El Primer Caso de Irina Petrova Irina Petrova

November 1, 2017 | Author: registromaestro | Category: Chess, Hotel, Madrid, Police, Leisure
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Primera entrada en el Blog de Irina Petrova: www.elmetododeirina.blogspot.com 24 Abril 2015 15:44 Lo primero, creo conveniente hacer una pequeña introducción a modo de presentación, para familiarizar al lector con el contenido que, a partir de ahora, y tras pasar un tiempo prudencial desde que acontecieron los hechos (los primeros al menos, pues estos se siguen sucediendo de manera muy frecuente), iré publicando a modo de relato, en este mismo blog. Todas y cada una de las narraciones que fnalmente podré compartir con el resto del mundo son completamente reales, aunque, por supuesto, con el fn de salvaguardar la seguridad y confdencialidad de mis clientes (y con ello y de manera puramente colateral la mía propia) la gran mayoría de los nombres propios, así como las fechas y los lugares no corresponden de manera exacta a la realidad. Aunque sospecho que alguno de los lectores más avezados podrían atar algunos cabos por aquí y por allá, si es que su interés es ahondar más en ese tema. Mi nombre es Irina Ivánovna Petrova, y aunque soy natural de una industrial localidad cercana a Los Urales, he pasado la mayor parte de mi vida residiendo en España. Por tal motivo, y por sentirme más segura escribiendo en castellano (debido a la falta de práctica con mi idioma natal) me dirigiré al lector en este idioma. Nacida en 1980 en la ciudad de Perm, hija de Iván Petrov y Olga Sokolova, cuando estaba a punto de cumplir los diez años de edad, dos años después de fallecer mi madre, mi padre se mudó por motivos laborales que en nada atañen a mi relato, a la capital española: Madrid. Desde muy pequeña, primero en la entonces Unión Soviética, y más tarde en Madrid, mi padre consideró primordial compaginar las clases de la escuela con el estudio del ajedrez, a fn de ejercitar mi mente de manera más efciente, y enseñarme conceptos básicos del deporte, como puede ser el aprender a aceptar la derrota con naturalidad o el respeto a los rivales. Mi padre nunca había pasado de ser un modesto jugador de café, y quizás, frustrado por este motivo, siempre tuvo para mí a un Gran Maestro (título vitalicio otorgado a los jugadores más fuertes en el ajedrez) dándome clases particulares varias veces por semana. A partir de esto, pese a no encajar en el arquetipo de niña prodigio que aprende los movimientos mediante la simple observación de sus familiares jugando, y a manos de un gran amigo de mi padre y compatriota ruso residente en Madrid, el Gran Maestro Andrei Iosifovich Bolgarinos, logré comenzar una prometedora carrera en el mundo de los escaques y los trebejos, logrando el título de Maestro Internacional Femenino con tan solo quince años de edad. Tras sucesivos triunfos y excelentes posiciones en campeonatos de prestigio (incluidos los mixtos, en los que la difcultad es superior), la prensa especializada estaba convencida de que, tarde o temprano, acabaría por entrar en la lucha por hacerme con la corona mundial del ajedrez femenino. Pero para decepción de aquella gente que tanta confanza depositaba en mí (y en parte también para la mía, por qué negarlo) mi camino no transcurrió por aguas tan

previsibles, pues se cruzó en mi camino lo que al principio fue un mero divertimento, pero fnalmente ha acabado convirtiéndose en mi principal fuente de sustento (superando incluso al ajedrez). De torneo en torneo, siempre en compañía de mi primero profesor, y luego entrenador, y sobre todas las cosas, amigo Andrei, y haciéndoseme interminables en la habitación de cualquier hotel los tiempos muertos entre rondas, entre análisis y análisis con Andrei, me afcioné (y en cierto modo se convirtieron en mis mentoras) a las novelas antiguas de misterio. Siempre tenía mi e-Reader a rebosar de éstas. Sentía especial predilección por las que estaban basadas en la resolución de crímenes mediante el intelecto, a partir del método deductivo, siendo mis preferidas las obras completas de Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle y las protagonizadas por el carismático personaje creado por Ágata Christie, el detective belga Hércules Poirot. Tras cientos y cientos de lecturas y relecturas adquirí y entrené el hábito de la observación, y con el tiempo, lo que me resultó más importante, la habilidad de la deducción. Tras resolver un poco por casualidad el primero de los casos que más tarde se irían sucediendo, y gracias al boca a boca, comencé a resolver por iniciativa privada toda clase de misteriosos enigmas y horrendos crímenes. Y aunque no necesariamente el resto de mis relatos se sucederán por orden cronológico, por el cariño que le tengo por ser el primero (aún a pesar de no ser quizás el más brillante), y por estar íntimamente ligado a mi otro ofcio y pasión, el ajedrez, será el primero que exponga a la claridad de la luz pública. También espero que sirva al lector para familiarizarse con mi persona, para entender cómo alguien que había dedicado en exclusiva al ajedrez acabó adentrándose en una vida envuelta por el halo que solo se desprende de la ambientación de las novelas negras. Sin más dilación, y siempre vuestra, Ira.

