EL GRAN LIBRO DE LA CASA SANA
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EL GRAN LIBRO DE LA CASA SANA Es una de las obras más exhaustivas y didácticas en el campo de la salud y el hábitat. Profundiza en las investigaciones geobiológicas descubriendo las causas y los efectos de las radiaciones terrestres, la contaminación electromagnética, la calidad del aire o la contaminación sonora, con capítulos que nos enseñan a detectar las perturbaciones del hogar mediante aparatos electrónicos o desarrollando la propia sensibilidad personal; hay un capítulo especial dedicado a la Bioconstrucción y a la elección de los materiales más saludables y ecológicos. Ver Índice Introducción La alimentación El ejercicio Psiquismo Los peligros del entorno El aire que respìramos Fuentes de contaminación atmosférica El ruido ambiental Radiaciones, magnetismo y alteraciones electroatmosfé electro atmosféricas ricas Contami Contaminación nación eléctrica y elctromagnética Sensibilidad a las radiaciones Los riesgos de nuestra propia casa Conciencia de salud global
Introducción Las causas de nuestras enfermedades suelen estar, por lo general, relacionadas con nuestro entorno, tanto físico como psíquico. De hecho, desde el comienzo de los tiempos, los hombres aprendieron que a su alrededor existían energías positivas y energías negativas de carácter natural que les afectaban. Hoy día, además, el número de esas energías negativas se ha multiplicado, debido al desarrollo tecnológico, hasta el punto de que vivimos inmersos en un mundo de "peligros" -algunos de ellos casi imperceptibles- cuyas consecuencias pueden ser devastadoras para nuestra salud. Conocerlos y saber contrarrestar a tiempo sus efectos podría marcar la diferencia entre la salud y la enfermedad, incluso entre la vida y la muerte. Hasta hace poco tiempo, ese conocimiento estaba reservado a los clásicos curanderos de pueblo. Hoy, afortunadamente, la Ciencia ha podido corroborar ese saber milenario que muchas veces fue contemplado con desdén.
La salud es algo muy frágil y complejo y no solemos tomar mucha conciencia de su importancia hasta que, por algún motivo, nos damos cuenta de que la hemos perdido. Cuando esto sucede y las funciones vitales de nuestro organismo ya no responden correctamente o el dolor es tan intenso que resulta insoportable, nos gustaría disponer de una "fórmula mágica" para -sin grandes esfuerzos personales- poder recuperarla. Por desgracia, lo normal es que, cuando enfermamos, tengamos que recorrer un calvario de médicos, fármacos, terapias y terapeutas, que suelen ir desde lo más racional y ortodoxo hasta (cuando falla la medicina convencional) los curanderos, sin olvidar todos los remedios "magnéticos", "iónicos" y "vibracionales" que se empeñan en vendernos como fórmulas infalibles. Pero, ¿qué es realmente la salud y qué hacer para mantenerla y no perderla con facilidad? Durante mucho tiempo se creyó que salud era simplemente "la ausencia de toda enfermedad", pero ese concepto ha evolucionado mucho en nuestros días. Así, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como "un estado de bienestar tanto físico como psíquico y social". Pero, ¿quién puede afirmar que realmente vive una vida saludable y es feliz en un entorno cada vez más degradado y tan antinatural como el que nos ha tocado en este fin de siglo? ¿Cómo podemos asegurar que llevamos una vida sana cuando la comida que comemos está llena de aditivos, el aire que respiramos inundado de sustancias contaminantes y nuestras relaciones son cada vez más deshumanizadas? Con un panorama como el descrito, no creo que nos queden ganas de seguir preocupándonos de nuestra salud y, ni siquiera, de continuar leyendo estas líneas. Pero lo cierto es que existen muchas opciones y posibilidades para conseguir un buen estado de equilibrio físico, mental y emocional que nos aproxime a las máximas de salud propuestas por la OMS. La prueba nos la aportan infinidad de personas que, tras haber sufrido enfermedades serias o trastornos físicos, en ocasiones catalogados de incurables, han realizado un esfuerzo personal y de búsqueda incesante hasta dar con las claves básicas para recuperar la salud perdida.
