El Olam haba

August 31, 2017 | Author: wilfredo torres | Category: Reincarnation, Hell, Satan, Resurrection, Sin
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El Olam haba, o el Más Allá en el Judaísmo I

Hna. María del Cielo El presente trabajo intenta ser un esbozo de las creencias escatológicas del judaísmo. Por la dificultad del tema, y por la diversidad de opiniones al respecto dentro del mismo judaísmo es difícil dar un estudio acabado, pero si podemos dar algunas apreciaciones basándonos en algunos de sus textos y en la doctrina cristiana. Los ángeles El judaísmo recibió del Antiguo Israel la creencia en ángeles, creados por Dios, a quien rodean a modo de corte y están a su servicio. Según los datos bíblicos y en algunos escritos judíos antiguos se concibe a los ángeles como enviados (mal’ak, enviado), su tarea principal es realizar las misiones encomendadas por Dios, especialmente ante los hombres.

Maimonides (Ramban) Junto a esto, el ángel tiene la tarea de alabar a Dios, cantando himnos y proclamando su santidad, y presentarle las oraciones de los hombres. En nombre de Dios acompañan a las personas, velan por la observancia del orden cósmico y castigan los pecados de los hombres que lo perturban, asumiendo en este contexto diversas tareas, como la del ángel acusador, ángel del castigo, del juicio, de la muerte, frente a los impíos, mientras que con los justos son acompañantes, protectores e intercesores. Maimónides (Ram bam)[1] filósofo judío, afirma la existencia de los ángeles al dividir lo que Dios creó en el mundo en tres partes: El tercer género de criaturas serían los que poseen forma y no materia, estos son los ángeles, seres inmateriales aunque sus formas están claramente separadas unas de otras (contra otras corrientes en el judaísmo que niegan la individualidad de los seres espirituales).[2]

El judaísmo rabínico hereda y toma postura ante esta creencia. Por una parte, aceptan la creencia básica, pero por otra, polemizan contra todo aquello que podía ir en menoscabo del primado de Dios y del papel relevante del hombre en la creación. Pero el judaísmo contemporáneo, en general, considera las tradiciones angélicas como material simbólico y poético, perteneciente a otra cosmovisión. En concreto el judaísmo reformado y el conservador han eliminado de la liturgia toda referencia a ellos o las interpretan mitológicamente[3]. Un rabino explica así, la “intervención” de los ángeles buenos y malos en la vida del hombre: “Cuando la persona realiza algún acto erróneo, o pecaminoso, o rebelde libera una energía negativa que se acumula en el acervo espiritual de la persona (y de la nación). A esto tradicionalmente se le denominó ángel acusador, ya que actúa como indicador del pecado de la persona. Por su parte cada acto justo, o correcto, o en cumplimiento de un mandamiento libera energía de sentido positivo, que se suma al tesoro espiritual personal. Es lo que en la Tradición se ha llamado ángel defensor, ya que su presencia denota la buena acción de la persona”[4]. El episodio de la Biblia, donde Jacob lucha contra el ángel de Dios, es interpretado como la lucha contra las malas inclinaciones, como se puede ver en este comentario a la Parasha: "Jacob se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta el amanecer" (32:25) “El Hombre/ángel con el que Yaakov (Jacob) luchó representa el Yetzer Hara (La inclinación del hombre al mal)[5]”. Satanás ¿ángel bueno o malo? Algunos autores judíos afirman que según la tradición “Satanás fue el símbolo místico de todas las fuerzas malas en el mundo. Algunas veces fue identificado con el tentador, el impulso malo que nos incita a cumplir con el lado peor de nuestra naturaleza o mala inclinación. Pero aun esta noción, nunca echó raíces profundas. Por esta razón, el judaísmo es tan estrictamente monoteísta que rechaza la tentación de entronizar cualquier ser que no sea Dios, con la autoridad sobre un reino metafísico, aun el reino del mal”[6]. De acuerdo a esta doctrina, no existe para el judaísmo Satanás como ángel malo, ni creen en los demonios que habiendo sido “creados por Dios con una naturaleza buena, se hicieron a sí mismos malos”[7]. Bajo ningún punto de vista aceptan que Satanás, sublevado contra su Creador, tienta al hombre para llevarlo al mal y apartarlo de El. Según ellos, todos los ángeles son buenos porque están al servicio de Dios, algunas veces para ayudar a los hombres, otras veces para castigarlos. Esto se deja ver claramente en la entrevista a Elio Toaff, rabino de Roma, por el periodista Alain Elkann.

