EL GUSTO ES UN DELATOR pierre bourdieu
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EL GUSTO ES UN DELATOR Meditaciones sobre algunas ideas de Pierre Bourdieu para una sociología de la cultura de las clases sociales Por ERNESTO MECCIA y GRACIELA POZZI "Si tu gusto gustara del gusto que gusta mi gusto, entonces, mi gusto no gustaría del gusto que gusta tu gusto." Refrán popular. 1. EL GUSTO ES UN OBJETO DE ANALISIS SOCIOLOGICO. Es probable, si se hiciese una encuesta sobre las preferencias literarias de los argentinos, que los porcentajes más altos los concite l a figura de Jorge Luis Borges. También, que algunos de sus volúmenes de cuentos o poesías, cuando no sus "Obras Completas", ocupen uno de los sitios más visibles de muchas bibliotecas. Tal vez por eso, Borges aparezca a menudo en cualquier charla informal sobre la literatura argentina por fuera de los circuitos especializados. Podría causar sorpresa que, a pesar de ello, la encuesta revele cuántas personas que tienen a Borges en sus bibliotecas no lo han leído, o lo han hecho apenas, y luego abandonado la lectura, turbados porque sus páginas les ofrecían dificultades para el entendimiento, o porque les parecían hastiantes. Otra encuesta sobre las preferencias musicales de los argentinos podría descubrir que en un porcentaje importante de discotecas no faltan, entre decenas de discos compactos de cantantes o grupos musicales de estricta actualidad, algunos discos de música clásica. Si a los encuestados se les preguntara por la frecuencia con que escuchan los primeros y los segundos, una alta proporción indicaría que los discos de actualidad son con mucha frecuencia, preferidos a los discos clásicos. Pero los clásicos siguen estando visibles en las discotecas (como Borges en las bibliotecas). Si se observaran los álbumes de fotografías, y entre ellas, las que fueron tomadas durante los viajes, acaso se detecte que, a menudo, las fotografías se tomaron con un fondo común: detrás de reconocibles siluetas en pose, podrán verse monumentos, aeropuertos, museos y todo aquel lugar célebre capaz de testimoniar la relación "natural" del personaje con dichos lugares. Si una encuesta preguntase qué relación guardan esas fotografías con la Sociología o, puntualmente, si a través de ellas puede construirse la idea de que la sociedad es desigual, es decir, que está formada por clasesi, tal vez, muchos encuestados (y entre ellos, algunos sociólogos) se mostrarían escépticos: una fotografía, un disco compacto o un libro, serían objetos de poca monta, casi insignificantes, para referirse a un fenómeno como la desigualdad social. Y sobre todo, porque del principio al fin, la literatura, la música, los viajes, pero también las comidas, las películas, la ropa son cuestiones de "gustos" y, según reza el refrán r efrán popular: "sobre gustos, no hay nada escrito", nada más "personal" que eso existe. Pero el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) escribió cientos de páginas socio-lógicas sobre los gustos de las personas, haciendo de ellos un objeto de estudio muy fértil para entender cómo se producen y reproducen las desigualdades sociales. Para él, existen pocos fenómenos sobre los que no pueda reflexionar la inteligencia sociológica. En la Sociología: "... lo que cuenta es la construcción del objeto, y el poder de un método de
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pensamiento que nunca se manifiesta tan bien como en su capacidad para construir objetos socialmente insignificantes en objetos científicos, o, lo cual da lo mismo, en su capacidad para reconstruir científicamente, enfocándolos desde un ángulo inusitado, los grandes objetos socialmente importantes."ii Del gusto y de la práctica de la fotografía (y de los gustos en general), Bourdieu hizo un objeto científico. Las fotografías aludidas no están dentro de una lógica de lo azaroso; literalmente fueron "tomadas", como si los fotografiados pretendiesen dejar ver una parte importante de sí a través de todo lo fotografiado: ellos rodeados por objetos y lugares de suyo "valiosos", es decir, ellos más sus gustos. En esa sencilla práctica no se obedeció a una simple elección de conciencia porque ella, pensaba Bourdieu, tuvo "criterio y bases sociales"iii: desde un ángulo sociológico inusitado, a través de la toma de fotografías, esas personas se distinguieron de las clases bajas y pretendieron parecerse a las clases altas. Proponiendo una lógica de investigación inexplorada, Bourdieu quiso llegar a explicar cómo aquello que parece estar inscripto sólo en las estructuras intangibles de la sociedad (en el afuera de las personas) también encuentra su lugar en los ámbitos de las experiencias más cotidianas, más personales y más íntimas, como son los gustos. El objetivo de este capítulo consiste en realizar una presentación de los elementos conceptuales diseñados por Pierre Bourdieu para proponer el desarrollo de una sociología de la cultura a través del análisis de una de sus dimensiones: las prácticas culturales de consumo originadas en los gustos. Para ello, primero iremos presentando los instrumentos teóricos (fundamentalmente "habitus" y "campo"), para luego ver cómo se instituye aquello que la sociedad acepta como el "gusto legítimo" y de qué manera los consumos se ajustan a él. Cabe aclarar que las conclusiones a las que arriba este trabajo son de carácter general, ya que para un trabajo más exhaustivo deberían considerarse las particularidades históricas de las clases sociales en diferentes países, debidas a un impacto diferencial del Capitalismo. 2. DEL GUSTO AL HABITUS, DEL HABITUS AL CAMPO CULTURAL, DEL CAMPO CULTURAL A LA ESTRUCTURA SOCIAL (DE LO VISIBLE A LO INVISIBLE). 2.1 DEL GUSTO AL HABITUS "Hacer de algo "insignificante" como los gustos un objeto de estudio, o mirar desde un lugar poco habitual los grandes temas de la sociología como la desigualdad social": tal el programa de Bourdieu. Dentro del programa, esta frase no implica una disyuntiva, sino una visión complementaria de las dos dimensiones del análisis social: la objetiva y la subjetiva. Para Bourdieu, en ausencia de esa complementariedad, complementariedad, las investigaciones serán en gran medida investigaciones incompletas: negarse a pensar que detrás (o antes) de algo tan subjetivo como el gusto existe algo objetivo que lo organiza, puede originar muchas confusiones, tantas, como negarse a pensar que algo tan objetivo como las estructuras sociales no encontrarán un lugar de correspondencia (por más que esta correspondencia aparezca disfrazada, y nunca sea exacta) en la subjetividad de las personas Por ejemplo, en sus gustos. A lo largo de su obra, Pierre Bourdieu buscó resolver la antinomia entre subjetivismo y objetivismo, una oposición muy significativa en la hi storia de las Ciencias Sociales: esta antinomia fuerza a los investigadores a elegir entre una perspectiva objetivista,
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que conduce a una explicación determinista y mecánica de la vida social, y una perspectiva subjetivista, que concibe las intenciones y la conciencia de l as personas como explicaciones suficientes de sus prácticas. En capítulos anteriores (sobre todo en los dedicados a C. Wrigth Mills y Norbert Elías)iv, ya se ha planteado una postura sobre esta problemática que ha estado más cercana a pensar el carácter indisoluble de la relación entre individuo y sociedad. La originalidad del planteo de Bourdieu se relaciona con su capacidad de mostrar un doble proceso: el de "interiorización de la exterioridad" y el de "exteriorización de la interioridad"v, un proceso que culmina cuando la objetividad, es decir, el conjunto de condiciones de existencia que son independientes de las conciencias de las personas, arraiga en y por sus experiencias subjetivas, lo que equivale a decir que hacen suyo lo social, pero a través de sus propias "disposiciones" o, como prefiere escribir el autor, lo social se interioriza a través de "habitus" y se exterioriza a través de las prácticas que producen los mismos habitus: "Los condicionamientos, asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones...."vi Los ejemplos de gustos y de prácticas y consumos culturales que vienen poblando este capítulo, y miles más que podrían presentarse, demuestran que las personas adquieren habitus, en otras palabras, que están (pre) dispuestas a disfrutar de ciertas experiencias (tienen compactos de música clásica o moderna, tienen a Borges en su biblioteca o a autores de novelas románticas, gustan de la pintura abstracta o de la naturalista). Estos habitus, si bien tienen un carácter subjetivo, no son de carácter individual, puesto que no pueden explicarse cabalmente, si en simultáneo no se reflexiona sobre el lugar objetivo que las personas que adquieren esos habitus ocupan en la sociedad. Por habitus, no deben entenderse "hábitos" o prácticas adquiridas, hechas por costumbre, pues el habitus existe antes que ellas, generándolas, dándoles forma: estructurándolas. Los habitus son principios cognitivos o formas básicas de visión del mundo que a) están estructuradas porque guardan una relación con la posición social de las personas y, b) son estructurantes, porque originan en esas mismas personas un conjunto de prácticas y de representaciones estructuradas por su mismo funcionamiento. Por ejemplo: la pertenencia a las clases "acomodadas" (como condición objetiva de existencia) es lo que ha permitido el contacto de sus integrantes con la denominada "alta" literatura, este contacto, que para ellos resulta casi "natural" (objetivo) ha originado la disposición a frecuentarla y a considerarla un elemento distintivo de su grupo, y esa disposición primera (cronológicamente), ha permitido que, por lo general, no frecuentasen otra clase de literatura. Nótese cómo, si bien los contenidos del habitus son (subjetivamente) de las personas, están estructurados (objetivamente) por la posición social: "El habitus es a la vez un sistema de esquemas de percepción y de apreciación de las prácticas. Y, en los dos casos, sus operaciones expresan la posición social en la cual se ha construido. En consecuencia, el habitus produce prácticas y representaciones que están disponibles para la clasificación, que están
