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EL PROCESO DE DUELO BAJO EL ENFOQUE GESTÁLTICO Y LAS AUTOINTERRUPCIONES EN EL CICLO DE LA EXPERIENCIA
Mª Rosa Membrado Sánchez Junio 2012
El proceso de duelo bajo el enfoque gestáltico Y las autointerrupciones en el ciclo de la experiencia
ÍNDICE
Prólogo ………………………………………………………………………………... 3
1. Introducción: sobre el duelo ……………………………………………………... 5 Teorías sobre el duelo …………………………………………………………... 7 El apego ……………………………………………………………………………9 El duelo como oportunidad ……………………………………………………. 10 Resolver el vínculo o la emancipación del vínculo …………………………. 11 El duelo no es un experiencia lineal …………………………………………. 12
2. Los fundamentos de la Gestalt y el duelo ……………………………………. 14 La figura y el fondo de la experiencia ……………………………………….. 14 Contacto y retirada …………………………………………………………….. 15 Darse cuenta …………………………………………………………………… 16 Autorregulación organísmica …………………………………………………. 16 Ciclo de la experiencia y autointerrupciones ……………………………….. 18
3. Resolución de las autointerrupciones para avanzar en el proceso de duelo 21 Las emociones: un proceso en sí mismas ……………………………………21
4. Un duelo que desvela la neurosis ……………………………………………... 24 Mi propia experiecia en duelo ………………………………………………… 24
5. Experiencias de terapia gestáltica en el acompañamiento y resolución del duelo …………………………………………………………………………………. 29 Dos casos (para muestra, un botón) de una misma familia, en la terapia individual ………………………………………………………………………… 30
6. Anexo: El sentido de la vida ……………………………………………………34
7. Bibliografía ……………………………………………………………………….36
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PRÓLOGO
El desarrollo de este trabajo se encuentra aderezado por las reflexiones y alumbramientos derivados de mi propia experiencia, por cuanto yo misma estoy sumida en estos momentos en el más grande de mis procesos de duelo.
Y digo que es el más grande, no tanto porque este duelo sea más importante que todos los que he vivido antes, como por el hecho de que llega cuando mis circunstancias son novedosas y he desarrollado mis competencias, conciencia y responsabilidad, hasta el mejor punto que puedo en este momento.
Este nuevo contexto para mi trabajo es fruto de un cambio vital que ha tenido lugar en los últimos meses. Sin embargo, ya había avanzado en el interés por los procesos de duelo desde hace años, a partir de la experiencia de práctica terapéutica, inicialmente como co-terapeuta en grupos de apoyo al duelo, y a continuación, en la práctica de la terapia individual con clientes con duelos complicados.
Mi colega co-terapeuta, Consuelo Raya Leyva, cuya actividad profesional se desarrolla como trabajadora social en el ámbito de cuidados paliativos en un gran hospital, insiste en sus talleres y cursos de formación a profesionales, – al igual que tantas escuelas y profesionales de la salud, la psicoterapia, y la psicología –, insiste en
recordar la importancia para los profesionales que
trabajan con personas en procesos de muerte y duelo que tengan resueltos los suyos propios, o al menos que sepan cuál es su relación con los propios duelos personales, cómo se relacionan con ellos, sus miedos y bloqueos ante esta realidad.
Con esta luz, que ha venido a intensificarse con mi realidad actual, emprendo esta tarea, para la que igual siento la energía, como juzgo con claridad que puedo utilizar mi experiencia en el aquí y ahora de mi proceso de duelo para
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ilustrar mi hipótesis, así como las experiencias de práctica terapéutica con mis clientes.
Lo obvio es que mi proceso personal es figura en estos momentos y, por lo tanto, necesito y quiero poner atención a la dedicación que voy destinar a las tres fuentes para este trabajo: las teorías del duelo y la teoría gestáltica del ciclo de la experiencia y su relación con los duelos, la experiencia terapéutica y el proceso de duelo personal presente.
Mi agradecimiento a Consuelo por abrirme la puerta a trabajar con ella en procesos de duelo, ámbito donde el trabajo es tan estimulante como enriquecedor, y que ha dado lugar a que mi experiencia posterior tenga lugar mayoritariamente con personas en duelo.
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1. INTRODUCCIÓN: SOBRE EL DUELO Los budistas experimentan una vivencia de la muerte diferente de la que impera actualmente en occidente: la entienden como algo natural por lo que todos los seres humanos vamos a pasar. No la temen y la recuerdan constantemente, así, llegado el momento, están familiarizados con el proceso de la muerte y pueden obtener el progreso espiritual. Incluso, en el mejor de los casos, obtener la liberación completa del sufrimiento, despertando a la plenitud completa, la paz duradera, y la felicidad estable. Desde el nacimiento experimentamos el dolor que nos causan las sucesivas pérdidas. Se puede decir que estamos elaborando duelos constantemente… y que la mayoría de nuestros duelos quedan sin resolver. Constantemente, situaciones de pérdida son figura, se cierran y pasan al fondo, para dar paso a otra figura, y a la vida. Aunque hay diferentes tipos de pérdidas que hacen que vivamos unas con distinto compromiso emocional respecto de otras, – de modo que algunas pasan inadvertidas y otras pérdidas dejan huella de por vida, – y también de acuerdo a si son esperadas, deseadas o súbitas, podemos afirmar que la vida es una pérdida. Aunque aquí me estaré refiriendo en términos generales a la pérdida relacional, esto es, de personas, por muerte u otras causas, es necesario abrir la mirada para comprender todo tipo de pérdidas que podemos experimentar a lo largo de la vida, que incluyen, sin querer ser excluyente: •
Pérdidas materiales – incluida la pérdida de una ocupación o actividad –;
•
Pérdidas relacionales: por muerte de un ser con el que hay un vínculo (sea o no una persona querida, pero que tiene una función o un sentido en nuestra vida), separación o divorcio, alejamiento de alguien por diferentes razones (conflicto, trabajo, emigración, evolutivas …), abandonos en la infancia, privaciones afectivas (cuando la separación es emocional, no física);
•
Pérdidas intrapersonales, esto es, perdemos “algo” interno a nosotros: desengaños por personas (no es lo que creía o esperaba), asociadas a transiciones vitales (perder la seguridad de la infancia, la energía de la
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juventud,…), de capacidades, por ejemplo, la salud, la fuerza, la belleza, la potencia sexual, la memoria, la concentración, etc., de la imagen corporal (la idea que tengo de mí como cuerpo: p. ej. tras una enfermedad, accidente, operación,…), de un sueño o ideal (p. ej. “la vida no es justa “, renunciar a lo que perseguíamos), de una creencia fuertemente arraigada y organizadora de la persona (p. ej. Las crisis de fe o de ideología), de identidad (“no soy quien era, ya no sé quién soy”), de un síntoma, un hábito o una patología (cuando suponen un elemento básico en la organización de la vida y la identidad), de un sentimiento o sensación (p. ej. perder la sensación de seguridad tras una agresión, perder la alegría, perder la sensación de ser útil cuando los hijos se van de casa), de sentido: perder el sentido de la vida.