-“¿Porque en la Biblia no se hace referencia al enfrentamiento primigenio entre Dios y Satanás?” - E. Toaff responde: “Satanás es considerado como uno de los ángeles que están al servicio de Dios. ¿Porque tiene esta horrible fama? Solamente porque su deber es el de poner en evidencia los pecados, los vicios del pueblo. Es el ángel acusador, que le hace ver a Dios el lado peor del pueblo de Israel”[8]. No aceptan la creencia en el diablo, porque seria como igualarlo a Dios: “imaginar un poder que se rebela contra Dios y tiene chance de prevalecer, no es más que idolatría”[9]. Por lo tanto afirman que “Dios es el Creador de ambos, el bien y (de un modo que no entendemos) el mal, y todo lo que existe tiene su origen en Dios y en ningún otro. No puede haber dominio satánico, porque todo lo que es cae bajo el control de Dios y de ningún otro”[10]. Ciertamente que “imaginar un poder que se rebela contra Dios y tiene chance de prevalecer, no es más que idolatría”. Pero al afirmar que los hombres comenten pecado también se está hablando de seres que se rebelan contra Dios. Lo afirma el Salmo: “¿por qué se amotinan las naciones? … Se alían los jefes de la tierra, conspiran contra el Señor y contra su Mesías”. Lo mismo ocurre con el demonio. La enseñanza de la Iglesia es clara: afirma la existencia de Satanás, pero no concibe “dos principios”, ya que no hay más que un solo Dios. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: No puede impedir la edificación del Reino de Dios”[11]. Si bien Dios permite esta actividad diabólica, “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que lo aman” (Rom.8, 28). Para muchos judíos, Satanás es una tendencia al mal innata en el hombre. “No existe fuente alguna en la Tora y el Talmud que haga referencia al Satán como un ente maligno con conciencia propia y autoridad. el Satán es, como la Tora lo indica al designarlo con el nombre Satán, como una fuerza desviadora de un camino, esas fuerzas son enviadas y creadas por Dios para cumplir con un objetivo así como Dios crea el viento o la gravedad y el sol y les encomienda actuar sobre la naturaleza así también lo hace con las fuerzas espirituales y así como la Tora utiliza el antropomorfismo metafórico para dar más fuerza a sus mensajes con los poderes naturales terrenales - devarim 32 , también lo hace con los poderes espirituales como en Job, pero no es un ser como el hombre que piensa decide y actúa por su propia cuenta , es solo una parábola. El Satán de acuerdo a todos nuestros pensadores no es mas que una referencia metafórica a las inclinaciones del hombre que tiene hacia el mal, de allí el nombre Satán desviador, no es un ser con malas intenciones que quiere destruir al hombre y fomentar el pecado como se concibe en ciertas culturas donde existe una guerra universal entre el bien y el mal. La guerra existe pero en el interior de cada espíritu humano, los seres y poderes espirituales así como las criaturas y fuerzas terrenales carecen de autoconciencia y libre albedrío, solo son elementos que cumplen con una función, carecen de intenciones malas o buenas; solo el hombre posee intenciones, posee autoconciencia, fue el único que comió de árbol del bien y el mal y el único que puede

