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January 13, 2018 | Author: Luis Pineda | Category: Psyche (Psychology), Understanding, Certainty, Mind, Psychological Concepts
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PAUL

C.

JAGOT

EL P O D E R DE

LA

VOLUNTAD S O B R E SÍ MI S MO SOBRE LOS DEMÁS SOBRE EL D E S T IN O

EDITORIAL IBERIA, S. A. M U NTAÑER

i8 o

-

B A R C E LO N A

Decimonovena edición: junio 1985

Reservados todos los derechos. N inguna parte de este libro puede ser reproducida, alm acenada en un sistema de inform ática o transm itida de cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros métodos sin previo y expreso permiso del propietario del copyright.

© Editorial Iberia, S. A. M untaner, 180 - Barcelona, 1985 ISBN: 84-7082-164-4 Depósito legal: B. 22114- 1985 Printed in Spain Im prenta Juvenil, S. A. - M aracaibo, 11 - 08030 Barcelona

PRÓLOGO Una gran firmeza de carácter; esa confianza en sí mismo que permite a quien la posee emprender y llevar a feliz término toda clase de empresas; una vo­ luntad reflexiva, resuelta y tenaz; la facultad de po­ derse dominar y de regirse uno a sí mismo deliberada­ mente; una seguridad luminosa, práctica y juiciosa ante cualquier circunstancia que se presente; el don de poder influir sobre el pensamiento, disposiciones y decisiones de nuestros semejantes; el vigor mental y la destreza necesarios para vencer las mil dificultades que la vida ofrece, todo esto, en verdad, parece inaccesible a la mayor parte de los seres. Sin embargo, todo eso, que parece tan difícil, puede adquirirse. El presente libro lo demuestra. Es­ te libro dirá al lector cuál es la manera de poder de­ terminar en sí mismo — y en amplia medida — las virtudes y facultades arriba enumeradas, aunque el lec­ tor no se sienta, de modo natural, muy predispuesto a ellas. La eficacia de nuestro método — que más ade­ lante detallamos — ha sido comprobada por los pro­ pios lectores de este Manual. Y hay un hecho que

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lo demuestra; el haberse vendido algunas decenas de miles de ejemplares de esta obra en el espacio de pocos años y sin ninguna clase de propaganda, lo cual quie­ re decir que nadie ha leído sin provecho esta obra, ni ha dejado, por consiguiente, de recomendarla siempre que ha tenido de ello ocasión. En consecuencia, ni aun el ser más deprimido debe sentirse desdentado, sino que, antes bien, debe abordar animosamente el entrenamiento gradud que en este libro indicamos; por nucy débil, por muy fluctuante y tímida que sea su voluntad, no tardará en vi­ gorizarla y en llegar a imponerse a fuerza de persisten­ cia. .. Capitd es el interés que ofrece ese entrenamiento, y. por poca atención que le preste el lector, habrá de sentirse, no obstante, lo suficientemente inclinado a in­ tentar un primer esfuerzo, del cual surgirán los esfuer­ zos subsiguientes. La afirmación del poder rector de lu conciencia, por medio de la educación de la voluntad, no es más que una cuestión de ejercicio. Tras de ha­ ber dado el primer paso, que creará el impulso nece­ sario d representarse las excelencias hacia las cudes se orienta, el segundo paso será más seguro, y cada una de las nuevas tentativas que practique hará más enérgica y fácil la que le siga. La subordinación de las diversas actividades psicofísicas d examen reflexivo de la inteligencia cons­ tituye la principal condición para el éxito, por la sen­ cilla razón de que capacita d individuo para actuar en todo momento, a pesar de cudqmer obstáculo o difi-

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cuitad, de conformidad con una resolución o principio determinado de antemano. Esta cualidad parece ser la más apetecible de to­ das, ya que asegura una completa armonía interior. En un determinado grado de desenvolvimiento psíqui­ co, la voluntad se halla asociada, constante e íntima­ mente, al «yo» central; y, en consecuencia, permite di­ rigir los pensamientos, moderar o exaltar — según los casos — las emociones o impulsos que el individuo experimente y reinar de modo soberano sobre los estados sensoriales. La estrecha influencia existente entre lo moral y lo físico, cuya noción se ha ido extendiendo durante es­ tos últimos años, mediante el empleo terapéutico de la sugestión (1), se manifiesta con tanta precisión como intensidad en todas aquellas personas que practican con relativa asiduidad la concentración voluntaria del pensa­ miento: manteniendo en su conciencia la imagen con­ veniente, les es posible actuar sobre los más profundos tejidos de su organismo. Con anterioridad a esta po­ sibilidad, veremos que es relativamente fácil al individuo crearse una condición mental, afirmando poderosamen­ te su vitalidad y su resistencia respecto de las diversas causas patógenas. Por otra parte, la ciencia experimental considera como un hecho demostrado que la voluntad se ejercita exteriormente al individuo y que, a través del éter, pro­ yecta, con dirección a aquellas personas en quienes se (1) Del mismo autor, M étodo práctico de autosugestión. (Prefacio del doctor P. L. Rehm.)

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pone el pensamiento, una serie de movimientos ondulato­ rios que tienden a crear en dichas personas estados de alma complementarios de los del individuo actuante. Las voliciones precisas, continuas e intensas, tie­ nen, entiéndase bien, una acción a distancia mucho más eficaz que ¡os pensamientos indecisos, fugitivos y vaci­ lantes. Por consiguiente, la influencia psíquica indivi­ dual aumenta al mismo tiempo que reduce la multi­ plicidad de estados de alma y enseña ai individuo o pensar enérgicamente. Vayamos más lejos. Diversas escuelas filosóficas ad­ miten que la facultad de querer, por efecto de un proceso que dichas escuelas explican, se convierte en modificadora de las causas secundarias cuando adquie­ re suficiente dinamismo para ello. Así piensan los ocul­ tistas, los teósofos y magos, cuyas doctrinas han tenido en todos los pueblos y en todas las edades de la Histo­ ria muy ilustres representantes (1). * * * Por lo tanto, lo que nos proponemos en este libro es establecer un }nétodo de desarrollo de la voluntad, orientado, primeramente, hacia el dominio de sí mismo, después hacia la práctica de la influencia mental a dis­ tancia, sobre una o varias personas, y, finalmente, ha­ cia la aplicación — por parte de aquellas personas que quieran hacer la experiencia — de los métodos de con(1) Véase el Tratado metódico de Ciencia oculta del doc­ to r Papus y la o b ra de Stanislas d e G uaita.

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dicionamiento voluntario del destino. Los primeros efec­ tos que determinan las prácticas expuestas más adelante se traducen en un impulso hacia la iniciativa mental y más tarde por una sensación de seguridad y de «po­ der»; el individuo tiene conciencia de que es capaz de realizar esfuerzos de voluntad. Poco a poco — tanto más rápidamente cuanto mayor sea la aplicación del indi­ viduo — la confianza de éste en sí mismo se hace cons­ tante, y las ideas parasitarias, los estados emotivos di­ solventes y las solicitaciones sensoriales quedan domi­ nados. El «dominio de sí mismo», se hace continuo y el individuo puede prontamente, y a plena satisfacción suya, dirigir sus sentidos, su sensibilidad y su intelecto, llegado tal momento, como quiera que el individuo es ya apto para concentrar su energía psíquica sobre cualquier imagen precisa, el poder de la voluntad — como se' ha dicho más arriba — puede utilizarse para obrar de modo regularizado y como elemento mé­ dico o anestésico actuante sobre los órganos físicos. Incluso independientemente de la influencia telepúquica que pueda ejercer directamente sobre sus semejan­ tes, resulta evidente que la persona que ha aprendido a dominarse, a razonar sus impresiones y a conservar una calma perfecta ante toda clase de circunstancias, por difíciles que sean, influye — por efecto de esta misma estabilidad — sobre las personas en quienes actúa. Una mirada que exprese determinación, una palabra precisa y juiciosa o una actitud serenamente enérgica, impresio­ nan, sin duda, de modo considerable. Existen otras cua­ lidades intrínsecas — igualmente obtenibles por medio

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de la educación de la voluntad — que complementan ¡os precedentes factores de influencia personal: tales son el «espíritu oportunista», la «memoria», la «continui­ dad en las ideas» y la «rapidez de asimilación». Llega un momento en que ni las circunstancias, ni los in­ cidentes imprevistos, ni el modo de ser o de obrar de mtestros semejantes, logran en modo alguno descon­ certarnos. Por consiguiente, el individuo medianamen­ te dotado podrá modificar su propio destino. En efec­ to: a presencia de cualquier eventualidad conservará toda su energía, toda su serenidad y lucidez para poder actuar y reaccionar libremente; sin gran esfuerzo, com­ prenderá cuál debe ser su conducta a seguir y, final­ mente, siempre atento a su tarea, pasando en el mo­ mento previsto de una a otra ocupación, conservando en el curso de todas las fases de su labor una misma línea directriz, expresión de una misma voluntad. El título de esta obra nos parece, pues, perfecta­ mente justificado, incluso ante la consideración de los espíritus más positivos.

CAPÍTULO PRIMERO

Cómo prepararse para regular la voluntad 1. Determinismo y libre albedrío. - 2. Ma­ nera de crear en sí mismo una propensión hacia el esfuerzo. - 3. Ayuda aportada por las principales aspiraciones. - 4. La fuer­ za nerviosa. - 5. Idea general de la subor­ dinación del automatismo a la conciencia. - 6. Regulación de los impulsos emocionales. - 1. Regulación de los impulsos sensoriales. • 8. Posibilidad inmediata de realizar los es­ fuerzos precedentes. - 9. Modo de obtener provecho de las indicaciones contenidas en este capítulo.

1.

D e t e r m in is m o y l ib r e a l b e d r ío

El carácter de cada individuo aparece ya formado en la edad en que éste es capaz de tener conciencia de ello. De la misma manera que, en ouanto a la parte física se refiere, nuestra constitución orgánica es la re­ sultante de la herencia, todo cuanto constituye nues­ tro ser moral — tendencias, facultades, aptitudes, etc. — existe con anterioridad a la noción del «yo». La acción recíproca de las funciones sobre el intelecto y de éste sobre las funciones parece, pues, predisponemos a sentir, pensar y actuar necesariamente de una manera determi­ nada. Existen dos aforismos, sumamente conocidos, a este respecto: «No es posible cambiar de naturaleza», dice el uno, y: «Combatamos nuestro modo de ser, y éste reaparecerá prestamente», argumenta el otro; afo­ rismos ambos que expresan claramente la opinión — su­ mamente compartida, precisamente porque juzga inútil todo esfuerzo — de las Escuelas filosóficas que afir­ man que el hombre no puede transformar radicalmente su personalidad. Resulta de esta teoría que la voluntad siempre se manifestaría, en un instante dado, como efec-

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to de aquel impulso que el momento o las circunstancias hiciesen más poderoso. Si bien es cierto que nuestros impulsos, nuestras impresiones y nuestros juicios primitivos son el resul­ tado de nuestros condicionamientos psicofisiológicos, no es menos evidente que una buena educación de la vo­ luntad, adquirida fuera de nosotros mismos, pero re­ flejada por nuestra conciencia, puede crear en noso­ tros la idea, primero, y después la decisión, de reac­ cionar contra ese automatismo. El individuo que se da cuenta de la oportunidad de semejante reacción ex­ perimenta ya el empuje de su determinismo, que toda­ vía, sin embargo, no ha aprendido a dominar. Ello se traduce en su entendimiento por la noción de servidum­ bre. El individuo en cuestión se expresará así: «Aquello fue más fuerte que mi voluntad», o bien dirá: «No pu­ de impedirlo»... El objetivo primordial de este libro no es otro que el de enseñar el modo de proceder, pese a todos los impulsos del automatismo, en el sentido de aquello que un juicio deliberado haya considerado como más conveniente.

2.

M a n e r a d e c r e a r e n s í m is m o u n a p r o p e n s ió n HACIA EL ESFUERZO

«Todo cuanto entra por el espíritu sale por los músculos», decían los antiguos. Los psicólogos moder­ nos admiten igualmente la tendencia que tiene toda idea

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a transformarse en acto. De conformidad con esa ley, y considerando con la mayor atención posible los diver­ sos motivos por los cuales resulta útil el desarrollo de la voluntad, d individuo se sentirá inclinado a ini­ ciar prácticamente dicho desarrollo. Toda aquella perso­ na a quien le sea familiar la meditación razonada de las cosas, no experimentará dificultad alguna en entre­ garse a la contemplación mental de sus razonamientos ni en praoticar la educación psíquica. Si, por el contra­ rio, la aptitud para la concentración no está suficien­ temente preparada, el individuo logrará vigorizarla efi­ cazmente trazando un cuadro escrito de las modifica­ ciones que desee introducir en su personalidad y de las ventajas que dichas modificaciones aporten. Estimamos que los ejemplos que a continuación ofrecemos habrán de ser útiles a más de un lector: «Quiero adquirir una serenidad constante, una segu­ ridad imperturbable y una justificada confianza en mí mismo.» «Quiero dominar la ansiedad, el temor, la nervio­ sidad y otras diversas emociones paralizadoras.» «Quiero conservar perfecta lucidez de espíritu en toda circunstancia; quiero ser siempre dueño de mis actos, suceda lo que suceda; quiero conservar mi pre­ sencia de ánimo ante todo obstáculo.» «Quiero que mi memoria sea exacta y rápida, viva y correcta mi asimilación e indefectible mi voluntad.» «Quiero elevar a un grado sumo el cultivo de mis aptitudes y quiero también adquirir, en el dominio

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que a dichas facultades corresponda, una competencia y habilidad superiores.» «Quiero hacer siempre lo que sea más convenien­ te en el momento previsto y a pesar de todas las so­ licitaciones o incidentes susceptibles de apartarme de ello.» «Quiero regir mis impulsos físicos y emocionales, negándome a dar rienda suelta a todos cuantcs sean contrarios a mi equilibrio vital, a mis principios o a la finalidad que persigo.» «Quiero examinar juiciosamente, antes de admitir­ las, cuantas ideas acudan a mí espontáneamente, o bien que me sean comunicadas o me lleguen a través de lec­ turas.» «Quiero denotar serena tenacidad, enérgica corte­ sía y tranquila seguridad, cualidades que dominan a los hombres y a las circunstancias.» Naturalmente, cada individuo persigue en la vida una finalidad diferente, que habrá de ser la que le inspire las fórmulas más adecuadas al caso. Por ejem­ plo: un enfermo, deseoso, ante todo, como es natu­ ral, de recobrar su salud, podrá añadir a lo precedente: «Quiero dominar mi voluntad hasta que ésta haya ad­ quirido peder suficiente para modificar mi estado.» Tras de haber leído completamente y repetidas veces el cuadro trazado con arreglo a las anteriores indica­ ciones, se hace preciso considerar por separado cada párrafo de lo escrito e imaginarse concretamente su significación respectiva. De esta suerte, la primera afir­

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mación dada por nosotros como modelo debe ir se­ guida de la representación imaginativa de la sensa­ ción que se experimentaría al saberse uno en posesión de una calma inalterable, como asimismo de las posi­ bilidades que implicaría semejante equilibrio nervioso. Diversos autores recomiendan transcribir, con tra­ zo firme y atrevido, cada una de las frases sobre las cuales bay que meditar. Aconsejan escribir dichas fra­ ses en un rectángulo de papel y mantener fija la mirada por espacio de varios minutos, sobre cada una de las fórmulas escritas. Este procedimiento es de suma con­ veniencia para las personas de espíritu agitado, cuya atención se dispersa mucho menos si se les presta un punto de apoyo material. Para activar su funcionamiento cerebral, los seres vacilantes, los inertes, hallarán una ayuda mecánica dando algún paseo a paso bastante acelerado, durante el cual se repetirán las afirmaciones precedentes. A la inversa de la inmovilidad física, que tiende a calmar la excitación cerebral, el movimiento estimula el pensa­ miento. Hay muchos hombres de negocios que prac­ tican inconscientemente esta ley cuando, bajo el efecto de cualquier grave preocupación, cuya solución bus­ can afanosamente, se pasean- de arriba abajo por su despacho.

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PAUL C. JAGOT 3. • A y u d a a po rta d a p o r l a s p r in c ip a l e s ASPIRACIONES

Para poder poner en práctica todo lo hasta aquí con­ signado, es preciso que, verosímilmente, el individuo sea ya capaz de realizar un pequeño esfuerzo. Hasta el carácter más endeble hallará la energía necesaria para d io si acude a su propio juicio. En efecto, resultaría verdaderamente inconcebible que hubiese un solo hom­ bre que en d curso de una jomada no experimentase diversos movimientos interiores nacidos de sus prindpales aspiraciones. Estos movimientos se traducen en diversos estados de conciencia: deseo de adquirir tal o cual facultad, o de eliminar cualquier defecto; deseo de un mayor bienestar material, de poseer un objeto, de procurarse una satisfacción cualquiera; deseo de con­ sideración o de influencia personal. La costumbre de asociar a las aspiraciones — cuan­ do éstas acuden al espíritu — la nodón del desarrollo de la voluntad, que permitirá realizarlas, crea una dis­ posición hacia el esfuerzo, aun cuando sólo sea momen­ táneamente. Aprovechar este momento para dar ma­ yor^amplitud al impulso activo. por medio de la meditación anteriormente descrita, es dar el primer paso y abrirse “d acceso a la vía energética. La perspectiva de poder llegar a ser una persona­ lidad vigorosa, física y moralmente robusta; de poder mejorar de situación, de conseguir asimilarse un arte o

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dencia cualquiera, de poder regirse uno mismo de con­ formidad con aquellos principios que se consideran pro­ vechosos, y en mi orden general, de poder lograr el ob­ jetivo perseguido en la vida; esta perspectiva, repeti­ mos, constituye una serie de «ideas- fuerzas» que se pue­ den encauzar en provecho de la voluntad por medio de la asociación de pensamientos que hemos indicado.A la lasitud, a la indecisión y a la inercia debe­ mos oponer nuestro egotismo superior; debemos repe­ tirnos constantemente que en modo alguno consenti­ remos que nuestras tendencias inferiores pongan trabas a la realización de nuestros más caros deseos; debemos considerar que una voluntad^resuelta significa siempre, directa o indirectamente, una ventaja sobre los demás; asimismo debemos tener en cuenta que nuestro poder volitivo regula la eficacia de nuestra reacción contra todo cuanto las circunstancias tienden a imponernos do más desagradable o doloroso, como también la de nuestra acción sobre cuantas cosas apetezcamos.

4.

L a f u e r z a n e r v io sa

Un motivo cualquiera, que sea suficientemente im­ perioso, hace accionar la voluntad; pero ésta decae rápidamenle„si falta la energía indispensable para produ­ cir la actividad psíquica, esto es, la fuerza nerviosa. Son muchas las enfermedades de la voluntad que proceden de una insuficiente producción de fuerza nerviosa. No es menos cierto que los asténicos derrochan inútilmen­

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te cierta cantidad de esta preciosa energía, cuya reten­ ción bastaríales para mejorar casi instantáneamente su estado. El individuo que conserva en los diversosjjlexos la fuerza nerviosa que otros malgastan en inútiles expan­ siones, tonifica la facultad volitiva, que entonces se halla lo bastante sostenida para ejercer su acción cuan­ do la oportunidad se presenta. Por esta razón, como primeros esfuerzos de habi­ tuación, preconizamos una serie de inhibiciones que, pa­ ralelamente a la fortificación de todcTejercicio racional, procuren suprimir importantes emisiones de fuerza ner­ viosa. Dos o tres días de práctica bastarán para conven­ cer al lector de la eficacia de estos ejercicios, pues, con­ secutivamente a la aplicación de los mismos, expe­ rimentará una sensación inmediata de «poder en sí mismo».

5.

I d e a g e n er a l d e la su b o r d in a c ió n d e l AUTOMATISMO A LA CONCIENCIA

Todo ser puede apreciar en sí mismo la existencia de dos elementos que actúan de fuerzas incitadoras, dos fuentes de donde se originan las decisiones. Por una parte, la conciencia, el juicio, la razón y la re­ flexión; por otra parte, el automatismo. Un ejemplo mostrará claramente el juego de estos dos centros de la personalidad humana: un estudiante se sienta por la mañana ante su mesa dispuesto a entregarse al es-

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tu dio de una cuestión abstracta de Filosofía, carente hasta aquel momento de todo atractivo para él. Fuera brilla el Sol, ’y, por la ventana, entreabierta, llegan hasta la estancia deliciosos efluvios matutinos y el ru­ mor de mil ruidos del exterior. Nuestro estudiante se siente vivamente inclinado a dejar el libro indigesto y salir en busca de algunos compañeros, con los cua­ les se entregará a uno de esos juegos al aire libre que tanto placen a la adolescencia sana. Pero este mo­ vimiento de automatismo, ese «impulso», tropieza con la resistencia que le opone la conciencia, al razonar que los exámenes se acercan, que el programa de lo'i mismos es difícil y que sólo mediante una asiduidad sostenida logrará salir airoso de su cometido. Entonces se entabla el «combate interior», de cuyo resultado de­ penderá la conducta del estudiante. La debilitación del automatismo, metódicamente con­ ducido y esforzándose el individuo en dominar primera­ mente los impulsos más insignificantes y después otros más importantes, asegura poco a poco su subordinación rápida y fácil a las representaciones reflexivas.

6.

R e g u l a c ió n d e l o s im p u l s o s em o c io n a l e s

La satisfacción de los impulsos emocionales va siem­ pre acompañada de un enorme desgaste de Juerza ner­ viosa. Por esta razón el mejor camino para llegar a una

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perfecta cultura de la voluntad es precisamente el de re­ gular y dominar dichos impulsos. Los principales son: 1.° La expansividad, en todas sus formas. De una manera •general, esfuérzate,,lector, en guardar silencio. Si, por ejemplo, llega a ti cualquier noticia y experimen­ tas el deseo de comunicarla a un amigo, piensa que ello te conducirá a malgastar cierta cantidad de energía. Conserva esta energía; no digas nada. No manifiestes nunca tus impresiones, singularmente las que resulten de las conversaciones que oigas: cada exclamación, cada palabra, cada gesto retenido aumentará tus reservas de fuerza nerviosa. No malgastes tu fuerza mental en ba­ gatelas, ni en comentarios cotidianos, ni en apreciacio­ nes sobre las personas que te rodeen, o sobre las accio­ nes que presencies... Todo esto no significa insociabili­ dad, sino únicamente retención de actividades inútiles tanto para ti, lector, como para las personas con quie­ nes trates. Cuando tengas necesidad de hablar, no lo hagas de un modo mecánico o automático: mide tus expresiones y sustituye aquellas que ibas a pronunciar «impulsivamente» por otras que sean más reflexivas. No discurras con excesiva animación, ya que ello te lle­ varía a un desgaste inútil y, sobre todo, no discutas. Escucha con calma cuando se te exponga y no emitas tu opinión sino cuando sea indispensable. No permitas que se te obligue a hablar a pesar tuyo. Si cualquier charlatán te abruma con un aluvión de palabras, aparen­ ta interesarte por ellas, dejando que aquél derroche su fuerza nerviosa, pero no hagas lo propio con la tuya. 2.° La aprobatividad. El hombre se siente natural­

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mente inclinado a hacerse valer; cuantas veces se le presenta ocasión para ello, trata de dar a sus seme­ jantes una alta idea de su personalidad y de hacerles partícipes de sus opiniones o juicios, que siempre con­ sidera superiores a los de los demás. Observa, lector, a las personas a quienes escuches; pronto descubrirás cuán estériles esfuerzos impone la vanidad a la mayoría de las personas inclinadas al deseo de aprobación. Ob­ sérvate tú mismo y procura reprimir cuidadosamente esta tendencia. 3.” Arrebato^. Si el individuo comienza por domi­ nar-cualquier ligero movimiento de impaciencia, liegre fría imperturbable ante las más graves provoca­ ciones. La contrariedad, la irritación y el enervamien­ to determinan ciertas expresiones fisonómicas, ciertos gestos y ciertas exclamaciones que hay que prohibirse con gran empeño. El ejercicio de la impasibilidad con­ tribuye poderosamente al desarrollo de la voluntad.

7.

R e g u l a c ió n d e l o s im p u l s o s s e n s o r ia l e s

Nuestros cinco sentidos hállanse incesantemente afec­ tados por múltiples impresiones que reaccionan de con­ tinuo sobre nuestras disposiciones mentales. Resultará verdaderamente provechoso tratar de razonar estas im­

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presiones. A tal efecto, enumeraremos unas cuantas, apropiadas a cada sentido: El aspecto de los seres de las cosas alteran en oca­ siones profundamente nuestras disposiciones íntimas. He aquí por qué nos dejamos influir por el ambiente en que nos hallamos. «No entramos de la misma manera — dice Sylvain Roudés — en una posada de pueblo, en el sa­ lón de una dama de mundo o en el despacho de un médico célebre cuando los habitantes de estas tres mo­ fadas están ausentes. Los tapices, las obras de arte, los cristales del salón o el mobiliario severo del gabinete médico ejercen involuntariamente en nosotros cierta im­ presión que llega incluso a influir hasta en nuestra com­ postura.» Si la casualidad nos lleva a ser testigos de un accidente cualquiera, más o menos trágico, instin­ tivamente desviamos la cabeza. La indumentaria o por­ te de las personas suele modificar nuestra actitud res­ pecto de ellas. Los días sombríos que ponen sobre los objetos exteriores cierta pátina de tristeza, llegan en oca­ siones a trastornar nuestra actividad. Pero son éstas otras tantas ocasiones que se nos ofrecen de ejercitar­ nos en el dominio de nosotros mismos. El contacto de ciertos cuerpos o de ciertos animales inspira a nuestro sentido del tacto un horror insuperable... en apariencia. Sin buscar precisamente dichos contactos, cuando la oca­ sión nos lo depare procuremos sufrirlos con la mayor frialdad posible. Los ruidos estridentes, bruscos e ines­ perados producen en nosotros una contracción de ios músculos del rostro, provocan cierto sobresalto y hasta alguna exclamación: reprimamos estos movimientos re­

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flejes y esforcémonos en oír tranquilamente el estré­ pito de una fábrica o taller, la estridencia de cualquier grito o la batahola de los vehículos. Cuando cualquier olor desagradable repugne a nuestro olfato, procure­ mos aislar el foco pestilente, sobre todo si dicho olor puede suponer una posibilidad de intoxicación; pero, en caso contrario, si el olor es inofensivo, no vacilemos en soportar sus desagradables efluvios, diciéndonos: «No permito que me afecte causa tan insignificante». Sabido es también que las preferencias y las repugnancias en materia alimenticia no siempre corresponden a la exce­ lencia o nocividad de las substancias comestibles de que se trate. También en este caso debemos apelar a nuestro juicio y dejar que prevalezca éste en la regulación de nuestras comidas.

8.

P o s ib il id a d in m e d ia t a d e e f e c t u a r lo s pr ec ed en t es e sfu er zo s

«Ser enérgico es una cosa, y obrar como si ya se fue­ se enérgico, por lo menos ocasionalmente, es otra. Por consiguiente, lector, nunca digas: «Para observar »lo precedente es menester tener ya voluntad.» Sara observarToSoñímuaniente. y sin fatiga, desde luego, sí; pero, al principio, no aconsejaríamos a nadie un esfuerzo semejante, que, además resultaría exagerado; para esfor­ zarse en adaptar la propia conducta a la que. en un caso

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análogo, seguiríg^ m . fipmfag enérgico^,no es precisa dicha voluntad.» Incluso en los individuos más imperfectamente do­ tados se observa la posibilidad de realizar, por lo me­ nos, tentativas de resistencia, cuando no de resistencia inmediatamente , victoriosa. Por otra parte, por muy fuerte que uno se crea, no debe hacerse la ilusión de triunfar al primer dta.de haber jatean en practica las precedentes reglas. El objetivo exacto del principiante debe ser el de tratar de estar sobre aviso. Si — como suele ocurrir durante los primeros-días —, al produ­ cirse el impulso, no se piensa en reprimirlo, por lo menos se procurará evitarse la inútil emoción del des­ pecho: sencillamente, la comprobación de la falta de atención que hemos señalado se hará seguir de una afirmación semejante a ésta: «Quiero estar prevenido para la próxima vez y estoy absolutamente decidido a ser dueño de mi automatismo». Y, en efecto, reiterando este procedimiento, la conciencia llegará a intervenir a tiempo. Suele ocurrir que cuando un mismo impulso ha sido reiteradamente contenido durante varios díasjreajparece casi siempre en un momento dado y con mucha mayor intensidad que de ordinario. Ello constituye un escollo que hay que combatir vigorosamente, puesto que, una v e z dominado. se puede tener la certeza de poder ven­ cer completamente y con la mayor facilidad cE impulso primitivo.

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9.

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M odo d e o b t e n e r p r o v e c h o d e l a s in d ic a c io n e s CONTENIDAS EN ESTE CAPÍTULO

Antes de poner en práctica estas indicaciones, bue­ no será que el lector las relea varias veces. Su conte­ nido impregnará su espíritu, y cuanto mejor las haya comprendido, analizado y meditado, tanto más dispuesto se sentirá para ponerlas en ejecución. Cuando el lector tenga la plena seguridad de haber penetrado perfectamente su sentido; cuando haya com­ prendido que el sendero del adiestramiento es llano y gradual y que está cuidadosamente combinado para que todo el mundo pueda seguirlo, señálese para el día siguiente la tarea de poner en práctica u n a de las pres­ cripciones antes indicadas, aplicando a ella toda su atención y energía. Después, reitere el esfuerzo inicial, acompañándolo de un segundo esfuerzo, diferente del anterior. Apliqúese el lector, sucesivamente, a dominar los impulsos anteriormente descritos; y, finalmente, pro­ cure, durante todo un día, vivir de acuerdo con el con­ junto de indicaciones contenidas en el presente capítulo. Y cuando lo haya logrado, repita el intento durante toda una semana. Entonces se hallará en disposición de poder pasar al capítulo siguiente. No se olvide de bus­ car en sus aspiraciones superiores, en su ambición y en su afán de progreso, de superioridad y de triunfo, la energía sustentadora del esfuerzo. Si el lector se ve acometido por una «oleada de iner­

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cia», procure razonar fríamente este fenómeno. Dígase, de modo alentador: «En estos momentos me siento deprimido; pero esto no puede durar. Además, dentro de algún tiempo, cuando esté más habituado, no su­ friré este decaimiento.» En fin, no conceda la menor importancia a las palabras de desaliento que le puedan dirigir. Resulta inútil confiar a nadie que uno se en­ trega a la cultura psíquica. Esta manifestación de expansividad es precisamente la primera que hay que re­ primir. Así el lector ahorrará a aquellos que no tienen conciencia de la oportunidad de semejante cultura el trabajo de exponer sus opiniones.

CAPÍTULO II

Modo de regirse el individuo 1. Regulación orgánica. - 2. Regulación del sueño. - 3. Regulación de la actividad men­ tal al despertar. - 4. Cambio voluntario de pensamientos. - 5. Período de reposo. - 6. Examen periódico de sí mismo. * 7. Las depresiones ocasionales. - 8. Las costum­ bres. - 9. La calma.

1.