La pérdida nos pone en contacto con nuestra fragilidad, la vulnerabilidad, y lo transitorio de cualquier vínculo y de cualquier realidad. Es el momento de ponerse en contacto con el dolor. En nuestra sociedad se niega el dolor de las pérdidas, se oculta la muerte y su dolor, de ahí la dificultad para aceptar el proceso de duelo necesario para integrar las pérdidas a la vida y continuar adelante. Al negar la pérdida y evitar mirar, y ¡sentir!, el dolor, éste queda sin resolver, invisible y transversal a la propia vida: una gestalt inconclusa que necesita ser cerrada, para liberar la energía que consume y dejarla disponible para una vida emocionalmente sana y en plenitud. El budismo habla de liberarse de la mentalidad de aferramiento, de la creencia errónea y destructiva en la permanencia, y del engañoso apego a los valores reconfortantes sobre los que hemos construido todo. Del mismo modo, si no dejamos ir un momento para avanzar hacia el siguiente, aquél permanece bloqueado, auto-interrumpido en lo que el proceso pide organísmicamente. Las aproximaciones al duelo que conocemos y se implementan, sean en el proceso individual o en el proceso grupal, siguen las estructuras de los modelos de fases para las tareas, el seguimiento y la valoración de la
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intervención, esto es, transitar una fase para avanzar hacia la siguiente, hasta completar el proceso. Teorías sobre el duelo Acerca de las teorías sobre el duelo y los modelos descriptivos del duelo he encontrado un buen compendio en la tesina para la AETG de Patricia Duarte y Raúl Yuste. En ella, los autores describen la mayoría de los modelos más utilizados en el apoyo psicológico y psicoterapéutico en el tratamiento del duelo. Según estos modelos, tradicionalmente, el doliente es percibido como un sujeto pasivo empujado a una experiencia que debe superar y sobre la que no tiene ningún control: y así es en la realidad, en lo que respecta a la experiencia y el torrente de sensaciones, emociones, sentimientos, síntomas físicos que el individuo no está en disposición de elegir ni puede frenar. Pero el sujeto puede tomar un rol activo y gestionar el propio duelo desde el awareness, facilitándose el proceso y la sana resolución del mismo.
Algunos investigadores proponen modelos en los que describen el proceso de duelo como consistente en fases sucesivas para la resolución del mismo. Sin embargo, no todos los individuos dolientes pasan por todas las fases, ni en una misma secuencia, ni en parecida intensidad. Aún así, la estructura de fases se utiliza frecuentemente para la evaluación de los progresos de la intervención terapéutica.
Las teorías distinguen entre duelo normal y duelo patológico y atienden a aspectos diferentes del duelo: La ruptura de constructos y creencias (constructivismo) La necesidad de reconstrucción del significado de la pérdida (teoría cognitiva) La repercusión física derivada del potente estresor que es el duelo (teoría del stress) La dicotomía entre emociones positivas, sobre las que es necesario focalizarse, y emociones negativas intensas que dificultan la resolución del duelo (funcional)
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La oscilación entre la orientación a la pérdida y la orientación a la reconstrucción (modelo de proceso dual)
Los modelos descriptivos de fases más representativos hablan de etapas y tareas: Modelo de Kübler-Ross, inicialmente elaborado para el proceso de muerte, se utiliza el mismo modelo para describir el proceso de duelo del doliente. La fases que se describen son: negación de la pérdida y aislamiento – ira – pacto o negociación – depresión o tristeza – aceptación. Modelo de Lindemann, formula tres etapas y tareas para el desarrollo adecuado del duelo: etapas de conmoción e incredulidad, duelo agudo, y resolución del proceso de duelo, para el que se indican las tareas de emancipación del lazo con el fallecido, reajuste al ambiente en el que falta el ser querido, y la formación de nuevos vínculos. Modelo de Neimeyer, habla de “ciclo de duelo” y se refiere a fases simples, desde la anticipación o conocimiento de la muerte del ser querido, y se desarrolla a lo largo de una etapa vital de ajustes, sin presuponer patrones de normalidad: evitación – asimilación – acomodación. Modelo de Engel, plantea el duelo como un proceso curativo con seis fases, que puede verse interrumpido si hay carencia de recursos personales o un intervención errónea. Modelo de Parkes y Weiss, describe el proceso de duelo a través de cuatro fases y la necesidad de llevar a cabo tres tareas: reconocimiento intelectual y explicación de la pérdida, aceptación emocional de la misma, y asunción de una nueva identidad que refleja las nuevas circunstancias. Modelo de Worden, es un modelo cognitivo que señala que la elaboración de duelo requiere de un periodo en que se trabajan los pensamientos, los recuerdos y las emociones asociados a la pérdida. Se trata de cuatro tareas básicas que van a ayudar a resolver el duelo:
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aceptar la realidad de la pérdida, sentir las emociones y el dolor de la pérdida, adaptarse a la nueva realidad en ausencia del ser querido, y recolocar emocionalmente al ser querido muerto, retirando la energía emocional para reinvertirla en nuevas relaciones y que el doliente pueda continuar con la vida.
El apego La teoría del apego propuesta por el psicoanalista de J. Bowlby es el resultado de analizar las observaciones de la vinculación y su predominio, así como los efectos producidos por la ruptura del vínculo. Bowlby observó que, aunque el tipo de vínculos que se instauran difieren de una especie a otra, – y los más corrientes que se establecen son entre uno o ambos progenitores y su descendencia, así como entre adultos de sexo opuesto, – los vínculos intensos y persistentes entre individuos son la regla general en muchas especies, como algo que surge instintivamente. Así el primer vínculo y más persistente de todos es, habitualmente, el que se establece entre madre e hijo. El mantenimiento de un vínculo se experimenta como una fuente de seguridad, al mantener el contacto con los cuidadores y reducir los riesgos de daño. La teoría del apego refleja que el comportamiento de apego es una estrategia evolutiva de supervivencia para proteger al bebé. Si el vínculo se experimenta como fuente de seguridad, y la renovación del vínculo como generadora de alegría, se deriva que la amenaza de pérdida provoca ansiedad, y la pérdida efectiva, pena; y ambas situaciones pueden provocar ira. Bowlby describe que “los vínculos afectivos y los estados subjetivos de intensa emoción tienden a ir juntos […]. Así pues, muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura, y la renovación de los lazos afectivos, los cuales, por tal motivo, son designados como vínculos emocionales.” El duelo es la consecuencia de la ruptura del vínculo a causa de la pérdida.
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El duelo como oportunidad Como dolientes, quedamos suspendidos entre el pasado y el futuro; el piso bajo nuestros pies, donde nos sosteníamos o así lo creímos, se desploma, y quedamos navegando entre la confusión y la pérdida de control, la ansiedad, la depresión, y el temor a la locura. Es crisis total. Una crisis se caracteriza por la confusión, el miedo, y el dolor. Y al mismo tiempo, la crisis es la llave para cruzar la puerta hacia una vida nueva, resignificada. En el idioma chino, el ideograma para el concepto “crisis” se compone de dos caracteres que significan peligro y oportunidad. El duelo es una crisis, esto es, es una situación de peligro porque la vida como la conoce el doliente se tambalea y hasta parece derrumbarse, y es una oportunidad para atravesar y rebasar las dificultades que se erigen ahora ante el individuo. El duelo es el vacío, después del caos y la falta de control. Es el acceso al vacío fértil, porque estamos frente a un terreno en barbecho, en el que nueva siembra dará nuevos frutos. Es necesario poner atención para darse cuenta de que las dificultades remiten a tantas otras situaciones de dificultad, crisis, pérdida, y duelo, situaciones antiguas que cada nueva crisis trae al presente con sus antiguas interrupciones. Se trata de interrupciones de la experiencia que el individuo ha ido acumulando, al guardar celosamente – para no verlo – el dolor más profundo. Para ponerlo en términos gestálticos, todas aquellas interrupciones del ciclo de la experiencia que no fueron atendidas quedaron como gestalts inconclusas que en cada nueva crisis – y cada duelo es una gran alternativa, – afloran cuestionando una y otra vez si la estrategia que se ha seguido en la vida tiene sentido. Con estrategia significo la ruta de supervivencia por la que optamos cada uno en la vida desde la primera infancia, esto es, el carácter o la máscara indisociable que nos acompaña a las personas (etimológicamente, persona = “máscara” del actor, personaje).
