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Tres personas personas pueden respirar graci gracias as a que su árbol au aun n esta en pie pie..
Ayude a salvar el suyo,.. Ay NO IMPRIMA este documento. Threepeopl people e can breath since since their tree tree is still still alive.. Help save yours,.. DO NOT PRINT this document.
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Créditos del libro
El mosquito Pepito
El di dine nero ro gr grat atui uito to de Pe Pepi pito to
Dato Da toss de dell au auto torr
Datos del ilustrador
52 x 5 - 258 =
8 x 8 - 8 - 8 - 40 =
6 x 4 + 20 - 4 =
1833 + 38 18 3811 - 49 4966 =
7x9+6 =
A Naomi , con "n" car i ño e i ncal cul abl e amor .
La blanca saliva en forma de escupitajo salió de la boca de un mosquetero y cayó a mis pies. Era un hombre algo viejo, si me guiaba por unas incipientes canas en su sien, pero se veía fuerte. Estaba sentado en una taberna junto a la ventana. Yo no podía perdonar tamaña insolencia y me acerqué a él. —Por poco su salivazo cae en mis zapatos, caballero —dije. —¿Y a mí qué me importa? —respondió en tono de burla. —¡Que si no se disculpa se las verá conmigo! —alcé algo la voz. —¿Y qué piensas hacer al respecto? —dijo el mosquetero más divertido.
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—Lo desafío a duelo, señor mío! —contesté, sacando un pañuelo blanco que traía en mi bolso y golpeando con él el rostro del hombre. —¿Con cuál arma? —preguntó, ya ofendido e indignado. —La saliva. El que llegue más lejos con el primer escupitajo gana. —Me parece bien —aceptó el hombre. —¿Lugar, fecha y hora? —quise saber—. No conozco la ciudad; estoy llegando recién. —Pregunta por una capilla abandonada cerca de la salida norte de la ciudad. Allí, amaneciendo mañana a las seis en punto. —Hecho! —saludé y me fui con orgullo, dejando al mosquetero vaciando su jarra de vino hasta el fondo.
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No llevaba caminando ni dos cuadras cuando un mosquetero con espeso bigote, más alto y fornido que el anterior, me pasó por el lado soltando un violento eructo. Fue tan sorpresivo y exagerado que me cubrí la cabeza con el brazo; como si me hubieran tirado una bala de cañón o algo así. Incluso, del susto, se me fue un gritito ridículo
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El hombre ni siquiera me miró y siguió su camino. Pero como yo no podía perdonar semejante falta de respeto, corrí y lo detuve tirando de su brazo. —Debería avergonzarse por lo que acaba de hacer —dije—. Estoy esperando sus disculpas. —Pues espéralas sentado —contestó sin mirarme, haciendo un movimiento para continuar su marcha. --¡Pues tendrá que hacerlo! —casi grité, sacando el pañuelo y saltando, para poder golpearle la cara con él. —¿Quieres un duelo? —por primera vez me miró. La ira invadía sus ojos—. Pues está aceptado. ¿Dónde, cuándo y cómo? ¡Vamos, que ando apurado!
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—A las siete de la mañana de mañana —recordé el lugar que escogió el otro mosquetero—. Detrás de una capilla abandonada que está a la salida norte de la ciudad. —¿Y cómo? —El eructo más largo gana —dije. —Muy bien —y el del bigotón salió a grandes zancadas, desapareciendo por la esquina. Yo seguí mi recorrido buscando una pensión donde alojarme, y al llegar al frente de una iglesia se detuvo un coche a mi lado y de él salió como un bólido un mosquetero, tropezando conmigo. Pero lo peor fue el extraño ruidito que percibí. —¡Un momento, caballero! —dije al verlo incorporarse con intención de entrar rápido en la iglesia. 14
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—Ese misterioso ruido que escuché proveniente de usted, ¿tiene algo que ver con su borrascosa vida intestinal? —Por supuesto que no! ¡Fue algo que se desinfló en mi bolsillo! —Se molestó el hombre. Era mucho más delgado que los otros mosqueteros y de facciones finas y elegantes—Torpe! —Maleducado! respondí algo aliviado, porque no fue algo peor que un salivazo o un eructo, como me había imaginado. —¡Tonto! —¡Gusano con sinusitis! —¡Estúpido! —¡Renacuajo viudo! 16
—¡Imbécil! —¡Bacteria de chancho sudado! El mosquetero no aguantó más y comenzó a sacar un pañuelo de su bolsillo. Pero no le di tiempo y le pegué con el mío en la cara. Se puso furioso. —¿Sabe dónde queda la capilla abandonada en la salida norte de la ciudad? —¡Claro que si! —le contesté, extrañado por dentro de la coincidencia, y apurado para fijar yo la hora, añadí—: ¡Allí a las ocho de la mañana! —Trato hecho —y comenzó a irse. salida norte de la ciudad? —¡Hey! —le grité—. Mañana el que le diga más improperios e insultos originales al otro gana.