practicarlos, el único creado a imagen y semejanza divina. El Talmud dice "el Satán no es más que el instinto malo" - baba batra 15 - el instinto malo es parte nuestra.”[12]. “Satanás actúa solamente a partir de las órdenes de Dios. Satanás no es malo, sino que es enviado por Dios. Es el ángel que debe probar a los hombres y el que recibió la tarea más fea y más temible, pero en cierto sentido, más divina. Porque al final, Satanás, es el que te acerca a Dios cuando tu mueres. Para nosotros es un ángel, y no un ángel caído: Dios no lo ha expulsado del Cielo. Voy a decir más, es el ángel predilecto de Dios… Satanás acusa a los malos porque protege a los indefensos. De hecho es Satanás en el Día del Juicio quien juzgará a los tiranos. Por lo tanto es ejecutor de la justicia de Dios, y no su violador…Si quieres culpar a alguien en este escenario, culpa al Todopoderoso: Satanás es inocente”[13]. Si bien compartimos los mismos textos del Génesis, es muy distinta la interpretación que el judaísmo da del episodio de la Creación. El Judaísmo no cree en el pecado original por el cual nuestros primeros padres Adán y Eva, dejándose seducir por la serpiente (Satanás o el diablo) quisieron ser como Dios (pecado de soberbia). Tampoco creen que como padres del género humano, si bien cometieron un pecado personal, este pecado afecta a toda la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído[14]. “No creemos en el “pecado original”, y no sostenemos que los seres humanos sean básicamente “pecadores”[15]. Según ellos, la serpiente no era Satanás, sino una metáfora. Todos los hombres nacemos sin pecado, ni macula.[16] Un rabino afirma:“Es más, nuestra tradición argumenta que el Ietzer HaRa (pulsión negativa) solo le es conferida a la persona a partir del momento en que es dado a luz; en el vientre materno es puro, pleno de Ietzer HaTov, el instinto al Bien”[17]. “Mientras que la tendencia mala está presente en la persona desde el nacimiento, la buena, yezer ha-tob, que la combate, hace su primera aparición a los trece años, en la edad de la reflexión y el razonamiento, cuando se celebra el bar-miswa, en que se acepta el yugo de la Ley”[18]. Entonces, si fuimos creados puros y suponiendo que no heredamos esa inclinación al mal desde el origen, ¿Porque Dios “crea y envía estas fuerzas” para actuar sobre nuestra naturaleza? ¿No implicaría en Dios el querer mal y que seamos tentados aun con el riesgo de sucumbir bajo estas “malas inclinaciones”? ¿Porque se nos confiere esa pulsión negativa al nacer? “Así el mundo ha sido creado como un lugar donde es posible, pero muy difícil obedecer a Dios: Dios permite la existencia del mal y de la tentación, aunque se puedan arrastrar a los hombres a apartarse de El y despreciar sus enseñanzas”[19]. De este modo, Dios termina siendo el culpable del mal en el mundo, y no simplemente quien “lo permite”, es al fin y al cabo, el culpable de las mismas inclinaciones malas del hombre: “Si quieres culpar a alguien en este escenario, culpa al Todopoderoso: Satanás es inocente”. Pero el mismo Señor nos dice en el libro de la Sabiduría: “Dios creo inmortal al hombre, y lo formó a su imagen y semejanza; más por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo; e imitan al diablo los que son de su bando”[20].

Muchos autores judíos pretenden dar una interpretación metafórica a los pasajes de las Sagradas Escrituras donde aparece la intervención de Satanás o diablo, para salvar “la gloria y la primacía de Dios” quien no admite ninguna fuerza contraria a El; pero de este modo se corre el peligro de negar la bondad de Aquel que nos ha creado y que a pesar de nuestras infidelidades ha establecido una Alianza perpetua con el hombre. Nos olvidamos de Nuestro Padre amoroso que no quiere la muerte del hombre sino que viva: “No os afanéis en acarrearos la muerte con el descarrío de vuestra vida; ni os granjeéis la perdición con las obras de vuestras manos. Porque no es Dios quien hizo la muerte, ni se complace en la perdición de los vivientes: Todo lo creó para la vida; saludables hizo las cosas que nacen en el mundo…Más los impíos con las manos y con las palabras llamaron a la muerte; y reputándola como amiga, vinieron a corromperse hasta hacer con ella alianza, como dignos de tal sociedad”[21].

El Olam haba, o el Mas Allá en el Judaísmo II El infierno Hna.María del Cielo Así como para el judaísmo no existe Satanás como ángel malo, tampoco existe el infierno, lugar destinado al castigo eterno de los réprobos. Según algunos Dios castiga a los malos. Así lo afirma Maimonides, famoso filosofo judío: “Dios retribuye al hombre de acuerdo a sus acciones: Premia por el bien y castiga por el mal. Una acción buena no cubre por otra mala, ni viceversa. Tanto el premio como el castigo se dan en el Mundo Venidero que es completamente espiritual”[1]. Al respecto dice la Sagrada Escritura: “Sigue los caminos de tu corazón y lo que encanta tus ojos; pero sábete que de todas estas cosas Dios te pedirá cuentas”[2]. Otros autores sostienen que se da un castigo pero por un período de tiempo, no eterno. Aun así, nadie puede explicar de qué modo se da esto. “Todos los hombres atraviesan después de la muerte un cierto período, o sea siete días en los cuales el individuo no es capaz de separarse de los bienes terrenos, o sea de la propia familia. Después hay un mes que prepara la separación, el individuo comienza a ser atraído más del cielo que de la tierra. Por eso se hace un año de luto, pero un año que termina a los 11 meses, porque el luto se tendría que hacer por un año por las personas que tienen muchos pecados graves que expiar. Como, creemos que no hay dentro de nosotros un réprobo completo, hacemos luto por 11 meses. Después de los once meses la persona va al paraíso. No existe el infierno, pero existe el castigo. Como para el justo hay un premio que se da en el lapso de tiempo de un año, así, para el réprobo existe el castigo.

