El Niño Que Quería Atrapar El Viento
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Descripción: cuento para trabajar la perdida...
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Un cuento s
obre la vida
Delfos E D I C I O N E S
, la muerte y
Walter Kühne Covarrubias ilustrado por Carolina Vergara Junge
la imperman
encia.
Delfos E D I C I O N E S
viento par el o . 203271 a r t a ctual N quería e le u e q t n o d I El niñ ropieda 9 o de P -3501 Registr 5 56-3 9 8 7 9 ISBN: rrubias e Cova n h ü K r Walte uhne.cl .k w om w w yahoo.c kuhne@ r e lt a w do por: Ilustra Junge .com ergara V a logspot n li o Car ergara.b v la o m r o ail.c /ca http:/ nge@gm rgaraju e v a n li caro r: interio tada e r o p n ació i llo Orsin Diagram Raste a s o R m o il.c María hotma astello@ rositar diciones elfos E 2012 D
Ficha Ca talográf ica Kühne C ., Walte r El niño que que ría atra la vida, par el v la muert iento: u e y la n cuent Covarrub imperma o sobre ias; ilust nencia / rado por Walte Carolina r Kühne Vergara Junge. Santiago : Delfo s Edicion es, 2012 . 50 p. : il. col. ISBN 9 78-956351-350 -9 1. Cuent os infan tiles chile nos. DDC Ch 863 K96 n 22
Este cuento fue escrito gracias a la inspiración de un retiro de diez días de meditación vipassana (visite: www.dhamma.org). Se autoriza la reproducción y difusión de este libro citando a los autores.
Para uso comercial se requiere la autorización de los autores o de Delfos Ediciones.
Con amor para mi hijo Nicolás, mi pequeño principito,
quien también un día dejará de ser niño.
Al niño le gustaba imaginar que él era el viento, o que lo
controlaba. Así podría volar, mover las copas de los árboles, mojar su mano en las nubes, hacer remolinos de hojas en otoño. ¡Tantas cosas serían posibles si fuera el viento!
Entonces, un día, decidió que atraparía un poco de viento y lo llevaría a casa.
“Si junto suficiente –pensó– tal vez pueda volar a la Luna.”
Había una vez
un niño al que le encantaba el viento. ¡Era tan mágico!
No podía verse y sin embargo, hacia tantas cosas:
Acariciaba sus cabellos, empujaba las nubes,
volaba las hojas del otoño,
hinchaba las velas de los barcos,
subía las faldas y volaba paraguas.
Partió con su perro Roberto a la colina a cumplir su misión. Primero trató de agarrar al viento.
Ponía las manos como si fueran un tubo y cuando lo sentía pasar las cerraba rápidamente: “Ajá”
Pero, para su sorpresa, no quedaba nada en sus manos.
No podía tomarlo.
Regresó a la colina con una botella y un corcho.
Puso la botella al viento buscando el ángulo en que sonaba “tuuuuuuuuuuuu”, como si fuera un barco.
Cuando le pareció que tenía suficiente viento en la
botella, la tapó con el corcho y corrió feliz a la casa. ¡Había atrapado el viento!
Iba dichoso imaginando cuántas botellas vientosas juntaría en su armario y las cosas que haría con ellas.
Quizás podría llevar una botella de viento al colegio para sorprender a sus amigos.
Pasó gran parte de la noche
imaginando maneras de hacerlo, hasta soñó que lo lograba con una gran red y el viento lo elevaba por el cielo.
Al llegar a casa no se pudo aguantar, así que abrió la botella para hacer salir al viento.
Pero fue mucha su desilusión al constatar
que estaba vacía. Nada salió de la botella, ni siquiera un soplo. Suspiró decepcionado.
Pensó que tal vez ese no era el mejor método para atrapar el viento. Quizás sólo necesitaba encontrar el modo correcto de hacerlo.