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Volver a visitar las escenas primeras y su dolor, para transitarlas en lugar de rehuirlas o “esconderlas bajo la alfombra”, y cerrar las gestalts es la gran oportunidad, contiene la llave para abrir la puerta y seguir adelante con la vida. En conclusión, el duelo es la gran oportunidad para el autoconocimiento y el crecimiento personal, para optar por la autenticidad, y desde este ser auténtico encontrar el nuevo sentido de la vida.
Resolver el vínculo o la emancipación del vínculo Judy Tatelbaum, en El valor de afligirse, escribe: “Recobrarse totalmente de una pérdida significa acabar o desprenderse totalmente. Recobrarse de la muerte de una persona querida no es eliminar el amor o los recuerdos, significa aceptar su muerte, que disminuyan el dolor y la pena, y sentirnos libres para ocuparnos de nuevo de nuestra vida.” Hay un compromiso consciente en dejar ir a la persona que amamos: si nos defendemos del dolor y nos entregamos a la tentación de cerrar el corazón y decidir no volver a confiar en otras personas o a amar, quedándonos inmovilizados, bloqueados, en el pasado, o si, por el contrario, nos entregamos valerosamente a la vulnerabilidad, al dolor y a nuestros sentimientos más profundos, a veces temores inimaginables, haciéndonos responsables de nosotros mismos ahora. El desafío está en sostener que la forma de vida habitual, conocida, y tranquilizadora por controlada, arriesga a desaparecer; que las expectativas de ayer no tienen razón de ser, ni hoy ni mañana, y ya no se aguantan; y que una identidad fundamentada en un rol y en una asociación determinados por el vínculo con la persona que se ha ido va a entrar en crisis también. En palabras de Jesús Pinedo: “La pérdida ha convulsionado a la persona entera: sus afectos, sus creencias, su identidad, su sitio en el mundo, sus vínculos con los demás,… Y hace falta reconstruir todo lo derrumbado. A través del duelo la persona va buscando su nuevo sitio en el mundo, sin lo perdido. Y trata de aprender a seguir existiendo de otro modo. De seguir adelante, incorporando internamente lo que se fue o renunciando a ello.”
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Pasar por el dolor de la pérdida es el único camino para dejar ir el pasado y dar forma a la nueva vida: hallar un nuevo sentido en la vida, y esperanza en un futuro. Si el duelo es la consecuencia de la ruptura del vínculo a causa de la pérdida, la resolución está en la emancipación del vínculo, esto es soltar el apego a la persona que se ha ido y conservar el amor por ella. Se trata de encontrar un lugar permanente dentro del propio ser para esa persona significativa, dando sentido a todo lo vivido juntos, y encontrar un nuevo lugar para uno mismo. El duelo de la pérdida se puede decir que ha sido elaborado cuando se puede recordar a la persona que se ha ido con agradecimiento; los sentimientos de tristeza, rabia, dolor, ya no afloran y el doliente ha aprendido a vivir sin aquella persona, ha dejado de vivir en el pasado y tiene la capacidad de invertir toda su energía en el presente, estableciendo nuevas relaciones significativas y afrotando su vida presente y futura.
El duelo no es una experiencia lineal La atención plena en el proceso de duelo y una expresión honesta de sensaciones, emociones, sentimientos, y pensamientos, revelan que no hay una secuencia de fases como plantean las teorías: sería más fácil, pero menos maravillosamente enriquecedor. Esta característica hace que el duelo de cada persona sea uno y diferente, y también contribuye a la grandeza del proceso. Aunque la elaboración del duelo en su conjunto es un trabajo que avanza hacia la resolución, se trata de un avance en zig-zag recorriendo todos los estados en diferentes momentos: de la negación a la tristeza, y a la ira, y vuelta a la tristeza, al mismo tiempo que vamos asimilando cognitivamente las premisas para la aceptación. Incluso se puede tener una percepción tridimensional del asunto, al darse cuenta simultáneamente de todos los diferentes aspectos. Esta percepción, sin embargo, no impide ni ahorra la entrega, no significa que se pueda evitar tener que entrar en profundidad en cada uno de estos aspectos. Sin embargo, en cualquier momento se puede detener el avance, o incluso hay personas que ni siquiera inician el proceso, o bien lo esquivan y se lo ocultan a
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sí mismas, haciendo como si lo hubieran resuelto, o bien siguen al ser querido que se ha ido, enfermando… incluso hasta morir… Puede detenerse y cronificarse, haciendo del proceso un duelo complicado. Fácilmente, el proceso de duelo continua hasta dónde es posible sostener y parece resuelto “para siempre”. El hecho es que, con frecuencia, una nueva pérdida hace que las anteriores vuelvan a emerger, y que, con el crecimiento personal asumido, se tenga una nueva percepción que facilitará una nueva elaboración y asimilación de aquellos aspectos que no fue posible asimilar y cerrar. A mi juicio, es, ni más ni menos, como el proceso terapéutico vital, que contribuye al crecimiento del ser: desde un punto de partida concreto que es el ser en un momento dado, la persona en proceso tiene los insights que puede sostener en cada momento, y que contribuyen a su crecimiento. Desde este nuevo estadio asumido, más adelante, cuando el asunto vuelve a ser figura, se vuelve a revisar aquéllo que se dio por resuelto, obteniendo una nueva visión, o sencillamente se tendrá un nuevo y súbito insight, y la consiguiente asimilación, que contribuirá de nuevo a mayor crecimiento. Y así, sucesivamente, como en una espiral de Fibonacci, vamos creciendo alejándonos del centro que fue nuestro punto de partida, siendo siempre los mismos e incluyendo todo nuestro pasado. Y si hablamos de pérdidas, incluyendo todas nuestras pérdidas.
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2. LOS FUNDAMENTOS DE LA GESTALT Y EL DUELO
La figura y el fondo de la experiencia Los psicólogos gestaltistas, en sus investigaciones, concluyeron que el individuo estructura y pone orden en las percepciones que obtiene mediante su mundo sensorial de acuerdo a una experiencia primaria de una figura contra un fondo que queda en segundo plano. Esto significa que lo que es figura emerge de ese fondo con nitidez, atrayendo la atención. También, se concluyó la tendencia al cierre. Esto es, que el individuo tiende a ver la figura como una imagen completa y delimitada, llenando los vacíos del contorno si es preciso, como cuando ve la forma de una circunferencia en una secuencia de puntos intermitentes. Lo que es muy relevante es que, según palabras de los Polster, “este impulso a completar las unidades de experiencia es un importante reflejo personal, malogrado a menudo por los hechos sociales de la vida, que interrumpen a la gente en el proceso de hacer muchas de las cosas que quiere hacer. Estas acciones incompletas son rechazadas violentamente al fondo, en el que permanecen – inconclusas e inquietas –, y muchas veces distraen al sujeto del asunto que tiene entre manos.” El asunto está en que las experiencias inconclusas quedan “inquietas”, molestando y tratando de devenir figuras una y otra vez, en su tendencia a completarse, constituyendo una fuente de preocupación, de comportamientos neuróticos e incluso de autodestrucción, hasta que el individuo se focaliza y elabora el asunto con el objetivo del cierre. En general, las personas tenemos gran capacidad para acumular situaciones incompletas, pero hay algunos asuntos inconclusos con fuerza suficiente para mantenerse presentes reclamando el cierre, y mientras éste no se dé, no logramos satisfacción. Sin embargo, la dificultad reside en coordinar el flujo de relaciones figura-fondo con las situaciones vitales, prácticas y concretas, que tienen lugar fuera de uno simultáneamente. La relación fluida entre figura y fondo demanda de una cierta dosis de tolerancia al caos que las situaciones programadas y controladas y los
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individuos bloqueados y rígidos resienten. Según describe con claridad Joyce Cary: “… el concepto es siempre enemigo de la esencia. Se dice que cuando el niño aprende el nombre de un ave pierde el ave; no ve nunca más el ave, sino solamente un gorrión, un zorzal, un cisne… y en esto hay una gran verdad. Todos conocemos personas para quienes toda la naturaleza y el arte se reducen a conceptos, y cuyas vidas, por consiguiente, están abarrotadas de objetos conocidos sólo por sus rótulos, y nunca vistos en su cualidad intrínseca.” Cuando hablamos de duelo, la experiencia en la intervención terapéutica muestra bidireccionalidad en materia de asuntos inconclusos que emergen como figura: bien una nueva pérdida trae al presente las anteriores no cerradas – un nuevo duelo trae un duelo anterior no vivido –, bien una situación actual que pide atención nos lleva a una antigua pérdida no atendida – un duelo no vivido – que ha quedado como un asunto inconcluso. Y lo cierto es que el proceso de duelo conlleva aquella dosis de caos que facilita la emergencia de figuras que se suceden a discreción. Y, consecuentemente, poner atención a lo que surge como figura: sentimientos de culpa, arrepentimiento, resentimiento, duda, emociones; y cómo se suceden reacciones y comportamientos, facilita llegar a los asuntos pendientes que retienen la energía anclada al pasado.
