El Metodo Del Doctor Tarr y Del Profesor Fether
December 6, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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EL METODO DEL DOCTOR TARR Y DEL PROFESOR FETHER
CUENTO DE EDGAR ALLAN POE ADAPTACIÓN DE EVELYN RAMOS MISS WILLIAMS MISS THOMPSON MADAME MAILLARD MONSIEUR MAILLARD MADAME DESOULIÈRES MADAME JOYEUSE MONSIEUR ALLARD MONSIEUR DE KOCK MADEMOISELLE SALSAFETTE MADEMOISELLE LAPLACE MADEMOISELLE DU BOIS MADEMOISELLE BOULLARD, SIRVIENTA ACTO 1 Escena 1 Entra Williams a narrar la introducción de sus vivencias, viste muy formal y elegante, es una psicóloga distinguida. excursión ursión Williams – (al público) Durante el otoño de 18… y algo en el curso de una exc
por las provincias más elegantes de Francia, mi ruta me condujo a poca distancia de cierta maison de santé, o manicomio para quienes no sepan francés en este est e sitio, del que había oído hablar mucho en París a mis colegas y amigos médicos. Como nunca había visitado un lugar de ese género, pensé que era una buena oportunidad para no dejarla perder. Así le propuse a mi compañera de viaje, que había conocido por casualidad un día antes, que nos desviáramos para inspeccionar el establecimiento ya que ella conocía al dueño.
Escena 2 Entra Thompson que de igual maneta viste formal y elegante, tiene un aire de inquietud y disgusto al oír la propuesta de Williams.
Williams – (a Thompson) Es una buena oportunidad para conocer la maison de santé.
Thompson – Lamento informarte que tengo prisa el día de hoy. Además, debes saber que tengo un horror habitual a los locos, pero conozco al dueño: Monsieur Maillard, puedo presentártelo para que puedas acceder al sitio. Williams – Me temo que así sea, pero acepto tu propuesta. Thompson – No dejes por cortesía hacia mí de satisfacer tu curiosidad y sigue adelante con calma para que pueda alcanzarte durante el día o en dado caso al día siguiente. Te acompañaré hasta la puerta, después de saludar a los dueños y dejarte me marcharé. Williams – (al público) Mientras caminábamos hacia la puerta de entrada, noté que estaba levemente entreabierta y que se asomaba por ella las caras de dos personas. Un instante después se nos acercaron. Al principio ese lugar me dio miedo, pero me avergoncé de mi flaqueza y seguí avanzando. Maillard – Muy buenos días, amiga mía, Mademoiselle Thompson, le presento a mi mujer, Madame Maillard. Thompson – Muy buenos días, no sabía que era casado, es un placer verlos Madame. Madame Maillard – El placer es nuestro. Maillard - ¿Y a qué debo su inesperada visita? Thompson – Si no es molestia, mi compañera quiere conocer su magnífica maison de santé, está interesada en su método y experiencia profesional Doctor.
Maillard – No es ninguna molestia, me alaga, le aseguro que atenderé todo sobre su compañera. Thompson – Sin más por el momento, me despido de todos, muchas gracias por su comprensión Madame, Monsieur. Williams – Gracias, te veo pronto amiga.
Thompson – De nada amiga, ten cautela, precaución y discreción. ACTO 2 Escena 1 Entran a una pequeña, blanca y limpia sala de estar, que contenía flores, libros, objetos refinados, pinturas, dibujos e instrumentos musicales. Hay una chimenea con fuego que brilla fuertemente junto a un sillón y en el otro extremo de la sala se encuentra un piano con una chica vestida totalmente de negro.
Williams – (a Thompson) Así será. (al público) Una vez se marchó, el director nos hizo entrar en un pequeño y extraordinariamente limpio lugar que contenía flores, libros, objetos refinados, pinturas, dibujos e instrumentos musicales. El fuego brillaba en la cálida chimenea y al piano estaba sentada una joven muy bella, quien a mi entrada interrumpió su música para abrazarme con cortesía. Vestía de luto riguroso y despertó en mí un sentimiento mezclado de respeto, respe to, interés y admiración. Fui cuidadosa en lo que hacía delante de ella, pues no estaba segura su estuviera cuerda, había en sus ojos cierto brillo inquieto que me dejaba imaginar que no lo estaba. Maillard se da cuenta que Williams observa detenidamente a la chica de pies a cabeza, mientras su esposa las observa tranquilamente. La chica simplemente sonríe y observa a todos.
