El Niño Que Fui Segunda Edición

September 23, 2017 | Author: Marialys Scarano | Category: Asperger Syndrome, Autism, Reading (Process), Man, Adults
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Descripción: Historia....

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EL NIÑO QUE FUI Entra en la burbuja del Asperger a través del Libro de @SoyAspie VOLUMEN 1

Manuel Cedeño Carpio

EL NIÑO QUE FUI

Caracas, 2015 Manuel Cedeño

Todos los derechos reservados. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas; además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reproduzcan, plagien, distribuyan o copien a través de cualquier soporte o medio mecánico, electrónico o digital, parte o toda esta obra, sin la debida autorización de Manuel Cedeño y la Fundación SoyAspie. © Copyright 2015 Depósito legal: If25220113004180. ISBN: 978-980-12-8060-6

Semblanza biográfica de Manuel Cedeño Por Iris Rivero Cuando el autismo tocó a mi puerta no tuve opción; había que atenderle... Dios sabe que no ha sido nada fácil, pero él ha sabido colocar en mi camino mucha gente con ganas de aportar. Manuel Cedeño ha sido un apoyo inmenso y a través de estas letras quiero darle las gracias en mi nombre y en el de muchas familias por traer con su testimonio una esperanza para los que soñamos con un mundo mejor para nuestros hijos. ¡GRACIAS! Hoy por hoy hablar de Manuel Cedeño (@SoyAspie) es referencia obligada cuando se tiene un acercamiento al mundo del autismo, su exitoso activismo en las redes sociales viene dado por el hecho de narrar en primera persona sus vivencias, sufrimientos, miedos, triunfos y fracasos. Recientemente fue diagnosticado con Síndrome de Asperger, diagnóstico que vino a dar respuesta a muchas de las interrogantes que surgieron en su día a día. Es un exitoso hombre de negocios con estudios en Economía y contaduría (UCAB), licenciado en Administración de Empresas (UNA), certificado como Intérprete Público de la República Bolivariana de Venezuela (Ministerio del Interior y Justicia), profesor en la Escuela de Derechos Humanos de Caracas, Presidente fundador de la Fundación SoyAspie, escritor y conferencista. Tiene una hermosa familia, es padre, hijo y esposo. Primogénito de la unión entre Manuel A. Cedeño y Luisa A. Carpio quienes desde muy jóvenes se esmeraron por crear un núcleo familiar en el cual el amor fuera el principal ingrediente, producto de un embarazo deseado, para ese entonces su madre tenía apenas

veinte años de edad y recuerda muchas de las emociones de la espera de quien sería su primer bebé. Manuel nace en Maracaibo el 24 de mayo de 1970 y prontamente se convertiría en el hermano mayor de María Luisa, Livia y David. Fue un niño excesivamente callado, solitario, torpe en su motricidad, ensimismado, sin embargo aprendió a leer a muy temprana edad, era considerado como un estudiante aventajado e inteligente, de hecho a los 5 años ya estaba matriculado para cursar el primer grado, tuvo que vivir con la frustración de no saber o no poder establecer vínculos amistosos con otros niños, cuenta que desde la más tierna edad se sentía diferente a los demás. Padeció durante su niñez y adolescencia el más terrible de los acosos por parte de muchos de sus compañeros, quienes acostumbrados a aborrecer la diferencia fueron capaces de someterlo a maltratos físicos, verbales y psicológicos que hoy prefiere no evocar, le preocupa que en la actualidad se sigan cometiendo acoso en las escuelas y lo que es peor que se haga con la aprobación tácita de los docentes y de otros estudiantes. Las preguntas que siempre rondaron su mente tuvieron respuesta hace dos años, cuando su sobrino (Ramsés), hoy adolescente, fue referido a evaluación psicológica, recibiendo posteriormente el diagnóstico de Síndrome de Asperger, este hecho le motiva a investigar de qué se trata el síndrome y es cuando se da cuenta que las afectaciones propias de la condición son las que ha sobrellevado lo largo de su vida, que estas características lo describían perfectamente, razón que le motiva a hacerse evaluar y en el año 2012 es diagnosticado por la Dra. Myriam Ortiz, a partir de ese momento decide iniciar un activismo en las

redes sociales para lo cual crea una campaña con el nombre SOYASPIE. Esta campaña se apunta a difundir información referente al autismo y a concientizar a padres, docentes, estudiantes y comunidad en general para hacer un contundente rechazo al acoso escolar, su humildad y amor desinteresado lo hacen capaz de ofrecer la ayuda y orientación que no recibió cuando niño, haciendo aportes para evitarle mayores sufrimientos y traumas a los niños que hoy en día viven con alguna diversidad. Su activismo no se limita al uso de las redes sociales sino que además ofrece conferencias en eventos relacionados con los temas mencionados, dejando en evidencia que se pueden superar afectaciones y que ese niño que era incapaz de sostener una conversación con sus pares, es hoy capaz de dirigir y contar su testimonio en auditorios con cientos de personas. Este es su primer libro, en el cual relata diversos episodios de su vida, afectaciones y situaciones en las cuales se vio envuelto a raíz de su diversidad funcional, dice que fue adaptándose “a lo bruto” al mundo circundante porque aunque acudió a varias consultas psicológicas durante su niñez y adolescencia, para esa época muy pocos especialistas estaban en capacidad de diagnosticar este síndrome, en aquel entonces tan desconocido, dicho desconocimiento generó que algunos aspis (como usualmente se llaman así mismas las personas con la condición), quedaran sumidos en la depresión, el dolor y la tristeza. Muchos abandonaron sus estudios debido al acoso terrible del cual fueron víctimas y otros tantos llegaron al extremo de atentar contra su propia vida.

Sin duda las vivencias de este hombre son ejemplo de fe, de constancia y valentía. Su lucha dejó de ser individual para convertirse en colectiva e impedir que otros niños sigan padeciendo en silencio, abandonando sus estudios y teniendo tendencias depresivas que expongan constantemente su vida.

Por

ello recomiendo este libro para apoyarle en la difusión de esta información, la cual ayuda a detectar las alertas de forma temprana promoviendo así una mayor calidad de vida para nuestros niños.

Lic. Iris M. Rivero (@reinadmoros) Docente de primaria y Madre de un niño aspie

De la Desesperación a la Esperanza Por Iris Rivero Lo que estás a punto de leer cambió mi visión de una circunstancia adversa surgida en un momento de mi vida. Desde muy joven quise ser madre, siempre fui capaz de visualizar mis futuros hijos y casi imaginar toda la historia que habrían de vivir, llámese optimismo o llámese ilusión la idea de vida de esos, mis hijos, siempre incluía un futuro promisor, lleno de éxitos, de amores, de felicidad plena. Entre una y otra relación, metas y proyectos el tan anhelado embarazo llegó. No se me consultó sexo, tipo de cabello, color de piel, nadaE Mi corazón de madre solo clamaba para que fuera un niño sano y amable. A los pocos meses supimos que había que soñar en colectivo, no era un solo niño; eran dosE Dios decidió premiar mi espera y mi ilusión con dos niños. Soñar e ilusionarme siempre fue fácil, solo era cuestión de cerrar mis ojos y aparecían ante mí escenarios distintos, personajes diversos y cualquier cosa era posible en esas historias que mi mente construía. Un buen día, ante el miedo y la crítica constante de mi debilidad materna, en un frío consultorio se oyó la palabra “autismo” y ya no pude seguir soñando, todo era confuso, la duda constante, el miedo omnipresente y la desesperación insoportable. Me preguntaba ¿por qué a mí? ¿Por qué a uno de mis hijos? Todas esas historias se esfumaron de mi mente, el pánico inundaba mis días. No podía entender cómo siendo docente era tan complicado para mí todo lo nuevo que estaba ocurriendo con uno de mis niños, quizás nada era tan nuevo pero en esos días pude hacerme consciente y buscar información acerca de esa condición que es

parte de mi niño. Mucho leí, mucho indagué pero nada lograba hacer regresar mi fe y las esperanzas de aquellas historias que soñaba eran cada vez más lejanas. Tanto buscar información me abrumaba; no tenía capacidad para leerlo todo y al mismo tiempo atender los continuos “berrinches” de mi niño; ahora me daba cuenta que siempre fue diferente. Un buen día me encontré en un escenario frente a Manuel Cedeño, autor de esta obra y en aquella conferencia, usando un lenguaje sencillo, logró lo que no habían logrado los múltiples contenidos que había descargado en mi computadora y que si bien me hacían entender teóricamente lo que sucedía, ninguno de ellos era capaz de adentrarme en el sentir de mi pequeño hijo. El hecho de conocer su condición en la adultez, sumerge a Manuel en una misión de vida que asume con humildad y compromiso. Solo basta mirar un día de las interacciones que realiza en las redes sociales para notar el impacto de sus escritos en muchas familias que se encuentran en la búsqueda de una esperanza. Poder entender esta diversidad desde el punto de vista de quien la vive, nos hace más sencillo el trabajo cotidiano al lado de nuestros hijos, de allí la importancia de cada anécdota y cada escrito, por eso considero que es valioso entender teóricamente los trastornos del espectro autista (TEA) pero aproximarnos al sentir de los seres a quienes amamos, eso es sencillamente imprescindible. En esta obra además se deja en claro que tenemos que avanzar hacia la sociedad inclusiva que muchos anhelamos, en múltiples oportunidades la gente

se fija en el comportamiento externo del individuo y es más importante si desentona o molesta, que lo que está sintiendo ese ser humano y busca de expresar, tal vez de un modo socialmente incorrecto. Nos alarma la indiferencia del mundo ante lo que cualquier niño con autismo puede estar sintiendo mientras es ignorado o incomprendido por pares y adultos, la batalla que lleva dentro de sí, algunos niños explotan y otros como el que fue Manuel, se quedan paralizados y confundidos sin casi poder moverse. Este libro te estimula a no ignorarlos, es una invitación a entrar en esa burbuja y darles lo que necesitan para poder expresarse mejor, entender lo que por intuición propia no pueden comprender como sí lo hacen otros niños y a ayudarlos a sentir la autoconfianza y el amor suficiente para convertirse en adultos felices y productivos.

Prefacio #ElLibroDeSoyAspie, es una colección de tres volúmenes que trata del asperger y el acoso escolar visto en primera persona por el autor de la campaña viral @SoyAspie #ASPIramos. El primer volumen habla de “El Niño que Fui”, el segundo volumen de mis experiencias como adulto dentro del espectro, porque los niños con asperger cuando crecen no se curan ni se mueren siguen teniendo asperger solo que son adultos, y nadie habla de eso, de cómo sentimos y lo manejamos, pero ese es el segundo volumen. Finalmente el tercero son ensayos propios con respecto al tema. Tienes en tus manos el primero de los tres volúmenes que trata de mi infancia como niño con una diversidad funcional poco conocida, no de lo que dicen los libros de texto acerca del síndrome, sino de cómo yo lo viví. Todos los niños con la condición son diferentes y la manifiestan de forma diversa, pero debido a que no es fácil oír a un niño con autismo o síndrome de asperger hablar acerca de lo que siente y piensa como efecto directo o indirecto de su condición o del acoso escolar, por eso la lectura de este libro puede ayudarte un poco con la comprensión de lo que es para un niño vivir con asperger y/o ser víctima de acoso. Así me lo han hecho saber públicamente personas que me siguen por las redes sociales desde más de quince países de Europa, América y Oceanía, manifestando que la lectura de mis escritos, les ayuda a entiender mejor a sus

hijos o alumnos, o incluso a sí mismos en los casos cuando me leen personas con la condición. Aunque muchos me leen en las redes sociales, decidí escribir este libro para todas aquellas personas que no acostumbran a leer en Internet o que prefieren hacerlo en papel en forma de libro organizado, o para quien quiera hacer un regalo a otra persona a quien le pueda ser útil este libro, o para quien simplemente quiera apoyar a los niños con la condición en Venezuela o el mundo, ya que una parte del precio será destinado a fundaciones de apoyo a estos niños en cada país donde se compre. El libro es recomendable para padres de niños con autismo, para que sepan lo que pueden estar sintiendo sus chicos, aun cuando no lo digan en algún momento de sus vidas; para maestros de primaria y secundaria, para que tengan una idea ilustrada de las señales de alerta que podrían ayudarlos a orientar a los padres para remitir a los niños a evaluación para descarte o diagnóstico tempranos; y para los pediatras, psicólogos, psiquiatras y terapeutas que quieran tener una idea adicional a lo que dice la teoría. De hecho, el libro que tienes en las manos, no es un libro teórico, ni está basado en investigaciones, ni estudios científicos; aquí te cuento mis testimonios y vivencias como niño que estando dentro del espectro autista tuvo que sufrir y cómo tuvo que hacerse fuerte para sobrevivir y aprender sin ninguna de las herramientas y apoyos que gracias a Dios hoy tienen nuestros niños.

Es precisamente para que todos los niños con esta condición tengan el apoyo y herramientas adecuadas, que quiero que en cada escuela y en cada familia del mundo, haya al menos un libro como este, para crear conciencia y tender puentes desde lo que tú hoy conoces hasta lo que después de leer este libro te será revelado. De esta manera no solo estaremos cambiando al mundo sino literalmente salvando muchas vidas.

Manuel Cedeño 2015

A todos los niños del espectro autista en el mundo, a los que aún son víctimas del acoso escolar y a sus padres que no se cansan de luchar.

Y extendió Dios su mano y tocó mi boca, y me dijo: He aquí he puesto mis palabras en tu boca.

Jeremías 1:9

Arriero Mi abuelo era un hombre de campo, rústico y práctico, tenía que trabajar duro para mantener a su esposa y a los nueve hijos que tenían juntos. Hay muchas cosas que hacer en el campo, mi abuelo era arriero. Arriero era un oficio que existía cuando no había gandolas ni camiones y la mercancía se transportaba de una ciudad a otra a lomo de mula o de buey. El arriero generalmente iba caminando pero cuando la mercancía transportada era ganado (mi abuelo transportaba ganado) el arriero iba a caballo, y en casi todos los casos acompañado por otros arrieros que lo ayudaban a arrear las bestias en cuyos lomos iba la mercancía. Él y sus compañeros llevaban siempre sombrero, cantimploras, y chimó. Entre los niños que tenía que mantener mi abuelo, estaba mi papá (Manuel), que al igual que otro de mis tíos (Maro), tenía problemas

graves

de

socialización,

comunicación, e imaginación (mi tío más que mi papá). Manuel tenía muchas cosas que aprender en el campo, labrar la tierra, sembrar, cosechar, construir casas de bahareque, hacer techos de palma, manufacturar queso, hacer casabe, o ser arriero como su padre. Tan loca era sin embargo la imaginación del niño Manuel que habiendo tantas cosas útiles que aprender y hacer en el campo, él quería aprender inglés, no se lo decía a nadie, porque no era bueno comunicándose, pero alguna cosa rara

pasaba en su cabeza que estudiaba inglés obsesivamente, aun cuando esto, no servía absolutamente para nada. Ha de ser por eso que dicen que las personas del espectro autista tenemos afectaciones en la imaginación, porque el común de las personas no puede entender las cosas que pasan por nuestra cabeza, esas ideas locas, esas salidas donde nadie las ve. Pero volvamos al campo a mediados del siglo XX: Mi abuela me contaba que el niño Manuel pasaba horas estudiando inglés, mi abuelo, algunas veces cuando estaba en casa (porque viajaba mucho por su oficio de arriero) lo escuchaba repitiendo las frases y palabras que estudiaba en aquel extraño idioma y decía: — Muchacho esas lenguaradas —y reía divertido. Pero no estudiaba como los otros niños, para presentar un examen, sino por su propia iniciativa y gusto, y además de forma autodidacta como es común en nosotros. Aunque aquello no tuviese provecho alguno, aunque aquello fuera una pérdida total de tiempo, él no paraba su obsesión. Todo el mundo sabía que en un pueblo donde nadie hablaba inglés ni le interesaba aprenderlo, en un país donde nadie vivía de explotar sus conocimientos en dicho idioma, pasar horas y días estudiando ese o cualquier idioma extranjero era una pérdida total de tiempo y energía, no solo porque no se podía vivir de aquello sino porque ni si quiera podía usarlo para hablar con alguien pues aparte de que se le hacía muy difícil socializar y comunicarse en español, nadie hablaba inglés en San Fernando de Apure, el Internet no existía y él no tenía ninguna posibilidad de viajar ni si quiera a Caracas de visita. Pero el niño Manuel estudiaba inglés apasionadamente y cuando a un

niño aspi se le mete una obsesión en la cabeza, difícilmente alguien lo saca de ella. Para la imaginación común hay que ser valiente o loco para pasar horas aprendiendo algo sin futuro cuando hay tantas cosas que hacer y aprender, ser arriero no es tan fácil como parece, tiene su técnica, y requiere práctica y toma su tiempo, pero mi papá nunca la aprendió, no tenía tiempo ni interés. Pero las cosas cambian y en retrospectiva podemos ver que lo que un día parecía un interés obsesivo, hueco y sin sentido era en realidad de alguna forma el camino para la realización. Esa obsesión cualquiera que sea, puede llevarnos a conocer personas, o aprender cosas que pueden cambiar la vida propia y la de otros. Han pasado más de cincuenta años y mi papá hoy vive en su buen apartamento en Caracas, una ciudad a donde no podía venir de niño ni de visita porque no tenía recursos. Hoy la profesión de arriero ya no existe en Venezuela, pero existe la de Traductor Oficial y uno de los pocos en el país titulados en idioma inglés es mi papá quien vive honesta y cómodamente de la traducción legal de documentos. Por eso mi papá es mi héroe, el guerrero que Dios me dio para mostrarme con sus pasos el camino y para enseñarme con su vida y con su ejemplo que aunque el mundo crea que hay que ser y pensar como arriero, yo no estoy loco por pensar y soñar con algo que “no tiene sentido”. Porque solo los que tenemos una imaginación distinta sabemos que lo que hoy no es, mañana puede ser.

