El Neuroliberalismo y la etica del más fuerte. Biagini y Peychaux

April 24, 2017 | Author: Mauro Asnes | Category: N/A
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Hugo E. Biagini Diego Fernández Peychaux

EL NEUROLIBERALISMO Y LA ÉTICA DEL MÁS FUERTE

– Postfacio de Jorge Vergara Estévez –

ÍNDICE

PREFACIO..................................................................................................................................4 INTRODUCCIÓN......................................................................................................................9 I. LO “NEO” DEL LIBERALISMO CAPÍTULO 1 DEL INDIVIDUALISMO POSESIVO AL CAPITAL HUMANO..............................................20 Propiedad y ciudadanía Liberalismo crítico Empresarios de sí mismos La ciudadanía gerencial CAPÍTULO 2 EL “COSTO” DE LA DEMOCRACIA…....................................................................................33 Liberalismo antropofágico La libertad negativa Una democracia restringida CAPÍTULO 3 CORPORACIONES: EL AGENTE NEOLIBERAL…...............................................................45 Recetario compartido Desmantelar al Estado Abandono ocupacional Oligopolio, corrupción y marginalidad Barómetro “ético” de los precios II. EL EGOÍSMO VIRTUOSO CAPÍTULO 4 LIBERALISMO ELITISTA Y REPUBLICANISMO RADICAL…...........................................63 La ideología liberal Impronta republicana Un diccionario para el pueblo Deriva CAPÍTULO 5 LA AUTOAYUDA EN LA ARGENTINA ALUVIAL….............................................................77 1

La mentalidad dominante El “meteoro” Smiles Un moralista por dentro CAPÍTULO 6 MERCADO, UN COLISEO PERFECTO…................................................................................84 Mises: el mito de la caverna Ayn Rand: los héroes inmaculados Lucha pecuniaria y “reglas” de juego Versos y perversos neoliberales III. NEUROLIBERALISMO: ABRAZAR LA DESVENTURA CAPÍTULO 7 ESCENIFICACIÓN POLÍTICA DEL SUICIDIO…...................................................................99 Desregulación y puja distributiva Colonialismo y democracias de facto Sinrazón y mito neuroliberal CAPÍTULO 8 RENUNCIAR A LO INTELIGIBLE…........................................................................................107 Servidumbre voluntaria Subidos a la fantasía No resistencia versus función utópica CAPÍTULO 9 REMOVIENDO TABIQUES.......................................................................................................119 Los ladrones del queso Positivismo hiperbólico Nomenclatura revisada Frente a la crítica paternalista Alegoría de la pecera EPÍLOGO EL LENGUAJE NEUROLIBERAL: ¿UN NUEVO ALUCINÓGENO EN ODRES VIEJOS?.130 POSTFACIO HAYEK Y LA MODERNIZACIÓN CHILENA Jorge Vergara Estévez...................................................................................................................139 ÍNDICE ONOMÁSTICO...........................................................................................................157

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Por la mañana echan los hombres a los leones; al mediodía se los echan a los espectadores […] Al hombre, sagrado para el hombre, lo matan por diversión y risas. Séneca Soportaré ser quemado, herido y golpeado y asesinado por la espada. Juramento del gladiador Degüelle al vencido, sea quien sea. Graffiti en el Coliseo romano Abandona este predio. / ¡Por qué motivo! / Porque es mío. / ¿De qué modo lo obtuviste? / De mi padre. / Y él, ¿cómo lo obtuvo? / Lo consiguió peleando. / Entonces, lucharé contigo para conseguirlo. Carl Sandburg, The People, Yes Este guerrero está siempre luchando. Sabe que, al final, haga lo que haga, será derrotado. Sin embargo […] se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir cuartel. Roberto Bolaño, Entre paréntesis

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PREFACIO

Junto a Diego Fernández Peychaux, pretendemos introducir un neologismo de nuestra propia cosecha: el de “neuroliberalismo”, término que requiere una aclaración previa. Comencé a hablar de neuroliberalismo en mi libro Identidad argentina y compromiso latinoamericano, publicado en 2009. En esa obra mencioné “los clamores colectivos” para que se le pusieran “cascabeles al gato feroz del neuroliberalismo”, haciendo referencia con ello a una “expresión que alude al carácter o a la mentalidad enfermiza de quienes entronizan la creencia del egoísmo sano como pasaporte al bienestar común”.1 Con un sentido análogo, retomé la misma noción en el trabajo “Democracia e indianismo”, que apareció en la publicación periódica Demos Participativa, donde se recogieron las ponencias presentadas en las VIII Jornadas sobre Democracia Participativa (septiembre de 2009): Tras los efectos deshumanizadores de la llamada Revolución Conservadora, acaecida durante el último tercio del siglo XX, en el panorama mundial y muy especialmente en buena parte de nuestra América se ha ido poniendo en tela de juicio –fáctica o teóricamente– la posibilidad de asociar la democracia –con su ética de la equidad y la solidaridad– a una ideología lobbista del provecho y el interés como la del neoliberalismo, hasta alcanzar a generarse la palmaria certidumbre de la incompatibilidad constitutiva existente entre ambas modalidades: democracia y neoliberalismo, el cual ha sido recalificado como neuroliberalismo –por su elevación del afán individualista al máximo valor comunitario.2 Me valí del mismo concepto cuando tuve ocasión de salirle al ruedo a la tan sonada inauguración por Mario Vargas Llosa de la Feria Internacional del Libro, celebrada en Buenos Aires en 2011. Allí, el frustrado candidato a la presidencia de su país no solo argumentó banalmente contra el populismo y el peronismo como manifestaciones autoritarias, sino que también procuró eximir de ese cargo a la problemática tradición liberal en términos muy falaces: “el liberalismo – sostuvo– no tiene nada que ver con las dictaduras” y asociarlo con esas fórmulas absolutas de poder, 1

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BIAGINI, Hugo E., Identidad argentina y compromiso latinoamericano (Lanús: UNLa, 2009), p. 189. “Democracia e indianismo”, Revista Demos Participativa, Año 3, Vol. 2, Nº 4, mayo 2010, pp. 30-32. 4

sus antagonistas declaradas, constituye toda “una obscenidad”. Frente a esa forma descarada de referirse al liberalismo, evoqué un tópico de Perogrullo: el modo como esa ideología acompañó íntimamente a “gobiernos tutelares” y a “proyectos elitistas de expansión colonial” con una concepción posesiva y depredadora que ha sido retomada por el neoliberalismo (bien redenominado como “neuroliberalismo” por creer convencernos de que las máximas apetencias particulares conllevan el bien común). Tales apreciaciones fueron difundidas por la revista venezolana América XXI y por otras versiones digitales.3 Con el correr del tiempo resolví aunar esfuerzos con Diego Fernández Peychaux para desarrollar un plan de mayor aliento sobre la ya mentada categoría de neuroliberalismo, la cual expusimos hasta ahora en dos espacios diferentes: el Workshop Internacional sobre Darwinismo Social y Eugenesia y la revista Utopía y Praxis Latinoamericana. Cumplido el protocolo de poner la nueva carta de filiación sobre el tapete académico, pasamos al tratamiento en sí. Como un punto de partida, más allá de las limitaciones epistémicas y metodológicas que pueden contener las aproximaciones organicistas o biopsíquicas para explicar fuera del nivel metafórico la sociedad humana en toda su complejidad, no faltan fundamentos para abordar al neoliberalismo como neuroliberalismo, de manera similar a quienes –al margen de la validez de sus planteos de fondo– no trepidan en calificar al populismo como una enfermedad de la política, como la antipolítica e incluso como patología de la democracia, al estilo de lo que llega a proponer un autor de la envergadura de Pierre Rosanvallon en La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza. Si bien abundaremos teóricamente en esa hipotética formulación, queremos apelar ahora a la caracterización que trazó David Harvey al señalar que, además de ser un proyecto clasista que consolida y refuerza la dominación, esa ideología posee su primordial arma de combate en el campo del lenguaje; campo dentro del cual tomamos por nuestra cuenta un discurso subordinado pero altamente gravitante como es el de la autoayuda dentro del espectro liberal; discurso que nos permite acceder al trasfondo alienante en cuestión. Para ello nos remontamos primero a uno de los más conocidos divulgadores del género Ayúdate a ti (vos en castellano rioplatense) mismo, Samuel Smiles, quien trasunta una posición propia de la más cruda ascesis capitalista: según él, los gobiernos y las leyes resultan inoperantes para resolver los grandes males sociales, que solo son subsanables mediante el autodominio y el recurso a los hombres superiores, excluyéndose a los pobres y a los obreros por considerarlos 3

“La obscenidad varguista”, América XXI, 26/4/2011, en . 5

viciosos e imprevisores. Según Smiles, el avance de la sociedad está dado por el instinto competitivo y la lucha gladiatoria por la vida. Muy pocos se han enterado de que el propio Smiles fue el autor predilecto de nuestra generación ultraliberal de 1880 y de sus inspiradores; una generación que exaltaba las obras de Smiles –La ayuda propia (Self-Help), El carácter y otras– como nutrientes para gestar una nueva raza, apta para el comercio y la industria, exenta de taras indígenas. Recordemos que durante el predominio de dicha generación primaba en la Argentina, al igual que en los Estados Unidos, el más rudo individualismo, elevado tanto en palanca del bienestar como en fuente del derecho y la ética. Se tenía por ideal el gobierno de los notables, muy por encima de la masa –nativa o extranjera– inculta y marginada del sufragio. Se enjuiciaba a la democracia –como enfermedad moral de la humanidad– y a la actitud caprichosa de las mayorías, mientras se identificaba la soberanía numérica con la prepotencia. Una idea-fuerza recorría entonces el orbe: la creencia sobre el progreso universal cósmico y antrópico, aunque esa irreversible evolución terminaba siendo restringida al norte y al sur del continente americano, donde a la República Argentina le tocaba jugar un papel protagónico decisivo: de máxima perfección y felicidad por más resistencias que se le opusieran a esa fuerza magnética del progreso, similar en su potencialidad a la de la mano invisible de Adam Smith, por cuya acción cada uno “persiguiendo su propio interés fomenta frecuentemente el de la sociedad con mayor eficacia que cuando se lo propone realmente”.4 Tanto el presunto principio axiomático del laissez faire como el supuesto equilibrio armónico de un mercado regido por leyes científico-naturales y por la misma providencia divina –y en el cual confluyen el beneficio colectivo y los propósitos egoístas– serían sepultados por la Gran Depresión capitalista de los años treinta y rebatidos por las baterías keynesianas: una renovación mucho más auténtica del liberalismo que aquella que, con equívoco semántico, invoca para sí el neoliberalismo, más cercano en definitiva a la inveterada versión del liberalismo económico decimonónico. Sin embargo, con la insospechada restauración del liberalismo de mercado –inicialmente impulsada por Augusto Pinochet, Margaret Thatcher y Ronald Reagan–, el recurso a la mano invisible ha seguido operando con el auxilio de uno de sus pivotes básicos: la autoayuda –el persevera y triunfarás de Rudyard Kipling presidiendo las casas respetables– y su versión más sofisticada: el llamado pensamiento positivo junto a un pedestre sentido común, todo ello implementando los afanes neoconservadores para lograr grandes respaldos masivos. Según lo han 4

SMITH, Adam, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (Londres: Dent, 1911, [1776]), vol. I, p. 400. 6

rastreado investigadoras como la española Clara Valverde, ese consenso mayoritario se procura alcanzar mediante la internalización del lenguaje y valores de los más pudientes en la mentalidad de los sectores populares, o sea, mediante lo que nos hemos permitido rotular como neuroliberalismo.5 Por ende, un objetivo clave del neuroliberalismo consiste en inculcarle a la población una identidad postiza: la idea o el sentimiento de que la desregulación y las privatizaciones sean vistas como lo mejor para todos. Con tales planes de ajuste se incentiva la concentración del capital y se engendra un genuino Estado de Malestar, con sus consabidos montos de desempleo y merma salarial. Termina por fin resquebrajándose la conciencia social, pues son así las propias clases subalternas quienes pasan a refrendar las mismas políticas de recortes del gasto público y de las conquistas sociales que no solo aumentarán sus propias carencias sino que también contribuirán a pulverizar su condición de ciudadanos para reducirla a la de simples súbditos. Aun en medio de la profunda crisis sistémica que existe en Europa por aplicación del recetario neuroliberal, aparecen libros, cátedras y organizaciones que, operando como nuevas usinas del Evangelio de la fortuna y los buenos emprendedores, predican la necesidad de abandonar los pensamientos negativos. A quienes sufren de una monstruosa desocupación se les asegura que quedarse sin empleo no constituye un mal en sí mismo sino que ello permite abrirse “hacia otros horizontes”, que los empresarios resultan dignos de respeto o que aquel que no trabaja es un vago empedernido, mientras se machaca continuamente que la salud y la enseñanza deben juzgarse como servicios lucrativos sin más. Todo ello viene a sumarse a los ya empalidecidos reflejos de una óptica narcisista que “apuesta por el egoísmo virtuoso, que entroniza el yo como pasaporte al bienestar, mientras se estima que la palabra ‘nosotros’ –equivalente a servidumbre, miseria y falsedad– designa la raíz de todos los males”6, según apuntara yo mismo durante el auge del neoconservadurismo. Por ventura, el “nosotros” se está reconstituyendo en Nuestramérica con el advenimiento de estas primaveras populares que procuran alejarse de un liberalismo que, tanto en sus orígenes como en la actualidad, se ha mostrado reñido con la democracia; primaveras que pueden hacernos creer, a diferencia de lo que postuló Winston Churchill, que la democracia no es la forma menos mala de gobierno y que ella puede llegar a converger con la autoafirmación, hasta abandonar una etapa siniestra en la historia del individualismo occidental.

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VALVERDE GEFAELL, Clara, No nos lo creemos. Una lectura crítica del lenguaje neoliberal (Barcelona: Icaria, 2013). BIAGINI, Hugo E., Entre la identidad y la globalización (Buenos Aires: Leviatán, 2000), p. 45. 7

Por Hugo E. Biagini Buenos Aires, 6 de noviembre de 2013.

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INTRODUCCIÓN

Los devastadores resultados que se constataron durante la década de 1990 parecían haber neutralizado discursiva y políticamente al neoliberalismo. No obstante, el proyecto emanado de esa ideología mantiene su posición hegemónica. Basta expropiar momentáneamente el mito de El rapto de Europa para hacernos la imagen actual del envejecido continente, donde un toro germánico dirigido inalámbricamente por corporaciones financieras rapta a la doncella de los países “cerdos” – o PIIGS7–, no ya para iniciar la historia, sino para impedir su avance. Incluso en Nuestramérica, donde se han iniciado vigorosas marchas hacia una etapa postneoliberal, las opciones políticas que propugnan la vuelta hacia la acomodaticia “calma” del mercado siguen obteniendo resultados electorales contundentes. Esta aparente juventud de las posiciones mercadófilas nos lleva a preguntarnos cuáles son sus bases operacionales. En ese marco, arriesgamos la presentación de la nomenclatura alternativa de “neuroliberalismo” para explicitar el basamento de las políticas atomizadoras del neoliberalismo en la producción insidiosa de una subjetividad a la que se le oculta no solo el Otro, sino también, y fundamentalmente, el propio deseo. En otras palabras, el sistema de ideas que describimos con este neologismo tiene por objetivo impedir neuróticamente toda reacción a las demandas de una cultura suicida. Esta nueva denominación no soluciona todos los problemas que conlleva el rearme de la actividad crítica que proponemos, pero se atreve a alterar las categorías heredadas para cuestionarlas. Neuroliberalismo es, de hecho, un término de combate que busca impulsar la impugnación de muchas de las ideas comúnmente aceptadas que sustentan la subjetividad referida. Avanzar en nuestro argumento supone allanar una pregunta fundamental. ¿En qué términos resulta adecuado hablar de neuroliberalismo? Para contestar, comencemos por señalar un hecho de naturaleza doble. La búsqueda de la autonomía personal representa, aunque con matices, una cierta constante en la Modernidad occidental. Sin embargo, en su afán emancipador, el individuo convierte a su propia autonomía en el escenario donde se perpetra la dominación. 7

Acrónimo desdeñoso con el que medios financieros anglosajones se refieren a un grupo de países que por sus 'desarregladas' cuentas públicas estarían sufriendo una crisis aumentada en relación con el resto de la Unión Europea. Estos son: Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España. 9

Así, donde se esperaba el florecimiento de espacios de libertad crecientes se ha encadenado al sujeto alimentando su edípica relación con aquello mismo que lo domina y lo explota. La inicial perplejidad rousseauniana se reitera como un eco desde el mundo despótico ilustrado del siglo XVIII al tardocapitalista del XXI. Si el hombre ha nacido libre, ¿de dónde provienen sus cadenas? O, peor aún, ¿qué razón se esgrime para fundamentar su feliz encadenamiento? Los teóricos del contrato social moderno inician su reflexión en un estado natural en el cual la mediación política de los intereses particulares aún no ha sido constituida. No existe ningún juez o instancia política que intervenga en los conflictos. La determinación de la propiedad o los deberes mutuos dependen del juicio individual. La competencia que se desata por satisfacer los propios deseos da lugar al carácter insoportable de dicha condición. La emergencia de la sociedad política se enmarca en el intento “colectivo” para dar término al enfrentamiento mediante la renuncia de todos los miembros del cuerpo civil a gobernarse a sí mismos. En este sentido, la filosofía política del contractualismo se presenta a sí misma como el intento por desindividualizar el espacio común. Sin embargo, esos individuos naturales y anteriores a toda sujeción son abstractos. El liberalismo “nos presenta al hombre abstracto, al hombre del ‘amor’ que define en sus principios pero que no aparece nunca en los hechos”. 8 En esta disputa entre contingencia y universalidad la ternura y el preciosismo del humanismo liberal justifican exquisitamente el pillaje. Una “neurosis” consentida en la que al “otro” se le escatima la humanidad al tiempo que se le demanda que se comporte caballerosamente como el auténtico agente de mercado. Al escudriñar de forma crítica la realidad, desaparece el individuo racional, industrioso y caritativo que, guiado por la mano invisible del mercado, construiría el edén en la Tierra. La crítica ocasiona –tal como lo llamara Jean-Paul Sartre– el striptease del humanismo occidental. La élite eurocéntrica que se pretende refugio neurálgico de lo humano aparece en su pura naturaleza de pandilla. 9 La apoteosis de la libertad observada desde este mirador ilustra en toda su crudeza un cuadro deshumanizador en el cual interaccionan personajes altamente desiguales en derechos políticos, económicos y sociales. La dominación reemplaza a la ilusión materializada del mercado puro o perfecto. Hasta aquí, un diagnóstico sobre el liberalismo del que partimos. En este libro quisiéramos arriesgar dando un paso más y explicitar cómo el neuroliberalismo elabora una “fantasía ideológica” que, articulada en lo que denominaremos “ética del más fuerte”, logra resignificar los conceptos clásicos del liberalismo. En su versión “neo” las categorías sociales de éxito/fracaso 8 9

ROZITCHNER, León, Moral burguesa y revolución (Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo, 2004 [1963]), p. 12. SARTRE, Jean-Paul, “Prefacio”, en Frantz Fanon, Los condenados de la tierra (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1975 [1961]). 10

unifican el horizonte global de su campo ideológico. La particularidad de esta fetichización del exitoso radica en no limitarse a repudiar la memoria histórica del sufrimiento del otro. 10 La descripción del luchador, rico, famoso y victorioso del coliseo neoliberal busca, en cambio, activar la relación ilusoria que los sujetos desarrollan con su propia satisfacción y bienestar. Debemos notar que la capacidad productiva de sujetos dóciles no se despliega de una vez para siempre, sino que se reitera, siguiendo a Michel Foucault, en una “economía del poder” microfísica: serie de tácticas, maniobras, estrategias siempre tensas y en actividad que no acontecen ni en un instante, ni desde un único emplazamiento de clase. Este poder, por tanto, no es una “propiedad” sino un “ejercicio” que, a raíz de su propia definición, recoge en sus efectos las posiciones de quien domina y del dominado.11 El proceso responde a una ambivalencia constitutiva. Por un lado, ningún individuo se exime de padecer la subjetivación. Pero, por el otro, esos mismos sujetos asumen el poder que los somete para garantizar la persistencia en su ser social. A raíz de la repetibilidad las relaciones de poder incurren en el riesgo de verse alterada. La diferencia entre la intención primaria y el resultado obtenido tras su reiteración muestra los huecos, rajaduras, fisuras en los que ejercer la libertad. “La repetición o, mejor dicho, la iterabilidad, se convierte por tanto en el no-lugar de la subversión, en la posibilidad de una reencarnación de la norma subjetivadora que redirija su normatividad”.12 Aunque pudiese replicarse a Judith Butler que desbordar los efectos deseados no implica reconducir o reformular la norma, cierto es que los manejos cínicos del poder quitan crédito a las reivindicaciones de los subordinados, precisamente, abusándose de dicha necesidad de negación y reescenificación de la dependencia. De ahí que Butler reponga el análisis de Louis Althusser en el que sostiene que la ideología, al interpelarnos siempre como sujetos, nos arroja a la elección de terminar eligiendo aquello que ya somos desde un comienzo.13 Por ejemplo, en los debates neoliberales sobre el ejercicio de la libertad el agente se presenta imbuido de un poder autónomo que niega los condicionamientos. Esto lleva a proferir “aceptabilidad moral” al contrato de compraventa en el que un individuo se entrega a sí mismo como esclavo. Las relaciones de poder que puedan influir en dicha negociación quedan silenciadas, incluso en pleno siglo XXI, por la vigencia positiva del acuerdo “voluntario”. 14 En última instancia, 10

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FORNET-BETANCOURT, Raúl, Transformación intercultural de la filosofía. Ejercicios teóricos y prácticos de filosofía intercultural desde Latinoamérica en el contexto de la globalización (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2001), p. 285. FOUCAULT, Michel, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión (Buenos Aires: Siglo XXI, 2002 [1975]), pp. 18 y ss. BUTLER, Judith, Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la sujeción (Valencia: Cátedra, 2010 [1997]), p. 113. ALTHUSSER, Louis, La filosofía como arma de la revolución (Buenos Aires: Siglo XXI, 2011 [1970]), pp. 138144. En Anarquía, Estado y Utopía, Robert Nozick acepta la libertad para venderse uno mismo como esclavo (Buenos 11

afirman, la delimitación de las potencias personales es rigurosa responsabilidad de las circunstancias personales “congénitas o adquiridas”.15 La crítica a tal argumentación no debiera recurrir a “la idiotez del insensato populacho” para explicar los ecos que encuentran los aparatos ideológicos del neoliberalismo. De hacerlo mostraría cómo el neuroliberalismo sigue disponiendo el escenario discursivo, ya que, una vez más, sería la responsabilidad individual la causa de los desarreglos del mundo. Por el contrario, pensamos que el “rearme categorial”, por emplear la expresión mentada por el querido maestro Arturo Roig, debe buscar describir los mecanismos por los cuales la figura del “fracasado” delata la imposibilidad misma de la realidad social fantástica pergeñada por el libre mercado. El perdedor en la lucha a vida o muerte en el peligroso escenario de un mundomercado configuraría, según la crítica que aquí desplegamos, un modo alternativo de canalizar la obediencia hacia la aserción ilógica, injusta e irracional de que la desigualdad representa el germen de la prosperidad. El dilema del sujeto consiste en saberse mediado por un poder exterior –nunca se es enteramente uno mismo–, pero preferir continuar en la existencia negándose a ver su formación en la subordinación. Ello no impide advertir que los mecanismos de subjetivación se encuentran limitados por su propio fracaso. El desafío político consiste, por tanto, en encontrar los medios para “reutilizar” aquello que somos y subvertir el monolítico vínculo individual con el Estado. Existen sonados ejemplos de inversiones o desbordes. En particular, el imaginario subversivo nuestroamericano demuestra que la esperanza, siempre superior al miedo disciplinario. “Mujer”, “marica”, “cabecita negra”, “piquetero”, “desocupado”, “indio”, “negro”, “cholo”, “lepero”, “gaucho”,

interpelaciones

habilitadas

originalmente

de

forma

injuriosa

que

lograron

reterritorializarse y subvertirse. Dicho de otro modo, son apelativos que anuncian la capacidad de transformar el poder que constituye al sujeto en el poder al que este se resiste. A su vez, tampoco debiéramos caer en el romanticismo de las batallas finales e imaginarnos el momento y el lugar en el que acontezca el “juicio final” al neuroliberalismo. La captura de los aparatos del Estado ha demostrado su ineficacia para derrumbar los poderes que interpelan al sujeto desde su individualidad. Los episodios localizados tampoco alcanzan a inscribirse en la historia salvo cuando ocasionan efectos sobre toda la red de significaciones a la que se encuentran

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Aires: Fondo de Cultura Económica, 1990 [1974], p. 331). El individuo “propietario de sí mismo” al buscar su bienestar siempre está en la posibilidad de renunciar a dicha propiedad y enajenarla. Sería un abuso que otros intervinieran en dicha decisión para determinar aquello que no le está permitido emprender con su propiedad. Argumentos similares aportan THOMSON, Judith J., The Realm of Rights (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1990), pp. 283-84; STEINER, Hillel, An Essay on Rights (Oxford: Blackwell, 1994), p. 232; BLOCK, Walter, “Toward a Libertarian Theory of Inalienability,” Journal of Libertarian Studies, 17 (2) 2003: pp. 39-85; KERSHNAR, Stephen, “A Liberal Argument for Slavery”, Journal of Social Philosophy, 34 (4) 2003: pp. 510-36. MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista (Madrid: Unión Editorial, 2011 [1956]), p. 26. 12

prendidos.16 La eterna juventud del neoliberalismo nos recuerda, a su vez, la precariedad de los logros alcanzados. Numerosas han sido las crisis y las actas de defunción firmadas, pero el aparato ideológico de la conjunción mercado-corporaciones posee lo que Colin Crouch denomina “la eminente facultad de no-morir”.17 Se hace imperioso saber: ¿cuál es la base de reproducción del neuroliberalismo para poder contener los desbordes emancipatorios y continuar produciendo sujetos con necesidades sincronizadas con sus intereses sistémicos? La tesis que aquí arriesgamos es que la reproducción del neuroliberalismo se sustenta en un doble movimiento. Por un lado, cataliza una serie multiforme de dispositivos que sostienen la vigencia y obviedad de un supuesto comportamiento económico-racional que ha de guiar las elecciones vitales individuales. Por otro lado, propone una decodificación de la realidad social a través de normas de juego “objetivas” diseñadas para un escenario en el que no se garantiza la vida, sino la pugna por adquirir los medios para preservarla. A ese código sin miramientos en el sufrimiento propio o ajeno, lucha sórdida y desproporcionada donde la persona deja de representar un fin en sí mismo y el hombre se convierte en lobby para el hombre, le daremos el nombre de “ética del más fuerte”. El carácter subordinado del goce a la productividad del sistema económico mantiene a la experiencia vital individual y colectiva dentro del paradigma de la lucha por la existencia, forzando, así, la renuncia en interés del orden, la seguridad y el éxito. El sueño del niño vagabundo que puede ser un gerente el día de mañana requiere que este asuma en sus prácticas la traumática reiteración del sacrificio. Este sacrificio compartido se posibilita a partir de lo que Slavoj Žižek describe como “fantasía ideológica”.18 Este concepto explica que el fetichismo en las sociedades actuales no se ubica en el “saber” sino en el “hacer”. Los hombres “saben” de la inexistencia del sujeto “hecho a sí mismo” bajo cuya sombra adquiere significado la noción de libertad, igualdad, justicia, democracia, mercado o Estado. Dicho de otro modo, nadie se toma en serio el mito de Ayn Rand del “atlas” que en virtud de su fuerza individual pone de rodillas al gobierno, se opone al devenir mecánico de la historia y termina sosteniendo al mundo sobre su propia cabeza. A pesar de ello, se actúa “como si” los campeones de la lucha en el mercado fuesen la materialización concreta de esa esencia titánica. En el campo social estas “creencias” se materializan en prácticas concretas que reproducen la base 16 17 18

FOUCAULT, Michel, Vigilar y castigar, pp. 18-19. CROUCH, Colin, La extraña no-muerte del neoliberalismo (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2012), p. 164. ŽIŽEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideología (Madrid: Siglo Veintiuno, 2010 [1989]), pp. 201-256. Judith Butler, aunque difiere en las derivas políticas que el autor le brinda a su teoría, elogia la potencialidad abrasiva de la crítica ideológica que emprende Žižek. Cf. BUTLER, Judith, “Reescenificación de lo universal: hegemonía y límites del formalismo”, en J. Butler, E. Laclau y S. Žižek, Contingencia, hegemonía y universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004 [2000]), pp. 31-35. 13

de sustentación del neuroliberalismo. Queda invertida entonces la noción marxista clásica de “falsa conciencia”. 19 La fórmula de El capital –ellos no lo saben, pero lo hacen– se ve alterada y precisada por esta otra: “el sujeto cínico está al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social, pero pese a ello insiste en la máscara”.20 El progreso de lo animal –lo dado– a lo humano –lo deseado– requiere ignorar cínicamente las cadenas artificiales impuestas a la práctica libre, sustituyendo todo principio de placer por un realismo totalizador.21 Detengámonos en este doble juego al que se encuentra sometido el hombre. Por un lado, se ha dicho que no cabe considerar al sujeto como el resultado del dominio, sino que debe aceptarse que en él se encuentra el lugar de asunción y reiteración del poder en su efectividad disciplinaria. 22 Esta ambivalencia del proceso de sujeción –según esgrime el neuroliberalismo– brindaría legitimidad al sistema de expropiación constante de la satisfacción individual. La responsabilidad en la producción de sí como sujetos sometidos vendría a exculpar esa predación. Sin embargo, también se ha afirmado que el cinismo reprime la práctica consciente de la servidumbre voluntaria. En Crítica de la razón cínica, Peter Sloterdijk diferencia la ingenuidad de la falsa conciencia marxista de la paradoja de la “falsa conciencia ilustrada”. Esta razón “se sabe desilusionada y, sin embargo, arrastrada por la ‘fuerza de las cosas’”. 23 Para el cínico, carece de sentido negar el interés particular de las construcciones universales de la ideología. Es decir, prescinde de “ocultar la realidad” cuando dispone de la capacidad de producir fantasías (inconscientes) que, a pesar de toda distancia irónica, estructuren las prácticas sociales. El cinismo estriba, precisamente, en aceptar y reconocer el interés particular que hay tras las instituciones del mercado pero continuar usando al unísono la máscara de los derechos universales. El neuroliberalismo, así parapetado, al pregonar sus falacias económicas, políticas o culturales, da por supuesta esa ilusión inconsciente que estructura la fantasiosa relación con la realidad entablada por los receptores a quienes dirige su mensaje. Los oyentes, sin considerar seriamente sus enunciados, siguen actuando en la práctica “como si” sus dichos representasen una verdad evidente y universal. La experiencia refuerza, por ejemplo, la idea de que la libertad de mercado conlleva un sistema de expulsión y explotación, pero aun sabiéndolo se continúa luchando 19

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Según la teoría marxista, la identificación del individuo con la fuerza que lo oprime se origina en la “falsa conciencia”. Sujetos ingenuos que no conocen la realidad de sus relaciones sociales reiteran con sus actos la sujeción a lo que los oprime. La verdad, o los poderes ocultos, de la ley que los oprime queda tras un velo de ignorancia. ŽIŽEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, pp. 55-64. SLOTERDIJK, Peter, Crítica de la razón cínica (Madrid: Ediciones Siruela, 2003 [1983]), pp. 37-45. BUTLER, Judith, Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la sujeción, ed. cit., pp. 21-29. SLOTERDIJK, Peter, op. cit., p. 41. 14

por desregularlo. Los estratos menos satisfechos o acaudalados defienden la libertad de los más acomodados a fin de evitar dejar abierta la puerta para que el Estado intente distribuir también sus ingresos bajos. En definitiva, el pueblo se disciplina por ese sueño triunfalista.24 En resumen, en la era del neuroliberalismo la conciencia de las relaciones sociales no está oculta, sino mediada por una serie de soportes que posibilitan la ilusión de que la sociedad construida a la medida del mercado resuelve todos los conflictos. La producción de subjetividad desplegada por el aparato ideológico de las corporaciones estriba, precisamente, en que los individuos conozcan y acepten la privatización de toda producción social, la enajenación de sus propias satisfacciones, porque precisamente ahí, en esa carrera por la acumulación, esperen conquistar su propia felicidad. En este contexto en el que la “fuerza de las cosas” arrastra la reiteración de la sujeción, la emancipación depende más de la adquisición de saberes prácticos para mejorar el desempeño en un juego al que no se puede renunciar sin “salirse del mundo”, que de revisar las mismas reglas que lo organizan. Así, sin estar organizados por un director de orquesta, los sujetos actúan dentro de los límites inherentes a las condiciones particulares de enunciación de esos saberes. No los gobiernan los derroteros de un determinismo mecánico, sino las coerciones y las restricciones presupuestas al mercado en tanto coliseo perfecto para la lucha por la supervivencia. La internalización que le brinda autoridad incondicional a la ética del más fuerte depende, según hemos dicho, de que se lo experimenta como un mandato traumático, sin sentido. La economía inconsciente que elude la figura antagónica es, afirma Žižek, la “fantasía ideológica”. 25 Esta no busca en la realidad un punto de fuga, sino estructurar la conciencia para que de forma ilusoria pase por alto el plus no integrado. En consecuencia, no hay un repliegue hacia una insondable profundidad oculta, sino una exterioridad material del inconsciente a través de las prácticas ideológicas, el cual queda expuesto en esa materialización.26 Así, el sujeto capturado por la fantasía no soporta seguir soñando, es decir, presentarse frente a sus deseos no incorporados, ni incorporables.27 Esa imposibilidad requiere que se suspenda el sueño y se busque refugio en una ilusión de resultado igualmente insoportable, pero significada a través de los vítores al exitoso. De 24 25 26

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GALBRAITH, John Kenneth, La cultura de la satisfacción (Buenos Aires: Emecé, 1992), pp. 35, 53-58. ŽIŽEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, p. 173. La materialidad de la opresión ideológica es señalada desde distintas perspectivas. Ver ALTHUSSER, L., op. cit., pp. 131-144; BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico (Madrid: Taurus, 2001 [1980]), pp. 76-89; MARCUSE, Herbert, Psicoanálisis y política (Barcelona: Península, 1969), p. 58. Žižek emplea la interpretación lacaniana de los sueños para explicar el funcionamiento de la determinación ideológica. Según Lacan, en el sueño nos acercamos al núcleo duro de nuestros deseos, ya que despiertos no somos más que “la conciencia de este sueño”. Cf. LACAN, Jacques, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis: 1964, El seminario de Jacques Lacan Libro 11 (Buenos Aires: Paidós, 1999 [1964]), ver la segunda clase. 15

esa manera, cuando la felicidad no acontezca, la ritualización de las prácticas continúa soportando la preadaptación de los agentes a un conjunto de acciones posibles, o posibilitadas. Como el caso en el que un individuo llega a su hogar y se divierte frente a la televisión. Unas risas pregrabadas le recordarán que él se está divirtiendo aun cuando esté sentado en su sillón medio adormilado luego de un día de trabajo extenuante. La producción de subjetividad, según sostuvimos, ni es mecánica, ni acontece de una vez y para siempre. En la repetibilidad necesaria se evidencian los intersticios donde corresponde ejercer la libertad y despertar las conciencias de la ilusión. Sin embargo, la ruptura del sueño ideológico no supone un abrir los ojos para que, con una mirada libre y cuerda, puedan observarse los hechos en su realidad. La distorsión ideológica no puede superarse. 28 La crítica supone, en cambio, confrontar las figuras discursivas dominantes con los deseos de los sujetos que en ellas se anuncian. Es decir, advertir, por ejemplo, en la figura del “zángano que vive del éxito ajeno”, no ya una falsedad objetiva, sino un intento por remendar las incongruencias de la ilusión neuroliberal. En otras palabras, advertir la atribución arbitraria sujeta a disputa hegemónica. Dicho esto, se observa cómo la ética gladiatoria (o ética del más fuerte) estructura los elementos heterogéneos de la sociedad fijando el punto vincular en el “equilibrio” mecánico y espontáneo de intereses individuales en pugna permanente. Desplazan el antagonismo del cuerpo social, hacia un antagonismo de los “productores” con el elemento disruptivo del éxito del capitalismo: las manadas subhumanas que irracionalmente pretenden distribuir el botín ajeno. Al reconocer este elemento del edificio ideológico que representa dentro de él ese bloqueo inmanente, se rompe el sueño y se habilita el camino hacia la renegociación tanto del sistema de exclusión interno al campo ideológico como del campo en su totalidad. En resumen, la sociedad de individuos que triunfan en un coliseo no existe. La coordinación total donde la lucha por la vida no implique choque ni conflicto, tampoco. Su imposibilidad no se origina en las agresiones anticapitalistas que bloquean el éxito alcanzable por los gladiadores del mercado, sino en el fracaso estructural de cualquier intento por totalizar el campo social. En este trabajo buscamos invertir el vínculo de causalidad entre el revés de la sociedad neuroliberal y el “zángano”. En consecuencia, este último no representa el obstáculo para alcanzar la normal operatividad, sino el punto en el que adquiere sonoridad el rechinar de una máquina que no funciona. La fantasía del neuroliberalismo como “mecanismo de selección social y de la especie” 28

Aunque con diferencias, Butler y Žižek se esfuerzan por alejarse de una posición que identifique a dichos residuos con un núcleo recóndito que las prácticas de subjetivación no llegan a representar. Para ambos el sujeto no es nada más que el fracaso del intento de simbolización. 16

supone, entonces, la forma que tiene el capital para adelantarse y disimular sus propias contradicciones. Puesta en escena que señala, por ejemplo, a los populismos “intervencionistas” para llenar el espacio vacío de sus fallas constitutivas: guerras, crisis económicas, hambruna, pobreza, etcétera. Esta amabilización de la catástrofe anunciada es la función de la “fantasía ideológica” que aquí describimos. A fin de lograr este desplazamiento argumental hacia la definición de neuroliberalismo, diagramamos el siguiente itinerario: En la Primera parte, Lo “neo” del liberalismo, especificamos aquello que distingue al liberalismo “neo” de sus variantes anteriores. El objetivo se ciñe a presentar la variación que impera en el carácter posesivo liberal una vez introducido el concepto de “capital humano”. Esa particularidad nos permitirá poner de relieve la democracia mercantilizada que tasa económicamente el ejercicio de los derechos. Este artilugio sirve a los neoliberales para legitimar la paradoja política según la cual las corporaciones económicas se convierten en los únicos agentes morales. En la Segunda parte, El egoísmo virtuoso, presentamos la obra de tres autores. Tras dilucidar las variaciones que introduce el neoliberalismo a sus homónimos clásicos, en el capítulo cuarto trabajamos la obra de Juan Espinosa y su Diccionario para el pueblo. Este ejemplo, aunque decimonónico, nos permite hacer mención al influjo positivo del republicanismo radical nuestroamericano. El talante políticamente innovador se percibe con mayor nitidez al confrontarlo con la tónica antiigualitaria del liberalismo de los otros dos autores: Samuel Smiles y Ayn Rand. Estos últimos contribuyen a divulgar la premisa básica de la ética liberal: el individuo se asume como el artífice exclusivo de sus logros y sus fracasos. Una vez aceptado dicho supuesto, el mercado se convierte en el coliseo perfecto para la lucha por la supervivencia entre propietarios (únicos sujetos de derecho). La violencia que el egoísmo inflige en el propio cuerpo queda opacada por el sueño de una victoria final redentora. Smiles y Rand insisten en transfigurar al sujeto felizmente entregado a un disciplinamiento voluntario, egoísta y racional, en un atlas victorioso en sus rebeliones individuales. Abandonados a una suerte “concedida”, estos sujetos “objetivistas” encuentran su alma en la obtención de las pequeñas victorias materiales que el neuroliberalismo concede a las minorías que no aniquila. En la Tercera parte, Neuroliberalismo: abrazar la desventura, hacemos explícito el modo impúdico con el que el neoliberalismo lleva a la práctica aquellas premisas enunciadas en un plano normativo. Así, la connivencia entre empresarios y políticos o militares se convierte en el telón de

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fondo para legitimar un pensamiento único que trastoca el mítico “dejar hacer” en el concreto “dejar morir”. El suicidio neuroliberal se escenifica en una trama de perogrulladas siempre dispuestas a perpetuar su verdad. Para cerrar el círculo argumental, establecemos la conexión entre las realidades descriptas y la “invitación” neoliberal de renunciar a la apetencia de lo inteligible. Una vez reconocida esta producción de la feliz servidumbre voluntaria, se podrán observar mejor sus consecuencias. Entre las resultantes principales señalamos la despolitización que inmuniza a la sociedad de cualquier proyecto auténticamente emancipatorio y transformador. En nuestra Conclusión, Removiendo tabiques, avanzamos en extraer los últimos corolarios para el diagnóstico del neoliberalismo no solo como una ideología neodarwinista de selección de los sujetos mejor dotados, sino también como un neuroliberalismo. Rodrigo Quesada Monge nos regala un lúcido estudio prologal en el que destaca la multifacética creatividad nuestroamericana, más allá del silenciamiento al que suele estar sometida, especialmente en los casos del Caribe y Centroamérica. Además de ahondar en las nociones e implicancias del liberalismo conservador, el neoliberalismo y el propio capitalismo involutivo, en sus distintas etapas –ascendentes, agónicas y reverdecedoras– no hace tabla rasa con toda la tradición doctrinaria y dirige una equitativa mirada hacia el liberalismo radical clásico. En el “Postfacio”, Jorge Vergara Estévez expone la concepción de Friedrich von Hayek sobre la moral. En ella el hombre es visto como creador espontáneo de sistemas de normas y tradiciones, siendo una de las principales las de carácter moral. A continuación, muestra la profunda influencia del autor austríaco sobre la configuración de la institucionalidad chilena actual, tanto en la Constitución de 1980 –tal vez la única constitución neoliberal del mundo– como en las “modernizaciones” correspondientes en materia de previsión, salud y educación. Los borradores del trabajo que aquí presentamos fueron discutidos en diversos foros académicos, por ello deseamos agradecer las oportunas observaciones recibidos en tales circunstancias. Quisiéramos hacer extensivo el reconocimiento a Joaquín Bilbao, Joan Chumbita, Juan Antonio Fernández Manzano, Pedro Karczmarczyk, Laura Suárez González de Araújo, que han contribuido a afilar y perfilar las reflexiones que orientaron nuestra labor. Por último, a Ofelia Jany y Romina Luppino por su contribución en la edición de este ensayo a cuatro manos.

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PRIMERA PARTE LO “NEO” DEL LIBERALISMO

Lo que sobre todo horrorizaba a Samantar era lo que los tecnócratas occidentales llamaban en su lenguaje barroco la expansión económica. Con esta fórmula de hechicería, los antiguos colonialistas trataban de perpetuar sus rapiñas introduciendo su psicosis de consumo en los pueblos sanos que no tenían ninguna necesidad de poseer un automóvil para testimoniar su presencia en esta tierra. Albert Cossery, Une ambition dans le désert

El supuesto de partida del modelo liberal es que el ejercicio de la democracia, por sí mismo, produce ciertos resultados patológicos […]. Ignacio Sánchez-Cuenca, Más democracias, menos liberalismo

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CAPÍTULO I

DEL INDIVIDUALISMO POSESIVO AL CAPITAL HUMANO

Propiedad y ciudadanía Los estudios históricos sobre el surgimiento del neoliberalismo abundan, por lo que nos remitiremos a realizar algunas puntualizaciones que sirvan de contexto para la descripción de lo que aquí introducimos como neuroliberalismo.29 Si el carácter individualista posesivo del liberalismo representa una constante, con sus más y sus menos, cuyos restos aparecen en un estudio arqueológico de la historia occidental, ¿a qué nos referimos con el término “neoliberalismo”? ¿Es el carácter posesivo del neoliberalismo el mismo del liberalismo moderno? ¿O entre ambos existe alguna solución de continuidad que los une, pero al mismo tiempo los separa? La variedad doctrinaria de las tendencias filosóficas que se denominan liberales hace necesario preguntarse si entre ellas existe algún tipo de singularidad aglutinante. Es decir, si cabe identificar una lógica profunda que capte la verdadera naturaleza liberal, a la par que concilie las antinomias de sus proposiciones. Los intentos clasificatorios de esta índole buscan elucidar en el liberalismo el rol desempeñado por elementos diferentes, pero convergentes. Estos son: el carácter de los derechos individuales, la posición favorable o condenatoria del igualitarismo, el perfil constitucionalista, las instituciones democráticas y las posibilidades del mercado como regulador social. La variedad de conjunciones posibles da lugar, de forma muy simplificada, a dos concepciones primordiales sobre qué es el liberalismo. “Una de estas lo considera como una teoría moral y una forma de gobierno paradigmática. La otra ve en él una justificación de cierto estado de 29

AUDRY, C. A., “Los orígenes del neoliberalismo”, Desde los cuatro puntos, México, Nº1, 1998, p. 22; BARONE, Víctor, Globalización y neoliberalismo. Elementos de una crítica (Asunción: BASE Investigaciones Sociales, 1998); FOUCAULT, Michel, Nacimiento de la biopolítica: curso del Collège de France (1978-1979) (Madrid: Akal, 1999); LETTIERI, Alberto, La civilización en debate: historia contemporánea, de las revoluciones burguesas al neoliberalismo (Buenos Aires: Prometeo, 2004); HARVEY, David, Breve historia del neoliberalismo (Madrid: Akal, 2011); TOUSSAINT, Eric, Neoliberalismo. Breve historia del infierno (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2010). 20

cosas, especialmente de exaltación de la propiedad privada, la economía de mercado y el individualismo”.30 Tales definiciones no difieren de forma sustancial, pues ambas contemplan la particularidad básica del liberalismo dominante: el individualismo egoísta y posesivo. De modo que ciertos autores liberales pueden leerse estableciendo referencias cruzadas entre cada una de esas concepciones. En la influyente obra La teoría política del individualismo posesivo, Crawford B. Macpherson diagnostica en el liberalismo una indisoluble relación entre derechos políticos y propiedad privada. Para el autor, la característica principal del incipiente liberalismo del siglo XVII radica en que “el hombre, en sus relaciones políticas, es y debe ser tratado como un calculador de sus propios intereses”. Ese individualismo niega en la naturaleza política del hombre la presencia de otra característica que la búsqueda de la satisfacción material individual. La esencia del liberalismo consistiría, según el autor, en la pugna por alcanzar grados de autonomía en relación con las voluntades ajenas. La norma de este combate reviste tintes aritméticos, ya que “la libertad es función de lo que se posee”;31 en otras palabras, cuanto más posesiones se tiene, de mayor libertad se dispone, porque decrece la dependencia del otro. De tal modo, se imbrica una particular noción de libertad, intereses, propiedad y humanidad. La relación de dichos supuestos redunda en una definición de “sociedad” como una urdimbre de relaciones mercantiles. Esta “sociedad posesiva de mercado” –sostiene Macpherson– se distingue de la “sociedad de mercado simple” por verificarse la presencia tanto de un mercado de productos como de un mercado de trabajo. En tanto que el trabajo del hombre toma la forma abstracta de la mercancía, se genera un intercambio en el que se compra y vende la fuerza y la pericia del trabajador. La nota particular del argumento estriba en señalar que dicho mercado se hace posible a partir de ciertas innovaciones conceptuales en referencia a la libertad, la igualdad, el trabajo, el Estado, etcétera, hilvanadas durante el siglo XVII. Sin estas nuevas concepciones del individualismo la articulación social liberal no podría emplear al mercado de trabajo como principio informador del todo. ¿En qué sentido el liberalismo cambia la forma de comprender la libertad? La libertad diferencia a los hombres de las bestias. Solo es hombre aquel que no se encuentra sometido a la voluntad ajena. Ello, por supuesto, no incluye a las relaciones de poder sociales y políticas que, movidas por la búsqueda de intereses egoístas, son consentidas voluntariamente. En consecuencia, si la libertad requiere el establecimiento de relaciones interpersonales basadas en el interés propio, 30

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BIAGINI, Hugo E., Historia ideológica y poder social, tomo 2 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1992), p. 100. MACPHERSON, Crawford B., La Teoría política del individualismo posesivo: de Hobbes a Locke (Madrid: Trotta, 2005 [1962]), pp. 13-19. 21

la clave de la libertad reside en la autonomía. Es decir, la capacidad para disponer de uno mismo y de las propias facultades sin intervención ajena. La libertad de un individuo implica, por consiguiente, que este posea un control exclusivo sobre sí mismo. El único modo de materializar ese control exclusivo –diría John Locke– consiste en declarar a todos los hombres como propietarios de sí mismos y de sus capacidades. En términos más precisos, la propiedad incluye a la vida, la libertad y las posesiones materiales individuales. La sociedad, por tanto, está conformada por sujetos propietarios de sí mismos que, a su vez, se relacionan entre sí impulsados por intereses individuales. Las interacciones resultantes no pueden sino adquirir la forma de intercambios comerciales. En la medida en que dos individuos interaccionan estableciendo acuerdos de cooperación, no hacen más que definir los términos de una operación mercantil en la que se traspasan mutuamente parte de su propiedad. El trabajador que vende su fuerza de trabajo está enajenando parte de sí mismo a cambio de una remuneración monetaria. Dicho esto, se comprende a qué se refiere Macpherson cuando define a la sociedad moderna europea como una “sociedad posesiva de mercado”. Las sociedades mercantiles descriptas no son apolíticas, aunque su operatividad política requirió de la elaboración de una nueva teoría para fundamentar el Estado. En tal sentido, recurrieron al lenguaje contractual utilizado en la Edad Media, pero empleándolo en un sentido radicalmente nuevo. Adoptan la teoría medieval según la cual entre el soberano y el pueblo existiría un pacto, pero le extirpan la noción de comunidad. Los celebrantes del acuerdo serían los individuos autónomos, propietarios de sí mismos. Los dos emblemas clásicos del contractualismo moderno son John Locke y Thomas Hobbes. 32 Para no extraviarnos demasiado de la argumentación central, digamos brevemente que estos autores sostienen que la libertad –definida en términos de autonomía– deviene imposible de ejercer en un estadio social carente de mediación política. ¿Cómo entender esa imposibilidad? Antes de la constitución del Estado, los hombres viven gobernados por su propia voluntad en un estado de naturaleza. En tal circunstancia, los juicios que determinan qué forma parte de la propiedad de cada particular son individuales. De modo que el conflicto entre egoísmos no puede evitarse y las relaciones sociales mercantiles degeneran en una situación insoportable. Para Locke, el estado de naturaleza deviene en una situación enfermiza de guerra. Para describir dicho estadio, Hobbes emplea la célebre sentencia “el hombre es un lobo para el hombre”, homo homini lupus. En consecuencia, la solución al caos natural requiere de la intervención de la voluntad humana que 32

LOCKE, John, Segundo tratado sobre el gobierno civil (Madrid: Tecnos, 2006 [1689]); HOBBES, Thomas, Leviatán (Madrid: Alianza, 1999 [1651]). 22

establezca los mecanismos colectivos para mediar entre individualidades. El hombre hace a los Estados celebrando contratos o pactos políticos. Por tanto, no surgen de forma espontánea. Si esto es así, es posible identificar la finalidad que persiguen los hombres al conformarlos. Pero, fundamentalmente, el carácter no natural de la sociedad política deroga el valor de la comunidad natural. El aporte radical de la Modernidad será, por tanto, construir al Estado sin apelar a valores morales ni a la comunidad natural del hombre. Este individualismo constituiría, según Macpherson, la principal herencia de la Modernidad para las democracias liberales del siglo XX. Una vez más, si las relaciones sociales fundamentales son mercantiles, la constitución del Estado y su gobierno han de verse configuradas, también, por el principio posesivo de mercado. Es decir que el objetivo primario que buscan los individuos al consentir convertirse en ciudadanos es preservar su propiedad o, al menos, encontrar una base sólida sobre la cual edificarla. De esta forma, el Estado adquiere la configuración de una sociedad de responsabilidad limitada entre propietarios. La teoría de Macpherson confluye, pues, con las de Karl Marx o Max Weber, al afirmar que el Estado se engendra en la voluntad de la clase poseedora. La tesis del individualismo posesivo ha sido largamente debatida y contestada. En especial por la dificultad de atribuir a autores del siglo XVII ideas políticas que solo se conciben en el marco de la Revolución Industrial de los siglos posteriores.33 No obstante, cabría precisar que la categoría “individualismo posesivo” constituye una herramienta de análisis y estudio del liberalismo a lo largo de su historia. Aun teniendo en cuenta las titubeantes elaboraciones de Locke o Hobbes, se puede afirmar que la crónica de la representación política que se inicia en el siglo XVII implica, a su vez, una narración de exclusiones. En resumen, este tipo ideal de análisis busca llamar la atención sobre dos cualidades centrales de las sociedades posesivas de mercado: la preeminencia de las relaciones mercantiles – individualistas– y la alienación de la mercancía trabajo. La consecuencia directa de esta forma de entender la constitución del Estado gravita en torno a la idea de membresía ciudadana. Es decir, ¿quién posee la condición de ciudadano según la narración contractualista del origen del Estado? La evidencia de la respuesta deja poco lugar a comentarios. Si la propiedad es la materialización de la libertad, un ciudadano carente de propiedad expresa poco más que un sinsentido. ¿Cómo podría participar en un Estado un individuo que carece de libertad? 33

FERNÁNDEZ PEYCHAUX, Diego, John Locke: libertad y resistencia (Madrid: Antígona, en prensa); BIAGINI, Hugo E., “Juan Locke y la construcción del liberalismo político”, Tesis doctoral (Universidad Nacional de La Plata, 1971). 23

La obra de Locke, por ejemplo, responde de forma tajante: no puede participar en absoluto. Recurriendo al ejemplo del esclavo, el autor inglés establece que la ausencia de propiedad – entendida en el sentido amplio de vida, libertad y posesiones– excluye al esclavizado de la condición de ciudadano. Este caso no explica todo el espectro de la realidad política: ¿qué ocurriría con un trabajador que no dispone de mayor propiedad que la ejercida sobre su propio cuerpo? ¿Se lo excluiría de igual modo? No deja de ser cierto que tendría la capacidad de participar en el mercado de trabajo. Pero ¿cómo afectaría su autonomía el hecho de carecer de posesiones materiales? ¿Podría negociar libremente la venta de su fuerza de trabajo? ¿Su carencia sería un argumento para obligarlo a aceptar un contrato poco favorable? En todo caso, ¿debería el Estado mediar entre el empleador y el trabajador al verificarse la relación de poder descripta?34 La respuesta de Macpherson a esas preguntas establece que, para los liberales modernos, el trabajador no dispone de una ciudadanía plena. En todo caso, argumenta, no pierde por completo sus derechos pero, claramente, no dispone del derecho de autorrepresentación. Así, más allá de los debates eruditos en torno a la correcta adscripción teórica de Hobbes, Locke y James Harrington como padres históricos del individualismo posesivo, el liberalismo moderno establece claros criterios para la inclusión y la exclusión política: los individuos solo forman parte del Estado por su adhesión a unos mismos intereses de clase poseedora.

