron al Himno Nacional de Colombia. El español Francisco Villalba, que había venido al país al frente de una compañía de teatro en el año de 1836, compuso la que ha sido considerada primera canción nacional, estrenada para el 20 de julio de 1837. José Caicedo apunta que "hizo grande efecto y luego se repitió varias veces, llegando a ser tan popular que todo el mundo lo sabía de memoria". Por esa época fue popular igualmente una obra con música de Gabriel Pons y letra de Lorenzo María Lleras, ensayo de himno que tampoco perduró. En 1847 la Orquesta de la Sociedad Filarmónica estrenó la Canción Nacional compuesta por Enrique Price y dos años después, la misma agrupación interpretó el himno compuesto por José Joaquín Guarín, con letra de José María Caicedo. Esta última obra se cantó durante varios años, hasta que en 1873 se estrenó un himno compuesto por Daniel Figueroa, con un texto tomado de varias poesías de carácter patriótico de Martín Lleras, Santiago y Lázaro María Pérez, José María Samper, Manuel María Madiedo, José María Pinzón Rico y Julio Arboleda. Solamente hasta 1882, fue compuesta la música del actual himno por el compositor Oreste Sindici, con texto de Rafael Núñez. A propósito de la historia del Himno Nacional, se mencionó la labor de la generación de educadores que en los años 70 emprendió la labor de revisión de la educación básica primaria, en la cual se introdujo por primera vez la formación en el campo musical. Además de Oreste Sindici,
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Ignacio y Daniel Figueroa y el poeta Rafael Pombo dedicaron parte de sus esfuerzos como compositores, a la elaboración de obras sencillas que sirvieran a los propósitos educativos. Existe la edición de la Colección de
canciones fáciles para el uso de las escuelas del Estado de Boyacá, compuesta por Carlos M. Torres, fechada en Tunja en 1880. José Ignacio Perdomo Escobar sugiere que hacia esa fecha debió ser publicado igualmente el Himno Antioqueño, con letra de Epifanio Mejía y música del poeta Gonzalo Vidal. Y con posterioridad, han sido publicadas varias colecciones de canciones infantiles con sentido patriótico: entre ellas la Biblioteca Aldeana de Colombia, un Cancionero Escolar, la colección de cantos patrios editada en Popayán por los Hermanos Maristas en 1921, la edición de Jeremías Quintero en 1951 y la obra de Luis Emilio Rivera Elementos de pedagogía y didáctica musical, publicada en 1952, que contiene una selección de cerca de cien canciones, entre las cuales se encuentran varias obras de carácter popular. Durante el siglo XIX se realizó una actividad musical a cargo de artistas extranjeros, que en modo alguno puede desvincularse de la historia musical del país. En 1836 vino la primera compañía dramática que se presentó en el país, a cargo de Francisco Villalba, mencionado anteriormente. Entre su elenco incluyó a un par de cantantes que presentaron una serie de canciones que fueron muy populares en su época. Villalba regresó en 1848 con una compañía de ópera que puso en escena, El Trovador, El Califa de Bagdad, El Barbero de Sevilla, Lucía de Lammermoor y La Italiana en Argel. Actuó como director musical el venezolano Atanasio Bello Montero. Según los comentarios de la prensa local de Bogotá, no siempre los cantantes y la compañía de ópera recibieron los mejores comentarios. El Coliseo Ramírez, teatro establecido desde 1792, pasó a ser propiedad de Bruno Maldonado en 1840 y por espacio de 45 años, se convirtió en el único lugar apropiado para la presentación pública de conciertos, obras de teatro, óperas y zarzuelas. Este recinto fue conocido entonces como el Teatro Maldonado. En 1851 llegaron a Bogotá los primeros concertistas de que se tenga noticia: fueron Augusto Luis Moeser, violinista, sobrino del barón von Humboldt; Ernst Lubeck, pianista y profesor honorario de la Academia Real de Holanda y Franz Coenen, violinista. Según las crónicas de los