El Apartamento Cuando nos mudamos a Guarenas yo tenía solo cuatro años de edad, tengo muchos recuerdos de esa época, la mayoría anécdotas insignificantes. Pero recuerdo que tenía dos padres jóvenes y bellos, el otrora niño Manuel que creció en San Fernando de Apure y su joven y bella esposa, Luisa, mi mamá. Antes de mudarnos a Guarenas vivíamos en una habitación de la cual casi no salíamos para el resto del apartamento, supongo que a mi madre veinteañera le daba pena que la presencia de sus dos niños pequeños por toda la casa pudiera causar molestias y por eso casi no salíamos de la habitación. Mi papá hablaba con frecuencia de que iban a comprar una casa. Un día hicimos un viaje largo, recuerdo el momento exacto cuando llegamos al fin ... mis padres abrieron por primera vez la puerta de un apartamento situado en un tercer y último piso al final de un pasillo largo con apartamentos a la izquierda y un balcón a la derecha que daba a un estacionamiento sin autos y a otro edificio. Yo tenía cuatro años de edad, mi hermana María Luisa tres y Livia la menor estaba de brazos, el apartamento era inmenso, limpio y vacío, sentí inmediatamente una libertad enorme, sentía que podía correr libremente por toda la casa sin molestar a nadie. Y lo que más me gustaba era la cara de mi mamá y la alegría de mi papá. Yo no decía nada, en cada esquina gritaba vocales que el eco repetía, y para celebrar me subí a mi descapotable blanco de pedales y manejé por todo el apartamento feliz. Mis padres también estaban felices, sus dos niños pequeños y su niña de brazos al fin tenían un lugar para crecer y se les notaba la felicidad. Si hubiese

tenido la inducción para poderme expresar hubiese al menos corrido a sus brazos y les hubiese dicho algo. Pero no les hablé, en cambio de ello, manejé mi carrito blanco mientras mi hermanita corría por toda la casa y mis padres se besaban, sin embargo yo, aunque no decía nada, era el niño más feliz del mundo. PD: a la mayoría de los aspis generalmente y en especial en los tiempos más tempranos de la infancia nos cuesta expresar alegrías muy grandes, no es que no la sentimos sino que nos cuesta expresarla, existen terapias que nos pueden ayudar a expresar de viva voz nuestros sentimientos y emociones y cuanto antes se comiencen mejor.

Sentido de Orientación Espacial Una de mis lectoras me dice que quiere mandar solo a su hijo aspi de 12 años de edad en autobús o taxi para algún lugar, pero que le da miedo porque no sabe cómo influye el asperger en la acción de ubicarse y trasladarse, me pregunta que si mi mamá me mandaba solo en bus o taxi para algún lado a esa edad y qué opino yo al respecto. Es bueno comentar que no es raro que el sentido de orientación, al igual que el umbral del dolor, el ritmo del habla, el reconocimiento de rostros, entre otros, estén alterados en las Condiciones del Espectro Autista, sin embargo a diferencia de en otras condiciones dicha alteración no es siempre en el mismo sentido, sino que puede ser en personas diferentes hacia extremos diferentes, es decir desde casi la ausencia del mismo en algunas personas hasta el extremadamente sensible y sofisticado en otras. Pero te hablo de mi caso personal: Particularmente tengo el sentido de ubicación espacial sumamente afectado hacia el extremo negativo. Es decir que mi sentido de orientación está muy por debajo al de una persona promedio, les cuento algunas anécdotas: Nuestro apartamento nuevo quedaba en un edificio que tenía en planta baja un estacionamiento con una única salida hacia la calle, a la izquierda (saliendo de mi edificio), o a la derecha saliendo del edificio de enfrente. Cuando tenía cinco años de edad iba para la urbanización una ranchera azul y se metía en todos los estacionamientos anunciando con un megáfono:

—Llegó el panadero, llegó el panadero.—Todavía no había panaderías cerca. Para llegar a mi apartamento había que subir por las escaleras, (no tenían ascensores esos edificios de tres pisos) hasta el último piso y caminar por un pasillo recto que tenía a la izquierda apartamentos y a la derecha un balcón largo desde donde se veía el estacionamiento, el edificio de enfrente y la calle. Yo vivía en el último apartamento de ese pasillo. Cuando llegaba el panadero, mi mamá, en algunas ocasiones, me mandaba a comprarle. Desde la entrada de mi apartamento y a lo largo del pasillo veía la ranchera abajo, mi mamá me daba algunas monedas y yo bajaba a comprar el pan. Después que pagaba, caía en cuenta de que los dos edificios que tenía el uno al frente y el otro a mis espaldas, o uno a mi derecha y otro a mi izquierda (depende de cómo se estacionara la camioneta) eran iguales, sus escaleras y sus pasillos con apartamentos eran iguales, los dos tenían tres pisos, la misma estructura, el mismo color... ¿pero en cuál de los dos vivía yo? Ahora me doy cuenta que era muy fácil la solución, pues mi edificio era el que estaba a mis espaldas si caminaba sin girar. Era fácil saber cuál era, pero en ese momento por alguna razón no podía saber si venia de atrás o de adelante, pues al bajar las escaleras se cambia constantemente la ubicación norte sur y el lado del estacionamiento donde se estaciona la ranchera también influye en la posición hacia donde me quedaba la casa, si hacia el frente o hacia atrás, si a la derecha o a la izquierda. La posibilidad de acertar era 50-50, después de todo si erraba no

tenía sino que bajar las escaleras y subir las del edificio de enfrente, que con toda seguridad era entonces allí, no había una tercera opción. Nunca subí los tres pisos del otro edificio, siempre escuchaba a lo lejos a mi mamá gritando: —Allí no, es aquí, ey aquí. —Aunque prácticamente no tenía que caminar, solo bajar y subir, ella me mantenía vigilado. También recuerdo que cuando iba caminando por una acera delante de mis padres, por ejemplo hacia el norte y cruzábamos la calle, para seguir el camino pero por la otra acera, al cruzar ya yo no sabía por dónde seguir, ahora sé que lo lógico era seguir la misma dirección solo que desde la otra acera, el problema era que al girar para cruzar la calle ya me desorientaba y no sabía si venía desde allá o desde acá y por lo tanto hacia a dónde seguir. Un día a los siete años, al cruzar la calle pregunté hacia a dónde seguir y mi papá le comentó a mi mamá que yo no tenía sentido de orientación, en ese momento me concienticé de esa afectación y en silencio propuse no perderme al cruzar la calle y mantener la conciencia del sentido hacia donde caminaba, eso lo logré, al menos en el acto de cruzar la calle. A los nueve años de edad, después de cinco años yendo y viniendo todos los días a la escuela con una vecina que contrataban mi mamá y varias madres para que llevaran y trajeran a sus hijos (tipo transporte pero a pie) ya me sabía de memoria el camino y mi mamá probó enviarme solo y lo hacía sin problemas ida y vuelta andando y desandando la ruta de toda mi vida. Mi mamá hizo bien al darme ese voto de confianza que me generó seguridad y autoestima.

Nunca fui solo en auto a un lugar distinto de la escuela o el liceo (a donde generalmente iba caminando) excepto después de los quince años cuando salí de bachillerato. Una vez a los 21 años andando con un grupo de la universidad vi en Altamira (Caracas) un sitio llamado “el Muro” o algo así, no entramos pero me gusto la decoración de la fachada y me pareció apropiado para llevar a mi novia (actual esposa) a escuchar música, tomar algo y platicar. Días después la invité, caminamos horas, jamás conseguí el sitio. También de novios nos perdimos en una ida al río y casi nos sorprende la noche en medio de la montaña. (Mi esposa dice que con todas esas señales ella se negaba a ver como yo era, por eso dicen que el amor es ciego). Cuando compré mi primer auto, a los 27 años lo estacionaba y pasaba horas buscándolo porque no hallaba el lugar donde aparcaba, luego ideé una técnica anotando el puesto de estacionamiento con todas las referencias posibles. Actualmente aún me desoriento aún en los centros comerciales que visito con frecuencia, no sé si estoy en ese o en el de enfrente y dudo por momentos si estacioné en uno o en otro, por eso anoto con todo detalle donde estacioné. Para buscar un local, aunque haya ido varias veces, en muchos casos como no sé dónde está y recorro sistemáticamente todo el centro comercial, pasillo por pasillo y nivel por nivel hasta hallarlo. Casi siempre, exceptuando los fines de semana, me traslado con chofer y/o con mi esposa, aun cuando vaya a un sitio que ya conozca, prefiero que maneje mi chofer, en gran parte por la cuestión de la orientación que me causa mucha

ansiedad y tensión mientras manejo a menos que sea una ruta ya aprendida de memoria. Cuando por alguna razón ando en auto solo, si no es hacia un sitio que frecuento, lo hago con GPS, de otra forma sufro mucho. Mi esposa se graba los caminos y rutas con haber ido solo una vez y además encuentra otras rutas deduciéndolas no sé cómo. Tiene un sentido de orientación fabuloso, lo que me compensa. Yo sin embargo debo ir muchas veces para un sitio para memorizar el camino, por ejemplo puedo ir solo a muchos lugares en la ciudad donde vivo (Guatire), también a la oficina (en Caracas), casa de mi mamá y muchos sitios que conozco de memoria por los años yendo. Pero si es un sitio nuevo o que he frecuentado digamos menos de diez veces manejando yo, llego pero luego de mucho dar vueltas y sufrir bastante. Una vez hace cuatro años rodando con mi mamá en mi auto (manejaba yo) ella, tal vez un poco incómoda por mi desorientación, me dice que yo no debería manejar (aún no sabíamos del asperger), me lo dice de buena manera, pero en aquel momento me dolió, no la entendí en su justa dimensión y le escribí un coreo (casi siempre cuando realmente me comunico lo hago por escrito) diciéndole que nunca más me diga que no puedo hacer algo, que soy capaz de hacer y aprender todas las cosas. Pero ahora viéndolo desde aquí y con el conocimiento que ahora tengo sobre el síndrome que me afecta, y considerando que ella me conoce desde mi nacimiento, comprendo su preocupación. Ahora bien, en cuanto a este tema mi caso podría decirse que es extremo y a pesar de esto he progresado y sé que con ejercicios y algún tipo de terapia puedo mejorar más y más, así que no te alarmes, por otro lado como te dije arriba hay

personas con síndrome de asperger que tienen el sentido de orientación súperdesarrollado, comparto contigo experiencias de otras personas para que veas cuan distintos podemos ser: —Mi mamá, quien ha criado a mi sobrino con Síndrome de Asperger de 14 años durante casi toda su vida, dice que él tiene un muy deficiente sentido de orientación. Mi sobrino ya sabe ir a su liceo solo aunque mi mamá como toda abuela lo sobreprotege y prefiere que vaya con ella o en el transporte. —Uno de mis familiares cercanos, quien posiblemente tenga Síndrome de Asperger no diagnosticado, tiene mal sentido de orientación, mi mamá aún antes de conocer sobre el síndrome siempre decía que no debía manejar debido a su desorientación y a sus movimientos más bruscos al volante. —Mi hija aunque no tiene Síndrome de Asperger (al menos que yo sepa) tiene afectado el sentido de orientación espacial casi al mismo nivel que el mío. —Fátima Matiuda, desde Paraguay, mujer con asperger de profesión abogada me dice: “tengo memoria fotográfica para puntos de referencia y mi sentido de orientación es extraordinariamente desarrollado, es como si tuviese un mapa y coordenadas en la cabeza”. —Una vez que fui a uno de los grupos de apoyo que organiza la fundación Fundasperven uno de los chicos con Síndrome de Asperger (veinticinco años) que estaba sentado junto a mí y su madre se levantó, fue al baño y de regreso estaba desorientado para llegar a donde estábamos, su madre y yo lo vimos como a

trescientos metros perdido en la grama y dudando mirando para todos lados, finalmente nos divisó. Eso mismo me ha pasado mucho en ese sitio. María Añangure escribió desde Caracas: “Ay Manuel me identifico contigo yo también carezco del sentido de orientación, de allí que no me arriesgue mucho a salir sola, o que cuando tome un atajo se me haga difícil incluso hasta respirar por lo que siento, yo al igual que tú llego a los lugares por puntos de referencia, de allí que cuando me dicen eso queda allí mismo en la esquina Salvador de León por ejemplo, no me ubico, por eso pregunto por un punto de referencia visual y que sea conocido de ser posible. Hace poco iba a encontrarme con un amigo para recoger una encomienda en la Av. Panteón, llego al sitio y me entero que está cerrado, como no tengo celular tuve que caminar dos cuadras derecho a buscar un teléfono, al no haber ninguno en ese lugar, giré dos cuadras después de preguntar, allí conseguí y llamé a mi amigo, cuando terminé la llamada miré el lugar y como no me era conocido, mi corazón empezó a latir desbocado, y comencé a sudar frío. Fue horrible, finalmente me sobrepuse y me regresé por donde había bajado una cuadra y giré en una transversal, para llegar a la calle lateral, la cual conozco, pero como vista desde otro ángulo se ve diferente se me nubló la vista del shock, fueron segundos pero al estar saturada tratando de ubicarme no estaba concientizando que iba por una calle ya conocida solo que vista desde otro ángulo. En fin llegué luego a mi destino no sin antes sufrir mi cuota y los residuos que dejan en mi este tipo de situación, aún me pasa que cuando cruzo una calle que no tenía prevista me desoriento, pero luego me ubico.

Rebekah Pino escribió desde Caracas: “Mi hija tiene memoria fotográfica, como con cuatro años fuimos a donde su abuela y yo estaba perdida porque íbamos en una camioneta y ella me dice mamá por aquí es donde está mi abuela. Y en efecto salimos justo por el frente de la casa de ella, yo me quedé muy sorprendida” Ayaris García(@ayarigarcia2108) escribió desde Cagua, Venezuela: “Me hiciste reír mucho con la anécdota de tu mama gritando ¨allí noooo¨ hago lo mismo con mi aspi hermoso de nueve años, cuando pasó a tercer grado lo cambiaron a otra ala del colegio y pasaron casi dos meses para que memorizara a donde debía dirigirse ahora, y yo me quedaba escondida porque él me pedía que lo dejara solo y sufría viéndolo detenerse a recordar a donde debía ir, si se tardaba mucho corría a auxiliarlo y por supuesto no le gustaba nada. Él memoriza los lugares donde estacionamos y los colores de las puertas, establecimientos cerca, pero estoy segura de que si por alguna razón eso varia en algún momento, se perdería y eso me preocupa pero ya estoy trabajando en buscar una solución para el que no dependa solo de su buena memoria, porque aparte cuando no está atento sino sumido en una de sus continuas charlas con él mismo, ni se entera por donde lo estoy llevando”. Sandra Olivares escribió desde México: Esa área nos ha costado mucho trabajo ... y sigue en proceso

Luis Mejías Sarmiento escribió desde Caracas: “Jajajajajajajajaja gracias Manuel, acabas de aclarar una de las más grandes dudas de mi vida, siempre he estado más perdido que Adán el día de las madres, me he perdido en Caracas, en Miami, en Europa, en estacionamientos y en casi cualquier lado, gracias a los teléfonos inteligentes tomo foto de los sitios más cercanos para poderme ubicar o hay casos que debo usar un GPS” Ingrid Georgina Can escribió desde México: “Mi hijo tiene una memoria impresionante si vamos a una plaza y volvemos seis meses después se acuerda perfecto en donde está todo, saludos” Alejandro Castro Ulloa (@acastroulloa) escribió desde Colombia: “Cuando era muy chico me metieron a estudiar a un colegio gigantesco. Cuando regresábamos de la hora del descanso era un suplicio para mí porque siempre me perdía, no encontraba el salón y me metía a los salones que no eran (no siempre andaba con los niños de mi curso, es más, creo que ni siquiera sabía quiénes eran); la angustia era terrible, tuvieron que cambiarme de colegio” Viajes Destinos escribió: “Manuel, mi hijo de ocho años tiene una memoria increíble para recordar lugares”.

Monstruos de la Oscuridad La luz del farol ubicado en la entrada del estacionamiento del edificio iluminaba el techo de mi habitación en medio de la oscuridad. El haz de luz se desmembraba al dar contra las romanillas de mi ventana y entraba en mi habitación de manera discontinua, formando en el techo una escalera de luz blanca. La escalera no se quedaba fija, sino que se movía, los haces de luz se apagaban y se prendían intermitentemente, o se distorsionaba según el haz fuera interrumpido o afectado por la luz de algún auto que entrara o saliera del estacionamiento del edificio. Era solo luz blanca en mi techo, pero parecía que en medio de la noche oscura cobrara vida, y su reflejo me permitía ver el adorno gótico que tenía la pequeña puerta del chifonier de madera que estaba ubicado en frente de mi cama. El adorno era una figura abstracta que consistía en dos ramas cargadas de hojas, las ramas arqueadas formaban entre ellas un círculo dentro del cual también había hojas pequeñas, todo esto era de madera en relieve, color marrón igual que el chifonier pero más oscuro. Dichas ramas que el pequeño niño de cuatro años observaba fijamente tan bien como la poca luz que entraba a la habitación se lo permitía, parecían aparecer y desaparecer intermitentemente, tal vez efecto de la luz, o del sueño.

El pequeño aspi golpeaba suavemente la pared azul (que a esa hora se veía negra) con la punta de su dedo produciendo un sonido acompasado a espacios iguales unos de otro, tal vez para romper el silencio, tal vez para sentir que tenía algún poder, poder de producir algún sonido, pero poder al fin. De repente las hojas del adorno gótico del chifonier se movieron al mismo ritmo de los golpecitos en la pared. ¿Qué? ¿Es esto posible? ¡No!, pero sucedió. Mejor me relajo y observo con más atención. Un carro entra, la escalera hace su juego, el sonido de los golpecitos sigue y... creo que se volvieron a mover las hojas.... ¡Esa hoja se está moviendo ahora mismo! ¡Dios mío! Desapareció, se sumió en la oscuridad. ¿Habrá una pequeña criatura escondida detrás de la puerta del chifonier? No, ¡no puede ser! Pero si dejé de golpear la pared y ¡alguien la golpeo una vez más! Algo está pasando aquí, y tengo miedo. Mi cuarto está en penumbras y estoy solo en él, pero estoy seguro de que no estoy solo, hay presencias extrañas aquí. La escalera se mueve sin que haya entrado ningún auto, la figura gótica desaparece unos segundos y tengo que espabilar varias veces para que vuelva a aparecer, creo que voy a decirle a mi papá a ver si él me cuida, tengo mucho miedo. Cuando me voy a levantar pienso en unos seres vivos que igual que los monstruos de la oscuridad, están allí en mi cuarto, todos juntos jugándome una broma pesada, salen en la noche, estos terribles seres son insectos rastreros color marrón, alas marrones inútiles y grandes ojos negros en forma de manchas ovaladas. Me dan mucho asco... y miedo. De manera que cuando me

voy a parar para buscar a mi papá, me detengo abruptamente antes de poner los pies en el frío piso para buscar mis pantuflas. —No, no puedo hacerlo, debe haber una cucaracha allí junto a mis pantuflas con sus grandes manchas negras a manera de ojos, sus antenas asquerosas y sus alas inútiles, allí abajo esperando por mí para subirse a mis pies apenas toquen el piso. —No puedo hacer esto. La escalera sigue moviéndose y ya no pasa ningún auto, alguien golpeó la pared levemente, estoy casi seguro, lo escuché y la figura gótica del chifonier se ha transformado en la cara de un viejo con una sonrisa burlona. No soporto más, es ahora o nunca, brinco al piso y busco mis cholitas, por suerte las hallo antes de que me hallara a mí una cucaracha, y voy al cuarto de al lado donde duermen mis bellos y jóvenes padres. Aún no sé conversar, aunque ya sé leer, no sé cómo explicarle a mi papa todas las cosas que están sucediendo en ese mismo momento en el cuarto contiguo, pero puedo decir algunas palabras, de manera que lo toco para despertarlo: —Papá, tengo miedo Es todo lo que atino a decir. Mi papá se levanta, tal vez tenga sueño pero es alto y fuerte y yo sé que los monstruos de la oscuridad no resistirán su presencia.