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objetivamente diferenciadas. (...). Por lo tanto las representaciones de los agentes varían según su posición (...) y según su habitus como sistema de esquemas de percepción y apreciación, como estructuras cognitivas y evaluativas que adquieren a través de la experiencia duradera de una posición en el mundo social."vii "Producto de la historia, el habitus produce prácticas, individuales y colectivas, produce, pues, historia conforme a los principios engendrados por l a historia; asegura la presencia activa de las experiencias pasadas que, depositadas en cada organismo bajo la forma de principios de percepción, pensamiento y acción, tienden, con mayor seguridad que todas las reglas formales y normas explícitas, a garantizar la conformidad de las prácticas y su constancia a través del tiempo."viii Entonces, piensa Bourdieu, las prácticas sociales no se construyen en un vacío social, sino desde una posición que se expresa en habitus, por eso, entre los habitus y las prácticas que engendran , existe una relación de pre-adaptación: "En realidad, dado que las disposiciones (los habitus)... engendran disposiciones objetivamente compatibles con esas condiciones y, en cierto modo, preadaptadas a sus exigencias, las prácticas más improbables se encuentran excluidas sin examen alguno, a título de lo impensable, por esa especie de sumisión inmediata al orden que inclina a hacer de la necesidad virtud, es decir, a rehusar lo rehusado y que querer lo inevitable."ix Es de notar que los habitus se manifiestan empíricamente plurales: en vez de Borges en la biblioteca, se puede tener a Miguel de Cervantes, en vez de Mozart se puede tener un disco compacto de la Camerata Bariloche. Mas esa pluralidad, analizada desde otro lugar, es aparente, porque esos habitus, ocasionalmente, pueden llevar a cambiar a Borges por un libro de autoayuda, es decir, que los habitus funcionan como esquemas de percepción y evaluación que ya están estructurados. Y eso, porque la pluralidad en que se manifiestan no se relaciona sencillamente con las arbitrariedades de las "elecciones personales", sino porque guardan una relación uniformizada con otra cosa: con el lugar que esas personas ocupan en la sociedad, es decir, con su clase social. Por eso Bourdieu entiende que es necesario referirse tanto a los habitus individuales como a los habitus de clase (o grupo social), ya que la variación objetiva de los habitus resulta de similares condiciones previas de existencia. Si se analizan con detenimiento los consumos culturales de la clase alta, la media y la clase baja, se concluirá que los gustos efectivamente permiten unas "elecciones", pero que ellas se realizan sólo dentro de un horizonte definido de posibilidades (por eso, como se sugirió antes, para un entrenado lector de literatura clásica es altamente improbable el consumo de best-sellers románticos). Bourdieu pensaba que los contenidos de los hábitus, engendrados por las condiciones de existencia objetivas de las personas, no tienen una existencia aislada: si bien las percepciones y las prácticas que originan son, de hecho, propias y comunes a un grupo o clase social, también tienen características notoriamente distintivas respecto a los otros grupos o clases, y muchas veces también entre los mismos grupos y clases. Entonces, más que de habitus como disposiciones subjetivas a secas, pensaba en los habitus como sistema de disposiciones subjetivas: sistemáticamente, los habitus culturales de los grupos o clases originan representaciones y prácticas, (por ejemplo, gustos y consumos culturales) que se
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distinguen, muchas veces rechazándose entre sí. Más aún, los gustos que se expresan en los distintos consumos culturales, también originan calificaciones y clasificaciones de las personas que tienen el mismo gusto, y de aquellas otras que tienen otros gustos (y, que por lo general, pertenecen a otra clase o a otro grupo). Lo que lleva a pensar que sin un "sistema de gustos" no existirían los gustos. Escribía Bourdieu: "Para que existan los gustos, es necesario que haya bienes clasificados, de "buen" o "mal" gusto, "distinguidos" o "vulgares", clasificados al tiempo que clasificantes, jerarquizados al tiempo que jerarquizantes, así como personas que poseen principios de clasificación, gustos, que les permiten distinguir entre estos bienes aquellos que les convienen, aquellos que son "de su gusto."x Los habitus impulsan en las personas mecanismos ideativos tanto de aceptación como de evitación. Quien compró un libro de Borges (independientemente de que lo lea) sabe que ese autor representa la "alta" literatura y, en consecuencia, la literatura "vulgar", es la que escribieron otros autores "evitables" y consumen otras personas distintas a él, que, por transición, calificará como "vulgares" y "evitables". Quien de vez en cuando escucha una cantata se tranquiliza, puesto que sabe que su gusto esporádico es el gusto diario de quienes "más" saben de música, y, concomitantemente, el gusto imposible de quienes "menos" o "nada" saben de música, de quienes escuchan una música del todo "evitable": "Los principios de percepción y apreciación del habitus que están en todas las estrategias de evitación son, en gran parte, el producto de una evitación no consciente y no querida, sea que resulte automáticamente de las condiciones de existencia (...), sea que haya sido producida por una intención estratégica (como la que pretende evitar "malas compañías" y "malas lecturas"); una evitación, en todo caso, cuya responsabilidad incumbe a los adultos mismos, formados en las mismas condiciones"xi "Alta", "vulgar", "más", "menos", "nada", "evitable": quien dijo o pensó alguna de estas palabras también dijo (o por lo menos pensó) en las palabras contrarias. En torno a los gustos se disemina un lenguaje de clasificación, toda una gramática de la diferencia cultural que guarda una correspondencia más o menos ajustada con la desigualdad social. Es difícil suscribir a un supuesto carácter democrático de la cultura moderna, difícil creer en los beneficios democráticos de los museos abiertos a todos los públicos para que aprecien unas obras que no están en condiciones de comprender. Por eso, a contrapelo de este ejemplo, prototípico de aquellas posturas que estiman que la democratización de la cultura es un hecho, Bourdieu cree que es posible dentro de la investigación sociológica comenzar a observar las diferencias en los gustos y los consumos culturales para pensar la diferencia cultural como desigualdad cultural y, a partir de allí, llegar a reconstruirla científicamente como desigualdad social. 2.2 DEL HABITUS AL CAMPO Se ha escrito que el habitus en general, (con su sistematicidad y su variabilidad incluidas) es una construcción conceptual que depende, por su estrecha ligazón, de
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la posición que las personas ocupan en la sociedad. Pero esta posición, en la obra de Pierre Bourdieu, no es, sin más, la posición objetivista derivada del marxismo tradicional que, del carácter general de la lucha de clases, deducía una distribución humana en el mapa social, según se fuese miembro de la burguesía o del proletariado; no se trata de una posición social "en general". La división de la sociedad entre estructura y superestructuraxii (que tantas veces se ha graficado con una pirámide) es superada por el autor mediante la teoría de los campos sociales. Para invitar a que el lector haga lo mismo, probablemente resulte útil imaginar a la sociedad moderna, no ya como una pirámide, sino como un gran círculo en cuyo interior existe un conjunto de círculos más pequeños -pero no por eso menos importantes-. Cada uno de esos círculos constituye un campo social, y cada campo social encuentra su razón de ser en la realización de ciertas actividades que lo distinguen de los otros campos. Así, existen el campo de la producción económica, el campo religioso, el campo de la educación, el político, el artístico, y, entre tantos otros, el de la cultura, que se está analizando particularmente. Los campos son zonas de actividades sociales diferenciadas, que funcionan con cierto nivel de autonomía, pero con otro cierto nivel de dependencia (porque no debe olvidarse que todos los campos están situados dentro del mismo círculo, dentro de ese "gran" campo que es la sociedad). Las características de la vida en las sociedades modernas, hace que las personas