R e g u l a c ió n orgánica

El juego de las facultades mentales, y en particular de la voluntad, depende estrechamente del estado or­ gánico del individuo. Antes de haber adquirido el desa­ rrollo psíquico necesario para podfcr influir sobre las diversas funciones por medio de la concentración de la atención sobre una imagen ideativa, el individuo habrá de aplicar su voluntad a imponerse una higiene racional, único modo de poder gobernar su estado físico. La directriz de esta higiene consiste en evitar cuidadosa­ mente toda causa de intoxicación. «El intoxicado — ha escrito, muy justamente, el doctor Gastón Durville —, ve y siente a través de sus toxinas.» Fracasa la psicoterapia propiamente dicha cuando, paralelamente a su aplicación, el enfermo no se somete a un régimen que determine la eliminación de las di­ versas sustancias venenosas que infectan sus órganos. Cuando la masa cerebral se nutre de sangre viciada, se prcduce cierto malestar, con marcada predisposición a la inercia, y no tardan en aparecer graves trastornos. Cualquier ligera intoxicación basta a anular el resorte

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espiritual, a crear el pesimismo, la tristeza, el abati­ miento y el temor a realizar cualquier esfuerzo. Los individuos dotados de constitución vigorosa no experimentan de un mcdo inmediato la consecuencia psíquica de las diversas causas de intoxicación, sino úni­ camente cierta pesadez de cabeza, especialmente después de las comidas; pero, tarde o temprano, el artritismo, en sus diversas formas, viene a alterar su vitalidad general, disminuyendo su capacidad de trabajo cerebral y perturbando su sistema nervioso. Inversamente, los organismos débiles, delicados y fluctuantes, experimen­ tan una verdadera renovación mediante la observancia de las reglas que más adelante expondremos. Alimen­ tación racional, abundante oxigenación de la sangre y circulación homogénea, son las tres condiciones primor­ diales del equilibrio fisiológico, el cual, al librar a la voluntad de toda perturbación o molestia interiores, la pone en las mejores condiciones de desarrollo. En primer lugar se hace preciso reglamentar la ali­ mentación, suprimiendo resueltamente toda clase de co­ mestibles hipertóxicos. Aun cuando, a pesar de la inges­ tión de estos últimos, se desenvuelvan normalmente las funciones eliminatorias, es de observar que esta elimi­ nación se efectúa a expensas de un laborioso funciona­ lismo interno, que exige un desgaste de fuerza nerviosa que luego falta a la facultad volitiva. Esta primera medida cualitativa debe ir emparejada con la restricción cuantitativa de las ingestiones. La cantidad exacta de alimentos que bastan para la nutrición de cada indi­ viduo varía según las naturalezas, la profesión, el clima;

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pero, no obstante, podemos indicar un criterio absoluto a este respecto: es excesiva toda comida que produzca la menor pesadez o abotagamiento. De acuerdo con los estudios realizados por los doc­ tores Pascault y Cartón, damos a continuación una no­ menclatura de dos series de alimentos que figuran or­ dinariamente en nuestra mesa. La primera de dichas series se recomienda especialmente a las personas que persiguen un desarrollo íntegro de su voluntad. La se­ gunda serie les está formalmente contraindicada. Toda sustancia alimenticia que no figure en ninguna de ambas listas puede ser utilizada con moderación: Primera serie: alimentos recomendados. — Pierna de carnero aiada, costillas, jamón de York, carne asada a la parrilla, conejo, pollo, pichón; quesos de Gruyere, Brie, Holanda, Culommiers, mediasal, suizo; mantequi­ llas, ostras, lenguado, merluza; legumbres tiernas, pa­ tatas, arroz, castañas, puerros, alcachofas, espinacas, co­ hombros, verduras crudas y cocidas, berros, rábanos, apio, coliflor, col, colinabo, pastinaca, zanahoria, setas, frutas diversas crudas y cocidas, melón, calabaza, sé­ mola, leche. Segunda serie: alimentos que deben suprimirse, pues­ to que intoxican y ocasionan un desgaste funcional de eliminación que contrarresta la propia aportación de energía de los mismos. — Alcohol, licores, vinos ran­ cios, oporto, etc. (los vinos ligeros y naturales, por el contrario, son recomendables); caza mayor, carnes gra­ sas, foie-gras, ánade, ganso, sesos, embutidos y carnes secas en general; carne de cerdo, tripas, despojos, quesos 3

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fermentados, grasas cocidas, crustáceos, pescados, con­ servas cuyo recipiente sea de metal; bacalao, legumbres secas de color, acederas, coles de Bruselas, confituras, pasteles de crema y chccolate. Frecuentemente hemos oído decir a las personas a las que indicábamos este régimen alimenticio que «les era imposible prescindir» de tal o cual alimento. Otras personas nos han objetado que este régimen supone una serie de privaciones gastronómicas. En ambos casos se impone un esfuerzo de voluntad, tanto más fácil de realizar cuanto más se haya penetrado el individuo de su conveniencia y oportunidad. Por lo demás, gustamos sobre todo de aquellas comidas a las que estamos ha­ bituados: véase la diferencia de gusto de los ingleses y de los alemanes, de los africanos y de los asiáticos. En Francia, en España, un hombre del Mediodía no dejará de sentarse al principio con cierto malestar a la mesa de un compatriota del Norte. Ya sabemos que la costumbre — la tiránica costumbre —, apoyada sobre todo en un elemento atávico, suele sujetamos a una alimentación determinada. Satisfagamos, pues, esta idiosincrasia mediante «co midas excepcionales», cada mes o cada quince días, pero durante tcdo el tiempo restante seamos dueños de nuestro gusto. Lentamente iremos estableciendo cierta selección de alimentos buscándolos entre los que com­ ponen la primera serie. Y cuando nos hayamos intoxi­ cado, cuidemos de favorecer la eliminación de los ele­ mentos desvitalizadores por medio de un lavado del hígado o de los riñones, bien mediante un purgante en

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ayunas, bien recurriendo a una comida compuesta en­ teramente de frutas. La segunda condición de la pureza de la sangre y su debida oxigenación está muy lejos de ser objeto de la atención que merece. Ha sido precisa la evidencia de que se iba hacia una verdadera degeneración de la raza, para que la cultura psíquica obtenga la importan­ cia indispensable en los programas escolares. El hom­ bre robusto que ha llegado a la edad de setenta u ochen­ ta años sin haberse preocupado en su vida de ninguna práctica higiénica, generalmente se encoge de hombros cuando en su presencia se aborda esta cuestión, sin pen­ sar que su magnífica resistencia la debe a antepasados suyos más sobrios y más familiarizados con el trabajo muscular. El lector decidido a ejercitar el poder de la voluntad ño se detendrá más ante las sugestiones de quienes niegan los beneficios de la reglamentación orgá­ nica ante las de la inercia. Entregándose a los ejercicios siguientes, no tardará en experimentar sus saludables efectos: Ejercicio 1.° Por la mañana, al despertarse, tién­ dase horizontalmente en el suelo, con los brazos a lo largo del cuerpo. Haga una inspiración lenta y profunda, que ayudará describiendo con los brazos un semicírculo lateral completo. Las manos deberán tocar al suelo, por la parte de la cabeza, en el preciso momento en que la inspiración termine; seguidamente deje escapar el aire inspirado, al tiempo que los brazos volverán a su pri­ mitiva posición. Repítase esta operación de diez a veinte veces. Este ejercicio puede practicarse también en pié.

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En tal caso es preciso adosarse a una pared, tocándola con las manos al fin de cada inspiración. Ejercicio 2.° Repítase el ejercicio anterior antes de cada comida y antes de acostarse. Debemos añadir que la gimnasia sueca, practicada en casa, e incluso cualquier deporte más o menos vio­ lento, contribuyen al desarrollo de la voluntad, a con­ dición expresa, naturalmente, de que se ponga en ello la mayor atención y que el pensamiento esté fijo sobre cada uño de los movimientos que se ejecuten. La na­ tación y la esgrima, a nuestro parecer, deberán ser los preferidos. Es conveniente irse acostumbrando progresivamente a dormir con la ventana del dormitorio abierta y asi­ mismo a no dormir con la cabeza erccesivamente en alto; la horizontalidad del cuerpo favorece mucho la función respiratoria. Por eso cesa más pronto un síncope si se tiende al paciente con la cabeza, a nivel del cuerpo e incluso, a ser posible, un. poco más baja. Una buena circulación y una buena alimentación se complementan mutuamente. La respiración activa ayuda a la circula­ ción. Pero es también indispensable practicar todas las mañanas una excitación periférica de los vasos capila­ res, excitación que regula muy eficazmente la función vascular. Para ello basta con dejar correr a lo largo del cuerpo, de arriba abajo, una corriente de agua fría. No es necesaria ninguna instalación especial para ello: basta con úna esponja y un recipiente cualquiera (cube­ ta, barreño, tub, etc.) semilleno de agua fría. El agua, al

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pasar sobre la piel, provoca la afluencia de sangre a los tejidos. Las personas que teman la brusca impresión del agua fría, pueden hacerla preceder de una ducha tibia. Determinadas contraindicaciones respecto de esta prác­ tica están motivadas por ciertas afecciones crónicas, es­ pecialmente de los pulmones y los bronquios.

2.

R eg u l a c ió n d e l s u e ñ o

Es indispensable dormir tranquila y suficientemente para que desaparezca por completo la fatiga cotidiana. En este caso, el despertar está exento de síntomas de lasitud; se levanta uno voluntariamente y la jornada comienza con una sensación de bienestar. El espíritu lúcido y el cuerpo reposado tienen un máximo de po­ tencialidad y de resistencia ante las dificultades cerebra­ les y los esfuerzos materiales. El hombre que duepme bien, piensa, siente y actúa con la plenitud de sus fa­ cultades. El aspecto exterior del individuo también expresa los beneficios del reposo. El semblante del hombre que duerme normalmente aparece fresco, viva y clara la mirada, y distendidos los músculos del rostro. La voz acusa toda la plenitud de su timbre y aparece articulada con entera claridad. Finalmente, el dormir bien conserva al individuo:

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cada hora otorgada a Morfeo es una verdadera inte­ rrupción de la vida, es decir, de la edad. Por el contrario, la falta de sueño deprime y des­ gasta rápidamente. Independientemente de la soñolienta fatiga que producen las noches pasadas a i claro, éstas pueden llevar al individuo a los mayores desórdenes nerviosos; y puede decirse que esos desórdenes facilitan todos los demás. La falta de reposo y de asimilación que lleva consigo, ponen al organismo en estado de menor resistencia frente a toda clase de intoxicaciones, frente a cualquier invasión microbiana, frente a la acción de la intemperie, frente a las emociones violentas y las heridas; en una palabra, frente a todos los asaltos que el organismo pueda sufrir. Además de estas razones puramente higiénicas y de un interés indirecto respecto de la voluntad, el ejercicio de ésta en el momento en que el individuo va a entre­ garse al sueño es extremadamente eficaz. La acción de reducir a pasividad el automatismo psicológico en razón del cual la afluencia de pensamientos continúa durante el sueño, requiere una atención, un autodominio, en ocasiones considerable, cuya práotica permite dar un gran paso en el camino de la subordinación de las ac­ tividades interiores a la voluntad reflexiva. Véase a continuación el procedimiento a seguir exac­ tamente: En primer lugar, tiéndase el individuo en el lecho. Los miembros deben estar completamente estirados. Bus­ que una posición agradable, en la que cada porción del cuerpo descanse con todo su peso. Aconsejamos po-

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ncrse del costado derecho o bien de espaldas; pero, en este último caso, procurando inclinar algo el cuerpo hacia el lado derecho. Realizado esto y hallada la pos­ tura mejor — que es siempre la que resulte más cómo­ da —, el individuo debe imponerse una inmovilidad ab­ soluta. Seguidamente debe comprobar si sus músculos están o no bien distendidos, poniendo especial atención en las extremidades inferiores. ¿Están libres los pies? ¿No estarán crispados o torcidos? También cuidará de que las piernas y les muslos descansen por entero, aun­ que sin tensión, en la superficie del lecho. Seguidamente llevará este minucioso examen al pe­ cho, procurando que éste no se halle comprimido ni contraído. Para cerciorarse de ello, verá si funciona nor­ malmente. ¿Reposan bien los brazes? ¿Y la cabeza? ¿Su posición no fatigará los músculos del cuello? Cuando el individuo lleva unos instantes de inmo­ vilidad, experimenta, por regla general, una tan impe­ riosa, tan súbita necesidad de cambiar de postura, que, de ordinario, la satisface ya antes de haber pensado siquiera en resistirse. Recobrando la posición primitiva, el individuo toma a imponerse la inmovilidad, vigilando el retomo del impulso anterior, y cuando éste hace su aparición, se esfuerza en no ceder a él. Tras de un cuar­ to de hora, aproximadamente, de absoluta inmovilidad, se experimenta una especie de agradable abotagamiento y el individuo se da cuenta de que el sueño le va ga­ nando gradualmente. De esta suerte, el insomnio, por re­ belde que sea, resultará vencido, y la agitación nocturna

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y el ensueño obsesionante serán reemplazados por un re­ poso tranquilo, completo y profundo.

3.

R e g u l a c ió n d e l a a c t iv id a d m e n t a l AL DESPERTAR

La inercia física y moral que se señorea de nosotros durante el sueño persiste más o menos tiempo al des­ pertar. Quienes la combaten por medio de excitantes, tales como el café, dañan profundamente su organismo. La fuerza nerviosa extraída de los plexos por la acción de la droga supone un estimulante de corta duración y que siempre va seguido de la correspondiente depre­ sión. Por otra parte, se trata menos de «despertarse» que de atraerse los pensamientos sanos, determinados y bien orientados, de que se tiene necesidad para obrar conscientemente según los principios de la cultura psí­ quica. Cuando ya se ha practicado durante algún tiem­ po la «autorregulación del sueño», la lucidez de espíritu sigue casi inmediatamente al retomo de la conciencia a la actividad. Además, he aquí un procedimiento que nos ayudará a dominar las disolventes impresiones que se producen al momento de despertarse. Por la noche coloquemos a nuestro alcance un libro cualquiera, cuya lectura cautive nuestro interés. A la mañana siguiente, inmediatamente después de habernos despertado, coja­ mos el libro y continuemos la lectura a partir d d lugar en que la dejamos suspendida la víspera. Esta sencilla

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operación nos devolverá rápidamente nuestra habitual claridad de ideas. Una vez conseguido este primer resultado, abando­ naremos el volumen y nos entregaremos a rememorar fas ocupaciones proyectadas para la jornada que em­ pieza, asociando constantemente a su representación mental la noción de su interés, 6, por lo menos, del que nosotros atribuimos a algunas de dichas ocupaciones. Todo esto apenas si exige unos diez minutos y en tan corto espacio se prepara maravillosamente la voluntad para actuar.

4.

C a m b io v o l u n t a r io d e p e n s a m ie n t o s

La operación de absorberse enteramente en el tra­ bajo, en el examen de una cuestión, en la ocupación a que uño se entrega, no solamente contribuye a asegu­ rarse la rapidez y perfección de dicho trabajo, sino támbién a desarrollar las facultades puestas en juego por la atención. Para ejercer la voluntad en este sentido, lector, apro­ vecha un momento de ocio y esfuérzate en imprimir a tus pensamientos una orientación determinada. Cuanto menor sea el atractivo que dicha orientación te merezca, tanto más eficaz, será el ejercicio. No faltan, sin duda, objetivos que puedan acaparar por completo la atención, pero será el automatismo psíquico el que se desarrollará dirigiendo voluntariamente hacia ellos la ideación.

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Por el contrario, vale más fijar la atención en cual­ quier objetivo trivial de la vida corriente, un objeto, por ejemplo. Examínalo, lector, desde todos los puntos de vista posibles: dimensiones, peso, sustancia, etc.; imagínate las transformaciones sucesivas que esta últi­ ma ha debido experimentar hasta llegar a revestir su forma actual. Piensa en la importancia de dicho objeto en el mercado y en los trastornos que se producirían si su fabricación quedase suspendida... Piensa además: ¿es susceptible de perfeccionamiento este objeto? En caso afirmativo, ¿en qué sentido? Independientemente de sus aplicaciones ordinarias — que podrás pasar en revista mentalmente —, ¿qué nueva aplicación podría tener en manos de un hombre ingenioso? Cuantas veces el pensamiento se desvíe de este cen­ tro de consideraciones, procura volverlo a su cauce y prosigue tus observaciones. Te verás altamente sorprendido al observar la diver­ sidad de nociones que surgirán de tu subconsciencia. Cuando en el curso de cualquier tarea experimentes síntomas de fatiga, suspende inmediatamente tu acti­ vidad, siéntate cómodamente, permanece inmóvil por espacio de cinco minutos y durante otros cinco esfuér­ zate en pensar en cualquier cosa que difiera esencial­ mente de tu interrumpida ocupación. Así reposarán por completo los centros afectados de fatiga y prontamente te hallarás en disposición análoga a la que disfrutabas al comenzar la jornada. Todas las obras que tratan de la educación de la

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voluntad hacen especial hincapié en los ejercicios que acabamos de describir. A mayor abundamiento, véanse algunas variantes de los mismos, tomadas de diferentes autores: —Leed diariamente varias páginas de cualquier obra que trate aspectos importantes de la vida, y concentrad toda vuestra atención mental en esta lectura. No per­ mitáis a vuestro pensamiento que divague o que se esfuerce estérilmente; si se aleja de la idea a que le queréis someter, -volvedlo a encauzar sujetándolo a dicha idea. (Annie Besant.) —Leed por espacio de cinco minutos y meditad du­ rante un cuarto de hora sobre lo que acabáis de leer, (Los Teósofos.) —Cuando estéis sentados, permaneced erguidos, avanzando el mentón y los hombros tan unidos como os sea posible. Alzad lateralmente el brazo derecho hasta la altura de los hombros, volved la cabeza y la punta de los dedos hacia la derecha, manteniendo el brazo en su posición horizontal por espacio de un minuto cuando menos. Repetid la operación con el brazo izquierdo y, cuando hayáis conseguido dar cier­ ta elasticidad a estos movimientos, aumentad progre­ sivamente, de día en día, la duración de los mismos. (Atkinson.) —Coged un vaso lleno de agua, tenedlo entre los

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dedos y extended el brazo perfectamente recto. Acto seguido inmovilizadlo cuanto os sea posible, hasta llegar a conseguir que el agua del vaso no se mueva. (Atkinson.) —Cuando deis un paseo, examinad atentamente las personas que halléis a vuestro paso y procurad obser­ var con cuidado el corte y color de sus vestidos, el color del calzado, el del cabello, y sus actitudes, gestos y maneras... En cuanto a las cosas, proceded de forma análoga y adquiriréis prestamente la facultad de ver rápidamente y de recordar lo que hayáis visto durante mucho tiempo. (Durville.) El tiempo que requiere cada una da estas prác­ ticas varía en relación con los resultados que se de­ seen obtener. Al principio pueden limitarse los ejerci­ cios a dos o tres por semana.

5.

P er ío d o d e r e p o s o

La tensión psíquica que exigen los esfuerzos rea­ lizados para desarrollar la voluntad, causa fatiga más o menos pronto. Tras de un período de actividad se hace preciso dar rienda suelta a las facultades propias por espacio de algunas horas, con el fin de poder rea­ nudar más tarde la obra iniciada, ya reposado el indi­ viduo. Por mucha prisa que se tenga de conseguir ta­

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les o cuales resultados, no sería prudente trabajar sin tregua, ya que ello podría conducir a una depresión cuya duración sería proporcional a la fatiga experimen­ tada. El saber reposar constituye un arte. Es el arte de saber abandonar voluntariamente las preocupacio­ nes más apremiantes, de saber proporcionar reposo al cerebro, a los nervios y a los músculos, con el fin de que el impulso inicial tome a manifestarse y haga posible la realización de los planes proyectados. La inac­ ción, por sí misma, no disipa el cansancio. Para ello se hace indispensable que vaya acompañada de un perfec­ to reposo mental. La práctica del aislamiento, descrita más adelante (Capítulo V), constituye el mejor medio de sustraerse a todo derroche de energía física y moral. Cualquier otra distracción resultará saludable, siempre que el in­ dividuo sepa liberar su conciencia en el momento desea­ do y no se preocupe de antemano más tiempo del estric­ tamente preciso para decidir dicha liberación. Es conveniente determinar previamente los días y horas destinados a practicar estas operaciones y la ín­ dole de las mismas. Hasta el instante previsto se evi­ tará el pensar en ello, ateniéndose al principio de age quod agís (obra cuando obres), es decir, que debe con­ centrarse totalmente el espíritu sobre la ocupación del momento. De conformidad con este precepto, hay que procurar acostumbrarse a abandonar resueltamente la tarea que se tenga entre manos cuando llegue d mo­ mento de divertirse, y se dejará que la propia aten­ ción sea plenamente acaparada por d ejercicio físico,

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d espectáculo o el juego que se haya elegido. Y después, al cesar este provechoso período de libertad de las facul­ tades psíquicas, debe dirigirse el pensamiento haoia la continuación de 'as tareas iniciadas; debe recobrarse d autodominio y entregarse de lleno al trabajo. Prevenimos formalmente al lector verdaderamente deseoso de llegar a un perfecto dominio de sí mismo, que no ceda a las «ocasiones» ni solicitaciones placente­ ras, por muy seductoras que le parezcan. Cuando, con harta frecuencia, se sienta solicitado por cualquier deseo, guárdese muy bien de emplear en satisfacerlo el tiempo previsto para sus ocupaciones; por d contrario, si hay lugar a ello, asígnde un lugar en el próximo período de descanso.

6.

E x a m en p e r ió d ic o d e s í m is m o

Suele ocurrir que d individuo bajo la influenda de múltiples solicitadones, se desvía de la línea directriz que se había trazado de antemano. A menos que posea una rectitud de juicio poco común, suele ocurrirle tam­ bién, en ciertas circunstancias, que obra con predpitadón y de un modo abiertamente contrario a como debie­ ra haberlo hecho. Antes de haber adquirido una fuerza de voluntad suficientemente firme, las defecdones de és­ ta traicionan las mejores intenciones. Es preciso darse cuenta exacta de estas diversas faltas, si se quiere elimi­ narlas progresivamente.

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Para ello lo más indicado es procurarse todas las se­ manas un momento de ocio y emplearlo en rememorar los pensamientos, emociones, impulsos y acciones de los días precedentes, procurando determinar los móviles que los han producido. Es sumamente importante que el individuo se juzgue a sí mismo sin indulgencia, que reconozca fríamente que se ha engañado, que se ha mos­ trado débil y que se ha dejado dominar por sus tenden­ cias inferiores o por sugestiones ajenas. Debe examinar si las decisiones adoptadas han sufrido alguna influencia que sea preciso separar, y, si ello es necesario, debe pro­ ceder a rectificar dichas decisiones. También debe esfor­ zarse en penetrar cómo ha sido inducido a error su juicio y qué ha sido lo que le ha llevado a descuidar o violar las reglas de la cultura mental. Y asimismo debe meditar acerca de las enojosas consecuencias de los extravíos observados, sobre las que pueden produ­ cirse en lo futuro, y, de modo especial, sobre los saluda­ bles efectos que espera del ejercicio de la voluntad. Para terminar, debe repetirse enérgicamente que está firmemente decidido a reaccionar con la mayor firme­ za y, especialmente, a evitar toda circunstancia disol­ vente.

7.

L a s d e p r e s io n e s o c a sio n a l e s

Por regla general, los caracteres mejor templados se dejan abatir profundamente por cualquier aconteci­ miento doloroso. La muerte de un ser particularmente

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querido, la adversidad que reduce a la nada el fruto de largos años de trabajo, los estragos de una penosa enfermedad, trastornan el equilibrio, abaten el ánkno o aniquilan las fuentes biológicas de la energía. La no­ ción de lo irreparable deprime tanto más fatalmente cuanto que imposibilita toda idea de reacción. ¿Qué ra­ zonamiento podremos oponer al ser que se lamenta gimiendo: «Nada ni nadie podrá devolverme lo que aca­ bo de perder»? Pero, ¿qué será de la misión y del poder de la vo­ luntad si se hunde el manantial en que aquélla bebía a diario una fuerza nueva, y deja inerte al espíritu? En tales momentos el hcmbre experimenta una estupefac­ ción paralizadora ante la idea de lo poco que significa su voluntad frente a la ciega crueldad de inevitables catástrofes. Y lo vemos postrado ante la ruina de aque­ llo que en la Tierra había merecido su mayor afecto, en tanto que en tomo suyo, con soberbia indiferencia, si­ gue funcionando el frío mecanismo de la vida exterior. A nosotros, a fuer de psicólogos positivos, nos co­ rresponde dar ejemplo. Téngase la certeza de que las líneas que siguen están inspiradas por la más juiciosa compasión. —Tu desesperación es infinita; tu alma desborda amargura y te parece que tu existencia discurrirá en lo sucesivo doliente y miserable, en medio de un mundo que ya no tiene atractivo alguno para ti. ¿Quieres, cuan­ do menos, disminuir la intensidad de tu dolor? En­ tonces, resueltamente, adopta las medidas siguientes:-

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Rehuye el trato de cuantas personas sean conoce­ doras de la desgracia que te abruma, ya que estas per­ sonas se creerán en el deber de hablarte con simpatía de esa misma desgracia, recordándotela constantemente. No cedas a la tentación de expansionarte. No hables a nadie del estado en que te hallas y oculta cuidadosamen­ te las manifestaciones o indicios del mismo. Para cal­ mar la agitación de tu mente, permanece largas horas inmóvil, aislado en cualquier lugar tranquilo, lejos de tu esfera habitual. Puedes también modificar la dispo­ sición de una de las habitaciones de tu casa con el fin de que no llegue hasta ti nada que pueda recordarte la desgracia sufrida. Visita lugares, espectáculos o cosas cuya existencia ignoraras. Por lo menos durante los primeros tiempos subsiguientes al infortunio de que has sido víctima, evita cuidadosamente argumentar o ra­ zonar respecto a lo ocurrido. Por el contrario, procúra­ te el mayor número de diversiones que te sea posible. Imponte un especial cuidado de tu organismo y no des­ aproveches la ocasión de actuar de manera que puedas contribuir a mantener o aumentar tu vitalidad. Al cabo de algunos días, una impresión de aneste­ sia moral sucederá a la crisis dolorosa de los primeros momentos. Será llegado entonces el instante de hacer un llamamiento a la razón y de reorganizar tu existen­ cia. Si eres materialista y hombre de espíritu positivo, la idea de luchar para volver a crear condiciones aná­ logas a aquellas de que dependía tu felicidad, a la sa­ zón desaparecida, te sonreirá ciertamente. Si, por el contrario, tus observaciones te han conducido — como 4

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a nosotros — a admitir la persistencia de la personali­ dad humana más allá de la muerte y, además, atribu­ yes una finalidad utilitaria a las diversas pruebas de la existencia, ante ti queda abierto un vasto campo de re­ confortantes meditaciones.

8.

L as co stu m bres

Por efecto de un fenómeno de automatismo suma­ mente conocido, la costumbre crea en nosotros necesi­ dades físicas, inútiles o nefastas, a cuya satisfacción nos creemos inevitablemente obligados. En ningún caso mejor que en el del toxicómano se pone de manifiesto el antagonismo existente entre la inteligencia y el auto­ matismo, ya que el toxicómano sabe muy bien que la droga que ingiere le produce sufrimientos, y aunque quisiera dejar de tomarla no puede dominar la irresisti­ ble tentación. Parece ser que cuanto más pernicioso es un vicio es tanto más tenaz, y que al alcanzar cierto gra­ do es ya incurable. No obstante, en tanto que el enfermo conserva la noción de la conveniencia de librarse de su perniciosa costumbre, subsiste una posibilidad de cura­ ción; ya que esa noción, convenientemente desarrollada, puede llegar a acaparar por completo la conciencia del paciente y oponerse al hábito, actuando a la manera de un contrapeso. La voluntad, aunque es a menudo impotente para

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poder anular radicalmente cualquier movimiento auto­ mático arraigado en el individuo desde meses o años atrás, puede, no obstante, eliminar con bastante rapi­ dez ese movimiento, cualesquiera que sea su naturaleza. En semejante caso, la primera indicación que conviene observar consiste en rechazar obstinadamente toda duda acerca del resultado de la lucha a entablar. No se con­ sigue de un modo inmediato dominar las impresiones desalentadoras, pero es preciso considerar estas impresio­ nes como pasajeras y hacerse a !a idea de que, antes que sea demasiado tarde, serán sustituidas por un estado de alma combativo. En segundo lugar, conviene que el individuo, apo­ yándose en el afán de liberación que siente, aprove­ che el impulso periódico proporcionado por este mismo afán, en sus diversas reiteraciones, para imaginarse en íorma concreta, viva y precisa, 'as ventajas que podrían derivarse de la supresión de tal o cual hábito. Un fuma­ dor, por ejemplo, a quien la nicotina ocasiona vérti­ go, pesadez, atonía de la memoria, trastornos visua­ les, etc., invertirá una o dos horas en imaginarse a sí mismo convertido en un hombre nuevo, que ya no expe­ rimenta afición alguna por el tabaco, que disfruta de un espíritu despierto y de una perfecta disposición corpo­ ral, que come con apetito, que digiere perfectamente, y que triunfa en sus negocios realizando una labor prove­ chosa. Se imaginará cuál sería su estado si el hábito de fumar, en lugar de serle tan querido, le inspirase una repugnancia insuperable e incluso náuseas. Paralelamente a este sistema, el «individuo» no debe

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dejar de educar su voluntad, mediante la práctica de cualquiera de los ejercicios ya descritos: el dominio de los impulsos, por ejemplo. (Capítulo primero.) Seguidamente intentará reducir la dosis, disminuir la periodicidad de la necesidad viciosa, ayudándose para ello de la meditación apropiada, semejante en un todo a la anterior descrita, o bien mediante el derivativo proporcionado por cualquier otro género de satisfac­ ciones. La observancia de la higiene general y el dominio1del sueño, de los que hemos tratado en el presente capítulo, contribuyen a aniquilar la mayor parte de los hábitos. Finalmente, en aquellos raros casos en que el enfer­ mo, hallándose excesivamente deprimido, no pudiese di­ rigir por sí mismo su cura, podrá recurrir a la sugestión hipnótica, cuya eficacia, harto conocida, ha sido pues­ ta de manifiesto muy notablemente por los experimen­ tos hechos por el doctor Bérillon sobre toxicómanos y pervertidos. Cualquier pariente o amigo que desee ser útil pue­ de practicar eficazmente el sistema sugestivo; en una de mis obras hallará cuantas indicaciones precise para ello (1). Es sumamente fácil adquirir cualquier hábito per­ nicioso, y, por consiguiente, debe ponerse el mayor in­ terés en evitar todo aquello que pueda conducir a la adquisición de dicha costumbre. El autoexamen del individuo es la mejor garantía para asegurarse de que (1) M étodo científico m oderno de Magnetismo, H ipnotis­ mo, Sugestión, publicado p o r esta editorial.

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en su organismo no se va formando ninguna de esas fatales tiranías.

9.

L a c a lm a

La irritación y el enervamiento producen efectos su­ mamente perniciosos. En realidad son verdaderos vam­ piros de nuestra fuerza-nerviosa. Bajo la acción de es­ tos agentes perturbadores se altera el juicio, ya que el malestar que en semejantes estados experimenta el indi­ viduo le induce a adoptar decisiones precipitadas. Ade­ más, la voluntad difícilmente podrá actuar con tenacidad si el individuo es presa, por espacio de algunas horas, de cierto estado febril. ¿Cómo conquistar esa calma vigoro­ sa que resiste a toda causa perturbadora? Primeramente evitando creer que estas causas pueden ser anuladas. Ni aun la existencia de los seres más favorecidos está total­ mente exenta de contrariedades, de inconvenientes y de sorpresas dolorosas. El hombre bien equilibrado resiste estos reveses y les quita las tres cuartas partes del poder disolvente que ha de actuar sobre sus nervios esperán­ dolos a pie firme, considerándolos como una legión de pigmeos a través de la cual se hace preciso evolucionar serenamente. Por consiguiente, el logro de la calma pro­ cede de un estado de ánimo que se caracteriza por una determinación del individuo a no dejarse afectar por obstáculos ni incidentes desagradables. Cuando se pro­ duzca uno de estos últimos, lo mejor que puede hacer el

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individuo es prohibirse toda manifestación exterior res­ pecto de la primera impresión que haya sentido — in­ hibición que resulta bastante fácil para las personas que ya han realizado un esfuerzo de dominio sobre sus impresiones, de conformidad con las precedentes indi­ caciones —. Los experimentos hipnóticos señalan una estrecha correlación entre la actitud que el individuo se impone y el estado que a dicha actitud sucede. Domi­ narse, conservar la máscara de la impasibilidad, conduce a fijar la estabilidad psíquica del individuo. Una vez ha «encajado» flemáticamente el primer golpe, se siente dueño de sus fuerzas para combatir la causa de la irritación, que antaño le habría ganado, para interpre­ tarla con exactitud y, finalmente, para oponerle una acción eficaz. La acumulación de la fuerza nerviosa, desde luego disminuye gradualmente la sensibilidad del individuo con relación a los diversos factores de irrita­ ción mental. Pero el específico de la ansiedad, de la an­ gustia y de la nerviosidad, en todas sus formas, es la respiración profunda, llamada abdómino-costal, que se practica provechosamente de la manera siguiente: Tiéndase el individuo, con la cabeza a nivel del cuerpo; y, tras de haber desembarazado el torso de toda indumentaria que le oprima, aspire lentamente el aire hasta que la caja torácica y los vértices pulmonares se hallen distendidos todo lo posible. Seguidamente hin­ che el abdomen, haciendo pasar el aire inspirado a la región inferior de los pulmones. Esta segunda opera­ ción debe hacerse gradualmente, deteniéndose cuando el vientre esté bien tenso. Entonces espire, con bastante

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rapidez, el aire almacenado y repita el ejercicio dos, tres, diez veces. Ciertos autores señalan este ejercicio a la inversa; es decir, prescriben que se empiece por dilatar fuertemente el abdomen y seguidamente la caja torácica. Otros, a su vez, recomiendan el paso suce­ sivo del aire, repetido dos o tres veces en el curso de una misma inspiración, desde los vértices pulmonares al abdomen y desde éste a aquéllos. Todos estos pro­ cedimientos tienen su recíproca equivalencia, puesto que cumplen ampliamente su objetivo, que no es otro que el de disminuir la opresión del plexo solar conexo a toda emoción. La práctica diaria de la respiración abdómino-costal — aunque sólo se lleve a cabo durante cuatro a cinco minutos por día —, previene útilmente contra los es­ tados deprimentes; aplicada en el preciso momento en que uno se siente contrariado o angustiado, disipa el malestar con rapidez. Ha sido empleada también con gran éxito contra el miedo, que puede considerarse como la más deprimente y desagradable de las emo­ ciones. Ya hemos indicado que toda idea tiende a reali­ zarse — sobre todo si ha sido largamente mantenida en el ámbito de la conciencia —. Asimismo, cuando el individuo se aplique a recobrar o conservar su sereni­ dad, especialmente por medio del procedimiento res­ piratorio ya indicado, hallará una ayuda considerable en sus esfuerzos si se repite varias veces cualquier afir­ mación análoga a ésta; «Me siento sereno, tranquilo, imperturbable», o bien: «Mi voluntad es fuerte; resisto

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con calma este inconveniente», o también: «/Vo quiero permitir que esto me afecte en modo alguno.» Poco im­ porta la redacción de la fórmula, con tal que su conte­ nido sea claro y positivo. Además, es conveniente que vaya acompañada de un razonamiento vigoroso. Exa­ minar, por ejemplo, la causa de la penosa impresión nerviosa que experimenta, inquirir qué remedios se le pueden oponer, resolverse a ponerlos en práctica y, si uno se ve completamente desarmado, considerarla fría­ mente, decirse que se ha substraído a sus efectos, no pensando más en ella, sino, antes bien, trasladando su pensamiento a otra cosa cualquiera. ¿Has asistido alguna vez, lector, al confortador es­ pectáculo que ofrece un hombre de negocios, ducho en el arte de dominar su voluntad, cuando su secretario, cualquier corresponsal o simplemente el teléfono le co­ munican que ha sido vencido por un competidor ri­ val, o bien que en sus talleres o en sus almacenes se ha declarado un incendio? Él no se conturba y apenas si parece conmovido. Pausadamente va en derechura al hecho e indica las medidas que deben adoptarse para paliar la desgracia ocurrida y reducir sus consecuen­ cias a su mínima expresión. Durante un momento ve­ mos que todas sus facultades parecen haberse concen­ trado en la desagradable noticia recibida; pero, una vez ha puesto en marcha todos los medios de que dispone para contrarrestar los efectos de la calamidad experi­ mentada, vuelve a su ocupación anterior y aparece tan sereno que cualquiera le creería casi indiferente. Lo mismo que para conservar la calma frente a una

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pérdida material, la práctica de la respiración profun­ da es soberanamente útil si se trata de anular el efecto deprimente de cualquier preocupación emocional. Dos o tres ensayos convencerán a las personas que se in­ quietan con facilidad y que frecuentemente se sienten angustiadas ante todas las posibilidades de fracaso, de enfermedad, de decepción y de infortunio con que se obsesiona su imaginación. Incorporando a la práctica reguladora en cuestión (la respiración profunda) la cos­ tumbre de razonar las propias impresiones, se descubre que buena parte de los malestares que experimentamos carecen de fundamento y son, en su mayoría, perfec­ tamente inútiles. En suma, el individuo se siente cada vez menos fácilmente accesible a la acción de tales ma­ lestares. Haya o no motivo razonable para inquietamos, de­ bemos conservar siempre nuestra calma, al objeto de que toda la energía mental de que disponemos esté en todo momento a disposición de nuestras facultades ac­ tuantes. Pero un solo esfuerzo de voluntad — a menos que ésta sea sumamente poderosa —, no siempre es su­ ficiente para reprimir la emotividad en el preciso mo­ mento en que el individuo se siente afectado por ella. Por esta razón, todas aquellas personas que traten de instaurar en su espíritu una calma constante, deben, ante todo, procurar observar con la mayor fidelidad posible las indicaciones consignadas en el capítulo pre­ cedente y en los primeros párrafos del presente, con el fin de fortificar su energía psíquica. Cuando una tentativa de dominio de sí mismo no

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da por completo los resultados apetecidos, este aparente fracaso constituye ya un resultado provechoso, puesto que facilita la tentativa siguiente y contribuye a crear el hábito de resistir. Llega un momento en que todos los esfuerzos dis'persos — e insuficientes — que se han efectuado de­ terminan un progreso de conjunto sumamente apreciable. El ejemplo de la gota de agua que acaba por hora­ dar la roca se aplica perfectamente al desarrollo de la voluntad. Por muy débiles que sean las reacciones que se produzcan y por muy insignificantes que parezcan sus efectos inmediatos, considerados separadamente, unos y otros modifican lenta, pero seguramente, la men­ talidad de quien se aplique a regir su voluntad y, tarde o temprano, conducen a la formación de un carácter tal como el que se querría poseer.

