December 31, 2016 | Author: renerodriguezg | Category: N/A
DOSSIER NÚMERO 47 ABRIL / JUNIO 2013
El mundo de la clase media
6 € España y Andorra. 9,50 € Europa.
James K. Galbraith, Stewart Lansley, Nicolas Bouzou, Pierre Hassner, Marc F. Plattner, Anthony B. Atkinson, Andrea Brandolini, Branko Milanovic, Hans-Peter Blossfeld, Richard Wilkinson, Kate Pickett, Jared Bernstein, Cheng Li
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EDITORIAL
Ni demasiado rico, ni demasiado pobre a clase media no es un país, es un mundo. Aristóteles, el padre de la ciencia política, aseguró que la mejor comunidad política es aquella en la que el poder está en manos de la clase media porque confina los extremismos políticos a un papel marginal, da estabilidad y ayuda al crecimiento económico. Bien lo sabía Henry Ford, que convirtió a sus trabajadores en clientes de sus automóviles. Y bien lo sabe también el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien en el discurso sobre el estado de la Unión del pasado 13 de febrero anunciaba una serie de medidas para recuperar la vitalidad de la clase media estadounidense, “nuestra verdadera maquinaria de crecimiento”. La crisis económica ha hecho que aumenten las desigualdades y que mengüe la clase media en las democracias occidentales. VANGUARDIA DOSSIER dedica esta monografía a analizar hasta qué punto hay un declive de la clase media y si puede tener un efecto desestabilizador en las sociedades democráticas. Tanto la clase media como la democracia parecen hallarse perpetuamente amenazadas, pero es muy difícil hacerlas caer (Plattner). Las clases medias, consideradas como un baluarte contra las formas no democráticas de gobierno, no van a desaparecer (Milanovic), pero sí van a disminuir, así como su representación política, lo que va a generar una crisis de identidad en Occidente con dañinas consecuencias (Bouzou). En el orden del día de Europa hay temor a un cierto recrudecimiento de las tendencias fascistas o racistas como consecuencia de este declive social (Hassner). Hay incluso quien recuerda que la sociedad yugoslava era de clase media y se desintegró, y con ella el país (Galbraith), para alertar contra las políticas de extrema austeridad impuestas a los países del sur de Europa. Porque un sistema edificado sobre niveles excesivos de desigualdad se descompone (Lansley) y sus sociedades tienden a presentar un cuadro menos saludable (Wilkinson y Pickett). El proceso de globalización ha hecho que las desigualdades impacten en las diferentes clases sociales (Blossfeld) de manera muy distinta. Ingresos, riqueza y ocupación (Atkinson y Brandolini) de las clases medias se han visto afectados. En el mundo occidental decrecen, pero en Asia crecen. En China, por ejemplo, con un emergente sector de la población que constituye, en sí mismo, un testimonio de las dinámicas políticas puestas en marcha (Li). En Estados Unidos, por el contrario, la clase media está en declive porque no ha logrado beneficiarse del crecimiento de la economía (Bernstein). Quienes se beneficiaron fueron solo unos pocos estadounidenses. La receta, pues, parece evidente: cuanta más clase media en el mundo, mejor. Un mundo sin desigualdades, ni demasiado rico, ni demasiado pobre, como diría Aristóteles,
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ILUSTRACIONES DE CRISTINA SAMPERE
Álex Rodríguez
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SUMARIO ABRIL / JUNIO 2013
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El destino de la clase media por James K. Galbraith La situación de la clase media, que fue la respuesta dada por los norteamericanos del siglo XX al Viejo Mundo decimonónico, se encuentra hoy amenazada, tanto en Estados Unidos como en Europa. Más que en el nivel de vida, los efectos más importantes y duraderos de la crisis están relacionados con la seguridad financiera, los servicios públicos y las perspectivas de progreso futuro.
12| LA CLASE MEDIA GLOBAL
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14| El auge y la caída por Stewart Lansley Las clases medias de los países desarrollados están en declive desde los años 70. La brecha laboral entre los profesionales muy bien pagados y los empleados de sueldos medios que comenzó en Estados Unidos y el Reino Unido ha adquirido caracteres globales y términos como ‘vaciamiento’ y ‘estrujamiento’ de las clases medias se ha incluido ya en el léxico político.
20| ¿Qué políticas públicas son posibles
cuando las clases medias desaparecen? por Nicolas Bouzou Las clases medias, esa parte de la población que está en condiciones de acceder a los bienes de consumo corrientes, no han desaparecido en Occidente ni desaparecerán. Pero disminuyen tanto en número como en representación política, lo que se traduce en una crisis de identidad con unas presumibles consecuencias nocivas.
26| Del declive al conflicto por Pierre Hassner Aristóteles y Tocqueville ya alertaron de los peligros que para la estabilidad interna y las relaciones entre países plantearía un declive de las clases medias. Las crisis que, por distintos motivos, están afectando hoy a este grupo social introducen elementos de inseguridad e inestabilidad de imprevisibles consecuencias. Más que entre grupos locales, es presumible un futuro choque entre las clases medias de los países ricos y las de los emergentes.
30| UNA RADIOGRAFÍA DE LA CLASE MEDIA 32| Un aviso para la democracia liberal por Marc F. Plattner Las democracias liberales del futuro no funcionarán si las clases medias no se ven compensadas por su trabajo y su moderación. Además, los efectos pueden ser muy negativos si se relajan sus valores morales. Sin embargo, y aunque perpetuamente amenazadas, es muy difícil que caigan, tanto la clase media como la democracia liberal. Aparte de que, ¿con qué podrían ser sustituidas?
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38| ¿Desaparece la clase media en Occidente?:
una advertencia por Anthony B. Atkinson y Andrea Brandolini No hay acuerdo sobre los efectos prácticos de la desigualdad sobre la ciudadanía. La mayoría de los sociólogos tiene en cuenta el prestigio y el estatus profesional, mientras que los economistas se centran en los ingresos, el crecimiento, el consumo y también por su contribución a la estabilidad social y política.
44| ¿Se ha acabado el ‘período especial’
del capitalismo? por Branko Milanovic ¿Está el capitalismo amenazado por la desigualdad? No, por lo menos a medio plazo. Ante unas clases medias cada vez menos numerosas, económicamente más débiles y con una desigualdad en aumento, el capitalismo, que aparece hoy como un bastión inexpugnable, está recuperando sus características ‘naturales’.
48| CLASE MEDIA A LA BAJA 50| Globalización y desigualdad. Clases sociales
cambiantes en Europa y Estados Unidos por Hans-Peter Blossfeld La globalización, que en los últimos 20 años ha tenido un fuerte impacto en la estructura de la desigualdad social, presenta aspectos positivos y negativos. Aumenta el nivel de vida y la productividad, pero propicia acontecimientos inesperados en el mercado del trabajo y rápidos cambios en la sociedad.
68| LAS CLASES MEDIAS EN LA HISTORIA (SIGLOS XVIII-XXI)
74| Una fascinante eclosión
en el Reino del Centro por Cheng Li La fulgurante aparición y el explosivo crecimiento de la clase media en China es uno de los fenómenos más fascinantes de la historia: nunca tantas personas habían hecho tantos progresos económicos en una o dos generaciones. La importancia de esta clase emergente trasciende, sin embargo, el estricto ámbito de la economía. Hoy, las dudas son inevitables: ¿qué impacto tendrá la nueva clase media china sobre la estructura social y política del país y cómo influirá en el escenario internacional?
PARA SABER MÁS 81| LIBROS 84| LITERATURA 86| CINE 88| VIAJES 90| WEBS 92| TEXTOS ORIGINALES
58| Sociedades disfuncionales:
¿por qué tiene importancia la desigualdad? por Richard Wilkinson y Kate Pickett Para algunos la desigualdad causa divisiones y desgasta a la sociedad, para otros es un estímulo para el esfuerzo y la creatividad. Los datos demuestran que donde las diferencias entre ricos y pobres es menor, la vida social es más intensa, la gente es más solidaria, hay menos violencia y la esperanza de vida es mayor.
VANGUARDIA DOSSIER www.vanguardiadossier.com Número 47 / AÑO 2013 Editor: Javier Godó, Conde de Godó Consejera editorial: Ana Godó Director: José Antich Director adjunto: Álex Rodríguez Redacción: Joaquim Coca / Toni Merigó, Marc Bello (diseño e infografía) Edita La Vanguardia Ediciones, SL. Avenida Diagonal, 477, 9.ª planta. 08036 Barcelona.
60| A MÁS DESIGUALDAD, MÁS PROBLEMAS SOCIALES 62| DISTRIBUCIÓN DE LOS INGRESOS-DESIGUALDAD
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64| Estados Unidos:
Publicidad: Publipress Media, SA. Av. Diagonal, 475. 08036 Barcelona. Tel.: 93 344 31 20.
desigualdad, poder e influencia por Jared Bernstein Entre 2007 y 2010 los activos medios de una familia estadounidense de clase media cayeron en un 40 por ciento, lo que ha dado lugar al calificativo de “década perdida” para este sector de la población. Ante esta dinámica a la baja, las preguntas son inevitables: ¿por qué se producen? y ¿por qué carece de respuestas el sistema político?
© LA VANGUARDIA EDICIONES S.L. BARCELONA, 2007. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. Esta publicación no puede ser reproducida; ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la empresa editora.
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Preimpresión: La Vanguardia Ediciones, SL. Impresión: Jiménez-Godoy, S.A.
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El destino de la clase media James K. Galbraith PROFESOR DE LA ESCUELA LYNDON B. JOHNSON DE ASUNTOS PÚBLICOS DE LA UNIVERSIDAD DE TEXAS (AUSTIN). SU ÚLTIMA OBRA ES DESIGUALDAD E INESTABILIDAD: UN ESTUDIO DE LA ECONOMÍA MUNDIAL JUSTO ANTES DE LA GRAN CRISIS (OXFORD UNIVERSITY PRESS), 2012.
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A CLASE MEDIA FUE LA RESPUESTA DADA POR LOS ESTADOS
Unidos del siglo XX a la Europa decimonónica; dicho con mayor precisión, la respuesta dada por Franklin D. Roosevelt y Lyndon B. Johnson a David Ricardo y Karl Marx. A juicio de los economistas europeos del siglo XIX, había tres clases sociales: propietarios, capitalistas y trabajadores. Los propietarios ganaban rentas, privilegio derivado de la posesión de un título de propiedad de la tierra que no comportaba la obligación de trabajar. Los alimentos baratos del Nuevo Mundo socavaron su posición en Gran Bretaña; la revolución y la guillotina hicieron lo propio en Francia. Tal circunstancia permitió que hiciera su aparición un mundo polarizado en torno a las realidades del capital y el trabajo, de burgueses y proletarios al tiempo que la riqueza se concentraba permanentemente entre los ricos y la miseria no se mitigaba en ningún caso entre La clase media fue la respuesta los pobres. El Capital de que dio Estados Unidos en el Marx describe las pésimas condiciones del tra- siglo XX a una Europa decimonónica bajo en talleres y fábri- que propició un mundo polarizado cas a mediados del siglo en torno a las realidades XIX, situación que hizo del capital y el trabajo predecible un futuro de agitación y levantamientos conducente al comunismo; en el siglo XX, sus seguidores en Rusia, China, Vietnam y otros lugares dijeron que cabalgaban sobre esta ola histórica. Pero, por supuesto, en la Europa industrializada las cacareadas revoluciones de los trabajadores nunca triunfaron. En su mayoría fueron contrarrestadas por un aumento continuo del nivel de vida que
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propició una tregua de clases, como observó Keynes en Las consecuencias económicas de la paz: “Por una parte, las clases trabajadoras aceptaron por causa de ignorancia o impotencia –o bien fueron obligadas a aceptar, persuadidas o engatusadas por los hábitos, los convencionalismos, la autoridad y el orden bien asentado de la sociedad– una situación en la que solo podían considerar suya una porción muy escasa del pastel, que tanto ellos como la naturaleza y los capitalistas contribuían a confeccionar. Y, por otra parte, se permitía a las clases capitalistas calificar de suya la mejor porción del mismo pastel que, en teoría, eran libres de consumir bajo la tácita condición de que consumieran una pequeña parte de él […] De este modo creció el tamaño del pastel.” La guerra abierta entre el capital y el trabajo en Europa fue poco común y solo estalló en circunstancias de caos excepcional como por ejemplo en París en 1870, Baviera en 1918 o Barcelona en 1936. En sentido más amplio, la solidaridad internacional solo raras veces eclipsó el nacionalismo; así, en dos ocasiones, las clases trabajadoras de Europa se enfrentaron en conflictos brutales. Como observó el sociólogo Giovanni Arrighi, el conflicto canónico del siglo XX entre el capital industrial y el mundo obrero organizado tuvo lugar en Detroit, Michigan, y culminó en la planta industrial de River Rouge de la empresa Ford en 1941, donde los Trabajadores de la Automoción Unidos (UAW en inglés) iniciaron una gran era de sindicalismo industrial en Estados Unidos. Y la consecuencia tras la guerra en lo que atañe al mismo país no fue la revolución violenta, sino una potente aceleración del New Deal (Nuevo Pacto Social). El New Deal, la Segunda Guerra Mundial y (posteriormente) la Great Society forjaron la clase media estadounidense sobre la base del desarrollo industrial y el petróleo barato de procedencia nacional. El propio Nuevo Pacto Social aportó la seguridad social, un salario mínimo, la ley de relaciones laborales, los programas de apoyo a la agricultura y ganadería, el empleo en las obras públicas y la construcción de una red nacional de carreteras, aeropuertos, escuelas, tú-
neles, puentes y otras instalaciones, así pia de clase media tan común y dilatada como un programa de vivienda que echó en Estados Unidos se convertiría también los cimientos de una sociedad con acceso en regla universal europea. Al propio tiempo, la percepción de a la propiedad de la vivienda. La circunstancia de la guerra, posteriormente, mo- Estados Unidos como bastión de la clase dificó la situación financiera de la clase media resultó desfigurada por el ascenso obrera estadounidense, que pasó de vivir de Reagan y su visión de libre mercado precariamente a convertirse en el acree- que ensalzaba al rico y emprendedor por dor principal del sector público del país. encima del consumidor y del funcionario. Bajo el mandato de Lyndon B. Johnson, la La proyección del reaganismo respecto a Great Society agregó un importante ele- la perspectiva mundial acerca de Estados mento de seguro sanitario (programas de Unidos fue tan lograda que los intelectuaatención Medicare y Medicaid) y abrió el les estadounidenses adoptaron también Estado de bienestar a personas de color ampliamente tal perspectiva, de modo antes excluidas. Por consiguiente, la clase que el destino de la clase media ha constimedia creció y los índices de pobreza en tuido una preocupación en las mentes de los pensadores progresistas de Estados Estados Unidos disminuyeron. En Europa, las cosas evolucionaron Unidos durante la última generación. de modo mucho más desigual. En el norte, Tales preocupaciones cuentan con cierto una tradición de socialdemocracia que fundamento. Los sindicatos han ido perdataba de los años 30 del siglo XX forjó las diendo fuerza desde los años 60 y su declipequeñas pero muy prósperas aunque ve se aceleró debido a olas sucesivas de abiertas sociedades de clase media que desindustrialización en los años 80. La siguen existiendo en la actualidad. La creciente desigualdad en materia de renAlemania occidental de la posguerra, go- ta data del mismo período y alcanzó cibernada por democristianos y socialde- mas históricas alrededor del año 2000 bajo un creciente temor en mócratas, siguió una vía similar. En las otras importantes A partir de 1945, el sentido de que una nueva plutocracia compuesta democracias de Europa occi- en el norte de expertos informáticos, dental (Francia e Italia), los de Europa ricos del sector del petrósindicatos eran más débiles, y Alemania leo, propietarios de casilos comunistas más fuertes, el se forjó la clase nos, magnates de medios conflicto de clase más agudo de comunicación y banquey el progreso hacia una men- media que persiste hoy ros se han apoderado del talidad de clase media (defien día, en Italia país. Y toda la mescolanza námoslo como la fusión de que viene a ser la red de seorígenes de clase trabajadora y Francia los con hábitos burgueses) me- conflictos fueron guridad estadounidense hace las veces de prueba nos marcado. En España y más agudos y (según el sentir de algunos) Portugal (y durante un tiemen España de que Estados Unidos no po también en Grecia) persisy Portugal está a la altura de los nivetió el fascismo y con él las se impuso les europeos (queriendo deideologías de la disidencia y la el fascismo cir, normalmente, Escanresistencia. En el este de Eudinavia) de bienestar social. ropa, por otra parte, el comuCon todo, la clase media estadouninismo impuso un régimen obrero a las sociedades en cuestión que ansiaron con- dense y los programas que le prestan vertirse en sociedades de clase media de- atención han ido ampliándose hasta fejando atrás modelos identitarios marchi- cha reciente. En la fase de prosperidad de tos que aún imperaban, hasta cierto pun- finales de los años 90, Estados Unidos to, en determinadas partes de Occidente. mostró índices de pleno empleo durante Luego el comunismo cayó, Europa fue una cuatro años y los índices de pobreza en el y durante un tiempo dio la impresión de caso de la población negra e hispana alque la identidad normal y corriente pro- canzaron cifras positivas nunca iguala-
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das, hecho que permitió que amplios sectores de ambos grupos de población avanzaran de modo constante hacia una posición propia de clase media e incluso algunos, cabría decir que de modo indefectible, entraran en los círculos dirigentes. Y, pese a la atención prestada por entonces a la reforma del sistema de bienestar, la verdad es que la red de seguridad social y sanitaria sobrevivió al mandato de Reagan y ha seguido creciendo mediante una ampliación del impuesto sobre la renta bajo Clinton, mayor cobertura de fármacos a través de Medicare con Bush y un seguro sanitario universal –de un cierto tipo– bajo Obama. Cabría pensar que tales medidas habían dado cumplimiento al proyecto de la clase media estadounidense al tiempo que continuaba evolucionando en Europa gracias a la convergencia en la zona euro. Pero, por el contrario, sobrevino la gran crisis financiera y en la actualidad la situación de la clase media en ambos continentes se halla amenazada, si bien –de nuevo– de forma distinta y, como razonaré, con distintas perspectivas según el caso. En Estados Unidos, la existencia de un amplio gobierno federal que controla y supervisa la economía ha ejercido un poderoso efecto estabilizador sobre la renta y el nivel de vida. Cuando golpeó la crisis, las transferencias de pagos –en seguro de paro, seguro de discapacidad, cupones de comida, seguridad social y conceptos similares– subieron (aproximadamente) la asombrosa cantidad de ocho puntos porcentuales del PIB, de modo que mientras el empleo y la producción cayeron diez puntos, la caída del nivel de ingresos y consumo fue solo de dos puntos porcentuales. El nivel de vida diario en Estados Unidos cayó escasamente en la mayoría de sitios y para la mayoría de las personas. Y, por supuesto, los depósitos bancarios estaban protegidos mediante seguro, de modo que las personas con moderadas reservas financieras que no conllevaban riesgos financieros prácticamente no perdieron nada en las dimensiones mencionadas; a diferencia de los años 30, la clase media no fue barrida del mapa por la gran demanda de fondos en los bancos. Los que sí cayeron en Estados Unidos fueron los tipos de interés, la cotización de las acciones (al menos durante un breve período) y –más lentamente, pero de forma determinante– el valor de la vivienda. Los dos primeros factores afectan sobre todo a quienes poseen dinero para ahorrar; se trata, por definición, de problemas que principalmente se plantean a los ricos. La construcción de vivienda, asimismo, ha caído pero muchas de estas personas eran inmigrantes que empezaban, no miembros de la clase media, y no tardaron en
desaparecer de la mano de obra estadounidense. Muchos otros trabajadores que perdieron el empleo aportaban el segundo o tercer sueldo en el hogar, tenían varios empleos o eran trabajadores mayores que podían acogerse a la prejubilación de acuerdo con el sistema de seguridad social o subsidio por discapacidad; y en estos casos, asimismo, los efectos se ven amortiguados por las circunstancias familiares o los programas públicos de ayuda. El factor de mayor importancia para la clase media estadounidense es el de la caída del valor de la vivienda. Dado que un amplio sector de familias estadounidenses viven en viviendas que valen menos del dinero que deben, no es posible una refinanciación y la venta es también difícil, ya que hay que poner dinero sobre la mesa para liquidar la hipoteca. Lo que ello representa para la mayoría de la gente es que ha desaparecido una reserva de poder de compra y, con ella, la posibilidad de mudarse fácilmente de la vivienda actual a la próxima, ya sea para acomodarse a las necesidades de una familia creciente o menguante, para cambiar de empleo o para disfrutar de mejor clima a la hora de la jubilación. En el caso de millones de personas, concurre incluso la amenaza de apertura de juicio o desalojo, aunque esto no quiere decir que una gran parte de estadounidenses que son propietarios vaya a ir de hecho a juicio, ni tampoco representa esto último una catástrofe financiera pues en muchos casos quienes han de hacer frente a una hipoteca pueden dar la vivienda, mudarse a otra y verse libres a continuación de la carga del pago de los plazos de la hipoteca (en este sentido, la ley estadounidense, pese a cambios recientes, sigue favoreciendo mucho más a los deudores que en el caso de España). De todos modos, hay que convenir que se trata de una situación difícil y desagradable. La otra gran causa de presión sobre la clase media estadounidense es la degradación del nivel de los servicios públicos locales debido a menores ingresos en concepto de impuestos en los niveles inferiores de la Administración. Es una situación más perceptible a causa de los recortes en el sector de la enseñanza pública, cuya calidad desciende, que coincide con un auge de otras opciones como escuelas no públicas. Todo ello, en unión de los mayores costes de la enseñanza universitaria, incrementa la presión financiera sobre los hogares de clase media, para los que matricular al hijo o a la hija en una facultad de prestigio se ha convertido en un importante símbolo de estatus cultural. Los debates sobre el acceso a una plaza universitaria –incluidos los relativos a la discriminación positiva, que beneficia sobre todo a la población ne-
Los dos grandes factores de presión que en la actualidad inciden sobre la clase media de Estados Unidos son la caída del valor de la vivienda y la degradación del nivel de los servicios públicos locales
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gra e hispana– alcanzan una intensidad en Estados Unidos que no se observa en ningún otro lugar del mundo y ello a pesar de que las plazas universitarias no son escasas. Otros factores de presión sobre el margen de actuación de los gobiernos locales se refieren a la demora en el mantenimiento de las carreteras y las redes de suministro público, los
horarios más reducidos de bibliotecas y parques y la disminución de servicios de carácter medioambiental; todo esto ha repercutido notablemente en la calidad del nivel de vida, circunstancia que experimentan sobre todo quienes viven en la periferia de la vida cotidiana común. En resumen: aunque la quiebra financiera del
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sector de la vivienda diezmó sobre todo a los barrios pobres en muchas localidades estadounidenses y dejó vacías muchas viviendas de nueva construcción, aunque el asunto supuso la pérdida de millones de empleos y expulsó a mucha gente del mercado laboral y aunque los índices de paro siguen siendo muy elevados, los efectos más importantes y duraderos de la crisis aún no se han dejado sentir en el nivel de vida cotidiana de la mayoría de miembros de la clase media. Es más bien una cuestión relacionada con la seguridad financiera a largo plazo, el nivel de los servicios públicos y las perspectivas de progreso futuro. Se trata, sobre todo y de momento, de cuestiones de orden psicológico que conllevan situaciones a las que la gente se amolda. Y, de esta forma, el país sigue funcionando y, aunque la clase media se ve dañada, su mentalidad y forma de pensar persiste. Esto explica el hecho de que Estados Unidos sea hasta ahora el único país de la poscrisis en reponer en su cargo a un aspirante a la presidencia y por qué las clásicas preocupaciones de la gente en otoño, del fútbol a las compras navideñas, no parecen verse alteradas. Por lo que se refiere a Europa, aun el observador más ocasional puede ver que mientras la situación en Alemania y Gran Bretaña es bastante normal, no es tal el caso de Grecia, España, Irlanda y Portugal (en Francia y en Italia hay señales contradictorias; se tiene la impresión de que crece la tensión aunque sin alcanzar un punto crítico). ¿Qué diferencia hay? La diferencia estriba en que en los países mayores y más fuertes que no han hecho frente a una crisis financiera, los grandes déficit presupuestarios han llenado con éxito el hueco entre gasto y fiscalidad causado por la crisis y de este modo han estabilizado las rentas privadas en buena medida. Sin embargo, en los países del sur y el este de Europa no ha sido así, de modo que los déficit presupuestarios se vieron acompañados de elevados tipos de interés y severos programas de austeridad, adoptando la forma de fuertes recortes del gasto público e impuestos más altos (principalmente a través del IVA) sobre el consumo privado. Los niveles de vida diarios, por tanto, han caído acusadamente en el sur de Europa. Los niveles de paro en Europa se han concentrado en estos países, cuya población trabajadora ha debido plantearse a veces una elección no muy alentadora entre los apuros o la miseria en el propio país y una posible emigración a lugares donde el panorama es igualmente desolador. Los salarios y pensiones de los funcionarios han sufrido recortes mientras que los tipos de interés han subido, mermando los fondos discrecionales de una población que carece
en buena medida de reservas financieras. Entre tanto, los insuficientes servicios públicos han sido recortados al límite, obligando a numerosos hogares de clase media a gastos extraordinarios no habituales en sanidad o enseñanza privada. A diferencia de Estados Unidos, las universidades y hospitales no gozan de importantes donaciones privadas capaces de tomar el relevo en caso de restricción de fondos públicos, lo que significa que la austeridad presupuestaria se traduce directamente en una reducción de servicios o en una demanda de pagos suplementarios ampliamente contemplados en Europa, pero (que sepa el autor de este artículo) no en Estados Unidos. En el fondo, la vida propia de la clase media significa un grado razonable de seguridad financiera a largo plazo combinado con el acceso a los servicios básicos como son la educación, la atención sanitaria y los servicios propios de la vida urbana. Significa, también, un grado razonable de existencia libre de la amenaza de la violencia, sea debida a la delincuencia o a fuerzas políticas organizadas como es el caso en la Grecia actual y en ciertas partes de Europa y tal vez en otros lugares. Los índices de delincuencia han bajado en Estados Unidos en los últimos años; no han aumentado sensiblemente desde la aparición de la crisis, y la violencia tiene lugar en mayor medida en el hogar que en la calle. En Europa, sectores de población de determinados países siguen gozando de una posición próspera, segura y estable. Pero en otros países no es así. Y es precisamente en los lugares en que ha muerto la esperanza, la carga de la deuda es asfixiante, las pensiones corren peligro de desaparecer, faltan oportunidades de empleo y los servicios se hallan en vías de desintegración donde se experimenta en mayor grado la amenaza sobre el estilo de vida propio de la clase media. Desgraciadamente, son cosas ya conocidas y vividas, no hace mucho y no muy lejos. Según los estándares de su tiempo y lugar, y de acuerdo con las circunstancias a las que había de hacer frente, afirmando al mismo tiempo su independencia, Yugoslavia era un país de clase media. Y la lección de Yugoslavia es que la violencia y crueldad extremas son realidades que acechan cuando se desintegra una sociedad de clase media. Solo cabe esperar que haya en Europa gente que lo recuerde, como también países preparados para resistir y rechazar las fuerzas aplastantes que impone actualmente el dogma económico sobre una periferia de la Unión Europea que se halla bajo el peso del fardo de la deuda.
Cabe confiar que en Europa haya países capaces de resistir y rechazar las aplastantes fuerzas del dogma económico que se imponen en una periferia asfixiada por el fardo de la deuda
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LA CLASE MEDIA GLOBAL
El 52,5 por ciento de la población total de la Unión Europea forma parte de las llamadas clases medias. Comparativamente, el porcentaje de europeos que integran este grupo social supera en 10,6 puntos al de Estados Unidos y en 16,2 al de Brasil. La adscripción a este grupo social está relacionado con los ingresos por familia según los cálculos más utilizados. Las clases medias son más numerosas en los países económicamente más desarrollados y en aquellos donde la redistribución sociofiscal es importante. UE-27
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53% ALEMANIA
CANADÁ 48,2%
RUSIA 38% 41,9% ESTADOS UNIDOS 47,5% ESPAÑA
PERSONAS PERS ERSONAS AS DE LA LA CL E ME CLAS M DIA DI RESPECTO RESP ECTO O A LA LA POBL LACIÓ ACIÓN N TOTAL TOTAL T AL
COREA 47,1% DEL SUR
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FUENTES: Les classes moyennes en Europe (2011), Centre de Recherche pour l'Étude et l'Observation des Conditions de vie (Crédoc), Surrey Independent Living Council (SILC), Luxembourg Income Study (LIS), STATEC, Eurostat, “The emerging middle class in developing countries”. Working Paper núm. 285. (2010). OECD Development Centre, Crédoc, LIS (1980-1990) y SILC (2009).
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LOS QUE SON…
…Y LO QUE GASTAN
En los próximos 20 años solo en Europa y América del norte (Estados Unidos, Canadá y México) las personas pertenecientes a la clase media registrará un descenso, tanto en número como en porcentaje respecto al total mundial. Paralelamente, en los países de Asia-Pacífico el incremento se sextuplicará, pasando de 525 a más de 3.200 millones de personas.
En el año 2030, las clases medias de todo el mundo gastarán 55.680 millones de dólares, un 61 por ciento más de lo que gastaron en 2009. En Europa en el año 2030 habrá 24 millones de personas pertenecientes a la clase media más que en 2009, pero sus gastos totales bajarán en un 3 por ciento respecto al total mundial, en Asia-Pacífico este diferencial será de un 2 por ciento mientras que en América descenderá en un 5 por ciento.
Nota. El cálculo utilizado en el informe de la OCDE para clasificar a la clase media es la de un individuo cuyos gastos medios diarios están entre los 10 y los 100 dólares.
2009
2020
2030
2009
EUROPA
664 (36 %)
703 (22 %)
680 (14 %)
8.138 (38%)
10.301 (29%)
11.337 (20%)
EUROPA
AMÉRICA DEL NORTE
338 (18 %)
333 (10 %)
322 (7 %)
5.602 (26%)
5.863 (17%)
5.837 (10%)
AMÉRICA DEL NORTE
CENTRO Y SURAMÉRICA
181 (10 %)
251 (8 %)
313 (6 %)
1.534 (7%)
2.315 (7%)
3.117 (6%)
CENTRO Y SURAMÉRICA
ASIA-PACÍFICO
525 (28 %)
1.740 (54 %)
3.228 (66 %)
4.952 (23%)
14.798 (42%)
32.596 (59%)
ASIA-PACÍFICO
ÁFRICA SUBSAHARIANA
32 (2 %)
57 (2 %)
107 (2 %)
256 (1%)
448 (1%)
827 (1%)
ÁFRICA SUBSAHARIANA
ÁFRICA DEL NORTE Y ORIENTE MEDIO
105 (6 %)
165 (5 %)
234 (5 %)
796 (4%)
1.321 (4%)
1.966 (4%)
ÁFRICA DEL NORTE Y ORIENTE MEDIO
TOTAL MUNDO
1.845 (100 %)
3.249 (100 %)
4.884 (100 %)
21.278 (100%)
35.045 (100%)
55.680 (100%)
TOTAL MUNDO
Cifras en millones de individuos. Entre paréntesis, porcentaje sobre el total mundial de la clase media.
2020
2030
Cifras en millones de dólares (PPA 2005). Entre paréntesis, porcentaje sobre el total de gastos de las clases medias en el mundo.
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SUECIA
57,4%
LOS EUROPEOS SON MÁS PRIVILEGIADOS Aunque en general las clases medias son más numerosas en los países más ricos, en Europa existen excepciones como, por ejemplo, España, el Reino Unido o Irlanda, donde las clases medias se sitúan por debajo del 50 por ciento de la población. En contraposición, Hungría, con un discreto PIB per cápita (PPA) de 9.300 euros, es el país con más hogares pertenecientes a la clase media (63,4 %). Cinco países cuentan con más del 60 por ciento de familias de clase media sobre la población total, nueve con menos del 50 por ciento y el resto, 13 países, entre el 50 y el 60 por ciento.
MEDIA DE INGRESOS
17.065
NIVEL DE INGRESOS Independientemente del número de sus componentes, la diferencia de ingresos salariales en un hogar de Luxemburgo y otro de Rumanía es de unos 33.500 euros.
FINLANDIA
UE-27
55%
ESTONIA
DINAMARCA
43,2%
60,8%
REINO UNIDO
48,2% LETONIA
35,4%
PAÍSES BAJOS
61,5%
IRLANDA
LITUANIA
49%
41,4%
BÉLGICA
POLONIA
55,1%
51,1%
ALEMANIA
REP. CHECA
53%
ESLOVAQUIA
63,1%
LUXEMBURGO
MÁS DEL 60%
61,7%
56,9%
AUSTRIA
58,3%
ENTRE EL 50% Y EL 60% FRANCIA
58,7%
MENOS DEL 50%
RUMANÍA
45,6%
HUNGRÍA ESLOVENIA
63,4%
59,1%
BULGARIA
42,2%
ITALIA
50,6%
PORTUGAL
GRECIA
48,3%
50,2%
LUXEMBURGO DINAMARCA IRLANDA SUECIA FINLANDIA AUSTRIA FRANCIA PAÍSES BAJOS BÉLGICA ALEMANIA CHIPRE REINO UNIDO ITALIA ESPAÑA ESLOVENIA GRECIA MALTA PORTUGAL REPÚBLICA CHECA ESTONIA ESLOVAQUIA POLONIA LETONIA HUNGRÍA LITUANIA BULGARIA RUMANÍA
36.585 25.380 24.280 22.135 21.980 21.890 21.675 21.450 20.830 20.075 19.575 17.620 17.570 15.200 13.245 12.800 11.060 9.400 7.780 6.450 6.200 5.910 5.760 5.355 4.910 3.155 2.525
Cifras en euros. Año 2009.
ESPAÑA
47,5%
CHIPRE
MALTA
51,4%
50,8%
AUGE Y REGRESIÓN
GRANDES VIAJEROS
En algunos países europeos el número de personas pertenecientes a las clases medias está en retroceso. De 17 países de la Unión Europea, solo siete han experimentado un incremento en los últimos 20 años. En España el descenso ha sido del 2,3 por ciento.
Las personas de clase media son grandes consumidores de la industria del turismo. Este esquema reproduce las variaciones en millones de llegadas internacionales de viajeros a distintas zonas del mundo. CRECIMIENTO
Porcentaje de la clase media respecto al conjunto de la población AÑOS 1980-1990
ESLOVAQUIA BÉLGICA FINLANDIA REPÚBLICA CHECA ALEMANIA SUECIA POLONIA LUXEMBURGO ESPAÑA AUSTRIA ITALIA NORUEGA PAÍSES BAJOS DINAMARCA FRANCIA REINO UNIDO IRLANDA HUNGRÍA
73,2 64 63,9 70,3 59,8 63,6 55,4 60,6 49,8 59,6 50,4 60,6 60,6 57,9 55,5 44,6 43,1 55,1
Evolución en los últimos 20 años (en %)
AÑO 2009
61,7 55,1 55 63,1 53 57,4 51,1 56,9 47,5 58,3 50,6 61,1 61,5 60,8 58,7 48,2 49 63,4
–11,5 –8,9 –8,8 –7,2 –6,8 –6,2 –4,3 –3,7 –2,3 –1,3 0,2 0,5 1 2,9 3,2 3,6 5,9 8,3
EUROPA AMÉRICA ASIA ORIENTAL Y PACÍFICO ÁFRICA ORIENTE MEDIO ASIA DEL SUR
1995
2020
ANUAL %
336 110
717 282
3,1 3,8
81
397
20 14 4
77 69 19
6,5 5,5 6,7 6,2
EL RÁNKING CONTINENTAL Según el Banco Mundial, en las próximas décadas alrededor de unos 1.300 millones de personas se sumarán a una nueva “clase media globalizada”, de las cuales el 90 por ciento vivirá en países en desarrollo. En la actualidad, Europa encabeza la lista de las regiones con mayores porcentajes.
1 EUROPA EURO PA
2
3
ASIA AMÉRIC AM ÉRICA A CENTRAL CENT RAL DEL NORT NORTE E
4 ORIENTE ORIENTE M MEDI O
5
6
ÁFRICA ÁFRICA ASI ASIA DEL E NORT O E DEL ESTE ORT
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7 PACÍF C ICO
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El auge y la caída Stewart Lansley INVESTIGADOR VISITANTE DE LA UNIVERSIDAD DE BRISTOL Y AUTOR DE EL COSTE DE LA DESIGUALDAD, POR QUÉ LA IGUALDAD ECONÓMICA ES ESENCIAL PARA LA RECUPERACIÓN. GIBSON SQUARE (LONDRES), 2012.
ACE CASI UN SIGLO, EL GRAN
H
magnate de la industria del automóvil, Henry Ford, manifestó que doblaría la paga a los trabajadores de la línea de montaje en Detroit, elevándola a cinco dólares al día. Detroit era entonces una próspera metrópolis industrial y creció hasta convertirse en un símbolo del poder industrial global de Estados Unidos. En la actualidad, junto con otros antiguos núcleos fabriles como Pittsburgh y Cleveland, la ciudad se halla en el epicentro de lo que se conoce como el “cinturón industrial en declive” (rust belt, en inglés). Esta transición del éxito al fracaso explica, asimismo, otro relato, el del auge y la caída de la clase media de Estados Unidos. El aparentemente imparable avance de la clase media estadounidense a lo largo del último siglo se ha detenido y ahora procede en sentido inverso. Según el presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Obama, el profesor Alan Krueger, la clase media estadounidense ha ido retrocediendo desde los años 70, de un 51 por ciento entonces a un 42 por ciento actual. Puede haber comenzado, en efecto, un proceso de retroceso histórico que haya avanzado más en Estados Unidos, pero el Reino Unido presenta una tendencia similar que, impulsada por la crisis global, se extiende por buena parte del mundo rico y desarrollado. Ya en 1956, el famoso sociólogo Charles Wright Mills señaló que la sociedad estadounidense se había convertido en una figura ca-
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racterizada “no por una pirámide de base plana sino por un rombo de ancha parte central”. Hacia los años 70, la configuración social del Reino Unido se adecuaba al modelo rombo con un pequeño grupo de ricos y de pobres y una ancha parte central. Pero en la actualidad, ambos países muestran modelos sociales muy distintos. Se asemejan mucho más a relojes de arena deformados, con un pequeño ensanchamiento en la parte superior, un tronco delgado en el medio y un ensanchamiento mayor en la parte inferior. Un grupo cada vez más amplio de la población en ambos países ha ido cayendo en términos de ingresos relativos y de clase, dejando un gran agujero en la parte central. En buena parte de la Europa continental, pero especialmente en España, Portugal, Italia y Grecia, las sucesivas medidas de austeridad destinadas a reducir los crecientes déficit fiscales han ido impulsando una tendencia similar, destrozando los medios de sustento tanto de la población de la parte central como de la mitad inferior del cuadro de distribución de los ingresos. El retroceso de las antes prósperas capas de la sociedad echa por tierra una de las tendencias sociales más duraderas de la época de la posguerra. No hace mucho, la creciente riqueza llevó a muchos comentaristas británicos a proclamar el auge de una creciente clase media, mejor pagada y formada, dispuesta a perseguir una serie mucho más marcada de aspiraciones al alza. En 1997, el número dos del Partido Laborista, John Prescott, manifestó: “Ahora todos somos clase media.” Nadie dice ahora tal cosa. En cualquier caso, ¿qué queremos decir con “clase media”? En Estados Unidos, Alan Krueger ha definido la clase media como el conjunto de aquellos hogares con ingresos anuales situados dentro del 50 por ciento más o menos de la renta media nacional (el punto medio de la distribución de ingresos). En el Reino Unido, el grueso de la clase media –una mezcla de profesionales, directivos, personal de ventas y gestores de primera fila– se sitúa en la mitad superior del cuadro de distribución de ingresos. El grupo situado a horcajadas del punto medio abarca un abanico más amplio de grupos ocupacionales, en una combinación del tramo inferior de la clase media y del tramo superior de la clase trabajadora tradicional. Este grupo de ingresos medios es el que hace frente a los peores reveses de fortuna. Aunque se trata de una tendencia provocada por la crisis económica global, hunde sus raíces en el rápido y constante proceso de trastornos económicos e industriales que dieron comienzo en los años 60 y
empezaron a acelerar a partir de los años 80. Estados Unidos perdió ocho millones de puestos de trabajo en el sector industrial entre 1980 y 2009, en un proceso implacable de desindustrialización que convirtió los antes prósperos núcleos industriales prácticamente en desiertos. Sectores enteros de la población estadounidense, del cinturón industrial en declive, el rust belt, al llamado “cinturón del sol” (sun belt) –los antes prósperos estados que se extienden de Florida a California– han quedado atrás debido a la acción de las fuerzas económicas en acción durante los últimos 30 años. Un proceso similar ha recortado la parte de la producción manufacturera nacional en el Reino Unido de un tercio en 1979 a tan solo un 13 por ciento en la actualidad, al tiempo que ha contribuido a aumentar el paro a niveles muy superiores a los de los años 50 y 60. Muchos de los nuevos empleos creados en el sector de servicios en expansión han ofrecido salarios más bajos con respecto a los que han sustituido. El factor activo a lo largo de esta evolución constituye un proceso de lo que los economistas del mercado laboral han denominado el “vaciamiento de la clase media”. Desde finales de los años 70 ha habido un aumento constante de trabajos profesionales bien pagados, de los ejecutivos de empresa a los ingenieros de software, junto a un aumento del número de empleos mal remunerados, por ejemplo en los sectores de la limpieza, el comercio minorista y los locutorios. En este contexto se han registrado fuertes caídas del número de empleos con sueldos medios, desde operarios de planta hasta trabajos administrativos actualmente automatizados de forma rutinaria. El Reino Unido acostumbró a tener un amplio sector de cualificación y empleo de salario medio que dio trabajo a un nutrido grupo, descrito en una ocasión por el fallecido Philip Gould, jefe de encuestas laborista de Tony Blair, como “ni privilegiado ni desposeído”. Como este grupo ha sido erosionado por la polarización laboral, el resultado es un país cada vez más dividido entre los “privilegiados” y los “desposeídos” a los que cabe sumar otro grupo mucho menor que no pertenecen a ninguno de los anteriores. El auge de la época de empleos basura se ha visto agravado por otro fenómeno según el cual los beneficios del crecimiento han sido crecientemente colonizados por una mezcla de grandes empresas y pequeñas elites empresariales y financieras. Mientras que las grandes empresas globales han disfrutado de una bonanza económica gracias a los beneficios obtenidos y el 1 por ciento más alto de
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la lista ha visto cómo crecían considerablemente sus ingresos a ambos lados del Atlántico, la parte del pastel económico que ha ido a manos de los asalariados ha disminuido de forma correspondiente. Los principales perdedores de tales tendencias han sido los grupos de población de ingresos medios y bajos. Los reveses de fortuna del británico y estadounidense medio son en buena medida el eco fiel del ascenso de la plutocracia y el retorno de una edad dorada en estos países. En el Reino Unido, los salarios medios reales empezaron primero a disminuir el rendimiento total desde principios de los años 90, luego quedaron congelados desde el año 2003 y han estado cayendo desde 2009. En Estados Unidos, este “distanciamiento de los niveles de vida respecto del crecimiento económico” comenzó incluso antes. En este caso, los ingresos habituales aumentaron solo un 13 por ciento durante tres décadas desde 1979. Tanto Estados Unidos como el Reino Unido se han convertido, en este proceso, en economías de bajos salarios. Ambos se sitúan en la parte superior de la gráfica mundial de países ricos con bajos salarios; Estados Unidos tiene una cuarta parte y el Reino Unido una quinta parte de mano de obra con salarios bajos. Otros países con más de una quinta parte de mano de obra con salarios bajos son Canadá, Alemania e Irlanda. España no queda a la zaga con un 16 por ciento, mientras que, por el contrario, Bélgica, Noruega e Italia tienen menos del 9 por ciento. En cierto sentido, la sustitución del trabajo en la fábrica por empleos administrativos y de oficina en el Reino Unido ha conducido a una aparente movilidad social ascendente en la estructura de clases. A lo largo de cuatro décadas hasta 2007, la proporción de la población clasificada por los sociólogos como “clase trabajadora” disminuyó de un 70 al 44 por ciento, mientras que la “clase media” aumentó del 31 al 55 por ciento. Pero esta aparente movilidad social ascendente en la estructura de clases constituye, en gran parte, una ilusión. Si se cataloga la mano de obra según los ingresos, la configuración social del Reino Unido se ve de manera muy distinta a si se clasifica por su posición teórica de clase. Esto se debe a que el ascenso en la escala de clases no ha ido acompañado de un aumento paralelo de los salarios y las oportunidades. En ciertas áreas del Reino Unido –fuera del próspero sureste donde se concentra la parte superior del reloj de arena–, el desplazamiento de la industria a los servicios ha privado a generaciones enteras de buena parte de sus objetivos económi-
cos en la vida. Las fábricas en las Las economías antiguas zonas industriales prós- con bajos peras –del sur de Gales a la región salarios es una central– han sido reemplazadas constante en por poco más que aparcamienaumento: tos, outlets y almacenes. En Stoke, la antes próspera Staffordshire en Estados Pottery es ahora un B & Q (gran Unidos uno de autoservicio). En el área de cada cuatro Brierley Hill al oeste, la planta de trabajadores procesamiento de carne Marsh está mal and Baxter, antes la mayor de pagado, Europa, es actualmente un cen- mientras que tro comercial. En estas áreas, los en el Reino puestos de trabajo que se ofrecen Unido afecta suelen ser mal pagados, monótonos e inseguros. Tendencias simi- solo al 20 por lares, aunque generalmente me- ciento de la nos pronunciadas, han ido sur- masa laboral giendo en otros lugares. “En todos los países ricos, las ocupaciones de rango medio parecen estar disminuyendo en relación con el sector de la población tanto del tercio inferior cuanto del tercio superior”, dice el profesor Van Reenen, de la London School of Economics. La creciente brecha salarial que comenzó en Estados Unidos y en el Reino Unido ha adquirido un carácter global. De acuerdo con un informe de 2011, “estamos divididos sobre por qué sigue aumentando la desigualdad”. Del club de países ricos, la OCDE, más de tres cuartas partes de sus 34 miembros han experimentado un aumento de la desigualdad de los ingresos en los últimos 20 años. En Alemania y Canadá, los salarios han estado congelados durante 10 y 20 años, respectivamente. Durante la recesión, los ingresos reales han caído con fuerza en el sur de Europa, en algunos países hasta en un tercio de promedio. Antes de la crisis, España había resistido en gran medida la desigualdad de ingresos cada vez mayor de otros países. Pero el desplome mundial ha afectado a España –con su mercado inmobiliario superinflado– de manera especialmente dura. El índice oficial de paro era del 26 por ciento en enero de 2013 y el doble en el caso de los menores de 25 años. Los jóvenes españoles, de los titulados a los trabajadores, temen que, por primera vez en tres generaciones, estén peor que sus padres, y muchos, si no la mayoría, estarán peor. La pobreza y la falta de vivienda se han disparado en el sur de Europa. La dependencia de los bancos de alimentos de beneficencia es cada vez más generalizada. En España, los sectores de clase media hacen frente a muchos problemas derivados
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En la reunión del Foro de Davos del año 2012, los líderes económicos y políticos coincidieron en considerar la desigualdad como el principal desafío global, por encima incluso de los crecientes déficit fiscales
de las incisivas medidas de austeridad que merman los salarios, recortan los empleos, diezman el nivel de las prestaciones y las pensiones y aumentan las tasas educativas y los títulos de transporte. Por primera vez desde la guerra, el nivel de propiedad de la vivienda en el Reino Unido –que ha caído desde un máximo del 69,7 por ciento en 2002 a un 64,7 actual– está en declive. La edad media de un comprador por primera vez ha aumentado de 28 años en el comienzo del nuevo milenio a 35 años hoy en día, creando una nueva generación del alquiler; es decir, un grupo de familias de ingresos medios y bajos que dependen de un sector privado de alquiler de escasa regulación y alto precio. El aumento de salarios bajos significa que el trabajo ya no es una vía segura para salir de la pobreza. Además de un aumento de la pobreza ligada al trabajo, también ha habido un aumento constante del sector de población próximo a la línea de pobreza. Estados Unidos tiene 15 millones de propietarios de una vivienda cuya deuda por la hipoteca supera el valor de la casa. La socióloga estadounidense Katherine Newman llama la atención sobre un nuevo grupo de “casi pobres” que abarca una quinta parte de la población. En la actualidad, hay cien millones de estadounidenses (32 por ciento de la población) que perciben bajos ingresos y que viven por debajo o no muy por encima del nivel de pobreza. Estas tendencias han representado un costo creciente para el gobierno. Para evitar el desplome de los niveles de vida a niveles inaceptables, los gobiernos han tenido que asumir de forma preferente la carga más pesada recurriendo a los fondos públicos. Esto ha encarecido la factura social y, en el Reino Unido, a una radicalización de actitudes hacia quienes dependen de la ayuda social. La era posterior a la guerra de mejora de salarios y oportunidades para la mayoría se ha convertido en una era muy distinta caracterizada por la disminución de nivel en la escala laboral; es el caso de antiguos empleados de fábrica que han pasado a limpiar coches, expertos ebanistas que trabajan de maleteros en el aeropuerto, dibujantes y especialistas en tecnologías de la información que se ven obligados a ejercer de taxistas… a menudo con largos intervalos en paro entre un traba-
jo y otro. Incluso antes de la crisis posterior a 2008, hasta un tercio de licenciados del Reino Unido acababa trabajando en puestos de trabajo que no requieren tal titulación. Estas tendencias han creado una creciente disparidad entre aspiraciones y logros en gran parte del mundo rico. En el Reino Unido, una nueva frase –“el squeezed middle de la clase media”–, acuñada por primera vez por el líder del Partido Laborista, Ed Miliband, ha entrado en el léxico político. Miliband se ha referido también al desgaste de la “promesa británica” que decía que los hijos iban a gozar de mayor prosperidad y oportunidades que sus padres. Uno de los supuestos implícitos de los años de la posguerra fue que la política económica y social garantizaría que cada generación gozaría de mejores niveles de vida y oportunidades. Los hijos de los obreros serían oficinistas y administrativos y los nietos se convertirían en profesionales. Los ingresos aumentarían para todos. Si bien esta “promesa” comenzó a quebrantarse antes de la crisis de 2008, el problema también se ha intensificado por la crisis. El economista estadounidense William Easterly ha advertido durante mucho tiempo que la proporción de ingresos que percibe la clase media afecta a indicadores sociales clave tales como la esperanza de vida, la mortalidad infantil y la salud. Un alto porcentaje de tal proporción ha sido positivo históricamente para la democracia y la promoción de los derechos políticos. Las sociedades dominadas por las elites, añade, han invertido menos en capital humano e infraestructuras para la mayoría por temor a que “ciertos grupos se hicieran más fuertes y cobraran mayor influencia fuera de [su] propia clase”. Ahora bien, mientras que los líderes mundiales han sido muy lentos a la hora de advertir estas tendencias, sucede que actualmente se ven obligados –tardíamente– a despertar ante las consecuencias, tanto económicas como sociales. “Cuando las familias de clase media ya no pueden permitirse el lujo de comprar los bienes y servicios que venden las empresas, esta circunstancia arrastra a la economía en su conjunto en el sentido de un declive”; así lo expresó el presidente Obama hace un año. Por eso Henry Ford se propuso pagar a los trabajadores lo suficiente como para que pudieran comprar los coches que producían. En la reunión anual de los líderes globales económicos y políticos en Davos en 2012, los delegados calificaron la desigualdad de principal desafío a que el mundo hace frente en la actualidad, por delante de los crecientes déficit fiscales.