pertenezcan a varios de estos campos, transiten por muchos de estos lugares sociales, pero -pensaba Bourdieu- todo quien pertenezca a un campo o a varios campos, pertenece ocupando una posición jerarquizada, ya sea alta, media o baja: si existe una ley que rija el funcionamiento de los campos, ésa es la ley de la gravedad: las personas no "flotan", por ejemplo, por el campo cultural (no suelen elegir indistintamente un día a Mozart y otro día a un cantante de música tropical), por el contrario ocupan un lugar que los posiciona -favorable o desfavorablemente- en relación a los otros integrantes del campo. La posición ocupada dentro de los campos sociales es lo que dará origen a los contenidos de los habitus (el efecto del funcionamiento del campo), que a su vez, originarán prácticas y representaciones acordes a esa posición, por eso, quien un día elige Mozart puede, al día siguiente, elegir a Bach: siendo este habitus excluyente de otros compositores que no sean de "música clásica". Los campos sociales han sido constituidos a través de la historia, puede analizarse diacrónicamente su constitución y su evolución (y ya se verá que es siempre una historia dinámica de luchas para mantenerlos tal como están, o para cambiarlos), mas, en cualquier momento particular en que se los analice, el corte sincrónico siempre los encontrará estructurados en posiciones, en jerarquías. Los ocupantes no determinan las características de los campos a que pertenecen, por el contrario, las posiciones ocupadas en los campos son las que determinan las características de sus ocupantes. La pertenencia a un campo, la permanencia condicionada dentro de él no constituye, en términos generales, una ocasión para que las personas reflexionen racionalmente sobre sí mismas, sobre la posición que ocupan, sobre las posiciones que ocupan los demás: quienes pertenecen a un campo, piensa Bourdieu, aceptan "natural" y mudamente, las reglas del juego de ese campo, reconociendo y dándole un valor a las actividades que se realizan dentro de él. Dos ejemplos: uno conocido por el lector: ¿por qué quien leyó sólo un cuento de Borges (que ni le gustó ni le desagradó), sigue comprando todos sus libros de todas maneras, y los deja ver en su biblioteca; otro: extremo; en "La distinción", Bourdieu narra una situación en la cual una persona entrevistada en una zona rural, que jamás
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había estado en París, ni había ido nunca al teatro, reconocía, sin embargo, que "el teatro alimenta el espíritu"xiii. Ejemplo extremo porque puede apreciarse cómo, a pesar de ocupar las últimas posiciones del campo cultural, esa persona que no conocía el teatro, reconoció el valor cultural que tiene el teatro: una práctica que no practicó, un gusto que nunca se dio, un gusto que, con frecuencia, se dieron quienes ocupan las posiciones más altas del campo. Por eso, a pesar de las características particulares de sus ocupantes, los campos funcionan, puesto que todos por i gual (aunque siempre en diferente grado) valoran la importancia de lo que está en juego en cada campo particular: y si la importancia de "lo cultural" es prácticamente indiscutida, el campo cultural tiene ya el principal insumo para su funcionamiento más automático. Una de las características de los campos sociales se relaciona con el hecho de que: "... toda la gente comprometida con un campo tiene una cantidad de intereses fundamentalmente comunes, es decir, todo aquello que está vinculado con la existencia misma del campo; de allí que surja una complicidad objetiva que subyace a todos los antagonismos."xiv "Un campo -como el campo culturalxv-se define, entre otras formas, definiendo aquello que está en juego y los intereses específicos, que son irreductibles a l o que se encuentra en juego en otros campos (...). Para que funcione un campo, es necesario que haya algo en juego y gente dispuesta a jugar, que esté dotada de los habitus que implican el conocimiento y el reconocimiento de las leyes inmanentes al juego, de lo que está en juego."xvi Ningún campo social funciona si no está claramente definido su capital específico, sino está claro qué es aquello por lo cual, en mayor o menor medida, todos sus integrantes, desde las posiciones que ocupan, se interesan, se movilizan: así como en el campo económico el interés principal reside en la acumulación de riquezas, o en el campo político, en la acumulación de poder; en el campo de la cultura existe un interés particularmente difícil de definir, tal vez, por lo redundante ya que lo propio del campo cultural es la acumulación de consumos de bienes culturales: la acumulación de capital cultural. Pero el lector atento advertirá, que dicha acumulación no es una acumulación omnicomprensiva, puesto que existen muchos bienes culturales que las personas evitan acumular, además, existen otros bienes culturales a los que directamente, otras personas le niegan la condición de "bien" cultural: bienes todos que no se consumen porque no se encuentran con un gusto que les dé cabida. Los gustos, se había señalado, más que a elecciones personales obedecen a bases y criterios sociales. Si se recuerda que, como cualquier campo, el campo cultural está formado por distintas posiciones y que esas posiciones dan lugar a los contenidos de los habitus, y que los habitus, a su vez, se manifiestan en gustos y prácticas culturales, podrá apreciarse que aquello que tiene más importancia, es decir, los gustos que producen los consumos más "dignos" e "incuestionables" (Borges, Cervantes, Mozart, Bach, y "el teatro que alimenta el espíritu") fue definido desde las posiciones más altas del campo cultural, y ésto, a pesar de que muchos de los demás integrantes del campo tengan un acceso restringido a esos bienes o no tengan acceso en absoluto: el conjunto de gustos que lleva al consumo del conjunto de bienes culturales "indiscutibles", cuya "calidad" está fuera de duda, conforman, lo que Bourdieu denominó el "gusto legítimo"xvii. Pero esa calidad es una suposición, no existe un gusto esencialmente legítimo: la supuesta calidad indiscutible de ciertos
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bienes culturales es, en rigor, una imposición de la clase dominante, que universaliza en todo el campo de la cultura lo que le es propio. Más arriba, se había advertido que, para entenderlos mejor, era conveniente pensar a los gustos dentro de un sistema de gustos, puesto que de lo contrario, éstos no existirían: porque existe un gusto por la "alta literatura", es que existe otro por la literatura "vulgar", o porque existe un gusto por la decoración sobria, es que existe el otro por la decoración "farolera"; en síntesis: el "buen gusto" por ciertos objetos, por ciertos consumos, implica por una necesidad casi lógica, el "mal gusto". Nótese, en los dos ejemplos, cuál gusto antecede a cuál, o, re-piénsese en el ejemplo del comprador no-lector de Jorge Luis Borges, qué pensaba antes de comprar el libro y qué piensa al verlo poco menos que intacto en su biblioteca: pocos gustos, pocos consumos podrían comprenderse enteramente si no se tiene como referencia primera al denominado gusto legítimo. En realidad, todo el funcionamiento del campo cultural no podría entenderse de otra manera, porque el gusto legítimo inaugura un sistema de gustos que, invariablemente, se relaciona con él: los otros gustos y los otros consumos estarán más cerca o más lejos, pero el gusto legítimo sigue estando presente como una especie de canon que atraviesa todas las posiciones del campo cultural. De modo que, la relación con el consumo que se deriva del gusto legítimo, es una relación que implica mucho más el reconocimiento de la cultura que su conocimiento: porque la gran mayoría de las personas reconoce cuáles son los gustos, cuáles los consumos más "dignos", de más "calidad", aunque conozcan poco o nada sobre ellos. En "La distinción", Bourdieu realizó un estudio estadístico en el que detectó que muy pocas personas se mostraron indiferentes ante las preguntas que sobre la música clásica les hacía un encuestador; casi con unanimidad, todas ellas (como en el caso de la persona que sin haber asistido jamás al teatro aseveraba que "alimenta el espíritu") le otorgaban calidad y belleza, pero, a medida que descendía la posición económico-social de los encuestados, la encuesta revelaba que, aún cuando le seguían asignando calidad y belleza, muchos no podían asociar el título de una obra con el nombre de su autor, o, a la inversa, a los autores de música clásica con al menos una de sus obras. Aunque podría agregarse que la mera erudición no garantiza la cabal comprensión del espíritu de una obra. En el campo cultural (y este razonamiento puede trasladarse al análisis de los otros campos sociales), el gusto legítimo, entendido como un criterio calificante para apreciar el consumo de algunos bienes culturales, está presente en la mayoría de sus miembros. Sin embargo, esta omnipresencia no se corresponde con las posibilidades que los mismos miembros tienen para acumular, mediante el consumo, los bienes culturales que sus experiencias duraderas derivadas de su posición social, les hizo considerar como legítimos. Son muy pocos quienes aprecian genuinamente las virtudes de las obras clásicas: la gran mayoría venera sonidos y nombres apenas reconocidos, mas no conocidos. La cultura está organizada en base a la asimetría y la desigualdad, pero al estar las mismas naturalizadas, las representaciones de las personas no visualizan en ella una expresión más de la desigualdad social; una expresión "más" porque la desigualdad en el plano de la cultura corre paralela, por lo general, a las desigualdades económico-sociales: al fin de cuentas, el gusto legítimo fue definido en las posiciones "más" altas del campo cultural, y quienes las integran son a su vez los que más posibilidades tienen de acceder a las "bellas artes", y esto es así porque poseen una mayor cantidad de bienes materiales que les permiten que sus gustos se encuentren con todos los