Liberalismo crítico Los Estados modernos occidentales, aunque no de forma exclusiva, han recurrido a ciertas marcas de clase, género, raza y cultura para discernir quién ha de considerarse ciudadano. No solo los trabajadores, sino también los negros, las mujeres, los aborígenes, colonos, etcétera, han quedado fuera de las fronteras de la justicia impartida por los Estados. Dicho de otro modo, los regímenes políticos liberales se han construido sobre la exclusión de cierto “tipo” de personas. La cohesión de intereses egoístas originada en esos criterios de discriminación operó históricamente como fuente de equilibrio entre las fuerzas centrípetas y centrífugas que fluyen dentro de los Estados. El mantenimiento del statu quo quedaba ligado a la permanencia de dicha cohesión. Esa realidad histórica no supone negar, asimismo, que desde el siglo XIX las sociedades han ido identificando la ilegitimidad de dichas marcas de exclusión. Los sistemas políticos liberales 34

Ver FERNÁNDEZ PEYCHAUX, Diego, John Locke: libertad y resistencia, capítulo 6, donde se sostiene que la correlación entre la libertad como resistencia, o la resistencia como libertad, en la obra del autor describe un antagonismo inherente a lo político imposible de contener por una normatividad siempre sujeta a ser puesta en cuestión. Por tanto, la pretendida “universalidad” liberal moderna se encuentra abierta, trascendiendo los intereses conservadores en fijarla o matarla. 24

ampliaron los límites que en circunstancias anteriores se establecían para acceder al poder. En consecuencia, las mujeres, los negros, los indígenas y otros colectivos se han sumado al hombre blanco racional e industrioso como miembros nominales de pleno derecho. El sufragio universal y el reconocimiento de los derechos civiles constatan dicho avance. En este sentido, Courtney Jung llama la atención sobre una doble faz en el lenguaje liberal. Por un lado, el discurso de los derechos establece una garantía de protección a una realidad dada. Asegura, podría decirse, la continuidad de un determinado estado de cosas. La supuesta neutralidad constitucional, por ejemplo, en términos raciales, crea la ilusión de que las desigualdades responden a fracasos individuales antes que a criterios sociales de exclusión fuertemente arraigados. Por otro lado, los derechos liberales también han servido para señalar los abismos que existen entre los discursos y su concreción empírica. La comprobación de esas contradicciones, afirma Jung, funciona como herramienta discursiva para demandar el cumplimiento de las promesas fallidas del liberalismo. La lucha por el reconocimiento de derechos ha recurrido a las ideas normativas liberales para ejercer una crítica desde el interior de su doctrina.35 El riesgo de esta suerte de “liberalismo crítico” consistiría, sin duda, en depositar demasiadas esperanzas de transformación social en un sistema ideado para mantener el statu quo. El cumplimiento de las promesas liberales redunda, de forma lógica, en una pérdida de la potencia crítica señalada por Jung. Ello no supondría ninguna desventaja si la consumación de las promesas no estuviese basada en la satisfacción de necesidades irreales. No importa hasta qué punto las necesidades impuestas resulten asumidas por el individuo, su mantenimiento es algo funcional a la reproducción de las relaciones sociales estructuradas a partir de marcas de exclusión. Las restricciones al empleo crítico del discurso liberal de los derechos dirigen la atención a la importancia del individualismo posesivo. La particularidad de este, en relación con los otros criterios de exclusión política, radica en que sigue funcionando como norma para preservar en manos de la clase poseedora el control de los mecanismos de poder estatal. Al observar las políticas públicas impuestas por los doctrinarios del neoliberalismo, se aprecia cómo el retroceso de la intervención estatal en el espacio común conlleva, de suyo, la profundización de la ilusión de los derechos liberales. El liberalismo y su versión “neo” se constituyen en una racionalización deformante “que busca legitimar determinados intereses como si fueran unánimemente compartidos”.36 En el último cuarto del siglo XX y en lo que va del XXI, la 35

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JUNG, Courtney, The Moral Force of Indigenous Politics: Critical Liberalism and the Zapatistas (New York: Cambridge University Press, 2008). BIAGINI, Hugo E., Historia ideológica y poder social, tomo 2, ed. cit., p. 99. 25

política del neoliberalismo, cuando no reviste un cariz manifiestamente antiigualitario, se conforma con bregar contra la excesiva desigualdad. La cristalización de privilegios y la defensa de un modelo de civilización predatoria desactivan la lucha por la conquista de los derechos individuales o colectivos. Los victoriosos de esta pugna por la supervivencia se permitirán, cuanto mucho, ver en la pobreza una poco deseable inestabilidad potencial del sistema. Algo parecido a intentar argumentar a favor de la salud pública por lo indecoroso de tener que vivir entre enfermos. El auge continuado de la revolución conservadora confiere una actualidad y un predominio marcado a la exaltación de la apropiación privada, la economía de mercado y el individualismo. La vida es injusta –admiten los pregoneros del neoliberalismo–, pero más injusto sería intentar alterar la naturaleza que establece, con anterioridad a la existencia del Estado, los mecanismos objetivos e imparciales para determinar la propiedad que se le debe reconocer a cada uno. La naturalización de las desigualdades y la consecuente limitación de las demandas de justicia se posibilitan a partir de una modificación sustantiva al histórico criterio posesivo.

Empresarios de sí mismos Analizar las sociedades neuroliberales actuales desde las tesis de Macpherson implica ciertas dificultades que se derivan de la modificación de sus supuestos. El individualismo estructurado alrededor de la idea del mercado de trabajo descansa sobre dos ideas. Por un lado, la igual sumisión a las condiciones de mercado fundamenta la obligación política. Cuando se percibe al mercado como una determinación natural a la que todos los individuos están sometidos, lo racional consiste en obedecer a la autoridad que garantiza ese orden de relaciones mercantiles libres. Por otro lado, la existencia de una clase poseedora que detenta el monopolio formal del poder genera la cohesión necesaria para contrarrestar las fuerzas disolutivas del mercado. Los supuestos de igual sometimiento al mercado y cohesión interna de la clase poseedora, tal como hemos mencionado, no se mantienen vigentes tras los avances en derechos civiles y políticos de los siglos XIX y XX. Véase el dilema de la teoría democrático-liberal: cómo articular el individualismo posesivo con relaciones sociales que ya no proporcionan las condiciones de posibilidad para la obediencia política. El mercado deja de ser considerado el ámbito natural que ha de respetarse –aspecto que analizaremos en el próximo capítulo– y el avance de los movimientos de trabajadores pone en tela de juicio dicha igualdad de sometimiento a las leyes de aquel. Por último, la introducción de la noción de capital humano rompe la hegemonía del mercado de trabajo como el distingo de las sociedades modernas. Esto no supone que el mercado deje de servir como principio

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informador de la organización social, sino que lo hace de un modo diverso y que requiere de cierta explicación. Repasemos brevemente qué implica la existencia de un mercado de trabajo desde la crítica marxista que emplea Macpherson para contextualizar su noción de sociedad posesiva de mercado. Lo primero que ha de tenerse en cuenta es la distinción entre el “trabajo” y la “fuerza de trabajo”. Al estudiar las formas económicas, Marx se esfuerza por abstraer la simple célula de la que se compone su materia. La forma elemental de la riqueza de las sociedades capitalistas –afirma– es la “mercancía”. El intercambio de mercancías se basa en la capacidad de abstraer a todos los objetos del mundo de sus condiciones particulares, reduciéndolos a algo común en relación con lo que todos pueden medirse. Una vez que se prescinde del valor de uso de las mercancías, la cualidad que permanece consiste en ser productos del trabajo. Pongamos un ejemplo. Dada una mesa de madera podremos medir su valor de cambio e intercambiarla por una madeja de hilo debido a que ambos productos han sido llevados al mercado empleando trabajo humano. De ese modo, podremos prescindir del valor de uso concreto como mesa o hilo, y reducir su valor a una unidad que ambas comparten: la cantidad de horas de trabajo que demanda su producción. Al respecto, Marx hace notar que al prescindir de su valor de uso también se requiere evaporar las propiedades materiales que convierten a la mesa en una mesa, o a la madeja de hilo en una madeja de hilo. Con el carácter útil de los productos de trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.37 El trabajo del carpintero y del hilador se evaporan hasta quedar una única materialidad espectral que se mide en cantidad de horas. Este simple coágulo de trabajo humano indistinto se llama “fuerza de trabajo”. En su carácter abstracto, esa fuerza laboral no representa más que una potencia acumulada durante un período de tiempo en un determinado proceso productivo. La lógica del capitalismo, afirma Marx, amputa al trabajo de toda realidad humana y de sus variables cualitativas. De este modo, el industrial capitalista puede comprar fuerza de trabajo abstracta y obtener un beneficio una vez que logre objetivarla en productos materiales. El trabajador, por su parte, al percibir una retribución salarial no solo se aliena al entrar como un espectro al proceso productivo, sino también al renunciar al valor por él producido. De resultas, el análisis económico marxista, pero también el de liberales clásicos como David 37

MARX, Karl, El capital, Tomo I (México: Fondo de Cultura Económica, 1976 [1867]), p. 39. 27

Ricardo, no contempla el trabajo más que como una abstracción homogeneizadora. Para los liberales clásicos, el factor “trabajo” se neutraliza en beneficio de una única variante: la cuantitativa del factor “tiempo”.38 La consecuencia de esta forma de contemplar al trabajo –afirman los neoliberales– radica en hacer imposible un análisis más profundo de la realidad diversa y múltiple del mundo del trabajo. El liberalismo clásico excluye de las decisiones económicas la información proveniente de otros factores cualitativos como la idoneidad, la educación, las diferencias físicas, etcétera, aun cuando estos contribuyan a la creación de valor. Al respecto, desde la década de 1950 comienzan a aparecer publicaciones que proponen enmendar este equívoco recurriendo a la noción de capital humano.39 Los neoliberales, por tanto, niegan que la mecánica básica del capitalismo dependa de la abstracción de la fuerza de trabajo. Muy por el contrario, afirman que dicha consecuencia no se origina en el capitalismo real, sino en un análisis económico erróneo sobre el capitalismo. De ese modo, apartan la crítica realista al capitalismo, para proponer una alternativa teórica a la abstracción que el discurso económico ejerce sobre el mundo del trabajo. Al producir este viraje discursivo, los neoliberales generan lo que Michael Foucault denomina “una mutación epistemológica”. 40 Al otrora objeto de estudio económico –mecanismos de producción, intercambio y consumo– se lo sustituye por indagaciones sobre el modo en que los sujetos asignan sus recursos escasos a fines mutuamente excluyentes. Es decir, la economía debe abocarse a comprender cómo los sujetos eligen, más que a observar qué eligen y los modos de satisfacer dichas elecciones. Dada una serie de restricciones naturales –dice Gary Becker–, lo sustantivo reside en estudiar el comportamiento de los sujetos. Esta mutación epistemológica cambia radicalmente el rol del trabajador para la economía. Abandona, podría decirse, la línea de producción para situarse en la de decisión. El interrogante que surge es: ¿qué significa el trabajo para el trabajador? ¿Por qué el trabajador decide trabajar en lugar de dedicarse a la contemplación? La respuesta pareciera similar a la propuesta por Marx. El trabajador se aviene al trabajo en busca de un ingreso. La diferencia estriba, no obstante, en el modo en que los neoliberales responden a esta simple pregunta: ¿qué es el salario? En primer lugar, desde la perspectiva de la decisión racional, afirman que el salario no puede ser solo la remuneración por la alienación de la fuerza de trabajo. En segundo lugar, se debe 38

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40

RICARDO, David, Principios de economía política y tributación (México: Fondo de Cultura Económica, 1973 [1817]), cap. I, secc. II. SCHULTZ, Theodore W., Invirtiendo en la gente: la cualificación personal como motor económico (Barcelona: Ariel, 1985 [1961]); BECKER, Gary S., El capital humano: un análisis teórico y empírico referido fundamentalmente a la educación (Madrid: Alianza, 1983 [1964]); MINCER, Jacob, Studies in Human Capital (Aldershot: Edward Elgar, 1993). FOUCAULT, Michel. El nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979). Madrid: Akal, pp. 220-236. 28

observar el hecho de que si los trabajadores deciden ingresar diariamente en una fábrica, en un taller o en una oficina, o hacen en búsqueda de mayores recursos para satisfacer los objetivos que se proponen. Ese “ingreso”, en consecuencia, adquiere la forma de un rendimiento de capital. ¿Qué capital será ese? El capital del que dispone un trabajador consiste en el conjunto de factores estrictamente individuales –intelectuales, físicos y psicológicos– que son su propiedad y le permiten obtener un salario. Esa idoneidad o aptitud que rinde un ingreso, o flujos previstos de ingreso, adquiere toda la dimensión positiva de una máquina no alienada. El mismo Theodore Schultz la llama “motor económico”. Mas esa máquina no es solo la idoneidad, sino que incluye al trabajador mismo. Dicho esto, la expresión “capital humano” deviene transparente. El trabajador ya no vende puntualmente su fuerza de trabajo, sino que ha de realizar consideraciones proyectivas a largo plazo para invertirse a sí mismo. Debe tener en cuenta tanto sus necesidades presentes y futuras como la previsible “obsolescencia de la máquina”. En otras palabras, el trabajador debe actuar como un capitalista que busca rentabilizar al máximo las inversiones que se propone, convirtiéndose en un auténtico empresario de sí mismo. Esta empresa tiene por objetivo producir satisfacción. El capital del que dispone el sujeto debe ser empleado para producir la satisfacción que él mismo consume. El consumo, entonces, ya no es un mero intercambio que termina por escindir al trabajador entre productor alienado y consumidor paupérrimo, sino una actividad económica de la empresaindividuo. Este tipo de análisis incorpora en el campo económico todos los aspectos de la vida humana biológica y social. Dadas las restricciones naturales de recursos, ninguna decisión, por minúscula que parezca, escapa a la lógica de la búsqueda de rendimientos de capital creciente. La educación, la fertilidad, la genética, la familia, las amistades, la salud o el ocio, pasan por el tamiz de evaluar los costos de oportunidad en los que se incurre al aplicar recursos a una alternativa, abandonando las demás. El empleo del análisis económico a toda la existencia humana hace ver cómo el capital humano supone una nueva avanzada colonizadora del espacio individual y social. O, lo que vendría a ser lo mismo, una profunda pendiente en la que se arroja el neoliberalismo.

La ciudadanía gerencial La incorporación de la noción de “capital humano” no supone abandonar la de “individualismo posesivo”. De hecho, en la narración del neoliberalismo, los agentes son los individuos propietarios de sí mismos. A pesar de eso, esta apariencia de que nada ha cambiado no

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impide observar la transfiguración radical subyacente. El propietario de sí del liberalismo moderno se vende en el mercado de trabajo. En cambio, el agente empresario de sí mismo del neoliberalismo se invierte. Es decir, emplea su cuerpo e idoneidad en la permanente búsqueda de una promesa de satisfacción que no se halla garantizada de ningún modo. Al arriesgarse, activa los dispositivos del cálculo y la confrontación que lo impelen a perseguir el éxito al que renunciará para emprender una nueva búsqueda. Podría decirse que entre ambos individualismos existe alguna discontinuidad que los separa, pero al mismo tiempo los une. Cabría preguntarse, entonces, en qué sentido varía el concepto de membresía política. Tras la incorporación de la noción de “capital humano”, ¿quién posee la condición de ciudadano? Hemos visto cómo el contractualismo moderno expulsa a los no propietarios. Es decir, a los carentes de los medios para ejercer su libertad de forma plena. Sin embargo, también se puede comprobar cómo la historia de los siglos XIX y XX pone en cuestión los axiomas del individualismo posesivo. El mercado abandona su condición de “objetivo” y “natural” y la democracia cuestiona el monopolio de clase del poder político. Frente a este desafío, lo “neo” del liberalismo consiste en introducir nuevamente el principio de igualdad de sometimiento a las leyes del mercado a través del empleo de la noción de “capital humano”. En tanto “empresarios de sí”, todos los individuos comparten un mismo estatus jurídico. Serían iguales en la imperiosa necesidad de evaluar los costos de oportunidad en los que incurren al invertir su capital humano. Las relaciones sociales ya no estarían signadas por lo mercantil, sino por lo bursátil –es decir, la comercialización de “valores” en búsqueda de un rendimiento individual–. El CEO de una compañía multinacional se ve impelido, al igual que el más ínfimo de sus trabajadores, a producir su propia satisfacción. Nadie estaría exento de responsabilidad por las inversiones fallidas de su propio capital humano. Las diferencias de estatus se entienden, tan solo, como rentabilidades diversas obtenidas en la lucha paranoica por adelantarse a los cambios y triunfar por sobre los demás. Los neoliberales ya no requieren explicar la exclusión de los no propietarios. La participación en el sistema de inversión de capital humano y producción de satisfacción confiere la ciudadanía. El mercado perfectamente libre se encarga de distribuir los ingresos de forma justa. En la medida en que todo individuo está dotado de un acervo natural de capital humano es “potencialmente” un empresario de sí. No se registra la inversión inicial que la lotería natural deposita en cada nuevo ser humano. Más aún, esas desigualdades tienen que respetarse y garantizarse mediante el aparato disciplinario del Estado. Los mitos legitimadores de la libertad pura de mercado darán cuenta de la

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infinitud latente de posibilidades de inversión. La soberanía del consumidor se esgrime como la piedra angular de la democracia del mercado. Economistas de distintas extracciones internas del neoliberalismo confluyen en apuntalar esta noción. El avance del mercado como eje de configuración social requiere de esa mitología explicativa del devenir social. La eficiencia del mercado garantizada por dicha soberanía ilusoria del consumidor resume todos los objetivos humanos. En los próximos capítulos analizaremos en profundidad las implicaciones de esta ilusión reductora de la vida política y económica. Por ahora, notemos que la distribución de la riqueza gobernada por el consumidor soberano no requiere de disquisiciones abstractas sobre la justicia. Los individuos siempre pueden dirimir sus conflictos identificando cuánto están dispuestos a pagar por hacerlo. El uso eficiente de los recursos, definido por la interacción de operadores en el mercado, se convierte en el criterio principal para su resolución. Las intervenciones exógenas al mercado son disfuncionales a dicho cálculo, y han de evitarse. Pese a ello, el neuroliberalismo no cree en la democracia. La garantía de las desigualdades naturales debe marginar a las “mayorías ilimitadas” y sus sueños igualitarios. En la historia del siglo XX los teóricos del neoliberalismo no han escatimado elogios a las oligarquías locales que emprendieron con éxito dicho arrinconamiento de la voluntad popular. Pero la fase armada del neoliberalismo solo ha servido para cimentar, mas no para reproducir, el sistema de exclusión. Así, si bien los dispositivos de control no son originarios de finales del siglo pasado, sí es posible afirmar que la base de la obediencia política de la ciudadanía neoliberal no está dada por el monopolio estatal de la violencia. De un modo más “humanizado”, por ejemplo, el endeudamiento privado activa dispositivos de autocontrol. De forma sincrónica, la capacidad de contraer deuda exterioriza una euforia de libertad, mientras que ajusta el nudo de la obediencia al sistema de mercado. Como veremos en el capítulo octavo, este control dispone hoy de una capacidad continua e ilimitada de la que en la antigua sociedad carcelaria no disfrutaba. La deuda no requiere de espacios cerrados. Por sí misma mantiene a los sujetos apegados a las reglas de juego neuroliberal como el cielo del que cae el maná de su satisfacción. La discontinuidad entre el liberalismo y el neoliberalismo no supone una ruptura definitiva. De la misma forma en que en el pasado existían individuos demasiado pobres para votar, en el presente una masa ingente de individuos son demasiado pobres para consumir y endeudarse. Los pobres actuales disponen de libretas electorales, han jurado lealtad a sus banderas y se los convoca a los comicios. Ello no tiene ninguna importancia. La funcionalidad de un Estado reducido a su

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mínima expresión quita relevancia a la elección del gerente de turno. El neoliberalismo confiere al mercado gobernado por corporaciones la capacidad exclusiva de fijar metas y atender a la demanda de los individuos. Participar en esa toma de decisiones no requiere de cartas de ciudadanía. El poder económico y político consiste en disponer de la capacidad de presión para influir en las políticas de las empresas productoras de bienes y servicios. Los sujetos demasiado pobres para consumir carecen por completo de importancia. La defensa de sus derechos en el contexto neuroliberal requeriría en mayor medida de una cuenta bancaria que de acceso a la representación política. De ahí que las marcas de clase que empleaba el liberalismo clásico se tornen innecesarias. Sin embargo, el confinamiento del Estado al papel de conserje no alcanza por sí mismo a dar una base sólida al principio de obediencia. El dilema del sufragio universal continúa horadando el monopolio de los mecanismos de poder. El desafío que la democracia propone al neoliberalismo pasa, sustancialmente, por arrebatar al mercado la exclusividad en la distribución de los ingresos. Ha de notarse, entonces, que la aplicación de la clave económica al conjunto de lo real no busca hacer comprensibles procesos sociales, sino fijar los términos precisos de la crítica política. La igualación alegando la universal posesión de capital humano opera como detracción de la acción gubernamental. Lo relevante del carné de membresía ciudadana no estribaría en la asignación de derechos políticos. En última instancia, hemos dicho, en un Estado “mínimo” el poder político no reside de forma exclusiva en las instituciones constitucionales. El longevo prontuario de los “golpes de mercado” a las democracias de todo el mundo así lo acredita. Pensemos, por ejemplo, en la imposición de Mario Monti como presidente del Consejo de Ministros italiano en 2011; o en la salida prematura de la presidencia de Raúl Alfonsín en 1989. Para los neoliberales de distintas extracciones, la fachada decorativa de la premisa democrática ha de ser puesta bajo control, ya que “lo más probable es que un sinnúmero de personas expresándose en voz alta sean irresponsables y no sean más que un estorbo”.41 En particular, si los que logran hacer oír su voz son aquellos que, siendo demasiado pobres para consumir, buscan encontrar un método alternativo al mercado para distribuir la riqueza. En el capítulo próximo veremos cómo la asimilación de las condiciones de vida de un sujeto con la renta económica de su capital humano se traduce en un auténtico y permanente ataque a la voluntad popular.

41

GEORGE, Susan, Informe Lugano (Barcelona: Icaria, 2001), p. 229. Ver también de la misma autora El Informe Lugano II, centrado en la liquidación de la democracia (Barcelona: Deusto/Planeta, 2012). 32

CAPÍTULO 2

EL “COSTO” DE LA DEMOCRACIA

Liberalismo antropofágico En la lucha por la liberalización de las fuerzas monolíticas del medioevo, la tradición liberal termina por separarse, básicamente, en dos. Por un lado, aquellos liberales asentados sobre la necesidad de resguardar derechos originarios ven en el Estado un aliado eficaz para sus objetivos. Por el otro lado, los liberales que ponen el énfasis en la libertad de los mercados y en los propietarios que en ellos participan culminarán convergiendo con sus antiguos enemigos conservadores. Para los últimos, el objetivo consiste en resguardar la propiedad de cualquier ataque aunque provenga incluso de la misma democracia. Esta diversificación de la estrategia liberal implica una traslación del centro de gravedad del derecho público. Ambos sectores dejan de preguntarse cómo fundamentar el derecho soberano, desplazando la cuestión a cómo limitar su ejercicio. Guiados por ese afán aplican estrategias distintas dando lugar a técnicas de gobierno proporcionalmente diversas. El primer grupo, podría sostenerse, sigue el camino marcado por los teóricos del derecho natural del siglo XVII o los inspiradores de la Revolución Francesa. Según esta vía, se requiere definir a priori cuáles son los derechos originarios de los individuos. Una vez establecidos esos derechos, se ha de aclarar los términos en que esos mismos sujetos aceptan –histórica o hipotéticamente– abandonar el estado natural y conformar una sociedad política. De esa suerte de recreación de los términos del contrato social se siguen, sin mayor dificultad, los límites exigibles a las prácticas de gobierno. Dicho de un modo claro, el gobierno se encuentra limitado por aquellos derechos que los individuos han retenido o por las condiciones –trust– que han impuesto en la celebración de un contrato social real o supuesto. El segundo grupo –es decir, aquel que tiene por intención resguardar el funcionamiento del mercado– recurre a una verificación de la realidad fáctica de cada Estado en la que mide la utilidad de las acciones de gobierno. Dada una cierta realidad histórica y un determinado funcionamiento de

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la naturaleza, se ha de preguntar qué acciones útiles debe emprender el gobierno y cuáles, por su inutilidad, deben ser rechazadas. Se abandona la noción de los derechos originarios y se analiza las limitaciones, de hecho o deseables, que afectan al gobierno. Es decir, no se plantea la forma de hacer valer los derechos, sino cómo convertir las acciones de gobierno en una fuente de utilidad para los individuos. La ley abandona su rol de expresión de la voluntad colectiva para concebirse como criterio de escisión entre el poder público y la esfera de protección de los individuos. La defensa de la independencia individual ubica en el mercado el espacio en el que se ha de buscar la verdad de la práctica de gobierno. La economía política, por tanto, indica dónde debe medirse esa verificación de la utilidad. La bisagra que articula la diferenciación entre ambas posturas –señala Michel Foucault– opera sobre el modo en que cada una asume el costo político y económico del ejercicio de las libertades. Si ese liberalismo no es tanto el imperativo de la libertad como la administración y la organización de las condiciones en que se puede ser libre, verán con claridad que, en el corazón mismo de esa práctica liberal, se instaura una relación problemática, siempre diferente, siempre móvil entre la producción de la libertad y aquello que, al producirla, amenaza limitarla y destruirla.42 En la medida en que se parte de los derechos originarios, la libertad constituye un imperativo: sé libre. En consecuencia, se articulan los discursos necesarios para juzgar la verdad o falsedad de las técnicas gubernamentales a partir de medir las posibilidades reales que un gobierno dado brinda a esa exigencia de libertad. Por el contrario, si la libertad no es un dato previo que se ha de respetar, sino el producto de un determinado arte de gobernar, el problema central es cómo limitar esa pendiente ilimitada de la razón de Estado y su ingesta de libertad. Es decir, cómo constreñir la permanente tendencia a consumir libertad al buscar producirla. Esta distinción foucaultiana pone el centro de atención sobre la convicción de los filósofos políticos ingleses clásicos en relación con la necesaria limitación de la libertad para garantizarla. Es decir, señala la particularidad del liberalismo clásico como productor y consumidor de libertad. En la medida en la que las prácticas gubernamentales operan las técnicas necesarias para producir mayor libertad, requieren, al mismo tiempo, emplear distintos métodos para reglar esa libertad. Lo que, en palabras de Foucault, equivale a consumirla.43 Esta suerte de antropofagia servirá como fundamento de la fobia al Estado. Asidos de esa figura retórica según la cual el nazismo y el keynesianismo solo son grados diversos de una misma economía política totalitaria, los neoliberales del siglo XX resignifican los conceptos clásicos de la 42 43

FOUCAULT, Michel, Nacimiento de la biopolítica, ed. cit., p. 72. Ibíd., pp. 72-80. 34

teoría política y económica. Antes de profundizar en ello se requiere explicitar esta noción del liberalismo como consumidor de libertad que desencadenará la crisis de la que surge el neoliberalismo no solo como teoría económica, sino como técnica de gobierno. Al reseñar brevemente el contractualismo clásico en el capítulo anterior, recordábamos que este se asentaba sobre la idea de que el ejercicio ilimitado de la libertad individual ocasionaba interferencias mutuas que, desde la perspectiva de la moral y la justicia liberales, son apreciadas como intolerables. Considerar a la libertad como el único fin de la vida humana supondría agigantar su significado hasta hacerlo desaparecer por completo. Esto se debe a que la libertad para desearlo y tenerlo todo sirve de muy poco cuando los demás disfrutan de una prerrogativa idéntica. La ausencia del deber de no tomar lo deseado, argumenta John Finnis, tiene como corolario el que nadie tenga un derecho.44 En Tratado sobre el ciudadano, el filósofo inglés Thomas Hobbes articula un argumento similar. El hecho de que todos los hombres dispongan de una libertad ilimitada sobre los bienes de la naturaleza tiene por efecto la desaparición de dicha libertad, al menos para los competidores más débiles en esa lucha por la existencia.45 En definitiva, ¿qué importancia posee la libertad cuando no se la puede ejercer?

La libertad negativa De esta noción conflictiva de una libertad demasiado ampliada se sigue la urgencia por determinar de forma más precisa su contenido. Así, el fundamento básico de la moral liberal supone concebirla como una igualdad en libertad, afirma Isaiah Berlin en el ensayo Dos conceptos de libertad.46 La preocupación liberal no estribaría en reconocer distintas libertades según la condición de los sujetos, sino en impedir que alguna minoría poderosa alcanzara su libertad a través de explotar a la mayoría. La constitución de los Estados conforma, de suyo, la respuesta liberal clásica a la imperiosa necesidad de establecer un compromiso práctico que defina en qué términos los individuos deberán reducir su libertad. En definitiva, el Estado como operador colectivo de ese compromiso debe asumir que a pesar de las dificultades “sigue siendo verdad que a veces hay que reducir la libertad de algunos para asegurar la libertad de otros”. La continuación de esta línea de argumentación –advierte Berlin– requiere percatarse de sus límites para no incurrir en una confusión de valores esenciales al liberalismo. El escollo primero 44 45

46

FINNIS, John, Natural Law and Natural Rights (Oxford: Clarendon Press, 1980), p. 208. Para Hobbes, en una situación en la que aún no existe el Estado, “derecho” significa solo “libertad”. “Pero no les fue útil en absoluto a los hombres el que tuvieran de este modo un derecho común a todo. Pues el efecto de tal derecho viene a ser como si no existiera derecho alguno”. HOBBES, Thomas, Tratado sobre el ciudadano (Madrid: UNED-Varia, 2008 [1642]), cap. I, §11. BERLIN, Isaiah, Dos conceptos de libertad y otros escritos (Madrid: Alianza, 2001 [1958]). 35

que ha de evitarse estriba en no traducir toda reducción de la libertad en una ganancia de libertad. En la mayoría de los casos, argumenta a continuación, la mayor justicia, solidaridad y paz suponen una pérdida generalizada de libertad, ya que para hacer efectiva esa compensación se precisa la intervención de la violencia monopólica del Estado. Por lo tanto, si se acepta que toda intervención colectiva en la vida de los individuos incurre en un riesgo autoritario, la limitación de la libertad muestra el mismo grado de apremio que la determinación de una esfera de inviolabilidad. De otro modo, el coste político y económico de esa igual libertad supondría, llevado a su extremo, la propia eliminación de la libertad. En este debate, la posición del neoliberalismo consiste en negar la facultad del Estado para brindar derechos. Este ha sido erigido tan solo para allanar el camino a los ciudadanos a fin de que estos se los provean individualmente. Si ello es así, la única institucionalidad legítima –es decir, consentida– se ejerce restringiendo las acciones de gobierno a su faz negativa. En otras palabras, la mayor libertad a la que se puede aspirar en un sistema político auténticamente libre solo se explica desde una negatividad. Por “libertad negativa” ha de entenderse el resultado de una acción gubernativa en la que se aparta a terceros que pongan obstáculos al accionar individual libre, pero también aquella en la que el gobierno se esfuerza en no convertirse él mismo en uno de esos obstáculos. A raíz de esto, no ha de inferirse que el Estado se vea impedido de toda intervención. Al contrario, aceptar como un imperativo de justicia el que todos los individuos dispongan de un mínimo de libertad no solo hace necesario, sino deseable, que el Estado tenga la fuerza y ejerza la violencia suficiente para reprimir a todos aquellos que se interpongan en los caminos de la justicia así entendida. La intervención política de la economía, legitimada de ese modo, se restringe a las funciones de conserje del mercado. Es decir, un guardián que vele por el respeto de las normas de comportamiento, pero que poco o nada diga sobre el contenido de dichas normas o sobre el resultado de las interacciones. Un ejemplo de esta teoría lo encontramos en la obra Anarquía, Estado y Utopía de Robert Nozick.47 En ella, el autor emplea al contractualismo clásico para fundamentar un Estado radicalmente distinto. En la propuesta del autor norteamericano, la mediación política estatal deja de ser la instancia colectiva desde la que se determinan los derechos individuales, para convertirse solo en una agencia de protección territorial de individuos aislados. Dentro de cada territorio, todos deben recibir idéntica protección en sus relaciones mercantiles. La política queda relegada, por tanto, al lugar de anexo de la economía, obteniendo su legitimidad en la medida en que cumpla las demandas y expectativas emanadas por los propietarios que interaccionan en el mercado. Es decir 47

NOZICK, Robert, Anarquía, Estado y Utopía (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1990 [1974]). 36

que basta con que sea capaz de hacer respetar las normas de un mercado libre de intervenciones e interferencias. Esta nueva “justicia de las pertenencias” de Nozick se encuentra inserta dentro una fundamentación del Estado mínimo; no como una mera parte del todo, sino como el verdadero y único fundamento de la posibilidad del Estado. Todas las demás consideraciones sobre otros derechos deberán estar subordinadas a esta concepción de la libertad y de la justicia. La versión liberal clásica –según la cual el Estado debía cumplir otros objetivos como la justicia o el respeto de una igual dignidad de las personas– se abandona sin tapujos ni ocultamientos. La única libertad posible para el neoliberalismo de Nozick estriba en la libertad para comprar y vender en el mercado. Veamos cómo el autor elabora esta transformación del argumento liberal clásico. Al comienzo de su libro se presenta la siguiente petición de principio: Un Estado mínimo, limitado a las estrechas funciones de protección contra la violencia, el robo y el fraude, de cumplimiento de contratos, etc., se justifica; que cualquier Estado más extenso violaría el derecho de las personas de no ser obligadas a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica; que el Estado mínimo es inspirador, así como correcto.48 Luego de establecer en el “Prefacio” los límites del Estado del cual emprende su justificación, recurre, tal como hemos afirmado, al esquema del contractualismo clásico introduciendo cierta modificación sustancial. En lugar de proponer la constitución del Estado para salvaguardar los derechos del hombre, primero intentará buscar dentro del mismo estado de naturaleza qué modificaciones serían susceptibles de introducirse para remediar los problemas que allí se originan. De esta forma –afirma Nozick– se podría intentar evitar salir de un estado tan beneficioso como lo es el natural. Por consiguiente, explora las medidas que podrían implementarse para reparar los fallos del sistema de protección individual y, en caso de un nuevo cortocircuito, poder analizarlo y establecer la estricta necesidad del surgimiento del Estado. Así, y solo luego de este experimento, se podrá estar en condiciones de considerar “si el remedio es peor que la enfermedad”.49 ¿Cuáles serían estas correcciones al estado de naturaleza? Nozick encuentra una respuesta en las agencias de protección que venden sus servicios a los individuos aislados. De este modo, aquellos sujetos que no deseen invertir tiempo en protegerse, o que dispongan del dinero suficiente para comprar aquello que por sí mismos no pueden brindarse, obtienen un servicio de estas agencias. Al autor no se le escapa que esta situación podría inicialmente resultar beneficiosa, pero que en el mediano plazo se arribaría a un monopolio de la fuerza en determinados territorios. La mano invisible del mercado haría que todos los usuarios de las agencias de protección demandasen 48 49

Ibíd., prefacio. Ibíd., p. 38. 37

los servicios de aquella que resultase más fuerte y, en consecuencia, más eficaz. De modo que esta agencia de protección monopólica culminaría por convertirse en un Estado ultramínimo. Es decir, en una institución idéntica al Estado pero que brinda servicios de protección solo a sus clientes.50 Esas agencias de protección monopólicas incurren, necesariamente, en actos inmorales. Por ejemplo, obligarían a los habitantes del territorio a contratarlos solo por el miedo a verse encerrados dentro de las fronteras de una entidad mucho más poderosa que ellos. Pero, sobre todo, al brindar servicios de protección solo a aquellos que puedan pagarlos, estarían vulnerando los derechos de los menos favorecidos al no tratarlos como iguales. La conclusión a la que arriba Nozick es que dicho monopolio deviene en inmoral si las agencias no ofrecen servicios iguales y universales de protección. Admite que para garantizar dichos servicios deben utilizarse los aportes de unos para pagar los gastos en seguridad de otros que no contribuyen en nada. Deben, en términos concretos, distribuir ingresos a través del sistema de seguridad: tomar recursos de los que más tienen, para dárselos en servicios de seguridad a los que menos tienen. Dentro de este esquema es donde se debe comprender la teoría de la justicia de las pertenencias de Nozick. Una de sus características fundamentales reside en desconocer la existencia de un ente social capaz de solventar el costo del bien común. Más aún, tampoco reconoce la existencia del bien común como algo distinto a la sumatoria o agregación de apetencias individuales. Solo los individuos han de sufragar económicamente el costo del Estado. De ahí la urgencia por delimitar el consentimiento individual. El neoliberalismo afirma que los individuos, al brindar su asentimiento a la constitución del Estado, buscan, exclusivamente, la protección contra la violencia que imperaría en el estado de naturaleza. Por ello, intentar emplear la fuerza monopólica del Estado para ampliar el catálogo de servicios públicos viola sus derechos. Del mismo modo que la fuerza de las agencias de protección “es, desde un punto de vista, inmoral”, y dicha situación se salva con la producción del Estado mínimo, la utilización de esa violencia legitimada para fines distintos resulta también inmoral. Por ejemplo, la redistribución de ingresos a través de funciones sociales como la educación o la salud del Estado no solo viola los derechos, sino también, desde el punto de vista de Nozick, convierte a los individuos menos aventajados en copropietarios de los bienes de los más aventajados.51 En resumen, el único precio que puede tener la democracia consiste en aquel fijado por el costo de la justicia de las pertenencias. Es decir, ha de comprenderse cómo el Estado debe resguardar las pertenencias antes que cualquier otro derecho, como por ejemplo el de la vida. “Un 50 51

Ibíd., cap. I. Ibíd., p. 173. 38

derecho a la vida sería, cuanto mucho, un derecho a tener o a luchar por todo lo que se necesita para vivir, siempre que tenerlo no viole los derechos de los demás”. 52 Los abusos privados se subsanan con la constitución del Estado mínimo, pero los excesos de los poderes estatales son inmorales y no existe ninguna forma de validarlos. Emplear a las instituciones políticas, aun cuando sean democráticas, para perpetrar este asalto a las libertades de mercado configura un primer paso hacia regímenes autoritarios. En este punto coinciden tanto los neoliberales europeos como los norteamericanos. Permítasenos presentar un ejemplo de la traslación de estas ideas neoliberales a la historia del siglo XX. En La mentalidad anticapitalista, Ludwig von Mises afirma en relación con aquellos que fundamentan el intervencionismo del Estado: “nada se perdería si, de algún modo, cupiera acallarlos, clausurando sus círculos y agrupaciones […]”.53 A párrafo seguido se aclara que dicha iniciativa resultaría imposible y contraproducente. Mas el convencimiento sobre la necesidad del pluralismo político no ha de confundirse con una preferencia por la democracia. En el siglo XX, al igual que en los siglos XVII y XVIII, el capitalismo se desarrolla apoyado por la brutalidad dictatorial aunque sus defensores se encarguen de ocultar bajo la alfombra esos “suplementos obscenos del poder”.54 No solo Mises, sino sus más allegados discípulos –por ejemplo, Milton Friedman y Friedrich von Hayek–, apoyaron los regímenes autoritarios que, al compás de su cancioneta libertaria, buscaban desplazar a esos pululadores de lo social, mentalidades precarias, deficientes, vanas, que impedían el progreso económico. La participación de Friedman en la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet resulta harto conocida. La “modernización chilena” contó, a su vez, con otro gran aval académico en Hayek. 55 La colaboración de Mises en el proceso iniciado con la dictadura “libertadora” de Pedro E. Aramburu y Eduardo Lonardi se materializó en Argentina a través de una serie de seis conferencias en las que contribuye al equívoco entre democracia y dictadura.56 La democracia neoliberal no legitima a los regímenes políticos que recurren a los comicios electorales para elegir representantes, a menos que los garantes de la libertad de mercado cumplan su tarea sin importar los “caprichos” de mayorías tumultuosas e ignorantes. Los anfitriones argentinos del autor austríaco recurren a sofisticadas 52 53 54 55

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Ibíd., p. 179, nota 2. MISES, Ludwig von, op. cit., p. 100. ŽIŽEK, Slavoj, El acoso de las fantasías (Madrid: Siglo Veintiuno, 2010 [1997]), pp. 11-39. Jorge Vergara Estévez narra en el Postfacio de este libro un equívoco similar. Hayek participa de la revolución capitalista en Chile brindando los fundamentos teóricos a las dictaduras cívico-militares. Ver infra pp. 139 y ss. Ver MISES, Ludwig von, Economic Policy. Thoughts for Today and Tomorrow (Alabama: Ludwig von Mises Foundation, 2006 [1959]). 39

cabriolas retóricas para llamar “dictador” y “genocida” a Juan Domingo Perón. 57 El agasajado les asistió, al menos, en una de esas volteretas durante sus conferencias. No fue una distracción. Maestro de escuela, viajó a Argentina para refrendar a los ideólogos de los peores procesos represivos de su historia. Los países socialistas se arrogaron el término democracia. Los rusos llaman Democracia Popular a su propio sistema: sostienen probablemente que el pueblo está representado en la persona del dictador. Pienso que aquí, en la Argentina, hubo un dictador [Juan Perón], que recibió una buena respuesta [cuando fue forzado al exilio en 1955]. Esperemos que todos los demás dictadores, en otros países, reciban una respuesta similar.58 El intervencionismo peronista en la libertad de mercado explica el fin de la “democracia” dineraria. Al regular la economía, los miembros del grupo de presión –i.e. el Partido Justicialista– se hacen con el control del gobierno arrogándose una mayor sabiduría que la del ciudadano común para definir el sistema de precios. El remedio para evitar esa profusión de servidumbre –afirma Mises en esa conferencia– consiste en “forzar al exilio” al dictador Perón. Las intervenciones del autor austríaco en Buenos Aires se produjeron entre el 3 y el 16 de junio de 1959. Es decir, una vez que los dictadores habían entregado el gobierno al presidente electo Arturo Frondizi. Sin embargo, los militares mantuvieron el control sobre un poder ejecutivo condicionado. Entre el 1º de mayo de 1958 y el 29 de marzo de 1962 se sucedieron veintiséis asonadas militares y seis intentos de golpe de Estado. Estas presiones estuvieron encaminadas a corregir cualquier decisión autónoma del presidente. El 25 de junio de 1959, menos de diez días después de la última conferencia de Mises, ampliamente difundida en la prensa local, asume el Ministerio de Economía Álvaro Alsogaray. Este militar, economista y político había sido subsecretario de Comercio y luego ministro de Industria durante el gobierno de Lonardi y Aramburu. En su nueva gestión, el flamante ministro impone el diagnóstico neoliberal, abandonando la línea desarrollista de Rogelio Frigerio. El objetivo del gobierno ya no apuntaría al desarrollo de sus fuerzas productivas, sino a contener la inflación aun a costa de iniciar procesos 57

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El mejor compendio del pensamiento que inspira la dictadura cívico-militar de 1955-1958 se encuentra en El libro negro de la segunda tiranía (publicado en 1958 sin sello editorial). La primera, adjudicada a Juan Manuel de Rosas, y la segunda, evidentemente, a Juan Domingo Perón. Redactado por la “Comisión Nacional de Investigaciones” ordenada por Lonardi, resume las medidas dictadas para legitimar la proscripción impuesta sobre el peronismo, que duraría 17 años más. Dicha comisión buscó “saber cómo y hasta dónde se había realizado su obra destructora”. Las elecciones de 1946 y 1952, consideradas precarias mayorías adquiridas con astucias e intimidaciones, otorgan al “tirano huido” el título de “dictador elegido”. Para sus redactores, el grave error conceptual radica en considerar que la estabilidad democrática descansa en el apoyo electoral multitudinario. El consentimiento auténtico del pueblo, que fundamentaría quitarle el adjetivo de dictador, lo recibe el “gobierno de la Revolución Libertadora”. La democracia, por tanto, no ha de pasar por el engorroso procedimiento electoral. En otras palabras, la democracia, por paradójico que resulte, adquiere alternativamente la calidad de electiva o de facto. MISES, Ludwig von, Economic Policy..., p. 54. El texto entre corchetes está eliminado de la edición castellana dirigida por Federico Frischknecht, Secretario de Prensa y Turismo en la dictadura de Juan Carlos Onganía, 1967-9. 40

regresivos de distribución del ingreso o profundizar el deterioro de los términos de intercambio. Dos décadas después, cuando el neoliberalismo estaba instalado en el lugar de “sentido común”, será el mismo Alsogaray quien acompañe a Hayek en las entrevistas dadas en la Bolsa de Comercio en 1977.59 El organizador de las conferencias de Mises en 1959, Alberto Benegas Lynch, quien era miembro del Consejo Directivo de la Sociedad Mont Pelerin, sostiene, reproduciendo a su maestro: “la desigualdad es inherente a la naturaleza humana”. Por consiguiente: “el igualitarismo económico y la redistribución compulsiva de la riqueza menoscaban y finalmente destruyen la igualdad ante la ley”. De modo que los liberales se abocan sistemáticamente a apoyar a aquellos gobiernos antimayoritarios que garanticen dichas desigualdades. Poco importaba al autor impulsor del neoliberalismo en Argentina que usualmente la procedencia de esos gobiernos fuesen los cuarteles militares. Por el contrario, festejaba que el espíritu antiperonista de la “Revolución Libertadora” vibrara constantemente para salvar al país de las demagogias mayoritarias. 60 Las democracias tuteladas por los militares en Latinoamérica encontraron el apoyo presto de los “intelectuales” neoliberales como Benegas Lynch, Mises o Hayek.61