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Al igual que en España, los británicos padecen la amarga experiencia de ser conscientes de la realidad. Pese a un teórico ascenso con respecto a la situación de clase, consideran de modo creciente que sus empleos brindan un estatus inferior al de sus padres. Según un informe que hizo público el Congreso de Sindicatos Británicos en 2009, solo poco más de la mitad creía que su propio nivel de vida era superior al de sus padres “a la misma edad”; el 23 por ciento pensaba que era casi el mismo y el 17 por ciento, que era inferior. Mientras que un creciente número de ciudadanos estadounidenses expresa el temor a un “deslizamiento por la pendiente” –preocupados como están por perder sus medios de vida y estatus relativo de ingresos–, da la sensación de que el país, por fin, hace frente a lo que ha sido realidad durante años; es decir, que el sueño americano (la facilidad con la que los ciudadanos pueden pasar de pobres a ricos) es un mito. En un sondeo realizado por el diario “The Washington Post” antes de las elecciones presidenciales, se preguntó a los encuestados por su mayor preocupación. Las respuestas aludieron a “la injusticia del sistema económico que favorece a los ricos” o al “exceso de regulación del mercado libre que interfiere con el crecimiento y la prosperidad”. Eligieron “injusticia” por un margen de 52-37 por ciento. Esto demuestra hasta qué punto la sociedad estadounidense antes madura y autosuficiente ha pasado a constatar que las virtudes tan proclamadas de trabajo duro y esfuerzo de autoayuda ya no proporcionan un nivel de vida digno. A pesar de la creciente toma de conciencia, los gobiernos han quedado paralizados en la inacción. La desigualdad ha seguido aumentando durante la crisis mientras que los expertos pronostican que los niveles de vida en el caso de las personas con ingresos bajos y medios seguirán disminuyendo en gran parte del mundo rico. En algunas partes de Europa, los ingresos de amplios sectores de población pueden tardar una generación en recuperarse a niveles anteriores a 2008. Aunque tales tendencias que ejercen un efecto debilitador aparecen de hecho como uno de los principales problemas de la próxima década, los líderes políticos parecen intimidados por la magnitud de la tarea en tanto que los expertos siguen peleándose acerca de sus causas subyacentes. Algunos las consideran como el producto de nuevas fuerzas económicas en buena medida imparables, en especial con respecto al modo en que la globalización (con la libre circulación de capital y mano de obra altamente cualificada) y el cambio tecnoló-
gico han recortado y recortan puestos de trabajo y ejercen una presión a la baja sobre los salarios en el mundo occidental. Otros culpan a la sustitución del modelo de la posguerra de capitalismo regulado por el modelo mucho más lucrativo y despiadado de las últimas décadas, que ha provocado sucesivas oleadas de reestructuraciones de empresa y empleo de forma que ha desviado la riqueza existente hacia los lugares superiores de la escala social. Está en juego la manera de remodelar las economías nacionales para asegurar que los beneficios del crecimiento se distribuyan y compartan de forma más equilibrada que en épocas anteriores y puedan crear empleos mejor remunerados y duraderos. Esta cuestión revistió importancia en las elecciones presidenciales estadounidenses mientras que el modo de controlar a los ricos también dominó las elecciones presidenciales en Francia. El logro de sociedades más igualitarias y de una distribución más equitativa de los objetivos nacionales pueden ser objetivos valiosos, pero es probable que resulten difíciles de alcanzar sin un cambio fundamental de los modelos económicos a nivel mundial y nacional. Durante los últimos 30 años, los países de todo el mundo han sido espectadores, alentando a menudo a las grandes empresas y sus líderes a ganar la batalla por la distribución del pastel, evitando peleas y restando autoridad a los gobiernos a lo largo del proceso en cuestión. No está claro todavía si el capital lo tendrá menos fácil en la fase siguiente del capitalismo. El estado de ánimo contrario a las medidas de austeridad y los movimientos de protesta emergentes en gran parte del mundo traducen evidentemente la percepción de que un sistema edificado sobre niveles excesivos de desigualdad, en palabras de Albert Edwards, analista financiero de Société Générale, “en última instancia se descompone”. Por el momento, una poderosa elite financiera y empresarial mundial todavía sostiene las riendas del poder económico y no muestra signos de consentir que se desgaste su poder, sus privilegios y su riqueza. Pero mientras los gobiernos siguen bailando al son de la música de las finanzas globales, el talante social e intelectual se radicaliza. Durante los últimos 30 años, los plutócratas y acumuladores de riquezas del planeta han actuado a su manera y las economías funcionaban en gran medida en favor de sus intereses. Puede ser que hayan de librar una batalla más dura para mantener este statu quo mientras que la población trabajadora en todo el mundo exija un reparto más equitativo del pastel.
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¿Qué políticas públicas son posibles cuando las clases medias desaparecen? Nicolas Bouzou ECONOMISTA Y DIRECTOR FUNDADOR DE ASTERÈS, EMPRESA DE ANÁLISIS ECONÓMICO Y FINANCIERO. MIEMBRO DEL CONSEJO DE ANÁLISIS DE LA SOCIEDAD (CAS), ORGANISMO GUBERNAMENTAL QUE DEPENDE DE LA OFICINA DEL PRIMER MINISTRO FRANCÉS. DIRECTOR DE ESTUDIOS DE LA FACULTAD DE DERECHO Y ADMINISTRACIÓN DELA UNIVERSIDAD PARIS II ASSAS. COLUMNISTA EN CANAL PLUS. ÚLTIMOS LIBROS PUBLICADOS: LA POLÍTICA DE LA JUVENTUD, CON LUC FERRY (2012), Y LA TRISTEZA DE LAS CLASES MEDIAS (2011).
L
a pasión por la igualdad
Segunda Guerra Mundial con la idea de igualdad: igualdad de oportunidades, elemento clásico y Existe, sin duda, una compartido por los estadounidenses (Tocqueville, identidad social y económica el más americano de los europeos en la primera de los países. No es una identi- mitad del siglo XIX, escribió grandes páginas sobre dad que implique un determi- el tema), pero también igualdad, al menos parcial, nismo total que adoptaría las de los resultados, lo que es más original y no deja decisiones públicas mediante de plantear interrogantes sobre la eficiencia ecoel “piloto automático”, sino nómica. Esta idea de la igualdad no se experimenuna identidad que afirma la existencia de un de- ta con la misma intensidad en toda Europa. Es nominador común entre las expectativas y los muy vigorosa en Francia y mucho menos en Gran modos de acción de los agentes económicos y que Bretaña, mientras que otros países se hallan en una posición intermelimita, sin cerrarlo por dia. Parece evidente, no completo, la gama de lo Después de la Segunda Guerra obstante, que Europa posible en política y que Mundial, la idea de la igualdad valora más la igualdad define un método. La fue muy vigorosa en Francia, de los resultados, por identidad económica y ejemplo, que Estados social de Europa comen- poco intensa en el Reino Unido Unidos, lo que se traduzó a surgir indudable- y se mantuvo en una posición ce en una cuota del PIB mente en el siglo XIX con intermedia en otros países en materia de benefila aparición de un embrión de derecho laboral y de Estado de bienestar, cios sociales más fuerte y, por tanto, impuestos (fiscalidad y cotizaciones sociales) más gravosos primero en Alemania y luego en otros países. Esta identidad se fortaleció después de la pero mejor aceptados.
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¿Quiénes son clases medias?
nización del trabajo) que generan una estructuraEsta idea de la igualdad siempre ha situado a ción en clase sociales. Las clases medias de los 30 la clase media en el núcleo de este contrato social años gloriosos toman forma en el mismo corazón y, por tanto, de esta identidad. Pero, ¿quiénes com- de las empresas. En las fábricas, el trabajo en cadeponen las clases medias que el mundo occidental na es la norma. Lleva a las empresas a estructurarteme perder? Los economistas y los sociólogos se de forma vertical: trabajadores, supervisores y suelen adoptar una definición cualitativa adapta- directores de fábrica. Naturalmente, un trabajable a diferentes contextos. Las clases medias son dor puede progresar en el seno de la misma estrucesa parte de la población que se halla en condicio- tura. La organización jerárquica es clara: a cada nes de acceder a los bienes de consumo corrien- nivel corresponde un salario. Las tareas de los tes. El ingreso disponible es lo suficientemente trabajadores son repetitivas: no hay ninguna realto como para dejar lugar al ahorro o a un sobre- compensa al talento; la mayoría de los trabajadoconsumo una vez hechos los gastos de primera ne- res realiza un trabajo de calidad similar. Les resulcesidad en alimentación, vivienda, ropa, etcétera. ta difícil distinguirse. Este es uno de los puntos La clase media puede acumular, con el tiempo, un clave de la diferencia de los años gloriosos con el patrimonio suficiente como para crear una clase período actual: el trabajo es homogéneo, los trabade propietarios inmobiliarios, pero insuficiente jadores tienen poca autonomía; las desigualdades como para crear una clase de rentistas. Estas clases salariales por el mismo trabajo se circunscriben en unos límites. medias han contrapesado economía Hay primas, pero son sobre todo y sociedad de diverso modo durante Con la colectivas y su impacto en el salario mucho tiempo. Al practicar el con- desaparición total es insignificante en comparasumo de forma masiva y homogé- de las clases ción con las prácticas actuales. Estas nea, han aprovechado el auge de la medias formas de organización taylorista, distribución a gran escala y el pro–un segmento en nuestros países ricos prácpio crecimiento económico. Al edude la población fordista, ticamente han desaparecido. Sus concar a sus hijos, han contribuido al secuencias en los distintos niveles aumento del nivel educativo me- en condiciones también. La organización vertical se dio. Al votar centroderecha o centro- de acceder ha convertido en horizontal. De ser izquierda, han confinado los extre- a los bienes concentrada ha pasado a ser descenmismos políticos a un papel con- de consumo–, tralizada. Capaz, antes, de eliminar testatario. Es decir, su posible desaparecería los errores a través de los controles de desaparición tendría un efecto des- también un estabilizador, ya que con ellas des- mundo bastante calidad realizados a lo largo de la cadena de producción, ya no permite la aparecería un mundo bastante prepredecible mediocridad. decible y estable. Pero hay algo más que el mateLos 30 años gloriosos de Europa y corriente rialismo histórico de Marx para explitras 1945 constituyen la edad de oro de la clase media. No es que no hayan existido car la nueva era de la desigualdad. También figura antes en absoluto. Constituyen una vicisitud pro- la “destrucción creativa”, término acuñado por pia del desarrollo económico capitalista y, por otra Joseph Schumpeter. En efecto, la economía munparte, se encuentran tanto entre los artesanos y los dial ha entrado desde hace apenas una década en comerciantes de la edad Media como en la “peque- un ciclo importante de innovación, el de las NBIC ña burguesía” analizada por Marx en el siglo XIX. (nanotecnología, biología, informática, ciencia Simplemente, a partir de la década de 1950, la cognitiva). Estos ciclos de innovación, dice economía se estructura en torno a ellas. Y es tam- Schumpeter, generan un gran crecimiento econóbién entonces cuando el modo de producción es el mico, pero solo en un segundo momento. En un primer momento, destruyen la economía vieja más favorable para el desarrollo de estas clases. para despejar de alguna manera el camino a la ¿Por qué ha pasado la edad nueva economía. En esta fase de transición a la vez de oro de las clases medias? turbadora porque el cambio da miedo pero tamPara entender este punto, hay que remitirse bién llena de promesas, la “prima a los titulados” al materialismo histórico de Marx, que nos explica y la “prima a la adaptabilidad” aumentan consideque la estructura de producción (las tecnologías) rablemente: la población menos cualificada o determina las relaciones de producción (una orga- aquella cuyas cualificaciones son demasiado espe-
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cializadas, ancladas en el ámbito de la “vieja economía”, observan cómo disminuye su remuneración relativa sobre todo en beneficio de los que el economista estadounidense Robert Reich llama de modo gráfico –¡y en qué grado pertinente!– los “manipuladores de símbolos”.
¿Producto de la imaginación o realidad? Los 30 años gloriosos europeos e incluso, en menor medida, estadounidenses, fueron relativamente igualitarios. En una primera fase, de acuerdo con el esquema en U descrito por Simon Kuznets, aumentaron las desigualdades pero, a continuación, disminuyeron por varias razones. Previamente, la organización de la empresa fordista limita las desigualdades salariales. A continuación, existe una fuerte demanda de trabajo poco cualificado o no cualificado para responder a ciertas tareas rutinarias propias de las fábricas. Por último, la fiscalidad durante los 30 años gloriosos era fuertemente redistributiva. Hoy día lo es menos debido a la competencia fiscal entre los países que quieren atraer talento, los que conforman lo que el sociólogo estadounidense Richard Florida denomina la “clase creativa” y que participa en el crecimiento a largo plazo. El compromiso social de los 30 años gloriosos quería trocar un crecimiento considerado excesivo de altos ingresos después de impuestos por un crecimiento económico fuerte. Los 30 años gloriosos quedan, en el superego colectivo europeo, como un momento de enriquecimiento compartido. El modo de producción propio de la sociedad de la información, más horizontal que vertical, combinado con la “destrucción creativa” schumpeteriana, y su prima a los titulados, elimina este compromiso y separa a la sociedad en tres clases: los manipuladores de símbolos, cuyos ingresos aumentan rápidamente; la clase media, suficientemente formada para comprender y utilizar las nuevas tecnologías pero no lo bastante capaz ni adaptable para participar en su diseño; los excluidos, incapaces de seguir los cambios tecnológicos y económicos demasiado rápidos. Las desigualdades y la contracción de la clase media van de la mano... Diferencia principal con los 30 años gloriosos: la clase media se contrae y debilita, lo que provoca una crisis de identidad que la empuja a la depresión. En un país como Francia, cada año decenas de miles de personas dejan el espacio de la clase media por la parte superior de la escala de la renta, pero también por la parte inferior, yendo por debajo del umbral de pobreza definido como
la mitad de la renta mediana (algo menos de mil euros al mes de ingresos en este país) Una manera de medir las desigualdades de renta en una muestra de países mostrando la disminución de la renta relativa de la clase media consiste en observar la evolución de la proporción de la renta mediana (que, por definición, es próxima a los hogares que componen la clase media) en relación con la renta media de toda la población. Si esta relación se degrada, la renta relativa de la clase media disminuye. En la mayoría de los países de la Unión Europea esta proporción aumentó hasta finales de los años 90 y desde entonces se ha degradado. En los 15 mayores países de la UE, esta proporción pasó entre 2001 y 2011 del 89 al 87 por ciento. Donde más se ha degradado es en Francia (es una ironía que se trate del país europeo más enemigo de la desigualdad, de ahí la magnitud de la dolencia) y en Gran Bretaña es la más baja. Ha retrocedido, pero en menor medida, en Alemania. En España, se ha degradado desde 2006 y aún más desde que el país fue golpeado por la recesión. Solo Portugal escapa todavía al fenómeno, pero el país parte de una situación de mucha mayor desigualdad que sus vecinos. En Estados Unidos la proporción ha descendido de forma importante desde finales de los años 60. Pasó del 89 por ciento en 1967 al 80 por ciento a principios de los 90, para estabilizarse en torno a un 73 por ciento durante la última década. Es el país occidental donde la clase media ha padecido más. Aun teniendo en cuenta que la pasión por la igualdad (en el sentido de igualdad de resultados) es allí menor que en Europa, las dificultades de la clase media siguen imponiéndose en el debate político en Estados Unidos, llevando a los votantes de centroderecha a volverse con razón o sin ella hacia el voto demócrata. En los países emergentes se ha observado naturalmente el movimiento inverso hasta hace poco tiempo; estos países han experimentado desde finales de los años 90 sus propios 30 años gloriosos. En los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), el fuerte crecimiento económico registrado desde principios de la década de 2000 condujo al desarrollo de la clase media (con unos ingresos anuales de entre 3.000 y 20.000 dólares, según el Banco Mundial). En Brasil, por ejemplo, casi 40 millones de personas han salido de la pobreza para sumarse a la clase media (que en la actualidad representa el 55 por ciento de la población) en el curso de la última década. Sin embargo, los efectos de este desarrollo de las clases medias sobre las desigualdades son poco claros. En Brasil,
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por ejemplo, los ingresos de los hogares más modestos han aumentado mucho más deprisa que los de los hogares más ricos. Pero en la mayoría de otras economías emergentes, el crecimiento económico ha ido acompañado de una creciente desigualdad de los ingresos. En China, en particular, la proporción del ingreso mediano con relación al ingreso medio pasó de un 54 por ciento en el año 2000 a un 32 por ciento en 2010.
¿Qué políticas públicas para volver a soldar el cuerpo social? Establecido el diagnóstico, el principal problema planteado a los responsables políticos es el siguiente: ¿cómo evitar la descomposición del cuerpo social con una guerra de clases al final sin obstaculizar el progreso económico? Se trata de una cuestión en la que no se debe disociar el tema de la redistribución del tema del crecimiento. Disociarlos sería sencillo, ya que sería simplemente una cuestión de contentar a la opinión pública: ¿Cuál es el nivel de redistribución deseado por el votante medio? Llegados a este punto hay que decir que el mundo real es más complejo. La dificultad práctica reside en las relaciones entre crecimiento y redistribución. Un ejemplo de fácil comprensión. La mayoría de los países desarrollados se encuentra en una mala situación de sus finanzas públicas, en gran parte debido al envejecimiento de la población, que genera un aumento en el gasto social mientras que la fuente de ingresos se agota porque hay menos contribuyentes netos. Dicho esto, en la mayoría de países europeos la seguridad social es redistributiva, ya que es proporcional a los salarios, con tendencia creciente además a limitar las asignaciones. No se trata de un seguro propiamente dicho, puesto que la economía del sector asegurador indica que las cotizaciones dependen no de los ingresos sino del riesgo. Hoy día estos déficit están cubiertos mediante empréstitos y, sin duda, se cubrirán, de modo creciente, mediante impuestos. Por tanto, se trata de recursos que no ayudan al crecimiento potencial del país, yendo, por ejemplo, a las universidades o a financiar sectores emergentes con fondos propios. Cabe hablar de un equilibrio entre el crecimiento y la redistribución social, que evidentemente plantea un problema: una política sostenible de redistribución requiere un crecimiento económico a largo plazo netamente positivo, que no es el caso de la mayoría de países desarrollados. Hacer hincapié en la redistribución a través del gasto social no es, pues, viable. Añádase a esto una consideración sobre los ingresos públicos. El aumento de la presión fiscal
suele tener lugar, contrariamente a cuanto proclaman numerosos discursos demasiado apresurados, en detrimento de la clase media porque sus ingresos (gravados por el impuesto sobre la renta) y su consumo (gravado con IVA) son los más inestables. De hecho, considerar que se puede hacer pagar siempre más a las empresas o a los ricos es una quimera. La base imponible no es una materia totalmente inerte: se mueve. Los estadounidenses disponen de una imagen para el caso: disparar a un pato; si no está muerto, volará para escapar. Lo mismo con los impuestos. ¿Aumentar las cotizaciones pagadas por las empresas sobre los salarios? El empleo disminuirá. ¿Gravar las opciones sobre acciones? Las empresas distribuirán menos. ¿Gravar las ganancias? Las empresas instalarán sus sedes en el extranjero. ¿Gravar los ingresos muy altos? Se trasladará la residencia a otro lugar. Cargo las tintas, felizmente, porque sino cualquier impuesto sería inútil. La base imponible no es totalmente móvil, pero de todos modos es cada vez más fluida pues la globalización, el progreso tecnológico y la reducción de los costes de transporte facilitan los traslados de personas, empresas y ahorros. Existe una solución teórica a esto: la armonización fiscal entre los estados. Que todos los países europeos se pongan de acuerdo para armonizar sus impuestos y, por definición, la competencia fiscal dispondría de escasos márgenes. A menos que deslocalizaran su patrimonio a América, África o Asia, los contribuyentes quedarían atrapados en una Europa al unísono en el plano fiscal. Que quede claro: esta armonización fiscal no va a suceder, en todo caso ante un horizonte temporal visible. Una misión de asesoramiento realizada hace unos años por la empresa que dirijo, Asterès (Luxemburgo), me ha convencido definitivamente de la naturaleza infantil de la defensa de la armonización fiscal. Cuando planteé esta cuestión ante mi audiencia, los amigos luxemburgueses se rieron de mí preguntando en nombre de qué abandonarían una política tributaria que reforzaba su posición en beneficio de una fiscalidad que, según ellos, firmaba nuestra decadencia. Europa no se ha librado ni se librará de la competencia fiscal. Es posible que se considere inmoral y lesivo, no cambia las cosas. El papel de los intelectuales consiste tal vez en soñar, pero también, y sobre todo, en aceptar el mundo tal como es y actuar en función de los condicionantes existentes. La útil ética de la responsabilidad debe ir delante de la confortable ética de la convicción. ¿Significa esto que cualquier intento de volver a soldar el cuerpo social es estéril? Indudable-
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mente, no. Parece al respecto que las políticas públicas han de operar en tres grandes ámbitos que, por el momento, se han limitado principal, y toscamente, a las políticas fiscales: se trata de la formación, la vivienda y la organización territorial. Si bien la naturaleza del capitalismo contemporáneo favorece a las personas mejor cualificadas, el sistema de formación debe dar a todos una oportunidad. Capacitación, en este caso, ha de entenderse en un sentido amplio: la verdadera formación durante toda la vida, sin dividir la formación en la educación y la formación, sin querer centrarse en la educación superior relegando en cierto modo la educación secundaria. Porque formarse no significa tener a los 20 años las aptitudes más avanzadas en un área específica. Formarse significa, en primer lugar, saber leer y escribir y hablar correctamente. Un ingeniero puede tanto hallarse en una categoría inferior como llevar una carrera de éxito excepcional. Lo que hará la diferencia son sus aptitudes de expresión, de síntesis, de tomar la iniciativa, de actualizar sus conocimientos y de cuidar tanto en él mismo como en su equipo, en su caso, el culto a la precisión y a un trabajo bien hecho. Una persona bien formada tiene pocas probabilidades de quedar confinada a una clase social en desventaja. Las clases medias están mal equipadas para hacer frente a los retos de acceso a la vivienda. No siempre tienen acceso a la vivienda social. De hecho, varios estudios realizados en Europa y Estados Unidos han mostrado que los déficit de vivienda eran resultado de una política malthusiana sobre el uso del suelo. Bajo los argumentos de proteger la acción urbanística, de luchar contra la expansión urbana y la congestión de las ciudades, se limitan al máximo las nuevas construcciones. Como si no pudiéramos sacar partido a lo moderno, como si la novedad y la tradición no pudieran combinarse para mejorar. En cuanto a los alquileres, no hay necesidad de bloquearlos o de concebir costosos esquemas fiscales para aumentar la oferta de alquiler. Sería mejor empezar con dejar de considerar a los propietarios como delincuentes potenciales aumentando la protección al arrendatario mal pagador. Estas protecciones, al final, se vuelven contra todos aquellos que quieren alquilar tranquilamente un piso o casa que les convenga. El progreso técnico incide tanto sobre los vínculos espaciales como sobre los sociales. Hay aquí una consecuencia inexorable de tipo político: estamos entrando en la era de la descentralización política. Algunos países, como Alemania y Estados Unidos, ya están ahí. Pero otros, como Francia, to-
davía no. En áreas donde su diferenciación económica y social es creciente, el Estado centralizador, que aplica la misma política para todo el mundo, está condenado a equivocarse. Indudablemente el Estado central desempeña un papel en el desarrollo económico local, garantizando una cierta compensación de ingresos a través de su política fiscal y social y los servicios públicos en todo el país. Pero esta política quedaría coja si no se completara con una política de desarrollo económico local que intenta compensar las fuerzas naturales que ahondan las desigualdades territoriales. En una sociedad en proceso de recomposición, tanto social como territorialmente, la respuesta es la autonomía, la capacidad de un país de permitir que sus territorios se adapten al cambio, ya sea junto al mar o en el interior, en las afueras de una capital o en la montaña. Los obsesionados por la centralización, que piensan que la acción concentrada es más eficaz, no han entendido nada. Condenan a Estados Unidos o incluso a Europa a equivocarse donde las entidades de ámbito regional podrían hacerlo mejor. Hay que saber ver lo grande y lo pequeño. Grande para incluir la creciente diversidad de situaciones. Pequeño para adaptar las soluciones a situaciones crecientemente dispares. Dar una oportunidad a la gente es, también, dar una oportunidad a los territorios. A ello se debe, por ejemplo, que las iniciativas de la Asamblea de las Regiones de Europa, para responder a los desafíos actuales (seguridad, medio ambiente, innovación, etcétera) a través de la cooperación entre las regiones sean tan positivas.
Conclusión Las clases medias de Occidente en general y de Europa en particular no han desaparecido y no van a desaparecer. Sin embargo, su porción en la población total disminuye, así como su representación política, lo que se traduce en una crisis de identidad que puede tener dañinas consecuencias políticas. Soñar con una nueva edad de oro de la clase media sería una ilusión: no se resucita a los paraísos perdidos. Sin embargo, en una sociedad que se casa con una especie de reloj de arena, la política pública debe fijarse dos objetivos: asegurarse de que la parte superior del reloj de arena sea más ancha que la parte inferior y de que quienes se hallan en la parte inferior del reloj de arena tengan oportunidades de llegar a la cima. Se puede defender una sociedad más desigual, claro está, pero no podría defenderse ni justificarse una sociedad más desigual con situaciones presas de la parálisis.
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Del declive al conflicto Pierre Hassner DIRECTOR EMÉRITO DE INVESTIGACIÓN, FONDATION NATIONALE DES SCIENCES POLITIQUES, PARÍS.
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falta de compromiso y medida se extiende –añaEGÚN TOCQUEVILLE, EL DECLIVE de la clase media conduce a de– a sus relaciones exteriores por efecto de la bila guerra. Mucho antes que polaridad: “Las personas que se disputaron la heél, Aristóteles, el padre de la gemonía en Grecia, volviendo tanto uno como ciencia política, señaló que otro sus miradas a las instituciones bajo las que “la mejor comunidad políti- vivían ellos mismos, creaban en los demás estados ca es aquella en la que el po- democracia u oligarquías y no tenían en cuenta der está en manos de la clase los intereses de las ciudades, pues pensaban solo media” y que “la posibilidad en su propio beneficio.”1. de ser bien gobernado pertenece a esas clases de Casi dos siglos después de Tocqueville y 25 siestados en los cuales la clase media es numerosa, glos después de Aristóteles, Moisés Naím, autor y más fuerte, preferentemente, que las otras dos destacado y ex director de la revista “Foreign juntas o, al menos, que una de ellas”. Y sigue afir- Policy”, ha afirmado en un artículo titulado El chomando que allí donde que de las clases medias una es débil, “debido a Aristóteles y Tocqueville que el verdadero condisensiones y luchas coincidieron, con más de dos flicto en el siglo XXI que oponen entre sí al opondrá, no a las civilielemento popular y a la milenios de distancia, en la zaciones, como dijo clase rica, venza quien importancia de las clases medias Huntington, sino a las venza sobre su adversa- para el bien común, la concordia clases medias de los paírio no constituye un ses desarrollados y a las y la gobernanza democrática gobierno basado en el de los países emergenbien común y en la tes. Cada una de ellas igualdad, sino que se reserva la parte del león de creará inestabilidad; la primera, por su situación de la administración pública como si se tratara de un crisis y empobrecimiento, la segunda por su auge y premio asociado a la victoria y opera, en un caso, sus nuevas aspiraciones que no se ven cumplidas”2. una democracia y, en el otro, una oligarquía”. Esta Este autor considera que esta doble insatisfacción
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constituirá la amenaza más grave para el orden internacional durante los próximos años. Pero no aclara el modo en que esta rivalidad puede convertirse, según él, en oposición directa y violenta. Para pronunciarnos sobre el valor de estos juicios y pronósticos, sobre todo con relación a la actual crisis y sus consecuencias, debemos plantearnos al menos tres preguntas: 1) ¿Qué entendemos por clases medias?; 2) ¿Constituyen hoy día un peligro para la estabilidad internacional cuando muestran auge o declive?, y 3) Su crisis, incluso su rivalidad, ¿puede provocar guerras?
¿La clase media o las clases medias? Si por una parte los británicos y los estadounidenses se refieren básicamente a “la clase media”, la expresión más corriente en francés es “las clases medias”. De hecho, pocos conceptos sociales han conocido definiciones tan distintas y contornos tan fluidos. En el siglo XIX, middle class en los debates en lengua inglesa era sinónimo de burguesía; era la clase ascendente, intermedia 1. Aristóteles, La Política. Libro IV, cap. 11, 2. 2. Moisés Naím, The Clash of the Middle Classes. “The Huffington Post”, 5-8-2011.
entre la aristocracia y la clase obrera y, desde el punto de vista político, aliada a veces a la segunda contra la primera, a veces a la primera cuando las revoluciones parecían amenazar su poder o su posición. En cambio, en el debate político estadounidense suele hablarse de la middle class en contraposición a los muy ricos (gente corriente versus gente rica); los pobres no aparecen como un actor colectivo políticamente activo o destacado. Sobre todo, además de la definición sencilla de Aristóteles (ni demasiado ricos ni demasiado pobres), la clase media se caracteriza por la diversidad de sus componentes, su variación en el tiempo y por su tendencia a dividirse, especialmente en tiempos de crisis, entre la clase media alta, que aspira a unirse a la gran burguesía y una clase media baja (low middle-class) que teme caer en el proletariado o engrosar las filas del paro. La situación se complica debido a los cambios cualitativos introducidos por la crisis económica y social. En el siglo XIX, y en la primera mitad del siglo XX, la clase media se componía principalmente de pequeños propietarios agrícolas o urbanos, de artesanos, pequeños empresarios y empleados. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo un descenso en los sectores de la agricultura y la artesanía y un aumento espectacular de las llamadas
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“nuevas clases medias asalariadas”, que ocupaban una profunda crisis. Y la de los países emergentes crecientemente puestos de trabajo en el sector también está en crisis, pero por otras razones. terciario, pero que se componían de modo más específico de quienes se beneficiarían de una for- Las dos crisis mación más avanzada o de una especialización La crisis, incluso la decadencia de la clase técnica, especialmente en sectores nuevos como el media en Occidente, se debe a los avances de la de la informática. productividad, que obedecen a su vez Esto condujo a una visión opti- Las clases a los de la tecnología, a la competenmista como la del ex presidente fran- medias cia de los bajos salarios y a leyes sociacés Valéry Giscard d’Estaing que en de los países les laxas o inexistentes en los países 1984 publicó un libro titulado Dos de emergentes y a la codicia y a la búsemergentes, cada tres franceses, en el que predijo el queda de ganancias a corto plazo, que no advenimiento de una amplia clase gracias a la especulación y a las deslomedia que abarcaría a la gran mayo- encuentran calizaciones, abandonando la tradiría de los franceses. Todavía hoy, en salidas ción fordista de convertir a sus emsu informe provisional sobre el mun- profesionales pleados en clientes y descuidando los do en 2030, el Consejo Nacional de acordes con proyectos y obras a largo plazo, espeInteligencia de Estados Unidos afir- su formación, cialmente en materia de infraestrucma que dentro de 17 años “las mayo- ponen sus turas. En Estados Unidos, que hasta rías en la mayor parte de los países miradas en la hace poco tiempo negaba la existenpertenecerán a la clase media y no a cia de la lucha de clases, el poseedor emigración la clase pobre, la condición de la made la segunda fortuna del país, Wayoría de las personas a lo largo de to- o la revolución rren Buffet, dijo recientemente: da la historia humana”3. “Desde luego hay una lucha de clases Sin embargo, esta potencial universalización y la ha ganado nuestro bando, que ha enviado a la e igualación de la clase media no tendrá lugar sin clase media a la lona”5. cambios distintos y aun opuestos. En Francia, la riqueza de una pequeña minoDe acuerdo con David Karas, experto sobre la ría ha aumentado igualmente de manera espectaclase media global, de la Brookings Institution en cular, mientras que las clases medias no solo tieWashington, la clase media estadounidense que ha nen en ella una participación menor sino que coimpulsado el crecimiento global, procediendo co- rren el riesgo de ir al paro como los obreros. En mo un “consumidor de última instancia”, nunca Alemania, donde el paro es mucho más bajo, la recuperará este papel. “La clase media estadouni- clase media está expuesta y sometida a la pobreza dense –dice–, básicamente está estancada. Hay por efecto de la austeridad y del trabajo a tiempo miembros de la clase media estadounidense que parcial6. Pero, por su parte, las clases medias de los crecen y se convierten en ricos y otros viven mucho países emergentes, mucho más jóvenes de promemenos bien y dejan de pertenecer a la clase media.” dio y que suelen estar en posesión de títulos de liComo consecuencia, sostiene que la economía cenciatura y conocen el ejemplo occidental a tramundial padecerá durante la próxima década. El vés de internet y las redes sociales, no encuentran crecimiento global será lento hasta aproximada- salidas acordes con su formación o bien tienen mente 2020, después de lo cual legiones de traba- aspiraciones políticas y culturales que topan con jadores de países como India y China alcanzarán las estructuras tradicionales, oligárquicas o autoingresos disponibles superiores a 36.000 dólares al ritarias de su país, de modo que miran hacia la año, impulsando así una nueva ola de consumo. emigración o la revolución. Traspasado este umbral, las familias de la clase Recuperamos en este punto el artículo origimedia de los países emergentes empezarán a comprar casas y considerarán bienes de consumo dura- 3. National Intelligence Council, Global Trends 2030: Alternative deros, tales como lavadoras, neveras y coches, co- Worlds. Washington, 2013. mo necesidades. Durante este tiempo –pronostica– 4. Citado por David Case, Is the middle class an endangered species? el consumo en Estados Unidos perderá su Salon.com, 24-10-2012. singularidad de aquí al año 20504. 5. Citado por Chrystia Freeland, Inequality as a threat to growth. Para la mayoría de especialistas, sin embar- “International Herald Tribune”, 30-11-2012. go, la clase media de los países desarrollados occi- 6. La classe moyenne sous pression. Lettre d’Allemagne, por Frédédentales hace algo más que estancarse, se halla en ric Lemaître. “Le Monde”, 8-1- 2013.
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¿ S E H A AC A B A D O E L ‘ P E R Í O D O E S P E C I A L’ D E L C A P I T A L I S M O ?
3. Cita procedente de El Manifiesto Comunista.
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UNA RADIOGRAFÍA DE LA CLASE MEDIA La definición de clase media es difícil de precisar e incluso en los tratados de ciencias sociales las descripciones son numerosas, difusas y varían en función de los países, los tiempos y de las transformaciones socioeconómicas que afectan a la sociedad en su conjunto. La característica comúnmente aceptada de la clase media es la pertenencia a un estatus socieconómico privilegiado. También de que las clases medias contribuyen al desarrollo económico como fuente de capacidad empresarial, de poder de consumo interno y de estabilización social y democrática. En general, se trata de un grupo conservador, reacio al riesgo, que ocupa puestos de trabajo estables y que se beneficia de una progresión económica predecible. Esta infografía pretende responder a la figura individualizada de una clase media según las descripciones de una mayoría de teóricos. ACT
. Pr ITUD . Va estigio profe . Id loración d sional y e . Re eario social e la educac ducacional. speto por
ECONOMÍA
es.
. Niveles de ingresos establ sión. . Permanencia de la progre 125 % . Ingresos entre el 75 y el del país.*
ión y liber el esfu las no al. erzo. rmas y las forma s.
de la media de
ingresos
ios.
. Acceso a créditos bancar . Capacidad de ahorro. ta nacional. . Alta aportación a la ren recursos . Capacidad para destinar y/o recreativas.
ductivas a actividades pro os. sdall, Taylor y otr de Solimano, Bir * Según estudios
PATRIMONIO
. Ahorros a plazo fijo. . Pequeño accionista. . Plan de pensiones. ca. . Piso a través de hipote . Piso en alquiler. . Segunda residencia.
TR ABA
JO . Esta . Prof bilidad.
esión liber al
que requ iere ntista ni ex plotador ni margi /n i explotad nal. . Tare o as que físico o m no requieren esfu anual. erzo educ
. Ni reación superior.
FUENTES: Las clases medias latinoamericanas y España: oportunidades y desafíos. Observatorio de política exterior española, Opex (2008); Clases medias y desarrollo en América Latina, CIDOB (Barcelona); CEPAL (Chile), 2010; Gabor Steingart; US Census Bureau; Crédoc.
IDAD TERRITORIAL
N ACIÓ FORM ria.
. Urbanita. . Domicilio en áreas
s/ciudades metropolitana nas. grandes y media
ades. ecialid
. Universitasuperiores/esp áster. . Estudios do/posgrado/ml. ación . Diploma ón profesiona s de la inform . Formaci las tecnología . Acceso a icación (TIC). n y comu
RELIGIO SIDAD
. Laicism . Adscri o
LÍTICAS TENDENCIAS PO
pción y tradiciona a credos mayoritari os les.
. Conservador. . . Progresista liberal/moderado . Vota a partidos mayoritarios.
LA FORMACIÓN DEL CABEZA DE FAMILIA Y EL HOGAR
EL TRABAJO Y SUS VARIABLES
El individuo de clase media tiene algún tipo de estudios y dispone de un domicilio adecuado a su vivel económico.
El perfil del trabajador difiere considerablemente según el segmento social, pero en todos coincide la capacidad de generar ingresos seguros y estables.
CLASE MEDIA ALTA
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Licenciado/a universitario/a. Casa/departamento de lujo propio o de alquiler con todas las comodidades.
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CLASE MEDIA MEDIA
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Diplomado/a, preparatoria completa. Casa/piso propio con algunas comodidades.
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CLASE MEDIA BAJA
. .
Estudios de secundaria/primaria. Piso propio o de alquiler/vivienda de interés social.
CLASE MEDIA ALTA
. Especialista/técnico. . Rentista. . Trabajador por cuenta propia. . Asalariado (alto cargo en empresa pública/privada) Empresario (mediano).
CLASE MEDIA MEDIA
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Trabajador de cuello blanco (empleado de banco). Administrativo especializado Funcionario cualificado. Jubilado. Pequeño empresario (entre 1 y 4 empleados).
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CLASE MEDIA BAJA
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Asalariado (cajera de supermercado). Ocupaciones manuales. Funcionario no cualificado. Pequeño agricultor por cuenta propia.
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DEL DECLIVE AL CONFLICTO
ras de conquista. Únicamente, tal vez, los chinos podrían verse tentados de entrar en nuevas áreas, por ejemplo en Rusia, en la parte asiática, incluso en África. La colonización y la conquista se basaban en una superioridad militar que ha desaparecido y un espíritu aventurero en decadencia. En general, el “choque” que pronostica Moisés Naím solo puede producirse probablemen¿De las crisis a los conflictos, te en el plano social y étnico entre individuos y de los conflictos comunidades que rivalizan en el a la guerra? seno de un país en crisis o entre Es muy poco grupos que buscan en el extranjero Lo que parece cierto es que las dos probable que ya sea un medio de subsistencia, ya crisis de las clases medias, la de los el supuesto sea el cumplimiento de sus sueños países desarrollados occidentales y la ‘choque’ de modernidad cultural y de ascende los países emergentes, introducen derivado del so social, y entre grupos sedentaun elemento de inseguridad e inestabirios que temen la competencia de lidad en sus respectivos países. La cues- declive de las recién llegados y acusan de forma tión se cifra en saber en qué medida clases medias provoque confusa a la inmigración, a la desesta incertidumbre e inestabilidad se localización industrial, a la integratraducen a nivel internacional. conflictos Es indudable que el declive de la internacionales, ción europea, a todos los cambios que fomentan la movilidad, la comclase media estimula reacciones de pero sí entre petencia y la diversidad, de ser resmiedo, de desconfianza y de retraimiengrupos y entre ponsables de su inseguridad o su to en los países desarrollados; susceptiinmigrantes declive. Un reciente sondeo de opibles, a su vez, de dar lugar a la búsqueda nión, muy completo, publicado por de chivos expiatorios o a la hostilidad y residentes “Le Monde” el 9 de enero de 2013, hacia grupos aún menos favorecidos, incluso hacia miembros de las clases medias que muestra de forma impactante el predominio del han dejado de pertenecer a su propia clase social miedo y la desconfianza, el deseo de encerrarse, la (desclasados). En el siglo XIX y de nuevo en la prime- hostilidad hacia las minorías inmigrantes, el dera mitad del siglo XX, tal situación podía, como en seo de cerrar las fronteras, incluso a los refugiala actualidad, conducir a la búsqueda individual o dos, y el deseo de estar a solas consigo mismo. Es poco probable que se deriven de ello guefamiliar de un mejor destino en el extranjero, pero también a la conquista de nuevos territorios que rras entre estados. Cabe imaginar escenarios secolonizar, poblar o dominar. El ejemplo clásico es, gún los cuales, para escapar a la insatisfacción de en el siglo XIX, el relativo a la colonización (cuya sus clases medias, un Estado se lance a una polítihistoria es relatada por un historiador francés, ca nacionalista de provocación contra otras potenCharles Morazé, bajo el título Los burgueses conquista- cias y se produzca entonces una escalada de guedores) y, en el XX, el de la doctrina alemana del espa- rra involuntaria. Cabe concebirlo, sobre todo, encio vital. La gran crisis de 1929 condujo a la vez a la tre China y Japón. Pero es muy poco probable. Es búsqueda de chivos expiatorios que eliminar (los probable, en cambio, que el choque entre clases judíos) y a la de territorios que los alemanes ocupa- medias se produzca, efectivamente, pero entre rían como amos y señores y cuyas poblaciones, grupos, entre nómadas y sedentarios, entre inmiconsideradas inferiores (por ejemplo, los eslavos), grantes en busca de refugio o de un atisbo de espedebían ser dedicadas a una especie de servidumbre ranza y residentes que vean en ellos peligrosos rivales o enemigos. Como en el caso de las civilizay confinadas a empleos de baja categoría. Una solución de tales características supone ciones de Huntington, las clases medias en la existencia de ciertas tendencias ideológicas y ascenso y declive no son bloques compactos que ciertas posibilidades geopolíticas. Un cierto recru- arrastren a guerras a sus países respectivos; las decimiento de tendencias fascistas o racistas como clases medias son realidades interrelacionadas y consecuencia del declive social o del temor al res- es esta interrelación inevitable el factor que puede pecto se halla, indiscutiblemente, en el orden del ocasionar la incomprensión y el conflicto antes día en Europa. Pero no se dan condiciones políti- que la coparticipación y la cooperación en el ámcas y estratégicas para emprender nuevas aventu- bito nacional, europeo o mundial. nario de Moisés Naím con el que hemos comenzado que, escrito en 2011, no ha perdido nada de su actualidad. Ahora bien, es la hora de preguntarse si, de acuerdo con su constatación, hay que seguirle necesariamente en sus conclusiones y previsiones sobre el choque de las clases medias como principal fuente de los conflictos internacionales.
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Un aviso para la democracia liberal Marc F. Plattner DIRECTOR DE “JOURNAL OF DEMOCRACY”. VICEPRESIDENTE DE INVESTIGACIÓN Y ESTUDIOS DEL NATIONAL ENDOWMENT FOR DEMOCRACY (NED). COPRESIDENTE DEL CONSEJO DE INVESTIGACIÓN DEL INTERNATIONAL FORUM FOR DEMOCRATIC STUDIES.
L
A PREGUNTA QUE SE ME HA PLANTEA-
La relación subyacente
do es: “¿Puede sobrevivir la demoLos orígenes de la idea de que una clase media cracia liberal al declive de la clase importante contribuye a moderar y estabilizar el media?” Mi breve respuesta es: autogobierno se remonta al menos a la Política de “No.” Resulta improbable que la Aristóteles, pero Aristóteles no llamó democracia a democracia liberal sobreviva en un régimen dominado por la clase media: lo consiuna sociedad carente de una im- deró más bien un justo medio entre el gobierno de portante clase media. Ahora bien, los pobres (democracia) y de los ricos (oligarquía). La si me preguntaran si la democra- identificación de la democracia con el gobierno de cia liberal hace frente hoy en día a una amenaza espe- los pobres continuó hasta el siglo XVIII. Montesquieu, cialmente grave derivada de la perspectiva de un que en El espíritu de las leyes afirmó que la virtud es el declive de la clase media, mi respuesta también sería: principio de la democracia, sostuvo que el requisito “No.” Este par de respuestas negativas no debería de la virtud cívica puede alcanzarse únicamente en parecer algo paradójico porque responden a dos ti- una sociedad de iguales en el sentido económico y la pos de preguntas muy distintas. La primera aborda igualdad económica solo puede sostenerse en el seno la cuestión de la relación de un país pobre donde subyacente entre democra- Es improbable que la democracia todos vivan con austericia liberal y predominio de liberal pudiera sobrevivir en una dad. Más adelante en la la clase media; se trata de misma obra, sin embarun asunto propio de politó- sociedad carente de la importante go, Montesquieu elogió logos. La segunda, en cam- clase media, cuyo declive no se ve la próspera sociedad cobio, aborda las actuales hoy como una amenaza grave mercial de la Inglaterra circunstancias y tendenmoderna por proporciopara este sistema de gobierno cias socioeconómicas tannar un grado notable de to en las democracias occilibertad y seguridad indentales como en el mundo en general; se trata de dividuales que cabía encontrar en las democracias un asunto propio de expertos y futurólogos. En las lí- pobres y virtuosas de la antigüedad. Aunque neas que siguen intentaré analizar brevemente, una Inglaterra poseía un gobierno mixto con un fuerte a una, estas cuestiones. componente monárquico, disfrutaba de un régimen
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que, gracias a la separación de poderes, era más liberal que cualquier democracia pura. Cabe decir que la moderna democracia liberal –un régimen basado en el gobierno de la mayoría en una sociedad de ciudadanos laboriosos, amantes de la prosperidad y propietarios– tiene su origen en la unión de la libertad y el comercio. A sus enemigos les encantaba menospreciar el resultado de esta unión política que calificaban de “democracia burguesa”, pero la caracterización era y sigue siendo apropiada. En la práctica, la democracia liberal es el gobierno de la burguesía (esto es, la clase media). Para citar la conocida máxima de Barrington Moore, “sin burguesía no hay democracia”. El término clase media, como el término burgués, posee dos aplicaciones diferentes, una económica y otra sociocultural, aunque ambas se interrelacionan con claridad. Como denominación económica, parece referirse en primer lugar a los situados en la gama mediana de la distribución de la renta o de la riqueza en una sociedad determinada. No obstante, en una sociedad compuesta de una pequeña porción de grandes propietarios de tierras y una gran mayoría de campesinos pobres, no nos referiríamos a los situados en los quintiles medios de la escala (se trataría de los campesinos ligeramente menos pobres) como individuos pertenecientes a la clase media. En cuanto al término clase media, se emplea habitualmente para caracte-
rizar a quienes ganan al menos un módico ingreso, pueden comprar bienes de consumo y dedican sus esfuerzos principalmente a aumentar su nivel de prosperidad material y a disfrutar de él. “La pasión por el bienestar material es esencialmente una pasión de las clases medias; con ellas crece y se difunde, con ellas se convierte en factor preponderante; de ellas sube a las clases superiores de la sociedad y desciende a la masa del pueblo.” El término clase media es empleado también en un sentido sociocultural, no obstante, como cuando hablamos de la moralidad de la clase media o de los valores de la clase media (y, de modo similar, de la moralidad o de los valores burgueses). En este caso, el término designa un conjunto de hábitos y actitudes que se promueven y contribuyen a sostener a las sociedades de democracia liberal (y capitalistas): la clase media se ve animada por un deseo de promover su bienestar material, pero ello por lo general no les lleva a abandonarse a los placeres del momento. Su objetivo principal es, en frase de Adam Smith, “mejorar su condición” (“un deseo que, aunque es generalmente tranquilo y desapasionado, nos acompaña desde el vientre materno y no nos deja nunca hasta que vamos a la tumba”). Por tanto, los miembros de la clase media –y los aspirantes a ella– aprenden a posponer la satisfacción inmediata de sus deseos para perseguir una idea más a largo plazo de sus intereses.
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El sistema de la democracia liberal no funcionará si las personas que trabajan duro y que respetan las reglas del juego no son recompensadas por su esfuerzo y moderación
Emprenden, pues, arduas tareas para aumentar sus posesiones y, de ese modo, se aseguran mayores oportunidades de comodidad y placer en el futuro. En el proceso, desarrollan hábitos de laboriosidad y moderación que fomentan lo que Tocqueville denomina la “regularidad de la moral”. En una frase popularizada por el ex presidente estadounidense Bill Clinton y posteriormente adoptada por el presidente Barack Obama –ambos se presentaron como adalides de los votantes de clase media–, es gente “que trabaja duro y respeta las reglas del juego”. La supervivencia de la democracia liberal no queda garantizada, sin embargo, por una clase media importante (ni tampoco está condenada necesariamente por una presencia preponderante de los pobres, como ha demostrado el notable ejemplo de India). Pueden darse situaciones en las cuales los miembros de la clase media lleguen a la conclusión de que su propio interés es mejor atendido bajo formas no democráticas de gobierno –algunos dirían que tal ha sido el caso en Tailandia–. O, como advirtió Tocqueville, la preocupación de los miembros de la clase media por su propio bienestar y el de su familia puede aislarles de sus congéneres de modo que pueden desentenderse completamente de los asuntos públicos y, por tanto, ser vulnerables al advenimiento de un “moderado despotismo”. De modo que una clase media importante no es por sí misma una condición suficiente para la supervivencia de la democracia liberal a largo plazo. Al mismo tiempo, es indudable que una amplia y vigorosa clase media mejora enormemente las perspectivas de que la democracia liberal perdure. Pero, para sostener una importante clase media y conservar su base de apoyo, las democracias liberales han de proporcionar lo que sus ciudadanos buscan con tanta determinación. A menos que quienes “trabajan duro y respetan las reglas de juego” comprueben la existencia de una compensación final por su trabajo y su moderación, el sistema no funcionará.