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consumos que los concreten. No obstante, aún para los "veneradores" de música clásica que menos saben porque menos consumen porque menos "tienen", esta situación de desigualdad aparece disfrazada en unos razonamientos que asocian los gustos y los consumos culturales más al "ser" que al "tener", como si la condición (social) de "ser musicalmente culto" fuese una condición del orden de lo innato, y no guardase relación alguna con la pertenencia social: "... como las disposiciones perceptivas tienden a ser ajustadas a la posición, los agentes, aún los más desventajados, tienden a percibir el mundo (cultural)xviii como evidente y a aceptarlo mucho más ampliamente de lo que podría imaginarse."xix "Por el hecho de que la apropiación (de bienes culturales)xx supone unas disposiciones y unas competencias que no están distribuidas universalmente (aunque tengan la apariencia de lo innato), las obras culturales constituyen el objeto de una apropiación exclusiva, material o simbólica, y, al funcionar como capital cultural (objetivado o incorporado), aseguran un beneficio de distinción (...) y un beneficio de legitimidad, beneficio por excelencia, que consiste en el hecho de sentirse justificado de existir (como se existe), de ser como se es necesario (ser)."xxi Para Bourdieu, existen tantas justificaciones de existir como posiciones existen en el campo cultural: en las brillantes e intrincadas páginas de "La distinción", puede leerse que las clases altas creen que sus gustos y sus consumos culturales, de por sí, están justificados, mientras que las clases medias se empeñan en justificar sus gustos y consumos reduciendo las distancias con aquellas (como en el caso del comprador no-lector de Borges), y las clases bajas, justifican sus gustos reconociendo las distancias "naturales" con las clases altas (porque la música clásica efectivamente tiene calidad y belleza pero... "no es para nosotros")xxii. El campo cultural, así como todo campo social, debe ser visto como un espacio caracterizado por una distribución desigual de los recursos culturales y, por lo tanto, por una correlación de fuerzas entre dominantes y dominados: como un campo de luchas, en el cual las personas se movilizan para conservar o transformar esa correlación de fuerzas. Una movilización se constituye, efectivamente, en el hecho de comprar un libro que no se lee, y quienes lo hacen (con más o menos conciencia) quieren distinguirse de los de abajo y pretenden igualarse a los de arriba, transformando (ilusoriamente) su condición, puesto que los de arriba, probablemente, los igualen con los de abajo. El conjunto de relaciones entre las posiciones sociales, hace que el campo cultural pueda ser definido como un entramado de diferencias, en el que, el valor que adquiere cada posición social no se define por sí misma, sino que se mide por la distancia social que la separa de otras posiciones inferiores o superiores. Bourdieu, como se dijera en la introducción de este capítulo, trató de hacer de algo tan "personal" como los gustos un objeto para la investigación de la Sociología, lo cual, visto de otra manera, significaba abordar el viejo problema de la desigualdad social pero desde un ángulo inusitado. Luego, la segunda parte, mostró el trayecto de su investigación, que se dirigió desde lo "visible" (los gustos y los consumos culturales) a lo "invisible" (los hábitus que nacen en los espacios estructurados del campo cultural), y entendiendo que sin lo invisible no puede explicarse lo visible. En la tercera parte del capítulo, se profundizará, a través de numerosos ejemplos, sobre el funcionamiento del sistema de gustos en las clases sociales, intentando poner más en evidencia, qué papel cumple allí el gusto legítimo en la producción y
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reproducción de la desigualdad cultural y social. 3. LOS CONSUMOS CULTURALES Y EL GUSTO LEGITIMO. Es sintomático -si se recuerda una de las situaciones narradas en la introducciónque las personas tomen fotografías de sí mismas con un fondo de lugares célebres durante sus viajes. Antes de continuar, se solicita al lector su indulgencia ante las seguras redundancias de la frase siguiente. Las personas se sacan fotos para poderse ver. En las fotografías no les queda otra opción que verse "quietas" (tal como les gritó el fotógrafo). La torre Eiffel, también se dejó fotografiar, así como el Arco del Triunfo. Hay, en las fotografías, una especie de sumatoria: no son las personas a secas lo que se fotografía, sino las personas más sus gustos hechos materialidad en el consumo. Registran, las fotografías, una parte importante de sí mismas que las personas quieren que se vea afuera de ellas, con la esperanza de que el entorno confirme, o, al menos, dé pistas de su interioridad más profunda a todos aquellos que con seguridad mirarán los álbumes. Las personas no se dejan fotografiar solas, sino que se dejan fotografiar acompañadas por un conjunto de objetos que simbolizan su interioridad, una interioridad que es cualquier cosa, menos "vulgar". "No nos engañemos, la cultura (...) se piensa por oposición a la vulgaridad"xxiii, pide a los lectores Pierre Bourdieu. El gusto legítimo se concreta en el consumo de unos objetos simbólicos (de la no-vulgaridad, es decir, de la distinción), consumo que otorga a las personas eso que Erving Goffman llamó "el sentido del lugar que uno ocupa" en el mundo ("sense of one´s place"), sentido que, por lo que más arriba se explicara, se construye por oposición o aproximación al "sentido del lugar que los otros ocupan" en el mundo ("sense of other´s place")xxiv. Más que a las personas, en las fotografías está fotografiado su mundo, un mundo hecho de diferencias y desigualdades, y que está simbolizado por los objetos que el gusto legítimo catalogó como propios de la no-vulgaridad, sistemáticamente ajenos y separados del gusto por los objetos "vulgares". Es evidente que las personas ponen empeño en distinguirse, en parecerse más a unas que a otras, mas esta intención consciente, no es extraña al funcionamiento automático del sistema de gustos que deriva del gusto legítimo: "Con independencia incluso de cualquier intención de distinción, de cualquier búsqueda explícita de la diferencia; y aunque las estrategias propiamente intencionales que conducen a distinguirse del grupo inmediatamente inferior -o supuesto como tal-, tratado como contraste, y a identificarse con el grupo de rango inmediatamente superior -o supuesto como tal-, reconocido así como poseedor del estilo de vida legítimo, no hagan sino asegurar una plena eficacia, gracias al aumento intencional, a los afectos automáticos e inconscientes de la dialéctica de lo especial y lo común, de lo nuevo y lo superado."xxv Dicho con otras palabras lo que llamamos "gusto legítimo" tiene poder simbólico, es decir, tiene el poder de estructurar las diferencias y las semejanzas que los otros gustos tienen para con él, sin que esta estructuración desigual sea por lo general cuestionada: "A través de la distribución de propiedades, el mundo social se presenta, objetivamente, como un sistema simbólico que está organizado según la lógica de la diferencia, de la distancia diferencial. El espacio social tiende a funcionar como un espacio simbólico, un espacio de estilos de vida y grupos de status, caracterizados por diferentes estilos de vida."xxvi "El poder simbólico (...) es un poder de