Una democracia restringida La libertad se garantiza, de acuerdo con el canon neoliberal, dejando obrar a los individuos por sí mismos. Este modo negativo de entender la libertad se contrapone, por lo tanto, con una definición positiva que sustente, por ejemplo, políticas distributivas. En su definición más simple se dice “libertad positiva” cuando el hombre siente el deseo de ser autónomo demandando los medios para serlo. Los liberales rápidamente traducen esta definición en algo radicalmente distinto. Para no explayarnos en exceso al respecto, digamos que la libertad positiva, según los neoliberales, no trata de responder a la pregunta ¿qué soy libre de hacer o de ser?, sino ¿quién tiene que decir lo que yo tengo y lo que no tengo que ser o hacer? Para un defensor de la libertad positiva así modificada, la legitimidad del Estado estribaría en definir quién puede ejercer esa soberanía. Replican, en consecuencia, que esa soberanía es inasumible. Desde este punto de vista, la decantación entre la versión positiva y la negativa requiere de una explicación o, al menos, de una justificación. La elección de la libertad negativa como su 59

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Estas intervenciones se editaron bajo el título, Temas de la hora actual, ciclo de conferencias, por la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en 1978. BENEGAS LYNCH, Alberto, Colectivismo y libertad (Buenos Aires: Instituto de Publicaciones Navales, 1965), pp. 23-38. Ver infra p. 103. 41

código básico radica en que la verificación histórica de la libertad positiva la emparenta con los peores totalitarismos. Ese aire de familia entre la concepción positiva de la libertad y las experiencias históricas del siglo XX se debe a que sus defensores equipararían la libertad del sujeto con la independencia de sus determinaciones empíricas. El rechazo liberal, entonces, se dirige a la heteronomía de la libertad positiva descripta en el párrafo anterior en su intento por liberar al “yo inferior”. Es decir, se rechaza el argumento según el cual se buscaría la liberación del “yo empírico” que, al estar dominado por los deseos, no permite el florecimiento de aquello que el “yo verdadero” desea ser. La manipulación que producen los totalitarismos, afirman los neoliberales, es asimilar esa parte racional del “yo verdadero” con un “yo colectivo”. La entidad colectiva, al reconocerse como expresión auténtica de lo racional, termina por imponer su única voluntad a la de sus miembros bajo el pretexto de otorgarles una libertad superior a la que ellos –yoes empíricamente determinados– hubieran conseguido por sí mismos. Dicho en otros términos, la libertad positiva terminaría por justificar la coacción amparándose en la consecución de un fin superior, fin que la humanidad perseguiría si fuese más moral, sabia o culta. Al realizar esta crítica los neoliberales suelen obviar reconocer, salvo excepciones como Berlin, que la defensa de una libertad negativa se presta para realizar la misma coacción que la libertad positiva. En esta versión, la esfera de no intervención estatal no protegería a los individuos concretos, sino a un “yo idealizado” al que se le atribuye un conocimiento más verdadero sobre el fin ideal de la humanidad. Esta entidad podría ensancharse hasta identificarse, una vez más, con una entidad supraindividual: gente, consumidor, usuarios, clientes, “el más fuerte” o gladiador virtuoso. Por un camino y por el otro llegamos al mismo resultado coactivo. Presentar esta última posibilidad discursiva de poco serviría, tal como aseguran los neoliberales, si no se hubiese verificado históricamente. Es decir, si la historia solo guardase registros de los abusos cometidos esgrimiendo la justificación de la búsqueda de una libertad positiva, poco importaría sostener que lo mismo podría haberse realizado apelando a la libertad negativa. Mas esto no es así. El neoliberalismo ha recurrido a la protección negativa de la libertad para sustentar moralmente la cristalización de situaciones concretas de opresión y limitación de las democracias. Las “distracciones” autoritarias de Mises, Hayek y Friedman al apoyar a “dictadores buenos” son una demostración irrefutable. A su vez, de qué otro modo se podrían concebir los intentos por identificar la realización personal con modelos de éxito impuestos desde arriba por minorías egregias conocedoras, por ejemplo, de los auténticos gustos de los consumidores. Los neoliberales esgrimen que la realización personal a través del consumo que impone una

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determinada forma de vida no supone una vinculación como la del buey al arado. Todo lo contrario, los individuos terminan por aceptar libremente –una vez que han pasado por el atiborrado mundo de la publicidad– que han de ir a trabajar para comprarse un automóvil con el que ir a trabajar. El juego de palabras no ha de tomarse por una broma. La soberanía del consumidor y su concomitante necesidad de protección negativa enmascara “la alienación que sufre el consumidor, tanto en el plano material como en el ideológico, y sus consecuencias políticas”.62 En tanto que el único modo de ser libre consiste en intercambiar mercancías, o intercambiarse uno mismo, las prácticas gubernamentales han de acompañar al mercado produciendo individuos capaces de ejercer dicha libertad. La crítica al consumismo que acabamos de presentar, observada desde la perspectiva de la libertad negativa, asume la forma de un paternalismo moral intolerable para los neoliberales. En la conclusión intentaremos hacernos cargo de esta acusación. Por ahora basta con afirmar que lo que se impugna no son las decisiones individuales, sino el modo en el que el sistema capitalista preconcibe necesidades y las impone, convirtiendo a la soberanía consumista en una ilusión. En este caso, la libertad negativa funciona como la galera del mago que opera la prestidigitación legitimadora que destruye al yo concreto bajo el pretexto de estar protegiendo los atributos del auténtico yo: la sociedad de la productividad salvaje. El resto de los individuos, los que no alcanzan los estándares del yo idealizado de la “economía de mercado” devienen desechables. “La política del siglo XXI no se ocupará del reparto del pastel [...] girará en torno a la empresa de enorme gravedad de seguir vivo”.63 La inestabilidad violenta del mundo, las desigualdades sociales brutales e inocultables, y la ilusión de una democracia de consumidores no constituyen un efecto inesperado de las sociedades postindustriales. Muy por el contrario, son el resultado ineluctable de una forma de organización social en la que se legitima el abandono de todo intento por construir espacios comunes. Los hombres y las mujeres desechados por los estándares de humanidad de un neoliberalismo predatorio delatan su incapacidad para superar el imposible equilibrio mecánico de intereses individuales. La compleja identificación de estas fuerzas conservadoras y potencialmente autoritarias gravita en que “también ellas reivindican el espíritu democrático, y por lo tanto parecen legítimas”.64 El neoliberalismo, asido a estas armas discursivas colonizadoras del imaginario sobre qué significa ser libre, afrenta a la democracia haciéndola claudicar al imperativo emancipatorio, 62 63 64

BAYON, Denis; et. al., Decrecimiento. 10 preguntas para comprenderlo y debatirlo (Madrid: El Viejo Topo, 2011). GEORGE, Susan, op. cit., p. 237. TODOROV, Tzvetan, Los enemigos íntimos de la democracia (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2012), p. 10. 43

rebajando sus esfuerzos a garantizar, supuestamente, la libertad negativa del individuo concreto. Sin embargo, perpetrada la argucia de mantener las formas del discurso democrático, se empeña por limitar la vida política a una institucionalidad rígida y conservadora que se restrinja a su función de policía o árbitro. El objetivo de toda práctica de gobierno, una vez abandonado el ideal de garantizar de forma positiva los derechos de los ciudadanos, se reduce a cristalizar el statu quo. Al respecto, se debería notar que los parapetos no se levantan para frenar las oleadas antidemocráticas de grupúsculos minoritarios. Para el neoliberalismo conservador, el principal peligro proviene de la misma sociedad. Según su punto de vista, esa masa informe de gente común, ignorante del auténtico significado de la libertad, al demandar la realización efectiva de sus derechos da forma a proclamas populistas antiliberales. El freno a la democracia y su potencialidad transformadora de las necesidades se origina en el abandono que hace el neoliberalismo de cierto pluralismo de los liberales clásicos. Limitar el ejercicio de la libertad con argumentos morales –como hacen Nozick o Berlin– supone contraponer a la libertad valores como la justicia y la concordia social. Empero, debe notarse que en el momento en que la política se confina a la administración de la libertad negativa, se activan fuertes tendencias hacia un sistema monolítico. En otras palabras, el liberalismo político se estructura en torno a la conjunción de dos imperativos. Por un lado, la necesidad de limitar el ejercicio de la libertad. Por el otro, la urgencia por establecer las esferas de protección para no sacrificar al individuo buscando la justicia o la paz social. La estructura del campo ideológico se transforma cuando se intenta conjugar ambas exigencias, pero la ganancia neta de libertad se erige en el único criterio para legitimar la limitación de la misma libertad. La justicia como valor regulador desaparece o, al menos, se transforma sustantivamente a fin de que deje de apuntar las contradicciones internas del sistema de mercado. La satisfacción de necesidades humanas reales se convierte en incidental o irreal, al tiempo que la libertad adquiere su significado de los conceptos de cálculo y confrontación.

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CAPÍTULO 3

CORPORACIONES: EL AGENTE NEOLIBERAL

El neuroliberalismo, al resignificar el sentido de la justicia, ataca al concepto de democracia. Las mayorías –afirman sus teóricos– siempre se encuentran dispuestas a establecer metas políticas y económicas sin tomar en cuenta los mercados. La forma de gobierno democrática se convierte tan solo en un medio para alcanzar un fin. Si se llegara a verificar su inutilidad como medio, debería abandonarse sin miramientos. De ahí que aquellos teóricos aduzcan, sin mayor tapujo, que el individuo puede ser libre en una sociedad cuyo gobierno dictatorial garantice la libertad del mercado. Este antipluralismo que se aplica a la política también alcanza al mercado. La intangibilidad del statu quo debe prevalecer, aun a costa de sacrificar la libertad económica. En otras palabras, para el neuroliberalismo, el mercado también se convierte en un medio. Los gurúes de esta doctrina se cuidan de mantener encerrado el debate en la dicotomía Estado-mercado. Ocultan, de ese modo, cómo el juego está armado con el molde de las corporaciones o megaempresas. El resto de los sujetos han de aceptar dócilmente el hecho de ser controlados y puestos a trabajar para generar la base de reproducción del sistema. A diferencia de la Edad Moderna, ya no se trata de convertir a los vagabundos en trabajadores. En la era del neuroliberalismo, el objetivo primario estriba en trastornar a los hombres y las mujeres para que persigan insaciables su propia alienación. Se erige en un dogma irrefutable trabajar y consumir sin cuestionar, incluso, el propio beneficio resultante. Solo en esa perpetua insistencia en el uso de la máscara cínica las grandes corporaciones dispondrían de las condiciones de posibilidad para generar el bienestar. Esta llamada a renunciar a lo inteligible atraviesa las distintas versiones del neoliberalismo. En la medida en la que comparten una misma repulsa hacia el pluralismo en cualquiera de sus versiones, buscarán aportar “razones objetivas” que expliquen cómo y por qué la sociedad ha de cuidarse de las expresiones mayoritarias. Veamos a continuación el modo en el que se hilvana el dispositivo neuroliberal.

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Recetario compartido El mejor antídoto que presenta el neuroliberalismo para enfrentar a las democracias consiste en vaciar de contenido al concepto de justicia, referenciándolo al marco de significado “éxito/fracaso” en la lucha por la supervivencia. En los conflictos entre individuos libres y responsables de sus decisiones, en lugar de recurrir a la noción de derecho o deber, los neoliberales insisten en fijar la atención sobre el cálculo de eficiencia. Pensemos, por ejemplo, en dos vecinos. Uno, ganadero y el otro, agricultor. Supongamos que las reses del primero tienden a pastar entre los cultivos del segundo, ocasionándole un perjuicio. Según los neoliberales, la forma más eficiente de resolver el incidente no es recurrir al gobierno para que dicte una ley que impida a las vacas comer el trigo de los vecinos. Remarcan, en cambio, que ambos sujetos obtendrían beneficios o perjuicios según la forma en que se resolviera el conflicto. La solución más eficiente pasaría por tasar monetariamente dichas alternativas y que ambos vecinos se compensaran mutuamente. Es decir, poniendo un precio al trigo que comen las vacas y al trabajo del ganadero para que las arree lejos del trigal. Las elucubraciones referidas al derecho de uno u otro se solventan aplicando los mecanismos del sistema de precios del mercado. Intentar fijar una indemnización “debida” para este caso de afectación mutua de derechos implicaría que el Estado vulnerase la eficiencia de ese sistema. El neoliberalismo aceptaría la existencia de una norma que fijara la necesidad de llegar a un acuerdo entre las partes, pero dejando a su libre parecer los términos de aquel. El logro de una resolución particular entre agricultor y ganadero sobreentiende la libertad normativa de ambos, al tiempo que pretende defenderla. Las relaciones de poder que puedan influir en dicha negociación quedan silenciadas por la vigencia positiva del acuerdo. Considerar, por ejemplo, la situación de debilidad del agricultor, que no puede “trasladar” sus cultivos, incursiona en un terreno del cual el neoliberalismo se desentiende por completo. La restricción a las acciones del Estado buscaría un resultado obvio: evitar la traslación del poder político al ámbito económico. El uso de la violencia política para fines económicos se impide retirando por completo al Estado del mercado. En sentido inverso –cuando la economía afecta a la política– el dilema se resuelve de forma idéntica. La influencia que desarrolle un operador del mercado en la política resulta inocua si esta última adolece de intervención en el mercado. Mientras el Estado y el mercado se encuentren apartados mutuamente, la traducción del poder económico en político se torna inverosímil e inútil. Pensemos en el ejemplo anterior. Apartar al Estado supone que el ganadero o el agricultor 46

obtendrán un mejor resultado si no recurren a la política para que medie en el conflicto. Expresado de otra manera, el neoliberalismo busca convencer a ambos sujetos de que el mecanismo para evitar que el sheriff se alíe con el otro consiste en renunciar a su intervención por completo. Acaso si alguno de ellos quisiese sobornarlo, su pretensión sería fútil en tanto esa autoridad política no tenga injerencia en el asunto. Entre tanto, la confianza plena en el mercado les prometería una resolución “eficiente” de la controversia. De tal entramado quisiéramos hacer notar cómo al restringirse el debate a la dicotomía Estado-mercado se niega la presencia de actores como las “corporaciones” con capacidad para dominar ambos escenarios o actuar prescindiendo de ellos. De algún modo, en parte ya hemos visto cómo, las distintas corrientes internas del neoliberalismo edifican una imagen idealizada del agente económico operando en el mercado. En ese escenario, los individuos motivados por intereses egoístas son capaces de modelar una sociedad equilibrada en la que se distribuyen de forma justa los ingresos. La asepsia de ese altar sacrificial de la vida humana en comunidad depende, exclusivamente, de aislar a la economía de la política. Las diversas escuelas internas del neoliberalismo difieren en varios aspectos en relación con el modo de realizar dicha separación entre el mercado y la política. Pero si en algo se avienen es en la necesidad de retirar al Estado de sus funciones de prestador de servicios. La función estatal debe limitarse a garantizar el orden básico de la competencia. Pero al restringir ese ordenamiento a una defensa negativa de la libertad, convierten al mercado en el principio ordenador de la sociedad. La inflación, el desempleo, la baja eficiencia en la producción de bienes y servicios, la alteración de la competencia, las externalidades negativas como la contaminación o la pobreza, no son fallas del mercado sino resultado de una intromisión exógena. Los más heterodoxos aceptarían ciertas limitaciones pero, rápidamente, agregarían que muchos de esos problemas no son económicos sino políticos. Su solución, por tanto, ha de buscarse en la política y no en el mercado. De modo que, aunque propongan recetas diferentes, las escuelas neoliberales siempre coincidirán en prescribir más mercado y menos Estado. Las recetas político-económicas del neoliberalismo minimizan el rol desempeñado por las megaempresas o corporaciones en la estructuración del mercado, o la definición de las políticas públicas. Estas organizaciones disponen de una estructura transnacional propia que les permite actuar con prescindencia del mercado y del Estado. La posesión de recursos estratosféricos, por ejemplo, les posibilita emprender proyectos sin recurrir al mercado para proveerse. La configuración transnacional de esos recursos les proporciona, a su vez, la oportunidad de esquivar

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las regulaciones gubernamentales locales. En su caso, cuando se eleva el costo de mantener ese comportamiento en el mediano plazo, disponen de una red propia que les brinda ventajas competitivas para imponer su punto de vista al mercado o al Estado. Conducta que no se oculta, sino que se justifica y legitima trastornando los criterios sociales de decisión. La razón corporativa, sin negar sus intereses particulares, coloniza la definición de la realidad determinando los “mundos posibles”. De manera que solo estas mantienen cierta autonomía en sus decisiones. Los sujetos, y aun los Estados, deberán actuar como si efectivamente no hubiese más alternativa que seguir su criterio totalizador de realidad. Las corporaciones encuentran en el neoliberalismo esa fuente en la que lavar sus culpas y explicar sus atropellos. Imponen la fantasía de que el afán individual de beneficio se detiene ante la evidencia racional del daño a terceros o a sí mismos. Se nos invita a considerar, por ejemplo, que los agentes económicos renunciarían al plus de ingresos que obtendrían si un competidor desapareciese. Se nos anuncia que la lógica del beneficio jamás justificaría consagrar todos los esfuerzos en encontrar una salida elegante al inconveniente de la existencia de ese otro que pugna por el mismo trozo del pastel. Pretenden, a su vez, que creamos en la responsabilidad social corporativa. La protección de la “imagen positiva” de una corporación llegaría, por sí sola, a desistir en la búsqueda del interés en caso de revelarse un posible daño ecológico. En su caso, una simple orden de una burocracia bastaría para desactivar ese constante movimiento hacia la absorción o manipulación del otro. El desenlace del relato, sin ninguna sorpresa, no se adecua a dichos términos. Las corporaciones siempre han encontrado la forma de absorber al mercado y al Estado. Asidas a ese control del escenario, han manipulado sus estructuras para imponer un criterio de racionalidad a la medida. Al riesgo ecológico, por ejemplo, se le proveyó de pólizas de seguro. Es decir, la eficiencia en la asignación de sus recursos prescribió el beneficio general de pagar por afrontar un riesgo, en lugar de asumir el costo de encontrar un proceso de producción no contaminante o menos riesgoso. De un modo similar, la brutalidad de la competencia se reemplaza por la humanizada fusión de activos empresariales. El aprovechamiento de la sinergia mutua encubre, entre otras cosas, la deslocalización de producciones hacia regiones donde importan un poco menos los derechos de los trabajadores. O donde la lontananza desdibuja la explotación a la que son sometidos. Espiral ascendente de pauperización que no resiste ningún filtro democrático, pero que las corporaciones imponen, asistidas por el ideario neuroliberal.

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Desmantelar al Estado El neoliberalismo de la Sociedad Mont Pelerin65 y la Escuela de Chicago comparten tanto el recetario básico descripto, como muchos de sus miembros. La sociedad fue fundada en 1947, entre otros, por Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek. Este último fue profesor en la Escuela de Chicago liderada por George Stigler y Milton Friedman. A su vez, Friedman también ofició como miembro de la Sociedad, junto con otros profesores de la Escuela de Chicago. En el capítulo quinto hablaremos de los lazos que unen a Mises con el neoliberalismo estadounidense. Estos traslapes institucionales no opacan las diferencias entre las distintas corrientes neoliberales. Pero tampoco han de confundir las acciones políticas conjuntas que abordaron durante la segunda mitad del siglo XX. El retroceso o desmantelamiento del Estado ideado por el neoliberalismo supuso resignificaciones concretas del canon liberal clásico. La agresividad de dichas reformas en referencia a las personas requirió de una pléyade de intelectuales que las hicieran tolerables. Estos debieron profesar desde sus púlpitos académicos, políticos o culturales un pensamiento único en el cual los explotados actuaran como si la autoridad de los explotadores estuviese sustentada en una verdad objetiva. El hombre del neuroliberalismo asume la defensa de los intereses que lo aniquilan. Solo una vez que esos principios configuran un “único mundo posible” dicha ideología adquiere la capacidad de adaptarse a distintas demandas, pero sin cuestionar los fundamentos en los que se asienta. Instaurado el ritual normalizador de la lucha por la supervivencia en los sujetos a los que se busca disciplinar, el modelo dominante asume ciertos reclamos de la coyuntura política, pero sin alterar el statu quo que garantiza su reproducción. El recetario compartido del neoliberalismo explica el ataque emprendido contra la intervención política en la economía derivada, por ejemplo, del keynesianismo. Esta teoría, así llamada en referencia al economista John M. Keynes, sostiene que el Estado tiene que actuar en el mercado para compensar los procesos recesivos o inflacionarios. Así, ante una disminución en la actividad económica y la pérdida de puestos de trabajo, el Estado debe aumentar sus gastos para 65

Institución impulsada Friedrich A. von Hayek, miembro destacado de la Escuela Austríaca. Ludwig von Mises y su discípulo Friedrich Hayek realizaron extensos aportes a la teoría del ciclo económico en los que se enfatiza el carácter organizativo del mecanismo de precios. Sin embargo, argumentan que los modelos económicos y estadísticos utilizados por los economistas neoclásicos resultan imperfectos o insuficientes para evaluar el comportamiento económico. Proponen, en cambio, la “praxeología”. Es decir, un método lógico deductivo basado en la introspección que centra su atención en el individuo que actúa. La observación del homo agens permite elaborar axiomas elementales, sólidos e inmutables que permitan comprender y prever el accionar humano. Ver MISES, Lugwig von, La acción humana, tratado de economía, (Madrid, Unión Editorial, 1986 [1953]); HAYEK, Friedrich, “The Theory of Complex Phenomena” en M. Bunge (Ed), The Critical Approach to Science and Philosophy. Essays in Honor of K. R. Popper, (MacMillan Publishing Co., 1964). 49

incrementar la demanda que el mercado no estaba proveyendo por sí mismo. En sentido contrario, en un escenario inflacionario, el accionar estatal consiste en reducir su participación en el mercado y así disminuir la demanda excesiva que, de otro modo, seguiría presionando el alza de los precios. El keynesianismo de la segunda postguerra fue recibido con crecientes ataques originados en los ámbitos académicos del neoliberalismo. Objeciones que, a su vez, se diseminaron en el discurso público político, económico y cultural. Esa visión del Estado de Bienestar como reflejo de totalitarismos se agudiza en la crisis económica de la década de 1970 (en América Latina se sentirá con más fuerza durante la década siguiente). Según los autores neoliberales, esa crisis tiene su explicación en un fallo del sistema de precios para asignar los recursos. Tal falencia se atribuye a la errada gestión de la demanda agregada que promueve el liberalismo keynesiano. La mala predisposición de los políticos a perder elecciones les impide, según los neoliberales, frenar los procesos inflacionarios a través del recorte salarial de los trabajadores. Desde su punto de vista, la demagogia implícita a toda gestión política del mercado explicaba la inflación registrada. Los autores neoliberales estuvieron prontos a brindar soluciones. Muchos de ellos fueron galardonados con el Nobel por sus contribuciones. Paul Samuelson (1970), Hayek (1974), Friedman (1976), Theodore Schultz (1979), entre otros economistas, fueron miembros destacados de este grupo que “actualizó” el liberalismo clásico. Al final de la década de 1980 el ideario del neoliberalismo se convirtió en ortodoxia al publicarse un documento conocido como el Consenso de Washington. Ese escrito de 1989, redactado por John Williamson (economista del Banco Mundial), se titula What Washington Means by Policy Reform. Expresado en buen castellano, ese título podría traducirse: qué significa para la burocracia internacional de Washington la reforma de las políticas públicas. El principal resultado del proceso de “reforma” de la presencia del Estado en la vida de los ciudadanos consiste en una brutal desinversión pública que arrasa con las empresas nacionales y con los servicios públicos más fundamentales. En el contexto de las políticas del neoliberalismo, el verbo “reformar” se emplea como sinónimo de “desmantelar” el Estado. El bienestar que depara a los individuos la gestión a través del mercado con respecto a sus servicios básicos permite tolerar el shock de los cambios. Veamos, por ejemplo, la propuesta de Friedman. La solución inmediata para subsanar la inflación del “aparato totalitario” del Estado de Bienestar radica en la implementación de medidas que frenen de golpe la distorsión de esa realidad social. La función del Estado –según las propuestas de la Escuela de Chicago– tiene que limitarse a la gestión de la base monetaria. Dicho de otro modo, el Estado

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debe empequeñecerse hasta casi desaparecer, al tiempo que cobra una tasa plana y universal de impuestos sin importar el ingreso relativo de los contribuyentes. En el libro “sincericida”, Friedman on Galbraith, se transcribe una serie de conferencias brindadas por Friedman en Inglaterra inmediatamente antes de la era de Margaret Thatcher. En ellas, el académico de Chicago recomienda a los ingleses una política del shock idéntica a la chilena, de las cuales se reconoce autor necesario.66 Además, para evitar equívocos explica qué es lo que tiene en mente: “cada departamento, cada oficina va a tener la obligación legal de hacer recortes año tras año”.67 Es decir, las erogaciones del Estado, cualquiera sea su finalidad, han de ser “recortadas” legalmente. No importa cuál sea la naturaleza el gasto, sino que lo imperativo es reducirlo pues toda erogación pública resulta disruptiva de las veleidades del mercado. Para comprender el alcance de esas medidas de shock proponemos el siguiente ejemplo. El departamento de salud pública debe “cortar” sus gastos en el mismo porcentaje que el de los gastos de representación y protocolo de la embajada de Inglaterra en Washington. Al siguiente año, tendrán que hacer lo mismo. Y al tercer año, deberán volver a recortar. En el cuarto año, los departamentos sobrevivientes deberán buscar un tratamiento más benigno. Los canapés, el champán, las invitaciones lacradas del evento social tendrán que pugnar por un mejor reconocimiento presupuestario que el de la salud pública. Todos los gastos del presupuesto público son homogeneizados en su condición de “despilfarro” y “robo”. Cualquiera que tenga la tentación de dejarse llevar por la risa provocada por esta aparente caricatura de política económica debe recordar las medidas “legales” de “austeridad” que recomiendan los agoreros del neoliberalismo en los foros internacionales. Ha de pensarse, por ejemplo, en el Poll Tax que impulsó Thatcher en 1990, o en la reciente reforma constitucional de España, vigente desde el 27 de septiembre de 2011. En su nueva versión, el artículo 135 de dicha Constitución expresa lo siguiente: Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública solo podrán superarse en caso de catástrofes naturales [...] o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado. Según este artículo, reclamado para dar señales de austeridad al mercado, los españoles han asumido un compromiso constitucional de sometimiento. En España, cualquier otra entidad que no sea estatal tiene la capacidad legal de hacer incurrir a los españoles en deuda pública. Los representantes democráticos del Estado español, por el contrario, incurrirían en un delito si osaran 66 67

Ver infra, p. 139. FRIEDMAN, Milton, Friedman on Galbraith and on Curing the British Desease (Londres: The Fraser Institute, 1977), pp. 46-7. 51

gobernar siguiendo directrices contrarias a la doctrina del shock. En la práctica, esto ha supuesto que las corporaciones con presencia en España puedan estatizar sus deudas haciendo pagar sus estragos económicos a los ciudadanos. En el resto de los países europeos afectados por la crisis del mercado financiero iniciada en 2008, se pueden identificar normas similares. En las crisis de deuda soberana de finales del siglo pasado se produjeron experiencias idénticas. Piénsese, por ejemplo, en la ley de déficit cero impulsada por Domingo Cavallo en el año 2001 en Argentina.68 La resignificación del canon liberal explica cínicamente las consecuencias políticas evidentes del proceso de reforma estatal. La principal que interesa destacar en este capítulo es el surgimiento de las corporaciones ocupando el lugar de auténticos agentes neoliberales. A fin de comprender la profundidad y el alcance de dicha conclusión, necesitamos incursionar en el campo de la política económica para explicarla. Para vislumbrar el rol que juegan las corporaciones en el mercado del neoliberalismo se debe tener en cuenta, al menos, tres aspectos: las políticas de empleo como abandono de las personas, la regulación de la competencia como una lucha y, por último, el beneficio como barómetro ético de las decisiones económicas.

Abandono ocupacional El primer aggiornamento del liberalismo del que queremos dar cuenta es el abandono en manos del mercado de la búsqueda por alcanzar el pleno empleo. En el período de entreguerras y de postguerra, la política económica buscó llegar a igualar la oferta y la demanda de empleo. Esta situación de “pleno empleo” implica que todas las personas en edad laboral se encuentran empleadas. En un estadio en el que la tasa de desempleo desciende a niveles mínimos, el bienestar de la sociedad es máximo. La riqueza del país aumenta y se distribuye entre todos los trabajadores. El debate en la teoría económica estriba en fijar los medios para alcanzar el “pleno empleo”. El keynesianismo propone, tal como hemos afirmado, que el Estado tiene que intervenir para aumentar la actividad económica gestionando la demanda de productos y servicios y, por tanto, manteniendo alta la demanda de empleo para producirlos. El neoliberalismo, por el contrario, supone que el libre juego de oferta y demanda lleva a garantizar una situación de “pleno empleo”. La ley del mercado garantiza el equilibrio entre empleadores que demandan la fuerza que ofertan los trabajadores. La inflación registrada en la década de 1970 brinda al neoliberalismo la oportunidad para 68

Esta norma, bajo el título “VI Régimen de equilibrio fiscal con equidad”, sostenía: “cuando los recursos presupuestarios estimados no fueren suficientes para atender a la totalidad de los créditos presupuestarios previstos, se reducirán proporcionalmente los créditos correspondientes a la totalidad del Sector Público Nacional” (Ley 25.453, Promulgada: 30/7/2001, República Argentina). 52

desprestigiar las políticas impulsadas por el keynesianismo. El “pleno empleo” debía perder el lugar de “objetivo directo” de la política económica, y resignarse al papel de “subproducto” de una economía sana. La “salud” de la economía se caracteriza tan solo por la estabilidad de los precios y la reducción de la inflación. Apoyar la creación de empleo desde el Estado ocasiona inflación, ya que se crea una oferta irreal. Habría más trabajadores empleados que los que el mercado podría asumir por sí solo. Eso daría ocasión para que los trabajadores solicitaran aumentos salariales empujando el alza de los precios. El Estado, por tanto, no debería intervenir aun a pesar del costo social de ese comportamiento. En un contexto de desempleo más alto, los trabajadores empleados dejarían de pugnar por mejores salarios, ya que siempre habría un desempleado deseoso de incorporarse al mercado laboral por un “precio” menor. La disminución del dinero circulante en la economía enfriaría la demanda y los precios se estabilizarían. En todo caso, para el neoliberalismo, no existe el desempleo involuntario. Es decir que la situación que hemos descripto no se produciría si el mercado laboral se regulase solo por la ley de la oferta y la demanda. El desempleo voluntario acontece cuando el accionar de sindicatos codiciosos y políticos populistas, corrompiendo al libre mercado, aumentan artificialmente los salarios. Nótese que, en un escenario de retirada estatal, la acción gremial asume la posición abandonada. Por ello, el neoliberalismo, al negar las tesis del keynesianismo, hace extensiva la crítica a los sindicatos. Estas organizaciones de trabajadores, al establecer condiciones homogéneas de contratación, impiden que la tasa de desempleo cumpla su función estabilizadora. En última instancia, la sindicación de los trabajadores funciona en el mercado como una regulación estatal. De ahí que las políticas neoliberales propugnen la “desregulación” cualquiera sea el origen de la misma. Al quitarle seguridad a los contratos laborales o descentralizar las negociaciones de contratación de los sindicatos a cada trabajador, el mercado de trabajo adquiriría la movilidad necesaria para evitar alzas irreales de los salarios y mejoras innecesarias de las condiciones laborales. En última instancia, una negociación libre entre empleado y empleador debería ser soberana en el “libre mercado”. Sanear la economía de ineficiencia sindical desregulando el mercado laboral tendría como resultado el aumento de la riqueza. La teoría del “derrame” compensa el shock con esperanza. Si la riqueza creada se concentra en pocas manos, en el mediano plazo se derramará forzosamente. Los ricos, por muy pocos que sean, buscarán gastar su dinero y, para hacerlo, demandarán productos elaborados por los trabajadores. Cuanto más deseen gastar, porque más han acumulado, más trabajadores recibirán ese derrame. En el corto plazo, ha de considerarse que se produce un shock

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inevitable para recuperar la salud económica. En síntesis, el falso diagnóstico sobre el origen laboral de los procesos inflacionarios redunda en un abandono de las personas por parte del Estado. Aprobada legalmente la desregulación, los empleadores adquieren la capacidad de convertir a sus empleados en un gasto corriente. Las grandes corporaciones se benefician directamente de las nuevas reglas de juego inmunizándose, en parte, de las fluctuaciones del mercado. El volumen de sus operaciones económicas les permite asumir el precio de la renovación y capacitación permanente de personal tercerizado y temporal. Las pequeñas empresas, incapaces de asumir dicho costo, se muestran más apegadas a fórmulas de contratación estables, cuando no a la precarización a través del trabajo no registrado. Incapaces de encontrar alternativas, las nuevas generaciones de trabajadores se adaptan a un mercado inestable donde solo los paranoicos subsisten.69

Oligopolio, corrupción y marginalidad El liberalismo clásico considera que el consumidor que accede al mercado es soberano. Dicha soberanía estriba en que este siempre empleará su libertad para tomar decisiones racionales. Es decir, busca adquirir al mejor precio el producto que más se adapte a sus necesidades. Esta “democracia” del mercado requiere que se tenga acceso a una variedad amplia de elección. Entre otras, la competencia forma parte del listado de características fundamentales del mercado puro. 70 Al mantener alto el volumen de transacciones se torna más difícil que unos pocos competidores impongan sus condiciones. En otras palabras, la libre concurrencia de ofertantes y demandantes oficiará de límite a aquellos que quieran tomar posiciones dominantes. La competencia entre muchos productores de un mismo servicio o producto redunda en un incentivo a la innovación, la eficiencia y la estabilidad de los precios. Un mercado monopólico u oligopólico –cuando solo concurren uno o un número reducido de ofertantes– no solo pierde incentivos para mejorar sus productos, sino también puede verse tentado a elevar los precios de forma artificial. Pensemos en la posibilidad de que solo una empresa privada comercialice un producto en exclusividad. Dependerá de cuánto estimen los consumidores ese producto, pero, con total seguridad, el precio será más alto que en una condición de plena competencia. La pugna por “convencer” al consumidor motivará a los productores a mejorar sus ofertas en calidad y precio. En 69 70

Ver infra, p. 113. Las otras características teóricas del mercado puro son: todos los precios resultan negociables (no hay fijación de precios por una autoridad política); la entrada al mercado está libre de barreras (por ejemplo, no se requiere ser miembro de un “gremio” para producir un determinado bien); los participantes del mercado se hallan perfectamente informados (es decir, conocen la variedad de la oferta existente); y la economía no está regulada por el poder político. 54

el mercado de las tablets, por ejemplo, si Apple no tuviese la competencia de otros productores como Samsung, Toshiba o Sony, sus clientes pagarían un precio aún mayor. Esta competencia no es el resultado espontáneo de la libre oferta y demanda. Los liberales, una vez que abandonan la creencia en el laissez faire, advierten que en el mercado operan fuerzas centrípetas que hacen converger hacia unos pocos el control de la oferta de ciertos productos. Es decir, que podrían operarse estrategias para la fijación de los precios y la organización de cárteles. De ello infieren la necesidad de una regulación que garantice la competencia promoviendo las leyes antimonopolio o antitrust. Estas buscan tener un doble efecto. Por un lado, mantener la democracia del mercado. Pero también, al existir la posibilidad de traducir el poder económico en poder político, se lograría preservar el pluralismo democrático dentro del Estado. Dicho de otro modo, las leyes antimonopólicas impiden que el mercado engendre un poder económico lo suficientemente grande como para resistir, incluso, una regulación política. Sin embargo, la defensa del libre mercado para generar una auténtica libertad, aumentar la riqueza y esperar el eventual derrame tiene por obstáculo necesario estas leyes antimonopolio. Ninguna intervención ha de ser tolerada. Incluso aquellas cuyo objetivo estriba en garantizar la competencia. Esta necesidad de derogar o modificar la interpretación de las leyes antimonopolio produce cierto desplazamiento en el significado clásico de los términos “competencia” y “libre elección”. Para fundamentar el rechazo al intervencionismo, Mises, por ejemplo, atribuye a la competencia una naturaleza dinámica. Es decir, en el mercado se reproduce de forma constante un proceso en el que los emprendedores o empresarios rivalizan por descubrir y aprovechar oportunidades de ganancia. La afectación de dicho proceso acontece al impedir sistemáticamente por la fuerza el ejercicio de la libertad de empresa, es decir, cuando en un sector económico se obstruye la capacidad de los mejores para usufructuar las oportunidades por ellos identificadas. Garantizar la igualdad ante la ley supone, por ejemplo, proteger de las posibles agresiones físicas de la Coca-Cola Company a todo aquel que desarrolle y ofrezca una bebida cola más adecuada a los gustos de los consumidores. Empero, se excluye de dicha regulación negativa a las “externalidades de red” capaces de erigir barreras de acceso al mercado. Prosperan en la palestra mercantil, libre de trabas administrativas, quienes se preocupan y consiguen proporcionar a sus semejantes lo que estos, en cada momento, con mayor apremio desean. Los consumidores, por su parte, se atienen exclusivamente a sus propias necesidades, apetencias o caprichos.71 71

MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista, ed. cit., p. 25. 55

La resignificación del término “competencia” no es homogénea. En la Escuela de Chicago sostienen que la competencia no implica un proceso de presión y estímulo constante a la innovación entre distintos operadores, sino un proceso “finalista” de pugna, con vencedores y vencidos. Unos pocos productores deberán vencer y hacerse con el control de la oferta. El estímulo a la innovación no desaparece, ya que el vencedor ha de desplegar toda su creatividad y ser más eficiente. Pero, dado que existe un principio y un fin del proceso, dicha innovación también alcanzará un término. No hay en ello un riesgo si la aceleración del cambio tecnológico impide que un mismo producto se enquiste en la preferencia de los consumidores. La posibilidad de crear necesidades disuelve los nubarrones de dudas que despertase esta forma “finalista” de concebir la competencia. En este esquema, la libre elección no puede mantener su estatus e importancia, ya que entra en franca oposición con la noción de competencia expuesta en el párrafo anterior. A fin de salvar esa contradicción, afirman que lo sustantivo no reside en identificar qué quieren elegir los consumidores, sino en saber en dónde encuentran las mayores posibilidades para hacerlo. Según su diagnóstico, la competencia que destruye a los débiles implica una ganancia en eficiencia económica. Al expulsarse del mercado a los productores poco eficientes, aumenta la riqueza de la sociedad, invirtiéndose menos recursos en la producción de la misma cantidad de bienes y servicios. La riqueza de la sociedad crece y los consumidores adquieren la capacidad de comprar en mayor cantidad, aunque lo hagan eligiendo entre una variedad menor. El resultado final redunda en un mayor bienestar. De este largo laberinto argumental, la Escuela de Chicago concluye que la competencia ideal se encuentra allí donde la estructura del mercado aumenta el bienestar del consumidor. La existencia de al menos tres ofertantes garantiza dicha competencia, perdiendo importancia la libertad fáctica de elección. La defensa negativa de la libertad, que en un principio fundamenta la no intervención en el mercado, termina por legitimar un criterio paternalista y antiliberal en extremo. El supuesto proceso competitivo-democrático del mercado desaparece en manos de criterios tecnocráticos que determinan la tolerancia a los oligopolios. Recurramos a un ejemplo para ilustrar esta deformación radical del mercado. Una gran superficie comercial desea instalarse en una población donde existe una ley antimonopolio. La mayor capacidad económica le permite, a mediano plazo, vencer a los pequeños comercios en la competencia por el abasto de alimentos. Los consumidores, advertidos del inevitable resultado final, deciden interponer un recurso judicial denunciando el incumplimiento de la ley. Alegan que prefieren mantener una red amplia de pequeños abastos de comida para defender su libertad de

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elección. El criterio económico de la eficiencia propuesto por la Escuela de Chicago les mostrará la irracionalidad de su preferencia. Les explicarán que unos pocos supermercados de gran superficie mejoran la economía del sistema global de suministro de alimentos. Se señalará el menor costo económico de este. Por último, los tribunales determinarán que unos pocos supermercados promueven el bienestar de los consumidores y, en consecuencia, están habilitados a concentrar la oferta. Solo deberán cuidarse de emprender prácticas oligopólicas muy evidentes. Entre tanto, la capacidad de elección de los individuos se subsume en la decisión de una tecnocracia privatizada que pasa a definir la forma óptima de estructuración del mercado. Las corporaciones saben que el aparato ideológico del neuroliberalismo conseguirá que todos sigan actuando como si nada hubiese ocurrido y su libertad de elección estuviese intacta. En definitiva, aunque su avenencia parezca voluntaria, poco pueden hacer para contrariar la realidad. El enfrentamiento de los abogados corpo-liberales con las leyes antimonopolio escenifica esa avanzada neuroliberal. Las corporaciones desean absorber al mercado y, para ello, necesitan dominar al Estado para manipular su vocación reguladora. Por ejemplo, en 1987, Ronald Reagan nomina como miembro de la Corte Suprema a Robert Bork. No fue una simple casualidad que este reconocido abogado de Yale tuviera una dilatada experiencia como militante en contra de las leyes para la defensa de la competencia.72 Por su parte, el ordoliberalismo alemán, que surge en la Universidad de Friburgo durante la década de 1930, introduce el concepto de “economía social de mercado”. Es decir, prescriben el control estatal del mercado para garantizar su correcto funcionamiento, sosteniendo la presión competitiva con eje en la libertad de los consumidores y no en el resultado final del “bienestar”. Sin embargo, tal como afirmamos, esta diferencia que los aleja de la Escuela de Chicago y la Austríaca no entorpece su participación en un mismo proyecto político. El neoliberalismo, al mantener la tensión puesta en la dicotomía Estado-mercado, obvia considerar en la teoría política los efectos de la concentración de poder económico. Aun reconociendo las distintas clases de contrafuegos que proponen a fin de evitar que la política contamine al mercado, son insoslayables las implicaciones de una sociedad organizada en torno a este. La principal de ellas es la imposibilidad de fijar metas y parámetros alternativos a la razón de mercado. El Estado siempre va a actuar en un “terreno ocupado” por las empresas privadas. Nada impide que estas utilicen todos sus recursos para “regular” la política. 72

BORK, Robert H., The Antitrust Paradox: A policy at War with Itself (Nueva York: Free Press, 1978). Ver también CUCINOTTA, Antonio, et. al., ed. Post-Chicago Developments in Antitrust Law (Chettenham: Edward Elgar, 2002). 57

Digámoslo con otras palabras. El Estado fuerte propuesto por el ordoliberalismo nace limitado al poner las reglas de un juego al que no puede jugar. La responsabilidad política que busca asumir no debe obstaculizar la individualidad que se desarrolla en el mercado. Para ello, tal como hemos visto en el capítulo precedente, restringe la intervención a su faz negativa. Walter Eucken o Wilhelm Röpke, por ejemplo, reniegan de todo pluralismo, sea este económico o político. La fortaleza del aparato burocrático alienta sus esperanzas de un poder político no partidario. 73 Sostienen que los funcionarios públicos, sin necesidad de un control democrático, garantizan la inmunidad frente al lobby económico. Restringido el acceso de las mayorías a la dirección del Estado, se ufanan en explicar cómo la burocracia ha de definir los “niveles tolerables de pobreza”. Es decir, determinar el escándalo social y político de la pobreza extrema, pero sin intervenir en la distribución que opera el mercado. Una economía en expansión tolera interferencias mínimas de las políticas sociales “focalizadas” en los sectores que no pueden esperar el derrame. Pero el mercado no pierde su estatus. El límite de la responsabilidad sigue marcado por su potencial trastorno y no por los derechos humanos de los hombres sobre los que se “focaliza” la política social.74 De ello podemos concluir que, sin importar su extracción doctrinaria, el neoliberalismo solventa la producción de bienes sociales exclusivamente a través del mercado. La libre competencia, tolerando o sin tolerar los oligopolios, resume el único mecanismo social para garantizar la libertad en la asignación eficiente de recursos. En tanto que la organización social se tornea con el molde de la empresa y el lucro, la acción del Estado “encuentra grandes dificultades para servir al interés público, pero lo hace muy bien en beneficio de ciertos sectores corporativos”. 75 El neoliberalismo se aleja de la herencia política del liberalismo cuando renuncia a dar tratamiento político a los problemas de derechos individuales y colectivos que se engendran en el mercado.

Barómetro “ético” de los precios Al recurrir a la idea de “bienestar del consumidor” el modelo de competencia de la Escuela de Chicago termina por justificar la heteronomía en el consumo. Produce lo que en el capítulo anterior llamamos sustitución de los hombres y las mujeres por un sujeto-consumidor ideal que tomaría decisiones racionales. Subsume la voluntad individual en una entidad supraindividual llamada 73

74

75

MEGAY, Edward N., “Anti-Pluralist Liberalism: The German Neoliberals”, Political Science Quarterly, vol. 85, n. 3, 1970, p. 440. WILLGERODT, Hans y PEACOCK, Alan, “German Liberalism and Economic Revival”, en Germany’s Social Market Economy: Origins and Evolution (Londres: MacMillan, 1989), p. 9. CROUCH, Colin, op. cit., p. 164. 58

“mercado”. La capacidad de las personas para fijarse metas que no cumplan con las normas impuestas desde un “afuera” al que se le supone eficiencia y racionalidad desaparece. Todas las decisiones, para ser consideradas en su validez, deben, en primera instancia, superar dicho rasero. La inexistencia de ese “súper yo” del consumo revela, sin embargo, que estos argumentos solo buscan amoldar la desregulación política de la distribución de la riqueza a los contornos precisos de las corporaciones. Este flagrante guiño a los criterios colectivos induciría a pensar que, de verificarse la mayor eficiencia del Estado en producir bienestar, los neoliberales no dudarían en apoyar los servicios públicos. Pero ello no es así, ya que el criterio funciona en una única dirección. Así lo determina el contraste entre los servicios públicos, arrogantes e incompetentes, y las empresas privadas, eficientes y atentas a sus clientes. Por ello, la desregulación de la economía y la privatización de los servicios y empresas públicas se convirtieron en un objetivo de la “reforma del Estado”. En un acto fallido, Roberto Dromi –ministro de Obras y Servicios Públicos durante la presidencia de Carlos Menem (1989-1991)– sintetizó el programa neoliberal: “nada de lo que deba ser estatal, quedará en manos del Estado”. Según el diagnóstico neoliberal, las empresas estatales y los servicios públicos, al disponer de una fuente de financiamiento independiente de sus ingresos obtenidos en el mercado, podían permitirse desatender a sus clientes o no ajustar sus servicios a la demanda. En otras palabras, obviar las demandas de los consumidores y continuar con una prestación que no responde a esas exigencias. La privatización, por ejemplo, de las compañías telefónicas, las aerolíneas nacionales o las prestaciones de salud pública a través de gerentes privados, se justificó como un intento por romper ese círculo vicioso de corrupción y negligencia. Al retirar la protección estatal y obligando a competir en el mercado a los prestadores de servicios públicos, la racionalidad del beneficio redundaría en eficiencia y calidad. La irreversibilidad del argumento del “bienestar del consumidor” se explica, entre otras cosas, por una asimetría en la comparación de la eficiencia pública y privada. La historia reciente demuestra cómo los gobiernos neoliberales se contentaron con privatizar los monopolios estatales, pero impidieron el juego de la competencia, por ejemplo, en el sector de las telecomunicaciones o la aeronavegación. La baja calidad en las prestaciones se justificó, una vez más, apelando al deseo del consumidor. De acuerdo con el análisis del apartado anterior, la regulación política del mercado es ineficiente y no deseable. Los gustos de los consumidores son la única fuente legítima para determinar qué y cómo ha de producirse.