-1Acababa de subir de la cafetería del Hotel Al-Andalus Palace, donde había disfrutado de un copioso desayuno en el bufet, hacia mi habitación en un espacioso hotel de cuatro estrellas situado en Sevilla, en las cercanías del río Guadalquivir. Este hotel, de aspecto moderno gracias a su minimalista decoración interior y su fachada acristalada, estaba situado lejos del centro turístico, aunque en realidad poco me importaba, pues lo interesante (y aún no sabía hasta qué punto esto iba a ser de tal modo) se desarrollaba dentro del mismo hotel. Había acudido a la ciudad para jugar el Torneo Abierto de Ajedrez, cuya primera ronda (la cual gané con gran maestría llevando las piezas negras frente a un adversario de consideración) había dado comienzo el día anterior, en lunes. Como Maestro Internacional Femenino, el alojamiento y el viaje era gratuito, sufragado completamente por la organización. En la habitación contigua, la 205, se hospedaba mi viejo amigo y entrenador Andrei Iosifovich Bolgarinos. Andrei era un fornido Gran Maestro ruso, de cincuenta años de edad, que gozaba de gran reputación dentro del mundo del ajedrez. Cansado de ver cómo su progresión se hacía más lenta, y fnalmente se detenía por completo, se dedicó en cuerpo y alma a sus alumnos, muchos de los cuales han cosechado grandes resultados. Pero poco a poco, y dado que mi padre le pagaba lo que podría considerarse una pequeña fortuna, se fue centrando exclusivamente en mi preparación, dejando de lado al resto de sus pupilos. Tan ventajoso debía de ser el sueldo que mi padre le tenía asignado que cuando nos mudamos a Madrid, no dudó en venir con nosotros. Ya prácticamente era un miembro más de la familia. Casi, podría decirse, como un segundo padre para mí. Mi habitación, la 206, hallada en el segundo piso, se componía de dos camas independientes con un horrible edredón crema estampado de fores granates. El suelo estaba recubierto por una vieja moqueta color carmesí. El cabecero de la cama y las mesitas de noche eran de madera contrachapada de color claro. Sobre estas había sendos ceniceros macizos de gran tamaño, a pesar de que en el interior del hotel, como en cualquier establecimiento público, estaba terminantemente prohibido fumar. También había una vieja televisión de tubo en color de catorce pulgadas (tan vieja que era un horrible contraste con la modernidad del resto de instalaciones del complejo), una pequeña neverita mini-bar con diminutas botellas de alcohol, latas de refrescos y patatas fritas, y un amplio ventanal cubierto con una enorme cortina, desde el cual se podían disfrutar de unas bonitas vistas a los jardines del hotel adyacentes a la piscina (la cual estaba cerrada, pues nos encontrábamos en el mes de Enero), también de color crema a juego con los estridentes edredones. Del baño poco había que decir, salvo que la ducha carecía de mampara, con lo que el suelo se encharcaba cada vez que utilizabas la ducha. Dos albornoces y un kit de bienvenida con todo lo indispensable para el aseo era lo más reseñable. Por lo demás el hotel contaba con sufcientes instalaciones, tales como un parking, un pequeño gimnasio, una sala Lounge, una cafetería y unas cuantas zonas comunes más. Una vez en mi habitación, me desprendí de mis preciosos zapatos de tacón y me

senté en la cama para terminar de releer una de mis historias favoritas que convenientemente había descargado en mi e-Reader, la cual estaba protagonizada por el famoso detective de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes: El Ritual de Musgrave. Estaba haciendo tiempo mientras esperaba a que Andrei se acercarse para ayudarme a preparar la partida que esa misma tarde debía jugar contra la jugadora italiana Valeria Piazza, quien acudía al torneo para tratar de sacarse la norma de Maestro. Era mi turno de jugar con blancas, y puesto que sabíamos que mi contrincante era una experta en la más famosa de las variantes de la Defensa Siciliana, conocida como la Najdorf (En honor al Gran Maestro argentino Miguel Najdorf ) Andrei y yo estábamos pensando en salirnos de los caminos más trillados, y preparar una línea secundaria bastante concreta y alejada de las líneas principales. Estaba terminando de leer el relato cuando de pronto, y tras un agudo grito de mujer, proveniente de la habitación contigua a la mía, la 207, y que casualmente se trataba de la habitación de Valeria, una algarabía comenzó a originarse en el pasillo. Pasaron unos minutos y las voces no cesaban. Era un continuo ir y venir que no me dejaba fnalizar mi lectura con la fuidez con la que me hubiese gustado hacerlo. Fue entonces, y tras oir a alguien de constitución pesada correr por el pasillo en dirección a mi habitación, vi entrar por la puerta de esta a Andrei, el cual estaba fatigado y no atinaba a juntar dos palabras seguidas. —Supongo que no estará tan mal tomarse la mañana libre. Podríamos ir a dar una vuelta por el centro de la ciudad ¿no crees Andrei? —dije esbozando una ligera sonrisa. —Ah, ¿pero ya te has enterado? —No sé qué ha pasado en la habitación de Valeria con exactitud, si es a eso a lo que te referes. Pero he oído todo ese follón, y si has venido con tanta prisa y tu cara tiene ese tono tan pálido es que, por fuerza, algo de gravedad ha sucedido. Y si le ha pasado algo a Valeria, lo cual sería lo normal, habiendo salido el grito de su habitación como ha salido, también he supuesto que mi partida contra ella se habrá suspendido. ¿Me equivoco? —Estás insoportable Ira... Pero no, no te equivocas. Valeria ha sido asesinada. — Tras decir esto Andrei, Irina por primera vez apartó sus ojos del libro electrónico para posarlos con curiosidad en la fgura de Andrei. —Vaya... ¿y qué se sabe del asunto? El grito que oí no era de Valeria, de eso no me cabe ninguna duda. —¡Ay Ira! ¿Cómo puedes ser tan fría con una colega de profesión? ¡Te estás convirtiendo en una psicópata! En fn... Ese grito que escuchaste debió ser de la señora de la limpieza, que es quien se encontró el cuerpo. La puerta estaba entreabierta cuando la encontraron. Cuando te fuiste antes de la cafetería me quedé charlando con su entrenador, Alessandro. Menuda casualidad... Hará un instante, mientras desayunábamos, bajaron a avisarle, y hemos subido lo más rápido que hemos podido. Ah, y eso no es todo. Aún hay más. —Andrei ya casi se había recuperado por completo del sofoco. —¿No? ¿Y qué más ha pasado? —Dijo Irina con el libro reposando entre sus manos, mientras con el dedo índice recolocaba sus rojas gafas de pasta.

