El Juego de Los Vinculos

January 21, 2018 | Author: Eleonora Mas | Category: René Descartes, Knowledge, Space, Subjectivity, Science
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Pasos hacia un pensamiento complejo

Subjetividad Vínculos - Redes

Denise Najmanovich

Pasos hacia un pensamiento complejo

para Nat y Laura Mis tesoros

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êndice

Sujeto Encarnado: l’mites Ð Devenir- Incompletud . . . .4 Pensar la subjetividad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .30 Nuevos paradigmas en el campo de la subjetividad . .41 Din‡mica vincular: territorios creados en el juego . . .52 Subjetividad y Contexto Social: Figuras en mutaci—n .67 Del reloj a la red: met‡foras para ver el mundo . . . . .79 Reportaje: Suely Rolnik . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .91 Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .102

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El sujeto encarnado: Limites, devenir e incompletud ÀDe que hablamos cuando hablamos del cuerpo? El discurso de la Modernidad, y el de la ciencia cl‡sica en particular, prescinde de la necesidad de dejar en claro quien es el que habla, desde quŽ lugar lo hace, con quŽ prop—sito y desde quŽ perspectiva. La mayor parte de las publicaciones cient’ficas recurren a un estilo asŽptico e impersonal donde abundan los Òse sabeÓ o las afirmaciones genŽricas del tipo ÒLa neurolog’a actual nos dice (...)Ó o Òla ciencia actual confirma (...)Ó. A pesar de parecer aparentemente claros, si reflexionamos un poco observamos que los sujetos de estas enunciaciones son entes abstractos Òla neurolog’aÓ o Òla cienciaÓ no hablan, solo Žste neur—logo, o aquŽl cient’fico pueden hacerlo. En suma, en el discurso de la Modernidad el lugar de la enunciaci—n es ocupado por un sujeto abstracto y universal y de esta manera se escamotea la responsabilidad de quien habla por su propio decir. Esta forma del discurso moderno, caracter’stico de la ciencia pero tambiŽn de la conversaci—n cotidiana, se ha instituido sobre un conjunto de supuestos subyacentes y se ha desarrollado a lo largo de varios siglos desde el Renacimiento, pasando por la Revoluci—n Francesa hasta la actualidad. No se trata meramente de un Òforma de hablarÓ sino de una forma de pensar, de conocer , de sentir y de percibir el mundo. En las œltimas dŽcadas los modelos cognitivos, los valores y las pr‡cticas de la Modernidad han entrado en una cri4

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sis que muchos consideran terminal. El pensamiento contempor‡neo se ha abocado a desenredar la compleja madeja de conceptos, met‡foras, inferencias que han estructurado la concepci—n Moderna del mundo. Desde diversas perspectivas que incluyen la lingŸ’stica, la filosof’a del lenguaje, la teor’a de la categorizaci—n, la inteligencia artificial, la psicolog’a cognitiva, la teor’a literaria , la cr’tica de arte, la filosof’a de la ciencia se ha cuestionado el discurso moderno respecto del sujeto, el conocimiento y la producci—n de sentido. Este trabajo se inscribe en una perspectiva conceptual que rompe con los discursos de la modernidad1; exige como punto de partida la especificaci—n del lugar desde el cual se habla. Este gesto no es un mero se–alamiento, ni una regla protocolar. Por el contrario, se trata de una afirmaci—n a la vez Žtica -porque indica la decisi—n del hablante de hacerse responsable de su discurso-, estŽtica -ya que reconoce la importancia del contenido de la forma y de los v’nculos espec’ficos que esta crea-, y pol’tica -porque pretende un lugar en el entramado relacional contempor‡neo. Desde el punto de vista epistemol—gico este se–alamiento del lugar de la enunciaci—n se relaciona con la necesidad de cuestionar la distinci—n cl‡sica sujeto-objeto y su correlativa separaci—n cuerpo-mente. Esto es as’ porque las concepciones contempor‡neas sobre estas dicotom’as cl‡sicas han llegado a un punto de no retorno al cuestionar la supuesta independencia de cada unos de los tŽrminos constitutivos de estas polaridades que en la modernidad han sido pensadas como separadas, disociadas, desconectadas. Al cuestionar la polaridad excluyente sujeto-objeto o su equivalente cuerpo mente avanzamos hacia un nuevo espacio cognitivo. Ya no se trata de indicar nuevos lugares en el viejo mapa de la modernidad, sino que los desarrollos 5

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contempor‡neos exigen la construcci—n de un nuevo espacio cognitivo donde cuerpo~mente, sujeto~objeto, materia~energ’a son pares correlacionados y no oposiciones de tŽrminos independientes. S—lo en un nuevo espacio cognitivo podr‡n cobrar sentido las producciones te—ricas e instrumentales de este fin de siglo: la simulaci—n y la realidad virtual, las redes sociales y las tramas urbanas, el cuerpo emocional y la mente corporalizada. Es hora ya de responder al interrogante que abre este trabajo: Àde quŽ hablamos cuando hablamos del cuerpo? Desde una mirada que rompe con las dicotom’as cl‡sicas y que acepte dar cuenta del lugar de la enunciaci—n, lo primero que tenemos que darnos cuenta es de quŽ estamos hablando. Es decir, estamos traduciendo al lenguaje verbal nuestra experiencia corporal. Esa experiencia corporal es inconmensurable con el lenguaje: pertenece a otro orden. Sin embargo, y aunque resulte parad—jico, aœn cuando pertenece a otro orden el lenguaje es parte2 de esa experiencia corporal. La inconmensurabilidad no implica incomunicaci—n, lo que indica es la imposibilidad de una traducci—n completa entre el orden corporal y el del lenguaje. Entre ambos hay una articulaci—n, una posibilidad de traducci—n parcial, que nos permite hablar de la experiencia corporal (sabiendo siempre que hablar del dolor o del placer, o intentar describirlos m‡s precisamente es una tarea interminable3). Pero ese ÒcuerpoÓ4 del que hablamos en el lenguaje no puede identificarse sin m‡s con el cuerpo que experimentamos. Entre uno y otro ha mediado una transformaci—n ya que el lenguaje no es un medio inerte. Barnett Pearce ha se–alado este aspecto formativo del lenguaje y destacado nombrar algo es Òen un sentido muy real, convocarlo a ser como uno lo ha nombradoÓ. Este ÒcuerpoÓ del que hablamos ha emergido en nuestra 6

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experiencia social e hist—rica, en un contexto espec’fico y est‡ atravesado por mœltiples imaginarios. Cuando yo hablo del ÒcuerpoÓ hablo como bioqu’mica, como epistem—loga, como mujer, como madre, como argentina de fines del siglo XX, como cibernauta, como amante, y en muchos otros registros m‡s. Mi discurso tiene -en este caso- la forma del lenguaje escrito estructurado por la cadencia y la consistencia del castellano de Buenos Aires y un estilo acadŽmico (con ciertas liberalidades). Otras personas -y yo misma en otras circunstancias- producen sentido en relaci—n al cuerpo con y desde otros lenguajes como la pintura, la escultura, el video, el cine, la fotograf’a, la simulaci—n computada, la danza, el ritual, y muchos otros. Otros lenguaje crear‡n otros ÒcuerposÓ, al igual que distintas perspectivas dentro de un lenguaje. Los diversos lenguajes son inconmensurables entre si, y por lo tanto , no hay una traducci—n exacta, completa y mec‡nica de uno al otro, pero si un proceso de traducci—n parcial, metaf—rico y creativo, como ya hemos se–alado al hablar del lenguaje verbal y la experiencia corporal. Las complejas relaciones entre los ÒcuerposÓ expresados a travŽs de los lenguaje humanos y el cuerpo m‡s all‡ de toda representaci—n ha sido uno de los temas claves de investigaci—n de muchos pensadores en las œltimas dŽcadas. Los fil—sofos positivistas fueron pioneros en la distinci—n entre ÒcuerpoÓ y cuerpo. Sin embargo su concepci—n del lenguaje y el conocimiento, estaba atrapada en la met‡fora cognitiva de la Modernidad. Esta concepci—n los llev— a hacer del ÒcuerpoÓ una imagen especular -obtenida gracias a la iluminaci—n objetivista- de un supuesto cuerpo material, objetivo e independiente. En el pr—ximo apartado exploraremos la forma en que fue form‡ndose este Òcuerpo de la modernidadÓ, que los positivistas han ayudado a 7

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gestar, propagar y sostener. Consideraremos con especial atenci—n algunas de sus met‡foras constitutivas, tendremos en cuenta los instrumentos y las pr‡cticas que lo hicieron emerger y los procedimientos que lo sostienen. Luego exploraremos las alternativas contempor‡neas que permiten abrir nuevos sentidos que abandonan la vieja dicotom’a cuerpo-mente y abren las puertas al pensamiento complejo para producir un abordaje que permita pensar una mente corporalizada y un cuerpo cognitivo emocional. El ÒCuerpo de la ModernidadÓ: La modernidad no descendi— del cielo en paraca’das, ni emergi— adulta del ocŽano. No cubri— con su manto de racionalidad ÒpuraÓ a todo el planeta, ni atrap— de manera uniforme el imaginario de Occidente. A lo largo de varios siglos, en forma despareja e intermitente5 se fueron generando, creciendo y desarrollando un conjunto de formas de pensar, de sentir, de expresarse, de relacionarse, de construir, de viajar, de explorar , de amar, de valorar, de sufrir, de hacer la guerra y la paz, que hacia los siglos XVI y XVII constitu’a una forma de vida y pensamiento humano radicalmente diferente de aquella que en Occidente dio en llamarse Edad Media. La mentalidad moderna no es un sistema homogŽneo. Por el contrario es el nombre genŽrico de una red compleja de ideas, conceptos, modos de abordaje, perspectivas intelectuales, estilos cognitivos, modalidades de intelecci—nacci—n, y aptitudes valorativas, sensibles y perceptivas que han caracterizado una Žpoca amplia. Por lo tanto debe ser incluida en una categor’a facetada, multidimensional, con bordes difusos, con infiltraciones de otros modos de pensar y ser en el mundo. 8

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La forma espec’fica de la mentalidad moderna no es idŽntica en Galileo que en Descartes o Newton o Leibniz. Aœn as’ es posible abstraer un prototipo, un modelo ejemplar de aquello que entendemos por mentalidad moderna. Sin embargo, no debemos olvidar que se trata de un Òprototipo abstractoÓ que no tiene sentido por si mismo: no es un ’dolo para adorar, ni un demonio que destruir. Por lo tanto, cuando hablemos de la Òconcepci—n moderna del mundoÓ, y especialmente la Òconcepci—n moderna del cuerpoÓ, debemos tener en claro que estos ÒprototiposÓ son Òobjetos narrativosÓ. Esto no los hace menos importantes, ni les quita validez. Al contrario, al hacernos cargo de que somos nosotros los que hablamos del cuerpo, que nuestra narraci—n depende de nuestro peculiar punto de vista y que no podemos acceder a la Òperspectiva de DiosÓ, ni pretender privilegios especiales para nuestro modo de entender el mundo y por lo tanto la corporalidad, abandonamos el campo de las certezas eternas y los fundamentalismos objetivistas o Deistas, y abrimos la puerta a la pregunta por la emergencia de la noci—n de ÒcuerpoÓ. Al romper con las ilusiones de una œnica mirada y una œnica narraci—n, nos damos cuenta que la pregunta -al igual que todas las preguntas- por el ÒcuerpoÓ est‡ hist—rica y socialmente condicionada. Es preciso explorar la noci—n de Òcuerpo de la ModernidadÓ porque nos atraviesa y nos constituye y tambiŽn porque ha entrado en crisis y esto nos produce tanto malestar como nos impulsa hacia nuevas bœsquedas de sentido. El material hist—rico que nos brinda Occidente a partir del Renacimiento hasta este siglo es tan rico que nos obliga a elegir s—lo algunas de las diversas perspectivas y narraciones que dan cuenta del vasto tema del ÒcuerpoÓ y las relaciones cuerpo-mente. En el marco de este trabajo, los 9

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elementos que hemos de utilizar para llevar a cabo nuestro proyecto son de distinta proveniencia: 1) Del campo del arte nos detendremos en el desarrollo de la perspectiva en el quattrocento. 2) Del ‡mbito de la historia de la ciencia prestaremos particular atenci—n al desarrollo de la matematizaci—n, la teor’a y pr‡ctica de la medici—n, y el an‡lisis de la modelizaci—n experimental. 3) Del ‡rea filos—fica focalizaremos nuestro interŽs en el Ògiro cartesianoÓ y en el divorcio entre esp’ritu y naturaleza, sujeto y objeto, cuerpo y mente. He decidido construir esta narraci—n sobre estos tres ejes porque nos permitir‡n abordar el tema del cuerpo desde una perspectiva multidimensional, superando as’ los modelos de compartimentos estancos y elaborando una historia que pueda ser navegada como un hipertexto. La Òracionalizaci—n Ò visual: La perspectiva lineal Un elemento clave para componer una imagen de la Modernidad es darse cuenta que desde su perspectiva conceptual las coordenadas son fijas: s—lo se reconoce la legitimidad de una œnica mirada. En la pintura esta concepci—n se plasm— a travŽs de la Òperspectiva linealÓ . En la ciencia, la mentalidad moderna se expres— a travŽs de la estandarizaci—n y reificaci—n de los sistemas de representaci—n matem‡ticos -la geometr’a anal’tica primero y luego el C‡lculo Infinitesimal- y el establecimiento del Òexperimento controladoÓ como modalidad clave de interrogaci—n a la naturaleza. La pr‡cticas sociales ligadas al pasaje del Medioe10

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vo a la Modernidad est‡n relacionadas con la construcci—n, difusi—n e imposici—n de los patrones e instrumentos de medida ( el metro patr—n, el kilo patr—n etc.), la contabilidad de doble entrada, el establecimiento de nuevos modelos vinculares sistematizados -especialmente en las ciudades con la agremiaci—n- y un cambio radical en las relaciones de poder entre los distintos actores sociales y los modos de fijaci—n de los nuevos estatus sociales. Los conceptos y procedimientos que hoy nos resultan cotidianos, obvios, naturales, han sido el fruto de una dolorosa revoluci—n intelectual y tecnol—gica, ligada a los procesos hist—rico-sociales que se produjeron en el pasaje del Medioevo a la Modernidad. Los hombres de Occidente atravesaron varios siglos de transformaciones de sus valores, de sus modos de representaci—n, de sus sistemas vinculares, de sus estilos cognitivos, de sus perspectivas te—ricas y estŽticas. Estos cambios estuvieron indisolublemente ligados con profundas modificaciones en las instituciones religiosas, profesionales, legales, pol’ticas y sociales que condujeron a un nuevo orden social: la Modernidad. Este proceso tuvo lugar tanto en el imaginario como en el tejido social y pudo emerger a partir de un cambio de sensibilidad ligado a la aparici—n de nuevos modos de representaci—n y de nuevas formas de relaci—n social. El desarrollo de la perspectiva lineal en la pintura fue anterior al giro Copernicano que di— nacimiento a la Ciencia Moderna y a las Meditaciones Filos—ficas de Descartes que abrieron definitivamente las puertas para el establecimiento de una mentalidad Moderna6. Los hombres modernos creyeron que era posible ÒencerrarÓ el tiempo dentro de los relojes, ÒcapturarÓ el espacio dentro de un cuadro y el movimiento en un conjunto de Òleyes naturalesÓ necesarias y eternas. Los productos tec11

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nol—gicos, las teor’as cient’ficas, las obras de arte y las concepciones filos—ficas est‡n inextricablemente ligadas entre si y con las pr‡cticas sociales, los modos de sensibilidad y las vivencias de los sujetos. La invenci—n de la perspectiva lineal en el Renacimiento gener— lo que hoy podr’amos denominar como la ilusi—n del realismo. La perspectiva asegura una geometrizaci—n de la representaci—n espacial sobre la base de principios y reglas claramente explicitados y sistem‡ticos que son coherentes con una nueva manera de percibir y concebir a la naturaleza, propia del Quattrocento. A diferencia de la concepci—n moderna la noci—n medieval del espacio era cualitativa, diferenciada. El universo ten’a un centro absoluto, un arriba el Cielo -morada de los ‡ngeles, de Dios, de los astros perfectos- y un abajo, el Infierno. El nuevo espacio renacentista, en cambio, ya no es cualitativo sino ilimitado e idŽntico en todas sus direcciones, un espacio sin cualidad pero representable por medio de la tŽcnica de la perspectiva lineal, y por sobre todo: un espacio anterior e independiente de los objetos que despuŽs se situar‡n en Žl: un espacio abstracto. Este espacio no es un contexto ni un medio ambiente, sino un soporte inerte, vac’o. El cuadro renacentista pretende ser una ÒventanaÓ a travŽs de la cual nos parece estar viendo el espacio. La superficie del cuadro est‡ formada por la intersecci—n entre el plano (el de la ventana) y los haces de una pir‡mide visual, que une un punto o centro visual con cada punto de la forma espacial a representar. En el cuadro renacentista la superficie material pict—rica, sobre la que aparecen las formas de las diversas figuras o cosas dibujadas o pintadas, es negada como superficie material y transformada en un mero Òplano figurativoÓ (...) (Panofsky, E. 1973). Este ges12

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to puede considerarse como parte de un movimiento que conducir‡ a la producci—n de una corporalidad abstracta, es decir a la paradoja de un cuerpo desencarnado, que ir‡ impregnando el imaginario moderno. Ahora bien, la perspectiva lineal s—lo es posible cuando se pre-suponen dos hip—tesis fundamentales: a) que miramos con un œnico ojo inm—vil y b) que la intersecci—n plana de la pir‡mide visual puede considerarse como una reproducci—n adecuada de nuestra imagen visual. Estos dos presupuestos implican un aventurada Òabstracci—nÓ, ya que como nos dice Panofsky Òla estructura de un espacio infinito, constante y homogŽneo es totalmente opuesta la del espacio psico-fisiol—gicoÓ. Es decir, que el espacio de la perspectiva y luego el espacio cartesiano son s—lo una de las formas de concebir el espacio y que ambas son reducciones de la compleja experiencia espacial que tenemos los seres humanos. Esta abstracci—n y reducci—n de la experiencia es posible gracias a la transformaci—n del espacio como dimensi—n corporalmente significativa -sensible y vivencial- en un espacio matem‡tico estandarizado gracias a procedimientos normatizados7. La maravillosa tŽcnica de la perspectiva lineal contribuy— decisivamente a fomentar la ilusi—n realista. Su estricta estandarizaci—n llev— a crear la confusi—n entre Òmapa y territorioÓ. La geometrizaci—n del espacio posibilit— la creencia en un espacio independiente. Estos giros conceptuales en cuanto al espacio fueron parte de las condiciones de posibilidad para la emergencia de una concepci—n mec‡nica del cuerpo. A su vez, jugaron un papel clave en la estructuraci—n de una teor’a del conocimiento objetivista y realista que reciŽn en las œltimas dŽcadas ha comenzado a verse seriamente amenazada. 13

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Mundo mec‡nico y cuerpos medibles El gran problema de la Modernidad consiste en que sus cultores -pasados y presentes- sostienen que el espacio matem‡tico (que en ese momento era s—lo el espacio Euclidiano) es una re-presentaci—n realista del espacio f’sico. Es decir es la œnica representaci—n verdadera y valedera del espacio. Sin embargo, es importante aclarar que la nueva concepci—n del espacio no surgi— de golpe, no se impuso en un d’a y obviamente no se corresponde con ninguna intuici—n natural humana. Es el fruto de un largo proceso de geometrizaci—n del espacio en el que el arte llev— la delantera. Pierre Francastel considera la invenci—n de la perspectiva y la representaci—n del espacio durante el Quattrocento como la manifestaci—n concreta de un cierto estado espec’fico de la civilizaci—n, de una determinada forma material e intelectual de la actividad humana. Una civilizaci—n donde la Òmatematizaci—nÓ de la experiencia se ir‡ haciendo cada vez m‡s relevante y extendida. Una civilizaci—n donde la ciencia, la filosof’a y el arte fueron concebidos como sistemas de re-presentaci—n de la naturaleza segœn una peculiar —ptica especular. Es decir que desde esta perspectiva el conocimiento es una imagen virtual de aquello que est‡ fuera del sujeto y es independiente de Žl (Parad—jicamente el sujeto de la modernidad no afecta ni es afectado por aquello que conoce, como un espejo: cuanto menos ÒaporteÓ a la imagen mejor, tiene que limitarse a ser superficie reflectante. Debe tender a desaparecer al igual que la superficie del cuadro que ten’a que desaparecer como tal para ser una Òventana al mundoÓ ). La historiograf’a del arte, de las ciencias y de las ciudades atestiguan los mœltiples lazos que produjeron el entramado social que dar‡ origen al Renacimiento. En el siglo 14

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XIII una nueva matem‡tica venida del mundo ‡rabe se extiende por Occidente debido -en buena parte- a que los hombres de esta Žpoca estaban sumamente comprometidos en el intercambio mercantil y en la eficacia comercial. Para los habitantes de las ciudades europeas de esa Žpoca Òcontar r‡pido y bien era una necesidad cotidiana.Ó (Paul Benoit, 1989). La vida ciudadana es el escenario en donde el c‡lculo se va convirtiendo en un valor indispensable para la vida: en el arte con los desarrollos de la perspectiva y la mœsica polif—nica, en la vida cotidiana merced al comercio, y tambiŽn para el nacimiento de las nuevas ciencias que como dijera magistralmente Galileo s—lo conciben un universo escrito por Dios en la naturaleza con caracteres matem‡ticos. Del espacio sistem‡tico moderno al ideal de la medici—n ÒexactaÓ del mundo no hay m‡s que un paso. Pero no es conveniente considerar este proceso como una cuesti—n netamente pr‡ctica. Por el contrario, se trata de un revoluci—n conceptual y de una transformaci—n mayœscula de la sensibilidad. Para poder apreciar cabalmente este fen—meno es imprescindible distinguir el sentido peculiar que se asign— a la medici—n en la modernidad. A diferencia de los griegos, para quienes la medida se relacionaba fundamentalmente con un orden o armon’a interna de las cosas, Galileo concibi— la medida como una comparaci—n de un objeto como un patr—n externo, o unidad fija. Este œltimo procedimiento, que desde luego se conoc’a y utilizaba en ciertos ‡mbitos restringidos en la antigŸedad, era considerado como una forma de exteriorizaci—n de una Òmedida internaÓ m‡s profunda y m‡s rica. En cambio, a partir de Galileo s—lo las propiedades medibles segœn un patr—n externo obtendr‡n el elevado rango de cualidades primarias ( la extensi—n, el movimiento, la inercia) y constituir‡n el 15