En efecto, entramos en el cuarto. (sin prender la luz) y el cuarto está en paz: la escalera de luz se mueve solo si entra o sale un auto, nadie golpea la pared y en la puerta del chifonier está nuevamente la figura gótica, ya no el viejo burlón. Puedo cerrar mis ojos y relajarme porque yo sé que no hay monstruo ni real ni imaginario que se atreva a tocarme si papá está cerca... Zzzzz.

Hiperlexia Aunque una minoría pasa por dificultades para aprender a leer, la gran mayoría de las personas con autismo de alto funcionamiento y/o síndrome de asperger, tenemos algún grado de hiperlexia. La misma se caracteriza principalmente por el aprendizaje de la lectura a una edad muy inferior al promedio, este aprendizaje además se da de forma natural o espontanea, es decir sin presión, esfuerzo y ni siquiera intención de otras personas, dándose casos de niños que aprenden a leer incluso a los dos años de edad. Tengo guardado en alguna parte un dibujo que me hizo mi hermano cuando éramos niños, se trata de un osito y tiene mi nombre y la fecha escritos de su puño y letra. Cuando me lo regaló me pareció natural pero después de adulto revisando mis cosas, veo el osito y para mi sorpresa me doy cuenta por la dedicatoria fechada, que para el momento en que me lo regaló, mi hermano había cumplido hacía poco solo tres años de edad. No recuerdo cuándo aprendí a leer yo, ni cómo lo hice, mi papá dice que también aprendí solo, igual que mi hermano. Lo que sí recuerdo es que cuando tenía cinco años de edad y empecé mi primer grado de primaria, ya leía corrido, lo recuerdo bien por la impresión que me dio el hecho de que conmigo estudiaban niños grandísimos, tenían seis y siete años, (cuando tienes cinco, dos años de diferencia es media vida), y apenas estaban aprendiendo a leer. Eso me impresionó mucho, y me hizo darme cuenta por primera vez de que yo era diferente a los demás niños, fue la primera vez que tuve conciencia de ello. El hecho de que fueran mayores que yo, me hizo suponer al principio que leían

mejor que yo, y que habían leído más que yo. Pero me doy cuenta que en lugar de ello se esforzaban por entender que eme “m” con “a” sonaba “ma” y que pe “p” con “i” sonaba “pi”, había un esfuerzo palpable de los niños por aprender (de algunos porque a otros ni les interesaba) y de mi maestra porque aprendieran. Yo pensaba: —¿Cómo esos niños tan grandes no entienden algo tan fácil?Pero así como para mí leer era algo intuitivo y natural y para ellos no, a la vez había cosas naturales para ellos y que a mí me parecían un misterio gigantesco, como por ejemplo el arte de iniciar una conversación, esto era algo que yo no podía hacer, y si otro niño la iniciaba, yo no sabía cómo continuarla de forma fluida, solo podía decir: —Sí —No —Bien gracias Y así contestaba de forma parca y concreta o repetía la última frase que escuchaba. Pero esto no me ocurría por falta de vocabulario, al contrario, a los seis años de edad mi abuelita Juana me regaló un ejemplar rústico de la Biblia, tenía tapa gruesa de pasta negra y bordes color rojo, era la versión Reina Valera 60, mi primer libro sin contar los libros escolares de primero y segundo grado. Para los que no la conocen, la Reina Valera 60, tiene un lenguaje antiguo que la hace de más difícil comprensión, incluso para un adulto, pero esto no me

paraba, cuando leía alguna palabra que no conocía la buscaba en el diccionario y aprendía a usarla. A los siete años comencé a leer las enciclopedias autodidácticas que tenía mi padre en su biblioteca, en ellas leía de dinosaurios, idiomas, historia universal, y muchas otras cosas. A los once, mientras mis vecinos jugaban pelota en la planta baja del edificio donde vivíamos, yo leía literatura contemporánea y clásica, a los catorce a Cervantes, en fin, amaba la lectura lo que me daba un vocabulario más rico que el de mis pares. Todo lo anterior hacía creer a los adultos que simplemente que se trataba de un niño muy inteligente, pero cuidado, no necesariamente es así, las personas con síndrome de asperger tenemos generalmente una inteligencia igual al promedio, a veces superior, pero el hecho de aprender a leer antes de la edad promedio no es un signo de inteligencia, es más bien si se suma a otros síntomas, una señal de alerta que indica que el niño necesita ser evaluado por un especialista para determinar si hay alguna condición especial o al menos áreas que atender. Es fácil pensar que aprender a leer a tan temprana edad es bueno, y creer que yo cuando me vi “aventajado” con respecto a mis compañeros de primer grado debí haberme sentido lo máximo, pero no es así, no tiene nada de grandioso saber leer si no puedes compartir lo que lees con nadie, si no puedes mirar a nadie a los ojos, si no puedes conversar con los otros niños. De poco te vale haber leído todos los libros del mundo, si no tienes un amigo con quien compartirlos, de hecho el vocabulario que adquirí desde muy niño gracias a la lectura, las estructuras del idioma y de la gramática, e incluso el conocimiento

mismo que del ser humano y de la sociedad adquirí gracias a la lectura, no me servían para nada en la vida práctica. Maestro, madre, padre, tienes que tomar conciencia de que ese niño que parece ser muy inteligente, y que tal vez lo sea, puede ser a la vez un niño que necesita ayuda en áreas del desarrollo que para el resto de los niños son espontáneas, instrúyete y no dejes de atenderlo en sus necesidades especiales, si las tiene, porque todas las letras del mundo y todos los libros del planeta, no podrán sustituir el amor y el apoyo que tú le puedes dar.

¿Puede el Asperger Hacer Dudar de su Identidad Sexual a un Niño Aspi? Ese mismo año que empecé el primer grado de primaria, cuando estaba en la escuela, en especial en la hora de recreo me atormentaban algunos pensamientos. Los varones salían todos en estampida, las hembras eran más calmadas y salían en pequeños grupos conversando. Yo, era uno de los últimos en salir, después de los varones y de las hembras. Ya por allí yo daba una impresión extraña. Afuera en el recreo veía a mis pares subir corriendo por pequeños cerritos de tierra que había en un patio grande que tenía la escuela y luego lanzarse en parejas desde arriba revolcándose y dándose golpes. Otros hacían el "pilón", esto es que todos los niños caían físicamente uno arriba de otro y los de más afuera golpeaban a los de más adentro, chillaban, se agredían y jugaban pelota. Yo miraba aterrado, —Se supone que debes hacer eso mismo. Me decía a mí mismo, y me acercaba esbozando una sonrisa y tratando de alguna forma participar en los juegos menos agresivos, pero pasaba por desapercibido la mayoría de las veces, casi invisible, aquello en cierto modo me aliviaba, pero a la vez me hacía dudar de mí mismo. Veía a las niñas, caminando tranquilas, hablando riendo o jugando juegos más civilizados y pensaba:

—Si fuera niña sería mucho más fácil, para mí, podría tal vez jugar con mis compañeras, pero siendo varón es difícil porque no me aceptan y con los varones no puedo jugar porque yo no soy como ellos, no puedo hacer lo que ellos hacen. Luego concluía: —Debí haber sido niña. Pero aquel sentimiento, en mi caso, no era causado por atracción sexual al mismo sexo sino por la frustración de no poder jugar sus juegos y no entender la gracia de sus bromas y ese hecho me llevaba a esa conclusión equivocada y delicada. A los seis años me di cuenta que no debí ser hembra porque me gustó una niñita que siempre se preocupaba por mí y me defendía del acoso, —Es un ángel. Me di cuenta de que no sentía algo así por ningún varón, ni por nadie, ella era la niña más bella del mundo y la criatura más hermosa sobre la tierra. En mi caso tuve ese ángel (no recuerdo su nombre) pero era blanquita de rulos y ojitos negros, todo un ángel e inmediatamente disipó mis pensamientos errados sobre mi sexualidad, pero ¿qué hay de los niños que no encuentran un ángel como ese y quedan enganchados en un pensamiento de confusión de identidad sexual, como aquellos que yo tuve? Esto no es poca cosa, los niños como el que yo fui necesitan orientación, yo tuve a Dios conmigo, el único con quien podía conversar, pero no podemos dejarle todo a Dios.

Qué hay de los niños que hoy, por las razones equivocadas, como yo lo hice piensan: —Algo malo hay en mi sexualidad porque no soy como los otros niños varones. Tengo un problema, debí ser hembra. De aquí la importancia de la orientación de los padres y terapeutas que hagan entender al niño que no hay nada malo ni en su sexualidad ni en su forma de ser y que hay muchos varones que no somos como esos niños que conoce, que ser como él es no tiene nada de malo y que al contrario es como las piedras preciosas que son algo muy difícil de conseguir pero a la vez algo muy muy precioso.

Movimientos repetitivos o estereotipados. Estereotipias en la Infancia Ya tenía un año yendo a la escuela, la misma escuela donde empecé primaria, y en todo ese tiempo, a la hora del recreo, con frecuencia daba tres vueltas con mi dedo índice a una pistola imaginaria y luego la paraba en seco apuntando con ella con el antebrazo perpendicular al brazo y la pistola bien sujeta. Seguro aprendí a ser tan diestro con una pistola en alguna película de vaqueros de esas que pasaban en las tardes en blanco y negro, o algo así, la cuestión es que lo hacía. ¿Por qué lo hacía? No lo sé. Tal vez una manera de romper el cristal que sentía que me separaba del mundo, tal vez para que alguien me viera y me tomara en cuenta, o para parecer audaz e intrépido como los personajes de las películas, o porque me desestresaba, o tal vez todas las anteriores, en fin. Este movimiento lo ejecutaba casi compulsivamente a la hora del recreo cuando todos mis compañeritos comían juntos, corrían, jugaban pelota y hacían grupos para pelear y jugar mientras yo los veía muy de cerca pero muy lejos a la vez. Quiero que quede claro que no estaba molesto y mucho menos quería dispararle a nadie solo ejecutaba el movimiento. Cuando descubrí el asperger supe que muchos aspis ejecutan o ejecutaron algún tipo de movimiento repetitivo en alguna época de su vida. Y tanto ese comportamiento como muchos otros encontraron respuesta al descubrir el asperger. Todo comenzó a encajar. Recuerdo claramente un día mientras ejecutaba solitario la estereotipia en el recreo, escuché a dos niños un poco mayores que yo diciendo

—mira está loco. Y luego se carcajearon mientras me señalaban con total indiscreción. Fue cruel lo que hicieron esos niños, pero lo que no mata fortalece, y todo tiene un lado bueno, en ese momento caí en cuenta de que aquello no era "normal" y aunque seguí caminando con mi pistola en movimiento para que ellos pensaran que no me afectaba en nada su burla, cuando ya no los tuve a la vista solté la pistola y nunca más la tomé. Esa "cura cruel" no me traumatizó, no me mutiló, no me mató. Tuve que buscar otra forma de drenar todo esto. Seguro no era la mejor manera de hacerme consciente de que aquella estereotipia no era conveniente, pero la conducta de esos niños me hizo reaccionar y eliminar una conducta no conveniente. Hay algunas conductas que tu hijo aspi debe cambiar no porque perjudiquen a nadie sino simplemente porque no le convienen para su desarrollo exitoso. Nadie mejor que tú para decírselo, no tengas miedo, mejor que lo hagas tú y no esperar que dos niños crueles se lo hagan saber. Duele menos.

Afectaciones en la motricidad. El apartamento al cual nos mudamos tenía una sala-comedor amplia que daba hacia un pasillo largo y recto alrededor de los cuales se distribuían los otros ambientes. Y aunque ya teníamos más de tres años allí y el pasillo era recto, eso no impedía que yo y algunos de mis hermanos, caminando por él tropezáramos de pronto con las paredes, preferiblemente golpeando justo el filo con la frente: puuuum! Uyyyy. Aquello nos pasó como hasta los siete años, uno de mis hermanos no chocaba con las paredes pero hasta como el año y medio, estando sentado en el piso se lanzaba (o caía) hacia atrás con fuerza golpeando duro el piso con la parte posterior de la cabeza, no sé si lo hacía intencionalmente o es que perdía el equilibrio, y como hasta los 4 o 5 años pasando por ese mismo pasillo sin tropezar con nada se caía kataplum, por lo cual yo solía decirle: —¡Cuidado te caes! Advertencia que muchas veces se cumplía como profecía. ¿Son estos choques con la pared y movimientos una cosa extraña?, parece que no en una familia de autistas de alto funcionamiento. En mi caso me sentía como Koji Kabuto manejando a Massinger Z, a los ocho años usaba unas botas ortopédicas con unas guayas gruesas de la cintura hasta los tobillos que me ayudaban a caminar sin meter los pies e impidiendo que los tropezara uno con otro. Esta dificultad de coordinar con precisión los movimientos me hizo sufrir mucho en educación física en mis años escolares, a la hora de atrapar o golpear

una pelota y luego de adolescente a la hora de aprender a bailar. Afortunadamente en esa época el merengue de los ‘80 iba creciendo en popularidad vertiginosamente y se bailaba descuidadamente sin necesidad de movimientos precisos y coordinados a diferencia de la salsa, cuya técnica de baile nunca pude entender. El merengue y lo que entonces llamaban “miusik” no tenían este problema, de manera que uno podía moverse libremente siguiendo aproximadamente el ritmo, yo, por mi parte, procuraba hacerlo como si nadie me estuviese viendo y lo disfrutaba. Ya adulto joven, desde la primera noche de casados, mi esposa notó en carne propia esta torpeza. La valiente recibía codazos y rodillazos por mi falta de precisión o delicadeza en la coordinación de movimientos, pero ella era paciente, el amor ayuda y la experiencia enseña. A estas alturas ya adulto, no me tropiezo con las paredes, ni nos caemos al piso, tampoco mis hermanos, sin embargo conozco una adulta con asperger que se sigue cayendo al piso, yo aprendí a manejar el "robot" bastante bien, aunque sigo sintiendo mucho mi torpeza en especial para la motricidad fina, como escritura, desamarrar nudos (sufro cuando mi esposa amarra varios cables largos juntándolos y haciéndolos más cortos, porque me cuesta encontrar el desarrollo del nudo), se me sigue haciendo difícil atajar cosas en el aire y en general trabajos manuales. Cuando estoy en esos menesteres me esfuerzo porque los demás no noten mi sufrimiento y eso creo que es contraproducente más bien, por eso evito hacer movimientos y trabajos que delaten mi torpeza.

Es solo ahora en el siglo XXI, muchos años después cuando me enteré de que esto que aquí he descrito es parte de las afectaciones de un síndrome llamado asperger, y es solo ahora cuando todas estas cosas, inexplicables hasta hace poco, encontraron respuesta. Ahora entiendo que no me pasa solo a mí y a alguno de mis hermanos. Conocí ahora una chica asperger adulta que me cuenta que aún hoy a esta edad sigue tropezándose con las paredes. Natacha, mi cuñada con autismo severo y compromiso cognitivo moderado. Ya es adulta pero aún sigue también tropezando con las paredes, con los postes de luz en la calle y cayendo al piso de cuando en cuando, pero ella tiene una condición más ruda que la mía. Nosotros los asperger y/o autistas de alto funcionamiento tenemos muchas posibilidades de mejorar nuestra motricidad. Yo por mi parte, me desenvuelvo muy bien en mi medio y con las actividades que escogí para ganarme la vida, así que tú si eres o tienes asperger te aseguro que puedes mejorar mucho la coordinación de tu motricidad fina y/o gruesa, y ser perfectamente funcional y exitoso en la vida con lo que escojas para ganártela.

El Recreo Para los niños varones con una condición neurobiológica típica el recreo es el mejor momento de la escuela, es la oportunidad para competir, para jugar, para charlar, etc. Para mí era en cambio el peor momento de la escuela, no sabía qué hacer, a dónde ir ni cómo actuar y eso puede ser profundamente estresante y si no se tiene una buena ayuda puede herir gravemente la autoestima y el rendimiento escolar del niño. Cuando hablo de una buena ayuda me refiero a una buena comunicación con los padres, al apoyo de un maestro concientizado sobre el síndrome de asperger, a la intervención de su psiquiatra y/o terapeutas y hasta de ser posible la participación de un grupo de apoyo para el niño conformado por algunos compañeritos que instruidos sobre la condición quieran colaborar en su integración e inclusión y en su aprendizaje de los códigos de comportamientos implícitos que no podemos percibir intuitivamente. Estos grupos de apoyo pueden ser muy productivos, proteger al niño de posibles acosos y podrían transformarse con el tiempo en verdaderas y duraderas amistades. Una de las razones por las cuales el recreo me era un momento muy duro es porque a diferencia del resto de clase donde todo es estructurado y las reglas son claras, en el recreo no sucede así. Cuando estaba en la escuela, durante la clase era fácil saber qué hacer: leer, sacar cuentas, encontrar los diptongos, escribir los números primos, dividir en sílabas, tomar dictado, etc. Las cosas estaban claras pero a la hora del recreo todos los niños parecían tener un código secreto que les hacía saber exactamente qué hacer, cómo y qué jugar, a dónde ir, etc. Todo

parecía estar perfectamente claro para los niños que literalmente corrían a hacer sus rolesE menos para mí. —¿Me quedo sentado leyendo después de comer la merienda, o salgo a jugar? Si me quedo aquí leyendo voy a parecer muy raro, y me querrán molestar, pero si salgo ¿para dónde voy? Y si juego ¿con quién y qué cosa? Cuando los niños golpean la pelota corren y no sé por qué ni para dónde, además ya lo he intentado y no puedo golpearla en el aire, se van a reír y me van a decir cosas malasE Muchas veces salía en silencio y en solitario, a recorrer

los

patios

y

pasillos

estudiando

disimuladamente a los otros niños. Recuerdo que hasta los seis años mientras recorría los patios analizando de soslayo a los otros niños ejecutaba una estereotipia con mi mano derecha, moviéndolas en forma circular y hacia adelante y hacia atrás. Ahora sé que esa estereotipia me hacía parecer mucho más extraño aún y disminuía la posibilidad de que cualquiera se me acercara. Es importante que los padres trabajen concientizando a sus chicos de la conveniencia de moldear, controlar o eliminar algunos de estos movimientos extraños, para facilitar la socialización e integración en el recreo. En varias ocasiones me acerqué a los niños a esperar turno para jugar, el corazón se me aceleraba con el estrés y cuando me tocaba, no podía hacerlo y solo causaba hilaridad. Esta reacción de los otros niños no instruidos ni concientizados acabó con mi deseo de seguirlo intentando, de manera que mi

estrategia era demorar la merienda todo lo posible y luego salir a estudiar el comportamiento social de los otros niños, siempre con la amenaza real de ser acosado o perseguido por no ser igual que los demás. Es por esta razón que escribo este libro, porque sé que con el apoyo y vigilancia constante de los padres a través de un fuerte lazo de comunicación entre el niño, sus maestros y sus padres; y con docentes y compañeros de clase concientizados, aliados y respetuosos el timbre del recreo ya no le helará la sangre a nadie y esos minutos serán lo que tienen que ser: un tiempo de sano esparcimiento y recreación.