Tendencias actuales y perspectivas futuras El sector de población que encaja con la descripción de clase media de Tocqueville muestra hoy en día una posición predominante en todas las democracias occidentales y empieza también a ser más común en otras partes del mundo. Es posible que presenciemos, a escala global, no un declive sino un engrosamiento de la clase media. Tendencias globales 2030, un estudio del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos (NIC, siglas en in-
glés) identifica como una de las megatendencias de las dos próximas décadas el crecimiento explosivo de la clase media global: “Las clases medias, sobre todo en los países en vías de desarrollo, están preparadas para expandirse de modo notable en términos tanto de cifras absolutas como de porcentaje de la población que aspirará al estatus de clase media durante los próximos 15-20 años.” (http:// www.dni.gov/files/documents/Global Trends_ 2030.pdf, página 8). Dado que pueden utilizarse diversos indicadores para definir la clase media, el informe del NIC opta por un indicativo basado en el gasto de consumo per cápita ajustado por pari-
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dad del poder de compra. La proyección es que hacia 2030 la clase media será más del doble respecto de su total actual de alrededor de mil millones de individuos y se producirá una marcada demanda global de bienes de consumo. Se espera el mayor aumento de este sector de población en Asia, sobre todo en India y China. Latinoamérica ya ha experimentado una expansión notable de sus clases medias; África queda rezagada al respecto, pero se estima que su clase media aumentará más rápidamente que en cualquier otra región del mundo. Es probable que el aumento de la proporción del sector de población que alcance el estatus de clase
media engrose las filas de los que demandan mayor democracia en países como China. Entre tanto, en países que ya gozan de un sistema de democracia liberal en mayor o menor grado contribuirá a su mayor duración y continuidad. Sigue siendo cierto, como observa el informe del NIC, que ninguna democracia con un ingreso per cápita de más de 12.000 dólares nunca ha vuelto al autoritarismo. En Occidente, la gran mayoría de la población posee un estilo de vida de clase media y considera que pertenece a esta misma clase media. Una encuesta reciente del Pew Research Center (http:// www.pewsocialtrends.org/2012/08/22/the-lost-
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El 6 por ciento de la clase media que ha desaparecido en Estados Unidos ha ido a parar al tercio superior y solo el 4 por ciento al segmento inferior
decade-of-the-middle-class/1/) ha señalado que el 49 por ciento de los estadounidenses se identifica como perteneciente a la clase media frente a un 17 que dice pertenecer a la clase alta y un 32 por ciento, a la clase baja. La categoría de clase alta, no obstante, se formó combinando a quienes se identificaban como clase alta o media-alta (no se dan datos sobre los que dicen ser de clase media-alta o media-baja). Sería más plausible añadir factores identificadores de clase media-alta y media-baja a la clase media, en cuyo caso la clase media, indudablemente, abarcaría una proporción mucho más elevada de la población estadounidense. Desde luego, cierto discurso político estadounidense reciente, como se vio en la campaña presidencial de 2012, parecería indicar que casi todos los estadounidenses (fuera tal vez del 1 por ciento superior resaltado por Occupy America) tienden a considerarse como pertenecientes a la clase media. Incluso en el Reino Unido, con su tradición mucho más fuerte de identificación y solidaridad con la clase trabajadora, el 71 por ciento de la población se identificaba como clase media (una categoría que en este caso incluía a la clase media-alta y media-baja) y solo un 24 por ciento como clase trabajadora (http://britain thinks.com/sites/default/files/reports/Speaking MiddleEngish_Report.pdf). También es cierto que en prácticamente todas las democracias occidentales en la última década se observa una percepción creciente de que la clase media está siendo exprimida, de modo que no realiza la clase de progreso económico de las pasadas décadas. De manera especial a raíz de la crisis económica que comenzó en 2008, las economías de las democracias occidentales se han estancado y algunos países –sobre todo Grecia y España– han sufrido terribles descensos. Las mejoras en la renta son tenues en todas partes y, según parece, han beneficiado en especial a los sectores más acomodados de la sociedad. La mayoría de la población, evidentemente, está insatisfecha con la situación económica en la mayoría de países occidentales. Cabe discutir, sin embargo, si tal descontento se debe a los apuros concretos de la clase media o al descenso general del crecimiento económico. Mi propia percepción es que la segunda razón constituye la causa más básica. Si las economías nacionales recuperaran un ritmo de crecimiento constante, incluso de carácter moderado, y el empleo volviera a niveles razonablemente altos, mi conjetura es que este descontento se vería notablemente aliviado aunque algunos indicadores siguieran mostrando que la desigualdad económica aumentaba a expensas de la clase media. Las medicio-
nes de la desigualdad económica son poco de fiar. Varían dependiendo de si se mide renta o riqueza y de si la unidad de medición es el individuo, la familia o el hogar. La distribución de la renta puede verse afectada por cambios en el tamaño medio de las familias u hogares o en la proporción de la población activa en el total del censo. También reviste importancia, en gran medida, si se tiene en cuenta el impacto de los impuestos, las transferencias gubernamentales y los subsidios. Además, las mediciones que dividen la población en clases suelen trazar las líneas divisorias de manera arbitraria. El Pew Survey clasifica los hogares estadounidenses en tres tercios. El tercio medio se define por aquellos de ingresos entre dos tercios y el doble de la mediana nacional; en 2010, la mediana fue 59.127 dólares, lo que quiere decir que el tercio medio tenía ingresos de entre 39.418 y 118.225 dólares. El tercio inferior se define por quienes se sitúan por debajo de este arco y el superior, por encima. El informe en cuestión, de acuerdo con esta fórmula, calcula que la porción de la población perteneciente al tercio medio ha ido reduciéndose desde 1971 y constituye ahora solo el 51 por ciento de la población, en comparación con el 61 por ciento de hace cuatro décadas. Este hecho explica tal vez el dramático título del informe: La década perdida de la clase media: menos, más pobres, más pesimistas. ¿Adónde ha ido a parar el 10 por ciento de la clase media que ha desaparecido? Bien, solo un 4 por ciento ha ido a parar al tercio inferior mientras que el restante 6 por ciento ha ido al tercio superior. En cualquier caso, es de suponer que la mayoría de estos refugiados de la clase media se agrupa cerca de la parte superior del tercio inferior y de la parte inferior del tercio superior. Difícilmente puede considerarse como un cambio especialmente preocupante de la estructura de clase en Estados Unidos. La medición más común de la desigualdad de la renta es el índice de Gini (o coeficiente) que va del cero (todo el mundo gana los mismos ingresos) al 1 (una sola persona gana toda los ingresos del país). Se utilizan también otros índices. Un estudio de la OCDE de 2008 da también cifras por país según la mean log deviation (medida de la diferencia entre el ingreso de cualquier persona seleccionada al azar y el promedio general), la standard coeficient deviation (desviación estándar de coeficiente), el interdecile ratio P90/P10 y el interdecile ratio P50/P10 (rango o recorrido de interdeciles). Aunque estos suelen ofrecer clasificaciones similares en diferentes países, hay también diferencias significativas. Medidos según el índice de Gini, Dinamarca, Suecia, Luxemburgo
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y Austria, en este orden, muestran la menor desigualdad entre países de la OCDE, con puntuaciones de alrededor de 0,25. México y Turquía muestran con diferencia los niveles más elevados de desigualdad, con una puntuación superior al 0,4, seguidos de Portugal, Estados Unidos, Polonia e Italia (en este orden), con puntuaciones superiores al 0,35. Las comparaciones entre países y entre períodos temporales proporcionadas por el estudio de la OCDE son interesantes, pero no parecen ser elemento crucial para comprender los resultados económicos o políticos alcanzados por estos países. No es mi intención minimizar la gravedad de la crisis que ha aquejado a las democracias occidentales durante los últimos cinco años ni la amenaza que podría representar un fracaso de la recuperación de la crisis. En países donde el crecimiento económico se ha estancado o ha dado marcha atrás y una parte considerable de la población hace frente a un continuo paro o empobrecimiento, las consecuencias políticas podrían de hecho plantear una grave amenaza a la democracia liberal. Sin embargo, el daño para la clase media es una consecuencia de estas dificultades económicas más amplias, no su causa. Una prolongada expansión e intensificación de la pobreza constituiría un grave problema que las democracias liberales habrían de abordar necesariamente. La persistencia de una excesiva concentración de riqueza en la cima supondría también graves preocupaciones para los políticos. Pero no creo que desplazamientos moderados de la distribución de la renta entre las clases medias en sentido amplio deban preocupar a los gobiernos democráticos o desviar su atención del objetivo de restablecer una mayor prosperidad económica. Siempre es posible, por supuesto, que los cambios de los últimos años sean meramente las primeras fases de un cambio a largo plazo que altere los modelos futuros de la fisonomía de la renta de manera esencial. Cabe proyectar escenarios sobre cómo la globalización y los cambios en las tecnologías de la comunicación estratificarán la población activa en el sentido de una drástica reducción de los tipos de trabajo de que se ha nutrido la clase media. No hago caso omiso de tales escenarios, pero creo que las señales en este sentido son aún muy prematuras. Conviene tener en cuenta que la preocupación por la eventualidad de que el progreso tecnológico elimine buenos trabajos posee una larga historia. Hace casi 50 años, el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson creó una Comisión Nacional de Tecnología, Automatización y Progreso Económico para que presentara un informe sobre las oportunidades y riesgos planteados por el avan-
ce tecnológico a los trabajadores (http://www.presidency.ucsb.edu/ws/index.php?pid=26449). Por último, me permitirán que aborde la preocupación –más común en la derecha que en la izquierda– relativa a la afirmación de que el factor que plantea la amenaza más seria a las sociedades de democracia liberal es el declive de la moralidad de la clase media más que el nivel de renta de la misma. Quienes expresan tal preocupación pueden hallar amplia justificación en el análisis de Tocqueville de las bases morales de la democracia liberal. En particular, subraya la importancia de la creencia religiosa y del lazo familiar en tanto que cimientos morales esenciales de una sociedad y su debate sobre la vida familiar en una democracia destaca el carácter sagrado del matrimonio, la castidad de las mujeres y la diferenciación de roles sociales entre los sexos. Hoy en día, sin embargo, la práctica de la religión en Occidente, sobre todo fuera de Estados Unidos, es mucho más débil que en otras épocas y los puntos de vista sobre el matrimonio, la castidad y los roles sexuales evidentemente han cambiado. El fenómeno se halla acompañado de índices de divorcio, embarazos no deseados y familias sin padre mucho más elevados que en épocas pasadas. Puede ser que se suponga que todas estas tendencias socavan la naturaleza de la clase media en las democracias liberales. Sin embargo, personalmente diría que hasta ahora los hábitos de la clase media, incluidos los compromisos con la vida familiar, el trabajo arduo y el servicio a la comunidad han mostrado una notable resistencia y espíritu tenaz. Pero, tal vez, se está produciendo un desfase y el debilitamiento de los valores de la clase media ejercerá sus máximos efectos negativos sobre las democracias liberales en el futuro. Debería advertirse también, en este contexto, el descenso general de los índices de fertilidad que, combinado con la prolongación de la esperanza de vida, amenaza con cargar un pesado fardo económico sobre las espaldas de las sociedades de democracia liberal. Sin embargo, sigo siendo moderadamente optimista sobre, al menos, el futuro a corto plazo tanto de la clase media como de la democracia liberal. Ambas parecen hallarse perpetuamente amenazadas, pero es muy difícil hacerlas caer. Además, ¿con qué se las podría sustituir? Las alternativas a la democracia liberal que hoy día se ofrecen van de lo poco atractivo a lo catastrófico. Y aunque los valores de la clase media puedan no ser elevados o estimulantes, son básicamente respetables en sí mismos y resultan ennoblecidos por su papel a la hora de apoyar la libertad y el autogobierno.
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¿Desaparece la clase media de Occidente? una advertencia Anthony B. Atkinson NUFFIELD COLLEGE (OXFORD).
Andrea Brandolini BANCO DE ITALIA.
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En economía, el interés en la clase media pación de las sociedades occidenta- rece deberse en parte a la percepción de que los les y la desaparición de la clase estudios sobre redistribución se han centrado en media dista de constituir una los pobres, en un extremo, y en los ricos, en el otro novedad. Una cierta penumbra, extremo, dejando aparte el medio. Los economistas sin embargo, rodea la definición suelen referirse a la “franja media del 60 por ciende clase media. La gente usa el to”, la parte de la población situada entre el 20 por término de muchas maneras di- ciento que incluye a los pobres o a quienes se hallan ferentes. Hace un par de años, un en riesgo de pobreza y el 20 por ciento de los más artículo publicado en el periódico británico “The ricos. La Unión Europea utiliza como medida prinGuardian” enumeró algunos de los numerosos cipal de la desigualdad de ingresos la ratio de parcriterios aplicados en distintos momentos para ticipación en la renta del país del sector del 20 por definir la clase media: “Tener servicio doméstico, ciento más rico y la del 20 por ciento más pobre. alquilar una buena propiedad, ser dueño de una Sobre esta base, si se toman los ingresos de la franbuena propiedad, tener un negocio, trabajar en ja media del 60 por ciento y se redistribuyen a las franjas superior e infeuna profesión reconocirior del 20 por ciento de da, saber expresarse y No hay unanimidad sobre cómo forma proporcional a su utilizar los cubiertos.” definir la clase media; la mayoría parte en el total de inLa mayoría de los socióde los sociólogos tiene en cuenta gresos, la desigualdad logos se centra más de ingresos medida no bien en la posición de el prestigio y estatus profesional cambiaría. Vienen a la las personas en el mer- mientras que los economistas mente los olvidados de la cado laboral y tiene en se centran en los ingresos clase media… cuenta el prestigio y esEl análisis de la tatus ocupacional o bien el lugar del trabajador en el proceso produc- distribución total de ingresos, y no solo de la base tivo. Los economistas, por su parte, prefieren dis- o de la parte superior, es de hecho revelador. Esto tinguir las distintas clases atendiendo en primer puede ilustrarse considerando la participación en lugar a los ingresos, aspecto que ni siquiera se la renta del país de la clase media del 60 por ciento menciona en el artículo de “The Guardian”. de la población, clasificada según el aumento de Explicar estas diferencias puede ayudar a com- los ingresos (renta disponible equivalente), junto prender la extraña desaparición, si tal es el caso, con la participación del 20 por ciento más rico y del 20 por ciento más pobre en 15 países entre los años de la clase media. A PREOCUPACIÓN POR LA POLARIZA-
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1985 y 2004. Estos países abarcan una amplia gama de acuerdos políticos, institucionales y económicos, que van desde los estados de bienestar socialdemócratas de los países nórdicos a los más orientados al mercado de las economías anglosajonas y a una economía emergente como la de México. Las dos fechas del período abarcan casi dos décadas, caracterizadas por cambios económicos y políticos radicales pero que acaban antes de la gran recesión
ción ha caído de hecho en todos los países, excepto en Dinamarca entre mediados de los años 1980 y de 2004, y que esta pérdida se produjo de forma constante en beneficio de la quinta parte más rica, excepto en Francia. Esta señal de una situación de declive económico de la clase media constituye otra faceta de la tendencia hacia una mayor desigualdad prevalente en muchos países desde los años 80.
GRÁFICO 1
CAMBIO EN LA PARTICIPACIÓN EN LA RENTA SEGÚN GRUPOS DE INGRESOS INFERIORES, MEDIOS Y SUPERIORES EN PAÍSES SELECCIONADOS, ENTRE ALREDEDOR DE 1985 Y DE 2004 (PUNTOS PORCENTUALES) 4
DK | Dinamarca IT | Italia TW | Taiwán AL | Alemania LU | Luxemburgo FR | Francia NO | Noruega MX | México CA | Canadá SE | Suecia FI | Finlandia AT | Austria PL | Polonia US | EE. UU. UK | Reino Unido
2
0
-2
BAJA MEDIA -4
DK
IT
TW
AL
LU
FR
NO
MX
CA
de 2008-2009. Si se clasifica la lista de los 15 países según la creciente participación en la renta acumulada en la franja media del 60 por ciento, se obtiene un patrón bien conocido por los preocupados por la desigualdad de la renta: en 2004, los países nórdicos muestraban participaciones superiores al 55 por ciento, seguidos por los países corporativistas europeos; siguen a continuación Canadá , Taiwán, Polonia e Italia seguidos de Estados Unidos y Gran Bretaña con una participación alrededor del 51 por ciento, mientras que México es el país con la menor cuota de participación de la franja media en la renta con un 44 por ciento. La diferencia es importante: la clase media del Reino Unido y Estados Unidos recibe un porcentaje de la renta total que es aproximadamente una décima menos que la de sus homólogos nórdicos. Si los países anglosajones encabezaran las transformaciones económicas y los países nórdicos fueran los más rezagados, ello podría considerarse como indicio de la desaparición de la clase media. Pero es el cambio en el mismo seno de la clase media y su participación en la renta el factor que recibe mayor atención. El gráfico 1 muestra que esta participa-
SE
FI
AT
PL
US
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ALTA
Pero no es este el único tipo posible de definición de la clase media. Hasta aquí hemos adoptado una proporción fija (60 por ciento) de la población situada en la franja media. Esta definición corresponde, sin embargo, a límites de ingresos bastante distintos según los países. En los países más igualitarios del norte y centro de Europa, la persona más rica de la clase media tiene un ingreso que dobla el ingreso de la persona de la franja inferior de la clase media, pero en México esta proporción se duplica. Paradójicamente, en cierto modo, una definición basada en una parte determinada de la población excluye toda discusión sobre el tamaño de la clase media. La clase media no puede contraerse o dilatarse. La alternativa obvia consiste en identificar la clase media con las personas cuyo ingreso se sitúa entre límites de ingresos prefijados y luego proceder a calcular su proporción en la población. ¿Cuáles son los límites de ingresos? En los países ricos, la literatura económica tiende a adoptar límites de ingresos relativos, como el 75 y el 125 por ciento de la mediana. El límite más bajo tiene un vínculo natural con el umbral de la pobreza. En la Unión Europea, el umbral de pobreza se sitúa en
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el 60 por ciento de la mediana, por lo que, si consideramos que la clase media se compone de algún modo de las personas a salvo de caer en riesgo de pobreza, debería adoptarse un nivel un poco más elevado; por ejemplo, el 75 por ciento de la mediana, que es 1,25 veces la línea de riesgo de pobreza de la UE. En cambio, emplear el 125 por ciento de la mediana como demarcación superior tiene escaso fundamento claro aparte del de la simetría. El alcance de clase media es relativamente corto en términos proporcionales (125 es inferior a dos veces 75) y, de hecho, en los 15 países considerados aquí en torno al 2004, como máximo la mitad de la población se incluiría en la clase media. La clase media representaría solo un cuarto de la población en el caso de México y menos de un tercio en el de Gran Bretaña y Estados Unidos. Como consecuencia, el grupo de altos ingresos representaría una proporción de la población que oscila entre el 27 por ciento de los países escandinavos y el 39 por ciento de México. Aun dividiendo el grupo superior y fijando la línea de riqueza en el 167 por ciento de la mediana para establecer una clase media alta, los ricos representarían todavía casi el 20 por ciento de la población en el Reino Unido y Estados Unidos y bastante más en México . Estas proporciones están en desacuerdo con la percepción común de la proporción relativa a los ricos de la población. En caso de diferenciar la clase media de los ricos, parece ser necesario fijar un límite mucho más elevado que el de 125 por ciento. Si se eleva al 200 por ciento de la mediana, el tamaño de la clase media aumenta considerablemente: alcanza el 71 por ciento en los países escandinavos y supera la mitad de la población incluso en los países donde los ingresos están distribuidos de manera más desigual, como Italia, Reino Unido y Estados Unidos. La participación de los sectores acomodados seguiría siendo superior al 10 por ciento en estos tres países; se reduciría a solo un 3-4 por ciento si el límite superior triplica la mediana. La clasificación de los 15 países en cuestión se ve poco afectada por la fijación de la línea de demarcación superior alternativamente en un 125, 167, 200 o 300 por ciento de la mediana y los tamaños resultantes de la clase media se hallan muy correlacionados. Sin embargo, esto no significa que los cambios en el tamaño de la clase media sean los mismos para todos los límites. En Italia, por ejemplo, el tamaño de la clase media no se ve alterado con el límite del 125 por ciento, pero aumenta con el 200 y disminuye con el 300 por ciento; en Noruega, se eleva con un 125 por ciento pero cae con un 200 o 300 por ciento [gráfico 2, tabla inferior de la página siguiente]. Incluso cuando los cambios son
en la misma dirección, la medida La relación de la variación depende notable- que se puede mente de la definición de lími- establecer te, lo que indica patrones bastanentre ingresos te diferentes de cambio en la disy nivel de vida tribución subyacente. La contracción varía en ta- es relativa: el maño entre los países, pero el estatus de la hecho de que sea positiva en la clase media mayoría de los países puede in- también está tensificar las preocupaciones de estrechamente quienes temen que la clase media vinculado a está (gradualmente) desapare- la posesión de ciendo. ¿Está bien fundada esta activos reales preocupación? Hasta cierto punto, la respuesta depende de los y financieros cambios simultáneos en las proporciones de los pobres y de los ricos. Independientemente del nivel del límite superior, en los diez países donde la clase media se contrae sin discusión, ambas proporciones han aumentado, lo que indica que la distribución del ingreso se ha polarizado más. Sin embargo, con pocas excepciones, la proporción de la población de los ricos ha crecido más que la de los pobres, por lo que la variación neta total fue en dirección a ingresos superiores más que a inferiores [tabla superior del gráfico 2]. Italia destaca como el único país donde se produjo un desplazamiento desde la parte superior del cuadro a la media, junto con un cambio (más moderada) desde el centro hacia la parte inferior. El informe oficial preparado para el grupo de trabajo sobre la clase media de la Oficina de la Vicepresidencia de Estados Unidos sostiene que las familias de clase media “tienen ciertas aspiraciones comunes para ellas y sus hijos. Se esfuerzan por alcanzar la estabilidad económica y, por tanto, desean poseer una casa y ahorrar para la jubilación. Quieren oportunidades económicas para sus hijos y por ello queremos darles una educación universitaria”. Los ingresos por sí solos no bastan para identificar a la clase media. De hecho, el ingreso es un buen indicador del nivel de vida, pero no representa el monto total de recursos de los que dependen las personas para hacer frente a las necesidades de la vida cotidiana o a imprevistos. Las personas pueden tener ingresos por debajo del umbral de la pobreza y, sin embargo, alcanzar un nivel de vida digno gracias a sus ahorros. Una caída repentina de ingresos no tiene por qué dar lugar a condiciones de vida inferiores si la gente puede reducir la riqueza acumulada o pedir préstamos. Por otro lado, los ingresos pueden estar por encima del umbral de la pobreza, pero las
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GRÁFICO 2
CAMBIO EN PARTICIPACIÓN EN LA POBLACIÓN PARA DISTINTOS LÍMITES DE INGRESOS, EN PAÍSES SELECCIONADOS, ENTRE ALREDEDOR DE 1985 Y DE 2004 (PUNTOS PORCENTUALES) DIFERENCIA ENTRE TAMAÑO DE RICOS Y POBRES 4 2 0 -2 -4
FI
AT
TW
PL
UK
CA
SE
LU
AL
US
NO
FR
MX
IT
DK
TAMAÑO DE LA CLASE MEDIA
FI | Finlandia AT | Austria TW | Taiwán PL | Polonia UK | Reino Unido CA | Canadá SE | Suecia LU | Luxemburgo AL | Alemania US | EE. UU. NO | Noruega FR | Francia MX | México IT | Italia DK | Dinamarca
4 LÍMITES DE LA CLASE MEDIA
2
75%-125% 75%-167%
0
75%-200% 75%-300%
-2 -4 -6 -8
FI
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AL
personas pueden sentirse vulnerables porque no tienen ahorros con los que hacer frente a un impacto adverso sobre sus ingresos. Los activos y pasivos son fundamentales para reducir el consumo cuando los ingresos son inestables. Son un importante factor determinante que influye en las perspectivas personales a largo plazo. Estas consideraciones indican que el estatus de la clase media se halla estrechamente asociado a la posesión de activos reales y financieros. El valor del patrimonio y las propiedades pueden ayudar a definir el límite superior de la clase media. Los ricos podrían ser esas “personas que no tienen que trabajar”, ya que su patrimonio neto es lo suficientemente grande como para que puedan vivir de los intereses y evitar el empleo remunerado. Adoptando un flujo de intereses después de impuestos de 3,3 por ciento y el estándar de vida medio como referencia, los ricos serían las personas de riqueza superior a 30 veces el salario medio. Según este límite, una pareja con dos niños pequeños sería considerada de clase media cuando su patrimonio neto fuera inferior a 950.000 dólares
US
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internacionales a precios de 2004 en Italia, 1,2 millones en Alemania y Suecia y 1,8 millones en Noruega y Estados Unidos. Estos valores implican que la proporción de los ricos va del 3,6 por ciento en Estados Unidos al 6,6 en Alemania y al 10,6 en Italia: en los tres países poseen dos quintas partes, o más, de la riqueza total. Los límites de ingresos superiores de la clase media que corresponden a estas proporciones de la población se sitúan aproximadamente en el doble de la mediana en Italia y Alemania y en tres veces y media de la mediana en Estados Unidos, prestando cierto apoyo para elevar el límite superior de la clase media a al menos el 200 por ciento de la mediana. La condición de la clase media consistente en verse libre del riesgo de pobreza depende de las reservas que impiden que la gente caiga en la pobreza si algo va mal. La escasez de activos refleja la exposición al riesgo de que un nivel de vida mínimamente aceptable no pueda ser garantizado por un período de tiempo si el ingreso súbitamente desaparece. Una proporción considerable de personas de clase media posee escasos recursos. En caso de
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fijar los límites en el 75 por ciento y el 200 por ciento de la mediana, alrededor de la mitad de los alemanes y estadounidenses de clase media no tiene suficientes recursos financieros para mantener su nivel de vida con el umbral de la pobreza por lo menos durante tres meses. La escasez financiera patrimonial afecta a un 35-40 por ciento de los suecos y noruegos de clase media, mientras que solo el 23 por ciento de los italianos de clase media son económicamente vulnerables, posiblemente debido a que los modelos de apoyo público a la renta son demasiado limitados, lo que la induce a acumular relativamente más ahorros preventivos. El sentido de la dificultad a la hora de hacer frente a hechos negativos asociados a la pobreza patrimonial está reñido con la seguridad económica que se considera atributo de la clase media. Es posible, entonces, que deseemos excluir de la clase media a las personas con escasos recursos, incluso si sus ingresos están muy por encima de la línea de pobreza.
Esto reduciría sustancialmente el tamaño de la clase media, pero los datos disponibles son insuficientes para valorar los cambios a lo largo del tiempo. Los economistas suelen subrayar la importancia de contar con una amplia clase media en orden al crecimiento económico, por sus patrones de consumo y por su propensión a acumular capital humano y físico, así como para la democracia y la estabilidad política de una sociedad. Sin embargo, la clase media se puede definir de muchas maneras diferentes. Como hemos mostrado, las medidas habituales son simplemente otra forma de evaluar la evolución de la desigualdad en los ingresos, en tanto que hemos de ir más allá de una caracterización simplista de las clases sociales puramente enmarcadas en términos de niveles de renta. Una noción valiosa y coherente de clase media no puede obviar adoptar una perspectiva multidimensional más matizada según la cual el ingreso, la riqueza y la ocupación desempeñan un papel importante.
Nota Este artículo es una adaptación de nuestro capítulo “On the Identification of the middle class”, de próxima publicación en Income Inequality: Economic Disparities and the Middle Class in Affluent Countries, coordinado por J. C. Gornick and M. Jäntti, © 2013: Consejo de Administración, Leland Stanford Jr. University. Datos tratados informáticamente: LIS Database, Luxemburgo, 10-5-2011 (http://www.lisdatacenter. org). Los puntos de vista aquí expresados son únicamente de los autores; en particular, no reflejan necesariamente los del Banco de Italia.
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¿Se ha acabado el ‘período especial’ del capitalismo? Branko Milanovic DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIÓN DEL BANCO MUNDIAL Y UNIVERSIDAD DE MARYLAND.
A
bertad que desempeñe un papel económico imNTE LA PREGUNTA ¿AMENAZA la desigualdad la sostenibili- portante como sucedió hasta hace unos 150 años. Tal es la hegemonía del capitalismo como dad del capitalismo democrático occidental?, hemos sistema mundial ante el que incluso aquellos a de desglosarla para respon- quienes no satisface y que se muestran disgustader. En primer lugar, ¿ame- dos por el aumento de la desigualdad, ya sea local, naza la desigualdad el capi- nacional o mundial, no poseen alternativas reatalismo? La respuesta, al listas que proponer. La desglobalización y la atenmenos a medio plazo, pare- ción a lo local no tiene sentido, ya que acabarían ce ser negativa. Por primera vez en la historia hu- con la división del trabajo, un factor clave del mana, un sistema que puede llamarse capitalista, crecimiento económico. Sin duda, quienes aboque se define (convencionalmente) como un tra- gan por el localismo no desean propugnar una bajo legalmente libre, propiedad privada del capi- importante caída de los niveles de vida. Formas de tal, coordinación descentralizada y la búsqueda de capitalismo de Estado, como en Rusia y China, ciertamente existen, beneficio, predomina pero eso es sin embaren todo el planeta. No La hegemonía del capitalismo es menester remontar- presenta un aspecto inexpugnable; go el capitalismo: motivación de beneficio se mucho en el tiempo privado y predominio ni poseer un gran cono- incluso aquellos que se muestran de la empresa privada. cimiento de la historia disgustados por el aumento La creciente despara darse cuenta de lo de la desigualdad no son capaces igualdad de los ingresingular y novedoso de de proponer alternativas realistas sos, no obstante, socava esta realidad. No solo algunas ideas del capiha sido liquidado el socialismo de planificación centralizada en tanto talismo dominante y muestra sus aspectos desagraque competidor en tiempos relativamente re- dables: el enfoque centrado exclusivamente en el cientes, sino que en ninguna parte del mundo materialismo y la ideología de todo para el vencedor encontramos ya hoy día un trabajo carente de li- prescindiendo de todo aquello que no tenga una
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dimensión pecuniaria. Pero como no existen actualmente alternativas ideológicas, y aún menos partidos políticos o grupos para ponerlas en práctica, la hegemonía del capitalismo presenta un aspecto notablemente inexpugnable. Por supuesto, nada garantiza que pueda ofrecer idéntica fisonomía a ojos Sistema capitalista y falta de nuestros hijos o nietos; es posible que se alumbren nuevas de democracia ideas pero, por lo menos, así es ha sido una como se ofrece a ojos de un obsercaracterística vador razonable (espero serlo, común no solo personalmente) en la actualidad. en la España Sin embargo, ¿es sostenible de Franco el capitalismo democrático? Esto ya es otra cuestión. Nótese, en o en el Chile primer lugar, que estos dos térde Pinochet, minos no han acostumbrado a sino también combinarse a lo largo de la histoen Alemania, Ausencia de democracia y Francia, EE. UU. ria. capitalismo han sido unas caraco Inglaterra terísticas comunes, no solo en España bajo el franquismo, en Chile bajo Pinochet, o en Congo de Mobutu, sino también en Alemania, Francia y Japón e incluso en Estados Unidos (con la exclusión de los negros de la política) y en Inglaterra, con su estricta limitación del sufragio. No hay que recurrir a grandes dotes de imaginación para darse cuenta de que capitalismo y democracia pueden disociarse y de que la desigualdad puede desempeñar en ello un importante papel. Ya lo hace mediante la potenciación política de los ricos en un grado mucho mayor que en el caso de la clase media y los pobres. 1. Larry Bartels, “Economic Los ricos dictan la agenda política, financian a los Inequality and Political Recandidatos que protegen sus intereses y se asegupresentation”, agosto 2005, ran de que sean aprobadas las leyes que les conviep. 28. Disponible en http:// nen. El politólogo estadounidense Larry Bartels www.princeton.edu/~barte considera que los senadores de su país son de ls/economic.pdf (visitado el cinco a seis veces más propensos a atender a los 12 de enero del 2012). intereses de los ricos que a los de la clase media. 2. Cálculos de acuerdo con la En el caso de los pobres, concluye demoledorabase de datos Luxembourg mente Bartels, “no hay prueba apreciable de que Income Survey (LIS), que prolas opiniones de los electores de bajos ingresos porciona información con ejerzan algún efecto en el comportamiento elecencuestas armonizadas a toral de sus senadores”.1 Tanto la democracia cohogares de los países más mo la clase media están perdiendo sustancia. desarrollados y de algunos En realidad, por buenas razones desde Arispaíses en vías de desarrollo. tóteles, y más recientemente desde Tocqueville, la Las encuestas españolas oriclase media se ha considerado un baluarte contra ginales de 1980 y 2010 son formas no democráticas de gobierno. No obedecía las Encuestas de Condiciones de a ninguna virtud moral especial, encarnada en Vida (ECV) bajo la dirección personas de situación y función intermediaria en la del Instituto Nacional de sociedad, que una persona cualquiera, al dejar de Estadística (INE).
ser rica para pasar a ser de clase media, prefiriera, de repente, la democracia. Se trata, simplemente, de que la clase media tenía interés en limitar el poder de los ricos para que no la dominaran y de los pobres para que no la expropiaran. Una amplia clase media, además, significó que muchas personas compartieran posiciones similares de tipo material, desarrollaran gustos similares y tendieran a evitar el extremismo, tanto de la izquierda como de la derecha. De este modo, la clase media aportaba democracia y estabilidad. Todo esto se ve atacado por el aumento de la desigualdad. La clase media en las democracias occidentales es hoy en día a la vez menos numerosa y económicamente más débil con respecto a los ricos que hace 20 años. En Estados Unidos, donde el cambio es más espectacular, la porción de la clase media, definida como las personas con ingresos disponibles alrededor de la mediana (más exactamente, un 25 por ciento por encima y por debajo de la mediana), se redujo de un tercio de la población en 1979 a un 27 por ciento en 2010. Al mismo tiempo, el ingreso promedio de la clase media, que era prácticamente igual a la renta media global de Estados Unidos en 1979, se redujo a solo tres cuartas partes de la media. El resultado global de la disminución en números e ingresos relativos representa una fuerte caída en el poder económico de la clase media. En 1979, representaba el 32 por ciento del total de ingresos (o consumo); en la actualidad, solo el 21 por ciento. En España, el mismo cálculo proporciona una imagen mucho menos dramática aunque de tintes similares. Mientras que el tamaño de la clase media ha disminuido del 34 por ciento al 31 por ciento de la población española, su renta relativa ha aumentado lo suficiente para mantener su poder económico relativo a solo 1 punto porcentual por debajo del de hace 30 años.2 La importancia política de la clase media, en todo caso, ha menguado y no es difícil proyectar hacia el futuro las tendencias actuales, observadas más vivamente en Estados Unidos, donde el apoyo financiero de personas y empresas ricas asegura el éxito político. Aunque el sistema se mantiene en forma democrática, porque la libertad de expresión y de asociación se conserva y las elecciones son libres, se convierte básicamente en una plutocracia. En términos marxistas, es “la dictadura de la clase adinerada” incluso aunque parezca ser, desde una perspectiva superficial, una democracia. El gobierno no es otra cosa, según las famosas palabras de Marx, que “la junta directiva que administra los negocios comunes de la burguesía”.3
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Y, de hecho, la brecha entre la ideología profesada y la realidad no le resultará nada nuevo a un estudioso de la política y la historia. Roma se convirtió de forma casi imperceptible en un imperio autocrático mientras que se hacía pasar por una república gobernada por un senado. Una clase burocrática gobernó el este de Europa sin dejar de afirmar que tanto el poder económico como político estaba en manos del pueblo. Todos los dictadores actuales sostienen que encarnan la voluntad del pueblo; es decir, se creen unos demócratas. El alejamiento de la democracia puede adoptar dos formas. Una es estadounidense y se asemeja a una plutocracia y la otra puede llamarse italiana. En el segundo caso, el poder es extraordinario, aunque es legal en apariencia y funciona en el seno del sistema democrático, transferido a un gobierno tecnocrático. Tiene lugar de una manera que recuerda cómo las dictaduras se introdujeron en la Europa de entreguerras, de la tecnocracia del doctor Salazar a la “ley y orden” de herr Hitler. La tecnocracia de hoy puede parecer benevolente, liderada por personas de una integridad intachable; pero, no obstante, surge como contrapunto a la democracia. Crece y prospera porque la democracia se muestra incapaz de solucionar los problemas. Los tecnócratas pueden. De hecho, países como Singapur son ejemplos perfectos de la eficiencia tecnocrática. Por agradable que pueda resultar vivir bajo tales gobiernos, no son sin embargo democráticos. Si la democracia es un valor en sí mismo, en su caso no lo aportan. La decepción actual con el Congreso estadounidense, el cual hace frente a un índice de desaprobación pública superior al 80 por ciento y fue llamado por el comentarista de “The Washington Post” Ezra Klein “más impopular que el comunismo”, puede considerarse una señal más de la deriva hacia el Estado de tecnócratas, deseado por algunos. Sin embargo, tanto el gobierno no electo en manos de tecnócratas como el gobierno oculto en manos de los ricos son cosas profundamente antidemocráticas. Llegamos ahora a la tercera y última parte de la pregunta: ¿socava la desigualdad, en particular, el capitalismo democrático europeo? Todo lo dicho del capitalismo democrático se aplica, obviamente, a Europa pues es de la Europa de Monti y Papademos de donde hemos extraído los ejemplos de la tendencia tecnocrática. Sin embargo, Europa está expuesta a presiones adicionales. La más importante es la de la globalización, que con frecuencia trabaja tanto contra sus trabajadores y clase media como a favor de sus ricos. Los trabajadores
y parte de la clase media occidental se hallan expuestos, debido a un aumento del comercio internacional, a la subcontratación o en general al atractivo de lo extranjero frente a las inversiones internas, a una fuerte competencia por parte de los trabajadores en las economías emergentes. Tanto los ricos como los altamente cualificados salen beneficiados, ya que su capital financiero y humano goza de mayor movilidad y no puede ser fácilmente gravado a menos que se quiera que huyan del país. Una baja fiscalidad, a su vez, aumenta la desigualdad entre ricos y pobres, ya que socava las fuentes de financiación sobre la que se construyó el moderno Estado de bienestar europeo. La historia rocambolesca de la búsqueda reciente por parte de Gérard Depardieu de una ciudadanía de rostro fiscal más amable constituye un valioso ejemplo; entre otras razones, porque pocas personas en sus carreras respectivas encarnan mejor lo francés que Depardieu. Cuando los iconos nacionales huyen, ¿qué otra cosa queda, aparte de emularlos, a todos quienes pueden permitirse el lujo de trasladar su domicilio fiscal al extranjero? Una segunda fuerza de globalización que Europa no puede abordar fácilmente dados sus recursos es la de la migración. La migración no es diferente de otras formas de la globalización: exportaciones e importaciones de bienes y tecnología o movimientos de capital. Por lo tanto, resulta erróneo hablar de ello por separado o como algo independiente de las grandes diferencias de ingresos entre países que se han revelado y exacerbado a menu- El período entre do por la globalización. Pero no 1945 y los años solamente Europa carece de la 90 pudo haber experiencia de abordar el tema sido una etapa de la inmigración como es el ‘excepcional’ caso de Estados Unidos, Canadá o Australia, sino que los inmi- para el grantes que suelen ser étnica y capitalismo; religiosamente diferentes de ahora hay las mayorías autóctonas llevan argumentos consigo diferentes normas cul- suficientes para turales que también socavan el considerar que Estado de bienestar. vuelve a sus El Estado del bienestar se características edificó sobre la presuposición ´naturales’ de la homogeneidad étnica y cultural de la población. La homogeneidad no solo incrementa la afinidad entre diferentes segmentos de la población, sino que garantiza que todos más o menos siguen normas sociales similares. Si nadie engaña haciéndose 3. Cita procedente de El Mapasar por mayor con el fin de obtener una pen- nifiesto Comunista.
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CLASE MEDIA A LA BAJA
La moral de las clases medias europea sigue a la baja por cuarto año consecutivo. Los alemanes son los únicos que consideran que años. Enfrentado a la crisis económica, este importante segmento de la población da un suspenso –3,8 puntos sobre 10– a la redujo su tren de vida y una gran mayoría, especialmente en los países del este, ha aplazado o abandonado sus proyectos o viajes algunas de las conclusiones extraídas de la encuesta de L’Observatoire Cetelem 2012 realizada entre finales de 2011 y principios de APRETARSE EL CINTURÓN
MEJOR QUE MEJ E EL E RESTO TO DEL PAÍS ÍS
Pregunta: ¿Ha tenido que reducir su tren de vida en el último año? Respuesta: Sí.
Pregunta: ¿Cómo describiría la situación general de su país y la suya personal en una escala de 1 a 10? 10.0 9.0 8.0 7.0 6.0 5.0 4.0 3.0 2.0 1.0 0
AL
ES
Situación general (1-10) FR
IT
6.2
=
4.9
6.2
3.1
AL
ES
5.3 4.1
4.9 3.4
FR
IT
PT
UK
HU
CZ
SK
RU
RO
T-12 EU-O EU-E
3.4
4.2
4.5 5.6 4.2
4.0
5.0
5.1
5.1
3.9
4.0
4.2
2.7
2.6 PT
PL
UK
HU
PL
CZ
100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%
Situación personal (1-10)
SK
RU
5.1 3.3
RO
5.0
5.2
3.8
4.0
4.7 3.7
T-12 EU-O EU-E
0 1.0 2.0 3.0 4.0 5.0 6.0 7.0 8.0 9.0 10.0
83% 56%
69%
61%
56% 30%
30%
AL
IT
58%
54%
59%
51%
48%
53%
52%
18% UK
FR
ES
PT
CZ
SK
HU
PL
RO
RY
EU-O EU-E T-12
AUMENTAR INGRESOS/REDUCIR GASTOS Pregunta: ¿Cuál es su mejor opción para poder seguir manteniendo su nivel de vida? Ganar más trabajando más
Reducir los gastos
90% 80% 83% 78% 77% 77% 76% 70% 73% 71% 70% 71% 70% 68% 65% 60% 63% 63% 65% 64% 63% 62% 59% 60% 57% 57% 50% 55% 53% 46% 40% 43% 40% 30% 34% 33% 33% 20% 10% 0% AL
UK
IT
FR
PT
ES
RO
RU
PL
CZ
HU
SK
EU-O
EU-E
T-12
DIEZ AÑOS CUESTA ABAJO Pregunta: ¿Cómo ha variado su situación económica en los últimos diez años? Ha mejorado
Ha permanecido estable
Ha empeorado
100% 90% 80% 70% 60% 50% 53% 52% 50% 47% 46% 46% 44% 40% 40% 42% 40% 37% 30% 33% 33% 32% 29% 20% 22% 25% 21% 21% 19% 18% 17% 16% 16% 10% 0% UK
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AL
IT
ES
PT
EU-O
T-12
VIAJAR AJA AL EXTRANJERO RO Pregunta: ¿Viaja de vacaciones al extranjero más, igual o menos que sus padres cuando tenían su misma edad? Más que mis padres
Igual que mis padres
Menos que mis padres
60% 50% 40% 30% 20%
51%
50% 39% 29%
32%
39% 29%
32%
38% 28%
34% 25% 25%
47% 29% 20%
10% 0%
UK
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25%
PT
28%
54%
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CZ
29%
45% 25% 26%
SK
21%
44%
37%
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27%
HU
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32% 33%
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31%
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27% 29%
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32%
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su situación económica ha mejorado más en los últimos diez situación general en cada país; aproximadamente la mitad de placer al extranjero por razones presupuestarias. Estas son 2012 por TNS Sofres/BIPE. DATOS DE LA ENCUESTA Encuesta realizada sobre más de 6.500 personas de clase media de 12 países: Alemania, Eslovaquia, España, Francia, Hungría, Italia, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa, Rumanía y Rusia. La clase media de la muestra utilizada corresponde al 60 por ciento de los hogares que, por sus ingresos económicos, se sitúan entre el 20 por ciento de las clases más ricas y el 20 por ciento restante de las menos favorecidas.
AL UK IT FR PT ES RO RU PL CZ HU SK
Alemania Reino Unido Italia Francia Portugal España Rumanía Rusia Polonia República Checa Hungría Eslovaquia
EU-O EU-E T-12
Europa del oeste Europa del este Total 12 países
FUENTES: L’Observatoire Cetelem 2012, Luxembourg Income Study (LIS).
SALUD, ALU EDUCACIÓN, ACI PENSIONES ION Pregunta: ¿De cara al futuro, qué cuestiones considera que son prioritarias? Posibles respuestas UNA BUENA PROTECCIÓN SANITARIA PRESUPUESTO PARA LA EDUCACIÓN EL PODER DE COMPRA MANTENER EL NIVEL DE VIDA PREPARAR LA JUBILACIÓN SER PROPIETARIO DE LA VIVIENDA MEJORAR EL NIVEL DE VIDA AHORRAR LA CRISIS ECONÓMICA Y LA DEUDA DEL PAÍS LA CRISIS ECONÓMICA Y LA DEUDA DEL MUNDO
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sión o cogiendo la baja por enfermedad cuando no está enfermo, el Estado de bienestar es autosostenible. Pero si estas normas ya no son observadas por todos, se desmorona. Las presiones sobre el Estado de bienestar, procedentes tanto de la globalización como de la migración, son en realidad un ataque a la clase media, ya que la clase media es el mayor promotor y beneficiario del Estado de bienestar. Aunque en la mayoría de estudios se concluye que los pobres, a través de las prestaciones de desempleo y la asistencia social, ganan cantidades de algún modo apreciables, las clases medias ganan aún más a través de las pensiones, de la atención médica y la educación –ambas gratuitas y subvencionadas– y, sobre todo, cuentan con la seguridad de verse libres de una vida de pobreza y necesidad. El Estado de bienestar ha sido, pues, un elemento indispensable en el fortalecimiento de la clase media europea y del capitalismo democrático. La democracia europea sigue la vía del Estado de bienestar europeo. Llegó con él; es posible que se vaya sin él. No se debe ser, sin embargo, excesivamente pesimista. Europa ha superado otros desafíos más formidables; ciertamente, tras pagar un precio humano y material enorme. Se halla, todavía, entre las áreas más ricas del mundo y, en términos de derechos y actitudes sociales, es probablemente la más civilizada. Es probable, salvo una guerra (que de hecho parece impensable), que siga siendo el lugar más atractivo del mundo para vivir, aunque es dudoso que sea el más dinámico. Por otra parte, las principales características asociadas a ella en la segunda mitad del siglo XX, la democracia y el bienestar, pueden decaer paulatinamente. ¿Fue el período entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el final de la guerra fría un interludio inusual, en que el capitalismo se entrelazó con el Estado de bienestar, la democracia y el liberalismo, rasgos de los que había carecido a menudo? Existen argumentos para considerarlo así y para razonar que el capitalismo, ahora, simplemente vuelve a sus características naturales. Lo que muchos de nosotros hemos vivido podría haber sido solo un capitalismo bajo condiciones excepcionales, un poco como el capitalismo del período especial a escala global. Fue un capitalismo que respondió de modo creativo a la Gran Depresión (reinventando el gobierno), a la guerra (reuniendo recursos para vencer) y al comunismo (haciendo hincapié en la solidaridad social a través del Estado de bienestar). Ninguna de estas amenazas se halla presente; así que ¿por qué no iba a volver el capitalismo a lo que fue?
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Globalización y desigualdad
clases sociales cambiantes en Europa y Estados Unidos Hans-Peter Blossfeld INSTITUTO UNIVERSITARIO EUROPEO DE FLORENCIA.
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E
N LAS ÚLTIMAS DOS DÉCADAS, LA
presión de la globalización ha tenido un fuerte impacto en la estructura de la desigualdad social en las sociedades modernas. La globalización suele entenderse como una combinación de cuatro cambios estructurales relacionados entre sí [véase tabla 1]: 1) la internacionalización de los mercados y el debilitamiento de las fronteras nacionales, 2) una intensificación de la competencia de los estados de bienestar a través de la desregulación, la privatización y la liberalización, 3) la expansión acelerada de las redes a través de las nuevas tecnologías de la comunicación, y 4) la creciente dependencia de los mercados locales de los choques aleatorios en alguna parte del mundo. La globalización tiene muchos efectos positivos. Por ejemplo, aumenta el nivel de productividad y nivel de vida de las sociedades modernas. Sin embargo, tiene un precio: también hay un índice creciente de acontecimientos inesperados relativos al mercado y un cambio más rápido social y económico que hace que sea más difícil para los individuos, las empresas y los gobiernos predecir el futuro del mercado y tomar decisiones entre diferentes alternativas y estrate-
gias. En particular, las empresas aplican diferentes tipos de flexibilidad, dependiendo de la rigidez del sistema de empleo en una sociedad [tabla 2]. Hay dos hipótesis rivales sobre los efectos de la globalización en la evolución de las desigualdades sociales en las sociedades modernas. La primera fue propuesta por autores como Beck y Giddens. Argumentan que las sociedades modernas ya no pueden caracterizarse como sociedades de clases sino que tienen que clasificarse como sociedades de riesgo. Sostienen que la aparición de una fuerte incertidumbre tiene un “efecto nivelador”, porque todas las personas se ven más o menos igualmente afectadas por estos nuevos riesgos, con independencia de su posición social y económica y sus recursos. Este argumento está estrechamente relacionado con la idea de individualización. Por lo tanto, esta evolución libera al individuo de tradicionales limitaciones específicas de clase y permite que las personas en las sociedades modernas decidan de manera más autónoma y libremente sobre su propia biografía. Como dice Giddens, las personas actualmente “no tienen más remedio que optar”. Por lo tanto, se da por descontado que las estructuras convencionales, tales como la familia o la clase social, que en el pasado moldearon fuertemente no sólo la identidad indi-
TABLA 1
GLOBALIZACIÓN Y CRECIENTES INCERTIDUMBRES EN LAS SOCIEDADES MODERNAS
GLOBALIZACIÓN Internacionalización de los mercados; competencia entre países con distinta relación salarios/niveles de productividad y niveles sociales
Intensificación de la competencia entre estados-nación; políticas de desregulación, privatización y liberalización
Aceleración de la innovación;cambio social y económico acelerado
Interconectividad mundial creciente por el auge de las TIC
Importancia creciente de los mercados y dependencia de estos de los choques aleatorios
Dinámicas aceleradas del mercado
Aumento de episodios imprevisibles del mercado
Creciente incertidumbre (del mercado) y mayor necesidad de flexibilidad.
FILTROS INSTITUCIONALES Sistema de empleo
Sistema educativo
Sistema de bienestar
Canalizan la creciente incertidumbre en época de globalización de forma específica
NIVEL INDIVIDUAL Creciente incertidumbre canalizada hacia grupos específicos en una sociedad determinada Fuente: Ilustración, según Mills y Blossfeld (2005).
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vidual sino también las oportunidades de vida individuales, mostrarán un declive en la era de la globalización. En particular, la clase social debería ser menos importante en lo que respecta a las oportunidades individuales, tales como la protección contra el desempleo, las posibilidades de un empleo seguro o la promoción profesional. Más bien, los nuevos riesgos se extienden ampliamente y de manera uniforme en toda la sociedad. De acuerdo con este enfoque, deberíamos presenciar un fuerte incremento de la flexibilidad en el empleo en toda la población, relacionado con una disminución de desigualdades sociales (existentes) en las sociedades modernas. La hipótesis contraria sostiene que los procesos de globalización conducen a una remercantilización de los grupos ya desfavorecidos del mercado de trabajo y, por lo tanto, más bien aumenta las desigualdades sociales existentes. Según Breen, los procesos de remercantilización tienen lugar sobre todo en el desplazamiento de los riesgos del mercado a los grupos ya desfavorecidos y “menos protegidos” de trabajadores. Como Breen argumenta, el atractivo de unas relaciones a largo plazo se ha reducido, en el caso de los empresarios, en el proceso de globalización. Por lo tanto, cada vez más tratan de alcanzar las llamadas relaciones asimétricas contingentes. Esto significa que los empleadores dejan abierta la opción, en función de la evolución del mercado en el futuro, de disolver los contratos de trabajo, mientras que los empleados solo tienen la opción de aceptar esta decisión de la parte más fuerte. En general, la investigación del mercado de trabajo distingue entre simples contratos de trabajo y relaciones de servicio trata de entender cómo los riesgos del mercado podrían pasar a la fuerza de trabajo. Lo primero se aplica a los empleos poco cualificados con tareas de fácil aprendizaje y control más exigente del trabajo. Como resultado, el mecanismo de intercambio entre el empleador y el trabajador en estos puestos de trabajo se basa principalmente en un salario (a destajo). Por el contrario, las llamadas relaciones de servicio se refieren a trabajos exigentes con carácter de rendimiento difuso, que requieren conocimientos especializados que demandan largos períodos de formación y un alto grado de autonomía, así como un sentido de la responsabilidad (hacia la empresa). Así, en una empresa las relaciones de servicio se basan principalmente en la confianza construida en las relaciones laborales a largo plazo entre empleadores y empleados (las llamadas “relaciones de alta confianza”). Por lo que se refiere a las
relaciones de servicio, por lo tanto, la estrategia de los empleadores consiste en vincular permanentemente a estos empleados a la empresa con elevados salarios (correspondientes a la eficiencia), seguridad en el empleo a largo plazo, perspectivas relativas a su carrera y un sistema de incentivos y gratificaciones. Por lo tanto, los trabajadores inexpertos y semicualificados son los primeros que resultan afectados, y de forma más intensa, por la flexibilización laboral, mientras que los empleados de relación de servicio de la parte superior e inferior de la gama (gestores, profesionales, académicos, etcétera) pueden esperar plausiblemente una relación labor estable y segura en la era de la globalización. Los empleados con un mayor trabajo rutinario no manual, así como los trabajadores cualificados (por ejemplo, encargados, capataces, etcétera) ocupan posiciones intermedias entre esos dos extremos. Por lo tanto, no están flexibilizados en la misma medida que el primer grupo, pero al mismo tiempo no se benefician de la misma seguridad y estabilidad en el trabajo que muestran las clases de servicio. La idea de que los empleadores distinguen entre personal permanente atractivo y personal menos atractivo y de más fácil sustitución no es nueva en absoluto. Las teorías de la segmentación del mercado laboral de la década de 1970 ya han utilizado un argumento similar. Los diferentes segmentos del mercado laboral ofrecen oportunidades de empleo y carrera muy diferentes, como en el caso de la protección contra el despido o diversos riesgos del mercado de trabajo, así como una disposición muy diferente de los empleadores a invertir en sus empleados. Sin embargo, como sostiene Breen, en tiempos de crecimiento económico y escasez de trabajo, los empleadores han ampliado los privilegios de los segmentos del mercado de trabajo bien situados y la garantía de la seguridad del empleo al conjunto de la fuerza de trabajo menos atractiva, lo que llevó a una creciente clase media en las sociedades capitalistas occidentales. Sin embargo, ahora, en el curso del proceso de globalización, estos privilegios se retiran dando lugar a una clase media en declive.