Después de este año, estos 11 meses, van todos al paraíso”[3]. En algunos se ve una contradicción al decir que tanto buenos y malos después de la muerte estaremos junto a Dios. "No hay gueinom (infierno) en el Mundo Venidero, sino que el Santo Bendito Sea, sacará al sol de su estuche (es decir, energía pura, sin filtros) y los justos se curan con él, mientras que los malvados sufren con él."[4] Otro autor afirma: “El infierno NO existe como lo han planteado otras religiones, o algunas personas que no conocen la médula del judaísmo. Malos y buenos, sin otras distinciones, TODOS tenemos nuestro destino en el Olam HaBa (Mas Allá), pero allí tendremos roles o posiciones diferentes, que nos permitirán gozar más o menos, o aún sentir displacer por habernos integrado a la Fuente de Vida Eterna, que es H’ (Dios)”.[5] ¿Cómo un alma puede sentir displacer por unirse a El eternamente? ¿Si la sola contemplación de Dios constituye la misma Bienaventuranza en la otra vida? “Se dirá en aquel día: “He aquí, este es nuestro Dios, en quien esperábamos; El nos salvara. Este es Yahvé, en quien hemos puesto nuestra esperanza; regocijémonos y alegrémonos en su salvación”[6]. No hay felicidad que se compare a la que experimentan los justos en la Vida eterna, precisamente porque el centro de la misma es Dios. Maimonides se refiere a un premio espiritual en el Mas Allá, muy distinto del que ofrece este mundo: “Este mundo en el que vivimos es un mundo de prueba para, mediante la obediencia a Dios, lograr llegar a estar cerca de El eternamente en el Mundo Venidero que es el mayor placer al que puede aspirar un ser humano. Ningún placer y ninguna satisfacción de este mundo puede retribuir siquiera por una sola buena acción, pues los placeres terrenales nunca son eternos”[7] De ningún modo se puede contemplar el rostro del Altísimo, y “sufrir con el” o “sentir displacer por habernos integrado a la Fuente de Vida Eterna”. Precisamente la pena principal del infierno según la doctrina católica consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira[8]. Por lo tanto, el castigo no puede ser estar junto a El, porque precisamente ese es el fin de la Vida del Hombre, en eso consistirá nuestro gozo: vivir con Dios y para siempre.

"El Infierno", segun El Bosco

Si afirmamos que no existe el infierno, que todos llegaran al Cielo, estaríamos negando la justicia de Dios, que da a cada uno según sus obras. ¿Como se entienden las palabras del profeta Daniel según el cual “de los que duermen en el polvo de la tierra se despertaran, unos para vida eterna, otros para ignominia y vergüenza eterna”?[9] ¿Cómo se interpretan sino las palabras del Eclesiástico: “Después se levantara y les dará el pago, a cada uno en particular, y los enviara al profundo de la tierra. Pero a los que se arrepienten les concede el volver a la justicia…y destinó para ellos el premio de la verdad”[10]. Dice Dios en boca del Profeta Isaías hablando del Juicio final y del castigo eterno para los réprobos: “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra Mi; como gusano nunca morirá, y cuyo fuego nunca se apagará; y será objeto de horror para todos los hombres”[11]. Algunos explican que “el paraíso y el infierno son los recuerdos amplificados y develados de la individualidad, que no dejan de satisfacer y/o torturar a quien los provocó en su vida terrena”[12].

