El Juego de La Oca - Fran J. Marber PDF

August 8, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Se pueden contar por miles los peregrinos que cada año recorren el Camino de Santiago con la intención de visitar al santo apóstol. Y lo hacen ignorando que ese sendero por donde ahora transitan perteneció siglos atrás a un oscuro ritual de sacrificios paganos. Lo que todos conocemos como El Juego de la Oca, ha logrado llegar hasta nuestros días bajo el formato de un inocente entretenimiento infantil, cuando en realidad lo que oculta es un ancestral rito iniciático que los antiguos maestros canteros medievales trataron de mantener vigente. Por tanto, cada una de sus siete pruebas: los puentes, la posada, el pozo, el laberinto, los dados, la cárcel y la muerte, ha existido y tiene una ubicación real en varios de los pueblos por donde transcurre la mítica «ruta francesa» que va desde Roncesvalles hasta Finisterre. En el año 1965 se produjeron en el norte de España una serie de misteriosos asesinatos que quedaron sin resolver. Unos crímenes que pudieron estar relacionados directamente con los sacrificios que el olvidado «Camino de la Ocas» exigía a quien osase transitarlo. Ahora, treinta años después, los hechos se repiten, y tendrá que ser un joven inspector de policía quien deba perseguir a la mente trastornada que tratará de revivir ese macabro juego. Siete pruebas, dos adversarios y un tablero de juego real. El juego ha comenzado…

 

Fran J. Marber El juego de la o oca ca

 

 La  La casualida casualidadd o el de desti stino, no, quién sabe, ha que queri rido do que la trama de eesta sta nuevaa nove nuev novela la ggir iree en torn tornoo al número nuev nueve. e. Y es precisamente a nuev nuevee  personas que ya y a no están entre nosotro nosotross a qui quien en quisiera dedic dedicar ar esta histori his toria. a. A algunas de eell llas as tuve la in inme mensa nsa for fortuna tuna de cconoce onocerla rlass  personalmente antes de que un terri terrible ble terre terremoto moto nos llas as arr arrancara ancara de nuestro lado; lado; al resto, es posible posible que nuestras miradas miradas se ccruzar ruzaran an  fortui  for tuitamente tamente alguna ve vezz por llas as calles de m mii querida L Lorca. orca.  Para todos todos ellos ellos,, eeste ste humild humildee y m modesto odesto home homenaje: naje:  Antoniaa Sánche  Antoni Sánchezz  J  Juana uana C Canales anales  Emiliaa More  Emili Moreno no  J  Juan uan Sal Salinas inas  Raúl Guerrero Guerre ro  Domingo García  Rafael Mateos  Pedro  Pe dro José Rubio  María Dolore Dolore s Monti Montiel  el   L  Lorca, orca, 11 11 de m mayo ayo de 2011 2011

 

Pr ólog log o 

« Hoy he com enz enzado ado a escrib e scribir ir mi hi hist stori oriaa de desd sdee una habit habitac ació iónn lllam lamada ada tris ristteza» eza» . Así em empez pezóó a int inter eresar esarm m e el prot protagoni agonist staa de de El  El juego de la oca oca,, y a su lado, he sentido la emoción que producen los buenos relatos. Desde las primeras  páginass m e int  página intrigó rigó la personalidad per sonalidad c om omplej plej a y m ist istee riosa del insp inspee ctor Álvar Álvaroo Moret, un hombre herido por un acontecimiento de su pasado que teñirá de soledad y tristeza su vida; una soledad que me ha acercado a su alma para recorrer rec orrer con él un em ocio ocionant nantee viaj viajee li litter erar ario io.. He disfrutado con los personajes, con su lenguaje, con la sonoridad de sus nombres: Horneros, Lasarte, Ramírez, Ester, Lola, Margot… He conocido sus debilidades, su misterio, su humanidad, sus pasiones… Como una pieza más, he sido parte del juego, he atravesado misterios, rituales, acertijos, universos desconocidos y paganos, he descifrado códigos, núm nú m eros y si sign gnos os.. C Como omo un « transeún ranseúntte» qu quee eem m prend prendee un vi viaj aj e hac haciia su  propio destino, he transi tra nsitado tado por e l uni univer verso so de la nove novela la ccon on la pa pasió siónn que Fra rann J. Marber me ha contagiado, y tengo claro que parte de su novela está aquí, entre tu tuss manos. m anos. Quién sabe si el destino de Álvaro Moret será continuar un ritual sagrado o le esperará una vida literaria tan interesante como la de Arsene Lupin o Sherloc Holmes, los grandes personajes creados por Edgar Allan Poe y Conan Doyle, aunquee a m í me gus aunqu gustaría taría que fuese lo segun segundo. do. Si alguna vez la poderosa fuerza de las imágenes de El de  El jue juego go de la oca oca llegara  llegara a la gran pantalla, yo me pido el protagonista. Mientras tanto, voy a empezar a  prepar  pre paraa r m i próxim próximoo viaj e ; no sé, quiz quizáá m e a nim nimee y sea sea… … ¿el ca cam m ino de Santiago? Ginés García Millán (Actor nacional en series de televisión y cine)

 

Esta novela está basada en el antiguo rito medieval que dio origen al juego de  L  Laa Oca Oc a. Aunque los escenarios donde transcurren los hechos sean localizaciones completamente reales que formaron parte de ese juego pagano y la trama coincida con una serie de asesinatos y desapariciones que ocurrieron en el año 1965 en nuestro país, los personajes que aparecen a lo largo de esta historia son ficticios ficti cios y cualqui cualquier er parecido pare cido con llaa re reali alidad dad es pura coin coincidencia. cidencia. Como autor, he tratado de ceñirme de un modo muy exhaustivo a las reglas que rigen ese curioso tablero de juego al que todos, alguna vez, hemos jugado. El lector comprobará que el número de cada uno de los capítulos coincide con la parte de la historia que corresponde a esa misma casilla, respetando siempre la suerte o el azar que caprichosamente han ido eligiendo los dados. De este modo, observará que del capítulo número seis se salta hasta el doce, y si sucede así no es por ningún tipo de error u omisión, sino porque alguno de los  personaj  per sonaj e s de la nove novela la ha c aído eenn una de las ccasill asillas as de los puentes y, por tanto, debe cumpl cum pliir la m ítica regl reglaa que di dice ce:: « de pu puent entee a pu puent ente…» e…» , y así, así, sucesivamente. Aclarado esto, y sin más preámbulos… ¡Que empiece el juego!

 

1

Les suelen llamar psicópatas, perturbados o, simplemente, se dice de ellos que padecen enajenación mental transitoria. Y yo digo que una mierda. Son un hatajo de desgraciados, y punto. Igual que existen seres maravillosos que sufren con el dolor de los demás, también los hay que disfrutan siendo crueles con quienes les rodean. llamo Álvaro hacee ntes muyque poco que de serr. inspector  policMe  polic ía por cculpa ulpa de unoMoret, de eesto stosys dem aaca cabo bo dedejé m e nciona ncionar Dice Dicenn quede la ira es m mala ala ccons onsej ej er era, a, y y o os aseguro qu quee aaquel quel día día la eescuché. scuché. F Fui ui débi débill y pud pudoo conmigo, con mi forma de entender la vida, y por unos segundos me olvidé de ser yo mismo para convertirme en un animal rabioso. Y precisamente por eso,  por dej a r que e l odio guiar guiaraa m is ac actos tos,, disp dispongo ongo a hora de todo e l tie tie m po de dell mundo para recapacitar sobre lo que hice; aunque, si soy sincero, creo que por  muchos años que pasen nunca me arrepentiré de ello. Estoy convencido de que volvería a hacerlo otra vez. Hoy he comenzado a escribir mi historia desde una habitación llamada tristeza. Así es como quiero nombrarla, y desde aquí, desde la profunda tristeza, trataré ra taré de ccont ontar ar cóm cómoo aca acabé bé en un llugar ugar tan ttétrico étrico y naus nausea eabun bundo do como este…

 

2 Com Co m ien za la p ar tida  tida 

« B, po posi siti tivo» vo» . Es Esee eera ra eell tip tipoo de ssangre angre que una sem semana ana aant ntes es apar aparec eció ió sobre sobre una piedra a los pies de Puente La Reina, en Jaca. Solamente encontramos eso: un guijarro impregnado de sangre humana, pero nada más; ningún cuerpo ni  pista  pis ta que seguir seguir.. Allí com enzaba y a ca cababa baba la investigac investigación ión que m e a sig signar naron, on,  porque el e sca scaso so c a udal que baj aba por e l río Ar Araa gón se había e nca ncarga rgado do de  borraa r a lguna rem  borr re m ota huella que hubiese podido que quedar dar de a quel cr crim imee n; eeso so eenn el supuesto caso de que lo hubiese habido. Una simple mancha de sangre no indicaba nada, aunque era un indicio evidente de que algo había ocurrido o, lo que era er a aaún ún ppeor, eor, que eest staba aba por su suce ceder der.. Por desgracia, tan solo hubo que dejar transcurrir siete días para que apareciese el cuerpo de un desconocido con ese determinado grupo sanguíneo. Dieron con él unos peregrinos que recorrían a mediados de junio el Camino de Santiago, pero a más de cien kilómetros de distancia del lugar donde encontramos los restos de sangre y, curiosamente, en otro puente con similar nombre: en Puente La Reina, Navarra. Así pues, mi investigación comenzaba con dos viaductos que se llamaban exactamente igual y restos humanos con la misma tipología de sangre. No obstante, aquella coincidencia no habría tenido más relevancia si no hubiese sido  por e l lam e ntable e stado eenn el que apa apare recc ió eell ccaa dáver dáve r y porque los dos pue puentes ntes estaban est aban en ccomunid omunidades ades aaut utóno ónom m as difere diferent ntes. es. Yo, por aquel entonces, era uno de los nuevos inspectores que acababa de llegar a la com comis isar aría ía de Hue Huesca sca y supon supongo go qu que, e, eenn un princip principio io,, m mee asignaron asignaron el caso de Jaca porque no tenía pinta de ser muy importante; además, durante mis tres años de servicio en el Cuerpo Nacional de Policía nunca había tenido la oportunidad de dirigir la investigación de un crimen. Por eso, cuando me enteré de lo sucedido en la comunidad vecina, decidí coger mi viejo Renault para desplazarme hasta el departamento de autopsias de Pamplona y cotejar los informes de que disponía con los de mi homónimo navarro. Para ser franco, debo confesar que estaba muy ilusionado porque aquello tenía los visos de ser mi  primer  prim eraa investi investigac gación ión se seria ria,, cla claro ro que nunca im imaginé aginé que a llí llí m e toparía c on un incomprensible muro de insensatez llamado Facundo Horneros, un trasnochado comis com isar ario io a pun punto to ddee j ubi ubillar arse se y con poco ánimo de ccol olaborar aborar..  —¡Hoy  —¡H oy e n día c ualquier ualquieraa puede ser ins inspe pector ctor!! —espetó —espe tó e l c om omisario isario nada más verme entrar en lasmidependencias. de podía arriba haberse abajo, ninguneándome y repasando indumentaria—.MePormiró lo menos  puesto una chaque c haqueta ta eenn condic condiciones iones —aduj o con de desgana sgana..  —No sé si debería debe ría dec decir ir buenos días —c —contesté ontesté aall ver la ccar araa de aaquella quella vie viejj a gloria venida a menos. Los tirantes de su pantalón apenas daban la talla y

 

su sujj etaban com o po podí dían an eell exceso de peso de su prominent prominentee ba barriga. rriga.  —¡Vay  —¡V ay a ! Enc Encim imaa e l nova novato to ha salido rrespondón espondón —aña —añadió dió eenn tono sa sarc rcáá stico stico al comprobar que no me amedrentaba ante sus comentarios.  —Mire  —Mi re,, he venido a re reaa li lizzar m i tra trabaj baj o. Y con su aayy uda o sin eell llaa le a segur seguroo que lo haré. Por tanto, haga el favor de indicarme dónde está el cadáver —  contesté sin entender por qué recibía a un compañero de profesión con esos modales.  —No se e ncue ncuentra ntra a quí —conte —contestó stó esbozando una liger ligeraa sonrisa—. De Deber bería ía saber que en estos casos el cuerpo se envía al Instituto Anatómico Forense, en espera de que el juez tramite el permiso para realizar la autopsia y se proceda a su identificación. Así que siéntese y espere. Apenas han pasado veinticuatro horas desde desde que se eencont ncontró ró eell cadá cadáver ver..  —Es usted usted la simpa simpatí tíaa en pe persona rsona —af —afirm irméé de fform orm a de despec specti tiva. va.  —No m e m alinterpr alinterprete ete,, j oven. P e ro cr cree o que un buen poli policía cía,, a dem ás de serlo, tiene que parecerlo. Y usted, con esa pinta…  —¿Qué  —¿ Qué ins insinúa? inúa?  —No…, na nada. da. P er eroo c om ompre prender nderáá que c on esa c haque haqueta ta de piel y esos vaqueros aj us usttados parece parec e ust usted un port porter eroo de dis discoteca coteca..  —¡Si quie quie re podem os habla hablarr de la aasquer squerosa osa bar barriga riga ce cerve rvecc er eraa que gasta gasta!! —  respondí. Sé que no debí entrar al trapo, pero apenas acababa de llegar y ya me estaba empezando a cansar de sus groserías; y en mi sueldo, que yo supiese, no entraba tener que aguant aguantar ar las iim m perti pertinencias nencias de un vviej iejoo am ar argado. gado. Como era de suponer, mi apreciación no fue del gusto del comisario Horneros; es m ás, di dicha cha en voz alt altaa delant delantee de dos de su suss ay udantes udantes le dej aba en una situación un tanto incómoda, lo que provocó un tenso silencio en la sala de efatura. ef atura. Mi Mientras, entras, llos os agent agentes es aadj djunt untos os ssee m ira raban ban entre sí espera esperando ndo a ver hacia qué lado de la balanza se inclinaba aquella tormenta dialéctica que estaba a punto de estallar.  —¡Está bien! Calm Calméé m onos —propuso Hor Horner neros os a l com proba probarr que su sarcasmo no me afectaba lo más mínimo—. Disculpe mi comentario, pero comprenda que falta menos de un mes para los encierros del patrón y no quiero que un simple simple ac accident cidentee se m ali alint nterpre erprete. te. La aalcald lcaldesa esa no qu quiier eree escá escándal ndalos os qque ue  puedann m a ncha  pueda ncharr e l buen nom nombre bre de la c iudad, y m ucho m e nos e n los sanfermines. ¿Me entiende?  —Sí,í, per  —S perfe fecc tam ente ente.. Supongo que ser seráá m e j or pa para ra todos que nos tranquilicemos. No pretendo entrometerme en su trabajo y sé que estoy fuera de mi jurisdicción; lo único que quiero es cotejar unos datos sobre una investigación en la la que ttrabaj rabaj o y despu después és me m arc archaré. haré.  —¿Qué  —¿ Qué nec necesita? esita?  —Sii es posi  —S posible, ble, las ffotos otos del ccaa dáve dáverr y el aatestado. testado.  —Blázq  —B lázque uezz, trá tráigam igam e un c af aféé bien c ar arga gado do —le pidi pidióó a uno de los a gente gentess

 

que nos acompañaba; después dio un suspiro tan profundo que pareció inhalar el escaso aire que aún quedaba sin corromper en aquella estancia. Acto seguido, y tras ra s me meter ter li ligera geram m ente la ttripa, ripa, abrió el ca cajj ón ddee su escrit escritorio orio y sacó un ssobre. obre.  —¡Tom  —¡T omee ! Éc Échele hele un vis vistazo tazo —dij —dijoo a la vez que eence ncendía ndía un ha habano. bano. Lo cogí y me senté en uno de los escritorios que quedaban libres al fondo de la oficina. Encendí el flexo y saqué el informe, quería leerlo antes de ver las fotos para hacer una valoración de lo sucedido y adivinar qué era lo que me  podía encontra e ncontrarr eenn ellas: INFORME PERICIAL Y ATESTADO POLICIAL Diligencias realizadas por el Juez Instructor D. Antonio Ventura Sanz, m agist agistra rado do de la sala N.º 3 de los JJuz uzgados gados de P Pam am plona. plona. ASUNTO: Levantamiento de un cadáver. INSPECCIÓN OCULAR DE LUGAR DEL ACCIDENTE: Habiéndose realizado las pesquisas correspondientes, se procede a la recuperación del cuerpo de un varón de raza blanca de unos cuarenta años y un metro setenta de alt setenta altura ura que se eencuent ncuentra ra j unt untoo a la oril orilla la del ma margen rgen dere derecho cho del río Arga. En un primer diagnóstico, se deduce que la muerte le sobrevino  por un fue fuerte rte tra traum umatism atismoo ccra raneoe neoenc ncef efáá lic lic o, ccaa usado posibl posiblee m ente por la caída desde el antiguo viaducto romano que da acceso al pueblo de Puente La Reina, en Navarra. El individuo no presenta aparentes signos de violencia, aunque se observa la amputación completa de los dedos índice y anular de la mano izquierda (2.º y 4.º apéndices). El grado avanzado de descomposición del cuerpo hace sospechar que murió cinco o seis días antes de ser encont e ncontra rado do (valo (valora ración ción aún ssin in confirm confirmar) ar)..  No procede proc ede inform e ba balí lísti stico. co.  No se conoce c onocenn testi testigos gos ocular ocularee s de los hec hechos hos ac acaa ec ecidos idos.. Por ello, procedo al levantamiento del cadáver para que sea trasladado al Instituto Anatómico Forense de Pamplona y, así, poder  realizar la autopsia pertinente, identificación y estudio más exhaustivo del cuerpo. Expide la presente, a 18 de junio de 1993, D. Antonio Ventura Sanz. Ese era er a eell escueto iinform nformee que habí habíaa re reali alizzado el jjuez uez sobre sobre el levant levantam am ient ientoo del cadáver. Y los datos que mostraba eran tan irrelevantes como poco esclarecedores. A simple vista, se notaba que elrutinario hallazgo aseseguir había ante enfocado como un accidente fortuito, aplicándose el protocolo ese tipo de incidentes. Nada más. Sin embargo, cuando comprobé las fotos y observé estupefacto el estado que presentaba la cabeza de la víctima —parte de la masa encefá ence fállica ccol olgaba gaba li literalm teralmente ente fuera del cráne cráneo— o— y eell modo en qque ue habí habían an si sido do

 

am put putados ados do doss dedos de su m mano, ano, no pu pude de eevi vitar tar m ostrar ostrar m i desacuerdo ccon on llas as diligencias adoptadas por el comisario Horneros.  —¡Noo cr  —¡N cree erá er á que se tra trata ta de un si sim m ple aacc cide cidente! nte!  —Sí,í, o a l m e nos eeso  —S so eess lo que par parec ecee —conte —contestó stó eechá chándom ndomee e n la c ar araa una cortina de humo del habano que fumaba—. No sería el primer peregrino que se despeña des peña o desaparece. desaparece .  —¿No  —¿ No habla en ser serio, io, ver verdad? dad? —pre —pregunté gunté int intenta entando ndo e squi squivar var la fum a ta  blanc a que a vanzaba ha  blanca hacia cia m i rostro, la ccual ual que quedó dó re revolot volotea eando ndo lentam e nte ba bajj o uno de los los focos de la oficina.  —Sí,í, le e stoy siendo m uy fr  —S fraa nco —af —afirm irmóó c on rotundidad—. Hoy en día cualquiera que se echa una mochila a la espalda ya se cree preparado para recorrer el Camino de Santiago. Es así de sencillo. La gente pasa de la ciudad al cam ca m po, ddee estar sentado sentadoss en un cóm odo asi asiento ento ddee ofici oficina na a salv salvar ar un desfiladero desfiladero de treinta metros de altura, sin preparación alguna. Y luego ocurren desgracias como estas que nosotros, los pringaos de siempre, nos tenemos que mamar  verano vera no ttra rass vver erano. ano.  —Pee ro ¿ha vist  —P vistoo su m a no? Está destrozada destrozada.. Le han a rr rranc ancado ado dos dedos de cuajo.  —¿Los  —¿ Los de dedos? dos? Segur eguroo que algún de desgra sgracc iado lo hiz hizoo pa para ra quit quitar arle le la a lianza lianza o cualquier cualqu ier otra sorti sortijj a que ll llevar evara. a.  —Insisto,  —Insist o, ¿de ver verdad dad e stá usted habla hablando ndo en ser serio? io? ¿No piensa abr abrir ir una investigación? —pregunté visiblemente contrariado. No podía creer que no hi hiciera ciera nada aall respecto.  —¡Que  —¡Q ue sí, hom hombre bre!! Cl Clar aroo que lo vam os a investi investigar gar,, pe pero ro sin volver volvernos nos locos. A diario recibimos denuncias de robos a peregrinos que caminan en solitario por  esos senderos de Dios. No sé por qué no van en grupos como hace la mayoría. Sería lo más sensato. Pero no, los muy capullos se empeñan en recorrerlo solos sin haber pisado en su puñetera vida el monte. Además, algunos son tan raros… Parec Pa recee que ca cam m inan ens ensiim ismados smados,, como en trance, y no ssee eent ntera erann de nada de lo que sucede a su alrededor. Van pensando en sus rezos, en sus pecados… Y luego pasa lo que pasa.  —Tee ngo la cor  —T coraa zonada de que e l cue cuerpo rpo que ha hann enc encontrado ontrado m urió e n un  puente de Ja Jaca ca y no aquí, eenn Na Navar varra ra —opiné.  —No diga tont tonter erías, ías, ins inspec pector tor More Moret.t. ¿En qué se ba basa sa par paraa lle lle gar a esa conclusión?  —El grupo sanguíneo de los re resto stoss enc encontrados ontrados e n Jac Jacaa c oincide c on e l de estos est os.. En am ambos bos ca caso soss es el m mis ism m o: « B, po posi siti tivo» vo» .  —¿Y  —¿ Ya eestá? stá? ¿Esa eess su gran pista? —pre —preguntó guntó tra trass una sonora ca carc rcaj aj a da—. ¿Y nada m ás que por eso cr cree ee usted usted qu quee se trata de la m ism ism a pe person rsona? a? E Ess un tip tipoo de sangre sang re m uy com común. ún. Escuche, iins nspector, pector, llee rrec ecomiendo omiendo qque ue procure no decir esas gilipolleces fuera de aquí porque se puede convertir en el hazmerreír de la

 

comisaría —me aconsejó reclinándose sobre su sillón—. ¿Dónde cojones está Bláz lázquez quez?? ¿Me tra traee eell caf caféé o tengo que ir y o a por él? —grit —gritóó ca cabre breado. ado. El comisario Horneros, a pesar de ser un perfecto estúpido, llevaba razón. No tenía una base sólida sobre la que sustentar mis sospechas; pero, aun así, siempre me había considerado de ese tipo de policías que piensan que un caso de homicidio comienza a resolverse con una simple sospecha, y yo la tenía. Además, Adem ás, el iinform nformee pe pericial ricial confirm confirmaba aba que eell ssuj ujeto eto lllevaba levaba varios días días m muerto, uerto,   ese dato coincidía con mis conjeturas. Por tanto, solo debía esperar a que contrastaran en el laboratorio las muestras de sangre encontradas en ambos  puentess y que c oincidiera  puente oincidierann e n su ADN ADN.. De Desaf safortunada ortunadam m e nte, par paraa obtener obtene r esos resultados faltaban al menos otras veinticuatro horas, y el ímpetu policial que corría por mis venas no me permitía quedarme de brazos cruzados esperando la respuestaa de un fore respuest forens nse. e.  —¿Está  —¿ Está m muy uy lej os de Pam P am plona? —pre —pregunté gunté de im proviso.  —Sii se refie  —S re fiere re a P uente La Reina, a veinticua veinticuatro tro kilóm ilómee tros, e n dire direcc cción ión a Logroño. Por la autovía se pueden tardar unos quince minutos. ¿Por qué lo  pregunta,  pre gunta, inspec inspector? tor?  —Quisie ra a ce  —Quisie cerc rcar arm m e pa para ra e cha charr un vistaz vistazo. o.  —¡Está bien! Ram Ramíre írezz lo ac acom ompaña pañará rá —asinti —asintióó el com isario a la vez que hacía un gesto con la cabeza para que se pusiese en pie el agente que se había quedado escuchándonos.  —No, no se pre pr e ocupe ocupe,, pre prefie fiero ro trabaj tra baj a r solo —ase —aseguré guré..  —Por  —P or una vez hága hágam m e c aso, ¡¡por por ffaa vor! —sugi —sugirió rió eenn un tono m máá s conc concil iliador  iador   —. Es me m e diodí diodía. a. Com Comaa algo y despué despuéss prosiga ccon on su iinvestigac nvestigación. ión.  —De a cue cuerdo, rdo, pe pero ro ire irem m os en m i coc coche he —le propuse propuse..  —¿Usted  —¿ Usted siem siempre pre ti tiee ne que de decir cir la últ últim imaa pala palabra bra,, ver verda dad? d? —suspi —suspiró ró Horneros, resoplando sobre su bigote anaranjado por la nicotina. Yo preferí responderle con una escueta sonrisa. Por fin parecía que el viejo comisario aplacaba un poco su mal humor y colaboraba, pero apenas había terminado de salir con mi improvisado acompañante de la oficina cuando se escuchó otro estrepitoso grito:  —¡Joder,  —¡Jode r, Bláz Blázquez! quez! ¿¿Dónde Dónde c oño está m i ca café fé??

 



El trayecto hasta la pequeña localidad de Puente La Reina resultó corto y silencioso. El agente Ramírez, un hombre de aspecto apagado y tan flacucho que hasta parecía venirle grande el uniforme, apenas abrió la boca, y cuando lo hizo fue para indicarme el camino que seguir. Yo me dejé guiar hasta el viaducto romano rom ano que prec precedía edía a un ol olvi vidado dado pu pueblo eblo ddee pa parede redess col color or ti tierr erraa y sem sembrado brado de viejos tejados medio hundidos por el paso del tiempo. Lo habíamos rodeado  pre viam ente par  previam paraa dej a r a par parcc ado e l ve vehículo hículo eenn las proxim proximidade idadess del puente de  piedra e n donde se ha había bía e ncontra ncontrado do e l ccaa dáver dáve r. Ramíre Ram írezz, c omo om o e ra de espe espera rar, r, se quedó dentro del vehículo mientras yo salía a echar un vistazo armado con una cám ara de fot fotos os.. Frío. A pesar de ser pleno mes de junio y cerca de las cinco de la tarde, eso fue lo primero que sentí en mi rostro nada más bajar del coche. Un frío húmedo acompa ac ompañado ñado po porr eell agradable soni sonido do del fl flui uido do cauc caucee del río Arga. Al encarar el puente no se alcanzaba a ver el otro extremo porque una ligera  pendiente  pendie nte lo im impedía pedía y, solo ccuando uando ll llee gué a su punto m á s aalt lto, o, pude c ontem ontemplar  plar  el enigmático pueblo que se presentaba ante mí. Allí descubrí cientos de ventanas que parecían querer devolverme la mirada: unas abiertas, otras entrecerradas,  peroo la m ay oría de e ll  per llaa s sin vida vida,, m ost ostra rando ndo que lleva llevaban ban aba abandonada ndonadass m ucho tiempo. Algunos tejados habían cedido por el peso de las nieves invernales y dejaban visibles las vigas curvadas de madera que un día los sustentaron, mientras que otros se mantenían en pie de puro milagro; pero, a pesar de todo ello, la estampa resultaba irrepetible. Aquel pueblo poseía un embrujo especial; y una puerta arqueada de piedra que quedaba bajo una especie de torreón al otro extremoo del puent extrem puentee rroma omano no hacía las vece vecess ddee eent ntrada rada a la urbe. Sin embargo, no podía entretenerme en contemplar pueblos bucólicos que  parec  par ecían ían sac sacaa dos de una post postaa l. Ha Había bía m uer uerto to una per persona sona y m i obli obligac gación ión e ra in intentar tentar arr a rroj ojar ar un poco de luz sob sobre re el aasun sunto to pporque orque aalg lguien, uien, en otro llugar, ugar, podía estar llorando su pérdida. Quizá se trataba de un hombre casado, fuese el padre de varios niños o, tal vez, alguien cuya familia creía que aún andaba  peregr  per egrinando inando a legr legrem em e nte por las ti tier erra rass del norte de España. España . Na Nadie die sabía nada so sobre bre éél.l. Y esa incertid incertidum umbre bre eera ra la que que m e m oti otivaba a segui seguirr bus busca cando ndo con m más ás ahínco. Sin poder evitar que ese pesar hirviese en mi interior, continué recorriendo el  puente c on la int intee nción de c apta aptarr algún nuevo indi indicio cio que ava avalar laraa m i tesis del asesinato. De este modo, cuando alcancé el extremo opuesto, me asomé para ins nspecc peccio ionar nar desde lo alt altoo la oril orillla don donde de había aapare parecido cido el cadá cadáver ver y tom tom é una foto. Era una costumbre que aprendí en la academia, fotografiar el lugar de los hechos y las pistas encontradas para después analizarlas con más tranquilidad en el despacho. Así podría comparar los dos puentes.

 

Foto n.º 1 Puent Pue ntee La Reina, JJac aca. a.

Foto n.º 2 Puente La Reina, Navarra. El río río Arga, que en ese m om omento ento trascurría baj o m mis is pies, pies, a difere diferencia ncia del rí ríoo Aragón, muy caudaloso márgenes aparecían si como una hubiese suave  pendie  pendiente nte era a rcil rc illosa losa que invi invitaba tabay alsusba baño. ño. P or consiguiente, alguien caído de forma accidental desde lo alto del puente, podía haberse hecho mucho daño o, en el peor de los casos, dislocarse algún brazo o pierna, pero nunca ocasionar el tremendo destrozo que presentaba el cráneo que pude ver en las

 

fotos que me facilitó el comisario. Estas encajaban más con el entorno rocoso y m enos caudalo caudaloso so que rodeaba eell pprime rimerr puent puente, e, en Jaca Jaca..  —No ha sido un ac accc idente —af —afirm irmóó alguien que espe espera raba ba baj o e l torre torreón ón m edieval qu quee ser serví víaa de eent ntra rada da aall ppuebl ueblo. o.  —¿Quién  —¿ Quién a nda a hí? —pre —pregunté gunté sorpr sorprendido. endido. La som sombra bra ocultaba la identidad de quien me hablaba, aunque su voz quebrada delataba que se trataba de una anciana.  —Usted sabe que no ha sid sidoo un ac accide cidente nte —re —reit itee ró.  —¿P  —¿ P or qué lo di dicc e? —pre —pregunté gunté int intenta entando ndo ver su rostro.  —El juego j uego ha c om omee nz nzaa do.  —¿Có  —¿ Cóm m o? ¿¿Quién Quién es ust ustee d? —pre —pregunté gunté a ce cerc rcándom ándom e. La luz que queda quedaba ba a su espalda apenas me permitía adivinar la silueta de quien hablaba. De forma prudente me introduje bajo el pórtico de piedra y, cuando mis  pupilas  pupil as se dil dilaa tar taron on aacor corde de a la oscur oscuridad idad del lugar lugar,, eencontré ncontré a llí llí a una m ujer uj er de avanzada edad que se ayudaba de un bastón para aguantar su encorvada figura. Su pelo canoso y estropajeado caía sobre un pañuelo negro que cubría sus hombros, y un constante temblequeo senil indicaba que el párkinson estaba llamando a su puerta sin contemplaciones.  —Usted es e s la segunda piez piezaa sobre el tabler tableroo —m e a dvirti dvirtió, ó, se señalá ñalándom ndomee c on su mano ma no hu huesuda—. esuda—. ¡Que Dio Dioss le le aacom compañe! pañe! Dicho esto, se giró y se marchó con paso pausado, arrastrando los pies y marcando el compás de su adiós con el repetido golpeo de un bastón sobre la calzada.  —¡Señoraa , espe  —¡Señor espere re!! N Noo se vay va y a —le pedí. Mas ella me ignoró. Hizo caso omiso. Se marchó susurrando palabras extrañas y negando con la ca cabez beza. a.  No la seguí. ¿P ar araa qué? No tenía sentido hac hacee rlo. Aque Aquell llaa m ujer uj er parec par ecía ía desvariar y no era cuestión de interrogar a la primera loca que se cruzara en mi camino, porque aquella extraña parecía eso, una vieja bruja que encajaba de maravilla con el pintoresco aspecto de aquella villa. Como no había nada más que hacer allí, decidí regresar al coche; ya había sacado mis propias conjeturas sobre lo ocurrido y lo mejor era volver a la ciudad antes de que la noche tiznara de sombras el azulado firmamento navarro. Afortunadamente, el regreso a Pamplona resultó bastante ameno porque el agente Ramírez parecía estar algo m ás relaj relajado ado y locuaz ocuaz..  —¿Ha  —¿ Ha e ncontra ncontrado do algo, ins inspec pector? tor? —m —mee pre preguntó. guntó.  —No m ucho —conte —contesté sté e xtra xtrañado ñado de que se int inter eresa esase, se, pues no par parec ecía ía un hom ho m bre m uy dado a la conv conversació ersación— n—.. Habrá que eesp spera erarr a m añana. Hast Hastaa qu quee no dictamine el forense la causa de la muerte es inútil seguir con esto. No tengo una base sól sólida ida que sust sustente ente m is ar argum gumentos entos..  —Al final el e l com comisario isario Hor Horner neros os va a tene tenerr rrazón azón —apuntó.

 

 —Eso pare par e ce —asum í en tono de de derr rrota. ota.  —No e s ta tann borde c om omoo par paree ce ce.. Se lo aasegur seguroo porque llevo llevo ca casi si ve veint intee años trabaj ra bajando ando con él él.. Ant Antes es se reía m ás y le eencantaba ncantaba gast gastar ar bromas, broma s, pero supon supongo go que este trabajo cambia el carácter a cualquiera. El corazón se te endurece día a dí día, a, con c on cada nuevo caso, con cada detenció detención. n.  —Pee rdone que lo dude. P  —P Pee ro no m e im imaa gino al com isario ccontando ontando cchist histee s en la barra de un bar bar..  —Cré  —C réaa m e , es un bue buenn ti tipo. po. O quiz quizás ás de deber bería ía de decir cir que lo era e ra… …  —No le enti e ntiee ndo. ¿¿A A qué se re refie fiere re??  —Suu hij  —S hijaa m urió ha hacc e ocho a ños. Un a cc ccidente idente de trá tráfic fico. o. De Desde sde entonc entoncee s no es el mismo, ve la vida de una forma distinta. Creo que esa fue la razón por la quee su muj qu mujer er se sseparó eparó de él.  —¡Vay  —¡V ay a ! T Taa l vez m e hay a pr prec ecipi ipitado tado aall juz j uzgar garlo lo —s —susurr usurré. é.  —No se c ulpe. Tar arde de o tem pra prano no todos nos c onver onverti tire rem m os en alguien com o él. Est Este trabaj o es aasí sí,, absorbe tant tantoo que nos hhac acee olvi olvidar dar a la fam fa m ili ilia y a nuest nuestros ros seres queridos. Supongo que uno no puede dejar de ser policía cuando vuelve a casa, este oficio te acompaña las veinticuatro horas del día. A veces yo también si siento ento qque ue m e he dej ado engul engulli lirr por eesa sa m isma rut rutin ina. a. Las palabras de Ramírez eran tan ciertas como duras. Cuando uno decidía dedicarse a este oficio, si no lograba desconectar o no sabía dejar colgados los  problem as del tra trabaj baj o eenn la per percc ha de la ofic oficina, ina, al fina finall aaca cabar baría ía a bsorbido por  las arenas movedizas que formaran cada uno de los casos que se cruzaran en su vida profesional. Con cada desaparición no resuelta se alejaría la esperanza de seguir buscando, con cada asesinato sin resolver moriría parte de esa ilusión con la que se afronta cada mañana el trabajo y, así, día tras día, hasta terminar  compl com pletam etamente ente hast hastiado iado como eell comisario Ho Horner rneros os.. La noche pasó relativamente rápida y el amanecer se presentó de improviso so sobre bre eell vventanal entanal ddel el hos hosttal don donde de m e hosp hospedaba edaba.. Una de las hoja hojass de m mader aderaa se quedó entreabierta y por ella se coló un tímido rayo de sol lo suficientemente  brillante  brill ante com o par paraa despe desperta rtarm rm e. Que fue fuese se e l aalba lba la prim primee ra en de desea searm rm e los  buenos días er eraa algo que no m e sol solía ía ocur ocurrir rir habitualmente habitualm ente,, per peroo debo c onfe onfesar  sar  que me encantó. Miré el reloj. Eran las siete de la mañana y la ciudad se despertaba de su letargo nocturno con un tranquilo bullicio que anticipaba lo que en un par de semanas serían alocadas carreras de mozos esquivando afiladas astas de toro. Los encierros de San Fermín, más que unas fiestas, eran una religión en Pamplona, y eso era precisamente a lo que temía el comisario Horneros: que un asesinato empañara la tranquilidad de sus paisanos. Me levanté con hambre y bajé a desayunar a una cafetería que había frente al hostal, pero apenas le había pegado un bocado a la tostada cuando apareció el agente Ramírez Ram írez bus buscá cándo ndom m e.  —Horner  —Hor neros os qui quiee re verlo ve rlo —m —mee inf inform orm ó en un tono m máá s que intere interesante, sante, ccom omoo

 

si de esa citación dependiese mi vida.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re??  —Tee nem os diez m inut  —T inutos os par paraa ir a l Ana Anatóm tómico. ico. El com isario y la a lca lcaldesa ldesa nos esperan espera n allí allí.. Que hubiesen avisado también a la edil ratificaba mis peores sospechas y, de algún modo, daba más consistencia a la teoría del asesinato. Pero, de ser así… ¿Qué sentido tenía entonces que hubiese aparecido el cuerpo de la víctima a ciento veinte kilómetros de distancia del punto en que se habían encontrado los  prim eros  primer os resto re stos? s? Era Er a im imposi posible ble que lo hubiese ar arra rastrado strado el río porque su c urso  baj aba en sentido contra contrario rio a l lugar donde a par parec eció ió el c uer uerpo, po, es dec decir, ir, contra cont racorriente. corriente. Adem ás, en el punt puntoo concre concreto to ddel el río Ara Aragón gón ddond ondee se eencont ncontró ró la piedra piedra m anchada de san sangre gre aapenas penas hhabí abíaa ccaudal audal ppara ara arra arrast strar rar un cadáver de ese peso. Lo cual nos abocaba a una certeza incuestionable: alguien se había  preocupa  pre ocupado do de tra traslada sladarlo rlo de un lugar a otro. Cuando llegamos al Instituto Anatómico nos estaban esperando en la sala de autops auto psias ias el com comis isar ario io Ho Horneros, rneros, una señora rrepeinada epeinada e im peca pecabl blem em ente vest vestid idaa que debía de ser la alcaldesa y un hombre enfundado en un batín blanco acompañado de su enfermera, que también vestía la misma indumentaria. En el centro, rodeada por todos ellos, había una camilla con un cuerpo tapado por una sábana blanca.  —Este e s el ins inspe pector ctor More Moret,t, de la briga brigada da de investi investigac gación ión de Hue Huesca sca —  anuncióó el com anunci comiisario al ppre resent sentar arm m e.  —Bue  —B uenos nos dí díaa s —saludé tendiendo la m ano aall m méé dico.  —¡Hola!  —¡H ola! —se ade adelantó lantó a re responder sponder la m uje uj e r que e n un princ principi ipioo y o supuse que era la enfermera, estrechándome la mano con fuerza—. Soy la doctora Román, la forense —dijo presentándose. Imagino que mi sonrojo fue suficiente disculpa, pero lo cierto es que me quedé un poco desconcertado porque el forense fuese una mujer y, además, tan joven y atractiva. Hasta ese momento todos los que había conocido fueron hombres entrados en años, y que una fémina hubiese decidido dedicarse a ello me sorprendió—. El comisario Horneros nos informó que usted barajaba la posibilidad del asesinato.  —Bue  —B ueno… no… S Sí.í. Eso cre creo… o… —ti —titubeé tubeé ner nervios viosoo por la m e tedura de pa pata. ta.  —Pue  —P uess está en lo c ier ierto to —af —afirm irmóó ella con rotundidad—. La víctim víctimaa no encontró encont ró la m muerte uerte de fform ormaa aacc cciident dental al al cae caerse rse de un puent puente, e, si sino no ppor or un fuerte traumatismo ocasionado tras ser golpeado repetidamente, según los indicios hasta siete veces, con una piedra de forma redondeada o un útil de similares características. Posteriormente, se le amputaron de forma limpia y precisa dos apéndices de su mano izquierda, los dedos índice y anular que, a pesar de haberse buscado de forma concienzuda, no fueron encontrados en el lugar donde apareció el cuerpo.  —¿Cree  —¿ Cree que e l m óvil pudo ser el robo? —pre —pregunté gunté e xpec xpectante. tante. A pe pesar sar de

 

tratarse ra tarse de una docto doctora ra visi visibl blem em ente nov novata, ata, re resu sult ltaba aba m uy clara y dire directa cta eenn ssus us respuestas.  —Está desc descar artado. tado. Los de dedos dos ffuer ueron on aam m putados a la altura de la palm palmaa de la mano, sin desgarros. Cuando alguien intenta robar una sortija suele cortar por la  primer  prim eraa falange fa lange o eell nudi nudill llo, o, y de una for form m a m ás br brusca usca y de descuidada scuidada.. Ade Adem m ás, se los han llevado.  —Entonces,  —Entonce s, ¿¿qué qué se senti ntido do ti tiene ene que se los corta cortara rann así?  —Lo ignoro, pero per o cr cree o que no tar tardar daree m os m mucho ucho eenn sabe saberlo rlo —ase —aseguró. guró.  —¿P or qué lo dice  —¿P dice?? —pre —preguntó guntó el c om omisario isario Hor Horner neros. os. P ar aree c ía que a quel asunto asun to come comenz nzaba aba a despertar su vena poli policial cial y llam llam aba su atenció atención. n.  —Sii no m e equivoc  —S equivoco, o, podem os esta estarr ante un c aso vinculado a un grupo sectario —sugirió la doctora acercándose a la camilla. A continuación, se puso unos guantes de látex, destapó el cadáver y levantó uno de sus brazos—. Como verán, bajo la axila izquierda, la víctima presenta una especie de tridente y dos números.  —No par parec ecen en núm númer eros os —opinó e l com isa isa rio Hor Horner neros os ac acer ercá cándose ndose a l cadáver.  —Están esc escritos ritos en lengua lenguajj e c elta —nos a cla claró ró la for forense ense—. —. Se ha  preguntado  pre guntado a un c alígra alígrafo fo y nos ha conf confirm irmaa do que e sos sig signos nos c orr orresponde espondenn a los números seis y doce. El autor de los hechos se valió de un punzón o algún tipo de garra de animal para marcarlos sobre la piel de la víctima. Deben saber que esta tipología de marcas suelen aparecer asociadas a ritos iniciáticos de sectas satánicas u ocultistas.  —¿Una  —¿ Una gar garra ra de a nim nimaa l? —esboz —esbozóó en voz ba bajj a Ram Ramíre írezz, que e scuc scuchaba haba sin  pestañeaa r la e xposi  pestañe xposicc ión de la ffore orense. nse.  —Sí.í. P udo usar  —S usarse se la uña de un per perro ro o algo pa pare recc ido —pre —precisó cisó la doctora Román—. Con ella han desgarrado parte del tejido cutáneo, dejando esas  profundas  prof undas m ar arcc a s sobre el cue cuerpo. rpo. Quiene Quieness lo hicier hicieron on quer querían ían que supi supiése ésem m os que no fue un acc a ccid idente, ente, si sino no alg algoo prem edit editado ado y …  —Podría  —P odría ser una ffee cha —int —inter errum rum pí.  —¿P  —¿ P er erdone? done? —s —see inter interee só llaa doc doctora tora—. —. ¿¿Qué Qué ha que querido rido dec decir? ir?  —Esos númer núm eros, os, eell se seis is y e l doc doce, e, podrían ser la fe fecha cha de cua cuando ndo m urió. La  primer  prim eraa ccifra ifra indi indica caría ría e l m mee s sexto, jjunio, unio, y la se segunda gunda ha haría ría re refe fere rencia ncia a un día en concreto, concr eto, es dec deciir, el doce de j uni unio. o.  —No es desc descar artable, table, podría ser —aduj o la doctora doctor a Ro Rom m á n tra trass re refle flexionar  xionar  durante unos segundos—. Según evidenció la eclosión de larvas post mórtem y la avanzada evolución de los fluidos corporales, el individuo lleva muerto unos siete días y, si estamos a diecinueve de junio, coincide con su razonamiento. Pero no dejan dej an de ser m era erass con conjj etu eturas ras que habrá que val valorar orar..  —Siete  —S iete días. Ese e s e xac xactam tam ente e l ti tiee m po que hac hacee que e ncontra ncontram m os e n Jaca la piedra manchada de sangre. ¿Ha comprobado si coincide el ADN? —le

 

 pre gunté.  pregunté.  —Sí,í, es el m ismo —a  —S —afirm firm ó.  —Y si quer querían ían que desc descubriér ubriéram am os esos sign signos os que tie tie ne m ar arcc ados baj o su  brazzo, ¿por qué c am biar  bra biaron on de lugar el c a dáve dáver? r? —se int inter eree só el c om omisario isario Horneros. Pero nadie supo dar una respuesta a su pregunta y todos permanecimos en silencio, silencio, m mirándonos irándonos los los uno unoss a los ot otros. ros. Queda Quedaban ban m uchos ca cabos bos ssuelto ueltoss y aque aquell cadáver suponía por sí solo un complejo jeroglífico muy difícil de resolver.  —¿S  —¿ Se conoc conocee y a la identidad del indi individuo? viduo? —m —mee inter interee sé.  —No —re —respondi spondióó la for foree nse—. Y le ase aseguro guro que va a re resul sultar tar una tar taree a complicada identificarlo.  —¿P  —¿ P or qué qué??  —Alguiee n se enc  —Algui encaa rgó de quit quitaa rle la c ar arter teraa y e l teléf teléfono ono m óvil óvil,, y quien lo hi hizzo sabía sabía que así retra retrasaría saría nuest nuestro ro trabaj o —s —sus uspi piró—. ró—. Nadi Nadiee se eem m barc barcar aríía en una peregrinación que dura unos cuarenta días sin documentación ni tarjetas de crédito. Además, no sabemos si es realmente un peregrino porque tampoco se encontró la cartilla.  —¿A  —¿ A qué se re refie fiere re??  —La m ay oría de los per peregr egrinos inos suelen viaj ar con una e spec specie ie de ca cartil rtilla la que  presenta  pre sentann e n los disti distintos ntos aalber lbergues gues o igl iglee sias que vis visit itan an para par a que les pongan su correspondiente cuño. Allí les van sellando una a una las casillas que al final del cam ca m in ino, o, al lllegar legar a Santi antiago, ago, les hará m erece ere cedores dores de la vieira. Si Si la la tuvi tuviésem ésem os, os, sabríamos dónde durmió por última vez antes de morir.  —Pee ro te  —P tenem nem os llaa s huellas dac dacti tilar laree s y un cue cuerpo rpo —le rrec ecordó ordó Ram íre írezz.  —Efecc ti  —Efe tivam vam e nte. Sin em bar bargo, go, aall no ccontar ontar e l fa fall llec ecido ido con a ntec ntecee dente dentes, s, eess más complicado identificarlo. Habrá que esperar a que algún familiar denuncie su desapar desaparici ición ón y pueda re reconocer conocerlo lo —expu —expuso so llaa fforense. orense.  —¡Estam os j odidos odidos!! —se lam entó Hor Horner neros—. os—. P uede uedenn pasa pasarr var varios ios días hastaa que suceda eso. hast  —Esperoo que e ste aasunt  —Esper suntoo se ll lleve eve c on la m á xim ximaa dis discc re recc ión —pi —pidió dió la se señora ñora que había ha bía per perm m ane anecido cido en un segundo pl plano ano eescucha scuchando ndo llas as dist distin intas tas opi opinio niones nes de cada uno de los presentes.  —No se pre preocupe ocupe,, señor señoraa a lca lcaldesa ldesa —tra —trató tó de tra tranquil nquiliz izar arla la e l com isario—. o consentiré que este asunto se convierta en un circo. Esta misma mañana abrirem os uuna na inv investi estigación gación y la m antendrem antendremos os iinform nformada ada pun puntu tualm almente ente de tod todoo cuanto ocurra.  —Eso e sper speroo —dij —dijoo visi visiblem blemee nte contra contraria riada da a ntes de m ar arcc har harse—. se—. Co Confío nfío en su buen hacer. Buenos días. La alcaldesa se marchó con el rostro compungido, y tras ella fueron abandonando la sala el resto de los presentes. Yo, en cambio, permanecí en silencio observando cómo la doctora Román tapaba lentamente el cadáver y lo

 

introducía en uno de los nichos refrigerados. La cuidadosa forma de hacerlo indicaba el respeto que sentía hacia la persona que yacía sobre aquella sobria camilla metálica. Probablemente para cualquiera de los que esa mañana estuvimos allí, en esa desangelada sala, aquel cadáver era el punto de partida de una intrigante investigación criminal; solamente eso, un conjunto de pistas o indicios que podrían conducirnos hasta el autor material de los hechos. En cam ca m bi bio, o, ppara ara aquell aquellaa fforense orense de asp a spec ecto to frá frági gill y piel piel bl blanquecina, anquecina, ese ccuerpo uerpo si sinn vida era el trágico final de una vida que pudo estar repleta de alegrías y aventuras. El ser humano tiende a olvidar muy rápido a todos los que repentinamente se marchan, barriendo con una facilidad pasmosa el resto de sus recuerdos rec uerdos bbaj aj o un unaa gruesa alfom alfombra bra par paraa que nadie se aacuer cuerde de de eell llos os.. Es trist triste, e,  peroo suce  per sucede de así, y la j oven for foree nse al introduc introducir ir aaquel quel ccue uerpo rpo eenn la neve nevera ra sentía que, de algún modo, era ella la que ahora barría las huellas del paso de aquel desconocido.  —¿S  —¿ Se enc encuentr uentraa bie bien? n? —le pre pregunté gunté aall ver verla la aalgo lgo aba abati tida. da.  —Sí,í, gra  —S gracia ciass —re —respondi spondió, ó, aunque a quel sí pare parecc ió m más ás bien un no.  —¿La  —¿ La puedo invit invitaa r a un ca café fé??  —Pee rdone  —P rdone,, per peroo es que no suelo entabla entablar… r…  —Solo  —S olo se será rá un ccaf aféé —le ase aseguré guré,, sin dej a r que ter term m inar inaraa lo que par parec ecía ía ser  una absurda absurda eexcusa. xcusa.  —Vaa le… De a cue  —V cuerdo. rdo. Un ccaa fé fé.. La doctora Román blandió una tímida sonrisa y, tras quitarse la bata de trabaj ra bajo, o, cogi cogióó su bbol olso so y m e pidi pidióó qu quee la ac acompa ompañase. ñase.  —Es ust ustee d m uy j oven par paraa ser for forense ense —le dij dijee al e ntra ntrarr al a sce scensor nsor que debía bajarnos a la cafetería que había en la planta baja, tratando de romper el hielo.  —Eso mismo m ismo pe pensaba nsaba y o de usted, inspec inspector… tor…  —Por  —P or favor, fa vor, ll llám ám a m e Álvar Álvaroo —le suger sugerí,í, pensa pensando ndo que é ra ram m os dem a sia sia do óvenes par paraa tanta retóri retórica ca..  —Ester —re —r e spondi spondióó ella, te tendiéndom ndiéndomee de nuevo la m ano—. Ester Ester,, si sinn hache. hac he.  —¿P  —¿ P or qué sin hac hache? he?  —Porque  —P orque m e gust gustaa esc escribir ribir m i nom nombre bre tal y c om omoo suena suena.. Ade Adem m á s, ¿¿par paraa qué  poner una le letra tra que no sue suena na aall lee leerla rla??  —Pue  —P uess enc encanta antado, do, Ester sin hac hache. he. Te a gra gradezco dezco que dej e m os los formalismos. Al fin y al cabo trabajamos en lo mismo.  —Sí,í, se podría de  —S decc ir que sí.  —¿De  —¿ De dónde te viene esa voca vocacc ión por ser for foree nse? R Ree sul sulta ta cchoca hocante. nte.  —¿Lo  —¿ Lo dice dicess porque soy una m ujer uj er??  —No, no es eso. Todo lo contra contrario. rio. Lo e ncue ncuentro ntro un tra trabaj baj o m uy duro, terriblemente complicado. Debe de ser muy difícil situarse delante de un cuerpo sin vida y enfrentarse a todas las brutalidades que pueda presentar.

 

 —Lo es. e s. Y supongo que ccon on el tiem po dej ar aráá de af afee cta ctarm rm e. Eso es lo que m e dijo mi padre. También es forense. Bueno…, lo era; ahora imparte clases en la Universidad de Medicina de Madrid. Probablemente sea él quien tenga la culpa de que me dedique a esto. Crecí escuchando cómo resolvía complicados crímenes, críme nes, y eso ssiiem pre me m e aattraj o — —rec record ordóó con m elanco elancollía. De repente las puertas del ascensor se abrieron, indicando que habíamos llegado a la planta baja, donde estaba la cafetería. Pero ninguno de los dos le dimos importancia y continuamos con la conversación sin abandonarlo.  —¿Madr  —¿ Madril ilee ña? Ha Hass eelegido legido un lugar de tra trabaj baj o un poco ale alejj ado de tu ffaa m ilia ilia  —com enté dej a ndo la eespalda spalda ccae aerr sobre uno de los later lateraa les de la c abina abina..  —Es lo m ej or. or. Aquí no c onoz onozco co a nadie y e s m ás fá fácc il re reaa liz lizar el trabaj tra baj o. Creo que aún no es esttoy preparada para enfrentarme al cadáver de un am amiigo o ddee algún ser querido. Aquí, en Pamplona, debo encontrar esa fuerza que me ayude a volver a Madrid. Mi padre me lo aconsejó, y aunque en un principio no estuve de acuerdo, ahora debo reconocer que fue lo más acertado.  —Pee rdona  —P rdona,, per peroo la ver verdad dad e s que no consigo e ntende ntenderr por qué e legist legistee e ste trabaj ra bajoo tan ing ingra rato to..  —Porque  —P orque lo eencue ncuentro ntro una prof profee sió siónn fa fascina scinante. nte. Cu Cuaa ndo m e sit sitúo úo de delante lante de un cadáver ca dáver m e dig digoo a m míí mis mism m a: « Yo ssoy oy la úl últi tim m a per perso sona na que puede ay ud udarle» arle» . De m i trabaj trabaj o dep depende ende averig averiguar uar si su m uert uertee fue fruto fruto de un cuerpo caduco, de un accidente fortuito o de un asesinato. Habitualmente olvidamos que nuestro nues tro oorganis rganism m o es una m máqui áquina na ccomplej omplej a y prec precis isaa eenn donde donde nues nuestro tro coraz corazón ón es el principal órgano vital, el motor que lo mueve. De él depende cada segundo de nuestra vida, cada insignificante latido. A menudo ignoramos que cada sincronizado bombeo de sangre resulta un maravilloso milagro de la creación, y, a vece ve ces, s, cuando me menos nos te lo espera esperass y si sinn m mot otiv ivoo apar aparente, ente, dej dejaa de funcio funcionar nar.. Le  puede ocur ocurrir rir a un bebé a l poco de nac nacer er,, a un j oven de dieciocho diec iocho a ños o a un anciano de noventa; mas cuando sucede, la muerte aparece de forma fulminante  sin avisar para reírse de nosotros. En apenas unas décimas de segundo acaba con ese preciso reloj que es nuestro cuerpo. Pero, por desgracia, no siempre sucede así. Hay ocasiones en las que el corazón se detiene por causas externas, es decir, un accidente o un crimen, y yo debo dictaminar qué es lo que ha  producido  produc ido e sa m uer uerte te pa para ra que los re responsables sponsables que lo ha hann c ausa ausado do no queden quede n impunes.  —Vaa y a. D  —V Dee sde eese se punto de vist vistaa , la ve verda rdadd es que re result sultaa int inter eresa esante; nte; pero, per o, a  pesarr de ello, no dej a n de ser c uer  pesa uerpos pos de per personas sonas que tú debe debess abr abrir ir de ar arriba riba abajo.  —Taa m poco e s eso, hom  —T hombre bre.. Im agína agínatelo telo c om omoo e l princ principi ipioo de una in investi vestigac gació iónn que luego, luego, otros profe profesi sionales onales ccom omoo tú, culminan.  —Yaa , per  —Y peroo es que que… …  —¿Que  —¿ Quería ríass tom tomar ar un ca café fé o ha hace cerr una tesis sobre m i prof profee sió sión? n? —m —mee

 

recriminó abandonando apresurada el habitáculo del ascensor.  —Pee rdona  —P rdona,, no pre pretendía tendía se serr im imper perti tinente nente —re —respondí spondí sig siguiéndola. uiéndola.  —No te pre preocupe ocupes, s, estoy a costum costumbra brada. da. Casi ttodo odo el m undo si siee nte ccuriosid uriosidaa d  por c óm ómoo e s m i tra trabaj baj o —apuntó sin aba abandonar ndonar una sonrisa que m e tra traía ía de cabez ca beza—. a—. B Bueno, ueno, de m míí yyaa sabes ca casi si to todo. do. Hábl Háblam am e un po poco co de ti. ti.  —La ver verdad dad es que y o no tengo m ucho que c ontar ontar.. En m i cur curric riculum ulum aparecen algunos robos de poca monta, unos cuantos casos de malos tratos y  poco m á s.  —Entonces,  —Entonce s, ¿¿ee sta sta es tu prim primer eraa investi investigac gación ión iim m porta portante? nte?  —Eso en e n eell ccaso aso de que la hay a . Contam Contamos os ccon on m uy pocos datos pa para ra sac sacar  ar  una conclusión acertada. No obstante, yo apostaría por la posibilidad de que el fallecido no estuviese recorriendo el Camino de Santiago en solitario, y que con algún acompañante, familiar o amigo cercano, se produjera una fuerte discusión que abocó en ese trágico desenlace. Después, supongo que se asustó y no supo cómo deshacerse del cadáver.  —No está e stá m mal, al, pe pero ro no eenca ncajj a eenn el pe perf rfil il que y o había im imaa ginado.  —¿P  —¿ P or qué qué??  —Álvaro,  —Álvar o, se te olvida que el ccue uerpo rpo ha sid sidoo m muti utilado, lado, m maa rc rcaa do y tra traslada sladado do a m ás de cien kkil ilóm ómetros. etros.  —No…, no se m e ha olvidado —contesté —c ontesté aapesa pesadum dumbra brado. do.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re?? —se inter interee só al obser observar var m i desá desánim nimo. o.  —Estoy fue fuera ra de m i jurisdicc j urisdicción ión y m e ha hann pedido que re regre grese. se. Ma Mañana ñana debo volver a Huesca y dejar la investigación en manos del inspector que designe el delegado del del go gobi bier erno no nnavar avarro. ro. Por eeso so pref prefiero iero pens pensar ar que no hay hay ca caso so..  —¿No  —¿ No pue puedes des pedir per perm m iso o un tra traslado slado tem pora poral? l? Tú fuist f uistee el pr prim imee ro que encont enc ontró ró una pis pista. ta.  —See ría m uy c om  —S ompli plicc ado. Estam Estamos os ha hablando blando de dos ccom omunidade unidadess aautónoma utónomass distintas y la burocracia que seguir es prácticamente inamovible. No puedo ni debo entrometerme en el trabajo de los inspectores de Navarra; entre otras cosas, porqu porquee no dej dejan an de ser ccom ompañeros pañeros del cuer cuerpo. po.  —Lo siento.  —No hay ha y por qué sentirlo, tarde o tem pra prano no surgirá surgiránn nue nuevos vos ca casos. sos. Al m mee nos no me vuelvo con las manos vacías, te he conocido a ti. Aquella inesperada confesión sonrojó sus pálidas mejillas, aunque debo admitir que no fue esa mi intención; me encontraba muy a gusto hablando con ella y quizá no supe medir mis palabras. Nuestra conversación se prolongó durante unos cuantos másyenaunque la cafetería, para al final terminar café con un cordial apretónminutos de manos; debo confesar que me rondóelpor la cabeza la idea de pedirle su número de teléfono, no lo hice; un rincón de mi corazón aún continuaba confuso por el último beso que regalé a otra persona años atrás y no m e dej aba pens pensar ar ccon on clari claridad. dad.

 

4 El tab tab lero de jueg ju eg o 

La segunda noche en Pamplona resultó mucho más larga y pesada que la anterior. Estaba tan cansado que ni me molesté en desnudarme al llegar al hostal. Me tumbé sobre la cama y me comí un sándwich que compré por el camino. Aunque oficialmente estaba fuera del caso, traté de encontrar un sentido lógico a lo ocurrido. Desafortunadamente, por más que lo intenté, no supe adivinar por  qué se preocuparon pre ocuparon en trasladar eell cadáve cadáverr de un pu puente ente a otro otro ni llaa ra razzón qu quee les animó a mutilar varios de los dedos de su mano izquierda. Esas dos incógnitas, unto a los signos desgarrados bajo su axila, eran las llaves que podían abrir un camino acertado en la investigación; pero por más que me estrujé el cerebro  buscando  busca ndo una piez piezaa que enc encaa j a ra en ese c om ompli plicc ado puz puzle, le, no la e ncontré ncontré.. inguno de los razonamientos que busqué resultaba coherente, aunque,  pensándolo  pensá ndolo ddee tenidam ente ente,, ¿¿qué qué podía ha haber ber de se sensato nsato en un aasesinato? sesinato? La noche se marchó y amaneció sin que apenas pudiese pegar ojo. Mis ojeras así lo delataban, mas no tenía sentido que siguiese preocupándome porque debía volver a Huesca y dejar el caso. Tenía que asumir que mi investigación acababa ac ababa aall llíí. S Sol oloo me quedaba el ttiiem po just justoo para duchar ducharm m e, re recoger coger m is cosas  regresar a la monotonía del despacho. No obstante, antes de hacer la maleta decidí disfrutar de una buena tostada y un café con leche; y exactamente igual que sucedió el día anterior, cuando apenas había probado un bocado de mi suculento tentempié, apareció de improviso el agente Ramírez.  —¡Vam  —¡V am os, el c om omisario isario e stá e sper sperándonos! ándonos! —dij —dijoo en voz aalt lta, a, a som somáá ndose desde la entrada de la cafetería.  —Pee ro…  —P  —No ha y ti hay tiem emyo po no queestaba perde pe rderr.por S Suba uba aall coc coche he —insis —insisti ó. Lógicamente deshacerme de latió. tostada por segundo día consecutivo y me la llevé para terminar de comérmela en el camino. Ramírez, aunque pueda sonar extraño, parecía diferente, otra persona distinta, y no el agente amuermado que me acompañó la tarde anterior. Esa mañana su cara irradiaba energía y parecía que le habían inyectado en vena una dosis de adrenalina, porque su habitual aspecto plomizo y desgarbado había desaparecido, dejando dej ando paso paso a otro mucho m más ás acti ac tivo. vo.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re,, Ram Ramíre írezz? ¿Vam os a P uente La Reina? —le pre pregunté gunté a l ver  que abando aba ndonábam nábam os llaa ciud ciudad ad eenn la m mis ism m a dire direcc cciión qu quee el dí díaa anterio anteriorr.  —No, inspec tor.. A Logroño. inspector  —¿Logroño?  —¿ Logroño?  —Sí.í. En la plaza que hay detr  —S detráá s de la igl iglesia esia de Sa nti ntiaa go El Rea Reall han aparecido dos dedos de una mano. Al parecer son los que le faltaban a nuestra víctima.

víctima.  

 —¿Nuestra?  —¿Nue stra?  —Sí,í, ha oído bie  —S bien: n: nue nuestra stra víctima víctima.. El c om omisario isario Hor Horne neros ros nos ha nombra nom brado do adj untos untos en eest staa inv investi estigac gació ión. n.  —No puede pue de se serr. S Saa be que y o depe dependo ndo de otro de depa parta rtam m ento.  —Yaa e stá todo aarr  —Y rree glado, no se pre preocupe ocupe —af —afirm irmóó sin de dejj ar de c onducir—. El comisario se pasó toda la tarde de ayer rellenando informes y pidiendo  perm  per m iso isoss para pa ra que usted pudiera hac hacee rse ca cargo rgo de la investi investiga gación ción ini inicc iada a quí, en Pamplona. Aunque eso no quiere decir que el gobierno navarro no vaya a designar desig nar sus propio propioss iinsp nspec ectores tores par paraa eell caso.  —No puedo c re reee rlo —af —afirm irméé visi visiblem blemee nte conte contento; nto; m e pa pare recc ía incr incree íbl íblee que aquel incordiante vejestorio hubiese cedido ante mi petición.  —Pue  —P uess es c ier ierto. to. Ha Hann ac acce cedido dido sie sie m pre y cua cuando ndo les m a ntenga ntengam m os al corriente de to todo do cuanto averigüemos averigüem os..  —Pee ro… ¡¡Eso  —P Eso es ffaa ntásti ntásticc o!  —Agradé  —Agr adézzc a selo a su aam m igui iguita ta —c —com omee ntó R Ram am íre írezz c on re reti tintí ntín. n.  —¿Có  —¿ Cóm m o?  —Vee nga, no se haga el ingenuo. A  —V Ayy er ll llam am ó la ffore orense nse aaconse consejj a ndo que usted debería ser quien llevase el caso. Se puso muy pesada y no colgó el teléfono hasta que le sacó un sí a Horneros. En ese momento sonó el móvil del agente Ramírez e interrumpió nuestra conversación. Yo, mientras, seguía sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.  —Póngase  —P óngase,, el com isario quier quieree habla hablarr con ust ustee d —m —mee indi indicó có Ram Ramíre írezz sin soltar el volante.  —Muchass gra  —Mucha gracc ias, c om omisario isario Hor Horner neros os —le saludé tra tratando tando de ser am a ble, quería agradecerle el interés que se había tomado para que no me apartaran del caso.  —Déjj ese de m onser  —Dé onsergas gas y esc escúche úchem m e . No quier quieroo que c uente nada a nadie nadie,, ¿me entiende? Cualquier avance en el esclarecimiento de los hechos debe comunicármelo inmediatamente a mí. ¿Está claro?  —Sí,í, com  —S comisario, isario, pe pero ro Ram íre írezz dij dijoo que de debíam bíamos os colabor colaborar ar c on…  —¡Noo m  —¡N mee toque los coj cojones, ones, More Moret! t! —gritó—. ¿¿Está Está clar c laro? o?  —Sí,í, no ssee pre  —S preocupe ocupe.. Así se har haráá .  —Bue  —B ueno, no, y a ti tiee ne la oportunidad que e staba e sper speraa ndo. Apr Aprovéc ovéchela hela.. Y por  su bien espero que no la joda, inspector —y tras decir esto, colgó.  —¿Nunc  —¿ Nuncaa está de buen hum humor? or? —le pre pregunté gunté a Ram Ramíre írezz a l devolve devolverle rle su móvil.  —Hoy lo está —a —afirm firm óse sonriendo. La ciudad de Logroño encontraba a ciento cincuenta y un kilómetros de Pamplona y pertenecía a La Rioja. Eso implicaba que una tercera comunidad autónoma había entrado en escena, dando un cariz de ámbito estatal a la investigación. Yo sabía que, de ser así, todas las molestias y el papeleo que

 

arregló el comisario Horneros no servirían absolutamente para nada, pues el Mini Mi nist ster erio io ddel el Inter Interior ior sería quien aasumiría sumiría la investi investigac gació ión. n. Aunqu Aunquee de m om omento, ento, como no había nada confirmado, no dejaban de ser meras conjeturas mías; todavía faltaba verificar que los apéndices encontrados en esa plaza fueran los amputados al cadáver de Pamplona. Por ello decidí continuar con las pesquisas; si conseguía encontrar alguna pista que me ayudase a avanzar en la investigación, tal vez con un poco de suerte podrían incluirme como colaborador  en la brigada estatal que designasen. Después de una hora y cuarto de intenso tráfico llegamos a Logroño. La ciudad nos recibió con un cielo tan gris que el horizonte, donde se unía el firmamento con el final de la avenida principal, se confundía fácilmente con el castigado asfalto. Después apareció el Ebro, imponente y acristalado y, sobre él, un puente de la época romana que contrastaba con el corte tradicional de los edificios de una ciudad que trataba de mostrarse acogedora a la retina del visitante. Las calles de Logroño desprendían un aroma añejo, a ciudad cuya sangre discurría por sus venas aderezada con el intenso sabor de un buen vino. Y recorriéndolas llegamos a su casco histórico, un complejo laberinto de calles estre est rechas chas que pare parecían cían saca sacadas das de un cuento m edieval. Tras aparcar el coche, tuvimos que continuar a pie en busca de la dirección que el agente Ramírez llevaba apuntada en su agenda, aunque debo admitir que no tardamos mucho en localizarla. Al final, mi improvisado acompañante resultó ser m ás aaudaz udaz de lo qu quee en un prin principi cipioo su supus pusee y m e llevó llevó di dire rectam ctamente ente hast hastaa el lugar exacto. Allí, completamente encajonada, se erigía una iglesia dedicada al apóstol peregrino, y tras ella, en la plaza que quedaba a su espalda, nos esperaba un grotesco bullicio de personas husmeando alrededor de una zona acordonada  por la policía. Como pudimos, tratamos de salvar la muralla humana enseñando nuestra acreditación policial, sin poder evitar que uno de los periodistas presentes me asaltara metiéndome el micrófono en la boca.  —¿S  —¿ Son dedos hum humaa nos? ¿Se sabe a quién per pertene tenece cen? n? —m —mee pre preguntó guntó reiteradam ente, ssit ituándo uándose se delant delantee y obs obstruy truyendo endo mi ca cam m ino. ino.  —Lo siento, aún a ún no sa sabem bem os nada —le rree spondi spondióó Ram íre írezz abr abriendo iendo el e l paso y quittándome qui ándomelo lo de eencima ncima.. Como buenamente pude, accedí a la pequeña plaza. Un agente de policía aguardaba junto a la cinta que delimitaba el cerco policial y, tras pedirme  previam  pre viam ente m i aacr creditac editación, ión, m e a com pañó ante e l sa sarge rgento nto de la c omisaría om isaría de distrito n.º 2cde  —Inspec  —Inspe torLogroño. More Morett —m e pre presenté senté a nte m i hom ónimo rioj riojano, ano, e strec strechándole hándole la m ano.  —Hola, soy el sar sargento gento P er eralta. alta. El ccom omisario isario Hor Horne neros ros m e puso aall ccorr orriente iente de lo ocurrido en Pamplona —respondió.

 

 —¿Qué han eencontra  —¿Qué ncontrado? do?  —Com  —C omprué pruébelo belo ust ustee d m ismo —m —mee pidi pidióó m ost ostrá rándom ndomee el e nlos nlosaa do de la  plaza.  plaz a. En un principio me quedé algo desorientado. Allí, aparentemente, no había nada extraño, salvo una par de apéndices humanos situados sobre el suelo. Claro que después, cuando me fui acercando a ellos, pude observar que sobre el enlosado aparecía un enorme juego de la oca que ocupaba la parte central de la  plaza. Era cur  plaza. curios iosoo porque ca cada da una de sus losas c oincidía c on las c a sil sillas las de ese conocido pasatiempo al que todos, alguna vez, hemos jugado de niños. No obstante, eso no habría dejado de ser una mera anécdota si no hubiese sido  porque los dos dedos m uti utilados lados se e ncontra ncontraban ban sit situados uados en ca cada da una de las casi ca sill llas as que cor corre respon spondían dían a los los puentes.  —¿Qué  —¿ Qué le pa pare rece ce?? —pre —preguntó guntó el sarge sargento nto Pe Pera ralt ltaa .  —Macaa bro. Tiene  —Mac Tienenn que ser m uy re retorc torcidos idos par paraa hac hacee r algo a sí —conte —contesté sté so sorpre rprendi ndido, do, ssin in ppoder oder aapartar partar la m irada—. Im agin aginoo que eeso soss ca cabrones brones ttra rattan de retarnos.  —¿A  —¿ A qué se re refie fiere re??  —El hec he c ho de que los de dedos dos aapar parezca ezcann de e ste m odo conf confirm irmaa que e l m óvil no fue el robo. Cada uno de ellos está situado adrede sobre este peculiar tablero. Los han puesto exactamente en el mismo lugar en el que se encontraron los restos del cadáver: uno en el primer puente de Jaca, donde se localizó la sangre,  el otro sobre el segundo puente, en Navarra, donde se halló el cuerpo. No sé qué pretenden, pero le aseguro que no me gusta nada el cariz que está tomando este asunto asunto..  —Podría  —P odría tra tratar tarse se de un aj uste de ccuenta uentass —sugi —sugirió rió el sa sarge rgento. nto.  —Eso no lo sabre sa brem m os ha hasta sta que c onoz onozca cam m os la identidad de la víctima víctima.. P Pee ro, si fuera así, ¿qué sentido tendría entonces todo esto?  —Es cierto, cie rto, no enc encaa j a eenn el pe perf rfil il..  —Ava  —A vanz nzaa n… —m —murm urm uré pensa pensati tivo. vo.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice?? —m —mee pre preguntó guntó e l sar sargento gento P er eralta alta a l e scuc scuchar har m i observación.  —No son está estáti ticc os. Nunc Nuncaa pe perm rm a nec necen en en e l m ismo lugar lugar.. P or eso vam os siguiendo su rastro por localidades diferentes, aunque siempre un paso por detrás de ellos. Nos llevan ventaja y, si no me equivoco, pronto volveremos a tener  noticias de ellos.  —¿Y  —¿ Y ha hacia cia dónde ccre reee que se dirige dirigen? n?  —No lo¿Quién sé. Eso s lo prim prime e ro que debe debería ríam m os a ver veriguar iguar si quer quere e m os atraparlos. los eencontró? —pregunté refiriéndome a los dedos. Mientras, mi compañero Ramírez se dedicaba a tomar fotografías desde distintos ángulos de la plaza para poder realizar posteriormente un estudio más exhaustivo de lo ocurrido.

 

 —Fue un gr  —Fue grupo upo de j óvene óveness a prim primer eraa hora de la m aña añana. na. Estaban Estaba n rrellena ellenando ndo sus cantimploras en esa fuente que hay al fondo, cuando uno de ellos se percató de lo que había sobre el piso. En un principio pensaron que se trataba de una  brom a de m al gusto.