—Uno de los franceses, Murchois, también entrenado por Alessando, ha desaparecido. Parece que se ha esfumado, como si se lo hubiese tragado la tierra. No aparece por ninguna parte. No está en su habitación y nadie lo ve desde anoche, en la cena en el bufet. —¡Vaya! —Por un momento me quedé pensativa, cuando una enorme sonrisa se formo en mi rostro— ¡No esperaba que este campeonato fuese a resultar tan interesante! —Y de un salto tiré el libro, me levanté de la cama, y descalza salí de la habitación corriendo en dirección al cuarto de Valeria Piazza.

-2Cuando trataba de meter las narices en la violentada habitación de Valeria Piazza fui empujada por un agente de la Policía Nacional. —¿Qué es lo que cree que está haciendo? No interfera en nuestras labores señorita, que estamos trabajando. —¿No me dejaría echar un vistazo a la habitación de Valeria? Éramos viejas amigas, estábamos muy unidas —Mentí, mientras le ponía ojitos al policía que taponaba la entrada a la habitación. —Por supuesto que no, esto es una escena del crimen, ¿está usted majara? Mi misión es proteger el lugar de los hecho, señorita. No puedo permitir que nadie adultere los “vistigios” o borre las huellas del delito que se acaba de cometer. —Vestigios. —¿Perdone señorita? —Es igual agente, déjelo. La puerta de la habitación se abrió y solo pude alcanzar a ver durante unos instantes el blanquicino y bello cadáver de la rubia y diminuta Valeria en el suelo, completamente desnudo, tendido boca arriba y sobre un charco de sangre mientras otro policía salía con gesto serio y volvía a cerrarla. —Avisa al Juzgado de instrucción. —Le dijo el policía que salía de la habitación al que estaba de guardia. —¿Y ésta quién es? —Buenos días agente. Mi nombre es Irina Petrova, soy la ocupante de la habitación adyacente. Esta tarde estaba previsto que jugáse una partida del torneo contra la fallecida... la segunda ronda. —¿De qué está usted hablando? —Dijo frunciendo con fuerza el ceño el agente que bloqueaba el acceso a la habitación de Valeria Piazza. —¿De qué voy a hablar? Pues del torneo de ajedrez que se celebra en el hotel, por supuesto. —Bueno, bueno, usted márchese, pero no muy lejos, más tarde es probable que tengamos que hablar con usted para tomarle declaración. Algo molesta, pues no había podido curiosear en la escena del crimen, me alejaba de la puerta de Valeria compungida, cuando una fgura masculina se me acercó hablando en voz baja, casi susurrando. —Hola Irina. Nada más volverse le reconocí. Era el famoso periodista guipuzcoano especializado en ajedrez y Maestro Federado, Axier Iraizoz Gómez. Estaba vestido con unos pantalones chinos de color marrón, y una camisa a rayas azules, sobre la cual colgaba una acreditación de prensa para el torneo. De 56 años de edad, Axier, desprovisto por completo de pelo en su cabeza, era un recio conferenciante y divertido presentador de eventos relacionados con el mundo del ajedrez. También comentaba a diario partidas, ya fuesen clásicas o actuales, en la sección de deportes de un diario de tirada nacional. —Hola Axier. Te has enterado de lo ocurrido, supongo. —Sí, lamentablemente. Después de descubrir el cuerpo la encargada de la limpieza

