EL Perdon La Mejor de Las Medicinas Primeras-paginas
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Perdonar significa ver la luz de Dios en todos y cada uno, independientemente de cómo se comporten.
Los matrimonios más felices están construidos sobre cimientos de perdón.
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1. Las raíces de la falta de felicidad
¿Por qué nos resulta tan difícil darnos cuenta de que nuestra búsqueda del caldero de oro al final del arcoiris sólo disfraza el hecho de que somos nosotros mismos tanto el arcoiris como el oro?
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onsidera por un momento que la felicidad es nuestro estado natural. En el Centro de Curación Actitudinal, donde el perdón constituye una parte central de todo lo que hacemos, decimos que la esencia de nuestro ser es el amor.* Aprendemos a ver la vida considerándonos seres espirituales que sólo temporalmente habitamos nuestro cuerpo. Al revisar nuestra vida desde ese punto de vista, también comenzamos a darnos cuenta de que el amor y la felicidad son inseparables. Perdonar nos enseña que es posible elegir el amor en lugar del miedo y la paz en lugar del conflicto, sin importar las circunstancias que afectan a nuestra vida.
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Antes de que hablemos de perdonar, exploremos brevemente las raíces de la infelicidad. Si identificamos dónde comienza, podremos apreciar el mundo en forma muy distinta. Un buen lugar para comenzar esta exploración es esa parte de nosotros que cree que nuestra felicidad radica en los objetos externos. Vivir en esta sociedad moderna nos lleva a creer demasiado fácilmente que el dinero y la acumulación de bienes materiales nos harán felices. El problema es que entre más acumulemos, más querremos. No importa cuánto obtengamos, casi nunca parece ser suficiente. Una vez que comenzamos a hacer las cosas de este modo, caemos en el hábito de creer que finalmente encontraremos algo fuera de nosotros mismos que nos procurará la felicidad duradera. El hecho de que esta búsqueda frecuentemente termina por hacernos sentir frustrados, enojados, infelices e incluso desesperanzados es la clave irrefutable de que ésa no es la vía correcta. ¿Por qué nos resulta tan difícil comprender que nuestra búsqueda del caldero de oro al final del arcoiris sólo está disfrazando el hecho de que somos nosotros mismos tanto el arcoiris como el oro? Hay demasiadas tentaciones en el mundo para culparlas por nuestra infelicidad o por nuestra falta de dinero y bienes materiales. Si miramos a nuestro alrededor, vemos gente que tiene más que nosotros y parece más feliz que nosotros. Dirigirnos hacia otras personas para llenar el vacío de nuestra alma a través de relaciones personales puede parecer un gran salto: pasar de objetos materiales a seres humanos para buscar la respuesta que nos hace falta. Sin embargo, la misma parte de nosotros que nos dice que las respuestas se encuentran en el exterior también nos sugiere que nuestra felicidad podría ser responsabilidad de esas personas. Se trata de encontrar Las raíces de la falta de felicidad / GERALD G. JAMPOLSKY
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a la persona indicada y, de ese modo, sin duda alguna, ¡nuestra vida estaría colmada! Muy pronto nos encontramos en un círculo vicioso, dando vueltas y vueltas infinitamente, decepcionados e infelices porque ni el dinero ni las cosas materiales ni nuestras relaciones nos hacen felices. Lo conseguimos en algunos momentos, pero resultan demasiado pasajeros. Es posible que comencemos a sentirnos atrapados por la vida. Pero, ¿cuál es —podemos preguntarnos— la alternativa? ¿Qué parte de nosotros nos mantiene buscando fuera de nosotros mismos? ¿Podemos siquiera identificarla por su nombre? Se trata de la parte que cree que nuestra verdadera identidad está limitada a nuestros cuerpo y personalidad. Es la parte que se mofa de cualquier sugerencia en el sentido de que nuestra verdadera esencia consiste en que somos seres espirituales que viven temporalmente en estos cuerpos. Me gusta usar el término ego para describir esa parte que está tan preocupada por las cosas exteriores. El ego trata de justificar su presencia en nuestra vida asegurándonos que sólo busca lo que nos conviene, que nuestro cuerpo lo necesita para apoyarse en él porque, de lo contrario, caeríamos accidentalmente frente a las ruedas de un camión en marcha u olvidaríamos alimentarnos o protegernos de todos los peligros que nos acechan en el mundo. Nuestro ego nos hace creer que si alguien piensa que el dinero no puede comprar la felicidad, es porque no sabe dónde comprar. Una y otra vez, el ego nos envía el mensaje de que vivimos en un mundo injusto en el que seremos víctimas a menos que estemos alerta constantemente. Nuestro ego se siente encantado cuando terminamos por convencernos de esa posibilidad porque, de esa manera, le cedemos EL PERDÓN / La mejor de las medicinas