Maillard - ¡No! Es una persona de mi familia… (sin saber qué decir) mi sobrina. Una muchacha perfecta. Williams – Les pido mil perdones por mis sospechas, pero ustedes sabrán disculparme. La excelente administración de su establecimiento es muy apreciada en París y pensé que era posible… ya sabe… que no estuviera cuerda… Sale la chica de negro tranquilamente de la sala.
Escena 2 Maillard – (Interrumpe) ¡Si, si!, no diga más… Más bien soy yo quien debería darle las gracias por la prudencia. Rara vez se encuentra tanta cautela en los jóvenes y más de una vez hemos tenido algún lamentable contratiempo. Cuando mi antiguo método estaba en vigor y a mis pacientes se les permitía el privilegio de estar de un lado para otro, solían provocar en ellos extravíos peligrosos las personas imprudentes a quienes se les invitaba a visitar la casa. Por eso me vi obligado a adoptar un riguroso sistema de exclusión y ahora no obtiene permiso para entrar en establecimiento nadie en cuya discreción no pueda confiar. Williams – Ha dicho usted, que el método calmante del que tanto he oído hablar, ¿ya no está en vigor? Maillard – Hace ya varias semanas que hemos decidido renunciar a él para siempre. Williams - ¡De verdad? ¡Me deja asombrada! Madame Maillard – Hemos visto señorita, que era absolutamente necesario volver a las viejas costumbres. El peligro del método calmante era, en todo momento, espantoso y sus ventajas se han exagerado mucho. Creo señorita que si se ha realizado en algún sitio un verdadero ensayo de ese método es en esta casa. Lamento que no haya podido visitarnos visitar nos en una época anterior, pues hubiera juzga juzgado do por sí misma. Maillard – Puedo enunciar este sistema, como aquel en que los pacientes son mimados. No contradecíamos ninguno de los caprichos que invadían la mente del loco. Por el contrario, no sólo éramos indulgentes con ellos, sino que los alentábamos alentába mos y muchas de nuestras curaciones más duraderas se han realizado así. Hemos tenido pacientes, por ejemplo, que se creían pollos. La curación consistía en acusar al paciente de estupidez por no darse cuenta de que era verdad, negándole durante una semana todo alimento que no fuera el adecuado para un pollo. Williams - ¿Y sólo se hacía es método de adquirir un roll? Madame Maillard – De ningún modo. Poníamos también mucha fe en diversiones de un género sencillo, como la música, el baile, los ejercicios, eje rcicios, lec lectura tura de libros, juego de cartas, etcétera.
Fingíamos tratar a cada individuo como si padeciera algún trastorno físico y la palabra “Loco” no era empleada nunca. Un punto fundamental era que cada
demente vigilara las acciones de los demás. Al depositar la confianza en la inteligencia o discreción de un loco, se gana uno su cuerpo y su alma. Eso nos permitió prescindir del costoso personal de vigilancia. Williams - ¿Y no tenían alguna clase de castigo? Maillard – Ninguna. Williams - ¿Ni encerraban a sus pacientes? Maillard – Muy rara vez. De cuando en cuando, la enfermedad de algún paciente originaba alguna crisis o le acometía un repentino acceso furioso; lo llevábamos a una celda secreta, por temor de que su trastorno pudiese contagiar a los demás. Williams – Y ahora que ha cambiado todo, ¿cree que los resultados son mejores? Maillard – Indiscutiblemente. Es usted joven amiga, llegará un momento en que aprenderá a juzgar por usted misma. Después de cenar, cuando esté usted suficientemente descansada, tendré mucho gusto de llevarle a recorrer la casa para iniciarla en el sistema que es sin duda el más eficaz de los ideados hasta ahora. Williams - ¿Un método suyo? Maillard – Estoy orgulloso, de reconocerlo que lo es… al menos en cierta medida. No puedo permitirle que vea a mis pacientes en este momento, para un espíritu sensible como el suyo es impresionante tales cosas y no quiero quitarle el apetito para la cena. ACTO 3 Escena 1 Entran a un comedor grande con un mantel blanco y limpio, sobre la mesa hay muchos platos, cubiertos, copas, golosinas, platillos deliciosos, jarrones con flores frescas y servilletas de tela.
