February 4, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
EL ITINERARIO ESPIRITUAL DE LOS DOCE. Ejercicios ignacianos a la luz del Evangelio de Marcos - CARLO MARIA MARTINI...
Carlo Maria Martini, S.J.
El itinerario espiritual de los Doce Ejercicios ignacianos a la luz del Evangelio de Marcos
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Traducción española: M.M. Leonetti Título original: L'itinerario spirituale dei dodici: Esercizi Ignaziani alla luce del Vangelo di Marco Portada y diseño: M.ª José Casanova © 2012 by Editrice dell'Apostolato della Preghiera, Roma (Italia) El texto, al que se ha añadido notas esenciales, ha sido revisado con el consentimiento del autor © 2013 by Ediciones Mensajero, S.A.U. del Grupo de Comunicación Loyola Sancho de Azpeitia 2, bajo | 48014 Bilbao – España Teléfono: +34 94 447 0358 | Fax +34 94 447 2630 E-mail:
[email protected] Web: www.mensajero.com Edición digital ISBN: 978-84-271-3443-0
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La editorial Editrice dell’Apostolato della Preghiera, tras haber publicado los Ejercicios espirituales ignacianos a la luz de los evangelios de Mateo, Lucas y Juan, dirigidos por el padre Martini entre los años 1974 y 1976, completa ahora el fruto de aquella primera experiencia de confrontación entre el texto de los Ejercicios de san Ignacio de Loyola y la Sagrada Escritura proponiendo El itinerario espiritual de los Doce en el Evangelio de Marcos. Esta tanda se remonta también al año 1974 y fue publicada hasta 1981 en más de una edición. En comparación con los basados en los otros evangelios, los Ejercicios espirituales sobre el Evangelio de Marcos tienen un planteamiento más conciso, más didáctico podríamos decir, aunque sin carecer de la sustancia de la profundización bíblica, que esperamos pueda ayudar tanto al que dirige los Ejercicios como al que los hace. El texto ha sido enteramente revisado con el consentimiento del autor y se le han añadido notas esenciales. La bibliografía, oportunamente actualizada respecto a la correspondiente al texto de los Ejercicios sobre Juan, pretende dar mayor valor a la publicación, incluso desde el punto de vista de los estudios en materia de espiritualidad y de ejercicios. Hemos dejado el prólogo original a continuación, con valor de documento. P ADRE GIOVANNI ARLEDLER, S.J. Galloro-Ariccia, Epifanía del Señor, 2012
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PRÓLOGO
El Centro Ignaziano di Spiritualità, tras haber publicado una tanda de Ejercicios Espirituales dirigidos por el padre Carlo M. Martini, S.J., entonces rector del Pontificio Instituto Bíblico, a sus hermanos, a saber: Esercizi Ignaziani alla luce del Vangelo di Giovanni, presenta este otro volumen, del mismo autor, sobre la dinámica de los Ejercicios a la luz de san Marcos. Se trata de los «puntos» de las meditaciones de una tanda de Ejercicios dirigida a los obispos de la región de Emilia-Flaminia el año 1974. Las Comunità di Vita Cristiana, en el suplemento de su boletín Progressio, han publicado una versión diferente y más breve de la misma materia, desarrollada en otra tanda[1]. Estamos seguros de que proponer los grandes temas de los Ejercicios ignacianos, confrontados con los temas de la narración de un solo evangelista, considerada en su conjunto, servirá no solo para dar a conocer mejor ese evangelio específico, sino que también abrirá nuevos caminos para una renovación en clave bíblica del modo de dirigir los Ejercicios. Damos las gracias al padre Martini, que nos ha permitido publicar este texto, transcrito directamente de la grabación, que, aunque no ha sido revisado ni completado por el autor, constituirá una rica fuente de inspiración para muchos directores de Ejercicios.
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AL PROPONER LA EXPERIENCIA DE LOS EJERCICIOS
Querría dar solo un par de indicaciones que podrían servir para entrar en el trabajo de los Ejercicios que, de una manera gradual y suave, empezaremos mañana. La primera de ellas tiene que ver con el tema y la segunda con los actores de los Ejercicios. He escogido como tema el Evangelio de san Marcos y nos entretendremos, por consiguiente, en la lectura de este Evangelio. No haremos una lectura continuada del mismo (es decir, que no tomaremos el evangelio capítulo por capítulo) ni tampoco una lectura directamente temática (o sea, que no nos vamos a detener en algunos temas del evangelio de Marcos, como, por ejemplo, el Reino de Dios, las parábolas, los milagros, etc.). Vamos a hacer más bien una lectura catequética, porque nos ayudará a recorrer un camino, un itinerario espiritual más de acuerdo con una tanda de Ejercicios espirituales.
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¿Qué entendemos por lectura catequética? Debemos partir del hecho probable de que san Marcos presenta una catequesis, un manual para el catecúmeno. Es decir, que el Evangelio de Marcos es un evangelio hecho para aquellos miembros de las primitivas comunidades que empezaban su itinerario catecumenal. En el caso de Marcos podemos hablar sin más de Evangelio del catecúmeno. Mateo, sin embargo, es el Evangelio del catequista; a saber: el evangelio que suministra al catequista un conjunto de prescripciones, doctrinas, exhortaciones. Lucas es el Evangelio del doctor, o sea, el evangelio dado al que quiere conseguir una profundización histórico-salvífica del misterio, con una perspectiva más amplia. Juan, por último, es el Evangelio del presbítero, y proporciona al cristiano maduro y contemplativo una visión unitaria de los diferentes misterios de la salvación. Marcos es el primero de estos cuatro manuales, el manual del catecúmeno, y, naturalmente, propone un itinerario catecumenal. Este itinerario se puede condensar muy bien en torno a estas palabras de Jesús dirigidas a los suyos: «A vosotros se os comunica el secreto del Reino de Dios; a los de fuera todo se les propone en parábolas»[2] (4,11)[3]. El Evangelio de Marcos nos muestra, en efecto, cómo desde las parábolas, dicho de otro modo, desde la perspectiva exterior del misterio del Reino, podemos entrar en su interior y recibir este misterio. Existe, por tanto, en Marcos un camino catecumenal que, sin embargo, no constituye todavía el objeto específico de nuestras consideraciones. Hemos de hacer otra consideración: en este itinerario catecumenal, que se desarrolla a lo largo de todo el Evangelio de Marcos, tienen una gran parte los doce apóstoles. Propongo, por consiguiente, como objeto específico de esta tanda de Ejercicios, desde el que consideraremos el Evangelio de Marcos, el Itinerario espiritual de los Doce. A partir de este itinerario cada uno de nosotros podrá revisar, reflexionar, repensar su propio camino interior.
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Los actores en los Ejercicios La segunda indicación tiene que ver con los actores de este retiro: quiénes actúan en estos días. Los actores son tres. El Espíritu Santo es el que conduce el retiro. Respecto a él, la pregunta que habremos de plantearnos será: Quid vult? ¿Qué quiere el Espíritu Santo de mí en este retiro? ¿A dónde me quiere llevar? El segundo actor, guiado por el Espíritu, es cada uno de vosotros. La pregunta que debéis plantearos es esta: Quid volo? ¿Qué deseo, qué espero, qué me propongo? Dejemos aflorar gradualmente, en la soledad, nuestras penurias, nuestros deseos interiores, nuestras necesidades, sofocados a menudo por las urgencias de los otros, por el clima de cada día, al que le repugnan el silencio y la oración. El tercer actor soy yo mismo. Me limitaré únicamente a ser un sugeridor: y el sugeridor tiene la tarea de facilitar el trabajo proporcionando, aquí y allá, alguna indicación temática que ayude a cada uno a reflexionar sobre el Itinerario de los Doce en el Evangelio de Marcos. Dado que yo soy un sacerdote jesuita, debo hacer notar, por último, que el itinerario ascético (asketikós, de askein, es decir, ejercitar), tal como se propone en el Evangelio de Marcos, es el mismo que, con otras palabras, está reflejado en el libro de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
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Una observación de Von Balthasar Voy a terminar esta introducción añadiendo un pensamiento que tomo del último e interesante libro de Hans Urs von Balthasar, El complejo antirromano[4].El autor examina ampliamente el hecho de que existe hoy en la Iglesia un fenómeno de oposición a Roma, típico de nuestro tiempo. Una de las cosas que me han sorprendido, al recorrer el libro, es la importancia que el autor otorga al principio mariano de la Iglesia. Las palabras que deseo citar, y sobre las que tal vez podríamos volver, tienen que ver con este hecho: la Iglesia –dice Von Balthasar– es petrina (es decir, apostólica), pero al mismo tiempo es también mariana. Von Balthasar hace notar difusamente que los dos aspectos, compenetrados de manera conjunta, proporcionan el rostro completo de la Iglesia. En cierto modo, el uno integra al otro y, desde el punto de vista del aspecto incluso exterior, humano y afectivo de la vida cotidiana, lo completa. En consecuencia, al encontrarnos con la tarea de tener que meditar sobre el Itinerario de los Doce en Marcos, debemos tener presente en nuestra oración a nuestra Señora, a fin de que nos ayude a entrar verdaderamente cada vez más en el corazón de la Iglesia, tal como nos la presenta el Evangelio, a saber: en su totalidad, de manera que podamos confrontarnos a diario con esta Iglesia apostólica y mariana.
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PREMISA SOBRE EL EVANGELIO DE MARCOS
Nos preguntamos: ¿existe un Itinerario de los Doce en el Evangelio de Marcos? ¿Tienen los Doce una importancia suficiente en el Evangelio de Marcos como para permitirnos seguir, con cierto rigor exegético, su camino? Empezamos con una constatación a partir de una lectura general: en el Evangelio de Marcos se repite con bastante frecuencia la expresión «los Doce» (oi dodeka). Encontramos en él siete fragmentos que podemos llamar los fragmentos de los Doce.
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Los Doce La primera mención está en el cap. 3: «Nombró a Doce»[5] (3,14); repetido en 3,16: «Nombró, pues, a los Doce». La segunda la encontramos en el capítulo siguiente: «Cuando se quedó a solas, los acompañantes con los Doce le preguntaron acerca de las parábolas» (4,10). El tercer pasaje se encuentra en el cap. 6: «Llamó a los Doce» (6,7). Aquí es importante señalar que el texto griego repite el mismo verbo (proskaleitai) de Mc 3,13: «Fue llamando a los que él quiso». Estrechamente conectados con este fragmento, al final del mismo capítulo, tenemos a los apóstoles que se reúnen con Jesús: este invita a los Doce a dirigirse a un lugar desierto y solitario (6,30). La cuarta mención se encuentra en el cap. 9, en algunas instrucciones de Jesús dirigidas a los discípulos. «Llamó a los Doce, y les dice: “Si uno aspira a ser el primero, sea el último y servidor de todos”» (cf. 9,35-40). La quinta mención de los Doce se encuentra en el capítulo siguiente; se trata de la tercera predicción de la muerte y resurrección: 10,32-35. El sexto fragmento está en el cap. 11: Jesús, después de haber entrado en Jerusalén, en el templo, y tras haberlo observado todo, «como era tarde, volvió con los Doce a Betania» (11,11). Así pues, se recuerda expresamente la presencia de los Doce en el apostolado jerosolimitano de Jesús. Por último, la séptima mención se encuentra en el cap. 14, en el comienzo de la Pasión. La mención de los Doce se repite aquí más veces, porque todo el capítulo está presentado en estrecha conexión con los Doce. «Judas Iscariote, uno de los Doce...» (14,10). «Al atardecer llegó con los Doce...» (14,17). «Respondió: “Uno de los Doce, que moja el pan conmigo en la fuente”» (14,20). Y por último: «... se presenta Judas, uno de los Doce...» (14,43). La expresión «los Doce» aparece, por tanto, con frecuencia en Marcos y aparece, a intervalos regulares, en siete contextos diferentes, casi cada dos capítulos. El evangelista describe, desde el cap. 3 hasta el 14, el camino del discípulo, que va llegando de manera gradual al conocimiento de Dios, como marcado por la presencia de los Doce. Desde el momento en que fueron nombrados (cap. 3) hasta su dispersión en la hora de la prueba con la traición de Judas (cap. 14), esta presencia está subrayada en todas las secciones principales del Evangelio. Podemos afirmar: los Doce acompañan el camino de Jesús desde su primera afirmación hasta la prueba final. Debemos señalar también que a estos textos donde aparece la expresión «los Doce» 14
y que podemos tomar rigurosamente como punto de partida para nuestra reflexión, habría que añadir otros tres textos que, sin una mención directa de los Doce, tratan, no obstante, de episodios relacionados con ellos. Habría que señalar sobre todo 1,16-20, las primeras llamadas, a saber: las cuatro primeras llamadas junto al lago, los cuatro primeros de los Doce. También 8,27-30, donde Pedro, en nombre de los Doce, confiesa que Jesús es el Cristo. Y asimismo 16,7, la nueva llamada a los Doce, para que se reúnan con Jesús en Galilea, después de la resurrección. Si tenemos presentes todos los episodios que hemos enumerado, tendremos una especie de estructura apostólica de la versión de Marcos. Se confirma, por consiguiente, la posibilidad de meditar el itinerario de los Doce en el Evangelio de Marcos.
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Para que convivieran con él Poseemos diez perícopas apostólicas (siete más tres), situadas en lugares clave del Evangelio. Todas ellas tienen su origen en una afirmación inicial: «Para que convivieran con él» (3,14). Toda la carrera de los Doce tiene su comienzo en este momento fundador de su existencia, que es «el convivir con Jesús». Y todo lo que sigue es la profundización en lo que «el convivir con Jesús» significa concretamente para la vida de un hombre llamado a la intimidad personal con el Señor. Esa es la razón por la que esta frase tan dura, tan inesperada: «Nombró a doce para que convivieran con él» (3,14), a pesar de su rudeza, está llena de un inmenso significado y contiene, en germen, toda la vocación de los apóstoles. Las diez perícopas muestran el camino según el cual los apóstoles llegaron a convivir con Jesús y a poseer el misterio del Reino: «A vosotros se os comunica el secreto del Reino de Dios» (4,11). Convivir con Jesús, recibir de él el misterio del Reino, son dos expresiones que describen la identidad de los apóstoles y su camino.
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El lugar de la penitencia Podemos hacer una última observación sobre este itinerario. En él, el momento de la penitencia no está puesto al comienzo, sino que lo encontramos sobre todo hacia el final, con la prueba de la Pasión, en el cap. 14. Al comienzo sólo aparece una alusión a ella, porque en Marcos no se nos presenta un itinerario de conversión que empieza con la penitencia y prosigue con el descubrimiento del convivir con Cristo, sino que se nos plantea antes que nada una llamada a convivir con Cristo. Esta llamada debe afinarse y hacerse más profunda de modo gradual, hasta que reconozcamos, en una reflexión penitencial, todo lo que nos falta aún para ser fieles a una vocación que ya existe. Así pues, nosotros seguiremos el camino de Marcos sin realizar un análisis riguroso de cada una de las perícopas. Sin embargo, las tendremos presentes como fondo, de manera que podamos entender cómo se lleva a cabo la revelación progresiva del misterio del Reino en aquellos que están llamados a «convivir con él». Meditaremos el camino que estas perícopas suponen o indican: nos meteremos en la piel de los Doce, nos pondremos en su lugar y nos preguntaremos: – ¿Qué actitud supone en los Doce este ponerse a la escucha de Jesús? – ¿Qué mentalidad encuentra en ellos? – ¿Qué presupuestos de fe se requieren?; ¿qué camino es el que les quiere hacer recorrer?; ¿qué pruebas presenta este camino? – ¿Cómo se lleva a cabo la revelación gradual del Reino de Dios a fin de que se comprenda, no solo de palabra, sino con hechos, lo que significa «convivir con él»? He aquí, pues, el camino que nos disponemos a recorrer.
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1 EL MISTERIO DE DIOS
Esta meditación nos ayudará a ponernos en las disposiciones del Principio y Fundamento [23][6]. Con ella se pretende crear en nosotros la condición de total disponibilidad al misterio de Dios, a su actividad, a su iniciativa. Vamos a recurrir al Evangelio de Marcos para crear esta disponibilidad. Deseamos reflexionar al mismo tiempo sobre el misterio de Dios en Marcos; mejor aún, ver la parte que tiene el sentido de Dios en el camino catecumenal que Marcos propone; qué parte tiene, en él, la educación sobre el sentido de Dios.
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Enseñanzas sobre Dios, Uno y Trino Debemos señalar de inmediato lo poco que se habla de Dios en Marcos, lo escasa que parece la instrucción sobre Dios. Faltan, por ejemplo, instrucciones fundamentales como la de Mt 6 sobre la providencia o sobre el padrenuestro, ocasión de una simplicísima pero amplia catequesis sobre Dios. Si consideramos también las estadísticas, a pesar del limitado valor que debemos atribuir a datos de este tipo, vemos que el nombre de Dios se repite en Marcos 37 veces, contra 46 en Mateo y 108 en Lucas. En el evangelio del catecúmeno, a diferencia del evangelio del doctor, hay, por tanto, una mención muy discreta de la persona de Dios. El mismo resultado obtendríamos para la mención de Padre: la palabra aparece 13 veces en Marcos, aunque apenas cinco veces referida a Dios, mientras que en Juan aparece un centenar de veces el nombre de Padre referido a Dios, porque, evidentemente, forma parte de la instrucción del cristiano ilustrado una catequesis sobre Dios Padre, mientras que al principio apenas se menciona. ¿Cómo se explica este silencio sobre Dios? ¿Por qué se habla tan poco de él? A mi modo de ver, debemos trasladarnos a la situación concreta del catecúmeno en la Iglesia primitiva. Los catecúmenos de la Iglesia primitiva, sobre todo aquellos a los que se dirige el Evangelio de Marcos –a saber: probablemente catecúmenos procedentes en gran parte del paganismo–, tenían ya de por sí un gran sentido religioso. No eran en modo alguno extraños para ellos el pensamiento, la palabra, el vocablo, la continua mención de Dios; como bien dice san Pablo hablando precisamente de los paganos, «Aunque existiesen en el cielo o en la tierra los llamados dioses, y hay muchos dioses y señores (kurioi) de esos...» (1 Cor 8,5). Tan cierto es eso que Pablo, al entrar en Atenas, se irrita por la presencia continua de estatuas de divinidades y considera a los atenienses extremadamente supersticiosos. Que era gente supersticiosa se deduce también de un hecho que tuvo lugar en Éfeso y que se cuenta en Hch 19,18-19. Se dice allí que muchos de los que se convirtieron llevaron sus libros mágicos para quemarlos y ardieron libros que hubieran alcanzado un valor de millones (cincuenta mil denarios de plata). Eso significa que la superstición estaba extremadamente difundida, y el catecumenado se impartía a gente que, en el fondo, tenía a Dios en la boca incluso demasiado. El problema no consistía tanto en hacer nacer en ellos el sentido de la divinidad, que para ellos estaba en todas partes y aparecía en cada fenómeno, como en luchar contra una religiosidad errónea. Entre paréntesis, podríamos preguntarnos: ¿es verdaderamente peor nuestra situación actual de ateísmo difundido? 20
Tal vez sea más fácil hablar del Dios verdadero en una situación de ateísmo que en una situación de superstición en la que el hablar de Dios puede ser mal comprendido, entendido de través, tergiversado. El Evangelio de Mateo nació en una situación en la que, al comienzo, no era oportuno hablar demasiado de Dios, porque esto podía llegar a ser mal entendido. Este es un motivo probable por el que no se habla mucho de Dios al catecúmeno. Después veremos que, en realidad, sí se hablaba de Dios, aunque no de manera directa.
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La instrucción sobre Dios ¿Cómo se instruía, entonces, al catecúmeno acerca de Dios? Se hacía, probablemente, basándose en gran parte en el Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos. El libro de los Salmos educaba al catecúmeno sobre el verdadero sentido de Dios y por eso la comunidad primitiva –incuso los creyentes venidos del paganismo– lo leía con gran frecuencia y conocía muy bien cada uno de los salmos. Esto se deduce de la gran cantidad de veces que los cita el Nuevo Testamento, algo que no se podría explicar si la comunidad –a la que van dirigidas las cartas apostólicas– no los hubiera conocido perfectamente. Así pues, el catecúmeno se educaba sobre el sentido de Dios a través de los salmos. En el fondo, también nosotros hacemos lo mismo en los Ejercicios. A través de la recitación de los salmos nos reeducamos sobre este sentido profundo de Dios, que se absorbe más con la oración que con la comunicación verbal de lo que se puede decir sobre Dios (cf. [20]). En las pocas alusiones que se hacen en el Evangelio de Marcos al misterio de Dios, captamos el sentido específico de Dios en el que toma cuerpo la revelación que Jesús hace de sí mismo a los Doce. La meditación que propongo es, por consiguiente, una breve ojeada a los temas principales de Marcos –aproximadamente unos quince– en los que podemos encontrar alusiones directas o indirectas a Dios, a fin de ver qué figura, qué aspectos de Dios se subrayan y, en consecuencia, cuáles se consideran más importantes en un camino catecumenal hacia Dios y hacia la intimidad con el Señor Jesús, que marca el itinerario de los Doce. Estos textos pueden dividirse en cuatro series: hay algunos textos preliminares que sacan a la luz los aspectos fundamentales; se dan, a continuación, algunas indicaciones posteriores; viene después una serie de temas bíblicos particulares y, por último, las indicaciones finales sobre el misterio. Cuatro tipos de textos, por tanto, y cada una de estas series incluye, a su vez, tres o cuatro textos sobre ese tema específico.