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La alimentación Hoy no cabe ninguna duda de que la alimentación juega un papel básico en el buen funcionamiento del organismo. Donde existe más desacuerdo y confusión es en definir la dieta ideal, ya que, a menudo, la preocupación parece más centrada en mantener la línea que en preservar la salud. De hecho, existen infinidad de corrientes nutricionales. Aunque personalmente abogo por una alimentación principalmente ovo-lacto-vegetariana, debo decir que lo importante es que sea muy variada para evitar carencias, suficiente -pero sin excesosy primando la calidad de los nutrientes. Además, debemos procurar seleccionar alimentos de procedencia natural que, a ser posible, estén exentos de aditivos químicos (conservantes, colorantes, antioxidantes, etc.). Lo ideal sería cultivar y preparar uno mismo sus propios alimentos; pero, en su lugar, es aconsejable comprar aquellos que lleven sellos de producción ecológica. arriba
El ejercicio Una correcta alimentación no suele ser suficiente para el equilibrio y la salud cuando no se acompaña de un ejercicio moderado pero regular. A lo largo de la historia nuestro cuerpo ha ido evolucionando con el movimiento constante: ya fuera como cazadores, recolectores o agricultores, siempre hemos tenido que hacer un esfuerzo físico para sobrevivir. El organismo aprovecha ese movimiento y tanto la transpiración como el sudor sirven como desintoxicadores de aquellas sustancias que no se han podido desechar a través de los riñones, el hígado o las vías respiratorias. Por desgracia, la sociedad actual tiende al sedentarismo, lo que comporta una gran carencia de movimiento que, a corto y largo plazo, se traduce en autointoxicación, problemas circulatorios, atrofia muscular y anquilosamiento general del organismo. arriba
Psiquismo
La actitud mental es otro de los factores que influyen en la salud. Está comprobado que las personas cuya actitud mental es positiva enferman menos, son menos vulnerables a virus y gripes pasajeras y se recuperan mas rápidamente y sin tantas complicaciones en situaciones tan variadas como procesos postoperatorios, accidentes fortuitos o tras la pérdida de algún ser querido. Podemos llevar más lejos las posibilidades de la mente cuando tomamos conciencia de que, con una adecuada terapia o un buen entrenamiento, es posible incluso superar antiguos traumas o, lo que es más sorprendente, efectuar operaciones quirúrgicas sin anestesia o realizar un parto sin dolor, como han demostrado las investigaciones del doctor Ángel Escudero. arriba
Los peligros del entorno Alimentación, ejercicio y actitud mental son, pues, vitales e indiscutibles premisas para mantener un buen estado físico y psíquico, pero también existe una serie de elementos externos, cuyo control escapa a nuestras manos, que pueden incidir en nuestra salud. De hecho, la mayoría vivimos en grandes o medianas urbes rodeados de un sinfín de factores agresores y agresivos. Y el hecho de que los describamos aquí no pretende, en absoluto, aumentar nuestros niveles de angustia y preocupación, sino exponer sus riesgos para la salud y ayudamos a prevenirlos, evitarlos o, al menos, tomar medidas para protegernos, aumentar el nivel de nuestras defensas naturales ante ellos.