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œnico objeto de la ciencia. Esta cualidades primarias se tienen por propias de los cuerpos, anteriores a su medici—n e independientes del sujeto. Reencontramos aqu’ en la sistematizaci—n y estandarizaci—n de los procesos de medici—n, los mismos resortes y las mismas consecuencias cognitivas que ve’amos en relaci—n a la perspectiva lineal: una vez m‡s los ÒcuerposÓ mismos desaparecen del horizonte cognitivo de la modernidad, para dejar s—lo un caparaz—n de propiedades mensurables. Los objetos pasan a ser Òmasas puntualesÓ, los choques se vuelven el‡sticos, el espacio y el tiempo devienen absolutos. Objetos inodoros, incoloros, ins’pidos: en fin Òobjetos abstractosÓ. El Òcuerpo de la modernidadÓ es un cuerpo f’sico mensurable y estereotipado dentro de un eje de coordenadas. A imagen y semejanza del espacio se vuelve abstracto y mensurable. De ser una criatura de Dios en tr‡nsito hacia la vida eterna, pasa a ser una sustancia material en el espacio infinito regido por leyes de la naturaleza inmutables y eternas. La perspectiva lineal, la matematizaci—n producto de una experiencia controlada y limitada a la medici—n de variables que solo cambian de forma regular, nos conduce a la concepci—n de un mundo ÒdesencantadoÓ lavado de cualidad, gobernado œnicamente por leyes matem‡ticas restringidas al universo de variaciones lineales, dentro de un pensamiento causa-efecto regido por el principio de simplicidad. El mundo llamado ÒobjetivoÓ, es un mundo muy alejado de la experiencia humana, es un mundo inventado por un sujeto que se piensa a si mismo como Òobservador neutroÓ. Un universo surgido de los Òmodelos idealesÓ y luego ÒconfirmadoÓ por esa forma peculiar de relaci—n con la naturaleza llamada mŽtodo experimental. El cuerpo que surge de este modo de experienciar y concebir el mundo es un cuerpo eviscerado, una c‡scara men16

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surable, un arquetipo de Òvalores normalesÓ, un conjunto de ÒaparatosÓ. Un cuerpo separado de la psiquis, de la emocionalidad, del conocimiento. Un cuerpo abstracto y desvitalizado. Esta jerarquizaci—n de la media y la estabilidad que implican los procesos tŽcnicos (lŽase establecimiento de patrones e instrumentos estandarizados de medida) y pol’tico (lŽase regulaciones rigurosas y legales de los est‡ndares de medici—n) tambiŽn condujeron a el desarrollo de una nueva concepci—n del conocimiento: el objetivismo. Los procedimiento de estandarizaci—n, junto con la regimentaci—n experimental de la naturaleza, implican la posibilidad de prescindir del sujeto. El resultado del experimento no depende de quien lo haga. El experimentador es un sujeto abstracto, prescindible, intercambiable. Como la variable matem‡tica puede ser reemplazado por otro miembro cualquiera del sistema. La objetividad supone la capacidad de unos sujetos para abstraerse. Es decir, para suponer que ni su corporalidad que incluye tanto su peculiaridad perceptiva como emocional y su forma de acci—n en el mundo-, ni su subjetividad, ni los v’nculos que establece, influyen en el conocimiento del mundo. El cuerpo desde esta perspectiva conceptual es aquello que puede ser medido, as’ como el cuerpo de la perspectiva era aquel que puede ser representado. El giro cartesiano y el cuerpo maqu’nico: RenŽ Descartes puede considerarse el padre de una trilog’a fundamental: la fundamentaci—n met—dica-maqu’nica, la distinci—n radical cuerpo-mente, y la geometr’a anal’tica. Esta œltima es la contribuci—n cartesiana a la geometrizaci—n del espacio y al establecimiento de una civilizaci—n 17

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regida por lo cuantitativo -ya que establece un sistema de transcripci—n entre la geometr’a y la aritmŽtica-. Le debemos a Descartes la idea de fundamentar el conocimiento en un mŽtodo, es decir en un procedimiento sistem‡tico a ÒimagenÓ de las matem‡ticas. Estos procesos regulares, reglados, fijos, sistem‡ticos y previsible son los ingredientes fundamentales del maquinismo (que estaba poniŽndose de moda en la Francia de aquella Žpoca) La dicotom’a cuerpo-mente es un producto casi inevitable si partimos de las premisas met—dicas de Descartes. En sus meditaciones este gran fil—sofo llega a a la conclusi—n de que Òpiensa luego existeÓ, en un movimiento que hace emerger al sujeto (aquel que piensa). Sin embargo, r‡pidamente se da cuenta que al fundar la certeza en su propia actividad pensante encuentra muy dif’cil darle entidad al mundo que percibe. En pos de este objetivo requiri— la colaboraci—n de Dios, quien segœn Descartes no crear’a una criatura inteligente para enga–arla siempre. A partir de all’ sus meditaciones lo llevan a afirmar que aquellas cosas que perciba de una manera Òclara y distintaÓ deben ser necesariamente verdaderas. El paso siguiente de su mŽtodo lo lleva a afirmar que los objetos matem‡ticos son los œnicos que cumplen este requisito. Concluye entonces que el universo es un gran mecanismo regido por leyes tan rigurosas como las de la matem‡tica formado œnicamente por la sustancia extensa (part’culas materiales que ocupan el espacio), por sustancia pensante (el alma o psiquis humana a la que arrib— en su meditaci—n) y la sustancia Divina (garante epistemol—gica de la filosof’a cartesiana). Esta revoluci—n cartesiana ha tenido -y tiene todav’a- implicancias fundamentales para el pensamiento de la corporalidad. En primer lugar legitima filos—ficamente y expl’cita una nueva forma de ver y relacionarse con el mun18

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do que hab’an abierto el arte -con la perspectiva- , la ciencia -con el mŽtodo experimental y la cuantificaci—n-, y la vida ciudadana -con la difusi—n de las relaciones mercantiles y las matem‡ticas en cada vez m‡s amplios sectores sociales. Esta nueva sensibilidad da alta prioridad a lo ÒvisibleÓ -en tanto fuente de representaci—n sistem‡tica-; a lo reproducible -en tanto aporta una forma de eliminar incertidumbres-, a lo mec‡nico y previsible -en tanto permite la manipulaci—n. Desde esta perspectiva, el cuerpo es un mecanismo: sustancia extensa regida por leyes inmutables, donde cada efecto es un producto necesario de una causa. La mente es concebida œnicamente con actividad racional, y como una sustancia independiente. Aquello que en la filosof’a ha dado en llamarse Òproblema cuerpo-menteÓ no exist’a antes de este giro cartesiano y es un producto exclusivo que nace al calor de las premisas dualistas. Estas a su vez se originan en los procesos de estandarizaci—n sociales y tecnol—gicos, que permiten la generaci—n de procedimientos estables, normatizados, repetibles y predecibles, que parecen ser independientes de los sujetos que los lleva a cabo. El sujeto encarnado y la multidimensionalidad de la experiencia Las meditaciones cartesianas est‡n signadas por un objetivo subliminal: la bœsqueda de certezas absolutas. La afirmaci—n de la duda, no es m‡s que el disparador de una bœsqueda met—dica de un fundamento s—lido para el conocimiento que permita apartar toda duda, y eliminar toda huella de incertidumbre. A diferencia de la Fe religiosa, que es punto de partida de todo creyente, los racionalistas 19

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s—lo encuentran la Fe tras un largo camino. Para ellos es la meta a la que hay que arribar. Por lo tanto, m‡s tarde o m‡s temprano, la Fe fundamentalista iguala a religiosos y ÒracionalistasÓ. La identidad formal entre el espacio f’sico y el espacio geomŽtrico euclidiano fue un art’culo de Fe durante varios siglos, la autoridad de Newton termin— de sellar la tarea de sus predecesores en relaci—n a este punto. El esp’ritu que se engendr— en el Renacimiento, que dijo sus primeras palabras con Galileo, lleg— a su madurez con Newton. Hacia fines del siglo XVIII Kant inform— a sus contempor‡neos que s—lo faltaban conocer algunos detalles de la de la F’sica del Universo . Un siglo despuŽs las geometr’as no euclidianas comenzaron a socavar los cimientos del mundo newtoniano y s—lo unas dŽcadas m‡s tarde la Teor’a de la Relatividad termin— la tarea de demolici—n del universo de las certezas . Es importante aclarar que la Relatividad no destruy— a la teor’a newtoniana, sino que como planteara claramente T. S. Kuhn, se trata de teor’as inconmensurables entre si, y ambas producen sentido en diferentes dominios. Pocos a–os despuŽs del estruendo producido por la publicaci—n de la Teor’a Especial la Relatividad (1905), Einstein publica la Teor’a General (1913). En una dŽcada m‡s el Principio de Indeterminaci—n de Heisenberg (elemento clave de la Teor’a Cu‡ntica, que dio sus primeros pasos con el siglo) terminar‡ de disolver los œltimos ladrillos del basamento de la ciencia cl‡sica. La multiplicidad te—rica ser‡ parte del desarrollo de la f’sica durante el resto del siglo: despuŽs de la Segunda Guerra Mundial comenzar‡n a desarrollarse los primeros modelos no lineales que har‡n eclosi—n en las tres œltimas dŽcadas anteriores al 2000. La Termodin‡mica no Lineal de 20

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Procesos Irreversibles , La Teor’a del Caos, as’ como los Modelos de Auto-organizaci—n y la Complejidad han abierto una brecha en el pensamiento cient’fico de los œltimos a–os. Todas estas teor’as tienen en comœn el trabajar con modelos matem‡ticos no lineales, con los que lidiar era muy dif’cil -cuando no imposible-, antes del desarrollo de los potentes ordenadores digitales. Como ya he se–alado, la ciencia de la Modernidad fue construida a partir del supuesto de una exterioridad e independencia del objeto representado y del sujeto cognitivo. El objeto era una abstracci—n matem‡tica, un conjunto de propiedades mensurable y luego modelizables. Los œnicos modelos matem‡ticos que acept— la ciencia cl‡sica eran los lineales. El sujeto era pensado como una superficie reflectante, capaz de formarse una imagen de la naturaleza externa, anterior e independiente de Žl. Conocer era describir y predecir. El sujeto no entraba en el cuadro que Žl mismo pintaba. Se hallaba siempre inm—vil, afuera, siguiendo met—dicamente las leyes eternas de perspectiva. La linealidad es la trama subyacente de la modernidad: se encarna en la perspectiva pict—rica, en el c‡lculo infinitesimal, en el sistema contable, en la filosof’a positivista del conocimiento, en la concepci—n mec‡nica del cuerpo, en la ideolog’a del progreso y la Òsupervivencia del m‡s aptoÓ. En la actualidad estamos comenzando a legitimar los modelos de pensamiento no lineales, tanto en la ciencia, como en el arte y en la vida de relaci—n. Sin embargo, no es sencillo hacer lugar a nuevas met‡foras para poder abrir nuestro espacio cognitivo a nuevas narraciones. Todav’a tenemos atado nuestro pensamiento al modelo tri-dimensional de la l—gica cl‡sica con sus principios de identidad, no contradicci—n y tercero excluido. El espacio cognitivo debe transformarse radicalmente para poder hacer lugar al pen21

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samiento no lineal. Este cambio es a la vez sutil y radical. Los modelos no lineales nos propones pasar del espacio cl‡sico de tres dimensiones a una multiplicidad de espacios autorreferentes, algunos en forma de bucles, otros a tomando como base la cinta de Moebius, otros a partir de los procesos recursivos fractales. El punto de partida para este cambio de nuestro paisaje cognitivo es la afirmaci—n de la corporalidad del sujeto. El darse cuenta de que nuestra peculiar fisiolog’a, nuestra experiencia biol—gica, nuestra sensibilidad diferencial son cruciales en relaci—n al conocimiento tiene una primera consecuencia: el Òtorcimiento del espacio cognitivoÓ. Esta afirmaci—n hace que el sujeto encarnado entre dentro del cuadro. Se rompe la perspectiva lineal que lo manten’a afuera, inm—vil y tuerto. El sujeto encarnado participa de una din‡mica creativa de si mismo y del mundo con el que est‡ en permanente inter-cambio. La segunda consecuencia se relaciona con la aceptaci—n de que la corporalidad implica que todo conocimiento humano se da desde una perspectiva determinada. El sujeto encarnado no puede estar en todos lados al mismo tiempo, y por lo tanto s—lo puede conocer en un contexto especificado, y su conocimiento se estructura en un lenguaje determinado. Es decir que habr‡ siempre un lugar espec’fico de la enunciaci—n. La tercera consecuencia es que no podemos conocer objetos independientes -sin relaci—n alguna- con nosotros. Desde esta mirada el conocimiento implica interacci—n, relaci—n, transformaci—n mutua, co-dependencia y co-evoluci—n. La cuarta consecuencia es que tendremos siempre un Òagujero cognitivoÓ, una zona ciega que no podremos ver. M‡s aœn habitualmente somos ciegos a esta ceguera. Si seguimos con el ejemplo de la perspectiva lineal, es el sujeto el que cae en la mancha ciega cognitiva. Una descripci—n di22

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n‡mica permitir‡ una mirada multiperspectivista. Pero esta diversidad de enfoques es siempre limitada por nuestra corporalidad. Es decir, podemos componer -y de hecho esto es lo que hacemos en nuestra experiencia cotidiana- una Òimaginer’aÓ m‡s compleja, que incluya distintas fuentes de informaci—n pero nunca infinitas fuentes. Solo podemos conocer lo que somos capaces de percibir y procesar con nuestro cuerpo. Un sujeto encarnado paga con la incompletud la posibilidad de conocer. Al asumir esta posici—n nos damos cuenta que el ÒcuerpoÓ del que estamos hablando no es el Òcuerpo de la modernidadÓ, estamos comenzado a pensar en una multidimensionalidad de nuestra experiencia corporal. Es por eso que podemos empezar a pensar una nueva forma de la corporalidad: el Òcuerpo vivencialÓ o Òcuerpo experiencialÓ. No se trata ya de un cuerpo abstracto, dominado por la visi—n perspectiva y los las medidas estandarizadas externas. Ese cuerpo no desaparece totalmente, pero ya no es el œnico imaginario corporal. En la contemporaneidad empezamos a poder pensar en un cuerpo multidimensional: un cuerpo a la vez material y energŽtico, racional y emocional, sensible y mensurable, personal y vincular, real y virtual (Àun hiper-cuerpo?). El Òcuerpo vivencialÓ a diferencia del Òcuerpo de la modernidadÓ o Òcuerpo m‡quinaÓ no es un objeto abstracto, ni independiente de mi experiencia como sujeto encarnado. Esa experiencia que todos tenemos de nuestra propia corporalidad no es fija, ni inmutable. Todo lo contrario, sentimos de una manera Òclara y distintaÓ que estamos en permanentemente transformaci—n: de eso se trata estar vivo. El Òcuerpo vivencialÓ no alude a sustancia alguna, no tiene un referente fijo fuera de nuestra experiencia como sujetos encarnados. Nuestro Òcuerpo vivencialÓ es an23

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te todo un l’mite fundante y una trama constitutiva de un territorio aut—nomo y a la vez ligado inextrincablemente al entorno, con el que vive en permanente inter-cambio. Desde esta perspectiva, el sujeto encarnado es un linaje espec’fico de transformaciones. El torcimiento de nuestro espacio cognitivo, nos lleva a cuestionarnos las relaciones adentro~afuera, yo~otro, cuerpo~mente que ya no pueden ser de mutua exterioridad, sino de complementariedad abierta. La cŽlula es un buen ejemplo para pensar estas relaciones. La relaci—n de la cŽlula con el medio es de interpenetraci—n, la membrana celular es un l’mite semi-permeable8: muchas molŽculas entran y salen de la cŽlula, en cambio otras no pueden hacerlo. Pero cuidado, la cŽlula no es un recipiente contenedor. Al contrario, al ingresar una molŽcula dentro de ella pasa a formar parte de la organizaci—n celular. Las molŽculas no cobran vida porque la vida no es una propiedad de las molŽculas en si. La vida se relaciona con la organizaci—n, con la red de relaciones y las propiedades emergentes de la interacci—n. Sin embargo el atravesar la membrana implica una transformaci—n de la red de relaciones y genera por lo tanto una transformaci—n de la identidad (que ya no puede pensarse en s’ y por s’ misma sino en un entramado relacional co-evolutivo) As’ como en la cinta de Moebius el adentro y el afuera y el arriba y el abajo, tienen relaciones topol—gicas completamente distintas a las del espacio cl‡sico, as’ tambiŽn las relaciones Òcuerpo~menteÓ, son radicalmente diferentes a las que nos propon’a la modernidad cuando pensamos el sujeto encarnado . Desde la mirada cartesiana ÒcuerpoÓ y ÒmenteÓ dos sustancias independientes. Desde la met‡fora de la auto-organizaci—n se trata de dos formas diferenciadas de 24

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la compleja experiencia del sujeto en un espacio cognitivo auto-referente. No s—lo ha dejado de tener sentido la distinci—n cl‡sica de dos sustancias separadas, sino que la noci—n misma de sustancia es la que se cuestiona. En el marco de las teor’as auto-organizativas, el concepto de sustancia no tiene sentido, ya que implica -entre otras cosasque podemos conocer algo en si mismo, independiente de nosotros. La noci—n de sustancia est‡ fuertemente emparentada con la de noci—n de identidad cl‡sica. Ambas son est‡ticas e inmutables. El antiguo axioma parmen’deo que reza que Òel ser es, y el no ser no esÓ. Desde una perspectiva de la auto-organizaci—n Òel ser es s—lo respecto de un no serÓ. Esto es as’ porque el conocimiento es un modo de relaci—n con el mundo del sujeto encarnado y sensible a las diferencias, que no puede conocer las cosas en si mismas, sino a travŽs de la relaci—n diferencial que establece con ellas.9 Esta es la paradoja de todos los sistemas de autoorganizaci—n: el ser y el no ser se definen mutuamente. Las paradojas son siempre sistemas de autorreferencia. La famosa paradoja de EpimŽnides, por ejemplo, dice que Žl, que era un Cretense, se paraba en las puertas de Creta y dec’a: todos los Cretenses son mentirosos. Si dec’a la verdad... ment’a, y si ment’a ...dec’a la verdad. Cualquier sistema de autoreferencia directa o cruzada desemboca en una paradoja. Desde la l—gica cl‡sica, las paradojas son ofuscaciones de la raz—n porque violan los axiomas de la l—gica cl‡sica. Para pensadores como Von Foerster, en cambio, las paradojas son dispositivos creativos. Para m’ las paradojas son verdaderas compuertas evolutivas. Abren nuestra mente hacia nuevas dimensiones. Esto es as’ porque las paradojas nos se–alan que hemos llevado hasta el l’mite de un sistema conceptual, y que si mantenemos las premisas de parti25

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da ya no podemos ir m‡s all‡. En los tŽrminos en que est‡ planteada la paradoja no hay soluci—n posible. S—lo nos queda una alternativa. Repensar el espacio cognitivo del que partimos y salirnos por la tangente o escapar por la compuerta evolutiva hacia un nuevo paisaje donde EpimŽnides es la excepci—n que confirma la regla, o es un mutante veraz, o un extranjero camuflado, o ....infinidad de nuevos mundos posibles. Desde esta mirada, nuestra corporalidad nos define como sistemas aut—nomos, con l’mites semipermeables, una sensibilidad diferencial, y en constante intercambio con el entorno con el cual estamos ÒenredadosÓ en una red fluyente de relaciones que implican que estamos comprometidos en una din‡mica de transformaci—n en co-evoluci—n con el ambiente. Nuestra corporalidad determina un campo de afectaci—n y la clase de interacciones y de transformaciones posibles. El mundo que conocemos, incluido nuestro Òcuerpo~menteÓ en Žl, no es un mundo independiente de nuestro conocimiento, sino que es un mundo ÒenactuadoÓ. Es decir, un mundo co-creado en nuestra interacci—n con el ambiente. Un mundo que convocamos a ser en nuestra experiencia interactiva con eso que est‡ afuera pero no separado de nosotros. La enacci—n es un concepto que surge al caer la noci—n moderna de representaci—n que est‡ ligada al modelo de la perspectiva lineal que supone una independencia sujetoobjeto y un conocimiento como imagen interna (especular) de un objeto externo. La enacci—n, por el contrario, no parte de la suposici—n de un mundo independiente y anterior a la experiencia. Desde esta perspectiva sujeto y mundo se definen mutuamente. F. Varela, E. Rosh y E. Thompson han expresado estas ideas con una claridad meridiana al 26

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afirmar que el ÒŽnfasis en la mutua definici—n nos permite buscar una v’a mŽdia entre el Escila de la cognici—n como recuperaci—n de un mundo externo pre-dado (realismo) y el Caribdis de una cognici—n como proyecci—n de un mundo interno pre-dado (idealismo). Ambos extremos se basan en el concepto central central de representaci—n: en el primer caso la representaci—n se usa para recobrar lo externo, en el segundo se usa para proyectar lo interno. Nuestra intenci—n es sortear esta geograf’a l—gica de Òinterno/externoÓ estudiando la cognici—n sin pensar en tŽrminos como la recuperaci—n o la proyecci—n, sino como acci—n corporizada.Ó (Varela et al, 1992) La enacci—n nos permite pensar la emergencia sincr—nica del sujeto y el mundo en la experiencia contextualizada, corporalizada e hist—rica. La enacci—n nos aleja de las met‡foras visuales y nos propone considerar una multiplicadad de formas de percepci—n del sujeto encarnado en coevoluci—n con su ambiente. El mundo vivencial no tiene una existencia independiente, no pertenece a una esfera trascendente, sino que como dice A. Machado: Òse hace camino al andarÓ. Tampoco existe una mente o yo sustancial sede fija e inmutable de la experiencia. Desde esta perspectiva no hay un problema cuerpo-mente, porque no estamos pensando en tŽrminos de sustancias independientes. Un problema es un problema s—lo desde la perspectiva particular en la que ha surgido.Al cambiar el espacio cognitivo el problema se disuelve. Los modelos de auto-organizaci—n y enacci—n nos proponen participar de esta aventura multidimensional. Muchos de nuestros contempor‡neos, entre los que me incluyo, ya han empezado a disfrutar de estas navegaciones . Al aceptar esta multidimensionalidad de la experiencia nos damos cuenta de que aquello que llam‡bamos Òcuer27

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poÓ o ÒmenteÓ es algo totalmente distinto a la concepci—n del sujeto encarnado. Esta expresi—n no alude a un referente o realidad objetiva independiente sino que emerge al enfocar la multiplicidad experiencial corporalizada y est‡ atravesada por los mœltiples territorios que se crean a travŽs de nuestro devenir vital. El sujeto encarnado es el nombre de una categor’a heterogŽnea, facetada y con bordes difusos. Una categor’a no cl‡sica ya que los elementos que la forman no comparten un propiedad comœn sino que tienen entre s’ un Òparecido de familiaÓ. En el marco de este trabajo s—lo he podido mencionar algunos de los atravesamientos que considero cruciales para pensar al sujeto encarnado en la contemporaneidad. Cada lector compondr‡ su propia categor’a en relaci—n a su experiencia, a los atravesamientos te—ricos, estŽticos, Žticos, afectivos, er—ticos y emotivos que incluya su propio devenir como sujeto encarnado. En mi devenir personal se destacan de la trama abigarrada de experiencias la de ser amante y madre, los dolores de los partos de mis hijas y de mis ideas, el placer gigantesco de dar a luz, de crear, de nutrir de crecer, el sufrimiento por los seres queridos y la deleitaci—n por ellos, la pasi—n amorosa que me une a mi marido y la pasi—n dolorosa que me separa de los torturadores, el ritmo de mi respiraci—n y el de mis hormonas, el disfrute que me produce el arte y el displacer del ruido o de la podredumbre. En fin, como todos los sujetos encarnados, nuestras categor’as se desarrollan en la trama evolutiva de nuestra vida, est‡n inextricablemente ligadas a nuestra experiencia social y personal, a las tecnolog’as cognitivas, sociales , f’sico-qu’micas, biol—gicas y comunicacionales con las que convivimos. El desaf’o de la contemporaneidad se relacio28

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na con la riqueza de perspectivas y por lo tanto de mundos posible en los que convivir pero tambiŽn nos exige el hacernos responsables del lugar desde el cual elegimos hacerlo. El sujeto encarnado disfruta del poder de la creatividad y de la elecci—n pero debe hacerse cargo del mundo que ha co-creado. Bibliograf’a citada: Barnett Pearce, W.(1994) ÒNuevos modelos y met‡foras comunicacionales.Ó en ÒNuevos Paradigmas, Cultura y SubjetividadÓ, Buenos Aires, Editorial Paid—s 1994. Francastel, P. (1950): ÒPintura y sociedadÓ , Madrid, Ed.C‡tedra 1984. Panofsky, E. (1927) : ÒLa perspectiva como forma simb—licaÓ, Barcelona, Ed. Tusquets 1973. Varela, F., Thompson, E. y Rosh (1991) : E. ÒDe cuerpo presenteÓ, Barcelona, Ed. Gedisa 1992.