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Textos preliminares (Mc 1,2; 1,3; 1,10-11) ¿Cómo traducir estos textos a nuestra experiencia? ¿Quién es Dios? Es alguien que toma una iniciativa misteriosa: «Mira, yo envío por delante a mi mensajero» (1,2). Prescindo del v. 1 porque está sometido a mucha discusión: probablemente es auténtico, pero prefiero no tenerlo en cuenta. No se nombra a Dios en el v. 2, pero hay alguien que toma una iniciativa misteriosa, no bien definida; algo está a punto de pasar, Dios nos sale al encuentro de algún modo. Dios es el Dios que viene. «Preparad el camino al Señor» (1,3): Dios está viniendo. Esta indicación, clara y misteriosa al mismo tiempo, sobre Dios como alguien que está viniendo hacia nosotros, que se mueve por su propia iniciativa hacia nosotros, vuelve a aparecer más adelante: «vio el cielo abierto...» (1,10); a saber, Dios, «vuestro Padre del cielo» (11,26), se hace presente en nuestra realidad, en nuestra experiencia, se pone en comunicación con nosotros desde el cielo. ¿Y cómo se comunica con nosotros? La respuesta es: a través de su «Hijo querido» (1,11) o, podríamos decir, el Hijo modelo, el Hijo en el que captaremos algo del incognoscible misterio de Dios. Así pues, Dios aparece como misterio incognoscible que, en un determinado momento, toma una iniciativa misteriosa respecto a nosotros y se nos acerca para sacudirnos. No es mucho, pero está dicho todo lo que puede suscitar un sentido de espera, de preparación. En consecuencia, no se invita al catecúmeno a decir en seguida: «Dios está aquí, Dios es esto o aquello», o sea, a expresar algo de lo que Dios es. Sin embargo, sí se le invita a comprender que Dios es alguien que está a punto de tomar posesión de su vida, y le sale al encuentro con una misteriosa iniciativa que él está llamado a aceptar sin conocerla en sus detalles.
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Textos clarificadores (Mc 1,14; 1,15; 1,35; 2,7) «Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios» (1,14); por consiguiente, sabemos indirectamente que Dios es el Dios del Evangelio. «Está cerca el Reino de Dios» (1,15); en consecuencia, Dios es el Dios del Reino. ¿Cómo podemos traducir estas dos indicaciones? El Dios del Evangelio, es decir, el Dios que te trae una buena noticia, está a punto de cambiar tu situación. Es el Dios del Reino o el Dios que está a punto de poner las cosas en su sitio, de una manera misteriosa. Dios es alguien que entra en tu vida con un mensaje desconcertante, lleno de alegría, y que viene a reordenar las cosas de tu vida. Por consiguiente, estamos de nuevo ante la actitud de quien no sabe todavía lo que Dios quiere, pero se prepara con plena disponibilidad para la aceptación de una novedad misteriosa que debe entrar en su intimidad. Más adelante encontramos otra alusión misteriosa, completamente indirecta: «Muy de madrugada se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando» (1,35). Dios aparece aquí como alguien a quien Cristo reza. Cristo, presentado en primer lugar como Hijo modelo y su revelador, está en una misteriosa unión con Dios; y nosotros, aunque sin saber mucho más sobre Dios, nos encontramos inmersos en una atmósfera de espera, respeto, reverencia, tensión, por el misterio de Dios que se nos está revelando en Cristo. Y de nuevo, en el capítulo siguiente: «... ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» (2,7). La frase corresponde a los adversarios, pero sirve para decirnos que únicamente Dios es quien puede perdonar. En ella se contiene el sentido del perdón. Dios entra con una iniciativa –que es buena noticia– de perdón y el hombre debe permanecer a la expectativa y a la escucha, dispuesto y preparado para recibirle. A partir de estas pocas alusiones vemos que se ha operado toda una inversión respecto a la mentalidad pagana, para la que Dios era un ser a disposición del hombre, sobre el que el hombre podía poner su mano, hacérselo propicio, pidiendo y obteniendo de él lo que quería; un Dios frente al que el hombre se encontraba en un estado de actividad manipuladora. Ahora, en cambio, el hombre aparece en un estado de pasividad total, de expectativa, escucha, reverencia, respeto. Es Dios quien está a punto de obrar, a punto de poner en marcha su Reino. Nosotros debemos escuchar humildemente sin comprender, estar preparados para ir allí donde Él nos quiera llevar. Estos son algunos de los aspectos fundamentales de la espera del misterio de Dios 24
recogidos en la primera parte de Marcos. Desde el cap. 2 en adelante aparecen poquísimas menciones de Dios, porque, como veremos, está actuando Jesús. Este se dispone a revelar el misterio de Dios en su persona; en consecuencia, la catequesis sobre Dios no aparece en primer plano. Una vez que el hombre se ha hecho disponible, se señala al Hijo; empieza entonces el camino del seguimiento del Hijo, que nos permite purificarnos de todo un falso modo de entender a Dios, para llegar a conocerle en la verdad.
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Temas bíblicos Con todo, en los caps. 11, 12 y 13, aparecen aún cuatro menciones de Dios que reproducen temas bíblicos del Antiguo Testamento. Estas menciones nos hacen constatar que en el Evangelio de Marcos no se perdían de vista algunos temas fundamentales, que se suponían como puntos de partida para una catequesis del «Dios de nuestro Señor Jesucristo». ¿Cuáles eran estos cuatro puntos fundamentales que se referían siempre a la catequesis veterotestamentaria sobre Dios? La respuesta que da Jesús en el cap. 10, «Nadie es bueno fuera de Dios» (10,18), revela al catecúmeno la bondad de Dios, el único bueno al que debemos amar «con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas», como se dice en 12,30. En el capítulo siguiente, el 11, encontramos otro pasaje de catequesis veterotestamentaria; se trata de la exhortación o indicación (depende de las traducciones) «Tened fe en Dios» (11,22). Debemos señalar que el texto griego es mucho más misterioso, porque dice «echete pistin theu», es decir, que da la vuelta a la cuestión: «¿Quién es Dios?». Es alguien que merece fe y confianza, alguien que merece un abandono total en sus manos. Y se insistirá mucho más en el itinerario catecumenal: abandonaos al misterio de Dios, que quiere actuar en vosotros no a vuestro modo, sino tal como él quiere. Y, por consiguiente, estad totalmente disponibles. En el cap. 13 encontramos otra alusión veterotestamentaria. Se trata del Dios de la creación, al que se cita de una manera muy indirecta: «Desde que Dios creó el mundo hasta hoy» (13,19). Los temas del Dios Único, Bueno, Fiel, Creador, Realidad suprema a la que se debía amar, eran temas veterotestamentarios muy presentes en aquel tiempo. Marcos nos proporciona, en efecto, un modelo de catequesis para gente que creía en estos valores. Evidentemente, en una catequesis actual se podrían dar por descontados. Sobre estos temas se ha construido la idea evangélica del Dios que viene, que toma una iniciativa llena de misterio, del Dios al que es preciso abandonarse y que nos guía misteriosamente por medio de Cristo. Esta es la disposición fundamental con la que el catecúmeno comienza su catequesis y la que el anuncio evangélico supone en él.
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Temas reveladores Por último, vamos a ver los dos últimos textos básicos y reveladores de la identidad de Dios en Marcos. Uno de ellos es la oración «Abba (Padre), tú lo puedes todo, aparta de mí esa copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (14,36). ¿Quién es el Dios que está detrás de esta representación que nos dan las palabras de Jesús? Es el Dios al que todo le es posible (una idea veterotestamentaria), el Dios que puede alejar la copa pero que, en realidad, no lo hace. Es el Dios al que es preciso entregarse por completo para que disponga totalmente de nosotros y nos guíe por caminos misteriosos, del mismo modo que guió a Cristo. El catecúmeno está invitado, por tanto, a pasar de una idea humanamente prefabricada de Dios, en la que todo está predispuesto, en la que puede apoyarse y obtener lo que quiere, realizando este o aquel acto de culto, a un Dios que interviene de una manera misteriosa y le guía con bondad, pero que le lleva allí donde Él quiere a través de la iniciativa evangélica de salvación, que, para el hombre, siempre es imprevisible y desconcertante. El último texto de Marcos en que, de hecho, Jesús nos habla de Dios es el texto más dramático del Evangelio. Jesús grita en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (15,34). ¿Cómo es posible que se cierre con este fragmento la serie de las pocas alusiones que aparecen en Marcos al misterio de Dios? Precisamente porque se encuentra en él la cima de esta revelación: el Dios presentado en el Evangelio, el Dios al que todo le es posible, el Dios que lo tiene todo en su mano y al que nos abandonamos por completo, no está obligado a hacer lo que nosotros esperamos de Él y hasta puede abandonarnos exteriormente como abandonó a su Hijo. Está claro que en las palabras de Jesús está también el sentido de esperanza, pero no debemos olvidar que se trata de palabras de abandono. Dios ha dejado a Cristo en una situación de amargura, de desolación exterior, de desamparo humano total como si lo hubiera abandonado efectivamente. El catecúmeno está invitado, por consiguiente, a reflexionar atentamente: mira que el camino por el que te metes no es un camino fácil, un camino por el que sentirás la seguridad de Dios, por el que irás de éxito en éxito, un triunfo que ya has programado, sino que te pones en las manos de un Dios misterioso que es bueno, que quiere hacer de ti el mejor, pero no a tu manera. Está en juego la disponibilidad total que san Ignacio pone como condición fundamental de los Ejercicios: aceptar el misterio del Dios diferente a nosotros que nos conduce a menudo, de manera inesperada, allí donde no querríamos ir [5]. Se lo dijo Jesús a Pedro: te llevarán a donde no quieres ir (Jn 21,18). Es el abandonarse totalmente al misterio de Dios para todas las sorpresas que en cada 27
momento, en cada edad de la vida, pueda manifestarnos.
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2 LA IGNORANCIA DE LOS DISCÍPULOS
La meditación que quiero proponer pretende ayudarnos a profundizar en el sentido de la penitencia. Pidamos, por tanto, al Señor la gracia de purificarnos interiormente. ¿Cómo aparece esta experiencia de purificación en el Evangelio de Marcos? Vamos a emplear uno de los pasajes fundamentales en el que Marcos, en el capítulo cuarto, desea hacernos comprender el misterio del Reino: «A vosotros se os comunica el secreto del Reino de Dios; a los de fuera todo se les propone en parábolas» (4,11-12). El objetivo de toda la catequesis de Marcos es hacer pasar de una situación exterior – en la que el misterio del Reino aparece considerado desde perspectivas sociológicas o fenomenológicas, pero no es captado en su sustancia– a una situación interior.
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Entrar en el misterio del Reino La expresión «los de fuera» se repite a menudo en el Nuevo Testamento para designar a los que no participan del conocimiento interior del misterio del Reino, es decir, de la fe, como los paganos, por ejemplo. Así, en la Primera Carta a los Corintios, al hablar de los juicios que deben tener lugar en el interior de la comunidad, dice Pablo: «... ¿acaso me corresponde a mí juzgar a los de fuera?» (1 Cor 5,12-13); y también, en la carta a los Colosenses: «Tratad con los de fuera con sensatez» (Col 4,5), es decir, con los que no participan del don del Evangelio y os contemplan, y os miran juzgándoos desde un punto de vista exterior. En la primera carta a los Tesalonicenses encontramos, a continuación: «... a fin de que caminéis de una manera digna, por consideración a los de fuera» (1 Tes 4,12). La expresión es, por tanto, bastante conocida en el Nuevo Testamento y designa la categoría de los que todavía no han comprendido el misterio del Reino. Esta categoría incluye hoy no solo a los no bautizados, sino también, de hecho, a todos aquellos para los cuales los misterios del Reino de Dios y de la Iglesia siguen siendo todavía algo exterior en lo que no participan desde dentro, con lo que no se identifican, hasta el punto de que todo parece enigmático. Ven que la Iglesia hace ciertas cosas, realiza ciertas acciones sagradas o actúa de determinados modos, pero todo les parece como un gran desfile cuyo significado no comprenden. En consecuencia, es preciso entrar con determinación en el interior de este misterio para identificarse con él. Este es el camino catecumenal: desde un estar fuera en el que los signos aparecen enigmáticos, hacia un interior en el que estos se identifican con la realidad. Este camino es el que se describe precisamente en el capítulo 4, donde se cita un pasaje del Antiguo Testamento: «De modo que por más que miren, no vean, por más que oigan no entiendan; no sea que se conviertan y sean perdonados» (4,12, que cita Is 6,9-10). Se ha debatido largo y tendido sobre este versículo para indicar si es posible que exista, por parte de Dios, una voluntad de no hacerse comprender. En realidad se trata de un modo expresivo de decir lo que le sucede al que cierra los ojos, y resulta un versículo muy instructivo si le damos la vuelta captando su aspecto positivo. A saber: si nos preguntamos cuál es el camino del catecúmeno. Es el camino del que quiere abrir los ojos para poder ver. Muchos miran las cosas de la Iglesia pero no las ven, no comprenden su sentido. Muchos, hoy en una posición de crítica a la Iglesia, se encuentran con frecuencia en la actitud del mirar y no ver, del escuchar y no entender. Sin embargo, es menester pasar del mirar al captar, del escuchar al comprender, de modo que se conviertan y obtengan el perdón. Este es el camino positivo que expresan las palabras del v. 12.
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Abrir los ojos Y esto se comprende mejor cuando se medita la repetida invitación, en el Evangelio de Marcos, a abrir los ojos, a escuchar y a comprender. Así pues, podemos dedicar esta meditación a la ignorancia del discípulo. San Marcos supone que el punto de partida del camino catecumenal –y el de su intimidad con Jesús para los mismos Doce– es una reconocida situación de ignorancia: de un no saber y no comprender, de un no ver claro. Esta actitud de ignorancia se la recuerda Jesús a sus discípulos más veces, a fin de que se convenzan de que todavía no han visto ni comprendido verdaderamente. Jesús remacha que es necesario salir de una situación de suficiencia y ponerse, en cambio, en una actitud de reconocida y humilde ignorancia, dispuesta y atenta a la escucha. Hay, por consiguiente, en la primera parte de Marcos diversas alusiones a la ignorancia del discípulo. Se la supone punto de partida normal de la catequesis; para los Doce, a continuación, será el punto al que se unirá, en un determinado momento, la llamada de Jesús. En el capítulo cuarto, además del ya citado v. 12, tenemos el v. 23 con esta invitación: «Quien tenga oídos para oír que escuche». En el v. 24: «Cuidado con lo que oís», y en el v. 40: «¿Por qué sois tan cobardes?, ¿aún no tenéis fe?», es decir, ¿todavía no intuís? Veremos, a continuación, lo fundamental que es el capítulo cuarto, porque marca un paso adelante en el conocimiento de Jesús. En el capítulo sexto vuelve el mismo reproche: «Pues no habían entendido lo de los panes, ya que tenían la mente obcecada» (6,52). En el capítulo octavo encontramos otro pasaje en el que se insiste en la ignorancia del discípulo: «¿Por qué discutís que no tenéis pan? ¿Todavía no entendéis ni comprendéis (en el texto griego se dice literalmente: no tenéis mente)?, ¿tenéis la mente embotada? Tenéis ojos ¿y no veis?; tenéis oídos ¿y no oís? ¿No os acordáis?...» (8,17). Se presentan cinco reproches sucesivos que pasan revista a todos los sentidos del hombre para hacer entender a los interlocutores que no han comprendido absolutamente nada. Y, por último, en el capítulo noveno encontramos el último fragmento relacionado con la incomprensión: «Ellos, aunque no entendían el asunto, no se atrevían a hacerle preguntas» (9,32). Este es, pues, el punto de partida para el camino catecumenal. Más aún, ese estadio acompaña durante algún tiempo este itinerario y se caracteriza por la situación de tener el espíritu, en cierto modo, todavía fuera del centro del mensaje; de intuir algo de manera confusa, aunque sin haber comprendido todavía el misterio. «A vosotros se os comunica el misterio...» (4,11s), pero este misterio no se entiende, no se comprende hasta el fondo hasta que no se haya recorrido todo el camino marcado por el Evangelio de Marcos. 32
Desde el capítulo cuarto hasta el noveno se subraya que aquellos catecúmenos andaban todavía muy atrasados en este camino. Se trata de una actitud que deberíamos suscitar en nosotros cada vez que nos ponemos frente al misterio de Dios. Deberíamos poder decir: «¡Qué poco conocemos del misterio de Dios!». Pues solo con esta actitud podremos ponernos en una atentísima y humilde escucha, preparados para percibir lo que Dios quiere comunicarnos.
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Aceptemos nuestra ignorancia El primer punto, por tanto, es el siguiente: el Evangelio de Marcos supone, para emprender un camino catecumenal serio y para un verdadero seguimiento de los Doce respecto a Jesús, que partamos de la constatación del estado de una real ignorancia e incomprensión teórica y práctica del misterio de Dios. El segundo punto de esta meditación pretende responder a esta pregunta: «¿En qué consiste concretamente esta ignorancia? ¿Dónde se explica en los apóstoles, en los discípulos?». Es preciso leer todo el Evangelio de Marcos y ver dónde y cómo aflora esa ignorancia. Entre los varios pasajes que podría proponer he elegido algunos, teniendo presente que el Evangelio de Marcos se lee en una situación de instrucción catecumenal. Todos los episodios de Marcos tienen, en el fondo, sobre todo en la primera parte, el objetivo de censurar la ignorancia del discípulo y hacerle comprender lo que no va bien en él, a fin de que se dé cuenta e intente corregirse. En consecuencia, toda la primera parte tiene una finalidad penitencial.
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Los reproches de Jesús... Los pasajes que estamos leyendo contienen todos ellos un reproche de Jesús, un reproche directo o indirecto. De ellos se desprende que se reprocha siempre al discípulo alguna situación de ignorancia y de incomprensión. En el capítulo segundo nos tropezamos con el episodio de los apóstoles cogiendo espigas de trigo en sábado. ¿Qué es lo que se censura en él? Lo que podríamos llamar la ignorancia de la verdadera libertad de los hijos de Dios. «¿No habéis leído lo que hizo David cuando pasaba necesidad y estaban hambrientos él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes presentados» (2,25-26). Se trata claramente de un reproche de Jesús: ¿No habéis leído las Escrituras? ¿No las comprendéis? Se condena la actitud típica de los que están dando fatigosamente el paso desde fuera hacia el centro del misterio pero siguen apegados a las leyes, a las normas, a las convenciones, a las costumbres, como si fueran algo extremadamente importante. El catecúmeno pagano sentía sobremanera la tentación de hacer esto, a saber: atarse a normas y a leyes, como si solo con ellas se pudiera salvar. Jesús da a entender que quien muestra esta actitud de rigidez no ha comprendido todavía el misterio del Reino. Dado que el misterio del Reino no se revela ante semejante apego a la exterioridad legal, Jesús la juzga como un defecto y como un error, advirtiendo que David era diferente y era capaz de darse cuenta de lo que era importante y de lo que era accesorio, tras haber superado el estadio de una legalidad exterior. Se opera en este pasaje una profunda educación de los apóstoles, a los que Jesús exhorta a ir más allá de lo que constituye la exterioridad del fenómeno, más allá de una pura legalidad. Encontramos, inmediatamente después, un segundo reproche en el capítulo tercero. Se trata de un fuerte reproche: Jesús mira con ira a su alrededor, profundamente entristecido por la ceguera de sus corazones (3,5) ...para con varias actitudes ¿Qué es lo que suscita aquí la ira de Jesús? Es la situación de los fariseos que le rodean en la sinagoga, mientras él se apresta a curar a un hombre en sábado. Los fariseos no se atreven a responder a la pregunta «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal?» (3,4). Se trata de gente culta, de gente que ha venido a espiarle, y que está allí mirando, en una actitud de crítica; gente que no se atreve a lanzarse; gente que no se atreve a decir esta boca es mía por miedo a comprometerse. Ahora bien, el Señor rechaza el miedo al compromiso. Es esta una actitud común a muchos cristianos de hoy: estar mirando a la Iglesia, a Cristo, a las cosas de la Iglesia, desde fuera, dispuestos a juzgar, a programar tal vez, pero sin lanzarse, no obstante, al interior y comprometerse. Es la actitud de la 35
cómoda suficiencia crítica de quien no quiere pagar con su persona; del que, aun estando bautizado, está fuera con su corazón; del que juzga desde lo alto a la Iglesia, a las personas de la Iglesia y su modo de actuar, diciendo que no actúan como deberían, pero que no quiere lanzarse al interior y correr el riesgo de equivocarse. Semejante actitud suscita la ira de Jesús y su profundo dolor, porque expresa el hecho que se discute: se diserta sobre el Reino de Dios de una manera incluso docta, de una manera aparentemente prudente, pero se tiene miedo a ensuciarse las manos, a mezclarse en la pelea. En el mismo capítulo tercero encontramos otra actitud posterior censurada por Marcos. La situación está aquí invertida, porque son los otros los que lanzan reproches a Jesús. Es una situación paradójica, irónica, con la que Marcos quiere hacer ver a qué punto se llega cuando se critica al mismo Jesús. ¿Por qué? Llegan los suyos y quieren sujetarle diciendo: «¡Está fuera de sí!» (3,21). Es otra actitud típica del que cree estar dentro del misterio pero todavía está fuera del mismo. Es el miedo a quedar atrapado por Jesús, o sea, el miedo a que a uno lo llamen fanático. Son muchos los que quisieran acercarse al misterio cristiano, participar en él de modo parcial, pero no demasiado, por miedo a que la gente diga: «¡Está loco!». En realidad no se quiere participar hasta el fondo en el misterio de Jesús, y este miedo tampoco es raro en el interior de la misma Iglesia. Muchos de nosotros querríamos vivir el cristianismo de tal modo que la gente no pensara que somos diferentes, un poco raros, que nos exponemos en exceso, que no se dijera en ciertos medios que somos unos fanáticos. Está claro que no debemos ser fanáticos; ahora bien, tampoco debemos tener miedo a que otros lo piensen; debemos ser prudentes, equilibrados, discretos, pero no debe preocuparnos demasiado que los otros nos consideren como tales. Porque va a ser difícil, si tomamos el Evangelio al pie de la letra, que en un determinado momento no diga alguien de nosotros: «Está fuera de sí, hace demasiado, se lo toma demasiado a pecho»; dado que esta fue la suerte que corrió Jesús. En el capítulo cuarto encontramos descrita ampliamente otra actitud presentada como un punto de partida erróneo para un itinerario catecumenal. En forma parabólica y enigmática en los vv. 4-7, donde se habla de la semilla comida por los pájaros, pisoteada por el camino, sofocada por las espinas; explicado después en los vv. 14-20 a través de las diversas aplicaciones: el diablo, las persecuciones, los afanes y compromisos excesivos. Querría insistir aquí sobre todo en lo que tiene su origen en el corazón del hombre, es decir, en los compromisos demasiado afanosos y en las múltiples preocupaciones. Se señala todo esto como una de las causas de la imposibilidad de comprender la palabra y de la incapacidad para penetrar el misterio. Lo sabemos por experiencia: esta es 36
una de las causas más frecuentes por las que los hombres –incluso los cristianos dotados de una real bondad de espíritu– no llegan a superar la exterioridad. Al estar cogidos por muchas cosas, enviscados en una continua sucesión de acontecimientos exteriores, son incapaces de llegar al corazón de la realidad. Estas son las actitudes que está llamado a superar aquel que empieza el camino del conocimiento de Jesús. Y no debemos olvidar que las espinas de las continuas preocupaciones –merimnai, como dice el texto griego–, es decir, de las angustias del momento presente, pueden actuar en cualquier situación, en cualquier momento, incluso cuando ya se está muy avanzado en la vida del espíritu y del conocimiento de Cristo. La acumulación de preocupaciones exteriores constituye el peligro más grave en el que podemos incurrir, porque puede verdaderamente sofocar y embotar el espíritu. En el mismo capítulo cuarto podemos encontrar otra actitud reprobada por el Señor: «Cuidado con lo que oís: la medida con que midáis la usarán con vosotros y con creces» (4,24). Es la actitud del corazón estrecho, del corazón que no se abre; da poco y por eso recibe poco; del corazón que pide al Evangelio solo lo que necesita, por lo que recibe muy poco. Un encerrarse en los propios límites, que algunas veces se puede convertir en regla de vida: hacer lo menos posible, contentarse con todo lo que nos pone a cubierto del compromiso excesivo, de las exigencias de Dios; optar por la mediocridad que conduce a un callejón sin salida.