periódicos, estos artistas incluyeron en sus programas fragmentos de la óperas El Carnaval de Venecia, Fra Diavolo y El Barbero de Sevilla . En 1858 se presentó en Bogotá la segunda compañía de ópera, que trajo algunos cantantes destacados, entre los cuales figuraron Rossina Olivieri de Luisia, Marieta Polonio de Mirandola, Enrique Rossi Guerra, Jorge Mirandola y Eugenio Luisia. La orquesta estaba constituida por varios de los músicos mencionados a lo largo de esta reseña: Francisco de la Hortúa, Daniel Figueroa, Tiburcio de la Hortúa y Juan Antonio Velasco, Santos Quijano, Cayetano Pereira, Ignacio Figueroa, entre otros, casi todos ellos integrantes de la desaparecida orquesta de la Sociedad Filarmónica. Se dieron a
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conocer un buen número de óperas: Romeo y Julieta, Norma, Hernani, Lucrecia Borgia, Macbeth, María de Rohan, entre otras. Esta compañía realizó presentaciones hasta 1859, año en que se disolvió por dificultades entre sus integrantes. Algunos de ellos se dedicaron a dar clases de música y canto, a animar bailes y a tocar la música exigida por la liturgia en las iglesias de la capital. Desde 1865 se inicia una larga lista de compañías de ópera que visitaron el país y naturalmente, su capital. Con Eugenia Bellini, en 1865 llegó Oreste Sindici; en 1866 vino Matilde Cavaletti; en 1868 la compañía de zarzuela Villa-Zafrane; en 1874, la Florellini de Balma que estrenó la ópera Ester de José María Ponce de León; y el mismo año, la compañía de La Pocoleri. En 1875 se presentó Emilia Benic, soprano de concierto que se presentó durante todo el año; en 1876 se presentó Josefa Mateo con un repertorio de zarzuelas y estrenó la obra nacional, El Castillo Misterioso del compositor colombiano José María Ponce de León. El entusiasmo que despertaban entre el público bogotano la ópera y la zarzuela, fue posiblemente el origen de una zarzuela Simila Similibus, compuesta por Teresa Tanco de Herrera, con textos de Carlos Sáenz Echeverría, que caracterizó costumbres sociales locales. La obra fue estrenada en 1883, con la colaboración de varios aficionados. Teresa Tanco de Herrera, nacida en Bogotá en 1859, llegó a ser una notable pianista, invitada en numerosas ocasiones como solista por la Sociedad de Conciertos del Conservatorio Nacional. Falleció en Bogotá el 8 de diciembre de 1946. El Gobierno Nacional expropió en 1885 el Teatro Maldonado, con el fin de construir en su lugar un Teatro Nacional: la obra fue contratada al italiano Pedro Cantini, y colaboraron en la misma César Sighinolfi, Luis Ramelli y Felipe Mastellari. Este teatro fue inaugurado en 1892 con el nombre de Teatro de Cristóbal Colón. El Teatro Municipal fue estrenado en 1890, con los planos de Mariano Santamaría y en la actualidad no existe el edificio. En 1891 llegó Augusto Azzali, quien presentó El Trovador en el Teatro Municipal de Bogotá, y en 1895, debutó en el Teatro de Cristobal Colón. Augusto Azzali, nacido en Ravenna (Italia) visitó en 1863 el país y colaboró como profesor de armonía y contrapunto en la Academia Nacional de Música. Adolfo Bracale, nacido en Nápoles en 1873, actuó en Bogotá entre 1920 y 1928 y fundó la Compañia de Opera Nacional. Murió en Bogotá en 1935. Queda por destacar en la historia musical del siglo XIX la figura de Pedro Morales Pino, que marcó un hito para el desarrollo de la música popular colombiana. Terminó siendo un compositor que se atrevió a vivir precariamente de la música en una época que no permitía una experiencia semejante. Era un músico "que conocía a fondo su oficio" según escribió Augusto Morales Pino, su hijo. Matriculado en la Academia Nacional de Música, estudió armonía y composición con Julio Quevedo Arvelo. Jorge