“El verdadero infierno es la eternidad de los malos recuerdos, de la memoria de las incorrectas acciones ejecutadas en Este Mundo.”[13] Se puede ver en esto una contradicción, por un lado se niega la existencia del infierno, pero por otro admiten un eterno sufrimiento (“recuerdos que no cesan de torturar”) por las malas obras cometidas. Contemplar el Rostro de Dios, después de esta vida, constituye nuestra esperanza y nuestro gozo. Vivir eternamente junto a Dios en compañía de los ángeles y los justos. Vivir junto a El, donde ya no habrá enfermedades, ni odio ni tristezas, ni necesidad alguna; porque El mismo es nuestra Bienaventuranza. “Mas los justos vivirán eternamente; su galardón esta en el Señor, y el Altísimo tiene cuidado de ellos. Por tanto, recibirán de la mano del Señor el reino de la gloria, y una brillante diadema”[14]. Negar la existencia del infierno, es un modo de escapar a la responsabilidad de nuestros actos malos ante Dios, es en cierto sentido buscar un modo mas fácil de vivir, sabiendo que al fin y al cabo, seamos buenos o malos, todos tendremos la misma posibilidad de llegar a El. Es el pensamiento de los mundanos, que describe la Sagrada Escritura, quienes no ponen su esperanza en la Vida eterna sino que se afanan por gozar de este mundo olvidando el fin para el cual fuimos creados: “Dijeron pues, entre sí, discurriendo sin juicio: Corto y lleno de tedio es el tiempo de nuestra vida; no hay consuelo en el fin del hombre; ni se ha conocido nadie que haya vuelto de los infiernos. Pues nacido hemos de la nada, y pasado lo presente seremos como si nunca hubiésemos sido…Venid pues, y gocemos de los bienes presentes; apresurémonos a disfrutar de las criaturas como en la juventud. …Ninguno de nosotros deje de tomar parte en nuestra lascivia; dejemos por todas partes vestigios de nuestro regocijo, ya que nuestra herencia es esta, y tal nuestra suerte”[15]. “Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (cf Mt 5, 22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que “enviara a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad…, y los arrojaran al horno ardiendo” (Mt. 13, 41-42), y que pronunciará la condenación: “¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!”(Mt 25,41)[16]. El error está en la concepción de lo que es en sí el pecado,

porque siendo una ofensa contra Dios que es Infinito, la culpa adquiere una magnitud infinita. Dios aborrece el pecado. Dice la Biblia: “La conversación de los pecadores es insoportable; porque hace gala de las delicias del pecado”[17]. “Dos cosas contristan mi corazón, y la tercera me provoca cólera: un varón aguerrido que desfallece de hambre; el varón sabio de quien no se hace caso; y el hombre que de la justicia se vuelve al pecado, al cual destina Dios a la perdición”[18]. “El principio de la soberbia del hombre fue apostatar de Dios, apartándose su corazón de Aquel que le creó. Así pues, el origen de todo pecado es la soberbia; quien la tuviere, rebosará en abominaciones, y ella al fin será su ruina”[19]. Por eso el castigo es eterno. Dios no destina a nadie al infierno, “para que eso suceda es necesario una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal) y persistir en el hasta el final”[20]. “Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno”[21]. Si la Iglesia haciéndose eco de las palabras de Nuestro Señor en la Sagrada Escritura, predica la existencia del infierno y su eternidad, es para hacer un “llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.” [22]Al mismo tiempo es “un llamamiento a la conversión”: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡que estrecha la puerta y que angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran” (Mt 7, 13-14). Por lo tanto, el creer en el infierno no nos debe llevar a la desesperación ni mucho menos. Nos debe llevar a la responsabilidad sobre nuestras almas y sobre las demás. Si nos esforzamos por cumplir los mandamientos, amando a Dios y al prójimo, confiemos en que Nuestro Señor Jesucristo, vencedor de la Muerte y el Pecado nos dará todas las gracias necesarias para llegar a El.

El Olam haba, o el Mas Allá en el Judaísmo III Resurrección

Hna.María del Cielo Tejiat HaMetim significa en hebreo la vuelta a la vida de los difuntos o mejor dicho resurrección. Este término suele ser confundido con reencarnación o metempsicosis. Uno y otro concepto son por completo opuestos. En este primer estudio del tema nos referiremos al concepto de resurrección en el judaísmo. El judaísmo tradicional no cree que la muerte sea el fin de la existencia humana pero en muchos textos judíos actuales no hay una doctrina clara en temas escatológicos, especialmente en lo que se refiere a resurrección y reencarnación. Algunos afirman que quizá se deba a que el judaísmo se centró más en la vida presente, razón por lo cual no tienen muchos dogmas sobre la vida en el más allá y dan amplio lugar a la opinión personal [1]. Hay judíos que niegan totalmente la resurrección del cuerpo como también el premio y castigo futuro, otros aceptan por igual la doctrina de la resurrección y la reencarnación como propias del judaísmo, y otros escépticos no tienen respuesta al problema. De los primeros tenemos un ejemplo en la declaración de Pittsburg, en 1885: “Nos reafirmamos en la doctrina del judaísmo de que el alma humana es inmortal, basando esta creencia en la naturaleza divina del espíritu humano, que siempre encuentra bienaventuranza en la justicia y sufrimiento en la maldad. Rechazamos como ideas no enraizadas en el judaísmo la creencia en la resurrección del cuerpo y en la Gehenna y en el Edén como lugares de castigo o recompensa eterna”[2]. Hay otros que en cambio defienden la creencia en la resurrección de los muertos como “fundamental en el judaísmo tradicional”. Antiguamente esta creencia distinguió a los fariseos de los Saduceos. Los Saduceos rechazaban este concepto porque según ellos no estaba explícitamente mencionado en la Torah. “La creencia en la Resurrección es uno de los 13 Principios de la Fe de Rambam. La segunda bendición de la oración del Shemoneh Esrei que se recita tres veces al día contiene varias referencias a la resurrección. La resurrección de los muertos sucederá en la era mesiánica. Cuando llegue el Mesías iniciará el mundo perfecto de paz y prosperidad, los justos muertos serán vueltos a la vida y se les dará la oportunidad de experimentar el mundo perfecto que su justicia ayudó a crear. Los malos no resucitarán”[3].

