El Origen Del Lenguaje - Angel Lopez Garcia 2010

July 5, 2018 | Author: RaskolnikovSaler | Category: Universe, Homo Sapiens, Homo, Evolution, Big Bang
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Descripción: Origen del lenguaje...

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EL ORIGEN DEL LENGUAJE

ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA

Valencia, 2010

Copyright ® 2010 Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito del autor y del editor. En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant lo Blanch publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com (http://www.tirant.com).

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© ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA

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ÍNDICE PRÓLOGO ..............................................................................................

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UN PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO ...........................................

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EL ORIGEN DEL LENGUAJE, ¿FUE GRADUAL O REPENTINO?...

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EVOLUCIÓN DE LAS LENGUAS Y EVOLUCIÓN BIOLÓGICA ........

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¿EXISTE UNA SOLUCIÓN INTERMEDIA? ........................................

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EL PROTOLENGUAJE, PRIMERA FASE DE LA EVOLUCIÓN LINGÜÍSTICA ...............................................................................................

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EL CÓDIGO DE LA VIDA COMO ORIGEN FORMAL DEL LENGUAJE ....................................................................................................

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OTRA VEZ LA SOCIEDAD Y LA CULTURA ........................................

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BIBLIOGRAFÍA .....................................................................................

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PRÓLOGO El presente manual se escribe a priori y a posteriori al mismo tiempo. Lo normal es que, cuando un tema resulta polémico, cuando las evidencias científicas todavía son pobres o ambas cosas, los estudiosos prefieran abordarlo de manera relajada y, en el fondo, menos comprometida, mediante el género ensayístico, un género que mira hacia adelante. Pero también existe la posibilidad contraria, que es la propia de la divulgación científica, un género que mira hacia atrás: destinados a un público amplio y no especializado, se escriben textos que no dicen nada nuevo, nada que en los artículos científicos no se haya demostrado sobradamente, pero que se justifican por la forma didáctica de presentarlo1. Este texto quiere ser las dos cosas a la vez: lo he concebido como un ensayo de divulgación científica sobre el origen del lenguaje. Y es que últimamente nuestros conocimientos sobre el origen del lenguaje han crecido de manera espectacular al tiempo que la polémica ha salido de las aulas y de los laboratorios para instalarse en las páginas de los periódicos y en la red. Parece que si algún tema monográfico del ámbito humanístico puede interesar hoy en día a los estudiantes y al público en general es el del origen del lenguaje. No está claro empero desde qué ángulo habríamos de abordarlo. Antaño fue un asunto del que se ocuparon las religiones, más tarde, los filósofos, hoy interesa a los lingüistas y a los biólogos. Parece, pues, que el tema del origen del lenguaje surge en la típica encrucijada interdisciplinar, que es una

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Hay una abundante bibliografía de ensayos sobre el origen del lenguaje, así como de manuales divulgativos. Entre los libros más recientes accesibles en español pueden citarse el de Kenneally (2009) y el de Olarrea (2005) respectivamente. Hay una buena revisión de bibliografía reciente en A. Alonso-Cortés (2009): Language Origins: a review of recent research, e-prints Complutense.

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cuestión que debería abordarse en las Facultades de Letras y en las de Ciencias al mismo tiempo. No obstante, llevamos algunos años en los que la frontera que separa las Ciencias de las Humanidades no ha hecho sino ahondarse. Se suele creer que la razón estriba en la creciente especialización que hace impensable que ahora exista alguien que, como Leonardo, se llegó a mover cómodamente en ambos dominios. Sin embargo, contra lo que pueda parecer, la razón de que el foso se vaya ensanchando no es que las Humanidades se hayan vuelto poco científicas, sino, al contrario, que con el pretexto de ser más científicas, han dejado de interesar al ser humano. O sea que la dificultad no radica en el objeto de investigación, sino en la imposibilidad de encontrar investigadores motivados. Las Ciencias cada vez apasionan más a la gente, vivimos el siglo del interés por la ciencia. Y mientras tanto, paradójicamente, las Humanidades languidecen porque se han convertido en una labor burocrática rutinaria o, lo que es peor, en una práctica sectaria. Ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio. La investigación en el ámbito humanístico carece de sentido si lo que se investiga, el objeto humano, no interesa al ser humano como sujeto al mismo tiempo. Las Ciencias buscan la verdad del mundo natural, por lo que no necesitan preocuparse por lo que puedan pensar los científicos, los estudiantes o el gran público. Las Humanidades nunca han funcionado así. Su papel, el de Sócrates y el de Marx, el de Piaget y el de Erasmo, ha sido ofrecer análisis que ayudaran al hombre y a la sociedad a conocerse mejor y a obrar en consecuencia. Pero curiosamente, mientras que del lado de las Ciencias cada vez nos preocupamos más de la socialización y de la legitimación social del conocimiento —en esto consiste la divulgación científica—, del lado de la Humanidades nos hemos empeñado en construir un tipo de investigación carente de interés humano, parcial y decididamente árida. Si algún ámbito disciplinar puede considerarse prototípico en esta —disparatada— tendencia es la Lingüística, identificada abusivamente demasiado a menu-

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do con la Lingüística formal. ¿Para qué sirve?: nadie ha sabido responder todavía esta pregunta. Dicen que porque la teoría no necesita justificarse. Es posible. Pero entonces cabría plantear esta otra: ¿qué clase de contrastación empírica es capaz de aportar una disciplina que cambia de modelo cada década y en la que la justificación de este zarandeo epistemológico se reduce a las palabras de algún gurú al que, por razones de poder académico y pereza intelectual, acostumbran a seguir ciegamente los profesores de la materia? No es de extrañar que la Lingüística se halle en decadencia, en una profunda decadencia. Abandonada por los estudiantes, ignorada por la sociedad, nos debatimos en los estertores de su desaparición como disciplina académica. O es capaz de ocuparse de los temas que de verdad interesan o morirá como murieron otras materias que alguna vez llegaron a parecer indiscutibles. Por eso, el presente manual se ocupa monográficamente del origen del lenguaje: porque es un tema que nos toca de cerca a todos los seres humanos y porque no puede ser abordado tan sólo desde los desprestigiados paradigmas de la Lingüística, incapaces de dejar de mirarse el ombligo, sino que tiene que echar mano igualmente de otras disciplinas del ámbito de las Ciencias como pueden ser la Genética o la Bioquímica. Dudo que el lector pueda asomarse ideológicamente a las líneas que siguen de manera neutral, pero esto es más bueno que malo en un tema humanístico. El contexto histórico en el que surge el libro, marcado por la polémica entre el creacionismo y la ciencia, lo convierte por su propia naturaleza en un reto intelectual que no puede dejarle indiferente. Así que este no quiere ser sólo un manual que enseña, también se ha concebido como un texto que aspira a motivar. Sin embargo, bueno será dejar claro desde el principio que el presente trabajo asume la posición de la ciencia y que es, por tanto, contrario al creacionismo, aunque no se solaza, como suele ocurrir, en fustigar a los creacionistas. Por expresarlo de alguna manera, es como un tratado de Física que se ocupa del origen del uni-

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verso partiendo de la teoría del Big Bang, hipótesis que no tiene nada de religiosa, pero que ha servido de consuelo a personas religiosas igualmente porque no la ven incompatible con sus creencias. Y es que el lenguaje representa para nosotros un estallido primordial: el que dio lugar al género humano.

UN PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO Esta época consumista que nos ha tocado vivir se caracteriza por el tono apagado de las disputas intelectuales. En otros tiempos, mucho más duros desde el punto de vista material, las cosas del pensamiento suscitaron apasionados debates, tal vez porque las conciencias no estaban adormecidas entre el último modelo de coche y la play station. Se debatía el modelo de sociedad, las ideas artísticas y literarias, las pulsiones nacionales, las opciones religiosas, prácticamente todo lo divino y lo humano. Hoy día lo humano ha pasado a un discreto segundo término: quien ahora mismo pretendiese reclamarse ferviente comunista o fascista, clasicista o barroco, anglófilo o germanófilo, sería motejado inevitablemente de fanático, anticuado y un punto ridículo. También lo divino está sometido a un descrédito creciente, aunque sólo dentro de la sociedad occidental: el Islam renace con fuerza, pero en Occidente nadie se molesta en polemizar con sus postulados, a la manera de Ramón Llull, tan sólo se le combate cuando es reclamado como legitimación de facciones terroristas porque en Occidente —léase en Europa y en América— proclamarse creyente, ya no digamos practicante, ha llegado a ser de mal gusto, algo socialmente propio de las devociones más o menos folclóricas de las clases populares. Lo que se lleva es la indiferencia o un agnosticismo elegante, ni siquiera el ateísmo. que recuerda demasiado al pasado. Un solo rescoldo de polémica permanece encendido: la disputa que enfrenta al evolucionismo con el creacionismo. Disputa asimétrica donde las haya: de una parte se alinea toda la ciencia moderna con el enorme peso social e institucional que la avala, precisamente en este siglo XXI definido como “el siglo de la ciencia”; de otra parte, una serie de instituciones surgidas del llamado cinturón bíblico de los EEUU, las cuales se han propuesto demostrar que la Biblia, y en particular los primeros capítulos del Géne-

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sis, deben tomarse en sentido literal. A primera vista parece el típico enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, como cuando la medicina es retada por la parapsicología o cuando la astronomía se cuestiona desde la astrología. Sin embargo, las personas con cierto nivel intelectual que se toman realmente en serio la metempsicosis o los horóscopos pueden contarse con los dedos de la mano, mientras que el creacionismo rebrota una y otra vez y empieza a extenderse fuera de los EEUU. Tengo la sospecha de que este vigor no es casual y que la obsesión por presentar como científico lo que no es sino un credo religioso expresado de manera metafórica esconde un hondo sentimiento de orfandad en el hombre occidental. El sentimiento religioso responde a una necesidad psicológica evidente, la de poder contestar tres preguntas acuciantes: ¿quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos? Los seres humanos nos las hemos formulado y nos las formularemos siempre, precisamente porque somos seres históricos con conciencia de su condición mortal. Los animales no necesitan creer en Dios, los humanos sí. Pero esta necesidad tan acuciante encierra en sí misma la semilla de su ilegitimidad: si necesitamos la divinidad psicológicamente, tal vez se reduzca a un mero constructo mental carente de verdad, algo así como las historias agradables y falsas en las que nos gusta pensar cuando estamos cogiendo el sueño. No es que la ciencia sea incapaz de plantearse dichas preguntas. Como dice Richard Dawkins (1976, 1), el polemista que con mejores argumentos ha sabido defender para el gran público la postura darwinista: “La vida inteligente sobre un planeta alcanza su mayoría de edad cuando resuelve el problema de su propia existencia. Si alguna vez visitan la Tierra criaturas superiores procedentes del espacio, la primera pregunta que formularán, con el fin de valorar el nivel de nuestra civilización, será: «¿Han descubierto ya la evolución?». Los organismos vivientes han existido sobre la Tierra, sin saber nunca por qué, durante más de tres mil millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de ellos. Por un hombre llamado Charles Darwin”.

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El camino no fue fácil. Desde que en 1859 se publicó El origen de las especies, admirable libro del que ahora celebramos el sesquicentenario, las ideas de Darwin fueron criticadas, ridiculizadas o prohibidas. Lo tacharon de ateo, lo caricaturizaron como un mono, condenaron a maestros que osaban enseñar su doctrina y hasta hace poco era obligatorio impartir creacionismo junto a la teoría de la evolución en algunos estados de EEUU. Inútilmente. Hoy la ciencia biológica resulta inconcebible sin la evolución, sabemos que la vida fundamentalmente consiste en organismos que evolucionan, del embrión al individuo adulto y de unas especies a otras. La postura creacionista, para la que el cuadro pintado por los primeros versículos del Génesis resulta indiscutible, no tiene ninguna posibilidad de imponerse, pues dicho cuadro supone la inmutabilidad de cada especie en sus caracteres primitivos, esto es, que el perro de Adán y Eva es como el de Juan y María, matrimonio limeño del siglo XXI. Sin embargo, el propio Darwin recogió testimonios empíricos que probaban lo contrario en su viaje de varios años en el Beagle y desde entonces las pruebas de la evolución son abrumadoras, en cantidad y en calidad. Tanto es así que la propia Iglesia católica acabó rindiéndose a la evidencia y el papa Pío XII aceptó el darwinismo en la encíclica Humani generis en 1951. Con un matiz, eso sí: el cuerpo de la especie humana —dice— procede por evolución de otras especies anteriores, pero el alma fue creada por Dios. ¿Es irrelevante este matiz? O dicho de otra manera: la evolución resulta probada —no es una mera “teoría” científica, como dicen los creacionistas—, pero el ámbito de las creencias religiosas es ajeno a este mundo y, por lo tanto, los creyentes están en su derecho de postular la existencia de un alma inmortal creada por Dios. No, no me parece un matiz irrelevante. Porque hay un aspecto que la teoría de la evolución todavía no ha resuelto y que tiene que ver con el alma. Y es que lo que en la terminología escolástica se conocía por “alma”, frente al “cuerpo”, era la vida intelectual en oposición

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a la vida sensitiva. ¿Acaso los animales no poseen inteligencia? Los superiores, desde luego, sí manifiestan comportamientos inteligentes, pero cuando se habla de inteligencia-alma se está hablando de una propiedad exclusiva del ser humano, porque alma, lo que se dice alma, sólo la posee la especie humana y de ahí que sea exclusivamente suya la responsabilidad de relacionarse con la divinidad, según las religiones monoteístas. Y aquí entramos ya en un terreno de juego plenamente moderno. Los científicos no hablarían hoy de alma, pero sí de otra propiedad cognitiva que es exclusiva de nuestra especie: el lenguaje. El ser humano es el único animal que tiene lenguaje, o lenguaje-alma, para entendernos. Pero el surgimiento del lenguaje no está claro en términos evolucionistas, por lo que desentrañar esta cuestión resulta importante tanto para el creyente como para el no-creyente: para el segundo porque mientras no se demuestre que el lenguaje pudo surgir igual que las demás capacidades cognitivas de la especie humana, es decir, mediante evolución por selección natural, todo el edificio biológico estará bajo sospecha; y para el primero, porque si se alcanzase una explicación evolutiva y no simplemente inefable, se podría, bien derrumbar el edificio de la fe, bien asentarlo en convicciones científicamente comprobadas. Los creacionistas son conscientes de la importancia del lenguaje para sus postulados. Por eso, mientras que los divulgadores de esa doctrina se conforman con crear (es lo suyo) parques temáticos con maquetas de animales que simulan la fauna del paraíso terrenal, los creacionistas más serios, que también los hay, repugnan estos procedimientos y echan el resto en ponderar el obstáculo casi insalvable que el lenguaje representa para sus adversarios ideológicos, los evolucionistas. Considérense, por ejemplo, los argumentos manejados por Henry Morris (2001): 1) El lenguaje es la más importante propiedad exclusiva que diferencia al ser humano de los demás animales;

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2) La gramática generativa y, en particular, su fundador Noam Chomsky, que para el no iniciado se ha convertido en el prototipo de autoridad lingüística indiscutida, reconocen el hecho anterior y, por consiguiente, rechazan cualquier intento de explicar su aparición con el modelo evolucionista; 3) Todos los seres humanos normales llegan a hablar, no existe ninguna sociedad humana sin lenguaje; 4) Los intentos de enseñar a hablar a chimpancés y a otros animales nunca han superado la etapa inicial; 5) Incluso los evolucionistas más ortodoxos son conscientes de la dificultad de postular un desarrollo gradual del lenguaje. Por ejemplo Dawkins (1998, 294) escribe: “Mi mejor ejemplo es el lenguaje. Nadie sabe cómo comenzó … Igual de oscuro es el origen de la semántica, de las palabras y sus significados … Estoy inclinado a pensar que fue gradual, pero no resulta obvio que lo haya sido. Algunas personas creen que comenzó repentinamente, más o menos inventado por algún genio en algún lugar y en un determinado momento”

6) El lenguaje propició una capacidad intelectual que es la responsable de la superioridad de la especie humana sobre las demás, lo que lleva a Lieberman (1997, 27), un acreditado lingüista que se ha ocupado de estos temas, a recordar el evangelio de San Juan con su célebre versículo: “En el Principio era el Verbo y el Verbo era Dios”. Bueno, pues todo esto es cierto. Hablar es algo exclusivo de la especie humana y nadie puede ser ajeno al hecho de que representa una ventaja adaptativa incuestionable. Si los seres humanos hemos llegado a imponernos sobre las demás especies animales —otra cosa es si acabaremos dando al traste con el planeta entero— es sin duda gracias a las redes socializadoras que el lenguaje ha propiciado y al enorme acervo cognitivo que nos permite legar a las generaciones siguientes. En ausencia de lenguaje, la sociedad y la tecnología serían imposibles y estaríamos todavía en el paleolítico. Faltos de

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lenguaje, no seríamos nada, una especie más de primates (el mono desnudo, como reza el título de un célebre best seller), la cual tal vez se habría extinguido hace muchos siglos, acosada por los depredadores y por los fenómenos naturales. Pero a partir de aquí, Morris cambia radicalmente el tono de su discurso y se convierte en un predicador. Así, comentando la cita de Lieberman, escribe: “Nuestro distinguido evolucionista británico se acerca aquí a un punto de vista bíblico, si bien evidentemente rechazaría indignado esta imputación … Aunque Lieberman no se proponía nada parecido cuando cita a Juan 1:1 de esta manera, realmente está dando la verdadera explicación del origen del lenguaje. En efecto, fue por “la Palabra” como “todas las cosas” fueron creadas en el comienzo (cfr. Juan 1:3), y esto incluye el lenguaje humano. No existe mejor —ni de hecho, otra— explicación viable y plausible”.

Y la cuestión es: ¿de verdad no existe otra explicación? En lo que sigue se examinará el problema del origen del lenguaje desde una perspectiva científica. Pero esto no significa por fuerza un rechazo de la postura religiosa. El tema del origen del lenguaje es sólo una de las preguntas que podemos formularnos sobre la cuestión del inicio. Los seres humanos también le damos vueltas al asunto del origen del mundo y aquí ciencia y religión no están necesariamente enfrentadas. Como dice John Gribbin (2007, 63): “Está ahora ampliamente aceptado que el Universo donde habitamos surgió de una bola de fuego caliente y densa llamada Big Bang. En los años veinte y treinta, los astrónomos descubrieron por primera vez que nuestra Galaxia es simplemente una isla de estrellas dispersa entre muchas galaxias similares, y que grupos de estas galaxias se están apartando una de la otra a medida que el espacio entre ellas se estira. Esta idea de un universo en expansión fue realmente predicha por la teoría general de la relatividad de Einstein, terminada en 1916, pero no se tomó en serio hasta que los observadores hicieron sus descubrimientos … Es la combinación de la teoría y de la observación lo que hace que la idea del Big Bang sea tan convincente; en los años sesenta llegó una clara evidencia, con el descubrimiento de un siseo débil de ruido de radio, la radiación cósmica de fondo, que viene de todas las direcciones del espacio y se interpreta como la radiación restante del mismo Big Bang”.

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Por supuesto la teoría, razonablemente confirmada, del Big Bang no es una demostración del punto de vista religioso sobre el origen del mundo, simplemente resulta compatible con él. De hecho, el propio Gribbin (2007, 77) sostiene un punto de vista que espeluznaría a un creyente ingenuo: “Personalmente mi favorita es la idea (que adquiere muchas formas diferentes) de que el tipo de fluctuación cuántica que dio nacimiento a nuestro Universo podría pasar en cualquier lugar de nuestro Universo en la actualidad … La implicación, naturalmente, es que nuestro Universo nació (o brotó) de este modo desde el espacio-tiempo de otro universo, y que no hubo un principio y no habrá un final, sólo un mar infinito de universos burbuja interconectados. Es incluso posible … que nuestro Universo pueda haber sido creado deliberadamente por seres inteligentes en otro universo, como un experimento de algún tipo”.

Dejo a la imaginación del lector las inferencias de todo tipo que se siguen de estas palabras. Sin embargo, una cosa es lo que sabemos —la radiación cósmica de fondo como prueba del Big Bang— y otra, lo que imaginamos. En lo que sigue y por relación al origen del lenguaje procuraré atenerme a los datos evitando las reflexiones de tipo ideológico, sobre las que volveremos en el último capítulo.

EL ORIGEN DEL LENGUAJE, ¿FUE GRADUAL O REPENTINO? No es que varias ciencias no puedan ocuparse de un mismo objeto de estudio, pero que esté ausente la que le corresponde propiamente resulta increíble. En la fabricación de aviones intervienen, junto a la Ingeniería aeronáutica, la Física y el Diseño, p.ej., pero aquella resulta imprescindible. Por eso llama la atención que la Lingüística no se haya ocupado tan apenas del origen del lenguaje. Históricamente el tema lo suscitó primero la Religión y luego, la Biología. Casi todas las religiones suponen que el ser humano fue creado por algún dios y que, para hacerlo, le insufló el lenguaje. Así en el Génesis, cuando Adán da nombre a los animales. También en el Popol Vuh de los mayas y en tantos otros relatos de los orígenes. En cambio, la Filología o la Lingüística están ausentes. Peor aún: en 1866 los estatutos de la Société de Linguistique de Paris prohiben tratar el tema del origen del lenguaje. Poco después en la Linguistic Society of America un acuerdo de caballeros resuelve lo mismo. Para los lingüistas se trataba hasta hace poco de un tema tabú. La razón es que la respuesta de la Biología se enfrentaba a la Religión. Darwin, que en su gran obra fundacional (Darwin, 1859) no se había atrevido a enfrentar el problema representado por la especie humana para su teoría, lo hará doce años más tarde (1871, cap. 3) cuando postule explícitamente que el ser humano procede de los antropoides superiores y que el lenguaje viene de los gritos de los animales: “Respecto al origen del lenguaje articulado, después de haber leído, por un lado, los interesantísimos trabajos de Mr. Hensleigh Wedgwood, del Rev. F. Farrar, y del Prof. Schleicher y, por otro lado, las apreciadas conferencias del Prof. Max Müller, no tengo ninguna duda de que el lenguaje se originó en la imitación y modificación de varios sonidos de la naturaleza, de las voces de otros animales y de los propios gritos instintivos del hombre, con el auxilio de señas y gestos”.

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Sin embargo, mientras que la cuestión de la descendencia genética de la especie humana está hoy resuelta, no pasa lo mismo con el lenguaje. No es obvio ni mucho menos que Darwin tuviese aquí razón. Y, si no la tenía, ¿de dónde viene el lenguaje, al fin y al cabo la única propiedad que diferencia de manera radical al ser humano de los animales? Curiosamente, hoy que no existe autocensura ideológica, la ciencia del lenguaje sigue sin pronunciarse sobre su origen. Derek Bickerton (2003, 77), en su contribución a un libro colectivo sobre el tema, señala: “Me acerco al tema de la evolución del lenguaje como lingüista. Esto me pone inmediatamente en minoría, y antes de seguir adelante creo que merece la pena reflexionar sobre la rareza de este hecho. Si un físico se encontrase en minoría entre los que estudian la evolución de la materia, si un biólogo se encontrase en minoría entre los que estudian la evolución del sexo, nos sorprenderíamos, cuando no quedaríamos estupefactos. Pero una situación similar relativa a la evolución del lenguaje no impresiona a nadie”.

Por su parte, J. Newmeyer (2003, 58), otro acreditado lingüista que participa en el mismo volumen, se pregunta: “Para alguien que no sea lingüista la pregunta planteada al comienzo de este capítulo [¿qué puede decirnos la Lingüística sobre los orígenes del lenguaje] tiene que sonar extrañísima. Nuestra primera reacción sería preguntarnos quién sino la Lingüística se encuentra en posición de teorizar sobre el origen y la evolución del lenguaje. Después de todo, difícilmente encontraríamos artículos titulados “¿Qué puede decirnos la Botánica sobre el origen de las plantas?” o “¿Qué puede decirnos la Geología sobre el origen de las rocas?”. Sin embargo, al menos hasta hace muy poco, los lingüistas no tuvieron entre sus objetivos el de preguntarse por los orígenes de la facultad que constituye su objeto de estudio. La tarea ha sido emprendida por personas pertenecientes a un amasijo de áreas, desde los antropólogos hasta los neuropsicólogos pasando por los zoólogos”.

Y señala ejemplos concretos de Readings recientes sobre el tema en los que las contribuciones de los lingüistas son absolutamente minoritarias. Lo interesante son las razones que aducen para justificar esta falta de interés: a) Según Bickerton, la ciencia tiene miedo al vacío, y como no lo llenaron los lingüistas, acudieron otros;

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b) Según Newmeyer, lo que ocurrió es que la postura que debería haberse interesado más por el tema, la innatista (la de Chomsky), excluyó desde el principio cualquier explicación funcional darwiniana (esto es, adaptacionista), con lo que el interés de los lingüistas se cortó desde el principio. No estoy de acuerdo, creo que eligen un símil equivocado. Sería raro que un biólogo estuviese en minoría entre los que estudian la evolución del sexo (Bickerton) y sería raro que un botánico se preguntase sobre lo que puede decir su ciencia del origen de las plantas (Newmeyer), pero es que los lingüistas: a) Ni están en minoría entre los que estudian la evolución de las lenguas, puesto que prácticamente sólo lo hacen ellos y en el XIX (comparatismo) no hacían otra cosa; b) Ni se han planteado qué puede decir su ciencia sobre el origen de partes o categorías lingüísticas, porque entienden que es la pregunta elemental de la filología (¿cuándo y cómo surge el artículo en español?, etc.). Existe otra explicación para este malentendido: lo que los lingüistas no nos solemos plantear es algo más general, es el origen de la facultad lingüística. Pero en esto no diferimos tan apenas de las demás ciencias: Aunque la Biología sea la ciencia de los seres vivos, el origen de la vida (de los primeros organismos unicelulares autorreplicantes, muy parecidos a los virus) se lo plantean en realidad los químicos. Fueron los experimentos de Stanley Miller los que permitieron reproducir en el laboratorio, mediante la aplicación de la chispa eléctrica a una mezcla de vapor de agua, amoníaco, hidrógeno y metano, las condiciones de los tiempos primitivos y obtener así alanina, glicina, ácido aspártico y ácido glutámico, cuatro aminoácidos esenciales para la vida. Y no hay que olvidar que en ese mismo año de 1953 James Watson y Francis Crick, otra vez dos químicos,

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descubrieron la estructura del ADN apoyados por Rosalind Franklin, una físicoquímica. Aunque la Física es la ciencia de la materia y de la energía, hay que decir que la cuestión del origen no la han resuelto los físicos, sino la teoría de supercuerdas, la cual permite unificar las interacciones que ocurren en el interior de la materia y que tienen lugar en cuatro niveles energéticos muy diferentes (interacciones fuertes de fusión nuclear, interacciones electromagnéticas, interacciones radioactivas débiles e interacciones gravitatorias): la forma de las leyes naturales sólo es la misma en 18 estas cuatro interacciones por encima de 10 GeV, situación en la que las partículas se conciben como cuerdas, esto es, como binomios con una tensión entre sus extremos. Pero la teoría de cuerdas, resulta innecesario decirlo, es una teoría matemática. Así pues, que la cuestión del origen de la facultad del lenguaje casi no haya preocupado a los lingüistas era de esperar: es habitual que el problema de cómo se originó el fenómeno que constituye el objeto de estudio de una ciencia sea resuelto por otra ciencia. ¿Por qué?: porque un nuevo nivel es siempre una emergencia y, en cuanto tal, resulta de las condiciones existentes en el nivel inmediatamente inferior. Por ejemplo, los productos químicos que caracterizan a los seres vivos, no son ajenos a la Química: pero son los más complejos de la misma e implican una nueva dimensión, la de la Bioquímica. Los organismos están hechos de proteínas, que son cadenas de decenas de aminoácidos, que son estructuras bastante complejas de átomos de carbono y de nitrógeno: en comparación con ellos, la molécula de H O, de ClNa o de SO H parecen un 2 4 2 juego de niños. Por tanto, que el origen del lenguaje lo deban resolver otros es lógico. También la Biología es una Meta-Química y la Química es una Meta-Física. Lo sorprendente es que haya tres candidatos para resolver el problema del origen del lenguaje, según refleja la siguiente tabla en la que se resumen las tres principales propuestas que se han hecho:

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Origen del lenguaje LINGÜÍSTICA=META-GENÉTICA El lenguaje surge en los seres vivos superiores como una consecuencia de la complicación de sus genomas

LINGÜÍSTICA = META-FÍSICA El lenguaje surge en el cerebro de los seres vivos superiores como una consecuencia formal derivada de la complejidad de sus circuitos cerebrales

LINGÜÍSTICA=META-SOCIOLOGÍA El lenguaje surge en las sociedades de homínidos cuando aumentan su tamaño y la complejidad de sus relaciones

Esto es extraño no porque varias ciencias puedan hablar sobre un mismo objeto de estudio, sino porque todas ellas parecen suministrar la base para que este emerja, lo cual resulta increíble: Biología Química

Física

Sociología

Física

Lingüística

Genética

La candidatura de la Genética y la de la Sociología eran esperables; la de la Física es más sorprendente. Voy con las dos primeras. En realidad, este empate técnico deriva de una dualidad relativa a la naturaleza del lenguaje, que seguimos sin resolver. Es evidente que: i) El lenguaje es un procedimiento para representar el conocimiento; ii) El lenguaje es un procedimiento para comunicarnos con los demás seres humanos; Esto no lo discute nadie. Lo que se discute es qué fue primero y qué fue después: ¿Representamos el mundo y luego lo comunicamos? o ¿Entablamos relaciones sociales y al entablarlas surge la representación de un mundo compartido? Los lingüistas que me lean saben que esta dualidad nos divide inexorablemente y que, lo queramos o no, se nos clasifica (y nos autodefinimos) como cognitivistas o como funcionalistas:

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Ángel López García CONOCIMIENTO __________________ comunicación

COMUNICACIÓN vs.

_________________ conocimiento

No voy a entrar en esta discusión irresoluble. Cuando le aviso a mi hermana de que tenga cuidado al cruzar la calle porque se acerca un coche, por una parte la estoy informando de un contenido conceptual elaborado en mi mente, pero al mismo tiempo estoy entablando una relación comunicativa con ella que tal vez le salve la vida. El uso del lenguaje conlleva ambos aspectos y es inútil pretender dejar uno de ellos al margen. Pero sí señalaré que el planteamiento cognitivista incide, no por casualidad, en la Biología a la hora de hablar del origen del lenguaje, mientras que el planteamiento funcionalista inevitablemente busca sus raíces en la Sociología y en la Psicología social: cognitivista

funcionalista





Biología

Sociología

Esta es la diferencia epistemológica fundamental entre dos referentes de la lingüística que son los únicos que conocen los no especialistas, un Noam Chomsky y un Ferdinand de Saussure. Pero la cosa viene de lejos, de los orígenes mismos de nuestra disciplina. Cuando se habla de los primeros lingüistas decimonónicos, parece olvidarse que estaban tan enfrentados como nosotros y que August Schleicher (1865) era fanáticamente biologista, en tanto que Heyman Steinthal (1871) fue, no menos fanáticamente, sociologista. El primero defendió con calor la idea de que las lenguas tienen las propiedades de los seres vivos: el segundo que cada idioma muestra las características de la nación y de la cultura en que ha nacido. Así seguimos. Aquí no me ocuparé de los planteamientos que buscan la explicación fuera del ser humano individual, en el mundo. Es obvio que casi todo lo que constituye a las lenguas

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les viene de fuera (del referente y de la sociedad). Sin embargo, soy de los que piensan que en el lenguaje existe un fondo irreductible a cualquier explicación culturalista y como no quiero confiar la respuesta a vagas especulaciones metafísicas —en el sentido popperiano— me ceñiré a las dos propuestas más relevantes, la genetista y la fisicalista.

EL ORIGEN DEL LENGUAJE DESDE LA BIOLOGÍA: APARICIÓN GRADUAL Suponer que lo fundamental es la Biología está muy bien mientras podamos aducir peculiaridades biológicas que sólo se dan en el ser humano y que le permiten tener lenguaje, algo que no posee ningún otro ser vivo. El problema es que, hoy por hoy, no está nada claro que sea así: Las grandes esperanzas cifradas en la posición de la laringe, que al estar muy baja permitiría formar un tubo de resonancia capaz de articular sonidos, se han venido abajo cuando se han descubierto especies animales, como el ciervo, a las que les ocurre lo mismo. Quiero recordar lo que se insistió en el riesgo que corremos al respirar y trasegar comida por el mismo conducto y que esta disfuncionalidad siempre se explicó como un tributo pagado al servicio de una finalidad superior: la capacidad lingüística. El argumento del tamaño del cerebro parece conclusivo (el ser humano habría desarrollado enormemente el neocórtex hasta alcanzar un cerebro de 1.500 c.c. frente a los 400 c.c. de los antropoides) y se completaba tradicionalmente con el descubrimiento de las áreas de Broca y de Wernicke, aunque existen animales, como el elefante, con un cerebro todavía más desarrollado en relación con su tamaño. El problema es que el descubrimiento de las llamadas neuronas especulares (mirror neurons) por G. Rizzolati y otros (1996) lo ha puesto

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en entredicho: en el área cortical F5 de los monos se activa el mismo grupo de neuronas cuando hacen algo y cuando ven a otro hacerlo (es decir, re-presentan la realidad visual) y, sorprendentemente, el área F5 coincide con el área de Broca del ser humano. Naturalmente, que el ser humano no posea especificidad biológica relativa al lenguaje, según creía E. Lenneberg (1967), sino que los rasgos biológicos que lo hacen posible puedan retrotraerse a otras especies, no es un inconveniente en sí mismo: podría aducirse que el ser humano ha desarrollado más dichos rasgos, sobre todo, combinándolos de forma adecuada, lo cual explicaría que sea el único ser vivo con lenguaje, como los murciélagos son los únicos seres vivos que poseen un sistema de ondas parecido al radar. No obstante, ello traslada la responsabilidad al plano mental, pues es este requisito el que los animales no parecen satisfacer. Pero ello equivale a trasladar la responsabilidad a la Genética: en algún momento, dichas propiedades se combinaron en algún descendiente de los antropoides para permitirle hablar. Lamentablemente, el desciframiento de los genomas de varias especies nos ha conducido a la conclusión de que compartimos el 98,5 % de nuestros genes con el chimpancé (!). Esto no quiere decir, empero, que la vía genética tenga por qué abandonarse. En realidad, los argumentos manejados habitualmente por los generativistas para justificar el carácter innato de la facultad lingüística me siguen pareciendo impactantes: a) Todos los seres humanos normales poseen lenguaje y sólo los seres humanos lo poseen. El lenguaje es una condición necesaria y suficiente para que se pueda hablar de ser humano. El hombre no es ni el único animal racional (los delfines tienen inteligencia) ni el único animal social (las hormigas viven en sociedad), pero sí el único animal lingüístico, es el homo loquens.