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worldmaking. Worldmaking, la construcción del mundo consiste (...) en separar y reunir, a menudo en la misma operación, en realizar una descomposición, un análisis, y una composición, una síntesis, a menudo gracias a etiquetas."xxvii En una misma operación, el gusto, como manifestación de los contenidos del habitus, separa y aúna, descompone y recompone, acepta y evita, arma y desarma relaciones sociales duraderas, deja ver o saca de la vista a las personas según el gusto que tengan. El gusto de estar en compañía de alguien, por ejemplo, muchas veces dependerá sobre todo de sus gustos. O si no, puede el lector imaginarse el dis-gusto que le provocaría la circunstancia de ingresar a una discoteca desconocida, en la que se escucha una música que habitualmente no escucha, y que está lleno de "gente nada que ver": "Las afinidades inmediatas que orientan los encuentros sociales, desalentando las relaciones socialmente discordantes y alentando las relaciones armónicas, sin que estas operaciones tengan nunca que formularse de otra manera que no sea la del lenguaje socialmente inocente de la simpatía o de la antipatía. (...). Aquellos a quienes encontramos de nuestro gusto ponen en sus prácticas un gusto que no es diferente del que nosotros empleamos en la percepción de sus prácticas. Dos personas no pueden darse mejor prueba de la afinidad de sus gustos que el gusto que tienen la una por la otra."xxviii Bourdieu pensaba que los etiquetamientos que se desprenden de los consumos culturales (esos que hacen que las personas piensen acerca de otras que "huele a pequeño-burgués", "me parece que es mersa", "sabe de música clásica lo que yo puedo saber de música melódica"), las fijan, las en-clasan simbólicamente en el espacio social; pero -recuérdese- dentro de un espacio en el cual ya estaban económicamemte enclasadas. Nada más delator del enclasamiento simbólico y económico que el gusto legítimo por las obras de arte: "De todos los objetos que se ofrecen a la elección de los consumidores, no existen ningunos más enclasantes que las obras de arte legítimas que, globalmente distintivas, permiten la producción de distingos al infinito, gracias al juego de las divisiones y subdivisiones en géneros, épocas, maneras, autores, etc."xxix "(Por eso,)xxx el corte sincrónico (del campo cultural)xxxi expresa un estado de la relación de fuerzas entre las clases o, con mayor precisión, de la lucha por la apropiación de los bienes escasos y por el poder (...) sobre la distribución o la redistribución de los beneficios."xxxii En realidad, los beneficios simbólicos del gusto l egítimo, son para pocos, situación que Bourdieu homologa con lo que ocurre en el campo económico, en el cual, la mayoría de sus integrantes tienen representaciones de progreso y ascenso social, a pesar de que pocos pueden hacerlo. Un bien simbólico brinda más beneficio y distinción a su poseedor, cuanto más raro sea; y es sabido que en el mundo del arte, lo más raro es, sin más, lo más caro; porque si con el transcurso del tiempo, ese bien se vuelve barato, el beneficio y la distinción no estarán ya aseguradas: "Por el hecho de que el poder distintivo de las posesiones y de los consumos culturales, de la obra de arte, (...) tiende a disminuir cuando aumenta el número absoluto de quienes están en condiciones de apropiárselos, los beneficios de
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distinción estarían destinados a deteriorarse si el campo de producción de bienes culturales, regidos por la dialéctica de la pretensión y de la distinción, no ofreciera continuamente nuevos bienes o nuevas maneras de apropiarse de los mismos bienes."xxxiii El campo cultural, se había aclarado, es un campo que está cruzado por luchas, luchas entre dominantes y dominados para asirse de algunos beneficios distintivos en torno a bienes que simbolicen algo más o menos parecido, porque debe recordarse que el campo funciona sobre la base de una complicidad objetiva que lleva a que sus integrantes no discutan a fondo la legitimidad del gusto legítimo. Pero, si esos bienes son escasos (en el doble sentido de que sus precios son prohibitivos, y de que escasamente pueden de-gustarse, es decir, entenderse) el objetivo de la lucha será la creación de otros emblemas del gusto legítimo que permiten una de-gustación legítima, pero de "segundo grado". En la lucha, se crearán las condiciones para beneficiarse simbólicamente más allá de las restricciones económicas: a falta de emblemas de clase auténticos, bienvenidos serán los emblemas de clase sustitutos: las reproducciones en vez del original, las ediciones condensadas del Quijote en vez de la íntegra, la música clásica incluida en la banda de sonido de las películas en vez de las versiones originales completas. Nótese como al final de la lucha, la pretendida "solución" al retaceo de los beneficios simbólicos del gusto legítimo, no deja, de todas maneras de referenciarse obstinadamente en él: "Las luchas por la apropiación de los bienes económicos o culturales son inseparablemente luchas simbólicas por la apropiación de esos signos distintivos que son los bienes o las prácticas enclasadas u enclasantes, o por la conservación o la subversión de los prinicipios del enclasamiento de esas propiedades distintivas. En consecuencia, el espacio de los estilos de vida, esto es, el universo de propiedades por las que se diferencian (...) los ocupantes de las diferentes posiciones del espacio social, no es otra cosa que el balance, en un momento dado, de las luchas simbólicas que tienen como apuesta la imposición del estilo de vida legítimo y que encuentra una realización ejemplar en las luchas por el monopolio de los emblemas de la "clase", bienes de lujo, bienes de cultura legítima o modo de apropiación legítima de esos bienes."xxxiv A modo de síntesis eslabonada, es importante recordar, a esta altura, algunas meditaciones que se han ido presentando de Pierre Bourdieu: a) los gustos son un conjunto de elecciones condicionadas que llevan a ciertas prácticas y consumos culturales; b) los gustos se originan en las disposiciones culturales; c) las disposiciones culturales permiten a las personas gustar de ciertos objetos y no gustar de otros; d) las disposiciones culturales se derivan de la posición social que las personas ocupan en el campo cultural; e) los gustos existen dentro de un sistema de gustos; f) el sistema de gustos funciona porque existe el gusto legítimo, el cual, aparece como una especie de norma con respecto a la que se miden por proximidad o lejanía los otros gustos; g) el gusto legítimo tiene poder simbólico; h) el poder simbólico se relaciona con la capacidad que tienen las posiciones más altas del campo cultural (las elites) de definir como "indiscutible" su gusto para todo el campo; l) los beneficios simbólicos del gusto legítimo son para pocos; ll) en la lucha del campo cultural, ante la escasez de beneficios simbólicos, las personas crean en torno a otros consumos parecidos, beneficios simbólicos sustitutivos; m) poco de lo
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escrito hasta aquí podría entenderse si no se piensa en la violencia simbólica que el gusto legítimo de las clases dominantes ejerce sobre las otras posiciones sociales. 3.1. LA ILUSION DE UN GUSTO INSCRIPTO EN LOS GENES (LOS GUSTOS DE LAS CLASES ALTAS). El campo cultural está estructurado en posiciones que jerarquizan a sus ocupantes desde lo más alto a lo más bajo. No obstante, para un análisis completo de las posiciones, tendrían que ponerse de relieve las posiciones que existen dentro de cada posición social del campo cultural. Todos los lectores, con seguridad, sabrán que quiere decir, grosso modo, la expresión "nuevo rico": un advenedizo, un recién llegado a las clases altas. Pierre Bourdieu en su estudio sobre el gusto aplicado a los grupos sociales franceses, sacó más consecuencias sociológicas de esa expresión: si bien los nuevos ricos tendrían un capital económico similar a los ricos de siempre, éstos últimos tendrían supuestamente más capital cultural acumulado y, en consecuencia, una relación menos precaria con los objetos culturales simbólicamente relevantes, una relación que se deriva de sus gustos de toda la vida; aún cuando hayan perdido parte de su capital económico, los seguiría favoreciendo su capital cultural. Por eso y entre otras cuestiones, las formas de poner la mesa los distingue tan fácilmente: una infernal cantidad de cubiertos para las diferentes comidas, distintos tipos de copas para cada bebida. Las prácticas de deportes como la equitación o, en el caso argentino, el polo permiten distinguir a los que han pertenecido a la clase "desde siempre" de los recién llegados. Es sabido, y el trabajo de Bourdieu lo refuerza, que las clases altas tienden a pensar que su gusto por ciertas manifestaciones del arte es el resultado de que éste se encuentra inscripto en sus genes: calificación común y evidente que, sin embargo, no alcanza a ver -escribía Bourdieu- que quienes con más éxito pueden acceder a las bellas artes, son estadísticamente casi siempre, los que más "tienen". Y al no visualizar el "tener", queda para la vista, evidenciada, la "calidad" a secas de esas personas: "Lo que está en juego es, por supuesto, la "personalidad", es decir, la calidad de la persona, que se afirma en la capacidad para apropiarse un objeto de calidad. Los objetos dotados del más alto poder distintivo son los que mejor testimonian la calidad de la apropiación, y por consiguiente, la calidad del propietario, porque su apropiación exige tiempo o capacidades que, al suponer una gran inversión de tiempo -como la cultura pictórica o musical-, no pueden adquirirse con prisas o por medio de otros, y que aparecen, pues, como los más seguros testimonios de la calidad intrínseca de la persona. Con ello se explica el lugar que la búsqueda de la distinción concede a todas las prácticas que, como el consumo artístico, exigen un gasto puro para nada, y de la cosa sin duda más preciosa y más escasa -sobre todo en quienes, aunque tienen el mayor tiempo en el mercado, tienen menos de aquella para despilfarrarla-, es decir, de tiempo, tiempo dedicado al consumo o tiempo dedicado a la adquisición de la cultura que supone el consumo adecuado."xxxv Si se piensa en la clase alta argentina podrá apreciarse cómo las funciones de gala en el teatro Colón constituyen, además de un momento de goce estético, el lugar indicado para dar testimonio de quién se es y de cuánto se tiene habida cuenta del despliegue de vestuario, joyas y perfumes que se dan en esos eventos.