fui la segunda persona que llegó a la escena del crimen, tras oir su escabroso grito... Había subido en el ascensor desde el parking. Me encontraba de camino a mi habitación, también en este pasillo, al fnal, la última de todas. —¡Vaya! ¿Y se puede saber qué es lo que viste en la habitación? ¡Me muero de curiosidad! Axier me miró con extrañeza, acababa de ocurrir una enorme tragedia, y debió pensar que yo lo estaba pasando en grande con el asunto. Acertaba. —Pues vi el cuerpo de Valeria, tendido sobre un charco de sangre, con una gran brecha en la parte izquierda de su frente, y el pesado cenicero de la habitación a su lado, tirado en el suelo, manchado de sangre. Estaba desnuda la pobre. —¿Nada más? —No advertí nada más. La policía llegó enseguida y no tuve más remedio que desalojar la escena. —Vaya... —Pero estás de suerte, tuve la brillante idea de fotografar la escena antes de que los nacionales llegasen. Podrás satisfacer tu curiosidad en el periódico de mañana mientras desayunas. Esperemos que en la portada. —¿No podría verla antes? Seguro que guardas la copia en la memoria de la cámara. —Por supuesto que la guardo, ¿por quién me has tomado? La hice con el teléfono móvil, y ahí guardo la copia. Pero me han pedido estricta confdencialidad, y han sido bastante categóricos al respecto. Mañana podrás verla sin falta, pero hasta entonces deberás tener paciencia. —Por un segundo Axier pareció ponerse incómodo, este tipo de escenas me era familiar, y no tardé en descubrir qué era lo que pasaba. —Me siento halagada Axier, pero antes de que digas nada y pases por un mal trago deberías saber que no estoy en absoluto interesada en... los hombres. No es exactamente lo mío. Como profundo conocedor de las bambalinas de nuestro pequeño mundo me sorprende que no supieses nada acerca de... mis predilecciones. Axier, aunque un poco violento y cariacontecido por la noticia, recobró su erguida posición y su alegre y habitual expresión en el rostro. —Es una pena Irina, pero me alegra saber que además de tu extraordinaria belleza y tu refnada inteligencia, tienes buen gusto. Ahora, si me permites, he de ir a hablar con la organización para saber qué va a pasar con la segunda ronda. Si se suspende puede ser un buen momento para que conozcas mejor la ciudad, si es que deja en algún momento de llover. —Cierto, menuda tormenta está cayendo desde anoche... respecto a la ronda, supongo que volverán a realizarse los emparejamientos y los aplazarán a mañana en señal de duelo. —Bueno, si solo faltase Valeria no sería, dentro de lo que cabe, tan grande el problema. Pero ¿y qué pasa con el desaparecido Olivier Murchois?

-3A la mañana siguiente en la cafetería del hotel Al-Andalus solo podía oirse un único tema de conversación. Nadie podía creerse lo que le había sucedido a Valeria. El día anterior cada jugador disfrutaba de su desayuno en soledad, o como mucho con algún compañero que le fuese más afn. Pero hoy la gente en la cafetería no se distribuía de manera tan atomizada. Todas las sillas y mesas habían sido dispuestas formando corros, donde los participantes del torneo se consolaban, y sobre todo conjeturaban. ¿Qué habría pasado? ¿Por qué, y lo más importante, quién querría matar a Valeria Piazza? ¿Y qué había sido del francés Olivier Murchois? ¿Tendría algo que ver? El corro más grande era en el que se encontraba Alessandro, el entrenador de Valeria. La tez blanquecina, como si hubiese visto un fantasma, dejaba claro lo afectado que estaba, pues no sólo era el entrenador de la enjuta Valeria, sino que también llevaba unas semanas haciéndose cargo de Olivier, tras pelearse con su anterior analista y despedirle. Con 35 años de edad, de carácter nervioso, pero afable y siempre políticamente correcto. Físicamente estaba faco hasta el extremo, su cara era angulosa, con los pómulos hundidos, lo cual le otorgaba un aspecto un tanto tenebroso, aunque esto se olvidaba enseguida debido a su trato familiar y cercano. De ascendencía italiana pero nacionalidad francesa, Alessandro Perotti no había conseguido desarrollar una brillante carrera como jugador, pero tenía especial maña para la docencia y era un entrenador y analista muy cotizado. La gente que se unía al corro le daba sus condolencias, a lo que él asentía mientras cerraba con dolor sus ojos y agachaba la cabeza. En esa misma camarilla se encontraban unos cuantos Grandes Maestros, Andrei, al lado de Alessandro, y yo, que a un metro escaso me había salido aburrida del grupúsculo y estaba sentada frente a la barra con mi querido e inseparable compañero, mi libro de tinta electrónica. No me gustan, por lo general, para nada los chismorreos, pero lo cierto es que no había alcanzado a leer ni un solo párrafo de mi libro había estado garabateando en una servilleta el nombre de los dueños de cada habitación de nuestro pasillo.