Al día siguiente, despertó a Robertito y partió con
una gran bolsa a la colina. Y aunque el viento llenaba
la bolsa, al llegar a casa la bolsa siempre estaba vacía. Finalmente, y tras mucho intentarlo, el niño se dio
cuenta de que no podía atrapar el viento. Simplemente no era posible.
Su desilusión fue tan grande que rompió a llorar. Lloraba y lloraba desconsolado, mientras Roberto
trataba de confortarlo. Como el niño sabía que si se
tiene un problema hay que hablar con alguien, fue a buscar a su papá.
Llorando le explicó su dificultad. El papá lo escuchó
atentamente, luego trató de animarlo diciéndole que no se preocupara, que nadie podía atrapar el viento, que era imposible.
Pero eso no lo consolaba, su desilusión era muy grande. El papá pronto se dio cuenta que el niño estaba
muy apegado a su deseo. No escuchaba razones ni se conformaba.
Entonces le dijo: “Hijo, quieres atrapar
el viento pero eso es muy, muy difícil.
Tienes que empezar con algo más fácil. Primero tienes que ser capaz de atrapar una lágrima”.
El niño levantó la cabeza esperanzado –“¿en serio?”- y partió corriendo a la cocina a buscar un vaso.
Rápidamente capturó con el vaso una lágrima que aún corría por su mejilla.
El niño quería atrapar más, pero su pena había pasado. - ¿Y ahora?
- Debes guardarla hasta mañana – señaló el papá. El niño se acostó pensando en cuántas lágrimas podría atrapar. Al parecer el mayor problema era que si
atrapaba muchas estaría contento y así no lloraría y no conseguiría más lágrimas.
Mientras se quedaba dormido pensaba en las
cosas que podría hacer con todas las lágrimas que juntara. Llenaría botellas que guardaría en el
armario para hacer llover, para regar las flores o tal vez podría convidarle lágrimas a las personas que hubieran llorado demasiado y ya no les quedaran más.
Durante la noche soñó que comandaba un barco pirata con su fiel perrito y avanzaban por una tormenta de lágrimas.
A la mañana siguiente miró el vaso y… ¡estaba vacío!
- Rápido, vamos donde papá – urgió a su perro, que lo miró somnoliento y permaneció acostado.
Nicolás salió corriendo con el vaso y se tiró sobre la cama de su papá.
- Papá, papá, ¡mi lágrima desapareció!
- Qué bueno – dijo él- supongo que la pena también.
- Sí - sonrió el niño -, pero ahora estoy preocupado.
¿Qué pasó con mi lágrima? ¿De qué sirve que la haya atrapado si desapareció?
- A ver, - dijo el papá - piensa,
¿qué puede haber pasado con tu lágrima? - Alguien se la robó. - No.
- O quizás escapó. - No.
- O quizás vinieron otras lágrimas y la rescataron. - Tampoco.
- O quizás mi perro se la comió.
- Nada de eso –dijo el papá riendo- simplemente se
evaporó. ¿Recuerdas cómo se evapora el agua del mar y se forman las nubes?
- Sí, pero ¿y mi lágrima?
- Las lágrimas también son agua y si la dejas un rato en un vaso, se evaporará. Puedes hacer el experimento poniendo una
sola gota de agua en un vaso y esperar. Verás que después de un rato habrá desaparecido, ¡simplemente se evapora!
Hicieron el experimento juntos y el niño vio que así era.
La gota de agua se fue haciendo cada vez más pequeñita hasta
que desapareció. Quedó satisfecho con la explicación, sin embargo, al rato le preguntó al papá:
- Entiendo, mi lágrima se evaporó porque es de agua, pero ¿cómo podría retenerla?
- No se pueden retener las lágrimas – dijo el papá- es inevitable que lleguen y es inevitable que pasen. - Tiene que haber una manera – insistió.
- Bueno – concedió el papá- la hay. Pero es muy, muy difícil. - ¿Cuál, cuál? – inquirió animado el niño.
