El Fugitivo - Richard Bachman

July 17, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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 A mediados mediados del s iglo XX XXI, I, un con concurso curso televis televisivo ivo cuyo principa principall atract atractivo ivo es la muerte de los participantes bate récords de audiencia. Ben Richards, padre de una niña enferma y sumido en la más profunda miseria, decide concursar atraído por los extraordinarios premios, aun a sabiendas de que no sobrevivirá. Sometido a una implacable persecución, se plantea un único objetivo: resistir tantos días como sea posible para aumentar el premio y asegurar la lasubsistencia de su familia. Un aterrador futuro donde la televisión es única realidad.

 

Richard Bachman El fugitiv fugitiv o

 

Stephen King habla sobre las novelas que publicó con el seudónimo de Richard Bachman

« Entre Entre 1977 y 1984 publ publiqu iquéé ccinco inco no novelas velas con el seudóni seudónim m o de R Richar ichardd Bachman —acaba de confesar Stephen King—. Hubo dos razones por las cuales al fin me relacionaron con Bachman: en primer lugar, porque los cuatro libros iniciales estaban dedicados a personas muy próximas a mí, y en segundo lugar   porque m i nomAhora bre a par pare e ció eme n lospregunta fform orm ular ularios ios qué de dell rre gistro tro de propiedad propie dad de uno de los libros. la gente por loe gis hice, y aparentemente no tengo respuestas muy satisfactorias. Por suerte, no he matado a nadie, ¿verdad?» Mientras King firmaba unas novelas con su nombre auténtico, y otras con un seudónimo, también tenía conciencia de que su promedio de obras publicadas superaba los límites de lo normal. En el prólogo que escribió para una edición conjunt conj untaa de cua cuatro tro nov novelas elas ddee « Richard B Bac achma hman» n» , S Steph tephen en Kin Kingg expl explicó: icó: « Las cifras habían llegado a una cota muy elevada. Eso influyó. A veces me siento como si hubiera plantado un modesto paquete de palabras y hubiese visto crecer  una especie de planta mágica… o un jardín descontrolado de libros (¡MÁS DE CUARENTA MILLONES DE EJEMPLARES EN CIRCULACIÓN!, como se complace compl ace en pro procl clam amar ar mi edit editor)» . Kingg ha adj Kin adjudi udica cado do ppre recisam cisamente ente a su edi edito torr el e l nac nacimient imientoo de « Richard Bachm achman» an» , y lo ha hecho con un unaa alegoría alegoría ttíípicam picam ent entee hil hilara arant ntee y des desenfadada: enfadada: « Yo no creía cr eía eest star ar satu satura rando ndo el m merc ercado ado como com o S Sttephen Kin King…, g…, pero m mis is editores sí lo pensaban. Bachman se convirtió en un elemento de transacción,  paraa e ll  par llos os y par paraa m í. Mis ““editore editoress de Stephe tephenn King” se c om omporta portaron ron c om omoo una esposa frígida que sólo desea entregarse una o dos veces al año, y que le pide a su marido permanentemente cachondo que se busque una prostituta de lujo. Era a Bachman a quien yo recurría cuando necesitaba desahogarme. Sin embargo, eso no explica por qué experimentaba la incesante necesidad de publicar lo que escribíaa aunqu escribí aunquee no prec preciisara din dinero» ero» . Stephen King considera que sus novelas firmadas con seudónimo son si sincer nceras: as: « Por lo m menos, enos, las escrib escribíí con el cora corazzón, y con una energí ener gíaa que aahora hora só sólo lo ppuedo uedo iim m agin aginar ar en sueños sueños»» . Y aañade, ñade, para term termin inar, ar, que qui quizzás habría  publica  publi cado do las cinc cincoo novela novelass ccon on su pr propio opio nom nombre bre « si hubier hubieraa c onocido un poc pocoo mejor el mundo editorial… Sólo las publiqué entonces (y permito que se reediten ahora) porqu porquee sig siguen uen si siendo endo mis am igas» .

 

…Menos 100 y contando…

La mujer estudió el termómetro bajo la luz blanquecina que se colaba por la ventana. Más allá de ésta, entre la llovizna, se alzaban los demás rascacielos de viviendas de Co-op City, como las grises torres de vigilancia de un penal. Abajo, en el hueco de ventilación, las cuerdas de tender la ropa se arqueaban bajo el  peso de los ha hara rapos pos re recié ciénn lava lavados. dos. E Entre ntre la basur basuraa m e rode rodeaba abann ra ratas tas y rolli rollizzos gatoLa gatos s ca call llej ej eros er os.se . volvió hacia su marido, que estaba sentado a la mesa mujer contemplando la Libre-Visión en actitud de constante e inexpresiva concentración. No era normal en él. Llevaba semanas sentado ante el aparato, cuando lo odiaba. Siempre lo había odiado. Naturalmente, en cada piso debía haber un Libre-Visor —lo decía la Ley—, pero todavía era legal desconectarlo. La ley de Prestación Obligatoria de 2021 no había conseguido la mayoría necesaria, de dos tercios, por seis votos. Habitualmente, nunca miraban los  program  progr am a s. Sin e m bar bargo, go, de desde sde que Cathy se había puesto e nfe nferm rm a , e l hombre hom bre no había hecho más que seguir, uno tras otro, todos los concursos con grandes  prem  pre m ios e n m metá etáli licc o. Y eesa sa aactitud ctitud ll llee naba de te tem m or a la m muj ujee r. Detrás de los chillidos apremiantes del locutor que narraba el último boletín de noticias en el intermedio, los gemidos de Cathy, febriles a causa de la gripe, llegaban hasta la pareja incesantemente.  —¿Có  —¿ Cóm m o está? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds.  —No muy m uy m a l.  —No me m e ve vengas ngas ccon on his historias, torias, S Sheila. heila.  —Tiene cua cuare renta nta de fie fiebre bre —dij —dijoo la m muj ujee r. Richards descargó ambos puños sobre la mesa. Un plato de plástico saltó de ellaa y vol ell volvi vióó a caer ca er con est e stré répi pitto.  —Conseguire  —C onseguirem m os un m édic édicoo —dij —dijoo su m uje uj e r—. Intenta Inte nta no pre preocupa ocuparte rte demasi dema siado ado y eescu scucha… cha… La mujer se puso a parlotear frenéticamente para distraerle, pero el hombre a se había concentrado de nuevo en la Libre-Visión. El intermedio había terminado y el concurso se reanudaba. No era uno de los grandes, naturalmente, sino sino un jue jueguec guecit itoo di diurno urno de pr prem em ios ios poco importantes que se titu titulaba laba Caminando hacia los billetes. Sólo se admitía en él a enfermos cardíacos, hepáticos o  pulmonare  pulmona ress ccrónic rónicos, os, eentre ntre los que se int intee rc rcala alaba ba a veces vec es a un dis dism m inui inuido do ffís ísico ico  paraa aliviar a lgo la tensión con un poco de com icidad. El c oncur  par oncursante sante debía avanzar por una cinta continua a un ritmo determinado, al tiempo que mantenía una incesante conversación con el presentador y maestro de ceremonias. Por  cada minuto que caminaba, conseguía diez dólares. Cada dos minutos, el  presenta  pre sentador dor hac hacía ía una P re regunta gunta Extra sobre e l tem a sele selecc ccionado ionado por e l concursante (el actual, un tipo de Hackensack aquejado de un soplo cardíaco, era

 

