El Mito de Los Pogromos Rusos

April 14, 2017 | Author: EduardoCarrera | Category: N/A
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El mito de los pogromos rusos Parte I Traducción y resumen de una serie de tres artículos-ensayo publicados en la revista The Occidental Observer (TOO), otra fuente de información esencial. Los temas de TOO son “la identidad blanca, intereses de los blancos, y la cultura de Occidente”. La presentación de esta serie de tres ensayos está traducida completa y literalmente. Los ensayos han sido resumidos; se han eliminado algunas partes no esenciales para la argumentación. Introducción: Los relatos sobre los pogromos rusos del siglo XIX. Los disturbios anti-judíos rusos (“pogromos”) de finales del siglo XIX representan uno de los fenómenos cruciales de la historia judía moderna, si no de la historia del mundo. Es obvio que tuvieron importantes consecuencias demográficas para los países occidentales: en torno al 80% de los actuales judíos de Occidente son descendientes de judíos que abandonaron Rusia y sus alrededores durante el período 1880-1910. Sin emabrgo, el legado más duradero del período sea quizás el aumento de la “conciencia nacional” judía, y el desarrollo acelerado de la política internacional judía moderna. Los pogromos han sido siempre retratados por los historiadores (judíos principalmente) como “manifestaciones de odio irracional contra los Judíos” [2] en las que las turbas de campesinos contaron con el apoyo de funcionarios rusos hostiles. Hay otras explicaciones igualmente carentes de pruebas y de lógica que estiran la credulidad del lector hasta el punto de ruptura. Por ejemplo, el profesor Donald G. Dutton de la Universidad de la Columbia Británica, ha afirmado que los tumultos no estaban motivados por “el aumento repentino de la población urbana judía, el extraordinario éxito económico de los judíos de Rusia, ni la participación de los Judíos en la política revolucionaria rusa “sino más bien por los “libelos de sangre “. [3] Apenas hay historiografía dedicada a rascar la cáscara de las historias de “refugiados” que traten de descubrir lo que sucedió realmente en el Imperio

ruso en los años previos y durante los disturbios. Esta falta de investigación histórica se puede atribuir, al menos en parte, a una gran reticencia por parte de los historiadores judíos a investigar las matanzas yendo más allá de lo meramente superficial. Además, los historiadores no judíos han sido directamente desanimados a investigar el tema. Por ejemplo, cuando los historiadores ucranianos descubrieron pruebas de que los informes de los medios de comunicación contemporáneos sobre las víctimas judías en ese país eran exageradas, “JewishGen”, un sitio web dedicado a la genealogía judía respondió diciendo: “Creemos que [los hechos] son menos que irrelevantes, ya que vuelven a desviar la atención pública del tema principal: la esencia genocida de los pogromos” Baste decir aquí que esta respuesta contradice la esencia misma de la investigación histórica: mostrar la historia como realmente sucedió, independientemente de las verdades incómodas que puedan encontrarse en el proceso. La declaración podría ser traducida como “No dejemos que los hechos se interpongan en el camino de una buena historia”. Además, como mostrará este ensayo, la tendencia a presentar los disturbios como “genocidio” carece totalmente de fundamento. El profesor de Sociología, Michael Mann, de la Universidad de California en Los Ángeles, ha presentado pruebas sustanciales que indican que “la mayoría de los participantes no tenían en mente el propósito de eliminar a los judíos”. [4] La alusión de JewishGen al genocidio debe ser vista también como parte de un problema más general de la historiografía judía moderna. En lugar de ver los pogromos como producto de circunstancias locales específicas, en las que los judíos son parte agente al menos implícitamente, ha habido una tendencia a usarlos con fines comparativos. John Klier afirma que cuando se usan en un sentido comparativo “se toman ejemplos casi exclusivamente del siglo 20, y se reinterpretan como hubieran sucedido en el periodo de 18812″, lo que dificulta una investigación histórica objetiva y lleva concluir la presencia en las acciones anti-judías de un malestar “paneuropeo” en realidad inexistente. Esta serie de ensayos tratarán de mondar los mitos, desenredar algunos hilos de verdad del velo que cubre estos sucesos. Es alentador comprobar que ya hayan comenzado los estudios en ese sentido. La afirmación de I.M. Aronson según la cual los pogromos fueron “planeados o alentados en cierto grado por elementos de dentro del propio gobierno ruso” [5] ha recibido un golpe de muerte en los últimos años gracias a la labor concertada