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nuestro poder. Lo último que conviene a nuestro ego es que creamos en la posibilidad de hacer una elección: que podemos elegir no ser víctimas; que, de hecho, podemos elegir amar en lugar de temer, perdonar en vez de cultivar nuestros rencores, amarguras y prejuicios. Es fácil entender por qué el ego interpreta la felicidad, el amor y la paz espiritual como sus enemigos: porque cuando disfrutamos de esos estados de ánimo experimentamos nuestra esencia espiritual. En esos momentos, vemos un mundo muy distinto del que nuestro ego nos proporciona. Perdonar es fácil cuando vemos el mundo a través de los ojos del amor, en la medida en que resulta claro que las respuestas buscadas a lo largo de toda nuestra vida pueden ser encontradas allí y no, como supone el ego, en las cosas externas. En el peor de los casos, mentalmente escuchamos decir al ego que es imposible sentirnos felices por mucho tiempo, por lo que es preferible que recurramos a la realidad material para obtener alguna clase de felicidad cierta y duradera. Al final, las cosas terminan por arruinarse; con toda seguridad algo hace que las cosas acaben mal. Alguien o algo se entromete en nuestra felicidad; en consecuencia, nuestra mejor opción es encontrar una persona a quien culpar. El consejo del ego es encontrar siempre a quien culpar, de tal modo que uno siempre tenga la razón y los demás estén siempre equivocados. En última instancia, nuestra felicidad o infelicidad está determinada, efectivamente, por el grado en que aceptamos el consejo de nuestro ego. Piensa en lo que ocurre siempre que juzgamos a otra persona, cultivamos rencores en el alma o nos aferramos a la culpa; lo que sentimos en esos momentos nos impide experimentar amor, paz y felicidad. Nuestros sentimientos de infelicidad se agrandan y nos dedicamos a buscar culpables, cazando a diestra y siniestra Las raíces de la falta de felicidad / GERALD G. JAMPOLSKY
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las circunstancias o las personas a las que debemos señalar como responsables de nuestra infelicidad. Perdonar es un proceso transformador; en un abrir y cerrar de ojos, podemos liberarnos del paradigma construido alrededor del mundo exterior, que nos propone la necesidad de buscar fuera de nosotros la verdadera felicidad. Con un sencillo cambio de actitud, podemos liberarnos de la convicción del ego en cuanto a que debemos creer que somos víctimas y por ello debemos actuar a la defensiva para sentirnos seguros. Con un cambio de perspectiva, podemos dejar de buscar otras personas o cosas fuera de nosotros a las cuales culpar por nuestra infelicidad. Podemos abrazar nuestra verdadera esencia espiritual e instantáneamente encontrar que ésta ha sido siempre nuestra fuente de amor, paz y felicidad; está siempre a un paso y a nuestra disposición. Se puede aprender a perdonar a cualquier edad, independientemente del actual sistema de creencias, del pasado que se haya tenido, o de la manera en que se haya tratado a las personas que nos rodean.
Un ejemplo de perdón
Hace varios años, mi esposa Diane y yo conocimos a una mujer sorprendente cuyo nombre era Andrea de Nottbeck. Nos pusimos en contacto con ella a partir de una llamada telefónica de lo más inusual, hecha desde Suiza para decirnos que una mujer que radicaba ahí tenía una pintura que quería regalarnos. La mujer tenía 93 años en ese momento y gozaba de muy buena salud. Aun cuando había donado la mayor parte de su fortuna a organizaciones filantrópicas, tenía una
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última posesión material que deseaba regalar antes de morir: se trataba de una pintura de Jesucristo del siglo xiii. Sin saber a quién debía heredar la pintura a su muerte, Andrea fue a las montañas para meditar al respecto; luego de unos instantes recibió el mensaje: “Amar es liberarse del miedo”. De ese modo, decidió que la pintura sería para Jerry Jampolsky, autor del libro que lleva el mismo título y que trata sobre las diferentes maneras en que nos impedimos amarnos a nosotros mismos; así, pidió a su amigo que me llamara a los Estados Unidos. Más tarde nos enteramos de que, después de la muerte de su marido unos cuantos años atrás, Andrea se había convertido en una vieja amargada e irritable; provocaba a los demás constantemente y discutía por cualquier cosa, por lo que resultaba difícil tratar con ella. A la edad de 85 años, un amigo le regaló Love Is Letting Go of Fear. Este libro se convirtió en el libro de cabecera de Andrea; pronto comenzó a perdonar a todas las personas que sentía la habían herido a lo largo de su vida. Se perdonó a sí misma por el comportamiento que sabía había causado dolor o que no había sido amoroso. Su vida cambió milagrosamente; despojada de la constante irritación y de la ira que sentía contra el mundo, se volvió tan despreocupada y alegre como nunca lo había sido. Para celebrar su transformación, cambió su nombre por el de Happy [“feliz”]. Sin que lo supiera hasta conocerla, Happy había sido la promotora de que Love Is Letting Go of Fear fuera traducido al francés hacía muchos años. Cuando escuché la historia de la transformación de Happy, Diane y yo decidimos visitarla combinando nuestro viaje con otro que yo ya tenía planeado al Medio Oriente. Desde que llegamos, conocimos a esta extraordinaria mujer; nos mostró Las raíces de la falta de felicidad / GERALD G. JAMPOLSKY