un erudito en Historia Norteamericana), que valía 50 dólares. Si el concursante  —maa reado,  —m re ado, j ade adeando, ando, c on e l c ora orazzón hac haciéndole iéndole ra rara rass ca cabriolas briolas en e l pe pecho—  cho—  fallaba la resp re spuest uesta, a, se le de deducí ducían an los 50 ddól ólare aress de sus ganancias y se ac acelera eleraba ba la cint c intaa conti continua. nua.  —Todo  —T odo saldrá bien, Ben. Y Yaa lo ve verá rás. s. De ver verdad. dad. Y Yo… o…  —¿Tú  —¿ Tú qué? —El hom hombre bre la m iró con air airee fur furioso ioso—. —. ¿Saldr aldrás ás a hace ha certe rte la calle? Eso se acabó, Sheila. Cathy necesita un médico de verdad. Se acabaron esas curanderas dedoescalera conmoder sus manos sucias y su irlo. aliento apestando a whisky . Necesit Nec esitaa to todo ese eequi quipo po moderno, no, y voy a consegu consegui Ben cruzó la estancia con la mirada fija, casi hipnotizada, en el aparato, asegurado con torni tornill llos os a una de las desconchadas pare paredes des de la sala, encim encimaa de dell fregadero. Asió su chaqueta de algodón barato del colgador y se la puso con gestos malhumorados.  —¡No!  —¡N o! ¡¡No No lo conse consenti ntiré ré…! …! —gr —grit itóó ella—. ¡¡Tú Tú no irá iráss a…!  —¿P  —¿ P or qué no? Al m e nos, a sí te dar darán án un puñado de dólares dólare s a nti ntiguos guos com o responsable de una familia sin padre. Sea como fuere, tendrás lo suficiente para que Cathy Cathy pueda sali salirr de ést ésta. a. La mujer nunca había sido guapa, y durante los años en que su marido no había trabajado, se había quedado en los huesos; sin embargo, en aquel instante tenía un aire he herm rm oso, oso, arrogante.  —No ace ac e ptar ptaréé el dinero —re —repli plicc ó—. Cuando pase e l ve vendedor ndedor,, le c ompra om praré ré un retal de tela de dos dólares y dejaré que se largue con esos malditos billetes ensangrentados en el bolsillo. ¿Acaso crees que podría aprovecharme de mi hombre? Ben se volvió hacia ella con gesto hosco y seco, asiéndose a algo que le hacía reservarse, algo invisible que la cadena de Libre-Visión había calculado despiadadamente. Ben era un dinosaurio de su tiempo. No uno de los grandes  pero,  per o, cua cuando ndo m enos, c onst onstit ituía uía un ata atavis vism m o, un e sto storbo. rbo. Un peligro, quiz quizáá s. La Lass grandes nubes nubes ccond ondensan ensan a su alrededor las partícul partículas as m ás pequeñas.  —¿Ac  —¿ Acaso aso quier quieres es ver verla la e n una fosa c om omún ún pa para ra indi indigente gentes? s? —re —respondi spondióó mientras hacía un gesto con la mano, indicando el dormitorio de la pequeña—. ¿Te atrae esa idea? A la mujer sólo le quedó el recurso de las lágrimas. Sus facciones tomaron un aire trági trágico co y dol dolient iente. e.  —Bee n —m  —B —musi usitó—, tó—, e so e s lo que pre pretende tendenn de gente com o nosot nosotros, ros, c om omoo tú…  —Quizáá no m e ac  —Quiz acepte eptenn —re —repli plicc ó é l m ientra ientrass abr abría ía la puer puerta—. ta—. Quiz Quizáá no tengo lo que ellos buscan.  —Sii te va  —S vas, s, a c aba abará ránn c onti ontigo. go. Y y o e staré aquí, viéndolo. ¿De ver veraa s quier quieres es que me m e sient sientee ccon on C Cathy athy en esa habi habitació taciónn de ahí para ve verte? rte? La m uj ujer er habl hablaba aba entre sol sollloz ozos os,, con fra frases ses apenas coher coherentes. entes.

 

 —Lo que quiero quie ro eess que Cathy sig sigaa con vida —dijo éél.l. Intentó cerrar la puerta, pero ella interpuso su cuerpo.  —Entonces,  —Entonce s, dam e un be beso so antes de irte —m usi usitó. tó. Ben la besó. En el otro extremo del rellano la señora Jenner abrió la puerta y asomó la cabeza. Llegó hasta ellos el apetitoso aroma de un guisado de ternera y col, tentador y exasperante. La señora Jenner se ganaba bien la vida. Trabajaba de dependienta en una farmacia y tenía un ojo casi milagroso para descubrir a los  —¿ portadores des tarjetas deo?crédito ilegales.  —¿Ac Acepta eptará rás el diner dinero? —pre —preguntó guntó Ben Ri Richa chards—. rds—. ¿No har harás ás ninguna estupidez, verdad?  —Lo acepta ac eptaré ré —susurró eell llaa —. S Saa bes m uy bien que lo ac acepta eptaré ré.. El hombre la abrazó torpemente. Después se volvió con rapidez, sin gracia, y desapareció desapare ció po porr la eescalera scalera,, apenas il iluminada uminada y terribl terriblem em ente re resb sbaladi aladizza. Ella permaneció junto a la puerta, presa de mudos sollozos, hasta que oyó cerra ce rrarse rse la puerta de la ca call lle, e, ccin inco co pis pisos os má máss abaj o. Despu Después és se ll llevó evó el delant delantal al a los ojos. Todavía llevaba en la mano el termómetro que había utilizado para tomar la temperatura a la niña. La señora Jenner se le acercó en silencio y trató de quitarle quitarle el delant delantal al de la car c ara. a.  —Querida  —Que rida —susurró—, y o te pondré e n c ontac ontacto to c on el m er ercc a do negro negr o de  penicil  penic ilina ina ccua uando ndo tengas eell di diner nero. o. Muy bar baraa to y de bue buena na ccaa lidad… lidad…  —¡Lárgue  —¡Lá rguese! se! —gritó ella. La señora Jenner retrocedió, al tiempo que levantaba instintivamente el labio superior, dejando a la vista los escasos dientes ennegrecidos que le quedaban.  —Sólo  —S ólo pre pretendía tendía ay udar —m —murm urm uró, a ntes de esc escaa bull bullirse irse de nuevo en su  piso.  pis o. Los gemidos de Cathy continuaban, apenas amortiguados por el delgado tabique de plastimadera. El aparato de Libre-Visión de la señora Jenner se dejaba oír desde el piso contiguo. El concursante de Caminando hacia los billetes acababa ac ababa de fa fall llar ar una pregunt preguntaa extra y, si sim m ultáneam ultáneam ente, habí habíaa sufrido uunn ataque cardíaco. Ahora, su cuerpo era retirado del escenario en una camilla, entre los aplausos del público. La señora Jenner aapun punttó el nombre de Sh Sheil eilaa en una lib libre reta ta m mient ientras ras aalz lzaba aba y  baj aba e l la la bio ssuper uperior ior rítm rítmica icam m e nte.  —Yaa ver  —Y veree m os —m —murm urm uró, ha hablando blando cconsi onsigo go m misma isma—. —. Y Yaa ve vere rem m os, señorita  perfum  per fum a da… Cerró la libreta con gesto rencoroso y se acomodó para contemplar el sigui siguiente ente conc concurso. urso.

 

…Menos 99 y contando…

Cuando Ben Richards llegó a la calle, la llovizna se había convertido en un intenso chaparrón. chapar rón. E Ell ggra rann tter erm m óme ómetro tro ddel el anunci anuncioo al ootro tro llado ado de la ca callle —« Fum umee Dokes Dok es ccon on pasi pasión ón para una div diver erti tida da aluci alucinación» nación» — m ar arca caba ba 10° C. (La temperatura ideal para encender un Doke… Hasta el enésimo grado.) Eso significaba apenas quince en el piso. Y Cathy tenía la gripe. Una rata y de miserable entre el viejo asfalto agrietado y abombado de lamerodeaba calzada. Alociosa otro lado ésta, el esqueleto y oxidado de un Humber modelo 2013 permanecía apoyado sobre sus desvencijados ejes. El coche había sido desmantelado totalmente; hasta le faltaban los cojinetes del volante y los soportes del motor, pero la policía no había retirado el vehículo. La  policc ía ape  poli apena nass se ave aventura nturaba ba y a a l sur del Ca Canal. nal. Co-op Ci City ty se alz alzaa ba c omo om o una enorme ratonera plagada de aparcamientos, tiendas desiertas, centros comerciales y campos de juego asfaltados. Las bandas motorizadas imponían su ley en las calles, y todas las noticias de los telediarios sobre las intrépidas Patrullas Ciudadanas de la policía en Ciudad Sur no eran más que un montón de mierda. Las calles estaban silenciosas, fantasmagóricas. Si uno salía de casa, tenía que tomar el neumobús o llevar un rodillo de gas. Apretó el paso sin mirar a su alrededor, sin pensar siquiera. El aire era denso  cargado de azufre. Cuatro motos pasaron junto a él con un rugido y alguien le lanzó un pedazo de asfalto arrancado del pavimento. Richards buscó refugio rápidamente. Dos neumobuses pasaron junto a él y notó el torbellino del aire en el rostro como una bofetada. Sin embargo, no les hizo ninguna señal para que se detuvieran. Ya no le quedaba nada de la asignación semanal de veinte dólares por  desempleo (en dólares antiguos). No tenía dinero para el billete, y supuso que los merodeadores callejeros se darían cuenta de que era más pobre que una rata. adie más le molestó mientras caminaba. Rascacielos, urbanizaciones, verjas cerradas con cadenas, aparcamientos vacíos salvo por los restos de algún coche destripado, palabras obscenas garabateadas con tiza en el asfalto, que ahora la lluvia se encargaba de borrar. Ventanas con los cristales rotos, ratas, bolsas de basura mojadas esparcidas por  las aceras y los bordillos. Pintadas escritas aquí y allá sobre las paredes grises y ruinosas: BLANQUITO, NO VENGAS A TOMAR EL SOL AQUÍ. LOS HOMBRES FUMAN DOKES. TU MADRE ES UNA PIOJOSA. TÓCATE EL PITO. TOMMY VENDE DROGA. HITLER ERA COJONUDO. MARY. SID. MUERTE A TODOS LOS JUDÍOS. Las viejas farolas de sodio de la General Atomics, instaladas en los años setenta, habían sido rotas a pedradas mucho tiempo atrás, y ningún técnico vendría a repararlas, pues ahora sólo trabajaban  paraa quiene  par quieness dis disponían ponían de Nue Nuevos vos Dólar Dólaree s-Cré s-Crédit ditos. os. Los téc técnicos nicos no salían de dell centro de la ciudad. Los barrios altos eran otra cosa. En cambio, en Co-op City