Foto n.º 3 Plazaa de La Oc Plaz Oca, a, Logroñ Logroño. o.  —¿Suele ser m uy visi  —¿S visitada tada esta plaz plaza? a? —pre —pregunté. gunté.  —Sí,í, es un e ncla  —S nclave ve e straté stratégico gico e n la ruta del Cam Camino ino de Santiago y m uy concurrido.. Exi concurrido Exist stee una viej viej a tra tradi dición ción qque ue ccons onsis iste te en aabast bastec ecer erse se de aagua gua en « la fuentee del ppere fuent eregri grino no»» ant antes es de re reem em prend prender er el cam ino hhacia acia Bu Burgos rgos —me explicó expl icó señal señalando ando el ca caño ño qu quee apar aparec ecía ía al fondo.  —¿Ha  —¿ Ha dicho Burgos?  —Clar  —C laro, o, ccoincide oincide ccon on una de las rrutas utas m más ás aanti ntiguas guas usa usadas das por los pere peregrinos. grinos. Se le cono conoce ce com comoo « el C Cam am ino F Francés» rancés» , com comiienz enzaa en Ron Roncesval cesvallles y term ina en Compostela.  —Burgos.  —B urgos. Otra nueva com unidad a utónoma utónoma.. Esa puede ser su próxim próximaa  parada  par ada —deduj e—. De Debe bería ríam m os a ler lertar tar a l dele delegado gado de dell gobierno de Casti Castill llaa y León para que extrem en la vig vigiilancia.  —Pee ro… Lo que propone es inviable —c  —P —com omee ntó el sar sargento gento P Pee ra ralt ltaa hac haciendo iendo aspavientos—. Aún no sabemos si esos dedos están relacionados con el cadáver  que encontraron ni si seguirán asesinando a más personas. Piense que no tenemos nada en ffirm irmee to todavía, davía, todo sson on sup suposi osiciones. ciones.  —Es cie cierto, rto, ti tiee ne toda la ra razzón —m —mee lam e nté—. P e ro así nunca los atraparemos. Los trámites burocráticos son demasiado lentos.  —Lo sé, pe pero ro no tene tenem m os m á s re rem m e dio que c um umpli plirlos. rlos. No podem os saltarnos el protocolo de actuación. Las normas son las normas. Debemos cumplir la ley.  —¿T  —¿ Ta rda rdará ránn m uc ucho ho eenn eenviar nviar los re restos stos que ha hann eencontra ncontrado do aall Ana Anatóm tómico ico de

 

Pam Pa m pl plona? ona? Nec Necesit esitam am os qque ue la docto doctora ra Romá ománn llos os cot cotej ej e.  —Supongo  —S upongo que un pa parr de días. Ante Antess nuestros ffore orenses nses de deben ben tom tomar ar m ue uest stra rass  realizar un estudio detallado de lo sucedido; después, cuando el juez instructor  lo estime oportuno, serán enviados a su departamento para ser analizados. Como era de suponer, mi desesperación aumentaba con cada nueva traba que ralentizaba la investigación, y no era capaz de ocultar mi decepción. Las leyes y su lento protocolo parecían estar del lado de esos desgraciados que campaban a sus anchas, y esa impotencia por no poder adelantarme a sus movimientos minaba mi ánimo. Eso, suponiendo siempre que no se tratara de una sola persona, lo cual dificultaría aún más la búsqueda. No podíamos descartar ninguna posibilidad. Aunque yo apostaba por la idea de que fuera un grupo o algún tipo de secta, las marcas encontradas bajo la axila del cadáver  daban pie a ello. No obstante, nadie sabía si esos energúmenos habrían dejado de matar o estarían acechando a una nueva víctima en cualquier otro punto del Camino de Santiago; claro que también cabía la posibilidad de que esa especie de uego o ritual hubiese acabado una vez devueltos los dedos amputados. Cualquiera de las dos opciones era válida porque ambas, tanto una como la otra, resultaban absurdas. Ninguna tenía sentido. ¿Por qué habían colocado los dedos en aquella plaza? Eso nadie lo sabía. Quizá pretendían dejar un mensaje a alguien, pero ¿a quién? De ser así, resultaba ilógico que se hubiesen llevado la documentación del cadáver porque nadie podría identificarlo y, por consiguiente, nadie recibiría esa supuesta amenaza de muerte. Todo, absolutamente todo lo relacionado con ese crimen, carecía de sentido. A menos que se tratara de alguien con una mente perturbada o inestable, lo cual podría explicar en parte aquel sinsentido; pero entonces volvía a tirar por tierra la suposición de que fuesen varios los culpables y apuntaba hacia una actuación en solitario.  —No se pre preocupe ocupe.. Y Yaa ver veráá c om omoo se re resuelve suelve pronto —tra —trató tó de anim ar arm m e el sargento Peralta al ver mi rostro de preocupación—. Intentaré agilizar los trámites.  —Muchass gra  —Mucha gracia ciass —re —respondí spondí sin mostra mostrarr m ucho eentus ntusiasm iasmo. o. A continuación, le hice un gesto al agente Ramírez indicándole que nuestro trabajo allí ya había acabado. Debíamos volver para poner al corriente de lo sucedido al comisario Horneros, aunque lo cierto es que no había mucho que contar. La ilusión con la que en un principio afronté aquella investigación contrastaba con la cara de frustración que mostraba al abandonar la plaza. No había encontrado ningún rayo de luz que iluminase mi búsqueda, y los pocos destell dest ellos os sqque tisb sbééfore m enses. abocaban aboca ban al rriiguros gurosoo y lent lentoo form ali alismo smo de los los iinform nformes es  per  periciale iciales ouedeaati los forenses. De nuevo, par paraa salir salir de aall llíí ddebía ebía enfre enfrent ntar arm m e a la eesp spesa esa bar barrer reraa de ccurio urioso soss   periodistas que aguardaban al otro lado del cordón policial; esta había ido engrosando gracias al veloz chismorreo con el que se propagan las malas

 

noticias. Lo macabro ha supuesto siempre una gran atracción para el ser  humano, y que hubiesen aparecido dos dedos de una persona en medio de una  plazaa no de  plaz dejj a ba de ser un grotesc grotescoo espe espectá ctáculo culo aall que na nadie die que quería ría fa falt ltar. ar. Y entonces, cuando apenas habíamos recorrido medio metro entre la curiosa m ult ultit itud, ud, una per perio iodi dist staa interf interfiri irióó en m i ca cam m ino. ino.  —¿Cree  —¿ Creenn que puede puedenn ser los dedos del ca cadáve dáverr enc encontra ontrado do en P uente La Reina? —preguntó en voz alta.  —¿Có  —¿ Cóm m o ha dicho? —pre —pregunté gunté dete deteniéndom niéndome, e, c lavando lava ndo m i m ira irada da sobre ella.  —Que si eesas sas extr extrem em idades idade s gua guarda rdann re relac lación ión ccon on la sangr sangree e ncontra ncontrada da hac hacee una semana en Jaca —insistió.  —¡Dee ténga  —¡D téngala, la, Ram íre írezz! —gr —grit itéé aabala balanz nzáá ndom ndomee sobr sobree eell llaa . Ante el desconcierto de los presentes, la agarramos firmemente por los  brazzos y la ll  bra lleva evam m os ha hacc ia la zona ac acordona ordonada. da. Nadie Na die e ntendía qué suce sucedía. día. Los curiosos se apresuraron a apartarse mientras el resto de periodistas nos increpaban por tratar de ese modo a una de las compañeras que simplemente trataba de cubrir la noticia. Lo cierto es que en esos momentos ni la misma periodista alcanzaba a comprender qué sucedía, y tras leérsele sus derechos, fue llevada a la comisaría del distrito n.º 2. El sargento Peralta, que era quien asumía el mando de la investigación en Logroño, Log roño, pper erm m it itiió que fuese y o m mis ism m o qui quien en la int inter errogase. rogase. Al fin y al cabo ca bo fue decisión mía arrestarla, y presumiendo el tremendo conflicto que se originaría con la prensa, prefirió guardarse las espaldas en vista de una más que posible demanda. La periodista arrestada, una muchacha morena de pelo corto y ojos vivarachos, esperaba sentada en una sala a que la interrogasen. Yo la observaba  por un c ristal espe espejj o de una sala contigua. Estaba ner nervios viosaa y vis visibl iblee m ente enfadada porque le habían requisado su equipo de trabajo. No encontraba ningún sentido a su detención y parecía estar deseando salir de allí para tomar las medidas oportunas por la desmesurada actuación policial que, según ella, habíamos llevado a cabo. Mientras, a la espera de que alguien apareciera por  aquella sala para darle una explicación adecuada, sacó una cajetilla de Ducados de su chaqueta y se puso a fumar. Al menos no le habían requisado el tabaco cuando la cachearon, y eso, en aquellas circunstancias, ya era de agradecer. La intensidad de sus caladas y su mirada clavada sobre el pomo de la puerta delataban su nerviosismo. adivinaba esperaba ansiosa alguien girase aquella maldita manivelaSepara poderque fulminarlo con susa que arrebatados ojos oscuros. Esperaba ansiosa, y muy enfadada. A continuación, entré en la sala. Llevaba mi identificación colgada de una cintaa al cuell cint cuello, o, dej dejando ando vi visi sibl blee m i nnom ombre bre y ca cargo. rgo.

cintaa al cuell cint cuello, o, dej dejando ando vi visi sibl blee m i nnom ombre bre y ca cargo. rgo.  

 —Aún e stá a ti tiem em po de soli solicc it itar ar un aboga abogado. do. Si no lo tiene tiene,, le podem os asignar asi gnar uno de ofici oficioo —le —le inform nforméé m ient ientra rass m mee sentaba delante de eellla.  —El a bogado lo va a nec necee sit sitar ar tu puta m adr adree , gil gilipol ipollas las —conte —contestó stó e n tono arrogante, apoyándose sobre la mesa.  —Yo,  —Y o, de ust ustee d, c uidar uidaría ía las for form m a s. La puedo a cusa cusarr de desa desaca cato to a la autoridad. Es una falta grave insultar a un agente de la ley —le advertí.  —Me la tra traee floj flojaa . Y Yoo no he hec hecho ho na nada da y no sé por qué c oño m e han tra traído ído aquí.  —Mire  —Mi re,, se señorita… ñorita… Vust ustee lo —dij —dijee tra trass buscar busca r su aape pell llido ido eenn eell bre breve ve inform e que me entregaron antes de entrar en la sala—. En estos momentos es usted nuestra principal sospechosa en un caso de asesinato y, por su bien, le aconsejaría que colaborase. Así que dej e sus iim m perti pertinencias nencias para otro otro m mome oment nto. o.  —¿Ase  —¿ Asesin sinaa to? ¿Yo? Ve nga y a , no m e haga hagass re reír ír.. Aquí e l único que dice tonterías eres tú. ¿De verdad crees que he matado a alguien y después le he cortado los dedos? ¿Tengo yo pinta de eso? —preguntó blandiendo una sonrisa nerviosa.  —Entonces,  —Entonce s, ¿cóm o sabía que había habíam m os enc encontra ontrado do un cue cuerpo rpo en Nava Na varr rraa y una piedra manchada de sangre en Jaca? Esa información permanece bajo secretto de su secre sum m ario ar io y nadi nadiee ha tenid tenidoo acc acceso eso a ell ella. a.  —¿P  —¿ P or e so m e han tra traído ído aquí? a quí? ¿¿P P or pre preguntar guntar eso? P Pues ues va vass listo listo si piensas que voy a contestarte. No tienen razones para detenerme. ¡Ninguna! —gritó—. Conozco mis derechos y se os va a caer el pelo por tratarme como una delincue deli ncuent nte. e. Lo tené tenéis is chungo chungo..  —Bue  —B ueno, no, señor señorit itaa Vust ustee lo, si no de desea sea c olabora olaborar, r, a llá llá usted. Ya sabe que deberá explicarlo ante un juez —le dije levantándome de la silla. Después me dirigí hacia la puerta con la intención de abandonar la sala.  —Espere,  —Esper e, se señor ñor —m e pidió en un tono m máá s re respetuoso. spetuoso.  —Inspecc tor Mor  —Inspe Moret, et, puede ll llam am a rm e a sí —contesté a l ver que re recc apa apacitaba citaba y entraba en e n ra razzón.  —Pee rdone  —P rdone,, inspec inspector tor More Moret.t. Est Estoy oy a lgo ner nervios viosaa —tra —trató tó de disculpar disculparse—. se—. No No me gusta este sitio. Me trae malos recuerdos. Yo aguardé junto a la puerta, mirándola y esperando que se explicara. La oven parecía preocupada, y era cierto que aquel lugar la incomodaba en exceso; el temblequeo de sus manos al encender otro cigarrillo así lo delataba. A  pesarr de ello, nunca baj ó la c abe  pesa abezza ni c edió en su m ira irada. da. Sus ojos oj os no se cansaban de retarme, pero tras ellos se podía adivinar un miedo contenido que trataba de disimular tabaco Yo continué observándola, intentando aparentar fumando tranquilidad. Nonegro queríasin quecesar. sospechara que andaba casi tan  perdido  per dido c om omoo e ll llaa . Sabía que m e enf enfre rentaba ntaba a una m uje uj e r con un m a rc rcado ado carácter, un semblante rebelde acentuado por una profunda cicatriz que tenía

m arca ar cada da sob sobre re su ce cejj a iz izqui quierda erda y que se prol prolong ongaba aba ha hast staa la m itad itad de su frente,  

la misma que trataba de disimular bajo la cortina de un alborotado flequillo. Por  eso perm anec anecíí en si silencio lencio,, espera esperando ndo a que se aani nim m ase a habl hablar ar..  —Un com c ompañe pañero ro lo com entó m ientra ientrass ustede ustedess inspec inspecciona cionaban ban la plaz plazaa de La Oca —confesó.  —¿Un  —¿ Un pe periodist riodistaa ?  —Sí,í, un hom bre a lt  —S ltoo ccon on eell que trope tropezzó usted c uando tra trataba taba de ac acce ceder der a la  plaza.  plaz a. Fue él quien dij dijoo que la poli policía cía había enc encontrado ontrado el cue cuerpo rpo de un hom hombre bre de unos cuarenta años en Puente La Reina, que tenía la cabeza destrozada y dos dedos amputados. Luego continuó explicando lo de la piedra manchada con sangre en Jaca. No fui la única que lo escuchó. Había otros compañeros que también pudieron oírlo. Compruébelo si no me cree.  —¿S  —¿ Se refie re fiere re a un hom bre a lt ltoo ccon on ga gafa fass osc oscura urass y una gorr gorraa negr negra? a? —tra —traté té de recordar re cordar..  —Sí.í. Ese m  —S mismo. ismo. La muchacha llevaba razón. Aunque lo recordaba muy vagamente, era cierto que un hombre se interpuso en mi camino con un micro, pero me veía incapaz de visualizar su cara. Aquel encuentro resultó tan rápido que no me fijé en su rostro.  —¿Le  —¿ Le im importa portaría ría c olabora olaborarr eenn la re r e aliz alizac ación ión de un re retra trato to robot? —le pe pedí. dí.  —Depende  —De pende —ins —insinuó. inuó.  —¿P  —¿ P er erdone? done?  —Sí.í. T  —S Todo odo de depende pende de c óm ómoo te term rm ine e sta dete detención nción —re —respondi spondióó volviendo a la actitud desconfiada inicial—. Supongo que después podré marcharme, ¿no?  —Im a gino que no habr habráá m a y or problem a, siempre siem pre y c uando se m a ntenga localizada. Además, le rogaría que no publique nada sobre este delicado asunto. Compre omprenda nda que su colaboración po podría dría re resu sult ltar ar determin determ inante ante par paraa pod poder er avanzar  avanzar  en la investigación.  —¡Está bien! Ha Haré ré lo que pueda —conte —contestó stó suspi suspira rando, ndo, dese deseando ando que acabase aca base y a aaqu quel el em embrol brolllo. Después abandoné la sala. Aparentemente, aquella muchacha había dicho la verdad, aunque no terminaba de entender cómo una chica joven que había terminado la carrera de Periodismo podía tener un vocabulario tan vulgar; además, a su lenguaje barriobajero había que sumarle su masculina forma de vestir. Como no me inspiraba mucha confianza, le pedí al sargento Peralta que la investigase; que averiguara dónde estudió, para qué periódico trabajaba y, si era  posible,  posi ble, sus m ovim ovimientos ientos en los últ últim imos os quince días. Que Quería ría sabe saberlo rlo todo sobre ella. dejarsospechosa nada al azar a pesar de que pareció el careo,Noerapodía la única queporque, teníamos. Por otra parte, pedí sincera tambiénenque trataran de identificar a ese supuesto periodista que estaba al corriente de todo lo sucedido, era prioritario dar con él para interrogarlo.

 

5 Las ba bass es del del jju u eg o 

Regresé a Pamplona acompañado por Ramírez. En las últimas cuarenta y ocho hora horass ese de desg sgar arbado bado agente se ha habí bíaa converti convertido do en una sombra insepar nseparable able que me seguía a todas partes, y lo más sorprendente era que parecía disfrutar  como un niño con mi peculiar forma de trabajar. Cabía la posibilidad de que interiormente estuviese pidiendo a gritos un cambio de compañero porque la desidia del comisario Horneros también le había salpicado a él. Su renovada actitud así lo indicaba, y el complicado caso en el que estábamos inmersos tal vez suponía el incentivo que estaba necesitando para despertar de ese prolongado letargo en el que languidecía su carrera policial.  —¿Cree  —¿ Cree que esa c hica ti tiene ene algo que ver c on e l cr crim imen? en? —m —mee pre preguntó guntó m ient ientra rass condu conducía. cía.  —No, pare pa recía cía since sincera ra.. Aunque no eenti ntiee ndo por qué se puso tan nerviosa ne rviosa e n eell careo. Sus ojos no pestañearon en ningún momento.  —Quizáá m ienta m uy bien. La  —Quiz Lass m muj ujer eree s son exper expertas tas eenn eso. Aquella respuesta no me convenció. Era cierto que la joven parecía ocultar  algo, pero no sabíamos qué. Resultaba todo tan volátil que ignoraba cómo continuar con aquella investigación, hasta tal punto que empezaron a rondar por  mi cabeza los miedos y una inseguridad que me hizo cuestionar si estaría a la altura del trabajo que me habían encomendado.  —¿S  —¿ Se enc encuentr uentraa bie bien, n, ins inspec pector? tor? —m —mee pr pree guntó m i com pañe pañero. ro.  —Sí.í. Algo c a nsado, pe  —S pero ro eesto stoyy bien.  —¿En  —¿ En qué pie piensa? nsa?  —En todo y e n na nada. da. Son ta tantos ntos los ca cabos bos sueltos que a vece ve cess m e pre pregunto gunto si seré —Tra capaz ca paznquilo, de re reso lverndo eest steemeent uerto.  —Tranquil o,sol cua cuando entuerto. nos se lo e sper speree , dará dar á con la re respuesta. spuesta. Siem pre ocurre,, se lo asegu ocurre aseguro. ro. Las palabras de ánimo de Ramírez no eran suficiente consuelo para tranquilizar mi inquietud. Mi cabeza giraba sin cesar como el bombo de una lavadora, centrifugando todos los datos que había recopilado hasta ese momento,  peroo no conse  per conseguía guía sac sacaa r nada en c lar laro. o. Me m a ntuve todo el c am ino de vuelta abstraído, con la mirada perdida sobre la línea discontinua que dividía la carre ca rrettera, er a, y así cont contin inué ué hast hastaa que eenn un m ome oment ntoo dado dado,, cuando ppasam asam os ante el cartel indicativo de la pequeña localidad de Puente La Reina, recordé algo.  —R  —Ra a m íre írez z, ¿¿se aacc uer uerda da de la viej a que eencontré ncontré a l final del puente puente??  —¿Qué  —¿ Qué viej ase ? —sonrió.  —Una a ncia nciana na de pelo c anoso. Esper Esperaba aba a la som sombra bra que ha había bía baj o el to torr rreón eón que da daba ba eent ntra rada da aall pu pueblo. eblo. ¿¿No No la vio?

 —No. De Desde sde e l coc coche he sol soloo a lca lcanz nzaba aba a ve verr hasta la m ita ita d del puente puente.. La  

 pendie nte a dos aaguas  pendiente guas no m e dej a ba divi divisar sar lo que había a l otro lado. ¿P or qué lo dice?  —No sé, lo he re recor cordado dado de pronto. P e ro… no tie tie ne im importa portancia ncia,, olvídelo. olvídelo. Supongo que era una de esas oportunistas que se hacen pasar por videntes para ganarse gana rse la vid vidaa a costa de las m mis iser erias ias de quien sol solicit icitaa sus servicios servicios..  —Timador  —Tim adoras, as, ese e s su ver verdade dadero ro ofic oficio. io. En los per periódi iódicos cos se anuncian anunc ian a cientos. Aunque hay que ser analfabeto para creer que unas cuantas cartas del tarot te van a resolver la vida.  —Cura  —C urander nderos, os, videntes, bruj a s… Siem pre ha hann existi existido do y nadie podrá evitar  que sigan aprovechándose de personas que lo creen todo perdido —reflexioné en voz alta.  —Es una pena pena,, pe pero ro suce sucede de a sí —s —see lam e ntó R Ram am íre írezz—. Esa e s la rree alidad y nadie puede cambiarla. Hay quien busca el consuelo en ellas en vez de en un  buen psicólogo. Asentí en silencio.  —¿Y  —¿ Y qué le dij dijoo esa m uj ujer er?? —se interesó intere só R Raa m íre írezz.  —Nada  —Na da e n cconcr oncree to, una tont tonter ería. ía. Algo ccom omoo « el j uego ha c om omee nz nzado» ado» . Sé que no debería darle importancia, pero cuando me encontré ante ese tablero de la oca que habí habíaa grabado en eell ssuelo uelo ddee la plaz plazaa de Log Logroño, roño, m e aacordé cordé de eell lla. a.  —No le dé m á s vue vuelt ltaa s. Ese ti tipo po de gente siem siempre pre sabe la pala palabra bra ade adecc uada que ha de decir en cada momento. Recuerde que viven de eso, de confundir  contin cont inuam uamente ente a quien llee eescucha. scucha. S Seguro eguro qu quee se rref efer eríía a otra otra cosa.  —Lleva raz ra zón, R Raa m íre írezz. No sé por qué pr pree sto a tenc tención ión a eesas sas boba bobadas. das.  —Quizáá s porque no tene  —Quiz tenem m os nada a que aafe ferr rrar arnos. nos.  —Quizáá s…  —Quiz

 

6  D e p uente… uente…

Llegamos a Pamplona con el tiempo justo para comer y presentarnos en comisaría. El cielo se estaba encapotando y unos nubarrones acechaban la ciudad con su espeso velo grisáceo. El humor de Horneros no difería mucho del temporal que se avecinaba y nos estaba esperando impaciente en su oficina;  bastó c on e cha charr un vist vistazo azo a su ce cenice nicero ro a bar barrota rotado do de re resto stoss de haba habanos nos par paraa in intu tuir ir que la aausencia usencia de not noticias icias lo estaba de dest stroz rozando. ando.  —¡Joder,  —¡Jode r, Bl Blázquez ázquez!! De Dejj e de hac hacer er c rucigra ruc igram m a s y póngase a tra trabaj baj a r —le recriminaba a su adjunto cuando entramos a la oficina—. Y vosotros, ¿qué habéis averiguado? —nos preguntó, sin tan siquiera saludarnos.  —Poc  —P ocaa ccosa osa —r —respondió espondió m mii com compañe pañero. ro.  —Raa m íre  —R írezz, no le pre preguntaba guntaba a ust ustee d. El pobre hombre agachó la cabeza avergonzado y se retiró a su mesa de trabajo.  —Ahora m ismo lo único que tene tenem m os son solo conj etur eturas as —le com c omuniqué—. uniqué—. Hasta que no encontremos algún indicio fiable no lograremos avanzar en la investigación. De momento, contamos con la declaración de una periodista que dice haber hablado con un individuo que estaba al corriente de todo lo sucedido,  peroo hasta que nos lloo conf  per confirm irmee n desde Logroño no pode podem m os hac hacee r na nada. da.  —¿Y  —¿ Y ccuál uál eess su conclusión persona personal,l, M More oret? t?  —Ahora m ismo ba bara rajj o dos opcione opcioness com pletam e nte dist distint intaa s. Una Una,, que hay a acabado esta macabra venganza con la aparición de esos dos dedos, lo cual complicaría la investigación por falta de pruebas y dificultaría la búsqueda del culpable, pero tendríamos a nuestro favor que todo habría terminado ya; u otra  bien dist distint intaa eritual n la que c adá adáver ver enc encontra ontrado do solam solame e nte ser sería ía e l princ principi ipioo de un esperpéntico en elelque estarían involucradas más personas.  —¿Y  —¿ Y sobre las m mar arcc a s enc encontra ontradas das eenn la aaxil xilaa de dell ca cadáve dáver, r, qué m e dic dicee ?  —Nada.  —Na da. A Aún ún no hem os podi podido do re relac lacionarla ionarlass con na nada. da.  —¡Pues  —¡P ues vay a m ier ierda! da! Ha Hann pasa pasado do dos día díass y aún no tene tenem m os ide identi ntific ficado ado a ningún sospec sospechoso. hoso.  —Nos enfr e nfrenta entam m os a a lgui lguien en fr frío ío y c alc alculador ulador y, lo que es peor peor,, no sabe sabem m os si actúa en solitario. Por lo visto, hasta ahora, lo tiene todo bien planeado y nunca dejaa nada al az dej azar ar..  —Hayy que aatra  —Ha trapar par a eese se de desgra sgracia ciado do com o sea sea..  —No sin va aque ser nadie fá fácc il il,, cloom omisario. isario.Lo Rec Recuer uerde de que que podemos ha a ctua ctuado dohacer e n tre tres provincias distintas viese. único ess provincia esperar as mañana, tal vez con un poco de suerte los forenses encuentren una nueva pista entre los restos aparecidos en Logroño.

 —De a c uer uerdo do —suspi —suspiró ró Hor Horner neros—. os—. Entonce Entonc e s m aña añana, na, a prime prim e ra hora hora,, nos  

reuniremos en el Instituto Anatómico con la doctora Román. Esperaremos a ver  los datos que arrojan las últimas pruebas para elaborar una línea de actuación que seguir. De m ome oment nto, o, ese eera ra nuest nuestro ro gran plan: es espera perarr. No se pod podía ía hace hacerr otra ccos osaa  porque no había por dónde re retom tomaa r el c a so y, com o disp disponía onía del re resto sto del día libre, ibre, pe pens nséé eenn vo volv lver er al host hostal y ec echarm harm e un rato. El agent agentee Ram íre rezz se ofre ofreció ció a llevarme en su vehículo, pero después del viaje relámpago que habíamos hecho esa mañana preferí volver a pie. Pensé que un paseo y respirar aire fresco me  podría venir ve nir bien pa para ra a cla clara rarr un poc pocoo las idea ideas. s. Esperar. Sonaba ridículo, pero a ese pésimo recurso se reducía el  procee dim  proc dimiento iento poli policc ial, a e sper speraa r. Cu Cuee nta un viej o re refr frán án que e l que espe espera ra,, desespera, y más cuando se trata de una persona tan inquieta como yo. Puedo  parec  par ecee r pesa pesado, do, per peroo espe espera rarr e ra algo que m e sac sacaba aba de m is ca casil sillas las y e ra incapaz de asumir con sosiego esas largas horas de inactividad que tenía por  delante. El verbo esperar no constaba en el diccionario de mi vida. Caminé por las calles de la ciudad contrariado, sin apenas disfrutar de la esencia pamplonica que se podía respirar en cada uno de sus coquetos rincones. Mi ego profesional estaba siendo puesto a prueba y solo deseaba resolver con éxito mi primer caso importante. Sabía que me enfrentaba a un reto difícil, pero aclararlo suponía escalar un peldaño más en mi incipiente carrera como inspector. Y sumido en mil dudas caminé meditabundo hasta que fortuitamente me crucé con el escaparate de una tienda de juguetes. Al ver aquel comercio sentí un repentino impulso de entrar y, una vez dentro, decidí comprar un tablero del juego de la oca. Ruborizado le comenté a la dependienta que era un regalo  paraa m i sobrino, aunque en re  par realidad alidad sol soloo e ra una burda e xcusa par paraa tra tratar tar de engañarme a mí mismo. No quería reconocerlo, pero las palabras de aquella anciana andrajosa que encontré junto al puente y el dibujo grabado sobre el suelo de la plaza de Logroño se habían adueñado de mis pensamientos. Habían calado ca lado m uy hon hondo do en m míí y y a no era lib ibre re para pens pensar ar con lucid lucidez ez;; qqui uisi siese ese o no, cada una de mis reflexiones estaba contagiada por el halo de misterio que acompa ac ompañó ñó a las ppalabra alabrass qque ue prom promul ulgó gó aquel aquella la extraña m ujer uj er.. Inesperadamente, un ensordecedor trueno pareció quebrar el cielo en dos, seguido de una intensa tormenta de verano que se desató en cuestión de segundos. Y como la juguetería se encontraba cerca del hostal, apenas a dos manzanas,  pagué e l re regalo, galo, lo m mee tí e n una bolsa y m e m a rc rché hé ccorr orriendo. iendo. El aguacero arreció tanto que no dio tregua al alcantarillado e inundó varias calles un abrir ysecerrar de ojos.enseguida Lo que enenunpequeños principioarroyos eran unos charcosensalteados, convirtieron que cuantos corrían enrabietados calle abajo, inundando los huecos de los antiguos portones que con el paso de los años habían quedado bajo el nivel de la acera. E intentando

 protegerr el regalo  protege re galo baj o m i c haque haqueta ta de c uer uero, o, m e pre presenté senté en el host hostaa l  

completam ent completam entee calado calado.. Decir Dec ir que ll llegué egué m oja ojado do a la habi habitació taciónn sería quedar quedarse se corto c orto.. Y sol soloo con una reparadora ducha de agua caliente logré entrar otra vez en calor. Las tardes estivales de Pamplona ya resultaban bastantes frescas de por sí, pero si además venían vení an aacom compañadas pañadas de una int intensa ensa torme torment nta, a, eent ntonces onces la tem tempera perattura de descendí scendíaa hasta unas cotas c otas ca casi si ooto toñales. ñales. Semidesnudo, envuelto en una mullida toalla, me senté en la cama y desembalé el juego que acababa de comprar. Lo abrí lentamente, con pausa, como si se tratara de un meticuloso ritual para el que llevaba tiempo  prepar  pre paráá ndom ndomee . Co Conn c uidado fui a par partando tando los troz trozos os de pape papell m oja oj a do que se habían pegado sobre el tablero, hasta descubrirlo completamente. Era un juego que resultaba tan sencillo como vistoso, y acompañándolo, traía consigo una  bolsit  bols itaa de plásti plásticc o que c ontenía la lass ins instruc truccc iones, unas ccuanta uantass fic fichas has de c olores y dos dados; además del típico tablero cuadrado donde se representaban sesenta y tres re s alegres ca casi sill llas as ordenadas eenn form formaa de espi espiral. ral. Instintivamente, mis pupilas se clavaron sobre los dos puentes que aparecían unto a las primeras casillas, nada más empezar el juego; y entonces una conocida conoci da pre prem m isa isa surgió surgió com comoo un unaa alegre ca cancio ncioncil ncilla la re reso sonando nando en m mii cabeza:  De puente a puente puente,, y tiro por porque que m mee llev llevaa la corri corriee nte. Esa sencilla cantinela que todos, alguna vez, hemos repetido alegremente cuando hemos jugado a ese inocente juego despejaba de un plumazo una de las  primer  prim eras as incógnit incógnitaa s del c aso de hom homicidio icidio que m e ocupa ocupaba: ba: a lgui lguiee n había matado al individuo que continuaba sin identificar siguiendo una de las reglas  básicass de e se j ue  básica uego. go. No había duda, e sa podía ser la re respuesta spuesta de por qué el asesino se tomó la molestia de trasladar el cuerpo de un viaducto a otro, de  puente a puente puente,, y despué despuéss ccolocó olocó sus de dedos dos eenn una plaz plazaa que desde hac hacía ía sigl siglos os mostraba sobre sus losas el trazado de ese curioso tablero de la oca. En un principio no di crédito a lo que acababa de descubrir. Resultaba completamente rocambolesco, pero si me quedaba algún mínimo resquicio de duda al respecto, esta se disipó en cuanto me percaté de que los números que correspondían a las casillas de los dos puentes, el seis y el doce, coincidían con los que aparecían marcados bajo la axila del cadáver. Eran los mismos que indicaban el lugar donde la víctima dio sus últimos suspiros de vida y donde fueron encontrados sus restos. Pero, de ser así, entonces surgía una serie de nuevos interrogantes: ¿por qué ocurrió concretamente en esos dos puentes?, ¿qui quizzá porque te tení nían an el m ism ism o nom nombre bre?? Exi Exist stían ían ccient ientos os de pue puent ntes es rrepa epartid rtidos os por  cualquiera las tres comunidades autónomasque involucradas y, era sin fruto embargo, el autor de losdehechos eligió esos dos. Sospeché ese hecho no de una coincidencia, sino de un plan bien hilvanado. Por tanto, en uno de esos dos  puentess podía hallar  puente hallarse se una re respuesta spuesta e scla sclare recc e dora dora;; tal vez sol soloo er eraa cue cuest stión ión de

 buscarr e n e ll  busca llos os de for form m a m á s conc concienz ienzuda uda indi indicios cios que pudiesen dela delatar tar a l  

asesino.  No m e lo pe pensé nsé dos ve vecc es, m e vestí ccon on la últ últim imaa m uda que queda quedaba ba lim lim pia en la maleta, cogí las llaves de mi Renault y me fui a la pequeña localidad de Puent Pue ntee La Reina, al lu lugar gar don donde de había aapare parecido cido el cadá cadáver ver.. Los limpiaparabrisas apenas daban abasto para achicar el agua que caía sobre la luna delantera del coche. La noche estaba ganando el pulso a la tarde y la visibilidad resultaba complicada por culpa del aguacero y de los incómodos destellos de las luces de los vehículos que circulaban en sentido contrario. El asfalto, mojado, barnizado por una recia capa de agua sobre la que se reflejaban los focos de mi coche. Llovía mucho. Y lo hacía como si el cielo se hubiese enfurecido con algún pobre mortal. Llovía mucho, como nunca antes había visto. El tray tray ecto ec to qque ue norm normalm almente ente se re recorría corría eenn un unos os vveint eintee m inut inutos os ssee dupl dupliicó eenn el tiempo y necesité casi una hora para llegar a mi destino. Puente La Reina era uno de esos típicos pueblos que habían crecido a ambos lados de un antiguo camino de tierra y que ahora, en la actualidad, era atravesado por una estrecha carretera comarcal. Según indicaba el breve informe que me facilitó el comisario Horneros, la localidad contaba con un censo reducido de unos dos mil quinientos habitantes, por eso pensé que no resultaría muy complicado encontrar  a esa misteriosa anciana del puente, y cuando llegué al pueblo me dirigí al único  bar que aaún ún se eencontra ncontraba ba aabier bierto. to.  —¡Menudo  —¡Me nudo tem pora poral! l! —com entó e l ca cam m ar aree ro que había tra trass la bar barra ra al verme entrar.  —¡Uf!  —¡U f! P a rec re c e dic diciem iem bre —ase —asentí ntí ce cerr rraa ndo el pa para raguas. guas.  —Sii fue  —S fuera ra diciem bre tendr tendríam íam os m etr etroo y m edio de nieve e n la ca call llee y estaríamos incomunicados —apreció sonriendo—. Dígame, ¿qué le sirvo, amigo?  —Un Marti Mar tini ni con hielo, por ffavor. avor.  —Lo siento, el único único aalcohol lcohol que tene tenem m os aquí es de ela elabora boración ción propia propia..  —¡Oruj  —¡O ruj o! Resucita a los m ue uertos rtos —gritó un hom hombre bre que ha había bía sentado al fondo del local. Por su habla trabada se reconocía fácilmente que estaba algo  bebido, aunque a unque tam poco había que ser un lince par paraa darse da rse c uenta de e llo, llo, por porque que le acompañaba media docena de vasos vacíos sobre su mesa. El cam are arero ro aguardó tras llaa ba barra rra con la bo botel tella la en la m mano, ano, esperando qu quee le hiciera un gesto afirmativo con la cabeza para que me sirviera. Lo miré y asentí en silencio.  —¿Y  —¿ Y qué le tra traee por a quí ccon on eeste ste ti tiee m po y a estas esta s hor horaa s? —i —intentó ntentó rree tom tomar  ar  la conversación el ca cam m ar arero, ero, tratando de m mos ostrarse trarse hosp hospit italario alario conm conmiigo.  —Eh… Tra Trabaj baj o e n eal nuevos re regis gistro tro vecinos. —impr —improvis ovisé é —. Sí…pueblos Estam Estamos osdispersos ac actualiz tualizando ando el censo y empadronando Con tantos por la comarca coma rca es m muy uy com compl pliicado ttenerlo enerlo al día. día.  —¡Qué  —¡Q ué bien! Ya er eraa hora de que a lgui lguiee n se preoc pre ocupar uparaa por la gente de dell

 pueblo. Es lo m menos enos que puede puedenn ha hace cerr. Sol Soloo se a c uer uerdan dan de nosot nosotros ros cua cuando ndo ha hayy  

que pagar impuestos o llegan las elecciones —se quejó.  —Lo c ier ierto to es que… y a ca casi si he ter term m inado. Solam e nte m e fa falt ltaa n un par de datos, pero para eso antes debo encontrar a una señora mayor, de unos ochenta años de edad… Ayer hablé con ella, pero no me acuerdo dónde me dijo que vivía. El camarero sonrió.  —Aquí casi ca si todo e l m undo ti tiene ene esa e dad, ¿ver verdad, dad, Gr Gree gorio? —pre —preguntó guntó aall hombre del fond fondo. o.  —Míre  —Mí rem m e a m í —dij —dijoo a brie briendo ndo los bra brazzos—. Co Conn oche ochenta nta y c uatr uatroo a ños y  bebiendo  bebie ndo com o un ber berra racc o. Este oruj o es m a no de sa santo. nto.  —Bue  —B ueno, no, eera ra una m uj ujee r extr extraña aña —le indiqué—. Y Yaa m e e nti ntiee nde, de e sas que con solo solo una m mirada irada te er eriiza la pi piel. el. S See apoy aba en un bast bastón ón yy… …  —Hijo,  —Hij o, m ej or vuelva a c asa —m —mee sugi sugirió rió el viej o a ntes de be beber berse se de un ti tirón rón su último vaso.  —¿Có  —¿ Cóm m o? ¿P or qué dice eso?  —Esa m uj ujer er sol soloo le tra traee rá problem a s. No e s trigo lim lim pio —af —afirm irmóó c on los ojos vidriosos.  —¿La  —¿ La conoc conoce? e?  —Por  —P or de desgra sgracia cia todo el pueblo la cconoce onoce —se lam e ntó—. ¡O ¡Olví lvídese dese de eell lla! a!  —¿A  —¿ A qui quién én se re refie fiere re?? —le pre pregunté gunté a l c am a re rero, ro, que seguía ate atento nto nuestra conversación. Pero este no contestó. Apretó los labios y miró al viejo medio borracho, com o pi pidiendo diendo cons consentimiento entimiento para hablar hablar.. El anciano se limitó a levantar su vaso vacío y a encoger los hombros en un claro gesto de que le traía sin cuidado lo que me dijera, siempre y cuando le sirviera antes otra ronda de aquel brebaje. Al fin  al cabo, tampoco tenía por qué preocuparse, yo tan solo era un extraño que había aparecido de improviso bajo la lluvia.  —Aquí nadie na die se a tre treve ve a pronunc pronunciar iar su nom bre bre.. Dicen Dice n que tra traee m ala suer suerte te  —com entó eell ca cam m ar arer eroo en voz baj bajaa .  —Pee ro si sol  —P soloo se tra trata ta de una aancia nciana. na.  —No se fíe fíe.. Há Hágam gam e c a so. Mej or déj ela fue fuera ra del c enso. De todos m odos, aquí nadie la quiere. Seguro que el día que se muera hacen una fiesta para celebrarlo.  —¿Y  —¿ Y qué ha hec hecho ho e sa m uj ujer er par paraa que todo el pueblo le tem a de esa manera?  —¡Mató  —¡Ma tó a su m ar arido ido y se c om omió ió a su hij hijoo re recc ién nac nacido! ido! —int —inter errum rum pió de nuevo el borracho—. Esdes, un demonio.  —No diga barba ba rbarida ridades, hom bre —le pe pedí dí al esc escucha ucharr se sem m e j a nte aaber berra racc ión.  —¡Es cier c ierto! to! —incidió el ccaa m a re rero ro eenn un tono m máá s ser serio—. io—. C Cuenta uentann que hiz hizoo un pacto con el diablo y que cuando llega la noche practica brujería —continuó

con voz prudente, como si temiese que alguien pudiera escucharle.  

 —¿Y dónde pue  —¿Y puedo do enc encontrar ontrarla? la?  —Séé que sonar  —S sonaráá ra raro, ro, pe pero ro sue suele le ir ccasi asi todos llos os días a rree za r a una iglesia que hay muy cerca de aquí, aunque ya es muy tarde —dijo mirando un reloj que había colgado en la pared—. Búsquela en su casa, en las afueras. Como nadie quería vivir cerca de ella, el pueblo continuó creciendo en sentido contrario, hacia el otro lado del río. Su casa se quedó aislada, sin vecinos. En cuanto salga del pueblo, en dirección a Estella, la verá. No tiene pérdida, la reconocerá fácilmente porque tiene un gran número sesenta y tres pintado con cal sobre su  puer ta.  puerta.  —¡Am  —¡A m igo, vuelva por donde ha venido! —m —mee a conse consejj ó e l viej o borr borrac acho ho desde su rincón. Pero yo no estaba esa noche por la labor de escuchar los consejos de un  barril  bar ril de oruj o oc octogena togenario rio y, tra trass aabandona bandonarr la ta taber berna na,, m mee m onté eenn eell coc coche he y m e fui en su bú búsq squeda. ueda.

 

12 … a p u en te 

La lluvia había amainado y los tejados de las casas brillaban bajo una aperlada luna blanca. Y tratando de aprovechar esa tregua que me ofrecía el temporal, arranqué el coche y comencé a recorrer el pueblo muy lentamente. Las calles estaban desiertas y por momentos parecía un pueblo fantasma, un lugar olvidado del mundo. Las farolas apenas hacía un rato que se habían despertado y una perezosa iluminación anaranjada tiznaba la calle. Solo el calor  de algunas luces hogareñas que se atisbaba tras los ventanales de las casas que había junto a la carretera ratificaba que aún había vida en aquella apartada aldea. Yo continué conduciendo en silencio, con la radio apagada y la incertidumbre encendida, vagando por una carretera desierta llena de charcos que atravesaba el pueblo de punta a punta. Tres minutos. Eso fue lo que aproximadamente tardé en dejarlo atrás. Y al  poco, a un kkil ilóm ómetr etroo esca esc a so, enc encontré ontré una c a sa soli solitar taria ia m edio eenn ruinas pe pegada gada a un árbol seco y retorcido que trataba de apoyar el peso de sus ramas sobre un techo completamente vencido. Sí, aquella casa estaba a unos mil metros de distancia del pueblo, apenas a un kilómetro, pero aquella noche me pareció un auténtico abismo. Detuve el coche en el arcén, a unos cuantos metros de la vivienda, y durante unos instantes permanecí sentando observándola, recordando los consejos del viejo borracho que encontré en el bar. No podía quitarme sus palabras de la cabeza. Contaban que los borrachos y los niños siempre decían la verdad; y niños, aparentemente, no quedaba ni uno por allí; por tanto, solo me quedaban los desalentadores consejos de ese anciano ebrio que destilaba alcohol por cada uno de los poros de su piel. Abrí la puerta y me bajé del vehículo. Respiré hondo… Había dejado de llover y un olor a monte húmedo y a hierba fresca inundó mis fosas nasales. El canto lejano de una lechuza y el sonido del follaje de los árboles meciéndose al compás del viento rompían el tenso silencio que envolvía el lugar. A continuación, me acerqué a la casa. Un número sesenta y tres mal  pintaa do sobr  pint sobree e l um umbra brall de la vivi vivienda enda indi indica caba ba que a quella er eraa la dire direcc cción ión que andaba buscando, y llamé a la puerta.  Nadie  Na die aabrió. brió. Yo ins insis istí tí y vol volví ví a golp golpea earr la puerta de un m odo m más ás ccont ontundente, undente, aunque sin éxito; parecía que allí no vivía nadie, y pensando que estaba deshabitada decidí echar un vistazo por los alrededores. Me colé por el hueco que dejaba un tramo de verja caída —la madera se había podrido y parte de la valla apenas se

sustentaba en pie— y, con cuidado de no hacer ruido, comencé a rodear la casa.  

A pesar de que la maleza alta dificultaba el paso y el barro, inspeccioné todo su  perím  per ímee tro, per percc a tándom tándomee ense enseguida guida de una c irc ircunst unstaa ncia basta bastante nte cur curiosa: iosa: las cuatro paredes de la casa tenían tapiadas las ventanas. Eran muros ciegos que conformaban una vivienda sin iluminación exterior, es decir, el único acceso que quedaba era a través de la puerta de entrada, y esta, precisamente, se encontraba cerra ce rrada da a cal ca l y ca cant nto. o. Por tant tanto, o, po poco co se podí podíaa aver averiiguar sob sobre re aquel lugar lugar.. Ante aquella tesitura, decidí marcharme. Estaba contrariado, pero era ridículo continuar allí porque, entre otras cosas, mis sospechas sobre la relación que guardaban el cadáver encontrado y un hipotético juego infantil rozaban lo absurdo; y mucho más que una anciana marginada por sus vecinos y que apenas  podía ma m a ntene ntenerse rse en pie supi supiee se aalgo lgo ssobre obre a quel ccrim rimen. en. Sin embargo, no había dado ni dos pasos cuando escuché a mi espalda cómo las viejas bisagras de la puerta rechinaban al abrirse. Aquel sonido me dejó  paraliz  par alizaa do y, de for form m a prude prudente, nte, m e giré hac hacia ia la ca casa. sa. Efe Efecc tiva tivam m e nte, la puer puerta ta estaba entreabierta. Resultaba extraño porque podría jurar que cuando la golpeé se encontraba bien cerrada, pero el caso era que ahora se presentaba ligera igeram m ente aabi bier erta, ta, in invi vitánd tándome ome a entrar entrar.. Como no me fiaba, introduje mi mano debajo de la chaqueta y desenfundé la  pistol  pis tolaa . Er Eraa m i aarm rm a re reglam glam enta entaria ria,, lo único únic o que m e propor proporciona cionaba ba la conf confianz ianzaa necesaria nece saria para decidi decidirm rm e a entrar sol soloo en aquel llugar ugar.. Apuntando con ella hacia el interior, terminé de abrir la puerta y entré. Pregunté en voz alta si había alguien. Ese era el método que seguir cuando se acce ac cedí díaa a una vivi vivienda enda sin cont contar ar con una orden de regis r egistro tro fi firm rm ada por el jjuez uez.. Pero el mutismo siguió reinando en la casa. Nadie me oyó; y si lo hizo, no respondió. Una penumbra anaranjada alimentada por varias velas encendidas que había sobre un estante al fondo vestía las paredes desconchadas de aquella especie de salón; o al menos eso era lo que parecía aquella estancia que había nada más entrar. Aunque lo realmente extraño era la ausencia de decoración en ella: sin cuadros ni muebles que la dotaran de un ambiente hogareño. Solo una antigua mecedora de madera situada sobre una alfombra deshilachada conformaba el precario mobiliario de aquel lugar. Enfrente, una chimenea en ruinas apagada. Nada más. Aunque el detalle de que hubiese unas cuantas velas encendidas sobre el poyo de la chimenea revelaba que la casa no estaba deshabit desh abitada; ada; algui alguien en tuv tuvoo qu quee eencender ncenderllas y no ddebía ebía de aandar ndar m uy lej os. os. Tomé aire y, armándome de valor, continué la inspección ocular. Me dirigí con cautela hacia una puerta medio descolgada que daba acceso a una sala contigua. Precedido mi arma y el yseguro del se gatillo quitado, atravesé aquel umbral. Era lapor cocina. Lasalzada telarañas el polvo habían encargado de hacer olvidar la vida en aquella casa y, en una esquina, sobre un montón de leños de madera perfectamente cortados, la silueta esbelta de un mochuelo disecado

 parec  par ecía ía vigi vigilar lar con su m ira irada da iner inerte te a todo e l que se atre atr e vier vieraa a entr entrar. ar. No  

obstante, proseguí. Me acerqué con sigilo hasta la mesa que había en el centro de la cocina. Est Estaa se pre present sentaba aba engalanada ccon on un unaa vela a pun punto to ddee consu consum m irs irsee que delataba con su frágil luz el volátil calor de dos tazas humeantes. Las gotas de cera derretida se habían endurecido sobre la mesa formando diminutas estalagm est alagmit itas as gris grisác ácea eass que cubrían parte de un taco de ca cartas rtas del ttarot arot que había al lado del candil c andil..  —Vee o que aall final se ha dec  —V decidi idido do a j ugar —susurró aalgui lguien en a m i espalda espalda.. Yo me giré como un resorte y encañoné a quien tenía detrás. Mi pulso temblaba agitado por una respiración nerviosa que no era capaz de controlar. Y enfrente, la vieja canosa que con tanto ahínco buscaba; pero, ahora que la tenía delante, no sabía qué decirle.  —Siéntese  —S iéntese.. Una taza de ca caldo ldo ccaa li liente ente le sentará sentar á bien —m —mee pidi pidió, ó, ignora ignorando ndo que la apunt a puntaba aba con una pist pistol ola. a. Un sudor frío recorrió mi frente mientras observaba sin pestañear cómo la anciana se acercaba cojeando a la mesa. Me aferré al arma con las dos manos, sujetándola con fuerza. Mi dedo índice permanecía alerta pegado al gatillo, esperando espera ndo uunn m movi ovim m ient ientoo extraño que m mee si sirvies rviesee de eexcusa xcusa para disp dispar arar ar..  —Vaa m os, se le va a eenfr  —V nfriar iar —m —mee rriñó, iñó, como com o si habla hablara ra c on un ni niño. ño. De nuevo respiré hondo, tanto que el olor a humedad de aquellas paredes desconchadas llegó llegó hast hastaa m is pu pulmones, lmones, y ento entonces nces rrec ecapac apacit itéé sobre sobre m i absu absurda rda forma de actuar. Me encontraba encañonando a una mujer indefensa de más de ochentaa aaños ochent ños de eedad dad qu quee eest staba aba sent sentada ada tra tranqu nquiilam lamente ente en una m esa de ca cam m illa. lla. Joder, solo a un loco se le ocurriría hacer algo así, y yo había adoptado ese ingrato papel. Si había alguien en ese momento que pudiese estar desquiciado, ese era yo, haciendo de intruso en la casa de una anciana desamparada. Vol olví ví a re resp spiirar ra r hondo y re reca capacité. pacité.  —Pee rdone —tra  —P —traté té de disculpar disculparm m e m ientra ientrass guar guarda daba ba m i a rm a en la cartuchera—. Creí que la vivienda estaba deshabitada.  —No anda m uy dese desenc ncam am inado, pronto lo e stará stará.. Como ve, tengo los días contados —comentó con voz cansada. Después se acercó la taza a los labios y dio un sonoro sorbo. Yo permanecí de pie, inmóvil, mirándola. La tenue luz de la vela que tenía delante se reflejaba sobre una pupila blanca que ocupaba casi la totalidad de su ojo izquierdo. Hasta ese momento no me había percatado de que estaba tuerta. Su lagrimal no dejaba de gotear y había formado bajo su párpado arrugado una madeja de legañas.  —¿P  —¿ Pun iensa estar r toda la anoche a hí, de pie com o una e sta sta tua? V Venga enga,, siéntese. siéntese . Parece búhoesta esperando que caiga la noche. La mujer tenía razón. Había llegado el momento de hacer preguntas y yo continuaba mudo, como si hubiese visto un ánima del purgatorio. Me acerqué a la

mesa y me senté frente a ella. Traté de repasar discretamente el aspecto de mi  

anfitriona, sin poder evitar fijarme en las uñas largas y amarillentas con las que sujetaba el tazón.  —¡Prué  —¡P ruébelo! belo! A Aún ún está ccaa li liee nte —insi —insisti stió, ó, li lim m piándose la boca c on la m manga anga..  —No…, gra gracia ciass —re —respondí spondí ner nervios vioso. o. Sin sabe saberr si e l nudo que tenía en el estómago era fruto de la tensa situación o de la falta de higiene que,  precisa  pre cisam m ente ente,, brill brillaba aba por su aausenc usencia ia eenn aque aquell lugar. lugar.  —Siem  —S iem pre he dicho que la buena e duca ducación ción solo sirve par paraa pasar pa sar ham bre —  afirmó cogiendo el tazón que me acababa de ofrecer y abocándolo en el suyo—. Usted Ust ed se lo ppierde ierde..  —¿P  —¿ P or qué el j uego de la oc ocaa ? —pre —pregunté. gunté. Ella negó en silencio repetidamente con la cabeza.  —Sii quier  —S quieree re respuestas spuestas debe deberá rá a ce ceptar ptar las re reglas glas de dell j uego —com entó  blandiendo una sin siniestra iestra sonrisa. Al hac hacee rlo, pude c om omproba probarr que su de dentadura ntadura estaba barnizada por la misma tonalidad amarillenta de sus uñas.  —¿Reglas?  —¿ Reglas? —pre —pregunté, gunté, tra tratando tando de seguirle la ccorr orriente. iente.  —Sí.í. P  —S Pee ro le aadvierto dvierto que este e s un j uego sin re retorno, torno, una vez que c om omienc iencee a nadie nadie pod podrá rá detenerlo. No hhabrá abrá vuel vuelta ta atrás.  —¿Y  —¿ Y eenn qué cconsi onsisten sten esa esass re reglas? glas?  —En rea r eali lidad dad e s solo una, y m uy senc sencil illa: la: y o pr pregunto egunto y usted rresponde esponde.. Así de fácil fá cil.. S Sii es si sincer nceroo conm conmig igo, o, yyoo lo sser eréé tam bién bién ccon on usted usted y respon responderé deré a una de sus ddudas. udas. Una pre pregunt guntaa por otra. Es lo jjust usto, o, ¿¿no? no?  —Me par paree c e cor corre recto. cto. Ac Acepto epto el j uego —conte —contesté sté sin a pena penass pe pensar nsarlo. lo. Parecía una propuesta sencilla y coherente.  —Muy bien —sonrió—. Me e ncantan nca ntan los hom bre bress valiente valientes. s. P onga el bra brazzo extendid extend idoo sob sobre re la m esa.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice??  —Quítese la c haque haqueta ta y a rr rree m ángue ánguese se la c am isa —m —mee pidi pidió. ó. La verdad es que no entendí lo que pretendía, pero obedecí sin rechistar. Había ido allí a buscar respuestas y estaba dispuesto a hacer lo que me pidiera con tal de que aquella vieja loca se soltara la lengua. Me levanté, y mientras dejaba mi chaqueta sobre el respaldo de la silla y me subía la manga hasta la altura del codo, ella se apresuró a coger un tarro que guardaba junto a un fogón lleno de hollín. Después, una vez que estuvimos los dos otra vez sentados frente a frent fre nte, e, aabri brióó el rec recip ipient ientee y sacó algo.  —¿Qué  —¿ Qué e s e so? —pre —pregunté. gunté. La esc escaa sa luz que propor proporcc ionaba la vela m e im pedía pedía observar lo que habí habíaa extraíd extraídoo de aquel cuenc cuencoo de barr barro. o. Pero anciana respondió. cogióe con fuerza lable. mano y,cíacon ojos cerra ce rrados dos,,lacom comenz enzóó anosus susurra urrarr eenn unMe lenguaj lenguaje incom incomprensi prensibl e. P Pare arecía unlos anti antiguo guo dialecto, como el rezo de un rito iniciático o algún oscuro sortilegio; y entonces, sin esperarlo, comenzó a arañarme el antebrazo con el objeto que había sacado

del tarro. Era algo punzante, como la uña de un animal disecado con la que trazó  

un pequeño signo. Lo lógico en aquella circunstancia hubiese sido negarse a continuar y haberme apartado inmediatamente de la mesa, pero no. Hice todo lo contrario. Permanecí inmóvil, apretando el puño para contener el dolor que me causaban los desgarros que en ese momento aquella mujer marcaba sobre mi  piel. Result Resultóó un ritual bre breve. ve. Ape Apena nass duró unos c uantos segundos, m e dio m inut inutoo quizás, pero fue tiempo más que suficiente para descubrir que me encontraba en el lugar correcto. Lo supe porque la anciana acababa de marcar sobre mi antebrazo una señal exactamente igual que la que aparecía en la axila del cadáver ca dáver que encontraron dí días as atrá atráss jjunt untoo al puent puentee de eesa sa m isma localid ocalidad. ad. Aquel hecho escapaba a mi razón porque nadie ajeno al grupo de investigación tenía constancia de que existiesen marcas post mórten sobre el cadáver, y resultaba prácticamente imposible que esa anciana pudiese saber  cómo eran, a menos que hubiera visto desnuda a la víctima. Pero esa posibilidad quedaba completamente descartada porque se daba la circunstancia de que el cuerpo apareció vestido en el margen derecho del río, en el tramo más inaccesible, y era absurdo pensar que una mujer de su avanzada edad pudiera matarlo, trasladarlo más de cien kilómetros y, posteriormente, conducir hasta Logroño para colocar dos de sus dedos sobre una plaza. No obstante, era evidente que sabía algo sobre lo ocurrido, y yo debía averiguar cuánto. No pude dejar de mirar fijamente la silueta de sangre con forma de tridente que había quedado marcada en mi antebrazo intentando imaginar qué significado tendría.  —¡La huella de una oca oca!! —pre —precc isó llaa anc anciana iana con su pec peculi uliaa r voz ra rasgada sgada—. —. Esa es la respuesta a la pregunta que no se atreve a hacer. El macho de la m anada si siem em pre m arc arcaa su tterrit erritori orio. o. Con aquella apreciación, descubrí que aquel signo no correspondía a ninguna secta satánica ni nada parecido. Estaba equivocado, y lo que creí que podría tratarse de un tridente era en realidad la huella de la pata de una oca. Por tanto, mis conjeturas sobre los dos números que aparecían junto a esa huella eran acertadas: el seis y el doce marcaban las casillas de los dos puentes de un macabro juego que acababa de comenzar, y si quería apresar al asesino antes de que volviese a actuar, no tenía más remedio que tratar de adelantarme a su  próximaa j ugada  próxim ugada.. La anciana continuó con su ritual de rezos susurrados, obviando mi presencia. Chupó los restos de sangre que quedaban sobre el objeto con el que me arañó y lo dejó sobre la mesa, junto al montón de cartas. En ese momento fue cuando  por fin f in pude ccom omproba probarr eestupefa stupefacto cto que er eraa una pa pata ta de a ve ccon on lo que m e había marcado. Por las membranas resecas yque acartonadas había entre losdetres dedos rígidos, se apreciaba claramente se tratabaque de la extremidad un  pato o de una oc ocaa m uer uerta, ta, cuy a uña ce centra ntrall había sido a filada de for form ma concienzuda para poder usarla como punzón.

 —Podría  —P odría dete detene nerla rla a hora m ismo por c onoce onocerr esa m ar arcc a que ha seña señalado lado  

sobre mi brazo —la amenacé.  —Saa be que si lloo hace  —S hac e nunc nuncaa dete detendrá ndrá al aasesino. sesino.  —¿P  —¿ P or qué ha…?  —Lo siento —m —mee int inter errum rum pió, sin ape apenas nas dej ar arm m e a brir la boca boca—. —. Si quiere saber más, antes debe contestar a una de mis preguntas. Esas eran las reglas —  me recordó mientras su ojo tuerto continuaba arrojando gota tras gota. Eran lágrimas de cocodrilo, de esas que brotan mientras el depredador se come a su víctima. Volví a tomar aire. La paciencia no era precisamente mi mejor virtud, pero debía tenerla si quería continuar con aquella conversación.  —Usted dirá —ase —asentí ntí,, e ncogie ncogiendo ndo los hom hombros bros re resign signaa do—. ¿Qué quier quieree saber? La anciana cogió las cartas del tarot que había junto a la vela, y tras rascar  con una de sus uñas la cera seca que se había posado sobre ellas, comenzó a  baraj  bar aj ar arlas. las. Ac Acto to seguido, las fue ec echando hando sobre la m e sa c ar araa ar arriba riba,, mostrándolas.  —Vee o a un m ucha  —V uchacc ho que y a no está e ntre nosot nosotros ros —com entó seña señalando lando una de las las ca cartas— rtas—.. Hábl Háblem em e de éél.l.  —¡Basta! —le grité, leva levantándom ntándomee e nfa nfadado dado de la m e sa—. P uede que hay a acce ac cedi dido do a segui seguirr su jue juego, go, pero esto no form formaba aba pa parte rte de lo ppac actado tado.. No cre creoo en estas fantochadas ni quiero que me echen las cartas. Podrá engañar a gente con  problem as que ac acude ude de desespe sespera rada da a c har harlatana latanass com o ust usted, ed, pe pero ro a m í no.  —Todos  —T odos tene tenem m os problem as. Usted, y o…, todo e l m undo los tie tie ne. P er eroo no tiene por qué preocuparse, no estoy haciendo ningún tipo de magia ni pretendo leerle su futuro —aseguró—. Yo nací con una virtud: veo cosas del pasado, cosas que ocurrieron hace tiempo, y me ayudo del tarot para interpretarlas. Nunca  pedí tener te ner este don, y de niña no ente entendía ndía por qué m is oj ojos os obser observaba vabann se sere ress que nadie más podía ver. Fue duro convivir con esas oscuras sombras deambulando a mi alrededor, tan desagradable que no se lo deseo ni a mi peor enemigo, y solo con el paso de los años aprendí a asumirlo.  —¿S  —¿ Som ombra bras? s?  —Sí.í. Los ddifuntos  —S ifuntos qque ue ccada ada uno de nosotros ar arra rastra stra eenn su aur aura. a. Un inesperado escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar aquellas palabras, erizando el vello de mi piel. Yo, a pesar de haberme criado en una familia católica, siempre me consideré agnóstico. Nunca creí en nada, y mucho menos en espíritus o fantasmas con cadenas arrastradas que volviesen de ultratumba a vengarse de los portaron mal con laellos. Por eso aquella me incomodaba. Noque en aquí vano,seopté por seguirle corriente para tratarsituación de adivinar  cuánto había había de ver verdad dad en sus pal palabra abras. s.  —Supongo  —S upongo que se re refie fiere re a Igna Ignacio cio —conte —contesté—, sté—, a un com pañe pañero ro que

mataron cuando intentaba detener a unos atracadores que pretendían asaltar la  

sucursal de un banco. banc o. F Fue ue ter terribl rible. e.  —¡Miente!! —m e ac  —¡Miente acusó usó llaa vie viejj a —. Las ccar artas tas no m muestra uestrann a ningún Igna Ignacc io.  No pude rebatir re batir su a cusa cusación ción porque porque,, e ntre otra otrass cosa cosas, s, lo que ac acaa baba de decirle me lo había inventado y aquella especie de bruja lo adivinó sin titubear. Era cierto que nunca tuve un compañero llamado Ignacio ni nadie conocido que muriese en un tiroteo. Con aquella mentira solo pretendía desenmascararla y acabar rápidamente con aquella farsa, pero no fue posible. Ella mantuvo su mirada clavada sobre mí, esperando que cumpliera lo pactado: una pregunta a cambio de otra.  —Bee rto —conf  —B —confee sé en voz baj a, a ver vergonz gonzado ado por habe haberle rle m e nti ntido—. do—. Se llam lamaba aba Bert er to.  —Conti  —C ontinúe núe —m —mee pidi pidióó a l com proba probarr e l inm inmee nso dolor que m e ca causaba usaba  pronunciar  pronunc iar e se nom bre bre..  No sé c óm ómoo lo ha hacc ía, pe pero ro a quella viej a tenía el don de sabe saberr c uándo m e ntí ntía. a. Así pues, no me quedaba otra opción: o se lo contaba o me marchaba de allí, y comencé a explicarle uno de mis secretos mejor guardados.  —No podría dec decirle irle c uándo lo c onocí porque si int intento ento re recc orda ordarr alguna im agen de m i ni niñez ñez o alg algún ún recuer recuerdo do llej ej ano de m mii infancia, infancia, él ssiem iempre pre aapare parece ce a mi lado. Vivíamos en el mismo edificio y compartíamos clase en el colegio. Y claro, cuando él no bajaba a mi casa a jugar subía yo a la suya. Tan solo existía una planta entre su piso y el mío, tan solo una escalera se interfería entre su vida  la mía. ¡Veintiséis escalones! —recordé en voz alta—. Veintiséis escalones que nuestras infantiles piernas recorrían arriba y abajo decenas de veces al día. Supongo que subir aquellas escaleras era para mí como viajar al mejor parque de atracciones que pudiese existir, porque tras ellas, tras esos veintiséis peldaños, siempre encontraba un mágico mundo de diversión. Resultaba fantástico. Con unos simples palos de madera podíamos convertirnos en unos intrépidos piratas que luchaban con sus afiladas espadas al borde de un peligroso acantilado… Y todo ello sin tan siquiera salir de su habitación. ¡Era genial! —suspiré con melancolía. » Habl Hablando ando de él se am on ontton onan an en m i mem ori oriaa los rec recuerdo uerdoss ddee aaqu quel el tiempo pasado… El día de nuestra comunión, por ejemplo. Esa señalada fecha en el calendario que todo niño espera con ansiedad sabiendo que con ella llegará algún regalo. Algo tan importante como un balón sin remiendos o una bicicleta con las ruedas nuevas. Recuerdo que en aquella época se puso de moda comulgar vestidos con un traje de marinero y, como íbamos todos iguales,  par  parec quedehabía llega egado la horaende alistar se euno n la de Mar Marina. ina. P esse ro bueno, quello no dej decía ejíaaba ser unll ddía ía do especial eell alist qu quee arse ccada ada nos nosot otros ros e sent sentía ía elace cent ntro ro de atención de todas las miradas en aquella coqueta iglesia de barrio. Aún puedo sentir los nervios y mis piernas temblando como un flan al entrar a la iglesia,

tratando de repasar mentalmente la petición que debía hacer tras la lectura;  

aunque eell hhec aunque echo ho ddee saber que B Ber ertto iiba ba a est estar ar a m i lado lado m mee daba m ás confianz confianzaa en mí mismo. Él era como ese hermano que nunca tuve y en el que siempre in intenté tenté escudar e scudar m i in infa fanti ntill ti tim m idez idez.. » Tam bi bién én aañoro ñoro aquel aquellas las iincansabl ncansables es tardes que pasábam os en el gi gim m nasi nasioo dando clases de kárate enfundados en unos impolutos kimonos de color blanco,  pegando  pega ndo pata patadas das a un sac sacoo c olgado del tec techo. ho. P er eroo e so no er eraa lo m ej or, había días que nos fugábamos para hacer algo que a mí, particularmente, me encantaba: colarnos en el viejo cementerio y jugar al escondite. Supongo que ahora, con el transcurrir de los años, tan solo vería un motón de nichos vacíos. Pero en aquel tiempo, un hueco en la parte más alta resultaba el lugar perfecto  paraa e sconde  par sconderse rse del pesa pesado do ente enterr rrador ador que siem siempre pre int intee ntaba pil pillar larnos. nos. El pobre nos buscaba una y otra vez maldiciendo en voz alta a nuestros antepasados. ¡Era fantástico! Como no conocíamos la muerte de cerca no suponía ningún trauma  paraa nosot  par nosotros ros tene tenerr que ir a j ugar allí o m e ter ternos nos en e n aalguno lguno de aque aquell llos os aaguj gujer eros os oscuros y alargados. A mí incluso me gustaba el olor a jazmín que se respiraba, y que junto al colorido abanico de flores que adornaban todas aquellas lápidas de m árm ár m ol ol,, nos animó a baut bautiizarlo com comoo el parque de las flores. » Fue una éépoca poca ino inolv lvid idable able en la que siem siempre pre íbam íbamos os junt juntos os a to todas das partes. Éramos inseparables, hasta el punto de que muchísima gente nos encontraba  parec  par ecido ido y pre preguntaba guntaba si ér éraa m os her herm m a nos. C Cre recc im imos os fe feli lice ces, s, y puede que ffuese uese simplemente porque éramos eso, unos inocentes niños cuya única preocupación era buscar algo con lo que entretenerse y malgastar su preciado tiempo, esos fugaces momentos que transcurrían sin darnos cuenta y que nada ni nadie podía  parar  par ar… …  —Y si fue todo ttaa n idí idíli licc o, ¿¿por por qué veo tanta a m a rgur rguraa tra trass su m mira irada? da? —m —mee  preguntó  pre guntó llaa aanc nciana iana,, sin dej a r de cla clavar var su oj ojoo sano sobre m i rostro.  —No quier quieroo habla hablarr m ás de Berto. Es un tem a olvi olvidado dado que per pertene tenece ce a l  pasado.  pasa do. Ade Adem m á s, ¿pa para ra qué quier quieree sabe saberlo? rlo? Ya nadie puede c am biar biarlo. lo. Solo im porta porta el presente.  —El pre presente sente se c onst onstruy ruy e con los c im imientos ientos del pasa pasado do y la e sper speraa nz nzaa del de l futuro.  —Una frase fr ase pre precc ios iosaa , per peroo vac vacía. ía. No puedo per perder der e l tiem po en tonte tonte ría ríass ni retóricas sentime sentiment ntali alist stas. as. Ha Hayy un asesi asesino no su suelt eltoo y debo atrapa atraparlo rlo —l —lee re recordé. cordé.  —Entoncess pre  —Entonce pregunte, gunte, eess su tu turno rno —a —asint sintió ió llaa a ncia nciana, na, c um umpli pliee ndo con eell tra trato to que habíam habíam os hhec echo. ho.  —¿P  —¿ P or qué la oc oca? a? ¿¿Qué Qué sentido ttiene iene??  —Muchísim m ogo ti tie enmfinal, po ante antes s de e seaún pasa pasado doinúa queviv usted pre pretende tende ignorar  com —Muchísi enzó un jue juego si sin un ritu ritual al que ccont ontin úa vivo. o. Antes de que hubiese zebedeos o cristianos sobre la faz de la tierra, ya eran objeto de culto esas aves que ahora son ignoradas. Tanto las ocas como los gansos eran guías sagrados que

conectaban al a l sser er huma humano no con el mundo qque ue había más m ás all alláá de los los vi vivos vos,, y se les  

 prof e saba un gr  profe gran an re respeto. speto. Fue tanta la im importa portancia ncia m íst ística ica que a dquirier dquirieron on eesas sas aves sagradas que si ahora, en la actualidad, dispusiésemos el recorrido del Camino de Santiago en espiral en vez de en línea recta, obtendríamos el auténtico uego de la oca. Contemplaríamos ese sendero olvidado que los antiguos alquimistas transitaban buscando convertir el plomo de su corazón en oro, un camino iniciático que conducía hasta el mismísimo fin del mundo, al abismo de la soleda soledad. d.  —¿Está  —¿ Está aafir firm m a ndo que eell C Caa m ino de S Saa nti ntiaa go es un jjuego uego de la oc oca? a?  —El c a m ino que ahor ahoraa re recc orr orren en a diar diario io los fe fervie rvientes ntes per peree grinos e s e n realidad un gran ritual diseñado por aquellos que conocían los ancestrales secretos de estos lugares, unos secretos que los celtas ya entonces guardaban celo ce losam sam ente. A lo llar argo go de los ssig iglos los han ve venid nidoo druidas, ssabios abios e inclus inclusoo re reyy es eenn  busca de ese tesoro int inter erior ior que solo ca cam m inando se puede e ncontra ncontrar, r, a re reaa liz lizar un vi viaj aj e m ís ísti tico co que si sirve rve par paraa buscar la verda verdadera dera trans transce cendencia ndencia del ser huma humano. no.  —Pee ro… No ha re  —P respondi spondido do a m i pre pregunta. gunta. ¿P or qué pre precisa cisam m e nte la oca y no cualqu cua lquier ier otra ave o aani nim m al? — —ins insis istí tí..  —De noche noche,, los tra transeúntes nseúntes de dell c a m ino se guiaban guiaba n por las estre estrell llas as par paraa cam ca m in inar ar hac hacia ia el oest oeste, e, hacia la ttierra ierra de nadie, buscando buscando un « ca cam m po de estre est rell llas» as» que ahora, eenn nuest nuestro ro ti tiem em po, conocem conocem os como Co Com m pos postel tela. a. En cambio, de día, cuando esos astros luminosos desaparecían del firmamento, el único guía que seguir era el vuelo migratorio hacia el oeste de las ocas salvajes. Despu De spués és llegaron llegar on ellos ellos,, los pere peregrinos grinos crist cristianos, ianos, y lo desvi desvirtuaron rtuaron tod todo. o.  —¿Y  —¿ Y ccóm ómoo sabía lo de la hue huell llaa de la pata de oca oca?? Se supone que e s una se señal ñal ancest ance stra rall qque ue fue borrada por el paso ddel el ti tiem em po.  —A pesa pesarr del tr transc anscurr urrir ir de los años, eell juego j uego ha per perm m a nec necido ido vivo oculto en el letargo del olvido. Y ahora hay alguien que ha comenzado a recorrer ese ancest ance stra ral ino, in o,ciente el nte aut auténti éntico co sendero larpe oca. transeúnt trans eúnte senza hace llam llamé xit ar ar,o, un  per  peregr egrino inol cam pe perte rtene necie a una sagr sagraa da de e sti stirpe queElint inte e ntar ntará á aelca lcanz a r con xito la meta marcada hace miles de años por sus antepasados; aunque para ello, antes deberá su supera perarr las si siete ete prue pruebas bas que exige el rit ritual ual del jjuego. uego. Yo, como era lógico, escuchaba sin pestañear cada una de las palabras que aquella enigmática mujer pronunciaba. Su historia había conseguido captar mi atención de una forma extraordinaria y mis reticencias iniciales a mantener una conversación con ella se habían esfumado para convertirse ahora en un fa fascinante scinante diálogo diálogo..  —¿Qué  —¿ Qué prue pruebas bas son eesas? sas? —pre —pregunté gunté m muy uy int inter eresa esado. do.  —Los puente puentes, s, la posada posada,, los dados, e l poz pozo, o, la c ár árcc e l, el labe laberinto rinto y la muerte. El nombre de la última prueba me hizo sentir un repentino escalofrío. Cuando la aanciana nciana pron pronunci uncióó llaa palabra « m uerte» vini vinier eron on a m i m ente angu angust stio ioso soss

momentos de mi pasado más reciente, vivencias que aún seguían ardiendo en la  

hoguera de m hoguera miis rec recuerdos uerdos..  —No ti tiene ene por qué pre preocupa ocuparse rse —continuó c on su pe peculiar culiar tono de voz misterioso—. En los próximos días irá descubriendo cada una de esas pruebas.  —¿Ir  —¿ Iréé ? —pre —pregunté, gunté, e xtra xtrañado ñado de que m e inm inmiscuy iscuy e ra en e se roc rocaa m bolesco uego.  —Sí.í. E  —S Enn todo j uego ha hace cenn fa falt ltaa var varios ios j ugador ugadores, es, y ust ustee d es uno de e llos. llos. E Ell transeúnte lo ha retado. Por consiguiente, de ahora en adelante deberá considerarlo su adversario, y lo peor de todo es que le lleva bastante ventaja; él a ha m ovi ovido do ficha y, por lo qque ue veo, logró logró sup supera erarr la prime primera ra prueba con c on éxi éxitto.  —Pee ro y o no ele  —P elegí gí participa participarr eenn ese j uego —dij —dijee ccontra ontraria riado. do.  —Es cie cierto, rto, no ha sid sidoo e lec lección ción suy suya. a. Fue e l propio j ue uego go quien lo eligió a usted.  —¿Y  —¿ Y por qué a m í?  —Por  —P or su pa pasado. sado.  —No la enti e ntiee ndo.  —Es m uy senc sencil illo. lo. El j uego de la oca es un per peregr egrinaj inaj e hac hacia ia el int intee rior de uno mismo. Eso es lo que realmente buscan los miles de peregrinos que a diario recorren el Camino de Santiago, encontrarse consigo mismos. Caminan hacia el oeste, hacia el punto más occidental de Europa, en busca de respuestas que solo  puedenn eencontra  puede ncontrarr en un re resqui squicio cio de su alm almaa . Ese sende sendero ro eess el rref eflej lej o de la vida resumido en un corto espacio de tiempo. En su transcurso los días resultan trem enda endam m ente int intensos. ensos. C Cam am inan kkil ilóm ómetro etro tra trass kkil ilóm ómetro etro eenn si silencio, lencio, repa repasando sando mentalmente qué fue lo que hicieron mal a lo largo de su vida. Aquí la gente no habla, los códigos de la comunicación son distintos, y quien no sepa comprender  una simple mirada nunca logrará entender una larga explicación. Mas todos ellos lo recorren ignorando lo más importante: que siguen una guía secreta que los llevará camino de iniciación hacia un viaje Deberá que marcará sus ese vidas para siempre.por Y un usted, inspector, no es distinto a ellos. recorrer camino interior que lo libere de sus pecados, de ese pasado que no le deja dormir. Solo así logrará adelantarse al transeún transeúntte y ca capt pturarlo. urarlo.  —Sigo  —S igo sin e ntende ntenderlo. rlo. Yo no e legí j ugar c ontra ese a sesino —ins —insist istíí apesadumbrado.  —Hayy una ra  —Ha razzón por la que todos nac nacee m os, y ust ustee d, e sta noche noche,, debe comenz come nzar ar a bu buscarla. scarla.  —Entoncess si y o…  —Entonce  —Lo siento. Su turno ha a ca cabado. bado. Si quier quieree sabe saberr m ás debe deberá rá re responder sponder a otra —¿ de Pmis  —¿P er eroopreguntas. no se da c uenta de que m ientra ientrass per perdem dem os el tiem tiempo po habla hablando ndo puede haber alguien ahí fuera intentado asesinar a otra persona? —le recriminé,  pensando  pensa ndo que eera ra a bsurdo eese se j uego que había habíam m os com e nz nzaa do.

 —Nadie  —Na die pue puede de ccaa m biar eell desti destino no de na nadie. die.  