de un pequeño número de historiadores no-judíos y, principalmente, del profesor de Estudios Hebreos y Judíos de la University College de Londres, John Doyle Klier. En su estudio de 2005, Rusos y Judíos en los pogromos de 1881-2, Klier afirma que “la investigación contemporánea ha descartado el mito de que los funcionarios rusos fueran los responsables de instigar, permitir, o autorizar los pogromos”. [6] Esta serie de ensayos trata de ir más lejos, partiendo de la convicción de que los hechos siguen siendo determinantes en la investigación histórica y no una minucia que desvía la atención del asunto principal. La serie comienza con una explicación de los orígenes de la “cuestión judía” en Rusia. Los siguientes artículos tratan de los pogromos mismos y de cómo el mito y la exageración han plagado nuestra visión de ellos. Por último, se examina la razón por la que se crearon estos mitos, y las implicaciones generales de la persistencia de este mito en la “historia” judía. Primera Parte: La cuestión judía en Rusia Con el reparto sucesivo de Polonia por Rusia, Prusia y Austria, la población judía de Polonia fue también repartida. Una gran parte de ella vivía en la zona adjudicada a Rusia. Tras el primer reparto, los polacos reflexionaron sobre las causas de la destrucción de su nación y no pudieron por menos que tomar nota de la influencia judía. La población judía había alcanzado el 20% del total en los años previos a la repartición. Los judíos controlaban el 75% de las exportaciones. Además, se extendieron por las zonas rurales, donde en la práctica tenían el monopolio de las ventas de alcohol. En 1775, se tomó la decisión de expulsarlos de Varsovia. Y en tiempos del Ducado de Varsovia napoleónico se les prohibió vender alcohol en los pueblos. El Congreso de Viena decidió el establecimiento de una autonomía polaca bajo soberanía rusa. Los judíos empezaron a emigrar al territorio ruso. Para contener los efectos de esto, se creo el “Pale of Settlement”, área de residencia en la zona de Ucrania. Con todo, en 1860, la mitad de los judíos rusos vivían fuera del área. Los judíos rusos se dedicaban al comercio, en concreto el comercio de licores, que dominaban completamente en 1830. El área de residencia fue la única respuesta posible de las autoridades para proteger a sus ciudadanos del fanatismo inasimilable de la judería.

En 1841 se realizan varias investigaciones que muestran su diferencia en vestido, lenguaje y vida social, su separación del resto de la sociedad. Los judíos habían retenido su propia organización política, el kahal. Su ideología y moral seguían basadas en el Talmud, que predica la separación, la superioridad y que incita a la explotación del no judío. La respuesta de los zares fue tratar de integrarlos dirigiéndolos a actividades productivas. Sin embargo, la vida económica judía se mantuvo prácticamente sin cambios. En 1844, bajo Nicolás I, el gobierno ruso comenzó un programa de reformas y leyes diseñadas para romper la separación e integrar a los judíos en la sociedad rusa. Se ilegalizó el kahal por ser una estructura paralegal. Esto produjo una reacción hostil de los judíos. El emperador Alejandro II abolió la servidumbre en 1861 y relajó las restricciones legales aplicadas a los judíos. Se llegó incluso a debatir su emancipación completa en la prensa. El poder económico de los judíos aumentó con la emancipación, pero no su lealtad. Los intelectuales judíos ilustrados se dedicaron defender a los judíos, en vez de alentar su integración social. A finales del reinado reformador de Alejandro II, la desilusión con la política del gobierno en el manejo de la cuestión judía era generalizada. La gran mayoría de los judíos había persistido tercamente en los oficios no productivos, continuó en su antipatía hacia la cultura rusa, y se negó a hacer ninguna contribución significativa a la sociedad rusa. Un aire de resignación barrió el país. Parte II Segunda parte: La invención de las atrocidades Tras haber puesto los fundamentos históricos de la cuestión judía en Rusia, dirigiremos nuestra atención a los disturbios anti-judíos de la década de 1880. Este ensayo ofrecerá en primer lugar al lector la narrativa estándar de estos hechos, expuestos por los judíos contemporáneos y por la mayoría de los historiadores judíos; un relato que ha prevalecido abrumadoramente en la conciencia colectiva. La segunda mitad del ensayo estará dedicado a la