 

todo permanecía en silencio salvo por los suspiros de los neumobuses que  pasaba  pasa bann y por e l ec ecoo de las pisadas de Ben Ri Ricc hards. har ds. El ca cam m po de bata batall llaa que constituían las calles sólo se iluminaba por la noche. De día era apenas una extensión gris, desierta y silenciosa que no presentaba más movimiento que el de los gatos, las ratas y los grandes gusanos blancos que se cebaban en las bolsas de  basura.  basur a. No había m á s olor que el air airee fé féti tido do y m a lsano de a quel fe feli lizz año 2025. Los cables de Libre-Visión estaban enterrados bajo las calles, a salvo de los vándalos, sólo a un idiota un derevolucionario se le que ocurriría intentar  sabotearlos.y La Libre-Visión eraoelapan cada día, la materia componía los sueños. Una papelina de scag costaba doce dólares antiguos y una píldora de push californiano costaba veinte, mientras que la Libre-Visión le drogaba a uno gratis. Allá lejos, al otro lado del Canal, la máquina de los sueños funcionaba veinticuatro horas al día…, pero a base de Dólares Nuevos, que sólo podían conseguir quienes tenían un empleo. En Co-op City, a este lado del Canal, se hacinaban otros cuatro millones de personas, casi todas ellas desempleadas. Ben Richards anduvo más de cinco kilómetros y las esporádicas tiendas de  bebidass a lcohóli  bebida lcohólicc as y de taba tabacos cos —al princ principi ipioo provistas de sól sólidas idas re rejj as— se hicieron muy numerosas. Después venían los locales clasificados X (¡24  per version  perver sionee s! ¡Cuénte ¡Cuéntelas: las: 24!) 24!),, las ti tiee ndas de e m peño y los Em Emporios porios de la Sangre. Las esquinas estaban tomadas por los grupos de motoristas con sus máquinas, y todo el barrio aparecía cubierto de colillas de cigarrillos de marihuana. Los ricos fumaban Dokes… Por fin, alcanzó a divisar los rascacielos que se alzaban hasta las nubes, interminables e impresionantes. El más alto de todos los edificios era el de la Cadena de Libre-Visión, donde se desarrollaban los concursos. Tenía cien pisos de altura, alt ura, y la m itad su superior perior quedaba oc ocul ulta ta por un velo ddee nub nubes es y cont contam am inac inació iónn urbana.. B urbana Ben en Ri Richa chards rds fij fijóó sus ojos oj os en el eedifi dificio cio y ava avanz nzóó ot otro ro kkil ilóm ómetro. etro. Allí, los cines de películas porno eran más caros, y las tiendas de tabacos y drogas carecían de rejas (aunque a la entrada solían deambular los vigilantes  privados de las a genc gencias ias de segur seguridad, idad, c on las porr porraa s elé eléctr ctrica icass c olgando de sus cinturones). Y en cada esquina montaba guardia un policía municipal. Llegó frent fre ntee al parque de la Fu Fuente ente del P Puebl ueblo. o. La eent ntra rada da ccos ostaba taba 75 ce cent ntavos. avos. M Madre adress  bien vesti ve stidas das vigi vigilaba labann a sus peque pequeños ños m mientra ientrass éésto stoss rretoz etozaba abann eenn eell astroc astrocéspe éspedd tras la verja cerrada con cadenas. A cada lado de la verja había un policía. Richards echó una breve y patética mirada a la fuente. Después, De spués, cruz cruzóó el Canal. Cuando estuvo más cerca del edificio de la Cadena, éste fue haciéndose más   más alto, casi inconcebiblemente elevado, con sus hileras impersonales de innumerables ventanas, cada una de las cuales pertenecía a un despacho. Los  policc ías le obser  poli observar varon, on, dis dispuestos puestos a a huy e ntar ntarle le o dete detener nerle le si int intenta entaba ba pedir  limosna. Allí, en la parte alta de la ciudad, los tipos como él, con sus gastados

 

 panta lones grises, su c orte de pelo bar  pantalones baraa to y sus ojos oj os hundido hundidos, s, sól sóloo tenían un  propósito:  propósit o: lllega legarr aall edificio de la Cade Cadena na pa para ra parti par ticc ipar eenn algún cconcur oncurso. so. Los exámenes calificadores empezaban justo a mediodía. Cuando Ben Richards llegó hasta el último hombre de la cola, se encontró casi a la sombra del edificio de la Cadena. Sin embargo, la entrada a éste quedaba todavía a más de un kilómetro, a nueve calles de distancia. La cola se extendía ante él como una serpiente interminable. Pronto, otros individuos se unieron a ella detrás de Richards. La sus policía les observaba cona las manos posadas lasdeculatas de sus  pis  pistol tolaa s o en por porra ras s eeléc léctrica tricas. s. Los gente gentes s sonr sonre e ían c onen aaire ire super superioridad ioridad  desdén.  —¡Eh, Frank ra nk!, !, ¿no te parec par ecee que e se ti tipo po es un bobo? A m í m e da toda la impresión de que lo es…  —Uno de ahí de delante lante m e ha pre preguntado guntado dónde podía e ncontra ncontrarr un re retre trete. te. ¿T ¿Tee imaginas?  —Esos hij hij os de pe perr rraa no…  —Matarían  —Matar ían a su propia m adr adree por… por …  —Apestaba  —Ape staba ccom omoo si no se hubier hubieraa ba baña ñado do desde desde… …  —Siem pre he dic  —Siem dicho ho que no ha hayy nada c om omoo un espe especc tác táculo ulo de ge gente nte ra rara ra… … Al cabo de un rato, la cola se puso en movimiento y todos empezaron a avanzar arrastrando los pies, con las cabezas hundidas para protegerse de la lluvia.

 

…Menos 98 y contando…

Eran más de las cuatro cuando Ben Richards llegó hasta el mostrador principal, y allí le indicaron que se dirigiera al mostrador número 9 (letras Q-R). La mujer  sentada tras el mismo tenía un aspecto cansado, cruel e impersonal. Levantó la m irada hac hacia ia B Ben en y em pez pezóó a hace hacerle rle pregunt preguntas as si sinn prest prestar arle le apenas atención atención..  —Nombre  —Nom bre c om ompleto. pleto.  —R  —Richa rds,deBenj am in S Stuar tuart.t. Los ichards, dedos la mujer recorrieron el tablero, clac, clac, clac, introduciendo lo loss datos en la m áquina.  —Edad.  —Eda d. Estatura Estatura.. P Peso. eso.  —Vee int  —V intiocho. iocho. Un m e tro ochenta oche nta y siete. Setenta y c inco. Clac, clac, cclac. lac.  —Coc  —C ociente iente int intee lec lectual tual c er erti tific ficado ado por el test de We lschler lschler,, si lo sabe sabe,, y eda edadd en que pasó el test test..  —Ciento  —C iento veinti veintiséis. séis. A los ca catorc torcee aaños. ños. Clac, clac, cclac. lac. El inmenso vestíbulo era una algarabía de voces, ecos y resonancias. Preguntas y respuestas. Algunos candidatos eran rechazados. Unos se alejaban entre sollozos. Otros alzaban voces de protesta. Un par de gritos. Y preguntas. Siem iempre pre pregunt preguntas. as.  —¿Últi  —¿ Últim m a eescue scuela? la?  —Oficios  —Of icios m maa nuale nuales. s.  —¿T  —¿ Te rm inó llos os estudi estudios? os?  —No.  —Cursos  —C ursos apr aprobados obados y eda edadd en que dej ó la eescue scuela. la.  —Dos cursos. cur sos. A los diec dieciséis. iséis.  —Raa zones pa  —R para ra dej de j ar de eestu studiar diar..  —Me ca c a sé. Clac, clac, cclac. lac.  —Nombre  —Nom bre y e dad de su esposa, si la ti tiee ne.  —Sheila  —S heila Cathe Catherine rine Richa Richards. rds. V Vee int intiséis. iséis.  —Nombre  —Nom bre y e dad de sus hi hijj os, si los ti tiee ne.  —Caa ther  —C therine ine Sara Sarahh R Richa ichards. rds. Die Diecioc ciocho ho m mese eses. s. Clac, clac, cclac. lac.  —Una últ últim imaa pre pregunta, gunta, señor Ri Ricc har hards. ds. Y no se m oleste en en m mentir; entir; si lloo hac hace, e, se descubrirá durante el examen físico y será descalificado allí. ¿Ha utilizado alguna vez heroína o ese alucinógeno de anfetamina sintética que llaman push de San Francisco? ra ncisco?  —No. Clac.