- Tendrías que detener el tiempo –dijo el papá con solemnidad. - ¡¿El tiempo?!
- Así es, si el tiempo no pasara la lágrima no se evaporaría. - Pero, ¿cómo se puede detener el tiempo?
- Hasta donde yo sé, nadie puede – dijo el papá algo pensativo -. Cuando yo era niño me gustaba pensar en cómo sería detener el tiempo. ¿Te imaginas? Yo creía que todo estaría inmóvil y
podría hacer lo que quisiera. Ver películas hasta la madrugada sin trasnochar ¡o dormir hasta tarde sin atrasarme un minuto!
- Quizás tú descubras un modo de hacerlo – dijo el papá sonriendo.
Nicolás fue a su cuarto y estuvo mucho rato
pensando mientras miraba su reloj. Veía el tiempo pasar, segundo tras segundo, el reloj avanzaba indiferente. “Ya sé” – pensó - “el modo de detenerlo es sacándole las pilas”.
Esa era la solución, el segundero se detuvo y el reloj quedó inmóvil. Saltando de gozo se fue a jugar con su perro.
Pero, pronto se dio cuenta que el tiempo seguía pasando, la
tarde avanzaba. Obvio, se había olvidado de sacar las pilas del despertador de su papá y del reloj de la sala de estar. ¡Uf! Había muchos relojes en el mundo, ¡no terminaría nunca de detenerlos a todos! Debía haber otro modo.
De pronto, le pareció lógico que tal vez no era el reloj el que debía quedarse quieto para detener el tiempo, quizás era él quien debía quedarse inmóvil.
Así lo hizo, se tiró sobre la cama y se quedó muy, muy
quieto. Pero como estaba cansado, la inmovilidad rápidamente se transformó en modorra y se quedó dormido.
Cuando despertó ya atardecía y le llamaban a cenar.
Le explicó a su papá los intentos que había hecho.
Él le contestó que quedarse inmóvil había sido una excelente idea. De hecho, según él creía, esa era la solución. - Entonces, ¿qué falló? – preguntó el niño. El papá le explicó que la velocidad a la que transcurre el
tiempo depende de la velocidad a la que nos desplazamos por
el espacio. Si uno se quedara inmóvil, el tiempo podría detenerse. El problema es que nosotros estamos sobre la Tierra y nos
movemos con ella. Esta gira sobre sí misma y también gira alrededor del Sol. Nuestro Sol gira en torno al centro de
nuestra galaxia, la Vía Láctea. Y nuestra galaxia, al igual que todas las galaxias, se mueve a través del espacio alejándose de un punto del cual surgió todo el Universo
en una gigantesca explosión, llamada “Big Bang”. - ¡Guau! – soltó el niño, era una explicación
realmente grande. Tras una pausa agregó -
o sea que si me bajara de la tierra y dejara de avanzar con la galaxia y me quedara donde mismo, ¿el tiempo se detendría?
- Supongo que sí – dijo el papá– pero nadie lo
sabe. Habría que construir una nave espacial para averiguarlo.
- Todo tiene solución – pensó el niño. Sólo tenía que construir una nave espacial para poder
detener el tiempo, así podría retener las lágrimas y esto le ayudaría a aprender cómo atrapar el viento.
Se fue a dormir pensando en naves espaciales y
viajes interestelares. Podría ir a la luna, al anillo
de Saturno, a conocer alienígenas. ¡Tantos lugares por visitar!
Y se quedó dormido pensando en las aventuras recorriendo el espacio junto a su perrito. Esa
noche soñó que volaban a la luna y conocían a
los lunáticos. Como la luna era de queso eso era lo único que se podía comer.
A la mañana siguiente se levantó de un salto pensando en cómo construir una nave espacial. - ¡Vamos Roberto! – llamó.