disección de uno de los aspectos de esta narrativa judía y a explicar los acontecimientos como realmente ocurrieron. Otros aspectos de la narrativa judía serán examinados en las entradas posteriores de esta serie. Como una obra de este tipo puede ser objeto de la crítica de ciertos sectores que la denunciarán como “revisionista”, tengo que decir que el “revisionismo” debe ser la esencia de todo trabajo histórico. Si se aceptan ciegamente las historias que nos son transmitidas, estaremos expuestos a ser víctimas de lo que equivale a poco más que un juego sacralizado de “susurros chinos” [Nota del traductor: se refiere al juego que consiste en transmitir un mensaje oralmente a través de varias personas y comprobar cómo se modifica durante esta transmisión]. Y si eliminamos el derecho de los historiadores a reinterpretar la historia a la luz de las nuevas investigaciones y descubrimientos, nos habremos alejado de cualquier pretensión de verdadera erudición. El discurso judío sobre los pogromos. En 1881, el Comité Ruso-Judío (RJC por sus siglas en inglés), brazo de la élite judía de Gran Bretaña, distribuyó masivamente un folleto titulado “La persecución de los Judíos en Rusia”. Lo difundió a través de la prensa, las iglesias y muchos otros canales. En 1899, lo pulió y fue publicado como un libro pequeño. Actualmente hay copias digitalizadas en Internet [1] A principios del siglo 20, el folleto había inspirado un periódico de cuatro páginas titulado Darkest Rusia, Semanario sobre la lucha por la libertad, para garantizar que el ciudadano británico medio no olvidara los horrores padecidos por los judíos en Rusia [2] El hecho de que estas publicaciones fueran producidas en masa debería proporcionar una indicación sobre su objetivo: es obvio que forman parte de la campaña de propaganda más ambiciosa de la historia judía, y se conciertan con esfuerzos similares en los Estados Unidos. Su objeto era llamar la atención y ‘educar’ a los países occidentales para garantizar la primacía del punto de vista judío en esta historia. Implícito en este objetivo está no sólo el deseo de provocar actitudes anti-rusas, sino también de asegurar la simpatía generalizada hacia las víctimas judías, simpatía necesaria para garantizar que la emigración masiva judía a Occidente se produjera sin problemas ni obstáculos de los nacionalistas blancos. Después de todo, ¿no estaba el nacionalista fanático a un paso solo del salvajismo cosaco? El primer elemento de la narrativa de la RJC (Russian Jewish Committee según sus siglas en inglés) es esencialmente una manipulación de la historia de las relaciones entre rusos y judíos. Sostiene que los judíos de Europa del

Este habían sido oprimidos durante siglos, haciendo penosa toda su vida “desde la cuna hasta la tumba” mediante leyes restrictivas. [3] Se alegó que los rusos tenían una ley no escrita: “Que ningún Judío se pueda ganar la vida”. Los judíos de Rusia, según el Comité ruso-judía, habían intentado integrarse en la sociedad rusa, pero fueron rechazados una y otra vez como “herejes y extranjeros”. El Pale era una fortaleza impenetrable en la que los judíos “debían vivir y morir”. Implícita en esta interpretación de la historia de las relaciones judeo-rusas está la creencia de que la fuente y el origen de los males que azotan la comunidad judía rusa no tiene nada que ver con los judíos mismos, solo con la Iglesia, el Estado y el Pale. En esencia, la situación de los judíos era el solo resultado del odio irracional de los gentiles. Judíos adoptan un papel pasivo y tímido en esta narrativa. No han cometido ninguna mala acción salvo ser judíos. Se presentan como las únicas víctimas de la violencia de los rusos. No hay ningún reconocimiento del fracaso de los esfuerzos de Rusia para derribar los muros judíos de la exclusividad y reclamar a los judíos como ciudadanos. De hecho, no hay ninguna referencia en absoluto a la barrera de exclusividad erigida por ellos mismos. Los propios pogromos, de acuerdo con la narrativa judía, estallaron tras el asesinato de Alejandro II, cuando la ira y el deseo de venganza traído por este odio irracional subieron de las raíces a la superficie. El segundo elemento de la narrativa judía es que el gobierno y los pequeños funcionarios participaron de alguna manera en la organización y dirección de los pogromos. El tercer elemento es que los pogromos fueron genocidas, pues fueron organizados y perpetrados por grupos que buscaban el exterminio de los judíos. La edición 1899 de “La persecución de los Judíos en Rusia” incluye una copia de una larga carta escrita al Times de Londres por Nathan Joseph, secretario de la RJC, de fecha 05 de noviembre 1890. En la carta, Joseph afirma que “cientos de miles de personas podrían ser exterminadas”. En resumen, se afirmaba que los judíos de Rusia estaban viviendo bajo “sentencia de muerte”. La carta termina con un llamamiento a “la Europa civilizada” para intervenir, castigar Rusia, y ayudar a las víctimas judías. El cuarto elemento clave de la narrativa judía es que los pogromos fueron de naturaleza extremadamente violenta. En especial, los informes contemporáneos de la prensa fueron la fuente de la mayoría de las historias de atrocidades. Típicamente, informes de los refugiados recién llegados que habían informado al JRC sobre los pogromos de los que habían huido. En estos informes, que fueron reproducidos frecuentemente por el New York