Williams- (al público) A las seis anunciaron la cena y mi anfitrión me condujo a una amplia salle à manger , o comedor para los que no conocen el idioma. Noté que la
mayoría de los invitados ya presentes eran damas. Todos iban adornados con una exageración de joyas, telas y ropa que, aunque eras finas y caras, se veía su combinación ridícula y de mal gusto. Mientras las mujeres platicaban, los hombres tomaban una copa. Descubrí a la joven del piano con un vestuario distinto, con un vestido largo, zapatillas y un sobrero sucio y ridículo que tapaba su rostro. El comedor, aunque era de buenas dimensiones, carecía de elegancia. Sin embargo, estaba repleta de muchos platillos, golosinas y bebidas. La conversación, entre tanto, era animada y general, aunque no lograba comprenderla del todo. El tema de la locura era, con gran sorpresa, el preferido de todos los presentes. Du Bois – Una vez teníamos aquí una muchacha que se imaginaba ser una tetera, ¡no es una sorprendente particularidad la frecuencia con que invade esa singularidad rareza la mente de los locos! Apenas si hay un manicomio en Francia singularidad que no suministre una tetera humana. Nuestra dama era una tetera inglesa y se cuidaba de bruñirse a sí misma todas las mañanas con una gamuza y abundante blanco de España (muestra su brazo a los demás, que se ve pálido.) De Kock – Luego, tuvimos aquí, no hace mucho tiempo, a una persona a quien se le había metido en la cabeza que era un gato, lo cual no estaba muy lejos de la realidad. Se trataba de un paciente muy turbulento y nos costaba mucho trabajo impedir que diese saltos aquí dentro. Durante mucho tiempo no quiso comer más que croquetas, pero le curamos de esta manía insistiendo que no comiera más que eso… así (agarra su comida del plato como si fueran croquetas, la saborea y las devora.) Laplace – (a De Kock) ¡Mister De Kock, le agradeceré que guarde compostura! Por favor cálmese. Ha echado a perder mi comida ¿Es acaso necesario ilustrar una observación de ese modo? Nuestra amiga aquí presente (a Williams) podía haber entendido sin tal demostración. Creo que es usted un tonto como aquel desdichado. De kock – ¡Mil perdones Mademoiselle! No era mi intensión ofrenderla. (Le besa la mano a Laplace.) Solicito el honor de beber con usted. (Levanta la copa, mientras
le lanza una mirada coqueta y seductor a Laplace, ella se sonroja y le coquetea también.) Maillard – Permítame mi amigo, que le sirva un trozo de esta ternera a la cruda. La encontrará muy tierna. Williams – No gracias, a decir verdad no siento gusto espe cial por la ternera a la… ¿Cómo dijo? En fin, no creo que me siente bien. Prefiero cambiar de plato y probar el conejo. Maillard – ¡Lucy! Cambia el plato de esta señorita y dale un pedazo de ese conejo a la gato. Después siéntese a comer con nosotros, por favor, insisto. Williams - ¿Cómo? Maillard – Conejo a la gato. Williams – Bueno… se lo agradezco, pensándolo mejor no me apetece. Me serviré yo misma un trozo de jamón. Alland – Continuemos nuestras anécdotas por favor compañeros, permítanme seguir yo en contar. También tuvimos, entre otros, un paciente al que se le había metido entre ceja y ceja que era un queso de Córdoba. (Trae un cuchillo en la mano lo levanta y va haciendo la ejemplificación ejemplificac ión con su trozo de jamón servido en su plato) Con un cuchillo en la mano, invitaba a sus amigos a que probasen un trocito de la mitad de su pierna…
Laplace – (interrumpe a Alland) Era un perfecto tonto, sin duda, pero no puede compararse con cierta mujer a quien todos conocemos, excepto la señorita forastera. Me refiero a la mujer que se creía una botella de champaña y que siempre hacia ¡Pum! Y ¡Fiss! (Hace sonidos de botella mientras toca su mejilla izquierda bruscamente. Maillard se le queda viendo molesto.) Señora Maillard – También había una ignorante, que se confundía a sí misma con una rana, a la que, dicho sea de paso, se parecía un poco. Lamento que lo la haya visto usted, señorita Williams, pues le hubiera divertido de corazón ver la perfección con que desempeñaba su papel. Aunque aquella mujer no era una rana, yo sólo puedo jurar que no lo era. (Comienza a accionar lo que cuenta) Croaba así ¡Tiooog, ooogg! ¡Croacc! Constituía la nota más encantadora del mundo, un sí bemol y cuando ponía los codos sobre la mesa, después de tomar un par de vasos de vino