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—!De acuerdo! —respondió, dándome la espalda, y su capa casi me golpea el rostro. Me desperté algo ansioso a las cuatro de la mañana. No quise desayunar, pero gané tiempo practicando un poco los lanzamientos..
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..de escupitajos, tragando aire para mejorar la extensión de mis eructos e inventando decenas de palabras para no parar de insultar. Faltando cinco minutos para las seis me presenté en el lugar indicado de mis duelos. Y para sorpresa mía, allí estaban sentados en una piedra mis tres contrincantes. —Buenos dias dije. —Buenas respondio el mosquetero más viejo. —¿Qué? ¿Cómo? —Saltaron los otros dos al verme. —¿Se conocen? —quiso saber mi primer duelista. —¿Si dije —¿Que hacen aqui tan temprano? —Son mis padrinos —explicó el mosquetero más viejo El señor Porthos y el señor Aramís. 19
—?Y usted es Athos? —pregunté palideciendo. —¿Cómo sabes mi nombre? —Esto es muy extraño —habló al fin Porthos—. Yo me tengo que batir con él a las siete. —Este niño me preocupa —comentó Aramís—. Nos desafió a los tres aqui y a esta hora. Parece una emboscada de los hombres del cardenal Richeliú. —¡No! —salté yo—. ¡Esto una increible coincidencia, una gran casualidad, un misterio...! —¡Explicate, niño! —me apuró el mosquetero viejo, poniéndose de pie como sus compañeros y con la mano en la empuñadura de su espada.
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—Yo no les conocía físicamente —confesé—. Pero alguien me ha hablado muy bien de ustedes. Por eso me ha extrañado tanto que precisamente fueran los famosos tres mosqueteros a los que haya retado a duelo. —¿Y quién es esa persona que tan buena opinión tiene de nosotros? —preguntó Aramis. —El que me ha enviado con la misión de entregarles en sus manos esta carta —y la saqué de mi bulto, dándosela a Athos, que enseguida la abrió y comenzó a leerla en voz alta:
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Queridos amigos del alma: He decididohacer un cambio radical en mi vida. A partir de hoy seré pacifista; es decir, me alejaré de laviolenciafísica, de las peleas, los golpes, las estocadas, los disparos, los duelos y las batallas. Pero también abandonaré laviolenciapsicológica; es decir, las amenazas, los insultos, las blasfemias, las humillaciones y las faltas de respeto al prójimo. Me he convencidode que ni sirviendounanoble causaesbeneficiosalaagresividad, porque laviolenciageneramás violencia. De verdad que no existe laviolencianecesaria, amigos míos. Entregado alas ideas anteriores, compañeros, renuncié ami compañíade mosqueteros. ¿Recuerdan aConstance, laque tomé por compañíay que eradamade compañía de laReina? Pues vaaacompañarme en estacampaña pacífica, en estacompañíalimitadaque se me haocurrido.