Times y el Times de Londres, los rusos fueron acusados de haber cometido atrocidades diabólicas a gran escala. Todos los judíos del Imperio Ruso estaban amenazados. Los hombres habían sido asesinados sin piedad, niños pequeños había sido tirados contra las piedras o quemados vivos en sus propios hogares. Durante una consulta parlamentaria británica sobre los pogromos de 1905, un rabino de Michelson afirmó que “las atrocidades habían tan brutales que no podía encontrar paralelos incluso en los anales más bárbaros de los pueblos más bárbaros”. [9] El New York Times informó de que durante los pogromos de Kishinev en 1903 “los niños fueron literalmente descuartizados por la turba frenética y sedienta de sangre”. [10] Otro elemento crucial de la narrativa judía es que Rusia es un país bárbaro, ignorante e inculto en comparación con los judíos rusos. Rusia, se dice, sigue en la “Edad Media” [15] y en comparación con el “campesinado ignorante y supersticioso”, [16] los judíos de Rusia se presentan como los avanzados de la civilización occidental: son urbanos e “intelectuales”. La publicación de RJC arguyó que la cuota universitaria del 5% de judíos era insuficiente para “una raza intelectual”. Sorprendentemente, se afirma que “la raíz de todo este asunto es la arrogancia racial ” [17] aunque esta arrogancia, por supuesto, es solo la de los rusos. La situación era tan desesperada y la posibilidad de exterminio tan grande, que la única salida era que las naciones civilizadas de Occidente abrieran sus puertas y dejaran entrar a estos pobres ‘hebreos’. Y en gran medida, esto es exactamente lo que las iglesias, los políticos y los medios de comunicación acordaron. Esta capitulación, consecuencia de la manipulación de las conciencias, marcó el comienzo de la mayor migración de la historia judía, con profundas implicaciones para todos nosotros. Este relato fue en su mayor parte un fraude calculado, diseñado y promovido por expertos, con la participación voluntaria de los judíos rusos emigrados que querían facilitar su propio acceso a Occidente y obtener “ayuda de Europa occidental y Estados Unidos”. [18] Las “Atrocidades” Antes ya de los informes sobre la violencia, el público británico había sido preparado para rechazar al gobierno ruso y aceptar el discurso judío. John Doyle Klier señala que el Daily Telegraph era en ese momento de propiedad judía y fue especialmente “severo” en sus informes sobre el tratamiento de los judíos rusos antes de 1881. [19] En las páginas de esta publicación, se