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El aire que respiramos La importancia del aire que respiramos es innegable. Podemos sobrevivir más de cuarenta días sin ingerir alimentos y unas cuantas jornadas
sin líquidos, pero apenas unos minutos sin respirar. El alimento "etérico" del aire -el prana para los orientales- es de vital importancia en todos los procesos fisiológicos y metabólicos de los seres vivos. Además de sus componentes -oxígeno, nitrógeno, carbono, etc.-, hay que tener en cuenta la correcta proporción, calidad y cargas eléctricas e intercambios iónicos entre los mismos. Tanto la estructura molecular como las interrelaciones iónicas permitirán una correcta asimilación del aire que respiramos como elemento vital y energético o, por el contrario, tóxico y desvitalizante. La radiación ambiente, terrestre y solar, incide directamente sobre las partículas y moléculas del aire, provocando continuas reacciones químicas que hacen relativamente compleja la investigación de su composición y calidad. A pesar de ello, poco a poco se han ido estableciendo una serie de parámetros que nos permiten reconocer su benignidad o insalubridad, como el grado de ionización, humedad relativa, composición química, presencia de sustancias contaminantes, gases tóxicos y ozono. En nuestro entorno, y sobre todo, en nuestra vivienda, difícilmente podremos realizar un estudio exhaustivo de estos parámetros y componentes, pero sí podemos establecer los niveles de tolerancia o peligrosidad más frecuentes en cuanto a sustancias tóxicas en suspensión, presencia del dañino gas radón, grado de humedad óptimo o ionización idónea, así como evitar la presencia del ozono, uno de los reactivos capaces de convertir algunas sustancias químicas, como el anhídrido sulfúrico (SO2), en corrosivo ácido sulfúrico. El vertiginoso aumento de contaminación atmosférica que se ha producido en las últimas décadas ha coincidido con el recrudecimiento de las enfermedades respiratorias, asmas, alergias y cánceres pulmonares. Sin embargo, parece que estamos lejos de hallar una solución rápida y efectiva para este problema, sobre todo en las áreas altamente industrializadas y en las grandes ciudades, donde, en períodos de calma atmosférica, el aire apenas se renueva y la acumulación de sustancias tóxicas o peligrosas, así como la deficiente ionización, llegan a niveles alarmantes para la población. Enclaves como Atenas o México se ven obligados a realizar campañas de evacuación de niños en determinadas épocas del año, en las que el nivel de contaminación amenaza seriamente la salud de los más indefensos. Es en el interior de las viviendas donde hay que prestar mayor atención, ya que, cuando se trata de ambientes cerrados y escasamente ventilados, el problema se agrava. En tales circunstancias, el aire se vuelve muy peligroso debido a la carencia de algunos compuestos y el exceso de otros. El aire viciado se considera la principal causa de lo que se ha dado en llamar "síndrome del edificio enfermo", que se traduce en alergias, problemas respiratorios, resfriados, náuseas, irritaciones y dolores de cabeza. Quizá hubiera sido más correcto denominarle "síndrome de los edificios que enferman a sus moradores". Si tenemos en cuenta que la mayor parte de la población urbana pasa entre un 80 y un 90 por ciento de tiempo en ambientes cerrados,
deberemos preocuparnos seriamente de la calidad del aire que respiramos en el interior de los edificios, donde los intercambios y la renovación del aire deberían ser constantes. arriba
Fuentes de contaminación atmosférica Las principales fuentes de contaminación atmosférica son las instalaciones industriales: se estima que en Estados Unidos son responsables de un tercio de la contaminación global, y, de ese tercio, la mitad se atribuye a las centrales termoeléctricas. Durante las fases y los ciclos de producción de ciertos tipos de industria se emiten al aire sustancias de reconocida nocividad, sobre todo para las vÍas respiratorias. Las centrales termoeléctricas, por ejemplo, envían al aire anhídrido sulfúrico (SO2) y residuos de combustión, como hollines semisólidos. La industria del petróleo libera a la atmósfera hidrocarburos, compuestos de azufre, óxidos de nitrógeno, mercaptanos y fenoles. De alto poder contaminante son también las factorías siderúrgicas, químicas, de abonos, las fundiciones y las industrias del aluminio, plomo, zinc y cemento, por citar tan solo las más importantes. Una contaminación que fluctúa con los cambios estacionales es la de las instalaciones de calefacción. Las sustancias contaminantes emitidas durante el proceso de combustión son diversas y dependen del tipo de combustible empleado. Por citar solo algunas, recordemos la emisión de sustancias sólidas, óxidos de azufre y nitrógeno, anhídridos y materiales y ácidos orgánicos. Es evidente que, al entrar en contacto con el aire, estos compuestos inciden sobre toda la población, afectando en mayor medida a las personas más vulnerables, que son los enfermos, los ancianos y los niños.