Mi Primera Declaración de Amor La primera vez que le declaré mi amor a una chica tenía 8 años de edad y lo hice por escrito, jamás le entregué la carta. Por alguna razón los aspis nos expresamos mucho mejor por escrito que oralmente, la carta tenía unas tres páginas incluía el nombre de la sección en la cual estudiaba mi cuarto grado, mi número de lista en la asistencia, el nombre de mi maestro y otros "detalles técnicos". En ella le declaraba mi amor sincero y puro a la Reina de carnaval, una niña rubia y muy linda que estudiaba también 4to grado pero en la sección "B". Metí la carta en mi libro de matemáticas y me armé de valor para entregársela en el recreo a la primera oportunidad. Cuando veía a la niña me paralizaba, no solo jamás le entregué la carta sino que ni siquiera llegué a saludar a la niña. Hoy pienso que lo que me paralizaba era la experiencia de ser constantemente excluido como a esa corta edad ya lo había sido y esa sensación de ser un "bicho raro". Hoy es mucho más fácil para nosotros, en lugar de buscar el momento oportuno mirar a los ojos, iniciar una conversación, extender la mano y entregar la carta, basta con escribir la carta y darle la tecla "enviar" “send” o “enter” y luego que pase lo que tenga que pasar. La creación de conciencia es un factor que ayuda mucho, y con este libro estamos trabajando para crearla, tú al leerlo también lo estás haciendo. Poco a poco disminuye la exclusión, el acoso y otras experiencias traumáticas que

pueden hacer que un niño se paralice o que un adulto no alcance plenamente su potencial. Finalmente el apoyo de los padres, comprensión de los hermanos, las terapias mientras la persona con asperger es niño y siendo adulto la propia conciencia de las afectaciones y también la terapia, si es necesaria y el apoyo de la familia son factores que desinhiben, acrecientan la autoestima y pueden permitirle a un niño sonreír y entregar una carta o a un adulto llegar a ser lo que quiere ser, que en mi caso siempre fue ser verdaderamente libre y feliz, que es lo que todos queremos llegar a ser. Y eso es exactamente lo que soy hoy.

Testigo de un Crimen.- Literalidad. Por Iris Rivero, @ReinadMoros Cierto día caminaba con Luís por Guatire, regresábamos de su consulta psicológica y subimos hacia la plaza por la popular "subida del Nazareno", a mano derecha hay una tienda naturista y cuando la vi recordé que tenía que comprar unas infusiones. Siempre me ha gustado pedirle a mis hijos que hagan los mandados, no por pereza sino porque es importante que ellos logren destrezas en la comunicación con extraños. Le dije "sube esas escaleras, allí despachan por la ventana, cómprame un sobre de stevia y un té verde por favor". Yo me quedé del lado de la calle supervisando la compra que hacía mi hijo, él se asomó y pidió lo que le encargué, pero de pronto se le ahogó un grito de asombro y brincó como si le hubiesen puesto corriente, su cara de espanto me asustó mucho pero era evidente que no corría peligro, volteó con una expresión de susto en la mirada y me dijo desesperado: "Mamá sube, sube, ve, aquí hay algo que no te va gustar"... A pesar del susto y de la duda, decidí esperar, mientras lo despachaban y le daban el vuelto. Mientras tanto, mi aspi pegaba pequeños saltos como si intentara ver algo a través de la ventana por donde lo despachaban, mi curiosidad crecía, seguí esperando sin dejar de observarlo. Cuando el vendedor le entregó el paquete, él con la misma expresión de angustia fue a mi encuentro.

Una vez que estuvimos juntos de nuevo le pregunté qué pasaba y aún perturbado me dijo: "Mamá es que en ese sitio, donde me mandaste, decía que fiao murió y que mala paga lo mató". La forma literal en la cual percibió aquel anuncio le hizo imaginar que era testigo del crimen del señor llamado "Fiao" y también que el vendedor que le despachó las infusiones era "Mala Paga", quien había cometido dicho crimen y pues con cada salto Luís intentaba mirar entre los estantes el cuerpo inerte del desdichado Fiao... Fue muy gracioso, luego al verbalizar la situación, le expliqué el significado de esa expresión y lo entendió, pero en el momento llegó a creer que yo, su propia madre, lo había puesto en peligro al ser testigo de tal crimen... La literalidad no siempre es divertida. Hoy me pidió regresar al sitio para que viera el cartel, ahora a él también le parece gracioso.

Botas que Pegan Corriente Conozco a una joven pareja, ella unos veintiséis, él unos veintisiete, que tienen un niño aspi de ocho años de edad, quien además de Síndrome de asperger, al caminar, tal vez como parte de sus afectaciones de motricidad, mete los pies hacia adentro, inclinando las puntas una contrala otra. Los padres de ese niño, aunque jóvenes y ocupados le pusieron la atención debida al problema, y como el papá del niño trabaja en dos hospitales no se le hizo difícil hacer cita con médicos especialistas en la materia. Los médicos pusieron al niño a caminar de un lado a otro, a detenerse, sentarse, ponerse de pie, y volver a caminar; midieron la distancia entre sus tobillo y su cintura, dibujaron sus pies, ambos, sobre una hoja blanca usando como molde los mismos pies del niño; midieron la distancia que quedaban las puntas de los pies una de la otra al estar parado e interrogaron al padre y finalmente le dieron las medidas e indicaciones de las botas ortopédicas que tuvo que mandar a hacer para su hijo en el lugar indicado por el médico. Vi las botas, son una especie de botines negros con punta gruesa y abultada, dentro tienen plantilla y molde para ayudar a hacer el puente de la planta del pie, que tampoco lo tiene formado el niño, pero lo más resaltante de las botas, es que a nivel de los tobillos, por la parte de afuera, tienen un remache metálico que sostiene sendos resortes forrados de goma que se extienden hacia arriba paralelamente a las piernas. Los resortes terminan a nivel de la cintura, donde ambos están fijados con otro remache metálico a una correa gruesa color crema que se usa sobre las trabillas del pantalón. Estos resortes poderosos no son

rectos sino arqueados hacia afuera con la curvatura y tamaño suficientes para enderezarse un poco a medida que el niño va creciendo. Como son arqueados hacia afuera y no pegados al cuerpo, hacen bastante volumen y es imposible usar las botas con los resortes por dentro del pantalón. La ciencia de ese artilugio consiste en que las guayas metálicas formadas por los resortes y las gomas ejercen presión en los pies del niño empujándolos hacia afuera e imposibilitando de esta manera que meta los pies corrigiendo así la postura. El niño tendrá que usar las botas todo el tiempo, incluso en la casa, durante por lo menos cinco años, seguramente más. Cada vez que le vayan quedando pequeñas las botas, el padre lo llevará a control para tomarle las nuevas medidas y hacerle las botas hasta completar la terapia de cinco años. Los padres bien intencionados y muy jóvenes creen que han solucionado el problema. No se dan cuenta que sin querer ha surgido otro problema: gracias a sus botas.El pequeño que comenzó las clases en una nueva escuela poco tiempo después de haberlas estrenado, ha estado enfrentando burlas, miradas indiscretas, risas y chistes de sus compañeritos debido a sus aparatos para caminar. El acoso es diario. A veces cuando crecemos y ya tenemos veinte años de edad, se nos olvida cómo es tener ocho y creemos que son tonterías todas estas cosas y que pronto pasarán, pero no es así. Entre las bromas que ahora suelen hacerle al niño en el colegio está una en la que un niño se le acerca y tras agarrar fuertemente una de las guayas de las botas se estremece gritando y temblando violentamente fingiéndose víctima una

descarga eléctrica. Los niños testigos ven el show y estallan en carcajadas, tal vez alguno que otro piense que en verdad el bromista recibió un corrientazo. El pequeño aspi prefiere evitar problemas y no dice nada. Pero le duele. —¿Te caes si te las quitas? —¿Pegan corriente? —¿Puedes correr? —¿Por dentro de esa goma pasa agua? —¿Por qué tú naciste así? Algunas preguntas son sinceras, los niños son indiscretos y quieren saber, otras son simplemente para molestar. A estas alturas el niño ya está harto del interrogatorio, la indiscreción y las burlas son a diario. El acoso es diferente al de años anteriores, pero igual molesta, este año no ha tenido que pelear, no ha sido necesario, el acoso ha tomado un nuevo matiz que no conocía. Ya no es el niño raro y callado, ahora es el fenómeno con las botas que pegan corriente. El niño no conversa con nadie, ni siquiera con sus padres, ni con sus dos hermanas menores, ya ha pasado casi un año desde que empezó a usar las botas y está a punto de explotar. Se siente incapaz de soportar aquello cuatro años más. A los ocho años de edad, cuatro años es media vida, esperar la mitad de la vida es esperar demasiado. Sabe que no va a aguantar, que va a estallar de un momento a otro, y no sabe cómo, pero no quisiera porque sus padres no se lo

merecen. Después de todo, lo único que quieren es lo mejor para él, además su mamá está en embarazada y necesita tranquilidad. El niño, que no tiene amigos y tampoco siquiera un terapeuta para intentar contarle lo que está sintiendo, ya le toca ir al médico para el control ortopédico, y como ninguna de las habitaciones tiene puerta, se encierra largo rato en el baño antes da salir con su padre al hospital, y de rodillas y ojos cerrados como lo enseñó la abuela, le cuenta a Dios, que es el único ser con quien conversa, todo lo que le está pasando. Y le cuenta que ya no aguanta más y que necesita ayuda, porque va a explotar, seguramente Dios lo sabe, pero él necesita hablar con alguien, necesita expresarse, necesita que lo escuchen, que lo ayuden y sobre todo que se enderecen sus pies sin pasar por aquello. Pero termina de orar y no pasa nada, absolutamente nada. Ha transcurrido un año ya desde que empezó a usar las botas, ya su mamá dio a luz, es un varón, —¿será como él también?—. Es época de vacaciones escolares. Y lo han inscrito en otra escuela. —¿Cómo recibirán en la nueva escuela a ese fenómeno con las botas que pegan corriente? El médico, es el mismo de la primera vez, lo examinó, hizo las mismas pruebas y mediciones que la vez anterior y comprobó para su asombro que el niño tiene sus pies derechos, no entiende muy bien cómo, pues apenas ha pasado un año, pero es definitivo, el niño no necesitará usar más las botas para nada.

El papá y el médico están gratamente sorprendidos, pero el niño, aunque no se le nota, está inmensamente agradecido, sabe que Dios lo escuchó cuando oró en el baño aquella mañana y sabe que ya no será nunca más el fenómeno de las botas que pegan corriente. Han pasado ya muchos años desde aquellos días, y aún tengo mis pies derechos, ¿equivocación del médico en la duración del tratamiento?, ¿reacción extraordinariamente favorable a la terapia ortopédica?, ¿mentalización?, cada uno tiene su explicación al hecho de que me bastó un solo año en lugar de los cinco indicados inicialmente por el médico, pero yo, aunque ya hoy nadie se burla de mí -al menos en mi presencia-, y aunque tengo mis pies derechos, no me olvido que no siempre fue así y que cuando las cosas eran diferentes y yo no podía hablar con nadie, Dios me escuchó, e hizo para mí un milagro que jamás olvidaré, no solo con mis pies, sino con mi fe y mi confianza. Ahora creo que no importa lo que digan los médicos, si hay amor, hay apoyo y hay fe, cualquier diagnóstico puede evolucionar positivamente más allá de la expectativa lógica, científica y racional del médico o el terapeuta más docto. Por eso hoy sé que por más desesperanzador que sea el diagnóstico de tu hijo, y el Síndrome de asperger no es un diagnóstico desesperanzador, si hay estas tres cosas: hay amor, hay apoyo y hay fe, tu hijo puede sorprenderte más allá de lo que cualquier médico o libro de texto te pueda contar.

El Piano y el Habla Los acordes de la pieza de “Historia de Amor” de Francis Lai, interpretados con toda pasión por la joven Nelly en su piano, llenan la casa. Un niño de diez años de edad está solo en el cuarto de su tío; su madre, hermanos menores y sus tías andan por todo el apartamento y por el pasillo de afuera, van y vienen de un sitio a otro hablando del trabajo, de la familia y de las festividades navideñas. Las hermanas menores del chiquillo están distraídas con la algarabía. La joven madre habla con sus hermanas, la prima del chico levita en el piano, el piano suena. El niño tiene algo importante que decir, que le ahoga, que le presiona el pecho, que le angustia, se acerca a su joven madre, y trata, pero no puede decir una sola palabra, definitivamente no, ni una. Nadie nota su desespero y él regresa al cuarto vacío del tío, se sienta en la cama y cierra sus ojos. A sus diez años es consciente de que necesita concentración, práctica, ejercicios y fe para hacer lo que los otros niños pueden hacer de forma espontánea y natural, como conversar libremente por ejemplo. Y piensa en su incapacidad y en el deseo que tiene de poder hablar, expresarse, comunicarse como lo hace cualquier otro niño, salvo él. La prima no para de tocar, y la música fluye del piano como algo casi físico que él puede sentir. Para la chica del piano solo parece existir el piano y ella, incluso parecen una sola unidad y como el piano es parte de ella, lo toca sin ver las teclas, meciéndose ligeramente hacia adelante y hacia atrás, como viendo al

horizonte más allá de aquellas paredes. El niño poco a poco siente cómo la música va impregnando todo el ambiente, pudiera decirse que llegó el momento que el piano suena solo para él, que sentado en la cama y con sus ojitos cerrados se hace mil preguntas sin respuestas mientras se deja llevar por el piano. De pronto el niño ya no está allí, sí, su cuerpo sigue allí sí, pero no él, aquellas notas penetran por sus oídos, llegan hasta su ser interior, y hacen vibrar su alma. Su espíritu se elevaba con la música, y junto con los acordes del piano ahora viaja sin límites físicos. Su pequeño cuerpo le queda chico a su alma liberada por la música, liberada de las afectaciones de su mente física y de las limitaciones de su cuerpo. Puede volar, pero sobre todo puede hablar. Pero no hablar como lo hace en la vida real, donde por alguna razón, a pesar de tener en su mente perfectamente clara la idea de lo que quiere decir, al abrir la boca delante de otro ser humano, las palabras justas se le escapan como agua entre las manos, trata de fijarlas como se fijarían de una pared unas tablas de madera con clavos de acero, pero no puede, aún no descubre el poder que tiene la escritura para fijar y ordenar las ideas, ni ha desarrollado ninguna técnica ni estrategia alternativa para ello y el mensaje se le escapa irremediablemente como siempre. Se le aglomeran mil palabras y pensamientos a la vez, como un torbellino y la idea de su plática queda allí mezclada con preguntas sobre la entonación correcta, selección de las mejores palabras para el caso, pausas, posibles reacciones del oyente, mirada, juicios, velocidad del discurso, interpretaciones probables del oyente, tipo de lenguaje E y el

discurso o charla —por corto que sea— se le convierte en un rompecabezas desorganizado imposible de ser armado en el acto, frente al interlocutor. Pero allí sigue él con sus ojos cerrados, transportado por el piano, en un éxtasis donde puede hablar con soltura, y armar perfecta y coherentemente de viva voz las frases, oraciones e historias completas que tiene dentro de sí. —Sí, no dejes de tocar prima, sigue porque ahora soy libre, libre como tu música, para expresarme y hacerme entender y para ser amado y valorado- le dice a su prima en su mente. Las palabras y las ideas fluyen en su cabeza, perfectamente claras como los acordes del piano. Pero la música para y el niño abre los ojos y vuelve a la realidad, aquel mundo a donde lo transportó la música y él podía comunicarse y los oyentes le prestaban atención y lo entendían, es un mundo imaginario, no existe en la vida real. —Creo que lo mejor es escapar de casa. Correr muy lejos y no regresar jamás a este mundo en que vivo. ¿Y si desaparezco como lo hacen mis palabras cuando trato de conversar? Después de todo, mi mamá ya tiene otro hijo varón a quien ama de verdad. Para mi mamá él sí es bello, es bueno y es digno de su amor, no como yo que nunca lo he sido ni podré serlo jamás. ¿Y cómo voy a ser digno de amor alguno si ni quiera sé decir lo que quiero?. Yo creo que si desaparezco nadie lo notará. ¿O sí? ¿pero cuándo lo notarán? ¿Y si lo notan les importará o se sentirán aliviados? Me voy de la casa, así mi mamá entenderá todo lo que siento, tal vez me busque, pero no lo creo, sin embargo si

me busca quiere decir que sí le importoE Escaparme, es una forma de comunicarme sin palabrasEl piano comienza a sonar nuevamente, pero el niño no puede más con su sentimiento de impotencia y ya ha tomado una decisión. Debe dejar para siempre a su familia, y hacer su vida. Sabe de un niño llamado Alberto, quien hace unos años escapó de la casa donde vivía para hacer su vida, y nunca más se supo de él, tal vez le irá bien. El piano suena, todos están distraídos, la puerta de la calle está abierta, hay unas rejas en la mitad del pasillo de afuera que conduce a las escaleras y al ascensor. Ya está frente al ascensor, tiene tiempo de regresar, nadie sabrá jamás de aquel momento de locura. ¿O es que aquello no es locura sino cordura, y la locura es vivir esa tortura de no poderse expresar? No, lo que está haciendo no es una locura, al contrario, es la única forma que tiene de dar un mensaje, de preguntar, de saber: —¿Me amas? —¿Importó? —¿Por qué no puedo hablar con nadie en la escuela? —¿Hago falta? —¿Sirvo para algo?Sí, realmente es la única manera de hacer sin palabras todas aquellas preguntas y decir muchas cosas más.

Entró al ascensor, llega a la planta baja, y ahora, ¿a dónde irá? ¿Adónde dormirá aquella noche, y la siguiente y la otra? —Alberto, el niño grande que conozco y que se escapó, sabe defenderse, pero yo, ¿cómo voy a hacer yo para sobrevivir solo en el mundo? Mientras va pensando va avanzando y ya camina por la calle —¿Se habrán dado cuenta ya?, ¿sentirán alivio?, ¿Estarán felices? ¿O mi mamá vendrá a buscarme?Entra a un parque infantil, se sienta en un banco y las lágrimas comienzan a brotarle. Se da cuenta que no es importante para nadie, no hace falta y que seguramente cuando se den cuenta se alegrarán. Algunos niños juegan, parece que se conocen aunque tal vez se conocieron allí mismo pero hablan como amigos de siempre. Mientras medita en todas estas cosas ve a su mamá a lo lejos. Ella lo llama pero él siente vergüenza y huye, ella corre y lo llama con más autoridad y él, que siempre ha sido un niño muy obediente, o procura serlo, no se resiste y camina hacia ella. Entonces comienza a escucharla en silencio: —¿Por qué nos haces esto a tu papá y a mí? —¿Quieres que te regale para que crie tu tía Nelly? —¿Ah? —¿Por qué no respondes? —¿Para dónde ibas tú?