CAPITULO ni

Cómo adquirir un aplomo perfecto 1. Manera de conservar la presencia de áni­ mo ante cualquiera. - 2. Cultura y empleo de la mirada. • 3. Cultura y empleo de la voz. - 4. De la actitud. • 5. El arte de per­ suadir: sus nrimeros principios. • 6. Prepa­ ración de una entrevista difícil. • 7. Obser­ vación de los caracteres. - 8. No hay que dejarse desconcertar nunca. - 9. Práctica de la seguridad.

1.

M a n er a d e c o n se r v a r la p r e s e n c ia DE ÁNIMO ANTE CUALQUIERA

Entre los individuos reputados por su seguridad pue­ den distinguirse dos categorías: los unos, por regla ge­ neral, físicamente robustos, pero poco cultivados mo­ ralmente, poseen un aplomo inconsciente, macizo; los otros, que, por el contrario, parecen poseer una confian­ za razonada en sí mismos, se sirven de ésta con discer­ nimiento y mesura. Nosotros estimamos preferible a la timidez y a la indecisión el carácter de los primeros — siempre innato —; pero la imperturbabilidad razo­ nada — adquirida — es, naturalmente, muy superior. Aun tratándose del hombre más tímido del mun­ do, 'si experimenta el deseo de sentirse tan a sus anchas en presencia de cualquier gran personaje como ante sus familiares, manifiesta ya que existe en él — en es­ tado latente — la fuerza mental necesaria para conse­ guir su propósito. En este capítulo vamos a mostrar al lector la manera de transformar en realidad la idea de seguridad. Ante todo es preciso tener en cuenta que la base de esta cualidad reside en el equilibrio fisiológico. Por con­

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siguiente, el ser tímido que observe los principios in­ dicados en el Capítulo II, relativos a la regulación or­ gánica, peco a poco, por esa práctica, se sentirá menos sujeto a influencias ajenas. Asimismo el dominio de los impulsos emocionales y sensoriales contribuye a vi­ gorizar la moral. Finalmente, el cultivo de una mirada serena, de una elocución suave y clara y de una actitud enérgica, que el individuo tratará de imponerse por medio de repetidos ensayos, desarrollará con suma ra­ pidez ese estado de estabilidad psíquica que permanece inconmovible ante cualquiera.

2.

C u l t u r a y e m p l e o d e la m ir a d a

Ejercicio n.° 1. — Coloqúese el lector ante un es­ pejo y dirija su mirada a su propia imagen, reflejada en la superficie del cristal. Mire fijamente a su entre­ cejo. Haga un esfuerzo por mantener inmóviles los párpados y continúe mirando con fijeza por espacio de medio minuto. Repose otros treinta segundos y se­ guidamente repita la operación durante un minuto, re­ posando otro. Repita de nuevo la operación por espa­ cio de dos minutos y repose un tiempo igual. Ejercitán­ dose de esta suerte en mirar fijamente un punto deter­ minado, por espacio de dos, tres, cuatro, cinco, hasta diez minutes sin parpadear, prontamente llegará a po­ der hacer este ejercicio sin dificultad ni fatiga, con lo

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cual ¡a finalidad del mismo habrá sido plenamente lo­ grada. Más adelante se verá su utilidad. Ejercicio n.° 2. — Sitúese el lector ante una super­ ficie negra o, cuando menos, oscura o sombría. Lo mismo que en el anterior ejercicio, mire fijamente ha­ cia un punto determinado, sin mover los párpados. Ade­ más, procure abrir los ojos un poco más de lo ordinario y esfuércese en mantener el contorno de los mismos ligeramente dilatado. Puede considerarse como logrado este ejercicio cuando el individuo pueda realizar du­ rante diez minutos sin esfuerzo alguno la operación des­ crita. Ejercicio n.° 3. — Esfuércese el lector en leer diaria­ mente una página de cualquier libro, sin parpadear esta operación mantendrá en buen estado la facultad de fijación desarrollada por los dos anteriores ejerci­ cios. Estos ejercicios contribuyen a hacer 'os ojos inten­ samente expresivos, fascinantes, claros, brillantes y ju­ veniles, y, además, agrandan el contorno de los párpa­ dos. Una mirada desarrollada de conformidad con estas instrucciones cautiva por sí sola. Además, ejerce una poderosa influencia de sugestión dominadora, que es preciso aprovechar de la siguiente manera: Cuando el lector aborde a cualquier persona, y lue­ go cada vez que en el curso de una conversación tome la palabra, mire fijamente el entrecejo de su interlo­ cutor. Para dar fijeza a la mirada es preciso que ésta

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sea serena y afable, expresando cierto cortés autorita­ rismo. Mientras el lector esté en el uso de la palabra debe mirar de este modo a su interlocutor. Por el contrario, cuando escuche; cuando, por ejem­ plo, alguien responda a sus palabras, cese de mirar hacia el punto anteriormente indicado y desvíe la mi­ rada, bien hacia la derecha, bien hacia la izquierda del referido punto, como si tratase de escuchar atentamen­ te. Pero, al volver a hacer uso de la palabra, dirija de nuevo la mirada a la raíz de la nariz de la persona a quien hable. Emplee este procedimiento cuantas veces desee causar impresión en alguien. Esta práctica, com­ binada con la acción de la voz emotiva — tal como indicamos seguidamente —, hace aumentar la conside­ ración con que las palabras son escuchadas.

3.

C u l t u r a y e m p l e o d e la voz

Ejercicio n.° 1. — El timbre de voz, su sonoridad, impresiona emotivamente a las personas cuando se ha logrado adquirir, mediante los ejercicios que siguen, la plenitud de esa sonoridad. Una voz bien timbrada pue­ de emocionar profundamente hasta a los corazones más insensibles. El primer ejercicio (que bastará por sí solo para conseguir esta musicalidad de la voz), con­ siste en cantar con «la boca cerrada». Este ejercicio

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se puede practicar muy fácilmente todas las mañanas, mientras uno se viste. Ejercicio n.° 2. — Léase media página de un libro cualquiera, procurando destacar y prolongar cada una de las sílabas de las palabras. Por ejemplo: «La-a-a-a-as —■fiiiieees-taas — deee — laaa — viiic-tooo-riii-aaa — haaan — teee-niii-dooo — luuu-gaaar —- eeen — Paaa-rííííís», etc. Ejercicio n.° 3. — Si, por su parte, la sonoridad del timbre determina la emoción, la diafanidad de articu­ lación impresiona el espíritu y da a la palabra un poder enorme de persuasión. Para que la palabra sea límpida y perfectamente articulada se haoe preciso leer en alta voz, procurando hacer las siguientes cosas: 1.a, se­ parar las sílabas de las palabras que se pronuncien; 2.a, articular las consonantes como si fueran triples. Ejemplo: «Lllasss-fffiesss-tttasss — ddde — Illa — wviccc-ttto-rrria — hhhannn — ttte-nnni-dddo — Ulugggarrr — ennn — Pppa-rrrísss...» Ejercicio n.° 4. — Repítase el ejercicio anterior, pero procurando leer cada vez más de prisa, sin dejar de triplicar las consonantes y de marcar cierta pausa entre las sílabas de una misma palabra. Estos ejercicios desarrollan rápidamente el poder de «sugestión verbal»; hacen la voz agradablemente pe­ netrante y muy persuasiva la palabra. Nuestras pala­ bras se grabarán fijamente en el espíritu de la gente, se incrustarán en su memoria y las recordarán varias veces al día. A estas personas les será imposible re­ chazar por entero nuestras afirmaciones y permanecer

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absolutamente insensibles al contenido de éstas. Y si además la reiteramos, gradualmente las iremos impo­ niendo; esto tanto más pronto cuanto más escrupulo­ samente hayamos seguido las prácticas de persuasión que más adelante indicaremos. Al hablar es conveniente permanecer sereno, y no perder de vista, ni por un solo memento, el objeto final de nuestras palabras, es decir, el efecto que de­ seamos que produzcan en el espíritu de nuestros inter­ locutores. Evitemos toda estridencia, como asimismo la excesiva modulación y, especialmente, la precipitación; tomémonos el tiempo necesario para poder pronun­ ciar netamente cada una de las sílabas. El más per­ suasivo de los acentos que pudiéramos adoptar será siempre un tono de indiscutible serenidad, cortésmente afirmativo, propio de toda persona que está absoluta­ mente penetrada de lo que dice. Debemos hacer que nos escuchen y que se oiga distintamente cuanto deci­ mos; debemos evitar que haya en nuestras palabras nin­ gún elemento que las haga susceptibles de ser rechaza­ das. Por consiguiente, las expresiones carentes de cortesía, agrias, impacientes o violentas, producen siem­ pre un efecto contrario al que se desea. También debe­ mos procurar no irritar a nuestro interlocutor, lo cual suele ocurrir cuando éste ve interrumpidas sus respues­ tas o se percata de que sus palabras son acogidas por nosotros con exclamaciones de desagrado o de protesta. Procuremos escuchar con semblante sereno e impasible, y esperemos a que nuestro interlocutor haya terminado de hablar para hacerlo nosotros. Cuando aquél haya

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concluido su peroración, respondámosle, con voz segura, ayudándonos con la mirada fija central — tal como hemos indicado anteriormente —. Si llegamos al final de la conversación sin que hayamos logrado hacer pre­ valecer nuestro criterio y sin que nuestro interlocutor se haya adherido a nuestras palabras, guardémonos muy bien de demostrar nerviosidad alguna: la partida no ha terminado todavía. Por lo pronto, nuestras palabras habrán quedado incrustadas en el pensamiento de nuestro interlocutor, el cual se preocupará de ellas a pesar suyo, y, si te­ nemos en cuenta las indicaciones expuestas, es induda­ ble que llegaremos a convencerle.

4.

D

e

la

a c t it u d

Tu actitud general, lector, puede contribuir a in­ fundirte una mayor seguridad en ti mismo, o, por el contrario, a disminuir en ti esta sensación de segu­ ridad, según que te domines o no. Ante todo te reco­ mendamos que procures suprimir en tus maneras to­ dos los gestos y movimientos impulsivos, bruscos y ner­ viosos, hacia los cuales todos nos sentimos generalmente inclinados. Es preciso también moderar todos los movimientos expresivos y dar muy ligeras muestras de emoción, de sorpresa, de alegría, etc. Evita la sensación de sobresalto que la mayoría de

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la gente experimenta a la caída de un objeto o al oír el sonido brusco de un timbre. Procura también evitar toda exclamación. Las exclamaciones (cualesquiera que sean las causas que las motiven) son siempre de una vulgaridad repulsiva. Es absolutamente preciso prohi­ birse esto. Todo gesto desordenado o toda muestra de agita­ ción resta atractivo. Hay algunas personas, sumamen­ te expansivas e impulsivas, de las que se dice que son agradables, las cuales, en efecto, consiguen fácilmente que se las preste gran atención; pero, por lo general, no suelen conservar su prestigio por mucho tiempo, ya que las impresiones que producen son sumamente su­ perficiales. Los rasgos de tu rostro deben estar siempre suje­ tos al dominio de tu pensamiento, de manera que te sea posible suprimir todo movimiento involuntario de los músculos del rostro. Contémplate en un espejo; pien­ sa, sucesivamente, en cosas alegres y tristes, repulsi­ vas, horribles, etc., sin permitir que se contraigan los músculos de tu rostro y esforzándote en que éste se mantenga completamente impasible. Este ejercicio te hará más fácil el dominio de ti mismo en presencia de extraños. Llegará un momento en que ya no sufri­ rás la influencia de la palabra ajena, puesto que tu semblante no reflejará tus emociones internas. Esto ins­ pirará a las personas de tu familia o las que formen tu círculo social un sentimiento de consideración y una impresión de superioridad. Tu actitud logrará im­ ponerse.

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Por otra parte, siguiendo fielmente las precedentes indicaciones, evitarás esos sobresaltos involuntarios que desvanecen todo atractivo y que resultan verdadera­ mente desprovistos de -toda gracia.

5.

El

arte

de

p e r s u a d ir :

sus

p r im e r o s

p r in c ip io s

Persuadir es hacer nacer en el espíritu de un in­ dividuo las ideas, sentimientos o incitaciones que de­ searíamos que aceptase. En la vida, todos, unos más y otros menos, nos servimos de la persuasión. A conti­ nuación vamos a indicar los principios más eficaces encaminados a influir en el ánimo de las personas por medio de la palabra. Ya el hecho de proceder según reglas exactas confiere una superioridad sobre todas aquellas personas que ignoran dichas reglas. Cuando te halles, lector, ante alguna persona a la que trates de «sugestionar», conseguirás hacer de dicha persona un elemento receptivo de la siguiente manera: 1.^E vi­ tando todo cuanto pudiera hacer nacer en ella una dis­ posición a rechazar tus sugestiones. 2." Predisponiendo su-espíritu a sufrir la influencia que desearías que ejer­ ciesen tus palabras. Por lo tanto, se hace preciso evitar el producir la más leve impresión desagradable, irritante, enojosa o repulsiva, ya que ello determinaría una especie de re­ sentimiento que induciría a tu interlocutor a rechazar

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tus sugestiones. También se debe tener en cuenta que d hecho de abrumar a una persona a fuerza de con­ minaciones — justas o no —, manifestar arrebato, em­ plear un tono de reto o palabras hirientes, corno tam­ bién perderse en lamentaciones, equivale a hacer impo­ sible la influencia persuasiva. Manifestar imperiosa o . claramente lo que se desea es poner en guardia o en actitud defensiva a la mentalidad sobre la que se quiere influir. Jamás contrarrestes categóricamente ninguna afirma­ ción. Acoge con calma cuanto te digan. No demues­ tres con tu actitud que tienes formada ya una opinión contraria a lo que te expongan. Exprésate tranquila y cortésmente cuando quieras exponer ideas contrarias a las que acaban de emitirse, y no insistas nunca. Deja que la conversación siga su curso y procura volver más tarde sobre el punto contradictorio. Si te disgusta el modo de obrar de una persona, no lo exteriorices más que con palabras llenas de me­ sura y de dignidad. No te imagines poder ganar la par­ tida en un solo día; no expongas tus agravios; no des muestras de sentirte hondamente afectado por la ma­ nera como se proceda con respecto a ti; conserva la actitud propia de quien está seguro de poder obtener lo que desea y que, precisamente porque tiene la cer­ teza de poderlo conseguir, no siente ninguna prisa en alcanzarlo. En caso de fracasar en tus propósitos, pue­ des señalar aquellos hechos o circunstancias que deseas que no vuelvan a producirse; pero enumera tan sólo los hechos, sin comentarlos ni emitir apreciación alguna

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respecto de los mismos. De esta manera verás a tu in­ terlocutor profundamente turbado. Y no olvides que d crear en tu antagonista la turbación facilita siempre la persuasión. Si observas fielmente el contenido de los apartados 2 y 3 de este capítulo, te hallarás en las mejores dis­ posiciones para lograr la receptividad y para predispo­ ner a las personas a sufrir el influjo de tu palabra. Sea cual fuere la cosa de la cual tratases de convencer a tu interlocutor, siempre será conveniente que no dejes ver exactamente el móvil que te guía. En tanto que procures inclinar a una persona a pro­ ceder en un determinado sentido, evita cuidadosamente que ella se percate de la importancia que atribuyes a su decisión. Háblale de manera que se despierten en ella disposiciones susceptibles de llevarla a realizar tus propósitos. Dirígete con discernimiento a su inte­ lectualidad, a sus sentimientos o a sus intereses. Haz que nazcan en dicha persona impresiones favorables a tu objeto. Inclínala a reconocer que, haciendo aquello que tú deseas, actuaría de conformidad con su propio ideal. Y, sobre todo, esto debes hacérselo comprender de una manera indirecta o disimulada: evita toda alu­ sión directa, puesto que debes disimular cuidadosamen­ te tu juego. Una afirmación reiterada en determinado número de veces, teniendo en cuenta los principios enumerados anteriormente, es decir, procurando no infundir descon­ fianza ni irritación, es una potencia a la que nadie re­ siste por mucho tiempo. Ten perseverancia. El cambio

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interior precede ai de la manera de actuar. Ten la se­ guridad de que tu influencia verbal produce su efecto cuantas veces la utilizas de acuerdo con las directrices ya descritas. Por lo demás, ya hemos expuesto con har­ ta amplitud lo que pueden conseguir las personas que siguen el presente método: su triunfo no se hace es­ perar mucho tiempo. En el curso de la vida cotidiana, la aplicación de una mirada cultivada, de una palabra suave y mesurada, de un perfecto dominio de la acti­ tud y de los principios de la persuasión, desarrolla la seguridad con prodigiosa rapidez.

6.

P r e p a r a c ió n d e una e n t r e v is t a d i f í c i l

Cuando se haya adquirido ya cierta seguridad en las circunstancias ordinarias de la vida, puede ocurrir, no obstante, que se esté más o menos intimidado ante la perspectiva de una entrevista con una tercera perso­ na. bien porque ésta parezca difícil de abordar, bien porque la índole de la entrevista parezca singularmen­ te delicada. En semejante caso, he aquí un procedi­ miento garantizado para prepararse a hablar tranquila­ mente. Tras de haber meditado cuidadosamente sobre el toma de la conversación que habrá de desarrollarse en la próxima entrevista, penetrándose del deseo de producir la mejor impresión posible, de ganar la oausa y de influir profundamente en el ánimo de la p9rsona

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con quien se haya de hablar, trátese de prever cuál podrá ser la actitud que dicha persona adopte, cuáles serán sus objeciones, sus apostrofes, su conducta, etc. Imagínese hallarse ya en su presencia y que se afronta decididamente la dificultad prevista. Háblese en voz alta, pausadamente, figurándose oír las réplicas deí invisible auditor. Replíquese inspirán­ dose en aquellas ideas que se habría anotado en la memoria durante la meditación inicial. Expóngase cla­ ramente la tesis que deba sostenerse, con tono positivo, seguro, libre de toda vacilación o precipitación. Esta especie de «ensayo» — especialmente si se repite varias veces — disipa el malestar característico de la timidez. Al llegar el momento de la tan temida entrevista, la impresión que se temía ejerce un efecto insignificante y se dispone de la suficiente libertad men­ tal para actuar eficazmente en el sentido apetecido.

7.

O b s e r v a c ió n d e l o s c a r a c t e r e s

Las manifestaciones exteriores de la voliintad por medio de la mirada, de la palabra o del gesto, no afectan por igual a todos los individuos. Por esta ra­ zón es conveniente adiestrarse en discernir las gene­ ralidades de los diversos caracteres, con el fin de apli­ car a cada caso preciso los métodos generales ya in­ dicados. Invitamos, pues, al lector a que observe a las personas sobre las que trate de influir, con el fin

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de descubrir en sus respectivos caracteres los puntos accesibles. Todo hábil esgrimidor, al comenzar el asal­ to, se mantiene a la defensiva y deja que su adversario descubra su táctica, su «juego». Y sólo cuando ya ha analizado el valor de este último, el advertido comba­ tiente comienza a atacar a su contrincante. Cuando se entra en relación con alguna persona, cuando se principia cualquier conversación o cuando se aborda un debate, casi siempre se lleva al propio interlocutor a que revele indicaciones muy preciosas respecto a sí mismo, a lo que le importa, a sus pen­ samientos, dirigiéndole para ello algunas palabras que no se relacionen directamente con el asunto de que se trate, sino de tal naturaleza que le inviten a mostrar­ se expresivo. Mientras dicha persona hable, se van preparando las sugestiones que uno se propone utilizar. Ocurre con gran frecuencia que, al escuchar al «otro», com­ prendemos al punto que tal o cual argumento, que podríamos haber empleado, hubiera tenido un efecto contraproducente, y que, al contrario, este o aquel otro argumento, en el que no habíamos pensado, aparece indicado por nuestro propio interlocutor. Constituirá siempre una ventaja por nuestra parte el damos cuenta de las ideas generales prcpias de cada individuo con el cual hayamos de tratar. Todo el mun­ do tiene formada una opinión más o menos inflexible acerca de la vida, de la política, de las cuestiones pro­ fesionales, de las ciencias, de las artes, de los hombres y hechos del día. La mayor parte de los mortales se

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dejan llevar fácilmente a expresar su modo de ver en tal o cual cuestión. Saber estimular esta tendencia cons­ tituye una fuerza de la que hay que saber sacar partido. La opinión de un tercero sobre una materia cualquiera, cuya apreciación, en verdad, no exige especíales cono­ cimientos, basta casi siempre para proporcionar pre­ ciosas indicaciones acerca de La mentalidad del indivi­ duo en cuestión. Al referimos a la expansividad, ya hemos visto que el hablar con impulsiva animación hace disminuir la fuerza nerviosa. Por consiguiente, si procuramos inducir a los demás a realizar este desgaste de energía nerviosa, en tanto que nosotros nos limita­ mos a escucharles aparentando cierto interés, no sola­ mente nos informaremos cumplidamente acerca de su especial modo de ser, sino que, al propio tiempo, dis­ minuiremos la resistencia que pudieran oponer a nues­ tros medios de persuasión.

8. NO

HAY QUE DEJARSE DESCONCERTAR NUNCA

En todas partes se encuentran individualidades en ias que todo, desde la figura hasta las maneras y el modo de expresarse, parece hábilmente dispuesto para «causar impresión». A veces, detrás de estas magnífi­ cas fachadas suele hallarse una verdadera energía domi­ nadora; pero, más frecuentemente todavía, estas más­ caras impresionantes disimulan una insigne debilidad. Si te encuentras ante un hombre «fuerte», muéstrate

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decidido, sin impudencia, y muy determinado, único medio de que ese hombre te aprecie. En caso contra­ rio, no manifiestes vacilación alguna y permanece im­ pasible ante todos cuantos procedimientos ponga en practica para influir sobre ti. Verás cómo entonces «el hombre fuerte» comienza a pisar en falso, verás cómo pierde pie y se turba mostrándose desconcertado al hallarse enfrente de alguien sobre el cual no obtiene ningún efecto. Si las intenciones que descubres, lector, en una per­ sona parecen muy diferentes, o incluso contrarias, a las que esperas descubrir, y si en dicha persona se manifiesta algún elemento imprevisto que pueda aca­ rrear la ruina del plan que tú habías combinado, pro­ cura dominarte, sin traicionar tus impresiones, y busca, sin pérdida de tiempo, el medio de conseguir a todo trance lo que te habías propuesto. Examina repetidamente el argumento que te haya sido opuesto como decisivo; de diez veces, nueve se exagera con el fin de inclinarte a ceder. -Ante cualquier dificultad o resistencia persistente, no te dejes ganar con demasiada facilidad por la con­ vicción; por el contrario, persiste en tus propósitos. El cultivo de la calma, de la flema y de la impa­ sibilidad exterior ayuda poderosamente a resistir a las diferentes impresiones susceptibles de prevalecer sobre las determinaciones primitivas. En diversas profesiones, tales como las de corre­ dor o viajante — y, en general, siempre que se trate de obtener la aquiescencia de un tercero —, la per­

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sistencia tiene un valor inapreciable. La conclusión de la mayoría de los negocios no suele efectuarse sin una especie de lucha sostenida contra la indecisión, contra la duda o la inercia del cliente. Si este último consigue hacer vacilar al solicitante, señal es de que éste no tie­ ne la suficiente estabilidad mental. La misión del so­ licitante consiste en conservar intacta la firme inten­ ción de hacer prevalecer su criterio y de inducir a la persona a quien se dirige a decidirse positivamente. Ni la brusquedad ni la descortesía ni la aparente indife­ rencia desconciertan lo más mínimo a quien ha des­ arrollado su voluntad, ya que cuenta de antemano con estos obstáculos y sabe perfectamente cómo ha de re­ solverlos. En consecuencia, ante una negativa cerrada o ante cualquier muestra de descortesía, se inclina son­ riente, desvía la conversación hacia otras cuestiones di­ ferentes de la que le interesa, y luego vuelve a ella hábil, indirectamente. Se adapta al carácter de su inter­ locutor, y si tropieza en algún punto se desvía de él para volver a la carga en otro. Si el individuo se penetra por completo de la idea que trata de imponer, en todo momento conservará el impulso primitivo y la voluntad indefectible del triun­ fo, aun cuando trate con los seres más huidizos, pesados o inabordables. En el momento de entablar la conver­ sación debe concentrar todas sus facultades en un ob­ jetivo único: el triunfo. Cualesquiera que sean las ra ­ zones con que se tropiece, conserva afable el semblante. Cuanto mayor impaciencia, indolencia, incompren­ sión, denote la réplica que se te dirija, tanto mayor

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moderación te conviene poner en las primeras pala­ bras con que respondas. Después dispondrás de todo el tiempo para presentar una por una cierto número de consideraciones capaces de quebrantar la actitud de tu interlocutor. Tanto en la vida privada como en el mundo de los negocios, frecuentemente se hace precisa una gran persistencia diplomática si se quiere triunfar de los estados de alma que deseamos transformar entre los que nos rodean. Según los principios de la persuasión, no será precisamente discutiendo ásperamente ni em­ pleando el sarcasmo o los acentos imperiosos como conseguiremos dominar; por el contrario, lo lograremos aparentando examinar atentamente, como si nos dis­ pusiésemos a rectificar nuestro propio punto de vista, las proposiciones que se nos hagan. Tras de haber crea­ do así la receptividad, poco a poco van modificándose las disposiciones mentales de la persona a quien habla­ mos, exponiéndole apaciblemente puntos de vista to­ talmente distintos de los suyos y sin omitir el hacer resaltar las ventajas. Mas nunca es conveniente rechazar de un modo directo lo que se nos afirma o propone, ya que ello ha­ ría nacer en nuestro interlocutor la obstinación, la irri­ tación, la determinación de resistir a todo trance a nuestras sugerencias. Si, contrariamente, adoptamos la táctica de volver suavemente varias veces sobre el mis­ mo asunto, pero sin dejar adivinar que tenemos la in­ tención de imponer nuestro criterio, los seres más refrac­

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tarios se sienten inclinados a reflexionar y decidir pre­ cisamente en el sentido que nosotros deseábamos.

9.

P r á c t ic a d e l a s e g u r id a d

La timidez parece casi normal en los adolescentes, pero desaparece bastante rápidamente al cabo de al­ gunos años de diario contacto con los demás. Se vigo­ riza el carácter y, tras cierto tiempo de struggle for Ufe (lucha por la vida), el muchacho tímido de otros tiempos se- convierte en un hombre atrevido y desen­ vuelto. No obstante, es frecuente ver hombres de edad ma­ dura, competentes en sus respectivas profesiones, hom­ bres cultos e incluso enérgicos desde diferentes puntos de vista, que se sienten materialmente incapaces de de­ fenderse de cualquier sentimiento molesto que les para­ liza en cuanto abordan un ambiente con el cual no es­ tán familiarizados. Por otra parte, en la mayoría de los casos, nues­ tra seguridad, como quiera que ha sido desarrollada únicamente para un determinado número de circuns­ tancias que la vida nos ha creado, disminuye más o menos en los casos excepcionales. Todo esfuerzo realizado con el fin de dominarse y de actuar precisamente en el momento en que se ex­ perimenta la sensación de «no atreverse», aumenta la voluntad y la audacia. Toda persona debiera anotar la

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clase de diligencias que más penosas le son de realizar, la categoría de personas cuyo trato le produce mayor turbación, los incidentes que, en caso de ocurrirle, le causarían mayor confusión, y convertir en una especie de deporte la tarea de afrontar decididamente esa clase de dificultades. Desde luego existen diversos ejercicios encaminados a desarrollar unilateralmente el aplomo. Por ejemplo, hablar en público cuando se presenta la ocasión; la práctica de experimentos elementales de hipnotismo en estado de vigilia sobre toda clase de individuos; el dirigirse a personajes importantes, afrontando las di­ ficultades que su trato origina en ciertos seres, e in­ cluso solicitar a sujetos vulgares para llevar a cabo un negocio, cualquier obra, propagar una doctrina, etc. Repitamos, para terminar este capítulo, que siem­ pre la más leve tentativa facilita la siguiente. Hemos conocido casos de personas cuya timidez llegaba has­ ta el extremo de dejarse llevar frecuentemente al des­ precio de su propio interés, porque no osaban decir «no», y que, con nuestras indicaciones, en el espacio de unas cuantas semanas, han llegado a adquirir en­ tera libertad de palabra y de acción, incluso en los casos más difíciles.

CAPÍTULO IV

Cómo organizar ei propio destino 1. La voluntad, el carácter y el destino. - 2. La salud. - 3. Plan de acción modi­ ficadora del destino. - 4. Algunas cualida­ des indispensables. - 5. Suerte y desgracia. - 6. Las pruebas, la adversidad y el infor­ tunio. - 7. Concebir en idealista y realizar en realista. - 8. Egotismo y altruismo. - 9. La equidad.

1.

L a v o l u n t a d , e l c a r á c t e r y e l d e s t in o

El encadenamiento de un determinado número de casualidades, harto múltiples para que nos sea posible tener plena conciencia de ellas, nos predestina más o menos favorablemente. Pese a lo que nosotros quisiéra­ mos ser, a lo que desearíamos conocer, poseer u obte­ ner, nos vemos constantemente limitados y contraria­ dos. Nuestras facultades, nuestras aptitudes y tendencias, nuestra capacidad de trabajo y los medios materiales que la suerte nos ha concedido, como asimismo el am­ biente en que vivimos, son otros tantos elementos fa­ vorables u obstáculos a la realización de nuestro obje­ tivo. Al destino que desearíamos se opone aquel que nuestros condicionamientos primitivos nos imponen. Más o menos facultados para reaccionar, nos ve­ mos situados en circunstancias en cuya creación nues­ tra voluntad no ha tenido participación alguna y cuyo mandato nos parece a la mayoría de nosotros tan im­ perioso, que juzgamos acto de sana razón soportarlo pasivamente. Consideremos un determinado número de individuos. Uno de éstos, perteneciente a una familia modesta,

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vino al mundo dotado de una aptitud que se desa­ rrolla sin esfuerzo apreciable y le asegura, como re­ compensa a la utilidad o al placer que dicha aptitud produce a sus conciudadanos, una retribución lucrativa y, a veces, también popularidad y gloria. Este otro que, aunque en estado latente, también posee un talento apreciable, pero cuya justa valoración exigiría varios años de apreciable cultura, carece del tiempo y de los medios necesarios para realizar esos estudios y, por consiguiente, vegeta durante toda su vida. Un tercero, resucito a arrastrar una existencia mediocre, a causa de su mediana organización, sufre, no obstante, el contras­ te entre su atmósfera de monotonía y el espectáculo de las carreras brillantes. Un cuarto individuo que reúne superiores condiciones, sufre la traba constante de un estado psíquico enfermizo. De un modo más general, en el momento en que el individuo comienza a razonar por sí mismo y a concebir el dualismo de los impulsos del «yo» con la restricción del «no-yo» y del impulso anterior al despertar de la personalidad, se manifiesta en las profundidades de su ser íntimo un deseo de triple modificación: aspiración a un mayor bienestar, a un ambiente más en armonía con sus inclinaciones y a una mayor amplitud de conocimientos. La voluntad del individuo logrará romper la tra­ ma envolvente de su destino si se habitúa a seguir una norma de conducta cuyas directrices se exponen am­ pliamente en la presente obra. Ante todo, conviene que se considere el esfuerzo como la más segura e indis­ pensable de las armas y que se esté firmemente per­

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suadido de que el primer paso dado hacia la transfor­ mación del destino debe efectuarse en el sentido de trabajar por modificarse a sí mismo. «Los aconteci­ mientos de la vida — dice Emerson — crecen en el mismo tronco que el carácter.» En todo cuanto precede hemos intentado demos­ trar la posibilidad que existe por parte del individuo de gobernarse a sí mismo, de poder desarrollar sus ac­ tividades más útiles y de atenuar la impulsividad — que es la resultante del atavismo, de la educación y de las huellas señaladas por circunstancias primarias —. Supo­ nemos al lector suficientemente habituado a ese orden de cosas; lo que exponemos a continuación no podría ser puesto en práctica sino por aquellas personas que, en cierta medida, hayan conseguido ya ser dueños de su propia personalidad.

2.