Contacto y retirada En cualquier caso, para ello es imprescindible una disposición al contacto con uno mismo, esto es, al que tiene lugar gracias a la capacidad de la persona de desdoblarse en observador y observado. Este proceso por el que uno permanece orientado al contacto interno para el autocrecimiento, sirve de entrenamiento para sostener el contacto yo-no yo y la retirada, asunto que a su vez surge con relevancia en el proceso de duelo, si consideramos que con la pérdida de la persona querida el individuo se ve abocado a la retirada del contacto de su relación con ella.
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Darse cuenta Los anteriores supuestos se validan en la experiencia del darse cuenta, que es el proceso de estar atento y en contacto con la experiencia con condiciones (G. Yontef, 1995): -
“El darse cuenta está energetizado por la necesidad dominante para el organismo”, hacerse consciente de la figura emergente que es su necesidad.
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“El darse cuenta necesita que se conozca la realidad de la situación y la relación de uno con esa realidad”, si no, no se puede hablar de conciencia y responsabilidad en la situación.
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“El darse cuenta es siempre aquí y ahora, y siempre cambiando, evolucionando y trascendiéndose a sí mismo.” El proceso de orientación se reactualiza a cada momento, no puede ser estático.
Autorregulación organísimica Estas definiciones remiten a lo que en términos de Fritz Perls es la autorregulación organísmica (F. Perls, 1969). “Así llegamos al fenómeno más importante de toda la patología: la autorregulación versus la regulación externa. La anarquía, generalmente temida por los controladores, tiene, por el contrario, mucho significado. Significa que se deja solo al organismo para cuidarse a sí mismo sin interferencias externas. Y yo creo que entender esto es una gran cosa: el darse cuenta per se puede ser curativo. Porque con un awareness pleno uno se da cuenta de esta autorregulación organísmica, uno puede permitirse que el organismo se haga cargo sin interferir, sin interrumpir; podemos fiarnos de la sabiduría del organismo.” La autorregulación organísmica está directamente relacionada con el vacío fértil que mencioné antes. La experiencia de vacío fértil, como la explica F. Perls, tiene lugar en el contexto de máxima confusión, evitando las interrupciones e intelectualizaciones, evitando también verbalizar sobre el proceso en curso, para entrar en una especie de trance donde crece la total capacidad del darse cuenta y le sigue una sensación súbita de un descubrimiento que antes no había, un relámpago de realización. El vacío fértil aumenta el autoapoyo, mostrando a la persona que dispone de muchos más
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recursos de los que imagina. Éste es un círculo virtuoso porque redunda en salud y vida plena. Ahora bien, esa es la dirección, es el lugar hacia donde ir, la meta. El hecho es que venimos de un comportamiento neurótico que se caracteriza, en primer lugar, por la falta de distinción e identificación por parte del individuo de cuáles son las propias necesidades. Y luego, existe confusión para organizar la atención y satisfacción de las mismas, con dificultades en la priorización. El neurótico entra en conflicto y no es capaz de conseguir de sí mismo ni del ambiente lo que necesita. Detrás de las neurosis hay situaciones que el individuo ha aprendido a manejar mediante un proceso insatisfactorio de autointerrupción. Manejar
esto
significa
que
el
individuo
aprenda
el
cómo
de
sus
autointerrupciones: vivenciándose auto-interrumpiéndose, dándose cuenta de ellas y de cómo lo hace. A través de esto puede conectarse consigo mismo y llegar a la realización. El apoyo pleno del individuo – sí mismo –, superando la necesidad de apoyo ambiental, puede venir con el uso creativo de las energías puestas en los bloqueos que impiden el autoapoyo. Facilitar que el individuo asimile el bloqueo y el material bloqueado, identificándose con él y diferenciándose de él, con responsabilidad, fomenta el desarrollo. Me ha sorprendido descubrir en las palabras del filósofo y teólogo Raimon Panikkar, en su obra La nova innocència, una visión filosófica y antropológica del vacío fértil y la entrega a la experiencia: “La angustia […], los que piensan nos dirán que es la enfermedad de la muerte. Es decir, angustia porque somos mortales y no precisamente porque somos vivos, porque vivimos conscientemente y, sobre todo, libremente. La angustia, si se le quiere llamar sentimiento, sería el sentimiento de la libertad. Una libertad de escoger no es libertad, sabe de antemano las posibilidades que tiene delante. Se le ha avanzado el pensamiento, no tienen miedo. Está segura. Ya sabe de qué se trata. El intelecto se ha avanzado. Es cuestión de escoger entre programas ya dados y preprogramados: lo que de antemano ha pensado una inteligencia, humana o divina. La verdadera libertad, en cambio, no sabe nada. Es el paso en el vacío, en el que aún no es: en la nada. No sólo no sabe cómo saldrá de ello, sino que no tiene ni idea de qué se trata, de qué puede hacer, ni menos de sus posibilidades. Por esto el hombre está angustiado. Porque participa en la
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expansión de la creación, en la creación de la nada. La angustia de esta prelibertad, es el sentimiento de la posibilidad pura que no sabe que es posible. Por esto la angustia es creadora. Por esto pide la purificación del corazón, de las intenciones: no querer nada, no pensar antes de hora qué iremos a decir o a hacer (“y cuando vayáis a dar testimonio de mí, no penséis antes qué diréis”). Y la purificación del corazón significa precisamente vaciarlo de todo, incluso de las ideas sobre las posibilidades. Esto es la nueva inocencia, la agnosia, la docta ignorantia. Sólo los puros de corazón verán a Dios, esto es: la Realidad. Entonces, ver es creador al mismo tiempo. Se ve lo que se mira, lo que sucede en el acto de ver mismo.” Esto es lo que pide, asimismo, el duelo y su proceso: el paso en el vacío. Enfrentar el duelo implica la libertad para renacer a la creación y esto produce miedo, náusea, angustia. La clave está en entregarse a la experiencia, a la autorregulación organísmica, con la “purificacón del corazón”, sin ideas preconcebidas, evitando las interrupciones.