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una revista francesa con una fotografía en la portada donde se le veía ¡volando en planeador sobre la campiña francesa! Tenía 88 años en ese momento; y, como si eso fuera poco, había maniobrado un biplano a la edad de 91. Pasamos tres días maravillosos con Happy en su casa de Ginebra, Suiza. Debo decir que hacía honor a su nuevo nombre en todas las formas imaginables; era una de las personas más felices, con mayor paz espiritual y más amorosa que he conocido. Cuando le preguntamos qué había hecho para lograr todos estos cambios positivos en su vida, respondió: “Sencillamente dejé de criticar”. Dejamos la casa de Happy justo después de haber celebrado con ella el Año Nuevo; Diane volvió a California con la pintura que Happy nos obsequió, mientras yo proseguí mi viaje para reunirme con algunos amigos. Tres semanas más tarde, recibimos una llamada telefónica con la noticia de que Happy había muerto en paz mientras dormía, tal como ella lo había predicho. Hasta la fecha, siempre tengo presente la historia de cuánto se transformó la vida de Happy a través del perdón; estoy profundamente agradecido por haber tenido la oportunidad de conocer a esta encantadora mujer; permanecerá para siempre como un modelo de perdón tanto para Diane como para mí y como un recordatorio de que nunca se es demasiado viejo para cambiar.
Milagros inspirados en el perdón
Finalmente, hay una historia en el libro de Yitta Halbertstam y Judith Leventhal, Small Miracles: Extraordinary Coincidences
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from Everyday Life, que ilustra con toda claridad el don de perdonar. La reproduzco a continuación: Había un hombre joven llamado Joey, quien a la edad de 19 años dejó su casa y renegó de su religión judía. Su padre se enojó con él terriblemente y lo amenazó con un total rechazo si no cambiaba su actitud; a pesar de todo, Joey no cambió su conducta, de modo que se rompió toda comunicación entre padre e hijo. El hijo recorrió el mundo para encontrarse a sí mismo; se enamoró de una mujer extraordinaria y durante un tiempo sintió que su vida tenía sentido y propósito. Después de algunos años, en una cafetería en la India, Joey se tropezó con un viejo amigo de su ciudad natal. Pasaron juntos el día y el amigo le dijo: “Me apenó mucho la muerte de tu padre el mes pasado”. Joey se quedó perplejo; era la primera noticia que tenía de la muerte de su padre; volvió a su casa y comenzó a revisar sus raíces judías. Su novia y él se habían separado porque ella también era judía, pero no quería tener nada que ver con esa tradición. Luego de una breve estancia en casa, Joey viajó a Jerusalén y, sin proponérselo, llegó hasta el Muro de las Lamentaciones. Decidió escribir una nota a su padre muerto expresándole su amor y pidiéndole perdón. Una vez que escribió la nota, Joey la enrolló y trató de colocarla en uno de los huecos del muro; mientras lo hacía, otra nota salió del mismo hueco y cayó a sus pies. Joey se agachó y la recogió. Sintió curiosidad y desenrolló la segunda nota; los rasgos de la escritura le resultaron familiares; la leyó. La nota había sido escrita por su padre para pedir a Dios que lo perdonara por haber rechazado a su hijo y expresaba su amor profundo e incondicional por Joey. Joey quedó estupefacto. ¿Cómo había podido ocurrir algo así? Era más que una coincidencia: era un milagro. Las raíces de la falta de felicidad / GERALD G. JAMPOLSKY
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A pesar de que le resultaba muy difícil creer lo sucedido, tenía en sus manos la nota escrita por propia mano de su padre como prueba irrefutable de que no se trataba de un sueño. Joey comenzó a estudiar la fe judía seriamente; un par de años más tarde, de vuelta en Estados Unidos, un rabino amigo suyo lo invitó a cenar; en casa del rabino, Joey se encontró cara a cara con su antigua novia, la que lo había dejado años atrás; ella también había vuelto a su tradición judía. Sí, efectivamente, Joey y su novia se casaron un poco más tarde. Una y otra vez escuchamos historias en las que el perdón elimina el anquilosamiento que ha dejado un antiguo dolor; no siempre es fácil aceptar el hecho de que un cambio de percepción puede producir aparentemente ese tipo de milagros al remover aquello que bloqueaba nuestra conciencia de amor. La historia de Joey, sin embargo, indica que ni aun la muerte puede impedir ese proceso; es como si la realidad del incidente que alguna vez nos causó tal pena se desvaneciera y fuera reemplazada por el amor que siempre estuvo allí... y que seguirá allí por siempre.
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