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La exposición de los servicios públicos al mercado ha significado, por lo tanto, la transferencia encubierta de la gestión estatal a un sector –el privado– donde se tolera una calidad inferior y el empleo del sistema de precios como barómetro ético. Cuando un asunto se deja “en manos del mercado”, se lo empuja a un escenario donde los juicios éticos no llegan, sino, de dos formas: como farsas ideológicas que se deben ignorar cínicamente o como cálculo económico. Mientras los políticos han de gestionar lo público atendiendo a estándares que emergen del debate democrático, los gerentes privados siguen el camino del beneficio y el tecnocrático “bienestar del consumidor”. Ello ha sido especialmente grave en el sector de los servicios públicos de salud y educación, donde no es posible dejar de “consumir”. En otros sectores privatizados de la economía, el dislate no es menor. Las posibilidades de beneficio de ciertos mercados signan la existencia de productos socialmente más beneficiosos. Los consumidores soberanos eligen cuándo y cuánto consumir aquellos productos que se les imponen. Pero solo la empresa, único agente proactivo del mercado, dispone de los medios reales para introducir un nuevo producto. Pensemos en los efectos ecológicos de ciertas industrias. Por ejemplo, la viabilidad técnica de nuevas fuentes de energía renovable con menor huella ecológica queda invisibilizada por la insistencia obcecada en seguir invirtiendo en energías fósiles. El sinnúmero de externalidades positivas que generaría una racionalización radicalmente distinta del consumo energético no llega a justificar la suspensión de una guerra por el control del petróleo e impedir la muerte de cientos de miles de personas. En ese caso, a los operadores del mercado se les perdona su baja productividad e ineficiencia. Invertir, gestionar y proveernos por fuera de la lógica del mercado pareciera condenarnos a un remedio peor que la enfermedad. El beneficio de los accionistas o el aumento general de la riqueza neta pasan a convertirse en los únicos criterios aplicables para dirimir las cuestiones económicas del mercado. El sistema de precios reemplaza a la justicia como mecanismo de resolución de conflictos y compensaciones. Los accionistas retienen la capacidad de obrar moralmente y decidir, por ejemplo, reducir su beneficio para tomar una postura más ecológica. El resto de los individuos quedan relegados a la función del autómata amoral que solo puede decidir en función de la eficiencia económica de las opciones disponibles. La ilusión ideológica se materializa en el mantra: “tan solo estoy cumpliendo con mi trabajo”. El neuroliberalismo, al impregnar con su ética del más fuerte toda la vida política e institucional, culmina por repudiar cualquier alternativa. Los consumidores, los empleados y gestores del mercado actúan como si careciesen de la capacidad de alterar el criterio sobre la base del cual toman sus decisiones. En otras palabras, brindan realidad fáctica a una norma que no

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depende de su verdad, sino solo de su aceptación y recepción generalizada. A su vez, esta distorsión de la ética en cálculo económico enmascara las consecuencias políticas del neoliberalismo. Produce, en cierta forma, una paradoja del gobierno o de la política. Cuando los ciudadanos pretenden cuestionar los efectos externos del accionar de las megacorporaciones –contaminación, desigualdad creciente en la distribución de la riqueza, etcétera– se les advierte que dichos problemas no son del mercado. Por lo tanto, su solución debe provenir del gobierno. Pero el ascenso por las escalinatas de la democracia para solicitar a los representantes respuestas políticas necesarias para esos efectos externos al mercado no se encuentra despejado. Se halla ocupado por el aparato disuasorio del ideario neoliberal que reitera su prédica: la política no debe intervenir en el mercado. Por consiguiente, nos dejan sin capacidad para criticar a las empresas, sea lo que sea que estas hagan –salvo que conspiren juntos en grupos evidentes– sin importar el daño que puedan producir a cualquier interés o valor en la consecución de beneficios para los accionistas.76 La paradoja surge de constatar cómo la prevención para el uso del gobierno a fin de alcanzar los resultados políticos deseados se dirige solo al individuo aislado. Las corporaciones no solo utilizan al Estado y a sus leyes para beneficiarse, también apoyan a dictaduras para implementar sus políticas. En definitiva, esta resignificación del canon liberal no podría haberse llevado a cabo si no hubiera estado soportada por una devaluación concomitante del valor asignado a los derechos humanos. La libertad para pugnar por la supervivencia sirve como fantasía encubridora de las peores atrocidades. Vale recordar que, en los países que más han logrado acercarse al neoliberalismo puro, sus gobiernos estaban “raptados” por dictaduras cívico-militares. En cambio, la oposición popular y democrática siempre resistió las reformas, dejándolas a medio camino. Sin embargo, en tanto que las sociedades se permearon con las directrices básicas del neuroliberalismo, este ha hallado las vías para responder a las democracias degradadas sin alterar el statu quo que garantiza la continuidad del sistema.

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CROUCH, Colin, Op. Cit., 114 y ss. 61

SEGUNDA PARTE EL EGOÍSMO VIRTUOSO

Con todo su dinero, ya no podrían añadir un manjar a sus festines, ni un eslabón a la muy larga cadena de sus fornicaciones, ni un lujo más a sus abigarrados palacetes, ni otro matiz al ya barroco tejido de sus concupiscencias. Y, sin embargo, amontonan todavía ese oro que no les puede comprar ya nada. Camaradas, ¿no estamos en presencia de una locura risible? Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres

El capitalismo financiero ya no es solamente un explotador, sino que se ha convertido en devorador del planeta Tierra, como el Saturno de Goya tragando a su hijo. Sami Naïr, Prólogo a El Informe Lugano II

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CAPÍTULO 4

LIBERALISMO ELITISTA Y REPUBLICANISMO RADICAL

En este capítulo se examina la tradición liberal en su matriz antiigualitarista. Nos centraremos como hito inicial en el Diccionario filosófico de Voltaire para después llegar hasta el neoliberalismo, enfatizando en dicho apartado la ascesis lucrativa e individualista junto al menosprecio hacia una sustancial transformación prospectiva. Por otro lado, se intenta caracterizar una tónica republicana que pone de relieve como valores fundamentales la voluntad general, la soberanía popular y la ética de la solidaridad, para cuya ilustración se recurre a la raigambre jacobina, al pensamiento de Mariano Moreno y al Diccionario para el pueblo de Juan Espinosa, un uruguayo de nacimiento que peleó en los ejércitos libertadores junto al general José de San Martín y pasó sus últimos años en el Perú. Se trata de un repertorio alternativo que posee un trascendente significado doctrinario y puede estimarse como un ariete frente al liberalismo conservador (no solo de cuño decimonónico sino también extensible a los presentes tiempos globalizadores y a uno de sus principales desafíos teórico-prácticos: la impronta populista).

La ideología liberal En el citado diccionario voltaireano, su autor –mientras trasluce un pesimismo antropológico e intelectual– no deja de refrendar una primigenia mentalidad liberal: el desdén por el igualitarismo. En tal sentido, seleccionamos de esa obra dos entradas ilustrativas. En una de ellas, la concerniente a la noción de “patria”, mientras se desestima allí la capacidad del pueblo para el autogobierno se considera que un buen patriota debe desear que su país sea poderoso en armamentos y deba querer “el mal a sus vecinos” (sic) como un sentimiento propio de la condición humana.77 No menos alusivas resultan las apreciaciones vertidas por Voltaire en su artículo sobre “igualdad”, donde se remarca la imposibilidad de que los hombres vivan en sociedad sin estar divididos en dos clases: la de los ricos, que mandan, y la de los pobres, que obedecen. Por 77

VOLTAIRE, Diccionario filosófico (Madrid: Akal, 2007 [1764]), p. 428. 63

añadidura, en correspondencia con una ética gladiatoria y cortesana, se aduce lo siguiente:

Todos los oprimidos no son forzosamente desgraciados. La mayor parte han nacido en ese estado y el trabajo continuo les impide darse cuenta de su situación [...] La nación que se sirve mejor de la espada subyugará siempre a la que tenga más oro y menos valor. Todo hombre nace con una inclinación muy violenta hacia la dominación, la riqueza y los placeres, y, con gusto, hacia la pereza; en consecuencia, todo hombre quisiera tener el dinero, las mujeres y las hijas de los demás [...] El género humano [...] no puede subsistir, a menos que existan una infinidad de hombres útiles que no posean nada de nada [...] La igualdad es [...] quimérica.78 Dicha tónica aristocratizante se corresponde con la tradición liberal y con uno de sus rasgos ideológicos primordiales: el embate contra el principio de igualdad, según lo puntualizara una centuria después uno de los máximos líderes del partido liberal británico, William Gladstone: “el amor a la desigualdad es un poder activo y vivificante que constituye un elemento esencial, inseparable de nuestros hábitos mentales”.79 Gladstone hacía extensiva dicha actitud al entero sistema político inglés, dentro del cual hasta un John Stuart Mill, pese a mantener una postura distante con ese mismo sistema, no titubeaba en aseverar, por ejemplo: “un empleador es por lo común más inteligente que un trabajador”.80 Nos hallamos ante una postura discriminatoria, reformulada más tarde por dos voceros doctrinales como José Ortega y Gasset y Benedetto Croce, quienes exaltan el individualismo, denigran la soberanía popular y alegan que el auténtico liberal debe impugnar sus propios fervores democráticos y ser implacable con el vulgo; un vulgo al cual, ya desde la óptica fundante lockeana, se le atribuye el dejarse arrastrar diabólicamente por la más baja y paralizadora instintividad.81 Del panorama histórico liberal y de su núcleo doctrinario clásico puede inferirse la inclinación hacia varios factores determinantes, a saber: el espíritu acumulativo, los sectores propietarios como elementos constituyentes de la sociedad civil, la identificación del ejercicio de la ciudadanía con el patrimonio. Así tenemos, también dentro de la misma tradición política, las interminables temporadas de quienes, al igual que las mujeres, se han visto privados del sufragio universal por no 78 79 80 81

Ibíd., p. 321. En ARNOLD, Matthew. Selected Essays (Oxford: University Press, 1964), p. 174. MILL, John Stuart, Representative Government (Londres: Dent, 1936 [1861]), p. 285. ORTEGA Y GASSET, José, Obras completas, Tomo 4 (Madrid: Revista de Occidente, 1957), pp. 122 y ss; ORTEGA Y GASSET, J., Obras completas, Tomo 2 (Madrid: Revista de Occidente, 1961), p. 425; CROCE, Benedetto, Etica e politica (Bari: Laterza, 1973), p. 171; CROCE, B., La storia come pensiero e come azione (Bari: Laterza, 1973), p. 289; BIAGINI, Hugo E., “El liberalismo lockeano”, Revista de Estudios Políticos, Madrid, 1974, nro. 194; BIAGINI, Hugo E., Historia ideológica y poder social, tomo 1 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1992), pp. 85-94. 64

haber contado más que con su trabajo para vivir o, por otra parte, la palmaria y no menos prolongada abdicación política que implica la usanza de transferirle al representante sectorial un fuerte peso decisorio, encubierto bajo la invocación a virtuosistas pretensiones de equilibrio e imparcialidad. La causa liberal se ha alejado sideralmente de la democracia cuando a indicadores de tanta magnitud como la naturalización de las clases sociales y de la impiadosa maquinaria del mercado se les suma la concentración del poder y de los medios masivos de difusión en manos plutocráticas. Habida cuenta de que estamos concibiendo a la democracia de un modo bastante canónico, como un fenómeno orientado a la articulación de tres contenidos fundamentales: voluntad general, mayoría gobernante y ética de la solidaridad. En consonancia con esos lineamientos vertebradores, el llamado neoliberalismo, o sea el liberalismo realmente existente, ha reaparecido, con su fuerza magnética, como una ideología lobbista del provecho e interés propio, que sacraliza el sistema y el ordenamiento capitalista mediante distintos expedientes ad hoc: 

mercado autorregulable y libre empresa;



recortes sociales, salariales y del gasto público;



privatizaciones a ultranza y acumulación unilateral de bienes;



devastación poblacional y del medio ambiente;



eurocentrismo y nordomanía. Contrario sensu, la plataforma neoconservadora repudia:



la economía planificada y el Estado regulador o providente;



las democracias plebiscitarias, el auge de los movimientos civiles y de gobiernos populares legitimados en la urna;



la legislación laboral y la redistribución del ingreso;



el respeto a la naturaleza y a sus recursos;



América Latina como cultura propia y fuente de utopías.82 En Nuestramérica puede asociarse la ideología liberal a autores decimonónicos rioplatenses

como Domingo F. Sarmiento y Mariano Martínez o a expositores más recientes de otras latitudes – Octavio Paz, Carlos Rangel– junto a obras no menos actuales como Del buen salvaje al buen

82

Ver BIAGINI, Hugo E. “Retos continentales a la globalización neoliberal”, revista Ciudadanos, Buenos Aires, 2002, nro. 5, pp. 83-96. 65

revolucionario o El desafío neoliberal: el fin del tercermundismo en América Latina.83 Un caso persistente en esa dirección es el de Mario Vargas Llosa, quien, recubierto por su aureola ficcional pero obviando su propio fracaso como político, ha impartido cátedra de ideólogo y, como tal, ha propalado gruesas distorsiones conceptuales al pontificar que “el liberalismo no tiene nada que ver con las dictaduras”, sus antagonistas declaradas.84 Sin embargo, un somero repaso histórico al liberalismo nos muestra cómo este se ha ligado íntimamente con proyectos de expansión colonial y con la instauración de correlativos gobiernos tutelares, con una impronta devastadora que ha sido retomada por el neoliberalismo, al cual hemos reapodado como “neuroliberalismo” por su enfermiza pretensión de que el egoísmo privado conduce al mejor estilo de vida comunitaria. Contrariamente, esa plataforma conservadora tuvo su auge en el Cono Sur bajo gestiones genocidas como las que se implantaron bajo el terrorismo de Estado y con aquellas afines a la de los Chicago Boys, cuya erradicación insume denodados esfuerzos por parte de gobiernos que tanta ofuscación le suscitan a Vargas Llosa, quien ha bendecido el capitalismo salvaje coaligándose con uno de sus principales exponentes: la Sociedad Mont Pelerin. Este nucleamiento ha contado entre sus adherentes a economistas liberales enrolados con autocracias militares y entre sus principales inspiradores a otro lamentable Premio Nobel, Friedrich von Hayek, para el cual, si los pueblos del Tercer Mundo mueren de inanición los habitantes del Primero no están moralmente obligados a ayudarlos. El autor austríaco eleva este argumento a contrapelo de posiciones respaldadas por la misma UNESCO para implementar una ética universalmente válida frente al proceso excluyente de la globalización liberal. Con dicha actitud, Vargas Llosa, en vez de reforzar la conciencia crítica mundial –que cada vez más advierte la incompatibilidad entre liberalismo mercadofílico y democracia participativa, entre provecho propio y ética de la solidaridad– pretende pervertir el espíritu emancipador, erigiéndose en un intelectual cortesano en detrimento del conjunto social y las grandes mayorías. Cuán lejos ha quedado aquel Vargas Llosa de la mejor corriente republicana y de pensadores que no pueden tildarse de antiliberales como Mario Bunge, quien, en difundidas declaraciones, propuso términos esclarecedores frente a la señalada exaltación: el liberalismo [...] se aferra a una teoría económica que no tiene que ver con la realidad [...]. Hablan de libre mercado y nunca lo ha habido. Siempre fueron monopolios u oligopolios. Además, una cosa es la libertad del empresario y otra la del trabajador [...]. Las empresas no 83 84

Cfr. BIAGINI, Hugo E., Fines de siglo, fin de milenio (Buenos Aires: Unesco/Alianza, 1996), capítulos 4-5. VARGAS LLOSA, Mario “Asociar una dictadura con liberalismo es una obscenidad”, en 66

quieren gente sindicalizada. Quieren personas serviles, no quieren trabajadores con ideas propias, quieren máquinas.85 Semejante “neo” liberalismo no tiene tanto de nuevo, pues se encuentra preanunciado a mediados del siglo XIX en los preceptos de la escuela manchesteriana, según los cuales la mera división del trabajo y la libertad de comercio –principio eterno y universal que sobrepasa el dominio pecuniario– conducen a la paz y a la solidaridad internacionales. Tras la Segunda Guerra Mundial, en oposición al planeamiento instaurado por el Welfare State y el capitalismo “humanizado”, recrudece esa postura con la Mont Pelerin y su defensa a ultranza de la acumulación privada junto al mecanismo de precios en un mercado sin trabas, saneamiento monetario y libre competencia. No obstante, durante los años sesenta tendieron a borrarse todos los matices del conglomerado ideológico en cuestión y se proclamó su eclipse definitivo (ante el impulso arrollador que cobraba la voluntad colectiva y por el certificado teórico de defunción que se le extendía al liberalismo, asociándoselo indisolublemente con un abominado régimen capitalista y con un individualismo feroz). El liberalismo se mostró entonces como falto de vigencia, en tanto manifestación doctrinalmente inconsistente e incapaz de atraer al pueblo. Los frutos parecían ya maduros para desprenderse del pasado, ensayar profundas transformaciones, acabar con el sometimiento y la concentración unilateral de riqueza. Sin embargo, en la década de 1980, con la debacle del socialismo real y el auge de la denominada revolución conservadora, aquella afección supuestamente terminal pasó a resignificarse como una crisis de crecimiento que iba a garantizar la victoria indisputable del liberalismo, que vuelve a ser concebido como un ideario suprahistórico e imperecedero que trasciende cualquier partidismo y sistema socioeconómico para identificarse con la misma civilización y con el porvenir de la libertad. Simultáneamente, se sacraliza la organización capitalista, con un Estado mínimo o ultramínimo y la sensible merma de tributos para los sectores adinerados. Hasta el propio eurocentrismo y la cultura nordatlántica retomaron la supremacía absoluta que solían exhibir antaño. El triunfalismo occidental reintrodujo con ropajes innovadores la vieja impronta liberal de ajustar a los carenciados, incrementándose la competencia más dispar, el talante saqueador, la vena adquisitiva y el hedonismo. Tras la crisis de la deuda, el liberalismo conservador resurge en Latinoamérica enlatado en el Consenso de Washington y sazonado con el elemento compositivo “neo”. La mundialización financiera y el liberalismo mercadofílico han instrumentado proyectos y emprendimientos que 85

De una entrevista a BUNGE, Mario, “El liberalismo le ha permitido a las empresas hacer lo que quieran, incluso suicidarse” 67

arrastran grandes desequilibrios sociales como el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), otros tratados de libre comercio regionales y la Alianza del Pacífico; más allá del categórico rechazo sostenido por los principales países del continente al proyecto estadounidense del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y más allá de las alianzas de autodeterminación regional (UNASUR, Unión de Naciones Suramericanas; CELAC, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños; ALBA, Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). La tónica desintegradora ha recurrido a una serie de expedientes racionalizadores: 1) el realismo político –que acentúa la voluntad de poder y dominación, el autointerés, la ética gladiatoria, la antropología de la rapacidad, el Estado Hood Robin–; 2) el realismo periférico –que propugna la necesidad de acoplarse al sistema mundial y mantener relaciones “carnales” con las grandes potencias–; 3) la “ideología” de la inmadurez –que sustenta la incapacidad intrínseca de los pueblos subdesarrollados y el insalvable vacío cultural en ellos existente–. Toda esa parafernalia enmascaradora ha potenciado el relato antiintegrador que apela a pseudofundamentos teológicos o científicos, desempolvando un rótulo lapidario para referirse a Nuestramérica: el continente enfermo... En síntesis, con el neoliberalismo se instala la moral de los gladiadores y el Evangelio de la fortuna, con una expoliación del trabajo humano y del medio ambiente que nos retrotrae a los peores momentos del imperialismo y el capitalismo rentista, cuando se proclamaba la superioridad racial o el destino manifiesto europeo y se sacralizaba la figura del multimillonario o el banquero como benefactores de la humanidad que debían ser amparados a toda costa. A pesar de las numerosas experiencias igualitaristas que se dieron en el siglo XX, al concluir este, la mentada globalización ha sido asociada a las balcanizaciones, a los trastornos ecológicos abismales, a la recolonización del planeta mediante empréstitos internacionales, al retroceso de costosísimas conquistas sociales y a la reimposición del monopolio cultural y civilizatorio de Occidente junto al dogma sobre la perennidad del capitalismo y del liberalismo.

Impronta republicana En su ya delimitada acepción, el republicanismo se nos presenta como una corriente orientada a propiciar un gobierno ejercido para satisfacer a la ciudadanía, bajo el apotegma de que el poder reside en la comunidad o en el pueblo, quien puede llegar a delegarlo de forma provisoria en sus representantes. La constitución y las leyes fundamentales también resultan expresión soberana de la voluntad popular. Entre los exponentes afines con esta caracterización se encuentran pensadores

68

como Jean-Jacques Rousseau, pasando por un abanico político que comprende a los jacobinos franceses o a patriotas latinoamericanos como Simón Bolívar, Mariano Moreno, José Gervasio Artigas y Bernardo de Monteagudo. A diferencia de la ideología liberal, el republicanismo popular se halla más centrado en el ciudadano que en el individuo; más en las grandes mayorías que en las minorías notables; más en los electores que en los consumidores; más en el bien común que en el interés personal (las privatizaciones, el capitalismo salvaje o las fuerzas del mercado). Constituye una apuesta por el optimismo antropológico, la deliberación, la participación igualitaria, el autogobierno, la democracia sustantiva y la ausencia de dominación, en tanto valores globalmente superiores a los de la libertad negativa, entendida como falta de restricciones y de interferencias para desenvolverse. Por otro lado, no se trata de reivindicar un mero aparato jurídico-formal sino de plantearse una suerte de ideal o principio ético regulador cercano a las utopías. En consecuencia, si bien el republicanismo se muestra partidario a la idea de “nación”, también puede otorgársele un alcance extraterritorial, por su apego a la justicia y a la fraternidad. Para la construcción de una sociedad equitativa cobran importancia factores rituales como el civismo y el trabajo, el poder comunitario, la honestidad, la transparencia y la austeridad, el altruismo y el cooperativismo, el multiculturalismo, la laicidad y la instrucción pública como instrumentos niveladores. Se ha destacado la incidencia que puede adquirir el ideario republicano para los países latinoamericanos vulnerados por el modelo neoliberal. Con ello se procura abandonar el paradigma de las repúblicas oligárquicas –regidas por élites gobernantes y por una intervención limitada de la ciudadanía– para promover la plena intervención de masas populares tradicionalmente marginadas. Esta vertiente innovadora, cimentada en un republicanismo democrático y radical, se aproxima a una imagen del hombre como ser eminentemente sociable; imagen en la cual se pone en tela de juicio el credo prejuicioso y autoritario sobre la república como el ámbito donde impera de suyo el desorden y la anarquía. Tampoco se rescatan las prédicas republicanas vacuas 86 ni los afanes expuestos por parte de un liberalismo vergonzante que, amparado en esas mismas postulaciones, intenta preservar el sistema capitalista a ultranza.87 86

87

En el estilo minimalista de lo que llegó a plantearse como un decálogo de “mandamientos de la ley republicana”, en el cual figuran proposiciones cuasi tautológicas, por ejemplo: 1°) Amar a la Justicia sobre todas las cosas, 2°) Rendir culto a la Dignidad, 3°) Vivir con honestidad, 4°) Intervenir rectamente en la vida política, 5°) Cultivar la inteligencia, 6°) Propagar la instrucción, 7°) Trabajar, 8°) Ahorrar, 9°) Proteger al débil, 10°) No procurar el beneficio propio a costa del perjuicio ajeno. Cfr. INFANTE, Julio Daniel, El republicano (Buenos Aires: La Facultad, 1932), p 373. Al estilo de lo que ha puesto de manifiesto José Manuel Bermudo, en su ponencia “Republicanismo o ‘en busca del arca perdida’”, presentada al XVI Congreso Interamericano de Filosofía, Mazatlan, México, 2010. 69

En síntesis, desde un punto de vista alternativo, el espíritu republicano supone, entre otras cuestiones –según lo han esbozado documentos regionales fundantes como los de la Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1813– una inclinación hacia un amplio y efectivo patriotismo, hacia la militancia política y los derechos humanos, hacia el interés público sobre el privado, hacia la ciudadanía y la soberanía popular, hacia la libertad y la independencia de las naciones, hacia el amparo de los pueblos sumergidos, o hacia la función reparadora del Estado. Todo ello, a la postre, en detrimento de las grandes concentraciones de riqueza y a favor de una justiciera distribución del ingreso. Más allá de las posiciones que existieron dentro de la mencionada asamblea, sus propuestas nucleares hallan una fuente inspiradora local en las ideas y el accionar de Moreno, ese “acérrimo republicano” renuente al culto de la personalidad, inclinado a concebir al pueblo como un “árbitro imparcial” y a la patria americana como una “sagrada causa” a la cual debía dedicarse fervorosamente cada buen ciudadano. Fue partidario del desarrollo endógeno y de fomentar la cultura para viabilizar un continente capacitado e industrioso. Con el advenimiento de la Revolución de Mayo, Moreno impulsó en sus escritos y desde la Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires la férrea defensa del régimen republicano en gestación contra sus enemigos externos e internos, junto a la libertad e igualdad de las castas. 88 Diferentes imágenes de Moreno se aproximan al perfil que brinda el actual pensamiento crítico y alternativo sobre el papel del filósofo: 

quien reconoce la excelsa importancia del sufragio popular;



quien denuncia las enormes fortunas retenidas en pocas manos como una ruina para la sociedad;



quien condena el sojuzgamiento efectuado por los europeos del resto del mundo;



quien contempla como “desolante” la forma en que se arrebata a miles de indios de sus hogares para trabajar en las minas y perecer en ellas o subsistir con su salud seriamente quebrantada.89 Seguidor de los “principales maestros de las revoluciones”, Moreno implementó la lectura en

escuelas e iglesias del “catecismo de los pueblos libres”: el Contrato social de Rousseau, a quien calificó como “un corazón endurecido en la libertad republicana” que se adelantó en aclarar los

88

89

ROMERO, Ricardo (comp.), Mariano Moreno. Política y gobierno (Buenos Aires: Cooperativas, 2008), pp. 140, 177, 205. Ibíd., pp. 176, 192; fragmento transcripto por GALASSO, Norberto, Mariano Moreno, el sabiecito del sur (Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional, 1994), p. 62; MORENO, Manuel, Memorias de Mariano Moreno (Buenos Aires: Carlos Pérez, 1969), p. 50. 70

derechos de los pueblos y las obligaciones adquiridas por “los depositarios del gobierno”. 90 Además de haber sido desplazado del elenco gubernativo, Moreno fue denostado con gruesos epítetos: desde demonio infernal y tribuno de la plebe idiotizado por el republicanismo, hasta jacobino desenfrenado o perverso Robespierre de América y el Río de la Plata. Fuera de eventuales paralelos o distanciamientos entre Moreno y los morenistas con los jacobinos y Robespierre, estos adalides de la Revolución Francesa, ejecutados sin juicio previo por el Terror Blanco, caen por una conjura de la extrema izquierda y la burguesía liberal que termina por liquidar a la república y a un proyecto igualitarista democrático; proyecto que, acompañado por grandes movilizaciones populares, constituye un precedente directo del socialismo decimonónico y viene a emparentarse con políticas emancipadoras como las propiciadas por la alterglobalización en nuestros días. Una leyenda negra y reaccionaria ha tratado de desdibujar la figura de Robespierre como si no fuera un intelectual orgánico que puso en marcha los principios contractualistas y la declaración de derechos, con valores agregados como el cuestionamiento de la acumulación privada irrestricta y del régimen electoral censitario, junto a otras varias afirmaciones: 

la soberanía comunitaria;



el despotismo como una delegación del poder popular;



el pueblo y la república como asociados a los trabajadores y a los sectores desposeídos. En tanto avanzada intercultural, puede invocarse la difusión de las leyes de la república en las

diversas lenguas vulgares que componían el mosaico francés (según luego lo harían, mutatis mutandis, la misma Asamblea del Año XIII y, en 1816, la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas para dar a conocer sus resoluciones en las lenguas aborígenes regionales).91

Un diccionario para el pueblo En ostensible diferenciación con el contenido de la referida obra de Voltaire, el otro texto 90 91

ROMERO, Ricardo, op. cit., pp. 156, 157. Ver TAFALLA, J., “Robespierre: virtud republicana y capacidad política”, en El Viejo Topo, Nro. 205-206, 2005, pp. 72-83; MIRAS ALBARRÁN, Joaquín, “La República de la virtud”, en AA.VV., Republicanismo y democracia (Buenos Aires: Miño y Dávila, 2005), pp. 143-186. Esos dos autores replantean positivamente el rol del jacobinismo, como antes lo había intentado David P. Jordan en su libro Robespierre, el primer revolucionario (Buenos Aires: Vergara, 1986), donde se muestra a Robespierre como un tenaz defensor de la Revolución Francesa, percibido por sus congéneres como el ciudadano político ideal y él mismo dotado de una visión del revolucionario como provisto de una superioridad moral sobre sus opositores (quizá análogamente a la expresión que formuló el Ernesto “Che” Guevara del guerrillero en tanto máximo exponente de la evolución humana). Contrario sensu, han imperado los enfoques psicologistas sobre el particular, y plagados de animadversión o desvarío, al estilo del clásico encuadre de Hans von Hentig (Robespierre. Estudio psicopatológico del impulso de dominio, Santiago de Chile, Ercilla, s.d.), en el cual Robespierre constituye un megalómano embustero, compelido por el dogma de la soberanía popular y por un antimilitarismo “eunucoide”. 71

arquetípico, el Diccionario de Espinosa, fue dado a conocer en Lima hacia 1856, es decir, en una fecha bastante posterior a la de 1848, con la cual se aludió a la declinación del republicanismo en América Latina por parte de estudiosos como Rafael Rojas, quien no tuvo en cuenta el sintomático repertorio en cuestión.92 Esta última, con el título inicial de Diccionario republicano por un soldado, fue precisada con la siguiente especificación: Diccionario para el pueblo. Republicano, democrático, moral, político y filosófico. Su autor, el señor Juan Espinosa, se denomina allí a sí mismo como “Antiguo soldado del Ejército de los Andes”. La versión aquí manejada corresponde a una reedición efectuada un siglo y medio después, en 2001, por la Pontificia Universidad Católica del Perú y una universidad estadounidense. Tal como se anticipó, el diccionario de Espinosa marca un parteaguas con el comentado repertorio voltaireano. A diferencia del menosprecio del filósofo francés por la plebe o la canalla, el escritor rioplatense exhibe un hondo “amor al pueblo”, dedicándole su libro a “los derechos sociales del hombre”.93 En los distintos rubros abarcados en esa enciclopedia sudamericana se trasuntan representaciones equivalentes. Así, no se vacila en describir a la verdadera democracia como un gobierno esencialmente popular, “sin amos ni señores”, en el cual nadie puede ser más que el pueblo y, si bien se reconoce el derecho a la igualdad, se señala en cambio la negación fáctica de ese derecho, habida cuenta de que la desigualdad y el abismo clasista brotan en todas partes, que la justicia es siempre reclamada por los débiles y poco respetada por los fuertes, que las revoluciones transmiten el descontento público, y que ellas tienen por objeto la mejora de la sociedad.94 En el Diccionario para el pueblo se desestima el etnocentrismo y las supremacías raciales, sobre la base de que tanto el conocimiento y la virtud como los actos más horrorosos no resultan patrimonio exclusivo de ningún sector en particular. En el entramado del texto se vislumbra una cierta contraposición entre dos categorías de personas: la de “los hombres de mundo”, que camuflan su conciencia y viven tranquilos en medio de crímenes, y la de “los hombres de principio”, cuya carencia en los Estados continentales de la “pobre América” impide que esta adquiera un talante racional, al hallarse afectada por gobernantes ufanos en conducirse pragmáticamente y en desechar toda normativa teórica.95 Espinosa, pese a haber peleado en las guerras de la independencia, a las cuales califica como 92

93

94 95

ROJAS, Rafael, Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica (Buenos Aires: Taurus, 2009), p. 9. ESPINOSA, Juan, Diccionario republicano (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto RivaAgüero/University of the South-Sewanee, 2001), pp. 117, 119. Ibíd., p. 307. Ibíd., pp. 226, 353. 72

un “grande y augusto movimiento”, declara que su resultante ha sido la de generar riquezas mal habidas y forjar estúpidas cadenas para el pueblo.96 En contraposición con ese leit motiv, condena como una infamia la cesión de soberanía territorial (aquello que iba a ser planteado e impuesto, unos 150 años después, al filo del siglo XXI, como la saludable necesidad de mantener relaciones carnales con los países poderosos y facilitarles el acceso a nuestras riquezas). Interesa resaltar por último la visión sobre dos agentes colectivos que brinda nuestro autor. Por un lado, la imagen positiva del indio, a quien Voltaire conceptuaba como un ser indolente e imbécil, mofándose del buen salvaje rousseauniano. Se trata de una caracterología descalificatoria que, como mostrara Antonello Gerbi en La disputa del Nuevo Mundo con relación a la misma naturaleza americana, atraviesa la filosofía europea desde Francis Bacon y David Hume a Immanuel Kant y Georg W. F. Hegel; una filosofía acríticamente embargada en la cruzada civilizatoria contra la barbarie, lo cual constituye un cliché que, examinado por Leopoldo Zea como un proyecto colonizador, llegaría prácticamente hasta nuestros días. Nada de ello aparece en los textos del autor del diccionario comentado, Espinosa, quien fuera un joven integrante de las huestes libertadoras, tan nutridas por los hombres de color. En uno de los desarrollos más extensos y fundados de su obra, no solo el indio conquistado por los españoles resultaba más moral y emprendedor que sus opresores, sino que hasta el propio indígena coetáneo suyo “dejaría pasmado [...] al más encopetado doctor de la Universidad de Oxford y de París”. 97 Empero, dicho virtuosismo no había logrado traducirse en un condigno reconocimiento, pues aunque la independencia americana se inició proclamando la restauración del imperio de los Incas, y se gritó hasta la saciedad que defendían sus derechos [...] sin embargo [...] fue una mentira, un fraude vil, para interesar a la raza indígena a que se derramara su sangre por una libertad que no había de alcanzar para sí.98 Por añadidura, se censura el comercio de carne humana que entonces representaba el secuestro efectuado por los blancos de indiecitos peruanos para ser regalados a los señores del suelo; todo lo cual no solo volvía a aumentar el caudaloso monto de lágrimas vertido por los aborígenes durante más de tres siglos, sino que tendía a alentar el surgimiento de un líder indígena que se alzara contra la opresión ejercida por “hombres barnizados con una civilización postiza”, más atrasados y menos libres en definitiva que los indios gobernados por sus caciques.99 Una de las peores palmas se la van a llevar los propios liberales, quienes, para obtener el voto de la gente, se deshacían en ideas de libertad e igualdad pero cuando subían al gobierno se 96 97 98 99

Ibíd., p. 485. Ibíd., p. 492. Ibíd., p. 49. Ibíd., p. 187. 73

olvidaban de sus promesas, hasta llegar a encarnar un despotismo renuente con el derecho ajeno: Da risa –exclamaba Espinosa– ver a nuestros liberales en teoría molestarse porque un negro, un zambo, un cholo o un indio les quite la vereda en la calle [...] a quien, de pretendientes tomaban del brazo a esos hombres que ahora desprecian no pueden sufrir que anden por el mismo camino. ¡Farsantes!100 En suma, para Espinosa, los liberales constituyen una especie reaccionaria, como “cangrejos de la política” que se apoderan del gobierno de los pueblos –empeñados en deshacerse de tamaños ejemplares.101 Entre los principales blancos singulares de Espinosa se halla el autoproclamado como “¡EL PAÍS CLÁSICO DE LA LIBERTAD!” (sic), los Estados Unidos, dada la cantidad de hombres esclavos del hombre que existían allí: los millones de negros desprovistos del derecho de ciudadanía.102 No fueron mejor descriptos los propios conservadores, porque visualizaban como subversivas y perturbadoras del orden las opiniones orientadas a mejorar el mundo por aquella época. Tampoco se exime del escarnio a la curia romana, esa capital del catolicismo que, según Espinosa, constituía un enorme impedimento para el progreso de los pueblos. El frondoso estudio preliminar efectuado por Carmen Mc Evoy Carreras a la nueva edición del Diccionario para el pueblo nos echa bastante luz sobre este libro. Según la autora, la obra de Espinosa supone un instrumento capital en la reconstrucción del republicanismo a mediados del siglo XIX. Su inconcluso proyecto republicano alternativo implicaba una ruptura de la pseudoantinomia entre liberalismo y conservadurismo. Ello resulta fundamental en la medida en que el modelo excluyente al que se enfrenta el autor sigue rigiéndonos, pese a las expresiones sociopolíticas contrahegemónicas que se le oponen y pese a la actual aparición de obras de referencia análogas en las cuales se intenta sistematizar un universo categorial más humanitario.103 De cualquier manera, el propio contexto histórico que acompañó a la obra comentada nos permite entender más cabalmente su génesis e inserción temporal. A tal efecto, resulta bastante ilustrativo el cuadro trazado por Ricardo Melgar Bao cuando hace mención a las tendencias igualitaristas y a las revueltas populares inspiradas por un bolivarismo democrático y un socialismo utópico que, similares al comentado caso de Espinosa, irrumpieron en el continente por ese 100 101 102 103

Ibíd., p. 523. Ibíd., p. 608. Ibíd., p. 426. Entre esos repertorios pueden citarse: Dictionnaire critique de la mondialisation (París: Le Pré aux Clercs, 2002); SALAS ASTRAIN, R. (coord.), Pensamiento crítico latinoamericano. 3 vols. (Santiago de Chile: UCSH, 2005); Primer diccionario altermundista (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2008); BIAGINI, Hugo E. y ROIG, Arturo A. (dirs.), Diccionario del pensamiento alternativo (Buenos Aires: Biblos y Universidad de Lanús, 2008); Enciclopédia latinoamericana de direitos humanos (en prensa). 74

entonces y que, instrumentados por grandes predicadores como Francisco Bilbao, llegaron a las costas peruanas para reivindicar al artesanado, a las masas indígenas y a los negros esclavos. 104 Todo ello, en medio de una atmósfera en la cual se resuelve abolir la esclavitud en el Perú, y miles de personas que subsistían en esa condición pasan a integrar el ejército regular para inhibir intentonas golpistas.

Deriva Cabe preguntarse si cuando se ataca hoy a las nuevas variantes populistas –como demagógicas y antidemocráticas– no se está también arremetiendo contra el mismo legado republicano

tributario

del

movimiento

emancipador,

cuya

raigambre

encontramos

embrionariamente desplegada en la obra enciclopédica de Espinosa o en las postulaciones de Moreno. Preguntarnos por último si en el propio republicanismo radical no pueden hallarse ciertos gérmenes de ese populismo tan denostado en estos días por los aparatos mediáticos, servidores del establishment y traficantes de la info-comunicación.105 Esa extendida descalificación del populismo por los factores de poder tiene su contrapartida en la reivindicación que se ha efectuado de ese fenómeno bajo el nombre de “neopopulismo” o “democracia nacional popular”, asociables a una cultura de la resistencia frente al neoliberalismo y a la globalización financiera, con fuertes liderazgos, reactivación de la política y asunción de la conflictividad social.106 En medio de enormes parapetos –como los que levantaron los realismos político y periférico, junto a la ideología sobre la incapacidad de nuestros pueblos, la entronización del capitalismo y el resurgimiento de un neoccidentalismo culturoso–, afloran hoy en Nuestramérica nuevas formas de vincularse el Estado con la comunidad, mediante democracias más sustantivas y menos nominales, en las cuales se verifica incluso la vigencia de un sujeto tradicionalmente ausente: el Otro total, el indígena, ocupando un rol protagónico decisivo. Ese talante políticamente innovador no deja de responder a un trasfondo republicano. A su vez, refleja transformaciones entitativas que han comenzado a efectivizarse, mediante las políticas 104 105

106

MELGAR BAO, Ricardo, El movimiento obrero latinoamericano (Madrid: Alianza, 1988), pp. 37-39, 71ss. En el epílogo al libro de BIAGINI, Hugo E., Identidad argentina y compromiso latinoamericano, ed. cit., se procura desmenuzar cómo la prensa conservadora se vale de viejas matrices, como las del continente enfermo, para desestabilizar procesos, agrupaciones y líderes populares que tienden hacia la autodeterminación, la integración, la justicia social, los derechos humanos y la democracia participativa, por ejemplo, tildando a los últimos de arbitrarios, iracundos e imprevisibles. Ver supra p. 102 y ss. FOLLARI, Ricardo, La alternativa neopopulista (Rosario: Homo Sapiens, 2010); LACLAU, Ernesto, La razón populista (Buenos Aires: FCE, 2005); CERUTTI-GULDBERG, Horacio, “Populismo”, en P. González Casanova, Conceptos y fenómenos fundamentales de nuestro tiempo, ; SCHWEINHEIM, Guillermo F. F., “Reivindicación del populismo, demandas republicanas y construcción institucional del Estado”, en www.asociacionag.org.ar 75

implementadas por lo que Emir Sader tilda de bloque progresista. 107 En países del Cono Sur como el Ecuador, la reestructuración institucional y su proclamada Revolución Ciudadana 108 se insertan en la tradición del republicanismo popular que aquí describimos. Ello denota la emergencia de un pensamiento crítico y su apertura hacia los grandes ninguneados de la historia, lo cual presupone, asimismo, toda una formulación de vanguardia; entendiendo por tal a la tendencia que busca desplazar lo periférico hacia el centro (factibilizado por el advenimiento de nuevos sujetos históricos y organizaciones civiles antisistémicas que abren una llama de esperanza hacia la posibilidad de edificar una comunidad de personas).

107 108

SADER, Emir, “Algunas tesis equivocadas sobre América Latina y el mundo”, La Jornada, México, 11/7/2010. En CORREA, Rafael, Ecuador: de Banana Republic a la No República (Buenos Aires: Sudamericana, 2010). Este artífice de la revolución ciudadana, se refiere a la transición que va entre los Estados aparentes (modernización sin desarrollo, entrega del país, devastación socio-ecológica, acotamiento al grupo privilegiado de la población) y los Estados integrales (verdaderamente nacionales y dirigidos por una nueva política económica hacia las grandes mayorías). 76

CAPÍTULO 5

LA AUTOAYUDA EN LA ARGENTINA ALUVIAL

La mentalidad dominante Hacia las postrimerías del siglo XIX, es decir, en tiempos de expansión colonial o de extensión de las fronteras internas, la fe en el progreso general atravesaba el orbe. En tal mística progresista sobre la renovación de los procesos vitales y el mejoramiento continuo –asunto teórico y extrateórico a la vez– se confiaba que a través del maquinismo y la educación terminaría barriéndose para siempre con todas las calamidades terrenas: desde la miseria y la ignorancia, a las mismas guerras, clases y fronteras. Sin embargo, a esa irreversible y axiomática evolución gradual se le atribuían características bien circunscriptas, al ser proclamada como una tendencia magnética que oscilaba de Oriente a Occidente y del Ecuador a los polos, o sea, hacia los Estados Unidos del Norte y hacia el extremo sur del continente, punto en el cual la República Argentina debía jugar un papel protagónico decisivo. Esta última reflejaba un febril crecimiento material y una gran apertura sociocultural, pasando Buenos Aires a disputar el rango de “París americano” o “Atenas del Plata” y primera ciudad tanto en el hemisferio austral como en el orbe hispanoparlante. Más allá de las voces y corrientes subterráneas que pretendían abrirse paso, regía en Argentina, como en Estados Unidos, el más duro individualismo, elevado tanto en palanca del bienestar como en fuente del derecho y la ética. Mientras se enfatizaba el papel conductor de las grandes personalidades, se minimizaba el protagonismo de las mayorías populares. Se desprende una filosofía social elitista y meritocrática que tiende más a mantener privilegios que a reducir o eliminar abusos. Tras un ropaje innovador continúa latiendo una prédica arcaica, fielmente ilustrada por uno de los principales ideólogos de aquel entonces, Eduardo Wilde: “nosotros no hemos de corregir el mundo, así ha sido, así es y así será”. 109 Se creía que suponer lo contrario –como no compartir el dogma sobre el agotamiento de los ciclos revolucionarios– 109

WILDE, Eduardo, Obras completas, vol. 8 (Buenos Aires: Peuser, s.d.), p. 23. 77

implicaba adoptar una conducta patológica y llena de nefastas consecuencias, imposibles de cotizar en la Bolsa londinense, tan idealizada como la propia Inglaterra, con la cual se mantenía una férrea relación de dependencia. Se propagaba una modernización cosmética, el primado de razas y doctrinas superiores, la concentración de tierras, la especulación financiera, el detrimento de los jornales, la exaltación del capital mundial, del endeudamiento externo y de la división internacional del trabajo, la religión como medio de control social, el rechazo por injustificables a las reivindicaciones sindicales y al socialismo como una expresión exótica y disolvente, la minusvalía de la mujer y su necesidad de supeditarse al hombre, el menosprecio por lo criollo y el sometimiento o eliminación del indígena. En resumidas cuentas, problematizar tales expresiones era repudiado como una postura totalmente incompatible con el progreso argentino. De tal manera, se instala como modelo de hombre nuevo y excelso el prototipo anglosajón en perjuicio de la presunta desidia latina y autóctona. En definitiva, el laissez faire, la selfhelp y el selfmade-man se agitaron como consignas inapelables para el desarrollo comunitario, mientras que Nuestramérica, a diferencia de lo que acontecía con la segregación étnica practicada por los Estados Unidos, resultaba descripta como una comarca retrógrada, sumida por un pueblo postrado por el mestizaje. En medio de la barbarie regional, una Argentina blanquinosa apareció como imbuida de un destino de grandeza que la conduciría a establecerse como nación potencia. Comenzaron a introducirse los planteamientos del darwinismo o spencerismo social, que extrapola a la sociedad humana las tesis sobre la selección natural de las especies, tesis centradas en la pugna por la existencia y la supervivencia triunfal del más apto: tanto a nivel interpersonal como de los mismos países entre sí, predicándose las grandes fortunas, la competencia y el antagonismo racial como causas fundamentales de civilización y avance histórico, con lo cual se agudizan las identidades negativas que tienden sus brazos al agresor y a los poderosos.