El Sheol Según la tradición judía, basada en las Sagradas Escrituras las almas de los difuntos descendían al Sheol. Esta “es una palabra de origen desconocido, que designa las profundidades de la tierra (Dt 32,12) a donde bajan los muertos (Gen 37,35) y donde buenos y malos mezclados tienen una lúgubre supervivencia (1 Sam 28,19; Sal 89,49; Ez 32,1732)”[4]. “Los antiguos tenían este concepto sobre la muerte: El hombre, muriendo no termina su existencia individual. El ser no puede transformarse en no ser. Pero ya no vive. Desciende en el sheol donde su existencia es un pálido simulacro de la vida anterior. No tiene ninguna relación con las parientes que permanecen en la tierra”[5]. S.D. Luzzato afirma que los antiguos creían en la inmortalidad del alma pero no podían explicarse que el espíritu separado del cuerpo experimentase ni placer ni gozo y le atribuían solo una cierta capacidad cognoscitiva, negando cualquier sentido de gozo y de sufrimiento, cualquier impresión de bien y de mal. Por eso llamaban ese lugar “Dumah” (silencio), Choschech (tinieblas), Erez neshijah (tierra del olvido). El alma, según ellos, permanecía inerte, inactiva hasta el momento en el cual Dios la restituiría al cuerpo, con la resurrección de los muertos[6]. Podemos afirmar que si bien, en muchos textos del Antiguo Testamento se deja entrever un cierto pesimismo sobre la suerte de los difuntos: “yo pensaba, dice el rey Exequias, iré a las puertas del Sheol, privado del resto de mis años. Dije: Ya no veré a Yahvé, a Yahvé en la tierra de los vivientes; no veré más a hombre alguno entre los moradores del mundo. Pues no puede alabarte el sheol, ni celebrarte la muerte, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa” (Is 38,10-11.18) “porque, en la muerte, nadie de ti se acuerda; en el sheol, ¿quién te puede alabar?”(Sal 6,6); “sin embargo el poder de Dios se ejerce también allí”. (Num 16,33; Sal 6,9; Job 7,9). Esta fe en el poder de Dios hace surgir en el espíritu del justo, la esperanza de que Yahveh lo saque del sheol y lo lleve consigo. Es la esperanza expresada en los salmos místicos. Merece especial mención el Sal 16, en el cual esta esperanza de liberación del sheol adquiere la forma de esperanza en la resurrección corporal. En el v.9 hay una alusión a la muerte y a la paz del sepulcro: “Por eso se alegra mi corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar en el sheol mi alma”; el elemento nuevo, se añade: ni harás que tu santo contemple la corrupción (v.10), lo que significa una liberación del cuerpo mismo. El v.11 describe la vida nueva, a la que ese santo resucitará[7]. La esperanza de la resurrección en cierto modo velada en el Antiguo Testamento alcanzará su cumplimiento con Jesucristo, cuando después de resucitar descendió al Sheol, para liberar los que se encontraban allí que estaban privados de la visión de Dios (cf Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. i, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para

liberar allí a los condenados 1033 (cf Cc. de Roma del año 745: DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf Cc. de Toledo IV en el año 625: DS 485; cf también Mt 27, 52-53).

¿Esperanza de la resurrección final?

Descenso de Cristo al limbo Refiriéndose a los temas en común entre el cristianismo y el judaísmo, la Pontificia Comisión Bíblica hace referencia a la idea de una “salvación después de la muerte” que aparece en algunos textos de la Sagrada Escritura. “Lo que para Job no era más que un vislumbre de esperanza (“mi redentor vive”: Job 19,25), se convierte en esperanza firme en un salmo: “Pero Dios rescatará mi vida del poder de los infiernos[8]; sí, Él me acogerá” (Sal. 49,16). En el Salmo 73,24 el salmista dice de sí mismo: “Después me acogerás en la gloria”. Dios puede, no solo vencer el poder de la muerte e impedir que separe de él a su fiel (Sal 6,5-6), sino también conducirlo más allá de la muerte a una participación en su gloria.