Me encontraba, aunque no lo admitiese, demasiado interesada por la muerte de la jugadora. Bebía a pequeños sorbos un café solo (otra de mis grandes pasiones, el café)

que había pedido cuando me pregunté: ¿Qué habría hecho Holmes, si este fuese uno de sus casos? Y dejando apoyado el e-Reader sobre la barra, me dediqué a observar a todos los que se encontraban en el corro, mientras charlaban. No parecía sacar nada en claro. La barba de Andrei estaba especialmente descuidada; un jugador hecho polvo con lo que parecía un severo estado de resaca; la nariz de otro de ellos, el orondo jugador catalán Joan Rivés, colorada, posiblemente debido a un resfriado; los zapatos del entrenador de Valeria y Olivier, Alessando, estaban llenos de barro... —¿Qué estas haciendo? No vas a sacar nada en claro, ¡estás siendo estúpida! —me dije a mí misma— Las novelas no son más que eso: ¡Novelas! En ese instante por la puerta de la sala entró Axier, quien pasó junto a mí. Me sonrió mientras posaba un periódico sobre la barra, a la derecha de mi e-Reader. —Lo prometido es deuda. Nacional, página diez. No ha sido portada, pero qué le vamos a hacer... Mi cara debió iluminarse mientras Axier se unía al grupo y se sentaba frente a Andrei y Alessandro... ¡Estaba a punto de satisfacer mi curiosidad! —Siento lo ocurrido —dijo Axier al unirse al nuevo grupo. —Gracias —Respondió Alessandro en un tono tan bajo que resultaba ininteligible —Si no os importa, me gustaría ir a descansar un rato a mi habitación. Alessandro, tras pagar, compulsivamente, como si de un acto refejo se tratase, se echó el ticket de la compra al bolsillo izquierdo de su pantalón. Pasaron un par de minutos casi en silencio desde que Alessandro se marchó, hasta que Joan Rivés se atrevió a romper el hielo. —¿A vosotros también os tomó declaración la policía? Creo que nos la tomó a los ocupantes de las habitaciones que había en el mismo piso que la de Valeria... Yo tengo la 208. Estuvieron más de media hora metidos en mi habitación. Poco pudieron sacarme, claro. Había pasado toda la noche en la habitación viendo la televisión hasta que me dormí... ¿Cómo no hacerlo con tal diluvio fuera? Lo único que les interesó fue el sonido que oí más o menos a las cinco de la madrugada. Primero un golpe, y segundos más tarde un segundo golpe. —Yo no oí ningún tipo de golpe —replicó Axier— pero puesto que mi habitación, la 210, se encuentra justo al lado del ascensor, sí que pude oir, mientras preparaba la partida que debía comentar para el día siguiente en el periódico, a alguien rondando alrededor de esa hora, las cinco, en el pasillo. No podría determinar la dirección que había tomado tal persona, lo único que pude advertir, y de tal manera se lo comuniqué a la policía, es que debía ser una persona muy pesada y lenta. Quizás Irina, cuya habitación se encontraba dispuesta al lado de Valeria tenga algo más de luz que aportar al asunto... Yo estaba más dispuesta a investigar sobre la foto del crimen que a entrar en la charla cuando Axier llamó la atención de todos sobre mí. A pesar de no apetecerme mucho hablar sobre el tema, pensé que parecería sospechoso no hacerlo. —Bueno, mi habitación es la 206, justamente la siguiente a la de Valeria, pero tengo un sueño muy profundo, y más aún con la lluvia, no pude oir nada, dormí toda la noche como un tronco. Esto mismo le dije a la policía.

—Según tengo entendido, por lo que uno de los agentes me comentó que Alessandro declaró —Respondió Axier, que ya había tomado la batuta de la conversación en aquel corro— estuvo desde las cuatro de la mañana en una de las salas comunes con Olivier. Al parecer había algo sobre la partida del día siguiente que había desvelado al francés y le despertó en mitad de la noche. Según él estuvieron hasta las siete y media o así y luego él se marchó a la cafetería. —Así es. —Respondió Andrei — A eso de las ocho estuve, tras marcharse Irina, en la cafetería desayunando con Alessandro, pero no así con Olivier, al cual no vi en ningún momento. —¿Y el resto de habitaciones? —Interrumpió Joan Rivés. —La 209 pertenece a Olivier Murchois —Dijo Andrei— y Alessandro tiene la habitación en el piso superior, la 307. —Entonces —siguió Joan— la cosa yo creo que está bastante clara, y la policía parecía estar de acuerdo con tal hipótesis. Si el único desaparecido, que además tenía acceso a la habitación, pues eran amigos y estaban siendo entrenados por la misma persona, era Olivier, pudo haberlo hecho cuando se separó del entrenador, para luego darse a la fuga. Parece que está claro que se trata de un crimen pasional, ¿No crees Axier? —Bueno, olvidas que al parecer, y según confrma la policía el crimen se produjo alrededor de las cinco que es cuando escuchaste aquellos golpes, y de ser cierto lo que Alessandro dice, Olivier se separó de él cerca de las siete y media... Para mí es un misterio. Noté cómo Axier me prestaba especial atención mientras pronunciaba estas palabras. Podría darse el caso, pues entonces no nos conocíamos tanto, de que, sospechando, estuviese tratando de observar si yo, dada la especial atención que le estaba prestando al caso, tenía algo que ver. —No puede haber sido Olivier, no tiene tanto carácter —Pensó Andrei en voz alta —¿recordáis en el torneo de Estambul cuando el árbitro no le permitió poner el reloj en su lado izquierdo1? Ni tan siquiera insistió un poco, simplemente agachó la cabeza. No tiene sangre para cometer tal atrocidad. Tras estas declaraciones se sucedieron otras que sigo considerando que fueron de una mínima relevancia para el caso, con lo cual sería absurdo gastar tiempo y espacio dejando constancia de ellas. Lo importante de aquella mañana fue lo que aconteció mientras el coro de jugadores especulaba, y yo abría el periódico en la página que Axier me había dicho, la página diez en la sección nacional del periódico. El titular rezaba: Asesinato en un hotel de Sevilla. Y lo que vi, aunque en un principio no llegué a comprender todos los detalles en su magnitud... lo que vi es que algo no me terminaba de cuadrar. Mis capacidades perceptivas aún se encontraban en pañales, y tras un par de minutos observando la fotografía en el periódico... sabía que algo no andaba bien. —¡El edredón de fores! ¡No está!