El “meteoro” Smiles Según lo advertimos hace más de tres décadas –trayendo a colación fuentes epocales–, no por pura casualidad los textos de ese predicador laico que fue Samuel Smiles se traducían anticipadamente en nuestro país y circulaban con un éxito singular, tras sucesivas ediciones, en las librerías porteñas, estimándose que todo aquel que aspiraba a “un seguro norte en su vida” debía tenerlos en su biblioteca particular.110 110

MARTÍNEZ, Alberto, El movimiento intelectual argentino (Buenos Aires: La Nación, 1887), pp. 20-21. Citado en BIAGINI, Hugo E., Cómo fue la generación del 80 (Buenos Aires: Plus Ultra, 1980), p. 41. Según nuestros 78

Posteriormente, reiteramos y ampliamos la influencia de Smiles sobre la dirigencia argentina, que lo tenía dentro de los máximos escritores ingleses del momento. En esa nueva ocasión aducimos que de sus libros, figuras como Mitre y Sarmiento aseguraron que equivalían a una “médula de león”, que si las personas letradas durmieran con ellos bajo sus almohadas surgiría “una nueva raza, sabia y valiente” capaz de impulsar la industria y el comercio –a diferencia de lo que se pensaba tanto de “la raza indígena que no economiza, desciende y se oscurece de día a día” como de “los patrios solo aptos para soldados, sirvientes, policiales, etc.”.111 En un panorama más acabado sobre la recepción smileseana en la Argentina ochentista, cabe referirse a otros testimonios pertinentes. Por un lado, el traductor de los cuatro volúmenes que integran el llamado Evangelio Social de Smiles –¡Ayúdate!, El carácter, El ahorro y El deber–, el general Edelmiro Mayer,112 quien al aludir a esas obras, las calificó como saludable lección de comportamiento. Otros comentarios sobre esos libros, transcriptos en un extenso apéndice para la versión argentina, los perciben no solo como obras de cabecera para nuestra naturaleza imperfecta que reportan enormes beneficios para el hogar y las virtudes domésticas. También son presentados como materiales que llenarían un vacío en nuestra educación nacional, contraria a la que se practicaba en Estados Unidos –epítome de espíritu emprendedor e iniciativa individual–, destacándose a su vez el hecho de que se hallaban obrando muy positivamente sobre la raza inglesa. Ello estaba dirigido a insuflar un nuevo ímpetu a nuestras nuevas generaciones, que encontrarían en su interior una sólida instrucción. Uno de los últimos pasajes en cuestión resulta bien sugestivo sobre la función omnímoda que podía ejercer tamaña letra impresa: Ponedlos sobre el velador, cerca del sitio donde reposa inmóvil en la oscuridad, debajo de la fotografía del padre muerto o de la amada pura. Al acostaros, abrid cualquiera de ellos [...] y leed una página, una sola, todas las noches [...]. Apagad la luz, dormid; es la inoculación del saber. Al día siguiente habréis crecido: en tanto, el germen de una fuerza desconocida desarróllase con rapidez: las sienes laten, las manos tiemblan; en la cabeza se ve clara, con luz de sol, la senda a seguir: la senda del bueno y del fuerte [...] apretad el libro que revela tanto heroísmo para que penetre en vuestra carne, enternecidos y orgullosos de nuestra raza [...]. Arrojad, esparcid libros como estos sobre las multitudes, ellos son eterna simiente de bondad y de nobleza.113

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registros, las obras de Smiles que aquí nos ocupan comenzaron a vertirse y publicarse en castellano primero en Barcelona hacia 1875 y fueron seguidas pocos años más tarde por ediciones propias en Montevideo, Buenos Aires, Bogotá, París y La Serena (Chile). En esa difusión se apeló a algunos títulos atractivos no siempre fidedignos: “El poder de la voluntad”, “Los hombres de energía y coraje” o “La disciplina de la experiencia”. BIAGINI, Hugo E., La Generación del Ochenta. Cultura y política (Buenos Aires: Losada, 1995), pp. 167-168. Esa labor de Mayer fue conceptuada como “un señalado servicio a nuestras costumbres, inoculando suavemente en el pueblo parte del valor individual sajón”, véase Anuario Bibliográfico de la República Argentina, año XVIII, 1886 (Buenos Aires: Impr. M. Biedma, 1887) p. 228. PIAGGIO, Juan A., “Los libros de Smiles”, publicado en diversas ediciones argentinas de los evocados tomos de Smiles, por ejemplo en El carácter, 8va. edición, (Buenos Aires: Peuser), pp. 382-383. 79

El propio Smiles refrenda ese cuadro de situación mientras alude al esforzado trabajo intelectual que efectúa sobre su obra el mismo Mayer, quien le manifiesta que el adalid generacional, Julio Argentino Roca –que ve a Argentina como parte constitutiva del imperio británico–, le había trasmitido que tenía junto a su cama el libro El carácter y que todo hombre debería hacer otro tanto para reforzar el principismo y el ideal de una personalidad vigorosa.114 En Uruguay tampoco permanecieron ajenos al embrujo de Smiles, adelantándose a publicar su afamado libro sobre la autoayuda con un título rimbombante: El poder de la voluntad o la omnipotencia del trabajo.115 Tras introducir esta obra como el summum de la moralidad y como una apoteosis del triunfo personal, se responde a una consulta efectuada sobre la importancia que podía tener el texto para la juventud oriental. Una figura del peso intelectual que tiene José Pedro Varela no vaciló en calificarlo como un libro que reanima para enfrentarse valerosamente en el combate vital y de enorme utilidad para países como los del mismo Uruguay, dominado por la falta de firmeza y la inconstancia laboral. Un país al cual, pese a no ser como aquellos que han inventado el ferrocarril o el telégrafo, sufre de una terrible enfermedad: la impaciencia, el no saber esperar y el querer que todo se realice con rapidez. Análogos ditirambos fueron formulados por un relevante pedagogo como Francisco A. Berra, quien sostuvo que no había renglones en los que no contuvieran una excelente enseñanza, y una inagotable fuente inspiradora para los buenos educadores. Otros connotados pareceres recalcaron que el volumen representaba un pensamiento generoso que podía contribuir a alcanzar el mismo bienestar de las sociedades europeas, soslayando la multitudinaria afluencia de inmigrantes que arribaban a estas costas corridos por la miseria experimentada en el Viejo Mundo. ¿Qué contenidos específicos podían haber despertado tantas expectativas en todo el Río de la Plata con respecto a las rotundas ideas de Smiles, que iban a seguir gravitando durante el siglo XX –no solo bajo el tardío auge neoliberal sino aun en medio de espacios contestatarios?116

Un moralista por dentro Corresponde adentrarnos por fin en el propio corpus smilesiano, acceder y sopesar los conceptos que, sin mayor grado de explicitación, pudieron inducir a que fuese tenido en tan alta estima por el establishment argentino. Una constante temática está dada por la suerte de dedicatoria implícita que Smiles les ha consagrado a los jóvenes en toda esa serie bibliográfica, a cuya lectura 114 115 116

Cfr., The Autobiography of Samuel Smiles (Nueva York: Dutton, 1903), pp. 398ss. Editado en 1878 por la Imprenta “El Siglo” de Montevideo. V. gr., hasta en un ámbito de tono antiimperialista se llegó a aludir a Smiles como profundo pensador moral: Primer Congreso Internacional de Estudiantes de la Gran Colombia, Bogotá, Casis, 1910. 80

le asigna la loable posibilidad de operar como estímulo para que la juventud trabaje y estudie con diligencia con base en sus propios esfuerzos. No obstante, la imagen del joven posee una subida tónica de pasividad, pues este debe restringirse a adoptar la casuística aleccionadora proporcionada en sus libros por el autor. Estamos ante una limitación que no resulta menor en un clima como el decimonónico, atravesado por la participación central de la juventud: no solo en la ficción literaria sino también en los movimientos revolucionarios de Europa y América. Si tomamos cada libro por separado, nos sale al cruce ¡Ayúdate! o La ayuda propia, un estruendoso best seller que, si no fue el primero en su género, alcanzó dimensiones ciclópeas de reedición, venta y traducción, desde su aparición inicial en 1859. El mismo puede ser conceptuado, en gruesas pinceladas, como el Evangelio de un individualismo atomista según el cual la civilización y las naciones deben captarse a partir de los atributos personales. La plataforma de lanzamiento doctrinal apunta a sostener que el gobierno y las leyes asumen una función negativa. Los grandes males sociales solo resultan subsanables mediante la ayuda propia, el dominio de sí y la perseverancia, auténticas raíces de todas las virtudes.117 Ese espaldarazo a la ética burguesa y a la ascesis capitalista iba a ser reforzado por otra obra similar: El carácter (1872),118 que ofrece abundante material como recetario de la supremacía y el sojuzgamiento. Allí se parte de una premisa sobre la cual se edifica buena parte del texto: los hombres superiores imponen a la multitud una sumisión espontánea y se enfrentan al despotismo de la opinión pública mediante su temple puro y su ilustrada libertad individual. Son aquellos que reúnen una gran energía, entre eléctrica e ígnea, que les permite alejarse de los placeres vergonzosos. A diferencia de ese prototipo humano se encuentran quienes, como los salvajes, no pueden resistir sus impulsos instintivos, carecen de imperio de sí y de capacidad para el autogobierno, hundiéndose en la indolencia y la pereza. Tales apreciaciones desembocan en la apología absoluta de Inglaterra y sus conductores, dedicados a cultivar la verdad, el deber, las inversiones y la industria. Así, ingleses y estadounidenses son declarados mesiánicamente como los mejores colonizadores, al poder extender su raza por todos los rincones del planeta. Además de subestimar las cualidades de los no sajones, Smiles también discrimina a las mujeres, a las cuales recluye en el seno del hogar y las margina de la enseñanza que recibe el hombre viril. Ello se efectúa apelando a factores funcionales, tanto físico-ontológicos –sobre la inveterada dicotomía genológica entre cerebro y corazón– como desde 117

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SMILES, Samuel, La ayuda-propia (Buenos Aires: Peuser, 1887). Pueden consultarse dos trabajos disímiles a nuestro enfoque: BRIGGS, Assa, “Introducción”, en Smiles, S., Self-Help (Londres: Murray, 1958); JARVIS, Adrian, Samuel Smiles and the Construction of Victorian Values (Londres: Sutton, 1997). SMILES, Samuel, El carácter (Buenos Aires: Peuser, 1886). 81

el punto de vista de la creación divina.119 Con todo, lo que más se destaca en la óptica de Smiles son sus prejuicios contra el obrero y sus demandas, prejuicios que van más allá de la pertenencia nacional y recrudecen ante el trabajador de su propio país. La visión típicamente patronal de Smiles llega hasta su último libro serial: El deber (1880), donde se descarga contra las huelgas proletarias como causantes de cierres fabriles, de estancamiento general y de beneficio para el extranjero. En la conflictividad social, los empresarios, lejos de aparecer como principales sujetos responsables en juego, merecen el mayor respeto y no justifican la animadversión que hacia ellos mantienen sus asalariados. Por lo contrario, los trabajadores son retratados como inconscientes e irresponsables: “¡Oh, obrero inglés, omiso e irreflexivo! ¡Cuántas vidas habéis quitado!”.120 Se habla de no fomentar el odio interclasista mientras no deja de predicarse una cerrada fobia contra el proletariado, tal como si un Friedrich Engels no hubiese escrito nada sobre la clase obrera inglesa y su estado de postración. Mientras tanto, Smiles ya había publicado otra pieza de la misma serie, El ahorro (1875).121 En esa obra, recibida pomposamente en el Plata como “un libro que dignifica el trabajo”, 122 se despliega toda su ideología antiobrera y descalificadora de “las clases más pobres”, como incivilizadas, descristianizadas y abatidas por el alcoholismo, un mal atribuido a los humildes pero silenciado en lo que atañe a los sectores más altos. En ese panorama, los trabajadores son vistos como si fueran indígenas abandonados a los apetitos sensuales y afectados por un desperfecto propio de su clase: la imprevisión. La falta de ahorro, el alcoholismo y la desidia son objeto de condena al considerárselos una influencia satánica. No obstante, al ahorro –el enorme poder de economizar un penique por día– se le adjudica la facultad de neutralizar la maldición de la bebida. Asimismo, acentuando el cariz culpógeno, Smiles llega a alegar que, pese a recibir el trabajador –aun los menores de 14 años– mejores ganancias que muchos profesionales, estas se dilapidan por una vida disipada. Dentro de la demonización de los pobres por no administrar bien sus ingresos y, para poner un remedio efectivo a ese malestar, Smiles se anticipa en recomendar otra de las medidas instrumentadas por el capitalismo y el neoliberalismo: un estricto ajuste salarial. Dos frases lapidarias ilustran el tema: una de ellas, sobre que el aumento de los salarios significa mayor ociosidad, más whisky y más cabezas rotas; la otra la transcribimos en su contexto: Apenas puede creerse el egoísmo intenso, la prodigalidad y la locura de estos operarios a 119

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Sobre esa mirada de la mujer, puede verse el artículo de CAVIGLIA, María J., “Ella es el corazón y él, la cabeza: conservación del orden social y relaciones intergenéricas en la obra de Samuel Smiles”, Cuadernos del Sur, 32, pp. 79-205. SMILES, Samuel, El deber (Buenos Aires: Peuser, 1886), p. 54. SMILES, Samuel, El ahorro (Buenos Aires: Peuser, 1886). Ver Anuario Bibliográfico de la República Argentina, ed. cit., p. 228. 82

quienes se les pagan sueldos crecidos [...] Se critica frecuentemente la costumbre de llamar “clases bajas” a los operarios; pero “clases bajas” han de ser siempre, mientras continúen manifestando apetito sensual y tal imprevisión [...] un padre de familia causa de que vengan al mundo un número de seres desamparados es cobarde y egoísta en sumo grado.123 Para qué ampliarle los derechos a gente tan indiferente a su propio bienestar, a trabajadores como los mineros que, percibiendo buenos sueldos, gastan su dinero en las tabernas, se emborrachan y caen en la violencia y el crimen, en vez de usar su tiempo libre en enriquecer su mente. Se trata de una multitud llena de cabezas huecas, impermeable a los pensamientos de un hombre sabio y conducida en cambio por agitadores y gremialistas. Las masas, por ser demasiado egoístas, solo pueden hallarse sujetas mediante las enseñanzas de la religión y la moral. Vuelve entonces a enfatizarse, en oposición al socialismo, la importancia del individualismo como la única manera de adquirir conocimiento y producir el adelanto de la sociedad, para lo cual tendremos que valernos del afán competitivo y de la lucha frontal por la vida en todos los ámbitos de la realidad. La intelligentsia conservadora argentina festejó ese liberalismo ramplón y trasnochado de su divulgador, Smiles, que, mientras exalta la iniciativa privada y el espíritu adquisitivo, condena las huelgas como subversivas y los jornales elevados de los operarios británicos, a quienes les imputa, como vimos, una marcada inclinación hacia la vagancia, la embriaguez, la sensualidad, el derroche y el egoísmo. Nos podríamos preguntar así, ¿dónde había quedado la imagen sobre el idílico proletario inglés de uno de los mayores inspiradores locales del pensamiento ochentista, Juan Bautista Alberdi, cuando pintó al primero como suma del trabajo, el orden y la prosperidad? ¿Cómo no recordar también a ese socialista sui generis que fue el exiliado republicano español Serafín Álvarez, cuando, en medio de la euforia epocal, como voz en el desierto, cuestionaría los supuestos perniciosos del individualismo smilesiano?124

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SMILES, Samuel, El ahorro, ed.cit., p. 6. ÁLVAREZ, S., “Notas sobre las instituciones libres en América”, en Cuestiones sociológicas (Buenos Aires: Juan Roldán, 1916). Sobre Álvarez, véanse de BIAGINI, Hugo E., “El precursor del socialismo democrático”, en Intelectuales y políticos españoles a comienzos de la inmigración masiva (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1995), pp. 135-148 y Lucha de ideas en Nuestramérica (Buenos Aires: Leviatán, 2000), p. 24 y ss. 83

CAPÍTULO 6

MERCADO, UN COLISEO PERFECTO

Al ensalzar el espíritu posesivo, se quiebra la posibilidad misma de una matriz comunitaria de organización social. Para decirlo en términos muy nuestros, la muerte del “Ariel” de José E. Rodó cimenta la condición de posibilidad del éxito del “Narciso” neuroliberal. Hay una apuesta por el egoísmo virtuoso, que entroniza el yo como pasaporte al bienestar, mientras se estima que la palabra nosotros –equivalente a servidumbre, miseria y falsedad– designa la raíz de todos los males. [...] Se aplaude la implantación del liberalismo en nuestro continente y que se haya sobrepasado los años ‘60 y ‘70, la época dorada del perfecto idiota latinoamericano.125 La exitosa implantación del neoliberalismo no responde a un avance cósmico desde la idiotez bárbara hasta la civilidad del mercado. Nada nuevo decimos al afirmar que el paso entre esas dos edades de la humanización de Nuestramérica ha contado con el soporte de una serie de divulgadores de la mentalidad opresiva y discriminatoria. El neuroliberalismo recurre a instigadores de la continuidad lógico-explicativa que ha de mediar entre el mercado y la batalla por la supervivencia. Militantes de la libertad que dan un fondo filosófico y cultural a la edificación del mercado como el coliseo perfecto. Rodeados de un boato salvífico, los individuos debieran acudir a ese escenario a fin de pugnar felices por sobrevivir. El material de esta fantasía está elaborado por las obras de autores, cineastas, filósofos o moralistas que dan cuenta de dicho deseo. Las obras de Ludwig von Mises y Ayn Rand son ejemplo de la descripción neoliberal de ese mundo peligroso en el cual el mercado se constituye en el coliseo donde se desarrollan los combates de la selección de la especie humana. Su panegírico del combate articula la equivalencia entre la victoria y el bien moral. Los conceptos de “éxito”, “virtud” y “egoísmo” se emplean sin solución de continuidad en un discurso pergeñado para crear las condiciones de aceptabilidad de un orden que requiere ignorar los efectos ajenos y propios del enfrentamiento constante. El movimiento conceptual que ambos autores emprenden en la resignificación del liberalismo resulta fundamental para identificar y caracterizar las políticas hegemónicas que emanaron desde sus “tanques de 125

BIAGINI, Hugo E., Entre la identidad y la globalización (Buenos Aires: Leviatan, 2000), p. 45. 84

pensamiento” durante la última mitad del siglo XX. A continuación nos detendremos en el análisis de La mentalidad anticapitalista (1956) de Mises y las novelas El manantial (1943) y La rebelión del atlas (1957) de Rand.

Mises: el mito de la caverna En La mentalidad anticapitalista de Mises se argumenta que aquello que impide la correcta apreciación de las mieles del mercado estriba en un desarreglo psíquico o mental del observador. Recurriendo a un positivismo hiperbólico, señala cada uno de los logros que el capitalismo ha alcanzado en las sociedades biempensantes que le han dejado florecer. Los “menos aventajados” – fracasados en la lucha por una posición social– son sujetos asediados por una idiocia mental, fallas cerebrales para los negocios o, simplemente, afectados por una especie de resentimiento o frustración psicológica que los mueve al odio hacia aquellos que les han vencido. Advierte el sujeto, tal vez de modo subconsciente –decíamos antes–, que fue su propia insuficiencia lo que le impidió alcanzar las altas metas por él ambicionadas; cónstale la limitación de su capacidad intelectual y la insuficiencia de su capacidad de trabajo; pero él procura ocultar la verdad, a sí mismo y a sus semejantes, buscando conveniente víctima propiciatoria. Se consuela pensando que el fracaso no se debió a su personal incapacidad, sino a la injusta condición de la organización económico social prevalente.126 Frente a la ilusión psicológica que exonera la responsabilidad individual, Mises despliega sus argumentos para brindar legitimidad a la pugna y sus resultados. La primera premisa consiste en negar los derechos humanos como una característica innata de la humanidad. “Se parte siempre de un error grave, pero muy extendido: el de que la naturaleza concedió a cada uno ciertos derechos inalienables, por el solo hecho de haber nacido”.127 Una vez establecido que todos los seres humanos ingresan en el mundo exentos de deberes mutuos, resulta imperioso reconocer, en segundo lugar, que “la economía de mercado constituye un continuo proceso de selección social; determina la posición y los ingresos de cada uno”.128 Las circunstancias objetivas –i.e. despojadas de los análisis indignantes de los anticapitalistas– están gobernadas por una naturaleza que “escatima cuántos bienes el hombre precisa para sobrevivir”. La humanidad, muy al contrario de lo que pensarían los enemigos de la libertad, se encuentra cercada “por malignos seres, tanto animales como vegetales, dispuestos siempre a dañarnos; las fuerzas naturales se desatan en nuestro perjuicio; la mera pervivencia hemos de reconquistarla a diario”.129 126 127 128 129

MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista, ed. cit., p. 90. Ibíd., p. 79. Ibíd., pp. 94-6. Ibíd., p. 79. 85

La conclusión de ambas premisas es que la categoría o posición social obtenida a través del “supremo organismo” del mercado depende exclusivamente de los onerosos esfuerzos personales por reconquistar diariamente el botín obtenido en la competencia con el resto de la humanidad y la naturaleza. Esta igualdad de circunstancias adversas no oculta a Mises que el pandórico regalo de la inteligencia confiere una posición natural que se traduce en una categoría social. No obstante, el fracaso se sigue de las incapacidades personales. Por esa razón, al igual que los ancestros que habitaban cavernas, agrega Hayek, el hombre contemporáneo debe aceptar el control demográfico tradicional: hambrunas, pestes o mortalidad infantil.130 El único medio para substraerse de tan ominoso destino histórico consiste en luchar por aquellos símbolos de bienestar que le confieran una mejor ubicación en la división del trabajo. Descender en el escalafón de los exitosos supone, concomitantemente, decrecer por propia responsabilidad en la cadena trófica de la naturaleza. Una mala posición en un contexto carente de derechos humanos –i.e. caer vencido por otro más avezado en granjearse el aprecio del público comprador– implica la “extinción” en términos biológicos y sociales. En esa traducción de la lucha por la supervivencia de los ancestros primitivos en los consumidores del siglo XX, Mises afirma que lo humano deviene del deseo. Este homo agens, a diferencia de los otros animales, se caracteriza por no permanecer indiferente al entorno. Lo invariable de su naturaleza consiste en estar proyectándose hacia el mundo de forma intencional. Es decir, actúa deliberadamente para alcanzar una condición mejor. Frente a lo dado el hombre adecua su comportamiento para la consecución de un fin deducido a priori por su razón.131 Vano es lamentar tal insaciable humana apetencia. Constituye, precisamente, el impulso que conduce a la superación económica. Conformarse con lo poseído, absteniéndose apáticamente de toda mejora, no constituye virtud; más bien actitud propia de irracionales. El sello, lo característicamente humano, consiste en no cejar nunca por aumentar el propio bienestar.132 La racionalidad humana se evidencia en la incesante búsqueda de símbolos sociales que rubriquen el éxito y la posición alcanzada. Cancelar o suspender la pugna denota irracionalidad, perder la existencia social. La dinámica de la lucha con el entorno no se detiene ya que el bienestar obtenido carece de un efecto liberador, sino que realimenta la sujeción a un sistema de producción que no se controla ni dirige. Cabe preguntarse, ¿qué significado se le confiere a la libertad cuando el incremento del esfuerzo está demandado exclusivamente por necesidades originadas, a su vez, por ese mismo ánimo expansivo? La realidad fantástica del neoliberalismo, al negar la pertinencia de 130 131 132

HAYEK, Friedrich (1981), “Entrevista”, revista Realidad, Santiago, Nº 24, Año 2. MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista, ed. cit., pp. 43-45. Ibíd., p. 21. 86

esa pregunta, reclama que no solo se ignore al Otro, sino también que se abandone la satisfacción de un deseo propio pero socialmente inútil. Este análisis de la realidad humana desde la perspectiva individual sirve, a su vez, para explicar y legitimar, según Mises, el imperialismo colonial. Así, elogia la capacidad de ahorro de las sociedades occidentales –entiéndase Europa y Estados Unidos– durante los siglos XVII y XVIII, porque de ella se derivó la acumulación del capital necesario para alcanzar la posición suprema actual de entre todas las naciones. La verdad, contrariamente a lo supuesto, es que ese capitalismo del laissez faire, que para condenarlo “por razones de moral” el documento del Consejo Mundial tergiversa, fue el instrumento que enriqueció a los países occidentales, mediante la creación de capital, posteriormente invertido en máquinas y herramientas. Si asiáticos y africanos no permitieron, por las razones que fuere, la aparición de un capitalismo autóctono, allá ellos; ese es su problema. Occidente no tiene la culpa de nada; ya hizo bastante procurando, durante repetidas décadas, alumbrar la correcta vía.133 El neoliberalismo se desnuda en todo su cinismo. Entiéndase bien: no oculta que la acumulación de capital occidental está cimentada sobre el subconsumo de millones de seres humanos condenados a la muerte por inanición. El argumento de la lucha a vida o muerte explica cínicamente que “el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros”134 son hechos que refrendan la validez de la economía capitalista que premia a los más perspicaces. Los vencedores obtienen una mejor posición en relación con el resto de zánganos que pretenden robarles sus trofeos por “razones morales”. El deterioro de los términos de intercambio entre los países pobres y ricos ha de leerse con esta clave gladiatoria: la racional búsqueda incesante del aumento del bienestar. Sin embargo, esa omnipotencia del hombre en el mercado libre no supone el éxito en la satisfacción de sus apetencias. Muchos habrán de fracasar consiguiendo una fracción mínima de lo originalmente ambicionado. Mas no es el capitalismo el culpable sino la cicatera naturaleza quien discrimina a los mortales. “Hay circunstancias personales, congénitas o adquiridas, que hacen que el

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Ibíd., p. 80. Ver MARX, Karl, El capital, ed. cit., pp. 607-649. Además de la obra de Marx, existen otros trabajos en los que se “desmiente” el mito de la acumulación originaria. Ver LIST, Friedrich, The National System of Political Economy (Londres: Longmans, 1909 [1861]); HA-JOON, Chang, Kicking Away the Ladder, Development Strategy in Historical Perspective (Londres: Anthem Press, 2002). Análisis similar, pero centrado en Nuestramérica, emprenden A. E. CALCAGNO y A. F. CALCAGNO en su libro El universo neoliberal, recuento de sus lugares comunes (Buenos Aires: Alianza, 1995). 87

área de actuación propia tenga rigurosa delimitación”.135 De modo que no hay injusticia allí donde la naturaleza se expresa, sino una falla epistémica en la interpretación de la dinámica del mercado que impide obtener mejores resultados. El saber del mercado se pretende neutral, negándose a sí mismo el apelativo de “aparato ideológico del poder”. En el mundo postideológico del neoliberalismo la auténtica usurpación de libertad acontece cuando el aparato represivo del Estado no cumple con su función y se alía con grupos de presión para erigir privilegios o repartir ganancias supuestamente “carentes de dueño”. De esa manera, en lugar de esperar que el aumento del capital per capita mejore las condiciones de vida de los trabajadores, se empeñan en distribuir la “onerosamente engendrada riqueza”. Así, no solo producen un latrocinio, sino también obstruyen al único mecanismo natural de acumulación de riqueza: el ahorro y la inversión.

Ayn Rand: los héroes inmaculados La escritora estadounidense de origen ruso Rand fue un ariete fundamental del “nuevo” liberalismo en su defensa del capitalismo. Pensarla como una simple guionista o novelista distorsionaría su verdadera importancia política. Desde mediados del siglo XX mantuvo una fluida relación con filósofos, economistas y políticos como Alan Greenspan o Henry Hazlitt, pero en particular interesa destacar su contribución a la difusión de la obra de Mises y de la Escuela Austríaca de economía dentro del público masivo. La esposa del autor austríaco –Margit von Mises– sostiene que no solo las teorías de su marido encontraron en Rand una de sus más fervorosas creyentes, sino que además continuamente citaba sus trabajos y conferencias.136 Adquiere fama en Estados Unidos a través de dos novelas: El manantial (1943) y La rebelión del atlas (1957). Ambas se han vendido por millones desde que fueron publicadas por primera vez. La reacción conservadora del Tea Party al presumible progresismo inicial del presidente Barack Obama empleó la obra de Rand como un ícono cultural. Con el refuerzo publicitario de medios masivos de comunicación como Fox Business Network, solo en 2009 se vendieron medio millón de ejemplares de La rebelión del atlas. En sus novelas, Rand da ribetes novelescos a la teoría del autor sobre la selección gladiatoria de la especie. En otras palabras, se traslucen sin mucha dificultad las claves del código moral “objetivista” con el que da vida al homo agens –luchador racional/capitalista– de Mises. Ese “objetivismo” de la ética randiana se debe a que las normas o patrones que guían la acción humana –afirma la autora– no son el resultado de un capricho subjetivo, sino que emanan de una realidad 135 136

MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista, ed. cit., pp. 26. MISES, Margit von, My Years with Ludwig von Mises (Iowa: Center for Futures Education, 1984), p. 134. 88

con existencia independiente de la conciencia del hombre. La premisa principal de esa constatación fáctica/objetiva es: la cuestión de la vida y la muerte que enfrentan los organismos vivos requiere establecer un código de valores para guiar sus acciones. El valor –lo deseable o adecuado– es la supervivencia. No hay alternativas. “La vida de un organismo es su patrón de valor; lo que ayuda a su vida es bueno, aquello que la amenaza es malo”.137 Sin embargo, no ha de confundirse a la vida con un derecho innato a sobrevivir. Esta representa solo un valor ganado y conservado a través de un proceso dinámico de acción. En otras palabras, afirma la autora, la vida es “aquello que se requiere para la supervivencia del hombre como tal”.138 La clave para comprender esa equivalencia entre “vida” y “medios para” estriba en establecer la conexión vida-propiedad, ya que “sin el derecho a la propiedad, no es posible ningún otro derecho”.139 Por lo tanto, disponer del “derecho” a vivir –afirma Rand– “no es una garantía de que un hombre obtendrá una propiedad, sino únicamente una garantía de que será suya si la gana”. ¿Qué ocurre si no obtiene el resultado esperado? Simplemente no se tiene la capacidad moralmente legítima de preservar su vida, ya que la ley de naturaleza “le prohíbe la irracionalidad”. 140 La racionalidad del hombre no es una condición, sino una elección. Significa, por ejemplo, elegir mantenerse “con una concentración mental absoluta en toda circunstancia, en todas las elecciones, en todas las horas de vigilia”. Este estado de “atención consciente” permite comprometerse a “que nunca se buscará o concederá lo no ganado o lo inmerecido, ni en materia ni en espíritu (la virtud de la Justicia)”.141 Esta línea de argumentación lleva a la siguiente conclusión: fallar en el discernimiento de la realidad objetiva implica un uso erróneo de la condición humana racional. Pero sobrevivir aprovechándose de los logros ajenos no reviste solo un fallo, sino una renuncia a lo humano, ya que solo la violencia física animal explicaría ese comportamiento. Puede abandonar su método de supervivencia, su mente, puede transformarse en una criatura subhumana y puede convertir su vida en un breve lapso de agonía, así como su cuerpo puede existir durante un tiempo en proceso de desintegración por causa de una enfermedad. Pero como ente subhumano no puede triunfar, no puede alcanzar otra cosa que lo subhumano [...]. 137

138 139 140 141

RAND, Ayn, La virtud del egoísmo. Un nuevo y desafiante concepto del egoísmo (Buenos Aires: Grito Sagrado, 1961), p. 24. Ibíd., p. 33 Ibíd., pp. 135-6. Ibíd., p. 137. Ibíd., pp. 37-38. La negación del derecho a la vida de forma autónoma a la posesión material de medios la difunde Ayn Rand, pero son muchos los autores del neoliberalismo norteamericano y austríaco que la aceptan, como Nozick, Friedman o Hayek. Por ejemplo, Nozick critica la definición del egoísmo de Rand. Cfr. NOZICK, Robert, Socratic Puzzles (Londres: Harvard University Press, 1997), pp. 249-264. Sin embargo, acepta la premisa sobre la imposibilidad de fundamentar el derecho a la vida sin sustentarlo en una teoría de la propiedad privada. Ver supra p. 38. 89

El hombre debe ser hombre por elección, y es obligación de la ética enseñarle de qué manera vivir como hombre.142 La ética objetivista se encamina, por consiguiente, a enseñar a los hombres que la búsqueda del propio interés no implica una confrontación con otros, sino una relación sin sacrificios en la que dos individuos buscan racionalmente preservar su vida y alcanzar la felicidad. Recurriendo al concepto de Immanuel Kant sobre “el reino de los fines”, Rand afirma que los intereses racionales de los hombres no chocan cuando estos no desean lo que no han ganado, no hacen ni aceptan sacrificios, tratándose como comerciantes: intercambian valor por cada valor recibido. 143 Forzar un intercambio altruista supone obligar de forma inmoral a lo irracional. La sociedad agrede al hombre cuando le solicita una contribución adicional a su aporte en la división del trabajo y el comercio, por ejemplo, sosteniendo a aquellos que no pueden hacerlo por sí solos. Este egoísmo virtuoso abona, por un lado, el mito de que el hombre libre es aquel que pugna por imponerse a las limitaciones. Por otro lado, se ufana por hacer desaparecer cualquier carga pesada, prisión o atadura. Para ello, la libertad como pugna ha de entenderse como “condición de posibilidad” para el éxito racional y humano. Es decir, la violencia de la lucha queda incorporada al recinto del coliseo como la natural condición del hombre libre. Así, partera de las grandes ideas que forjan la historia occidental, la violencia no ha de tomarse como objeto de juicio moral sino asumida como un condimento necesario e inevitable. El hilo que une al inventor del fuego con el dueño de la última patente de televisión LED es la fortaleza que han demostrado para imponerse a sus circunstancias. Estas y los costos de dicha “imposición” quedan ocultos tras las luces del éxito. El emprendedor, pertrechado solo con las herramientas del libre mercado, es objeto de fetichización. Se lo ama y ubica en un pedestal de campeón de la cultura libertaria. Howard Roark y John Galt –protagonistas de las novelas– se convierten en auténticos ídolos neuroliberales. Ambos ejercen una voluntad inclaudicable al producir los “dones” que destruyen la rutina perezosa de la vida de aquellos que se conforman. “Le interesaba la creación, no sus consumidores”. 144 Estos héroes, guiados por su capacidad racional-mental, construyen no solo a su propia persona, sino también al mundo que los rodea. Del otro lado del espejo, quedan los miedosos y zánganos que renuncian a cambiar sus circunstancias objetivas. El mito randiano se sostiene tras la presentación de la libertad como una capacidad heroica de unos pocos. Solo una minoría encarna el coraje para ser libre. ¿Cómo no amar a un individuo que lucha hasta el ridículo por sus convicciones? En la cultura occidental las convicciones lo 142 143 144

RAND, Ayn, La virtud del egoísmo, ed. cit., pp. 35-36. Ibíd., p. 45. RAND, Ayn, El manantial (Barcelona: Planeta, 1975 [1943]), p. 431. 90

fundamentan todo. Incluso, como vimos en el capítulo tercero de este libro, son capaces de defenestrar a la democracia. De las páginas de las novelas randianas, al igual que en la obra reseñada de Mises, no se erigen solitarios los “supermanes” Roark o Galt. Manadas populistas de zánganos perezosos emergen blandiendo a las viciadas instituciones políticas para detenerlos. La política –“kriptonita” mal habida de los perdedores–, cercena aquello que nació virtuoso, libre y exitoso. Mientras tanto, se reitera el llamamiento a emular al incorruptible Roark o al mítico Galt. No desearlo implica sumirse en la irracionalidad de lo subhumano. ¿Quién se opone al héroe sino el antihéroe? En resumidas cuentas, diría Rand, sus personajes no dañan a nadie. Ridícula invención la que acometen al responsabilizarlos del fracaso ajeno. Solo al emprendedor libertariano se le permite esgrimir excusas. Si tiene éxito, lo debe a su entereza y libertad de pensamiento. Los estrepitosos fracasos se contabilizan en la responsabilidad de un “otro” subhumano. Los íconos de la ética “objetivista”, al igual que el mercado libre, han de permanecer inmaculados. Ambos se exoneran en la medida en que siempre cabe alegar un intervencionismo remanente, excusa imperecedera de un proyecto siempre inconcluso demandante de mayores sacrificios. El mantenimiento de la oposición violencia-ideología de Rand sirve para evitar referirse a la pobreza como la violenta exclusión o carencia de futuro, confiriéndole solo la connotación de un mero fracaso personal. En tanto toda persona es racional, nadie puede alegar estar siendo determinado por fuerzas que escapan al control individual. Al pobre no se lo interpela como al expulsado de la sociedad de la obscena opulencia y la racionalidad cínica del consumismo, sino como al que no ha dado de sí lo suficiente para triunfar. Para argumentar a su favor los neoliberales emplean, una vez más, la larga cadena de eslabones que hilvanan la producción de miseria, criminalización del pobre y represión a los intentos por alterar el sentido común del orden establecido.145 En un ejemplo máximo de esta lógica, en Argentina se enjuició a una mujer indigente por la muerte de su hija causada por desnutrición.146 Este Evangelio de la fortuna que Rand novela dispone, además de Mises, de antecedentes notables. Uno es Samuel Smiles, al que le dedicamos todo el capítulo anterior. Otro de sus evangelistas más prominentes del siglo XIX fue William G. Sumner. Según este influyente emérito 145

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Para un análisis pormenorizado del concepto “criminalización de la pobreza” ver WACQUANT, Loïc, Las cárceles de la miseria (Buenos Aires: Manantial, 2004), pp. 22-23; ALARCÓN, Cristian, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vida de pibes chorros (Buenos Aires: Norma, 2002); DUSCHATZKY, Silvia y COREA, Cristina, Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones (Buenos Aires: Paidós, 2004). KESSLER, Gabriel, Sociología del delito amateur (Buenos Aires: Paidós, 2004), cap. 2. CECCHI, Horacio, “La llaga de la Justicia penal”. Página 12, 2012, noviembre 19. http://www.pagina12.com.ar/imprimir/ diario/sociedad/3-208107-2012-11-19.html>. 91

profesor de Yale, el individuo exitoso cumple el papel del “gran ausente” de la historia. Los pobres y débiles –decía, hacia finales del siglo XIX– son en realidad los auténticos poderosos ya que con la ayuda del gobierno se convierten en copropietarios de los bienes ajenos. Esta deuda, o deber ilegítimo que se impone a los triunfadores en la lucha por la supervivencia, oculta que [...] ciertas enfermedades pertenecen a las dificultades de la vida humana. Son naturales. Ellas son parte de la lucha por la existencia con la naturaleza. No podemos culpar a nuestros semejantes por la participación que tenemos en esa lucha. Mi vecino y yo estamos luchando para liberarnos de esos males. El hecho de que mi vecino haya tenido en esa lucha un éxito mayor al mío no constituye ningún agravio.147 La sentencia concluye del único modo que puede hacerlo, es decir, afirmando que la redención de la pobreza se sigue de la duplicación del esfuerzo individual y la energía; y no cargando al exitoso con los achaques de mi inutilidad para granjearme el sustento. De otro modo, la pobreza se terminará por convertir en una auténtica filosofía de Estado. Esta sentencia contra el “pobrismo” que implica la justicia distributiva goza de una naturaleza perenne en las filas discursivas del neuroliberalismo. En un primer estadio, esta ideología liberal-conservadora estigmatiza a la clase obrera. Los vicios personales son los auténticos responsables de la condición miserable en la que se encuentran. La visión de la igualdad como una gran excusa para la antropofagia de la libertad supone una reacción por naturalizar la desigualdad: “en este movimiento se pasará de una justificación de la distinción de algunos a la de un sistema general de las desigualdades y de una jerarquía social”.148 Lo inaceptable será, entonces, la socialización de desigualdades naturales. En 1961, Kurt Vonnegut publica una distopía de los peores miedos que podría llegar a concebir un neoliberal al uso. En un relato de ciencia ficción –“Harrison Bergeron”– se presenta la lucha por la emancipación de individuos obligados legalmente a ser iguales. El más fuerte, el más brillante, el más alto debe compartir la angustiosa experiencia de lo real al nivel del más débil, el más torpe y el más bajo. Para garantizar la estricta igualdad, todos los individuos llevan handicaps mentales o físicos. El discurso final de rebeldía del protagonista deja poco lugar a dudas. Cargado de todos sus handicaps afirma: “yo soy un gobernante más grande que cualquier hombre que haya vivido”. Liberándose de las cargas impuestas por una burocracia pobrista sentencia: “ahora contemplad cómo me convierto en aquello que puedo llegar a ser”. 149 La sátira esclarece de forma 147

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SUMNER, William G., What Social Classes Owe to Each Other (Londres: Harper & Brothers, 1883), pp. 13-14. Traducción propia. ROSANVALLON, Pierre, La sociedad de iguales (Buenos Aires: Manantiales, 2012[2011]), pp. 116-126. VONNEGUT, Kurt, “Harrison Bergeron”, En Welcome to the Monkey House (New York: Dell Publishing, 1998 [1961]), p. 7. Traducción propia. 92

rotunda el objeto de los miedos liberales. Según Vonnegut, mientras ven a la libertad de los ingenios individuales como la escalera que asciende al progreso, a la belleza y a la superación genética de la humanidad, la búsqueda de la igualdad no supera la imagen de una pendiente resbaladiza que culmina en el peor de los totalitarismos. Este liberalismo conservador no se reduce a un mero objeto de estudios arqueológicos. Al contrario, el individualismo virtuoso del siglo XIX compone el sustrato que, aunque con diferencias, sigue dando forma al discurso político neoliberal en el siglo XXI. Si antes la pereza y la malicia moral causaban la pobreza, ahora la pretendida singularidad del individuo opaca el principio de justicia y solidaridad que subyace en el Estado de Bienestar. En el individualismo del siglo XXI las diferencias que más pesan no se originan en las distintas condiciones o categorías sociales. El criterio a partir del cual se manifiesta la discriminación radica en las desigualdades internas de las mismas categorías sociales. De ese modo, la disparidad de los resultados obtenidos por dos miembros de un mismo colectivo exacerba el sentimiento de responsabilidad personal por los logros y los fracasos. De ahí que la sensibilidad se traslade –sostienen Jean Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon– desde aquello poseído en una circunstancia particular a lo que en el futuro se teme perder o se espera ganar.150

Lucha pecuniaria y “reglas” de juego Mises, Smiles, Sumner y Rand confluyen en el endiosamiento de la iniciativa individual y privada. El acto celebratorio de los logros de la civilización occidental señala a la atomización del magma comunitario como su principal aporte. La propiedad privada sirve de soporte material para cristalizar esta disgregación de la comunidad en el exitoso y provechoso pulular de sujetos industriosos y racionales. Desde la perspectiva de estos autores no se comprende el concepto occidental de persona sino a través de la prolongación del individuo en la propiedad. El espíritu posesivo que se sigue de dicha concepción del hombre provoca el desplazamiento de la justicia como principio fundamental de la convivencia humana. El lenguaje de una justicia que distribuye se hace imposible, quedando habilitado el espacio discursivo y político solo para una justicia que retribuye méritos individuales. Es decir, el Estado –en caso de que se admita su existencia– debe resguardar las pertenencias antes que cualquier otro derecho. Llegados a esta instancia de la argumentación, aparece diáfano el esbozado sentido que persigue la prédica de la ética gladiatoria. Si la buena fortuna recompensa el mérito personal, nada 150

FITOUSSI, Jean Paul y ROSANVALLON, Pierre, La nueva era de las desigualdades (Buenos Aires: Manantial, 2010), pp. 73-80. 93

se debe a los demás. Es decir, se fetichiza al rico y famoso como expresión del éxito en la lucha por la emancipación. La pretensión distributiva de los ingresos afrenta al disfrute de la satisfacción individual. El esfuerzo personal constituye el único medio para llegar a ser, algún día, el tiburón de un estanque repleto de pequeños peces. Este sueño narcisista hace que el individuo legitime el apetito voraz de los más aptos, mientras “olvida” que habita la base de la cadena alimenticia. El narcisismo enarbolado por el discurso neuroliberal conjura determinados requerimientos pulsionales para inducir un embelesamiento que pase por alto las contradicciones inherentes a la transformación de la justicia descripta. Apuntalado en la exacerbación del egoísmo, rechaza la negación total que lo atraviesa. Los individuos deben perseguir un fin ilusorio a pesar de que su consecución implique perder de vista la noción del propio bienestar. El mantenimiento del sistema económico de acumulación ilimitada requiere el sacrificio de los seres humanos, contraviniendo incluso a la misma racionalidad del “dilema del prisionero” presentado en la “teoría de los juegos” formalizada por John von Neumann y Oskar Morgenstern. En ese caso modélico se busca explicar cómo dos hipotéticos competidores en el mercado podrían racionalmente cooperar sin recurrir a una justificación altruista. En otras palabras, la cooperación puede, según dicha teoría, estar motivada de forma racional y egoísta. Sin embargo, como hemos afirmado, el neuroliberalismo cambia las reglas del juego, imponiendo la lógica del sacrificio. Al inducir la indiferencia por el bien ajeno, se oculta al individuo que el sistema carnívoro del neuroliberalismo también llama a su puerta. La necesaria falta del otro delata un yo ausente de sí mismo, felizmente entregado a la disciplina del egoísmo racional y virtuoso.

Versos y perversos neoliberales No todo queda en la novela o los cuentos. El sistema moral del egoísmo virtuoso dispone de una traducción al sistema político. Estas redes de fundaciones, institutos y centros de formación tienen por objeto presentar por obvia la eficacia del mercado frente a las anquilosadas regulaciones estatales. La fundación National Endowment for Democracy (NED) ejemplifica su cara más visible. Desde 1983 este organismo de cooperación emplea fondos públicos del Congreso norteamericano para, cuanto menos, tejer una red de usinas del pensamiento neoliberal. Entre muchas otras, por sus vinculaciones con Nuestramérica, vale la pena destacar a la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), fundada y presidida por el ex presidente español José María Aznar. Este férreo aliado de la política exterior de George W. Bush, ha empleado a la FAES para divulgar los “fundamentos morales” del liberalismo propuestos por Rand. En los Cuadernos de pensamiento

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político editados por dicha institución desde 2003, se promueve el mundo del egoísmo virtuoso y posesivo. En Nuestramérica, la red de institutos de estudio o think tanks neoliberales incluye, al menos, a 44 organizaciones en 16 países de la región. 151 En Argentina, por ejemplo, la Fundación Atlas 1853, la Fundación Junior Achievement o la Fundación Libertad se dedican desde hace décadas a profundizar la recepción del pensamiento randiano. A mayor abundamiento de esta conexión novela-realidad, durante la campaña electoral de 2007 para la elección del jefe de Gobierno de la Cuidad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri –militante local del conglomerado de fundaciones neoliberales– se declaró lector enamorado de Rand por su capacidad para transmitir la historia heroica de los individuos. También en 2007, un año antes de iniciarse la actual crisis económica en Estados Unidos y Europa, José María Aznar, ex presidente del gobierno español y presidente de FAES, presentó el libro América Latina: una agenda de libertad. El interés por citar un caso particular como este resulta de su permanente vinculación con los ámbitos académicos del neoliberalismo españoles e internacionales. En su particular discurso sobre la libertad de mercado, el grupo de expertos de la fundación sostiene la tesis repetida durante décadas: “los países que mayor progreso han cosechado en su bienestar son aquellos que más han avanzado en su libertad económica”. 152 O, lo que es lo mismo, la liberalización de las potencias individuales ha tenido como resultado un aumento generalizado del bienestar. El informe obvia recordar, como apuntamos en el capítulo tercero, que la esencia más clara del neoliberalismo se manifiesta cuando un pequeño grupo de ofertantes compite por porciones de mercado crecientes. La ausencia de monopolios u oligopolios se debe más a la conveniente redefinición del concepto de “competencia” que a una virtud inmanente del mercado libre. Volvamos al ejemplo de FAES y analicemos qué países reciben tan elogioso comentario. En la lista de los éxitos del neoliberalismo se destaca la presencia de Irlanda, Islandia y Chile. Los dos primeros han sido sometidos a la postración política y económica de sus ciudadanos para pagar los excelentes resultados de la bonanza financiera neoliberal. El verso del modelo en Chile se refleja en el perverso efecto de las políticas implementadas por Augusto Pinochet y los Chicago Boys, reverso económico de la Escuela de las Américas. Finalizada la primera década de gobierno del dictador chileno, para salvar la solvencia de los agentes económicos fuertemente endeudados, el Estado optó 151

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FISCHER, Karin y PLEHWE, Dieter, “Redes de think tanks de intelectuales de derecha en América Latina”, en Nueva Sociedad, Nro. 245, mayo-junio de 2013, pp. 70-83. FAES, América Latina: una agenda de libertad, Presentación José María Aznar (Madrid: FAES, 2007), p. 39. 95

por recuperar el control de las principales empresas públicas y del sistema de crédito. Chile, gobernada por un prócer neoliberal, asumió la deuda privada por un equivalente al 35% del PIB de 1989.153 Desde la publicación de América Latina: una agenda de libertad en 2007 la realidad económica y política cambió sustancialmente y los autores realizaron en 2012 una actualización. En su nueva versión de la Agenda no se menciona jamás a Irlanda e Islandia. O, lo que es lo mismo, no se pretende dar ninguna explicación al respecto. Siguiendo el estilo amnésico, el nuevo informe describe a las economías latinoamericanas otrora sumergidas por la devastación de las cadenas del pobrismo como sociedades fortalecidas por el pleno desarrollo de sus clases medias. 154 Ahora bien, el crecimiento económico de amplios sectores sociales no da cuenta de un modelo político alternativo al neoliberalismo sino de una “indudable vocación para beneficiarse de los servicios que pueden ofrecer las empresas españolas”.155 Las dictaduras que antaño inocularon las políticas del shock necesarias para dejar en el pasado cualquier intento de transformación cualitativo ahora son consideradas por FAES errores limitados en el tiempo.156 La complacencia y la complicidad de Estados Unidos y Europa quedan diluidas por el recuerdo de sus apuros por retornar a la normalidad de una democracia “controlada”.157 Instituciones heredadas de los regímenes autoritarios serían más funcionales para guardar los excesos del poder bajo las alfombras periféricas de las favelas, las villas de emergencia, o los incontables asentamientos precarios. Sin embargo, la brutal protección represiva de la libertad generada por las empresas privadas en Europa y América patentiza las costumbres autoritarias de un neoliberalismo armado.158 No hay un hiato que escinda el shock de los años setenta y ochenta con el recetario prescripto para los países “cerdos”: Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España. Mediante rescates multibillonarios al sector privado “demasiado grande para quebrar” se ha garantizado la renta financiera, ignorando los derechos políticos e hipotecando los derechos sociales de los ciudadanos. El salvamento que las democracias europeas brindaron a sus sistemas financieros pone de relieve que la magnitud de determinados actores económicos les permite saltear el escollo del 153 154

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CALCAGNO, Alfredo E. y CALCAGNO, Alfredo F., El universo neoliberal, ed. cit., pp. 459-474. “El ‘pobrismo’, una de las caras que asume la corrección política, es un problema de origen cultural que empeora las cosas. En algunos países de la región se reivindica la pobreza como un valor en sí mismo. […] La creación de riqueza se acaba transformando así en un disvalor.” FAES, op. cit., p 41. FAES, América Latina: una agenda de libertad 2012. Presentación de José María Aznar (Madrid: FAES, 2012), p. 91. Íbid., p. 33. Íbid., p. 80. Ver TADDEI, Emilio, “Crisis económica, protesta social y ‘neoliberalismo armado’ en América Latina”, en OSAL, Observatorio Social de América Latina, 2002, Nro. 7. 96

debate democrático.159 Una vez más, toda desmentida del neuroliberalismo se emplea cínicamente para explicar las lágrimas que se han de derramar antes de llegar a la tierra prometida. Lo que origina el desastre humanitario de las “crisis económicas” no es la especulación, ni la competencia sin regulación social, ni la corrupción corporativa, ni la reducción de lo humano a lo gladiatorio. El conflicto que hace imposible a la sociedad encuentra su eje en el enfrentamiento con las manadas de “pobristas” premodernos que, habiendo renunciado al progreso, pretenden vivir del esfuerzo ajeno. De modo que el control económico de la democracia o la socialización de la deuda corporativa son sacrificios ineluctables de los seres vivos para alcanzar la categoría de humanos en un mundo signado por la competencia y el sacrificio.