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Desde que laconocí en aquellaaventurade los pendientesde diamantes de laReina, teníapendiente ser su amante díaadía; es decir, su esposo, y me aceptó. Con ellaharé el retiro espiritual, ambos en calidad de ermitaños. Es por todo eso que le regalé ami fiel escudero Planchet mis armas, mi caballo, mi ropay todas mis pertenencias. Yespor eso que austedes, mis grandes, mis mejores, mis íntimos amigos, os dejo como herencialos 17 diamantesque me quedan, los cualeshe adquiridohonestamente durante mi aventureravida. Dejo aAthos lamitad de mis diamantes, un tercio a Aramís y lanovenaparte aPorthos. Hagan con ellos lo que estimen conveniente.
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Espero que les seaútil paraque se retiren también de laacción y se acerquen alapaz de espíritu y labuena convivencia, porque lafelicidad, amigos míos, estápor ese camino. Pepito, el portador de estacartay de los diamantes, es de mi total confianza. Os quiero hastalamuerte, Vuestro hermanoDArtagnan. ¡TODOSPARA UNOYUNOPARA TODOS!
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Con los ojos húmedos, los tres rudos soldados terminaron de gritar al unisono su lema. —¿Qué más sabes tú de esto, niño? —me interrogó ansioso Porthos. —No sé nada más —respondí--. Nunca me dijo ni por qué se iba ni a dónde. —Yo espero que sea una etapa pasajera de su vida. Ya saben cómo es él —comentó Aramís. —Es cierto, sólo hay que esperar a que lo necesiten para una aventura —dijo Athos—. ¡Ya verán cómo se pone nuestro pacifista! —Muy bien —terció Porthos—, pero mientras tanto dividámonos la herencia y disfrutemos a su costa. ¡Estaré una semana de jolgorio! 27
—!Excelente idea, amigo! —exclamó Athos—. Incluso voy a pagar varias deudas con esto. —Y yo remodelaré la iglesia —dijo Aramís, contento—. Así que va mos .. —Niño, ¿tienes ahí los diamantes? —se giró hacia h acia mí Athos. —Sí, aquí están —dije, sacando una bolsita con los diamantes y desparramando los 17 en el suelo frente a ellos. -¡Athos! Lee de nuevo la carta para hacer bien la repartición —pidió Aramís. —«Dejo a Athos la mitad (1/ 2) de mis diamantes—leyó el mosquetero—, un tercio (1 / 3) a Aramis y la novena parte (1 / 9) a Porthos». 28
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—No entiendo por qué no la dividió en 3 partes y ya —protestó Porthos—. Tampoco entiendo por qué me dejó sólo 1/9 y a ustedes a uno 1/2 y a otro 1/3. Parece que no me quería tanto como decía, ¿eh? —Deja de lamentarte, hombre, y vamos a resolver este asunto —dijo Athos. —A ver —calculó Aramís—. 1 / 2, más 1 / 3, más 1 / 9, da... ¡qué sé yo! ¡Lo único que sé es que no da un número entero! ¿Cómo lo hacemos? —Yo propongo que lo dividamos entre 3 y si sobra alguno nos lo rifamos —dijo Porthos. —De eso nada —saltó Athos—. !A mi me dejó la mitad! ¡Y del total 1 / 2 será mío!