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b) Argumento de uniformidad: todas las lenguas revisten idéntico grado de complejidad, la cultura de las sociedades que se sirven de ellas no es determinante. c) La lengua materna se adquiere en un periodo crítico (entre los 2 y los 10 años) con unos auxilios exteriores claramente insuficientes en relación a su complejidad: es el llamado argumento de la pobreza del estímulo. Además, aunque las distintas culturas varíen en relación con la ayuda prestada por los adultos (el llamado maternés), el resultado es siempre el mismo. d) El argumento de la disociabilidad. El lenguaje y la cognición son disociables: puede estar afectado el primero y no la segunda (como en las afasias) o al revés (como en muchas enfermedades mentales). e) Los niños adquieren el lenguaje siguiendo fases o etapas muy parecidas en todos ellos y en todas las lenguas. Este desarrollo prefijado es típico de las capacidades genéticas, como el volar en las aves. f) Los enunciados lingüísticos tienen una estructura jerárquica formal que no resulta inmediatamente de la cadena lineal, la cual la enmascara. Es el argumento de la estructura latente. A pesar de ello, los niños infieren dicha estructura con notable habilidad, habilidad que no demuestran para captar otras secuencias estructurales más simples, como la estructura tonal de las canciones, por ejemplo. g) Y lo más importante de todo, la gratuidad: dichas estructuras formales carecen de justificación funcional. Según esto, parece obvio que la facultad del lenguaje no sólo es específica del hombre, sino, además, que es innata. Adviértase que innato supone: que ciertos genes son responsables de que aparezca; que lo sustentan ciertos circuitos neuronales (que es modular). No hay que decir que los partidarios de derivar el lenguaje de nuestras capacidades cognitivas

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generales se oponen a esto, aunque sean incapaces de dar cuenta de los puntos a)-f). Pero si el lenguaje es una capacidad innata (como el volar en los buitres y el nadar en las sardinas) y no algo que aprendemos en el medio social (como aprendemos a leer, a conducir, a multiplicar o a comportarnos en la mesa), debió originarse evolutivamente, pues somos un animal que procede de otros animales, los cuales, sin embargo, no poseen lenguaje. Y aquí, los supuestos evolutivos de la Biología se revelan problemáticos. Es evidente que el lenguaje resulta adaptativo para la especie humana, tanto desde el punto de vista cognitivo (permite recordar experiencias pasadas y proyectar las futuras) como desde el punto de vista funcional (permite constituir la sociedad). Es lógico pensar con S. Pinker y P. Bloom (1990) que el lenguaje resultó de la selección natural, del proceso por el que los distintos descendientes de una pareja están mejor o peor adaptados al entorno y los que se acomodan mejor viven más y tienen más ocasión de reproducirse, con lo que a la larga triunfan sus mínimas diferencias genéticas respecto a los demás. Sin embargo, hay dos dificultades para sustentar dicho punto de vista adaptacionista, las cuales parecen insalvables. Una se refiere al cuándo, la otra al cómo. ¿Cuándo? El lenguaje es algo muy complejo y, sin embargo, parece haberse originado en poquísimo tiempo y sin etapas intermedias. Ambos factores son importantes. Mientras que el paso de los antropoides al primer representante del género homo se lleva cuatro millones de años (el Homo habilis surge hace 2,5 millones de años), las evidencias del lenguaje, que son fundamentalmente productos semióticos como el arte o los ritos funerarios, no tienen más de 50.000 años con el Homo sapiens. Ha habido quien ha intentado salvar este escollo hablando de fósiles lingüísticos (del Homo erectus, del Homo habilis y hasta de los Australopiteus afarensis, amanen-

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sis, etc.) que quedarían esclerotizados en las lenguas como las branquias lo están en el feto humano. Esta postura, sustentada por R. Jackendoff (2002), es muy discutible, pues, según él, dichos fósiles serían las interjecciones y los adverbios de modo: lo primero podría aceptarse con matices —ya lo había propuesto el propio Darwin—, pero lo segundo es un disparate porque en los niños aparecen muy tarde dado su valor semántico intelectualizado (palabras como, sin duda, sutilmente, incomprensiblemente, etc. se consideran, contra toda lógica, fósiles lingüísticos). ¿Cómo? Por lo que respecta al cómo se han propuesto dos explicaciones: 1) Una mutación gigantesca del genoma que transformó de repente un animal sin lenguaje en un animal con él. Es una explicación impensable, pues en la naturaleza las mutaciones que sobreviven son retoques puntuales (alteraciones de unas pocas bases nucleotídicas), mientras que las mutaciones radicales ocasionan la muerte del individuo. Además, dicha mutación radical tendría que haber afectado a varios individuos a la vez, pues de lo contrario no se habrían comunicado entre sí. No es sorprendente que los darwinistas ortodoxos atribuyan hoy el lenguaje al ámbito de la cultura, ya que en la teoría de Darwin la evolución es siempre suave y gradual: es lo que ha hecho R. Dawkins (1976) cuando opone genes a memes y dice que los memes (las ideas religiosas, políticas, la moda, los hábitos lingüísticos) se replican igual que los genes, pero no en el seno de un organismo, sino en el de la sociedad. 2) Una exaptación baldwiniana. Lamarck propuso la herencia de los caracteres adquiridos, es decir, que lo que aprendemos a lo largo de la vida (como tocar el piano o hacer raíces cuadradas) lo incorporamos al genoma y lo heredan nuestros descendientes, lo que obviamente es falso. La exaptación baldwiniana se llama así porque la propuso Baldwin, un contemporáneo de Darwin, y viene a ser un lamarckismo suave que se produce por casualidad, porque una mutación aleatoria se

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adecua a las nuevas capacidades, La exaptación consiste en que un rasgo se desarrolla para una función diferente y luego termina sirviendo para otra cosa: por ejemplo, si un grupo de animales se desplaza a zonas frías, la selección natural privilegiará a los que tienen más grasa, pero con el tiempo dicha grasa les dará un aspecto fusiforme facilitándoles la natación, según ocurrió con las ballenas, las cuales, pese a ser mamíferos, tienen genes (efecto Baldwin) que les permiten nadar. Es el fundamento de la explicación de W. Calvin y D. Bickerton (2000) para el lenguaje, quienes proponen la exaptación de un cálculo social (con papeles como Agente, Paciente, Instrumento, etc.) de cohesión de grupo entre los antropoides hasta habilitarlo para efectos comunicativos en el hombre. Lo malo es que así se explica precisamente lo que no hacía falta explicar. Sabemos hace tiempo que las estructuras predicativas de la oración reflejan las relaciones sociales del entorno: por ejemplo Tesnière (1959) analizó la oración como un pequeño drama en el que el sujeto desempeña un papel, el objeto directo, otro, etc. El problema es que esto lo hacen también muchos otros productos culturales como el folklore (Propp, 1968), los mitos (Greimas, 1968) o la literatura (1969) que no están incorporados al genoma. Lo problemático no son las estructuras del lenguaje en las que este se limita a reproducir la estructura de los intercambios sociales, la cual puede adquirirse culturalmente, sino todo lo demás, es decir, todas las propiedades del lenguaje que no se explican desde el exterior: las oraciones de relativo, la concordancia del verbo con el sujeto, las preposiciones, etc. Sin embargo, de lo que llevo dicho hasta ahora no debe inferirse que la contribución de la Biología al problema del origen del lenguaje sea desdeñable ni mucho menos. Una cosa es que el mantenimiento del punto de vista darwinista resulte problemático y otra que la solución, cuando se encuentre, pueda prescindir de las explicaciones biológicas. Por lo pronto, no puede negarse que los genes y el organismo guardan algo más que una mera relación accidental, de hardware,

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con el lenguaje. Así lo demuestra el famoso gen FOXP2 de la rama corta del cromosoma 7 cuyas alteraciones han provocado problemas lingüísticos obvios (facilidad con los nombres, pero no con los verbos, etc.) en la célebre familia K de habla inglesa y que, últimamente, se ha detectado en otras familias de otras lenguas también (Gopnik y Crago, 1991). En otro nivel habría que mencionar las investigaciones del genetista L. Cavalli-Sforza (1996), quien ha puesto de manifiesto que existe una coincidencia fundamental entre el árbol genético de las lenguas del mundo y el árbol étnico al que se llega con los datos del ADN mitocondrial (transmitido sólo por línea materna). Sea como sea, incluso las posturas explícitamente culturalistas no pueden prescindir de un cierto soporte biológico. Por ejemplo, cuando se especula sobre si un grupo de homínidos fue desarrollando habilidades comunicativas y las fue transmitiendo y ampliando de generación en generación vía aprendizaje es inevitable plantear de manera correlativa la cuestión del aumento de volumen del cerebro. Un dato que parece confirmar dicho supuesto es la relación estadística establecida por L. Aiello y R. Dunbar (1993) entre el tamaño del grupo social y el de la masa cerebral: al aumentar las necesidades comunicativas, crecen las conexiones neuronales y el lenguaje termina por emerger. Por lo demás, una cosa es afirmar que el lenguaje no tiene una base genética y otra renunciar a explicarlo como resultado de la transformación (evolutiva, ¿qué si no?) de capacidades orgánicas que sí la tienen. Así ocurre en la teoría del gesto, desarrollada ya por Condillac (1746) y actualizada, entre otros, por Corballis (2002). La idea es que con el desarrollo del bipedalismo las manos quedaron libres para aumentar el número de gestos y llegaron a enlazarlos creando una incipiente narrativa; luego, conforme las manos se fueron ocupando en fabricar instrumentos, los gestos tuvieron que ser sustituidos por muecas a las que pronto se añadirían vocalizaciones (es el efecto McGurk (McGurk y MacDonald, 1976): si se graba un

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sonido ga en un video de una boca que dice ba, se oye da, algo intermedio): estas muecas terminaron siendo gestos internos a la boca y condujeron a una evolución notable del aparato fonador. También se basa en supuestos orgánicos la teoría vocal, alternativa de la anterior y mucho más próxima al sentido común ingenuo: ya aparece en el Cratilo platónico, vuelve a cobrar fuerza con el romanticismo alemán (Herder, Fichte) y hoy la postulan autores como Dunbar (1996). Señala con razón esta estudiosa que los gestos tienen el inconveniente de que sólo se ven a corta distancia y no se pueden ver de noche; ello le lleva a desarrollar una teoría vocal considerando que el lenguaje simplemente continúa procedimientos de cohesión social desarrollados por el grupo de chimpancés, como el espulgado (grooming) o el cotilleo (gossip), los cuales habrían sido reemplazados por una especie de canto coral: en efecto, los chimpancés invierten un 30 % de su tiempo en acicalarse mutuamente y en establecer relaciones sociales jugueteando, pero al aumentar el grupo hubo que trasladar estas prácticas a algo más colectivo como el canto coral. Es fácil ver las limitaciones de estas dos propuestas, las cuales se resumen en la sorprendente contribución de CarstairsMcCarthy (1998) cuando supone que, más tarde, la estructura de la sílaba acabó prefigurando la de la frase y, con ella, la de la sintaxis. Porque el problema no estriba en la modalidad del vehículo de comunicación, los propios seres humanos pueden hablar oralmente o por gestos (lenguas de signos de los sordos), pero lo que los convierte en hablantes (y, por ello, en seres humanos) es otra cosa. Desgraciadamente la sintaxis consiste en mucho más que en una estructura asimétrica del tipo “margen+núcleo+margen”, la cual se basta y se sobra para explicar una sílaba como /kan/ de cantar, por ejemplo. Pero en el enunciado aquellos de los que te hablé no sabían ni cantar ni nada que se le parezca, una expresión que podemos oír perfectamente por la calle, coexisten estructuras formales muy complejas que no se pueden explicar así. Y mientras no se explique cómo llegaron a producirse dichas estructuras, el

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origen del lenguaje será un misterio. Mejor dicho: el origen de muchos aspectos del lenguaje como los sonidos o los significados de las palabras no tiene (casi nada) de misterioso: el sonido [f] se explica porque el aire pasa rozando entre el labio inferior y los incisivos superiores, el sentido “manzana” viendo cómo son las manzanas del mundo y así sucesivamente. Lo verdaderamente enigmático es la sintaxis porque ninguna propiedad del mundo la justifica y sus características principales son universales, lo cual excluye desarrollos culturales como sustento de las mismas.

EL ORIGEN DEL LENGUAJE DESDE LA FÍSICA: APARICIÓN REPENTINA El inconveniente con el que nos tropezamos es siempre el mismo: las lenguas tienen una estructura formal muy complicada y esta es en gran parte disfuncional, esto es, inexplicable desde el mundo. Chomsky y sus discípulos han aducido este hecho como prueba del innatismo de la facultad del lenguaje, pero ante la evidencia de que ello aísla a la Lingüística de la ciencia, acercando sus postulados a la vieja idea creacionista del origen divino del lenguaje, han terminado por acudir a una fuente bastante sorprendente: la Física. ¿Qué se quiere decir con esto? Lo que se pretende sugerir es que la sintaxis es una consecuencia de la complejidad de las relaciones establecidas entre las palabras o, según afirma Chomsky, el resultado de comprimir millones de conexiones neuronales en un espacio no mayor que una pelota de baseball. Como dice Chomsky (2003, 117) en una entrevista reciente: “Tal vez toda la evolución esté modelada por procesos físicos en un sentido profundo, dando lugar a muchas propiedades equivocadamente atribuidas a la selección … Pongamos la observación de que la serie de Fibonacci aparece por todas partes. Nadie cree que se trate de Dios o de la selección natural: todo el mundo supone que es el resultado de las leyes físicas”.

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Ha sido Jenkins (2000) quien ha desarrollado este argumento por extenso buscando sus antecedentes en la teoría de la Urpflanze de Goethe y más recientemente en la obra de D’Arcy Thompson (1917). En lo relativo a la serie de Fibonacci, una serie de números en la que cada uno es el resultado de la suma de los dos anteriores (1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34…), la pregunta es por qué nos la encontramos una y otra vez en la naturaleza, tanto orgánica (p. ej., las espirales de los girasoles) como inorgánica (los cristales de ciertos minerales); y la respuesta es que se trata de una propiedad de la materia, la cual no tiene más remedio que producir estos resultados. Naturalmente, de cara a la explicación de las propiedades formales de las gramáticas esto es poco más que una petición de principio, pues la serie de Fibonacci no tiene nada que ver con el lenguaje. A donde sí se ha acudido es a la moderna teoría de la complejidad. La teoría de la complejidad es una ciencia emergente cuya primera manifestación práctica no tuvo lugar hasta los sorprendentes descubrimientos realizados por François Jacob y Jacques Monod en los años sesenta del siglo pasado relativos a cómo los genes se activan y desactivan mutuamente. Esto planteó una revolución en embriología. A partir de una sola célula, el zigoto, se producen hasta 50 divisiones, lo cual conduce al ser humano adulto que tiene millones de células. Sin embargo este es un proceso que parece dirigido, puesto que en cada tejido se realiza sólo un tipo de células. La solución de Jacob y Monod fue la auto-organización: los genes se expresan diferenciadamente en cada lugar dependiendo de complejas interacciones entre las células y el entorno extracelular. Estos son los hechos. Todavía estamos muy lejos de poder entender cómo funciona el genoma. Pero hay otras situaciones más accesibles a la observación de la complejidad. Pronto se sumaron datos procedentes de otros ámbitos. Por ejemplo, las sociedades de hormigas y termitas, ¿cómo es posible que parezcan actuar coordinadamente y lleguen a recolectar exhaustivamente un territorio o a construir termiteros com-

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plejos, a pesar de que cada insecto sólo se relaciona por el olor con los que lo rodean, sin un jefe o un equipo que coordine todo? Las unidades individuales, las hormigas, no recogen, almacenan ni procesan información por sí mismas. Por el contrario, lo que sucede es que interactúan de forma que es la colectividad en su conjunto, la colonia de hormigas, la que manipula dicha información. Curiosamente esta forma de proceder, sin un organismo que centralice la información, permite a la colonia responder adecuadamente a los retos del entorno. También resultan notables los comportamientos colectivos de las termitas, otro insecto social. Según advirtió ya el naturalista francés Paul Grassé, la construcción de los nidos termiteros parece seguir, como en el caso de arriba, una pauta misteriosa que emerge (he aquí un término clave) de la propia configuración del nido en cada fase del proceso constructivo: una cierta distribución local de las partículas (hojas, espinas, piedrecillas) que las termitas van trayendo parece guiar el comportamiento del insecto que trae una nueva partícula, con lo que, al colocarla en un cierto lugar y no en otro, vuelve a modificar la distribución del nido y así sucesivamente. La dinámica de todo el proceso es la siguiente: al principio, las termitas colocan las partículas, junto con una cierta cantidad de feromona, al azar en una superficie dada; pero al llegar nuevas termitas, las concentraciones elevadas de feromona estimulan nuevos aportes, y así se van elevando muros en ciertos sitios y dejan de alzarse en otros. Recientemente la teoría de la complejidad se ha revelado como una disciplina matemática (Kauffman, 1995), pero con implicaciones psicológicas, según han demostrado las investigaciones realizadas por el físico Hermann Haken (1996) para explicar pruebas psicológicas de reconocimiento de patrones visuales por medio de modelos matemáticos dinámicos de sistemas alejados del equilibrio. La idea es que los sistemas complejos, en los que un elevado número de unidades interactúa de forma no lineal, conocen transiciones de fase. Las transiciones de fase son inestabilidades que se producen

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en los puntos críticos de una cierta simetría y que conducen bruscamente a otra simetría. Por ejemplo, una pelota, que se encuentre exactamente en lo alto de la loma que separa dos valles, tras haber ascendido uno de ellos, podrá pasar bruscamente al fondo del otro con un leve impulso del viento. Haken sugiere que los cerebros humanos, como sistemas complejos alejados del equilibrio que son, presentan las características propias de las transiciones de fase. Una de estas propiedades es la histéresis, Si se considera la serie de dibujos de abajo:

se advertirá que al mirar las figuras de izquierda a derecha llega un momento en el que se pasa bruscamente de ver un rostro a ver una mujer (punto de inestabilidad). Pero esta transición no siempre ocurre en el mismo punto, en la serie de la izquierda es más tardía que en la de la derecha. Tal vez el lenguaje surgiese de manera parecida, como una transición de fase en el cerebro de un homínido que intentaba comunicar a sus semejantes pensamientos complejos y no lo lograba con los medios rudimentarios —gestos y gritos— de los que su tribu había dispuesto hasta ese momento. Las estructuras emergentes de las situaciones más dispares tienen, sin embargo, las mismas propiedades formales, son predecibles. La tentación de los lingüistas de derivar la sintaxis universal como un conjunto de leyes de la complejidad ha sido inmediata: Berwick (1998), ha logrado derivar matemáticamente la propiedad sintáctica fundamental del programa minimalista de la gramática generativa, merge, y supone, que una vez obtenido merge, lo demás resulta automáticamente. Permítaseme expresar mi escepticismo ante estos planteamientos. Si cualquier sistema de símbolos, por el mero hecho de existir, produjese necesariamente una sintaxis

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como la de las lenguas naturales, uno tiene derecho a preguntarse por qué todos los demás sistemas simbólicos del ser humano (la moda, los códigos sociales de protocolo, los mitos, etc.) no han generado algo parecido. Y si lo característico no está en la fusión de símbolos, sino en el llamado principio de lo discreto (particulate principle), el cual permite generar secuencias infinitas con medios finitos, habría que preguntarse por qué otros sistemas que presentan dicha propiedad y que han sido comparados con el lenguaje, como los números o los elementos químicos (Abler, 1989), no han desarrollado tampoco una sintaxis lingüística. Y es que el problema, a mi modo de ver, consiste en que Berwick (y con él Chomsky) resultan demasiado optimistas. Porque, en definitiva, ¿en qué está basado merge?: es un operador de concatenación que combina dos palabras en una nueva superpalabra que tiene las propiedades funcionales de una de ellas tan sólo. Por ejemplo, un nombre y un adjetivo dan lugar a una frase nominal: come patatas fritas y come patatas tienen un valor equivalente (frente a come patatas comparado con no come patatas) porque patatas fritas es el resultado de fusionar (merge) patatas —como núcleo— y fritas —como modificador—. Yo no diré que el descubrimiento de la base matemática de esta operación no sea interesante. En realidad estriba en lo que se llama función booleana de canalización, esto es, en una situación en la que, dadas dos entradas (inputs), cualquiera que sea el valor (on / off) de una de ellas, el resultado de la salida (output) coincide siempre con el valor de la otra: on

off off

on on/off

on/off

Dicha función booleana resulta de manera automática cuando se alcanza un cierto nivel de complejidad y, naturalmente, debió surgir en la red de conexiones neuronales del

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cerebro conforme este se desarrolló. Pero esta situación no es específica del lenguaje. Cualquier acto perceptivo, como notaron hace casi un siglo los psicólogos de la Gestalt, se basa justamente en esto, en que dadas dos unidades, una de ellas (FIGURA) se impone sobre la otra (fondo), con lo que el resultado de la percepción es la FIGURA. Por ejemplo, una mujer delante de una cortina se ve como una mujer, es la imagen de una mujer, en el mismo sentido en el que la suma de patatas más fritas es una clase de patatas y no una clase de fritas. La explicación que se apoya en la Física encierra, contra lo que pretenden sus defensores, muchos puntos oscuros. En realidad, es la consecuencia de los derroteros epistemológicos de la gramática generativa, un movimiento que comenzó reivindicando —y practicando— el más riguroso método científico y que hoy anda mucho más cerca de la cábala que de la ciencia. Las propiedades sintácticas que se describen en este modelo están ahí, guste o no guste a los lingüistas funcionalistas, con todo el peso aplastante de su gratuidad y falta de justificación icónica. En otras palabras: que parecen universales arbitrarios a los que ninguna explicación evolucionista de un instrumento de comunicación adaptativo puede hacer justicia. Pero como resultaba evidente que remontar dichos principios a la pura aleatoriedad de un sistema complejo era una solución ad hoc, se intentó simplificarlos al máximo hasta llegar a merge, con el resultado indeseado de que para dicho viaje sobraban esas alforjas, pues merge se explica perfectamente en términos de teoría de la percepción. Los generativistas insisten en que la sintaxis de las lenguas no puede explicarse por evolución gradual, pero yerran el tiro cuando afirman que es un desarrollo espontáneo de una base computacional común a otros sistemas como el de los números. Desgraciadamente los números, que diría Galileo (es decir, las Matemáticas), están en la base del mundo natural, pero el lenguaje es exclusivo del ser humano. Con lo que, pienso, el filósofo Dennett (1999, 658) tenía toda la razón al acusar a los generativistas de confundir una grúa con un gancho divi-

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no, esto es, una explicación científica con otra de naturaleza metafísica: “Pero aunque Chomsky nos descubrió la estructura abstracta del lenguaje —la grúa que es más responsable de la elevación [del ser humano] hasta su posición [entre las especies], más que todas las otras grúas de la cultura—, nos ha desanimado enérgicamente a considerarlo una grúa. No es extraño que los que anhelan la existencia de ganchos celestes con frecuencia hayan aceptado a Chomsky como su autoridad”.

¿Qué escenario parece, pues, verosímil para el origen del lenguaje? En mi opinión una re-presentación del mundo que no deje de tener en cuenta que, como organismo, el actor lenguaje ya había incorporado previamente parte de lo representado. En un primer momento es muy probable que los actos perceptivos, sobre todo los visuales y los acústicos (los más desarrollados en los animales superiores), se hiciesen extensivos a la asociación de símbolos, esto es, que surgiese una primitiva sintaxis perceptiva basada en merge. Pero de aquí a las complejidades de la sintaxis formal desarrollada de cualquier lengua sigue mediando un abismo. Un abismo que no puede salvar la cultura, pese a su obvia influencia, pues estos rasgos formales son comunes a todas las lenguas —son, pues, una cuestión genética—, mientras que las diferencias entre ellas se explican, y muy bien por cierto, en términos icónicos, esto es, por la Sociología y por la Semiótica.

EVOLUCIÓN DE LAS LENGUAS Y EVOLUCIÓN BIOLÓGICA Aun así, algunos lectores podrían pensar que la evolución del lenguaje se explica perfectamente desde la cultura y que la pretensión de buscarle un fundamento en las leyes de la naturaleza es algo enteramente gratuito. Al fin y al cabo, eso que llamamos el lenguaje se reduce a las lenguas. Lo que existe son las lenguas, el lenguaje es algo que suponemos subyace a los distintos idiomas, pero realmente no podemos asegurarlo. ¿Y si sólo hubiera lenguas? ¿Podríamos seguir sosteniendo entonces que las lenguas tienen un fundamento biológico? Sin embargo, parece difícil escapar al sortilegio naturalista. Porque lo biológico del lenguaje no sólo se refiere a la cuestión del origen, como suelen afirmar los estudiosos (Li y Hombert, 2002, 175): “En los últimos años ha habido un aluvión de actividades académicas sobre el origen del lenguaje. Se han creado sociedades científicas nuevas; se han organizado congresos; se han escrito y publicado libros. En todas estas actividades predomina un mismo tema que aparece en el título de congresos, artículos y libros: “La evolución del lenguaje”.

En efecto, el lenguaje es lo que nos distingue de los animales de los que procedemos y tuvo que comenzar alguna vez. Unos (casi siempre, los funcionalistas) piensan que es una adaptación comunicativa y otros (casi siempre, los generativistas) que es una emergencia secundaria de habilidades cognitivas, pero nadie duda que el origen del lenguaje tiene que ver con la Biología. Hay otro ámbito de estudio que también se suele caracterizar con el rótulo “evolución del lenguaje”. La cuestión del desarrollo de la facultad del lenguaje en los niños. El tema es antiguo, comienza con los Stern (1907) y con Grégoire (1937), pero lo cierto es que la estrecha dependencia de la propuesta chomskiana respecto a lo que se conoce como el problema de

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Platón lo ha convertido en uno de los temas estrella de nuestra disciplina. Este tema se relaciona con el anterior, pues la propuesta de Haeckel en el sentido de que la morfogénesis de los individuos de una especie recapitula la evolución de las especies que la precedieron sigue constituyendo una provocación intelectual abierta, cien veces rechazada y cien veces vuelta a admitir a regañadientes. Pero, junto al origen del lenguaje y al desarrollo de la facultad del lenguaje en los niños está la cuestión de la evolución de las lenguas. Por supuesto que el tema es antiguo: lo suscitaron los comparatistas del XIX, nada menos. En realidad, no es que el estudio de la evolución de las lenguas sea una rama de la Lingüística, es que prácticamente constituye la mitad de nuestra disciplina. Curiosamente, sin embargo, esta tercera posibilidad evolutiva, la de las lenguas, no se suele relacionar con las dos anteriores. Para el paradigma moderno de la lingüística diacrónica la evolución de las lenguas responde a una serie de leyes internas (Heine y otros, 1991; Traugott y Heine, 1991) combinadas con obvias influencias de la sociedad y de la cultura en las que dichas lenguas se asientan. Es verdad que en el siglo XIX sí se llegó a considerar la evolución de las lenguas desde el punto de vista biológico, porque Darwin lo propuso y los neogramáticos recogieron el guante que les lanzó. Por ejemplo, el autor de El origen de las especies llegó a escribir cosas como esta en la continuación que dedicó al origen del hombre (Darwin, 1871, 465-466): “La formación de diferentes lenguas y de diferentes especies … [son} … curiosamente fenómenos paralelos … Encontramos en diferentes lenguas homologías llamativas debidas a una descendencia común y analogías debidas a un proceso de formación similar”.

Nada tiene de sorprendente, por tanto, que August Schleicher (1863, 68), escribiese a su vez: “Está claro que son solamente los rasgos principales de la teoría de Darwin los que encuentran aplicación en las lenguas. El dominio de las lenguas difiere demasiado del mundo vegetal y animal como para que todas las particularidades de la

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visión de Darwin les resulten aplicables. Pero el origen de las especies lingüísticas por una diferenciación insensible, y la conservación de los organismos más aptos en la lucha por la existencia son incuestionables. Los dos puntos principales de la teoría de Darwin comparten así, junto con algunas otras nociones importantes, el privilegio de verificarse en un dominio en el que no se las había considerado anteriormente”.

Incurable optimismo el de nuestro neogramático. Hoy en día algunos autores generativistas hablan de biolingüistica (Jenkins, 2000) o, para diferenciarse, hay funcionalistas (Givón, 2002) que prefieren el término de bio-lingüística, pero muchos otros siguen pensando que lo nuestro está más cerca de las Humanidades que de las Ciencias de la naturaleza. Incluso hay bastantes que, aspirando a conformar el método de la Lingüística sobre el patrón hipotético-deductivo de las ciencias naturales, no por eso creen que su objeto de estudio sea un organismo. No importa, de momento nuestro objetivo es más modesto, sólo nos proponemos averiguar si la evolución de las lenguas es como la de las especies y, en caso afirmativo, qué significado atribuiríamos a este hecho. En la actualidad, son contados los autores que aceptarían un paralelismo entre los tres procesos evolutivos citados. Entre ellos está T. Givón (1998, 102), cuando escribe: “En cada uno de los tres procesos de desarrollo relativos al lenguaje humano —evolución, adquisición, diacronía— parece darse la misma secuencia de acontecimientos”.

Mas, con independencia de que este paralelismo haya sido cuestionado con buenos argumentos empíricos por Slobin (2002), lo cierto es que Givón habla de etapas formales similares, no de sustancias equivalentes. Y, es que —bien mirado— el lenguaje está dentro, las lenguas, fuera. Dicho de otra manera. Sea lo que sea lo que ocasionó la emergencia del lenguaje, se trata de una conducta que apareció en un organismo, es decir, de algo biológico. A su vez, cuando un niño adquiere su lengua materna, puede que la aprenda haciendo uso de

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facultades cognitivas generales o puede que posea un módulo mental específico, el cual selecciona los datos que recibe, pero nadie discute que la capacidad que le permite hacerlo está sustentada por procesos neuronales de su cerebro, los cuales ya estaban previstos en su genoma. En las lenguas no es así. Una lengua histórica no es otra cosa que el conjunto de actos de habla realizados por sus hablantes en un momento dado, es decir, una serie de procesos comunicativos de naturaleza social. Como observó F. de Saussure (1979, 112), aun concediendo que la langue es el conjunto de hábitos lingüísticos de un individuo (algo que no suelen destacar sus exégetas, por cierto), hay que reconocer que no existe fuera de la masa social: “La lengua es para nosotros el lenguaje menos el habla. Es el conjunto de hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto entender y hacerse entender. Pero esta definición todavía deja la lengua fuera de su realidad social: la convierte en una cosa irreal, ya que no comprende sino un aspecto de la realidad, el aspecto individual: para que exista una lengua hace falta una masa de hablantes. Contra lo que parece, en ningún momento llega la lengua a existir fuera del hecho social porque es un fenómeno semiológico”.