“A rose is a rose is a rose is a rose…” Gertrude Stein
Ciclo de la experiencia y autointerrupciones La descripción, paso a paso, del proceso que tiene lugar cuando emerge una necesidad organísmica y busca ser satisfecha, sea una figura sobresaliendo del fondo para ser satisfecha antes de volver a él, sea la tendencia de una gestalt inconclusa a completarse, esto es el ciclo de satisfacción de necesidades, de autorregulación organísmica, o de conciencia-excitacióncontacto. También describe el ritmo contacto-retirada o el flujo vs bloqueo de la autorregulación.
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REPOSO – SENSACIÓN – CONCIENCIA – ENERGETIZACIÓN – ACCIÓN – CONTACTO –
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Mientras estoy aquí sentada escribiendo en mi portátil (0), la figura es mi trabajo. De pronto, tomo conciencia de la sensación (1) de sequedad en la boca. Esto empieza a ser figura al tomar conciencia de mi sed (2), y mientras la imagen de mi trabajo se desvanece y pasa al fondo. Movilizo la energía (3) para levantarme. Me dirijo a la cocina para beber agua (4). Bebo (5) y la necesidad que ha sido figura desaparece al satisfacerse (6). Entonces surge una nueva necesidad que se hace figura. Este es el ritmo natural de la vida. Así es como, según sostiene Zinker, “si el individuo tiene conciencia de lo que sucede en su interior y hace algo al respecto, se sentirá mejor consigo mismo que la persona carente de esa conciencia o que difiere la satisfacción.” Cuando este proceso se interrumpe y bloquea, son los mecanismos neuróticos los que están perturbando las diferentes secuencias. En general, se considera que cada secuencia está afectada por un mecanismo particular. Pero, también es cierto que el carácter del individuo determina que éste tienda a interrumpir su ciclo de la experiencia con el mecanismo neurótico por el que tiene predilección, esto es, el más desarrollado y habitual, al margen de que todos ellos jueguen en mayor o menor medida. Antes apunté, hablando del proceso de duelo, que en cualquier momento se puede detener el avance, o incluso hay personas que ni siquiera inician el proceso, o bien lo esquivan y se lo ocultan a sí mismas, haciendo como si lo hubieran resuelto, o bien siguen al ser querido que se ha ido, enfermando… En resumen, el proceso autorregulatorio que es el duelo puede detenerse y cronificarse, haciendo de éste un duelo complicado. El individuo puede poner en juego el mecanismo que no permite la emergencia de la sensación, esto es, sentir la necesidad del propio organismo: la represión. En el contexto del duelo, un ejemplo es la represión del llanto. Entre la sensación y la conciencia puede operar la introyección, en cuanto que ésta es la normativa moral, la presión del dictado social, la creencia familiar, aquello que se opone a lo organísmico. Socialmente en el duelo se favorece la expresión de la tristeza, pero el introyecto social o familiar puede impedir la
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expresión de otros sentimientos, como la ira, la alegría, o la conciencia de libertad. Entre
la
conciencia
y
la
energetización
actuaría
la
deflexión,
una
desenergetización que consigue esquivar u ocultarse a sí mismo la necesidad que está reclamando atención. Por ejemplo, tener un comportamiento tipo workaholic después de experimentar una pérdida, es una deflexión para evitar entrar en el dolor. La proyección interferiría entre la energetización y la acción, en tanto su función es desresponsabilizarse de la movilización propia, no actuarla, y proyectarla en la acción del otro. En el contexto del duelo, la proyección será la transferencia de mi ira y mi agresividad a causa del duelo, no responsabilizándome de ellas, para sentir la agresividad o el ataque del otro. Si cuando actúo la agresividad que siento por la pérdida, iniciando la expresión, interrumpo el contacto y vuelvo la energía hacia mí, entra en juego la retroflexión. Por este camino, la persona en duelo por la pérdida llega a la depresión. Por último, la interrupción entre el contacto y la retirada es la confluencia. Tanto en el conjunto del proceso, como momento a momento, o fase a fase, como decía antes, es necesario soltar, para iniciar otro proceso (figura – ciclo de la experiencia – contacto – retirada), o para pasar al siguiente momento o fase. De lo contrario, la vida queda detenida, bloqueada, por el abandono de sí y de la atención a las propias necesidades.
Poner atención a la experiencia y darse cuenta de las autointerrupciones del ciclo exige, requiere, la vivencia de uno mismo tan plenamente como se pueda en el aquí y ahora. Cuanto más uno se dé cuenta de sí mismo, más aprenderá de lo que es él mismo, y a medida que vivencia los modos en que evita ser ahora, los modos diversos cómo se interrumpe, también vivenciará el sí mismo que ha interrumpido.
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3. RESOLUCIÓN DE LAS AUTOINTERRUPCIONES PARA AVANZAR EN EL PROCESO DE DUELO
La concentración del individuo en las autointerrupciones y en cómo lo hace le va a facilitar el darse cuenta del hecho que se está interrumpiendo a sí mismo, así como de lo qué está interrumpiendo. De este modo, también se llega a poder disolver las interrupciones y a concluir la experiencia. En el marco del proceso de duelo, podemos llegar a experimentar algunas o todas las autointerrupciones de la experiencia que, en esencia, tiene que ver con el trabajo con las emociones y con la disolución o emancipación del vínculo.
Las emociones: un proceso en sí mismas Las emociones y los sentimientos muestran el proceso natural de emergencia y terminación que acabo de describir para el ciclo de la experiencia. Según, L.S. Greenberg, el proceso de los sentimientos es: Emerger
Darse cuenta
Apropiarse
Expresar la acción
Terminar
De este modo, las personas se quedan atascadas en un sentimiento crónico poco sano, disfuncional, y con malestar crónico, cuando el proceso se interfiere crónicamente: cuando se impide que emerja, cuando no hay conciencia o darse cuenta de la experiencia, cuando se interrumpe la expresión, cuando se bloquean la acción y la terminación. Los sentimientos vienen y se van, emergen, desaparecen, y cambian con el tiempo. Esto es lo que sucede en un proceso de duelo, en su ciclo de experiencia. Y por ello, el desarrollo de una actitud de apertura y aceptación de las emociones y sentimientos y de su naturaleza cambiante, facilita el avance en el proceso. Aceptar los sentimientos mejora la preparación para actuar, pero no son conductas: sentirse enfadado o molesto no es lo mismo que ser agresivo. Experimentar sensorialmente y organizarse para acciones concretas
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sobre la experiencia subjetiva (autorregulación organísmica) no implica necesariamente actuar en el mundo. Emoción viene etimológicamente del latín emotio, movimiento o impulso; tiene que ver eminentemente con motivación y acción. Las emociones orientan al individuo para la acción, organizando el pensamiento – en tanto medio o recurso – y diseñando las metas, las prioridades, para las acciones concretas. Al trabajar la pérdida, es necesario que, con la ayuda del terapeuta, la persona en duelo revise su relación con lo que ha perdido, visitando una y otra vez las escenas tanto de decepción y desacuerdo como las de alegría y riqueza en la relación. Este trabajo va a poner de manifiesto las autointerrupciones, aquéllas emociones que han empezado a emerger y de las que se ha retirado el foco, haciendo que queden ocultas, enterradas, generando emociones secundarias y comportamientos conflictivos en la vida. También va a poner de manifiesto, y es necesario que así sea, las emociones que se taparon en la relación con la persona o la situación de pérdida, que interrumpieron el ciclo de contacto-retirada en la interrelación, y que, por ello, están haciendo difícil la resolución del vínculo y el avance en el duelo. Y por último, dado que con nosotros van todas nuestras pérdidas, aquéllas que han quedado resueltas hasta el estadio en que ha sido posible – inconclusas, sin embargo –, o las que no han sido miradas y resueltas, van a volver con el trabajo de la nueva pérdida. Si el objetivo de la terapia gestalt es la ampliación de la conciencia, consecuentemente el trabajo en el proceso de duelo consiste en aumentar el darse cuenta, una mayor conciencia que permita una mayor integración tanto de la realidad interna como externa, esto es, reconocer y aceptar las propias necesidades y la relación con el ambiente. Se trata de facilitar la resolución de las autointerrupciones, la gestión de los bloqueos, proponiendo que la persona se ponga de nuevo frente al dolor que no siente, o evita sentir, o no se lo permite, no lo expresa…, mirar lo ocurrido y resolver o emancipar el vínculo para cerrar este asunto pendiente que es el duelo por la pérdida.