159

WINGERT, Lutz, “La ciudadanía y la economía de Mercado. O ¿qué es en realidad sistémicamente importante en democracia?”, en Las Torres de Lucca, Madrid, Nro. 1 (jul-dic 2012), pp. 7-55. 97

TERCERA PARTE NEUROLIBERALISMO: ABRAZAR LA DESVENTURA

Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego solo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después solo la revuelta podrá derogar, deja subir al poder a los hombres que luego solo un motín podrá derrocar. Antonio Gramsci, Odio a los indiferentes El sentido común neoliberal […] funciona como una matriz atomizadora o atomizante. Luis Tapia, La reforma del sentido común en la dominación neoliberal

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CAPÍTULO 7

ESCENIFICACIÓN POLÍTICA DEL SUICIDIO

Desregulación y puja distributiva En un sistema troglodita que todo lo ingiere, la comunidad se hace imposible. La mera existencia del individuo se encuentra amenazada. El egoísmo virtuoso lleva a la implantación de un neodarwinismo en el que la justificación de las propias virtudes se basa sobre mentadas debilidades ajenas, creciendo y afirmándose uno mismo mediante la disminución de los demás. Con ello, la barbarie solo alcanza a ser develada como fenómeno puramente externo y nunca como una resultante del propio comportamiento.160 Al establecer una mediación fantástica entre los significantes y significados, la ideología neoliberal fundamenta el statu quo de una sociedad carnívora. Esta ilusión enmascara, tras el artificio de la imagen, la publicidad y la censura, el aspecto real de las elecciones cotidianas a las que el sujeto está sometido o “invitado a participar”. Al igual que el niño que cree que nadie lo ve porque se ha tapado los ojos, la fantasía ideológica de la propaganda neoliberal se aboca a negar la realidad e insistir en prácticas legitimadoras de un sistema antihumanitario. La ausencia de logros en relación con la idealización teórica de sus premisas prefigura ese trastorno narcisista del neuroliberalismo. Así, muy a pesar de la capacidad de la sociedad tecnológica para combinar lo racional y lo irracional, la emancipación y la servidumbre, las contradicciones siempre encuentran el modo de perpetuar su tensión. La cronología de los atropellos a la democracia y a los derechos individuales ocultos tras el dogma del egoísmo virtuoso, se prolonga de forma conspicua. Citaremos, una vez más, solo algunos ejemplos en los que mejor se patentiza esa fantasía inconsciente que estructura la realidad social. No son simples engaños que se desvelan, sino casos en los que observar cómo la conciencia del “hacer” está mediada por una ilusión que reprime la apreciación de que “la ley racional del éxito/fracaso” carece de realidad objetiva más allá de su enunciación y común aceptación. 160

BIAGINI, Hugo E., Fines de siglo, fin de milenio, ed. cit., p. 139. 99

Allí donde se denotan las olas de democratización creciente se obvia realizar mención alguna a la vinculación de la dinámica capitalista con la acumulación de poderes de facto de las compañías transnacionales y sus condottieri. En definitiva, “la democracia liberal es un lujo político que no todos los países están en condiciones de asumir”.161 La connivencia entre poderes políticos y económicos engrosa una larga lista de casos. Por ejemplo, el delineamiento del modelo económico neoliberal del gobierno de Carlos Menem fue dictado por miembros del directorio del grupo corporativo multinacional Bunge & Born.162 El caso de Mauricio Macri tiene una menor envergadura política, pero dada la inescindible identidad empresario-político neoliberal, opera como un tipo ideal de esta connivencia. Además de heredero ideológico del menemismo, es dueño de empresas que contratan con el Estado por millones de pesos. Varios de los ministros o funcionarios de su gobierno –Daniel Chain, Andrés Ibarra, Pablo Clusellas, Gregorio Centurión, Nicolás Caputo, Pablo Tonelli– habían sido gerentes de empresas de su propiedad o participan de los negocios del empresario-político como socios o administradores. La vieja Europa no está ajena a estas connivencias. En España, dentro del Consejo de Ministros conformado por Mariano Rajoy al principio de su gobierno, el Ministerio de Economía y Competitividad es dirigido por Luis de Guindos, ex presidente ejecutivo de Lehman Brothers. Otro titán del sistema financiero –Goldman Sachs– tiene entre sus ex empleados a Mario Draghi (presidente del Banco Central Europeo desde 2011), Mario Monti (presidente del Consejo de Ministros de Italia, 2011-2013), Antonio Borges (director del Departamento de Europa del Fondo Monetario Internacional-FMI, 2011). Estos hechos comunes en la siempre joven revolución conservadora no son meras casualidades biográficas de los implicados. Hay que comprender –afirmaba André Gorz al final de la década de 1990– que el capital esquiva el control de las sociedades-Estado allí donde los gobiernos adquieren el hábito de la genuflexión. El poder irresistible de los mercados no sería más que una coartada para emprender la guerra que el capitalismo declara a la clase obrera al ritmo del bombo de la “desregulación”.163 El dinamismo de estas prácticas políticas –agrega Éric Toussaint– se origina en “la debilidad de la lucha de los trabajadores por una redistribución a su favor del ingreso”.164 Hace más de doscientos años, Adam Smith –limpio de culpa y cargo de cualquier 161 162

163 164

Ibíd., p. 123. El grupo económico multinacional originado en Argentina fue considerado durante el siglo XX como la corporación más poderosa e influyente del país. Los dos primeros ministros de economía del gobierno de Carlos S. Menem fueron Miguel Roig y Néstor Mario Rapanelli. Tanto en el ministerio como en la corporación, Rapanelli sucedió a Roig, ya que ambos ostentaron sucesivamente el cargo de vicepresidente ejecutivo general de Bunge & Born y luego el de ministro de Economía de la Nación. GORZ, André, Miserias del presente, riqueza de lo posible (Buenos Aires: Paidós, 1997), pp. 21-31. TOUSSAINT, Eric, op cit., p. 14. 100

acusación protomacarthista– reseñaba el mismo escenario: “comerciantes y fabricantes se quejan generalmente de los malos efectos de los salarios altos [...] Pero nada dicen sobre las malas consecuencias de los beneficios altos”.165 Es decir, las grandes fortunas emplean a los gobiernos para rebajar los salarios de los trabajadores y poder así mantener su competitividad sin renunciar a los altos beneficios. Tales “verdades” reiteradas y aceptadas como manifestaciones objetivas logran materializarse en prácticas públicas que señalan al salario obrero como el origen de las disfunciones de las economías.166 Por ejemplo, han llevado a que se privilegien las políticas macroeconómicas monetarias por sobre las fiscales. Esto supone gravar, a través del precio del dinero, a aquellos que menos tienen y premiar a las altas rentas con sistemas impositivos regresivos, o nulos en el caso de la renta financiera. Milton Friedman, conocido monetarista, afirma en Capitalism and Freedom que la función económica del gobierno debe limitarse a la administración monetaria. La política fiscal – tildada de intervencionista– debe ser descartada por reducir la eficacia marginal del capitalismo. En otras palabras, afecta el cortejo que debe primar en las relaciones Estado-capital.167 En Nuestramérica, esa implicación lógica entre el éxodo del capital y la desregulación ha servido como ariete colonizador. Así, haciendo alarde de una proyección morbosa de los defectos propios en el comportamiento ajeno, se condena con el mayor énfasis la indisciplina fiscal originada en un Estado de Bienestar “pobrista”, mientras se excluye de la crítica a los gastos en subsidios a la educación y sanidad privada, las garantías a los depósitos bancarios, la fabricación de armas y las rentas artificialmente altas de sectores de la economía que sistemáticamente externalizan sus gastos en el Estado. Hay que recordar, por ejemplo, que las grandes fortunas de los CEO de las empresas multinacionales ni se construyen a partir del talento, ni se ven afectadas por sus estrepitosos fracasos.168

Colonialismo y democracias de facto La escenificación de la connivencia en el ámbito suramericano utiliza ropajes de estilo colonial. En 1942, José María Rosa señaló, en Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, cómo el mecanismo de la deuda soberana había tenido y tendrá por resultado no solo la pérdida de la independencia, sino también la pauperización de un pueblo a costa del 165

166 167 168

SMITH, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (Barcelona: Orbis, 1983 [1776]), l. IV, c. VII, parte II, sección I. Ver supra pp. 80 y ss. FRIEDMAN, Milton, Capitalism and freedom (Londres: University of Chicago Press, 1982), pp. 37-54. MUÑOZ, Ramón, “Culpables, millonarios e impunes”, El País, 12/10/2008, edición impresa. . Accedido 12/6/2013. 101

enriquecimiento de otro. Los intereses de la deuda no son solo el precio del dinero prestado, sino el tributo forzoso que se ha de pagar por subirse al barco del progreso. “Tentativa –afirma Rosa– de imponer el coloniaje económico disfrazado de conveniencia institucional”.169 En un socarrón gesto de altanería intelectual, los lumpenburgueses 170 señalan esta continuidad lógico-explicativa entre deuda y dependencia, entre riqueza y pobreza, como el dogma prístino del idiota latinoamericano. En lo que Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner han dado en llamar el Manual del perfecto idiota latinoamericano se eructa la burla a esa superstición de un continente asediado por la idiotez. 171 Apostados en su promontorio eurocéntrico recurren al marqués sin marquesado, Mario Vargas Llosa, para presentar la argumentación más banal contra el populismo, acusando a los gobiernos latinoamericanos que han intentado revertir esa lógica de la dependencia como supuestos regímenes autoritarios. Para justificar sus desequilibrados propósitos expansionistas, los intereses corporativos transnacionales, al referirse al Tercer Mundo, han apelado a mecanismos proyectivos del tipo “la paja en el ojo ajeno” mediante argumentos como los de “continente y pueblo enfermos”. Actualmente, para echar por tierra las realizaciones satisfactorias latinoamericanas, se acomete un abordaje mediático reduccionista sobre mentados caracteres inherentes a la personalidad de gobernantes presuntamente populistas, quienes aparecen como poseídos por la arbitrariedad (caprichosos, vanidosos, iracundos, intratables: desde Hugo Chávez y Evo Morales hasta Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner). La semblanza de los excesos se apareja con el lastre visceral tradicionalmente atribuido a una actitud mental propia de los dirigentes criollos: la imprevisión, madre de todos los vicios, renuente al progreso y a la modernización. Sendas condenas son irremisibles de antemano por más emprendimientos innovadores que puedan contraponérsele a ese mismo diktat, según lo han venido testimoniando dichos gobernantes mediante sus intentos de recuperación del patrimonio y las riquezas nacionales. 172 Políticas y resistencias todas ellas que, a diferencia de lo que ocurre en las políticas primermundistas, abren el acceso a una paradigmática etapa postneoliberal.173 Habituales practicantes del sincericidio, los defensores de la libertad de mercado recurren a la 169 170

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ROSA, José María, Defensa y pérdida de nuestra independencia económica (Buenos Aires: Huemul, 1972), p. 76. Término presentado por André Gunder Frank en Lumpenburguesía: lumpendesarrollo (Barcelona: Laia, 1979 [1942]). MENDOZA, Plinio Apuleyo, VARGAS LLOSA, Alvaro, y MONTANER, Carlos Alberto, Manual del perfecto idiota latinoamericano y español (Barcelona: Plaza & Janés, 1996). Cfr. BIAGINI, Hugo E., Identidad argentina y compromiso latinoamericano, ed. cit., cap. IV y epílogo. Pese a que, desde una óptica eurocéntrica, todavía se sigue enfatizando que el ultraliberalismo “ha triunfado plenamente en el planeta”, como afirma Javier Sánchez Álvarez, en su libro El neoliberalismo me mata. La aristocracia financiera somete al pueblo (Granada: Algón, 2012), p. 281. 102

razón cínica para explicar el carácter complementario entre el credo neoliberal y la represión militar en América Latina. Las dictaduras cívico-militares han utilizado la defensa de la libertad y han denunciado supuestos genocidios populistas para legitimar usurpaciones armadas al poder democrático del pueblo. Para aquellos, la democracia significa un sistema liberal democrático, es decir, un régimen en el que lo “democrático” posee un carácter accesorio. De tal modo, se yerguen restricciones que limitan las opciones de la ciudadanía y refrenan el avance de una democracia participativa. En el capítulo segundo hemos hablado sobre el ejemplo de Mises y Benegas Lynch en relación con los ataques del mercado a la democracia. Podríamos agregar a ese tándem, por ejemplo, a Jorge Julio Palma. Este contralmirante partícipe del golpe militar al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón en 1955 afirmaba que “cuando una minoría egregia ha podido convencer y educar a las mayorías en la aplicación del sistema social de la libertad [...] se han obtenido los más altos grados de felicidad y bienestar para la mayoría”. 174 La cita pertenece al texto de una conferencia, irónicamente titulada La libertad y el mar, en la que plantea la alternativa entre garantizar la libertad de las capacidades individuales o esclavizarlas. Valga la aclaración que, según este marino, los medios técnicos para la defensa de la “soberanía individual” de la democracia incluyen el derrocamiento armado de gobiernos constitucionales. Redobla la ironía el hecho de que esta conferencia haya sido pronunciada el 30 de septiembre de 1966, tan solo unos meses después del golpe militar del 28 de junio en el que se puso –de facto– punto final al gobierno constitucional de Arturo U. Illia. Este presidente, además de levantar la proscripción al peronismo, había cometido una doble imprudencia. La primera, llevar en su plataforma política, entre otras demandas populares, la promesa de cancelar los contratos de explotación petrolera con empresas privadas extranjeras (con la que obtuvo apoyo popular). La segunda, cumplirla. La actitud tutelar de las minorías liberales preclaras se mantuvo durante todo el siglo XX. El objetivo consistía en estructurar la moral y las relaciones sociales para que resultase impracticable una emancipación más allá del régimen liberal democrático. Los rituales encarnados en la cotidianidad por el juego ambivalente entre voluntad y coerción producen y mantienen la creencia en su propia evidencia determinando el conjunto de acciones posibles. “Al aceptar una política económica sustentada en el credo del liberalismo, las Fuerzas Armadas reconocieron en el mercado [...] un instrumento eficaz de disciplinamiento de las relaciones sociales”. 175 De este modo, en el 174

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PALMA, Jorge Julio, “La libertad y el mar”, en Tres enfoques de la libertad (Buenos Aires: Centro de Estudio sobre la Libertad, 1966), p. 34. CANITROT, Adolfo, Orden social y monetarismo, vol. 4, Nro. 7 (Buenos Aires: Centro de Estudios de Estado y Sociedad, 1983), p. 6. 103

futuro ya no sería necesario apelar a la violencia de esa minoría egregia para ordenar el comportamiento de la clase obrera. La historia reciente (2007-2014) de varios países europeos viene a confirmar que, para el neoliberalismo, las transacciones financieras siguen siendo el límite de la legitimidad de los resultados electorales y del pluralismo. Por tanto, sin necesidad de abrir las venas de América Latina –parafraseando el libro de Eduardo Galeano–, en el autoproclamado “Primer Mundo” encontramos la continuidad de esa lógica perversa en la que los cuerpos son el campo de operaciones del neoliberalismo conservador, socialmente clasista, políticamente autoritario y económicamente privatizador. Tras darse a conocer una nueva serie de “ajustes” en el Estado español, el periodista y escritor Juan José Millás describía la situación con un tono ajustadamente irreverente: La economía financiera no se conforma con la plusvalía del capitalismo clásico, necesita también de nuestra sangre y en ello está, por eso juega con nuestra sanidad pública y con nuestra enseñanza y con nuestra justicia al modo en que un terrorista enfermo, valga la redundancia, juega metiendo el cañón de su pistola por el culo de su secuestrado.176

Sinrazón y mito neuroliberal El discurso descalificador difundido por intelectuales cortesanos neoliberales hacia todo aquello opuesto a sus cánones tiene como meta eliminar la necesidad de brindar razones sobre la justicia de las opciones políticas que propugnan. Refugiados en esta filosofía suprahistórica y suprahumana realizan un simulacro. Presentan, con una mano, al hombre del amor y las oportunidades, mientras que con la otra terminan por fundamentar la dominación en condiciones objetivas y naturales. Se aprueba la tesis –dirán ante las políticas implementadas en la década de 1990– de que “ha sonado una nueva hora liberal, nacida no de la dialéctica de las ideas sino de los imperativos de la necesidad”.177 Esta pretensión neoliberal de secuestrar la razón lleva, a las claras, tres siglos de desfase al permanecer anclada en una lógica newtoniana. En su afán por establecer la necesidad mecánica de las políticas neoliberales olvidan –como señalara René Passet–: “la historia no guarda relación con el tren cuya salida, cuyo destino y cuyas estaciones de paso están rigurosamente predeterminadas”. El principio de incertidumbre de Werner Heisenberg demuestra que en todo momento varios 176

177

MILLÁS GARCÍA, Juan José, “Un cañón en el culo. Relaciones imposibles: economía real-economía financiera”. El País, 14/8/2012, sección Cultura. . DURAN COUSIN, Eduardo, La hora neoliberal de América Latina, un estudio objetivo (Fundación Hanns-Seidel, 1993), pp. 78-79. 104

proyectos siguen siendo posibles. “Si el pensamiento se cristaliza en su valor eterno ¿cómo va a ser capaz de aprehender un mundo que, a su vez, se halla en evolución continua?”.178 De todas esas perogrulladas que venimos repitiendo, la aceptación de la primacía natural del mercado manifiesta claramente el carácter coercitivo y no mecánico de su evidencia. Este cercenamiento en la constitución de la realidad a los límites inherentes a sus mismas condiciones de producción reduce “la libertad humana a la libertad de cada uno de hacerse el lobo del otro”. 179 Franz Hinkelammert, echando mano del Leviatán de Thomas Hobbes, así contesta a este liberalismo de los trastornos míticos del mercado. El neuroliberalismo, lenguaje arrogante y soberbio, se escenifica en una suerte de suicidio del hombre convertido en objeto de la historia. La racionalidad indirecta que debería llevarnos, al menos, a ese “yo vivo, si tú vives también”, se disloca. Este neuroliberalismo estipula: “yo vivo, si logro condenarte a ser excluido o a morir”, aun a costa de mi propio sacrificio. La combinación de la individualización del mundo y la búsqueda del progreso justifican la explotación como el camino necesario hacia el libre mercado. De este modo, se traslada dentro de la sociedad política el conflicto entre individualidades que los modernos pretendían haber superado con sus contractualismos. En lugar de hacer posible la deidad del hombre para el hombre, se garantiza la rapacidad. Y, en su máxima irracionalidad, se la presenta como una libertad. Es más que simbólico que Friedman –celebérrimo asesor del dictador Augusto Pinochet– elija a Hong Kong como modelo de ese paraíso terrenal del liberalismo. Resulta esclarecedor que sostenga que la pobreza de los trabajadores del puerto de Hong Kong antecede al logro de su emancipación. 180 Así, el sueño de alcanzar el éxito requiere aceptar como una verdad la aserción ilógica, injusta e irracional de que la desigualdad representa el principio y el fin de las cosas y que en lugar de ser un obstáculo para el desarrollo constituye el germen de la prosperidad. La moral capitalista, al ser en definitiva un problema objetivo, se ahorra la necesidad de explicar desde el yo el fracaso y la suerte ajena. Ya no hay suerte sino fallo epistemológico en el discernimiento de las mejores estrategias en la lucha por la preservación. “La vida no es justa. Es tentador pensar que el gobierno puede rectificar lo que la naturaleza ha producido. Pero es también importante reconocer cuánto nos beneficiamos precisamente por esa injusticia que deploramos”.181 En el discurso de la explotación, el empresario “es ahora servidor, da trabajo, empuja el progreso, sirve al interés general”.182 178 179

180 181 182

PASSET, René, La ilusión neoliberal (Madrid: Debate, 2001), pp. 28-70. HINKELAMMERT, Franz, Hacia una crítica de la razón mítica. El laberinto de la modernidad (Arica: Palabra Comprometida, 2008), p. 130. FRIEDMAN, Milton, Free to Choose: a Personal Statement (Harmondsworth: Penguin, 1980), p. 34. FRIEDMAN, Milton, Free to Choose, ed. cit., p. 137. HINKELAMMERT, Franz, op. cit., p. 110. 105

La escenificación política del suicidio radica en la construcción de los dispositivos que imponen “libremente” al hombre contemporáneo la experimentación, aun en su propio cuerpo, de este juego terrorista. El neodarwinismo –etiqueta que se ha aplicado al neoliberalismo– no completa la estampa de la realidad y nos lleva a postular el neuroliberalismo. La identificación del neoliberalismo con la producción de una subjetividad neurótica que impide toda reacción a las demandas de una cultura antihumanitaria, apunta al paradójico estado en el que, por ejemplo, la minuciosa individualización de perfiles “comerciales” supone una condición fantasiosa en la que ya no se olvida solo al Otro, sino también a sí mismo.

106

CAPÍTULO 8

RENUNCIAR A LO INTELIGIBLE

Servidumbre voluntaria En el relato “El que inventó la pólvora” (1988), el mexicano Carlos Fuentes presenta una historia teñida de realismo mágico que describe las circunstancias que estamos aquí intentando delinear. Narra los avatares de una sociedad en la cual los objetos materiales se desvanecen. Las cucharas de plata se disuelven en el té, las letras de los libros vuelan como mariposas, los autos se desintegran por los aires entre gases rojos. La evanescencia de todos los objetos de consumo ocasiona, de forma inicial, una consternación general. Las fábricas disipan las dudas en el sistema productivo, proclamando que tienen la capacidad de reponer los objetos desaparecidos cada veinticuatro horas. El “modelo del futuro” reemplazaría a los artefactos desaparecidos. Al día siguiente, el “novísimo modelo del futuro” sustituiría al ya caduco modelo del día anterior. El sueño dorado del capitalismo se haría realidad. La necesidad objetiva de un consumo acelerado lleva a las fábricas a trabajar a toda máquina, resolviendo, por fin, el problema del desempleo. Magnavoces instalados en todas las esquinas aclaraban el sentido de esta nueva revolución industrial: los beneficios de la libre empresa llegaban hoy, como nunca, a un mercado cada vez más amplio; sometida a este reto del progreso, la iniciativa privada respondía a las exigencias diarias del individuo en escala sin paralelo; la diversificación de un mercado caracterizado por la renovación continua de los artículos de consumo aseguraba una vida rica, higiénica y libre.183 Estas circunstancias, recibidas con gran alborozo y delirio, se van acelerando a lo largo de la narración. Mientras en un principio la obsolescencia de los objetos se producía cada veinticuatro horas, hacia el final de la historia apenas unas cuantas horas alcanzan para acabar con la vida útil de las mercancías. La aceleración de la evaporación de los productos aumenta la actividad en las fábricas, donde el acto de producir y consumir se convierten en uno solo. Los patrones y los obreros terminan por perder la memoria de una existencia allende el puesto de trabajo-consumo y con ella 183

FUENTES, Carlos, “El que inventó la pólvora”. En Los días enmascarados (México D.F.: Era, 1988), pp. 73 y ss. 107

toda capacidad previsora. En ese mundo consumista histérico, descripto por Fuentes, los sujetos viven al día en una cronometrada reiteración de instantes, terminando por olvidarse hasta de sí mismos. Solo el protagonista, ante el final definitivo, siente la urgencia de volver a su casa e intentar reiniciar la historia volviendo a descubrir la agricultura y el fuego. Los magnavoces del cuento de Fuentes emulan a los teóricos del neoliberalismo que hemos venido citando. Para aquellos, la creencia en la capacidad redentora de la libre empresa justifica de forma suficiente la servidumbre voluntaria como para lograr que se la acepte con alborozo. El neuroliberalismo no oculta nada, al igual que en el cuento, porque se sabe aceptable por sujetos en los que la realidad está estructurada por una fantasía que resuelve la consternación inicial por un mundo que se les evapora en las propias manos.184 No en vano Friedrich von Hayek afirma, en Camino de servidumbre, que fue la sumisión de los hombres a las fuerzas impersonales del mercado lo que en el pasado hizo posible el desarrollo de una civilización que de otra forma no se habría alcanzado. Sometiéndonos así, hemos contribuido día tras día a construir algo que es más grande de lo que cualquiera de nosotros puede comprender plenamente.185 En este llamamiento a renunciar a la apetencia de lo inteligible el autor no hace más que actualizar, pero invirtiendo su signo denunciatorio, el viejo paradigma moderno de la servidumbre voluntaria elaborado por Étienne de La Boétie hacia 1555. 186 Las figuras del goce, del hechizo y de la libertad como candado de la servidumbre siguen estando presentes. Han cambiado los señores feudales y los objetos de goce, pero los individuos, antes como ahora, aceptan “voluntariamente” un sometimiento intensivo emanado de esa mezcla ridícula, innecesaria e irracional entre el trabajo socialmente constructivo y destructivo. De ahí que este trastorno les haga parecer a la resistencia como irracional, inverosímil o imposible. ¿Cómo resistirme al automóvil nuevo, a los viajes en avión, a la última tecnología? Este neuroliberalismo que nos convoca a renunciar a entender y declara el fin de la historia/ideología oficia, por el contrario, de aparato ideológico. En su requerimiento de nuestra honda adhesión a los productos de consumo, al trabajo, al corpo-Estado o al mercado, sin los cuales la sociedad tecnológica no puede funcionar, nos impone “evidencias” ante las cuales solo resta 184

185 186

SUÁREZ, Laura, “Apuntes para una desublimación del deseo en el Discurso Capitalista: de lo semiótico a lo sociopolítico”, en Observaciones Filosóficas, Santiago, 2009, Nro. 9, 2do. semestre. HAYEK, Friedrich A. von, Camino de servidumbre (Madrid: Libro Libre, 1989), p. 218. “Cosa ciertamente asombrosa –y sin embargo tan común que hay que dolerse más que pasmarse de ello– es ver a un millón de hombres servir miserablemente, teniendo el cuello bajo el yugo, no porque estén forzados por una fuerza superior, sino porque –eso parece– están encantados y hechizados por el solo nombre de uno, del que ni deberían temer el poder ya que está solo, ni amar sus cualidades ya que es en su tierra inhumano y salvaje”. LA BOÉTIE, Étienne de., Discurso de la servidumbre voluntaria (Madrid: Trotta, 2008 [1576]), p. 2. 108

decir: ¡obvio! Al hacerlo nos recluta como sujetos garantizándonos nuestra “individualidad” irreemplazable.187 La crítica a la noción clásica de ideología viene a señalar que esas “ideas” del neuroliberalismo no existen sino en prácticas materiales que logran delimitar la libertad para abortar cualquier novedad imprevisible. En el relato de Fuentes, por ejemplo, el recuerdo del pasado late como una reminiscencia de un tiempo no colonizado. Como si alguna vez hubiese existido un último momento de humanidad que permita intuir la antinaturalidad de un mundo que se desvanece. La internalización del mandato de los magnavoces que anuncian la edad de oro adquiriría legitimidad precisamente del consentimiento brindado en ese espacio anterior en apariencia no condicionado. Sin embargo, la consternación originaria ante el posible fracaso final del capitalismo delata el carácter producido de aquellos “individuos abstractos”: sujetos ya “interpelados” como sujetos que no pueden sino reconocer la “obviedad” del traslado de la vida dentro de las fábricas. Todos los objetos que comienzan por desintegrarse ya están materializando la coordinación de los deseos del individuo con los requerimientos del sistema. La ínfima amplitud de la capacidad de elección oculta el que no se puede sino elegir bienes y servicios impregnados de controles sociales. La servidumbre voluntaria toma la forma de un estilo de vida y se inmuniza de la percepción de su propia falsedad. Recurramos a un ejemplo sencillo para ilustrar este lazo: el automóvil o las máquinas de computación (PC). Ambos dispositivos son vendidos aduciendo la necesidad de liberar al consumidor de tareas mecánicas, lentas, poco eficientes y rutinarias. La rapidez en los traslados, los cálculos, las gestiones, redundarían –dicen sus promotores– en tiempo libre. Obviemos que el tiempo –ahorrado– ha de ser empleado, al menos en una fracción considerable, a trabajar para costear el pago de su precio de compra o amortización, como denunciaba Ivan Illich.188 Pensemos, en cambio, en los hábitos y reflejos que son necesarios adquirir por utilizar ambos artefactos. La correlación que debemos establecer con ellos nos condiciona a realizar actividades indispensables derivadas de su empleo. El automóvil o las computadoras demandan convertir al usuario en una especie de centauro mitad hombre y mitad máquina. La fatalidad de esa metamorfosis se inmuniza alegando la libertad en su elección, mientras cada día pareciera más enrevesado vivir en el mundo sin automóvil o computadoras. Por tanto, en sentido contrario al discurso difundido por los magnavoces como Hayek, la liberalización radicaría en desactivar la mímesis mecánica e inmediata con un todo supuestamente ascético y natural. 187 188

ALTHUSSER, Louis, La filosofía como arma de la revolución, ed. cit., 139-140. “Con aumentos ulteriores en la velocidad de ciertos vehículos, decrece el kilometraje total viajado por los pasajeros, pero no el tiempo que les cuesta mantener el sistema de transportes” ILLICH, Ivan, Energía y equidad (Barcelona: Barral, 1974). 109

Subidos a la fantasía La sujeción voluntaria demandada por el neuroliberalismo no representa un eterno retorno del miedo al poderoso que determina la heteronomía en las relaciones sociales. En el humanismo simplista del escenario descripto por Fuentes, la resistencia no supone un peligro. La aceptación de las relaciones de producción impuestas por el evento de la obsolescencia automática de los productos, transforma a los sujetos en cancerberos de su propia cautividad. Explicar los mecanismos de esta obediencia ha sido objeto de múltiples elaboraciones y explicaciones tras la caracterización efectuada por La Boétie de la “servidumbre voluntaria”. Cierta crítica describe los bloqueos que dispone el neoliberalismo a los posibles proyectos emancipatorios desde la “falsa conciencia”. La introyección de ideas imaginarias reproduce las relaciones de producción, en lugar de conducir a su resistencia. La lectura marxista de Ludovico Silva, por ejemplo, sostiene que el neoliberalismo representa el aparato ideológico del Estado en el capitalismo avanzado. Su objetivo consistiría en producir un plusvalor espiritual que garantice la preservación del capital material. La enajenación del trabajo encuentra en la ideología su versión especular en el plano inmaterial. El contacto permanente y diario con slogans producidos por la industria cultural apologética del capitalismo acumula en la preconciencia el material mnésico que sirve como fangal en el cual se atrapa al individuo. Los mensajes doctrinarios explícitos quedan soslayados por la abrumadora mayoría de mensajes ocultos, ante los que las conciencias ingenuas de los trabajadores no pueden reaccionar.189 Este excedente de energía mental no se materializa sino de forma indirecta, a través de una representación del mundo que constriñe la univocidad de las necesidades del consumo. A cambio de “no tener que pensar por cuenta propia, el hombre explotado por la industria ideológica vende su fuerza de trabajo espiritual y produce un excedente ideológico, compra su seguridad a cambio de su conciencia”.190 Esta teoría de la ideología concibe al poder solo como un envés negativo bajo cuya influencia se pierde la autonomía. La identificación del individuo con la fuerza que lo oprime se origina en la “falsa conciencia”. Sujetos ingenuos que no conocen la realidad de sus relaciones sociales, reiteran con sus actos la sujeción que los oprime. El neuroliberalismo se asemejaría a un adoctrinamiento en creencias que motivan acciones que reiteran la servidumbre. La ideología, por tanto, colgaría un velo entre la “verdadera” realidad y la “falsa” conciencia que de ella nos hacemos. Sin embargo, desde distintas aproximaciones se ha intentado explicar la insuficiencia de concebir el poder como una potencia exterior que presiona sobre el sujeto. En particular, el mundo 189 190

SILVA, Ludovico, La plusvalía ideológica (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1984), p. 214. Ibíd., pp. 231-5. 110

gobernado por la “mentalidad capitalista”, si se nos permite la inversión de la diatriba de Ludwig von Mises, no oculta la conciencia de las relaciones sociales, sino que dispone mediaciones para que, sin alterar la percepción de la realidad, en la práctica se “pasen por alto” las consecuencias que de ella podrían derivarse. En este caso, sería más adecuado emplear la noción de “falsa conciencia ilustrada” propuesta por Peter Sloterdijk: los sujetos se han dado cuenta de la nada a la que todo conduce. “Saben lo que hacen, pero lo hacen porque las presiones de las cosas y el instinto de autoconservación, a corto plazo, hablan el mismo lenguaje y les dicen que así tiene que ser”. 191 Un cinismo que vive a través de una doble fantasía: (i) la fetichización que orienta las prácticas sociales y (ii) la “fantasía ideológica” que pasa por alto que la autoridad de estas prácticas carece de verdad. Es decir, el sujeto neuroliberal en su lectura de la realidad se comporta como un buen nominalista anglosajón. Por un lado, sabe que la sociedad ideal en la que los individuos consienten exclusivamente el intercambio de valor por valor no existe. Por otro lado, en sus prácticas cotidianas actúan “como sí” la sociedad particular en la que habitan fuese la encarnación de ese universal de la “democracia liberal”.192 Víctima y sacrificador, el sujeto neuroliberal continúa operando la máquina, consolándose en que siempre habrá un otro dispuesto a reemplazarlo. La ilusión inconsciente que lleva a “pasar por alto” la relación con la realidad revistiéndola de ensueño no se explica, hemos dicho, por un repliegue hacia la inmaterialidad de una psiquis separada del cuerpo. Por el contrario, la fantasía ideológica se materializa en la actividad social efectiva. Simulacros en los que los sujetos actuamos “como si” el mercado representase un mecanismo ascético de distribución, “como si” los éxitos y fracasos individuales fuesen resultado de la propia pericia, “como si” las leyes que gobiernan fuesen la expresión de la voluntad general, o “como si” la emancipación dependiese más de la adquisición de saberes prácticos que de revisar las relaciones sociales que demandan dicho aprendizaje. El éxito de la fantasía consiste, entonces, en hacerse tangible en la urdimbre cotidiana de prácticas que sostienen y dan vida a esas construcciones éticas. La potencia del neuroliberalismo estriba, precisamente, en su capacidad para constreñir la liberación a la individual operación de reglas del mercado equiparables al código de los gladiadores. Este código de comportamiento determina las prácticas posibles estableciendo una correlación entre las probabilidades “científicamente” constituidas y las motivaciones de los sujetos. Estos últimos se someten inmediatamente a aquellas disposiciones que señalan los impedimentos “objetivamente” vinculados a su grupo o clase. Aceptan a priori el habitus de rechazar lo rechazado y querer lo 191 192

SLOTERDIJK, Peter, Crítica de la razón cínica, ed. cit., p. 40. ŽIŽEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, ed. cit., pp. 58-61. 111

inevitable. Puesto que el habitus es una capacidad infinita de engendrar, con total libertad (controlada), unos productos –pensamientos, percepciones, expresiones, acciones– que siempre tienen como límite las condiciones histórica y socialmente situadas de su producción, la libertad condicionada y condicional que él asegura está tan alejada de una creación de novedad imprevisible como de una simple reproducción mecánica de los condicionamientos iniciales.193 La fantasía ideológica del neuroliberalismo no busca, en consecuencia, presentar un punto de fuga hacia un inconsciente inalcanzable, sino estructurar esa misma conciencia de una forma ilusoria que encubra su núcleo traumático e insoportable. En esta operación recurre a explicaciones científicas. No resulta casual que el desarrollo de las neurociencias en el ámbito de lo social acontezca con especial énfasis en el escenario neuroliberal que describimos. En este caso, los dispositivos de producción de subjetividad emplean a las funciones cerebrales para naturalizar sus resultados. Ello no implica el abandono de la fantasía, sino el empleo cínico de la ciencia para blindar el acceso a las evidencias que contradigan el carácter innato de la servidumbre voluntaria. Una vez que el discurso científico sobre el origen genético de las decisiones humanas se acepte como real, incluso hasta los hechos más evidentes que lo desmientan se emplearán para argumentar a su favor. El elemento compositivo “neuro” con el que describimos al neoliberalismo nada comparte con la neuropolítica, ya que no recurrimos a una explicación fisiológica de los mecanismos de sujeción. Sin embargo, si hacemos mención de ella se debe a que en su discurso, muy a su pesar, se hace sentir con especial fuerza la imbricación entre subjetivización y reproductividad. En tanto que las minorías que gobiernan el mercado toleran de forma exclusiva a la democracia de los dólares, es un acto reflejo la asimilación que hacen de los estudios de marketing neurocientíficos a las deliberaciones políticas en el ágora dineraria. El mercado engulle a lo político recurriendo a los mismos métodos para capturar al “cliente” votante. La mera posibilidad de comprender cómo activar en los sujetos deseos sincronizados con los intereses de los grupos de poder ha funcionado como un “grial”. Implementar en la democracia las técnicas desarrolladas a partir del conocimiento del cerebro humano supondría adquirir un poder aniquilador de todas las resistencias. Los estudios neuropolíticos parten de la noción de “encuadramiento” –o framing– para explicar sus tesis. Se requiere que el receptor de un mensaje tenga interiorizados ciertos marcos de sentido para luego activar esas sinapsis neuronales con prácticas discursivas. Recordemos un

193

BOURDIEU, P. El sentido práctico, ed. cit., pp. 86-89. 112

ejemplo propuesto por George Lakoff.194 La palabra “elefante” solo evoca la imagen del paquidermo si con anterioridad hemos visto uno. La repetición incesante del término clave no induce, por sí misma, a imaginar el animal correcto sin que este sea conocido previamente. Aquí no hay truco cerebral, si el mago no pone al conejo en la galera, o en la chistera, no habrá forma de hacerlo “aparecer”. De ahí que se recurra tanto a gurúes –por ejemplo Jaime Durán Barba o Dick Morris– como a medios de “educación ciudadana” para producir los marcos conceptuales sobre los que dirigir sus enunciados.195 Desde hace casi un siglo existen, por ejemplo, fundaciones con presencia internacional como Junior Achievement. Esta organización ejemplifica cabalmente la dinámica productiva de los marcos de sentido demandados. En diversos programas educativos, la fundación fomenta la imagen de una “sociedad integrada por individuos libres y responsables que comprendan la importancia de ser emprendedores para el logro de las metas que, en su particular búsqueda de la felicidad, se hayan propuesto”. Destinados a “niños de 5 a 21 años”, con ellos esta institución adoctrina, desde la más temprana edad, en el rol del individuo como consumidor y trabajador. Entre los objetivos particulares de sus módulos formativos se propone, por ejemplo, que niños de 5 años adquieran la capacidad de “organizar un plan de trabajo para obtener el dinero necesario para comprar lo que desean”.196 La producción de valores que sostengan los rituales normalizadores no se detiene en la niñez. Una vez adultos, la maquinaria sigue en marcha. Las crisis financieras no han de ser vistas como catástrofes, sino como oportunidades de cambio. Errores nimios de unos pocos que con esfuerzo y tesón individual pueden ser revertidos. Por ejemplo, Andrew Grove, directivo de Intel Corporation, resumió esta lógica de renunciamiento a lo inteligible en un libro titulado Solo los paranoicos sobreviven. En el mundo empresarial perduran las compañías que se adaptan a los cambios. El éxito consiste en atinar a predecir los nuevos rumbos del mercado y subirse a tiempo a la “cresta de la ola”. Para ello resulta fundamental –afirma Grove– tener una sensación permanente de amenaza. Competir requiere de una buena dosis de paranoia. Imaginarse escenarios y prever el próximo 194

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LAKOFF, George, Don't Think of an Elephant: Know Your Values, Frame the Debate (Chelsea: Green Publishing, 2004). En español: No pienses en un elefante (Madrid: Editorial Complutense, 2006). Por ejemplo, el entrevistador norteamericano Frank Luntz abona esta tesis cuando sostiene que lo importante no son las palabras, sino su percepción. La impresión que los discursos producen en los sujetos depende, en gran medida, de las emociones que suscitan. Las palabras ya no “dicen”, “funcionan”. LUNTZ, Frank, La palabra es poder: lo importante no es lo que dices sino lo que la gente entiende (Madrid: La Esfera de los Libros, 2011). En Estados Unidos de América proliferan, con mayores o menores reparos éticos, los centros de investigación apartidaria dedicados a la neuropolítica, como el Rockridge Institute. “Fundación Junior Achievement Argentina”. 2012. . “JA World-wide - Educating Youth on Business, Economics, and Succeeding in a Global Economy”. . Accedido 21/12/2012. 113

conflicto. Los trabajadores exitosos son aquellos que asimilan esta virtud del empresario paranoico. Dispuestos no solo a cambiar, sino a luchar por ser los primeros en hacerlo. Lejos de resistirse, el trabajador ha de reprogramarse siguiendo los veredictos del mercado. Por tanto, ha de someterse a una autovigilancia permanente a fin de construir el propio destino. Cuando Grove escribió su libro, hacía ya mucho tiempo que las instituciones de las sociedades carcelarias habían estallado por los aires. La escuela, la familia o la fábrica, ya no detentaban la exclusividad en la producción de sujetos dóciles. La empresa reemplaza a la fábrica; la formación permanente, a la escuela; la evaluación, al examen. Del hombre al ciudadano, del ciudadano al trabajador, del trabajador al consumidor, y del consumidor al consumidor informatizado, se va tramando esa red de control. A diferencia de la rigidez anterior, el nuevo sistema permite modulaciones que facilitan aplicar el poder de un modo continuo e ilimitado. Algo impensable para la disciplina fragmentaria y discontinua del encierro. La libertad de movimiento se paga con el precio de someterse a un control social impúdico en su ostentosa presencia.197 La conexión permanente del trabajador con la empresa reduce al ridículo el reclamo histórico por la jornada laboral de ocho horas. El cumplimiento de los objetivos empresariales erige un muro de fantasía que mantiene al empleado motivado para seguir trabajando más allá de cualquier razón biológica horaria. Cortar dicha conexión supone un riesgo. He ahí el problema del trabajador paranoico de Grove. Este no se permite el “exceso” de perder parte del flujo incesante de información. La falta de compromiso con el alma de la empresa se asemeja al pecado. La pérdida del trabajo se yergue como la peor de las calamidades. Tanto por las dificultades económicas originadas en las deudas personales, como por la pérdida de tiempo que implica volver a ponerse en carrera. De resultas que todo coágulo al flujo incesante de mando y obediencia, queda disuelto, anticoagulado. Numerosas han sido las crisis y las actas de defunción firmadas al neoliberalismo. Por ejemplo, Michel Camdessus –director gerente del FMI entre 1987 y 2000– llegó a reconocer el errado enfoque de la ortodoxia en la gestión de la crisis en Argentina. Crisis que luego desembocó en el “caos neoliberal” enfrentado por el “argentinazo” en 2001. Pero su reproductividad como aparato ideológico encuentra explicación en la aceptación de los marcos que dan sentido a una realidad fantástica. La irracionalidad a la que se somete a los individuos aparece como racional una vez que estos aceptan reconocerse en categorías binarias de éxito/fracaso. La particularidad del neuroliberalismo estriba, precisamente, en que como sujetos advertimos la falacia de la descripción 197

Ver DELEUZE, Giles, “Postdata sobre las sociedades del control”, en Christian Ferrer (comp.), El lenguaje libertario. Antología del Pensamiento Anarquista Contemporáneo, (La Plata: Terramar, 2005), pp. 115-121. 114

del paraíso neoliberal propuesta por los ejemplos de Junior Achievement y Grove, pero aceptamos continuar brindándole materialidad al actuar “como si” fuese real. Soporta esa ilusión encubridora la promesa de un goce pleno, sin conflictos, que reabsorba toda imposibilidad. No deja de ser cierto que el poder se ejerce sobre individuos libres. De otro modo no estaríamos ante relaciones de poder. De ahí que el marketing es ahora el instrumento del control social. No se busca impedir la libertad, sino determinarla a una cantidad de opciones predefinidas. Elegir lo radicalmente distinto, lo que se encuentra fuera del abanico determinado, no es libertad sino irracionalidad. Simple idiotez de sujetos bárbaros o deseosos de un retorno imposible a la animalidad. Para mantener la voluntad de adecuación a los confines fijados, el control no requiere de muros, sino abusar de los vínculos primarios de los individuos con lo social en su requerimiento de continuidad, visibilidad y localización.

No resistencia versus función utópica Las redes de control dispuestas para contener al ciudadano-consumidor dentro del mercado se permean con facilidad. Las resistencias, insurrecciones, indignaciones, desobediencias se diseminan en todas las relaciones de poder. No obstante, el neuroliberalismo, al no estar apoyado en una configuración particular de la realidad sino en la relación que con ella establecen los sujetos, resulta capaz de incorporar reivindicaciones por las que se luchaba en etapas históricas anteriores. La euforia invade a la sociedad tras las victorias conseguidas sobre dispositivos de coerción obsoletos. ¿Qué significado puede poseer, por ejemplo, la libertad horaria de los nuevos teletrabajadores? O, mejor dicho, ¿qué implica cumplir horarios cuando la noción de trabajadores ha sido vaciada en la de sujetos empresarios de sí mismos? Similar conclusión se podría esgrimir en relación con la libertad de prensa, de consumo, sexual o de movimiento. Las razones para actuar o abstenerse de hacerlo se perciben autónomas, pero no se deja de insistir en los mecanismos abstractos que imponen la conformidad con las condiciones de posibilidad de una libertad “atribuida”. De ahí que libertad y felicidad no se traducen en emancipación sino en mansedumbre. El interés que persigue una sociedad guiada por los dictámenes neuroliberales nunca tiene por objeto la felicidad o la libertad general, sino la represión general por medio de una cultura orientada hacia el poder abstracto. Esta dirección se verifica en la medida en que las necesidades se llenan de contenido a partir de los intereses de los grupos de poder. La felicidad –traducida como la satisfacción o el disfrute universional o unidimensional– constituye el nuevo vínculo que ejercen las clases dominantes. El resultado directo se manifiesta en la depreciación de la felicidad y del placer

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individual como fines en sí mismos. Ello implica que se emplee el trauma originario de la socialidad para reprimir el instinto de buscar la felicidad. La realidad, al imponer restricciones, requiere que todas las energías puestas al servicio de la búsqueda del placer sean repudiadas, y se encauce la actividad “humana” hacia las necesidades sociales: la ilimitada producción capitalista. Al intentar evitar la conciencia de ese dolor, los individuos prefieren constituirse en los sujetos mutilados por el neuroliberalismo antes que presentarse frente a sus deseos insatisfechos. Como adelantábamos en la “Introducción”, se huye hacia la realidad estructurada por la fantasía, porque no se soporta seguir soñando, es decir, enfrentar al real deseo no incorporado por los condicionamientos originarios del mercado. Este dejarse arrastrar por la fuerza irremediable de las cosas ha querido explicarse como un miedo natural del hombre a la libertad. Reflujo de una marea llamada naturalmente a replegarse en sus propios abismos. El dilema lo expresa Emil Cioran en Breviario de podredumbre (1949). La libertad –afirma– comporta la doble posibilidad de salvarnos o de perdernos en la inmensidad de lo posible. La historia de la humanidad narra los retrocesos cíclicos de los individuos frente al gran espacio vacío, pero ello no demuestra un fallo congénito de nuestra hechura, sino un terror inducido. El liberalismo, lejos de asumir el vértigo de aceptar que las cosas dependen de nosotros, alienta la idea de la arbitrariedad anárquica. Instalada la peligrosidad de ese principio de carácter demoníaco, solo resta apuntar el vericueto de salida de esa situación enfermiza de libertinaje, e institucionalizar la libertad. El poder atribuye espacios en los que ejercerla. Instancias sociales liberadas. Jardín de niños en el que el hombre interior se intercambia por el ciudadano. A ello el neuroliberalismo agrega que al hombre no lo asiste ningún derecho a la vida, sino solo el derecho a acciones toleradas o concedidas. La narración del contractualismo moderno se actualiza con el mismo fundamento: el miedo. La incertidumbre presente en el acto de abrirse hacia el afuera, hacia esa nada de una forma no sustancialista de comunidad, requiere de una resolución que pasa, justamente, por abolir toda relación social, dejando en pie solo la lógica vertical entre hombre y soberano. Es decir, neutralizar las relaciones entre individuos relacionándolos con el soberano en un intercambio de obediencia por protección. No existe asociación horizontal posible, sino mera agregación. La comunidad negada por el contrato político individualista es el precio que ha de pagarse para garantizar la seguridad. Ni la violencia ni el miedo se desvanecen, sino que se incorporan como un gran chantaje a la vida política. La libertad absoluta persiste como una cualidad del hombre “interior”. Los liberales

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modernos, como John Locke, exteriorizan esa libertad en el derecho de resistencia. Incluso Thomas Hobbes, el monstruoso filósofo de Malmesbury, concibe el interior del hombre como un límite infranqueable del soberano absoluto. Karl Marx denuncia la hipocresía burguesa de esas pretendidas tangentes de fuga. La erupción desde lo interior de la resistencia violenta carece de realidad. A pesar de ello elaboran una noción de poder de las masas no restringible por la imaginación jurídica del contrato. La resistencia moderna no es una garantía futuraria que apacigua a los espíritus inquietos, sino el despliegue de un ejercicio de poder. En las sociedades neuroliberales, por el contrario, se pierden los reparos. Sin fingimientos ya no hay hipocresía burguesa. Todo está a la vista y se proclama a viva voz. Los sistemas de control permiten abstraer las cadenas de modo tal que se disfrute la miel victoriosa de romper los viejos eslabones, una vez que han sido reemplazados por otros más sutiles y poderosos. Abrazada la fantasía, los individuos, repletos del miedo a su propia insignificancia, crearán nuevos jardines controlados una vez que los anteriores han sido retirados del mercado. El logro de la prédica neuroliberal estriba en configurar un escenario en el que la lucha de clases se vuelve unilateral cuando sus víctimas abandonan tal lucha. “Las masas ya no son simplemente los dominados, sino los dominados que ya no se oponen”.198 La subordinación de la libertad a las exigencias del aparato técnico-administrativo de dominación determina la aparición del idiota social que, con su indiferencia –absentismo histórico, dice Antonio Gramsci–, construye la bola de plomo que ahoga la historia.199 La abdicación de la voluntad trasciende la mera indiferencia hacia el contexto. El sujeto del neuroliberalismo es indiferente con relación a su propia vida. Hemos dicho que el carácter productivo del disciplinamiento psicosocial supone una dinámica según la cual los individuos son el efecto y el instrumento de los manejos del poder. En otras palabras, la persecución incesante del aumento de la producción social para renunciar finalmente al disfrute de lo producido delata el carácter neurótico del neoliberalismo. Adopta la configuración de un profundo trastorno que las personas sigan fagocitando la continuidad de la alienación, cuando las condiciones sociales de bienestar permitirían una devolución del tiempo alienado para la búsqueda de la auténtica satisfacción. La recuperación del tiempo implicaría descubrir un “principio de realidad” cualitativamente nuevo, pero la negación traumática de este nuevo principio mantiene a la vida dentro del escenario de la lucha por la existencia. Justifica, de ese modo, la continuación de la ley del más fuerte, brindando un consentimiento deseoso del neoliberalismo. Es decir, a la hecatombe morbosa del neuroliberalismo. 198 199

MARCUSE, Herbert, Psicoanálisis y política, ed. cit., p. 67. GRAMSCI, Antonio, Odio a los indiferentes (Barcelona: Ariel, 2011 [1917]), pp. 19 y ss. 117

La posibilidad de extrañarnos de la servidumbre voluntaria se afinca en que podemos ser capaces de imaginar una sociedad distinta. Al deslizarnos hacia la lógica de figurarnos alternativas podemos negar las evidencias que se nos pretende presentar como ahistóricas. Precisamente, al concebir la verosimilitud de la lógica de una sociedad que ignora la realidad de dominantes y dominados, emprendemos el reconocimiento de la historicidad del neuroliberalismo. El principal acto de resistencia parte de esa toma de conciencia. Ejercer la crítica. Llamar a las cosas por su nombre. Creer en la posibilidad de una vida en la que la opulencia no reproduzca la agresividad. Se impone –como apuntara Arturo Andrés Roig– la necesidad de nuevas utopías que no se agoten en su posibilidad narrativa, sino que se instalen en la forma del enunciado discursivo. 200 De tal manera, el juego entre topía y utopía abrirá el espacio de lo posible, visibilizando la contingencia del disciplinamiento psicosocial que hemos denunciado, despertando la necesidad subjetiva de cambio. Este vislumbrar nuevos horizontes no puede suponer, en especial en Nuestramérica, una posición vanguardista que menosprecie a las masas brutas. Tras el afianzamiento de la independencia americana, Francisco Bilbao les recordaba a los que caían en ese error: “mientras los sabios desesperaban o traicionaban, esas masas habían amasado con sus lágrimas y sangre el pan de la República”.201

200

201

ROIG, Arturo Andrés, “La experiencia iberoamericana de lo utópico y las primeras formulaciones de una “utopía para sí””. En Revista de Historia de las Ideas, Quito, 3, (1982), segunda época, pp. 53-63. BILBAO, Francisco, La América en peligro (Buenos Aires: Imprensa de Bernheim y Boneo, 1862), pp. 100-1. 118

CAPÍTULO 9

REMOVIENDO TABIQUES

Los ladrones del queso Superado el límite finisecular del siglo XX, cabría obtener alguna conclusión en referencia a las disfuncionalidades del neoliberalismo. La implosión del Consenso de Washington tras la crisis en América Latina a finales de la década de 1990, evidenció los síntomas de agotamiento del experimento y los obstáculos objetivos de una política del hambre y de la muerte. Tras la caída de la oposición “orden neoliberal-desorden hiperinflacionario” se empezó a plantear el apremio por avanzar hacia una era postneoliberal.202 Las crisis financieras cíclicas entre las que se arrastró el pasado siglo elevaban al rango de obviedad señalar los riesgos perturbadores del incontrolado flujo financiero. En sentido análogo, ante las fracasadas esperanzas guardadas en un bienestar proveniente de la adquisición creciente e ilimitada de satisfacciones perecederas, debería ser igualmente innecesaria la significación del consumo como un dispositivo de dominación. No obstante, ni una ni otra conclusión resultan factibles. Para explicar dicha imposibilidad cabría denunciar que los sujetos de las sociedades opulentas solo reaccionan ante la incomodidad inmediata que se les enrostra. El sufrimiento ajeno, y más aún, el de un otro que está más allá de los círculos personales más íntimos, desaparece a la velocidad del zapping. Sin embargo, resulta determinante advertir que el éxito del neoliberalismo radica en impedir la reacción ante la más salvaje de las dolencias personales. Los individuos asumen la racionalidad suicida de entregarse dóciles a los juegos de un mercado-coliseo que se beneficia-divierte al observarlos perseguir en la dirección equivocada un queso que no existe. La parábola ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson, además de venderse por millones, explica cómo y por qué se debe perseguir el queso prometido. Mantiene viva la fantasía del final feliz anhelado, al tiempo que elabora el razonamiento que da sustento a su renuncia. Celebra que el pequeño ratón del cuento continúe a la 202

BORON, Atilio A., “El pos-neoliberalismo: un proyecto en construcción”, en La trama del neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusión social, (Buenos Aires: CLACSO, 2003); KARCZMARCZYK, Pedro, “Democracia y hegemonía en la Argentina de la post-dictadura”, en Revista Surmanía, Nro. 5, 2012. 119

caza de más queso aunque disponga de un depósito lleno. No sea cosa, razona Johnson, que un viraje en la situación lo tome desprevenido. Mientras tanto ridiculiza a aquellos que se preguntan quién es el responsable de la promesa incumplida. Este juego entre realidad y paranoia se desarrolla sobre la base de dos imperativos simultáneos y contrapuestos. En primer término, se impele a abandonar la apetencia por entender. El neuroliberalismo requiere que los sujetos abracen el ideal de dejar que las cosas pasen por sí solas. El equilibrio del sistema económico adquiere la formulación de un artículo de fe. El mito del laissez faire se actualiza de un modo perverso: poco importa que la búsqueda de equilibrio económico se alcance allí donde la “selección natural” descarte a los menos aptos en la lucha por la supervivencia. El fracaso en la lucha por la acumulación de capital humano no inculpa a los que sí han logrado dicha hazaña, tan solo denota la “incapacidad cerebral” para “regentear con éxito una empresa mercantil”.203 El segundo imperativo se dirige en sentido contrario. Mientras los individuos de a pie deben persistir en su rezo según la teología del laissez faire, los magnavoces del neoliberalismo pregonan que el Estado debe emplear toda la fuerza necesaria para imponer el sistema económico recortado al molde de las corporaciones o de las minorías egregias que sí saben qué es ser libre. De ahí que no se reduzca a la mera casualidad que esos magnavoces hayan sonado con especial estruendo en países cuyas democracias fueron raptadas por dictaduras cívico-militares. Hemos dicho que la noción de capital humano convierte a los sujetos en empresarios de sí. Artilugio por el cual se “tolera” la ausencia política de la democracia. En tanto los individuos dispongan de capacidad de consumir sus satisfacciones –afirma el neuroliberalismo–, la forma democrática del mercado opera como bálsamo reconstituyente de las heridas morales que ocasione el contubernio con la dictadura de turno. En el desarrollo del libro hemos explicado cómo la característica sustantiva de esta connivencia no consiste en una moralina técnica que “mira para otro lado”. Muy por el contrario, la asistencia neuroliberal a las dictaduras –sean estas militares, cívicas o financieras– parte de la concepción degradada de la justicia y la democracia. Susan George en Informe Lugano escenifica la intrínseca relación política que aquellos orquestan entre gobernar y acallar a las mayorías. El riesgo de una ciudadanía hablando en voz alta reside en que llegue a considerar oportuno pensar por sí misma e intentar corregir aquellas disfunciones políticas y económicas que la perturban. Para enfrentar el riesgo innato de cualquier pluralismo se emplea un argumento idéntico en relación con el mercado. El neuroliberalismo denuncia que la defensa “clásica” de la capacidad de elección –equivalente a salvaguardar la soberanía del consumidor– incurre en la equivocación de 203

MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista, ed. cit., p. 100. 120

renunciar al bienestar. La mayor eficacia económica y técnica de un mercado gobernado por unos pocos, afirman, produce mayor capacidad de satisfacción que la competencia entre muchos. El gobierno oligárquico, ya sea de la economía o de la política, promete un bienestar al que no se ha de renunciar, salvo por inferioridades atávicas. Podría refutarse afirmando que la Escuela Austríaca o la de Friburgo abogan por un nivel menor de concentración económica. Sin embargo, la ortodoxia de esas escuelas no protege al pluralismo ya que lo oculta tras un gendarme burocrático. El discurso republicano formalista sirve para identificar en la tecnocracia a los anunciantes calificados de la tolerancia social a la pobreza extrema, al tiempo que sostiene la intangibilidad de la libertad de mercado. La intervención en el mecanismo de la “selección social” queda así vedada. Entretanto, la asignación de responsabilidades y la ruptura del consenso técnico se equiparan al autoritarismo: recurso “indecente” al que propenden los populistas.