1 Según las normas de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) en las partidas de torneo de ajedrez, el reloj se sitúa a la derecha del jugador que lleva las piezas negras. En caso de ser zurdo, y si el árbitro lo permite, puede colocarlo a su lado izquierdo.

-4A eso de las seis de la tarde de ese mismo día, tras pasar un par de horas preparando teoría de aperturas, Andrei y yo decidimos tomarnos un pequeño y más que merecido descanso. Cogimos algunas de las bolsas de patatas y unos refrescos de los que había en nuestras habitaciones y fuimos a una de las salas comunes que tenía el hotel situada en la primera planta. Había cuatro mesas redondas de gran tamaño con unos sillones marrones esparcidos por toda la sala. No había nadie a excepción del jugador catalán Joan Rivés, que tenía conectado un ordenador portatil a la corriente y engullía galletas de chocolate con una mano, mientras con otra manejaba el ratón del aparato. De una altura que rondaba el metro setenta, y de constitución gruesa, Joan vestía vaqueros y una camisa blanca a rayas azules, abotonada hasta el último botón del cuello. De nariz prominente y mirada triste, lo que más sobresalía en el carácter de Joan era su arrogancia. Miraba a los demás por encima del hombro, con la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba, parecía mirarte desde su superior realidad. El, por otra parte, magnífco ajedrecista catalán, levantó la vista y rápidamente volvió a enfocarla en la pantalla de su ordenador, fngiendo no haberse percatado de nuestra presencia. —Hola Joan. ¿Se sabe algo de Olivier? —Preguntó Andrei mientras se dejaba caer a plomo en uno de los cómodos sillones de la sala. —Que yo sepa no. No ha aparecido. Pero ha salido ya el emparejamiento de la segunda ronda, ¿te has enterado Petrova? Nos toca jugar juntos. Espero que te estés preparando a fondo. —No teníamos ni idea. ¿Estás ahora preparando la partida con el ordenador? —Sí, estoy analizando un par de variantes... pero vamos, nada serio. Lo cierto es que paso más tiempo dándole vueltas a lo de Valeria y Olivier, no me lo puedo quitar de la cabeza. —¿Y? ¿Alguna conclusión? —Bueno, si tuviese que apostar por el asesino lo haría claramente por Olivier. Después de todo se ha esfumado, y su única coartada es su entrenador, lo cual no me parece para nada fable. —En eso tienes razón —respondí —pero recuerda que una mala coartada es mejor que ninguna coartada. Yo misma pude hacerlo y no tengo a nadie que pueda responder por mí. Y si no me equivoco, tampoco nadie puede hacerlo por ti. Ambos estábamos durmiendo a solas en habitaciones cercanas a la de Valeria... Bien pudimos asesinarla y volver a entrar sin levantar sospechas en nuestros respectivos cuartos, ¿no crees? Rivés se quedó unos segundos en silencio. —Uhm... Puede que tengas razón. Pero yo lo sigo viendo muy raro. La misma policía parece estar siguiendo esa línea de investigación, puesto que nos han dejado en paz con relativa facilidad. Joan me ponía de los nervios. Según él había estado toda la noche viendo la televisión en su cuarto hasta que se quedó dormido. ¿Estaría ocultando algo? Se me quitaron las ganas de estar en aquella habitación, y le insté a Andrei a marcharnos con la mirada.

—Suerte mañana, nos vemos en la partida. —Igualmente Irina. Y Joan siguió tecleando en su ordenador con sus sucias manazas. Paseábamos por los pasillos del hotel Andrei y yo, en completo silencio, durante varios minutos mientras trataba de recopilar los hechos mentalmente: 1.- Los golpes, según el relato de Joan, se oyeron alrededor de las cinco de la madrugada en el cuarto de Valeria. Fueron dos exactamente, con un intervalo de segundos entre ambos. 2.- El cadáver de Valeria fue encontrado, tendido en el suelo con una brecha en la parte izquierda de su frente, y se encontraba completamente desnuda. Uno de los pesados ceniceros de la habitación se encontraba también en el suelo, ensangrentado, siendo presumiblemente el arma homicida. 3.- Olivier Murchois, compañero de Valeria, desaparece. Según Alessandro estuvo con él hasta las siete y media, cuando él se marchó a la cafetería, y supuestamente Olivier iba camino de su habitación, solo que nunca apareció. 4.- Según Axier, también a esa hora, con lo que de momento la daré por cierta, oyó a alguien pesado en el camino, probablemente en dirección al ascensor. Intentaba recabar todos los hechos, aclarar mi mente. Sabía que algo no me cuadraba. ¿Pero qué? La cabeza estaba a punto de estallarme, pues no lograba dar con la clave cuando mi mirada se posó en mi entrenador. —Por cierto Andrei, aún no me lo has contado, ¿qué estuviste haciendo tú aquella noche ?