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Desde la gestalt, la tarea va en la dirección de la ampliación de la conciencia para iluminar los lugares donde el ciclo ha quedado interrumpido, bloqueado, así como el acompañamiento en el avance y, en la medida de lo posible, la integración de la pérdida como un aprendizaje para la propia vida y una oportunidad de crecimiento.
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4. UN DUELO QUE DESVELA LA NEUROSIS
Mi propia experiencia en duelo Sin tratarse de un duelo complicado, pues aún estoy en los primeros meses de duelo por la muerte de mi madre, sí puedo decir, sin embargo, que este proceso y la plena atención a las emociones y sentimientos que emergen espontáneamente, que afloran y se diluyen, que escapan a mi conciencia súbitamente y necesito volver a pescarlos para elaborarlos… están constituyendo un proceso incomparable por los secretos revelados de mi propio mundo emocional que, hasta ahora, no había podido mirar de frente. Paso de puntillas por el hecho, innegable, de que ahora ha vuelto a aflorar aquel otro duelo que no me permití elaborar íntegramente – para dedicarle mi energía a mi madre –, el duelo por la muerte de mi padre y mis sentimientos relacionados específicamente con su pérdida. La muerte de mi madre, y por consecuencia, el hecho de que he perdido a ambos progenitores y se cumple aquella visión que se alzó ante mí hace unos años – cuando empezó el deterioro de ambos a causas de sus edades –, que ahora ya sí “me he quedado huérfana”, me conecta imprevisiblemente con mi inseguridad y mi miedo más tempranos, siempre ignorados. Ahora estoy siendo capaz de conectar con mi vulnerabilidad, sin disimulo, con el dolor asociado a la necesidad de vínculo no satisfecha que constituye la primera pérdida, la herida más lejana, en reacción a la cual sin duda he construido mis estrategias de interacción y supervivencia en el mundo. Es lo que yo estoy denominando “la vuelta al origen” o punto 0 de la neurosis en mi experiencia: la pérdida más significativa hasta ahora en mi vida después de mi trabajo de los últimos años, en la terapia y en la vida, para sencillamente restaurar el amor hacia mi madre, me encuentra con el corazón abierto a sentir. A sentir la muerte de mi madre, por el mucho amor que me ha sido dado disfrutar con ella estos años; a sentir la muerte de mi vida como ya lo conocí hasta ahora, esto es, el gran cambio de vida que se avecina; a sentir el dolor de la niña asustada, desesperada, que dejé abandonada en el camino hace muchos años; a sentir las muertes que yo misma me he procurado en mi vida;
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a sentir las otras muertes y pérdidas de vínculos importantes que han tenido lugar y que he mirado y cerrado hasta dónde he podido, la muerte de mi padre, los finales de relaciones con mis parejas,…; a sentir la pérdida de la ocupación y el rol que han conformado mi vida o un estilo de vida, del que ya había iniciado el desapego, pero que ahora se acaba. Al decir las muertes que yo misma me he procurado, estoy hablando de los abandonos de relación que yo hice en primer lugar, como son los emocionales, y de todas las que fui el brazo ejecutor… Siento el duelo de tantas muertes, que me doy cuenta que han envuelto mi vida, hasta llegar ahora al punto en que aquella situación temida deviene profecía autocumplida, ya no sólo en lo emocional, sino también en lo obvio, físicamente, sin padres, sin hijos, sin pareja…, esto es, sin vínculos importantes que cuidar y disfrutar. El hecho de que me encuentro en total disponibilidad para vivir la experiencia, sin obligaciones que puedan distraer mi atención, me permite observar-me y poner atención a qué va sucediendo momento a momento, organísmicamente. Dejar que un pensamiento, un recuerdo, o una percepción obtenida a través de los sentidos dé origen a una sensación o una emoción, o ésta después de aquélla, tomar conciencia de ello – una resignificación, una simbolización verbal lo facilita – y sin interrupción, permitir la energetización congruente y actuar consecuentemente. Y después del contacto, la retirada cuando la figura se disipa, sea porque surge otra figura, sea porque me retraigo a un momento de reposo. Esta observación permanente del continuum de conciencia me muestra que los emergentes, que se hacen figura, son diversos, vienen del pasado, tienen poco que ver con mi relación con mi madre en mi edad adulta o en los tres últimos años después de la muerte de mi padre, cuando me he entregado al amor a mi madre; tienen poco que ver con mi relación con mi profesión, que ha finalizado más o menos al mismo tiempo que mi madre ha muerto, después de un periodo de atención a la tarea de desapego a través de cambio de rol, de despedida del disfraz en el que me embutía, egoicamente, para sostenerme en la posición, más bien rígidamente. Antes bien, gracias a estas circunstancias, contacto súbitamente con sentimientos de vulnerabilidad e inadecuación, que
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parecería que no están relacionados con nada actual, pero que ahora estoy en disposición de mirar y sé que proceden del principio de todo. Son sentimientos que han estado aflorando a la conciencia en las interrelaciones e incluso generando conflicto, – y en mi confusión he ido aplazando atenderlos, – al interrumpir el flujo de la experiencia mediante proyecciones, retroflexiones, o cualquier otro mecanismo entre los predilectos en mi hoja de ruta existencial. Ahora adquieren relevancia, significado, y, en algún caso, por el mero hecho de permitirme seguirlos en todo su despliegue, de reconocerlos – en el sentido de abrazarlos y aceptarlos –, parece que menguan y hasta desaparecen. Ayuda a ello la fisiología, idéntica escena tras escena, en las diferentes situaciones a lo largo de toda mi vida, fisiología que yo denomino de ahogo y muerte ante el sentimiento de maltrato y abandono: una fisiología y emociones que resultaran entonces en sentimientos de vulnerabilidad e inadecuación, y por ello vergonzantes, tan insostenibles entonces que los dejé bloqueados e inatendidos hasta iniciar el proceso terapéutico. A diferencia de entonces, en los años de proceso y, muy especialmente, ahora, que estoy disponible para este duelo, periodo de crisis y restauración, permitir que cada emoción, movimiento, sensación, bloqueo, parálisis, lo que sea, se desarrolle hasta el final es la clave. En estos meses después de la muerte de mi madre, he pasado de llorar, ¡por fin!, como la niña que no me permití llorar, si acaso sólo un poquitín, por el abandono que sentía de mi madre, a llorar-me como niña, esto es, a llorar el abandono de mí niña por mí misma, en el sentido de falta de compasión, sentido estricto de la vida y las relaciones, y exigencia, y ahora ya al final, soltado el dolor, doliente yo llorado el dolor, a sonreir al recordar las manifestaciones de mi mamá incluso de niña cuando anhelaba su mirada amorosa. Permitirme esta evolución, me ha traído hasta aquí con recuperación de suficiente energía para empezar a a) ocuparme – un asunto, un interés tras otro, – de mis temas pendientes, en el ámbito de lo práctico, b) soñar lo que realmente me interesa para mi vida, y
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c) permitirme vislumbrar cuál sea el sentido de mi vida
Quiero comentar también esta rara cualidad que adopta la experiencia en los insights.