—¿Tú eres loco?Ya no llora, apenas puede balbucear algunas palabras entrecortadas entre la vergüenza y el dolor. Pero en su cabeza hay miles de mensaje revoloteando sin saber cómo ser expresados. Pero ya no oye lo que le dice la madre. El solo hecho de que lo fue a buscar, es la confirmación sin palabras que sí importante para ella. Y aunque hay muchas cosas que aún no puede entender ni expresar, aquella confirmación le da la fuerza justa necesaria para seguir esperando y creyendo, que un día encontrará la forma de liberar su alma y expresar lo que lleva dentro. Lo que más me gusta de esta historia es que esa esperanza que nació en el niño cuando su madre fue a buscarlo, no fue vana, pues años después aprendió a comunicar sus sentimientos e ideas por escrito, y luego a hacer borradores antes de hablar, y a expresarse poco a poco, de forma cada vez más natural y aunque al principio pensaba que jamás nadie leería lo que escribía, o escucharía lo que tenía que decir, justo ahora está escribiendo estas líneas con la certeza de que las leerán muchas personas en el mundo, incluyéndote a ti amado lector.

Maribel. El Día que Decidí Hablar En el mes de octubre, mes en que comenzaban las clases, tenía once años y cuatro meses, había pasado toda mi vida aislado: aislado de mis padres con quienes no conversaba, ni abrazaba, ni miraba a los ojos, aislado de mis vecinos a quienes ni saludaba, aislado de mis hermanos —solo hablaba con mi hermana escenificado personajes de fantasía sacados de mi imaginación—, aislado de mis compañeros de clase con quienes nunca pude comunicarme porque no aprendí los código sociales necesarios, y porque mis intentos comunicacionales se estrellaban contra una pared de indiferencia. Pero ahora tenía ¡once años! y había sido promovido para el primer año de bachillerato, era una nueva etapa, iba a un nuevo instituto, podría empezar de cero, fingir que era normal y que podía comunicarme y socializar con facilidad, todos me creerían porque jamás me habían visto, incluso, hasta me pararía encima de un escritorio y cantaría una canción de moda, ya vería cuál, pero lo haría delante de todos y las niñas me admirarían y me amarían. Tenía todo planeado, nada me podía salir mal. El primer día de clases estaba muy ansioso, había una cara conocida, Rangel y seguramente me descubriría delante de los demás, ¿cómo podría ahora fingir delante de él que yo era "normal" cuando él había estudiado conmigo la mitad de mi existencia -cinco años- y sabía que algo raro pasaba conmigo? Con toda seguridad Rangel les diría a todos que yo era extraño, que no hablaba y que nadie me integraba, entonces los niños sugestionados por él no

creerían en mi actuación representando a un niño "normal" y todo sería un fracaso. Era mi primer día de clases, mi primera clase, mi primera hora y las cosas no estaban saliendo bien, no había considerado esa posibilidad en el plan que había elaborado en mis vacaciones escolares, las cosas se estaban complicando, pero lo que no podía imaginarme, era que lo peor estaba por suceder. La profesora guía, una rubia alta, delgada, de 23 años, sandalias de tacón y lentes correctivos, pasaba la lista y cada uno decía "presente" y levantaba la mano, en eso mientras estoy cavilando en la nueva e inesperada situación viendo por la ventana desde mi pupitre y pensando en la estrategia que iba a tomar, oigo que la profesora, Esperanza era su nombre, dice por segunda vez: "Maribel Cedeño", nadie levanta la mano ni dice "presente". Cedeño no era un apellido común en donde vivía, en toda mi vida nunca había estudiado ni conocido personalmente a otra persona que tuviese mi apellido, salvo mis primos y mis tíos, evidentemente se trataba de mí y había un error en la lista que estaba transcrita a mano. —Maribel Cedeño -—repitió mi bella profesora por tercera vez. Debía pensar y decidir rápidamente: quedarme callado como siempre lo había hecho hasta ahora y pasar por inasistente (o hasta como no inscrito porque tal vez era un error en la inscripción), o podía levantar mi mano y decir fuerte y claro que se trataba de mí pero que había un error en la lista y era Manuel, no Maribel. Jamás había hablado en público, nunca había intervenido en clases, pero estaba decidido a cambiar, a ser diferente, quedarme callado

era seguir siendo el mismo y esta era mi oportunidad de empezar a cambiar, era poco lo que tenía que decir, -¡vamos si puedes! –me dije a mí mismo. El corazón me latía fuertemente, el salón de clases estaba en silencio, las hojas de los árboles que veía desde el ventanal se dejaron de mover, la profesora esperaba y daba un vistazo entre los niños, nadie respondió, ella bajó su rostro y levantó la mano con el bolígrafo para poner la inasistencia pero en ese momento en un microsegundo decidí empezar a poner en marcha mi plan: —No importa Rangel, no importa el mundo, no importa nada, tengo que demostrarme a mí mismo que puedo hablar con facilidad, que puedo conversar, que puedo mirar a un tercero de tú a tú y demostrarle lo que sea necesario. Yo puedo aportar, yo puedo hacer, yo puedo ser. ¡Ya basta!. Once años de intentos frustrados y de ocasiones donde ni si quiera lo intento, once años son suficientes, hasta aquí llegó ese Manuel, a partir de hoy soy diferente y nada ni nadie podrá impedirlo. Todavía no terminaba el primer segundo después de la tercera vez que la profesora Esperanza mal leyó mi nombre, ya había bajado la cara y levantaba la mano con el bolígrafo mientras tomaba aire para leer el siguiente nombre. Justo en ese momento rompí el silencio: —Presente profesora, no es Maribel, es Manuel, soy yo, es un error en la lista. La profesora me vio con sus grandes ojos verdes por encima de sus gafas y sonrió al tiempo que el salón

de clases completo estalló en una carcajada.

—Maribeeeeeel jejejejejejejejeje Maribeeeel—gritaban los niños, mientras yo si tuviese el poder de desaparecer, lo hubiese hecho para siempre. Era mi primer intento comunicacional en mi "nueva vida" y estaba hecho añicos, ¿había sido un error tratar de comunicarme?, era mucho mejor pasar desapercibido y volver a mi mutismo habitual, que nadie me viera ni me oyera, pero no, ya era demasiado tarde, todo el liceo me conocería pronto como "Maribel", el niño nuevo que empezó primero este año y que es mariquito. ¡Qué dolor, qué espanto, qué fracaso!, ¿cómo explicarles que no soy homosexual, que mi voz es así porque no he crecido aún y que un error en la lista no es indicativo de mi sexualidad? Mejor no hablo, ¿cómo hago para que no me llamen Maribel?, ¿dónde me escondo para que no me molesten más y hagan burlas de mí? Mis planes de ser normal habían fracasado estrepitosamente, no solo por ser conocido ahora en todo el liceo como Maribel -siempre me llamaban por ese nombre-, el niño marico que no habla, y que es perfecto para ridiculizar, eso ya era bastante, pero además la mayoría de mis nuevos compañeros eran violentos, crueles y rudos como nunca antes en mi corta vida había conocido a otros. Niñas había muy pocas porque se trataba de una escuela técnica industrial, lo que agravaba aún más las cosas por mi torpeza para hacer trabajos manuales carpintería, mecánica y electricidad-. Si mis padres hubiesen tenido conocimiento de mi diversidad funcional y hubiesen conocido las estrategia necesarias, tal vez hubiese comunicado la difícil situación por la cual estaba pasando y con el apoyo necesario de una u otra forma

hubiera salido del problema, pero no fue así, y estaba a punto de comenzar el que fue sin lugar a dudas el año más difícil de mi vida. Afortunadamente soy de los raros aspis que creen en Dios, y él no permitió que yo perdiera la esperanza de poder comunicarme, de poder expresarme y de ser útil. Dios opera por caminos misteriosos, y hace las cosas a su manera. Era necesario para mi salud mental incluso para mi integridad física y seguridad que me cambiaran de liceo, pero yo no sabía cómo pedirlo y mis padres no sabían el problema por el cual yo estaba pasando, entonces sucedió un milagro aunque en ese momento yo no lo entendía como tal: al terminar el año académico pasé todas las materias con la mínima nota excepto mecánica y carpintería en las cuales fui aplazado, las dificultades de coordinación motriz y la poca fuerza en el agarre me dificultaron mucho aprobar esas materias. Mis padres entonces debían tomar una decisión dejarme allí y hacerme repetir el primer año solo con electricidad, mecánica y carpintería o cambiarme para un liceo no técnico, donde no se viesen esas materias y pudiera estudiar segundo año. Sin yo decir una sola palabra decidieron cambiarme de liceo para inscribirme en segundo año, y allí, en el nuevo liceo, descubrí tres cosas: 1—Que no todos los niños son crueles y sádicos. 2—Que hay personas que sin uno entender por qué, incluso sin uno merecerlo, te ofrecen cuando menos lo esperas su amistad y su apoyo.

3—Que aunque haya fracasado toda mi vida en comunicarme, vale la pena seguirlo intentando porque tengo mucho que decir y porque si logro que me entiendan podría ayudar a otros, y podría ser útil y verdaderamente libre. Cuando entendí estas tres cosas sin yo saberlo, mi vida, estaba comenzando a cambiar.

Callado Callado soy, oh niña preciosa del recreo, Callado soy Pero no por falto de empatía ni por carente de sentimientos, que eso no lo soy sino porque no puedo articular palabras que expresen este amor que siento y que arde en mi corazón.

Y en el recreo al fin te veo a lo lejos Y me acerco a ti y a tus amigas con valentía pero las palabras no me salen Me quedo callado, siempre callado. Las ideas se me pierden en el mar profundo de tus ojos castaños En la cascada larga e irreverente de tu pelo azabache En el eco delicioso de tu risa alegre.

¿Quién me diera oh niña preciosa el don de expresar las cosas que siento como lo hacen los otros niños? los que no se quedan callados. Tú y yo nos encontraríamos al sonar el timbre de salida Y caminaríamos juntos hasta la puerta de tu casa Al llegar te daría un beso Y no me quedaría callado Te diría “te amo” oh mi niña preciosa del recreo.

Pero no soy como los otros niños soy callado Y me quedo mirándote a lo lejos Soñando despierto Con romper un día las cadenas que me atan al silencio y que no me dejan decirte ¡cuánto te amo! ¡oh mi niña preciosa del recreo! Pero me quedo callado, siempre callado

ESTALLIDOS DE FURIA Un lector me hizo esta pregunta: - "Hola Manuel, ¿de pequeño tuviste arranques agresivos?" Mi respuesta:

El mito Hay un mito muy común que dice que los varones con asperger somos agresivos y violentos cuando somos niños, hay algunos que creen que hasta representamos un peligro para la comunidad estudiantil e incluso para los maestros.

¡Que irónico! Porque muchos de los niños con asperger somos o fuimos justo los más tranquilos y pacientes y junto otros niños con otras diversidades las mayores víctimas de la violencia física, psicológica y verbal en los colegios.

Claro que esa mentira burda y cruel de que somos violentos tiene una base: cuando un niño con asperger es hostigado hasta el límite, y aún sigue el acoso, sigue la agresión física y continúa el escarnio, el niño puede desbordarse fuera de sí y arremeter en contra del agresor ignorando el contexto social y lo hace con tal vehemencia que realmente puede asustar a los demás.

Es curioso pero los maestros y compañeros de escuela no parecen notar la agresión y acoso continuo del cual somos víctimas cuando niños. Nadie hace

nada para que esto pare. Este crimen pasa por desapercibido, aun siendo continuo, harto conocido y a diario; en cambio que cuando el niño aspi explota, causa tal conmoción que inmediatamente llama la atención y esto suele ser la excusa perfecta para acusar al niño con asperger de violento y agresivo e incluso es excusa muchas veces para que el personal docente presione para que el niño sea retirado o expulsado.

Pero seamos objetivos, el niño no explota por ser aspi, el niño explota por el exceso de martirio, por la lidia psicológica y física a la cual es sometido hasta el extremo. Pero en honor a la verdad, cualquier niño, independientemente de su condición neurobiológica, estallaría al ser sometido a la misma presión y dolor: si tomamos al niño más "normal" de clase y lo sometemos al mismo martirio con toda seguridad estallará y lo más seguro es que lo haga en un plazo mucho más corto que el niño con asperger.

Hay niños con asperger que son violentos y manifiestan la agresividad como parte de sus afectaciones, claro que los hay, como también hay niños con Down o con cualquier otra condición que por alguna razón también son agresivos, los hay. Pero la agresividad y la violencia no es un denominador común en el asperger o/y autismo de alto funcionamiento, al contrario, en un gran porcentaje los estallidos de furia se dan como ya expliqué, como respuesta natural a la presión que genera el acoso y continua lidia a que somos sometidos.

Y entonces ¿por qué el mito de que el niño con asperger es violento? Pues porque es más fácil para el maestro y para la sociedad achacar la culpa a un solo niño y tacharlo de violento, que corregir el problema real subyacente que es la intolerancia de una sociedad enferma que ataca lo diferente, la crueldad de muchos niños -reflejo de la falta de valores recibidos en casa-, y la indolencia de los testigos. Esto es muy difícil de abordar, como también es difícil atacar la indiferencia o peor aún, la aprobación de los niños espectadores y de los profesores y maestros que muchas veces sin herramientas, o por miedo o desidia, no hacen nada. Esta y no otra es la razón por la cual se culpa al niño con asperger, en lugar de atacar el problema de fondo, surgiendo así el mito de que somos violentos.

El niño aspi Pero aún no he respondido directamente la pregunta original que me hizo mi lector:

"Hola Manuel, de pequeño tuviste arranques agresivos?"

Si estamos hablando de una pataleta porque no me compraron un helado por ejemplo, la respuesta es NO. Este tipo de comportamientos es manipulación pura y simple, sea aspi o no el niño que arme el berrinche. Pero si estamos hablando de lo explicado en el capítulo anterior -EL MITO- la respuesta es SÍ y te puedo contar una anécdota que explique mejor por qué:

La última vez que vi a ese niño aspi él tenía once años, lo vi accidentalmente en el espejo del cuarto de su hermana María Luisa, digo "accidentalmente" porque el niño nunca veía a nadie a los ojos, ni si quiera sí mismo en el espejo. Pero recuerdo que era pálido, pequeño, muy delgado, cabello castaño algo ondulado y ojos oscuros, dada su escasa estatura, su mirada entre tierna y esquiva, su delgadez y su voz extremadamente dulce para ser varón era evidente que era incapaz de violencia ninguna, tal vez ni si quiera era capaz de defenderse y a eso, si le sumas su carácter sumamente tranquilo, es fácil adivinar que era el blanco perfecto de cualquier niño que quisiera lucir más listo, más fuerte, más gracioso o más "atrevido".

Lo que eras incapaz de adivinar viendo a los ojos a ese niño unos minutos, incluso horas o días es que ese niño frágil, indefenso y tal vez bobo -porque un niño tan tranquilo "no puede ser normal"- era la reacción que podía tener cuando la lidia y el acoso continuo se hacían insoportables para un ser humano. Pero ya va. ¿Por qué digo que era imposible adivinar una reacción violenta en ese niño?, si sabemos que en realidad cualquier persona sometida a presiones extremas puede reaccionar de la manera más insospechada. Sí, cualquier persona digo, no tienes que ser autista para estallar si eres sometido a presiones y acoso extremo y continuo. Pero el caso es que cuando los maestros y compañeritos se acostumbran a ver una actitud tan pasiva en algún niño, se sorprenden la primera vez que ven una explosión de furia.

El martirio Iba a clases en "piloto automático", porque no concebía que existiera la opción de negociar y pedir a mis padres que me cambiaran de liceo, es más, si hubiese existido la opción de hablar, de expresar lo que me estaba pasando, no serviría de nada tampoco porque mis acosadores me encontrarían en la calle y me harían trizas, adicionalmente estaba seguro de que encontraría nuevos acosadores en el nuevo liceo. Pero esa opción de hablar con mis padres no existía, no porque ellos no me permitieran hablar con ellos, sino porque para mí era imposible conversar con quien sea de cualquier tema, aunque trataba de comprender los mecanismos de una conversación fluida desde muy niño, sin embargo, en ese entonces solo daba respuestas cortas y concretas a preguntas directas.

Por eso, con mis once años y sin opciones, me levantaba todos los días a las 6:00am y me ponía en "piloto automático" para ir al liceo. Daba cada paso con angustia, con resignación, hasta con miedo, pero me acercaba irremediablemente al liceo, mi cuerpo avanzaba resignado, mis pies daban pasos firmes uno tras otro, sin titubeo, pero mi alma angustiada quería escapar, quería gritar, quería correr a casa y refugiarme, pero avanzaba. Un paso, otro paso, otro más:

- Ojalá que hoy sea diferente, ojalá nadie se dé cuenta de que yo estoy allí, ojalá no me escondan mis cuadernos hoy, ojalá yo fuera invisible-

Mientras me acercaba al liceo me iba diciendo mentalmente todas estas inútiles frases. Digo inútiles porque siempre se daban cuenta de que yo estaba allí, y siempre día a día comenzaba la lidia, el martirio, la violencia.

- ¿Por qué?, ¿Por qué?- me preguntaba.

En ese entonces, no se sabía nada de asperger, tampoco había dietas, terapias ni ayuda de ningún tipo y lo que hacía yo para bajar la presión era que cuando tenía alguna hora libre, o a veces sin tenerla me escondía unos minutos y luego regresaba. El liceo más grande, ventilado y cómodo que la mayoría de los liceos en la ciudad. Tenía numerosos laboratorios y talleres, muchos de los cuales permanecían toda la mañana vacíos. También tenía un terreno muy grande que daba hacia una montaña y un río, desde donde bajaban de cuando en cuando caballos sin montura. Entonces yo, cuando el acoso y la presión me abrumaban demasiado, mi terapia auto-inventada era huir hacia la montaña o hacia un laboratorio oscuro y cerrado sin ser visto y allí, escondido caía de rodillas y lloraba a solas derramando mi alma ante Dios.

Por lo general funcionaba y bajaba de la montaña -donde hoy hay un barrioo salía del laboratorio sosegado, y seguro de que Dios de alguna forma iba a ayudarme y que haría un milagro a mi favor, tal vez mañana, tal vez pasado.