No obstante, aunque la realidad social de la lengua posea una dimensión mental, ello no la hace evolucionar. Para que evolucione es preciso que se manifieste, que se realice en los actos de habla, con lo que su dimensión evolutiva pasa a ser irremediable e inequívocamente social. Esta idea no sólo ha sido unánimemente aceptada por los lingüistas. Los propios biólogos la han hecho suya sin saberlo cuando propusieron la distinción entre genes y memes. El patrocinador de este planteamiento fue el biólogo ultradarwinista Richard Dawkins (1976). La idea es que la especie humana ha desarrollado un mecanismo de propagación, el cual se parece a los genes, pero ya no es biológico, sino sociocultural: los memes (neologismo en el que se cruzan las raíces de memoria y de mímesis). Los genes necesitan perpetuarse, afirma Dawkins (de ahí el título de El gen egoísta) y, para hacerlo, saltan de un organismo a otro de la generación siguiente, perfeccionándose continua-

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mente. Los organismos mueren, pero los genes sobreviven. La manera humana de responder a los retos del entorno —continúa Dawkins— ha sustituido los genes, demasiado lentos, por los memes, unidades culturales como las ideas religiosas, políticas o sociales. Estas ideas o memes saltan de unos grupos a otros y aspiran a perpetuarse igual que los genes, con independencia de que las sociedades que los albergaron vayan desapareciendo con el tiempo. El cristianismo surge hace dos mil años y desde entonces no ha hecho sino crecer propagándose a grupos cada vez más extensos, aunque, por supuesto, las personas que los integran ya no sean las originarias: el cristianismo puede ser considerado como un conjunto de memes constituido por sus dogmas y creencias fundamentales, los cuales se mantienen inalterados en lo fundamental. Algo parecido cabe decir del comunismo, del romanticismo o del minimalismo, grupos de memes que se hallan bien en expansión, bien en retroceso. No cabe duda de que se trata de una idea atractiva. Más aún si se piensa que estos memes nos vienen servidos fundamentalmente en un envoltorio lingüístico. ¿Qué otra cosa son el cristianismo, el comunismo, el romanticismo o el minimalismo sino una serie de conceptos sustentados por palabrasclave? La consecuencia de hacerse esta reflexión es clara: mientras que las proteínas de que se componen los seres vivos son sustentadas por los genes, que son cadenas de nucleótidos (el ADN), los memes lo son por cadenas de signos lingüísticos. Y las implicaciones de dicha reflexión también: mientras que el ADN de los genes y los aminoácidos (es decir, las proteínas que permiten fabricar y que intervienen en todos los procesos biológicos) pertenecen al mismo ámbito de leyes científicas, el lenguaje y los memes pertenecen, a su vez, a un dominio diferente, el de las ciencias de la cultura. Lo curioso es que hoy día esta conclusión resulta difícil de asumir para la Lingüística, aunque haya venido presidiendo su desarrollo durante décadas. Y lo más notable es que resulta inasumible cualquiera que sea la perspectiva que se adopta,

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tanto para los planteamientos funcionalistas como para los formalistas: 1) Los formalistas no suelen aceptar de buen grado la idea de que la ciencia del lenguaje sea incluida entre las ciencias culturales. El supuesto de que la Lingüística forma parte de la Biología, visible en conceptos como el de órgano del lenguaje (Lightfoot & Anderson, 2002) o el de instinto del lenguaje (Pinker, 1994), es típicamente generativista. La facultad del lenguaje, se afirma, es innata y, por lo tanto, pertenece a la dotación genética de la especie. Digamos que los formalistas rechazan la propuesta anterior ab initio. Sólo que inmediatamente se les plantea un problema con la evolución de las lenguas. Supongamos que las lenguas concretas son las manifestaciones fenotípicas de un mismo genotipo, la gramática universal, exclusiva de la especie humana. Como el genotipo es biológico, el fenotipo debe serlo igualmente, puesto que se basa en aquel. 2) Pero, curiosamente, desde el punto de vista contrario se llega a la misma conclusión. Si, como quieren los funcionalistas, el lenguaje es una facultad adaptativa que procede de la evolución de las habilidades comunicativas (Dunbar, 1996) y cognitivas (Tomasello, 1999) de otras especies, sería de esperar que a condiciones externas similares correspondiesen siempre lenguas semejantes modeladas por ellas. Sin embargo, es obvio que esto no es así: lo que la tipología lingüística nos muestra es que, con la excepción parcial del léxico (Luque, 2001), los mismos tipos lingüísticos reaparecen en sociedades muy distintas, poniendo en entredicho la afirmación de que la función social se basta para explicar el órgano lingüístico. La sorpresa ante este descubrimiento se remonta a la observación de Bloomfield sobre la similaridad del takelma y del indoeuropeo y los últimos desarrollos de la tipología no han hecho sino consolidarla. En otras palabras que el planteamiento funcionalista, aunque más adecuado, en principio, que el formalista para explicar las mil y una caras de los caracteres externos de las lenguas, acaba tropezando con

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la evidencia de que algunos caracteres parecen responder a propiedades invisibles, esto es, a propiedades internas. Puede sostenerse que las semejanzas tipológicas son el resultado ciego de procesos de gramaticalización convergentes, pero ello deja sin explicar cómo desde puntos de partida tan distintos se acaba llegando a una solución idéntica. En resumen, que tal vez haya que pensar en una razón biológica. Volvamos a Darwin. Que el padre de la Biología moderna sostenga que existen notables paralelismos entre la evolución de las especies y la evolución de las lenguas era de esperar en la medida en que las lenguas no son otra cosa que una manifestación del lenguaje y este, desde su punto de vista, una más de las propiedades biológicas que caracterizan a la especie humana. Naturalmente, las leyes que rigen la dispersión de las especies de mamíferos no pueden ser muy diferentes de las que rigen la diversificación en el interior de una misma familia, por ejemplo, la de los felinos, y estas tampoco pueden divergir de las que dan cuenta de las distintas razas de gatos. Esto es una consecuencia del hecho de que la Biología es un dominio único. Si hubiera un salto organizativo, como el que separa las leyes que rigen las combinaciones de los elementos químicos y las que rigen la diversificación de la materia viva, tendríamos un dominio diferente, el de la Química. Pues bien, nuestro problema es el siguiente: si el lenguaje encierra algún aspecto biológico —y así es, bien como facultad innata, bien como resultado de un proceso de neurologización—, no se entiende por qué sus variedades, las lenguas, habrían de explicarse tan sólo por las ciencias de la cultura y no por las de la naturaleza. A no ser, claro, que las lenguas no fuesen la manifestación natural del lenguaje, sino tan sólo su envoltorio, en el mismo sentido en el que los documentos guardados en un archivo son el medio de que se sirve el historiador para acceder al conocimiento de los hechos del pasado. Pero esto, obviamente, no es así. Ahora bien, Darwin postuló la semejanza de ambos procesos evolutivos, el lingüístico y el biológico, pero no fue más

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allá. ¿De verdad es tan notable? En vista de las similitudes que siguen, se puede asegurar que, en efecto, Darwin tenía razón. La semejanza es muy, muy notable (López García, 2002):

VARIACIÓN POR RECOMBINACIÓN Y POR MUTACIÓN Por lo pronto, la causa de la evolución es en ambos dominios la misma: la variación. La verdad es que a la Biología no le resultó fácil llegar a comprender su mecanismo. Darwin formuló su hipótesis de la selección natural: ciertos rasgos genotípicos varían fenotípicamente, es decir, se manifiestan de varias maneras (distintos colores de los ojos, distintos grupos sanguíneos, etc.). La práctica de agricultores y ganaderos cuando inducen la selección artificial le mostró que las razas pueden orientarse en una determinada dirección a base de privilegiar la reproducción de aquellos ejemplares que presentan ciertos rasgos: si sólo permitimos que sean incubados los huevos de las gallinas que ponen más huevos, en unas pocas generaciones el conjunto de las gallinas de nuestro corral pondrá más huevos. La selección natural actúa de la misma manera que la artificial, pero aleatoriamente porque aquellos ejemplares cuyo rasgo variacionista presenta una mínima ventaja adaptativa viven algo más y, consiguientemente, tienen más descendientes. Sin embargo, en la época de Darwin se pensaba que rasgos variables diferentes en el padre y en la madre se mezclan en los descendientes, con lo que el notable grosor de los huevos de una determinada gallina se difuminaría en muy pocas generaciones como una gota de pintura negra desaparece en un cubo de pintura blanca. Tuvo que añadirse la audaz propuesta de Mendel en el sentido de que cada rasgo es un factor discreto, el gen, para que la metáfora de la mezcla pasase a ser reemplazada por la de la combinación: los genes y sus alelos (es decir, sus rasgos variables) no se mezclan, se combinan, y así permane-

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cen inalterados a través de las generaciones, aunque según con quién estén combinados puedan no ser operativos. Es lo que afirman las leyes de Mendel: que los alelos (1ª ley) y los genes (2ª ley) segregan independientemente. La variación es, pues, una consecuencia de la recombinación: los caracteres variables del padre y de la madre pueden combinarse de manera diferente en cada hermano y alguna de estas recombinaciones puede resultar más adaptativa que las demás. ¿Y en las lenguas? En las lenguas hay variación y dicha variación es la causa de que cambien de una generación a otra. En español del siglo XVII el fonema palatal de coxo (< COXU) variaba entre la realización [‘kosho] y la realización [‘koxo] (una especie de Ich-laut): con el tiempo triunfó la segunda y hoy sólo tenemos [‘koxo]. También aquí se trata de combinaciones alternativas, de que el rasgo [fricativa] se una al rasgo [prepalatal] o al rasgo [postpalatal]. Por supuesto, la razón del triunfo fue de naturaleza adaptativa: ciertos modelos sociales de prestigio privilegiaron la segunda hasta que hubo una generación en la que ya sólo se decía [‘koxo], como hubo una generación de gallinas que sólo ponía huevos gordos. Ocurre igualmente con los sentidos o con las formas gramaticales: en la Gallaecia romanizada la expresión del perfectum latino alternaba la forma clásica habeo fabulatu con una perífrasis resultativa teneo fabulatu, hasta que llegó un momento en el que razones adaptativas —tal vez la conveniencia de no utilizar habere al mismo tiempo para la expresión del pasado y para la del futuro obligativo— determinaron que los hablantes se decantasen en los tiempos compuestos absolutamente por tenere, esto es, por tenho falado. Claro que la recombinación, es decir, la combinación variable de los genes y de sus alelos en el genoma de los descendientes no es la única causa de evolución biológica. También puede producirse una alteración evolutiva por mutación, porque una secuencia entera de ADN del cromosoma es suprimida, cambiada de lugar o insertada. Pero estos procesos tampoco son desconocidos en las lenguas. En lo relativo a

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los sonidos es sabido que a veces se suprimen (apócope), se cambian de lugar (metátesis) o se añaden (epéntesis) sonidos: estas mutaciones dieron lugar en español respectivamente a amar (< amare), a milagro (desde miraglo < miraculu) y a hojaldre (desde hojalde < foliatile). En lo relativo a los sentidos nos encontramos con que en el dominio de la terminología hay acepciones que de repente se pierden, acepciones que se ganan y acepciones que cambian de ámbito de aplicación: por ejemplo, agua fuerte tenía un significado en Química (NO3H), el cual perdió en el siglo XVIII cuando se introdujo la terminología de Lavoisier, si bien aún se conserva el término aguafuerte para una técnica de grabado en la que se emplea dicho ácido; al contrario, navegar ha añadido a sus significados habituales el de “buscar información en Internet”; un cambio de ubicación es claramente el de arroba, palabra que ya no se emplea con el significado de medida de peso, pero que ahora designa el conocido símbolo de las direcciones de correo electrónico. Se me podría objetar que todo esto es bastante obvio y trivial. Tal vez. Sin embargo, no deja de ser curioso que los moldes evolutivos sean los mismos en la naturaleza orgánica y en la naturaleza verbal, sobre todo si se piensa que sus ciencias respectivas los clasifican de la misma manera: en Biología la recombinación es el procedimiento ordinario y la mutación, el extraordinario; así mismo, los filólogos consideran que el cambio fonético, gramatical o semántico paulatino es lo que determina la evolución de las lenguas, mientras que la innovación terminológica o los llamados cambios fonéticos esporádicos resultan claramente excepcionales.

LA RECOGIDA DE MUESTRAS No sólo coinciden los hechos, también nuestras técnicas para llegar a ellos. Quiero decir que los biólogos disponen de tres procedimientos para detectar el cambio: los fósiles, las

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similitudes anatómicas y las similitudes embrionarias. La técnica de los fósiles es la que de manera más acusada ha excitado la imaginación popular. Así, sabemos que el ser humano procede de un predecesor que comparte con los actuales primates (gorila, chimpancé y orangután) de los que se separó hace seis millones de años, porque se han encontrado restos fósiles de esqueletos, los cuales permiten trazar toda una línea evolutiva desde hace unos cuatro millones de años hasta hoy: el Ardipithecus ramidus, el Australopithecus anamensis, el Australopithecus afarensis, el Australopithecus garhi (el primer fabricante de utensilios), el Homo habilis, el Homo ergaster, el Homo erectus, el Homo antecessor, el Homo neanderthalensis, el Homo sapiens. El mismo Darwin logró fundamentar seriamente su teoría al comparar algunos fósiles de animales que encontró en el subcontinente americano con los esqueletos de animales contemporáneos y Thomas H. Huxley extendió la comparación al ser humano en su libro Man’s Place in Nature de 1863. Sin embargo, los datos de la paleontología no son el único testimonio de la evolución de las especies. La anatomía comparada suministra pruebas irrefutables. Por ejemplo, la comparación de los huesos del antebrazo, del brazo y de la mano en cuatro animales tan diferentes como el hombre, el gato, la ballena y la paloma demuestra que remontan a un mismo origen, pues, pese a que destinan estos órganos a funciones diferentes (respectivamente a agarrar objetos, correr, nadar y volar) son sorprendentemente parecidos. También la comparación de las formas de la fase embrionaria arroja mucha luz sobre la evolución: como ya notó Darwin, a simple vista un percebe tiene escaso parecido anatómico con una gamba, pero el hecho de que ambos pasen por una fase larvaria móvil, el nauplio, demuestra su similaridad de origen. A veces la cuestión de los fósiles se mezcla con la de la embriogénesis: en el feto humano de pocas semanas se advierte la presencia vestigial de las branquias, señal inequívoca de que compartimos un mismo origen con los peces.

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¿Y esto qué nos dice sobre la evolución lingüística? Mucho, porque los métodos del lingüista histórico son estos mismos. Así, para trazar la evolución de una palabra es preciso compararla con sus fósiles, es decir, con muestras textuales de esta misma palabra pertenecientes a épocas distintas: Por ejemplo, el catalán antiguo marvés o manvés (< manu versu, “en seguida, el tiempo que se tarda en girar la mano”) ha sido rastreado por G. Colon a fines del IX (le n iurarei manibus, Liber Feudorum Maior), en el siglo XII (jurar manves, documento de la Seu d’Urgell), a fines del XIII (en un documento de Tortosa, juren manues), en la Bíblia de Sevilla del 1282-1313 (Titus feu manves derrocar), en els Furs de València de 1348 (sien feyts a dinés manvés), en el Llibre del Consolat del Mar de 1385 (que.l deu manvés al pus tost), etc. Así trabajan los filólogos, rastreando testimonios fósiles de la lengua en sus textos y así es como se titula, muy expresivamente, el libro de Colon (1978). Pero a veces los testimonios fósiles de los textos no son suficientes porque la documentación es incompleta o, como sucede en lenguas sin escritura o en las que la escritura se introdujo hace poco tiempo, porque no hay documentación alguna. En estos casos se hace necesario comparar las formas de varias lenguas presuntamente emparentadas y extraer un étimo común al que se supone todas ellas remiten. Los filólogos saben a qué me refiero: si sánscrito asti, gótico ist, antiguo búlgaro yest’, griego arcaico estí, y latín est, todos ellos atestiguados, significan “es”, podemos proponer una forma hipotética *ésti para el indoeuropeo del que proceden. A menudo la comparación ni siquiera requiere que el significado sea equivalente, basta con que esté próximo, situación que recuerda las distintas especializaciones funcionales de la mano en el hombre, el gato, la ballena y la paloma: por eso, lituano skabù, “yo corto”, latín scabo, “yo araño” y antiguo alto alemán skaban, “raspar” remontan al mismo étimo, a la raíz *skabhdel indoeuropeo. Cuestión diferente y algo más peliaguda es la de la comparación embriogenética. Las fases embrionarias del desarrollo

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de una lengua corresponden, obviamente, al lenguaje infantil. Según el paralelismo biológico que estamos examinando sería de esperar que la lengua de los niños contuviese elementos que estaban vigentes en épocas anteriores del idioma y que han desaparecido. Es fácil darse cuenta de que formulada la cuestión tal cual, esto no sucede: el habla de los niños hispanohablantes de dos o tres años no contiene ni sonidos, ni morfemas gramaticales ni términos léxicos del español medieval o del latín vulgar. Esto es así porque el lenguaje humano es un desarrollo muy moderno y todas las lenguas pasadas o actuales representan un mismo grado de complejidad. No hay que sorprenderse de este aparente estancamiento evolutivo: al fin y al cabo las procariotas (organismos unicelulares sin núcleo) permanecieron sin evolucionar durante dos mil millones de años (!) hasta que hace mil quinientos millones de años apareció la primera eucariota sobre la Tierra. Lo que sí registramos son huellas de fases anteriores a la representada por las lenguas modernas en ciertos usos lingüísticos, no sólo infantiles, aunque sean más frecuentes entre los niños: las interjecciones. La idea es antigua y, como dijimos arriba, ha sido retomada modernamente por R. Jackendoff (2002), quien ve en las interjecciones, caracterizadas por emplear sonidos y combinaciones fonéticas que van contra la norma de cada lengua (pst, brr, pff, etc.), los restos de una fase anterior que era inducida desde el hipocampo —el asiento cerebral de las emociones— y no desde el neocortex1. La hipótesis me parece 1

El cerebro (MacLean, 1970) ha evolucionado como las capas de una cebolla: en el interior está el cerebro protorreptiliano, propio de reptiles y anfibios y que rige las conductas estereotipadas de estos animales, en torno suyo se formó el cerebro protomamífero o sistema límbico, común a todos los mamíferos y que domina las emociones y la memoria; finalmente, en la capa más exterior, aparece el cerebro neomamífero, típico de los mamíferos superiores y que se caracteriza por conductas susceptibles de ser dominadas (la inquietud del depredador que aguarda el mejor momento para lanzarse sobre su presa, por ejemplo). Si sólo el más evolucionado de los mamíferos superiores, esto es el ser humano, posee lenguaje, no se entiende cómo las interjecciones po-

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plausible, aunque indemostrable. En cambio, es claramente errónea su propuesta de considerar las locuciones adverbiales como la siguiente etapa primitiva, previa a la aparición de las estructuras predicativas. Jackendoff se basa en que estas expresiones son relativamente libres, es decir, en que están mal integradas sintácticamente, pero ello es indicio de que fueron añadidas más tarde, de que son un mero envoltorio textual, a menudo originado en una fase cultural desarrollada, nunca de primitivismo: realmente resulta difícil imaginarse a un homínido que comenzaba su torpe discurso con obviamente, en mi opinión, dado que, etc.

LA INFLUENCIA DEL ENTORNO: EL AISLAMIENTO Hemos dicho arriba que la evolución de las especies se fundamenta en la variación y en el ulterior influjo que sobre ella ejerce la selección natural. Pero esta es la causa interna; si no hubiese al mismo tiempo alteraciones del entorno, no se produciría la evolución de ninguna especie porque las divergencias entre individuos desaparecen en pocas generaciones. Pasa lo mismo en las lenguas: una manera peculiar de pronunciar un sonido, un empleo léxico desviante, un patrón gramatical antinormativo mueren con la persona que los introdujo, y aun antes, si no hay factores externos que aseguren su propagación. Los partidarios de estudiar la evolución lingüística como fenómeno social y no como hecho biológico

drían remontar al sistema límbico en calidad de fósiles lingüísticos. Por lo demás, adviértase que las interjecciones no son instintivas, sino arbitrarias: /áy/ es una interjección que expresa dolor en español, pero no es lo que le sale a uno del cuerpo cuando siente dolor, pues los alemanes dicen /áu/ ya que si dijesen /áy/ se confundiría con el significado “huevo” (Ei).

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se basan en este requisito para desestimar la propuesta de Darwin. Antes empero convendría considerar brevemente las causas externas de la evolución de las especies. En Biología sólo se reconoce una causa evolutiva externa, aunque sus manifestaciones pueden ser muy variadas: el aislamiento. En los organismos sexuados (en los asexuados el patrón es ligeramente distinto) una especie biológica es un conjunto de individuos que pueden cruzarse entre ellos. De ahí que la frontera entre especies la marque la imposibilidad de mantener relaciones sexuales; a esto es a lo que se llama aislamiento (Ayala, 1997). Cada vez que un grupo de individuos quede aislado del resto y ya no pueda cruzarse con él, habrá nacido una nueva especie. Los mecanismos de aislamiento reproductivo pueden ser precigóticos (es decir, pueden impedir que el óvulo sea fecundado) o pueden ser postcigóticos (en este caso contribuyen a abortar el óvulo fecundado). Entre los precigóticos se cuentan: – El aislamiento geográfico: cada vez que los individuos de una especie quedan aislados en un reducto geográfico separado de sus asentamientos anteriores por una barrera natural (un brazo de mar que separa la isla del continente, un movimiento tectónico que alza una montaña entre dos valles, etc.), es inevitable que a la larga se produzca una nueva especie. Ya Darwin se dio cuenta de este hecho al destacar que en las islas Galápagos se había desarrollado una fauna especial, distinta del continente. – El aislamiento ecológico, cuando cada especie ocupa un nicho ecológico diferente: así el mosquito Anopheles conoce varias especies porque una sólo vive en agua dulce, otra en agua salada, etc. – El aislamiento estacional, cuando cada especie sólo puede madurar (y, por tanto, reproducirse) en una época del año diferente: por ejemplo, las orquídeas del género Dendrobium se clasifican en tres especies, las cuales flo-

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recen respectivamente a los ocho, los nueve y los diez días de haberse producido un calentamiento brusco de la atmósfera, pero no pueden cruzarse porque languidecen a las doce horas de abrir la flor. – El aislamiento conductual, cuando los individuos de diferentes sexos pertenecientes a especies distintas, aunque próximas, no se atraen sexualmente porque no comparten el mismo ritual de cortejo o las mismas señales químicas: es lo que ocurre con varias especies de moscas Drosophila, las cuales no se cruzan pese a ser morfológicamente indistinguibles. – El aislamiento físico, cuando los órganos sexuales de los individuos de distinto sexo de dos especies próximas han dejado de ser compatibles: es el caso de la Salvia apiana y de la Salvia mellifera, dos flores muy parecidas que, sin embargo, tienen sus estambres y su estilo en lugares opuestos del cáliz, lo cual determina que sean polinizadas por insectos completamente distintos. Bonita lección de Biología —se dirá el lector—, pero todo esto, ¿qué tiene que ver con la Lingüística? Bastante, en mi opinión. Adviértase la siguiente tipología de situaciones históricas en las que una lengua se escindió de otra: – La diversificación territorial, esto es, el aislamiento geográfico es la causa más frecuente de surgimiento de nuevas lenguas. Si el indoeuropeo común no se hubiese instalado en la meseta de Persia, en las llanuras del Volga, en el Ática, en Italia o en Escandinavia, no habríamos tenido respectivamente la rama irania, la eslava, la griega, la itálica y la germánica, sino que todo hubiese seguido siendo sánscrito. – Se dice que las lenguas románicas surgieron porque el latín vulgar se fue diferenciando progresivamente del latín clásico de los escritores y, después, del latín eclesiástico que lo heredó. Esto es verdad, pero habría que

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añadir que la razón estriba en una distribución complementaria de sus respectivos espacios sociales, esto es, en el aislamieno ecológico del protorromance, que se empleaba en la vida familiar y en el mercado, respecto al latín culto, que se usaba en la iglesia y en los escritorios monacales. – Es notable que, mientras en la historia del inglés se distingue claramente entre el inglés antiguo, anterior a la invasión normanda, y el inglés medio, posterior a ella, en la historia del español, del gallego o del catalán no ocurra nada parecido, precisamente porque la invasión musulmana no afectó bruscamente a la lengua y tan sólo lo hizo a través del préstamo léxico a lo largo de los siglos. Mas esta manera de hablar encubre el hecho de que los romances peninsulares no convivieron en la misma sociedad con el árabe y, en cambio, el anglosajón sí lo hizo con el latín y con el francés. Lo que se produjo en Inglaterra fue un hiato generacional: mientras que la generación antigua ya no se molestó en aprender la lengua de los conquistadores normandos, la generación más joven sí se vio forzada a hacerlo. Es, pues, un caso de aislamiento estacional. – Tampoco es infrecuente en las lenguas el aislamiento conductual, sólo que la escisión, en vez de dar lugar a una nueva lengua, lo que origina es un argot, una modalidad incomprensible para los que no pertenecen al grupo social, religioso o profesional que lo habla, aunque no por ello dejen sus miembros de servirse de la lengua común en todas las demás ocasiones. Entre estos argots se cuentan la lengua poética irlandesa de la edad media, el berla na filed, la germanía de los delincuentes españoles o el javanais de los barrios bajos parisienses, entre muchos otros. Algunos argots, sobre todo las lenguas de esclavos que surgieron como un pidgin, han terminado por independizarse en forma de criollos.

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– El aislamiento físico tiene que afectar en las lenguas al canal de transmisión de los signos; por eso, el único ejemplo claro que se puede citar es el de los sordomundos, los cuales, incapaces de hablar la lengua oral, han desarrollado, artificial o espontáneamente, como hace poco en Nicaragua (Kegl y otros, 2001), sus propias lenguas de signos. Hay que decir, no obstante, que la Biología y la Lingüística se diferencian en este punto en su preferencia por unos tipos de mecanismo de aislamiento reproductivo respecto a otros. En la naturaleza predomina el aislamiento precigótico, mientras que el postcigótico resulta más raro. Se llama así al hecho de que los óvulos fecundados en cuya concepción han intervemido individuos de dos especies distintas o bien sólo pueden dar lugar a individuos estériles (es el caso de los mulos, los cuales resultan de caballo y burra) o bien mueren irremediablemente (como los cigotos de borrego y cabra). En las lenguas ocurre todo lo contrario: lo normal cuando una lengua nueva B surge de una lengua precedente A es que los enunciados de B se hagan, primero, unidireccionales (que los hablantes de A los comprendan, pero no los emitan) hasta que, finalmente, resulten ininteligibles para dichos hablantes de A. La diferencia entre los enunciados de los jóvenes y los de los viejos es de este tipo: los jóvenes dicen cosas que los viejos aún entienden, pero que no usarían nunca; no obstante, si estos pudiesen asistir a los diálogos mantenidos entre personas de diez o doce generaciones más tarde, es seguro que ni siquiera los entenderían, como los testimonios lingüísticos del pasado que obligamos a interpretar a nuestros escolares ponen de manifiesto.

LAS MODALIDADES SELECTIVAS La selección natural, que es el fundamento de la especiación biológica, puede responder a tres tipos básicos:

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1) La selección estabilizadora privilegia los valores medios y elimina los extremos: por ejemplo, sobreviven los seres humanos que tienen una tensión arterial en torno a los 7 de baja y los 12 de alta, mientras que las cifras que divergen mucho de estas, por exceso o por defecto, implican un porcentaje creciente de riesgo. 2) La selección direccional va cambiando la media hacia uno de los extremos: en la especie humana se advierte una tendencia hacia el aumento de la altura, fuertemente agudizada en las últimas generaciones. 3) La selección diversificadora especializa a algunos individuos para una función y a otros, para una función diferente. Suele ir ligada al mimetismo: según se observó hace tiempo, hay especies de mariposas que tienen colores claros en zonas limpias, pues así se confunden con la corteza de los árboles o con las paredes de las casas y pueden escapar a los pájaros depredadores, pero en zonas contaminadas oscurecen sus alas por el mismo motivo. Es fácil comprender que la variación lingüística ha orientado la evolución de las lenguas siguiendo alguno de estos tres modelos igualmente: 1) Cuando una instancia exterior impone un patrón normativo, lo habitual es edificarlo sobre los usos más frecuentes, es decir, sobre los valores medios en términos estadísticos. Probablemente la relativa inalterabilidad del español y del francés en los tres últimos siglos, comparados con el inglés, tenga que ver con la creación de sus respectivas academias, verdaderas instancias de selección estabilizadora. 2) En cambio, cuando las lenguas no encuentran frenos a su evolución, es normal que deriven en una cierta dirección, generalmente la de los usos más vulgares que, poco a poco, van desplazando a los más cultos. La pro-

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pia evolución del español. entre los siglos XV y XVIII, cuando tuvo lugar un reajuste fonológico radical, es un buen ejemplo de selección direccional. 3) La selección diversificadora se produce cuando dos segmentos geográficos o sociales de una misma lengua se ven sometidos a tensiones diferentes y necesitan acomodarse al entorno en cada caso: la diferencia entre el gallego y el portugués, dos ramas de un mismo dialecto romance, responde a este origen, donde la primera adoptó un mimetismo asimilativo respecto al español y la segunda un mimetismo disimilativo.

LOS RITMOS Luego está la cuestión de los ritmos evolutivos. Es conocida la polémica que hoy día enfrenta a los darwinistas ortodoxos (que algunos llaman ultraortodoxos) y a los heterodoxos. Los primeros sostienen que la evolución biológica siempre es un proceso gradual, de forma que las innovaciones morfológicas que presenta cada generación son mínimas y sólo el lento actuar de la selección natural a lo largo de millones de años termina por conducir a nuevas especies. Frente a esta idea se ha alzado la llamada escuela del equilibrio interrumpido (Eldredge y Gould, 1972), que trataré con mayor detalle más adelante: basándose en que el registro fósil no justifica una gradación suave, suponen que lo que hubo fueron procesos de cambio rápido (en términos geológicos) seguidos de largos periodos de permanencia en los que la especie casi no se altera. Por ejemplo, un esquema puramente gradualista no daría cuenta de la explosión cámbrica ocurrida hace 530 millones de años y que súbitamente dio lugar a los antecesores de casi todas las especies que viven en la actualidad. En resumen, que biológicamente existen dos posibilidades:

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Origen del lenguaje I) Gradualismo darwinista

especie X >>>>>> fase XY >>>>> fase XY >>>>> fase YX >>>>> especie Y II) Equilibrio interrumpido [_______especie X________|>>>|_________especie Y_________|

Lo notable es que ambos modelos vuelven a aparecer en la evolución de las lenguas. El gradualismo es, naturalmente, la primera opción que se plantea a los estudiosos. De hecho, la concepción del cambio lingüístico que tenían los neogramáticos era la de un proceso gradual en el que una lengua va transformándose paulatinamente en otra. De ahí lo absurdo de preguntarse, concluyen, cuándo dejó de existir el latín y empezó a existir el romance, por ejemplo. Así oculu pasó a oc’lu (ya en la Appendix Probi), luego a *og’lu, de este a oylo, por fin a olh o, fase palatal que es la del gallego-portugués, continuando hasta ozho, luego osho y finalmente oxo en castellano. Pero no todos los procesos de cambio proceden de esta manera. Que algunas evoluciones se ajustan a la pauta del equilibrio interrumpido, con largas fases de estabilidad entreveradas por cortos periodos de cambio, empieza a resultar patente para muchos estudiosos. Por ejemplo, Dixon (1997) señala que el modelo jerárquico de las familias lingüísticas se ajusta muy bien a los casos clásicos del semítico o del polinesio, pero muy mal a las situaciones de alianza lingüística (Sprachbund). En estos casos lo que hay es un largo periodo de convivencia de varias lenguas en un territorio, sin que ninguna llegue a imponerse sobre las demás, y un modelo evolutivo de onda con difusión brusca de los fenómenos a través de amplias áreas (es lo que sucedió durante la pax Otomanica en los Balcanes con el búlgaro, griego, rumano y albanés). Desde mi punto de vista ni siquiera sería necesario que hubiese una situación plurilingüe para que apareciese un ritmo evolutivo de equilibrio interrumpido, basta con una situación diglósica: según he mostrado en otro lugar (López García, 2000) la propia evolución del latín al romance se produce de manera

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diferente en cada componente, gradual en lo relativo a los sonidos, pero brusca en el capítulo de la sintaxis textual.

LOS PATRONES El tercer paralelismo formal entre las dos evoluciones, la biológica y la lingüística, es el relativo a los patrones taxonómicos. En Biología se suelen describir tres patrones resultantes de la evolución: – Similaridades debidas a un origen común (homología): por ejemplo, los aparatos reproductores de vacas y toros, de conejas y conejos o de mujeres y hombres respectivamente son muy parecidos, pese a las obvias diferencias externas de cada especie, porque las tres remontan a un mismo antepasado, el protomamífero. – Similaridades debidas a una función común (analogía): así, las abejas y las aves tienen alas construidas de forma similar, lo cual no tiene que ver con su origen, sino con que ambas especies las usan para volar. – Similaridades encadenadas o correlativas en el interior de una misma especie (homología seriada), como cuando se observa que el langostino tiene 19 pares de apéndices que responden al mismo patrón, aunque sus funciones sean diferentes (nadar, caminar, aparearse, coger objetos, etc.), lo cual testimonia que evolucionaron al unísono. No hay duda de que en la evolución de las lenguas se repiten estos mismos patrones. Una muestra de homología la constituiría la evolución del sistema verbal de las lenguas románicas, el cual ha consistido en todas ellas en ir desprendiéndose de una estructura aspectual, basada en el infectum y el perfectum, para ir privilegiando una estructura más bien

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temporal (Coseriu, 1976). En cambio responde a un patrón analógico la sorprendente semejanza semántica y pragmática que existe en muchas lenguas no relacionadas genéticamente entre los modales de necesidad y posibilidad, de un lado, los cuantificadores universal y existencial, de otro, y las conjunciones y / o, de un tercero: ya Aristóteles advirtió que sus relaciones mutuas y con la negación obedecen a su común fundamento cognitivo, el cual plasmó en su célebre cuadrado de oposiciones. Finalmente, existen homologías seriadas en la evolución de una lengua o de una familia lingüística; ¿qué otra cosa es la ley de Grimm cuando establece que las oclusivas sordas indoeuropeas [p, t, k] cambian a fricativas sordas [f, th, h] en germánico, al tiempo que las oclusivas sonoras [b, d, g] de aquel se convierten en oclusivas sordas [p, t, k] en este y las fricativas sonoras indoeuropeas [bh, dh, gh] dan lugar a las oclusivas sonoras [b, d, g] del germánico?

EVALUACIÓN DE LAS SEMEJANZAS Concluyendo podemos decir que la evolución biológica y la evolución lingüística son sorprendentemente parecidas. Comparten las mismas modalidades de variación, los mismos ámbitos de recogida de muestras, los mismos tipos de aislamiento, las mismas modalidades selectivas, los mismos ritmos y los mismos patrones. ¿Casualidad? Parece difícil que estas semejanzas tan profundas puedan ser meramente casuales. Se podría argüir que la tentación de comparar la lingüística con las ciencias duras es muy fuerte y que de la misma se han seguido a menudo resultados bastante pobres, cuando no ridículos: es lo que A. Sokal (1997) denunciaba con el nombre de imposturas intelectuales. Es cierto que se han comparado las estructuras lingüísticas con las fórmulas químicas —la idea de valencia en Tesnière (1959)— o con las fórmulas matemáticas —en todas las gramáticas formales,

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como GPSG por ejemplo— o con las fórmulas físicas en los planteamientos energéticos, desde Weisgerber (1979) hasta el que yo mismo he propuesto (López García, 2001). Estas cosas están bien a condición de que se tomen como lo que son, como metáforas pedagógicas o, a lo sumo, heurísticas. Naturalmente las lenguas no forman parte de la Química ni de las Matemáticas ni de la Física, se trata simplemente de que estas ciencias suministran modelos que permiten pensar el lenguaje de forma más productiva. Pero cuando hablamos de la Biología, las cosas cambian. No hay que engañarse: las cosas cambian. Cambian porque el ser humano es un organismo y una de las funciones vitales que lo caracterizan es el lenguaje. Los seres humanos estamos hechos de átomos, pero los átomos no explican cómo somos, tan sólo de qué estamos constituidos. Nuestros comportamientos atómicos no tienen nada de particular, se dan en toda la materia del universo de la misma manera. Tampoco diferimos en nada por lo que respecta a nuestras variables físicas, al peso, a la masa, al calor o a la energía. Ni son destacables los sistemas formales —casi siempre remisibles a la teoría de la complejidad— que caracterizan nuestra anatomía o nuestra fisiología, pues se dan en cualquier dominio de la naturaleza. Pero la biología ya es otro cantar. Ya sé que la postura que voy a adoptar le puede parecer reduccionista al lector y que, por lo tanto, gozará de mala prensa. Le aseguro al lector que no me tengo por materialista a ultranza. Por supuesto que el ser humano es algo más que un animal evolucionado, tiene ideas, tiene cultura, tiene historia. Lo que discutimos aquí no es esto, sino de qué lado quedan el lenguaje y las lenguas. ¿Son únicamente fenómenos socioculturales o son fenómenos biológicos que se utilizan para expresar fenómenos socioculturales? Le sugiero que someta las variables anteriores a un contraste entre las Ciencias Humanas y la Lingüística. Se dará cuenta en seguida de que estamos hablando de dos mundos diferentes. Porque las sociedades humanas no evolucionan por variación o por

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mutación: ¿qué sentido tendría decir que la selección privilegia a los más preparados para la lucha por la vida cuando lo que caracteriza al ser humano es la solidaridad que lleva a los débiles a agruparse para defenderse de la agresión de los fuertes? El darwinismo social, que un día propugnó Spencer (1857), está de capa caída2. Tampoco se parecen los métodos de investigación: la historia no se repite nunca, así que es inútil establecer comparaciones entre el desarrollo de sociedades que un día estuvieron unidas porque la suerte de cada una es una consecuencia de sus circunstancias exclusivas. Sería igualmente un error cifrar en el aislamiento la causa única de formación de nuevas sociedades: los grupos emigrados, por ejemplo, al continente americano, dieron lugar a sociedades nuevas, pero también resultaron estas de la revolución francesa o de las nuevas tecnologías de la información sin que la población se moviese de su sitio ni quedase aislada, sino todo lo contrario. Por lo que respecta a los ritmos, es evidente que la historia progresa siempre a base de estados de equilibrio interrumpidos por fugaces convulsiones, nunca de forma gradual e imperceptible. Y, en fin, la misma idea de patrón taxonómico carece de sentido en esta ciencia: ¿qué ganamos observando que en el antiguo Egipto de Akenatón, en la Arabia de Mahoma y en la Alemania de Lutero se produjeron serias convulsiones sociales derivadas del surgimiento de una nueva religión? Todo esto era de esperar porque el hombre se rige por la ley de la libertad mientras que los demás seres vivos lo hacen por la ley de la necesidad. Pero el lenguaje, ¿a qué ley responde? Es 2

El darwinismo social se propuso dos años antes de El origen de las especies de Darwin, pero se benefició notablemente del impacto de este último libro. La idea de Spencer (1857) era que la evolución de la sociedad se guía por los principios de la lucha por la vida y de la adaptación al medio ambiente, lo cual privilegia al más fuerte y condena a los débiles a la extinción. Una consecuencia secundaria de este planteamiento era que se privilegiaba al individuo y se intentaba disminuir todo lo posible la intervención del Estado, es decir, un liberalismo a ultranza.