y distendía su boca y entornaba los ojos y parpadeaba con excesiva rapidez, entonces, señorita, le aseguro por mi honor que se hubiera usted muerto de admiración ante el genio de aquella mujer. Williams – No tengo duda de ello. Desolières – Y también estaba Desolières, una mujer genio muy singular y a quien volvió loca la idea de ser una calabaza. Perseguí Perseguía a a la cocinera para que le cortara en trocitos para rellenar empanadas, cosa que la cocinera indignada, se negaba a hacer. Por mi parte, no tengo seguridad de que una empanada de calabaza a la Desolières no hubiera resultado en realidad un plato magnífico. Williams – Me asombra usted. Maillard – Jajaja jejeje jijiji jojojo jujuju. Esa sí que es buena. No debe usted asombrarse mi amiga, esta señorita aquí presente (señala a Desolières) es una bromista. No debe usted tomar al pie de la letra lo que dice. Boullard – También estaba Boullard, la perinola. Si le llamo perinola, es porque, en realidad, se apoderó de ella la chifladura, de que se había convertido en una perinola. Hubiera usted estallado de risa viéndole dar vueltas. (Se para para ejemplificar su anécdota.) Giraba sobre un solo pie durante casi una hora, de esta manera, así…
Joyeuse – Pero entonces, ¿quiere usted decirme quién ha oído hablar nunca de una perinola humana? Es una cosa absurda: Madame Joyeuse era una persona más sensible, como ustedes saben. Tenía una chifladura, pero era impulsada por el sentido común y agradaba a todo el que tenía el honor de conocerla. Se dio cuenta, tras madura reflexión, reflex ión, de que por accidente se había convertido conver tido en un gallo, aunque como tal, se portaba con decoro. Agitaba sus alas de modo prodigioso (ejemplificando) (ejemplifica ndo) así, así, así. Y en cuanto a su cacareo ¡era delicioso! ¡kikirikiii! Maillard - ¡Madame Joyeuse! Le agradecería que se comportara usted. Puede comportarse como una señora o marcharse de la mesa de inmediato, elija usted. Salsafette - ¡Oh, madame Joyeuse era una loca! Pero después de todo, había mucho sentido cabal en la idea de Mademoiselle Salsafette. Era una joven jove n muy bella y pudorosamente modesta, a quien le parecía indecente el actual modo de vestirse por otra persona y deseaba vestirse ella misma; siempre se quitaba los vestidos en
vez de ponérselos. Es una cosa muy fácil de hacer, después de todo, sólo tienes que hacer así, luego asi así, y luego así (empieza a desvestirse). Maillard - ¡Por Dios! ¿Qué hace usted? ¡Deténgase! ¡Es suficiente! ¡Ya vemos de sobra cómo hay que hacerlo! ¡Basta, basta! (ella se detiene). Williams – (al público, se para y habla) Varias persona personass se levantaron de sus sillas para impedirle Mademoiselle Salsafette que se quedara en condiciones de hacer la competencia a la Venus de Médicis. Pero en aquel momento se dejó oír una serie de gritos agudos o de aullidos dentro de la casa, se me pusieron los nervios de punta al oír aquellos chillido chillidos. s. Todos se pusieron tan pálidos como cadáveres y encogiéndose en sus sillas, permanecían trémulos y balbuceantes del terror. Tiempo después, ante la aparente desaparición de tales ruidos, los ánimos de los presentes regresaron de inmediato y todo volvió a ser anécdotas. Maillard – Un simple disturbio. Estamos acostumbrados a estas cosas y nos preocupamos muy poco por ellas. De cuando en cuando, los locos se ponen a cantar en coro, uno excita a otro, como sucede a veces con una jauría de perros en la noche. Williams - ¿Y cuántos tiene usted a su cargo? Maillard – Ahora no tenemos más de diez en total. Williams – Mujeres en mayor parte ¿no? Maillard - ¡No, no! Todos ellos son hombres y muy fuertes, se lo aseguro. Williams - ¿De verdad? Siempre había entendido que la mayoría de los locos eran del sexo débil. Maillard – Así es por lo general, pero no siempre. Hace algún tiempo teníamos aquí unos veintisiete pacientes y de ese número, dieciocho eran mujeres, pero últimamentee las cosas han cambiado, como usted ve. últimament Todos – Si, han cambiado mucho, como usted puede ver. Maillard – Quietas las lenguas. Williams – y esa buena señora (señala a Joyeuse) esa buena señora que acaba de hablar y que nos ha regalado su cacareo, es supongo inofensiva ¿verdad? Maillard - ¡Inofensiva! ¿Cómo? ¿Qué quiere usted decir con es?