L a sa lud

La eficacia de la acción personal sobre el destino está en relación directa con la intensidad y habilidad del esfuerzo de que el individuo se sienta capaz. Este esfuerzo nunca se desarrollará normalmente si la salud física deja algo que desear. Por consiguiente, el hombre que quiera triunfar, se aplicará, ante todo, a observar las condiciones necesarias para el mantenimiento del equilibrio orgánico. Ya en el capítulo II hemos abor­

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dado esta importante cuestión y ahora afirmamos nues­ tra convicción experimental del resultado de las indica­ ciones allí consignadas. Por lo tanto, aquellas personas cuyo estado general se sienta únicamente afectado por determinados malestares, por cierta debilidad o perió­ dicas depresiones, deben atenerse al pasaje precedente­ mente citado y seguirlo con la más escrupulosa aten­ ción. Al cabo de unas cuantas semanas tendrán oca­ sión de observar que se ha producido una apreciable regulación de sus respectivas funciones. Y si continúan observando las reglas enunciadas, verán aumentar su vigor. La edad no logrará disminuirlo y, al llegar d período de senilidad normal, sus facultades no experi­ mentarán una depreciación notable. Los doctores Geley, Michaud, Sartory, de Sermyn, Metchnikoff y otras au­ toridades científicas, han demostrado por medio de no­ torios ejemplos que la más extrema vejez deja subsistir intacta, e incluso aumentada, la inteligencia de aquellas personas que evitaron teda intoxicación. Desgraciadamente, el niño, al nacer, suele llevar con­ sigo una o varias tachas fisiológicas, que constituyen un obstáculo a su vida a todo lo largo de ella. Como, por otra parte, el organismo reacciona espontáneamente contra todo desequilibrio, si este poder autocurativo se ve favorecido por una higiene bien comprendida, la mayoría de los enfermos serán prácticamente suscepti­ bles de curación. Determinados y lamentables extra­ víos, indignes de nuestro siglo — que tan orgulloso se siente de sus luces —, suelen inducir a la mayor parte de las personas que sufren a proceder de manera tal

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que su estado, lejos de mejorar como dichas personas imaginan, se hace crónico. Nosotros nos dirigimos aquí a aquellos de nuestros lectores que se sienten maltrata­ dos por el atavismo y que desean eliminar el elemento interno que pone trabas a su voluntad. Generalmente, los medicamentos químicos se diri­ gen a los efectos producidos por lesiones o por tras­ tornos orgánicos; en ocasiones suelen contener dichos efectos, pero en nada remedian sus causas. Por otra parte, si bien suelen aliviar momentáneamente, su in­ gestión puede originar nuevas alteraciones. Hay que encaminarse hacia los métodos naturistas para elevar el tono vital y asegurarse así la energía que necesita el poder autorreactivo de que hemos ha­ blado anteriormente y al cual conviene dirigirse siem­ pre: alimentación racional, aprovechamiento de las pro­ piedades de los vegetales, curas de aire, mecanoterapia, magnetismo, etc.; tales son los únicos y verdaderos elementos renovadores de los organismos débiles, ta­ chados o desgastados; son los más rápidos modificado­ res de toda perturbación funcional. En el capítulo siguiente demostraremos la influencia que la voluntad ejerce directamente sobre los tejidos, como sobre todo cualquier otro órgano, y también so­ bre las funciones peculiares de cada uno de ellos. Ningún enfermo debe considerarse incurable. Esta­ mos completamente seguros de que sorprenderemos a muchas personas cuando les digamos que el mejor de los médicos que pueden hallar no es otro que ellas mis­ mas. Los síntomas que experimentan les proporcionan

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suficientes indicaciones para poder comprender su res­ pectivo caso, estudiándolo en un tratado de Patología. Toda persona puede favorecer poderosamente su vuel­ ta a la salud sometiéndose a un régimen alimenticio conveniente. Aquí, indirectamente, la voluntad aparece como el primer factor curativo, puesto que es menester tener constancia en las ideas y la debida firmeza para resistirse a injerir cualquiera de las substancias contra­ indicadas. Los especialistas farmacéuticos, cuyos anun­ cios de productos relumbran en las páginas de los gran­ des rotativos, en parte considerable deben su éxito a la indolencia de los enfermos, quienes dan por descon­ tada la curación de sus dolencias sometiéndose a de­ terminada medicación que les dispensa de toda disci­ plina gastronómica. Nosotros abrigamos la plena con­ vicción de que las curas atribuidas al contenido de esos pomposos frascos multicolores, que el público paga a peso de oro, se explican sobre todo por la fe del enfer­ mo, es decir, por la autosugestión. A cada enfermedad corresponde, no solamente un régimen especial, sino también una higiene particular, en la que intervienen diversos factores propios para favorecer el funcionamiento del órgano o de los órga­ nos interesados. Enriquecer la sangre, dándole tal o cual función, por medio de reacciones aero, hidro, me­ cano o magnetoterápicas; mantener firme y continuo el deseo y la esperanza de curación; tales son, a nuestro juicio, los verdaderos remedios, que no defraudarán ja­ más a quien los emplee lealmente.

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3.

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P l a n d e a c c ió n m o d if ic a d o r a d e l d e s t in o

La vida de los hombres que, por sus propios me­ dios, han llegado al lugar que deseaban, demuestra elo­ cuentemente que la tónica dominante de sus respectivos caracteres ha sido la continuidad de un mismo estado de alma directivo al cual, desde el comienzo de su vida, han subordinado toda otra aspiración. Parece fa­ buloso lo que muchos de estos hombres han llegado a realizar. Y, sin embargo, su actividad fue más bien uniforme, metódica y juiciosa que intensiva. Su es­ fuerzo cotidiano — tal como ellos mismos han mani­ festado a sus biógrafos — no aparece nunca desme­ surado, febril o abrumador, como alguien se imagina, sino regulado, sereno y hábilmente repartido. Inexacto sería pretender que todo individuo deci­ dido a cultivar la regularidad en el trabajo llegara a convertirse cualquier día en igual de los seres predesti­ nados a quienes aludimos, esto es, en comerciantes de la talla de un Ruel o un Boucicaut, en industriales de raza como Camegie o Rockefeller; en artistas, literatos, médicos o soldados ilustres cuyo nombre ha dado la vuelta al mundo. Pero lo que sí resulta evidente es que cualquier hombre, por muy escasas que sean sus facul­ tades o aptitudes naturales, bien por efecto de herencia bien por imposición de las circunstancias, conseguirá el máximo rendimiento de sus propias condiciones si se atiene a un plan concebido de acuerdo con una orien­

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tación fija, encaminada a modificar su destino original y a conducirlo, poco a poco, a coincidir con su ideal. Los románticos deploran amargamente el contraste que existe entre el poeta genial, que sufre hambre, viste harapos y habita una helada buhardilla, y el tendero, de espíritu limitado, que vive su vida de relativo bien­ estar económico. El primero, verosímilmente, no sabría producir regularmente como el segundo: la desigualdad material de sus vidas no reconoce otra causa que ésta. El artista debería estar siempre desvinculado de toda inquietud de carácter mercantil. Entre los dos extremos que acabamos de señalar puede también considerarse el ejemplo, constantemen­ te renovado, de los individuos que vegetan miserable­ mente, aunque no carecen de verdaderos méritos o con­ diciones, por la sencilla razón de que no se explotan a sí mismos con continuada rectitud; y aún hay otros seres, ordinarios en todo, pero que, no obstante, con el tiempo logran crearse una posición envidiable a fuer­ za de una regular actividad. En verdad que no son raras las personalidades que, espléndidamente dotadas de modo innato, pueden per­ mitirse el lujo de triunfar sin esfuerzo aparente, como si se tratase de un juego; y, por el contrario, también son frecuentes los desventurados que sufren tan con­ siderables restricciones en sus posibilidades, que toda su buena voluntad, todo su aliento y todo su esfuerzo sólo son útiles a las personas que los utilizan. Todos, empero, hallarán provecho en seguir nues­ tros métodos: en los casos de extrema indigencia, per­

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miten al individuo mejorar su condición, emanciparse e ir adquiriendo, poco a poco, determinadas cualida­ des que puedan procurarle cierto bienestar; en los ca­ sos de opulencia de los dones de la Naturaleza, nuestros métodos contribuyen a asegurar el triunfo para lo ve­ nidero. De nuestra obra Método científico moderno de Mag­ netismo creemos conveniente destacar un pasaje rela­ cionado con todo lo preoédente: «Los individuos bien dotados y a los cuales cierto talento innato les ha hecho la vida fácil y les ha valido la mayor parte de las satisfacciones por las cuales lu­ cha la Humanidad, raramente piensan en practicar la cultura psíquica. Como quiera que el determinismo les es favorable, no experimentan el deseo de remontar la corriente. La personalidad de estos individuos posee dos o tres buenos resortes, cuya actividad les permite desempeñar cómodamente un papel lo bastante útil o agradable para obtener de él toda suerte de ventajas. Se ven muy bien servidos por su atavismo, pero son estrechamente tributarios de éste. »Como quiera que la energía de su «yo» no es uni­ lateral, su vigor psíquico resulta débil o nulo para todo cuanto no sea la índole del trabajo hacia el cual se sienten predispuestos. Un artista, un literato, un inge­ niero, un médico o un artesano que posean facultades excepcionales, se ven incitados, por la misma facilidad de su triunfo respectivo, a una especie de pasividad mo­ ral de la que pueden resultar la adversidad o el ani-

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quitamiento de su propia valía. En uno será cualquier pasión que, cautelosamente, se habrá infiltrado en él y que le conducirá a una condición mórbida; en otro será cualquier herida emocional, cuyo recuerdo desequilibra­ rá para siempre su armonía interior; en un tercero será cualquier revés económico, imposible de vencer sin la acción de ciertas facultades que jamás tuvo el cuidado de desarrollar, etc. Sin recurrir a lo peor, frecuente­ mente vemos: ya un hombre, notoriamente intrépido, dominado por cualquier mujerzuela; ya un industrial de fama, incapaz de toda autoridad en su vida privada; ya cualquier paniaguado que consigue pingües sinecuras arruinándose con el juego bajo las exageradas necesi­ dades que él mismo se ha creado; ya cualquier artista que, por contrariedades amorosas, cae en la toxicoma­ nía y se hunde física y moralmente; o ya el caso de una persona que, al disminuir sus recursos, se tortura noche y día pensando en el medio de reducir su lujo y las satisfacciones de su amor propio, etc. Hacer un esfuerzo es, al parecer, una ley ccrnún, y aquellas perso­ nas de las cuales el destino parece no exigir ninguno harían muy bien en desarrollar el conjunto de sus fa­ cultades y conquistar el dominio de sí mismas. «Consideremos cuánto más poderosa se afirma la personalidad de otros individuos que, aunque, oomo los precedentes, están favorecidos por especiales fa­ cultades, han hallado al principio de su respectiva exis­ tencia serios obstáculos opuestos al desarrollo y valo­ ración de sus atributos. Estos individuos se han visto obligados a luchar. Han tenido que imponerse, no sota-

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mente aquellos esfuerzos de trabajo sin los cuales nadie llega a nada digno, sino incluso determinadas priva­ ciones que les han revelado su propio poder para regir sus apetitos y hasta sus necesidades. Han tenido que renunciar temporalmente a la mayor parte de los goces más buscados por los jóvenes de su edad. Han tenido que resistir incansablemente a aquellos impulsos que les llevaban a dispersar sus energías y sus medios mate­ riales. Esos individuos han desconocido la adulación, la vanidad y la indolencia. »La mediocridad, las necesidades, la obscuridad, le­ jos de arruinar su vigor psíquico, les han evitado, por el contrario, esa multiplicidad de estados de alma en los que el hombre incapaz de rehuir las asechanzas complacientes de la vanidad de lo colectivo dispersa es­ térilmente sus fuerzas. Lo módico de sus ingresos, al alejarlos de la multitud, les ha acostumbrado a extraer de sí mismos sus inspiraciones, sus entusiasmos y sus anhelos. Hoy, estos hombres son seres fuertes, porque saben que pueden bastarse a sí mismos. No les atormen­ ta la posibilidad de que al triunfo actual pueda sucederle una adversidad: en realidad no podrían temerla, toda vez que ya han medido sus fuerzas con ella. Y si les amenaza cualquier aflicción independiente de su vo­ luntad, le opondrán la lucidez, la presencia de ánimo y la rectitud de juicio requeridos para evitarla — si ello es posible —, para paliar sus efectos o para aceptarla serenamente, sin exagerar su importancia. «Cuantos vienen al terreno de la cultura psíquica lo hacen inducidos, generalmente, por la comprobación

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introspectiva de la insuficiencia de sus medios. Deter­ minadas personas abordan la cuestión de manera suma­ mente resuelta, y no tardan en obtener todo el benefi­ cio posible. Pero la mayor parte, ante el contraste que ofrece su propia debilidad y la especie de superhombre que se les describe, se dejan desconcertar y aun — muy fácilmente — convencer, por esa tendencia a la inercia que hay oculta en el fondo de todos nosotros, por la idea de la propia incapacidad frente al esfuerzo exigido para el cultivo de la voluntad. »Estos seres declaran que carecen de la suficiente tenacidad para someterse a toda disciplina: que el am­ biente en que viven ejerce una acción disolvente sobre la poca energía que poseen; que su nerviosidad les im­ pide toda continuidad en las ideas; que, al esforzarse en mantener tal o cual idea, con propósito deliberado, se fatigan o experimentan dolor de cabeza; que sus res­ pectivas tareas cotidianas, aumentadas por las inquietu­ des de su vida privada, agotan sus disponibilidades psicofísicas. ¡Y esto, frecuentemente, es cierto!» Pero, como lo hemos demostrado en los tres anterio­ res capítulos, nadie es absolutamente incapaz de un primer esfuerzo, y, tras de haberlo realizado, con mi­ ras al dominio de sí mismo, puede ya considerarse ar­ mado para poder luchar contra el destino. Si el individuo medita serena, larga, atentamente, la idea, la intención, el deseo de transformar su con­ dición, en las profundidades de su inteligencia se sus­ citan una porción de nociones conexas. Para entre­

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garse a provechosas meditaciones en este sentido, pre­ ferible es que el individuo busque un retiro, adopte una posición cómoda y se disponga a anotar todo cuan­ to acuda a su espíritu. La comparación mental del estado de su personali­ dad actual con el de aquella que se ambiciona y de los elementos de su situación presente con las exce­ lencias que se desearía obtener, inspira una serie dis­ continua de juiciosas reflexiones. De esta suerte, el in­ dividuo se percata del grado de aptitud o de conocimien­ tos indispensables para poder ocupar tal o cual posi­ ción o realizar esta o aquella obra. Del conjunto de pensamientos nacidos de la prece­ dente meditación se elabora con facilidad un plan ge­ neral de conducta. Posteriores meditaciones permitirán ponerlo en práctica cuidadosamente. Por muy lejano que parezca el objetivo o finalidad que se persigue, se advierte que su acceso es posible si se consideran con juicio objetivo las diversas etapas que es preciso recorrer para llegar a dicha finalidad. De la misma manera que, al escalar una montaña, uno se distribuye su ascensión en etapas, diciéndose: «Pri­ meramente llegaré hasta allí; luego alcanzaré un punto más elevado, etcétera», el llevar a cabo un plan, la ejecución de una tarea de mucha importancia y la rea­ lización de los grandes designios de la existencia necesi­ tan una serie de esfuerzos repartidos en un determina­ do número de etapas. En toda carrera regular se procede así. Para llegar a ser escultor, por ejemplo, una vez realizados los estu­

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dios generales, los que suceden a éstos, tales como los de Anatomía, los que se refieren a las diversas partes del dibujo, los relacionados con el manejo de los instru­ mentos de trabajo y los concernientes a la reproduc­ ción de toda clase de objetos, van marcando otras tan­ tas aplicaciones sucesivas, a las cuales debe sujetarse por largo tiempo el futuro artista. Cuando, en el momento en que se despierta en el hombre la ambición personal, éste experimenta la aco­ metida de una corriente impuesta por anteriores necesi­ dades, la dificultad — no tratemos de disimularlo — es enorme, pero de ningún modo invencible. «Para obtener de nuestros esfuerzos el máximo de resultados es conveniente que hagamos una selección y que la orientemos hacia la ocupación para la cual nos sintamos mejor predispuestos a asimilarla de modo más completo, perfecto y fácil. Cuando la necesidad obli­ ga al individuo a entregarse a una clase de trabajo que no es de su agrado y en el curso del cual su pensamien­ to recae incesantemente en aquella situación que le hubiera convenido más, debe considerar serenamente la posibilidad de un cambio de posición y los medios de llevarlo a cabo gradualmente. La cultura psíquica proporciona a la mayoría de personas armas suficientes para que puedan intentar, con grandes probabilidades de éxito, una total rectificación de sus respectivas exis­ tencias. En lugar de abandonarse a estériles lamenta­ ciones, el adepto de la voluntad adoptará la determi­ nación de dedicarse a cumplir su tarea presente con la mayor perfección posible, asignándole la misión de domi­

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narle. Se esforzará en no pensar en lo que hace ni en el momento en que lo hace y, entre sus horas de trabajo, empleará sus facultades intelectuales en examinar el modo de crearse la situación que desea y de adquirir los conocimientos necesarios para ello. Calculará el tiempo que es preciso para poder realizar esa mu­ danza radical, se trazará un plan de conjunto, subdividido en muchas etapas que tengan un objetivo distinto, y pondrá manos a la obra con serena firmeza (1).» Los obstáculos — inevitables — deben ser cuidado­ samente considerados y justipreciados; estudiados uno por uno en el momento oportuno y combatidos, elimi­ nados, abatidos sucesivamente. «Si consideras como un bloque impresionante el conjunto de dificultades que se oponen a la realización de tu voluntad, tú mismo te autosugieres el temor. Antes de pensar en los obstáculos es menester recordar que se quiere vencer, y por consiguiente, debe rechazarse de antemano toda posibilidad de fracaso. En lugar de dispersar tus fuerzas, debes ocuparte en vencer el primer obstáculo, poniendo en seguida toda tu atención en el segundo y concentrando toda tu energía en el esfuerzo presente. »Si la fortuna sólo dependiese de vencer el único obstáculo que hoy traba tu voluntad, lector, a buen se­ guro que no permitirías que ese obstáculo te privase de aquello que deseas. Sigue adelante, pues: cada nueva victoria te dará un poco más de confianza en ti mismo, (1) D e la obra M étodo científico m oderno de M agnetis­ m o, del mismo autor.

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y llegará un momento en que, no solamente no te produ­ cirá trastorno alguno la nueva dificultad que surja, des­ de el instante en que le ataques automáticamente, sino que llegará a constituir para ti un elemento satisfacto­ rio cuya desaparición te desagradará (1).»

4.

A lg u n a s c u a l id a d e s in d is p e n s a b l e s

La primera de todas las cualidades voluntarias es la energía. La segunda es la contención de ésta, su re­ partición juiciosa y serena, libre de todo desgaste in­ útil, sin restricción en el esfuerzo deliberado, siempre mesurado, sereno y uniforme. La energía aumenta por sí misma mediante: 1.° La observación de las reglas anteriormente in­ dicadas, en relación con la acumulación de fuerza ner­ viosa. 2.° Por medio de la habituación o entrenamiento. 3.° Por la comprobación de los excelentes resulta­ dos que produce. La costumbre de reprimir la expansividad, de exa­ minar seriamente la oportunidad de cuantas'decisiones se sienta uno inclinado a adoptan permite la retención continua de la impulsividad dentro de la vida activa y de los negocios. Una vez precisadas las líneas generales del plan de (1) D e la obra M éto d o científico m oderno de M agnetis­ mo. del mismo autor.

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modificación del propio deslino, y cuando se ha deter­ minado ya suficientemente el objetivo particular de cada etapa, es conveniente, sin perder nunca de vista el plan general ni la finalidad suprema de éste, aplicarse a realizar únicamente todo cuanto haya sido previsto para la primera etapa. Por la mañana, al despertarse, tras de algunos minutos empleados en recobrar la con­ ciencia de la orientación asignada a la propia vida, acude al pensamiento el propósito de meditar breves mo­ mentos acerca de los problemas en curso de resolución, tratando de darse cuenta del punto en que la acción quedó suspendida el día anterior. Seguidamente, el pen­ samiento estará completamente ocupado por las obli­ gaciones de la jornada. Recomendamos al lector que procure representarse — como en una especie de cine­ matógrafo mental — los sucesos que se desarrollarán en el curso de las doce horas que van a sucederse; que haga por verse a sí mismo actuando a través de estos hechos de conformidad con las directivas más adecua­ das, dominando toda flaqueza, logrando vencer todas las dificultadas, obteniendo la pasividad de unos y el concurso de otros, etc. Si consideramos la jomada de trabajo como una pie­ dra que, agregada a otras muchas semejantes, hace avan­ zar la edificación del plan que hay el propósito de des­ arrollar, la jornada aparecerá atractiva y fecunda. Toda esa meditación inicial apenas si requiere un cuarto de hora. Su importancia exige que no se la sacrifique a la negligencia de un despertar tardío o a la fantasía de la

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imaginación, casi siempre errabunda al salir del mundo de los sueños. Para aquel que ha tomado la determinación de des­ arrollar su poder personal y de poner en acción las fuerzas ciegas — pero dóciles — del destino, los mil movimientos característicos de una jomada de trabajo le parecen otros tantos ejercicios destinados a agudizar sus facultades. Al vestirse, cultivará la costumbre de los movimientos y gestos suaves y rápidos; se aplicará a completar su tocado en el menor tiempo posible, aun­ que sin descuidar detalle alguno. Emprenderá su tarea atenta, metódica, firmemente, y no dejará de utilizar las incitaciones contrarias como otras tantas oca­ siones de dominar sus impulsos. En sus relaciones o trato con las personas que le rodeen, clientes, colegas, etc., aplicará siempre la mirada fija central, la palabra positiva y los principios de persuasión, mientras se estu­ dia para elegir y combinar correctamente sin largueza ni inutilidades los vocablos de que se servirá. Cuando se le presente alguna dificultad, concentrará en ella toda su atención, sin perder la serenidad, y seguidamente, decidirá el modo de resolver el obstáculo, atacándolo en el acto. En los momentos de apresuramiento, cuan­ do su voluntad esté solicitada al mismo tiempo por di­ ferentes puntos de vista u ocupaciones, procurará es­ tablecer mentalmente el orden en que le parezca prefe­ rible actuar; y, siempre sereno — lo que no le impedirá, ciertamente, hacer muchas cosas en poco tiempo —, se aplicará a cada una de esas ocupaciones, pasando in­

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mediatamente a la siguiente en cuanto la anterior haya sido tratada a fondo. En su obra El hombre que triunfa, Sylvain Roudés ha precisado en unas cuantas líneas certeras las con­ diciones necesarias para el trabajo: «Considerad — ha escrito — tedas las facetas del trabajo que os ocupe. No tratéis de ocultaros las dificultades que ofrezca y ved si os es posible vencerlas.» «Cuando os apliquéis a cualquier tarea, no penséis más que en lo que hagáis; no tengáis más idea que ésa en la cabeza, y que ella sea vuestra única preocupación. El cerebro rige los múscu­ los y si tenéis muchas ideas en el espíritu, dispersa­ réis la fuerza nerviosa en diversas direcciones, en lugar de concentrarla en una sola. Y sufriréis distracciones.» «Las diferentes partes del trabajo que realicéis deben tener para vosotros un interés análogo, y debéis rea­ lizar unas y otras con el mismo cuidado.» «No hay ningún trabajo que sea inferior; hasta la más humilde de las tareas exige una parte de atención que jamás debe serle rehusada. Si se analiza, si se comprende bien un primer trabajo, el siguiente será aún mejor comprendi­ do, ya habituados por la observación y la ejecución anteriores. Y, de esta suerte, la labor de mañana se be­ neficiará de la experiencia adquirida en la tarea de la víspera» (1). Insistimos en que, para poder tener en cuenta estos excelentes principios, es indispensable cierta reserva de energía. Pues en el preciso momento en que el tedio, la (1) Legouvé, triunfa.

citado

por

Roudés

en

El Hombre

que

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indolencia, las ideas incidentales o ios derivativos pro­ cedentes del exterior tratan de oponernos dificultades en la aplicación de la línea de conducta proyectada, la reminiscencia voluntaria de nuestras directivas reanima instantáneamente nuestra actitud mental; a condición de que la acción refleja que ejerce sobre nuestros ple­ xos halle la acumulación de fuerza necesaria. Una de las principales causas de dispersión, de despa­ rrame de Jas potencias del ser, consiste en contar con otros factores distintos de los que puede hallar en sí. No solamente todo individuo debe alim entarla «con­ fianza en sí mismo», sino que es preciso que se acostum­ bre a no contar más que consigo mismo. «Vivimos sometidos al régimen de Ja ley de bron­ ce — dice Sylvain Roudés —. Producir mucho y bara­ to obliga a la mina, al taller, a la tierra a retribuir mal un esfuerzo excesivo, a rebasar d límite impuesto por la Naturaleza a la máquina humana; a violar, en nombre de la necesidad, las reglas indispensables para su conser­ vación y perfeccionamiento. En tanto que d hombre sea enemigo d d hombre y en tanto que esta división fa­ vorezca el apetito monstruoso de unos cuantos en de­ trimento de los restantes; en tanto que el derecho a la fdicidad y al bienestar de quienes de ello sean dignos no esté éscrito con caracteres indelebles al frente de la ley, en tanto que las diferentes clases sociales no se unan en unánime y fraternal acuerdo; en tanto que la Fuerza, no la Razón, sea la soberana del mundo, persistirá d actual estado de cosas. Sólo hay un remedio eficaz para esta desoladora situación — agrega el citado autor — :

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la educación individual ejercida por nosotros mismos so­ bre nuestro carácter y nuestros actos.» No sería posible hablar más acertadamente. Nada autoriza a pensar que, por mucho tiempo, lo colectivo llegue a estar organizado de modo equitativo con re­ lación al individuo. Por consiguiente, contemos tan sólo con nosotros mismos. Perfeccionemos nuestras aptitu­ des y nuestras facultades, aumentemos nuestra energía y adiestremos nuestra voluntad, teniendo siempre en cuenta las disonancias exteriores y sin perder vanamente d tiempo en recriminamos. No nos lamentemos estéril­ mente de la injusticia social, de la codicia de los ex­ plotadores, de la impericia de los gobernantes o de cualquier otra cosa que merezca nuestra queia. No nos querellemos oontra la suerte, ni contra los accidentes fortuitos, ni contra el esfuerzo considerable que nos es preciso producir; organicémonos dentro del marco d d destino inicial y laboremos serena, metódicamente para transformar dicho destino. En lugar de interpretar los actos o circunstancias ad­ versas diciendo: «¡Si tal cosa no me hubiera sucr ' 1o!». o bien: «¡Si tal o cual persona no hubiese olvidado sus deberes para conmigo!», vale más — teniendo en cuen­ ta que toda lamentación o condolencia gasta inútilmen­ te nuestra fuerza mental — que nos digamos: «¿Como podré'paliar lo que deploro? ¿Cómo podré evitar que vuelva a producirse? ¿Cómo podré substraerme a esta enojosa eventualidad?» A los hombres hay que oponerles la diplomacia; a los acontecimientos, la habilidad.

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No todos poseemos la misma capacidad de traba­ jo. Todo ser debiera esforzarse en conocerse a sí mis­ mo, en apreciar la extensión e intensidad de la labor cotidiana que puede rendir sin alterar su salud, y en tratar de limitarla en consecuencia. Los grandes trabaja­ dores no siempre logran triunfar. Ir al agotamiento es caminar hacia la ruina. Una aplicación regular y uniforme, constantemente orientada, rinde mayor uti­ lidad que las grandes etapas de trabajo intensivo al­ ternadas con otras de absoluta inacción. Si el objetivo perseguido requiere, durante algún tiempo, un desgas­ te excesivo de fuerzas, acostumbrándose poco a poco a aumentar la potencia del rendimiento es como con más seguridad se llegará a sostener, algo más tarde, du­ rante semanas, meses, años si fuera preciso, la activi­ dad intensa que uno se proponga. Saber descansar a tiempo, detenerse cuando ha lu­ gar y disociar las propias preocupaciones, son cosas que merecen muy seria atención. El sueño, en el que ya nos hemos ocupado, no basta por sí solo para dar una tre­ gua a nuestras facultades. Más adelante expondremos el mejor procedimiento conocido para recuperar las fuer­ zas: el aislamiento. En el curso de la vida ordinaria se nos ofrecen multitud de distracciones, cuya elección no importa gran cosa, con tal que dichas distracciones cumplan con la doble condición de hacernos cambiar de ideas y de apartar de nuestro espíritu todo elemento de obsesión o de disipación. He aquí lo que, a este respecto, decimos en nuestra

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obra ya citada: «Los hombres que suelen estar más ocupados, los que desempeñan en la Humanidad los más importantes cometidos, procuran que en su vivir cotidiano haya el debido reposo físico y moral. El mejor procedimiento para procurárselo es practicar cualquier deporte que exija el concurso de facultades completa­ mente distintas de las que se ponen en juego durante el trabajo. La marcha a pie constituye el más elemental de los deportes, y resulta excelente desde todos los puntos de vista. El patinar, la natación y el remar son igual­ mente convenientes para la salud y para la conserva­ ción del vigor moral. Los espectáculos tienen el incon­ veniente de que predisponen a una multiplicidad de esta­ dos de alma que dispersan la atención. Estos inconve­ nientes desaparecen cuando se trata de personas que son ya suficientemente dueñas de sí mismas y que, aun cuando se entreguen por entero a la emociones de una representación teatral, pongamos por caso, a la salida del teatro recobran inmediatamente el dominio de sí mismos y no se dejan obsesionar por prolongadas re­ miniscencias.» Si sensato es no contar más que con nosotros mis­ mos en cuanto a la realización de nuestros planes, esta regla debe aplicarse principalmente a la concep­ ción y apreciación de los seres y de las cosas. Sin perjui­ cio de documentamos en cuantas fuentes nos sea po­ sible, debemos acostumbrarnos a ver por nuestros pro­ pios ojos y a formar nuestros juicios con absoluta in­ dependencia. Sin duda los consejos, advertencias y ex­ hortaciones de las personas experimentadas y prudentes

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pueden contribuir útilmente a iluminar nuestros jui­ cios; incluso la manera de ver de los más humildes debe ser objeto de un examen imparcial; pero, en última ins­ tancia, nuestra personalidad constituye siempre el mejor juez, especialmente en todo aquello que nos concier­ ne directamente. El adoptar una determinada opinión por el solo hecho de que la sostiene un hombre ilustre o cualquier sector colectivo importante, el temor a apar­ tarse de los senderos ya trazados, de los procedimien­ tos rutinarios, son otros tantos obstáculos opuestos al desarrollo de la individualidad. Si la gran masa sufre la esclavitud y la opresión social, es por la sencilla ra­ zón de que todavía no ha aprendido a pensar por sí misma. Toda persona que quiera dominar el destino deberá ponerse en guardia contra ese escollo, y, ante todo, procurará depurarse de toda vanidad. Lo único que deberá importarle será la aquiescencia de su pro­ pio juicio, inspirado por sus directivas y por la finali­ dad perseguida en la vida. Hartas son las dificultades verdaderas que obstruyen nuestro camino, para que no procuremos reservarles toda nuestra atención, negándola, en cambio, al vulgar «qué dirán», a los prejuicios, a las costumbres en decadencia, al provincianismo, al es­ píritu de secta o de casta y a las idiosincrasias de tipo familiar e incluso nacional. La experiencia confronta la verdad y el error. Los seres indecisos tal vez se evitan a sí mismos un deter­ minado número de golpes o incidentes desagradables, pero lo cierto es que sufren otros peores. Lo más acer­ tado es deliberar con absoluta independencia, poner en

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práctica el fruto de estas deliberaciones y modificar, si a ello hay lugar, las decisiones adoptadas, de acuerdo con la fecunda lección de los hechos.

5.