Positivismo hiperbólico La materialización de los imperativos contrapuestos descriptos, que buscan impedir el gobierno democrático, se hace factible en virtud de una batalla por las temporalidades. El largo plazo funciona como una “promesa de prosperidad” que oculta los degradantes costos actuales de una ganancia futura que, probablemente, nunca habrá de presentarse. La instalación intransigente en la temporalidad de corto plazo también ofusca, en sentido inverso, los costes futuros de una conducta de despilfarro, desigualdad y violencia. El beneficio inmediato –lógica dominante– solo contabiliza el perjuicio de usurpaciones coyunturales de satisfacciones impuestas. Motivado de esta manera, el sujeto moldeado por el neuroliberalismo se refugia en una realidad fantástica en la que no tenga que contemplar la ausencia de bienestar y facilite la pérdida de toda sensibilidad en relación con ello.204 La crítica a la temporalidad de corto plazo del neuroliberalismo no ha de confundirse con un olvido doloso del presente intolerable en cuestiones humanitarias. Estas aberraciones estructurales y urgentes no se pasan por alto. Pero el escándalo de la pobreza, el derecho al futuro o los debates sobre formas de civilización más humanas son todas disquisiciones ajenas al gladiador neuroliberal. El combate cuerpo a cuerpo permanente con el medio invisibiliza las heridas propias y ajenas. La esperanza de una victoria definitiva, siempre imposible, resignifica la violencia que el sujeto ha de ejercer y soportar para “vivir” en el mercado. Sumergido en esta dinámica, el horror que depara el futuro impele a renunciar a la perspectiva personal y abrazar la fantasía neuroliberal. El sacrificio que requiere la perpetuación de tal civilización troglodita se asume como un coste necesario e 204

GALBRAITH, John Kenneth, op. cit., pp. 17, 63. 121

imperecedero de los exitosos. Denunciarlo constituye el vicio de los zánganos perezosos que detienen el curso de la historia. El neuroliberalismo se manifiesta propalando la racionalidad de las mayores irracionalidades. Recubierto de positivismo, legitima su realidad trastornada en la “eficacia” y la “posibilidad” comprobables empíricamente. Ensaya la siguiente explicación hiperbólica: los hechos muestran que al final el mercado resulta capaz de entregar las mercancías. Nunca antes –agregan– la humanidad construyó un sistema de distribución como el presente. La oposición a la sociedad del capital humano pareciera desbarrancar en un profundo sueño romántico. “Quienes desprecian el mobiliario económico que utiliza el asalariado americano, que crucen el río Grande y contemplen las casas de los peones mejicanos carentes de lodo menaje”. 205 Mas las evidencias también positivas que plantean los argumentos humanitarios se vuelve invisible al no reflejar nada. Al reconocernos en la interpelación del neuroliberalismo pareciera que se legitima la ilusión de individuos que consienten las peores atrocidades en la que se encuentran ya arrojados. ¿Por qué motivo se vendría a cuestionar el éxito objetivo del mercado en la diseminación del bienestar? ¿Por qué necesitamos la liberación si los oprimidos son unos sujetos que, cuanto menos, han fracasado por propia responsabilidad? ¿Qué puede importar la opresión materializada en un nuevo calzado si la obrera que vive tras la frontera ha ingresado voluntariamente en la fábrica? A raíz de lo cual insistimos que la ruptura del sueño ideológico no supone un abrir los ojos para que con una mirada libre y cuerda observar los hechos en su realidad objetiva. No hay una verdad de los desposeídos para confrontarla con la narración oficial de su desquiciado pulular. Para explicar mejor nuestra insistencia recurrimos al ejemplo del mito griego de Sísifo. Este, por negarse a seguir a Tánatos al inframundo, termina condenado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcance la cima de la colina la piedra siempre rueda hacia abajo. De modo que debe reiniciar desde el principio, una y otra vez, su frustrante tarea. Pues bien, reemplacemos a Sísifo por los hombres y mujeres que por su irracional pretensión de vivir del botín ajeno son tratados por la “mentalidad capitalista” como zánganos. E imaginemos que en lugar de arrastrar una piedra enorme hacia la cima de una colina, estos nuevos personajes míticos deberán intentar alcanzar el éxito en un mercado donde solo triunfan los más hábiles administradores de su propio capital humano. Ante tal escenario, la crítica que intentamos ensayar en este libro no pretende encontrar el modo de ayudar a Sísifo. No es que no lo mereciera, sino que al buscar una verdad objetiva de los desposeídos para confrontarla con la narración “neoliberal”, estaríamos, de algún modo, manteniendo vigente la fantasía que pretendemos impugnar. Para decirlo sin rodeos: el 205

MISES, Ludwig von, La mentalidad anticapitalista, ed. cit., p. 78 122

problema no es demostrar el esfuerzo, sino advertir que Sísifo no existe. En efecto, nos propusimos advertir que la figura ideológica del “zángano” que vive del éxito ajeno representa el intento neoliberal para adelantarse ante la evidencia de su propia tragedia. Esos hombres y mujeres son los participantes involuntarios de la puesta en escena que los señala, para llenar el espacio vacío de las fallas constitutivas del mercado neoliberal. Al aceptar tal explicación del mundo en el que vivimos los sujetos terminamos pasando por alto “nuestra propia explotación”. Por el contrario, si se reconoce el elemento del edificio ideológico que representa dentro de él esa inviabilidad, se rompe el sueño y se habilita el camino a reconocer lo poco que sabemos de nosotros mismos.

Nomenclatura revisada Recapitulemos. La incapacidad de proyección a largo plazo, junto con la ruptura entre los significantes del progreso y los significados con los que el sujeto debe convivir a diario, lo mantienen alucinado. Esta disyunción –apunta Louis Althusser– se explica por la relación imaginaria que los individuos entablan con las condiciones reales de su existencia. Lo fantástico se ubica, por tanto, en la “relación con” y no en la realidad misma, que se presenta como natural y verdadera. Las prácticas normadas que el individuo del neoliberalismo debe realizar ritualmente se siguen de dicha deformación, brindando materialidad al aparato ideológico que Carlos Fuentes describe como magnavoces.206 Entrampados entre una necesidad primaria de reconocimiento y la prescripción de actos que les garantizan la existencia individual e irreemplazable, los sujetos terminan por “aceptar” como evidente un mundo construido para reproducir su explotación.207 De ahí el diagnóstico del neoliberalismo no solo como una ideología neodarwinista de selección de los sujetos mejor dotados, sino también como provisto de un andamiaje que inyecta a las personas los anticuerpos para que no reaccionen ante la violencia que padecen, abortando cualquier cambio político emancipador. Este modus operandi es, precisamente, aquello que nos permite postular al neuroliberalismo como una categoría singular, según la cual los sujetos atiborrados de una ética gladiatoria obstruyen cualquier argumentación que contravenga la representación de sí mismos como sujetos exitosos. De modo que, henchidos de deseos de autosuperación, persisten en una “civilización” asentada en prejuicios sociales alienantes. En la medida en que se logra que el individuo se represente como el autor de sus triunfos pasados o futuros, rechaza cualquier vertebración alternativa del mundo. Así, la tiranía de la 206 207

Ver supra capítulo 8. ALTHUSSER, Louis, La filosofía como arma de la revolución, ed. cit., pp. 131-144. 123

globalización neoliberal se perpetúa alborozadamente consentida por individuos que creen estar alcanzando una satisfacción propia. De forma inversa, al reconocerse en las características adosadas a los términos injuriosos de “zángano”, “fracasado”, “pobre”, “villero”, “gamón”, “ñero”, “negro”, “cholo”, “rocho”, “plancha” y muchos otros, asume su destino subhumano como inapelable. A esta yuxtaposición de irrealidades represivas le damos el nombre de “neuroliberalismo”. La ética gladiatoria actúa en distintos planos del discurso y la política. El interés, por ende, no estriba en desarrollar un análisis monográfico sobre un autor o escuela en particular, sino en apuntar esos vasos comunicantes entre ideas en apariencia distanciadas pero que explican el resultado final. La exclusiva disputa erudita sobre la precisión descriptiva de la teoría en cuestión impide observarla en toda su amplitud. El neuroliberalismo no es solo una teoría económica, ni una ideología de grupúsculos minoritarios sin traslación posible en la realidad política. La restricción del análisis a esa perspectiva se emplea por sus voceros para exculparse de las políticas fracasadas. El neoliberalismo –dicen– tropezaría por falta, no por exceso. Los populismos políticos miopes en lo económico explican las “fallas” del mercado mejor que los errores de su racionalidad objetiva e infalible que propugnan. Digámoslo de otro modo, la decepción del coliseo como mercado perfecto no se atribuye al excesivo combate, sino a la limitada violencia permitida por las democracias. Alegatos de esa índole sobre la incesante escenificación frustrada del suicidio neuroliberal, no debieran bastar para ofuscar los nexos existentes entre los distintos planos del discurso y la política. Así, podríamos recordar las colaboraciones con las dictaduras de Augusto Pinochet, la dictadura “libertadora” de Eduardo Lonardi y Pedro E. Aramburu; la conversión de literatos con un trasfondo progresista como Mario Vargas Llosa en colaboradores asiduos de la Sociedad Mont Pelerin; o la proliferación de políticos neoliberales que, amparados por el aval académico, explican la racionalidad de sus políticas expoliadoras: Mariano Rajoy, José María Aznar, Carlos Menem, Fernando Collor de Melo, Alberto Fujimori, Mauricio Macri, Sebastián Piñera o Vicente Fox. El diagnóstico que aquí realizamos del neuroliberalismo no busca, a su vez, apuntar a una explicación neuronal del carácter disciplinario del capitalismo postindustrial. La proliferación de estudios e institutos “neuropolíticos” constatarían lo que hasta hace pocas décadas no era más que una profecía autocumplida de los análisis de cuño foucaultianos. Los aparatos publicitarios de los partidos políticos han asumido pública y explícitamente el empleo electoral de los avances en el conocimiento del funcionamiento del cerebro humano. Hoy, más que nunca, resulta una verdad evidente que los lóbulos frontales de los ciudadanos son objeto de una disputa por ganar ese órgano de civilización, como lo llama Alexander Luria.208 En otras palabras, la política ha incorporado sin 208

Fundador de la neurociencia cognitiva. LURIA, Alexander R., El cerebro humano y los procesos psíquicos: 124

pudores la técnica para fagocitar el bloqueo de información que contravenga toda autorrepresentación, la cual, a su vez, ha sido impuesta por una maraña apretadísima de técnicas comunicacionales. En consecuencia, implicaría un equívoco confundir una tecnología particular de poder –por ejemplo, la neuropolítica– con un diagnóstico general del carácter totalizador y represivo del neoliberalismo. El cerebro humano no contiene la respuesta total al fenómeno o experiencia de la vida humana. Modelar sujetos útiles para la maquinaria capitalista requiere, sin duda, mejorar la eficiencia, sea de las mentes, sea de los cuerpos. 209 Pero si el empleo de la neuropolítica adquiere una relevancia fundamental en el marco de la investigación que aquí hemos desarrollado, ello no está dado por los avances en neurociencia, sino por la pronta atención que le han dirigido el mercado, las corporaciones y el Estado. Ávidos por ejercer un control mayor sobre los consumidores y los ciudadanos, procuran agilizar la trasliteración de ese saber en poder. Es decir, naturalizar, a partir de un argumento fisiológico, la cultura de la confrontación y la violencia.210

Frente a la crítica paternalista Al hombre modelado por el neuroliberalismo lo hemos llamado “idiota social”, “absente histórico”, “retrasado mental”, “miedoso”, “alucinado”, “enajenado”, “neurótico” o “títere científico”. En el capítulo octavo enunciamos, a su vez, los dispositivos orquestados para actualizar cotidianamente la abdicación voluntaria a la resistencia. De modo que podría sugerirse que denunciamos al neoliberalismo para asumir, de inmediato, la protección paternalista de sujetos ilusos. En el capítulo tercero se describe el modo por el cual se aplica un rasero económico, ético, racional o de cualquier otra índole, para juzgar e igualar los resultados de las decisiones de los sujetos. La defensa positiva o negativa de la libertad recurre a dicha verificación para legitimar los predicamentos sobre qué implica la libertad “auténtica”. Los individuos concretos, aquellos determinados empíricamente por una realidad incontestable, debieran asentir la coerción ejercida por sujetos libres de dichos condicionamientos. Estos últimos, al considerarse más inteligentes, racionales y avezados en navegar las profundidades de lo real, tendrían la cualificación para imponer sus dictámenes. A lo largo del libro buscamos desenredar el embrollo donde los 209

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análisis neuropsicológico de la actividad consciente (Barcelona: Fontanella, 1979). SIBILIA, Paula, El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005). “Las propuestas éticas pueden estar equivocadas. Una propuesta como la capitalista, según la cual la base de la conducta humana es solo el afán de lucro, está radicalmente equivocada”. CORTINA, Adela, Competir o convivir, Entrevistada por Francesc Arroyo. El País, 18/5/2013. 125

procuradores neoliberales del sentido común ocultan estos presuntuosos argumentos. Mas ello no debe llevarnos a olvidar que la crítica al neuroliberalismo podría leerse en el mismo sentido, o sea, considerada como una diatriba de improperios hacia sujetos que tan solo están buscando sobrevivir. No renegamos de dicha posibilidad, aunque quisiéramos presentar los argumentos para descartarla. Es decir, apartarnos explícitamente de todo paternalismo o esencialismo, evitando dar a entender que creemos ejercer el rol de ventrílocuos de una masa a la que consideramos atontada. Debemos mostrar la salida del embrollo eludiendo la tentación reaccionaria de atribuirnos un entendimiento superior de las causas y consecuencias del trastorno impuesto por el neuroliberalismo. En los capítulos anteriores se exhiben los argumentos de la ilusión de la libertad. Sus magnavoces insisten en articular una sociedad transparente a sí misma, pero regenteada por instituciones inaccesibles al control de los hombres y las mujeres que las padecen. La alergia democrática congénita del neuroliberalismo demuestra esa faz totalitaria. De ahí la invitación de sus teóricos a la servidumbre voluntaria. La sociedad dividida según un eje entre quienes ganan y pierden en la lucha por la supervivencia no puede sino demandar la obediencia unánime. Reconocidas las determinaciones de la realidad, a los individuos impotentes les cabría dejar actuar al conjunto de relaciones heredadas, soportando los acontecimientos como combinaciones “aleatorias” de fuerzas ininteligibles para su razón empobrecida. No obedecerían por terror, sino por deseo servil a las condiciones del mercado o por fallas genéticas de sujetos inferiores. Por más inverosímil que parezca –afirman– la voluntad no se pierde. La aceptación de la ética gladiatoria facilita dirigir la volición hacia un fin ajeno, pero percibido como el resultado personalísimo de la lucha por el éxito. ¿Pensamos, entonces, que si el hombre fuese libre tomaría decisiones radicalmente distintas? No, la falta de libertad no resulta del enjuiciamiento a las respuestas de los sujetos neuroliberales. Mientras se siga demandando un “tipo” de comportamiento para “verificar” la autenticidad del acto voluntario, se estaría denunciando el rasero, pero no se lo habría abandonado. Una vez más, la crítica se encontraría compartiendo asiento en la sala de transmisión del paternalismo neoliberal que censura. La crítica al sistema de producción de necesidades del neuroliberalismo se origina, en cambio, en la constatación del rechazo que este dirige a toda clase de pluralismos. Es decir, no se desconoce que las necesidades humanas contienen una historicidad inescindible. Pero del conjunto de obligaciones sociales y políticas, imperativos, hábitos y relaciones que dan forma a dicha historia, no se deduce un destino irrefrenable.

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Pongamos un último ejemplo. A partir de la crisis del 2008, los ciudadanos de aquellos países que conviven con las demandas infinitas del sistema financiero perciben que la auténtica emancipación no consiste en la libertad económica, sino en la libertad de la economía. El ejercicio libre del discernimiento comenzaría por rechazar como dadas e insoslayables las necesidades económicas. Nótese, sin embargo, que la irrealidad de esta afirmación no proviene de su carácter utópico, sino de la potencia de las fuerzas que se conjuran para impedir su enunciación. Rechazado el paternalismo, cuadra verificar que en las sociedades neuroliberales la autonomía no supone más que la selección de una serie predeterminada de escasísimas opciones. Queda abortada la libertad como algo incierto, riesgoso, siempre requerido de mayores sistematizaciones. Cuando el neuroliberalismo fuerza a la máquina humana para que simplemente compre en el mercado aquello que le brinde existencia, adjetiva al hombre como un sujeto caracterizado con los epítetos mencionados al principio de este apartado: “idiota social” y otros similares. La potencia de fascinación del aparato ideológico del mercado estriba, precisamente, en su capacidad para proyectar la violencia inaugural que constriñe a los sujetos posibles al binomio éxito/fracaso, hacia los sectores más pauperizados de la sociedad. Así, lejos de advertir que el exitoso culmina ocupando una posición apenas distinta en la misma cadena de sometimiento y dominio que el fracasado, se habilitan narraciones “humanitarias” que buscan enmendar los excesos a través de pequeños ajustes que “desarrollen las capacidades” de los “menos aventajados”.

Alegoría de la pecera En un sugestivo pasaje de Rayuela, Julio Cortázar rememora la teoría de León Chestov sobre las peceras con tabiques móviles. En esta alegoría los peces, ávidos por evitar frotarse la nariz con algo desagradable, jamás se decidirían a pasar al otro lado. Poco importaría la remoción de los límites sólidos de su pequeño universo. “Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando”.211 La naturalización del control extinguiría la necesidad carcelaria de la pecera. Hay que advertir, sin embargo, que la disciplina de la escena se explica menos por la capacidad productiva del tabique imaginario que por unos efectos en los que se encuentran involucrados también los peces. Al nadar en círculos dentro de un espacio virtual, sus cuerpos ya no son el lugar de investidura de una potencia que los domina, sino partícipes necesarios de una repetitividad controlada de esas relaciones de poder. De modo que la efectividad de la norma se reitera en un proceso de sujeción ambivalente en el que pareciera que el sometimiento del deseo exige e instituye el deseo por el sometimiento. 211

CORTÁZAR, Julio. Rayuela (Buenos Aires: Sudamericana, 1963), cap. 25, p. 107. 127

El consentimiento brindado a la propia sujeción ha sido objeto de múltiples elaboraciones. En el presente trabajo, aunque no pretendimos ninguna síntesis grandiosa, buscamos dar cuenta del funcionamiento de esa desventura,212 pero no desde el diagnóstico de un fallo congénito de nuestra hechura, sino como el resultado, en este caso, del modelo civilizador del neoliberalismo. La alegoría de la pecera no describiría a sujetos imbuidos de un temor natural para adentrarse en los espacios abiertos de la libertad sino un escenario en el que la norma produce subjetividad explotando la dependencia primaria de una existencia social. De ahí que, una vez caídos los tabiques económicos y políticos que en Nuestramérica representaron durante más de seis décadas los expedientes racionalizadores del neuroliberalismo, los individuos sigan bregando por imponerse una subjetividad ad hoc a las necesidades del mercado. Para hacer más evidente esta comparación quisiéramos apelar a dos reconocidas obras pictóricas: El rapto de Europa, de Rembrandt, y La vuelta del malón, del artista argentino Ángel Della Valle.213 El pintor holandés ilustra el mito en el que Europa, representada por una mujer, es raptada por Zeus, encarnado en un toro. El dios, al llevar a la joven fenicia a Creta, cimentaría la cultura occidental. En la introducción tomamos prestado este mito para iluminar las instancias por las que atraviesa Europa tras la crisis financiera iniciada en 2008 y que nunca llega a su fin. En esta actualización del mito, raptada esta vez por un toro germánico, la joven viaja hacia un futuro en el que todas las contradicciones de la realidad se resolverían en un bienestar general. Para ello, no peregrina hacia ningún inicio, sino que insiste en agregar neos a una cultura liberal que no se resigna a morir. Podría decirse, y con razón, que muchas voces se alzan para advertirle a la joven la locura de esta reiteración insana; pero las instituciones “democráticas” imponen barreras de acceso a las opciones políticas alternativas. La violencia represiva que mantiene a los ciudadanos encerrados en un espiral decreciente de pauperización, reproduce la imagen del rapto. Nuestramérica aparece en el segundo de esos escenarios propiciatorios. Para describirlo, en este caso tomamos prestada La vuelta del malón de Della Valle, una obra que sintetiza la imagen dominante del salvaje como enemigo de la civilización. En su sentido originario, el artista busca estigmatizar al Otro como lo incivilizado, y a lo incivilizado como el peor de los terrores. Edifica 212

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La noción de “desventura” surge de un corrimiento hacia la historia para detectar una ruptura fatal que no debía producirse. “Accidente trágico, desgracia inaugural, cuyos efectos no dejan de ampliarse hasta el punto de que se desvanece la memoria de lo anterior, hasta el punto de que el amor por la servidumbre ha sustituido al deseo de libertad” CLASTRES, Pierre, “Libertad, Desventura, Innombrable”, en Christian Ferrer (comp.), El lenguaje libertario, ed. cit.. El análisis especular de sendas obras nos ha sido sugerido por Alejandro Boverio durante el XVI Congreso Nacional de Filosofía organizado por la Asociación Filosófica Argentina (AFRA). 128

una valla mental que impide la locura de pensar el mundo allende la frontera del río Salado, límite cartográfico con la barbarie. La escena está conformada por un grupo de aborígenes que galopan a toda carrera exhibiendo el botín del reciente pillaje. Entre cruces, incensarios y otros trofeos arrebatados por el malón, encabeza la huida una joven de tez blanca montada en la cabalgadura del secuestrador. La interpretación que proponemos invierte el sentido del relato del pintor. Abocados hoy a superar la prédica neuroliberal, hemos de ver en esa vuelta una liberación sin pedir permiso. Una liberación de la “civilización” que atraviesa la fantasía de una pampa delimitada arbitrariamente por un río. Nuestramérica aparece, entonces, como la moza consciente que, haciendo honor a la cultura de la resistencia, avanza hacia esos mundos alternativos. No escasean ejemplos de esas pulsiones liberadoras. Los más actuales: la revolución ciudadana de Ecuador, la bolivariana en Venezuela o Bolivia, o las experiencias en Uruguay, Argentina o Brasil. En este volumen, no buscamos ahogarnos en un pesimismo descriptivo que agote el espíritu emancipador. Confiamos en que al llegar al final nos daremos cuenta de que no hay tabique y que bastaría seguir avanzando para abandonar la debacle neoliberal. El primer escenario nos advierte de la continuidad de los peligros. El segundo, de la perentoria necesidad de seguir avanzando para defender lo ganado. Reflejar nuestra imagen en los espejos de sendas pinturas torna imperioso reiterar la crítica a la ilusión neuroliberal. Ello será posible en tanto la discusión no se liquide en la simple alternancia de modelos técnicos de políticas públicas. De poco serviría la eliminación de los tabiques impuestos si los peces se mantuviesen fielmente adoctrinados a nadar en círculos intentando solo limpiar el agua infecta de una pecera que ya no existe o, mejor dicho, nunca ha existido. En la proliferación de una ética alternativa a la “rapacidad del mercado” estriba la clave para trascender la formal remoción de esos obstáculos que, de otro modo, el sujeto del neuroliberalismo no rebasaría.

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EPÍLOGO

EL LENGUAJE NEUROLIBERAL: ¿UN NUEVO ALUCINÓGENO EN ODRES VIEJOS?

A nosotros, los que hemos elegido hacer de la palabra un instrumento de combate, nos incumbe que esa palabra no se quede atrás frente al avance de la historia, porque sólo así daremos a nuestros pueblos las armas mentales, morales y estéticas sin las cuales ningún armamento físico conduce a una liberación definitiva. Julio Cortázar, Argentina, años de alambradas culturales.

Panorámica Este libro constituye otra vuelta de tuerca en el denodado esfuerzo por identificar a un terrible enemigo, tanto de las mujeres como de los varones –si se nos permite esa dudosa dicotomía sexista. Estamos hablando de algo bastante sabido pero poco asimilado: del peligro monstruoso que el neoliberalismo significa para damiselotas tales como la Sra. Humanidad, la Sra. Sociedad y la Sra. Naturaleza, por una parte, así como el similar peligro que el neoliberalismo denota, por otro lado, para caballerazos como el Sr. Universo, el Sr. Pueblo y el Sr. Trabajador… Se ha insistido –nunca en demasía– sobre lo que acaba de graficarse, es decir, el poder devastador que posee en muchísimos aspectos el neoliberalismo y la globalización financiera para los seres humanos y para la vida en general. Dentro de ese poder cuasi omnímodo también se encuentran las celadas que nos tiende un lenguaje seductor construido con múltiples invocaciones icónicas: Occidente, Primer Mundo, civilización; sentido común, pensar positivamente, iniciativa personal; triunfar, racionalizar, invertir, modernizar; previsor, austeridad, eficiencia, pudiente… A lo largo del texto hemos optado por acentuar esa perspectiva psico-lingüística, sin resignar otros enfoques del discurso en cuestión que retomamos aquí. Al vernos desprovisto de un término estrictamente propio para caracterizar la sacralización del mercado, el pensamiento crítico tuvo que conformarse hasta ahora con recurrir a aproximaciones equivalentes: –como neoconservadorismo o neodarwinismo, Estado ultramínimo y 130

otras– que podrían ser complementadas con nuestro intento de referirnos a una óptica neuroliberal. Consideramos que desde esa perspectivva podríamos recuperar un espacio “libre” de neoliberalismo y renegociar tanto el sistema de exclusión interno a su campo ideológico (i.e. quién es un exitoso y quién un fracasado) como el campo en su totalidad. Para decirlo sin rodeos: con el provocador título de Neuroliberalismo quisimos combatir la eterna “encerrona” que significa refutar el positivimo hiperbólico de la ideológica aplicada, por ejemplo, en los gobiernos de Thatcher, Reagan, Pinochet, Menem o Collor de Mello, en vez de someter a crítica la misma existencia del mito de un mercado en el que una humanidad exitosa encontraría las satisfacciones que tanto anhela. Al hacerlo hemos pretendido despojarnos de un lenguaje que apela fundamentalmente a la subjetividad y que, por más que se proclame en él la libertad, el individualismo y la autoayuda, se termina despersonalizando e invisibilizando al otro y a uno mismo, al punto de que, bajo los efectos de una profunda crisis identitaria, salgamos a defender intereses sociales muy ajenos a los nuestros o que sectores populares terminen incorporando como si tal cosa la mentalidad valorativa de los poderosos y privilegiados. Según puntualizamos al comienzo, hace tiempo que venimos proponiendo en distintos foros y espacios la conveniencia de sustituir el rótulo equívoco de neoliberalismo por el de neuroliberalismo para referirnos a esa suerte de axioma ilógico e inverificable que sostiene que, quiéraselo o no, en el autointerés, en los propósitos egocéntricos y en la insolidaridad se halla la base o el camino del bienestar para todos: multimillonarios e indigentes, hiperdotados y minusválidos –una creencia elitista que se ha instalado en diferentes momentos, constitucionales o de facto. Además de las cuestiones teóricas esbozadas, también aludimos a la incidencia de distintos autores ultra o neuroliberales y a la existencia de fundaciones multinacionales dedicadas, por ejemplo, a adoctrinar niños y jovencitos en el evangelio de la fortuna para que endiosen y dilapiden el vil metal, se inserten en la lucha por la supervivencia y pasen a convertirse, de simples empleados, en dueños de toda una megacorporación, al estilo fantasioso de lo prédica subyacente al “sueño americano”. El cambio semántico o el contenido conceptual y casuístico que trae aparejado la expresión neuroliberalismo ayudaría a reflexionar de forma alternativa sobre el influjo del neoliberalismo, mientras que su resignificadora introducción en el habla común o técnica, se hallaría en una línea semejante a lo que está sucediendo con el vocablo Nuestramérica o nuestroamericano (todo junto) para desplazar otras acepciones problemáticas como la de Hispanoamérica o la misma de América Latina.

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Estereotipia Entre los eslógans y las frases hechas que han salido de la usina discursiva neuroliberal y han calado hondo en la población se encuentran aquellas que preconizan que el Estado no es la solución sino el problema o más afirmativa y concluyentemente que el Estado es el problema y los mercados la solución; todo lo cual llevaría a sostener sonsonetes como el que propalara José Alfredo Martínez de Hoz, un economista instigador de la más feroz dictadura cívico-militar argentina: “Achicar el Estado es agrandar la nación”… Mientras, al mismo tiempo, se comandaba el apartado represivo Estatal más brutal que conoció la Argentina. Por tanto, el Estado objeto de ataques es aquel construido en torno a ideales más igualitarios que el neuroliberalismo rechaza de plano. Consecuentemente, tenemos las gravitantes medidas propuestas por figuras doctrinarias como las del cabecilla de los Chicago Boys, Milton Friedman: “Privatizar, privatizar, privatizar”, que vienen a fusionarse con el postulado de la libre empresa, la desregulación estatal, los ajustes salariales y la concentración del capital. Según resulta archisabido, una de las principales puestas en práctica de ese recetario del shock sería llevada a cabo, como única alternativa viable, por gestiones públicas a lo Margaret Thatcher, quien, además de negar la existencia de la sociedad, produjo una sensible reducción del impuesto a las ganancias e incrementó fuertemente el desempleo y la flexibilidad laboral. Mutatis mutandi, un somero repaso de la lógica ultraliberal puede ser expuesto de la siguiente manera: 

el bien común, la justicia social y el interés colectivo como mitos o abstracciones sin sentido;



una irrestricta libertad individual como medio para el enriquecimiento de todos, cada uno es empresario de sí mismo;



realismo político: voluntad de poder y dominación, las sociedades son naturalmente agresivas, tienden a maximizar el poder y a minimizar los derechos humanos;



alineamiento con el sistema mundial bajo los términos de lo que se ha denominado como realismo periférico;



inmadurez constitutiva y vaciamiento cultural de los pueblos emergentes;



la desigualdad, un principio constitutivo, no resulta un obstáculo para el desarrollo sino el germen de la prosperidad. Mientras se le imputa al populismo una pesada carga ideológica y a sus dirigentes un

insuperable carácter retrógrado e impulsivo, estas vertientes liberales no se presentan como voceros clasistas sino como dotados de una concepción suprahistórica y extrapartidaria que exalta el espíritu 132

benefactor del empresariado y reniega de la planificación gubernativa, del control de precios, de los sindicalistas y hasta del sistema jubilatorio, las conquistas y obras sociales o el salario mínimo. Simultáneamente, la soberanía, el imperialismo y la dependencia son visualizados como fenómenos irrelevantes. Todo ello viene munido con una antropología pesimista sobre el hombre común como mentalmente confuso y desafecto al saber. Una panoplia del arsenal neuroliberal ha sido reactualizada en el libro de Apuleyo Mendoza, Montaner y Álvaro Vargas Llosa, Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano. Por una parte, se ensalza allí la racionalidad de las clases medias y se le reconocen grandes méritos a gestiones tan desprestigiadas como las del menemismo en la Argentina por la paridad que estableció con el dólar, el recorte a los gastos fiscales y al empleo público, la privatización de las empresas estatales, mientras se descalifica como autoritaria, desastrosa y corrupta la política kirchnerista, a la cual se acusa de haber aumentado la pobreza y la marginación. Por otro lado, se estima como promisoria la integración subregional llevada a cabo por los países minoritarios que han formado la Alianza del Pacífico, censurándose la creación de grandes bloques autónomos –sin presencia estadounidense– como los de UNASUR, CELAC –un invento del castrismo y el chavismo– hasta los de la propia OEA y Mercosur –monumento al dirigismo y al proteccionismo. Se condena los planes asistenciales y se efectúan diversas identificaciones: el Estado con la burocracia y los altos gravámenes, los neopopulistas con los neocomunistas –que plantean la distribución de la riqueza– o las empresas pequeñas con la ineficiencia y la informalidad. Si bien los autores festejan el eclipse del idiota latinoamericano ante el “desarrollo liberal” no dejan de lamentarse por la aparición de un neoidiota que, siguiendo la ignorancia y la incultura de las masas, apuesta por el socialismo del siglo XXI y por los gobiernos que alientan a los movimientos comunitarios.

Rearme categorial Si se admite, con el estudioso David Harvey, que la principal arma del neoliberalismo radica en el poder de su lenguaje, sostenemos la necesidad de sustituir un nombre equívoco que, además de pretencioso, no permite sobrepasar críticamente el campo discursivo liberal, lo que nos lleva a plantear, como adelantamos, su reemplazo por el de neuroliberalismo. El neoliberalismo acompaña ideológicamente al llamado nuevo orden internacional que trajo aparejado el proceso de la globalización financiera, bajo la forma de un capitalismo predatorio, especulativo o de casino, con una mayor acentuación de las fuerzas del mercado para fijar salarios y con el menosprecio de la inveterada causa de los derechos humanos (por más sesgados que ellos hayan sido desde su lanzamiento originario dentro de la plataforma liberal), junto a otros ítems decisivos no ajenos a la impronta decimonónica, crudamente competitiva e individualista. 133

Para salirle al cruce a esa impronta deshumanizadora, se ha recurrido a nociones-fuerza como las de la solidaridad y la cooperación. Nuestra recalificación genérica del neoliberalismo como neuroliberalismo, aspira a encolumnarse tanto dentro del saber espontáneo como del más elaborado o erudito, y junto también a las aserciones en las cuales se agudiza el ingenio colectivo frente a las facetas con las que se exterioriza la cosmovisión cuestionada: 

Alterglobalización: “otro mundo es posible”;



“Estado chico, infierno grande”. Estado ausente, de malestar o de Hood Robin (el que le roba a los pobres);



La libertad neoliberal equivale a la del zorro en el gallinero y responde a la lógica del pez (el grande se come al chico);



“Deuda eterna” (en vez de externa), o, la deuda es pública pero la enseñanza, la salud y la banca no lo son;



FMI=Fracaso Monetario Internacional;



Privado viene de privar, que significa restringir y robar;



El hombre es un lobby para el hombre;



Resistir es existir;



Pienso, luego estorbo;



Nada tienes, nada vales;



Nuestros sueños no caben en vuestras urnas;



¿Dónde está la socialdemocracia?, al fondo a la derecha;



El cobre por el cielo y la educación por el suelo;



Neoliberal, neocriminal. Así como se ha podido rebatir al presuntamente incontestable modelo neoliberal, también se

lo está haciendo desde un punto de vista fáctico, en base a los proyectos y realizaciones de corte popular, democrático y latinoamericanista que han encarado los diferentes gobiernos de la nueva izquierda en nuestro continente. Se trata de experiencias no ajenas a las adecuaciones reformistas keynesianas, renuentes a admitir la armonía entre el bienestar público y los propósitos egoístas, sin descartar para ello las nacionalizaciones ni las leyes antitrusts. Cabe recordar empero que el aristocrático Keynes –como otros intelectuales de abolengo pero con inquietudes sociales– distó de representar un nuevo Marx –como lo han acusado los liberales conservadores– sino que propició el control político de la economía para salvaguardar precisamente al antiguo capitalismo –considerado por él como un delicioso método para el cómodo reparto de las 134

tajadas– de su entera declinación. En dichos países nuestroamericanos, tras varias décadas de excluyentes políticas neoliberales, se ha recuperado el crecimiento y las prescripciones afines con el keynesianismo: invertir en infraestructura, fomentar los puestos laborales y el gasto social, profundizando la democracia y la participación ciudadana o haciendo que la salud y la educación no estén orientadas únicamente hacia quienes tienen poder de compra. De tal manera se están asediando dos empinados flancos neuroliberales. Por una parte, su antropología de la rapacidad y del sálvese-quien-pueda, al alentar con medidas específicas una predisposición humana fundamental: nada menos que la de ocuparse de los demás. Por otra, al neutralizar el equívocamente llamado pensamiento positivo que, como los textos de autoayuda, induce a los sectores populares a internalizar los valores y apetencias de los potentados. De ese modo se busca que la mercantilización del mundo y la guerra de todos contra todos parezcan cuestiones propias del sentido común, para que terminen aunados las víctimas y los victimarios o que prosperen mecanismos neuróticos como los de la identificación con el agresor, la negación de la realidad y otras alteraciones ad hoc.

Consumismo y confrontación Si bien abundan los trabajos relativos al “modelo neoliberal” –durante bastante tiempo el modelo por excelencia o el único realmente existente– desde el punto de vista socio-político y económico, no faltan tampoco las aproximaciones a ese modelo con respecto al terreno de la subjetividad y la salud mental. Estos últimos aspectos han procurado deslindarse, por ejemplo, en libros como los que diera conocer el psicólogo mexicano Enrique Guinsberg a comienzos de este siglo. Aunque se rebasan allí las barreras de la etapa propiamente neoliberal y se establecen además paralelos e imbricaciones con la posmodernidad, no dejan de encararse las “patologías del fin de milenio”, dentro de las cuales se comenta el paso de un individualismo restringido a otro integral, bajo modalidades narcisistas, solipsistas, hedonistas junto a tendencias esquizoides como la anorexia y la bulimia. Entre los lineamientos centrales de nuestro libro, hemos sostenido que la inclinación a "pasar por alto" la realidad, a reprimir la conciencia social y a enajenar las identidades personales, se manifiesta para "sobrellevar” un fuerte costo emocional: "hacemos como si" el canto de las sirenas neoliberales –cuando claman que el mundo pertenece al cuentapropismo– contiene una fuerza magnética inevitable, y que no podemos actuar en contrario. No admitimos el mensaje consumista a ultranza porque nos creamos que sea lo más racional, ni porque se nos imponga como tal, sino porque resulta más tolerable seguir usando la máscara de que nuestro éxito futuro depende de 135

nosotros que enfrentarnos con el hecho de que incluso nuestro consumo es una forma de trabajo para el capital. Sin embargo, nos seguimos comportando como consumidores felices y nos ofendemos cuando se nos impide "el libre consumo" que “garantice” nuestra autonomía. Planteamos el símil de una droga tomada a sabiendas de los efectos perniciosos que produce y que puede conducirnos al servilismo o al autoexterminio. Aunque no desconocemos su nocividad, la deglutimos igual. De ahí la siguiente neurosis: no sólo nos olvidamos del otro sino que hacemos "como si" no estuviésemos sufriendo nosotros mismos. El marco general responde a una modernización conservadora que, mientras reproduce pautas provenientes de los países capitalistas centrales, adopta un discurso redentorista, pseudocientífico, tecnocrático, en el cual se postula el mejor de los mundos, sin grandes privaciones y con tiempo libre para quienes se suban al tren del progreso; un tren cuyas características fueron develadas en una obra desmitificadora –ya citada en el capítulo 6–, El universo neoliberal en la cual sus autores afirman que debemos subir al tren de la modernidad (como si hubiera uno solo), aunque no sepamos si va adonde queremos ir, e ignoramos si nos van a subir como pasajeros o como personal de servicio, al que se devuelve al punto inicial una vez terminado el viaje, o si a la llegada seremos trabajadores inmigrados. Vuelve así a implementarse el dogma del maquinismo, según el cual el mero silbato de una locomotora conllevaría el fin de las guerras y la conflictividad social. Nos viene aquí a la memoria una distopía como la de Aldous Huxley y su mundo feliz, compuesto por un sistema de castas donde todo se halla absolutamente condicionado. Pese a la larga supervivencia de sus miembros, existen allí carencias fundamentales: desde las pasiones, la vida en familia –sustituida por pura promiscuidad–, la democracia, y la movilidad social, hasta el hábito de la lectura o el cultivo del saber tanto filosófico como científico. Tales limitaciones se ven suplidas por grandes dosis de una panacea farmacológica, el soma, al cual se lo presenta como un “cristianismo sin lágrimas”. Sin embargo, cabe evocar también que a esa atmósfera cerradamente mecanicista –juzgada como la civilización a secas– se le contrapone otra formación primaria, con una población maloliente que habita en una Reserva anacrónica de indios y mestizos, el Pueblo de Malpaís. En él, además de faltar los conforts materiales, se practica el catolicismo y se hablan lenguas muertas como el español; la gente se casa, concibe hijos, poetiza y conoce los dramas de Shakespeare: un autor prohibido como muchos otros desde el advenimiento del mundo feliz y del Gran Ser, Ford, quien había sentenciado que “la Historia es una Paparrucha”. Un exponente del submundo periférico aparece en la obra de Huxley como el Salvaje con mayúsculas –un personaje de extramuros criado en la reserva–, quien, aunque sucumbe en el intento, se va a medir con ese otro mundo artificial y opresivo, que se ha enseñorado de todo: hasta de las mismas Islas Malvinas (traducidas como Falkland en la versión castellana consultada). 136

Salvando las grandes distancias prototípicas, cabe asociar esa figura huxleyana a la de otros sujetos ficcionales que han sido resimbolizados como el de Calibán; sujetos a través de los cuales el colonizado problematiza al colonizador y se resiste a someterse a su sojuzgadora tabla de valores. Dentro de esa polifacética tradición libertaria y entrando de lleno en lo que está aconteciendo en nuestra actualidad, pueden mencionarse, entre tantas estimulantes alternativas. un historiador de la filosofía y la sociología –Christian Laval– que propugna una contraconducta ante los dictámenes de vivir en continua rivalidad y que nos lleva a reinventar la existencia, a construirnos una racionalidad alternativa: la “racionalidad del común”; 

la aparición de premios Nobel de economía que no siguen como de consuno los dictámenes monetaristas y exigen duras restricciones a la banca y a los monopolios transnacionales para evitar desastrosas consecuencias comunitarias;



presidentes nuestroamericanos que no vacilan en recurrir a una terminología innovadora y desafiante: la que se permite hablar de depredadores sociales globales y terroristas económicos, con lo cual se retoma desde el gobierno la mejor óptica socialista sobre las políticas neoliberales;



un Consejo de Derechos humanos de la ONU condenando la especulación financiera y los fondos buitre –la cara frontal del imperialismo– para proteger el derecho a la vivienda, la salud y la de educación;



las mismas Naciones Unidas planteando la necesidad de fijar un marco regulatorio a la deuda externa soberana, sin que falten otras voces autorizadas como las de Eric Toussaint que propician la anulación lisa y llana de las deudas del Tercer Mundo dada su manifiesta ilegitimidad; Junto a todas esas reivindicaciones puntuales contra el neuroliberalismo y más allá de

actitudes triunfalistas, se encuentra el palpitar de una nueva Hora americana; una hora similar a aquella que se vislumbró durante los primeros pasos independentistas, durante el reverdecimiento del sueño bolivariano bajo el Novecientos y actualmente con un insospechado proceso de institucionalización de nuestra unidad continental, sin subordinaciones a inveterados factores antagónicos y con el protagonismo del poder popular, el buen vivir o la interculturalidad. Todo ello sin soslayar la importancia de oponerse a los resabios desarrollistas subsistentes en la presente etapa pos-neoliberal de la región como los que trae consigo el polémico paradigma económico extractivista y la impiadosa explotación de los recursos naturales llevada a cabo por las empresa transnacionales, lo cual puede estar dando lugar a toda una nueva etapa en el devenir del capitalismo mundial.

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En resumidas cuentas, con nuestro libro se arriesga una doble propuesta: una teórica en la cual se busca hacer visible y pensable cómo los discursos (incluso aquellos tenidos por más populares) están estructurados a partir del sentido común del éxito y el fracaso individual que da cuerpo a todo el campo ideológico del neuroliberalismo. Al describir desde distintos enfoques los principios de la ética de los gladiadores del mercado no quisimos confrontarla con la realidad, si lo hiciéramos estaríamos, de algún modo, manteniendo vigente la fantasía que pretendemos impugnar. Sino que el objetivo estuvo puesto en volver a explicitar que la irrealidad de todo aquello que va en contra del “peso de las cosas” no proviene de su carácter utópico, sino de la potencia de las fuerzas que se conjuran para impedir, siquiera, su enunciación. La otra variante propuesta apela más a la acción, en sintonía con la vertiente del epígrafe que transcribimos de Julio Cortázar: “hacer de la palabra un instrumento de combate para la liberación”, en este caso, para liberarnos de un embozado destructor de la humanidad y la naturaleza: el neoliberalismo y su parafernalia simbólica. A tal efecto, reiteramos nuestra redenominación terminológica: la adopción de un vocablo más indicativo como el de neuroliberalismo para designar al espíritu posesivo, a la mercadofilia y a una ideología ultraindividualista desde la cual se accede por arte de gracia al bienestar y al equilibrio universal, mientras se niega perversamente la distancia astronómica que media entre menesterosos y potentados, entre ecología y desastre ambiental.