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Pensar la Subjetividad10 Complejidad, v’nculos y emergencia ÒHay que ir por el lado en que la raz—n gusta de estar en peligroÓ. G. Bachelard Una provocativa maldici—n china reza as’: ÁQue vivas en una Žpoca muy interesante! Nosotros que estamos navegando Ðo chapoteando- en una de ellas, estamos en condiciones de comprender la iron’a de esas sabias palabras. Pero tambiŽn, y abrevando en las mismas fuentes, podemos tomar la crisis por el lado de la oportunidad y sus desaf’os, y no dejar que nos abrume su faceta de riesgo. El espacio conceptual de la modernidad se correspond’a con la geometr’a euclideana, que se so–aba como œnica y soberana. Las coordenadas cartesianas ofrec’an una grilla tranquilizadora, y la ciencia presentaba un universo mec‡nico, manipulable y predecible. Un mundo domesticado y desencantado. El siglo XX despert— del sue–o absolutista con el desarrollo de las geometr’as no euclidianas, y fue conmovido por la proliferaci—n de nuevas y extra–as perspectivas. El XXI requiere imperiosamente de otros escenarios donde sea posible desplegar la actividad subjetiva y la transformaci—n del mundo experiencial en un espacio multidimensional para poder comprender y actuar en este agitado e interesant’simo tiempo en que nos toca vivir. La l—gica de la simplicidad ha dejado de ser funcional y precisamos herramientas que nos permitan pensar de una manera no lineal, dar cuenta de las paradojas constitutivas de nuestro modo de experimentar(nos), acceder a un espacio cognitivo caracterizado por las formaciones de bucles 30

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donde, por un lado, el Sujeto construye al Objeto en su interacci—n con Žl y, por otro, el propio Sujeto es construido en la interacci—n con el medioambiente natural y social. No nacemos ÒsujetosÓ sino que devenimos tales en y a travŽs del juego social. Desde las perspectivas de la modernidad el Sujeto se presentaba como una sustancia pura, independiente, incorp—rea pero interior - a la vez y parad—jicamente-, al modo de un carozo que anida en el cuerpo pero que misteriosamente es radicalmente ajeno a Žl. En la contemporaneidad estamos asistiendo a una Òrevoluci—n epistemol—gicaÓ que ha llevado a una puesta en cuesti—n radical del ÒMito ObjetivistaÓ, y que como correlato necesario abri— la puerta para poner en tela de juicio el ÒMito del SujetoÓ. Desde una mirada que parte de la vincularidad y la interacci—n como formas b‡sicas de la experiencia humana, la subjetividad no puede ser un carozo, una estructura fija, un nœcleo estable e independiente. Estamos dejando de pensar en tŽrminos de sustancias, esencias o estructuras para acceder a la fluidez y variabilidad de la experiencia contempor‡nea que exige considerar la productividad, actividad, circulaci—n, creatividad. La filosof’a de la escisi—n Ðcaracter’stica de pensamiento occidental- se basa en una l—gica de la pureza, la definici—n absoluta y la exclusi—n (El Ser Es). Desde esa mirada, la diversidad, la vaguedad, la heterogeneidad son inconcebibles (El no ser no es). La diferencia remite siempre a la identidad, como desviaci—n o degradaci—n del Òverdadero serÓ. Esta versi—n monista del mundo, admite tambiŽn una proliferaci—n dualista (materia/raz—n, cuerpo/mente, sujeto/objeto) a condici—n de mantener las fronteras infranqueables, los compartimentos estancos. Cada uno de los polos de las dicotom’as se define en y por s’ mismo, no se 31

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contamina con su contraparte, estamos frente a un dualismo excluyente. La interacci—n transformadora, la hibridaci—n, la interpenetraci—n, el v’nculo instituyente y constituyente no tienen cabida ni en los modelos de pensamiento monistas, ni en los dualistas. Las teor’as psicol—gicas de la modernidad tambiŽn se han visto afectadas, arrastradas, e incluso han quedado empantanadas en sus posibilidades creativas por la pregnancia e influjo de la filosof’a de la escisi—n y las concepciones positivistas del conocimiento, incapaces de hacer lugar a una mirada interactiva de la experiencia humana del mundo que hoy est‡ comenzado a desplegarse, expandirse y proliferar. Las concepciones interactivas son no-dualistas se caracterizan por ser din‡micas, multidimensionales y complejas. Algunas de las nociones claves que las atraviesan son: -V’nculos, Sistemas Abiertos y Organizaciones Complejas -Din‡micas no lineales: Emergencia, Historia y Devenir -Juegos productores: de sentido, de subjetividad, de mundo -Acontecimiento, Azar e Irreversibilidad -Tensiones, Flujos y Circulaciones -Escenarios, Espacios de Posibilidad -Co-evoluci—n multidimensional Todas ellas est‡n en el centro de las nuevas formas de pensar-sentir-actuar en un mundo sacudido por agitaciones diversas, en que parece que todo lo s—lido se desvanece en el aire en una vertiginosa transformaci—n. Desde una perspectiva centrada en la din‡mica vincular, el cambio como devenir, como transformaci—n, se ubica en el centro del es32

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pacio cognitivo. Estamos viviendo la Òdisoluci—nÓ de un mundo: el de la f’sica cl‡sica y el del sujeto moderno. Ya a comienzos del siglo XX se hicieron evidentes las fisuras del pensamiento atomista y esencialista. El quiebre de la certidumbre en las ciencias duras fue recibido con alborozo en el mundo de las humanidades, pero la satisfacci—n dio paso al temor y la inquietud cuando le lleg— el turno de ajustar las cuentas con el Sujeto. En relaci—n a este punto los humores y las actitudes fueron muy diferentes. ÀQuŽ es eso de poner en tela de juicio nuestra identidad, nuestro concepto de experiencia, nuestra independencia, nuestras caras creencias sobre nosotros mismos? ÀQuŽ cosa extra–a es esa de cuestionar la idea de una estructura ps’quica, de un carozo identitario, para pasar a pensar en tŽrminos de un escurridizo devenir estructurante o de linajes de transformaciones? Los murmullos se volvieron atronadores, y nuevas barreras se levantaron: que el mundo cambie, vaya y pase, pero que nos arrastre junto con Žl, eso es harina de otro costal. No en vano solemos recordar s—lo una parte de la famosa frase de Her‡clito que sostiene que ÒNunca nos ba–amos dos veces en el mismo r’oÓ, pero se elude sistem‡ticamente la continuaci—n del sabio pensador: Òy las almas se disuelven en las aguasÓ. Todas la concepciones modernas, incluido el estructuralismo, comparten la caracter’stica de basarse y sostener modelos ideales, arquet’picos. La diferencia radica exclusivamente en que los estructuralistas, en vez de tener una part’cula elemental, ubican el fundamento en una estructura elemental, invariante, esencial y eterna. Estos modelos han sido muy eficaces al aplicarse en contextos relativamente estables y aislados. Los hombres modernos trabajaron con ah’nco para construir un mundo tal que sus productos mec‡nicos resultasen funcionales: en el laboratorio, en 33

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la f‡brica, en las instituciones fue gener‡ndose un ‡mbito estabilizado a fuerza de estandarizar los par‡metros ambientales y sociales. Aislamos las m‡quinas con grandes caparazones de metal y construimos edificios para albergarlas, edificamos ciudades y asfaltamos la tierra, disciplinamos los cuerpos y estandarizamos la conducta, a travŽs una multiplicidad de tecnolog’as y dispositivos sociales Ðque suelen ser mucho m‡s ÒdurasÓ de lo que suele pensarse habitualmente, a pesar de no ser materiales-. Munidos de un conocimiento que privilegia las explicaciones mec‡nicas, los hombres modernos construyeron un mundo, donde estaban incluidos ellos mismos, a imagen y semejanza del modelo ÒidealÓ que usaban para explicarlo. De esta manera la experiencia del sujeto entr— dentro de la m‡quina estandarizadora, aunque Žste a veces presenta un poquito m‡s de resistencia que los electrones. La familia, la escuela, la f‡brica, el ejŽrcito son las instituciones encargadas de llevar adelante este proceso de estandarizaci—n y domesticaci—n del sujeto. Los modelos te—ricos de la modernidad se han caracterizado por una restricci—n profunda a explorar lo diverso, a dar cuenta de lo diferente, lo creativo, lo no domesticable, lo que se inscribe como acontecimiento y no puede fosilizarse en un modelo, o en una estructura, o en un pattern fijo. Abrir nuestro pensamiento creando espacios paro lo informal Ðcomo Òno formalÓ y no como Òsin formaÓ- implica dar lugar a los cambios como verdaderas transformaciones y no como un despliegue de lo mismo, y es por lo tanto una perspectiva tanto cognitiva como Žtica. En las ciencias duras la tarea est‡ en pleno auge. Nuevas perspectivas est‡n en plena expansi—n gestando modelos no lineales, complejos y extra–os. El mundo Òde los ladrillitos elemen34

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tales Ò se ha desmoronado al ritmo de las trompetas cu‡nticas. Todo el universo f’sico es visto hoy como una inmensa Ò red de interacciones Ò donde nada puede definirse de manera absolutamente independiente, y en el que se ense–orea el Òefecto mariposa Ò ( cuya versi—n popular dice que cuando una mariposa aletea en el Mar de la China puede ÒcausarÓ un tornado en New York) La transformaci—n conceptual que viene de la mano de una nueva met‡fora como la del universo como red o entramado de relaciones, y los individuos como nodos de esa red, hoy excede largamente a la transformaci—n de la imagen del mundo propuesta por la f’sica, para abarcar desde la lingŸ’stica hasta las teor’as organizacionales, la psicolog’a y la econom’a, donde est‡ comenzando a tallar con fuerza. Desde la perspectiva cl‡sica las interacciones resultaban invisibles, ya que el tamiz metodol—gico-conceptual no permit’a captarlas. Aœn hoy tenemos grandes dificultades para incorporar el punto de vista implicado en la met‡fora de la red y la mayor’a de las personas siguen pens‡ndose como individuos aislados (part’culas elementales ) y no como parte de mœltiples redes de interacciones: familiares, de amistad, laborales, recreativas (participar en un club), pol’ticas ( militar en un partido, votar, integrar una ONG), culturales ( pertenecer a una instituci—n cultural o educativa), informativas (ser lectores o escritores o productores en o de un medio de comunicaci—n), sin olvidar las redes lingŸ’sticas y de comunicaci—n que son el tejido conectivo de nuestro mundo de interacciones. ReciŽn en las œltimas dŽcadas, el giro epistemol—gico hacia la complejidad ha permitido que comenz‡ramos a dar cuenta de la multidimensionalidad que se abre cuando pasamos de las met‡foras mec‡nicas al pensamiento complejo, que toma en cuenta las interacciones din‡mi35

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cas y las transformaciones. Ha comenzado a gestarse una cultura que no piensa al universo como un reloj sino como ÒarchipiŽlagos de orden en un mar de caosÓ: la cultura de la complejidad. Los investigadores en ciencias ÒblandasÓ, los intelectuales ÒhumanistasÓ, los profesionales de las ‡reas sociales, tienen todav’a muchas dificultades para legitimar los nuevos puntos de vista ligados a la complejidad y las concepciones interactivas, puesto que no se ha sacudido el yugo metodol—gico impuesto por la epistemolog’a empir’sta-positivista. Para cortar el nudo gordiano es necesario destrabar tanto la creencia en un acceso privilegiado a una realidad externa, como la ilusi—n de una subjetividad desencarnada, puramente racional e individual. El conocimiento, desde la perspectiva pos-positivista, no es el producto de un sujeto radicalmente separado de la naturaleza sino el resultado de la interacci—n global del hombre con el mundo al que pertenece. El observador es hoy part’cipe y creador del conocimiento. El mundo en el que vivimos los humanos no es un mundo abstracto, un contexto pasivo, sino nuestra propia creaci—n simb—lico-vivencial. Sin embargo, que nuestras ideas del mundo sean construcciones no quiere decir que el universo sea un Òobjeto mentalÓ, sino que al conocer no podemos desconectar nuestras propias categor’as de conocimiento, nuestra corporalidad, nuestra historia, nuestras experiencias y nuestras sensaciones. El mundo que construimos no depende s—lo de nosotros, sino que emerge en la interacci—n multidimensional de los seres humanos con su ambiente, del que somos inseparables. Desde los enfoques de la complejidad, el sujeto no es meramente un individuo, es decir un ‡tomo social, ni una sumatoria de cŽlulas que forman una aparato mec‡nico, sino que es una Òunidad heterogŽneaÓ y abierta al intercam36

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bio. El sujeto no es una sumatoria de capacidades, propiedades o constituyentes elementales, es una organizaci—n emergente. El sujeto s—lo adviene como tal en la trama relacional de su sociedad. Las propiedades ya no est‡n en las cosas sino ÒentreÓ las cosas, en el intercambio. Desde esta nueva mirada, tampoco el sujeto es un ser, una sustancia, una estructura o una cosa sino un devenir en las interacciones. Las nociones de historia y v’nculos son los pilares fundamentales para la construcci—n de una nueva perspectiva transformadora de nuestra experiencia del mundo y de nosotros mismos. Y este cambio no s—lo se da a nivel conceptual, sino que implica tambiŽn abrirnos a una nueva sensibilidad y a otras formas de actuar y de conocer, a otra Žtica y otra estŽtica, ya que desde la mirada compleja estas dimensiones son inseparables en el con-vivir humano. Estamos pasando de las ciencias de la conservaci—n a las de la creaci—n, porque, aunque parezca parad—jico a primera vista, la noci—n de historia est‡ estrechamente ligada a la de creatividad en un universo evolutivo complejo. Liberadas del determinismo cl‡sico, las teorizaciones actuales han dejado lugar a la diferencia como factor de creaci—n y cambio, de selecci—n de rumbos. La historia no es mera repetici—n, ni despliegue de lo ya contenido en el pasado. El ruido, el azar, el otro, lo distinto son las fuentes de novedad radical y v’as para el aumento de complejidad y no meros Òdefectos despreciablesÓ. Esta transformaci—n conceptual ha sido el producto del deplazamiento del foco conceptual desde los sistemas cerrados y cerca del equilibrio hacia los sistemas abiertos evolutivos en di‡logo multiforme con su ambiente. Desde esta perspectiva conceptual el sujeto no es lo dado biol—gicamente, ni un ÒpsiqueÓ pura, sino que el sujeto adviene y deviene en el intercam37

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bio en un medio social humano en un mundo complejo. Ahora bien, no debemos confundir el sujeto con la subjetividad. Esta es la forma peculiar que adopta el v’nculo humano-mundo en cada uno de nosotros, es el espacio de libertad y creatividad, el espacio de la Žtica. El sujeto no se caracteriza solamente por su subjetividad, sino por ser al mismo tiempo capaz de objetivar, es decir, de convenir, de acordar en el seno de la comunidad, de producir un imaginario comœn y por tanto de construir su realidad. Lo que los positivistas llamaban Òel mundo objetivoÓ es para las ciencias de la complejidad una construcci—n imaginaria compartida, un mundo simb—lico creado en la interacci—n multidimensional del sujeto con el mundo del que forma parte. El mundo en que vivimos es un mundo humano, un mundo simb—lico, un mundo construido en nuestra interacci—n con lo real, con lo que est‡ afuera del lenguaje, con el misterio que opone resistencia a nuestras creaciones y a la vez es la condici—n de posibilidad de las mismas. El enfoque de la complejidad se asienta sobre un conjunto de supuestos e hip—tesis fundamentales, entre los que se destacan: a) Las partes de un sistema complejo s—lo son ÒpartesÓ por relaci—n a la organizaci—n global, que emerge de la interacci—n. b) La Unidad Global no puede explicarse por sus componentes. El sistema presenta interacciones facilitadoras, inhibidoras, y transformaciones internas que lo hacen no totalizable . c) El sistema complejo surge de la din‡mica de interacciones y la organizaci—n se conserva a travŽs de mœltiples ligaduras con el medio, del que se nutre y al que modifica, caracteriz‡ndose por poseer una autonom’a relativa. Las ligaduras con el medio son la condici—n de posibilidad para la libertad del sistema. La flexibilidad del sistema, su apertura regulada, le provee la 38

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posibilidad de cambiar o de mantenerse, en relaci—n a sus interacciones con su ambiente. d) El contexto no es un ‡mbito separado e inerte, sino el lugar de los intercambios y a partir de all’ el universo entero puede ser considerado una inmensa Ò red de interacciones Ò, donde nada puede definirse de manera absolutamente independiente e) En todas aquellas situaciones en que se produzcan interacciones, ya sean positivas (sinŽrgicas) o negativas (inhibidoras), o cuando intentemos pensar el cambio cualitativo, no tiene sentido preguntarse por la causa de un acontecimiento, ya que no hay independencia ni posibilidad de sumar efectos, sino transformaci—n. S—lo podemos preguntarnos por las condiciones de emergencia, por los factores co-productores que se relacionan con la aparici—n de la novedad. Este modo explicativo, apunta m‡s a la comprensi—n global que a la predicci—n exacta, y reconoce que ningœn an‡lisis puede agotar el fen—meno que es pensado desde una perspectiva compleja. La civilizaci—n que crey— en las certezas definitivas, en el conocimiento absoluto y el progreso permanente est‡ derrumb‡ndose y est‡n abriŽndose paso nuevos modos de pensar, de sentir, de actuar y vivir en el mundo. El sujeto complejo ha producido un giro ÒrecursivoÓ fundamental e irreversible. La transformaci—n de nuestra mirada, que estamos viviendo, implica pasar de la bœsqueda de certezas a la aceptaci—n de la incertidumbre, del destino fijado a la responsabilidad de la elecci—n, de las leyes de la historia a la funci—n historizante, de una œnica perspectiva privilegiada al sesgo de la mirada. En el camino nos encontramos con nosotros mismos profundamente unidos al mundo en una interacci—n compleja y multidimensional. Ese re-encuento del sujeto con su mirada ha dejado al descubierto nuestras limitaciones y nuestras posibilidades, ha elimina39

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do las garant’as tranquilizadoras y nos ha abierto las puertas al vŽrtigo de la creaci—n ÀSabremos aceptar el desaf’o?