 —P e ro…  —Pe  —No conte contestaré staré a ninguna pre pregunta gunta m á s. Rec Recuer uerde de que ante antess y o le propuse ot otro ro j uego, y us usted ted ac acce cedi dióó a parti participar cipar..  —Solo  —S olo una m máá s, por fa favor vor —le rrogué. ogué.  —Saa be que no puedo, a m enos que sig  —S sigaa contá contándom ndomee qué ocur ocurrió rió con su amigo Berto. Por más que insistí no hubo manera de convencerla para que siguiese hablando. Aquella octogenaria me tenía atrapado de pies y manos, completamente a merced de sus deseos. Y si quería continuar escuchando más curiosid curios idades ades sobre ese supuest supuestoo rit ritual ual debí debíaa com compl plac acerla erla re recordando cordando las m mis iser erias ias de mi m i má máss ooscuro scuro pasado. pasado.  —Nuestra  —Nue stra infa infanc ncia ia re resul sultó tó de lo m á s norm al —continué tra tratando tando de bucea buce a r  en los rin rincones cones m más ás profund profundos os ddee m i me mem m oria—, y sin sin darnos apenas cuenta nos vimos abocados ante las puertas del instituto. Aquello sí que resultó un cambio  brutal, un repentino re pentino air airee de li liber bertad. tad. Los prof profesor esoree s te c once oncedían dían m ás e spacio spac io  paraa ser tú m  par mismo ismo y c re reoo que fue donde por pr prim imee ra vez me m e sentí adulto, m mucho ucho más independiente. Las chicas vestían de manera diferente, como más desinhibidas, sus reducidas faldas y sus adolescentes pechos comenzaban a brotar  comoo un desbo com desbordante rdante m mananti anantial al de agua fre fresca. sca. » Un ddía, ía, ttra rass vvarios arios m eses de curso, Berto y y o qquedam uedam os con un par de chicas para tomar un helado. Yo me encontraba eufórico. Iba a ser mi primera citaa y, si cierr cit cierroo llos os oojj os, os, aún m mee pa pare rece ce estar vi viendo endo llaa ccanti antidad dad de vec veces es que m mee cambié de ropa y la indecisión que tenía por qué ponerme para causar buena impresión, casi puedo oler el perfume varonil de aquella botella de Varon Dandy de mi padre que gasté en una sola tarde —comenté tomando aire—. Bueno, aunque… Si debo ser sincero, con quien realmente quedaron aquellas chavalas con amigo, resultaba undel chico atractivo, dermesos que lfue lam lamaban abanmi la aatenció tención. n.porque En camélbio, bisío, que yyoo era m ás bi bien en m mont ontón, ón, má máss no norm ali alill llo. o. » Si hu hurgo rgo en m i me mem m ori oria, a, aaún ún reti retint ntin inea ea en m is oídos oídos la important importantís ísima ima conversación que manteníamos mientras nos rifábamos a la más pechugona; unas buenas tetas eran un argumento más que convincente a esa edad y era  preciso  pre ciso dej ar m á s o m e nos cclar laroo a c uál de e llas llas le íbam os a tira tirarr los tej os ccada ada uno. » Los dos com comenz enzam am os a rreírnos eírnos y a par parti tirnos rnos de risa por llaa cconv onversac ersaciión ttan an enriquecedora que teníamos en ese momento, aunque lo cierto es que no necesitábamos mucho para soltar una carcajada ya que con cualquier mínima tontería estábamos caso es quelaaquel después ydeyotomarnos el helado con ellas, élriéndonos. se marchóElcon Manoli, más día, exuberante, me quedé con Elena, Elena, una cchi hica ca m uy si sim m páti pática ca,, pero m ás pl plana ana que un ttablero ablero de planchar planchar.. » Nos fui fuim m os a un ppar arque, que, y aunqu aunquee no habí habíaa hoj hojas as seca secass es esparc parcid idas as po porr el

suelo ni los pájaros trinaban como cuentan en las novelas de amor, aquel paseo  

resultó bastante romántico. Los dos, tanto Elena como yo, sabíamos que al final de aquella cita nos esperaba un beso, y cualquiera de las absurdas conversaciones que mantuvimos no hicieron nada más que retrasar ese esperado momento. Aquel fue mi primer beso, quiero decir en la boca, y no estuvo del todo mal, ya que estuvimos una media hora intercambiando flujos bucales y terminé con los labios casi escocidos. Supongo que lo lógico hubiese sido acercarme lentamente a sus labios mirándola fijamente a los ojos, pero la impaciencia me ganó la partida y me abalancé sin pensármelo sobre sus sonrosados labios y la atropellé bruscamente con mi lengua. » Más ttar arde, de, cua cuando ndo de nuevo m mee volví volví a re reuni unirr ccon on B Ber ertto en eell pportó ortónn de nuestro edificio, le pedí que me narrara con todo lujo de detalles cómo le había ido con Manoli. Pero, para mi asombro, Berto no había intentado ni meterle mano; simplemente se limitó a charlar con ella y a darle un pequeño pico al despedirse. ¡Joder, qué tonto! —pensé—. Con las tetas que tenía la chavala y lo guapo que era él. Si llego a estar yo en su lugar esa no se escapa viva. Pero  bueno, la vida e ra así de injusta inj usta y esta estaba ba ta tann m maa l re repar parti tida… da… » Nuest Nuestra rass perip peripec ecias ias en el iins nsti tittuto uto fueron innume innumerables rables —rec —recordé ordé ccon on nostalgia—. Se podría decir que tuvimos una juventud normal y corriente, así hasta que llegamos a los esperados dieciocho años. Por aquel entonces estábamos acabando el instituto e, inevitablemente, llegaría pronto el momento de marcharse a la universidad. » Mi Miss nnot otas as era erann me medi diocre ocres, s, pero ca casi si si siem em pre pasaba de ccurso urso sin sin arra arrast stra rar  r  asignaturas suspensas. En cambio, Berto era todo un empollón, el mejor de la clase, y también sería justo decir que gracias a él aprobé más de un examen. Siempre me explicaba pacientemente las Mates y la Física, asignaturas que se me atragantaban una y otra vez; aunque él ponía todo su empeño al expl»icárm explicárm pud pudiiaquel ese aaprobarlas. probarlas. Así Así,, elas hast hastaapara queque llegó fatídi fatídico co m es de j uni unio, o, época de los últi últim m os exámenes de fin de curso y de las duras pruebas de selectividad. Y recuerdo  perfe  per fecta ctam m e nte que fue un vier viernes nes cua cuando ndo dec decidi idim m os salir a dar una vuelta par paraa tomarnos unas cervezas e intentar descongestionar un poco nuestras saturadas mentes de tanto estudio. Nos fuimos a donde se encontraba la movida, y aquella noche, sin sin esperá esperárm rm elo, mi vi vist staa se cr cruz uzóó con la de una aatracti tractiva va m uchacha uchacha.. » Era un ángel. No hhabía abía vist vistoo nu nunca nca a una chica tan guapa. Una m orenaza que no dejó de perseguirme con la mirada. Sus ojos felinos combinaban de maravilla con una esmerada sonrisa que dejaba entrever una dentadura  per  perfe fecta ctam ntemaali linea neada a basea de apa apara ratos tos ortodónt ortodónticos. icos.brill Bueno, l ca caso que luz no  pude de dej jm a rede ira irarla rladaporque quellos llabios abios húm húmee dos, brillando andoeel ba baj j osola es te tenue nue de aquel local, parecían invitarme sinuosamente a que me acercara… » Y así lloo hi hice ce.. Dec Decid idiido, tom oméé aaire, ire, m mee aaparté parté eell fl flequi equill lloo y, m uy

lentamente, me acerqué a ella. Sin pensármelo, me presenté y le susurré al oído  

que no sabía por qué no podía dejar de mirarla, que me había cautivado con sus misteriosos ojazos. Después comenzamos una graciosa conversación en la que o intentaba decirle todo lo que ella quería escuchar y, a su vez, ella sonreía asintiendo con agrado a lo que yo decía. Todo marchaba sobre ruedas, suave como la seda, y si no pasaba nada raro…, la tenía en el bote. ¡Qué suerte! —   pensé—.  pensé —. P ero er o la ale alegría gría duró el ti tiem em po j usto que tar tardó dó uno de sus am igos e n acercarse a nosotros para hacerme una pregunta que, sin esperármelo, cambió mi vida: » —¿ —¿Tú Tú nnoo eras m maricón aricón?? » —Pe —Perdona, rdona, ¿¿cóm cóm o di dice ces? s? —l —lee ccont ontesté esté un ppoco oco descoloca descolocado. do. Sin comprender com prender por qué había ll llegado egado a esa e sa absurda deducción deducción.. » —Nada, hombre hombretó tón. n. C Como omo siem siempre pre te he vist vistoo con B Berto, erto, pens pensaba aba que a ti tambi tam bién én te gustaban los ttíos íos —t —tra rató tó ddee eexpl xplicar icarm m e. » No respon respondí dí.. Le pe pegué gué un pu puñetaz ñetazoo con to todas das m miis fuerzas en su cara de creti cre tino no y le partí llaa nariz nariz,, o al m menos enos eso fue lo qque ue m e pare pareció ció po porque rque sangraba como un cerdo en una matanza; y, sin apenas darme cuenta, me encontré envuelto en una pelea descomunal. Volaron sillas, botellas y todo lo que pillamos a mano. Y de la chica con la que había comenzado a charlar, nada de nada, desapareció como por arte de magia. Resultado: un dedo de mi mano derecha fracturado y el labio roto; y Berto, algún que otro rasguño y todos los botones de la camisa arrancados. ¡Ah! Pero eso sí, nuestro orgullo quedó impoluto, reluciente como la dentadura de la chica que acababa de conocer. Después nos marchamos del local a toda prisa, antes de que viniese la policía. » Regresam egresamos os apresurado apresuradoss a ca casa sa con un asp aspecto ecto má máss qque ue lame lament ntabl able, e, aunque debo admitir que el camino de vuelta resultó algo más tenso de lo habitu habi tual. al. No sabí sabíaa qué sería m ej or: ssii pregun pregunttar arle le a Berto sobre sobre lo qque ue m e dij dij eron o esperar espera rQué a que saca sacase se el tema. Yesto eent ntonces, onces, suce dió ó llooa segu segundo ndo: : ias a todo el » —¿ —¿Qué haélpasado? Tetem ha hassa.pu puesto com comoo su uncedi lloco oco pega pegar r host hostias mundo —me preguntó sorprendido. » —E —Ese se ddesg esgrac raciiado ssee ha ac acerc ercado ado a mí y m e ha vacil vacilado. ado. Y para chul chulear earse se de mí le faltan cojones a ese y a siete más como él —le contesté intentando tomar un poco de aire, recuperándome del trajín de la pelea. » —Pe —Pero, ro, Álv Álvar aro, o, cre creoo qu quee le has partido la nariz. nariz. JJoder, oder, ¿¿has has vi vist stoo cóm cómoo sangraba? » —¡Me da iigual gual!! Así ca cada da vez que se cruce conm conmiigo ssee lo ppensara ensara dos vece vecess antes de de dec deciirm e aalg lgo. o. »» —¡C —¡Cre reoosqu que e tem has —exclam —exclamó óasB Ber ert ¡T ¡Tam am poco sser ería ía para terado anto anto! —¿ —¿S Sabe abes qqué ué me e hapasado! dicho ese gil gilipo ipoll llas deto—. m mierda ierda? ? —l —le e pre pregunt gunté é aalt lter ado!  —. Me ha insi insinuado nuado que é ra ram m os m ar aricone icones. s. ¿Se rá posi posible? ble? Si na nada da m ás que de  pensarlo  pensa rlo m mee da dann gana ganass de ir otra vez a busca buscarlo rlo y …

» —B —Bueno, ueno, tranqui tranquilí lízzate. T Tam am poco ha dicho nada del ot otro ro m undo. No tendría  

nada de m alo qu quee te gust gustasen asen lo loss hhom ombres. bres. Hay m ucha gente a la que le pasa. » —¿ —¿Qué Qué ccoño oño est estás ás diciendo? ¿Est Estás ás de br brom oma? a? — —le le re recr criminé. iminé. No podí podíaa creer que tratara de disculpar a ese imbécil. » —¡V —¡Venga! enga! Cálma Cálmate, te, Ál Álvaro varo —me pidi pidió. ó. » —¿ —¿C Cómo, que m mee ccalm alme? e? A ver si ahora va a re resu sult ltar ar que eess ci cierto erto qu quee eere ress m aricón ar icón y y o no lo sabí sabíaa —le grit gritéé eenfadado. nfadado. » Pe Pero ro B Berto, erto, en vez de negarl negarloo rot rotun undam dament ente, e, apartó llaa m irada y am agó llaa cabeza. Aquel inesperado silencio heló por un instante mi acalorado corazón. Su muda respuesta indicó que aquel cretino del bar tenía razón. No me lo podía creer. A mi mejor amigo, a mi hermano de juegos, le gustaban los tíos; y me ofusqué tanto que no supe qué decir en ese momento. » —¡V —¡Venga, enga, B Berto! erto! No me digas digas qu quee eess vverda erdad. d. » —M —Mee tem temoo que sí — —respon respondi dióó con voz quebrada. » —M —Miira ra,, B Ber ertto, lloo úl últi tim m o que nec necesi esito to est estaa noche eess una brom bromaa de eese se ti tipo po  —com enté sonriendo de for form m a ne nerviosa—. rviosa—. Así que no m e j odas y c uénta uéntam m e qué coño está pasando. » —No est estáá pasando nada, Álv Álvar aro. o. Lo que que te han ccont ontado ado es ccierto ierto.. S Soy oy homosexual. » —Aho —Ahora ra re resu sult ltaa que m e he parti partido do el llabio abio por nada —l —lee rrec ecriminé—. riminé—. S See supone que eres mi mejor amigo y no me cuentas nada, que no sé nada de ti. Todo el mundo ssabe abe que er eres es un put putoo m mar ariicón m enos yyo. o. » —Ál —Álvaro, varo, ddéj éj am e que te lo exp expllique… que… » —¿ —¿Qué Qué m e vas a expl expliica car? r? — —grit gritéé enfa enfadado— dado—.. ¿¿Que Que no confí c onfías as eenn m mí? í? Me has estado ocultando una cosa tan importante y ahora quieres que te crea. Yo no me merecía esto, Berto. Te he tratado siempre como un hermano y me he  parti  par tido do la cara ca ra por ti m mil il vec veces. es. Ade Adem m ás, sabe sabess m uy bien que nunca he dado un  paso sinde aantes ntes Y ahor ahora, precc isam isamente ente a hora hora,, m e e nter nteroo de que no sé nada ti, ddeconsultár econsultártelo. que no telo. ttee conoz conozco. co. a, pre » Berto er to com enz enzóó a ll llora orarr. S Supong upongoo que her herid idoo por llas as groser groserías ías qu quee eescupí; scupí;  peroo e s que en aque  per aquell m om omee nto m e sentí c om ompletam pletam e nte tra traicionado, icionado, puede incluso que hasta perdido. El mundo se me vino encima e imagino que me asusté. Por unos instantes me encontré vagando en medio de una espesa niebla de sinsentido. Una inesperada nube de incomprensión nubló nuestra amistad y sentí  pánicoo por é l, por lo que suponí  pánic suponíaa a quella c onfe onfesió sión, n, por e l j a leo que se m ontar ontaría ía en cuanto se enterasen en su casa; y sentí pánico por mí, por no saber cómo afrontar aquella situación. Aquel inesperado cúmulo de incertidumbres cegó repentinamente mente.eraMela bloqueó. Y encima Berto delante no dejaba de Había llorar. Aunque parezca mi mentira, primera vez que lo hacía de mí. compartido con él risas, bromas…, pero llorar, nunca lo había visto llorar. Y fue  precisa  pre cisam m ente e so, el c ontem ontemplar plar sus lágr lágrim imaa s re resbalar sbalar por su rostro lo que m e

em pujó a cont contin inuar uar aaún ún má máss con m mii hhiri iriente ente discurso discurso::  

» —Ahora ccom ompre prendo ndo por por qué te gust gustaba aba tant tantoo iirr aall ggimna imnasi sio. o. S Supon upongo go qu quee di disfrutaba sfrutabass com o un loco viendo a todos todos llos os tí tíos os bañándose eenn pelotas. Aunqu Aunque…, e…, todavía no sé qué me duele más, que me lo hayas ocultado o que te gusten los tíos. Te juro que por más que lo intento no lo entiendo, Berto; pero lo que sí tengo muy claro es que no quiero volver a verte más. ¡Ni se te ocurra pasar por mi casa! » Di Dicho cho est esto, o, m e gi giré ré y m e m marc arché, hé, ssiin mirar atrás. Querí Queríaa escapar ccomo omo fuese de aquella mentira. Ese que estaba allí conmigo no era mi amigo y sentía que no lo conocía, por más que lo miraba solo veía a un extraño, alguien compl com pletam etamente ente desconocid desconocido. o. » Él ssee quedó allí allí,, sol solo, o, destroz destrozado, ado, sentado eenn un sucio pportal ortal y llora llorando ndo por la terribl er riblee puñalada que su mej me j or am igo llee aaca cababa baba de aasest sestar ar en su frágil cora corazzón. » Yo cont contin inué ué ccorriendo orriendo,, si sinn concede concederm rm e un pequeño respi respiro ro para descansar; solo deseaba llegar a casa para meterme en la cama y pasarme toda la noche llorando. Sí, ha oído bien, llorando. Por mi ofuscada mente comenzaron a pasar  miles de preguntas, infinidad de dudas a las que mi inmadurez no encontraba respuestas. » No ssol oloo aca acababa baba de perder a m i mej or am amiigo go,, po porque rque con él tam bién bién se marchó mi colega de siempre, mi inseparable hermano. No podía imaginarme la vida sin él, y supongo que fue en ese preciso momento cuando realmente me di cuenta cue nta de que to todo do lloo habíam habíamos os hecho j unt untos. os. A vec veces es uno no apre aprecia cia lo qque ue tiene hastaa que lo ppierde. hast ierde. C Cre reíí qu quee él sería par parte te de m í, algo mío; pero eesa sa noche, m uy a mi pesar, comprendí que debía prescindir de esa parte tan importante de mi infancia. » A pesar de ser alt altas as ho hora rass de llaa m adrugada, cuando llegué llegué a m i ca casa sa m mee duché para qui quittarm ar m e las m mancha anchass de sangre, aquel energúm energúmeno eno sangró tanto tanto qque ue me puso me ni acosté la luz der los mi dormitorio dormit orio.completamente . Quería estar a perdido. oscura oscurass yDespués no vver er nada a nadie, nadiye,apagué nec necesit esitaba aba ce cerra rrar ojos y que aquella maldita pesadilla acabara de una puñetera vez. Sin embargo,  por m á s que lo int intee nté no pude pega pegarr ojo oj o eenn toda la noc noche, he, no conseguí c onseguí quitarm e de la cabeza lo ocurrido y el simple sonido de mi respiración se clavaba en mis oídos como si fuese un punzón. No me perdonaba no haberme dado cuenta de que mi amigo era homosexual. » Aquel Aquella la du ducha cha ffría ría m mee hiz hizoo rec recapac apacit itar ar sobre sobre la ca cant ntiidad de burradas que llee dije y lo duro que fui con él; pero es que me pilló de improviso, no me lo esperaba. Resultó un trago muy difícil de digerir porque nunca sospeché que a Berto le pudiesen gustar los hombres. no tenía que haberle nada, pero me cogió en caliente y perdíSé el que control; dije cosas que no recriminado sentía; y, si realme rea lment ntee las pens pensaba, aba, tam poco debería habé habérselas rselas di dicho. cho. En fi fin, n, yyaa todo todo est estaba aba hecho y no había vuelta atrás. Lo mejor era que cada uno siguiese su camino y

creí conveniente que los nuestros no se cruzasen de nuevo. Él debía hacer su vida  

 y o llaa m ía. Por unos instantes no pude continuar con la conversación porque un nudo ahogó mi garganta. La fecha de aquella noche había quedado marcada en lo más  profundo  prof undo de m i a lm lmaa y m e dolí dolíaa re recc orda ordarla rla.. Supongo que la anc anciana iana se dio cuenta de ello y prefirió esperar callada, dejando que el sosiego viniese poco a  poco otra vez a m is aatorm tormenta entados dos re recc uer uerdos. dos. No quis quisoo a tos tosigar igarm m e porque sabía que necesitaba desahogar las penurias que durante tanto tiempo arrastré conmigo.  —Sii no ll  —S llee ga a ser por aque aquell desgr desgraa cia ciado do del bar bar,, e n la vida hubier hubieraa sospechado que a Berto le gustaban los hombres —continué relatando—. Nunca noté en él ningún amaneramiento ni gesto afeminado que hubiese delatado su orientación sexual. Siempre se comportó como yo, como cualquier chico de nuestra edad, e incluso diría que salió con muchas más chicas que yo. Por  desgracia, yo aún no sabía que daba igual a quien se amara, que no importaba si era a otro hombre o a una mujer, porque lo verdaderamente importante era ser  fiel con uno mismo y no esconder nunca lo que tu corazón siente, pero todo esto lam entabl entablem em ente lo compre comprendí ndí m ucho ttiiem po ddespués. espués.  —Graa cia  —Gr ciass por c om ompar parti tirlo rlo cconm onmigo igo —m —mee dij dijoo la a ncia nciana. na. Después De spués ccom omee nz nzóó a recoger las cartas que había sobre la mesa.  —La ver verdad dad es que no sé por qué le c uento todo esto —c —com omee nté a rr rree pentido  —. No tiene tiene ningún sentido esta cconver onversac sación. ión.  —Lo tie tie ne. A Aunque unque usted no lo ccre reaa , lo ti tiee ne —m —mee a segur seguró—. ó—. Este j uego que usted y yo hemos comenzado le ayudará a encontrarse consigo mismo.  —Pee ro a quien y o debo e ncontra  —P ncontrarr e s a l a sesino —re —repli pliqué qué contra contraria riado, do, mirando mi reloj y preocupado por lo tarde que era.  —¿Y  —¿ Y cóm o quier quieree enc encontra ontrarlo rlo si aanda nda per perdido? dido? No se da cuenta cue nta de que e sta noche haYcomenzado un ini viaje hacia su interior quea le ayudará como  per  persona. sona. o ser seréé su guía iniciá ciáti tic c a, quien le a y ude per peregr egrinar inar aporcrecer el sendero sende ro que conduce a lo más profundo de su alma. Seré la gran oca que marque el cam ca m ino a su pol pollu luelo. elo.  —Déjj ese de poll  —Dé pollue uelos los y vay am os al a l gra grano. no. Y Yaa he cum pli plido do ccon on m i pa parte rte de dell trato ra to y le he ccont ontado ado lo que us usted ted qu quería ería sabe saberr. Así que ahora ay údeme údem e a atrapar  a ese desgraciado. La anciana calló. Cogió la pata de la oca que había junto a la vela y la pasó sobre las cartas del tarot mientras repetía ese absurdo ritual de murmullos y caras raras que yo tanto detestaba y, tras unos segundos, comenzó a hablar.  —Una chic chica a . La próxim próxima a víctima ser seráánueve una letras. j oven de diec dieciocho iocho a ños —  aseguró—. Su nombre Su estará com compuest puestoo por  —¿Una  —¿ Una j oven? ¿¿Dónde Dónde ocur ocurrirá rirá??  —Eso no puedo decír de círselo. selo.

 —¿P  —¿ P or qué qué??  

 —P orque no soy y o quien se e nfr  —Porque nfrenta enta al tra transeúnte, nseúnte, sino usted. El j uego continúa y la siguiente prueba ha comenzado.  —Pee ro no pue  —P puede de dej ar arm m e así, de debe be a y udar udarm m e. Y Yoo le c onté todo lo que ust ustee d quiso qui so ssaber aber —l —lee recr re criim in iné. é.  —See eequivoca  —S quivoca.. Usted m e ccontó ontó lloo que no podía ccallar allar por m á s ti tiee m po.  —Pee ro ne  —P nece cesit sitoo sabe saberr m á s. T Taa l vez hay a aalgún lgún modo de salva salvarr a e sa cchica hica..  —Entoncess continúe ha  —Entonce hablando blando sobre Berto, prof profundice undice en su dolor dolor..  —¡Está loca loca!! No sé qué coño ha hago go aquí per perdiendo diendo e l tiem po —le re recc rim riminé iné enfada enf adado—. do—. S Sabía abía que er eraa absurdo venir venir.. S Soy oy un estúp estúpid ido. o. Me levanté de la silla completamente desquiciado por haber cedido ante las em bauca baucadoras doras hi hist stori orias as de aquell aquellaa lo loca ca trasno trasnochada chada y cogí mi cha chaquet queta. a. Ell Ella, a, por  el contrario, permaneció sentada sin inmutarse, recogiendo sus cartas tan  pausadam  pausa dam ente que par parec ecía ía que e l ti tiee m po se había dete detenido nido en a quella ca casa; sa; después apagó la vela de un soplido, indicando que había concluido el ritual esotérico esot érico y nuest nuestra ra conversación.  —¿Así  —¿ Así eess ccóm ómoo eengaña ngaña a la gente gente,, ve verda rdad? d? —conti —continué, nué, int intenta entando ndo de desahoga sahogar  r  mi frustración. Aunque el manto de oscuridad en el que había quedado la habitación la protegía de mi ira.  —Sii piensa que soy su e nem iga se e quivoca  —S quivoca,, ins inspec pector tor —conte —contestó stó.. Su voz quebrada parecía provenir de ultratumba, de entre unas sombras que en ese momento le daban amparo—. Solamente trato de ayudarlo y, tarde o temprano, se dará cuenta de eelllo lo..  —¿A  —¿ Ay udar udar?? Es Esaa pala palabra bra no eentra ntra e n su voc vocabula abulario rio —a —afirm firm é a bandona bandonando ndo la cocina y di dirig rigiénd iéndome ome hacia un ttímido ímido ray o de luz que se ccol olaba aba por la la puerta de entrada que habí ha bíaa quedado ent entre reabierta. abierta.  —¡Volverá  —¡V olverá!! —a —afir firm m ó la viej a, sa sabiendo biendo que aaún ún podía oírla—. ¡¡V Volverá! olverá ! Abandoné la acasa a toda prisaintenté y me monté en algunas el coche.deEstaba harto dehabían tanta estupidez; pero, pesar de que evitarlo, sus palabras calado muy hondo en mí, habían conseguido traspasar la frágil línea que separaba la razón de la insensatez. Quisiese o no, la historia que me contó sobre ese ancestral juego encajaba a la perfección con el caso que investigaba, y fue  precisa  pre cisam m ente e sa similit similitud ud y la fa falt ltaa de pist pistaa s que seguir lo que m e m antuvo sentado en aquella mesa, con el trasero pegado a la silla y escuchando con atención cada una de sus palabras. Por suerte, todo eso quedó atrás en cuanto giré la llave de contacto y arranqué el coche. Bastaron unos cuantos minutos de reflexión durante mi vuelta a Pamplona para darme cuenta de que aquella conversación había rozadocomo lo absurdo. Yo era un profesional serio y cualificado,   debía comportarme tal. No podía dejarme influenciar por las ocurrencias de una vieja trastornada y en lo sucesivo debía andarme con pies de  plomo antes a ntes de tom tomaa r una dec decisi isión ón que pudier pudieraa poner en pe peli ligro gro la investi investigac gación. ión.

 

13 

Cuando llegué a la capital navarra, la noche se había apoderado ya  plenam  plena m e nte de sus ca call llee s. La c iudad ccom omee nz nzaa ba a queda quedarse rse desier desierta ta y sus gente gentess regresaban cansadas a casa después de una intensa jornada laboral. Yo, que aún seguía dándole vueltas al asunto, en vez de volver a mi habitación, me dirigí directamente a la biblioteca de la ciudad —era época de oposiciones y  perm  per m ane anecc ía abie abierta rta las veinticua veinticuatro tro hora horass par paraa que los e stu studiantes diantes pudiesen estudiar—. Antes, por el camino, había telefoneado al agente Ramírez para reunirme all allíí con él.  —¿Ha  —¿ Ha rec re c opil opilaa do todo lo que le pe pedí? dí?  —Sí,í, inspec  —S inspector tor —af —afirm irmóó abr abriendo iendo un m a letín que tra traía ía c onsi onsigo—. go—. A Aquí quí tiene reveladas reve ladas llas as foto fotoss de la pl plaz azaa de La Oca de Logroño y del vi viaducto aducto ddee P uent uentee La Reina. Este es el retrato robot del sospechoso que se ha elaborado siguiendo la descripción que facilitó la periodista que detuvimos, y el informe sobre lo que  pude ave averigua riguarr de e ll llaa . Ta m bién le a djunto dj unto un m apa de España e n e l que he marcado en rojo el itinerario del Camino de Santiago, siguiendo la ruta francesa que va desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela, tal y como me pidió. ¡Ah! Y un bocata de jamón con tomate. Probablemente ese bocadillo fue lo mejor de aquel ajetreado día. El pan olía a recién hecho y las lonchas de jamón las habían cortado tan finas que se deshacían en la boca. El tomate, refregonado con un poco de aceite, como bien mandaban los cánones de un buen bocata, y me abalancé sobre él igual que lo hubiese hub iese hecho un náufra náufrago go qque ue ac acabar abaraa de ser resca rescatado tado..  —¿Está  —¿ Está bue bueno? no? —m —mee pr preguntó eguntó aall ver que lo m mordía ordía ccon on entusiasm entusiasmo. o.  —Saa be a gloria. Mucha  —S Muchass gra gracc ias. Lo m ej or que he ca catado tado e n e sto stoss últ últim imos os días.  —Lo ha hecho he cho m i m maa dre dre..  —Ahora c om ompre prendo ndo por qué no se ha indepe independiz ndizaa do. Con una m a dre así cualqui cualq uiera era se m marc archa ha de casa —con —conttest estéé relam relamiiéndo éndom m e.  —¿Ha  —¿ Ha a ver veriguado iguado algo? —m —mee pre preguntó guntó e l espigado age agente nte sin poder e vit vitar  ar  que se le escapase esca pase una son sonris risa. a.  —No e sto stoyy m uy segur seguro, o, per peroo diría que sí —af —afirm irméé ec echándole hándole un vist vistazo azo al retrato robot que habían mandado por fax desde la comisaría de Logroño—. ¿Qué sabemos de la periodista? —le pregunté a Ramírez con la boca llena.  —See ll  —S llam am a Mar María ía Dolore Doloress Vustelo Ase Asess y, e n re reaa lidad, lidad, no es per periodi iodista. sta. Esporádicamente hace fotos luego vende a unnte periódico una actividad que compagi com pagina na ccon on llaa de ca cam mque ar arera era en un rest restaura aurant e sit situado uado local, en el casco aant ntig iguo, uo, aunque solamente trabaja en el turno de la noche. De día no se le conoce ocupación alguna.

 —¿Na  —¿ Nada da m á s?  

 —Tiene un pa pasado sado un ta tanto nto convulso. No cconoció onoció a sus padr padres es y se cr crio io en un orfanato en Santiago de Compostela. A los dieciséis años fue detenida por  conducir condu cir borrac borracha ha y si sinn ca carné, rné, por lo qque ue se la int inter ernó nó ddurante urante ocho m meses eses en un correcc corre ccio ional. nal. Ad Adem em ás, ti tiene ene varias denun denuncias cias pendi pendientes entes po porr pelea peleass y alt alter erca cados dos con la pol policía. icía.  —¿Co  —¿ Conn la poli policc ía?  —Estuvoo vivi  —Estuv viviendo endo de ok okupa upa e n una viej a fá fábric bricaa que había en las a fue fuera rass de Lugo.  —¡Vay  —¡V ay a , no es pre precc isam isamente ente una he herm rm anita de la ccaa rida ridad! d!  —Y e so no e s todo. Ha Hace ce año y m edio la detuvier detuvieron on por posesión de m arih ar ihuana. uana. Fu Fuee en Bu Burgos rgos,, alegó que er eraa para consu consum m o propi propio. o.  —Saa nti  —S ntiago, ago, Lugo, Burgos… Y a hora Logroño. ¿No le parec par ecee n m uchos cambios?  —See gún he podido aaver  —S veriguar iguar,, se tr traa sladó hac hacee un par de m e ses a Logroño. Al  parec  par ecee r allí ttodavía odavía no ha sido ficha fichada, da, a unque supongo que ccon on sus ante antecc ede edentes ntes tan solo será cuestión de tiempo. Algún día volverá a resurgir en ella esa fiera indomable que lleva dentro.  —Esa puede pue de ser la rraa zón por la que eestuv stuvoo tan ne nerviosa rviosa eenn eell in inter terroga rogatorio torio —  deduje—. deduje —. No era er a la prim primera era vez que llaa detenían.  —¿P  —¿ P or qué m e ha c it itaa do a quí y no en la com isaría isaría?? —pre —preguntó guntó Ram Ramíre írezz, extrañado de que nuestro punto de encuentro fuese una biblioteca.  —¿No  —¿ No ccre reee s que va siendo hor horaa de que e m piec piecee s a tut tutea earm rm e? Si vam vamos os a ser  compañeros deberíamos olvidarnos de los formalismos —le pedí. Ram írez írez,, si sinn aba abandon ndonar ar su peculiar timidez, asint asintió ió con la cabe c abezza.  —Tee he hec  —T hecho ho venir a quí por porque que nec necee sit sitoo ojea oj earr unos libros. libros. ¿P odría odríass busca buscar  r  información donde se relacione el juego de la oca con el Camino de Santiago? Mientras, yo echaré un vistazo  —Pee rdona  —P rdona…, …, ins inspec pector… tor… al resto de la documentación que has traído.  —Álvaroo —le aapunté  —Álvar punté sonriendo.  —Bue  —B ueno… no… Eso, Álvaro. ¿Has dicho eell juego j uego de la oc oca? a?  —Sí.í. Despué  —S Despuéss te lo explica explicaré ré,, ¿¿vale vale?? El agente agente Ram írez obedeció, aunq aunque ue el e l des desconcierto concierto qu quee m ostraba ostraba su ca cara ra no  pudo ocultar lo que su educ educaa ción c allaba allaba.. Lo que ac acaba ababa ba de pedir pedirle le sonaba un tanto estrambótico, por no decir ridículo, pero no iba a ser él quien me lo dijera. Se fue directo al mostrador sin rechistar y pidió a la bibliotecaria que le indicara  por dónde debía c om omee nz nzaa r a busca buscarr. Yo conti continué indagando ccóm ómooelaborado no, com comiéndome iéndome aque aquelldel su suculento culento bocadill bocadillo o de amón. Cogínué el boceto que y,habían con el rostro supuesto asesino y lo observé detenidamente. Aquella cara no se parecía en nada a la del hombre que se cruzó en mi camino y, aunque el fortuito encuentro apenas duró unos

cuantos segundos, estaba seguro de que, si se hubiese parecido en algún rasgo, lo  

habría recordado. re cordado. A prime primera ra vist vista, a, aaquel quel retrato rob robot ot no encaj aba en eell pper erfil fil del  periodi  per iodista sta que m e a bordó c on un m icr icrófono, ófono, y c om omenc encéé a plantea plantearm rm e seriamente si aquella joven que interrogué en la comisaría de Logroño dijo la verdad. Después, tras dejar aparcado momentáneamente aquel retrato, cogí las fotos que había tomado Ramírez en la plaza de Logroño. Que hubiese plasmado un uego de la oca en aquellas losas, además de resultar impactante, le daba más fuerza a las palabras de la anciana. Y de ser así, aquellos dos dedos tan solo eran  parte  par te de un e nre nrevesa vesado do m ensa ensajj e que no ter term m inaba de ente entender. nder. Si el a sesino quiso llevarnos hasta ese punto concreto de la ciudad debía ser porque allí había algo importante que estaba relacionado con su macabro ritual, pero ¿qué? Repasé las fotos una a una, buscando algún indicio que se nos hubiese podido pasar por  alto, hasta que encontré una que llamó mi atención. En ella se apreciaba una losa donde aparecían grabados dos dados. Resultaba curioso porque teníamos una foto de dos dedos y otra de dos dados. ¿Por qué será?, me pregunté. Instintivamente deduje que si los dedos marcaban las casillas de las últimas jugadas, quizá ahora esos dos dados dados que ha había bía gra grabados bados sob sobre re el suelo de la plaza indica indicaban ban ccuál uál podí podíaa ser la siguiente tirada. Sobre el primero de ellos se podían ver de forma muy clara dos de sus lados, donde aparecían cinco y seis puntos negros respectivamente; mientras que sobre el segundo dado, se alcanzaban a ver hasta tres re s de su suss car caras, as, llas as cua cuales les ma marc rcaban aban los núme números ros do dos, s, ttre ress y cuatro. Es dec decir, ir, ssii sumaba cada una de las caras que mostraba esa losa fotografiada obtenía como resultado el número veinte.

Foto n.º 4 Plazaa de La Oc Plaz Oca, a, Logroñ Logroño. o. Como no tenía un tablero del juego a mano, saqué de un bolsillo de mi chaqueta las instrucciones que compré en la juguetería y comprobé qué casilla correspondía al número veinte. Aparentemente, no tenía ningún sentido, porque en ella no había nada extraño, ni pruebas que realizar ni ocas que te invitasen a

tirar de nuevo los dados. Era una casilla más de las tantas que había en el tablero,  peroo e l hec  per hecho ho de que sig siguier uieraa a la núm númee ro diecinueve diec inueve,, La P osada osada,, m e hiz hizoo  

sospechar que tal vez había errado en alguna de mis deducciones. Volví a mirar  la foto de los dados, a sumar los puntos de sus caras, y de nuevo el resultado se repetía: veinte. Intuía que me estaba equivocando en algo, pero no sabía en qué. Antee aquel fra Ant fraca caso so ddec ecid idíí oolv lviidarm e m ome oment ntánea áneam m ente de los ddados. ados. C Cogí ogí el mapa y lo extendí sobre la mesa. La idea era intentar adivinar la ruta que seguiría ese transeúnte que la anciana mencionó. Tenía entendido que la ruta francesa del Camino de Santiago era una de las más antiguas que existían y, aunque comenzaba en Roncesvalles, el verdadero punto de partida en nuestro  país se ini inicc iaba j ust ustoo e n el c ruc rucee de ca cam m inos que c onfluían e n e l propio P uente La Reina, en Jaca. Ese era precisamente el lugar donde comenzó todo, donde se encontró la piedra manchada de sangre; coincidiendo a su vez con la primera de las siete pruebas que proponía ese supuesto juego. De ese modo, si el denominado transeúnte escogió esa ruta y había resuelto con éxito las casillas de los ppuent uentes es que aapare parecían cían aall com comienz ienzoo del jjuego, uego, ssol oloo er eraa cuestión cuestión de preve preverr ccuál uál sería el sigui siguiente ente pun punto to ddond ondee volv volver eríía a ac actu tuar ar para atrapar atraparlo lo.. Adem Además, ás, y a sabía sabía que la nueva prueba a superar era La Posada, y quizás era cuestión de buscar  entre los siguientes albergues del camino o en las próximas paradas de  peregr  per egrinos inos.. P ero er o entonc entoncee s volví volvíaa a surgir e l m ismo proble problem m a de siem siempre pre:: ¿e n cuáles? cuá les? Ha Habí bíaa cientos de eell llos os a lo largo de dell C Cam am ino. ino. Vis isuali ualizzando el m mapa, apa, tra trass dej dejar ar atrás Jaca, Jac a, P Pam am plona plona y Log Logroño, roño, el iiti tinera nerario rio continuaba hacia el oeste, en dirección a Burgos, y si el transeúnte iba a pie, calculé que podía caminar una media de unos veinte kilómetros diarios. Seis o siete horas era lo que normalmente andaban los peregrinos en cada jornada, y si hacía dos días que habían aparecido los dedos en Logroño, entonces el supuesto asesino se podía encontrar unos cuarenta o cincuenta kilómetros más adelante. Ajustándome a esa deducción, traté de marcar sobre el mapa el itinerario que seguir,deobservando claramente quemal se dirigía haciaesela pequeño localidadpueblo de Santo Domingo la Calzada y, si no estaba informado, era considerado por los peregrinos la siguiente parada importante del Camino de Santiago.  —¿Qué  —¿ Qué pasa pasa?? P Paa re recc e que has vist vistoo un fa fantasm ntasmaa —m —mee pre preguntó guntó Ram Ramíre írezz aall ver mi cara de perplejidad. Traía consigo un montón de libros que apenas podía sujetar.  —¡Santo Dom ingo de la Calz Calzaa da! Se guro que vuelve a ac actuar tuar allí, eenn alguno de sus albergues albergue s —p —pensé ensé en voz alta.  —¿P  —¿ P or qué habla hablass en singul singulaa r? —p —pre reguntó, guntó, ddee j a ndo lo loss li libros bros sobre la m e sa.  —Ta veza ctúa m e eesto stoy y pre precipitando, cipitando, pero pe romcuy re reooc lar queo si se setrata tratra ta tadedeuna  per —T  persona sonaa lque n soli solitar tario. io. Aunque no a únlonosé,tengo laro trata un hom ho m bre o de una m uje ujerr.

  ¿Y ¿Y qué ti tiene ene que ver con la oca oca?? No e ncue ncuentro ntro e l par parale aleli lism smoo entr entree e l asesino y un inocente juego de niños.  

 —Ra m íre  —Ra írezz, pue puede de que se tra trate te de un j uego, per peroo no de niños niños.. A Así sí es com c omoo ha llegado hasta nuestros días, pero debes saber que bajo esa apariencia de divertido  pasati  pasa tiee m po se e sconde uno de los rituales m á s m a ca cabros bros que j a m á s hay a existido. En aquella época quemaban en la hoguera a todo aquel que practicaba la bruje brujería, ría, por eso ssee ocul ocultó tó baj o el form formato ato de un iinocente nocente jjuego. uego.  —No lo eenti ntiee ndo, per peroo por la c ar araa que has puesto int intuy uy o que hay a lgo m uy oscuro detrás detrá s de todo est esto. o.  —Cré  —C réee m e , lo hay —ase —aseguré guré..  —¿Y  —¿ Y a qué eesper speram am os par paraa aactua ctuar? r? Dem os ca cazza a ese bastar bastardo. do.  —No es tan fá fácil, cil, Ram Ramíre írezz. Ahora m ismo todo se re reduce duce a suposi suposicc iones, a m era erass con conjj etu eturas, ras, y si m e eequ quiivo voco co pod podría ría m mandar andar m i carre carrera ra de in insp spector ector a la m ierda. No debem os pre precipi cipitarnos tarnos..  —Saa bes que c uenta  —S uentass con m i a poy o —m —mee dij dijoo dándom e unas palm a dit ditas as sobre la espalda.  —Graa cia  —Gr cias, s, per peroo ahor ahoraa lo único que podem os hac hacer er e s estar ale alerta rta y espe espera rarr.  —¿Esper  —¿ Esperaa r a qué? Entonce Ento ncess re respo spondí ndí a su pre pregunt guntaa enseñá enseñándol ndolee un pa papel. pel.  —¿Qué  —¿ Qué es eeso? so? —pre —preguntó guntó R Ram am íre írezz.  —Lass ins  —La instruc truccc iones de un jjuego uego de la oc ocaa que com pré esta m aña añana. na. Según se indi ndica ca aquí aquí,, la si sigui guiente ente prueba que deber deberáá supera superarr eell tra trans nseúnt eúntee será La P osada. osada.  —¿Y  —¿ Y qué se supone que oc ocurr urrirá irá a hora hora??  —El j ugador que c aiga e n la c asill asillaa diec diecinueve inueve,, c orr orrespondiente espondiente a la prue prueba ba de La Posada —comencé a leer en voz alta—, deberá permanecer dos turnos sin tirar los dado dados. s. Es el cast castig igoo que debe asumir por de detenerse tenerse a descansar en m edio del cam in ino. o.  —¿Qué  —¿ Qué sig significa nifica,, ins inspec pector? tor?  —No tengo ni —m la me m ee nor idea —m —meesla lam m e nté.  —¡Espere  —¡Espe re…! …! —me pidi pidió ó m ientra ientras busca buscaba ba entre entr e los libros libros que había tra traído ído  —. Aquí e stá. Se ti titul tulaa El Cam Camino ino de las Oc Ocaa s. Antes le he ec echado hado un vist vistaa zo y dentro, en su página central, aparece el desplegable de un extraño tablero de la oca. ¿Quiere verlo? Por el reverso vienen escritas las reglas que se deben seguir   —com entó eentusi ntusiaa sm smado. ado. Aquello más que un libro parecía una reliquia. Se trataba de uno de esos ejemplares antiguos de tapas de cartón, y sus hojas amarillentas daban fe de la cantidad de tiempo que llevaba olvidado en una estantería. Comprobé las páginas centrales que señaló mi compañero, y tenía razón, aparecía el dibujo de una especie de espiral casillas numeradas que finalizaba una de gran pata de Ante aquel curiosodedescubrimiento procedimos a leer laenserie normas queoca. se tenían que seguir para recorrer con éxito el juego que aparecía al dorso,

fijándonos con más detenimiento en la que hacía referencia a La Posada: Si se cae en ella se cederá a los placeres, tal vez a la lujuria o la gula, o  

incluso a ambos a la vez. Por tanto, el peregrino que se quede allí ha de pagar un recio rec io que ccons onsis isti tirá rá en eempol mpolla larr el nuev nuevoo huev huevoo de la gran gran oca. Eso era lo que indicaba, dejando bien claro que debíamos mostrar una especial atención a los hostales o albergues que hubiese cerca del camino. Algo que, por otra parte, era prácticamente imposible de controlar. Ante aquella contrariedad, decidimos aplazar la investigación hasta el día siguiente; era de madrugada y el cansancio comenzaba a hacer mella, impidiendo que  pudiésem os pensa pensarr ccon on clarida cla ridad. d. Quiz Quizáá por la m aña añana na lo ve vería ríam m os m máá s cla claro. ro.

 

14 La p ata de oca 

Eran las nueve de la mañana de un veintiuno de junio cuando nos volvimos a reunir en el Instituto Anatómico Forense de Pamplona. Tan solo había que echar  un vistazo a nuestras caras para adivinar que nos encontrábamos dando palos de ciego, no teníamos una base sólida sobre la que argumentar nuestra investigación  loss áni  lo ánim m os come comenz nzaban aban a cr cris isparse. parse.  —¡Sorpréndam  —¡Sorpré ndam e, doc doctora tora!! —dij —dijoo en tono chule chulesco sco eell com isario Hor Horner neros os a la forense.  —Los restos re stos e ncontra ncontrados dos en Logroño coinc coinciden iden con la dac dacti tiloscopia loscopia del cadáver —afi —afirm rmóó ell ella. a.  —En ca c a stell stellaa no, por fa favor vor.. Esos té térm rm inos no los entiende ni la m adr adree que m e  parió.  par ió.  —Los dedos que han a par paree cido per pertene tenecc en a la víctim víctimaa del ca caso so que nos ocupa. Las huellas así lo confirman.  —¿  —¿Algo Algo m má á s?e —pre —preguntó guntó Horne  —No. Ha Hasta sta l m om omento ento Hor e so neros. eessros. todo. Na Nadie die ha re recc lam a do el c adá adáve verr y, por  tanto, seguimos sin identificarlo.  —Inspecc tor More  —Inspe Moret,t, supongo que ust ustee d ta tam m poco habr habráá ava avanz nzaa do m ucho e n su investigación, ¿no?  —See tra  —S trata ta de a lgui lguien en que a ctúa e n sol solit itar ario io —af —afirm irméé con rotundidad, ignorando su habitual tono de sarcasmo—. Puede ser una especie de peregrino que ha com enz enzado ado un ma maca cabro bro rit ritual. ual.  —Me pare pa recc e que ve usted m ucha uchass películas, inspec inspector tor —apuntó ja j a ctá ctándose. ndose.  —La c ica icatriz triz en for form m a de tridente que enc encontró ontró la doctora baj o la axila izquierda a la huella de neros—. unaos—. pata Y deen ocacua —planteé, sin  pre  prestar star la del m ásindividuo m íni ínim m a acorresponde tenc tención ión al ccini inism smo o de Hor Horner cuanto nto a los dos números celtas, el seis y el doce, no indicaban una fecha. Esas dos cifras coinciden con las casi ca sill llas as de los los puent puentes es de dicho dicho j uego.  —¡El juego j uego de la oc oca! a! —respondi —re spondióó con una sonora ca carc rcaj aj ada ada—. —. P Per erdone done que no pueda contener la risa, pero es que esto ya roza la payasada. ¡Ha muerto una  persona!  per sona! —re —recc ordó gritando—. Y uste uste d m e viene c on gili gilipoll pollec eces. es. ¿Eso eess lo que le ens enseñaron eñaron en la aca academia? demia?  —Déjj em e que se lo e xpli  —Dé xplique, que, c om omisario. isario. Si cogié cogiésem sem os e l re recor corrido rido e n espiral espi ral del j uego de la oca y lo dis dispus pusiéram iéram os en lí línea nea rec recta, ta, obtend obtendríam ríamos os llaa ruta  per egrina  peregr ina que c om omienz ienzaa en Ronce Roncesvalles. svalles.  —¿La  —¿ La ruta franc fr ancee sa? ¡Bra ¡Bravo! vo! Se ha lucido, m ucha uchacho. cho. ¿Alguien tie tie ne otra teoría más estúpida? —ironizó.

 —Comisario,  —Com isario, ¿no ve que le e stá habla hablando ndo en ser serio? io? —int —intee rr rrum umpió pió m i compañero, tratando tratando ddee eecharm charm e un ca cabl ble. e.  

 —Hom bre…,  —Hombre …, se señor ñor Ram Ramíre írezz, pe pero ro si re resul sulta ta que sabe habla hablarr. Y Yoo pensaba pe nsaba que era us usted ted mudo — —se se m mofó. ofó.  —No estam e stamos os eenn dispos disposición ición de de desca scarta rtarr nada —m —mee apoy ó la doctora doctora—. —. La mente humana es capaz de ingeniar el más atroz de los crímenes. Por favor, continúe, conti núe, in inspector spector Moret.  —Graa cia  —Gr cias, s, doctora Ro Rom m á n. Y Yoo apostar apostaría ía a que volver volveráá a a ctua ctuar, r, y que lo hará ha rá en uno de los los alb alber ergues gues qque ue hay entre Logroño y Burgo urgos. s. Posi Posibl blem em ente ce cerc rcaa de Santo Domingo de la Calzada. Deberíamos avisar al gobierno de Castilla y León  paraa que ale  par alerte rte a la Gua Guardia rdia Ci Civil vil;; ser sería ía c onvenie onveniente nte aplica aplicarr e l código dos de alerta en las zonas rurales que más asiduamente transiten los peregrinos.  —¿Y  —¿ Y puedo sabe saberr qué riguroso proc procee so de investi investigac gación ión ha usado par paraa lle lle gar  a esa deducción? —se interesó Horneros.  —La P osada e s llaa sig siguiente uiente pr prue ueba ba que a par parec ecee eenn el j uego.  —No m e toque los ccoj ojones, ones, More Moret.t. He tenido que pe pedir dir m uchos fa favore voress pa para ra que usted pudiese llevar este caso, y ahora me sale con el puto jueguecito de la oca. Sabe que necesitamos pruebas circunstanciales, una base sólida de investigación a la que aferrarnos, y ahora mismo no tenemos nada. ¿No comprende que no podemos alertar a una comunidad autónoma entera? ¡Es una locura!  —Inspecc tor More  —Inspe Moret,t, ¿¿cr cree ee que podríam os esta estarr a nte un aasesino sesino en ser serie? ie? —m —mee  preguntó  pre guntó llaa doc doctora tora Rom Román. án.  —En mi m i opi opinión, nión, no no.. P Per eroo no es de desca scarta rtable. ble.  —¡Están desva desvaria riando! ndo! —cla —clam m ó e l ccom omisario isario agitando los bra brazzos—. T Tee nem os un cuerpo en el frigorífico. ¡Uno! Solamente un cadáver, y ustedes se ponen a hablar de un asesino en serie. Creo que han perdido el juicio.  —Com  —C omisario, isario, lo único que pre pretende tendem m os es a bar barcc ar e l m a y or númer núm eroo de  posi  posibil bilidade idades, s, no podem os también dej a r nada al a zar indi indicc ó la doctora doctora—. —. Y, por  favor, tranquilícese. Usted es parte de —le esta investigación y necesitamos su ay ud uda. a.  —¡Está bien! Lo intentar intentaréé . P Pee ro proc procure urenn no dej ar arse se guiar por tanta fa fantasía. ntasía. Investiguemos el caso desde un punto de vista factible y serio.  —Inspecc tor More  —Inspe Moret,t, ¿¿le le im portar portaría ía cconti ontinuar nuar con su eexpli xplicc a ción? —me rogó la doctora en un tono más pausado.  —Norm  —Nor m a lm lmee nte, los ase asesin sinos os e n ser serie ie suelen dej a r un per periodo iodo de enfriam ient ientoo entre ccada ada asesi asesinato nato,, pueden ser varios días días o incl inclus usoo sem semanas, anas, y su motivación se basa en la gratificación psicológica que les proporciona dicho acto; en este caso en concreto sería cumplir con las normas dictadas por un macabro uego. Sus crímenes suelen llevarlos a cabo de una forma similar y las víctimas, a m enudo enudo,, com comparten parten algu alguna na ccar arac acterís terísti tica ca com común ún o un mismo perf perfil il.. Es por esto esto

 por lo que sugi sugiee ro que se le preste pre ste una e spec special ial ate atención nción a los per peree grinos que viajen en solitario. Ese podría ser el denominador común que les sitúe en el punto  

de m ira del asesin asesino. o.  —¿Y  —¿ Y cóm o hac hacee m os pa para ra no le levanta vantarr una ala alarm rm a gene genera rali lizza da? Com Compre prenda nda que no podemos avisar en un año santo de que anda un loco suelto matando  peregr  per egrinos inos —expuso Hor Horner neros. os.  —Tiene raz ra zón, com isario. P er eroo de debem bem os ale alerta rtarr a las autorida autoridades des competentes de que existe esa posibilidad, aunque sea de modo preventivo. Piense que desconocemos los patrones de conducta a los que se atiene ese  perturba  per turbado. do.  —¿Y  —¿ Y qué desc descripc ripción ión dam damos os de éél? l? ¿Có Cóm m o lo rec reconoce onocerá rán? n?  —Yaa le he dicho que podría ser tanto un hom  —Y hombre bre com o una m uje uj e r. Este tipo tipo de criminales suelen ser complicados de capturar porque pueden presentar   personalidade  per sonalidadess m últ últipl iplee s; a par parenta entann ser gente norm a l y c orriente, orr iente, c om omoo cualquiera de nosotros. Por desgracia, a veces bajo una conducta afable se esconde un ser despiadado, motivado por algún tipo de humillación que ocurrió en su infancia. Son personas que pueden anular la capacidad de sentir empatía  por el e l sufrim sufrimiento iento de otros y c onver onverti tirse rse e n auté auténti nticc os depr depree dador dadoree s.  —De a c uer uerdo, do, aaler lertar tarem em os de e ll lloo a quien ccorr orree sponda. N Noo sé cóm o, pe pero ro le aseguro que que lo harem os. os.  —Eso no es todo —apunté con c on sem blante se serio. rio.  —No me m e j oda, ¿aún ha hayy m á s? —pre —preguntó guntó el com isario.  —Los dedos de dos de la víctima fue fueron ron cor cortados tados tra tratando tando de simula simularr la pata de una oca. Es la la ffirma irma que ca cara racteriz cterizaa aall ttra rans nseúnt eúnte. e.  —¡Es cier c ierto! to! —c —corr orroboró oboró la for forense ense—. —. Al am putar los dedos índi índicc e y a nular nular,, la m ano queda ccon on ttre ress dedo dedoss ssepar eparados ados ent entre re sí em ulando ulando llaa pata de un ave.  —¡Joder,  —¡Jode r, j oder oder,, j oder oder!! No m e gust gustaa nada el ca cariz riz que está tom tomando ando e sta invest nvestig igac aciión —afirm —afirmóó preoc preocupado upado Horneros Horneros—. —. Y dej en de llam lamar arlo lo ttra rans nseúnt eúnte. e. Bastanterosrocambolesco yal ydec om poro sí este caso para ponerccabr nombres  pelicule  peliculeros a l aasesino. sesino. Si es eess ta tal omo dec decís, ís, se seguro guro como que e se m aldito abrón ón y a ha elegido a su próxima víctima. Debo informar a Madrid, este asunto se nos escapa de las manos.  —¿P  —¿ P er eroo podem os seguir tra trabaj baj ando eenn el ccaa so? —pre —preguntó guntó R Ram am íre írezz.  —No lo rec re c onoz onozcc o, R Raa m íre írezz. Creía que no tenía sangr sangree eenn las vena venas. s.  —No nos reti re tire re del ca c a so, por fa favor vor —le pe pedí. dí.  —Lo int intee ntar ntaréé , per peroo no les prom eto nada nada.. No sé dura durante nte c uánto tiem tiem po os  podré dar cobe cobertura rtura.. Rec Recorda ordadd que ca cada da a utonomía tie tie ne su propia pr opia j urisdicc urisdicción; ión; no obstante, nos mantendremos alerta.

 

15

Una vez concluida la reunión y marcadas las pautas que seguir, cada cual se m arc archó hó a su llug ugar ar de trabaj trabajo. o. En cambio, la doctora Román y yo, en lo que ya parecía una vieja costumbre, fuimos los últimos en abandonar el Anatómico. De nuevo coi coincid ncidimos imos en el asce ascens nsor, or, aunqu aunquee eest staa ve vezz baj am os ddiire rectam ctam ente a los aparcamientos del sótano. La ausencia de diálogo provocó un cierto clima de incomodidad, pero lo cierto es que en ese momento ninguno de los dos nos atrevimos a romper el hielo. La tensión del caso que nos ocupaba parecía haber  aplacado los ánimos de conversar; no obstante, ella no dejó ni un segundo de mirarme de reojo. La soledad a veces puede parecer atractiva, aunque quienes tenem os el iinfort nfortuni unioo de sufrirl sufrirlaa de ccer erca ca día día tras dí díaa la consi considera deram m os uuna na de las  peoree s lac  peor lacra rass que puede ator atorm m enta entarr a l ser hum humano. ano. Y supongo que e se halo de nostalgia que me perseguía era lo que atraía a la doctora Román; aunque intentase disimularlo, no podía evitar coquetear con sus ojos cada vez que me m iraba. Y aasí sí,, su sum m idos en eese se tenso ssil ilencio, encio, el ascensor se detuv detuvoo en eell garaj e y abrió abr ió ssus us puertas.  —¿Un  —¿ Un alm uer uerzzo? —propuso e ll llaa de im improviso proviso viendo que m e m ar archa chaba ba hacia m i coche sin me medi diar ar palabra—. ¿Me ¿Me dej as que te in invi vite? te?  —Sí…,  —S í…, e staría bien —ase —asentí ntí—. —. De Desde sde que pis piséé P a m plona no he podido almorzar tranquilo ningún día. Por una razón u otra, siempre aparece Ramírez con sus sus ppris risas as y m e dej a sin probar bocado.  —Genial.  —Ge nial. T Tee ll llee vo en m i coc coche he —sugirió con una sonrisa. Como apenas llevaba unos días en la ciudad pensé que sería lo mejor, circular por el centro de una población que no conocía y en plena hora punta no era una idea muy gratificante. Además, Ester parecía una de esas mujeres incapaces de admitir un no por respuesta. Así que me monté en su impecable Audi de ccol olor or aazzul m etali etalizzado y m e dej dejéé llevar…  —¿De  —¿ De dónde surge esa voca vocacc ión por ser inspec inspector? tor? —pre —preguntó guntó ella encendi ence ndiendo endo el úl últi tim m o cigarro que le quedaba eenn la ca cajj eti etill lla. a.  —La ver verdad dad es que no lo sé sé.. D Dee sde niño, ccuando uando alguien m e pre preguntaba guntaba qué quería ser de mayor, contestaba que inspector de policía. Supongo que las aventuras del teniente Colombo marcaron las noches de los miércoles de mi infancia. Para mí era el mejor día y mientras cenaba delante del televisor me tragaba el esperado episodio semanal. Verlo enfundado en su gabardina blanca y escuchar su voz afónica era lo máximo, además siempre se las apañaba para encont enc ontra rarr la pist pistaa que re resol solvía vía algún com compl plicado icado ccaso. aso. Eso es ttodo. odo. As Asíí de si sim m ple.  —¡Vay  —¡V ay a ! Espe Espera raba ba una re respuesta spuesta m ás pr profunda ofunda..

 —Y puede que la hay a… —conf —confee sé con voz m e lanc lancóli ólicc a —, pe pero ro de m ome oment ntoo llaa re reservo servo para m í.  

 —Lo siento. No pre pretendía tendía incom incomodar odarte te —trató de disculpar disculparse se al a tisbar tisbar un gestto reac ges reaciio en m mii cara.  —No, no te pre preocupe ocupes. s. De Después spués de lo de ay e r, pocas poca s c osas m e puede puedenn incomodar… —comenté recordando la larga conversación que mantuve la noche anterior anterior en e n llaa ccasa asa de la aanciana. nciana.  —Ayy e r. ¿¿Qué  —A Qué ocur ocurrió rió ay e r?  —No sé, fue algo e xtra xtraño. ño. ¿Alguna vez le has conta contado do tus sec secre retos tos m ás íntimos a un desconocido?  —No. Ni se m e oc ocurr urriría. iría. ¿Por qué qué??  —Por  —P or na nada. da. O Olví lvídalo dalo —c —contesté ontesté intentando ccam am biar el tem a de c onver onversac sación. ión. Prefería no recordarlo y dejar el asunto definitivamente zanjado.  —Tee noto aausente,  —T usente, distra distraído. ído. ¿¿T Te enc encuentr uentraa s bi bien? en?  —Sí.í. Es sol  —S soloo que no quisier quisieraa equivoc equivocar arm m e en este ca caso. so. N Noo quie quiero ro fa fall llar arle le al comisario. Al fin y al cabo, ha sido él quien me ha permitido continuar con la investigación.  —Pue  —P uess no será por lo agr agraa dable que se m ue uest stra ra c onti ontigo. go. ¡Es un borde borde!!  —Lo que diga y a no m e af afee cta cta.. El m onst onstruo ruo de su pasado pa sado lo ha devor devorado ado y no creo que sea capaz de ser agradable ni consigo mismo. Y lo cierto es que me da pena porque nunca en mi vida me crucé con alguien tan hastiado. Cada poro de su piel destila un amargo sentimiento de culpa e imagino que su alma jamás logrará alcanzar el sosiego que merece. A veces, cuando habla, trato de observarlo desde la distancia, y siento que su vida se ha convertido en una de esas escaleras mecánicas que hay en los grandes almacenes, una de esas que no cesa de bajar y bajar continuamente, y donde cada uno de sus peldaños desaparece una y otra vez bajo el suelo para volver a aparecer de nuevo más arriba. Y así siempre, manteniendo ese ciclo agónico y rutinario del que es incapaz de escapar. A Horneros le sucede lo mismo, pareceigual desearque queocurre los días le queden de vida desaparezcan bajo sus pies, conqueesos interminables escalones, no cesa de bajar peldaño tras peldaño, y al final acabar ac abaráá consu consum m ido ido por el in infierno fierno de la soledad. soledad.  Noté que a quellas pala palabra brass hicier hicieron on re refle flexionar xionar a la doctora Romá Román, n, la cua cuall continuó conduciendo en silencio, tratando de analizar si su vida se estaría convirtiendo también en eso, en un círculo vicioso de trabajo y soledad.  —¿F  —¿ Fum umaa s? —m —mee pr pree guntó, pre preocupa ocupada da por si e l humo m e m olestaba. olestaba .  —Lo dej é ha hace ce ti tiee m po.  —Es el últim último, o, per peroo si quiere quieress podem os com par parti tirlo rlo —sugi —sugirió. rió.  —Graa cia  —Gr cias, s, per peroo no. Ha Hacc e tre tress a ños que no lo prue pruebo, bo, m e tra traee m a los recuerdos.  —¡Vay  —¡V ay a ! N Noo sabía que un ciga cigarr rril illo lo pud pudiese iese tene tenerr una hist historia oria tr traa s de sí.

 —Cualqui  —Cua lquiee r cosa cosa,, por insi insignifica gnificante nte que par paree zc a, puede tra traer erte te a la m e m oria una parte del pasado. Yo llevo tiempo intentando dejar atrás muchos errores, y  

uno de ellos es eell taba tabaco. co.  —La ver verdad dad e s que y o tam bién debe debería ría dej de j ar arlo, lo, pe pero ro no tengo fue fuerzas rzas ni volunt vol untad ad para hace hacerlo. rlo.  —¿T  —¿ Te im importa portaría ría gira girarr a la iz izquierda quierda?? —le pe pedí dí de im improviso. proviso.  —¿Có  —¿ Cóm m o? —pre —preguntó guntó ssorpr orpree ndida.  —Cre  —C reoo que ese m otorist otoristaa nos está sigu siguiendo iendo —le indi indiqué qué m ira irando ndo por el espej o re retrovi trovisor sor.. La doctora, atendiendo mi petición, giró por la primera calle que encontró a su izquier izquierda. da.  —Sí,í, es cie  —S cierto rto —conf —confirm irmóó ella, m ira irando ndo tam bién por e l re retrovisor—. trovisor—. Nos sigue. ¿Qué hago?  —Nada.  —Na da. Con Conti tinúa núa cir circc ulando tra tranquil nquila, a, a par paree ntando que no nos hem os dado cuenta —le —le sugerí mient mientra rass desenfundaba desenfundaba m mii ar arm m a. A continuación, saqué el cargador de la culata, quité la primera bala de la recám rec ám ara ar a y la gu guar ardé dé eenn el bo bols lsil illlo de m mii ppantal antalón. ón.  —¿P  —¿ P or qué hac hacee s eso? ¿Es de ffogueo? ogueo?  —Nuncaa uso balas de fogue  —Nunc fogueo. o.  —Entonces…  —Entonce s…  —Nuncaa fui super  —Nunc supersti sticioso, cioso, per peroo soy de los que piensan que c ada ba bala la tiene tiene grabado en pólvora el nombre de su destinatario. Todas, menos esta que he guardado guarda do en m mii bo bols lsil illo. lo. Es una bala eespecial. special.  —No te enti e ntiee ndo.  —Quizáá a lgún día te lo eexpli  —Quiz xplique, que, per peroo a hora nec necee sito sito que pre prestes stes a tenc tención ión aall volante y conduzcas. El Audi de la doctora Román continuó su itinerario seguido muy de cerca por  un misterioso motorista enfundado en un mono de color negro. Ignorábamos de quién trataba porque su rostro quedaba oculto bajo un brillante casco del mismose color que su atuendo.  —¿Quién  —¿ Quién pue puede de se ser? r? —p —pre reguntó guntó Es Ester ter pre preocupa ocupada. da.  —No lo sé, per peroo no tar tardar daree m os e n ave averiguar riguarlo. lo. Cu Cuaa ndo llegue lleguess al próximo próxim o semáforo, detente.  —De a cue cuerdo rdo —a —asint sintió. ió.  Noté c óm ómoo la fr free nte de la doctora se e m papa papaba ba de un sudor fr frío ío y sus  pulsac  puls aciones iones se disp dispaa ra raban. ban. Aque Aquell llaa sit situac uación ión la super superaba aba y ca cada da uno de los metros que faltaban hasta el semáforo que asomaba encendido en verde al final de la call c allee le pare pareció ció un unaa eeterni ternidad. dad.  —¡Está en e n ver verde, de, Á Álvar lvaro! o!  —Da igual. Tú deté deténn el coche c oche j usto ante antess de ccruzar ruzar la c a lle lle . Ellaa asint Ell asintió ió con la ccabe abezza.

Al llegar a la altura de la señal luminosa, Ester pisó a fondo el freno y detuvo el vehículo bruscamente. Entonces aproveché para salir del coche y comencé a  

correr, arma en mano, hacia la moto que nos seguía.  —¡Alt  —¡A lto! o! ¡¡De Detente! tente! —grité va varia riass vece vec e s apuntándole ccon on m mii pi pisto stola. la. El motorista, al verse descubierto, frenó en seco. Durante unos segundos permaneció parado, contemplando cómo me aproximaba corriendo. Parecía no tener miedo y me esperó girando repetidamente el puño del acelerador de modo amenazante. Al abrir gas el so soni nido do ddel el m mot otor or re reso sopl plaba aba por el ttubo ubo de eescape scape de m aner aneraa aatro tronadora, nadora, ccomo omo si fuese el bufido de un toro enfurecido. El tiempo pareció detenerse y, mientras me aferraba a mi arma con las dos manos, el motorista hacía lo propio con el m anil anillar lar de su vehí vehículo culo.. Est Estábam ábam os frente a fre frent nte, e, per peroo sin sin pod poder er m irarnos a los ojos. Los míos quedaban ocultos tras unas gafas de sol oscuras, y los de mi  perseguidor,  per seguidor, baj o la vis visee ra de un c asc ascoo ne negro gro re respl splaa ndec ndeciente. iente. Y e ra rann  precisa  pre cisam m ente e sos oj ojos os que ningun ningunoo de los dos podí podíam am os ver de nuestro oponente lo que aumentó la intensidad del momento. Cuando se reta a alguien, los ojos son los que indican el verdadero temor que siente el adversario, el termómetro que indica el miedo que aflora en su interior, mas ninguno de los dos alcanzábamos a ver los del otro.  —¡Baj a lentam ente de la m oto y tí tíra rate te aall suelo, con la lass m manos anos eextendidas! xtendidas! —  grité—. grit é—. Sin Sin hac hacer er m ovi ovim m ient ientos os bruscos. Pero el motorista hizo caso omiso a mi petición y continuó sin soltar la maneta del freno, acelerando repetidamente. Me retaba con los bramidos de su motor al rojo vivo.  —Lo repe re peti tiré ré por últi últim m a vez: ¡ba ¡bajj a de la m oto! Pero este volvió a acelerar, soltó el freno y, derrapando sobre su pierna de apoy o, gi giró ró la m oto en se sent ntid idoo contrar contrario io y trató de huir huir..  No m e lo pensé pensé.. Ef Efee ctué dos dis dispar paros, os, de los cua cuales les uno aacc er ertó tó de pleno eenn eell hombro izquierdo fugitivo, elera. control y estrellarse contra unoss cont uno contenedores enedores del de basura quehaciéndole habí habíaa j unt untooperder a la ac acer a. Me acerqué corriendo hasta el lugar donde había caído y, al observar que se m antení anteníaa en eell suelo suelo iinerte, nerte, pedí po porr teléfono refuerzo re fuerzoss y una am bul bulancia. ancia. Sin dejar de apuntarle me acerqué lentamente. No me fiaba. Podía estar  fingiendo que estaba inconsciente. El olor de la basura esparcida por el asfalto contaminaba la escena del accidente y uno de los contenedores contra los que había chocado atrapaba una pierna del accidentado. Por suerte nadie más había sufrido daños. Disparar en plena vía pública resultaba peligroso, pero a mí esa m añana m e di dioo ig igual, ual, nnoo estaba dis dispuest puestoo a que ese tipo tipo ssee esca escapara para.. Tras apartar un par de bolsas de basura, intenté quitarle el casco.  —¡N o! N  —¡No! Noo lo haga hagass —m —mee pidi pidióó Ester Ester..  —¿P  —¿ P or qué qué??

 —Es m e j or que se lo quit quiten en e n e l hospi hospital. tal. P odría tene tenerr una fr fraa ctur cturaa en el cuello.  

 —Es increíbl incre íblee . ¿¿T Te pr pree ocupa ocupass por un sospec sospechoso hoso que nos seguía?  —No sabem sabe m os qué intenc intenciones iones tenía.  —¡Me da igual! Q Quier uieroo ve verle rle la ccar araa y sabe saberr quién ees. s. Me tra traee sin cuidado lo que pueda ocurrirle.  —Pee ro a m í no. S  —P Soy oy m é dico. Aquella contestación y el sonido de una sirena acercándose me hicieron desistir. En apenas unos minutos, el personal sanitario que se personó allí lo montó en una camilla y lo evacuó en una ambulancia. Fue todo tan rápido que apenas tuve tiempo de cachear a fondo al sospechoso. Aquello se llenó enseguida de  policc ías. Segur  poli Seguroo que si el her herido ido hubiese sid sidoo y o la ay uda m é dica habr habría ía tar tardado dado una eternidad y no habría aparecido ningún efectivo policial en mi ayuda. Al menos, aunque fuese de forma precipitada, pude comprobar que mi perseguidor  no iba iba aarm rm ado; ttan an sol soloo lllevaba levaba una eesp spec ecie ie de ccar arta ta m min inucio uciosam samente ente dobl doblada ada en el bolsillo delantero de su mono.  —¿Co  —¿ Contenta? ntenta? —le pre pregunté gunté a la doctora doctora,, c ulpándola por el hec hecho ho de no haberm e per perm m itid itidoo ver eell ros rosttro.  —¿No  —¿ No ha hass pensa pensado do que si se rrec ecuper uperaa podr podráá s iinter nterroga rogarlo? rlo? Ella tenía razón, pero no la escuché. Tenía prisa por saber qué había escrito en la carta que cogí del bolsillo del motorista. El sobre estaba abierto. Habían ra rasgado sgado su ppar arte te superior, per peroo aún ccont ontenía enía de dent ntro ro un troz trozoo de pa papel pel dobl doblado. ado. Así que lo saqué y lo leí:  Alejandra Un nombre de mujer. Eso era lo único que aparecía escrito. No había más m ensaj ensajes, es, so solam lamente ente una palabra eescrit scritaa a la aant ntiigua us usanz anza, a, a pluma pluma y tint tinter ero. o. Y en el sobre tampoco aparecía escrito el destinatario ni el remitente, estaba también completamente en blanco. Aquello no aclaraba nada, no obstante la doblé de nuevo y la guardé en mi bolsillo. Mientras, Ester observaba atenta mi extraño proceder.  —Inspecc tor More  —Inspe Moret,t, le e sta sta ba busca buscando ndo —m —mee llam llam ó e l aagente gente Ram Ramíre írezz desde el otro extremo de la calle. Acababa de llegar en uno de los vehículos oficiales que acudi ac udier eron on a m i lllam lamada—. ada—. ¿¿S Se encue encuent ntra ra bien? bien?  —Raa m íre  —R írezz, te dij dijee que podías tut tutea earm rm e —le re recc ordé ordé..  —Lo siento, es la costu c ostum m bre bre.. De Debes bes aacc om ompaña pañarm rm e .  —¿A  —¿ A com isaría otra vez? ¿Qué quier quieree Hor Horner neros os a hora hora?? —suspi —suspiré ré—. —. ¿No  puede vivi vivirr sin m mí? í?  —No, no es eso. e so. Debe Debem m os iirr aall aeropue ae ropuerto. rto. Ha Hayy un helicópter helicópteroo espe esperá rándonos. ndonos. Han llam llam ado de V Viill llaf afranc ranca, a, eenn llaa lo loca callid idad ad de Mo Mont ntes es de O Oca ca.. Ha desapare desaparecido cido

una chica de un albergue. Al escuchar el nombre de aquella localidad supe enseguida que me había  

equivocado en mis deducciones. La realidad era bien distinta a como yo la había imaginado. Aparentemente el transeúnte había vuelto a actuar y su macabro uego continuaba adelante sin que nadie pudiera ponerle trabas. Seguía actuando a su suss anchas.  —¿Có  —¿ Cóm m o ha oc ocurr urrido? ido? —m —mee inter interee sé.  —No dis dispongo pongo de m ás datos. La c om omaa ndanc ndancia ia de la Gua Guardia rdia Civi ivill de Burgos quiere que te persones en el lugar de los hechos. Dijeron que solo hablarían contig cont igo, o, al com comiisario lloo han dej ado al m arge argen. n. A mí lo que dijese la Guardia Civil me la traía floja. Cogí mi teléfono y llamé rápidamente a Horneros.  —Soy  —S oy e l inspec inspector tor More Moret,t, com comisario. isario. ¿¿Qué Qué debo ha hace cer? r?  —¡Me c ago en la puta m a dre que los par parió! ió! Me han dej a do fue fuera ra del ca caso so esos malditos picoletos —maldijo completamente fuera de sí.  —No m over overéé un dedo m ientra ientrass ust ustee d no m e lo pida. Sabe que sig sigoo a sus órdenes —le —le di dijj e.  —¡Qué  —¡Q ué órde órdenes nes ni qué ccoj ojones! ones! La Lass directr dire ctrice icess viene vienenn de desde sde Ma Madrid. drid. El ccaa so es suyo, inspector. Yo ya no pinto nada aquí. Así que vaya y detenga a ese maldito cabrón.  —De a cue cuerdo, rdo, ccom omisario. isario. ¿¿P P er eroo podría pe pedirle dirle aantes ntes un fa favor? vor?  —Suéltelo  —S uéltelo —suspi —suspiró. ró.  —Llám e m e eenn cua cuanto nto ssepa epa a lgo ssobre obre e l so sospec spechoso hoso que nos seguía.  —Delo  —De lo por hec hecho. ho. Me voy a hora m ismo par paraa el hospi hospital tal c on el age agente nte Blázquez. Ya le diré algo.  —Graa cia  —Gr cias, s, com isario. Le m ante antendré ndré inform ado.  —Inspecc tor… —apuntó Horne  —Inspe Horneros, ros, eenn un tono de voz m más ás sosega sosegado. do.  —Sí,í, dí  —S dígam gam e.  —C  —Cuide uide deeRam Ramíre írez . ¡Es bue buena gente! nte!  —No se pre pr ocupe ocupe. . zLo har haré é . na ge Mi compañero tenía razón: aunque no lo pareciera, el comisario en el fondo era un bbuen uen ti tipo, po, y y o m mee ha habí bíaa dado cuenta de eell llo. o. Por eso e so qqui uise se ll llam am ar arlo lo antes de actuar, para mostrarle el respeto que sentía por él. Valoraba mucho todo lo que había hecho para que yo pudiese continuar al frente de esa investigación que úl últi tim m am ente m mee ha habí bíaa robado el ssueño. ueño. Mientras, Mi entras, llaa doct doctora ora Romá ománn obs obser ervaba vaba la eescena scena en si silenci lencioo un ppar ar de m etros más atrás, e intentar describir su cara con pocas palabras resultaría complicado,   más cuando vio que me marchaba en un coche con mi compañero sin tan siquiera despedirme. Sé que no estuvo bien, pero ella tenía que asumirlo; en cuanto alguien mencionaba algo que estuviese relacionado con la investigación, el mundo dejaba de girar para mí. Detener a ese adversario anónimo que me

retaba en eell jue juego go ddee la oca se había converti convertido do en mi m i úúni nica ca obs obsesi esión. ón.