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fácil comprender que nuestra capacidad de influir voluntariamente en la marcha de nuestro idioma es muy reducida. Los cambios lingüísticos ocurren, exactamente igual que los cambios biológicos. ¿Debemos volver al panorama y a las expectativas trazadas por August Schleicher en 1863? No, por cierto. Comparto plenamente el juicio que sus propuestas merecían a O. Jespersen (1922, 73-74), un lingüista que, sin embargo, lo valoraba debidamente porque conocía sus ideas a fondo y no se había quedado tan sólo con la estridente envoltura con que Schleicher las presentó: “Por supuesto que sería posible decir que el método de la ciencia lingüística es el de la ciencia natural y mantener, no obstante, que el objeto de la lingüística es diferente del de la ciencia natural, pero Schleicher tiende a identificarlos progresivamente, y cuando se le atacó por decir, en su panfleto sobre la teoría de Darwin, que las lenguas son cosas materiales, objetos de naturaleza real, escribió Ueber die bedeutung der sprache für die naturgeschichte des menschen [Sobre el significado de la lengua para la historia natural del hombre] para defenderse, texto que representa característicamente el punto culminante de la visión materialista del lenguaje. La actividad —dice— de cualquier órgano, por ejemplo uno de los órganos de la digestión, o el cerebro o los músculos, depende de la constitución de dicho órgano … Lo que resulta cierto de la forma de andar es válido igualmente para el lenguaje, ya que el lenguaje no es otra cosa que el resultado, percibido por el oído, de la acción de un conjunto de sustancias materiales en el órgano del cerebro y de la de los órganos del habla, con sus nervios, huesos, músculos, etc. … El sol existe con independencia del observador humano, no podría existir algo como el lenguaje si al lado del hablante no hubiese un oyente capaz de convertirse en hablante a su vez. Schleicher habla continuamente en su panfleto como si las diferencias estructurales en el cerebro y los órganos del habla fuesen la lengua real. Si la prueba de un budín reside en comerlo, la prueba de una lengua debe residir en su audición y comprensión, pero para ser oídas las palabras tienen que haber sido antes emitidas, y la verdadera esencia del lenguaje debe residir en estas dos actividades (la de producir y la de percibir sonidos) y estas dos actividades constituyen el objeto primario (o, por qué no, exclusivo) de la ciencia del lenguaje”.

Las lenguas tienen una dimensión histórica y otra que no lo es. Aceptemos la idea de Schleicher de que una cosa es el lingüista —el glottiker, como decía él— y otra, el filólogo. El filólogo estudia la lengua como objeto histórico social, el lingüísta lo debería hacer como objeto natural. Ahora bien, al

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hacerlo se puede proceder correcta o incorrectamente. Es evidente que Schleicher, al pretender que la lengua es como un organismo y que, de la misma manera que los organismos constan de células y estas, de núcleo y citoplasma, las lenguas constan de palabras, compuestas a su vez de raíces y afijos, malversó lamentablemente un punto de partida prometedor. El problema está en delimitar de manera adecuada dicho objeto natural. No se trata sólo de conexiones cerebrales o de movimientos articulatorios, como creía Schleicher. Una lengua es, fundamentalmente, un conjunto de actos de habla que tienen lugar entre hablantes/oyentes pertenecientes a una comunidad lingüística. Pero esta conclusión, que es la de Jespersen, no sustrae el objeto lenguaje al ámbito de la ciencia natural. Modernamente ha sido Croft el primero en darse cuenta, cuando define el lingüema (por oposición al gen y al mem), de que el conjunto de enunciados intercambiados entre hablantes y oyentes presenta todas las características de una situación parangonable a la de la naturaleza. Según él, el lingüema sería (Croft, 2000, 239): “Una unidad de estructura lingüística, integrada en un enunciado particular, la cual puede ser heredada en la respuesta; el replicador es el proceso básico de selección lingüística: el equivalente lingüístico del gen”.

Lo que quiere decir Croft es que la comparación entre genes y memes, establecida por Dawkins, puede remitirse a un eslabón intermedio. Lo que evoluciona no son los organismos, sino los genes, pues aquellos mueren y estos saltan de un organismo a otro. De manera similar, decía Dawkins, los memes (esto es, las ideas) pasan de un ser humano a otro. Pero antes que los memes están los lingüemas, los rasgos lingüísticos de los enunciados que pasan de la mente del hablante a la del oyente. En el caso de los genes cada salto de un organismo a otro organismo de la generación siguiente conlleva un pequeño cambio (y de ahí su evolución): el gen se replica, pero la variación y la mutación introducen cambios, de los que terminan imponiéndose los privilegiados por el entorno.

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Pues bien, el enunciado del hablante también se replica3, se reproduce en la mente del oyente, si bien, nuevamente, con alguna modificación: las modificaciones que triunfan, porque el contexto las favorece, son las que acabarán por hacer evolucionar la lengua. Adviértase la proximidad de ambas situaciones: BIOLOGÍA Los organismos aseguran su pervivencia replicando su genoma o conjunto de genes en sus descendientes;

LINGÜÍSTICA Los organismos lingüísticos (los hablantes) aseguran la pervivencia de la lengua replicando sus enunciados o conjunto de lingüemas en sus oyentes; La replicación no es perfecta: existe variación La replicación no es perfecta: existe variación y la selección natural elimina unas variantes y y la situación contextual elimina unas varianperpetúa otras; tes y perpetúa otras;

Pese a lo sugestivo de la analogía anterior, también existen diferencias entre la replicación genética y la lingüística. Las más importantes son las siguientes: 1) El genoma sólo se replica con efectos evolutivos en la meiosis, pero no en la mitosis. Esto quiere decir que las células están dando lugar continuamente a nuevas células (mitosis), pero ello no tiene ningún efecto sobre la evolución de la especie. Para que exista evolución es preciso que el genoma del padre y el de la madre se emparejen en la meiosis del cigoto y que los mecanismos descritos arriba den lugar a una ligera variación genómica en los descendientes, lo cual permite a la selección natural favorecer la supervivencia de un descendiente sobre los demás. En el lenguaje, obviamente, la replicación introductora de cambios no tiene que esperar a la generación siguiente, sino que se daría en cada acto de producción-comprensión lingüística;

3

Croft aprovecha la polisemis del término replication del inglés, el cual significa “respuesta” y también “doblado del genoma”.

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2) Además, mientras que, en la naturaleza, la variación (sobre la que opera la selección natural) aparece en los descendientes, en el lenguaje los responsables del cambio son los hablantes cuando factores sociales diversos (que tienen el mismo papel que la selección natural) les hacen privilegiar unas variantes sobre otras. Esto no quiere decir que la comprensión sea desdeñable; al contrario, el verdadero factor de cambio lo desencadenan comprensiones erróneas o desviantes de los oyentes, pero su efectividad no se manifiesta hasta que las materializan produciéndolas como hablantes a su vez. Este proceso es especialmente importante en los niños, los verdaderos motores del cambio lingüístico (Lüdtke, 1998); 3) Lo que se reproduce en cada replicación es el genoma completo, no un determinado gen, aunque este induzca las reacciones del organismo ante los retos del entorno en la vida de cada día. En el caso del lenguaje ello no es así: la variación afecta a tal fonema, sentido o categoría gramatical de un enunciado de la lengua X, no a un rasgo de la lengua X en su conjunto, aunque la suma de todas estas preferencias selectivas termine por cambiar el código de X al final. Estas diferencias no son suficientes para desestimar la idea de que una lengua es un conjunto de procesos cognitivo-comunicativos que afectan a organismos inteligentes y que evolucionan de manera similar a como lo hacen los órganos vitales de estos mismos organismos. Sin embargo, parece conveniente perfilar la propuesta de Croft, entre otras razones porque cada acto de habla (el turno de respuesta en un intercambio conversacional) dura algunos segundos mientras que el cambio de una determinada secuencia genómica, al ocurrir sólo en la meiosis, se alarga durante toda una vida. J. L. Mendívil (2009) ha propuesto una interesante alternativa a la hipótesis de Croft en el sentido de que lo que cambia no son las secuencias lingüísticas concretas, sino la conciencia lingüística de los hablantes, la cual varía de unas generaciones a otras gracias a las innovaciones que se introducen durante el proceso de adquisición del lenguaje en la infancia, comparando el or-

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ganismo con el conocimiento lingüístico de cada individuo y la especie con la lengua de una comunidad hablante. En cualquier caso es importante destacar que lo que evoluciona son las lenguas, no la facultad del lenguaje en cuanto tal. Con independencia de cómo se logre explicar —si se logra alguna vez— el surgimiento evolutivo de la facultad lingüística, lo cierto es que el código abstracto del lenguaje no evoluciona. El latín del siglo II a. J. C. era de una manera y los latines del siglo XXI d. J. C. (el español, el gallego-portugués, el catalán, el francés, el italiano, …) son de otra, pero la facultad que permitía a un niño de la antigua Roma aprender su lengua es exactamente la misma que permite a nuestros niños aprender la suya. Y a los niños chinos y a los quechuas y a los árabes. He aquí un nuevo y sorprendente paralelismo: el código genético que subyace a todos los genomas de los seres vivos surgió una sola vez y ya no se ha modificado; de la misma manera, el código lingüístico que subyace a todas las lenguas también es único e invariable habiendo surgido una sola vez en la historia de la Humanidad.

¿EXISTE UNA SOLUCIÓN INTERMEDIA? Hemos visto cómo las dos posibilidades de surgimiento de la facultad del lenguaje, la gradual evolucionista y la repentina basada en emergencia por complejidad, presentan serios problemas. La cuestión es si estos dos modelos son los únicos avalados por la ciencia o si cabe algún tipo de solución intermedia. En Matemáticas el dinamismo evolutivo puede representarse de dos formas: de manera gradual; o a base de sucesivas etapas. Por ejemplo, hay funciones en las que una ligera variación del valor de x se traduce en una variación correspondiente de f(x), esto es, el cambio es gradual: f(x) Figura 1

x

y hay funciones con puntos singulares en las que un levísimo incremento de x ocasiona una alteración brusca de f(x): f(x)

Figura 2

x

Ambos esquemas, el esquema de la continuidad —Figura 1— y el esquema de la discontinuidad —Figura 2— han sido detectados en el comportamiento del mundo y empleados

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para explicar los objetos de estudio tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales. No obstante, es preciso matizar a este respecto que no se han usado con la misma intensidad en cada caso. En las ciencias naturales ha predominado el esquema de la continuidad, seguramente porque las Matemáticas, que son la fuente de la Física, no dispusieron hasta fecha reciente de modelos susceptibles de predecir la discontinuidad en cuanto aumentaba el número de variables y el de fenómenos relacionados (la teoría de catástrofes propuesta por René Thom (1977) en los años setenta del siglo XX es el más conocido de dichos modelos). La Física renacentista y la Química dieciochesca son continuistas. La ley de Newton f=m•a no incorpora la posibilidad de saltos en su desarrollo: conforme vaya creciendo la masa que desplaza un ascensor habrá que incrementar la fuerza (y con ella, la potencia y el trabajo) del motor para mantener la aceleración. Tampoco son discontinuas las predicciones de las reacciones químicas: una operación de óxido-reducción como Cl + H O = 2ClH + O 2 2 supone un aumento progresivo de moléculas de cloro que toman hidrógeno del agua (que se reducen) y una disminución progresiva de moléculas de hidrógeno combinadas con oxígeno (oxidadas) en forma de agua, aunque la reacción es siempre reversible y no hay ningún elemento químico ajeno a ambos polos. La detección y predicción del esquema de la discontinuidad es posterior y fue alcanzada por la Física cuando fue capaz de dar cuenta de los cambios de estado (del hielo al agua líquida y de esta al vapor, por ejemplo) mediante la teoría de catástrofes: el agua de un matraz se va calentando progresivamente sin dejar de estar en estado líquido hasta que, de repente, hay un salto brusco (una catástrofe) y tenemos vapor en un estado diferente, el gaseoso, el cual seguirá calentándose a su vez:

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Origen del lenguaje hielo

agua

vapor +temperatura -presión

Sin embargo, ni este tipo de transiciones bruscas ni las de la Química (por ejemplo, los mecanismos de fusión y fisión nuclear por los que se producen nuevos elementos químicos) lograron alterar la mentalidad continuista de los científicos y ello por una razón: porque la ciencia clásica es reversible, el vapor puede convertirse otra vez en agua y esta en hielo si bajamos la temperatura o aumentamos la presión. Pero supongamos que existe una situación natural en la que el paso de un estado a otro sea irreversible. En este caso la conciencia de que las reglas del juego son diferentes en cada uno se impone con rotundidad. Cuando un organismo muere deja de estar vivo (con todas las reacciones metabólicas que caracterizan la vida) y pasa a estar muerto (con reacciones de descomposición y ulterior recombinación de átomos que ya no implican metabolismo): vida

muerte |

En este caso no sólo hay estados discontinuos, también son discontinuas las leyes que los explican. La teoría de la evolución de Darwin intentó reintroducior la continuidad en Biología explicando mediante el mecanismo de la selección natural cómo las especies se convierten en nuevas especies de forma gradual. En otras palabras: los organismos mueren, pero al transmitir sus características a sus sucesores existe una continuidad esencial de la vida desde los organismos más simples hasta los más complejos: especie 1

especie 2 |

especie 3 |

+características tipo a

+ características tipo b

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Ángel López García

Frente a este paradigma esencialmente continuista, las Ciencias Sociales han hecho siempre un discurso basado en la discontinuidad. Los historiadores, enfrentados a la evidencia de que los imperios y las dinastías se suceden y de que cada régimen político (y aun cada gobierno) cifra su éxito en cambiar los planteamientos del que le precedió, ven la evolución histórica como una sucesión de estados mutuamente incompatibles. Cuando el cambio es relativamente suave, tan sólo cambia el gobernante; cuando es brusco, se habla de revolución. En cualquier caso, no existe vuelta atrás. Sólo los antiguos se atrevieron a establecer paralelismos entre épocas, si bien a título de semejanzas entre el carácter o el destino de sus protagonistas (los Caracteres de Teofrasto, por ejemplo), nunca en calidad de vueltas atrás en el tiempo. Similarmente, los antropólogos ven un mundo de culturas mutuamente incomprensibles (es la hipótesis de la relatividad cultural): cultura 1

cultura 2

régimen político 1

régimen político 2 |

leyes 1

leyes 2

Lo sorprendente en este planteamiento es que los lingüistas, que tenemos el corazón dividido, hemos tomado siempre el partido de la parte contraria. Así, los lingüistas que conciben la lengua como un organismo son, curiosamente, reacios a aceptar una posición continuista: de ahí que los generativistas hayan oscilado entre la explicación saltacionista (Bickerton, 1998) y la ausencia de explicación. Por el contrario, los lingüistas que conciben las lenguas como un producto cultural han hecho denodados esfuerzos por explicar su nacimiento y su evolución actual en términos gradualistas: así, toda la teoría funcionalista de la gramaticalización (Hopper y Traugott, 1993) está organizada sobre el supuesto de que los distintos componentes se van sucediendo unos a otros sin so-

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Origen del lenguaje

lución de continuidad, aunque el eterno retorno aguarde agazapado. La idea es que las palabras plenas como casa o libro van erosionándose lentamente hasta convertirse en palabras gramaticales como el o con, las cuales a su vez acaban convirtiéndose en terminaciones flexivas como la –n de comen, y así una y otra vez: lexema pleno flexivo lexema gramatical

Por ejemplo, la forma sintética y flexiva del futuro latino amabo se fue sustituyendo por una perífrasis analítica hecha de lexemas plenos, amare habeo, la cual por desgaste fonético acabó transformándose en un lexema pleno más un lexema gramatical, amare heo, de donde procede la forma del español actual amaré, nuevamente sintética: sin embargo, este proceso no se detiene nunca y amaré ya está siendo sustituida a su vez en el dominio hispánico por perífrasis como voy a amar. Es la misma idea de los tipólogos del siglo XIX (lenguas aislantes → lenguas aglutinantes → lenguas flexivas, es decir, lenguas como el chino se convierten en lenguas como el turco, que se convierten en lenguas como el latín, y vuelta a empezar), sólo que estos tenían la excusa de que intentaban introducir el método de Darwin en lingüística, mientras que los funcionalistas modernos son, por definición, antinaturalistas, esto es, antidarwinistas. La conciliación entre ambas tendencias y, de paso, la resolución de la contradicción epistemológica se está produciendo con la adaptación de la teoría biológica del equilibrio interrumpido al problema de la evolución del lenguaje, tanto por parte de los funcionalistas (Dixon, 1997) como de los generativistas (Mendívil, 2003, 2007).

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Ángel López García

Según dijimos, se llama equilibrio interrumpido (punctuated equilibrium) a una teoría postulada por Eldredge y Gould (1972) como alternativa al darwinismo radical, aunque sin llegar a romper con la esencia de la hipótesis de Darwin. Como es sabido, la teoría de Darwin consiste básicamente en dos ideas: 1) Las especies evolucionan, cada especie es el resultado de cambios graduales que se van produciendo de generación en generación y que conducen a nuevas especies; 2) El mecanismo de dicha evolución es la selección natural: las características genéticas no son exactamente iguales en todos los individuos de una especie, las unidades discretas de la herencia o genes presentan variación, y a la larga tienen más descendientes aquellos individuos cuyas características están mejor adaptadas al entorno, por lo que logran imponer su perfil genético. Eldredge y Gould no niegan ninguna de estas dos ideas. Pero sí parten de una observación empírica que contradice los postulados de Darwin. Este supuso que el cambio es siempre gradual y que se va pasando suave y lentamente de unas especies a otras. Por ejemplo, entre el Hyracotherium (H) y el Equus (E: el caballo moderno) tendríamos algo así como (para t = un periodo de tiempo): H

H/e

h/e

h/E

E

con todas las situaciones intermedias imaginables (que aquí hemos simbolizado con tres, progresivamente alejadas de H y próximas a E, tan sólo: H/e, h/e y h/E). No obstante, numerosos testimonios del registro fósil — objetan Eldredge y Gould— demuestran que esto casi nunca es así. Más bien lo que suele suceder es que en un periodo breve (en términos geológicos) se producen muchos cambios y luego la especie permanece básicamente inalterada durante toda su existencia sobre la tierra:

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Origen del lenguaje Te1 especie 1

|>>>t>>>|

Te2

de 1 a 2

especie 2

Este esquema se ajusta mal al paso del Hyracotherium (eoceno) al Equus, puesto que en medio existieron el Mesohippus (oligoceno), el Merychippus (mioceno) y el Pliohippus (plioceno). Pero muchas otras veces no fue así y la estasis (la inalterabilidad de las especies durante casi toda su existencia) parece la regla más que la excepción. Sobre todo cuando consideramos los órdenes superiores, esto es, ya no la especie, sino los grandes phyla. Por ejemplo, sin la teoría del equilibrio interrumpido resulta imposible comprender el fenómeno de la explosión cámbrica: la vida comienza hace 3.500 millones de años, pero hacia principios del Cámbrico, hace 530 millones de años, los registros fósiles cambian bruscamente (en “sólo” 10 millones de años) y testimonian la desaparición de las especies antiguas y la aparición de los phyla modernos que llegan hasta hoy (artrópodos, anélidos, cordados, etc.). El provocador trabajo de Dixon citado arriba sugiere que en el caso del lenguaje también podríamos tener un proceso evolutivo de equilibrios interrumpidos: TlA lengua A

|>>t>>|

TlB

|>>t>>|

de A a B

lengua B

de B a C

TlC lengua C

lo cual permitiría conciliar metodológicamente la visión del lenguaje como organismo y la visión del lenguaje como producto social. Esta hipótesis puede examinarse desde dos perspectivas: o bien considerando el origen del lenguaje, es decir, la conversión de la comunicación no lingüística en comunicación lingüística; o bien considerando la conversión de una lengua en otra, esto es, el nacimiento de las lenguas. Es de advertir que se trata de dos procesos muy diferentes, pues el último siempre es cultural y el primero podría no serlo del todo. Evidentemente el paso del latín a las lenguas romances, por

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Ángel López García

ejemplo, no tuvo lugar en el cerebro ni en el genoma de los hablantes románicos, sino en las sociedades neolatinas de la alta edad media1. Nada hay en los niños que nacen en Francia, España, Italia o Portugal que les obligue a hablar francés, español, catalán, italiano, gallego o portugués. Basta con que los trasladen a Vietnam poco después de nacer para que terminen hablando vietnamita. En cambio, estos mismos niños, al nacer como seres humanos, presentan una predisposición hacia el lenguaje que es independiente del grupo social o étnico en el que han nacido. Sin embargo, teniendo bien presentes las diferencias, no es inútil plantearse las similitudes que existen entre estos dos procesos precisamente porque, según hemos dicho, el modelo del equilibrio interrumpido satisface los requisitos de la evolución biológica y de la evolución cultural al mismo tiempo. Existe poca documentación para valorar debidamente los avatares de la evolución en la mayor parte de las familias lingüísticas, pero los casos privilegiados, como el de las lenguas romances, permiten afirmar lo siguiente: En primer lugar, la evolución, en efecto, no parece del todo gradual, sino que se ajusta parcialmente a los patrones del equilibrio interrumpido: hay periodos de lenta evolución y repentinos acelerones que acaban por conducir a idiomas distintos. Estos acelerones no son sólo inducidos por causas internas, deben también mucho a las circunstancias externas, pero, en todo caso, el perfil del desarrollo está claro. Así, el latín escrito se mantuvo relativamente estable desde los primeros testimonios del siglo III a.J.C. hasta el siglo V o VI d.J.C. cuando el hundimiento del Imperio y la interrupción de las relaciones entre las provincias determinaron la aparición más o menos brusca de nuevos idiomas, de forma que los testimo-

1

Ello no obsta para que los cambios se consoliden en el cerebro de las nuevas generaciones, según quiere Mendívil (2009), pero este es el resultado de la variación, no la causa.

81

Origen del lenguaje

nios escritos que se recogen desde el siglo IX d.J.C. en adelante ya permiten hablar de francés, español, catalán, italiano o gallego-portugués. En segundo lugar —y más importante— desde hace poco sabemos (López García, 2000) que esta evolución no se produjo al mismo tiempo en todos los componentes ni tampoco de la misma manera. Mientras que los sonidos parecen haber experimentado una evolución gradual (p.ej.: PL- > pll- > ll- > sh-, lo que lleva de PLUVIA al gall-port choiva, chuva), la sintaxis se alteró bruscamente al expandirse el modelo textual de la Vulgata, ya en el siglo IV d.J.C., en tanto que la morfología no parece haber reemplazado decididamente el paradigma flexivo hasta época mucho más tardía, digamos hasta el siglo IX. En suma: Fonética1

Sintaxis1

Morfología1

t

Fonética2

t

Fonética3

t

Fonética4

|>>>t>>>|

t

Fonética5

Sintaxis2

|>>>t>>>|

Morfología2

Esta conclusión es muy importante: las lenguas evolucionan de forma diferente en cada módulo. Cuando trasladamos ahora estas consideraciones a la cuestión del origen del lenguaje nos hacemos la siguiente reflexión: ¿cabe imaginar también que el lenguaje no apareció de una vez, sino que fue incorporando distintos módulos en sucesivas revoluciones (interrupciones)? Una respuesta afirmativa haría más verosímil la emergencia del lenguaje en un grupo de homínidos antecesores de la actual especie humana. Sabemos que el Homo sapiens posee el lenguaje. Parece inconcebible, por el contrario, que algo tan complejo surgiera de repente, ya sea en el propio Homo sapiens arcaico, en el Homo erectus, en el Homo habilis o incluso antes. Por otro lado, un planteamiento de este tipo permitiría conciliar algunas propuestas que en los últimos tiempos se han realizado sobre el origen del lenguaje:

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Ángel López García

a) Hay autores (Dunbar, 1996) que parten del hecho de que los primates poseen una especie de Pragmática social manifestada por gestos y que hemos heredado los humanos. Pero al existir una relación entre el tamaño del cerebro y el del grupo social, llegó un momento en el que la complejidad de los mensajes que podían emitir algunos cerebros muy desarrollados excedía las posibilidades del gesto, por lo que a este se le superpuso el gesto fónico, es decir, el lenguaje articulado, dando lugar al surgimiento de la Fonética. b) Otros autores (Deacon, 1997) han destacado la fase simbólica, esto es, el momento en el que los signos fónicos y gestuales pasan de evocar referentes presentes en el acto comunicativo a evocar referentes del pasado y del futuro, así como a aplicarse a varios tipos referenciales, algunos francamente abstractos. Es el surgimiento de la Semántica como tal, el cual se produjo también de manera acelerada. c) Finalmente, la conocida postura de Chomsky (1986) atribuye la esencia de la facultad lingüística a una serie de propiedades formales de naturaleza sintáctica (estructura de la frase, movimiento de elementos, categorías vacías, etc.)2 que supone debieron aparecer de forma brusca, probablemente como una emergencia derivada de la complejidad de las relaciones entre los lexemas. En un modelo de equilibrio interrumpido estas fases, que separan los módulos (M) entre sí, quedarían como sigue:

2

La estructura de la frase consiste en que dicha unidad tiene la forma Determinante+[núcleo+modificador] cualquiera que sea la naturaleza (sustantiva, adjetival, verbal, etc.) del núcleo, que es la única unidad obligatoria. El movimiento permite relacionar la oración enunciativa Juan ha venido con la interrogativa ¿Ha venido Juan? suponiendo que el sujeto Juan se ha movido. Las categorías vacías son huecos léxicos, por ejemplo, en María quiere ir al cine es evidente que hay un hueco léxico correspondiente a María y que hace de sujeto de ir: María quiere […] ir al cine. Este tipo de propiedades formales no se justifica desde el mundo exterior, carece de referentes en el mismo y responde a una lógica interna de la sintaxis.

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Origen del lenguaje Mpragmático

|>t>|

Mfonético

|>t>|

Msemántico

|>t>|

Msintáctico

Es de advertir que este esquema difiere del que hemos propuesto arriba para la evolución de las lenguas porque, cuando se pasa de una lengua A a una lengua B, la lengua origen ya tiene todos los módulos (esto es, su fonética A, su sintaxis A, su semántica A…) y la lengua destino va incorporando el resultado de la evolución de dichos módulos en momentos diferentes (la fonética B que reemplaza a la fonética A en el tiempo t, la sintaxis B que reemplaza a la sintaxis A en el tiempo t+n, etc.). Por el contrario, cuando se pasa del no lenguaje al lenguaje, lo que hay es una complicación progresiva, pues al principio no tenemos otra cosa que gestos con valor emocional y social (una pragmática), luego estos gestos se completan con segmentos orales a los que se atribuye un sentido ocasional (una fonética), más tarde dichas secuencias fónicas se interpretan como símbolos y desarrollan sentidos permanentes de amplio espectro (una semántica) y finalmente se combinan siguiendo leyes rigurosas y no siempre motivadas (una sintaxis). En cualquier caso, tanto el modelo propuesto para la evolución de las lenguas como el que proponemos para el origen del lenguaje se basan en el esquema del equilibrio interrumpido. Frente a ellos, una propuesta gradualista en sentido darwiniano ortodoxo supondría un germen de lenguaje en los primeros homínidos, con módulos pragmático, fonético, semántico y sintáctico incipientes que se irían perfeccionando poco a poco. Dicha evolución se ha dado muchas veces en Biología, pero aquí no es verosímil. Así, es posible trazar los avatares del surgimiento de las alas de las aves a partir de la progresiva modificación de las patas delanteras de los reptiles. Sin embargo, podemos hacerlo porque poseemos testimonios fósiles y seres todavía vivos que se hallan a medio camino. Pero en el caso del lenguaje nos faltan ambas cosas. Fue una sola especie, la humana, la que inició una evolución fascinante incorporando módulos sucesivos a un módulo comunicativo primitivo que los azares de la lucha por la vida

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le habían suministrado. Es verdad que el “eslabón perdido” entre los grandes monos y el ser humano, que tanto fascinaba al público hace algunas décadas, se ha encontrado reiteradamente en el último medio siglo gracias a los espectaculares descubrimientos de Leakey y compañía3. Pero los testimonios paleontológicos —que nos hablan de un aumento progresivo del tamaño del cerebro, sobre todo del neocórtex, y de una acomodación de los órganos fonadores— son una cosa y el lenguaje es otra. Los mamíferos más pequeños y rudimentarios tienen corazón, cerebro, hígado, pulmones, etc., y los mamíferos superiores tienen eso mismo sólo que más complejo. Pero los primates a los que tanto nos parecemos no tienen ni asomo de lenguaje, sólo una pragmática gestual. He aquí el único punto en el que podemos apoyarnos para entender cómo surgió el lenguaje humano. La adición de características anatómicas y funcionales nuevas no es lo más normal en Biología, pero tampoco resulta desconocida. Las procariotas (organismos unicelulares sin núcleo) poblaban la tierra en exclusiva hasta que algunas se convirtieron en protistas y en eucariotas (organismos con núcleo) a base de incorporar una membrana interior que aísla el ADN nuclear del citoplasma. Mucho después se dio el paso de los organismos de simetría radial (las estrellas de mar) a los organismos bilaterales. Y aún se tardaría más en “inventar” los cordados. Se trata de verdaderos saltos evolutivos que cambiaron el panorama de la vida por adición (tal vez como consecuencia de sucesivos procesos emergentes), no por simple transformación. En el caso del lenguaje debió de pasar lo mismo. 3

El descubrimiento de nuevos fósiles que cambian nuestra visión del pasado del hombre es algo de lo que los diarios dan noticia cada año, por lo que resulta muy difícil ofrecer un panorama actualizado. La paleontología ha llegado a ser una de las ciencias más populares de la divulgación científica, tanto que supongo al lector enterado de lo que se va descubriendo. Para una visión muy completa y que además revisa la secuencia cronológica de los descubrimientos véase Arsuaga (2001).

EL PROTOLENGUAJE, PRIMERA FASE DE LA EVOLUCIÓN LINGÜÍSTICA Como hemos visto, el origen del lenguaje fue una cuestión tabú en Lingüística durante mucho tiempo, al menos desde que la Société de Linguistique de Paris prohibiera estatutariamente a sus socios ocuparse de este asunto a fines del siglo XVIII. ¿Qué ha cambiado para que a comienzos del siglo XXI la European Science Foundation no sólo considere “científico” ocuparse de la génesis del lenguaje, sino que incluso promueva las investigaciones en este sentido en el marco del proyecto OMLL (Origins of man, language, and languages)? Cuestiones ideológicas aparte, lo que hasta ahora había impedido este giro radical es el hecho de que el surgimiento del lenguaje va ligado indisolublemente al del homo sapiens y al de sus producciones sociales y culturales, por lo que ningún sentido tenía abordar dicha cuestión cuando carecemos de datos sobre las demás. Pero los recientes progresos de la Paleontología y de la Antropología nos permiten formarnos un cuadro bastante ajustado de cómo apareció el ser humano sobre la Tierra y, por lo tanto, abren el portillo a replantear la cuestión del origen del lenguaje con ciertas garantías de viabilidad científica. Resumo brevemente el estado de la cuestión. El Big Bang, con el que da comienzo el Universo, tuvo lugar hace unos 12.000 millones de años. Los átomos presentes en el momento inicial fueron combinándose entre sí en las diferentes estrellas hasta dar lugar a los compuestos de la Química. En particular, en una sopa prebiótica que se formó en el planeta Tierra, se originaron los bases nucleotídicas, los aminoácidos, los lípidos y los azúcares, que son lo compuestos orgánicos por excelencia. El surgimiento de la vida se produce hace 3.500 millones de años, cuando una larga cadena de bases nucleotídicas que lleva asociados determinados aminoácidos se dota de una membrana

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que permite la entrada de nutrientes, pero impide la salida de las estructuras orgánicas. Esta primera bacteria fue dando lugar, por selección natural, a todas las demás especies vegetales y animales1. Hace 4 millones de años aparece el Australopitecus, un mono antropoide que es nuestro pariente más cercano y con el que se relacionan igualmente los grandes primates, el chimpancé, el gorila y el orangután2. De hace unos 3 millones de años son los primeros restos encontrados del Homo habilis, un individuo que ya posee una incipiente cultura manufacturera. Hace 1,5 millones de años se registra la primera aparición del Homo erectus, un antepasado que, pese a su nombre, atesora muchos más conocimientos que el anterior. No obstante, la verdadera evolución se produjo hace sólo 300.000 años, según refleja un aumento considerable del tamaño del cráneo y, naturalmente, del cerebro. Con todo, el lenguaje debió aparecer más tarde, hace 100.000 ó 50.000 años, según revela una serie de restos que nos hablan de una cultura artística y tecnológica avanzada, la cual resulta inconcebible sin un instrumento de comunicación capaz de cohesionar la sociedad en la que se produjo. Es la fase del llamado Homo sapiens sapiens. El lenguaje parece haber sido el último eslabón de una cadena evolutiva. Cuando se produjo el hundimiento del valle del Rift, en África oriental, los primates tuvieron que enfrentarse a un cambio climático drástico que convirtió la selva 1

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Existen muchos trabajos que se ocupan de esta cuestión. Una exposición accesible y muy completa, ya clásica, es la de L. E. Orgel (1975). Para un tratamiento actualizado consúltese J. M. Smith y E. Szathmáry (2001). En sentido estricto, los simios se dividen en platirrinos (micos o simios de cola larga) y catarrinos. Dentro de estos, existen dos superfamilias, la de los cercopitecoideos (los monos propiamente dichos: mandriles, macacos, etc.) y la de los hominoideos. A su vez esta incluye dos familias, la de los hilobátidos (gibones) y la de los homínidos, en la que los orangutanes constituyen una rama y los homininos (gorilas, chimpancés, Australopithecus y otras especies fósiles y, por fin, el hombre) constituyen la otra. Para todas estas cuestiones véase J. Bertranpetit y C. Junyent (2000).