 

La mujer entregó a Ben una tarjeta de plástico que había escupido la máquina.  —No pierda pier da eesta sta tar tarjj eta eta,, m mucha uchacc ho. De lo contra contrario, rio, tendrá que eem m pe pezzar otra vez los ttrá rám m it ites es la próxi próxim m a sem semana. ana. Ahora, la mujer estaba estudiando su rostro, sus ojos coléricos y su cuerpo larguirucho. No tenía mal aspecto. Al menos, tenía algún rastro de inteligencia. Una buena estadística. Con gesto rápido, la mujer tomó de nuevo la tarjeta y efectuó una marca en la esqui esquina na superio superiorr de dere recha cha de la m ism ism a, dándol dándolee un ext extra raño ño aspecto de gast gastada. ada.  —¿P  —¿ P or qué ha he hecho cho eeso? so?  —No tiene im portanc portancia. ia. Y Yaa se lo dirán m ás aadela delante, nte, quiz quizás. ás. La m uje ujerr seña señaló ló uunn am plio plio ppasil asillo lo qque ue ccond onducía ucía hac haciia la zzona ona de asce ascens nsores. ores. Decenas de tipos procedentes de las mesas de recepción se encaminaban hacia allí, eran detenidos por los vigilantes, mostraban sus correspondientes tarjetas y continuaban conti nuaban aadelante. delante. Mient Mientra rass Richar Richards ds m miraba iraba,, uno de los vi vigi gilantes lantes detuvo a un tipo tembloroso y de facciones hundidas. Tenía todo el aspecto de un adicto al  push, y e l vigil vigilante ante le negó e l pa paso. so. E Ell tipo eem m pe pezzó a llora llorarr y a gritar, gritar , per peroo tuvo quee m archarse. qu  —Éste es e s un m mundo undo m muy uy duro, m ucha uchacc ho —m —murm urm uró la m uje uj e r, sin el m menor  enor  ra rast stro ro de sim sim patía en la voz voz.. Richards se encaminó hacia el pasillo. Detrás de él, la letanía de preguntas y re respuest spuestas as se iniciaba otra vez vez..

 

…Menos 97 y contando…

Una mano poderosa y encallecida se posó en su hombro al principio del pasillo, m ás allá de los m ostradores. ostradores.  —La tar tarjj e ta, aam m igo. Richards la mostró. El vigilante se relajó. Su rostro, de facciones astutas, casi orientales, reflejaba disgusto.  —Te  —T enogust gusta a ierto? e cha char gente,, ¿ve verda rdad? d? —m —murm urm uró Ri Ricc har hards—. ds—. Eso te da  poder  poder, , ¿¿no es ccier to? r a la gente  —¿Quier  —¿ Quieree s que te ponga en la ca call llee a ti tam bién, gusano? Richards dejó atrás al vigilante y éste no se movió. Se de detuv tuvoo a m edio pasi pasill lloo y se volv volvió ió hhac acia ia el ti tipo po uni uniform form ado.  —¡Eh, tú! —llam ó. El vigil vigilante ante le m miró iró con aaire ire be beli licoso. coso.  —¿Tiene  —¿ Tieness ffaa m il ilia? ia? —l —lee pre preguntó guntó B Ben—. en—. La sem a na que viene podría toca tocarte rte a ti.  —¡Sigue  —¡Si gue aadela delante! nte! —gr —grit itóó el hom hombre bre,, eenfur nfuree cido. Richar ichards ds llee obedec obedeció ió con una son sonrisa risa eenn los llabios. abios. Había una cola de unos veinte candidatos junto a los ascensores. Richards enseñó la tarjeta a uno de los vigilantes, que le observó atentamente.  —¿Tiene  —¿ Tieness la ccabe abezza dur duraa , m mucha uchacc ho?  —Baa stante —r  —B —replicó eplicó Richa Richards, rds, ccon on una sonrisa. El vigil vigilante ante le devolvi devolvióó la tar tarjj eta.  —Pue  —P uess y a te la abla ablandar ndaráá n. Ver eree m os si e re ress tan valiente c on un par de agujeros en la cabeza.  —Taa nto c om  —T omoo tú si no ll llee var varaa s e se a rm a a la cintura —re —repli plicc ó Ri Ricc har hards, ds, sonriendo son riendo todavía—. ¿Qui ¿Quier eres es probar probarlo lo?? Por un instante, creyó que el tipo iba a lanzarse sobre él.  —Yaa te ar  —Y arre reglar glaráá n —dij —dijoo eell vigi vigilante—. lante—. Ter erm m inar inaráá s aarr rraa strá strándote ndote de rodill rodillaa s antes de que acaben contigo. El vigilante dio el alto a tres tipos que se acercaban y les pidió las tarjetas. El hombre situado delante de Richards se volvió hacia éste. Tenía un aire nervioso e infeliz, y el rizado cabello le sobresalía de la frente como un promontorio.  —Escucha,  —Escuc ha, am igo, no va vayy a s a pele peleaa rte c on eesa sa gente gente.. A Aquí quí queda que da re regist gistra rado do to todo do lo lo que hac haces es o dice dices. s.  —¿De  —¿ De ver veraa s? —re —repli plicó có Ri Ricc har hards, ds, m ientra ientrass dirigí dirigíaa al hom hombre bre una m ansa mirada. El tipo tipo se volvi volvióó de nuevo hac hacia ia de delante. lante. De pronto, se abrieron las puertas del ascensor. Un vigilante negro con un vientre enorme protegía el plafón de los botones. Al fondo del gran ascensor, en un pequeño cubículo blindado del tamaño de una cabina telefónica, había otro

 

vigilante sentado en un taburete hojeando una revista de perversiones en tres dimensiones. En su regazo tenía una escopeta de cañones recortados, y junto a ella, ell a, di disp spuest uestaa pa para ra ser car c argada, gada, habí habíaa una ccaj aj a de m uni unición ción..  —¡Pase  —¡P asenn aall fondo! f ondo! —gritó eell gor gordo, do, ccon on aaire ire de abur aburrida rida im importa portancia ncia—. —. ¡¡Al Al fondo! Los candidatos se apretaron hasta que a Richards le fue imposible respirar   profundam  prof undam e nte, e nca ncajj ado por todas par partes tes c on a quella trist tristee m a sa de c ar arne. ne. Subieron al segundo piso y las puertas se abrieron. Richards, que pasaba la cabeza a todos los demás en el ascensor, vio una enorme sala de espera con muchos asientos, dominada por una inmensa pantalla de Libre-Visión. En un rincón rin cón había un eexpend xpendedor edor aaut utom omáti ático co de tabac abaco. o.  —¡Salgan! ¡V ¡Vaa y an sa sali liee ndo! ¡¡Muestre Muestrenn sus ttar arjj eta etass a la iz izquier quierda! da! Obedecieron y cada uno enseñó su tarjeta de identificación ante el objetivo impersonal de una cámara. Junto a ésta permanecían tres vigilantes. Por alguna razón, la cámara emitía un zumbido al identificar algunas de las tarjetas, y sus  poseedore  posee doress er eran an aapar partados tados de la cola y devue devuelt ltos os a la ccalle. alle. Richards m mos osttró la suy suyaa y fue auto autoriz rizado ado a segu seguir ir.. S See ac acer ercó có a la m máqui áquina na de cigarrillos, sacó un paquete y tomó asiento lo más lejos posible del Libre-Visor. Encendió un cigarrillo y expulsó el humo entre toses. Llevaba casi seis meses sin fumar un solo pitillo.

 

…Menos 96 y contando…

Casi de inmediato, llamaron para el examen físico a aquellos cuyo apellido empezaba por A. Un par de docenas de candidatos se pusieron de pie y desaparecieron tras una puerta situada junto al Libre-Visor. Sobre la puerta había un gran rótulo que decía POR AQUÍ. Debajo de estas palabras había una flecha que señalaba la puerta. El grado medio de alfabetización de los candidatos era notoriamente bajo.de hora, aproximadamente, llamaban una nueva letra. Ben Cada cuarto Richards había entrado casi a las cinco, así que calculó que no le llamarían hasta  pasada  pasa dass las oc ocho. ho. De Deseó seó habe haberse rse tra traído ído un libro, libro, per peroo cconsi onsider deróó que todo ib ibaa bien como estaba. Los libros eran, cuando menos, objetos sospechosos. Sobre todo si los tenía alguien de la otra parte del Canal. Eran más seguras las revistas de  perver  per version sionee s. Contempló con inquietud el noticiario de las seis (los combates en Ecuador  habían empeorado, en la India habían estallado nuevos brotes de violencia caníbal, y los Tigres de Detroit habían vencido a los Gatos Monteses de Harding  por 6 a 2 en el par parti tido do de la tar tarde) de).. Cuando se ini inició ció e l prim primer eroo de los gra gr a ndes concursos de la noche, se acercó a la ventana con nerviosismo y contempló el exterior. Abajo, en las aceras, una multitud de hombres y mujeres (la mayoría de ellos técnicos o burócratas de la Cadena, naturalmente) empezaba su deambular en busca de diversiones. Al otro lado de la calle, en una esquina, un Camello Autorizado pregonaba su mercancía. Un hombre pasó por debajo de Richards con una fulana de cada brazo; las mujeres iban envueltas en abrigos de m arta ar ta ce cebell bellin ina, a, y lo loss tre tress iban iban riéndos riéndose. e. Le entró un unaa ter erribl riblee añoranz añoranzaa de Sh Sheil eilaa y Cathy athy.. Deseó poder llam llam arlas, pero consideró que no se lo permitirían. Todavía estaba a tiempo de retirarse, desde luego; varios hombres lo habían hecho ya. Se levantaban, cruzaban la sala de espera con una confusa e imprecisa sonrisa y enfilaban la puerta sobre la que se leía A LA CALLE. ¿Volver a aquel piso, con la pequeña consumida por la fiebre en la habitación contigua? No, imposible. Imposible. Permaneció un rato más junto a la ventana, y después, volvió a sentarse. Un nuevo concurso, Cave su tumba, estaba estaba y a eenn el aire. El tipo sentado junto a Richards le dio un golpecito en el brazo con gesto nervioso.  —¿Es  —¿ Es cie cierto rto que elim eliminan inan a m ás de un tre treint intaa por ciento cie nto en los e xám ene eness físicos?  —No lo sé —repli —re plicó. có.  —¡Cielo santo! —continuó e l hom hombre bre—. —. Yo tengo bronquiti bronquitis. s. Quiz Quizáá s e n Caminando hacia los billetes… Richards no sabía qué decir. La respiración del tipo sonaba como un camión