afirmó que “esas atrocidades rusas son sólo el comienzo. … Los propios funcionarios rusos toleraban esas barbaridades”. [20] En Europa continental, el rabino prusiano Yizhak Rulf funcionó como un “intermediario” entre Occidente y los judíos del este, y, de acuerdo con Klier, una de sus especialidades era la difusión de “informes sensacionalistas sobre violaciones masivas”. [21] Otras fuentes importantes de historias de atrocidades pogromos fueron el New York Times, el Times de Londres y el Jewish World. Este último habría proporcionado la mayoría de estas historias al haber enviado un reportero “para visitar las zonas que habían sufrido los pogromos”. [22] La mayoría de los otros periódicos reimprimían simplemente lo que el reportero del Jewish World enviaba. Las historias de atrocidades contadas por estos periódicos provocaron una indignación mundial. Hubo grandes protestas públicas en contra de Rusia, en París, Bruselas, Londres, Viena, e incluso en Melbourne, Australia. Sin embargo, como afirma John Klier, los informes del “corresponsal especial” del Jewish World “plantean problemas interesantes para el historiador”. [24] Mientras que su itinerario de viaje se considera plausible, la mayoría de sus relatos son “rotundamente desmentidos por los documentos de los archivos”. [25] Su afirmación de que veinte manifestantes fueron asesinados durante un pogromo de Kishinev en 1881 ha demostrado ser una pura invención, los archivos muestran que en esa ciudad, en ese momento,”no hubo pogromos importantes y ni víctimas mortales”. [26] La pretensión de que presenció fusilamientos de campesinos en sus viajes han sido completamente desacreditada por la gran cantidad de pequeñas inexactitudes que contienen los relatos. Klier afirma que “los relatos más influyentes del corresponsal, teniendo en cuenta su efecto en la opinión pública mundial, fueron los de violaciones y tortura de niñas de diez a doce años”. [29] En 1881 informó sobre 25 violaciones en Kiev, de las cuales cinco resultaron en muertes, en Odesa, según él, se produjeron 11, y en Elizavetgrad, 30. [30] La violación tiene un lugar destacado en sus reportajes, no porque las violaciones fueran comunes, sino porque, más que el asesinato y los saqueos “causaban indignación en el extranjero”. Klier afirma, además, que estos reportajes, evidentemente falsos, fueron “acreditados por el prestigio de The Times a pesar de no tener la firma de ningún periodista; fueron publicados posteriormente en un folleto y traducidos a varios idiomas europeos… se convirtieron en la versión

definitiva de los pogromos”. [33] Como los reportajes cada vez más espeluznantes de las atrocidades atrajeron la atención del público, el Gobierno británico fue presionado a intervenir. Sin embargo, se adoptó un enfoque prudente con una investigacion independiente de los sucesos. Las conclusiones del cónsul Stanley, publicadas en un “Libro Azul”, “presentan una narración de los sucesos muy distinta de la ofrecida por The Times”. [34] El aspecto más notable de esta investigación independiente es la negación pura y simple de las violaciones masivas. En enero de 1882, el cónsul general Stanley contradijo todos los detalles contenidos en los informes publicados por The Times, mencionando en particular los reportajes infundados “de violaciones de mujeres”. [35] Además, declaró que sus propias investigaciones revelaron que no ha habido casos de violación durante el pogromo Berezovka, que la violencia era poco habitual y que los disturbios se limitaron a daños a la propiedad. En relación con los daños a la propiedad en Odessa, Stanley estima que fue de alrededor de 20.000 rublos, y rechazó de plano la pretensión judía de que los daños ascendieron a más de un millón de rublos. En Elizavetgrad, en vez de calles enteras arrasadas, se descubrió que el techo de una pequeña choza se había derrumbado. Se constató, además, que muy pocos judíos, si alguno, habían sido asesinados de forma intencionada, aunque algunos murieron de las heridas recibidas en los disturbios. Se trataba principalmente del resultado de peleas entre grupos de judíos que defendieron sus tabernas y alborotadores en busca de alcohol. Los pocos judíos que habían sido asesinados deliberadamente habían sido víctimas de personas desequilibradas, borrachos del licor vendido por los judíos. Las acusaciones de intento de asesinato carecen simplemente de fundamento y no están apoyadas por las pruebas. La publicación de estos informes, indica Klier, supuso un serio revés para las acciones de protesta y de auxilio de la RJC.” [38] El Times se vio obligado a dar marcha atrás, pero respondió maliciosa (y ridículamente) afirmando que la indignación del país estaba aun así justificada, incluso si las atrocidades eran “las creaciones de la fantasía popular”. [39] Las revelaciones llegaron en un mal momento para la RJC. Se recurrió a la reedición (en the Times) de su folleto sobre la persecución en Rusia dos veces en un mes. Klier afirma que se trata de ejemplos magistrales de propaganda que intentaban socavar la credibilidad de los cónsules del