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Últimos reproches Encontramos, por último, en el capítulo séptimo, que es una pequeña summa de la catequesis moral de la Iglesia primitiva, una última serie de reproches, de actitudes que se deben evitar, porque nos incapacitan para conocer el misterio: «De dentro, del corazón del hombre salen los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, calumnia, arrogancia, insensatez. Todas esas maldades salen de dentro y contaminan al hombre» (7,21-23). En estos versículos se enumeran muchos vicios y pecados. Aparece, en primer lugar, la afirmación evangélica fundamental: es en el hombre, en su interior, donde nacen estas cosas y, en consecuencia, es sobre todo en el interior donde es preciso renovar; el problema no es solo de la sociedad, de la estructura, del sistema, sino del corazón del hombre, de donde procede todo. Debemos señalar en segundo lugar que, más allá de los pecados ordinarios que parecerían corresponder a un pecador que quiere convertirse y no a nosotros, hay actitudes refinadas que vale la pena considerar. Eso es, por ejemplo, lo que recibe el nombre de ojo malo (ophtalmos poneros). No resulta fácil, tras una primera lectura, decir lo que se entiende por ojo malo. Pero también Mateo habla de ojo malo en la parábola de los trabajadores de la viña: «¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca? ¿O bien has de ver con malos ojos que yo sea generoso?» (Mt 20,15). Tal vez podamos concluir que se censura una actitud de envidia y casi de crítica de los designios de Dios. Por nuestra parte nos cansamos mucho y después Dios, al margen de lo que nosotros hayamos hecho, realiza cosas mejores y más bellas, por ejemplo, entre los protestantes y los paganos. Esto nos desconcierta en ocasiones, y suscita en nosotros un sentido de turbación delante del misterio de Dios: «Pero ¿cómo es posible que hayamos trabajado tanto y se nos hayan escapado las mejores personas?». Una actitud ulterior que debemos rechazar es la de la insensatez (aphrosune): es la última de la serie precedente, que, tal como hemos dicho, constituye una especie de summula del catecúmeno. Hay muchos tipos de insensatez, pero nos parece captar dos que se enuncian específicamente en dos pasajes del Evangelio de Lucas. En el capítulo 11 de este último evangelio se llama «insensatos» a los fariseos que purifican el exterior de los vasos y no se preocupan del interior, que está lleno de robos y de maldades: «¡Insensatos! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro?» (Lc 11,40). En este caso es insensatez toda incoherencia que se preocupa de las actitudes exteriores, que, pudiendo ser vistas, resaltan nuestros defectos, mientras que no nos preocupan las actitudes interiores. Es esta una situación en la que es posible que nos veamos implicados, porque resulta fácil considerar importantes aquellas cosas de las que todos se preocupan, y descuidar, sin embargo, aquellas cosas que se publicitan o se 38
anuncian poco, pero que ante Dios son las más serias y graves. Hay otra insensatez (aphrosune) que encontramos reprochada en el capítulo duodécimo de Lucas, al final de la parábola del rico necio, que, tras haber obtenido una gran cosecha, piensa organizarse construyendo un granero mayor. El Señor le dice: «¡Insensato (aphron)!, esta noche te reclamarán la vida» (Lc 12,20). Se censura aquí la actitud de dar excesiva importancia a las cosas exteriores. Todos debemos realizar en nuestra vida cosas exteriores: actuar, construir, administrar... Sería menester –nos dice el Evangelio– ejecutar todas estas cosas con cierta despreocupación; porque, si bien implican responsabilidad, compromisos, personas, el Reino de Dios es lo más importante. Todo lo demás sirve de ayuda, pero puede ser o no ser; hoy es y mañana es destruido. Basta con nada para hacer desaparecer una obra exterior; sin embargo, lo que cuenta es la adhesión interior al Reino. Una indicación más, en la misma serie, se encuentra en la huperephanía, a saber: la actitud que –como nos dice nuestra Señora en el Magníficat (Lc 1,51)– Dios ha rechazado: el creer ser alguien. Es la actitud de la soberbia, de la arrogancia, que impide el conocimiento del Reino y ofusca para la intuición de la verdad profunda del Evangelio.
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El alegre anuncio Hemos dibujado, a través de seis textos de Marcos, un cuadro de cómo se exhortaba al catecúmeno –en la Iglesia primitiva– a examinarse, a confrontarse con su realidad de pecado, para comprender las raíces de su ignorancia del Reino. A esta ignorancia, reconocida y humildemente aceptada y confesada, le trae Jesús una buena y maravillosa noticia. Ese alegre anuncio –nos dice Marcos en los dos primeros capítulos– va dirigido sobre todo a los enfermos, o sea, a aquellos que se reconocen afectados, de un modo o de otro, por alguna de estas debilidades. Por consiguiente, una condición esencial para recibirlo es reconocerse envuelto en alguna de estas dificultades. De otro modo no es posible estar en condiciones de escuchar el Evangelio. Jesús dice: «Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores» (2,17). Mientras que, por una parte, esta situación de ignorancia, de inconclusión y de inadecuación del discípulo le impide comprender el misterio del Reino, por otra, el hecho de reconocerla humildemente le permite escuchar la palabra del médico Jesús. El mal tiene, por consiguiente, su remedio: el reconocerse menesteroso es ya un paso necesario hacia la Palabra. En la perspectiva de la educación del catecúmeno se incluyen, pues, los dos primeros capítulos de Marcos, en los que se muestra a Jesús abundantemente ocupado con los enfermos. Jesús es el gran médico, que no descuida ninguna enfermedad, que no se echa atrás frente a ninguna limitación del hombre. Estos versículos debían llenar de consuelo al catecúmeno inseguro y titubeante, dado que revelaban la figura de Jesús-médico-universal, dispuesto a hacer frente a cualquier tipo de enfermedad, de opresión, de dificultad. Marcos dice: ha venido precisamente para esto. Se opera ya aquí el primer encuentro entre el catecúmeno, que se reconoce ignorante y distante del Reino, y la figura de Jesús médico, que no le dice todavía lo que deberá hacer, pero le anuncia que ha venido precisamente para curarle. La confrontación entre el catecúmeno y su Señor preludia la intimidad de la llamada de Jesús.
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3 LA LLAMADA DE JESÚS
Hemos dicho en la meditación precedente que el contraste entre el catecúmeno, que se reconoce ignorante y menesteroso, y su Señor, preludia la intimidad de la llamada de Jesús. En esta meditación vamos a considerar las llamadas que Marcos sitúa en los versículos 1,16-20; 2,13.14; y 3,13-19. Presentaremos estos pasajes desde la perspectiva teológica del Evangelio de Marcos. Este evangelista quiso, en efecto, no solo transmitir los hechos de Jesús, sino presentarlos en un marco esmerado y bien elaborado desde el punto de vista teológico, de manera que dé un sentido profundo a toda palabra y a todo inserto redaccional. Contamos con estudios muy recientes sobre la estructura del Evangelio de Marcos y sobre el lugar que tienen en él las llamadas y, en particular, las llamadas dirigidas a los Doce. Vamos a considerar los textos dividiéndolos en dos partes claramente distinguidas por el mismo Marcos: – La primera parte, que incluye los dos primeros textos, la llamaremos «Las vocaciones junto al lago». – La segunda parte, con el texto del capítulo tercero, llevará como título «La vocación en el monte».
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1. Las vocaciones junto al lago Estas nos plantean los siguientes interrogantes: ¿Dónde tuvieron lugar estas llamadas? ¿En qué situación llama Jesús? ¿Cómo llama Jesús? ¿A qué llama? ¿Con qué resultado llama? a) ¿Dónde tuvieron lugar estas llamadas? Junto al lago. Marcos insiste claramente en este detalle, y lo repite tres veces. «Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés» (1,16); la misma connotación de lugar se repite en la llamada de Santiago y Juan: «Un trecho más adelante» (1,19). Encontramos la misma situación local en el capítulo segundo: «Salió de nuevo a la orilla del lago» (2,13); «al pasar (el verbo que se emplea en griego es paragon, como en 1,16) vio a Leví de Alfeo, sentado junto al banco de los impuestos» (2,14). ¿Qué significa el «lago» en la presentación de Marcos? El lago es el lugar donde vive y donde trabaja la gente de Galilea: Jesús busca y encuentra a la gente en su propia situación. Marcos nos presenta a Jesús caminando por las calles del mundo en busca de la gente allí donde se encuentra. b) ¿En qué situación llama Jesús? El evangelista precisa de manera insistente: en su propio lugar de trabajo. Aparece la misma circunstancia en todos: «Vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al mar, pues eran pescadores» (1,16). Se encuentran, por tanto, junto al lago, realizando su trabajo. Lo mismo ocurre en el caso de Santiago y Juan: «que arreglaban las redes en la barca» (1,19). Por consiguiente, no solo son pescadores, sino que están pescando o bien se disponen a hacerlo, preparándose para la pesca. Es interesante esta insistencia en el hecho de que están allí y realizando su trabajo de cada día. Esta misma precisión la encontramos en el capítulo segundo: «Al pasar vio a Leví de Alfeo, sentado junto al banco de los impuestos» (2,14); por consiguiente, no solo se habla de su oficio, recaudador, sino que está sentado en el banco de los impuestos, haciendo su trabajo de cada día. ¿Qué nos quiere decir Marcos? Que Jesús llama a la gente a seguirlo allí donde se encuentra, en su propia situación concreta. Va a presentar a cada uno su invitación allí donde está, en una situación común, honesta y honrada como la de los pescadores, o bien en una situación deshonrosa y moralmente difícil como la del recaudador. Jesús se dirige al uno y al otro y les llama. El catecúmeno reconoce en esta situación su llamada, que tanto a él como a cada uno de nosotros se le ha dirigido allí donde estaba: en una situación geográfica, ambiental, 43
familiar, social, caracterial, diferente. Dios nos ha salido al encuentro y nos ha llamado allí donde estábamos, invitándonos a la fe y al seguimiento de Cristo. En consecuencia, la llamada se ofrece a cada uno allí donde se encuentra, en su propia situación. c) ¿Cómo llama Jesús? Se subraya el aspecto personal: a través de una conversación familiar. Ve a Simón y a Andrés, se acerca a ellos, habla y les llama. Ve a Santiago y a Juan, se acerca a ellos familiarmente, habla y les llama. Ve a Leví de Alfeo y también a él, de una manera singular, se le presenta, le habla y le llama. Jesús se acerca a cada hombre y le hace escuchar, allí donde se encuentre, la palabra de esperanza y de confianza que es la llamada a seguirle. d) ¿A qué llama? Esto no se especifica más que de una manera genérica, pero al mismo tiempo global: a seguirle. «Veníos conmigo (deute opiso mu)» (1,17); o bien: «Sígueme (akoluthei moi)» (2,14). O sea que llama a ir detrás de él, a recorrer su camino, y, por consiguiente, pide sobre todo una inmensa confianza en él. Hay, en verdad, una frase misteriosa, «Os haré pescadores de hombres» (1,17), que permanece envuelta en el misterio del futuro. Ahora bien, es preciso fiarse totalmente de él. De este modo leía la instrucción catecumenal de la Iglesia primitiva el abandono confiado a Jesús, necesario para recorrer el camino hacia el conocimiento del misterio. El catecúmeno ha visto algo de Jesús, de su Iglesia, ha experimentado una atracción y debe decidirse a comprometerse, porque de otro modo no podrá llegar a recorrer el camino. Confianza total, entrega completa a la persona de Jesús y no a una causa. Y es que Jesús no dice «ven a hacer una cosa u otra», sino ten confianza en mi persona. e) ¿Con qué resultado llama Jesús? Marcos subraya el carácter subitáneo, la urgencia de la respuesta; todos aceptan enseguida: en 1,18; en 1,20; en 2,14. Esta primera serie de llamadas nos invita a todos a tomar conciencia de la medida en que nuestra vida se ha visto transformada por la llamada de Jesús. Esta es, tanto para el catecúmeno como para nosotros, la vocación bautismal: una llamada fundamental en la que hunde sus raíces cualquier otra, y que nos ha introducido en un camino que es el camino cristiano; itinerario global, que abarca toda nuestra existencia y está ligado siempre a la persona de Jesús, a quien seguimos. Nos invita a todos a tomar conciencia, con reconocimiento, de lo mucho que depende nuestra vida del nombre personal que Jesús, en su infinita bondad, trayendo hacia nosotros la misericordia de Dios y haciendo que se convierta en Cuerpo y Palabra, ha querido pronunciar sobre cada uno de 44
nosotros.
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2. La llamada en el monte Vamos a ver ahora el segundo tipo de llamada, el que hemos designado como llamada en el monte. El texto se vuelve extremadamente más denso y más rico en Marcos 3,13-19. Veremos, antes que nada, el texto mismo (3,13-15) que Marcos separa de lo que precede y de lo que sigue, a fin de darle mayor relieve; veremos, a continuación, el fondo sobre el que tiene lugar la llamada, el lugar donde acontece, es decir, el monte, y por último las distintas frases, tomadas una a una, a saber: – «[Jesús] fue llamando – a los que él quiso – y se fueron con él. – Nombró a doce – para que convivieran con él – y para enviarlos a predicar – con poder para expulsar demonios». Cada frase posee un significado muy rico en toda la estructura de Marcos. Antes que nada, el texto está claramente diferenciado, al menos desde el punto de vista escenográfico, de lo que precede y de lo que sigue. Se produce, en efecto, en el v. 13 y en el v. 20 un cambio de topografía. En el v. 13 Jesús sube al monte; en el v. 20 se dirige a una casa. El sujeto es siempre Jesús, que figura en el centro de todo este cuadro. Se delimita claramente, por tanto, un lugar distinto de todo el resto, en el que se encuentra Jesús para realizar algo especial. a) El fondo ambiental ¿Cuál es el fondo ambiental en el que tiene lugar la acción descrita en los vv. 13-19? Está descrito en los versículos precedentes, sobre todo en 3,7-12. Ya no es –como en las llamadas junto al lago– la vida cotidiana con la gente en su propio lugar de trabajo, sino la inmensa multitud de los necesitados; el doloroso espectáculo eclesial, podríamos decir, del pueblo que acude a Jesús. Una situación completamente distinta de la precedente. Antes, un encuentro en un ambiente limitado; ahora es ya toda una multitud que tiene hambre y sed de la Palabra de Dios, de su persona, y está llena de ansia, arde en deseos de ser salvada por Él. Marcos, por lo general tan conciso, sabe describir todo esto de una manera admirable: «... Lo seguía una multitud desde Galilea, Judea, Jerusalén, Idumea, 46
Transjordania y del territorio de Tiro y Sidón. Una multitud, al oír lo que hacía, acudía a él. Dijo a los discípulos que le tuvieran preparada una barca, para que el gentío no lo estrujase. Pues, como curaba a muchos, se le echaban encima los que sufrían achaques para tocarlo. Los espíritus inmundos, al verlo, se postraban ante él diciendo: “Tú eres el hijo de Dios”. Y los reprendía severamente para que no lo descubrieran» (3,7-12). Se pone de relieve la presión de la humanidad dolorida, con todas sus miserias, procedente de todas partes y no solo de Galilea y de Judea, sobre Jesús. Se trata de un grandioso escenario de convergencia del hombre hacia la persona de Jesús, que habla. Sobre este fondo eclesial, y que podríamos definir como redentor, sube Jesús al monte. ¿Qué significa subir a este monte, con lo que comienza la acción que nos disponemos a contemplar? No es fácil determinarlo. Los recientes trabajos de los que he hablado intentan estudiar el significado que pueda tener esta alusión. Sabemos que, en el Antiguo Testamento, subir significa soledad, separarse del resto, momento especial de oración. En este sentido habla Lucas de Jesús, que se separa y sube al monte a orar. Con Marcos, sin embargo, estamos en un marco diferente. Leyéndolo bien, vemos que no hay, en su mente, un Jesús que deja a toda esta gente con sus miserias y se dirige a la soledad. Jesús está, al contrario, junto al lago, y cerca del lago hay –se pueden ver todavía hoy– algunas pequeñas alturas o colinas. Jesús se dirige, lentamente, hacia una de ellas mientras le sigue la gente, y después, desde aquella posición elevada, empieza a gritar, a llamar a algunos por su nombre. En consecuencia, la suya es, en cierto sentido, una verdadera elección eclesial. De entre la masa de personas que le siguen, Jesús, dominándola, llama misteriosa y solemnemente a algunos. Sin duda, esta subida al monte proporciona un relieve al gesto de Jesús, que tal vez pueda tener también otros significados teológicos; aunque el más evidente es el que hemos descrito. Marcos nos presenta claramente una escena solemne en la que Jesús, sin separarse de la muchedumbre, aunque distanciándose de ella en cierto modo, como para subvenir mejor a ella, abarcándola, con una mirada, llama a los Doce. No elige a los suyos en la soledad; los elige en medio de su actividad, entre la gente que busca ayuda en él. El sentido apostólico y eclesial de tal elección queda manifestado, en consecuencia, por el mismo modo de la descripción. Jesús sube al monte y «fue llamando (proskaleitai) a los que él quiso (etelen) y se fueron (apelthon) con él». Tres tiempos diferentes: presente, imperfecto y aoristo. El presente: Jesús llama. Se trata de un verbo típico de Marcos, que lo usa nueve veces (en Juan no aparece nunca). Marcos lo usa, sin embargo, generalmente como participio, mientras que aquí y en 6,7 lo usa en forma personal; es decir, como verbo que describe una acción. O sea, reservado a describir la acción de Jesús respecto a los Doce. ¿Cuál es el contenido de este verbo desde el punto de vista exterior? La acción está descrita del modo siguiente: en medio de la inmensa muchedumbre, entre la que hay enfermos, lisiados, gente que chilla, grita Jesús en voz alta los doce nombres, les hace 47
una señal y estos se separan de los otros, dirigiéndose hacia él. Exteriormente se trata de marcar con solemnidad algunos nombres. Ahora bien, desde el punto de vista de las actitudes, este verbo contiene claramente la idea de subordinación. Llama de este modo quien tiene poder sobre otro. Encontramos un caso típico en que se usa el verbo con este matiz en Marcos 15,44, donde Pilato se extrañó y «llamó al centurión...», etc.; es decir, un superior que llama a un inferior para que le informe. Probablemente además de la idea de subordinación está también la idea de preferencia: en este llamar que elige hay implícita una relación especial con Jesús. En cualquier caso, la preferencia es clarísima en el versículo siguiente: «a los que él quiso», donde se expresa la soberanía de la llamada. Más aún, a este «quiso» tal vez no deba atribuírsele la idea de «los que le gustaron», de «los que le vinieron a la mente», sino más bien la idea del verbo judío «aquellos que tenía en su corazón». La mejor comparación la encuentro en Mateo 27,43, que cita un pasaje del Antiguo Testamento, el Sal 22(21), 8. La muchedumbre grita lanzando invectivas contra Jesús en la cruz: «Se ha fiado de Dios: que lo libre si es que lo ama» (eithelei: el mismo verbo de 3,13, ethelen). Jesús llama, por tanto, a los que quiere, a los que ama, a sus predilectos. La insistencia se expresa, a continuación, en el autos: a los que él quiso. El autos no era necesario desde el punto de vista gramatical, porque la frase resulta igualmente clara, pero al insistir con el «los que él quiso» se subraya que no hay ninguna cualidad, ninguna belleza o atractivo por parte del que recibe la llamada, sino que es Jesús quien les ama y les elige. Este amor es el motor de sus acciones. Tal vez se pueda leer otro matiz en el imperfecto del original griego que hemos traducido por «los que él quiso», «los que amaba», y es la intensidad del afecto. Encontramos el mismo matiz del imperfecto en un caso completamente opuesto, en el cap. 6,19: «Herodías le tenía rencor [a Juan] y quería darle muerte (ethelen)»; o sea, que incubaba en su corazón este deseo desde hacía tiempo, con una intensa pasión. Aquí, por el contrario, Jesús tiene en el corazón, ama, a los suyos, con amor apasionado. Él mismo, por tanto, los llama. b) La respuesta Y esta es la respuesta: «Y se fueron con (pros) él». Marcos no emplea aquí la fraseología de las primeras llamadas: «Lo siguieron»; esto es, el Maestro va por delante y el discípulo, el cristiano, le sigue. No dice «fueron detrás de él», o «lo siguieron», sino se fueron «con él». Es raro este uso de pros con el verbo de movimiento. Por lo general se usa eis para describir la acción de dirigirse a un lugar. Solo se usa pros para las personas, para indicar una intimidad que se va a crear. Pros auton significa, de hecho, ponerse de parte de alguien, no solo ir físicamente hacia, sino estar con alguien. Por eso dice Marcos: «se fueron» (apelthon). El verbo griego irse, precedido de apo, indica el dejar cierta posición para ir a otra. Los apóstoles dejan su posición común, en medio de la gente, para ponerse estrechamente de parte de 48
Jesús, junto con él. Es interesante señalar que Marcos no ha usado aquí un verbo que indique una actitud interior, por ejemplo «le obedecieron», sino que ha usado «se movieron», dejaron su sitio y fueron allí donde estaba él. Notaremos este aspecto de concreción en toda la descripción: no se habla solo de una adhesión interna, sino precisamente de ponerse en la situación en que se encuentra Jesús. El v. 14 incluye la frase «Nombró [constituyó] a Doce»; una frase muy extraña también en griego, con el inciso «a quienes llamó apóstoles», inciso que no traen todos los códices. Sigue a continuación: «Para que convivieran con él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios». La traducción hace ya evidente la dureza de la sucesión y la acumulación de estas frases, cada una de las cuales tiene sentido por sí misma. «Nombró [“hizo” en el original griego] a Doce». El significado es, ciertamente, fuerte, porque puede significar «Estableció a Doce de ellos». Algunos exégetas entienden incluso «Creó a Doce de ellos»; como si, con estos doce, se volviera a crear un pueblo. Sin duda, no está bien forzar demasiado el texto, pero el verbo se presta a un significado de enorme densidad. ¿Cuál es, en efecto, la finalidad del nombrar o hacer Doce? Este nombrar o hacer Doce contiene dos verbos en dos frases: c) Para que convivieran con él «Para que convivieran con él»: y esto es lo que se encuentra en el centro de la elección, de la afirmación, de la voluntad de Jesús. ¿Qué quiere significar este convivir con él? De momento resulta sorprendente que la finalidad de toda esta gran escena sea que los Doce convivan con él, pero precisamente aquí es donde se pone el acento de todo el fragmento. Conviven con él, antes que nada con una presencia física, y después le acompañan. Notemos que, cuando, en el desarrollo de la Pasión, la portera de Caifás se dirige a Pedro para acusarle, no le dice «Tú eres un discípulo», sino «También tú estabas con el Nazareno, con Jesús». Vemos, por consiguiente, que lo característico de estos hombres no era tanto ser de la gente que se le adhería intelectualmente como estar físicamente siempre con él, convivir con él. Este convivir es lo primero a lo que llama Jesús, y en este convivir con él tal vez también podamos ver incluso más si recordamos que esta es la fórmula típica de la alianza: «Dios con nosotros y nosotros con él». Debemos señalar, por último, que el verbo en subjuntivo (hina osin) indica precisamente la estabilidad: a fin de que convivieran de manera estable con él. Y por consiguiente, no para que fueran sus discípulos, para que le acogieran, le aceptaran, le obedecieran. Se subraya, más bien, 49
antes que nada, el convivir físico que es en sí mismo objeto de llamada, de selección, de elección. d) Para enviarlos a predicar... Del convivir con él se deriva después la otra frase con el otro verbo para el que «nombró [hizo] a Doce»: «para enviarlos a predicar». Debemos señalar que tampoco aquí se dice «estuvieran con él y predicaran», sino que se afirma que es él quien les envía a predicar. Dicho con otras palabras, siempre está presente la iniciativa de Jesús en la relación entre Cristo y los suyos. San Pablo pone en Rom 10,15 casi en relación técnica, respecto a la predicación, el «enviar a predicar». Por consiguiente, es Jesús el que les envía a predicar, a proclamar, a gritar. ¿A predicar qué? Es lo que se va a explicar a lo largo de todo el Evangelio de Marcos. Lo podemos anticipar diciendo: predicarle a él, predicar el misterio del Reino, predicar a Cristo. Así se comprende por qué conviven con él: conviven con él porque deben dar testimonio de él. No conviven con él porque deban ser instruidos y después enviados a repetir, sino para le conozcan íntimamente a través de una comunión de vida y lo atestigüen después. Vemos la intensidad con que se subraya vigorosamente el sentido del apostolado como testimonio personal. e) ...con poder para expulsar demonios La otra realidad que brota de este convivir con él es el tener poder para expulsar demonios. No se dice expulsarlos, sino tener el poder de hacerlo. También aquí tiene la frase un sentido completo. Por ejemplo, el término exusian, en Marcos, solo se usa para Jesús y para los Doce. Solo Jesús y los Doce tienen el poder por excelencia. En Marcos 1,22 se dice que la de Cristo es una enseñanza nueva dotada de autoridad. La frase «expulsar demonios» tiene una gran importancia para Marcos porque señala, a través de los exorcismos y lo que estos significan, la lucha que lleva Jesús contra el mal; por consiguiente, es la síntesis de la obra de Jesús, a la que asocia a los suyos. La misma expresión vuelve en 6,7 cuando Jesús envía a los suyos en misión. En consecuencia, está estrechamente ligada a la predicación. Eso significa que, según esta concepción, la predicación y la lucha contra el mal están estrechamente unidas. No se trata de una predicación abstracta y, a continuación, de una acción benéfica, sino de una predicación que se lleva a cabo con autoridad, con poder (cf. Mc 1,22). Deseo concluir esta meditación con una observación final: ¿qué deben hacer los Doce en Mc 3,14-15? Deben predicar y expulsar los demonios. ¿Cómo se describirá su acción en Mc 6,12-13? Que han predicado y expulsado demonios. En sustancia: ¿qué son los discípulos? Son Jesús mismo, que prolonga su acción. No 50
son solo repetidores de lo que han oído, sino que son la acción de Jesús, que se alarga y se prolonga. Comprendemos una vez más la importancia del convivir con Jesús, no para imitar algunas palabras o recoger alguna frase, sino para identificarse con su modo de vivir, de obrar, para dar testimonio de él y repetirlo del mismo modo. Así es como Jesús preparó a los suyos y como prepara a todos los que en la Iglesia son llamados a convivir de manera permanente con el Señor.