El milagro

Un día aquel, mi primer año de bachillerato, no tuve tiempo de pedir el milagro, porque cuando regresé del baño a donde salí a orinar un momento durante la primera hora de inglés, encontré mi morral abierto y en el piso, mis cuadernos arrugados y dispersos y ya no tenía pupitre porque Mejías, un niño gracioso, blanco y gordito lo había desocupado para sentarse él.

El profesor de inglés había salido un momento, los niños estaban alborotados y hablaban todos a la vez, el milagro no ocurría nunca, yo recogí pacientemente mis cuadernos arrugados y dispersos en el suelo, los alicé un poco y los metí con calma en mi morral, mientras pensaba a dónde me iba a sentar ahora porque que todos los pupitres estaban ocupados ya. Cuando terminé aquel trabajo levanté la mirada y vi a Mejías, que sentado en mi pupitre dibujó en su rostro para mí una mueca burlona e hizo una obscenidad con su mano derecha, yo solo sonreí tratando de no darle importancia y Cartaya, Rangel, Orosco y Ayala se privaron de la risa celebrando la gracia que había hecho Mejías.

En ese momento me faltó el aliento, sentí que todo el aire del salón de clases no era suficiente para llenar mis pulmones, ni todo el aire del liceo, ni de la ciudad, ni del mundo entero. Ya no escuchaba nada, las voces de los niños se hicieron lejanas, en mi mente Cartaya, Rangel, Orosco y los otros desaparecieron, desapareció el salón completo e incluso el mundo. Solo tenía ante mí un agresor continuo y persistente, y sentía que su lidia sobre mí, su crueldad y su abuso ponían en riesgo aún mi existencia misma.

Unos dos años después un tío político mío trató de enseñarme las técnicas clásicas del boxeo: el golpe cruzado, el jab, el gancho, el movimiento del tronco y el baileteo de los pies, pero fue inútil, no soy bueno con los movimientos, así que aquella mañana como todas las otras veces no me importaron el estilo, el tipo de golpe, los movimientos, ni el qué dirán, porque para mí no era cuestión de apariencias, ni de estilo, era una cuestión de supervivencia, tenía ante mí algo que amenazaba mi existencia y debía defenderme, y lo hice con toda vehemencia, con todas mis fuerzas, con todo mi ser.

No puedo describir cada uno de mis movimientos porque fue como un estallido en el cual toda mi fuerza y aún más, era concentrada en la reducción y anulación de lo que me amenazaba, de manera que no leía rostros, no oía voces, no medía límites, peligros, consecuencias, ni contexto social. Le di con todo y más, hasta que ya no tuve más fuerzas.

Aquello fue una conmoción en el liceo donde cursaba estudios por primera vez ya que nunca antes había peleado allí, era "nuevo". A partir de ese día todos comentaban, cuchicheaban, me veían de reojo y secreteaban, el nivel de acoso directo bajó a casi cero, Mejías cuando me veía de lejos se devolvía por otro camino y en el salón se sentaba bien lejos de mí. Igual nadie me aceptaba, no me incluían pero al menos podía respirar.

Si se refiere a esto mi amable lector cuando habla de "arranques agresivos", la respuesta es sí, sí tuve estallidos de furia, lamentablemente más de

una vez. Tal vez, visto fuera de contexto en ese momento me pinté como un niño problema, violento y agresivo. Pero hoy estoy seguro que los violentos eran otros, que la agresividad no está en un niño que se defiende luego de llegar a límites a donde pocos llegarían, sino más bien está en una sociedad que se hace la vista gorda ante la intolerancia y la crueldad, y que ve lo diferente como malo.

Aquella mañana cuando ya pensaba que el milagro no ocurriría jamás, este comenzó a ocurrir. Comenzó para mí el milagro ese día a tres meses de finalizar el año escolar; el milagro siguió con el cambio de colegio que vino al terminar el año, descubriendo yo en el nuevo colegio que no todos los niños son crueles, ya que allí tuve mis primeros amiguitos; y el milagro se concretó muchos años después con el descubrimiento que hice de algo llamado "asperger", era como descubrirme a mí mismo dentro de aquel espejo. Esto me permitió entender que no se trataba de que algo andaba mal en mí sino de que yo era tenedor de una diversidad neurobiológica tan común que miles de los que hoy me leen, la tienen también: tú, tu hijo, alguno de tus pacientes o alguna persona que amas.

Dios me ha hecho parte de este milagro llevando este mensaje por el mundo para concientizar a los que se consideran normales para que acepten y respeten la diversidad neurobiológica, para sensibilizar a los padres para que puedan identificar si tienen un niño con esta condición y para evitar que hoy los niños con asperger sigan ahogándose en solitario hasta explotar en estallidos de furia.

Palabrotas Desde niño siempre he usado un lenguaje más formal que el promedio, palabras bien pronunciadas, algunas frases "rebuscadas" y cero palabrotas o groserías -y no porque no las escuchara en mi casa- y sí, me siento cómodo, hablando así, como pez en el agua, siento que si uso un lenguaje más coloquial o argot popular simplemente no soy yo; digo cosas como "problema" jamás "peo" me da asco esa palabra-, abastecer combustible por "echar gasolina", caramba en lugar de "carajo", en lugar de "coño" -que jamás uso- lo que corresponda según sea el caso. Recuerdo que cuando tenía doce años de edad -no sabía que era asperger, pero sí que evidentemente algo tenía-.Tratando de parecer "normal" dije una grosería hablando "naturalmente" con mi grupo de amigos -al fin tenía tres-, recuerdo que todos se rieron a carcajadas y comenzaron a repetir la grosería que yo había dicho tratando de imitar mi tono o qué se yo: "coño" —GROSERIAS POETICAAAAS—gritaban y no paraban de reír. ¿Cómo ellos en solo dos sílabas pudieron identificar un acento o tono diferente? No lo sé, pero lo importante como siempre digo no es lo que pasa fuera de nosotros sino dentro de nosotros. Y recuerdo que pasaron dos cosas dentro de mí: 1.— Decidí no volverlo a intentar

2. — Sonreí y me sentí orgulloso de tener un lenguaje "poético" -esa fue la palabra que ellos usaron para describir mi tono-, donde aún las groserías sonaban a poesía. Yo pude en lugar de eso seleccionar deprimirme y seguirlo intentando con más fuerzas, seguro que como somos bien inteligentes hubiese aprendido, hubiese logrado ser más grosero y vulgar que el que más lo es. Pero en verdad me siento muy bien con mi lenguaje "poético”. Podemos cambiar, sí, pero la clave es hacerlo para bien, todo es cuestión de elección, incluso el sentirse bien es una cuestión de elección porque depende no de lo que pasa afuera, sino de lo que pasa dentro de ti. Elige tú la mejor opción.

Trabajar en Grupo Tenía once años de edad, era el más pequeño del grupo, me daba cuenta que mis compañeros estaban armando mal el circuito, el profesor había explicado qué tipo de circuito teníamos que hacer, era uno en paralelo donde con dos interruptores se prendieran y apagaran indistintamente un conjunto de seis bombillos. Yo les decía que así como ellos lo estaban haciendo no era, pero ninguno me prestaba atención, ni se volteaban a verme, me sentía el niño invisible detrás de ellos hablando sin ser escuchado ni mirado, creo que me faltaba algún tipo de terapia o algo así para hablar con más potencia, mi voz era bastante baja y mi tono débil e inseguro. Los minutos pasaban y mi frustración aumentaba, el trabajo debía ser en grupo y me había tocado ese grupo. Pensaba: —Qué lástima, sé armar ese circuito, pero vamos a entregarlo malo por culpa de ellos, como lo están haciendo nunca van a lograr el objetivo, un interruptor dependerá el estado del otro y esa no es la idea, cada interruptor debe tener la capacidad de prender y apagar los bombillos independientemente del otro interruptor. Creo que el profesor se dio cuenta de mi angustia y mi frustración y que hasta me leyó el pensamiento, porque dijo: —Cedeño -en ese tiempo nos llamaban por el apellido en el colegio-, ven toma esto y arma tu circuito tú solo.

Yo aliviado comencé inmediatamente, el profesor había explicado claramente cómo armar los diferentes tipos de circuito y además tenía notas en mi cuaderno -notas que solo entendía yo-, de manera que sin perder tiempo comencé mi trabajo. Qué orgullo sentí cuando lo terminé, no solo lo hice primero que mis compañeros sino que además a diferencia del suyo, el que yo armé funcionó a la perfección. ¡Qué diferente hubiera sido si yo hubiese tomado una terapia que me ayudara a expresarme, hubiera podido trabajar en grupo, enseñar a mis compañeros y entregar todos el circuito bien hecho!¡Qué diferente hubiese sido si ese profesor no se hubiera dado cuenta que algo estaba pasando conmigo! ¡Qué importante es que los profesores estén atentos a este tipo de situaciones!, ¡qué importante es la terapia temprana en nuestros niños con asperger!, porque sin terapias adecuadas muchos logramos aprender algunas de estas cosas -otros nopero ¡a qué costo emocional! Ese mismo profesor me remitió al psicólogo del liceo antes de finalizar el año escolar, pero había mucha ignorancia en ese entonces y no es de extrañar que no pudo identificar mi asperger, para ese entonces no se conocía este diagnóstico. Esta misma situación que viví con mis compañeros nos pasa muchas veces a los aspis adultos también cuando es obligatorio trabajar en grupo, sabemos cómo se hace algo, pero las normas, el grupo o el líder dice que se hace de una manera que nosotros sabemos que no dará resultados y no sabemos cómo expresarnos y nos dejamos llevar por no poder comunicar correctamente un

mensaje o porque no nos oyen o no nos entienden. En la vida adulta esto es delicado, porque hacer las cosas mal puede acarrear consecuencias graves, y si bien de niño yo tenía un profesor que de repente pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando y darme la oportunidad de trabajar solo, esto normalmente no ocurre en la vida adulta, tenemos que enfrentarnos muchas veces a los líderes, a las normas, a la opinión de la mayoría, esto puede implicar un precio alto, pero prefiero pagarlo y hacer las cosas como deben hacerse y tener mi conciencia tranquila o si me equivoco hacerlo bajo mi propia responsabilidad a callarme y seguir como un borrego por un camino que sé que no es el correcto. ¡Aspi, no calles!, cuando veas que las cosas que están haciendo no van con la lógica, cuando sepas que todos están equivocados, aunque parezca una locura diles cómo se hace y dónde está el error. Si tienes que pagar un precio alto por eso, págalo. Si necesitas terapia y ayuda para romper la burbuja y ser escuchado en el mundo exterior, búscala, pero no te quedes callado que la vida es demasiado corta para dejar de hacer todo lo que podrías hacer, lograr y conseguir.

Zapatos de Mujer Una chica de Costa Rica, cuya identidad oculto a petición suya, me hace una pregunta:“Hola Manuel, saludos. Mi hermano menor es aspi, tiene casi dieciséis años y ha venido presentando una serie de actitudes que nos confunden un poco. Desde pequeño se ponía mis zapatos. Como yo me había ido a vivir lejos de mi casa para estudiar, pensamos que tal vez lo que pasaba era que me extrañaba, pero en los últimos meses mi mamá ha descubierto que en más de una ocasión se puso mi ropa incluido el sostén y relleno para ello. La psicóloga dice que no tiene una orientación sexual equivocada, pero entonces no entendemos. ¿Qué puede ser lo que suceda o pase por su cabeza? De verdad nos sentimos muy confundidas y sin saber cómo actuar ante esto. Por eso te pido tu opinión y consejo. Saludos desde Costa Rica”. Le respondo, como siempre según mi experiencia: Lo que me consultas es bastante complejo, pero no está relacionado con el Asperger, hay muchos hombres que gustan de vestirse de mujer como fantasía sexual, muchos de ellos son transformistas, homosexuales, bisexuales, etc. Otros alegan ser heterosexuales pero tener un fetiche por usar ropa femenina. Normalmente los fetiches y las tendencias sexuales aparecen a edades muy tempranas y suelen durar toda la vida. En el caso de tu hermano puede ser o un tipo de fetiche sexual o una manifestación de homosexualidad, alguna de las dos. No conozco el caso pero el hecho de que la psicólogo te dijera que no tiene "tendencia sexual equivocada", no

significa nada pues para muchos psicólogos no existen tendencia sexuales equivocadas y todas son igualmente aceptables según ellos. Dile a la psicólogo que te diga expresamente si según su entender tiene o no atracción por el mismo sexo para que sepas cómo actuar y a qué atenerte. Te advierto que las personas con asperger podemos tener cualquier tendencia sexual, existen aspis heterosexuales, homosexuales, bisexuales y de todas las variantes y combinaciones, de manera que no puedes dar por sentado que tu hermano es heterosexual por el solo hecho de tener Síndrome de Asperger. Los zapatos y en general la ropa de mujer, en especial si ha sido usada por una de ellas, puede tener para muchos hombres una energía sexual muy poderosa, esto puede deberse a las feromonas o a un efecto psicológico, pero el hecho es que para muchos hombres puede ser muy estimulante tocar, oler o sentir una prenda femenina usada; pero lo que sucede con tu hermano parece ser distinto pues se trata de ropa limpia, además eres su hermana y el niño no la huele o la acaricia sino que se la ciñe. La experiencia más parecida a la de tu hermano que he tenido fue a mis doce años, recuerdo que estaba solo en el cuarto de mis padres y vi la colección de zapatos de mamá, ella era para ese entonces la mujer más bella del mundo y también aunque lejos de alguna forma, la más cercana también. Mi mamá era una mujer muy coqueta y tenía decenas de zapatos de tacón de todos los colores y tonalidades, se veía tan altiva, tan imponente, tan elegante, en verdad merecía tener el mundo a sus pies, y yo era tan pequeño, tan insignificante, tan invisible, quizá al tocar sus zapatos sentiría un poco lo que ella era solo por un momento al

menos. Entonces los veía, los palpaba, los admiraba. ¿Cómo se sentirá subirse en esos ocho centímetros?, me sentí más alto, extraño y con algún grado de excitación, pero mi mamá, no se sintió más cerca, tampoco sentí más poder, más personalidad ni más energía, además no me gustó verme a mí mismo con zapatos de mujer, no era yo. Posiblemente fue, en mi caso algo relacionado con el complejo de Edipo o algo así, pero en el caso de tu hermano no se trata de su mamá sino de su hermana y no se trata de solo tus zapatos sino de toda tu ropa, tampoco es ropa usada sino limpia, por otra parte no ha sido una vez sino con cierta regularidad, por lo cual probablemente no se trate de mera curiosidad sino de un fetiche o una tendencia. Sé que no es fácil hablar de esto con él, pero es necesario que con ayuda de un profesional especializado -recomiendo un sexólogo de adolescentes- se determine la razón de este comportamiento y su preferencia sexual para saber cómo abordar el caso. No te alarmes, pero tampoco te descuides.

Las Buenas Intenciones no Bastan Cuando tenía unos doce años de edad me mandaron en el liceo a hacer un trabajo de investigación "mecanografiado". En ese entonces teníamos una maquinita de maletín -el equivalente de una computadora portátil de hoy- yo estaba súper emocionado por la oportunidad de usar el moderno artilugio. Pasé todo el día transcribiendo el original con mi índice derecho, letra por letra, devolviéndome en el carril que sujetaba el papel, corrigiendo y finalmente sacando y desechando la hoja por tener muchas correcciones. Ya entrada la nochecita, y después de numerosas hojas desechadas mi obra maestra estaba al fin lista. Miraba mi trabajo orgulloso, cansado, pero satisfecho y feliz y esperaba la llegada de la chica que me daba refuerzo pedagógico para mostrárselo. Al fin llegó la chica del refuerzo, casi no podía esperar a que se instalara en la mesa de estudiar para mostrarle lo que hice. Cuando se lo mostré con una tímida sonrisa, ella le dio un vistazo rápido y sin hacerme ningún comentario, arrugó mi obra maestra encerrándola en su puño, la botó y me dijo fríamente —tráeme el borrador—(en aquel entonces yo hablaba muy poco pero no conversaba, y menos de mis sentimientos, solo frases cortas si se me preguntaba algo), entonces no le dije nada, solo obedecí. La observé entonces como hábilmente y con las dos manos, sin ver el teclado hizo en unos diez minutos lo que a mí me tomó todo el día. Finalmente vi el resultado: el trabajo quedó precioso, sus márgenes perfectos, el espaciado, sin "tipex" sin tachones ni letras superpuestas, una cosa impecable.

¿Pero cómo quedó mi autoestima? ¿Cómo quedó mi sentimiento de valía? Nadie me preguntó. Yo como siempre solo, luchando con mis pensamientos, con la información que recibía desde el medio exterior y tratando de entender sin herirme a mí mismo, sin sentir más lo que era obvio que tenía que sentir, sino luchando contra eso. La intención de la chica era que yo entregara un trabajo bello, que consiguiera una buena nota, ayudarme, apoyarme, como era su deber como guía pedagógica; e hizo lo mejor que pudo según sus conocimientos e información. Pero a ti te digo que LAS BUENAS INTENCIONES NO BASTAN, tienes que mirar dentro del niño, dentro de tu paciente, o de tu alumno o de tu hijo. Dentro de esa persona que amas y que quieres ayudar, sobre todo si está dentro del espectro de las condiciones autistas, y no ha recibido hasta ahora las terapias y apoyos necesarios para expresarse y a descifrar todo lo que percibimos, porque entonces tendrás que esforzarte más por entender lo que está sintiendo. No les voy a decir lo que sentí, porque no ayuda, pero sí les voy a decir lo que decidí. Pude decidir no volver a tocar un teclado jamás, entender que yo era un inútil y un bueno para nada, pero en lugar de ello, en silencio como siempre y sin decir una sola palabra sino un "gracias" con una sonrisa tímida, decidí ser tan bueno o mejor "mecanografiando” que la chica del refuerzo. La máquina de maletín venía con un pequeño manual en papel satinado, que explicaba la forma correcta de colocar las manos en el teclado, el lugar donde debía ir cada dedo, hablaba de las dos hileras que se manejan con los índices, de con qué dedos se teclea el espacio, de la posición de la espalda, de la mirada y

tenía ejercicios con niveles crecientes de dificultad, que debían hacerse sin ver el teclado y pulsando cada tecla con el dedo correcto y la posición correcta de ambas manos. Practiqué días, semanas, meses. Aquel manual y las técnicas se convirtieron en mi obsesión principal. Les cuento que prontamente aprendí sin profesor ni curso ninguno y de forma totalmente autodidacta con doce años a usar el teclado como un maestro. Hoy escribo como nadie en mi computadora portátil, o en mis teléfonos inteligentes, no conozco en verdad -aunque sé que los hay- a nadie que escriba usando todos sus dedos sobre las teclas ubicadas para cada uno, sin ver el teclado, incluso sin ver la pantalla y lo hago no solo en mi computadora portátil y cualquier computadora, sino también en el teléfono, donde escribo velozmente usando los dos pulgares sin ver el teclado. Cuando escribo en mis equipos puedo ver la pantalla o a cualquier lugar -como lo estoy haciendo justo ahora al escribir esta nota en mi teléfono inteligente- sin necesidad de mirar el teclado y es una experiencia agradable y productiva. Les cuento esta historia no para presumir quesea un buen tecleador sino para decirles algo a los niños aspis y a los adultos que los apoyan: A LOS ADULTOS QUE LOS APOYAN: no basta la buena intención, tienes que mirar dentro. A LOS NIÑOS y adultos aspis: lo que importa no es lo que sucede sino lo que tú decides.