Me
gusta
denominarla
transparencia
porque
me
deja
ver
simultáneamente diferentes situaciones en el tiempo, como lo entendemos cronológicamente, de mi experiencia pasada: aquellas situaciones en que una sensación, una emoción, un darse cuenta interrumpidos, o un insight son coincidentes y me permiten un darme cuenta global de cómo funciono neuróticamente desde mi primer sentimiento de inadecuación y soledad. Teniendo en cuenta que percibo el crecimiento como un movimiento en espiral, por el que voy alejándome del centro que fue el punto de partida y que, siendo la misma, el movimiento incluye todo mi pasado, la espiral ahora se transparenta para dejarme ver mi existencia. Permitir el despliegue completo del ciclo de satisfacción de necesidades conlleva el desarrollo del autoapoyo y nuevas posibilidades para mí para el contacto con el mundo. En esos momentos de insight, tengo la certeza de que permitir el flujo completo de la experiencia me llevará a un lugar diferente de todos los lugares conocidos, y poco satisfactorios, a los que he llegado hasta ahora, porque también estaré permitiendo una experiencia diferente y nueva, dando alas a la creatividad. Dado que estoy teniendo la percepción de que puedo ver mi neurosis en la mayoría, o eso creo, de sus facetas y sus aristas, mi experiencia de este duelo es que se trata, de nuevo, de una oportunidad para una gran transformación, la metamorfosis de la crisálida en mariposa.
Como vi en un sueño anticipatorio y describí hace años:
“Soñé con mariposas. Fantásticas mariposas de increíble tamaño. Mágicas, del color azul más intenso, promesa de eternidad. La pradera cubierta de plácidas mariposas gigantescas, con las alas plegadas, estáticas, estaba inundada por el resplandor inmortal que despedían.
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Aparté la vista unos instantes por observar la realidad alrededor, y volví deprisa la mirada al lugar donde descansaban las mariposas, nunca antes menos volubles, nunca antes más serenas e inmóviles. Se habían desvanecido y, en su lugar, no quedaba más que el prado despertando al sol. Sé que la naturaleza preserva de forma misteriosa lo más frágil, y lo más preciado, que nada lo dañe. Comprendí que tenían una cualidad frágil y preciosa que le permitía ser visibles sólo al amanecer, en las extrañas horas en que sueños y realidad pueden llegar a confundirse y convertise en un soplo, una sugestión. Contemplarlas me había llenado de una alegría infinita, que me paralizaba, extasiada. Tal vez era esa sugestión del alba que, luego, se disipa; una quimera, al fin y al cabo, como un tesoro anhelado que nos parece escurridizo e inaccesible. Contemplándolas, creí que las mariposas de mi sueño eran una promesa que hallaría al final de un túnel. Promesa de exaltación, promesa de bienestar, de plenitud. Supe también que alcanzar la serena quietud de esas mariposas, fabulosas, me cuesta muchos amaneceres. ............................................ Y luego, está la clara conciencia de crisálida.”
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5. EXPERIENCIAS DE TERAPIA GESTÁLTICA EN EL ACOMPAÑAMIENTO Y RESOLUCIÓN DEL DUELO
Los grupos de duelo estaban formados por personas que habían sufrido la pérdida del marido o la esposa en periodo relativamente reciente, después de enfermedad más o menos larga por cáncer. La
mayoría de las personas
llegaron por indicación / recomendación del servicio de Psico-Oncología del hospital (Vall de Hebron) y alguna a demanda por su parte a la profesional. A los participantes se les propuso un encuentro periódico cuyo propósito era facilitar y compartir la expresión de sus sentimientos. De estructura cerrada inicialmente, el grupo comenzó con 8 personas. Se planteó una estructura de 12 sesiones, con una periodicidad semanal. En la pre-seleccón de los participantes, el servicio de Psico-Oncología propuso pasar el test H.A.D. (de ansiedad y depresión) para ayudar a objetivar el estado afectivo y emocional en que se encontraban antes de iniciar el grupo, para tratar de homogeneizar un grupo en que todas las personas estuvieran preparadas por igual para la experiencia grupal. Los objetivos fueron: Acompañamiento durante el duelo. Fomentar la comunicación y mejorar la misma con el entorno inmediato y en el aquí y ahora. Reducir la ansiedad. Promover la estabilidad emocional. Detectar y prevenir el duelo complicado o patológico Facilitar el contacto con una red de apoyo de referencia en el exterior La estrategia: Fomentar
la
expresión
plena
de
sentimientos
y
pensamientos
relacionados con la pérdida, incluyendo remordimientos, decepciones… Actitud gestáltica en las intervenciones, hasta dónde permitía la disponibilidad de las personas, para implementar técnicas, escucha y acompañamiento, así como dinámicas de utilidad contrastada en la práctica de acompañamiento y terapia con grupos en duelo.
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La intimidad del espacio donde se realizaron las sesiones hizo posible que las personas pudieran exteriorizar, hasta dónde les fue posible, aquello por lo que estaban pasando, normalizando los síntomas, las sensaciones, las emociones, los pensamientos y los sentimientos. El encuentro favorecía además el aprendizaje compartido de posibles nuevas estrategias para seguir adelante con la vida. En la mayoría de los casos, los encuentros facilitaron la asimilación de la pérdida, por un lado, y la reestructuración de la propia vida, por otro. Este segundo aspecto, la reestructuración de sus vidas, fue evidente en aquellas personas que acudieron a los grupos después de más tiempo en el proceso de duelo. En el plazo de entre medio año y un año más tarde hay movimientos en sesiones de terapia individual: - Dos mujeres participantes del grupo acuden a terapia individual - Una de ellas redirigirá más tarde a su hijo a la terapia individual - Un hombre redirige a su hijo. Más adelante, también la hija acudirá a la terapia individual.
Dos casos (para muestra, un botón) de una misma familia, en la terapia individual Esta situación de tener en la sesión de terapia a los diferentes componentes del sistema familiar nuclear, que tuvo lugar en un par de casos, permite distinguir la incidencia del duelo latente. J. después de algunas sesiones en el grupo de duelo, en las que se ha estado gestionando el vínculo, manifiesta su deseo e intención de continuar con su vida, abrirse a la vida. Constituye un ejemplo de proceso: después de ocho años de enfermedad de su esposa durante los que simultanea la gestión del hogar y los hijos, con la gestión de las necesidades de cuidados paliativos de la esposa, pasados unos meses después de la muerte de la esposa, presenta adaptación a la nueva realidad y recolocación emocional de la esposa, retirando la energía emocional para reinvertirla en nuevas relaciones.