Williams – ¿Está sólo un poco tocada? Maillard - ¡Por Dios! ¿Qué se figura usted? Esa señora es íntima y vieja amiga mía. Madame Joyeuse está tan cuerda como yo. Tiene sus pequeñas excentricidades sin duda; pero ya sabe usted que todas las mujeres viejas son más o menos excéntricas. Williams – Sin duda ¿Y entonces, las demás señoras y señores? Maillard- Son amigos y guardianes. Williams - ¿Cómo? ¿Todos ellos? ¿Las mujeres igual? Maillard - ¡Claro! No podríamos hacer nada sin las mujeres, son las mejores enfermeras de locos que hay en todo el mundo. Nos gusta hacer lo que nos place y llevamos una vida alegre y toda esa clase de cosas ¿Sabe? Williams – Sin duda, y a propósito, creí oír decirle que el método que usted adoptó, en sustitución del famoso método calmante, era de una severidad muy rigurosa. Maillard – De ninguna manera. Nuestro confinamiento es necesariamente cerrado; pero el tratamiento, quiero decir, no tiene nada de desagradable para los pacientes. Williams - ¿Y el nuevo método es de invención suya? Maillard – No del todo. Alagunas de sus partes se deben al profesor Tarr, de quien seguro habrá oído hablar y hay modificaciones en mi plan que me complazco en reconocer que pertenecen por derecho propio a célebre Fether, con quien, si no me equivoco, tuvo usted el honor de trabar una amistad. Williams – Me avergüenza confesar, que nunca he oído los nombres de esos dos caballeros. Maillard - ¡Cielos! ¿No intentara usted decir, que no ha oído hablar nunca del sabio doctor Tarr no del célebre profesor Fether? Williams – Me veo obligada a reconocer mi ignorancia. Maillard – No hablemos más de ello, mi joven amiga. Beba conmigo una copa de vino. Williams – Señor, ha aludido usted, poco antes de cenar, al peligro que entrañaba el antiguo método calmante ¿Qué peligro era ese?