S u e r t e y d e s g r a c ia

Versados en el estudio de lo maravilloso en tedas sus formas, d problema de la suerte nos ha apasionado profundamente. ¡Cuántas personas hemos visto que nos han parecido protegidas por agentes invisibles que les prodigaban toda clase de alegrías, evitaban que recayesen sobre ellas las consecuencias de sus propias faltas, arrui­ naban la obra del adversario y Ies facilitaban el triun­ fo, el favor del mundo en general y la adoración de ciertos seres!... Y ¡cuántas otras — ¡cuánto más nume­ rosas! —, hemos visto afligidas por decepciones múl­ tiples, por desgracias que iban en «crescendo», sufriendo enfermedades y miserias, atrozmente lastimadas en sus sentimientos más nobles y elevados!... ¡Inquietante pro­ blema! Sí, en efecto, parece que una radiante estrella, protectora del destino, sigue a determinados seres des­ de la cuna al sepulcro, en tanto que una negra fatalidad se destaca, tenaz, en la sombra de los seres desgracia­ dos, a los que impulsa implacablemente hasta el último extremo del doloroso sendero de la desesperación. Y de la masa de recuerdos emocionantes, preciosa­ mente sumidos en el fondo de nuestra memoria, se destaca, particularmente amarga, la comprobación de la

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aparente incoherencia con que actúan esos intangibles dispensadores de la buena y mala suerte. ¿Por qué hemos de asistir, al propio tiempo, al triunfo insolente de es­ píritus limitados, sujetos a mezquinos apetitos, y a la angustiosa tortura de seres deliciosos, en quienes todas las sensibilidades y todas las noblezas parecían aliadas con la más exquisita sutilidad? ¿No habrá en ello sino la apariencia de otras causalidades? ¿O será sólo ex­ presión del fatal encadenamiento de los hechos, so­ metidos a nuestros sentidos? Cuando cualquier desven­ turado se pasa la vida gimiendo bajo el peso de cual­ quier dolencia legada por sus ascendientes, ¿debemos limitar nuestras reflexiones a la ley fisiológica de la herencia? Cuando una catástrofe conmueve y arruina el edificio elevado mediante años enteros de trabajo, sume a la joven viuda en una inconsolable amargura, dispersa a los hijos y los confina a las más repulsivas promiscuidades, ¿acaso el accidente inicial habrá de limitar nuestro impulso hacia el conocimiento de otros más inquietantes porqués? Si un momento de inatención nos ha conducido a lo irreparable, ¿no buscaremos un motivo que nos dé la clave de semejante desproporción? En una de nuestras obras insistimos sobre esta in­ teresantísima cuestión. Aquí sólo diremos que la suer­ te está en relación directa con la voluntad de cada uno; pues si bien es cierto que nadie puede jactarse de poder captar plenamente ese voluble elemento, no lo es menos que cada uno de nosotros posee medios que permiten sustraerse a la hipotética entidad adversaria y deter­

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minar por sí mismo los favores cuyo disfrute le rehúsa la fortuna. No nos ha sido posible descubrir la menor relación entre la suerte y el mérito personal, tal como éste ge­ neralmente se entiende, pero, en cambio, la experien­ cia nos ha demostrado que el desarrollo de la indivi­ dualidad psíquica — en la forma que en esta obra se indica —, poco a poco va apartando a la persona de aquel elemento adverso, hado o fatalidad, que parecía consubstancial con ella. A medida que la voluntad va siendo más firme, ejerce mayor influencia sobre las múltiples causas que originan acontecimientos. El ser humano llega entonces a convertirse en un factor cons­ ciente de su propio destino. En lo sucesivo ya no se ve zarandeado como un frágil esquife en el océano de la vida: su juicio constituye un gobernalle preciso que el individuo se esfuerza en sostener con toda la energía de su habituada voluntad. Los partidarios fanáticos de la' voluntad pretenden que el hombre depende exclusivamente de sí mismo. En cambio, los fatalistas proclaman que todos estamos sujetos a una ineluctable predestinación. A nuestro en­ tender, esta última existe; pero, desde el momento en que el individuo tiene conciencia de su existencia y com­ bate sus elementos desfavorables la modifica en la me­ dida del esfuerzo desarrollado en este sentido. En efecto: nadie podría negar que la habituación de la voluntad permite al individuo: Mejorar su salud física, aumentar la resistencia de su

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organismo y poder actuar sobre sus funciones por medio de la autosugestión; Regularizar en sí mismo la impresionabilidad, la emotividad, el sentimentalismo, la impulsividad, la ima­ ginación, la memoria y las demás manifestaciones sub­ conscientes, y situarlas bajo la dirección de la idea reflexiva, esto es, del juicio; Poder anular, en caso preciso, las influencias del medio ambiente, de la colectividad, etc., con el fin de conservar completa libertad de pensamiento y de acción; Ejercer en torno suyo y sobre las personas con quie­ nes, eventualmente, tenga relación, una influencia que predisponga a dichas personas en su favor, obtenien­ do así un máximo de consideración y de valoración de las facultades, aptitudes o competencias que el indivi­ duo posea; Saber inspirar en el ambiente en que vive sentimien­ tos e ideas susceptibles de orientar útilmente a las per­ sonas por las que él se interese; Reunir la mayor suma posible de elementos de éxi­ to y de resistencia contra la adversidad; Realizar un progreso continuo, acrecer el alcance y el vigor de sus facultades y realzar la envergadura de su inteligencia y de sus medios de acción. Además, en la inmensa mayoría de los seres, suer­ te y fatalidad suelen manifestarse en el curso de la exis­ tencia de una manera equivalente, sobre poco más o menos; y en cuanto interviene el esfuerzo personal, tenaz y con cierta continuidad, no tarda la balanza en inclinarse del lado favorable.

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6.

L as

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p r u e b a s , l a a d v e r s id a d

Y EL INFORTUNIO

Aníe la adversidad se pueden adoptar dos actitu­ des, igualmente fatales: la resignación pasiva o la cie­ ga rebelión; ambas paralizan por igual la acción de la voluntad. Toda existencia, por favorecida que sea, sufre sus horas de tormento, y muy raros son los seres a quienes la vida no reserva numerosos períodos abru­ madores. En presencia de cualquier eventualidad aflic­ tiva, importa, ante todo, conservar la serenidad, con­ centrarse uno a i sí mismo y examinar los hechos sin desfigurarlos lo más mínimo. El desarrollo psíquico evita siempre un gran número de calamidades, y abri­ gamos la firme convicción de que, en cierto grado, las impide radicalmente. En el momento de producirse cual­ quiera de esas calamidades, la lucidez espiritual, la rec­ titud de juicio y el espíritu de lucha reducen al mínimo el efecto maligno y, si hay lugar a ello, diminan siste­ máticamente sus causas. Lo mismo que un general sigue atentamente las pe­ ripecias de la batalla, dispuesto a replicar, según sus conocimientos estratégicos, a las ventajas momentáneas del enemigo, cada uno de nosotros, llegado el momen­ to del peligro, debemos movilizar nuestras facultades, hacerlas maniobrar hábilmente, absorbernos en cuerpo y alma en el esfuerzo que debemos realizar y no acep­ tar jamás el fracaso definitivo; debemos acoger los desea-

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labros con una leve sonrisa, sin perder nunca de vista que existe la posibilidad de reaccionar y que, en el juego de las fuerzas, favorables o contrarias, constitui­ mos un elemento de extraordinario valor. Indudablemente, hay desgracias que implican lo irre­ parable. Y estas desgracias no pueden ser conjuradas más que con una actitud preventiva. La mayor parte de ese-; infortunios vienen determinados ñor la in acció n , el abandono, la ignorancia o la flaqueza moral. El hábito de meditar por las mañanas, antes de co­ menzar la jornada, puede ser considerado como una medida de vigilancia, toda vez que, mientras se realiza dicha meditación, una multitud de asociaciones de ideas, de reflexiones, de reminiscencias, acuden a iluminar el espíritu y le dan una especie de presciencia respecto de los posibles peligros, y provechosas inspiraciones acer­ ca del modo de evitarlos. Poniendo seriamente en prác­ tica la inteligencia, la voluntad y la actividad, se pue­ de tener la seguridad de vencer las diversas dificultades que se pueden encontrar; y esto tanto más rápidamen­ te cuanto mejor se sepa aplicar exclusivamente toda la tensión mental sobre un solo y determinado obje­ tivo. La persona que sufre pasivamente los reveses de la suerte, que no alimenta en su espíritu la esperanza y la intención de días mejores y que, en una palabra, se abandona a su destino, no debe esperar que éste se modifique. Es menester no confundir la calma con la indiferencia o con la indolencia. Esta última se insi­ núa a veces, por espacio de algunas horas o de algu­

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nos días, en el alma de los seres más intrépidos, pero éstos logran vencerla rápidamente. Por debajo de la impasibilidad exterior y en cone­ xión con la serenidad activa, debe circular una volición continua, nacida en las más profundas reconditeces de la conciencia, que anime al individuo que se debate contra el antagonismo o la aflicción. Inversamente, el apresuramiento febril tampoco es aotividad. De nada sirve crispar los puños, contraer los músculos, agitarse vanamente y dispersar la energía en diversas direccio­ nes a la vez; ninguna utilidad reporta ceder a los im­ pulsos emocionales. Cuanto más grave sea el caso, tan­ to más se imjpone conservar la serenidad y la presencia de ánimo. Sin retrasarse a temer las diferentes eventualidades enojosas que puedan sobrevenimos, debemos conside­ rar cuán grande sería nuestra satisfacción si, en caso de producirse cualquiera de esas circunstancias adversas, nos hallásemos en posesión de una sólida voluntad, uni­ da a una impasibilidad imperturbable; y añadamos este motivo a todos aquellos a los cuales habremos de acu­ dir diariamente en busca del impulso necesario para per­ severar en el camino de la energía.

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7.

C o n c e b ir e n id e a l is t a y r e a l iz a r EN REALISTA

«Mirad a lo alto» — recomienda Andrew Camagie a los empleados jóvenes que desean triunfar. Y aña­ de: «No daría ni un céntimo del dependiente que no se considere ya asociado al jefe de cualquier importante es­ tablecimiento. No os contentéis ni por un solo instante con la idea de que sois el principal empleado de la casa, contramaestre o administrador general de cualquier ne­ gocio, por importante que éste sea. Cada uno debe de­ cirse: «Mi lugar está en la cumbre.» Sed soberanos en vuestros ensueños. Haced voto de esperar esta situa­ ción conservando una reputación sin tacha, y no ha­ gáis ningún otro voto que pueda distraer vuestra aten­ ción.» (El imperio de los negocios.) En efecto, al combinarse su plan general de vida, cada uno debe mirar hacia las cumbres; ello resulta indispensable para poder alcanzar el lugar más elevado posible. Pero esto no implica un sentimiento de sufi­ ciencia ni ese vagabundeo de la imaginación que se en­ trega a estériles quimeras, vagabundeo al que tanto gustan de entregarse los contemplativos, ávidos de apar­ tarse de la realidad. «Mirad a lo alto», pero, al mismo tiempo, daos cuenta de las aptitudes que os será pre­ ciso reunir sucesivamente para llegar a realizar dichas aspiraciones. Determinaos a adquirir las dotes necesa­ rias y a poneros en las condiciones precisas para ello.

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Todo hombre podría realizar muchas más cosas de las que realiza si no restringiese su ideal al probable futuro que le prepara su estado presente. Estimulado de continuo por una noble ambición, el esfuerzo, el tra­ bajo y la resistencia a las tentaciones disolventes se efec­ túan con la ayuda de un poderoso reconfortante. Saber compaginar la objetivación mental del ma­ yor de los triunfos con un positivismo preciso en el dominio de los hechos, es una de las más seguras cuali­ dades que se pueden poseer para condicionar venta­ josamente el destino. Es menester, dice un sabio pro­ verbio, «caminar puestos los ojos en el cielo y los pies sobre la tierra»; es decir, que no se debe perder nunca de vista el pleno de las realidades en el curso de nuestras acciones, pero sí orientamos hacia las cimas en esos momentos de meditación que tan provechosa­ mente disponen a la acción. Ambición no significa necesariamente deseo inmo­ derado de riquezas o de honores; un estudiante de Me­ dicina, enamorado de su profesión, se considerará igual al más eminente de sus profesores; el artesano manten­ drá su pensamiento en el deseo de producir con perfec­ ción y rapidez sin iguales; el joven dependiente de una casa de comercio se considerará igual a tal o cual perito en la materia y alimentará el deseo de conocer, en sus más minuciosos detalles, todas las cosas que con dicha materia se relacionen, etc. En todos los terrenos halla el mismo principio su aplicación. Determinadas personas, enfermizas o que deploren

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cualquier insuficiencia, lo primero que tendrán que hacer es vencer el obstáculo de semejante estado. Evitarán lamentarse y se aplicarán a seguir con la mayor exac­ titud las indicaciones consignadas en los capítulos I, II y III. Pronto habrán conquistado el pleno equilibrio psíquico de que carecían. Una de las mayores fuentes de satisfacción de. que puede disfrutar el hombre es la de poseer una compe­ tencia superior a la medida corriente, bien en su pro­ fesión, si ejerce alguna, bien en cualquier otra actividad de su elección, en el caso de que la fortuna le favorezca. Ahora bien, sólo una aplicación prolongada por espacio de años enteros dará los conocimientos y el dominio indispensables para llegar a poseer a fondo un arte cual­ quiera. Hasta en la más humilde de las profesiones, cuando en ella se logra sobresalir, se adquiere una es­ pecie de soberanía independientemente del provecho ma­ terial que reporte. Todos los individuos que hemos co­ nocido en determinado nivel social y cuyas respectivas capacidades profesionales excedían de los límites co­ rrientes, se sentían henchidos de optimismo y de sere­ nidad. ¿Qué puede haber más deseable que esa segu­ ridad, ese valor, esa ciencia profunda que permite un máximo de utilidad social, que asegura la consideración, atrae hacia sí a un círculo selecto de personas y procu­ ra, generalmente, por añadidura, una vida amplia y fácil? Si algunos geniales inventores mueren en la miseria, ello es debido a que carecen de uno de los elementos requeridos para hacerse valer: generalmente, del sentido

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de la realidad en el mundo de los negocios. Con frecuen­ cia, cualquier jefe de fábrica gana diez veces más que un sabio de primer orden: el valor del uno ha sabido adaptarse a un plan utilitario, en tanto que el del otro, absorbido por sus ideales, se ha negado a tal adaptación. Pero no por ello este último ha dejado de saborear las satisfacciones de índole moral, inseparables de una alta competencia. Cuando se «mira a lq alto», importa mucho no omi­ tir detalle alguno; y el inventor de que hablamos de­ bería ambicionar, no solamente su propio descubrimien­ to o invención, sino también las cualidades o condi­ ciones de lucha y de influencia personal mediante las cuales difundiría el fruto de sus investigaciones. Desde todos los puntos de vista, la cultura psíquica y el desarrollo de la personalidad aparecen, según se ve, como medio y complemento indispensables de toda otra educación. Hay centenares de licenciados en cien­ cias que vegetan estérilmente; sus conocimientos apa­ recen inutilizados; la ciencia que han adquirido pacien­ temente se extinguirá con ellos, sin haberles proporcio­ nado la menor compensación, por la sencilla razón de que carecen de ésa «energía de carácter» que abre todas las puertas, fuerza la indiferencia, decide del concurso ajeno y obtiene el equivalente de lo que otorga. Nos in­ clinamos con simpatía, e incluso con respeto, ante esas víctimas de su propia falta de voluntad, y las citamos a título de ejemplo para mostrar al lector que el propio valor intrínseco viene obligado a adquirir las cualidades

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que realzan el mérito y le conquistan tras noble lucha el lugar a que tiene derecho.

8.

E g o ti s m o y a l t r u i s m o

Si el egoísmo consiste en sacrificar implacablemente a los demás cuantas veces el individuo lo juzga necesa­ rio para obtener cualquier satisfacción, el egotismo, a su vez, constituye un estado que se caracteriza por la determinación del sujeto a extender su personali­ dad. El egoísmo procede siempre de cierta flaqueza; en cambio, el egotismo constituye una fuerza. Es egotista quien se siente firmemente decidido a no dejarse im­ poner por los demás en nada que pueda ser contrario a su salud, a sus facultades, a su triunfo o a su influencia personal. Pero se manifestará egoísta si pretende que nadie se beneficie sino él de las ventajas que le aseguren los principios del egotismo. No ha habido ningún hombre que haya logrado triunfar por sí solo, si, por espacio de cierto tiempo, no ha concentrado toda su atención sobre sí mismo y sobre la finalidad perseguida. «Nada ha podido con­ trariar su propósito — dice Roudés —, ninguna crítica ha logrado paralizar su gesto. Orillando todo obstácu­ lo, por medio de habilidad o de dinero, insensible la mirada a las bellezas del sendero, sordo a todo senti­ mentalismo, ha caminado sin cesar, con paso seguro

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y voluntario, hacia la victoria que anhelaba, hacia la superioridad que ambicionaba.» No significa ello que nuestro ejemplo haya destruido en él toda sensibilidad, sino que, en lugar de malgas­ tarla en mil inútiles incidencias, la ha reservado celosa­ mente para prodigarla en d momento oportuno. El egotismo no suprime el altruismo, sino que, al contra­ rio, lo regula. El adepto de la voluntad se impondrá gustosamente un esfuerzo suplementario para obligar a un amigo a venir en ayuda de cualquier infortunio; pero, en cambio, se negará a todo gesto que pueda paralizar su acción o perturbar la realización de sus planes. Cada uno debe dar en relación con lo que posee. Moralmente, la persona cuya energía no es en verdad suficiente para sostener su propio ánimo y mantener la calma de sus nervios en medio de grandes dificulta­ des, debe rehuir el trato de los seres deprimidos y, por el contrario,' buscar el de los fuertes y audaces, el de los cerebros robustos. De no hacerlo así — y sin prove­ cho para nadie —, no tardará en experimentar una depresión de la que puede derivarse un gran desaliento. La medida en que cada individuo puede ser útil a sus semejantes debe ser materialmente prevista y satisfecha, pero nunca sobrepasada.

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9.

La

EQUIDAD

Existe, además, un criterio bastante sencillo para apreciar la justa medida en materia de egotismo y al­ truismo. Consiste en esforzarse en actuar de la forma en que se consideraría preferible que todos actuasen, bien en términos generales, bien en casos particulares. Ni que decir tiene que una nación cuyos individuos alentasen todos la idea de un desarrollo de su perso­ nalidad respectiva, que les permitiese individualmente un máximo de equilibrio, de utilidad, de actividad y de producción, no tardaría en ver disminuir el número de sus enfermos, la mortalidad, el paro obrero, el cos­ te de la vida, los delitos y crímenes. Por consiguiente, nada más equitativo que la cul­ tura psíquica. A presencia de cualquier aflicción, im­ porta menos sustraerse a la penosa impresión que se experimenta, procurándose un alivio inmediato pero fre­ cuentemente poco duradero, que preguntarse lo que con­ vendría hacer para suprimir la causa de dicha aflicción. Amar al prójimo como a sí mismo es hacer por él aquello que desearíamos que hiciesen por nosotros: tal es la fórmula de la equidad. Es el egotismo el que da al altruismo su mayor rendimiento útil. Los indecisos, los vacilantes, los dé­ biles, en suma, jamás podrán prestar gran ayuda a na­ die. Por el contrario, los fuertes, con todo y proseguir su camino hacia nuevos e incesantes progresos, hacia la.

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adquisición de nuevas ventajas materiales cada vez más considerables, se hallarán siempre en situación de poder difundir en torno suyo toda suerte de beneficios. Para ser feliz no es preciso recibir más o menos, sino, por el contrario, dar, ayudar, contribuir a suprimir todos los agentes de discordia que dependan de nuestra acción. Por otra parte, al conquistar el individuo — por medio del desarrollo indicado en la presente obra — una en­ vergadura mental cada vez más vasta, elimina también toda mezquindad, toda bajeza y toda arbitrariedad. La rectitud moral, nace, en efecto, del equilibrio psí­ quico.

CAPITULO V

Las grandes fuentes de energía 1. Aislamiento. - 2. Meditación. • 3. Obje­ tivación. - 4. Concentración. - 5. Autosuges­ tión. - 6. Transformación de las fuerzas.

1.

A is l a m ie n t o

Esta práctica y las que siguen a continuación son unánimemente recomendadas por todos los especialistas de la voluntad. Nosotros nos limitaremos a describirlas, suprimiendo todo comentario técnico acerca de las mis­ mas. Poco importa ensayarlas conjuntamente todas ellas, pero para conseguir que rindan el mayor resultado juz­ gamos indispensable cuando menos la observancia de las principales reglas ya indicadas. Aislarse consiste en sustraerse el individuo al mayor número posible de fuentes de percepción y muy espe­ cialmente a su ambiente habitual. Gran número de hombres sumamente activos comprenden la importan­ cia que tiene un aislamiento periódico. Muchos de ellos abandonan sus despachos u oficinas del sábado al lunes, al objeto de retirarse a descansar a cualquier pueblo, lejos de toda agitación y donde no haya nada que les recuerde sus negocios. En América se ha generalizado este sistema: la mayoría de las personas que durante el día desarrollan una gran actividad en Broadway o en Wall-Street, al atardecer se retiran a su domicilio, situado en cualquier lugar apartado del extrarradio neo-

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yorquino. También es posible proceder de otras muchas maneras; por ejemplo, puede uno levantarse una hora antes de lo corriente e ir a sentarse en un banco de cualquier paseo público, a menos que se prefiera pasear por cualquier calle desierta; también podemos, el do­ mingo, dar un paseo a una o dos horas de distancia de nuestro domicilio, al objeto de dar elasticidad a los re­ sortes del cerebro. Cuando en el curso de una jomada de trabajo, des­ pués de varias horas de esfuerzo constante, se experi­ menta cierta pesada fatiga, hállase gran alivio en pasear aunque no sea más que un cuarto de hora por las calles próximas al lugar en que trabajemos. Además, suelen presentarse múltiples ocasiones de poder practicar el aislamiento; cualquier viaje en automóvil, en tranvía o en tren; unos momentos de espera en cualquier ofi­ cina, etc. Los seres indolentes nc desaprovechan nin­ guna de estas ocasiones, pero no saben salir de su en­ simismamiento en el momento preciso, Esta es una de las razones por las cuales hemos dicho más arriba que es indispensable haber adquirido ya cierta disciplina antes de poder abordar el contenido del presente ca­ pítulo. Por otra parte, el aislamiento material no supone forzosamente un descanso mental. No deja de haber hombres a los cuales el cambio de ocupación no les aporta esa inercia momentánea del pensamiento, la úni­ ca que procura ese reposo que perseguimos en la prác­ tica de referencia. Ahora bien, la persona que practique d ejercicio que a continuación exponemos, puede, hasta

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en medio del ruido o de la agitación, rarificar de minuto en minuto sus pensamientos y suspenderlos más tarde por completo. La mejor posición, esto es, tendido el individuo, fa­ cilita la suspensión de las operaciones mentales; también cabe permanecer sentado, pero esta posición no es tan .favorable como la otra, por lo menos al principio. Primeramente se procurará distender bien los mús­ culos, atendiendo sucesivamente a los pies — que deben estar apoyados —, las piernas, los muslos, la espalda y el cuello, y seguidamente los brazos y las manos. Una vez comprobado que todo el cuerpo reposa con todo su peso, se entornan los párpados y se imagina uno seguir viendo los contornos de su cuerpo, expresando al mis­ mo tiempo el deseo de «concentrarse en sí mismo», es decir, de romper momentáneamente todo contacto con el mundo exterior. Prosiguiendo este primer procedimiento pot espacio de tres a cinco minutos, no se tarda en experimentar una especie de agradable entorpecimiento, acompañado de un frescor que recorre los músculos y de una sen­ sación de reposo perfecto. En segundo lugar, se dirige la atención hacia los pensamientos que acuden al cerebro — cada vez menos tumultuosamente —, procurando no dejarse arrastrar por ninguno: ocurre entonces que las ideas parecen desfilar por delante de uno, pero sin ser apenas perci­ bidas. Prontamente, al cabo de cortos períodos de en­ sayo de cinco, diez, treinta segundos, se produce una completa vacuidad mental. Y, finalmente, llega un mo-

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mentó en que ya no se piensa absolutamente en nada. Este estado, deliciosamente lánguido, respecto del cual el individuo conserva la conciencia de que puede hacerlo cesar cuando le plazca, procura al organismo mayor y más rápido reposo que el sueño más profundo. En efecto, el sueño no suspende más que una parte de la actividad psíquica. Con un poco de práctica, unos cuantos segundos bastan para sumirse en un completo estado de aisla­ miento, en el curso del cual se recuperan rápidamente las fuerzas anteriormente consumidas. Parece ser que Napoleón practicó este procedimien­ to. En ocasiones, sus oficiales le veían apartarse y per­ manecer inmóvil, como sumido en el más profundo de los sueños. Y, sin embargo, velaba. Y si cualquier causa urgente venía a sacarle de su aislamiento, el famoso general manifestaba instantáneamente una perfecta lu­ cidez de espíritu. Se dice, además, que su vigilancia no se relajaba ni de día ni de noche. Gracias, induda­ blemente, a este particular procedimiento de reposo, pudo el Emperador soportar las abrumadoras fatigas de sus campañas.

2.

M e d it a c ió n

No se trata aquí de clasificar las ideas relativas a la finalidad que se persigue, sino de buscar nuevas ins­ piraciones. Para meditar, tras de media hora de aisla­ miento sistemático, en lugar de cerrar la conciencia a

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las nociones que acuden a ella, es menester, contraria­ mente, abrirla por entero, dejando que actúen las recep­ ciones, percepciones y concepciones procedentes del ex­ terior o bien del almacenamiento nemónico. El único control que conviene ejercer consiste en comparar las diversas ideaciones, a medida que se van manifestando, con los grandes principios que se han adoptado, y en reprobar claramente aquellas que no se muestren con­ formes con estos principios. Bueno es observar rápi­ damente aquellas ideaciones que arrojan nueva luz sobre nuestros planes, que precisan un detalle o matiz cual­ quiera, como, por ejemplo, la oportunidad de una de­ cisión que no se estaba plenamente decidido a adop­ tar, etc. La meditación aporta positivamente nuevas energías, toda vez que transforma las veleidades en determina­ ciones firmes y permite que se reúnan en poderosos haces incitadores de acción múltiples impresiones que habían permanecido dispersas en la subconciencia.

3

O b je t iv a c ió n

La objetivación, remedio aplicable a toda indecisión, se utiliza cuando a la voluntad le repugna ir a la par del razonamiento. ¿Cuántas veces no nos hallamos ante una viva tentación, cuya satisfacción, no obstante pro­ curamos un contentamiento inmediato, originaría una serie de consecuencias desagradables para el porvenir? 9

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Es en este momento cuando conviene que nos repre­ sentemos mentalmente y con la mayor precisión posibe, de una parte, lo que podrá suceder si nos dejamos llevar de nuestro impulso, y de otra, cuál es la causa que mo­ tiva la represión de dicho impulso. Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, la orden de los jesuítas, ese fenómeno de vo­ luntad fanática que, de la noche a la mañana, supo pa­ sar de una vida de excesos a los rigores monásticos, somete a sus discípulos a la objetivación. Les prescribe, por ejemplo, que se representen el infierno con sus roji­ zas llamas, que se imaginen sufrir las torturas que ex­ perimentan los condenados y la perspectiva de la eter­ nidad de un suplicio semejante, etc. De esta suerte, cuando se presenta la ocasión de incurrir en cualquier pecado que implique penas eternas, las terroríficas imá­ genes, objetivadas por el religioso, acudirán a su me­ moria y le ayudarán a reprimirse. En la vida ordinaria, la objetivación se nos antoja la clave de la rectitud. Si nos tomásemos la molestia de representarnos, en fonna concreta, las consecuencias lógicas de cada uno de nuestros actos, indudablemente paralizaríamos la mayor parte de los impulsos molestos, de los que nadie está exento. Para sacar partido de este procedimiento se concibe que sea preciso poseer ya cierta costumbre de dominarse. Es indicada la misma práctica cuando el individuo trata de resolverse a realizar cualquier esfuerzo. Con­ siste entonces en contemplar la imagen mental de las ventajas que se esperan obtener del esfuerzo de refe*

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renda y en saborear de antemano la satisfacción que di­ chas ventajas proporcionaián. Ni que decir tiene que la eficacia de este ejercicio está en relación directa con la atención y el tiempo que se le consagre. De un modo más general, objetivar rápidamente lo que se desea llevar a término ayuda considerablemente a realizarlo. Al combinar un pian, si en lugar de con­ tentarnos con formular, de modo abstracto, sus diversos elementos, nos los representamos en forma tangible, tan viva y precisa como posible sea, acudirá a nuesLo es­ píritu el mejor modo de lievar.o a cabo.

4.

C o n c e n t r a c ió n

Hemos dicho ya algunas palabras acerca de la ne­ cesidad de no pensar más que en una sola cosa a la vez y de absorberse enteramente en el contenido de cada objeto sometido a nuestra atención por nuestras razonadas deliberaciones. Para llegar a una plena e in­ tensa concentración espiritual existen diferentes ejerci­ cios. Ya hemos indicado aquí los más elementales de éstos. Ahora expondremos algunos nuevos, graduados, de los cuales, entregándose a ellos, obtendrá las mejores ventajas toda persona que trate de practicar la influen­ cia direota de la voluntad sobre su propio organismo, sobre el espíritu de sus semejantes o sobre las causas secundarias de su destino. —En el curso de la vida ordinaria esforzaos en no

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consentir perturbación alguna de vuestra estabilidad men­ tal por parte de las manifestaciones ambientales. A menos que un motivo objetivo no os ^determine a ello tras~ de la deliberación inferior, no dejéis que vuestro pensamientQ....se, vea_,arraat.rado por cuHqÜlerZltKtóeiI£sr*Si se os comunica una noticia en ocasión en que os halláis ocupados en cualquier tarea determinada, procurad guardar silencio y no dejéis que se bifurque vuestra atención. Alguien tratara de obtener vuestra opinión, vuestra aquiescencia o aprobación; procurará conmove­ ros por medio de frases halagüeñas, burlonas o conmi­ natorias; no os dejéis inducir: permaneced serenos y flemáticos; no discurráis, no expliquéis vuestra actitud. No deis tampoco muestras de impaciencia o de descon­ tento. Lo único importante es vuestra primera inten­ ción : resistios a todo derivativo externo del pensamien _to. Dejad que pasen las reacciones ejercidas por vuestra conducta sobre las personas que os rodean, pero no fomentéis dichas reacciones. —Adoptad una posición cómoda; distended los mús­ culos, cerrad los ojos y procurad representaros men­ talmente la forma gráfica del número 1; cuando hayáis logrado formar una imagen precisa, haced lo propio con el número 2, y así, sucesivamente, hasta el número 9. Una vez hayáis practicado lo suficiente para que se efectúe rápida y netamente el desfile de las cifras, to­ mad la serie de 10 a 99, después la de 100 a 999, y así sucesivamente. Este ejercicio resulta un tanto fatigoso al principio, pero luego, ejecutado pausadamente, desa­ rrolla la elasticidad espiritual, la atención y la voluntad.

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—Elegid cualquier objeto de forma sencilla, pero un poco especial, por ejemplo, cualquier frasco de con­ tornos originales. Colocadlo delante de vosotros, a cosa de un metro de distancia, y, volviendo a adoptar la posición anterior, estudiad minuciosamente el aspecto de dicho recipiente. De cuando en cuando, cerrad los ojos y representaos mentalmente el modelo en cuestión. En tanto que la imagen que tratáis de formaros no ad­ quiera una perfecta semejanza, y mientras sólo consigáis representaros una parte del frasco, persistid en compa­ rar el frasco real con el ficticio. Finalmente, cuando ha­ yáis conseguido «captar» la forma exacta del modelo, esforzaos en conservarla intacta, reconstituyéndola cuan­ do tienda a desvanecerse, y sujetad vuestro pensamiento a esta representación intelectual el mayor tiempo po­ sible. —Colocad un papel encima de la mesa. Tomad dos lápices, uno con cada mano. Con una procurad dibujar un círculo, y con la otra un cuadrado. —Tomando por base una fotografía o bien vuestros propios recuerdos, procurad construir, rasgo por rasgo, el retrato mental de una persona. Si se trata de alguien a quien veáis con frecuencia, apenas hayáis cerrado los ojos os parecerá haber logrado vuestro propósito. Pero no será así. En realidad lo que habréis conseguido re­ cordar será la impresión general que se desprende de la fisonomía en cuestión a la que os sentiréis atraído, en tanto que el objeto del ejercicio que indicamos consiste en imaginarse ese rostro, pero con tal precisión y detalle que fuera posible utilizar esta ficción como modelo para

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trazar un dibujo. No se debe esperar conseguir lo pro­ puesto a la primera vez que se intente, sino que se debe reiterar con frecuencia esta práctica, al objeto de ad­ quirir un perfecto dominio. Cuando se está habituado a !a concentración mental sobre objetos aislados, puede aplicarse el ejercicio a imágenes más complejas. El despacho o el dormitorio, con todos sus menudos detalles, podrán servir de mode­ los. Se imaginará hallarse en el dintel de la habitación, puesta la mirada en el interior de ésta y se procura~á detallar todos cuantos objetos se contengan en ella, comenzando por el lado derecho y concluyendo por el izquierdo. Y, finalmente, se hará por mantener fijo el pensamiento en una visión de conjunto, procurando sos­ tenerla por espacio de un cuarto de hora o veinte mi­ nutos. —En el tren, en el tranvía, en la calle, en cualquier espectáculo, mirad fijamente en la nuca a una persona, con e! firme deseo de que dicha persona vuelva la ca­ beza. No os repitáis incesantemente: «Deseo que mire hacia atrás, deseo que mire hacia atrás», pero sí afir­ mad esta volición en forma concreta y animada. Ima­ ginaos que vuestro «sujeto» experimenta una irresis'ible necesidad de volver la cabeza y que dentro de un mo­ mento realizará este movimiento — que vosotros debéis «ver» de antemano —. Generalmente son necesarios de cinco a diez minutos para conseguir el resultado. Y en aquellos casos en que el ejercicio no conduce al resultado apetecido, por lo menos resulta siempre beneficioso para quien lo practica.

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5.

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A u t o s u g e s t ió n

Autosugestionarse consiste en repetirse mentalmente cualquier afirmación con objeto de implantarla sólida­ mente en el cerebro de suerte que termine por dominar las tendencias o elementos contrarios. Desde d comienzo de las investigaciones realizadas en tomo al hipnotis­ mo, muchos operadores tuvieron ocasión de observar que cualquier sugestión inspirada a un individuo ejercía sobre él una profundísima influencia, incluso' en estado de vigilia (1). Entre los factores que entran en juego en la producción del estado hipnótico figura la atención expectante, es decir, la idea fija del individuo que espe­ ra ser dormido. Este solo elemento basta por sí mis­ mo para haoeF caer en el sueño hipnótico a un deter­ minado número de individuos. En las sesiones de hip­ notismo sucede con frecuencia que dos o tres especta­ dores se duermen también mirando al operador en su tarea de hipnotizar a otras personas. Estos espectadores se representan tan intensamente las sensaciones que debe experimentar la persona a quien el operador trata de afectar, que esa misma ideación determina en ellos efec­ tos análogos a los que experimenta el sujeto del ex­ perimento que ante ellos se efectúa. Sabido es, por otra parte, que cuando el campo de la conciencia está acaparado por una sola idea, ésta ejer(1) Véase M étodo científico m oderno de Magnetismo, H ip­ notism o y Sugestión, del mismo autor.