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Nuevos paradigmas en el campo de la subjetividad11 Una de los cosas desagradables que suele suceder despuŽs de una conferencia sobre Ò nuevos paradigmasÓ es que siempre hay alguien que dice: Ò yo siempre plantee esoÓ. Sin embargo, los pensadores que hablan de Ònuevos paradigmas Ò deber’an estar locos o ser estafadores, si s—lo se tratara de lo que Òsiempre dijimosÓ. A pesar de esto, es justo reconocer que en este campo difuso que se ha dado en llamar los Ònuevos paradigmasÓ uno puede encontrar semejanzas y parecidos de familias con concepciones antiguas. Las relaciones entre la estabilidad y el cambio son complejas y multiformes. Siguiendo esta perspectiva uno puede buscar antecedentes de los Ònuevos paradigmasÓ hasta en los Pitag—ricos y a su vez afirmar que se trata de algo genuinamente novedoso. Es por eso que d‡ndome cuenta que es imposible salir de esta paradoja, he decidido disfrutar de ella y utilizarla como recurso cognitivo. CultivarŽ, entonces, la ÒantecedentitisÓ para buscar la novedad. Un tema crucial, que se relaciona con el campo de la subjetividad y las nuevas perspectivas contempor‡neas es la definici—n misma de conocimiento. La conceptualizaci—n cl‡sica podemos rastrearla hasta S—crates quien s—lo aceptaba como autŽntico conocimiento a aquellas afirmaciones que son verdaderas, pero no s—lo eso, sin que adem‡s est‡n absolutamente fundamentadas, y... como si esto fuera poco: uno deb’a creer firmemente en ellas. S—crates nos dej— este regalito, Plat—n se encarg— de difundirlo y desde entonces cargamos con Žl. Esta definici—n del conocimiento ha tenido muchos opositores empezando por los escŽpticos. En este sentido no 41

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hay duda de que algunas afirmaciones de los Ònuevos paradigmasÓ tienen claros antecedentes. Sin embargo, en la contemporaneidad, trabajamos sobre otras problem‡tica. En particular, nos enfrentamos con la pretensi—n de trazar una l’nea de demarcaci—n entre la ciencia y otros saberes, que elimina del campo del conocimiento a todo aquello que no se adapte a los dictados positivistas sobre lo que debe ser considerado ciencia. Es en ese escenario, donde subi— a escena Thomas Khun. Este f’sico, fil—sofo e historiador fue el que acu–— el tŽrmino ÒparadigmaÓ en su extraordinario texto ÒLa Estructura de las Revoluciones Cient’ficasÓ (1962). Por supuesto que su pensamiento no naci— en el vac’o, y si queremos despuntar el vicio de la ÒantecedentitisÓ podemos citar a muchos pensadores que varias dŽcadas antes que Khun, ya hab’an planteado algunas cuestiones relevantes sobre el problema del conocimiento, que pon’an en jaque las pretensiones socr‡ticas. Uno de ellos, aunque a muchos los sorprenda, fue Karl Popper, que plante— que el conocimiento, incluido el conocimiento cient’fico, era una cuesti—n de conjeturas audaces. Desgraciadamente, su audacia termin— con esa afirmaci—n. Luego de llegar a esta brillante hip—tesis, todo su trabajo se centr— en mostrar que la ciencia era un tipo de actividad superior, que contar’a con garant’as que otros modos de conocimiento no tendr’an, pues en la actividad cient’fica es posible eliminar las conjeturas falsas, de tal manera que vamos asint—ticamente a la verdad (aunque sin alcanzarla nunca). Con esta estratagema la cuesti—n de la verdad y el fundamento que hab’an salido por la puerta ... entraron nuevamente por la ventana. Todas las corrientes positivistas est‡n siempre enredadas en una perspectiva del conocimiento que supone un objeto separado en tŽrminos absolutos de mundo al que conoce 42

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desde ÒafueraÓ; y del que suponen son capaces de formarse una Òimagen o representaci—nÓ no deformada. Esta perspectiva representacionalista del conocimiento lleva en su seno, como caballo de Troya, la bomba de tiempo de la Òla verdad como correspondenciaÓ. Es decir, la idea de que el conocimiento es verdadero cuando la imagen interna es ÒfielÓ o se ÒcorrespondeÓ punto a punto con la realidad externa. Estas concepciones que se han dado en llamar ÒobjetivistasÓ, ÒrepresentacionalistasÓ o ÒpositivistasÓ y que se caracterizan porque separan radicalmente al sujeto y al objeto del conocimiento y suponen que Žste œltimo es una representaci—n objetiva del mundo externo, vienen experimentando una ca’da estrepitosa que ha llevado a profundos cambios en los planteos epistemol—gicos contempor‡neos, as’ como en las concepciones sobre el sujeto y su interacci—n con el mundo. Desde la concepci—n positivista del conocimiento y del lenguaje el objeto est‡ all’ (afuera) y es Òen siÓ; y el sujeto es un mero espejo - por eso Rorty llamo a este punto de vista ÒLa filosof’a como el espejo de la naturalezaÓ. Ahora bien, desde esta perspectiva, Àcu‡l es el rol del sujeto? Lo œnico que el sujeto puede hacer es equivocarse, arruinar, degradar, distorsionar, porque cualquier interferencia de la subjetividad, es como una mancha o una rasgadura en un espejo, que produce deformaciones en la representaci—n haciendo que sea menos isom—rfica con el mundo. La subjetividad del sujeto en la modernidad s—lo fue pensada como una fuente de error, desde Bacon en adelante. Lo parad—jico es que la Modernidad para muchos comienza cuando Descartes invent— al sujeto. Para, inmediatamente, aplastarlo. Si uno hace una recapitulaci—n rapid’sima y ÒsalvajeÓ del movimiento cartesiano 43

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que es lo que œnico que puede hacerse en el marco de una conferencia-, puede decir que a travŽs de la duda Žl lleg— a la certeza de que Òpiensa, luego existeÓ . Pero una vez que lleg— a tener esta certeza de que Òpiensa, luego existeÓ, se dio cuenta de que necesitaba restituir la realidad al mundo, porque si no ca’a en el solipsismo -y con el solipsismo se hace terrorismo verbal, pero no filosof’a-. Entonces, hab’a que devolverle alguna clase de entidad al mundo. Pero, ÀCu‡l? ÀQuŽ cosas existen, pens— Descartes? Aquellas que se pueden ver claras y distintas, se contest—. ÀY cu‡les son las cosas que se pueden ver claras y distintas? Los objetos matem‡ticos. Entonces del mundo lo que tiene entidad son los objetos o las idealizaciones matem‡ticas. Este movimiento cartesiano no hubiera tenido tanto Žxito si de alguna manera no se entronca con el desarrollo de la ciencia moderna, produciŽndose un extra–o maridaje entre el racionalismo cartesiano y el empirismo newtoniano. Newton aport— una teor’a en que los instrumentos matem‡ticos, adem‡s de permitir la contemplaci—n de las verdades ideales y maravillosas, puede unirse como lenguaje a la herramienta experimental. Siguiendo la vieja l’nea de Bacon segœn la cual el Òsaber es poderÓ, Newton introduce el lenguaje matem‡tico en un modelo experimental, ligado al mundo f‡ctico. Sin embargo, no se trata de la naturaleza Òen vivo y en directoÓ sino del domesticado mundo f‡ctico encerrado entre las reducidas paredes del laboratorio. ÀPor quŽ o para quŽ esta restricci—n, del mundo -ancho y ajeno- al laboratorio -limpio y ordenado- ? Para que el sujeto no arruine todo con su subjetividad. El mundo del laboratorio no es un Òmicro-mundoÓ, un mundo igual pero en miniatura, sino un mundo bizarro en el que s—lo algunos rasgos del universo entran en este espacio experimental. 44

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All’ hay que hacer variaciones de una en una y de a poquito, y suponer -gracias a la cl‡usula Ceteris Paribus- que todo el resto del universo no se modifica mientras estamos haciendo el experimento. El experimento, entonces, es un procedimiento repetible, estandarizado. Gracias a lo cual, no importa quiŽn que lo lleve a cabo tendr‡ siempre el mismo resultado. Sin duda, un sistema astuto para eliminar la subjetividad. Excepto...del dise–o, planificaci—n y creaci—n del tal experimento!!! Sin embargo, una vez puesta en marcha la maquinaria estandarizadora, nadie tiene Òobligaci—n de recordarÓ que no naci— en el vaci—, ni de un repollo. Y, esto es justamente lo que los positivistas hacen: aprovechar el resquicio y olvidarse del proceso creativo y s—lo tener en cuenta s—lo los dispositivos finales. El proceso de estandarizaci—n, una vez que estuvo suficientemente afiatado en toda la esfera social -capitalismo y educaci—n mediante-, se volvi— ÒnaturalÓ (con la invalorable y generosa colaboraci—n de los fil—sofos representacionalistas). La idea de que las cosas Òson as’Ó, porque siempre obtengo el mismo resultado cuando las mido con mis herramientas, y Ðadem‡s- cualquiera que lo haga llegar‡ a la misma conclusi—n, est‡ en el centro del ÒobjetivismoÓ moderno. Lo que importa no es que alguien las mide, sino que la ÒreglaÓ de la sociedad estandarizada permiti— que se las midiera, y todos nos olvidamos que hubo algœn momento en que no se las med’a de esa manera, que aœn hoy podemos inventar otras medidas, y que en cualquier caso siempre habr‡ seres humanos midiendo y mediando para producir un conocimiento que no puede ser del objeto Òen siÓ sino del mismo Òa travŽs de nosotrosÓ, pues para producirlo tiene que haber un ÒacuerdoÓ social (m‡s o menos, violento, m‡s o menos 45

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representativo, m‡s o menos expl’cito, m‡s o menos consciente). Es interesante destacar una de las primeras resoluciones que se tomaron luego de la Revoluci—n Francesa fue la poco rom‡ntica resoluci—n de crear en un ÒSistema de Pesos y MedidasÓ. (Y recordemos tambiŽn, que los ingleses nunca aceptaron ese sistema, porque no tienen la menor intenci—n de permitir que les reglamenten el campo del conocimiento). Parece ser que los campesinos no estaban tan motivados por las ideas Òlibertad, igualdad, fraternidadÓ como por las de Òuna sola ley, un sola pesa, y una sola medidaÓ El tema es, entonces, que este mundo al que se ha llamado objetivo es solamente un mundo posible, un mundo estandarizado. Un mundo en que la subjetividad ocupa un sitio degradado. En el siglo XIX, aparecieron los rom‡nticos dispuestos a remediar este mal. Para ellos la subjetividad era creatividad, genio, flama y figura; la expresi—n m‡s digna de nuestra humanidad y lucharon con bravura para hacerle lugar en esta cultura. Los rom‡nticos, mostrando al mundo su gran generosidad decidieron que los positivistas y los cient’ficos se quedaran con el mundo de la objetividad y ellos con el mundo del sentido, de la creatividad, de las artes, de la Žtica, de la estŽtica, del sentimiento, de la pasi—n -esto fue acompa–ado muy arm—nicamente por la filosof’a Kantiana-. Se trata de una decisi—n salom—nica, sin duda, pero que si bien dio lugar al sujeto lo expuls— aœn m‡s radicalmente del terreno del conocimiento. Gracias a esta postura el movimiento rom‡ntico - aparentemente contrario al positivismo -, lo que hizo fue sostener aœn m‡s al movimiento positivista; parad—jicamente, gracias a su fŽrrea oposici—n. As’ llegamos hasta principios de este siglo, donde empiezan a hacer agua ambos sistemas. Un hito del fin de 46

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siglo pasado fue la aparici—n de las geometr’as no euclidianas. En el campo de la ciencia m‡s pura de las puras, las matem‡ticas, apareci— algo francamente inesperado: lo obvio empez— a dejar de ser obvio. Uno de los cinco postulados de la geometr’a euclidiana, el que dice que por un punto exterior a una recta pasa una sola paralela, entro en jaque. Hacia el final del siglo XIX, varios investigadores aunque muchos de ellos no se atrevieron a publicar- encontraron que no era necesario aceptar ese postulado. Y a partir de esta decisi—n inventaron varias geometr’as alternativas. La reacci—n no se hizo esperar. Desde el establishment matem‡tico y positivista se oy— decir: Muy bien, se pueden ÒinventarÓ varias geometr’as, pero no son m‡s que meras ÒinvencionesÓ, juegos sin significado emp’rico. El espacio f’sico fue, es y siempre ser‡ euclidiano -y nada m‡s!!. Tanta soberbia fue apagada con la lluvia torrencial de la Teor’a de la Relatividad, para la cual el espacio f’sico no es Eucl’deo. A partir de entonces, eso que era una mera y absoluta invenci—n, un pasatiempo lœdico de los matem‡ticos, se convirti— en el fundamento de la ciencia f’sica de nuestro siglo. No son estas las œnicas espinas que lastimar’an al cuerpo positivista en el jard’n de la f’sica. El propio Einstein, sufrir’a los agudos pinchazos de nuevas perpespectivas conceptuales que no encajaban con su forma de ver el mundo. ƒl fue uno de los que sent— las bases de la Teor’a Cu‡ntica, y as’ como Descartes invent— al Sujeto y despuŽs lo aplast—, Einstein puso una de las piedras fundacionales del edificio la cu‡ntico y dedic— el resto de su vida a tratar derrumbarlo -sin Žxito, a diferencia de Descartes. À A quŽ se opuso Einstein con tanto tes—n ? Su gran enemigo fue el Principio de Incertidumbre, tambiŽn conocido como Principio de Indeterminaci—n. Estas dos denominacio47

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nes no son equivalentes , y cada una va a dar lugar a pensar los tŽrminos ÒsujetoÓ -y ÒobjetoÓ en una dimensi—n distinta. Ambas formulaciones surgen de la constataci—n de que para medir la velocidad de una part’cula, se la perturba, y por lo tanto abandona la posici—n en que estaba. Esto implica que es imposible medir al mismo tiempo la velocidad y la posici—n de una part’cula. Desde la —ptica del Principio de Incertidumbre, se trata de que lamentablemente, debido a nuestras falencias, a nuestra propia incapacidad, no podemos llegar a saber con certeza los valores de ambas variables a la vez. Pero esto se debe a que nuestros mŽtodos son siempre falibles y limitados. Ahora bien, el Principio de Indeterminaci—n, nos brinda una interpretaci—n diferente la misma situaci—n, planteando que no podemos medir porque la realidad no est‡ determinada independientemente de la medici—n. Este es algo realmente -como dir’an los fil—sofos cl‡sicos- que repugna la raz—n. Repugna a la Raz—n Moderna, aclarar’a yo (que se cre’a œnica y absoluta). ÀQuŽ quiere decir que la realidad no est‡ determinada? Aqu’ es donde entra en escena un personaje desconocido en la f’sica cl‡sica: el observador. En las interpretaci—n m‡s aceptada de la teor’a cu‡ntica el observador es parte intr’nseca de todo sistema experimental, de toda medici—n. Con la aparici—n del observador en el horizonte de la ciencia, ya no como algo externo o ajeno, sino como algo interno, aparece la necesidad de reflexi—n epistemol—gica sobre cu‡l es su el lugar. Aœn estamos muy lejos de hacer lugar a la subjetividad, que parece ser una palabra maldita, pero la fisura del sistema cl‡sico se empieza a hacer visible. La cibernŽtica de segundo orden -una perspectiva conceptual desarrollada en las œltimas dŽcadas-, va a tomar el 48

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desaf’o de pensar el sujeto al interior de la ciencia. Se preguntar‡ seria y consistentemente sobre el significado del ÒconocerÓ como actividad humana. Desde esta perspectiva, pronto se har‡ evidente el contrasentido de plantear que podemos conocer aquello con lo cual no tenemos ninguna clase de contacto. En el marco de la cibernŽtica de segundo orden conocer es una actividad humana compleja que incluye una participaci—n activa de la subjetividad entrelazada con los dispositivos culturales y materiales de que dispone una determinada cultura para relacionarse con el mundo. En la filosof’a este planteo tiene larga data. Kant dijo claramente que s—lo conocemos los fen—menos, es decir que diferenci— perfectamente el Òobjeto del conocimientoÓ del Òobjeto en siÓ, es decir, del objeto independiente de mi, que pertenece a otro ‡mbito: el del n—umeno. Este fue un paso fundamental, sin embargo la tarea qued— a mitad de camino y el sujeto se diluy— en una concepci—n universalista. El Sujeto del Conocimiento Kantiano es un Sujeto Universal, abstracto y no subjetivo, porque es un conjunto de casillas que ya est‡n predeterminadas, donde la causalidad, el espacio, el tiempo, organizan la cognici—n pero que no son subjetivas, es decir ligadas a la experiencia, la historia y el devenir de un sujeto particular, encarnado y vital. Desde esta perspectiva, Kant fundament— la objetividad en base a la actividad cognitiva de un sujeto abstracto y universal. Como vemos, los discursos positivistas, representacionalistas y objetivistas niegan la subjetividad o simplemente se despreocupan de ella, ,y en los pocos casos en que mencionan su existencia, es desde la limitaci—n absoluta, el error, la desviaci—n. Tampoco se interesan por el devenir o por la historia, ya que conciben el conocimiento como la captaci—n de alguna esencia eterna e inmutable. Estas pers49

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pectivas esencialistas y absolutistas del conocimiento est‡n hoy en plena crisis. Las nuevas perspectivas epistemol—gicas coinciden en tomar como punto de partida a la interacci—n. Es a partir de la interacci—n que se co-constituyen tanto sujeto como objeto. El Sujeto como funci—n activa de producci—n de ese Objeto particular de conocimiento y que a la vez es producido por sus interacciones con esos objetos de conocimiento que por lo general, son otros sujetos. Hemos salido del espacio cognitivo Euclideo para entrar a un doble bucle ligado, por un lado del Sujeto hacia los objetos y por otro lado del Sujeto hacia el imaginario social y la interacci—n con los otros sujetos. El sujeto no interacciona con los objetos desde una Òsubjetividad interna, absoluta e independienteÓ, como un carozo que uno tiene desde el momento en que nace. La interacci—n del sujeto humano con los objetos se da siempre en un contexto espec’fico: en una cultura, en un lenguaje, entramando en relaciones familiares cercanas, ÒancheÓ lejanas y hoy -adem‡s- ciberespaciales. Una transformaci—n epistemol—gica en cuanto a las consideraciones del campo de la objetividad, lleva a replantearse inevitablemente el campo de la subjetividad. Y en este sentido hay un punto que creo que es, crucial conversar con Uds., que es la distinci—n entre la subjetividad y esa Òflama interiorÓ del romanticismo. La subjetividad, si estamos plante‡ndolo desde un modelo b‡sicamente interaccional, no puede ser un carozo. Porque para interaccionar, y esto como definici—n de base, como postulado, tenemos que ser sistemas abiertos. Cuando decimos que todo lo s—lido se desvanece en el aire, no estamos hablando solamente de los edificios. Estamos hablando de nosotros mismos. En el mundo ÒpsiÓ, mientras se habla de Ònuevos paradigmasÓ en a la f’sica, la 50

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qu’mica, a la biolog’a, todo el mundo se muestra muy tranquilo y satisfecho. Sin embargo, cuando empezamos a pensar en que la subjetividad no como un carozo interno, o un Òaparato ps’quicoÓ estable, o como una estructura, sino como un devenir estructurante... entonces comienzan los murmullos y resquemores. Cuando planteamos la subjetividad como un devenir, somos conscientes de la necesidad de compatibilizar el cambio con una cierta estabilidad, Àc—mo pensar esas estabilizaciones relativas? Parad—jicamente la fuente de la estabilidad, tambiŽn lo es del cambio: la propia interacci—n. El imaginario social va sosteniendo y deshaciendo realidades permanentemente en distintos ritmos, y tambiŽn en relaci—n a ciertos nichos ecol—gicos donde nosotros estamos ubicados. El espacio de la modernidad es is—tropo, indiferenciado, abstracto e independiente. Los espacios en lo que se est‡ pensando actualmente no son idŽnticos en todas las direcciones, hay flujos, hay relaciones, hay interacci—n, hay nichos que se van formando, deformando, reformando y transformando. En los nuevos escenarios contempor‡neos es posible pensar espacios curvados sobre si mismos, reflexivos y complejos, a partir de los cuales se hace inteligible una nueva perspectiva de las subjetividad y de la construcci—n de los mundo humanos en un devenir constante a partir de interacciones que van conformando a la vez al sujeto y al mundo en un bucle sin fin.

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Din‡mica Vincular: territorios creados en el juego* Pero el hecho de ser dos, todo lo cambia. Y no es que la tarea se vuelva dos veces m‡s f‡cil, no: de imposible se vuelve posible RenŽ Daumal, El monte an‡logo

Los v’nculos existen s—lo cuando pueden no existir. Esta presentaci—n puede parecer parad—jica, y justamente por eso la considero un buen punto de partida, en la medida que he elegido seguir los sabios consejos de Bachelard e ir por donde la raz—n gusta de estar en peligro. Las relaciones que tenemos como necesarias, esenciales, obligatorias e irrevocables no pertenecen a lo vincular, sino que se inscriben dentro de lo identitario12. Al hacer esta aclaraci—n, ya estoy adelantando el punto de vista desde el cual quisiera que nos ubiquemos para poder pensar los v’nculos con una —ptica distinta a la que se ha privilegiado en Occidente desde la antigŸedad. Entidades y relaciones fueron pensadas como totalmente definidas, determinadas, absolutas y eternas desde los lejanos tiempos de Plat—n hasta los m‡s cercanos del Positivismo L—gico o del Estructuralismo. Sin embargo, en las œltimas dŽcadas otros paradigmas, otras perspectivas conceptuales han comenzado a crear la posibilidad de pensar de una manera diferente. El modo cl‡sico de abordar la cuesti—n nos constri–e a un mundo abstracto, a relaciones fijas, a entidades cerradas, 52

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completamente determinadas y definidas, y a leyes eternas e inmutables. Mœltiples perspectivas contempor‡neas han aceptado el desaf’o de pensar de otra forma, de abordar la complejidad, de dar cuenta de la diversidad y el cambio. En las œltimas dŽcadas ha surgido con fuerza un modo de pensar que nos permite salir del mundo plat—nico, del ÒTopos UranosÓ poblado de arquetipos eternos e ideas puras: el enfoque de la complejidad13. Se trata de encarar un pensamiento capaz de dar cuenta de la din‡mica, es decir, de una mirada que incluya al tiempo como variable interna, como expresi—n del cambio y la transformaci—n. En esta concepci—n los v’nculos no son conexiones entre entidades (objetos o sujetos) preexistentes, ni estructuras fijas e independientes, sino que losv’nculos emergen simult‡neamente con aquello que enlazan en una din‡mica de autoorganizaci—n. Se trata entonces de pasar de un œnico mundo compuesto por elementos y relaciones fijadas por las leyes de la l—gica cl‡sica a ÒmultimundosÓ donde Òunidades heterogŽneasÓ y v’nculos14 no tienen un sentido un’voco, no est‡n completamente determinados, no existen independientemente sino que emergen y co-evolucionan en una din‡mica creativa: el juego de la vida. Antes de proseguir nuestro itinerario es imprescindible hacer una advertencia: la manera en que usamos el lenguaje habitualmente trae embebida la perspectiva conceptual identitaria y tanto las corrientes del positivismo l—gico como las estructuralistas han contribuido a consolidar esta posici—n. Por lo tanto, tendremos que extremar las precauciones en nuestra presentaci—n, dado que no tenemos otro instrumento que el propio lenguaje para hacerla. Se trata entonces de generar un territorio capaz de rebasar sus propios l’mites para dar cuenta de otras posibilidades conceptuales. SeguirŽ para ello los sabios consejos de Jorge Luis 53

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Borges cuando nos dijo que Òla literatura es un juego de convenciones t‡citas. Violarlas parcial o totalmente es una de las numerosas alegr’as (una de las numerosas obligaciones), cuyos l’mites se desconocen15Ó. La tarea es tan ardua como deliciosa, y en este camino nos encontraremos muchas veces con encantadoras criaturas que ya forman parte del paisaje vital contempor‡neo, a pesar de ser totalmente indigestas para la l—gica identitaria. TŽrminos parad—jicos como ÒRealidad VirtualÓ, ÒEstructuras DisipativasÓ, ÒUnidades HeterogŽneasÓ ÒSujeto EncarnadoÓ, ÒCuerpo ColectivoÓ, ÒCaos DeterministaÓ, y ÒSistemas AutoorganizadosÓ van impregnando el imaginario social de otras posibilidades y nos desaf’an a abrir el campo del pensamiento hacia nuevas dimensiones. La perspectiva desde la que propongo pensar los v’nculos ser‡ entonces aquella que nos lleve a desachatar el mundo monol—gico16 signado por la pretensi—n identitaria. No se trata de un pensamiento ÒalternativoÓ o de una Òvisi—n complementariaÓ a la de la l—gica cl‡sica, sino m‡s bien de insuflar sentido, de ir m‡s all‡, de abrir una compuerta evolutiva que nos permita pensar multidimensionalmente. La l—gica cl‡sica nos provee de un sistema para garantizar la transmisi—n de la verdad a travŽs del razonamiento deductivo. Sin embargo, pero sus presupuestos distan mucho de ser tan ÒevidentesÓ como sus creadores y divulgadores han sostenido y perseveran en afirmar, a pesar de las mœltiples fisuras que el sistema ha mostrado, especialmente en lo que respecta a la concepci—n del lenguaje sobre la que se ha construido. El universo de las Òleyes l—gicasÓ nos presenta un mundo plano en el que se privilegia la pregunta por la verdad dando por supuesta la univocidad y plenitud del significado, es decir, suponiendo que es posible 54