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4 LA CRISIS DEL MINISTERIO GALILEO DE JESÚS (Las parábolas de la semilla)
En esta meditación deseamos reflexionar sobre el capítulo cuarto de Marcos, llamado el «capítulo de las parábolas». Incluye principalmente tres: – La parábola del sembrador, con la explicación que le sigue; – la parábola de la semilla que crece por sí sola; – la parábola del grano de mostaza. Estos parecen ser los tres elementos que constituyen la unidad literaria más antigua a partir de la cual se desarrolló el cap. 4. A continuación se añadieron otras dos breves parábolas –la del candil bajo el celemín y la de la medida– evidentemente para reagruparlas todas. Nos preguntamos: ¿a qué momento del itinerario de los Doce con Jesús corresponde la enseñanza de las parábolas? ¿A qué problema pretende salir al encuentro? ¿Qué momento del camino de los apóstoles con el Señor viene a marcar? Parece muy probable que las enseñanzas de las parábolas del cap. 4 correspondan a un momento de crisis del ministerio de Jesús. De ahí que sea menester en primer lugar, y brevemente, analizar la crisis del ministerio de Jesús; ver, a continuación, cómo se refleja esta y cómo sigue actuando en la crisis del catecúmeno que lee este evangelio en la Iglesia primitiva; considerar cómo se puede reflejar esta crisis en nosotros; y, por último, ver el modo en que las parábolas pretenden ofrecer una enseñanza y salir al paso de tal momento de crisis, momento necesario para la formación de los Doce en el seguimiento de Jesús.
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1. Crisis del ministerio galileo de Jesús Los exégetas se muestran de acuerdo en considerar que, tras los primeros momentos de éxito, hubo en el ministerio de Jesús un momento de creciente dificultad. A esta dificultad se alude en diferentes partes del Evangelio de Marcos. En primer lugar, se trata de una dificultad en las relaciones con sus paisanos, anunciada en Mc 6,3s, donde Jesús aparece rechazado por los habitantes de Nazaret, que se escandalizan de él. Esto se extiende a continuación; la misma situación se presenta más allá de Nazaret. En un determinado momento, Jesús se ve inducido a reacciones como esta: «... Suspiró profundamente y dijo: “¿Para qué pide una señal esta generación? Os aseguro que no se le dará una señal a esta generación”. Dejándolos, se embarcó de nuevo y pasó a la otra orilla» (8,12-13). Se trata, claramente, de un momento de choque, casi de ira de Cristo, que no se siente comprendido. No se acoge su mensaje y Jesús se marcha de allí, se aleja. Por lo demás, ni siquiera los mismos apóstoles le comprenden a fondo y pocos versículos después, en un fragmento que ya hemos leído, Jesús puede repetir con amargura: ¿Todavía no entendéis ni comprendéis?, ¿tenéis la mente embotada? Cuando repartí los cinco panes entre los cinco mil, ¿cuántos cestos llenos de sobras recogisteis? ¿Todavía no comprendéis? (8,17-21). Esto significa que Jesús no va de triunfo en triunfo, sino que más bien, tras la primera gran oleada de entusiasmo –que aparece anotada expresamente en 3,7, donde se habla de «una multitud», de una gran masa de gente–, ese entusiasmo va disminuyendo gradualmente por varios motivos. Entre tanto está claro, a partir de diversas expresiones de Jesús, que mucha de la gente que le sigue no tiene la calidad deseada por Jesús; es gente que va detrás de él por motivos exteriores y no es capaz de ver en el fondo de las cosas. Esto explica la insistencia de Jesús: «Quien tenga oídos para oír que escuche» (4,9); porque es gente que no es capaz de comprender bien, es gente que ni ve ni entiende, escucha y no comprende y, por consiguiente, no se convierte ni recibe el perdón. Jesús se esfuerza en hacer comprender su mensaje; la gente se sintió atraída al comienzo por los signos estrepitosos, pero después, cuando se trata de ir al grano, son muchos los que se echan atrás. Disponemos así de otras afirmaciones –en los capítulos siguientes– bastante negativas y pesimistas: «... Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (7,6). En 9,19 tenemos afirmaciones más amplias que se refieren a otros muchos oyentes: «¡Qué generación incrédula!, ¿hasta cuándo tendré que estar con vosotros?, ¿hasta cuándo tendré que soportaros?». Estas afirmaciones indican que Jesús no siempre tenía consuelos en su ministerio. O bien la dura reprimenda de 8,38: «Si uno se avergüenza de 54
mí y de mis palabras, ante esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará de él...». Asistimos, pues, a partir del final del cap. 3 de Marcos, a un declinar del prestigio personal de Jesús. Gradualmente va siendo objeto de crítica y de rechazo; más aún, en 3,6 se empieza a querer quitarle de en medio. La oposición parte de los fariseos, pero después se extiende a la gente sencilla hasta convertirse en una oposición completa. Jesús habla ahora, en la parábola de los viñadores (12,10), de sí mismo como de la piedra rechazada por los constructores. Siente que su vida se encamina a acabar en un fracaso, que es objeto de negación y de rechazo. El rechazo aparecerá gritado en 15,14-15, en el momento en que Pilato pregunte qué mal ha hecho Jesús, y la gente grite cada vez más fuerte: ¡crucifícalo! El Evangelio de Marcos, por tanto, no calla en absoluto que el camino de Jesús, después de un primer momento de entusiasmo y de éxito, hubo de chocar con una desconfianza creciente, con la separación y el alejamiento de muchos, cada vez más numerosos, hasta ser rechazado completamente por la mayoría de su gente. Los Doce compartieron esa experiencia a partir del día en que, con entusiasmo, de una manera solemne, fueron llamados de entre la multitud para seguir a Jesús. La mencionada experiencia repercute también en el Evangelio: también ellos participan de manera dolorosa en la crisis del ministerio de Jesús. Cuando Pedro, por ejemplo, en 8,32 empieza a lanzar reproches al Señor, da muestras de que sufre verdaderamente porque no puede, no logra comprender el sentido de las cosas que están pasando, y lo hace como si dijeran tanto él como los otros apóstoles: hay algo que no va bien, no te habíamos seguido para esto, era otra la realidad que nos habías prometido o al menos la que parecías prometernos. La misma turbación encontramos en 9,32, cuando Jesús habla de su próxima Pasión y los apóstoles no comprenden nada de ese discurso y tienen miedo de preguntarle. De modo análogo en 10,32, cuando Jesús, precediéndoles, se dirige a Jerusalén. «Y ellos se sorprendían; los que seguían iban con miedo». Aparece claro, por tanto, que también los apóstoles son presa de turbación y de incomodidad: todavía están con él, pero se preguntan por qué las cosas van como van, qué está pasando: no se esperaban esto.
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2. La crisis del catecúmeno en la Iglesia primitiva El catecúmeno que lee este evangelio y encuentra descrito en él el camino que le espera en el seguimiento del Señor, ¿cómo siente que repercute en su persona la crisis que se ha producido en el ministerio galileo de Jesús? Digamos de inmediato que, en la Iglesia primitiva, también el catecúmeno, tras haber respondido generosamente a la primera llamada, análoga a la llamada a la orilla del lago, atraviesa su crisis, una crisis necesaria. ¿Cuáles son las causas que crean la crisis del catecúmeno, tras el primer momento de entusiasmo? Podemos imaginarlo fácilmente pensando en la situación del catecúmeno que desde el mundo pagano, que posee la riqueza de toda una tradición, de una cultura propia, de una estructura social bien compaginada, entra en el pequeño rebaño de los creyentes en Cristo y se pregunta: ¿por qué son tan pocos los que creen y se convierten? ¿Por qué esta palabra de Dios –si es de verdad palabra de Dios– no arrastra al mundo, no lo cambia en un abrir y cerrar de ojos? Viene después la pregunta que se planteaban con más dolor, amargura y turbación los judíos convertidos: ¿por qué no aceptó el pueblo la Palabra? ¿Por qué no se produjo una conversión en masa como esperábamos a partir de las promesas? Este es el problema que angustiaba también a san Pablo: ¿por qué la palabra de Dios –si es palabra de Dios– no cambia, no convierte el corazón de todo el pueblo? Y tanto para los judíos como para los paganos se planteaban otros problemas que afloran en las cartas de Pablo: ¿Por qué un Mesías crucificado? ¿Por qué un mensaje tan oscuro, tan doloroso, tan diferente del que se ofrece en nuestro medio? Vemos, pues, que, en la Iglesia primitiva, el catecúmeno –tras haber dado su consentimiento al seguimiento de Jesús– pasa también por una prueba de fe, análoga a aquella por la que pasó el mismo Jesús y pasaron los apóstoles. Esta prueba consiste, fundamentalmente, en preguntarse: ¿por qué la palabra de Dios no trastorna inmediatamente el mundo, por qué no lo transforma en seguida?
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3. Nuestra crisis He aquí, pues, que a esta luz podemos reflexionar sobre las pruebas de nuestra fe, aquellas por las que deben pasar necesariamente todos los que junto al lago o en el monte oyeron la llamada y la escucharon. Me parece que las pruebas atravesadas por nuestra fe son análogas a las de Jesús, a las de los suyos, a las de los que estaban con Jesús, a las de los cristianos primitivos y a las de todos los que le siguen. Las preguntas que podemos plantearnos desde el punto de vista personal son: ¿por qué Dios no me hace mejor? ¿Por qué después de tantos años de vida ascética, de compromiso, de oración, de meditación, somos siempre los mismos, seguimos con los mismos pequeños defectos, con las mismas pequeñas dificultades, como si nos encontráramos todavía en los comienzos de la vida espiritual? ¿Por qué no nos ha transformado la palabra de Dios? Y a continuación, mirando a nuestro alrededor, nos podemos preguntar: ¿por qué el Evangelio no cambia el mundo? ¿Por qué mi apostolado da tan poco fruto? ¿Por qué nuestro mensaje no resulta atrayente, por qué no tiene una repercusión inmediata en la gente, de modo que sea comprendido, asimilado y puesto en práctica de inmediato? ¿Por qué no existe una correspondencia inmediata entre la palabra bien anunciada desde el punto de vista pastoral y la repercusión que tiene en la gente? ¿Por qué no es posible programar desde el punto de vista pastoral de modo que podamos ver pronto una respuesta que nos permita realizar, in crescendo, un programa ulterior con nuevas respuestas cada vez mejores? Más adelante, en momentos particulares de la vida, en los momentos dramáticos, acuden a nosotros otras preguntas: ¿por qué el sufrimiento? ¿Por qué esa muerte, el truncamiento de un apostolado que estaba produciendo tanto fruto? ¿Por qué Dios no parece tener necesidad de personas que se encuentran en el punto más elevado de su actividad y de su rendimiento? Todas estas son situaciones en las que podemos repetir: ¿por qué va así el Reino de Dios, por qué no existe una correspondencia inmediata entre el poder de la Palabra y su realización? Aquí tenemos algunas repercusiones de la perenne purificación de la fe que se lleva a cabo en los Doce, en la Iglesia primitiva y en cada uno de nosotros.
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4. La respuesta en parábolas Veamos ahora, como cuarto punto de nuestra reflexión, de qué modo responde el capítulo de las parábolas a esta situación de crisis. Las tres parábolas –que tienen como protagonista común la semilla– nos proporcionan, cada una de ellas con un mensaje diferente, la respuesta a la pregunta fundamental: por qué la palabra de Dios no da fruto de inmediato ni transforma el mundo, no transforma a los otros, ni a mí mismo, etc. La parábola del sembrador La primera palabra, la del sembrador, lleva, en sustancia, esta enseñanza: la palabra de Dios no da fruto automáticamente. La palabra de Dios, de por sí, es buena y, si fuera bien presentada, daría fruto, pero eso no depende solo de la palabra; depende asimismo de las diferentes situaciones en que se encuentra el terreno, de las diferentes respuestas que recibe. Estamos ante un punto esencial del misterio del Reino de Dios, que no es un misterio que debamos interpretar empleando categorías relacionadas con la eficiencia, a saber: se ponen en marcha una serie de medios y se obtienen unos resultados adecuados. El del Reino de Dios es un misterio de diálogo en el que se hace una propuesta que puede ser aceptada o dejada de lado y apenas considerada o rechazada. Es un misterio que los apóstoles fueron llamados a vivir con el Señor. A verificar, día a día, que el Reino de Dios va adelante a través de esta humilde propuesta, que, precisamente por ser propuesta, tiene en sí todo el riesgo de la negligencia, del descuido, de la no aceptación, de la oposición. Y los apóstoles deben vivir con Jesús este misterio de la humildad de la semilla del Reino, el cual, aunque sea palabra de Dios –y, por consiguiente, la realidad más perfecta, más santa y más superpoderosa que exista–, se adapta a ser acogida por las piedras, por las espinas, por el terreno equivocado, y acepta esas situaciones en las que no puede dar fruto. Tal vez podríamos preguntarnos, con la Iglesia primitiva, en una explicación más amplia de la parábola del sembrador, cuáles son las situaciones que impiden dar fruto. La parábola enumera tres: la semilla que se comen los pájaros, la que cae entre piedras y no echa raíces, la que cae entre las espinas y es sofocada. Se anotan las tres grandes dificultades en las que incurre continuamente la predicación evangélica, que, aun siendo santa, buena y bien presentada desde el punto de vista pastoral, con frecuencia no da fruto. La primera dificultad –la semilla devorada por los pájaros– se explica con la mención de Satanás: «En cuanto escuchan, llega Satanás y se lleva la palabra sembrada». ¿Qué significa esta venida de Satanás? Si nos fijamos en la figura de Satanás en otros pasajes de Marcos, por ejemplo cuando Jesús reprende a Pedro en 8,33, veremos que Satanás 58
lleva en el corazón la incomprensión de los caminos de Dios. La incapacidad de comprender el camino de la cruz y, por consiguiente, el deseo del éxito creciente. El catecúmeno que acepta el cristianismo como un modo de ser más, de valer más, de tener más prestigio, más autoridad, es como la semilla comida por los pájaros. Deberá caer en la cuenta de que no es ese el camino, de que se ha equivocado de senda y debe volver atrás. La segunda dificultad –la semilla sin raíces– describe la situación en la que se acepta la palabra solo exteriormente. Ha sido acogida por cierto gusto estético de la misma palabra, tal vez por cierto tipo de esnobismo: la palabra gusta, ¡está de moda! Pero, en realidad, no ha sido acogida con esa profunda adhesión a Cristo, con ese amor personal a él que es lo único que permite conservarla sin escandalizarse de él. Este arraigarse en Cristo (del que habla san Pablo en Col 2,7) podría ser el modo en que la Iglesia primitiva explicaba sus raíces: es preciso estar profundamente arraigados en Cristo y en el amor a Cristo para poder convertir su búsqueda no en la moda del momento, sino en algo permanente y profundo, que no tenga miedo al escándalo. La tercera dificultad –la semilla sofocada– la tienen muchísimos. Las preocupaciones de la vida presente, la atracción ejercida por el tener, por el poder, por el poseer. Para muchos, la preocupación por la ganancia representa un obstáculo para la misma palabra. Esas preocupaciones por la vida presente tienen, por otra parte, una aplicación muy amplia, si pensamos que en el reproche que se le hace a Marta, quien incluso se estaba ocupando de la comida de Jesús, vuelve el mismo mensaje: «Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas» (Lc 10,41). Así pues, el juicio sobre el influjo negativo de las excesivas preocupaciones –si queremos dar de verdad sentido y valor a las palabras empleadas por Jesús– es muy severo. En conclusión, la palabra no da fruto automáticamente, sino de una manera humilde, y, aun siendo divina, se adapta a las condiciones del terreno, o, mejor aún, acepta las respuestas que el terreno da y que con frecuencia son negativas. Así es como Jesús explica a los apóstoles por qué él predica y su palabra no es eficaz. En realidad, no es que su palabra sea ineficaz, sino que lo que falta es la acogida. Esta parábola pretende ser la justificación de Jesús frente a los suyos, que querrían un éxito mayor, casi automático, de su predicación. La semilla que crece por sí sola La segunda parábola –la semilla que crece por sí sola– es en cierto modo, como ocurre a menudo en el Evangelio, el reverso de la precedente. La primera nos ha dicho que la palabra no da fruto por sí sola; aquí, por el contrario, se afirma: «La tierra por sí misma produce fruto» (4,28). Lo que se pretende decir a los apóstoles, que tienen miedo porque la palabra es objeto de rechazo, es que esta da fruto a su tiempo. Es preciso tener confianza, porque la 59
palabra sembrada sigue adelante por sí sola. Lanzadla, por consiguiente, con valor, no os echéis atrás diciendo que el terreno no está preparado y es preciso esperar a que esté en mejores condiciones, no creáis que sois vosotros los dueños de la palabra. Vosotros tenéis que lanzarla y después echaros a dormir; no le deis más vueltas, y ella sola dará su fruto. Mientras que la primera parábola expresa una lección de realismo, esta nos presenta una lección de confianza absoluta en que la palabra, por sí sola, fructificará. Basta sembrarla con valor, con paciencia y con perseverancia. El grano de mostaza La tercera parábola –la del grano de mostaza– está adaptada también a esta situación. Los apóstoles que están en torno a Jesús ven, en un determinado momento, que su grupo sigue siendo un grupo pequeño, que no se desarrolla, que mucha gente no se toma en serio al Maestro. Y él responde a sus muchos interrogantes con la parábola del grano de mostaza, de la pequeña semilla. No tengáis miedo –dice–, el Reino de Dios comienza con poco. No queráis pretender quién sabe qué resultados, dejad que las cosas se vayan desarrollando gradualmente: de unas semillas pequeñas, de unos comienzos invisibles, nacerá el gran éxito del Reino de Dios. Jesús pide, en sustancia, a los apóstoles un cheque en blanco; pide una confianza absoluta en él: ¡seguidme! Estáis viendo que las cosas no van bien, os imaginabais que teníais un Maestro que arrastraría a las masas y en cambio estáis viendo que no es así. Esto no depende de mí, depende del hecho de que el Reino tiene la estructura de propuesta de una persona a otra persona; pero el Reino de Dios es poder de Dios y, por consiguiente, se desarrolla sin falta. Dios sacará un mucho de lo poco; de lo poquísimo se desarrollarán cosas inmensas. Jesús educa a los suyos –y la Iglesia primitiva repite esta enseñanza a los catecúmenos– para que cierren los ojos a algo que parece real porque se ve, y los abran a lo que es, a saber: a la realidad misteriosa del Reino de Dios que está fructificando silenciosamente, sin que nosotros nos demos cuenta, y dará fruto a su tiempo.