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tropical en una sabana. Al no poder seguir alimentándose de hojas y frutos, se desarrolló el bipedismo y la fonación: el primero para ganar altura y descubrir a sus enemigos o a sus presas por encima de la hierba alta y para poder recorrer largas distancias en busca de alimento; la segunda para advertir a sus compañeros de manada de los peligros y de la presencia de depredadores. El cambio de alimentación y de locomoción determinaron importantes cambios anatómicos a su vez: las extremidades anteriores, innecesarias para andar, se transforman en manos y se constituyen en condición para la técnica, al tiempo que la potente mandíbula masticadora de fibras vegetales reduce su tamaño y su forma terminando por ser capaz de articular una variada gama de sonidos. El problema es si, desde que sabemos todo esto, sabemos realmente algo más sobre el origen del lenguaje. Al fin y al cabo, las ingenuas hipótesis dieciochescas, que cifraban el inicio del mismo en la transformación de los gritos animales en voces articuladas, no resultan incompatibles con los datos anteriores, por más que entonces las ideas que se tenían sobre el origen del mundo y sobre el origen de la vida estaban lastradas por una interpretación literal de los textos bíblicos. Hoy nadie puede poner en duda seriamente la teoría de la evolución de Darwin, pero el origen del lenguaje sigue resultando misterioso, contra lo que al fundador de dicha teoría le hubiera gustado admitir. Ch. Darwin (1871, 90) atribuía el surgimiento de la capacidad lingüística a un desarrollo superior del cerebro humano, negándose a reconocer algo más que diferencias comunicativas graduales entre el hombre y los animales: “El lenguaje articulado es enteramente peculiar al hombre; pero así como los animales inferiores, el hombre profiere también con gritos inarticulados sus intentos … Lo que distingue al hombre de los animales no es la facultad de comprender sonidos articulados porque, como todos saben, los perros entienden muchas palabras y muchas frases … Tampoco es nuestro carácter distintivo la facultad de articular porque los loros y otras aves la poseen … Los animales inferiores se diferencian del hombre en la facultad infinitamente mayor de este para asociar los más diversos sonidos a las más diferentes ideas, lo cual, como es obvio, depende del gran desarrollo de las facultades mentales”.

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Se rompía así un viejo tabú religioso, que ha fundamentado durante siglos las convicciones y la autoestima de los seres humanos, el del creacionismo. La respuesta a Darwin vino de numerosos sectores religiosos y filosóficos, pero también del ámbito científico. La más efectiva ha sido la teoría chomskiana formulada un siglo después, aunque sus planteamientos no se postulen, obviamente, como creacionistas, sino como innatistas. Es conocida la hipótesis innatista de N. Chomsky para quien la facultad del lenguaje está depositada en los genes3. Curiosamente, aunque dicho lingüista aporta numerosas evidencias que demuestran la especificidad del lenguaje humano entre los sistemas comunicativos animales, así como la imposibilidad de que el niño pueda aprenderlo sin predisposición innata entre los dos y los siete años, sobre todo habida cuenta de la pobreza de los estímulos que recibe, carecemos de indicio biológico alguno para entender cómo es esto posible. Lo ha señalado el propio Chomsky (1995, 1): “Cómo puede surgir en la mente / cerebro un sistema como el lenguaje o, en relación con esto, en el mundo orgánico, donde no parece haber nada parecido que tenga las propiedades fundamentales del lenguaje. Alguna vez esta dificultad se ha presentado como una crisis de las ciencias cognitivas. La idea es correcta, pero el foco está equivocado. El problema lo tienen la Biología y las ciencias del cerebro, las cuales no suministran ninguna base para lo que parecen ser conclusiones bien establecidas sobre el lenguaje”.

El problema es que acaba de descifrarse el genoma humano y resulta que coincide en un 98,5 % con el de los chimpancés (!). Peor aún: ni siquiera podemos pretender que las secuencias de ADN que no tenemos en común con los chimpancés son las que rigen el lenguaje, pues estas aparecen en el genoma de otras especies. Podemos acudir a la Neurología, ciencia que en los últimos tiempos ha experimentado un desarrollo espectacular. Pero

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Un tratamiento ensayístico de esta posición, muy accesible, aunque poco de fiar por su excesiva parcialidad, es el de S. Pinker (1995).

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el que sepamos cuál es el órgano del lenguaje no nos resuelve el problema de cómo logramos hablar, ni mucho menos el de por qué lo hacemos. Últimamente se han depositado demasiadas esperanzas, a mi modo de ver, en recientes descubrimientos neurológicos que desarrollan la llamada hipótesis localista. Así L. Obler y K. Gjerlow (2001, cap. 5) han llegado a establecer un “mapa” del cerebro en el que se observa una sorprendente adecuación entre la teoría lingüística y ciertos episodios de lesión cerebral. Por ejemplo, algunos afásicos tienen problemas para producir nombres, pero no para producir verbos, lo cual implica localizar estas categorías en una zona del cerebro, que es la lesionada en cada tipo de afasia. O el hecho de que el paciente que padece de agramatismo sepa representar bien los radicales y mal los afijos, mientras que en la afasia fluida sucede al contrario. Lejos estamos ya de la partición grosera de los primeros intentos localizacionistas en los que sólo se oponía el área de Broca (responsable de la producción y, por tanto, de la sintaxis) al área de Wernicke (responsable de la comprensión y, por tanto, de la semántica). Sin embargo, estas evidencias prueban que el lenguaje se localiza en algunas áreas cerebrales, no que estas sean el lenguaje. Es como si dijésemos que la respiración consiste en inhalar y expeler aire por los pulmones. Sabemos que aunque estos órganos desempeñan dicha función de bombeo en el hombre, no sucede así en otros animales y, en cualquier caso, la respiración es mucho más, consiste en que las moléculas orgánicas se oxidan para obtener energía, además de agua, calor y anhídrido de carbono: pero este proceso no se desarrolla en los pulmones, sino en el interior de cada célula, por intermediación de la hemoglobina. Tampoco aportan una explicación convincente los argumentos basados en supuestos genes del lenguaje, noticia que periódicamente se asoma a los medios de comunicación con pretensiones de titular. Esta hipótesis se basa en las investigaciones llevadas a cabo por M. Gopnik (1990) sobre el llamado síndrome del deterioro del lenguaje específico (DLE) en algu-

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nas familias de habla inglesa. Los miembros de las mismas poseen una inteligencia normal, pero son incapaces de aprender y usar las reglas gramaticales de forma instintiva, necesitan almacenarlas en la memoria como hacen los aprendices de L2. Lo notable es que todas estas personas tienen una alteración en la rama larga del cromosoma 7, lo cual demuestra que el DLE obedece a una mutación genética. Pero este reduccionismo plantea los mismos interrogantes que otras explicaciones genéticas de la conducta. Una cosa es que la dopamina, controlada por un gen del cromosoma 11, intervenga en las manifestaciones depresivas o expansivas de la personalidad, y otra que la dopamina y su gen específico sean el carácter de las personas. De manera similar, las dificultades derivadas de la alteración del cromosoma 7 que estamos comentando pueden afectar a los circuitos neuronales implicados en el procesamiento gramatical, pero no constituyen la explicación de dicho procesamiento. Tal vez haya que replantear el asunto desde una nueva base. El quid de la cuestión estriba, obviamente, en que los seres humanos tienen lenguaje y los animales no. ¿O estamos equivocados? Como es sabido, los animales están implicados en numerosos procesos comunicativos y lo que hay que decidir es si entre ellos y el lenguaje humano sólo existen meras diferencias de grado —como quería Darwin— o si se puede hablar de un salto radical. Por eso, desde hace algunas décadas se vienen haciendo notables esfuerzos para enseñar a hablar a los animales más parecidos a nosotros, los chimpancés y los gorilas. Aunque hubo unos primeros intentos en la década de los treinta del siglo XX, realmente estas investigaciones comenzaron en los sesenta. El matrimonio Hayes (1952) intentó enseñar inglés a crías de chimpancé durante seis años y el resultado fue un fracaso estrepitoso: como observaría Lieberman, deberían haberse dado cuenta de que el aparato bucal de estos animales no les permite pronunciar nuestros sonidos. En vista de ello, el matrimonio Gardner (1969) lo intentó enseñando la lengua de signos de los sordomudos americanos —Ameslan— a la chimpancé

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Washoe con un cierto éxito, pues logró aprender unos ciento veinte signos y a combinarlos en secuencias de dos. Ello animó al matrimonio Premack (1971) a enseñar símbolos abstractos (relaciones entre un significado preposicional o verbal y una tecla de un ordenador) a la chimpancé Sarah, la cual también logró aprenderlas, si bien un experimento análogo hecho más tarde con personas reveló que, según manifestaron, no tenían la sensación de estar haciendo algo parecido a hablar, sino que creían estar jugando a algún tipo de juego. Desgraciadamente, las conclusiones de todos estos experimentos distan de ofrecer un cuadro uniforme. Entre los lingüistas estos intentos se suelen ver con reticencia y no se acepta que sus resultados puedan parangonarse en ningún caso al lenguaje humano. Entre los psicólogos, por el contrario, se alzan voces entusiastas que, en la línea de Darwin, sólo aprecian diferencias graduales entre el hombre y los demás animales4. No obstante, es un error pensar que el surgimiento del lenguaje en la especie humana tiene que basarse por fuerza en un planteamiento como el de Chomsky. Con independencia de que Chomsky esté en lo cierto o no, es posible desarrollar ciertas capacidades lingüísticas con un basamento cognitivo compartido con los demás animales. Así lo demuestran las investigaciones llevadas a cabo por Derek Bickerton (1994). Según ha puesto de manifiesto este autor, las secuencias lingüísticas de los niños de menos de dos años se parecen sorprendentemente a las que los chimpancés enseñados por instructores humanos llegaron a construir en Ameslan y, a su

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La historia tiene un cariz muy diferente según el punto de vista adoptado y lo mismo cabe decir de los respectivos estados de la cuestión. Una buena presentación de las doctrinas partidarias de la gradualidad es la ya clásica obra de E. Linden (1985), a la que se podría añadir el extenso libro biográfico (o, mejor, bioprimatográfico) de R. Fouts (1999). En cambio, el citado T. W. Deacon (1997), constituye una defensa de la postura aislacionista, por más que acepte la obvia gradualidad del desarrollo del cerebro.

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vez, a los pidgin5 que aparecen en los más variados rincones del mundo cada vez que hablantes de lenguas diferentes necesitaron desarrollar un rudimento verbal común. Esto se aprecia claramente cuando se consideran los siguientes textos: Lenguaje infantil Lenguaje chimpancés Big train; Red book Drink red; Comb black Adam Checker; Mommy Clothes Mrs. G.; You hat lunch Go in; Look out Wall street; Go store Roger tickle; You drink Adam put; Eve read Tickle Washoe; Open blanket Put book; Hit ball 1

Pidgin de Hawai1 Ifu laik meiki mo beta make time mane no kaen hapai Aena tu macha churen samawl churen; house money pay

En inglés convencional esta secuencia sonaría así: I like make; more better die time; money no can carry. And too much children, small children, house money pay.

Según Bickerton, los rasgos compartidos por estas tres muestras de lo que llama protolenguaje son los siguientes: 1) El protolenguaje consta de combinaciones fijas, mientras que el lenguaje se basa en una combinatoria abierta, si bien con combinaciones excluidas; 2) De ahí se sigue que el protolenguaje carezca de la típica creatividad del lenguaje, si bien también hay mucha redundancia;

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Los pidgin son lenguas simplificadas que se desarrollan en situaciones en las que dos comunidades lingüísticas no pueden entenderse. Básicamente son de dos tipos, comercial y esclavista. Los pidgin comerciales surgen generalmente ligados al comercio marítimo, como el pidgin English del mar de China en el siglo XIX (de hecho pidgin es una deformación de la palabra inglesa bussiness) y el sabir mediterráneo aparecido durante la época de las Cruzadas. Los de origen esclavista surgen en situaciones en las que la estructura gramatical de la lengua mayoritaria de los esclavos recibe el vocabulario de los amos (es lo que se llama relexificación), según ocurrió en Haití y en Jamaica, aunque aquí los hijos de los esclavos, al no poseer otro idioma, desarrollaron espontáneamente dichos pidgin hasta convertirlos en una lengua como cualquier otra: es lo que se conoce por el nombre de criollo. Cfr. J. A Holms (1989).

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3) En el protolenguaje existe una correlación biunívoca entre señales y acontecimientos y entre señales y contextos, mientras que en el lenguaje estas correlaciones son plurívocas. Ello le lleva a concluir que el ser humano desarrolla un rudimentario protolenguaje partiendo de un basamento similar al de los animales para posteriormente experimentar un salto evolutivo, que ellos son incapaces de seguir, y desarrollar plenamente el lenguaje. Esto parece obvio, pero no prejuzga el innatismo. En realidad, a partir del protolenguaje, resulta perfectamente concebible un ser que, dotado de unas capacidades cognitivas y de aprendizaje muy superiores a las de los demás animales, sea capaz de llegar a hablar como lo hacemos los humanos. También es plausible, por supuesto, la explicación contraria, es decir, que en el origen del salto se halla una predisposición innata de los humanos para el lenguaje, pero habría que probarla de otra manera. No obstante, mientras que en el origen del lenguaje podemos hablar de innatismo o no, en el origen del protolenguaje sólo parece posible adoptar una explicación innatista. Esto es debido a que el hombre difiere de los animales por su capacidad cognitiva, ligada a su vez al desarrollo del cerebro: si el desarrollo del protolenguaje dependiese de un proceso de aprendizaje, el hombre lo manifestaría mucho antes que cualquier animal, pero, de hecho, no es así. Los estudios de los primatólogos han puesto de manifiesto que los chimpancés aprenden protolenguaje gestual de forma espontánea desde los primeros meses de su vida, más o menos como hacen los niños (Gardner, 1971). La cuestión es dónde encontrar una base innata, común al hombre y a ciertos animales, para el protolenguaje. Si bien se piensa, dicho fundamento no puede ser lingüístico, como lo sería —caso de aceptar el punto de vista de Chomsky— el del lenguaje en el hombre. Esto es debido a que para los animales el protolenguaje no es algo natural, no es algo que desarrollen

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necesariamente, como hacemos los seres humanos con el lenguaje. Por eso es preciso acudir a un componente innato que desempeñe funciones parecidas a las del protolenguaje. Parece evidente que el mundo nos llega a los seres humanos de dos maneras, a partir de los sentidos y a partir del lenguaje. La percepción sensorial supone una recreación o representación del mundo percibido: lo que ven mis ojos, es decir, la imagen que se proyecta en mi retina (y que luego el nervio óptico transmite hasta el cerebro para que este la procese) no es el mundo, pero sí resulta equivalente a él. En otras palabras: cuando veo una mesa es porque tengo delante una mesa, y algo parecido cabría decir de los demás sentidos. Similarmente, cuando verbalizo un acontecimiento del mundo, la oración enunciada no es el mundo, pero también se le parece. Sería imposible que, cuando hablo de la mesa, mis interlocutores no se representasen la mesa en su cerebro. Hasta aquí las semejanzas. Existen también diferencias, como es sabido: la más importante es que la imagen de la mesa está relacionada con la mesa real por una relación icónica de semejanza, mientras que en el caso del lenguaje la relación suele ser arbitraria, por más que tanto en sintaxis como en semántica existan amplias parcelas de iconicidad igualmente. Hablar es percibir verbalmente el mundo, con una percepción mediata (y mediada) que se distingue de la inmediatez de la percepción sensorial: sentidos

lenguaje

MUNDO

La similitud cognitiva del lenguaje y de los sentidos se ha reconocido siempre. Ya a finales de la Edad Media el filósofo mallorquín Ramón Llull consideraba el lenguaje como el sexto sentido humano en su obra De affatu sive de sexto sensu. Sin embargo, la evidencia científica de esta proximidad no se ha obtenido hasta fecha reciente. Como es lógico, esta

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cercanía es mucho más patente entre la visión y el lenguaje que entre este y cualquiera de los otros sentidos6. Los sentidos se sitúan en una escala de complejidad que es paralela de la complejidad de los organismos. Mientras que las especies inferiores se relacionan a base del olfato, del gusto y del tacto, las más evolucionadas suelen hacer uso de emisiones sonoras y desarrollan notablemente el sentido de la vista. Los propios seres humanos nos comportamos conforme a este patrón evolutivo: las relaciones íntimas, que compartimos con todas las especies, se valen sobre todo de aquellos sentidos (así en los intercambios madre-niño o en las relaciones sexuales) mientras que las relaciones sociales se cimentan en la mirada y en el lenguaje7. Ello abre una vía de investigación prometedora: ¿cabe imaginar que los patrones neuronales determinantes del procesamiento de la imagen visual jugaron algún papel en el procesamiento de las secuencias sonoras articuladas que son el origen del protolenguaje? Desde luego los antropoides, nuestros parientes más cercanos, son los animales que en mayor grado han desarrollado la capacidad visual, a juzgar por las pruebas a que han sido sometidos8. Mas la proyección de las pautas de procesamiento visual hasta las pautas de procesamiento lingüístico, que hasta hace poco tan sólo representaba

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Por eso me parece bastante inverosímil la hipótesis de G. Hewes (1976, 220), quien atribuye un origen gestual al lenguaje basándose en el hecho, demostrado por D. Kimura (1976), de que los movimientos de la mano y los del aparato fonador son coordinados desde la misma parte del cerebro. Evidentemente dicha coordinación afecta a todos los movimientos musculares sutiles, pero la fonación no es el lenguaje, tan sólo representa su envoltura, lo que no quiere decir que no influya en el mismo. T. Hall (1966), relaciona la serie tacto-olfato-gusto / vista / oído con la gradación de distancias íntima / personal / social entre los participantes. No se debe confundir la agudeza visual con la capacidad visual: un águila ve mejor a larga distancia que un primate, pero no categoriza el mundo que ve con la riqueza y variedad con que lo hace este.

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una suposición indemostrable, ha llegado a ser una hipótesis altamente plausible. La confirman algunos descubrimientos recientes que se han hecho en el campo neurológico. En los primates la información visual del nervio óptico alcanza el área 17 del córtex estriado en el lóbulo occipital, la zona conocida como centro visual primario. A partir de aquí, según ha demostrado J. H. Kaas (1989), se divide en dos corrientes, una corriente ventral que va al lóbulo temporal y una corriente dorsal que va a los lóbulos parietal y frontal:

fascículo arqueado córtex visual área de Broca área de Wernicke

nervio

óptico

Pues bien, la corriente ventral se encarga del reconocimiento de objetos visuales y la corriente dorsal se encarga de las relaciones espaciales y de la movilidad espacial. Las implicaciones para el paralelismo lenguaje-visión son profundas: la corriente óptica que transita en las cercanías del área de Wernicke (lóbulo temporal) desempeña la misma función semántica que este, la del reconocimiento de objetos/nombres y la corriente óptica que transita junto al área de Broca (lóbulo frontal y parietal) desempeña por su parte la misma función sintáctica de este, el reconocimiento de relaciones/verbos. Otras evidencias que confirman la conexión neuronal del lenguaje y de la visión proceden del campo de las patologías lingüísticas. Luria (1980) describe una experiencia llevada a cabo por L. S. Tsvetkova con pacientes afásicos que eran incapaces de producir discursos coherentes. Ante el paciente, que sólo sabía repetir palabras o frases sencillas, se colocaban

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varias tarjetas en blanco y el investigador iba señalándolas sucesivamente conforme pronunciaba cada palabra (yo / quiero / beber). Luego se le pedía al enfermo que hiciese lo mismo con otra oración, por ejemplo, con la mujer ordeña la vaca. Al principio, sólo era capaz de hacerlo con la ayuda de las tarjetas, luego, acompañando las palabras de gestos externos y, finalmente, sin ayuda ninguna. Desde estos presupuestos resulta plausible suponer que, en un determinado momento de la evolución, un grupo de simios aprovechó ciertos circuitos neuronales de procesamiento visual para realizar la función simbólica de manera incipiente. En el fondo, se trata de una simple transferencia de estímulos de un sentido a otro, de la vista al oído. Pero con una notable diferencia: mientras que la asociación de la señal al objeto resulta siempre icónica en el mundo visual (la imagen se parece a su modelo), no tiene por qué serlo en el mundo acústico. Fuera de unas pocas onomatopeyas obvias, hay que dar la razón a Hermógenes en el Cratilo platónico donde, como es sabido, se muestra reticente a aceptar los argumentos de Sócrates en favor de la existencia de un lazo natural entre el significante y el significado. Que esta hipótesis es, como mínimo, verosímil, lo demuestran precisamente los logros alcanzados en la enseñanza de Ameslan a chimpancés: aunque este lenguaje sea gestual y no oral, es tan arbitrario como el lenguaje de los seres humanos9 y, sin embargo, hasta el nivel

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Que los lenguajes gestuales de los sordomudos se basan en el mismo fundamento neuronal que las lenguas orales se ha demostrado recientemente cuando un grupo de niños sordomudos nicaragüenses, abandonados a su suerte comunicativa, desarrolló de manera espontánea una lengua de signos completamente elaborada y no un mero pidgin ocasional. Por otro lado, estudios recientes practicados con el método de neuroimagen ponen de manifiesto que las personas sordas, al observar a otras personas que manejan la lengua de signos, no sólo activan las áreas del hemisferio derecho implicadas en el procesamiento espacial, sino también las áreas lingüísticas del hemisferio izquierdo destinadas al procesamiento del lenguaje (W. Levelt, 1999).

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del protolenguaje, los chimpancés logran aprenderlo, tal vez porque ponen en funcionamiento los mismos circuitos neuronales de la visión que los niños de menos de dos años. ¿Qué elementos de la gramática visual se aprovechan para configurar la gramática del protolenguaje? Fundamentalmente dos: por un lado, los principios que rigen el establecimiento de signos dotados de articulación; por otro, los principios que permiten agrupar dichos signos en secuencias. En cuanto a lo primero, conviene advertir que arbitrariedad no es sinónimo de articulación. Un signo puede estar articulado y, sin embargo, ser no arbitrario. Por ejemplo, considérense las siguientes palabras de Sócrates en el Cratilo: “Decía, pues, que la letra r me parece haber sido en manos del inventor de las palabras un excelente instrumento para dar idea del movimiento con el cual tiene verdadera analogía. En mil circunstancias se sirve de él con este objeto. Así, emplea esta letra para imitar el movimiento, por lo pronto, en las palabras rein [correr] y roh [curso], en seguida en tromos [temblor]., en tracus [áspero] … La i conviene a lo que es sutil, y que por su naturaleza puede penetrar a través de todas las cosas; por esta razón se sirve de la i en iesqai y ienai, para imitar la acción de ir o marchar. Así también con las letras f, y, b y la z que son silbantes, imita todas las cosas de esta naturaleza, tales como yucron [frío]”.

Una cosa es que los fonemas (las “letras” de Platón) evoquen parte del contenido, y otra que el contenido sea reductible a la suma de las letras sin residuo. La articulación consiste en que con unas pocas unidades de un nivel se forman muchas más del nivel siguiente y con las de este todavía más del siguiente, etc. En las lenguas la articulación suele ser ternaria10: en el

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La dualidad saussureana del significante y del significado es claramente errónea, pues prescinde del valor gramatical. Otra cosa es que el significante y el significado representen los dos polos de unión con el mundo exterior, lo que en gramática generativa se llamaría la interfaz. Sin embargo, si estos dos polos heterogéneos pueden llegar a formar un compuesto (y no una simple mezcla) es porque existe un tercer nivel transicional que lo hace posible. Me ocupo de estas cuestiones en A. López García (1980).

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nivel fonológico, los fonemas se agrupan para constituir morfemas dotados de valor gramatical, los cuales pertenecen al nivel morfológico; a su vez, estos morfemas se agrupan para constituir palabras del nivel léxico. En español, unos veinte fonemas dan lugar a algunos cientos de morfemas y estos a miles de lexemas. Naturalmente, las palabras se unen a su vez en oraciones y estas en textos, pero dichos agrupamientos no suponen la emergencia de una articulación diferente, pues estas unidades más complejas aparecerían igualmente si partiésemos de palabras no articuladas, por ejemplo, de ideogramas como los de la escritura china, los cuales deben aprenderse uno a uno y, en general, no pueden considerarse como elementos articulados en el sentido aludido. Los lingüistas suelen describir las lenguas como si esta tripartición en niveles o componentes (fonológico, morfosintáctico, léxico) fuese una peculiaridad exclusiva de las mismas. Sin embargo, hoy, gracias a las investigaciones llevadas a cabo por David Marr y su equipo del M.I.T., conocemos bastante bien cómo se produce el procesamiento de la información visual y resulta que las etapas se corresponden de manera sorprendente con las del procesamiento verbal. A base de simulaciones realizadas por ordenador, Marr (1982) llega a la conclusión de que, una vez que la imagen de la retina se descompone en una sucesión de impulsos eléctricos lineales que llegan por el nervio óptico hasta el cerebro, este procesa dicha información en tres etapas sucesivas: 1) Lo que llama el esbozo en dos dimensiones o fase 2 D. Consiste en construir una imagen plana bidimensional en la que se representan manchas uniformes de distintas tonalidades de gris y los límites entre zonas, es decir, los bordes. 2) El esbozo en dos dimensiones y media o fase 2 1/2 D. Como los limites entre manchas no corresponden necesariamente a límites entre objetos (puede haber sombras que continúen un objeto) y, además, los objetos son tridimensionales, se incorporan vectores de orientación, los cuales

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permiten hacerse una idea de los cantos y esquinas de los mismos y, por consiguiente, obtener una visión volumétrica. 3) La última fase, llamada el esbozo en tres dimensiones o fase 3D, se caracteriza por cambiar el punto de vista, desviándolo del objeto y centrándolo en el sujeto. Básicamente consiste en cotejar la imagen anterior con un almacén de imágenes genéricas que está almacenado en la memoria para poder concluir reconociendo la clase de objeto (libro, mesa, hombre…) de que se trata. Estas tres fases se parecen mucho a las que sigue cualquier oyente en el proceso de descodificación. Primero, debe analizar fónicamente la secuencia continua que llega a sus oídos, de manera que establece compartimentaciones sucesivas que le dan normalmente los sirremas y que, en una pronunciación cuidada llegan hasta las sílabas. Seguidamente, estas agrupaciones fónicas se dotan de valor gramatical, lo cual equivale a orientarlas, pues considerar que un morfema de género manifiesta el valor femenino plural es una manera de orientarlo hacia la concordancia con otros morfemas de género del mismo valor, etc. Finalmente, estos fragmentos fónicos con valor gramatical se aplican al mundo cognitivo del sujeto, es decir, evocan significados en la memoria adquiriendo un valor semántico pleno. Dado el paralelismo neurológico existente entre los circuitos de la visión y los del habla, parece razonable suponer que las fases de análisis implicadas en el procesamiento cerebral de la imagen que llega a la retina de los animales superiores han modelado el análisis de las secuencias lingüísticas que llegan al oído humano. Y tampoco parece imposible imaginar que cuando los primates aprenden una lengua de signos, aprovechan estos circuitos visuales para llegar artificialmente al protolenguaje de manera parecida a como hicieron los seres humanos hace decenas de miles de años, sólo que en estos la adaptación, resultante tal vez de una mutación, se

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incorporó a su genoma y, en aquellos, por el contrario, al no ser favorecida por el entorno, desapareció sin más. En apoyo de la idea anterior habría que mencionar la fundamentación gestáltica de las leyes sintácticas. Me he ocupado de esta cuestión en otro lugar (López García, 1993), así que me limitaré a mostrar la condición innata de las leyes gestálticas de agrupación de estímulos que operan en la visión y cómo dichas leyes encuentran un correlato exacto en algunos fenómenos gramaticales que todos los estudiosos coinciden en considerar como niveles primigenios del componente sintáctico. Los psicólogos que fundaron el movimiento de la Gestalt se planteaban qué principios siguen los seres humanos cuando asocian unos estímulos luminosos con otros. Para descubrirlos realizaron tres famosos experimentos: EXPERIMENTO A. Enfrentadas varias personas de toda condición (de edades, lenguas, sexos y clases sociales diferentes) a cuatro puntos situados de esta manera:

prefirieron interpretarlos así:

y no así:

lo que lleva a formular la ley de la clausura: los seres humanos tienden a agrupar los estímulos visuales formando superficies cerradas.

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EXPERIMENTO B. Enfrentadas las personas a los siguientes puntos:

prefirieron:

a:

lo que lleva a formular la ley de la semejanza: los seres humanos tienden a agrupar los estímulos visuales que son semejantes. EXPERIMENTO C. Enfrentadas las personas a los puntos:

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prefirieron:

a:

lo que lleva a formular la ley de la proximidad: los seres humanos tienden a agrupar los estímulos que están próximos. Estas leyes son innatas, nadie nos las ha enseñado puesto que vemos al día de nacer. Además, suelen actuar coordinadamente, pero de manera que alguna de ellas predomine sobre las demás. Así, en esta conocida imagen de Nôtre Dame de Paris:

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es evidente que los puntos que forman la catedral están próximos, son de parecida tonalidad de color (frente al verde del árbol, por ejemplo) y forman una figura arquitectónica cerrada, pero esta última característica es la más importante ya que puntos grises también los hay fuera del edificio en espacios igualmente próximos (en el puente o en la casa de al lado). Se puede decir que en esta imagen no tenemos “clausura + semejanza + proximidad”, sino “clausura + semejanza + proximidad”. Pasando ahora al lenguaje, adviértase que hay una ley gestáltica subyacente para cada una de las siguientes propiedades sintácticas universales: La rección, por la que un regente exige un regido y este es exigido por aquel, se basa en la ley de la clausura, puesto que el regente y el regido forman una unidad cerrada de nivel más alto: así en español el verbo enamorarse exige un complemento preposicional con de (enamorarse de alguien), mientras que en otras lenguas es diferente (en inglés se dice to fall in love with someone, en alemán sich in jemandem verlieben). La concordancia es simplemente una igualación basada en la ley de la semejanza: decimos que libro concuerda con blanco (el libro blanco) y no puede concordar con blanca porque libro y blanco son semejantes, son masculinos, mientras que libro y blanca no lo son. Las relaciones temáticas se basan en la ley de la proximidad: en todas las lenguas los elementos lingüísticos tienden a asociarse a los que están contiguos a ellos con preferencia sobre los que están más alejados: por eso en las casas altas tienen ventanas estrechas interpretamos que casas es modificado por altas y ventanas, por estrechas.

Estas tres propiedades son fundamentales para constituir la noción de sujeto. En la tradición lingüística occidental el sujeto suele ser definido como: Sujeto gramatical: la palabra que concuerda con el verbo Sujeto lógico; la palabra que realiza la acción Sujeto psicológico: la palabra de la que se habla y que precede al verbo

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Es fácil darse cuenta de que el sujeto gramatical, el lógico y el psicológico se basan respectivamente en la concordancia, en la rección y en la tematicidad. El mejor sujeto, el sujeto de los libros de Gramática, suele reunir las tres características citadas, según sucede en ejemplos prototípicos como el chico come manzanas. Se podría decir que en este sujeto confluyen los tres tipos de frontera, lo cual le confiere la condición de FIGURA con claridad: concordancia rección EL CHICO

come manzanas tematicidad

Las relaciones lingüísticas de rección, concordancia y sucesión temática pueden reforzar sus efectos o entrar en competencia y, de manera similar, la clausura, la semejanza y la proximidad pueden reforzarse mutuamente para producir una imagen compacta o bien contrarrestar su influencia con la consiguiente indefinición visual. Así, un cuadro consistente en manchas de color (con semejanza y con proximidad), como en los óleos, pero sin delimitar (sin clausura), necesitará examinarse a cierta distancia para que dichas manchas se impongan por sí mismas; a poca distancia, da sensación de inacabado si no se dibuja la frontera de los objetos representados. Algo parecido ocurre en el lenguaje cuando una oración activa se transforma en pasiva, por ejemplo, cuando el perro mordió a la niña se convierte en la niña fue mordida por el perro: el nuevo sujeto la niña concuerda con el verbo (con fue y con mordida) y también se sitúa delante de él, pero no deja de haber una contradicción rectiva entre el hecho de que morder sea un verbo activo que pide sujetos agentes y el carácter pasivo de la niña, lo cual explica el poco uso de las oraciones pasivas en comparación con las activas.

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Estas relaciones entre las leyes visuales y las leyes lingüísticas son profundas, pues corresponden al componente sintáctico de interfaz, al componente intermedio entre el mundo de las cosas y el mundo de los sonidos. Desde luego, habida cuenta de que los seres humanos vemos los objetos del mundo exterior al día de nacer, hay que concluir que las leyes gestálticas son innatas. Pero, por lo mismo, tampoco parece aventurado suponer que la rección, la concordancia y las relaciones temáticas son igualmente innatas. Evidentemente, no nacemos con una lengua, sino con la capacidad de aprender lenguas. Mas dicha capacidad puede consistir simplemente en reconocer la forma que adoptan en la lengua del entorno, cualquiera que sea, estas tres relaciones fundamentales. Por eso, no es de sorprender que no se haya encontrado ninguna lengua en la que, de una u otra manera, no se hallen estas tres relaciones sintácticas fundamentales. Tampoco hay ninguna teoría lingüística que no se haya visto obligada a formular la existencia de tres niveles de análisis correspondientes a las mismas11. Junto a estas relaciones innatas, existen otras que son claramente adquiridas, tanto en el aspecto visual como en el verbal. Así, resulta evidente que muchos de los hábitos que seguimos al ver el mundo exterior tienen un componente cultural. Por ejemplo, es inevitable que prefiramos la zona superior de las cosas y también su parte delantera (piénsese en una casa: casi todos queremos vivir en los pisos altos y las habitaciones nobles son las que dan a la fachada de la calle): esto es debido a que, en el ser humano, el centro de la intelección está en la 11

Por ejemplo, en el funcionalismo praguense se distingue entre articulación semántica (los papeles actanciales), articulación sintáctica (las relaciones gramaticales formalmente explicitadas) y articulación actual (el dominio de la textualización), según F. Danes (1966). En el modelo PP de la gramática generativa se definen la l-s structure (las relaciones semánticas), la s structure (el nivel en el que se establecen las posibilidades de correferencia) y la surface structure (información sobre tópicos y focos), como advierte A. Marantz (1984).