El Principito Asperger Leí un cuento en italiano, escrito por Andrea Steffanoni y publicado en Spazio Asperger, está inspirado en la novela Le Petit Prince de Antoine de Saint-Exupéry, escrita originalmente en francés, y en los trágicos hechos acaecidos en Newtown, Connecticut, Estados Unidos de América en diciembre de 2012. El cuento trata del asperger, las obsesiones, los estereotipos, del poder de los terapeutas, los maestros y la amistad; si deseas leer el original del cuento puedes introducir esta dirección en tu navegador: http://bit.ly/ZdRx9u Me pareció bueno incluirlo en este libro, para ayudar a derribar el mito de que todas las personas con asperger somos iguales. A continuación mi versión al español del cuento de Steffanoni, disfrútalo:

En su viaje por los planetas nuestro Principito se encuentra a un asesino El siguiente planeta se llamaba Connecticut y estaba habitado por un psicópata homicida. “Buenos días”, dice el principito, “¿vives solo aquí?” “Sí” dice el homicida, “los maté a todos” Y le mostró sus armas. “¿Por qué?” pregunta el Principito. "Así no tendrás compañía. Yo también vivía solo, pero al menos tenía una rosa en mi planeta, y ahora la echo de menos. Sabes, soy muy rutinario” "Las rosas no te hacen nada", dijo el homicida, "pero los hombres pueden ser muy crueles. No me entendían, siempre me daban la espalda, eran

groseros conmigo y me aislaban. En la escuela fui víctima de acoso. No sabía cómo defenderme, y la maestra no me ayudaba. Tampoco mi mamá me ayudaba. Un día, mi rabia explotó y los maté a todos. No eran mis amigos.” “Yo tampoco tengo amigos. Dicen que soy distinto, raro. Que vengo de otro planeta. Esto en el fondo, es verdad. Y a mí también me acosaban. Me gusta tener amigos, pero, no sé cómo hacerlos… Sabes, sufro un poco la soledad.” “¿Te gustaría probar matando a alguno que te haya acosado en el colegio?” pregunta el homicida. “Puedo prestarte una pistola, si quieres”. “No, gracias", responde el Principito. “Si son groseros conmigo, me duele, pero prefiero alejarme y estar solo”. Y después de un silencio añade: “Me cuesta entender a la gente”. “¿Por qué?” Pregunta el homicida. “Porque no me entienden”, responde el Principito. “Me cuesta entablar relaciones con los demás. Imaginar que pueden pensar diferente a mí. A mí me parece cosa simple y natural mi modo de pensar, creo que todos deberían pensar como yo. Pero no es así.” “Sé de qué hablas", dice el homicida. “Por esa razón también los maté". “Pero yo no quiero matar a nadie", replicó el Principito. "Yo, a lo sumo, puedo agarrar una rabieta. Y cuando siento ira puedo ser muy molesto. A veces no consigo ni entender ni controlar mis emociones. Deben enseñarme cómo hacerlo, los demás dicen que las emociones son cosa fácil de entender, pero para mí no es así”. El Principito suspiró levemente y miró al a lo alto, al cielo. Y después de una breve vacilación, se decidió a preguntar: “¿Tú me podrías enseñar sobre las emociones?”.

“No creo”, dice el homicida, “pero te puedo enseñar a usar un arma. Si quieres entrenamiento para usarla, ¿sabes cómo usarlas? No es cosa fácil”. ““Yo", responde el Principito, “si tuviese

que escoger un arma, me gustaría tener el arco de Cupido, para hacer que alguna chica se enamorara de mí." Y volvió a mirar al cielo, “Pareces tan distinto a los que maté”, dice el homicida. “Eres sincero, no me juzgas, no tienes prejuicios contra mí. Jamás nadie había sido así conmigo”. “Soy sincero porque digo siempre lo que pienso", responde el Principito, “me sale natural. Pero a veces la gente se ofende. A eso, lo llaman ´falta de empatía´. Dicen que no soy capaz de estar con los demás, que hiero con la verdad de mis palabras sinceras, y me dejan solo. No puedo entenderlo, en el fondo solo soy sincero”. “Simplemente eres franco”. Dice el homicida. “La gente es mucho más difícil de entender. Piensan una cosa y dicen otra. Y tal vez hasta hacen una tercera”. “Sabes”, responde el Principito después de un breve silencio, “también mi rosa se escondía detrás de las palabras. Era tan tímida e indefensa. Debí haber entendido la ternura que había detrás de sus trucos. Pero no fui capaz.” “¿Y ahora eres capaz?” Pregunta el homicida. "Sí”, responde el Principito, “conocí a una loba que me enseñó. Se empeñó en domesticarme. Y lo hizo. De ella aprendí tantas cosas. Tuvo mucha paciencia conmigo. Y me hizo mucho bien, me ha ayudado tanto.”

“¿Y después la mataste?” Pregunta el homicida, pensando en el fondo que se trataba de una simple loba. “Claro que no, nos queríamos. Ella siempre me entendía. Me entendía con el corazón. Y me enseñó a sentir con el corazón, no solo con la lógica. Me explicó cómo hablar con los humanos, y cómo poder interpretar las cosas extrañas que dicen”. Y pensó en la loba, que había llorado por él. Pensó que tal vez, la loba se había enamorado un poquito de él. Y pensó que él era verdaderamente especial para esa loba. Que fue tan bello, tan bonito dejarse enseñar. De pronto sintió pena por la desesperada soledad del homicida. Pensó que él homicida también había sentido soledad, pero en vez de encontrar una loba, encontró armas. Y después de un momento añadió: “Sabes, he conocido un montón de gente verdaderamente extraña.” “Explícame” Dice el homicida. “Me topé con un rey, con borrachos, faroleros, geógrafos, hombres de negocio. También con un psicólogo. Dijeron cosas extrañas de mí, que tengo un síndrome.” “¿En serio?”, dice el homicida, “yo por eso los hubiera matado. ¿Tienes un síndrome? ¿Cuál?” “El síndrome de Asperger.” Dice el Principito. “¿Y eso es malo?” Pregunta el homicida. “Depende. Si te quieren y te apoyan es algo bello. Te da un carácter muy puro, aun cuando puedes parecer para otros un poco excéntrico o extraño. Te da habilidades poco comunes. Como esa de viajar planeta tras planeta, o

esa de hablar con la rosa. Pero si no eres comprendido es rudo. No consigues jamás hacer amigos. Te ven como a un bicho raro”. “Yo creo que tu diversidad es muy bella.” Dice el homicida. El Principito se alegró. Se ruborizó. Miró al cielo. Respiró profundamente. Casi le parecía percibir el perfume de su rosa. “¿Quieres ser mi amigo?” Pregunta el Principito. “Qué lástima que llegaste tan tarde”, dice el homicida. “Si te hubiese encontrado antes, tal vez no habría matado a nadie. Pero ya no puedo más, es demasiado tarde. De hecho es mejor que te vayas.” “¿Por qué?” dice el Principito. “Me hace bien hablar contigo”. “Porque terminaré matándote. Soy un homicida, esa es mi naturaleza.” Tenía un aire extraño, un poco inquietante. El Principito se fue decepcionado. “La gente, definitivamente, es muy, muy extraña”, se dice durante su viaje.

Nota del traductor: cambié el original “volpe” -zorra- por “loba” porque la palabra zorra es usada en muchos de nuestros países latinos como sinónimo de prostituta y puede mal entenderse. La traducción no es literal.

La Cita Ya los primeros rayos de la luz del día comenzaban caer sobre la ciudad de Guarenas y la claridad del alba empezaba tímidamente a entrar por mi ventana. Yo estaba despierto hace rato, pero la vergüenza me impedía levantarme para ir a mi primera clase del tercer año de bachillerato. Hace solo tres meses estaba sentado en el piso de esa misma habitación jugando con carritos y haciendo filas con zapatos que se convertían en carritos y completaban largas filas ordenadas por tamaño, tipo y color. Mi habitación era entonces el único sitio del mundo donde me podía expresar con soltura. Como no había descubierto el poder de la escritura como medio de expresión, pretendía que eran mis juguetes los que hablaban y así me expresaba. Lo hacía en la soledad o con una de mis hermanas quien se sumergía conmigo en mi mundo imaginario que solo ella y yo conocíamos. Lo que no sabía aquella tarde de agosto en que Mirla tocó el timbre de mi casa y yo paré de jugar para ir tras mi mamá a ver quién llamaba a la puerta, era que esa sería la última vez que jugaría como un niño. Pero así fue porque mi habitación no tenía puerta y la presencia de la chica en mi casa no me permitía la intimidad y soledad que necesaria para poder jugar. ¿Que si a mis trece años y cinco meses estaba muy grande ya para jugar con carritos y muñecos? tal vez, pero esos momentos en que creaba mundos imaginarios con mis juguetes y me escapaba hacia ellos, eran los únicos en los cuales conversaba con fluidez -a veces demasiado alto, lo que en ocasiones me valía una reprimenda, pues mi madre trataba de dormir en el cuarto contiguo-.

Esos momentos de juego solitario o con mi hermana, eran los únicos en los cuales me sentía verdaderamente libre. También tengo que decir en mi defensa que en aquellos años no existía el Internet ni video-juegos de mano y yo era totalmente incompetente para jugar juegos de pelota debido a mi brusquedad con los movimientos, lo cual sumado a mi escasa habilidad social eliminaba por completo la opción de bajar a jugar con mis vecinos. Mirla, que no se llamaba así pero así se hacía llamar, era una campesinita sencilla de diecinueve años de edad que mi abuela materna había recomendado para ir a trabajar a mi casa ya que ninguna de mis dos abuelas podía quedarse conmigo y mis tres hermanos menores y mi madre tenía que trabajar. Pero ahora yo estaba allí, en mi cama, con mis ojitos cerrados y mis puños apretados contra mi corazón que saltaba como si quisiera salirse de ese pecho de respiración entrecortada. En verdad quería que no terminara de amanecer jamás. Pero amaneció y mi vida nunca volvió a ser igual. Diez horas atrás, antes de irme a dormir Mirla se me acercó: —¿Por qué tú no hablas conmigo? —Me preguntó— claro, lo que ella no sabía es que yo no hablaba con nadie excepto lo absolutamente esencial. Le esbocé una sonrisa tratando de darle a entender que estaba abierto a la conversación, pero ella me sorprendió con su petición: —Pero no aquí ni ahora— me dice casi susurrando y creando un halo de misterio.

—Quiero que vengas a mi cuarto esta noche a las doce en punto porque tengo algo importante que decirte. Asentí con la cabeza y me fui a dormir a esa hora -las nueve de la nochecomo me lo exigía mi rutina. En lugar de dormirme rápidamente como solía hacerlo a esa edad, la ansiedad se apoderó de mí. Por una parte al día siguiente tenía mi primera clase de tercer año y por otra parte había aceptado aquella extraña cita que al mismo tiempo me aterraba y me seducía. Todo para dentro de unas pocas horas. Eran demasiadas emociones para manejar en una sola noche. Cerré mis ojos un momento tratando de ordenar las ideas, y clasificar la información: Durante el año escolar que acababa de concluir había hecho los primeros amigos de mi infancia: Marcelo, Carlos, Domingo y Humberto, los tres últimos vivían de camino a casa siguiendo de largo unas cuatro cuadras al oeste por la calle principal, el primero no pertenecía al grupo pero me había demostrado con creces ser mi amigo. El grupo y yo nos íbamos juntos a casa, yo me quedaba en la mía y ellos seguían hacia la suya. Antes de llegar a mi casa pasábamos de camino por un antiguo trapiche de mediados del siglo XIX abandonado en lo que otrora

fue

una

hacienda de caña de azúcar, cerca de mi casa. El trapiche hierro

era

de

negro

fundido, tenía una altura semejante a una casa de dos plantas y quedaba al final de un acueducto hecho de ladrillo naranja cocido y mezclado con barro y piedras, por donde hace muchas décadas atrás ya no pasaba el agua que lo hacía girar. Nosotros nos subíamos en él y lo hacíamos girar rápidamente hasta que nos ganaba la potencia del molino y teníamos que saltar de él para no caer por la velocidad. Terminábamos jadeantes y felices, riéndonos de la travesura, y de haberle ganado al trapiche. Yo no hablaba mucho pero disfrutaba aquellos momentos. Esa noche me causaba ansiedad la posibilidad de ser asignado a un curso diferente al de mis amigos, y comenzar otra vez desde cero. Además nunca había tenido el valor de acercarme a una niña, parecía ser invisible para ellas, pero inexplicablemente una mujer se había acercado a mí y había concertado una cita conmigo pidiéndome que fuera hasta su habitación a las doce esa misma madrugada para hablar conmigo, dentro de unas pocas horas no más. ¿Y si me quedaba dormido de largo y perdía para siempre la oportunidad de experimentar lo que es hablar con una mujer? Un momento ¿qué hora es ya? En ese momento me desperté sobresaltado, sin darme cuenta me había quedado dormido, no sabía si horas o minutos, pero me parecieron segundos. Sin embargo estaba seguro que ya estaba apunto de amanecer y había perdido mi cita, pero encendí la luz del reloj digital Casio que mi papá me había regalado y miré la hora: sorprendentemente eran justamente las doce horas, cero minutos, cero segundos. ¿Tan rápido pasaron tres horas?, ¿Y cómo pude despertarme justo a la hora pactada?

—Tal vez esto es una señal de que sí tengo que ir a ver qué me va a decir esta chica. El tiempo volaba, solo había pestañado y ya eran las 12:00, pronto tenía que estar en clase y debía dormir, los pensamientos galopaban en mi cabeza, tenía miedo, curiosidad, duda, deseos, pánicoE Pero dado que era justo la hora en que Mirla me pidió ir a verla y era probable que nunca más una chica hiciese una cita conmigo pidiéndome ir a hablar con ella a solas, me levanté sigilosamente de mi cama y fui hasta la habitación de Mirla. Su habitación era la primera de un largo pasillo al final del cual estaba la mía. Era necesario pasar por las entradas de las otras habitaciones antes de llegar a la de ella. Todos dormían, la única habitación que tenía puerta en ese entonces era la de mis padres pero estaba abierta y ellos dormían plácidamente. Llegué hasta la habitación indicada y me acerqué hasta su cama, estaba oscuro y no podía ver bien, me quedé parado junto a ella sin saber qué hacer pero Mirla que al parecer estaba despierta, casi me mata de un susto cuando me dice: —¡Yo sabía que ibas a venir!. Pero no te quedes allí parado siéntate aquí —y me hizo espacio. Cuando estuve bien cerca, suficiente para verla con la luz de la luna que entraba indirectamente por la ventana, le pregunté que qué me iba a decir. —Yo lo que te quería decir es que tengo mucho miedo y quiero que tú me cuides, ¿puedes hacer eso? —Yo asentí y me quedé allí sentado, tieso, como una estatua, pero ella insistió:

—Así no, acuéstate aquí a mi lado y así me cuidas mejor, que en verdad tengo mucho miedo —Yo lo hice, y me acosté a su lado izquierdo boca arriba y viendo hacia el techo, tieso como una momia. —¿Puedo arroparte? —me preguntó ella y yo le dije que sí, sin dejar mi postura fría y rígida. Ella me arropó con su misma sábana y se acurrucó junto a mí. Ese fue el momento cuando por primera vez sentí la piel de una mujer. No voy a describir todo lo que sentí con el contacto de su piel porque no es la finalidad de este relato, pero vamos a resumirlo en que una potente descarga eléctrica y una explosión de hormonas desinhibieron mi cuerpo por completo y nublaron mi pensamiento, no existían ya para mí ya palabras, ni dudas, ni fines, ni miedo ni nada, solo las caricias de aquella joven que yo experimentaba con todos mis sentidos, como si toda mi vida terminase y comenzase justamente en ese punto del tiempo y la existencia sin yo entender bien por qué. De la misma manera como me desperté sobresaltado y cuando miré el reloj y eran justo las 12:00, así mismo en ese preciso momento miré hacia el vano de la puerta, justo un segundo antes que una sombra apareciera en la orilla izquierda asomándose y volviéndose a ocultar rápidamente entre las penumbras y escuché unos pasos de retorno. El mundo se me paralizó, aunque estaba oscuro sé que nos vieron y todo se me volvió pequeño. Le hice saber lo que ocurrió a Mirla, ella me dijo: —¡Vete! —fingió dormir y yo corrí hacia mi habitación y también fingí dormir. Cuando salí del cuarto de Mirla, no había nadie por todo eso, pero estoy seguro

que nos vio alguien, no podía con la vergüenza y el miedo por lo que pasaría al amanecer. Y allí estaba yo ahora, con mi alma vacía por la vergüenza, cara hacia la pared y completamente arropado hasta la cabeza, con mis puños apretados contra el pecho y mis ojos cerrados queriendo que nunca amaneciera, yo que procuraba ser un hijo ejemplar, que leía la Biblia desde pequeño, ahora le fallaba a mis hermanos, a mis padres y a Dios. En mi tercer año de bachillerato me tocó un horario irregular con algunas mañanas libres y otras en las que empezaba tarde, de manera que algunas veces me quedaba solo con Mirla en casa, pues mis hermanos estaban en clase y mis padres trabajando. Ella aprovechó aquella oportunidad para seguir el juego y yo para seguir experimentando aquellas descargas de placer. Aquella experiencia fue para mí un retroceso. Me volví más sobre mí mismo, Domingo, Humberto y Carlos, con quienes jugaba en el trapiche, percatándose de mi distanciamiento dejaron de andar conmigo. Solo Marcelo, el primero que se me acercó, y que no pertenecía al grupo, a pesar de mi gravedad seguía tratándome como si yo no hubiese cambiado y lo hizo por muchos años más. Como yo ya no hablaba a través de mis muñecos y carritos, ni jugando con mi hermana, empecé a comunicar por escrito las cosas que sentía, y lo hacía escribiéndole a Mirla cartas tormentosas llenas de deseo, de culpa y de miedo. Recuerdo que muchos de los chicos que estudiaban conmigo hablaban de sexo como expertos, siendo la verdad que la mayoría de ellos aún no había tenido experiencias por su corta edad, pero yo, que era menor que ellos y que vivía