Llegó a la puerta, pero su perro no venía, seguía sobre la
cama. “Últimamente está cada día más flojo” – refunfuñó. - Ya, ¡vamos! – le urgió. Pero él seguía acostado inmóvil. - ¿Roberto? –le llamó nuevamente moviéndolo con la
mano, pero no había caso. No despertaba. Sin saber qué hacer lo miró atentamente, de pronto notó que no estaba respirando.
Roberto había muerto.
Fue todo muy triste. Desde que recordaba su perro había estado con él. Su papá le explicó que Roberto ya estaba
viejito. Sin embargo, cuando lo enterraban, Nicolás preguntó: - ¿Hay algo que pueda hacer para que viva otra vez? - No, hijo, nada.
- Por favor, papi –imploró- ¡haz algo para que esté con nosotros otra vez! Quiero jugar de nuevo con él, quiero hacerle cariño otra vez. - No se puede.
- El otro día lo reté porque pensé que se había comido mi
lágrima, quiero pedirle perdón. Por favor, ¡haz que venga una última vez! –lloraba desgarradoramente.
- Hijo – dijo el papá muy serio mientras lo abrazaba- no
hay manera de hacerlo volver, nadie puede. Lo siento, a mí también me da pena y si pudiera hacer algo para traerlo de vuelta te aseguro que lo haría. Pero no se puede.
Roberto estaba muy, muy viejito. Él ahora está con Dios y ya cumplió su tiempo con nosotros. El niño lloraba desconsoladamente.
- Nico, eso es lo que has estado aprendiendo.
Así como no podemos atrapar el viento ni retener las lágrimas, tampoco podemos detener el tiempo ni mucho menos revertir la muerte. Todo pasa,
todo cambia. Todo lo que existe dejará de existir, cambiará de forma, infinitamente. Así como se vive, se ha de morir y está bien que así sea.
De lo contrario ¿cómo podríamos seguir creciendo? ¿Cómo podríamos conocer a Dios?
Algún día lo entenderás, todo está en constante movimiento.
Pero el niño no lo entendía, sólo quería a su perro.
El tiempo pasó y la pena aminoró. Sin embargo, a veces se acordaba y lloraba. Juntaba las lágrimas
en un vaso y luego las veía desaparecer mientras pensaba en su perro.
Hasta que una noche tuvo un sueño: corría con
Roberto por la colina, cuando de pronto se puso a llover. Empapados, jugaban y reían. Se revolcaban por el pasto mojado. Al siguiente instante, ellos
eran parte del rocío sobre el pasto, ¡ellos eran agua repartida en gotas!
Salió el Sol y su calor empezó a hacer evaporarse el agua.
Roberto y el niño se evaporaron junto con las demás gotas y empezaron a flotar hacia el cielo. Entonces despertó.
“¡Qué extraño sueño!” – pensó. Y empezó a amanecer.
De pronto, mientras veía el Sol salir, encontró la respuesta…
Feliz corrió a ver a su papá.
- Ya sé – gritó – Robertito no desapareció, sólo cambió de estado.
Igual que las lágrimas, él cambió y ahora existe en una forma espiritual.
Él es un espíritu ahora. Abrazaba a su papá dichoso, ahora entendía. Morir es cambiar de un estado físico a uno espiritual.
Roberto no volvería, pero existía de otro modo.
Las cosas no desaparecen, sólo cambian constantemente. El viento es aire en
movimiento, el agua se evapora, el tiempo pasa. Todo cambia en todo momento, en el incesante fluir del devenir.
Sólo la impermanencia es constante. No se puede atrapar el viento, sólo disfrutar su paso.
No se pueden retener las lágrimas, sólo llorarlas.
No se puede detener el tiempo, sólo aprovecharlo.
Hay que ser consciente de cada momento, vivir plenamente.
En la tarde regresó a la colina. Se
sentó a mirar la tarde, tranquilo de nuevo después de un buen tiempo.
Sintió el viento acariciando sus rulos y con una sonrisa susurró:
- ¡Hola Roberto! Lo lograste, atrapaste el viento…
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