Resultados de estudios empíricos recientes Los resultados de varios estudios comparativos recientes apoyan la hipótesis de que en las sociedades modernas existe un claro aumento de riesgos dentro del mercado de trabajo en el proceso de globalización. Sin embargo, este aumento de los riesgos no se distribuye por igual entre los
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grupos sociales [tablas 1 y 2]. Por el contrario, para determinados grupos de trabajadores los estudios en cuestión no concluyen que hayan sido fuertemente afectados por la creciente incertidumbre del mercado laboral. Los resultados han mostrado que las generaciones que entran ahora en el mercado laboral hacen frente a una incertidumbre del mercado de trabajo mucho mayor que las generaciones anteriores. Sin embargo, la globalización de ninguna manera conduce, como frecuentemente se supone, a un aumento de la erosión de
las tradicionales relaciones laborales masculinas, a una generalización de carreras fragmentarias o a unos empleos en rotación continua. Por el contrario, las relaciones laborales de personas bien cualificadas (empleados masculinos) en la mitad de su trayectoria laboral, ya asentadas en el mercado, siguen siendo muy estables y están ampliamente protegidas frente a cualquier flexibilización de los empleadores [tabla 3]. Esto se aplica especialmente a los países con mercados laborales regulados con regímenes cerrados, es decir,
TABLA 2
INFLUENCIA DEL MARCO INSTITUCIONAL EN LA APARICIÓN DE DESIGUALDADES SOCIALES EN EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
CASOS (PAÍSES)
RELACIONES LABORALES/RÉGIMEN DE PRODUCCIÓN
RÉGIMEN DE SISTEMA DE BIENESTAR
SISTEMA PROFESIONAL Y FORMATIVO
ESTRATEGIA DE FLEXIBILIDAD LABORAL EN EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
EVOLUCIÓN DE LAS DESIGUALDADES SOCIALES EN EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
EE. UU., Gran Bretaña
Suecia, Dinamarca, Noruega (Países Bajos)
Alemania, Francia (Países Bajos)
Italia, España, Irlanda
Hungría, Estonia, Polonia, República Checa
Poca regulación
Regulación mediana
Mucha regulación
Mucha regulación
Transición a la economía de mercado
Liberal
Socialdemócrata
Conservador
Orientado a la familia
Post-socialista
Sistema de bienestar residual
Sistema de bienestar generoso y políticas activas de empleo
Ayudas públicas; apoyo básico a la población sin empleo
Formación profesional in situ; incentivos a la recualificación
Cualificación vocacional en la en las escuelas; fuerte orientación a la recualificación y formación permanente
Sistema dual; pocos incentivos a la recualificación
Formación profesional in situ; pocos incentivos a la recualificación
En transformación
Flexibilidad individualizada como principio clave del mercado de trabajo
Flexibilidad con apoyo como principio clave del mercado de trabajo
Flexibilidad en los ‘márgenes’ del mercado de trabajo
Flexibilidad en los ‘márgenes’ del mercado de trabajo
Fuertes diferencias entre países: estrategia liberal (Estonia) frente a la estrategia continental europea (Polonia, República Checa, Hungría)
Competencia creciente del mercado; desigualdades estrechamente asociadas a los recursos individuales
Poco incremento de desigualdades sociales debido a la seguridad y la reintegración apoyadas por el Estado
Desigualdades sociales crecientes entre nacionales y extranjeros en el mercado laboral; compensación mediante ayudas públicas
Desigualdades sociales crecientes entre nacionales y extranjeros en el mercado laboral; compensación mediante ayuda familiar
Fuertes diferencias entre países: estrategia liberal (Estonia) frente a la estrategia continental europea (Polonia, República Checa, Hungría)
Varios estudios comparativos recientes avalan la hipótesis de que en las sociedades modernas en proceso de globalización se incrementan los riesgos dentro del mercado de trabajo
En transformación Alto apoyo público a los (ya) nacionales
NOTA: Los Países Bajos constituyen un caso intermedio en la clasificación del régimen vigente. Con respecto a las políticas de empleo, muestran similitudes con el régimen de Estado de bienestar socialdemócrata; con respecto a otros acuerdos propios del Estado de bienestar, por ejemplo las Fuente: Ilustración autor. políticas de pensiones, se hallan más próximos a los países conservadores.
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TABLA 3
HOMBRES EN LA MITAD DE SU TRAYECTORIA LABORAL EN EL MARCO DEL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
HOMBRES EN LA MITAD DE SU TRAYECTORIA LABORAL Efecto principal de la globalización
Efecto según el sistema vigente
Efecto a nivel individual
Niveles relativamente persistentes de estabilidad laboral
Sistema conservador en el sur de Europa y países social-demócratas: alto nivel constante de estabilidad
Las pérdidas de estabilidad laboral se concentran ampliamente en hombres de cualificación (más) baja y categoría profesional inferior
Países post-socialistas y liberales: auge moderado de flexibilidad laboral entre hombres en la mitad de su trayectoria laboral Fuente: Autor.
Alemania, Italia y España. En estos países hay solo pocos signos de creciente incertidumbre en el caso de los hombres en la mitad de su trayectoria laboral. La gran mayoría de estos hombres goza todavía de un alto nivel de estabilidad y seguridad en el empleo debido a que las regulaciones del mercado laboral nacional y los sistemas de asistencia social les protegen fuertemente contra todo tipo de riesgos. Un nivel algo más alto de hombres en la mitad de su trayectoria laboral enfrentados al riesgo de desempleo, sin embargo, se observa en Estados Unidos así como en los antiguos países socialistas inmediatamente después de la caída del telón de acero. En estos países, sin embargo, el nivel de formación resultó ser una sólida garantía contra los riesgos del mercado de trabajo, incluso entre las generaciones más jóvenes. Este alto nivel global de estabilidad entre los hombres en la mitad de su trayectoria laboral se puede explicar por el hecho de que una fuerza de trabajo completamente flexibilizada no es deseable ni eficiente desde el punto de vista de la empresa. Se pondría en peligro la cooperación fiable y permanente entre la dirección y el personal cualificado. De hecho, los estudios muestran que una marcada flexibilización en las empresas reduce en gran medida la voluntad de su personal de cooperar, tener motivación en el trabajo y ser leal a la empresa. En los momentos de mayor competencia (internacional), una cooperación segura y a largo plazo con el personal cualificado y con experiencia es importante para los empleadores a fin de asegurar las relaciones de confianza necesarias para las empresas. Una amplia introducción de relaciones laborales flexibles comportaría la amenaza de que la empresa se enfrentara a pérdidas relativas al personal de alta calificación y a unos dolorosos costos de contratación de nuevos empleados. En otras palabras, los empleadores no tienen ningún interés en abandonar compromisos a largo plazo
con todos los tipos de empleados de su personal. Por lo tanto, se mantienen las relaciones de confianza con aquellos empleados que desempeñan puestos cualificados y en cierto modo privilegiados. Estos objetivos ambivalentes de la empresa en el proceso de globalización, es decir, la flexibilidad por un lado, pero la estabilidad y la continuidad por otro, dan lugar a una segmentación cada vez mayor de la fuerza de trabajo en grupos nucleares y grupos periféricos, los que componen el cogollo y los demás, más lejos del centro. Como consecuencia, los empleados varones en la mitad de su trayectoria laboral, sobre todo si están bien cualificados, siguen estando ampliamente protegidos frente a la flexibilización (del mercado de trabajo) en el proceso de globalización. En cambio, los menos asentados sobre todo en el mercado laboral se verán ahora incluso más afectados por los riesgos del mercado de trabajo. De hecho, los resultados de la investigación apoyan claramente esta hipótesis –especialmente cuando los resultados de los análisis sobre los hombres en la mitad de su trayectoria laboral se comparan con los de los jóvenes que abandonan el sistema educativo y comienzan su carrera laboral [tabla 4]–. Estos jóvenes se enfrentan a un fuerte aumento de la incertidumbre cuando se incorporan al mercado laboral. Estas incertidumbres se manifiestan en términos de un importante aumento en el desempleo y en las formas precarias, atípicas de empleo (por ejemplo, trabajos a corto plazo, puestos de trabajo a tiempo parcial, formas precarias de autoempleo e ingresos inferiores). Estos hechos tienden a motivar que los jóvenes sean los perdedores de la globalización. A primera vista, esto parece ser algo paradójico porque la generación joven está mucho más formada que la generación mayor y muchos de estos jóvenes han pasado períodos más largos de su vida en el extranjero. Sin embargo, su posición puede verse afectada en mayor medida ya
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TABLA 4
JÓVENES Y JÓVENES ADULTOS EN EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
JÓVENES Y JÓVENES ADULTOS Efecto principal de la globalización
Efecto según el sistema vigente
Efecto a nivel individual
Mayor incertidumbre del empleo que pospone la formación de la familia
Países del sur de Europa y conservadores: Marginación de los jóvenes como extraños al mercado de trabajo por verse crecientemente afectados por el empleo precario; impacto muy fuerte en la formación de la familia y el nacimiento de los hijos
Importancia creciente de la formación como factor clave para asentarse en el mercado de trabajo
Países postsocialistas: inseguridad en el empleo aún mayor; efectos dramáticos en la formación de la familia Países socialdemócratas: protección relativa de la juventud y la familia ante la incertidumbre del empleo Países liberales: incertidumbre del empleo contrapesada por estructuras de mercado abiertas; impacto relativamente bajo sobre la formación de la familia debido a ligeros cambios en la incertidumbre percibida subjetivamente
Ante la posibilidad, real o no, de que las mujeres interrumpan sus carreras profesionales por razones familiares, los empleadores les niegan puestos de trabajo, promociones y oportunidades de formación continua
Fuente: Autor.
que con frecuencia carecen de experiencia laboral y de sólidos vínculos con los mercados de trabajo internos. No pueden disfrutar de los contactos ya consolidados y no poseen el poder de negociación necesario para exigir empleo estable y continuo. Por lo tanto, es relativamente fácil para los empleadores y los sindicatos regular los contratos de trabajo de los jóvenes de forma que sean más flexibles y menos ventajosos a sus expensas. Sin embargo, los efectos concretos del proceso de globalización en la situación de los jóvenes en el mercado de trabajo juvenil varían mucho según las diferencias de nivel del Estado de bienestar y los regímenes de mercado laboral. En particular, en los fuertemente polarizados escenarios laborales de los mercados de la Europa sur y continental, los jóvenes adultos se han ido convirtiendo en una masa fácil de manejar en los regulados mercados laborales de estos países de manera que los jóvenes adultos se han enfrentado a un fuerte aumento de riesgos en el mercado de trabajo. En estos países se ha vuelto cada vez más difícil para los jóvenes adultos hacer pie firme en el mercado de trabajo y con frecuencia su entrada en el mercado laboral hoy en día se caracteriza por las formas precarias de empleo, como es el caso del empleo de duración determinada, por ejemplo. Independientemente del contexto nacional, la formación se está revelando claramente como
factor crecientemente importante en el proceso de globalización en el caso de los jóvenes adultos. Los que ingresan ahora con poca cualificación en el mercado de trabajo se ven especialmente afectados por los cambios globales. Así es como la globalización en general refuerza las desigualdades sociales y las fronteras de clases sociales dentro de la generación joven, porque los recursos individuales (según clase social) adquieren importancia a través de la creciente relevancia de la competencia del mercado e individual. Los efectos del proceso de globalización en la fase media de la vida de las mujeres también difieren notablemente de las de los hombres en la mitad de su trayectoria laboral [tabla 5]. La globalización contribuye a través de todos los países a la marginación de la mujer como forastera respecto del mercado de trabajo. Esto se aplica especialmente a los países conservadores de Europa central y países del sur de Europa regidos por el esquema de la familia. A pesar de la creciente integración de la mujer en la fuerza de trabajo en estos países, siguen siendo casi exclusivamente las mujeres quienes siguen llevando a cabo las tareas y el cuidado familiar no remunerado. Especialmente durante la fase de constitución de la familia, las parejas casadas tienden más a invertir en la carrera laboral continuada del marido que en la de la esposa. Tal práctica no solo limita la capacidad de obtener
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TABLA 5
MUJERES EN LA MITAD DE SU TRAYECTORIA LABORAL EN EL MARCO DEL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
MUJERES EN LA MITAD DE LA VIDA Efecto principal de la globalización
Efecto según el sistema vigente
Efecto a nivel individual
Marginación en el mercado de trabajo
Países conservadores y del sur de Europa: Creciente integración de las mujeres en el empleo, pero sólo como asalariadas de ingresos secundarios en empleos menos estables
Importancia creciente de la experiencia y la formación en el empleo
Países socialdemócratas: Estabilidad relativa de los niveles de empleo debido a la ayuda estatal Países de sistema liberal: la creciente necesidad de ayudar a los ingresos familiares empuja a las mujeres al empleo (flexible). Países postsocialistas: pérdida del estatus de pleno empleo tras la caída del telón de acero Fuente: Ilustración autor. TABLA 6
EMPLEADOS EN FASE AVANZADA DE SU TRAYECTORIA LABORAL EN EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN
EMPLEADOS EN FASE AVANZADA DE SU TRAYECTORIA LABORAL Efecto principal de la globalización
Efecto según el sistema vigente
Efecto a nivel individual
Creciente riesgo de quedar fuera del mercado laboral
Países conservadores y del sur de Europa: índice más alto de salida del mercado laboral, notablemente amortiguada por generosos sistemas de pensiones
Variación global entre individuos menos pronunciada que en otras fases de la vida; mayor importancia comparativa del capital humano en países de sistema liberal
Países social-demócratas: salidas del mercado laboral en fase avanzada de la vida laboral y alta estabilidad en el empleo fomentada por políticas activas sobre el mercado laboral Países de sistema liberal: salidas del mercado laboral, pero movilidad laboral relativamente alta Países post-socialistas: aplicación de estrategias diferenciales (Hungría y República Checa: estrategia conservadora; Estonia: estrategia liberal) Fuente: Ilustración autor.
ingresos en el caso de las mujeres, sino que también puede poner en peligro la continuidad de las oportunidades de empleo y de carrera a largo plazo, sobre todo cuando las esposas renuncian totalmente a sus puestos de trabajo en favor de los de sus maridos o los adaptan a los de sus maridos en términos de tiempo o lugar. Las desventajas o perjuicios en sus carreras laborales no son solo experimentados por las mujeres que de hecho interrumpen sus carreras laborales por razones fami-
liares. Suele considerarse que incluso las que no proyectan tal interrupción lo harán tal vez o probablemente acabarán haciéndola realidad; y este argumento se utiliza para negarles puestos de trabajo, promociones y oportunidades de formación continua solo por su género (la denominada discriminación estadística). El resultado es que las mujeres están desproporcionadamente sobrerrepresentadas en estas formas flexibles de trabajo que aparecen en el proceso de globalización. Los
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empleadores justifican esta concentración de las formas flexibilizadas de trabajo en el caso de la mujer apuntando repetidamente a sus déficit en experiencia de trabajo en comparación con los hombres y a la mayor probabilidad de una interrupción posterior en el empleo. Por último, los análisis empíricos sobre los trabajadores mayores y los empleados en edad de prejubilación también concluyen que estos han experimentado fuertes cambios de su situación en el mercado laboral en el proceso de globalización [tabla 6]. Estos cambios se manifiestan principalmente en el hecho de que los empleados mayores habían sido expulsados de los mercados de trabajo de las sociedades modernas haciendo amplio uso de los programas nacionales de jubilación anticipada. Las empresas ven a los empleados mayores como menos flexibles, poco cualificados y de un alto costo en el proceso de globalización. Por lo tanto, interesa no solo a las empresas, sino también a los políticos, ocupados en contar con una ubicación atractiva para las empresas públicas, encontrar soluciones a este desfase entre la creciente demanda de flexibilidad y el potencial limitado de flexibilización en el caso de los empleados de mayor edad. En los países de la Europa continental y del sur, que difícilmente ofrecen oportunidades de aprendizaje y formación permanente, el desfase en cuestión fue resuelto principalmente mediante la aplicación de programas muy generosos de jubilación anticipada gracias a los cuales los trabajadores mayores podían abandonar el mercado laboral. Como consecuencia, los índices de empleo de las personas en edad de prejubilación se redujeron drásticamente en el curso de la globalización en estos países. Por el contrario, los países socialdemócratas de Escandinavia lograron asegurar la empleabilidad de los trabajadores mayores porque en estos países, los estados de bienestar promovieron decididamente la capacidad de los trabajadores de más edad de adaptarse a las exigencias de flexibilidad mediante una política activa del mercado laboral, además de promover la educación permanente y la formación profesional continua por parte de los poderes públicos. En comparación con la Europa continental y del sur, la trayectoria laboral de las personas mayores en los países con un régimen de bienestar socialdemócrata permaneció bastante constante y estable en el marco de la globalización, aunque cabe observar tendencias de jubilación anticipada también en estos países. Igualmente en los países con un régimen liberal de Estado de bienestar (es decir, Estados Unidos y el
Reino Unido), la trayectoria de los empleados mayores muestra una vida laboral más bien larga y de jubilación relativamente tardía. Sin embargo, en comparación con el régimen socialdemócrata, el mantenimiento de los trabajadores mayores en los países con un régimen liberal de Estado de bienestar se logró principalmente a través de mecanismos de mercado. La política de adaptación de los trabajadores mayores a las nuevas demandas de flexibilidad consiste en depositar una confianza general en un mercado laboral flexible y en un sistema de educación y formación solo ligeramente estandarizado. Las bajas barreras de movilidad en el mercado laboral y una organización descentralizada para obtener una cualificación destacada en el trabajo permiten a los empleados mayores adaptarse con flexibilidad a las cambiantes demandas a través de la movilidad del mercado laboral. Al mismo tiempo, las bajas pensiones estatales y un fuerte énfasis en los sistemas privados basados en inversiones de capital o pensiones de empresa reducen las posibilidades de una temprana salida del empleo. Debido a la fundamental ausencia de implicación del Estado y a la confianza en los mecanismos del mercado, los resultados muestran también que el sistema liberal tiende a propiciar que la jubilación y la vejez se caractericen por una situación muy precaria, especialmente en el caso de las personas mayores que no pudieron hacer provisión de suficientes ahorros durante la vida laboral. Los empleados con escasos recursos económicos han de seguir trabajando aún después de la edad de jubilación o bien reintegrarse al mercado laboral pues no pueden sobrevivir solamente con su pensión.
REFERENCIAS H.-P. Blossfeld, S. Buchholz, E. Bukdoi, K. Kurz: Young Workers, Globalization and the Labor Market. Comparing Early Working Life in Eleven Countries (2008). Edward Elgar Publishing (Cheltenham/Reino Unido, Northampton/Massachusetts, EE. UU). H.-P. Blossfeld, S. Buchholz,
RESUMEN
D. Hofäcker, Globalization, Un-
En suma, los resultados empíricos muestran que el proceso de globalización ha hecho impacto en las clases sociales y en la cuestión de la desigualdad social de modo muy diferente, dependiendo de la fase y curso de la vida. La clase social y las características educativas determinan hasta qué punto una persona ha de hacer frente a crecientes riesgos del mercado laboral. En la situación de globalización, los efectos de la clase social y de la formación se han hecho aún más marcados. Por lo tanto, nuestros resultados apoyan el argumento de que la globalización provoca un refuerzo de las estructuras de desigualdad social (según hipótesis de Breen) en lugar de una aparición de sociedades de riesgo según lo propuesto por los teóricos de la individualización. Por tanto, las sociedades modernas se pueden caracterizar todavía como sociedades de clase.
certainty and Late Careers in Society (2006). Routledge (Londres/Nueva York). H.-P. Blossfeld, H. Hofmeister, Globalization, Uncertainty and Women’s Careers in International Comparison (2006). Edward Elgar Publishing. H.-P. Blossfeld, M. Mills, E. Klijzing, K. Kurz, Globalization, Uncertainty and Youth in Society (2005). Routledge. H.-P. Blossfeld, M. Mills, F. Bernardi, Globalization, Uncertainty and Men’s Careers in International Comparison (2006). Edward Elgar Publishing.
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Sociedades disfuncionales ¿por qué tiene importancia la desigualdad? Richard Wilkinson
Kate Pickett
PROFESOR EMÉRITO DE EPIDEMIOLOGÍA SOCIAL DE LA FACULTAD DE MEDICINA DE LA UNIVERSIDAD DE NOTTINGHAM, PROFESOR HONORARIO DEL UNIVERSITY COLLEGE OF LONDON (UCL) Y PROFESOR VISITANTE DE LA UNIVERSIDAD DE YORK.
PROFESORA DE EPIDEMIOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD DE YORK Y MIEMBRO DE LA ROYAL SOCIETY FOR THE ENCOURAGEMENT OF ARTS, MANUFACTURES AND COMMERCE (RSA).
tas relaciones se han demostrado en al menos dos contextos independientes: entre los países desarrollados más ricos y entre los 50 estados de Estados Unidos. En ambos casos, los lugares con menores diferencias de ingresos prosperan mucho más. Algunas de estas relaciones se han observado en gran número de estudios en contextos muy diferentes –unos 200 apuntan a la tendencia a una salud mejor en las sociedades más igualitarias y unos 50 a la relación entre la violencia y la desigualdad. Como cabría esperar, la desigualdad contribuye en mayor medida a unos problemas que a otros, y dista, por supuesto, de ser la única causa de los males sociales. Pero parece como si la magnitud de la desigualdad sea la explicación más importante Qué aporta una mayor igualdad –como factor individualmente considerado– del En las sociedades donde las diferencias de in- motivo por el cual tantos problemas de salud y sogresos entre ricos y pobres son más reducidas, las ciales suelen ser mucho más comunes en unas soestadísticas muestran que la vida social y comunita- ciedades que en otras. Cabría pensar que estos patrones se plantearían ria es más intensa, la gente siente que puede confiar en los demás y hay menos violencia. Tanto la salud simplemente porque las sociedades más desiguales física como la mental tienden a ser mejores y la es- podrían tender a tener más pobres entre los que tales peranza de vida es mayor. De hecho, casi todos los problemas tienden a concentrarse. Pero esto es solo problemas relacionados con la situación de necesi- una pequeña parte de la explicación. Mucho más dad relativa se alivian: la población carcelaria es importante es que la mayor desigualdad parece promenor, los índices de natalidad entre las jóvenes vocar peores consecuencias en la gran mayoría de la población. En las socieadolescentes disminuyen, dades más desiguales, los niños tienden a obtener Las estadísticas demuestran que incluso las personas de mejores resultados en la allí donde las diferencias entre clase media con buenos escuela (a juzgar por las ricos y pobres es menor, la gente ingresos tienden a prematemáticas y las puntuaes más confiada, hay menos sentar un cuadro meciones en lectura y escritura) y hay menos obesidad. violencia, la vida social es intensa nos saludable, a participar menos en la vida Es mucho atribuirlo a la y la esperanza de vida es mayor social, a ser más propendesigualdad, pero todas es-
L
AS ACTITUDES HACIA LA DESIGUAL-
dad han diferido tradicionalmente, de forma marcada, de un lado a otro del espectro político. Mientras algunos consideran que son causantes de divisiones y socialmente corrosivas, otros piensan que son un estímulo para el esfuerzo, la innovación y la creatividad. Los argumentos suelen reflejar algo más que una opinión personal. Pero en años recientes ha sido posible comparar la desigualdad de los ingresos en distintos países y observar sus efectos en la práctica. Los resultados son espectaculares.
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A MÁS DESIGUALDAD, MÁS PROBLEMAS SOCIALES La desigualdad dentro de un país aparece estrechamente relacionada con distintos indicadores de bienestar social que son usados universalmente para explicarlo. El coeficiente de desigualdad Gini es el dato de referencia respecto al que se comparan 13 indicadores sociales de 9 países de Europa y Estados Unidos, una muestra que podría ampliarse obteniendo el mismo panorama: a más desigualdad y menos clase media, más conflictos y problemas sociales. Si realizamos el análisis estado por estado dentro de Estados Unidos, la tendencia es idéntica. Tonos oscuros marcan más desigualdad y problemas sociales, claros más igualdad y bienestar social. FUENTE PRINCIPAL: The Equality Trust
1
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14
NORUEGA
0,25
81,1
2,8
14,8
500
9,5
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88
0,26
6,1
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69,1
17
77
SUECIA
0,259
81,4
2,1
12,9
496
5,9
1
84
0,51
7,3
2,1
73,5
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FRANCIA
0,293
81,5
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-0,17
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3,6
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PAÍSES BAJOS
0,294
80,7
3,8
10,25
519
5,3
0,9
80
0,43
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74,5
22
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ALEMANIA
0,295
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3,4
20,8
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-0,01
8,5
3,4
86,1
32
78
GRECIA
0,307
79,9
3,8
26,75
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11,6
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-0,04
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3,8
110,8
--
74
ESPAÑA
0,317
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3,2
22,9
484
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0,2
17,1
3,2
160,4
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ITALIA
0,337
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0,04
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REINO UNIDO
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152,1
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ESTADOS UNIDOS
0,378
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sas a la obesidad y a ser víctimas más probables de actos de violencia. Del mismo modo, sus hijos tienden a obtener peores resultados en la escuela, son más propensos a usar drogas y tienen más probabilidades de convertirse en padres adolescentes.
Redistribución, no crecimiento Aunque el crecimiento económico sigue siendo importante en los países más pobres, en el caso de los 25 o 30 países más ricos no se observa ninguna tendencia en absoluto a que la salud o el grado de felicidad sean mejores entre los más acomodados que entre los menos acomodados entre los mismos países ricos. Lo mismo cabe decir de las medidas del bienestar –incluyendo el bienestar infantil, los niveles de violencia, los índices de embarazo en la adolescencia, la alfabetización y las puntuaciones de matemáticas entre los niños– e, incluso, de los índices de obesidad. Sin embargo, en el seno de cada país, los problemas de salud y de tipo social guardan estrecha
relación con los ingresos. En este sentido, las partes más necesitadas de nuestra sociedad acusan con mayor frecuencia el mayor número de los problemas. Entonces, ¿qué sentido tiene si las diferencias en ingresos en el seno de las sociedades ricas revisten importancia, pero las diferencias de ingresos entre ellas no? Pues nos dice que lo que importa es dónde estamos situados en relación con los demás en nuestra propia sociedad. La cuestión clave es el estatus social y el ingreso relativo. Así, por ejemplo, ¿por qué Estados Unidos tiene los índices más altos de homicidios, los más altos de embarazos entre jóvenes adolescentes, los mayores índices de población penitenciaria y figura aproximadamente en el puesto vigésimo octavo en la lista internacional de esperanza de vida? Porque también tiene las mayores diferencias en materia de renta. Por el contrario, países como Japón, Suecia y Noruega, aunque no tan ricos como Estados Unidos, muestran todos ellos menores diferencias de ingresos y ofrecen mejores resultados en todas estas medidas e índices.
1
COEFICIENTE GINI: Mide hasta qué punto la distribución del ingreso es equitativa. Cero es la igualdad perfecta (todos los hogares tienen los mismos ingresos), 1 representa una desigualdad perfecta (un solo hogar, todos los ingresos). Datos finales de la década 2000-2010, OCDE
2
ESPERANZA DE VIDA AL NACER 2011: Informe sobre el desarrollo humano 2011, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
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MORTALDAD INFANTIL: OCDE, dato más reciente 2010-2011
4
PORCENTAJE OBESOS: Es decir, hombres y mujeres con un índice de masa corporal (BMI) superior a 30. International Association for the Study of Obesity, que extrae las más recientes de fuentes diversas (para Noruega, Instituto de Salud Pública)
5
NOTAS MATEMÁTICAS, ESCRITURA Y LECTURA: Rendimiento medio en jóvenes de 15 años, datos informe PISA 2009 (www.oecdbetterlifeindex.org/topics/education)
Desigualdad e inquietud social Ahora bien, ¿por qué somos tan sensibles a la desigualdad? ¿Por qué nos afecta tanto? Entre los principales factores de riesgo psicosocial en relación con problemas de salud figuran tres factores de marcado tinte social: baja condición social, redes endebles de amistad y baja calidad de la experiencia de la primera infancia. La amistad, el sentido de control sobre la propia vida y una buena primera infancia son elevados factores protectores de salud, mientras que elementos como la animosidad hacia los demás, la ansiedad y las dificultades importantes son dañinos. La clave es la biología del estrés a largo plazo: posee efectos tan generalizados –incluidos los daños a los sistemas inmunológico y cardiovascular– que ha sido comparada a un envejecimiento más rápido. Esto conecta de nuevo con la cuestión de la desigualdad, porque la desigualdad es socialmente causante de divisiones: daña la calidad de las relaciones so-
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SOCIEDADES DISFUNCIONALES: ¿POR QUÉ TIENE IMPORTANCIA L A DESIGUALDAD?
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EMBARAZOS POR CADA 1000 MUJERES DE 15-19 AÑOS: Demographic Yearbook 2009 - 2010 (tabla 10), United Nations Statistics
7
HOMICIDIOS POR 100.000 PERSONAS: Demographic and Social Statistics, United Nations Statistics Division (2009, excepto Italia 2005 y Estados Unidos 2008)
8
CONFIANZA: Porcentaje de personas que muestran un alto nivel de confianza en los otros en 2008, Society at a glance, OCDE 2011
9
BIENESTAR INFANTIL: The Equality Trust, basado en el índice de bienestar en países ricos de la Unicef, 2007
10
PORCENTAJE DE NIÑOS POBRES: Niños (0-17 años) en hogares con unos ingresos equivalentes a menos del 50% de la media, 2009. Medicion de la pobreza infantil, report 10, UNICEF
11
MORTALIDAD INFANTIL: Muertos por 1000 nacimientos vivos, OCDE 2010 (excepto Suecia 2011)
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ENCARCELADOS: Presos por 100.000 habitantes, datos 2010 o 2011, UNODC
13
MOVILIDAD SOCIAL: Se trata de un índice de movilidad social. Mide el tanto por ciento de más que ganan de sueldo los hijos respecto a lo que ganaban sus padres, 2006. Cuanto más próximo a 100 menor movilidad, cuanto más próximo a 0 mayor movilidad. Inequality from generation to generation, Miles Corak, 2012 (excepto Países Bajos, Measuring Intergenerational Income Mobility, Linda Monen, 2011)
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VOTANTES: Porcentaje de votantes en las últimas elecciones celebradas, 2011. Society at a Glance, OCDE 2011
ciales. Entre los países más igualitarios y entre los 50 estados de Estados Unidos, el 60 o el 65 por ciento de la población está de acuerdo con la afirmación de que “se puede confiar en la mayoría de la gente”, afirmación que desciende a un nivel de entre el 15 y el 25 por ciento entre los más desiguales. El grado en que las personas participan en la vida de la comunidad local también confirma los efectos corrosivos de la desigualdad social. Y, para demostrar esta cuestión, los índices de homicidios son habitualmente más elevados en las sociedades más desiguales. Las mayores diferencias de ingresos dan lugar a mayores distancias sociales y subrayan la importancia de la posición social y la rivalidad en materia de estatus.
Relaciones sociales y jerarquía El estatus social, la amistad y la primera infancia son factores presentes en la investigación en salud, ya que influyen de modo importante en diversas clases de preocupaciones e inseguridad, que son quizá las fuentes más comunes de estrés
crónico en las sociedades acomodadas. Las inseguridades y sentimientos de no ser valorados que podemos cargar con nosotros a raíz de una infancia difícil tienen mucho en común con las consecuencias de una baja condición social y pueden amplificarse o compensarse de forma recíproca. La amistad encaja en este cuadro porque los amigos propician una reacción positiva: disfrutan de la compañía de usted, se ríen de sus chistes, buscan su consejo, etcétera; usted, por tanto, se siente valorado. Por el contrario, carecer de amigos, sentirse excluido y observar que las otras personas prefieren no sentarse cerca de usted nos embarga a todos de una sensación de desconfianza respecto de nosotros mismos. Nos preocupamos por ser poco atractivos, aburridos, poco inteligentes, socialmente ineptos, etcétera. En la actualidad existe un amplio cuerpo de pruebas experimentales que muestra que la clase de estrés que posee mayor efecto sobre los niveles de hormonas de estrés de los individuos son las amenazas socioevaluativas; es decir, las amenazas a la autoestima o estatus social, en cualquier situación en la que otros puedan juzgar el propio comportamiento de manera negativa. Parece, pues, que la clase más común y potente de estrés en las sociedades modernas se cifra en nuestra inquietud por cómo nos ven los demás, en nuestra desconfianza respecto de nosotros mismos y en los factores de inseguridad social con los que cargamos. Como seres sociales, observamos y controlamos cómo los demás reaccionan a nuestra persona, hasta el punto de que a veces es como si nosotros mismos nos analizáramos a través de los ojos del otro. La vergüenza y las situaciones delicadas se han calificado de emociones sociales: conforman nuestro comportamiento de modo que nos adaptemos a normas aceptables y nos ahorremos el nudo en el estómago que sentimos cuando hemos hecho el ridículo. Diversos soció logos sugieren que esta es la vía por la cual nos socializamos y aprendemos a ajustarnos a las normas de comportamiento aceptables. La misma sociedad también carga con las consecuencias de diversas formas que pueden afectar a la salud.
Teniendo en cuenta que la jerarquía de las clases sociales es vista como una jerarquía de los más valorados en la parte superior a los menos valorados en la parte inferior, es fácil apreciar cómo las mayores diferencias de estatus incrementan la amenaza evaluativa e incrementan la rivalidad e inseguridad del estatus. Esta perspectiva explica también por qué la violencia En los 25 o 30 aumenta con la mayor países más desigualdad. Los estu- desarrollados dios sobre la violencia no se observa señalan cómo los probleninguna mas de falta de respeto, vergüenza, desprestigio tendencia de y humillación son los que la salud factores desencadenan- o el grado de tes de la violencia. La felicidad sean violencia es más común mejores entre donde hay más desigual- las personas dad, no solo porque la con ingresos desigualdad aumenta la modestos que rivalidad de estatus, sientre las más no también porque las personas privadas de los acomodadas indicadores de estatus (ingresos, empleos, casas, coches, etcétera) son especialmente susceptibles a la manera en que se las considera. Lo que perjudica en el caso de tener bienes de segunda categoría es ser considerado como una persona de segunda clase. La mayor jerarquía social y desigualdad provocan que el valor de la persona en la sociedad se torne más problemático y se suscite una mayor inquietud. Todos queremos ser más valorados y apreciados, pero una sociedad que hace que muchas personas se sientan subestimadas, despreciadas, miradas como inferiores, ridículas y fracasadas, provoca sufrimiento y rencor y echa a perder recursos humanos.
Desigualdad, consumo y medio ambiente Durante miles de años, la mejor manera de mejorar la calidad de la vida humana ha sido elevar el nivel de vida material. Los datos sugieren que, como resultado de los rendimientos decrecientes del crecimiento económico, podemos ser la primera generación que haya llegado al final de ese proceso. Los aumentos
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DISTRIBUCIÓN DE LOS INGRESOS-DESIGUALDAD La desigualdad ha aumentado en general en las últimas décadas, con evoluciones distintas según las circunstancias de cada país, como muestra este análisis de la OCDE a partir del coeficiente Gini. Dicho valor oscila entre 0, en el caso de una imposible 'igualdad perfecta' (es decir, todos los hogares tienen la misma proporción de los ingresos), y 1, en el caso del también imposible 'desigualdad perfecta' (es decir, todos los ingresos se destinan al hogar con mayores ingresos). Los tonos oscuros apuntan desigualdades altas y los claros, bajas. *Coeficiente Gini basado en el ingreso neto familiar disponible, después de impuestos y transferencias, del total de la población.
CHILE
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---
---
0,53
---
0,5
0,49
MÉXICO
---
0,45
---
0,52
0,51
0,47
0,48
TURQUÍA
---
0,43
---
0,49
---
0,43
0,41
0,32
0,34
0,35
0,36
0,36
0,38
0,38
ESTADOS UNIDOS ISRAEL
---
0,33
0,33
0,34
0,35
0,38
0,37
PORTUGAL
0,35
---
0,33
0,36
0,36
0,39
0,35
REINO UNIDO
0,27
0,31
0,35
0,34
0,35
0,33
0,34
ITALIA
---
0,31
0,3
0,35
0,34
0,35
0,34
0,35 - 0,39
AUSTRALIA
---
---
---
0,31
0,32
0,32
0,34
0,30 - 0,34
NUEVA ZELANDA
---
0,27
0,32
0,34
0,34
0,34
0,33
0,25 - 0,29
JAPÓN
---
0,3
---
0,32
0,34
0,32
0,33
CANADÁ
0,3
0,29
0,29
0,29
0,32
0,32
0,32
0,20 - 0,24
ESPAÑA
---
0,37
0,34
0,34
0,34
0,32
0,32
ESTONIA
---
---
---
---
---
0,35
0,32
COREA
---
---
---
---
---
0,31
0,31
GRECIA
0,41
0,34
---
0,34
0,35
0,32
0,31
POLONIA
---
---
---
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0,32
0,35
0,31
SUIZA
---
---
---
---
0,28
0,28
0,3
ISLANDIA
---
---
---
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0,26
0,3
ALEMANIA
---
0,25
0,26
0,27
0,26
0,29
0,3
0,26
0,27
0,29
0,3
0,29
0,28
0,29
0,50 - 0,53 0,40 - 0,49
PAÍSES BAJOS FRANCIA
---
0,3
0,29
0,28
0,29
0,29
0,29
IRLANDA
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0,33
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0,32
0,3
0,31
0,29
LUXEMBURGO
---
0,25
---
0,26
0,26
0,26
0,29
HUNGRÍA
---
---
0,27
0,29
0,29
0,29
0,27
AUSTRIA
---
0,24
---
0,24
0,25
0,27
0,26
SUECIA
0,21
0,2
0,21
0,21
0,24
0,23
0,26
FINLANDIA
0,24
0,21
0
0,22
0,25
0,25
0,26
BÉLGICA
---
0,27
---
0,29
0,29
0,27
0,26
ESLOVAQUIA
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0,26
REP. CHECA
---
---
0,23
0,26
0,26
0,27
0,26
NORUEGA
---
0,22
---
0,24
0,26
0,28
0,25
DINAMARCA
---
0,22
0,23
0,22
0,23
0,23
0,25
ESLOVENIA
---
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0,25
0,24
MEDIADOS SETENTA
MEDIADOS OCHENTA
HACIA 1990
MEDIADOS NOVENTA
HACIA 2000
MEDIADOS 2000
ULTIMOS 2000
COEFICIENTE GINI (DESPUÉS IMPUESTOS Y TRANSFERENCIAS)*
del PIB ya no están relacionados con una mejor salud, felicidad o bienestar. Si queremos mejorar la calidad real de vida más allá de la situación actual, hemos de dirigir nuestra atención al entorno social y la calidad de las relaciones sociales. Las pruebas que hemos comentado muestran que la calidad de las relaciones sociales es básicamente determinada por la magnitud de las desigualdades materiales entre nosotros. En lugar de seguir ha-
ciendo frente a cada problema por separado –gastando más en atención médica, en policía, en trabajadores sociales y en unidades de rehabilitación de toxicomanías–, ahora sabemos que a través de una reducción de la desigualdad material es posible mejorar el bienestar psicosocial y el funcionamiento de las sociedades en su conjunto. Durante las próximas décadas es posible que la política sea dominada por la necesidad de redu-
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cir las emisiones de carbono, proceso en el que una mayor igualdad ha de jugar un papel crucial en este proceso. En primer lugar, el consumismo es quizás el obstáculo más importante al que hace frente la política de reducción de las emisiones de carbono. La buena noticia es que la reducción de la desigualdad aminora la presión del consumo, ya que reduce la rivalidad asociada al estatus. Una mayor igualdad significa que la rivalidad asociada al estatus comienza a debilitarse cuando las sociedades alcanzan una mayor cohesión y se refuerza la vida social y comunitaria. En segundo lugar, la acción eficaz sobre el medio ambiente depende, como nunca con anterioridad, del interés de la gente por el bien común. Hay, sin embar-
go, pruebas evidentes de que las personas que viven en sociedades más igualitarias son de visión social más viva e intensa y se preocupan menos de sí mismas. Los países más iguales dan más ayuda externa, reciclan en mayor medida materiales de desecho, ocupan lugares más altos en el Índice Global de la Paz y las encuestas muestran que los líderes empresariales en los países más igualitarios conceden mayor prioridad a la acción relativa al medio ambiente que sus homólogos en las sociedades menos iguales. Sin embargo, aun cuando la gente acepta que una mayor igualdad rinde beneficios sociales y ambientales, le queda una duda y preocupación en el sentido de pensar que la creatividad y la innovación
–el progreso mismo– dependen de los incentivos financieros individuales y de una mayor desigualdad. No obstante, si se toma el número de patentes concedidas per cápita de la población como medida razonable de la creatividad e innovación de la sociedad, téngase por seguro que los países más igualitarios parecen también prosperar en mayor medida en este caso. Nota Este artículo es un resumen de The Spirit Level: Why More Equal Societies Almost Always Do Better (El nivel: por qué las sociedades más igualitarias casi siempre logran mejores resultados”, de Richard Wilkinson y Kate Pickett. Ambos son también cofundadores de la fundación The Equality Trust.
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Estados Unidos desigualdad, poder e influencia Jared Bernstein INVESTIGADOR DEL CENTRO DE PRIORIDADES POLÍTICAS Y PRESUPUESTARIAS (WASHINGTON, DC).
E
ciento. Durante la recesión, los ingresos bajaron de L MAYOR PROBLEMA ECONÓMICO A que hace frente la clase media modo mucho más rápido (un 9 por ciento en el peestadounidense obedece al he- ríodo 2007-2011) de manera que, en dólares 2011, cho de que desde hace décadas las familias de ingresos medios tuvieron casi 8.000 no ha logrado beneficiarse mu- dólares menos en sus manos en 2011 en comparacho del crecimiento de la eco- ción con la cantidad de que dispusieron una década nomía nacional. Sus niveles de antes, en el año 2000. Las pérdidas de riqueza de los hogares de clase vida, antes vinculados al crecimiento del PIB por la producti- media fueron incluso mayores, propiciadas por la vidad, ahora se estancan o empeoran, incluso caída de los precios de la vivienda. El valor neto cuando la economía se expande y la población ac- mediano (activos, incluidos los valores de la vivienda, menos deudas), inflado por la burbuja inmobitiva es cada vez más productiva. A los observadores europeos que siguen la liaria, cayó casi un 40 por ciento, pasando de política estadounidense puede parecerles sorpren- 126.000 dólares en 2007 a 77.000 dólares en 2010. Por estas razones, muchos analistas de esta dente porque no es lo que suelen leer ustedes en nuestros periódicos de Estados Unidos. Mientras dinámica de ingresos y riqueza se refieren a la década de 2000 como la “dénuestros congresistas cada perdida” al referirse van dando tumbos de A la pregunta de por qué los a la clase media. una crisis fiscal a otra, ingresos medios de las familias Surgen, al menos, los medios de comuniestadounidenses cayeron en dos preguntas apremiancación informan dilites a la vista de estas tengentemente sobre aque- picado en el período 2007-2011, llo por lo que de hecho puede añadirse otra: ¿por qué no dencias. En primer lugar, ¿cómo se producen? y, en pelean los políticos y no responde el sistema político? segundo lugar, ¿por qué sobre aquello por lo que nuestro sistema político carece de respuestas? deberían pelear. Como se ha observado, la causa maquinal de No obstante, los números revelan el verdadero problema. Durante el último ciclo de negocios es- la década perdida es una mayor desigualdad: auntadounidense, entre 2000 y 2007, tanto la economía que el crecimiento tuvo lugar, hizo un alto en el como la productividad se expandieron algo por caso de los hogares de ingresos medios y bajos y, en debajo de un 20 por ciento, pero los ingresos ajus- gran medida, fue a parar a los situados en la parte tados a la inflación de la población en edad laboral superior de la escala de ingresos. En el caso de las –familias de ingresos medios– cayeron un 3 por familias en el punto medio de la escala, que hacían
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frente al estancamiento, el único modo en que tales familias podían salir adelante era el endeudamiento. Lamentablemente, quienes concedían créditos de forma descuidada estaban dispuestos a que tales familias (y las demás) se anudaran ellas mismas la soga al cuello mientras la burbuja de crédito que se iba inflando a lo largo de esos años fue creciendo hasta estallar, tanto en Estados Unidos como en algunas partes de Europa. Pero, ¿qué explica la desigualdad? La prosperidad fue ampliamente compartida en el seno de la economía estadounidense en las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, mientras los ingresos reales básicamente se duplicaron desde mediados de la década de 1940 a mediados de los años 70 en el caso de los hogares de ingresos bajos, medianos y altos. Pero, desde entonces, los ingresos, salarios y la riqueza en general se han ido distanciando entre sí y en la cúspide de nuestra gran recesión, en 2007, la proporción en la renta nacional de los ingresos correspondientes al 1 por ciento de los hogares más ricos se hallaba en un nivel (23 por ciento) que no habíamos visto desde hacía 80 años; de hecho, justo antes de la gran depresión. Los analistas han identificado estos factores como elementos que contribuyen a la gran divergencia citada y, en el caso de la década de 2000, a la década perdida: los avances tecnológicos que favorecen a trabajadores altamente cualificados, la globalización que daña a trabajadores de cualificación media (sobre todo en el sector fabril), los grandes y persistentes desequilibrios comerciales, la pérdida de poder sindical, el descenso del salario
mínimo, los elevados índices de paro, los cambios regresivos en la legislación tributaria (en particular, los que favorecen los ingresos no salariales, como la revalorización bursátil), el crecimiento del sector financiero durante la burbuja; todos ellos están implicados en la orientación del crecimiento hacia la parte superior de la escala, a distancia del punto medio de la misma. La investigación que me parece más convincente se centra, a menudo implícitamente, en el poder de negociación. A diferencia de muchas economías europeas y escandinavas, la mayoría de la población activa estadounidense recibe poco de lo que los economistas de esta especialidad denominan “apoyo institucional”. Negociación colectiva es poco frecuente; solo el 7 por ciento de la mano de obra del sector privado está sindicada y los sindicatos tienen escasas amistades en la política. Aunque algunos miembros del partido demócrata siguen apoyando su papel, el hecho es que los republicanos ponen mayor empeño en librarse de los sindicatos que los demócratas el esfuerzo correspondiente para mantenerlos con vida. De igual modo, la protección laboral y la normativa salarial son relativamente débiles según los criterios vigentes en Europa; los protagonistas de los mercados financieros son mucho más influyentes en la política y la sociedad en general que los de los mercados de trabajo. Además, durante la mayor parte del período de aumento de la desigualdad, el paro ha sido relativamente alto (y, viceversa, durante las décadas de la posguerra de crecimiento más ampliamente compartido). La única excepción a
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ESTADOS UNIDOS: DESIGUALDAD, PODER E INFLUENCIA
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ESTADOS UNIDOS: DESIGUALDAD, PODER E INFLUENCIA
este patrón de mercado laboral débil se dio en la segunda mitad de la década de 1990, cuando Estados Unidos alcanzó el primer mercado laboral de pleno empleo de las últimas décadas. Y, aspecto revelador, en aquellos años los hogares de medianos y bajos ingresos mostraron sus mejores resultados económicos de las últimas décadas. En consecuencia, ¿por qué nuestra clase política no se esfuerza más en contrarrestar estos factores? Buena parte de la respuesta parece seguramente tortuosa, pero para cualquier persona que aspire a obtener una cierta perspectiva sobre la economía política de Estados Unidos es un dato que establece un lazo esencial: la desigualdad engendra desigualdad. Como la mayoría de los observadores de la política estadounidense conceden, tenemos mucho más dinero revoloteando sobre el escenario político que cualquier otra democracia avanzada. Mientras la riqueza se ha concentrado de forma creciente, las personas con ingresos estratosféricos pueden básicamente comprar la política que quieren y bloquear la que no quieren. Los políticos a los que apoyan económicamente favorecerán, por ejemplo, recortes fiscales propios de la economía de oferta (recortes de los impuestos a los ricos con el argumento de que esto ayuda a la clase media) y bloquearán la legislación que apoye la negociación colectiva, la regulación de los mercados financieros o el aumento del salario mínimo. Es cierto que a estos ricos donantes no les ha salido muy bien la jugada en los últimos meses. Sus inversiones en sus candidatos preferidos no han dado resultado, en buena parte debido a que el electorado ya está harto de estas dinámicas de la desigualdad y de la economía de oferta con su goteo de supuestos argumentos. Pero son fortunas sólidamente afianzadas y nuestras normas de financiamiento sobre las campañas son más débiles que nunca. Por tanto, los próximos años serán cruciales. Tenemos un nuevo presidente reelegido que quiere efectiva y realmente ayudar a la clase media, pero no puede hacerlo por sí mismo. Se necesita la ayuda de un Congreso que ha estado durante mucho tiempo “desaparecido en combate” en esta cuestión de la desigualdad. Por lo tanto, una gran y persistente oposición habrá de reclamar la recuperación de la agenda al respecto y promover las políticas capaces de volver a conectar crecimiento y niveles de vida de la clase media. No es probable que nuestros políticos actúen contra los intereses de sus ricos donantes a menos que se les empuje con fuerza desde abajo.
Últimamente el electorado estadounidense, harto de las dinámicas de la desigualdad, ha bloqueado la estrategia de quienes buscan sacar provecho de sus donaciones a los partidos políticos
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LAS CLASES MEDIAS EN LA HISTORIA (siglos XVIII-XXI)
LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
· 1760-1840... La primera revolución industrial tiene sus raíces en el desarrollo de dos inventos: la trascendental máquina de vapor de Thomas Newcomen (1720) y la genial lanzadera volante de John Kay (1733). Son los antecedentes del proceso de industrialización, primero en Inglaterra y posteriormente en los flamantes Estados Unidos de América y en el resto de Europa, que reemplazó tanto la fuerza muscular de hombres y animales como la técnica textil que había utilizado la humanidad a lo largo de milenios. El vapor como fuente de energía autónoma, principio perfeccionado por el inglés James Watt con su cámara de condensación, revolucionó también el transporte: el marítimo con Fulton y el terrestre con la locomotora de Stephenson. Paralelamente, la fabricación textil se perfeccionaba con la hiladora de algodón de Hargreaves (la Spinning Jenny), los telares mecánicos de los ingleses Arkwright, Crompton, Cartwright y del francés Jacquard y la mecanización del campo se aceleraba con las máquinas de los norteamericanos Whitney y McCormick. Entre trascendentales acontecimientos históricos como la revolución Francesa y otros episodios revolucionarios liberales, en esta etapa surgieron también aplicaciones prácticas de la electricidad (Volta, Sturgeon, Faraday), siderurgia y metalurgia (Neilson), construcción (cemento Portland), fotografía (Niepce, Daguerre) y las comunicaciones (Morse) como poderosas fuerzas impulsoras de una modernidad que eclosionaría en la segunda revolución industrial.
Los conceptos clase media y desarrollo económico están estrechamente vinculados: las clases medias no existirían sin desarrollo económico y el desarrollo económico no sería posible –o sería muy diferente– sin aquellas. En este sentido, las dos revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX serían el crisol de los antecedentes remotos de las clases medias modernas, cuya historia se nutre también con las obras, teóricas y prácticas, de innumerables eruditos en todas las ciencias del saber. Son centenares los intelectuales que han teorizado sobre las clases medias, casi tanto como las definiciones que se hacen de ellas. Una exposición cronológica de esta clase social –una magmática sinergia entre economía y sociedad–, que hoy se debate entre la apoteosis del Estado de bienestar del último cuarto del siglo XX y la incertidumbre del segundo decenio del XXI, coincidiría, pues, con la evolución del pensamiento, la tecnología, los episodios históricos y especialmente la economía registrados a lo largo de los últimos 250 años.