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5 JESÚS EN ACCIÓN
Deseamos fijar nuestra reflexión en un episodio de la vida de Jesús que se cuenta en Mc 9,14-29. Nos muestra su modo típico de actuar en un momento difícil. Queremos ver en esta meditación cómo habla Jesús, cómo actúa, cómo se mueve, cómo se comporta; en una palabra: queremos ver a Jesús en acción. Mc 9,14-29 es un episodio largo, circunstanciado, que se refiere a un momento histórico de la vida del Señor. ¿Por qué se transmitía en las comunidades primitivas con tanto lujo de detalles? Podemos aventurar una hipótesis: porque en la comunidad primitiva se practicaban muchos exorcismos y algunos de ellos fallaban. El episodio del chico endemoniado pretende salir, por tanto, al paso del fallo, de modo que se pueda superar el escándalo de los exorcismos malogrados. El objetivo que persigue es hacer ver que el exorcista no debe estar demasiado seguro de sí mismo, porque también los apóstoles fallaron; el exorcista no debe gloriarse de su poder, porque también él está sujeto al fracaso si no posee las condiciones que se señalan aquí. Con todo, también está probablemente presente algún elemento que hace pensar en un reflejo de catequesis bautismal; da la impresión de que Marcos ayuda al catequista a señalar algunos aspectos del bautismo. Podemos dividir el episodio en seis partes.
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1. La escena La escena (Mc 9,14-16) ha sido construida con esmero. A través de una serie de imágenes visuales se suscita el interés del lector. Jesús, después de la Transfiguración, baja del monte con los tres apóstoles, se reúne con los otros, ve una gran multitud, a los escribas que discuten, a la gente riñendo y que, al verle, corre a saludarle. Esta confusión indica la existencia de un problema grave que interesa a todos. Y Jesús pregunta a los apóstoles: «¿De qué estáis discutiendo?».
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2. El caso El caso (Mc 9,17-18) se presenta a través de la palabra del padre del niño: «Maestro, te he traído a mi hijo, poseído de un espíritu que lo deja mudo. Cada vez que lo ataca, lo tira al suelo; él echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. Dije a tus discípulos que lo expulsaran y no han podido». La escena se concreta, así, en un caso difícil. Difícil por su carácter trágico, por la repugnancia, por la molestia que despierta, y todavía más difícil porque los apóstoles no han podido expulsar al demonio. Comienza, de este modo, toda una discusión sobre la inanidad de la predicación apostólica. El caso es muy serio si se piensa, además, que Jesús ha elegido a los Doce para convivir con él, enviarlos a predicar y tener poder para expulsar demonios. Por consiguiente, fracasan en su misión esencial. Su situación es dramática.
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3. La reacción de Jesús La reacción de Jesús (Mc 9,19-20) presenta dos aspectos. El primero (v. 19) se configura como una explosión de ira violenta. Es verdaderamente grave, porque parece decir: «Ya estoy harto de estar con vosotros». Parece como si se pusiera en cuestión la permanencia de Jesús entre los hombres, en el mundo. Si no de todos, sí puede decirse que Jesús se lamenta al menos del público que le rodea: «No sois dignos de mi obra». ¿Cuál es la causa de este grito de desdén, tan ofensivo para las personas a las que va dirigido? Es la incredulidad, la falta de fe. La misma constatación de ira, estupor y reproche la tenemos en 6,6 y en 6,14. Jesús debe hacer frente durante toda su vida a esta situación de incredulidad. Hay hombres que no confían en él, que no se abandonan a él y que no creen en su amor. La culpa fundamental –y volvemos a encontrarla también en otros reproches de Jesús que aparecen en Marcos– es siempre la incapacidad de abandonarse a su misterio, la rigidez que no les permite cruzar el límite de la fe, de la confianza en el Señor. El segundo aspecto de la reacción (v. 20) parece diametralmente opuesto: la calma, la sangre fría de Jesús. De las palabras «Traédmelo. Se lo llevaron; y, en cuanto lo vio el espíritu, lo sacudió, el muchacho cayó a tierra y se revolcaba echando espumarajos», podemos intuir que Jesús no se altera, sino que domina la situación con cierto distanciamiento. ¡Este distanciamiento llevado a cabo por Cristo es importante! En su caso no se trata de una actitud pasajera, sino que describe su estado de ánimo habitual. Frente a la crisis de los apóstoles y del enfermo, lo primero que hace Jesús es observar la situación con tranquilidad. Nos viene a la mente lo que dice Pablo en 1 Cor 7, cuando describe las actitudes del despego cristiano en las situaciones difíciles. A la lista de Pablo le podríamos añadir: «El que gobierna, como si no gobernara; el que trabaja pastoralmente, como si no lo hiciera», es decir, no tiene que arrastrarnos la situación. Debemos aprender a mirarla, a observarla con cierto despego. ¿Cómo la observa Jesús? La observa con Gestalt. Esta palabra alemana, intraducible, significa tener en cuenta todo el conjunto de una situación, insertando cada elemento – con su relieve adecuado– en el conjunto. De aquí nace la constatación de que, por lo general, las modalidades de degradación psicológica no nacen del hecho de que no se vea bien el objeto, sino del no saber encuadrarlo en la situación con el debido distanciamiento. Vemos a Jesús que, justamente, aplica una mirada de Gestalt, de relación imagenfondo, a todo lo que acontece. Ve al enfermo, pero ve también a su padre, ve a los apóstoles, ve a la muchedumbre y sitúa todo en el marco de su misión. De este modo, la mirada de Jesús domina todo lo que acontece. No es arrastrado por el hecho particular del niño que se revuelca ante él, sino que tiene en cuenta toda la situación. 65
¿Cómo se opera, concretamente, en la psicología humana de Jesús, este distanciamiento del detalle y su capacidad para considerarlo en el marco del conjunto? Prestemos atención a una nota finamente psicológica referida por Marcos. Jesús no se ocupa del niño, sino del padre; pasa mentalmente a otro aspecto de la situación. ¿Qué pasa cuando nos paramos a considerar solo un aspecto de las cosas? Que este aspecto se agiganta y nos hipnotiza. La situación de distanciamiento se adquiere cuando desde un detalle se pasa a otro contrario, o presente o posible, y, en consecuencia, se empieza a ensanchar el marco de la realidad considerada. ¿Qué hace Jesús en realidad? Ve al niño que grita, echa espumarajos, forcejea, pero se da cuenta de que el verdadero enfermo es el padre. Comprende, por tanto, que el camino que debe tomar es otro. A través de una reflexión atenta y distanciada encuentra el verdadero punto de apoyo que es nuevo, diferente, y en el que nadie había pensado. Los apóstoles se habían puesto a gritar, a rezar sobre el niño, pero habían empezado por la parte equivocada; habían sido incapaces de ver una nueva apertura en la situación.
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4. El diálogo Jesús empieza, pues, el diálogo con el padre (9,21-24), un ejemplo de pastoral del diálogo. «¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?». La pregunta es muy simple, casi trivial, pero está hecha con un tono cordial que manifiesta la participación y que, en consecuencia, libera el corazón del padre. Él es precisamente el gran protagonista de la situación, ignorado por todos. Y vemos cómo el corazón del padre se libera. De una respuesta casi monosilábica, «Desde niño», pasa, al sentirse comprendido, a decir otras cosas. Empieza a describir los síntomas del mal que padece su hijo, y después brota por fin de su corazón lo que constituye el núcleo del problema: «Pero, si puedes algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos». Hemos llegado así al momento en que desde la simple relación con un niño al que se debe curar se ha llegado a un corazón que pide, que se vuelve con humildad al Señor para invocar ayuda. Jesús prosigue el diálogo y corrige, amablemente, las palabras demasiado tímidas del padre, devolviendo la pelota a su campo: «¿Que si puedo? Todo es posible a quien cree». Dicho con otras palabras: estás pidiendo algo que debes empezar a hacer tú mismo. En ese momento comprende el padre y grita: «Creo; socorre mi falta de fe». Hemos llegado al centro, al nudo, al punto verdaderamente difícil de la situación. Jesús, prescindiendo de los datos exteriores de la realidad, con suavidad y de manera gradual, ha encontrado el cabo de la madeja; es decir, empieza a curar la incredulidad de este hombre. El grito del padre encierra una gran belleza en su sencillez. Dice: «Creo; socorre mi falta de fe». Muestra apertura, deseos de ser ayudado, es un humilde acto de fe, y al mismo tiempo el reconocimiento de que está todavía muy atrás, de que necesita algo diferente. Es el aviso que se repite en la comunidad a los exorcistas imprudentes y jactanciosos: «¡Cuidado! Hace falta mucha fe para realizar estas grandes cosas; no creáis que sois omnipotentes, sino reconoced a fondo vuestra debilidad y pedid ayuda». Si bien el episodio –en la catequesis de la Iglesia primitiva– tiene en primer lugar un reflejo dirigido a los exorcistas, también tiene otro relacionado con la catequesis catecumenal. En efecto, el catecúmeno, frente a las exigencias excesivamente grandes de Jesús, frente al misterio del Reino que empieza a ver en toda su pobreza, su dureza, su árida cotidianidad, siente la tentación de rendirse, de quedarse bloqueado. Sin embargo, con este episodio se le invita a no espantarse de su miedo, sino manifestarlo con humildad al Señor; se le invita a aprovecharse también de estas sufridas pobreza y debilidad, para convertirlas en objeto de humilde oración.
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5. El exorcismo El exorcismo (9,25-27) es un ejemplo típico en su género. Aparece la mención del Espíritu, la mención del que realiza el exorcismo, la mención de su poder de mando y la mención de lo que se pide con autoridad. Sigue el paroxismo de las manifestaciones del mal en el mismo niño, después su caída como muerto y, por último, la escena en que Jesús le vuelve a levantar curado. En todo este episodio, además del tema del exorcismo propiamente dicho, tal vez haya también algunos elementos que prestaban puntos de apoyo a una primitiva catequesis bautismal. No solo en el sentido de que el bautismo libera al hombre del poder del mal que le cierra a los otros, sino en un sentido todavía más específico. En el v. 26 se insiste, de hecho, dos veces en el tema de la muerte: «El chico quedó como un cadáver, tanto que muchos decían que estaba muerto»; e inmediatamente después, en el v. 27, se usan dos verbos clásicos de la resurrección: «Pero Jesús, agarrándolo de la mano, lo levantó y el chico se puso en pie». Es cierto que, con el empleo de estos cuatro verbos, dos de muerte y dos de resurrección (Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo resucitado para nuestra justificación), la catequesis primitiva explicaba el bautismo como un morir con Cristo y un resucitar con él y en virtud de él.
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6. La conclusión La conclusión (9,28-29) es esta: «Cuando Jesús entró en casa, los discípulos le preguntaban en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. Respondió: “Esa clase solo sale a fuerza de oración”». Esta enseñanza de Jesús tenía un múltiple reflejo en la catequesis primitiva. En el ámbito del exorcista era, precisamente, la invitación a no presumir de sí mismo, sino orar, reconocer que el poder es de Dios y no de uno. En el ámbito del catecúmeno, que se encontraba frente a dificultades aparentemente insoportables en su seguimiento de Cristo, es el camino de la cruz, era la invitación a pensar que solo a través de la oración, del confiarse por completo a él, del pedirle humildemente a él, podría superar sus propias dificultades. El episodio del chico endemoniado, en consecuencia, por una parte es algo que tiene que ver con el mismo Jesús, presentado en un momento fuerte de su vida, mientras actúa con distanciamiento, con sencillez y profundidad en el descubrimiento de las causas del mal; por otra parte, es una enseñanza para la Iglesia primitiva y para el catecúmeno que se ha puesto a seguir a Jesús y que de este modo llega a comprender cómo es posible seguirle con confianza. El mismo Jesús nos invita a orarle a fin de obtener la fuerza necesaria para hacer todas las cosas que nos resultan difíciles, a fin de vencer todas las dificultades aparentemente insuperables que se nos piden, y nos dice que él ha venido precisamente para ayudarnos a superarlas.
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6 EL MISTERIO DEL HIJO DEL HOMBRE
Esta meditación, a la que hemos puesto como título «El misterio del Hijo del Hombre», incluye los fragmentos que Marcos nos presenta entre el capítulo 8 y el capítulo 10. Vamos a entrar en lo más profundo del misterio del Reino de Dios. En consecuencia, de nuevo la comprensión de todo lo que ahora estamos leyendo debe tener lugar más en la oración que en la consideración teórica de lo que se escucha. En cierto modo, lo que ahora debemos comprender más a fondo es lo que san Pablo deseaba comprender cuando, en la Carta a los Filipenses, dice: «Conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus sufrimientos» (Flp 3,10).
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La semilla, la Palabra es Jesús Ya en la meditación de las partes precedentes se puede interpretar el cap. 8 como la suerte que corre la semilla pisoteada y sofocada que, en último extremo, se refiere a una persona, el mismo Jesús. La semilla es la palabra de la que se hablaba en el cap. 4, la palabra evangélica, y la palabra evangélica es el mismo Jesús. El misterio del Reino, presentado oscuramente en las parábolas como misterio de ocultación, misterio de crecimiento en la oscuridad, de crecimiento fatigoso y obstaculizado, se revela de modo más claro, en la segunda parte de Marcos, como el misterio del Hijo del Hombre. El catecúmeno que ha dicho «sí» a Jesús, Hijo de Dios, cuando oyó que le llamaba junto al lago, experimenta, en la prueba de fe a la que se ha visto llevado a través de su seguimiento de Cristo, que se ha visto introducido en una situación inesperada y nueva; una situación en la que valen las leyes del encuentro personal, de la humildad, de la espera, de la paciencia. Esto es lo que Jesús enseña en los ocho primeros capítulos de Marcos. El convivir con él lleva a los discípulos a comprender de una manera gradual que la vida que han abrazado no es una existencia en la que valen las leyes de la eficiencia, del éxito, del poder, sino más bien las leyes de la ocultación, del encuentro personal, de la pequeñez. Después del cap. 8, este conocimiento velado del misterio, que solo tiene lugar a través de alusiones, se clarifica. Empieza así la segunda parte del Evangelio de Marcos. Para comprender bien lo que decimos, es preciso decir previamente que el Evangelio de Marcos se divide con toda claridad en dos partes casi iguales, que se diferencian entre sí por múltiples aspectos. Por ejemplo, hay vocablos que se repiten con frecuencia en la primera parte y ya no se repiten en la segunda, y viceversa. Son vocablos característicos de la primera parte verbos como comprender, ser incapaz de comprender, captar, ver, tener el corazón ciego, endurecido; escuchar, conocer, esconder, revelar; verbos que indican cómo Jesús pide la comprensión del Reino a través de la fe en su palabra. Se lamenta de que los hombres tengan el corazón cerrado, de que los discípulos no comprendan. Jesús desea suscitar la atención, de manera que la mente se fije en lo que él está a punto de manifestar.
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Comprometerse por el Reino Sin embargo, llegados a cierto punto, la petición de Jesús cambia: ya no insiste tanto en el comprender, en el abrir los ojos, en el captar, sino en el hacer algo por el Reino, en el darse a sí mismo, en dar la propia vida, en sufrir las consecuencias en la propia carne. De ahí las frases típicas de la segunda parte, como «solo el que pierde la propia vida la salvará»; «es preciso dejar casa, hermanos, padres, hijos, por el Evangelio»; «hay que sacrificar por el Reino incluso la mano, el pie, el ojo». En la primera parte se trata de comprender el Rein; en la segunda se trata de entrar en el Reino. ¿Cuál es el acontecimiento que marca el paso de la atención al Reino a la entrada en el Reino? ¿Cuál es el acontecimiento que conduce de la primera a la segunda fase de la predicación de Jesús? Es el episodio de la confesión mesiánica de Pedro en Cesarea. Este es el punto central a partir del cual encontramos un cambio en los temas de la predicación de Jesús. Y es en la segunda parte donde él se entrega, de modo particular, a una formación más esmerada del grupo de los Doce. En la primera parte le siguen, ven lo que hace; en la segunda Jesús se dirige a ellos con una mayor frecuencia e intimidad. ¿Por qué ocupa un puesto central la confesión de Pedro? Porque a partir de este momento empieza el Reino en la tierra. El hecho de que Jesús sea reconocido en su verdadera identidad por este pequeñísimo grupo, pequeño como un grano de mostaza respecto al mundo de entonces –es decir, por Pedro y por los Doce junto con él–, marca el inicio del Reino, del Reino que Jesús viene a traer a la tierra. Este hecho cambia todo el contenido de la predicación de Jesús. Empieza a hablar no ya mediante enigmas, sino con claridad.