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cuadricular la experiencia humana del mundo en compartimentos estancos completamente definidos e independientes unos de otros. Los desarrollos contempor‡neos nos llevan hacia otros paisajes mucho m‡s ricos y complejos en los que la pregunta por el sentido precede a la pregunta por la verdad y en los que la polisemia ha adquirido carta de ciudadan’a en una filosof’a del lenguaje que se aleja velozmente de la pretensi—n de Òclaridad y distinci—nÓ y de la bœsqueda de estructuras y leyes eternas y abstractas, para reconocer que el juego lingŸ’stico pertenece al ‡mbito m‡s amplio de las interacciones humanas en la corriente de la vida. Particularmente importantes son las l’neas de investigaci—n que se abrieron a partir de los trabajos de Wittgenstein sobre los ÒJuegos del lenguajeÓ: los trabajos de Rosh en teor’a de la categorizaci—n y los de Lakoff y Johnson en lingŸ’stica y filosof’a del lenguaje. El mundo humano est‡ embebido en el lenguaje: nuestra forma de vincularnos con el mundo y de producir conocimiento es fundamentalmente lingŸ’stica, aunque desde luego no es la œnica forma de interacci—n ni una v’a exclusiva o separada de otros v’nculos con el mundo. Lejos de las pretensiones estructuralistas17 y de los supuestos de positivismo l—gico, muchas perspectivas contempor‡neas est‡n privilegiando la pregunta por la producci—n de sentido desde una concepci—n multidimensional de la experiencia humana del mundo. Por ese motivo he considerado que resultar‡ sumamente productivo acercarnos a la problem‡tica de los v’nculos considerando simult‡neamente tanto la dimensi—n lingŸ’stica del problema como la dimensi—n interactiva m‡s general. En esta bœsqueda las paradojas lejos de presentarse como ofuscaciones del pensamiento nos dar‡n un horizonte de sentido diferente: nos mostrar‡n los l’mites insalvables de la l—gica 55

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cl‡sica y nos permitir‡n lanzarnos a otros mundos posibles. Lo que desde el punto de vista tradicional es una barrera infranqueable, un callej—n sin salida o un c’rculo vicioso, habr‡ de convertirse en una oportunidad para ampliar el paisaje cognitivo y el campo experiencial. Tomando las sabias palabras de Heinz von Foerster, podemos utilizar las paradojas Òcomo dispositivos creativos o c’rculos virtuosos18Ó. SeguirŽ el camino iniciado con los aportes de Castoriadis que cuestionan el privilegio de la l—gica conjuntista identitaria, los desarrollos en l—gicas borrosas, el enfoque de Morin sobre el pensamiento complejo y la din‡mica organizacional, las contribuciones de Atlan, Maturana y Varela sobre la autoorganizaci—n. Aquello que la l—gica identitaria asume como principios - Identidad, No Contradicci—n y Tercero Excluido Ð establecen lo que es posible para esa forma de pensar19 y tambiŽn definen aquello que queda excluido de su campo: todo lo que sea borroso, indeterminado, vago, confuso, fluido, mœltiple, irregular, cambiante, vincular, azaroso, h’brido, ambiguo, poroso, permeable. La l—gica cl‡sica (identitaria o Òconjuntista identitariaÓ como gusta llamarla Castoriadis) es una forma de pensar que se basa en la exclusi—n de la diferencia, en la afirmaci—n del ser como absolutamente determinado, en la excomuni—n del tiempo y en el establecimiento de l’mites infranqueables. Las paradojas nos muestran los bordes inexpugnables de la l—gica cl‡sica, lo que podemos lograr con ella, y lo que est‡ fuera de sus posibilidades. Es por ello que un pensamiento que se ha supuesto a s’ mismo como absoluto y total, como universal y eterno, ha luchado por desalojar esos seres molestos de mundo del conocimiento. Por suerte el intento ha sido vano, porque su expulsi—n hubiera significado el aniquilamiento del pensamiento mismo: la pureza por definici—n es estŽril. 56

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M‡s all‡ de la inmaculada concepci—n: Alcanzamos significado mediante nuestros v’nculos Connie Palmen, La amistad Para poder abrirse a un pensamiento que haga lugar a los v’nculos -entendidos en el sentido din‡mico y no como relaciones prefijadas-, a la diversidad20 y a la transformaci—n, es imprescindible un cambio de mirada cuyo punto crucial es el abandono de la perspectiva instaurada por la l—gica cl‡sica y la ÒFilosof’a de la Escisi—nÓ. Es preciso Òponer las paradojas en movimiento para que puedan aparecer nuevos planos de realidad, nuevos mundos posibles para explorar y enriquecernos21Ó. Comenzaremos esta tarea llamando la atenci—n sobre el hecho de que uno de los primeros frutos de la reflexi—n22 identitaria llev— al surgimiento de la forma de pensar dicot—mica. La filosa l—gica Parmenidea al mismo tiempo que afirmaba s—lo la existencia del ÒserÓ no pudo dejar de mencionar al Òno-serÓ. Aunque s—lo lo nombrara para negarlo, le dio consistencia y lugar en su propio discurso. Como esto resultaba intolerable, la operaci—n fue acompa–ada de otra que escindi— al universo en Òapariencia y realidadÓ iniciando un proceso infinito de producci—n de divisiones binarias. Episteme y doxa, unidad y multiplicidad, cambio y estabilidad, continuo y discontinuo, finito e infinito, sensible e inteligible, forma y materia, acto y potencia, cuerpo y mente, sujeto y objeto, son algunas de las dicotom’as que han brotado a partir de la simiente que plant— ParmŽnides y que sus disc’pulos hicieron germinar en los campos del pensamiento Occidental dando lugar la tradici—n que denominamos ÒFilosof’a de la Escisi—nÓ. S—lo podremos salir del jard’n de las bifurcaciones dico57

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t—micas si somos capaces de atravesar la compuerta de la paradoja que origin— este paisaje: la de afirmaci—n parmenidea del ÒserÓ como œnico e indivisible, es decir, no escindido. Esta unidad original sin fisuras (en griego ‡tomo, es decir, indivisible) es la condici—n de posibilidad de la infinidad de bifurcaciones, rupturas y desgarramientos que ha caracterizado a la filosof’a occidental. Si en lugar de partir de una entidad concebida como unidad pura, indivisible e impenetrable, ladrillo b‡sico de una œnica realidad (concebida como LA REALIDAD), iniciamos nuestro camino desde una no-dualidad fundante podremos construir una perspectiva que en lugar de eludir las paradojas achatando el espacio del pensamiento nos permita hacernos cargo del desaf’o que nos plantean y d‡ndonos la oportunidad de salir del c’rculo vicioso de las oposiciones dicot—micas creando un c’rculo virtuoso merced a una din‡mica creativa. Desde la perspectiva del pensamiento identitario toda entidad es eterna, est‡ absolutamente determinada y puede ser definida un’vocamente. Esto es v‡lido tanto para los elementos f’sicos, como para las palabras o los conceptos. El pensamiento no dualista, en cambio, est‡ fuertemente enraizado en el tiempo entendido como creaci—n, como producci—n de diferencias, como transformaci—n, como devenir. De esta manera subvertimos radicalmente nuestra forma usual de pensar y de hablar basada en un lenguaje y pensamiento de ÒobjetosÓ (sustantivos) dotados de existencia propia e independiente, para pasar a un juego lingŸ’stico centrado en la acci—n, en los verbos, es decir regido por una perspectiva din‡mica de transformaci—n e intercambio. Si llevamos estas nociones al campo de las relaciones humanas podemos decir que el ÒsujetoÓ no ÒesÓ sino que ÒadvieneÓ y ÒdevieneÓ en y por los intercambios 58

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sociales en los que participa y en cuyo ambiente est‡ embebido. Esto nos lleva a una concepci—n completamente distinta a la Moderna respecto del hombre. Es m‡s, si somos consecuentes implica la necesidad de dejar atr‡s el ÒSujetoÓ y comenzar a pensar en tŽrminos de producci—n de subjetividad en una din‡mica vincular23, ya que no nacemos ÒsujetosÓ llegamos a serlo a partir de juegos sociales espec’ficos24. Desde esta mirada la sociedad tampoco es una colecci—n de sujetos-individuos, ni la realizaci—n de una estructura preestablecida, sino un producto particular de la interacci—n sostenida de seres humanos que genera configuraciones relacionales dotadas de una estabilidad relativa25 y que var’an en el tiempo dando lugar a una historia que no est‡ prefigurada ni tiene un destino marcado. La sociedad emerge en un momento dado por un proceso de auto-organizaci—n y en el mismo proceso se gesta el sujeto. No hay sujeto previo ni independiente de la sociedad, no hay sociedad anterior a la interacci—n. Toda emergencia es siempre una co-emergencia: no hay dicotom’a sino no-dualidad. No todo colectivo o conjunto humano es una sociedad, s—lo tiene sentido hablar de sociedad cuando se ha dado un cierta configuraci—n, se han establecido lazos dotados de una cierta consistencia y estabilidad, se ha generado un modo comœn de producci—n de sentido, dentro de una din‡mica que tiende a generar una distinci—n entre un adentro y un afuera que se mantiene en y a partir de las interacciones. Es por eso que es posible considerar que las sociedades surgen por un proceso de autoorganizaci—n: no hay l’neas causales, no hay fuerza externas que gobiernen el proceso, sino una din‡mica que genera una configuraci—n nueva. S—lo cuando emerge la sociedad como sistema autoorganizado tiene sentido hablar de ÒpartesÓ o ÒelementosÓ Ðen este caso sujetos-. 59

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Si prestamos atenci—n a la narraci—n anterior podemos ver un peculiar devenir temporal en forma de bucle: la sociedad crea los sujetos que crean a la sociedad que los hace ser tales. Esta din‡mica es caracter’stica de todos los procesos de auto-organizaci—n. Al nacer una organizaci—n se generan bordes y l’mites, se establecen diferencias entre un adentro y un afuera, se diferencia lo propio de lo ajeno. Pero es por y a travŽs de la din‡mica que las cosas existen como tales: los l’mites no son absolutos, las propiedades no son esenciales, los destinos no son eternos: los sistemas autoorganizados nacen y viven en los intercambios, no existen antes o independientemente de los movimientos que les dan origen. Entender la din‡mica de la autoorganizaci—n implica dar cuenta de lo que Francisco Varela llam— ÒCircularidades creativasÓ, es decir, del hecho de que pensar los or’genes es adentrarse en el terreno de las paradojas y dejar atr‡s el territorio conocido. Los mapas conceptuales de la filosof’a de la escisi—n ya no resultan œtiles. Necesitamos nuevas cartograf’as, y sobre todo nuevas formas de cartografiar: debemos buscar otros instrumentos conceptuales y crear nuevas herramientas que nos permitan movernos sobre terrenos en movimiento. Cartografiando territorios fluidos: ÒDiversas aguas fluyen para los que se ba–an en los mismos r’os, Y tambiŽn las almas se evaporan en las aguasÓ Her‡clito Para comprender la din‡mica vincular autoorganizadora es preciso repensar el concepto de l’mite que hab’a sido es60

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tablecido por el pensamiento heredado segœn oposiciones insalvables entre tŽrminos completamente puros en s’ mismos y radicalmente independientes: lo propio y lo ajeno, el Yo y el Otro, adentro y afuera. Desde la mirada dicot—mica el l’mite separa dr‡sticamente un exterior y un interior, no hay comunicaci—n entre una entidad y el medio que la circunda. A estos l’mites insalvables he de llamarlos Òl’mites-limitantesÓ y son los œnicos que leg’timamente pueden entrar en los mapas cognitivos forjados por la perspectiva identitaria. Sin embargo, sabemos bien que no son la œnica clase de l’mites que somos capaces de concebir y vivenciar: las fronteras entre pa’ses son transitables, la membrana celular es permeable, la piel es porosa, el lenguaje no es un’voco. En todos estos casos el adentro y el afuera se definen y se sostienen a partir de una din‡mica de intercambios. Ya no estamos hablando de barreras insuperables, sino de la conformaci—n de una Òunidad heterogŽneaÓ como una cŽlula, un organismo, un imaginario social, que es siempre una Òorganizaci—n complejaÓ, producida en una din‡mica, que va formando l’mites que llamarŽ Òl’mites fundantesÓ. Estos l’mites no son fijos, ni r’gidos, no pertenecen al universo de lo claro y distinto: son interfaces mediadoras, sistemas de intercambio y en intercambio, se caracterizan por una permeabilidad diferencial que establece una alta interconexi—n entre un adentro y un afuera que surge y se mantiene -o transforma- en la din‡mica vincular. La unidad compleja que nace en y por la din‡mica de interacciones no es una unidad en el sentido admitido por el pensamiento identitario que s—lo acepta la homogeneidad, sino que se caracteriza justamente por su heterogeneidad, por su car‡cter h’brido, no-dual, parad—jico. ƒstas unidades26 u organizaciones complejas, como hemos menciona61

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do, surgen en la din‡mica de relaciones y su organizaci—n se mantiene y evoluciona Òa travŽs de mœltiples ligaduras con el medio, del que se nutren y al que modifican, caracteriz‡ndose por poseer una autonom’a relativa.Ó27. De esta manera lo propio no est‡ escindido de lo ajeno, por el contrario est‡n en mutua relaci—n en mœltiples dimensiones: no hay independencia absoluta, no hay escisi—n radical sino autoorganizaci—n de sistemas complejos en sus ambientes con y en los que coevolucionan. La unidad compleja logra su autonom’a en la multiplicidad de los v’nculos. Estamos ya muy lejos de pensar en una independencia o autarqu’a, la autonom’a refiere s—lo a la emergencia de una organizaci—n diferenciada que no puede explicarse a partir de las leyes de otro nivel28 pero tampoco prescindiendo de ellas. Como podemos ver, esta forma de pensar destaca la din‡mica vincular como la fuente de donde manan tanto los elementos como las relaciones de una unidad compleja que emerge en la propia din‡mica. Ni los elementos, ni las relaciones, ni la unidad existen antes o independientemente de la din‡mica que los ha parido. No hay un Òa-prioriÓ, un Òmodelo idealÓ un ÒarquetipoÓ o una ÒestructuraÓ. Lo que encontramos son configuraciones vinculares, que por cierto no son tampoco tales por si mismas, ni para s’ mismas, ni en si mismas, sino que se forman a partir de nuestra interacci—n, de nuestra forma de relacionarnos con el mundo y de producir de sentido. Pensamos esas configuraciones a partir de nuestras vivencias expresadas en el lenguaje y es por ello que para comprender a fondo esta din‡mica de producci—n de conocimiento debemos ligar las concepciones lingŸ’sticas y los modos de producci—n de sentido humano de una manera 62

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multidimensional que nos permita ÒdesachatarÓ el mundo plano de las dicotom’as. El pensamiento complejo constituye no solo una nueva forma de abordaje, sino que nos brinda ante todo una forma diferente de interrogaci—n. Los desaf’os de la contemporaneidad m‡s que dar nuevas respuestas nos platean m‡s bien el reto de generar un campo problem‡tico diferente. Al partir de una afirmaci—n de una perspectiva no-dualista, enraizada en una concepci—n din‡mica, se hace imprescindible re-pensar el Sujeto para poder verlo a la vez como producto y productor de socialidad, como nodo de un campo rico de interacciones, como agente de cambio y campo de afectaciones de las transformaciones en las que co-labora y co-evoluciona. Es m‡s, si somos consecuentes con esta perspectiva debemos buscar otras formas lingŸ’sticas - y por lo tanto otros juegos lingŸ’sticos - para Òtraer al mundoÓ estas nuevas perspectivas. Necesitamos pensar m‡s bien en una producci—n de subjetividad enraizada en la historia y el cuerpo, atravesada por la sociedad y el medioambiente cultural y natural. Un ÒSujetoÓ, entendido como algœn tipo de ÒEstructura ps’quicaÓ definida a-priori no tiene cabida en el pensamiento complejo m‡s que como una noci—n achatada, rigidificada y empobrecida debido al sometimiento a un esquema te—rico. Si los seres humanos estamos en la historia entonces no podemos inscribirnos en un sistema de leyes eternas, sino que debemos emprender una bœsqueda de sentido abierta tanto a nuestro devenir como al de las configuraciones vinculares en las que estamos embebidos, que nos conforman y a las que damos forma. Debemos para ello salir del Òcarozo identitarioÓ que encapsula al sujeto en una forma prefijada y œnica, se llame Edipo, Estructura Ps’quica, o de cualquier otra manera. El hecho de negar la existencia de una œnica historia o de una 63

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estructura invariante no nos condena al abismo del sinsentido. Muy por el contrario, nos da la oportunidad de dar cuenta de una vivencia mucho m‡s rica y multifacŽtica, de construir experiencia a partir de una diversidad de enfoques y puntos de vista. Abandonar el Òesquema formal heredadoÓ no implica dejar de pensar las formas, sino que nos reta justamente a ello, en la medida en que pensar es Òcambiar de ideas29Ó. No se trata de abonar la idea de una subjetividad amorfa, sino de salir del chaleco de fuerza de una subjetividad congelada y achatada. Pensar en tŽrminos de una din‡mica vincular nos posibilita el darnos cuenta que devenimos sujetos entramados en mœltiples configuraciones que tienen una estabilidad relativa y es a partir de ellas que tiene sentido pensar el espacio de posibilidades de transformaci—n, que ya no ser‡ abstracto sino que estar‡ ligado a la historia particular de interacciones. Es m‡s, no devenimos sujetos de una vez y para siempre sino que estaremos deviniendo mientras estemos abiertos a los intercambios. Los seres humanos no vivimos en el espacio de los mitos cl‡sicos, ni en las coordenadas de los esquemas estructurales, sino en tribus, en un grupo social determinado, instituciones sociales, en un contexto espec’fico, en un momento hist—rico atravesado por imaginarios que le son propios y respecto de los cuales habr‡ de darse el espacio de posibilidad para la producci—n de subjetividad. Es fundamental darse cuenta que desde una perspectiva vincular la dicotom’a sujeto-objeto se disuelve para dar paso a un bucle de co-producci—n de subjetividad y mundos humanos: no s—lo no entramos en un mismo r’o dos veces, como bien lo dijo Her‡clito: tambiŽn las almas se disuelven en las aguas. En la contemporaneidad, junto al ÒMito de la ObjetividadÓ est‡ cayendo tambiŽn el ÒMito de la SubjetividadÓ. Aunque tanto hoy como ayer, nos cueste 64

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mucho m‡s renunciar al segundo que al primero30. Cuando salimos de este hechizo dualista, nos enfrentamos al vŽrtigo de la complejidad, a la perplejidad que nos generan las paradojas y el largo adiestramiento en el pensamiento dicot—mico nos hace creer que si el conocimiento no es total y absoluto vamos de caer en el abismo del sinsentido. Es hora entonces que aceptemos que como bien ha afirmado Barnett Pearce Òno se puede cambiar de paradigma sin atravesar un terremotoÓ, y al mismo tiempo debemos aceptar con Kuhn que Òno se deja un paradigma para saltar al abismoÓ. Estamos pues en una encrucijada, debemos hacer lo imposible. Y esto se logra en el propio hacer, dejando atr‡s como lastre el pensamiento heredado y arriesg‡ndonos a las dificultades de explorar una Òterra inc—gnitaÓ. En estos nuevos paisajes podremos ir poniŽndonos en contacto con una subjetividad caleidosc—pica que se produce en una red compleja de interacciones, una red multidimensional (corporal, lingŸ’stica, imaginaria, afectiva, emocional, cognitiva, estŽtica, Žtica, motriz, etc.) de un ser humano con su entorno, particularmente con otras personas, en una sociedad que ha tejido una trama vincular espec’fica. Esta emergencia no es el resultado directo de una causa, sino el producto mœltiples de interacciones que constituyen su condici—n de posibilidad pero no la determinan linealmente. Es por ello que no podemos dar Ò explicaciones exhaustivas Ó, ni construir una teor’a del sujeto pero s’ podemos producir sentidos, crear orden, concebir itinerarios, crear nuevas figuraciones. Adoptar una concepci—n din‡mica, y por lo tanta emergentista significa renunciar a las ilusiones de descripci—n absoluta o explicaci—n de la historia, abandonar toda ilusi—n de acceder a una teor’a (en el sentido de modelos 65

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aprior’sticos). Esto no implica en absoluto renunciar al pensamiento, sino s—lo abdicar de los absolutos y emprender la tarea riesgosa, pero potente, y Žtica de la elucidaci—n y la producci—n de sentido contextual y responsable. La emergencia no es obra de nadie en particular, nosotros somos parte de su condici—n de posibilidad, pero no somos agentes causales de la emergencia, porque Ò nadie es responsable de una emergencia, nadie puede vanagloriarse; Žsta se produce siempre en el intersticio31 Ó. Complementando la invitaci—n inicial de Bachelard me gustar’a que la lectura de este trabajo sea un convite para pensar nuevas posibilidades de producci—n de sentido para los v’nculos y la producci—n de subjetividad, construyendo un nuevo paisaje conceptual en que el misterio no desaparezca bajo el peso de las respuestas.