Máquina de hilar algodón, la Spinning Jenny (J. Hargreaves)
Lanzadera textil volante (J.Kay) a
1720
Máquina de vapor (T. Newcomen)
• Prototipo de la
1733
Declaración de la independencia de Estados Unidos de América
1764
1776
ANTECEDENTES 1748
DEL VAPOR AL ‘SMARTPHONE’
El espíritu de las leyes (Montesquieu)
1762
1769
Contrato social (Rousseau)
Telar mecánico (R.Arkwright)
1775
1776
J. Watt fabrica en serie la máquina de vapor La riqueza de las naciones (A. Smith)
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LA RUEDA QUE IMPULSÓ EL NUEVO ·ORDEN SOCIAL En 1769 el inglés Richard Arkwright patentó la Water Frame, una hiladora de algodón que instaló en una factoría movida mediante la energía hidráulica. Fue la primera fábrica, embrión del factory system. Gracias a una máquina de menos de un metro de altura que producía un hilo mucho más fuerte que el que se obtenía con la vieja rueca, la gente dejó de trabajar en casa o en pequeños talleres familiares. Arkwright, que se convirtió en uno de los hombres más ricos de Inglaterra, representa a una nueva clase –la burguesía industrial– que desplazaría a la aristocracia terrateniente y que sentaría las bases del desarrollo del liberalismo económico. De la fábrica deriva también el principio de la producción en serie que se desarrollaría inicialmente en Estados Unidos de la mano de Eli Whitney, que fundó el primer ingenio de estas características a principios de 1800 y que Henry Ford culminaría a finales de siglo con el modelo T. La producción fabril, que se extendería rápidamente en Estados Unidos y en Europa, revolucionaría el principio del trabajo propiciando la aparición del pro- letariado urbano. El modelo de desarrollo económico sentaría el perfil de la clase obrera que, con el tiempo, daría paso a las clases medias, con sus múltiples definiciones y distintas características.
locomotora del ingeniero inglés George Stephenson (años 20 del siglo XIX). Primera exposición internacional (París) Revolución Francesa Telar mecánico modernizado (E. Cartwright)
Desmotadora de algodón (E. Whitney)
1785
1793
1789
Máquina Ciclo de revueltas calculadora liberales (Ch. Bagage) en Europa
La pila eléctrica (A. Volta)
Telar con Barco vapor tarjetas modernizado perforadas (J. Fulton) (J.-M. Jacquard) Congreso de Viena 1801 1797
1800
1807
1814
1814 1816
Una nueva visión de la sociedad (R. Owen)
Alto horno (J. Neilson) Fotografía (J.-N. Niepce-L. Daguerre) Cosechadora mecánica (C. McCormick)
Ferrocaril de pasajeros (G. Stephenson) 1820
1823 1825
La industria (Saint-Simon)
Mercado único en los estados alemanes
1828 1830
De la democracia en América (Tocqueville)
1834
El Capital, 1835 1837 primer libro 1844 (K. Marx)
Telégrafo eléctrico (S. Morse)
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LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
· ...1840-1914 El último tercio del siglo XVII y todo el XIX fue el de los inventos y de las formulaciones teóricas más trascendentales de la historia de la humanidad y del desarrollo de dos nuevas fuentes energéticas, la elec-tricidad y el motor de explosión, que revo-lucionaron los procesos de producción, los transportes y las comunicaciones. En 1870 Europa ya contaba con 100.000 kilómetros de líneas férreas y Estados Unidos con 70.000. Fue la era de la producción de acero en serie a bajo coste, de la construcción de buques con casco de hierro y de grandes estructuras de hierro, de la utilización de la dinamita, de la eclosión del teléfono, del motor de explosión (y con él el auge del petróleo), la bombilla, la radio y la radiotelegrafía, el teléfono, la radiactividad y de la aviación. Y mientras la industrialización avanzaba aceleradamente de la mano de la maquinaria moderna y se afianzaba el liberalismo económico y el eurocentrismo, la agitación social se hacía presente a través de frustradas oleadas revolucionarias (1848, 1868 y 1871). Francia, Alemania y Bélgica –y en menor medida Japón y Rusia– compartían ya la supremacía industrial, financiera y comercial de Inglaterra, y Estados Unidos sentaba las bases de futura superpotencia. La Primavera de los Pueblos. Episodios revolucionarias en Europa Exposición Universal en Londres 1848
Edwin Drake perfora el primer pozo de petróleo del mundo en Pensilvania
• Edison, durante las pruebas del fonógrafo, en su casa de West Orante (Nueva Jersey). Construcción de buques con casco de hierro
I Internacional (Londres) Revolución en España (la Gloriosa)
Guerra civil en Estados Unidos
El convertidor de acero (H. Bessemer)
1851
• Cadena de montaje del modelo T de Ford en Highland Park (Michigan) en el año 1913.
1855
1859 1860 1861
1864
1866
1868 1869
1876 1871
1862 1863 El utilitarismo (J. S. Mill)
Los miserables (V. Hugo)
Motor de gasolina (N. Otto)
La dinamita (Nobel)
1858
Motor de combustión interna (E. Leloir)
Apertura del canal de Suez
1873
La Comuna de París
Teléfono 1876 (G. Bell)
Teoría de las ondas electromagnéticas (J. C. Maxwell)
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· DE LA ALDEA AL ‘MALL’ El sistema de fábricas y la producción en serie (el american system) durante la edad del vapor trajeron aparejados, entre otros fenómenos, radicales cambios en el urbanismo y la movilidad. La fábrica atrae una ingente mano de obra campesina y menestral que se instala en suburbios, demasiado a menudo insalubres y degradados, o en colonias fabriles, en especial textiles. Al mismo tiempo, la locomotora y los buques de vapor primero y el automóvil, la aviación y el vehículo eléctrico después, redujeron extraordinamente las distancias. El proletariado se organiza particularmente en núcleos urbanos próximos a las grandes fábricas, un sistema que empezaría a desmontarse a partir del último tercio del siglo XX con la aparición de las ciudades en horizontal, uno de los escenarios característicos de las clases medias. Si bien el icono urbano del proletariado de mediados del siglo XIX es Manchester o Birmingham, el de las clases medias del XXI podría ser cualquiera de las grandes superficies y centros comerciales, los mall, que proliferan por todo el mundo. • Ruinas de la antigua colonia textil Sedó en Esparreguera. Foto: ROSER VILALLONGA.
• Zona de las pistas de esquí en el ‘mall’ de Dubai, el más grande del mundo. Foto: MARTA LOSILLA.
La dinamo, primer generador eléctrico (Z. T. Gramme)
Cámara fotográfica (G. Eastman) La bombilla (T. A. Edison) Seguro de enfermedad en Alemania
1878 1879
1883
Máquina tabuladora, tarjeta perforada (H. Hollerith)
Revolución en China (Sun Yat-Sen)
Comienza a fabricarse el Ford T
El avión (W. y O. Wright)
Radiactividad (H. Becquerel)
Construcción de la torre Eiffel 1888 1889
1894
1896
1903
1908
1885
1888
El automóvil
(G. Daimler y K. Benz)
Ondas hertzianas (H. Hertz)
1891
Rerum Novarum (León XIII)
1895
Telégrafo inalámbrico
(G. Marconi).
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DE LA EUFORIA A LA FRUSTRACIÓN
· Siglos XX y XXI La promoción de las incipientes clases medias en Europa se vio limitada por la escasez de recursos naturales y la parálisis industrial que castigaron a Europa tras la Gran Guerra. Y mientras el comunismo se afianzaba en Rusia, las torpezas del sistema capitalista en Estados Unidos culminaban en el crash bursátil de 1929, inicio de la Gran Depresión. Quince años más tarde, la debelación del nazismo ahondó el pulso entre dos modelos antagónicos entre la propiedad común de los bienes y del capital como creador de riqueza. La economía de paz sustituyó a la economía de guerra, se recuperaron la demografía y la producción, Europa avanzó en su unificación y, a la sombra de la guerra fría, las clases medias alcanzaron altos niveles de bienestar. A partir de los años 70, con la desaparición de la amenaza soviética y ya con Estados Unidos como única superpotencia, las clases medias de los países desarrollados alcanzaron sus mejores niveles. Y ahora, mientras el Estado de bienestar se encuentra seriamente amenazado en Occidente, una nueva clase media, aún por definir, se hace visible en Rusia, China y en otras economías emergentes.
Revolución bolchevique en Rusia
PRIMERA GUERRA MUNDIAL
• El Seat 600, uno de los iconos del desarrollo en la España de los años 60.
Frecuencia modulada (E. Armstrong)
Nace la IBM 1924
Hundimiento del Titanic
1912 1914
1905 1902
1911
Principios de dirección científica (Menagement) (F. W. Taylor)
¿Qué hacer? (V. I. Ulianov, Lenin)
Teoría especial de la relatividad (A. Einstein)
1917
1918
La decadencia de Occidente (O. Splengler)
1923
1921
Tiempos modernos (Ch. Chaplin)
Jueves negro en la Bolsa de Nueva York
La televisión (V. K. Zvorykin, John L. Baird)
1929
Economía y sociedad (M. Weber)
1933
1931
The Relation of Home Investment to Unemployment (R. F. Kahn)
1936
1936
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
1949
Telefonía móvil
El transistor Inicio de la era del poder nuclear
1939
1946 1948
1942
1938 L’espoir (A. Malraux)
Fundación de la CECA en París
1945
Un mundo feliz (A. Huxley)
1951
1951
La edad de la razón (J.-P. Sartre) 1944
1932
Proclamación de la República Popular China
Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (J. M. Keynes)
Camino de servidumbre (F. Hayek)
El hombre rebelde (A. Camus) 1950
La crisis social de nuestro tiempo (W. Ropke)
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PENSAMIENTO, ERA DIGITAL Y ALDEA GLOBAL
· DE MONTESQUIEU A LA TABLETA Al amparo de la revolución Francesa de 1789, la burguesía, que se abría paso entre la aristocracia y las clases menestrales, aparece como embrión de las futuras clases medias acomodadas. En este período, el de las Luces y del liberalismo como nueva forma de gobierno, los razonamientos filosóficos coincidieron con inventos que revolucionaron la industrialización y la mecanización del campo, mientras que en el siglo XIX, las aportaciones intelectuales coexistieron con las de inventores que revolucionaron el mundo de la energía, los transportes, las comunicaciones y la metalurgia. En el siglo XX estas coincidencias se establecieron especialmente entre pensadores y teóricos de la economía y empíricos que hicieron posible realidades como la energía atómica o las aplicaciones e innovaciones de los sistemas de tabulación, comunicaciones inalámbricas, cálculo y programación de los siglos XVIII y XIX que culminan en el XXI con la eclosión multimedia. Unos y otros, teóricos y pragmáticos, alumbraron la última de las grandes revoluciones de un mundo global en el pensamiento, las comunicaciones, los hábitos, el trabajo, la economía, la política y la gobernanza en los que se identifican hoy las clases medias.
Circuito integrado (J. Kilby)
El discreto encanto de la burguesía (L. Buñuel)
• Familia tipo de clase media estadounidense, una imagen globalizada.
Ordenador personal (PC)
Segunda caída histórica en Wall Street Cae el muro de Berlín
Correo electrónico (R. Tomlinson)
Colapso de la URSS
Nodo de internet (Arpanet) 1959
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1977
1987 1989 1991
1973 1960 1962
1998
2001 2003
2008
1996
Teléfono celular portátil
2002
2012
¡Acabad ya con esta crisis! (P. Krugman)
Una sociedad mejor (J. K. Galbraith)
Crisis del petróleo
Reformas económicas en China
El malestar en la globalización (J. Stiglitz)
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2012
1981
La dolce vita (M. Antonioni) Capitalismo y libertad (M. Friedman)
China, segunda potencia económica mundial Wireles Fidelity Movimientos (Wi-Fi) de “indignados” Sistema Tableta PC operativo Windows Caída de 2011 Nace Lehman el euro Brothers
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Una fascinante eclosión en el Reino del Centro Cheng Li DIRECTOR DE INVESTIGACIÓN Y CATEDRÁTICO DEL JOHN L. THORNTON CHINA CENTER EN EL PROGRAMA DE POLÍTICA EXTERIOR DE THE BROOKINGS INSTITUTION. DIRECTOR DEL COMITÉ NACIONAL DE RELACIONES ESTADOS UNIDOS-CHINA.
E
biental. La importancia de la clase media emergenNTRE LAS MUCHAS FUERZAS QUE configuran el curso de la evolu- te de China, por supuesto, llega mucho más allá del ción de China, podría decirse ámbito de la economía. La cuestión principal es: que ninguna será más impor- ¿qué impactos, actuales y futuros, podría ejercer la tante a largo plazo que la rápi- emergente clase media china sobre la estructura da aparición y el crecimiento social y sobre el sistema político del país y qué imexplosivo de la clase media pacto ejercerá sobre el auge de China en el escenachina. La transición económica rio mundial? de China en marcha, de un país relativamente pobre y en vías de desarrollo a El significado sociopolítico un país de clase media, ha sido uno de los episo- de una clase media china dios humanos más fascinantes de nuestro tiempo. Los primeros estudios sobre la clase media Nunca en la historia tantas personas han hecho emergente de China tienden a subrayar los factores tantos progresos económicos en una o dos genera- del respeto del statu quo y la aversión al riesgo que ciones. Hace solo 20 años era prácticamente inexis- caracterizan a estos primeros beneficiarios de la tente una clara clase media en la República reforma económica. Sin embargo, estudios más Popular de China (RPCh), pero hoy en día un gran recientes (entre ellos buen número de expertos de número de ciudadanos, especialmente en las ciu- la RPCh) indican que esto puede tratarse, simpledades costeras, poseen mente, de una fase tranpropiedad privada y auto- La fulgurante transformación sitoria en el desarrollo móviles particulares, tie- de la sociedad en China registrada de la clase media. En nen activos financieros cualquier caso, parece en los últimos 20 años tendrá de forma creciente, puedarse un gran resentiden disfrutar de vacacio- repercusiones de gran alcance miento entre la clase nes en el extranjero y en- en la economía, el consumo media hacia la corrupvían a sus hijos a estudiar ción oficial y el monoenergético y el medio ambiente fuera del país. polio del Estado sobre Esta transformación tendrá probablemente los principales sectores industriales. Otra fuente implicaciones de gran alcance sobre todos los as- potencial de efervescencia políticosocial radica en pectos de la vida china, especialmente sobre las el número creciente de titulados universitarios, perspectivas económicas del país a largo plazo, el muchos de ellos pertenecientes a familias de clase consumo de energía y el nivel de calidad medioam- media, que no pueden encontrar trabajo.
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Un deterioro económico, encabezado por la caída del mercado de bienes inmuebles o el mercado de valores –dos instituciones que han contribuido enormemente a la rápida expansión de la clase media china– no hará más que incrementar el sentimiento de agravio de la clase media. Además, la clase media es primordial para la nueva estrategia de desarrollo de China, que intenta reorientar la economía de una situación demasiado dependiente de las exportaciones a otra impulsada por la demanda interna. El creciente papel económico de la clase media, a su vez, puede aumentar su influencia política.
La clase media emergente de China es, por supuesto, un complejo mosaico de grupos e individuos. Los subgrupos de la clase media difieren enormemente entre sí. En cuanto a la composición ocupacional y sociológica de esta clase social, sus miembros se dividen en tres grupos principales: • Un grupo económico (empresarios del sector privado, pequeños empresarios urbanos, empresarios agrícolas y campesinos acomodados, empleados de empresas conjuntas nacionales y extranjeras y especuladores en bolsa e inmobiliarios). • Un grupo político (funcionarios públicos,
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UNA FASCINANTE ECLOSIÓN EN EL REINO DEL CENTRO
administrativos, directivos del sector público y abogados). • Un grupo cultural y educativo (profesores de educación superior y secundaria, personajes de los medios de comunicación, intelectuales de proyección pública y expertos de laboratorios de ideas). Los cálculos del tamaño y composición exacta de clase media china actual varían ampliamente, pero el criterio general es que existe y se está expandiendo a un ritmo rápido. Entre los analistas occidentales, las opiniones tienden a recorrer un amplio abanico; el extremo optimista se caracteriza por una ilusión general centrada en el mercado emergente de consumo en China, y pesimista por el dogma ideológico o por una especie lúgubre de miopía. Resultan emblemáticos del primer caso análisis como el ofrecido por un informe de 2006 a cargo del Instituto Global McKinsey, una unidad de investigación de McKinsey & Company, que pronosticó la existencia de cien millones de hogares de clase media en China hacia 2009 (45 por ciento de población urbana) y 520-612 millones en 2025 (más del 76 por ciento de población urbana). En los últimos años otras empresas y bancos, como Merrill Lynch, HSBC, Master Card y el equipo de investigación del Deutsche Bank han emitido pronósticos igualmente optimistas, aunque en general más moderados. En su libro de 2010, basado en una encuesta nacional a gran escala, el ex director del Instituto de Sociología de la Academia China de Ciencias Sociales (CASS, siglas de la academia en inglés), Lu Xueyi observa que en 2009 la clase media constituía el 23 por ciento de la población total de China, frente al 15 por ciento en 20011. El estudio de Lu también concluye que, en las principales ciudades de la costa como Beijing y Shanghai, la clase media constituía el 40 por ciento de la población en 2009. En entrevistas en los medios de comunicación chinos tras la publicación de su libro, Lu pronosticó que la clase media china crecerá aproximadamente en el 1 por ciento anual durante la próxima década, lo que significa que unos 7,7 millones de personas, de una población activa de 770 millones, engrosarán anual-
mente las filas de la clase media2. Lu también sostuvo que dentro de 20 años la clase media china constituirá el 40 por ciento de la población de China –a la par con los países occidentales– de modo que China se convertirá en un auténtico país de clase media3. Hay una tendencia, en ocasiones, a suponer que la relación entre la clase media de China y su Estado autoritario es una relación de cooptación simple y unidimensional, pero esto es simplificar en exceso. Indudablemente, ciertos miembros de la clase media mantienen una relación clientelar con patrones políticos, pero muchos más han alcanzado su posición gracias a su propio esfuerzo. De hecho, este tipo de población con aspiraciones económicas es un arma de doble filo para las autoridades chinas, muy conscientes de que la clase media ha impulsado la democratización de otros países en desarrollo (Corea del Sur, Indonesia y Brasil, entre otros). Merece destacarse también que el surgimiento de la clase media en China es simultáneo al resurgimiento del imperio del Centro en la escena global. Hasta cierto punto, la clase media china ya ha comenzado a cambiar la forma en que el país se relaciona con la comunidad internacional, tanto por desempeñar un papel activo en este mundo cada vez más interdependiente como por mantenerse al día de las corrientes culturales transnacionales.
Dos escenarios rivales Al tiempo que crece la influencia internacional de China, han tomado forma dos visiones enfrentadas sobre la forma en que la república popular podría entender su papel en el mundo. Reflejan visiones fundamentalmente diferentes del futuro chino y ninguna de ellas puede separarse de la trayectoria de su clase media emergente. Según la primera –un escenario de pesadilla–, una superpotencia, China, estimulada por décadas de crecimiento económico de dos dígitos y modernización militar, ha alumbrado una clase media de tamaño y alcance sin precedentes, cuyos puntos de vista fuertemente mercantilistas gobiernan casi todos los
asuntos de Estado. La demanda agregada de cientos de millones de consumidores de clase media, junto con la creciente escasez global de recursos cada vez más seria y la consternación internacional ante el creciente impacto de las emisiones de carbono de China ha llevado a los demagogos nacionalistas a diseminar semillas tóxicas de nacionalismo entre la población en general. En este escenario, una China en auge y arrogante, todavía dolida por el “siglo de humillación” sufrido a manos de los imperialistas occidentales durante el siglo anterior, hace caso omiso de las normas internacionales, trastoca las instituciones globales e incluso coquetea con el expansionismo belicista. Según el segundo punto de vista, la floreciente clase media de China cada vez abraza de modo creciente valores cosmopolitas tras haber forjado estrechos vínculos económicos y culturales con los países occidentales, especialmente Estados Unidos. En este escenario, el estilo de vida de la clase media de China refleja fielmente el de Occidente y una proporción cada vez mayor de las elites políticas y culturales ha recibido algún tipo de educación occidental. La clase media ha conseguido una comprensión muy elaborada del mundo exterior; reconoce la virtud de la cooperación y reivindica que China actúe como un actor responsable en la escena mundial. La expectativa subyacente a este escenario es que si el país sigue evolucionando pacíficamente en dirección de una apertura e integración, puede experimentar en último término un avance democrático. Si así fuera, la teoría de larga tradición de una paz democrática sería puesta a prueba en un mundo de grandes potencias que avanzan aún hacia una mayor integración4. La importancia de la clase media emergente en China, por tanto, no se cifra únicamente en el ámbito económico o en sus posibilidades de influir en la política interna, sino también en su capacidad de influir en el comportamiento internacional. Una comprensión mejor informada y más amplia de la clase media china, de su composición básica a sus valores y visiones del mundo –desde sus características singulares a sus roles políticos en evolu-
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ción– ayudará a ampliar las opciones políticas que se le ofrecen al mundo exterior a la hora de tratar con esta potencia emergente mundial. En un sentido más amplio, es de importancia crucial evaluar si la clase media emergente de China se convertirá o no en un catalizador de la democratización política y conducirá a una presencia de signo constructivo en un entorno global que cambia rápidamente.
Características distintivas de la clase media de China La clase media china muestra ciertas características extraordinarias, quizás incluso únicas. Una de las más notables es que su rápido crecimiento ha tenido lugar junto a un asombroso aumento de las disparidades económicas. Como señala la profesora Ann Anagnost, de la Universidad de Washington, la “expansión de la clase media y su compleja relación con la creciente desigualdad social representa un delicado equilibrio entre el dinamismo del mercado y la inestabilidad social”5. El Banco Mundial informa de que el coeficiente Gini (una medida de la disparidad de ingresos) de China aumentó de 0,28 a principios de los años 80 a 0,44 en 2001 y es ahora 0,47 (datos que el gobierno chino no ha rebatido)6. Recientemente los medios de comunicación chinos han informado de que la distancia de ingresos entre el 10 por ciento superior y el 10 por ciento inferior de los asalariados había aumentado de un múltiplo de 7,3 en 1988 a un múltiplo de 23 en 20077. También se ha observado ampliamente que el ascenso de la clase media es sobre todo un fenómeno urbano. De hecho, la clase media se concentra desproporcionadamente en las principales ciudades de las regiones costeras, tales como Beijing, Shanghai, Shenzhen, el delta inferior del río Yangsé y el delta del río Perla. La distancia económica entre las zonas urbanas y rurales se ha ahondado cada vez más a lo largo de las últimas tres décadas. Las disparidades económicas son ahora tan grandes que algunos analistas se preguntan si la clase media llega a ser o no un marco conceptual útil con el que estudiar la China actual. Por ejemplo, Xu Zhiyuan, un intelectual muy conocido de Beijing que escribe para influyentes publicaciones on line, por ejemplo “Financial Times”, se refiere sin rodeos a la noción de una clase media china como un seudoconcepto (wei gainian). En un libro reciente, argumenta, “en China, durante los últimos diez años, ningún otro término popular ha sido más engañoso que «clase media»”.8 A su juicio, un enfoque analítico que pone demasiado énfasis en la llamada clase media reduce la perspectiva y corre el riesgo de ofuscar
cuestiones y tensiones más importantes en la política y la sociedad chinas. Muchos sociólogos chinos no niegan la gravedad de las desigualdades económicas y tensiones sociales en la sociedad, pero siguen creyendo que el concepto de clase media es útil. Estos problemas, en realidad, refuerzan un razonamiento básico en el sentido de que la estructura social del país ha ido a la zaga del crecimiento económico en los últimos 15 años. Sin embargo, un número significativo de analistas abrigan reservas sobre hasta qué punto el concepto de la clase media es o puede ser unitario. Varios grupos –como el partido comunista y funcionarios del gobierno, los empresarios, los profesionales y las elites culturales– constituyen una parte importante de la clase media emergente. También se ha señalado que el término chino para clase media hace hincapié en un sentido de propiedad (chan) o de derechos de propiedad (chanquan), una connotación de que carece el término inglés. Algunos eruditos especulan que esta noción compartida de derechos de propiedad o de propiedad puede servir de poderoso aglutinante para unificar estos por lo demás diferentes grupos socioeconómicos chinos. Mientras que los miembros de la clase media pueden diferir entre sí en la ocupación, la socialización o posición política, parecen compartir ciertas perspectivas y valores. Uno de estos valores es la inviolabilidad de la propiedad privada de los ciudadanos, que no fue enmendada hasta fecha reciente en la Constitución. Esta nueva noción puede llegar a ser un principio importante de la conciencia de grupo y el sentido de la protección de los derechos de la clase media.
Los roles políticos de la clase media: el concepto occidental y la perspectiva china Cabría señalar que el debate más importante sobre la clase media china radica en las posibles consecuencias de su evolución sobre el sistema político de la RPCh. Una antigua máxima occidental postula que existe una correlación dinámica, o incluso una relación causal, entre la expansión de la clase media y la democratización política. Los estudios pioneros de Barrington Moore Jr., Seymour Martin Lipset y Samuel P. Huntington, entre muchos otros, subrayan todos ellos, desde diversos ángulos de análisis, el papel esencial de la clase media en una democracia. Para Moore, la existencia de una clase media sólida –o en sus palabras, el “impulso burgués” –crea una nueva y más autónoma estructura social
1. Lu Xueyi, Dangdai Zhongguo shehui jiegou (Estructura social de la China contemporánea). Shehui kexuewenxian Chubanshe (Beijing), 2010, pp. 402-06. 2. Zhongguo qingnian bao, 112-2010. 3. Zhongguo xinwen zhoukan. “China Newsweek”, 22-12010. 4. La teoría de la paz democrática afirma que las democracias raramente van a la guerra entre sí. Sobre esta teoría, consultar Michael W. Doyle, Kant, Liberal Legacies, and Foreign Affaire. “Philosophy and Public Affaire” 12, n.º 3 (1983), 205-35; y 12, n.º 4 (1983): 323-53. 5. Para mayor debate sobre estas dos realidades simultáneas pero aparentemente paradójicas, consultar Ann Anagnost, “From ‘Class’ to ‘Social Strata”. Grasping the Social Totality in Reform-Era China. “Third World Quarterly” 29, n.º 3 (2008), 497519. 6. World Bank, World Development Indicators (varios años). Consultar también Anagnost, “From ‘Class’ to ‘Social Strata”, p. 498. 7. Xinhua Agency, Zhongguo pinfu chaju zhengzai bijin shehui rongren hongxian” (La distancia de ingresos en China se aproxima a la línea roja de la tolerancia de la sociedad). Jingji Cankao, “Economic reference news”, 10-5-2010. 8. Xu Zhiyuan, Xinglai, 110 nian de Zhongguo biange (Awakening: China’s 110-year refor). “Hubei renmin chubanshe” (Hubei), 2009, pp. 194-95.
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9. Barrington Moore Jr., The Social Origins of Dictatorship and Democracy: Lord and Peasant in the Making of the Modern World. Beacon Press (Boston), 1966, pp. 418, 430. 10. Seymour Martin Lipset, Some Social Requisites of Democracy: Economic Development and Political Legitimacy. “American Political Science Review” 53, n.º 1 (1959), 69-105; y Seymour Martin Lipset, Political Man: The Social Bases of Politics. Anchor Books (Garden City, NJ), 1963. 11. Samuel P. Huntington, Political Order of Changing Societies. Yale University Press, 1969. 12. Jie Chen and Bruce J. Dickson, Allies of the State: China’s Private Entrepreneurs and Democratic Change. Harvard University Press, 2010. 13. An Chen, Capitalist Development, Entrepreneurial Class, and Democratization in China. “Political Science Quarterly” 117, n.º 3 (2002), 401-22. 14. Margaret M. Pearson, China’s New Business Elite: The Political Consequences of Economic Reform. University of California Press, 1997; y Elizabeth J. Perry, A New Rights Consciousness? “Journal of Democracy” 20, n.º 3 (2009), 17-20.
en la cual las nuevas elites no han de depender del poder coercitivo del Estado para prosperar, como había sido el caso bajo una aristocracia9. Lipset considera que una clase media formada profesionalmente, políticamente moderada y económicamente segura de sí misma es una condición importante para una definitiva transición a la democracia10. En su opinión, los medios de comunicación de masas, alentados por la industrialización y la urbanización, ofrecen un espacio más amplio para que las elites culturales difundan las opiniones y valores de la clase media, creando así una corriente moderada en el seno de la opinión pública de un país determinado. Al propio tiempo, la socialización política y los intereses profesionales de la clase media contribuyen asimismo al crecimiento de la sociedad civil y el sistema legal, componentes fundamentales de la democracia. Huntington, sin embargo, critica la teoría de que una economía de mercado o sucesivos estadios evolutivos capitalistas, por sí solos, conduzcan de forma natural a la democracia política11. En su opinión, la transición de un país hacia la democracia suele depender de factores históricos y coyunturales, tanto nacionales como internacionales. Huntington cree que una clase media tiende a ser revolucionaria en los primeros pasos de su evolución, pero crece de forma cada vez más conservadora a lo largo del tiempo. La nueva clase media emergente en una sociedad dada tiende a ser idealista, ambiciosa, rebelde y nacionalista en sus años de formación. Sus miembros se vuelven paulatinamente más conservadores, sin embargo, a medida que comienzan a exponer sus demandas a través de medios institucionalizados en lugar de hacerlo mediante protestas callejeras y se involucran en la maquinaria del sistema político a fin de proteger y promover sus intereses. Tanto Lipset como Huntington reconocen la importancia de la clase media en la estabilidad democrática, factor que atribuyen al conflicto de clase moderado e institucionalizado en lugar de a los conflictos más radicales y potencialmente violentos. Los estudios occidentales sobre la relación entre el desarrollo económico y la democracia política y el papel político desempeñado a menudo por la clase media ofrecen un marco teórico y analítico para estudiar la reforma económica y el desarrollo sociopolítico en China. La mayoría de los estudios chinos, sin embargo, apuntan en otra dirección: la clase media china ha sido en gran medida un aliado político del régimen autoritario en lugar de un catalizador del cambio democrático. En su nuevo libro sobre los empresarios chinos, un
subgrupo importante de la clase media, Jie Chen y Bruce Dickson, argumentan que, debido en parte a sus estrechos vínculos políticos y económicos con el Estado y en parte a su preocupación por la estabilidad social, estas nuevas elites económicas no apoyan un sistema caracterizado por la competencia multipartidista y la libertad política, incluyendo el derecho de los ciudadanos a manifestarse12. En la misma dirección, An Chen, nacido en la RPCh y profesor de ciencia política (formado en Estados Unidos) de la Universidad Nacional de Singapur, ofrece una completa respuesta en cuatro partes la pregunta: ¿Por qué a la clase media china no le gusta la democracia?13 En primer lugar, un número significativo de miembros de la clase media son parte de la clase política; como Chen describe: “Muchos han establecido una colaboración personal con los principales funcionarios locales.” En segundo lugar, los miembros de la clase media china tienden a poseer lo que Chen llama “un complejo elitista que representa un obstáculo psicológico a la aceptación de la igualdad política basada en el principio de una persona, un voto”. Tercero, las crecientes disparidades económicas y tensiones sociales han llevado a menudo a la nueva clase media a formar alianzas con los ricos y poderosos en la “causa común de oponerse a la democratización y evitar la caída del régimen”. Y, en cuarto lugar, los miembros de la clase media tienden a “asociar la democracia con el caos político, el fracaso económico, la mafia y otros males sociales”. Otros estudios empíricos indican que ciertas correlaciones ampliamente percibidas entre la clase media y la democratización política en los países occidentales no existen, simplemente, en China. La clase media de este país carece de incentivos políticos para promover la sociedad civil y se muestra renuente a luchar por la libertad de los medios de comunicación. Algunos líderes de opinión de la clase media, de hecho, actúan como portavoces del Estado. De acuerdo con esta perspectiva, la clase media todavía no ha desarrollado una identidad, un sentido de conciencia de los derechos y un sistema de valores claro y nítido como el que caracteriza a sus homólogos de otros países14. Casi todos estos estudios, sin embargo, reconocen el carácter no concluyente de sus argumentos y suposiciones sobre el papel conservador y pro régimen de la clase media china. La experiencia de muchos países de Asia oriental y de Sudamérica sugiere que la clase media puede cambiar su postura política de signo antidemocrático por otra favorable a la democracia con bastante rapidez. Otro avance importante en los estudios re-
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cientes sobre el tema es que algunos estudiosos han cuestionado el tratamiento convencional, dicotómico de la estabilidad política y la democracia. La preferencia actual de la clase media por la estabilidad sociopolítica no significa necesariamente que se oponga a la democracia en el futuro. En China, si la democracia conduce a la inestabilidad social, al caos político o incluso al desmoronamiento del país, eso representa que puede desaparecer el incentivo para que el pueblo chino, incluyendo la clase media emergente, luche por ella. En un sentido esencial, la estabilidad sociopolítica y la democracia deberían considerarse como fenómenos complementarios, no contradictorios. Un sistema democrático aumenta la estabilidad sociopolítica en un país determinado, ya que está basado en el imperio de la ley y las libertades civiles, y que prevé la transferencia pacífica e institucionalizada de poder a través de elecciones. El politólogo Zheng Yongnian, por ejemplo, observó recientemente que en las democracias pluralistas occidentales, aunque el partido en el poder pueda cambiar con frecuencia, hay un grado muy alto de continuidad en términos de instituciones políticas y políticas públicas. Independientemente de que el titular en el poder se incline a la derecha o a la izquierda, le corresponde al gobierno no poner en peligro los intereses de la clase media, que “desempeña un papel fundamental en la estabilidad sociopolítica del país”15. La estabilidad social es un componente esencial de la democracia política y de la transferencia pacífica del poder de un partido a otro. El logro de esta estabilidad se debe, en gran parte, al papel decisivo y prodemocrático de la clase media. La inclinación actual de la clase media china a la estabilidad social y el cambio político gradual, por tanto, no debería calificarse como postura a favor del Partido Comunista de China, antidemocrático o incluso conservador. Como razona la profesora Mary E. Gallagher, de la Universidad de Michigan: “Un cambio político tardío en China puede ofrecer ciertas ventajas. La integración en la economía global, el uso creciente de las instituciones jurídicas para mediar en los conflictos y la influencia de una reducida pero creciente clase media pueden de forma conjunta construir gradualmente una base social más estable para la democratización.”16 Siguiendo la misma línea de razonamiento, algunos especialistas sobre la RPCh han invertido últimamente un gran esfuerzo en desarrollar ideas que, conceptual y procedimentalmente, asienten y consoliden la democracia en China. La rápida expansión de la clase media china
y su relación cambiante con el gobierno se han convertido en un polo de atención del trabajo de investigación sobre la política y la sociedad chinas. Tanto el despliegue del dinamismo chino para llegar a ser un país de clase media como los diferentes puntos de vista de las valoraciones académicas de sus implicaciones enriquecerán indudablemente el acervo de los estudios sobre este importante tema global.
El ascenso de la clase media china en el contexto global Durante el último siglo aproximadamente, muchos países, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido, España y Japón experimentaron un ascenso de la clase media que transformó profundamente sus economías, culturas y políticas respectivas. Desde el inicio de la era reformista, China también ha experimentado cambios drásticos en la estratificación social y la movilidad social, una característica clave de lo que constituye el surgimiento de una clase media. Es esencial comprender este segmento creciente de la población china, ya que probablemente anunciará incluso cambios de gran alcance en los próximos años. Durante la última década, un vigoroso discurso intelectual centrado en la existencia y las características de la clase media china ha tomado forma en el seno de la comunidad académica y política. La fiebre intelectual que representa ha sido estimulada, en parte, tanto por la admiración por el estilo de vida de la clase media en los países desarrollados como por la consideración de las máximas y metodologías de las ciencias sociales occidentales. Como consecuencia, los especialistas chinos han enriquecido, tanto conceptual como empíricamente, el conjunto de estudios académicos mundiales sobre la clase media. Al hacer eso, no han limitado el alcance de sus investigaciones intelectuales a la definición, el tamaño y las características de esta fuerza socioeconómica emergente, sino que también han dedicado notable atención al modo en que la clase media se relaciona con la clase dominante y con otros agentes socioeconómicos en China. En el caso de los observadores extranjeros, es esencial tener una idea fiel y exacta de la estratificación y movilidad social en China y, a tal fin, es menester comprender cómo lidian los académicos e intelectuales chinos con los cambios profundos y constantes relativos a su país. El llamativo discurso chino sobre las implicaciones políticas de la emergente clase media constituye, en sí mismo, un testimonio de las importantes dinámicas políticas en marcha.
La postura de la clase media china a favor de la estabilidad social y del cambio político gradual no debería entenderse como un gesto favorable al partido comunista, contra la democracia o conservador
15. Zheng Yongnian, “Zhongguo zhongchan jieji he Zhongguo shehui de mingyun (La clase media y el destino de la sociedad china). “Lianhe zaobao”, 2-32010. 16. Mary E. Gallagher, Reform and Openness: Why China’s Economic Reforms Have Delayed Democracy. “World Politics” 54, n.º 3, (2002), 371.
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para saber más
literatura cine viajes webs libros LA SELECCIÓN TRATA DE RESPONDER A LA MULTIPLICIDAD DE ENFOQUES DEL TEMA. UNOS MUESTRAN PREOCUPACIÓN POR EL DECLIVE DE LAS CLASES MEDIAS COMO TRADICIONAL MOTOR DE CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DE ESTABILIDAD POLÍTICA. OTROS CONSIDERAN QUE SU PROGRESIVO “ACOMODO” ES UN SÍNTOMA DEL AGOTAMIENTO DE UN MODELO. Y, POR OTRA PARTE, LOS QUE INSERTAN ESTAS DINÁMICAS EN LOS CAMBIOS GLOBALES, CON EL SURGIMIENTO DE “NUEVAS CLASES MEDIAS GLOBALES” EN PAÍSES EMERGENTES COMO RELEVO AL DECLIVE DE LAS OCCIDENTALES.
El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste MASSIMO GAGGI Y EDOARDO NARDUZZI. LENGUA DE TRAPO (BARCELONA), 2009.
Un texto breve, escrito principalmente desde la experiencia italiana, en muchísimos sentidos cercana a la nuestra. Los autores describen el declive y desorientación de las clases medias en un escenario en que los cambios que han supuesto las nuevas realidades globales económicas y tecnológicas hacen menos valiosos los activos tradicionales de esas clases medias, al tiempo que algunas dosis de acomodo dificultan una adaptación al ritmo requerido a esas nuevas realidades. Las clases medias se estarían diluyendo ante esas nuevas realidades, haciéndose más heterogéneas y perdiendo sus referentes y protagonismo en las economías occidentales, especialmente en las europeas. No es un libro de elogio a las clases medias, sino más bien de elegía, casi de despedida, en un marco en que el empobrecimiento de las clases medias es uno de los ingredientes de la sociedad low cost, al tiempo que el liderazgo social y mediático pasa a otros grupos sociales.
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para saber más libros Juan Tugores. Catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.
LA MO VILID AD EC ONÓM ICA
Y EL CREC IMIEN TO DE LA CL ASE M EDIA EN AM ÉRICA LATIN A
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La movil idad eco nómica y el creci miento de la cla media e se n Améri ca Latin a Panorám ica Gene ral Francisco H. Jamele Rig G. Ferreira, Jul ian Messi olini, Lu na, is-F Maria An elipe López-Calv a Lugo, y a, Renos Va kis
BANCO
ciones y fragilidades de estas nuevas facetas de las clases medias, con una parte final en que aparece la delicada cuestión de si más clases medias implican cambios en el llamado “contrato social” tal como lo hemos conocido en Europa o tienden a otras formulaciones sociopolíticas.
bajas, que habría tratado de ser anestesiada económica y políticamente por facilidades crecientes en el acceso al crédito, en una dinámica en que los intereses a corto plazo de los lobbies financieros aceleraron los acontecimientos que condujeron a la crisis.
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How Our Politicians Are Abandoning the Middle Class and Betraying the American Dream
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La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina
ARIANNE HUFFINGTON. CROWN
Panorámica general
PUBLISHERS (NUEVA YORK), 2010.
FRANCISCO FERREIRA, JULIÁN
Una formulación clara y con gancho mediático del declive de las clases medias en Estados Unidos, explicitando las preocupaciones por el declive de este motor de “éxito económico y estabilidad política”. Una formulación con la prima mediática del pesimismo –¿el sueño americano se está transformando en pesadilla?– con dimensiones como los problemas de la base industrial, de la calidad del sistema educativo y de legitimación de los procesos políticos.
MESSINA, JAMELE RIGOLINI, LUISFELIPE LÓPEZ-CALVA, MARÍA ANA LUGO Y RENOS VAKIS. BANCO MUNDIAL (WASHINGTON DC), 2012.
Grietas del sistema Desde hace un tiempo se acuñó la noción de las “nuevas clases medias globales” para referirse al acceso de sectores crecientes de la población en economías emergentes y en desarrollo a las pautas de consumo y bienestar habituales de las clases medias occidentales, viéndose éstas relevadas en su papel de motor de consumo por tales nuevas clases medias globales. Los estudios iniciales (véase el de la OCDE citado en el apartado de recomendaciones en la web) se centraban en las más conocidas economías emergentes de Asia. Más recientemente han aparecido estudios, como el ahora comentado, referidos a América Latina (y a otras regiones). Es un texto clarificador de conceptos, cuantifica-
Por qué la economía mundial sigue amenazada RAGHURAM G. RAJAN. EDICIONES DEUSTO (BARCELONA), 2011.
Un libro ya clásico sobre el camino que nos condujo a la crisis, escrito por el ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional que en 2005 señaló públicamente las fragilidades del sistema financiero de Estados Unidos y la necesidad de revertir peligrosas dinámicas, generando airadas respuestas del establishment. Buena parte del libro se dedica al papel de las crecientes desigualdades en la distribución de la renta, y en particular al deterioro de las posiciones de las clases medias y
Skills, Tasks and Technologies Implications for Employment and Earnings DARON ACEMOGLU Y DAVID AUTOR. CAP. 12 DEL HANDBOOK OF LABOR ECONOMICS, VOL. 4B, ELSEVIER (BARCELONA/MADRID), 2012.
Un capítulo de referencia en un libro académico de refe-
rencia. Se trata del texto más académico de los recogidos en esta selección, pero que tiene destacada importancia por su énfasis en la necesidad, para entender lo que sucede en la economía y en los mercados de trabajo, de ir más allá de los tradicionales análisis en términos de trabajo cualificado versus no cualificado. Muestra con fuerza y rigor cómo los principales perdedores con las nuevas realidades globales son los segmentos intermedios, a medida que muchas de las tareas tradicionales pueden ser objeto de “offshorability”. La denominada “hipótesis de la polarización” se refiere al deterioro de esas clases medias, cada vez más lejos de los segmentos más ricos y cada vez aproximándose más a los segmentos menos favorecidos.
The Future of History FRANCIS FUKUYAMA. ARTÍCULO EN “FOREIGN AFFAIRS” (NUEVA YORK), ENERO-FEBRERO 2012.
“¿Puede la democracia liberal sobrevivir al declive de la clase media?” es el subtítulo de este artículo en que el autor de El fin de la Historia se autocorrige. De forma muy compacta resume la trayectoria histórica que condujo a que las economías capitalistas –de mercado– fuesen avanzando en paralelo en la extensión del voto democrático a segmentos cada vez más amplios de la población, al tiempo que el progreso económico daba lugar a unas clases medias que sostenían las democracias liberales. El estancamiento del
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nivel económico de esas clases medias, cuando no su retroceso y en todo caso sus temores, abren unos nuevos escenarios acerca no solo de la configuración económica del mundo, sino del papel de la democracia, especialmente a la vista de que, en contra de algunas expectativas, no está claro que el vínculo que hubo en el pasado en Occidente entre auge de las clases medias y ampliación de la democracia vaya a repetirse, al menos de igual manera, en los países emergentes.
marco comprehensivo se encuentran análisis importantes de la evolución de la clase media en las economías avanzadas, sus pérdidas de posiciones, y la discusión acerca del alcance y consecuencias del ascenso de las clases medias en las economías emergentes y en desarrollo.
EDITORIAL (MADRID), 2012.
Un libro de referencia para el análisis de las desigualdades y sus implicaciones, tanto a escala de los diferentes países como a nivel de la economía global. Un texto riguroso, a la vez que ameno, que permite insertar los problemas del posicionamiento de las clases medias en el contexto de las dinámicas de distribución de la renta –nacional e internacional– y la dinámica de las desigualdades. Dentro de este
How Rising Inequality Harms the Middle Class
OF CALIFORNIA PRESS (BERKELEY), 2007.
The Rise of the New Global Super Rich and the Fall of Everyone Else
BRANKO MILANOVIC. ALIANZA
Falling Behind
ROBERT H. FRANK. THE UNIVERSITY
Plutocrats
Los que tienen y los que no tienen
se hace a expensas de “todos los demás” y especialmente de las clases medias y segmentos que aspiraban a una estabilidad económica y social.
CHRYSTIA FREELAND. PENGUIN PRESS (NUEVA YORK), 2012.
La otra cara de la moneda del declive de las clases medias es la concentración de riqueza en determinadas minorías o elites. La periodista Chrystia Freeland documenta cómo este grupo de plutócratas encuentra terreno abonado en economías avanzadas, emergentes y en desarrollo, aprovechando a menudo situaciones de rápidos cambios y conexiones político-empresariales privilegiadas. Una descripción interesante de algunos de los mecanismos con que el ascenso de estos plutócratas
Robert Frank es autor, junto al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, de varios de los manuales de economía de uso más amplio en los cursos universitarios. En este libro, de título explícito, así como en otro reciente titulado Darwin Economy, examina de forma original algunas de las pautas de comportamiento de la población, especialmente aplicables a las clases medias occidentales. Entre ellos el papel de las comparaciones con amigos, familiares y conocidos como motor de decisiones económicas (las “comparaciones odiosas” entre los Smith y sus vecinos los Jones) que conducen a dinámicas de gasto –quién tiene el mejor coche, quién se compra la mejor casa, el mejor artilugio electrónico, etcétera– no siempre socialmente deseables ni generadoras del bienestar que, en principio, debería asociarse al consumo. Que estas dinámicas tuvieron bastante que ver con las espirales de gasto con sobreendeudamiento que condujeron a la crisis es una moraleja que merece ser discutida.
La mondialisation de l’inégalité FRANÇOIS BOURGUIGNON. SEUIL (PARÍS), 2012.
Un libro de poco más de un centenar de páginas en que el profesor François Bourguignon, uno de los más destacados especialistas mundiales en temas de distribución de la renta y desigualdades, con amplia experiencia académica y en organismos internacionales, resume los resultados de sus pioneras investigaciones en estos ámbitos. Los problemas de las clases medias se enmarcan, pues, en las dos dinámicas contrapuestas de menos desigualdad entre países (a medida que varios de los emergentes se acercan a las economías avanzadas) pero más desigualdades dentro de los países. También con una contribución importante al respecto de la “precarización” de empleos en las economías avanzadas, con manifestaciones como el “mileurismo” y otras en que se plasma cómo las nuevas generaciones de las clases medias tienen peores perspectivas que sus progenitores.
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para saber más literatura Mercedes Monmany. Ensayista y escritora.
Demasiada felicidad ALICE MUNRO. LUMEN (BARCELONA), 2010. TRADUCCIÓN DE FLORA CASAS. 432 PÁGINAS.
A lo largo de los últimos años, de forma callada, sin especiales promociones y sin la ayuda tampoco de grandes impactos en las listas de venta de cada país donde iba siendo traducida, la escritora canadiense Alice Munro (Wingham, Ontario, 1931) se ha ido convirtiendo en un mito literario. Sus relatos, o retratos desasosegantes de interiores, dignos herederos de la perfección de maestros como Henry James, y sobre todo del prerrevolucionario ruso Chéjov, con quien ha sido muchas veces comparada, se asemejan a cotidianas y devastadoras tragedias clásicas de nuestros días. Unas tragedias donde reinan sobre todo las pérdidas, las frustraciones, los abandonos, las huidas de muchos de sus personajes. Sus cuentos están ambientados en pequeñas ciudades de provincias canadienses, en urbes como Vancouver o en minúsculos parajes rurales, con casas desperdigadas y calles sin nombre y sin asfaltar, apenas asentamientos que casi no pueden llegar a llamarse pueblo. Sus protagonistas, atrapados en círculos concéntricos, muchas veces secretos inconfesados, de los que es difícil escapar, son gente corriente: hijas de granjeros, cuyo padre se ha arruinado criando zorros plateados y cuya madre sigue soñando con mejorar de posición social hasta que cae enferma de parkinson, o jóvenes desilusionados que al regreso de la guerra –de alguna que haya emprendido su país– nunca llegan a su hogar. Saltando del tren justo antes de llegar a su destino, se enredan en una espiral de encuentros que les harán seguir emprendiendo su desesperado camino una vez más.
Cuentos JOHN CHEEVER. RBA (BARCELONA), 2012. TRADUCCIÓN DE JOSÉ LUIS LÓPEZ MUÑOZ Y JAIME ZULAIKA. 1.088 PÁGINAS.
Novelista, autor de diarios, pero sobre todo maestro indiscutible del cuento norteamericano de la segunda mitad del
siglo XX, cuya estela influirá decisivamente en autores posteriores como Carver, Lorrie Moore, Rick Moody, Michael Chabon y tantos otros, el tema incesante de John Cheever (Quincy, Massachusetts, 1912Nueva York, 1982) es fundamentalmente el derrumbe hecatómbico del american way of life. O, si se prefiere, la pesadilla del sueño americano, su reverso fatídico y degeneración paulatina de una cierta idea de la felicidad –la felicidad de las clases medias, inquietantemente uniformes e intercambiables– hasta llegar a convertirse en una terrorífica obsesión de la que nadie puede escapar. La ambientación transcurre principalmente en los decentes y pacíficos barrios residenciales de esa clase media americana, con escapadas ocasionales a los
lugares originarios del sueño actual, es decir, Europa, y en especial Italia.
Pulso JULIAN BARNES. ANAGRAMA (BARCELONA), 2011. TRADUCCIÓN DE MAURICIO BACH. 264 PÁGINAS.
Despiadado e irónico observador, la clase media británica
es una fuente fija de inspiración para el gran novelista y autor de relatos Julian Barnes. Aunque debutó con El loro de Flaubert por otros caminos más extravagantes, su sentido del humor nunca le ha abandonado a la hora de meterse de forma sutil e impertinente por el ojo de la cerradura de la vida, manías y tics principales de sus contemporáneos. Especialista sobre todo en magníficos retratos de parejas, o bien triángulos amatorios y generacionales, en los cuentos de Pulso pasaría por el escalpelo de nuevo a esos profesionales acomodados de las grandes ciudades, algo esnobs y décontractés. Gente que de forma siempre previsible opinan y aplican lugares comunes de moda, ya sea hablando de las posibilidades de Obama para vencer las elecciones, de
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la crisis del partido laborista o de la inmoderada afición por parte de las empresas extranjeras por traerse mano de obra de sus respectivos países ya que tienen “a un montón de gente buscando trabajo aquí”.
y con “cocinas en las que podría aterrizar un jumbo”, atrapadas en matrimonios, niños y obligado consumo de marcas para mantener un estatus, mientras se debaten, con sus vacuas e insignificantes naderías, o con sus facturas impagadas, entre centros comerciales, recogidas en la guardería, carnicerías, café con las amigas, cenas rituales de matrimonios y un tenue e incipiente consumo de alcohol.
será absorbida sin piedad, como en un agujero negro de desconocidas dimensiones, traslados forzosos y despidos, por una multinacional extranjera. Una novela de Sandro Veronesi (Florencia, 1959) que retrata como pocas los temas y crisis más deshumanizadas y salvajes de nuestra época, en ciudades o megalópolis histerizadas, intercambiables y que podrían perfectamente instalar sus oficinas poskafkianas y sus neurosis móviles entre Nueva York, Milán o Londres.
Libertad JONATHAN FRANZEN. SALAMANDRA
La muerte del padre KARL OVE KNAUSGÅRD. ANAGRAMA (BARCELONA), 2012. TRADUCCIÓN DE KIRSTI BAGGETHUM Y ASUNCIÓN
Arlington Park
LORENZO. 499 PÁGINAS.
RACHEL CUSK. LUMEN (BARCELONA), 2007. TRADUCCIÓN DE BETTINA BLANCH TYROLLER. 302 PÁGINAS.
Rachel Cusk (1967) es una de las mejores narradoras en lengua inglesa de estos momentos. Todo un talento para la sátira y la crítica social, a la hora de mezclar lo cercano y doméstico, el detalle ínfimo y corrosivo, dentro de atmósferas asfixiantes y opresivas. Feroz retratista de mujeres desesperadas de la clase media, navegando como pueden entre sus neurosis y sus claustrofóbicos y “sórdidos confinamientos”, en medido de densidades prósperas y enloquecedoras, en su novela coral Arlington Park narraría las peripecias de cinco mujeres, en la década de los treinta y tantos. Cinco amas de casa acomodadas, maniáticas de la limpieza
Caos calmo SANDRO VERONESI. ANAGRAMA (BARCELONA), 2008. TRADUCCIÓN DE XAVIER GONZÁLEZ ROVIRA. 512 PÁGINAS.
Pietro Paladini, importante ejecutivo italiano de una televisión de pago, acaba de perder durante el verano, en la playa, a su mujer. Al regresar a la capital su vida se concentrará de repente, maniáticamente, y de forma desconcertante para todos, que lo creen todavía bajo el estado de shock, en dos esperas cotidianas: la salida del colegio de su hija y una prevista fusión empresarial, gracias a la cual su compañía
De forma autobiográfica, el escritor noruego Karl Ove Knausgård (1968) emprendería en 2009 con el provocador título de Min kamp (Mi lucha, traducido al español como La muerte del padre) una monumental saga de seis novelas, con el objetivo de narrarse a sí mismo, como personaje y, a su tiempo, a la manera proustiana. La magnífica y descarnada La muerte del padre sería la resurrección de una infancia corriente de los años 80 del pasado siglo, en el seno de una familia de la clase media escandinava, con una madre a menudo ausente por el trabajo y un progenitor, distante, frío y poco interesado en la familia y sus hijos, “típico profesor de bachillerato elemental, en una época en la que enseñar en el bachillerato elemental tenía todavía cierto prestigio”.
(BARCELONA), 2011. TRADUCCIÓN DE ISABEL FERRER. 252 PÁGINAS.