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La posibilidad de gastar dinero, muchísimo dinero, en objetos y prácticas culturales que concreten los gustos de las clases altas puede hacer aparecer sus gastos como improductivos, económicamente considerados. Piénsese cómo, durante los primeros treinta años del siglo pasado, las elites argentinas compraban cuanto objeto de arte se ponía a su alcance en Europa para luego exhibirlos en sus "casas - museo". Pero esos "gastos puros para nada", según la ingeniosa prosa de Bourdieu, son, culturalmente considerados, los más definitorios de lo que esas personas son y de lo que las otras personas no son: "De todas las técnicas de conversión que tienen como fin formar y acumular capital simbólico, la adquisición de obras de arte, testimonio objetivo del "gusto personal", es la que mejor se aproxima a la forma más irreprochable y más inimitable de acumulación, es decir, a la incorporación de los signos distintivos y de los símbolos de poder bajo la forma de "distinción" natural, de "autoridad" personal o de "cultura". La apropiación exclusiva de obras sin precio tiene cierta analogía con la destrucción ostentosa de las riquezas: la irreprochable exhibición de riqueza que permite, constituye, inseparablemente, un desafío lanzado a todos aquellos que son incapaces de disociar su ser de su tener, de acceder al desinterés, afirmación suprema de la excelencia de la persona."xxxvi Pero los beneficios simbólicos del gusto legítimo no son escasos solamente si se considera a los integrantes de las clases medias y populares, son escasos también dentro de las posiciones más altas del campo cultural. Por eso, también sus integrantes entablan una lucha, y se movilizan para alterar de la manera que sea la desigual distribución de la distinción, el monopolio del gusto legítimo que tienen quienes, además de tener dinero como ellos, hace tiempo que están en esa posición y, por lo tanto, tienen una relación simbiótica con los objetos culturales más dignos e incuestionables. Entonces, a falta de emblemas de clase originales, los l ectores ya saben: emblemas de clase sustitutivos. Si existe algo que le falte a la historia del arte del siglo XX, pensaba Bourdieu, es contar el surgimiento del arte kitschxxxvii en la clave de su simbolismo sustitutivo. Las clases ricas más jóvenes, sin un pasado de riquezas ni frecuentación precoz con la "gran" cultura, han querido afirmar su nuevo poder, a través de un arte que: "... en propiedad les pertenece, (y que les permita)xxxviii de constituir como obras de arte unos objetos insignificantes o, lo que es peor, tratados ya como obra de arte pero según otro modo, como el kitsch: en este caso, es la manera de consumir la que crea como tal el objeto del consumo, y la delectación de segundo grado transforma los bienes "vulgares" abandonados al consumo común -westerns, comics, graffitis- en obras culturales distinguidas y distintivas."xxxix En dos palabras, para Bourdieu, el gusto de las clases altas se traduce en un aristocraticismo esteticista, y pensaba que estaba muy bien representado por el público de los museos de arte, el lugar, en varios sentidos, más distanciado de la vida cotidiana de la gran mayoría de las personas: primero, porque hubo que disponer de mucho tiempo para aprender lo que en esos momentos se ve, segundo, porque hubo que disponer de mucho dinero para aprender a ver eso, y, tercero, porque, realmente, hay que tener tiempo para ir a los museos. La relación de las clases altas con la alta cultura, su gusto por ella, implica cualquier cosa menos
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voluntad y falta de tiempo. 3.2. EL GUSTO COMO SIGNO DE BUENA VOLUNTAD CULTURAL Y MALA CONCIENCIA (LOS GUSTOS DE LAS CLASES MEDIAS). Los gustos de las clases medias (es decir, de las posiciones medias del campo cultural) llevan al consumo de unos objetos y, en general, a unas prácticas culturales que están destinadas a los grandes públicos: sus gustos se concretan en producciones que distan de ser tan selectas y restrictivas como las de las clases altas; sus gustos son organizados por una industria cultural que produce, a gran escala, un conjunto de bienes culturales para mercados diversos: editorial, cinematográfico, televisivo, teatral, de indumentarias, etc. De todas las posiciones sociales que conforman el campo cultural, pensaba Pierre Bourdieu, las clases medias son las más conscientes de su posición. Justamente, es su posición "media" la que les otorga una extraña certidumbre: la certidumbre de que "no son ni una cosa ni la otra", una conciencia infeliz, puesto que las características de sus gustos y sus consumos delatan la intención de separarse simbólicamente de las clases populares y la pretensión de parecerse lo más posible a las clases altas. De todo el campo cultural, las clases medias son las que más se preocupan por el "parecer", aún cuando para parecerse (a las clases altas) no cuenten con los recursos económicos necesarios para concretar sus gustos, y por eso, sean también, las más proclives "a vivir por encima de los medios"xl: "Su preocupación por el parecer, que puede ser vivida según el modo de la conciencia infeliz, disfrazada a veces de arrogancia, se encuentra también en la base de su pretensión, disposición permanente para esa especie de bluff o de usurpación de identidad social que consiste en adelantar el ser mediante el parecer, en apropiarse de las apariencias para tener la realidad, de lo nominal para tener lo real, en tratar de modificar las posiciones de enclasamientos objetivos modificando la representación de los puestos en el enclasamiento o de los principios del enclasamiento."xli Pero la conciencia de sus imposibilidades (porque en definitiva, sólo pueden parecerse mediante algunos consumos a las clases altas), no las lleva a una interrogación crítica del gusto legítimo o de la distribución desigual de beneficios simbólicos que impone: como se escribiera más arriba, a veces, en los campos sociales, la conciencia de la posición, lejos de llevar a cuestionamientos, refuerza el funcionamiento automático del campo, dándole más valor aún a las imposiciones de las posiciones más altas. Para el caso de las clases medias: el gusto legítimo es, sencillamente incuestionable y, por eso, su relación con la "alta" cultura es muchas veces tortuosa: porque en sus intentos de distinguirse de las clases populares, descubren, muy a su pesar, jamás pueden aunarse con la cultura de las clases altas. Culturalmente considerados, los miembros de las clases medias tienen los gustos típicos de unos pretendientes pretenciosos; son quienes más han asimilado los requerimientos del gusto legítimo, ellos adquirieron las Obras Completas de Borges, aunque la compra haya significado un gasto probablemente excesivo y las Obras aguarden, intactas en sus bibliotecas algún lector, o las colecciones de compactos de música clásica que acompañan las ediciones de algunas revistas dominicales de actualidad (los gastos, de todas maneras, correspondieron a unas compras correctas, hípercorrectas: y tal vez por eso, la conciencia de este homenaje a la
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"alta" cultura tranquilice a los compradores): "Estrategias parecidas -que pueden ser perfectamente inconscientes y por consiguiente tanto más eficaces- constituyen la más imparable respuesta a las estrategias de hípercorrección de los pretendientes pretenciosos que, destinados a hacer siempre demasiado o no lo bastante, se remiten a una ansiosa interrogación sobre la regla y sobre la manera legítima de ajustarse a la misma y que, paralizados por este reflexivo retorno que es la antítesis misma de la soltura, no saben ya a qué atenerse."xlii En las ejemplificaciones de la encuesta de "La distinción", los sectores medios franceses son quienes más veneración profesan por la música clásica, aún cuando aquí, la encuesta comience a revelar que, si bien el gusto por la música clásica es incuestionable, esos mismos encuestados (más allá de recordar el "Bolero" de Ravel, o los "Valses vieneses") no podían asociar los títulos de obras con sus autores, o autores con al menos alguna de sus obras. Origen de la conciencia cultural infeliz: la enorme distancia entre el reconocimiento más pleno de la cultura propia del gusto legítimo y el conocimiento efectivo de ella, lleva a las clases medias, no obstante, a tener una "buena voluntad cultural"xliii, para tratar de familiarizarse con objetos y consumos legítimos aunque su delectación sea de "tercer" o "cuarto" grado: "Toda la relación de (las clases medias)xliv con la cultura puede deducirse, de alguna manera, de la distancia, muy marcada, entre el conocimiento y el reconocimiento, principio de una buena voluntad cultural que toma formas diferentes según el grado de familiaridad con la cultura legítima, es decir, según el origen social y el modo de adquisición de la cultura que le es correlativo: (las clases medias)xlv invierten su buena voluntad desarmada en las formas menores de las prácticas y de los bienes culturales legítimos (...) de la misma manera que despliega unas cantidades prodigiosas de energía y de ingenio para vivir, como vulgarmente se dice, "por encima de sus posibilidades:"xlvi Adelantar al ser mediante la apariencia, parecería ser la estrategia consciente de las clases medias en el plano de la cultura. Y, nuevamente, en la situación de escasez de beneficios simbólicos impuesta por el gusto devenido legítimo de las clases altas, al faltar emblemas originales, se utilizarán emblemas sustitutivos: nótese, otra vez, cómo la dinámica del campo cultural es originada en torno a un recurso escaso. Con ironía, Bourdieu pensaba que las clases medias gustan de las "obras menores de las artes mayores" (por ejemplo, una obra como Hamlet hecha película y protagonizada por Mel Gibson, o una sinfonía de Mahler "resumida" en la banda de sonido de una película) y de las "obras mayores de las artes menores".xlvii, (para el caso argentino: tangos con orquestación sinfónica, o la "Misa Crioll a" montada poco menos que como una ópera): "La cultura media debe una parte de su encanto, ante los ojos de las clases medias que son sus privilegiados destinatarios, a las referencias a la cultura legítima que encierra y que inclinan y autorizan a confundirla con ella: presentaciones accesibles a todos de todas las investigaciones de la vanguardia, u obras accesibles a todos que se hacen pasar por investigaciones de vanguardia, "adaptaciones" al cine de l os clásicos del teatro o de la literatura, "arreglos populares" de música culta o "orquestaciones" de aspecto culto de aires populares, (...), en resumen: todo lo que hacen los semanarios o los espectáculos de variedades denominados "de calidad",