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—¿Y dónde quedó eso de «todos para uno y uno para todos"? —gritó Porthos. —Todos los diamantes para mí y un diamante para todos los demás. Ahí está nuestro lema justificado —propuso bien serio Aramís. —iHay que respetar la voluntad de D'Artagnan!—insistió Athos. —Yo te voy a dar a ti respeto —vociferó Porthos, sacando su espada. —¿A quién amenazas, grandulón? —y Athos desenvainó su filosa arma. —¡Yo defenderé también lo que me pertenece! —gritó Aramís, poniéndose en guardia. 31
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—¡Un momento! —vociferé yo, subiendo a una piedra, y como los tres me miraron con atención, continué—: Parece mentira que su mejor amigo se hace pacifista y enseguida ustedes se van a las armas a pelear egoístamente, a la memoria del que con tanto cariño les regaló una fortuna, ¿no se dan cuenta? —Es cierto —bajó su arma Araraís. —Perdón —se sentó Athos, arrepentido. —Si, yo también lo siento —dijo Porthos—, ¡pero él queria que nos dividiéramos los diamantes y no podemos! —¡Porque no se pueden dividir exactamente 17 diamantes! —dijo Aramís. —¡Sí se puede! —solté yo con firmeza. 33
—¿Y cómo? —preguntó con esperanza Athos. —Miren... —y saqué de otra bolsita un diamante—. Este otro diamante me lo regaló D'Artagnan antes de darme la carta y partir. Yo lo voy a sumar a los suyos. —No entiendo —murmuró Aramís. —Ni yo —dijo Athos. —Yo menos —gritó Porthos. —Es algo muy fácil —me agaché a repartir los diamantes en el suelo—. Ahora son 18 diamantes, ¿no? —Así es —respondieron los tres mosqueteros. —La mitad de 18 es para ti, Athos, ¿no es así? —Si —dijo el más viejo, tomando 9 diamantes para él. 34
—Un tercio de 18, ¿cuánto es, Aramis? —pregunté. —6 —contestó el más elegante, agarrando sus piedras preciosas. —Y un noveno de 18 son 2 diamantes, ¿no es cierto, Porthos? —Así es —y de mala gana el del bigote grande recogió lo suyo. —Y 9 (la mitad de Athos) + 6 (el tercio de Aramís) + 2 (la novena parte de Porthos) = 17. Por tanto, sobra el número 18, que era...
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,,el que puse yo, y que me llevo. Así, todos contentos y se cumplió con justicia la repartición. ¿Qué les parece? —!Espectacular! —gritó Aramís. —iFantástico! —dijo Athos. —¡Sensacional! —murmuró Porthos, aún molesto por lo poco que le tocó. —Querido Pepito, te pido disculpas por el escupitajo —dijo Athos. —Yo por el eructo —dijo Porthos. —Yo por los insultos —dijo Aramís—. Y te invito a que seas uno de los nuestros. —Lo siento, pero no soy mosquetero —alegué nervioso. 36
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—Pero mientras creces te hacemos Mosquito del Rey y así te unirás a nosotros —dijo Athos. —¿Aceptas, Pepito? —dijo Porthos. —¡Acepto! —grité—. ¡Pero con una condición! —¿Cuál? —se extrañaron todos. —¡Que ahora nos compremos una pizza y la dividamos así: siete octavos (7 / 8) para Porthos, ocho décimos (8 / 10) para Athos, nueve quintos (9 / 5) para Aramís y el resto para mí! —exigí. Los tres hombres se quedaron serios y boquiabiertos, mirándome. —¡Y si no es así, los escupo, los eructo y les grito mil malas palabras en sus caras! 38
De repente los tres sacaron sus espadas hacia mí, con expresiones hoscas y actitudes amenazantes. —iPero si es una broma, señores! —les dije. Volvieron a quedarse serios y boquiabiertos, mirándome. De pronto, soltaron una estruendosa carcajada. Y caminando hacia la ciudad para celebrar, nos fuimos repitiendo nuestro lema: ¡UNO PARA TODOS Y TODOS PARA UNO!
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En La Isla Tortuga, los habitantes exigían un significativo cambio en el diseño de nuestra bandera y el gobierno se oponía. Por ello nos avisaron con urgencia de una reuniónalmuerzo entre los grandes delegados, representantes de las tres mayorías que formaban el gobierno del presidente Jack Spa. El encuentro se produciria en El loro tartamudo, la taberna de Francis, mi tío, donde trabajaba como camarero en mis vacaciones escolares y la que probablemente sería mía cuando él falleciera. A la hora señalada, el primero en entrar fue el capitán Quidd, el sanguinario pirata (0joetuerto, le llamaban). Se sentó y me hizo un guiño con el ojo que ocultaba tras su parche negro y me pidió una garrafa de vino. Enseguida hizo su entrada el terrible filibustero 41
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el Polonés (conocido como Manoegarfio). Con su mano de fierro me atrajo hacia él y me pidió un bidón de cerveza. Finalmente llegó Henry Morgueano (el muy nombrado Pataepalo), un cruento bucanero. Al pasar, me lanzó una palopatada para pedirme un barril de ron. Nunca pude escuchar muy bien lo que se habló en esa mesa, debido a mi trabajo de traer y llevar platos de comida, y copas y vasos de bebida que devoraban esos rudos piratas en sólo segundos; pero algo pude captar. Los tres hombres analizaron la propuesta de modificar nuestra bandera que consistia en un fondo negro, con una cabeza de esqueleto y dos huesos cruzados debajo de ella. Lo que el pueblo pedía era en que se le agregase la palabra «veneno».