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Además es un hombre que constituye un activo para aglutinar al resto de sus compañeros e informalmente gestionar una especie de cadena de ayuda mutua. Después de unos meses, cuando el grupo ha finalizado, llega a la consulta individual su hijo, J., de 26 años. La madre de J. ha muerto hace un año y éste acude a la terapia dándose cuenta de un comportamiento alterado, que genera sufrimiento en su entorno más inmediato. El joven se manifiesta muy estructurado y muy aferrado al discurso, cognitivo y con poca expresión emocional observable en las sesiones, aunque él explica que es muy sensible y emotivo. En las primeras sesiones se muestra discursivo y taciturno, revelando una actividad mental que está focaliza a priori en cambiar su entorno más inmediato y, más adelante, los problemas de la sociedad, tal como él lo expresa. En la manifestación de estos pensamientos recurrentes se aprecia el enfado en una escala gradualmente ascendente hasta llegar a la ira. No hay atisbos de tristeza ni de expresión del dolor. La escalada en la expresión de su agresividad se hace notable súbitamente hasta el punto de requerir ingreso hospitalario. Después de dos semanas, al alta, retoma las sesiones. Se hace más explícito el desorden de roles existente en la relación con la madre fallecida, que está generando malestar en la interacción con su padre y su hermana, al mismo tiempo que revela una fuerte dependencia del entorno. El trabajo se dirige hacia la restauración del orden en los vínculos y la expresión de las emociones vía la propiocepción sensorial, facilitando una mayor conciencia corporal. Además, el trabajo con los sueños y las fantasías abre mayor conciencia al cliente, y el enfoque sistémico, esto es, pequeñas constelaciones, finalmente le permite, tras el contacto con sus emociones, tomar su lugar y su responsabilidad. El enfoque gestáltico posibilita la conciencia del flujo interrumpido de la experiencia, que está en el origen del comportamiento y manifestaciones claramente proyectivas del cliente con las que interrumpe la experiencia en cuanto percibe la energetización. J. ha podido reapropiarse y hacerse cargo de la energetización primaria que está evitando sentir, esto es, su dolor.
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Durante el proceso de terapia, J. amplía su conciencia, se da cuenta de qué está necesitando en cada momento y se mueve en la dirección de procurarse la satisfacción de sus necesidades, lo que manifiesta tanto en el aquí y ahora de la sesión terapéutica como en su vida cotidiana. Como resultado, al final del proceso J. fue capaz de abordar un nuevo proyecto de vida para sí mismo, manifestando su capacidad de autoapoyo y un buen manejo del contacto y la retirada.
Un año y medio más tarde, acude a la consulta la hermana de J., E, 24 años. Ahora ya hace 5 años de la muerte de su madre. Acude porque presenta lo que denomina brotes inexplicables de llanto, a pesar de que, según ella misma dice, todo en su vida está perfecto ahora. Refiere que sostuvo con entereza la muerte de la madre, que “acepta su muerte y agradece los diecinueve años durante los que disfrutó de su madre y ésta le dio todo lo que tenía para darle.” También sostuvo la crisis de su hermano, unos años atrás, y afirma que “tal vez esta crisis le afectó más que la muerte de la madre.” La situación se complica con una crisis espasmódica de la mandíbula que ella atribuye a la medicación que le han recetado. E. tiene una clara conciencia corporal a la que se refiere en todo momento, por lo que la introducción a técnicas gestálticas es prácticamente inmediata, con el resultado de fluido contacto con sus emociones, y la recuperación del flujo de la experiencia en la sesión de terapia. Enseguida, E. se muestra escindida entre dos polaridades, la actitud apática y triste que no tolera como imagen de sí misma, y la imagen de fuerza y alegría que transmite felicidad a su entorno. También aflora el material introyectado. Por aquella operación que tiene lugar entre la sensación y la conciencia, hay una adopción de normativas, dictados, creencias familiares, que concretamente en su familia encarnaba la madre, ella indicaba los “debes”. E. está haciendo fácilmente registro emocional en el presente, en el aquí y ahora. Después de unos meses, gracias al flujo del aquí y ahora, abordado con silla vacía temas de polaridades, de sensaciones corporales, de emociones, gracias al trabajo con sueños que trae con frecuencia a las sesiones, y a la
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expresión plena de todas aquellas cosas que E. no se permitió sentir, ni tan siquiera pensar, E. ha asimilado efectivamente la pérdida de la madre y de los roles que encarnaba, y más remarcablemente, está llevando a cabo la reestructuración de la propia vida, diferenciándose de los padres internalizados y tomando su propio camino, llevando afuera los aprendizajes tomados de dentro.
Estas dos experiencias tienen como singularidad el hecho de que se refieren a dos hermanos que, sin embargo, necesitaron elaborar, el uno, y reelaborar, la otra, sus duelos en diferentes momentos vitales y por diferentes motivos de perturbación. El primero, J., tenía dificultades en entrar en el proceso de duelo y avanzar hacia su resolución, para lo que fue necesario dar curso a lo organísmico en las sesiones de terapia para cerrar las gestalts y que, en adelante, el cliente pudiera también modelar la estrategia en su día a día. Su hermana, E., manifestó súbitamente malestar cuando abordó otro cierre o pérdida, como es el final de los estudios y el proyecto de fin de carrera, que significaba un salto al vacío, a una nueva vida para la que se había estado preparando, y que ahora sentía que no era la suya. Para encontrar su camino fue necesario que visitara su relación con la muerte de su madre, esto es, con la pérdida más importante en su vida, y cuál había sido la naturaleza de su interacción con la madre en vida. En ambos casos la atención a lo organísmico en el aquí y ahora y a las gestalts inconclusas por interrupción de la experiencia fueron los objetivos a abordar para su resolución y cierre.
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6. ANEXO
EL SENTIDO DE LA VIDA Después de finalizar, y para dejar, o dejarme a mí misma, una luz, un faro para la travesía, aún quiero hacer referencia a un autor y una obra inspiradores en momentos de desesperación ante la enfermedad, el cambio y disolución de roles, la pérdida y la muerte, Viktor Frankl y su obra El hombre en busca de sentido.
Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo. Nietzsche La pregunta por el sentido de la vida Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo. Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado de la vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos especiosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación en que un hombre se encuentra puede exigirle
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que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea. Como quiera que toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede en realidad invertirse. En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. En una palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida.
La esencia de la existencia Este énfasis en la capacidad de ser responsable se refleja en el imperativo categórico de la logoterapia; a saber: "Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda
vez
y
como
si
la
primera
vez
ya
hubieras
obrado
tan
desacertadamente como ahora estás a punto de obrar." Me parece a mí que no hay nada que más pueda estimular el sentido humano de la responsabilidad que esta máxima que invita a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar y corregir ese pasado: este precepto enfrenta al hombre con la finitud de la vida, así como con la finalidad de lo que cree de sí mismo y de su vida.
Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido
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7. BIBLIOGRAFIA 1. BOWLBY, J.: “Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida”. Ediciones Morata, 1986 2. LUZÓN, C.: “Duelo y pérdidas Alfonso” Revista de Terapia Gestalt A.E.T.G. nº 32 2012 3. RIMPOCHÉ, S.: “El libro tibetano de la vida y de la muerte”. Ediciones Urano, 2006 4. LONGAKER, C.: “Para morir en paz”. Rigden Institut Gestalt, 2007 5. POLSTER, E. y M.: “Terapia guestáltica”. Amorrortu, 2001 6. CASTANEDO, C.: “Terapia Gestalt. Enfoque centrado en el aquí y ahora”. Herder, 1997 7. PEÑARRUBIA, F.: “Terapia gestalt. La vía del vacío fértil”. Alianza Editorial, 2003 8. PERLS, F.: “El enfoque guestáltico. Testimonios de terapia”. Cuatro Vientos Editorial, 2004 9. PANIKKAR, R.: “La nova innocència”. Edicions Proa, 1998 10. ZINKER, J.: “El proceso creativo en la terapia guestáltica”. Paidós, 2003 11. GREENBERG, L.S., PAIVIO, S.C.: “Trabajar con las emociones en psicoterapia”. Paidós, 2000 13. ALBERT, J.J.: “Ternura y agresividad. Carácter: Gestalt, Bioenergética y Eneagrama.” Mandala Ediciones, 2009 12. FRANKL, V.: ”El hombre en busca de sentido”. Herder, 2004
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