El Poder de La Empatía. Una Solución Para Los Problemas de Relación - Mireille Bourret

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Mireille Bourret

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Una solución para los problemas de relación

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Introducción PRIMERA PARTE ¿Qué es la empatía? CAPÍTULO 1 La empatía, la simpatía, la compasión CAPÍTULO 2 Las neuronas-espejo: la biología de la empatía ¿Y la intuición? CAPÍTULO 3 Por qué ser empáticos CAPÍTULO 4 ,Es usted empático? SEGUNDA PARTE Cómo desarrollar nuestra empatía CAPÍTULO 5 Bajar el ritmo Test.- ¿Cuál es tu actitud frente a la velocidad? Pistas y recursos CAPÍTULO 6 Apagar el móvil 11

Test.- ¿Estás enganchado al móvil? Pistas y recursos CAPÍTULO 7 Escuchar y callar ¿Sabe usted escuchar? Pistas y recursos CAPÍTULO 8 No juzgar ni catalogar Test.- ¿Critica usted demasiado? Pistas y recursos CAPÍTULO 9 Salir de sí para hacerse presente Test.- ¿Está usted ahí? Pistas y recursos CAPÍTULO 10 Comprender desde dentro Pistas y recursos Conclusión Bibliografía

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UNA sonrisa sin respuesta... A todos nos ha ocurrido alguna vez aquello de sonreír a un conocido que no nos reconoce en ese momento o que no responde a nuestra sonrisa. Dentro de nosotros surgen multitud de emociones. Desde sentirnos rechazados hasta sentirnos divertidos, no sin cierta inquietud, la impresión que experimentamos en esos momentos es profunda y en absoluto insignificante. Todos tenemos necesidad de empatía. Nos gusta sentirnos comprendidos, incluso a veces sin tener que dar explicaciones. Una de las finalidades de nuestras relaciones es sentir que «existimos» para los demás. Nos gusta saber que el otro conoce nuestras diferencias y las respeta. No existe una verdadera intimidad sin empatía: la intimidad va a la par con la apertura recíproca al otro. La empatía se sitúa justamente dentro de ese reconocimiento del otro, tanto en lo que respecta a su presencia física como en lo que atañe a sus emociones, sus deseos, sus sentimientos y sus ideas, así como a la manera en que el otro nos reconoce. Al marido de una amiga nuestra acaban de anunciarle que tiene un cáncer en fase terminal. Al contárnoslo, si sen timos empatía, podemos comprender lo que nuestra amiga siente y aquello por lo que está pasando como si nos ocurriera a nosotros mismos: sentimos una comprensión íntima e inmediata. A pesar de ello, también reconocemos en cierta manera que es algo que no nos ocurre a nosotros. La empatía implica una percepción y una comprensión del otro, pero no necesariamente una identificación con él o un sufrimiento igual que el suyo. La empatía nació con el hombre: en una época en que la supervivencia era extremadamente difícil, esta característica era esencial. Al facilitar la descodificación del entorno, permitía decidir cómo reaccionar en función del peligro, de la agresión o, por el contrario, en función de la supervivencia o de la cooperación. Desde el punto de vista de la evolución, la empatía es una herramienta de caza que sirve para detectar a los predadores y a los agresores y para elegir un compañero sexual. Gracias a ella, percibimos nuestro entorno físico, pero, sobre todo, nuestro entorno social; nos ayuda a interpretar el humor del otro, incluso sus emociones, y a decidir qué hacer en función de las informaciones que hemos recabado. Si consideramos la infinita variedad de contextos en que se utiliza la empatía, no es de extrañar que el concepto sea tan difícil de descifrar y, más aún, de explicar. En la Primera Parte abordaremos el concepto de empatía y las diferencias entre las 14

nociones de empatía, simpatía y compasión. También veremos por qué se ha desarrollado el concepto de empatía, especialmente dentro del contexto de la psicoterapia, pero también en términos biológicos, con el descubrimiento de las neuronasespejo y sus implicaciones. A continuación, intentaremos comprender por qué es importante demostrar empatía y en qué circunstancias puede ayudarnos en nuestras relaciones. En la Segunda Parte examinaremos las etapas principales del proceso de adquisición o desarrollo de la empatía, e indicaremos algunas estrategias que nos ayudarán a cultivarla en situaciones cotidianas. Asimismo, aprenderemos a utilizarla, no para manipular a los demás (hacer que hagan lo que no quieren hacer), sino para comprender lo que realmente son, lo que sienten, lo que desean... y, de este modo, encontrar espacios de cooperación y de «sincronía». Definiremos las etapas necesarias para ser más conscientes de que la empatía es una infraestructura intuitiva de la percepción; y, para terminar, daremos algunas pistas y consejos para poner en práctica.

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Desde hace algunos años, la empatía y la compasión son ideas que se han puesto de moda. Pero ¿quién podría definirlas con exactitud y explicar las diferencias entre los diversos conceptos relacionados con ellas? En esta Primera Parte examinaremos las definiciones de las ideas relacionadas con estas nociones, así como su origen. Más adelante, nos centraremos en el reciente descubrimiento de nuestro sistema de neuronas-espejo, que pone en perspectiva el aspecto biológico de la empatía y podría llevarnos a descubrir que poseemos un sexto sentido para la percepción del mundo. ¿Por qué ser empático? ¿Por qué es importante desarrollar, adquirir y comprender la empatía? ¿Para qué puede servirnos? Consideraremos varias razones, como, por ejemplo, el lugar que podría ocupar la empatía dentro de las relaciones sociales o incluso dentro de la solución de conflictos. ¿Por qué utilizar la empatía? Pero, sobre todo, ¿cómo llegar a ser consciente de que dentro de nosotros todo está preparado para reconocer y utilizar nuestro potencial empático?

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«El secreto del arte de ver es la simpatía». Montesquieu

UANDO decimos algo al mismo tiempo que otra persona, cuando compartimos una «risa floja» o incluso los mismos pensamientos, en un momento dado nos encontramos frente a una manifestación de la sincronía, la máxima expresión de la empatía compartida. Encontrarse con el otro en un instante del tiempo, compartir completamente un momento, estar en la misma onda... Un estado de sincronía, por ejemplo, es el que se da entre una madre y su recién nacido. Desde que llegan al mundo, los bebés perciben las emociones de las personas que les rodean, pero no lo manifestarán antes de los 4 años. Solo a esa edad pueden los niños ponerse en el lugar de los demás sin perder su identidad. Cuando a Juan, con 4 años, se le cae su galleta, se pone a llorar. Lisa, con 5 años, al ver lo que ha ocurrido, le da un trozo de la suya. Lisa ha demostrado empatía, se ha puesto en el lugar de Juan y ha encontrado la manera de aliviar su problema. Incluso va más allá de la empatía, puesto que pasa a la acción para calmar su sufrimiento, demostrando compasión. Desde hace algunos años, los términos «empatía» y «empático» se emplean en todo tipo de contextos. Estas palabras tan de moda abarcan una serie de nociones que resultan más o menos contradictorias. Todos hemos oído hablar de la serie Star Trek, en la que aparecen unos persona jes a los que se califica de «empáticos», porque poseen unos poderes derivados de la empatía, como la llamada «cuasitelepatía» e incluso la capacidad de hacer suyo con el sufrimiento ajeno. Prueba de ello son los personajes empáticos de las series de televisión, de los libros o de las películas, que tienen toda clase de poderes, desde la verdadera empatía transformada en casi telepatía hasta la posibilidad de apropiarse los sufrimientos ajenos. Todos los mediums y videntes utilizan la empatía como reclamo publicitario y se valen de ella en sus prácticas. Efectivamente, podemos afinar nuestra percepción de lo que ocurre en el otro centrándonos, evidentemente, en el 19

contenido de su mensaje, pero también en su lenguaje no verbal y en las emociones que siente; más adelante veremos que todos poseemos un sistema de neuronas-espejo que nos lo permite. Resulta difícil ponerse de acuerdo sobre la definición de la empatía, pues es un concepto que ha evolucionado mucho desde su primera utilización. Adoptado a principios del siglo XX, el concepto de empatía se desarrolló siguiendo varias direcciones, según la disciplina en la que era utilizado. Ya en 1740, David Hume comentaba: «Existe en la naturaleza humana una marcada inclinación a imaginar que los demás sienten las mismas emociones que observamos en nosotros mismos»', afirmación que se asemeja muchísimo a las definiciones modernas de la empatía. Si examinamos las raíces griegas y latinas de los términos que nos interesan, podemos llegar a comprenderlos y a diferenciarlos mejor. En griego antiguo, la raíz pathos significa «sufrimiento» o «lo que sentimos». El prefijo em- significa «en», «dentro de». La empatía sería, pues, la capaci dad de sentir o de comprender desde dentro lo que el otro siente. La empatía implica optar deliberadamente por ver y sentir una situación de la misma manera en que el otro la vive y adoptar su punto de vista, incluidas sus reacciones emotivas, sin dejar por ello de ser consciente de que se trata de la experiencia del otro y sin que influya necesariamente en nuestras propias emociones. Aunque parezca sencillo, científicos de diferentes especialidades no dejan de debatir sobre las implicaciones de la empatía. Las raíces de las palabras pueden ayudarnos a discernir las diferencias entre los conceptos de «empatía», «simpatía» y «compasión». La palabra empatía tiene su origen en el griego y significa «sufrir con», un significado que hoy se atribuye más bien a la simpatía. Fue sobre todo el psicólogo americano Carl Rogers quien renovó el concepto, dándole una definición básica que, poco a poco, ha ido ajustándose y que, con el descubrimiento de las neuronas-espejo, se ha ido precisando aún más. Gracias a ello, la dimensión biológica confirma la dimensión intuitiva y psicológica. Según Rogers, «la empatía consiste en interpretar con la mayor exactitud posible las referencias internas y los componentes emocionales de una persona, comprendiéndolos como si fuéramos esa otra persona». Esta definición se utiliza principalmente dentro del marco de la psicoterapia y se refiere más a la relación entre el terapeuta y el paciente que a las relaciones interpersonales en general. Varios estudios confirman que los terapeutas que demuestran empatía, calor humano, comprensión, etc. obtienen mejores resultados en cuanto a la eficacia de la terapia. 20

Rogers privilegia un enfoque terapéutico en tres etapas: la autenticidad, la empatía y el calor humano. La empatía necesita buen conocimiento de sí mismo, apertura de espíri tu, ausencia de prejuicios y, fundamentalmente, aceptación de la existencia de otros sistemas de valores. En efecto, para sentir desde dentro lo que el otro experimenta no hay que pensar que el otro es igual que nosotros, puesto que su emoción no será obligatoriamente la misma que la nuestra en la misma situación. Los niños pequeños no se diferencian de los demás en lo que respecta a la apreciación del mundo. Esto es debido a la necesaria sincronización entre la madre y el niño justamente después del nacimiento. A partir de ese momento, y durante un tiempo, la sincronía madre-hijo es una cuestión de vida o muerte. Su unión es intensa: miradas, voces y sonidos, imitación de las expresiones, sentido del tacto, del olfato, percepción inmediata, interacción, emociones compartidas... Hay quien no puede concebir un mundo emocional diferente del suyo hasta que es adulto, porque la separación madrehijo no se realizó en buenas condiciones. Este estado de sincronía con la madre se va deshaciendo poco a poco, a medida que el niño va afirmándose progresivamente como un ser diferente y único, cada vez más autónomo. A veces resulta difícil comprender «desde dentro» las emociones y las reacciones que suscitan unas costumbres culturales y religiosas diferentes de las nuestras. A una mujer occidental que ha recibido una educación laica le resultará difícil comprender a la mujer que se cubre con un velo, dentro del mundo del islam; a pesar de lo cual, muy a menudo las emociones que sienten, en determinadas circunstancias vitales, son semejantes. Durante el proceso a que fue sometida, María Antonieta, reina de Francia, fue acusada de haber cometido incesto con su hijo. Con su respuesta «Apelo a todas las madres», María Antonieta demostró que era consciente de que una madre, fuera cual fuera su origen, no podía imaginar siquiera la posibilidad de cometer un incesto, puesto que ello va en contra de la condición materna. Por eso, lo que hizo fue pedir a todas las madres del reino que demostraran empatía para con ella, aceptando en cierta manera que fueran ellas quienes la juzgaran. Para Carl Rogers, la empatía se expresa por medio de mensajes verbales y no verbales. Un terapeuta que reformula lo que su paciente acaba de confiarle, sin omitir ni añadir nada, demostrará una empatía verbal; un terapeuta con un buen contacto visual y una expresión facial que refleje atención e interés expresará una empatía no verbal. Esta empatía no verbal debe ser auténtica, es decir, que el interés y la atención que se manifiestan deben ser emociones realmente sentidas por el terapeuta. ¿Que parece complicado? Lo cierto es que hay actores que no convencen al público, y la mayoría de 21

las veces se debe a que su lenguaje no verbal no es coherente con lo que dice o se supone que debe sentir el personaje. Parece haber mucha confusión entre la simpatía, la empatía y la compasión. Los tres conceptos tienen factores comunes, pero también tienen sus diferencias. Entre sus factores comunes se encuentra la facultad de percibir al otro a través de algo que va más allá de la mera palabra. Puede ser, por ejemplo, el hecho de darse cuenta, a veces inconscientemente, de la incoherencia entre un discurso y un gesto, percibir una tensión... y así asociar directamente esa incoherencia con una emoción sentida por el otro. Juan juega al squash con Jorge todas las semanas. Desde hace algún tiempo, no se siente muy a gusto en su presencia. Al intentar explicarse el porqué de ese malestar, se ha dado cuenta de que Jorge ya no le mira directamente a los ojos, que parece tenso en su forma de actuar y de ex presarse, que ya no se queda a charlar con él después de la partida... Al recordar lo que Jorge le había contado sobre su relación con su novia, ha pensado que la forma de actuar de Jorge debía de tener algo que ver con su relación de pareja. Y así era. Más tarde se enteraría de que habían roto. Esta percepción del estado emocional de Jorge es una característica básica que comparten la simpatía, la empatía y la compasión. La diferencia entre las tres la encontramos en el uso que se hace de esa percepción, es decir, en nuestra reacción con respecto a la comprensión del otro. Si Juan se hubiera apropiado de las emociones de Jorge, las habría sentido en su propia carne, hasta el punto de sufrir también él al percibir el sufrimiento de este, y entonces hablaríamos de «simpatía»; es como si la situación de Jorge hubiera provocado en su interior un sufrimiento personal al pensar en su propia ruptura. Si hubiera comprendido cómo se sentía Jorge, pero sin sufrir por ello, permaneciendo abierto a los sentimientos de su amigo, entonces hablaríamos de «empatía». Por último, si esa percepción hubiera llevado a Juan a proponer su ayuda y actuar en función de las percepciones obtenidas por la empatía, se hablaría de «compasión»: por ejemplo, si hubiera manifestado a Jorge su comprensión y hubiera intentado ayudarle a aliviar su sufrimiento. El origen de la empatía, es decir, el hecho de ser sensible a las emociones o a la situación que vive el otro, se remonta a una reacción automática y muy antigua. En sí misma, es una reacción neutra que no implica un comportamiento particular, puesto que es simplemente una herramienta más dentro de nuestro proceso de percepciones y decisiones. Es otra manera de percibir lo que nos rodea, casi como si fuera un sentido más. A menudo asociadas en el pasado a la intuición o a la sensibilidad (e incluso a la hi persensibilidad), las mujeres parecen tener más facilidad a la hora de dar muestras de 22

empatía, probablemente porque están más en contacto con sus emociones y las comunican con más naturalidad. Si volvemos a nuestras raíces griegas, sería interesante examinar la diferencia entre ciertas nociones: la apatía, la antipatía, la empatía y la simpatía. Pathos, como ya hemos visto, se traduce por «sufrimiento» y por «lo que sentimos». Hablamos en ese caso de las emociones, de los deseos, de las intenciones, de lo que sentimos por dentro. El prefijo a-, como en «a-patía», se refiere a la ausencia, a la privación. Una persona que demuestra una actitud apática frente a una situación no se preocupa por sus consecuencias. La actitud apática niega el sufrimiento, niega el estado emocional del otro. Se trata de la indiferencia, cuando no nos importa en absoluto. A menudo se dice que la indiferencia es peor que la aversión, porque nos sentimos negados como personas, rechazados en nuestra misma esencia: «Ya te lo había dicho...» o «No veo dónde está el problema...». El prefijo anti- significa «contra» y se refiere al hecho de negarse a aceptar una emoción. Una actitud antipática reconoce que existe una emoción, pero la rechaza: «¡Deja ahora mismo de portarte como un bebé; si no, te voy a dar una buena razón para llorar!»; o «¡No hay por qué ponerse así!». El prefijo sim-, que significa «con», implica que en una actitud simpática la emoción se comparte, se vive desde dentro: «Lo que me cuentas me da mucha pena»; o «Yo también estoy enfadado con él, porque te ha hecho daño». Esta actitud se confunde a menudo con la empatía, puesto que se trata de sentir desde dentro la emoción del otro. El prefijo em-, que significa precisamente «desde dentro», se aplica a la actitud empática; comprender la emoción del otro, pero sin compartirla; comprenderla como si estuviera en nuestro interior, pero sin que llegue a afectarnos: «Es normal que hayas reaccionado así»; o «Ya veo que estás triste»... Una dimensión importante de la empatía es el deseo sincero y auténtico de poder comprender al otro sin esperar nada a cambio, sin tener expectativas de ningún tipo. La empatía es comprender y acoger las emociones, sentimientos, deseos y acciones de los demás sin tomar partido, sin hacer juicios de valor. Lo cual no significa que estemos de acuerdo o admitamos algo que va más allá de nuestros límites personales de valores, creencias, conocimientos o experiencias; tan solo es reconocer que el otro puede ser diferente y desear comprender sus razones o sus motivos. Reconocimiento y comprensión no implican adhesión y aprobación. La empatía no es compasión aunque ambas cosas se parezcan mucho: la compasión es una actitud que consiste en ser sensible al sufrimiento de alguien y sentir el deseo de 23