-5La mañana del miércoles había pasado rápidamente, con el lío casi nadie había prestado atención al torneo, y casi ni nos acordábamos de él cuando Axier nos comunicó que estaba a punto de comenzar la segunda ronda. Se había hecho excluyendo a Valeria Piazza (por motivos más que evidentes) pero no al todavía desaparecido Gran Maestro francés Olivier Murchois, por si acaso hacía acto de presencia. La sala en la que se celebraban las partidas estaba lejos de su aspecto habitual, casi desértico. El crimen había armado tal revuelo que todas las televisiones se habían hecho eco y el salón en el que jugábamos se habia llenado de periodistas y sobre todo, de curiosos. La mayoría de la gente probablemente no sabría ni mover las piezas, pero era una sensación bastante agradable, aunque no fuese por la mejor de las razones, despertar tanta expectación. Habían dispuestas unas decenas de sillas, que normalmente quedaban vacías a excepción de las primeras flas, pero hoy la mayor parte del público tenía que estar en pie. En las primeras butacas, bastante cerca de mi mesa de juego estaban los entrenadores. Andrei estaba con Alessandro, algo que me sorprendió después de la tragedia por la que estaba pasando. También estaba Axier pululando por la sala, tomando apuntes mentales para su columna, ojeando las partidas... como siempre, a cien cosas. El emparejamiento había decidido que debía jugar con blancas, pero en vez de con Valeria, ahora me había tocado con el catalán Rivés. Toda una coincidencia volver a estar emparejada con alguien con quien compartía pasillo. A pesar de que su Elo (puntuación que mide la fuerza ajedrecística) era casi cien puntos superior al mío, había conseguido un medio juego bastante prometedor, con mucha ventaja de espacio y mayor movilidad de mis piezas. Él se encontraba bastante a disgusto, pensé que podría ser por el asesinato, pues todos estábamos un poco nerviosos, y fnalmente en un despiste táctico perdió un peón. Y lo que era peor, su situación se había vuelto insostenible, era cuestión de tiempo conseguir la victoria. Pero en ese preciso instante, en el que capturé su peón de la columna g con mi alfl, y al mirar hacia el público en busca de Andrei, todo pareció encajar. —No puede ser... —susurré. Joan me miró algo sorprendido, pensaba que había visto algo en la posición que él no lograba ver, y como loco intentaba descifrarlo, cuando para su desconcierto le dije: —Te ofrezco tablas. Axier estaba atónito contemplando la situación. ¡Pero si Irina tiene la partida ganada! Debía pensar el periodista. Joan, perdido, aceptó con extrañeza y me tendió la mano, suspirando aliviado por haber salvado, al menos, medio punto. Cuando me levanté me estaban abordando Axier y Andrei, en busca de una explicación. —Ahora no puedo deciros mucho, confad en mí. Andrei, necesito que llames a la policía y que no dejes que ninguna persona, por nada del mundo deje esta sala. Axier, por favor, sube conmigo a mi habitación y todo quedará aclarado. —No entiendo nada, Ira —dijo Andrei. —¡Sé quién mató a Valeria Piazza! ¡Y se encuentra en esta sala!

-6Axier me miraba con expectación cuando entramos en mi habitación. —No entiendo por qué estamos aquí... —¡En un momento lo sabrás! —Dije mientras tiraba el periódico abierto por la página de su fotografía sobre la cama. Se acercó al periódico y miró la fotografía. Echó un vistazo a la habitación. No lograba ver nada, y miró a Irina con gesto interrogante. —¡El edredón de fores! ¡Es evidente! ¡En la foto que sacaste de la habitación de Valeria falta el edredón de fores en la cama! —Sigo sin ver la relación... perdona mi ignorancia, pero deberás ser más clara... —Si el autor del crimen fuese Olivier, tras los dos golpes, siendo un crimen obviamente pasional, ¿qué hubiese hecho? —Huir, supongo. —¡Exacto! Habría huido como alma que lleva el diablo. Olivier es un chico esbelto y atlético. Sin embargo tú oíste a alguien pesado en el pasillo. ¿Cómo puede ser? —Pues no sé, quizás no estuviese entonces Olivier. —Te equivocas, en el pasillo se encontraba el mismo Olivier. —Ahora sí que me he perdido, ¿no estabas justamente diciendo que no podía haber sido Olivier? —Agarra ese cenicero e intenta hacer el movimiento como si me estuvieses golpeando. ¿Qué aprecias? —Pues no aprecio nada... si hizo este movimiento la brecha encajaría perfectamente. —¿Y qué me dices del reloj de ajedrez? —¿Del reloj de ajedrez? —Sí, ¿No oíste a Andrei? Jugando con negras, siempre que el árbitro se lo permitía, Olivier disponía el reloj a su izquierda, en vez de en la derecha habitual. —¡Claro! ¡Olivier era zurdo! ¡Hubiese sido tremendamente difícil para un zurdo cerrado golpear de esta manera la cabeza de Valeria! Pero entonces... ¿por qué dices que se encontraba Olivier en el pasillo? —Piensa Axier. Joan Rivés dice claramente que se oyeron dos golpes. Pero la víctima sólo presenta una herida mortal en la cabeza. Y en la fotografía no se aprecian signos evidentes de que nada más haya sido golpeado en la habitación. —¿Entonces? —Pues como tú bien dijiste, oíste a alguien pesado y lento. No era alguien lento, era alguien que arrastraba algo pesado ayudándose del edredón de fores. Y ese algo pesado era, efectivamente, el cuerpo inerte del pobre Olivier. —¿Pero de quién se trata? —Volvamos a la sala de juego y terminaré de desvelar el asunto. Antes déjame un minuto para hacer una llamada, así podré confrmarlo. Después de todo, y aún a pesar de que estoy completamente convencida, no me gustaría meter la pata y acusar a alguien en vano.