Crítico agudo de la institución familiar, en todas sus mutaciones, el americano Jonathan Franzen (Chicago, 1959), es el más directo heredero de grandes autores de “la gran novela americana” como Philip Roth, Don DeLillo o John Updike. Si ya en sus muy incorrectas Las correcciones había pasado por el hacha a esa gran institución fundadora de su país, en la magnífica Libertad le dará el golpe de gracia definitivo. Radiografía de tres generaciones de una misma familia del Medio Oeste americano, entre 1970 y 2010, en esta obra Franzen pasa revista, a través de los cultos, progresistas y comprometidos Berglund –representantes de una nueva burguesía urbana–, a una serie de figuras típicas, pero nunca suficientemente conocidas, habituales tanto de las pinturas del neoyorquino Norman Rockwell como de los paraísos con piscina y jardín de la clase media acomodada de David Hockney.
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para saber más Cine Àngel Quintana. Profesor de Historia y Teoría del Cine en la Universitat de Girona.
El exterminio del ‘common man’ TAKE SHELTER. ESTADOS UNIDOS, 2011. DIRECTOR: JEFF NICHOLS. INTÉRPRETES: MICHAEL SHANNON, JESSICA CHASTAIN, TOVA STEWART.
Los protagonistas de Take Shelter son una familia de clase media que vive en algún lugar de la América profunda. Un día el padre empieza a tener extraños sueños sobre un apocalipsis cercano y se convierte en un paranoico obsesionado en la llegada del fin del mundo. Mientras, a su alrededor su pequeño mundo se va desmoronando: pierde el empleo, su hija cae enferma de sordera, etcétera. Jeff Nichols decide construir en Take Shelter una especie de contundente fábula apocalíptica sobre el fin de una clase social. Los miedos del protagonista son una clara alegoría sobre cómo se va derrumbando todo un universo de bienestar y cómo una cierta clase se siente desamparada. El crash de 1929 fue para Estados Unidos el gran momento de solidificación del mito del common man, considerado como el ciudadano ejemplar que era capaz de mantenerse fiel a su
comunidad trabajando para el bienestar de su entorno. La irrupción de la clase media ponía en crisis el auge del self made man, que había perdido una parte de la esencia del sueño americano. En la nueva sociedad occidental, marcada por la promesa de Obama del “yes we can”, la crisis parece destruir progresivamente a ese common man. Es por ello que el cine americano no ha dejado de crear en los últimos años una serie de metáforas que nos van mostrando el desarraigo y el desajuste de este modelo. Junto a Take Shelter, una cruda metáfora de la situación es la que se describe en Up in the air (2009), de Jason Reitman, en que el protagonista se presenta como un nuevo ángel exterminador de la sociedad actual. Ryan Bingham –George Clooney– ha convertido los aeropuertos en su hábitat y su oficio consiste en aniquilar al hombre común afectado por la regulación de empleo, privándolo de sus prebendas, ridiculizando su felicidad y dejándole sin trabajo. La nueva ley del más fuerte de la sociedad en crisis es la del cinismo.
Michel Shannon, protagonista de una alegoría sobre el apocalíptico fin familiar de una clase social.
Los sueños húmedos del bienestar PARADISE: LOVE. AUSTRIA, 2012. DIRECTOR: ULRICH SEIDL. INTÉRPRETES: MARGARETHE TIESEL, PETER KAZUNGU.
La clase media europea siempre ha soñado con vivir en extraños paraísos exóticos en los que pueda dar forma a sus fantasías sexuales más íntimas. El cineasta austríaco Ulrich Seidl relata en Paradise:
Love, primera parte de una controvertida trilogía, el camino hacia el paraíso sexual llevado a cabo por Teresa, una cincuentona de la clase media austríaca que con un grupo de amigas pasa sus vacaciones en Kenia. La actividad diaria consiste en baños en la piscina y en la playa, mientras su libido se ve progresivamente alimentada por jovencitos que se ganan la
vida con la prostitución. Seild lleva a cabo un relato sórdido de los vicios de la clase media, de sus mitos y del modo como el turismo organizado puede llegar a ser el negocio de una clase media moralmente agonizante. Mediante una mirada cínica se muestra cómo el bienestar de Occidente tiene sus raíces en la explotación de la pobreza del llamado “Tercer Mundo”.
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Una clase hipotecada UNA VIDA MEJOR. FRANCIA, 2011. DIRECTOR: CÉDRIC KHAN. INTÉRPRETES: GUILLAUME CANET, LEÏLA BEKHTI.
Uno de los grandes problemas de la clase media europea es su endeudamiento y su incapacidad para poder salir de las hipotecas tóxicas contraídas para poder llevar a cabo proyectos de futuro. El título de la película de Cédric Khan, Une vie meilleure, es bastante significativo. Yann –Guillaume Canet– es un joven de clase social modesta que vive con una mujer emigrante y su hijo de 9 años. El sueño de Yann consiste en poder abrir un negocio. Un día decide comprar un viejo edificio en ruinas para llevar a cabo las obras que le permitan abrir un restaurante. Yann establecerá negociaciones con la banca para poder sacar adelante sus créditos que acabarán condicionando su economía. Una vez finalizada la obra, los responsables de seguridad del restaurante le piden que lleve a cabo una serie de obras de mejora para poder llegar a disponer del permiso de apertura. Yann no dispone de más dinero, no podrá acabar el restaurante y de forma progresiva su situación vital y familiar se irá deteriorando. El sueño de poder llegar a ser una familia de clase media se rompe en medio de una Europa en recesión que no ofrece salidas. Bajo un registro realista, Khan, representante de la nueva generación de cineastas franceses, presenta el declive de un mundo en que la promesa de felicidad es inestable.
La actriz Leïla Bekhti es la Nadia que ve rotos sus sueños de clase media. En un registro más melodramático, Jacques Audiard describe también en De óxido y de hueso la relación atormentada entre una chica que en un accidente se ha quedado sin piernas y un chico que se gana la vida precariamente. A partir de un regis-
tro con marcado tono de tragedia Audiard recrea una historia de amor sobre una pareja que busca superar sus crisis para lograr la integración en un entorno de clase media. Su drama está en que la propia sociedad les niega el bienestar.
La frustración del presente TABÚ. PORTUGAL, 2012. DIRECTOR: MIGUEL GOMES. INTÉRPRETES: TERESA MADRUGA, LAURA SOVERAL, ANA MOREIRA.
El cineasta portugués construye su última película, Tabú, como un díptico que se mueve entre lo real y lo imaginario, entre Portugal y las viejas colonias, para construir una fábula sobre la frustración del propio presente. La protagonista del relato es Pilar, una mujer de clase media cuya vida solitaria languidece bajo toneladas de frustración, tristeza y aislamiento. Pilar representa la frustración de un país –Portugal– y la margina-
ción social de la clase media. Miguel Gomes describe la existencia de esta mujer bajo la tentación continua de un imaginario. En las pantallas del cine que visita hay un paraíso perdido que puede recobrar. La relación que establece con una aristócrata arruinada y agonizante le servirá para poder soñar en algo que la aleje de la evocación del presente. Tabú acaba en una especie de exorcismo fantasmal en torno a la necesidad de encontrar un falso paraíso situado en algún lugar de África. Los sueños de Pilar son los de una clase cuya realidad los lleva a querer conquistar paraísos inexistentes.
Una búsqueda de falsos paraísos en África.
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para saber más viajes Josep Maria Palau Riberaygua. Periodista especializado en viajes y profesor de Periodismo de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
LYON
Comer en un ‘bouchon’ y perderse en los ‘traboules’
Para visitar… Los restos de la civilización galorromana en la colina de Fourvière. En especial, valen la pena el foro y el museo de la Civilización Galorromana, con la Tabla Claudina. El laberíntico barrio de Croix Rousse, con cuestas saturadas de tiendas de fotografía y de diseño. Un recorrido por los mejores monumentos del gótico flamígero, como las casas Laurencin y Dugas o la residencia de los Gobernadores. El Instituto Lumière, donde nació el cinematógrafo. Aún se puede ver el hangar que usaban los geniales hermanos para rodar sus películas. Un vistazo al mercado Les Halles Paul Bocusse, con su espectacular oferta-homenaje
Vista desde la Fourvière, con el Ródano y la catedral de San Juan en primer término. H. CAMPOLION / AKG.
L
yon no es París, pero ni falta que le hace. Aquí se vive a una escala más humana y se come mejor. Cuando menos, Lyon se proclama a sí misma capital mundial de la gastronomía, quizá por aquello de que François Rabelais hizo nacer de su pluma a Gargantúa y Pantagruel sentado a la mesa de uno de los típicos bouchons, restaurantes de limitado espacio, mesas apretadas y generosas raciones de salchichón caliente, croquetas de pescado, platos a base de despojos, excepcionales pâté crôute –brioches rellenos de paté templado– o matefaims, unos crepes de poderosa consistencia. Y por cierto que el nombre de bouchon no deriva del corcho que cubre las botellas de Beaujoleais o del valle del Roina que riegan los platos, sino de bouchoner, el trabajo de cepillar los caballos de aquellos que se acercaban montados a las viandas. Porque Lyon cuenta con un importante pasado burgués, de raíces que profundizan en la época medieval y que se traducen en la imponente colección de edificios góticos flamígeros del casco antiguo, un universo de calles empedradas que a veces recuerda a Florencia y que lleva el dis-
al famoso chef..
tintivo de “patrimonio de la humanidad” desde los años 80. La mayor concentración de bouchons se da en la parte norte de la Presqu’ile, una península que es casi una isla, sitiada por las corrientes del Ródano y el Saona, atrapada entre las colinas de Fourvière y Croix Rousse. En esta última se creó el barrio de la seda, donde se instalaron los tejedores, llamados canuts. Entre sus laberínticas callejuelas se esconden viviendas con techos a cuatro metros de altura para poder albergar la maquinaria y los telares. Los mismos edificios están dotados de traboules, una red de pasadizos por los que circulaba el preciado tejido de forma segura primero, y los miembros de la resistencia después, durante la Segunda Guerra Mundial. De aquel barrio brotó también el movimiento revolucionario de 1831. Las viviendas de los canuts son ahora tiendas con encanto, galerías o lofts caros, cuyos ocupantes atisban los efectos de la crisis por la ventana, no sea que los acaben echando del territorio conquistado. Mientras, en el Instituto Lumière se sigue proyectando el viejo filme en el que los trabajadores salen sonrientes de la fábrica.
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GOTEMBURGO
Un hogar sueco de clase media G otemburgo (Göteborg) es el paradigma de la ciudad de clase media sueca. Una clase media que se ha ido construyendo con el paso de los siglos, apoyándose en un elemento tan inestable como el agua del mar. La pesca siempre ha sido un elemento capital en los países nórdicos, pero también el comercio marítimo, puerta al mundo que en el caso de Gotemburgo permanece abierta incluso en pleno invierno: las aguas que bañan sus muelles nunca llegan a helarse, algo que sí sucede en otros puertos competidores, más alejados de las corrientes del estrecho de Kattegat. Por eso la empresa de rodamientos SKF, o la poderosa Volvo, tienen sus oficinas aquí. Acostumbran a ser edificios brillantes, con mucho cristal, con vistas a Kipplan, una zona de antiguos tinglados que hoy es museo y sede de un reputado restaurante con estrella Michelin. El resplandor
acerado contrasta con el de los edificios de la orilla de enfrente del Gota, el río donde se ubica el antiguo barrio de Haga y sus tiendas con encanto, pero también la señorial avenida de Kungsportsavenyen, territorio donde abundan los mejores restaurantes y selectos clubs nocturnos. Sin embargo, subidos a la Rueda de Gotemburgo, la gigantesca noria del puerto, la visión que se capta es la de una ciudad compacta, casi la de una capital de provincias, lejos de la imagen que se espera de la segunda urbe de Suecia.
Para visitar…
El icónico edificio Skanska. K. TRIMAN / Fotostock. Un almuerzo en Feskekörka o la “iglesia
Empaparse del ambiente portuario y subir a
del pescado”, un mercado donde sus arcos
la emblemática Rueda de Gotemburgo, donde
apuntados recuerdan un templo por fuera.
incluso se sirven cenas en sus góndolas. Pasear por Kungsportsavenyen hasta Götaplatsen, la plaza en la que se encuentran el museo de Bellas Artes, la sala de Conciertos y el teatro Municipal.
Conocer la “reserva cultural” de Kipplan, antigua sede de la Compañía Sueca de las Indias Orientales. El Centro Hasselblad de fotografía o el museo Volvo y su colección de autos de época.
CLEVELAND
‘City beautiful’ de capa caída E n los suburbios de Cleveland, antaño ejemplo de la pujante clase media estadounidense, van apareciendo signos de pobreza. Los vecinos ya no aparcan en las puertas de sus casas dejando las llaves puestas, y miran dos veces antes de apearse. Cuando decimos suburbio, nos referimos al concepto americano del mismo, es decir, un lugar residencial donde conseguir una mejor escuela, una casa más grande o un mejor trabajo. El lugar de las oportunidades. En estos lugares es donde mejor se palpa el “abismo fiscal” que tanto preocupa a Obama. En el centro cuesta más de ver ya que allí abundan las instituciones artísticas y culturales, así como bibliotecas públicas financiadas por particulares o empresas con voluntad filantrópica. La Cleveland Orchestra, una de las “Big Five” de Estados Unidos, sigue ofreciendo sus galas, pero en las tiendas de la exclusiva Euclid avenue los precios han empezado a ba-
jar. Los servicios financieros, de seguros o sanitarios que sustituyeron a la industria pesada de otros tiempos ya no son tan solicitados, y Cleveland va perdiendo la imagen de ser uno de los mejores lugares para celebrar encuentros de negocios del país. Eso sí, los edificios oficiales aún lucen todo el carisma del concepto city beautiful, desarrollado hacia 1900.
Para visitar… Visitar el conjunto de edificios del Ayuntamiento, el palacio de justicia del Condado de Cuyahoga o la biblioteca Pública, magníficos ejemplos neoclásicos del estilo ‘city beautiful’. Asistir a un partido de béisbol en Progressive Field, elegido como el mejor estadio de las Grandes Ligas.. Disfrutar de una velada musical con la Cleveland Orchrestra. Pasear por la Old Arcade, galerías construidas en el siglo XIX inspiradas en las
El centro, con el río Cuyahoga. D. LEVITT / Blomberg.
Vittorio Emanuele de Milán.
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para saber más webs Óscar Mascarilla. Doctor. Investigador del CAEPS y de la XREPP. Director del máster en Globalización de la Universitat de Barcelona.
otras webs
OCDE
http://www.oecd.org/ Publica semestralmente su outlookk con datos, previsiones y estudios referidos a las economías avanzadas y emergentes. Define como clase media la formada por aquellos hogares en los que el consumo diario se sitúa como mínimo en diez dólares por persona y día, 15.000 dólares anuales una familia de cuatro (en paridad de poder de compra). Destaca el estudio sobre la evolución futura de la clase media en el mundo: http://www.oecd. org/dev/44457738.pdf The Emerging Middle Class in Developing Countries, W. P. 285. Se puede encontrar dónde se localizan los 1.900 millones de personas que aproximadamente se encuadran en la clase media y las previsiones que para 2020 apuntan a un desplazamiento de Occidente a Oriente, tanto en número de consumidores como en capacidad de gasto.
BANCO MUNDIAL
http://www.bancomundi al.org/ Accedemos a datos y a publicaciones para encontrar datos
relevantes sobre la clase media por países a partir de los WDI con la idea de matizar la utilización del PIB per cápita como uno de los indicadores de bienestar. Relevante es analizar el informe Doing Business por países y seguir las tendencias de la clase media mediante el seguimiento del índice de Gini (http://datos. bancomundial.org/indicador/ SI.POV.GINI), que permite analizar la distribución de los ingresos y del consumo entre individuos u hogares y así interpretar en sentido cualitativo el grado de bienestar de un país en base a la proporción de clase media. Pueden complementar con datos del World Economic Outlook del FMI, www.imf.org
contrar una radiografía actual: alcanza los 160 millones de personas, situándose, a nivel nacional, como la segunda más numerosa tras la estadounidense.
www.middleclasshandb ook.co.uk/ El blog Middle Class Handbook analiza el comportamiento de la clase media y de la burguesía en el Reino Unido. Las reflexiones que se ofrecen van desde recomendar marcas de vinos a consejos para vivir la vida de una manera británica digna.
GLOBAL TRENDS 2030
http://gt2030.com/
www.diw.de/en
El informe tendencias globales 2030 se elabora cada cuatro años por el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos. El hilo conductor del último informe es el ascenso de la clase media en Asia.
El Instituto Alemán elabora estudios sobre de qué forma está distribuida la riqueza en los lands alemanes y la evolución de la clase media. Señalan que el ascenso de las clases bajas a las medias se presenta cada vez más complicado.
www.bde.es
CHINA STATISTICAL YEARBOOK 2012
ÍNDICE DE DESARROLLO HUMANO (IDH)
http://www.stats.gov.cn/ english/
http://hdr.undp.org/es/ estadisticas/
La evolución esperada de la clase media mundial dependerá, en parte, de las previsiones que se manejan de las economías emergentes y muy especialmente de China. Esta web permite seguir año por año la evolución de la clase media en este país en su desarrollo económico y social. Abarca los principales datos estadísticos de los últimos años tanto a nivel nacional como provincial. En http://www.stats.gov. cn/english/publications/t201210 11_402841708.htm pueden en-
Los datos empleados para calcular el IDH del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) son las mejores y más actualizadas estadísticas para analizar indicadores proxyy sobre la clase media en diferentes países. Se remonta a 1990 y el cúmulo de datos empíricos ha tenido un profundo impacto en las políticas de desarrollo en todo el mundo. Versión (castellano o catalán) http://hdr.undp.org/ es/informes/mundial/idh2011/
Encontramos “Indicadores estructurales”, variable proxy que permite analizar la descomposición del producto interior bruto per cápita español y la convergencia o divergencia de las clases medias españolas en relación a las de la Unión Europea.
http://www.obdesigualt ats.cat En Catalunya destacan los datos sobre la clase media que ofrece el Panel de Desigualtats Socials de la Fundació Jaume Bofill. Se publican desde 2000, siendo una muestra representativa de la población de Catalunya y de cada provincia de carácter longitudinal, única en sus características en toda España.
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Entrevistas sobre el cambio Julia Otero J.A. Bayona
J.O. ¿Algún cam- J.A.B. La primera bio en tu vida que vez que fui al cine, no aparezca en tu que además es el biografía oficial ? primer recuerdo
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que tengo.
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TEXTOS ORIGINALES THE FATE OF THE MIDDLE CLASS James K. Galbraith PROFESSOR AT THE LYNDON B. JOHNSON SCHOOL OF PUBLIC AFFAIRS, THE UNIVERSITY OF TEXAS AT AUSTIN. HIS MOST RECENT BOOK IS “INEQUALITY AND INSTABILITY: A STUDY OF THE WORLD ECONOMY JUST BEFORE THE GREAT CRISIS.”
T
HE MIDDLE CLASS WAS THE ANSWER
given by 20th century America to 19th century Europe or, more precisely, it was the answer given by Franklin Roosevelt and Lyndon Johnson to David Ricardo and Karl Marx. For the European economists of the 19th century, there were three social classes: landowners, capitalists, and workers. Landowners earned rent, a privilege owing to land title and requiring no work. Cheap food from the New World undermined their position in Britain: revolution and the guillotine did the same in France. That left the polarized world of capital and labor, of bourgeois and proletarians, with wealth ever concentrating among the rich and misery unrelieved among the poor. Marx’s Capital chronicles the dismal conditions of mid19th century factory life, and from this he foresaw a future of upheaval leading to communism; in the 20th century, his
followers in Russia, China, Vietnam and elsewhere pretended that they were riding this historical wave. But of course in industrial Europe the vaunted workers’ revolutions never succeeded. For the most part they were forestalled by a steady rise in living standards, leading to a class truce. As Keynes observed in The Economic Consequences of the Peace, “On the one hand the laboring classes accepted from ignorance or powerlessness, or were compelled, persuaded, or cajoled by custom, convention, authority and the well-established order of society into accepting, a situation in which they could call their own very little of the cake that they and nature and the capitalists were cooperating to produce. And on the other hand the capitalist classes were allowed to call the best part of the cake theirs and were theoretically free to consume it, on the tacit underlying condition that they consumed very little of it in practice... And so the cake increased...” Open war between capital and labor in Europe was rare, breaking out only in conditions of exceptional chaos, including Paris in 1870, Bavaria in 1918 and Barcelona in 1936. More broadly international solidarity rarely overshadowed nationalism; on two occasions the working classes of Europe
faced off in brutal wars. As the sociologist Giovanni Arrighi observed, the 20th century’s canonical conflict between industrial capital and organized labor occurred in Detroit, Michigan – culminating at the River Rouge plant of the Ford Motor Company in 1941. There the victory of the United Auto Workers began a great age of industrial unionism in the US. And the consequence under American wartime conditions was not violent revolution, but a powerful acceleration of the New Deal. The New Deal, the Second World War, and, later, the Great Society, largely created the American middle class on a foundation of industrial development and cheap domestic oil. To this mix the New Deal proper contributed Social Security, a minimum wage, the National Labor Relations Act, farm price support programs, public works employment and the construction of a national system of roads, airports, schools, bridges and tunnels and many other facilities, and a housing program that laid the basis for a home-owning society. The war then transformed the finances of American workers, who went from living hand-tomouth to being substantial creditors of the American state. Under Johnson, the Great Society added the substantial element of health insurance (the public insurance programs Medicare and Medicaid), and opened the by-then-existing welfare state to previously-excluded persons of color. In consequence, the middle class grew and poverty rates in America declined. In Europe, things evolved much more unevenly. In Northern Europe, a tradition of social democracy dating back to the 1930s created the small, highlyprosperous, and yet open middle-class societies that exist today. Postwar West Germany, now governed by its own Christian and Social Democrats, followed a similar path. In the other large West European democracies (France and Italy), unions were weaker, Communists stronger, class conflict more acute, and progress toward a middle-class mentality – let us define it as the merger of workingclass origins with bourgeois habits – was
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less marked. In Spain and Portugal – and for a time also in Greece – fascism lingered, and with it the ideologies of dissidence and resistance. In the East, on the other hand, communism imposed a working-class regimen on peoples who consequently yearned to become middle class, leaving behind the stale schemes of identity that still prevailed, to a degree, in parts of the West. Then communism fell, Europe became one, and for a time it appeared that the common middle-class identity long familiar in America would also become the universal European norm. At the same time, the perception of America as a middle-class bastion was disfigured by the rise of Reagan and his free-market world-view, celebrating the rich and the entrepreneur over the workerconsumer and the manager-bureaucrat. So successful was the projection of Reaganism into the world’s view of America that US intellectuals also largely adopted this perspective, and so the fate of the middle class has been a worry of progressive thinkers in the United States for the past generation. The worries have some foundation. Unions have been a fading force since the 1960s; their decline accelerated by waves deindustrialization in the 1980s. Rising income inequality dates from the same time, peaking to historical highs around 2000, and raising fears that the country has been taken over by a new plutocracy of computer geeks, oil men, casino operators, media moguls and bankers. And the hotch-potch that is the American safety net serves as evidence, for some, that the US fails to meet “European” [by which is usually meant, Scandinavian] standards of social welfare. Yet both the American middle class, and the programs that serve it, continued to expand until quite recently. In the prosperity of the late 1990s, the United States had full employment for four years, and poverty rates for Black and Hispanic Americans reached all-time lows, permitting many in both groups to transition permanently into the middle class – with a few rising, almost as though inevitably, into the ruling circles as well. And despite the attention given to
“welfare reform” at that time, the social safety net in the United States survived the Reagan years, and has also continued to grow, with the earned income tax credit expanded under Clinton, drug coverage added to Medicare under George W. Bush, and universal health insurance, of a sort, finally achieved under Barack Obama. One might think that these measures would have completed the American middle class project even as it continued to develop in Europe, thanks to convergence in the Eurozone. But instead there came the Great Financial Crisis. Now in both continents the middle class is under threat, but once again, in different ways and (I will argue) with different outlooks. In the United States, the existence of a large federal government presiding over the entire economy has had a powerful stabilizing effect on incomes and living standards. When the crisis hit, transfer payments – unemployment insurance, disability insurance, food stamps, Social Security and the like – rose (roughly) by an astounding eight percentage points of GDP, so that while employment and production fell by ten percentage points, the fall in incomes and consumption was just a couple of percentage points. Day-today living standards in the US fell very little in most places and for most people. And, of course, bank deposits were protected by insurance, so that people with modest financial reserves who were not taking financial risks lost practically nothing on that score; unlike the 1930s, the middle class was not wiped out by bank runs. What did collapse in the U.S. were interest rates, stock prices (at least briefly) and – more slowly but more definitively – housing values. The first two affect mainly those with cash to spare; by definition, they are problems mainly for the wealthy. Residential construction also collapsed, but many of those workers were immigrants to begin with, not members of the middle class, and they did not take long to disappear from the American workforce. Many other workers who lost jobs were second- or third-earners in their families, or holders of multiple jobs, or
older workers eligible for early retirement under Social Security or for disability payments – and in these cases, too, the effects are cushioned by family circumstance and public programs. It is the decline of housing wealth that is most important for middle-class Americans. With a large share of American families in houses that are worth less than the debts owed on them, refinancing becomes impossible, and the sale of one’s house is also difficult, since you have to bring cash to the table to pay off the mortgage. What it means for most people is that a reserve of purchasing power has disappeared, and with it the ability to move easily from one’s present home to the next one, whether to meet the demands of a growing or a shrinking family, to change jobs or to enjoy a different climate in retirement. For millions there is even the threat of foreclosure and eviction – although this does not mean that a large share of American homeowners will in fact be foreclosed; nor is foreclosure necessarily a financial calamity, since in many cases those who default on their mortgages can surrender their house, move elsewhere and be free thereafter of the burden of mortgage debt. (In this respect US law, despite recent changes, still favors debtors far more than is the case in Spain.) Still, it is a difficult and unpleasant situation. The other big stress on the US middle class is the erosion of local public services, owing to reduced tax revenues at the lower levels of government. This is most noticeable in cutbacks to the public schools, perceived declines in their quality, and a rise in para-public alternatives such as charter schools. All this, and the rapidly rising cost of college, intensify the financial pressure on middle-class households, for whom placing their children in a college of good stature has become the major status symbol of the culture. Debates over access to university places – including over affirmative action, which are programs favoring mainly Black and Hispanic students – achieve an intensity in America not observed anywhere else in the world, and this is despite the fact that university places are
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not scarce. Other stresses on local government capacity include delayed maintenance of roads and water systems, reduced hours for libraries and parks, diminished environmental services; all of these take their toll on living standards, but in ways that are felt mainly on the peripheries of daily life. In sum, even though the housing finance bust decimated poor neighborhoods in many older American cities, and left many newly-built subdivisions empty; even though it cost millions of jobs and drove millions more out of the workforce; and even though unemployment rates remain very high, the most important enduring effect of the crisis has not yet been felt on day-to-day living standards for most of the middle class. It is rather on long-term financial security, public services, and the prospects for future advancement. These are, for now, mainly psychological matters to which people adjust. And so the country continues to function, and, although the middle-class is damaged, its mentality persists. This explains how the US is the only post-crisis country so far to return an incumbent head of government to office, and why the traditional fall preoccupations of the people, from football to Christmas shopping, seem undisturbed. As the saying goes, God looks after children, small dogs, and the United States.
As for Europe, even the most casual observer can see that while conditions in Germany and the UK are fairly normal, those in Greece and Spain, Ireland and Portugal are not. (In France and Italy, the signals contradict each other; one has the impression that things are getting hot, but have not quite yet reached the point of boiling over.) What’s the difference? It is that in those large countries that have not faced a financial crunch, large budget deficits successfully filled the gap between spending and taxes caused by the crisis, and so stabilized private incomes to a substantial degree. But in the countries of Southern and Eastern Europe, this was not the case. And so budget deficits were accompanied by high interest rates, and severe austerity programs, taking the form of sharp cuts in public spending and higher taxes (mainly through the VAT) on private consumption. Day-to-day living standards have therefore fallen sharply in Southern Europe. Joblessness in Europe is concentrated in these countries, with workers faced with the bleak choice between hardship at home or emigrating to equally bleak prospects. Civil service salaries and pensions have been cut, while tax rates have risen, squeezing the discretionary funds of a population largely lacking in financial reserves. Meanwhile weak public services have been cut to the breaking point, forcing many middle-class households into unaccustomed extra expenditures for private medical services or private schooling. Unlike the United States, universities and hospitals lack access to major private donors who can take up the slack when public funds are restricted, and this means that budget austerity translates directly into the curtailment of services – or a demand for side payments, widely spoken-of in Europe, but (to this author’s knowledge) not in the US. At heart, middle-class life means a reasonable degree of long-term financial security, combined with secure access to basic services including education, health care, and the amenities of urban life. It also means reasonable freedom from the threat of violence, whether due to crime
or to organized political forces, such as are now emerging in Greece, in some parts of eastern Europe, and perhaps elsewhere. In the US, crime rates have been falling for years; they have not risen significantly since the crisis, and the violence one fears most occurs inside homes, not on the streets outside. In Europe, the populations of some countries remain largely wealthy, safe and secure. But in others, this is not so. And it is in those places, where hope is dead, debt crushing, pensions vanishing, jobs unavailable, and services in a state of collapse, that one most senses the threat to middle-class life. Sadly, we have seen all of this before, not long ago and not far away. By the standards of its time and place, and within the conditions that it had confronted while asserting independence from the Soviet Union, Yugoslavia was a middleclass country. And the lesson of Yugoslavia is that extreme violence and cruelty are to be expected when a middle-class society falls apart. One can only hope that there are, in Europe, people who remember this, and countries that are prepared to stand up and refuse the crushing forces that economic dogma now imposes on the debt-encumbered periphery of the European Union.
THE RISE AND FALL OF THE MIDDLE CLASS Stewart Lansley VISITING FELLOW AT BRISTOL UNIVERSITY AND THE AUTHOR OF THE COST OF INEQUALITY, WHY ECONOMIC EQUALITY IS ESSENTIAL FOR RECOVERY, GIBSON SQUARE, 2012.
I
T IS NEARLY A CENTURY SINCE THE GREAT
American motor tycoon, Henry Ford, announced that he was doubling the pay of his Detroit production line workers to $5 a day. Detroit was then a thriving industrial metropolis and grew to become a symbol of America’s global industrial power. Today, along with other former factory heartlands like Pittsburgh and Cleveland, the city lies at the epicenter of what has become known as America’s ‘rust belt’. That transition from success to failure
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tells another story too, one of the rise and fall of America’s middle class. The apparently unstoppable advance of middle America over the last century has come to a halt and is now set in reverse. According to the chairman of President Obama’s Council of Economic Advisers – Professor Alan Krueger - the American middle class had been shrinking since the 1970s, from 51 per cent then to 42 percent now. It is a process of historic reversal that may have started and gone furthest in the United States, but a similar trend has been at work in the United Kingdom and, fuelled by the global crisis, is now sweeping through much of the rich world. As early as 1956, the celebrated sociologist, C Wright Mills, wrote that American society had become ‘less a pyramid with a flat base than a fat diamond with a bulging middle.’ By the 1970s, the social shape of the United Kingdom conformed to a similar ‘diamondshaped’ pattern with a small group of the rich and the poor and a large middle. Today, both countries have very different social patterns. They look much more like distorted ‘hourglasses’, one with a small bulge at the top, a thin stem in the middle, and a much larger bulge at the bottom. A larger and larger group of the population in both nations has been sinking in relative income and class terms, leaving a gaping hole in the middle. Across much of continental Europe, but especially in Spain, Portugal, Italy and Greece, successive rounds of austerity aimed at reducing growing fiscal deficits have been driving a similar trend, playing havoc with the livelihoods of those in the middle as well as the bottom half of the
income distribution. The shrinking of the once thriving middle strata of societies is overturning one of the most enduring social trends of the post-war era. Not that long ago rising affluence led many UK commentators to herald the rise of an increasingly middle class society, better paid and educated and with a much stronger set of upward aspirations. In 1997, the Labour Party’s deputy leader, John Prescott, declared ‘we are all middle class now.` No-one is saying that now. But what do we mean by the middle? In the US, Krueger defined the middle class as households with annual incomes within 50 percent of the national median income ( the mid-point of the distribution ). In the UK, the bulk of the ‘middle class` a mix of top professionals, managers, sales personnel and administrators – sits in the upper half of the income distribution. The group straddled around the middle income point embraces a wider range of occupational groups, a mix of the lower tail of the middle class and the upper tail of the traditional working class. It is this middle income group that is facing the gravest reversal of fortunes. Although it is a trend that is being fuelled by the global economic crisis, it has its roots in the rapid and relentless process of economic and industrial upheaval that began in the 1960s and started to accelerate from the 1980s. America lost 8 million manufacturing jobs between 1980 and 2009 as a relentless process of ‘deindustrialisation` turned once thriving industrial heartlands into near wastelands. Whole swathes of American society, from the Rust Belt to the so-called Sun Belt, the once prosperous southern states stretching from Florida to California, have been left behind by the economic forces of the last thirty years. A similar process has cut manufacturing’s share of national output in Britain from a third in 1979 to a mere 13 per cent today, while helping to raise unemployment to levels well above those of the 1950s and 1960s. Many of the new jobs created in an expanding service sector have offered lower relative pay than the ones they replaced.
What has been at work is a process of what labour market economists have called the ‘hollowing out of the middle`. Since the late 1970s, there has been a steady rise in the number of wellpaid, professional jobs – from business executives to software engineers along with a rise in the number of low paid jobs in, for example, cleaning, retail and call centres. Against this there have been sharp falls in the number of jobs paying middle wages – from machine setters and plant operatives to a range of now automated routine clerical jobs. Britain used to enjoy a large sector of intermediate, middle-skill, middle-paying work that provided jobs for a sizeable group once described by the late Philip Gould, Labour’s chief pollster under Tony Blair, as ‘neither privileged nor deprived’. As this group has been eroded by ‘job polarisation`, the result is a country increasingly divided between the ‘privileged’ and the ‘deprived` with a much smaller group who are ‘neither`. The rise of ‘the MacJob` age has been compounded by another, overriding development – the way the gains from growth have been increasingly colonised by a mix of big business and a small financial and corporate elite. While the world’s big global companies have been enjoying a profits bonanza and the top one per cent has seen its share of income escalate sharply on both sides of the Atlantic, the share of the economic cake going to wage-earners has been in corresponding decline. The main losers from these trends have been those on middle and low earnings. The collapsing fortunes of middle Briton and Americans are in large part the mirror image of the rise of the plutocracy and the return of the gilded age in these countries. IN the UK, real median wages first started to lag total output from the early 1990s. They then became static from 2003 and have been falling since 2009. IN the United States this ‘detachment of living standards from growth’ began even earlier. Here, typical earnings rose by a mere 13 per cent in the three decades from 1979. Both the US and the UK have, in the process, been turned into low paid economies. Both sit at the top of the global
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low paid league table of rich nations the US with a quarter and the UK with a fifth of the workforce on low pay. Other countries with more than a fifth in low pay are Canada, Germany and Ireland. Spain is not far behind with 16 per cent while, in contrast, Belgium, Norway and Italy all have less than 9 per cent. At one level, the replacement of factory by clerical and white-collar service jobs in the UK has led to an apparent upward shift in the class structure. In the four decades to 2007, the proportion of the population classified by sociologists as ‘working class’ fell from 70 to 44 per cent, while the ‘middle-class’ rose from 31 to 55 per cent. But this apparent upward shift in the class structure is largely an illusion. If the workforce is ranked by incomes, the social shape of Britain looks very different than if is ranked by its nominal class position. This is because the rise up the class ladder has not been matched by a parallel rise in relative wages and opportunities. In some parts of Britain – outside of the prosperous South-East where the top part of the hour-glass is concentrated the move from industry to services has denied whole generations much of an economic purpose in life. Factories in former thriving industrial areas – from South Wales to the Midlands - have been replaced by little more than car parks, cut-price retail outlets and warehouses. In Stoke, the once thriving Staffordshire Pottery is now a B&Q. In the Brierley Hill area of the West Midlands, the Marsh and Baxter’s meat processing plant, once the biggest in Europe, is now a shopping centre. In these areas, the jobs that are on offer are often poorly paid, dull and insecure. Similar, if mostly shallower, trends have been emerging elsewhere. ‘In all rich countries “middle” occupations appear to be shrinking relative to those in the bottom as well as the top third,’ says Professor Van Reenen of the London School of Economics. The rising pay gap that started in the US and UK has since gone global. According to a 2011 report, Divided We Stand, by the rich nation club, the Organisation for Economic Co-operation
and Development ( the OECD ), more than three-quarters of its 34 members have experienced a surge in income inequality during the past 20 years. In Germany and Canada, typical wages have been flat for 10 and 20 years respectively. During the recession, real incomes have fallen sharply across southern Europe, in some countries by as much as a third on average. Before the crisis, Spain had largely resisted the growing income gap of other nations. But the global Crash has hit Spain – with its overinflated property market - especially hard. The official unemployment rate is 24 per cent, and double that for those under the age of 25. Young Spaniards, from graduates to laborers, fear they will, for the first time in three generations, be worse off than their parents, and many, if not a majority, will. Poverty and homelessness are soaring across southern Europe. Dependency on charity-run food banks is increasingly widespread. In Spain, middle-class communities are facing much of the pain of trenchant austerity measures that are eating into pay, cutting jobs, decimating benefit levels and pensions and hiking fees for education and transport. For the first time since the war, the level of home ownership in the UK – which has fallen from a peak of 69.7 per cent in 2002 to a current 64.7 per cent - is in decline. The average age of a first-time buyer has risen from 28 at the turn of the millennium to 35 today, creating a new ‘generation rent` - a group of middle and low income families dependent on a poorly regulated and expensive private rented sector. The surge in low pay means that work is no longer a secure route out of poverty. As well as the rise of work-related poverty, there has also been a steady rise in the numbers edging closer to the poverty line. America has 15 million homeowners ‘underwater on their mortgages’ – owing more than their homes are worth. The American sociologist, Katherine Newman, points to a new group of the ‘near poor` which embraces a fifth of the population. There are now 100 million ‘low-income` Americans ( 32 per cent of the population ) living below or not that much above the
poverty level. These trends have come at a growing cost to government. To prevent living standards plunging to unacceptable levels, governments have had to do much more of the heavy lifting, pumping in state financial help to those in work. This has led to soaring welfare bills, and in the UK, a hardening of public attitudes to those dependent on welfare. The post-war era of improving pay and opportunity for most has been turned into a very different era of downward job mobility – of former skilled factory workers cleaning cars, joiners working as airport baggage handlers, trained draughtsmen and IT specialists forced into taxi-driving, often with long gaps of unemployment in between. Even before the post-2008 downturn, up to a third of UK graduates were ending up in permanent non-graduate jobs. What these trends have created is a growing and serious ‘aspiration gap’ across much of the rich world. In the UK, a new phrase – the ‘squeezed middle` first coined by the Labour Party leader, Ed Miliband, has entered the political lexicon. Miliband has also referred to the erosion of the ‘British promise`, the expectation that children would have greater prosperity and more opportunity than that of their parents. One of the implicit assumptions of the post-war years was that economic and social policy would ensure that each generation would enjoy improved living standards and life chances. The children of blue-collar workers would become whitecollar. The grandchildren would become professionals. Incomes would rise for all. While this ‘promise` started to be broken from way before the 2008 Crash, it has also been intensified by the crisis. The US economist, William Easterly, has long warned that the middle income share affects key social indicators such as life expectancy, infant mortality and health outcomes. A high share has also been good for democracy and the promotion of political rights. Elite dominated societies, he adds, have invested less in human and infrastructure capital for the majority because of ‘fear of empowering groups outside [its] own class.’
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While world leaders have been very slow to spot these trends, they are now being forced – belatedly - to wake up to the consequences, economic as well as social. ‘When middle-class families can no longer afford to buy the goods and services that businesses are selling, it drags down the entire economy from top to bottom’ is how President Obama put it a years ago. ‘That’s why a CEO like Henry Ford made it his mission to pay his workers enough so they could buy the cars they made.` At the annual gathering in 2012 of global economic and political leaders at Davos, delegates defined inequality as the greatest challenge now facing the world, ahead of rising fiscal deficits. As in Spain, the British public are only too well aware of the reality. Despite the nominal rise in class position, growing numbers believe that their jobs offer a lower status than those of their parents. In a 2009 survey for the British Trade Union Congress, only just over a half thought that their own living standard was higher than their parents ‘at the same age’; 23 per cent thought it about the same and 17 per cent lower. As more and more US citizens express a rising ‘fear of falling’ - worried about losing their livelihood and relative income status – the nation is it seems at last facing what has been reality for years – the American Dream ( the ease with which citizens can go from ‘rags to riches’) is a myth. IN a poll conducted for the Washington Post before the Presidential election, respondents were asked which was the bigger worry : ‘unfairness in the economic system that favours the wealthy’ or ‘over-regulation of the free market that interferes with growth and prosperity`. They chose ‘unfairness` by a margin of 5237 per cent. This shows just how much the once pro-self-reliant American public have come to recognise that the much-heralded virtues of hard work and self-help no longer deliver a decent standard of living. Despite the growing awareness, governments have been paralysed into inaction. Inequality has continued to rise through the crisis while experts are forecasting that living standards for those
on low and middle incomes will continue to decline across much of the rich world. Across parts of Europe, incomes amongst many may take a generation to recover to pre-2008 levels. But while these debilitating trends are emerging as one of the biggest policy issues of the next decade, political leaders seem daunted by the scale of the task while experts continue to squabble about their underlying causes. Some see them as the product of new and largely unstoppable economic forces – especially the way globalisation (with free movement of capital and high skilled labour ) and technological change has and is cutting jobs and putting downward pressure on wages in the West. Others pin the blame on the replacement of the post-war model of regulated capitalism with the much more profit-driven and cutthroat model of recent decades, one that has fuelled successive waves of business restructuring and downsizing in a way that has diverted existing wealth to the top. At stake is how to remodel national economies to ensure that the gains from growth are more evenly shared than in the past and able to create better paid and enduring jobs. This was a big issue in the American Presidential elections while how to rein in the rich also dominated the Presidential elections in France. Achieving more equal societies and delivering a fairer distribution of the national goals may be worthy goals, but they are likely to prove elusive without a fundamental change in both global and national economic models. For the last 30 years, states across the globe have sat by and often encouraged big business and its leaders to win the battle for the distribution of the cake, more or less without a fight, disempowering governments in the process. Whether capital will have it less easy in the next phase of capitalism is as yet unclear. The anti-austerity mood and protest movements emerging across much of the world are certainly focusing minds that a system built on excessive levels of inequality will, in the words of Albert Edwards, Societe Generale’s in-house uberbear, ‘ultimately break down.
At the moment, a powerful global financial and business elite still holds the reins of economic power and shows no signs of acquiescing in an erosion of its muscle, privileges and wealth. But while governments continue to dance largely to the tune of global finance, the public and intellectual mood is hardening. For the last thirty years, the world’s ‘wealthgrabbing` plutocrats have had their own way, with economies run heavily in their interests. They may now have a tougher battle on their hands to maintain that status quo as workforces across the globe demand a fairer share of the cake.
QUELLES POLITIQUES PUBLIQUES QUAND LES CLASSES MOYENNES DISPARAISSENT? Nicolas Bouzou ECONOMISTE, DIRECTEUR-FONDATEUR D’ASTERÈS. MEMBRE DU CONSEIL D’ANALYSE DE LA SOCIÉTÉ AUPRÈS DU PREMIER MINISTRE FRANÇAIS. DIRECTEUR D’ÉTUDES À L’ECOLE DE DROIT ET DE MANAGEMENT DE L’UNIVERSITÉ PARIS II ASSAS. EDITORIALISTE SUR CANAL PLUS. DERNIERS OUVRAGES PUBLIÉS: LA POLITIQUE DE LA JEUNESSE, AVEC LUC FERRY, ODILE JACOB, 2012. LE CHAGRIN DES CLASSES MOYENNES, JC LATTÈS, 2011.
L
A PASSION ÉGALITAIRE
Il existe sans doute une identité économique et sociale des nations. Non pas une identité qui implique un déterminisme intégral qui mettrait les décisions publiques en « pilotage automatique », mais une identité qui stipule l’existence d’un dénominateur commun entre les attentes et les modes d’action des agents économiques et qui limite, sans le fermer totalement, le champ des possibles en matière de politique et qui définisse une méthode. L’identité économique et sociale de l’Europe a sans doute commencé à émerger au 19ème siècle avec l’apparition d’un embryon de droit du travail et d’Etat-
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Providence, d’abord en Allemagne puis dans les autres pays ensuite. Cette identité s’est renforcée après la deuxième guerre mondiale avec l’idée d’égalité : égalité des chances, ce qui est classique et partagé par les Américains (Tocqueville, le plus « américain » des Européens de la première moitié du 19ème siècle, a écrit de grandes pages sur le sujet), mais aussi égalité, au moins partielle, des résultats, ce qui est plus original et ne va pas sans poser des questions relatives à l’efficacité économique. Cette idée d’égalité ne se vit pas avec la même intensité dans toute l’Europe. Elle est très vivace en France, beaucoup moins au Royaume-Uni, les autres pays se situant dans une position intermédiaire. Il semble néanmoins clair que l’Europe valorise plus l’égalité des résultats que, par exemple, les Etats-Unis, ce qui se traduit par une part des prestations sociales dans le PIB plus forte, et donc par une imposition (fiscalité et cotisations sociales) plus lourde mais mieux acceptée.
l’essor de la grande distribution et de la croissance économique. En éduquant leurs enfants, elles ont contribué à la montée du niveau scolaire moyen. En votant au centre-droit ou au centre-gauche, elles ont cantonné les extrémismes politiques à un rôle contestataire. C’est dire si leur potentielle disparition est déstabilisante
QUI SONT LES CLASSES MOYENNES ?
car avec elles, c’est un monde assez prévisible et stable qui s’en irait. Les 30 glorieuses européennes constituent l’âge d’or des classes moyennes. Non pas qu’elles n’aient point existé avant. Elles sont un avatar du développement économique capitaliste, et on les retrouve aussi bien chez les artisans et les commerçants du Moyen-âge que chez les « petits bourgeois » analysés par Marx au 19ème siècle. Simplement, c’est à partir des années 1950 que l’économie se structure autour d’elles. C’est aussi à ce moment que le « mode de production » est le plus favorable à l’épanouissement de ces classes.
Cette idée d’égalité a longtemps positionné la classe moyenne au cœur de ce contrat social et donc de cette identité. Mais qui composent ces classes moyennes que l’ensemble du monde occidental craint de perdre ? Les économistes et les sociologues retiennent généralement une définition qualitative adaptable à des contextes différents. Les classes moyennes constituent cette partie de la population qui est en capacité d’accéder aux biens de consommation courante. Son revenu disponible est suffisamment élevé pour laisser une place à l’épargne ou à une « sur-consommation », une fois effectuées les dépenses de première nécessité, en alimentation, logement, vêtements… La classe moyenne peut accumuler, avec le temps, un patrimoine suffisant pour en faire une classe de propriétaires immobiliers mais insuffisant pour en faire une classe de rentiers. Ces classes moyennes ont longtemps équilibré l’économie et la société de plusieurs façons. En consommant de façon massive et homogène, elles ont longtemps tiré
POURQUOI L’ÂGE D’OR DES CLASSES MOYENNES EST PASSÉ
Pour comprendre ce point, il faut faire appel au matérialisme historique de Marx, qui nous explique que la structure de production (les technologies) détermine des rapports de production (une organisation du travail) qui génèrent une structuration en classes sociales. Justement, c’est au cœur même des
entreprises que la classe moyenne des 30 glorieuses prend forme. Dans les usines, le travail à la chaîne est la règle. Il amène les entreprises à se constituer verticalement : il y a les ouvriers, les contremaîtres et les directeurs d’usine. Un ouvrier peut naturellement progresser au sein d’une même structure. L’organisation hiérarchique est claire : à chaque échelon correspond un salaire. Les tâches des ouvriers sont répétitives : il n’y a pas vraiment de prime au talent ; la plupart des ouvriers délivrent un travail de qualité semblable. Il leur est difficile de se distinguer. C’est l’un des points essentiels de différence des 30 glorieuses avec la période actuelle : le travail est homogène, les ouvriers disposent de peu d’autonomie, les inégalités salariales, pour un même métier, sont donc contenues. Les primes existent, mais elles sont surtout collectives, et leur incidence sur le salaire total est insignifiante par rapport aux pratiques actuelles. Ces modes d’organisation, fordistes, tayloristes, dans nos pays riches, ont quasiment disparu. Leurs conséquences niveleuses aussi. L’organisation, de verticale, est devenue horizontale. De concentrée, elle est devenue déconcentrée. Capable, auparavant, d’éliminer les erreurs via des contrôles qualités réalisés tout au long des chaines de production, elle ne tolère plus la médiocrité. Mais il y a plus que le matérialisme historique de Marx pour expliquer le nouvel âge des inégalités. Il y a aussi la destruction-créatrice de l’économiste autrichien Joseph Schumpeter. En effet, l’économie mondiale est entrée depuis une petite dizaine d’années dans un cycle majeur d’innovations, celui des « NBIC » (nanotechnologies, biologie, informatique, intelligence artificielle). Ces cycles d’innovation, nous dit Schumpeter, génèrent beaucoup de croissance économique, mais dans un second temps seulement. Dans un premier temps, elles détruisent une ancienne économie afin de faire en quelque sorte place nette pour la nouvelle économie. Dans cette phase de transition à la fois anxiogène car le changement fait peur, mais aussi pleine de promesse, la « prime aux diplômes » et la
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« prime à l’adaptabilité » s’accroissent considérablement : la population la moins qualifiée ou celle dont les qualifications sont trop spécialisées, ancrées dans le domaine de « l’ancienne économie » voient leur rémunération relative baisser, notamment au profit de ceux que l’économiste américain Robert Reich nomme de façon imagée et au combien pertinente les « manipulateurs de symboles ». VUE DE L’ESPRIT OU RÉALITÉ ?
Les 30 glorieuses européennes et même, dans une moindre mesure, américaines, ont été relativement égalitaires. Dans une première phase, suivant le schéma en U décrit par l’économiste Simon Kuznets, les inégalités ont augmenté, mais elles ont ensuite décru pour plusieurs raisons. Déjà, l’organisation de l’entreprise fordiste limite les inégalités de salaires. Ensuite, il existe une forte demande de travail peu ou pas qualifié, afin de répondre à certaines tâches routinières propres aux usines. Enfin, la fiscalité était pendant les 30 glorieuses fortement redistributrice. Elle l’est moins aujourd’hui en raison de la compétition fiscale que se livrent les pays qui veulent attirer les talents, ceux qui composent ce que le sociologue américain Richard Florida nomme la « classe créative » et qui participe à la croissance à long terme d’un territoire. Le compromis social des 30 glorieuses avait voulu que l’on troque une croissance jugée excessive des hauts revenus après impôts contre une croissance économique forte. Les 30 glorieuses restent, dans le surmoi collectif européen, un moment d’enrichissement partagé. Le mode de production propre à la société de l’information, plus horizontal que vertical conjugué à la destructioncréatrice schumpétérienne et à sa prime aux diplômes abat ce compromis et sépare la société en trois classes : les manipulateurs de symboles, dont les revenus augmentent rapidement, la classe moyenne, suffisamment éduquée pour comprendre et utiliser les nouvelles technologies, mais pas assez formée ou adaptable pour participer à leur
conception ; la classe des laissés-pourcompte, incapable de suivre des évolutions technologiques et économiques trop rapides. Inégalités et rétrécissement de la classe moyenne vont donc de pair. Différence majeure avec les 30 glorieuses : la classe du milieu rétrécit, et elle le ressent, ce qui provoque chez elle une crise identitaire qui la pousse à la déprime. Dans un pays comme la France, chaque année, ce sont des dizaines de milliers de personnes qui quittent la classe moyenne par le haut de l’échelle des revenus, mais aussi par le bas, en passant sous le seuil de pauvreté défini comme la moitié du revenu médian (un peu moins de 1000 euros par mois dans ce pays). Une façon de mesurer les inégalités de revenus dans un échantillon de pays tout en montrant la baisse de revenu relatif des classes moyennes consiste à regarder l’évolution du ratio du revenu médian (qui, par définition, est proche des ménages qui composent la « classe moyenne ») au revenu moyen de l’ensemble de la population. Si ce ratio se dégrade, le revenu relatif des classes moyennes se détériore. Dans la plupart des pays de l’Union Européenne, ce ratio a augmenté jusqu’à la fin des années 90 et s’est dégradé depuis. Dans les 15 plus gros pays de l’Union, ce ratio est passé entre 2001 et 2011 de 89 à 87%. C’est en France (paradoxalement le pays européen le plus adverse à l’inégalité, d’où l’ampleur du malaise) et au Royaume-Uni qu’il s’est le plus dégradé. Il a reculé, mais dans une moindre proportion en Allemagne. En Espagne, il se dégrade depuis 2006 et plus encore depuis que le pays est frappé par la récession. Seul le Portugal échappe encore au phénomène, mais le pays part d’une situation nettement plus inégalitaire que ses voisins. Aux Etats-Unis, le ratio a considérablement reculé depuis la fin des années 1960. Il est passé de 89% en 1967 à 80% au début des années 1990 pour se stabiliser autour de 73% au cours de la dernière décennie. C’est le pays occidental où les classes moyennes ont le plus souffert. Même si la passion égalitaire (au sens de l’égalité des résultats) y est moins forte qu’en Europe, les difficultés des
classes moyennes se sont tout de même imposées dans le débat politique américain, amenant des électeurs de centre-droit à se tourner à tort ou à raison vers le vote démocrate. Dans les pays émergents, c’est naturellement le mouvement inverse qui s’est observé jusqu’à un passé récent, ces pays connaissant depuis la fin des années 1990 leurs propres « 30 glorieuses ». Dans les pays des BRICS (Brésil, Russie, Inde, Chine, Afrique du Sud) la forte croissance économique enregistrée depuis le début des années 2000 a donné lieu à l’essor de la classe moyenne (avec un revenu annuel se situant entre 3 000 et 20 000 dollars selon la Banque mondiale). Au Brésil par exemple, près de 40 millions de personnes sont sortis de la pauvreté pour rejoindre la classe moyenne (laquelle représente désormais 55% de la population du pays) au cours de la dernière décennie. Néanmoins, les effets de cet essor des classes moyennes sur les inégalités sont peu clairs. Ainsi, au Brésil, le revenu des ménages les plus modestes a progressé beaucoup plus vite que celui des ménages les plus riches. Mais, dans la plupart des autres économies émergentes, la croissance économique s’est accompagnée de l’accroissement des inégalités de revenus. En Chine en particulier, le ratio du revenu médian au revenu moyen est passé de 54% en 2000 à 32% en 2010. QUELLES POLITIQUES PUBLIQUES POUR RESSOUDER LE CORPS SOCIAL ?