 

lejano que estuviera subiendo una cuesta pronunciada.  —Tee ngo fa  —T fam m il ilia ia y … —aña —añadió dió el ti tipo, po, con aabatida batida de desespe sespera ración. ción. Richards clavó llaa m ira rada da en e n el Li Librebre-V Visor sor ccomo omo si el progra program m a le int intere eresara. sara. El tipo permaneció en silencio un largo rato. A las siete y media, cuando se inició el programa siguiente, Richards le oyó preguntar sobre el examen físico al hombre sentado al otro lado. En la calle ya había oscurecido. Richards se preguntó si aún seguiría llovi loviendo. endo. Las ho horas ras le pa parec recían ían m muy uy lar argas. gas.

 

…Menos 94 y contando…

Un potente timbre eléctrico le despertó súbitamente a las seis de la mañana siguiente. Por un instante permaneció desorientado, sin reconocer dónde estaba,   se preguntó si Sheila habría comprado un despertador o algo parecido. Entonces Ent onces recordó re cordó el día anterior y se incorpo incorporó. ró. En grupos de cincuenta, fueron conducidos a un cuarto de baño industrial donde la tarjeta a as unaaazzcámara poreespej un vigilante. Richards se di dirigi rigióó mostraron a una casi ca sill lla a de baldos baldosas ules ules queprotegida ccont ontenía enía un spejo, o, un llava avam m anos, una ducha y un retrete. En un estante, sobre el lavamanos, había una hilera de cepillos de dientes envueltos en celofán, una máquina de afeitar eléctrica, una  pastilla  pastil la de j abón, y un tubo de pasta de dientes a m e dio usar usar.. Un rótulo e n una esquin esqu inaa de dell esp espej ej o decía: ¡RESPETE ESTA PROPIEDAD! Debaj o, al algui guien en habí habíaa gar garabatea abateado: do: ¡YO SÓLO RES RESP P ETO MI CULO! Richards se duchó, se secó con una toalla colocada sobre el depósito de agua del retrete, se afeit af eitóó y se pein peinó. ó. Les llevaron a la cafetería, donde volvieron a enseñar sus tarjetas de identificación. Richards tomó una bandeja y la empujó sobre las barras de acero inoxidable. Le dieron una caja de cereales, un plato de patatas fritas grasientas, un cucharón de huevos revueltos, una tostada fría y dura como la losa de una tumba, un vaso de leche, una taza de café turbio sin crema, un sobre de azúcar, otro de sal y un poco de falsa mantequilla en un pedazo de papel oleoso. Devoró la comida. Todos lo hicieron. Para Richards, era su primera comida de verdad, aparte de los grasientos pedazos de  pizz  pizza a  y de las píldoras gubernamentales, en Dios sabía cuánto tiempo. Sin embargo, resultaba extrañam ente sos sosa, a, ccomo omo si alg algún ún chef vam vampi piro ro le hubi hubier eraa cchup hupado ado en la ccocin ocinaa to todo do el sabor, dej ándola re reducida ducida a los los m mer eros os produ productos ctos nu nutri triti tivos vos.. ¿Qué estarían comiendo ellas esa mañana? Píldoras de algas y falsa leche  paraa la niña. Un re  par repentino pentino sentim sentimiento iento de dese desesper sperac ación ión le invadió. ¡Señor ¡Señor!, !, ¿cuá cuándo ndo em empezarían pezarían a ver din diner ero? o? ¿Hoy ? ¿Mañana Mañana?? ¿La se sem m ana sigui siguiente? ente? O quizás eso era también un truco, un señuelo. Quizás no iba a haber ningún arcoo iiris arc ris,, y m ucho m menos enos uuna na oll ollaa de oro al final ddee éést ste. e. Permaneció sentado, con la mirada en su plato vacío, hasta que el timbre eléctrico volvió a sonar, a las siete en punto, y le enviaron con los demás hacia los ascensores.

 

…Menos 95 y contando…

Pasaban algunos minutos de las nueve y media cuando llamaron a las R. El grupo, Richards incluido, pasó a la sala de observación. Gran parte del nerviosismo inicial había desaparecido, y la mayoría de los candidatos estaban contemplando la Libre-Visión con avidez y sin el temor reverencial de horas antes, o bien dormitaban en sus asientos. El tipo sentado a su lado había sido llamado una hora su apellido empezaba por L. Richards se preguntó, ociosam ocio samente, ente, si llee antes, habríanpues ac aceptado. eptado. La sala de observación era grande y sus paredes estaban cubiertas de azul azulej ej os os,, que re reflej flejaban aban la luz de los flu fluoresce orescent ntes es del techo. Par Parec ecía ía una ca cadena dena de montaje, con varios médicos de aspecto aburrido situados en diversos puntos del recorrid rec orrido. o. Richards se preguntó con amargura si alguno de ellos estaría dispuesto a exam inar inar a su hhijit ijita. a. Los candidatos mostraron sus tarjetas a otra cámara incrustada en la pared y recibieron la orden de detenerse ante una hilera de percheros. Un médico con una larga bata blanca de laboratorio se acercó a ellos con una tablilla bajo el  bra zo.  braz  —Desnúdense  —De snúdense —dij —dijo—. o—. Cuelguen la ropa en el per perche chero. ro. Rec Recuer uerden den el número de su colgador e indíquenlo al ordenanza del fondo. No se preocupen por  sus objetos de valor. Aquí nadie los quiere. Objetos de valor. Menuda broma, pensó Richards mientras se desabrochaba la camisa. Llevaba una cartera vacía con algunas fotos de Sheila y Cathy, un recibo de una media suela que se había hecho colocar seis meses atrás, un llavero sin más llave que la de su casa, un calcetín de niño que no recordaba haber dej ado all allí,í, y el paqu paquete ete de tabac tabacoo qu quee había saca sacado do ddee la m máqui áquina. na. Bajo los pantalones, Richards llevaba unos calzoncillos deshilachados porque Sheila siempre insistía en que se los pusiera. En cambio, la mayoría de los demás iban sin ropa interior. Pronto estuvieron todos desnudos y anónimos, con los penes colgando entre las piernas como olvidadas mazas de guerra. Cada uno llevaba en la mano su tarjeta. Algunos arrastraban los pies como si el suelo estuviera frío, aunque no era así. La sala estaba llena de un suave aroma a alcohol, nostálgico e impersonal.  —Guarde  —Gua rdenn la fila —indi —indicc ó eell m é dico de la tablil tablilla—. la—. Y m uestre uestrenn sie siem m pre la tarj eta. Sigan las in inst struc rucciones. ciones. La cola fue avanzando. Richards advirtió que, a lo largo del recorrido, había un vig vigil ilante ante jjunt untoo a ccada ada m édico. B Baj aj ó llaa m irada y aguardó, en ac acti titu tudd pasi pasiva. va.  —Taa rj eta  —T eta.. La m os ostró tró y el prime primerr m édico anot anotóó el núme número. ro. A cont contiinuación nuación,, añadió:  —Abraa la boca  —Abr boca..