aliviarle. En el primer instante, la compasión implica una especie de fusión con el otro, de lo que deriva que se tome partido y se realicen juicios de valor en su defensa, contrariamente a la empatía, que no es sino una herramienta de percepción y de reconocimiento. Tras el incidente que ha suscitado la compasión, viene la reintegración de nuestros propios valores si son diferentes de los del otro. La compasión está relacionada con el sufrimiento y, sobre todo, con las emociones negativas, y tiende a pasar al acto para remediarlas. La empatía permite comprender todas las emociones, tanto positivas como negativas. La compasión conduce a un estado emocional de carencia, de febrilidad o de inacabamiento mientras el problema no se haya solucionado. No hay compasión sin empatía, pero la empatía es posible sin la compasión. Una compasión llevada al extremo se convierte en piedad y conmiseración, emociones que nos hacen sentirnos incómodos, porque implican, de manera implícita, una comparación con el otro, un sentimiento de superioridad con respecto a él. ¿Cuántas veces no nos habremos reprochado el haber hablado sin reflexionar? ¿Cuántas veces no nos habremos sentido incómodos al recordar nuestro comportamiento o nuestras palabras frente al sufrimiento expresado por el otro? Roberto se encuentra con Paula, una compañera de trabajo que parece estar destrozada: la acaban de despedir. Enseguida, al verla desorientada y trastornada, siente pena por ella, porque además trabajan en el mismo departamento. Paula le cuenta que se siente como una criminal, porque ni siquiera puede entrar en su despacho sin la presencia de los guardias de seguridad de la empresa; le han dicho que sus resultados en la empresa no estaban a la altura de su sueldo, que no era capaz de cumplir su contrato... Roberto se muestra compasivo, le da su opinión y le asegura que él tampoco comprende cómo ha podido ocurrir, puesto que Paula trabajaba bien. Más tarde, al recordar las palabras que le ha dicho a Paula, a Roberto le da un poco de vergüenza, ya que él mismo también pensaba que Paula no trabajaba bien y no colaboraba con los demás. Roberto se ha mostrado exageradamente compasivo con Paula: le habría bastado con mostrar una actitud empática para poder escucharla y comprender cómo se sentía. En efecto, la empatía no implica una fusión con el otro, ni supone compartir los mismos valores, sino que consiste, simplemente, en comprender los sentimientos del otro. También se habría dado cuenta de que no debería haber compartido los problemas de Paula, que él no era la persona más adecuada para ello. Más aún, más adelante, cuando Paula se entera de que Roberto se había quejado de su escasa colaboración, se siente traiciona da. Roberto ha demostrado una compasión exagerada y más bien rayana en la conmiseración, muy ajena al respeto y a la 24

comprensión. Si volvemos al incidente inicial, Roberto podría no haber sentido la necesidad de darle la razón a Paula; podría haberla escuchado simplemente y comprendido sus sentimientos, y con eso habría bastado. La empatía se diferencia también del contagio emocional, que se da cuando una persona acaba encontrándose en el mismo estado afectivo que el otro, sin marcar la distancia que observa la empatía: el pánico de una multitud ante un incendio, por ejemplo, es un caso extremo de contagio emocional. Una persona que vive con alguien que padece trastornos emocionales puede desarrollar los mismos síntomas, que desaparecen cuando ya no hay contacto. Otro caso es el de la hipersensibilidad. Una persona hipersensible alimenta su emotividad, ya de por sí demasiado grande, con todas las percepciones, incluidas sus percepciones de naturaleza empática. Claro está: es empática en el fondo, pero interpreta su percepción de los sentimientos ajenos en función de su propia experiencia y sus propias heridas. Durante la interpretación, se produce una especie de distorsión cognitiva; se rompe el proceso empático, en el sentido de que la persona hipersensible se adueña de la situación del otro y proyecta en él su propia reacción emocional. Con el descubrimiento de las neuronas-espejo, podemos tener la certeza de que todo ser humano, como probablemente la mayoría de los mamíferos, posee el bagaje necesario para desarrollar empatía. En realidad, es un potencial arraigado en nuestro interior y que utilizamos o bloqueamos en función no solo de nuestro temperamento, nuestras experiencias, nuestra capacidad de imaginación, nuestros sufrimientos anteriores y traumatismos, sino tam bién en función de nuestras alegrías y nuestra sensación de seguridad e integridad. La empatía es, pues, la facultad de comprender al otro desde dentro, a partir de las señales de nuestro sistema de neuronas-espejo, pero también gracias a un proceso intelectual en el que participan la memoria, el reconocimiento, las deducciones y las previsiones. La facultad de experimentar al otro en nuestro propio cuerpo. Conocemos perfectamente -y desde dentro, en cierto modo - la diferencia entre compasión y empatía. Por ejemplo, cuando comprendemos a la perfección las reacciones de otra persona teniendo en cuenta su marco de referencia, pero ni siquiera así nos afecta, porque no sentimos ninguna emoción ni tenemos la necesidad ni la intención de intervenir, entonces demostramos una empatía pura, es decir, que nuestra herramienta empática funciona a pleno rendimiento. Las percepciones que deducimos de esas 25

situaciones son probablemente más realistas, porque nuestra interpretación no se ve afectada por nuestra sensibilidad o parcialidad. Lo cual no significa, sin embargo, que seamos insensibles o que carezcamos de calor humano. La empatía no implica que nos sintamos afectados por una situación, aunque tal cosa puede ocurrir, pero sí que, en cuanto nos sentimos afectados, reaccionamos frente a nuestra percepción empática. El calor humano que manifestamos en mayor o menor medida como respuesta a nuestras percepciones empáticas es la compasión. Desde sus orígenes, el ser humano tiende de modo natural a la compasión: es también cuestión de supervivencia. Tener empatía no es bueno o malo; simplemente, la tenemos, y punto. Sin embargo, en nuestras sociedades occidentales está bastante mal visto no compadecerse ante las desgracias que observamos, aunque solo sea viendo el telediario. En su libro Los límites del perdón, Simon Weisenthal relata un ejemplo impactante de empatía y de la consiguiente compasión. Durante la Segunda Guerra Mundial, en un campo de concentración, se ordena a un judío que acuda a la habitación de un miembro de las SS. Simon Weisenthal es conducido al lecho de muerte de ese alemán, quien le relata las torturas que ha infligido a los judíos y por las que siente grandes remordimientos. Su intención es pedirle perdón a un judío como representante de todo su pueblo. Wiesenthal, cuyo estado es tan lamentable que tan solo es capaz de sentir indiferencia, con un gesto de su mano espanta una mosca del rostro ensangrentado del alemán. Este gesto nos demuestra que, incluso en situaciones extremas, podemos percibir, de forma automática y casi inconsciente, una necesidad o un sentimiento del otro y, por lo tanto, mostrar empatía. Al mismo tiempo, también de forma automática y casi inconsciente, podemos elegir compadecernos o no. Wiesenthal vio la mosca, se percató de que estaba encima de la herida de su enemigo en su lecho de muerte, que molestaba al otro, y decidió espantarla, aunque hubiera tenido todas las razones del mundo para estar resentido con aquel hombre. Por otro lado, el hecho de que el alemán le pidiera perdón le ocasionó un problema de conciencia que le perseguiría el resto de su vida: intuyó la necesidad de perdón y de arrepentimiento del alemán (empatía), pero en ese momento no pudo decidirse a remediarla (elección de no compadecerse). Las personas que trabajan en ambientes en los que están en contacto con el sufrimiento ajeno están más expuestas a padecer una afección cada vez más documentada y que se conoce como «desgaste por empatía» (Compassion Fatigue). El desgaste por empatía es un estrés secundario provocado por la acumulación de gran 26

cantidad de expe riencias emocionales vividas dentro del marco de la asistencia a personas que sufren traumatismos. Es el resultado inevitable de una invasión emotiva progresiva que se traduce en un sentimiento de impotencia, una cierta tristeza, impaciencia, cólera y estrés invasivo. Para prevenirla, las personas que están repetidamente en contacto con el sufrimiento humano deben tomar precauciones. Es conveniente que sean conscientes de sus límites, conozcan sus debilidades y sus fuerzas y encuentren el modo de ventilar sus emociones. La empatía no está teñida de emoción, sino que es anterior a la emoción.

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«Hay circunstancias en la vida en las que el hombre se asemeja a un ordenador: liso por fuera, pero lleno de frenéticas neuronas». Daniel Pennac

L reproducir los movimientos y los gestos que observan, los bebés lo hacen de forma automática: sus observaciones resuenan directamente en la zona motriz del cerebro, sus emociones son muy parecidas a las de su madre. Es la respuesta empática a su madre, programada por el sistema de neuronas-espejo. Descubierto a comienzos de la década de 1990, el sistema de neuronas-espejo ha supuesto una revolución dentro del campo de las neurociencias. Se trata de una propiedad que poseen ciertas neuronas y que explica la razón física que nos permite entrar en empatía unos con otros. Las neuronas-espejo tienden un puente de cerebro a cerebro que nos sitúa en la misma longitud de onda que nuestro interlocutor. Desde que nacemos, nuestro sistema físico se construye copiando el sistema físico de la persona más cercana a nosotros, que normalmente es la madre. Aprendemos a comunicar con el otro desarrollando nuestro sistema de neuronas-espejo. Fueron unos investigadores italianos quienes les dieron ese nombre, porque las neuronas-espejo son activadas tanto por la acción como por la observación de dicha acción. Cuando Giacomo Rizzolatti y su equipo llevaron a cabo sus investigaciones con macacos, constataron que, cuando un simio aprehendía un objeto, se activaban las mismas neuronas de su córtex precentral que cuando ese mismo si mio veía a una persona aprehender el mismo objeto. Toda una serie de pruebas, entre ellas la resonancia magnética y los electroencefalogramas, han demostrado que existe en el ser humano un sistema de neuronas-espejo asociadas a las neuronas motrices, lo cual significa que nuestros músculos reaccionan frente a las acciones que vemos realizar a otras personas. La propiedad principal del sistema de neuronasespejo es la comprensión de la acción. Puede parecer extraño que para reconocer lo que el otro está haciendo debamos activar 29

nuestro propio sistema motor; pero, de hecho, no tiene nada de extraño el que para comprenderlo «desde dentro» nuestro sistema motor se vea interpelado. Cuando Diego va a ver un partido de fútbol en el estadio, termina tan agotado como si él mismo hubiera jugado. Durante todo el partido, sus músculos se tensan y se contraen al ritmo de los de los jugadores a los que observa. La mera observación visual, sin implicación del sistema motor, no sería más que una descripción visual que no informaría sobre lo que realmente significa la acción. Pero, como Diego ha jugado al fútbol durante toda su infancia, su sistema motor conserva también el recuerdo de los «efectos» musculares de los esfuerzos físicos realizados en las diferentes fases del juego. Por lo tanto, la activación del circuito especular procura al observador una comprensión que no solo es descriptiva, sino que se asemeja a la experiencia personal. Otra función de las neuronas-espejo consiste en que nos permite percibir la intención de una acción. En este punto, nuestro sistema va más allá de la mera capacidad de observación de los gestos; se fija en la finalidad, el objetivo, la intención que subyace a esos gestos. Podemos, pues, como en el ejemplo empleado por Rizzolatti, prever si la niña que toma una manzana lo hace para comérsela o para ponerla en un cesto. Nuestro sistema está estructurado de tal manera que se activa Para permitirnos hacer esa deducción. Otros estudios aún más recientes parecen indicar que el sistema de neuronasespejo está en el origen de la empatía. Efectivamente, hay determinadas zonas neuronales que se activan tanto cuando el sujeto vive personalmente una experiencia desagradable que cuando percibe una expresión de desagrado en otra persona. Y resultados muy parecidos se han constatado en relación con el dolor experimentado por uno mismo y el dolor experimentado por otra persona. Es cierto que - como en el caso de Diego, que asiste a un partido de fútbol - nuestro sistema motor se ve solicitado por la observación. Pero tal solicitación no se limita a la mera observación de los gestos. También ocurre cuando observamos la expresión de una emoción. Por ejemplo, si vemos un gesto de desagrado, nuestro rostro tiende a adoptar una expresión de desagrado, menos acentuada ciertamente, pero indudable. Y esta expresión, o al menos la crispación de los músculos que la produce, nos incita a sentir desde dentro la repugnancia «como si» estuviéramos efectivamente presenciando algo desagradable. Sin este sistema de neuronas-espejo que nos permite comprender las emociones de los demás «como si», nuestro cerebro racional percibiría ciertamente las emociones ajenas, pero en un contexto de percepción puramente intelectual, sin calor humano y sin la implicación de experiencia afectiva alguna. Por eso, consideradas en sí mismas, sin resonancia interior, las emociones de los 30

demás no nos hacen vibrar. Sin nuestra red de percepción visceromotriz, nos vemos privados de esa comprensión inmediata e íntima de los afectos que son exteriores a nosotros. Esta comprensión inmediata e interior, «como si», es un requisito previo indispensable para que se manifieste la empatía. Diversos estudios recientes sobre la relación entre el autismo y el déficit del sistema de neuronas-espejo parecen demostrar la existencia de una correlación entre la gravedad del defecto del sistema especular y la gravedad de los casos de autismo. Compartir las emociones de los demás, dentro del marco del sistema especular, significa que comprendemos el estado anímico del otro, pero no implica que vayamos a comportarnos con él de manera compasiva. La compasión requiere empatía, pero no puede afirmarse lo contrario, porque la compasión es consecuencia de otros muchos factores, como la cercanía al otro, los sentimientos que tenemos hacia él, nuestra capacidad de identificarnos con él o incluso la percepción de sus deseos y sus necesidades. Según el primatólogo Frans de Waal, la empatía tiene su origen en el apego del recién nacido a su madre y en los cuidados maternos. En la naturaleza, cuando los pequeños expresan una emoción, la madre debe percibirla y reaccionar; de lo contrario, los pequeños mueren. Esta es la razón por la que las mujeres tienen una mayor capacidad de empatía que los hombres. Todos estamos programados para ser empáticos, para estar en la misma longitud de onda afectiva que los demás. Lo que hagamos luego depende de diversos factores: culturales, personales o religiosos. Los psicópatas, por ejemplo, como todos los humanos, poseen los componentes biológicos (las neuronas-espejo) de la empatía, en el sentido de que comprenden y perciben los deseos, las emociones y las intenciones de los demás; pero, a diferencia de estos últimos, dichos deseos, emociones e intenciones les resultan del todo indiferentes. Daniel Goleman refiere un encuentro entre un científico y un asesino en serie; al preguntarle si no sentía compasión por sus víctimas, el asesino respondió que no, porque si hubiera sentido compasión no habría podido hacer lo que había hecho. Comprendía, por tanto, la noción de empatía y admitía no haber hecho caso de ella para nada. Lo cual demuestra que podemos interceptar nuestro sistema emocional o bloquear nuestras reacciones frente a nuestras percepciones empáticas, y lo hacemos a menudo y por muy distintas razones: falta de tiempo, experiencias de heridas anteriores relacionadas con los afectos, etc. En algunos casos, la resonancia afectiva, simplemente, no se produce. En otros casos, la resonancia afectiva resulta demasiado intensa, y la empatía es 31

fruto de la simpatía: sentimos lo que el otro siente. El mismo fenómeno explica el contagio emocional, que, dicho sea de paso, no es necesariamente positivo: sentirse demasiado afectado por las emociones ajenas puede resultar un verdadero problema. Efectivamente, sufrimos con el otro, y eso es doloroso; pero, además, una emoción demasiado fuerte nos impide encontrar soluciones o actuar para aliviar las emociones que dañan a uno o a otro. Esta resonancia puede tener también consecuencias nefastas en el desarrollo de la personalidad, especialmente como consecuencia de una situación repetida de sufrimiento ajeno. ¿Y la intuición? En el fondo, la existencia de las neuronas-espejo podría asimilarse al descubrimiento de un sexto sentido que nos permitiera comprender el mundo que nos rodea. La facultad de comprender al otro se produce, pues, en nuestro interior, a partir de las señales de nuestro sistema de neuronas-espejo, pero también por medio de un proceso intelectual en el que participan la memoria, el reconocimiento, las deducciones y las previsiones. Pero se produce tam bién, y sobre todo, en función del grado de interés que sentimos por la persona que tenemos enfrente; un interés que puede ser obligado, como ocurre, por ejemplo, en el ámbito laboral o en nuestros encuentros con la administración; pero que puede también ser facultativo, como sucede a la hora de elegir nuestros amigos y nuestras relaciones. Para algunos autores, el descubrimiento de las neuronas-espejo se asemeja al descubrimiento del fundamento biológico de la intuición, esa facultad de la percepción que a menudo se ha confundido con los poderes paranormales. Cuando se habla de intuición, se habla de un proceso inconsciente, se habla de impresión: una percepción que provoca en nosotros un sentimiento fugaz de comprensión repentina. Es nuestra «vocecita» que nos habla al oído; es la impresión, por ejemplo, de que alguien no es sincero, aunque afirme lo contrario, pero que no se basa en nada tangible. Más adelante, despertamos y constatamos que nuestra vocecita tenía razón, pero seguimos sin escucharla: es una coincidencia, es algo intangible, no podemos probarlo. Hasta hace muy poco, la empatía se consideraba de algún modo como la intuición: no nos habíamos decidido a explorar el fenómeno, que no se basaba en nada tangible. Actualmente, sin embargo, con el descubrimiento del sistema de neuronas-espejo, la empatía se ha convertido en objeto de serios estudios y empieza a estar bien documentada.