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ce una extraordinaria influencia sobre el individuo. En el próximo capítulo veremos que esta influencia reac­ ciona sobre las profundidades del organismo y que pue­ de ser vehículo, bien de importantes perturbaciones, bien de la curación de enfermedades reputadas como in­ curables. Por consiguiente, tras de haber adquirido cierta fa­ cultad de concentración, la autosugestión prestará im­ portantísimos servicios. La manera más sencilla de autosugestionarse — y, desde luego, la de más débiles resultados —, consiste en la repetición mecánica de una fórmula cualquiera. Una, por ejemplo, de las recomendadas por nosotros en el pri­ mer capítulo de esta obra. Al comenzar el desarrollo de la voluntad, resulta sumamente preciosa la débil acción que procura este ejercicio, el cual, como no exige mu­ cha atención, está al alcance de todos. En cambio, para asegurarse resultados profundos y rápidos es preciso preceder en forma de imágenes. Para desarrollar, por ejemplo, una determinada cualidad del individuo, una vez bien definido en qué consiste dicha cualidad y las excelencias que augura su posesión, es preciso que el sujeto se imagine que se halla ya en po­ sesión de tal atributo y que se vea actuar en consecuen­ cia. Nada de repetirse verbal o mentalmente: «Tengo vo­ luntad», o bien: «Tengo memoria», sino esforzarse en vivir con el pensamiento diversas circunstancias en las cuales manifestemos voluntad o memoria. Cuando se trata de combatir un defecto, es conve­ niente objetivar primero las consecuencias y después

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las ventajas que producirá la extirpación o supresión de dicho defecto. Acto seguido, como en los casos anterio­ res, conviene representarse diferentes escenas de la vida real. Las diversas ocasiones en que hemos sido víctimas del defecto en cuestión pueden ser evocadas concreta­ mente. Conviene que nos veamos cada vez dominando nuestros impulsos o tentaciones y experimentando la satisfacción de esta victoria. La autosugestión opera con mayor eficacia en los momentos que preceden al sueño. Incluso entre las personas totalmente ajenas a la cultura psíquica hay muchas que conocen muy bien el procedimiento para despertarse a la hora que desean. Para ello basta con que, en el momento de dormirse, se concentre el espíritu sobre el motivo por el cual se desea levantarse al día si­ guiente a tal o cual hora; pero este procedimiento tiene el inconveniente de que el sueño se hace un tanto agita­ do. En- todo caso resulta preferible, en vez de pensar en no perder el tren o en no faltar a la cita proyectada, re­ presentarse el aspecto de los objetos circundantes a la hora en que se desea que quede interrumpido el sueño, los ruidos o rumores del exterior que llegarán hasta el dormitorio, imaginándose el despertar con todos sus de­ talles, y asociando esta idea a las precedentes. Para terminar, cuando comience a dejarse sentir ese entorpeci­ miento precursor de la inercia psíquica, habrá que re­ petirse muchas veces que no dejará de producirse el resultado apetecido. Hay autosugestiones constantes de las cuales ema­ na un gran poder confortador. El sentimiento de bien­

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estar físico, resultante de la observancia de una higiene racional, tiende a robustecer el optimismo, la confianza en sí, la calma y la energía. Ayuda a mantener disposiciones mentales llenas de satisfacción y de contento y conduce al espíritu a toda clase de ideas-fuerzas, tales corno, por ejemplo: «Llegaré a dominar todas mis dificultades», «.Me siento determi­ nado a triunfar.», «Poseo todo cuanto es preciso para evolucionar provechosamente a través de las presentes circunstancias», «Me hallo en el sendero del triunfo», «De día en día se acrecen mis fuerzas, m i asimilación es cada vez más rápida y más precisa, y más fuerte mi voluntad», etcétera. Las palabras son lo de menos. Es­ tos pensamientos se formulan de forma diferente en el cerebro de cada individuo. Pero es menester que éste les preste toda su conformidad y los recuerde cuando sea preciso. A veces, es bajo una forma menos directamente afir­ mativa como se armoniza mejor la autosugestión con la personalidad, principalmente en los tímidos, vacilan­ tes o deprimidos. Estos últimos, a pesar de repetirse las mejores imágenes autosugestivas, dudan de su efi­ cacia sobre ellos mismos. Más de uno nos ha confesado que se amoldaba pasivamente a los ejercicios que nos­ otros le prescribíamos, pero que, al ejecutarlos, una voz interior — la voz de la duda — le insinuaba: «Has ccádo m uy bajo; tu voluntad es muy débil; no conse­ guirás lo que te propones; esto no producirá efecto al­ guno en ti'», etcétera. En tales casos, la solución con­ siste en proceder progresivamente; en substituir, por

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ejemplo, la afirmación: «Estoy tranquilo», por esta otra: «Me siento menos agitado; de día en día iré ex­ perimentando un enervamiento menor y muy pronto ha­ bré conquistado una calma perfecta.» También parece el más seguro el sistema gradual cuando se trata de com­ batir por medio de la autosugestión cualquier hábito inveterado. Se comienza por representarse cada vez me­ nos poderosa la necesidad de satisfacer la costumbre de que uno quiere verse libre, añadiendo que la misma manifestación de dicha necesidad irá acompañada en lo sucesivo de cierto principio de repugnancia. Se con­ tinúa así disminuyendo ligeramente cada día la inci­ tación enojosa, al tiempo que se aumenta la repulsión conexa. Con respecto a la autosugestión, podemos repetir que el más pequeño esfuerzo realizado deja en el espí­ ritu una huella duradera. Nada se pierde en el dominio psíquico y la tentativa fluctuante de hoy prepara la enér­ gica y victoriosa reacción de mañana.

6.

T r a n s f o r m a c ió n d e l a s f u e r z a s

Ya hemos insistido acerca de la correlación exis­ tente entre el equilibrio fisiológico y el desenvolvimien­ to psíquico. La mayor parte de las enfermedades menta­ les mejoran rápidamente al cabo de algunas semanas de desintoxicación. La cultura de la voluntad requiere pri­ mordialmente, por lo menos durante algunos cuartos

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de hora por día al principio, la armonía de las fun­ ciones orgánicas.

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Determinados psiquiatras van más lejos. Partiendo del principio de la unidad de la fuerza, que informa a la física moderna, pretenden que existe la posibilidad de obtener energía mental de toda fuente física. «El alumno — dice Turnbull, en su curso de magne­ tismo personal —, tras de retirarse a cualquier lugar silencioso, deberá permanecer erguido y contraer los músculos del cuerpo todo lo rígidamente que le sea po­ sible. Henos, pues, en presencia de una fuerza creada, pero no empleada. El espíritu del alumno se fijará con ardor en el deseo que debe ser satisfecho. La fuerza — expresión — física, es decir, la rigidez de sus múscu­ los, se transformará en fuerza — expresión — mental.» En otro orden de ideas, los adeptos de las escuelas orientales practican la respiración profunda, concentrando su espíritu y su intención de atraerse e incorporarse las fuerzas ambientales. Mientras aspira lentamen­ te el aire, el yogui piensa: «Absorbo las energías que hay esparcidas en la atmósfera.» Por espacio de unos cuantos segundos conserva en los pulmones el aire ins­ pirado, pensando: «Fijo en mí esas energías.» Seguida­ mente exhala el aire y dice: «Arrojo el aire, pero con­ servo íntegras las fuerzas que éste contenía, de las cuales me he apropiado.» Doquiera se gaste una cantidad de actividad, existe siempre la posibilidad de recuperar una parte de ella por medio de un sencillo esfuerzo mental semejante

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al de la absorción respiratoria. Por lo menos, esto es lo que nos afirman los ocultistas y los teósofos. En su obra ya citada, Turnbull enseña el modo de obtener fuerza de los propios deseos. La teoría de este autor, aunque un tanto audaz, se nos antoja mere­ cedora de una seria consideración. «El deseo, bajo todas sus formas — escribe dicho autor —, es siempre una corriente mentid, cargada de potencia, la misma potencia precisamente, que el hombre magnético ejerce sobre su semejante. Cuando digo co­ rriente mental, hablo literalmente y no me sirvo tan sólo de una metáfora. Cuando cedemos a cualquier deseo, hacemos un derroche de fuerza y, por consiguiente, dis­ minuimos nuestro poder de atracción. La fuerza del deseo se manifiesta bajo un gran número de corrientes mentales, tales como la impaciencia, la cólera, el aban­ dono o la vanidad. Esta última corriente es tal vez, entre todas, la más debilitadora. Por consiguiente, lo que debemos hacer es, en cuanto sintamos dicha corrien­ te de deseo, negamos a satisfacerla. Por efecto de este esfuerzo consciente de nuestra voluntad, nos aislamos de la descarga debilitadora. No nos imaginemos que este hábito de reprimir nuestros impulsos producirá en no­ sotros un estado de entorpecimiento que aniquile el de­ seo. El efecto es contrario: los deseos adquirirán una fuerza diez veces mayor.» Compréndese muy bien, pese a ciertos puntos obs­ curos, cuál es el pensamiento del autor: acumular las energías cuyo empleo parece inútil no es más que cons­ tituirse una especie de batería mental — expresión de

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que se siive Turnbull —, una reserva a la cual se po­ drá recurrir en todo momento para actuar y querer ac­ tuar. Todos los agentes físicos pueden ser considerados como otras tantas fuentes de reconfortación mental. Ac­ tivando y regulando los cambios, la hidroterapia, por ejemplo, tonifica poderosamente los nervios y el cere­ bro. Los baños de sol, las corrientes de alta frecuen­ cia y, singularmente, el magnetismo fisiológico, tienen una excelente acción. Ni que decir tiene que es preciso acudir a estas fuentes con miras a utilizar el estímulo que ellas procuran; como asimismo es necesario acu­ dir a esfuerzos personales de cultura volitiva, teniendo en cuenta que nadie podría reemplazar la práctica y adiestramiento de sus propias facultades, por la acción, exterior a si misma, de los agentes físicos o de la in­ fluencia magnética. Indiquemos, finalmente, las curas completas de na­ turismo, tales y como se practican en diferentes sana­ torios, y que, al decir de cuantos las han puesto en prác­ tica, operan una verdadera renovación física y moral.

CAPITULO VI

Poder directo de la voluntad sobre el organismo y modo de ejercerlo 1. La voluntad accionada durante la hipno­ sis. • 2. Profundos efectos de la idea en es­ tado de vigilia. • 3. Lo que puede la idea reflexiva: un ejemplo. - 4. En todos los tiempos ha sido utilizada la acción curativa de la idea. - 5. Aplicaciones individuales.

1.

L a v o l u n t a d a c cion ad a d u r a n t e LA HIPNOSIS

Hasta estos últimos años, únicamente las llamadas fibras «estriadas» estaban consideradas como directa­ mente dependientes de la voluntad. Según los fisiólogos, las fibras denominadas «lisas» escapaban a esa acción. La experimentación hipnótica mostró, desde sus prin­ cipios, que la idea fija, impuesta por sugestión, influía — contrariamente a les principios precedentes — sobre una determinada región del cuerpo, sea cual fuere. En este sentido fueron particularmente notables los ensa­ yos de vesicación por medio de la sugestión hipnótica. He aquí la referencia de algunos de dichos ensayos, que nos proporciona tan alta autoridad científica como el doctor Grasset (1): «El doctor Luis Pregalmini, de Intra, en el Piamonte, tras de haber dormido a un enfermo, sugirióle la idea de que le aplicaba un vejigatorio; pero, en lugar de aplicarle emplasto alguno, aplicóle un pedazo de papel, en el cual había escrito el mandato que le suge(1) 10

El H ipnotism o y la Sugestión, p o r el doctor Grasset.

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ría. Pues bien, la vesicación surtió sus efectos y la llaga supuró por espacio de diez a doce días.» «Focachon, farmacéutico en Charmes, sugiere a una mujer, que sufre agudos dolores en la ingle izquierda, que en el lugar dolorido se fornará una ampolla; al día siguiente ésta se había formado. En otra ocasión, como quiera que dicha mujer se quejase de una neural­ gia de la región clavicular derecha, inspiró una suge­ rencia parecida y en el lugar indicado se produjeron quemaduras semejantes en un todo a botones de fuego, perfectamente formados, que dejaren verdaderas esca­ rificaciones.» «En unión de Focachon, los doctores Liébault, Bémheim Liégeois y Beaunis, renuevan el experimento y com­ prueban que en una extensión de 4 a 5 centímetros la epidermis está espesa y mortificada, de un color biancoamarillento. Esta región de la piel aparecía rodeada por una zona intensamente rojiza, e hinchada, de cerca de medio centímetro de ancho.» «Bourru y Burot trazan con un estilete, en los dos antebrazos de un sujeto que está dormido, el nombre de éste, y le dicen: «Esta tarde, a las cuatro, sangrarás »por uno de los brazos, precisamente por las líneas tra»zadas.» No se produjo sangría alguna en el lado que estaba paralizado (1), pero por la parte sana los carac­ teres dibujábanse en relieve y en rojo, e incluso algunas gotas de sangre perlaban en diversos lugares.» «Mabille ha determinado, por sugestión, una serie (1)

Se tratab a de un hemipléjico.

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de hemorragias cutáneas, dibujando el nombre del pa­ ciente en un brazo, muslo o frente de éste.» «En la Salpétriére, Charcot y sus discípulos — afir­ man los doctores Binet y Féré — han producido fre­ cuentemente, en diversos hipnóticos, quemaduras por sugestión.» Todos los hipnotizadores están de acuerdo en afir­ mar que la sugestión disminuye y hasta suprime total­ mente la sensibilidad. La anestesia hipnótica ha sido efectuada por nume­ rosos hombres de ciencia, tales como Broca, Esquirol, Follín, Estaille, Eliotson, Charcot, Dumontpallier, Bérillon, etc., para no citar más que las principales auto­ ridades. Incluso en un levísimo estado de la hipnosis completa, tal como lo hemos descrito en nuestra obra Método científico moderno de Magnetismo, Hipnotis­ mo y Sugestión, es posible obtener la insensibilidad cu­ tánea por medio de cualquier sencilla afirmación. Has­ ta hemos llegado a provocar la insensibilización de una vasta región del cuerpo. El doctor Beaunis, de la Facultad de Nancy, llevó a cabo numerosos experimentos, coronados por el éxito, al objeto de demostrar la influencia de la sugestión so­ bre el corazón. Los latidos de esta viscera, registrados por medio del esfigmógrafo, variaban de 6 a 13 pulsa­ ciones por minuto, como efecto de una afirmación de que debía producirse un retardamiento rítmico. En un orden de ideas análogo, los doctores Marés y Hellich — según nos informa Grasset, en su citada obra — lograron, por medio de la sugestión, descensos

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de temperatura que llegaron hasta los 34,5 grados. ¿Mediante qué procesos se producen semejantes fe­ nómenos? Ciertamente, por la vía vasomctriz. La idea implantada por sugestión reacciona sobre el sistema ner­ vioso y su acción se extiende hasta las ramificaciones de este último en torno de los pequeños vasos del apa­ rato circulatorio. Todo el mundo sabe que determina­ das emociones producen cierto enrojecimiento del ros­ tro,' en tanto que otras determinan una palidez momen­ tánea. El ser tímido que penetra en un ambiente diso­ nante, inmediatamente experimenta una impresión cuyo efecto consiste en contraer las fibrillas vasomotrices del rostro y provocar una visible afluencia de sangre a tra­ vés de la epidermis. El miedo opera a la inversa: ocasio­ na cierta relajación de las fibrillas en cuestión y, cone­ xamente, un reflujo de la sangre. La clínica hipnótica ha podido constituir imponen­ tes registros, en los cuales toda persona puede hallar la prueba de que la idea sugerida, repetida y mantenida largamente en el campo de la conciencia, ejerce una modificación curativa, no tan sólo, como comúnmente se piensa, en las enfermedades nerviosas, sino también en las puramente orgánicas, tales como trastornos fun­ cionales del estómago, del intestino, del corazón e in­ cluso de los pulmones, de los riñones o del hígado; tumores, cuerpos fibrosos y otros diversos casos patoló­ gicos han sido sometidos al tratamiento sugestivo. El gran número de resultados positivos permite dar por adquirida la siguiente verdad: el pensamiento obra sobre el organismo.

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Semeja la hipnosis un estado anormal, durante el cual el fenomenismo psíquico parece adquirir cierta auto­ ridad excepcional sobre el fenomenismo físico. Pero no tardaremos en ver que, si bien en el sueño provocado se manifiesta de modo evidente la ley de la influencia de lo moral sobre lo físico, esta misma ley aparece tam­ bién en ocasiones con la misma claridad en el estado de vigilia.

2.

P

ro fu n d os

efectos

de

la

id e a

en

estado

D E VIGILIA

Podríamos citar ejemplos sumamente notables, ex­ traídos de la psicología embriológica, entre los casos en que la emoción, la idea, el estado de alma de la madre, han tenido una precisa repercusión sobre el hijo. Pero preferimos limitamos a hablar aquí de hechos autcsugestivos cuya acción ha tenido efecto en un indi­ viduo, pero procediendo de su propio cerebro. La guerra ha extendido el conocimiento de esa es­ pecie de disociación momentánea de la conciencia del combatiente con su sensibilidad física. Arrastrado por el ardor de la batalla, el desventurado soldado, que in­ cluso ha sido herido de tal gravedad que en la vida ordinaria inmediatamente hubiera sentido violento do­ lor, a menudo no se percata de sus heridas sino por el derrame de sangre que le producen. Nos ha sido referido el caso de un hombre que, tras

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de haber recibido «diecisiete heridas de bala», conti­ nuó batiéndose hasta el fin de la acción, en que decla­ ró sentir «una especie de malestar», por lo cual fue con­ ducido a la ambulancia. Llevado, más tarde, a un hos­ pital, murió algunas horas después de llegar a él sin ha­ ber dado grandes muestras de sufrimiento. He aquí algo más característico: «Una joven madre hallábase ocupada en colocar en un armario unos cacharros de porcelana, que ocupan sus manos. Al otro lado de la estancia, junto a la chime­ nea apagada, su hijo juega en el suelo. El pequeñuelo, a fuerza de tocar el mecanismo de la chimenea, ha hecho que la cortina metálica de ésta esté a punto de despren­ derse y caer sobre el cuello del niño, el cual se encuen­ tra arrodillado en el suelo, en la actitud de la persona que espera ser guillotinada, desempeñando en este caso el papel de cuchilla la cortina metálica de la chimenea. «Precisamente en este momento, inmediatamente an­ terior a la calda de la cortina metálica, la madre se vuelve súbitamente y entrevé el peligro que amenaza a su hijo. Bajo la influencia de la impresión, «le da un vuelco el corazón», según la frase consagrada; y como quiera que esta mujer es sumamente impresionable y nerviosa, formóse en el acto un círculo eritematoso y saliente en el cuello, precisamente en el mismo lugar en que el niño iba a sufrir el golpe. Esta huella, dem ográ­ fica desde el primer momento, persistió intensa el tiem­ po suficiente para que pudiera ser observada por un mé­ dico. que acudió algunas horas después.» (Caso citado

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por, Duchátel y Warcollier, en su obra Los milagros de la voluntad.) En 1915, en la Escuela Práctica de Magnetismo, tu­ vimos ocasión de observar un caso en el que la acción de la idea mostrábase extremadamente rápida. El «su­ jeto», M. C..., que estudiaba en la Escuela, y particu­ larmente seguía el curso de Anatomía, experimentaba una sensación de trastorno en cada una de las regiones del cuerpo de que se ocupaba el profesor. En el curso de Patología, la audición del enunciado de tales o cua­ les síntomas causaba a M. C... un malestar que co­ rrespondía exactamente a cada uno de los síntomas descritos. El relato de una operación quirúrgica cual­ quiera producíale insoportables dolores precisamente en aquel lugar del cuerpo de que se hablaba delante de él. Se nos podrá objetar que se trata de anomalías y que tales fenómenos no se presentan en un individuo sano. Sen precisamente estos casos excepcionales ios que arro­ jan destellos de luz sobre la ley de reacción del «yopensante» sobre el resto del organismo, ley que perma­ nece constante para todos los seres, salvo la diferencia de que, para que pueda operarse una repercusión física precisa, en unos es necesaria una mayor suma de acti­ vidad psíquica que en otros. Todos los seres llevamos en nosotros mismos el indicio de un poder latente, que es preciso desarrollar si queremos ejercerlo voluntaria y poderosamente. Determinadas sectas orientales, versadas en el gé­ nero de cultura necesaria para ello, tales como los der­ viches, los fakires y los yoguis, han dilatado hasta lí­

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mites extraordinariamente amplios su propio poder de voluntad sobre sí mismos. Estos seres afrontan el fuego sin quemarse, agujerean su carne sin que parezcan eAperimentar el menor dolor, ábrense heridas que cicatri­ zan instantáneamente, suspenden todos los movimien­ tos interiores de sus respectivos organismos y seguida­ mente se hacen enterrar, permaneciendo bajo tierra por espacio de varias semanas, después de lo cual vuelven espontáneamente a la vida. Abundan los relatos de es­ cenas de este género en los escritos de notabilidades inglesas que han recorrido y estudiado la India. En África hállanse todavía ciertos fanáticos, quienes, por efecto de largo entrenamiento, han adquirido el po­ der de provocar en sí mismos fenómenos enteramente semejantes a los de la India. He aquí, a este respecto, algunos pasajes citados por los señores Duchátel y Warcollier, según la Nuova Pa­ rola, de Roma: «M. Penne preguntó al morabito si conocía algún secreto físico o fisiológico; si, por ejemplo, había re­ sistido a la prueba del fuego. El morabito le respon­ dió afirmativamente; acto seguido, llevó la mano a la llama de una bujía, que ardía sobre la mesa, la tuvo allí varios minutos y seguidamente la retiró, mostran­ do la piel ahumada, pero sin la menor huella de que­ madura y sin haber demostrado experimentar dolor al­ guno. M, Bastianini, que se hallaba presente, para ase­ gurarse de si la llama quemaba efectivamente, trató de imitar al morabito, pero no pudo tener la mano sobre la llama más que dos o tres segundos, pues hubo de re­

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tirarla al sentir que se quemaba. Al día siguiente ded a a M. Penne que todavía le dolía la mano y que tenía la palma un poco hinchada. »E1 segundo jeque se levantó, cogió un puñal, in­ trodujo la punta en su boca y se atravesó la mejilla izquierda, de manera tan visible que la punta del puñal salía al exterior. No brotó ni una sola gota de sangre y el morabito tampoco manifestó sufrimiento alguno y se introdujo, sucesivamente, cuatro puñales más: uno en la mejilla derecha, otro en la garganta y dos a i los brazos. »A una señal nuestra se puso a extraer los dos pu­ ñales de la boca, el de la garganta y los dos de los brazos, sin que brotase una sola gota de sangre y sin que quedase la menor huella de herida. Únicamente, en los brazos, quedaron dos pequeñas señales; como unas equimosis. «Retiróse luego hacia el fondo de la estancia, puso su vientre al desnudo, cogió un sable y lo pasó de uno a otro extremo de la boca. Acto seguido, pronunciando palabras incomprensibles y dando saltos, comenzó a asestarse fuertes sablazos en el vientre. A nuestra pe­ tición de que se diese golpes por la parte del corte y de que hiciese correr el sable de atrás adelante, apoyando la hoja sobre la carne, lo hizo así. Cuando le ordena­ mos que terminase, examinamos la hoja del sable, que aparecía tan cortante como antes de realizar el mora­ bito sus ejercicios. En el vientre de éste no hallamos cortadura alguna, sino únicamente dos líneas ligeramen­ te rojizas, siempre semejantes a equimosis, como la señal

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que deja marcada una apretada ligadura, por ejemplo, la de un fino cordel.» En Londres, el médium Home, en 1870, en una se­ sión a la cual asistía sir Russell Wallace, mostró que podía manipular tranquilamente con carbones encen­ didos sin que ello le produjera ningún dolor ni quedase en sus manos huella alguna de quemadura.

3.

Lo

QUE PUEDE LA IDEA REFLEXIVA: UN EJEMPLO

En todo lo que acabamos de exponer se siente uno en terreno extranatural, y el lector podría preguntarse qué utilidad reportaría el poder directo de la voluntad sobre el organismo a un individuo como él, normal y desprovisto del tiempo necesario para entregarse a una extensa preparación. Deseamos demostrarle que el oc­ cidental moderno, que vive la vida ordinaria y que po­ see un conocimiento bastante amplio de las facultades del psiquismo, sobre todo si ha comenzado a cultivar su voluntad de conformidad con métodos análogos a los ya indicados en los cuatro primeros capítulos de esta obra, puede ejercer sobre sus órganos una profunda in­ fluencia. El caso de autocuración que vamos a referir fue ob­ tenido — ello es cierto — por un hombre ilustre en el dominio de las ciencias psíquicas; pero dicho caso, absolutamente desesperado, presentaba una inaudita di­

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ficultad, que parecía muy proporcionada a los enérgi­ cos medios de que disponía el eminente hombre de cien­ cia a que nos referimos: el profesor Héctor Durville. Éste, en 1913, atacado de uremia bríghtica, velase postrado por una pleuresía purulenta, epifenómeno de su afección renal. Muchos médicos diagnosticaron el mal y lo declararon incurable. «Tosiendo incesantemente — escribe Durville en su Terapéutica psíquica —, a veces escupía hasta un li­ tro de pus, sangre y diversas materias purulentas en el curso de una jomada. Y, lo mismo que todas las per­ sonas que me rodeaban, esperaba que llegase el mo­ mento fatal.» Nosotros mismos que, por esta época, nos hallába­ mos en relación diaria con el enfermo y que habíamos aprendido a tener la mayor confianza en su poder mag­ nético, deplorábamos ya que hombre tan ilustre fuese prematuramente arrebatado a la ciencia, a la admira­ ción de sus colaboradores y al afecto de sus deudos y familiares. Contrariamente a nuestros temores, el doctor Durville no murió y al cabo de algunas semanas nos anunció que había decidido emprender su curación y se sentía completamente seguro de conseguirlo. De na­ tural poco expansivo, el profesor Durville no se exten­ dió acerca de los procedimientos exactos que se proponía emplear y sólo más tarde los describió en su obra ya citada, de la cual entresacamos las siguientes líneas: «El pensamiento estaba siempre exclusivamente orientado hacia la curación... Puesta la mayor confian­ za en el resultado que esperaba, practicaba la respi­

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ración profunda cuanto me era posible. Aplicando las manos al pulmón izquierdo, durante la inspiración, de­ cíame mentalmente o en voz muy queda: «Requiero »en mi ayuda las Fuerzas de la Naturaleza necesarias »para mi curación.» Y al retener el aliento, decíame también: «Absorbo las fuerzas curativas para agregaralas a las mías.» Y durante la expiración: «Expulso »los gases y los productos de la desnutrición.» »Esta triple operación, frecuentemente repetida a ve­ ces durante una hora, bien durante el día, bien por la noche, me procuraba fuerzas físicas y morales suma­ mente apreciables, que eran utilizadas por el organis­ mo, teniendo como consecuencia que se fuese produ­ ciendo una incesante mejoría. «Modificaba yo esa absorción autosugestiva de di­ versas maneras. A veces, con ambas manos aplicadas sobre el pulmón enfermo, me decía: «Absorbo las fuer»zas de la Naturaleza para curar el pulmón; fijo estas «fuerzas en el órgano que ha de utilizarlas; expulso los »productos de la desnutrición.» »De análoga manera procedía con respecto de los riñones, el corazón, el estómago o cualquier otro ór­ gano que lo demandase urgentemente. De esta suerte trataba de establecer el equilibrio recíproco de los diver­ sos órganos.» El enfermo, con gran estupefacción de cuantos fueron testigos de la crisis inicial, restablecíase visiblemente y los médicos consideraban su caso — dice el propio Durville — «como un fenómeno único en su género». Más tarde, para completar la curación, el profesor

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se entregó a una acción psíquica precisamente limitada a función renal. «Aplicando la palma de la mano izquierda sobre la cara posterior del riñón del mismo lado, que era el más afectado, y la de la mano derecha sobre la cara anterior, e imaginándome este órgano lo mejor posible, dirigía mi pensamiento, primeramente del exterior al interior, para penetrarle y saturarle completamente. Al cabo de algunos momentos, con el pensamiento siempre perfec­ tamente definido, decíame mentalmente o a media voz: «Desde el cabillo (parte cóncava) penetro en el inte»rior, por la arteria, siguiendo sus divisiones y subdivi»siones, hasta las pequeñas arterias, y retrocedo por las «venillas, las divisiones y subdivisiones de la vena re»nal.» Efectuada esta trayectoria, volvía al nervio que sigue a la arteria hasta las arteriolas, diciéndome: «Pe»netro por la parte sensitiva del nervio y sigo sus di­ misiones y subdivisiones hasta su extremidad, y vuelvo «por la parte motriz de los nervios. Del cabillo llego «hasta el capacete, que lleno, y me concentro varias «veces, como para friccionar los cálices. De ahí, por los «conductos uriníferos, penetro en una pirámide de Mal«pigi, imaginando que la acción que voy a ejercer se «comunica a todas las demás.» Esta práctica, repetida a diario por espacio de va­ rios meses, condujo al enfermo a la más completa cu­ ración; hoy se halla éste en excelente estado y más fuerte que nunca. Y sus facultades psíquicas han aumen' tado considerablemente, por efecto del superdesarrollo

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que les dio el esfuerzo a que se vieron obligadas duran­ te la enfermedad. Los conocimientos anatomofisiológicos necesarios para un autotratamiento de esta naturaleza, pueden ad­ quirirse, en principio, por cualquiera; pero, aun en el caso de que no se poseyeran más que esas nociones ele­ mentales que cualquier monografía sucinta puede in­ dicar, bastarían para poder ensayar, eficazmente, sobre sí mismo la acción automedicadora del pensamiento.

4.

En

todos

los

t ie m p o s

ha

s id o

u t il iz a d a

LA ACCIÓN CURATIVA DE LA IDEA

En Caldea, en Persia y en Egipto, lo mismo que en Grecia y Roma, por lo que la historia de la M e­ dicina consigna, hállase una serie de prácticas' cuyo ob­ jeto no es otro que el de estimular la imaginación del paciente, con el fin de determinar su curación. Estrabón, Diodoro de Sicilia, Jámblico, Próspero Alpini, Pausanias, etc., tuvieron ocasión de observar las invocacio­ nes con que los egipcios imploraban de Isis o de Anubis el alivio de sus dolencias, y atestiguan los buenos re­ sultados que aquéllos obtenían. La medicina en los templos, sumamente extendida en Grecia y en Roma, gozaba de una confianza uni­ versal. Los pacientes, según nos informan las crónicas, después de haber suplicado largamente a los dioses lares que les librasen de sus males, se dormían, y un cierto

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número de ellos, al despertarse, se hallaban completa­ mente curados. La misteriosa terapéutica de los pueblos primitivos se ha perpetuado. Esta terapéutica se observa en la Edad Media entre los brujos y hechiceros, e incluso en nues­ tros días y en determinadas comarcas tiene sus practi­ cantes y su clientela. ¿Hay que asombrarse de ello? «La fe cura», ha di­ cho Charcot. Pues bien, la fe crea la idea fija, la concen­ tración mental involuntaria, y toda la virtud de las rece­ tas del Dragón Rojo o de las plegarias dirigidas a cual­ quier divinidad no son otra cosa que el esfuerzo de la voluntad orientado hacia la idea de la curación. Existe en Boston una poderosa asociación denomi­ nada Christian Science. Imbuidos de una cosmogonía de tendencia budista, que nosotros no habremos de exa­ minar aquí, los adeptos de la Christian Science, reuni­ dos en las solemnes ceremonias que les inspira su con­ ceptualismo metafísico, elevan a Dios sus súplicas para que la enfermedad, que, según ellos, no es más que un desequilibrio o falta de armonía, desaparezca, del modo que ha descrito Durville (1), «como desaparece la som­ bra de un aposento en el que se deja penetrar la luz abriendo los postigos». Los adeptos de la Christian Science operan gran número de curaciones, entre las cuales se cuenta una imponente proporción de casos de­ sesperados de toda clase de sistemas médicos. Todas las religiones tienen sus lugares de peregri(1)

Terapéutica Psíquica.

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nación, en los cuales, lo mismo que en los templos de la Antigüedad, se invoca ardientemente a un venerado ser invisible. El más célebre de Francia, Lourdes, está organizado con un gran lujo de mise en scéne, cuyo efecto sobre la imaginación de los pacientes es tanto más poderoso cuanto más fanáticos y primitivos son dichos enfermos. También parece influir considerable­ mente en el hecho curativo la disposición del sistema nervioso de esos enfermos, pues no son precisamente los más piadosos los que más se benefician del retomo a' la salud. Si la imaginación, pasivamente afectada, reacciona sobre los estados patológicos, ¿cómo dudar de que esta misma facultad, conscientemente dirigida y orientada por la certeza experimental, que reemplace a la fe cie­ ga, tenga sobre el organismo un poder considerable? En último análisis, parece ser que el determinante directo de los efectos considerados es la imagen men­ tal — impuesta por cualquier influencia exterior o de­ liberadamente concebida — del estado de salud. A con­ tinuación veremos el modo de deducir de todo lo ex­ puesto un método práctico de autosugestión curativa.

5.

A p l ic a c io n e s in d iv id u a l e s

La concentración mental no implica, como alguien pudiera suponer, una tensión nerviosa fatigante, e in­ cluso diremos que la calma es la primera condición que

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hay que procurar realizar para poderse autoinüuir. Ya se trate de un sencillo malestar, ya de un tras­ torno más o menos grave, tiéndase el individuo aqueja­ do, dé libertad a sus músculos e imagínese que no ex­ perimenta dolencia o sufrimiento alguno, sino un per­ fecto bienestar. Piense en el estado de calma; represén­ tese este estado, afirmándose a sí mismo, tranquilamen­ te, que dicho estado no tardará en producirse. Por espacio de diez minutos procure no moverse; por sí sola, la inmovilidad produce ya un efecto salu­ dable y trae consigo la inercia de la impulsividad inte­ lectual. Cuando, por espacio de un cuarto de hora, el in­ dividuo se ha esforzado por permanecer en una abso­ luta inmovilidad,- ya no experimenta deseo alguno de moverse; la representación imaginativa del bienestar ate­ núa poco a poco el do.or o malestar y tiende a regular el estado febril del paciente. Si el enfermo no posee los conocimientos fisiológicos necesarios para darse exacta cuenta de lo que sucede en su organismo y para representarse el funcionamiento de los órganos, conténtese con pensar en un bienestar li­ gero, pero apreciable; repítase sin cesar esta ficción, no solamente mediante cualquier fórmula verbal o mental, tal como ésta: «No tardaré mucho en sentirme mejor», sino, muy especialmente, imaginándose aquello que de­ sea experimentar: la disminución del estado doloroso, agradable embotamiento general, somnolencia, profundo sueño, etc. La dificultad de la autosugestión curativa reside en u

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la resistencia opuesta por el aflujo de ideas relativas al mal de que se sufre: sus inconvenientes, el atraso que supondrá en el trabajo o en la ejecución de tal o cual proyecto, la inquietud que ocasiona, etc. Aquí es pre­ ciso apelar al razonamiento y considerar que el medio más seguro de abreviar la duración del período de inu­ tilidad consiste en disociarse todo lo posible de cual­ quier otra noción que no sea el deseo de restablecerse, deseo que, orientando las fuerzas interiores, facilitará y precipitará el retomo al estado normal. Ni que decir tiene que se hace indispensable la ob­ servancia de la higiene, ya que, de lo oontrario, la ac­ ción psíquica que el individuo ejerce sobre sí mismo hallaría un elemento antagónico. La certidumbre de ha­ llarse en las mejores condiciones requeridas para poder determinar una mejoría, es intrínsecamente medicamen­ tosa. Casi todos los enfermos experimentan cierta leve mejoría — grande a veces — a partir del momento en que escuchan de labios del médico algunas palabras reconfortantes. Desde el instante en que éste les dice: «Está usted aquejado de tal o cual dolencia; he aquí los medicamentos que debe usted tomar; no tardarán en surtir buenos resultados y, por consiguiente, se restable­ cerá usted rápidamente», o cualquier otra cosa pareci­ da, su ansiedad se calma notablemente. La energía que habían malgastado mientras esperaban ansiosamente la llegada del facultativo queda desde entonces contenida en sí mismos y casi en el acto recobran su antiguo vi­ gor.