 

Richards la abrió, con la lengua recogida. El siguiente médico estudió sus pupilas con una pequeña y potente linterna y luego comprobó sus oídos. Después, un tercer médico le colocó en el pecho el frío fr ío círculo círc ulo del estetos estetoscopio. copio.  —Tosa.  —T osa. Richards tosió. Delante de él, uno de los candidatos había sido descartado y  protestaba.  protesta ba. Ne Necc esitaba el diner dineroo y no podían hac hacer erle le a quello. Ac Acudiría udiría a un abogado, si era preciso. El médico movió el estetoscopio de lugar y repitió:  —Tosa.  —T osa. Richards tosió. El médico le hizo dar media vuelta y le colocó el estetoscopio en la esp e spalda. alda.  —Inspire prof profundam undam ente y c ontenga e l a ire ire.. —Movió —Movió el e stetoscopio a di diver versos sos punt puntos os de la eespald spaldaa de Ben y aña añadi dió—: ó—: Exhale. Richar ichards ds sol soltó tó el aaire. ire.  —Paa se aall  —P llí.í. Un médico sonriente con un parche en un ojo le tomó la presión. Otro médico, calvo y con la piel del cráneo moteada de grandes pecas oscuras, como si padeciera del hígado, continuó el examen. Tras colocar su fría mano en la ingle de Richards, entre el escroto y el muslo, indicó a éste:  —Tosa.  —T osa. Richar ichards ds ttosi osióó una vez má más. s.  —Adelante.  —Ade lante. Le tomaron la presión y le pidieron que escupiera en un recipiente. Ya había recorrido la mitad de la sala. Dos o tres tipos habían terminado ya y un ordenanza de rostro descolorido y dientes de conejo traía sus ropas en unos cestos de alambre. Otra media docena de candidatos habían sido descartados y conducido condu cidoss hast hastaa la eescalera scalera..  —Inclí  —Inc línese nese y abr abraa los glút glútee os. Richar ichards ds se incli inclinó nó y los los abr abrió ió.. Un dedo eenvuelt nvueltoo en plásti plástico co se int introduj rodujoo en su recto rec to,, lo expl exploró oró y se re rettiró.  —Adelante.  —Ade lante. Entró en una cabina cerrada con cortinas por tres lados, como las antiguas casillas de votación. Éstas habían sido sustituidas por elecciones mediante ordenador hacía once años. Richards orinó en un recipiente azul. El médico se lo llevó y lo vvac ació ió en un apara aparatto. En la siguiente parada, le aguardaba una prueba de visión.  —Leaa —dij  —Le —dijoo el m méé dico.  —E-A,, L-D  —E-A L-D,, F F-S, -S, P P,, M, Z-K, L, A A,, C C,, DD-U, U, S, G, A…  —Sufic  —S uficiente. iente. A Adela delante. nte. Entró en otra cabina como la anterior y se colocó unos audífonos. Le indicaron que pulsara el botón blanco mientras oyera algo, y el rojo cuando

 

dejara de oírlo. El sonido era muy agudo y débil, como un silbato para perros ajustado precisamente en el umbral auditivo humano. Richards continuó pulsando lo loss botones botones hasta que le indi indica caron ron que se de detu tuvi vier era. a. Le hicieron subir a una báscula y luego le examinaron los pies. Le colocaron ante un fluoroscopio después de ponerle un traje protector de plomo. Un médico que mascaba chicle mientras tarareaba algo para sí con escasa entonación tomó varias placas y anotó su número de tarjeta. Richards había entrado con un grupo de unos veinte. Doce habían llegado hasta el final de la cadena. Algunos ya estaban vestidos y esperaban el ascensor. Un número similar había sido descartado. Uno de ellos había intentado agredir al médico que le había sacado de la cola y un policía con la porra eléctrica en alto había caído sobre él con toda energía. El tipo había caído al suelo en redondo, como si le hubieran dado un hachazo. Hicieron subir a Richards a una tarima y le preguntaron si había padecido alguna algu na de una li list staa de cincuent cincuentaa enfe enferm rm edade edades. s. La mayor parte de ellas eran de naturaleza respiratoria. El médico le miró con atención cuando Richards dijo que había un caso de gripe en la familia.  —¿S  —¿ Su esposa esposa??  —No, mi m i hi hijj a.  —¿Eda  —¿ Edad? d?  —Dieciocho  —Diec iocho m mee ses.  —¿Está  —¿ Está usted inm inmuniz unizaa do? ¡¡No No int intente ente m e nti ntir! r! —gritó el m édic édicoo de pronto, como si Richards ya lo hubiese intentado—. Comprobaremos su historial sanitario.  —Inm uniz unizaa do e n j uli ulioo de dos m il veintit veintitré rés. s. Dosis supl suplee m e ntar ntaria ia e n septiem septi em bre de dos m mil il veint veintit itré rés. s. C Centro entro sanitario del barr barrio io..  —Adelante.  —Ade lante. Richards sintió el súbito impulso de abalanzarse sobre la mesa y apretarle el cuello a aquel gusano, pero obedeció y siguió adelante. En la la úl últtima para parada, da, una docto doctora ra de aaire ire aadus dusto to con el cabe cabelllo ppelado elado al ra rape pe  un exprimidor eléctrico en el oído le preguntó si era homosexual.  —No.  —¿Le  —¿ Le han de detenido tenido alguna ve vezz por de deli litos tos ma mayy ore ores? s?  —No.  —¿Tiene  —¿ Tiene alguna fobia int intensa ensa?? Me rref efier ieroo a si…  —No.  —Es m ej or que e scuc scuche he la defini def inicc ión —ins —insist istió ió la m uje uj e r, con a ire de leve condescendencia—. Se Se tra rata ta de…  —… si tengo algún m iedo inus inusual ual o irra irracc ional, com o la c laustrofobia o la agorafobia, agora fobia, ¿¿no no es eeso? so? No. La doctora apretó los labios y, por un instante, pareció tentada de hacer algún

 

comentario punzante.  —¿Util  —¿ Utiliz izaa o ha util utiliz izado ado aalguna lguna droga adic adicti tiva va o aalucinógena lucinógena??  —No.  —¿Tiene  —¿ Tiene a lgún par pariente iente que ha hayy a sid sidoo dete detenido nido baj o la ac acusac usación ión de crímenes crím enes ccont ontra ra el Gobi Gobier erno no o cont contra ra la Cadena Cadena??  —No.  —Firm  —F irmee e ste j ura uram m ento de lea lealt ltad ad y este j ura uram m ento de liber liberaa ción de re respon sponsabil sabilid idade adess par paraa la Comisi Comisión ón de Concursos, señor…, hum, Richar ichards. ds. Estam Est am pó su firm firma. a.  —Muéstrele  —Muéstre le aall ordena ordenanz nzaa la tar tarjj e ta y dígale eell núme número… ro… Dejó a la mujer a media frase y le hizo un gesto con el pulgar al ordenanza, un tipo de dientes salientes.  —Númee ro ve  —Núm veint intiséis, iséis, B Bugs. ugs. El tipo le trajo sus cosas. Richards se vistió lentamente y se encaminó hacia el ascensor. Notaba el ano caliente y alborotado, violado, un poco resbaladizo a causa ca usa del lubri lubrica cant ntee uti utili lizzado por el m édico. Cuando estuvieron todos reunidos, se abrió la puerta del ascensor. La casilla  blindada  bli ndada e staba vac vacía ía eesta sta ve vezz. El vigi vigilante lante j unto a los botones eera ra un ti tipo po de delgado lgado con una una gra grann ma marca rca j unt untoo a la nariz nariz..  —Paa sen aall fondo —i  —P —iba ba dic diciendo—. iendo—. P Pase asenn al ffondo. ondo. Mientras se cerraba la puerta, Richards vio que por el otro extremo de la sala entraban las S. El médico de la tablilla se acercaba al grupo. Luego, la puerta term inó ddee ccerra errarse rse y no al alcanz canzóó a ver nada m ás. Subieron al tercer piso y la puerta dio paso a un enorme dormitorio semiiluminado. Filas y filas de estrechos catres de hierro y lona parecían extenderse hasta e l infini infinito. to. Dos vigilantes empezaron a anotar sus números, asignándole un catre a cada uno conforme iban saliendo. A Richards le dieron el 940. El lecho tenía una m ant antaa m arrón y un unaa aallm oh ohada ada m uy del delgada. gada. R Riichards ssee tu tum m bó y dej dejóó caer los zapatos al suelo. Los pies le colgaban fuera del catre, pero no podía hacer nada al respecto. Cruz ruzóó llos os bbra razzos bbaj aj o llaa ca cabez bezaa y fijó la m ira rada da eenn el ttec echo. ho.