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Predicciones de la Pasión Veamos, pues, algunos elementos en particular de la segunda parte del Evangelio de Marcos, las predicciones de la Pasión. La primera predicción sigue inmediatamente a la confesión de Pedro y las otras dos se suceden a intervalos de un capítulo cada una, es decir, a intervalos regulares. Esta sucesión rítmica, en Marcos, es evidentemente intencional. En primer lugar, ¿por qué tres predicciones? Porque es preciso que lo que es esencial se repita: tres veces. Se trata, por tanto, de una enseñanza extremadamente importante. Precisamente por eso aparece colocada de repente, al comienzo de la segunda parte. a) Primera predicción de la Pasión: Mc 8,31-37... «Y empezó a explicarles...»: evidentemente se trata de un nuevo comienzo, de un nuevo modo de hablar, de un nuevo momento de la formación de los Doce. ¿Qué enseña Jesús? «Que el Hijo del Hombre tenía que padecer mucho, ser reprobado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y al cabo de tres días resucitar. Les hablaba con franqueza». Jesús enseña, pues, algo nuevo que no había mencionado nunca antes y que penetra verdaderamente, hasta el fondo, en su misterio. Enseña que «tenía que» [padecer], que todo esto forma parte del plan de salvación, que se trata, precisamente, del designio de Dios para la redención de la humanidad. Veamos esta afirmación en detalle: – «El Hijo del Hombre»: se trata de una designación misteriosa que expresa, en la tradición apocalíptica, una connotación gloriosa del Mesías, pero que aquí se emplea, sin embargo, en un contexto de extrema humildad y de humillación total. – «Padecer mucho, ser reprobado»: ser reprobado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados; es decir, por la gente de la cultura, por las categorías sociales que contaban en aquel tiempo. – «Sufrir la muerte y al cabo de tres días resucitar. Les hablaba con franqueza»: esto nos hace comprender, precisamente, que Jesús no ha hablado hasta ahora con franqueza. Ha atraído a los suyos –en particular a los Doce– con la fascinación procedente de su persona, de su poder milagroso, de su bondad; les ha llenado de confianza en él. Ahora que son un pequeño grupo, ya bien compacto, puede hablarles con franqueza. Y las palabras francas son extremadamente duras, porque se habla de morir: ser reprobado y sufrir la muerte. También aparece en perspectiva la resurrección, es cierto, pero de una forma tan misteriosa que los discípulos no comprenden aún. 74
El misterio, por tanto, sigue presente en su totalidad y crea inmediatamente en los Doce un sentimiento de turbación y de desconcierto que se expresa, justo después, en la intervención de Pedro (vv. 32b-33). Este manifiesta la reacción del hombre común, de cada uno de nosotros: lo que dices no debe ser, es algo que no tiene ni pies ni cabeza, algo que no tiene sentido. Expresa nuestra incapacidad para comprender el misterio de Dios tal como se nos manifiesta en su realidad y verdad, en Jesucristo. Cuando –desde un conocimiento exterior del misterio de Dios en Cristo– pasamos a su verdadera comprensión, es decir, al misterio de Cristo reprobado y muerto por nosotros, nuestra primera reacción podría ser muy bien la expresada por las palabras de Pedro en el Evangelio de Mateo: «¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa» (Mt 16,22). Probablemente los Doce comprenden que si a su maestro le pasa eso, a ellos les está destinado algo parecido, y su suerte, de cara al futuro, no será ciertamente de color de rosa. Todo su horizonte se nubla y se oscurece. Y Jesús le dice entonces a Pedro que no comprende nada del plan de Dios. En Pedro son los Doce los que se ven enfrentados al plan de Dios tal como es, y se ven puestos frente a la dura realidad del proyecto del Señor, una realidad misteriosísima, inaceptable desde el punto de vista de la lógica humana común. Sin embargo, dado el afecto que le han cobrado a Jesús por el hecho de convivir con él, ellos ya no la pueden rechazar. Tienen reacciones interiores contradictorias, es verdad, pero están tan totalmente cautivados por la persona del Señor que este sabe muy bien que puede hablarles con franqueza. Con todo, la palabra misma sigue siendo durísima. ...y sus consecuencias En los vv. 34-37 aparece, a continuación, lo que tiene que ver con los discípulos. Jesús ha hablado de sí, ha hablado de su propio destino de una manera clara, suscitando el asombro, la turbación y el desconcierto de los apóstoles. Ahora, gradualmente, empieza a traducir su propio camino, su propio misterio de Hijo del Hombre, en relación con la vida de los que le siguen. Tiene lugar precisamente lo que los apóstoles, tal vez inconscientemente, se temían: el camino de Jesús es el camino de los suyos. Tenemos también sus palabras: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí» (v. 34). Si recordamos el error de Pedro, que negó a Jesús diciendo que no le conocía, podremos afirmar que la expresión «negarse a sí mismo» significa precisamente «no me conozco, ya no tengo en cuenta mi vida, no me tomo en consideración». Así dirá Pablo, resumiendo su vida en el discurso dirigido a los ancianos de Éfeso, referido en Hechos 20,18-24. Y Jesús continúa: «Cargue con su cruz», es decir, con todas las incomodidades que comporta el seguimiento de Cristo, y «sígame». Toda la fuerza de la frase está colocada en el verbo «sígame»: todo lo que se dice antes y después no es más que los preliminares necesarios para poder convivir con Jesús, para poder seguir conviviendo con él. 75
Podríamos extender nuestra consideración a todo lo que en los capítulos siguientes, especialmente en el cap. 10, se especifica en torno a este seguimiento de Jesús. Aquí tenemos solo la primera de las indicaciones de lo que implica el misterio del Reino. En los capítulos siguientes se especifica la misma exigencia de varios modos. He recogido algunos fragmentos bajo el título «Jesús y los suyos» a fin de mostrar que, en la práctica, su enseñanza dirigida al pequeño grupo de los Doce se puede resumir del modo siguiente: el que ha aceptado la llamada personal a seguirme, a convivir conmigo, debe aceptarme tal como soy. Cf. Mc 10,43-45; 10,29; 10,38; 13,13. ¿Y cómo se describe la identidad y el obrar de Jesús? Jesús explica que, donde y como esté él, también deben estar los otros. Afirma, por ejemplo: no he venido a ser servido, sino a servir; así, el que de vosotros quiera ser como yo, que sea siervo de todos. Yo lo he dejado todo: el Hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza, de modo que puede pediros a vosotros que dejéis padre, madre, campos, hijos... Yo he venido a vosotros como alguien que no posee nada, de modo que puedo pediros a vosotros que dejéis las riquezas con las que el Reino de los cielos no congenia. Yo soy el primero en beber el cáliz de la Pasión, de modo que puedo pediros que bebáis mi cáliz. Yo acepto la contradicción, el ser reprobado por la mayoría de mi pueblo, de modo que puedo pediros que también vosotros aceptéis la contradicción, la crítica, venga de donde venga, porque el Hijo del Hombre ha sido el primero en ser reprobado. Dicho con otras palabras, Jesús, en los textos que acabamos de citar, pide que se elija valerosamente una vida como la suya. Que la elijan de corazón, porque el tener esta o aquella situación exterior no depende de nosotros. Sí depende de nosotros, en cambio, elegir en lo hondo de nuestro corazón una vida lo más cercana posible a su modo de vivir entre los hombres. No dependerá de nosotros optar siempre por el servicio más humilde, por la posición menos brillante, por la condición exterior más modesta, pero sí dependerá de nosotros el tener, en el corazón, este deseo de estar, en cuanto sea posible, donde esté él. Y, por consiguiente, entre posiciones de mayor o menor prestigio y poder, preferir las segundas; entre condiciones de mayor o menor riqueza, preferir estas últimas; entre posiciones de servicio cómodas o incómodas, preferir las incómodas. Así es como tiene lugar, en esta segunda parte del Evangelio de Marcos, el encauzamiento hacia las opciones evangélicas. Jesús se pone por delante, se presenta a sí mismo e invita a cada uno a estar donde él se encuentra, al menos con el corazón, al menos con el deseo, porque esta es la manera de comprender a fondo el sentido del Evangelio. 76
Es esta una opción extremadamente importante porque, más allá de todas las teologías, de todas las teorías, afecta a la capacidad de comprender el Evangelio desde dentro [98, 146, 167]. Cuando no se haya realizado la elección fundamental de estar allí donde está Jesús, no solo en su actividad exterior descrita en la primera parte de Marcos, sino a lo largo del itinerario que lleva a la cruz, descrito en la segunda, no será posible enmarcar las otras verdades evangélicas, darles su sitio adecuado, tener la Gestalt de que hemos hablado, a saber: la relación entre las cosas particulares y su fondo, que pone cada cosa en su sitio. Todo verdadero restablecimiento, toda verdadera profundización del espíritu, toda capacidad de comprender las situaciones en las que nos encontramos –nuestra situación en el mundo, la situación actual de la Iglesia– parte de esta renovada adhesión al camino de Jesús, tal como se nos presenta en la segunda parte del Evangelio de Marcos. Es el secreto evangélico que nos proporciona el modo de comprender nuestro sitio, el sitio de la Iglesia en el mundo; y el corazón de las demandas de Jesús. b) Segunda predicción de la Pasión: Mc 9,31-32 Es muy breve: «A los discípulos les explicaba: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de hombres, que le darán muerte; después de morir, al cabo de tres días, resucitará”. Ellos, aunque no entendían el asunto, no se atrevían a hacerle preguntas». Tenemos a Jesús, cada vez más cercano al grupo de los suyos, formándolos en el único punto esencial y presentándoles el misterio central del Evangelio, a saber: él, su muerte y resurrección. Marcos, no obstante, nos hace notar que todo este misterio es difícil y que hay que reflexionar sobre él continuamente en las nuevas situaciones, en las nuevas exigencias de nuestra vida espiritual, y con el crecimiento de la misma. La de Jesús es una propuesta absolutamente incomprensible, que no tiene parangón con ninguna otra propuesta humana. Ninguna propuesta humana se atrevería a hablar de muerte y resurrección: nos encontramos aquí en el corazón de la fe plena y pura que se pide al discípulo, una fe que es el único camino para llegar a un verdadero conocimiento de lo que significa la vida evangélica. c) Tercera predicción de la pasión: Mc 10,32-34 Es más amplia que las precedentes: «Iban de camino, subiendo hacia Jerusalén. Jesús se les adelantó y ellos se sorprendían; los que seguían iban con miedo». Da la impresión de que Marcos quiere infundirnos ánimo al decir que a los apóstoles les había llevado tiempo comprender. Ellos amaban a Jesús, Jesús estaba en medio de 77
ellos, más aún, iba delante de ellos, y no podían dejar de seguirle; sentían una atracción intensa hacia él, pero, en lo que se refiere a comprender de verdad el corazón del misterio, todavía les quedaba un largo camino por recorrer. Y ese camino era extremadamente fatigoso. «Él reunió otra vez a los doce y se puso a anunciarles lo que le iba a suceder: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén: el Hijo del Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y los letrados, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, que se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y le darán muerte, y al cabo de tres días resucitará”». El misterio está de nuevo presente, con una notable insistencia en los momentos en que Jesús es objeto de reprobación y de desprecio. La predicción se convierte, por tanto, en una nueva petición a los apóstoles de que se fíen de él y de que acepten todo el misterio en su globalidad, porque no hay resurrección sin el paso por el sufrimiento. ¿Qué podía concluir de aquí el catecúmeno que iba siendo educado gradualmente, a través de esta lectura, en la comprensión del misterio central del Reino de Dios? Me parece que el catecúmeno queda implícitamente invitado –y esto mismo vale también para nosotros– a adorar, antes que nada en la oración, el misterio del designio divino, reconociendo que este misterio es extremadamente difícil de comprender. Que cada vez que tropezamos con él, no solo en la fantasía, sino en la realidad, experimentamos una instintiva incapacidad para adaptarnos; ahora bien, es precisamente en la oración donde debemos insistir, pidiendo poder aceptar a Cristo tal como es. En segundo lugar, se estimula al catecúmeno, junto con todos nosotros, a dar gracias al Señor por haberse manifestado con tanta claridad, y sin ningún deseo de ilusionarnos. Con la perspectiva, por tanto, de pedirle que podamos dar gracias cuando se manifieste en nosotros con la misma realidad de muerte y resurrección, porque entonces estaremos en el centro del Evangelio. Porque todas las situaciones que a primera vista se nos presentan como incomprensibles e inaceptables –en las que nos sube a la garganta el grito «¡Cualquier otra cosa antes que esto!»– son en realidad situaciones que nos ponen en el centro de la manifestación del misterio de Dios. Se pide, por último, al catecúmeno –y también a nosotros– que insista en la oración para pedir que Jesús nos mantenga consigo y nos lleve consigo hasta el final, convencidos de que esta aceptación es la llave para la comprensión de todos los espíritus: en Jesús es posible hacer el discernimiento, el análisis de las diferentes mentalidades que obran en nosotros y en la Iglesia, porque llegados a este punto todas las mentalidades y los comportamientos no evangélicos se dispersan, disolviéndose. Todos los sueños, todos los castillos en el aire, todos los proyectos puramente humanos desaparecen, y solo sigue viva la verdad del Evangelio. El catecúmeno va siendo así gradual e insistentemente educado para tomar 78
conciencia de que esta es la revelación fundamental del Hijo del Hombre y el misterio en el que debe entrar si quiere superar una mera programación humana y colocarse verdaderamente en el corazón del Reino de Dios.
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7 LA PASIÓN DE JESÚS
Jesús anuncia en sus tres predicciones el camino de la Pasión, que a continuación recorre con valor hasta el final. Nosotros hemos sido llamados a seguirle, al menos con el afecto, a través de la contemplación que nos acerca a él con el corazón, para realizar en cierto modo lo que Pedro no pudo, aunque lo había deseado, a saber: «…morir contigo» (14,31). Comprendamos cómo Pedro habría querido estar con el Maestro hasta el final pero lo estaría más tarde, después de haber pasado por la dura lección que Jesús se prepara para darle padeciendo la Pasión.
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La meditación de la Pasión La meditación de la Pasión, tal como está construida en el relato, es siempre, por diferentes motivos, muy difícil, y lo era ya para la Iglesia primitiva. Antes que nada, era difícil responder a la pregunta de cómo había podido suceder históricamente un hecho semejante. Ese hecho comporta, en efecto, una inexplicable serie de errores, de decisiones apresuradas y torpes, de reacciones en cadena, de peloteo de responsabilidades entre los diferentes protagonistas. ¡Y es que no había ningún motivo para hacer morir a Jesús! Cómo se llegó a esto tan velozmente, en medio de una confusión de pasiones, de errores, de tergiversaciones, de miedos, es algo que sin duda pone en una situación embarazosa al que intenta contarlo. El evangelista se alarga en el relato de la Pasión, precisamente con la intención de hacer comprender gradualmente esta serie de hechos trágicos y dramáticos que, de por sí, no están adecuadamente motivados. Había otra pregunta difícil que se presentaba a la Iglesia primitiva y al catecúmeno que meditaba la Pasión: ¿qué puede tener de grande una muerte? Todos los que, por distintos motivos, tienen cierta familiaridad con el misterio de la muerte, saben que, frente a un hecho como ese, cesa de inmediato toda retórica. No hay nada menos humano que la muerte. El hombre que muere asume, por lo general, una expresión trivial y sin gracia; o bien, tal vez, atormentada e incrédula. No hay situación en la que el hombre sea menos él mismo que en el momento de la muerte. Precisamente porque es una realidad a la que resulta difícil dar un sentido, la muerte es algo absurdo para el hombre que vive. El hombre muerto representa algo incomprensible, algo que no debe ser. Ahora bien, pensar que esta realidad, es decir, el absurdo para la vida, fue afrontada por nuestro Señor Jesucristo, constituye precisamente el misterio de los misterios. ¿Cómo es posible que Jesús, esto es, la vida misma, haya querido someterse a todas las expresiones de degradación humana propias de la muerte? Es algo inexplicable. La Iglesia primitiva sentía profundamente este misterio porque tenía delante de sus ojos la figura real del Crucificado. El gran problema que se le presentaba a la Iglesia era: ¿cómo leer esta realidad de por sí ilegible?, ¿cómo darle un sentido? Y esto desde un doble punto de vista: – Desde el punto de vista del hombre: ¿cómo leer todas las otras realidades de la vida que parecen carecer de sentido, que parecen pura pérdida, pura carencia; lo que no puede ser y, por consiguiente, lo que no se quiere?
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– Desde el punto de vista de Dios: ¿cómo podía estar Dios con él incluso en la Pasión y en la muerte? ¿No lo abandonó tal vez?
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El misterio de la Pasión Estos eran los problemas que agitaban el corazón de los primeros cristianos cuando meditaban la Pasión. El largo relato, presente en todos los evangelios, es la respuesta a este interrogante. Hemos dicho que es un relato largo. En Marcos incluye, en efecto, dos capítulos: se le dedica un espacio extremadamente desproporcionado respecto al resto. Esto significa, tanto para el catecúmeno como para cada uno de nosotros, que la Pasión requiere una larga consideración, que es preciso contemplarla largo y tendido, que debe ocupar una gran parte de nuestro conocimiento de Cristo. La Pasión es un extenso relato que introduce un misterio difícil, y que es presentado a su vez por algunos hechos que le proporcionan su sentido. El sentido fundamental que expresan estos hechos está tomado del profeta Isaías: «Quia ipse voluit» (Is 53,7: vulgata latina; cf. texto hebreo: Is 53,10b.12c). La Pasión no es algo accidental, fue el mismo Jesús el que aceptó hasta el fondo esta humillación extrema; desde esta perspectiva es desde donde empieza a adquirir un sentido, porque se convierte en un acto humano de Jesús. ¿Cuáles son los episodios que subrayan el «Quia ipse voluit»? La unción de Betania, donde había dicho Jesús: «Ha hecho lo que podía: se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura» (14,8), a saber: Jesús se dirige hacia el misterio de degradación humana, que acepta conscientemente. Durante la Cena: «El Hijo del Hombre se va, como está escrito de él» (14,21); por consiguiente, Jesús entra en un designio que es el designio del Padre. También durante la cena y de un modo todavía más claro: «Esta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos» (14,24). La Eucaristía es el misterio que muestra cómo Jesús acepta de corazón y anticipa en sí mismo la Pasión. Y, por último, en el Getsemaní, las últimas palabras que recogen este tema: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (14,36). Así pues, hay que meditar toda la Pasión refiriéndola, por así decirlo, a lo más íntimo del corazón del Señor, que salió voluntariamente al encuentro de este trágico hecho. Deseo subrayar, a este respecto, un aspecto que es consecuente con el modo en que Marcos nos presenta la Pasión: Jesús salió al encuentro de la muerte porque quiso salir a nuestro encuentro hasta el fondo; esto es, no quiso echarse atrás frente a ninguna de las consecuencias de su estar con nosotros, confiándose a nosotros por completo. Cumplió la misión de estar con sus hijos hasta aceptar las últimas consecuencias dramáticas de este entregarse a los hombres con confianza, con buena voluntad, con el deseo de ayudarles. 84
De estas reflexiones sobre el «Quia ipse voluit» podemos concluir que lo único que puede dar sentido a nuestros sufrimientos es que también nosotros lleguemos a aceptarlos con él. Y esto es fácil, en algunas ocasiones, con los sufrimientos que conseguimos percibir como tales (por ejemplo, algunas enfermedades que no son demasiado graves), y que podemos tomar de las manos de Dios con paciencia, ofreciéndolos por los otros. Sin embargo, cuando los sufrimientos se convierten en parte de nosotros mismos, cuando se convierten en dificultades que se identifican con nuestro ser, cuando acabamos por encontrarnos en ciertas situaciones a las que es extremadamente difícil dar un sentido, entonces la aceptación se vuelve cada vez más problemática, porque no nos sentimos libres ni indiferentes frente a ella. Podemos debatirnos, por tanto, durante años, en un estado de incomodidad, de intolerancia tal vez inconsciente, de rebelión interior frente a situaciones que no somos capaces de aceptar. Más aún, algunas veces la realidad más pesada a la que tenemos que consentir está constituida precisamente por nosotros mismos. Jesús nos enseña que, en tanto no lleguemos a esta aceptación consciente y libre, verdaderamente nuestros sufrimientos carecen de sentido. Empiezan a tenerlo cuando en cierto modo les hemos mirado a la cara, como hizo él, y los hemos aceptado con él. Esta me parece que es una de las claves de comprensión del porqué de la Pasión de Jesús: «Quia ipse voluit».
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Contemplar la Pasión Yendo a la Pasión en sí misma, voy a proponer un modo de contemplarla que, creo, está de acuerdo con la estructura de Marcos. La Pasión es en su Evangelio toda una sucesión de pequeños cuadros que describen situaciones humanas, es decir, confrontaciones de personas. No se trata de una relación concatenada de acontecimientos, ni tampoco de un estudio sobre la concatenación de las causas, aunque esto también está presente. El modo de contar de Marcos es más bien presentar una serie de cuadros en los que los diferentes personajes de este mundo entran en confrontación directa con Jesús, viviendo cada uno de ellos el misterio de la propia llamada y de su propia toma de posición respecto al Reino. Jesús continúa, en su Pasión, su misión de presentar el misterio del Reino a las personas más distintas y más lejanas, a las que más parecen rechazarlo, para cumplir hasta el fin su misión de estar con nosotros. En cierto modo se verifica de nuevo la parábola del sembrador: Jesús se presenta – como semilla– en diversos terrenos y en cada uno de ellos va al encuentro de una suerte distinta. Así las cosas, es posible meditar la Pasión como una serie de episodios, de situaciones, en las que Jesús prosigue heroicamente siendo el Maestro bueno, que enseña cómo perder la vida para adquirirla, cómo negarse a sí mismo, cómo cargar con la cruz, cómo hacerse siervo y esclavo de todos; o sea, la realización del programa que había enunciado en los capítulos 9 y 10 de Marcos. Podemos contemplar estos cuadros, uno a uno, considerando en cada uno el misterio del Reino como semilla evangélica que recibe diferentes respuestas. Voy a indicar catorce, de manera que pueden servir eventualmente para un viacrucis. 1. Jesús y Judas 2. Jesús y los guardias 3. Jesús y el sanedrín 4. Jesús y Pedro 5. Jesús y Pilato 6. Jesús y Barrabás con la muchedumbre 7. Jesús y los soldados 8. Jesús y Simón de Cirene 9. Jesús y los que le crucifican 10. Jesús y los que se burlan de él 11. Jesús y el Padre 12. Jesús y el centurión 86
13. Jesús y las mujeres al pie de la cruz 14. Jesús y los amigos Se trata de una galería de personas que se enfrentan a la semilla del Reino. Cada una da una respuesta diferente ante un Jesús siempre igual en su actitud de disponibilidad y de oferta de salvación. Basta con tomar una tras otra estas escenas y contemplarlas. Hay en ellas cierta progresión, un crescendo continuo de humillaciones hasta la escena décima, la de los que se burlan de Jesús. Otro detalle importante en estas escenas es el silencio de Jesús. Habla brevemente al comienzo, habla a Judas, habla a los guardias, al sumo sacerdote, habla todavía en la escena cuarta, a Pilatos. Y después se calla. Todos giran en torno a Jesús como en un dramático tiovivo y él, con su silencio, lo domina todo. Contemplamos el contraste entre las personas, que se agitan, que hacen y dicen una cosa u otra, y Jesús, que, con su silenciosa presencia, se encuentra en el centro, dominando toda una situación caótica y convulsa. Jesús habla, Jesús juzga, con su solo existir, con su solo estar ahí. Y, finalmente, las últimas palabras de Jesús, el grito «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», que expresa, al mismo tiempo, la cima y el fondo del camino de la cruz, recorrido hasta el extremo de la desolación, pero que, al mismo tiempo, manifiesta una inmensa confianza: cf. Sal 22(21),20-32. En el centro de todo, en la escena undécima, aparecen estas palabras de Jesús, su invocación al Padre. A partir de aquí empieza un fluir gradual de consolación y de paz. Así pues, en la Pasión, tal como está contada, nace ya el sentido de la consolación y de la paz que durará hasta el sepulcro, preparando la escena de la resurrección. Podemos tener en cuenta sin más esta progresión y, a continuación, el gradual subintrar de una atmósfera nueva, cuando Jesús está en la cruz. Saboreamos el cambio que misteriosamente el Crucificado provoca en los que están cerca de él: las mujeres, los amigos. He aquí algunas indicaciones para una reflexión sobre estas escenas de la Pasión. Deben constituir un tema frecuente de nuestra contemplación, porque son el contraveneno cotidiano para la atmósfera del mundo en que vivimos y del que habla Pablo cuando escribe a los Efesios, en el cap. 6 (cf. apéndice). En la atenta contemplación de la Pasión es donde se desatan los nudos de situaciones difíciles de comprender y se aclaran los juicios sobre situaciones ambiguas. Confrontado con este paradigma, cae lo que es escoria y permanece, en cambio, lo que vale desde el punto de vista evangélico. 87
Tal vez se deba a la falta de reflexión, de meditación, de contemplación sobre la Pasión de Jesús, el que hoy estemos asistiendo a muchas confusiones. La Pasión tiene una parte tan preponderante en los evangelios precisamente para ofrecernos un elemento seguro de discernimiento.
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8 LA RESURRECCIÓN (y la vida oculta de Jesús)
En esta última contemplación deseamos responder a dos preguntas: – ¿Cómo es que Marcos no hace ninguna alusión, en el camino que propone al catecúmeno, a la infancia de Jesús y, por consiguiente, a la presencia de María en la vida del Señor? – ¿Por qué se da al catecúmeno solo una brevísima instrucción sobre la resurrección, limitada únicamente a ocho versículos al final del Evangelio de Marcos?