aquella relación con una mujer, no era capaz de decir una sola palabra al respecto. Aquel tipo de amor bonito que sentí una vez por Maideline, la Reina del carnaval en mi cuarto grado, o por Marisol, la chica cristiana del sexto grado, y que a pesar de nunca habérselos declarado me hacía ver el mundo más hermoso, ya no existía. No sentía nada, perdí el deseo de hacer amigos, de tener novia, incluso bajé el rendimiento escolar. El sexo y aquellas cartas, se convirtieron en mi único escape al mundo exterior, en mi obsesión; ya no jugaba, no soñaba, no sentía, solo me desahogaba aquel sexo mecánico y animal, sazonado con culpa, resignación y confusión. Un año teníamos con aquella relación que no sé cómo llamar, ¿noviazgo? No lo creo, no sentía amor, ni atracción, ni deseaba casarme, ni de tener una vida con ella, ¿concubinato? ¡Pero tampoco!, yo solo tenía trece años y me mantenían mis padres. Sea como sea aquella relación terminó un año después en mis vacaciones de tercero para cuarto (penúltimo año de bachillerato), Mirla tuvo una falta en el cumplimiento de sus deberes, creo que en el horario, y mi madre la despidió sin chistar. Como en aquellos tiempos no había celulares y yo no tenía teléfono en mi casa nunca más supe de ella. La verdad es que me sentí aliviado, libre, y no es que no me gustara el sexo, sino que había estado viviendo una vida muy agobiante para mí, en especial por la culpa que me hacía sentir inmerecedor del amor, de la amistad y de los sueños. Creo que como dice la Biblia en Eclesiastés, todo tiene su tiempo y su ambiente

correcto, y no es provechoso vivir las cosas fuera de ese tiempo, pero esa es mi experiencia. Creí que no iba a ser posible, pero finalmente volví a sentir y me volví a enamorar como lo hacía antes, e igual que antes no era capaz de hablar con la chica anhelada, pero lo importante para mí, es que sentía el amor. Nueve años después cuando me casé con una niña de quien me enamoré y conocí cuando ella aún era menor de edad -le llevo dos años-, todavía sufría de la eyaculación precoz concebida en aquella época de lujuria tormentosa, donde todo era rápido, pecaminoso y mecánico, y con la adrenalina a millón por el miedo a ser descubiertos de pronto por alguien que llegase o pasara por la entrada de la habitación. Hubo traumas y desviaciones que duraron muchos años y las marcas pues quizá toda la vida. Hoy en el siglo XXI parece normal iniciar las relaciones sexuales a los trece años o menos, yo no sé cómo se sentirán esos niños, no estoy dentro de ellos y tampoco sé cómo se sentirán si además de sexo precoz tienen condiciones del espectro autista, pero lo que sí sé, es lo que me tocó vivir a mí como niño dentro de la condición que vivió esa experiencia en un ambiente poco adecuado y puedo decir que a pesar del placer, no fue provechoso. No dejes que nadie se robe la inocencia de tu pequeño aspi, dentro de lo que esté a tu alcance no lo dejes a merced de una tentación o presión que quizás no pueda soportar, déjalo que viva sus etapas una a una, pero sobre todo entra en su mundo y hazle que se sienta cómodo hablando contigo, así lo protegerás de que otros se aprovechen de sus debilidades y podrá contarte lo que vive y siente,

sabiendo además que no necesita apresurarse a nada por porque como tú, es merecedor de todo el amor del mundo.

Ecolalia Hasta los catorce años sufrí de ecolalia leve. Usualmente repetía la última frase que me decían, esto lo hacía normalmente en el liceo o la escuela, y supongo que era una especie tentativa de entablar o continuar una conversación. Me decían: —El profesor no viene hoy —El profesor no viene hoy-, repetía —Mañana no hay clases —Mañana no hay clases Un día en cuarto año de bachillerato una compañerita llamada Jenny llamó a algunos compañeritos para que vieran el circo: —Tal cosa—me decía— Sí, tal cosa—, repetía yo. Todos habiendo sido advertidos se echaban a reír. Al principio no entendía la broma hasta que a la tercera ya fue evidente. Una vez que me hice consciente del problema lo extirpé sin piedad. Si te haces consciente de una de tus afectaciones, puedes atacarla para eliminarla o controlarla, y esto a cualquier edad incluyendo niños, solo hay que estar consciente, quererlo hacer y practicar. Por eso, si tu hijo es aspi y detectas este u otro problema puedes hacerlo consciente del mismo e instruirlo para corregirlo. Si eres tú el aspi y eres adulto lee mucho sobre el asperger, a medida que vayas aprendiendo irás identificando en ti las diferentes afectaciones, trabaja

sobre aquellas que quieras eliminar o cambiar, te aseguro que vas a lograr muchos cambios positivos.

Un Aspi Popular Hubo una época de mi vida en que tenía muchos amigos. Contaba con catorce años, estudiaba el penúltimo año de bachillerato y era el más destacado alumno de mi clase. Mi casa siempre estaba llena de adolescentes que iban y venían para que yo les explicara sin interés alguno, química, física y matemática. Me sentía en la gloria, todos me admiraban, me respetaban y me buscaban, incluso niñas de otras secciones cuadraban su turno y horario para ir a mi casa. Yo disfrutaba mi momento, además al explicarle a ellos reforzaba mis conocimientos e incluso entendía algunas cosas nuevas. Mi mamá al parecer también se sentía orgullosa de su destacado y popular hijo, tanto que decidió hacerme una fiesta de cierre de año escolar invitando a todos mis amigos. Ahora recuerdo que yo llevaba un registro de todas las personas que me visitaban, fueron más más del noventa y cinco por ciento de mis compañeros más algunos de otras secciones. Mi mamá me regaló un equipo de sonido de última generación, lo máximo, (doble casetera, ecualizador, sintonizador digital de radio y aguja de “diamante” para el plato). Como mis amigos eran muchos y si venían con sus novias o novios seriamos más de cien adolescentes en el apartamento, compró mucha comida, pasapalos, llenó completo un tobo -que me daba por la cintura- de hielo y cerveza y una vez todo listo y armado, invitó a algunas pocas amigas de ella para lucirse con su hijo popular y comenzó la fiesta.

¡Nadie fue!, Solo las amigas de mamá. La música sonando en mi equipo de sonido nuevo, los pasapalos servidos y enfriándose en la mesa, el hielo derritiéndose, no llegó nadie. Luego de meditarlo un poco lo entendí: el año académico ya había terminado, ya no habían más exámenes que presentar y por lo tanto no tenían ya ningún interés en mí. En ese momento a los catorce años comprendí la diferencia entre el interés y la amistad. Comprendí que no siempre cuando te sonríen y te buscan es porque te aman, que muchos de los que por inocencia piensas que son tus amigos en realidad no lo son. Los verdaderos amigos son una cosa muy muy rara y si tienes asperger son cosa preciosa de verdad. La familia cercana y unos pocos que se pueden contar con los dedos de una mano, pero lo importante es que ese círculo muy pequeño y muy cerrado te ama de verdad, valóralo.

Adicción a la Pornografía Cuando tenía catorce años de edad, un periódico nuevo, de corte clase media, innovador y audaz llamado "El Diario de Caracas", tuvo la genial idea para aumentar sus ventas, de encartar los días lunes un suplemento de unas diez páginas con fotografías a todo color (cuando eso los periódicos eran blanco y negro), de chicas hermosas bañándose un día antes de imprimir la edición en las playas venezolanas. Cualquier muchacha que iba a la playa era susceptible de aparecer en la portada o en cualquiera de las páginas del diario. El truco disparó las ventas. Los kioscos de periódico ponían a la vista el Diario de Caracas pero en lugar de poner a la vista la primera plana y dejar el encarte adentro, ponían el Diario en la Playa a la vista y el periódico detrás. Yo que solo había visto en tv comiquitas y series de corte familiar, que nunca había visto una revista playboy ni nada parecido, cuando vi por primera vez el "Diario en la Playa" colgando en el tendedero de un kiosco quedé absolutamente enganchado. Sabía que existían las revistas pornográficas, pero no las había visto, tampoco tenía curiosidad de hacerlo, y aunque hubiese querido comprar una, no hubiese podido por ser menor, ¡pero cualquiera podía comprar el "Diario de Caracas"!. Las primeras veces que lo compré, tal vez los primeros meses botaba sin leer el cuerpo del periódico y guardaba el novedoso suplemento "Diario en la Playa" para mirarlo con calma en mi soledad.

Aunque meses después comencé a leer el diario para aprovechar mejor la inversión, el coleccionar y deleitarme mirando el Diario en la Playa se me hizo una obsesión total, mi nuevo interés restringido. Como no conversaba no compartía mi obsesión con absolutamente nadie, ni hermanos, ni compañeros de estudio, con nadie en absoluto. Esperaba con ansias cada lunes, y guardé decenas de suplementos de esos, los ordenaba por playas, por fecha, por grado de belleza de la modelo (les daba puntajes), por tipo de ropa íntima, etc. Esta obsesión desembocó con el tiempo en adicción a la pornografía explícita y a la masturbación, adicciones con las cuales tuve que luchar duro por muchos años aún después de casado y bien entrada la adultez. Nótese que no estoy hablando de una masturbación "regular", sino de una adicción que es otra cosa; ni tampoco de la belleza del cuerpo femenino que es algo indiscutible y digno de admirar, estoy hablando de adicción a la pornografía que es otra cosa. Una cosa, sin darme cuenta, desembocó en la otra. Para las personas con Síndrome de Asperger o autismo de alto funcionamiento, es fácil obsesionarse con algún tema, o asunto, y querer conocer y profundizar más en dicho asunto, por eso en estos días cuando es tan fácil conseguir pornografía en tv o en internet los padres deben tener cuidado y procurar que el entorno real y virtual donde se desarrolle el niño aspi sea el más propicio para que él tenga opciones buenas y no malas para elegir como sus intereses obsesivos.

Esto es importantísimo porque las obsesiones en los jóvenes con asperger suelen ser fuertes y durar mucho tiempo. Cualquier joven puede caer en la adicción a la pornografía pero un chico aspi tiene más riesgo por su predisposición a obsesionarse por algo y porque no necesita interactuar, mirar pornografía y masturbarse es una actividad que por lo normal suele hacerse en solitario. Además de la supervisión del medio ambiente donde se desarrolla el niño y adolescente, es crucial la comunicación con él y la creación de un fuerte lazo de amistad y complicidad con sus padres, esto puede ayudar a evitar que el joven con asperger sintiéndose solo e incomunicado, caiga en situaciones de las cuales después le costará mucho salir y que pueden resultarle muy caras. No te descuides.

Carta a un Examigo El sonido del Lanco que me había regalado mi padre, estrellándose contra la pared del patio, fue granulado, sólido y metálico. El sonido de las risas de mis compañeros fue igual que siempre: humillante, hiriente y burlón. Pero tú, que te codeabas con los populares, que tenías novia y amigos, y que como si eso fuera poco te lucías tremendamente en inglés y baloncesto, no celebraste la “gracia” de Leal (Pollito), el chico que me pidió el reloj para verlo y que sin darme tiempo de nada lo tiró hacia arriba y lo pateó con fuerza antes de que llegara al piso, estrellándolo contra una de las paredes del patio. En lugar de celebrar como todos los demás, aún sin conocerme, fuiste hasta dónde quedó el reloj reventado, te inclinaste, me lo llevaste entregándomelo en mis manos y me dijiste algunas palabras que no puedo recordar, pero que me hicieron sentir que no estaba solo. Lo primero que pensé fue que era una broma tuya. En mi mente te vi fingir que me dabas el reloj y justo cuando yo lo iba a tomar se lo lanzabas a otro niño como si fuese una pelota, y este a otro, y este a otro, y así, harían imposible que yo, “el viejo” recuperase mi reloj (o lo que quedó de él), pero eso no ocurrió. Me habían apodado “el viejo” a los doce años de edad, a pesar de que tú y los otros chicos tenían trece y catorce, tal vez porque independientemente de si la víctima fuera yo u otro, esas cosas no me daban risa, o porque escribía composiciones que dejaban asombrada a mi profesora de castellano, Carmen Berríos, quien decía que yo era un niño muy maduro, en fin, no sé por qué; pero a pesar de no gustarme el sobrenombre, me sentía aliviado con él, porque no

había sufrido agresiones físicas, terror, ni sobrenombres que hirieran mi sexualidad como sucedió en el liceo de donde venía, aquel donde estudié primer año de bachillerato y viví los momentos más terribles de mi vida. De manera que el hecho de que me dijesen “viejo” era un gran avance Pero tú, te acercaste a mí con el reloj en la mano y no solo me llamaste por mi nombre, sino que además me demostraste que para ti no era el viejo aburrido que no se ríe cuando alguien se cae, ni el niño tonto-listín que se destacaba en química, matemática y redacción, ni el nulo que las chicas ignoraban y que los chicos lidiaban de vez en cuando por placer. Me hiciste sentir persona, valorado, apreciado, y cuando a nadie parecía importarle, cuando no tenía ni idea de cómo expresar mis sentimientos y emociones a los demás, tú me tendiste la mano y me brindaste sin condiciones tu amistad, y eso vale mucho. En toda mi vida he hecho tres amigos íntimos: dos en mi infancia: tú y Léner y uno en mi adolescencia: Richard. De todos ellos tú fuiste el primero en acercarte, pero contigo pasó igual que con Léner, mi otro amigo de la infancia: después de muchos años y siendo ya adultos, decidiste romper nuestra amistad sin vuelta atrás, ¿qué importa eso cuando se tienen tantos amigos?, un amigo más, un amigo menos, no afecta nada en ese caso cuando se tienen muchos amigos, pero ese no era mi caso, en el momento en que rompiste nuestra amistad tú y Richard eran los únicos amigos que yo tenía y contigo tenía una amistad más estrecha que con Richard, de hecho la tuya fue la amistad más profunda que jamás he tenido con nadie ni seguramente tendré. ¿Cuántas

cosas no vivimos?, tonterías de niños y de muchachos que son inolvidables, solo a ti te contaba cuando me enamoraba, cuando soñaba, cuando peleaba. Como hombre nunca te lo dije, pero me dolió, que ya no estuvieses allí, ¿pero cómo no me va a doler si eras el único que me conocía tan bien? ¿Y cómo no me va a doler si fuiste tú el que me tendió su mano cuando pensaba que jamás llegaría a tener un solo amigo en la vida?, te confieso que aún hoy, años después de que pusiste fin a nuestra amistad, a veces sueño que seguimos siendo amigos. Pero puedo entender que tu misión en mi vida ya fue cumplida y no te reprocho nada, porque la amistad que me diste, me la diste con toda sinceridad, sin interés ninguno. Te hiciste mi amigo sin siquiera necesitarme para nada y llegaste en el momento de mi vida en que más necesitaba un amigo, para demostrarme que no todos los niños ni todas las personas son iguales y que yo tenía valor y merecía respeto. Ese año que te conocí pude por primera vez pude socializar con éxito con varios compañeritos y lo pasamos bien, gracias por presentármelos, pero solo la tuya fue una amistad verdadera que transcendió el liceo, y luego la universidad, y luego más allá; ellos fueron solo compañeros de clase con quienes compartí en su momento, tú me enseñaste a hacerlo, gracias. Por eso, no importa lo que haya pasado después; los quince años que me brindaste tu amistad verdadera valen más que toda una vida con cientos de amigos falsos y eso nunca lo olvidaré.

Jeremías Ya soy adulto y puedo ver y entender las cosas en retrospectiva. Pero cuando era niño, no entendía por qué era distinto a los demás niños, y muchas veces quise en mi interior ser igual a ellos. Pero cuando tenía diez años de edad, estaba un día leyendo la Biblia y me topo en sus páginas con un niño llamado Jeremías. Jeremías era diferente a los otros niños porque no sabía hablar (Jeremías 1), hablaba pero muy pocas palabras, solo conversaba con Dios en oración y en su mente, pero con las otras personas y con los otros niños, solo decía frases cortas y parcas, no era como los otros niños. Pero un día Dios le dijo que él hablaría delante de reyes y de reinas, que daría discursos delante de multitudes y delante de niños, de ancianos y de gente poderosa. Esta lectura me asombró, porque sentí que había un Dios en el cielo, que sabía de mí, se preocupaba por mí y era capaz de hacer cosas imposibles aún con niños como Jeremías, ... o como yo. En ese mismo libro de Jeremías, más adelante pude darme cuenta de que la promesa de Dios se cumplió, porque ese niño que no sabía hablar se convirtió en un orador muy reconocido, un profeta que hablaba con la misma soltura con niños y reyes, con ministros o con el pueblo; y su fama cundió hasta más allá de las fronteras de Israel. Y cuenta la historia que Jeremías está un día en casa del alfarero del pueblo (Jeremías 18) y el artesano está sentado haciendo utensilios de barro, todos muy parecidos uno del otro, pero Jeremías ve que el alfarero de pronto, después de que había hecho muchos utensilios parecidos y estaba haciendo lo que parecía otro más, a mitad del trabajo, amasa de nuevo el barro empezando otra vez y

hace un utensilio muy distinto de todos los demás que ya había hecho, con un resultado distinto a lo que se suponía que habría de ser. Y Jeremías, que no era alfarero, porque a veces juzgamos lo que no conocemos, lo primero que pensó fue, ¡ay, el alfarero se equivocó!, así no es lo que tenía que hacer. Ese utensilio debía ser como los otros que están allí. Pero Dios le dijo en su corazón: —El alfarero no se equivocó Jeremías, ¿no recuerdas cuando eras niño?, el alfarero hizo como él quiso, porque que quiso hacer algo distinto, algo más bello, algo más puro, algo diferente, y yo soy como ese alfarero Jeremías, cuando amo a un niño de forma especial, lo hago diferente. Yo fui un niño como Jeremías y hoy que soy adulto puedo decirte con toda propiedad que Dios no se equivocó con tu hijo, madre que me lees; padre, Dios hizo a tu hijo como él quiso, no fue un error, es como es porque Dios lo ama de una forma especial y quiere que tú veas a tu hijo y al mundo, con los ojos que Jesús los ve. Dios bendiga a los niños y niñas de todos los padres que me leen.

Índice Semblanza biográfica de Manuel Cedeño De la Desesperación a la Esperanza Prefacio Arriero El Apartamento Sentido de Orientación Espacial Monstruos de la Oscuridad ¿Puede el Asperger Hacer Dudar de su Identidad Sexual a Un Niño Aspi? Afectaciones en la Motricidad El Recreo Mi Primera Declaración de Amor Testigo de Un Crimen Botas que Pegan Corriente El Piano y el Habla Maribel, el Día que Decidí Hablar Callado Estallidos de Furia Palabrotas Trabajar en Grupo Zapatos de Mujer Las Buenas intenciones no Batan El Principito Asperger La Cita Ecolalia Un Aspi Popular Adicción a la Pornografía Cara a un Examigo Jeremías

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