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«Si comprendiéramos, ya no podríamos juzgar». André Malraux

A empatía es un freno natural a la intimidación. Se encuentra en la base de la amabilidad y de lo que llamamos «humanidad». Nos ayuda a desarrollar la comprensión social. Todos tenemos necesidad de empatía. Necesitamos sentirnos comprendidos y aceptados en nuestras alegrías y en nuestras penas, en nuestros actos, en nuestras palabras y en nuestros pensamientos, en nuestras elecciones y en nuestras decisiones. Tenemos necesidad de ser aceptados. Y una explicación de esta necesidad la constituye el carácter absolutamente imprescindible de la vida social para el ser humano, que es algo que se remonta a la prehistoria, en que la importancia del se medía únicamente en función de su participación en las actividades del grupo. Era y sigue siendo cuestión de vida o muerte. La empatía es una herramienta formidable para ayudarnos en nuestras relaciones. Albergamos en nosotros toda una serie de pensamientos y sentimientos negativos; estamos llenos de prejuicios acerca de nosotros mismos y de los demás. Estos prejuicios y presunciones impregnan todas nuestras interacciones. Aunque creamos comprender al otro, a menudo proyectamos una parte de nosotros mismos en esa comprensión. Por eso hemos de tratar de ser conscientes de aquella parte de nosotros mismos que proyectamos e intentar hacer abstracción de ella. La empatía abre la puerta a la relación que Daniel Goleman ha denominado I-you, por oposición a la relación I-¡t. En una relación I-you, las dos personas son seres en el sentido plano del término. En una relación I-¡t, una de las dos personas es considerada desde un punto de vista utilitario, en función de su presencia o de su función en un momento dado. La cajera es una cajera, pero mi amiga Sabrina, que casualmente trabaja como cajera, es una persona en el pleno sentido de la palabra y no puede ser reducida a su función. Cuando empezamos a hacer funcionar nuestro sistema de neuronas-espejo 34

con respecto a alguien, y nos embarcamos en el proceso de la empatía, la relación utilitaria o reductora se transforma en una relación más igualitaria, en el sentido de que admitimos que el otro es un ser complejo y completo. Por otro lado, una falta de empatía en el marco de una situación determinada puede hacernos daño o elevar el nivel de sufrimiento en el que ya nos encontrábamos. Leila acababa de perder a su hija en un accidente de coche. Poco después, recibió una llamada telefónica de un amigo que se encontraba de viaje cuando ocurrió el accidente y que deseaba transmitirle sus condolencias. La voz de ese amigo le produjo primero una sensación muy cálida de agradecimiento, y le hizo saber cuánto agradecía su llamada. Sin embargo, durante la conversación, empezó a sentirse cada vez peor: su amigo no respondía siempre de manera coherente, se producían silencios y reacciones desfasadas. Entonces se dio cuenta de que su amigo está trabajando con su ordenador a la vez que hablaba por teléfono con ella. Leila experimentó un enorme sentimiento de rechazo y colgó el teléfono, más consciente que nunca de su duelo, multiplicado por la impresión de carecer de importancia para su amigo cuando probablemente estaba viviendo el momento más penoso de toda su vida. Después de colgar el teléfono, Leila comprendió que habría preferido que su amigo no la hubiera llamado, si es que se trataba de una llamada protocolaria y de la expresión de una empatía o una comprensión sincera. La empatía es un aspecto que adquiere cada vez mayor importancia e el ámbito laboral: es esencial para un buen empresario saber mostrarse empático. Alain Kerjean, en su libro sobre management, explica que la facultad de la empatía debe enseñarse y pueden desarrollarla incluso los más introvertidos, y que constituye una importante herramienta estratégica de gestión. Si, en el transcurso de una reunión, tienes la impresión de que tu jefe no te escucha, lo más probable es que, efectivamente, no esté escuchándote o que, por lo menos, te escuche tan solo parcialmente. La empatía es esencial para dar pruebas de liderazgo, y es que, en efecto, los buenos líderes no tienen en realidad más que dos cualidades básicas: inteligencia y empatía (es de inteligentes, por lo demás, mostrar empatía). Las demás cualidades del buen líder derivan de la empatía; por ejemplo, la habilidad para comunicar o concebir que existen diferentes puntos de vista y saber elegir el más adecuado. El líder tiene dos opciones para hacer que los demás actúen en función de sus ideas: o bien el miedo (o la fuerza), o bien la empatía. El miedo puede dar resultado a corto plazo pero no parece nunca funcionar a largo plazo. La empatía, por el contrario, debería dar siempre buen resultado, porque el otro se siente respetado y valorizado en su papel de colaborador. Si desarrollas una mayor empatía, constatarás que los demás te respetan más y te 35

escuchan con más atención, lo cual te permitirá ejercer una influencia positiva. Las interacciones diarias son a menudo fuente de sufrimiento o, cuando menos, de contrariedades. Tomemos el ejemplo de nuestros desplazamientos en coche: nuestras interacciones con los demás usuarios de la carretera, ya vayan en coche, en bicicleta, en camión o a pie, pueden encolerizarnos, darnos miedo, irritarnos o enervarnos profundamente. Prueba de ello es el «discurso del conductor», ese monólogo a menudo irascible, sarcástico, agresivo o colérico que constituye un ejemplo perfecto de falta total de empatía. Cuando una persona se pone al volante, se convierte en el amo del mundo, y todos los demás deben apartarse de su camino para facilitarle la vida. Las personas que nos rodean no piensan siempre lo mismo que nosotros ni al mismo tiempo; tampoco tienen obligatoriamente los mismos gustos ni se sienten necesariamente cansados como nosotros y en el mismo momento que nosotros. El número de variables es infinito, y si la sincronización de los pensamientos y las emociones fuera la única condición necesaria para establecer unas buenas relaciones, ¡estaríamos apañados! Sin embargo, ser consciente de la disparidad de las actitudes y las emociones posibles es muy importante para poder valerse de la empatía y utilizarla de manera positiva. ¿Qué problemas puede la empatía ayudarnos a resolver? Sin ir más lejos, puede desempeñar un papel importante en la resolución de conflictos. Ser empáticos nos incitará a calmar nuestra ira y a comprender que algunos miedos no están justificados. Ser empáticos nos permitirá constatar que no somos los únicos en sentir nuestras emociones. Es el punto de partida de toda auténtica comunicación, ya sea en términos de relaciones laborales, de cooperación, de eficacia en el trabajo de equipo; ya sea en el ámbito de la comunidad, de la familia, del grupo de amigos o incluso de la pareja. La empatía nos proporciona una herramienta para funcionar correctamente en la sociedad, incluso en nuestras relaciones más superficiales, como son nuestros contactos cotidianos con las cajeras, los dependientes o el experto que nos aconseja qué vino comprar. La empatía puede ser también una herramienta muy positiva en el trabajo con nosotros mismos, porque, de hecho, nos permite centrarnos en otra persona (o grupo de personas) y distanciarnos de nuestra propia condición y nuestras preocupaciones. Por otra parte, nos incita a ver las cosas desde otro punto de vista. Al olvidarnos de nosotros mismos y centrarnos en el otro, al esforzarnos en descifrarlo y comprenderlo desde dentro, adquirimos una nueva perspectiva sobre nuestros problemas y nos aprovechamos de un terreno propicio para la aplicación de estrategias.

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Patricia tenía una panadería al lado de una tienda de alimentación. Siempre había tenido problemas con la confrontación, y más aún con la ira y la intimidación. Su reacción típica en el caso de que hubiera gritos y expresiones airadas era el pánico: sequedad de garganta, incapacidad de reflexionar, sudores fríos, sensación de miedo e imposibilidad de moverse siquiera; permanecía inmóvil escuchando los latidos de su corazón y se sentía terriblemente mal. Su vecino, el dueño de la tienda, solía tener con cierta regularidad crisis de cólera, y su trato con los demás era habitualmente conflictivo. Un día, la empleada de Patricia había sacado las bolsas de basura y las había dejado en el terreno del vecino, el cual se abalanzó al instante sobre ella, insultándola a gritos y manifestando una ira desmesurada en comparación con lo trivial de la situación. Patricia sintió cómo el pánico comenzaba a invadirla cuando, de pronto, se centró en el tendero. Primero observó cómo se le hinchaba la vena de la sien y se preguntó si la vena acabaría o no estallando. Después trató de comprender cómo se sentía su vecino en aquellos precisos mo mentos. Se dio cuenta entonces de que él actuaba con ella como si su relación con los demás exigiera siempre una confrontación; como si, para que las cosas se hicieran como es debido, tuviera que reforzar siempre sus palabras con una explosión de cólera; como si tuviera la certeza de que la única manera de hacerse escuchar, comprender y obedecer exigiera mostrar una actitud airada: si no chilla, no existe. Estas consideraciones le hicieron a Patricia distanciarse respecto de su propia situación de sufrimiento y reaccionar de manera racional y comprensiva: «Tengo un problema con la ira: cuando me gritan para decirme algo, no entiendo nada». Y fue ella la primera sorprendida al comprobar cómo su vecino se calmaba, se ponía colorado y le pedía amablemente que no dejara sus bolsas de basura en su territorio. De este modo arreglaron la situación concreta, y en adelante sus relaciones de vecindad fueron bastante mejores. Este ejemplo nos muestra cómo la empatía puede estar en el origen no solo de la solución de conflictos con los demás, sino también hasta qué punto puede ayudarnos a resolver nuestros conflictos internos. Patricia pudo liberarse de su pánico al decidir centrarse en el otro y descentrarse de sí misma. Fue capaz de poner en práctica las estrategias sobre las que había estado trabajando anteriormente, porque su decisión de mostrarse empática le abrieron las puertas para salir del círculo vicioso de sus emociones y su egocentrismo. Consiguió distanciarse y ver la situación desde otro punto de vista, lo cual le permitió relativizar su importancia. Al movernos a prescindir de algún modo de nuestras consideraciones estrictamente personales, la empatía nos incita a dejar más espacio libre a la realidad que nos rodea, 37

tanto la de los demás como la nuestra, que a veces vemos demasiado de cerca como para poder distanciarnos de ella. La realidad es subjetiva: unas veces minimizamos la im portancia de un hecho, y otras veces la exageramos. Y los puntos de vista son muy diferentes según las personas, como lo prueba la disparidad de testimonios a la hora de describir un mismo incidente: el sospechoso era alto y bajo, era gordo y delgado, era negro y mestizo, llevaba una camisa azul, blanca o beige. Y es que es alto o bajo en función de diversos criterios, todos ellos subjetivos, como la talla del testigo, su idea de lo que es o no es grande, su percepción de lo que es el término medio, etc., etc. Tal vez para el dueño de la tienda al que nos referíamos, una simple esquina de una bolsa de basura en su territorio constituye un verdadero drama, por razones que solo a él competen. Patricia no puede decidir juzgar a su vecino: no tiene suficiente información sobre la vida de ese hombre como para hacerlo, ni debe tampoco hacerlo, porque ello equivaldría a encerrarse de nuevo en su propio marco de referencia. Como en el caso de Patricia, al salir de nosotros mismos para ponernos en el lugar de quienes nos rodean, la empatía nos libera del peso y las complicaciones que tal vez llevamos arrastrando desde hace mucho tiempo. La empatía es la facultad que nos permite prever de antemano los efectos de una acción determinada y, de ese modo, poder interactuar rápidamente. Esa facilidad para comprender a nuestros clientes, a nuestros socios, a nuestros compañeros, etc. nos da la posibilidad de obrar con más acierto e inteligencia en nuestras acciones y en nuestros comportamientos.

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«Ni una persona de cada cien sabe callar y escuchar; ni siquiera sabe lo que significa». Samuel Beckett

AY personas que tienen más aptitudes que otras, lo cual no significa que la empatía sea facultad exclusiva de un pequeño grupo de privilegiados. Todos llevamos dentro las raíces de la empatía. A menudo la utilizamos sin saberlo, porque forma parte de nuestro proceso de percepción e interpretación de la realidad, al igual que los otros cinco sentidos. Todos tenemos, por tanto, la facultad de comprender al otro desde dentro, a partir de las señales que emite nuestro sistema de neuronas-espejo, pero también gracias a un proceso intelectual en el que están implicados la memoria, el reconocimiento, las deducciones y las previsiones. Son diversas las variables que pueden intervenir en la capacidad de cada cual de dar pruebas de empatía. En primer lugar, nuestro nivel de sensibilidad y aquello hacia lo que esta tiende. Todos reaccionamos de manera diferente frente a las múltiples situaciones de la vida. Si somos más sensibles al éxito intelectual, mostraremos más fácilmente empatía con aquellos en quienes prima lo racional; si somos más sensibles al arte, seremos más empáticos con personas creativas, y si somos sensibles en el terreno afectivo, nuestra empatía se mostrará más fácilmente con quienes manifiestan sin grandes dificultades su emotividad. Es cada uno de nosotros quien ha de determinar su sensibilidad; de este modo, seremos conscientes de aquello sobre lo que debemos trabajar, en el sentido de que podremos tratar de comprender otras sensibilidades distintas de la nuestra. Juan, que se dedica a diseñar y desarrollar software tiene un espíritu cartesiano, riguroso y muy intelectual. Ha conocido a Ana, que le fascina y al mismo tiempo le desorienta con su personalidad artística y creativa. Ella se siente segura con él, aunque no comprende su forma de reaccionar. Parece como si vivieran en dos mundos completamente diferentes. Se han enamorado y han empezado a salir juntos, pero no se comprenden del todo el uno al otro. Si desean establecer una relación a largo plazo, deberían ser capaces de estimular su sistema empático antes de que la «pasión» inicial se extinga. Ya han tenido más de un encontronazo, y a ambos les han desorientado las 40

reacciones del otro. Por tanto, la apertura al otro y la capacidad de comprenderlo desde dentro son imprescindibles para que su relación pueda sobrevivir. Para averiguar dónde nos situamos nosotros desde el punto de vista de nuestra aptitud para la empatía, veamos cómo nos interpelan las ideas que vamos a exponer a continuación. Ya veremos en la Segunda Parte cómo desarrollar nuestras facultades empáticas y qué estrategias pueden ayudarnos concretamente a hacerlo. Jerarquía de valores Ser empático supone ser capaz de nombrar, por orden de importancia, los valores que privilegia una persona cercana a nosotros. ¿Sabemos cuáles son sus valores principales? ¿Cuáles serían los cinco valores más importantes para ella y en qué orden? Esto no significa que los demás valores no cuenten para ella, sino, simplemente, que su jerarquía de valores es muy personal, y el conocerla intuitivamente de muestra que estamos abiertos a esa persona y que la comprendemos desde dentro, sobre todo si no le ponemos notas o calificaciones en función de nuestra propia jerarquía de valores. Para Silvia, por ejemplo, que ha sufrido abusos y malos tratos en su infancia, la seguridad es lo primero, e inmediatamente después vienen la autonomía y el respeto a sí misma. Para Francisco, lo primero es, ante todo, la libertad, seguida de la creatividad y la convivencia. Ambos tienen otros valores que les resultan importantes, como el respeto a los demás, la tolerancia, la solidaridad, la responsabilidad y el amor; pero, debido a su historia personal, a su educación, a su experiencia y a su reflexión, los primeros valores que hemos citado son los que ellos privilegian. Podemos percibir cuáles son los valores de los demás deduciéndolos de sus palabras, de sus comportamientos y de sus actos, poniendo en funcionamiento todo nuestro proceso empático. Tipo de inteligencia Todos poseemos tipos de inteligencia diferentes; es decir, que nuestros procesos cognitivos de comprensión, deducción e inducción no pasan necesariamente por los mismos cauces. Por poner un ejemplo: seguramente le ha sucedido a usted en alguna ocasión que ha hallado la misma solución a un problema matemático que el primero de la clase, pero siguiendo un razonamiento diferente. O tal vez haya constatado en un determinado momento que ha comprendido algo a la primera, mientras que quienes le rodeaban no lo han comprendido, o viceversa, en cuyo caso puede que se sienta usted un tanto torpe, siendo así que lo único que ocurre, simplemente, es que su proceso de