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Convertirse a Cristo... El catecúmeno está llamado a convertirse a Jesucristo Hijo de Dios, a seguirle respondiendo a su llamada, a ir con él hasta la Pasión, es decir, a participar en el destino del Reino que se desarrolla –tal como nos muestra el mismo Marcos– en la humildad, la sencillez, el ocultamiento, como una semilla que espera ser recibida. Encontraría, pues, un gran beneficio en meditar la infancia de Jesús. En efecto, las consideraciones sobre la infancia nos presentan dos tipos de características importantes de la obra de Jesús: una serie de signos distintivos exteriores, propios de su obra, y otra serie de notas y cualidades que podríamos llamar interiores. ¿Cuáles son las características exteriores? En primer lugar, Jesús, entre los muchos modos posibles de manifestarse al mundo (por ejemplo, a través del esplendor de un acontecimiento cósmico como se le pide en Mc 8,11-12: «Pidiéndole, para tentarlo, una señal desde el cielo»), elige el medio menos brillante. Opta por nacer en medio de la pobreza, en un rincón remoto del mundo, fuera de su misma casa; opta por ser presentado en el templo ocultamente, como un cualquiera; opta por comer el pan amargo de la emigración; opta por vivir durante decenios en la más absoluta insignificancia incluso ante los suyos, los cuales, más tarde, como nos dice Marcos, ni siquiera consiguen comprenderle cuando vuelve a presentarse en Nazaret y dicen: Pero ¿no conocemos ya a este? Su vida entre nosotros no tenía la menor importancia (6,2s). Por tanto, las características exteriores de su vida eran insignificantes. Sin embargo, en este cuadro exterior de acción sin pompa, de una vida sin resonancia mundana en su mayor parte, sin relevancia social o religiosa o política, como la semilla que parece dormir en la tierra, Jesús no renuncia a una de las coordenadas esenciales de su Reino. Y he aquí las características interiores del Evangelio de la infancia, a saber: la presencia de algunos corazones que sean capaces de darle el ciento por uno. Este contraste constituye uno de los misterios fundamentales de su infancia: en medio de una extrema pobreza y sencillez exteriores, tenemos la presencia de personas totalmente entregadas a él, como la tierra buena que da el ciento por uno.
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...en el silencio y en la ocultación Vamos a ver ahora cómo, durante decenios, fructifica la semilla evangélica de una manera silenciosa en el corazón de María, que da, desde el comienzo, el ciento por uno; fructifica en el corazón humilde de José; se deposita en el espíritu sencillo de los pastores; de Simón y Ana; de algunos otros pobres de YHWH, que esperaban el consuelo de Israel; encuentra también –seguimos hablando de esta semilla– las espinas de Herodes, que aspiran a sofocarla; se refugia en el terreno bien dispuesto de algunos hombres de fuera de Israel, como los Magos, animados de buena voluntad y de sincera rectitud. Los evangelios de la infancia presentan el acontecer personal de la semilla acogida en diferentes terrenos y que fructifica de manera diferente, aunque sin ninguna pompa, sin ninguna resonancia exterior de tipo mundano como se esperaba de una manifestación del Mesías. En este sentido los evangelios de la infancia tienen una gran importancia, por ser programática, para la vida cristiana. Nos remiten a una de las leyes fundamentales del Reino: poca pompa exterior y mucha interioridad. Marcos no tiene relatos de la infancia. No los tiene porque estos relatos suponen, para ser recibidos, un espíritu de fe maduro, suponen un ánimo que ha aceptado plenamente el misterio cristiano, capaz de ejercitarse también en las cosas más pequeñas y más simples del Evangelio, de captar el significado salvífico de las realidades que son, en apariencia, más insignificantes. Esto se lleva a cabo en la segunda formación cristiana, en un momento más interior. Y esa es la razón de que la predicación primitiva no propusiera nunca los evangelios de la infancia. En la segunda formación, en cambio, sí se proponían, porque el catecúmeno ya había aceptado la paradoja de la humildad del misterio de Cristo y estaba dispuesto a acogerla incluso en los signos sencillísimos de la vida en Nazaret, del nacimiento en Belén, de la ocultación durante treinta años. Marcos, siguiendo el ejemplo de la Iglesia primitiva, no presentó de inmediato al catecúmeno estas cosas, que requieren una capacidad de asimilación más profunda. Con todo, si reflexionamos sobre el itinerario de los Doce con Jesús, tal como nos lo presenta Marcos, nos daremos cuenta de que, en el fondo, el camino por el que se les guía es el mismo. Con otras palabras, de manera más evidente y más clara, se expone un camino idéntico y se trata de descubrir las leyes de la salvación según el Reino, que se pueden reducir a tres fundamentales: – La modestia de los comienzos, la pequeña semilla, experimentada por los apóstoles a través de la sencillez de la predicación de Jesús, reconocida por algunos, rechazada, o poco comprendida, o no escuchada de inmediato por otros. 92
– Su insignificancia a los ojos de los que solo prestan atención a los acontecimientos que son noticia. Jesús no fue nunca noticia en su tiempo; tal vez lo fuera su muerte durante algunos días, pero el conjunto de su obra fue muy poco conocido en el mundo de entonces, en el mundo religioso, político y militar, que atendía solo a los grandes acontecimientos. – La contradicción, el escándalo y las dificultades a las que ya hemos aludido. Estas tres leyes son las que regulan el curso del ministerio de Jesús y las que los apóstoles aprendieron conviviendo con él, volviéndose sensibles a las realidades del Reino.
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Llamados a imitar a Jesús ¿A qué se llama a los apóstoles a través de esta educación? A lo mismo a lo que se llama también a todo cristiano que medita el Evangelio de la infancia, a saber: a amar a Jesús tal como es, a convertirse a las leyes y al modo de ser del Señor. El catecúmeno de la Iglesia primitiva está llamado a aceptar a un Jesús diferente de como él habría querido, a un Jesús que actúa entre nosotros de una manera diferente de la de todas las fórmulas religiosas o profanas, políticas y civiles, que cabe esperar, y, por consiguiente, a reconocer que el misterio del Reino es, en definitiva, Jesús mismo, su modo de vivir y de morir. Y aquí vemos asimismo cómo el misterio de María, al que casi no alude en absoluto Marcos, quien ni siquiera menciona su presencia junto a la cruz, constituye, sin embargo, un misterio situado en el centro del Reino de Dios y de sus leyes fundamentales, porque es un misterio de humildad, de ocultación y de una fidelidad interior riquísima, aunque no llamativa. De ahí que, en la introducción a los Ejercicios, hablara yo –citando un libro de Hans Urs von Balthasar– de la coexistencia en la Iglesia, junto con un principio jerárquico (esto es, de la presencia visible y física en torno a Jesús de aquellos de los que desciende la acción de la Iglesia), de otro principio mariano, que podemos definir también como el valor, en la Iglesia, de una fidelidad compuesta de ocultación interior. Marcos, aunque no nos presenta el misterio de María –porque este es también un misterio que viene cuando ya se ha aceptado el bautismo, cuando ya se ha entrado en la comprensión de la vida cristiana–, nos hace ver ambos principios en acción: la presencia visible y la fidelidad escondida, que constituyen juntas el misterio de la Iglesia. Estas reflexiones pretenden responder a las preguntas relacionadas con la primera parte de la vida de Jesús, es decir, su vida oculta en cuanto considerada por Marcos.
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Instrucción sobre la Resurrección Debemos responder ahora a la segunda pregunta, que nos hace reflexionar sobre la última parte de la vida de Jesús, es decir, sobre la vida del Señor resucitado. ¿Por qué se da al catecúmeno, en el capítulo decimosexto, una instrucción tan breve sobre la resurrección? Es verdad que la narración continúa con los versículos que van del 9 al 20, pero sabemos que, con toda probabilidad, no son un final literario, sino un final canónico del Evangelio de Marcos. Los exégetas discuten mucho al respecto, sin llegar a ninguna conclusión sobre si el Evangelio de Marcos debe considerarse terminado con Mc 16,8 o si hubo otro final, perdido, en el que Marcos hablaba más de la resurrección, o bien si el final canónico, aunque no sea de Marcos, fue añadido de tal manera que deba ser considerado también como parte integrante de la estructura evangélica y no solo del mensaje evangélico. La mayoría de los exégetas considera, de todos modos, que Marcos terminó su evangelio en el v. 8, o sea que dio una brevísima instrucción sobre la resurrección. Una instrucción, además, incompleta, porque en ella no aparece el Jesús resucitado: solo se dice que ha resucitado y que le verán. Límites de Marcos ¿Cómo se explica esta carencia de Marcos respecto a la resurrección? Vamos a intentar dar algunas respuestas. En primer lugar es preciso decir, para explicar el Evangelio de Marcos tal como es, que en tiempos del kerigma primitivo ya se había dado una parte notable a la instrucción sobre la resurrección en la iniciación catecumenal. Podemos distinguir, en efecto, con una gran probabilidad, un primer kerigma, es decir, un primer anuncio breve de Cristo, después una catequesis más amplia que podría ser precisamente Marcos y, por último, una segunda catequesis para los bautizados. Ahora bien, en el primer kerigma de todos había ya una instrucción central sobre la resurrección, y la encontramos, por ejemplo, en los discursos de Pedro en Hechos 2,2436. Se trata de una instrucción más que suficiente y doble: – apologética, a saber: la resurrección es la justificación de Cristo, condenado y muerto, pero resucitado por Dios, e – histórico-salvífica, a saber: la resurrección está en el centro del plan divino de salvación predicho por las profecías. Por consiguiente, se suponía ya dada al catecúmeno una doble instrucción – 95
apologética e histórico-salvífica–. Esta se ampliará después en la catequesis posterior, como podemos advertir en el magistral capítulo 24 de Lucas, que es una catequesis amplísima sobre el significado histórico-salvífico de la Resurrección. En cambio, ante todo se confiaba una instrucción moral y ascética sobre la resurrección a la catequesis posterior al bautismo –parece–, y esa es la que encontramos especialmente en algunas cartas de san Pablo; la suponemos, por ejemplo, en Col 3,1s, que desarrolla la moral pascual, enseñada ordinariamente después del bautismo. Hay, por último, un cuarto tipo de instrucción, mística o gnóstica, sobre la resurrección: aquella en que la resurrección y la gloria del Resucitado se presentan como realizadas en la vida misma de Jesús y del creyente. Una instrucción amplísima de este tipo, que los antiguos llamaban gnóstica, fue dada por Juan, el cual nos presenta a Jesús como alguién todavía viviente en la carne y que hasta en su misma muerte manifiesta la gloria del Padre. Instrucción necesaria e importante, pero para un estadio de madurez espiritual. Contenidos de Marcos ¿Que se da, en cambio, al catecúmeno en la instrucción de Marcos? A pesar de la brevedad del texto, se le ofrecen al catecúmeno muchos elementos importantes: – Un primer anuncio, con las mismas palabras del ángel: «No tengáis miedo» (16,6). Este anuncio resume en este punto todos los reproches de Jesús y los lleva a su punto conclusivo. ¡Es preciso abandonar ya verdaderamente todo temor! – Un segundo anuncio: «Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí», es decir, el estado de Jesús crucificado no es el estado en el que debéis pensar en él siempre, el definitivo. Ha sido un paso; su nueva situación es vida y él vive ahora junto a vosotros con un nuevo tipo de presencia. – El tercer anuncio es: «Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea» (16,7). También este anuncio está lleno de significado. Los exégetas discuten al respecto: ¿qué significa Galilea? Significa varias cosas. En el Evangelio de Marcos, que se desarrolla en su mayor parte en Galilea, es precisamente el lugar donde Jesús se mostró por vez primera a sus discípulos, en el que se volverá a presentar a ellos en las apariciones que se narrarán después en la catequesis. Es, por consiguiente, el lugar donde con los mismos gestos, con su misma bondad y disponibilidad, encontrarán la presencia viva del Señor que conocieron. Es el lugar en que el Señor se manifestará a ellos de una manera visible y donde Jesús empezará la reconstrucción de la comunidad, la reconstrucción que había sido anunciada en la Pasión, en 14,27: Jesús como pastor que precede al rebaño, que preside al rebaño y lo reconstituye de manera gradual. 96
Galilea es, pues, el lugar donde la comunidad de los Doce será reconstruida. En las palabras del ángel hay también, probablemente, una referencia al cap. 13, que es el capítulo de la esperanza definitiva, de la aparición definitiva del Señor. Este muestra cómo el desarrollo evangélico de la esperanza no se sitúa en la línea de una utopía mundana de progreso, sino en una línea evangélica de tribulación, que ha sido la línea del Hijo del Hombre. La atención del catecúmeno es trasladada, por tanto, hacia esta esperanza del retorno de Jesús, que, no obstante, deberá ir precedida de tribulaciones y pruebas. Tenemos toda una serie de alusiones que debían ser desarrolladas, después, en la catequesis, para enseñar a mirar hacia el futuro y a considerar cuál debía ser la expectativa del catecúmeno. He aquí, pues, algunas brevísimas reflexiones sobre la realidad del Resucitado, sobre su presencia viva entre los suyos, en el grupo reconstituido de la Iglesia, y sobre su aparición final. Sin embargo, está claro que Marcos no nos habla de la resurrección únicamente en los ocho versículos citados. Si observamos bien, hay que leer el Evangelio de Marcos, y debe ser leído desde el comienzo, a la luz de la presencia de Jesús vivo. Empieza, en efecto, con las palabras –que no se encuentran en todos los códices, aunque con toda probabilidad son originales– «Comienza la buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios» (1,1). Toda la actividad de Jesús está proyectada como la presencia entre nosotros del Hijo de Dios, al que la muerte no pudo tragarse, el Hijo en el que Dios se complace; y, por consiguiente, Aquel que vive. En consecuencia, toda la iniciación catecumenal se realiza no sobre un Jesús pasado y acabado, sino sobre un Jesús que es el Viviente. Entre tanto, vale la pena considerar las llamadas de Jesús, la vida de los Doce con él, la recíproca comunidad de vida, en cuanto el catecúmeno sabe que esta experiencia es permanente, porque Jesús es el Hijo de Dios que no ha permanecido en la muerte, sino que vive. Las palabras que lee tienen, hoy, un sentido, y están dirigidas a él. Todo el Evangelio de Marcos está meditado desde la hipótesis, desde la presuposición, mejor aún, desde la aceptación de que Jesús vive y habla hoy a los suyos y les llama, del mismo modo que llamó junto al lago o en el monte, y continúa explicando su verdadera identidad en la Iglesia. Tal vez se podría valorar también de esta manera el uso del presente histórico en Marcos. Sabemos que usa espontáneamente el presente: Jesús va, pasa, Jesús llama, Jesús dice. Este modo podría –no desde el punto de vista de una rígida prueba exegética, sino desde la fe– haber sido elegido para presentar a Jesús como Alguien que vive hoy, llama, anuncia, exige, invita, reprocha. Se presenta a Jesús como Alguien que vive en la Iglesia y, por consiguiente, puede ser fuente de llamada, como persona que puede ser 97
seguida, aceptada, reconocida y amada concretamente. La catequesis de Marcos en su totalidad no es una catequesis del pasado, sino una presentación de las exigencias del Jesús que vive ahora en la Iglesia. El Resucitado en la Iglesia de hoy ¿Cómo es posible vivir las realidades de la resurrección, expresadas en Marcos, en el ámbito de nuestra experiencia eclesial actual? Yo subrayaría sobre todo dos consecuencias. La primera la podríamos encontrar en las palabras, repetidas con tanta frecuencia por Jesús, «Abrid los ojos». Es decir, el Señor ha resucitado, el Señor vive, pero ¿dónde? Vive junto a Dios y vive en medio de nosotros, y de ahí la invitación a reconocer la presencia viva de Jesús en nuestra experiencia. ¿Dónde está presente Jesús en nuestra experiencia? En todas las veces que esta se encuentra en consonancia con la experiencia descrita por el Evangelio. Jesús vive en los Doce y en aquellos que continúan predicando después de ellos; vive en todos los que están unidos con los Doce para ser uno con Jesús; vive, por tanto, en toda la vida de la Iglesia y en toda su santidad, y en todos sus sacramentos. Vive también en nuestra misma vocación, que es respuesta a la llamada de Jesús, y que es un milagro a los ojos del mundo, algo inexplicable desde el punto de vista humano. Porque cada vez que una persona acepta vivir una vida de fe, tiene lugar algo incomprensible y misterioso. Todo cristiano viviente es una manifestación extraordinaria, inexplicable desde el punto de vista humano, de la resurrección del Señor. Este Evangelio es, así, una invitación a abrir los ojos para ver al Señor en nuestra experiencia. La segunda consecuencia es no solo ver a Jesús que vive, sino a Jesús que viene. Viene cada vez que repetimos sus gestos, sus palabras, cada vez que partimos el pan, cada vez que volvemos a realizar las acciones que él nos mandó hacer y cada vez que vivimos la vida que él nos enseñó. Se trata, por tanto, de una invitación a reconocer a Jesús vivo en la Iglesia en cuanto es expresión de humildad, de oscuridad, de cosas que no parecen, tal vez, exteriormente ni muy visibles ni muy comprensibles, pero que vistas con simpatía, desde el interior, nos manifiestan la presencia viva de la resurrección del Señor.
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Manifestarse en la humildad En este momento de los Ejercicios, la elección fundamental que podemos hacer es la de vivir con reconocimiento nuestra vida tal como es, en la Iglesia. O sea, descubrir el tesoro que tenemos en nuestro campo y dar inmensamente gracias a Dios porque nos permite vivir con él una vida escondida y no exenta de contradicciones, dificultades y oscuridad, pero que precisamente en ellas manifiesta la presencia viva de la semilla evangélica. En el fondo, la elección fundamental que con frecuencia es preciso hacer es la de glorificar la obra de Dios en nuestra vida concreta, con todas sus ambigüedades, incertidumbres y debilidades, porque en estas debilidades, incertidumbres y ambigüedades se manifiesta la fuerza del Resucitado. En efecto, nuestra vida diaria, en su aparente insignificancia –porque toda vida, cuando la consideramos de cerca y la analizamos en sus componentes diarios, resulta ser extremadamente simple, pobre, inadecuada a lo que es el misterio de Dios–, lleva ya, precisamente en esta inadecuación, los signos de la resurrección del Señor. Nuestra vida puede convertirse en una gloriosa manifestación de la fuerza del Hijo de Dios en la humildad, como la semilla depositada en la tierra y escondida que nace por el poder de Dios y por la confianza que tenemos en su palabra. De este modo, creo, nos conduce el Evangelio de Marcos, desde la vida en la carne de Jesús, a aceptar y valorar, en la fe, toda la riqueza de nuestra situación presente.
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APÉNDICE
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El combate espiritual El texto de Pablo que aparece en Ef 6,10-17 presenta al cristiano como alguien que ha luchado hasta el final contra el enemigo y que lo ha vencido con su propia muerte. Se trata de un fragmento muy denso, rico en metáforas. Es preciso ver qué realidades deseaba anunciar Pablo a través de tales metáforas. Podemos dividir el fragmento en tres partes: la primera de ella contiene dos exhortaciones; sigue, a continuación, en la segunda, el motivo de estas exhortaciones; por último, en la tercera, aparece el inventario de la armadura espiritual con que debe revestirse el cristiano.
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Las dos exhortaciones Las dos exhortaciones son: fortificaos en el Espíritu y revestíos de la armadura de Dios. Se trata, por consiguiente, de un consejo dado a alguien que se encuentra ante una situación difícil. La exhortación a armarse, a revestirse, la encontramos asimismo en Rom 13,12 y en 2 Cor 10,4. Con todo, en el fragmento dirigido a los Efesios es donde más se desarrolla la metáfora de la panoplia, la armadura completa del siervo de Dios, de aquel que sigue de cerca a Jesús. El motivo: ¿por qué debemos armarnos así? Porque la nuestra es una lucha espiritual, contra los principados, las potestades, los espíritus malignos. Podemos traducir fácilmente estas expresiones con una realidad comprensible porque es, evidentemente, cotidiana. A saber: debemos vivir en una atmósfera –el espacio entre la tierra y el cielo– que está invadida por elementos malignos, contrarios al Evangelio, enemigos de Dios. La atmósfera en que vivimos está saturada de potencias contrarias a Cristo y, por tanto, nuestra lucha se anuncia difícil. Esta mentalidad, esta atmósfera, que es fruto, en parte, de la potencia del mal y, en parte, del hombre subyugado por esa potencia del mal, crea una situación en la que estamos inmersos y que nos amenaza por todas partes. De aquí la necesidad de que nos armemos con la armadura de Dios.