Maillard – Sí, a veces había, en efecto, un grandísimo peligro. No se pueden prever los caprichos de los locos; en mi opinión, que es también la del doctor Tarr y la del profesor Fether , nunca es prudente permitirles andar a sus anchas, de un lado para otro, solos. Un loco puede estar en “calma” durante cierto tiempo, pero al final es
muy propenso a ponerse furioso. Además, su astucia es grande y proverbial. Cuando tiene un plan en la cabeza, disimula sus propósitos con una listeza maravillosa; y la habilidad con que imita la cordura ofrece para el psicólogo uno de los problemas más singulares en el estudio de la mente. Cuando un loco parece cuerdo por completo, es el momento indicado de ponerle la camisa de la fuerza. Williams – Pero el peligro, según su propia experiencia desde que dirige la casa ¿Le ha proporcionado alguna razón positiva para creer que la libertad es peligrosa en el caso de un loco? Maillard- Aquí, según mi experiencia, puedo decir que sí. No hace mucho tiempo sucedió un singular incidente en esta casa. El método calmante, estaba en vigor y los pacientes andaban sueltos. Se comportaban bien, tan bien que una persona cuerda se hubiera dado cuenta de que se estaba tramando algún plan diabólico. Y en efecto, una mañana los guardianes se encontraron atados de pies y manos, encerradoss en las celdas y vigilados como si ellos fueran los locos, por los propios encerrado locos que habían actuado como guardianes. Williams - Jamás en mi vida he oído nada tan absurdo. Maillard – Es verdad. Todo ello sucedió por culpa de un estúpido sujeto, un loco a quien, no sé por qué, se me metió en la cabeza que había inventado el mejor sistema de régimen de que hasta entonces se oyó hablar, del régimen de los locos. Supongo que deseaba poner en práctica su invención y persuadió al resto de los pacientes para que se le uniesen en una conspiración a fin de derribar los poderes reinantes. Williams - ¿Y lo consiguió? Maillard – Ya lo creo. A los guardianes y enfermos pronto se les hizo cambiar de puesto. No sucedió así exactamente, pues los locos habían estado en libertad; pero los guardianes fueron encerrados al momento en celdas y tratados de una manera caballerosa.
Williams – Pero supongo que la normalidad no tardaría en restablecerse. Ese Es e estado de cosas no podía durar mucho tiempo. La gente de las cercanías, los visitantes darían la voz de alarma. Maillard - No da usted en el clavo. El cabecilla de la sublevación era muy astuto. No volvió a admitir ningún visitante, prohibió todas las visitas, salvo la de una tonta de aspecto estúpido, de quien no tenía nada que temer. Le dejó visitar la casa, con objeto de variar, de divertirse un poco a costa suya. s uya. Una vez que se burló de ella lo suficiente, la dejó marchar. Williams - ¿Y cuánto duro el reinado de los locos? Maillard – Duró mucho tiempo, quizá un mes, no puedo decirlo con exactitud. Entre tanto, los locos disfrutaron de una buena temporada, se quitaron sus ropas deterioradas y usaron con entera libertad del guardarropa y las joyas de la familia del director. Las bodegas de la casa estaban llenas de vino y comida por lo que vivieron bien, se lo aseguro. Williams- ¿Y el tratamiento? ¿Cuál era el tratamiento especial que puso en práctica el jefe de los rebeldes? Maillard – En cuanto a eso, un loco no es forzosamente tonto, su tratamiento era mucho mejor que el empleado anterior. Era un método magnifico, sencillo, limpio, nada modesto… delicioso… (se ve interrumpido por una serie de sonidos y aullidos
como los anteriores). Williams - ¡Cielos! Los locos han debido de evadirse, sin duda. Maillard – Mucho me temo que así sea. ACTO 4 Escena 1 Williams – (al público) Todo comenzó a ser un caos total. Maillard se colocó debajo de la mesa, mientras todos comenzaban a comportarse como las personas que habían descrito previamen previamente. te. En el clímax de esta catástrofe recibí un golpe que me hizo caer y rodar debajo de un sofá donde me quedé quieta, hasta que pude escapar de aquel lugar de locos.
Maillard según parece, al contarme lo del loco que había incitado a sus compañeros a la rebelión; había relatado simplemente sus propias hazañas. Este señor, había sido en efecto, unos dos o tres años antes, el director del establecimiento; establecimie nto; pero se volvió loco y pasó a ser un paciente más. Las mujeres que decían ser la esposa y la sobrina de Maillard, también eran pacientes del lugar que le habían hecho creer cuando ya estaba loco que eran sus familiares. Este hecho era desconocido por mi compañera de viaje al presentarme allí. Los guardianes habían sido tratados como co mo locos y encerrados, pero en cuanto uno pudo escapar, dio libertad a los demás. El método calmante, con serias modificaciones, ha sido de nuevo puesto en vigor en la maison de santé, no puedo estar de acuerdo con Maillard en que su tratamiento era el más importante de los de su género. Como observaba él, el método calmante era sencillo, claro y no molestaba en absoluto. Sólo me falta añadir, que a pesar de haber buscado busc ado por todas las librerías de Europa las obras del doctor Tarr y del profesor Fether, mi búsqueda ha resultado totalmente en vano. Fin.
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