gobierno, mientras que apelaban al “sabio y noble pueblo inglés”. En resumen, se pedía a los ciudadanos occidentales que confiaran más en un rabino anónimo del otro lado del mundo que en los representantes oficiales de su propio gobierno. A pesar de los esfuerzos del cónsul Stanley, la narrativa judía propiciada por la RJC se ha mantenido inalterable en la percepción occidental de los pogromos. El Libro Azul fue sofocado por los relatos de la RJC. Sólo tras la investigación de John Klier, de unos diez años de duración y basada en un escrutinio académico de las pruebas de los archivos, ha sido posible una revisión de este relato. A la luz de estas pruebas, sólo cabe concluir que las historias de violaciones, asesinatos y mutilaciones eran “más legendarias que reales”. [47] Queda pendiente desmontar y analizar otros aspectos de la narrativa judía, y buscar los verdaderos motivos de su creación. Parte III Tercera parte: El papel de los judíos Tercera parte de la serie dedicada a examinar los pogromos rusos. Trata del papel desempeñado por los judíos en los disturbios. Como se indica en la segunda parte, uno de los principales defectos de la historiografía sobre los pogromos (y del “anti-semitismo” en general) es que estos relatos siempre proponen que los judíos fueron víctimas de un odio irracional. Los judíos tienen un papel de víctimas pasivas y resignadas en esta narrativa. No tienen culpa de nada, salvo de ser judíos. En casi todas las historias académicas y populares sobre los pogromos, el autor acepta ciegamente la premisa básica de que los judíos eran odiados en Rusia desde hacía siglos, que este odio era irracional y sin fundamento, y que el surgimiento de disturbios anti-judíos al final del s. XIX fue una respuesta automática al asesinato del zar y a algunas acusaciones tipo “libelo de sangre”. Como resultado de ello, el sufrimiento del gentil no tiene cabida en el modelo judío. El victimismo es una manifestación laica de la calidad de “pueblo elegido” de los judíos. Es probable que no haya en la tierra otra raza como los judíos que utilice la historia pasada para justificar sus acciones actuales. Desde obtener reparaciones a establecen un nuevo estado, la historia pasada judía es una de las piedras angulares que apuntalan la actual

política internacional judía. Esa historia judía está construida cuidadosamente y es defendida ferozmente. La relación entre la historia judía y la política judía contemporánea salta a la vista. Es suficiente hacer referencia a los términos “revisionista” y “negacionista”, que evocan imágenes de juicios espectáculo y penas de prision. La brutalidad exagerada de los no-judíos es un lugar común en la literatura y la historiografía judías, y va de la mano de los retratos de los judíos como mansos corderitos. Finkelstein ha señalado a The Painted Bird, de Jerzy Kosinski, una obra reconocida actualmente como “la primera falsificación del Holocausto “, como ejemplo de esta “pornografía de la violencia”. Sin embargo, Elie Wiesel, reconocido sumo sacerdote del concepto de “pueblo elegido”, elogió el pastiche de fantasías sadomasoquistas de Kosinki como obra “escrita con profunda sinceridad y sensibilidad”. Una vez aclarado este marco teórico, dirigimos nuestra atención a la deconstrucción de la otra cara del pogromo: el paradigma del víctimismo judío. Para hacer frente de forma eficaz a la cuestión de la culpabilidad judía en degradación de las relaciones entre judíos y no judíos, tendremos que profundizar más, y con más atención de lo que nos hemos esforzado por hacer en la primera parte. Este ensayo se centrará en ejemplos específicos de disturbios anti-judíos en el imperio ruso antes de 1880, con un enfoque particular en las prácticas económicas judías anteriores estos eventos. Los disturbios anti-judíos en el imperio ruso antes de 1880 Por las razones expuestas anteriormente, la mayoría de los historiadores judíos han mostrado siempre rechazo a la idea de que las prácticas mercantiles judías hayan desempeñado un papel históricamente importante en la incitación al antisemitismo. Por ejemplo, León Poliakov en la Historia del antisemitismo: desde Voltaire a Wagner, sostiene que la idea del antisemitismo por razones económicas carece de poder explicativo. [4] Del mismo modo, Jonathan Freedman ha declarado que, en la explicación de las actitudes anti-judías, el antisemitismo económico tiene un “papel explicativo pequeño”. [5] Ambos historiadores postulan que la teología, y por extensión el cristianismo (y por lo tanto la cultura occidental) es la fuente y origen del antisemitismo. Se menciona a continuación el caso del “pogromo de Limerick”. TOO lo ha tratado en otra ocasión: The Limerick “pogrom”: Creating Jewish