 

18 El tr tr an s eún te 

Vol olar ar en heli helicópt cópter eroo no era prec precis isam am ente algo qu quee m e apetec apeteciese iese m mucho. ucho. S Son on aparatos muy inestables y los viajes en ellos pueden ser de todo menos tranquilos; además, las montañas rusas nunca estuvieron hechas para mí. Durante el vuelo, Ramírez aprovechó para informarme sobre sus últimas indagaciones. La noche anterior se la pasó en vela buscando datos en ese viejo libro que se llevó prestado de la biblioteca, tomando apuntes sobre cualquier curiosidad que girara en torno a ese ancestral rito que con el paso del tiempo acabó siendo un uego para niños. Y no contento con ello, parte de la mañana la dedicó también a  bucear  buce ar e n el pa pasado sado de la aancia nciana na que viví vivíaa en la lass af afuer ueraa s de P Pue uente nte La Reina.  —Margot  —Mar got Atienz Atienzaa Ur Uree ña. Así eess ccom omoo se lla lla m a la viej a que vive e n eell n.º 63  —com entó m mientra ientrass sac sacaa ba unos doc docum umee ntos de su m a letín.  —¿Qué  —¿ Qué has podido ave averigua riguarr de ella?  —No m ucho. Y lo poc pocoo que sé re result sultaa c onfuso. Llegó al pueblo siendo m uy oven, cuando apenas diecinueve oz?veinte años.  —¿Y  —¿ Y qué ti tiene ene e socontaba de eextra xtraño, ño, R Ram am íre írez  —Pue  —P uess que a par paree ció una m aña añana na sol solaa y e m bar barazada azada.. No tenía fa fam m ilia ilia y su aspecto era más que lamentable. Los vecinos, en un gesto de hospitalidad, intentaron ayudarla en todo lo que pudieron: le cedieron un viejo corral para que viviera y las aldeanas acordaron turnarse para llevarle cada día un plato de comida. Así, hasta que llegó la noche que dio a luz. Dicen que esa madrugada se encerró y no permitió que nadie le ayudara en el parto. Alumbró sola, dando unos gritos tan desgarradores que erizaron a todos los que esperaban fuera. Los que pudieron oírlo aseguran asegura n que rresult esultóó sobrec sobrecogedor ogedor..  —¿Y…?  —¿Y…?  —Nada  —Na da m á s. Na Nadie die supo qué par parió, ió, si fue niño o niña. Algunos vec vecinos inos dice dicenn que nació muerto y lo enterró de madrugada en la parte de atrás de la que ahora es su casa, otros incluso aseguran que se comió a la criatura tras nacer. Aquella historia no me era del todo desconocida porque coincidía en parte con lo lo qu quee ccont ontóó el cam are arero ro de la ttaber aberna, na, y no m e sorprendi sorprendió. ó.  —Solo  —S olo sson on habla habladuría durías. s. ¿¿Ha Hass traído eell m maa pa? —l —lee pr pree gunté. Ramírez asintió con la cabeza. Lo sacó y lo extendió sobre sus rodillas. Acto seguido, segui do, in intenté tenté ubicar la sit situac uació iónn del pueblo de Villafr illafranc ancaa sob sobre re él.  —¡Mierda!  —¡Mier da! Lo sabía —m —mee la lam m e nté.  —¿Qué  —¿ Qué pasa pasa,, Álvar Álvaro? o?  —Vil  —V illaf lafra ranca nca es la loca locali lidad dad que hay j usto de después spués de Sa nto D Dom omingo ingo de la Calzada. Esa era la razón por la que sumaban veinte las caras de los dados que

fotografiaste en el suelo de la plaza de Logroño. Debí suponerlo. Si Santo Domingo correspondía a la casilla diecinueve, el asesino volvería a actuar en la  

sigui siguiente. ente. ¡¡S Seré er é idio idiota! ta! Lo tuve delante de m is narices nar ices y no lloo sup supee ve verr.  —Tranquil  —Tra nquilíz ízaa te, nadie lo habr habría ía a ce certa rtado. do. Es m uy difícil adivinar lo que trama ese trastornado.  —Pee ro e s que esta  —P estaba ba cla clarísim rísimo. o. En Villaf illafra ranca nca e s donde c om omienz ienzaa n los Montes Mon tes de O Oca ca.. ¿¿Lo Lo entiendes? Su propio nnom ombre bre nos iindi ndica caba ba eell ca cam m ino. ino.  —Déjj alo, no te m ar  —Dé arti tiric rices es m ás. Me quedé en silencio maldiciendo mi suerte. La impotencia vino a saludarme   sentí cómo mi respiración se volvía pesada, como si me faltase aire. Al  parec  par ecee r, la a nsi nsiee dad e staba volvi volviee ndo a m i vida vida,, un sentim sentimiento iento de a ngust ngustia ia que creía haber superado años atrás y que ahora asomaba de nuevo al balcón de mi alma para robarme el poco sosiego que me quedaba. Ramírez, que se había dado cuenta de ello, me agarró por el brazo y, con un gestoo de ccompli gest omplicidad, cidad, ttra rató tó ddee ca cam m biar biar la conversació conversac ión. n.  —¿Y  —¿ Y la doc doctora tora?? —m —mee pr preguntó eguntó ccon on una píca pícara ra sonrisa.  —¿P  —¿ P er erdona? dona? —respondí ruboriz ruborizaa do.  —Podías  —P odías habe haberle rle dicho que vini vinier era, a, al fin y al ca cabo bo es la for foree nse que asignaron asi gnaron para est estee ccaso. aso.  —Tieness ra  —Tiene razzón. S Supongo upongo que ha sid sidoo una ffaa lta lta de cconsi onsider derac ación ión por m mii par parte. te.  —Suu ccar  —S araa e ra un poe poem m a. N Nii tan siqu siquier ieraa te has despe despedido dido de ella c uando nos hemos hem os m arc archado. hado. Y cr creo eo que llee gust gustas. as. S See le not notaa eenn llaa form a de m irarte.  —Pue  —P uede de se ser…, r…, pe pero ro no quier quieroo coge cogerle rle c ar ariño. iño. No puedo per perm m itirm itirmee eese se luj lujo. o.  —Pue  —P uess es una pena pena,, par parec ecee buena c hica hica.. Adem Ade m á s, no e stás en situac situación ión de despreciar un bombón como ese.  —¿P  —¿ P or qué lo di dicc es?  —Hombre  —Hom bre,, no te fa falt ltaa rá m ucho pa para ra cum pli plirr los cua cuare renta, nta, y te aasegur seguroo que si llegas soltero a esa edad te quedas para vestir santos. Mírame a mí, con cincuenta  seis añose xage y vi vivi viendo endo todaví todavía mi im madre adre. .intaa y siete. P e ro… Es m ej or a sí,  —No xagere res, s, hom hombre bre.a. con Solom tengo tre treint créem cré em e. Por eell mom moment entoo no qu quiiero atarm e a nada ni a nadi nadie. e.  —En fin, tú sabr sabráá s. Yo sol soloo te a dvierto de que no le des m ucha tre tregua gua a la so soledad ledad porqu porquee el día día m enos pens pensado ado se aabalanz balanzar aráá sobre sobre ti y te abra abrazzar aráá con sus agrios tentáculos.  —No puedo e star con nadie porque a ún per perdura dura en m is labios el sabor del úl últi tim m o beso que di —l —lee cconfesé onfesé..  —¿T  —¿ Ta n im importante portante fue fue??  —Sí,í, porque no ffue  —S ue un be beso so cua cualqui lquiee ra ra.. Ramírez no preguntó nada más. La tristeza que ahogaba mi rostro suplicaba un poco de silencio. Siempre han existido recuerdos enterrados en lo más  profundo  prof undo de dell aalm lmaa de un hom bre que con e l tra transcur nscurrir rir del tie tie m po se c onvierte onviertenn

en secretos íntimos, y este era uno de ellos. Un beso, un simple gesto de cariño hacia otra persona, suponía para mí un abismo difícil de superar, y Ramírez no  

quiso qui so sser er qui quien en lo hi hiciese ciese florec florecer er de nuevo con c on su suss preguntas.

 

19 La Pos ada 

Sobre las 15:30 horas llegamos a uno de los improvisados helipuertos que la guarda forestal de Castilla y León solía habilitar en la época estival para los casos de incendio. Entendieron que no era conveniente aterrizar en el mismo pueblo  porque podían gene genera un c li lim m a devivían ala alarm rm un a ecentenar ntre sus conta contados dos vec vecinos inos;; e ra una aldea tranquila donderarar duras penas de personas. Desde allí nos trasladaron en un vehículo todoterreno hasta el albergue de San Antonio Abad, al lugar donde había desparecido la joven. El trayecto, siempre  por e strec strechos hos y bac bache heados ados ca cam m inos de ti tier erra ra,, a penas pena s duró unos diez m inut inutos; os;  peroo fue ti  per tiee m po m á s que suficie suficiente nte par paraa c onst onstata atarr la gra grann devoc devoción ión que levantaba aquel itinerario entre los fervientes peregrinos. Estos, al escuchar el vehículo acercarse, se apartaban a uno de los lados del camino para dejarnos  paso. Los había soli solitar tarios ios que tra trataba tabann de a poy a r su c ansa ansancio ncio sobre un improvisado bastón, otros tantos que caminaban en parejas y algún que otro grupo másennumeroso quea marchaba enauténticos fila india;desconocidos mas todos ellos contaban un punto común que, pesar de ser y venir desdecon los  puntos más m ás rem re m otos del pla planeta neta,, le less ha hacc ía par parec ecer er una gra grann fam f am ilia ilia de nóm nómada adas. s. El per perfil fil de los pere peregrin grinos os era ca casi si si siem em pre el e l mismo: car caras as ca cans nsadas adas por el peso de las mochilas, cuerpos sentados en piedras del camino y cojeras producidas  por a m poll pollaa s reventa re ventadas das e n las plantas de los pies. Aun a sí, siem siempre pre saluda saludaban ban con un esmerado gesto de alegría, una ligera sonrisa que guardaban en la despensa de su alma para mostrar a quien se cruzara con ellos que con ese sufrido y prolongado esfuerzo alcanzarían al final del camino una merecida recompe rec ompens nsa: a: re reencontrarse encontrarse ccons onsig igoo m mis ism m o. Es Esas as fuer fueron on llas as palabras eexactas xactas que la anciana me dijo aquella noche, que todos buscaban redimir sus pecados y limpiar su conciencia. Y entonces, repentinamente, vino a mi mente lo que  predij  pre dijoo al e cha charr las ca carta rtass del tar tarot: ot: la próxima próxim a prue prueba ba ser seráá La P osada osada,, asegurando que en ella, una joven cuyo nombre estaría compuesto por nueve letras, sería la si sigui guiente ente víctima víctima.. Aquel vaticinio vaticinio m mee hiz hizo re reca capac pacit itar ar.. V Vol olví ví a sac sacar ar la car c arta ta que ccogí ogí ddel el bols bolsil illo lo del motoris motorista ta y m e dis dispus pusee a cont contar ar una a una las letras letras del nom nom bre que apare a parecía cía escrito.  —¡Nueve  —¡N ueve!! —e —excla xclam m é eenn voz ba bajj a.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re?? —m —mee pre preguntó guntó Ram Ram írez íre z al ve verr ccóm ómoo palidec palidecía ía súbit súbitaa m ente ente..  —¡Alej  —¡A lej a ndra ndra!! Tie Tiene ne nue nueve ve le letra trass —afirm —af irméé sorpre sorprendido. ndido.  —¿De  —¿ De dónde ha hass sac sacaa do ese sobre sobre??  —Lo llevaba lleva ba el m otorist otoristaa que nos seguía e n P Paa m plona, y m e e sto stoyy tem iendo

que va a coin coincidi cidirr ccon on el nom nom bre de la chica que ha desaparecido desapare cido — —lle expl expliq iqué. ué.  —¿Cree  —¿ Creess que pue puede de gua guarda rdarr re r e lac lación ión con el ccaa so?  

 —Aún no lo sé, per peroo intuy intuyoo que no ta tarda rdare rem m os m ucho e n aave veriguar riguarlo. lo. Estoy esperando espera ndo una lllam lamada ada de H Horneros orneros qque ue lo confirm confirme. e. Cuando llegamos a las inmediaciones del albergue de San Antonio Abad, el  pueblo apa apare rentaba ntaba esta estarr en c a lm lmaa , vivi viviendo endo aj e no a lo que e staba suce sucediendo. diendo. Como había sido el propio inspector jefe de la Brigada Central de Madrid quien tomó las riendas de la investigación, se presentó en el lugar procurando no levantar revuelo. No obstante, mandó peinar un radio de quince kilómetros alrededor de Villafranca para asegurar la zona. El asunto había tomado un cariz un tanto dramático con la desaparición de aquella joven y el Ministerio del Interior no estaba dispuesto a que aquello fuese a más; cuanto antes se zanjase, mejor.  —Bue  —B uenas nas tar tardes. des. Inspe Inspector ctor Álvar Álvaroo More Moret,t, de Hue Huesca sca —m —mee pre presenté senté nada m ás baj ar del Land R Rover over..  —Séé quién e s. Soy La  —S Lasar sarte, te, estoy al fr frente ente de la investigac investigación. ión. Le inform o que desde este mismo momento pasa a formar parte de la Brigada Central que dirijo. Las competencias han pasado a ser de ámbito nacional, por lo que dispone de luz verde parainterno. moverse por cualquier punto del y se le al asignará teléfono de uso Ahora, una vez aclarada su país vinculación grupo un de actuación, debo preguntarle si es cierto que elaboró unos informes en los que aseguraba que ttodo odo este entram entramado ado form formaa par partte de un hhip ipot otéti ético co j uego de llaa oca oca.. Asentí con la cabeza.  —Entonces…  —Entonce s… Expl Explíquem íquemee qué se supone que ha pa pasado sado hoy a quí.  —Hayy un per  —Ha peree grino que eestá stá re recc orr orriendo iendo eell ca cam m ino ssigui iguiee ndo las pre prem m isas de un antiguo ritual —afirmé con rotundidad—. La oca era un juego ancestral que servía como guía de iniciación, y la persona que ha decidido revivirlo deberá superar varias de sus pruebas si quiere alcanzar con éxito su meta. Sabíamos que hasta hast el y, m mome oment ese supuest suhora puesto o transeún transeúnt te ahabí había a supera su do conprueba ac acierto iertodelllaa ritu pri prim m eraa de eallas ell as por lontoovis visto to,, aahora está llevando ca cabo bo laperado si sigui guiente ente ritual. al.er  —¿Y  —¿ Y eenn qué cconsi onsiste ste eesa sa supue supuesta sta prue prueba? ba?  —Exacta  —Exa ctam m e nte no lo sé.  —Quien c ae e n la ca casil silla la de La P osada pier pierde de var varios ios turnos —apuntó Ramírez.  —¿Có  —¿ Cóm m o dic dicee ? —pre —preguntó guntó eell inspec inspector tor j e fe c on ccaa ra de extr extrañe añezza, sin saber  sabe r  quién qui én er eraa eell qque ue aaca cababa baba de int inter errum rumpi pirr nuest nuestra ra conversación.  —Es el agente a gente Ram Ramíre írezz, m mii adj unto — —le le eexpli xpliqué. qué.  —Pue  —P uess siento dec decirle irle que y a no lo nec necesita. esita. El a gente puede volver  inm nmediat ediatam am ente a su pu puest estoo habit habitual ual de traba trabajj o.  —Pee rdone que le c ontra  —P ontradiga, diga, ins inspec pector tor j e fe fe,, pero per o hem os c om omenzado enzado j untos en esto esto yy… …

 —De acuer ac uerdo, do, déj e se de c hác háchar haraa —dij —dijoo re resig signado, nado, sin quer queree r per perder  der  m ucho ti tiem em po—. C Cont ontin inúe, úe, aagente gente Ram Ramírez írez..  

 —Bucea  —Buc eando ndo eenn las eestanter stanterías ías de la bibli bibliotec otecaa e ncontra ncontram m os un viej o libro que hacía referencia a lo que ha ocurrido ahora aquí —expuso el agente—. El Camino de las Ocas se titula, y en él aparecen las reglas que debía seguir quien se atreviera a adentrarse en ese recorrido que actualmente conocemos como el Camino de Santiago. Estas son sus páginas centrales —comentó sacándolas de su m aletín— aletín—.. Aquí están. Cogí las hojas con un claro gesto de alivio. Ramírez, con su intervención, acababa de echarme un cable donde agarrarme, y en aquella situación, fue  bastante de agr agraa dec decee r. De Después spués busqué la página donde se e xpli xplicc a ban las re reglas glas del rito iniciáti iniciático co y leí llaa segunda de sus ppre rem m isas isas eenn voz alta:  —La P osada osada.. S Sii se ccaa e eenn ella se ce ceder deráá a los plac placer eree s; ttal al ve vezz a la lujuria luj uria o la gula, o quizás a ambos. Por tanto, el peregrino que se quede allí pagará en sus  propias c ar arne ness uno de los m más ás c ar aros os pe peaa j e s; ade adem m á s, de deber beráá perm per m a nec necer er en e sa casi ca sillla durante var variias j ugadas.  —¿Y  —¿ Y eeso so a dónde nos cconduce onduce?? —p —pre reguntó guntó el inspec inspector tor j ef efe, e, dando m uestra uestrass de que seguía sin entender nada.  —De m om omento ento hasta aen quí,el que a este a lber lbergue gue —indi —indicó códescanso Ra m íre írez —. Antiguamente fue un hospital se atendía y procuraba a zlos  peregr  per egrinos inos.. P Por or c onsi onsiguiente, guiente, esta ser sería ía la posada que se indi indicc a e n eell juego j uego y a ún  puede que, eenn algún lugar de estas e stas ins instalac talaciones, iones, esté re retenida tenida la c hica hica..  —Im posi posible. ble. He Hem m os re revisado visado e l edif edificio icio de ar arriba riba a baj o y no hem os encontra encont rado do nada. Mientras Ramírez se aplicaba a exponer con todo lujo de detalles lo que había  podido a ver veriguar iguar sobre aque aquell a nti ntiguo guo hospi hospital tal y tra trataba taba de enc encontra ontrarr una respuesta coherente a lo sucedido, mi mirada quedó atrapada en unos signos que a comenzaban a resultarme familiares. Aparecían grabados a cincel y martillo sobre unaCogí de las sillería el una pórtico entrada albergue. mi piedras cámara ydetomé una que foto.conformaban Quizá podía ser pistadeque seguir.al

Foto n.º 5  

Huellaa gra Huell grabada bada eenn pi piedra edra..  —¿Qué hac  —¿Qué hace, e, insp inspee c tor? —m —mee pre preguntó guntó La Lasar sarte te e xtra xtrañado ñado al ver verm m e con una cám ara de fot fotos os..  —¡Una  —¡U na pata de oca oca!! —le indi indiqué qué al obser observar var e n una de las piedr piedras as del m uro una esp e spec eciie de trid tridente. ente.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice??  —La prim primer eraa seña señall que ha hayy j unto a la puer puerta ta nos indi indica ca que nos eencontra ncontram m os ante una de las casillas del juego. Los otros dos probablemente sean signos celtas que correspo corr esponden nden al núme número ro veint veinte. e.  —Siento  —S iento c ontrade ontradecc irle —apuntó un hom hombre bre que había ce cerc rcaa de e llos. llos. Estaba sentado con otro muchacho en uno de los bancos situado delante de la entrada—. Perdone, pero no he podido evitar escucharle. Soy el encargado del albergue —  se presentó estrechándome la mano—. Ese grabado que ha llamado su atención es una marca de los antiguos maestros canteros. Si se fijan con atención podrán verlo en infinidad de iglesias y monumentos que hay repartidos a lo largo del camino. Es un símbolo medieval.  —¡Qué  —¡Q ué m ás da si e s un tridente o una pata de oca oca!! Ha de desapa sapare recc ido una  persona  per sona —obj —objee tó el in inspec spector tor La Lasar sarte, te, ccaa nsado de e scuc scucha harr ta tanta nta rretór etórica ica..  —¿Có  —¿ Cóm m o se llam aba la cchica hica?? —pre —pregunté. gunté.  —Alej a ndra Mar Martí tínez nez Lópe Lópezz —re —respondi spondióó eell otro hom bre que le a com paña pañaba ba  que había permanecido sentado en el banco. El pobre apenas tuvo ánimo para levantarse a sal saludar udar.. S Suu ca carta rta de presentación ssee reducía r educía a unas pro profundas fundas oje ojera rass marcadas sobre una piel blanquecina manchada de pecas y que, junto a una descuidada descui dada per periilla lla peli pelirroj rroj a de var vario ioss dí días, as, no era erann ca capaz paz de ocult ocultar ar la am argura que se habí ha bíaa posado sobre su rostro.  —¿  —¿Y Y usted ees? s? z—pre —pregunté.  —Antonio  —Antoni o quién Rod Rodrígue ríguez , e l gunté. m onit onitor or enc encaa rga rgado do de dirigi dirigirr la e xcur xcursió siónn —  respondió con un cerrado acento murciano, aunque su pesar por lo ocurrido apenas le permitía dar el habla—. Somos de Archena, y cada verano reunimos un grupo para recorrer una ruta diferente del Camino a Santiago. Este es el cuarto año consecutivo que lo hacemos.  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo la han eecc hado de m enos?  —Esta m aña añana. na. Co Com m o a y er no hac hacía ía m uc ucho ho c alor alor,, re recor corrim rimos os m á s kilómetros que de costumbre y llegamos completamente rendidos al albergue. Cenamos, repartimos las camas y nos acostamos pronto. Hoy, al levantarnos, hemos observado que su catre hay estaba vacío. Lamadrugar verdad espara que no en hacer ese momento no le dimos más importancia, quien suele cola en los aseos o sale del albergue a fumarse el primer cigarrillo del día. Pero tras

almorzar, cuando íbamos a coger los macutos para reanudar la marcha, la echamos de menos. Su mochila y su calzado estaban allí, pero Alejandra no  

aparecía por ningún lado. Es el primer año que viene. Acababa de cumplir  dieciocho años y aún no sé cómo voy a explicárselo a sus padres —contestó rompi rom piendo endo a ll llora orarr.  —No se pre preocupe ocupe,, segur seguroo que no anda m uy lej os. Ya ver veráá com o la encontramos —trató de consolarlo Ramírez. Con di disi sim m ul ulo, o, llee hice hice un gest gestoo al in insp spec ecto torr La Lasarte sarte para par a que m mee ac acom ompañase. pañase. Quería contarle algo en privado.  —El tra transeúnte nseúnte a ctúa siem siempre pre a l a m a nec necer er —af —afirm irméé m ientra ientrass nos apartábam apar tábamos os un ppoco. oco.  —¿Qué  —¿ Qué le ha hacc e pe pensar nsar e so?  —La piedra m anc anchada hada de sangr sangree e n Jac Jaca, a, e l ca c a dáver dáve r de P uente La Re ina, e incluso los dedos que encontraron en Logroño. Todos ellos aparecieron al am anec anecer er,, igual igual qque ue sucede ahora ccon on llaa de desaparició sapariciónn de esta chica —re —reflexi flexioné oné  —. Ha Hace ce unos días hablé con alguien, una a ncia nciana na que j ugaba a ser vidente, y me habló de este supuesto juego. Es más, vaticinó lo que ha ocurrido hoy aquí. Me dijo que una joven cuyo nombre estaría compuesto por nueve letras sería la si sigui guiente ente n desapare desaparece r. Y así a—le sí ha dije sucedido sucedido. .C Como omo puede ccomprobar omprobar, Alej Alejandra andra tiene ese een número de cer letras mostrándole el papel donde ,aparecía el nombre escrito escrito..  —¿De  —¿ De ver verdad dad cr cree e usted e n e sas cha charla rlatana tanas, s, ins inspec pector? tor? Ese tipo tipo de gente dice muchas cosas, y claro, alguna de ellas al final acaba cumpliéndose. Pero solo ocurre por pura estadística. Recuerde que viven de eso, de timar a la gente.  —Sí,í, y o opino igua  —S iguall que usted —tra —traté té de j usti ustific ficaa rm e—, per peroo no sé por qué razónn esa m uj razó ujer er pare parecía cía si sincer ncera. a. Me aadvi dvirti rtióó so sobre bre eell C Cam am ino ino de las Oca Ocas, s, ddee un milenario sendero que tanto los druidas como los alquimistas recorrían al amanecer, cuando las estrellas se apagaban y dejaban de indicar el camino hacia el oeste. Comentó quepara eranmarcar las ocas con seguir. su vuelo migratorio que cogían el relevo diurno el salvajes camino que Quizá por esolas el asesino actúa siempre al amanecer, cuando la luna se acuesta y el sol comienza a despunt despuntar ar al alba.  —Mire  —Mi re,, todo eeso, so, aahora hora m ismo, son solo e spec speculac ulaciones. iones. Co Com m pre prenda nda que no  podem os iirr ccontado ontado que un loc locoo anda suelto m mata atando ndo per peree grinos al am ane anece cerr.  —Esas palabr pa labraa s yyaa la lass esc escuché uché ante antess —m —mee lam enté enté..  —Estoy proc procura urando ndo ser obj objee ti tivo. vo. Y si us usted ted no lo es, lam e ntablem e nte de deber beráá dejar el caso —me reprochó cansado de escuchar tanta fantasía—. Si quiere trabaj ra bajar ar conm conmig igoo nece necesi sito to qque ue su perspecti perspectiva va de la invest investig igac ació iónn sea m ucho m más ás amplia y que no se encuentre coartada por una absurda ocurrencia. Se ha cegado con ese imaginario juego de la oca y no es capaz de ver más allá. ¡Debe ajustarse a la realidad!

 —Supongo que tiene ra  —Supongo razzón —asum —asumíí ca cabiz bizbaj baj o.  —Com  —C ompré préndalo, ndalo, insp inspee ctor More Moret.t. ¿Có Cóm m o le c uento a nuestros super superiore ioress de  

Madrid que nuestra investigación se basa en los vaticinios de una vieja pitonisa? Es ridí ridículo culo.. Adem Además, ás, debería dej ar de llam llam arle transeúnt transeúnte. e. En ese momento, comenzó a sonar mi móvil. Era el comisario Horneros, y llam lamaba aba para pon poner erm m e aall corrient corrientee de lo ocurrido con el m mot otoris orista ta en P Pam am plona. plona.  —Hola, com c omisario. isario. ¿¿Có Cóm m o van la lass cosa cosass por aall llí? í? —pre —pregunté. gunté.  —Vaa n de cculo,  —V ulo, com comoo de ccostu ostum m bre —conte —contestó stó c on su habitu habituaa l m maa l humor.  —¿Qué  —¿ Qué suce sucede? de?  —¿Có  —¿ Cóm m o coj ones se te ocurre ocur re li liaa rte a tiros tiros en m e dio de la ca call llee ? Enc Encim ima, a, luego te vas y el marrón me lo como yo. La alcaldesa está que trina y la prensa no deja de malmeter desde que se han enterado, tengo la puerta del hospital tomada por un ejército de reporteros oportunistas.  —No cre c reoo que se seaa pa para ra tanto, com isario.  —Moret,t, llee ha dis  —More dispa para rado do a una c hica que iba pase paseaa ndo en m oto.  —¡Una  —¡U na c hica hica!! No puede ser ser.. Estoy segur seguroo de que quien conduc conducía ía e sa m oto nos siguió durante un buen trecho. La doctora Román puede confirmarlo.  —En cuanto cua nto re regre grese, se, ve venga nga dire direcc tam ente a l hos hospit pital. al.  —De a cue cuerdo. rdo. A Así sí loun har haré é —c —contesté rresignado. esignado.  No pude evitar dar suspi suspiro roontesté al colga colgar r e l teléf teléfono. ono. P a re recc ía que m e había mirado un tuerto y todo me salía completamente al revés y, lejos de aclararse el asunto, se enredaba cada vez más. ¡Joder, había disparado a una joven! ¿Cómo era posible? Apostaría el cuello a que quien venía siguiéndonos era alguien  peligroso… En fin, f in, lo m mej ej or e ra re regre gresar sar a P am plona lo aantes ntes posibl posiblee par paraa tratar  tra tar  de aclarar lo sucedido. Y, por otro lado, en cuanto a la entrevista que mantuve con aquella anciana, pensé que en lo sucesivo sería mejor no nombrarla, los ánimos estaban ya suficientemente caldeados como para ir afirmando que mi  principall conf  principa confidente idente eera ra una tr trasnoc asnochada hada pit pitonisa. onisa.  —¿P  —¿ P odem os icité. volve volverr a P a m plona, ins inspec pector tor La Lasar sarte? te? Ne Nece cesit sitoo int intee rr rrogar ogar a un sospec sospechoso hoso —sol —solicité.  —Vaa y a, al fin e scuc  —V scucho ho algo cohe cohere rente. nte. De ac acuer uerdo. do. Apr Aprovec oveche he que e l helicóptero debe regresar a su punto de origen, pero manténgase localizado —me  pidió.  pidi ó.  —No se pre pr e ocupe ocupe..  —Eso quisiera y o, no tene tenerr que pre preocupa ocuparm rm e … —suspiró—. Montar Montaree m os eell centro de operaciones en Burgos. Allí le espero.  —¿Co  —¿ Conn R Raa m íre írezz? —pre —pregunté. gunté.  —¡Qué  —¡Q ué rree m e dio…! Escuchando al inspector jefe de la brigada comprendí que para ocupar un cargo ca rgo de re rellevanc evancia ia en la ac academ adem ia de pol poliicía eera ra re requi quisi sito to impre imprescin scindi dibl blee ser un engreído. Confirmando a su vez que a mayor rango, mayor grado de estupidez.

Era lamentable, pero no había nadie lo suficientemente sensato que se  preocupa  pre ocupara ra e n esc escucha ucharr las opini opiniones ones de los c om ompañe pañeros. ros. Solo er eraa válido  

encontrar pruebas y, ante esa circunstancia, opté por mantener desde ese m om omento ento uuna na lí línea nea para parallela eent ntre re m i invest investig igac ació iónn y la de la propi propiaa brigada. Era lo mejor. Aparentar que acataba las órdenes que recibía desde Madrid sin rechistar y continuar con mis averiguaciones en un segundo plano, sin llamar la atención de mis superiores.

 

20

Tras regresar re gresar a Pa Pam m plona, plona, R Ram am írez pidi pidióó perm permis isoo para vol volver ver a su ca casa sa y ver  a su madre. Era evidente que se preocupaba por ella; al fin y al cabo, se trataba de una persona de avanzada edad que permanecía la mayor parte del día a solas  sin salir de casa. Además, se palpaba que mantenían un relación madre e hijo muy especial. Yo, en cambio, pedí un taxi nada más aterrizar y me dirigí directamente al hospital. Por mi cabeza solo pasaba la reprimenda que me echaría Horneros en cuanto lo tuviese delante. Escuchar sus impertinencias era el precio que debía  pagarr por habe  paga haberr dej a do que int inter ercc edie ediese se por m í aante nte la brigada ce centra ntral,l, pe pero ro no me importaba porque era algo que ya tenía más que asumido. Al llegar encontré varios periodistas apostados junto a la entrada del hospital, aunque al ir vestido de paisano no tuve ningún problema para pasar  desapercibido. Mi camisa era una pura arruga y estaba pidiendo a gritos visitar  urgentemente una lavandería. Como no esperaba que se fuese a alargar tanto la investigación, apenas llevé un par guntó de mudas laisario maleta.  —¿Có  —¿ Cóm m o ha ido todo? —pre —preguntó e l cen om omisario e n tono cor cordial dial al ver verm me llegar. Algo que, conociendo su temperamento, sonaba realmente extraño.  —Sospec  —S ospecha ham m os que quien está de detrá tráss de la desa desapar parición ición de la j oven es la misma persona que acabó con la vida del individuo del puente —contesté gratamente sorprendido por su buen talante—. ¿Han logrado identificar el cadáver?  —No. La doctora Ro Rom m á n sig sigue ue tra traba bajj ando en e llo, llo, pero per o aún no lo ha reclamado nadie —se lamentó.  —Y la j oven de la m oto, ¿¿quién quién ees? s?  —María  —Mar ía Dolore Doloress Vustelo. La m ucha uchacc ha que int inter erroga rogaste ste e n la com isaría de Logroño.  —¿La  —¿ La que dij dijoo ser per periodi iodista? sta? —pre —pregunté gunté sorpr sorpree ndido.  —La m isma isma..  —¿Y  —¿ Y qué hac hacía ía aaquí, quí, en P Paa m plona?  —No lo sabem sabe m os. No he hem m os podi podido do sac sacaa rle ni una sola pa palabr labra. a. Dij Dijoo que solo hablaría con usted.  —¿Está  —¿ Está cconscie onsciente? nte?  —Paa ra nuestra desgr  —P desgrac acia, ia, sí. S Suu punte puntería ría,, inspector, inspec tor, no eess ta tann bue buena na com o su labia y solo le causó una herida superficial en el hombro —comentó con retintín  —. P e rdió e l cconocim onocimiento iento aall golpea golpearse rse c ontra los ccontene ontenedore doress de basura basur a , per peroo desde que despertó no ha parado de maldecir a todo bicho viviente que ha entrado en la habitación. La están medicando por vía intravenosa, no ha hecho

falta hacerle ninguna transfusión de sangre.  —Bue  —B ueno, no, pues… ¿A qué e sper speraa m os? —suspi —suspiré ré,, tom tomaa ndo a ire ire—. —.  

Comprob omprobem em os cómo m e re recib cibe. e. Me asomé de forma prudente a la habitación donde estaba ingresada, esperando la pertinente lluvia de groserías. Ya había tenido oportunidad de conocer su extenso vocabulario en la sala de interrogatorios de Logroño y sabía a qué atenerme.  —¿P  —¿ P uedo pasa pasar? r? —pre —pregunté gunté de desde sde el pasill pasillo, o, a som somaa ndo liger ligeraa m ente la cabeza.  —Sii pr  —S prom omete etess no dispara dispararm rm e otra vez… —r —respondió espondió enf enfaa dada dada.. Estaba e n la cam ca m a con el hombro vendado y vest vestid idaa ccon on uuno no de esos ppija ijam m as descolo descolorido ridoss de la Segurid eguridad ad S Social ocial.. Al vver erm m e eent ntra rarr se aapresuró presuró a taparse.  —No sabía que er eraa s tú —le dij dijee tra tratando tando de dis discc ulparm e —. ¿P or qué nos seguías en la moto?  —¿Rec  —¿ Recibes ibes a ba balazo lazoss a todo el que intenta ac acer erca carse rse a ti? ti?  —Yaa te he dicho que lo siento. Si te hubiese re  —Y recc onocido no te habr habría ía disparado. Además, no obedeciste cuando te pedí que detuvieses la moto.  —Estaba asustada y no sabía si ser sería ía bue buena na ide ideaa ha hablar blar cconti ontigo… go…  —B  —Bue ueno, no, aaquí quí m me tienes. s. tam S Soy oy etodo oí oídos. dos.  —Anoche  —Anoc hepues ll llegué egué tar tarde dee atiene l aapar partam nto —re —rec c ordó—. Hubo m ucho tra trabaj baj o eenn el restaurante y terminamos tarde. Me duché, cené algo y me acosté. Y cuando estaba a punto de vencerme el sueño, escuché unos pasos en el salón. Alguien había entrado y estaba abriendo los cajones de mis armarios. Con cuidado de no hacerr rui hace r uido, do, me levant levantéé y ec eché hé eell pest pestil illo lo ddee m i do dorm rm itori itorio, o, pero sup supong ongoo que m e oyó porque acto seguido sentí como se marchaba apresurado y cerraba de golpe la puerta de entrada. Durante diez minutos esperé en mi habitación en silencio, sin salir; y cuando por fin me decidí a abrir, volví a escuchar algo. Él seguía allí, en mi apartamento, y había simulado que se marchaba para engañarme y hace hacerm rmYe qué sali salirrhicist .hiciste?  —¿Y  —¿ e?  —Nada,  —Na da, no pude ha hace cerr nada nada.. V Volví olví a enc encee rr rraa rm e. Me daba pánic pánicoo sa sali lirr y no tenía ningún teléfono a mano. Permanecí tras la puerta, esperando a que se marchara.  —¿No  —¿ No int intee ntó hac hacee rte daño?  —No, ni tan siqu siquier ieraa se ac acer ercó có a la puer puerta ta de m i ha habit bitac ación. ión. Esper Esperéé toda la madrugada, hasta las ocho de la mañana, y cuando salí ya no estaba, no había nadie. Había revuelto mi estudio fotográfico y velado todos los negativos. Ese desgraciado estropeó los carretes y parte de mi trabajo.  —¿Y por qué c re  —¿Y rees es que lo hi hizzo? La muchacha m uchacha apartó llaa m irada y call calló. ó.  —¡Si no m mee lo di dicc es no podré a y udar udarte! te!

 —Lo fotografié fotogra fié —afirm —af irmó. ó.  —¿Có  —¿ Cóm m o?  

 —Cuando  —Cua ndo trope tropezzó c onti ontigo go en la plaza plaza de Logroño, tom toméé una fotogra fotografía fía.. Fue algo espontáneo. Llegaste con tu compañero avasallando, abriendo paso entre la multitud, y le hice una foto cuando se abalanzó sobre ti con el micrófono. Supongo que se dio cuenta y por eso vino a por mí. Pero lo que no entiendo es cóm o supo ddónde ónde viví vivía. a.  —¿Y  —¿ Y por qué no m e lo dij dijist istee cua cuando ndo te inte inte rr rrogué? ogué? Esa foto hubiese sido crucial para atraparlo.  —No lo sé. sé . Supongo que porque nunca m e he fia fiado do de la poli policía cía —re —respondi spondióó avergonzada.  —¡Está bien! No te pre preocupe ocupes, s, y a e stás a salvo. Con un poco de suer suerte te no tardaremos mucho en atraparlo. Llamaré al sargento Peralta, de Logroño, para que mande unos agentes a tu apartamento, quizá logren encontrar alguna huella que pueda ay a y udarnos a identi identificar ficarlo lo..  —Eso no fue todo —continuó la j oven—. Sobre la m e sa del salón dej ó un sobre, una especie de carta. Al escuchar escuc har aque aquell llo, o, llaa sa saqué qué de m i bo bols lsil illo lo..  —¿  —¿Es Es —le pregunté nseñá nseñándosela.  —Cre  —C reooesta? que —l sí. e¿¿P Ppr oregunté qué laetiene tienes s ndosela. tú tú??  —La enc encontré ontré en tu ropa ropa..  —¿Y  —¿ Y qué sign significa ifica e se nom bre que ha había bía eescr scrit itoo en eell lla? a?  —La ver verdad dad eess que eesper speraba aba que m e lo expli explicc ar araa s tú tú..  —No tengo ni ide ide a .  —Ese nom bre coinc coincide ide ccon on el de una cchica hica que ha desa desapar paree cido eest staa m aña añana na en los Montes de Oca. Se llama Alejandra, y si en las próximas veinticuatro horas no tenemos noticias de ella, te meterás en un buen lío. Debes saber que por  el mom m omento ento eres er es la úni única ca sosp sospec echos hosaa que tenem os. os.  —¡Yo  —¡Y he hecho cho na nada! da! —ale —alegó. gó.ocuparte  —S  —Si i oe snoasíheno ti tie e nes por qué pre preocupa rte,, pero per o re result sultaa c urioso que siem siempre pre aparezcas en el lugar oportuno.  —¿No  —¿ No ccre rees es na nada da de lo que te he conta contado, do, ver verdad? dad?  —Por  —P or desgr desgrac acia, ia, no im porta lo que y o ccre reaa . L Los os he hecc hos eestán stán a hí y hay que remitirse a ellos.  —Yaa veo que e re  —Y ress ccom omoo todos —m e re recr crim iminó inó eexaltada xaltada;; su ccar arác ácter ter er eraa tan fuerte que le hacía olvidar las magulladuras que tenía por todo el cuerpo—. Pensaba que podía confiar en ti, pero no, eres igual de estúpido que los demás.  —¡Cálmate  —¡Cálm ate!! Co Conn e sa ac acti titud tud no sol soluc ucionare ionarem m os na nada. da. De m om omento ento te has ganado un voto de confianza, pero no sé durante cuánto tiempo podré mantenerte al margen de lo ocurrido. Yo solo soy un simple inspector adjunto y este asunto comienza a escapárseme de las manos; ha pasado a ser un problema de ámbito

nacional.  —Lo siento —se —se dis discc ulpó.  

 —De bistee ll  —Debist llaa m a rm e a ntes de venir, par paraa e so te di m i núm númee ro. Era m ás sencillo sencil lo qque ue pe persegui rseguirm rm e en una m oto. oto.  —No pude —respondió —r espondió aparta apa rtando ndo la mira m irada—. da—. Se llevó tu ta ta rj e ta.  —¿Có  —¿ Cóm m o?  —Estaba enc encim imaa de la m e sa de dell salón, donde dej ó la ccaa rta rta..  —¿Estás  —¿ Estás de br brom omaa , ver verda dad? d? Ella volvió a callar. Posiblemente intuía el tremendo embrollo en que se estaba metiendo. Lo lógico hubiese sido ponerla a parir por haber dejado que ese desgraciado se llevara la tarjeta con mi número de teléfono, pero aún se encontraba convaleciente por la caída y necesitaba descansar. No había perdido mucha sangre y, probablemente, en un par de días, le darían el alta hospitalaria. Por eso supuse que lo mejor sería dejar las preguntas para más adelante y me despedí.  —¿V  —¿ Volverá olverás? s? —m —mee pre preguntó guntó a l ver que m e m ar arcc haba enf enfaa dado—. No conozco conoz co a nadi nadiee aquí aquí,, en P Pam am plona. plona.  —Pue  —P uess yyaa som somos os dos. Y Yoo tam tampoco poco soy de eesta sta cciudad. iudad.  —¿V  —¿ Volverá olverás? s?ré, —ins —insist istió—. Lass noche noches s en unn hospita hospit a l ssuele uelen n ser lar gas. s.  —Lo intentaré intenta , Mar María íaió—. Dolore Dolores —l —lee dij dije e , si sin prom ete eterle rle nada nada. . m uy larga  —Sii no ttee im  —S importa porta,, ll lláá m a m e L Lola. ola.  —Haré  —Ha ré lo que pueda pueda…, …, Lola. Era la primera vez que la veía realmente preocupada y sin mostrarse arrogante. Incluso se olvidó de parecer antipática y dejó asomar a la niña asustada que llevaba dentro. Además, no me importaba en absoluto tener que  pasarr la noc  pasa noche he c on eell llaa porque el ccaa tre del hostal no eera ra m ucho m á s cóm odo que el sillón de un hospital. En cuanto a la posibilidad de que el transeúnte supiese dónde dón de eell llaa vi viví víaa m e preocupaba bast bastante. ante. seguido la llamé a la comisaría de la Rioja,saber al sargento Peralta. pedí queActo corroborara versión de Lola; necesitaba hasta qué puntoLepodía confiar en ella. Si era cierto que había visto la cara del culpable y lo había fotografiado, corría el riesgo de que ese demente volviese de nuevo a buscarla,  pues era e ra la única que podía identifica identificarlo. rlo. Por otra parte, como intuía que la doctora Román estaría enfadada por cómo terminó nuestra última cita, decidí llamarla. No era muy tarde y pensé que si la invitaba a una copa tal vez no se negaría.  —Hola, Ester sin ha hache che —la saludé cua cuando ndo e scuc scuché hé que desc descolgaba olgaba e l teléfono.  —¡H ombre  —¡Hom bre,, inspec inspector tor More Moret,t, m mee ale alegro gro de que a ún rree cue cuerde rde m i nom nombre bre!! —  ironizó, dejando de tutearme.  —Discúlpam e. Sé que no fui m muy uy gala galante, nte, pe pero… ro…

 —P e ro… ¿Qué?  —Pe  —Me pre pr e guntaba si sseguía eguía en pie lo de ccom ompar parti tirr un ccigar igarrill rilloo a m edia edias. s.  

 —Lo siento, pero llegas llega s ttaa rde rde.. Y Yaa m e lo he fum ado —dicho eesto sto,, ccolgó. olgó. Ester estaba enfadada, y con razón. Antepuse mi trabajo a su amistad y ahora era ella quien me pagaba con la misma moneda. Volví a llamarla. Sin embargo, no respondió, ni tan siquiera se molestó en descolgar el teléfono. Por  más que lo intenté, no logré contactar con ella. Y ante aquel panorama tan desalentador solo me quedaba la opción de regresar al hostal y recluirme en la soledad de mi habitación a esperar que cayera la noche, hacer tiempo para volver al hospital y acompañar a Lola. Pero como ya apunté antes, si había algo que odiaba eran precisamente esas dos palabras: soledad y esperar. La primera de ell e llas, as, llaa so soledad, ledad, era una circunst circunstancia ancia que y o habí habíaa elegi elegido do llib ibre rem m ente ccomo omo modo de vida; mientras que esperar era algo que iba en contra de mi manera de ser. Mi temperamento no me permitía dejar pasar las horas en balde acostado sobre una cama mirando al techo e, igual que hice la noche anterior, cogí mi viejo Renault y me acerqué al número sesenta y tres de Puente La Reina. Para qué negarlo, estaba deseando ver otra vez a esa tuerta canosa de uñas amarillentas. Desde que me reuní con ella no había podido quitármela de la cabeza cada unaQuizá de lassi palabras pordesuamabilidad boca supuso un nuevo enigma porque por descubrir. la tratabaque conescupió un poco lograría que m e aayy ud udase ase a encont encontrar rar a eesa sa chi chica ca qu quee habí habíaa desaparec desapareciido do..

 

21 Con Co n fe fess io ion n es

Cuando llllegué a Pue Puent ntee La Reina vol volví ví a apar aparca carr eell coche en e n el m mis ism m o llugar, ugar, a unos cuantos metros de la casa. El viento arreció y zarandeaba el viejo alcornoque alcornoq ue que había jjunt untoo a la eent ntra rada da com o ssii fuese una bandera. Cogía la una linterna maletero y me acerqué decidido a laabierta vivienda. Al llamar puerta, estadel cedió. Aparentemente, la habían dejado adrede, sin preocuparse de quién pudiese entrar; aunque tampoco creo que nadie se animara a hacerlo porque aquel antro daba auténtico pavor. Sus bisagras chirriaron y el olor a humedad me recibió como si fuese un perfecto anfitrión. La oscuridad estaba esperándome dentro cubriendo de negro las paredes de la casa. Y en cuanto a las velas, esa noche no había ninguna encendida. Encendí la linterna y me introduje con cuidado en la morada. Al fondo se veía el respaldo de la mecedora frente a una chimenea apagada. Y de acompañante, el silencio, una ausencia sonora que se clavaba en los oídos. Solo el sonido intermitente de lasderamas del viejo Continué alcornoqueinspeccionando golpeando el tejado de en la casa rompía el mutismo mi incursión. el lugar, tensión, sujetando con fuerza la linterna; la tenue burbuja de luz que quedaba reflejada sobre el suelo era la que marcaba mi itinerario, la que indicaba hacia dónde debía ir. Me asomé a la cocina y alumbré la mesa que compartí con la dueña de la casa. Estaba exactamente igual que la vez anterior: una vela apagada, un taco de cartas y una pata disecada de oca la engalanaban. Mis ojos,  por un insta insta nte, queda quedaron ron pre presos sos c on a quellos re restos stos de a ve disecada disec ada que había sobre la mesa, contemplando con atención la garra que arañó mi antebrazo; y cuando me dispuse a acercarme, escuché una voz quebrada decir:  —La luz de eesa sa lint lintee rna no alum alumbra brará rá su cam ca m ino. Era la anciana. Estaba sentada en la mecedora que había frente a la chimenea, chime nea, aaca cariciand riciandoo un gato ggris ris ja jasp spea eado. do. Y Yoo pod podría ría j urar que no habí habíaa nadi nadiee cuando entré, que la casa estaba vacía, pero el caso es que ella me esperaba allí, sentada sent ada tranqu tranquil ilam am ente.  —¿Nunc  —¿ Nuncaa eencie nciende nde la luz luz?? —le pre pregunté. gunté.  —La cla clarida ridadd de la luz solo sirve pa para ra que se e sconda scondann los c obar obardes. des.  —Yaa veo que ti  —Y tiee ne rree fr frane aness par paraa todo.  —No son refr re fraa nes, sino llaa expe experie riencia ncia de una lar larga ga vida re repleta pleta de penur penurias. ias.  —¿Y  —¿ Y su fa fam m il ilia? ia? ¿¿P P or qué vive sola?  —Me repudiaron. re pudiaron. Tuve que m a rc rchar harm m e porque e n aque aquell m a ldi ldito to pueblo todo odoss m mee seña señalaban. laban. Per Peroo no me fui ssol ola, a, ll llevaba evaba un bbebé ebé en m is entrañas.

  Y si ocurrió ocurr ió así… ¿¿Dónde Dónde está su hij hijo? o?  —Inspecc tor, ¿¿ha  —Inspe ha olvidado que usted y y o pac pactam tam os un jjue uego? go? —m —mee rree cor cordó. dó.  —Lo siento, pe pero ro no te tengo ngo tiem po pa para ra j uegos. O c ontesta a m is pre preguntas guntas o  

me veré forzado a detenerla, señora Margot. Es así como se llama, ¿verdad? Si quiere qui ere pod podem em os cont contiinuar ccon on est estaa conversac conversació iónn en ccomisaría. omisaría.  —Fee li  —F licc idade idades, s, señor inspec inspector tor.. Y Yaa veo que sabe m i nombr nombree .  —Sí.í. S  —S Séé todo sobre usted.  —No hac hacía ía fa falt ltaa que se tom tomar araa tanta m olesti olestiaa . T Tan an solo tenía que habé habérm rm e lo  preguntado.  pre guntado.  —¿No  —¿ No se da c uenta de que ust ustee d puede ay udar udarm m e a de detene tenerr a l tra transeúnte? nseúnte? ecesit ec esitoo su su ay uda.  —Yoo nunca se la he nega  —Y negado, do, insp inspee c tor tor.. Es m á s, sabe que siem siempre pre digo la verdad porque soy la única que conoce al pie de la letra el juego de la oca. Sin em bargo, llee rrec ecuerdo uerdo que ca cada da una de m is re resp spuest uestas as ti tiene ene un prec precio io..  —¿P  —¿ P er eroo qué eess lloo que pr pree tende c on ese a bsurdo jjuego uego de pre preguntas? guntas?  —Conoce  —C onocerr a la c ria riatura tura que vive dentr dentroo de usted, ins inspec pector tor.. Eso que lo atorment atorme ntaa día y noche y le im impi pide de dormir dormir..  —Hoy ha desa desapar paree c ido una c hica ll llam am a da Alej andr andra. a. ¿Cómo sabía su nombre? —le pregunté. Pero Pe ro el ellente la com comenz enzó ó anocanturrea cantu rrear a balancearse ecedo dora, ra, aca acarici riciando ando tranqu ra nquil ilam am a su feli felino m mot otea eado dor ey ign ignorándome orándome.. en llaa m ece  —Lo siento, per peroo si no c olabora m e ver veréé obli obligado gado a dete detener nerla la —le adve advertí, rtí, abriendo mi chaquet c haquetaa y m ostrándo ostrándole le las espo esposas sas qu quee colg colgaban aban de m i cin cintu turón. rón.  —¡Haa zlo y esa chic  —¡H chicaa m orirá orirá,, bastar bastardo! do! —gr —grit itó. ó. Al hac hacee rlo, el ga gato to ssee asustó y salió despavorido. Entre el grito y la espantada del animal me quedé petrificado, alumbrando con mi linterna su cara amenazante. Su ojo tuerto resplandecía como un charco de leche a la luz de la luna y sus cejas canosas se fruncieron delatando que estaba est aba m muy uy eno enojj ada.  —¡D  —¡De aacue cuerdo! Usted gana —a —asentí, sentí, ratando de sosega sosegar r osueáánim nimo. o.a quí, eenn m i  —Noeolvi olvide derdo! nunca quega e na s usted quienttra hatando venido a m í. Y Yo staba casa, y ha sido usted el que ha perturbado mi tranquilidad.  —Mire  —Mi re,, no eenti ntiendo endo por qué e s tan im importante portante pa para ra usted conoce c onocerr m i pasa pasado, do,  peroo si eeso  per so la hac hacee fe feli lizz, se lo c ontar ontaré. é. Aunque a ntes debe deberá rá c ontestar a una de mis preguntas. La anc anciana iana asint asintió ió en si silencio. lencio.  —¿Có  —¿ Cóm m o sabía que c onst onstaba aba de nueve letra letrass el nom nombre bre de la c hica desaparec des apareciida en La Posada?  —El nueve nueve,, j unto a l siete, son los núm e ros que rige rigenn el j uego. Cada una de sus pruebas o de sus casillas está vinculada a ese número esotérico. Sesenta y tres casillas hay en el juego de la oca. Si observa, la suma de sus dos cifras, seis y tres, suma nueve. Y siete son las pruebas que superar, que multiplicado por nueve

vuelve a dar como resultado sesenta y tres. Todo resulta un juego de números e imágenes como fórmula para la transición de conocimientos prohibidos que los  

antiguos peregrinos debían llegar a desvelar si estaban preparados para ello. Aunque solo solo los elegidos llograba ograbann descifr descifrar ar los enigm enigmas as eescondi scondidos dos a lo largo de dell camino. El número nueve corresponde a la letra Thet y coincide con el noveno arcano del Tarot, que no es otro que El ermitaño, El iniciado. Y esto alude a la Tierra y a su fuerza telúrica sobre cuyos raíles transita el camino de la oca, el lugar donde se ocultan el siete y el nueve. Sesenta y tres casillas, es decir, siete vecess nnueve. vece ueve. Igual qque ue las ma marc rcas as de la vi vieira. eira.  —¿La  —¿ La vieira vieira?? ¿S ¿See re refie fiere re a la c oncha que lle lle van los per peregr egrinos inos c olgada de dell cuello?  —Sí,í, llaa m isma  —S isma.. Esa cconcha oncha re refle flejj a en rrea eali lidad dad la pis pisaa da de una pa pata ta de oca y, si cuenta sus líneas, comprobará que también son sesenta y tres. Ni una más ni una menos. Lo que contaba aquella anciana resultaba increíble, mas era cierto. Y ante esa tesitura solo se podía hacer una cosa: escuchar atentamente cada una de sus  palabra  pala bras. s. Quiz Quizáá ffuese uese la única for form m a de a vanzar un poco eenn la investi investigac gación. ión.  —Sobre  —S obre e se lar largo go sende sendero ro que hac hacee las ve vece cess de tablero tabler o de j uego a par paree ce cenn intercaladas ocas la anciana—. Se alternan cada cinco y cada ca davarias ccuatro uatrocasillas casil casillas, las,de sum sum ando—prosiguió de nuevo nnueve, ueve, así repeti repetidam damente ente durante todo el recorrido. Y solo siguiéndolas con sabiduría, de oca a oca, se logra alcanzar la casilla final.  —Es incr incree íbl íblee . Nunc Nuncaa hubiera im imaa ginado que ese j ue uego go sigui siguiee se una estructura est ructura m matem atem áti ática ca —com —comenté enté so sorprendid rprendido. o.  —Ahora ha llega llegado do su tturno. urno. Há Háblem blem e sobr sobree Be Berto rto —m —mee pidió.  —¿De  —¿ De ver verdad dad le int intee re resa sa m i am ist istad ad ccon on B Bee rto? Ellaa asint Ell asintió ió con un lligero igero m ovi ovim m iento ddee su ca cabez beza. a.  —Pue  —P ues, s, c om omoo le dij dije, e, dej a m os de ver vernos. nos. Cada uno sigu siguió ió su c am ino —  respondí de formame concisa, ganasdedetal continuar. La anciana miró,sinymuchas lo hizo manera que parecía estar   perdonándom  per donándom e la vida.  —No volví a ver verlo lo más m ás —a —afirm firm é ne nervioso. rvioso. Ellaa notó que me Ell m e se sent ntía ía incóm incómodo odo habl hablando ando sobre eell llo. o.  —Sus  —S us oj ojos os di dicc en lo ccontra ontrario rio —ase —aseguró. guró.  —Yaa le dij  —Y dijee que nos enf enfada adam m os a l ter term m inar el instit instituto. uto. De Después spués m e fui a Madridd a eest Madri studi udiar ar la ca carre rrera ra de Crim Crim in inol ologí ogía, a, ccono onocí cí a una cchi hica ca y … po poco co m ás.  —Háblem  —Há blem e de e ll llaa .  —See ll  —S llaa m aba Ánge Ángeles les y, c om omoo su nom nombre bre indi indica ca,, e ra un ser m ar aravillos avilloso. o. Estudiaba Magisterio y la verdad es que fue un punto de apoyo importante en la capital. Un año después estábamos compartiendo piso.

  ¿S ¿Se ll llaa m a ba?  —See ll  —S llaa m a ba y se llam a —puntu —puntuaa li licé cé—. —. Ha Hablo blo en pa pasado sado por porque que lo dej a m os hace tre ress años años..  

 —¿Quién de  —¿Quién dejj ó a quié quién? n? Respiré hondo.  —Ellaa m e de  —Ell dejj ó a m í. ¿¿P P er eroo eso qué im importa porta??  —¿F  —¿ Fue por c ulpa de Berto, ve verda rdad? d? Callé. Opté por dar un si silencio lencio por re respu spuesta. esta.  —Lo ima im a ginaba ginaba.. Esa eess la hoguer hogueraa que aaún ún hierve en su ccora orazzón.  —Acaa bé la ca  —Ac carr rree ra ra.. Me li licc enc encié ié y c om omee ncé a hac hacer er las prá práctica cticass en una comisaría de Toledo. Seguía con Ángeles, pero ella tuvo que quedarse en la capital. Como no tenía las oposiciones aprobadas fue trabajando esporádicamente de interina. Eran contratos cortos haciendo suplencias por toda la comunidad de Madrid. A pesar de la distancia, nuestra relación marchaba estupendamente y de vez en cuando hacíamos alguna escapadita de fin de semana. sem ana. Fu Fuee un ttiiem po ggenial enial — —re recordé cordé con m melancolí elancolía. a.  —¿Y?  —¿ Y?  —Un día, sin e sper speráá rm e lo, m e e ncontré c on Berto. Yo e staba con unos compañeros tomando unas copas y de repente alguien me chistó por detrás. Al girarme, él estaba allí. Jorge Se acercó, me saludó y después me a su pareja, un muchacho llamado que estudiaba Arquitectura conpresentó él. Lo cierto es que me alegró que fuese tan cordial conmigo. Muchas veces había pensado en cómo sería nuestro reencuentro, si me guardaría rencor por todo lo que le dije aquella noche. Pero no, él era distinto a los demás, un ser noble que supo ocupar con di digni gnidad dad ese puest puestoo de he herm rmano ano que si siem em pre hub huboo vac vacante ante en m i vi vida. da. » Sin pre pretenderlo, tenderlo, aquel bar se cconvi onvirtió rtió en nuestro pun punto to de eencue ncuentro. ntro. Fuimos coincidiendo varias veces y, poco a poco, retomamos nuestra amistad  perdida.  per dida. Con Conoció oció a Ánge Ángeles les y queda quedam m os una noche par paraa c e nar los c uatr uatro. o. Y  precisa  pre cisam m ente e n eell transc transcurso urso de e sa ve velada lada,, intenté disculpa disculparm rm e por eell daño que  pude» ocasionar oc asionarle ños atrás. s. mucha alegrí —B —Berto erto,, le m meeaaños ha atrá dado alegríaa ree reencon nconttrarm e cont contiigo y qu quiisiera siera  pedirte pe perdón rdón por por… … » Pe Pero ro no pud pudee term in inar ar de discul disculparm parm e porque un nud nudoo ssee aapod poder eróó ddee m i garganta. La lengua se me quedó seca y un repentino mutismo embargó la velada. Los tres me miraron, expectantes por que terminara la frase que había comenzado y que durante tanto tiempo llevaba esperando decir. Sin embargo, no  pude articular a rticular ni una pa palabr labraa m á s, y fue e ntonce ntoncess cua cuando ndo una inespe inespera rada da lágrim lá grimaa me traicionó. Supongo que ese insignificante detalle desmoronó por completo mi discurso y descubrió ante todos la amargura que durante tanto tiempo oculté. » —Álv —Álvar aro, o, ssii yyoo no sup supiese iese que lo ssientes, ientes, nnoo estaría aaquí quí —se ade adelantó lantó a decir Berto—. No he venido hoy aquí buscando tus disculpas. Lo he hecho para

disfrutar de tu compañía, de tu presencia, de tu amistad… Porque aunque hubiese mucha distancia entre nosotros, aunque el tiempo nos haya separado durante algunos años, yo siempre te he sentido muy cerca de mí. Sabía que en algún  

 peque ño rinc  pequeño rincón ón de tu ccora orazzón m e tenías una habitac habitación ión rrese eserva rvada da.. Y a unque un día cerraste sus ventanas, sé que lo hiciste creyendo que así no podría volver a entrar; pero, equivocadam equivocadam ente, llas as ce cerra rrast stee aant ntes es de que y o sal saliese. iese. Lo úúni nico co que conseguiste con ello es que no me marchara libremente de esa habitación y me dejaste atrapado para siempre en ese bello cautiverio hasta hoy. Porque,  precisa  pre cisam m ente hoy, c uando tú has c re reído ído ll llora orar, r, c uando has pensa pensado do que una lágrima te traicionaba, te has equivocado. No era una gota transparente lo que ha  brotado de tu int intee rior rior.. En re realidad alidad er eraa y o é l que a flora floraba ba e n for form m a c ristalina desde dentro de ti al volver a encontrar esas hermosas ventanas abiertas. Era yo el que encontraba de nuevo la ansiada libertad. Y eran tantas las ganas de volver  a ver tu rostro que la mejor forma de hacerlo era resbalando suavemente por él, recorriendo rec orriendo cada ca da m il ilíím etro de tu car cara, a, hasta ll llegar egar a la com comiisura sura de tus labi labios os,, y así poder poder senti sentirr eell tac tacto to ddee tu boca boca.. » Como ccompre omprenderá nderá aaquel quellas las palabras de B Ber erto to fueron ca catast tastróficas. róficas. Lo Logró gró que los los qu quee lo ac acompa ompañábam ñábam os en llaa m esa nos pu pusi siésem ésem os a ll llorar orar em ocio ocionados nados.. A continuación, se levantó de su silla y, mirándome fijamente, abrió los brazos. Yo, con mágico, los ojossincero, completamente mepareció levanténoy terminar lo abracé. Fue De un instante tanto queinundados, aquel abrazo nunca. repente, unos aplausos nos devolvieron a la realidad. Eran Ángeles y Jorge que, emocionados, nos aplaudían mientras se aproximaban a nosotros para felicitarnos  abrazarnos, culminando aquel instante formando una gran piña todos juntos. » Tal vez le sorprenda sorprenda,, pero ocur ocurrió rió así así.. S Supon upongo go qque ue quien hay a pe perdido rdido alguna algu na vez a un aam m igo igo lo ent entenderá enderá.. C Com omprenderá prenderá que en aaquel quel iins nstant tantee ac acababa ababa de recuperar a al a lgu guiien muy cer cercano. cano. » Tras ca calma lmarnos rnos un poco con conttin inuam uamos os con llaa ccomida, omida, y despu después, és, mient mientra rass Jorge y Ángeles se tomaban un café, Berto y yo aprovechamos para hablar un  poco sobre nuestra nuestrass vi vidas. das. » —¿ —¿T Te va bien con Jorge? —me interesé. interesé. » —J —Jorg orgee es e s lloo me mejj or qu quee m e ha pasado — —m m e di dijj o— o—.. Ha si sido do uunn apo apoyy o  primordia  prim ordiall y gra gracia ciass a é l he enc encontra ontrado do la esta estabil bilidad idad eem m ociona ocionall que busca buscaba. ba. Es un cielo, y juntos hemos creado nuestro propio mundo. Hemos sido capaces de comprend compre ndernos ernos y am arnos de una form formaa m uy sen sencil cillla. No sé qu quéé serí seríaa de m míí ssiin él. Y a ti, ¿cómo te va con ella? » —De m mara aravi vill lla. a. Ángeles es uunn enca encant ntoo y esto estoyy pens pensando ando en pedi pedirle rle que se case ca se conm conmiigo — —lle cconfesé. onfesé. » —Y —Yoo pens pensaba aba que y a eest stabais abais casados. S See os ve tan bi bien. en. » —No, todaví odavíaa no. Per Peroo yyaa va siend siendoo ho hora ra de form ali alizzar nuestra re relació lación. n. Supon upongo go que vendrá vendráss a m i bo boda. da.

» Claro que que sí sí,, para m í sser eríía un verdader verdaderoo pl plac acer er.. » —B —Berto, erto, lllevo levo mucho ti tiem em po quer queriénd iéndot otee ha hace cerr una pre pregun gunta ta —l —lee dij dijee cambiando radicalmente de tema—. ¿Cuándo descubriste que te gustaban los  

hombres? » —No lloo sséé eexactam xactam ente, Ál Álvaro. varo. Ant Antes es de eso, creo que de lo primero prime ro que me di cuenta fue de que las chicas no me atraían. Cuando quedábamos con ellas no entendía por qué le dabas tanta importancia a besarlas o meterles mano. Yo no sentía esa necesidad física que a ti te llevaba como loco. Mi cuerpo me pedía algo distinto. Por aquel entonces no sabía todavía concretamente qué, pero sentía que nuestros nuestros cam ca m in inos os en el am amor or ib iban an a ser ccompletam ompletamente ente di dife fere rent ntes. es. F Fue ue com o una lenta evol e volución. ución. M Mii me ment ntee tuvo tuvo que ir desca descartando rtando opcion opciones, es, hasta que por fin encontré ese sentimiento de amar que se encontraba oculto en lo más hondo de m i océa océano no iinterior nterior.. All Allí,í, en aque aquell llas as soli solitarias tarias prof profundi undidade dades, s, m mee eencontré; ncontré; conoc conocíí al verdadero Berto, a ese desconcertado chico que buscaba un tesoro sumergido que no encontraba encontraba.. Un prec preciado iado ttesoro esoro con form a de be beso so qque ue no había conocid conocidoo amás, porque, a pesar de que en mi vida había dado muchos besos, ninguno de ellos me hizo sentir ese instante mágico del que todos hablaban. Quería saborear  ese beso que me hiciese flotar, volar entre las nubes, ese beso que se tiene que dar con los ojos cerrados para no cegarse con el deslumbrante brillo de los labios de la l»a person persona aam m ontra ada.rast —¿ —¿Y Y loa enc encont ste? e? —pregunté al verlo tan tan eentu ntusi siasm asm ado. » —No, ttodavía odavía no ha ll llega egado, do, pero sueño con eencontrar ncontrarlo lo algún dí día. a. Sup Supongo ongo que pensarás, ¿y Jorge? Es alguien a quien quiero y adoro; pero el beso del que o te hablo es mucho más difícil de encontrar. Hay personas que ni en toda una vida lo encuentran, que incluso mueren sin conocerlo. » —No lloo enti entiendo, endo, B Ber erto to.. ¿¿T Tan eespecial special ti tiene ene que ser ser?? Un beso es eeso, so, simplemente un beso. » —No, Álv Álvar aro, o, no es tan sencill sencillo. o. El beso es el úni único co ge gest stoo que de delata lata lo que siente la persona que te lo da. Es el único acto humano que no puede ocultar el sentimiento con que se realiza. Hay besos de amistad, en los que notas cariño y simpatía. Suelen ser los más comunes, los que te encuentras fácilmente a diario. Hay ot otros ros de aam m or, en los qque ue sient sientes es pasió pasiónn e inclus inclusoo ac acelera elerann tu ri ritmo tmo ccar ardi diac aco; o;  besos que e ncue ncuentra ntrass e n tu par parej ej a y que m uestra uestrann la c om ompli plicc idad que e xis xiste te entre dos amantes. También los hay falsos, los besos de Judas, esos que resultan vacíos y solo son un mero trámite. Sin embargo, yo no te hablo de ninguno de esos. Busco uno que te hace sentir mágico, el mismo que logró que Blancanieves regresara de nuevo a la vida. Ese gesto puro y sincero que te transporte a otro lugar, a ot otro ro m mund undo, o, ese que re resu sullta irrepeti irrepetibl blee y que jjam am ás se olv olvid ida. a. » —C —Creo reo que y a sé a qu quéé te re refieres fieres —l —lee dije tras ref refllexi exion onar ar so sobre bre la  prof undidad de sus palabr  profundidad palabraa s, pues nunc nuncaa ante antess m mee había plantea planteado do la im importa portancia ncia que podía podía tene tenerr un beso.

» ¡Sí ¡Sí! exc exclam lamóó B Berto erto . ¿Y ccre rees es que lo hhas as enc encont ontra rado? do? » —S —Supong upongoo que sí sí.. C Cuando uando besé a Ángeles por prim primer eraa vez ve z sentí algo así. » —Me alegr alegroo por ti —respondi —respondióó con los ojos oj os vvid idrioso riosos—. s—. P orque eencontraste ncontraste  

eso que yo tanto anhelo. » Y eso fue to todo, do, así rea reanudam nudamos os nuestra am istad, istad, ¿¿contenta? contenta? —l —lee pre pregunt guntéé a la anciana que escucha escuchaba ba si sinn pest pestañea añearr m i expl explicac icaciión.  —De m om omee nto, sí —re —respondi spondióó sin m ucho ím ímpetu. petu. De Después spués se m antuvo e n silencio.

 

22 El ba bass tón del p ereg r in o 

Por fin había llegado mi turno. Debía ser inteligente para buscar una pregunta adecuada que me ayudase a resolver el caso. De lo contrario, tendría que seguir  contándole mi vida por episodios y, la verdad, no me apetecía en absoluto.  —Há  —Háblem del l tra transeúnte nseúnte pedí.  —Es blem a lguieeende algui que nac nació ió ccon on—le unape mdí. isi isión: ón: rree aliz alizaa r e se rito olvidado que supone el juego de la oca. El transeúnte desciende de una familia de peregrinos que, a través de los tiempos, ha mantenido viva esa tradición. Su padre, su abuelo y todos sus antepasados han transitado por el Camino de las Ocas, superando cada una de sus pruebas. Y ahora ha llegado su turno.  —¿Y  —¿ Y por qué ha ele elegido gido pr pree cisa cisam m e nte este a ño? —continué pre preguntando, guntando, su respuesta había sido muy concisa y quería saber más.  —Porque  —P orque el día de Sa nti ntiago ago ccae ae en dom ingo. Es a ño jjubil ubilar ar —apuntó.  —¿Está  —¿ Está segur seguraa de que eess ese e l ver verdade dadero ro m oti otivo? vo?  —Com  —C ompletam pletam ente ente.. El tra transeúnte nseúnte debe deberá rá honra honrarr su linaj linaj e porque su a pellido está estrechamente ligado a la madre de todas las ocas. Su vida y su futura descendencia dependen de ello, y solo si consigue recorrer las sesenta y tres casillas y superar sus siete pruebas con éxito en un año santo, logrará que este uego continúe vivo y perdure en el tiempo.  —¿S  —¿ Su desc descende endencia ncia?? ¿Qué ti tiee nen que ver sus hij hijos os e n todo esto? —ins —insist istí.í. Parecía que por un instante se había olvidado de nuestro trato.  —En su m om omee nto lo sabr sabráá . Todo ti tiee ne su explica explicacc ión, y usted, com o par parte te activa de este juego, también tendrá la posibilidad de ganar o perder.  —¿P  —¿ P er erder der?? ¿Qué puedo pe perde rderr y o?  —Su bastón.  —Su  —¿Mi  —¿ Mi bastón? ¿A qué se re refie fiere re?? Sea m á s pre precc isa.  —Todo  —T odo per peregr egrino ino que rec r ecorr orree e l C Caa m ino nec necee sit sitaa un bastón, aalgo lgo so sobre bre lo que apoyarse.  —Yoo no tengo ningún bastón. Es absurdo lo que dic  —Y dicee .  —Taa rde o tem  —T tempra prano no el Cam ino ssee lo eentre ntregar garáá . Lo nec necee sit sitar aráá par paraa re r e c orr orrer erlo. lo.  —Mire  —Mi re,, e sto stoyy tra tratando tando de ser a m able c on usted. P or fa favor, vor, ¡dígam ¡díga m e qué ha querid qu eridoo ddecir ecir con « su fut futura ura descend descendencia» encia» !  —Lo siento. Ya Ya cconoce onoce nuestro aacc uer uerdo: do: una pre pregunta gunta por otra —m —mee rrec ecordó, ordó, dando muestras de que manejaba los tiempos de nuestra conversación a su antojo.  —Pee ro y o he sido  —P sido m ucho m á s pre precc iso iso.. Le he c ontado m i hist historia oria c on todo

lujo de detalles. Ellaa se m antuvo en sil Ell silenc encio. io.  —No es e s jjust usto. o. No está e stá siendo si since ncera ra c onm onmigo igo —me lam enté enté..  

 —¿P or qué dice eso?  —¿P  —Usted dij dijoo que el ca cam m ino er eraa un despe desperta rtar, r, una m a ner neraa de a ce cerc rcar arse se a Dios.  —Y lo ees. s. P Pee ro… ¿Y si el tra transeúnte nseúnte no busc buscaa a Dios? —re —respondi spondióó de for form ma tajante—. Nunca le he mentido. El camino es un despertar interior, y puede que haya despertado el asesino que el transeúnte lleva dentro. Al escuchar aquello fui yo el que se quedó momentáneamente sin palabras. Esa vieja loca tenía respuestas para todo, incluso para despertar el pánico de quien qui en la eescuchaba. scuchaba.  —Solo  —S olo una pre pregunta gunta m máá s —l —lee rrogué—. ogué—. ¿Es hom hombre bre o m muj ujer er??  —Eso no debe debería ría pre preoc ocupar uparle. le. Un ser m aligno pue puede de c ohabitar lo m ismo e n el cuerpo de un hombre como en el de una mujer. Los hijos de la oca no distinguen de sexo. Son crueles por naturaleza. ¿Sabe que el ganso picotea a la hembra que elige? A veces, incluso, llega a matarla.  —No me m e ha c ontestado.  —No tengo por qué hac hacee rlo. S Suu turno de pr pree guntas ac acabó abó ha hacc e tiem po. en silencio. No mis me quedaba locaAsentí disfrutaba escuchando penurias.otro remedio que ceder porque aquella  —¿Qué  —¿ Qué m ás quier quieree sa saber ber?? —le pre pregunté gunté re resign signaa do.  —La ver verdad, dad, solo la ver verdad. dad. ¿Qué oc ocurr urrió ió con Ber Berto? to?  —Yaa se lo conté  —Y conté.. Eso fue todo — —aa segur seguré. é.  —No sabe m entir entir.. S Sus us oj ojos os lo dela delatan. tan.  —No pasó na nada da m ás. P or m ucho que se e m peñe peñe,, esa his historia toria y a e stá acabada.  —Pue  —P uede de que a ca cabar baraa , per peroo no m mee ha ccontado ontado ccóm ómo. o. Al escucharla, opté por apagar la linterna. Era la única manera de que no  pudiese lee leerr la trist tristee za de m is ojos. oj os. Y una vez a oscur oscuras, as, c onti ontinué nué su sum m ergi er giéndome éndome en las ppágin áginas as m más ás re recientes cientes ddee m i ppasado. asado.  —Ángeles  —Ánge les m e re regaló galó un fin de sem a na en P a rís por nuestro a niver niversar sario. io. N Noo estábam est ábam os casados ca sados,, pero ell ellaa si siem em pre pre prepara paraba ba algo especial en llaa fe fecha cha eenn qu quee nos fui fuim m os a vi vivi virr j unt untos os.. Pa Para ra nosot nosotros ros era un dí díaa m uy señalado y nos enca encant ntaba aba celebrarlo. Sin embargo, la noche de antes me llamó Berto llorando. Estaba solo en su apartamento, destrozado porque Jorge se había marchado, y me pidió que fuera. Nece Necesi sittaba compañía. » Cuando lllegué legué a su pis pisoo est estaba aba ccom ompl pletam etam ente angust angustiado, iado, llora llorando ndo com o un loco abrazado a su almohada. Por lo visto habían discutido y Jorge se marchó enfadado, jurando que no volvería nunca más. No me gustó su aspecto. Hacía unos meses que no lo veía y ya no frecuentaba el bar donde solíamos vernos.

Había perdido peso y el color de su piel se mostraba amarillento. Decidí quedarme esa noche para hacerle compañía. No dejó de llorar ni un segundo, y a las cinco de la madrugada comenzó a vomitar. Tenía fiebre, y cuando empezó  

a retorcerse como el rabo de una lagartija decidí llamar a una ambulancia. » Est Estuvi uvim m os el resto ddee la noc noche he eenn el hos hospi pital. tal. Lo Loss m min inut utos os en la sala de espera resultaron eternos, uno tras otro pasaban sin que nadie me diera una explicación, y cuando esta llegó me destrozó por completo. Berto presentaba un cuadro de cáncer pancreático, y lo peor es que estaba en un grado muy avanzado. avanz ado. Los m édicos me dij dij eron que aall encont encontrar rarse se en un lu lugar gar m uy difícil difícil de detectar se había extendido por todo el cuerpo. El color pajizo que presentaba indi ndica caba ba que tení teníaa m etást etástasi asiss y habí habíaa que opera operarr urgentem urgentemente. ente. » Ll Llam am aron a sus padres, pero se negaron a ir ir.. Nun Nunca ca ac aceptaron eptaron que que su hhiij o fuese homosexual y no querían verlo. Y decidí quedarme con él para no dejarlo solo. » De Despu spués és de la in interve tervención nción estuv estuvimos imos vi vivi viendo endo seis m ese esess juntos en eell apartam apar tamento ento qque ue y o tení teníaa alqu alquiilado lado.. Tuve que pedir vac vacac acio iones nes anti anticipadas cipadas para estar est ar con él eenn la prime primera ra sesión sesión de qui quim m ioter oterapia. apia. F Fue ue duro, terribl terriblem em ente ccruel. ruel. Los días posteriores al tratamiento vomitaba y se retorcía de dolor por los suelos; de día, de noche… Así cada veintiún días. Esa era la tregua que nos daba la quim» io, quim vveint eintiún iún ías vuelt vuelta a a emllos pez pezar. ar.as de vac Cuando se ddías m meey aaca cabaron baron os días dí vacac acio iones nes tuve tuve qu quee pedir una excedencia, alegué asuntos personales. Ángeles se enfadó conmigo, no entendió mi forma de actuar. Pero yo sentía que era lo que debía hacer. Por desgracia, Berto no aguantó mucho más. A los pocos meses volvió a ingresar. Desde entonces no he podi podido do olv olvid idar ar esa últ última ima noche en el hospi hospital. tal. F Fue ue cur curios iosoo porque nunca, en todo el tiempo que estuvo enfermo, me preguntó por sus padres. Supongo que sabía la respuesta de su ausencia y la asumió con resignación y en silencio. » Sus úl últi tim m as palabras fueron para re recordar cordar ese beso qu quee durante tant tantoo tiempo buscó. El beso de Blancanieves lo llamaba. Suena gracioso, pero era algo muy importante para él. Un beso especial que fuese capaz de transportarle a un mundo mágico. Probablemente lo buscó en cada uno de los contados días que tu tuvo vo de vida, aunque nunca logró logró eencontrar ncontrarlo lo.. » De pron prontto, co com m enz enzóó a gritar gritar y a re rettorcerse eenn llaa ccam am a. F Fue ue com comoo uunn ataq ataque ue inesperado que le hizo agitarse y doblegarse de dolor. Alarmado, salí de la habitación pidiendo ayuda. » Varias enfe enferm rm er eras as ac acudi udier eron on y com comenz enzar aron on a aatend tender erlle. S Sus us grit gritos os dier dieron on  paso a una respi re spira ración ción for forzza da, c asi a gónica gónica;; par parec ecía ía c om omoo si aalgo lgo de dentro ntro de él quisiera salir fuera, abandonar su cuerpo. En aquel momento, no lo entendí, pero ahora ya sé lo que era: su vida quería marcharse y dejarlo allí, abandonado en aquella cama de hospital. Sí, era ella, su vida, la misma que quería escapar de

aquel cuerpo destrozado por un despiadado cáncer, la misma que quería acabar  con aquella continua agonía. Esa intransigente enfermedad había ganado la  batall  bata lla. a. Ell Ellaa sol solaa agotó el últ últim imoo suspi suspiro ro de Berto y m e robó a m i m ej or a m igo.  