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tratamiento de la información es diferente. Puede ocurrir también que el desarrollo de las facultades intelectuales no sea una prioridad para usted, y que prefiera la expresión de la creatividad antes que el rigor de las matemáticas. ¿Es usted capaz de comprender el tipo de inteligencia de sus semejantes? Cuando su hijo no comprende algo, ¿le explica usted varias veces de la misma manera un concepto o trata de ajustar su explicación al tipo de proceso mental de su hijo? Un simple ajuste en este sentido puede a veces tener resultados asombrosos: asegurarle al otro una mayor confianza en sí mismo; tranquilizarlo con respecto a su competencia, en lugar de reforzar su sentimiento de inferioridad; por no hablar de una percepción más completa de la persona del otro. Gustos y colores ¿Conoce usted los gustos de sus amigos? Cuando llega el cumpleaños de Natalia, su amiga Luisa le hace siempre un pequeño regalo. Desafortunadamente, no tienen los mismos gustos, y los regalos de Luisa acaban casi siempre en casa de otros amigos o en el trastero. Luisa hace sus regalos siempre con buena intención, porque quiere mucho a Natalia y es una persona fundamentalmente buena. Pero sistemáticamente elige cosas que le gustaría que le regalaran a ella. Como sus gustos son diferentes, Luisa es incapaz de elegir algo en función del marco de referencia de Natalia. Tal vez un poco menos de egocentrismo le permitiría entrar en una relación más plena con sus amigos. ¿Sabe usted cuál es el color favorito de las personas que le rodean? Si no se le ocurre la respuesta de manera espontánea y tiene que recurrir a la memoria para recordarlo, puede que el trabajar la empatía le ayudara a conocer mejor el mundo interior de las personas que le rodean y, consiguientemente, a establecer unos vínculos no necesaria mente más estrechos, pero sí más significativos, lo cual le dejaría más margen para tomar decisiones y realizar gestos en función de las mismas. También en el trabajo resulta ser la empatía una herramienta formidable para que la colaboración y el trabajo en equipo sean mejores y más eficaces, pero también más agradables. Sensibilidad a las emociones ¿Es usted sensible a las emociones de las personas que le rodean? Cuando entra usted en una habitación y comprueba que dos amigos suyos que se encuentran en dicha habitación se callan de repente, ¿piensa usted de inmediato que estaban hablando de usted o, por el contrario, al ver la expresión de sus rostros, tal vez es usted capaz de discernir sus emociones y no darse por aludido? Hay muchas probabilidades de que el tema de su

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conversación no tenga nada que ver con usted; de hecho, puede usted imaginar mil razones por las que se han callado al ver que entraba alguien en la habitación. Si es usted un poco sensible (como lo es la mayoría de las personas), al ver la expresión de sus rostros, la postura y la tensión de sus cuerpos, y siendo consciente de la relación que existe entre ellos, tiene usted muchas posibilidades de comprender lo que ha ocurrido, sin tener que preguntarlo. Seguro que ellos apreciarán su discreción y su respeto. Adivinar si alguien desea entablar una conversación, si desea que le haga usted preguntas o prefiere que se mantenga usted callado, no tiene nada de milagroso ni constituye una facultad paranormal: su impresión tiene que ver con su proceso de empatía. En un momento en el que no pensaba usted en nada concreto y se hallaba, por tanto, totalmente disponible, las percepciones empáticas se han unido a sus otras percepciones para ofrecerle un retrato de la situación emocional del otro sin dejarse influir por sus propias emociones. Aptitudes sociales ¿Goza usted de buenas aptitudes sociales? Nuestra respectivas ideas acerca de lo que es educado, grosero o familiar, de lo que es mejor decir o de lo que más vale no hablar, en suma, todas las convenciones sociales que sirven para suavizar las innumerables irritaciones a que dan lugar las interrelaciones, no tienen necesariamente por qué ser las mismas. Baste pensar en las diferencias culturales que determinan si una determinada acción es de buena o mala educación (como el hecho de dejar algún resto en el plato), si es grosera o delicada (como el hecho de eructar al final de una comida), para comprender la complejidad de los sistemas de convenciones sociales y la dificultad de las comunicaciones cuando se ponen sistemas diferentes en relación. Dentro de una misma cultura, las convenciones varían en función de la educación, el status social, la condición física, la sensibilidad personal... Todas esas numerosas variables influyen a la hora de percibir algo como aceptable o inaceptable. Si logramos comprender el sistema de convenciones de los demás y somos conscientes del nuestro, puede darse una fusión de ambos sistemas en uno solo, el cual definirá lo que es «aceptable» y, más aún, lo «deseable» entre dos personas. Cuando se encuentran dos hombres que se aprecian mutuamente, pueden manifestarlo de muchas maneras. ¡Mucho cuidado con la concepción de virilidad que pueda tener el otro! Hay que comprender cómo y dónde tocarlo o si no hay que tocarlo en absoluto. ¿Bastará con un golpe amistoso en el brazo, con una palmada en el hombro 43

o con un apretón de manos? Para Felipe, las tres opciones pueden ser aceptables, pero no viniendo de la misma persona. En general, Felipe suele dar la mano; y según el grado de confianza y de amistad con el otro, un golpe amistoso en al brazo, una palmada en el hombro o incluso un abrazo en determinadas circunstancias pueden estar perfectamente indicados. Para Felipe, todas estas formas de contacto físico están perfectamente codificadas, y el transgredirlas significa, o bien que no se han comprendido, o bien que el efecto producido carece de importancia, por lo que no hay precisamente demasiada empatía o no se considera necesario que la haya. Si considera usted que los buenos modales tienen cierta importancia, probablemente tienda usted a valorar la empatía como valor social. Por otra parte, hay personas que siempre llegan tarde, y otras para quienes el más mínimo retraso resulta insoportable. Cada cual tiene que decidir si adopta o no los códigos sociales de los demás. Obviamente, como en todo, hay que demostrar buen juicio. Conocimiento de sí La comprensión de los demás pasa por nuestro conocimiento de nosotros mismos, en el sentido de que nuestras emociones, nuestros valores, nuestras reacciones y nuestras motivaciones crean un filtro a través del cual pasan nuestras percepciones. Si logramos definir los elementos que componen ese filtro, podremos corregir nuestra interpretación de lo que hemos percibido y hacer que dicha interpretación se aproxime más a la realidad del otro. Atribuir a los demás emociones semejantes a las nuestras es completamente normal: tampoco hay tantas emociones diferentes. Pero presumir que el otro las experimenta en los mismos casos y con la misma intensidad que nosotros es un error y ocasiona una distorsión en nuestra comprensión. A mí me dan pánico las arañas, y cuando alguien dice que ha visto una araña me imagino lo que ha sentido: ha debido de sentir tanto miedo como yo. Lo cual no tiene que ser necesariamente así, sino que es una posibilidad entre otras muchas. Roberto no entiende por qué Esteban se enfada cada vez que le habla de su situación económica. Para él, hablar de dinero es algo perfectamente natural, y como tiene dinero de sobra, se tranquiliza al compararse con Esteban, que tiene menos dinero, experimenta una cierta inseguridad material y tiene un ligero complejo de inferioridad con respecto a Roberto. Se siente disminuido cuando Roberto habla de sus éxitos financieros, pero es incapaz de explicarle por qué. Lo ha intentado más de una vez, pero lo que dice le resulta extraño a Roberto, que parece insensible y arrogante. Si Roberto tuviera ganas de interesarse realmente y con empatía por la situación y los sentimientos de Esteban, este 44

le parecería menos susceptible; y si Esteban dejara un poco de lado sus complejos para tratar de comprender por qué Roberto habla tanto de bienes materiales, su relación sería más fluida. Si a usted le resultan difíciles las relaciones sociales, tal vez sea porque es usted muy sensible. No hemos de pensar que somos empáticos por el hecho de que reaccionemos con intensidad y de manera emotiva ante los demás. Eso sería confundir la empatía con la hipersensibilidad: la situación de los demás nos provoca un sufrimiento que prácticamente no tiene nada que ver con la emoción del otro en ese momento concreto. Todos estamos sujetos a este tipo de confusión. La hipersensibilidad no es mala en sí misma; de hecho, debidamente comprendida y controlada, puede constituir una es tupenda oportunidad en el terreno de las relaciones: ¿acaso la posibilidad de poseer un «radar» de altas prestaciones no resulta atractiva en el terreno de las relaciones humanas? El conocimiento que tenemos de nosotros mismos nos permite comprender el punto de vista de los demás, sin tener necesariamente que compartirlo, lo cual da relieve a nuestras percepciones y abre ante nosotros nuevas perspectivas que explorar. Personalidad y carácter Hay a quienes les gusta ocuparse de los demás, alimentarlos, reconfortarlos, cuidarlos... Tales personas poseen probablemente unas aptitudes superiores a la empatía, desde el momento en que tienen en cuenta las necesidades de los demás y no las suyas propias. Pero hay que tener cuidado de no caer en el típico «Yo sé lo que es bueno para ti», o «Esos no saben lo que les conviene», o incluso «¡Tengo un corazón tan grande...!». Por otra parte, quienes desean acercarse a los demás para cuidar de ellos se sienten naturalmente atraídos por las profesiones humanitarias, o quizá por el aspecto humanitario de cualquier profesión. Si es este un rasgo de su personalidad, es ciertamente importante que la cultive usted, pero teniendo cuidado de que no prevalezca sobre sus propias necesidades y deseos. Otros no manifiestan de un modo natural este rasgo de la personalidad. El interés por la suerte de los demás posiblemente se ve bloqueado en ellos por sus reacciones ante determinados acontecimientos del pasado, o bien tienen una tendencia natural a la introversión. Una cierta apertura a los demás podría transformarse en apertura a un mundo nuevo por descubrir: el mundo de las interrelaciones, que permitiría una mayor evolución personal. 45

La imaginación La capacidad de imaginar y de realizar abstracciones es uno de los elementos propios del ser humano. Para llegar a comprender y predecir las reacciones de los demás se requiere un mínimo de imaginación. De hecho, no podemos referir sistemáticamente a nosotros mismos lo que viven y sienten los demás; hay que ser capaz de salir de sí, como ya hemos visto, pero, una vez hecho eso, ¿a qué podemos recurrir? La imaginación nos proporciona un abanico de respuestas a las preguntas que nos hacemos y nos ayuda a percibir cosas que no encontramos en nosotros mismos y a aplicarlas donde hay que hacerlo. Una persona puede parecernos incomprensible, y sus reacciones pueden desconcertarnos si no nos volvemos hacia la fuerza creativa de nuestra imaginación, que nos permite encontrar explicaciones y soluciones a los misterios. Lo que nos aportan los demás ¿Qué le dicen los demás acerca de usted? ¿Les gusta confiarse a usted? ¿Buscan su compañía? ¿Le dicen que es usted insensible y egoísta o, por el contrario, que es generoso o altruista? ¿Tiene usted la sensación de que a menudo le ocultan cosas? ¿Prefiere usted funcionar a base de implícitos por temor a la confrontación? Todos los comentarios acerca de usted, todas las imágenes que los demás le devuelven de usted mismo... constituyen valiosas informaciones para juzgar sobre la calidad de sus interacciones. A veces, ciertas reflexiones pueden hacerle tomar conciencia de lo que le bloquea en sus contactos con los demás. Pero primero tiene usted que querer saberlo y, a partir de ahí, desear mejorar o cultivar aquellos aspectos de usted mismo que descubre reflejados en los demás. Merece la pena estar abierto a esos comentarios, independientemente de que den lugar o no a posteriores ajustes, porque afinarán su empatía y le proporcionarán más información aún acerca de lo que viven y sienten los demás. No olvide, sin embargo, que sus interlocutores también tienen sus filtros y que la percepción que tienen de usted puede estar condicionada por sus interpretaciones personales.

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Para manifestarse, la empatía necesita un terreno favorable. Aunque, como ya hemos visto, todos poseemos las bases fisiológicas de la empatía, preciso que le hagamos sitio, seamos conscientes de ella y decidamos actuar de acuerdo con las informaciones y la comprensión que la empatía nos procura. Lo cual significa expresar compasión, permanecer neutrales o incluso retirarse. Pero, sea cual sea lo que decidamos hacer, el mostrarnos disponibles a los mensajes que nos enviamos unos a otros por medio de la empatía sigue siendo una opción que no puede dejar de sernos de ayuda en nuestras relaciones. Como el lector ya habrá adivinado, la empatía pasa, entre otras cosas, por la comunicación. Verbal o no verbal, la comunicación está en la base de la comprensión de los sentimientos, los gestos, las ideas y los valores de los demás. A veces, tal comprensión se manifiesta con mayor dificultad por razones culturales, entre otras: todos podemos recordar situaciones en nuestra vida en que la interpretación de unos valores culturales ha transformado una buena intención en un malentendido. Lo que obstruye el camino de la escucha o de la comunicación obstruye también el camino de la empatía, a menudo con consecuencias indeseables. Ahora bien, para que la empatía nos resulte accesible hemos de estar abiertos y desear sinceramente comprender al otro: descentrarnos de nosotros mismos para permitirnos ver una situación relacional en toda su integridad. Pero, ¡ojo!, ser empático no significa negar la propia personalidad y dejar que a otros el control de nuestras relaciones; se trata de comprender el funcionamiento interior de los demás, para después, en función de esas percepciones, entre otros factores, decidir hasta qué punto podemos implicarnos en una relación con ellos. Evidentemente, la afinidad, la atracción («Me intriga esa persona») o, por el contrario, la indiferencia o la repulsión («Haga lo que haga, ese individuo me saca de quicio») serán factores a tomar en consideración, así como la naturaleza de los vínculos: colega, amigo, sirviente, terapeuta, familiar... Sea cual sea dicha naturaleza, desarrollaremos una mayor o menor empatía según el interés que tengamos por el otro como persona, al margen de su función. Hay quienes no tienen que esforzarse demasiado para ser empáticos, porque poseen las aptitudes básicas (la disponibilidad, la curiosidad...) y no tienen grandes problemas 48

emocionales que les impidan abrirse a los demás. A menudo, esas personas han crecido en una familia en la que se valoraba más la capacidad de escucha y de atención que la autoridad y la ironía. Es difícil encontrar a personas naturalmente empáticas entre los niños maltratados o en aquellas familias en las que hay violencia, ya sea física o psicológica. En los capítulos siguientes expondremos más concretamente las actitudes que hay que cultivar u olvidar para que la empatía se convierta en una herramienta relacional eficaz que nos ayude a resolver los conflictos y que nos per mita, además, entablar unas relaciones interpersonales más sanas y más auténticas, de forma que pueda manifestarse el estado de sincronía. Asimismo, pasaremos revista a los elementos indispensables para una verdadera empatía, con el fin de tener un acceso a ella más fácil y completo que el que ya teníamos. Pondremos el acento en los problemas que nos afectan en particular y encontraremos estrategias (trucos y recursos) para crear un espacio propicio a la manifestación de la empatía y a sus efectos.

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«Todos los blancos tienen un reloj, pero nunca tienen tiempo». Anónimo, África del Sur

iviMOS en una época y una cultura de la velocidad. Tenemos que hacer demasiadas cosas en las 24 horas de que disponemos cada día. Queremos terminar una carrera, hacer deporte para mantenernos en forma, ocuparnos de los niños, ir al cine, ver a los amigos, estar al tanto de la moda y de las tendencias, tener una vida amorosa que nos satisfaga... Siempre queremos más y más rápido; y, paradójicamente, no tenemos tiempo para disfrutar de lo que tenemos. Daniel Goleman, en su libro Inteligencia Social, refiere una experiencia de psicología aplicada a la empatía. Se pidió a unos estudiantes de teología que prepararan un sermón y se les envió, uno a uno, al lugar en que debían pronunciarlo. En el camino, cada uno de ellos iba a encontrarse con una persona que tenía evidente necesidad de ayuda. Al hacer la evaluación de las razones que a cada uno le movieron a detenerse o no para ayudar a dicha persona, pudo constatarse que el factor tiempo era el más importante: quienes pensaban que iban a llegar tarde no se detenían - ni siquiera los que habían preparado su sermón sobre el buen samaritano-, mientras que los que pensaban que tenían tiempo sí se detenían. Cada mañana, Catalina tiene que levantarse, desayunar, ducharse, maquillarse, despertar a los niños, prepararles el desayuno, vestirlos, cambiarse ella de ropa porque ha habido un pequeño accidente, ponerles los abrigos, ponerse ella el suyo, llevar a uno de la guardería a la guardería, al otro al colegio, ir al trabajo (¡rápido, que llegamos tarde!) ¡...y son solo las nueve de la mañana! Se pasa toda la mañana trabajando; a mediodía va al dentista (o al gimnasio o a una comida de trabajo); luego vuelve a centrarse en su trabajo; se marcha volando, porque la guardería va a cerrar, y ella tiene todavía que ir a pagar una multa; no para de tocar el claxon para hacer comprender a esos «imbéciles» que tienen que ir más deprisa; llega a la guardería, vuelve con los niños a casa, ayuda a uno con los deberes, baña al otro, prepara la cena (¡ojo!, teniendo cuidado de que sea sana y equilibrada para los niños y para ella misma, por lo que tiene que informarse sobre 51