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Subjetividad y Contexto Social Figuras en Mutaci—n Si el siglo XX comenz— bajo el signo de la esperanza, el XXI est‡ empezando marcado por la nostalgia, el desencanto y el desconcierto. La noci—n de progreso y la promesa de una Òaurora paradis’acaÓ actuaron en el siglo pasado como fuente energŽtica y atractores de la voluntad de acci—n humana, al mismo tiempo que funcionaban como b‡lsamo frente a las frustraciones. George Steiner en su magn’fica obra ÒNostalgia del AbsolutoÓ nos dice que en los inicios de la Modernidad Òla descomposici—n de una doctrina cristiana globalizadora hab’a dejado en desorden, o sencillamente en blanco, las percepciones esenciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral32Ó. Ese espacio vac’o fue poblado por lo que el autor denomina Òteolog’as laicasÓ, destac‡ndose entre ellas el marxismo, el psicoan‡lisis y el estructuralismo. Coincido con esta apreciaci—n de Steiner, aunque la considero en extremo restrictiva, puesto que puede pensarse al cientificismo en general como la doctrina vicaria que vino a ocupar el lugar vacante de la teolog’a (y esto s—lo parcialmente, porque la Òteolog’a religiosaÓ goza aœn hoy de muy buena salud, pese a todas las muertes anunciadas). Gracias a los Žxitos resonantes de las aplicaciones tecnol—gicas del saber cient’fico en amplios dominios del quehacer humano, al vŽrtigo producido por el vac’o de sentido sobrevino la esperanza en un nuevo amanecer. La fe depositada en los altares divinos se torn— crŽdito ilimitado hacia la ciencia. Un credo sustituy— a otro credo. La ilusi—n de que el conoci67

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miento nos dar’a las herramientas necesarias y suficientes para alumbrar un mundo cada vez mejor impregn— las pr‡cticas y las teor’as formando una corriente dominante en Occidente. La salvaci—n, otrora potestad divina, llegar’a finalmente de la mano del conocimiento. La fruta que Dios hab’a prohibido, la que caus— la Òca’daÓ del Para’so, se convirti— en la fruta que habr’a de salvarnos y llevarnos nuevamente all’ (un peque–o cambio de localidad del cielo a la tierra transforma la obra pero no su pertenencia al gŽnero Žpico con final feliz y predeterminado). Las ilusiones de salvaci—n envasadas hermŽticamente en propuestas ut—picas que anunciaban la pronta llegada del hombre nuevo a la tierra prometida del bienestar y la solidaridad universal no se han extinguido, pero est‡n hoy en pleno retroceso. Su h‡lito cansado se respira en la atm—sfera pesada y densa del desaliento, y aœn no sopla fuerte el viento que traiga nuevas esperanzas: de all’ la nostalgia de las utop’as y la confusi—n perpleja frente a una contemporaneidad que no logra desplegarse bajo la forma de un œnico futuro deseado. Ahora bien, Àes eso lo que precisamos? Àun nuevo para’so o tierra prometida? Àun proyecto hegem—nico de buenaventura garantizada?Àqueremos seguir buscando el ÒMundo FelizÓ para todos y para siempre? Seguiremos la pista de estas preguntas luego de un breve desv’o. El pensamiento de la subjetividad sigui— itinerarios afines a los que el hombre traz— en sus pr‡cticas vitales. ÀC—mo podr’a ser de otra manera?, cabe preguntarse. ÀC—mo pod’a ser ajeno a estas conmociones y emociones, a estos proyectos y sue–os, y a las pr‡cticas e instituciones que las encarnaron? Sin embargo, ese es justamente el truco del cientificismo, pretender la independencia de la teor’a respecto de los contextos vitales, de los marcos y pujas insti68

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tucionales, de las necesidades y sue–os de los hombres. Y la magia result— cre’ble gracias a un modo de producci—n de conocimientos caracterizado por el asilamiento de las comunidades profesionales, la creaci—n de lenguajes hermŽticos, la abstracci—n de las variables de su contexto, el establecimiento de protocolos narrativos que eluden sistem‡ticamente el lugar y la persona que habla, y una pedagog’a basada en ÒejemplaresÓ depurados y simplificados. Un conocimiento de esencias universales supone una mirada desde Òla perspectiva de DiosÓ, presume una inmutable divisi—n del trabajo cognitivo (a cada esencia su ciencia) y exige una l’nea de transmisi—n de los saberes en una organizaci—n jer‡rquica. Cada disciplina piensa su ciencia con independencia de las dem‡s y establece por tanto limites limitantes para su saber y sus pr‡cticas. El contexto, en lugar de ser entramado y fuente nutricia, ‡mbito de intercambio y transformaci—n mutua, territorio de fertilizaci—n cruzada, se vuelve un espacio abstracto e inerte en el campo del pensamiento y, en las pr‡cticas sociales, un ‡mbito hostil al que disciplinar. En las ciencias exactas y naturales este proceder no s—lo tuvo un Žxito rotundo sino que permiti— inventar un mundo pleno de maravillas y posibilidades: el Òuniverso mec‡nico de la modernidadÓ. Bacon fue muy expl’cito respecto del proyecto y el lugar de la ciencia al afirmar que el saber es poder. Esa potencia construy— el mundo que pretendi— explicar, lo invent— radicalmente, lo materializ— en ciudades y f‡bricas, l’neas de montaje y ascensores, bombas hidr‡ulicas y de las otras, maquinas herramienta y autom—viles. Las pretendidas leyes de la naturaleza fueron las palancas te—ricas para la construcci—n del mundo m‡s artificial del que tengamos conocimiento. Otro es el panorama si observamos el impacto que tuvo 69

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el paradigma cient’fico cl‡sico en campo del pensamiento social y humano: su triunfo signific— una verdadera mutilaci—n. Desde esa perspectiva, el escape Òteol—gicoÓ del psicoan‡lisis y el estructuralismo puede considerarse una bendici—n. Ambos eludieron la ca’da generalizada en el p‡ramo del pensamiento mecanicista en el campo humano y social, aunque no fueron inmunes totalmente, ni mucho menos. Las restricciones metodol—gicas impuestas por la corriente dominante del positivismo impidieron que se exploraran los territorios de cualidad y la transformaci—n, de la diversidad y el azar, del acontecimiento y la singularidad que hasta hoy siguen siendo una Òterra inc—gnitaÓ donde muy pocos aventureros se han atrevido a indagar. La riqueza del pensamiento psicoanal’tico en el campo de la subjetividad es tributaria de su negativa a tolerar el chaleco de fuerza de las metodolog’as en boga y aœn hoy est‡ pagando ese desprecio al saber instituido y al tribunal de la Òraz—n puraÓ. Pasado ya el siglo de su fundaci—n todav’a se escuchan las voces que reclaman la Òvuelta al redilÓ, como si Žste gozara aœn de su Žpoca de gloria, y no estuviera sufriendo un Žxodo cada d’a m‡s pronunciado hacia las tierras de la complejidad. En disonancia con estas voces he propuesto que Òno es m‡s positivismo lo que requiere el psicoan‡lisis, ni m‡s ortodoxia metodol—gica, sino todo lo contrario33Ó. ÀSignifica esto que de lo que se trata es de profundizar los aspectos Òteol—gicosÓ del pensamiento de la subjetividad? De ninguna manera: aquello que fue una ventaja en Òaltri tempiÓ se ha convertido hoy en un obst‡culo. Freud gest— el psicoan‡lisis en la Viena del 900 y no fue ajeno a las preocupaciones ni a las debilidades e inclinaciones de su tiempo, y aunque fue capaz de llevar la reflexi—n respecto de los l’mites y debilidades del sujeto racio70

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nal cartesiano m‡s lejos que ninguno de sus contempor‡neos, no pudo abandonar completamente el paisaje conceptual de la Modernidad. El padre de psicoan‡lisis no pudo dejar de escuchar el canto de las sirenas positivistas, y aunque su influjo no logr— capturarlo completamente, muchos aspectos revolucionarios de su pensamiento y su labor se entretejieron con otras hebras y motivos de su tiempo. Sus disc’pulos y continuadores, aœn cuando estuvieron en mejor posici—n para dejar atr‡s el lastre ÒcientificistaÓ con sus pretensiones ÒuniversalistasÓ, en la mayor’a de los casos llevaron aœn m‡s a fondo estas concepciones y abonaron el terreno de la creencia en una Òestructura ps’quica universalÓ (que aparece con nombres diferentes en cada perspectiva) cuyo destino est‡ signado por el juego de pulsiones en un entorno vincular despojado de toda pregnancia cultural espec’fica. Aœn las perspectivas contempor‡neas que m‡s se han alejado de las aguas de la simplicidad moderna, con su universalidad te—rica y su nostalgia de absoluto, todav’a corren el riesgo de ser atra’das por las mareas de la invariancia y la identidad. A pesar de que cada vez son m‡s evidentes las grietas de las concepciones heredadas y aunque se notan ya claramente reto–os de otros modos de pensar la subjetividad y, por lo tanto de pr‡cticas profesionales y bœsquedas institucionales novedosas, su crecimiento y desarrollo se ve fuertemente obstaculizado por trabazones metodol—gicas, concepciones congeladas o anquilosadas y pujas pol’tico-institucionales. Es por eso que me he propuesto se–alar las trabas que considero m‡s importantes en el camino de la creaci—n de un pensamiento complejo de la subjetividad, es decir de una corriente de reflexi—n y pr‡cticas capaces de dar cuenta del devernir subjetivo en los contextos vitales en los que ocurre. 71

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En primer lugar quiero destacar que el tr‡nsito hacia una perspectiva intelectual que privilegia la complejidad est‡ signado por una transformaci—n radical del sistema global de producci—n, validaci—n y circulaci—n de conocimientos. Un abordaje complejo de la complejidad implica desembarazarse de las pretensiones de mantenerla cercada, de formalizarla, de atraparla en un modelo, de constre–irla a un paradigma. La complejidad no es una meta a la que arribar sino una forma de cuestionamiento e interacci—n con el mundo. Constituye a la vez un estilo cognitivo y una pr‡ctica rigurosa que no se atiene a Òest‡ndaresÓ ni a Òmodelos a prioriÓ. No se trata de un nuevo sistema totalizante, de una teor’a omnicomprensiva, sino de un proyecto siempre vigente y siempre en evoluci—n. En suma, el primer obst‡culo para dar cuenta del devenir de la subjetividad en el contexto social est‡ dado por la Òtentaci—n teol—gicaÓ insita a toda concepci—n universalista y aprior’stica. Es decir, a la pretensi—n de encontrar una œnica Ònaturaleza humanaÓ, Òestructura ps’quica o de parentescoÓ, Òsistema familiarÓ, Òarquetipo normal o patol—gicoÓ que condene a la diversidad a ser mera c‡scara, detalle o rasgo superficial de un interior estable, de un nœcleo duro e invariante. (No est‡ dem‡s comentar que es en base a este universalismo que pudo construirse un modo de ense–anza y formaci—n profesional en el mundo ÒpsiÓ completamente colonizado respecto a las usinas de producci—n europeas y que de poco valen las protestas contra el etno-falo-logo-centrismo, en esta acepci—n completa o en cualquiera de sus variantes, mientras no nos hagamos cargo de nuestro propio lugar en la ausencia de figuras de la subjetividad que den cuenta de nuestra historia y derroteros). El segundo obst‡culo que deseo mencionar es el del pensamiento ÒidentitarioÓ. En el campo del pensamiento de la 72

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subjetividad esta dificultad es doble puesto que a la comœn adscripci—n a la l—gica cl‡sica se le suma la tenaz inercia de la creencia en una identidad personal. En nuestro contexto de Argentina post-dictadura, podr’amos arriesgarnos a decir que es triple, puesto que nos vemos obligados a luchar contra una forma particularmente perversa de ocultamiento de pertenencia vincular en el caso de los hijos de desaparecidos, que nos exige extremar la delicadeza, la profundidad y la sutileza al abordar la cuesti—n. La identidad cl‡sica se fundaba en plena determinaci—n e inmutabilidad del ÒSerÓ, lo que creaba un espacio conceptual Òclaro y distintoÓ, pero plano. El tiempo (entendido como potencia de cambio y transformaci—n, es decir como historia viva) no ten’a lugar en este mundo concebido como la Òverdadera y œnica realidadÓ. El pensamiento Moderno, se mantuvo dentro (a veces en el centro y otras en los m‡rgenes) de esta perspectiva que estall— a partir de la Segunda Guerra Mundial. La l—gica identitaria comparte hoy su trono con otras l—gicas, y la raz—n ÒpuraÓ ha tenido que hacer lugar a la Òraz—n astutaÓ para poder dar cuenta de una experiencia del mundo que ha rebasado los diques de contenci—n de la sociedad disciplinaria. Sentimos-pensamos-vivimos un mundo en plena mutaci—n y las coordenadas identitarias ya no sirven para orientarnos en Žl. Es imperioso buscar formas de acceder a un espacio cognitivo-experiencial caracterizado por las formaciones de bucles donde, por un lado, el Sujeto construye al Objeto en su interacci—n con Žl y, por otro, el propio Sujeto es construido en la interacci—n con el medioambiente natural y social. No nacemos ÒsujetosÓ sino que devenimos tales en y a travŽs del juego social. Ahora bien, todas las corrientes que desde hace dŽcadas han optado por una perspectiva vincular ha llegado 73

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de una u otra manera hasta aqu’ (y las diferencias no son menores, pero es imposible tomarlas en cuenta en este trabajo). Sin embargo, la mayor’a actœa como si este juego ocurriera en el Òcielo plat—nicoÓ y no en ‡mbitos hist—ricos-tribales-culturales espec’ficos (el Òmundo de las ideasÓ descendi— de la estratosfera pero se detuvo en el purgatorio de las Òrelaciones de parentescoÓ y de los Òinvariantes estructuralesÓ de todo tipo). Para tomar tan s—lo un ‡rea de reflexi—n hasta ahora poco concurrida es realmente notable la ausencia de investigaci—n en el Ò‡mbito psiÓ respecto de las Òtribus urbanasÓ de nuestro medio, sus tramas e intercambios, sus flujos y modificaciones, sus relaciones con los v’nculos ÒprimariosÓ y las redes sociales transversales o con la sociedad Argentina m‡s amplia. Apenas se escucha algo respecto a las determinaciones y subdeterminaciones entre distintos ‡mbitos de interacci—n social (y esto pobremente, transplantado nociones del ‡mbito de la teor’a organizacional con escasa o nula aplicaci—n y metabolizaci—n sobre el contexto espec’fico). Estas ‡reas est‡n siendo ocupadas por antrop—logos urbanos, especialistas en marketing, psic—logos sociales, investigadores en instituciones y organizaciones, trabajadores sociales, soci—logos, gestores culturales y comunitarios, polit—logos y otras razas h’bridas en expansi—n. Hasta ahora he considerado algunos de los obst‡culos conceptuales fundamentales que impiden u obstaculizan la posibilidad de pensar el devenir de la subjetividad en su contexto social espec’fico. Antes de pasar a considerar las trabas que el contexto de producci—n de conocimientos impone a la producci—n de nuevas figuras de la subjetividad, deseo destacar el hecho de que he utilizado ex profeso la f—rmula Òdevenir de la subjetividadÓ, puesto que pensar en contexto nos abre simult‡neamente la posibilidad de incor74

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porar la dimensi—n temporal y por lo tanto de crear una historia viva, de trazar un itinerario singular y a la vez compartido, en un trabajo sin final de elucidaci—n y de pr‡cticas profesionales responsables. El conocimiento, desde la perspectiva pos-positivista, no es el producto de un sujeto radicalmente separado de la naturaleza sino el resultado de la interacci—n global del hombre con el mundo al que pertenece. El mundo en el que vivimos los humanos no es un mundo abstracto, un contexto pasivo, sino nuestra propia creaci—n simb—lico-vivencial. El mundo que construimos no depende s—lo de nosotros, sino que emerge en la interacci—n multidimensional de los seres humanos con su ambiente, del que somos inseparables. Desde esta mirada, toda producci—n te—rica es el fruto de la actividad de un sujeto institucionalizado, es decir, de un sujeto perteneciente a una comunidad, que produce sentidos en funci—n de modos espec’ficos de relaci—n con y en su contexto. A su vez, estos significados se enlazan en una historia de encuentros y se organizan en narraciones que tienen formas especificadas, lenguajes estructurados, preguntas legitimadas, estilos privilegiados. Las comunidades cient’ficas de la modernidad se han organizado segœn una divisi—n disciplinaria y es en ese contexto que tenemos que considerar los l’mites y posibilidades de sus producciones y pr‡cticas. Es tan conocido, como olvidado, el hecho de que el tŽrmino disciplina tiene al menos dos significados. Uno de ellos presenta a la disciplina como ‡rea cognitiva que se ocupa de un ÒobjetoÓ espec’fico de conocimiento. De esta manera se establece una relaci—n biun’voca entre la disciplina y su objeto, el conocimiento se territorializa, es parcelado y al mismo tiempo descontextualizado, recortado y separado de la trama cultural y del espacio de pr‡cticas y problem‡ticas sociales. El otro 75

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significado del tŽrmino disciplina se relaciona con la petici—n de obediciencia-pertenencia que hacen estas comunidades a sus miembros: la de la tradici—n cognitiva que la comunidad acepta y transmite - el paradigma que le es propio, que incluye tanto los aspectos conceptuales espec’ficos como los valores y las metodolog’as-; y la que se relaciona con las reglas protocolares, es decir, los modelos comunicacionales y la estructurac’on de las relaciones de poder-saber que se da en las instituciones por las que transcurre la pr‡ctica profesional. Si tomamos en cuenta estas caracter’sticas intr’nsecas de la producci—n de conocimientos (y pr‡cticas profesionales) resulta claro que el encierro disciplinario es uno de los obst‡culos principales para el pensamiento del devenir de la subjetividad en su contexto sociocultural. Al mismo tiempo, resulta evidente que la construcci—n de ‡reas de producci—n de conocimientos, investigaci—n y pr‡cticas interdisciplinarias resulta indispensable en el camino de construir un abordaje complejo de las problem‡ticas de la subjetividad contempor‡nea. Como bien ha planteado Alicia Stolkiner: ÒLa interdisciplina nace, para ser exactos, de la incontrolable indisciplina de los problemas que se nos presentan actualmente. De la dificultad de encasillarlos. Los problemas no se presentan como objetos, sino como demandas complejas y difusas que dan lugar a pr‡cticas sociales inervadas de contradicciones, imbricadas con cuerpos conceptuales diversosÓ. La complejidad est‡ ’ntimamente ligada a esta renuncia disciplinaria, que no significa una pŽrdida gravosa, excepto para aquellos que anclan su poder en el saber instituido. Acorde con el tiempo y el contexto social en que vivimos, en las pr‡cticas profesionales necesitamos tambiŽn abandonar la seguridad de los territorios fijos para pasar a mo76

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vernos siguiendo las olas de flujos cambiantes. No s—lo tenemos que ser capaces de inventar nuevas cartograf’as, sino tambiŽn de ir m‡s all‡, y arriesgarnos a construir formas diversas de cartografiar. Pasar de los paradigmas a las figuras del pensar. Pensar la subjetividad en el contexto social implica decir adi—s al absoluto, problematizar y explorar un territorio fluido en permanente transformaci—n. Pero esta despedida no implica caer en un relativismo estŽril, sino m‡s bien hacerse cargo de la necesidad de un perspectivismo lœcido, riguroso, alerta. Como bien nos ha advertido Suely Rolnilk no debe confundirse con el nihilismo Òque coloca a la nada en el lugar del absoluto ni con la posici—n c’nica que ubica all’ al Òtodo da igualÓ 34Ó. La complejidad no debe limitarse a los productos del conocimiento sino avanzar hacia los procesos de producci—n de sentido y experiencia. Es por ello que no tiene sentido hablar de Ònueva utop’asÓ puesto que se trata m‡s bien de trocar la nostalgia teol—gica por la esperanza dial—gica. Una esperanza que no nos remite al final de los tiempos sino que se crea-expresa-renueva d’a a d’a en el di‡logo abierto con la vida y sus circunstancias. Muy lejos de los te—ricos (expertos encumbrados y candidatos al bronce), que nos proponen la salvaci—n en un para’so lejano y fabuloso. M‡s cerca del trabajo cotidiano, del esfuerzo poiŽtico que hace de cada profesional un pensador y un artista implicado afectivamente y al mismo tiempo capaz de utilizar las herramientas conceptuales y los dispositivos a su alcanze para pensar Òen situaci—nÓ. En este contexto intelectual e institucional podr‡ emerger un estilo diferente de conocer y pr‡cticas profesionales que sean capaces de dar cuenta del devenir de la subjetividad en la corriente vital en que esta ocurre. El contexto entonces dejar‡ de ser lo que Òro77

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deaÓ al sujeto, el ambiente ÒexteriorÓ. Podremos empezar a concebir un Òsujeto entramadoÓ vivo y por lo tanto en permanente inter-cambio en un medio del que se nutre y en el que participa activamente, que lo forma y al que conforma, en un linaje de transformaciones con un itinerario siempre abierto y siempre ligado a su textura vital-afectiva-cultural. Pensar la subjetividad en el contexto social es entonces una tarea insumisa e irreverente: hace caso omiso de las cotos establecidos, corroe las certezas instaladas, exige una transformaci—n de los saberes y las pr‡cticas, indisciplina las problem‡ticas y crea nuevos ‡mbitos, teje conexiones inesperadas, recorre trayectos singulares y entra–a un replanteo Žtico-pol’tico sobre los saberes profesionales y sus destinos. Pensar la subjetividad en su contexto social implica la creaci—n y expansi—n de un estilo dial—gico en la producci—n de conocimiento, en su transmisi—n y en su validaci—n. Es por lo tanto una tarea al mismo tiempo cognitiva, Žtica y pol’tica que lleva a la Òdesterritorializaci—nÓ de la subjetividad y a la creaci—n de entramados nuevos, segœn los itinerarios marcados por las pr‡cticas profesionales, las demandas sociales y la singularidad de los encuentros.