La contaminación producida por los vehículos y los motores de combustión o explosión es una de las más recientes, pero también de las más peligrosas, debido a la gran cantidad de plomo, benceno, óxidos de carbono e hidrocarburos que emite. En la acción contaminante del medio ambiente y la atmósfera tienen gran importancia tanto la suma de los efectos tóxicos producidos por las diferentes sustancias presentes en el aire como el nivel de concentración de las mismas. Esto está íntimamente relacionado con factores atmosféricos y meteorológicos, como el movimiento del aire y los vientos o la lluvia y la niebla, que facilitan o dificultan la dispersión, así como con las diferentes radiaciones (ultravioletas, gamma...). Tampoco podemos olvidar las enormes cantidades de minúsculas partículas arrancadas por el viento a la corteza terrestre, como polvo, polen y esporas, que, por muy naturales que sean, causan graves trastornos a las personas sensibles o alérgicas. Como hemos visto, la contaminación atmosférica debida a emisiones masivas de sustancias nocivas al aire altera de forma considerable el delicado equilibrio natural y armónico de medio ambiente. Un hecho que también influye negativamente en las funciones de nuestro organismo y, por lo tanto, sobre nuestra salud. arriba
El ruido ambiental Corno ciudadanos de países industriales, vivimos inmersos en un mundo de ruidos que resultan ya inseparables de nuestro quehacer cotidiano. En las ciudades -sobre todo en las grandes urbes- la causa principal de contaminación sonora es achacable al tráfico rodado y al consecuente zumbido de motores, pitidos y acelerones, que molestan tanto a los conductores como a quienes viven en edificios cercanos. A esto habría que sumar los efectos de las vías férreas -muchas veces cercanas a inmuebles y viviendas-, los aeropuertos -cuyo ruido supera con mucho el límite tolerable- y la industria en general.
Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), España es el país europeo con mayor índice de ruido y el segundo del ranking mundial, después de Japón. La Dirección General del Medio Ambiente achaca las causas de esta fuerte contaminación acústica a la desorganización urbanística, el tráfico rodado, los hábitos culturales y, sobre todo, la falta de control de los ruidos industriales. Por su parte, los países de la Comunidad Económica Europea han duplicado su tasa de ruidos en los últimos años. El problema de la contaminación sonora constituye, pues, un factor más de riesgo para nuestra salud, hasta tal punto que se ha convertido en una de las cuestiones a las que mayor atención dedican los organismos oficiales. De hecho, continuamente se aprueban leyes para reducir, limitar o eliminar los ruidos molestos, impulsadas normalmente por razonables protestas. Algo que resulta mucho más difícil con la contaminación eléctrica, electromagnética o radiactiva, apreciable tan solo a través de equipos especiales, pero imperceptible a nuestros sentidos ordinarios. arriba
Radiaciones, magnetismo y alteraciones electroatmosféricas Todos los seres vivos hemos evolucionado continuamente sometidos a una cierta radiactividad de fondo y a campos eléctricos y magnéticos naturales que siempre han estado presentes, aunque fluctuantes en el tiempo y diferentes según la zona del planeta de que se trate. Estas radiaciones y energías se deben principalmente a la estructura geológica de la Tierra y su constante radiación, sin olvidar el impacto que sobre nuestro planeta causan las partículas radiactivas y radiaciones diversas provenientes del Cosmos, especialmente las que nos llegan del Sol. El problema se vuelve preocupante cuando a esa radiactividad se incorpora unas sobredosis a raíz de ciertas practicas y actividades humanas. De los 100 a 130 miliRems/año de dosis media de radiactividad absorbida, en circunstancias normales, por cualquier cuerpo humano, podemos pasar a 200, 500 o más mR/año, dependiendo de lugar donde vivamos, de nuestra actividad profesional, de las radiografías que nos hagamos o de la proximidad de nuestra casa a zonas de explotación de minerales radiactivos o de núcleos con fugas radiactivas (se calculan en más de 800.000 las personas afectadas directamente por los escapes de la central nuclear de Chernobil, mientras que más de un millón siguen viviendo en zonas de altos niveles de contaminación radiactiva).