los ingredientes, calcular las proporciones...). Luego acuesta a los niños y se tumba delante de la televisión hasta que se queda dormida, después de haberse informado sobre el estado del mundo, la ecología, la alimentación... Y al día siguiente, vuelta a empezar. Y no hablemos de los fines de semana, en los que tiene que hacer la compra semanal, lavar y planchar la ropa de los niños y la suya propia, llevar a jugar al fútbol al mayor, y al ballet a la pequeña... Cuando come con los amigos, no habla más que de su vida, para poder «desahogarse»; y cuando llama por teléfono a sus familiares, lee el correo electrónico al mismo tiempo. ¡Ufl Luego se extraña de estar cansada, de que olvida las cosas, de que tiene dolores de espalda, y todavía se sorprende más cuando le dicen que no pasa suficiente tiempo con sus hijos, los cuales tienen los lógicos problemas de comportamiento. Y sus amigos se distancian, porque ella siempre tiene demasiada prisa y casi nunca está disponible. Y cuando lo está, no se preocupa más que de planificar su futuro próximo. Tampoco entiende por qué sus amigos se alejan: no tiene tiempo para ocuparse de otros problemas pendientes. Obviamente, este ejemplo es un caso extremo, pero es prácticamente aplicable a cuantos nos rodean (¡y también a nosotros mismos!). No es difícil ver la cadena de acontecimientos en la vida de Catalina que le impiden evaluar sus valores y sus objetivos personales e incluso mostrarse sensible a las necesidades de sus hijos y de cuantos la rodean. Su situación podría definirse como una «gestión de urgencia», porque en su vida todo corre prisa, todo es urgente. Pasa de una crisis a otra, por lo que no es de extrañar que carezca de algunos elementos esenciales para tener una vida bien colmada, en oposición a una vida demasiado (y no demasiado bien) colmada. No hay lugar para la empatía: ni se le pasa por la cabeza preocuparse por los demás, porque no tiene tiempo; ni siquiera tiene tiempo para preguntarse si le conviene la vida que lleva. Tampoco tiene tiempo para tratar de tener una visión global y encontrar soluciones constructivas y empáticas a sus problemas. Evidentemente, no es nada fácil decidir de un día para otro cambiar de comportamiento, sobre todo en un mundo tan competitivo y consumista. La sociedad occidental, que parece ser el modelo actual al que aspiran las demás sociedades, se rige por las normas de la velocidad y la aceleración: más producción, más resultados, más diversidad... De hecho, la mundialización y la increíble progresión de la rapidez en las comunicaciones contribuyen a crear una sociedad de la velocidad, del «usar y tirar», del «cada vez más rápido». Carl Honoré, autor del libro Elogio de la lentitud, nos dice: «En Occidente, nadie o casi nadie se libra de este virus. Yo soy periodista, viajo a menudo y 52

escucho mucho a la gente: todos se quejan de falta de tiempo. Sin duda, es porque vivimos en una cultura del consumo y nos desvivi mos por acumular el mayor número posible de bienes y de experiencias». Existen actualmente diversos movimientos articulados en torno a la lentitud: tendencias que demuestran la necesidad de volver a unos modos de vida más sanos y menos desenfrenados. Me refiero a tendencias como «Slow food», «Slow travel», «Slow sex», «Slow build» o «Slow city», entre otras. Todos estos movimientos surgieron a partir del primero que hemos citado, el «Slow food», fundado por Carlo Petrini en Italia en 1989 para protestar contra la apertura de un restaurante McDonald's en Roma y, de paso, contra el auge de la «comida rápida». El movimiento se ha convertido en baluarte de la economía gastronómica regional y ecológica, favoreciendo una filosofía del placer y la educación del paladar: tomarse tiempo para preparar y saborear nuestras comidas, lo cual, dicho sea de paso, es excelente para la salud, tanto física como mental. Un arquitecto chino, Wang Shu, aboga por frenar la carrera del progreso, a fin de que las ciudades sean más humanas; y defiende una arquitectura que déla debida importancia a los materiales antiguos, a fin de revalorizar la cultura y el artesanado; se trata del «Slow build». El movimiento «Slow sex», como se habrá adivinado, insiste en la lentitud, la exploración y el redescubrimiento de la caricia, olvidándose de esa necesidad siempre presente de la «performance», y tomarse tiempo para tomar plena conciencia del vínculo que une a los dos miembros de la pareja. El «Slow travel» propone viajar para conocer, para aprender; poniendo fin al movimiento y los desplazamientos incesantes. Se trata de quedarse en un lugar, saborear la cultura, la naturaleza, el arte y la gastronomía de una región, deteniéndose a conocer a las personas que viven en ella. Olvidarse de recorrer varios países en dos semanas, con un horario tan sobrecargado que el viaje no consigue acabar con nuestros hábitos de andar siempre corriendo de un lado a otro: no se trata de trasplantar nuestros propios modos de vida, sino de intentar adoptar unos nuevos. El «Slow city» es un concepto que gira en torno a la necesidad de tomar conciencia del tiempo, en lugar de vivir «a toda pastilla». Se trata de utilizar los medios de transporte no contaminantes, cuidar el contacto con los vecinos y los visitantes, fomentar el comercio local y el desarrollo de infraestructuras de ocio y naturaleza. Todos estos movimientos no incitan a la pereza; al contrario: preconizan una calidad de vida que conceda más tiempo a las relaciones auténticas y profundas y que solo da paso a la velocidad cuando esta es necesaria. 53

Un fenómeno interesante en lo referente al ritmo de vida ultra-rápido es el hecho de que se autogenera y evoluciona dentro de un modelo en espiral: es el concepto de la aceleración. Cuanto más rápido voy, tanto más rápido, más lejos y en menos tiempo puedo ir. Un ritmo normal parece ineficaz, aburrido y desfasado; un ritmo lento solo es bueno para los viejos y los enfermos.

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Resultados Si la respuesta mayoritaria es «mucho», un único consejo: baje el ritmo. Apúntese a un curso de yoga, de meditación o de relajación, respire profundamente por la nariz. Esta justificada su impresión de que va por la vida como quien nada asomando únicamente la punta de la nariz. Cuidado con el estrés y con su sistema inmunitario. ¿Cuánto tiempo 55

hace que no ha tenido una conversación relajada, sin que hubiera nadie esperándole, con el teléfono móvil apagado, sin planificación de ningún tipo? Si se toma tiempo para escuchar, quizá gane tiempo, ¿quién sabe? Si la respuesta mayoritaria es «bastante», tenga cuidado: no se deje invadir por la tendencia a la velocidad que le rodea. Deje de pensar que es usted demasiado lento, insuficientemente competitivo y poco competente. Trate de vivir plenamente el momento presente y comprobará que la eficacia no consiste siempre en la cantidad, sino en la calidad del trabajo realizado. Trate de hallarse presente a los demás y a su realidad: seguro que su propia realidad se verá engrandecida. Si la respuesta mayoritaria es «poco», tenga cuidado de no caer en el otro extremo y justificar su tendencia a no hacer nada, limitándose a criticar los valores sociales de la rapidez y el consumo. Que no viva usted a toda velocidad no significa que preste atención a los demás. Aproveche su tiempo libre para tratar de comprender mejor el modo de vida de los demás, incluido el de quienes considera usted que viven demasiado «rápido».

Pistas y recursos Reducir las tareas Pregúntese por sus verdaderas necesidades y por las consecuencias reales que tendría el no realizar ciertas tareas que le parecen indispensables. Examine cómo utiliza su tiempo durante las 24 horas del día. Hay cosas ineludibles: por ejemplo, no puede suprimir dos horas de sueño; si lo hiciera, no le ayudaría en absoluto, sino que solo serviría para incitarle a hacer más cosas aún y hacerlas en unas condiciones de cansancio que le llevarían directamente a la depresión. Tómese tiempo para poner en cuestión lo que hace; pregúntese si es realmente necesario cambiar las sábanas todas las semanas. De esta forma, verá que hay muchas tareas que, si no inútiles, sí son al menos demasiado frecuentes. Crear grupos La colaboración es una solución para los problemas comunes. Jocelyne ha creado un 56

grupo para comprar todos los productos no perecederos o congelados. La compra la realizan, por turno, todos y cada uno de los miembros del grupo, y la idea ha tenido tanto éxito que cada uno tan solo tiene que ir de compras una vez cada dos meses. Jocelyne utiliza Internet para hacer su pedido y para recibir los encargos de los demás. Así se ahorra mucho dinero, porque compran al por mayor y luego se reparten las cosas en función de las necesidades de cada cual. Al final, Jocelyne cuenta los días que le quedan para que le llegue su turno de compras, porque así aprovecha para ver a todos los miembros del grupo y ponerse al día sobre sus vidas respectivas. Se ha quitado de encima el enorme peso de ir de compras ella sola una vez a la semana, ha reforzado su red social y ha centrado su energía en un proyecto que le viene bien a todo el mundo. Isabel, que vive sola con sus dos hijos, ha conocido en la guardería a otra madre joven que se encuentra en su misma situación. Se han puesto de acuerdo para llevarse cada una a los cuatro niños una vez a la semana a realizar alguna actividad. Así, ambas pueden disfrutar de unas cuantas horas de ocio suplementarias cada semana. ¿Se encuentra encerrado en un círculo vicioso? De hecho, la velocidad y la impresión de no tener tiempo suficiente, de hallarse constantemente en estado de pánico, generan estrés e ineficacia. Y el estrés y la ineficacia, a su vez, generan pánico: ¡bienvenido al maravilloso mundo del círculo vicioso! Tómese tiempo para ir a ver la película de Yves Robert El arte de vivir... pero bien. Alexandre trabaja en una pequeña granja, y su mujer le tiene harto con la lista interminable de cosas que tiene que hacer. Al quedarse viudo, Alexandre decide tomarse su tiempo para descansar y saborear la vida, aunque su decisión no consiga ganarse la aprobación unánime de cuantos le rodean. Tómese tiempo para tomarse tiempo ¿Desea usted ser eficaz? ¿Desea hacerlo todo bien? Entonces, ¿por qué no aplica estos principios a sus momentos de ocio? Programe una estancia en un establecimiento de talasoterapia: de ese modo, unirá lo útil a lo agradable, cuidando a la vez de su salud física y su salud mental. ¿No es el colmo de la eficacia? De la respiración al tricotar No exija tenerlo todo de inmediato, ya se trate de algo material o de ganarse la atención de alguien. Vivimos en una sociedad del «listo para consumir», «listo para llevar», «listo para tirar». A todos nos molesta que alguien pretenda que detengamos nuestra vida 57

inmediatamente para ocuparnos de él. Preguntémonos si, en el fondo, no esperamos también alguna vez que el otro deje inmediatamente lo que está haciendo para atender a nuestras exigencias. Una ligera impaciencia, una irritación reprimida cuando el otro no está disponible... son el preludio del antagonismo, no de la colaboración y el respeto mutuo. Unos ejercicios de respiración, de relajación - ¿y por qué no tricotar o hacer crucigramas? - pueden ayudarnos a esperar el momento oportuno con serenidad. Todo es cuestión de timing. Rosalía se ha vuelto muy paciente. Nunca sale de casa sin sus útiles para bordar. De esa manera, tiene ocupadas las manos y la mente en cualquier situación en la que se vea obligada a esperar. El bordar se ha convertido en una especie de carta de presentación allí adonde va: «¡Qué joven eres para bordar!»; «¡Qué bonito! A mí también me gustaría saber hacerlo!»... Y, sin más preámbulos, se entabla una conversación amable y, en ocasiones, incluso divertida. Es muy raro que le hagan un comentario negativo. Antes de recurrir al bordado, a Rosalía le ponían de los nervios las salas de espera: nunca parecía llegarle el turno lo bastante rápido; entonces fruncía la nariz y se mostraba inabordable. Fue una amiga suya que hacía crucigramas (cosa que a Rosalía le horroriza) quien le sugirió que encontrara algo que pudiera distraerla en esos tiempos muertos. Al cabo de un año, tan solo le quedan por hacer dos fundas para las sillas del comedor, y está encantada con la nueva dimensión que ha aportado a su vida: no perder el tiempo en irritarse o indignarse, sino hacer algo que le permita abrirse a los demás. Hacer una sola cosa a la vez, pero hacerla bien Si cree usted que no tiene tiempo para escuchar a un amigo que se encuentra abatido, no haga como si lo tuviera ni trate de hacer alguna otra cosa mientras lo escucha. Recíprocamente, no le pida a nadie que le escuche de inmediato y con toda su atención si está ocupado en otra cosa.

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«El árbol del silencio produce los frutos de la paz». Proverbio, Arabia Saudí

PAGAR el teléfono móvil y tratar de eliminar todo cuanto pueda ser causa de distracción y perturbar la comunicación y la comprensión del otro. Las estimulaciones sensoriales son tantas y tan variadas que resulta imposible eliminarlas del todo, pero lo cierto es que todas ellas son otros tantos obstáculos para una presencia atenta a los demás. Los ruidos, los sonidos, la música de fondo distraen nuestros oídos y nos impiden mostrarnos plenamente atentos a nuestros semejantes. Las pantallas de televisión («Mira, han cambiado de presentadora»), la lámpara que parpadea («Hay que cambiar la bombilla»), el granito de sésamo en la barbilla de tu interlocutor («¿Se molestará si se lo digo?»)... se encuentran en su campo visual y le impiden prestar atención a las expresiones, los gestos o las crispaciones musculares del otro. Esas sensaciones acaparan su percepción sensorial y le incitan además a mantener un discurso interior que es incompatible con la atención necesaria para escuchar, ver y comprender al otro. El teléfono móvil y el ordenador portátil son cada vez más sofisticados y fascinantes. Permiten una comunicación a distancia cada vez más lograda, y el interés que les prestamos compite cada vez más ferozmente con el encuentro cara a cara con el otro. En tan solo diez años, el teléfono móvil, en particular, ha pasado, de ser un accesorio de lujo, a convertirse en un instrumento indispensable para todos. Se ha hecho sumamente popular, y su uso es cada vez más variado, gracias a la conexión a Internet y a todas las funciones posibles e imaginables. El uso del teléfono móvil se ha convertido en una práctica masiva y extremadamente diversificada que suscita numerosas preguntas acerca de la evolución de la sociedad, tanto en lo que concierne al trabajo como a la vida social. Y la rapidez con que hemos pasado de la era «pre-móvil» a la «post-móvil» hace que nuestros puntos de referencia se tambaleen y dicta nuevos comportamientos y nuevos valores. Bastantes sociólogos ven en el teléfono móvil una extensión de nuestro propio cuerpo, una forma más eficaz aún de demostrar que somos animales sociales. Pero hay 60

que tener cuidado con la calidad de las comunicaciones en lo que respecta a su rapidez y su proximidad. Por otra parte, los mensajes de texto están creando su propio lenguaje escrito: ya no importa la ortografía; lo único importante es el contenido y, puestos en lo peor, el mero hecho de enviar o recibir este tipo de mensajes. Decir «Elena me ha enviado un mensaje» es casi más importante que decir «Elena me ha dicho que está harta de Pablo». ¿Estaremos volviendo al famoso slogan de Marshall McLuhan en los años 1960 en el sentido de que «el medio es el mensaje»? El teléfono móvil plantea unos problemas particularmente agudos. Al principio era un símbolo de prestigio, pero se ha convertido en un instrumento imprescindible y universal a una velocidad extraordinaria. Por supuesto que aún quedan algunos «resistentes», pero son una especie en vías de extinción. Utilizar el teléfono móvil se ha convertido en un acto reflejo, en un automatismo; y como su propagación ha sido extremadamente rápida, los códigos sociales no han tenido tiempo de modificarse o ajustarse para tenerlo en cuenta. Se empieza a exigir que se apaguen los teléfonos móviles en las salas de espectáculos y en los cines; se prohíbe su utilización en los hospitales y en los aviones; pero no hay nada que codifique su utilización en la vida diaria. Los códigos de educación acabarán ciertamente ajustándose, pero ello llevará más tiempo que lo que tardado en propagarse su utilización frecuente. El sonido de los móviles y las conversaciones se escuchan por todos partes y en cualquier momento. Cuando dos personas están juntas, y una de ellas está hablando por teléfono, la otra se siente negada, rechazada; es como si le dijeran que su presencia no es tan importante como la de ese objeto que es el teléfono. Como si de pronto comprendiera que su presencia no es suficiente. Todos hemos vivido este tipo de situaciones, y probablemente todos también se las hemos hecho vivir a otros. Sofía está «enganchada» al teléfono móvil, sin el cual se siente incompleta, desnuda, inadaptada. Todas estas tecnologías influyen en la calidad de la comunicación. Atrás han quedado el tono de la voz, las expresiones del rostro, los sobrentendidos del lenguaje noverbal...: todos esos elementos que vienen a completar la mera expresión del contenido. Usted puede decir de algo que «ha estado bien» y en realidad ha querido decir que ha estado mal, que ha sido corriente y vulgar, que habría podido estar mejor... o que había estado verdaderamente bien. Todos los estudios sobre el lenguaje coinciden en afirmar el principio de que el contenido del mensaje se ve infinitamente matizado por los elementos ajenos al mensaje en sí, ya sea verbal o escrito. La empatía difícilmente puede manifestarse en situaciones en las que no vemos a nuestro interlocutor. Rafael escribe a Pedro: «Fiesta sábado noche». Pedro le responde: «OK». ¿Qué ha comprendido? El 61

sábado, va a casa de Rafael con un regalo y una botella de vino. Nadie sale a abrirle la puerta. Se vuelve a casa y se pone a llamar frenéticamente o, más bien, a enviar mensajes a todos sus amigos para saber dónde es la fiesta. Al final consigue enterarse, pero ya es demasiado tarde. De hecho, Rafael no quería en absoluto invitarle, sino hacerle saber con su mensaje que el sábado no estaría libre. Parece un tanto rebuscado, pero si hubieran estado cara a cara durante el diálogo «Fiesta sábado noche - OK», el lenguaje no verbal y las expresiones corporales habrían matizado el mensaje verbal, y la empatía habría podido favorecer la descodificación de las intenciones y los deseos de ambos. La elección del lugar es muy importante en aquellas situaciones que requieren una empatía más plena para comprender situaciones delicadas. Si desea usted referirle un episodio íntimo de su vida a su hermana, que es también su confidente, no elegirá usted un restaurante abarrotado de gente, con las mesas muy cerca unas de otras y donde hay que hablar a gritos para hacerse entender: sería como si manifestara usted a gritos sus problemas en la calle en una hora punta sin dirigirse a nadie en particular.