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enteramente organizados para ofrecer a todos la sensación de estar a la altura de los consumos legítimos, reuniendo las propiedades ordinariamente exclusivas, la inmediata accesibilidad del producto ofrecido y los signos externos de la legitimidad cultural."xlviii También, el gusto por la práctica de la fotografía, pensaba Bourdieu, es muy típica de las clases medias. La composición de las mismas delata el empeño puesto para lograr la distinción: no cualquier ocasión es buena para fotografiarse. Las fotografías son, por lo general, extra-cotidianas: se toman en ocasiones especiales, como las fiestas familiares, en las que se arreglan las casas, se visten otras ropas más sofisticadas que las de todos los días. Pero las vacaciones familiares o los viajes, constituyen la gran ocasión para fotografiarse: alejados del tráfago cotidiano (algo que puede hacerse si se dispone de los medios materiales necesarios), las familias quedan congeladas en unas fotos que funcionarían como testimonios objetivos de una situación material que, si bien no es la misma que las de las clases altas, mucho menos es la de las clases populares. En su conjunto, concluía Bourdieu, los gustos de las clases medias, delinean una estética de la pretensión. Si bien esto puede afirmarse en general, existen ciertos grupos dentro de las clases medias, en países como el nuestro por ejemplo, que han desempeñado un papel diferente constituyéndose como vanguardias de los desarrollos artísticos y dando a luz camadas de intelectuales capaces de cuestionar el "gusto legítimo". 3.3. EL GUSTO DE LIMITES ESTRECHOS O LA CONCIENCIA DE LA NOCORRESPONDENCIA (LOS GUSTOS DE LOS SECTORES POPULARES). Pocos objetos colgando en la pared, pocos muebles, pocas obras de teatro, pocos libros, poca carrera escolar, casi nunca Borges: el gusto de los sectores populares no puede concretarse en objetos cuya de-gustación lleve mucho tiempo (y cueste dinero), se trata de un gusto al que Bourdieu denomina pragmático. Tanto cuando se analizaron, dentro del campo cultural, las posiciones intermedias de las clases altas como cuando se analizaron todas las posiciones de las clases medias, pudo verse que, si bien todas esas posiciones reconocían en qué clases de consumos se plasmaba el gusto establecido como legítimo, al mismo tiempo, al constatar que los beneficios simbólicos más auténticamente distintivos de ese gusto estaban destinados a unos pocos, entablaban una lucha, entendida como una movilización para crear otros bienes simbólicos que tengan eficacia distintiva (esos bienes simbólicos que denominados "emblemas de clase sustitutivos"). La actividad y la movilización, derivadas de la insatisfacción de no poder acumular "naturalmente" los bienes simbólicos más relevantes caracterizaba, en gran medida, la dinámica de las posiciones altas y medias del campo cultural. Pero cuando Pierre Bourdieu analizó el gusto de las clases populares, o la relación del gusto de las clases populares en Francia con el gusto legítimo, no visualizó ninguna clase de actividad, sino por el contrario, la intervención de los sectores populares dentro de la dinámica del campo era una intervención, en gran medida, pasiva: "Las clases dominadas sólo intervienen a título de punto de referencia pasivo, de contraste, en las luchas simbólicas por la apropiación de las propiedades distintivas que confieren su fisonomía a los estilos de vida, y sobre todo, en las luchas por la
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definición de las propiedades que merecen ser apropiadas y del modo de apropiación legítima."xlix Si las posiciones intermedias de las posiciones altas pueden oponer el gusto por el arte kitsch al gusto por el "gran" arte tradicional, y las clases medias pueden oponer el gusto por las adaptaciones cinematográficas de Dostoievski al gusto por las lecturas de Dostoievski, las clases populares no opondrían estrategia de distinción alguna ante la escasez de los objetos simbólicamente relevantes del gusto legítimo: "La necesidad impone un gusto de necesidad que implica una forma de adaptación a la necesidad y, con ello, de aceptación de lo necesario, de resignación a lo inevitable."l "Aunque pueda parecer que se deducen directamente de las concidiones objetivas, puesto que aseguran una economía de dinero, de tiempo y de esfuerzos en cualquier caso poco rentables, las prácticas populares tienen como principio la elección de lo necesario ("esto no es para nosotros"), en el sentido, al mismo tiempo, de lo que es técnicamente necesario, "práctico" (o, en otro lenguaje, funcional), es decir, necesario para ser "como hay que ser, sin más", y de lo que viene impuesto por una necesidad económica y social que condena a la gente "sencilla" y "modesta" a unos gustos "sencillos" y "modestos".li Limitados por las carencias materiales y por la imperiosa necesidad de resolver la cotidianeidad familiar del mañana inmediato, los sectores populares tienen otra relación con el tiempo, un tiempo que, de ninguna manera, puede "perderse" en las delectaciones propias de quienes asisten a museos o galerías, mucho menos perderlo en toda la preparación previa, que ha llevado años y ha significado muchos gastos, para permitir que finalmente se guste del museo como se debe. Con frecuencia, confinados espacialmente (recuérdese aquel entrevistado que vivía en el campo, y que nunca había estado en París, ni nunca había ido al teatro), tampoco pueden hacer lugar a consumos de tipo teatral o cinematográfico. Sus experiencias de lo posible quedan cerca: el trabajo, la escuela de los hijos, la televisión, el futbol, algún lugar de diversión, algún local bailable. Es la conciencia de todas estas limitaciones (pero, recuérdese, otra vez, una conciencia que no impide al campo cultural funcionar automáticamente) lo que les hizo pensar, antes de emprender estrategia de distinción alguna que "ésto no es para nosotros", como escribió Bourdieu. De todas maneras, piensa, mantienen un lazo con la cultura legítima: el lazo que, "democráticamente" les tiende el universal sistema escolar. Situación paradojal, en definitiva, porque los contenidos de la misma escolarización, que, en realidad es una "carrera" escolar, les confirman con crudeza su posición, ("¿cuánto tiempo lleva una carrera?"), y tal vez, por eso, la deserción de la carrera escolar también puede ser entendida en la clave del "esto no es para nosotros", razonamiento que puede ir acompañado de sensaciones de fracaso y sentimientos de indignidad cultural: "La más implacable llamada al orden, que bastaría sin duda para explicar el extraordinario realismo de las clases populares, está constituido indudablemente por el efecto de enclaustramiento que ejerce la homogeneidad del universo social directamente experimentado: no hay otro lenguaje posible, no existe otro estilo de vida (...). El universo de lo posible es cerrado. Las expectativas de los otros constituyen otros tantos refuerzos de las disposiciones impuestas por las condiciones objetivas."lii "Sería fácil enumerar las características del estilo de vida de
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las clases dominadas que encierran, a través del sentimiento de incompetencia, de fracaso o de indignidad cultural, una forma de reconocimiento de los valores dominantes."liii La grave denuncia de la desigualdad social y cultural que presenta Bourdieu (construida, con rigor, desde el conocimiento sociológico) no debe pasar inadvertida a sus lectores: "esto no es para nosotros" no expresa el rechazo de los sectores populares a toda clase de cultura legítima, expresa el reconocimiento naturalizado (socialmente construido por la cultura dominante) de que, a ellos, la cultura no les corresponde, porque la cultura, está hecha para los otros. La conclusión de Bourdieu, indudablemente, tiene potencia. No obstante, debería advertirse que, al estar tan alejados de las posiciones dominantes del campo cultural, los sectores populares están en condiciones tanto para colaborar en la reproducción del campo como para impugnar el "gusto legítimo" y gran parte de sus consumos. Una situación muy visible en las sociedades latinoamericanas (que el autor no estudió). 4. HOMOLOGIAS SOCIO-LOGICAS. FINAL. Sobre el final de este laberíntico recorrido, sería conveniente que los lectores volviesen al principio para leerlo de nuevo. Se ha escrito sobre muchos conceptos de Pierre Bourdieu, se han buscado cómo, entre ellos, se relacionan; y también muchos ejemplos se han presentado, la mayoría de ellos reconocibles, por formar parte de la vida cotidiana de los lectores y de los autores. Brevemente, se recordará que el título de este capítulo es "El gusto es un delator", y su objetivo: reflexionar, desde la perspe ctiva de Bourdieu sobre los gustos, algo que, por lo general, se presenta como de estricta incumbencia personal, apariencia que ratifica el famoso refrán popular que dice que "sobre gustos, no hay nada escrito". Pero si se busca en el refranero, a este refrán podemos oponerle otro igualmente popular, que dice: "Si mi gusto gustara de tu gusto, entonces tu gusto no gustaría de mi gusto". Sería un punto de llegada importante que, a partir de ahora, puedan pensarse los gustos al interior de un "sistema de gustos", cuyo organizador no tiene cara, es anónimo, porque está organizado por la sociedad, y sobre todo desde algunas partes de la sociedad: detrás de eso tan subjetivo existe algo objetivo que le da su razón de ser. Pero: ¿por qué el gusto es un delator?; ¿qué cosas delata el gusto?. Los gustos, o mejor dicho, las diferencias en los gustos, delatan las desigualdades sociales, porque las desigualdades en el plano de la cultura, no hacen, sino correr parejas a las desigualdades materiales. Y ésto, por más visiones democratizantes de la sociedad que puedan leerse o escucharse. Socio-lógicamente, Bourdieu, llegó a demostrar que las desigualdades materiales producen un efecto de homología en las desigualdades culturales, y que la desigualdad material homologizada en la desigualdad cultural, refuerza la desigualdad material. "Los gustos son gustos", es cierto... pero la diferencia no es desigualdad.