Es posible que quienes creemos tener la suerte de vivir alejados de tales peligros hayamos incrementado notablemente los niveles de radiactividad en nuestra vivienda al instalar, por ejemplo, un suelo de granito o de gres vitrificado, que, en ocasiones, llegan a duplicar la radiación ambiente. Aparte de las partículas radiactivas alfa o beta y de la radiación gamma, existen cargas electroatmosféricas que fluctúan constantemente en función de los vientos, los cambios climáticos y las variaciones de presión atmosférica. Estas cargas electrostáticas del aire pueden interactuar con los procesos eléctricos corporales, llegando incluso a provocar alteraciones neuronales y psíquicas. Todo ello se traduce en un incremento de la ansiedad, el nerviosismo y las depresiones durante los períodos de pretormenta o en los días en que el aire está fuertemente ionizado a causa de la radiación solar, las variaciones bruscas del magnetismo terrestre o los cambios climáticos. arriba
Contaminación eléctrica y electromagnética La contaminación eléctrica y electromagnética es quizá la menos evidente, la más sutil de las radiaciones a las que nos vemos expuestos hoy en dÍa. Rápida e inexorablemente va invadiendo nuestras casas y lugares de trabajo, la naturaleza y la vida en general. El medio ambiente electromagnético natural ha variado mucho en los últimos años, especialmente en las zonas urbanas, donde vivimos rodeados de campos electromagnéticos artificiales en constante aumento. Los cambios biológicos debidos a estos campos de baja frecuencia y baja intensidad son motivo de viva polémica, por los intereses e implicaciones económicas que conllevan. Sin embargo, todo el mundo coincide en la necesidad de avanzar en las investigaciones científicas que aclaren y permitan discernir sus potenciales daños y las formas de protección -incluida una normativa reguladoraa nuestro alcance. De hecho, hoy proliferan los estudios sobre los posibles efectos biológicos de campos magnéticos de baja frecuencia e intensidad, tanto sobre las estructuras moleculares como sobre los organismos superiores. Actualmente en España no existe ley alguna que regule estos fenómenos de contaminación electromagnética, mientras que países como Suecia o la antigua Unión Soviética poseen normas reguladoras sobre tiempos máximos de exposición a diferentes intensidades. Así, por ejemplo, en la extinta URSS se prohíbe la construcción de viviendas a una distancia menor de 110 metros de líneas de alta tensión. Por su parte, la Comunidad
Europea tan solo ha editado algunas recomendaciones que se quedan muy por debajo de los índices a partir de los cuales nuestra salud se ve afectada. Algo incomprensible cuando la incidencia de tales campos en la salud humana está suficientemente comprobada, ya que afectan tanto al sistema nervioso central como al endocrino e inmunológico que, en definitiva, son los que nos permiten mantener el equilibrio físico y mental. Queda patente, pues, que la presencia de radiaciones naturales y campos electromagnéticos artificiales son elementos desequilibradores que aumentan nuestra vulnerabilidad ante cualquier trastorno funcional, abonando el terreno para la actuación de enfermedades y virus e, incluso, para que el nerviosismo o la depresión se instalen en nuestra vida cotidiana. arriba