Le diagnostic établi, la principale question posée aux responsables des politiques publiques est la suivante : comment éviter le délitement du corps social avec, à la clé, une guerre des classes, sans empêcher le progrès économique ? Voilà une question qui ne dissocie pas la question de la redistribution de celle de la croissance. Séparer les deux serait bien simple puisqu’il s’agirait simplement d’un problème de satisfaction de l’opinion publique : quel est le niveau de redistribution souhaité par l’électeur médian ? Mais le monde réel est plus complexe. La difficulté pratique réside dans les liens qu’entretiennent croissance et redistribution. Un exemple simple
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permet de le comprendre. La plupart des pays développés connaissent une situation dégradée de leurs finances publiques, en grande partie en raison du vieillissement de la population qui génère une forte augmentation des dépenses sociales, tout en tarissant les revenus puisqu’il y a moins d’actifs contributeurs nets. Or, dans la plupart des pays européens, les assurances sociales sont redistributives, puisqu’elles sont proportionnelles aux salaires, avec en outre une tendance croissante à plafonner les allocations. Il ne s’agit donc pas d’assurances à proprement parler, puisque l’économie assurantielle veut que les cotisations dépendent, non pas du revenu, mais du risque. Ces déficits sont aujourd’hui couverts par des emprunts, et le seront sans doute de plus en plus par des impôts. Voilà autant de ressources qui n’abondent pas la croissance potentielle du pays, en allant, par exemple, doter les universités ou les financements en fonds propres des secteurs émergents. Il y a donc bien dans ce cas précis un trade off entre redistribution sociale et croissance, ce qui pose évidemment une difficulté : une politique durable de redistribution nécessite une croissance économique de long terme nettement positive, ce qui n’est pas le cas dans la plupart des pays développés aujourd’hui. Accentuer la redistribution via la dépense sociale n’est donc pas viable. Ajoutons à cela une considération concernant les recettes publiques. L’alourdissement de la pression fiscale se réalise le plus souvent, contrairement à beaucoup de discours trop rapidement édictés, au détriment de la classe moyenne car ses revenus (taxés par l’impôt sur le revenu) et sa consommation (taxée par la TVA) sont les moins mobiles. En effet, considérer que l’on peut faire payer toujours plus aux entreprises ou aux plus riches est une chimère. La base fiscale n’est pas une matière totalement inerte : elle se déplace. Les Américains ont une image pour cela : tirez un coup de fusil sur un canard ; s’il n’est pas mort, il s’envolera pour vous échapper. C’est pareil avec les impôts. Augmenter les cotisations payées par les entreprises sur les salaires ? L’emploi diminuera. Taxer les stocks
options ? Les entreprises en distribueront moins. Taxer les profits ? Les entreprises installeront leurs sièges sociaux à l’étranger. Taxer les très hauts revenus ? Ils iront se domicilier ailleurs. Je force le trait, heureusement, sinon toute fiscalité serait vaine. La base fiscale n’est pas complètement mobile, mais elle est quand même de plus en plus fluide car la mondialisation, le progrès technique, la baisse des coûts de transport rendent plus simples les déménagements de particuliers, d’entreprises et d’épargne. Il existerait une solution théorique à cela : l’harmonisation fiscale entre les Etats. Que tous les pays européens s’accordent à uniformiser leur fiscalité et, par définition, la concurrence fiscale serait moribonde. A moins de se délocaliser en Amérique, en Afrique ou en Asie, les contribuables seraient piégés dans une Europe fiscalement à l’unisson. Disons-le clairement : cette harmonisation fiscale n’adviendra pas, en tous cas à un horizon temporel visible. Une mission de conseil menée il y a quelques années par la société que je dirige, Asterès, au Luxembourg, a fini de me convaincre du caractère puéril de la défense de l’harmonisation fiscale. Lorsque j’avais abordé ce thème devant eux, nos amis luxembourgeois m’avaient littéralement ri au nez, me demandant au nom de quoi ils abandonneraient une politique fiscale qui faisait leur force au bénéfice d’une fiscalité qui, selon eux, signait notre déclin. L’Europe n’est pas venue à bout de la concurrence fiscale et n’en viendra pas à bout. On peut trouver ceci dommage et immoral, ça n’y change rien. Le rôle des intellectuels consiste peutêtre à rêver, mais surtout à accepter le monde tel qu’il est et à agir en fonction des contraintes existantes. L’utile éthique de la responsabilité doit passer avant la confortable éthique de la conviction. Est-ce à dire que toute tentative pour ressouder le corps social est vaine ? Certainement pas. Il semble à ce titre que trois grands domaines doivent être réinvestis par les politiques publiques qui, pour l’heure, se limitent essentiellement et maladroitement aux politiques fiscales : il s’agit de la formation, du logement et de l’organisation territoriale.
Si la nature du capitalisme contemporain favorise les individus les mieux qualifiés, le système de formation doit donner à chacun sa chance. Formation doit ici s’entendre au sens large : la vraie formation tout au long de la vie, sans découper la formation en formation initiale et continue, sans vouloir privilégier l’enseignement supérieur sur l’enseignement secondaire. Car être formé ne signifie pas disposer à 20 ans des compétences les plus pointues dans un domaine précis. Etre formé, cela signifie en premier lieu savoir lire et écrire, et s’exprimer correctement. Un ingénieur peut se retrouver déclassé comme réussir une carrière professionnelle exceptionnelle. Ce qui fera la différence, ce sont ses capacités d’expression, de synthèse, sa capacité à prendre des initiatives, à actualiser ses connaissances et à entretenir chez lui et dans ses équipes, si l’en a, le culte de la précision et du travail bien fait. Un individu correctement formé à une probabilité faible d’être cantonné dans une classe sociale défavorisée. Les classes moyennes sont mal armées pour répondre aux difficultés d’accès au logement. Elles n’ont pas toujours accès au logement social. A la vérité, plusieurs études, en Europe comme aux Etats-Unis, ont montré que les déficits de logement résultaient d’une politique malthusienne en matière d’occupation des sols. Sous couvert de protection de l’urbanisme, de lutte contre l’étalement urbain ou de congestion des villes, on limite les nouvelles constructions au maximum. Comme si l’on ne pouvait pas faire du beau avec du moderne, comme si nouveauté et tradition ne pouvaient se mélanger pour le meilleur. Quant à la question des loyers, nul besoin de les bloquer ou d’imaginer de coûteux dispositifs fiscaux pour augmenter l’offre locative. Mieux vaudrait commencer par cesser de considérer les propriétaires comme des délinquants potentiels en multipliant les protections pour les locataires mauvais payeurs. Ces protections, in fine, se retournent contre l’ensemble de ceux qui voudraient louer paisiblement un appartement ou une
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maison qui leur convienne. Le progrès technique agit autant sur les liens spatiaux que sur les liens sociaux. Il y a là une conséquence politique implacable à en tirer : nous entrons dans l’ère de la décentralisation politique. Certains pays, comme l’Allemagne ou les Etats-Unis y sont déjà. Mais d’autres, comme la France, pas encore. Dans des territoires qui voient leur situation économique et sociale se différencier toujours plus, l’Etat centralisateur, qui mène la même politique pour tout le monde, est condamné à se tromper. Certes L’Etat central joue un rôle dans le développement économique local, en assurant une certaine péréquation des revenus via sa politique fiscale et sociale, et en assurant des missions de services publics un peu partout sur le territoire national. Mais cette politique serait unijambiste si elle n’était pas complétée par une politique économique locale qui essaie de compenser les forces naturelles qui creusent les inégalités territoriales. Dans une société en recomposition, à la fois socialement et territorialement, la réponse, c’est l’autonomie, c’est la capacité d’une nation à laisser ses territoires s’adapter au changement, qu’ils soient de bord de mer ou dans les terres, en bordure d’une capitale ou à la montagne. Les obsédés de la centralisation, qui pensent que l’action concentrée est la plus efficace, n’ont rien compris. Ils condamnent les Etats ou même l’Europe à se tromper là où les institutions régionales pourraient faire mieux. Il faut voir large et petit. Large pour comprendre la diversité croissante des situations. Petit pour adapter les solutions à des situations qui seront toujours plus hétérogènes. Donner une chance aux individus, c’est aussi donner une chance aux territoires. C’est pourquoi les initiatives menées, par exemple, par l’Assemblée des Régions d’Europe, pour répondre aux grands défis actuels (sécurité, environnement, innovation…) en faisant coopérer les régions entre elles, sont si positives. CONCLUSION
Les classes moyennes d’Occident en général et d’Europe en particulier n’ont
pas disparu et ne disparaîtront pas. Mais leur part dans la population totale diminue, ainsi que leur représentation politique, ce qui génère chez elle une crise identitaire qui peut avoir des conséquences politiques délétères. Rêver à un nouvel âge d’or des classes moyennes serait une chimère : on ne fait pas revivre les paradis perdus. Néanmoins, dans une société qui épouse une forme de sablier, la politique publique doit se fixer deux objectifs : faire en sorte que le haut du sablier soit plus large que le bas, et faire en sorte que ceux qui sont en bas du sablier aient une chance d’atteindre le haut. Une société plus inégalitaire est tenable, mais une société plus inégalitaire avec des situations figées ne le serait pas.
LES CLASSES MOYENNES DU DÉCLIN AU CONFLIT Pierre Hassner DIRECTEUR EMERITUS D’INVESTIGATION DANS LA FONDATION NATIONALE DES SCIENCES POLITIQUES DE PARIS.
S
ELON TOCQUEVILLE, LE DÉCLIN DES
classes moyennes conduit à la guerre. Bien avant lui, Aristote, le père de la science politique, écrit que « la communauté politique la meilleure est celle où le pouvoir est aux mains de la classe moyenne, » et que » la pos-
sibilité d’être bien gouverné appartient à ces sortes d’Etats dans lesquels la classe moyenne est nombreuse, et plus forte, de préférence, que les deux autres réunies, ou tout au moins que l’une d’entre elles ». Là où elle est faible, « en raison des dissensions et des luttes qui opposent l’un à l’autre élément populaire et la classe riche, quel que soit celui des deux partis à qui il arrive de triompher de son adversaire, il n’établit pas un gouvernement fondé sur le bien commun et l’égalité, mais il se taille la part du lion dans l’organisation publique, comme s’il s’agissait d’un prix attaché à la victoire, et réalise, dans un cas, une démocratie et, dans l’autre, une oligarchie ». Cette absence de compromis et de mesure s’étend, ajoute-til, à leurs relations extérieures par l’effet de la bipolarité : « Les peuples qui, dans le passé, se sont disputé l’hégémonie en Grèce, tournant l’un comme l’autre leurs regards vers les institutions sous lesquelles ils vivaient eux-mêmes, établissaient dans les autres Etats soit des démocraties, soit des oligarchies, sans considérer l’intérêt des cités mais ne pensant qu’à leur propre avantage »1. Près de deux siècles après Tocqueville, et de vingt-cinq siècles après Aristote, Moses Naïm, auteur important et ancien directeur de la revue Foreign Policy, annonce dans un article intitulé « The clash of the middle classes » que le véritable conflit opposera, au 21e siècle, non les civilisations, comme l’annonce Samuel Huntington, mais les classes moyennes des pays développés et celles des pays émergents, chacune d’elles créant de l’instabilité, les premières par leur crise et leur appauvrissement, les secondes par leur montée et leurs nouvelles aspirations insatisfaites2. Il estime que cette double insatisfaction constituera la menace la plus grave pour l’ordre international des prochaines années. Mais il ne dit pas comment cette rivalité se transformera, selon lui, en opposition directe et violente. Pour se prononcer sur la valeur de ces jugements et de ces prophéties, en particulier pour la crise actuelle et ses conséquences, nous devons nous poser au moins trois questions : Qu’entendons-nous par « classes moyennes »? Sont-elles aujourd’hui dangereuses pour la stabilité
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internationale quand elles montent ou quand elles déclinent ? Et leur crise, voire leur rivalité, peuvent-elles déclencher des guerres? LA CLASSE MOYENNE OU LES CLASSES MOYENNES ?
Si les Anglais et les Américains parlent surtout de « la classe moyenne », l’expression la plus usuelle en français est « les classes moyennes ». En effet, peu de concepts sociaux ont connu des définitions aussi diverses et des contours aussi mouvants. Au 19e siècle, « middle class » dans les discussions en langue anglaise était synonyme de « bourgeoisie », c’était la classe montante, intermédiaire entre l’aristocratie et la classe ouvrière, et, politiquement, alliée tantôt à la seconde contre la première, tantôt à la première quand les révolutions semblaient menacer son pouvoir ou son statut. Au contraire, dans le débat politique américain, on parle le plus souvent de la « middle class » par opposition aux très riches (« Main street vs .Wall street »), les pauvres n’apparaissant pas comme un acteur collectif politiquement actif ou important. Surtout, par delà la définition simple d’Aristote (ni trop riches ni trop pauvres), la classe moyenne se caractérise par la diversité de ses composantes, par leur variation dans le temps et par leur tendance à se diviser, particulièrement en temps de crise, entre la « classe moyenne supérieure » qui aspire à rejoindre la grande bourgeoisie et une « classe moyenne inférieure « (low middle-class) qui craint de tomber dans le prolétariat ou le chômage. La situation se complique du fait des changements qualitatifs introduits par les bouleversements économiques et sociaux. Au 19e siècle, et dans la première moitié du 20ème, la classe moyenne était composée avant tout de petits propriétaires agricoles ou urbains, d’artisans, de patrons de petites entreprises, et d’employés. Après la deuxième guerre mondiale, on a assisté à une baisse de l’agriculture et de l’artisanat et à une montée spectaculaire de ce que l’on a appelé « les nouvelles classes moyennes salariées » occupant les emplois
de plus en plus nombreux dans le secteur tertiaire mais plus particulièrement de ceux qui bénéficieraient d’une éducation plus poussée ou d’une spécialisation technique, notamment dans des secteurs nouveaux comme l’informatique. Cela a mené à une vision optimiste comme celle de l’ancien président français Valéry Giscard d’Estaing qui, en 1984, publie un livre intitulé « Deux Français sur trois », qui prédit l’avènement d’une vaste classe moyenne comprenant la grande majorité des Français. Aujourd’hui encore, dans son rapport prévisionnel sur le monde en 2030, le National Intelligence Council des Etats-Unis annonce qu’en 2030 «les majorités dans la plupart des pays appartiendront à la classe moyenne, et non à la classe pauvre, ce qui était la condition de la majorité de la population à travers toute l’histoire humaine »3. Cependant cette universalisation et cette égalisation éventuelles de la classe moyenne n’iront pas sans évolutions diverses et opposées. Selon David Karas, expert sur la classe moyenne mondiale, à la Brookings Institution de Washington, la classe moyenne américaine qui a servi de moteur à la croissance mondiale en jouant le rôle de « consommateur de dernier ressort » ne récupèrera jamais ce rôle. « La classe moyenne américaine », écrit-il, « est fondamentalement stagnante. Il y a des membres de la classe moyenne américaine qui prospèrent et deviennent riches et d’autres qui vont beaucoup moins bien et tombent en dehors de la classe moyenne. » Il en résulte, selon lui, que l’économie mondiale souffrira pendant la prochaine décennie. La croissance globale sera lente environ jusqu’en 2020, après quoi des légions de travailleurs de pays comme l’Inde et la Chine atteindront des revenus disponibles supérieurs à 36.000 $ par an, alimentant ainsi une nouvelle poussée de la consommation. Passé ce seuil, les familles de la classe moyenne des pays émergents commenceront à acheter des maisons et à considérer les biens de consommation durable comme les machines à laver, les frigidaires et les voitures comme des nécessités. Pendant ce temps, prédit-il la consommation aux
Etats-Unis perdra son caractère exceptionnel d’ici 20504. Pour la plupart des spécialistes cependant, la classe moyenne des pays développés occidentaux fait plus que stagner, elle est profondément en crise. Et celle des pays émergents est elle aussi en crise, mais pour d’autres raisons. LES DEUX CRISES
La crise, voire le déclin de la classe moyenne en Occident, est dûe au progrès de la productivité, ux-mêmes dûs à ceux de la technique, à la concurrence des bas salaires et des lois sociales permissives ou inexistantes des pays émergents et à l’avidité et à la recheche de gains à court terme, grâce notamment à la spéculation et aux délocalisations abandonnant la tradition fordienne de viser à faire de leurs salariés des clients et négligeant les travaux à long terme, notamment concernant les infrastructures. Aux EtatsUnis qui, jusqu’à une date récente, niaient l’existence de la lutte des classes, le possesseur de la deuxième fortune du pays, Warren Buffet, déclarait récemment: « Il y a bien une lutte des classes, et c’est notre bande qui l’a gagnée, en laissant la classe moyenne au tapis »5. En France, la richesse d’une petite minorité a également augmenté spectaculairement, alors que les classes moyennes non seulement en ont une part plus réduite mais sont exposées au chômage comme les ouvriers. En Allemagne, où le chômage est beaucoup moindre, la classe moyenne est exposée et soumise à la pauvreté sous l’effet de l’austérité et du travail à temps partiel.6 Mais, de leur côté, les classes moyennes des pays émergents, beaucoup plus jeunes en moyenne, et souvent diplômées et au contact de l’exemple occidental par l’Internet et les réseaux sociaux, soit ne trouvent pas de débouchés conformes à leurs compétences, soit ont des aspirations politiques et culturelles qui se heurtent aux structures traditionnelles, oligarchiques ou autoritaires de leur pays, et regardent soit du côté de l’émigration soit de celui de la révolution. On retrouve l’article fondateur de
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Moses Naïm par lequel nous avons commencé et qui, écrit en 1911, n’a rien perdu de sa pertinence. Mais il est temps de se demander si, d’accord sur le constat, il faut nécessairement le suivre dans ses conclusions et ses prévisions sur le clash des classes moyennes comme principale source des conflits internationaux. DES CRISES AUX CONFLITS, DES CONFLITS À LA GUERRE ?
Ce qui semble certain, c’est que les deux crises des classes moyennes, celles des pays développés occidentaux et celles des pays émergents, introduisent un élément d’insécurité et d’instabilité dans leurs pays respectifs. La question est de savoir dans quelle mesure cette insécurité et cette instabilité se traduisent au niveau international. Il est certain que le déclin de la classe moyenne encourage dans les pays développés des réflexes de peur, de méfiance, de repli, qui peuvent, à leur tour, conduire à la recherche de boucs émissaires ou d’hostilité aux catégories encore plus défavorisées par rapport aux membres des classes moyennes déclassées, qui peuvent ainsi retrouver un sentiment de supériorité. Au 19e siècle et encore dans la première moitié du vingtième siècle, cela pouvait, comme aujourd’hui, conduire à la recherche individuelle ou familiale d’un meilleur destin à l’étranger, mais aussi à la conquête de nouveaux territoires à coloniser, à peupler ou à dominer. L’exemple type est au 19e siècle, celui de la colonisation (dont l’histoire est retracée par un historien français, Charles Morazé, sous le titre « Les bourgeois conquérants » ) et, au 20e, celui de la doctrine allemande de « l’espace vital ». La grande crise de 1929 a conduit à la fois à la recherche de boucs émissaires à éliminer (les Juifs) et à celle de territoires que les Allemands devaient occuper en maîtres, et dont les populations jugées inférieures (par exemple les Slaves) devaient être voués à une sorte de servitude et cantonnés dans les emplois inférieurs. Une telle solution suppose certaines tendances idéologiques et certaines possibilités géopolitiques. Une certaine recrudescence de tendances fascistes ou
racistes par suite du déclin social ou de sa crainte est incontestablement à l’ordre du jour en Europe. Mais les conditions politiques et stratégiques de nouvelles aventures conquérantes sont absentes. Seuls peut-être les Chinois pourraient être tentés d’occuper de nouveaux territoires, par exemple en Russie d’Asie, voire en Afrique. La colonisation et la conquête reposaient sur une supériorité militaire qui a disparu et un esprit aventurier en déclin. En général, le « clash » que prédit Moses Naïm n’a de chances de se produire que sur le plan social et ethnique, entre individus et communautés en concurrence à l’intérieur d’un pays en difficulté, ou entre groupes qui cherchent à l’étranger soit un moyen de subsistance soit la satisfaction de leurs rêves de modernité culturelle et d’ascension sociale, et des groupes sédentaires qui craignent la concurrence des nouveaux venus et accusent, pêle-mêle l’immigration, les délocalisations industrielles, l’intégration européenne, toutes les évolutions qui encouragent la mobilité, la concurrence et la mixité, d’être responsables de leur insécurité ou de leur déclin. Une récente enquête d’opinion, très complète, publiée par Le Monde, le 9 janvier 2013, montre de façon impressionnante la prédominance de la peur et de la méfiance, le désir de fermeture, l’hostilité aux minorités immigrées, le souhait de fermeture des frontières, même aux réfugiés, et le souci de se retrouver entre soi. Il est peu probable qu’il en résulte des guerres inter-étatiques. On peut certes imaginer des scénarios selon lesquels, pour échapper à l’insatisfaction de ses classes moyennes, un Etat se lance dans une politique nationaliste de provocation envers d’autres puissances et qu’il en résulte une escalade guerrière involontaire. On peut l’imaginer, notamment, entre la Chine et le Japon. Mais cela reste très improbable. Il est probable, en revanche, que le clash des classes moyennes se produise effectivement, mais entre groupes, entre nomades et sédentaires, entre émigrants en quête de refuge ou d’espoir et résidents voyant en eux des concurrents dangereux ou des ennemis. Comme les civilisations
de Huntington, les classes moyennes ascendantes et descendantes ne sont pas des blocs cohérents entraînant leurs pays respectifs dans des guerres, elles s’interpénètrent et c’est cette interpénétration inévitable qui peut produire l’incompréhension et le conflit plutôt que le partage et la coopération à l’intérieur d’un ordre national, européen ou mondial. 1. Aristote, La Politique, Livre IV, ch. 11, 2. 2. Moses Naïm, “The Clash of the Middle Classes », The Huffington Post, 5 août 2011. 3. SNational Intelligence Council, Global Trends 2030 : Alternative Worlds, Washington, 2013. 4. Cité par David Case, « Is the middle class an endangered species ?”, Salon.com, 24 octobre 2012. 5. Cité par Chrystia Freeland, « Inequality as a threat to growth », International Herald Tribune, 30 novembre 2012. 6. « La classe moyenne sous pression ». Lettre d’Allemagne par Frédéric Lemaître, Le Monde, 8 janvier 2013.
LIBERAL DEMOCRACY AND THE MIDDLE CLASS Marc F. Plattner EDITOR, JOURNAL OF DEMOCRACY. VICEPRESIDENT FOR RESEARCH AND STUDIES, NED. CO-CHAIR OF THE RESEARCH COUNCIL, INTERNATIONAL FORUM FOR DEMOCRATIC STUDIES.
T
HE QUESTION THAT HAS BEEN POSED TO
me is “Can liberal democracy survive the decline of the middle class?” My short answer is “No.” Liberal democracy is unlikely to survive in a society that lacks a substantial middle class. But if I were asked whether liberal democracy today faces an especially grave threat from the prospect of a “decline of the middle class,” my answer would also be “no.” The pairing of these two negative answers should not seem paradoxical, for they respond to two very different questions. The first addresses the issue of the underlying relationship between liberal democracy and the predominance of the middle class: it is a question for political philosophers. The sec-
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ond, in contrast, deals with current socioeconomic circumstances and trends both in the Western democracies and in the wider world, and is a question for pundits and “futurologists.” In what follows, I will try briefly to analyze each of these questions in turn. THE UNDERLYING RELATIONSHIP
The origins of the idea that a sizeable middle class contributes to moderate and stable self-government go back at least as far as Aristotle’s Politics, but Aristotle did not call a regime dominated by the middle class a democracy; he saw it instead as constituting a happy mean between rule by the poor (democracy) and rule by the rich (oligarchy). The identification of democracy with rule by the poor continued up through the 18th century. Montesquieu, who asserted in The Spirit of the Laws that virtue is the principle of democracy, contended that the requisite civic virtue can be attained only in a society of economic equals, and that economic equality can be maintained only in a poor country where all live austerely. Later in this work, however, Montesquieu praised the prosperous commercial society of modern England for providing much greater individual freedom and security than was available in the poor and virtuous democracies of antiquity. Though England had a mixed government with a strong monarchical component, it enjoyed a regime that, thanks to the separation of powers, was more liberal than any pure democracy. One may say that modern liberal democracy—a regime based upon majority rule in a society of industrious, wealth-seeking, and property-owning citizens—is born of the marriage of freedom and commerce. Its enemies used to be fond of disparaging the product of this political marriage as “bourgeois democracy,” but the characterization was, and remains, apt. In practice, liberal democracy is the rule of the bourgeoisie (i.e., the middle class). To cite the wellknown maxim of Barrington Moore, “No bourgeoisie, no democracy.” The term middle class, like the term bourgeois, has two different applications, one economic and the other sociocultural, though these are clearly interrelated. As an
economic designation, it seems to refer to those who are in the middling ranges of a society’s distribution of income or wealth. Yet in a society composed of a small number of great landowners, and a vast majority of poor peasants, we would not refer to those in the middle quintiles (presumably the slightly less impoverished peasants) as belonging to the middle class. For the term middle class, is generally used to characterize those who earn at least a modest income, are able to purchase consumer goods, and devote their efforts primarily to increasing and enjoying their material prosperity. “The passion for physical comforts,” says Tocqueville, “is essentially a passion of the middle classes; with those classes it grows and spreads, with them it is preponderant. From them it mounts into the higher orders of society and descends into the mass of the people.” The term middle class is also employed in a sociocultural sense; however, when we speak of middle-class morality or middleclass values (and similarly of bourgeois morality or values). Here the term designates a set of habits and attitudes that are fostered by and help to sustain liberal democratic (and capitalist) societies; the middle classes are animated by a desire to enhance their material possessions, but this typically does not lead them to abandon themselves to seizing the pleasures of the moment. Their chief aim is, in Adam Smith’s phrase, to “better their condition” (“a desire which, though generally calm and dispassionate, comes with us from the womb, and never leaves us till we go into the grave”). Thus members of—and aspirants to—the middle class learn to defer the immediate gratification of their desires in order to pursue a more long-term notion of their interests. They undertake arduous labors in order to increase their possessions and thereby secure greater opportunities for comfort and pleasure in the future. In the process, they develop habits of industriousness and moderation that encourage what Tocqueville calls “regularity of morals.” In a phrase popularized by former U.S. president Bill Clinton and subsequently adopted by President Barack Obama, both of whom
presented themselves as champions of middle-class voters, these are people who “work hard and play by the rules.” Liberal democracy’s survival is not guaranteed, however, by a substantial middle class (nor is it necessarily doomed by a preponderance of the poor, as the remarkable example of India has demonstrated). There can be situations in which members of the middle classes conclude that their self-interest is better served under nondemocratic forms of government—some would say that this has been the case in Thailand. Or, as Tocqueville warned, the preoccupation of middle class people with their own wellbeing and that of their immediate families may render them isolated from their fellows, entirely neglectful of public affairs, and thus vulnerable to the advent of “mild despotism.” So a substantial middle class is not by itself a sufficient condition for the long-term survival of liberal democracy. At the same time, there is no doubt that a large and vigorous middle class enormously improves the prospects that liberal democracy will endure. But to maintain a sizeable middle class, and to keep its support, liberal democracies have to deliver what their citizens are so determinedly seeking. Unless most of those who “work hard and play by the rules” see an eventual payoff for their labor and their restraint, the system will not work. CURRENT TRENDS AND FUTURE PROSPECTS
People who fit Tocqueville’s description of the middle class are preponderant today in all the Western democracies, and they are rapidly becoming more common in other parts of the world as well. Globally, we are likely to witness not a decline, but a surge in the ranks of the middle classes. Global Trends 2030, a recent study by the U.S. National Intelligence Council (NIC), identifies as one of the “megatrends” of the next two decades the explosive growth of the global middle class: “Middle classes most everywhere in the developing world are poised to expand substantially in terms of both absolute numbers and the percentage
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of the population that can claim middleclass status during the next 15-20 years” (p. 8) [http://www.dni.gov/files/documents/ GlobalTrends_2030.pdf]. Noting that there are a variety of indicators that can be used to define the middle class, the NIC report opts for a measure based upon per capita consumption expenditures as adjusted by purchasing power parity. It projects that, by 2030, the global middle class will more than double from its current total of about 1 billion, emphasizing that this will be accompanied by a sharp rise in global demand for consumer goods. The biggest rise is expected to come in Asia, especially in India and China. Latin America has already witnessed a significant expansion of its middle classes; Africa lags behind in this respect, but its middle class is now projected to grow faster than that of any other world region. This rise in the proportion of the population that has reached middle-class status is likely to swell the ranks of those demanding greater democracy in countries such as China. Meanwhile, in countries that have already established more or less liberal democratic regimes, it will boost the chances that these regimes will endure. It still remains the case, as the NIC report notes, that no democracy with a per capita income of over $12,000 has ever reverted to authoritarianism. In the West, the vast majority of people already have a middle class lifestyle, and think of themselves as belonging to the middle class. A recent survey by the Pew Research Center (http://www. pewsocialtrends.org/2012/08/22/the-lostdecade-of-the-middle-class/1/) found that 49% of Americans identified themselves as “middle class,” compared to 17% who said that they were “upper class” and 32% who said that they were “lower class.” The upper-class category, however, was formed by combining those who identified themselves as either upper or uppermiddle class, and the lower class by combining those who identified themselves as either lower or lower-middle class (the respective shares of those who say they are upper-middle or lower-middle class are not given). It would arguably be more plausible to add the upper-middle
and lower-middle identifiers to the middle class, in which case the middle class would undoubtedly comprise a much higher proportion of the U.S. population. Certainly, recent American political discourse, as reflected during the 2012 presidential campaign, would seem to suggest that almost all Americans (apart perhaps from the top 1% singled out by
devastating declines. The gains in income that have been made over the past decade are tiny overall and most appear to have primarily benefited the wealthier segments of society. The majority of the population in most Western countries is clearly unhappy with the economic situation. It is questionable, however, whether this discontent is due to some
Occupy America) tend to consider themselves as belonging to the middle class. Even in Britain, with its much stronger tradition of working-class identification and solidarity, 71% of the population identified themselves as middle class (a category that in this case included “upper-middle” and “lowermiddle”), and only 24% as working class. (http://britainthinks.com/sites/default/files/ reports/SpeakingMiddleEngish_Report.pdf) It is also true that in virtually all Western democracies over the past decade there is a growing sense that the middle class is being “squeezed,” that it is not making the kind of economic progress that it did in earlier decades. Much economic evidence seems to support this feeling. Especially in the wake of the economic crisis that began in 2008, the economies of the Western democracies have been in the doldrums, and some countries—most notably, Greece and Spain—have suffered
special suffering on the part of the middle class rather than to the overall fall-off in economic growth. My own sense is that the latter is the more fundamental cause. If national economies were to resume steady growth, even at a modest rate, and employment returned to reasonably high levels, my guess is that discontent would be greatly ameliorated, even if some indicators continued to show that economic inequality was rising at the expense of the middle classes. Measurements of economic inequality are extremely slippery. They vary depending on whether one measures income or wealth, and whether the unit measured is the individual, the family, or the household. The distribution of income may be affected by changes in the average size of families or households or in the proportion of the population in the labor force. Moreover, measurements that divide
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the population into classes often have arbitrary cut-off points. The Pew Survey divides U.S. households on the basis of income into three tiers: the middle tier is defined as those with incomes between two-thirds and double the national median—in 2010, the median was $59,127, meaning the middle tier had incomes between $39,418 and $118,255. The lower tier is defined as those below this range and the upper tier as those above it. Using this formula, the survey calculates that the share of the population belonging to the middle tier has steadily been shrinking since 1971 and now constitutes only 51% of the population, down from 61% four decades earlier. This perhaps partly explains the Pew Survey’s dramatic title: The Lost Decade of the Middle Class: Fewer, Poorer, Gloomier. Where has the missing 10% of the middle class gone? Well, only 4% have fallen into the lower tier, while the remaining 6% have advanced into the upper tier. In any case, most of these refugees from the middle class presumably congregate near the top of the lower tier and the bottom of the upper tier. It is hard to see this shift as a decisive or especially worrisome change in the class structure of the United States. The most commonly used measurement of income inequality is the Gini index (or coefficient), which ranges from 0 (everyone earns the same income) to 1 (a single person earns all the country’s income). (Other indexes are used as well. A 2008 OECD study also gives figures by country for the “Mean log deviation,” the “Standard coefficient of variation,” the “Interdecile ratio P90/P10,” and the “Interdecile ratio P50/P10.” Though these often yield similar rankings for individual countries, there are also some significant variations.) Measured by the Gini index, Denmark, Sweden, Luxembourg, and Austria, in that order, have the least inequality among OECD countries, with scores around .25; Mexico and Turkey have by far the highest levels of inequality, with scores well above .40, followed by Portugal, the United States, Poland, and Italy (in that order), with scores above .35. The intercountry and inter-temporal comparisons provided in the OECD study are not
without interest, but neither do they appear to be critical to understanding the economic or political performance of these countries. I do not mean to minimize the gravity of the economic crisis that has afflicted Western democracies over the past few years, or the threat that a failure to recover from it might pose. In countries where economic growth has stalled or reversed, and a sizeable portion of the population faces continuing unemployment and impoverishment, the political consequences could indeed pose a serious threat to liberal democracy. But damage to the middle class is a by-product of these broader economic difficulties, not their cause. A prolonged expansion and hardening of poverty would constitute a grievous problem that liberal democratic governments would be compelled to address. The persistence of an excessive concentration of wealth at the very top would also raise serious concerns for policy makers. But I do not think that modest shifts in the distribution of income among the broad middle classes should preoccupy democratic governments or distract their focus from the goal of restoring wider economic prosperity. It is always possible, of course, that the changes of recent years are merely the first stages of a long-term shift that will alter future income patterns in a fundamental way. One can spin out scenarios about how globalization and changes in communications technology will stratify the workforce, leading to a drastic shrinking of the kinds of jobs that have nurtured the middle class. I do not reject such scenarios out of hand, but I think the evidence for them is still very premature. It is worth bearing in mind that concerns about technological advances eliminating good jobs have a very long history. Almost 50 years ago, U.S. president Lyndon B. Johnson established a National Commission on Technology, Automation, and Economic Progress to report on the opportunities and dangers that technological advancements posed for workers (http://www.presidency.ucsb.edu/ ws/index.php?pid=26449). Finally, let me address the concern—
more common on the right than on the left—that it is the decline of middle-class morality rather than of middle-class incomes that poses the gravest threat to liberal democratic societies. Those who express this concern can find ample justification in Tocqueville’s analysis of the moral bases of liberal democracy. In particular, he emphasizes the importance of religious belief and of attachment to family as crucial moral foundations of a free society, and his discussion of family life under democracy highlights the sanctity of marriage, the chastity of women, and the differentiation of social roles between the sexes. Today, however, the hold of religion in the West, especially outside the United States, is much weaker than it was in the past, and views about marriage, chastity, and sex roles have clearly been transformed. This has been accompanied by rates of divorce, unwed pregnancy, and fatherless families much higher than during previous eras. All these trends might have been expected to undermine the middle-class character of life in liberal democracies. Yet I would say that so far middle-class habits, including commitments to family life, to hard work, and to community service, have remained remarkably resilient. But perhaps there is a time lag at work here, and the weakening of middle-class values will wreak its full damage on liberal democratic societies in the future. One should also note in this context the overall decline in fertility rates, which, in combination with lengthening life expectancy, threatens to put an enormous economic burden on liberal democratic societies. Nonetheless, I remain guardedly optimistic about at least the near-term future both of the middle class and of liberal democracy. Both may seem perpetually under threat, but both are also very hard to dislodge. Besides, what would one replace them with? The alternatives to liberal democracy that are on offer today range from the unappealing to the catastrophic. And while middle-class values may not be lofty or inspiring, they both are fundamentally decent in themselves, and are ennobled by their role in sustaining freedom and self-government.
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pearance, if any, of the middle class.
IS THE “MIDDLE CLASS” DISAPPEARING FROM THE WEST? A CAUTIONARY NOTE Anthony B. Atkinson NUFFIELD COLLEGE, UNIVERSITY OF OXFORD.
Andrea Brandolini BANK OF ITALY.
C
ONCERNS ABOUT THE POLARISATION OF
western societies and the disappearance of the middle class are far from new. There is, however, a certain penumbra surrounding the definition of the “middle class.” The term is used in many different ways. A couple of years ago, an article in the British newspaper, The Guardian, listed some of the many criteria that have been applied at different times to define middle-class life: “having servants, renting a good property, owning a good property, owning a business, being employed in one of ‘the professions,’ how you speak, how you use cutlery.” Most sociologists would rather focus on people’s position in the labour market, by considering occupational prestige and status, or an individual’s place in the productive process. Economists would instead distinguish classes by first looking at income – which is not even mentioned in The Guardian’s article. Shedding light on these differences may help in understanding the strange disap-
2. In economics, interest in the middle class appears to stem in part from the perception that distributional studies have focused on the poor, at one end, and on the rich, at the other end, leaving out the middle. Economists often refer to the “middle 60%,” which is the part of population bracketed between the bottom 20% (which includes the poor or those at risk of poverty) and the top 20% (the welloff). The European Union (EU) uses as its main income inequality measure the ratio of the income share of the top 20% to that of the bottom 20%. On this basis, transfers away from the middle 60% could, if made proportionately, leave measured income inequality unchanged. They are the “forgotten” middle. The analysis of the entire income distribution, and not only of either the bottom or the top, is indeed revealing. This can be illustrated by taking the income shares of the middle 60% of the population, ranked by increasing (equalised disposable) income, together with the shares of the bottom and top 20%, in fifteen countries around 1985 and 2004. These countries cover a wide spectrum of political, institutional and economic arrangements, ranging from the social-democratic welfare states of Nordic countries to the more marketoriented Anglo-Saxon economies, to an emerging economy such as Mexico. The two points in time span a period of almost two decades characterised by radical economic and political changes, but ending before the Great Recession of 200809. Ranking the fifteen countries by increasing size of the income share accruing to the middle 60% yields a pattern which is familiar to those concerned with income inequality: in 2004, the Nordic countries have shares of above 55%, followed by the corporatist European countries; Canada, Taiwan, Poland and Italy come next, followed by the United States and the United Kingdom, with shares around 51%; Mexico is the country with the smallest middle income share at 44%. The difference is sizeable: the UK and US middle class
receive a share of total income which is about a tenth less than that of their Nordic counterparts. If the Anglo-Saxon countries led the way of economic transformations, and the Nordic countries were those lagging behind, this could be seen as evidence of a disappearing middle. But it is the within-country change in the middle class share that receives most attention. Figure 1 shows that this share has indeed fallen in all countries except Denmark between the mid-1980s and 2004, and that this loss was consistently to the benefit of the richest fifth, except in France. This evidence of a declining economic status for the middle class is another facet of the trends towards greater inequality prevailing in many countries since the 1980s. 3. This is not, however, the only way in which the middle class can be defined. So far, we have taken some fixed proportion (60%) of the population that is in the middle. This definition corresponds, however, to rather different income boundaries across nations. In the more egalitarian countries of North and Central Europe the richest person in the middle class has an income that is twice the income of the lowest middle class person, but in highly unequal Mexico this ratio rises to four times. Somewhat paradoxically, a definition based on a fixed share of the population rules out any discussion of the “size” of the middle class. The middle class cannot “shrink” or “expand.” The obvious alternative is to identify the middle class with those people whose income lies between prefixed income boundaries, and then to calculate their share in the population. What are these income limits? In rich countries, the economics literature tends to take relative income limits, such as 75% and 125% of the median. The lower cut-off has a natural linkage with the poverty threshold. In the EU the poverty threshold is set at 60% of the median, so that, if we regard the middle class as being those “comfortably” clear of being at-risk-ofpoverty, we should take a somewhat higher level, for instance 75% of the median which is 1¼ times the EU at-risk-
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of-poverty line. In contrast, use of 125% of the median as an upper demarcation has little evident rationale apart from that of symmetry. The middle class range is relatively short in proportionate terms (125 is less than twice 75) and, in fact, in the fifteen countries considered here, around 2004, at most half of the populations would be included in the middle class. The middle class would be as small as one fourth of the population in Mexico, and less than a third in the United Kingdom and the United States. As a consequence, the upper income group would account for a population share ranging between 27% in Scandinavian countries and 39% in Mexico. Even splitting the top group and setting the richness line at 167% of the median to allow for an upper middle class, the rich would still comprise almost 20% of the population in the United Kingdom and the United States, and well above it in Mexico. These shares are at odds with the common perception of the share of the wealthy in the population. If the middle class is to be distinguished from the rich, a much higher cut-off than 125% seems to be required. By raising it to 200% of the median, the size of the middle class increases considerably: it reaches 71% in Scandinavian countries, and exceeds half of the population even in countries where incomes are distributed more unequally, such as Italy, the United Kingdom, and the United States. The share of the well off would still be above 10% in these three countries; it would fall to 3-4% only as the upper cut-off is raised to three times the
median. The ranking of the fifteen countries is little affected by fixing the upper demarcation line alternatively at 125%, 167%, 200% or 300% of the median, and the resulting sizes of the middle class are highly correlated. However, it does not follow that the changes in the size of the middle class are the same for all cut-offs. In Italy, for instance, the size of the middle class is unchanged with the 125% cut-off, but increases with the 200% cutoff and declines with the 300% cut-off; in Norway, it rises with a 125% cut-off but falls with a 200 or 300% cut-off (Figure 2, lower panel). Even where the changes are in the same direction, the extent of the variation depends noticeably on the cutoff definition, suggesting rather different patterns of change in the underlying distribution. The shrinkage varies in size across countries, but the fact that it is positive in the majority of countries may reinforce the concerns of those who fear that the middle class is (gradually) disappearing. Is this worry well founded? To some extent, the answer depends on the simultaneous changes in the proportions of the poor and of the rich. Regardless of the level of the upper cut-off, in all ten countries where the middle class indisputably shrank, both proportions increased, indicating that the income distribution became more polarised. Yet, with few exceptions, the population share of the rich went up more than that of the poor, so that the overall net change was towards higher rather than lower income ranges (top panel of Figure 2). Italy stands out as the only country where there was a shift from the top to the middle together with a (more moderate) shift from the middle to the bottom. 4. The official report prepared for the Office of the Vice President of the United States’ Middle Class Task Force maintains that middle class families “have certain common aspirations for themselves and their children. They strive for economic stability and therefore desire to own a home and to save for retirement. They want economic opportunities for their children and therefore want to provide
them with a college education.” Income alone does not suffice to identify the middle class. In fact, income is a good proxy of living standards, but fails to represent the full amount of resources on which individuals rely to cope with the needs of everyday life and to face unexpected events. Individuals may have earnings below the poverty threshold and still reach a decent standard of living thanks to their past savings. A sudden income drop need not result in lower living conditions if people can decrease accumulated wealth, or if they can borrow. On the other hand, income can be above the poverty threshold, yet individuals can feel vulnerable because they have no savings with which face an adverse income shock. Assets and liabilities are fundamental to smoothing out consumption when incomes are volatile. They are a major determinant of personal longer-term prospects. These considerations suggest that middle class status is closely linked to the possession of real and financial assets. The value of wealth holdings may help to define the upper limit of the middle class. The wealthy might be those “people who do not need to work,” as their net worth is large enough to enable them to live off the interest while avoiding paid employment. Taking a real after-tax flow of interest of 3.33% and the average standard of living as a reference, the rich would be those with wealth exceeding 30 times the median income. With this cut-off, a couple with two young children would be classified as middle class when its net worth is below 950,000 international dollars at 2004 prices in Italy, 1.2 million in Germany and Sweden, and 1.8 million in Norway and the United States. These values imply that the shares of the well-off goes from 3.6% in the United States to 6.6% in Germany and 10.6% in Italy: in all three countries they own two fifths or more of total wealth. The upper income limits of the middle class that correspond to these population proportions are approximately located at twice the median in Italy and Germany, and at three and a half times the median
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in the United States, providing some support for raising the upper limit of the middle class to at least 200% of the median. The middle class condition of being comfortably clear of the risk of poverty hinges on the buffer stock preventing people from falling into poverty should something go wrong. Asset poverty captures the exposure to the risk that a minimally acceptable living standard cannot be secured for some period of time if income suddenly vanishes. A considerable proportion of middle class individuals are asset-poor. When the cutoffs are set at 75% and 200% of the median, about half of middle-class Germans and Americans do not have enough financial assets to sustain their standard of living at the poverty line for at least three months. Financial asset poverty concerns 35-40% of the Swedish and Norwegian middle-class individuals, whereas only 23% of middle class Italians are financially vulnerable, possibly because public income-support schemes are so limited to induce them to accumulate relatively more precautionary savings. The sense of difficulty in coping with negative events associated with asset poverty is at odds with the economic security that is seen as an attribute of the middle class. We may then want to exclude asset-poor individuals from the middle class, even if their incomes are well above the poverty line. This would substantially reduce the size of the middle class, although the available data are insufficient to evaluate changes over time. 5. Economists often stress the importance of having a large middle class for economic growth, for its consumption patterns and for its propensity to accumulate human and physical capital, as well as for democracy and the political stability of a society. Yet, the middle class can be defined in many different ways. As we have shown, the typical measures are simply another way of assessing the evolution of income inequality, whereas we need to go beyond a simplistic characterization of social classes purely framed in terms of income levels. A
meaningful notion of middle class cannot avoid adopting a more nuanced multidimensional view, where income, wealth and occupation (not discussed here) all play a role. Figure 1: Change in the Income Share of the Bottom, Middle and Top Income Groups in Selected Countries between Around 1985 and Around 2004 (Percentage Points) Figure 2: Change in Population Shares For Different Income Cut-Offs in Selected LIS Countries between circa 1985 and circa 2004 (Percentage Points)
DOES INEQUALITY THREATEN THE SUSTAINABILITY OF WESTERN DEMOCRATIC CAPITALISM OR IS CAPITALISM’S “EL PERIODO ESPECIAL” OVER? Branko Milanovic WORLD BANK RESEARCH DEPARTMENT AND UNIVERSITY OF MARYLAND.
T
O ANSWER THE QUESTION, “DOES IN-
equality threaten the sustainability of Western democratic capitalism,” we need to divide it into segments. First, “Does inequality threaten capitalism?” The answer, at least in the mediumterm, seems to be in the negative. For the first time in human history, a system that can be called capitalist, generally defined as consisting of legal free labor, private ownership of capital, decentralized coordination, and the pursuit of profit, is dominant over the entire globe. One does not need to look far back into the past, or to have a great knowledge of history to realize how unique and novel this is. Not only was centrally planned socialism eliminated as a competitor only recently, but also we no longer find, anywhere in the world, unfree labor to play an important economic role, as it did until some 150 years ago.