Por eso la odio con todas mis fuerzas, porque me hizo sentir impotente, porque se rio de mí m í, en m mii propi propiaa ccara ara.. Ese Ese m iser iserable able m mal al fue nuest nuestro ro peor enem igo, igo, aca acabó bó con los dos al mismo tiempo, con su vida y con la mía. » Salí de aque aquell llaa ha habi bitación tación hun hundid dido, o, si sinn saber qué hac hacer er ni qqué ué pe pensar nsar.. S Sabía abía que mis ojos nunca más se cruzarían con los suyos, que no volvería a encontrar  en sus labios aquella espléndida sonrisa. Algo muy dentro de mí trataba de imaginar que aquel que había allí tumbado sin vida no era Berto, solo un trozo de carne y huesos. Porque él era mucho más que eso, era vida, alegría y risas, m uchas ris risas… as… » Una enferm enfermera era sal saliió y m e di dijj o qque ue po podí díaa entrar para desp despedi edirm rmee de él,  peroo m e negué  per negué,, no podía hac hacee rlo. P a ra m í, aall llíí dentr dentroo no había nadie conoc conocido. ido. Para Pa ra m í y a se habí habíaa m arc archado hado,, él y a no es esttaba. » Tenía ganas de ll llorar orar,, pero las llágrim ágrimas as no brot brotaban. aban. » Tenía ga ganas nas de grit gritar ar,, pero m mii voz no respondí respondía. a. » Tenía ganas de corr correr er,, de hui huir, r, de eescapar scapar de aquell aquellaa terr terriible ble pesadil pesadilla… la… » La enferm era vo vollvió vió ddee nuevo a sal saliir y m e pi pidi dióó qque ue m mee ac acerc ercase: ase: »» —Pe —Perdone, ¿¿es es ust usted ed Álvaro? —preguntó. —S —Sí,í, rdone, ¿por qué? » —Deb —Debaj aj o de llaa aallm oh ohada ada eencon nconttré eest sto, o, y he pens pensado ado qu quee sería para us ustted  —mee dij  —m dijoo m ost ostrá rándom ndomee un sobre que ll lleva evaba ba e scr scrit itoo m i nom nombre bre.. De Después, spués, se introdujo de nuevo en la habitación para continuar con su trabajo. » Pue Puede de que en aquel m ome oment ntoo me m ostrase ostrase un tant tantoo ddescortés escortés con ell ella, a, pero el ansia por saber qué contenía aquella carta me hizo olvidar darle las gracias. La abrí apresu apre sura rado, do, com comoo si m i vviida depe dependi ndiese ese de ell ello, o, y la leí leí.. Aún rec recuerdo uerdo ca cada da una de las palabras que en ella venían escritas porque, desde entonces, desde hace tre ress años años,, noche tras noche, la suelo llee eer: r: »Hola, Álvaro:comencé a escribirla la primera noche que te quedaste a »Esta carta cuidarme, y lo hice porque en ese momento contemplé algo extraordinario ante mis ojos. Lo que había delante de mí no era un hombre, ni tan siquiera algo humano o un ser de este mundo. En aquel momento descubrí un ángel, una maravillosa criatura que se despojó de sus ropas, de sus miedos y de todo lo mundanal que lo rodeaba para que yo, su amigo, no sufriese. »Por eso no quiero que pienses que esta carta es una despedida, ni tan siquiera un adiós. En realidad es un “hola”, para decirte que vengo a quedarme aquí, contigo, porque de nuevo he quedado preso dentro de esa pequeña habitación de tu corazón que siempre has tenido reservada para mí. Ahora soy yo el que quiere que cierres esas amplias ventanas que un día abriste para mí. Ahora soy yo el que

quiere permanecer encerrado en ese precioso cautiverio que se esconde bajo tu echo. No pienses que me voy al cielo o al infierno, porque este destino es mucho más valioso que cualquiera de esas dos opciones; tu corazón es mi destino, mi  

añorado descanso. »Sabes que durante toda mi vida busqué un beso, ese mágico gesto de amor  que me trasportase a otro soñado mundo. Yo siempre supe que tú eras su dueño, que tú eras mi príncipe azul, pero nunca me atreví a pedírtelo; me has dado tanto en esta vida que no podía pedirte algo tan importante. Ese beso que yo buscaba no odía darse, tenía que regalarse; debía aflorar en ti el deseo de entregármelo, si no nunca hubiese sido mágico. Supongo que me marcharé sin él, sin haberlo aboreado, pero no importa, porque todo lo que he recibido de ti a cambio supera con crec c reces es eese se eesperado sperado in inst stant ante, e, eese se he hermos rmosoo regal regalo. o. »Gracias, Álvaro. Gracias por comportarte como un hermano, como un amigo, como un beso. Gracias por ser ese soñado beso que siempre me ha acompañado, orque sin tú dármelo siempre lo he sentido en mí, durante mi alegría y mi enfermedad, en mi infancia y en mi plenitud. Gracias, Álvaro, mil veces… ¡Gracias! »Tuyo, siempre en tu corazón, Berto. » Eso es to todo do — —conclu concluí,í, si sinn po poder der eevi vitar tar que una lágri lágrim m a se asoma asomase se al  balcLa  balcón ón anciana de m is oj ojos. os.dijo nada. Amparada en la oscuridad continuó sentada en su no m ecedora. ec edora. P Pero, ero, aaunq unque ue m i lin lintter erna na eest stuvi uviese ese aapagada pagada y no ppudi udiera era verla, sent sentía ía su presencia. Su respiración era tan lenta que en algunos momentos ni se escuchaba, mas yo podía sentirla; el vello erizado de mi piel así lo confirmaba.  —¿Y  —¿ Y Ánge Ángeles? les? —se inter interesó. esó.  —Ellaa no quiso espe  —Ell espera rarm rm e . Eligió Eligió ot otro ro ccaa m ino di disti stinto nto al m mío. ío. La señora Margot calló, asumiendo que había llegado mi turno de preguntas. Recordar la muerte de Berto allí, ante una desconocida y completamente a oscuras, resultó duro, pero debía seguir preguntando si quería salvar la vida de la chica que había desaparecido desapare cido..  —¿Qué  —¿ Qué har haráá ahor ahoraa el tra transeúnte? nseúnte? —pre —pregunté. gunté.  —Es una pena pena,, ins inspe pector ctor,, que m a lgaste su tie tie m po en pre preguntas guntas que y a conoce —se lamentó—. Debería saber que la siguiente prueba son Los Dados.  —Lo había ha bía intui intuido, do, per peroo no he logra logrado do eencontra ncontrarr ningún lugar e n eell m maa pa que guarde relación con esos dos dados.  —El cam c am ino cconti ontinúa núa baj o dos aarc rcos os de desnudos snudos.. Dos torre torress indica indicará ránn e l lugar  elegido por el transeúnte y, bajo ellas, dos dados mostrarán la siguiente tirada. La sangre sang re de Alej andra il iluminará uminará el ca cam m in inoo qu quee segu seguir ir..  —¿Qué  —¿ Qué quier quieree de decc ir ccon on eso? ¿Ha m uer uerto to Aleja Alej a ndra ndra??  —No, no ha m uerto. uer to. Y Yaa le dij dijee que se sería ría e lla lla quien incuba incubará rá e l nuevo pollu polluee lo de la oca.

 —Na da de lo que dice ti  —Nada tiene ene sentido. Est Estáá j ugando cconm onmigo. igo.  —Desde  —De sde eell principio le aadver dvertí tí qu quee todo er eraa un jjuego, uego, y usted, una piez piezaa m ás. Cuanto antes lo asuma, mejor.  

 —¿Y, supuestam ente  —¿Y ente,, qué pa papel pel de desem sem peña ust ustee d, señor señoraa Mar Margot? got?  —Podría  —P odría dec decirse irse que soy c om omoo una de e sas conta contadas das c asill asillas as de las oc ocaa s que hay a lo largo del recorrido. Las que ayudan a ir más rápido por el tablero. Recuerd ecuerde: e: « de ooca ca a oca…» .  —« … y ti tiro ro porque m e toca toca»» —conc —concluí luí la fr frase ase,, re recc orda ordando ndo el j uego infantil.  —Así debe ser. Por e so ha venido y a dos ve vecc e s a ver verm m e —af —afirm irmó—. ó—. Y Yoo soy la oca que le permite darse un pequeño respiro entre jugada y jugada, la que le ayudará a avanzar por ese tenebroso tablero. Puede que ahora no lo entienda,  peroo ccon  per on eell transc transcurr urrir ir de dell ti tiem em po encontra e ncontrará rá sentido a cada c ada una de m is palabr palabras. as. Lo único que debe hacer es no olvidarlas nunca.  —Sii no es m á s pre  —S precc isa, nunca podré a lca lcanz nzar ar a ese dem e nte. No lo comprende, señora Margot. Esto que usted considera un juego puede costarle la vida a muchos inocentes. Si no me ayuda le aseguro que nunca más volverá a verm e por aquí aquí.. S Sii no lloo hace hace,, rompe romperé ré eell pacto qu quee ust usted ed y y o acordam os. os. Como de costumbre, ella permaneció callada, esperando que perdiese los nervios. PeroMis no,pupilas me mantuve en calma, que ella quería que ocurriese lo contrario. hacía rato que sesabiendo habían acomodado a la oscuridad, pero ante su silencio, silencio, dec decid idíí ence encender nder la li lint nter erna. na. Er Eraa aabsu bsurdo rdo ccont ontin inuar uar allí allí,, en aaquell quellaa casa, ca sa, ssii el ella la no tení teníaa la m más ás m mín ínima ima intención ntención de ay udarm udarme. e. Pulsé el interruptor de la linterna y, para mi sorpresa, no había nadie. La mecedora estaba vacía y no había ni rastro de la anciana. La llamé varias veces en voz alta, pero no contestó. Estaba claro que para ella todo se resumía a un  burdo j uego, sin e m bar bargo, go, par paraa m í no tenía ni puta gra gracia cia.. Una m ucha uchacc ha de dieciocho años había desaparecido y yo me había prometido encontrarla y, llegado a ese punto, me daba igual tener que saltarme todas las normas del código judicial para lograrlo. Me marché de allí cabreado, jurándome que no volvería a poner un pie en aquel antro, antro, y m e fui ddirectam irectam ente al hos hospi pittal.

 

2 3 

Antes de entrar a la habitación en donde Lola estaba ingresada, me confirmaron desde Logroño que su apartamento se encontraba completamente  patass ar  pata arriba riba.. Alguien lo ha había bía re regist gistra rado, do, tal y c om omoo e lla lla e xpuso; y par paraa m í eera ra  primordia  prim ordiall sabe saberr si m e había m entido. De Después spués lla lla m é a m i com pañe pañero. ro. Debo De bo admitir se había en un apoyo Confiaba  plena  plenam m eque nte eRamírez n él y sus gana ganass convertido de c olabora olaborar r conm igo enimportante. la investi investigac gación ión m e estaban est aban si sirviend rviendoo de m mucha ucha aayy uda.  —Dígam e … —re —respondi spondióó con voz pl plom omiz iza. a.  —Pee rdona que te despier  —P despierte, te, Ram íre írezz.  —No te pre preoc ocupes, upes, Álvar Álvaro. o. Me había queda quedado do dorm ido e n el sofá ley e ndo notas de este viejo libro. No te puedes imaginar lo que estoy aprendiendo sobre el Cam in inoo de las Oc Ocas. as.  —¿Có  —¿ Cóm m o está tu m maa dre dre??  —Bien,  —B ien, gr grac acias. ias. P Per eroo supongo que no ha hass ll llaa m ado pa para ra preguntarm pre guntarm e por ella.  —Tom omaa nota de todocontinúa cua cuanto nto voy dec decirte. irte. quisier quisieraa que m e olvida olvi dara ra ni una —T palabra. El camino bajoa dos arcosNodesnudos. Dossetorres indican el camino elegido por el transeúnte y, bajo ellas, dos dados mostrarán la siguiente tirada. La sangre de A Allej andra il iluminará uminará el ca cam m ino qu quee seguir seguir..  —¿Ha  —¿ Hass bebido? —m —mee pr pree guntó a l obs obser ervar var la incohe incohere rencia ncia de m is ppaa labr labraa s.  —Luego  —Lue go te lo explico con m á s ca calm lmaa . Ne Necc e sito sito que loca locali licc es ccer erca ca de Burgos dos arcos en ruinas, dos torres de un castillo o alguna cosa similar. En cuanto sepas algo, me llamas. No importa a la hora que sea. Pasaré la noche en el hospital.  —¿Qué  —¿ Qué has aaver veriguado iguado del m otorist otorista? a? —m —mee pr pree guntó.  —La m otorist otoristaa —punt —puntualicé ualicé..  —¿Cóm  —¿Có m o?  —Era la ffotógraf otógrafaa que int inter errogué rogué en Logr Logroño. oño.  —¿Y  —¿ Y te va vass a que quedar dar a hí, con eell llaa ? Dios m mío, ío, ahora sí qu quee no entiendo na nada. da. Ramírez estaba hecho un lío, pero lo peor era que yo andaba más o menos igual de perdido que él. Y ante esa tesitura, supuse que lo mejor sería intentar  desconectar un poco; tal vez por la mañana, con la luz de un nuevo día, lo vería un poco poco m más ás claro. El día había resultado terriblemente largo y estresante. No había tenido ni un solo minuto de sosiego, y si volví al hospital fue porque se lo había prometido a Lola, aunque aquello estaba abocado a convertirse en una situación completamente caótica: por la mañana le disparo y por la noche intento cuidar 

de ella. A simple vista mi modo de actuar carecía de sentido, pero llegado a ese  punto, ¿c uál e ra la for form m a cor corre recta cta de proc procee der der?? Una par parte te de m í se sentía culpable culp able por haber haberle le di disp spar arado, ado, m mient ientra rass que ot otra ra tra rataba taba de excusarse pensand pensandoo  

que había hecho lo que procedía. En fin, un embrollo que absorbía cada uno de mis pensamientos. Tener que volver a entrar en la habitación de un hospital me traía a la memoria recuerdos pasados, y no precisamente muy buenos. Ese olor  característico a productos sanitarios y desinfección avivaba en mí los fantasmas que acompañaron la muerte de Berto, unos remordimientos que llevaba tiempo intentando superar. Además, no era el mejor lugar para terminar unreducido día tan caótico como el que había llevado; habían sido muchas vivencias en un espacio de tiempo y sabía, por experiencia propia, que las noches hospitalarias solían ser largas y exasperantes, en las que los riñones eran siempre los que se llevaban la peor parte. Cuando entré ella estaba dormida, tapada con una sábana hasta el cuello. Resultaba extraño porque en el hospital hacía algo de calor; supuse que tal vez estar est aría ía dest destem em pl plada ada o ttendría endría algun algunas as déc déciim as de ffiebre. iebre. Me acerqué y me quedé de pie junto a su cama mirándola, fijándome en la aparente apar ente tranqui tranquili lidad dad de sus sus párpados cer cerra rados dos.. La cicat cica triz que re recorr corría ía su fre frent ntee hastaa elarace hast cej a iz izqui da eera ra único couiera que ompíaa spi la aarm rm onía a ader los su so sosi ego. Dormir  ir   bien ajlgo aquier loerda que y oloniúni siq siquier a rrompía podía spira rar r. oní Cerr Cerra ojos ojsiego. os y Dorm que las amarguras del día no enturbiasen mis sueños era un lujo del que ya ni me acordaba. Hacía tiempo que el sosiego se marchó de mi vida. Eran muchas noches acumuladas en las que la soledad abría las puertas de mi insomnio sin  piedad,  pieda d, y algo tan simple c om omoo dorm ir tra tranquil nquiloo suponí suponíaa un pec pecado ado m orta ortall que  podía traicionar tra icionar m is m e j ore oress recue re cuerdos. rdos. Tomé asiento junto a ella, en un sillón de piel sintética y brazos de madera  plastific  plasti ficados. ados. Y, sin poder a par partar tar la m ira irada da de su hom hombro bro vendado, venda do, saqué m i arma. Su tacto frío y acerado se paseó repentinamente entre mis dedos. Para disparar a alguien había que ser igual de frío que el metal de esa pistola, saber  mantener el pulso firme y no dudar a la hora de apretar el gatillo. El comisario di dijj o que que no la alca alcancé ncé de pleno ppor or culpa de m i ma malla punt punter eríía, per peroo y o sabí sabíaa que no fue así. La realidad era muy distinta. Antes de dispararle, me aseguré de quitar la única bala que podía resultar mortal. Llevaba mucho tiempo reservándola para alguien, aunque en ese preciso momento aún no sabía para quién sería. Yo sé que no fallé. Apunté al exterior del hombro y ahí fue exactam exac tamente ente don donde de hice blanco. S Sii fall fallé, é, fue adre adrede. de. Recordando ec ordando ttodo odo aqu aquell elloo y aprovec aprovechando hando el ssueño ueño de Lola, desmont desmontéé el arm ar m a  la descargué. Saqué otra vez la primera bala, la que llevaba un nombre escrito en pólvora, pólvora, y la ace acerqué rqué a m i ooíd ído. o. E Esp spera eraba ba que ell ellaa m e sus susurra urrara ra eell nombre de su destinatario, mas no lo hizo. Se mantuvo muda o, quizá, no se atrevió a

decírmelo. Quizá aún no había llegado la hora de dispararla. Quizá cuando tuviese a ese maldito cabrón delante me gritaría su nombre. En fin, supongo que erann ttanto era antoss « qui quizzás» que aquell aquellaa bala no su supo po respo responderm nderme, e, pero y o ssentí entíaa que  

no tar tardaría daría m ucho en enc encont ontra rarr a su ddueño. ueño. No ttenía enía la m menor enor duda. Lola abrió los ojos lentamente y me vio contemplando la bala. En ese momento descubrió que el brillo de mi mirada se había perdido entre la pólvora de un proyectil sin nombre, y entonces extendió su brazo, pidiéndome que se la entregara con la palma de su mano abierta.  —No era e ra par paraa ti —l —lee dij dijee .  —¿P  —¿ P ar ara ees s entonce entonces? s? ngo hac  —Esa easquién es la pre pregunta gunta que ve vengo haciéndom iéndomee desde hac hacee tr tres es aaños. ños.  —Eso es mucho m ucho tiem po.  —Tee ase  —T aseguro guro que par parec ecee m ucho m á s ccuando uando no se puede dorm ir, com o una eternidad.  —Miss noche  —Mi nochess no son m uc ucho ho m ej ore oress que las tuy tuyaa s —ase —aseguró—. guró—. P uede que hoy haya sido el primer día que he podido dormir tranquila. Y aunque parezca absurdo, ha sido gracias grac ias a ti ti..  —¿A  —¿ A m í o a la ba bala la que te dispar disparéé ?  —A ti ti.. Tú er eraa s su dueño, ¿¿no? no?  —No, LaUna única balalaque e ha ce per pertene tenecido cidoell haa no sid sido o iso e sta ahor ahora tengo en m miLola. i ma mano. no. noche sent sentím í muy cerca rca, , pero ella qu quis o serque para m aí, me repudió.  —No te enti e ntiee ndo.  —No ti tiee nes por qué ente entender nderlo. lo. T Todas odas las ba balas las tiene tienenn un nom nombre bre gra grabado, bado, y en esta no estaba escrito el mío.  —¿P  —¿ P or qué has ve venido? nido? —m —mee pr pree guntó ttra rass un bre breve ve silenc silencio. io.  —No lo sé. Puede P uede que eesté sté huy e ndo de la soleda soledad. d.  —Cre  —C reíí que te gust gustaba aba,, que e ra e so lo que busca buscaban ban los hom hombre bress fríos f ríos y duros comoo tú com tú..  —La soledad es buena c uando e s uno m mismo ismo quien la e lige. lige. Si se ala alarga rga e n eell tiem iempo po ttee hun hunde de eenn la m mis iser eriia.  —Paa rece  —P re cess un cur curaa ha hablando. blando.  —No c reo re o que sea pre precc isam isamee nte Dios quien ilum ilumine ine m i vida. Es m ás, hac hacee ti tiem em po que se olv olvidó idó de que exist existo. o.  —¿Estás  —¿ Estás enf enfaa dado ccon on él?  —Mucho. Nunca Nunc a le había pe pedido dido nnaa da, y c uando lo hice hice,, no m mee esc escuchó. uchó.  —Debías  —De bías de que quere rerr m ucho a esa per persona sona que tanto añor añoraa s.  —El am or no sa salva lva vidas.  —Es triste triste lo que dice dices. s.  —Taa n trist  —T tristee ccom omoo re reaa l. Aquella contestación finiquitó nuestra conversación. Mi silencio y los sueros

volvieron a cerrar los párpados de Lola durante el resto de la noche.

 

24 Añ o ju ju bilar bilar. Añ Añ o de de ju eg o 

Por la mañana, nada más abandonar el hospital, me acerqué a la comisaría. Quería saludar a Horneros y escuchar su punto de vista sobre el cariz que había tomado el caso; eran muchos los años que llevaba de servicio y tal vez sabría cómo enfocar la Necesitaba darlepor un qué, giro radical y focalizar mis esfuerzos eninvestigación. detener al asesino. No sabía pero sentía que lostodos días  pasaba  pasa bann m uy rápido rá pido y no a vanzába vanzábam m os nada nada.. P or otra par parte, te, le había dado m i  palabra  pala bra al c om omisario isario de que lo m ante antendría ndría a l cor corrie riente nte y e staba dis dispuesto puesto a cumplirla.  —¿Ha  —¿ Hayy sit sitio io pa para ra un porte portero ro de dis discc otec otecaa ? —le pre pregunté gunté a l e ntra ntrarr e n la oficina, recordándole el piropo con el que me recibió cuando nos conocimos.  —No m e ti tire re de la lengua lengua,, ins inspec pector tor More Moret.t. Ya sabe que soy m uy j odido cuando me enfado. Además, sigue vistiendo como un cateto —contestó sonriendo.  —Comisario,  —Com isario, quer quería ía ccom omee ntar ntarle le aalgo. lgo.  —Suéltelo.  —S uéltelo.  —¿Rec  —¿ Recuer uerda da si alguna vez ocur ocurrió rió aalgo lgo pare parecido? cido?  —Últim  —Últi m am e nte os e xpli xplicc á is todos c om omoo e l c ulo. P re regúntem gúntemee lo de otra m aner aneraa porq porque ue no lo enti entiendo. endo.  —Vee rá.  —V rá . Creo que ca cabe be la posi posibil bilidad idad de que lo que está ocur ocurrie riendo ndo y a hay a sucedido anteriormente. Me gustaría que averiguara si en años jubilares anteriores se encontraron cuerpos de peregrinos que murieron de forma extraña m ient ientra rass rec recorrían orrían el Cam Camiino. C Casos asos qque ue se quedara quedarann si sinn ce cerra rrarr o sin sin expl explicación icación aparente. El comisario Horneros miró a su ayudante, al agente Blázquez, y le hizo un ademán con la cabeza para que se pusiese a buscar en los archivos inmediatamente.  —¿Qué  —¿ Qué sospec sospecha, ha, inspec inspector? tor? —m —mee pr preguntó. eguntó.  —Me par paree ce que no e s la prim primer eraa vez que e sa e spec specie ie de peregr per egrino ino aasesino sesino actúa. Probablemente se trate de un rito familiar que se viene realizando generación tras generación, cada treinta o cuarenta años. Cuando uno de los hijos se encuentra en plena madurez, comienza un juego iniciático que sirve para honra hon rarr el li linaj najee de sus antepasado antepasados. s.  —¿Está  —¿ Está insi insinuando nuando que sale de ccaa za ?  —Más o menos, m enos, pe pero ro eenn este ca caso so sus pre presas sas son los pe pere regrinos. grinos.  —¡La m adr adree que m e pa parió! rió! ¿Ti ¿Tiee ne ide ideaa de quién pue pueden den se ser, r, inspec inspector? tor?

 —De m om omee nto, no no.. S Solo olo me baso eenn una aanti ntigua gua le leyy enda que se rum ore oreaa por  los pueblos que circundan el Camino; aunque eso, seguramente, no sea lo peor de todo.  

 —Continúe.  —Conti núe.  —Una de las cconsi onsignas gnas que m ar arca ca ese m ac acabr abroo ritual cconsi onsiste ste eenn eem m poll pollaa r eell  polluelo  poll uelo de la nueva oca oca.. Es dec decir, ir, una de las víctima víctimass del tra transeúnte nseúnte debe deberá rá convertirse converti rse eenn la m adre de su prime primerr hij hijo. o. Nec Necesi esita ta un pri prim m ogéni ogénito to qque ue ccont ontin inúe úe la eest stirpe, irpe, y ha de eengend ngendra rarlo rlo ddurante urante el jjuego. uego.  —¿Cree  —¿ Cree entonc entoncee s que la m ucha uchacc ha de desapa sapare recida cida…? …?  —Sí,í,depuede  —S que la hay a de viol violado. ado.enEnlalatentación desc descripc ripción iónlaque hac ía sobreEsa la casilla La Posada hablaba caer de gulasey hacía la lujuria. sería la única manera de asegurarse de que tendrá descendencia y continuará vivo el juego.  —Pee ro si eess ca  —P casi si una niña. ¡Ma ¡Maldi ldito to ccabr abrón! ón! —m —maa ldi ldijj o Hor Horner neros, os, golpe golpeaa ndo la mesa con el puño cerrado. Probablemente veía reflejada en esa chica la hija que años atrás perdió—. Entonces debemos descartar la posibilidad de que el trans ra nseúnt eúntee sea una m muj ujer er —a —apun punttó de repe repent nte. e.  —Yoo y a lo había desc  —Y descaa rta rtado, do, c om omisario. isario. Era prá prácc tica ticam m e nte im imposib posible le que una mujer pudiese trasportar un cuerpo más de cien kilómetros campo a través, entre puenteti puente puent puente. e. isario —dij  —Aquí tieye ne, com —dijoo Bl Bláá zquez apa apare recc iendo c on una m ontaña de carpetas—. Estos son los expedientes que coinciden con los años que fueron ubilares.  —¿En  —¿ En ca carpe rpetas? tas? ¿Cómo eess que ha hayy tantos? —pre —preguntó guntó Horne Horneros ros eextra xtrañado. ñado.  —Algunos son tan a nti ntiguos guos que no a par paree ce cenn ni e n la base de datos del ordenador. Están sin clasificar —aclaró el agente.  —En c a da sigl sigloo hay c ator atorce ce a ños j ubil ubilar ares es —apuntó Ram Ramíre írezz, que entr entraba aba  por la puer puerta. ta. Ac Acaba ababa ba de ll llega egarr a la c om omisaría isaría y tra traía ía consigo eell viej o libro que se llevó de la biblioteca—. Según se especifica aquí, siguen una secuencia numé rica que se rrepit numérica epitee ccada ada 11, 6, 5 y 6 años años.. Así suce sucesi sivam vamente. ente.  —Entonces,  —Entonce s, si esta estam m os en e l a ño 1993, ¿en qué a ño busca buscam m os? —pr —preguntó eguntó Blázquez.  —Supongo  —S upongo que habr habráá que investi investigar gar unos tre treint intaa a ños aatrá trás, s, aaunque unque no pue puedo do asegurarlo —calculé, basándome siempre en la descripción que hizo Lola del sospechoso. Esa era la edad que debía de tener en la actualidad el asesino.  —Aquí contam c ontam os ccon on eexpedie xpedientes ntes de los años 1948, 1954, 1965, 1971 y 1976  —indicc ó Bl  —indi Bláá zquez—. Rec Recorda ordadd que e n aque aquell llos os tie tie m pos aún no había ordenadores. El único archivo que aparece informatizado data del año 1982 y, seguramente, es porque alguien se preocupó de introducirlo.  —Debem  —De bem os busca buscarr e n 1954 o 1965. Si aalguna lguna m ujer uj er hubiese sido vio violada lada por  esas fechas, su hijo tendría ahora treinta y ocho o veintisiete años

respec tivam respecti vamente. ente. S Son on llas as úni única cass fec fechas has que enc encaj aj an eenn el perf perfil il del so sosp spec echos hoso. o.  —Entonces,  —Entonce s, de ser así, e l tra transeúnte nseúnte ser sería ía tam bién e l fr fruto uto de una viol violaa ción anterior anter ior —deduj —dedujoo eell com isar isario— io—.. ¿¿Est Estáá seguro, ins inspec pecto tor? r? —p —pre regunt guntó. ó.  

 —No puedo a segur segurar ar nada nada.. Solam ente busca buscando ndo e n los inform es corresp corre spond ondient ientes es a esas fe fechas chas saldrem saldremos os ddee dud dudas. as. Mientras el comisario y el agente Blázquez se repartían los expedientes de esos dos años en concreto y se sumergían en un papeleo que parecía inacabable, aproveché para sentarme en el escritorio del fondo con Ramírez. Quería escuchar las averigu averiguac acio iones nes qu quee ha habí bíaa he hecho. cho.  —Sobre obre Los Da Dados dos no pude ava avanz nza a r marcos ucho. oNotorretas he e ncontra ncontrado do ningún punto del —S recorrido que encaje con esos dos que mencionaste —  comentó preocupado. Después, tras quedar pensativo durante unos instantes, me  preguntó  pre guntó eenn voz baj a—. Sé que no eess de m i incum benc bencia, ia, pero… pe ro… ¿fuiste a ve verr a esa anciana a nciana de P Puent uentee La Reina, vver erdad? dad? Yo asentí avergonzado.  —Lo suponía suponía .  —Raa m íre  —R írezz, tal ve vezz no m mee c re reaa s, per peroo eesa sa m uje uj e r pa pare recc e sabe saberlo rlo todo —l —lee dij dijee tratand ra tandoo de jjus usti tificar ficarm m e.  —No ti tiee nes por qué sentirte m al por e llo. llo. Lo importa im portante nte e s a tra trapar par a ese desgraciado, yecuerda siuerda para que eso eese tenemos que entrevistarnos con el mismísimo diablo, lo harem os os.. R Rec se es nu nuestro estro trabaj o.  —Lo sé, per peroo nada es gra gratui tuito. to. Cada re respuesta spuesta que logro sonsac sonsacaa rle m e cuesta sudor sudor y lágri lágrim m as.  —No importa, im porta, Á Álvar lvaro. o. Lo im importa portante nte eess el fin.  —Es tan extra e xtraña ña esa m ujer. uj er. Podr Podría ía eestar star hora horass y horas hora s eescuc scuchándola hándola.. P Paa re recc e como si ella ya hubiese vivido antes esta situación. ¿Has podido averiguar algo más sobre su vida?  —No. La única inform ac ación ión que existe sobre la señor señoraa Mar Margot got ccom omienz ienzaa e n ese pueblo donde vive ahora. Antes de eso, no hay nada. Es como si no tuviese  pasa do.  pasado.  —Raa m íre  —R írezz, debe debem m os int intenta entarr a ver veriguar iguar algo m á s sobre Los Da Dados. dos. Es la úniica m anera de atraparlo ún atraparlo..  —Esperaa —m  —Esper —mee pidi pidió, ó, pa pare recc ía que había re recc orda ordado do a lgo. Abr Abrió ió e l libro libro que traía consigo por una página que había señalado y comenzó a leer: En el tablero de j uego encont encontra rará ráss dos dos casil casillas las ssepar eparadas adas eent ntre re sí que corr correspon esponden den a la prueba de « lo loss ddados» ados» . S Sii el jjugado ugadorr ti tiene ene la fortun fortunaa de ccae aerr en la pri prim m er eraa de eelllas, el  propio nom nombre bre de la últ últim imaa ca casil silla la donde ante antess se e ncontra ncontraba ba le lleva llevará rá hasta la siguiente.  —Entonces,  —Entonce s, según indi indica ca ese li libro, bro, eexis xisten ten dos ca casil sillas las iguales y con eell m mismo ismo nombre.  —Sí,í, igual que suce  —S sucede de en la prue prueba ba de los pue puentes, ntes, tam bién ha hayy dos ca casil sillas las

de dados. Y encontrando los primeros te llevarán hasta los segundos. Es cuestión de averiguar dónde pueden estar.  —Tiene que ser c e rc rcaa de Burgos. Allí e s donde a ca caban ban los Mo Montes ntes de Oc Ocaa . Si  

Alejandra desapareció ayer, el transeúnte puede encontrarse hoy a unos veinte kilómetros del albergue de Villafranca —calculé—. A cada día que transcurra sin noticias del asesino debemos sumarle esa distancia. Recuerda que es lo que se suele recorrer en una jornada de peregrinación.  —Estamos  —Estam os m uy c er erca ca,, lo pre presiento siento —dijo Ram Ramíre írezz—. P or lo m e nos y a sabemos que se trata de un varón que ronda la treintena y que va en dirección a Burgos.  —No cr crea eass que re resul sultar taráá tan fá fácc il il.. De Debe be de haber habe r cie cientos ntos de per peregr egrinos inos que se aj us ustten a esa descr descrip ipción ción..  —¿Y  —¿ Y si busca buscam m os algo que guar guarde de re relac lación ión c on esa c asill asilla? a? —m —mee pre preguntó guntó repentinamente Ramírez—. En el libro dice que el nombre de la última casilla transitada transit ada nos lllevar levaráá a la sig sigui uiente. ente.  —No podem pode m os seguir al pie de la le letra tra lo que se dice e n éél.l. No eess m más ás que un libro. En ese momento llegó Ester a la comisaría. Ella no se percató de mi  presenc  pre sencia ia y se ffue ue dir direc ectam tam e nte ha hacc ia eell esc escritorio ritorio de Hor Horner neros. os.  —¡Hola!  —¡H ola!señor —la saludé tí tím m. idam de desde sde eell fondo de sala sala. . n, tratándom  —Hola, ins inspe pector ctor. ¿Todoe nte bien? —r —respondió espondió conla re reti tintí ntín, tra tándomee de un modo distante. Al com compro probar bar que aún est estaba aba enfadada, m mee levanté levanté y m e aacer cerqu quéé a ella. ella.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto ttiem iem po le va a dura durarr eell enfado? enf ado? —l —lee pre pregunté gunté sonriendo.  —Hasta  —Ha sta que la lass ra ranas nas ccríe ríenn pelos —contestó.  —Y si la la invito a com er er,, ¿¿cc re reee que se le pa pasar sará? á?  —Sii está intentando ccom  —S ompra prarr m i per perdón, dón, olví olvídese dese.. Lo ti tiene ene c rudo.  —¿Qué  —¿ Qué la tra traee por aquí, doctora Ro Rom m á n? —le pre preguntó guntó Hor Horner neros, os, sin abandonar su búsqueda entre los expedientes. Al percatarse de que nuestra conver sació conversac iónn subí subíaa de tono pref prefiri irióó int inter ervenir venir sut sutil ilm m ente.  —La Gua Guardia rdia Civi ivill de Bu Burgos rgos m e ha e nviado esta estass prue pruebas bas a l labor laboraa torio. Pensé que querría echarles un vistazo.  —No quier quieroo sabe saberr nada de esos huele huelebra bragueta guetass de m ier ierda da —respondi —re spondióó refiriéndose a la benemérita, enojado porque lo dejaran al margen de la in investi vestigac gació ión—. n—. Pá Páseselas seselas aall inspector inspector More Moret.t. Él es quien ll lleva eva el ccaso. aso. Ellaa resopló Ell r esopló.. Y Horne Horneros ros son sonrió rió di disi sim m ulada uladam m ente.  —Tom  —T omee —dijo eentre ntregándom gándom ela elass con de desgana sgana..  —Pre  —P refe feriría riría que m e las explica explicara ra usted, doctor doctoraa Ro Rom m án —le pedí, sigu siguiendo iendo el juego del comisario e intuyendo que ella estaba deseando marcharse y  perder  per derm m e de vist vista. a.  —En la alm a lmohada ohada del aalber lbergue gue ha hann enc encontrado ontrado ha halot lotaa no.

 —¿Y qué se supone que eess eso?  —¿Y  —Un tipo tipo de aaneste nestesia. sia. Antigu Antiguaa m ente se util utiliz izaa ba ccon on los ser seres es hum a nos, per peroo en la actualidad se usa solamente en veterinaria. Sospechamos que alguien usó  

halotano para dormir a la chica. halotano  —¿En  —¿ En vete veterina rinaria ria?? —insist —insistíí extra extrañado. ñado.  —Princ  —P rincipalm ipalmee nte e n las gra granj njas as de a ves, sobre todo si se tra trabaj baj a c on patos. Los duermen antes de sacrificarlos para extraerles el hígado. Dicen que si el animall no ssufre anima ufre el pat patéé re resu sulltant tantee eess ddee m ay or cali ca lidad. dad.  —Un som somnífe nífero ro par paraa patos. Eso ra rati tific ficaa m is sospec sospechas. has. La quer quería ía viva par paraa que —¿ empollase el bla? huevo.  —¿De De qué ha habla?  —Lo siento, doctora Romá Román, n, es cconfide onfidencia nciall —apunti —apuntill lléé . Ante aquella negativa su cara cambió súbitamente. Fue la gota que colmó el vaso de su paciencia y se marchó sin despedirse, muy enfadada. No sé cómo me las apañaba, pero siempre conseguía que acabara disgustada conmigo. Y puedo asegurar que no era esa mi intención, simplemente pretendía jugar un poco con ella. ell a. P Por or lo vvis isto to,, no ssee m e da daba ba bien hace hacerm rm e eell ggra racios cioso. o.  —Yaa se lo dij  —Y dijee : la soleda soledadd ac acec echa ha su vida a pa pasos sos a gigantados —m —mee sermoneó serm oneó R Ram am írez re z.  —P  —Pe e ro e ndobrom aia. Na Nada daa mcás.  —Ella  —Ell a si e shablaba dem asia asiado ser seria par para om ompre prender nder su ironía —re —respondi spondióó m i compañero.  —¡Moret,t, eescuc  —¡More scuche he esto! —dij —dijoo Hor Horner neros os eexaltado—. xaltado—. El 25 de j unio de 1965 aparec apar eciieron er on llas as extrem id idades, ades, pi pier ernas nas y braz brazos os ddee un varón de ra razza blanca en las  proximidade  proxim idadess de dell rrío ío Ar Araa gón. N Noo se pudo ide identi ntific ficaa r e l ccadá adáve verr hasta nueve días después, cuando se logró localizar la cabeza y el tronco bajo los arcos de un  puente e n la loca locali lidad dad de P uente La Reina. L Laa víctima e ra un pe pere regrino grino br brit itáá nico que recor re corría ría eenn sol solit itar ario io el C Cam am ino ino de Santi Santiago. ago. ¿¿Le Le sue suena? na?  —Lo sabía. Este E ste rito se re repit pitee eenn el tiem tiempo po ca cada da tr tree s déc décaa das.  —Y siem pre suce sucede de ccuando uando ccom omienz ienzaa eell ver verano ano —a —apunti puntill llóó R Raa m íre írezz.  —¿P or qué lo cr  —¿P cree e a sí? —pre —preguntó guntó Horne Horneros, ros, sorpr sorprendido endido por la sa sagac gacidad idad de mi compañero. Probablemente en los años que lo conocía nunca lo había visto tan ccentrado entrado en su trabaj o.  —Es la époc épocaa e n la que las oca ocass sa salvaj lvaj e s ccom omienz ienzaa n su m igra igración. ción. Ade Adem m ás, si el ritual se revive cada treinta años, tendríamos tres transeúntes en cada siglo.  —¿Y?  —¿ Y? —pre —pregunté gunté eextra xtrañado ñado por su apr aprec eciac iación. ión.  —Ree c uer  —R uerde de que e l nueve e s m múlt últipl iploo de tre tres, s, el núm númee ro iniciático que rige e se uego. Estuve casi toda la noche estudiando las normas que vienen escritas en este antiguo libro. En él se explica detalladamente la importancia del Camino de las Ocas y la influencia espiritual que provocaba en todo aquel que se atrevía a recorrerlo. Si nos fijásemos en un tablero de dicho juego, todas las casillas que

contienen la oca si contienen siguen guen una una est estructura ructura m atem áti ática ca en torno al nueve, nueve, en e n que dos números impares preceden siempre a dos números pares. Es decir, las ocas ocupan las las ca casi sill llas as 5 y 9, 1144 y 18, 23 y 27, y así ssucesiv ucesivam am ente. Aparec Aparecee una oca  

cada cinco y cada cuatro casillas, las cuales vuelven a sumar nueve. Y todo esto tiene que ver con el gremio de constructores medievales y sus dos símbolos represent repre sentati ativos vos:: la la oca y el car carac acol ol..  —Raa m íre  —R írezz, su explica explicación ción ha e stado ge genial, nial, per peroo ¿adónde nos c onduce onduce?? —   preguntó  pre guntó Horne Horneros. ros.  —Es m uy senc sencil illo, lo, c om omisario isario —re —respondí spondí y o—. El j uego de la oca oc a ser sería ía el ritual y la espiral caparazón del caracol marcaríaSi ellográramos camino quesaber seguir. La conclusión es quedeltodo es secuencial, repetitivo. cómo actuaron los anteriores transeúntes podríamos prever cuáles serán sus siguientes movimientos.  —¡Creoo que tengo otro! —exc  —¡Cre —exclam lam ó Bl Blázquez ázquez de desde sde su esc escritorio, ritorio, abr abriendo iendo una nueva carpe c arpetta—. Co Corre rresp spond ondee al 7 de j ulio ulio ddee 196 1965. 5. Desapare Desaparece ce una novi novicia cia llamada Margarita de Jesús en un albergue anexo a un convento. Las compañeras de congregación la echaron en falta al amanecer, antes de rezar la oración matutina. No se tuvo noticias de ella hasta nueve meses después.  —¿Apa  —¿ Apare reció ció m muer uerta? ta? —pre —preguntó guntó Horne Horneros. ros.  —No, e mmbar em barazada  —Podría  —P odríam osazada. trata tratarr. de loca locali lizzar arla la —sugirió R Ram am íre írezz—. A lo mej m ej or aaún ún vive y  puede c ontarnos qué suce sucedió. dió.  —¡Buena idea idea!! No se pre preocupe ocupe,, y o m e e nca ncargo rgo de e so —se ofr ofrec eció ió Horneros—. No obstante, seguiremos buscando en los archivos. Me encantaría ubillarm ubi ar m e aatrapando trapando a eese se desg desgra raciado. ciado.  —¿P  —¿ P or qué nadie re relac lacionó ionó esos ca casos, sos, com isario? —le pre pregunté—. gunté—. Sucedieron en un corto espacio de tiempo y se cerró la investigación sin encontrar un culpable.  —Supongo  —S upongo que c om omoo a par paree ntem ntemee nte no guar guardaba dabann re relac lación ión entr entree sí, se dio  por c oncluida la investi investigac gación. ión. Era Erann otros tiem tiem pos, ins inspec pector; tor; ape apenas nas e xis xistí tíaa comunicación entre provincias y la dictadura lo filtraba todo. Fíjese que hasta los  peregr  per egrinos inos ne nece cesit sitaba abann un per perm m iso eespec special ial pa para ra poder re recc orr orrer er e l Cam Camino. ino. No creo que nadie fuese capaz de abrir el Nodo con la noticia de una monja violada  embarazada.  —Le noto un poco nostálgico ccuando uando habla ha bla de aque aquell llos os ti tiem em pos.  —Es que e ntonce ntoncess sí é ra ram m os re respetados. spetados. Si pil pillába lábam m os a un follam onj onjaa s de esos se cagaba patas abajo, y si había que darle dos hostias bien dadas, se le daban y no ppasaba asaba nada. ¡Qué tiem tiempos pos…! …! En el modo de decirlo, se notaba que el comisario era un policía de la antigua escuela que vivió en esos tiempos en los que un uniforme daba licencia para actuar como se quisiese. Horneros no se daba cuenta, pero no podía evitar que

sus recuerdos destilasen ese puntito facha que los años y la nostalgia de su uventud perdida habían elevado a los altares. Pero no iba a ser yo quien le llevara la contraria, aunque su respuesta sonase un tanto trasnochada.  

 —Ve int  —Ve intisi isiete ete años —dij —dijoo Ram íre írezz—. Si alguna m uje uj e r hubier hubieraa sido vi violada olada e n 1965, ahora su hijo tendría esa edad.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice que se ll llaa m a ba eesa sa m onj onjaa ? —le pre pregunté gunté a Bl Bláá zquez.  —Margar  —Mar garit itaa de Jesús. ¿¿P P or qué lo pre pregunta? gunta?  —Nueve  —Nue ve letra letrass —re —respondí spondí tra trass conta contarla rlass m enta entalm lmente ente—. —. Margar Mar garit itaa tiene tiene nueve letras, igual que sucede con Alejandra, la chica que ha desaparecido en Villafranca.  —¡Estoy hasta los hue huevos vos de todo e sto sto!! Ha Hayy que atr atraa par a ese c er erdo do c om omoo sea —se lam lam entó Horneros. L Lee ofuscaba pe pens nsar ar que ese m ac acabro abro jjuego uego exi exist stiese iese de verdad.  —Pee ro… ¿q  —P ¿qué ué se senti ntido do ti tiene ene m ata atarr eenn un jjuego? uego? —preguntó B Blázq lázquez. uez.  —En cualquier c ualquier ritual ha hacc en fa falt ltaa sac sacrif rificios. icios. S Sii er eres es c a paz de e ntre ntregar gar la vida de un semejante a cambio, entonces eres digno de alcanzar la meta.  —¿Y  —¿ Y ccuál uál eess esa m e ta?  —Me tem o que eesa sa eess una de las re repuestas puestas que debe debem m os ave averigua riguarr.

 

25 Lola 

Llegó el mediodía y, como no tenía nada mejor que hacer, compré un sándwich y me acerqué al hospital. El menú diario se había reducido a eso: pan de molde con jamón york y queso envuelto en un plástico trasparente. Parece mentira, hasta aquí, diario en esta habitación llamada tristeza en dedonde me encuentropero ahora, el menú resulta mucho más variado que el aquellos días de carreras inútiles. Me costaba admitirlo, pero el trabajo me tenía tan absorbido que detenerme a comer suponía un preciado tiempo que no podía  perm  per m it itirm irmee el luj lujoo de per perder. der. La investi investigac gación ión iba m uy lenta y e l re reloj loj cor corría ría e n mi contra. Como trataba de contar antes, me acerqué al hospital. En cierto modo me sentía culpable por haber prejuzgado a Lola. En la conversación que mantuve con ella fui un tanto distante, pero me sirvió para descubrir que bajo esa apariencia de chica dura había una mujer que sabía escuchar. Cuando llegué estaba vestida y con el brazo en cabestrillo. Había solicitado el alta volunt voluntar aria ia y se dis disponí poníaa a aba abandonar ndonar eell ho hospi spital. tal.  —¿A  —¿ A dónde va vas? s? —le pre pregunté, gunté, eextra xtrañado ñado de que eestuv stuviese iese leva levantada ntada..  —Al depósito de vehículos. ve hículos. Quier Quieroo ve verr en qué e sta sta do ha queda quedado do la m oto ttra rass el golpe.  —Lola, está estáss m uy débil. Los m é dicos a conse consejj a ron que te queda quedara rass un día más.  —No puedo a guanta guantarr a quí m á s ti tiem em po. Sé que tar tarde de o tem pra prano no vendr vendráá de nuevo a por mí. m í.  —No ti tiene eness por qué pre preocupa ocuparte rte.. Ha Hayy un age agente nte fue fuera ra,, vigilando vigilando tu habitación.  —¿V  —¿ Vigi igilando lando que no eentre ntre aalgui lguien en o que no salga y o?  —No sea seass tont tonta. a. Na Nadie die ha pre presenta sentado do una denunc denuncia ia contra ti y puede puedess marcharte cuando quieras. Al contrario, tú eres la única que puede pedir  responsabilidades por lo sucedido.  —¿De  —¿ De ver verdad? dad? ¿¿A A quién tendr tendría ía que pedír pedírsela selas? s?  —Supongo  —S upongo que a m í. F Fui ui yyoo quien te dispar disparó. ó. Ellaa call Ell ca lló. ó. S See quedó pensativa.  —Quieroo que m e ll  —Quier llee ves a tu apa aparta rtam m e nto —me pidi pidióó de rree pente pente..  —¿Có  —¿ Cóm m o?  —No m e sentiré segur seguraa e n ningún otro sit sitio. io. Es lo m enos que puede puedess hac hacer  er   por algui a lguiee n a quie quienn has dispar disparaa do.

 —P e ro si yyoo no viv  —Pe vivoo aquí. Estoy a loj lojaa do en un hostal.  —Muy bien. P Pues ues ire irem m os allí allí..  —No, esper e speraa … No puede ser ser..  

 —¿P or qué  —¿P qué??  —Es una habit ha bitaa ción pe pequeña queña.. S Solo olo hay una ccam am a . Ella sonrió y continuó andando. Aquella respuesta no fue suficiente excusa  paraa disuadirla  par disuadirla.. La verdad es que aún hoy me pregunto cómo lo hizo, pero al final se salió con la su suyy a. En m enos ddee m edia hora eest stábam ábam os charlando ddiistendi stendidam damente ente sent sentados ados sobre la cama habitación. Hablamos de su conocido pasado, denunca la dura soledad del orfanato y de de la mi tristeza que supuso no haber a sus padres. Aunque Aunq ue par parez ezca ca in incre creíb íble le nos ppasam asam os ttoda oda la tarde habl hablando, ando, y puedo asegurar  que sus confesiones harían temblar los cimientos de una catedral. Se sinceró. Abrió el libro de su vida y me mostró cada unas de sus páginas sin tapujos. Así hastaa que, en un m hast mome oment ntoo dado, un ppar ar de lágrima lágrimass se esca escaparon paron por el ra rabi bill lloo de sus ojos. Ella no quería, pero no pudo evitarlo; la tristeza de sus recuerdos le estaba ganando el pulso a su rebeldía. Y ante aquella circunstancia traté de consolarla, y la abracé. Entonces ocurrió lo inevitable… A pesar de llevar el brazo en cabestrillo, se abalanzó sobre mí. Me agarró del  pelo c on llevar; su otraen m ano y c om ome nzó ó a be besar sarm m euna . Yo chica no e ntendía quésintiera ocur ocurría ría, , pero pe ro me dejé el fondo mee nz halagaba que joven se atraída  por m í. Mi vida últ últim imaa m e nte había gira girado do e n torno a la per persec secución ución de un fantasma, olvidando completamente que existían otros valores fundamentales como las caricias, los besos o el sexo. Por unos instantes quise dejar aparcados los malos recuerdos que arrastraba conmigo y rompí las ataduras de mi pasado, m e li liberé. beré. Ella soltó mi pelo y agarró el cuello de mi camisa. Arrancó de un tirón los  botones y com enzó a besa besarm rm e e l pec pecho. ho. Estaba desa desatada tada,, y y o no quer quería ía ser  quien la detuviese. Me levanté y terminé de quitarme la camisa mientras ella se escondía bajo las sábanas esbozando una sonrisa pícara. Se desnudó debajo de ellas, y allí me esperó tapando su desnudez. Embelesado Em belesado ppor or su mira mirada, da, ol olvi vidé dé que aall desn desnudarm udarmee quedaría al descubi descubier erto to la señal que llevaba grabada sobre mi brazo. Ella se dio rápidamente cuenta de ello, pero la ignoró, hizo como si no la hubiese visto. Supongo que no sabía qué significaba y continuó coqueteando con sus ojos negros, sin dejar de sonreír. Yo hice lo mismo, no quería que el recuerdo de esa bruja trastornada estropeara el momento. Me acosté a su lado, la abracé y la besé. Por primera vez en mucho tiempo, me olvidé de la esclavitud del último beso que di y me entregué en cuerpo y alma a ella, a Lola. Comenzamos a sudar al unísono, su piel contra mi piel, su carne contra mi carne… La pasión embargó cada uno de los rincones de aquel

viejo colchón y pasé de estar en el infierno de un cutre hostal al cielo del éxtasis. Hacía tanto tiempo que no tenía una mujer entre mis brazos que había olvidado el olor de su piel. Dicen que cada mujer huele de una forma diferente, y yo puedo  

asegurar que Lola olía a vicio, a sexo sin compromiso. Y tras una larga e intensa hora de desenfreno en que nuestros cuerpos se fundieron en uno solo, me quedé dormido. Me da vergüenza confesarlo, pero fue así. Aquel momento resultó como una liberación del lastre que arrastraba conmigo y después de muchos años por fin pude dormir una noche entera de un tirón, sin sobresaltos ni  pesadil  pesa dillas, las, tra tranquil nquilo, o, com o un bebé bebé.. Lamentablemente, ala sobre despertar ellalaya estaba allí. dej ando dejando una una eescueta scueta not nota la m mesil esill quenodec decía: ía: grac gracias ias Se ppor or había querermarchado ser par parte te de mí. No entendía la razón de su huida, pero era eso precisamente lo que más me atraía de ella, que era impredecible, enigmática. Con Lola los planes sobraban porque su vida era ya de por sí pura improvisación. No en vano, debo confesar que me encantó pasar la noche con ella y descubrir a oscuras los rincones más íntimos de su cuerpo. Es cierto que no pude verla desnuda porque las sábanas respetaron su timidez, pero al menos recorrí la silueta de su cuerpo con mis manos más de cien veces. Me levanté contento, pero sin ninguna camisa limpia que ponerme. Por lo que tuve queque recurrir usada días días atrás.desde Aunque era loeldecadáver menos,en noPuente podía olvidar habíana una pasado cuatro que eso apareció La Reina, y todo seguía más o menos igual. Lo único que había cambiado respecto al comienzo de la investigación fue mi actitud: había pasado una noche en mi m i cam a ccon on llaa princip principal al so sosp spec echos hosa, a, y eso echa echaba ba al trast trastee la seriedad ccon on llaa que debía afrontar mi trabajo. La primera regla de un buen inspector era no establecer vínculos con los implicados, y yo acababa de hacer todo lo contrario. Entonces entendí el sentido de las palabras que días atrás dijo Ramírez: hay veces en las que que uno no ssabe abe dón dónde de aaca caba ba eell ppol oliicía y com comienz ienzaa eell hhombre ombre.. Cuatro días y solo habíamos averiguado que el culpable era un hombre de unos veintisiete años. Eran muchos días para tan poca información, y el asesino aún andaba suelto, jugando a sus anchas. La Guardia Civil no había encontrado ni un solo rastro sobre el posible paradero de Alejandra. No dejó huellas ni nadie logró verlo, y todo eso convertía al culpable en un auténtico fantasma. Ese maldito transeúnte sabía muy bien lo que hacía y la partida se estaba desarrollando desarroll ando ttal al y com comoo llaa tenía pl planea aneada. da. Aquel día no salí del hostal ni para comer. Me quedé en la habitación repasando mentalmente una y otra vez todo lo sucedido, escuchado y visto. Traté de hacer un esquema en mi cabeza de su modus operandi para obtener el perfil  psicc ológi  psi ológicc o de la per persona sona que e staba sig siguiendo. uiendo. Tenía m uy c lar laroo que e ra a lgui lguiee n trem endame endament ntee ffrío río y ca callcul culador, ador, y qu quee no dej dejaba aba nada al az azar ar.. Durante toda la tarde me estrujé la cabeza tratando de adivinar cuál sería su

siguiente movimiento sobre ese tablero imaginario que había trasladado al actual Camino de Santiago. Si mis deducciones no eran erróneas, todo debía acabar en la catedral de Santiago de Compostela. No albergaba la menor duda de que esa  

era la última casilla, la correspondiente al número sesenta y tres; y tal vez tan solo era cuestión de recorrer el Camino en sentido inverso para cruzarse con él. Pero entonces, si hacía eso, él continuaría con sus macabros sacrificios hasta nuestro punto de encuentro. No podía asumir tantos riesgos. Debía buscar el modo de atraparlo antes de que hubiese más víctimas; el problema era que no sabía cómo hacerlo. De repente sonó el en móvil. Lo tenía guardado el bolsillo de mi cazadora, colgada en una percha junto a la puerta de entrada. No tenía muchas ganas de levantarme de la cama, pero debía atender la llamada. Podía tratarse de Ramírez y que hubiese averiguado algo más sobre ese Camino de las Ocas que le tenía fascinado; o aún mejor, que fuese Ester, tal vez había recapacitado y llamaba para aceptar mi invitación de compartir un cigarrillo a medias. Incluso por unos momentos pensé que podía ser  Lola para disculparse por haberse ido sin despedirse y explicarme el significado de la nota que dejó en la mesilla. En un breve segundo barajé un montón de  posibil  posi bilidade idades, s, m a s ningun ningunaa de e ll llaa s fue a c er ertada tada.. De Desaf safortunada ortunadam m e nte no e ra ningun ninguno o de e ll llos.  —Dígam eos. —conte —contesté sté aall ver un núm númee ro de desconoc sconocido ido en la pa pantalla ntalla de dell m móvil óvil..  —Hola, com pa pañer ñeroo —esc —escuché uché dec decir ir a una voz lej a na. P a re recc ía que quien llam aba se encont encontraba raba fuera de cobertu cobertura. ra.  —¿Ram  —¿ Ramíre írezz, e re ress tú? —pr —pregunté egunté.. Aunque fue fuese se vaga vagam m ente ente,, a pre precc ié que la voz era de un ho hom m bre.  —Esperaba  —Esper aba un adve adversa rsario rio m mej ej or or.. Me eestá stá poniendo las ccosas osas m muy uy fá fáciles. ciles.  —¿Quién  —¿ Quién eere res? s? —ins —insist istíí desc desconce oncerta rtado, do, sin sin re recc onoce onocerr aall dueño de la voz voz..  —Soy  —S oy quien le roba r oba eell ssueño. ueño. Aquella simple contestación bastó para que intuyera que quien había al otro lado del teléfono era el individuo que andaba buscando. Su forma de hablar fue suficiente presentación para saber que estaba hablando con el transeúnte.  —¡Maldi  —¡Ma ldito to c abr abrón! ón! ¿Dónde está Alej andr andra? a? —le pre pregunté gunté ca cabre breaa do, fur furioso ioso  por haber ha berse se aatre trevido vido a ll llaa m a rm e.  —Sii quie  —S quiere re sabe saberlo rlo solam solamee nte debe ll llee gar c on vida a l ffinal inal del re reto. to. P Proc rocure ure ganarmee y la cchi ganarm hica ca qu quedará edará libre.  —¡Suéltala! No eess m más ás que una niña niña..  —No cre cr e a , insp inspee ctor ctor.. De Deber bería ía ver verla la desnuda desnuda.. Sus pec pechos hos son her herm m osos y sonrosados como un capullo en flor. Aunque… gimió como una furcia cuando la hice hice m ía.  —¡Comoo le ha  —¡Com hayy a s puesto un dedo eencim ncimaa j uro que te m a tar taréé ! —gr —grit itéé .  —Sii hubiese hec  —S hecho ho bien su tra trabaj baj o a e lla lla no le habr habría ía ocur ocurrido rido nada nada.. ¿Ta n

difícil le resulta seguir un recorrido trazado hace miles de años? Hasta un niño lo haría mejor que usted.  —Da la ccar ara, a, ccobar obarde. de. V Ven en a por m í si te aatre treve vess —l —lee desa desafié fié..  

 —P uedo  —Pue do ser c ualquier c osa m e nos un ccobar obarde. de. Solo lo loss eelegidos, legidos, los valiente valientess de verdad, son capaces de iniciarse en el juego de la oca. ¿Cree que fue fácil cargar con ese cerdo a cuestas desde un puente a otro sin ser visto? Muy pocos se atreverían atrever ían a ca cam m in inar ar con un fiam fiambre bre a las espald espaldas as durant durantee siet sietee noches ca cam m po a través.  —Ese j uego no eess m más ás que un viej o rrit itoo olvidado eenn eell ti tiem em po. Rec Recorr orree rlo no te llevará a ningún jardín delque Edén, a lare cárcel.  —¿Cárc  —¿ Cárcel? el? Com Comprue pruebo bo andasino m uy retra trasado sado —se m ofó—. La ca casil silla la de La Cárcel Cárc el hac hacee tiem iempo po qu quee quedó atrás y ust usted aaún ún anda tratando iinút nútil ilm m ente de resolver lo que ocurrió en La Posada. Me está decepcionando, inspector. Esperaba más de usted —dicho esto, colgó. Ese bastardo se había atrevido a llamarme, a retarme para que continuase con un absurdo juego en el que nunca quise participar. Pero si creía que iba a salirse con la suya, estaba equivocado. Llamé a Horneros para que intentara localizar la llamada, su número de teléfono había quedado grabado en mi móvil  tal vez podrían identificarlo. Acto seguido, contacté con Ramírez y le pedí que  pre  prepar paraa se ladonde m ale aleta taelporque nos mjefe a rc rchába hábam m os inm inme e diatam ente a Bu Burgos. Era de la localidad inspector Lasarte había montado el rgos. centro operaciones, en el entresuelo de un edificio que había justo enfrente de la comisaría. Según él, era la ciudad idónea porque quedaba en el punto medio del camino francés, y desde allí se podía cubrir de forma rápida y efectiva el tramo que comprendía desde Roncesvalles hasta Compostela. Parecía que por fin alguien había tenido en cuenta mi opinión y avalaba mi teoría de que todo se limitaba a un macabro juego que ahora, en la actualidad, algúnn dem algú demente ente trataba de re recupera cuperarr y pon poner er en vigor vigor.. Por ell ello, o, llaa Brig Brigada ada Central de Investigación —BCI— había movilizado un número importante de agentes rurales de la Guardia Civil y dispuesto dos helicópteros del Cuerpo Nacional de Policía que a diario sobrevolaban el recorrido. La complicada orografía del terreno y la gran cantidad de kilómetros que cubrir hacían que el itinerario fuese  práctica  prá cticam m ente im imposi posible ble de controla controlarr en su tot totalidad, alidad, per peroo al m e nos lo esta estaban ban intentando; además, contaban con el problema añadido de que querían hacerlo sin alarmar a los peregrinos. Se estaba actuando con suma cautela, tanta que los agentes de a pie iban vestidos de paisano y procuraban mezclarse entre los caminantes.  —Me a legr legraa que re recc onsi onsider deraa ra m i ver versió siónn de los hec hechos hos —le agr agraa dec decíí a Lasarte.  —Nadie  —Na die m e ha re regala galado do nunca nada nada,, y si llogré ogré ac accc ede ederr aall cargo ca rgo de inspec inspector  tor  efe del BCI, fue porque siempre procuré enfocar las investigaciones desde todos

lo loss puntos puntos de vis vista ta posi posibl bles. es. Y aahora hora no iiba ba a hac hacer er lo contra contrario. rio.  —Pue  —P ues, s, en un princ principi ipio, o, re recr crim iminó inó mis suposic suposic iones —le re recc ordé ordé..  —Está m uy e quivoca quivocado, do, inspec inspector tor Mor Moret. et. Lo que re realm alm ente no m e gust gustóó ffue ue  

que usted solo apostara por esa opción. Le dije que procurara tener una visión de la investigación mucho más amplia, y no se obsesionara. Debe aprender a involucrarse lo justo, y si en algún momento intuye que el caso que lleva entre manos está influyendo en su vida, déjelo. Créame, es la única forma de afrontar  con éxito éxito este trabaj o. Lasarte tení teníaa razó razón. n. Y pre precis cisam am ente por eeso so no creí cconv onvenient enientee cont contar arle le que había recibido una llamada del supuesto Bastante marrón era a haberme acostado con eltelefónica único testigo que habíaasesino. podido verle la cara. En fin, lo hecho, hecho estaba y, como bien decía el inspector Lasarte, lo mejor era mirar siempre hacia adelante e intentar dedicarme al cien por cien a capturar al culpable. No me quedaba otra opción, porque de lo contrario los remordimientos acabarían conmigo. Sin embargo, la suerte parecía no querer estar de mi lado y ninguno de mis intentos por avanzar en la investigación fructificaba. El comisario Horneros no  pudo loc localiz alizar ar la llam llamaa da por porque que quie quienn conta contactó ctó cconm onmigo igo lloo había he hecho cho de desde sde un móvil de tarjeta prepago. Era imposible identificar al propietario que la había adquirido puesto era guiente, necesarioe se presentar tipoono de documentación  par  para a c om ompra prarla rla;; que por noc onsi onsiguiente, núm númee roningún de teléf teléfono podía ser de cualquiera.  —Taa l vez no debe  —T debería ría pre preguntárse guntárselo, lo, per pero… o… ¿qué fue lo que le hiz hizoo recons rec onsid idera erarr m i teoría? teoría? —l —lee pregunt preguntéé a Lasarte.  —No resul re sultó tó m uy com pli plica cado do ccontra ontrastarla starla.. Llam é a l ccaa pellán de la ca catedr tedraa l de Burgos y le pregunté qué sabía al respecto.  —¿Y?  —¿ Y?  —Raa ti  —R tific ficóó lo que m e ha había bía conta contado do usted. Según é l, el orige origenn de los a ños acobeos se encuentra en la decisión tomada por el papa Calixto II en 1126 para oficializar lo que era una de las realidades religiosas más importantes de la Europa medieval: la afluencia masiva de peregrinos, procedentes de los más apartados lugares del orbe cristiano, a la tumba de uno de los apóstoles que acompañaron a Jesucristo. La Iglesia estableció entonces que concedería indulgencia plenaria —el perdón de las penas temporales de todos los pecados cometidos hasta ese momento— a aquellos peregrinos que llegasen para orar  ante la tumba del apóstol, la cual estaba ubicada en el finis terrae, que era la Galicia de la Edad Media. Para ello se consideró que el Camino discurriese por  una antigua ruta por la que en otros tiempos transitaron los druidas y que llegaba hasta el borde del mar, algo más allá del sitio donde está ubicada la actual tumba del apóst a póstol ol S Santiago. antiago.  —¿Y  —¿ Y sobre la oc oca, a, no le dij dijoo nada nada?? —m —mee inter interee sé.

Lasarte tomó aire.  —¿Cu  —¿ Cuáá ntas c asill asillaa s tiene el j uego de la oca oca?? —m —mee pre preguntó, guntó, sabie sabiendo ndo que le contestaría cont estaría in inm m ediat ediatam am ente.  

 —Se senta y tre  —Se tress —respondí —re spondí,, sin e ntende ntenderr la ra razzón de su pr pregunta egunta..  —Ese es eell núm númee ro eexac xacto to de vidrie vidriera rass que hay en la ccaa tedr tedral al de Sa nti ntiago ago de Com ompos postela tela —a —afirm firm ó ccon on rotund rotundidad—. idad—. ¿¿S Sabe lo qu quee eso sign signifi ifica ca??  Negué  Ne gué en sil silenc encio, io, e sper speraa ndo que é l m ismo re respondi spondiee se y m e sac sacaa ra de dudas.  —La c a tedr tedral al es en sí un tabler tableroo ale alegórico górico de dell j uego de la oca oca,, en donde e l  punto pa rtida se e ncontra ncontraría ría e n su m misma isma e ntra ntrada, da, en eell conoc conocido ido Pór Pórti ticc o de la Gloria.de partida  —¡Noo m  —¡N mee lo pue puedo do cr cree eer! r! —exc —exclam lam ó R Raa m íre írezz.  —Séé que par  —S parec ecee sac sacaa do de una novela novela,, per peroo e s aasí. sí. So Sobre bre e l pórti pór tico, co, j usto aall lado de la escultura que representa a Dios, además de los veinticuatro ancianos y los doce apóstoles, aparece la figura de una oca. En un principio no tiene ningún sentido que se encuentre esa ave a la derecha de Dios, precisamente en el lugar  m ás pr priv ivil ilegiado egiado del univ univer erso so mís m ísti tico co ccrist ristiano, iano, pero lo cie cierto rto es que está. Y desde allí se comienza un camino secreto por el interior del templo. Era costumbre que en muchas catedrales góticas hubiese laberintos grabados en sus losas, lo que ocurre que en casi todas la por Iglesia eliminó ocultaban a sabiendasmensajes de que aquelloses símbolos empleados los católica maestrosloscanteros esotéricos.  —¡Es incr increíble! eíble! —com enté m ira irando ndo a Ram Ramíre írezz, e l c ual par paree cía tan so sorpre rprendi ndido do como y o.  —¿Quier  —¿ Quieree n e scuc scuchar har a lgo m á s? —nos pre preguntó guntó La Lasar sarte te m ientra ientrass c ogía un dosier dos ier que había sobre su m esa—. esa —. Según Según se rrec ecoge oge eenn el Có Códice dice Calix Calixti tino, no, llaa gra grann catedral se levantó sobre otras edificaciones anteriores y su construcción estuvo marcada por un gran simbolismo que, hasta hoy, nadie ha logrado descifrar. En el documento se revela que la catedral está incomprensiblemente condicionada a un número.  —Al nueve —pre —predij dijee eenn voz a lt ltaa .  —Así e s, ins inspec pector tor More Moret.t. Nue Nueve ve son sus nave naves, s, las c uale ualess se encuentra enc uentrann separadas por sesenta y tres pilares; y como anteriormente le comenté, su interior está iluminado por sesenta y tres enormes vidrieras, con nueve capillas y otros tantos coros, y nueve eran también las torres previstas que debían sujetar el templo. Ram íre rezz y y o no noss qu quedam edam os pper erpl plej ej os al escuchar todo aquell aquello. o. De ser así así,, se ratificaba que desde siglos atrás se venía realizando ese extraño ritual en el que ahora nos encontrábamos inmersos. Y ante esa evidencia, nadie podía quitarme la raz ra zón por cóm o af afronté ronté la investi investigac gació iónn desde un princip principio io..  —Y ustedes, ustede s, ¿¿qué qué ha hann ave averigua riguado? do? —nos pre preguntó guntó Lasar Lasarte. te.

 —Que lam e ntablem ente esta no e s la prim primee ra vez que ocur ocurre re.. El c om omisario isario Horneros está tratando de contrastar una serie de asesinatos que fueron  perpetr  per petraa dos e n e l año 1965 que guar guarda dann m ucha similit similitud ud con los a c ae aecidos cidos  

actualmente.  —¿Qué  —¿ Qué quier quieree de decc ir? —pre —preguntó guntó ssorpr orpree ndido.  —Es evidente. e vidente. Cada tre tress déca dé cadas das y c oincidiendo ccon on un aaño ño j ac acobeo, obeo, a lgui lguiee n adopta el papel del transeúnte y recorre el olvidado Camino de la Oca, cumpliendo una serie de sacrificios que si logra superar le harán merecedor de entrar a formar parte de una antigua logia de peregrinos paganos. El asesino sería el primera ejugador de ll ritual nosotros, policía, perseguidores. El  problem s que nos lleeste e va m ucha yventa ventaj j a . Halalibra librado do consuséxito las prue pruebas bas de Los Puentes y La Posada, y es probable que mientras nosotros estamos aquí  perdiendo  per diendo eell tiem tiem po, él ha hayy a m ovido ficha de nue nuevo. vo.  —¿Y  —¿ Y c uál ser sería ía la sigu siguiente iente prue prueba? ba? —se int intee re resó só La Lasar sarte, te, visibl visiblee m ente  preocupa  pre ocupado. do.  —Los Da Dados, dos, per peroo segur seguroo que y a los ha super superaa do. De Desde sde que em pezó el uego vamos siempre varios pasos por detrás de él, y tal vez deberíamos comenzar a plantearnos dónde podría estar ubicada la próxima prueba, la que corresponde a la casilla de La Cárcel —sugerí—. Puede que allí encontremos algún rastro que seguir.  —Estoy de a cue cuerdo. rdo. Bus Buscc ar aree m os e n lo que re resta sta de re recor corrido rido hasta Compost ompostela ela aallgun gunaa ciud ciudad ad que pueda enca encajj ar con esa descripci descripción. ón. Pond Pondré ré a todo todo el personal del que dispongo a trabajar en ello.  —¿Nos  —¿ Nos podrían fa facilit cilitaa r un ve vehículo? hículo? Si no tie tie ne ningún inconve inconveniente, niente, m e gust gu staría aría ac acerc ercarm arm e con m mii co com m pañero a llaa ccatedral atedral..  —Delo  —De lo por hec hecho. ho.

 

2 6  D e dado… dado…

Ramírez y yo nos fuimos directamente a ver al capellán de la catedral de Burgos; si estaba al tanto de la existencia del antiguo Camino quizá podría ayudarnos. Cuando estuvimos ante la fachada de aquel templo nos quedamos alucinados. Parecía increíble que la mano del hombre hubiese podido levantar semejante maravilla. Nunca fui un enamorado de la arquitectura ni nada parecido, pero durante unos segundos permanecí hipnotizado delante de aquella descomunal construcción. Mis ojos quedaron atrapados por sus dos impresionantes torres repujadas en piedra, tan altas que parecían arañar el mismísimo cielo con sus afiladas agujas terminadas en punta. Aquello resultaba increíble. Ante mí tenía cientos de toneladas de piedra colocadas milimétricamente unas sobre otras. La talla pétrea jugueteaba haciendo caprichosas formas y dotándolas de una elegancia tan especial que rozaba lo sublime. Así, absortos por su majestuosidad, entramos al templo y nos dirigimos a la sacristía, don sacristía, donde de nos espera esperaba ba eell padre Am Ambros brosio io em embos bosca cado do entre un m ont ontón ón de libros antiguos.  —Ustedess dirá  —Ustede dirán. n. ¿En qué puedo a y udar udarles? les? —nos dij dijoo aall eescuc scuchar harnos nos entra e ntrar, r, sin mirarnos siquiera. Su atención la captaban unos cuantos libros abiertos sobre la m esa de su escr escriito torio rio..  —Vee rá,  —V rá , la ver verdad dad es que no sabe sabem m os por dónde em pezar —le dij dijee sin de dejj ar  de m irar de un llado ado a otro. otro. S Sii la la fa fachada chada del ttem em plo plo er eraa extraordinaria, extraordinaria, su iint nter erio ior  r  no tenía nada que envidiarle.  —Supongo  —S upongo que quiere quierenn m á s inform ac ación ión sobre ese a nti ntiguo guo c a m ino y e l transeúnte, pero yo ya le dije al inspector Lasarte todo lo que sabía —apuntó sin levantar la mirada.  —No se pre preocupe ocupe,, padr padre. e. En re realidad alidad hem os ve venido nido a ver verlo lo par paraa que nos ayude a localizar algún lugar cercano a Burgos que pueda encajar con dos arcos desnudos o dos torres. Creemos que puede ser el siguiente punto donde actúe ese desalmado. ¿Le sugiere algo esa descripción? —le pregunté. Entonces cerró el libro que tenía entre manos y se quedó pensativo.  —La ver verdad dad e s que a sí, con tan pocos datos…, no se m e ocur ocurre re nada. nada . Lo siento.  —¿No  —¿ No le recue re cuerda rda a a lgún lugar seña señalado lado en e l Cam Camino ino de Santiago? Un albergue alber gue o un tem templ ploo que sea importa important ntee pa para ra los los pere peregrinos grinos —i —insi nsist stió ió R Ram am írez írez..

 —No, no se m e ocur ocurre re ningun ningunoo —m —maa sculló a ca caric riciando iando su per peril illa—. la—. La siguiente parada que suelen hacer los peregrinos tras abandonar la ciudad es Castrojeriz, un pequeño pueblo que hay al salir de Burgos en dirección a León,  peroo que y o recue  per re cuerde rde,, allí no hay nada que e nca ncajj e c on esa desc descripc ripción. ión. No  

obstant obs tantee est estáá m uy ce cerc rca, a, si qu quieren ieren los ppuedo uedo ac acom ompañar pañar —s —sugi ugirió. rió. Com omoo er eraa lógi ógico, co, aace cept ptam am os el ofrec ofrecimient imientoo del padre Am Ambros brosio io ssin in ppensarlo ensarlo  nos marchamos a Castrojeriz. En ese momento, no teníamos nada mejor que hacerr y nos pare hace pareció ció iint nter eresante esante la propu propuest estaa de aaquel quel cl clérigo érigo de aire m ister sterio ioso so.. Durante el viaje, nos explicó que esa pequeña localidad fue en el Medievo la segunda localidad burgalesa más importante del Camino, pero que ahora, con el  paso del l ti tieeon m em po, igrando había perdido su esple esplendor yla se había bía despoblado. Sus gentes gent esde fuer fueron emig randoper a ladido gra granntodo ciu ciudad dad hast hastaandor dej ar arla ca casi siha abandonada.  No ha había bía m ucho trá tráfic ficoo a quella tar tarde, de, y pa para ralelo lelo a la c ar arre reter teraa por donde circulábamos, discurría un sendero en el que esporádicamente aparecía algún que otro grupo de peregrinos cargados con mochilas. Yo no pude evitar fijarme en cada uno de ellos, sobre todo en los que transitaban en solitario. Los fui mirando fijamente a la cara, intentando encontrar algún gesto que me hiciese recordar al falso periodista que se cruzó conmigo en la plaza de Logroño. Los observé uno a uno, con el corazón en vilo y esperando reconocerlo, pero ninguno de ell e llos os me resul re sultó tó fam il iliar iar..  —Caa si ttodos  —C odos llleva levann un bastón —obs —obsee rvó Ram íre írezz m ientra ientrass conduc conducía. ía.  —El ba bast stón ón te lo e ntre ntrega ga e l propio c a m ino —dij —dijoo e l padr padree Am brosio—. El Cam in inoo es com comoo llaa vid vidaa m is ism m a, debem os bbus usca carr si siem em pre un pun punto to don donde de aapoy poyar  ar  nuestros nuest ros m iedos iedos.. Aquel comentario refrescó en mi mente las palabras de la vieja Margot. En nuestro último encuentro hizo alusión a que en el transcurso de la investigación  perder  per dería ía m i ba bastón stón,, per peroo debo c onfe onfesar sar que no ente entendí ndí qué quis quisoo de decir cir c on ello. Las dos veces que tuve la oportunidad de hablar con aquella anciana nuestros diálogos resultaron un tanto incoherentes, y mientras yo trataba inútilmente de sonsacarle algunas pinceladas de información, ella se obsesionaba por ahondar  más en mi antigua amistad con Berto. Cada uno hablábamos sobre un tema completamente diferente al del otro. Y todavía hoy, después de tanto tiempo, aún me pregunto por qué le abrí el baúl de mis recuerdos sin apenas conocerla. Fui un idiota, no tenía que haberle contado nada de mi pasado, pero, aunque parezca incom ncomprensi prensibl ble, e, m e sent sentíía bien bien hac haciénd iéndol olo. o. El re regl glam am ento ppol olici icial al er eraa m uy claro al respecto: no se debía intimar con ningún contacto o fuente de información;  pero,  per o, e n realidad, re alidad, si lo pe pensaba nsaba de detenidam tenidam e nte, ella er eraa lo m ás par parec ecido ido a un sacerdote. Estaba convencido de que lo que hablábamos quedaba entre nosotros  porque ella no tenía tra trato to con c on nadie y no podía conta contarlo. rlo. Ade Adem m ás, su soleda soledadd no era muy distinta a la mía. La única diferencia era que a ella la había llevado a la locura, a una paranoia que probablemente estaba esperándome a mí a la vuelta

de la esquina. El esplendor de Burgos quedó muy pronto atrás, y apenas unos cuantos kil ilóm ómetros etros después, pasa pasam m os jjunt untoo a los re rest stos os de una antig antigua ua iglesi iglesiaa aba abandon ndonada ada.. Sus altos muros aún se empeñaban en mantenerse en pie, pero su techumbre  

había de había desapare saparecido cido con el paso ddel el ttiem iempo po y er eraa eell ci cielo elo el qque ue hac hacíía las vece vecess de tejado. Resultaba curioso porque la propia carretera atravesaba sus ruinas y lo que antaño fue un majestuoso lugar de culto, ahora era una lengua de asfalto negro y frío, la que se colaba sin contemplaciones bajo sus arcos ojivales de  piedra dora dorada da.. Ramírez continuó conduciendo. Apenas faltaban un par de kilómetros para llegar presidía lais cumbre queosabrigaba Castrojeriz se podía ver en ylaellejcastillo anía. S Sin inque em embargo, bargo, m mis pensam pensamient ientos ssee habí habían an quedado aatya tra rapados pados en esas viejas ruinas que acabábamos de sobrepasar, y era precisamente ese magnetismo que solo unos centenarios muros de piedra poseen lo que me hizo mirar hacia atrás por la ventanilla trasera del coche. Fue entonces cuando pude apreciar apre ciar ccómo ómo se perdían en llaa dis distancia tancia do doss enorme enormess arcos de pi piedra edra..  —¡Dee tén eell coc  —¡D coche, he, Ram íre írezz! —le pe pedí. dí.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re?? —pre —preguntó guntó ttra ratando tando de a par parca carr eenn la cuneta c uneta..  —Paa dre  —P dre,, ¿¿qué qué son eesas sas rruinas uinas que he hem m os dej ado aatrá trás? s?  —Una antigua ccongre ongregac gación ión de aantoni ntoniaa nos. ¿¿P P or qué qué??  —Pee ro ¿cóm  —P ¿cómoo se llam llamaa ba la igl iglee sia? ¿Cuál er eraa su nom nombre bre??  —No es e s una iglesia, hij hijo. o. Es lo qque ue que queda da de dell conve convento nto de S Saa n Antón.  —¡Ese es el lugar que busca buscam m os! —ase —aseguré guré tra trass esc escucha ucharr e l nom nombre bre de dell templo—. Ramírez, ¿recuerdas lo que decía tu libro sobre la prueba de Los Dados Da dos?? Dos arc arcos os desnu desnudos dos iindi ndica cará ránn el próximo lugar, aall igual igual que eell no nom m bre de la última casilla indicará la siguiente jugada. Y esas ruinas se llaman igual que el albergue donde desapareció Alejandra. El convento de San Antonio de Villafranca fue la última casilla en la que actuó el transeúnte. Y este templo que hemos dejado atrás tiene el mismo nombre.  —Sí,í, podría ser —com entó sin m ucho conve  —S convencim ncim iento—. Ec Echem hem os un vistazo. Ram íre rezz di dioo llaa vuelt vueltaa y nos ac acer erca cam m os. os.