El libro de Daniel y los escritos deuterocanónicos repiten el tema de la salvación y le añaden nuevos desarrollos. De acuerdo con la esperanza apocalíptica, llegará la glorificación de la “gente reflexiva” (Dn 12,3: se trata sin duda de personas fieles a la Ley a pesar de la persecución) a continuación de la resurrección de los muertos (“La multitud de los que duermen en la tumba se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la vergüenza y el horror eterno” Dn12,2). La firme esperanza de la resurrección de los mártires “para una vida eterna” (2 Mac 7,9) se expresa con fuerza en el Segundo Libro de los Macabeos[9]. Según “el libro de la Sabiduría” (Sa 9,19), puesto que el justo es “hijo de Dios”, Dios “vendrá en su ayuda y lo arrancará de las manos de sus adversarios” (2,18), preservándole de la muerte o salvándole mas allá de la muerte, pues “la esperanza” de los justos está “llena de inmortalidad” (3,4)[10]. La fe en la resurrección de los muertos es un dogma explícito del hebraísmo clásico “confirmado y elaborado por Maimonides”, y confirma que Dios mantiene su fidelidad a aquellos que yacen en el polvo, y que en su misericordia resucita los muertos, recrea sus cuerpos y les asegura la vida eterna”[11]. “Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien par una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal para una resurrección de juicio” (Jn 5,28-29).

El Olam haba, o el Mas Allá en el Judaísmo La Reencarnación I Hna.María del Cielo En este trabajo presentaremos de modo general, las distintas concepciones dentro del Judaísmo con respecto a la reencarnación, y dejaremos para una segunda parte la relación de esta creencia y el mal en el mundo. “La reencarnación es llamada propiamente metempsícosis. Consiste en la creencia de que el alma del sujeto que muere vuelve a nacer en otro cuerpo. Esta creencia envuelve una concepción dualística del hombre que considera al cuerpo y al alma como dos cosas independientes. Según esta doctrina, el alma es lo único verdadero, mientras que el cuerpo es el lugar de confinamiento temporal del alma, donde ésta queda encerrada hasta que se purifica totalmente de sus ataduras temporales. Según esta doctrina cuando el alma no ha conseguido purificarse totalmente en esta vida, al morir vuelve a encarnarse en otro cuerpo y así sucesivamente hasta que termina definitivamente su purificación”[1]. El Judaísmo no cree en Satanás como ángel malo, por lo tanto tampoco cree en el infierno como lugar destinado a los réprobos o “malos”. Ahora bien, según una renombrada profesora judía, “por el hecho de que no existe infierno para el judaísmo,

existe la idea de que confiamos en que Dios castiga a los malos. (Aunque no se explica de que modo). La reencarnación surge como una gran posibilidad de respuesta a este misterio”[2]. Es necesario dejar en claro que si bien en muchos ámbitos es aceptada esta doctrina, la reencarnación es una idea posterior, totalmente ajena al judaísmo. La doctrina de la transmigración de las almas, (gilgul) según algunos fue introducida por la Cábala, la cual interesada por los diversos tipos de almas y sobre su suerte después de la muerte, elaboró diversas teorías. La tarea del hombre consiste en completar la rectificación o perfección del cosmos cumpliendo los preceptos con la debida intención mística, de manera que se liberen las chispas atrapadas y sean restauradas volviendo a su fuente divina. Cuando este proceso se complete, vendrá la redención. Si uno no completa esta tarea en esta vida, se reencarnará para continuar su obra en otro cuerpo[3]. “La reencarnación no forma parte del judaísmo tradicional. La mayor parte de los judíos nunca creyó en ella. No figura en la Biblia hebrea ni en el Talmud, ni la exégesis de Raíz ni la de Ibn Ezra o Abarbanel. Ni en los Tosafistas ni en la Hajala. Su primera mención data del siglo XII en el sur de Francia, el místico libro Séller Habahir. Su inserción en el judaísmo es tardía, parcial y marginal”[4]. La concepción de la justicia Divina que da a cada uno según sus obras es parte de la Revelación de Dios en las Sagradas Escrituras, aceptada y defendida por rabinos de todos los tiempos. Pero en la reencarnación es dejada de lado ya que el alma entra en un absurdo proceso de vida y muerte dilatando infinitamente ese encuentro con el Creador y por lo tanto la responsabilidad de sus actos. Según Rambam, uno de los grandes filósofos judíos, esta retribución es inmediata después de la muerte, por lo tanto no hay varias posibilidades de volver a vivir en esta tierra ni de expiar en las sucesivas existencias las faltas cometidas en “una vida anterior”: “Dios retribuye al hombre de acuerdo a sus acciones. Premia por el bien y castiga por el mal…tanto el premio como el castigo se dan en el Mundo Venidero que es completamente espiritual”[5]. Lamentablemente la doctrina de la reencarnación es aceptada por muchos judíos hoy en día. Algunos la niegan pero dan libertad de creer en ella o no, ya que según ellos no va contra los fundamentos del Judaísmo. Así lo afirma un rabino: “La Reencarnación es una creencia individual (o de ciertos grupos), tal como la no creencia en la misma lo es. Es una creencia de índole restringida, y que no atenta contra los principios generales y superiores (Tora y halaja), ni tampoco es obligatorio compartirla. En el judaísmo no hay dogmas, ni fe ciega; pero hay leyes establecidas que deben ser cumplidas cabalmente. Por lo tanto los judíos que creen en la reencarnación, están dentro del judaísmo, como los que consideran que al morir nuestra alma retorna a la Fuente de Vida Eterna” [6] Este modo de pensar da lugar a una amplia gama de opiniones: “Creer en la reencarnación es otro camino para explicar la creencia tradicional Judía que cree que cada alma judía en la historia estuvo presente en el Sinaí y aceptó la Alianza con Dios”[7].