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cabeza y sus órganos perceptivos (ojos, nariz y oídos) en la cara. Pero estos hábitos perceptivos tienen, a su vez, una consecuencia lingüística: como han mostrado, entre otros, Lakoff y Johnson (1991), en todas las lenguas existen numerosas metáforas orientacionales construidas a base de oponer lo de arriba, como elemento positivo, a lo de abajo, como elemento negativo (levantar el ánimo / estar hundido, estar en lo más alto de la escala social / caer hasta lo más bajo, pensamientos elevados / bajas pasiones, etc.). Aun así, hay que reconocer que en el lenguaje la importancia del factor aprendizaje es superior a la que tiene en el campo de la percepción. La moderna gramática cognitiva ha dedicado su atención de manera preferente a este influjo del mundo exterior en el lenguaje, primero, sobre los patrones de percepción y, luego, sobre los de verbalización: MUNDO EXTERIOR

> MUNDO PERCIBIDO > MUNDO ENUNCIADO

Estos patrones, variables de lengua a lengua, no fundamentan el protolenguaje, pues varían de un idioma a otro y no pueden ser innatos. Sí parecen serlo, en cambio, la rección, la concordancia y la sucesión temática. Si se observan detalladamente las muestras de protolenguaje de arriba se advertirá que las palabras se agrupan en paquetes de dos en dos, esto es, que se forman grupos clausos que vienen a ser como sintagmas factuales (protorrección). Dichos grupos se suceden en el mismo orden en el que los hablantes van percibiendo la parcela del mundo a la que se refieren (protosucesión temática). Además, casi no existen morfemas gramaticales explícitos, pero sí es frecuente repetir determinadas palabras al objeto de cohesionar el discurso (protoconcordancia). Desde aquí hasta el pleno dominio de una lengua hay un salto, un salto enorme que los animales no pueden dar y que el ser humano sí ha dado. Resulta discutible si dicho salto evolutivo fue posible sólo a base de complicar el protolenguaje gracias a un desarrollo notable de las conexiones neurológicas o si hubo algo más, una mutación que convirtió en inna-

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to no sólo el protolenguaje sino también el lenguaje mismo. Personalmente me inclino por la segunda opción, sobre todo porque, mientras que la evolución y complicación progresiva del procesamiento visual se puede seguir con facilidad en el reino animal hasta llegar al hombre, no sucede lo mismo con los sistemas de comunicación animal, los cuales parecen bastante idiosincráticos. Por ejemplo, entre una rana y un gato existe una diferencia muy clara en lo que respecta a la percepción visual: la rana sólo reacciona ante las sombras en movimiento, pero el gato salta sobre sus presas tanto si se mueven como si no (Arbib, 1976). En cambio, cuando comparamos el sofisticado sistema comunicativo implicado en la danza de las abejas, no resulta evidente, ni mucho menos, que se trate de una fase primitiva y anterior a los códigos nupciales de muchos animales que evolucionaron a partir de los insectos. Similarmente, el protolenguaje puede considerarse como la cima de un proceso evolutivo, pero el lenguaje parece ser otra cosa.

EL CÓDIGO DE LA VIDA COMO ORIGEN FORMAL DEL LENGUAJE EL LENGUAJE DE LOS ANIMALES Y EL DEL SER HUMANO Cuando se habla de lenguajes naturales se da por sobreentendido que nos estamos refiriendo a las lenguas humanas. Se cuentan por centenares los trabajos dedicados a intentar aproximar los códigos comunicativos de las especies animales al del hombre1 y, fuera de las especulaciones bienintencionadas de los etólogos y de los psicólogos, lo cierto es que, para el lingüista, esta aproximación siempre se ha saldado con un fracaso. Así, contrasta el punto de vista optimista de A.J. Premack y D. Premack (1971), los entrenadores de la célebre chimpancé Sarah: “Sarah había logrado aprender un código, un lenguaje muy simple que, sin embargo, incluía alguno de los rasgos característicos del lenguaje humano … El mismo programa que se empleó para enseñar a Sarah a comunicarse había sido aplicado con éxito con personas que tenían dificultades lingüísticas ocasionadas por lesiones cerebrales. Será beneficioso también para el niño autista”

con la escéptica evaluación que estos esfuerzos le merecen a un lingüista como E. E. O. Wilson (1972): “Aunque los logros de Sarah son ciertamente notables, un enorme abismo separa todavía al más inteligente de los monos antropoides del ser humano. Las palabras de Sarah se le dan y las tiene que usar en un contexto rígido y artificial. Ningún chimpancé ha demostrado nada parecido a la capacidad de experimentar con el lenguaje y de manejarlo que posee un niño humano normal”.

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Como he dicho arriba, esta cuestión interesó especialmente durante los años sesenta y setenta. Entre otros muchos trabajos, se pueden destacar: P. R. Marler and W. J. Hamilton III (1966); T. A. Sebeok, ed. (1968); R. A. Hinde, ed. (1972). Para una visión más actualizada y bastante crítica de estas investigaciones véase Richard A. Demers (1988).

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Las propiedades del lenguaje humano que remontan a la sintaxis visual de los primates están bien fundamentadas y parece razonable postular un desarrollo evolutivo desde dicho código perceptivo hasta el protolenguaje. Los primates son los únicos animales que ven como nosotros y ven muy bien, algo que en la selva virgen les resultaba muy importante para la supervivencia. Al bajar al suelo, su vista resultó insuficiente y sus posibilidades comunicativas y cognoscitivas tuvieron que evolucionar en el sentido de un instrumento de comunicación basado en el sonido. Pero cuando del lenguaje se trata, las dificultades parecen insuperables. Aunque bastantes propiedades del lenguaje humano se encuentren también en los lenguajes animales, lo cierto es que entre aquel y estos parecen existir algo más que diferencias cuantitativas. No se trataría tan sólo de que el código de los seres humanos está mucho más perfeccionado, es que, además, habría habido un salto cualitativo, pues los hombres pueden hacer con el lenguaje cosas que a los animales les están completamente vedadas. Ch. Hockett y S. Altmann (1968), quienes examinaron las similitudes entre los dos códigos, llegaron también a un juicio inapelable relativo a las incompatibilidades existentes entre los mismos. De entre la siguiente relación de propiedades de la señal del lenguaje humano rastreables también en los lenguajes animales:

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abeja danza

via vocal irradiación desaparición intercambia retroaliment. especializa.. semántica arbitraria discreta se desplaza dual productiva tradicional prevaricación reflexiva

no sí ? sí ? ? sí no no sí no sí no no no

vida alimentasexual pez ción espino crìa de la gaviota no no sí sí ? ? no no ? no ? en parte no no – – ? ? – – – – no no tal vez no ¿no? – – no no

gritos del gibòn

sí sí sí sí sí sí sí sí sí no no no ? no no

lenguaje humano

sí sí sí sí sí sí sí sí sí sí sí sí sí sí sí

música instrumental auditiva sí sí ? sí sí casi nunca – en parte – – sí sí – ?

destacan tres que son exclusivas del lenguaje humano, ya de las lenguas, ya de los códigos (retóricos, literarios, etc.) que las suponen: 1) La doble articulación: los signos del lenguaje humano constan de unidades con sonido y sentido (primera articulación) descomponibles, a su vez, en unidades con sólo sonido (segunda articulación): su casa de la playa se descompone en su, casa, de, la y playa, pero a continuación casa se puede descomponer en /k/, /á/, /s/ y /a/, etc2.

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E. Buyssens (1967), había procedido a un análisis más refinado del concepto de “articulación” dentro del lenguaje humano cuando nota que la llamada articulación integral, constituida por elementos con significante y con significado, reconoce varios niveles o estratos internos (oración, frase, palabra, morfema), y lo mismo cabe decir de la articulación formal, constituida por unidades con significante tan sólo. Ello ha llevado erróneamente a algunos autores a pensar que se proponen seis articulaciones o más. No hay tal: la base constitutiva del lenguaje humano es que opone unidades con sentido y sonido a unidades con sonido, con independencia de que cada una pueda organizarse en varios

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2) La reflexividad: los signos del lenguaje humano son capaces de hablar de sí mismos. Esta capacidad no sólo se refiere a la posibilidad del metalenguaje (y con él a la de la Gramática), sino a todas las capacidades lúdicras que los seres humanos han encontrado desde siempre en el instrumento lingüístico3. 3) La prevaricación: los signos del lenguaje humano son capaces de alejarse del referente y, en última instancia, de mentir. Adviértase que no es una cualidad accidental: la posibilidad de alejarse del referente es una condición de funcionamiento del lenguaje, pues el emisor siempre provoca en la mente del receptor un sentido algo diferente del que quería transmitir, siendo gracias a esta mixtificación por lo que el avance de la comunicación y, con ella, el de la cultura, se hacen posibles4.

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niveles de implicación de unidades del mismo tipo. Tampoco cambia en nada esta perspectiva el hecho de que aceptemos además, con E. Alarcos (1978), que existe una tercera articulación constituida por unidades de sólo sentido, pues este nivel es una condición de la comunicación (que no se da en la mera información, la cual maneja señales), presente también en la comunicación animal. Para todas estas cuestiones véase G. Rojo (1982). Este volverse sobre sí mismos de los signos lingüísticos constituye el fundamento de casi todos los recursos retóricos, según he mostrado en A. López García (1985). Sin embargo, en el lenguaje usual hay tres procedimientos de uso constante, practicados por todos los hablantes, y que ya no se sienten estilísticamente marcados: el eufemismo, por el que se sustituye un significante por otro para evitar ciertas connotaciones indeseadas (faltar por morir, etc.); la metáfora, en la que una nueva denominación introduce un sentido relacionado con el que se quiere hacer patente, pero no equivalente a él (como cuando se llama mi niña, mi niño al compañero sentimental adulto, por ejemplo); la ironía, que supone un alejamiento del referente (¿no te has quedado con hambre?, dicho a un niño que acaba de comer demasiado). Para esta cuestión, véase, entre otros muchos trabajos, Senabre (1971), Rörich (1980), Nash and Quirk (1986), Haverkate (1990), Lapp (1992), Chiaro (1992), Barbe (1995) y López García (2008). Cfr. Weinrich (1970), Godart-Wendling (1990). También se ha destacado la importancia de los discursos “débiles”, más o menos alejados

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He mostrado en otro lugar (López García, 1988, 22-24) que estas tres propiedades están relacionadas, de forma que, previsiblemente, si un organismo posee un código con la primera de ellas, es de esperar que presente también las otras dos en sus mensajes o que se halle en disposición de llegar a desarrollarlas. Así, partiendo de la doble articulación, que es la propiedad más fácilmente reconocible por tratarse de una propiedad estructural (sal vale por /sáL/ + “sal”, y a su vez, /sáL/ se descompone en /s/ + /á/ + /L/), tendríamos que: a) La reflexividad surge porque, al existir separación entre el sonido y el sentido (el sonido-sentido, en términos estrictos) de un signo, y de ambos respecto a su referente en el mundo, es posible aplicar los sonidos de un signo a sentidos diferentes del sentido que propiamente acotan y viceversa. De ahí resultan, no sólo ciertos usos laxos como el eufemismo, la metáfora o la ironía y, en general, los procedimientos retóricos, sino también los empleos metalingüísticos mediante los que aplicamos el sentido “adjetivo” de la palabra /adxetíbo/-”adjetivo” al signo rojo. En el fondo, la única diferencia entre la Gramática y la Retórica es que esta funciona reflexivamente por relación a los extremos de la ecuación sígnica o respecto del mundo exterior, mientras que aquella se ocupa de la proporción entre dichos polos, que es siempre un valor gramatical. Así, el signo que llamamos muerto consta de5: /muérto/: sonido /m/ + /u/ + /é/ + /r/ + /t/ + /o/ ‘muerto’: valor gramatical manifestado en la concordancia “muerto”: sentido “carente de vida”

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de la verdad, para entender el funcionamiento de las lenguas naturales. Como nota Wilson (1993, 364): “En un contexto sin la máxima de la cualidad, en el que los hablantes no están obligados a atenerse sólo a lo que es cierto, hablar vagamente es la menudo la mejor manera de conseguir la mayor relevancia”. Convencionalmente, representamos en cursiva los signos en su globalidad, entre barras oblicuas su significante, entre comillas dobles su significado y entre comillas simples su valor gramatical. El referente se indica en versalitas.

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y, de la misma manera que podemos reemplazar su sonido por otro sonido como /difúnto/, que es a lo que llamamos eufemismo, o su sentido por otro sentido como “apocado”, que es lo que da origen a la metáfora (Elena parecía una mosquita muerta), también podemos aplicar el término participio a su valor gramatical. Hay, empero, una diferencia. En los usos retóricos aludidos sustituimos un sonido por otro sonido o un sentido por otro sentido, pero en el uso metalingüístico es como si se hubiera producido un error, pues no reemplazamos el valor gramatical de muerto, que es ‘participio’, por el valor gramatical de participio, que es ‘sustantivo’, sino por su sentido léxico, por “participio”. b) La prevaricación supone una extensión de estas prácticas sustitutivas hasta los referentes. En un primer paso, tenemos una sustitución suave, que es la ironía: ya veo que el compañerismo está vivo, dicho en un claustro universitario ante ciertas prácticas corporativistas, no se corresponde con la verdad del mundo, pero todavía guarda relación con el mismo, pues se trata de criterios subjetivos, y de ahí que nuestro interlocutor pueda no darse cuenta de que se enfrenta a un empleo irónico. En realidad, la ironía, más que reemplazar un referente por su ausencia, lo traslada a otro mundo posible: La mentira, el grado extremo de prevaricación, surge cuando el signo carece de referente en cualquier mundo posible. Obsérvese que la mentira se parece mucho al metalenguaje en su funcionamiento: mientras que aplicar participio a muerto supone la desaparición del valor gramatical ‘sustantivo’ del signo metalingüístico, el hecho de mentir al decir que una persona muerta todavía vive supone la evaporación de su referente MUERTO y su sustitución por un falso referente VIVO que simplemente no se da en ningún mundo posible. Los signos de la naturaleza, se dice, no funcionan así, son signos que constan de un significante y un significado indisolublemente unidos. La postura del animal que se dispone a cazar a otro constituye, para este, un cuadro global de las in-

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tenciones agresivas de su captor; el mensaje transmitido por la abeja cuando retorna a la colmena es interpretado por las demás en función de la trayectoria completa que acaba de describir. Evidentemente, los seres humanos no son ajenos a esta forma de significación, que comparten con los animales, pero lo propio del lenguaje ha sido superar la barrera de la falta de articulación. Como notan Watzlawick, Beavin y Jackson (1972, 59-61): “En la comunicación humana se puede designar los objetos, en el sentido más amplio del término, de dos maneras enteramente diferentes. Se los puede representar por cualquier cosa que se les parezca, un dibujo, por ejemplo, o bien se los puede designar por un nombre … Estos dos tipos de comunicación, un parecido cuya explicación se basta a si misma y una palabra, equivalen, bien entendido, el primero al concepto de comunicación analógica y el segundo al de comunicación digital … El hombre es el único organismo capaz de utilizar estos dos modos de comunicación: digital y analógica … Bateson ha mostrado que, en los animales, las vocalizaciones, los movimientos que manifiestan una intención y los signos indicativos del estado de ánimo son comunicaciones analógicas mediante las cuales definen la naturaleza de sus relaciones en vez de designarla por la de los objetos”.

Conviene hacer aquí, empero, algunas matizaciones. Tal y como se afirma en esta cita, parece que lo analógico es sinónimo de lo no convencional: mientras que la comunicación analógica manejaría iconos, la digital se basaría fundamentalmente en símbolos6. Y, en efecto, esto es lo que dan a entender las saetas de un reloj analógico, donde las “siete menos diez” es una posición del minutero, el cual se encuentra a diez divisiones del número siete, con lo que a simple vista nos damos cuenta de que a las “siete menos veinte” la saeta estaba más lejos del mismo; por el contrario, en un reloj digital, lo que tenemos son cifras, concretamente 6:50, para este mismo valor, frente a 6:40. Sin embargo, el paralelismo entre lo

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Para Ch. S. Peirce (1987) el ICONO “lo que representa … lo interpreta como tal en virtud de ser una imagen inmediata” (4.447), en tanto el SÍMBOLO “es un vehículo de signo relacionado con su objeto … en virtud de un hábito de asociación” (1.396).

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analógico y lo imotivado no es del todo exacto: de un lado, sucede que el lenguaje humano tiene un fuerte ingrediente icónico7; de otro, que la comunicación animal —y la danza de las abejas constituye un ejemplo prototípico— puede ser enteramente convencional, aunque continúe sin articularse en varios niveles. Por otra parte, es evidente que ni la mentira ni el juego son ajenos a los procesos animales de intercambio con el medio. Cualquier depredador utiliza una serie de tácticas cuidadosas destinadas a engañar a las víctimas que captura para convencerlas de su inocuidad. Cualquier ave pasa horas y horas jugando sin otra finalidad aparente que la de ejercitar sus facultades, ya sea con sus trinos o con su vuelo. La diferencia, en uno y otro caso, estriba en que dichos engaños y dichos juegos no son engaños ni juegos comunicativos, no se fundamentan en un lenguaje dirigido al otro8. En realidad, como ha puesto de manifiesto la moderna Etiología, no existe un hiato entre los procesos de conocimiento de los animales y los de la especie humana (Riedl, 1983, 25-27): “En los seres no vivientes no detectamos ningún tipo de razón. Ni nos parece racional que la tectónica levante montañas ni irracional que la erosión a su vez las desgaste … En cualquier caso, nos parece que todo lo viviente rebosa razón … Entendiendo por incremento de entropía la tendencia universal de la naturaleza a

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Los aspectos icónicos del lenguaje humano han llamado la atención de los lingüistas en fecha reciente, pero no tienen nada de sorprendente si se piensa que, al fin y al cabo, toda oración re-presenta una escena del mundo. Véanse los estudios de T. Givón (1979), G. Lakoff and M. Johnson (1980), J. Haiman (1985) y R. W. Langacker (1987-1991). Los “engaños” de los cazadores están codificados genéticamente: un gato se aproximará sigilosamente a un ratón, igual que hicieron sus padres, pero nunca le inducirá a creer que es inofensivo por medio de signos ocasionales creados al efecto. En este sentido, la notable fábula de Le Courbeau et le Renard de La Fontaine es lo menos animal y lo más humano que pueda concebirse: ningùn zorro puede comunicar un mensaje como apprenez que tout flatteur / vit aux dépens de celui qui l’’ecoute, pues un animal no está en disposición de ser flatteur ni de écouter.

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pasar del orden al desorden … [sucede que] El viviente, por el contrario, genera orden allí donde antes no lo había. Como sistema abierto elude el principio de entropía, al tener que eliminar más desorden que orden puede organizar en sí mismo. Como ha mostrado Manfred Eigen, el proceso de esta producción de orden es ya en los primeros niveles del viviente el mismo que en todas las demás criaturas. Vivir es devorar orden, decía ya Erwin Schrödinger, o información, como dice Konrad Lorenz. Esto es válido para cualquier estructura individual, desde la forma corporal, pasando por todas sus partes, hasta la posición de las moléculas, y desde la estructura más simple de la conducta hasta la más compleja”.

Curiosamente, el hombre parece ser el único ser capaz de creer en el puro sinsentido, el único viviente que ha llegado a alzar el despropósito como visión del mundo susceptible de ser comunicada a los demás. Esta desviación, que ha interesado desde siempre a los filósofos9, resulta posible gracias a las peculiaridades del lenguaje humano, de que hablábamos arriba. Las lenguas naturales, por estar articuladas, pueden mentir y pueden crear mundos imaginarios, mas lo importante no es que lo hagan, es que, sabiendo que lo creado es ficticio, aspiran a comunicárselo a los demás y logran engañarles colectivamente. La diferencia entre el lenguaje del hombre y otros procesos comunicativos, como los contraídos por los animales con el medio ambiente, estriba, pues, en la versatilidad del instrumento de que dispone el ser humano. Los signos articulados del lenguaje natural pueden comunicar proyectos, sentimientos, fantasías, argumentos y, en última instancia, falsedades. Los signos inarticulados de los animales reflejan o manifiestan estos mismos contenidos, pero en sentido estricto no los comunican, esto es, no los disponen con el propósito de influir en el interlocutor ni los van adaptando a los cambios que este experimenta a lo largo del proceso de transferencia.

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Es el sentido de la polémica que mantuvieron G. Leibniz (Essais de théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l’homme et l’origine du mal, 1710) y Voltaire (Candide ou l’optimisme, 1759).

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EL CÓDIGO DE LA MATERIA Y EL CÓDIGO DE LA VIDA Hace un cuarto de siglo R. Jakobson se hacía eco de las sorprendentes semejanzas, señaladas por algunos estudiosos, que existen entre el código lingüístico y el código genético, en los siguientes términos (1976, 56-60)10: “Los descubrimientos espectaculares realizados estos últimos años en el terreno de la genética molecular son presentados por los investigadores mismos en términos tomados de la lingüística y de la teoría de la información … Cada palabra comprende tres subunidades de codificación llamadas ‘bases nucleotídicas’ o ‘letras’ del ‘alfabeto’ que constituyen el código. Este alfabeto comprende cuatro letras diferentes ‘utilizadas para enunciar el mensaje genético’. El ‘diccionario’ del código genético comprende 64 palabras distintas que, teniendo en cuenta sus elementos constitutivos, se denominan ‘tripletes’, pues cada uno de ellos forma una secuencia de tres letras; sesenta y uno de estos tripletes tienen una significación propia y los otros tres no se utilizan aparentemente más que para señalar el final de un mensaje genético … Por consiguiente, podemos afirmar que, de todos los sistemas transmisores de información, el código genético y el código verbal son los únicos que están fundados en el empleo de elementos discretos que, en sí mismos, están desprovistos de sentido, pero que sirven para constituir las unidades significativas mínimas, es decir, entidades dotadas de una significación que les es propia en el código en cuestión … El paso de las unidades léxicas a las unidades sintácticas de grados diferentes corresponde al paso de los codones a los “cistrones” y “operones”, y los biólogos han establecido el paralelo entre estos dos últimos grados de secuencia genética y las construcciones sintácticas ascendentes, y las constricciones impuestas a la distribución de los codones en el interior de estas construcciones han sido llamadas ‘sintaxis de la cadena de ADN …’ La lingüística y las ciencias emparentadas con ella tratan principalmente del circuito del discurso y de las formas análogas de intercomunicación, es decir, de los papeles alternantes del destinatario y del receptor que da una respuesta, ya sea manifiesta, ya sea por lo menos muda, a su interlocutor. En cuanto al tratamiento de la información genética se dice que es irreversible: ‘el mecanismo de la célula no puede traducir más que en un solo sentido’. Sin embargo, los circuitos reguladores descubiertos por los genetistas —la represión y la retroinhibición— parecen presentar una ligera analogía en el plan molecular con lo que es el diálogo para el lenguaje”.

10

Jakobson comenta el trabajo de N. Bernstejn (1966): Ocerkii po fiziologii dvizenij i fiziologii aktivnosti, Moskva.

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Las palabras de Jakobson despertaron un cúmulo de expectativas que el tiempo no ha confirmado11. Desde que las formuló, la Biología molecular ha progresado mucho, en particular, ha avanzado en el dominio que hoy se conoce como “Ingeniería genética”, es decir, ha propiciado intervenciones conscientes del ser humano en la secuencia genética con el objeto de modificar su “lectura peptídica” y, consiguientemente, sus efectos. Sin embargo, dichas intervenciones no han tomado nunca en consideración la analogía lingüística. Es evidente que las intervenciones practicadas sobre el lenguaje natural (publicidad, literatura, propaganda, etc.) no requieren conocer las leyes lingüísticas del gramático, pero porque sus practicantes las incorporan implícitamente como seres humanos: la mejor prueba de que se ajustan a dichas leyes es que sus efectos resultan fácilmente justificables a posteriori desde las mismas, esto es, que podemos explicar en términos lingüísticos por qué un anuncio, un mítin o un soneto tienen la efectividad que los hablantes les reconocen. En Genética las cosas no han sido así: lo que los ingenieros genéticos hicieron con las secuencias de ADN se realizó al margen de la Lingüística y tampoco resulta comprensible desde sus presupuestos. Tal vez ello sea debido a que el punto de partida de la homología “código lingüístico-código genético” estaba equivocado. Los primeros biólogos moleculares hablaban, en efecto, de un “alfabeto” de cuatro “letras” que daba lugar a sesenta y cuatro “palabras” de tres letras cada una. Este código presentaba doble articulación, según nota Jakobson: cada “palabra” consta de un “sonido” (sus tres letras integrantes) y un “sentido” (el aminoácido al que remite), pero, a su vez, el sonido

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Hasta hoy mismo en que estas preocupaciones han vuelto al candelero de la ciencia. Entre los trabajos recientes que investigan el paralelismo entre el código genético y el código lingüístico pueden mencionarse: Collado-Vives (1992), Tsonis & Elsner (1997), Bodnar et al. (1997), Searls (2002). El planteamiento que sigue difiere algo de los anteriores.

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es descomponible en cada una de las letras, que son bases nucleotídicas12. La magia de los vocablos es peligrosa y puede llevar demasiado lejos. A menudo se olvida que no sólo proponemos analogías injustificadas los lingüistas cuando tomamos metafóricamente las leyes de la naturaleza y construimos toda una metodología supuestamente científica a base de transplantarlas al dominio del lenguaje. El error de los neogramáticos también se ha dado en sentido contrario, también ha habido científicos naturales que han adoptado metáforas lingüísticas mal planteadas y peor resueltas: tal vez el caso de la Biología molecular sea paradigmático. ¿En qué sentido podemos considerar los cuatro bases nucleotídicas13 (Adenina, TiminaUracilo, Citosina, Guanina) como “letras” y los codones o cadenas de tres núcleotidos como “palabras”? Por lo pronto, adviértase que la justificación que dan los biólogos es bastante pobre: como con cuatro bases nucleotídicas sólo son posibles 16 palabras de dos letras (42), es necesario utilizar tripletes, lo que permite 64 combinaciones (43) para un código degenerado de sólo 20 aminoácidos; ello da lugar al siguiente inventario de aminoácidos, altamente redundante: Fenilalanina: UUU, UUC Leucina: UUA, UUG, CUU, CUC, CUA, CUG Isoleucina: AUU, AUC, AUA Metionina: AUG Valina: GUU, GUC, GUA, GUG Serina: UCU, UCC, UCA, UCG, AGU, AGC Prolina: CCU, CCC, CCA, CCG

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Véase la descripción clásica de F. H. C. Crick (1978). La Adenina (A), la Citosina (C) y la Guanina (G) son comunes al ADN y al ARN; la Timina (T) del primero aparece como Uracilo (U) en el segundo. Las secuencias del código que se reproducen a continuación son las del ARN, es decir, manejan las “letras” A, G, C, U.

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Treonina: ACU, ACC, ACA, ACG Alanina: GCU, GCC, GCA, GCG Tirosina: UAU, UAC Histidina: CAU, CAC Glutamina: CAA, CAG Asparagina: AAU, AAC Lisina: AAA, AAG Ácido aspártico: GAU, GAC Ácido glutámico: GAA, GAG Cisteína: UGU, UGC Triptófano: UGG Arginina: CGU, CGC, CGA, CGG, AGA, AGG Glicina: GGU, GGC, GGA, GGG (se añaden tres signos de interrupción: UAA, UAG, UGA) Este código presenta alguna analogía con las palabras de las lenguas naturales. Así, el orden de las letras es pertinente, de forma que CAU es Histidina y UAC es Tirosina, como sal no significa lo mismo que las, por ejemplo. Pero las diferencias son mucho más importantes que las semejanzas. Lo primero que llama la atención es la tremenda redundancia de estas supuestas palabras. Parece evidente que para denominar a veinte aminoácidos, eran suficientes las dieciséis palabras posibles de dos letras más las cuatro posibles de una sola letra. El hecho de que tengamos sesenta y cuatro resulta un desperdicio incomprensible. Los biólogos tratan las seis denominaciones de la Serina, por ejemplo, como homónimos contextuales. Sin embargo, nada demuestra que así sea: las intervenciones practicadas por la ingeniería genética no piden que un aminoácido sea evocado por una determinada secuencia de letras, sino por alguna de las que le corresponden sin más. De otra parte, tampoco se entiende la limitación a tres letras: podríamos haber tenido aminoácidos asociados a cadenas de cuatro o cinco letras también. Las lenguas naturales desaprovechan muchas más secuencias de las que llegan a realizar efectivamente: en español existen rosa, raso, roas, aros y oras, pero hasta ahora no hay palabras como *saro,

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*sora, *orsa, *arso, aparte de otras secuencias ajenas a las leyes fonológicas de esta lengua como *aors, *rsoa, etc. Más cuestionable todavía resulta el concepto de “doble articulación” tal y como se ha interpretado en relación con el código genético. Evidentemente los codones participan a su vez en unidades más amplias (operones, cistrones, etc.), es decir que no es que tengamos sólo dos dominios, sino un dominio de unidades con sonido y sentido y un dominio de unidades con sólo sonido, con independencia de que cada uno presente varios niveles de articulación interna por su parte. Pero la analogía que se establece con el lenguaje está mal planteada: 1) En el lenguaje, la expresión tiene una rosa en la solapa es una secuencia de sonido y sentido cuyo significado no se reduce a la suma de los sentidos de tiene, una, rosa, en, la y solapa, sino que, aparte de estos contenidos, hay también un esquema oracional y unos esquemas de estructura de la frase que se superponen a los mismos y que realmente los determinan (en estaba más fresco que una rosa el sentido de rosa es muy diferente). Lo que importa es que, al fragmentar la secuencia tiene una rosa en la solapa, los distintos fragmentos que se van obteniendo, primero tiene una rosa, luego una rosa y, por fin, rosa, siguen siendo unidades de la primera articulación, es decir, de sonido-sentido. En cambio, al fragmentar rosa, primero como /ro/ (frente a /sa/) y luego como /o/, se llega a unidades a las que de ninguna forma podríamos atribuir un sentido, es decir, a unidades de la segunda articulación. Esto se aprecia claramente cuando se procede a un análisis de los rasgos simultáneos propios de rosa (último fragmento de la primera articulación) y de /o/ (último fragmento de la segunda articulación): rosa es [inanimado], [vegetal], [flor], etc.; en cambio, /o/ es [vocal], [velar], [posterior]. Nada tienen en común el rasgo [flor] y el rasgo [velar], pertenecen a dos mundos incompatibles. 2) En el código de la vida las cosas no funcionan así. Se dice que una secuencia como UCA asocia el sentido “serina”

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y se descompone en los sinsentidos sucesivos “uracilo + citosina + adenina”. Pero, ¿por qué debemos considerar la serina como un “sentido” y estos tres compuestos como elementos del “sonido”?. El primero es un aminoácido, los segundos son bases nucleotídicas. La fórmula química del radical seril de la serina es: CH2OH | CH /\ -NH CO-

la fórmula de la citosina (las de la adenina y el uracilo son parecidas) es: H ¸ N– H µ H–C – C //

\\

H–C

N \

/

N–C / \\ H

O

¿Qué diferencias relevantes existen entre uno y otro? Desde el punto de vista químico muy pocas, en realidad se componen de los mismos elementos, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono, aunque dispuestos en proporciones y estructuras diferentes. Lo que nos hace ver un salto de articulación entre

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la serie UCA y la serina es que la serina no es la suma de estas tres bases nucleotídicas, sino que, simplemente, la sucesión “uracilo + citosina + adenina” en la cadena de ARN tiene el efecto de asociar una serina en la cadena polipeptídica, efecto que también se lograría con otras secuencias como AGU, UCC, UCU, etc. Más que un salto de articulación, lo que tenemos es una asociación arbitraria. Este tipo de asociación no es infrecuente, empero, en las lenguas naturales, ni dentro de la segunda articulación ni dentro de la primera articulación, aunque también aparezca cuando relacionamos una con otra: a) Así, la secuencia de fonemas /po/, al igual que /dar/, /tri/, /kas/, etc., permite asociar el valor fónico “sílaba” en español, asociación que le está vedada a las secuencias /kt/, /alt/ o /esope/, por ejemplo. La secuencia de fonemas /ei/ puede leerse como “diptongo”, igual que /au/, frente a /ta/ y /oo/, etc. Nótese que la asociación es arbitraria —en inglés o en árabe funciona de otra manera—, pero los productos anteriores y siguientes a la misma son de naturaleza similar, tanto los fonemas como las sílabas son sólo sonidos. b) También dentro de la primera articulación tenemos fenómenos de este tipo. Las secuencias María cerró el libro, mi primo se está comiendo el bocadillo o el perro salta llevan asociado el significado “acción”, en tanto Juan se durmió, el tren llega a las siete y el reloj se ha parado suelen caracterizarse como “proceso”. Es cierto que estas asociaciones sólo son relativamente arbitrarias. Una condición estructural de la sílaba, como la de que exista un núcleo silábico más abierto y eventualmente una periferia silábica más cerrada, determina la proclividad de /to/ a asumir la condición de sílaba y hacen imposible que lo sea /tk/, si bien dejan un amplio margen de libertad en otros casos. (/níxt/ de nicht es una sílaba en alemán, pero no en español). Dentro de la primera articulación, es obvio que María, mi primo y el bocadillo tienen poco que ver con las acciones,

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en tanto cerrar y saltar parecen propios de acciones, parar, de procesos. Pero esto no es necesario: en la atonía de la vida laboral cierra cualquier posibilidad de ascenso y en el paquete se cayó por el acantilado saltando de roca en roca hasta el mar tenemos estados o procesos, en Juan paró a su primo, que pretendía entrar sin llamar, debemos reconocer una acción. Ha llegado el momento de interpretar el código genético a la manera del código lingüístico conforme a un punto de vista diferente. Lo primero que hay que entender es que las “letras” de los codones, las cuatro bases nucleotídicas, no pueden ser considerados como elementos de la segunda articulación en el mismo sentido que los fonemas (y los grafemas) de las lenguas naturales, sino como términos de una segunda articulación transicional vinculada con la primera por ciertas propiedades comunes. Las modernas técnicas de “lectura” genética (he aquí nuevamente un término engañoso) han puesto esto de manifiesto. Imaginemos el primer capítulo del Quijote y supongamos que recortamos cada palabra del mismo y colocamos todas en un recipiente revolviéndolas a conciencia. Resulta evidente que tendríamos muchas dificultades para reconstruir el texto primitivo, si bien, en principio, no es imposible conseguirlo. Suponiendo que, en vez de partir del capítulo primero, hubiésemos realizado esta experiencia con las palabras de la primera oración tan sólo, parece probable que lleguemos a reconstruirla a poco que nos pongamos a pensar. Si en vez de ello, nos atuviéramos únicamente a la primera frase, es obvio que la reconstrucción de la misma es inmediata: Mancha, en, la, de, lugar, un sólo pueden asociarse como en un lugar de la Mancha o como ?en la Mancha de un lugar, frase poco convincente. El reagrupamiento es guiado por el sentido, por el hecho de que los fragmentos son unidades de la primera articulación. Pero imaginemos, ahora, que en vez de recortar las palabras del Quijote, recortamos las letras, que son elementos sin sentido, de la segunda articulación. Es evidente que, al carecer por completo de una guía reconstructiva, nun-

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ca alcanzaremos nuestro objetivo, ni siquiera por relación a la primera frase del Quijote y, naturalmente, menos aún por relación a la primera oración o al capítulo primero. Los problemas con que se encuentra la epigrafía ibérica son ilustrativos a este respecto: aunque los textos del ibero pueden leerse desde que Gómez Moreno consiguió descubrir la clave interpretativa de la segunda articulación de esta lengua, a falta de inscripciones bilingües es imposible entenderlas ni, por lo tanto, traducirlas. Es interesante confrontar estos intentos de descifrar secuencias lingüísticas con los logros de Sanger (1981) y Gilbert (1981) en el desciframiento de cadenas de ADN14. Lo que interesa destacar de esta operación, bastante complicada15, es que el reconocimiento de las bases nucleotídicas y de las se-

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Se encontrará una información accesible en Cherfas (1984, cap. 5). En lo que sigue aparecen tres términos diferentes (base nucleotídica, núcleosido y núcleotido) que a efectos de la comparación con el lenguaje son sinónimos, aunque químicamente el núcleosido es la base ligada a un azúcar y el núcleótido es el núcleósido más un grupo fosfato. El procedimiento consiste en romper el ADN purificado, perteneciente a un cierto gen, en un punto específico con ayuda de una enzima de restricción. Así se logra que todas las hebras empiecen igual. Seguidamente se van rompiendo las distintas hebras a una distancia fortuita del origen. Luego se separan las hebras y se identifica la última base colocando los fragmentos por orden de tamaño para averiguar la secuencia completa. En la práctica se procede como sigue: el ADN se coloca en cuatro lotes, con un pequeño cebador de ADN, que hace de molde, en cada uno; se les añade ADN polimerasa I, la cual va engrosando las cadenas, y un didesoxi-nucleósido radioactivo distinto (A, C, G o T) en cada lote, el cual tiene el efecto de impedir la continuación de la cadena a la que se une, con lo que se consigue que las cadenas de cada tubo de ensayo terminen en el mismo nucleósido; seguidamente se procede a practicar una electroforesis de poliactilamida con el objeto de ordenar los fragmentos de cada tubo de ensayo por su tamaño; la autorradiografía subsiguiente muestra una serie de cuatro escalerillas, una para cada nucleótido (A, C, G, T), y con peldaños irregulares; comenzando por abajo, se lee el primero, luego la escalerilla siguiente en la que aparece un nucleótido y así hasta el final, lo que permite reconstruir la cadena.