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Resultados Si la respuesta mayoritaria es «siempre», tiene usted una clara dependencia. El menor problema de funcionamiento de su teléfono se convierte en un drama. Debería preguntarse si es usted quien utiliza su teléfono o si es él quien le utiliza a usted... También podría reflexionar sobre la calidad de su presencia. Tal vez su necesidad 63

incesante de contacto y su sensación de estar desconectado del mundo sin su teléfono estén encubriendo una profunda inseguridad desde el punto de vista social o incluso una angustia frente a la perspectiva de la soledad. Como ocurre con todas las dependencias, existen tratamientos. Intente multiplicar sus encuentros cara a cara y apague a ratos su teléfono: puede empezar por apagarlo por la noche, y luego hacerlo a intervalos cada vez más largos. Si la respuesta mayoritaria es «a veces, tiene usted cierta dificultad para prescindir de su teléfono móvil; aun así, representa para usted más bien una herramienta práctica que es capaz de manejar de manera adecuada. Cuidado con no caer en la dependencia sin darse cuenta. Da usted muestras de ser educado con los demás y respetar su presencia, es usted consciente del lugar que ocupa el teléfono móvil en la gestión de su tiempo y es capaz de no utilizarlo de vez en cuando, por ejemplo en vacaciones o durante una velada. Es usted un buen candidato para la empatía si consigue mantenerse así. Si la respuesta mayoritaria es «nunca», no tiene usted dependencia alguna del teléfono móvil y, probablemente, tampoco del teléfono fijo. Si tiene usted un teléfono móvil, es porque puede sacarle de un apuro en una situación determinada. Usted favorece claramente el contacto directo, lo cual hace de usted un candidato excelente para la empatía. Quizá desconfía usted del teléfono, o quizá sea usted uno de quienes se sienten agredidos por su proliferación. Ciertamente, no aprueba su uso ilimitado, y suele molestarle el verse forzado a ser testigo de conversaciones que no le interesan en absoluto.

Pistas y recursos Muéstrese disponible Procure hacerse presente físicamente, pero no trate de no hacer otra cosa mientras escucha al otro. Evite los ambientes ruidosos o demasiado movidos e incluso los estímulos psicológicos que le salen al paso: preocupaciones, planificaciones y demás. Apague su móvil Reduzca el volumen de la música, apague la televisión. Cree un ambiente propicio: el 64

lugar de su preferencia, las luces, el nivel sonoro... Escoja una buena mesa en un restaurante o en un café. ¿Por qué las cenas a la luz de las velas tienen tanta fama y por qué se las relaciona con el romanticismo y con una velada para enamorados? Porque todo está dispuesto de tal manera que las dos personas tengan la posibilidad de estar enteramente disponibles la una para la otra durante el tiempo que comparten juntos. ¡Qué molesto puede ser recibir una llamada telefónica durante una de esas cenas o, peor aún, que sea la otra persona quien la reciba y decida responder...! ¿Cómo no estimar a la baja la importancia que tiene usted a sus ojos? Una cosa así basta para cambiar el ambiente y, probablemente, para poner fin a una relación. No disponibilidad No dude en decirle al otro que no está completamente disponible cuando no lo está. Si es necesario, puede explicarle por qué, pero no debe entrar en el terreno de las justificaciones, porque corre el peligro de abrir la caja de Pandora a darle a entender que se ha equivocado usted, entrando así en una discusión estéril que seguramente acabe mal. El socio de Jorge entra en el despacho de este para pedirle ayuda: acaba de tener un problema en la gestión del personal, y está fuera de sí. Jorge tiene que finalizar enseguida una oferta para obtener un contrato importante, y el plazo se acaba en unas pocas horas. Jorge puede elegir entre varias respuestas, pero la única opción válida es terminar con su oferta a tiempo y ocuparse después del problema con el empleado. Como Jorge es empático, comprende el estrés y el enojo de su socio. Sin embargo, debe hacer oídos sordos, porque no puede ayudarle en ese preciso momento. En lugar de justificarse y tratar de dar explicaciones, se limita a decirle que para poder ocuparse eficazmente de su problema necesita concentrarse, sin que le perturben otros pensamientos. El riesgo de perder un contrato importante le preocupa demasiado como para ocuparse de otra cosa en esos momentos. De este modo, consigue ganar el tiempo necesario para realizar una tarea que es esencial para él, reconoce el estado de estrés y la necesidad perentoria de su socio y le propone encontrarse más tarde para discutir el asunto. Una ventaja añadida a su decisión es que el socio tendrá tiempo para calmarse e idear posibles soluciones. Ha ganado confianza en sí mismo, porque se sabe comprendido y apoyado por Jorge, y por eso, cuando se encuentren de nuevo, hallarán soluciones más rápidamente y sin tensiones. Lo que le impide ser Puede usted descubrir qué es lo que solicita su atención de manera indebida, lo que le 65

impide mostrarse plena y enteramente presente, y después actuar para hacer desaparecer ese obstáculo o, cuando menos, minimizar su impacto. Ello le exige estar dispuesto a evaluar su entorno y tener un espíritu abierto que le permita reconocer la existencia de los elementos potencialmente perturbadores. Un truco: realice una «visita guiada» de su espacio de vida habitual, ya sea en casa o en el lugar de trabajo, y explíquese a sí mismo la función que desempeña cada uno de los elementos del decorado que le rodea. Después, haga una lista por «orden de distracción». Tenga presente esta evaluación en sus interrelaciones y compruebe si mejoran o no. Alberto hizo este ejercicio y se dio cuenta de que la ventana de su salón daba a una zona de carga y descarga de una gran superficie cercana. El ruido constante de las idas y venidas de los camiones le irritaba sobremanera, pero nunca antes se lo había formulado. Se acostumbró, pues, a cerrar esa ventana cuando recibía a alguien. Desde entonces, varios de sus amigos le han preguntado qué era lo que había cambiado en su casa, que parecía mucho más agradable. Favorecer los contactos Organice su espacio de forma que facilite los contactos. Si en su salón los sillones están demasiado alejados unos de otros, póngalos más juntos. Si la luz puede deslumbrar a alguien, reduzca su intensidad o cambie de lugar la lámpara. Si hay demasiado ruido, baje el volumen de la música y cierre la puerta del lavadero o de la cocina. Elimine todo cuanto pueda ser causa de nerviosismo o de distracción. Si desea pasar unas horas charlando tranquilamente con alguien, no invite a la vez a las amiguitas de su hija a comer, a ver una película o a dormir. La presencia de unas chiquillas sobreexcitadas, aunque a veces resulte divertido, no favorece precisamente una discusión tranquila, sobre todo si su amigo no tiene hijos.

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«¿No sabe usted que está muy mal escuchar? Sin embargo, es lo mejor para oír bien». Pierre de Beaumarchais

AY distintas razones que nos mueven a escuchar a los demás: reducir el abismo que nos separa, suavizar las diferencias, permitir el aprendizaje cultural, resolver los problemas de relación... La escucha podría considerarse como un sentido más, porque nos proporciona informaciones perceptivas sobre la realidad que nos rodea, sobre la realidad de los demás. Hoy día se considera como una de las aptitudes más importantes en el ámbito de la gestión la de saber escuchar. Y es interesante saber que dedicamos aproximadamente la mitad del tiempo en que estamos despiertos a escuchar, que podrían evitarse muchos malentendidos si nos escucháramos unos a otros de manera eficaz, y que el 80% de las comunicaciones interpersonales son no verbales. No hay verdadera empatía si no hay escucha. Pero la escucha debe ser justamente eso, y nada más: escucha. Escuchar y comprender, no con el fin de objetar, replicar o incluso preparar nuestros argumentos para matizar, discutir o convencer, sino con el fin de aprender del otro y comprenderlo. Abrirnos simplemente a nuestro interlocutor, tratar de oír cómo se expresa y dejar de lado nuestras hipótesis y nuestra imaginación es la manera de descubrir las piezas de ese puzzle que es el otro. Ante todo, hemos de disponernos a escuchar abriéndonos a nuestro interlocutor, prestando mucha atención al valor emocional que el otro confiere a los acontecimientos y a la situación concreta. De este mo do, podremos hacer que tome conciencia de sus necesidades y sus expectativas, sin tratar de forzarle a aceptar o comprender sea lo que sea. Simplemente, nos mostramos receptivos a lo que él nos dice, sin tratar de hallar una solución a su problema. Si pretendemos resolver los problemas de los demás, estamos expresándoles implícitamente que no les creemos capaces de hacerlo por sí mismos, cuando en realidad toda persona posee los recursos necesarios para resolver sus propios problemas, aunque su forma de hacerlo no coincida con la nuestra. Es importante escuchar a los demás con atención. Somos demasiados los que únicamente escuchamos a medias, quizá porque pensamos que escuchar a los demás es 68

una pérdida de tiempo o porque creemos saber de antemano lo que el otro va a decir. De hecho, cuanto más escuchemos a los demás, tanto más tenderán ellos a escucharnos a nosotros cuando les hagamos alguna propuesta. Cuando escuchamos con el fin de replicar, estamos falseando la comunicación. Exigimos al otro que nos atienda, pero nosotros no le atendemos a él. Se trata de una comunicación en sentido único. Buscamos nuestros propios argumentos, en lugar de escuchar los suyos, y nos mostramos insensibles a su lenguaje no verbal. En tales situaciones, corremos el peligro de cometer errores y herir a los demás, sin pretenderlo, por supuesto, sino por simple desatención y falta de interés. La empatía se ve entonces bloqueada y no puede proporcionarnos las informaciones que necesitamos. Si quiere usted convencer a alguien de lo que sea, debe saber en qué situación se encuentra y comprenderle lo suficiente como para presentir lo que está dispuesto a conceder. De lo contrario, perderá usted su tiempo inútilmente; a lo más, el otro podrá aparentar estar de acuerdo con usted, pero en cuanto usted se haya ido, dejará bien claro su desacuerdo. Existen distintos tipos de escucha, pero no vamos a dar aquí una lista exhaustiva de los mismos, porque hay mucha información al alcance de todos en relación con el tema de la escucha. Se puede escuchar de manera constructiva y comprensiva, que es un tipo de escucha productiva que favorece la expresión y permite centrarse en lo que se dice, comprenderlo y precisarlo. Este tipo de escucha requiere un silencio interior, ser conscientes de las propias emociones, tener en cuenta la globalidad de lo que se dice y prestar atención al lenguaje no verbal y al aspecto afectivo. Si alguien te dice que se encuentra bien y absolutamente tranquilo, pero lo hace en un tono desesperado, carraspeando y apretando los puños, es muy probable que su auténtico mensaje sea que se encuentra mal, pero que no quiere hablarle de ello. En esos momentos conviene estar atento, no forzar al otro a hacer confidencias y no sentirse personalmente implicado (apartado, rechazado o entristecido por el otro). Esta actitud favorece la expresión y da al otro la impresión de ser comprendido y respetado. En situaciones en las que la escucha es hostil, parcial o ansiosa, la comunicación parece estar atascada; es un tipo no productivo de comunicación: el que escucha no sacará nada en claro de la misma, y el que habla se sentirá negado en su expresión. A menudo tendemos a subestimar el valor de una escucha eficaz. Sin embargo, si mejoramos la calidad de nuestra escucha, mejoraremos automáticamente nuestras relaciones con quienes nos rodean. Los conflictos relacionales pueden entonces resultar productivos, las dificultades pueden atenuarse, y los problemas pueden eliminarse desde 69

el principio. Perdemos un tiempo precioso cuando no escuchamos, y lo ganamos, por el contrario, cuando comprendemos un mensaje a la primera por haber escuchado de manera eficaz. Sabe usted escuchar? ¿Se concentra usted en la persona que habla? ¿Le presta usted atención? Hay estudios que han demostrado que la mayoría de las personas piensan en otras cosas cuando parecen estar escuchando. Sus propias preocupaciones del momento priman sobre el conocimiento que podrían adquirir del otro si lo escucharan debidamente. Después de sus preocupaciones, aquello en lo que más piensan, por lo general, es en lo que van a responder o decir a su interlocutor. Si, cuando conversa con alguien, tiene usted tendencia a decir: «Sí, pero...», es muy probable que se le haya escapado una gran parte de lo que el otro ha dicho. ¿Presta usted más atención a los hechos que a las ideas? Un buen oyente trata de concentrarse en las ideas principales de lo que le están comunicando. Si logra comprender el tema central que se desprende de las palabras de quien se expresa, puede prestar más atención al lenguaje no verbal, que matiza y afina el contenido de lo que se dice. ¿Interrumpe usted a menudo a su interlocutor? ¿Piensa usted que conoce el final de las frases del otro antes de que las haya pronunciado? ¿Se toma usted tiempo para escuchar? El tiempo (¡otra vez tiempo!) nos apremia. ¿Le resulta imposible dedicar más de diez minutos a su interlocutor? Si establece usted límites de tiempo, su interlocutor se sentirá atosigado y es muy fácil que pierda el hilo de sus ideas. Durante la conversación, conviene también dar tiempo al otro para que termine sus frases y ensamble coherentemente sus ideas; lo cual puede parecerle a usted un tanto pesado, pero puede aprovechar ese tiempo para ensamblar sus propias ideas y centrarse en el tema de la conversación. En una comunicación eficaz puede haber silencios, pausas que permitan reflexionar sobre lo que se acaba de decir (o de escuchar), para sacar unas conclusiones previas, si bien no siempre definitivas. No hay que perder de vista que pensamos mucho más velozmente de lo que hablamos. Resulta muy tentador, por tanto, interrumpir a 70

nuestro interlocutor cuando pensamos haber comprendido ya lo que estaba diciendo. Sin embargo, nos molesta que nos interrumpan, porque podemos perder el hilo de nuestras ideas o vernos en situación de inferioridad, pues de algún modo se nos da a entender que no sabemos comunicar, porque nos alargamos en exceso. Margarita termina siempre las frases de su marido; a menudo responde por él y habla de él en tercera persona. Lo cual le pone de los nervios no solo a él, sino también a quienes les rodean. Da la impresión Margarita de ser responsable de su marido, de que no le considera capaz de expresarse debidamente, de que cree saberlo todo sobre él, de que piensa que no es lo bastante hábil como para manejarse por sí solo. Cuando uno recibe la visita de Margarita y su marido, es inútil preguntarle a él si desea algo o qué es lo que le gusta; más vale preguntárselo a la «experta». En cierta ocasión se le ocurrió a Margarita decir: «¿Sabes?, la nuestra es una pareja muy unida»; y él replicó en tono sarcástico: «Nuestra pareja, eres tú». ¡Y ella se lo tomó como un cumplido! Margarita es un ejemplo llevado al extremo de grado cero de empatía, pero fundamentalmente es en el plano de la escucha donde tiene un problema.

Pistas y recursos Hacerse presente al otro... Trate usted de eliminar todo aquello que pueda obstaculizar la comprensión. Procure borrar de su mente sus preocupaciones, vuelva al momento presente, olvídese del pasado y del futuro. Sepa distinguir entre escuchar y oír. Sitúese físicamente delante de su interlocutor y mírelo. Por regla general, cuando hablamos con otra persona, si esta no nos mira a los ojos o no está vuelta hacia nosotros, nos sentimos incómodos, lo cual reduce la eficacia de la comunicación. Nuestros pensamientos pierden claridad, y su expresión será menos explícita. Pues bien, a todo el mundo le ocurre exactamente lo mismo. Intente prestar atención a este tipo de detalles cuando escuche a alguien, y enseguida constatará cómo mejoran sus relaciones. ...como cuando estás a gusto con alguien Piense usted en alguien con quien puede hablar fácilmente y trate de concentrarse en las 71

actitudes que le hacen sentirse a gusto con esa persona. ¿Será su forma de mirarle, su postura corporal, su sonrisa...? ¿Cómo manifiesta esa persona su atención? ¿Interviene en la conversación? Ahora reproduzca sus actitudes con las personas a las que usted escucha y observe la diferencia en su apertura y en su deseo de hablar con usted. Santiago se sentía siempre muy a gusto con su colega Gregorio, hasta el punto de que este se convirtió en su confidente y amigo. Santiago había constatado que cuando Gregorio escuchaba a alguien, inmediatamente parecía estar realmente interesado, adoptaba una expresión de complicidad y movía su cabeza en señal de apro bación; y todo ello sin dejar de escuchar y prestar atención. Santiago empezó a utilizar esas mismas técnicas y descubrió que poseía una capacidad de escucha que jamás habría imaginado. Adoptar las actitudes que uno desea ver en los demás cuando les habla es un buen comienzo, porque tales actitudes hacen que le sea más fácil mostrar un estado de ánimo abierto a la escucha. ¿De qué está hablando? Si logra usted identificar la idea en torno a la cual gira el discurso del otro, tendrá un marco de referencia que le permitirá evitar los malentendidos. No siempre es fácil saber si lo que el otro dice se refiere a puras generalidades o a una situación concreta. En el cine y en el teatro se utiliza una técnica humorística que consiste precisamente en mantener una conversación en la que dos interlocutores parecen estar hablando de lo mismo cuando, en realidad, están hablando de cosas absolutamente diferentes. Mientras él está hablando de deporte, ella está hablando de amor; mientras una joven está hablando de una compañera, su amiga piensa que está hablando de ella; mientras uno está hablando de alguien en pasado («Le conocía muy bien...») porque hace mucho que no lo ve, el otro piensa que está hablando de alguien que ha muerto. Los ejemplos son innumerables y van de lo cómico a lo trágico. Lógicamente, pueden surgir graves malentendidos, y los malentendidos son a menudo fuente de conflictos. Adapte la velocidad de su pensamiento Comprenderá que, al igual que usted, su interlocutor también puede pensar más velozmente de lo que habla. Dado que es prácticamente imposible ralentizar nuestro pensa miento, hay ciertas estrategias de adaptación de la velocidad del pensamiento que pueden aplicarse: haga que sus pensamientos guarden siempre relación con el asunto del que están hablándole; recapitule mentalmente los puntos que ya se han tratado; trate de prever hacia dónde se dirige el pensamiento de su interlocutor y vaya adaptando esa previsión a medida que avanza la conversación; trate también de dar con ejemplos de lo 72

que dice su interlocutor y observe si existe coherencia entre sus gestos y sus palabras.