Sensibilidad a las radiaciones Pero estas radiaciones no afectan en la misma medida a todo el mundo: ante dosis y tiempos de exposición idénticos, hay personas excepcionalmente sensibles y otras que lo son menos. Los hipersensibles a sustancias, energías o radiaciones inocuas para el resto se enfrentan continuamente a la incomprensión de los demás, que pueden llegar a calificarles de maniáticos o neuróticos. De hecho, hay numerosos casos de gente hipersensible a la electricidad o a los campos electromagnéticos de baja frecuencia emitidos por instalaciones eléctricas o por aparatos caseros. Esas personas sufren ataques nerviosos o fuertes dolores de cabeza que les obligan a abandonar el lugar o a desconectar la instalación eléctrica de la vivienda para poder permanecer en ella. Ciertamente se trata de sucesos aislados, pero cabría preguntarse si estas radiaciones también inciden sobre los demás, sólo que nuestro organismo no dispone de mecanismos que nos avisen de daño que recibimos. La situación puede volverse preocupante cuando, en una misma vivienda o lugar de trabajo, existe una concentración de radiaciones naturales que se ve incrementada por la presencia de campos eléctricos y electromagnéticos provenientes de procesos industriales, líneas de alta tensión o aparatos electrodomésticos. arriba
Los riesgos de nuestra propia casa Todos los factores y riesgos mencionados para la salud podemos hallarlos en mayor o menor medida en nuestra vivienda o en el lugar de trabajo. La Geobiología y la Bioconstrucción se han preocupado especialmente de investigar a fondo todas sus aplicaciones y de aportar las posibles soluciones a cada uno de los problemas planteados.
La Geobiología nace de las observaciones y estudios llevados a cabo por médicos, biólogos, geólogos, arquitectos y otros investigadores libres. El nombre de esta ciencia se debe, en parte, a que muchas de las enfermedades y trastornos padecidos por numerosas personas aparecen asociados a las radiaciones procedentes del subsuelo de los lugares habitados: radiaciones gamma, gas radón, presencia de fallas o fisuras, capas freáticas, alteraciones del campo magnético terrestre, etc. La Geobiología estudia la contaminación eléctrica o electromagnética, los materiales tóxicos empleados en la construcción y los efectos que las radiaciones y la radiactividad tienen en nuestras viviendas. Sus conclusiones no dejan lugar a dudas sobre la importancia y la incidencia de las radiaciones del lugar y su relación con muchos de los males y enfermedades padecidas por la mayor parte de la población. No deja de resultar curioso que, a menudo, nos preocupemos de la contaminación ambiental y del deterioro ecológico del entorno y no caigamos en la cuenta de que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo (en Occidente, el 80% o el 90%) encerrados entre cuatro paredes, en ocasiones, contaminadas. Es evidente que, tras la lectura de los agentes de riesgo mencionados y teniendo en cuenta que pueden estar presentes en nuestra vivienda, resulta obvia la pregunta de si podemos disponer de una casa sana en todos los aspectos abordados en este artículo. Somos conscientes de que se trata de una cuestión compleja que depende de muchos factores y de si partimos de una vivienda ya construida, un edificio que requiere renovación, un terreno donde se va a construir, etc. Sea cual fuera nuestra situación, incluso si sólo queremos cerciorarnos de la salubridad o nocividad del edificio que habitamos, será preciso concretar los parámetros en los que se basa la bioconstrucción que, en definitiva, plantea la necesidad de diseñar viviendas que obedezcan a criterios de salud y armonía para sus moradores y para el entorno. ¿Qué sentido tiene vivir en una casa aislada del frío o protegida contra incendios si en su construcción se han empleado materiales altamente cancerígenos? ¿Qué ventajas reales proporciona una vivienda con una gran complejidad eléctrica y electrónica -electrodomésticos, alarmas, sensores, monitores de seguridad, etc.- si ésta duplica el riesgo de que sus moradores padezcan una leucemia o un tumor cerebral? Entramos en una lógica irracional donde aquello que debería aportamos confort y seguridad parece más peligroso que los supuestos beneficios prometidos.