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Añez afirma que "después de poseer sólidos conocimientos musicales se entregó de lleno a la música típica, su obsesión: recogió nuestros hasta entonces incipientes ritmos, los estudió a conciencia, los clasificó, los estructuró y al llevarlos al pentagrama, los elevó a la categoría de música nacional. Este es el aporte de Morales Pino. Desde 1884 empezaron a popularizarse sus composiciones: aún hoy son conocidas muchas de ellas, entre otras El Calavera y Leonilde, dos de sus primeras obras. Para este año los periódicos locales se ocuparon de comentar el éxito de los conciertos y veladas musicales que realizaba en compañía de Vicente Pizarro, tocando bambucos y pasillos en bandola y guitarra, instrumentos que tocaba. La crítica, desde entonces ha concordado en que el éxito de Morales y de todas las agrupaciones musicales que dirigió, estriba en que cada obra presentada era acabada en ejecución y factura; todos los profesores que las interpretaban eran artistas competentes, seleccionados cuidadosamente por Morales y cada obra escogida, estudiada a conciencia en su forma original y luego instrumentada por Morales, que conocía a fondo las posibilidades técnicas, de colorido y de sonoridad de los instrumentos". Tuvo a lo largo de su vida una enorme cantidad de discípulos que se han encargado de dar continuidad a su labor. Fue también un "ejecutante de rara habilidad en la bandola y la guitarra, instrumentos para cuyo aprendizaje escribió sendos métodos". Hacia 1897 Morales concibió la idea de conformar la Lira Colombiana, constituida por nueve músicos, con la cual emprendió dos años más tarde una gira internacional cuyo destino inicial era París. Por un azar, el grupo musical se encontraba en Panamá en 1899 y siguiendo la ruta de los países centroamericanos realizó numerosos conciertos y recitales. Llegó a los Estados Unidos en 1901 y se presentó en Nueva Orleans, Baltimore, Filadelfia, Chicago, San Luis, entre otras ciudades. Fue contratado para presentarse en la Exposición Internacional realizada en Buffalo en 1902, con el repertorio constituido por obras de música popular colombiana, muchas de ellas compuestas por él mismo. Permaneció en los Estados Unidos hasta 1903, año en que regresó a Guatemala y se radicó por algún tiempo. En 1912 regresó a Bogotá, en la cual permaneció hasta 1916. Nuevamente en Guatemala por un corto tiempo, se dio a la tarea de reorganizar la Lira, con la cual realizó una gira en 1923, visitando Quito y Lima.
BIBLIOGRAFÍA Y DISCOGRAFÍA: •
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José Ignacio Perdomo Escobar: Historia de la Música en Colombia. Bogotá, Ed. Plaza y Janés, 1980. Andrés Pardo Tovar: Historia Extensa de Colombia, Vol XX, Tomo 6. Bogotá, Lerner, 1966. José María Córdovez Moure: Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Bogotá, Librería Americana, 1912.
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Andrés Martínez Montoya: Reseña histórica sobre la música en Colombia , José Caicedo y Rojas: Textos sobre Música y Folklore, Estado Actual de la Música en Colombia (1886) , Jorge Wilson Price: Datos sobre la Historia de la Música en Colombia (1935) , Juan Crisóstomo Osorio y Ricaurte: Breves Apuntamientos para la Historia de la Música en Colombia , reproducidos todos en Hjalmar De Greiff y David Feferbaum: Textos sobre Música y Folklore . Bogotá, COLCULTURA, 1978. Ellie Anne Duque: La música en las publicaciones colombianas del siglo XIX (1848-1860) . Bogotá, Fundación de Música, 1998. Notas de presentación para el cuadernillo anexo al CD interpretado por Harold Martina (piano) y Carlos Godoy (tenor). Ellie Anne Duque: Notas de presentación para el cuadernillo anexo al CD Gonzalo Vidal: Fin de siècle. Música para piano , en interpretación de Harold Martina. Bogotá, Fundación de Música, 2000. Ellie Anne Duque: Notas de presentación para el cuadernillo anexo al CD Luis A. Calvo - Obras para piano , en interpretación de Helvia Mendoza y Harold Martina. Música y músicos de Colombia. Bogotá, Banco de la República, 1995.
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