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«Haces mal si haces algo que no comprendes; y si criticas, haces peor aún». Leonardo da Vinci

UZGAR al otro en nombre de nuestra moral es contraproducente y nocivo para la comprensión. «Es inútil tratar de colaborar con Fulano: es un cretino, y los cretinos no aportan nada en un trabajo en equipo, por lo que deberían contentarse con tratar de no molestar a quienes trabajan de veras!». El conductor del vehículo que le precede no se mueve, y usted le llama «imbécil» y se pone a hacer sonar el claxon insistentemente..., para luego darse cuenta de que una persona minusválida estaba cruzando la calle. ¿Quién de los dos cree usted que parece más imbécil? Son ejemplos que nos ayudan a comprender el error que cometemos cuando juzgamos demasiado apresuradamente, cosa solemos hacer, quizá inconscientemente, varias veces al día. La apariencia precede a la realidad, porque es mucho más fácil de percibir y la aceptamos alegremente sin ningún esfuerzo. Quizá sea más fácil (y más rápido para nosotros, que apenas tenemos tiempo) juzgar de manera inmediata y obrar en función de ese juicio rápido, lo cual, sin embargo, conduce a malentendidos y a sufrimientos inútiles. Amelia saludó a Alicia, que pasaba por el otro lado de la calle. Alicia pareció mirarla, pero luego volvió la cabeza y siguió caminando. Amelia, muy ofendida, decidió que Alicia no la quería y se mostraba intencionadamente fría. Le faltó tiempo para hacérselo saber a su círculo de amigos y cortó los lazos con la pobre Alicia, que no comprendía nada de toda esta historia. Pero un día se enteró de lo que había sucedido en realidad y, reflexionando sobre el momento en que se había producido el incidente, explicó que se le acababan de romper las gafas y no veía nada de lejos. A Amelia le sorprendió enormemente que hubiera una explicación tan sencilla del comportamiento de Alicia, por lo que ahora era ella la que se sentía ridícula por haber dramatizado una situación sin haberse parado a buscar otras razones para el comportamiento de Alicia distintas de las que se le ocurrieron en un primer momento y que eran reflejo de su propia inseguridad. Incluir a alguien en una categoría es tanto como deshumanizarla y significa, además, 75

privarle de su derecho a ser diferente. Es rebajarla con respecto a nuestra propia perfección. Etiquetar a la gente es algo enormemente reductor que tendemos a hacer demasiado a menudo, bien sea por facilidad, o bien a causa de nuestras preocupaciones personales, que proyectamos en los demás. Atribuir a alguien una etiqueta es del todo irracional: una persona en su totalidad no puede ser reducida a una única acción, a un único momento. Una vida está hecha de una compleja serie de sentimientos, pensamientos, acciones y decisiones en continuo cambio. Cuando etiquetamos a los demás de manera negativa, no podemos esperar recibir a cambio más que antipatía y hostilidad. Pedro, el jefe de Gabriela, piensa que esta es feminista a ultranza, una lesbiana furibunda. Ella, por su parte, considera a su jefe una bestia insensible. Se pasan la vida quejándose el uno del otro y comportándose entre sí de un modo verdaderamente contraproducente. ¿Le gustaría a usted trabajar con ellos? Cuando etiquetamos así a los demás, los vemos de una manera totalmente negativa y acabamos creando monstruos. Si nos tomáramos unos instantes para describir a ese «monstruo», enseguida veríamos que la imagen que hemos hecho de él es completamente irreal; de lo contrario, esa persona tendría que ser encerrada de por vida en una prisión o en un centro psiquiátrico. Etiquetar es un modo de pensar distorsionado que nos conduce directamente al conflicto, a la indignación y a tratar al otro como inferior a nosotros, lo cual carece de una base sólida y racional. Es lo contrario a la actitud empática, que propone la comprensión del otro comenzando por comprender sus sentimientos, sus motivaciones y sus actos. Crearse un marco de referencia negativa etiquetando a alguien no deja de ser profundamente egocéntrico, mientras que la empatía preconiza el «alterocentrismo», es decir, un desplazamiento hacia el otro de nuestro centro de interés. La manía de criticar, que va desde el sarcasmo hasta la condena y que es fruto de las maquinaciones de nuestros «demonios interiores», constituye un freno para la empatía y un obstáculo para nuestra sociabilidad. Todos sabemos cómo reaccionamos frente a la crítica negativa. (No hablamos aquí de la crítica constructiva, que si está impregnada de empatía, puede, por el contrario, favorecer la evolución de una relación, en lugar de degradarla). Todos tememos hasta cierto punto la crítica, porque nos parece ser expresión de la desaprobación e incluso, en ocasiones, del rechazo. Quienes critican sin parar y se pasan la vida evaluando los resultados obtenidos por los demás tienen muy poca autoestima y carecen de confianza en sí mismos. Su crítica incesante de los demás es un reflejo de la constante crítica interna que hacen de sí mismos. Pero hay en nosotros una tendencia a alimentar este pensamiento crítico, sobre todo en aquellos 76

terrenos en los que nos sentimos inferiores. ¿Quién puede afirmar que posee una confianza en sí mismo a toda prueba? Es aquí donde entra en juego la noción de «proyección»: proyección de nuestras emociones en el otro, pero, sobre todo, proyección de nuestro sentimiento de inferioridad, de nuestro temor al rechazo («Te rechazo para no correr el riesgo de ser rechazado por ti»), de nuestros miedos interiores en relación con nuestra seguridad, nuestra libertad o la aprobación de los demás. Claudia ha tenido siempre la sensación de ser menos que los demás: menos guapa, menos rápida, menos inteligente, menos dotada... Y aunque esa sensación no es en absoluto realista, está profundamente arraigada en ella. Es realmente fascinante oírla hablar de los demás: «Si yo fuera ella, no me pondría minifalda»; «Esta vez no ha sido muy avispado»; «Tiene una voz bastante desagradable»... Ciertamente, Claudia habla de ti de la misma forma que lo hace cuando no estás delante. Lo realmente interesante en su caso es que muy a menudo sus críticas no son justificadas: da la impresión de que es de ella misma de quien habla, lo cual, por otra parte, es cierto. Tratar con ella no resulta precisamente agradable, pero no porque sea menos guapa, menos dotada o menos inteligente, sino porque habla sin para contra todo, y esa actitud negativa acaba influyendo en quienes la rodean. Todos creemos en nuestros propios sistemas de valores, todos defendemos nuestra manera de actuar, todos experimentamos nuestras propias emociones; por eso, el que nos hagan dudar de nuestras convicciones nos desestabiliza e incluso nos parece a veces una agresión. Todos deseamos ser aceptados por tal como somos, con nuestra personalidad concreta. Todos queremos ser comprendidos y que los demás aprueben lo que somos. Y para aceptar al otro en su totalidad es preciso comprender cómo es, pero también mostrar una actitud de tolerancia y curiosidad con respecto a su diferencia. Una frase atribuida Voltaire describe per fectamente este concepto: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero daría la vida por que pueda usted decirlo». Aceptar la diferencia del otro propicia en él una sensación de seguridad que le permite, a su vez, ser cuestionado, aun cuando tal cuestionamiento no ha de ser nuestro objetivo: es verdaderamente irritante tener cerca de nosotros a alguien que disfruta viendo cómo somos cuestionados o cómo se ponen en duda nuestros valores y nuestros comportamientos. A no ser que seamos terapeutas o que el otro nos lo pida explícitamente, no deberíamos vernos implicados ni sentirnos responsables de su proceso íntimo de evolución personal. Eso sería tanto como arrogarnos el papel de jueces o, cuando menos, de evaluadores, lo cual podría ser humillante para el otro. Además, aceptar al otro incondicionalmente, favorecer en él una sensación de 77

seguridad que le permita aceptar ser cuestionado, no significa estar de acuerdo con lo que hace o lo que dice. Podemos rechazar su sistema de valores para nosotros mismos, pero debemos aceptarlo para él («No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero daría la vida por que pueda usted decirlo»).

Test

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Resultados Si la respuesta mayoritaria es «a menudo», indica que es usted demasiado crítico y que etiqueta fácilmente a los demás. Tal vez se deba a una inseguridad con respecto a sus propios logros, o quizá al recuerdo de determinadas humillaciones del pasado que fácilmente se ven reactivadas por el temor a ser desaprobado. Proyecta usted fácilmente 79

sus sentimientos personales, que están en el origen de sus juicios de valor. La crítica o la etiquetación negativa le sirven a menudo para eludir un problema: le atribuye usted una connotación negativa a la persona del otro para no tener que profundizar demasiado. Si la respuesta mayoritaria es «a veces», usted es consciente de las debilidades de los demás y las percibe. La mayoría de las veces no llega usted a mantener obstinadamente sus juicios, lo cual sería un problema más profundo aún que el hecho de formularlos. Utiliza usted la crítica y la etiquetación como mecanismo de defensa cuando se siente agredido. Procure encerrarse en ideas que le mantengan alejado de la realidad. Si la respuesta mayoritaria es «nunca», es usted un caso raro. Aunque a veces juzgue, su juicio está teñido de respeto, y no olvida usted considerar a los demás como personas únicas y complejas que tienen sus cualidades y también sus defectos. Tiene usted confianza en sí mismo y no se siente disminuido por la actitud de los demás, siempre y cuando no le agredan directamente. Encuentra usted explicación a los comportamientos de los demás y es consciente del efecto que pueden producir sus propias emociones en tu percepción y en su forma de evaluar a los demás.

Pistas y recursos Cambiar de perspectiva Trate de no decir «él es...», «ella es...», y sustitúyalo por «él ha hecho...», «ella ha hecho...». Puede usted comenzar en un campo de prácticas excelente: el coche. Cuando conduzca, en lugar de mostrarse impaciente e irascible, trate de descubrir buenas razones por las que los demás usuarios de la carretera manifiesta los comportamientos que usted desaprueba. Cuando menos, reconózcales el derecho a cometer pequeños errores, y aproveche para reconocérselo también a usted mismo. ¿Que los vehículos que le preceden tardan más de la cuenta en arrancar cuando el semáforo cambia a verde? Puede que todavía haya un peatón cruzando, o que un coche procedente de una calle transversal se saltado el semáforo en ámbar, o tal vez un vehículo que venía en sentido contrario parecía ir demasiado rápido como para detenerse a tiempo... También puede ocurrir que el conductor del primer vehículo de la fila no haya visto que se encendía la 80

luz verde: quizá estuviera un poco distraído... Reserve su rapidez de reacción para las situaciones de urgencia y convénzase a sí mismo de que no tiene necesidad de correr tanto como para llegar antes que el otro al siguiente semáforo... ¡en rojo! Matice tus comentarios comenzando una frase potencialmente críticas diciendo: «Me parece que...», «Puede que me equivoque, pero yo pienso que...». En la medida de lo posible, trate de comenzar sus frases en primera persona, mejor que en segunda persona: «Me está molestando tu brazo», en lugar de «Tus gestos son violentos» o, peor aún, «¡Deja de ser tan violento!». Un paso más... Muestre verdadero interés por el otro y descubra sus cualidades. Procure tener en cuenta las razones que le mueven a actuar y a reaccionar como lo hace. Defienda a aquellos a quienes se denigra cuando no están presentes; observará que, después de todo, es muy fácil juzgar sin bases sólidas, pero es mucho más difícil hacerlo con plena conciencia y tratando honradamente de tener una visión global de la personalidad y las razones de los demás para comportarse como lo hacen. Al tratar a Julieta de perezosa, su madre evita tener que interesarse por el pánico que le produce a Julieta la idea del fracaso; además, evita también preguntarse por su propio sentimiento de culpabilidad con respecto a su hija: al decirle que es una perezosa, todo el problema de dependencia afectiva que tiene Julieta de sentirse aprobada queda silenciado, con el fin de no entrar en una confrontación desagradable. Sin embargo, incitar a Julieta a abrirse a sus emociones cuando debe llevar a cabo una tarea y acompañarla en sus motivaciones y en sus sentimientos podría ser una experiencia exaltante tanto para la madre como para la hija. Bastaría con que pudieran dejar a un lado sus juicios de valor, así como los «debo...», «debería....», «tendría que...», que han ido acumulando con el paso del tiempo. No es etiquetando, clasificando o juzgando a los demás como podemos reforzar nuestra confianza y nuestra autoestima, porque con ello nos creamos un sentimiento de superioridad del todo injusto e inapropiado y que no está basado en la realidad. ...pero no excesivo No está usted, sin embargo, obligado a admitir siempre el punto de vista del otro. Es perfectamente legítimo intercambiar argumentos. El hecho de que usted desee hacer determinadas precisiones, matices o correcciones a ciertas afirmaciones con las que no 81

está de acuerdo no significa que desee usted tener razón a toda costa. Al contrario, en el caso de que los dos interlocutores vayan de buena fe y manifiesten mutuamente su empatía, se dan a sí mismos la posibilidad de entrar en un proceso de verdadera comunicación y, de ese modo, hacer que progrese un trabajo, unas ideas, una creación, un aprendizaje o la propia comprensión de sí mismos y del mundo. Un buen ejemplo de intercambio provechoso y eficaz es el brainstorming, o «tormenta de ideas», donde cada cual dice todo lo que le pasa por la mente, sin censuras ni juicios de ningún tipo. La eficacia de estas sesiones depende, de hecho, de la ausencia de críticas y evaluaciones, que permite a los participantes sentirse libres a la hora de encontrar y formular unas ideas que, de otro modo, no se habrían atrevido a compartir. De hecho, los participantes en tales sesiones saben desde el principio que la mayor parte de las ideas lanzadas a quemarropa serán rechazadas, pero que también pueden surgir ideas «geniales» si se trabaja sobre ellas durante la siguiente etapa del proceso. Crítica desleal Tenga cuidado con su manera de reaccionar frente a la crítica. Tratar de comprenderla para tenerla en cuenta en el futuro puede ser algo muy constructivo, pero a veces topamos con una evidente mala fe: críticas infundadas y vagas, negativa a entrar en detalles, expresiones de cólera (insultos o connotaciones negativas, signos no verbales)... Se trata de un comportamiento tendente a hacerse con el control, más que de una interrelación sincera. Se puede entonces intentar convencer al otro de que manifieste lo que ocurre, con el fin de comprender el problema. Pero en estos casos el diálogo se hace a menudo imposible, y es preferible no ir más allá si no se desea alimentar el círculo vicioso de la discordia: la empatía nos ofrece indicios acerca de la necesidad de retirarnos cuando aún estamos a tiempo.