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Terminado el postre, los tres delegados acordaron rechazar la propuesta, razonando que si cedían en eso, después el populacho pediría añadirle a la bandera: «Mantenerse lejos del alcance de los niños», u otro letrero disparatado. Hasta ahí, la reunión había sido un éxito. Sin embargo, el miedo comenzó a crecer entre los presentes al acercarse la hora de pagar. La fama de tacaños de esos tres hombres se extendía a siete mares a la redonda. Les llevé la cuenta, cuyo monto era de 30 monedas de plata, y ahí rompieron a discutir, insultarse y maldecir hasta casi reventar las venas de sus cuellos. De repente, con sus armas dispuestas, los tres piratas dieron un aterrador grito para comenzar la pelea.
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—!Esperen! —me interpuse entre ellos—. No es aconsejable pelear cuando acababa de comer. Una herida, una amputación o la misma muerte pueden provocarles una mala digestión. Por suerte, aunque no entendieron, me hicieron caso, llegando incluso a un acuerdo tripartito al estilo de los Hermanos del Mar Muerto, como dijeron (no quise averiguar en qué consistía esa hermandad). El caso es que pagarian en partes iguales; cada uno me entregó 10 monedas de plata, para llegar a la cifra de 30. Le llevé el dinero a mi tío sin imaginarme el lío que se armaría. —Mira, Pepitou —me dijo Francis en su mal español—, les coubraré nada más que 25 mounedas para que sigan reuniéndouse aqui.
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Entonces me vi enfrentado a otro dilema: ¿cómo repartir 5 monedas a tres piratas? ¡Porque dejar que ellos solos se las dividieran sería provocar otra trifulca con toda seguridad! Pensando rápido, me incliné por darle 1 moneda a cada uno y quedarme yo con 2 como propina. —¿Y esto? —se extrañó Ojoetuerto al ver su moneda—. ¿No era de 30 monedas la cuenta? —¿Se equivocaron entonces? —saltó Pataepalo. —¡Muchacho! ¡Llama inmediatamente al dueño de esta apestoso taberna! —rugió Manoegarfio. —Caballeros —preferí que supieran por mi boca lo sucedido—, les contaré la única y real verdad: mi patrón les rebajó la cuenta. 46
—Muy bien! —exclamó Pataepalo—. ¿Y...? —Se las rebajó a 25 monedas —dije con mucho temor—. Pero yo pensé que era justo que de las 5 monedas de vuelto, yo les devolviera 1 moneda a cada uno y yo me quedara con 2 como propina. De esa forma les evitaba un problema a ustedes, al tratar de dividir 2 monedas entre los tres, mis señorias. Fue sólo por eso... 47
Pasó un eterno minuto de silencio, cuando de repente Ojoetuerto sacó su sable y lo descargó sobre la mesa con violencia, lo que provocó que saltaran hacia el suelo las copas y platos que quedaban.
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—¡Por mil tiburones y tirabuzones! —gritó—. ¿Alguien aquí piensa que somos unos imbéciles? Ni una sola cucaracha se movió en toda la taberna. —!Rollos y centollas! Este... ¡Rayos y centellas! ¿Por qué dices eso, Tuerto? —quiso saber Manoegarfio. —¡Porque aquí hay gato encerrado! Pero si descubro quién nos quiere estafar, ¡por las larvas y las barbas de Neptuno que le cortaré la cabeza! —¡Pero explícate, hombre! ¡Caráspita! —le pidió Pataepalo—. ¡No entiendo nada! ¡Explícate de una buena vez! —¿Me estás exigiendo una explicación? —lo enfrentó Ojoetuerto. —¡A él y a mí nos la debes! —saltó Manoegarfio. 49
—¡Sí, y que sea ahora mismo! —sentenció Pataepalo. Y así, de repente, con sus armas dispuestas, los tres piratas dieron un aterrador grito para comenzar la pelea.