 

2 7  … a dado 

Llegamos hasta la ruinas y aparcamos el vehículo en un lateral, en lo que  parec  par ecía ía se serr una de la lass ca capil pillas las del de desapa sapare recido cido cconvento. onvento. Y aacto cto seguido, ccuando uando apenas habíamos puesto un pie fuera del coche, se presentó por allí un ermitaño con cara car a de pocos am amig igos os..  —Podían  —P odían ha habe berr aapar parcc ado ffuer uera. a. E Esta sta eess la ccasa asa de D Dios ios —nos re recc rim riminó. inó.  —Querr  —Que rráá dec decir ir « e ra ra»» —com entó Ram Ramíre írezz sonriendo.  —¡Saque su sucio coc coche he de a quí! —re —respondi spondióó e xaltado y leva levantando ntando un cay ado qu quee llevaba eenn su m ano. Ante el enojo de aquel extraño, le aconsejé a mi compañero que hiciese caso a su petición. No sabíamos quién era, pero parecía que no estaba muy cuerdo. Vestía una sotana remendada y la dejadez de sus barbas le hacía parecer un náufrago.  —Disculpe, no er eraa nuestra int intee nción m olestar —m —mee e xcusé de for form ma  prudente;  prude nte; int intenta entando ndo que se ca calm lmaa ra ra..  —¡Quít  —¡Q uítee se los zzapa apatos! tos! —m —mee pidió.  —¿Có  —¿ Cóm m o?  —Jesús iba desca de scalz lzo, o, y esta es su ccaa sa —a —afirm firm ó.  —Pee ro…  —P  —Hágale  —Há gale c a so —m —mee ac aconsej onsej ó sonriendo e l padr padree Am brosio m ientra ientrass se descalzaba descalz aba tam tambi bién. én.  No entendía e ntendía na nada, da, pe pero ro obe obedec decí.í.  —¡Bienvenidos  —¡Bienve nidos sea seann a la c asa del Señor eñor!! —exc —exclam lam ó a quel estra estram m bóti bóticc o  personaj  per sonaj e c on los bra brazzos aabier biertos tos y m ira irando ndo al a l ccielo—. ielo—. Cuánto tie tie m po sin ve verlo, rlo,  padree Am brosio —l  padr —loo saludó, dando m uestra uestrass de que se cconocía onocían. n.  —Sí,í, últ  —S últim imam am e nte salgo m uy poco. Se r c a pellán de la c ate atedra drall a bsorbe c asi to todo do mi m i tiem tiempo. po.  —¿En  —¿ En qué pue puedo do ay udar udarles? les? —nos preguntó eenn un to tono no m máá s cor cordial. dial.  —Este señor que m e ac acom ompaña paña e s ins inspec pector tor de poli policc ía —m —mee pre presentó sentó e l religioso.  —Yaa le dij  —Y dijee a l aalca lcalde lde que no pie pienso nso pa pagar gar im impuestos puestos por porque que no pose poseoo na nada, da, ni bienes ni dinero, solo tengo esta ropa que llevo puesta —contestó con resignación, como si no fuese la primera vez que venían a buscarlo por ese motivo.  —Tranquil  —Tra nquilo, o, no es e se el a sunt suntoo que nos ocupa —le tra tranquil nquiliz izóó e l padr padree

Ambrosio—. El inspector Moret simplemente quiere echar una ojeada al convento.  —Poc  —P ocoo queda y a que ver ver… … —se lam e ntó—. ¿Y qué e s lo que busca busca,, señor  inspector?  

 —P istaa s.  —Pist  —¿P  —¿ P ist istaa s, señor inspec inspector? tor?  —Sí.í.  —S  —¿Y  —¿ Y no puede ser m ás eexplí xplícito? cito?  —Busco  —B usco unos dados o aalgo lgo que se les le s ase asem m e j e. Al escuchar aquell aquello, o, el hhom ombre bre ccam am bió bió el gest gesto. o.  —¿Le  —¿ Le ocurre re busc a lgo?a ,—pre —pregunté.  —S  —Sé é a ocur quién busca señorgunté. inspec inspector tor —a —afirm firm ó pe pesar saroso—. oso—. Y le a segur seguroo que si hubiese hubi ese pasado por aaquí quí lloo ha habría bría vist visto. o.  —¿A  —¿ A quién se rref efier ieree ? —ins —insist istí,í, hac haciéndom iéndomee eell ingenuo. ingenuo.  —No se haga ha ga eell tonto, tonto, sseñor eñor ins inspec pector tor.. Usted busca al tra transeúnte. nseúnte.  —¿Y  —¿ Y ccóm ómoo lo ssaa be? —pregunté —pregunté,, eextra xtrañado ñado de que eestu stuviese viese al tanto.  —No hay nada que y o no sepa sobre e l Cam Camino, ino, lo bueno y lo m alo. Todo  paraíso  par aíso ti tiene ene sus de dem m onios onios,, y e se tra transeúnte nseúnte e s e l pe pere regrino grino del m al, el e nviado de Satanás. Ha comenzado otra vez el juego de la oca, ¿verdad? Intuía que este año santo volver volvería ía a re resurgi surgirr de sus ce ceni nizzas. Era cierto que aquel hombre tenía pinta de estar algo trastornado, pero había oído hablar del juego y de su asesino, y eso me ahorraba un montón de explicaciones.  —¿No  —¿ No ha vist vistoo a na nadie die eextra xtraño ño últ últim imaa m ente ente??  —Caa si todos los que pasa  —C pasann por aquí son e xtra xtraños. ños. Cada per peregr egrino ino lle lle va su  propio calvar ca lvario io a ccuesta uestas. s.  —Entonces,  —Entonce s, ¿¿por por qué está ta tann segur seguroo de que no ha pa pasado sado por aquí?  —Tee ngo por c ost  —T ostum umbre bre leva levantar ntarm m e ante antess de que a m a nezca nezca.. Sé que e sa es la hora preferida de ese desgraciado y no quiero que me coja desprevenido. Preparo las alacenas y ordeño las cabras. Me gusta ofrecer un buen vaso de leche a los peregrinos que se quedan a pasar lo noche conmigo. Es la mejor  m anera de reem prend prender er eell Cam ino po porr llaa m añana.  —¿P  —¿ P er ernocta noctann aquí?  —Sí,í, en e sas habitac  —S habitaciones iones —dij —dijoo seña señalando lando un par de cha cham m izos izos construidos entre las ruinas con unas cuantas cañas y plásticos—. Hay doce catres. Es poco lo que puedo ofrecerles, pero tras una larga jornada andando cargado con una mochila puede parecer un palacio. De improviso escuchamos a Ramírez gritar, pidiendo que nos acercásemos urgentemente a donde él estaba. Se encontraba afuera, junto al coche, bajo los dos grandes arcos de piedra que precedían a lo que antaño fue la puerta de entrada al a l tem tem pl plo. o.

  ¿Qué ¿Qué ocur ocurre re?? le dij dijee tra trass ac acer erca carm rm e cor corrie riendo, ndo, sin aapena penass tie tie m po par paraa recuperar rec uperar el ali aliento ento..  —¡Mira eso de ahí! —m —mee indi indicc ó exa exalt ltado. ado. Junto a la entrada había como dos huecos cuadrados sobre la pared, y al  

verlos supe enseguida que representaban Los Dados que andábamos buscando; no había duda, su interior en forma de cubo así lo indicaba. Pero eso no fue lo que alertó a mi compañero. En aquellas alacenas aparecía una nota y una  pequeña  peque ña c aj a de m a der deraa m a ncha nchada da de sangr sangree . Con la ay uda de un pa pañuelo ñuelo ccogí ogí con cuidado el trozo de papel; no quería que mis huellas contaminaran aquel hallazgo. Al hacerlo, lo primero que observé fue que el tipo de letra coincidía con la nota que en el bolsillo de Lola, aunque este sedopresentaba en de unlacolor colo r rroj ojoo encontré in intens tenso; o; ddesgrac esgraciadam iadamente ente y a est estaba aba adverti advertido de que la escrito sangre de Alejandra sería la que indicaría el camino que seguir, por lo que me tomé muy en serio lo que pudiese venir escrito en aquella nota:  El fue fue go sacro arrancó los ojos de quie quienn lo mir miróó de frente frente.. A cont contin inuación uación,, tomé tomé la ca cajj a. La tapade tapadera ra estaba estaba atada con c on uunn par de ccuerdas uerdas de esparto y, tras deshacer el nudo, la abrí.  —¡Dios  —¡D ios m ío! —exc —exclam lam ó horr horroriz orizado ado eell padre Am brosio al ver su contenido.  —¿Es  —¿ Es lo qque ue pa pare recc e? —pre —preguntó guntó Ram Ramíre írezz.  —Sí,í, cr  —S cree o que eess el oj ojoo de una per persona. sona.  —No puede ser ser.. Yo m ismo m iré las a lac lacena enass e sta m a druga drugada da —dij —dijoo e l ermitaño.  —¿P  —¿ P ar araa qué se usaba usabann estos huec huecos? os? —le pre pregunté, gunté, e xtra xtrañado ñado por que estuviesen en la parte exterior del convento.  —Los antiguos m onj onjee s antonianos dej a ban e n e llos llos com ida y a gua par paraa los  peregr  per egrinos inos.. Y y o, tra tratando tando de c onti ontinuar nuar c on e sa viej a tra tradición, dición, suelo dej ar  alguna pieza de fruta cada mañana.  —El transeúnte transe únte ha debido pa pasar sar despué después. s. Y Y,, de ser a sí, no debe de anda andarr m uy lejos. Llamaremos al inspector jefe para que alerte a los agentes que cubren la zona.  —¿Y  —¿ Y lo dice tan tra tranquil nquilo? o? A alguien le han ar arra ranca ncado do un ojo oj o de cua cuajj o —m e recriminó el ermitaño.  —No se a lt ltee re re,, a m igo. N Noo podem os hac hacee r nada m á s. L Lleva levare rem m os la c a j a al laboratorio para que la examinen, tal vez con un poco de suerte encuentren alguna huella.  —¿Y  —¿ Y e se oj ojo? o? ¿De quién puede ser ser?? —pre —preguntó guntó el padr padree Am brosio  persig  per signá nándose. ndose.  —No lo sé, pero pe ro eesper speroo que no se seaa de la cchica hica que ha de desapa sapare recc ido. Como hasta que no llegara el grupo del BCI no podíamos abandonar el lugar  del hallazgo, decidimos que yo los esperaría allí mientras Ramírez regresaba a Burgos con el ca capellán. pellán.

En la espera, el ermitaño se sentó en el suelo apoyando su espalda sobre un tabique de cemento que cegaba lo que tiempo atrás fue la entrada principal del templo; cerró los ojos y se puso a hablar solo, en voz baja.  —¿S  —¿ Se enc encuentr uentraa bie bien? n? —m —mee pr preoc eocupé. upé.  

P ero er o él no re respo spondi ndió. ó. Alz Alzóó la vis vista ta ee,, in inesper esperada adam m ente, se pus pusoo a gr grit itar ar.. Yo no ssupe upe qué hace hacerr y m e quedé in inm m óvi óvil,l, oobs bser ervando vando cómo gesti gesticulaba culaba y se daba cabezazos contra la pared que tenía tras de sí. Después, del mismo modo quee se alt qu alteró, eró, ssee ccalmó almó y m e m iró.  —Ese m aldito bbaa stardo ha re reaviva avivado do el fue fuego go sac sacro ro —a —afirm firm ó.  —Pee rdone  —P rdone,, per peroo no sé de qué m e habla habla.. m al de Sa n gangrenosa, Antón: eell ffuego uego sacro. ro. ¿No ahalaoído hablar ha blar l? S See tra trataba taba de  —El una enfermedad muysac parecida lepra, que de se éextendió por  toda Europa en los siglos X y XI. Solamente los monjes antonianos, mediante un compl com plej ej o ri rito to esot esotér érico, ico, lograban cura curarr a los infe infectados ctados.. La m may ay oría de las las vece vecess había que amputar un brazo o una pierna para poder sanarlos, o incluso varios de sus dedos, pero sac sacar ar un ojo… ¡Nunca ¡ Nunca se hiz hizoo tal cosa! —gritó.  —¿Y  —¿ Y por qué se aalt ltee ra ra?? —le pre pregunté. gunté.  —¿No  —¿ No lo ve? ¿No lo ve? —continuó exa exalt ltaa do—. El tra transeúnte nseúnte e stá a c tuando como el macho de la manada, como un ganso que corteja a la hembra. Por eso le ha arrancado un ojo. Su víctima será la madre del polluelo, la que le dé un  prim ogénito.  primogénito. Aquella afirmación erizó hasta el último vello de mi piel. Las tripas comenzaron de repente a estrujarse sobre sí mismas formando un nudo en mi  barriga  bar riga que m e hiz hizoo re retorc torcee rm e de dolor dolor.. Los ner nervios vios se apode apodera raron ron repentinamente de mí, y sin que pudiese hacer nada por evitarlo, comencé a vomitar. No me pude reprimir, un sudor frío recorrió mi frente y dejó helado mi corazón. Aquel viejo loco que me acompañaba aseguraba que el transeúnte, aparte de haber violado a Alejandra, podía haberle arrancado un ojo, y con solo im aginar aginar que pud pudies iesee tener rraz azón ón me ofus ofusca caba. ba. No sabí sabíaa hast hastaa dón dónde de ser seríía ca capaz paz de llegar ese maldito sanguinario para intentar concluir con éxito un juego que ya nadiee re nadi recordaba cordaba,, pero no quería ni iim m agin aginar arlo lo.. El inspector Lasarte no tardó mucho en llegar al lugar y, como era lógico, lo hizo rodeado de una numerosa comitiva de ineptos que creían saberlo todo. Procedieron a inspeccionar el lugar, a tomar fotos y recoger muestras…, mas yo sabía que el despliegue de todo aquel circo inoperante no nos llevaría a ninguna  parte.  par te. P or e so pre prefe ferí rí continuar hac haciendo iendo c om ompañía pañía a l er erm m itaño; itaño; a l par paree ce cerr no estaba tan loco como en un principio creí.  —Háblem  —Há blem e de usted —le pedí. P e nsé que conve conversa rsando ndo con él quiz quizáá se tranquilizaría.  —Poc  —P ocoo tengo par paraa ccontar ontar —suspiró.  —¿A  —¿ A qué se de dedica dicaba ba aantes ntes de se serr pe pere regrino? grino?

 —Era uno de e sos ric ricos os e m pre presar sarios ios que viví vivíaa en Estados Unidos cr cree y endo que no le faltaba de nada, y era precisamente eso, tener una vida propia y sin estrés lo que de verdad añoraba. Unas vacaciones decidí venir a España a recorrer el Camino de Santiago y ya no me pude marchar. Aquí vi la luz.  

Descubrí que la paz que sentía ayudando a los peregrinos me reconfortaba más que cerrar una operación financiera multimillonaria, y desde entonces eso hago. Lo dejé dej é todo y m e in inst stalé alé eenn est estee viej viej o convent conventoo abandonado al qque ue trato de dar  vida. Me encanta imaginar que cada nuevo peregrino que se cruza ante mis ojos es como una gran operación financiera en la que invierto para el futuro. Ellos serán los únicos que podrán dar fe de que un ermitaño entregado a Dios les cedió desinteresadamente cama donde dormir ordeñada, y to todo do ello ellouna si sinn pedi pedir r na nada da a ca cam m bio. bio. y un buen vaso de leche recién  —Viéndolo  —V iéndolo así, re result sultaa bonito.  —Mucho má m á s que bonit bonito. o. Es com o re revivi vivirr eell espíritu espíritu per perdido dido ddee nuestro Señor  Jesucristo Jesuc risto —apuntó orgulloso orgulloso..  —Clar  —C laro, o, c lar laro… o… —ase —asentí ntí.. Cu Cuaa lqui lquier eraa se a tre trevía vía a quit quitar arle le la ra razzón. Cu Cuaa ndo hablaba de rrelig eligión ión sus ojos oj os ssee il ilum uminaban. inaban.  —Nuncaa sospec  —Nunc sospeché hé que usar usaría ía las ala alace cenas nas c om omoo dados. Fue m uy int intee ligente ligente  —afirm  —af irmó. ó.  —¿Y  —¿ Y dónde cr cree ee que puede puedenn esta estarr los sig siguientes uientes dados? —le pre pregunté. gunté. Pensando que tal vez el punto de vista de un chiflado se podría asemejar al de ese asesino de peregrinos que andábamos buscando.  —Bue  —B uena na pre pregunta, gunta, señor ins inspec pector tor.. Me gust gustaa su for form m a de ac actuar tuar,, que no se ande con rode rodeos os —cont —contestó. estó.  —¿No  —¿ No se le ocur ocurre re otro sit sitio io que pueda guar guardar dar re relac lación ión ccon on e sa prue prueba ba que el transeúnte está librando? Ya sabe que en el juego de la oca un dado debe llevar  al otro.  —Vee a m os… —esboz  —V —esbozóó re recc a pac pacit itando—. ando—. Él ha dej a do una nota en las alacenas, tal y como solían hacer los antiguos peregrinos a los monjes antonianos  paraa agr  par agraa dec decee r su hospit hospitalidad; alidad; por tanto, si y o ffuese uese é l, ccosa osa que bien sabe Dios que no deseo, buscaría otro punto donde poder dejar un segundo mensaje, otros dados.  —De dado a dado y ti tiro ro por porque que m e ha toca tocado do —le re recor cordé. dé.  —Así deber de bería ía ser ser… … —conte —contestó stó pe pensativo—. nsativo—. Da Dados dos y m ensa ensajj es, m e nsaj e s y dados… —murmuró repetidamente varias veces.  —Vaa m os, piense. No dis  —V disponem ponem os de m ucho tiem tiem po. Ahora m ismo podría estar est ar haciendo daño a ot otra ra persona.  —¿Da  —¿ Daño? ño? ¿¿Ha Ha dicho daño? ¡¡Esa Esa e s la re respuesta! spuesta! —dijo e xult xultaa nte, poniéndose de pie—. ¿Cómo no me di cuenta antes? Esa es la razón por la que le arrancó el ojo.  —Vaa y a aall gra  —V grano. no.

 —Antes le e xpli xpliqué qué que e l m a c ho a vec vecee s picotea picoteaba ba a la hem bra bra,, e incluso llegaba a arra arrancarle ncarle un oojj o.  —Sí,í, eso y a lo ha dicho. Cont  —S Continúe. inúe.  —¿No  —¿ No lo entiende entiende,, señor insp inspee c tor? A Actúa ctúa c om omoo el m ac acho, ho, com o un ganso.  

Ese es el mensaje. Hay un pueblo más adelante, pasado León, llamado así: El Ganso.  Nuncaa había oído hhaa blar de eese  Nunc se lugar lugar,, per peroo lo cr creí. eí. Ll Llam am é rrápid ápidam am ente al iins nspector pector jjef efee y le puse al corrient corriente. e. Como Como la noche se apresuraba a posar sus sombras sobre las antiguas ruinas del convento decidimos regresar al centro de operaciones de Burgos. Una vez allí tratamos de planificar  cómo actuaríamos día siguiente. primera vez teníamos la de adelantarnos a los elmovimientos delPor transeúnte, de superarlo enoportunidad esa hipotética  parti  par tida da que está estábam bam os li libra brando, ndo, y eso eera ra genial. genia l. El ase asesino sino re recor corría ría el Cam ino a  pie y nosot nosotros ros podíam podíamos os usar uno de los he heli licópte cópteros ros par paraa desplaz despla zar arnos nos hasta e l municipio de Brazuelo, donde se encontraba la localidad de El Ganso. De este modo, si lográbamos llegar a la casilla del segundo dado antes que él, podríamos  prepar  pre paraa r un control y a tra trapar parlo. lo. P a re recc ía que, por fin, e ncontrá ncontrábam bam os una dirección que seguir; por fin la suerte se decantaba de nuestro lado.

 

28 El G an s o 

A media mañana del miércoles 24 de junio llegamos a la apartada localidad de El Ganso, en León. Se trataba de un pueblo casi extinguido formado por unas cuantas casas pequeñas de piedra con tejados de cañas. Una maraña de ramas servía de nido a una espigada cigüeña apostada en lo alto de un campanario que había quedado mudo de no usarse, indicando con su silencio la escasez de vida que albergaban aquellas cuatro calles olvidadas. Apostam Apost am os varios agentes en las ventana ventanass de las viv viviendas iendas que ccoli olindaban ndaban ccon on la entrada y la salida de la calle que atravesaba la aldea, con el objetivo de que identificasen a cualquier peregrino que se ajustara a las características del transeúnte: varón, de unos veintisiete años de edad y de complexión fuerte. Yo estaba convencido de que daríamos con él, aunque ignorábamos qué tenía  planeado  plane ado hac hacee r y cuá cuáll podría ser su sigui siguiee nte víctima víctima.. El Ga Ganso nso enc encaa j a ba en e l  perfil  per fil de pueblo e n que norm alm ente ve venía nía ac actuando. tuando. Ha Hasta sta e se m om omento ento siempre había buscado aldeas despobladas que tuviesen un reducido número de habitantes, y esta apenas contaba con doscientas personas. Además, sabíamos que la hora caliente o de alto riesgo era al amanecer, justo cuando el sol comenzaba a desperezarse, y prever cuándo iba a actuar era otra baza que ugaba a nuestro favor. Sin embargo, yo intuía que no iba a ser tan sumamente sencillo dar con él. os encontrábamos en la provincia de León, a unos doscientos kilómetros de las ruinas del convento de San Antón que localizamos en Castrojeriz, y si el asesino iba andando podía tardar cerca de diez días en llegar a nuestro control. No  podíamos  podíam os espe espera rarr ta tanto nto ttiem iem po sin hac hacee r na nada, da, er eraa m uy a rr rriesga iesgado, do, y le suge sugerí rí aall inspector Lasarte que continuásemos buscando entre las poblaciones que quedaban hasta Santiago de Compostela; urgía encontrar una que pudiese reunir  las características de la siguiente prueba: La Cárcel. Al fin y al cabo hasta ese m om omento ento casi ttodas odas llas as locali localidades dades en las que había aactuado ctuado est estaban aban cclaram laram ente relacionadas con las pruebas del juego de la oca. De tal forma que Los Puentes estuvieron ubicados en Puente La Reina, La Posada en un albergue de Montes de Oca y ahora nos encontrábamos en un pueblo llamado El Ganso que, curiosamente, hacía referencia a ese mismo tipo de ave. Como el inspector  estaba de acuerdo, cogimos el mapa y fuimos comprobando pueblo por pueblo, investigando su pasado e intentando relacionarlos con una cárcel o antigua  prisión.. Re  prisión Resul sultó tó una tar taree a ar ardua dua y lenta, per peroo nue nuestro stro tra trabaj baj o no tar tardó dó eenn da darr sus

frutos. A setenta y siete kilómetros de donde nos encontrábamos, en la comarca oeste del Bierzo, localizamos un pueblo llamado Valcárcel (Valle de la Cárcel), que encajaba fonéticamente con la siguiente prueba. Además, en sus afueras, existía una antigua fortaleza conocida como el Castillo de Antares y, según la  

información que pudimos contrastar al respecto, indicaba que su nombre  provenía  prove nía de la pa palabr labraa fr franc ancee sa « á nsar nsaree s» , que tra traducida ducida equiva equivalí líaa a « c orr orral al de gansos gans os»» . Por tanto anto,, nos encontrábam os ant antee la exis existenci tenciaa de un alegórico « cast ca stil illlo de gansos gansos»» en V Valcá alcárce rcel,l, y supus supusiim os qque ue eese se puebl puebloo pod podría ría ser otro otro  punto im importa portante nte eenn la rruta uta que el tra transeúnte nseúnte rree cor corría ría.. De confirmarse nuestras sospechas, las pesquisas estarían fructificando y el cerco que habíamos del asesino se estaba Aparentemente solo era trazado cuestión alrededor de tiempo atraparlo. De modo que secerrando. alertó al acuartelamiento de la Guardia Civil de Valcárcel, para que estuviesen al tanto.

 

29 Un a bala bala s in n om bre  bre 

Dejar transcurrir los días fue algo realmente duro. En la casa donde nos alojamos no había nada, y cuando digo nada me ajusto al término riguroso de la  palabra  pala bra.. N Noo ha había bía televisión ni ra radio dio ni nada c on lo que pasa pasarr e l ra rato. to. El fue fuego go de una chimenea chime nea devorando lleña eña era lo ún único ico qque ue se podí podíaa ccont ontem em plar plar,, y ante aquel  panor a m a casi  panora ca si conve conventual ntual uno sol soloo podía pensa pensarr y pensa pensar, r, darle dar le vueltas a la cabeza sin cesar; igual que me sucede ahora en esta habitación llamada tristeza desdee don desd donde de ccome omencé ncé a cont contar aros os mi hi hist storia. oria. También aquí, en este agujero donde ahora me encuentro, me ocurrió más o menos lo mismo que en aquel olvidado pueblo. Al principio, los minutos resultaban interminables y una hora suponía casi una eternidad, pero cuando tus ojos han visto pasar los meses lentamente encerrado entre cuatro paredes, la  perce  per cepción pción de la vida, del tiem po, o de los m máá s ins insigni ignific ficaa ntes de detalles, talles, ccobra obra una importancia que antes no tenía. Os juro que en estos instantes daría todo lo que soy por tener una breve visita, por cruzar la mirada con unos ojos conocidos. Pero es ridículo solo pensarlo, debo asumir que eso no va a ocurrir. No puedo  perm  per m it itirm irmee el luj lujoo de soñar soñar;; no, y a no puedo hac hacer erlo. lo. De Debo bo a c epta eptarr que m i mundo se limita a esta reducida habitación; mas a pesar de ello e intuyendo el  peligro que puede puedenn cor corre rerr otros per peregr egrinos inos en un futuro no m uy lej ano, debo esforzarme por continuar relatando detalladamente todo lo que ocurrió en aquellos días… Ahora, desde la objetividad que me permite analizar los hechos tras el paso del tiempo, me doy cuenta de que en aquel momento me encontraba atrapado en un pueblo llamado El Ganso. Supongo que ese lugar se había convertido en una de las casillas del juego de la oca que te obliga a permanecer sin tirar los dados durante varios turnos. Y allí, atrapado en esa absurda partida, me invadieron los recuerdos. El nombre de Berto retumbaba en mis sienes como el eco en un acantilado sin fondo. Cada vez que cerraba los ojos, aunque fuera en un leve parpadeo,  podía ver su m ira irada da per perdida dida en el tec techo ho de una trist tristee habitac habitación ión de hospi hospital. tal. Allí murió mi amigo, allí murió una parte de mí. Aquella noche, mientras él agonizaba agoniz aba,, fui su ún única ica com pañía, lo úl últi tim m o que vieron vier on su suss oj ojos os antes de pa parti rtirr. La muerte nos venció, a él y a mí, porque desde entonces, desde hace tres años, siento quemi transito moribundo por la denos los vivos podidosumiso borrar mi su mitad de corazón. Sí, fue así; la tierra muerte vencióy ynoyoheacepté

derrota. Abandoné su habitación como un guerrero cuando vuelve de la batalla, sin ánimo y con las esperanzas rotas en mil pedazos. Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer mismo. Unas enfermeras se cruzaron en mi camino ignorando mi presencia y entraron a concluir su trabajo; retiraron la maraña de  

tubos que cosían sus brazos y cubrieron su rostro con una desangelada sábana de hospital. Al salir, grité de rabia mientras me encogía y caía al frío suelo de aquel  pasillo.  pasill o. Sentí cóm o aalgo lgo m muy uy dentr dentroo de m í se estre estrem m ec ecía, ía, que algo eenn m i int inter erior  ior  moría en ese momento. Enfurecido, le pregunté una y otra vez a Dios por qué. Repetí mil veces por qué. Y mi boca no articuló otra palabra que no fuese por  qué.Me m arché ar ché de aall llíí enfa enfadado. dado. Tri Trist ste. e. Aba Abati tido… do… Recorrí ec orrí lentam lentamente ente eell llar argo go pasil pasillo lo ddee aque aquell llaa planta pr preguntándol eguntándolee a D Dio ioss por  qué se lo había llevado. Berto era mi infancia, mi juventud…, mi hermano. Y todo eso lo acababa de perder en una partida de póker que intentamos jugar  contra el cáncer. Tal vez no elegimos bien nuestras cartas, tal vez esa puta enferm enfe rm edad hiz hizoo ttra ram m pas… pas…,, pero, de una form formaa u otra, el ún único ico perdedor fui yo. y o. Y mi m i Di Dios os,, a ese que si siem em pre re recé cé,, me fa fall lló. ó. No qui quiso so escucharm escuchar m e. De repente se paseó por mi memoria el único deseo que Berto no había logrado hacer realidad: el beso de Blancanieves. Así lo llamaba él. Un beso verdadero que buscó durante toda su vida. Un gesto sincero y puro que solamente se podía encontrar en los labios de un ser amado. Según la nota que encontraron  baj o su aalm lmohada ohada,, y o eera ra e l dueño de e se beso y no lo sabía sabía,, nunc nuncaa im imaginé aginé que  podía ser y o e l prínc príncipe ipe azul que lo poseía poseía.. Quiz Quizáá nuestra am ist istad ad c olocó un tupido velo sobre mis ojos que me impidió ver que era a mí a quien realmente amaba. Supongo que es absurdo seguir martirizándome por ello, porque yo nunca habría podido corresponderle. Mi amor por Berto era distinto al que él sentía por  mí, aunque no hubiera dudado en dar mi propia vida para salvarlo. Pero ese beso continuó merodeando por mi cabeza, y me detuve. Por unos instantes me quedé como una estatua en medio de aquel pasillo pensando que quizá no estaba todo perdido, que aún quedaba algo por hacer, y regresé a la habitación de Berto lo más rápido que pude. Lo hice corriendo como un loco. Entré y eché a gritos a las dos enfermeras; quería estar a solas con él. Tan solo Berto y y o. Cerré la puerta y me senté junto a su regazo. Lo destapé, cogí su mano y, lentamente, acerqué mi rostro al suyo. Sus ojos cerrados parecían dormidos, como esperando a que alguien viniese a despertarlos. Mi mirada no pudo evitar  centrar la atención en su boca, en sus labios resecos y agrietados. Incomprensiblemente y a pesar de su visible deterioro, su color aún resultaba sonrosado y resaltaba sobre la palidez de su cara. Entonces acerqué mis labios a los su suyy os y cerré ce rré lo loss oojj os… os…

Y lo besé. Y lo sentí se ntí.. Y flo f loté… té… Su tacto resultó tremendamente cálido, algo incomprensible en alguien sin  

vida. Y con mis ojos aún cerrados lo miré, lo contemplé amparado en la oscuridad de mis párpados. Con mi boca sellada lo llamé, le grité con todas mis fuerzas que viniese otra vez a mí. Con las manos esposadas por la impotencia lo abracé, lo acaricié, lo estreché contra mi pecho… Traté de viajar junto a él mientras disfrutaba de ese último beso. Intenté despertarlo de aquel profundo sueño. Sí, mantuve mis ojos cerrados pidiendo un milagro, imaginando que cuando de nuevo losQu abriese él despertaría, igual sucedió con la princesa de ese m ágico cuent cuento. o. Quer ería ía ttener ener fe eenn ell ello, o, qquería ueríaque cr cree eer r que aquel esp esper erado ado beso le traer traería ía de nuevo a la vid vida. a. Y tras unos breves, pero intensos instantes, mis labios se separaron de los suyos. Fue un sincero gesto de amor, un beso puro y transparente. Entonces, abrigado por un miedo que hizo temblar todo mi cuerpo, abrí los ojos y lo miré. Lo hice tan fijamente que parecía no existir nada más en aquella habitación, solo él y yo, sus ojos y los míos, anhelando cruzar nuevamente una mirada, esperando que aquellos lánguidos párpados abriesen sus cortinas otra vez  paraa m ostrar la luz que eescondían  par scondían tra trass de sí. Por desgracia, ese momento nunca llegó. Tal vez no supe ser su príncipe azul. Tal vez no supe regalar aquel mágico beso. O, simplemente, tal vez llegó un poco tarde… Desolado, completamente hastiado, abandoné la habitación. Debí suponer que había cosas que solo suceden en los cuentos de hadas, y esa era una de ellas. Derrotado caminé sin fe por aquel interminable pasillo, muerto en vida. Estaba tan abatido que no me percaté de que varios enfermeros corrían en dirección contraria a la mía. Me encontraba tan sumamente vencido que no me di cuenta de que algo extraño sucedía.  —¿Es  —¿ Es ust ustee d Álvar Álvaro? o? —m —mee pr preguntó eguntó aalt ltee ra rado do uno de eell llos. os.  —Sí,í, so  —S soyy y o. ¿¿Qué Qué oc ocurr urree ?  —¡Corraa ! Su am igo vi  —¡Corr vive ve —gr —grit itóó exa exalt ltaa do. Aquellas breves palabras provocaron un vuelco en mi corazón, propiciando que mis piernas comenzasen una alocada carrera. El pasillo se hizo interminable  solo deseaba atravesar la puerta que daba al interior de su habitación.  —¡Berto,  —¡Ber to, e sto stoyy aquí! ¡Estoy a quí! —le grité m ientra ientrass un pa parr de m é dicos intentaban controlar sus constantes y le ponían oxígeno. Él, al escuchar mi voz, abrió levemente los ojos. Me miró y, haciendo un esfuerzo, sonrió. Los médicos me pidieron que esperase fuera mientras procuraban estabilizarlo. No me lo  podía cr cree er er,, e l beso había dado re result sultaa do. Te nía ra razzón e n todo lo que m e dij dijoo sobre sus mágicos poderes. Era genial. De nuevo lo tendría conmigo, a mi lado.

Por unos instantes sentí que Dios me había escuchado y estaba dando una segunda oportunidad a nuestra amistad. Él se la merecía, se la había ganado a  pulso;  puls o; y pe pensé nsé que esa er eraa la señal seña l que tan a pura purado do le pedí al cielo. cie lo. Cre reíí que  podríam os ttene enerr un ffinal inal fe feli lizz c om omoo en los cue cuentos ntos de niños.  

Pasados unos minutos que resultaron interminables, los enfermeros abrieron la puerta y comenzaron a sacar instrumentos y aparatos de la habitación. Yo no  podía esper e speraa r, eestaba staba im impac paciente iente y quer quería ía eentra ntrar, r, aabra brazza rlo, habla hablarr ccon on él…  Nervioso,  Ne rvioso, m e apr apree suré a pre preguntar guntar cóm o e sta sta ba, cuá cuándo ndo podía e ntra ntrar, r, pero per o me rogaron que esperara fuera hasta que saliese el médico. La duda me embargó de nuevo. ¿Qué está pasando? —me pregunté en silencio—. Al poco salió elEstá médico:  —¿Está  —¿ bien? —le pre pregunté gunté ne nervioso. rvioso.  —No se ha podido ha hacc er nada por é l. Sus c onst onstaa ntes e ra rann m uy débiles y su corazó cor azónn no ha agua aguant ntado. ado. Lo siento.  —Pee ro… Si ha aabier  —P bierto to llos os oj ojos, os, no puede se serr. ¡Estaba vivo! —le re recr crim iminé. iné.  —Sí,í, y cr  —S créé am e que lo siento, per peroo solo ha tenido tie tie m po de decir dec ir un par de cosas sin sentido y ha vuelto a dejarnos.  —¿Co  —¿ Cosas? sas? ¿Qué c osas? —ins —insist istí,í, aga agarr rráá ndole brusc bruscam am e nte de dell bra brazzo.  —¡Por  —¡P or ffaa vor, ccáá lm lmee se! —conte —contestó stó a sust sustaa do—. No le pude entender ente nder m uy bien  porque ll llee vaba puesta la m a sca scarilla rilla de oxígeno. Dij Dijoo a lgo com o: por fin lo he encont enc ontra rado. do. S Supong upongoo que ffue ue ffruto ruto de los deli delirios rios llógi ógicos cos aant ntee la m muer uerte. te. Sin terminar siquiera de escuchar la explicación de aquel médico, entré otra vez en la habitación. Se encontraba cubierto por una sábana pero, a pesar de mi ímpetu, ímpe tu, nnoo lo dest destapé apé.. Me quedé de pie a su lado, mirando fijamente aquel trozo de tela que lo cubría, esperando que en algún preciso instante se moviese. Lo contemplé en silencio, intentando agudizar mi oído para escuchar su respiración…; pero no, solamente pude escuchar los agitados latidos de mi corazón. Y fue entonces cuando lo encontré, cuando comprendí que debajo de aquella sábana no estaba a mi adorado amigo. No lo estaba buscando en el sitio adecuado. Si lo quería encontrar debía buscarlo en el único lugar donde nunca moriría, debía buscarlo unto a aquellos fuertes e incesantes latidos que se escuchaban bajo mi pecho… Sabía que él estaba allí, lo sentía, notaba como si algo dentro de mí fluyera con fuerza. Ahora sé que aquel beso funcionó, y aunque ese instante en el que abrió fugazmente los ojos y sonrió fue para mí el segundo más corto y triste de mi vida; para él, quisiera imaginarme por el acalorado brillo de su mirada, que resultó el más largo y feliz que vivió. Quisiera creer que con sus últimas palabras quiso qui so decir que por fin lo hhabía abía eencontrado, ncontrado, que no se m ar archó chó sin ssuu ansiado beso, m i beso beso.. Este ha sido siempre mi gran secreto, el que nunca conté a nadie. Me daba vergüenza que supiesen que un inspector de policía dio una vez un beso a otro

hombre. Es una profesión en la que debemos aparentar que somos tipos duros y curtidos en mil batallas, y que mariconadas las justas…: pero la realidad es bien distinta, porque desde entonces no había vuelto a besar a nadie. Tenía miedo de traici ra icionar onar a Berto er to,, a su rec recuerdo, uerdo, y que ot otro ro beso me hiciera hiciera olvi olvidar dar eell ssuy uyo. o. Por   

eso, aunque hubiesen pasado tres largos años, me costó tanto devolverle el beso a Lola aquella noche en el hostal. Sin embargo, al sentir sus acalorados labios de  pasión de descubr scubríí que el re recc uer uerdo do de m i a m igo pe perdur rduraa ría par paraa sie sie m pre en m i  boca,, y que na  boca nadie, die, por m uchos be besos sos que m mee diesen, podr podría ía bor borra rarr su eesenc sencia. ia. Mirando fijamente el fuego de aquella chimenea lo comprendí. Un fuego, una simple llama anaranjada, abrió mis ojos y me hizo comprender que el  pasa  pasado do no lo puede c am biar nadie nadie. Sé pistola, que hicedesmonté todo lo que pude pory Berto. Y contemplando aquella hoguera cogí. mi el cargador saqué la  primer  prim eraa bala bala.. La c oloqué sobre la palm a de m i m a no y la m iré fij am ente ente.. Supongo que ese era mi otro secreto inconfesable: el enigma de una bala sin nombre.. Nadie entend nombre entendíía por qué eera ra tan iim m port portante ante aquell aquellaa bala pa para ra m í, exce except ptoo o. No obstant obstante, e, la re respuest spuestaa er eraa bien bien sencil se ncilla. la. Cuando abandoné el hospital y me fui al apartamento las dudas me invadieron. La tristeza por la muerte de Berto se entremezcló con la locura y el desasosiego, y en un momento de ofuscación, cogí mi arma del cajón de la mesilla. Estaba desolado por haber visto morir a un hombre bueno. Estaba destrozado por haber perdido a un hermano. El parentesco no lo dictamina la sangre sang re,, y aunqu aunquee por sus vvenas enas fluy fluyera era un llíq íqui uido do rojo y espeso ddifere iferent ntee aall mío,  paraa m í B  par Ber erto to si siee m pre ser sería ía m i herm a no. Alcé la pistola hasta la altura de mis sienes y apoyé su cañón sobre mi piel. i siquiera sentir el frío tacto del metal me hizo recapacitar. Mi dedo índice temblaba sobre el gatillo mientras unas gotas de sudor recorrían mi frente y, sin  pensarlo,  pensa rlo, disp dispaa ré. ré . Resultó extraño porque al hacerlo no escuché nada, salvo el sonido del  percutor  per cutor eenca ncasqui squill lláá ndose… El arm a falló falló.. No se dis disparó. paró. De repente r epente el m miedo iedo se asomó al balcón de m mis is ojos y m e puse a ll llorar orar,, vacié toda la rabia contenida que quedaba en mi cuerpo. Lloré como nunca había ll llora orado. do. Llo Lloré ré com o lo hi hizzo Berto aque aquell llaa noche en que le ins insul ulté. té. Lloré… El arma falló. Y gracias a ello descubrí que aquella bala no era para mí. Desde entonces cada vez que cargo mi pistola la coloco siempre en el primer  lugar del cargador, esperando que llegue el día en el que encuentre al dueño de esa bala sin nombre que no quiso ser para mí. Sé que cuando lo tenga enfrente sabré que es él. Entonces apretaré el gatillo y la pólvora que contiene el interior  del casquillo detonará y hará que un proyectil impacte en su cuerpo. Alguno no lo entenderá, pero este era mi otro gran secreto, la verdadera razón por la que

desde hace varios años busco con tanto ahínco al dueño de esa bala. Supongo que una vez revelados dejarán de ser un lastre. Supongo…

 

30

 No fue fác fá c il il,, per peroo tra traté té de dej a r atr atráá s la soledad, quem á ndose e n la hoguer hogueraa de aquel a quellla tris ristte chime chimenea. nea. Ram íre rezz ll llegó egó cua cuatro tro dí días as después al pu pueblo eblo y para m í supuso una auténtica liberación. Por fin alguien traía noticias frescas de la civili civi lizzació ac iónn que m e ay udarían a olvi olvidar dar la pesada m ono onoto toní níaa que re resp spiraba. iraba. Traía consigo una amplia que elencomisario Horneros había recopilado sobre algunos de losdocumentación casos que ocurrieron el año 1965 y que podían guardar relación con lo que estábamos investigando. Además, Ester creyó conveniente exhumar algunos de los cadáveres; según su criterio, aunque hubiesen pasado tres décadas, un estudio exhaustivo podía resultar esclarecedor   porque la m ay oría de e sas víc vícti tim m a s olvi olvidada dadass eenca ncajj aba abann m ilim iliméé trica tricam m e nte eenn la forma de proceder del actual transeúnte. No obstante, lo que más llamó mi atención fue la conclusión a la que habían llegado mis compañeros sobre la novicia que fue violada por aquel entonces. Según ellos, cabía la posibilidad de que la hermana Margarita de Jesús fuera la madre del asesino en cuestión. Las fechas coincidían, habían pasado veintiocho años desde que sucedió y esa era la edad que tenía el individuo que ahora buscábamos. Era la única opción viable a la que podíam podíamos os afe aferra rrarnos rnos ppar araa que el sos sospechoso pechoso cont contin inuara uara ligado ligado a la fa fam m ilia lia de antiguos peregrinos que venía repitiendo el ritual del juego de la oca. De ahí que resultase vital localizar a Alejandra. Debíamos interrumpir su supuesto embarazo, si no el hijo que naciese de esa violación estaría llamado a ser en el futuro un nuevo transeúnte. Era prioritario localizar dónde la mantenía retenida  paraa cor  par cortar tar de una vez por todas el c ordón um umbil bilica icall que la uniría de por vida a esa macabra descendencia de asesinos. Después de permanecer una semana que pareció interminable en aquel  pueblo, el e l insp inspee ctor j ef efee La Lasar sarte te cr cree y ó cconvenie onveniente nte que Ram Ramíre írezz ssee desplazar desplazaraa a Valcárcel para mantenernos informados puntualmente sobre el proceder de la Guardia Civil. Necesitaba que uno de los nuestros siguiese de cerca los pasos de la Benemérita porque era de sobra conocida la disputada competencia que mantenían con la Policía Nacional, y no estaba dispuesto a que ellos fuesen los que se apuntaran el tanto de la detención del asesino cuando la mayor parte del trabajo lo habíamos llevado a cabo nosotros. Apoyé su idea porque habían  pasado  pasa do m muchos uchos días y no teníam os ni ninguna nguna noticia sobre el tra transeúnte; nseúnte; eestába stábam m os a cinco de julio y comenzamos a sopesar la posibilidad de que hubiese seguido otra ruta diferente. Era mucho tiempo sin tener noticias de él, y eso que durante el tiempo que estuvimos allí nuestros agentes de paisano identificaron a más de

un centenar de peregrinos que se ajustaban al perfil del asesino, el problema fue que no encontramos ni un solo indicio que pudiera incriminarlos. Y fue entonces cuando de nuevo, otra vez al amanecer, unos peregrinos de una localidad cercana dieron la voz de alarma.  

Ocurrió a un kilómetro de un pueblo llamado Foncebadón, en uno de los lugares más místicos del Camino de Santiago: La Cruz de Ferro. Los restos de aquella apartada aldea quedaban justo entre nuestro puesto de vigilancia de El Ganso y el municipio de Valcárcel, donde se encontraba Ramírez. Por  consiguiente, el transeúnte tuvo que pasar ante nuestras narices sin que nos diésemos cuenta. Ignoro cómo lo hizo, pero apostaría el cuello a que sabía que estábamos esperándolo y evitócogimos pasar por Sin perder ni un minuto, el nuestro coche ycontrol. nos fuimos directamente hacia allí. Lo recuerdo muy bien porque cuando atravesamos Foncebadón me embargó una sensación extraña. Había visto muchos pueblos parecidos a lo largo del Camino, pero ninguno que trasmitiese una sensación de vacío y abandono tan acentuada como ese. Apenas quedaban unas cuantas casas de piedra en pie, y solo una pastora llamada María y su hijo cincuentón daban algo de calor a un  pueblo que había queda quedado do olvi olvidado dado desde los a nti ntiguos guos c á nti nticos cos de los j uglar uglares. es. Supongo que se trataba de dos habitantes empecinados en luchar contra las duras inclemencias del invierno y amparados en la nostalgia que suponía vivir dando la espalda aall im espalda im para parabl blee progre progreso so.. Después, tal y como nos habían indicado, continuamos hasta un peculiar  montículo formado de pequeñas piedras sueltas que había en las afueras. Aparecía presidido por un espigado mástil acabado en un crucifijo de hierro. La Cruz de Ferro la llamaban, y desde el siglo XI era costumbre que los peregrinos que pasasen ante ella depositaran un mensaje escrito sobre una piedra. ormalmente solía tratarse de una petición o un ruego dirigido al apóstol, pero aquella mañana ocurrió algo insólito que horrorizó a los primeros caminantes que la visitaron. Sobre el madero que hacía las veces de mástil de la encrucijada se encontraba clavada una mano ensangrentada con cuatro dedos amputados. Esta habíaa sid habí sidoo ssegada egada a la aalt ltura ura del codo, y sobre sobre su ant antebra ebrazzo apare aparecía cía la m marc arcaa de una pata de oca indicando la dirección contraria al Camino de Santiago. No tuve  problem as pa para ra re reconoc conocee r aaquella quella señal se ñal porque e ra e xac xactam tam ente igual que la que la vieja Margot marcó sobre mi brazo semanas atrás. Cuando llegamos Ramírez ya estaba allí y la Guardia Civil había restringido el acceso a la zona. Mi compañero se encontraba a los pies de aquel montículo mirando fijamente la extremidad humana, sin parpadear, como si estuviese hipnotizado.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re,, Ram Ramíre írezz? —le pre pregunté, gunté, e xtra xtrañado ñado de que no se hubiese acercado a saludarnos.  —Tiene e l dedo índi índice ce e xtendido —obser —observó vó sin poder apa aparta rtarr la m ira irada da de

aquel mac m acabro abro ha hall llaz azgo. go.  —¿Y?  —¿ Y?  —No sé. Pa P a re rece ce com o si quis quisiese iese seña señalar lar un lugar lugar.. Ramírez tenía razón. Aquella mano estaba clavada sobre el madero en  

sentido contrario al camino, en dirección a León, y el único dedo que quedaba sin amputar se presentaba extendido, como si quisiera indicar algo. Ante aquella evidencia, decidí subir hasta lo alto del montículo, y, una vez arriba, traté de visualizar hacia dónde señalaba. Con la vista tracé una línea imaginaria que fuese  parale  par alela la a aque aquell a péndic péndicee hum humaa no y ense enseguida guida obser observé vé c óm ómoo en el m a rge rgenn izquierdo del camino aparecía una serie de piedras que dibujaban sobre el suelo un  —¿ cuadrado. Bajenc Baj é rá rápi pidam damente yempre e diri dirigí gí corriendo hhac acia iaa cudió all allí.í. a pre  —¿Qué Qué has encontra ontrado? do?ente —m —me preguntó guntó La Lasar sarte, te, que presura surado do con Ramírez.  —Alguiee n la  —Algui lass ccolocó olocó así adr adrede ede.. Form an un ccua uadra drado do pe perf rfec ecto, to, y j ust ustoo eenn eell centro hay colocada otra piedra.  —¡Es el e l segundo dado! —aseguró —ase guró Ram íre írezz. Y estaba en lo cierto. Aquello era como la cara de uno de los dados que se utilizaban en el juego de la oca, y un punto ensangrentado señalando su parte central indicaba que el jugador de turno debía avanzar una sola casilla. Pero… eso no era todo odo.. B Baj aj o la pi piedra edra colo coloca cada da eenn el ce cent ntro ro de la ffig igura ura observam os qque ue había algo, y tras apartarla con cuidado, dimos con una nota escrita en sangre que presentaba el mismo tipo de letra que encontramos en las alacenas de San Antón: … de rigurosa prisión, enfermo de tres heridas, que con los fríos y la vecindad  de un río que tengo por cabecera, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad, me ha visto cauterizar con mis manos. El horror de mis trabajos ha espantado a todos. Aquel mensaje mencionaba un río, unas heridas en una mano y una prisión; lo que nos hizo sospechar que quien escribió aquella nota podría estar haciendo alusión a la casilla de La Cárcel. Esa era la siguiente prueba que superar. Sin embargo, en la localidad de Valcárcel no había ningún río que pudiese encajar  con la descripción que allí venía dada.  —Debem  —De bem os vol volver ver a la lass ruinas de dell conve convento nto de S San an A Antón ntón — —propuse propuse..  —¿P  —¿ P ar araa qué? —pre —preguntó guntó el ins inspec pector tor La Lasar sarte, te, sorpr sorpree ndido por m i suger sugeree ncia  —. Esta Esta m os m muy uy lej os —aprec —apr eció. ió.  —Cre  —C reoo que e sa m a no se señala ñalando ndo la dire direcc cción ión ccontra ontraria ria nos indica que hem os dejado dej ado atrás la la ccasil asilla la de La Cárcel Cárce l.  —No puede ser —espe —espetó tó La Lasar sarte—. te—. Eso supondría re retroc trocee der e n la investigación y alejarnos del final del Camino.  —Yaa sé que la m e ta de e sta ca  —Y carr rree ra sin sentido se puede e ncontra ncontrarr e n Santiago de Compostela y que el transeúnte seguramente se dirige hacia allí, pero

esa mano nos indica que debemos buscar en sentido contrario.  —Pue  —P uede de ser ser… … —m e a poy ó Ram íre írezz pensativo—. Cuando un j ugador ca caee e n la segunda casilla de los dados debe retroceder hasta la anterior. Ya saben, de dado a dado…  

 —Efe c ti  —Efec tivam vam e nte. Y los prim primer eros os dados los enc encontra ontram m os en las aalac lacee nas —les recordé.  —¡Está bien! Ha Hagá gám m oslo —ac —acce cedió dió La Lasar sarte te re resig signa nado. do. Estaba tan per perdido dido que solamente se dedicaba a escuchar sin rechistar cada una de nuestras suposiciones; imagino que lo hacía porque andaba tan desesperado como nosotros   cualquier sugerencia la daba por válida, aunque en esta ocasión nuestra  propue  propuesta sta en e radire m ácció s ión incohe incohere rente nte pujaa ba a re recc orr orrer er unos c ientos de kil ilóm ómetros etros direcc n contraria. contrar ia. y nos e m puj Tras solicitar por radio al comandante de la Guardia Civil que extremara la vigilancia en la Vega de Valcárcel, nos dirigimos de vuelta a las ruinas del convento de los antonianos. Fueron dos horas y media de pesado viaje, y digo  pesado  pesa do por porque que y a e m pezába pezábam m os a ac acusar usar las se sem m a nas que lle lle vába vábam m os de detrá tráss de aquel desgra desgraciado. ciado. C Cuando uando lllegam legamos os ddec ecid idimos imos dej dejar ar aparca apar cado do el vvehícul ehículoo fuera fuera,, conociendo el fuerte carácter del ermitaño creímos que era lo mejor, no queríamos queríam os que m mont ontase ase eenn cól cóler eraa ccuando uando nos viese viese aapare parece cerr de nuevo po porr aall llí.í.  —¿Dier  —¿ Dieron on con é l? —nos asa asalt ltóó nada m ás ver vernos, nos, sin ape apenas nas dar darnos nos tie tie m po  par a sa  para sali lirr de dell coc coche. he.  —No…, pero per o dej ó un m mee nsaj e eenn la Cruz de Fer Ferro ro —c —contesté. ontesté.  —¿Y  —¿ Y ccóm ómoo sabe sabenn que fue él? T Todos odos los pere peregrinos grinos suele suelenn de dejj ar unas palabr pa labras as escritas baj baj o la cr cruz uz de hierro.  —Pee ro supongo que ninguno llaa s esc  —P escribirá ribirá con sa sangre ngre sobre un troz trozoo de pa papel. pel. El ermitaño calló. Apretó los labios y esperó a que continuara explicándole nuestro hallazgo. El inspector Lasarte procedió a sacar la bolsa de plástico donde habíaa guardado la no habí notta ccon on el m ensaj ensajee y se la enseñó enseñó..  —Quevedo  —Que vedo —susurr —susurróó en voz baj bajaa tr tras as le leer erla. la.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice??  —Quien esc escribió ribió esto lee a Fra rancisco ncisco de Que Quevedo. vedo. Yo tam bién soy un apasionado de su literatura. ¿No han leído La vida de San Pablo, Constancia y  pacienc  pac iencia ia del Sa nto Job o La providenc providencia ia de Dios? La Lass re redac dactó tó m uy ce cerc rcaa de aquí.  —No e nti ntiee ndo absolutam absolutamee nte nada de lo que e stá habla hablando. ndo. ¿Qué quier quieree decir? —le pregunté desconcertado.  —Quevedo  —Que vedo estuvo e nca ncarc rcee lado dura durante nte c inco a ños e n Le León. ón. En e l antiguo monasterio de San Marcos. Durante mucho tiempo aquellas instalaciones fueron usadas com c omoo pris prisió ión. n.  —¡Es cier c ierto! to! —apuntó R Raa m íre írezz, dando m ue uest stra ra de que e staba aall ta ta nto.  —Entoncess debe  —Entonce debem m os ir allí. Se guro que esa e s la ca casil silla la de La Cárce Cárc e l que

andamos buscando —propuse.  —Pee ro… ¿q  —P ¿qué ué se senti ntido do ti tiene ene?? —pre —preguntó guntó Lasar Lasarte. te.  —La piedr piedraa que e ncontra ncontram m os dentr dentroo del c uadr uadrado ado j unto a la Cruz de Fer erro ro indicaba que la siguiente jugada estaba a una sola tirada, y la mano que había  

clavada sobre su mástil indicaba que debíamos volver sobre nuestros pasos, es decir, ret re troce roceder der una sol sola ca casi sill lla. a. Y la úni única ca ciud ciudad ad que hay antes de F Foncebadón oncebadón es León. ¿Lo comprende ahora, inspector? El transeúnte se rige por unas normas escritas miles miles de aaños ños atrás, y ahora las iint nter erpreta preta según cre creee cconv onvenient eniente. e.  —¡Tee ngan c uidado! —nos advir  —¡T advirti tióó e l er erm m itaño—. itaño—. Se e nfr nfrenta entann a un monstruo. Y cuando la sinrazón se adueña del ser humano, nada ni nadie puede detenerlo. Un monstruo, dijo refiriéndose al asesino. Alguien sin escrúpulos que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguir un fin. Daba igual que para ello tuviese que dejar atrás un reguero de sangre, le traía completamente sin cuidado que personas inocentes tuviesen que morir por su causa. Los sacrificios eran  parte  par te de dell rit ritoo ini inicc iático que se seguía, guía, y é l par parec ecía ía disfruta disfrutarr ccon on ello. Después de haber estado tantos días vigilando las localidades de El Ganso y Valcárcel, la siguiente ciudad que yo tenía señalada sobre el mapa era Lugo. En ella había focalizado mi nuevo punto de mira porque intuía que sería la última urbe importante que quedaba antes de llegar a Santiago de Compostela. Por eso tener que regresar a León suponía un grave contratiempo que me costó asumir; significaba volver atrás sobre el itinerario que inicialmente había previsto. Aquello era un gran revés porque además de jodidos estábamos cansados, y  puedo j ura urarr que nuestra nuestrass ccaa ra rass eera rann un auté auténti nticc o poe poem m a. L Los os áánim nimos os no esta estaban ban  paraa m ucha  par uchass brom as y el viaj e hasta Le León ón se re realiz alizóó e n el m ás riguroso de los silencios, tanto que Lasarte y Ramírez ni abrieron la boca.

 

31 La Cárce C árcel  l 

El monasterio de San Marcos era una joya arquitectónica de la que se enorgullecía la noble ciudad de León. Desde la amplia plaza que lo precedía se contemplaba la descomunal obra plateresca que suponía su fachada, y junto al tenso silencio que abrigaba a sus alrededores hacía que se pudiese palpar la larga hi hist storia oria que habían vivi vivido do aque aquell llos os gruesos m muros uros de aaspecto specto palac palaciego. iego. Según nos indicaron, en la actualidad el descomunal edificio albergaba tres usos diferentes: Parador Nacional de gran lujo con categoría de cinco estrellas, museo de León e iglesia de culto. Así pues, tratar de localizar una pista en aquel complejo arquitectónico era como buscar una aguja en un pajar, es decir,  práctica  prá cticam m ente im imposi posible. ble. Aun así, una vez allí, de decidim cidimos os e ntre ntrevis vistar tarnos nos c on e l director del Parador; era el único que podía facilitarnos la lista de los huéspedes que se hubiesen alojado allí en los últimos días. Resultó en vano. En el libro de recepción solamente aparecían personalidades importantes y de un nivel adquisitivo relativamente alto, y a priori nuestro sospechoso no coincidía con ese  perfil  per fil de ccli liee nte. Aquel lugar no encajaba con nuestra investigación, pues el transeúnte siempre procuraba buscar escenarios poco concurridos y, a ser posible, rurales. En cam c am bio bio,, aaquell quelloo supon suponía ía todo lloo ccont ontra rario: rio: os ostentación, tentación, tu turismo, rismo, gr gran an ciudad… Allí no había nada de lo que buscábamos, y, en un principio, parecía que después de tragarnos más de doscientos kilómetros de carretera habíamos seguido una  pista  pis ta er erróne róneaa . Ante aque aquell llaa tesit tesitura ura solo nos queda quedaba ba pre preguntar guntar a uno de los miembros cualificados del museo si el mensaje que habíamos encontrado  pertene  per tenecc ía rea re a lm lmee nte a Fra ranc ncis iscc o de Que Quevedo. vedo. Tenía eníam m os que c er ercc iora iorarnos rnos  porque sol solaa m ente contá contábam bam os con el testim testim onio del er erm m itaño itaño de San Antón, y todo odoss sabí sabíam am os qu quee no andaba m uy bien bien de la azo azotea. tea.  —… de rigurosa prisión prisión,, e nfe nferm rm o de tre tress heridas, her idas, que c on los fr fríos íos y la vecindad de un río que tengo por cabecera, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad, me ha visto cauterizar con mis manos. El horror de mis trabajos ha espantado a todos —leyó en voz alta—. Sí, esas palabras las escribió Quevedo Queve do cua cuando ndo est estuvo uvo aquí pprisi risionero onero —a —afirm firm ó con rotundi rotundidad dad eell sseñor eñor Boluda, oluda, el encargado del archivo histórico del museo.  —¿Ha  —¿ Hast staa c uándo fue usado el m onaster onasterio io com o c ár árcc el? —se int intee re resó só Ramírez.  —Ha ocur ocurrido rido en var varias ias é poca pocass a lo lar largo go de la hist historia oria.. La últim últimaa vez fue

durante la Guerra Civil. Llegó a ser uno de los establecimientos represivos más severos y saturados de la España franquista; según los archivos militares, alcanzó una población reclusa de casi 7000 hombres. Pero sus verdaderos orígenes fueron muy distintos. Se construyó a partir de una donación que hizo una de las  

infantas de Castilla en el siglo XII para construir un templo-hospital a las orillas del río Bernesga; la intención era que sirviese de refugio a los peregrinos que re realiz alizaba abann el Cam Camin inoo de Santiago.  —¿El  —¿ El río Berne Bernesga sga pasa c er ercc a de a quí? —pre —pregunté. gunté. Ha Había bía olvi olvidado dado por  completo que en la nota encontrada hacía alusión a un río y al escucharlo creí que podría podría ser re rellevante.  —S  —Sí, í, su ca j unto al ser pabe pabell ón del lauevedo de dere recha chadec delíam onaster onasterio.  —No hacauce hay y uce duda.queda E Ese se de debe be de e lllón río queaala Q Queve do decía tene tener r porio. c abe abecc er eraa  —sospee ché  —sosp ché..  —Podría  —P odría ser —af —afirm irmóó eell enc encaa rga rgado do del de l m museo—, useo—, por porque que a quella par parte te eess las más antigua del monasterio.  —Pue  —P ues… s… ¿¿A A qué eesper speraa m os? Va y am os allí —propuso La Lasar sarte. te. Abandonam Abando namos os el m monast onaster erio io ssin in mucha pris prisa, a, eell desánim desánim o com enz enzaba aba a gui guiar  ar  nuestros pasos y ninguno de los tres nos atrevimos a mencionar palabra alguna mientras nos dirigíamos hacia el puente de San Marcos; así se llamaba el viaducto que atravesaba el río colindante al monasterio. Intuíamos que allí  podríam os enc encontra ontrarnos rnos aante nte dos posibi posibili lidade dadess m muy uy dist distint intas: as: una una,, que no hubiese nada, ningún rastro del transeúnte, lo cual indicaría que aquel no era el lugar que  buscábam  buscá bam os; u otra segunda opción m ucho m ás espe espeluz luznante nante que nadie quer quería ía ni im aginar aginar.. Por eeso so era cconv onvenient enientee rresguardarse esguardarse en e n el ssil ilencio encio y prepar preparar ar los los oojj os  paraa pr  par pree senc senciar iar alguna e sce scena na que pudiese rree sul sultar tar ver verdade dadera ram m ente a troz troz.. Puedo Pue do jura jurarr que hay ocasio ocasiones nes en las qque ue a uno le gu gust star aría ía equi equivocarse vocarse y esta os aseguro que fue una de ellas. En el margen izquierdo del río encontramos el cuerpo cuer po desn desnudo udo ddee un ho hom m bre de unos cin cincuenta cuenta aaños ños.. Est Estaba aba am ordaz ordazado ado y sus sus  brazzos había  bra habíann sido m uti utilados lados a la altura de los c odos. Se e nsaña nsañaron ron con é l sin  piedad,  pieda d, y sobre su pec pecho ho apa apare recc ía m maa rc rcada ada una ffra rase: se:  Nadie  Na die me cortará llas as al alas as El muy cabrón le había cortado los brazos a la víctima simulando que esas eran sus dos alas, dejando también muy claro que no se dejaría atrapar  fácilmente. Era un mensaje breve, pero tremendamente desgarrador, y ratifica ratifi caba ba que sabí sabíaa que seguí seguíam am os sus sus ppasos asos m uy de ce cerc rca. a. La tarea de recuperar el cuerpo resultó muy dura. Nadie en su sano juicio estaba preparado para contemplar tanta atrocidad, y nosotros hacía tiempo que habíamos cubierto ya el cupo de barbaries. Empezaban a ser muchos crímenes

sobre nuestra conciencia y las palabras sobraban, tan solo bastaba una leve mirada para adivinar qué estaba pensando cada uno de los presentes. Tan solo eso, una una m irada ra da que delataba que eell od odio io com comenz enzaba aba a aani nidar dar eenn lloo m más ás profund profundoo de nuestra nuestrass alma almas. s. Una ra rabi biaa ccont ontenid enidaa que tarde o ttem em prano afloraría. Tras realizar el levantamiento del cadáver y llevarlo al Instituto Anatómico  

Forense de León, propusimos a las autoridades pertinentes que fuese la doctora Román la encargada de realizar la autopsia. El inspector jefe sugirió que era la  persona  per sona m á s ccualifica ualificada da par paraa e xam inar e l ccaa dáver dáve r porque y a c onocía e l m odus operandi del asesino. Doce horas después, Ester se reunió con nosotros para  presenta  pre sentarnos rnos los iinfor nform m e s.  —¿Usted  —¿ Usted dirá dirá?? —le pre preguntó guntó Lasa Lasarte rte im impa pacie ciente. nte. Todos hay los allí reunidos su diagnóstico.  —No duda, se tra trata taesperábamos de la m ismaexpectantes pe persona rsona que busca buscam m os. H Haa desgarr desga rrado ado el cuerpo con el mismo útil que usó en el cadáver encontrado en Puente La Reina, probablemente con una garra de animal. Aparte del mensaje marcado sobre su pecho, también se ha encontrado otro menos visible bajo su axila izquierda.  —¿Dos  —¿ Dos núm númee ros y un tridente? —m —mee a dela delanté nté a pre preguntar, guntar, re recor cordando dando a la ví víctima ctima anter anterio iorr.  —No. Ahora son dos letra letras, s, la « S» y la « F» , las que ac acom ompaña pañann a un  pequeño  peque ño jjer eroglí oglífic ficoo y una ffee cha c oncr oncreta eta:: 1966.  —¿A qué podrá hac  —¿A hacer er re refe fere rencia ncia,, doctora doctora?? —pre —preguntó guntó e n voz a lta lta La Lasar sarte, te, m irando a ca cada da uno de lo loss present presentes. es.  —La fecha fe cha no c oincide c on la a par parición ición del tra transeúnte nseúnte a nter nterior ior —re —respondi spondióó Ramírez—. Supuestamente fue en el año 1965 cuando actuó por última vez.  —Indica la fe fecha cha en que nac nació ió e l a sesino que busca buscam m os —af —afirm irméé —. Se gún los informes que nos facilitó el comisario Horneros, el padre del actual transeúnte violó a la hermana Margarita de Jesús el verano de 1965; por tanto, nuestro sospechoso debió nacer nueve meses después, en marzo del siguiente año.  —Podría  —P odría ser ser.. P Per eroo ¿y el j e roglífico? —pre —preguntó guntó la doc doctora tora ense enseñándom ñándom e una foto. En ella se podía ver marcado sobre la piel del cadáver uno de esos cuadrados cuadra dos con pasi pasill llos os qque ue aapare parece cenn en las revis revistas tas ddee cruc crucig igram ram as.  —Es El E l La Laber berint intoo —les dij dije—. e—. Ha Hacc e a lus lusión ión a la sigui siguiee nte prue prueba ba que se ha de superar superar en el jjuego uego ddee la oca oca..  —¿Otra  —¿ Otra m á s? —se la lam m e ntó Lasa Lasarte rte—. —. Empiez Em piezoo a e star ha harto rto de tanta prue prueba ba.. ¿Es qque ue nunca va a ac acabar abar est estee m aldi aldito to j uego?  —Inspecc tor, aaún  —Inspe ún que quedan dan tre tress pruebas prue bas que super superaa r: El La Laber berint into, o, El P Poz ozoo y La Muerte —le previne.  —¿Está  —¿ Está insi insinuando nuando que habr habráá m ás aasesinatos? sesinatos?  —Me tem o que sí. Puede que aquella afirmación minase un poco el ánimo del grupo, pero debíamos atenernos a lo peor. El juego de la oca constaba de siete pruebas, siete

rituales que conllevaban sus correspondientes sacrificios, y nuestro adversario estaba dispuesto a llevar a cabo cada uno de ellos.  —¿Y  —¿ Y por dónde seguim seguimos os iinvestigando? nvestigando? —pre —preguntó guntó R Ram am íre írezz.  —Acéé rcam  —Ac rc am e e l expe expediente diente de la re reli ligios giosaa . Quizá Quizá apa apare rezzc a a lgún dato que  

hay am os pasado ppor or alt alto. o. Com omoo era de sup suponer, oner, el ar archiv chivoo de la her herm m ana Margarit Margaritaa de Jesú Jesúss no est estaba aba redactado con el rigor de los informes actuales. La policía de los años sesenta no contaba con los ade adelanto lantoss ttec ecnol nológi ógicos cos ni cientí científicos ficos que aahora hora teníam teníamos os a nuestra di dispo sposi sición; ción; no en vano, aarr rroj ojaba aba algunos datos ddee vital releva relevancia ncia tales ccom omoo que la novicia era natural de Lugo y pertenecía a una congregación de clarisas llam amada adarobablem « Las S Siiervas ddee Marí María» a»into . o se enc  —Proba  —P blem e nte El La Laber berint encue uentra ntra e n algún lugar de Lugo que encaja con esas dos iniciales que han marcado sobre el cadáver —deduje.  —Pee diré inform a ción eenn eell conve  —P convento. nto. S Supongo upongo que e s posi posible ble que sepa sepann aalgo, lgo, no viol violan an to todos dos llos os dí días as a una m onj onjaa —opi —opinó nó R Ram am írez. Viendo que mis compañeros tenían tarea más que suficiente para estar  entretenidos, me acerqué a saludar a Ester. Quería aclarar el malentendido que había trastocado nuestra relación.  —Me alegr a legraa ver verte te por aquí a quí — —le le cconfe onfesé sé ccon on voz prude prudente. nte. Ella no contestó. Se giró y suspiró en voz alta.  —¿Me da  —¿Me daría ríass la oportunidad de com e nz nzar ar de nuevo? No quis quisier ieraa per perder der tu amistad —me sinceré.  —Mi am ist istad ad no la per perder deráá s nunca —conte —contestó stó c on gesto ser serio. io.  —Entonces…  —Entonce s… ¿¿Qué Qué tal un alm almue uerzo? rzo? Me m iró so sorpre rprendi ndida, da, int intentando entando dis disimular imular su m mal al hum humor or..  —Tee j uro que esta vez na  —T nadie die nos int inter errum rum pirá —ins —insist istíí m ira irando ndo de re reoj ojoo a Ramírez.  —De a cue cuerdo rdo —a —asint sintió ió con desga desgana, na, aaunque unque se notaba que eenn el ffondo ondo estaba deseándolo. Debo admitir que agradecí que me acompañara a una pizzería que había al final de la calle. Por lo menos tuve la oportunidad de probar algo distinto, porque escuchar la palabra sándwich ya comenzaba a darme hasta angustia. Además, la comida italiana siempre fue considerada un excelente revulsivo para comenzar  una conversación interesante con una fémina. Así que busqué una mesa que quedara un poco apartada del resto; tener un poco de intimidad era primordial  paraa intenta  par intentarr que se le pasa pasara ra e l enf enfado. ado.  —¿Có  —¿ Cóm m o van las c osas por P am plona? —pre —pregunté gunté tra tratando tando de rom per el hielo.  —Supongo  —S upongo que bien. Con llos os enc encier ierros ros de Sa n F Fer erm m ín se han olvidado un poco de lo ocurrid ocurr ido. o.  —¿Y  —¿ Y Hor Horner neros? os?

 —Continúa  —Conti núa e n su lí línea nea,, de ca cada da c uatr uatroo pala palabra brass que dice tre tress son malsonantes.  —Eso es señal seña l de que la nor norm m a li lidad dad ha vuelto a la ccom omisaría isaría.. Y Y,, retom re tomaa ndo el caso, me comentó Ramírez que pediste la exhumación de algunos de los cuerpos.  

¿Ha Hass ave averiguado riguado algo?  —Apare  —Apa rentem ntemee nte los re restos stos inspec inspecciona cionados dos m uestra uestrann seña señales les idéntica idénticass a los ritos macabros que viene realizando el asesino. Aunque se trate de enterramientos del año 1965, sus restos todavía pueden aportar pruebas interesantes que nos ayuden a atraparlo. Uno de los cadáveres que he podido examiinar present exam presentaa tam tambi bién én un fuert fuertee traum traumati atismo smo en el crá cráneo neo y car carec ecee de do doss dedos de su mano m ano iz izqui quier erda. da.  —¿El  —¿ El ííndice ndice y el aanular nular??  —Efecc ti  —Efe tivam vam e nte. Y según el c om omisario, isario, aque aquell ve vera rano no tam bién desa desapar parec eció ió una joven.  —Tee ngo cconst  —T onstanc ancia ia de ello. S Supongo upongo que te rref efier ieres es a una novicia de Lugo. S Sii no me equivoco, el transeúnte de aquella época la violó.  —¿Cree  —¿ Creess que habr habráá oc ocurr urrido ido lo m ismo con Alej andr andra? a? —pre —preguntó guntó  preocupa  pre ocupada. da.  —Me gust gustaa ría re responder sponder que no, per peroo no puedo ase asegura gurarlo. rlo. Te nem os dos cadáveres y una chica desaparecida y aún ignoramos a quién buscamos. Ese cerdo lo tiene todo tan perfectamente planeado que podríamos estar años  persig  per siguiéndolo uiéndolo sin a tra trapar parlo. lo. ¿Estás al corrie cor riente nte del ojo oj o que enc encontra ontram m os e n la lo loca cali lidad dad de El Ganso?  —Sí.í. P ude lee  —S leerr el inform e for foree nse de Burgos. Se gún la ra ram m ifica ificacc ión de los nervios y el tamaño de la córnea pertenece a una mujer adolescente, de unos dieciocho años de edad. Aunque lo esperaba, aquella afirmación me dejó helado. Que ese desgraciado pudiera haberse ensañado con Alejandra era algo que me superaba. Me costaba costaba aceptarlo ac eptarlo..  —Y esa esass dos letra letras, s, ¿no te dice dicenn nada nada?? —me —m e pre preguntó, guntó, re refirié firiéndose ndose a los signos del cadáver que encontramos en el río, junto al monasterio de San Marcos.  —No sé, Ester Ester.. Si te soy sin sincc er eroo de debo bo de decc irte que e sto stoyy hec hecho ho un lío. lío. A pesa pesar  r  de que ese desgraciado siempre deja pistas nunca lo atrapamos. Esas dos letras, la « S» y « F» , ppueden ueden sign signiificar cualq cualqui uier er ccos osa. a. Hay veces qu quee pi piens ensoo qque ue  perseguim  per seguimos os a un ffaa ntasm ntasma, a, a a lgui lguiee n ca capa pazz de eestar star eenn var varios ios sit sitios ios a la ve vezz.  —Taa l vez debe  —T debería ríam m os pl plante anteaa rnos la posibi posibili lidad dad de que no aacc túe solo.  —Im posi posible. ble. ¿Qui ¿Quién én ser sería ía ccapa apazz de sec secundar undar a un dem e nte? Nadie en su sano uicio ayudaría a alguien de esa calaña. Además, según los precedentes, se trata de un peregrino solitario que intenta recorrer el Camino de las Ocas. Recuerda que no es la la prim primer eraa vez qque ue sucede. Después de aquella breve batería de preguntas relacionadas con nuestro

trabajo llegó un silencio. La miré a los ojos y no pude evitar buscar una mirada de complicidad que nunca llegó.  —¿P  —¿ P or qué rehúy re húy e s m mii m mira irada? da? —le —le pr pregunté egunté..  —No la re r e húy o, sol soloo la eevit vito. o.  