-7Cuando bajamos nuevamente a la sala de juego las partidas habían sido paradas momentaneamente al aparecer la policía, que estaba bastante impaciente, pensando que le estaban gastando algún tipo de broma macabra haciéndoles personarse allí de manera tan misteriosa. —Señores agentes. Permítanme informarles de que el asesino de Valeria Piazza se encuentra en esta sala. —¿Nos está tomando el pelo señorita? Estamos buscando por esos cargos al otro, al que desapareció. Es el único sospechoso que tenemos. —Pues entonces están buscando como principal sospechoso del asesinato a un cadáver, y me parece improbable que un cadáver pudiese hacer algo así. —Me reí a carcajadas. He de confesar que estaba disfrutando haciendo el papel de detective sabelotodo. —¿Pero qué demonios dice usted? —Dijo uno de los agentes. —Alessandro, ¿quiere hacerme el favor de vaciarse los bolsillos? —¿Cómo? ¿Para qué? —¡Hágalo por Dios! Y terminemos cuanto antes con esta tontería... —espetó el otro agente, airado. —Encontrarán en el un ticket del parking de anoche a las 05:14 de la mañana. Tiene claramente una manía con los tickets, se los echa todos sistemáticamente al bolsillo izquierdo de su pantalón. Si hubiese sido un crimen a sangre fría, algo más cerebral, ni lo intentaría, pues se hubiese deshecho de el, pero en esta ocasión, apuesto a que sigue ahí. —Oiga, no sé de qué me está acusando, pero no creo que pueda obligarme a vaciar mis... —En realidad es lo mismo. —Le interrumpí con soberbia —No hace falta que se los vacíe. Que existe ese ticket ya me lo han confrmado por teléfono en el hotel, y he pedido la grabación de seguridad del parking, donde saldrá usted, sospecho, cargado con un bulto envuelto en un espantoso edredón de fores y depositándolo en su coche, con el fn de deshacerse de él. —Uno de los policías se apresuró y agarró a Alessandro del brazo con frmeza, mientras mandaba al otro a comprobarlo. Alessandro, el cual se había resistido, fnalmente se derrumbó entre lágrimas. —Pero ¿cómo puedes haberlo sabido? —Me preguntó sollozando. —Algo no me cuadraba cuando dijo que había pasado toda la noche en el interior del hotel con Olivier, por un lado eso le daba una coartada a Olivier, y por otro, su única coartada era la de un desaparecido. Lo normal es que, siendo culpable, hubiese tratado de inculpar a Olivier del crimen. Pero no lo hizo, y esto me despistó un poco. Sigo pensando que la hipótesis de un crimen pasional es la más plausible. Usted tenía una relación, o quizás tan solo deseaba tenerla con Valeria, cuando la encontró con Olivier en... digamos, actitud poco decorosa en su habitación. Los celos le pudieron y en un arranque de ira acabó con sus vidas. De ahí que Joan oyese dos golpes. Pero aún así usted apreciaba a Olivier. Le había matado en un ataque de furia, pero tampoco deseaba

manchar su memoria con algo tan turbio... Y ante la pregunta de cómo pude saberlo, solo lo intuí. Dijo que había pasado toda la noche en el hotel, lo cual es obviamente una mentira, los zapatos llenos de barro demuestran que estuvo en el exterior bajo la lluvia, y los jardines del hotel están cerrados en invierno. Sólo empezó a llover anoche, siendo el resto del día anterior muy soleado, con lo cual me quedó bastante claro también el “cuando”. Y por último, también a raíz ese barro, y estando tan cerca del Guadalquivir, intuyo, señores agentes, que el Puente de las Delicias será un buen lugar para empezar a buscar el cadáver, pero esto no es más que una mera suposición. El agente que había ido a por la grabación del parking volvió a la sala, y asintió a su compañero, el cual esposó a Alessando. Completamente ebria de gloria, habiendo resuelto mi primer caso, a semejanza de mis novelescos héroes, me volví a la multitud, y dije: —En cualquier caso, y como parece que todo está ya aclarado, creo que la ronda puede retomarse. No me gustaría interrumpir más. —Va a tener que acompañarnos a comisaría, señorita... —Irina, señorita Irina Petrova. Sin problema iré con ustedes, pero primero déjen que coja mi e-reader.

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