Es errado afirmar que la creencia en la reencarnación no atenta contra los principios del judaísmo, pues como ya dijimos antes está fuera de las Escrituras Sagradas y de la Tradición. La idea de regresar después de la muerte a esta tierra una y otra vez esta muy lejos de aquella esperanza que animó a Abraham, Moisés y Jacob. Ellos murieron “esperando” unirse a Dios en el momento de la resurrección (ya que no se tenia la concepción de ver a Dios inmediatamente después de la muerte), y no con la esperanza de reencarnarse nuevamente. Al relatar la muerte de Abraham dice la Sagrada Escritura “Expiró pues Abraham…y fue a reunirse con su pueblo”[8] (algunos traducen “con sus padres”), expresión muy frecuente que expresaba a su vez la fe en la inmortalidad[9]. La reencarnación se opone totalmente a la resurrección de los muertos. Si bien es cierto que algunos rabinos tratan de compatibilizar ambas creencias, no se puede aceptar la reencarnación sin negar la resurrección. En la reencarnación no se habla de Dios, ni se tiene en cuenta el peso de eternidad que tienen las decisiones libres de los hombres. Al existir mil posibilidades de volver a vivir, ¿Por qué esforzarnos por ser buenos, porque amar, porque respetar, porque aspirar a grandes ideales, o proyectos? En definitiva, ¿qué sentido tiene la vida? El hombre se convierte en su propio salvador, porque es en virtud de sus nuevos actos buenos que redime las culpas pasadas…y si no lo logra en la segunda vida, aun tiene más posibilidades. Por lo mismo es claramente contraria a la doctrina católica, al oponerse a dos verdades tan fundamentales como la redención y la resurrección, presentes no solo en el Nuevo Testamento sino también en el Antiguo. Ambos Testamentos, enseña la Iglesia, son palabra de Dios y ninguno debe ser rechazado. San Pablo afirma en su Carta a los Hebreos: “Y así como fue sentenciado a los hombres morir una sola vez, y después viene el juicio” (Heb 9,27). “Creer en la reencarnación es incompatible con la fe en Jesucristo, porque en la reencarnación no hay salvación: el hombre vuelve a la miseria antigua otra vez, la redención no existe”.[10] El S.S. Juan Pablo II refiriéndose a la actitud de muchos hoy en día, que aceptan una lejana idea de la vida futura pero escépticos a la verdad de fe de la resurrección de Cristo que esclarece este misterio dice: “Hay también quienes sienten el atractivo de una creencia como la de

la reencarnación, arraigada en el humus religioso de algunas culturas orientales (cf. Tertio millennio adveniente, 9). La revelación cristiana no se contenta con un vago sentimiento de supervivencia, aun apreciando la intuición de inmortalidad que se expresa en la doctrina de algunos grandes buscadores de Dios. Además, podemos admitir que la idea de una reencarnación brota del intenso deseo de inmortalidad y de la percepción de la existencia humana como «prueba» con miras a un fin último, así como de la necesidad de una purificación completa para llegar a la comunión con Dios. Sin embargo, la reencarnación no garantiza la identidad única y singular de cada criatura humana como objeto del amor personal de Dios”[11].

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