 —¿Y ccuál  —¿Y uál eess el m moti otivo? vo?  —No lo sé. Ta Ta l vez de deber berías ías ser tú qui quien en m e lo diga. Ha Hayy vec vecee s que siento que ocultas algo. Ignoro qué es, pero hasta que no saques esa espina que oprime tu corazó cor azónn no ser serás ás ffeliz eliz..  No re r e spondí spondí.. Mantuve vivo el sil silenc encio io y a par parté té la m ira irada. da.  —Sii no ere  —S eress si since ncero ro cconti ontigo, go, cóm o lo vas a se serr cconm onmigo igo —conti —continuó. nuó.  —Lo siento, no estoy pre prepar paraa do par paraa ha hablar blar de eell llo. o. No eess el m mom omento. ento.  —¿P or qué  —¿P qué?? ¿Ac Acaso aso no se lo eexpli xplica caste ste a esa viej a br bruj ujaa de P uente La Reina?  —¿Quién  —¿ Quién te ha dicho eeso? so? ¿Có Cóm m o lo ssaa bes?  —El problem a no eess qui quién én ni ccóm ómo, o, si sino no por qué lo hi hiciste. ciste. No cconfía onfíass en m í.  —Saa bes que sí —  —S —le le aasegur seguré. é.  —¿Entonce  —¿ Entonces…? s…?  —Es algo a lgo de lo que no eestoy stoy orgullos orgulloso, o, aalgo lgo que suce sucedió dió ha hacc e m ucho tiem tiem po  que trato de olvidar. El Ella la me m e m iró, perm anec aneció ió ca calllada cont contem em plando plando mi pesar pesar..  —Hacc e ti  —Ha tiem em po que tengo gana ganass de be besar sarte te —le dij dije—. e—. De Desde sde el prim primee r día en que te vi lo estoy deseando.  —¿Y  —¿ Y por qué no lo hac hacee s? ¿Tem es que te rree cha chacc e ?  —No. Sim Simplem plem ente tem ía olvid olvidaa r eell últi últim m o beso que di —contesté, aaunque unque y a había podido comprobar cuando besé a Lola que ningún beso borraría la huella de mi m i am amig igoo B Berto. erto. Per Pero…, o…, a ver cóm cómoo llee ccont ontaba aba que después ddee ccono onoce cerla rla m mis is labios labi os habían probado otros que no er eran an los su suyy os. Por eso dec decidí idí om omit itirlo irlo..  —¿T  —¿ Ta n im importante portante fue fue??  —Sí,í, m ucho. Quiz  —S Quizáá hay a sid sidoo e l be beso so m á s bonit bonitoo que he dado en m i vida vida,, y tenía miedo a borrarlo de mis labios.  —Estás equivoc equivocaa do, Álvar Álvaro. o. Na Nadie, die, por m uchos besos que te dé, podrá robarte el recuerdo de ese beso.  —Fue  —F ue un be beso so m ágic ágicoo —c —confe onfesé—. sé—. Sé que puede par paree ce cerr una tont tonter ería, ía, per peroo no lo fue. ¿Has oído hablar del beso de Blancanieves? En una ocasión me explicaron expl icaron que eera ra un beso capaz ddee despertar a algu alguien ien m mori oribun bundo. do.  —De peque pequeña ña soñaba c on él, soñaba c on un príncipe a zul que tre trepaba paba hasta mi balcón para besarme. Luego, con los años, creces y dejas de creer en esas fantasías y descubres que esas cosas solo ocurren en los cuentos.  —Pue  —P uede de que esté estéss e quivoca quivocada. da. Yo una vez tuve la ocasió oca siónn de dar uno y te aseguro que fue completamente real. Resultó mágico y, por unos instantes, mientras cierras los ojos para darlo, la frontera de la lógica se desvanece y cualquier cualqu ier ccos osa, a, por im impos posib ible le que par parez ezca ca,, puede hac hacer erse se reali re alidad. dad.

 —Es muy m uy he herm rm oso lloo que dic dicee s, Álvar Álvaro. o.  —Taa n her  —T herm m oso com o trist tristee . Tras aquella respuesta surgió un nuevo silencio y nos quedamos mirándonos. Mis labios deseaban encontrarse con los suyos, beber del jugo de su boca  

sonrosada. Ella lo sabía y no rehuyó la invitación que mis ojos le brindaron. Poco a poco, muy lentamente, se fue acercando, y cuando ya casi podía sentir su aliento, sonó el teléfono:  —Cógelo  —C ógelo —m —mee pidió ella aapar partando tando la m ira irada. da.  —No im importa porta,, pue puede de e sper speraa r —conte —contesté, sté, sin que quere rerr perder per der la oportunidad de  besarla  besa rla..  —Por  —P or favor, fa vor, c ógelo. P uede ser im importa portante nte —ins —insist istió, ió, volvi volviendo endo a sentar sentarse se erguida. La magia del momento se esfumó con aquella inoportuna llamada, y  probablem  proba blem ente tam bién dej é e sca scapar par un beso e spec special, ial, uno de e sos que se describen en el final feliz de un cuento. Cómo no, era Ramírez el que llamaba, quien insistió para que fuésemos inmediatamente a la oficina. Así que no pude  probarr ni la piz  proba pizzza ni los labios de Ester porque de nuevo el pesa pesado do de m i compañero apareció a pareció como una ssuegra uegra de ar arm m as ttoma omarr.  —¿Dónde  —¿ Dónde e staba stabass m etido? —m e re recr crim iminó inó Ram Ramíre írezz—. He Hem m os loca locali lizza do a sor Julia, la madre superiora del convento de Las Siervas de María. La tengo al teléfono por si quieres hablar con ella.  —Páá sam e la —le pe  —P pedí—. dí—. Hola, soy e l ins inspe pector ctor More Moret.t. P er erdone done que la moleste, pero ya le habrán informado que es de vital importancia que localicemos a la hermana Margarita de Jesús. ¿Sabe usted dónde podríamos encontrarla?  —Siento  —S iento no poder a y udar udarlo, lo, ins inspec pector tor.. Ignor Ignoroo dónde puede e star; es m ás, desconozco desconoz co si aún vive. Ha Hann pasado pasa do ca casi si treint treintaa años desde la últi últim m a vez qque ue la vi.  —¿De  —¿ De qué ffee cha e staría staríam m os hablando?  —De m arz ar zo del 1966 —c —contestó ontestó sin duda dudar—. r—. Lo re recc uer uerdo do m uy bien, e s una fecha que nunca olvidaré. Éramos novicias y compartíamos la misma celda. La hermana Margarita era una joven encantadora, de una educación exquisita;  pertene  per tenecc ía a una fa fam m il ilia ia a dinera dinerada da y m uy re respeta spetada da e n la c iudad. Lo que le sucedió fue una tragedia, no se lo merecía. Ese hijo de Satanás le destrozó la vida  —dijo apesa a pesadum dumbra brada. da.  —¿Le  —¿ Le im importa portaría ría c ontar ontarm m e qué oc ocurr urrió, ió, ssor or Julia?  —Por  —P or a quel eentonce ntonces, s, eenn nue nuestro stro cconvento onvento eexis xistí tíaa una nave ane anexa xa que e sta sta ba en ruinas y que los peregrinos usaban para pernoctar. Al amanecer, era costumbre cost umbre que una de las no novi vicias cias les lllevara levara tortas de tri trigo go para alm almorz orzar ar,, y esa m añana añana,, po porr desgrac desgracia, ia, llee tocó a eell lla… a… La religiosa pareció ahogarse en un profundo suspiro y cesó su relato. Y tras tomar un poco de aire, continuó:

 —No volvi volvió. ó. La her herm m a na Mar Margar garit itaa e sa m a ñana no re regre gresó. só. La aba abadesa desa denunció su desaparición a las autoridades de la época, pero no lograron encontrarla. Muchos especularon con la posibilidad de que hubiese renunciado a sus votos de clausura, pero yo sabía que ella nunca haría tal cosa. Estaba  

enam orada de Di enamorada Dios os,, en cuerpo y alma alma..  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo la volvi volvióó a ve verr eentonce ntonces? s?  —Com  —C omoo le he dicho ante antes, s, a proxim proximaa dam ente un año de después, spués, en m ar arzzo de 1966. Se presentó de improviso en el convento, quería visitarnos. Estaba muerta en vida. Parecía moribunda y trataba de ocultar su rostro bajo una capucha os oscura cura.. Al qqui uittársela ár sela pud pudee ccomprobar omprobar cóm cómoo llaa dul dulzzura que siem siempre pre la ccar arac acteriz terizóó se había apagado a base de golpes. Puede que uno de ellos la dejara tuerta  porque ll llee vaba una ve venda nda que tapa tapaba ba la m it itaa d de su ccaa ra ra..  —¿Rec  —¿ Recuer uerda da si er eraa el lado iz izquier quierdo? do?  —No podría podr ía aasegur segurar arlo, lo, per peroo ccre reoo que sí. Aunque… eeso so no er eraa lo peor que le había pasado.  —Conti  —C ontinúe, núe, por fa favor vor..  —Nos confe c onfesó só que eell dí díaa que de desapa sapare recc ió fue viol violaa da brutalm ente ente.. Le habían había n arrebatado arr ebatado el ttesoro esoro m más ás vali valios osoo que puede pos posee eerr una m uje ujer, r, su vi virgi rgini nidad, dad, y la mantuvieron encerrada en un sótano durante ocho meses. Después, una mañana, al despertar, encontró la puerta de su cautiverio abierta y escapó. Resultaba extraño porque la tuvieron retenida durante casi todo su embarazo y, cuando apenas faltaban cuatro semanas para alumbrar, la dejaron libre. Huyó de aquel infierno, se marchó lo más lejos que pudo, y fruto de ese abuso nacieron dos  bebés.  bebé s. Si lo que contaba esa mujer era cierto, entonces uno de esos dos vástagos que nacieron era el asesino que ahora andábamos buscando. Y, por consiguiente, nos  brindaba la posi posibil bilidad idad de busca buscarr a su he herm rm ano gem e lo; si loca locali lizzá bam os su  parade  par adero ro ta tall vez podría aarr rroj ojaa r un poco de luz e n eeste ste turbio asunto. Esa podía ser  se r  la opo oportun rtuniidad que eest stábam ábam os esperando para atrapar atraparlo lo..  —¿Quién  —¿ Quién se hiz hizoo c ar argo go de los niños? —le pregunté—. pre gunté—. Quiz Quizáá c on un poco de suerte podam os loca locali lizzar a algu a lguno no de eell llos. os.  —Me tem o que e so va a ser im imposi posible, ble, ins inspec pector tor.. Na Nacc ier ieron on m uer uertos. tos. El día que nos visitó venía de enterrarlos en el panteón de su familia. La abadesa, tras escuchar su est estre rem m ec ecedora edora hist histori oria, a, le pid pidió ió que se quedara con nos nosot otra ras; s; éra éram m os las únicas que podíamos ayudarla a retomar su anterior vida, pero no accedió. Según di dijj o, yyaa eera ra dem demasiado asiado ttar arde, de, habí habíaa pe perdid rdidoo su fe eenn Dio Dioss y solo solo aspi aspira raba ba a que la muerte llamase pronto a su puerta. Esa fue la última vez que la vimos, un cato ca torc rcee de m arz ar zo de 19 1966. 66.  —Lo siento, her herm m ana ana.. Ahor Ahoraa com pre prendo ndo por qué no ha logrado olvi olvidar dar esa fecha. fec ha. Mu Muchas chas grac gracias ias ppor or atenderm e y discul disculpe pe las molest molestias ias.. Aunque fuese por teléfono, su tono de voz constataba claramente que aún no

había superado aquel trágico suceso. Supongo que por muchos años que pasen nunca nun ca se olv olvid idaa un dram dramaa de eesa sa m agni agnitu tudd porqu porquee y o, aunqu aunquee en las dos úúlltim tim as semanas hubiese vivido constantemente sumergido en un mar de incertidumbre, tampoco había logrado quitarme de la cabeza a Alejandra. Pensar que con  

apenas dieciocho años le hubiesen arrancado un ojo y violado sin contemplación me sumía en un estado de frustración que estrujaba mi pecho. Los libros de la academia decían que un inspector debía estar preparado para superar cualquier  adversidad, que el dolor de las víctimas no podía afectar el curso de una investigación; probablemente quien escribió esas normas nunca se topó con un desgraciado de esta calaña. Era imposible mostrarse indiferente ante tanta  brutalidad, pues c uando c re reía ía que y a lo había vis visto to todo, apa apare recc ía una nueva atrocidad mucho peor que la anterior.

 

42 El Lab er in to 

Lasarte decidió con buen criterio que una parte de la Brigada Central nos trasladásemos a Lugo, porque suponía saltarse de golpe unas cuantas casillas de ese imaginario tablero de juego que el transeúnte había marcado en su cabeza; afortunadamente afortunadam ente lo hi hicim cimos os con un unaa agra agradabl dablee incorporac incorporació ión: n: llaa doct doctora ora Romá omán. n. Contar con una forense en el BCI fue un acierto del inspector jefe, ya que nos dotaba de una gran agilidad a la hora de realizar los trámites burocráticos; no debíamos olvidar que estábamos en una nueva comunidad autónoma y con su colaboración podíamos acceder a futuras autopsias de una forma mucho más direc directta y rápi rápida. da. Mientra Mi entrass Lasa Lasarte rte plantea planteaba ba con eell ca capi pitán tán de la Gua Guardia rdia Ci Civil vil un dis dispos posit itiv ivoo de control que se ajustase al recorrido que restaba entre Lugo y Compostela, nosotros decidimos echar un vistazo al cementerio de la ciudad. Necesitábamos ampliar la información sobre esos dos niños que supuestamente fueron enterrados en marzo de 1966 y corroborar las palabras de sor Julia. Además, he de admitir que en aquellas circunstancias no se me ocurrió otro lugar mejor por  donde seguir investigando. Ester Est er qui quiso so acom acompañarnos pañarnos y, como m i com compañero pañero no pus pusoo ni ningu nguna na obj objec eciión, se mont m ontóó en eell coche y se vi vino no a ins inspecc peccio ionar nar eell cam pos posanto anto ddee Lugo. A unos veinte metros de la entrada del cementerio, Ramírez detuvo  bruscam  brusc am e nte eell ccoche oche.. Sus oj ojos os se había habíann que quedado dado cla clavados vados eenn las gra grandes ndes letra letrass que aparec apar ecían ían ggra rabadas badas so sobre bre eell ppórt órtico ico de llaa eent ntra rada. da.  —¿Álvar  —¿ Álvaro, o, ves lo que y o? —m —mee pre preguntó guntó conteniendo la rrespira espiracc ión.  —¿Qué  —¿ Qué ocur ocurre re?? —se aalar larm m ó Ester que iba se sentada ntada en eell asiento de aatrá trás. s.  —Tranquil  —Tra nquilaa . S See rref efier ieree al a l nombr nombree de dell ce cem m e nter nterio. io. Al unísono nos bajamos los tres del vehículo. Ya no quedaba lugar para la duda, habíamos acertado de pleno, estábamos ante la siguiente prueba de ese macabro juego en el que nos encontrábamos inmersos: El Laberinto. Las iniciales de su nombre así lo indicaban, Cementerio de San Froilán. Esas fueron  precisa  pre cisam m ente las dos letr letraa s cceltas eltas que gra grabar baron on j unto a un la laber berint intoo sobr sobree la piel del último cadáver que localizamos en León. Y qué era en realidad un cementerio sino eso, un gran laberinto de lápidas, criptas y mausoleos donde se enterraban los despojos de lo que un día fuimos. Seguramente sonará raro, pero era un cementerio hermoso, incluso diría que

impactante. No se parecía en nada al que visitaba con Berto. En el que nosotros ugábamos de niños era muy distinto. Allí los nichos estaban dispuestos unos sobre otros, como si se tratara de un edificio con cinco alturas. Lo recuerdo muy  bien porque e sca scalába lábam m os hasta los huec huecos os m á s altos par paraa esc esconder ondernos nos de dell enterrador. En cambio, en este todo era diferente. Las tumbas se encontraban a  

ras del suelo y acompañadas en su cabecera por una cruz de mármol o la imagen de algún ángel esculpido en piedra; correlativas, una tras otras, formando una extensa alfombra grisácea de mármol sobre la que de vez en cuando emergía orgullosa alguna antigua capilla. Estas eran como pequeños templos góticos de piedra extirpados del mismísimo Notre Dame, en donde la estrechez de unas vidrieras rotas por las inclemencias del tiempo dejaban entrever el trem endo olv olvid idoo que aaguarda guardaba ba eenn su iint nter erio iorr. « Zon Zonaa norte, cuar cuartto sector, call callee n.º 43» . Eso Esoss fueron lo loss dat datos os qque ue le facilitaron en el archivo municipal a Ramírez. Allí debía encontrarse el mausoleo de la familia Asensio, los padres de la religiosa que buscábamos. Recorrimos las calles del cementerio en silencio, respirando un olor a ciprés húmedo y observando cómo el moho verdoso que cubrió los recodos de algunas tumbas durante el invierno se había tornado ahora de color anaranjado a causa del calor. Centenares de lápidas impolutas salpicadas por restos de flores marchitas. Rosas secas tan mustias como los nombres grabados de quien yacía  baj o aaquellas quellas pe pesada sadass eeti tiqueta quetass de piedra piedra.. Fl Flore oress sin vi vida da que a dorna dornaba bann j ar arrone roness de agua corrompida a los pies de las tumbas. Sí, no había duda, aquello era eso, un laberinto de olvido. Caminamos por sus estrechas calles alquitranadas, junto a los espigados cipreses, buscando buscando la úl últtima m orada de los ddiifunt funtos os de la her herm m ana Margarit Margaritaa de Jesús. Esa era nuestra meta en aquel enrevesado puzle y supongo que habría sido más fácil localizarla si alguno de los operarios del cementerio se hubiese  brindado a a com paña pañarnos, rnos, pe pero ro los func funcionar ionarios ios m unicipales siem siempre pre han actuado así, sacrificios los justos, para qué molestarse si al final de mes iban a cobrar lo mismo. De hecho, casi fue un milagro que atendieran a Ramírez con tanta rapidez; si no llega a enseñarles su placa de policía probablemente aún estar est aría ía re rell llenando enando absurdo absurdoss formul form ularios arios qu quee no serví servían an pa para ra nada. « Zon Zonaa nort norte, e, cuar cuartto ssec ecto tor» r» , iindi ndica caba ba un unaa placa eenrob nrobin inada ada que habí habíaa atornillada en una esquina de un muro de piedra. Y junto a esta, un poco más abajo, casi a la altura de la vista, aparecía grabado a cincel y martillo el mismo símbolo que encontramos sobre el cadáver sin brazos que localizamos en León.

 

Foto n.º 6 Anagram a del Laberint Laberinto. o. C Cem em enterio ddee Lug Lugo. o.  No había ha bía duda duda,, había habíam m os ll llega egado. do. Aquel laberinto indicaba el comienzo de una nueva prueba y solo nos faltaba encontrar la calle n.º 43 en aquel enrevesado complejo de pasillos sin vida. Al tratarse ra tarse de un ccem em enterio que que había id idoo cre creciendo ciendo ppaulat aulatin inam am ente con el paso del tiempo —algo muy normal en un lugar como ese— las numeraciones de las calles no La eran correlativas, por lo que dividirnos buscarnocada uno por  un lado. tarde estaba agotando susdecidimos últimos suspiros y laynoche tardaría en llegar legar.. Debíam Debíamos os darnos ppris risaa si qqueríam ueríamos os encont encontrar rarlla antes de que oscure oscureciera ciera.. Ram íre rezz com comenz enzóó a re recorre correrr las ccall alles es horiz horizont ontalm almente ente m ient ientras ras que Est Ester er y o lo lo hacíam os vver ertticalme icalment nte, e, la int intención ención era pein peinar ar toda toda la par parce cella en el e l me menor  nor  tiempo posible. Lo cierto es que se trataba de un cementerio relativamente grande, pero teníamos a nuestro favor que solo debíamos buscar entre los mausoleos familiares; es decir, fijar nuestra atención en las antiguas capillas que aparec apar ecíían salt saltea eadas das dent dentro ro de aaquel quellla áárea rea del cam pos posanto anto.. F Fue ue eent ntonces onces cuando inesperadamente se presentaron varias nubes que se empeñaron en posar su so som m bra so sobre bre el ce cem m enterio enterio,, to tornando rnando aún m más ás gris el apocalí apocalípt ptico ico pais paisaj aj e.

 Nom bre bres, s, fec fe c has, pe pequeños queños re retra tratos tos de porc porcee lana y e statuas de á ngele ngeless clamando al cielo. El repertorio de recuerdos era interminable, y respirar en aquellaa atm aquell atmós ósfer feraa er eriizaba la pi piel. el. Ester cogió mi mano. Y yo correspondí a su gesto con una mirada cómplice. Para qué negarlo, que quisiera escudar su temor acercándose a mí me agradó,  

me hizo sentir como un príncipe azul que protegía a su amada en medio de un  bosque siniestro. siniestro. Y j untos untos,, aga agarr rraa dos de la m ano, cconti ontinuam nuam os bus buscc a ndo la tum tumba ba donde debían de estar enterrados los hermanos gemelos que alumbró la religiosa. Revisamos minuciosamente cada una de las capillas que nos fuimos encontrando, sin hallar nada que resultase relevante. Así, hasta que divisamos una al final de la calle. A pesar de que estábamos algo alejados, al verla sentí la corazzonada de que er cora eraa la que andábam os bus busca cando ndo.. S Sus us ppar aredes edes desconchadas y una gran cruz c ruz so sobre bre su ttej ej ado la señalaban com comoo llaa eellegid egida. a. Una verj a oxid oxidada ada la rodeaba en su totalidad, y de las vidrieras pareadas que antaño hacían las veces de ventanas apenas había sobrevivido algún cristal en ellas. Aunque lo que más llamó mi atención fue que su puerta de madera carcomida se encontrase sin cerrar. El candado que debía precintarla brillaba por su ausencia. Expec Exp ecttantes no noss asoma asomam m os a su in interio terior, r, y ento entonces nces pudi pudim m os cont contem em plar plar una enorme lápida colocada sobre el suelo. Era la entrada a la cripta subterránea, al foso donde se encontraban enterrados los antepasados de la familia Asensio, mas había algo inusual que rompía la sintonía de olvido, polvo y telarañas que reinaba en aquella estancia: el borde de la lápida se presentaba limpio, sin suciedad en sus untas, como si la hubiesen abierto recientemente.  —¡Ayy údam e ! —le pedí a Ester  —¡A Ester,, tra tratando tando de e m puj pujar ar la lápida que pre precc int intaba aba la fosa.  —¿Qué  —¿ Qué pre pretende tendess hac hacer er??  —Voy  —V oy a aabrirla brirla..  —No podem os prof profaa nar una tum tumba, ba, es ile ile gal. Ne Nece cesit sitam am os una orde ordenn de un uez o nos…  —¿Me  —¿ Me aayy udas o no? Ella suspiró y, tras pensárselo unos segundos, finalmente accedió. Entre los dos apartamos aquella pesada losa y dejamos al descubierto la entrada de la cripta funeraria. Su interior estaba oscuro, pero una vez allí esa contrariedad no iba a suponer un impedimento para que yo me introdujera a inspeccionar en su in interior terior.. C Com omoo pude, fui apoy ando m is ppies ies en los ttabiques abiques que, a m odo de li litera teras, s, soportaban los ataúdes de los allí enterrados, así hasta que llegué abajo. Por  suerte, en ese momento nos encontró Ramírez y con la ayuda de su linterna alumbró la fosa fosa desde arriba. a rriba.  —¡Aquí  —¡A quí están! —le —less seña señalé. lé. Me refería a dos pequeños féretros blancos llenos de polvo situados al fondo de la tumba y que podí podían ser lo loss de lo loss gem gemelos elos que bus buscá cábam bamos os..

  ¿P ¿P uede uedess cconfirm onfirm ar la fe f e cha de de defunc función? ión? m e pre preguntó guntó Est Ester er que e sta sta ba arriiba, aaso arr som m ada de rrodi odilllas.  —Caa torc  —C torcee de m a rzo de 1966 —leí tra trass lim lim piar de un sopl soplido ido e l polvo que había posado sobre las placas—. Encaja con lo que nos contó sor Julia —afirmé.  —¿Y  —¿ Y los nombr nombres? es? —i —insis nsisti tióó ella.  

 —No hay ha y nom nombre bres, s, sol soloo esa esass dos fec fecha has. s.  —Ábrelos  —Ábr elos —m —mee pidi pidióó Ester, eextra xtrañada ñada por que no apa apare recie ciesen sen la lass id idee nti ntidade dadess de los cuerpos que contenían.  —¿S  —¿ Se guro? —re —respondí spondí sorpre sorprendido. ndido. Ha Hasta sta e se m om omee nto Ester había sid sidoo una  persona  per sona a la que siem siempre pre le ccostó ostó ssaa lt ltaa rse el pr protocolo otocolo de aacc tuac tuación ión jjudicial. udicial. Y eenn cam ca m bi bioo ahora, de re repent pente, e, quería que aabri briese ese los ddos os fére féretros tros..  —No vas va s a eencontra ncontrarr na nada da de dentro ntro —ase —aseguró—. guró—. ¡¡Están Están va vacc íos íos!! Lo afirmó de una manera tan tajante que no me lo pensé dos veces, quité los  pestillos  pestil los que a segur seguraa ban las tapa tapass y, c on sum sumoo cuida cuidado, do, a brí aque aquell llas as dos  pequeña  peque ñass c aj a s de m ade adera ra.. Ester e staba e n lo c ier ierto. to. En su int intee rior no había absolutamente nada. No quedaban restos putrefactos ni señales de que allí hubiese hubi esenn si sido do enterr enterrados ados lo loss cue cuerpos rpos de dos bebés re recién cién nacidos na cidos..  —Son  —S on ellos los que está estánn re recc orr orriendo iendo el Cam Camino ino de las Oc Ocaa s —dij —dijoo Ram Ramíre írezz  —. Esa es la explica explicacc ión de por qué no dá dábam bam os ccon on éél.l. No ha hayy un aasesino, sesino, sino dos. Siendo gemelos pueden actuar a la vez en dos sitios diferentes y parecer uno solo. De ser cierto, aquella circunstancia daba un giro de ciento ochenta grados a nuestra investigación, pues entraba en escena un segundo sospechoso con el que no contábamos. Y mientras trataba de salir de aquel agujero inmundo lleno de telarañas, me pareció escuchar algo.  —¿Ha  —¿ Habéis béis oído eso? —le pre pregunté gunté a m is com compañe pañeros—. ros—. P Par arec ecía ía un ge gem m ido. Por unos instantes nos mantuvimos en silencio, aguantando la respiración; y fue entonces cuando pudimos escuchar con claridad un suspiro. Alertado, bajé de nuevo y me mantuve expectante. Y esperando en medio de un melancólico silencio que solo se puede sentir dentro de una tumba escuché un  profundo  prof undo suspi suspiro ro que re retum tumbó bó e n la cr cript iptaa . Si no m e equivoc equivocaba aba,, prove provenía nía de la segunda litera que había a la izquierda, del interior de un ataúd de caoba de di dim m ensio ensiones nes ccons onsidera iderabl bles. es. Miré a Ester que seguía arriba asomada. Ella asintió con un ligero movimiento de su cabeza a mi intención de profanar esa extraña caja mortuoria quee eesp qu spera eraba ba en la penumbra. Ramírez la enfocó con su linterna. Al hacerlo, pude comprobar que la llave estaba est aba puest puestaa eenn llaa ccer erra radura. dura. S Sol olam am ente debía debía girarla y la tapa quedaría aabi bier erta. ta. La giré… Y m uy lent entam am ent entee abrí el at ataúd. aúd. La sorpresa fue mayúscula porque dentro, envuelto en una sábana, se

encontraba el cuerpo amordazado de una joven. Tenía colocada una mascarilla con la que le suministraban oxígeno por medio de una pequeña bombona que había junto a sus pies, y sobre uno de sus brazos, le administraban por vía intravenosa una bolsa de suero y calmantes. Era la primera vez que la veía, pero al observar cómo se habían ensañado con su cara supe inmediatamente que era  

Alejandra, Alej andra, la j oven ddee dieciocho años que habí habíaa desapa desapare recido cido en eell al albergue. bergue.

 

4 3  Acor Ac or ta tan n do el ca cam in o 

Resulta complicado continuar escribiendo, narrar todo aquello sin que se me vuelva vuel va a eriz er izar ar el vell velloo de la piel al rec recordarlo. ordarlo. Hay qui quien en aasegura segura que el e l tiem tiempo po todo lo cura, sin embargo, yo no consigo olvidar lo que sucedió en cada segundo de aquellos contados días; especialmente la tarde en que logramos encontrar a Alejandra. Resultó caótico, pero al menos pudimos salvarla. Tras un reconocimiento ginecológico en el hospital y comprobar que había quedado em bara barazzada, se le in indujo dujo un aborto qu quee inter nterrum rumpi piese ese la gest gestac ació ión; n; adem además, ás, hub huboo que intervenirla de urgencia porque uno de sus globos oculares había sido arrancando y mostraba serios desgarros que dañaban parte de los nervios de la zona. Por tanto, hasta que no pasasen varios días no se le podía tomar declaración sobre lo sucedido, un tiempo muy valioso que sin duda aprovecharía el transeúnte  paraa tom  par tomar arnos nos venta ventajj a en e se m a ldi ldito to j uego. La c a rga e m ociona ocionall a la que nos estábamos enfrentando en el BCI comenzaba a hacer mella en el grupo, y tan solo había que mirar la cara de Ester o de Ramírez para percibir el sentimiento de derrota que arrastraban tras de sí. Por mi parte, creo que a esas alturas de la investigación ya había perdido tres o cuatro kilos y mi cinturón comenzaba a echar en falt faltaa un par de aguje agujeros ros m ás. Recuerdo ec uerdo que un si silenci lencioo tens tensoo em bargó la j ef efatura atura de Lug Lugo. o. Nadie se aatreví trevíaa a mencionar la primera palabra y el sonido de las respiraciones de los allí reunidos fue lo único que rasgaba el mutismo que nos habíamos impuesto voluntariamente. ¿Qué se podía decir tras lo ocurrido en aquel cementerio? Nada. Los hechos hablaban por sí solos. Se habían ensañado sin piedad con una adolescente indefensa, y quienes lo habían hecho no eran unos asesinos cualquiera. Debíamos asumir que nos encontrábamos ante unas mentes enferm as qu quee era erann capac capaces es de hace hacerr ccual ualqu quiier cos cosaa para ll llevar evar a ccabo abo un rit ritual olvidado en el tiempo, un juego que solo esos dos hermanos conocían como la  palmaa de su m ano. No obst  palm obstante ante,, uno de e llos, llos, proba probablem blem e nte e l m a y or, e l  primogénito,  prim ogénito, e ra e l c abe abecc il illa, la, quien había her heree dado e l títul títuloo de tra transeúnte, nseúnte, e incitaba a su gemelo a seguirle. Por tanto, no nos enfrentábamos a un asesino en serie ni nada parecido, sino a un perturbado que trataba de finalizar una obra inacabada que había idealizado en su cabeza. Entonces, Ent onces, iinesperada nesperadam m ente, com comenz enzóó a sonar sonar m i móvil móvil::

  —Hola, Dígamcom e pañe conte contesté tra tratando tando ate atender la llam llama a da. e ra él, y lla pañero rosté—esc —escuché uchéde dec decir ir..nder No había duda, lla m aba desde ot otro ro núm ero er o de teléfono dist distin into. to.  —Tú nunca conoc conocer eráá s el signi signific ficaa do de la pa palabr labraa com pañe pañero ro —le re recc rim riminé iné m ient ientra rass ppul ulsaba saba el modo ddee « m anos libres» libres» en el tteléfono. eléfono. Quería que llos os demás dem ás tam tambi bién én pudi pudiesen esen escuc escuchar har la cconv onver ersación sación..  

 —¡O h! ¡¡Qué  —¡Oh! Qué fr fraa se ta tann bonit bonitaa ! N Noo sabía que fue fuese se ta tann rom ántico —se burló.  —Cua  —C uando ndo te aatra trape pe te voy a m e ter e l rom romanticism anticismoo por eell culo, ce cerdo. rdo.  —¡Vay  —¡V ay a ! P e nsaba que la poli policc ía no habla hablaba ba de sexo m ientra ientrass tra trabaj baj a —  ironizó.  —Pronto  —P ronto se te quit quitaa rá ránn las gana ganass de br brom omee a r. T Tee cr cree eess muy m uy listo, listo, per peroo no er eres es nada más que un jodido trastornado. Sabemos tus intenciones y solo es cuestión de tiem tiem po qque ue te atrapem os. os.  —Miee nte m uy m al —r  —Mi —respondió espondió eenn tono sosega sosegado—. do—. El j uego se a ca caba. ba. Y no tenéis nnii zzorra orra idea de cóm cómoo atraparm e.  —De m om omee nto ttee has que queda dado do si sinn tus poll polluelos. uelos. He Hem m os re recupe cupera rado do a la c hica  tu futura descendencia ha pasado a la historia. Ya no habrá más transeúntes que continúen conti núen tu locura locura..  —¡Pobre  —¡P obre ingenuo! ¿De ver verdad dad cr cree e que a lgui lguien en puede par parar ar e sto? sto? Nosotros tan solo somos meras fichas que transitan por un tablero, nada más. El juego de la oca es una sagrada liturgia que ni usted ni nadie podrá parar. Son muchos los sigl siglos os que lo avalan y así segui seguirá rá siendo. siendo.  —Saa bem os que no aacc túas sol  —S solo. o. Tiene Tieness ay uda.  —¿Quién  —¿ Quién dij dijoo lo contra contrario? rio? En el j uego de la oca hay m últ últipl iples es j ugador ugadores, es, unoss jjuegan uno uegan a favor fa vor y otros otros en cont contra ra.. S Sol olam am ente se debe tener ccllar aroo qui quiénes énes son los verdaderos adversarios. ¿Usted lo sabe? ¿Conoce contra quién juega? Recapacite, Moret, porque aún no es consciente de a lo que se enfrenta. No tiene ni idea de las dimensiones que alcanza este juego. Pero mientras tanto, le aconsejo que procure no perder su bastón de apoyo; recuerde que será un elemento elem ento pprimordial rimordial para cont contin inuar uar eell cam ino.  —Disfruta m ientra ientrass pueda puedass porque no pienso desc descansa ansarr hasta dar darte te a lca lcance nce.. Tienes a toda la policía tras tus pasos y te atraparemos.  —No sea se a ingenuo. ¿¿De De ve verda rdadd lo cree cr ee así, inspec inspector? tor? Yo m máá s bien diría que la  policc ía sois los bbaa sure  poli sureros ros que se de dedica dicann a rrec ecoger oger los ddee spoj spojos os que va vann queda quedando ndo tras ra s mi paso paso.. Nada m ás. S Simples imples recogem ierdas.  —¡Eres  —¡Er es un ba bastardo! stardo!  —Es cier c ierto, to, lo so soy. y. Nunc Nuncaa c onocí a m i padr padree . Mas de debe be tene tenerr c uidado porque  puede que a usted le oc ocurr urraa lo m mismo, ismo, que nunca conozca a su hi hijj o.  —¿De  —¿ De qué dia diablos blos habla hablas? s?  —Tranquil  —Tra nquilíce ícese, se, inspec inspector tor —conte —contestó stó con su habitual ttono ono de voz, ssin in altera alterarse rse lo má máss míni mínim m o— o—.. Le re recom comiend iendoo qu quee desca descans nsee y beba aagua. gua. R Ref efrigérese rigérese porque

le hará parasus terminar partida. antes de colgar. Y de nuevo el silencio se Esasfalta fueron últimaslapalabras ins nstal talóó en la j efatura. ef atura.  —El Pozo es la siguiente siguiente prue prueba ba —a —afirm firm ó Ram Ramíre írezz.  —¿De  —¿ De qué ha habla? bla? —pre —preguntó guntó Lasar Lasarte, te, sin lllega legarr a e ntende ntenderr su aapre precia ciación. ción.  —« De Desca scanse nse y beba a gua» , ha dicho, y ca cada da una de sus pa palabr labraa s se puede  

considerar como un reto. No hay duda de que se refiere a esa prueba del juego. Es el siguiente ritual al que debemos enfrentarnos.  —No me m e ffío. ío. C Cre reoo que intenta de desviar sviar nuestra nue stra aatenc tención ión —apre —aprecc ié.  —¿Qué  —¿ Qué te ha hacc e pe pensar nsar e so? —m —mee pr preguntó eguntó Ester Ester..  —¿No  —¿ No os dais c uenta de que siem siempre pre lle lle gam os tar tarde de a todas las prue pruebas? bas? Hemos ido recorriendo una a una las casillas que el transeúnte nos ha marcado  pre viam ente  previam ente..  —¿Y?  —¿ Y? —apostil —apostilló ló Lasa Lasarte rte..  —Deber  —De beríam íam os busca buscarle rle e n la últ últim imaa ca casil silla, la, e n Santiago de Compostela Compostela.. Apostaría a que ya está allí, y seguro que se dispone a finalizar el juego.  —Pee ro…, Álvar  —P Álvaro, o, aún fa falt ltaa n dos prue pruebas: bas: El P oz ozoo y La Muer Muerte te —m —mee recordó rec ordó R Ram am írez írez..  —Es c ier ierto. to. Y podríam os tra tratar tar de loca locali lizzar arlas, las, per peroo solo ser servirá virá par paraa ralentizar la investigación y que el transeúnte actúe a sus anchas, sin que nada lo  perturbe  per turbe..  —Siento  —S iento c ontrade ontradecc irte, Álvar Álvaro, o, per peroo cr creo eo que no lle lle gar garáá a Sa ntia ntia go hasta el 25 de de j ul ulio io,, el dí díaa en eell qque ue se cconme onmem m ora aall após apósttol. ol.  —Raa m íre  —R írezz, de deber bería ía ocur ocurrir rir a sí si se rigier rigieraa por e l rrit itoo ccristi ristiano. ano. Sin eem m bar bargo, go, el camino del transeúnte no se ajusta a las reglas que la Iglesia dictó, sino a otras mucho más antiguas de índole pagana. ¿Qué día es hoy?  —15 de j uli ulioo —apuntó Est Estee r.  —Entonces…,  —Entonce s…, será m aña añana na —c —caa lculé.  —¿P  —¿ P or qué lo cre creee aasí? sí? —pre —preguntó guntó Lasar Lasarte te que e scuc scuchaba haba la cconver onversac sación ión ssin in  pestañeaa r.  pestañe  —El núm númee ro e sotéric sotéricoo que rige e l j uego de la oca es el nueve nueve,, y m a ñana faltarán exactamente esos días para el día 25, la festividad de Santiago apóstol. Por lógica, la fecha del último sacrificio pagano debería celebrarse nueve días antes que la señalada por la cristiandad.  —Y,, entonc  —Y entoncee s, ¿dónde se e ncue ncuentra ntrann El P oz ozoo y La Muer Muerte? te? ¿Nos olvi olvidam dam os de esas e sas dos pruebas? — —pre pregunt guntóó R Ram am írez írez..  —No lo sé sé.. Ta l ve vezz tenga tengass ra razzón y se deba debann vigi vigilar lar todas las fue fuentes ntes o c años de agua que restan hasta Santiago. Supongo que ese desgraciado sería capaz de contaminar sus aguas.  —Pue  —P uede de que vay a n unid unidaa s —sug —sugirió irió Est Estee r.  —Explíquese  —Explí quese,, doctora —le pidi pidióó La Lasar sarte. te.

Si alguien conta Si contam inar inaraaúltimas e l aguapruebas, de un poz pozo o podría m a tar apodrían quien lairbebie bebiese. se. Por  consiguiente, esasm dos Pozo y Muerte, juntas, relacio relac ionadas nadas eent ntre re sí sí..  —¡Esto es e s una locura locura!! —ale —alegué gué dese desesper sperado—. ado—. No podem os ccontrolar ontrolar todos los manantiales que quedan a lo largo del camino. Es obvio que quiere desviar  nuestra atención para dar su golpe definitivo y que esa jugada maestra lo ayude  

a terminar definitivamente el juego. Seamos sensatos, los mensajes que ha ido dejando dej ando marc ma rcados ados ssobre obre el cuer cuerpo po ddee ccada ada una de las vvíct íctima imass no er eran an pi pist stas as que seguir, sino los pasos que él quería que diésemos. Hemos picado el anzuelo una y otra vez. Pensadlo detenidamente: al principio nos encontrábamos ante cientos de  puentes,  puente s, luego oc ocurr urrió ió lo m ismo con los a lber lbergues gues que había a lo lar largo go de dell recorrid rec orrido, o, y ahora le in interesa teresa que nos ent entre rettengam os en in insp spec eccion cionar ar los los m mil iles es de  pozos, fue  pozos, fuentes ntes o m a nantiale nantialess que puebla pueblann e l Cam Camino. ino. ¿No ve veis is que esta estam m os ugando como él quiere? En esta partida ha sido siempre él quien ha tirado nuestros dados, jugada tras jugada, controlando nuestros movimientos. Es hora de que tom tom em os llas as riendas y dem demos os uunn gi giro ro de ccient ientoo ochent ochentaa gra grados dos a est estaa parti partida. da.  —De a cue cuerdo. rdo. Se har haráá tal y com o usted de decida cida —asinti —asintióó La Lasar sarte—. te—. ¿Qué su sugi giere ere que hagam os? os?  —Que se tra traslade slade inm inmee diatam e nte todo eell per personal sonal de la brigada a Sa nti ntiago ago de Compostela. Nos saltaremos las reglas y avanzaremos hasta la última casilla del tablero de juego. Si pretende actuar mañana, entonces aún disponemos de veinti vein ticuatro cuatro horas para prepar preparar ar un plan. plan.

 

57 

Apenas faltaban cinco minutos para que las agujas de mi reloj marcasen las diez de la noche cuando nos presentamos en la Plaza del Obradoiro. Lo que en un  principio podía par paree ce cerr un obj e ti tivo vo ffáá cil de c ontrolar ontrolar,, luego re result sultóó un ver verdade dadero ro quebradero de cabeza. El complejo arquitectónico que cubrir era descomunal, y sumado a la amplia explanada abarrotada de peregrinos que se acercaban a la catedral como si fuesen cientos de abejas que acuden a un panal de rica miel, hacían de aquel emplazamiento el lugar perfecto para que el transeúnte pudiese nadar tranqu tranquil ilam am ente ocult ocultoo entre un inme inmens nsoo océa océano no hu hum m ano. El marco era incomparable, y la majestuosidad de las edificaciones colindantes ensalzaba aún más la vieja catedral de Santiago de Compostela. Sin perder ni un minuto, nos dirigimos a la secretaría episcopal anexa al templo para entrevistarnos con el padre Andrade, el prefecto del Cabildo compostelano, que llevaba más de cuarenta años encargándose de las labores concernientes a la catedral. El inspector Lasarte, por mediación del vicario de la diócesis gallega, había concertado una reunión con él.  —No tengo ningún inconve inconveniente niente en explica explicarle rless las vinculac vinculaciones iones de nuestra catedral con ese supuesto juego de la oca, pero les ruego que no olviden nunca que nos encontramos en un lugar sagrado —nos advirtió muy serio.  —¿Es  —¿ Es cie cierto rto que usted vivió algo par paree cido eenn el aaño ño 1965? —pre —pregunté. gunté.  —Por  —P or desgr desgraa cia a sí fue fue… … —a —afirm firm ó aantes ntes de dar un br bree ve suspi suspiro—. ro—. P er eroo no quiero hablar de ello. Es muy duro recordarlo y para mí supone una herida que aún no ha conseguido cicatrizar.  —¿Có  —¿ Cóm m o podría a y udar udarnos nos par paraa que no se vue vuelva lva a re repetir petir aaquel quel eepiso pisodio? dio? —  se interesó Ramírez.  —Nada  —Na da ni na nadie die dete detendrá ndrá a ese dem onio. La fe siem siempre pre ha tenido una par parte te de luz y otra de oscuridad, y la Iglesia católica hace tiempo que asumió ese riesgo. El problema surge cuando los tentáculos de esas tinieblas se adentran en el in interior terior del de l tem tem pl plo. o.  —Paa dre  —P dre,, han pasa pasado do c a si tre treint intaa a ños y a hora disp disponem onem os de m ás m edios  paraa aatra  par trapar parlo. lo. Inténtelo —le pidi pidióó Ester Ester..  —Dudo que pueda puedan. n. Son ce centena ntenare ress de m iles iles las per personas sonas que vis visit itan an c ada año Jacobeo la catedral de Santiago para rendir culto al Santo apóstol. Sin em bargo, po pocos cos saben que el imponent imponentee tem plo plo que re recorr corren en ocult ocultaa una serie de

clavestienen esotéricas y que de de lospaga rituales que se llevan a cabo en su interior   poco tiene n de ccristi ristia a nosmuchos y m ucho paganos… nos…  —Explíquese  —Explí quese,, padr padree .  —La catedr ca tedral al eess un jjuego uego eenn sí, com comoo un gra grann tabler tablero, o, y c ada año Ja Jacc obeo se comienza una nueva partida en él. Solamente cuando la festividad del apóstol coincide en domingo se abre la Puerta Santa. Es un rito que se viene repitiendo  

cada año santo desde hace siglos: durante los primeros minutos del 1 de enero, tras golpear tres veces la puerta sellada a cal y canto, se accede al templo. La mampostería que cierra esa entrada se derriba a martillazos, y las piedras que caen sobre el piso de la catedral adquieren un valor especial porque, en cierto modo, con ese acto se da por iniciado un nuevo juego.  —Conti  —C ontinúe, núe, por fa favor vor —le rrogué. ogué.  —Solo  —S olo se tra trata ta de una de las num numee rosa rosass ce cere rem m onias que se c ele elebra brann en la catedral, a medio camino entre la fe cristiana y el paganismo. El primer rito consistiría en dirigirse a la puerta principal del templo: al Pórtico de la Gloria. Está formado por tres arcos labrados que simbolizan diferentes motivos y, aunque nunca nun ca se ha confirm confirmado, ado, un unoo de eelllo loss po podrí dríaa estar rrelacionado elacionado con llaa pata de una oca y su suss ttre ress garra garras. s. E Ell cantero que ll llevó evó a ca cabo bo est estaa m agní agnífica fica obra eescul scultó tórica rica fue el maestro Mateo, un enigmático personaje que consideramos el verdadero  precur  pre cursor sor de otros ritos que tam bién se ll lleva evann a ca cabo bo en e l int inter erior ior de e sta catedral.  —¿A  —¿ A qué rrit itos os se re refie fiere re,, padr padree ?  —Detrá  —De tráss de dell pil pilaa r princ principal ipal de dell pórtico se enc encuentr uentraa la im image agenn de un hom bre arrodillado que mira hacia el altar. Al parecer, esa escultura representa al maestro Mateo, el escultor medieval que en aquella época trazó el recorrido de un misterioso juego de la oca en el interior del templo, y que tras haber sido reprendido por el obispo, decidió colocar la imagen dando la espalda al pórtico. Pero lo interesante es el rito que desde entonces hasta nuestros días se celebra sobre esa escultura. Los peregrinos, al acceder al templo, se agachan para dar  tres golpes con su cabeza sobre la imagen, un rito cuya finalidad mágica es encontrar el verdadero camino que oriente sus vidas. Y desde ese punto de  parti  par tida da,, c ada pe pere regrino grino debe deberá rá esc escoger oger su propio re recor corrido rido por e l int inter erior ior de la catedral ca tedral para tratar de llegar ha hast staa el alt altar ar don donde de se encue encuent ntra ra el apóstol apóstol.. De este modo, tendrán que atravesar una especie de puente de escaleras para subir y abrazar la imagen del santo; posteriormente, atravesarán otro puente invertido que les llevará hasta la cripta donde se guardan las reliquias del apóstol. Desde allí deberán continuar hacia la parte sur en el exterior del templo, a la Plaza de las Platerías, donde se encuentra una fuente en la que suelen beber los  peregr  per egrinos inos.. Sus ccapa apacc idade idadess ccura urati tivas vas y su tra tradición dición se re rem m ontan a la lle lle gada de los restos de Santiago. Según cuenta la leyenda, en ese manantial bebieron los  buey e s que la m ít ítica ica re reina ina Lupa c e dió a los discípul discípulos os del apóstol par paraa que

trasportaran su cuerpo Compostela.  —Ese debe de ser hasta e l poz pozo o que busca buscam m os. Ha Habrá brá que ins inspec peccc ionarlo, puede estar contaminado —sugerí.  —Podría  —P odría ser porque ha hann sido m uchos los que han e scr scrit itoo sobre ella. Inc Incluso luso Feder ederico ico García Lorca se ref refer ería ía a ell ellaa eenn un unoo de su suss ppoem oemas as com comoo llaa Fu Fuente ente del Sueño —apuntó el sace sacerdote. rdote.  

 —¿Y por dónde c onti  —¿Y ontinúa núa eell rit ritual, ual, pa padre dre Andra Andrade? de? —pre —preguntó guntó La Lasar sarte. te.  —Lo ignoro. Esa par parte te del re recc orr orrido ido e s un m ist istee rio que nadie ha sabido descifrar. Solo cuando logren atrapar al transeúnte se sabrá su paradero final, la m eta don donde de ac acaba aba eell recorrid recorrido. o.  —¿Ha  —¿ Ha oído ha hablar blar del tra transeúnte? nseúnte? —apuntó Ester Ester,, abr abrum umaa da por la c antidad de informac inform aciión qu quee aquel sace sacerdot rdotee nos estaba re reveland velando. o.  —Algo peor peor,, he vis visto to e l re reguer gueroo de sangr sangree que dej ó tra trass de sí la últ últim imaa vez que pasó por aquí a quí..  —Eso no volverá a suce sucede derr. Esta vez le e stare starem m os eesper speraa ndo m uy ate atentos ntos —  apuntó Ram Ram írez.  —¿Es  —¿ Es cie cierto rto que eell te te m plo está ccondicionado ondicionado a un núme núm e ro? —conti —continué. nué.  —Así e s —af —afirm irmóó sin dudar dudar—. —. En el Có Códice dice Cali Calixti xtino no se re revela vela que la catedral fue construida influenciada por el siglo en el que se descubrieron los restos del santo.  —Supongo  —S upongo que se rree fiere fie re a l ssigl igloo IX IX..  —Efecc ti  —Efe tivam vam e nte, el nueve nueve.. P or e so tiene nueve nave navess se separ parada adass por sese sesenta nta   tres pilares e iluminadas por sesenta y tres vidrieras, con nueve coros y el mismo número de capillas; y nueve torres exteriores sobre las que se apoya su fachada. El nueve es múltiplo de tres, y se repite una y otra vez en las construcciones medievales que se encuentran a lo largo del Camino de Santiago, del antiguo Camino de las Ocas, porque el nueve y el siete fueron los números usados por los primeros alquimistas. Al igual que el símbolo de la pata de la oca era la marca que identificaba a los maestros canteros medievales.  —¿P  —¿ P odríam os ec echar har un vis vistazo tazo a l C Códice ódice Cali Calixti xtino? no?  —Lo siento, pero per o de deber berán án espe espera rarr a m aña añana. na. El manusc m anuscrito rito se gua guarda rda e n una cám ara acoraz acorazada ada dent dentro ro del museo ddee la catedral.  —Son  —S on tantas las ley e ndas que gira girann aalre lrede dedor dor de e ste ste a sunt suntoo que c uesta c re reer  er  lo que cuenta —comentó sorprendido Lasarte.  —Vee ngan, aacc om  —V ompáñe páñenm nmee —nos pidi pidióó de im improviso. proviso. En la iglesia reinaba un silencio casi sepulcral, y expectantes seguimos las  pasos del de l re reli ligioso gioso hasta eell m mee nciona ncionado do P Pórtico órtico de la Gloria Gloria..  —Mire  —Mi renn a ll llíí —nos pidi pidióó seña señalando lando e l a rc rcoo ce centra ntral—. l—. Esos que rode rodean an la imagen de Dios son los cuatro evangelistas y, como apreciarán, San Juan, en vez de aparecer con un águila, se muestra con una oca en la mano. Sé que puede  parec  par ecee r una si sim m ple c oincidenc oincidencia, ia, per peroo si se fija fij a n en el otro a rc rcoo que hay a la

derecha observarán un glotón que quiere pastel,Y pero puede porque una serpiente le aprieta la garganta y leengullir impide un tragar. a suno lado, vemos un  bebedor  bebe dor que está tra tratando tando de tom tomaa r vino, per peroo a l e star boca a baj o no puede puede.. También, junto a ellos, encontramos algo realmente sorprendente en un templo cristiano: una mujer con las piernas abiertas y una imagen demoníaca en su vagina. Pues todo este cúmulo de curiosidades, en su conjunto, hacen alegoría a  

la prueba de La P Pos osada, ada, eess ddec ecir, ir, a la gul gulaa y la lluj ujuri uria. a. Cont ontem em pl plar ar aquell aquellaa escult escultura ura fe fem m enin eninaa con un dem demoni onioo entre sus ppiernas iernas m mee hizo recordar a Alejandra y el ensañamiento que mostró con ella quien la violó. Y mis m is deseos ddee atrapar al culp culpable able se eent ntre rem m ez ezclaron claron con una ra rabi biaa que llevaba llevaba tiempo germinando en lo más hondo de mi corazón.  —¿Y  —¿ Y sabe usted por qué m uti utila la a sus ví víctim ctimas? as? —p —pre reguntó guntó R Ram am íre írezz.  —Dice n que e s porque e l m ac  —Dicen acho ho siem siempre pre picotea a su hem bra par paraa reconocerla, y si se fijan en la figura del maestro Mateo que antes les mencioné, la que hay tras el pó pórti rtico, co, tam tam bién bién apare aparece ce con un unaa m arc arcaa eenn llaa ffrent rentee y la nariz rota. Todas aquellas explicaciones elevaban a un nivel casi místico la misión que nos ocupaba. Y fue entonces cuando me di cuenta de que en realidad no estábamos persiguiendo a una persona, sino al legado de una auténtica estirpe de  peregr  per egrinos inos ase asesin sinos. os. Este que dura durante nte va varia riass sem a nas tr traa tam os de c aptura apturarr e ra e l heredero de un macabro rito que aún perduraba en el tiempo después de cientos de años. Era obvio que varios siglos atrás, ese mismo que pasó a ser reconocido como el ilustre maestro Mateo se atrevió a dejar plasmadas sobre las propias  parede  par edess de la c ate atedra drall las dire directr ctrice icess que ca cada da uno de sus desc descendie endientes ntes debía seguir para honrar su trabajo; una tenebrosa herencia que cada uno de los  primogénitos  prim ogénitos que fue fueron ron nac naciendo iendo post postee riorm e nte continúo al pie de la letra letra.. Y esa era la verdadera razón por la que el actual transeúnte pudo librarse tan fácilmente de nosotros, porque solamente tuvo que seguir el camino que otros antes ant es qu quee ééll ddej ej aron ma marca rcado do..  —Less rue  —Le ruego go que m e dis discc ulpen, eess tarde y debo rree tira tirarm rm e —dijo eell re reli ligios gioso. o.  —No se pre preocupe ocupe por nosot nosotros, ros, padr padree . Aprovec Apr ovecha hare rem m os la noche par paraa  prepar  pre paraa r un plan. Os quiero a todos re reunidos unidos dentr dentroo de una hora e n la sec secre retar taría ía episcopal. Instalaremos allí el centro de operaciones —nos pidió Lasarte.  —¿P  —¿ P odría queda quedarm rm e con Ram Ramíre írezz? Que Quere rem m os ec echar har un vis vistazo tazo aall tem plo —  solicité.  —Está bien, pero pe ro se seaa n puntu puntuaa les. Sé que a Ester también le hubiera gustado quedarse, su mirada triste al despedirse así lo confirmaba, pero creí conveniente mantenerla alejada de aquel lugar por si ese desgrac desgraciado iado aparec aparecíía de nuevo nuevo.. Adem Además, ás, en ape apenas nas un unaa hora nos volver vol veríam íamos os a re reuni unirr. Debo confesar que una visita nocturna a una catedral en penumbra impone

mucho. sombras parecen cobrarque vidadecenas y el olordea cera derretida se incrusta en las fosasLas nasales para recordarte imágenes inertes sobre sus  pedestales  pede stales te eestán stán obser observando vando ffij ijaa m e nte. Ramírez y yo fuimos recorriendo embelesados aquella especie de libro abierto que era la catedral. Los grabados de sus relieves hacían las veces de textos que habían quedado plasmados en las paredes a través de los años y, en  

cierto modo m odo,, expl explicaban icaban las re regl glas as no escr escrit itas as de ese eext xtra raño ño jjuego uego en eell qu quee nos encontrá encont rábam bamos os iinme nmersos rsos.. R Ram am írez, írez, que pare parecía cía habe haberse rse cconv onvertid ertidoo en un eexperto xperto en la materia, comentó que en épocas pasadas las losas que en esos momentos teníamos bajo nuestros pies conformaban un fascinante laberinto, un enrevesado mural que la antigua orden de Santiago se encargó de hacer desaparecer por  entender que obedecía a la simbología pagana. Supongo que unas cuantas losas de un suelo eran mucho más fáciles de eliminar que aquel descomunal conjunto de esculturas de piedra que adornaban sus paredes. Por eso estas permanecían aún allí, constatando que aquel emplazamiento ya fue un lugar sagrado mucho tiem iempo po ant antes es de que se levant levantara arann los los pprime rimeros ros m muros uros ddee la ccatedral. atedral. Continuamos paseando en silencio entre un ejército alineado de bancos de madera e interminables columnas acabadas en arcos de medio punto, intentando captar algún mensaje que pudiese quedar escondido en aquellos viejos muros. Así llegamos hasta un altar barroco repujado hasta la saciedad, donde una especie de puente presidido por la imagen del apóstol lo abrazaba en su amplitud. osotros lo recorrimos tal y como exigía el rito peregrino, para después descender por otro pasadizo de escaleras hasta la cripta subterránea del santo. Allí, en la penumbra, nos esperaba un enorme sarcófago de plata bajo un sobrio arco de piedra, iluminado por la tenue y sugerente luz de dos largos cirios. Lentamente nos acercamos hasta la cancela de hierro que lo custodiaba, y fue entonces cuando pudimos apreciar el grabado del medallón central que presidía aquella especie de ataúd. Se trataba de una circunferencia en cuyo interior se detallaban los símbolos apostólicos de Santiago, es decir, un par de barras cruzadas en forma de equis y un bastón episcopal que lo atravesaba longitudinalmente; y supongo que no habría tenido más relevancia si no fuese  porque c oincidí oincidíaa n c lar laraa m ente c on las huellas de pata de oca que venía veníam m os encontrando a lo largo del camino. Aquí se presentaban duplicadas, de tal forma que una de ellas quedaba hacia arriba y otra invertida, mirando hacia abajo, e indicando que, por fin, nos encontrábamos ante la última casilla del juego. Pero… eso no era todo. En la gran base de piedra sobre la que se sustentaba aquella mole de metal plateado aparecían talladas dos hermosas aves con forma de ganso, semejantes a las que presentaba el tablero del juego que compré en la uguetería de Pamplona.  —Estamos  —Estam os eenn eell jar j ardín dín de la oc ocaa , eenn la ca casil silla la 63 —af —afirm irmóó Ram íre írezz mie mientra ntrass sacaba saca ba una foto foto..

 

Foto n.º 7 Cripta y sarcófago de Santiago.  —Es lo m ismo que esta estaba ba pe pensando nsando y o —cor —corrobor roboré. é.  —Sii ese desgr  —S desgrac aciado iado quier quieree com pletar el rrit itoo no ti tiene ene m á s re rem m e dio que pa pasar  sar   por aquí a quí —asegur —aseguróó m mii com compañe pañero—. ro—. Este eess el anzuelo per perfe fecto. cto.  —Habrá  —Ha brá que eest staa r m uy a tentos. No podem podemos os per perm m itir itir que se eesca scape pe esta e sta vez.  —Yaa ver  —Y veráá s cóm o lo atra atrapam pam os.  —Raa m íre  —R írezz…  —¿S  —¿ Sí?  —Muchass gra  —Mucha gracia ciass por tu ay uda. Ha Hace ce ti tiem em po que dej a ste de ser un simple compañero para convertirte en un gran amigo.  —Graa cia  —Gr ciass a ti por dej a rm e for form m a r par parte te de esta investi investigac gación. ión. N Nunca unca había di disfrut sfrutado ado tant tantoo con m mii tra trabaj bajo. o. Eres el pri prim m er eroo que que ha cconfi onfiado ado en m í.  —Hacc e ti  —Ha tiem em po per perdí dí un a m igo, y desde entonc entoncee s nunca he querido quer ido conf confiar  iar  en nadie. Me costaba afrontar su pérdida y no quería que volviese a ocurrir.  —Todos  —T odos hem os per perdido dido a alguien a lo lar largo go de nuestra vida, y ca cada da uno lo afronta de una manera diferente. Tú eres quien debe marcar los tiempos que te ayuden a recuperarte de esa pérdida, pero nunca te avergüences de ello.

Supongo que tuvo que ser un gran amigo cuando aún lo recuerdas.  —Lo era er a , lo er era… a…

 

58 La ca cass illa de la Mu er te 

En la reunión que mantuvimos posteriormente en la secretaría episcopal se  propusieron  propusier on las m e didas que adopta adoptarr por e l BC BCI. I. Se a cor cordó dó que a am bos extremos de la fachada principal del templo, y a lo largo del perímetro de la azot azotea ea,, se aapos postaran taran var variios franc francot otiradores iradores de ééli litte, y que, adem ás de disp disponer oner un control de seguridad en todas las calles adyacentes, se reforzara el protocolo de acceso a la catedral. Por otro lado, varios agentes uniformados de la Policía acional se encargarían de ayudarme a vigilar los puntos más visitados del templo, es decir: pórtico, altar y cripta; mientras, Ramírez controlaría las zonas colindantes a la fuente que había en la Plaza de las Platerías. Como era lógico, el inspector jefe Lasarte dirigiría la operación desde la propia secretaría donde se había instalado el centro de operaciones y se comunicaría con cada uno de nosotros por medio de una frecuencia de radio segura, adoptando con buen criterio que cada quince minutos se realizara una rueda de control con los efec ef ecti tivos vos colo coloca cados dos en los punt puntos os ca cali lientes entes del tem plo. plo. La mañana no se hizo esperar y despertó pronto con un suave murmullo que se fue am a m pl plifi ifica cando ndo conform conformee se aace cerc rcaba aba la hora de aabri brirr aall públ público ico llaa ccatedra atedrall. Los peregrinos más madrugadores guardaban cola ordenadamente esperando que fuesen las ocho de la mañana, hora en la que cada día se abría el Pórtico de la Gloria. Yo aguardaba dentro, nervioso, igual que un novio el día de la boda, aunque en este caso difería en que desconocía el rostro del otro contrayente invitado a la ceremonia. El retén de policías situado estratégicamente en el interior del templo est estaba abadealertado de que eesp sperá erábam bamos os a un raz za blanca blanca de fuerte. unos vveint eintio cho años edad, de un metro ochenta de varón alto ydedera complexión Eseiocho era nuestro perfil, aunque entiendo que contábamos con pocos datos si teníamos en cuenta la m ara arabun buntta de per peregrino egrinoss qu quee ac acce cedí dían an a diario diario al tem templ plo. o. No ob obst stante, ante, ugaba a nuestro favor que el transeúnte, cuando visitara la cripta, intentaría acercarse al sarcófago, y para ello antes debía sortear una verja de hierro que impedía el paso al interior del mausoleo. Yo me situé justo enfrente del ataúd de plata, bajo un pequeño arco con formaa de ccapil form apilla, la, y m e dis dispus pusee a espera esperarr. De nuevo me toca tocaba ba sufrir sufrir ese m artiri artirioo que tanto detestaba: esperar. Definitivamente era el verbo que más odiaba del

diccionario, asumir en queaquella formaba partetampoco de mi trabajo. El aambiente de recogimientopero que debía se respiraba cripta ayudaba que pasara el tiempo más rápido, y una luz pobre y amarillenta que se reflejaba sobre las  parede  par edess de piedr piedraa que c onfor onform m aba abann aaquellos quellos eestrec strechos hos pa pasil sillos los m mee tra trasportaba sportaba a ot otra ra época pasada; al ti tiem em po de lo loss cruz cruzados ados y de las órdenes tem templ plar arias ias.. Y aant ntee aquel escenario de incertidumbre y el desasosiego que comenzó a aflorar en mi  

interior, decidí añadir al cargador de mi arma la bala sin nombre que tenía guardada en mi bolsillo. No sé por qué, pero presentía que había llegado el momento de usarla, que su propietario estaba a punto de venir a por ella, a por  esa bala anóni anónim m a que una noche, ti tiem em po atrás, no qui quiso so sser er para m í. L Laa intro introduje duje en la recámara, armé mi pistola y quité el seguro. Ya estaba lista para ser  di disp spara arada, da, para encontrar a su ddueño… ueño… De repent re pentee sonó sonó llaa ra radi dio: o:  —Aquí, ce c e ntro de oper operaa cione ciones. s. S Son on las ocho en punto —nos ale alertó rtó La Lasar sarte—. te—. Abrimos las puertas del templo. Dispositivo de seguridad en marcha. ¿Control uno?  —Pórtico.  —P órtico. T Todo odo en or orden den —r —respondió espondió el aagente gente que ha había bía j unto a la eentra ntrada. da.  —¿Co  —¿ Control ntrol dos dos??  —Altar m ay or. or. T Todo odo en or orden. den.  —¿Co  —¿ Control ntrol ttre res? s?  —Confe  —C onfesion sionaa rios. T Todo odo en or orden. den.  —¿Co  —¿ Control ntrol cua cuatro? tro?  —Cripta.  —C ripta. Todo eenn or orden, den, a unque la seña señall de ra radio dio no llega c on m ucha nit nitidez idez  —les com uniqué.  —No se pre preocupe ocupe,, es norm al. Está e n el subsuelo. No obst obstaa nte, proc procure ure no quedarse quedar se sin cobe cobertura. rtura. ¿Ok Ok??  —Ree c ibi  —R ibido do —re —respondí spondí..  —¿Co  —¿ Control ntrol cinco?  —Fuente  —F uente.. Todo e n orde ordenn —re —respondi spondióó Ram Ramíre írezz, que e staba e n el exte exterior rior de dell templo.  —¿Co  —¿ Control ntrol seis?  —Azotea  —Az otea.. T Todo odo en or orden. den. Esa era la rueda de control que realizaríamos periódicamente cada quince minutos. Una repetitiva sucesión de preguntas que tuvimos que escuchar aquella mañana una y otra vez cada cuarto de hora. Durante cinco interminables horas estuve apostado frente al sarcófago, en el mismísimo corazón de la cripta, mirando fijamente la cara de cada uno de los visitantes que desfiló por allí: mujeres, hombres, niños, ancianos… Personas de toda clase y razas, y de los  países m á s var variopi iopintos ntos,, per peroo ningun ningunaa de ellas m e re recc orda ordaba ba a e se supuesto  periodi  per iodista sta que m e a bordó eenn la plaz plazaa de Logroño. Y Yoo eestaba staba conve convencido ncido de que si volvía a cruzar la mirada con él lo reconocería, que sus ojos le delatarían;

además, aunque solosseehubiese podido escucharlo veces su  pec  peculi uliaa r tono de voz m e ha había bía que queda dado do gra grabado badouneenpar n la de m em oria oria.por .P Por orteléfono, eso e so estaba compl com pletam etamente ente seguro de que en cuanto lloo encañonara sabrí sabríaa que eera ra éél.l. Pasaron las horas muy lentamente, y cuando las agujas del reloj marcaban las una y cuarto del mediodía volvió a sonar de nuevo esa pesada cantinela del control rutinario que Lasarte mantenía puntualmente:  

 —¿Control  —¿Co ntrol uno?  —Pórtico.  —P órtico. T Todo odo en or orden den —r —respondió espondió el prim primee r aagente gente..  —¿Co  —¿ Control ntrol dos dos??  —Altar m ay or. or. T Todo odo en or orden. den.  —¿Co  —¿ Control ntrol ttre res? s?  —Todo  —T odo en or orden, den, ccom ompañe pañero. ro.  —¿Control  —¿Co ntrol cua cuatro? tro?  No sé por qué, pe pero ro la re respuesta spuesta del c ontrol núm er eroo tre tress m e re result sultóó un tanto extraña. Debi De bióó cont contest estar ar:: « Confesi onfesionario onarios. s. T Todo odo en orden» , tal y com comoo fue haciendo en anteriores ocasiones. Sin embargo, omitió su ubicación en el templo …  —¿Co  —¿ Control ntrol cua cuatro? tro? —re —repit pitió ió Lasa Lasarte rte por rraa dio.  —Cripta.  —C ripta. T Todo odo en or orden den —r —ree spondí spondí..  —¿Algún  —¿ Algún problem a, ins inspec pector? tor? —m —mee pre preguntó guntó a l ver que tar tardaba daba e n contestar.  —No, no se pre preocupe ocupe.. No le e scuché scuc hé… …D Debió ebió de ser la cobe cobertura rtura —tra —traté té de disculparme.  —¿Co  —¿ Control ntrol cinco? —prosi —prosiguió. guió. Y de repente, tras esa pregunta, flotó un silencio en el aire. De nuevo la  pregunta  pre gunta de La Lasar sarte te que quedó dó si sinn re respuesta. spuesta.  —¿Co  —¿ Control ntrol cinco? R Responda esponda.. Pero Ramírez, que era el agente ubicado en la fuente, no contestó. Y aquel mutismo hizo que se disparasen todas las alarmas.  —¿Co  —¿ Control ntrol cinco? Agente Ra Ram m íre írezz, re responda sponda —insi —insist stió ió el ins inspec pector tor jjee fe fe..  —Atención.  —Atenc ión. Aquí c ontrol seis. P uesto de Az Azotea otea.. Divis Divisam am os a un hom hombre bre tendido en el suelo de la Plaza de las Platerías —alertó uno de los francotiradores que había situ situado ado en el tej tejado ado de la ca catedral. tedral.  —Ree c ibi  —R ibido. do. Que nadie aba abandone ndone su puesto. Manda Mandare rem m os un re retén tén de a poy o  —inform ó La Lasar sarte. te. Tras escuchar esto, volvió de nuevo el silencio. La radio enmudeció durante unos segundos interminables y la ausencia de noticias comenzó a hervir en mi estómago. ¿Dónde estaba Ramírez? ¿Sería él ese individuo que estaba tendido en el suelo? Mi Mientra entrass m mee hac hacía ía eesas sas pre pregunt guntas as la ge gente nte conti continuaba nuaba visi visitando tando llaa ccript ripta, a,  peroo y o y a no podía esta  per estarr pe pendiente ndiente de quién de desfilaba sfilaba por a quellos e strec strechos hos  pasillos  pasill os de piedr piedraa porque m i ca cabeza beza eestaba staba en otro la lado, do, m máá s conc concre retam tam ente e n el

exter exterior ior del tem templo plo.ido! . A conti continuac nuació ión, n,rido! vol volvi vió ó a esc escucha ucharse ra radi dio:  —¡Agente  —¡A gente her herido! ¡A ¡Agente gente he herido! —gritaba unorsedelalos mo:iem bros del re retén tén que acudi ac udióó a la pl plaz aza—. a—. Nec Necesi esitam tamos os un mé médi dico. co. Como era lógico, no me lo pensé dos veces y salí corriendo hacia allí. Sabía que no debía abandonar mi puesto, pero si el transeúnte aún estaba merodeando  por la plaz plazaa y o e ra e l único que podía re reconoc conocee rlo. Lo había ha bía tenido fr free nte a  

frente en la plaza de Logroño y, curiosamente, de nuevo nuestro punto de encuentro volvía a ser en una explanada abarrotada de gente. Corrí todo cuanto  pude, sospec sospechando hando que esa coinc coincidenc idencia ia no e ra fr fruto uto de la ca casualidad sualidad porque e l transeún ranseúntte nu nunca nca dej aba nada aall az azar ar.. « De plaz plazaa a plaz plaza…; a…; de de oca a oca…» , m mee repetí repe tíaa m ient ientra rass zzig igzzaguea agueaba ba eent ntre re la mar m area ea de gente que int inter errum rumpí píaa m i ppaso. aso. Abandoné el templo lo más rápido que pude y, cuando logré llegar a la fuente, Ram Ram írez re z y ac acía ía ttendi endido do ssobre obre la ca cam m il illa la de una am bul bulancia. ancia.  —¡Ram íre írezz! ¡¡Ram Ramíre írezz! —le llam é. E Esper speraa ndo que m e m ira irara ra.. Pero no se movió. Permaneció tendido inerte. Sus ojos habían perdido la  batall  bata llaa y la oscur oscuridad idad había gana ganado do e l puls pulsoo a la luz que se cola colaba ba por ellos, tiznándo iznándolo loss para siem siempre pre de som som bras; y ento entonces, nces, re repent pentin inam am ente, m mee aacordé cordé de Berto. Así fue como contemplé por última vez a mi amigo: tendido y con los ojos si sinn vi vida. da. Y aahora hora vol volví víaa a ocurrir eexactam xactam ente lo mismo.  —¡Ram íre írezz! —grité c on ra rabia, bia, m ientra ientrass unos c om ompañe pañeros ros m e suj sujee taba tabann por  los brazos. Pero mi grito se perdió en el eco de la plaza… Por unos instantes pensé que tal vez los volvería a abrir al escuchar mi llamada, como ocurrió con Berto cuando le di aquel beso mágico. ¡Qué iluso fui! Conociendo los precedentes ya debía saber que eso solo ocurría en los cuentos de hadas. Entonces junto a la puerta de la ambulancia vi a Ester. Parecía abatida y el reguero de una lágrima furtiva había surcado su mejilla. La pobre, al verme, trató de apretar sus labios temblorosos para aparentar que podía aguantar la  presió  pre siónn que suponí suponíaa a quel c ontra ontrati tiee m po. Su c ar araa a ngust ngustiada iada lo dec decía ía todo. Ramírez ya no estaba. Probablemente se había marchado a otro lugar mucho más tranquilo, y ella lo sabía; su rostro compungido así lo confirmaba. Para Ester  había llegado el momento de la verdad, ese que tanto temía. Por primera vez, debía enfrentarse a la muerte de un amigo; ella era la forense del BCI, y como tal, debía ejercer ahora su ingrata tarea…  —¿Qué  —¿ Qué ha oc ocurr urrido? ido? —le pre pregunté gunté aabra brazzá ndola.  —No lo sé —gimote —gimoteó—. ó—. Dice Dicenn que esta estaba ba habla hablando ndo c on un a gente c uando cay ca y ó desvanecido al ssuelo uelo — —m m e expl explicó icó balb balbucea uceando ndo..  —¿Qué  —¿ Qué age agente? nte?  —Yaa te he dicho que no lo sé.  —Y  —¿Estaba  —¿ Estaba her herido? ido? ¿Le han dispar disparaa do?  —No. Apa Apare rentem ntem ente su c uer uerpo po no pre presenta senta lesiones, per peroo sospec sospecho ho que

 puede haber sid sido o e nvene nvenenado. nado. Ha Han n re recogido cogido un peque pequeño ño elbotellí botellín n de a gua que había aha suber lado. Nos lo llevamos también para analizarlo en laboratorio… De nuevo nos interrumpió la radio:  —Aquí control c ontrol dos. ¡Age ¡Agente nte herido! he rido! ¡A ¡Agente gente her herido! ido! —aler —a lertó tó apur apurado ado uno de los policías del templo.  —Adelante  —Ade lante contr control ol dos. Inf Inform orm e de la sit situa uación ción —sol —solicitó icitó La Lasar sarte te desde el  

 puesto de m a ndo.  —Hayy un a gente inconscie  —Ha inconsciente nte e n uno de los conf confesionar esionarios. ios. Está desnudo,  peroo aún rrespira  per espira —inform ó.  —Paa sam os a c ódigo roj o. Ci  —P Cier erre renn las puer puertas tas del tem plo —orde —ordenó nó apresurado el inspector jefe. Todo odoss llos os acc accesos esos ddee la ca catedral tedral fueron ccer erra rados dos inm inm ediat ediatam am ente. Como en ese momento se podían contar por cientos los visitantes que había en su interior, se dispuso un control en una de las puertas traseras para que, conforme fuesen abandonando la catedral, se identificaran uno por uno y se registraran sus bolsos o mochilas. Se hizo sin levantar ningún tipo de alarma, como si se tratara de un control rutinario más. No obstante, a pesar de la rapidez con la que se actuó, nuestros esfuerzos resultaron en vano. No pudimos dar con él. Aquel malnacido fue mucho más inteligente que nosotros y en tan solo un cuarto de hora —ese era el espacio de tiempo que había entre cada control de radio— fue capaz de burlar el amplio dispositivo de seguridad que teníamos montado. Debió de acceder al templo como un visitante más, eludiendo el control uno que había en el Pórtico. Nosotros ya intuíamos que ese sería el punto más fácil de sortear, por lo que se intensificó la vigilancia en las proximidades del altar mayor. Sabíam abíamos os qque ue su oobj bjeti etivo vo pprimordial rimordial era entrar eenn llaa ccrip ripta ta y ac acce ceder der aall at ataúd aúd de  plata del de l apóstol par paraa poder c oncluir de definit finitivam ivamee nte eell juego. j uego. Esa debía de se serr su meta, y allí era donde esperábamos identificarlo. Acordonando el perímetro se había colocado un agente en los confesionarios y otro junto al altar, mientras que o esperaba abajo, frente a la tumba. Por desgracia él no siguió el recorrido que nosotros preveíamos. El transeúnte accedió a la catedral, y posteriormente se acercó al altar mayor, pero no intentó aproximarse a la tumba de Santiago; optó  por a tac tacar ar a l aage gente nte de poli policc ía que había a post postaa do eenn el control núm númee ro tre tres. s. L Lee golpeó en la nuca, lo introdujo en el confesionario y le quitó su uniforme. Esa fue la razón por la que pudo moverse libremente por el templo sin levantar ningún tipo de sospechas. Esa fue precisamente la razón por la que encontré extraña la contestación del último control que se hizo por radio. Fue el propio transeúnte quien respondió desde el confesionario. Por unos instantes se convirtió en un  policc ía m ás; y de e ste m odo pudo aba  poli abandonar ndonar la ca catedr tedraa l sin dificultad y dirigi dirigirse rse hacia la fuente donde se encontraba Ramírez. Allí, como si se tratara de un gentil

com compañero, ofre ofreció ció unabot botell ellín ín ddee aagua gua —era m edio ediodí día, a, eenn pleno plenoasí m mes eseldeúltimo j ulio ulio,,   elpañero, calor le comenzaba resultar insoportable— consumando sacrificio que su macabro ritual exigía para concluir el juego. Una vez resueltas las casillas de El Pozo y La Muerte se introdujo de nuevo en la catedral amparado por la cobertura que le daba ese uniforme. Después solo tuvo que esperar a que yo abandonase mi puesto. Él sabía que en cuanto escuchara por   

radio el nombre de Ramírez saldría rápidamente a socorrerlo, momento que aprovechó para bajar a la cripta, abrir la verja de hierro que la custodiaba, y colocar una pata disecada de oca sobre el grabado central del sarcófago  plateado.  platea do. De e ste m odo, sobre la huella invertida que tra trazza ba el símbolo apostólico de Santiago, acababa su juego.  No pude vér vérm m e la, per peroo supongo que m i ca cara ra en e se m om omee nto fue un auténtico poema, la de un gilipollas que había hecho mal su trabajo. Entonces vi vini nier eron on a m mii me mem m ori oriaa las palabras de Ram Ramírez írez:: « Todo odos, s, ttar arde de o tem temprano, prano, acabar ac abarem em os iigual gual ddee hast hastiado iadoss qu quee el com isar isariio Horneros» . T Tenía enía ra razzón. De repente encontré sentido a su habitual mal humor, a ese vocabulario tan vulgar… Entendí por qué a los asesinos los llamaba cabrones, hijos de puta o bastardos. Era más fácil nombrarlos así e incluso uno se sentía mejor al hacerlo. Yo, por  desgracia, me acababa de cruzar en el camino con el peor de todos ellos. Había intentado ser su adversario en un juego que parecía de niños, pero me había tocado participar con la ficha del perdedor. Me dispuse a abandonar la catedral derrotado, intentando asimilar que no vería más a mi espigado compañero. Lasarte se cruzó conmigo por uno de los  pasillos  pasill os late latera rales les de dell tem plo, per peroo aall ve verr m i ccaa ra de pre preocupa ocupación ción no se a tre trevió vió a  preguntar  pre guntar nada nada.. Sim implem plemee nte m e m iró y aga agacc hó la c abe abezza , a sumiendo sum iendo su par parte te de derrota. El transeúnte nos había ganado la partida a todos, a cada uno de los compon com ponentes entes de la brigada ccentral entral de inv investi estigación gación.. Y j usto usto cuando cruz cruzaba aba bajo baj o el Pórti P órtico co de la Gloria, son sonóó m mii móvil móvil::  —Hola, c om ompañe pañero ro —esc —escuché uché al desc descolgar olgar.. Era é l, ccon on su inc inconfundible onfundible voz de cabronazo.  —Taa l vez ssee a lo úl  —T últi tim m o que haga haga,, pe pero ro te j uro que te aatra trapar paréé . S Siem iem pre tendr tendréé en mi m i cargador una bala con ttuu no nom m bre gra grabado. bado.  —Sigue  —S igue siendo usted un rom á nti ntico, co, ins inspe pector ctor.. La vida re real al no es com o una  película donde siem pre gana ganann los buenos. Cuanto antes lo asum a , m mee j or or..  —¡Tee m a tar  —¡T taréé , ca cabrón! brón!  —No se e nfa nfade, de, inspec inspector tor.. Ya le a dver dvertí tí que tar tarde de o tem pra prano no per perde dería ría su  bastón. Y e so e s lo que ha ocur ocurrido rido hoy con Ram Ramíre írezz. Debió De bió c uidar m e j or su  punto de aapoy poy o.  —Tú tam bién pe perdiste rdiste a tus ppoll ollue uelos los —le re recor cordé—. dé—. Crees Cre es que has ga ganado nado la  parti  par tida da,, per peroo sabe sabess que nadie continuar continuaráá con e ste j uego. Co Conti ntigo go se c ier ierra ra e l ciclo. Por fin ha acabado todo.