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Dirigiendo, más o menos exactamente, el pensamien­ to al lugar en que se halla el órgano enfermo, puede hacerse uso ventajosamente de la respiración y de la absorción de la energía. Calmosamente, sin apresura­ miento ni temor, se aspira lentamente el aire, imagi­ nándose atraer oon él las energías dispersas en la at­ mósfera; se conserva un breve momento el aire inspi­ rado, pensando que de este modo fija uno en sí las energías contenidas en la atmósfera; después se arro­ ja el contenido de los pulmones, aoompañando este último tiempo con la afirmación de que únicamente se expulsan los gases y productos de la desnutrición, pero que, en cambio, se conservan los elementos dinamizantes absorbidos. Cuando se observe que estos esfuerzos producen fa­ tiga, se suspenden, para entregarse al aislamiento, y des­ pués se vuelve a orientar la actividad psíquica hacia la región interesada, habituándose a la idea de que dicha región no tardará en recobrar su estado normal. Durville aconseja que se hable de los órganos (1) osmo si se tratara de servidores familiares, y se les or­ dene suave, pero persistentemente, que funcionen de modo normal. «Varias veces al día — escribe Durvi­ lle —, y especialmente por la noche, cuando nos ha­ llemos en cama y antes de dormimos, como también durante los momentos de insomnio, aislémonos para no pensar en nada (2); distendamos los músculos del cuerpo (1)

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(2) Se trata del género de aislamiento descrito en la pá­ gina 127.

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y en este estado de calma aparéate hablemos a nuestras células, a nuestros órganos, al conjunto de nuestro or­ ganismo, para calmarle o excitarle, según los casos, y nos veremos agradablemente sorprendidos al observar que nos obedece y que se excita o se calma según nues­ tro deseo. Para ello debemos hablarle como hablaría­ mos a cualquier persona familiar que tuviésemos delan­ te. Deseemos curar a esta persona o a sus órganos por la acción del pensamiento y, bajo esta acción, se produ­ cirá una especie de inducción que actuará inmediata­ mente sobre ellos.» En las enfermedades agudas, en las que la primera crisis va seguida de una depresión persistente y de una semiinconsciencia, se suele carecer de reservas energé­ ticas para poder autosugestionarse; pero sin embargo, puede procurarse desechar todo pensamiento desalenta­ dor, todo pensamiento que induzca a tristeza, a temor o ansiedad, para substituirlo por ideas inversas. Como ya hemos indicado anteriormente, cierto en­ trenamiento preliminar de la voluntad facilita la in­ fluencia de lo moral sobre lo físico en caso de enferme­ dad. Añadamos a esto que, en cuanto el desarrollo psíquico ha alcanzado un grado medio, se produce una especie de disociación del «yo»' con las impresiones y sensaciones que a éste acuden. Casi como un espectador, asiste a los hechos que se desarrollan en sí mismo, pero sin tomar enteramente parte en ellos. Bajo la acción de la enfermedad, el «yo» parece como un rey que se viera inmovilizado por sus servidores, pero que, no obstante,

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conservase sobre ellos el necesario ascendiente para que lo libertasen inmediatamente. En las afecciones crónicas de larga duración, ciertos p*eríodos, más o menos prolongados, dejan al paciente todo el tiempo necesario para que pueda estudiar su caso en un tratado de Patología, para que logre pe­ netrarse perfectamente del mismo y para que pueda autotratarlo con la mayor precisión posible por medio de representaciones mentales bien definidas. El ejemplo que hemos puesto indica qué es lo que debe esperarse de este método. Por otra parte, aunque vacilante, el esfuerzo del pensamiento o de la voluntad para orientar al primero hacia la idea de la mejoría y de la curación determina siempre resultados suficientes para establecer la fe en la terapéutica autosugestiva.

CAPITULO v n

Poder directo de lo voluntad sobre nuestros semejantes 1. Los legendarios poderes de los magos. 2. Los teorizantes de la ciencia psíquica durante los siglos X V I y X V 11. - 3. Los grandes magnetizadores. - 4. Hechos mo­

dernos de comunicación del pensamien­ to. - 5 . L a sugestión mental. - 6. Análisis de los hechos. • 7. Adiestramiento pre­ liminar. - 8. Métodos indicados por diver­ sos autores. - 9. Resumen e instrucciones para el empleo corriente de la telepsiquia. Acción del pensamiento a distancia.

1.

LOS LEGENDARIOS PODERES DE LOS MAGOS

Comúnmente, la Magia es definida así: «Supuesto arte de realizar prodigios, contrariamente a las leyes de la Naturaleza». No obstante, la persona que quie­ re tomarse la molestia de recorrer las obras de la Es­ cuela neoocultista contemporánea, en la cual figuran Wronski, Lacuria, Saint-Yves d’Alveydre, Eliphas Levi, Stanislas de Guaita, Encausse, Péladan y algunos otros, encuentra, ¿poyada por seria documentación, d a afir­ mación de que la Antigüedad conoció el secreto de un desarrollo psíquico que confería a la persona poseedo­ ra de él un verdadero ascendiente voluntario sobre sus semejantes. «Entre los persas, la Magia era un sacerdocio cuya práctica estaba confiada a hombres sabios y pruden­ tes que recibían el nombre de magos. Por consiguiente, la palabra Magia evoca la idea de grandeza y de ma­ jestad. La ciencia oculta no se enseñaba más que en el fondo de los santuarios, en el más absoluto secre­ to; por consiguiente, el manual operatorio fatalmente tenía que desaparecer con las antiguas civilizaciones. Los historiadores, filósofos, médicos y poetas citan nu-

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merosos hechos: las tablillas cubiertas de inscripciones, los exvotos suspendidos en los muros de los templos, los jeroglíficos de los bajos relieves y los diversos mo­ numentos salvados de la acción destructora del tiempo y de los estragos de la guerra, nos hacen saber que las misteriosas prácticas del ocultismo habíanse extendido considerablemente, sobre todo a Egipto, a la India, a Persia, a Caldea y a Grecia» (1). En el siglo primero de nuestra era existían todavía dos iniciados en la ciencia oculta, probablemente los últimos a quienes llegara, en toda su integridad, la sa­ biduría de los viejos templos: Apolonio de Tiana y Simón el Mago. El primero, reputado por su gran po­ der, ha tenido como historiógrafo a Filostrato, quien refiere así uno de los mil fenómenos a los cuales debió Apolonio su fama: «Juzgábase muerta a una muchacha nubil; su pro­ metido iba tras el féretro, lanzando ayes de desespera­ ción, como es frecuente cuando resulta defraudado cual­ quier himeneo; y Rema, toda entera, lloraba a la mu­ chacha, puesto que pertenecía a una familia consular. Apolonio, a presencia de tan unánime dolor, exclamó: «Deponed ese féretro; yo me encargo de hacer cesar »vuestras lágrimas». Y a continuación preguntó cómo se llamaba la muchacha. Esto hizo creer a todos los circunstantes que Apolonio se proponía pronunciar un discurso fúnebre, como es corriente en los funerales, a fin de excitar mayores lágrimas. Pero Apolonio no hizo (1)

Durville y Jagot, Historia razonada del Magnetismo.

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más que tocar a la muchacha, pronunciando algunas palabras, y al instante la joven, a quienes todos creían muerta, pareció despertar de un sueño. Lanzó un grito y corrió hacia la casa paterna, lo mismo que Alcestes vuelta a la vida por Hércules.» (Apolotiio de Tiana, su vida, sus viajes, etc., 1862, pág. 184 de la edición francesa, traducida por Chassang.) «Simón el Mago — hemos escrito, en unión de Héc­ tor Durville, en nuestra Historia razonada del Magne­ tismo —, que fue uno de los fundadores de la filoso­ fía gnóstica, adquirió igualmente dilatada fama al ope­ rar, como Jesucristo y sus apóstoles, de los que era contemporáneo, numerosos prodigios y curaciones; pero, no obstante su gran poder, Simón el Mago dejó entre­ ver que juzgaba el de los apóstoles superior al suyo, toda vez que, a precio de oro, quiso comprar a Pedro el secreto de su poder, de donde deriva el nombre de simonía, que se ha dado al tráfico de cosas santas. A Simón el Mago le fue erigida una estatua con la ins­ cripción Simoni Deo.'ü Las invocaciones, conjuraciones, imprecaciones, ben­ diciones y maldiciones usadas por los antiguos y profe­ ridas con ese fervor que conmueve hasta las montañas, en defecto de la verdadera sabiduría, reservada única­ mente a los privilegiados del sacerdocio, aparecen como otros tantos medios primitivos de poner en acción las fuerzas íntimas proyectadas por la voluntad. Esta concepción ha sido compartida por buen nú­ mero de pensadores de todas las épocas. «Un alma — dice Goethe — puede, por su sola presencia, actuar

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vigorosamente sobre otra alma. En nosotros residen unas como fuerzas eléctricas y magnéticas, semejantes al propio imán: según que nos pongamos en contacto con cuerpos semejantes o desemejantes, ejercemos un poder de atracción o de repulsión.»

2. Los

TEORIZANTES DE LA CIENCIA PSÍQUICA

DURANTE LOS SIGLOS XVI Y XVII

Desde los primeros siglos de nuestra era parecen irremediablemente perdidas las principales claves del po­ der de la voluntad, tal y como los antiguos lo conocían. No obstante, de tarde en tarde, ciertos espíritus in­ tuitivos han observado la realidad de la acción ejer­ cida, incluso a distancia, por el ser humano sobre sus semejantes. Marcilio Ficino (l) afirma que «el espíritu, agita­ do por violentos deseos, puede actuar, no solamente so­ bre su propia envoltura corpórea, sino también sobre un cuerpo cercano a él, sobre todo si este cuerpo es. por su naturaleza, uniforme y débil». Pomponacio (2) sostiene una tesis análoga: «el alma opera modificando los cuerpos por medio de emisiones fiuidicas que tienen la propiedad de actuar a distancia. Estas emisiones no ejercen igual potencia sobre todos (1439-1499) Obras completas, e n 2 vols., Basilea, 1651. (1462-1525) De naturallum affectuum admirandorum causis seu ie r incantaüonibus, Basilea, 1517. (1) (2)

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173

los individuos; dicho de otro modo, hay hombres que poseen en grado sumamente elevado el poder de actuar sobre sus semejantes, en tanto que hay otros que ca­ recen por completo de esa facultad. El alma ejerce su imperio mediante la transmisión de ciertos vapores, ex­ tremadamente sutiles, que envía a los seres». Agripa (1), cuya fama de mago fue colosal, escri­ bió: «Las pasiones del alma, que, cuando son violen­ tas, siguen a la fantasía, pueden, no solamente cambiar su propio cuerpo, sino incluso extender su poder hasta el punto de actuar sobre un cuerpo extraño, producien­ do de esta suerto maravillosas impresiones en los ele­ mentos y en las cosas. No hay porqué sorprenderse de que el espíritu de un individuo pueda actuar sobre eí cuerpo y alma de otro ser». En nuestra Historia razonada del Magnetismo, ya citada, hallará el lector deseoso de ampliar el estudio de esta materia un conjunto de hechos y opiniones aná­ logos a los precedentes.

3.

LOS GRANDES MAGNETIZADORES

Desde Paracelso, que curaba a distancia, hasta Du Potet, autor de un verdadero curso de influencia psí­ quica a distancia, publicado bajo el título de La Magie dévoüée (La Magia revelada), todos los magnetizadores (1)

(1436-1535) Filosofía oculta. L a H aya, 1727.

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han conocido y apreciado la acción propia de la vo­ luntad. Mesmer provocaba crisis en los individuos sobre 1c» cuales actuaba, permaneciendo él oculto en una pieza contigua y actuando, por consiguiente, a través de la pared. En su admirable obra titulada La morí et son mystére (La muerte y su misterio), Camilo Flammarion refiere, según el doctor Kerner, que Mesmer, hallán­ dose en la corte húngara, viose emplazado por el sabio Seiffert a que repitiese el precedente experimento; y Mesmer, con gran estupefacción del sabio húngaro, lo efectuó a las mil maravillas. - De Puységur sugestiona mentalmente a sus sonám­ bulos y separa cuidadosamente en sus teorías el mag­ netismo peculiar del organismo, de la influencia psíqui­ ca puesta en juego por la voluntad. Du Potet, ya citado, opera curaciones a distancia. Finalmente, Durville, mucho más experimentado que todos los nombrados en lo que se refiere a la acción de la voluntad a distancia, sostiene atrevidamente, con los ocultistas y teósofos, que todo pensamiento se exte­ rioriza de su foco emisor para ir a actuar sobre la per­ sona en la que se fija dicho pensamiento.

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4.

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H e c h o s m o d e r n o s d e c o m u n ic a c ió n DEL PENSAMIENTO

Hemos consignado gran número de ellos en nuestro Método científico moderno de Magnetismo, Hipnotismo y Sugestión. Tanto abundan les ejemplos de tales fenó­ menos, que ya casi nadie los pone en duda. De día en día vienen a agregarse nuevos documentos a la gran masa de los ya acumulados. Camilo Flammarion, a quien corresponde el honor de haber sido la primera persona que se entregó a una investigación sistemática de esta materia, en Francia cuando menos, aporta, en su obra ya citada, nuevos datos para el estudio de la telepatía. A continuación reproducimos dos extractos de las observaciones publicadas por Flammarion, con el fin de que tengan de ellas conocimiento aquellos de nuestros lectores que todavía no han dedicado amplia atención a este tema. He aquí, primeramente, una relación comunicada por el doctor Poirson, de Passavant: «I. Hace cosa de dos meses, hallándome en Belfort, me puse a pensar súbitamente y con singular in­ tensidad en uno de mis colegas del Jura, persona en la que, ordinariamente, no suelo pensar más de una vez por año... Minutos después hallábame frente a él, en una encrucijada, y, como quiera que venía en bicicle­ ta por una calle perpendicular, era absolutamente impo­ sible que yo le hubiese podido ver antes desde lejos.»

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«II. Por mi profesión de médico, estoy constan­ temente expuesto a tener que salir de noche para aten­ der a algún enfermo. A mi casa suele acudir mucha gente. Cuando alguien va a llamar a mi puerta, me despierto instantáneamente cuando la persona en cues­ tión se halla todavía a unos veinte metros de distancia de la puerta de mi casa: sé de antemano que va a lla­ mar. Esto he tenido ocasión de comprobarlo, no una vez, sino centenares de veces en el espacio de doce años.» Segundo caso de comunicación de pensamiento, en sueños esta vez: «El día 9 de enero de 1909 fui a Montiers a pa­ sar algunas horas en compañía de mis padres, a los cuales, al partir, dejé en perfecto estado de salud. Al­ gunos días más tarde recibía noticias de ellos: seguían bien. »En la noche del 30 al 31 de enero de dicho año sueño que llego a casa de mis padres. En el salón veo mucha gente inclinada sobre un lecho improvisado; se­ paro a las personas que rodean el lecho y veo en éste a mi padre, muerto, tendido sobre un colchón coloca­ do en una especie de catre de tijera. »A1 día siguiente recibía la noticia de que, la vís­ pera, mi padre se había sentido súbitamente indispues­ to y había fallecido a las once y media, precisamente en el mismo momento en que yo había sido víctima de tan siniestra pesadilla. Habíasele acostado en un lecho semejante al que yo había visto en sueños y de­

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positado en el salón de la casa, tal como la aparición me lo había mostrado.» Repetimos que se han reunido a millares hechos mejantes, los cuales demuestran perfectamente que, ocasiones, sin propósito deliberado, el pensamiento un ser se comunica con el de otro y se impone a atención.

5.

La

s u g e s t ió n

se­ en de su

m ental

Los precursores del hipnotismo moderno no pare­ cen haberse preocupado mucho de la posibilidad de hacer ejecutar sus sugestiones formulándolas exclusiva­ mente en su pensamiento. El profesor C. Riehet — el primero que nosotros sepamos — tuvo la idea de ador­ mecer a distancia a determinados pacientes suyos del Hospital, y consiguió excelentes resultados. Un poco más tarde, el doctor Ochorowicz, de la Universidad de Lemberg, efectuó una serie de experiencias y de inves­ tigaciones relacionadas con la sugestión mental. En nues­ tro Método científico moderno de Magnetismo, Hipno­ tismo y Sugestión hemos reproducido, siguiendo al ci­ tado doctor, la relación de las experiencias llamadas del Havre, que son verdaderamente concluyentes. He a continuación el detalle de algunos de los experimentos realizados por el doctor Ochorowicz: Colocado a varios metros de distancia de uno de sus médiums y aparentando hallarse ocupado en escri12

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bir, le da una serie de órdenes, que se traducen en los siguientes efectos: «1° Levantar la mano derecha. (El operador mira al sujeto a través de los dedos de la mano izquierda, que tiene apoyada en la frente.) Primer minuto: acción nula. Segundo minuto: agitación en la mano derecha. Tercer minuto: aumenta la agitación, el paciente frunce las cejas y levanta la mano. 2.° Que se levante el paciente y venga a nú. (El operador lleva al paciente a su asiento, sin de­ cirle una palabra.) El paciente se agita, se levanta lentamente y con cier­ ta dificultad, y con la mano extendida acude a su lado. 3.° Que la paciente (una mujer) se quite el braza­ lete de la muñeca izquierda y me lo entregue. Acción nula. La paciente extiende la mano izquierda, se levan­ ta y se dirige hacia cualquier espectadora... después ha­ cia el piano. El operador toca su brazo derecho y, probable­ mente, lo impele un poco en la dirección del brazo izquierdo, concentrando su pensamiento en la orden dada. Por fin, la paciente se quita el brazalete, se detiene un momento, pareciendo reflexionar, y se lo da. 4.° Que la paciente se ponga en pie; que aproxi­ me su sillón a la mesa ante la cual se halla sentado el operador, y que tome asiento al lado de éste.

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La paciente frunce las cejas; se levanta y camina hacia el operador. Y dice: «Todavía tengo que hacer »algo más.» Busca en tomo suyo..., toca un taburete y cambia de sitio un vaso de té. Retrocede; coge el si­ llón, lo aproxima a la mesa con una sonrisa de satis­ facción, y se desploma en él abrumada de fatiga.» Lo mismo que en les casos de transmisión espon­ tánea del pensamiento, no faltan los documentos con­ cernientes a la sugestión mental y serían precisos diez volúmenes como el presente para reunir los más im­ portantes de ellos. Que no se imagine que nosotros es­ cogemos aquí entre los más extraordinarios; por el con­ trario, los tomamos al azar. Entre la gran masa de ejemplos comprobados — no precisamente por experi­ mentadores profesionales, sino por investigadores inde­ pendientes — destaquemos el siguiente, tal como nos lo ofrece Flammarion. Este ejemplo es debido a M. Schmoll, colega de Flammarion: «El día 9 de julio de 1887, que fue un día calu­ roso y tormentoso, recreábame yo en mi siesta, balan­ ceándome en una hamaca que había suspendido en el comedor de mi casa, al tiempo que leía un folleto de Edmundo Gurney. Eran las tres de la tarde. No lejos de mí, mi esposa descansaba en un sillón; dormía pro­ fundamente. Viéndola en este estado, acudióme el pen­ samiento de intimarle mentalmente la orden de que se despertase. Miréla, pues, fijamente y, concentrando toda mi voluntad en una orden imperativa, le grité oon el pensamiento: «¡Despierta! ¡Quiero que te despiertes!» Tres o cuatro minutos transcurrieron sin que yo hubie­

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se obtenido el menor resultado, pues mi esposa conti­ nuaba durmiendo apaciblemente, y me sentí dispuesto a renunciar a la experiencia, diciéndome que, al fin y al cabo, me hubiese sorprendido mucho que hubiese dado un resultado positivo. No obstante, pasados algu­ nos minutos, la repetí, sin obtener mejor resultado que la vez anterior. Entonces volví a mi lectura y no tardé en olvidar mis infructuosas tentativas. »Diez minutos más tarde, mi esposa se despierta súbitamente, se frota los ojos y mirándome con aire sorprendido y un tanto enojado, me dice: «¿Qué quie»res de mí?... ¿Por qué me despiertas?» »—¿Yo? ¡Si yo no te he dicho nada!... »—¡Cómo que no!... No has dejado de atormentar­ me para que me despertase... »—¡Bromeas, querida!... Yo no he abierto la boca. »—¿Habré soñado, en ese caso? — dice, vacilando y añade — : Toma, pues es verdad; ahora recuerdo... Lo acabo de soñar... »—Vamos a ver: ¿qué has soñado?... Tal vez sea interesante — le dije yo, sonriendo. »—He tenido un sueño sumamente desagradable — añadió mi esposa —. Veíame en el Rond-Point de Courbevoie; hacía viento y el tiempo se mostraba pe­ sado. De improviso divisé una forma humana (¿era hombre o mujer?), envuelta en blanco sudario, que ro­ daba por la pendiente. Hacía vanos esfuerzos por le­ vantarse; yo quería correr en su ayuda, pero me sentía retenida por una influencia de la que, al principio, no me daba cuenta, pero que a la postre logré definir:

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eras tú, que te empeñabas en hacerme abandonar las imágenes de mi sueño. «¡Ea, despierta!», me gritabas enérgicamente, pero yo te resistía y tenía perfecta con­ ciencia de poder luchar victoriosamente contra el des­ pertar que tú me imponías. Sin embargo, al despertarme, todavía resonaba en mis oídos tu orden de «¡Vamos, despiértate!» »Mi esposa quedóse altamente sorprendida al saber que yo, efectivamente, le había ordenado, mentalmente, que despertase. Mi esposa no conocía el libro que yo estaba leyendo y jamás le han interesado mucho los problemas psíquicos. Nunca ha sido hipnotizada ni por mí ni por nadie.» Un proceso verbal que lleva la fecha del 9 de enero de 1886 y que aparece firmado por el doctor A. Liébeault y por el célebre autor de la Clave de la Magia Negra, Stanislas de Guaita, certifica la realidad del éxi­ to completo de diferentes sugestiones infundidas men­ talmente por uno u otro de los citados signatarios a un sujeto dormido en el sueño somnambúlico provocado. Por ejemplo: habiéndose dirigido S. de Guaita a un sujeto, preguntándole mentalmente: «¿Volveremos la próxima semana?», éste le respondió: «Tal vez». En­ tonces de Guaita rogó ai sujeto que le dijese a qué pregunta respondía y éste le dijo: «Usted me ha pre­ guntado si usted volvería la próxima semana». La in­ significante confusión producida en la interpretación de la pregunta demuestra que el sujeto percibió ésta de un modo literal.

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6.

A

n á l is is

de

los

hechos

De todo lo expuesto parece desprenderse, con har­ ta claridad, que el pensamiento del individuo puede in­ fluir sobre el de sus semejantes y modificarlo en un sentido determinado. Prácticamente hablando, toda la cuestión se reduce a saber si se debe o no generalizar esta ley y deducir de ella una conclusión aplicable a la realización de nuestros objetivos y, especialmente, si es posible ejercer, deliberadamente y sobre un tercero, una influencia a distancia. Observemos que en todos los casos de comunica­ ción de pensamiento o de sugestión mental aparecen constantemente uno u otro de los siguientes elementos: Ya sea, por parte del individuo cuya acción men­ tal es transmitida, un estado de alma particularmente vibrante, enérgico, intenso y concentrado: emoción de­ bida a un accidente, a la inminencia de la muerte, es­ fuerzo voluntario del experimentador, etc. O bien una receptividad momentáneamente excep­ cional por parte de la persona requerida a distancia por el pensamiento del otro individuo (sueño natural o provocado, por ejemplo). Vemos, pues, que se concillan muy bien los da­ tos de la llamada ciencia oculta, que pretende que to­ dos nuestros estados espirituales, todas nuestras ideas, deseos y voliciones se exteriorizan de nosotros y tien­ den a repercutir en las mentalidades interesadas, y ¡as

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observaciones de los modernos que en suma se han referido a los fenómenos exteriores susceptibles de hacer evidente la acción psíquica a distancia. Del hecho de que no percibamos la invisible in­ fluencia de todcs aquellos cerebros que piensan en nos­ otros, no se puede concluir que esta influencia no pueda afectamos, singularmente por efecto de una len­ ta infiltración. Asimismo, del hecho de que la tensión psíquica de una persona de carácter débil, de escasa voluntad, tenaz y resuelta, no domine a otra, firme­ mente determinada, par motivos imperiosos, a proceder según sus propias inspiraciones, es preciso concluir que el fenómeno telepsíquico no ha hallado las condiciones indispensables para su completa realización. La recep­ tividad, singularmente establecida por la simpatía, el afecto y la similitud de ideas, armoniza de tal modo a dos mentalidades, que, sin especial esfuerzo por parte de la una o de ¡a otra, a veces se produce en una de ellas una interpretación espontánea de las vibraciones de la otra. Inversamente, del mismo modo que dos hombres, hablando lenguas diferentes, no podrían comprenderse, dos caracteres que presenten acusadas diferencias de origen emiten pensamientos radicalmente desemejantes, que impiden que sus respectivos movimientos ondula­ torios puedan intercomunicarse. De la simple comunicación debemos diferenciar la imperativa influencia, el irresistible ascendiente de la voluntad de ciertos individuos sobre personalidades psí­ quicamente más débiles. En este caso no es ya la analo­ gía de dos tonos de movimiento la que explica el fenó-

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meno, sino la superioridad de la intensidad volitiva de los dominadores sobre los dominados. Todo el adiestramiento expuesto por los libros de magia tiende a crear esta superioridad, de acuerdo con principios precisos; es decir, a habituar al adepto a querer clara, amplia y fuertemente. «Un carácter enér­ gico, voluntario y apasionado emite fuertes pensamien­ tos actuantes», hemos escrito en una de nuestras obras anteriores (1). «Sólidos principios, directivas delibera­ das y gran determinación, hacen al individuo invulne­ rable a la influencia mental de sus semejantes.»

7.

A

d ie s t r a m ie n t o

p r e l im in a r

Si se trata de entregarse a experiencias de telepsiquia, o bien de ejercer influencia sobre un individuo determinado, bueno será consultar nuestro Método cien­ tífico moderno de Magnetismo, Hipnotismo y Sugestión, donde se hallará una serie de ejercicios graduados, es­ pecialmente combinados con miras a la obtención de los precitados fenómenos. En cuanto a la aplicación, en la vida ordinaria, de la influencia directa de la voluntad sobre los demás, ningún modo mejor de prepararse el individuo que entregándose a las prácticas mencionadas en el anterior capítulo. En efecto, estas prácticas, inde­ pendientemente del efecto peculiar a cada una de ellas, (!)

Psicología del Amor.

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crean poco a poco la costumbre de pensar y de querer claramente, con continuidad y energía. Esta educación de la voluntad desarrolla el intangible magnetismo psí­ quico del individuo y, sin que éste baya de hacer nada extraordinario para imponerse, le confiere una especie de ascendiente general. Tratar de ejercer influencia psíquica sobre un ter­ cero antes de haber logrado una vasta y homogénea cul­ tura de la materia, equivaldría a emplear las propias fuerzas mentales en propio perjuicio. En efecto: el enorme desgaste que tal tentativa requiere originaría la depresión correspondiente y dejaría al individuo insufi­ cientemente armado para poder realizar otros esfuer­ zos, así como para aislarse de las influencias circun­ dantes. Tanto con fin puramente recreativo como con objeto de comprobar la realidad de la acción a distancia de la voluntad, toda persona puede, cuando menos, intentar algunos de los experimentos que damos a continuación y que no ofrecen ningún inconveniente ni para el ope­ rador ni para el sujeto: I. El lector ha escrito una carta a una persona ausente y no ha recibido respuesta de ella. Por un mo­ mento piensa en volver a escribirle; no haga tal: en lugar de mandarle una segunda carta sugiera a la per­ sona de referencia que responda a la primera. Para efectuar esta sugerencia es conveniente que el lector adopte una posición cómoda y se imagine ver a su corresponsal en situación de disponerse a escribirle. Como quiera que la imagen mental no se forma en

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unos pocos segundos, es preciso que el lector reitere sus tentativas para atraer la atención de su invisible inter­ locutor y fijar en él esa ideación, cosa que consigue con relativa facilidad después de realizar algunos es­ fuerzos. De diez a quince minutos de esta contemplación bastan para asegurar un resultado satisfactorio. II. Por la calle, cuando veas venir hacia ti una persona cualquiera, sugiérele que se cruce contigo por el lado que desees. Lo mismo que en el caso anterior, no te limites a formular tu deseo mentalmente, sino procura representarte a la persona en cuestión como irresistiblemente impelida a cruzarse contigo por tu de­ recha o por tu izquierda. Desde tu ventana o balcón mira fijamente a una persona que pase por la calle. Síguela oon la mirada desde lejos y a medida que vaya avanzando, formulán­ dote enérgicamente el deseo de que dicha persona, al pasar ante tu morada, levante la cabeza y te mire. Ni que decir tiene que este experimento puede hacerse sin necesidad de que la ventana esté abierta y sin dejarse ver desde el exterior. III. El experimento inverso puede servir igualmen­ te de ejercicio, cuidando de no levantar la cabeza ni llamar la atención mediante manifestaciones exteriores. IV. Cuando viajes en cualquier vehículo público, aunque aparentando concentrar toda tu atención en la lectura de cualquier periódico o revista, dirige toda tu energía hacia cualquiera de tus vecinos que se halle a tu lado o enfrente de ti — poco importa que esté cerca o lejos — ordenándole que te mire o, cuando menos,

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que vuelva la cabeza hacia el lado en que te halles. Repite varias veces este ejercicio para adquirir el con­ vencimiento de que la casualidad nada tiene que ver en los movimientos de tu sujeto experimental y que éste, realmente, obedece tus órdenes mentales. Cuando tro­ pieces con cualquier individuo que se deje influir fácil­ mente, varía el experimento. Si dicha persona tiene en la mano algún objeto, represéntate mentalmente el mo­ vimiento que debería hacer la mano para que el objeto se le escapara; y repitiendo continuada y serenamente esta ficción, verás cómo, al fin, se realiza. V. Cuando suceda que cualquier persona que esté hablando contigo se interrumpa para buscar una expre­ sión adecuada, sugiérele tú una, apropiada, desde luego, pero no formando la imagen mental de su grafismo, sino, antes bien, recordando sus asonancias. Este experimen­ to, reiterado durante una entrevista, curso o conferen­ cia, da sorprendentes resultados. Observemos a este respecto que ocurre frecuentemente que, tan pronto como cualquiera de nuestros familiares nos dirige una frase, nos quedamos sorprendidos de la similitud de su pensamiento con el nuestro, sorpresa que expresamos diciendo; precisamente yo estaba pensando eso mismo que acabas de decirme. VI. Cuando nos hallemos junto al lecho de un en­ fermo, de cuyo estado podamos hacemos una idea apro­ ximadamente exacta, fijemos tenazmente nuestro pen­ samiento en la idea de la mejoría, apelando para ello a toda la compasión que dicho enfermo nos inspire. Emitamos pensamientos impregnados de serenidad, de

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bienestar, del deseo ferviente de una atenuación pro­ gresiva de los trastornos que afectan al paciente, en la seguridad de que éste sufrirá la influencia de esta pro­ vechosa acción mental, en ocasiones en grado consi­ derable. Podríamos multiplicar las indicaciones de ejercicios de esta índole, pero es seguro que su propio ingenio sugerirá otros al lector.

8.

M é t o d o s in d ic a d o s p o r d iv e r s o s a u t o r e s

Las reglas referentes al desarrollo de la voluntad son, sobre poco más o menos, las mismas en todos los cur­ sos o tratados publicados acerca de esta materia. Los métodos preconizados para proyectar nuestra influen­ cia mental sobre nuestros semejantes, varían, en cambio, según los autores. Durville considera que adiestrándose el individuo en disposiciones serenas, benévolas, opti­ mistas y enérgicas, atrae a sí las individualidades sus­ ceptibles de serle útiles, al mismo tiempo que repele aquellas que podrían serle nocivas. Según este autor, toda persona debiera preocuparse únicamente en desarro­ llar su fuerza mental y en imprimirle una acertada orientación, sin tratar de servirse de ella para influir de modo especial sobre nadie. En síntesis, nos dice el citado autor, llegados a cierto grado de cultura, ejerce­ ríamos una acción atractiva sobre cuantas personas nos

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rodeasen, si bien sin particular intención por nuestra parte respecto a cada una de ellas. Tumbull recomienda, ante todo, la «fotografía men­ tal», que consiste en escribir en un papel lo que se desee y contemplar largo rato lo escrito. Por ejemplo: un señor X tiene que responder a una carta tuya. Pues bien, con el fin de hacer nacer en él pensamientos susceptibles de poder modificar su parecer respecto de determinado extremo, escribe en una gran hoja de pa­ pel: «Quiero que el señor X cambie de parecer respecto a tal o cual asunto». Colocarás lo escrito delante de ti y te absorberás en la repetición del sentido de las palabras transcritas. El mismo autor afirma que el principio de trans­ formación de las fuerzas, del que ya,hemos hablado, se aplica eficazmente a la sugestión a distancia. De esta suerte, tras de haber contenido los músculos pri­ meramente, y de distenderlos después, expresa men­ talmente tu intención o deseo de ver la fuerza-expre­ sión física transformada en fuerza-expresión mental y cómo se proyecta de ti a la persona sobre la cual de­ seas actuar. Para secundar la concentración mental, La Motte-Sage prescribe el empleo de la fijación de la vista en el centro de una garrafa llena de agua. Práctica aná­ loga preconiza Filiátre con un globo de cristal. Esos métodos tienen su valor y, entre los muchos individuos que nos han dicho haber empleado uno u otro, pocos han sido los que no han obtenido resul­ tados. Sin embargo, a nuestro modo de ver, ambos mé-

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todos son susceptibles de una mayor afinación. Así, para el conjunto de lo que te interesa, lector, la meditación precotidiana indicada en un preceden­ te capítulo, y en la cual se pasa revista, sucesivamen­ te, a los diferentes individuos que actúan en la exis­ tencia, proporciona una excelente ocasión de poder ejer­ cer sobre ellos una influencia metódica. Creemos haber demostrado que la nitidez de las voliciones, la persis­ tencia con que se las sostiene y la intensidad del deseo que las acompaña, son las condiciones esenciales para su eficacia. Pero la principal de esas tres cualidades es, ciertamente, la persistencia. Igualmente, repitiendo a diario la afirmación de lo que se desea, se llega, p:co a poco, a poder dirigir, en cierta medida, la actitud res­ pecto a nosotros de aquellas personas que son objeto de nuestros pensamientos. En el curso de las meditaciones generales, si nos aplicamos a definir con toda precisión y detalle los planes que perseguimos, emitimos vibraciones que ac­ túan sobre aquellas personas que, por cualquier con­ cepto, se relacionan con nuestros proyectos. De un modo más general, adiestrándonos en las dis­ posiciones energéticas, respecto de las cuales nos hemos extendido en la primera parte de este volumen, esto es: oonfianza en nosotros mismos, determinación a triunfar, autodominio, paciencia, actividad, etc., podremos ac­ tuar constantemente sobre nuestros semejantes en un sentido provechoso.