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cuencias en que se organizan se logra en fragmentos recompuestos por la polimerasa I al añadir nucleósidos activados al cebador conforme al orden correcto especificado por la hebra única de ADN. Dicho de otra manera: las bases nucleotídicas no son unidades puras de la segunda articulación, realmente su comportamiento es indisociable del de las proteínas que codifican y lo sigue siendo tras las manipulaciones a que se les somete. Lo anterior explica un descubrimiento que sorprendió al mundo científico: tras la lectura de unas cuantas secuencias de ADN, se comprobó que un porcentaje nada desdeñable de las mismas no codificaba ninguna proteína. A esta parte del genoma se la suele llamar ADN basura y hoy por hoy no está nada clara su función (parece que acumula memoria de mutaciones anteriores), aunque últimamente se sospecha que el organismo se vería afectado por su eliminación. Por ejemplo, el gen del colágeno del pollo tiene 38.000 bases de longitud pero sólo aprovecha unas 5.000 para codificar proteínas diseminándolas entre las tiras sin sentido. Es evidente que estas tiras sin sentido no pueden pertenecer a la segunda articulación. Sería como si tuviésemos un mensaje entreverado de numerosas secuencias fónicas irrelevantes, algo así como: stroenpretticounbaraguylugarwasdodekoñipolasixremanchaquiiz16

para nuestra frase en un lugar de la Mancha. Es cierto que algunos sistemas de cifrado proceden de esta forma, pero existe siempre una regularidad en lo intercalado, alguna ley17, que falta por completo aquí.

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Las letras subrayadas no aparecerían así en la secuencia, se indican tan sólo para que el lector reconozca la frase del Quijote. Como intercalar sucesivas palabras del DRAE, elegidas conforme a alguna fórmula de progresión numérica, cada tres letras del texto que se pretende cifrar, por ejemplo.

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Las “letras” del alfabeto genético no resultan, pues, equiparables a los fonemas de las lenguas naturales. ¿Debemos concluir que en el lenguaje de la vida no existe nada parecido a la segunda articulación estricta, a los significantes totales? No por cierto. En realidad, el lenguaje de la Química —y, naturalmente, el de la Bioquímica también— es un lenguaje doblemente articulado. Hasta fines del siglo pasado, esto no resultaba en absoluto evidente. Un compuesto como el ácido sulfúrico, SO4H2, consta de anhidrido sulfúrico, SO3, y agua, H2O; a su vez, el anhidrido se descompone en azufre, S, y oxígeno, O3, y el agua se deja analizar en hidrógeno, H2, y oxígeno, O. Esto es: SO4H2 / \ SO3 H2O / \ S O3

/ \ H2 O

Evidentemente estos estratos presentan articulación interna, son niveles de composición y de análisis. Sin embargo, los elementos de todos ellos pueden considerarse como sustancias que tienen un sentido químico, como sustancias de la primera articulación. Así, el comportamiento del azufre se proyecta hacia el anhidrido sulfúrico y de este hacia el ácido sulfúrico18, de manera parecida a como el rasgo [animado] del nombre perro se proyecta hacia la frase nominal el perro blanco, la cual lo contiene como núcleo, y de esta a la oración el perro blanco se hirió en la zarza, permitiéndole combinarse con un verbo como herirse que exige sujetos animados (no diríamos *la mesa se hirió sino la mesa se deterioró).

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Los estados de oxidación del azufre se traducen en la variedad de óxidos de azufre y de ácidos de azufre que se llegan a contabilizar.

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Pero cuando comparamos el azufre, que no deja de ser un contenido químico, aunque mínimo, con otros elementos, y pretendemos proceder a una nueva compartimentación nos encontramos con unas unidades que ya no tienen nada que ver con la serie S>SO3>SO4H2 y que, además, son comunes a todos los elementos: los electrones, los protones y los neutrones, esto es, las llamadas partículas atómicas. Así, el hidrógeno tiene un solo electrón en su único orbital, el oxígeno tiene dos electrones en la primera capa y seis en la segunda, el azufre, dos en la primera, ocho en la segunda y seis en la tercera. Podríamos representar simplemente H como “1”, O como “2.6” y S como “2.8.6”, de manera parecida a como podemos numerar las letras del alfabeto latino en la forma a =1, b = 2…, etc., y escribir cada como 3.1.4.1. No conviene llevar esta analogía demasiado lejos. La fórmula electrónica de un elemento condiciona su comportamiento químico y en este sentido no es equivalente a la fórmula fonemática de una palabra, la cual resulta, como propia de la segunda articulación, totalmente opaca para la primera (de ahí que los términos sinónimos /kása/ y /bibiénda/ sólo compartan una letra). Pero tampoco hay que desechar del todo el paralelismo. Por ejemplo, una pequeña alteración en la tercera letra de la palabra cala, consistente en sustituir el grafema número 12 (esto es, “l”) por el número 13 (la “m”),, nos da la palabra cama, y una nueva alteración mínima nos lleva a cana, etc. términos entre los que no parece existir relación alguna, precisamente porque los cambios de la segunda articulación son independientes de los de la primera. Pero en la tabla atómica de Mendeleiev se aprecian situaciones parangonables: tomando como base el hidrógeno, con un sólo electrón en su orbital externo, pasamos al helio con dos, al litio con tres (dos en el primer orbital y uno en el segundo), al berilio con cuatro, al boro con cinco, etc., elementos, todos ellos, sin nada en común desde el punto de vista de sus propiedades químicas. Donde sí se aprecia una relación regular es confrontando los elementos de un cierto grupo, es

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decir, los que tienen el mismo número de electrones en su orbital más externo: el flúor (2.7), el cloro (2.8.7), el bromo (2.8.18.7) y el yodo (2.8.18.18.7) conforman el grupo de los halógenos, elementos con siete electrones en su orbital externo y que, al faltarles un electrón para completarlo, tienen un comportamiento químico muy similar. La situación recuerda a los paradigmas flexivos de las lenguas: va-mos, come-mos y trabaja-mos tienen, sin duda, un comportamiento gramatical común determinado por su terminación compartida, la cual no deja de ser un significante total /mos/ si bien asociado al significante parcial [primera persona del plural]. Resumiendo, diremos que los compuestos químicos están doblemente articulados, aunque tal vez con menos rotundidad que los signos de las lenguas naturales. En el segundo nivel de análisis, todos ellos se “escriben” a base de electrones articulados en orbitales, aparte de un núcleo que contiene neutrones y protones19. En el primer nivel su “escritura” se da en forma de elementos químicos y de combinaciones de los mismos. Aunque la estructura electrónica determina el comportamiento de los elementos, no existe una relación directa entre ellos, son mutuamente independientes: tanto el sodio (2.8.1) como el cloro (2.8.7) tienen electrones, pero los compuestos del sodio son bases, los del cloro, ácidos20. Por ello, la Química ha podido funcionar perfectamente durante siglos sin necesidad de echar mano de la Física y desconociendo la estructura atómica de los elementos químicos. Es lo mismo que ha sucedido y sucede en Lingüística: los fonólogos y los fonetistas trabajan prácticamente con total independencia de los gramáticos o de los lexicólogos, y viceversa, si bien los 19

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Esto lo sabemos desde hace poco más de siglo y medio, pero ya Aristóteles, con su teoría de los cuatro elementos (frío, caliente, húmedo y seco), presentes en proporciones variables en cualquier sustancia, sostenía un punto de vista parecido. A no ser que asociemos sodio y cloro, lo que da una sal, el cloruro de sodio ClNa, en el que la suma de electrones de uno y otro conduce a la estabilidad.

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dos últimos son mutuamente dependientes. Podemos proponer, por tanto, el siguiente cuadro comparativo del sistema de articulaciones de las lenguas naturales y del lenguaje de la naturaleza: LENGUAS NATURALES

LENGUAJE DE LA NATURALEZA

primera articulación

primera articulación

oraciones

compuestos (ácidos, bases, sales)





frases

óxidos y anhidridos





palabras y morfemas

elementos

segunda articulación

segunda articulación

sílabas

núcleo y orbitales





fonemas

protones y electrones





rasgos fónicos

quarks

La primera y la segunda articulación comparten algunos principios organizativos, tanto en las lenguas naturales como en el lenguaje de la naturaleza: a) El “principio de elección” es una ley que dice que ciertos huecos pueden ser ocupados por determinados elementos, pero no por otros, fijando tanto su cantidad como su calidad. Así, dentro de la segunda articulación sucede que en el entorno silábico /p…a/ sólo caben en español una /r/, una /l/ o una vocal (prado, plaza, piano), pero ningún otro fonema; dentro de la primera articulación, el verbo deducir es forzosamente transitivo y puede llevar un objeto directo abstracto (dedujo parte de la verdad / el teorema) o una completiva (dedujo que le sabía mal), pero no un objeto físico (*dedujo la manzana) ni un nombre animado (*dedujo a María). Similarmente, en

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la segunda articulación del lenguaje de la naturaleza ocurre que el orbital K se completa con dos electrones, por lo que sólo son posibles dos elementos en los que dicho orbital sea el más externo, el hidrógeno con un electrón en el mismo y el helio con dos; por su parte, el orbital externo L se completa con ocho electrones, lo que nos da ocho elementos que lo tienen como capa más externa (Li, Be, B, C, N, O, F, Ne): etc. Dentro de la primera articulación, los elementos químicos y los grupos presentan “valencias”, igual que los verbos, y así el carbono tiene valencia cuatro (es decir, cuatro electrones en su orbital más externo) y el hidrógeno valencia uno, por lo que su combinación en el metano se produce en la forma CH4, que significa que cada molécula de metano consta de cuatro átomos de H y uno de C; por lo demás, la naturaleza de los átomos que pueden combinarse con un átomo dado en sus posiciones de valencia no es enteramente libre, hay combinaciones prohibidas y combinaciones permitidas. b) El “principio de cierre” dice que cuando una sílaba termina, debe empezar otra, cuando una frase se completa, otra se inicia, y así sucesivamente. De forma análoga, cada orbital que se completa supone el inicio del siguiente, y cada valencia que se satura, estabiliza el compuesto y lo deja listo para nuevas reacciones químicas21. c) El “principio de cohesión” establece grados distintos de solidaridad entre los elementos que se combinan. Así, dentro de la primera articulación de las lenguas naturales, no es lo mismo el complemento regido por un verbo (dijo que volvería, frente a *dijo), el cual llega a integrarse en el mismo, que la aposición de un sustantivo a otro (Paris, capital de Francia), la cual siempre resulta prescindible. Estas dos relaciones, entre

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Las analogías químicas son cada vez más frecuentes en Lingüística. El concepto de “valencia” sintáctica fue introducido por L. Tesnière en 1959. El concepto de “saturación” de las dependencias de un predicado aparece con el modelo de rección y ligamiento de la gramática generativa en 1981.

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las que caben todo tipo de transiciones, se suelen llamar respectivamente hipotácticas y paratácticas en sintaxis, pero no son privativas de ella: dentro de la segunda articulación hay también vínculos fuertes (como el acento, el cual resulta indisociable de la sílaba sobre la que recae) y vínculos mucho más laxos (por ejemplo, la unión de la consonante con la vocal en la sílaba suele permitir cambiar cualquiera de las dos). Lo notable es que en Química se distinguen igualmente dos modalidades de enlace, el iónico y el covalente: los enlaces iónicos son propios de moléculas en las que los electrones pasan totalmente de un átomo a otro y presentan gran estabilidad (por ejemplo, la del ClNa con transferencia de un electrón desde Na hasta Cl); los enlaces covalentes aparecen en moléculas menos estables en las que los electrones son compartidos por todos los átomos a la vez (así la del H2). A escala subatómica, cada electrón de una subcapa de un orbital se empareja con otro electrón de spin opuesto, determinando un vínculo más estrecho que el que contrae con los electrones de su misma orientación de giro. Los tres principios anteriores son muy importantes para la sintaxis de las lenguas naturales: el principio de elección es lo que se suele conocer como subcategorización; el de cierre está relacionado con la subyacencia, es decir, con el hecho de que ciertas secuencias sean como islas que no permiten mover material fuera de las mismas; el de cohesión alude al ligamiento22. El hecho de que estos tres principios se den indistintamente en los compuestos de la naturaleza y en la sintaxis de las lenguas naturales plantea una cuestión interesante. En la medida en que se trata de principios

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Estos conceptos han sido desarrollados en el modelo de rección y ligamiento de la G.G. Se dice que α rige a β cuando entre ambos no hay ninguna barrera y además tiene mando de constituyente sobre él. Se dice que δ liga a ε si lo domina y además están coindizados (así, las anáforas suponen un lazo más fuerte que los pronominales). La subyacencia supone la imposibilidad de traspasar nudos limítrofes.

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universales, supuestamente innatos, es posible que los seres humanos los incorporen en los circuitos neuronales que codifican el lenguaje. Al fin y al cabo, las sinapsis se rigen por principios estrictamente químicos y no tendría nada de particular que sus producciones verbales se ajustasen a los mismos. Sin embargo, los seres humanos son algo más que materia inerte, son también, y sobre todo, seres vivos. En una fase ulterior habría que ver qué propiedades combinatorias caracterizan ya no a la Química de la materia, sino a la Bioquímica, a la Química de la vida.

EL CÓDIGO DE LA VIDA COMPARADO CON EL CÓDIGO LINGÜÍSTICO Hasta comienzos del siglo XIX la doctrina del vitalismo explicaba las relaciones entre la materia inerte y la materia viva. Según dicha doctrina, la materia viva se regiría por leyes especiales: Stahl había propuesto un siglo antes la teoría del flogisto y los químicos consideraban que para pasar de la materia inorgánica a la materia orgánica era necesaria una “fuerza vital” presente en los materiales combustibles como el carbón o la madera, siempre procedentes de seres vivos. Había algún contraejemplo como el azufre, que ardía pese a tratarse de materia inerte, pero nadie osaba poner en duda esta convicción, en la que subyacían tomas de partido claramente religiosas. El siglo XIX, el mismo que conoció la revolución darwinista en Biología, iba a socavar también los cimientos epistemológicos de la Química: en 1828 Friedrich Wöhler obtuvo urea, un producto orgánico que se encuentra en la orina de muchos animales, calentando cianato amónico, una sustancia considerada inorgánica. Era sólo el primer paso, pues la urea y el cianato amónico sólo difieren en la posición de los átomos dentro de las moléculas. Pero poco después, Kolbe, un discípulo de Wöhler, obtenía ácido acético sintetizando los

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elementos básicos, carbono, hidrógeno y oxígeno, con lo que la frontera entre los seres vivos y los seres inertes desapareció definitivamente. De aquí al desarrollo espectacular de la Bioquímica en el siglo XX sólo había un paso. Sin embargo, dicho paso fue decisivo y aún no está explicado del todo. Porque una cosa es que los seres vivos estén hechos de la materia del universo y otra que la vida consista simplemente en dicha materia. Como destaca Erwin Schrödinger (1983, 114-115) la vida consiste realmente en retrasar el desorden final —entropía— creando instancias provisionales de orden: “¿Cómo podríamos expresar, con términos de la teoría estadística, la maravillosa facultad de un organismo vivo de retardar la degradación al equilibrio termodinámico (muerte)? … Por consiguiente, el mecanismo por el cual un organismo se mantiene a sí mismo a un nivel bastante elevado de orden (= un nivel bastante bajo de entropía) consiste realmente en absorber continuamente orden de su medio ambiente … En realidad, en el caso de los animales superiores, conocemos suficientemente bien el tipo de orden del que se alimentan, o sea, el extraordinariamente bien ordenado estado de la materia en compuestos orgánicos más o menos complejos que les sirven de material alimenticio. Después de utilizarlos, los devuelven en una forma mucho más degradada…”

Estas instancias de orden, integradas básicamente por las proteínas, los lípidos y los hidratos de carbono, son formas de organización. Una proteína, por ejemplo, es una larga cadena de aminoácidos (un millar por término medio) que se articulan en estructuras tridimensionales. ¿Y de dónde le viene a la proteína la ley de formación de su estructura? Frente a lo que sucede en la materia inorgánica, donde la forma de la molécula de agua o la de la de carbono, es una consecuencia de las atracciones eléctricas entre sus átomos, en la materia viva las formas están predeterminadas en la cadena de ADN que ha propiciado dicha proteína. Por ejemplo, una proteína que comience con la secuencia de aminoácidos Metionina + Isoleucina + Valina + Fenilalanina + Leucina… tiene esta forma porque la fabrica una célula siguiendo la cadena de

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instrucciones ATG/ATA/GTG/TTT/TTG… de su núcleo23. En otras palabras, que cada secuencia de tres bases in-forma (da forma) a la secuencia de aminoácidos, pero las bases en sí mismas, aunque químicamente parecidas, no explican la razón de que se les asocie un determinado aminoácido, ya que el lazo es arbitrario. ¿Existe una situación parecida en el lenguaje? Para no tomar de nuevo un camino equivocado conviene partir de las unidades reales. El intento de Crick por describir el código genético en términos lingüísticos comparaba los aminoácidos con las palabras y las bases nucleotídicas con las letras. Sin embargo, aquí hay un error de planteamiento: los aminoácidos son los ladrillos de los que está hecha la vida, son verdaderos productos orgánicos que se encuentran en cualquier ser vivo, pero las palabras no son las unidades reales del lenguaje. Si Crick hubiese hablado esquimal en vez de inglés, nunca se le habría ocurrido esta comparación porque en dicha lengua no se puede hablar de palabras. La unidad mínima de comunicación de las lenguas del mundo no es la palabra, sino la frase. Entramos en un bar, miramos al camarero y pedimos: un café con leche o uno con leche. No decimos simplemente café, y si lo hacemos es como si se tratase de una frase nominal. De manera similar, cuando el camarero nos trae el café con leche, sentimos un cosquilleo característico en la boca del estómago y decimos tengo hambre, nunca hambre o tengo a secas. Pero tengo hambre tampoco es una palabra, es una frase verbal24. Las palabras son abstracciones que se almacenan en nuestra mente, pero las 23

24

Recuérdese que las letras mayúsculas se refieren a bases nucleotídicas: A es Adenina, T es Timina, C es Citosona y G es Guanina. Las barras (/) de nuestra notación separan los tripletes de bases nucleotídicas o codones, aunque no existan en la realidad. O una oración si se considera el sujeto. En lenguas como el inglés donde resulta obligatorio un sujeto léxico ante el verbo, tengo hambre puede abordarse como am hungry, que es la frase verbal, o como I am hungry, que es la oración.

137

Origen del lenguaje

frases son enunciados o partes de enunciados, pertenecen al mundo real del lenguaje. Estamos tan acostumbrados a considerar el lenguaje como un espejo en el que el mundo se refleja que no nos damos cuenta de hasta qué punto es independiente del mismo. Así, volviendo al cosquilleo en la boca del estómago, resulta que en español se analiza como tengo hambre, en inglés como I am hungry y en ruso como ya golodien (literal: “yo, hambriento”). O sea que en español el hambre es una cosa que se posee, como los libros o los calcetines; en inglés el hambre es un estado en el que se está, como la enfermedad o la posición de pie; en ruso simplemente existe una relación entre yo y la cualidad de hambriento. ¿Cómo es posible que algo fisiológico, que evidentemente es común a todos los seres humanos, sea tan diferente en cada lengua? Por una razón: porque las lenguas no lo reproducen, sólo lo describen, cada una a su modo: tengo + hambre

I + am + hungry

ya + golodien

SENSACIÓN FISIOLÓGICA

Es preciso dejar bien claro que las palabras de la frase no corresponden a elementos separables de la realidad, que sólo tienen valor en el lenguaje. Por ejemplo, la frase nominal esta mesa negra de madera se presenta como si en el mundo existiesen el referente de esta, el de mesa, el de negra y el de de madera. Pero no es así. En el mundo no existe ninguna mesa que no sea al mismo tiempo de un color y de un material y que esté cerca (o lejos) del que habla. No tenemos, pues:

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YO

+

esta

+

+

mesa

+

+

negra

+

de madera

sino más bien un referente único que es evocado por una sucesión de signos:

esta mesa negra de madera

¿En qué se parece esta situación a la del código de la vida? Los signos esta, mesa, negra, de y madera considerados con independencia de su significado, es decir, como los vería una persona que no supiese español, son significantes (/ésta/, /mésa/, etc.) y no parecen tener nada en común con el significado de la frase “esta mesa negra de madera”. Pero cuando los entendemos como representantes de una clase de formas, ya no sucede lo mismo: esta es una forma de una clase de formas que sirven para relacionar la frase con la situación de habla y a la que también pertenecen el, aquella o mí, la clase Determinante nominal; mesa es una forma de una clase de formas que sirven para denominar los objetos del mundo y a la que también pertenecen silla, caballo o vaso, la clase Núcleo nominal; negra y de madera son formas de una clase de formas que sirven para denominar aspectos de los objetos del mundo y a la que también pertenecen roja, dulce o de hierro, la clase Modificador nominal. Estas clases, Determinante, Núcleo nominal y Modificador nominal ya no son puros significantes, tienen un cierto sentido muy general, lo que los acerca al sentido concreto de frases como “esta mesa negra de madera”. Por eso podemos comparar ambas situaciones, la de la frase25 y la del codón:

25

En el ejemplo de arriba argumentamos con la frase nominal, pero lo mismo podría decirse de la frase verbal, de la frase adjetival o de la

139

Origen del lenguaje Determinante + Núcleo + Modificador

SENTIDO DE LA FRASE

Base 1ª + Base 2ª + Base 3ª

AMINOÁCIDO

Esta analogía entre la estructura de la frase y la estructura del par codón-aminoácido ha resultado enormemente productiva26 porque a partir de la misma se ha procedido a comparar el código del lenguaje con el código de la vida Siguiendo el paralelismo formal paso a paso, se comprueba que en la sintaxis genética está prefigurada la sintaxis universal de las lenguas. No es este ensayo el lugar adecuado para tratar una cuestión muy técnica a la que he dedicado dos libros y varios artículos27. Sirva como botón de muestra una correlación formal relativa a la estructura de la frase. Si se considera el cuadro general del código genético de las página 120-121, se advertirá que se trata de lo que los lógicos llaman “código degenerado”, pues hay más codones o combinaciones de tres bases nucleotídicas —64— que aminoácidos —20— ligados a las mismas. Por ejemplo, la Valina puede ser suscitada por cuatro codones, GUU, GUC, GUA y GUG. Como se puede ver, la primera y la segunda base permanecen fijas, pero la tercera puede cambiar. De la misma manera la Treonina aparece en el citoplasma de la célula inducida por uno de estos cuatro

26

27

frase adverbial, las cuales responden también a la estructura Determinante + Núcleo + Modificador. La expongo detalladamente en A. López García (2005). Algunos comentarios críticos sobre este trabajo son: Eugenio Andrade en Ludus Vitalis, XIV, 26, 2006; Phillip Guddemi en Cybernetics & Human Knowing, 13, 3-4, 2006, 153-1; Gema Mazón en Revista Internacional de Lingüística Iberoamericana, 2008, 1-119, 250-252; W. Raible en Language, 84-4, 2008, 908-915. Antes del libro mencionado en la nota anterior publiqué: López García (2003). Entre los artículos pueden consultarse: López García (1997, 2001, 2005).

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codones: ACU, ACC, ACA y ACG. Y la Glutamina, por alguno de estos dos: CAA, CAG. ¿Acaso guarda alguna relación dicha estructura formal del codón con el esquema formal de la frase? En efecto, así es: en las frases, el Determinante y el Núcleo suelen ser fijos, pero el Modificador cambia dentro de ciertos límites y aun puede faltar: la casa blanca es una frase nominal, como lo es la casa de madera, la casa sin ventanas, la casa mía, la casa cerrada o la casa, es decir Art + Nombre + Adjetivo / de+Nombre / sin+Nombre / Posesivo / Participio / ∅. Por otra parte, aunque el determinante suela ser fijo (no podemos decir *veo casa, sino veo la casa), lo que da entidad a una frase es el núcleo: la casa blanca es un tipo de casa, no un tipo de blanca ni un tipo de la. Similarmente, en los codones, la primera y la segunda base son fijas, aunque no de la misma manera: los aminoácidos pueden ser hidrófilos o hidrófobos y esto tiene consecuencias en su comportamiento biológico, pero el que sean de uno u otro tipo depende de que la segunda base sea G o A (hidrófilos) o bien C o U/T (hidrófobos). De manera parecida se ha encontrado que en el código genético se encuentra ya la forma abstracta de las categorías léxicas, de las reglas de movimiento, de las llamadas proformas o de las reglas de cohesión y de coherencia del texto. Todas estas estructuras, como la que define la frase, son estructuras formales que carecen de explicación icónica. Esto quiere decir que mientras que es fácil comprender que en las lenguas haya papeles de agente y de paciente, pues los animales se reparten en la lucha por la vida el papel de depredador o el de presa, no se entiende por qué en todas las lenguas del mundo las frases constan de “Determinante + Núcleo + Modificador” ni por qué el Modificador es variable u opcional, ya que en el mundo lo que hay son mesas negras y de madera a la vez. Tampoco se entiende por qué en todas las lenguas del mundo la oración interrogativa suele tener los mismos elementos que la enunciativa, pero con un orden distinto, como si se hubiesen movido (desde Juan vino hasta ¿vino Juan?), siendo así que la duda es una operación mental independiente

Origen del lenguaje

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de la convicción. Ni se entiende por qué en todas las lenguas hay nombres y verbos, adjetivos y adverbios, si bien de manera particular en cada una (y así lo que en latín era un verbo, vacat, en español es un adjetivo, vacío). O cuál es la explicación de que las lenguas del mundo parezcan necesitar las proformas y a veces dejen un hueco para representarlas (por ejemplo, conocí a María y aunque ni siquiera me miró quiero hablar con ella, donde ella se refiere a María, el sujeto de hablar es un hueco que debería ocupar yo y el sujeto de miró es un hueco que debería ocupar María). Todos estos fenómenos son igualmente ajenos al mundo, pues en el referente no hay pronombres (no vamos al supermercado a comprar pronombres), ni existen categorías (el ANSIA es una pulsión psíquica que en la lengua puede manifestarse como ansiedad, ansioso, ansiar o ansiosamente). Si todos estos fenómenos están en todas las lenguas y no se justifican desde las características del mundo exterior es porque ya aparecían en la lengua originaria28. Pero, ¿de dónde los sacó la lengua originaria a su vez? Puesto que la forma abstracta de los mismos aparece también en el código genético, la única explicación científica es suponer que en un cierto momento el código genético no sólo se usó para fabricar proteínas, como en todos los seres vivos, sino que en la especie humana, además, se empleó para dar forma al código lingüístico. A no ser que prefiramos adoptar un punto de vista creacionista y suponer, bastante inverosímilmente, que fue Dios

28

La idea de una lengua originaria supone que todos los idiomas de la tierra proceden de un primer idioma que luego se fue diversificando. Esta hipótesis, llamada monogénesis, es la más plausible, pues permite explicar de manera satisfactoria el hecho de que todas las lenguas tengan las mismas propiedades universales. Una hipótesis alternativa es la poligenética, consistente en suponer que diversos grupos de humanos desarrollaron el lenguaje de manera independiente. En la medida en que la forma de la sintaxis del lenguaje derive del código genético, que es lo que sostengo aquí, dicho planteamiento resulta perfectamente admisible también.

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quien dio el lenguaje directamente a los primeros seres humanos, un supuesto que, en sentido estricto, ni siquiera sostiene la Biblia. Realmente no es necesario suponer algo así. El 21 de octubre de 2004 el número 431 de la revista Nature daba la primicia de la descodificación del genoma humano por el grupo de Craig Venter. De sus datos se infiere que el ser humano sólo tiene entre 20.000 y 25.000 genes, una cifra más parecida a la del genoma de un gusano que a la de un mamífero, siquiera sea un ratón. Pero, eso sí, con una particularidad: la proporción de duplicaciones29 es muy superior en los humanos respecto a cualquier otro mamífero. Dichas duplicaciones son las responsables de nuestra especificidad, cifrada en sólo 1.183 genes. No parece aventurado imaginar que una de estas duplicaciones genómicas fue aprovechada para una finalidad distinta de la habitual en estos casos, que es la de fabricar proteínas: para que la forma del duplicado del genoma se exaptase hasta prefigurar la forma de la sintaxis del lenguaje. Así llegamos a la conclusión de que el lenguaje surgió de manera natural —esto es, que es el resultado de la evolución por selección natural de los hábitos comunicativos de nuestros ancestros—, pero mediante un proceso gradual interrumpido como mínimo por dos cambios bruscos: 1) el que convirtió la sintaxis visual de los primates en el protolenguaje de los homínidos; y 2) el que hizo surgir la sintaxis formal del lenguaje en nuestra especie (y tal vez ya en el Homo heidel-

29

La duplicación del genoma es frecuente en muchas especies vegetales y animales y podría compararse a la duplicación de un archivo o de una carpeta digital, proceso que se desarrolla con notable facilidad y rapidez. El genoma duplicado se usa para fabricar las proteínas que alimentarán al embrión, especialmente en organismos que no son vivíparos: por ejemplo, el huevo de las aves contiene una cubierta de proteínas (la clara y la yema) que ha sido fabricada por un duplicado del genoma.

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Origen del lenguaje

bergensis30) mediante una duplicación exaptativa del genoma. En esquema: complejidad

lenguaje

protolenguaje

visión

tiempo hace 6 millones de años

30

hace 100.000 años

La posibilidad de que el lenguaje apareciese ya en el Homo heidelbergensis se basa en argumentaciones relativas a la madurez de las precondiciones biológicas del lenguaje. Así Arsuaga y Martínez (2006) han descubierto en el yacimiento paleontológico de Atapuerca restos óseos humanos de hace medio millón de años entre los que se encuentran huesecillos del oído medio que parecen probar que su sistema auditivo era como el de los seres humanos actuales.

OTRA VEZ LA SOCIEDAD Y LA CULTURA A lo largo de este ensayo han ido apareciendo referencias esporádicas al tratamiento que la cuestión del origen del lenguaje ha merecido por parte de las religiones. El lector puede pensar que este interés por unas opiniones que no son científicas ni pretenden serlo tiene algo de extravagante. Y, en efecto, así sería si este libro versase sobre las mariposas o sobre los usos industriales del benceno. Pero no es así, trata de un producto humano y, además, de un producto que ha suministrado el punto de partida de casi todas las religiones, las cuales se basan en la interpretación de textos supuestamente sagrados revelados por Dios a los hombres. Por eso entiendo que dada la perspectiva fronteriza entre las Ciencias y las Humanidades en que se sitúa este ensayo, era obligado echar un vistazo al punto de vista religioso sobre el origen del lenguaje. Como se verá a continuación, lo que las religiones han pensado sobre el origen del lenguaje y de las lenguas no deja de ser lo que los seres humanos en cuanto tales se plantean sobre dicho tema, por lo que sus soluciones, una vez despojadas del inevitable revestimiento mítico de los textos sagrados, revisten un enorme interés para nosotros. Decía al comienzo de este libro que la Biblia no se pronuncia realmente sobre el origen divino del lenguaje, por lo que la interpretación sesgada de los creacionistas, que relacionan la conocida cita del Evangelio de San Juan con el Libro sagrado, constituye una petición de principio interesada. En el Génesis1 se afirma literalmente: 2.18-23 “Se dijo luego Yahvé Dios: – No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hom-

1

Sigo la versión de la Biblia de Jerusalén.