 —Quizá  —Quiz sí…, ,áquiz quizá á no… ¿¿Quién Quién—a sa sabe? be?  —Y  —Ya a noá sí… habr habrá m ás tra transeúntes nseúntes —afirm firm é .  —No lo c rea re a , ins inspec pector tor.. Siem pre queda quedará rá a lgún poll polluelo uelo que logre volar del ni nido. do. Hast Ha staa pronto pronto,, ccom ompañe pañero ro —se despid despidió ió ttra ranqui nquilo. lo. Y colgó. Cada vez que ese maldito bastardo pronunciaba la palabra « compañero» com pañero» se me revol revolví víaa eell es esttóma ómago go.. Debí su supo poner ner qu quee eera ra ééll cu cuando ando  

contestó dura durant ntee el últ último imo control, al su suplant plantar ar al policía policía del cconfesionario. onfesionario. « Todo en orden, compañero» compa ñero» , eso fu fuee lo qque ue di dijj o, y no fui lo suficient suficientem em ente perspi perspica cazz  paraa per  par perca catar tarm m e de e ll llo. o. Supongo que si dura durante nte toda m i vida e l ver verbo bo espera espe rar  r  fue el más odiado, ahora esta nueva palabra había cobrado el sentido más nefast nefa sto. o. « Compa ompañero» ñero» habí habíaa perdid perdidoo ppar araa m míí su verdade verdadero ro ssiigni gnificado. ficado. Sin embargo, ese maldito trastornado nunca pudo imaginar que al escuchar  sus palabras germinaría una nueva inquietud en mí. Ya dije cuando comencé a contar esta historia que siempre fui de los que creían que tras una simple sospecha podía encontrarse una pista, y eso fue precisamente lo que ocurrió. Recordé que ese bastón al que hizo referencia también lo mencionó la vieja de uñas amar am aril illlentas de P Puent uentee La Rein Reina: a: « todo pper eregrino egrino encuent encuentra ra su bbast astón ón a lo largo del camino, y este le acompaña hasta concluir su viaje. Ten cuidado de no  perder  per der el tuy tuyo» o» . Ell Ellaa , de algún m odo, m e pre previno vino de lo que le iba a suce suceder der a Ramírez. Por tanto, quizá ella podría saber a dónde se dirigiría el asesino tras conclu conc luir ir eell rit ritual. ual. Cuando informé al inspector jefe, no me creyó. Estaba decepcionado y no quería escuchar ni una palabra más que guardase relación con ese escabroso uego de la oca, alegando que si no aparecían nuevas víctimas el caso se daría  por c e rra rr a do. No esta estaba ba disp dispue uest stoo a continuar pe persiguiendo rsiguiendo a un fa fantasm ntasma, a, a alguien que no habíamos visto nunca. El Ministerio de Interior comenzaba a cuestionar su profesionalidad y en Madrid no compartían el modo como se había dirigido dirigi do la investi investigac gación. ión.  —Llévem  —Lléve m e a P uente La Reina y le tra traee ré a l tra transeúnte nseúnte —le ase aseguré guré..  —¿Usted  —¿ Usted no se da por venc vencido ido nunca nunca?? —m —mee re recr crim iminó—. inó—. ¿R ¿Rec ecuer uerda da que le  pedí que pre prescindier scindieraa de Ram Ramíre írezz? Él nunca debió for form m a r par parte te del BC BCI, I, no estaba est aba prepara preparado do,, y ahora est estáá m uert uerto. o.  —El a gente Ram Ramíre írezz m urió hac haciendo iendo lo que m ás le gusta gusta ba: ser poli policía cía.. Y eso, ni usted ni nadie podrá cambiarlo. Por eso yo ahora le pido un último favor: facilíteme un helicóptero. Solo necesito 24 horas más. Lasarte me miró a los ojos y tomó aire, tratando de aplacar la decepción que hervía en su interior.  —De acuer ac uerdo. do. Usted gana —asinti —asintióó con c ar araa de pocos a m igos igos—. —. P e ro recuerde que si yo caigo lo arrastraré conmigo. Aparte del sueldo, nos estamos ugando la reputación del cuerpo. Dispone de un día más. Mañana, a las 14:00 horas, mandaré ma ndaré el in inform form e de lo suce sucedi dido do a Madrid Madrid.. ¡S ¡Suerte! uerte!

 —Graa cia  —Gr cias, s, la voy a nec necee sit sitar. ar.

 

59 Mam Ma m á O ca 

Veinticuatro horas suponían un plazo más que aceptable porque tenía muy claro a quién quería interrogar. Llevaba varios días atando cabos y todos ellos apuntaban apunt aban si siem em pre eenn llaa m is ism m a direcc direcció ión. n. Al final volar no resultó algo tan fatídico. En esta ocasión fue un helicóptero de doble hélice de la Guardia Civil el que me trasladó hasta la comunidad de Pamplona. Era un medio de transporte de mucha más envergadura que los nuestros y permitía realizar vuelos de mayor recorrido, que sumado a la facilidad de aterrizar en un punto más o menos cercano al destino elegido, ayudaba a consumir menos minutos de la tregua que Lasarte me había concedido. No obstante, el trayecto hasta Puente La Reina duró cerca de tres horas, tiempo más que suficiente para que Ester pudiese informarme sobre los datos de la autopsia que realizó. Aunque lo hizo de manera extraoficial —me llamó directamente al móvil nada más terminar el reconocimiento— las pruebas revelaban que las muestras de sangre tomadas arrojaban unos porcentajes muy elevados de un componente químico, que mezclado con agua, actuó como un agresivo vasodilatador que afectó a su organismo, produciendo una parada cardí ca rdíac acaa ful fulm m in inante ante que ac acabó abó con la vi vida da del agente Ram Ramírez írez.. Y en ccuant uantoo a los restos del ave disecada que se encontraron sobre el féretro de la cripta, las m uest uestra rass de sang sangre re adheridas bajo baj o las las garr garras as coin coincidí cidían an ccon on el ADN del cadáver  amputado que apareció en el río que transcurría junto al monasterio de San Marcos, en León. Pero eso no fue todo. Según el muestreo realizado en el laboratorio, bajo aquellas uñas aparecían restos cutáneos de otro individuo sin identificar aunque ella La en herramienta ese momentoque lo elignoraba, esautilizó circunstancia me involucrabay,directamente. transeúnte para marcar  la piel de sus víctimas apuntaba de forma abrumadora hacia una realidad más que evidente: evidente: era la m isma pata di diseca secada da que la vi viej ej a Mar Margot got util utiliizó para m ar arca car  r  m i bbra razzo y habí habían an quedado resto restoss de mi m i ssangre angre en eell lla. a. Varias horas después aterrizamos en las afueras de la aldea, a unos quinientos metros de la casa de la anciana. Cuatro agentes de la Guardia Civil me acompañaron hasta la vivienda marcada con el número sesenta y tres. No lo había asociado antes, pero esa cifra pintada en cal sobre la puerta indicaba claramente que aquella maldita bruja formaba parte del juego. Esa era la

cantidad de casillas que mostraba el tablero, e imaginé que si sabía tanto sobre el ritual de la oca, no era solo porque fuese una acertada vidente, sino porque m antení anteníaa una re relació laciónn m muy uy estrecha con el aasesi sesino. no. Por tant tanto, o, el ttra rans nseúnt eúntee pod podía ía encontrarse muy cerca de aquel lugar. La puerta nos esperaba abierta y el interior de la vivienda completamente oscuro, tal y como sucedió en las anteriores ocasiones en que la visité; no  

obstante, se procedió a registrar la casa de cabo a rabo. En su transcurso, uno de los agentes encontró una trampilla en el suelo, justo en frente de la chimenea donde mantuve la última conversación con ella. Estaba oculta bajo la alfombra, donde se encontraba la mecedora. Tal vez por eso no la pude ver aquella noche, cuando desapareció desapare ció de de pront pronto, o, como un fantasma fantasma.. Tras abrirla, se presentaban ante nosotros unos escalones de madera que comunicaban con un sótano semirruinoso, y con la ayuda de unas linternas decidimos echar un vistazo. Las raíces del viejo alcornoque que había pegado a la casa asomaban por la pared que daba a la escalera y, al bajar, sus tentáculos embarrados parecían querer sujetar a quien osase transitar por aquellos escalones. Eran como manos abiertas que indicaban con insistencia que nos detuviésemos, que no continuáramos bajando. Los escalones de madera crujían quejándos quej ándosee aam m arga argam m ente baj o nu nuestro estro ppeso. eso. Y uuna na vez abaj o, era un iint ntenso enso oolo lor  r  a humedad hum edad eell qu quee te abra abrazzaba si sinn pi piedad. edad. El sótano aparentaba estar vacío. Había unas cuantas sillas apiladas en una de sus esquinas y algún que otro mueble arrinconado al fondo, pero nada más. Y entonces, cuando nos disponíamos a abandonarlo, una de nuestras burbujas de luz iluminó fortuitamente el hueco que quedaba debajo de la escalera dejando al descubierto algo realmente insólito. Sobre la pared, en una de las raíces retorcidas que asomaba, había colgada una sotana. Se trataba de un hábito de monja apolillado y lleno de polvo; y, rodeándolo, a modo de mural, aparecían sobre la pared una serie de fotografías en blanco y negro. No había duda de que eran retratos de difuntos que alguien había arrancado de las lápidas para colocarlos allí, decenas de fotos ovaladas de porcelana que habían sido reutilizadas para recrear aquel tétrico altar.  —Cre  —C reoo que y a sé dónde podem os e ncontra ncontrarla rla —les dij dijee a m is ccom ompa pañer ñeros, os,  pidiéé ndoles que m e aacc om  pidi ompaña pañara ran. n. Uno de los guardias civiles se quedó vigilando las inmediaciones de la casa m ient ientra rass qu quee eell rest restoo nos ac acerc ercam am os al ppuebl ueblo. o. S Sii ma mall nnoo rec recordaba, ordaba, la noche que visité el bar su camarero mencionó que la anciana rezaba habitualmente en una de las igl iglesi esias as de P Puent uentee La Reina, y y o qu quer ería ía saber eenn cuál.  —¡Hom  —¡H ombre bre,, otra vez por a quí! —m —mee saludó ef efusi usivam vam e nte a l ver verm m e e ntra ntrarr. Estaba detrás de la barra secando unos vasos—. ¿Logró completar el censo? —se interesó.  —Sii le soy sin  —S sincc er ero, o, debo conf confesa esarle rle que no —m —mee m ost ostré ré c ontra ontraria riado—. do—. No

 pude e ncontrar encontra r aaquella aancia nciana na quesa ust uste m menc encionó. ionó.  —Pe  —P e ro si er era a quella m uy fá fác c il il.. S Su u ca casa eesselad única que ha hayy e n las af afuer ueras. as.  —Lo sé, per peroo nunca está allí. A pesa pesarr de que la he vis visit itado ado va varia riass vec veces, es, nunca la localizo.  —Búsquela  —B úsquela e n la igl iglesia esia del Crucifij o —com e ntó eenn voz baj a —. Segur eguroo que la encuentra allí. Esa tarada se pasa las horas postrada de rodillas rezando.  

 —¿P odría indica  —¿P indicarm rm e por dónde se va?  —Conti  —C ontinúe núe ca call llee a baj o, eenn dire direcc ción aall río. Ense Enseguida guida la ver veráá . La re recc onoce onocerá rá  por un porche porc he aarque rqueado ado de piedr piedraa que re resguar sguarda da la entr entrada ada.. No tiene pér pérdida. dida. Aquel hombre hombre tenía ra razzón. L Laa ca call llee se fue estrechando com comoo un embud em budoo que m e arr arrojó ojó a lo loss mismos pi pies es de la eent ntra rada. da. Una ccalz alzada ada de adoq a doqui uines nes cont contin inuaba uaba  baj o los dos a rcos rc os que pre presid sidían ían e l um umbra brall de un tem plo de grue gruesos sos m uros de  piedra construido baj o las dire directr ctrice icess de un tra trazza do inus inusual. ual. Era una igl iglee sia distinta a cualquiera de las que hubiese podido ver, y hasta su campanario resultaba atípico, como una corpulenta torre sin apenas altura, excesivamente corta. Sin Sin em embargo, bargo, lloo que m más ás ll llam am ó m mii atenció atenciónn cuando estu estuve ve ant a ntee su ent entrada rada,, fue el friso de una columna que adornaba el pórtico. En el capitel aparecían grabadas un par de ocas con los cuellos entrelazados, dos aves que indicaban con su presencia que aquel lugar podría ser un enclave importante de ese misterioso uego que acababa de concluir. Y como intuía que si no lograba capturar al transeúnte en Madrid no creerían ni una sola palabra de lo que contase, decidí tom omar ar una foto fotografía grafía que diese diese ffee de ell ello. o. A conti continuac nuació ión, n, entré en eell tem tem plo. plo. Se trataba de una pequeña iglesia dividida en tres naves de techos bajos cuyos arcos se cruzaban entre sí como si fuese el interior de una fortaleza; y a su izquierda, al final de una hilera de asientos de madera, amparada por la tenue  penum bra de unas c uanta uantass vela velas, s, se podía a divi divinar nar la sil silue ueta ta de alguien que  perm  per m ane anecc ía aarr rrodil odillado lado re rezzando eenn sil silenc encio. io.  —Yaa le dij  —Y dijee que volvería a vis visit itar arm m e , insp inspee ctor ctor.. Solo eera ra c uestión de tie tie m po  —dijo sin girarse girar se siquiera siquiera..

 

Foto n.ºiglesia 8 Detalle de la entrada a la del Crucifijo. Era ella. Su voz asfixiada resultaba inconfundible, y parecía estar  esperándome.  —¿S  —¿ Sa bía de desde sde eell principio qu quién ién eera ra el transeúnte, tra nseúnte, ve verda rdad? d? —le recr re crim iminé. iné.  —Observo  —Obser vo que ti tiene ene m uy m a la m e m oria oria,, inspec inspector tor.. U Usted sted y y o te teníam níam os un  pacto.  pac to. ¿Lo recue re cuerda rda?? Una pre pregunta gunta por otra —conte —contestó stó aarr rrodil odillada lada,, sin de dejj ar de mirar un peculiar crucifijo que presidía la bóveda izquierda del altar. Este, en vez de representar a Jesucristo clavado a una cruz con dos maderos que se cruzan

 per  perpendic pendicular madera e nte, con lo mfo ost ostra raba a rtiriz rtirizado form m a inus inusual: ual: en una estruct est ructura ura ularm de m madera form rma aba de m pata de ado oca. de una for  —Lo siento, per peroo a m í y a no m e queda quedann re respuestas spuestas —conte —contesté. sté. No e staba dispuesto a contarle nada más sobre mi vida.  —Supongo  —S upongo que eso se debe deberá rá a que ha vuelto a per perder der su ba bastón stón.. Reconoz Rec onozcc a que no se se le da bien cui cuidar dar a sus sus am amig igos os.. Le duran m uy poco.  

 —Se e quivoca  —Se quivoca.. Nunc Nuncaa ha sid sidoo m i obligac obligación ión ccuidar uidar de na nadie. die. Cada uno eeli lige ge cómo vivir su vida y cómo alcanzar su destino.  —¡Vay  —¡V ay a ! Me sorpr sorpree nde su rrespue espuesta. sta. V Vee o que por fin ha logra logrado do eespanta spantarr los fantasmas de su pasado, esos que perturbaban su sueño. El Camino de las Ocas lo ha cam ca m biado. biado.  —Saa be que eso son solo viej a s ley e ndas tra  —S trasnocha snochadas. das. Nunc Nuncaa ha e xistido xistido eese se m aldi aldito to cam in ino. o.  —Eso e s lo que usted c re ree, e, insp inspee c tor tor.. P er eroo todos todos,, a lo lar largo go de nuestra vida, recorremos un camino plagado de pruebas. La vida en sí es un juego, y en su transcurso encontraremos puentes, viaductos que nos ayudarán a salvar  caudalosos ríos repletos de problemas; posadas donde descansar y recapacitar  sobre lo que hicimos mal; laberintos sin sentido que nos harán perder el norte;  pozos  poz os o depr depresiones esiones que a hoguen nuestra a nsi nsiee dad e n las torm tormee ntos ntosas as  profundidade  prof undidadess del alm a; ccáá rc rcele eless que ha habit bitaa n en un rrincón incón de dell cor coraa zón y que se será rá donde cumpliremos pena por nuestras amarguras; y cómo no, la muerte, esa eterna compa c ompañera ñera que no noss ace acechar charáá eenn cada segun segundo do ddee nuest nuestros ros ddías, ías, espera esperando ndo que demos ese último aliento que la haga venir triunfante a por nosotros. Ya ve, inspector, existen caminos interiores exactamente iguales a los que usted ha recorrido en estos últimos días, senderos que lo llevarán hacia un destino paralelo que nadie nadie ccono onoce ce.. La vid vidaa eess un juego de la oca en eell qque ue tod todos os ttenem enem os cabid cabida. a.  —¿No  —¿ No c rees re es que va siendo la hora de dese desenm nmasc ascaa ra rarte rte?? —sugerí, dej a ndo a un lado los formalismos. No estaba dispuesto a seguir tratando con educación a alguien que estaba implicada en un asesinato.  —¿A  —¿ A qué se re refie fiere re??  —Margar  —Mar garit itaa de Jesús. Ese eess tu ve verda rdader deroo nom nombre bre..  —¿De  —¿ Desde sde ccuándo uándo lo sabe sabe?? —pre —preguntó guntó ssonrie onriendo. ndo.  —Tu for form m a educ educada ada de ha hablar blar,, una pata de oca dis disee c ada ada,, la necesidad nec esidad de venir a la iglesia… Una mujer que hubiese entregado su vida a Satanás nunca  pisaa ría un lugar c om  pis omoo e ste ste . Solo una m onj onjaa tendr tendría ía la ne nece cesid sidaa d im impe periosa riosa de venir todos los días a rezar —le expliqué—. Recuerda que soy inspector. Mi trabajo consiste en descubrir qué es lo que oculta quien tengo enfrente. Puede que creyeras que hablar de Berto colocaba una venda sobre mis ojos, pero no fue así a sí.. Y si ttee soy si sincer ncero, o, ttam am poco resul resultó tó m uy com compl plicado icado rec recono onoce certe; rte; ni tan siquiera te atreviste a renunciar a tu nombre de bautismo, simplemente lo abreviaste. La primera vez que escuche Margot supe que era el diminutivo de

Margarita y, exactamente como bien dijiste, la víctima de La Posada siempre de tener  nueve letras, las mismas que tiene tu verdadero nombre.haLuego tan solo tuve que asociar esa cicatriz que recorre tu cara y la pérdida del ojo izquierdo al ritual del ganso, al macho que marca a su hembra. Ya ves, todo encajaba a la perfección.  —Bra  —B ravo, vo, ins inspe pector ctor.. Me ha im impre presio sionado. nado.  

 —Tú fuiste la novicia que fue viol violaa da y m uti utilada lada por eell ante anterior rior tr traa nseúnte eenn la prueba de La Posada. La que dijo a sor Julia que sus dos gemelos habían muerto tras simular un entierro en el cementerio de Lugo. Pero, en realidad, no fueron dos; solo alumbraste un varón al que no te atreviste a matar.  —No podía ha hace cerlo. rlo. Aunque fue fuese se fr fruto uto de una viol violaa ción ta tam m bién eera ra hijo hij o de Dios.  —Y,, eentonce  —Y ntonces, s, ¿¿quién quién lo cr crio? io?  —Un orfa orf a nato. En aaquella quella éépoca poca fue la única opción que eencontr ncontré. é.  —No fuiste una m uje uj e r valiente valiente.. De Debis biste te dej a rlo m orir el m ismo día que nació, así ahora, treinta años después, no habrían muerto otros que eran inocentes. Han pagado justos por pecadores.  —Yaa le he dicho que eell desti  —Y destino no es eell que eeli lige ge quié quiénn debe m orir —se e xcusó.  —No sea seass hipócr hipócrit ita. a. Ere Eress tú la que e stás eenn deuda con e l de desti stino no de e sos que han sido sido asesinados po porr tu hi hijj o y nin ningún gún rezo ttee eexi xim m irá de culpa. Aquellas palabras la hicieron reflexionar, turbaron sus pensamientos y la sumergieron en un inesperado silencio; supongo que a todos nos acechan los fantasmas de la soledad y, al parecer, eso era lo que le estaba ocurriendo a ella. Entonces se levantó del banco, se acercó hasta mí y me miró fijamente. La tuve tan cerca que hasta pude ver reflejada sobre su ojo amarmolado la luz de un candel ca ndelabro abro que quedaba a m i esp espalda. alda.  —¿Qué  —¿ Qué quier quieree sa saber ber?? —m —mee pr preguntó eguntó eenn un to tono no de voz má máss ce cerc rcano. ano.  —¿Ha  —¿ Ha a cabado ca bado eell jue j uego go en Santiago de Com Compost postee la?  —No. Sa Sa nti ntiaa go tan solo e ra una prueba pr ueba m á s de la pa partida. rtida. La que ccorr orresponde esponde a la casilla de La Muerte. Por eso está usted hoy aquí. Quien cae en la casilla de la m uerte de debe be vol volver ver al lu lugar gar de origen, do donde nde com enz enzóó la partida. partida.  —¿Y  —¿ Y por qué debo ccre reer erte? te?  —Yaa le dij  —Y dijee una vez que nunca m iento —a —afirm firm ó m ientra ientrass m e e ntre ntregaba gaba una carta del tarot que sacó de su bolsillo—. En el juego de la oca, la casilla número 58 corresponde a La Muerte. Si suma sus dos cifras, el cinco y el ocho, comprobará que el e l resu resulltado es ttrec rece, e, el número que m arca arc a la carta c arta de la m uert uertee en el tarot —me explicó mostrándomela—. Siento decírselo, inspector, pero el uego no ha conc conclu luido ido..  —Entonces…  —Entonce s… ¿¿Ha Hacc ia dónde se dirige aahora hora?? —le pre pregunté. gunté.  —Al fin del mundo. m undo. All Allíí es donde de debe be cconcluir oncluir eell juego. j uego.  —Déjj ate de rrodeos  —Dé odeos y sé m ás pr prec ecisa. isa. Ne Necc esito ssaa ber e l nombr nombree de e se lugar.

siento, inspec persig sigue, ue, a unque sea un ba bast staa rdo, no dej —Lo deja a de ser mi m i hi hijinspector j o. tor.. Ese a quien usted per Al escuchar aquella contestación supe que nunca me diría cuál sería su destino final, y en parte lo comprendía. Aunque hubiese sido fruto de una vi viol olac ació ión, n, era su hhijo ijo y no iiba ba a perm it itir ir qu quee y o, llaa segunda ficha que ha habí bíaa sobre ese imaginario tablero de juego, le diese alcance. Por eso traté de ponerme en la  

 piel de un j ugador a vezado y pensa pensarr cuá cuáll de debía bía ser m i sigui siguiente ente j ugada ugada,, si tira tiraba ba los dados con acierto quizá aún podría ganar la partida. Tal vez era cuestión de int ntentarlo entarlo,, de no dar darse se por vencido. E Era ra cierto que m mii adversario m mee llevaba llevaba una ventaja considerable, pero yo creía saber dónde podía encontrar una oca, una de esas casillas que de vez en cuando aparecían a lo largo del recorrido para ay udarte a salt saltar ar hast hastaa la sig sigui uiente. ente. De oca a oc oca… a…

 

60

La vieja Margot fue detenida y puesta a disposición judicial. Puede que sus manos no estuviesen manchadas de sangre, pero no por ello dejaba de ser  cómplice de ese a quien ella misma bautizó como el transeúnte. Desde el  principio supo lo que iba a ocur ocurrir rir y no lo denunc denunció; ió; es m ás, e ncubr ncubrió ió aall aasesino; sesino;  por tanto, a hora había ll llee gado e l m om omento ento de que paga pagase se por todos aque aquell llos os  pecaa dos que a diar  pec diario io intenta intentaba ba li lim m piar a base de re rezzos ante un c ruc rucifij ifijoo paga pagano no con forma de pata de oca. Im agi agino no qque ue para un unaa aanci nciana ana de arra arraiigada vocació vocaciónn religiosa sus remordimientos serían ya de por sí una angustiosa cárcel, una  prisión int intee rior eenn la que per perm m ane anecc ía pr presa esa desde hac hacía ía m ucho tiem po. Dos agentes de la Guardia Civil se hicieron cargo de ella mientras el resto nos apresuramos a volar hasta las ruinas del antiguo convento de los antonianos, en Castrojeriz. Tenía que volver a hablar con aquel excéntrico ermitaño pues, a  pesarr de su aapar  pesa paree nte locura locura,, ffue ue el único que supo indi indicc ar arnos nos aace certa rtadam dam e nte por  dóndee ccont dónd ontin inuar uar la búsq búsqueda ueda del transeúnte.  —Esperadm  —Esper adm e aquí —les pedí a los a gente gentess que m e a c om ompaña pañaban ban m ientra ientrass m e descalz descalzaba. aba. Y Yaa habí habíaa aaprend prendiido qque ue para ent entrar rar en « su su»» casa de Di Dios os era impresc impr escind indib ible le ha hace cerlo rlo con los pi pies es de desnu snudos. dos.  —¿No  —¿ No es algo tar tarde de par paraa hac hacer er visi visitas, tas, inspec inspector? tor? —com —comee ntó sonriendo j unto a la puerta del templ tem plo. o. Al escucha escucharr aace cerca rcarse rse eell hheli elicópt cópter eroo ssali alióó a re recibi cibirm rm e.  —Necc esito su a y uda —le dij e, pr  —Ne prese esentándom ntándomee con eell ca calz lzado ado eenn las m maa nos.

 

Foto n.º 9 Altar de la iglesia del Crucifijo, en Puente La Reina.  —Supongo que si ha vue  —Supongo vuelt ltoo es por porque que no lo ha aatra trapado. pado.  —Así es —asentí —ase ntí..  —¿Y?  —¿ Y? —pre —preguntó guntó abrie abriendo ndo los bra brazzos.  —Estuvim  —Estuv imos os a punto de de detene tenerlo rlo e n Sa nti ntiago ago de Compostela Compostela,, per peroo se

esfumó.  —Vaa y a, va  —V vayy a . Esa a li lim m a ña e s m ás int inteligente eligente de lo que y o pensa pensaba ba y ha logrado superar con éxito las siete pruebas.  —¿S  —¿ Si sabía que el Cam ino no ac acaba ababa ba aall llíí por qué no nos lo di dijj o?  —Pue  —P uess porque na nadie die m e lo pre preguntó guntó —re —respondi spondióó enc encogiendo ogiendo los hom hombros. bros.  

 —De sde eell principio cre  —Desde creíí que la ccate atedra drall de Santiago Santiago se sería ría la últi últim m a ccaa silla silla de dell uego, donde acabaría el ritual.  —Cra  —C raso so eerr rror, or, ins inspec pector tor.. La ca catedr tedraa l de Santiago de Co Com m post postee la c orr orresponde esponde a la casilla de La Muerte. Debió adivinarlo; recuerde que es precisamente allí dondee desca dond descansan nsan los re rest stos os del apóst apóstol; ol; por ccons onsig iguient uiente, e, se trata de una tumba tumba,, de la muerte personificada. Estaba muy claro —insistió.  —No se m e ocur ocurrió. rió. De Debí bí ssuponer uponerlo lo —me lam e nté.  —Por  —P or eeso, so, año tra trass año, los per peregr egrinos inos com ienz ienzan an un nue nuevo vo ca cam m ino —aña —añadió. dió.  —Pee rdone  —P rdone,, per peroo no lo enti entiee ndo.  —Es muy m uy senc sencil illo. lo. En eell juego j uego de la oc oca, a, cua cuando ndo un j ugador c ae e n la casill c asillaa de La Muerte debe com comenz enzar ar de nuevo el juego. Esa Esa eess llaa ver verdadera dadera ra razzón ppor or la que todos los años los peregrinos vuelven a recorrer el Camino de Santiago. inguno de ellos logró completar el itinerario marcado tiempo atrás por las ocas. inguno de ellos llegó al final de ese misterioso recorrido pagano. Los cristianos estamos condenados a realizar una y otra vez el peregrinaje hasta la tumba del apóstol, hasta la eterna casilla de La Muerte. Ese es el final de nuestro camino,  peroo no e l del tra  per transeúnte. nseúnte. Él c onti ontinuar nuaráá hasta e l fin del m undo pa para ra alc alcanzar anzar la m eta de su juego.  —¿Y  —¿ Y sabe usted dónde pue puedo do enc encontrar ontrar e se lugar lugar??  —Fini  —F iniss T Ter erra raee , o lo qque ue eess lo m ismo, eell fin de la tier tierra ra:: F Fini inisterr sterree .  —Pee ro… ¿Por qué ha de ser a ll  —P llí? í?  —Desde  —De sde hac hacee sigl siglos os se le conoc conocee c om omoo la Cos Costa ta de la Muer Muerte. te. Cu Cuaa ndo uno  pisaa aque  pis aquell llos os aca ac a nti ntilados lados siente que se enc encuentr uentraa e n un lugar m ágic ágico, o, distint distintoo a l que nunca haya visto. En la antigüedad era considerado el punto más occidental del mundo, donde acababa la tierra y comenzaba el mar. Allí es donde el sol, al final de cada día, busca cobijo para descansar. Allí, cuando el ocaso se cierne con sus sus os oscura curass ssombra ombras, s, el rey de los astro astross ssee sum sumer erge ge por com pleto pleto en el m mar ar.. Por eso, a través de los tiempos, ha sido siempre un enclave prolífico en sacrificios, rituales paganos y magia negra. Numerosos templos han sido erigidos a dioses de todas las índoles y creencias: celtas, íberos, romanos…, que hacen de aquel lugar el punto más místico y ancestral de nuestro planeta. ¿Lo entiende ahora? Ha de ser prec precis isam am ente allí allí,, en F Fiinist nister erre, re, donde ac acabe abe el jjuego. uego.  —Entonces…  —Entonce s…  —Sí.í. Usted ll  —S llee gó a la ca casil silla la de La Muer Muerte te y ahor ahoraa está volvi volviendo endo a re recc orr orrer  er  de nuevo las mismas casillas del tablero. Por eso ha regresado hoy aquí por 

segunda vez.  —¿Eso  —¿ Eso eess todo? ¿O debo sabe saberr a lgo m máá s que se m e hay a olvida olvidado do pr pree guntar?  —insist  —ins istí,í, int intuy uy endo que aque aquell pec peculi uliaa r per personaj sonaj e siem siempre pre se guar guardaba daba a lgún úl últi tim m o sec secre reto to qque ue ccont ontar ar..  —Búsquelo  —B úsquelo en eell agua agua..  —¿Có  —¿ Cóm m o?  

 —El ritual fina finali lizza al a m ane anecc e r, cua cuando ndo uno se despoj a de las ropa ropass y del calzado y lo quema en una hoguera al borde de un acantilado —aseguró—; es una manera simbólica de desprenderse del pasado y lo terrenal. Después deberá  baj ar a la play a y, ccuando uando los prim primer eros os rraa y os de sol posen su luz platea plateada da sobre el mar, se introducirá desnudo en las aguas sagradas que lo purificarán. La desnudez sim sim bol boliz izaa la ll llega egada da aall mundo, un nu nuevo evo na nacim cimiento iento;; y el agua dond dondee se sumerge equivale al bautismo que limpiará los pecados de su pasado. De este modo, el transeúnte emergerá de las profundices del mar como una nueva  persona,  per sona, un ser puro e inm inmaa c ulado que habr habráá re recc orr orrido ido e l ca cam m ino int intee rior que conducía hasta lo más profundo de su propia alma.  —Necc esito saber e l nombr  —Ne nombree del lugar exa exacc to dond dondee re reaa liz lizar aráá ese últ últim imoo ritual.  —El cabo ca bo de Fi Finist nister erre re es una lengua de tier tierra ra rocosa roc osa que se aadentr dentraa unos tre tress kil ilóm ómetros etros en el océ océano. ano. Bus Busque que eell úl últi tim m o de sus ac acantil antilados ados eenn un m mont ontee llam llam ado P in indo. do. Allí Allí hallará las re respu spuestas estas que nunca enc encont ontró. ró.  No m e lo pensé dos vec veces. es. Llam é rá rápidam pidamee nte a l inspec inspector tor La Lasar sarte te par paraa  pedirle que e l BC BCII se tra traslada sladara ra urge urgentem ntem ente al c a bo de Fini inisterr sterree y pre prepar parar araa un dispositivo de control sobre todos sus accesos. Debían controlar carreteras, caminos rurales o cualquier tipo de sendero que pudiera ser transitable, y quedamos en encontrarnos allí para ultimar detalles.

 

61

Debo admitir que nunca antes presencié un despliegue de medios igual. Aparte de los miembros del Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil desplazó hasta la zona a todo el personal que tenía en esos momentos disponible, incluidas dos patrulleras de guardacostas. El perímetro que cubrir era amplio y complicado por su orografía. Había montes de una elevación considerable y los acantilados se podían contar por decenas. En cambio, las playas casi brillaban  por su ause ausenc ncia, ia, y las poca pocass que e ncontra ncontram m os pre presentaba sentabann un a cc cceso eso m uy dificultoso.  —Más vale que tenga ra razzón y lo aatra trapem pem os, por porque que com o no sa salga lga bien e sta operación se nos va a caer el pelo —comentó preocupado Lasarte. En ese momento nos estábamos aproximando en un vehículo todoterreno al mirador que había en e n lo alto del monte P Pin indo. do.  —Miss fue  —Mi fuentes ntes son segur seguras. as. Su c am ino a c aba e n uno de e stos par paraa j e s —  aseguré, intentando disimular mi nerviosismo, pero lo cierto es que ni yo mismo estaba seguro de que fuese a ocurrir así. No podía dejar de darle vueltas a la cabeza y temía que pudiesen descubrir algo que me relacionase con la pata de oca encontrada en la cripta de Santiago. En ella aparecían restos que me involucraban.  —No sé de dónde ha habrá brá sac sacaa do esa inform ac ación, ión, per peroo nos lo esta estam m os ugando todo a una carta. La verdad es que no tuve fuerzas para volver a responder. Al nudo de mi estómago se le sumó otro a la altura de la garganta que hizo que el cansancio que llevaba acumulado tras esa larga jornada de sinsabores espantara algún conato de sueño que selas atreviese a esas horas cuando de la noche. Rondaban cuatroa aparecer de la madrugada alcanzamos la cima. Aparcamos el coche oculto entre unos árboles que había junto al mirador, apagam os llas as luces y sali salim m os a eechar char un vi vist staz azo. o. El ermitaño de Castrojeriz tenía razón: aquel lugar era especial. Las estrellas  parec  par ecían ían habe haberse rse puesto de a cue cuerdo rdo par paraa re reunirse unirse todas j untas sobre el m ismo  punto del firm a m ento que teníam os sobre nuestra c abe abezza , com o quer queriendo iendo indicar que cada una de las constelaciones que brillaban en ese universo oscuro y desconocido se había quedado prendada de aquella misteriosa lengua de tierra y rocass qu roca quee cconforma onformaba ba F Fin iniist ster erre re..

Esperamos dosmolesto largas horas en aquella atisbar nada raro. Hacía fresco y un viento se colaba entre lascima ramassin agitándolas sin parar. Y fue  precisa  pre cisam m ente ese air airee indoma indomable ble e l que tra trajj o ha hast staa nosot nosotros ros un olor a leña quemada. quem ada. IInt ntentam entamos os ssegui eguirr su rastro cam po a través eent ntre re la vegetación durante durante unos cuantos minutos, hasta que por fin localizamos una pequeña fogata junto a un saliente de la montaña. Después nos acercamos todo lo que pudimos,  

sigilosamente, y así continuamos hasta que pudimos ver la silueta de alguien agazapado junto al fuego. No sabíamos quién era. Estábamos justo detrás de él, a su espalda, y la luz anaranjada de las llamas alumbraba su rostro con intermitencia; por desgracia, nuestro anonimato duró hasta que pisamos una rama seca que delató nuestra presencia. El indi indivi viduo duo,, al eescuchar scuchar el ccruj rujiido, hhuy uyó. ó. S Sali alióó corr corriend iendoo m mont ontee abaj o com o un poseso. Y nosotros hicimos lo mismo. Dicen que quien huye es porque teme algo,, y ese tem or po algo podí díaa ser nuest nuestra ra presencia.  No había ha bía duda de que se tra trataba taba de una pe persona rsona j oven y ágil porque nos costó seguirl segu irle. e. La Lasarte sarte se fue quedando uunn poco rezagado, ppero ero por su suerte erte y o nun nunca ca lo  perdí  per dí de vist vista. a. Dur Duraa nte un lar largo go tre trecc ho sortea sorteam m os a rbustos y roc rocaa s sueltas en lo que parecía una trepidante carrera de obstáculos, hasta que por fin no tuvo más remedio que detenerse: delante de sus narices se presentaba un enorme acantilado que cortaba su huida.  —Al fin nos conoc conocem em os, com pañe pañero ro —dij —dijoo e xtenua xtenuado do tra trass la ca carr rree ra ra,, intentando recuperar el aliento.  —Esa pala palabra bra c ar arec ecee de sentido si la pronunc pronuncia ia un ccee rdo c om omoo tú —c —contesté ontesté tras ra s rec recono onoce cerr su vo vozz. Era la m is ism m a que si siem em pre eescuché scuché por tel teléf éfono ono..  —Tee eequivoca  —T quivocas, s, in inspec spector, tor, ¿¿oo debo llam ar arte te Álva Álvaro? ro? —respondió ttuteá uteándom ndome. e.  —¡Eres  —¡Er es un m aldito ccabr abrón! ón! —grité. Sac acando ando m i pist pistola ola y enc encaa ñonándolo—. Te voy a reventar los sesos.  —Tranquil  —Tra nquilo, o, More Moret.t. ¿¿No No ve que solo qui quier eree provoc provocar arlo? lo? —trató de c a lm lmaa rm e Lasarte, que se acercaba por el flanco derecho jadeando—. No tiene escapa esc apato toria, ria, eent ntré réguese guese —le pidi pidióó al sosp sospec echos hosoo si sinn ape apenas nas voz voz..  —Sii ccaigo  —S aigo por este a ca canti ntilado lado o disp dispaa ra rass nunc nuncaa sabr sabrás ás dónde se enc encuentr uentraa tu  puti —¡Le  putita ta —r —respondió espondió mirá ndome. e. y o pueda ver  —¡Levante vante lasm mirándom a nos donde verlas! las! —le pidi pidióó La Lasar sarte te sac sacaa ndo tam bién bién su arm a.  —¿De  —¿ De qué ha hablas? blas? —le pre pregunté, gunté, sin de dejj ar de apuntarle a puntarle..  —No le haga ha ga ccaso, aso, More Moret.t. ¿¿No No ve que no tiene e sca scapator patoria? ia?  —Tee equivoc  —T equivocas. as. Siem pre queda alguna vía de e sca scape, pe, a lgún sende sendero ro libre libre por  donde transitar —continuó con su discurso desafiante—. Tan solo hay que saber   buscarlo.  busca rlo. ¿¿V Ve rda rdad, d, ccom ompa pañer ñero? o? —m —mee pre preguntó guntó si sinn aapar partar tar la m ira irada—. da—. ¿Y ¿Yaa no te acuerdas de Lola?  —¿A  —¿ A qué se re refie fiere re?? —pre —preguntó guntó e l inspec inspector tor a nte m i sil silenc encio—. io—. ¿De qué

habla, Moret?  —No tengo ni puta puta ide ideaa .  —¡Oh,  —¡O h, qué lásti lástim m a ! De re repente pente m i a m igo per perdió dió la m em oria —gritó c on sarcasmo—. Mire, esta es la marca que distingue al transeúnte de cualquier  m ortal —di —dijj o m most ostra rando ndo ssuu antebra antebrazzo al ins inspec pecto torr La Lasarte—, sarte—, un sím sím bol boloo que sol soloo los elegidos pueden llevar tatuado sobre su piel. La misma marca que el inspector   

Moret esconde bajo sus ropas.  —No le c rea, re a, La Lasar sarte te —le pedí al ver que m e m ira iraba ba e xtra xtrañado—. ñado—. Quier Quieree confundirlo. Nunca antes había visto a este desgraciado —aseguré.  —Álvaro,  —Álvar o, sabe sabess que som somos os ccóm ómpli plicc es, ccom ompañe pañeros ros eenn eeste ste he herm rm oso ritual —  continuó con su discurso—. ¿Recuerdas dónde comenzaste el juego? Lo dos lo hi hicim cimos os jjunt untos, os, ppar arti tim m os desde el m mis ism m o punto. punto.  —Dejj a de ll  —De llam am a rm e com pa pañer ñero. o. No e re ress na nada da m ás que un tar taraa do que cr cree e en absurdos juegos que no conducen a ninguna parte.  —Som  —S omos os exa exacta ctam m e nte iguales. ¿Qué ha hace cess aquí si no?  —Explíquese  —Explí quese —le pidi pidióó La Lasar sarte. te.  —¿Es  —¿ Es que va a cr cree eerle rle?? —lo re recr crim iminé—. iné—. ¡Es un a sesino! —grité ne nervioso, rvioso, tem iendo qu quee pudi pudiera era invo nvolu lucr crar arm m e.  —Tranquil  —Tra nquilíce ícese, se, More Moret.t. S Solo olo qu quier ieroo escucha esc ucharlo. rlo.  —Morett com e nz  —More nzóó el j uego a la ve vezz que y o, en Ja Jaca ca.. Ha re recor corrido rido una por una todas las pruebas que exigía el ritual de la oca hasta completar el juego. Por  tanto, lo quiera o no, ha sido mi compañero de juego, quien ha entretenido a mis  perseguidore  per seguidoress par paraa que y o pudi pudiee se llega llegarr hoy triunfa triunfante nte ha hasta sta aaquí. quí.  —¡Eso e s m e nti ntira ra!! —dije ac acer ercá cándom ndomee m á s a é l, a ca caric riciando iando el gatill gatilloo y deseando acabar ac abar de una vez ppor or to todas das con aquell aquellaa ffar arsa. sa.  —Baa j e e l aarm  —B rm a, More Morett —m e pidi pidióó el ins inspec pector tor.. Ya m e conoc conocía ía lo suf suficiente iciente como para saber qu quee eest staba aba m uy qu quem em ado y qu quee eera ra ccapaz apaz de cualq cualqui uier er ccos osa. a.  —¡Este c er erdo do m iente! Y no voy a c onsentir que se dude de m i pala palabra bra —  grité.  —Lo cre cr e o, More Moret,t, per peroo baj e eell ar arm m a.  —¡Es cie cierto! rto! —continuó sonriendo—. Dígale que se quite quite la c a m isa, ver veráá como lleva la marca tatuada sobre su cuerpo.  —¡He  —¡H e dicho que de bajlae oca e l aarm rm a! —m —me e re repit pitió ió La Lasar sarte, te, intuy intuy e ndo que e n esos m ome oment ntos os lo qque ue y o más deseaba era ccargárm argárm elo elo..  —Pee ro, inspec  —P inspector… tor…  —Lo siento, Mor Moret. et. Llega Llegados dos a e ste punto no m e fío de nadie. nadie . En c om omisaría isaría aclararemos este entuerto.  —¡Noo lo cre  —¡N creer erá! á! —exclam —exc lam é ne nervioso. rvioso.  —No es e s ccuestión uestión de si lo cr cree o o no. P Per eroo por una vez ha hare rem m os las cosa cosass a m i modo.  —Piénse  —P iénselo lo detenidam dete nidamee nte, ins inspec pector tor La Lasar sarte te —insist —insistió ió aque aquell desgr desgrac aciado—. iado—.

Usted no aconocía Moret. hacía fueradedeOca? su jurisdicción? ¿Por sabía que iban raptar aauna chica¿Qué en los Montes ¿No es curioso quequé siempre haya sabido los pasos que yo iba a seguir? ¡Pregúntele por qué se acostó con el único testigo que tenía o por qué se reunía a escondidas con mi madre!  —Eress un m  —Ere maldito aldito hhij ijoo de puta puta.. ¿¿Qué Qué le ha hass hec hecho ho a Lola Lola??  —Inspecc tor, ¿s  —Inspe ¿saa be que en la pa pata ta de oca que han enc encontrado ontrado e n Santiago ha hayy  

restos de su sangre? Compruébelo y verá que no miento. Lasarte me miró. Parecía desorientado, pero no dijo nada. Se mantuvo en silencio clavando su mirada sobre mí. Estaba claro que la desconfianza que estaba est aba sem sembrando brando aquel ddesgrac esgraciado iado com comenz enzaba aba a surti surtirr eefe fecto. cto.  —¡Dim  —¡D imee dónde eestá stá la cchica hica!! —insi —insistí stí..  —¿Ahora  —¿ Ahora te pre preoc ocupas upas por ella? Le quit quitaa ste las bra bragas gas e n un host hostal al de segunda segu nda y despu después és te olv olvid idaste aste de eell lla. a. Segu Seguro ro que y a ni recordaba recordabass su nnom ombre. bre. Al escuchar aquello recorrí los últimos dos metros que nos separaban, sin dejar de apuntarle y muy cabreado por lo que ese degenerado hubiese podido hacerle a Lola. Él, a su vez, retrocedió un par de pasos, el espacio justo que quedaba entre sus talones y el abismo del acantilado. La verdad es que su vida me importaba una mierda, me daba exactamente igual que se estrellara contra las rocas que había cincuenta metros más abajo, aunque antes debía sonsacarle qué le le había ocurrido a la m muchac uchacha. ha.  —Vee nga, a prie  —V prieta ta e l gatill gatillo. o. ¿O sol soloo dis dispar paras as a chic chicaa s indef indefensa ensas? s? —m e re retó tó riéndose.  —Tee lo rrepe  —T epeti tiré ré por últim últim a vez, ¿¿dónde dónde eestá stá Lola?  —Pre  —P regúntaselo gúntaselo a Berto, a lo m mee j or se ha rree unido con él. Aquellas fueron las últimas palabras que salieron de su boca. Al escuchar su respuesta apreté el gatillo. El percutor golpeó sobre la culata de esa bala sin nombre que durante tant tantoo ti tiem em po gu guar ardé dé eenn el ca cargador rgador de m i pi pist stol olaa y, po porr unos instantes que parecieron una eternidad, el silencio se hizo dueño de ese saliente rocoso del monte Pindo. Unas décimas de segundo después, por fin pude escuchar una deton detonac ació iónn que ccorrobo orrobora raba ba que el proy ec ecti till habí habíaa sal salid idoo impul impulsado sado  por el e l ca cañón ñón de m i pi pistol stolaa rum bo a su obj objee ti tivo. vo. Sí, Y lodisparé. hi hice ce apunt apuntando ando a su fre frent nte, e, entre ccej ej a y ce cejj a…, pero est estaa vez no fall fallé. é. El cuerpo de aquel bastardo cayó inerte al vacío, al acantilado que había tras sus  pies, y no dej ó de c ae aerr hasta que se e stre strell llóó c ontra las roc rocas as en donde rom pían las olas. Acto seguido, igual que ocurre cuando acaba la función en un teatro y se encienden las luces, amaneció; un tímido rayo de luz alumbró la cumbre de la montaña indicando que habíamos llegado a la casilla sesenta y tres, al lugar  donde don de debía conclui concluirr el e l rit ritual y ac acababa ababa el jjuego. uego. Silencio. Por fin silencio. Solo el sonido de las olas tintadas de sangre rompi rom piendo endo cont contra ra el ac acanti antilado lado rompía eell m mut utis ism m o.

al cielo. El inmaculado. alba se desperezaba y la ausencia de nubes dejaba ante mis ojosMiré un firmamento Azul… Azul cielo… Solo una bandada de aves volando hacia el oeste se atrevió a romper la monocromía aturquesada de aquel techo ec ho ssagra agrado. do. Probabl Probablem em ente nun nunca ca lo sabré, per peroo ttal al vez er eran an oca ocass sal salvaj vajes es que volaban buscando el agónico final de un viaje migratorio. Pero, como cuento, quizzá eso y a nun qui nunca ca lo ssabré abré..  

Y gracias a esa efímera paz que sentí en aquel momento comprendí que la  parti  par tida da c ontra e l tra transeúnte nseúnte no se ini inicc ió e n un puente de Jac Jaca; a; e n re realidad alidad comenzó tres años antes, en un triste hospital de Toledo. Aquella lejana noche  perdí  per dí m i prim primer er bastón, e se her herm m oso inst instrum rum e nto que la vida m e ofr ofrec eció ió c om omoo sustento, y lo hice contra un terrible adversario llamado cáncer. Sí, es cierto, allí  perdí  per dí m i pr principal incipal punto de a poy o; pe pero ro a la vez eell desti de stino no quis quisoo ofr ofree ce cerm rm e una segunda segu nda oport oportuni unidad dad ccon on form formaa de bala, ccon on un proy proyec ecti till qu quee llevaba eell no nom m bre del transeúnte grabado en su casquillo. Desgraciadamente, tuve que volver a  perder  per der a otro am igo par paraa desc descubrirlo. ubrirlo. P or e so no e staba disp dispuesto uesto a que e ste nuevo rival se burlara otra vez de mí y se marchara sin más, igual que hizo aquella terrible enfermedad años atrás. Ahora había logrado tenerlo enfrente, cara a cara, y escuchar el estruendo de aquella bala al disparar sonó a gloria en m is oí oídos, dos, ssonó onó a paz, a de desca scanso nso… …

 

62 Un jueg o de niñ os

Sí. Les suelen llamar psicópatas, perturbados o, simplemente, que padecen enaj enac enació iónn m mental ental ttra rans nsiito toria. ria. Y y o si sigo go di diciendo ciendo qu quee una m ier erda. da. S Son on un hhataj ataj o de desgraciados y punto. Igual que existen seres maravillosos que sufren con el dolor de los demás, también los hay que disfrutan siendo crueles con quienes les rodean, y eso es lloo qu quee eera ra aquel ttra rans nseúnt eúnte. e. Lo sé porque hace muy poco que dejé de ser inspector de policía por su culpa. cul pa. Di Dicen cen que llaa ira eess ma malla ccon onseje sejera, ra, y y o os asegu aseguro ro qu quee aaqu quel el am amanece anecer  r  la escuché. Fui débil y pudo conmigo, con mi forma de entender la vida, y por  unos segundos me olvidé de ser yo mismo para convertirme en un animal rabioso. rabios o. M Mee dis disfra fracé cé de algui alguien en que no era y o y, precis prec isam am ente por eso, por dej dejar  ar  que el odio guiara mis actos, dispongo ahora de todo el tiempo del mundo para recapacitar sobre lo que hice; aunque, si soy sincero, creo que por muchos años que pasen me arrepentiré de ello. Estoy convencido de que volvería hacerlo otranunca vez, volvería a reventarle los sesos a ese maldito desgraciado. Sé quea  puede par paree cer ce r extr extraño, año, per peroo m até a a lgui lguien en sin sabe saberr siqu siquier ieraa su nom nombre bre.. No sabía cómo se llamaba. Solo pude hablar frente a frente una vez con él, y fue  precisa  pre cisam m ente e l m mismo ismo día que lo m maa té. La vieja Margot tenía razón: recorrer el camino sirve para conocer y conocerse, para encontrar y encontrarse. Yo me dejé llevar hasta que descubrí el lado oscuro y desperté el monstruo que hibernaba dentro de mí… Ahora sé que todos llevamos una bestia dentro y que, tarde o temprano, emerge para recordarnos que tan solo somos animales racionales. Pero animales, al fin y al cabo. Puede que me m e hay an m meti etido do en llaa ccárc árcel el po porr no actu actuar ar ccomo omo se llee eexi xige ge a un agente de la ley, pero a veces ha de ser uno mismo quien imponga su propia us ustticia. icia. Me ha hann ca caíd ídoo ocho años ddee condena por dis dispara pararr de forma form a prem edit editada ada a un hombre desarmado; sin embargo, eso es lo que menos me preocupa, supongo que por buena conducta saldré mucho antes. El inspector Lasarte testificó a mi favor ante el juez y no mencionó ni una sola palabra sobre la conversación que escuchó al borde de aquel acantilado. Al final, visto lo visto, el ermitaño de Castrojeriz no estaba tan loco como parecía. Tenía razón en todo lo que dijo porque allí, en un olvidado rincón de Finisterre, se acababa el mundo

sensato sens ato y com comenz enzaba aba una vi vida da oscura re repl pleta eta de som som bras. He descubi descubierto erto que la cordura es algo complicado de entender y, a veces, lo que a primera vista puede  parec  par ecee r aabsurdo, bsurdo, luego re resul sulta ta se serr la ve verda rdader deraa re reaa lida lidad. d. Yo he asumido esa realidad con entereza. No me quedaba otra opción que escribir mi historia, y eso es lo que estoy haciendo. Necesitaba contarlo para evadirme de esta habitación llamada tristeza, para no volverme loco pensando  

qué fue lo que hice mal, para tratar de domesticar el animal que llevo dentro. Tristeza. Así es como he bautizado a esta celda de tres metros cuadrados de hormigón sin ventanas. Supongo que es lo más parecido a esa casa que había en las afueras de Puente La Reina marcada con un número sesenta y tres sobre su  puerta.  puer ta. En a quel antr antroo fue donde e ncontré una par paree d lle lle na de fotogra fotografía fíass de  porcee lana  porc lana,, y por eso a hora he hec hecho ho lo pr propio opio eenn e stas par paree des que coa coarta rtann m i libertad. Mirándolas puedo contemplar las nueve fotografías que tomé durante la investigación; nueve fotos que han quedado grabadas en mi retina de tanto m irarlas y que m mee hace hacenn revivi revivirr ccada ada uno de los pasos que en aaquel quello loss dí días as seguí seguí..  Nueve.  Nue ve. Ese e s e l núm númer eroo que ha m ar arcc a do par paraa siem siempre pre m i vida. Y a l igual que sucedía en el juego, creo que con esas imágenes plasmadas sobre un papel he completado un ciclo, y no tengo la menor duda de que tarde o temprano comenz com enzar aráá una nueva par parttid ida. a. P Por or eeso so ttrató rató de ccont ontar ar con pac paciencia iencia lo loss dí días as que faltan para salir, para escapar de esta casilla del juego llamada cárcel; porque ese es exactamente el tiempo que queda para volver a matar de nuevo a otra  persona  per sona que tra trate te de em pezar el j uego. Entiendo que puede sonar extraño. Y muchos os preguntaréis: ¿por qué querrá hacer semejante barbaridad? La respuesta la descubrí hace apenas una semana. Llevaba cuatro meses aquí encerrado y nadie, aparte de mis padres, se había dignado a visitarme. El comisario Horneros me culpó por no haber cuidado de Ramírez, y en parte lo entiendo. Fue él mismo quien tuvo que darle a su madre, a una pobre anciana que se había quedado sola, la fatídica noticia de la muerte de su único hijo. Imagino que no fue fácil mirarla a la cara y decirle que su sol se había apagado. No obstante, me consuela pensar que mi amigo fue feliz durante sus últimos días de vida, que se sintió realizado como persona y como  prof  profe sio sional. nal. Y o lo de descubr scubrí í tra trass su m ira irada, da, yseeso es algo que no de olvi olvidar daréémundo, j a m ás. Fue emucho mejor que contemplar cómo marchaba Berto este entre gritos de dolor y frustración y con los brazos cosidos de goteros. Por  fortuna, Ramírez se marchó sin darse cuenta, y cuando se quiere a alguien se le desea que su úl últi tim m o alient alientoo de vida sea tranquil tranquiloo y rá rápid pido. o. Ester tampoco se dignó a venir. Si bien, es cierto que me escribió un par de cartas para contarme que gracias a su buen hacer en esta operación le habían designado como coordinadora forense de la brigada central de investigación, en Madrid, pero nada más. Después no he vuelto a tener noticias suyas. Imagino que  por fin su pa padre dre se sentirá orgulloso de ella. En e l fondo y o tam bién lo e sto stoyy

 porque e s una gr gran m uj ujeeuno r a la que, talcuenta y c om omode om me a c onsej ó Ram Ramíre z, nunca debí dejar marchar. Aanveces noque se ,da loe que tiene hastaírez que lo pierde. La vida vida eess así así,, com comoo un juego de la oca en eell qque ue se van dej ando casil casillas las at atrá rás, s, y si te equivocas, no puedes retroceder. Siempre hay que caminar en una sola dirección, hacia delante, sin poder volver la mirada. Una vez que has tirado los dados sobre el tablero debes asumir la siguiente jugada con resignación; y por lo  

visto, Ester fue una hermosa casilla del tablero que en algún momento dado me salté sal té si sinn darm e ccuent uenta. a. Ester, sin hache. Probablemente yo me había convertido en esa letra de su nombre que ca care recía cía de sent sentiido y que ni ssiq iqui uiera era sonaba sonaba aall ppronun ronunciarla. ciarla. Ester, sin hache. Sí, no había duda: yo era la hache.

 

63  La últim a ca cas illa 

Como contaba, habían pasado cuatro meses sin tener una sola visita en este agujero inmundo. La lectura de un libro manido y amarillento titulado  Fruta amarga   era lo único con lo que lograba evadirme de este lugar; debió de amarga dej árselo ár selo ol olvi vidado dado eell rec reclu luso so qu quee aant ntes es oc ocupaba upaba la ce celd lda. a. Es ccurios urioso, o, pero su tí títu tulo lo m e ha hacía cía re recordar cordar la m anz anzana ana de Blancanieves y, por cons consig igui uiente, ente, el beso de m i entrañable amigo Berto. Supongo que el destino ha sido siempre así de cruel y  busca la m ane anera ra de que los anti antiguos guos re recue cuerdos rdos nunc nuncaa m uer ueraa n. Tardé, pero lo asumí. Estaba atrapado en una de las casillas de ese siniestro uego, en la cá cárc rcel, el, y debí debíaa eesp spera erarr con paciencia m i turno turno ppar araa vol volver ver a tirar los dados. Sin embargo, cuando ya creía que la soledad me había envuelto con su áspero manto de indiferencia y que el resto de los mortales se habían olvidado  por com c ompleto pleto de m í, apa apare recc ió Lol Lolaa . sa bía na sabía nada da nombre de ella, efueincluso policía la da daba por desa desapar paree cida cida.. ElYúlti últim mo que No pronunció su aquel ladesgraciado albaborde del precipicio. verla de nuevo me sorprendió gratamente. Suponía un inesperado soplo de aire fresco que se había colado por un pequeño resquicio de este sucio agujero llamado tristeza. Se presentó imponente. Con su pelo negro recogido por un coqueto moño y un  precioso  pre cioso abr abrigo igo roj rojoo que ha hacc ía j uego ccon on el ccaa rm ín de sus llaa bios bios.. S Sus us oj ojos, os, negr negros os como un café bien cargado, brillaban pletóricos, y su forma de caminar hasta nuestro nues tro llugar ugar de encue encuent ntro ro rresul esultó tó ext extra rañam ñamente ente eellegante. Tacones. Su sonido golpeando el suelo al acercarse se quedó grabado en mis tímpanos. Unos tacones de infarto que la hacían mucho más esbelta. Tacones…,  un abrigo abrigo roj rojoo vi vivo vo com comoo su carm ín. Lola no parecía Lola. Aquel patito feo que conocí se había convertido en un herm os osoo cisn cisne. e.  —Disponen de veint ve intee m inut inutos os —nos inform ó el aagente gente que la ac acom ompaña pañaba. ba.  —¿Estás  —¿ Estás bien? — —le le pr pree gunté na nada da m ás ve verla rla.. Entre nosot nosotros ros ha había bía dos pue puerta rtass de barrotes separadas entre sí por tres metros de nada. Digo nada porque eso es lo que había entre aquellas verjas de hierro: nada, tres metros de pasillo vacío que solo permitían el trasiego de nuestras voces y de unas miradas tan intensas quee quem qu quemaban. aban. Nad Nadaa m ás.

 —Sí —re  —Sí —respondi spondióó de despega spegando ndo la pint pintura ura que sellaba sus labios. Aunque espe esperó ró  paraa ha  par hacc e rlo a que se ffue uese se eell age agente. nte.  —Estás muy m uy guapa. guapa . No sé, pa pare recc es disti distinta, nta, m ás… —a —apre precc ié. Ella se cobijó tras una prudente sonrisa.  —¿Dónde  —¿ Dónde te ha habías bías m e ti tido? do? Te busca buscaron ron por todas pa parte rtess pa para ra que dec declar larase asess como testigo en el juicio.  

 —Me fui f ui al sur sur.. Ne Nece cesit sitaba aba luz y re respi spira rarr eell aire m editer editerrá ráneo. neo. E Ell norte eess tan triste, tan melancólico… Además, aunque hubiese querido nunca habría podido testi estificar ficar en eese se j uicio. uicio.  —¿P  —¿ P or qué dice dicess eso?  —Entre tú y y o hubo algo m más ás que una sim simple ple aam m ist istaa d. ¿¿Lo Lo re recc uer uerdas? das?  —Clar  —C laroo que lo re recue cuerdo. rdo. Fue una noche que nunca podré olvi olvidar. dar. Los dos nos sentííam os ssol sent olos os yy… … su surgi rgió. ó. Pe Pero ro eeso so nnoo dej a de ser algo qque ue sol solam am ente sabí sabíam am os nosot nos otros. ros. Nadie hubiera podi podido do probar nuest nuestra ra re relación lación en un jjuicio uicio..  —Cre  —C reoo que eestás stás equivoca equivocado do —af —afirm irmóó sin dej a r de sonre sonreír ír..  —No te enti e ntiee ndo.  —Estoy em bar baraa za da. Al escucharla me quedé sin palabras. No esperaba aquella respuesta y su supon pongo go qu quee m i car caraa de sorpre sorpresa sa y a ffue ue de por sí sufici suficiente ente re resp spuest uesta. a.  —¿No  —¿ No te ale alegra gras? s? —pr —preguntó. eguntó. Y con aque aquell llaa bre breve, ve, per peroo incisi incisiva va pre pregunta, gunta, insinuó una realidad que yo andaba tratando de dilucidar: el hijo que esperaba era mío mío..  —Por  —P or supuesto que sí… Lo que ocur ocurre re es que no m e lo e sper speraba aba,, pero… pe ro… claro que me alegra. Al fin una buena noticia. Probablemente sea lo mejor que he escuchado en mucho tiempo —respondí, aunque mis palabras no sonaron muy convincentes, sino más bien al típico discurso que los hombres suelen soltar  cuando cua ndo están aasus sustados tados..  —Tee he tra  —T traído ído un re regalo. galo. ¿¿Quier Quieres es ve verlo? rlo? Yo aasentí sentí nner ervio vioso, so, iintent ntentando ando aasi sim m il ilar ar la noticia noticia de m i pos posib ible le pa paternidad. ternidad. P Por  or  mi mente comenzaron a desfilar miles de pensamientos e imágenes que colapsaron repentinamente mi cabeza, trabando mi lengua e impidiendo que encont encontra rase las pal palabra abras adec adecuadas para cont contin uar ccon on aquel aquella la conversac conversaciión.  —¿Un  —¿ Unsere regalo…? galo…? ¿Psar ara a muadas í? —re —respondí spondí. . inuar  —¿P  —¿ P ar araa quién si no no?? —dij —dijoo m mientra ientrass com e nz nzaba aba a desa desabroc brochar harse se eell abr abrigo. igo. Uno a uno y muy lentamente, fue liberando los botones anacarados que lo recorrían de arriba abajo, así hasta que finalmente lo dejó caer al suelo. La sorpresa fue que no llevaba ropa interior y su cuerpo desnudo quedó expuesto ante mí. Era la primera vez que podía contemplarla en toda su plenitud porque aquella noche en el hostal no me permitió descubrir su cuerpo. Ella, no sé por qué razón, se empeñó en ocultar su aterciopelada piel bajo las sábanas de mi cama. Pero ahora estaba siendo mucho más generosa. Lola se mostraba hermosa,

oven,decomo la diosa perfecta que cualquier mortal deseado regalo, para sí seel resto sus días; sin embargo, aquello que debía de hubiese ser un preciado convirtió en un simple instante en una amarga traición.  —¿P  —¿ P or qué ll lleva evass e sa m ar arcc a ? —m —mee pre preoc ocupé upé al ver e l símbolo de una pata de oca oc a tatuado sobre su vientre—. ¿¿Quién Quién te lo ha hec hecho? ho?  —Tú de deber berías ías sabe saberlo. rlo. Ta n sol soloo debe debess m ira irarr tu ante antebra brazzo —re —respondi spondióó  

mientras se volvía a vestir.  —¿Mar  —¿ Margot? got? ¿Fue eesa sa m a ldi ldita ta br bruj uja? a?  —Sí,í, llaa m isma —conte  —S —contestó stó ttra ranquil nquila, a, rrestá estándole ndole im importa portancia ncia..  —¿P  —¿ P or qué lo hiz hizo? o? —pre —pregunté gunté desc desconce oncerta rtado, do, sin e ntende ntenderr qué e sta sta ba ocurriendo.  —A estas a lt ltura urass de deber berías ías sabe saberr que una buena m adr adree siempre siem pre m a rc rcaa a sus  polluelos.  poll uelos. Es la única for form m a de re recc onoce onocerlos. rlos.  —Entonces…  —Entonce s…  —Sí.í. Soy su hij  —S hijaa . La m a y or de un par parto to doble. Soy la prim primogénita, ogénita, la única que por derecho propio podía ocupar el papel del transeúnte. Mataste a Mateo, mi hermano mellizo, y encerraste a mi madre en un psiquiátrico, pero a pesar de todos tus esfuerzos nunca podrás detener al nuevo heredero que vive dentro de mí. Él será el príncipe que continúe con la sagrada estirpe de peregrinos paganos que siglos atrás comenzó con el maestro Mateo. Mi hijo será su descendiente, el nuevo tra trans nseúnt eúnte, e, qui quien en m anteng antengaa vivo vivo ssuu legado y here herede de su nombre nombre..  —¿P  —¿ P or qué y o? ¿P or qué m e eelegist legisteis eis a m í? —grité eenfa nfadado. dado.  —Nuncaa a ntes eell prim  —Nunc primogénito ogénito del tra transeúnte nseúnte ha había bía sido una m uje uj e r. La m a dre natura natu ralez lezaa siem siempre pre ffue ue ccond ondesce escendi ndiente ente con lo loss ssucesores ucesores del gran m mae aest stro ro y les mostraba su gratitud mandando a un hijo varón para que pudiese continuar el ritual sagrado; así fue siempre, menos esta vez. Mi padre, el anterior transeúnte, eligió a la mujer equivocada. Mezcló su sangre pagana con la de una mujer  entregada a una re rellig igió iónn di dife ferente rente a la nuest nuestra ra.. Y eese se hec hecho ho iirrit rritóó profund profundam am ente a los dioses. Los cristianos fueron los que nos arrebataron un camino que por  derecho nos pertenecía, y sacrificarlos en el juego de la oca era, es y será su único destino. Solo derramando la sangre de aquellos que nos sometieron y humil humillaron laronme ccons onsig igue ue purifi purifica aalma lma. . —ins  —No mse e ha has s contesta contestado. do. car ¿¿P Prorelqué y o? —insist istí.í.  —El padre padr e de m i vástago de debía bía se serr a lgui lguiee n que e stu stuviese viese dis dispuesto puesto a re recc orr orrer  er  el Camino de las Ocas, a enfrentarse a cada una de las pruebas que exige el ritual. Y tú lo hiciste mientras perseguías a mi hermano. Incluso me dejaste embaraza el mismo día que él tomó a Alejandra en la posada. Eras el padre  perfe  per fecto cto pa para ra c onti ontinuar nuar c on la eesti stirpe rpe,, el único que sigu siguió ió llaa s re reglas glas de dell juego. j uego.  —Pee ro, ¿y m i D  —P Dios ios?? ¡Y ¡Yoo tam bién soy c risti ristiano! ano! No puedo ser el pa padre dre de tu hijo.  —Tee rec  —T re c uer uerdo do que re renuncia nunciast stee a Él cua cuando ndo m urió tu am igo Berto. Así se lo

dijiste ado mitu madre. Lo repudiaste una y otra hasta escucha esc uchado tus s pl plega egarias rias eenn lo loss pasil pasillo loss de aaquel quelvez hos hospit pital. al. la S Sí,í,saciedad rene renegaste gastepor de no tu fehaber  y le diste la espalda a tu Dios.  —Pee ro…, a un aasí,  —P sí, no rreúne eúness los rrequisit equisitos os de la ele elegida gida por e l tra transeúnte. nseúnte. Tu nombre no ttiene iene nueve letras.  —Es cie cierto. rto. El tra transeúnte nseúnte debe am a r e n cue cuerpo rpo y a lm lmaa a una m ujer uj er que  

reúna esas premisas. Y tú lo hiciste. Te enamoraste de Ester, pero tomaste mi cuerpo.  —No lo com prendo. pre ndo. ¿Qué ¿Qué quier quieres es de decc ir?  —Lola y Ester Ester.. Si escribes escr ibes su nom bre y sum sumas as sus letras letra s aall m mío ío com proba probará ráss que el resultado es nueve. ¿Lo comprendes ahora? Nunca busqué en ti una  parej  par ej a, solo ttee nec necesitaba esitaba par paraa proc procre reaa r un nue nuevo vo polluelo, no m e im importaba portaba que tu cora corazzón perteneciese a otra otra persona. Aquella respuesta me dejó sin argumentos. Estaba claro que había sido víctima de un plan muy bien hilvanado y debía asumir que tan solo era un cadáver más de los que habían quedado arrojados a lo largo de ese macabro camino que conducía hasta Finisterre. Fue entonces cuando comprendí el verdaderoo ssig verdader igni nificado ficado de la no nota ta en m mii me mesi sill lla: a: « Gra Gracias cias po porr quere quererr ser par parte te de mí»» . mí Terminó de abotonarse el abrigo sabiendo que su cometido había concluido. Se giró y se fue ha hacia cia la puerta de sali salida. da.  —Usast  —Usa stee a tu her herm m a no com o una pobre m a rioneta rioneta.. Le dej aste m orir solo  paraa cconti  par ontinuar nuar c on un jjuego uego de locos —le re recc rim riminé. iné.  —Pue  —P uede de que tú lo vea veass a sí, que no alc alcanc ancee s a com pre prender nder su ver verda dader deroo cometido. Él nació tan solo para allanar mi camino. Y allí donde quiera que ahora esté, se sentirá orgulloso por haber contribuido a que la memoria de nuestros nuest ros antepa antepasados sados ssig igaa viva. Él fue m i bast bastón, ón, m mii pu punt ntoo de aapoy poyo. o. Y se se m marc archó hó.. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo perdido que estaba, y esa  parti  par tida da que y o cr cree ía cconcluida oncluida no ha había bía he hecho cho na nada da m á s que ccom omee nz nzaa r de nuevo. Me encontraba atrapado en la casilla de la cárcel y, al final, después de recorrer  tantos kilómetros, de perder tantosdespués, amigos comprendí por el camino; después de vivir tantas noches después de angustia, solamente por qué el juego de la oca fue considerado siempre un inocente juego de niños. En realidad, han sido ellos, los niños, los que han mantenido vivo siglo tras siglo el Camino de las Ocas. Es obvio que nadie podrá evitar que nazcan nuevos polluelos, y que tras romper el cascarón, partan hacia la primera casilla de un tablero que marcará  paraa siem  par siempre pre sus vidas. Es obvio que volverá a oc ocurr urrir ir una y otra vez, que surgirán nuevos transeúntes. Ya lo anunciaba esa antigua cantinela que todos, alguna vez, hemos hem os repeti repe tido do de niños niños::  De oca a oc oca a y tiro por porqu quee me toca.

 

Foto n.º 10 El final del juego. Kilómetro cero, en Finisterre. Esta novela está dedicada a todos aquellos que, año tras año, se deciden a recorrer el Camino de Santiago. Fueron muchos los peregrinos con los que me entrevisté para cambiar impresiones y dar forma a esta novela, y todos ellos escucharon con agrado y asombro el significado de muchos de los símbolos desconocidos que habían encontrado a lo largo del recorrido. Espero que ahora, cuando se crucen cr ucen ccon on alg alguno unoss de lo loss ssig ignos nos paganos qque ue aapare parece cenn en eest staa tram trama, a,  puedann rec  pueda re c onoce onocerlos rlos gra gracc ias a la ar ardua dua labor de investi investigac gación ión que, con tanto cariñ ca riño, o, he re reali alizzado durant durantee m eses. Deseo, si siem em pre de desd sdee el m más ás si sincer nceroo respeto, que el desaparecido Camino de las Ocas perdure en el tiempo y conviva con armonía con ese centenario sendero cristiano que conduce hasta los brazos del apóstol Santiago, al igual que anteriormente hicieron aquellos maestros canteros medievales al empeñarse en preservar las señales de un camino anterior que otros tantos recorrieron.

 

Foto n.º 11 El tablero tablero m más ás anti antiguo guo que se ccono onoce ce del jjuego uego de la oca oca.. Esta novel Esta novelaa se term in inóó de escribi escribirr en m ay o de 20 2011. 11. Dos m eses m más ás tarde, el 5 de julio de ese mismo año, el Códice Calixtino fue robado de la cámara acorazada del museo de la catedral de Santiago de Compostela. Tras la misteriosa desaparición, la Policía Nacional recibió una llamada anónima realizada desde un teléfono público en la que se comunicó que el manuscrito se

devolvería punto deldíaCamino Santiago, previamente se indicaría  baj o sec secre reto toendealgún cconfe onfesió sión. n. A de hoy,deaún sigue sinque apa apare rece cerr. Si te atreves, puedes buscar en la última casilla del juego el título de la  próximaa nove  próxim novela la de Fra rann J. Marbe Marberr.  

Envía la respuesta correcta a [email protected] y podrás participar en el sorteo de varios premios. Más información en www.franjmarber.com.

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