La casa es algo más que una estructura inerte concebida con fines puramente funcionales y realizada a base de materiales a los que tan solo se les exige buen precio, resistencia o duración. La bioconstrucción integra las técnicas y los avances científicos más recientes con una concepción global y ecológica de la relación entre las viviendas y las personas que las ocupan. En este sentido, la casa forma parte integrante del ecosistema planetario y es en sí misma consumidora de energía, materiales, aire y agua, que devuelve al entorno en forma de desechos y residuos que pueden ser altamente contaminantes, si no adoptamos una actitud racional, tanto en el ahorro energético como en el abandono progresivo del uso de productos sintéticos y tóxicos. Así, el lugar que habitamos podría compararse a un organismo vivo y sus funciones y materiales a los órganos y a la piel: las paredes serían nuestra tercera piel (después de nuestra ropa). Y todas estas pieles cumplen funciones esenciales para la vida: nos protegen y aíslan de las inclemencias atmosféricas, respiran, absorben, evaporan, regulan y comunican. arriba
Conciencia de salud global La actitud ecológica no debe verse tan sólo como una moda: la supervivencia de nuestra sociedad y el futuro de las próximas generaciones depende de nuestros actos presentes. Nuestra salud y la del planeta en general están cada vez más en nuestras manos y no tenemos derecho a inhibimos. Y no podemos -no debemos- dejar que nuestro destino lo decidan gobiernos, ecologistas o médicos. Lo coherente es una actitud personal consciente y comprometida que, conocedora de los problemas reales, se esfuerce más por evitarlos desde su origen que en parchear sus efectos nocivos. Todo esfuerzo que hagamos para conocer mejor nuestro organismo y sus sutiles respuestas ante cualquier situación -por difícil que sea- será de gran ayuda para la búsqueda (y encuentro) de la salud, entendida como algo más amplio que la mera "ausencia de enfermedad". Para lograrlo, tendremos que empezar a tomar las riendas y las responsabilidades de nuestra vida y no seguir optando por el desconocimiento total de nuestro organismo, dejándolo en manos de los llamados "especialistas". Una actitud que muchos ya han adoptado y que ha provocado un mayor interés e inversión investigadora en campos como la prevención, el conocimiento real de los factores de riesgo y las actitudes que permitan un funcionamiento óptimo de nuestro cuerpo (ejercicio, alimentación,
respuestas psicológicas, etc.). Esperemos que en las próximas décadas cambie esta actitud irracional -aunque muy lucrativa-, de forma que se potencie mucho más el desarrollo de nuestras propias respuestas naturales ante cualquier agresor externo -virus, gérmenes, sustancias tóxicas, frío, calor o campos electromagnéticos intensos, y se extienda el conocimiento de aquellas actividades idóneas para el buen funcionamiento orgánico, biológico o psicológico del ser humano. Bien sabido es que el estrés, al agotamiento físico o mental y las carencias afectivas disminuyen nuestra capacidad de respuesta inmunológica, abriendo de par en par las puertas al desequilibrio y la enfermedad. Algo que también sucede con la alimentación deficiente o la vida excesivamente sedentaria. Nuestro organismo es lo suficientemente inteligente y capaz de hacer frente a cualquier eventualidad. Conozcámosle y ayudémosle a que fluya con la vida. El resultado será el perfecto equilibrio global -físico y mental-, la salud y la felicidad, en sus más amplios sentidos. A riesgo de pecar de recurrente y pedante, tan sólo puedo concluir estas observaciones con algo que me resulta incuestionable: tanto los problemas como las posibles soluciones están totalmente en nuestras manos. arriba
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