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Las metáforas de la armadura La armadura está descrita con seis metáforas: el cinto, la coraza, las sandalias, el escudo, el yelmo y la espada. ¿Qué significa cada una de estas metáforas? A todas ellas precede una exhortación que nos permite comprender la situación en que nos encontramos: «Permaneced firmes», manteneos de pie. Se trata, por tanto, de una persona dispuesta para la batalla; y en esta situación de estar preparado se describe la armadura. El cinto La primera metáfora es el cinto de la verdad. ¿Qué verdad es arma para nosotros? Para comprender bien es preciso señalar que esta metáfora, como las otras, está tomada ampliamente del Antiguo Testamento. El que escribió este fragmento conocía de memoria pasajes enteros del Antiguo Testamento y suponía también el conocimiento de los mismos por parte de sus lectores. Aquí se emplean sobre todo dos fragmentos del Antiguo Testamento para esta descripción. El primer fragmento está tomado de Is 11, el brote de Jesé, del que se describen las vestiduras, el modo de presentarse y de combatir. El segundo fragmento está tomado de Is 59, donde se describe, en determinado momento, la armadura de Dios. En el Antiguo Testamento, por tanto, es la armadura del mismo Dios, o bien de su enviado, del predilecto de Dios, la que se describe. La armadura de Dios se transfiere aquí al siervo de Dios, a aquel que sigue a Jesús. Dice Is 11,5: «... se ceñirá como fajín la fidelidad»; en la Biblia de los Setenta se emplea el término aletheia, la verdad, y el texto griego lo copia exactamente. La verdad con que se ciñe, como si fuera una vestidura estable, el que combate es, por consiguiente, la coherencia; es aquella fidelidad que es coherencia plena, estilo coherente de vivir y de actuar. Para combatir contra la atmósfera maligna, contra la atmósfera pestífera en la que vivimos, es preciso estar armados con una profunda coherencia entre lo que proclamamos y lo que debemos sentir por dentro y vivir entre nosotros. Y esta coherencia es tanto más importante cuanto que predicamos la palabra de Dios. El que no vive lo que predica se va poniendo poco a poco en situación de estar expuesto a los asaltos del enemigo. Si confrontáramos continuamente nuestra predicación con lo que sentimos por dentro, con aquello de lo que estamos persuadidos, sería más fácil y más accesible a todos. Es verdad que esta profunda confrontación entre coherencia interior y exterior nos hará reconocer en ocasiones que andamos lejos de lo que predicamos, pero la humildad que supone reconocerlo es ya un aspecto de la coherencia, es un modo de mostrar que 104
deseamos tenerla. La coraza La metáfora siguiente es la coraza de la justicia. En Is 59,17 se describe la armadura de Dios. La justicia se expresa aquí como la actividad de Dios que salva a los pobres y humilla a los pecadores, que realiza impetuosamente sus obras, que es salvación y castigo. En nuestra situación deberíamos traducirla como el participar del celo de Cristo por la justicia del Padre. Esta coraza que nos ciñe por completo, que nos defiende, es el revestirnos de los sentimientos que hacen gritar a Cristo por los caminos de Palestina: «A Dios lo que es de Dios»; es decir, que le hacen proclamar la justicia del Padre y, como justicia, la obra de salvación para el que se arrepiente y el castigo para el que no se arrepiente. En nuestro caso, el participar del celo íntimo de Cristo por la justicia del Padre es esta coraza que nos ciñe, nos envuelve, nos defiende de los enemigos. Las sandalias La tercera metáfora: calzad las sandalias de la prontitud para el Evangelio de la paz. Se describe aquí más bien una situación. Prontos a partir para el anuncio del Evangelio de la paz. La realidad de la metáfora es la prontitud para llevar el Evangelio. En Is 52,7 encontramos: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria...!». Ya sin metáfora, se indica el ardor, el deseo de predicar el Evangelio, sabiendo que es beneficioso para los hombres y que les trae la paz. De aquí también la alegría de quien ha encontrado el tesoro (la mujer que encuentra la dracma y llama a las vecinas, llena de alegría [Lc 15,8s]). Es esta una característica importante del ministerio del Evangelio, sobre todo hoy, cuando el «pluralismo» –cuando se convierte en pluralismo filosófico, cultural, religioso– parece suprimir en cierto modo el ardor de predicar el Evangelio de la paz. Hay quien desearía incluso sustituir o corregir el mandato de Mateo «Id y predicad a todas las gentes», porque en todas partes hay valores y, se dice, no cuenta tanto llevar el mensaje como escuchar humildemente lo que los otros tienen que decirnos. Y de este modo se corre el riesgo de perder el ansia de predicar el Evangelio de la paz. Nos preguntamos si habrá alguna solución para esta dificultad. Esa solución existe, y no es, ciertamente, abolir el pluralismo. Más aún, me parece que cuanto más crece el diálogo, tanto más debe crecer la hondura de la vida evangélica. Si ambas realidades crecen juntas, entonces es posible y fácil conciliar un inmenso respeto a todas las culturas, razas, valores, con un inmenso ardor por llevar el Evangelio, que es una propuesta trascendente, no conmensurable con ningún otro valor, pero capaz de iluminarlos y transformarlos a todos. En consecuencia, esta arma, esta disposición es extremadamente importante para defenderse de la atmósfera que, en cambio, tiende más bien a nivelar todos los valores. 105
Conciliar el ardor del Evangelio con la estima por los valores ajenos es la obra admirable a la que está llamada la Iglesia de hoy si desea conservar su impulso misionero. El escudo Cuarta metáfora: en todas las ocasiones embrazad el escudo de la fe. Los dardos incendiarios del maligno (la expresión está tomada del salmo 11) son las mentalidades del mundo penetradas de pecado que, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, nos rodean y nos invitan a interpretar las cosas y las situaciones de nuestra vida con criterios exclusivamente psicológicos, sociológicos, económicos, asaltándonos por todas partes para arrebatarnos el tesoro de la fe. El escudo para oponerse a esta mentalidad es el escudo de la fe, esto es, la consideración evangélica de toda la realidad humana, recordada continuamente. El yelmo Quinta metáfora: el yelmo de la salvación, o mejor el yelmo de la obra salvífica, como dice el texto griego. La expresión está tomada de Is 59,17, y en Isaías significa que Dios está dispuesto a salvar. El texto griego tiene un verbo (dexasthe) que significa aceptar el yelmo de la salvación; por tanto, debemos aceptar la acción salvífica de Dios en nosotros como única protección, como nuestra única esperanza: nos protege la cabeza porque es la parte más esencial. La espada Sexta metáfora: la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. ¿Qué es la espada del Espíritu? Hay tres pasajes que nos pueden ayudar: Is 49,4, donde se habla de «boca como espada»; Heb 4,12, donde se habla de «espada como palabra»; y, por último, Is 11,4, donde se dice que «su Espíritu es como espada que corta». La palabra de Dios no es aquí el logos, es decir, la predicación, sino el rhema, es decir, los oráculos divinos. En consecuencia, yo pensaría como «espada del Espíritu» no tanto en la predicación de Jesús como en su lucha contra Satanás, que, a su vez, se defiende citando los oráculos de Dios: «Está escrito...». Podemos decir que los oráculos de Dios fueron un pretexto de tentación para él y, en nuestro caso, son en cambio instrumentos de defensa. Cuando estemos asediados por la mentalidad del mundo, que nos querría hacer interpretar todas las cosas de una manera puramente humana, debemos recurrir a los grandes oráculos de Dios en la Biblia para disponer de una palabra clarificadora sobre estas cosas y rechazar las interpretaciones equivocadas de la historia del mundo y de nuestra existencia.
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Significado de las metáforas Estas son las exhortaciones de Pablo. Podemos concluir resumiendo: ¿qué situaciones suponen y qué exhortaciones ofrecen estas palabras? Suponen, en primer lugar, que nos encontramos en una situación verdaderamente arriesgada; a saber: que en el mundo de hoy es arriesgado y peligroso vivir el Evangelio hasta el fondo. Debemos tener este sentido de la dificultad, porque eso es una actitud realista. Si nos encontramos frente a realidades adversas sin atrevernos a mirarlas a la cara; si vivimos pensando que nos rodean continuas dificultades y riesgos, podemos vivir en una aprensión perpetua y estéril. Sin embargo, cuando hemos analizado el fondo, sobre la base de la Escritura, y hemos conocido al adversario, viendo los caminos por los cuales el mundo se ve abocado al mal y cómo se manifiestan, entonces podemos sentirnos llenos de la fuerza de Dios incluso ante todo el misterio del mal, en su totalidad. Un profundo análisis y síntesis del misterio de la perversión realizados con la ayuda de la Escritura pueden ponernos ante una situación de riesgo, de temor, de peligro, pero no de miedo, porque vemos con claridad toda la extensión del adversario y todo el poder de Dios. Segunda observación: se trata de una lucha sin tregua ni cuartel, que se desarrolla contra un adversario astuto y terrible que está fuera y dentro de nosotros. Esto se olvida, hoy, con excesiva frecuencia, porque vivimos en una atmósfera de optimismo determinista para el que todas las cosas deben ir de bien en mejor, sin pensar en el dramatismo ni en las fracturas de la historia humana, sin saber que la historia tiene sus trágicas regresiones y sus riesgos, que amenazan precisamente a los que no se los esperan, embelesados en la visión de un evolucionismo histórico que siempre avanza hacia algo mejor. Tercera observación: solo el que se arma por completo podrá resistir. Quisiera recordar aquí una de las reglas de san Ignacio, que tenía muy clara la idea de que el enemigo ataca valorando la situación del cristiano. Es preciso conocerlo bien, porque el enemigo da vueltas para ver si hay aunque solo sea un elemento deficiente en la armadura. Se trata, por tanto, de una lucha que debe ocuparnos a todos y transformarnos, santificándonos por completo. Una última palabra a propósito de una ausencia detectable en este pasaje: la oración. En realidad, la oración aparece citada, aunque no aquí. Se la recuerda al final del fragmento y con una exhortación intensísima: «Constantes en rezar y suplicar, rezad en toda ocasión movidos por el Espíritu...» (6,18). Todas estas armas han de ser, por tanto, continuamente afinadas con el ejercicio de la oración, que no las suple –la oración no suple el celo, el espíritu de fe, el compromiso, la capacidad de entregarse–, pero que es donde todas las otras están envueltas y donde continuamente se templan de nuevo en la lucha.
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BIBLIOGRAFÍA
Vamos a señalar algunos textos de mayor interés o fáciles de encontrar en la edición más reciente. Hay una bibliografía mucho más amplia del autor en DAMIANO MODENA , Carlo Maria Martini, Custode del Mistero nel cuore della storia, Milán, Paoline 2005 (trad. esp.: Carlo María Martini: magisterio teológico, pastoral y espiritualidad, San Pablo, Madrid 2009). Véase también la gran antología de C.M. MARTINI, Le ragioni del credere. Scritti e interventi, Milán, Mondadori 2011. Salvo indicación en contra, los textos son del autor. a) Textos sobre la palabra de Dios «La Parola di Dio e gli Esercizi spirituali» en AA.VV., Gli Esercizi spirituali oggi, Stella Matutina, Roma 1972, 15-29. La Parola di Dio alle origini della Chiesa, PIB, Roma 1980. Parola di Dio vita dell’uomo, CVX, Roma 1980. In principio la Parola (carta pastoral), LDC, Turín 1981. Perché Gesù parlava in parabole?, EDB, Bolonia 1985 (trad. esp.: ¿Por qué hablaba Jesús en parábolas?, Verbo Divino, Estella 1997). La scuola della Parola, Mondadori, Milán 1996. b) Textos introductorios al Nuevo Testamento R.E. BROWN, Introduzione al Nuovo Testamento, Queriniana, Brescia 2001 (trad. esp.: Introducción al Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2002). B. CORSANI, Introduzione al Nuovo Testamento, Claudiana, Turín 19982, 2 vols. c) Comentarios al Evangelio de Marcos R. P ESCH, Il vangelo di Marco, Paideia, Brescia 1980-82, 2 vols. J. GNILKA , Marco, Cittadella, Asís 19912 (trad. esp.: El Evangelio según san Marcos, Sígueme, Salamanca 1999). S. FAUSTI, Ricorda e racconta il Vangelo. La catechesi narrativa di Marco, Ancora, Milán 1990. S. LÈGASSE, Marco, Borla, Roma 2000. d) Ejercicios sobre el Nuevo Testamento Gli Esercizi ignaziani alla luce del Vangelo di san Giovanni, CIS, Roma 1976. 110
Il Vangelo secondo Giovanni [negli Esercizi spirituali] (edición de G. Stancari), Borla, Roma 1980. R.E. BROWN, Un ritiro spirituale con l’evangelista Giovanni, Queriniana, Brescia 2002. Il caso serio della fede [Ejercicios sobre el Evangelio de Juan], Piemme, Casale M. 2002. L’itinerario spirituale dei 12 nel Vangelo di Marco, Roma, CIS, 1976 (trad. esp.: La llamada de Jesús: orar con el evangelio de Marcos, Narcea, Humanes 1998). Le confessioni di Paolo, Ancora, Milán 1981 (trad. esp.: Las confesiones de san Pablo, San Pablo, Madrid 1991). Testimoni del risorto con Pietro, In dialogo, Milán 1984 (trad. esp.: Testigos del Resucitado con Pedro, Edicep, Valencia 2006). Paolo nel vivo del ministero, Ancora, Milán 1989 (trad. esp.: Pablo, en lo vivo del ministerio, Edicep, Valencia 20082). Ripartire da Emmaus, Piemme, Casale M. 1991 (trad. esp.: Volver a empezar desde Emaús, Edicep, Valencia 2005). Esercizi su Maria, Piemme, Casale M. 1995. La trasformazione di Cristo e del cristiano alla luce del Tabor, Rizzoli, Milán 2004 (trad. esp.: La transformación de Cristo y del cristiano a la luz del Tabor, Sal Terrae, Maliaño 2012). Gli Esercizi spirituali alla luce del Vangelo di Luca, AdP, Roma 2007 (trad. esp.: El itinerario del discípulo: a la luz del Evangelio de Lucas, Sal Terrae, Maliaño 1997). Gli Esercizi spirituali alla luce del Vangelo di Matteo, AdP, Roma 2007 (trad. esp.: Los ejercicios de San Ignacio a la luz del Evangelio de Mateo, Desclée de Brouwer, Bilbao 2008). Gli Esercizi spirituali alla luce del Vangelo di Giovanni, AdP, Roma 2010. e) Textos y Ejercicios sobre los Ejercicios ignacianos Sequela Christi [lecciones sobre los Ejercicios], CVX, Roma 1990 (trad. esp.: El seguimiento de Cristo, Sal Terrae, Maliaño 1997). Mettere ordine nella propria vita, Centro Ambrosiano-Piemme, Milán-Casale Monferrato 1992 (trad. esp.: Poner orden en la propia vida: meditaciones sobre el texto de los ejercicios espirituales de san Ignacio, San Pablo, Madrid 1995). «La figura spirituale di s. Ignazio: attualità degli Esercizi», en La Rivista del Clero Italiano 73 (1992), pp. 5-18. f) Algunas tandas particulares 111
Vita di Mosè, vita di Gesù (edición de G. Stancari), CIS, Roma 1980 (trad. esp.: Vida de Moisés. Vida de Jesús: existencia pascual, Ediciones Paulinas, Madrid 1983). Abramo nostro padre nella fede, CIS, Roma 1981 (trad. esp.: Abraham, nuestro padre en la fe, Ediciones Paulinas, Madrid 1985). Stefano servitore e testimone, Centro Ambrosiano, Milán 1988 (trad. esp.: Esteban, servidor y testigo, San Pablo, Madrid 1996). Davide: peccatore e credente, Piemme, Casale Monferrato 1989 (trad. esp.: David. Pecador y creyente, Sal Terrae, Maliaño 1989). Il Dio vivente, Centro Ambrosiano-Piemme, Milán-Casale Monferrato 1990 (trad. esp.: El Dios viviente: reflexiones sobre el profeta Elías, Edicep, Valencia 1995). Samuele: profeta religioso e civile, Piemme, Casale M. 1990 (trad. esp.: Samuel: profeta religioso y civil, Sal Terrae, Maliaño 1991). Due pellegrini per la giustizia, Piemme, Casale M. 1992 (trad. esp.: Dos peregrinos por la justicia: Ejercicios espirituales, Verbo Divino, Estella 1993). Le ali della libertà [sobre la Carta a los Romanos], Piemme, Casale M. 2009 (trad. esp.: Las alas de la libertad, Sal Terrae, Maliaño 2010).
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NOTAS
[1] La editorial Marietti publicó una versión propia en 1978. [2] En la medida en que nos sea posible emplearemos el texto bíblico de La Biblia de nuestro pueblo [N. del T.]. [3] Las citas bíblicas entre paréntesis sin otra indicación están tomadas del Evangelio de Marcos. [4] Traducción española de Gumersindo Bravo, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1981. [5] El padre Martini traduce del griego al pie de la letra «hizo Doce»: volveremos a citar esta precisión suya allí donde sea necesario. [6] Cuando no se dice otra cosa, con el número entre corchetes se indica el pasaje correspondiente de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
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ÍNDICE
Presentación de la edición italiana 5 Prólogo 7 Al proponer la experiencia de los Ejercicios 9 ¿Qué entendemos por lectura catequética? 9 Los actores en los Ejercicios 11 Una observación de Von Balthasar 11 Premisa sobre el Evangelio de Marcos 13 Los Doce 13 Para que convivieran con él 15 El lugar de la penitencia 16 1. El misterio de Dios 19 Enseñanzas sobre Dios, Uno y Trino 19 La instrucción sobre Dios 21 Textos preliminares (Mc 1,2; 1,3; 1,10-11) 22 Textos clarificadores (Mc 1,14; 1,15; 1,35; 2,7) 23 Temas bíblicos 25 Temas reveladores 26 2. La ignorancia de los discípulos 29 Entrar en el misterio del Reino 30 Abrir los ojos 31 Aceptemos nuestra ignorancia 33 Los reproches de Jesús ... 33 ...para con varias actitudes 34 Últimos reproches 37 El alegre anuncio 39 3. La llamada de Jesús 41 1. Las vocaciones junto al lago 42 a) ¿Dónde tuvieron lugar estas llamadas? 42 b) ¿En qué situación llama Jesús? 42 c) ¿Cómo llama Jesús? 43 d) ¿A qué llama? 44 e) ¿Con qué resultado llama Jesús? 44 2. La llamada en el monte 45 116
a) El fondo ambiental 45 b) La respuesta 48 c) Para que convivieran con él 50 d) Para enviarlos a predicar... 50 e) ...con poder para expulsar demonios 51 4. La crisis del ministerio galileo de Jesús (Las parábolas de la semilla) 53 1. Crisis del ministerio galileo de Jesús 54 2. La crisis del catecúmeno en la Iglesia primitiva 57 3. Nuestra crisis 58 4. La respuesta en parábolas 59 La parábola del sembrador 59 La semilla que crece por sí sola 62 El grano de mostaza 62 5. Jesús en acción 65 1. La escena 66 2. El caso 66 3. La reacción de Jesús 67 4. El diálogo 69 5. El exorcismo 70 6. La conclusión 71 6. El misterio del Hijo del Hombre 73 La semilla, la Palabra es Jesús 73 Comprometerse por el Reino 75 Predicciones de la Pasión 76 a) Primera predicción de la Pasión: Mc 8,31-37... 76 ...y sus consecuencias 78 b) Segunda predicción de la Pasión: Mc 9,31-32 81 c) Tercera predicción de la pasión: Mc 10,32-34 81 7. La Pasión de Jesús 85 La meditación de la Pasión 85 El misterio de la Pasión 87 Contemplar la Pasión 89 8. La resurrección (y la vida oculta de Jesús) 93 Convertirse a Cristo... 93 ...en el silencio y en la ocultación 95 Llamados a imitar a Jesús 96 Instrucción sobre la Resurrección 97 117
Límites de Marcos 98 Contenidos de Marcos 99 El Resucitado en la Iglesia de hoy 102 Manifestarse en la humildad 103 Apéndice 105 El combate espiritual 105 Las dos exhortaciones 105 Las metáforas de la armadura 106 El cinto 106 La coraza 107 Las sandalias 108 El escudo 109 El yelmo 109 La espada 109 Significado de las metáforas 110 Bibliografía 113
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Índice Título Créditos Presentación de la edición italiana PRÓLOGO AL PROPONER LA EXPERIENCIA DE LOS EJERCICIOS ¿Qué entendemos por lectura catequética? Los actores en los Ejercicios Una observación de Von Balthasar
PREMISA SOBRE EL EVANGELIO DE MARCOS
2 3 4 5 7 9 10 11
12
Los Doce Para que convivieran con él El lugar de la penitencia
14 16 17
1 EL MISTERIO DE DIOS
18
Enseñanzas sobre Dios, Uno y Trino La instrucción sobre Dios Textos preliminares (Mc 1,2; 1,3; 1,10-11) Textos clarificadores (Mc 1,14; 1,15; 1,35; 2,7) Temas bíblicos Temas reveladores
2 LA IGNORANCIA DE LOS DISCÍPULOS
20 22 23 24 26 27
29
Entrar en el misterio del Reino Abrir los ojos Aceptemos nuestra ignorancia Los reproches de Jesús... ...para con varias actitudes Últimos reproches El alegre anuncio
31 32 34 35 35 38 40
3 LA LLAMADA DE JESÚS
41
1. Las vocaciones junto al lago a) ¿Dónde tuvieron lugar estas llamadas? b) ¿En qué situación llama Jesús?
119
43 43 43
c) ¿Cómo llama Jesús? d) ¿A qué llama? e) ¿Con qué resultado llama Jesús? 2. La llamada en el monte a) El fondo ambiental b) La respuesta c) Para que convivieran con él d) Para enviarlos a predicar... e) ...con poder para expulsar demonios
4 LA CRISIS DEL MINISTERIO GALILEO DE JESÚS (Las parábolas de la semilla) 1. 2. 3. 4.
Crisis del ministerio galileo de Jesús La crisis del catecúmeno en la Iglesia primitiva Nuestra crisis La respuesta en parábolas La parábola del sembrador La semilla que crece por sí sola El grano de mostaza
5 JESÚS EN ACCIÓN 1. 2. 3. 4. 5. 6.
44 44 44 46 46 48 49 50 50
52 54 56 57 58 58 59 60
61
La escena El caso La reacción de Jesús El diálogo El exorcismo La conclusión
63 64 65 67 68 69
6 EL MISTERIO DEL HIJO DEL HOMBRE La semilla, la Palabra es Jesús Comprometerse por el Reino Predicciones de la Pasión a) Primera predicción de la Pasión: Mc 8,31-37... ...y sus consecuencias b) Segunda predicción de la Pasión: Mc 9,31-32 c) Tercera predicción de la pasión: Mc 10,32-34
70 72 73 74 74 75 77 77
7 LA PASIÓN DE JESÚS
80
La meditación de la Pasión
82 120
El misterio de la Pasión Contemplar la Pasión
84 86
8 LA RESURRECCIÓN (y la vida oculta de Jesús) Convertirse a Cristo... ...en el silencio y en la ocultación Llamados a imitar a Jesús Instrucción sobre la Resurrección Límites de Marcos Contenidos de Marcos El Resucitado en la Iglesia de hoy Manifestarse en la humildad
89 91 92 94 95 95 96 98 99
APÉNDICE
100
El combate espiritual Las dos exhortaciones Las metáforas de la armadura El cinto La coraza Las sandalias El escudo El yelmo La espada Significado de las metáforas
102 103 104 104 105 105 106 106 106 107
BIBLIOGRAFÍA
109
a) Textos sobre la palabra de Dios b) Textos introductorios al Nuevo Testamento c) Comentarios al Evangelio de Marcos d) Ejercicios sobre el Nuevo Testamento e) Textos y Ejercicios sobre los Ejercicios ignacianos f) Algunas tandas particulares
NOTAS ÍNDICE
110 110 110 110 111 111
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