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bre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Le quitó una de las costillas y rellenó el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces este exclamó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”

En otras palabras, que para el texto bíblico el lenguaje es una creación del hombre, no de Dios. Además, es una creación súbita y el acto semiótico consiste en poner nombre a una imagen mental de las cosas, no a las cosas mismas (de ahí que Dios no le presente al hombre los animales directamente, sino moldes en arcilla de los mismos). El texto de arriba parece excluir todo gradualismo, estando más cerca de la emergencia chomskiana que de la evolución darwinista. Sin embargo, es de destacar que, implícitamente, hay dos fases: una primera fase en la que el lenguaje sirve para nombrar los seres del mundo; y una segunda fase en la que suministra ayuda, la cual se simboliza con la creación de un interlocutor, la mujer2. En relación con el surgimiento del lenguaje, ha habido varias formas de encarar la evolución dentro del cristianismo. La más torpe, que es la del creacionismo en sentido estricto, consiste en negarla. Algo más flexible, aunque todavía dogmática, es la de la ortodoxia religiosa (católica y no católica) para la que la evolución biológica es indiscutible, pero el pensamiento-lenguaje (el alma) pertenece a un orden inmaterial no verificable empíricamente. Y por fin está el pensamiento religioso heterodoxo, por ejemplo, el del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, mantenido por la jerarquía de su orden y de la Iglesia católica en una especie de limbo intelectual. Teilhard de Chardín sostenía que la energía existe en dos manifestacio2

Hay otra versión en la que la mujer es creada al mismo tiempo que el varón, pero sin referencia al surgimiento del lenguaje: 1.27 “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó”.

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nes, la energía tangencial, que es la que estudian los físicos, y la energía radial. La primera subyace a los procesos evolutivos habituales, por ejemplo, a cualquier reacción química, mientras que la segunda viene a coincidir con el concepto de información y es la responsable de los saltos en el proceso evolutivo, lo cual no difiere demasiado de los planteamientos de Schrödinger, por ejemplo. El problema es que Teilhard de Chardin era un místico y, contra lo que pretende, el lenguaje de la mística choca abiertamente con el de la ciencia. Por eso, cuando afirma que las capas físicas de la tierra (la barisfera, la litosfera, la hidrosfera y la atmósfera) se completaron con la biosfera, la capa de seres vivos, todavía no nos extrañamos o, mejor dicho, no nos extrañamos ahora, aunque en su momento esta afirmación pareció metafórica y poco científica3. Mas cuando Teilhard da un paso más y postula un proceso de hominización que está en la base de la noosfera, de la capa viviente reflexiva que constituye algo más que una nueva especie (la humana), sino un reino enteramente nuevo, distinto de la biosfera (la capa viviente no reflexiva), el científico siente que estas palabras ya han abandonado el método de la ciencia, sobre todo cuando se añade que este nuevo ser, constituido en centro del universo, está inmerso en un proceso de profundización céntrica por el que el pensamiento colectivo, completamente ordenado sobre sí mismo, emerge interiormente, por su propio reflexión integral, en un trascendente, el Punto Omega. Tal vez debamos atenernos a lo que se dice, más que a la forma de decirlo: al fin y al cabo la noosfera no deja de ser el dominio del lenguaje y hay que reconocer que el lenguaje, en la medida en que es el sustento de la conciencia, sitúa a la especie humana en una dimensión diferente.

3

Por ejemplo, la reseña de P. Medawar (Mind, 70, 1961, 99-106) a la obra cumbre de P. Teilhard de Chardin (1955), donde expone lo principal de su planteamiento, es tremendamente crítica y le acusa de acientífico, a pesar de que la hipótesis Gaia (Lovelock, 1979; Margulis, 1989), aceptada hoy por muchos, no dice nada diferente.

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No todos los pueblos conciben este problema de la misma manera. En el Popol Vuh4, el libro que contiene los mitos fundacionales y la escatología de los mayas, los dioses (pues se trata de un pueblo politeísta) ensayan sucesivas versiones del ser humano y el paso de una a otra supone siempre una mejora de sus capacidades lingüísticas: “De esta manera [los dioses] decidieron poner, debajo de las ramas y junto a los troncos enraizados en la tierra, a las bestias y a los animales que abajo se dicen, los cuales obedecieron al mandato de los dioses … Luego, con voz que retumbó por los ámbitos del espacio, uno de los dioses los llamó y les dijo. – Ahora, según vuestra especie, debéis decir vuestros nombres para que sepáis quién os creó y quién os sostiene … Pero los tales no hablaron; sin saber qué hacer se quedaron atónitos. Parecían mudos, como si en sus gargantas hubieran muerto las voces inteligentes. Sólo supieron gritar, según era propio de la clase a que pertenecían. Al ver esto, los dioses, dolidos, entre sí dijeron: – Esto no está bien; será forzoso remediarlo, antes de que sea imposible hacer otra cosa. En seguida, y después de tomar consejo, se dirigieron de nuevo a las bestias, a los animales y a los pájaros, de esta manera: –Por no haber sabido hablar conforme a lo ordenado, tendréis distinto modo de vivir y diversa comida. No viviréis ya en comunión plácida, cada cual huirá de su semejante … Al oír esto, aquellos irracionales se sintieron desdeñados y quisieron recobrar la prepotencia que habían tenido. Con esfuerzo ridículo ensayaron una posible manera de hablar. En este ensayo también fueron torpes, pues sólo gritos salieron de sus gargantas y de sus hocicos … Pronto serían perseguidos y sacrificados y sus carnes rotas, cocidas y devoradas por las gentes de mejor entendimiento que iban a nacer. Los dioses idearon nuevos seres capaces de hablar y de recoger, en hora oportuna, el alimento sembrado y crecido en la tierra … empezaron a formar, con barro húmedo, las carnes del nuevo ser que imaginaban … Cuando estuvo completo entendieron que tampoco, por desgracia, servía porque no era sino un montón de barro negro … Sin embargo, el nuevo ser tuvo el don de la palabra. Esta sonó armoniosa como nunca jamás música alguna había sonado ni vibrado bajo el cielo. Los muñecos hablaron, pero no tuvieron conciencia de lo que decían; y así ignoraron el sentido de sus palabras. Al ver esto, los dioses dijeron: – Viviréis a pesar de todo, mientras vienen mejores seres … Los nuevos seres fueron hechos de madera para que pudieran caminar con rectitud y firmeza sobre la faz de la tierra … Pero en sus relaciones dieron muestras de no tener corazón … Eran muertos con vida … Hablaban, tenían conocimiento de lo que decían, pero no había en sus palabras expresión ni sentimiento … Por esta causa

4

E. Abreu Gómez (ed.), Popol Vuh, Mérida (Yucatán), Editorial Dante, 1986, 6-16.

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también fueron condenados a morir … Luego los dioses dispusieron que la tierra se volviera a llenar de agua y que esta corriera por todas partes … Así sucedió. Esta inundación, que duró muchas lunas, lo destruyó todo … Entonces los dioses se juntaron otra vez y trataron acerca de la creación de nuevas gentes, las cuales serían de carne, hueso e inteligencia … Luego que estuvieron hechos los cuerpos [de maíz] y quedaron completos y torneados sus miembros y dieron muestras de tener movimientos apropiados, se les requirió para que pensaran, hablaran, vieran, sintieran, caminaran y palparan lo que existía y se agitaba cerca de ellos”.

He aquí un texto fascinante. Como se puede ver, el origen del lenguaje se sitúa en los animales, pero es un proceso largo y que transcurre en varias etapas, desde los gritos hasta el lenguaje pleno, pasando por el canto (que se asocia al surgimiento de prácticas recolectoras, una actividad imposible sin cierta forma de comunicación) y por los primeros símbolos, referenciales pero no relacionales (incapaces por tanto de expresar sentimientos). No otra cosa se han planteado modernamente muchos estudiosos, tal y como reflejan los capítulos precedentes: que el lenguaje comienza con una combinación de gritos y gestos, que luego se amplía gracias al canto coral cooperativo, que más tarde aparece un protolenguaje simbólico y que por fin se transforma en lenguaje racional. Esto quiere decir que los mitos fundacionales y las evidencias científicas tan apenas se contradicen. Con todo, sean gradualistas o no, lo cierto es que las religiones no terminan sus disquisiciones sobre el lenguaje en el asunto del origen, sino que las continúan considerando la suerte que corre su producto, la lengua. La forma habitual de plantearse este problema en la tradición monoteísta del Libro es el mito de la torre de Babel: “11.1-9 Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: “Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego”. Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: “Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra”. Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, y pensó Yahvé: “Todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de

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su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Bajemos, pues, y, una vez allí, confundamos su lenguaje, de modo que no se entiendan entre sí. Y desde aquel punto los desperdigó Yahvé por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel, porque allí embrolló Yahvé el lenguaje de todo el mundo…”

No todos los pueblos han conocido una versión parecida a la torre de Babel para explicar la variedad de las lenguas en sus escatologías fundacionales. El citado Popol Vuh de los mayas la justifica como sigue: “Durante un tiempo vivieron en quietud, pero luego decidieron, por razones que se ocultan, partir hacia rumbos extraños … En su peregrinación treparon montañas y cordilleras. Al cruzar las cimas sufrieron, con dolor indecible, el frío de aquellos lugares, porque el fuego que traían consigo se extinguió bajo las ráfagas de arriba … Al ver esto Balam Quitzé, desesperado, dijo: – Tojil, danos otra vez el fuego que nos legaste, dánoslo, porque mis gentes perecen de frío … Tojil, en la oscuridad que le era propicia, con una piedra golpeó el cuero de su sandalia, y de ella, al instante, brotó una chispa, luego un brillo y en seguida una llama y el nuevo fuego lució esplendoroso. Al verlo lucir lo tomó entre sus manos y lo dio a Balam Quitzé, a fin de que fuera repartido entre las gentes … Mas, por aquel entonces, llegaron las tribus rezagadas. Con más apremio clamaban por el fuego que habían perdido. Daba lástima verlas y oírlas. … Ante los que ya tenían fuego decían: – Por piedad no os avergoncéis de nosotros porque con estas palabras y estas manos os rogamos que nos deis parte del fuego que recibisteis. Si no nos lo dais, moriremos … Balam Quitzé oyó, sin entender casi, lo que decían aquellas gentes y les indicó que se aproximaran. Cuando las vio cerca y sumisas les gritó así: – Decidme, ¿en qué lengua habláis? ¿De dónde habéis sacado esos ruidos extraños que salen de vuestras bocas? ¿Acaso ya no sabéis el idioma que todos por igual usábamos en la tierra de Tulán? ¿Qué habéis hecho de las palabras que antes conocíamos y nos eran familiares y gratas? Mudos parecéis, no obstante el parloteo de vuestras bocas” (21-23)

Se ha interpretado muchas veces el mito de Babel como una narración del castigo de Dios a los hombres por su orgullo. No esta clara esta interpretación interesada. Lo que ambos textos muestran de manera inequívoca es que la diversidad lingüística es una consecuencia del aislamiento mutuo de los pueblos que hablan cada idioma. En el Popol Vuh esto se plantea sin ambages. En la Biblia parece como si la diversidad precediera

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a la dispersión, aunque nada se nos dice sobre cómo se produjo dicha diversidad atribuyéndola a la divinidad. También aquí el texto sagrado de los mayas se acerca más a los planteamientos de la ciencia moderna que el relato bíblico, sin duda porque las religiones monoteístas tienen tendencia a atribuirlo todo a la voluntad intervencionista de Dios. En cualquier caso, adviértase cómo ambos textos relacionan el dominio del lenguaje con el progreso tecnológico: a los protagonistas de la Biblia, el lenguaje les permite fabricar ladrillos y argamasa; a los del Popoll Vuh, les facilita la adquisición del fuego para sustituir al que habían perdido. Es notable que las hipótesis que hemos examinado sobre el origen del lenguaje en los capítulos precedentes tan apenas se hayan planteado la contribución de las exigencias del mundo exterior sobre el proceso evolutivo. En términos darwinistas las especies evolucionan porque cambian sus nichos ecológicos y sólo los individuos mejor adaptados logran sobrevivir. Pero en Lingüística este planteamiento ha estado ausente, salvo en los autores que parten de una explicación culturalista, como es lógico, los cuales consideran que no fue el cerebro el que se adaptó al lenguaje, sino al contrario, el instrumento de comunicación desarrollado en el grupo social el que terminó adaptándose a las posibilidades cognitivas del cerebro humano, pues las lenguas que no lo lograron, simplemente se extinguieron (Christiansen y Kirby, 2003). La idea es atractiva pero choca frontalmente con el argumento de la uniformidad de las lenguas: si la complejidad de la lengua estuviese en relación con el grado de desarrollo de la cultura, a culturas primitivas deberían corresponder lenguas primitivas, lo que no es el caso. Esto demuestra que las lenguas se desarrollan, al menos parcialmente, a instancias de los requerimientos del cerebro y no sólo se limitan a ajustarse a las condiciones de entrada que este les impone. La mente del hombre primitivo atesora menos circuitos neuronales que la del hombre civilizado, pues sus necesidades son mucho menores, pero los respectivos idiomas de uno y otro son igual de complejos, sin

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duda porque dicha complejidad pertenece a la condición humana. Habrá que volver, por tanto, a la idea del innatismo de la facultad lingüística, pero poniéndola en relación con los retos del entorno exterior. Sólo en los últimos tiempos se registran algunas aportaciones en este sentido dentro de la lingüística formal. Por ejemplo, Piatelli-Palmarini y Uriagereka (2004) sugieren que el gen FOXP2 actuó como un agente infeccioso que inficionó al protolenguaje con una invasión viral, la morfología, la cual obligó al sistema lingüístico a reaccionar, igual que lo hace el sistema inmune de los organismos, creando anticuerpos capaces de neutralizar los antígenos, y estos anticuerpos serían la sintaxis. La propuesta resulta atractiva, pero extravagante, pues se basa en una analogía engañosa, como tantas que últimamente se ensayan a partir de la Biología, la ciencia de moda. Un agente infeccioso es otro organismo B con otro genoma b que se inserta en un cierto organismo A con su propio genoma a obligándole a reaccionar. Mas en la hipótesis de estos autores resulta que el origen de la infección estaría en el genoma a, pues FOXP2 es precisamente un gen cuyas alteraciones se manifiestan en comportamientos morfológicos desviantes. Como si dijéramos hay un proceso de autoinfección, algo que deja estupefacto al microbiólogo. En realidad esta propuesta pintoresca —y otras que se hacen cada año en el mismo sentido— responde a un intento desesperado por salvar la autonomía de la sintaxis, el componente sagrado de la teoría generativista. El problema es que autonomía no es sinónimo de recursividad. Que la sintaxis de las lenguas registra leyes claramente arbitrarias e inmotivadas, que no se explican en función del entorno exterior, parece evidente, como hemos señalado reiteradamente. Pero esto es una cosa y otra que dicho componente deba cifrar su autonomía en la recursividad. En primer lugar la recursividad —la posibilidad de formar cadenas infinitas con medios finitos— no es una propiedad exclusiva del lenguaje: Hauser, Chomsky y Fitch (2002) la han registra-

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do también en otras especies dedicadas al forrajeo, aunque dentro de un módulo mental impenetrable según ellos. En segundo lugar, la supuesta recursividad lingüística está mucho más restringida en el lenguaje de lo que se suele decir y no sólo por limitaciones de la memoria. En algún caso, como en las oraciones de relativo incrustadas (el hombre que vive en la casa que visitó la chica que trajo el libro que me prestó el profesor que…) representa una posibilidad teórica muy poco aprovechada. En otros casos, ni siquiera eso: por ejemplo, la acumulación de infinitivos (querría poder saber decirlo como tú) o de preposiciones (nos espiaban desde por entre los árboles) está muy limitada y esto nada tiene que ver con nuestra capacidad mnemotécnica. La obsesión de los formalistas por la recursividad obedece a que su primer modelo (Chomsky, 1957) concebía la sintaxis como un algoritmo en un momento en el que se estaba buscando un sustrato formal del lenguaje susceptible de convertir a la Lingüística en una ciencia parangonable a la Física, la cual utiliza el álgebra para predecir el comportamiento de la naturaleza. Desde este supuesto, la sintaxis se presenta como el componente interno que relaciona los dos niveles externos, los sonidos (el significante) y el vocabulario (el significado). Pero esto, siendo cierto, no presupone que su forma deba ser algorítmica5. Podría ser de naturaleza conjuntística, como creían los estructuralistas (Hjelmslev, 1953), y seguiría resultando igual de central y de inmotivada. En las últimas propuestas del modelo evolutivo generativista se concede cada vez mayor relevancia a la epigénesis, es decir a los desarrollos que no están condicionados de manera exclusiva por los genes, sino que resultan de la interacción de estos con el entorno; el catálogo de aprioris genéticos intocables sigue incluyendo las operaciones que propician la recursividad, pero también un inventario universal de rasgos no inter-

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La recursividad tampoco es privativa de la sintaxis. Existen lenguas en las que la recursividad aparece en el léxico (Culy, 1985) y lenguas con una sintaxis no recursiva (Everett, 2005).

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pretables empíricamente (Lorenzo y Longa, 2003). Parece un primer paso para desarrollar un planteamiento plenamente conjuntístico. En cualquier caso, el verdadero problema no esta ahí sino en el sustrato ideológico de la teoría chomskiana. Como es sabido, Chomsky hunde sus raíces epistemológicas en el idealismo platónico y en el racionalismo cartesiano (Chomsky, 1966). Pero de una o de otra manera esta postura gnoseológica caracteriza a la filosofía occidental en su conjunto. Podrá discutirse si resulta más o menos acertada en relación con el problema de la conciencia, con el de la moral o con el de los universales. Lo que parece seguro es que para caracterizar el lenguaje no sólo se revela reduccionista, sino fundamentalmente errónea. Porque una lengua no es cosa de uno, es asunto de dos como mínimo y, casi siempre, de muchos. Esto es lo que enfrenta decididamente al texto del Popol Vuh con el de la Biblia: que en esta el lenguaje lo “inventa” Adán y cuando se va a producir la diversificación de las lenguas es Dios directamente quien cambia la lengua de cada persona, mientras que en el texto maya las sucesivas versiones del lenguaje son ensayos que se producen en un grupo, primero de animales, luego de seres humanos, y también son grupales las causas de su ulterior diversificación. No todos los pensadores occidentales asumen esta postura individualista e inmanentista, pero los que se oponen a ella están en minoría. Entre los filósofos, al menos desde la acción comunicativa de Habermas (1981), para quien las relaciones sociales se basan en una interacción mediante signos lingüísticos en busca de consenso, se ha desarrollado toda una corriente sociológica en relación con el lenguaje. Pero Habermas y su escuela todavía se muestran idealistas, en la medida en que encaran el lenguaje ingenuamente, como una búsqueda de entendimiento. Menor complacencia se puede entrever en las siguientes palabras de Bourdieu (1982, 13-14):

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“Se trataría de mostrar que resulta legítimo tratar las relaciones sociales —y las mismas relaciones de dominación— como interacciones simbólicas, es decir como relaciones comunicativas que implican el conocimiento y reconocimiento, pues no conviene olvidar que las relaciones comunicativas por excelencia, que son los intercambios lingüísticos, también son relaciones de poder simbólico en las que se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores o entre los grupos respectivos”

Por eso Bourdieu se enfrenta al estructuralismo (y, con mayor razón, al generativismo) acusándoles de interpretar los fenómenos sociales como si hubiesen sido escritos para ser leídos por el científico en calidad de espectador imparcial, lo cual les lleva a interpretar la lengua de manera incompleta como un sistema simbólico aislado de sus funciones prácticas. También los lingüistas empiezan a ser sensibles a este nuevo paradigma interactivo, siquiera tímidamente6. E. Bernárdez (2008) ha escrito un ensayo en el que, tras argumentar convincentemente, se concluye: 1) que el discurso es el verdadero objeto de estudio de la Lingüística; 2) que la supuesta naturalidad del monolingüismo es falsa; 3) que los occidentales, al propugnar la presunta universalidad de los rasgos característicos de sus lenguas, han impuesto una descarada manipulación a lo pensable; y 4) que el lenguaje no es algo estrictamente individual7. ¿Hay razones evolutivas para acometer el tema del origen del lenguaje desde la perspectiva social que estamos considerando? Mithen (2000) ha estudiado el problema de la evolución de la capacidad cognitiva de los mamíferos, desde los 6

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Me refiero, claro está, a los lingüistas teóricos, que son los que influyen en las distintas concepciones sobre el origen del lenguaje. Los lingüistas aplicados (sociolingüistas, dialectólogos, especialistas en análisis conversacional) siempre han sido conscientes de la dimensión interactiva del lenguaje, sólo que la teoría los despachaba como empiristas que se ocupan del “habla”. También que no es innato, propiedad que realmente resulta independiente de la anterior, por lo que, no coincidiendo en esta apreciación con Bernárdez, entiendo sin embargo que las demás son acertadas.

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más elementales hasta el ser humano. Los animales, dice, se caracterizan porque su cerebro no está modularizado, es decir, porque su capacidad cognitiva se aplica por igual a todas las conductas. Un perro con buena capacidad cognitiva —lo que se suele llamar un perro listo— sobresale en todo: ayuda a sus amos, cuida de los niños, tiene habilidades que le hemos enseñado, etc. Un perro con escasa capacidad cognitiva es el típico perro tonto que fracasa en todas las pautas de conducta anteriores. Pero uno y otro son generalistas cognitivos, no hay especialización. Los primates, nuestros antepasados mediatos del reino animal difieren básicamente de este patrón. Los chimpancés y los gorilas tienen una notable capacidad cognitiva social y unas incipientes capacidades cognitivas tecnológica y de conocimiento del medio natural. Así cada manada de gorilas tiene un jefe, pero su sustitución por un macho más joven no se produce brutalmente como en otras especies animales. Entre los gorilas el aspirante a la jefatura aprovecha las ausencias del jefe para ganarse a los demás haciéndoles muecas, caricias o ayudándoles a despiojarse. Cuando el jefe regresa, disimula y se pone a rendirle pleitesía. Hasta que llega un momento en el que el número de sus partidarios es superior al de los partidarios del jefe que está derrocando. Entonces se lo hace comprender y se produce el cambio en la jefatura sin violencia. Notable sociedad esta en la que hay amigos, enemigos, traiciones, disimulo, en definitiva comportamientos sociales muy complejos. Por el contrario, las otras dos inteligencias son sólo incipientes: los gorilas no fabrican propiamente instrumentos, aunque los utilizan (ramas delgadas que introducen en los hormigueros para cazar a las hormigas, almohadas de hojas empapadas en agua que transportan para beber, etc.). También poseen un limitado conocimiento de las rutas forrajeras o de las semillas y frutas que les perjudican. Se podría representar la capacidad cognitiva de un perro comparada con la de un gorila como sigue:

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cog. cog. cognición

nat tec

generalista cognición social

MENTE DEL PERRO

MENTE DEL GORILA

Los seres humanos tienen una mente modular. No existe nadie que sea el mejor en aritmética y en escritura y en danza y en deporte y en contar chistes. Lo normal es que la persona que destaca en una actividad sea deficiente en otras. Hay como una especie de compensación. Por eso se ha comparado la mente humana con una navaja suiza en la que existen varias piezas, cada una para una función diferente. Sin embargo, lo más interesante de la aportación de Mithen no es el señalamiento de dicha pluralidad cognitiva, sino el de su factor de potenciación: el lenguaje. Porque los seres humanos no sólo difieren de los primates porque tienen más módulos cognitivos, sino porque son capaces de relacionar unos con otros de forma colaborativa. Esto se aprecia en las primeras manifestaciones culturales plenas de la especie, por ejemplo, en el arte o en la agricultura. Para cultivar un campo de trigo resultaba necesaria: a) una elevada cognición social, pues el trabajo se hacía en equipo, con el jefe de la hilera de segadores que va indicando la dirección y la velocidad de la cuadrilla, por ejemplo; b) una desarrollada cognición tecnológica, ya que para las labores del campo había que fabricar y manejar instrumentos (hoces, trillos, azadas, arados, etc.); c) un buen conocimiento de la naturaleza, por ejemplo de las clases de semillas, de la calidad de los terrenos, etc. Sin embargo, estas cogniciones no pueden aislarse unas de otras, no son compartimentos estancos: el grupo social pone en común sus conocimientos técnicos y

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botánico-edafológicos y para hacerlo necesita el lenguaje. El lenguaje se presenta así como el puente que permite la intercomunicación entre los distintos módulos cognitivos: cogn. social

cogn.

LENGUAJE

cogn.

técnica natural

MENTE DEL SER HUMANO

Este papel mediador del lenguaje se aprecia igualmente en el Arte. Wildgen (2004) ha explorado el desarrollo de la función simbólica a través de las primitivas manifestaciones artísticas de la especie humana considerando la evolución de las habilidades simbólicas y lingüísticas en el contexto más amplio de la evolución corporal, ecológica y social del ser humano. Partiendo de que, presumiblemente, muchas habilidades comunicativas ya estaban presentes en los homínidos hace diez millones de años y sirvieron de preparación para el surgimiento del protolenguaje entre dos millones y medio millón de años a. J. C., se plantea un escenario multilateral muy parecido al que proponíamos páginas atrás: a) Escenario preadaptativo: la evolución física y cognitiva habría creado un transfondo adecuado por lo que respecta a la vocalización y a la planificación secuencial: b) Escenario de cuello de botella: el aislamiento de pequeñas poblaciones de homínidos que habían sufrido una mutación genética y que se hallaban en peligro de extinción determinó una especiación genética que, ante el peligro de extinción de la especie, condujo rápidamente al surgimiento del protolenguaje;

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c) Escenario de aceleración. Las habilidades comunicativas cobran importancia en la elección de pareja y en el juego social, por lo que el proceso evolutivo se acelera: d) Escenario del medio simbólico: las habilidades simbólicas, presentes desde el comienzo, cobran una inusitada importancia en el periodo del arte paleolítico, por lo que el éxito evolutivo de los Cromagnones se debe más a sus capacidades artísticas y rituales que a su fuerza física, que era menor que la de los Neanderthales. La evolución del lenguaje fue, pues, un fenómeno gradual, lo cual no excluye periodos de aceleración y periodos de estasis. Siguiendo las ideas del etólogo Lorenz (1986), Wildgen considera que la conducta simbólica del ser humano es una continuación natural de la de los animales, sólo que lo que en ellos es emulación instintiva en el hombre pasa a ser fundamentalmente imitación consciente. Destaca que el punto decisivo para llegar a una teoría de la mente no lo constituye el surgimiento de la proposición, en el sentido de Fodor (1983), sino el de la argumentación, práctica comunicativa en la que las emociones revisten gran importancia. Seguidamente estudia la contribución de la religión y de la fabricación de instrumentos para el desarrollo de dicha teoría de la mente. Lo que habría habido en la génesis de lo simbólico son sendos procesos de animismo —en los ritos— y de artificiosidad —en los instrumentos— similares a las etapas que reconoce Piaget (1923) en el desarrollo ontogenético. El arte coadyuvó a la fijación de lo simbólico: Wildgen establece una continuidad entre las fases que sigue la representación pictórica y las que conducen a la escritura según un proceso de progresiva abstracción, de manera que las representaciones realistas de Altamira se estilizan en el llamado arte levantino y acaban siendo puramente ideográficas, como los ideogramas chinos o egipcios, los cuales a su vez se convierten en escritura silábica y esta en alfabética (Tusón, 1997; Moreno Cabrera, 2005).

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Widgen concluye, siguiendo a Cangelosi, Greco y Harnard (2002), que lo simbólico surge cuando se pasa de la táctica toil (“trabajo duro”) a la táctica theft (“robo”) en la categorización, es decir del método de prueba y error al método de aprovechamiento de las categorizaciones de los otros. Una consecuencia de la importancia concedida a la categorización es que el módulo fonético y el módulo semántico aparecieron antes que el módulo sintáctico y que este no tiene para el lenguaje la importancia que le atribuyen los generativistas. En realidad las capacidades lingüísticas surgieron en estrecha relación con el juego, el arte, los rituales, la narración de mitos y los juegos, todo ello acompañado de música y de danza en comunidades de tamaño reducido. ¿Cómo funciona la categorización? K. Lewin (1936) desarrolló hace tres cuartos de siglo la noción capital de espacio vital en Psicología y le dio un fundamento neurológico. Los seres humanos convertimos las escenas en las que participamos en huellas mentales de los objetos que las componen, pero no sólo de los objetos, sino también de los deseos, emociones, secuencias lingüísticas, etc., que los acompañan y que resultan de nuestras relaciones con otros seres humanos. El espacio mental se puede representar mediante dos mapas, uno en el que aparecen los objetivos que se propone el sujeto y las barreras que eventualmente se oponen a su consecución y otro mapa en el que aparecen las fuerzas que lo atraen o que lo repelen en relación con dichos objetivos. Los modernos hallazgos de la Neurología confirman lo acertado de la hipótesis de Lewin. Antiguamente se daba por supuesto que los conceptos se albergan en compartimentos (loci) de la memoria, en alguna parte del cerebro. Pero ahora nos preguntamos cómo es esto posible. Los estudios llevados a cabo con distintos animales sobre percepción sensorial ponen de manifiesto que el cerebro trabaja en paralelo, esto es, que los elementos de la realidad son analizados simultáneamente en varios aspectos (formas, colores, tamaños, etc., en la percepción visual) y que

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el resultado de esta red neuronal compleja es lo que solemos llamar una idea (en la visión, una imagen mental): la idea de roble (estoy viendo un roble) sería, pues, la suma de la visión del tronco, de las hojas, del rumor de la brisa entre las ramas, del olor a campo, etc. Pero el punto de inicio del proceso es semasiológico: es la realidad externa, los rayos de luz que refleja la superficie de un roble real, los que conducen a nuestro cerebro (y también al de un animal) a comportarse de determinada manera. Rumelhart et alii (1986) han explicado cómo procede el sistema nervioso en estos casos. Las células nerviosas de entrada son excitadas por estímulos diversos y disparan a través de conexiones variables hasta las células nerviosas intermedias (ocultas). La variabilidad de las conexiones obedece al hecho de que cada conexión requiere un cierto nivel de excitación, pero este tiene un peso variable y es modificable, de forma que las conexiones que transmiten señales con más frecuencia alcanzan valores de conducción más elevados. La memoria del sistema neural es, en un momento dado, la matriz completa de sus pesos. En la fase siguiente el proceso se repite y la excitación se transmite desde las unidades ocultas hasta la unidad de salida, si bien dichas unidades ocultas le permiten a la red desarrollar una representación interna: unidad de salida conexiones variables

unidades ocultas conexiones variables

unidades de entrada

forma

color

brillo

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Esto ocurre también en los circuitos del lenguaje. Algunas investigaciones neurológicas llevadas a cabo recientemente han puesto de manifiesto que la activación de un concepto supone la activación de los rasgos perceptivos correspondientes a su referente y al mismo tiempo la activación del patrón fónico de la palabra correspondiente en la memoria. Así, los datos de Martin et alii (1995) obtenidos por tomografía de emisión de positrones muestran que el córtex motor primario, el cual interviene en la manipulación de objetos, es activado cuando pensamos en el nombre de un instrumento que se maneja con la mano, como un cuchillo o un lápiz, patrón fónico que a su vez activa el área de Broca. Por otro lado, cuando los sujetos del experimento piensan en el nombre de un animal, junto al área de Broca se activa el lóbulo occipital, que es el asiento de la percepción visual. Las dificultades se plantean cuando consideramos las unidades ocultas que sostienen lo que llamamos la idea. Evidentemente el punto de partida onomasiológico excluye la percepción del mundo como fuente de entrada y supone un acceso directo a compartimentos mnemotécnicos. ¿En qué parte del cerebro se aloja la memoria? En varias a la vez, pero —y esto es importante tenerlo presente— fundamentalmente en la zona de los ganglios basales situada en el interior del cerebro (Dudai, 1989): las memorias de procedimiento (cómo hacer algo: montar en bicicleta, descorchar una botella, etc.) se ubican en el cerebelo y en el putamen; las memorias episódicas (el recuerdo de experiencias pasadas) se ubican en el hipocampo; las memorias consuetudinarias (costumbres arraigadas) se ubican en el núcleo caudado; las memorias traumáticas (fobias) se ubican en la amígdala. Tan sólo la memoria semántica a largo plazo se localiza en la zona cortical, pero a instancias de los ganglios basales que son los que elaboraron los datos de la corteza hasta darles consistencia y capacidad recurrente (Mesulam, 1990):

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corteza núcleo caudado

tálamo

putamen

ganglios basales hipotálamo hipocampo amígdala

La consecuencia de lo anterior es que la memoria lingüística debe organizarse conforme al patrón estructural que le marcan los ganglios basales y, en general, las zonas subcorticales. Estas estructuras cerebrales, además de intervenir en el almacenamiento, lo que hacen es organizar la secuenciación automática de acciones y, con ella, la sintaxis. Por eso los pacientes de Parkinson, los cuales suelen tener afectadas las estructuras subcorticales, presentan frecuentemente interrupciones e interferencias en la producción y en la comprensión de la sintaxis (Natsopoulos et alii, 1993). En estas condiciones resulta bastante inverosímil pretender que el fundamento de la facultad del lenguaje reside en las recursividad. Evidentemente la sintaxis ocupa un lugar preferente para la misma, pero no una sintaxis algorítmica, sino una sintaxis basada en sistemas de categorización y de creación de escenas. La colaboración social en los actos de habla se traduce en espacios mentales (Fauconnier, 1985) compartidos por los interlocutores para cuya composición es preciso el concurso de casi todo el cerebro, tanto de la corteza como del sistema límbico. Dichos espacios mentales se componen de categorías léxicas y formales, de emociones, de inferen-

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cias discursivas (presuposiciones, sobreentendidos, etc.) y de efectos pragmáticos, todo lo cual debe articularse formando un cuadro mental coherente. Cuadro mental, además, que no es el del hablante, sino fundamentalmente el de sus oyentes, pues se trata de un cuadro social. Esta complejidad, en la que consiste el lenguaje, se fue preparando lentamente en los homínidos mientras desarrollaron sus prerrequisitos biológicos, alcanzó más tarde una primera manifestación lingüística en el protolenguaje exaptado desde las imágenes visuales y su segunda —y por ahora definitiva— configuración cuando la exaptación de la forma abstracta del código genético permitió asumir plenamente los espacios mentales del Homo sapiens. Un planteamiento evolutivo exige que sea el entorno quien previamente crea las condiciones de la evolución. No es que surja la sintaxis (o la fonología o lo que sea) y luego se aplique a la comunicación. Es que la comunicación suscita unas exigencias adaptativas que hacen triunfar determinada innovación entre varias disponibles. El problema está en que el lenguaje es una institución social y lo que el cerebro tuvo que conseguir en su evolución desde los homínidos fue acomodarse a las pautas comunicativas de la sociedad, las cuales consisten en una compleja red de sentidos, explícitos e implícitos, que sólo pueden tomar forma como escenas en las que concurren líneas de fuerza y nudos que las atraen o las repelen. Lenguaje y sociedad son dos caras de la misma moneda y, aunque en este libro se ha prescindido del aspecto social por razones metodológicas, no podrían haberse producido el uno sin la otra. Algo que ya sabía Aristóteles (Política, I, i.9), pero que sorprendentemente parecemos haber olvidado: “El hombre es un animal social, pero lo es más que una abeja o un animal gregario. Pues como la naturaleza no hace nada en vano, sólo el hombre tiene lenguaje”.

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