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«No se libra uno de un hábito arrojándolo por la ventana; hay que hacerle descender la escalera peldaño a peldaño». Mark Twain

A verdadera empatía no puede expresarse sin una presencia y una disponibilidad absolutas. Rige en ello el mismo principio que en el asunto de la escucha: una empatía parcial no es más eficaz que una escucha parcial. Dar muestras de empatía significa centrarnos en la otra persona y olvidarnos, por una parte, del entorno y, por otra, de nosotros mismos: distanciarnos de nuestros propios logros, no confundir nuestra emotividad con la del otro y ser conscientes de nuestra subjetividad. Dicho de otra manera, olvidar nuestro ego. ¡Todo un programa! Y, sin embargo, es algo que hacemos muy a menudo, de manera espontánea y natural, sin pensarlo, sobre todo cuando ejercemos nuestra empatía con las personas más cercanas o con aquellas a quienes apreciamos de veras. Como en todo proceso de aprendizaje, un ego demasiado invasivo es perjudicial para la comprensión. De hecho, si nuestro ego se siente amenazado cada vez que alguien nos hace una observación, corrige un gesto nuestro o evalúa nuestras cualidades, el aprendizaje resultará costoso o puede incluso que no se produzca. Para establecer una relación de confianza y hallar soluciones eficaces a largo plazo a situaciones conflictivas, es preciso que todo el mundo salga ganando, no únicamente nosotros. Si tenemos miedo al otro (o a ser objeto de su desaprobación o su rechazo), o si tenemos necesidad del otro (para sentirnos aceptados co mo individuos válidos), entonces entramos en el terreno de los afectos y nos exponemos a que nuestra afectividad se vea invadida y sofocada. Si, por el contrario, nos abrimos al otro sin tener necesidad alguna de él, expresamos calor humano y empatía. Entonces nos hacemos capaces de escuchar al otro sin dramatizar ni banalizar nada en absoluto; comprendemos la experiencia del otro en su justa medida, que es la suya, a veces muy diferente de la nuestra; y de este modo podemos humanizar profundamente nuestra comunicación, que se adapta a la realidad del otro. 84

No olvidemos que reacciones diferentes entre sí pueden ser complementarias y que un equipo formado por personalidades dispares puede resultar mucho más eficaz, imaginativo y competente que un equipo formado por personas que comparten todas el mismo punto de vista. Profundizar en el pensamiento del otro es un trabajo que requiere toda nuestra atención y nos exige hacer abstracción de aquellos problemas personales o características nuestras que pueden obstaculizar la interpretación. El marido de Laura se muestra taciturno y poco comunicativo al regresar a casa una noche. Ella piensa: «¿Qué habré hecho esta vez?», y se pregunta qué tendrá contra ella. Como él no dice nada, Laura interpreta su silencio como un reproche y se siente atacada y juzgada, creando un círculo de pensamientos negativos y justificaciones. Y así, sin ninguna razón realmente válida, Laura, al dejarse invadir por su inseguridad personal, arruina una velada que podría haber sido agradable. Por supuesto que su marido debería haberle dicho que corre el peligro de perder su trabajo por causa de una reducción de plantilla, pero está demasiado preocupado para hablar de ello y, por otra parte, no desea inquietar a su esposa. Monopolizar una conversación resulta tentador, sobre todo cuando, sabiendo como sabemos muchas cosas sobre el tema de que se trata, alguien dice algo que sabemos es falso. Incluso cuando sabemos que estamos en mejores condiciones que los demás para controlar una situación, y a menos que se produzca una urgencia, podemos relativizar fácilmente la necesidad de tener siempre razón si deseamos que se dé un verdadero diálogo. «Ser feliz o tener razón.» En el fondo, preferimos ser escuchados antes que escuchar a los demás. (Desgraciadamente, a ellos les ocurre lo mismo). Y a menudo se debe a que nunca hemos escuchado de veras con todo nuestro ser y no conocemos la sensación de estar en sincronía o en línea con el otro. La empatía recíproca puede ser causa de gran felicidad, de momentos de intensa apertura y comunicación. No podemos cambiar a los demás, pero al modificar nuestras propias reacciones modificamos el dinamismo de nuestras relaciones y, de ahí que las reacciones de los demás deban ajustarse.

Test

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Resultados Si la respuesta mayoritaria es «a menudo», se halla usted realmente presente a sus seres más cercanos y a sus amigos. Es usted capaz de distinguir entre sus necesidades y sus deseos y los de los demás. Debe de ser usted un buen oyente y no tener problemas para aprender cosas nuevas. Es usted discreto y respetuoso y sabe hacer abstracción de sus 86

preocupaciones cuando es necesario. Si la respuesta mayoritaria es «a veces», está usted dentro de lo que podemos llamar «término medio». Comprende usted con relativa facilidad a los demás, pero la situación de estos suele provocar en usted una reacción emocional influida por su pasado. Si la respuesta mayoritaria es «casi nunca», ciertamente tiene usted el potencial para ser empático, pero debe aprender a conocerse y a comprender el efecto que sus emociones producen en su forma de percibir la realidad del otro.

Pistas y recursos Echa un vistazo a tu alrededor Muestre curiosidad respecto de lo que es diferente de usted, comenzando por personas que no se encuentren demasiado cerca de usted y cuya forma de funcionar y de reaccionar no comprende usted verdaderamente. Como esas personas no se hallan muy cerca, tenderá usted menos a implicarse o a sentirse amenazado, y le será más fácil echarse atrás si es necesario. Cuanto menos las comprenda, tanto más probable es que el proceso resulte interesante: aprenderá usted más acerca de sí mismo si tiene en cuenta sus propias actitudes frente a determinadas reacciones del otro. No le juzgue y no emplee su propios criterios de moralidad o de decoro: el objetivo de este ejercicio consiste en comprender a otra persona sin que ello resulte doloroso ni para usted ni para ella. Si existe algún vínculo entre usted y la persona en cuestión, como puede ser una relación laboral, trate de ver cómo sus diferencias pueden contribuir a la colaboración. Es preciso conocerse a sí mismo y evaluar la influencia de nuestras emociones en nuestro proceso de escucha, con el fin de poder hacer abstracción de ellas a la hora de comprender al otro. Pretender solucionar las cosas a toda costa o proseguir un diálogo cuando el otro no lo desea o se muestra hostil, constituiría una actitud bastante antipática por nuestra parte. Adela y Marcos salen juntos desde hace algún tiempo. Su relación estar marcada los implícitos, fruto de una cierta inseguridad por parte de ambos. Un buen día, tienen una 87

discusión, y Marcos trata de quitarle importancia, a pesar de las emociones que se agolpan en su interior y aunque le resulta difícil hacer abstracción de su miedo a ser rechazado y de su inseguridad. Después de haber reflexionado sobre el conflicto en cuestión, se da cuenta de que tiene una mayor necesidad de aprobación y que siente fácilmente amenazada su confianza. En otra ocasión en la que tienen un nuevo conflicto, Marcos consigue dejar a un lado su inseguridad y encuentra el valor necesario para permanecer tranquilo, mantener el control y escuchar a Adela con toda atención. Cada vez que Marcos trata de que Adela concrete sus reproches, ella se muestra confusa y le responde con un insulto o de forma negativa: «Eso no sirve de nada, pues nunca lo comprenderás»; «¿Cuál es tu problema?»; o incluso «¿Eres idiota o qué?». Adela le echa la culpa de todo, mientras que Marcos desea realmente asumir su parte de responsabilidad en el conflicto; pero como las desavenencias son siempre cosa de dos, piensa que ella también debe asumir la parte de responsabilidad que le corresponde. No obstante, enseguida se da cuenta de que Adela tiene una actitud demasiado hostil como para aceptar el diálogo, por lo que él vuelve a su casa con la esperanza de que podrán volver a hablar de ello de nuevo una vez que se hayan calmado los ánimos. Pero no es así: ella se atrinchera en su actitud de silencio y en su convencimiento de que la razón está de su parte. Marcos comprende entonces que lo que mueve a Adela a actuar de ese modo es un mecanismo de defensa ante el miedo que le inspiran la crítica y la desaprobación. Él no está resentido con ella, pues comprende sus motivaciones profundas, pero al mismo tiempo, no se imagina poder mantener una relación en la que no recibe empatía alguna y no sienta que se respeta su diferencia. Al arrojar la toalla, comprende que una relación más íntima entre ambos sería una fuente de sufrimiento excesivo para los dos, y que el dinamismo de ambos se atascaría en la más absoluta incomprensión. El hecho de constatarlo en una fase tan temprana de su relación demuestra el alto grado de empatía que posee Marcos, el cual ha comprendido desde dentro el funcionamiento de Adela como si se tratara del suyo propio, ha tenido en cuenta sus propias limitaciones y su propio funcionamiento y ha decidido actuar en función de sus percepciones: la solución que presenta más ventajas, tanto para Adela como para él, no es otra que romper antes de que las cosas se envenenen. Probablemente, Adela no está de acuerdo con el análisis de Marcos, pues su problema de inseguridad la tiene demasiado atrapada como para ser capaz de liberarse de él y tratar comprender a alguien distinto de ella. Lo cual es una lástima, pero es muy frecuente que nosotros mismos o cualquier otra persona suframos demasiado para ser capaces de acceder a los demás. Son situaciones que pueden ser temporales, debidas a 88

factores exteriores a nosotros, como es el caso, por ejemplo, de un duelo, la pérdida de un empleo, una ruptura...: situaciones, todas ellas, que nos introducen en un estados de ánimo no receptivos, debido a una excesiva movilización de todo nuestro ser para gestionar un periodo de sufrimiento tan intenso. No es entonces el momento apropiado para invertir energías en nuestras relaciones; un periodo de distanciamiento puede resultar beneficioso, y es una demostración de empatía el reconocer que alguien se encuentra en esa situación.

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«Cómo pretender criticar y refutar honradamente una opinión o una doctrina si antes no ha sido profundamente comprendida y aun adoptada, y hacerse así semejante al adversario?». Paul Valéry

A llegado el momento de hacer ver al otro que le ha comprendido usted o, cuando menos, que lo ha intentado sinceramente. Si él es consciente de sus esfuerzos y de su empatía, tenderá a hacer lo mismo y a procurar que el proceso sea recíproco. Hacerle preguntas, reflejar en sus palabras lo que él ha expresado, reformular el mensaje sin juicios de valor... son formas de lograr que la comunicación sea útil y hacer comprender al otro que usted le respeta y está interesado en lo que es y en lo que tenga que decir. Hasta ahora hemos desarrollado una serie de estrategias destinadas a dar pruebas de empatía, comprender en qué consiste y aplicarla del mejor modo posible, eliminando cuanto pueda dañarla. Vamos ahora a intentar poner en práctica la empatía que hemos manifestado, desarrollando aptitudes que reflejen esa empatía y creen una interrelación, es decir, una relación recíproca. Las técnicas que hemos explicado son útiles para ofrecer a nuestro interlocutor la posibilidad de una retroacción - lo que en inglés se denomina feedback-que le permita constatar que le hemos escuchado, entendido y comprendido. Esto le hará saber que le hemos prestado una atención total y exclusiva, que le respetamos y que aceptamos su marco de referencia, su punto de vista. Todo lo cual es extremadamente estimulante en términos de comunicación. Cualquiera que desee comunicar tiene necesidad de una retroacción, aunque no sea más que para probarse a sí mismo la existencia de esa comunicación. Las retroacciones sobre el contenido únicamente son útiles después de haberse producido la comunicación y sirven para la matizarla o verificar su exactitud; el feedback al que aquí nos referimos no pretende elaborar el contenido, sino hacer que su interlocutor tome conciencia de que usted lo escucha, que se hace presente a esa escucha y que trata de comprender su situación y lo que él siente por dentro. Es un preludio necesario para poder analizar de manera creíble el contenido. Si habla usted con alguien 91

que parece estar harto de oír lo que le dice, que está distraído, que escucha únicamente a medias o que contesta a su teléfono mientras usted le habla, ¿cómo va a imaginar siquiera que le van a resultar a usted creíbles, o al menos interesantes, los comentarios que pueda hacer acerca de lo que le ha dicho? Si se toma la molestia de escucharle, hay muchas probabilidades de que responda a algo que usted no ha dicho y que no responda a lo que en realidad sí ha dicho. Isabel, que es profesora, ha desarrollado una técnica para verificar si sus alumnos la escuchan: ocasionalmente, intercala en su discurso frases que no tienen ningún sentido, y a menudo la mayoría de los alumnos ni se inmutan. ¿Cómo hacer comprender al otro que le escuchamos? Es bien sencillo, y lo hacemos, de hecho, en determinadas circunstancias: mirándole a los ojos, animándole con un gesto de la cabeza a que siga hablando, asintiendo a lo que dice o repitiendo de vez en cuando la última palabra que ha pronunciado. Haciendo todo eso, no solo incitaremos al otro a seguir hablando y a relajarse, sino que además constataremos que escuchamos efectivamente mejor, que nos dejamos implicar por la vivencia expresada por el otro, sin analizar todavía su contenido. Se trata de una técnica que se enseña en psicoterapia y en todos los talleres de trabajo sobre la escucha previstos en los programas de casi todas las facultades universitarias. Una técnica algo más extendida consiste en repetir las palabras clave que hemos oído y que hemos retenido mentalmente mientras la otra persona hablaba. Utilizamos los mismos términos que ella y, de ese modo, le indicamos que hemos tomado nota de los puntos importantes de su mensaje. Si alguien le dice a usted: «Voy a empezar a trabajar más temprano por las mañanas, porque hay más silencio y me resulta más fácil concentrarme», puede usted emplear las palabras «más temprano» o «concentrarme», porque lo que el otro pretende con su mensaje no es decirle que por las mañanas hay más silencio, sino que esa persona tiene necesidad de concentrarse para trabajar. Si repite usted las palabras clave, su interlocutor observará que ha comprendido y se sentirá animado a continuar, ya sea para explicarse mejor o para introducir algún matiz. Parafrasear consiste en repetir con nuestras propias palabras lo esencial del mensaje que hemos escuchado, y siempre podemos recurrir, además, al lenguaje no verbal para matizar lo que la otra persona ha dicho efectivamente. Puede empezar usted, por ejemplo, diciendo: «O sea que lo importante para ti es...». Esta técnica sirve, por una parte, para cerciorarse de haber comprendido debidamente y, por otra, para dar lugar al otro para que afine su comunicación, la modifique o la matice, sintiéndose así completamente a gusto.

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Recapitular es como parafrasear, pero un poco más largo. Se trata de la forma más elaborada y dinámica de la escucha; se denomina también «re-expresión» y engloba la comunicación en su totalidad, a saber, lo dicho, lo no dicho, los signos no verbales y lo que el otro siente. La re expresión nos ayuda a salir de los «impasses» en que tenemos el peligro de caer cuando lo que predominan son nuestras emociones. Es un buen remedio contra el diálogo de sordos y nos permite comprobar si la impresión que tenemos de ser empáticos es real o no es más que una ilusión. Nos encontramos ya en la fase en la que hacemos preguntas, reformulamos y damos muestras de imaginación y de creatividad; no siempre es fácil comprender un mundo desconocido. Cuanto mayor es la diferencia, tanto más apasionante es el desafío. Todo el proceso del feedback garantiza una verdadera comunicación, pues nos obliga a salir de nuestro territorio y aventurarnos en el del otro, tratando de comprender su punto de vista. Lo ideal sería que él hiciera lo mismo con nosotros. Pero este tipo de contacto es «contagioso»: es más fácil escuchar cuando uno se siente escuchado, sonreír cuando a uno le sonríen, y mostrar empatía cuando también se la muestran a uno. Si consigue usted convencer a su interlocutor de que comprende perfectamente su postura y que en su misma situación (con todo lo que esta conlleva de circunstancias concretas y de restricciones) tendría usted bastantes probabilidades de actuar de la misma manera, es usted un as de la empatía, y su interlocutor se da perfecta cuenta de ello: no en vano se busca su compañía. Ha conseguido ponerse en el lugar del otro y comprender lo que le anima, y le expresa, además, que ha sido usted capaz de concentrarse en el mundo de él, tanto intelectual como afectivo, en su percepción subjetiva de la situación, y que no por ello le juzga.

Pistas y recursos El momento adecuado Trate de encontrar el momento adecuado. El momento adecuado para decir las cosas, el momento adecuado para escuchar, el momento adecuado para callarse, el momento adecuado para llegar o para irse... Cuando uno siente que es el momento adecuado, todo 93

a su alrededor se presta para que la empatía se manifieste de manera recíproca. De hecho, ha comprendido «desde dentro» que no había obstáculo alguno para la comunicación y la comprensión en ese momento. A Carlota le crispa el hecho de que, cuando habla por teléfono, su hija encuentre siempre algo esencial y urgente que decirle. ¿Qué deducir de ello? ¿Que la hija piensa que su madre habla demasiado por teléfono? ¿Que debería tratar de establecer determinados momentos para dedicarlos en exclusiva a su hija? Es cierto que para esta no parece haber «momento adecuado» ni posibilidad alguna de encuentro. Sin embargo, es fácil encontrar el momento. Basta solo con quererlo. Reaccionar con tacto Profundice en el pensamiento del otro tratando de averiguar lo que tiene de específico. De este modo, sus reacciones se adaptarán perfectamente a la situación. Si, por ejemplo, constata usted que al otro le lleva bastante tiempo librarse de una emoción que le ciega, o siente usted que ese otro no está dispuesto a aceptar tal o cual sugerencia, significa que hay que ir poco a poco, por pequeñas etapas. Pero, ante todo, se trata de que comprenda y acepte que esa emoción le está cegando o que no está dispuesto a escuchar su sugerencia. Hacer preguntas ¡Ánimo, no se reprima! Todo cuanto no le parezca suficientemente claro, todo cuanto requiera precisiones, ejemplos o mayores explicaciones, debe ser aclarado. ¡Dispare contra todo lo que se mueve! Pero, ¡cuidado!: sus preguntas, por una parte, han de ser pertinentes y, por otra, no deben ser hirientes ni molestas. De hecho, si bien las preguntas hechas de buena fe para explicar de veras un pensamiento son casi siempre bien acogidas, no podemos decir lo mismo de las preguntas que, ya sea por su forma o por su intención, resultan agresivas, reductoras o malintencionadas. Hacer preguntas sirve para obtener informaciones sobre determinados hechos, pero también para precisar o solicitar opiniones, reacciones o matices. Hacer preguntas es invitar al otro a hacer valer sus argumentos o su punto de vista, o incluso a obtener impresiones, experiencias. Las preguntas en ráfaga, cual si de una ametralladora se tratara, originan confusión y provocan reacciones defensivas. Las preguntas orientadas a buscar una determinada respuesta (
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