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—¡Esperen! —me coloqué en el medio de los tres nuevamente—. Es bueno que ustedes se unan para agarrar al posible ladrón que les faltó el respeto y los intentó engañar. Yo pienso que aunque sea mi tío y ustedes le corten la cabeza... —¡Pepitou...! —gritó tío Francis. —Se debe aclarar el asunto, tío, porque estos tres señores son la autoridad —le contesté yo. —Es cierto lo que dice el niño —dijo Ojoetuerto--. Calmémonos. Miren, les voy a explicar: si pagamos 30 monedas y nos devuelven 1 moneda a cada uno, eso quiere decir que dimos 9. Y 9 x 3 da 27 monedas, ¿no es cierto? —Así es —afirmaron sus dos compañeros ya calmados.
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—Entonces —continuó el Tuerto—, 27 más los 2 monedas de la propina de Pepito, son 29. ¿Dónde está la otra moneda? ¿Eh? Por tanto, ¡alguien nos quiere robar una moneda! —¡Tienes razón! ¡Por dil medonios! Este... ¡Por mil demonios! —saltó Manoegarfio, sacando una daga de su cinturón. —¡Recórcholis! ¡Que nadie salga de aquí hasta que no aparezca la moneda! —vociferó Pataepalo, poniendo su enorme pistolón sobre la mesa. Por supuesto, mi tío, los otros mozos, el cocinero y todos los que trabajamos en El loro tartamudo, incluyendo los comensales, los borrachos y los jugadores que aún permanecían allí —todos piratas de pura cepa, por lo demás—, nos quedamos de una pieza. 52
—¡Por Belcebú y su champú! ¡O alguien tiene una respuesta lógica! —insistió Ojoetuerto—. ¡O alguien va a confesar muy pronto! —¡Terrecanes y huramotos! Este... ¡Huracanes y terremotos! ¡Hablen o los estrangulo con mis propias manos! —lo siguió Manoegarfio, levantando su garfio. Mi tío y yo nos miramos. ¿Pero qué podiamos hacer? Nosotros también estábamos sorprendidos por el resultado de aquel razonamiento. Si nos guiábamos por eso, o tío Francis o yo nos robamos una moneda y eso era imposible, porque yo no la tenía y mi tío fue el que les hizo un favor cobrándoles sólo 25 en vez de 30, y soy testigo de que me dio 5 monedas de vuelto. Por tanto, no les robamos nada. ¿Para qué complicarse la vida por una simple moneda? 53
Sin embargo, como lo planteaba el pirata tenía toda la razón. —!Por todos los fuegos y luegos del infierno! —Ojoetuerto estremeció toda la taberna con su vozarrón—. ¡Atrapen al dueño de esta pocilga y tráiganmelo aquí! Tío Francis no opuso resistencia y fue conducido hasta la mesa de los delegados. A una orden de Manoegarfio, le arrancaron las cuatro patas a una larga y estrecha mesa y la colocaron sobre otra, rememorando el tradicional «pasar por la tabla» de los barcos piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros, y echar así al traidor a los hambrientos tiburones, que esperaban abajo con sus bocas abiertas. Con los ojos vendados y caminando a causa de la espada de Ojoetuerto que lo pinchaba por la espalda, estaba tío Francis, en medio.. 54
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de la algarabía de los presentes. Al final de la tabla, los piratas borrachos y jugadores comenzaron a acumular en el piso clavos con la punta hacia arriba, arañas venenosas, vidrios, peceras con pirañas, bacterias de tuberculosis y cuanta cosa dañina encontraban para su diversión, a falta de tiburones. --Te queda poco, rata inmunda! —gritaba Pataepalo, disparando hacia el techo su pistolón. —¿Prefieres morir a decir quién tiene nuestra moneda? —le preguntaba Ojoetuerto con rabia a mi tío. Por mi parte, entre el terror y la angustia al verlo en esa situación, comencé a razonar con toda la lógica matemática que pude para aclarar aquel malentendido.