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Del reloj a la red Met‡foras para ver el mundo2 Una mirada ingenua del problema de la percepci—n nos dice que percibimos Òlo que hay en el mundoÓ. Con esto se quiere afirmar que no estamos alucinando, viendo visiones o so–ando, sino recibiendo fidedignamente informaci—n del mundo exterior. Hace ya varios siglos que la filosof’a ha comenzado a cuestionarse el problema de la relaci—n conocimiento-percepci—n. Galileo se preguntaba c—mo demostrar el movimiento de la tierra sin violentar nuestra sensaci—n de estar parados sobre un objeto en reposo. Descartes comenz— sus meditaciones cuestion‡ndose la informaci—n que le daban los sentidos. La filosof’a moderna naci— buscando el fundamento del conocimiento humano y mientras algunos autores -los racionalistas- vieron en la raz—n la fuente de toda legitimaci—n de nuestro conocer, otros -los empiristas- consideraron que s—lo la experiencia sensible (la informaci—n que recibimos a travŽs de los sentidos) podr’a llevarnos a obtener un conocimiento verdadero del mundo. La dicotom’a ÒRacionalismo vs. EmpirismoÓ lleva varios siglos de vigencia, y ha producido dos tradiciones filos—ficas radicalmente opuestas. Sin embargo, desde principios de este siglo han comenzado a delinearse varias alternativas que rechazan la polaridad raz—n-experiencia y con ella la separaci—n entre el sujeto y el objeto de conocimiento. Las novedades no provienen exclusivamente del campo de la filosof’a, ni de la epistemolog’a sino que se nutren con importantes hallazgos de la psicolog’a de la percepci—n, de la moderna neu79

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rofisiolog’a, de la cibernŽtica y de las ciencias cognitivas. Veo, veo...À QuŽ ves ? Algunos de los m‡s importantes trabajos cient’ficos sobre la percepci—n fueron realizados a fines del siglo pasado y confirmados repetidamente en las primeras dŽcadas de este siglo. Uno de los m‡s sencillos y famosos relata la experiencia realizada en el ÒHanover InstituteÓ. En ella, se le colocaron a un individuo unos anteojos con lentes inversos, de tal manera de que viera todo Òcabeza para abajoÓ. La primera reacci—n del sujeto fue de una gran confusi—n, desorientaci—n y de aguda crisis personal, pero en la medida en se acostumbraba a moverse en su Ònuevo mundoÓ, todo su campo visual se transform— (despuŽs de un per’odo de visi—n confusa), y los objetos volvieron a verse Òcabeza abajoÓ igual que antes de usar los lentes. Si en esa nueva situaci—n se le sacaban los anteojos, su visi—n se invert’a y el mundo se ve’a Òpatas para arribaÓ sin ellos; aunque, nuevamente, el per’odo de visi—n invertida s—lo duraba un tiempo y luego el individuo recuperaba su visi—n ÒnormalÓ. Se puede ver a travŽs de este experimento que el cerebro organiza la informaci—n recibida por los sentidos de manera tal que el individuo tenga un cuadro coherente, compatible con una acci—n eficaz en el mundo y que para ello utiliza la informaci—n obtenida por los otros sentidos. Este y muchos otros experimentos han llevado a los neurofisi—logos a preguntarse Àc—mo es posible que el cerebro, que s—lo recibe informaci—n en forma de impulsos elŽctricos de variada intensidad, construya la incre’blemente rica experiencia que tenemos todos los seres humanos? Heinz von Foerster, director del laboratorio de Computaci—n Biol—gica de la Universidad de Illinois y responsable del desa80

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rrollo el primer megaordenador, propone una respuesta sumamente sugestiva a esta pregunta, al explicarnos que s—lo se puede responder a esta cuesti—n si asumimos que la sensaci—n por s’ sola es insuficiente para la percepci—n. Es necesario correlacionar los cambios de la sensaci—n con la propia actividad motora, es decir con nuestros movimientos de control, giros de la cabeza, cambios de nuestra posici—n, etcŽtera. Podemos afirmar, citando las palabras de un eminente neurofisi—logo, que Òvemos con nuestras piernasÓ. Un œltimo experimento nos permitir‡ conocer otra caracter’stica desconcertante de nuestro sistema visual y nos abrir‡ la puerta para el an‡lisis de la percepci—n como un fen—meno multidimensional. Se trata del estudio sobre el Òpunto ciego visualÓ. Este experimento muestra que en todo momento hay cierta parte de nuestro campo visual que nos es invisible. Sin embargo, nadie anda por el mundo, con un ÒagujeroÓ en su percepci—n visual, debido que el cerebro Ò rellena Ò la informaci—n faltante, de manera de producir una imagen completa. Gracias a esta prueba podemos darnos cuenta de que Òsomos ciegos a nuestra ceguera Ò (o que somos incapaces de ver que Ò no vemos Ò). Una mirada multidimensional del fen—meno de la visi—n: El ÒverÓ es un fen—meno complejo que excede largamente a los estudios de —ptica f’sica; es decir que la visi—n humana es un proceso que s—lo puede explicarse superficialmente con la met‡fora de la c‡mara fotogr‡fica. Y esto s—lo tomando en cuenta interpretaciones neurofisiol—gicas como las comentadas hasta aqu’. El ejemplo del ÒCubo de Necker Ò puede ayudarnos a aclarar y profundizar nuestro 81

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an‡lisis. Se trata de un cubo dibujado de tal manera que al observarlo algunas personas ven un cubo en perspectiva visto desde abajo; mientras que otros ven un cubo pero visto desde arriba, y muchas personas pueden alternar entre ambas perspectivas. Ahora bien, todos hemos tenido todo el tiempo la misma impresi—n sobre nuestra retina, sin embargo hemos tenido diferentes experiencias visuales. Si queremos pensar el fen—meno de la percepci—n ligado a los procesos de conocimiento, la situaci—n se complica mucho m‡s aœn. Ante la pregunta ÀquŽ vemos cuando estamos frente a un Òcubo de NeckerÓ? Muchas personas se sentir‡n satisfechas con la respuesta: ÒVeo un cuboÓ y creer‡n que todos han tenido la misma experiencia visual; en cambio, si la pregunta hubiese sido ÀquŽ vemos y en quŽ perspectiva? obtendremos grupos de personas que nos dan distintas respuestas. Podemos sacar varias conclusiones importantes de estos experimentos: lo que vemos (en tanto experiencia visual humana) depende de la perspectiva en que estamos mirando y resultar’a absurdo decir que hay una perspectiva privilegiada; tanto como discutir si lo que hay ÒrealmenteÓ una joven o una vieja en la figura frente a la cual somos capaces de tener ambas experiencias visuales. M‡s aœn, no tenemos que olvidar que esa experiencia ha sido traducida al lenguaje y que lo que decimos que vemos resulta influido no s—lo por la informaci—n recibida sino por nuestra capacidad para nombrarla. A su vez, lo que somos capaces de ver est‡ en relaci—n con nuestra experiencia previa, tanto visual como lingŸ’stica. Frente a im‡genes m‡s complejas, tendremos que tener en cuenta no s—lo que estamos viendo las cosas desde cierta perspectiva, sino tambiŽn que filtramos la informaci—n visual al focalizar la atenci—n en ciertas cosas, que nuestros conocimientos previos sobre 82

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ÒquŽ debemos ver all’Ó guiar‡n en buena parte el proceso perceptivo y que aquello que hemos visto s—lo podr‡ formar parte de un conocimiento pœblico a travŽs del lenguaje. Aquellos que hayan trabajado con microscopios, o quienes desean aprender a ver una radiograf’a o una ecograf’a, saben de la gran dificultad y del complejo proceso que permite a un hombre llegar a ver Ò lo que segœn sus maestros debe ver Ò. La met‡fora: un anteojo cognitivo Hemos visto c—mo percepci—n y conocimiento se realimentan mutuamente y hemos empezado a considerar el rol del lenguaje en estos procesos. A medida que nos vamos separando de la concepci—n ingenua, que plantea que el proceso cognitivo es pasivo, a la manera de un espejo que refleja la imagen de un objeto independiente de Žl, se abren ante nosotros muchas dimensiones de an‡lisis y diversas disciplinas que las han abordado (neurofisiolog’a, psicolog’a cognitiva, cibernŽtica, entre otras). La epistemolog’a tambiŽn ha focalizado su interŽs en este proceso. Varios autores, entre los que se destacan: N. Russell Hanson, T. S. Kuhn, von Foerster, G. Bateson, P. Feyerabend, y Polanyi, desde distintas perspectivas de la tradici—n anglosajona y M. Foucault, M. Serres, E. Morin desde el pensamiento francŽs, han coincidido en destacar la mutidimensionalidad del fen—meno perceptivo-cognitivo y la imprescindible e inevitable influencia del lenguaje en el proceso. El tŽrmino met‡fora ha sido utilizado por distintos autores de diferentes maneras, pero aqu’ lo utilizaremos pens‡ndolo como un dispositivo gu’a de un proceso cognitivoperceptual (ya que desde nuestra perspectiva la experiencia perceptual es ya una experiencia cognitiva en los huma83

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nos). Veamos por ejemplo las met‡foras m‡s famosas de la f’sica cl‡sica: el universo como una mesa de billar infinita donde todo lo que ocurre puede explicarse en tŽrminos de trayectorias de las bolas de billar (part’culas elementales); o el Universo reloj, mec‡nico, perfecto, eterno, y predecible. Estas met‡foras est‡n estrechamente ligadas a la concepci—n anal’tica del conocimiento, que busca una unidad elemental que explique el comportamiento de un todo mayor a partir de las propiedades de sus unidades componentes. Siguiendo con la met‡fora del reloj, podemos decir que el mecanismo puede ser desmontado y estudiado pieza por pieza y que su funcionamiento puede ser explicado por el de sus partes componentes, que no se transforman en ningœn momento. As’ la qu’mica intent— explicar el comportamiento de las sustancias complejas a partir de sus componentes m‡s simples; y la biolog’a intent— explicar las funciones del organismo a partir de unidades cada vez m‡s peque–as: —rganos, tejidos, cŽlulas; la medicina dividi— la Òmaquina humanaÓ en decenas de especialidades que se ocupaban cada una de su ÒcomponenteÓ correspondiente. La psicolog’a conductista pretendi— explicar la conducta como una relaci—n lineal est’mulo respuesta. La sociolog’a mecanicista abordaba el an‡lisis de la sociedad como resultante de la sumatoria de las acciones de los individuos aislados, y el an‡lisis positivista del lenguaje se basaba en considerar a la palabra como portadora Òper seÓ de los significados (atomismo lingŸ’stico). Las met‡foras de Universo Billar o del Universo Reloj, adem‡s de su ligaz—n genŽtica y estructural con el mŽtodo anal’tico tienen varios supuestos subyacentes m‡s. Entre ellos debemos destacar dos: a) que las relaciones entre los elementos no pueden ser transformadoras. Esto quiere de84

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cir que la part’cula elemental no cambia, es estable, eterna e igual a si misma; lo que implica que en las relaciones mec‡nicas el todo siempre es igual a la suma de las partes: no hay interacciones facilitadoras, ni inhibidoras, s—lo transmisi—n y equivalencia. b) El sistema mec‡nico s—lo se ve afectado por el cambio de unas pocas variables mientras el resto del universo se considera que permanece constante y no lo afecta. Las met‡foras cl‡sicas permitieron a la humanidad desarrollos magn’ficos en los campos de la f’sica, la astronom’a, la ingenier’a mec‡nica y muchas otras ciencias. Favorecieron la producci—n de variadas tecnolog’as para las m‡s diversas industrias y actividades humanas. No s—lo tecnolog’as ÒdurasÓ (m‡quinas, herramientas, aparatos, etcŽtera.) sino tambiŽn Òtecnolog’as socialesÓ: una concepci—n del individuo y de las relaciones sociales basada en una concepci—n individualista, fundamentada en un sujeto provisto de voluntad y conocimiento, independiente de los otros sujetos y de la naturaleza: el ‡tomo humano, el individuo (indivisible). Las met‡foras cl‡sicas tienen dos inconvenientes fundamentales. El primero es que conciben al conocimiento como una operaci—n en la cual un sujeto refleja un mundo independiente. El sujeto que conoce puede desconectarse de si mismo para acceder al estado de espejo perfecto del universo (a travŽs de la incre’ble propiedad para un sujeto de ser objetivo), y el universo as’ descripto lo incluye todo menos al propio sujeto. El segundo problema es que al no tomar en cuenta que un observador mira siempre desde una determinada perspectiva, y observa s—lo lo que es visible desde ella, da lugar a la creencia de que es posible para el hombre un conocimiento universal y absoluto ( Kant cre’a que en su Žpoca el conocimiento humano del mundo f’sico 85

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estaba pr‡cticamente completo). La concepci—n cl‡sica tomaba a la separaci—n radical sujeto-objeto como una verdad incuestionable y no como una perspectiva particular, entre otras muchas posibles. Usando la met‡fora que nos provee el experimento del punto ciego podemos decir que las visiones del mundo producto de las met‡foras cl‡sicas eran Òciegas a su propia cegueraÓ. Nuevas lentes para un nuevo mundo: Trescientos a–os despuŽs de la gran s’ntesis newtoniana, los f’sicos desalentados por el fracaso en la bœsqueda de una part’cula elemental, han comenzado a utilizar otras met‡foras, concebir otros modelos, m‡s complejos, ricos y extra–os. El mundo Òde los ladrillitos elementalesÓ se desmoron— estrepitosamente al sonido de las trompetas cu‡nticas. La part’cula elemental, soporte de s’ misma y en s’ misma de todo el universo, fundamento œltimo y meta del conocimiento se ha ido evaporando con el correr del siglo XX. En f’sica el ‡tomo indestructible, impenetrable, independiente, sede de una identidad que se define s—lo con relaci—n a s’ misma y que se conserva en toda interacci—n, ha sido reemplazado por un Òpatr—n de interaccionesÓ de diversas entidades que no son independientes entre s’. El Principio de Indeterminaci—n de Heisemberg ha dado tŽrmino a los sue–os deterministas de un conocimiento completo y una predicci—n absoluta de los sucesos f’sicos y, a la vez, ha cuestionado la sacrosanta Òindependencia del observadorÓ respecto del sistema observado. Todo el universo f’sico es visto como una inmensa Òred en interacci—nÓ, donde nada puede definirse de manera absolutamente independiente y en el que se ense–orea el Òefecto mariposaÓ, que dice que cuando una mariposa aletea en el Mar de la 86

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China puede provocar un tornado en New York. La concepci—n de la part’cula y por lo tanto de la materia, se ha transformado al punto de que podemos decir que se ha desmaterializado para llevarnos desde una concepci—n est‡tica (la bola de billar) a una descripci—n din‡mica que nos habla de una red o patr—n de interacciones. Pero la transformaci—n conceptual que viene de la mano de una nueva met‡fora como la del universo como red o entramado de relaciones (y los individuos como nodos de esa red) excede largamente a la transformaci—n de la imagen del mundo propuesta por la f’sica. La lingŸ’stica tambiŽn ha recorrido un largo camino en este siglo, dejando muy atr‡s las concepciones atomistas y la met‡fora del lenguaje como Òespejo Ò de la realidad. Ya desde Saussure en adelante se concibe al lenguaje en su doble aspecto de social (lengua) con expresi—n individual (habla), hasta llegar en la actualidad a una multiplicidad de concepciones que han abandonado a la palabra part’cula elemental del lenguaje para presentarnos una concepci—n en red multidimensional de los fen—menos lingŸ’sticos. En el ‡mbito de la sociolog’a, no ha sido menos dram‡tica la transformaci—n de la concepci—n de la organizaci—n social. Desde una concepci—n mec‡nica, con interacciones r’gidas propias de la met‡fora ÒpiramidalÓ de organizaci—n estamos asistiendo a la legitimaci—n de otras formas de concebir lo social: las redes y las organizaciones Òheter‡rquicasÓ. Nuevamente von Foerster nos provee de un maravilloso ejemplo para diferenciar la concepci—n jer‡rquica -donde s—lo gobierna el Ò Jefe Supremo Ò- y la l’nea de mando va œnicamente de arriba hacia abajo, del modelo heter‡rquico -donde el poder circula. Como ejemplo del ÒPrincipio de Mando PotencialÓ, del Neurofisi—logo Warren McCulloch, por el cual la informaci—n es la que cons87

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tituye la autoridad, ambos autores sol’an narrar el episodio de la Batalla de las Islas Midway. En esa contienda la flota japonesa estuvo a punto de destruir a la estadounidense. En verdad el barco insignia estadounidense fue hundido en los primeros minutos, y su flota fue abandonada a su propia organizaci—n, yendo de una jerarqu’a a una heterarqu’a. Lo que pas— entonces fue que el encargado de cada barco, grande o peque–o, tomaba el comando de toda la flota cuando se daba cuenta de que, dada su posici—n en ese momento, sab’a mejor lo que iba a hacer. Como todos sabemos, el resultado fue la destrucci—n de la flota japonesa. Este principio de mando potencial no s—lo ha dado grandes resultados en la estrategia militar (muchos analistas bŽlicos le atribuyen la enorme ventaja norteamericana en la guerra del Golfo, a esta concepci—n del mando frente a la verticalidad extrema de Saddam), sino que ha guiado buena parte de la investigaci—n en redes neuronales, una de los proyectos cient’ficos m‡s importantes de fin de siglo. Mucho m‡s conocidas que la teor’a organizacional o la investigaci—n neurofisiol—gica de punta, son las redes inform‡ticas, que sustituyeron en buena parte a las gigantes computadoras que centralizaban toda la informaci—n por una red donde la misma Žsta distribuida y es m‡s r‡pida y eficientemente accesible. La met‡fora de la red, tiene muchas instancias donde podemos verla. Algunas son m‡s claras y evidentes, otras m‡s difusas, potenciales o virtuales. Toda empresa por ejemplo, tiene un organigrama que se supone representa su estructura organizacional, sin embargo todos los que han trabajado en instituciones saben que existe un entramado de relaciones que excede y se diferencia enormemente de Ò organigrama Ò. Las teor’as cl‡sicas no pod’an dar cuenta de esta red de relaciones informales porque no 88

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pod’an ÒverlasÓ. Y no las ve’a porque no contaba con un sistema conceptual que les permitiera visualizarlas. Todav’a hoy tenemos grandes dificultades para legitimar el punto de vista implicado en la met‡fora de la red, tanto en el ‡mbito de las organizaciones propiamente dichas como de la sociedad en su conjunto. La mayor’a de las personas siguen pens‡ndose como individuos aislados (part’culas elementales) y no como parte de mœltiples redes de interacciones: familiares, de amistad, laborales, recreativas ( ser miembros de un club), pol’ticas (formales: ser miembros de un partido, informales: ser votantes, simpatizantes de una organizaci—n), culturales ( haber pertenecido o participar actualmente de una instituci—n cultural o educativa ), informativas (ser lectores o escritores o productores en o de un medio de comunicaci—n). Todos participamos de distintas redes, y Žstas no son sino organizaciones de interacciones, cuyos nodos pueden ser lo que habitualmente llamamos personas, part’culas, informaci—n, pero que ahora no concebimos de forma independiente sino como nudos o puntos de intersecci—n de esa trama de interacciones. Algunas redes pueden ser semi-r’gidas, puede ir burocratiz‡ndose y terminar en una organizaci—n jer‡rquica. Otras mantendr‡n su car‡cter fluido, variable, cambiante y sin embargo, como los r’os, seguir‡n manteniendo su identidad. El aprender a ÒverÓ redes de interacci—n puede implicar una gran transformaci—n en nuestra vida personal y social. La met‡fora es m‡s apta para reflexionar sobre nuestra propia participaci—n en el proceso cognitivo, pasando de observadores neutrales a seres participantes, siempre somos parte de una red y miramos desde un lugar, por lo tanto nuestra visi—n nunca puede ser completa ni nuestras teor’as definitivas. 89

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Promover la met‡fora de la red no implica menospreciar los aportes de otras perspectivas, incluida la del mundo reloj que nos acompa–o por tantos siglos, sino comprender que es absurdo pensar en una mirada absoluta, que los conceptos en los que se basaba la imagen del mundo de la Modernidad ya no son eficaces. Los fen—menos y situaciones permanente e inmutables no son el punto de atenci—n en la actualidad: son las organizaciones, las crisis y las inestabilidades los temas que est‡n a la orden del d’a. En este siglo se han ido presentando muchos otros modelos y met‡foras adem‡s del de redes: los modelos del Caos, de estructuras disipativas, de las cat‡strofes, de fractales, de retroalimentaci—n, etc. No tenemos motivos para pensar en que la met‡fora de la Modernidad, que era œnica porque conceb’a una sola forma del ver el mundo, vaya a ser reemplazada por uno de los modelos propuestos. Por el contrario, para quienes aceptan la legitimidad de diversas miradas, ser‡ posible la convivencia de mœltiples met‡foras para pensar un mundo nuevo.

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ÀOfertas identitarias de fin de siglo?35 Reportaje a Suely Rolnik Mario Lewin Denise Najmanovich Suely Rolnik es psicoanalista brasile–a, Profesora Titular de la Pontifica Universidad Cat—lica de San Pablo, coordina all’ el Nœcleo de Estudios e Investigaci—n de la Subjetividad. Es co-autora, con FŽlix Guattari, del libro Micropol’tica, Cartograf’as del Deseo y ha publicado, en su pa’s y en el exterior diversos t’tulos entre los que se destacan Cartograf’a Sentimental y Subjetividad, Etica y Cultura en las Pr‡cticas Cl’nicas. En su paso por Buenos Aires, invitada por el Dr. Hern‡n Kesselman, ha dictado varios seminarios y mantuvo esta entrevista exclusiva con P‡gina/12.

P_Lic. Rolnik usted ha venido a la argentina a dictar una serie de seminarios. Entre ellos ha despertado gran interŽs su propuesta respecto a poder pensar sobre la ÒGuerra de los GŽneros y Guerra a los GŽnerosÓ. ÀCu‡l es su posici—n en relaci—n a estos enfrentamientos entre gŽneros y al gŽnero como categor’a ? La guerra de los gŽneros es una realidad, es un hecho que tiene su raz—n de ser. Las mujeres no tienen las mismas posibilidades de desarrollo social que los hombres y por eso tienen que juntarse y pelear para conquistar condiciones de igualdad. Entonces, sobre eso no hay nada especial que agregar, es incontestable. Sin embargo, si examinamos la cuesti—n de la guerra de los gŽneros desde otra perspectiva, 91

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la cuesti—n se complica y ah’ s’ hay muchas cosas que considerar. Si analizamos la cuesti—n del gŽnero en el ‡mbito del pensamiento de la subjetividad podremos ver que reducir la subjetividad en torno a la idea de gŽnero tiene implicaciones que no son tan progresistas como la lucha por la igualdad de derechos. Para poder seguir avanzando necesito explicar primero c—mo entiendo subjetividad, para luego ubicar en ese marco el concepto de gŽnero. Pienso que en la contemporaneidad necesitamos replantear te—ricamente la noci—n de subjetividad, al mismo tiempo que somos presionados a vivirla de maneras distintas. La modernidad nos habitu— a pensar la subjetividad s—lo a travŽs de las formas en las cuales se expresa o se presenta: a travŽs de la forma en que uno se viste, se relaciona, ama, tiene relaciones sexuales, vive, trabaja, arregla su casa. Ese conjunto de formas definir’an un perfil de la subjetividad, a travŽs del cual las personas se reconocen y son reconocidas por los otros. Sin embargo, al mismo tiempo existe otra dimensi—n de la subjetividad igualmente material y real, nada esotŽrica o imaginaria. Esa otra dimensi—n es aquella donde cada subjetividad vive inmersa en un entramado de universos espec’ficos: pol’ticos, culturales, sexuales, etc. Esos universos existen en la subjetividad bajo la forma de sensaciones. Claro que tambiŽn tienen sus representaciones, contenidos, significaciones, pero ellos existen fundamentalmente bajo la forma de sensaciones. Cada sensaci—n de un universo se relaciona con las sensaciones de los otros universos que tambiŽn pueblan la subjetividad. Esos universos cambian a lo largo de la existencia, algunos quedan, otros desaparecen, otros se integran, y cuando eso sucede, cuando se integra un nuevo universo, lo hace a travŽs de las sensaciones que se relacionan con 92

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las que ya estaban ah’. En esta relaci—n se produce una composici—n de relaciones donde va a cambiar la fuerza y la intensidad de cada sensaci—n, y se van produciendo nuevos estados sensibles que tambien van ir cambiando. En la medida en que cambia la fuerza de cada sensaci—n, se va modific ando tambiŽn el estado general sensible de la subjetividad. Este proceso es ineludible. No hay c—mo no vivirlo, en la medida que uno est‡ vivo. Ese proceso se produce incesantemente, hasta que llegado un umbral de cambio de ese estado sensible, empieza a despegarse de las figuras a travŽs de las cuales esa persona se reconoce, y es reconocida. La persona se siente totalmente extra–a porque hay una inadecuaci—n total entre su realidad sensible y su realidad expresiva. Esa inadecuaci—n produce malestar, incomodidad, angustia, inquietud, es como si uno estuviera sin casa, sin lugar. Ese malestar presiona a recrearse, a crear nuevas zonas de existencia, nuevas formas de relacionarse En la contemporaneidad, el proceso se ha intensificado much’simo. La cantidad y la variabilidad de universos que habitan cada subjetividad es hoy mucho mayor que hace dos siglos. Hacia 1700, por ejemplo, los universos que habitaban la subjetividad eran b‡sicamente locales. Hoy una subjetividad es habitada por universos de toda clase, de todas partes del planeta, no importa en quŽ punto de Žl uno se encuentre; en el œltimo siglo se ha producido una gran proliferaci—n y variaci—n. Como las im‡genes arquitect—nicas que tenemos de las ciudades, tambiŽn los universos que pueblan la subjetividad se han densificado. Eso hace que se tornen m‡s presentes esas sensaciones de extra–amiento por las que estamos atravesando. Una persona est‡ muy bien y de un segundo para otro, de repente, est‡ totalmente trastornada y no sabe por quŽ. No parece 93