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NOTAS i "La diferenciación no produciría necesariamente desigualdad; sin embargo, a lo largo de la historia abundan ejemplos sobre cómo se han construido desigualdades sociales obre la diferenciación. La diferenciación se convierte en desigualdad cuando, por sobre las diferencias, las posiciones son organizadas jerárquicamente, de manera tal que condicionan en forma duradera la vida de los individuos porque implican una distribución desigual de oportunidades y beneficios". LIFSZYC, Sara, Diferenciación y estratificación social, en LIFSZYC, Sara (comp.), Sociología, Unidad 2: Los hechos sociales, Gran Aldea, Buenos Aires, 2001. ii BOURDIEU, Pierre, Transmitir un oficio, en Respuestas por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995, p.163. iii Criterios y bases sociales del gusto, tal el subtítulo del libro de Pierre Bourdieu La distinción, Barcelona, Taurus, 1988. Se trata de una obra monumental sobre el sistema de gustos y consumos culturales según la estratificación social de la sociedad francesa. Obra de gran audacia metodológica por su eclecticismo, Bourdieu diseñó encuestas, realizó entrevistas, consultó diarios de noticias, revistas de actualidad, revistas de moda, revistas de cocina, revistas de turismo, revistas políticas de izquierdas y de derechas, se fijó a qué teatros acudían los que tenían más y a cuáles los que tenían menos, armó un ranking de películas preferidas por los franceses, investigó la composición de miles de fotografías, etc. Todo ello para dar sustento empírico a su teoría de los gustos y el campo cultural. La distinción es una obra de no fácil lectura, pero altamente recomendable. En adelante, la obra será citada como LD. iv "En forma casi "natural" vamos asimilando e incorporando ese legado histórico que nos guía y nos orienta, al mismo tiempo que recreamos las condiciones sociohistóricas (y también, hasta cierto punto, las alteramos) con nuestras acciones. Este movimiento continuo y envolvente de acontecimientos y acciones, de normas y modos de comportamiento no es casual; está en consonancia con el contexto social al que pertenecemos." LIFSZYC, Sara La imaginación sociológica de C. Wright Mills, en LIFSZYC, Sara (comp.), Sociología, Unidad 1: Vida cotidiana, Gran Aldea Editores, Buenos Aires, 2001. v BOURDIEU, Pierre El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1991, p.95. En adelante, esta obra se citará como SP. vi BOURDIEU, Pierre, SP, p 92. vii BOURDIEU, Pierre, Espacio social y poder simbólico en Cosas Dichas, Barcelona, Gedisa, 1995, p.134. En adelante, esta obra se citará como CD. viii BOURDIEU, Pierre, SP, p. 95. ix BOURDIEU, Pierre, SP, p. 94. x BOURDIEU, Pierre, La metamorfosis de los gustos en Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1994, p. 181. En adelante, esta obra se citará como SC:
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xi BOURDIEU, Pierre, SP, p. 140. xii "De dichas relaciones materiales depende la producción de significaciones, las representaciones que los individuos construyen acerca de la sociedad", en alusión a la niveles estructural y superestructural de las formaciones económico-sociales. IACOBELLIS, Marisa y Pozzi, Graciela, Las relaciones sociales en LIFSZYC, Sara (comp.), Sociología, Unidad 2: Los hechos sociales, Gran Aldea Editores, Buenos Aires, 2001. xiii BOURDIEU, Pierre, LD, p. 322. xiv BOURDIEU, Pierre, Algunas propiedadesde los campos, en SC, p. 137. xv "científico" en el original. Los autores lo hemos cambiado por "cultural" a los fines de la claridad expositiva. BOURDIEU, Pierre, Algunas propiedades de los campos, en SC, p. 135. xvi BOURDIEU, Pierre, Algunas propiedades de los campos, en SC., p. 136. xvii BOURDIEU, Pierre, LD, p. 14. xviii La aclaración "cultural" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xix BOURDIEU, Pierre, SC, p. 134. xx La aclaración "bienes culturales" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xxi BOURDIEU, Pierre, LD, p. 226. xxii BOURDIEU, Pierre, LD, p. 386. xxiii BOURDIEU, Pierre, LD, p. 330. xxiv BOURDIEU, Pierre, Espacio social y poder simbólico" en CD, p. 134. ERVING GOFFMAN (1922-1982) fue un brillante sociólogo de la escuela norteamericana interaccionista, que escribió sobre cómo las personas se presentan en los distintos contextos de interacción en la vida cotidiana, profundizando sobre todo en la ritualización de los encuentros sociales, encuentros que pueden alentar o desalentar encuentros próximos en relación a lo que las personas muestren de sí. Se trata de un autor sumamente original, de lectura muy recomendable y, por momentos, amena. Sus principales obras fueron "Estigma" (1963) y "La presentación de la persona en la vida cotidiana" (1959). En "La distinción" y en muchas otros de sus escritos, Bourdieu, si bien, con muchos recaudos, lo ha tenido sumamente en cuenta. xxv BOURDIEU, Pierre, LD, p. 243-244. xxvi BOURDIEU, Pierre, Espacio social y poder simbólico, en CD, p. 136. xxvii BOURDIEU, Pierre, Espacio social y poder simbólico, en CD., p. 140.
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xxviii BOURDIEU, Pierre, LD., P. 240 xxix BOURDIEU, Pierre, LD., p., 14. xxx La aclaración "por eso" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xxxi La aclaración "del campo cultural" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xxxii BOURDIEU, Pierre, LD., p. 242. xxxiii BOURDIEU, Pierre, LD., p. 227. xxxiv BOURDIEU, Pierre, LD., p. 247. xxxv BOURDIEU, Pierre, LD., p. 280-281. xxxvi BOURDIEU, Pierre, LD., p. 281. xxxvii "Kitsch": corriente artística de finales de los años 60 y principios de los 70, que, adrede, transgredía las reglas comunes de "lo bello" y del "buen gusto". Todos los objetos kitsch tienen como común denominador la extravagancia creativa que, para muchos, lo ubica "afuera del arte" y, para otros, no, puesto que la extravagancia es propia del arte. xxxviii xxxviii La aclaración "y que les permita" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xxxix BOURDIEU, Pierre, LD., p. 282. xl BOURDIEU, Pierre, LD., p. 348. xli BOURDIEU, Pierre, LD., p. 250. xlii BOURDIEU, Pierre, LD., p. 252. xliii BOURDIEU, Pierre, LD. P. 323. xliv La aclaración "las clases medias" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xlv La aclaración "las clases medias" es de los autores, y fue hecha a los fines de la claridad expositiva. xlvi BOURDIEU, Pierre, LD., p. 323. xlvii BOURDIEU, Pierre, LD, p. 14-16, 62-65. xlviii BOURDIEU, Pierre, LD., p. 327. xlix BOURDIEU, Pierre, LD., p. 248.
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l BOURDIEU, Pierre, LD., p. 379. li BOURDIEU, Pierre, LD., p. 386. lii BOURDIEU, Pierre, LD., p. 388. liii BOURDIEU, Pierre, LD., p. 393.
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