Such is the hegemony of capitalism as a worldwide system that even those who are unhappy with it and rising inequality, whether locally, nationally or globally, have no realistic alternatives to propose. “De-globalization” and focus on the “local” is meaningless because it would do away with the division of labor, a key factor in economic growth. Surely, those who argue for “localism” do not wish to propose a major drop in living standards. Forms of state capitalism, as in Russia and China, do exist, but this is capitalism nevertheless: private profit motive and private companies are dominant. Increasing inequality of income nevertheless undercuts some of capitalism’s mainstream ideological dominance by showing its unpleasant sides: the exclusive focus on materialism, a winner take-all ideology, and a disregard of non-pecuniary motives. But since no ideological alternatives currently exist, and even less political parties or groups to implement them, the hegemony of capitalism appears unassailable. It is certain that nothing guarantees that it would look like that to our children or grandchildren, for new ideologies can be developed, but at least, this is how it looks to a reasonable observer (I hope I am one) today. But is “democratic capitalism sustainable?” This is already a different question. Note first that these two words were not often combined in history. The absence of democracy and capitalism have been a
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common feature, not only in Spain under Franco, Chile under Pinochet, or Congo under Mobutu, but also in Germany, France and Japan, and even in the US (with the exclusion of African Americans from the body politic) and England, with its severely limited franchise. Thus, it does not take huge leaps of imagination to see that capitalism and democracy can be decoupled. And inequality can play an important role in it. It already does so by politically empowering the rich to a much greater extent than the middle class and the poor. The rich dictate the political agenda, finance the candidates who protect their interests, and ensure that the laws that serve their interests are voted in. The American political scientist, Larry Bartels, finds that US senators are five to six times more likely to listen to the interests of the rich than to the interests of the middle class. For the poor, Bartels devastatingly concludes, “there is no discernible evidence that the views of low-income constituents had any effect on their senators’ voting behavior.” 1 Both democracy and the middle class are being hollowed out. In effect, it is not for nothing that since Aristotle, and more recently since Tocqueville, the middle class was seen as the bulwark against non-democratic forms of government. It was not by some special moral virtue, embodied among the “middlemen,” that a person who, has, for example, ceased to be rich and become middleclass would suddenly prefer democracy. It is simply that the middle class had an interest in limiting the power both of the rich so that they would not rule over them, and of the poor so that they would not expropriate them. Middle class’s large numbers, in addition, meant that a lot of people shared similar material positions, developed similar tastes, and tended to eschew extremism of both the left and the right. Thus the middle class provided for both democracy and stability. All of this is under attack by the rising inequality. The middle class in Western democracies is today both less numerous and economically weaker than the rich as compared with 20 years ago. In the United States, where the change is most dramatic, the share of the middle class, defined as
people with disposable incomes around the median (more exactly, 25% above and below the median), decreased from one third of the population, in 1979, to 27% in 2010. At the same time, the average income of the middle class, which was practically equal to the overall US mean income in 1979, dropped to being only three quarters of the mean at present. The overall result of the decline in relative numbers and relative income is a sharp drop in the economic power of the middle class. In 1979, they accounted for 32% of total income (or consumption), but today, only 21%. In Spain, the same calculation yields a much less dramatic, but similar picture. While the size of the middle class has gone down from 34 to 31% of the Spanish population, its relative income has increased just enough to keep its relative economic power only 1 percentage point lower than it was 30 years ago.2 The political importance of the middle class has accordingly dwindled, and it is not difficult to project into the future the current trends, most vividly seen in the United States, where financial support from wealthy individuals and companies ensures political success. While the system in form remains democratic because the freedom of speech and association is preserved and elections are free, in essence it becomes a plutocracy. In Marxist terms, it is “the dictatorship of the propertied class” even if it seems, superficially, to be a democracy. The government is nothing else, but in Marx’s famous words, “the committee for managing the common affairs of the bourgeoisie.”3 And indeed, the gap between the professed ideology and reality will not be anything new to a student of politics and history. Rome seamlessly grew to be an autocratic Empire while it masqueraded as a Republic ruled by a Senate. A bureaucratic class ruled Eastern Europe while claiming that both economic and political powers were in the hands of the people. Every dictator today argues that he embodies the will of the people—that is, he believes himself to be a democrat. The move away from democracy can take two forms. One is American and it resembles plutocracy; the other may be
called Italian. In the latter case, power is extraordinarily, albeit ostensibly legally and within the democratic system, transferred to a technocratic government. It is done in a way reminiscent of how dictatorships were introduced in the inter-war Europe from Dr. Salazar’s technocracy to Herr Hitler’s “law and order.” Today’s technocracy may appear benign, led by people of unimpeachable integrity, but it nevertheless arises as a counter-point to democracy. It thrives because democracy is shown incapable of solving the problems. Technocrats can do it. Indeed, countries like Singapore are perfect examples of technocratic efficiency. However, pleasant it might be to live under such governments, they are nonetheless not democratic. If democracy is a value in itself, they do not provide it. The current disenchantment with the US Congress, which faces a public disapproval rate in excess of 80% and was called by the Washington Post commentator Ezra Klein “more unpopular than Communism,” may be seen as yet another indicator of the drift toward the rule of technocrats, desired by some. Yet both the unelected rule by technocrats, and the occult rule by the rich are deeply undemocratic. Now, we come to the third and last part of the question, “Is inequality undermining specifically European democratic capitalism?” All that was said for democratic capitalism applies, obviously, to Europe, since it is from the Europe of Monti and Papademos that we drew the examples of the technocratic drift. But Europe is exposed to additional pressures. The most important is that of globalization, which frequently works both against its workers and the middle class and in favor of its rich. Western workers and parts of the middle class are, through increased trade, outsourcing, or generally the attractiveness of foreign, as opposed to domestic, investments, exposed to a severe competition from workers in emerging economies. Both the property-rich and the highly skilled gain because their financial and human capital is more mobile and cannot be easily taxed unless one wants them to flee the country. Low taxation, in turn, increases inequality between the rich and the poor
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because it undercuts the funding sources on which the modern European welfare state was built. The rocambolesque story of Gérard Depardieu’s recent search for a more tax-friendly citizenship is a valuable example, not the least because few individuals, in their careers, seem to better embody “Frenchness” than Depardieu. When national icons run away, what remains for others who can better afford to move than to emulate them? A second globalization force with which Europe is ill equipped to face is migration. Migration is no different than other forms of globalization: exports and imports of goods and technology, or movement of capital. So it is incorrect to discuss it separately, or as somehow independent from the massive income gaps between nations that have been revealed and often exacerbated by globalization. But not only does Europe lack the experience of dealing with migrants that US, Canada, or Australia have, but migrants who are often ethnically and religiously different from the native majorities bring different cultural norms which also undercut the welfare state. The welfare state was built on the assumption of the ethnic and cultural homogeneity of the population. Homogeneity not only increases affinity amongst different segments of the population, but also ensures that more or less all follow similar social norms. If no one cheats by pretending to be older in order to get a pension, or does not take sick leave when not ill, the welfare state is self-sustaining. But if these norms are not observed by all, it crumbles. The pressures on the welfare state, coming both directly from globalization and from migration, are in reality an attack on the middle class because the middle class is the largest supporter and beneficiary of the welfare state. It is true that in most studies we find that the poor, through unemployment benefits and social assistance, gain a lot. But the middle classes gain even more through free or subsidized health care and education, pensions, and more than anything through the certainty of being spared the life of poverty and want. Welfare state was thus an indispensable element in the strengthening of
the European middle class and democratic capitalism. The European democracy goes the way of the European welfare state. It came with it, and it may leave with it. One should not, however, be unduly pessimistic. It is true that Europe has weathered other, more formidable challenges— often after paying an enormous human and material price. It is still among the richest parts of the world, and in terms of social rights and social attitudes, probably the most “civilized” part of it. It is, barring a war (which indeed seems unthinkable), likely to remain the most attractive place in the world to live in. But it is doubtful that it will be the most dynamic, and the key features associated with it in the second half of the 20th century, democracy and the welfare state, may be gradually fading. Was the period between the end of World War II and the end of the Cold War, an unusual interlude, in which capitalism became entwined with democracy, welfare state and liberalism, features that it historically often lacked? There are arguments to see it that way, and to argue that capitalism is now simply reverting to its “natural” features. What many of us have lived through might just have been capitalism under the “exceptional conditions”, a little bit like capitalism “del periodo especial” on the global scale. It was a capitalism that responded creatively to the Great Depression (by reinventing the government), to war (by marshaling resources to win it), and to Communism (by emphasizing social solidarity through welfare state). Neither of these threats is present any more, so why would capitalism not return to what it once was? 1. Larry Bartels, “Economic Inequality and Political Representation”, August 2005, p. 28. Available at http://www.princeton.edu/~bartels/ economic.pdf (accessed January 12, 2012). 2. Calculations from Luxembourg Income Survey (LIS) database which provides harmonized household surveys for most developed, and some developing, countries. The original 1980 and 2010 Spanish surveys are Encuestas de Condiciones de Vida (ECV) conducted by the Instituto Nacional de Estatistica (INE). 3. The quote is from The Communist Manifesto.
IS THERE MORE OR LESS INEQUALITY IN THE AGE OF GLOBALIZATION? CHANGING SOCIAL CLASSES IN EUROPE AND THE U.S. Hans-Peter Blossfeld EUROPEAN UNIVERSITY INSTITUTE, FLORENCE.
O
VER THE LAST TWO DECADES, THE PRES-
sure of globalization has had a strong impact on the structure of social inequality in modern societies. Globalization is often understood as a combination of four interrelated structural shifts (see Figure 1): (1) the internationalization of markets, and the decline of national borders; (2) an intensified competition of welfare states through deregulation, privatization, and liberalization; (3) the accelerated spread of networks through new information and communication technologies; and (4) the rising dependence of local markets on random shocks occurring in the world. Globalization has lots of positive effects. For example, it increases the productivity level, and the living standards of modern societies. However, it comes at a price: there is an increasing rate of unexpected market events, as well as a more rapid social and economic change, making it more difficult for individuals, firms, and governments
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to predict the future of the market and to make choices between different alternatives and strategies. Firms, in particular, implement different types of flexibility depending on the rigidity of the employment system in a society. There are two competing hypotheses about the effects of globalization on the development of social inequalities in modern societies.
irrespective of their social and economic positions and resources. This argument is closely connected with the idea of individualization. Thus, these societal developments release the individual from traditional class-specific constraints, and allow the people in modern societies to decide more autonomously and freely about their own biography. As Giddens
opportunities such as protection against unemployment, the chances of a secure employment, or career advancement. Rather, the new risks diffuse broadly and evenly in the whole society. According to this position, we should observe a strong increase in employment flexibility across the whole population, connected with a decline of existing social inequalities in
FIGURE 1: Globalization and rising uncertainties in modern societies
GLOBALIZATION Internationalization of markets; competition between countries with different wage/productivity levels and social standards
Intensification of competition between nation states; politics of deregulation, privatization and liberalization
Rising speed of innovation; accelerated social and economic change
Increasing worldwide interconnectedness due to the rise of new ICTs
Rising importance of markets and their dependence on random shocks
Accelerated market processes
Rise of unpredictable market developments
Increasing (market) uncertainty and rising needs for flexibility
INSTITUTIONAL FILTERS Employment system
Education system
Welfare regime
Channel the rising uncertainty in times of globalization in specific ways
INDIVIDUAL LEVEL Increasing uncertainty channeled to specific groups within a given society Source: Own illustration following Mills and Blossfeld (2005).
The first one was put forward by authors such as Beck and Giddens. They argue that modern societies can no longer be characterized as class societies anymore, but have to be classified as risk societies. They contend that the strong emergence of uncertainties has a ‘leveling effect’ because all individuals are more or less similarly affected by these new risks,
says, individuals currently have ‘no choice but to choose.’ Therefore, conventional structures such as family or social class, that in the past strongly shaped not only individual identity, but also molded individual life chances, are expected to decline in the age of globalization. In particular, social class should become less important with regard to individual
modern societies. The competing hypothesis contends that processes of globalization lead to a re-commodification of already disadvantaged labor market groups and, therefore, rather increases already existing social inequalities. According to Breen, processes of re-commodification take place especially with the shifting of market risks
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to the already disadvantaged and ‘less protected’ groups of the workforce. As Breen argues, the attractiveness of longterm relationships has declined for employers in the globalization process. Hence, they increasingly attempt to achieve so-called contingent asymmetric relationships. This means that employers leave open the option, depending on future market developments, to dissolve employment contracts, while the employees have only the option to accept this decision of the stronger party. Generally, labor market research distinguishes between simple labor contracts and service relationships when trying to understand how market risks might be transferred to the workforce. The former applies to low skilled jobs with easily learned tasks and strong work control. As a result, the mechanism of exchange between the employer and the employee in these jobs is mostly based on wages. In contrast, the so-called service relationships are demanding jobs with a diffuse performance character, demanding specialized knowledge, needing long periods of training and a high degree of autonomy as well as a sense of responsibility (for the firm). Thus, in a company, service relationships are primarily based on trust that has been built up though long-term employment relationships between employers and employees (so-called ‘high trust relationships’). In this case, it is therefore the employers’ strategy to permanently bind these employees to the firm with high (efficiency) wages, long-term employment security, career prospects,
and a system of incentives and gratifications. Thus, it is unskilled and semi-skilled workers who are affected the earliest and strongest by employment flexibilization, while employees of the upper and lower service classes (managers, professionals, academics, etc.) can continue to expect a stable and secure employment relationship in the age of globalization. Employees with a higher, non-manual, routine job, as well as qualified workers (e.g. skilled workers, foremen, etc.) have middle positions between those two extremes. Therefore, they are not flexibilized to the same extent of the former group, but at the same time do not benefit from the same job security and stability that the service classes do. The idea that employers distinguish between ‘attractive’ permanent staff and less attractive, easy to replace workers is by no means new. The theories of labor market segmentation of the 1970s had already used a similar argument. Different labor market segments offer very different employment and career chances, diverse protection against dismissal or other labor market risks, as well as a strongly differing disposition of employers to invest in their employees. However, as Breen contends, in times of economic growth and labor shortage, employers have extended the privileges of well-positioned labor market segments and the assurance of employment security to the group of the less ‘attractive’ work force, which led to a growing middle class in Western capitalist societies. However, at present, during the process of
globalization, these privileges are again removed, leading to a declining middle. RESULTS OF RECENT EMPIRICAL STUDIES
The results of several recent comparative studies support the hypothesis that in modern societies there is a clear increase of labor market risks in the globalization process. However, this increase of risks was not distributed equally among social groups (see Figure 1 and Table 2). Instead, for specific groups of employees, the studies find that they have been hardly affected by increasing labor market uncertainty. Results showed that men from cohorts entering the labor market are confronted with a much greater labor market uncertainty than older birth cohorts. Nonetheless, globalization in no way leads, as frequently assumed, to an increasing erosion of traditional male employment relationships or to a broad spread of ‘patchwork careers’ or ‘job hopping.’ Quite the opposite is true: the employment relationships of well-qualified male employees in their mid-career, who are already established on the market, are still very stable and broadly protected from any flexibilization by employers (see Figure 1.1). This especially applies for countries with comparatively regulated labor markets displaying closed employment regimes – that is, Germany, Italy and Spain. In these countries, there are only few signs of increasing uncertainty for men in the middle of their career. The great majority of these men still enjoy a very high level of employment stability and job security because the national
TABLE 1.1: Mid-career men in the globalization process
MID-CAREER MEN Main effect of globalization
Regime-specific effect
Individual-level effects
• Relatively persistent levels of employment stability
• Conservative, Southern European and social-democratic countries: Consistently high level of stability
• Losses in employment stability largely concentrate on least qualified men and low occupational classes
• Post-socialist and liberal countries: Modest increases in employment flexibility among mid-career men Source: Own illustration.
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labor market regulations and welfare systems strongly shelter them against any kind of risks. A somewhat higher level of mid-career men facing unemployment risks, however, is observed in the United Stated of America as well as in the former socialist countries immediate after the
employers in order to ensure the trust relationships necessary for the companies. A comprehensive introduction of flexible employment relationships would carry the threat that a company will be faced with high qualification losses, and painful recruitment costs when hiring new
market risks. Indeed, research results clearly support this hypothesis – especially when the results of analyses for mid-career men are compared to those for young people leaving the educational system, and starting their employment career (see
TABLE 1.2: Youth and young adults in the globalization process
YOUTH AND YOUNG ADULTS Main effect of globalization
Regime-specific effect
Individual-level effects
• Increased employment uncertainty resulting in postponed family formation
• Southern European and conservative countries: Marginalization of youth as labor market outsiders due to increasing affectedness by precarious employment; very strong impact on family formation and childbirth
• Increasing importance of education as a key factor to become established in the labor market
• Post-socialist countries: Even stronger employment insecurities; dramatic effects on family formation • Social-democratic countries: Relative shielding of youth and family from employment uncertainty • Liberal countries: Employment uncertainty counterbalanced by open labor market structures; relatively low impact on family formation due to modest changes in subjectively perceived uncertainty Source: Own illustration.
breakdown of the Iron Curtain. In these countries, however, educational attainment level, in particular, proved to be a strong safeguard against labor market risks, even in younger cohorts. This overall high level of stability among mid-career men can be explained by the fact that a completely flexibilized workforce is neither desirable nor efficient from the perspective of the company. It would threaten the reliable and permanent cooperation between management and qualified staff. Indeed, studies show that marked flexibilization in companies greatly reduces their staff’s willingness to cooperate, work motivation, and company loyalty. In times of greater (international) competition, a secure and long-term cooperation with qualified and experienced staff is still important for
employees. In other words, employers have no interest in withdrawing from long-term commitments with all kinds of employees in their staff. Therefore, they keep the trust relationships to those employees in qualified and advantaged positions. These ambivalent company goals in the globalization process, namely, flexibility on the one side, but stability and continuity on the other, lead to an increasing segmentation of the labor force into core groups and peripheral groups – insiders and outsiders. As a consequence, male employees in their mid-career, especially if well qualified, are still broadly protected from (labor-market) flexibilization in the globalization process. In contrast, those who are less established on the labor market should be those who are now even more affected by labor
Figure 1.2). These young people face a strong increase in uncertainties when entering the labor market. These uncertainties are manifest in terms of major increases in unemployment, and, in precarious, atypical forms of employment (e.g., short-term jobs, part-time jobs, precarious forms of self-employment, and lower income). These developments tend to make young people the ‘losers’ of the globalization process. At first glance, this seems to be contra-intuitive because the young generation is far more educated than the older ones, and many of these young people have spent longer parts of their life abroad. However, they are affected particularly strongly, because they frequently lack job experience and strong ties to internal labor markets. They are unable to enjoy established contacts, and
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TABLE 1.3: Mid-life women in the globalization process
MID-LIFE WOMEN Main effect of globalization
Regime-specific effect
Individual-level effects
• Marginalization in the labor market
• Conservative and Southern European countries: Increasing integration of women into employment, but only as secondary earners in less stable employment
• Increasing importance of employment experience and educational attainment
• Social-democratic countries: Relative stability of employment levels due to active state supports • Liberal countries: Increasing need to support family income pushes women into (flexible) employment • Post-socialist countries: Loss of full employment status after the fall of the Iron Curtain Source: Own illustration.
TABLE 1.4: Late career employees in the globalization process
LATE CAREER EMPLOYEES Main effect of globalization
Regime-specific effect
Individual-level effects
• Increased risks of forced employment withdrawal
• Conservative and Southern European countries: Highest rate of early exit, largely buffered by generous pension systems
• Overall inter-individual variation less pronounced than for other life course transitions; comparatively higher importance of human capital in liberal countries
• Social-democratic countries: Late career exits and high employment stability fostered by means of active labor market policies • Liberal countries: Late career exits, but relatively high employment mobility • Post-socialist countries: Implementation of differential strategies (Hungary and Czech Republic = conservative strategy; Estonia = liberal strategy) Source: Own illustration
they do not possess the negotiation power to demand stable and continuous employment. Thus, it is comparatively easy for employers and unions to adjust young people’s work contracts, and to make them more flexible and less advantageous at
their expense. However, the concrete effects of the globalization process on the labor market positions of young adults vary strongly according to differences in welfare-state and labor market regimes. Particularly, in
the strong insider-outsider markets of Southern and Continental Europe, young adults have increasingly become a flexible maneuver mass on the regulated labor markets of these countries and have faced a strong rise in labor market risks. In these
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TABLA 2: The shaping role of institutional setting for the development of social inequalities in the globalization process USA, Great Britain
Sweden, Denmark, Norway, (the Netherlands)
Germany, France, (the Netherlands)
Italy, Spain, Ireland
Hungary, Estonia, Poland, Czech Republic
Weakly regulated
Moderately regulated
Strongly regulated
Strongly regulated
Transition to market economy
Liberal
Social-democratic
Conservative
Family-oriented
Post-socialist
Residual welfare system
Generous public welfare system plus active employment policies
Transfer-oriented; basic welfare support for non-employed population
High public support for (former) insiders
Under transformation
On-the-job-training; little incentives for re-qualification
Under transformation
COUNTRY SHOWCASES
EMPLOYMENT RELATIONSHIPS/ PRODUCTION REGIME
WELFARE REGIME
OCCUPATION AND EDUCATION SYSTEMS
MODAL EMPLOYMENT FLEXIBILITY STRATEGY IN THE GLOBALIZATION PROCESS
DEVELOPMENT OF SOCIAL INEQUALITIES IN THE GLOBALIZATION PROCESS
On-the-job-training; Vocational qualificaDual system; incentives for tion in schools; little incentives for re-qualification strong orientation re-qualification towards re-qualification and life-long learning Individualized flexibility as the key principle of the labor market
Publicly supported flexibility as the key principle of the labor market
Flexibility at the ‘margins’ of the labor market
Flexibility at the ‘margins’ of the labor market
Strong differences between countries: liberal strategy (Estonia) vs. Continental European strategy (Poland, Czech Republic, Hungary)
Increasing market Little increase in competition; social inequalities inequalities strongly due to connected with state-supported individual resources security and re-integration
Increasing social inequalities between labor market insiders and outsiders; compensation through public transfers
Increasing social inequalities between labor market insiders and outsiders; compensation through familial transfers
Strong differences between countries: liberal strategy (Estonia) vs. Continental European strategy (Poland, Czech Republic, Hungary)
Source: Own illustration. Note: The Netherlands make up an intermediate case in the regime classification. With regard to employment policies they show similarities to the social-democratic welfare regime, while with regard to other welfare state arrangements (e.g. pension policies), they come closer to conservative countries.
countries, it has become increasingly difficult for young adults to gain a firm foothold on the labor market, and their labor market entry is often marked by precarious employment forms, such as fixed-term employment. Independent of the national context, education is clearly becoming increasingly important in the globalization process for young adults. Poorly qualified labor market entrants are hit particularly hard by the global changes. This is how globalization generally reinforces existing social inequalities and boundaries of social classes within the young generation, because individual (social class) resources gain in importance through the growing relevance of the market and individual
competition. The effects of the globalization process on the mid-life phase of women also differ markedly from those on men in mid-career. Globalization contributes across all countries to a marginalization of women as ‘outsiders’ of the labor market. This especially applies to conservative Central European and family-oriented Southern European countries. Despite women’s growing integration into the labor force in these countries, it is still almost exclusively women who continue to perform the unpaid familial and care duties. Especially during the family phase, married couples tend far more to invest in the continuing working career of the husband rather than that of the wife. This
practice not only limits women’s earning capacities, but can also impair their continuity of employment and career chances in the long term, particularly when wives give up their jobs completely in favor of those of their husbands, or adapt them to those of their husbands in terms of time or space. Disadvantages in their employment careers are not just experienced by those women who actually interrupt their employment careers for familial reasons. Even those not planning such a break are frequently considered to be possibly or probably planning to do it – and this argument is used to deny them jobs, promotions, and further training opportunities solely because of their gender (the so-called ‘statistical
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discrimination’). As a result, women are disproportionately overrepresented in these flexible forms of work emerging within the globalization process. Employers legitimize this concentration of flexibilized forms of work on women by pointing repeatedly to their deficits in work experience compared with men and the greater probability of a later employment interruption. Finally, empirical analyses on older employees and employees in preretirement age also support that they experienced severe changes of their labor market situation in the globalization process. These changes mainly manifest in the fact that older employees had been pushed out of the labor markets of modern societies by extensively making use of national early retirement programs. Companies perceive older employees as being less flexible, inadequately qualified, and cost-intensive in the globalization process. Hence, it is in the interest of both companies and policymakers concerned with the attractiveness of their national business location to find solutions for this discrepancy between increasing demands for flexibility and the limited flexibilization potential of older employees. In Continental and Southern European countries that hardly offer any possibilities for lifelong learning and display strong seniority wage systems, this discrepancy was mainly resolved by expanding highly generous early retirement programs, allowing older employees to leave the labor market. As a result, employment rates of persons in pre-retirement age dropped sharply in the course of globalization in these countries. In contrast, the social-democratic states in Scandinavia succeeded in securing the employability of older employees because, in these countries, the welfare states actively engaged in supporting the ability of older employees to adapt to the flexibility demands by active labor market policy as well as state promotion of lifelong learning and further vocational qualification. Compared to Continental and Southern European countries, the employment careers of older people in
countries with a social-democratic welfare regime thus remained rather continuous, stable, and long in the course of globalization, although we find some tendencies of early retirement in these states, too. In addition, in countries with a liberal welfare regime (i.e. United States and Great Britain), we find that older employees display rather long working lives and retire relatively late. However, compared to the socialdemocratic regime in countries with a liberal welfare regime, maintaining older employees was mainly achieved through market mechanisms. The policy for adjusting older workers to new flexibility demands is to place broad trust in a flexible labor market, and an only marginally standardized education and training system. Low mobility barriers on the labor market, and a decentralized organization for acquiring relevant qualifications ‘on-the-job’ enable older employees to adapt flexibly to changing demands through labor market mobility. At the same time, low state pensions and a strong emphasis on private schemes based on capital investments or company pensions limit the possibilities of an early exit from employment. Because of the farreaching non-involvement of the state and the trust in market mechanisms, results also show that the liberal system tends to make retirement and late life very precarious, especially for those older people who did not succeed in building up enough savings during working life. Employees with meager financial resources sometimes still have to carry on working after retirement age, or they return to the labor market because they are unable to survive on their pensions alone.
become even stronger. Thus, our results support the argument that globalization triggers a strengthening of existing social inequality structures as hypothesized by Breen, rather than the emergence of risk societies as proposed by individualization theorists. Thus modern societies can still be characterized as class societies. REFERENCES:
Blossfeld, H.-P., Buchholz, S. Bukdoi, E. and Kurz, K. (2008): Young Workers, Globalization and the Labor Market. Comparing Early Working Life in Eleven Countries, Cheltenham, UK/Northampton, MA: Edward Elgar. Blossfeld, H.-P., Buchholz, S. and Hofäcker, D. (2006). Globalization, Uncertainty and Late Careers in Society. London & New York: Routledge. Blossfeld, H.-P. and Hofmeister, H. (2006). Globalization, Uncertainty and Women’s Careers in International Comparison. Cheltenham, UK & Northampton, MA / USA: Edward Elgar. Blossfeld, H.-P., Mills, M. Klijzing, E. and Kurz, K. (2005). Globalization, Uncertainty and Youth in Society. London & New York: Routledge. Blossfeld, H.-P., Mills, M. and Bernardi, F. (2006). Globalization, Uncertainty and Men’s Careers in International Comparison. Cheltenham, UK & Northampton, MA / USA: Edward Elgar.
DYSFUNCTIONAL SOCIETIES WHY INEQUALITY MATTERS Richard Wilkinson PROFESSOR EMERITUS OF SOCIAL EPIDEMIOLOGY AT THE UNIVERSITY OF NOTTINGHAM MEDICAL SCHOOL, HONORARY PROFESSOR AT UCL AND A VISITING PROFESSOR AT THE UNIVERSITY OF YORK.
Kate Pickett SUMMARY
In sum, empirical results show that the globalization process has impacted social classes and social inequality very differently, depending on the phase of life. Social class and educational characteristics determine the extent to which an individual has to face increasing labor market risks. With globalization, the effects of social class and education have
PROFESSOR OF EPIDEMIOLOGY AT THE UNIVERSITY OF YORK AND FELLOW OF THE RSA. BOTH ARE THE AUTHORS OF THE SPIRIT LEVEL AND CO-FOUNDERS OF THE EQUALITY TRUST
A
TTITUDES TOWARD INEQUALITY HAVE
traditionally differed sharply from one side of the political spectrum to the other. While some regard it as divisive and socially corrosive, others think it a stimulus to effort, in-
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more equal societies, and about 50 looking at the relationship between violence and inequality. As you might expect, inequality makes a larger contribution to some problems than others, and it is of course far from being the only cause of social ills. But it does look as if the scale of inequality is the most important single explanation of why so many health and social problems are many times as common in some societies as in others. You might think that these patterns would arise simply because more unequal societies might tend to have more poor people among whom these problems tend to concentrate. But that is only a small part of the explanation. Much more important is that greater inequality seems to produce worse outcomes across the vast majority of the population. In more unequal societies even middle class people on good incomes are likely to be less healthy, less likely to be involved in community life, more likely to be obese, and more likely to be victims of violence. Similarly, their children are likely to do less well at school, are more likely to use drugs, and more likely to become teenaged parents. REDISTRIBUTION, NOT GROWTH
novation, and creativity. Arguments usually reflect little more than personal opinion. But in recent years, it has become possible to compare how unequal incomes are in different countries, and to see what effect it really has. The results are dramatic. WHAT GREATER EQUALITY BRINGS
In societies where income differences between rich and poor are smaller, the statistics show that community life is stronger, people feel they can trust others, and there is less violence. Both physical and mental health tend to be better and life expectancy is higher. In fact, almost all the problems related to relative depri-
vation are reduced: prison populations are smaller, teenage birth rates are lower, kids tend to do better at school (as judged by maths and literacy scores), and there is less obesity. That is a lot to attribute to inequality, but all these relationships have been demonstrated in at least two independent settings: among the richest developed countries, and among the 50 states of the USA. In both cases, places with smaller income differences do much better. Some of these relationships have been found in large numbers of studies in very different settings – there are around 200 looking at the tendency for health to be better in
Although economic growth remains important in poorer countries, among the richest 25 or 30 countries, there is no tendency whatsoever for health or happiness to be better among the most affluent rather than the least affluent of these rich countries. The same is also true of measures of wellbeing – including child wellbeing, levels of violence, teenaged pregnancy rates, literacy and maths scores among school children, and even of obesity rates. However, within each country, ill health and social problems are closely associated with income. The more deprived areas in our societies have more of most problems. So what does it mean if the differences in income within rich societies matter, but income differences between them do not? It tells us that what matters is where we stand in relation to others in our own society. The issue is social status and relative income. So for example, the reason
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why the USA has the highest homicide rates, the highest teenaged pregnancy rates, the highest rates of imprisonment, and comes about 28th in the international league table of life expectancy, is because it also has the biggest income differences. In contrast, countries like Japan, Sweden and Norway, although not as rich as the US, all have smaller income differences, and do well on all these measures. INEQUALITY AND SOCIAL ANXIETY
But why are we so sensitive to inequality? Why does it affect us so much? Foremost among the psychosocial risk factors for poor health are three intensely social factors: low social status, weak friendship networks, and a poor quality of early childhood experience. Friendship, sense of control, and a good early childhood are all highly protective of health, while things like hostility, anxiety, and major difficulties are damaging. The key is the biology of long-term stress: it has such widespread effects – including damage to the immune and cardiovascular systems – that it has been likened to more rapid ageing. This links back to inequality because inequality is socially divisive: it damages the quality of social relations. In the most equal countries or 50 states of the USA, 60 or 65 percent of the population agree with the statement “most people can be trusted.” That falls as low as 15 or 25 percent in the more unequal ones. Measures of the extent to which people are involved in local community life also confirm the socially corrosive effects of inequality. And, as if to prove the point, murder rates are consistently higher in more unequal societies. Bigger income differences give rise to bigger social distances, and make social position and status competition more important. SOCIAL RELATIONS AND HIERARCHY
Social status, friendship, and early childhood come up in health research because they are powerful influences on kinds of anxiety and insecurity, which are perhaps the most common sources of chronic stress in affluent societies. The insecurities and feelings of not being
valued which we may carry with us from a difficult early childhood, have much in common with the effects of low social status, and they can amplify or offset each other. Friendship fits into this picture because friends provide positive feedback; they enjoy your company, laugh at your jokes, seek your advice, etc.: you feel valued. In contrast, not having friends, feeling excluded, people choosing not to sit next to you, fills most of us with selfdoubt. We worry about being unattractive, boring, unintelligent, socially inept, and so on. There is now a large body of experimental evidence that shows that the kinds of stress that have the greatest effect on people’s levels of stress hormones are “social evaluative threats” – threats to selfesteem or social status, in any situation in which others may judge your performance negatively. It seems then that the most widespread and potent kind of stress in modern societies centre on our anxieties about how others see us, on our self-doubts and social insecurities. As social beings, we monitor how others respond to us, so much so that it is sometimes as if we experienced ourselves through each other’s eyes. Shame and embarrassment have been called the social emotions: they shape our behaviour so that we conform to acceptable norms, and spare us from the stomach tightening we feel when we have made fools of ourselves in front of others. Several of the great sociological thinkers have suggested that this is the gateway through which we are socialized, and learn to conform to acceptable standards of behaviour. It now looks as if it is also how society gets under the skin to affect health. Given that the social class hierarchy is seen as a hierarchy from the most valued at the top, to the least valued at the bottom, it is easy to see how bigger status differences increase the evaluative threat, and add to status competition and status insecurity. This perspective also explains why violence increases with greater inequality. The literature on violence points out how often issues of disrespect, loss of face, and humiliation are the triggers to
violence. Violence is more common where there is more inequality not only because inequality increases status competition, but also because people deprived of the markers of status (incomes, jobs, houses, cars, etc) become particularly sensitive to how they are seen. What hurts about having second-rate possessions is being seen as a second-rate person.
Increased social hierarchy and inequality raise the stakes – and also the anxieties – about personal worth throughout society. We all want to feel valued and appreciated, but a society which makes large numbers of people feel they are devalued, looked down on, regarded as inferior, stupid and failures, causes suffering, resentment and wastes human resources. INEQUALITY, CONSUMPTION, AND THE ENVIRONMENT
For thousands of years the best way of improving the quality of human life has been to raise material living standards. The data suggests that, as a result of diminishing returns to economic growth, we may be the first generation to have got to the end of that process. No longer do increases in Gross National Income per head tie up with improved health, happiness, or wellbeing. If we are now to improve the real quality of life further, we have to
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direct our attention to the social environment, and the quality of social relations. What the evidence we have seen shows is that the quality of social relations is substantially determined by the scale of the material inequalities between us. Rather than continuing to tackle each problem separately – by spending more on medical care, more on police, social workers and drug rehabilitation units – we now know that by reducing material inequality it is possible to improve the psychosocial wellbeing and social functioning of whole societies. During the next few decades, politics is likely to be dominated by the necessity of reducing carbon emissions. Greater equality has a crucial role to play in that process. First, consumerism is perhaps the most important obstacle facing policy to reduce carbon emissions. The good news is that reducing inequality decreases the pressure to consume because it reduces status competition. Greater equality means that status competition starts to weaken as societies become more cohesive, and community life is strengthened. Second, effective action on the environment depends, like never before, on people being concerned with the common good. There is, however, clear evidence that people in more equal societies are more public spirited, and less out for themselves. More equal countries give more in foreign aid; they recycle a higher proportion of waste materials; they score better on the Global Peace index; and surveys show that business leaders in more equal countries give a higher priority to action on the environment than their counterparts in less equal societies. But, even when people accept that greater equality has social and environmental benefits, they sometimes have a residual worry that creativeness and innovation – progress itself – depends on individual financial incentives and greater inequality. But if you take the number of patents granted per head of population as a reasonable measure of a society’s creativeness and innovation, then rest assured, more equal countries seem to do better here, too.
THE CHALLENGES OF THE AMERICAN MIDDLE CLASS INEQUALITY, POWER, AND INFLUENCE Jared Bernstein SENIOR FELLOW AT THE CENTER ON BUDGET AND POLICY PRIORITIES.
T
HE GREATEST ECONOMIC PROBLEM
facing the American middle class is the fact that for decades they have failed to benefit from growth in the American economy. Their living standards, once tethered to the growth of GDP or productivity, are now stagnant or worse, even as the economy expands and the workforce is ever more productive. European readers who follow American politics may find this surprising: what is written in the papers is not the norm. As Congress lurches from one fiscal crisis to another, the media dutifully and understandably report on what politicians are actually fighting about—not what they should be fighting about. But the numbers reveal the true problem. During the last American
business cycle, from 2000 to 2007, the economy and productivity both expanded by just under 20%, but the inflationadjusted incomes of working-age, middleincome families fell by 3%. During the recession, their incomes fell much faster, down by 9%, 2007-11, such that in 2011 dollars, middle-income families were almost $8,000 worse off in 2011 than over a decade earlier in 2000. Wealth losses by middle-class households were even larger, fueled by falling home prices. Median net worth (assets, including home values, minus debts), inflated by the housing bubble, fell almost 40%, from $126,000 in 2007 to $77,000 in 2010. For these reasons, many analysts of these income and wealth dynamics refer to the 2000s as the lost decade for the middle class. At least two pressi and unions have few friends in politics. While it is true that some of our Democrats still support their role, the fact is that Republicans work harder to get rid of unions than Democrats work to keep them alive. Similarly, labor protections and wage standards are weak relative to Europe — representatives of financial markets have far more clout in both politics and society in general than those of labor markets.
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In addition, for most of the years during the rise of inequality, unemployment has been relatively high (and vice versa during the post-war decades of more broadly shared growth). The one exception to this slack job market pattern was in the latter half of the 1990s, when the US hit the first full employment labor market in decades. And revealingly, in those years, middle- and low-income households experienced their best economic outcomes in decades. So, why doesn’t our political class do more to offset these factors? A large part of the answer sounds circuitous, but for anyone who hopes to gain insight into America’s political economy, it is an essential connection: inequality begets inequality. As most observers of American politics are aware, we have a lot more money sloshing around in politics than any other advanced democracy. As wealth has become more concentrated, persons with stratospheric incomes can essentially buy the politics they want and block the politics they do not want. The politicians they fund will promote, for example, supply-side tax cuts (cut taxes for the wealthy under the claim that this helps the middle) and oppose legislation to support collective bargaining, regulate financial markets, or raise the minimum wage. True, these wealthy funders have done fairly poorly in recent months. Their investments in their candidates have not paid off, since the electorate is more than a little fed up with these inequality dynamics and supply-side, trickle-down arguments. But their fortunes are solidly intact, and our campaign finance rules are weaker than ever. The next few years are critical. We have a newly re-elected President who truly wants to help the middle class but he cannot do it by himself. He needs help from a Congress that has long been missing-in-action on this inequality issue. It will thus take a large and persistent grass roots opposition to reclaim the agenda, and to implement the policies that could reconnect growth and middle-
class living standards. Our politicians are unlikely to move against the interests of their wealthy supporters unless they are pushed hard from below.
THE RISE OF THE MIDDLE CLASS IN THE MIDDLE KINGDOM Cheng Li DIRECTOR OF RESEARCH AND A SENIOR FELLOW AT THE JOHN L. THORNTON CHINA CENTER IN THE FOREIGN POLICY PROGRAM AT BROOKINGS, AND IS A DIRECTOR OF THE NATIONAL COMMITTEE ON U.S.-CHINA RELATIONS.
A
MONG THE MANY FORCES SHAPING
China’s course of development, arguably none will prove more significant in the long run than the rapid emergence, and explosive growth of the Chinese middle class. China’s ongoing economic transition from a relatively poor, developing nation to a middle-class country has been one of the most fascinating human dramas of our time. Never in history have so many people made so much economic progress in one or two generations. Just twenty years ago, a distinct socioeconomic middle class was virtually nonexistent in the People’s Republic of China (PRC), but today a large number of Chinese citizens, especially in coastal cities, own private property and personal automobiles, have growing financial assets, are able to take vacations abroad, and send their children overseas for school. This transformation is likely to have wide-ranging implications for every aspect of Chinese life, especially the country’s long-term economic prospects, energy consumption, and environmental well being. The importance of China’s emerging middle class, of course, extends far beyond the realm of economics. The central question is: What impacts, current and future, might China’s emerging middle class have on the country’s social structure and political system as well as its likely impact on China’s rise on the world stage?
THE SOCIOPOLITICAL SIGNIFICANCE OF A CHINESE MIDDLE CLASS
Early studies of China’s nascent middle class tend to emphasize the status quo – oriented, risk-averse nature of these prime beneficiaries of economic reform. However, more recent studies (including many by PRC scholars) suggest that this may simply be a transitory phase in the development of the middle class. There already appears to be widespread resentment among the middle class toward official corruption and the state’s monopoly over major industries. Another potential source of sociopolitical ferment lies in the increasing number of college graduates, many of whom belong to middle-class families, who are unable to find work. An economic downturn, led by the collapse of the real estate market or the stock market –two institutions that have contributed enormously to the rapid expansion of the Chinese middle class – will only heighten the middle class’ sense of grievance. Furthermore, the middle class is central to China’s new development strategy, which seeks to reorient China’s economy from one overly dependent on exports to one driven by domestic demand. The increasing economic role of the middle class may in turn enhance the group’s political influence. China’s emerging middle class is, of course, a complex mosaic of groups and individuals. Subsets of the middle class differ enormously from each other. In terms of the class’ occupational and sociological composition, its members fall into three major clusters:
·
An economic cluster (including private sector entrepreneurs, urban small businesspeople, rural industrialists and wealthy farmers, foreign and domestic joint-venture employees, and stock and real estate speculators);
·
A political cluster (government officials, office clerks, state sector managers, and lawyers); and
·
A cultural and educational cluster (academics and educators, media
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personalities, public intellectuals, and think tank scholars). Estimates vary widely on the exact size and composition of today’s Chinese middle class, but the consensus view is that it does exist, and that it is expanding at a rapid pace. Among Western analysts, opinions tend to fall along a spectrum, the optimistic extreme marked by a strain of wishful thinking focused on China’s massive emerging consumer market, and the pessimistic one marked by ideological dogma or a gloomy sort of myopia. Emblematic of the former are analyses like a 2006 report by the McKinsey Global Institute, a research unit of McKinsey & Company, which forecasted 100 million middle class households in China by 2009 (45% of the urban population) and 520-612 million by 2025 (over 76% of the urban population). In recent years, other firms and banks, including Merrill Lynch, HSBC and Master Card, and the Deutsche Bank Research team, have made similarly upbeat, if usually more modest, predictions. In his 2010 book, which was based on a large-scale nationwide survey, the former director of the CASS Institute of Sociology, Lu Xueyi, notes that as of 2009, the middle class constituted 23% of China’s total, up from 15% in 2001. Lu’s study also finds that, in major coastal cities such as Beijing and Shanghai, the middle class constituted 40% of the population in 2009. In interviews with the Chinese media following his book’s publication, Lu predicted that the Chinese middle class will grow at an annual rate of 1% over the next decade or so, meaning that approximately 7.7 million people out of a Chinese labor force of 770 million will join the ranks of the middle class each year. Lu also held that in about twenty years the Chinese middle class would constitute 40% of the PRC population – on par with Western countries – making China a true middle-class nation. There is a tendency, sometimes, to assume that the relationship between China’s middle class, and its authoritarian state is one of simple, one-dimensional co-optation, but this is oversimplification. Undoubtedly some members of the class
are the clients of political patrons, but many more are self-made people. Indeed, such an economically aspirant population is a double-edged sword for the Chinese authorities. They are well aware of the fact that the middle class has pushed for democratization in other developing countries (South Korea, Indonesia, and Brazil, among others). It is also noteworthy that the emergence of the middle class in China parallels the reemergence of the Middle Kingdom on the global stage. To a certain extent, the Chinese middle class has already begun to change the way China engages with the international community, both by playing an active role in this increasingly interdependent world and by keeping abreast of transnational cultural currents. TWO CONTENDING SCENARIOS
As the PRC’s international influence continues to grow, two contending views on how China might understand its role in the world have taken shape. They reflect fundamentally different visions of China’s future, and neither can be divorced from the trajectory of its emerging middle class. In the first, a nightmare scenario, a superpower China, buoyed by decades of double-digit economic growth and military modernization, has birthed a middle class of unprecedented size and scope, whose strongly mercantilist views govern almost all affairs of state. The aggregate demand of hundreds of millions of middle-class consumers, coupled with increasingly severe global resource scarcity and growing international consternation at China’s swelling carbon footprint, has led nativist demagogues to peddle a toxic strain of nationalism to the broader populace. In this scenario, an ascendant and arrogant China, still smarting from the “century of humiliation” it endured at the hands of Western imperialists over a century earlier, disregards international norms, disrupts global institutions, and even flirts with bellicose expansionism. In the second view, China’s burgeoning middle class increasingly embraces cosmopolitan values, having forged close
economic and cultural links with Western countries, especially with the United States. In this scenario, China’s middle-class lifestyle closely mirrors that of the West, and an increasing percentage of China’s political and cultural elite have received some Western education. The Chinese middle class has acquired a sophisticated understanding of the outside world, recognizes the virtue of cooperation, and demands that China act as a responsible stakeholder on the world stage. The expectation underwriting this scenario is that if China continues to “evolve peacefully” in the direction of openness and integration, it may experience an eventual democratic breakthrough. If this were to occur, then the time-honored theory of a “democratic peace” would finally be put to the test in a world of great powers integrating ever more closely. The significance of China’s emerging middle class, therefore, lies not only in the economic domain or in its potential to effect domestic politics, but also in its ability to shape China’s international behavior. A better informed and more comprehensive understanding of the Chinese middle class, from its basic composition to its values and worldviews – from its idiosyncratic characteristics to its evolving political roles in China – will help to broaden the policy options available to the outside world in dealing with this emerging global power. In a broader sense, it is critically important to assess whether or not the Chinese emerging middle class will become a catalyst for political democratization within China, and lead to a constructive Chinese presence in a rapidly changing global environment. DISTINCTIVE CHARACTERISTICS OF CHINA’S MIDDLE CLASS
The Chinese middle class exhibits some extraordinary, perhaps even unique, characteristics. One of the most noticeable is that its rapid growth has taken place alongside an astonishing increase in economic disparities. As University of Washington professor, Ann Anagnost, notes, the “expansion of a middle class and its complex relation to increasing social inequality represents a delicate balance
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between market dynamism and social instability.” The World Bank reports that the Gini coefficient (a measure of income disparity) in China increased from 0.28 in the early 1980s to 0.447 in 2001 and is now 0.47 (a statistic the Chinese government has not disputed). It was recently reported by the Chinese official media that the income gap between the top 10% and the lowest 10% of Chinese earners had increased from a multiple of 7.3 in 1988 to a multiple of 23.0 in 2007. It has also been widely noted that the rise of the Chinese middle class is primarily an urban phenomenon. Indeed, the middle class is disproportionately concentrated in major cities of coastal regions, such as Beijing, Shanghai, Shenzhen, the lower Yangzi River Delta, and the Pearl River Delta. The economic gap between urban and rural areas has increasingly widened over the course of the past three decades. Economic disparities are now so great that some scholars wonder whether the middle class is even a useful conceptual framework with which to study present-day China. For example, Xu Zhiyuan, a well-known public intellectual in Beijing who writes for influential online magazines such as the Financial Times, bluntly refers to the notion of a Chinese middle class as a pseudo-concept (wei gainian). In a recent book, he argues, “in China during the past ten years, no other popular term has been more misleading than middle class.” In his view, an analytical approach that places too much weight on the socalled middle class actually narrows one’s perspective and risks obfuscating more important issues and tensions in Chinese politics and society. Many Chinese sociologists do not deny the seriousness of economic disparities and social tensions in Chinese society, but still believe that the concept of middle class is useful. These problems actually reinforce a central argument that China’s social structure has lagged behind the country’s economic growth for the last fifteen years. Nevertheless, a significant number of scholars have reservations about how unitary the concept of a Chinese middle class is or can be. Various groups – such as the Communist Party
and government officials, entrepreneurs, professionals, and cultural elite – constitute a significant portion of China’s emerging middle class. It has also been noted that the Chinese term for middle class emphasizes a sense of ownership (chan) or property rights (chanquan), a connotation the English term lacks. Some scholars speculate that this shared notion of ownership or property rights may serve as a powerful glue to unify these otherwise starkly different Chinese socioeconomic groups. While members of the Chinese middle class may differ from each other in occupation, socialization, or political position, they seem to share certain views and values. One such value is the inviolability of the private property of citizens, which was only recently amended into the PRC constitution. This new notion may prove to be an important beginning of group consciousness and the sense of rights’ protection for the Chinese middle class. POLITICAL ROLES OF THE MIDDLE CLASS: THE WESTERN CONCEPT AND THE CHINESE PERSPECTIVE
Arguably the most important debate regarding the Chinese middle class is over the potential implications its development will have for the PRC’s political
system. A long-standing Western maxim postulates that there exists a dynamic correlation, or even a causal relationship, between the expansion of the middle class and political democratization. Pioneering works by Barrington Moore Jr., Seymour Martin Lipset, and Samuel P. Huntington, among many others, all emphasize, from various analytical angles, the vital role of the middle class in a democracy. For Moore, the existence of a forceful middle class – or in his words, the “bourgeois impulse” – creates a new and a more autonomous social structure in which new elites do not have to depend on coercive state power to flourish, as had been the case under an aristocracy. Lipset believes that a professionally educated, politically moderate, and economically self-assured middle class is an important precondition for an eventual transition to democracy. In his view, mass communication media, facilitated by industrialization and urbanization, provides a broader venue for cultural elites to disseminate middle class views and values, thus creating a moderate mainstream in the public opinion of a given country. At the same time, political socialization and the professional interests of the middle class also contribute to the growth of civil society and the legal system, key components of democracy.
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Huntington, however, criticizes the theory that a market economy or successive capitalist developments, alone, organically lead to political democracy. In his view, a country’s transition to democracy often depends on historical and situational factors, both domestic and international. Huntington believes that a middle class tends to be revolutionary in its early development, but grows increasingly conservative over time. The newly emergent middle class in a given society tends to be idealistic, ambitious, rebellious, and nationalistic in its formative years. Its members gradually become more conservative, however, as they begin to register their demands through institutionalized means rather than street protests, and become engaged in the political system so as to protect and enhance their interests. Both Lipset and Huntington recognize the importance of the middle class in democratic stability, which they attribute to moderate and institutionalized class conflict rather than more radical and potentially violent conflicts. The Western literature on the relationship between economic development and political democracy, and the political role often played by the middle class, provides a theoretical and analytical framework within which to study China’s economic reform and sociopolitical development. A majority of Chinese studies, however, point in a different direction: the Chinese middle class has largely been a political ally of the authoritarian regime rather than a catalyst for democratic change. In their new book on Chinese entrepreneurs, an important subgroup of the middle class, Jie Chen and Bruce Dickson argue that, partly due to their close political and financial ties with the state and partly due to their shared concern for social stability, these new economic elites do not support a system characterized by multiparty competition and political liberty, including citizens’ right to demonstrate. In the same vein, An Chen, a PRC-born, U.S.-educated political science professor at the National University of Singapore, offers a comprehensive four-part answer to the question, “Why
doesn’t the Chinese middle class like democracy?” First, a significant number of middle-class members are part of the political establishment, and, as Chen describes, “many have established cozy collaboration with the local top officials.” Second, members of the Chinese middle class tend to have what Chen calls “an elitist complex which poses a psychological obstacle to their acceptance of political equality based on the one-citizen-onevote principle.” Third, growing economic disparities and social tensions have often led the new middle class to form alliances with the rich and powerful in the “common cause [of] resisting democratization and averting the collapse of the regime.” And fourth, middle-class members tend to “associate democracy with political chaos, economic breakdown, the mafia, and other social evils.” Other empirical studies find that certain widely perceived correlations between the middle class and political democratization in Western countries are simply absent in China. The Chinese middle class lacks the political incentives to promote civil society and is reluctant to fight for freedom of the media. Some middle-class opinion leaders actually act as spokespeople for the Chinese state. According to this view, the middle class has yet to develop an identity, a sense of rights consciousness, and a distinct value system, which characterize their counterparts in other countries. Almost all of these studies, however, acknowledge the inconclusive nature of their arguments and assumptions about the conservatism and pro-regime role of the Chinese middle class. The experiences of many countries in East Asia and South America suggest that the middle class can shift its political stance from anti-democratic to pro-democratic quite swiftly. Another important development in the recent literature on the topic is that some scholars have challenged the conventional, dichotomous treatment of political stability and democracy. The middle class’ current preference for sociopolitical stability does not necessarily mean that they will oppose democracy in the future. In China, if democracy will lead to social
instability, political chaos, or even the dissolution of the country, there is no incentive for the Chinese people, including its emerging middle class, to pursue it. In a fundamental way, sociopolitical stability and democracy should be seen as complementary, rather than contradictory, phenomena. A democratic system enhances sociopolitical stability in a given country because it is based on the rule of law and civil liberties, and it provides for the peaceful and institutionalized transfer of power through elections. The political scientist Zheng Yongnian, for example, recently observed that in Western multiparty democracies, although the party in power may frequently change, there is a remarkably high degree of continuity in terms of political institutions and public policies. Regardless of whether the incumbent party is left wing or right wing, it is incumbent upon the government to avoid undermining the interests of the middle class, which “plays a pivotal role for the country’s sociopolitical stability.” Social stability is an essential component of political democracy and the peaceful transfer of power from one party to another. The attainment of this stability is due, in large part, to the instrumental and pro-democratic role of the middle class. The Chinese middle class’ current inclination for social stability and gradual political change, therefore, should not be characterized as pro-CCP, antidemocratic, or even conservative. As the Michigan professor Mary E. Gallagher argues, “There may be benefits to delayed political change in China. Integration into the global economy, the increased use of legal institutions to mediate conflict, and the influence of a small but growing middle class may together slowly build up a more stable societal foundation for democratization.” Following the same line of reasoning, some PRC scholars have recently expended great effort developing ideas that conceptually and procedurally make democracy safe for China. The rapid expansion of the Chinese middle class and its changing relationship to the government has become a focal point of scholarly work on Chinese politics and society.
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Both the unfolding story of China’s drive to become a middle-class nation and the widely differing scholarly assessments of its implications will undoubtedly enrich the literature on this important global subject. THE RISE OF CHINESE MIDDLE CLASS IN THE GLOBAL CONTEXT
Over the past century or so, many countries, including the United States, Great Britain, Spain, and Japan, experienced a rise of the middle class that profoundly transformed their economies, cultures, and politics. Since the beginning of the reform era, China has also been undergoing drastic changes in social stratification and social mobility, a key feature of which is the emergence of a middle class. It is essential to understand this expanding segment of the Chinese population, as it will likely herald even far-reaching changes in the years ahead. Over the past decade, a lively intellectual discourse centered on the existence and characteristics of the Chinese middle class has taken shape within China’s scholarly and policy community. The intellectual fever it represents was spurred, in part, by both admiration for the middle class way of life in developed countries, and the consideration of Western social science’s maxims and methodologies. As a result, Chinese scholars have enriched, both conceptually and empirically, the world’s academic literature on the middle class. In doing so, they have not limited the scope of their intellectual inquiries to the definition, size, and characteristics of this emerging socioeconomic force, but have also focused great attention on how the middle class relates to the ruling class and other socioeconomic players in China. For foreign observers, it is essential to have an accurate picture of China’s social stratification and social mobility, and in order to do this, one must understand how Chinese scholars and public intellectuals are wrestling with the profound and ongoing changes to their country. The Chinese bold discourse on the political implications of China’s emerging middle class is itself a testimony to the important political dynamics in the making.
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Tecnología responsable para una infancia segura. En Telefónica pensamos que el bienestar de los niños y adolescentes es una tarea de todos. Por eso, trabajamos para promover un uso responsable de la tecnología, a través de: #00+'#,21"#!-,20-*.0#,2*.0i*200!-,2#,'"-1@ Investigación sobre la utilización de las nuevas tecnologías por parte de los niños. Líneas de denuncia de contenidos inadecuados. Formación a padres, profesores y alumnos en el uso responsable de Internet.
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