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haber nada objetivo. Nada ha cambiado. Sin embargo, algo pas— de un umbral y cambi— todo; a tal punto, que nada m‡s tiene sentido. Las maneras que uno tiene de reaccionar a esta situaci—n, de vivirla, son innumerables. La m‡s comœn tiene que ver con el hecho de que nuestra forma de pensar la subjetividad la heredamos de otro momento hist—rico, de la modernidad. Desde esa perspectiva, la subjetividad se organiza en torno a una representaci—n de s’ a la que se llama identidad, porque se piensa igual a s’ misma. Ahora bien, es imposible pensarse como iguales a s’ mismos porque al mismo tiempo que somos una figura tambien somos todo ese movimiento, esa agitaci—n, esa intensidad que desarma las figuras. No hay una coincidencia posible con uno mismo. Por lo tanto, no se puede seguir pensando en tŽrminos de identidad. Sin embargo, nosotros hemos sido formados para pensarnos en tŽrminos identitarios. Es por eso que vivimos esos extra–amientos de forma tan intensa . Una sola existencia no es suficiente para vivir un cambio tan acentuado y hace que uno se sienta tan extra–ado casi todos los d’as, y a veces varias veces por d’a. Si tenemos como referencia para la organizacion de la subjetividad ese viejo rŽgimen identitario, entonces vivimos esas experiencias de extra–amiento como si algo nos faltara para estar completos, bien y estables en una identidad. Esa falta puede traducirse como una sensaci—n de incompetencia, de falta de inteligencia, de fracaso, de patolog’a, o locura. Toda esa situaci—n es vivida con culpa justamente porque tomamos como referencia el modelo identitario. Desde esa mirada, no sentirse integrado es vivido como falla, y por lo tanto con culpa. Si uno lo interpreta as’, adem‡s del extra–amiento, uno es atrapado por la angustia de la culpa, y 94

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de la falta y del error, que es mucho m‡s nefasta para la subjetividad que el extra–amiento mismo. La forma que cada persona tendr‡ para reorganizarse, tiene que ver con buscar entre las representaciones disponibles alguna alrededor de las cual pueda rearmarse. La mayor’a de las personas har‡ todo lo posible para anestesiar los universos de las sensaciones y para poder sostener una ilusi—n identitaria. P_ ÀDesde su perspectiva el ÒgŽneroÓ puede ser una de esas figuras diponibles para aplacar el temblor indentitario? La pregunta por el lugar de la mujer, es una pregunta de doble filo. Puede llegar a ser una trampa. Es muy distinto a preguntarse quiŽn soy yo a cada momento, y dentro de las cosas que soy, incluir el ser mujer. Por eso antes de responder a la pregunta por los gŽneros es importante ver m‡s a fondo lo que nos pasa en el campo de la subjetividad. Como ven’a planteando, la subjetividad est‡ tomada por una serie de universos, y por lo tanto lanzada en esta situaci—n de extra–amiento. Eso pasa no s—lo porque somos habitados por una infinitud de universos, sino tambiŽn por la propia l—gica del capital que necesita crear todo el tiempo nuevas —rbitas de mercado y deshacer otras. Con cada —rbita que se deshace, un modo de subjetivaci—n se deshace al mismo tiempo. Toda una figura de la subjetividad, todo un modo de ser, se deshace junto con cada —rbita de mercado. Esto lleva a la mayor parte de las personas a querer ubicarse en la Òœltima nueva —rbitaÓ que se est‡ organizando. Entre otras cosas, por temor a quedar Òfuera de —rbitaÓ. Alguien que siente una gran agitaci—n de sus estados sensibles, que siente que ya no tiene m‡s que ver con lo que era, que sus figuras de representaci—n no le hacen m‡s sen95

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tido, tender‡ a reorganizarse a partir de kits de figuras para ubicarse en el mercado. Utilizar‡, por ejemplo, libros de autoayuda, que le producen la ilusi—n que se puede llegar al equilibrio, eliminar el malestar, y le permitir‡n sostener la ilusi—n de identidad. Si es un yuppie, buscar‡ un kit con algo de psiconeurolingu’stica; para sectores de menos recursos pueden conseguirse estampitas con ‡ngeles. En la contemporaneidad estamos obligados a tener una gran flexibilidad para el cambio, y una apertura para la novedad: nuevos objetos, nuevos paradigmas, nuevas tecnolog’as. Sin embargo, eso no implica que uno conquiste una tolerancia hacia lo extra–o. Tanto por la cantidad enorme de universos, como por la propia l—gica del capital, las figuras se deshacen muy r‡pidamente, pero en vez de abrir una posibilidad de creaci—n individual y colectiva interesante uno interpreta la experiencia , desde un lugar identitario, como que algo le falla y siente la necesidad de reorganizarse gracias a los nuevos Òkits de identidad pret a porterÓ, en vez de inventar nuevos modos de existencia por los que la vida pueda expandirse creativamente. P_ En su exposici—n resulta muy interesante que esta disposici—n y flexibilidad para el cambio no incluya una mayor tolerancia y aceptaci—n de la diferencia Àc—mo lo explica? Una postura habitual frente a esta situaci—n que he descripto, es tomar acr’ticamente a los kits , a esas identidades pret a porter, globalizadas, flexibles. Porque otra caracter’stica de nuestra Žpoca es que las identidades locales se pulverizan, pero la tendencia es ocupar r‡pidamente su lugar con identidades globalizadas, que sirven para los chinos, los portugueses, etc. Lo que no cambia es que sigue habiendo una referencia identitaria, una bœsqueda de coin96

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cidencia con uno mismo, un intento de organizar la subjetividad a partir de algo ya dado (por el mercado globalizado). Los yuppies corriendo detr‡s de la identidad m‡s ÒinÓ, son un buen ejemplo de esta posici—n acr’tica . En el campo cr’tico hay varias posiciones. Una contrapone a las identidades globalizadas flexibles la defensa de identidades locales. Los que eligen esa posici—n creen que lo que est‡ mal es la cuesti—n de la globalizaci—n, y plantean que hay que defender nuestra vieja y buena identidad nacional, religiosa, geogr‡fica. En este lugar se ubica la cuesti—n de gŽnero. Ya he dicho que la legitimadad de la lucha por la igualdad de derechos de las mujeres no se discute. Sin embargo, desde el punto de vista de los procesos subjetivos, reivindicar el gŽnero puede funcionar como una actitud defensiva contra esa sensaci—n de extra–amiento, y por lo tanto contra la procesualidad. Desde esta peculiar mirada es que el tema de gŽnero puede ser visto como otro modo de la cuesti—n de la adicci—n al rŽgimen de identidad. Frente al tembladeral de la identidad muchas personas se reorganizan alrededor de la cuesti—n de gŽnero. Yo me pregunto ÀQuŽ es LA mujer? ÁQuŽ se yo quŽ es LA mujer! Cada una de nosotras es habitada por infinidad de universos adem‡s del flujo de femineidad . Hay muchas composiciones, muchas singularidades, en cada una de nosotras, as’ que es muy dif’cil -sino imposible- hablar de ÒLA mujerÓ. P_ÀPodr’a explicarnos con mayor detalle a quŽ se refiere cuando habla de una adicci—n a la identidad? Nuestra sociedad continœa funcionando con la referencia identitaria para organizar la subjetividad, entonces lo que hacemos cuando funcionamos con esa referencia es buscar representaciones , figuraciones, a travŽs de las cuales nos podemos reorganizar . Como Žste es el modelo predominante, aparece como una especie de toxicoman’a o adic97

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ci—n a la identidad. En el paquete de adicci—n de identidad hay montones de drogas que funcionan en el mercado para producir y sostener esa ilusi—n: los libros de autoayuda, las terapias que prometen eliminar el malestar como la neurolingŸ’stica, que es un conductismo de œltima generaci—n; las drogas Òpropiamente dichasÓ como la coca’na que da la ilusi—n de poder estar a una velocidad compatible con la que produce el mercado, como si eso resolviera las cosas. TambiŽn podemos mencionar a las drogas de la industria farmacol—gica que utiliza la psiquiatr’a biol—gica, -y aclaro que no tengo nada contra los remedios psiqui‡tricos, al contrario, bienvenidas sean las conquistas de la farmacolog’a- lo que no comparto es la forma en que la psiquiatr’a biol—gica entiende al malestar contempor‡neo, a esas turbulencias, que para ellos son nada m‡s que disfunciones hormonales y neurol—gicas, y que los lleva a pensar que la medicaci—n es una panacea. Hay muchos otros productos que generan adicci—n, por ejemplo el uso predominante de muchos Òmedios de comunicaci—nÓ, el ejemplo m‡s evidente es la publicidad. La publicidad ofrece esos Òkits de personalidad pret a porterÓ para sentirnos fant‡sticos en todo momento. O t r o ejemplo es el de las tecnolog’as diet y light, que suelen ser presentadas de un modo tal que nos llevan a creer en la posibilidad de conquistar una especie de salud ilimitada, una especie de inmunidad al stress. La idea es constituir un cuerpo minimalista y m‡ximamente flexible, el cuerpo de la Òtop modelÓ vestida en negro y blanco, como un fondo neutro para que todas estas identidades pret a porter puedan esculpirse sobre ese cuerpo tipo. P_ÀExisten otras cr’ticas a esa compra-venta indiscriminada de kits de identidad? 98

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Ya hemos hablado de la reivindicaci—n de las identidades locales, entre la que ubiquŽ la cuesti—n de gŽnero. Otra posici—n, es aquella que se ha dado en llamar ÒpostmodernaÓ -nombre bajo el cual se acostumbra mezclar posiciones muy diferentes-. Esta postura no se inclina ni hacia la identidad globalizada flexible ni hacia las identidades locales, sino que constituye una defensa de la pulverizaci—n, de la disoluci—n, de la fragmentaci—n. Como si esa fuera la gran salida! Desde ese lugar se se suelen defender ideas tales como el fin de la historia, el fin de la filosof’a, el fin del psicoan‡lisis, el fin de todo, como si el ‡rea de combate fuera la representaci—n, la figuraci—n, la organizaci—n de la realidad. A m’ me parece que todas esas posiciones, aunque son muy distintas, parten de una concepci—n de la subjetividad regida por el mismo principio: el principio identitario y el rŽgimen representacional. Desde mi perspectiva, lo que habr’a que plantear es que lo que debe ser combatido es el propio rŽgimen identitario de organizaci—n de la subjetividad, y no la identidades globales flexibles o las locales en nombre de una pulverizaci—n que ser’a la posici—n nihilista, fascinada por el caos indiferenciado. Esta perspectiva, basada en la complejidad, no es una abstracci—n sino que se est‡ gestando y elaborando en el entramado social, est‡ ah’ como movimiento . ÀQuŽ quiero decir con que habr’a que combatir la propia referencia identitaria? Que para metabolizar la situaci—n que estamos viviendo en lo subjetivo, es necesario que la subjetividad no se organice a partir de figuraciones previas a ser consumidas, sino que es necesario desarrollar toda una nueva forma de escuchar -que debe ser construida, que no existe aœn- al plano de las sensaciones, de la subjetividad, que puedes llamarlo del inconsciente -pero para 99

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hacerlo tendr’a que redefinirlo completamente-. Una escucha para esa dimensi—n, para ese plano de la realidad, implica poder comenzar a soportar el extra–amiento sin sentirlo dram‡ticamente como la falta de algo, como si uno estuviera delante de un peligro de enloquecimiento o de muerte. A partir de ah’, y de lo que emerge del estado sensible, crear con los recursos que cada individuo o grupo dispone, nuevas formas de ser en el mundo que hagan que estos estados sensibles encuentren maneras de expresarse, y que la vida pueda seguir su flujo, su curso. En la medida en que se mantenga la referencia identitaria, es la vida del colectivo como un todo la que se bloquea. P_À QuŽ pasa entonces con el concepto de normalidad desde esta nueva perspectiva que usted plantea? Cuando la referencia identitaria funcionaba, cuando el rŽgimen identitario era lo que hac’a sentido para pensar la subjetividad, si una persona se sent’a extra–ada, lo interpretaba como una Òdesviaci—n de la normalidadÓ, e intentaba reorganizarse nuevamente en torno a aquello que defin’a como normal. Toda la experiencia era vivida como una Òca’da en la anormalidadÓ. La psiquiatr’a se desarroll— en ese contexto. Cuando una persona ten’a que tomar medicamentos psiqui‡tricos lo hac’a a escondidas, clandestinamente; porque para el colectivo eso era un claro signo de anormalidad. Hoy la experiencia de desvanecimiento de sentido es mucho m‡s recurrente, cotidiana, y ya no hay m‡s una identidad Òpatr—nÓ, porque esta fue reemplazada por muchas identidades flexibles que van cambiando. Entonces la gente ya no tiene miedo de no ser normal, sino que vive en una situaci—n de fragilizaci—n y temiendo no conseguir organizarse. Actualmente, los remedios psiqui‡tricos son tomados sin ninguna clandestini100

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dad; todo lo contrario. Una persona que toma antidepresivos o ansiol’ticos pareciera que da la imagen de ser muy moderno, que es capaz de administrar sus procesos. Que sabe que necesita m‡s serotonina o melatonina o lo que sea, para salir de una fragilizaci—n y retomar su forma. Entonces sale de escena el par Ònormal o anormalÓ, entra en escena la cuesti—n de la fragilizaci—n. Creo que la experiencia m‡s significativa de desvanecimiento de sentido, que es vivida como fragilizaci—n, es lo que la psiquiatr’a denomina ÒS’ndrome de P‡nicoÓ. Yo no lo tomo como un s’ndrome, sino como una experiencia subjetiva muy comœn en la contemporaneidad. Tampoco pienso que pueda ser comprendida simplemente aplicando la idea de estructura f—bica, o cualquier otro modelo ÒpsiÓ cl‡sico. Es otra cosa, que debe ser pensada de otra forma. Se trata de una experiencia tal de desvanecimiento de sentido, que la sensaci—n es que el cuerpo mismo corre el riesgo de perder su organicidad, permitiendo que las funciones se autonomicen. Los afectados relatan que el coraz—n se dispara y puede estallar, que el pulm—n comienza a no respirar bien y que se pueden asfixiar, que la motricidad puede salirse de los circuitos de control. En este punto ya no basta con anestesiar las sensaciones, debemos buscar salidas creativas.

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Notas 1Sin embargo no pretende inscribirse en esa extra–a bolsa de gatos que algunos han dado en llamar posmodernidad. 2 Es fundamental aclarar que el lenguaje es parte de la experiencia corporal en el mismo sentido en que las cŽlulas son parte de la mano y no en el sentido en que lo son los dedos. Hay dos formas completamente distintas de Òser parte deÓ y es crucial poder distinguirlas. 3El pasaje de un plano de la experiencia a otro, o de un lenguaje a otro, o de un idioma a otro exige siempre una transformaci—n que implica pŽrdidas y ganancias. Sin embargo este trabajo de traducci—n -tomando prestadas las palabras de Derrida-es tan imposible como imprescindible. 4 El cuerpo del que hablamos aparecer‡ siempre con comillas a partir de aqu’. 5 Algunas ideas brotaron, germinaron y crecieron, otras colapsaron. Algunos modelos se desarrollaron en algunos lugares exclusivamente y otras se expandieron en todas las direcciones. 6En 1425 Bruneleschi se dedica arealizar experimentos —pticos que conducir‡n hacia la fijaci—n del punto de vista y la creaci—n de la tecnica de la perspectiva lineal . Ese mismo a–o Masaccio pint— el fresco La trinidad, que se considera la primera aplicaci—n rigurosa del punto de fuga. En 1435 Alberti publica De La Pintura, el primer tratado te—rico donde la perspectiva lineal ocupa un amplio espacio en el marco de una concepci—n global del arte. La gran obra de Copernico se public— en 1543, Galileo publica su Di‡logo sobre los Dos Ssistemas M‡ximos del Mundo en 1632; Descartes, su Tratado contra el MŽtodo en 1637, y Newton, su Principia Mathematica en 1687. 102

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7 Cualquier similitud con con los Òexperimento controladosÓ de la ciencia moderna que estaba naciendo ha sido buscada ex-profeso por la autora. 8 Los sistemas que la f’sica cl‡sica era capaz de pensar, los sistemas mec‡nicos, eran sistemas aislados o cerrados. La f’sica de los sistemas abiertos se desarroll— desde mediados de este siglo. 9 En la oscuridad parcial Òtodos los gatos son pardosÓ, En la oscuridad total o en la claridad desdmedida no podemos ver ni gatos ni nada. En la claridad parcial vemos multiplicidad de colores. Es decir, vemos œnicamente en la zona del espectro en la que somos sensibles y vemos de manera diferencial segœn la iluminaci—n y nuestra sensibilidad. 10 Art’culo publicado en ÒCampo GrupalÓ, N¡ 21, Buenos Aires, 2000. 11 Art’culo publicado la Revista ÒCampo GrupalÓ, N¡ 13, Buenos Aires, 2000. * Publicado en N¡ XXIV-2 de la Revista ÒPsicoan‡lisis de las Configuraciones VincularesÓ editada por la Asociaci—n Argentina de Psicolog’a y Psicoterapia de GrupoÓ, Buenos Aires, 2001. 12 Es importante destacar que un pensamiento rigurosamente identitario resulta completamente estŽril y se detiene en la afirmaci—n de la unidad, concebida como eterna, inm—vil e indivisible. ParmŽnides ha sido el pensador que m‡s cerca estuvo de esta postura, pero ni siquiera Žl logro construir una filosof’a completamente pura e incontaminada. 13 Utilizo la expresi—n Òenfoque da la complejidadÓ para nombrar a un conjunto heterogŽneo de teor’as y programas de investigaci—n que han aceptado el desaf’o de pen103

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sar en una din‡mica que no es un despliegue de lo mismo, un mero desplazamiento regido por leyes causales eternas, sino una transformaci—n emergente en un proceso no totalmente determinado, abierto al azar y a la creaci—n de novedad. 14 Utilizo la denominaci—n de Òunidad heterogŽneaÓ para aquellas organizaciones complejas que se forman en una din‡mica al mismo tiempo que participan en ella, m‡s adelante tratarŽ en detalle la cuesti—n. TomŽ la idea de Edgar Morin pero cambiando su ÒUnidad MœltipleÓ por ÒUnidad HeterogŽneaÓ para destacar m‡s aœn la paradoja impl’cita en su concepci—n. 15 Citado por Dupuy,J.P. en ÒEn torno a la autodeconstrucci—n de las convencionesÓ en ÒEl Ojo del ObservadorÓ Watzlawick, P. Y Krieg, P. (comp.), Gedisa, Barcelona, 1994. 16 Entendiendo monol—gico en el doble sentido de una sola l—gica (la l—gica cl‡sica o l—gica identitaria) y como una incapacidad constitucional para el di‡logo. 17 Presentaciones que muy injustamente le atribuyen a Sassure mucho m‡s Ð y tambiŽn mucho menos Ð de lo que este autor ha afirmado. La afirmaci—n Sassureana del lenguaje como sistema no implica necesariamente la creencia en una estructura a-priori y eterna, esta afirmaci—n corre por cuenta de ciertas interpretaciones estructuralistas que han achatado el riqu’simo pensamiento de este autor. 18 Von Foerster, H ÒLas semillas de la cibernŽticaÓ, Gedisa, Barcelona, 1991. 19 No para el pensar en general, sino para esa peculiar instancia del pensamiento: la de la racionalidad cl‡sica, que petulantemente se ha concebido a s’ misma como la œnica forma correcta de pensar, relegando a todas las dem‡s a la categor’a de irracionales. 104

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20 En el mundo de la pureza la diversidad no tiene lugar. S—lo se admite una multiplicidad combinatoria, es decir, una apariencia de diversidad reductible a la unidad 21 Najmanovich, Denise ÒParadojarÓ, Zona Er—gena, N¡ 12, 1992. 22 La reflexi—n es justamente un procedimiento imposible si se cumple a rajatabla los requisitos de la l—gica identitaria. No hay forma desde sus presupuestos de producir un bucle de auto-referencia, un proceso necesariamente reflexivo, porque esta es la forma en que se engendran las paradojas. Reflexionar implica salirse del ser, aceptar su apertura, su no-completud, su variabilidad. 23 N—tese que vamos desliz‡ndonos hacia la utilizaci—n de Òdin‡mica vincularÓ en lugar de Òv’nculosÓ para resaltar la diferencia con la noci—n atomista o estructuralista de relaciones fijas, abstractas y a-priori. 24 Juegos que se han dado en la modernidad a partir de la vida urbana, el desarrollo del capitalismo y la organizaci—n social propia de las democracias modernas. 25 No se trata aqu’ de una sociedad abstracta, sino de las que los distintos colectivos humanos crean a partir de las formas peculiares de interacci—n entre s’ y con su medio ambiente, sociedades particulares que no pueden subsumirse en ningœn arquetipo œnico (ni estructural ni de ninguna otra clase). 26 El mantenimiento del tŽrmino ÒunidadÓ se relaciona con una din‡mica autoorganizadora caracterizada por su Òcircularidad virtuosaÓ que produce una organizaci—n diferenciada de su entorno aunque siempre altamente ligada a Žl. 27 Najmanovich, D ÒPensar la subjetividadÓ, Campo Grupal N¡ 21, Buenos Aires, 2001. 105

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28 Si pensamos en el ÒSujeto ComplejoÓ - es decir una subjetividad a la vez encarnada y socializada, biol—gica y simb—lica, imaginaria y afectiva -, podemos decir que no puede ser explicado ni por las leyes m‡s b‡sica Ðcomo la f’sica o la qu’mica- ni m‡s amplias como la sociolog’a o la lingŸ’stica. 29 Connie Palmen, La amistad, Anagrama, Barcelona, 1996 30 No en vano la continuaci—n de la cita de Her‡clito sobre la disoluci—n de las almas ha tenido mucha menos difusi—n que la que reviere a la variabilidad del r’o. 31 Foucault, M. ÒMicrof’sica del poder Ò, Planeta Agostini, Barcelona, 1994. 32 Steiner, George ÒNostalgia del absolutoÓ, Siruela, Madrid, 2001. 33 Najmanovich, Denise ÒComplejidad, Interdisciplina y Psicoan‡lisisÓ Revista de Psicoan‡lisis, Nœmero Especial Internacional, n¡ 8, 2001. Editada por la Asociaci—n Psicoanal’tica Argentina. 34 Rolnik, Suely ÒDespedir-se do absolutoÓ, Cadernos de Subjetividade, Nœcleo de Estudos e pesquisas sa subjetividade, Pontificia Universidad Cat—lica de San Pablo, Junio 1996Publicado originalmente en el Suplemento Futuro de P‡gina /12 el18 de septiembre de 1993. 35 Este reportaje fue publicado originalmente en el Suplemento Futuro de P‡gina/12 el 13 de Febrero de 1997

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