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Y faltándole un paso a tío Francis para caer de la tabla, se me iluminaron las neuronas. —lUn momento! —grité con todos mis pulmones y riñones—. ¡Yo sé lo que sucedió!
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Los tres importantes delegados fueron hacia mí satisfechos y se sentaron teatralmente a disfrutar mi supuesta confesión. —No hay ninguna moneda desaparecida —dije casi en un murmullo. —¡¿Qué?! —saltó Ojoetuerto, desenvainando de nuevo su espada—. ¡Calamares gigantes y ballenas microscópicas! ¿Te burlas de nosotros, mocoso? —iMonsrinos Matruos! Este... ¡Monstruos marinos! —continuó Manoegarfio, haciendo como si se afeitara con su filosa daga—. Parece que alguien aquí quiere caminar también por la tabla. —¡Caramba! —añadió Pataepalo—. ¡No me lo esperaba de este niño! 58
—¡Por favor! —dije con más firmeza—. Si no me creen o no están de acuerdo conmigo, yo mismo me lanzaré de cabeza desde la tabla. —De acuerdo —asintieron los tres. —Quiero que escuchen con mucha atención, para que sigan bien el hilo del razonamiento... Los tres me dieron 10 monedas de plata...
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para un total de 30. Entonces mi tío quiso ser amable con ustedes y me dijo que les cobrara sólo 25 monedas. Yo regreso con las 5 monedas del vuelto y le reparto 1 a cada uno y me quedo con 2. Repito y fijense, de 5 monedas les di 3 y me quedé con 2. Por tanto, ustedes se quedaron al final con 9 monedas cada uno... —¡Y eso es lo que está mal, mocoso, porque 3 por 9 son 27, más tus 2 de propina da 29! ¿Dónde está la otra moneda? —insistió Ojoetuerto. son 27, más tus 2 de propina da 29! ¿Dónde está la otra moneda? —insistió Ojoetuerto. —¡Ahí está el error! —dije con énfasis—. Al explicar esta situación multiplicando 9 por 3 está incluyendo la propina, ya que cada uno pagó 9 monedas para cancelar lo consumido y la propina. Insisto, 60
cancelaron 2 de propina más 25 de la cuenta (2 + 25) que da 27. Y 27 es el 9 por 3 que tanto reclaman. ¿Entienden? —Mmm... quizás... más o menos —exclamó Pataepalo-—Muy bien —continué—. Voy a repetir: cada uno puso 9 monedas; es decir, el total de su paga fue de 27 monedas (9 x 3 = 27) y como me dieron 2 de propina (que estaba incluida en las 9 monedas..
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que pagó cada uno), tenemos pues: 27 - 25 = 2, ¡No hay ninguna moneda perdida! ¿Ven? Porque 27 más las 3 que les repartí, dan las 30 que había al principio. Los piratas se miraron sin aún convencerse del error en el que habían caído.
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—Mírelo así, Sr. Ojotuerto, ustedes pagaron con 10 monedas cada uno, pero si hubieran pagado con 9 monedas cada uno, serían 27 (3 x 9) y como mi tío les rebajó la cuenta a 25, se pasaron en 2 monedas (27 – 25 = 2). Entonces me hubieran dado esas 2 de propina y todo resuelto. —jAhora sí entendí! —me agarró por los hombros Ojoetuerto, mientras liberaban a mi tío —. Querido Pepito, hoy has demostrado inteligencia y valentía. Te propongo que zarpes conmigo como grumete en mi próximo viaje. —Lo siento, pero esa idea ya se me había ocurrido y te propongo lo mismo, muchacho —dijo Manoegarfio, revolviéndome los pelos de la cabeza.