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9.

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R e s u m e n e i n s t r u c c io n e s p a r a e l e m p l e o CORRIENTE DE LA TELEPSIQUIA. • ACCIÓN DEL PENSAMIENTO A DISTANCIA

Los estados de alma intensos y los pensamientos vigorosos, sostenidos y voluntarios, actúan invisible­ mente, a cualquier distancia, sobre las personas que son objeto de esos pensamientos. Este hecho ha sido conocido por un determinado número de sabios en to­ das las épocas de la Historia y en todos los países. Hoy en día es objeto de estudio por parte de las más ele­ vadas notabilidades científicas, tales como Edison, Crookes, Boirac, Richet, Flammarion, Maxwell, etc., los cuales han publicado trabajos acerca de esta cuestión. Una especie de telegrafía psíquica. — Como ha ocu­ rrido en la mayor parte de los descubrimientos, la cien­ cia libre ha superado a la ciencia oficial en materia de telepsiquia. Un volumen recientemente publicado (1) trata de esta cuestión con precisión rigurosa. Las lí­ neas presentes tienen por objeto dar unas cuantas in­ dicaciones sencillas y prácticas para actuar a distancia a aquellas personas que no quieran entregarse a un estudio profundo de las ciencias psíquicas. La actividad mental (emocional o razonadora), irra­ dia una forma de energía denominada «fuerza psíqui­ ca», que, bajo la forma de movimientos ondulatorios, (1) Et H ipnotism o a distancia, la transmisión del pensa­ m iento y la sugestión mental.

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análogos a los de las ondas hertzianas, transmite la modalidad exacta de nuestro pensamiento al exterior de nosotros mismos. Esta transmisión se verifica circulaimente en tomo de la persona en quien pensamos y tiende a suscitar en ella pensamientos semejantes a los nuestros. Si, por ejemplo, pensamos que X debiera escribir­ nos, este pensamiento va acompañado de un desprendi­ miento de energía psíquica que se propaga hasta con­ verger en X y suscitar en su materia mental vibraciones que su conciencia percibirá bajo la forma de una in­ citación a escribimos. Supongamos que en el momento en que X reci­ ba la incitación se halle preocupado por otra cosa; tal vez no obedezca a nuestra sugestión; pero, si la reite­ ramos enérgica, amplia y frecuentemente, llegará a im ­ ponérsele implacablemente. Para influir sobre una persona a distancia y su­ gerirle emociones, deseos, ideas, sentimientos, etc., no basta con tener la impresión de ello ni con pensar en ello de manera desordenada (puesto que, en este caso, las vibraciones mentales son harto fugitivas y diversas para que puedan imponerse); es menester hacer un es­ fuerzo al objeto de concentrar toda la energía men­ tal sobre aquello que se desee y por espacio de algún tiempo. Además, es preciso disponer de una reserva de fuer­ za nerviosa que sea lo suficiente considerable para po­ der sostener fija y largamente las representaciones men­ tales puestas en actividad.

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Desgastes inútiles. — La mayor parte de los seres nos sentimos inclinados a dispersar nuestras fuerzas psíqui­ cas, pensando en demasiadas cosas diferentes. Incluso cuando no penamos más que en una sola cosa, nos sentimos llevados a considerarla bajo toda clase de as­ pectos. He aquí por qué nos parece que nuestra vo­ luntad no tiene acción por sí misma. Por otra parte, derrochamos inútilmente nuestra fuer­ za nerviosa, lo cual debilita el potencial de la volun­ tad. A continuación veremos el modo de conseguir las siguientes cosas: 1.a, acumular esta fuerza: 2.a, pro­ yectarla útil y eficazmente. Sobreproducción de fuerza nerviosa. — La fuerza nerviosa se elabora en la masa de la sangre. Por con­ siguiente, si el lector desea practicar la influencia a distancia, precisa, ante todo, ajustarse a lo consignado en el Capítulo II de esta obra, a fin de aumentar su «tono» vital y enriquecer su sangre. Una alimentación racional, una respiración activa y una buena circula­ ción son los tres pilares de la fuerza mental. Si estas tres funciones están aseguradas perfectamente, el or­ ganismo producirá una gran cantidad de fuerza nerviosa y el pensamiento será fácilmente sostenido y enérgico. Supresión de los desgastes inútiles. — Toda mani­ festación de expansividad constituye un desgaste de for­ ma nerviosa. Por consiguiente, cuida, lector, de contener tus movimientos expansivos. Concéntrate en ti mismo. No cedas a la necesidad de hacer confidencias, de comu­ nicar a nadie tus estados de alma, tus inquietudes o tus opiniones. Ciertamente, todo esto es natural y agradable; 13

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pero, al satisfacer esta necesidad, derrochas, sin el menor provecho, esa energía que te es necesaria para poder ejercer tu influencia. No prestes tu atención a pretextos fútiles, nulos o insignificantes, por muy agradable que ello te sea; tantas veces como te niegues a satisfacer tus impulsos, otras tantas añadirás nueva cantidad a tu re­ serva de fuerza nerviosa. Evita poner en tus palabras o en tus actos la meI ñor animación irreflexiva. No reacciones por lo que te digan; muéstrate impasible y no des pruebas de tu esta­ do espiritual. No pronuncies una sola palabra que tenga por objeto determinar simpatías, lisonja, sorpresa o apro­ bación. Cuantas veces reprimas el impulso que te podría llevar a hablar sin utilidad para nadie, conservarás en ti una cantidad de fuerza nerviosa que, de otro modo, i gastarías sin provecho. Al cabo de cuatro o cinco días ■ de haber puesto en práctica todo esto, experimentarás, lector, el sentimiento interior de que hay en ti una re­ serva de fuerza. Tu cerebro funcionará con maravillo­ sa regularidad, tus ideas serán claras, rápida tu memo' ría, etc. Todo deseo debe ser considerado como impulso. — „Todo deseo cuya satisfacción resulta inútil o nociva (es decir, el 90 por 100 de ellos) debiera ser suprimido o dejado insatisfecho, puesto que su satisfacción supone una pérdida de energía nerviosa. Modo de influir sobre una persona presente. — Al hablarle, piensa insistentemente en aquello que deseas inculcarle. Esto te será fácil si sigues las indicaciones que hemos dejado consignadas con relación a la pro­

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ducción intensiva y a la acumulación de la fuerza ner­ viosa. Sigue tus palabras con el pensamiento. Trata de traducir en imagen mental lo que deseas obtener del sujeto experimental. Por ejemplo: cuando digas: «Me convendría verle a usted mañana, a tal o cual hora», imagínate hallar­ te ya en el momento del día siguiente en que deba venir aquella persona e imagínate también a ésta sonriéndote y tendiéndote la mano tal y como sea en ella carac­ terístico. Si dices: «Tal día iré a tal o cual lugar» y si deseas que la persona a quien hablar acuda tam­ bién a ese lugar, represéntate mentalmente el sitio en cuestión, viendo cómo llega aquella persona y cómd te saluda y te habla, etc. Este procedimiento crea las vibraciones requeridas para hacer nacer en el espíri­ tu del sujeto experimental la misma imagen que tú te has representado en el tuyo. Esto quiere decir que, al inspirar una sugestión mental, nunca debes dejar de re­ presentarte al sujeto realizando lo que tú le sugeriste y satisfecho de hacerlo. En el curso de la vida corriente, debes habituarte a acompañar tus palabras con sugestiones mentales. De­ sea enérgicamente que se acepte lo que digas. Si deseas sugestionar a una persona que se halle presente, sin tan siquiera hablarle, represéntate mental­ mente a esa persona pensando en lo que tú deseas y experimentando aquellos deseos que quisieras que sintie­ se, llevándolos a la práctica, etc. Procedimiento para actuar a distancia. — Volvien­ do sobre nuestra decisión de no poner al alcance de

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cualquiera los procedimientos exactos de la influencia a distancia, vamos a exponerlos, sin dejar nada en la sombra. Vale más que sean conocidos, aunque den ori­ gen a cualquier abuso, toda vez que esta ciencia pro­ porcionará al espíritu humano un gran progreso, del que precisamente está sumamente necesitado incluso en es­ tos tiempos en que todavía se debate con frecuencia entre materialismos. Nuestro método substituye los me­ dios de acción sutiles por otros materiales. Además, este método obliga a la persona que de él quiere servir­ se a ejercer una a modo de inspección de sí misma, a querer enérgicamente y a razonar. Para que se transmitan tus pensamientos y vayan a solicitar con el poder suficiente la mentalidad de la persona en quien pienses, son necesarias cuatro con­ diciones: 1.a Claridad. Debes considerar con precisión y cla­ ridad aquello que de.sees, en forma de una imagen con­ creta y bien determinada. 2.a Fijeza concentrativa. Toda tu atención debe con­ centrarse en la imagen en cuestión, la cual, a su vez, debe estar fijamente mantenida en tu espíritu. 3.a Continuidad. No basta con mantener fija la ima­ gen por espacio de algunos instantes; es preciso mante­ nerla durante 15, 30, 40 ó 45 minutos seguidos, o más si es preciso, y repetir la operación diariamente hasta obtener un completo y satisfactorio resultado. 4.a Intensidad voluntaria. Cuando el individuo se

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entregue a la concentración, debe mantener vivo el de­ seo e imperiosa la voluntad de obtener de una perso­ na determinada aquello que desea. Teniendo en cuenta esas cuatro condiciones, el pro­ cedimiento que hay que seguir exactamente es el si­ guiente: Primer tiempo: Siéntate cómodamente en cualquier lugar apacible y cierra los ojos; distiende los músculos de tu cuerpo e imponte cinco minutos de absoluta inmo­ vilidad. Segundo tiempo: Imagínate que la persona sobre la cual quieres ejercer tu influencia está a unos cuantos pasos de distancia de ti, o bien que la ves en el lugar en que en realidad se encuentra. Represéntate mental­ mente su rostro, sus rasgos, su silueta. Por espacio de diez o quince minutos no te preocupes de otra cosa que de hacer un retrato exacto, viviente, preciso, de di­ cha persona. Incluso puedes ayudarte mediante una fo­ tografía. Tercer tiempo: Imagínate ahora que la persona en cuestión se ve frecuentemente asaltada por tu recuer­ do, que se acuerda de ti, que te ve con el pensamiento y que no puede apartar de sí el recuerdo de tu imagen, que, por el contrario, se complace en revivir, etc. Sigue pen­ sando esto por espacio de diez o quince minutos. No te pongas nervioso. Dite continuamente: «Le obligo a pensar en m í...; no puede evitarlo...; mi imagen se im­ pone a su espíritu...», etc. Naturalmente, debes procu­ rar ver esto al mismo tiempo en forma de imagen, como si lo vieses en una película cinematográfica.

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Cuarto tiempo: Imagínate seguidamente que dicha persona experimenta las sensaciones, impulsos y es­ tados de espíritu que tú desearías que experimentase con respecto a ti. Represéntate a dicha persona pensa­ tiva, teniendo tu imagen ante sus ojos y repitiéndose constan‘emente: «Me siento atraído hacia esa persona; experimento deseos de verla...; me encuentro muy bien a su lado; deseo serle agradable».-.» o algo parecido. Continúa así por espacio de veinte o treinta minutos, o más, y repite esta operación todos los días. Detalle de las sugestiones. — Cuanto más diferente sea el estado espiritual de la persona en cuestión con re$pec‘o al que tú trates de sugerirle, tanto más repeti­ dos habrán de ser los ejercicios antes de lograr resulta­ do alguno. Según hemos ya explicado en nuestra obra Psicología del Amor (1), la acción psíquica a distancia halla en la mentalidad del sujeto una mayor o menor re­ sistencia, la cual se va atenuando poco a poco bajo los efectos de las oleadas de ondulaciones psíquicas proyec­ tadas por la persona actuante, y las cuales acaban por imponerse y modificar el tono vibratorio de la mentali­ dad del sujeto. ¿Puede resistirse el sujeto? — La resistencia del su­ jeto, cuando existe, es inconsciente. Procede, especial­ mente, de las tendencias de su carácter, que son anta­ gónicas de aquello que deseamos. Pero nuestra acción teleps'quica modifica poco a poco las determinacio­ nes del sujeto, y, a menos que éste se halle al corrien(1)

P u b lic a d a p o r esta m ism a E ditorial.

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te de la ciencia psíquica, ni siquiera concibe la idea de resistirse, puesto que ignora que pueda influirse sobre él invisiblemente. A todo el mundo le es dable triunfar. — La fa­ cultad de obrar a distancia por medio del pensamiento movido por la voluntad es inherente al ser humano. No cabe la menor duda a este respecto. Por consiguiente, todo el mundo puede obtener los resultados que esta obra preconiza. Además, este fenómeno no tiene en sí nada de extraordinario; por el contrario, se explica de un modo perfectamente natural. Aunque poco conocido todavía, para aquellas personas que quieren hacer un esfuerzo constituye un medio de acción singularmente precioso.

CAPÍTULO v m

Acción directa de la voluntad sobre el destino 1. Toda representación mental nos imana hacia su objeto, o bien imana a éste hacia nosotros. - 2. Encadenamiento causal. 3. Algunos sugestivos ejemplos de previ­ sión. - 4. Indicaciones prácticas.

1.

T oda

r e p r e s e n t a c ió n

m ental nos

im a n a

HACIA SU OBJETO, O BIEN IMANA A ÉSTE HACIA NOSOTROS

Las nociones que exponemos a continuación quedan sometidas a la meditación de nuestros lectores. Deja­ mos a su experiencia el cuidado de acogerlas o rechazar­ las. Hemos de decir, sin embargo, que nuestras observa­ ciones personales nos hicieron pensar en días aun antes de haberlas visto confirmadas por eso que se llama ocultismo. Según este último sistema, todo ser se halla en vías de evolución y la finalidad de la existencia no es otra que la adquisición del Conocimiento. También según ese sistema el hombre está formado por un de­ terminado número de cuerpos interpenetrados, constitui­ dos cada uno de ellos por una substancia diferente; y todos esos cuerpos poseen facultades propias. De esta suerte, los ocultistas diferencian nuestro cuerpo visible, cuyo átomo es el de la materia física y que es donde tie­ ne asiento la vida sensorial del cuerpo denominado «as­ tral», cuya substancia no es perceptible más que en cier­ tas condiciones y es asiento de la vida emocional, del cuerpo llamado «mental», más sutil aún que el prece­

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dente y asiento de la vida intelectual. De igual modo que estamos rodeados por el aire (materia física gaseosa) lo seríamos también por un vasto océano de esas otras materias de esencias diferentes de las cuales están hechos nuestros cuerpos «astral» y «mental». Nuestras activi­ dades emocionales e intelectuales, según dicho siste­ ma, tendrían una repercusión invisible, pero generadora de resultantes tangibles sobre sus planos respectivos; es decir, sobre el conjunto omnilatente de las substan­ cias astrales y mentales. No se nos oculta cuán obscura debe parecer esta sucinta exposición a aquellas personas para las cua­ les estas doctrinas sean completamente nuevas. Por consiguiente, por si quieren profundizar en ellas, las remitimos a las obras especiales sobre la materia. Lo que ahora importa poner en claro es que estas teorías parecen ciertas en cuanto a los resultados que hemos expuesto más arriba. De esta suerte, cuando experimen­ tamos un estado afectivo cualquiera, éste parece no per­ manecer en su condición virtual; determina en el pla­ no astral formas particulares y pone en juego diver­ sos agentes que, de concierto, actúan sobre nosotros. Cualquier emoción definida, la cólera por ejemplo, produce en el plano astral una violenta perturbación cuyos efectos se dejan sentir, y atrae hacia sí fuerzas o influencias destructoras. El deseo de un objeto cual­ quiera, sobre todo si va acompañado de su correspon­ diente representación mental, obra, invisiblemente, de manera tal, que, si persiste por algún tiempo, puede suceder: o que nos atraigamos a una persona que pueda

E L P O D E R D E LA V O LU N TA D

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ponemos en posesión real de aquello que codiciamos, o que creemos sobre las causalidades ambientes una ac­ ción que las modifique de tal modo que pronto nos hállanos en condiciones de obtener el objeto en cues­ tión. En efecto, ¿no hemos tenido ocasión de comprobar, quién más, quién menos, la existencia de una aparien­ cia de relación entre algunos de nuestros movimientos psíquicos y ciertos acontecimientos que, a veces, se pro­ ducen inmediatamente después de haber puesto en jue­ go nuestra voluntad?... Hemos perdido un objeto cual­ quiera, un libro, un documento; lo buscamos activa­ mente durante unos instantes, sin encontrarlo. Cansados de la búsqueda, renunciamos a hallarlo por el momento y, al cabo de algunos minutos de un estado mental fluctuante, a nuestro pensamiento acude la idea de ir a tal o cual lugar de la casa, o buscar en tal o cual mue­ ble, donde, con gran sorpresa nuestra, apenas metemos la mano, tropezamos con el objeto perdido. Otro ejem­ plo; por espacio de cierto tiempo nos hallamos absor­ tos en una determinada tarea, para ayuda de la cual nos sería precisa una indicación, un libro, cualquier contri­ bución que no vemos manera de procuramos. Y de im­ proviso, por el conducto más inesperado, llega a nues­ tra demanda mental una respuesta tangible. En razón de una ley afirmada por los ocultistas — continuadores de la ciencia de los antiguos iniciados —, el pensamien­ to tiende a realizarse y pone en acción los agentes re­ queridos para ello. Parece ser, a príori, que esta afir­ mación ha sufrido un mentís formal por la oposición ma­

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nifiesta existente entre lo que nos ocurre y lo que con­ vendría que nos ocurriese. Sin embargo, ¿no es evi­ dente que estos yerros quedan explicados por la mul­ tiplicidad y antagonismo recíproco de nuestras voli­ ciones? Bajo el impulso de la facultad de querer, reac­ cionan los factores invisibles de realización; pero, ¿a cuántos deseos, aspiraciones y tendencias, más o menos contradictorias, no sometemos su dócil concurso? «Querer a la vez — hemos escrito en otro lugar — el equilibrio fisiológico, el bienestar constante y los go­ ces intensivos; desear al mismo tiempo las luces del conocimiento y las satisfacciones pasionales; buscar para­ lelamente una fortuna colosal y la cultura estética; pre­ tender llevar a cabo una obra grandiosa y vivir un amor apasionado, etcétera, es emitir dos corrientes de fuerza que tienden a neutralizarse mutuamente.» No es raro ver personas a las cuales todo suele salirles a pedir de boca; observemos a estas personas y tendremos ocasión de apreciar que se trata de seres cuyo pensamiento permanece constantemente fijo sobre un único objetivo. Por el contrario, vemos individuos inteligentes, sumamente cultos, y activos a su manera, que fracasan en todo cuanto emprenden. ¿No será por­ que estos últimos diseminan su respectiva facultad vo­ litiva sobre demasiadas cosas a la vez?

EL PODER DE LA VOLUNTA1

2.

207

E n c a d e n a m ie n t o c a u sa l

Los pensamientos de idéntica naturaleza se atraen; por el contrario, los de índole opuesta se repelen. Di­ cho esto de otro modo, la modalidad habitual de nues­ tros estados de alma nos pone en relación con otras disposiciones análogas a las nuestras. Despréndese esta ley de los diversos escritos de la Escuela ocultista. Co­ múnmente se oye decir: «Quien se reúne, se une». Pero el significado de este dicho limítase, en la mayor parte de los espíritus, a la idea de una selección completa­ mente psicológica. Determinados accidentes fortuitos su­ gieren una extensión de esa interpretación. La telepsiiquia — que en lo sucesivo entra ya en el dominio de lo positivo — bastaría para explicar la relación de dos mentalidades correspondientes, a través de la distancia, y la formación de una cadena, de una corriente de atrac­ ción que va incesantemente de una a otra de esas dos mentalidades, hasta el día en que, materialmente, se en­ contrarán. Si es cierto que nuestras intenciones secretas son sus­ ceptibles de abducción sobre aquellos seres cuyas luces, cuyo concurso, apoyo o servicios nos serían útiles, pa­ rece ser que, por ello mismo y en proporción considera­ ble. podemos condicionar ciertas circunstancias de nues­ tro destino. Lo que hoy nos sucede será la consecuencia de nuestros pensamientos precedentes, del mismo modo que los pensamientos a que actualmente nos entrega­

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208

mos habrán de influir sobre las causalidades genera­ doras de los acontecimientos o hechos futuros. La predicción del porvenir, hoy del dominio de la ciencia moderna — lo mismo que la telepsiquia —, de­ muestra que, con anterioridad a su propia manifesta­ ción material, todas las eventualidades preexisten a sí mismas. Por lo tanto, cualquier hecho determinado será la resultante de una serie de causalidades que sólo cier­ tos seres pueden percibir y apreciar por adelantado.

3.

A l g u n o s s u g e s t iv o s e je m p l o s DE PREVISIÓN

En su obra intitulada Los fenómenos psíquicos, el doctor Maxwell refiere que cierto día, uno de sus su­ jetos experimentales, al mirar fijamente un cristal, tuvo la visión de un buque en llamas. Describió las peripecias del incendio e indicó el nombre del navio: Leutschland. Pues bien, una semana después, el vapor Deutschland se hundía en el Atlántico víctima de un incendio. El mé­ dium, en su previsión, leyó una L en lugar de una D, es cierto, pero no se dejará de reconocer que este detalle es en sí sumamente insignificante, tanto más cuanto que era muy posible que esta letra inicial estuviese harto bo­ rrada para parecer una L en lugar de una D. He aquí, pues, un naufragio determinado por lo menos con ocho días de antelación. Virtualmente, los elementos que lo produjeron pudieron reflejarse en forma de una imagen

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209

precisa y perceptibles para un ser dotado de facultades sobrenaturales. Camilo Flammarion, en su obra La Muerte y su misterio, cita otro hecho, más sugestivo todavía que el anterior desde el punto de vista que nos ocupa. Helo aquí: «El profesor Boehm, que enseñaba matemáticas en Marburgo, hallándose una noche en compañía de un amigo, sintió de pronto la convicción de que debía re­ gresar inmediatamente a su domicilio. Pero como quie­ ra que se hallaba muy a gusto tomando el té, resis­ tióse a esta inspiración, que no tardó en volver a mani­ festarse con fuerza tal que el profesor no tuvo más remedio que ceder. Al llegar a su casa hallólo todo tal como lo había dejado; no obstante, sintióse impulsa­ do a cambiar de lugar el lecho y, por muy absurda que le pareciese esta orden mental, comprendió que de­ bía obedecer. Por consiguiente, llamó a su criado y, con ayuda de éste, cambió el lecho a otro extremo de la alcoba. Una vez realizado esto sintióse completamente serenado y regresó a casa del amigo para concluir la velada en su compañía. Separóse de él a las diez, hora en que retornó a su domicilio, se acostó y se durmió. Al cabo de algunas horas, un gran ruido despertóle bruscamente y entonces vio que se había desprendido una gran viga del techo, arrastrando consigo un pedazo de éste: la viga yacía precisamente en el lugar en que antes había estado colocada la cama.» En el caso que acabamos de exponer, ¿no parece ser que fue un elemento puesto en acción por la voluntad 14.

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del doctor Boehm el que le comunicó las- inspiracio­ nes e impulsos indispensables para su seguridad per­ sonal? Fatalmente estaba predestinado a cualquier grave fractura, probablemente incluso a la muerte, en la no­ che en que se produjo el desprendimiento de la viga en cuestión. ¿De qué otro modo explicar el misterioso me­ canismo en virtud del cual fue el doctor advertido del peligro y salvado de éste, sino como una consecuencia de los datos ya expuestos, es decir, por el concurso de un «plan» reaccionado bajo la actividad de la inte­ ligencia humana? Podría preguntarse por qué, teniendo entendido que todos tememos los accidentes, no nos vemos tan efi­ cazmente socorridos en los momentos de peligro. Esta objeción, aunque deja intacto el problema planteado por el caso anterior, se parece a la que podría ha­ cerse en circunstancias tales que, expuestos dos hombres a un mismo peligro, las facultades del uno — su san­ gre fría, por ejemplo — le hubieran permitido escapar indemne a dicho peligro, en tanto que el otro, más de­ ficientemente dotado por la Naturaleza, hubiese sucum­ bido a él.

4.

I n d ic a c io n e s p k á c t ic a s

No nos hacemos demasiadas ilusiones acerca de que todos nuestros lectores nos hayan de seguir al terre­

EL PODER DE LA VOLUNTAD

211

no que acabamos de indicar. No obstante, hemos pro­ curado no pasar en silencio esta fase de la cuestión del poder de la voluntad. Por otra parte, se admita o no la acción del pensamiento sobre las causas secundarias, queda por considerar el efecto indirecto de nuestra rec­ titud mental en relación con nuestro destino, y a este respecto se imponen los mismos principios directivos. Al adoptar una orientación fija, a la cual quedan subordinadas todas sus aspiraciones como principal, se satisfacen por igual las leyes de la razón y los princi­ pios d d psiquismo. En efecto, el racionalista considera que emplea así juiciosamente su energía mental y el ocultista tendrá puesta la mirada en la necesidad de insis­ tir acerca de la formadón de las mismas imágenes mentales con d fin de asegurar su realización. Procurarán, además, esforzarse en mantener en sí mismos — pese a las diversas causas perturbadoras que' puedan presentarse — un humor constante; y ello será, para el uno, una prudente medida de dominio de sí mismo, y para el otro la observancia de la ley de atracdón de las condidones de quietud mediante el culti­ vo de este último estado de ánimo. Paralelamente, la fisiología indica que d pesimis­ mo, el odio, la cólera, etc., intoxican el organismo, y los adeptos de la magia sostienen que estos estados de alma atraen hacia nosotras fuerzas destructoras y vio­ lentos acaecimientos. Siempre la ciega obediencia del individuo a las pa­ siones emodonales, considerada desde los dos puntos de vista diferentes, conduce a una conclusión idéntica:

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jque es necesario dominar los impulsos. Para uno, esta [necesidad o conveniencia se hace ostensible por efecto del desorden psíquico inherente a los estados emotivos demasiado intensos; piensan otros, que, tolerando en sí mismos cualquier grave desarreglo, preparan el sub­ siguiente en el plano causal de los acontecimientos para un futuro más o menos lejano. Como aplicación práctica de la voluntad al destino, indican las teorías ocultistas determinados procedimien­ tos extremadamente complicados. Nosotros los conside­ ramos como medios mecánicos encaminados a susten­ tar la concentración mental. Resultan perfectamente in­ útiles para aquellas personas que han practicado un se­ rio adiestramiento de su facultad volitiva. Todo el ce­ remonial de la magia puede sintetizarse en un simple es­ fuerzo volitivo. En vuestros momentos de meditación, singularmen­ te cuando sintáis dispuesto vuestro espíritu y hayáis pre­ cisado cuidadosamente los datos de aquellos problemas que os propongáis realizar, los atributos humanos que deseáis adquirir, las condiciones morales y materiales de la situación que deseáis alcanzar, etc., no olvidéis que os rodea un agente invisible, dócil vehículo de las voli­ ciones precisas, continuas y enérgicas. Apelando al recuerdo de todos los motivos que os sostienen en la lucha cotidiana, contemplad esos mismos motivos hasta que experimentéis un entusiasta movimien­ to de actividad. Después, canalizad esta oleada de ener­ gía, proyectadla serenamente, definiendo también, cor

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213

toda la daridad que os sea posible, aquello que de­ seáis obtener. Poned cuidado en evitar toda agitación o sobre­ excitación y en ser en todo momento dueños de vuestros actos. Vigilad con la tranquila seguridad del hombre que sabe exactamente lo que busca y que constantemente se afirma a sí mismo que conseguirá determinarlo de modo concreto. Al representaros imaginativamente los hechos que de­ seáis ver cumplidos, en todos sus detalles y, si posi­ ble fuera, en su encadenamiento lógico, repetid inte­ riormente y con energía: «De esta suerte quiero que se orienten las cósase; «Mi vida quedará condicionada de esta manera»; «Yo creo las condiciones determinantes de lo que deseo», etc. Por sí misma, esta práctica produce el excelente efecto de afirmar las resoluciones, de eliminar la duda paralizante y de mantener el espíritu orientado hacia los principales puntos que solicitan la atención.

ÍNDICE

Pág. 5

Prólogo

L

CÓMO PREPARARSE PARA REGULAR LA VOLUNTAD

1. 2.

D eterninism o y libre a l b e d r í o .................................... M anera de crear en sí mism o u n a propensión h a d a el e s f u e r z o ...................................................................... 3. A yuda aportada p o r las principales aspiraciones ... 4. L a fuerza n e rv io s a ............................................................. 5. Idea general de la subordinación del autom atism o a la c o n d e n d a ............................................................. 6. R egulad ón d e los im pulsos e m o c io n a le s.................... 7. Regulación de los impulsos s e n s o ria le s .................... 8. Posibilidad inm ediata d e efectuar los precedentes esfuerzos ...................................................................... 9. M odo de obtener provecho de las indicaciones conte­ nidas en este capítulo .............................................

II.

13 14 18 19 20 21 23 25 27

M o d o d e r e g i r s e e l in d iv id u o

1. R eguladón orgánica ............................................. 2. R eguladón del s u e ñ o ............................................. 3. R eguladón de la actividad m ental al despertar ... 4. C am bio voluntario d e p e n sa m ie n to s.................... 5. Período d e r e p o s o ..................................................... 6. Exam en periódico de sí m i s m o ............................

31 37 40 41 44 46

218

ÍNDICE

Pág. 7. 8.

9.

Las depresiones o c a sio n a le s............................................. Las costumbres ............................................................. L a c a l m a .............................................................................. III.

1. 2.

3. 4. 5. 6.

7. 8.

9.

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

61 62 64 67

69

72 73 75 79

CÓMO ORGANIZAR EL PROPIO DESTINO

L a voluntad, el carácter y el d e s tin o .................... L a salud ...................................................................... Plan de acción m odificadora del d e s tin o ........... Algunas cualidades indispensables .................... Suerte y d e s g r a c ia ..................................................... Las pruebas, la adversidad y el infortunio ... C oncebir en idealista y realizar en realista ... Egotismo y a l t r u i s m o ............................................. L a equidad ............................................................. V.

1. 2. 3. 4. 5. 6.

CÓMO ADQUIRIR UN APLOMO PERFECTO

M anera de conservar la presencia de ánim o ante cualquiera ...................................................................... C ultura y empleo de la m i r a d a .................................... C ultura y em pleo de la v o z ............................................. D e la a c t i t u d ...................................................................... El arte de persuadir: sus prim eros principios........... P reparación de u na entrevista d if íc i l............................ ........... Observación de los c a r a c t e r e s .................. N o hay que dejarse desconcertar n u n c a .................... Práctica d e la seguridad ............................................. IV.

47 50 53

83 85 89 98 107 111 114 118 120

L a s GRANDES FUENTES DE ENERGÍA

Aislamiento ............................................................. M editación..................................................................... Objetivación ............................................................. C o ncentració n ............................................................... Autosugestión ............................................................. Transform ación de las f u e r z a s ............................

125 128 129 131 135 139

219

ÍNDICE

VI.

P o d e r d ire c to

de la

v o lu n ta d

so b re

EL ORGANISMO Y MODO DE EJERCERLO

Pág. 1. 2. 3. 4. 5.

L a voluntad, accionada durante la h ip n o s is Profundos efectos de la idea en estado de vigilia ... Lo que puede la idea reflexiva: u n e je m p lo En todos los tiempos h a sido utilizada la acción cura­ tiva de la i d e a .............................................................. Aplicaciones individuales ............................................

VII.

P o d e r d ire c to de la

145 149 154 158 160

v o lu n ta d s o b re

NUESTROS SEMEJANTES

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Los legendarios poderes de los m a g o s ................... Los teorizantes d e la ciencia psíquica durante los siglos xvi y x v i i .............................................................. Los grandes m ag n etiz ad o re s............................................ H echos m odernos de com unicación del pensam iento L a sugestión mental ..................................................... Análisis de los h e c h o s .................................................... A diestram iento prelim inar ............................................ Métodos indicados por diversos a u t o r e s ................... Resumen e instrucciones p a ra el em pleo corriente de la telepsiquia. — Acción del pensam iento a dis­ tancia ..............................................................................

VIH.

1. 2. 3. 4.

169 172 173 175 177 182 184 188

191

A c c ió n d i r e c t a d e l a v o l u n t a d SOBRE EL DESTINO

T oda representación m ental nos im ana hacia su ob­ jeto, o bien im ana a éste h a d a nosotros .......... Encadenam iento causal .................................................. Algunos sugestivos ejem plos d e p re v is ió n ................... Indicadones prácticas .....................................................

203 207 208 210

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