victimhood. El pogromo en cuestión consistió en un boicot que forzó a los judíos a abandonar la ciudad. No hubo ninguna víctima mortal. Sin embargo, se sigue hablando del “pogromo”. Se trata a continuación el caso de Odessa, donde se produce el primer pogromo en 1821. Se trataba de un puerto comercial con una presencia grande de comerciantes extranjeros. El aumento de asentamientos judíos en la ciudad creó un clima de tensión étnica. Klier afirma que en 1821, Odessa era “un semillero de rivalidades étnicas, religiosas y económicas”, y, significativamente, “una ciudad claramente no rusa”. [9] Weinberg explica que “el número de judíos que llegan de otras partes del Imperio Ruso y de Galicia, parte del Imperio Austríaco, se disparó. “En Odessa, los judíos estaban totalmente libres de servidumbres y restricciones legales de residencia”. [10] La violencia estalló en 1821 cuando, durante la Guerra de Independencia griega, un grupo de musulmanes y judíos asesinó y luego mutiló a Gregorio V, el Patriarca Ortodoxo Griego en Estambul. Muchos griegos huyeron con los restos de Gregorio a Odessa, donde se celebró su funeral. La documentación conservada indica que la violencia estalló cuando un gran contingente de población judía de Odessa hizo una exhibición abierta de falta de respeto a la procesión. [11] Los historiadores judíos selen ser muy rápidos a la hora de aludir a la condición de minoría de los judíos sin proporcionar cifras concluyentes. John Doyle Klier, sin embargo, nos informa de que los judíos constituían “casi un tercio de la población total” de Odessa a mediados del siglo XIX. [12] Dada la enorme población de griegos y de otras nacionalidades, eran los rusos los que constituían la “pequeña minoría”. La situación económica de la ciudad hasta mediados del siglo XIX estaba dominada exclusivamente por la población griega, que se había defendido de los intentos de los otros grupos étnicos y consigió “asegurar o mantener una posición económica privilegiada.” [13] Cuando se produjo una gran llegada de judíos en la década de 1850, la lucha por la supremacía económica entre judíos y griegos, sumada a las reclamaciones históricas político-religiosas, contribuyó a un aumento de las tensiones interétnicas en la ciudad. El historiador griego Evridiki Sifneos nos informa de que la coexistencia “no había sido basado en la tolerancia mutua. Al contrario, la recesión económica de la segunda mitad del siglo

XIX aceleró la separación étnica, y el ascenso económico de grupos sociales o étnicos [principalmente judíos], condujo a la redistribución de los recursos y provocó resentimientos”. [14] Hasta mediados de la década de 1850, los griegos tenían el control de las exportaciones de granos, pero tras la interrupción de las rutas comerciales por la guerra de Crimea, algunos dueños de locales comerciales griegos se vieron obligados a declararse en bancarrota. Los judíos de la ciudad, que habían ocupado hasta entonces principalmente funciones de intermediarios, juntaron recursos y compraron esos negocios a precios muy bajos. Según Sifneos, los judíos se aprovecharon de la distribución de sus tabernas en los pueblos para establecerse como intermediarios en el comercio de granos de los alrededores. [16] Weinberg afirma, además, que como “los empresarios judíos siguieron la práctica de contratar a los trabajadores portuarios entre los propios judíos, los griegos se encontraron en las filas de los desempleados”. [17] Cuando se hizo evidente que los judíos habían arrebatado la supremacía económica a los griegos en 1858, la incidencia de la violencia interétnica comenzó a aumentar de frecuencia. En 1858 hubo ataques a la propiedad griega y judía y numerosas peleas entre griegos y judíos en la ciudad; en 1859 una disputa entre los niños griegos y judíos se convirtió en un conflicto interétnico a gran escala. La violencia terminó sólo por la intervención de la policía y los cosacos. [18] En conclusión, el estallido de violencia interétnica de 1871 no fue causado por un acceso de irracionalidad, sino, como sostiene Sifneos, fue un intento desesperado de “debilitar el poder económico de los judíos”. [28] En este contexto, los judíos de Odessa abandonan su papel de víctimas pasivas en la sombra, habitual de la historiografía judía, y aparecen a la fría luz del día.

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