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—¡Un momento! ¿Quieres competir conmigo a ver quién se lo lleva, Garfio? —se puso de pie Ojoetuerto. —¡Competir conmigo también, Ojoetuerto, porque pienso llevármelo yo! —terció Pataepalo, amenazante De repente, con sus armas dispuestas, los tres piratas dieron un aterrador grito para comenzar la pelea. —¡Esperen! —me situé una vez más en medio del campo de batalla—. Yo voy a decidir quién me recluta. Tío Francis se quedó boquiabierto. Su sueño de que yo manejara su taberna se esfumaba frente a sus ojos. Por suerte, me miró y captó el guiño cómplice que le hice. —Voy a servir en el barco del que me pague el mayor sueldo —concluí.
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los tres hombres intercambiaron miradas y empezaron a retroceder con delicadeza, a guardar sus armas disimuladamente y a susurrar que no tenían mucho dinero y a señalarse entre ellos esquivando la decisión. Mi plan para manipular a los tres tacaños funcionó. Un minuto después ya se habían marchado, dejándonos agotados pero contentos. —Hijou míou —dijo tío Francis, pasándome un brazo por los hombros—. Pour tou gran participacióun de houy, a partir de este moumentou, aunque lou trabaje you, esta será... ¡La tabernau de Pepitou!
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PEPE PELAYO (ESCRITOR) Es cubano desde 1952 y chileno desde 2008. Debido a eso doble nacionalidad, quizás sea bipolar y haga cosas como gustarle el humor y la risa, pero muy en serio. Es feliz creando humor, sobre todo para niños (le han publicado libros en varios países). Es tanta su pasión por ese tema que pertenece a la Sociedad Internacional de Estudios del Humor Luso-Hispano, en vez de pertenecer al Colegio de Ingenieros Civiles, carrero que terminó en 1979 en la Universidad de La Habana y que ejerció por pocos años, antes de convertirse en bufón profesional; es decir, en comediante y escritor humorístico. Ha obtenido varios premios internacionales por su obra, aunque aún no sabe por qué. En lo personal, le encantan todos los quesos, los chocolates (mientras más amargo, mejor), la tortilla española y el jugo de tomate. Su pelo es blanco y su sangre roja, aunque de niño tenía el pelo negro y creía que su sangre era azul. Es narigón pero por gusto, ya que casi siempre respira por un solo hoyito. Le fascina viajar y conocer nuevos lugares y nuevas personas. Viviría, si pudiera, en París, New York, La Habana, Buenos Aires o Valparaíso. Del humor hecho en español, es fanático de Les Luthiers, Boligán, Quino, Fontanarrosa, Luis Pescetti, José Mona, Alex Pelayo, Aramís Quintero, el Grupo La Seña del Humor (del que fue fundador), el Grupo Humor Sapiens (del cual es miembro actualmente) y de El Quijote de La Mancha. Pero lo que de verdad le apasiona es leer, crear y hacer reír. (No sé por qué redacto esto en tercera persona, si soy yo el que escribe sobre mí). Por último, debo agregar que los datos importantes que faltan aquí (los únicos que lo son realmente) los encontrarás en www.pepepelayo.com (la mejor weblog del mundo, según yo). ¡Ah! Y en esta editorial he publicado «n» libros. ¡Léelos y cuéntame!
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ALEX PELAYO (ILUSTRADOR) Nació en Matanzas, Cuba, 207 años y un día después que Beethoven. Desde que empezó a dedicarse a la ilustración infantil dejó de crecer. Tiene unos brazos muy largos que le permiten abrazar fuertemente (incluso a varias personas al mismo tiempo). Para los juegos electrónicos es un desastre, pero para los de la suerte es peor. Le encantan los animales, a pesar de que una vez le mordió uno muy fiero. Ha ilustrado libros para Argentina, Chile, Ecuador, España, Turquía y Uruguay. Bajo la firma de Pelayos (junto a su padre), ha publicado los libro-álbum Ni un pelo de tonto, Draguito y el dragón, Lucía Morillos (Mejor Libro Infantil Editado en Chile 2008) y Trino de colores (Distinción The White Ravens 2009). Cuando era pequeño coleccionaba sellos. Ahora colecciona entradas a conciertos, teatros y cines, pequeñas piedrecitas y sobrinos. Tiene mala memoria. ¡Y roncal www.alexpelayo.com
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