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POSTFACIO

HAYEK Y LA MODERNIZACIÓN CHILENA

El historiador Arnold von Salis decía que un proceso histórico nunca consiste solo en la mera aplicación de una teoría social o política. Michel Foucault asevera que hay una discontinuidad entre teoría y práctica, por tanto nunca podrían coincidir en la realidad. Sin embargo, hay procesos históricos en los cuales las ideas se “convierten en potencias materiales”, como observaba Karl Marx; no en el sentido del idealismo histórico, que sostiene que ellas hacen la historia, sino que cuando son asumidas por un grupo social pueden convertirse en potencia de transformación de la sociedad. Con Marx cabría afirmar: “son los hombres los que hacen la historia”, y, a veces, la realizan de acuerdo a proyectos basados en ciertas ideas.214 La modernización chilena resulta un ejemplo de esto. La influencia de los teóricos neoliberales ha sido tan profunda que ha hecho del “experimento neoliberal chileno” el más radical, extensivo y coherente durante cuatro décadas. La “revolución neoconservadora” de Ronald Reagan y Margaret Thatcher no cumplió estas condiciones, como lo demostró Milton Friedman. La influencia de esos autores permitiría, en cierto sentido, definir el carácter de la modernización capitalista chilena como una “modernización neoliberal”.215 Se ha destacado la indudable influencia de Friedman en la instauración de las políticas neoliberales en Chile desde su primera visita en 1975. 216 Su libro Capitalismo y libertad, de 1962, ha sido tal vez el más influyente en los Chicago Boys, especialmente en sus políticas privatizadoras. Sin embargo, se puede demostrar que el ascendiente de Friedrich von Hayek fue tan importante como el de su antiguo discípulo y abarcó diversos aspectos. En la primera parte de esta colaboración se ofrecerá una breve síntesis de las concepciones de 214

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MARX, Karl, El capital. Crítica de la economía política, Tomo I (México D. F.: Siglo XXI, 1987). La interpretación más difundida es la de Moulián que sostiene que en Chile ha habido “una revolución capitalista”. Sin embargo, esta caracterización es demasiado amplia y no explicita la especificidad del proceso chileno. MOULIÁN, Tomás, Chile actual: anatomía de un mito (Santiago: Lom, 2002). FRIEDMAN, Milton, “Carta al Presidente Augusto Pinochet”, 21/4/1975, en . Accedido el 12/6/2013. 139

Hayek sobre el hombre, la ética, la concepción de sociedad, del mercado, la política y la economía. Seguidamente, se intentará precisar la presencia de Hayek en la modernización neoliberal chilena y en la Constitución de 1980, tal vez la única constitución neoliberal del mundo; en su esfuerzo por justificar el golpe y la dictadura de Augusto Pinochet, así como su influencia en las “modernizaciones”.

La concepción hayekiana del hombre En América Latina se ha difundido la idea de que el neoliberalismo es solo una teoría económica. Sin embargo, desde su origen fue, explícitamente, un proyecto político. Ludwig von Mises fue profesor de Hayek en Viena, y podría decirse que es el fundador de esta forma de pensamiento. En su libro Liberalismus (1927), señala que los clásicos liberales de los siglos XVIII y XIX “formularon un proyecto político que presidió el orden social en Inglaterra y en otros lugares del mundo; (pero) jamás se permitió al liberalismo funcionar en su plenitud”. 217 Hayek, en Camino de servidumbre (1944), dice que ese “es un libro político”. 218 El neoliberalismo en América Latina fue presentado como teoría económica y como un discurso tecnocrático, al parecer por el prestigio que en nuestra región ha tenido la ciencia –desde el siglo pasado con el positivismo– y para ocultar bajo la apariencia de neutralidad científica los intereses sociales de sus partidarios. La expresión “neoliberalismo” ha sido usada en diversos sentidos. Más aún, fue rechazada por Hayek, que ha dicho que él, Karl Popper y Friedman son “liberales”. Al parecer, fue usada inicialmente por Mises para denominar su propia teoría. En los años sesenta del siglo pasado fue empleada por autores alemanes para designar el liberalismo reformado de John M. Keynes, John Dewey y otros. En Estados Unidos e Inglaterra se los incluye en la amplia categoría de “neoconservadores”. Sin embargo, en América Latina y en Europa la expresión se emplea para designar una escuela de pensamiento que se originó en la Sociedad Mont Pelerin, fundada en 1947. Fue creada por iniciativa de Hayek y la mayor parte de sus 36 miembros fundadores eran destacados economistas europeos, como Mises, y estadounidenses, como Friedman. Algunos de ellos alcanzaron, posteriormente, importantes cargos políticos, como Ludwig Erhard, Wilhelm Röpke y Jacques Rueff, y ocho de ellos obtuvieron el Premio Nobel de Economía. Esta Sociedad continúa existiendo, realiza una intensa actividad internacional de seminarios y ha sido el modelo y propulsora de decenas de think tanks neoliberales en diversos países. No es un club de debate ni un centro académico independiente, sino que está formada por un grupo de intelectuales que comparten una visión de la sociedad y un proyecto social y político que coincide 217 218

MISES, Ludwig von, “Liberalismo”, en Sobre economía y liberalismo, Tomo I (Barcelona: Folio, 1966), p. 19. HAYEK, Friedrich A., Camino de servidumbre, ed. cit. p. 19. 140

con los aspectos principales del pensamiento de Hayek.219 Puede decirse que Hayek es uno de los principales teóricos sociales del siglo pasado, comparándose su importancia a la de Max Weber y Keynes. La influencia de su obra es indudable en la teoría económica, pero también en la concepción del hombre, de la democracia, el derecho y la globalización. Si el período que se extiende desde el fin de la Segunda Guerra hasta mediados de los años setenta del siglo pasado fue llamado justificadamente “la era de Keynes”, los últimos tres decenios podrían ser denominados “la era de Hayek”. Se distinguen dos etapas en su obra. La primera comprende desde 1929 a 1941, donde publica cuatro libros de teoría económica. La segunda etapa se inicia con Camino de servidumbre, en 1944, y se prolonga hasta su última obra póstuma, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, en 1988. En este período se convirtió en un teórico social y desarrolló su concepción del hombre, conjuntamente con su teoría de la sociedad, del derecho y del mercado. Hayek se inscribe en la tradición clásica de fundar la concepción de la sociedad en una teoría antropológica, proveniente de Platón y Aristóteles. El referente principal en la elaboración de su antropología fue el liberalismo inglés de los siglos XVII y XVIII, especialmente John Locke, Adam Smith y la Ilustración escocesa. Estos autores consideraban que su forma de comprender la sociedad y la economía era la única adecuada, porque correspondía a la verdadera naturaleza del hombre, según la concebían, la cual no había podido realizarse durante el régimen absolutista. Hayek reactualiza este proyecto teórico, pues también pretende recrear o transformar radicalmente la sociedad de acuerdo con su proyecto, que contiene una utopía política y social. Para ello, busca un nuevo fundamento de su teoría de la sociedad, la economía y la política, y cree haberlo encontrado en una nueva concepción del hombre. Esta concepción antropológica puede sintetizarse en siete enunciados de carácter universal: (a) el hombre es un individuo; (b) es un ser evolutivo y en progreso; (c) es creador de normas y tradiciones; (d) sus normas morales principales son funcionales a la sociedad de mercado; (e) su racionalidad es limitada; (f) su libertad individual es negativa; y (g) los hombres son naturalmente desiguales. Para Hayek, el verdadero individualismo –inspirado en Locke, Smith, James Ferguson, David Hume y Edmund Burke– significa que los hombres crean, espontáneamente, normas sociales que llegan a convertirse en tradiciones y constituyen el orden social, kosmos, sin proponérselo. El hombre no es naturalmente racional, sino que va haciéndose racional a través de la evolución. Los hombres son naturalmente desiguales. La mayoría “insuficientemente civilizada” se guía por 219

Su Declaración de Principios, que fue redactada principalmente por Hayek en 1947: . Accedido 12/6/2013. 141

atavismos tribales: solidaridad, respeto por la vida de los demás y justicia distributiva. Por eso no obtiene éxito en la vida social. Solo la minoría es plenamente evolucionada, lo cual explica su éxito en la vida social. Un orden –escribe Hayek– en el que todos tratasen a sus semejantes como a sí mismos desembocaría en un mundo en el que pocos dispondrían de la posibilidad de multiplicarse y fructificar.220 Asimismo, Hayek rechaza que se pueda establecer una ética. Debemos guiarnos por las normas morales tradicionales. Dice: Si la civilización es fruto de inesperados y graduales cambios en los esquemas morales, por mucho que nos desagrade, nos veremos obligados a concluir que no está al alcance del hombre establecer ningún sistema ético que pueda gozar de validez universal.221 Según Hayek, en un mercado libre, las desigualdades económicas son productos de las naturales. Concibe la libertad exclusivamente como individual y negativa, como ausencia de coerción estatal; y asevera que la libertad básica es la económica. El hombre ha evolucionado desde la existencia tribal hasta “la sociedad extendida” o “abierta”, regida por la competencia y la justicia conmutativa del mercado. Su racionalidad es limitada, por ello no puede comprender intelectualmente las reglas abstractas que rigen la sociedad abierta, pero debe venerarlas aunque no entienda su funcionamiento. “El hombre no viene al mundo dotado de sabiduría, racionalidad y bondad: es preciso enseñárselas, debe aprenderlas”.222 El contenido de la ética corresponde a las normas funcionales del mercado: respeto a la propiedad y los contratos, no coaccionar a otros y evitar las conductas regidas por atavismos primitivos.

Sociedad, derecho, mercado y política Hayek adscribe a una concepción nominalista de la sociedad influida por la teoría individualista de Popper. Sin embargo, lo que no es coherente, concibe la sociedad de modo organicista, como una combinación de órdenes espontáneos (selfgenerating orders) que constituyen un kosmos, y de organizaciones que llama taxis. Estas son creadas de acuerdo a objetivos explícitos, son jerárquicas y siempre deben subordinarse y mantenerse en los límites establecidos por los órdenes autogeneradores. Estos son: el derecho consuetudinario, las normas tradicionales del mercado, de la moral y del lenguaje. El Estado está concebido como un conjunto de organizaciones cuyas funciones principales son garantizar la propiedad, el sistema de contratos, la competencia y, en general, el funcionamiento del mercado, y debe realizar aquellas funciones que a juicio de Hayek 220 221 222

HAYEK, Friedrich von, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo (Madrid: Unión Editorial, 1990), p. 44. Ibíd., p. 53-54. Ibíd., p. 55. 142

no son privatizables: policía, fuerzas armadas, sistema judicial, impositivo, de aduanas y otros. Desde su perspectiva evolucionista y naturalista, las sociedades humanas, como las animales, están regidas por tendencias adaptativas. A diferencia de Popper, que sostiene que la historia no tenía ningún sentido u orientación, Hayek, haciendo suya la concepción ilustrada del progreso, cree que este existe y que la sociedad abierta corresponde a su mayor expresión. A la vez, hay una tendencia al equilibrio tanto en la naturaleza como en la sociedad y el mercado. No dice que sea la sociedad final o definitiva, pero lo sugiere. La función principal de la ley es defender la libertad individual de la intervención estatal. La restricción de dicha libertad es inaceptable y contradictoria con el carácter del Estado. La libertad en el ámbito mercantil ha significado libertad amparada por la ley, pero no que los poderes públicos se abstengan de actuar. La “interferencia” tan solo significa transgredir la esfera de la acción privada, actividad que la ley intentaba proteger.223 Para Hayek, la ley es un medio para alcanzar el fin de un orden abstracto. La “sociedad extendida”, como un orden abstracto, no es solo autogenerado, sino también requiere de la ley: “un orden que proporcione el máximo de libertad que sea posible en la sociedad”. 224 Hayek cita a Karl Binding, que dice: “La ley (Recht) es un orden de la libertad humana”.225 Asimismo, cuestiona la creación consciente de reglas políticas, sociales y morales, puesto que la consideraba una postura “constructivista”, y una forma de acción ilegítima, ya fuera estatal o propiciada por grupos ajenos al Estado. Pensaba que las únicas normas válidas y eficaces eran las que se forman, espontáneamente, a través del tiempo; que son productos de la acción humana, pero no de su designio. Sin embargo, consideraba legítima una dictadura si otorgaba libertad económica a sus súbditos, si instauraba reglas que favorecían la libertad económica y el mercado. El constructivismo de las dictaduras es aceptable y deseable si está orientado a la creación de un orden social neoliberal. Su crítica está dirigida solo a las normas jurídicas que considera de carácter intervencionista, no a las que corresponden a sus concepciones jurídicas y políticas. El objetivo de dicha crítica es deslegitimar la legislación del estado social y la eliminación del Estado de Bienestar.226 Su concepción sobre las normas jurídicas, económicas, sociales y morales es dicotómica. Las verdaderas normas se basan en tradiciones que se forman espontáneamente en el tiempo. Las otras son espurias, y productos de concepciones “constructivistas”, “racionalistas” o “socialistas”. El modelo jurídico de Hayek, que define como un ideal político, es el estado de derecho. 223 224 225 226

DIETZE, Gottfried, En defensa de la propiedad (Buenos Aires: Centro de Estudios de la Libertad, 1988), p. 85. Idem. Ibíd, p. 86. VERGARA ESTÉVEZ, Jorge. “La concepción de Hayek del estado de derecho y la crítica de Hinkelammert”, Polis Nº 2, Santiago, 2002. 143

Sostiene que su función es proteger la libertad económica individual, preservar la propiedad privada y el sistema de contratos, condiciones necesarias de la existencia del llamado mercado libre. También debe favorecer el comercio nacional e internacional, estimular el crecimiento económico y la competencia. Como se ve, el estado de derecho está pensado desde y para el mercado. Este es considerado como el principal orden autogenerado, cuyo funcionamiento armónico se debe a la tendencia inmanente al equilibrio de sus factores. Hayek se define como agnóstico y, por tanto, no cree en el principio teológico enunciado por Smith de que la mano invisible de la Divina Providencia armoniza la oferta y la demanda, la inversión y el gasto, etcétera. Hayek tiene una concepción organicista del mercado, lo sustancializa, lo presenta como un organismo viviente que posee vida propia. Como se sabe, la tendencia a la autorregulación es propia de los organismos vivientes, que son sistemas abiertos que controlan sus inputs y outputs, y sus equilibrios internos (temperatura, presión arterial, ritmo cardíaco, pH, glucemia, etcétera). Sin embargo, Hayek dice que no podemos probar ni sabemos cómo funciona dicha tendencia al equilibrio, pero debemos creer en ella. Incluso afirma que es una tarea de la ciencia económica verificar dicha tendencia al equilibrio.227 Esta postura no ha convencido a sus críticos, quienes aducen que la competencia en el mercado siempre produce el desequilibrio y que el concepto de competencia perfecta resulta un concepto autocontradictorio.228 Pierre Bourdieu sostiene que la competencia perfecta es irrealizable, que es solo un concepto matemático puro como los eidos platónicos, absolutamente separados de la realidad empírica.229 Paradojalmente, las características que Hayek atribuye al mercado son las que la teología cristiana atribuye a Dios. No dice que el mercado sea Dios, sino que participa de las cualidades perfectas de la divinidad y, por tanto, es sagrado. Cree que el mercado es el más poderoso porque se muestra capaz de hacer lo que ningún hombre, o grupo de hombres, podrían hacer por sí solos. Es el más justo, porque da a cada uno lo que le corresponde en relación con su aporte: do ut des. Es el más sabio, porque sintetiza en sus precios más información que la que podría llegar a tener un hombre o grupo de hombres. El mercado es “fuente de vida”, porque permite vivir a la mayor cantidad de personas, aunque no a todas. Esta teoría social fundamenta su proyecto político. Este posee carácter elitista, pues sostiene que el principal poder político –es decir, el legislativo– debe reservarse para la élite de los triunfadores del mercado. Solo esas personas poseen el saber práctico para hacer las leyes que 227 228 229

HAYEK, Friedrich von, Individualismo y orden económico (Madrid: Unión Editorial, 1996). HINKELAMMERT, Franz, Crítica de la razón utópica (San José de Costa Rica: Dei, 1984). BOURDIEU, Pierre, Contre-feux, tome 1: Propos pour servir à la résistance contre l'invasion Néo-libérale (Paris: Liber Raisons d’Agir, 1998). 144

estimularán la competencia y potenciarán el desarrollo del mercado; condiciones necesarias para realizar el proyecto político neoliberal. De ello se sigue el rechazo a los derechos humanos, a los que considera un obstáculo para la realización de su proyecto político social. Para Hayek, los derechos humanos son solo individuales, nunca sociales ni económicos. Estos son la libertad económica en todas sus formas, el derecho de propiedad y las igualdades necesarias para su realización en el mercado: igualdad ante el mercado, la justicia y la ley. La anulación de los derechos económico-sociales y la eliminación de toda forma de legislación social corresponde a la concepción de libertad de Hayek y a su rechazo a toda forma de justicia social. Pensaba que se puede ser individualmente libre aunque la sociedad no sea libre. 230 Esto significa que si un régimen político respeta la libertad económica y el orden del mercado, sus súbditos son libres aunque esa sociedad sea una colonia o una dictadura. Asimismo, considera la justicia social como un mito peligroso y erróneo, y cree que el intento de realizarla significa la destrucción del estado de derecho. Escribe: La igualdad formal ante la ley está en pugna y de hecho es incompatible con toda actividad del Estado dirigida deliberadamente a la igualación material o sustantiva de los individuos, y que toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia distributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho. Provocar el mismo resultado para personas diferentes significa, por fuerza, tratarlas diferentemente.231 Este proyecto político niega el derecho a la vida. No solo rechaza absolutamente las normas de solidaridad y justicia distributiva que considera atavismos de la sociedad tribal, sino también el principio de la vida, entendido como el derecho de todos a vivir. Por ello rechaza la noción de dignidad básica de todo ser humano. Afirma que el mero hecho de existir no otorga ningún derecho, y que, consiguientemente, los que no pueden acceder al mercado no tienen derecho a ser auxiliados por la sociedad y el Estado, debiéndose dejarlos morir. Designa a este colectivo recurriendo a la misma expresión –“parásitos”–, que emplearon Herbert Spencer y los nazis para denominar a “las razas inferiores”.232 Consiguientemente, rechaza la ayuda humanitaria a países que sufren hambruna. Si desde el exterior usted subvenciona la expansión de la población, que es incapaz de alimentarse a sí misma, usted contrae la responsabilidad permanente de mantener vivas a millones de personas en el mundo, que no podemos mantener vivas. Por lo tanto, me temo que debemos confiar en el control tradicional del aumento demográfico. Probablemente morirá el número suficiente de recién nacidos. Eso ha sido la historia del hombre desde siempre.233 Esta postura que sacrifica a los seres humanos a la reproducción del sistema es radicalmente 230 231 232 233

HAYEK, Friedrich von, Los fundamentos de la libertad, (Madrid: Unión Editorial, 1998), cap. 7. HAYEK, Friedrich von, Camino de servidumbre. ed. cit., p. 113. HAYEK, Friedrich von. La fatal arrogancia, op. cit. HAYEK, Friedrich von, “Entrevista”, Revista Realidad, Santiago, Nro. 24, Año 2, 1981. 145

antihumanista, aunque se proclame como un individualismo.234

Hayek en la modernización chilena El largo período dictatorial de diecisiete años, desde 1973 a 1990, se divide en dos fases. La primera se extiende desde 1973 a 1980, y presenta una combinación de estrategias represivas y de refundación institucional. En la segunda, que va desde 1980 a 1990, llamada de institucionalización, predomina el componente refundacional. En el primer período se pusieron las bases de la economía neoliberal mediante la completa libertad de precios, la privatización de casi todas las empresas públicas, la apertura unilateral del comercio, la eliminación de la legislación laboral precedente, etcétera. Paralelamente, se elaboró la Constitución de 1980 mediante una Comisión Constituyente, dirigida por el asesor jurídico de la Junta Militar, el abogado Jaime Guzmán, quien conocía el pensamiento constitucional de Hayek y realizó una compleja combinación de este con una interpretación conservadora de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, con el decisionismo de Carl Schmitt, principal teórico político del nacionalsocialismo y con el militarismo.235 La Junta Militar había derogado de hecho la Constitución de 1925. Aunque el golpe militar se hizo en nombre de su defensa, en sí mismo era un acto de sedición, carente de validez jurídica, pues el sector golpista se arrogó la representación de la nación. Pocos años después, en 1976, la Junta, siguiendo la doctrina decisionista de Schmitt, se atribuyó poder constituyente y dictó las Actas Constitucionales. Desde sus inicios la dictadura empezó a elaborar un proyecto fundacional de un nuevo orden económico, social y político en el cual las concepciones de Hayek fueron una de sus principales fuentes. La Constitución de 1980 está basada en una concepción instrumental de la democracia. Dice Hayek: La democracia tiene una tarea: garantizar que los procesos políticos se conduzcan en forma sana. No es un fin. Es una regla de procedimiento que tiene por objetivo servir a la libertad. Esta última requiere de la democracia, pero sería preferible sacrificarla temporalmente, antes que prescindir de la libertad.236 Por su parte, Guzmán, haciendo suyas las ideas de Hayek, escribe: “la democracia es una forma de gobierno, y como tal solo un medio –y ni siquiera el único o el más adecuado en toda circunstancia para favorecer la libertad–”.237 Es solo un método político para institucionalizar y consolidar el orden económico social existente; una forma vacía, como dice Popper. Niegan que sea 234

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Ver BENÍTEZ, Gustavo, El antihumanismo neoliberal. El individuo como totalidad (Lima: Arteidea Editores, 2000). CRISTI, Renato, El pensamiento político de Jaime Guzmán, Autoridad y libertad (Santiago: Lom, 2000). HAYEK, Friedrich von, “Entrevista”, El Mercurio, 19/4/1981. Reproducida en SANTA CRUZ, Lucía, Conversaciones con la libertad (Santiago: El Mercurio y Aguilar, 2000), pp. 50-51. GUZMÁN, Jaime, “Democracia y libertad, ¿son lo mismo?”, Ercilla, Santiago, 22/8/1979, p. 18. 146

un fin en sí misma y una forma de vida que pudiera ampliarse a las instituciones principales de la sociedad, como lo proponen los liberales Harold Laski, Dewey y Robert Dhal.238 La Constitución de 1980 busca substraer la voluntad política de los ciudadanos a las instituciones fundamentales de la sociedad. Para ello rechaza radicalmente el principio de la soberanía popular y lo sustituye por el de la “soberanía nacional”, el cual tuvo desde su origen en Locke y la Revolución Francesa, un carácter elitista. La ciudadanía activa y el derecho a voto deben quedar reservados a la minoría propietaria.239 En esta Constitución, el poder delegado de los representantes políticos –propio de una democracia representativa– está limitado por el poder suprapolítico de las principales organizaciones burocráticas del Estado: la Corte Suprema y el Tribunal Constitucional. Este último puede vetar una ley si la considera anticonstitucional. 240 En su versión original, que rigió hasta el 2005, fue una democracia tutelada por las Fuerzas Armadas. Esta concepción corresponde a la idea de Hayek que adopta la postura de Joseph A. Schumpeter de que la democracia es solo un medio. Por ello, se debe minimizar el poder de “las masas”,241 pues las mayorías son incapaces políticamente, porque están formadas por seres inferiores. Para Hayek, como se expuso, esta inferioridad es atávica, una herencia genética que se manifiesta en que las masas actúan movidas por impulsos tribales: solidaridad, respeto a la vida, justicia distributiva. Las élites, en cambio, poseen plena capacidad adaptativa a las relaciones mercantiles abstractas propias de la sociedad extendida, y por ello deben gobernar la sociedad.242 La impronta de la ética hayekiana en el texto constitucional se manifiesta en su formulación de los derechos humanos como derechos mínimos. Dicha concepción niega la existencia de los derechos económicos y sociales, los cuales solo están enunciados “programáticamente” y carecen de recursos legales efectivos para exigir al Estado su cumplimiento. Ellos son: el derecho a la vida, a vivir en un ambiente libre de contaminación, a la protección de la salud, a la educación, a la seguridad social y de reunión. Los derechos fundamentales para Hayek y esta Constitución son el derecho de propiedad y el de realizar actividades económicas. Estos cuentan con toda clase de resguardos y recursos, y por ello ocupan cuatro páginas del texto. 243 Esto coincide con su doctrina que sostiene que las principales normas morales son las condiciones de funcionamiento del 238

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HAYEK, Friedrich von, Los fundamentos de la libertad, ed. cit., cap. 7. La posición opuesta dentro del espacio liberal es la de los liberales del autodesarrollo y participativos aquí mencionados. En la referida Comisión se discutió seriamente la posibilidad de restaurar el voto censitario que había sido abolido en Chile en 1888. Sin embargo, por razones prácticas, se prefirió instaurar los mecanismos constitucionales mencionados. Después de la reforma de 2005, se eliminó el Consejo de Seguridad Nacional, que tenía carácter resolutivo y sometía al Presidente y a los parlamentarios a los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas. SCHUMPETER, Joseph A., Capitalismo, socialismo y democracia, Tomo primero (Buenos Aires: Orbis, 1968). HAYEK, Friedrich von, Nuevos estudios de filosofía, política, economía e historia de las ideas (Madrid: Unión Editorial, 2007). Honorable Junta de Gobierno, Constitución Política de la República, Art. 19, Nº 20 a 26, Santiago, 2005. 147

mercado. La concepción del Estado en dicha Constitución corresponde a las concepciones de Hayek. Por una parte, se trata de un Estado mínimo, y por otra, su función principal en esta Constitución es favorecer la actividad desregulada del mercado. En consecuencia, esta representa un caso límite de constitución extendida, puesto que a su texto se deben agregar las 24 “leyes de quórum calificado” que comprenden las principales instituciones: fuerzas armadas, sistema electoral, educación, previsión, minería, autorización al Estado para realizar actividades empresariales, etcétera. Su modificación y derogación exigen la aprobación de “la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio” y no pueden ser objeto de delegación de facultades legislativas. De este modo, se establece un quórum de casi unanimidad, que solo puede alcanzarse con el acuerdo de los sectores conservadores, a los cuales otorga un poder de veto de cualquier iniciativa destinada a cambiar las bases del sistema institucional. La Constitución de 1980 es tal vez la única en el mundo que fue hecha para instaurar y conceder estatus constitucional a un sistema neoliberal. El rechazo radical del principio de mayoría de la teoría política de Hayek se expresa, asimismo, en la ley electoral promulgada por la dictadura que instauró un sistema electoral único en el mundo. Según este, en cada distrito electoral se eligen dos parlamentarios. Si la minoría obtuviera un tercio más uno de los votos válidamente elegidos, elige un representante y la mayoría, el otro. Solo si la votación de la mayoría excediera los dos tercios de los votos elegiría los dos. Este anómalo sistema implica una sobrerrepresentación de los partidos conservadores y obliga a la mayoría a cogobernar con la minoría. El objetivo político de Guzmán y de la Constitución fue el de establecer una democracia elitista, controlada y tutelada por la élite de poder y defensora de la libertad, especialmente la económica, tal como la definió Pinochet durante la década de 1979. En ella, la concepción neoliberal del Estado, el derecho y la propiedad se unen con una concepción militantemente conservadora, descripta por Pinochet como “nuestra concepción humanista, impregnada de sentido nacional y cristiano”.244 La presencia del conservadurismo neoliberal de Hayek, que busca instaurar de modo definitivo las instituciones políticas adecuadas a la sociedad de mercado, se manifiesta en el carácter extremadamente rígido de este texto constitucional. Su modificación no es posible sin un acuerdo con los sectores conservadores, pues “el proyecto de reforma necesitará, para ser aprobado en cada cámara, el voto conforme de las tres quintas partes de los diputados y senadores en ejercicio”.245 La influencia de Hayek en la modernización chilena se potenció con sus visitas a Chile, en 244 245

PINOCHET, Augusto, Visión futura de Chile (Santiago: Dinacos, 1979),p. 39. Honorable Junta de Gobierno, Constitución de la República de Chile, op. cit. cap XV, arts. 127 a 129, pp. 86 a 88. 148

1981 y en 1982, ocasión en que también visitó Argentina. 246 Su venida fue precedida por la de Friedman, quien también viajó a Chile en otras dos ocasiones: 1975 y 1981. Fue invitado por varios grupos económicos y por sus discípulos chilenos, que habían hecho postgrados en la Universidad de Chicago, los Chicago Boys, los cuales dirigieron la economía chilena durante toda la dictadura, hasta 1989. Pinochet, en 1975, le pidió a Friedman que diseñara lo que este llamó “la política de shock”, con la cual se inició el proceso de modernización neoliberal. Medidas que lograron hacer descender el alto nivel de inflación, pero con un gran costo social de cesantías y empobrecimiento para la mayoría. Las visitas de Hayek constituyeron un acontecimiento político e intelectual, puesto que fue el más importante de los teóricos sociales europeos que apoyó las dictaduras militares del Cono Sur. Esta visita fue precedida por una intensa campaña de difusión de sus ideas en los periódicos y medios de comunicación, especialmente en El Mercurio, el principal periódico conservador. Su visita coincidió con un seminario que la Sociedad Mont Pelerin realizó en Santiago y al que asistieron destacados intelectuales neoliberales de varios países. 247 Hayek concedió una larga entrevista al referido periódico.248 En ella, intentó justificar teóricamente el golpe de 1973, aunque de modo paradojal.249 Sostuvo: “cuando no hay normas, alguien tiene que crearlas”. Esto significaría que en los tres años de gobierno de la Unidad Popular habrían desaparecido las normas y que la dictadura era necesaria para crearlas e instaurar un orden. Esta postura se basa en la filosofía política de Hobbes. En su principal obra, Leviatán (1651), sostuvo que en el estado de naturaleza, previo a la creación de la sociedad y el Estado, había una situación “de guerra de todos contra todos” y no existía ninguna norma social ni moral, sino un caos. Esta situación límite, donde la vida de todos estaba amenazada, justificaría la creación del Estado autoritario, al que caracteriza como un enorme hombre mecánico que posee poder ilimitado. Esa situación se genera porque todos y cada uno delegan completa y permanentemente su libertad y poder en el Estado autoritario. Con este pacto de sumisión, que todos suscriben, se crean la sociedad y el Estado. Este dicta un conjunto de normas impositivas que terminan con la guerra civil y el caos, protegen la propiedad de cada uno, evitan que sea atacado por otros y estimulan el comercio. 246

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Estas visitas estuvieron precedida por una anterior a Buenos Aires, en 1977, invitado por la Academia Nacional de Ciencias y la Bolsa de Comercio. Dio un conjunto de conferencias de introducción a su pensamiento, que posteriormente fueron publicadas, como HAYEK, Friedrich von, Temas de la hora actual (Buenos Aires: Bolsa de Comercio de Buenos Aires, 1978). El interés de los neoliberales por Argentina es antiguo. En 1959, Ludwig von Mises fue invitado a Argentina. Ver supra p. 39. “Sociedad y Libertad. Conferencias sobre Fundamentos de un Sistema Social Libre”, Estudios Públicos, nro. 3, Santiago, junio de 1981. HAYEK, Friedrich von, “Entrevista”, El Mercurio, 19/4/1981, op. cit., pp. 45-59. Su venida coincidió con la inauguración del Centro de Estudios Públicos el principal think tanks de la derecha chilena, financiado por uno de los principales grupos económicos del país, y del cual fue nombrado Director Honorario. 149

Esa representación de la situación chilena de 1973 como ausencia completa de normas correspondía, en términos generales, a la que tenían la derecha chilena y los militares. Pensaban que las reformas socialistas de la Unidad Popular y el intenso conflicto social que ellos mismos desencadenaron en respuesta, era una situación de caos, similar a la descripta por Hobbes. Para ellos, la dictadura significaba la instauración del orden y la paz. 250 Todo el poder político y social se concentró en el gobierno. Los asesores de derecha anularon o suspendieron toda la legislación sobre derechos personales, políticos y sociales, porque desde sus inicios habían creado un eficaz aparato represivo, destinado a eliminar toda resistencia, destruir el movimiento popular y las organizaciones de izquierda, especialmente sus partidos. En realidad, nunca hubo una situación de ausencia de normas, sino un agudo conflicto social y político, y una dualidad de poderes. El golpe y la dictadura anularon las normas vigentes para refundar el sistema jurídico, político y social de acuerdo al proyecto de la derecha. La supresión de los derechos socioeconómicos y la suspensión de toda forma de legislación social correspondían a la ya descripta concepción de libertad de Hayek y su rechazo a toda forma de justicia social. Como señala un crítico, se instauró una constitucionalidad autoritaria que consagra a un modelo económico y político donde lo más importante es que Chile sea una oportunidad de negocios. Todas las necesidades de la persona son sujetos de negocios.251 La influencia de Hayek fue distinta, pero complementaria a la de Friedman. Esta última se ejerció en la aplicación de un conjunto de propuestas de política económicas: de privatización, de políticas monetarias, educativas, de salud y otras. La de Hayek se ejerció, como se ha expuesto, en el nivel jurídico, de teoría política y en la destrucción parcial de la cultura política precedente y sus valores: soberanía popular, solidaridad, ciudadanía, reconocimiento de la dignidad humana, responsabilidad social por las necesidades humanas de los sectores más vulnerables, disminución de la desigualdad y de la cooperación. En estas cuatro décadas, de acuerdo a su proyecto, la derecha y sus aliados han tratado de “cambiarle la mentalidad a los chilenos” instaurando nuevos valores: el individualismo, la manipulación y el desprecio a los otros, la maximización de la desigualdad, la negación de la ciudadanía, el logro individual obtenible a cualquier precio y la competencia. La antropología y teoría social de Hayek contribuyeron a la constitución en Chile de un orden social, político y económico de carácter neooligárquico, cuya característica principal es que la sociedad se encuentra gobernada por una élite o “minoría consistente”, como la denominaba 250

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Durante los primeros años de la dictadura, el gobierno instaló grandes afiches con fotografías de personas desenvolviéndose normalmente y con sonrisas de felicidad, su texto era “Chile avanza en orden y paz”. MARCEL, Claude, “Al señor Von Appen y al señor Paulmann deberían quitarles la nacionalidad y ponerlos en la frontera” (Entrevista), El Mostrador, 20/5/2013. . Accedido el 12/6/2013. 150

Norbert Lechner,252 que concentra las principales formas de poder social: económico, político, comunicacional, religioso, militar, educativo y otros.253 Aunque los distintos grupos que la componen tienen diversas posturas e intereses particulares respecto a ciertos temas, la élite de poder posee como “cemento ideológico” un consenso básico de supuestos y principios compartidos. Este consenso potencia una trama de intereses que asegura y acrecienta sus diversos privilegios, lo cual comprende un conjunto de procedimientos: “los intereses cruzados”, “la cooptación de los políticos por los grupos empresariales”, “la circulación de los tecnócratas y gerentes entre el sector público y privado” y la corrupción. Esta oligarquía no es un establishment,254 es decir, carece de un proyecto nacional inclusivo, a diferencia de los establishments japonés y sueco, por ejemplo. Tampoco busca crear un orden social equitativo con desarrollo sustentable, que asegure la satisfacción de las necesidades básicas de todos, que integre a la gran mayoría de la población, y limite las desigualdades sociales y económicas. La élite chilena gobierna la sociedad para su propio beneficio y no tiene interés ni capacidad para intentar disminuir los problemas principales de la sociedad. El resultado es que el país funciona bien para un tercio o menos de su población. En síntesis, el sistema social chileno es insostenible social y ambientalmente, a mediano o largo plazo. Más allá de la élite está “la población”, “la gente”, “la calle”, “el capital humano”, “los clientes” y “los usuarios”, que tienen muchos deberes y muy pocos derechos. La élite controla a la sociedad mediante un vasto sistema de desigualdades y discriminaciones. La nación ha sido convertida en una “mayoría marginada”, empleando una expresión de Franco Basaglia. Todo esto genera una disonancia u oposición entre los intereses y decisiones de la nación y de la élite, la cual es incapaz de articular e integrar a su proyecto los intereses, perspectivas y expectativas de la mayoría.255 Prueba de ello es el alto nivel de desigualdades en la distribución del ingreso, uno de los peores del mundo. A esto se agrega la disparidad creciente entre el bajo nivel de sueldos promedio y los precios de los servicios básicos domiciliarios, de transporte público y educación: En Chile la educación es de las más caras del mundo. A nivel universitario el costo de la educación es un 72% del ingreso per capita. En los países de la OCDE es un 44%. El modelo económico chileno no es más que un patrón de acumulación que se inscribe en el proyecto de dominación de la oligarquía elitista que siempre se las ha arreglado para conducir los procesos 252

253

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LECHNER, Norbert, “Poder y orden. La estrategia de la minoría consistente”, en Obras escogidas, tomo I (Santiago: Lom, 2006). GARCÍA DE LA HUERTA, Marcos, Reflexiones americanas, Ensayos de Infra-historia (Santiago: Lom, 1999). Esta característica central en un orden (neo)oligárquico no está presente en a concepción de la “verdadera” democracia como la concibe Hayek. Fue el economista Thurow del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) quien señaló, en un artículo, la diferencia entre oligarquía y establishment. PROGRAMA DE NACIONES UNIDAS (PNUD), Informe de desarrollo humano 1998. Las paradojas de la modernización (Santiago, 1998). Ver ARRIBAS, María Inés y VERGARA ESTÉVEZ, Jorge, “Modernización neoliberal y organizaciones del Tercer Sector en Chile”, Polis, Nro. 1, 2002, Santiago. 151

políticos, articulada y en armonía con el proyecto global de acumulación capitalista.256 Dadas tales características, este orden presenta un déficit hegemónico permanente, por lo cual debe emplear diversas formas de control político, comunicativo y social que incluyen la coerción que se ejerce como violencia policial sobre los movimientos sociales, sindicatos y otros. Por ello, su sistema institucional público y privado muestra una creciente “crisis de legitimidad”. 257 El Informe del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo humano en Chile 1998: las paradojas de la modernización mostró, hace quince años, un profundo malestar de los ciudadanos frente a la modernización neoliberal. Desde entonces, diversos estudios de opinión pública muestran la permanencia y agudización de tendencias similares. Primero, según el Latinobarómetro 2011, hay un rechazo mayoritario al sistema económico que comprende, según los diversos estudios, a dos tercios de la población o más. 258 Segundo, hay una baja aprobación y un creciente rechazo por los partidos políticos y el parlamento. Tercero, solo el 22% está de acuerdo con la afirmación de que se gobierna por el bien del pueblo.259 Y, finalmente, solo el 6% piensa que la distribución del ingreso es justa.260 Sin embargo, ese orden que parecía tan estable y consolidado ha entrado en crisis desde el 2010. Necesitaba para reproducirse de la atomización de la mayoría, de su conformismo, de “el peso de la noche”.261 En los últimos años, especialmente, se profundizó su déficit de legitimidad y el descrédito de las principales instituciones que venían de la década de 1990. La abstención electoral ha alcanzado el 60% en las últimas elecciones municipales, una cifra inédita durante los últimos cuarenta años. Paralelamente, se ha generado un conjunto de consensos de cambio social estimulados por la extensión y vitalidad del movimiento ciudadano. 262 Es previsible, entonces, que se produzcan diversos fenómenos de cambio social que pueden conducir a una progresiva resolución de la crisis o bien, si los conservadores lograran retrasar dicho cambio mediante las coerciones y amenazas, se ahondará el actual proceso de decadencia social. Por Jorge Vergara Estévez* 256

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258

259 260 261 262 *

MARCEL, Claude, “El modelo económico chileno de acumulación, depredación e injusticia social como proyecto de modernidad tecno-capitalista y oligárquica”, en . Accedido el 12/6/2013. Este concepto fue planteado por Habermas en 1976, pero estaba limitado al sistema político, pero es aplicable al conjunto de las instituciones públicas y privadas. CORPORACIÓN LATINBARÓMETRO. Informe 2011, en . Accedido el 12/6/2013. Ibíd., p. 35. Ibíd., p. 34. JOCELYN-HOLT, Alfredo, El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica (Santiago: Ariel, 1997). CORPORACIÓN LATINBARÓMETRO. Informe 2011, ed. cit. Doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII. Profesor en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chile.

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Santiago de Chile, 25 de junio de 2013.

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BIBLIOGRAFÍA ADICIONAL CONSULTADA

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Alarcón, Cristian, 100. Alberdi, Juan Bautista, 92. Alfonsín, Raúl, 42. Althusser, Louis, 21, 26, 117, 130s. Álvarez, Serafín, 92. Alzogaray, Álvaro, 50. Aristóteles, 140. Arnold, Matthew, 74. Arribas, María Inés, 150. Artigas, José Gervasio, 78. Audry, C. A., 30. Aznar, José María, 103, 104, 132. Bacon, Francis, 82. Barone, Víctor, 30. Basaglia, Franco, 150. Bayon, Davis, 52. Becker, Gary, 37, 38. Benegas Lynch, Alberto, 50s., 111. Benítez, Gustavo, 144. Berlin, Isaiah, 45, 52, 54. Bermudo, José Manuel, 79. Berra, Francisco A., 89. Bilbao, Francisco, 84, 126. Binding, Karl, 142. Block, Walter, 22. Bolívar, Simón, 78. Bork, Robert, 66. Boron, Atilio, 127. Bourdieu, Pierre, 26, 120, 143. Boverio, Alejandro, 136. Briggs, Assa, 90. Bunge, Mario, 67, 76. Burke, Edmund, 140. Bush, George W., 103. Butler, Judith, 21, 23, 24, 26. Calcagno, Alfredo E., 96, 104. Calcagno, Alfredo F., 96, 104. Camdessus, Michel, 122. Canitrot, Adolfo, 111. Cavallo, Domingo, 65, Caviglia, María J., 90. Cecchi, Horacio, 100. Cerutti-Guldberg, Horacio, 85. Chávez, Hugo, 110. Chestov, León, 135, Churchill, Winston, 18. Cioran, Emil, 124. Clastres, Pierre, 135. Collor de Melo, Fernando, 132, Corea, Cristina, 100. 158

Correa, Rafael, 85. Cortázar, Julio, 135. Cortina, Adela, 133. Cossery. Albert, 29. Cristi, Renato, 145. Croce, Benedetto, 74. Crouch, Colin, 68. Cucinotta, Antonio, 66. Deleuze, Giles, 122. Della Valle, Ángel, 136. Dewey, John, 139, 145, Dietze, Gottfried, 142. Durán Barba, Jaime, 121. Duran Cousin, Eduardo, 112. Duschatzky, Silvia, 100. Engels, Friedrich, 91. Erhard, Ludwig, 139. Espinosa, Juan, 27, 73, 81 ss. Eucken, Walther, 67. Ferguson, James, 34, 140. Fernández de Kirchner, Cristina, 110. Fijman, Jacobo, 24. Finnis, John, 45. Fischer, Karin, 103. Fitoussi, Jean-Paul, 101, 102. Follari, Roberto, 85. Fornet-Betancourt, Raúl, 21. Foucault, Michel, 21, 22, 30, 44, 132, 138. Fox, Vicente, 132, Friedman, Milton, 49, 52, 58, 60, 109, 113, 138 s., 148 s. Frigerio, Rogelio, 50. Frischknecht, Federico, 50. Frondizi, Arturo, 50. Fuentes, Carlos, 115 ss., 131. Fujimori, Alberto, 132. Galasso, Norberto, 80. Galbraith, John Kenneth, 25, 60, 129. Galeano, Eduardo, 112. Galt, John, 99, García de la Huerta, Marcos, 149. George, Susan, 42, 53, 128. Gerbi, Antonello, 82. Guinsberg, Enrique, Gladstone, William, 74. Gorz, André, 108. Gramsci, Antonio, 106, 125. Grove, Andrew, 121 s. Guevara , Ernesto, 81. Guzmán, Jaime, 145, 147. Ha-Joon, Chang, 96. 159

Harrington, James, 34. Harvey, David, 30. Hayek, Friedrich, 28, 49 ss., 60, 67, 76, 95, 98, 116 s., 138 ss. Hegel, Georg W. F., 82. Heisenberg, Werner, 112. Hentig, Hans Von, 81. Hinkelammert, Franz, 113, 142, 143. Hobbes, Thomas, 31 ss., 45, 113, 124, 148 s. Hume, David, 82, 140. Huxley, Aldous. Illia, Arturo U., 111. Illich, Ivan, 117. Jarvis, Adrian, 90. Jocelyn-Holt, Alfredo, 151. Johnson, Spencer, 127. Jordan, David, 81. Jung, Courtney, 34 s. Junior Achievement, 103, 121 s. Kant, Immanuel, 82, 98. Karczmarczyk, Pedro, 127. Kershnar, Stephen, 22. Kessler, Gabriel, 100. Keynes, John M., 17, 44, 59, 62, 139 s. Kirchner, Nestor, 110. La Boétie, Étienne de, 116, 118. Lacan, Jacques, 26. Laclau, Ernesto, 85. Lakoff, George, 120. Laski, Harold, 145. Laval, Christian, . Lechner, Norbert, 149. Lettieri, Alberto, 30. List, Friedrich, 96. Locke, John, 31 ss., 124, 140, 146. Lonardi, Eduardo, 49 s., 132. Luntz, Frank, 121. Luria, Alexander, 132. Macpherson, Crawford B., 31 ss., 36. Macri, Mauricio, 103, 108, 132. Marcel, Claude, 149s. Marcuse, Herbert, 26, 125. Marechal, Leopoldo, 24, 72. Martí, José, 4. Martínez, Mariano, 75, Martínez, Alberto, 87. Marx, Karl, 6, 24, 33, 36 ss., 67, 96, 124, 138. Mayer, Edelmiro, 88. Mc Evoy Carreras, Carmen, 83. Megay, Edward, 67. Melgar Bao, Ricardo, 84. 160

Mendoza, Plinio Apuleyo, 110. Menem, Carlos S., 68, 108, 132. Menger, Carl, 67. Mill, John Stuart, 74. Millás García, Juan José, 112. Mincer, Jacob, 37. Miras Albarrán, Joaquín, 81. Mises, Ludwig Von, 22, 49 ss., 58 s., 64 s., 67, 93 ss., 99, 111, 118, 128, 130, 139, 148. Mises, Margit Von, 97. Mitre, Bartolomé, 88. Montaner, Carlos Alberto, 110. Monteagudo, Bernando de, 78. Monti, Mario, 108. Morales, Evo, 110. Moreno, Manuel, 80. Moreno, Mariano, 73, 78 s., 84. Morgenstern, Oskar, 102. Morris, Dick, 121. Moulián, Tomás, 138. Muñoz, Ramón, 109. Naïr, Sami, 72. Neumann, John von, 102. Nozick, Robert, 21, 46 ss., 54, 98. Onganía, Juan Carlos, 50. Ortega y Gasset, José, 74. Palma, Jorge Julio, 111. Passet, René, 112. Paz, Octavio, 75. Peacock, Alan, 67. Perón, Juan Domingo, 49, 50, 111. Piaggio, Juan A., 88. Pinochet, Augusto, 49, 104, 113, 132, 138s, 147 s. Platón, 140, Plehwe, Dieter, 103. Popper, Karl, 7, 67, 139, 141, 145. Rajoy, Mariano, 108, 132, Rand, Ayn, 23, 27 s., 93 s., 97 ss., 100, 102 s. Rangel, Carlos, 75. Reagan, Ronald, 66, 138. Rembrandt, Harmenszoon van Rijn, 135, Ricardo, David, 37. Roark, Howard, 99, Robespierre, Maximilien, 80 s. Roca, Julio Argentino, 88. Rodó, José E., 93. Roig, Arturo A., 84, 125. Rojas, Rafael, 81. Romero, Ricardo, 80. Röpke, Wilhelm, 67, 139. Rosa, José María, 109, 110. 161

Rosanvallon, Pierre, 16, 101, 102. Rosas, Juan Manuel de, 49, Rousseau, Jean-Jacques, 20, 78, 80, 82. Rozitchner, Leon, 20. Rueff, Jacques, 139, Sader, Emir, 85. Salas Astrain, Ricardo, 84. Salis, Arnold Von, 138. Samuelson, Paul, 60. San Martín, José de, 73. Sánchez Álvarez, Javier, 110. Sánchez-Cuenca, Ignacio, 29. Sarmiento, Domingo F., 75, 88. Sartre, Jean-Paul, 20. Schmitt, Carl, 145. Schultz, Theodore, 37, 38, 60. Schumpeter, Joseph Alois, 146. Schweinheim, Guillermo, 85. Sibilia, Paula, 132. Silva, Ludovico, 118. Sloterdijk, Peter, 24, 25, 119. Smiles, Samuel, 16, 27, 28, 87 ss., 100, 102. Smith, Adam, 17, 108, 109, 140, 143. Spencer, Herbert, 87, 141. Steiner, Hillel, 22. Stigler, George, 58. Suárez, Laura, 116. Sumner, William G., 100, 102. Taddei, Emilio, 105, Tafalla, J., 81. Tapia, Luis, 106. Thatcher, Margaret, 11, 14, 17, 60 s., 138. Thomson, Judith, 21. Todorov, Tzvetan, 53. Toussaint, Éric, 30, 108. Valverde Gefaell, Clara, 17. Varela, José Pedro, 89. Vargas Llosa, Álvaro, 110. Vargas Llosa, Mario, 15, 75, 76, 110, 131. Vergara Estévez, Jorge, 28, 49, 142, 150, 151. Voltaire, 73, 81 s. Vonnegut, Kurt, 101. Wacquant, Loïc, 100. Weber, Max, 33, 140. Wieser, Friedrich von, 67. Wilde, Eduardo, 86. Willgerodt, Hans, 67. Williamson, John, 60. Zea, Leopoldo, 82. Zito Lema, Vicente, 24. 162

Žižek, Slavoj, 23, 24, 26, 49, 119.

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