 

…Menos 93 y contando…

En el cuarto piso, el grupo de Richards fue el primero en ser conducido a una gran habitación sin muebles en cuyas paredes se abría algo parecido a bocas de  buzón.  buz ón. V Volvi olviee ron a m ost ostra rarr sus tar tarjj eta etass y las pue puerta rtass del aasce scensor nsor se ce cerr rraa ron ccon on un suspiro a sus espaldas. Un tipo enjuto con una incipiente calvicie y el emblema de la Comisión de Concursos silueta una cabeza  bata blanc blancaa (la eentró ntró en lade habitac habitación. ión. humana superpuesta a una antorcha) en su  —Desnúdense  —De snúdense y saque saquenn todos los obj objee tos de valor de sus ropa ropass —dij —dijo—. o—. Luego, tiren éstas en las ranuras del incinerador. Se les facilitarán monos de trabajo a cargo de la Comisión. —Después, con una sonrisa magnánima, añadió  —: Podrán Podr án ust ustee des conse conserva rvarr esos m onos, sea c ual ffuese uese la rree sol solución ución ffinal inal de la Comisión. Hubo algunos gruñido gruñidos, s, pero todo todo el m undo ob obede edeció. ció.  —Apresúr  —Apr esúree nse —dij —dijoo el hom hombre bre,, m mientra ientrass daba un par de pa palm lmaa das ccom omoo un maestro de escuela que señalara el final del recreo—. Nos queda mucho por  delante.  —¿Usted  —¿ Usted tam bién va a se serr cconcur oncursante sante?? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds. El hombre le dedicó una mirada de desconcierto. Al fondo, alguien rió disimuladamente.  —No importa im porta —a —añadió ñadió Ri Ricc har hards, ds, m mientra ientrass se quit quitaa ba los panta pantalones. lones. Sacó sus míseros objetos de valor e introdujo la camisa, los pantalones y los calzoncillos por una de las ranuras. Abajo, a considerable distancia, se produjo un  breve  bre ve y vora vorazz de destell stelloo de llam as. Se abrió la puerta del otro extremo (siempre había una puerta en el otro extremo: eran como ratas en un enorme laberinto escalonado piso a piso; un laberinto norteamericano, pensó Richards) y unos hombres entraron unas grandes cestas rodantes, cada una de ellas con monos de una talla distinta. Los había pequeños, medianos, grandes y extra grandes. Richards escogió uno de estos últimos por su estatura; pensó que le vendría ancho de hombros, pero se ajustó perfectamente a él. El tejido era suave, adherente, casi sedoso, aunque más resistente que la seda. Una única cremallera de nailon recorría la prenda de arriba abajo. Todos los monos eran de color azul marino y llevaban en el bolsillo superior del costado derecho el emblema de la Comisión. Al ver que todo el grupo lo llevaba, Ben Richards sintió que había perdido su rostro.  —Por  —P or aaquí quí —l —lee s ind indicó icó eell hom hombre bre,, hac haciéndoles iéndoles pa pasar sar a otra sala de e spera sper a . El in inevitabl evitablee Libre Libre-V -Vis isor or pa parlot rlotea eaba ba sin ce cesar—. sar—. Será Seránn ll llam am ados en gr grupos upos de a diez. diez. La puerta situada detrás del Libre-Visor llevaba otro rótulo que decía POR  AQUÍ, acompañado acom pañado ddee otra otra flecha. Tomaron asiento. Al cabo de un rato Richards se levantó y se acercó a la

 

ventana. Ahora estaban más arriba, pero seguía lloviendo. Las calles aparecían húmedas, negras y resbaladizas. Se preguntó qué estaría haciendo Sheila.

 

…Menos 92 y contando…

Pasó por la puerta con su grupo de diez a las diez y cuarto. Entraron en fila india   enseñaron sus tarjetas. En la estancia había diez cabinas con paneles por los tres lados, pero esta vez daban un aspecto de mayor solidez. Los tabiques estaban confeccionados con paneles de corcho anti-acústicos. La luz general era suave e indirecta. Se oía música ambiental procedente de unos altavoces ocultos. En el suelo había una alfombra de felpa; los pies de Richards parecieron extrañados ante una superf superfiicie que no er eraa asfalto asfalto.. El hombre delgado le había dicho algo.  —¿Qué  —¿ Qué?? —re —respondi spondióó m mientra ientrass par parpade padeaa ba.  —Caa bina seis —re  —C —repit pitió ió el hom hombre bre,, con aire a ire de rree proba probacc ión.  —¡Ah!  —¡A h! Acudió a la cabina seis. Dentro había una mesa y, detrás de ésta, un gran reloj de pared situado al nivel de la vista. Sobre la mesa vio un afilado lápiz de la G. A. y la IBM, junto a un puñado de hojas de papel en blanco. Una mala nota,  pensó Richa Richards. rds. Junto a todo ello había una deslumbrante sacerdotisa de la era de los ordenadores, una mujer rubia, alta como una Juno, con unos pantalones muy cortos iridiscentes que marcaban claramente el bulto en forma triangular de su  pubis.. Los pe  pubis pezzones eere rectos ctos de sus pec pechos hos asom aba abann ga gall llaa rda rdam m ente e ntre la m alla de su blusa de seda.  —Siéntese  —S iéntese,, por fa favor vor —dij —dijoo la m uje uj e r—. Soy Ri Rinda nda Wa rd, y voy a encargarme de sus test. Le tendió tendió llaa m ano y Richards llaa est estre rechó chó m mient ientra rass ssee pre present sentaba: aba:  —Bee nj  —B njam am in R Richa ichards. rds.  —¿P  —¿ P uedo llam ar arle le Ben? La sonrisa sonrisa er eraa seduct seductora ora pero impe imperson rsonal. al. B Ben en not notóó exac exacttam ente la ol olea eada da de deseo que se suponía que debía sentir ante aquella estupenda mujer que exhibía ante él su cuerpo bien alimentado. Se sintió furioso y se preguntó si la rubia se excitaría así, exhibiéndose ante los pobres desgraciados camino del desolladero.  —Desde  —De sde luego —r —respondió—. espondió—. B Buena uenass tetas.  —Graa cia  —Gr ciass —di —dijj o ella, sin in inm m utar utarse. se. Ahora, Richards Richards est estaba aba sentado y tenía que levant levantar ar la ccabeza abeza para m irar a la m uj ujer er,, qu quee per perm m anec anecía ía de pi pie, e, lo cual ddaba aba un ángul ánguloo ttodaví odavíaa m ás in incóm cómodo odo a la vista.  —Lass prue  —La pruebas bas de hoy son a sus fa facc ult ultaa des m e ntales lo que los e xám ene eness físicos de ayer a su cuerpo —prosiguió la mujer—. Serán bastante largas, y le serviremos la comida hacia las tres de la tarde, suponiendo que las pase. La sonrisa aparecía y desaparecía del rostro de la mujer.  —La prim primee ra par parte te es de c a pac pacidad idad ver verbal bal —continuó—. Tiene una hora

 

 par a rell  para re llena enarr e l cue cuesti stionar onario. io. P uede hac hacer er pre preguntas guntas dura durante nte e l test, y y o las responderé si estoy autorizada a hacerlo. Sin embargo, no le daré ninguna re respuest spuestaa a las pre pregunt guntas as de dell cue cuest stio ionar nario io,, ¿¿entendido entendido??  —Sí.í.  —S Richards recibió el cuadernillo con las cuestiones. En la portada había una gran mano m ano roja con llaa palma abi abierta. erta. Debaj Debajo, o, en grand grandes es lletras etras roja rojas, s, decía:

¡ALTO! No vuelva la página hasta que su instructor se lo indique  —Fuerte…  —Fuer te… —m —murm urm uró Richar Richards. ds.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice?? Las cejas perfectamente marcadas de la mujer se enarcaron en un signo de desconcierto.  —Nada.  —Na da.  —Cua  —C uando ndo aabra bra e l ccuade uadernill rnilloo eencontra ncontrará rá una hoj hojaa par paraa las c ontestac ontestaciones iones —  recitó susbórrela respuestas en negro,Sicon trazos fuertes. Si desea cambiarella—. algunaMarque respuesta, por completo. no conoce una respuesta, no intente adivinarla, ¿entendido?  —Sí.í.  —S  —Entonces,  —Entonce s, pase a la página uno y e m piec piece. e. Cuando le diga basta basta,, dej e e l lápiz y cierr cierree eell cuaderno. Puede eem m pez pezar ar.. Richards no lo hizo, sino que repasó con la mirada el cuerpo de la mujer, lentaa e in lent insol solentem entem ente. A All ca cabo bo de un ins instante, tante, ella se ruboriz ruborizó. ó.  —Yaa ha eem  —Y m pezado su ti tiem em po, B Ben. en. Ser Seráá m e j or que que… …  —¿P  —¿ P or qué todo el m mundo undo piensa que tra tratar tar c on un ti tipo po del otro lado de dell C Cana anall equivale a hacerlo un tarado mental? —la interrumpió él. Ahora, la mujercon estaba absolutamente turbada.  —Yo…  —Y o… Y Yoo no…  —Clar  —C laro. o. Se guro que no. —R —Richa ichards rds sonrió y tom tomóó el lápiz entre los de dedos—. dos—. ¡Dios mío, la gente está chiflada! Se concentró en el test mientras ella buscaba una respuesta o, incluso, una razónn para su at razó ataque; aque; prob probablem ablemente, ente, llaa m ujer uj er no había había com comprendi prendido do nnada. ada. La primera parte consistía en marcar la letra de la solución correspondiente al espacio en bl blanco anco en unas frases. Por eejj em plo: plo:

1. Una ______ no hace verano a. idea b. cerveza

c. golondrina  

d. ofensa e. ninguna de las anteriores Rellenó rápidamente la hoja correspondiente, sin apenas detenerse a deliberar o pensarse dos veces una respuesta. Después venían unas preguntas sobre vocabulario y unos contrastes de palabras. Cuando terminó, todavía quedaban quince minutos para la hora. La mujer le hizo guardar el test, pues legalmente él no podía entregárselo hasta transcurrida la hora, así que Richards se recostó en su asiento y volvió a repasar su cuerpo casi desnudo, sin una  palabra  pala bra.. El si silenc lencio io se hiz hizoo denso y opre opresivo sivo,, ccaa rga rgado. do. La vio desea desearr aalgo lgo con que cubrirse, cubrirs e, y eso com compl plac ació ió a Ri Richar chards ds.. Cuando se cumplió la hora, ella le entregó un segundo cuadernillo. En la  primer  prim eraa pá página gina ha había bía un dibuj dibujoo de un ccar arbura burador dor de gasolina. De Debaj baj o dec decía: ía:

¿Dónde pondría este objeto? a. En una segadora de césped b. En un Libre-Visor c. En una hamaca eléctrica d. En un automóvil e. En ninguno de los anteriores El tercer cuadernillo era sobre cuestiones matemáticas. Con los números no era tan bueno, y empezó a sudar ligeramente al ver que el reloj corría. Al final estaba muy acalorado, y no alcanzó a contestar la última pregunta por falta de tiem iempo. po. R Rin inda da W Ward ard sonri sonrióó li ligera geram m ente eenn exce exceso so al reti retirar rarle le el test y la hoja de respuestas.  —Aquí no ha sido ta ta n rá rápido, pido, B Ben. en.  —Pee ro esta  —P estará rá bien todo lo que he he hecho cho —re —respondi spondióó con una nueva sonrisa Richards, al tiempo que se inclinaba hacia delante y le lanzaba un repentino azote en las nalgas—. nalgas—. Tó Tóm m ate un baño, ppequeña. equeña. Lo has hecho m uy bien. bien.  —Podría  —P odría hac hacer er que le desc descalifica alificara rann —re —repli plicó có eell llaa , roj a de fur furia. ia.  —Bobada  —B obadas. s. No har harías ías m máá s que busca buscarte rte el de despid spido. o.  —Largo.  —La rgo. Vue uelva lva c on los dem á s —m —maa sculló la m uje uj e r, a l borde de las lágrimas. Richar ichards ds ssin inti tióó algo pare parecido cido a ccom ompasió pasión, n, pero rrec echazó hazó tal ssentimiento. entimiento.  —Que pase pasess una buena noche —m —murm urm uró—. Ve te a tom tomaa r una c e na de seis  platos c on e l ti tipo po que se a c ueste contigo e sta sem ana y piensa en m i peque pequeña ña,, que se muere de gripe en un piso miserable de tres piezas, al otro lado del Canal. Richards se fue dejándola muda y pálida, con la mirada clavada en su

espalda.  

El grupo de diez había quedado reducido a seis, que pasaron a la sala si sigui guiente. ente. Era la una y m edia.

 

…Menos 91 y contando…

El médico sentado al otro lado de la mesa en la pequeña cabina llevaba gafas de gruesoss cr grueso cris istal tales. es. T Tenía enía una desagradable sonri sonrisa sa de com compl plac acencia encia que le rrec ecordó ordó a Richards a un retrasado mental que había conocido de pequeño. Al tipo le gustaba meterse bajo las gradas del campo de deportes de la escuela para verles las bragas a las chicas mientras se masturbaba. Richards se sonrió.  —¿Es  —¿ Es a lgo diver diverti tido? do? —pre —preguntó guntó e l m édic édico, o, a l tie tie m po que le m ostraba la  prim eraa m anc  primer ancha ha de ti tinta. nta. La desagradable sonrisa se hizo un ápice más abierta.  —Sí.í. M  —S Mee rrec ecuer uerda da usted a alguien que c onocí.  —¡Ah!  —¡A h! ¿A quién?  —No tiene im portanc portancia. ia.  —Muy bien. ¿¿Qué Qué ve aaquí? quí? Richards miró donde le indicaba. Alrededor del brazo derecho llevaba un aparato de tomar la presión, y le habían adherido a la cabeza unos electrodos. Tanto éstos como aquél iban conectados mediante cables a una consola situada cerca ce rca del mé médi dico. co. En el vi viso sorr de dell oordenador rdenador aapare parecía cía una lí línea nea ond ondul ulada. ada.  —Dos negra negr a s. B Bee sándose sándose.. El médi mé dico co le m ostró ostró llaa segunda m mancha ancha de ti tint nta. a.  —¿Y  —¿ Y aaquí? quí?  —Un coche c oche depor deporti tivo. vo. Pa Pare rece ce un Jagua Jaguarr.  —¿Le  —¿ Le gust gustaa n los c oche ochess a ga gasol solina? ina?  —Tee nía una c olec  —T oleccc ión de m odelos a e sca scala la cua cuando ndo eera ra peque pequeño ño —r —respondió espondió Richar ichards ds enc encogi ogiendo endo los hombros. El médi mé dico co eefe fectuó ctuó uuna na aanot notac ació iónn y levantó ot otra ra ca cartu rtuli lina. na.  —Una enf enfee rm a. Está tendida de lado. La Lass som sombra brass de su rostro pa pare recc en los  barrote  bar rotess de una c e lda.  —Vaa m os con la últi  —V últim m a. Richards se echó a reír.  —Paa rece  —P re ce un m montón ontón de m mier ierda. da. Se im imagin aginóó al mé médi dico co ccon on ssuu bat bataa blanca corriendo baj bajoo las las gradas del ca cam m po de deportes, mirando bajo las faldas de las chicas y masturbándose, y se echó a reír otra vez. El médico sonrió de nuevo con su desagradable mueca, haciendo más real lo que Richards imaginaba. Y más gracioso. Por fin, sus risas se redujeron reduj eron a un par de j adeos. Hipó Hipó uuna na vez m ás y ca callló. ló.  —Supongo  —S upongo que no quer querrá rá decirm dec irmee …  —No —repli —re plicc ó R Richa ichards—. rds—. No quier quiero. o.  —Entonces,  —Entonce s, si sigam gam os ade adelante. lante. A Asocia sociacione cioness de pa palabr labras. as.  No se m olestó en explica explicarle rle la prue prueba. ba. Ri Ricc har hards ds supuso que y a e staba corriendo cor riendo la voz voz.. Magní Magnífico: fico: así ahorra ahorraría ría tiem tiempo. po.

 

 —¿P repar  —¿P re parado? ado?  —Sí.í.  —S El médico sacó un cronómetro de un bolsillo, lo puso en marcha, preparó el  bolígra  bolí grafo fo y estudió una li lista sta de pa palabr labraa s que tenía fr frente ente a sí.  —Doctor  —Doc tor..  —Negro  —Ne gro —r —respondió espondió R Richa ichards. rds.  —Pee ne.  —P  —P olla.  —Poll a.  —Roj  —R ojo. o.  —Negro.  —Ne gro.  —Plata.  —P lata.  —Puñal.  —P uñal.  —Fusil  —F usil..  —Muerte.  —Muer te.  —Ganar.  —Ga nar.  —Dinero.  —Diner o.  —See xo.  —S  —Tee st.  —T  —Faa lt  —F ltaa .  —Gol. La lista continuó; más de cincuenta palabras hasta que el médico paró el cronómetro y dejó el bolígrafo.  —Bien  —B ien —dij —dijo. o. Junt Juntóó las m anos y estudió a Ri Ricc har hards ds ccon on gesto gra grave—. ve—. Una última pregunta, Ben. No voy a decir que reconozco una mentira en cuanto la oigo, pero la máquina a la que está conectado nos dará un resultado muy fiable en uno u otro sentido. ¿Intenta alcanzar la categoría de concursante por  m oti otivac vacion iones es sui suicidas? cidas?  —No.  —¿P  —¿ P or qué raz ra zón, entonce entonces? s?  —Tee ngo a m i hij it  —T itaa e nfe nferm rm a. Ne Necc e sit sitaa un m édic édico. o. Y m e dicinas. Y a tenc tención ión hospitalaria.  —¿Algo  —¿ Algo m máá s? El médico m édico hiz hizoo otra aanot notac ació ión. n. Richards estuvo a punto de decir que no (no era asunto suyo), pero luego decidió continuar. Quizá fue porque aquel médico se parecía tanto al pobre retrasado de su juventud. O quizá porque tenía que decirlo una vez para que tomara y forma concreta, como sucede cuando unPor hombre se obliga a traduci ra ducirr cuerpo en palabras una rea reacc cció iónn em emocio ocional nal nnoo ma madurada. durada. eeso so añadió: añadió :  —Hacc e m uc  —Ha ucho ho que no tra trabaj baj o. Y quier quieroo volver a ha hace cerlo, rlo, a unque sól sóloo sea como incauto pichón de un concurso con trampa. Quiero trabajar y mantener a mi familia. Tengo mi orgullo. ¿Tiene usted orgullo, doctor?

 

 —El exce e xceso so de c onfia onfianz nzaa y vanida vanidadd tra traee el infortunio —se —sentenc ntenció ió eell m é dico mientras tapaba y guardaba el bolígrafo—. Si no tiene más que añadir, señor  Richards… Se puso en pie. Eso y el retorno al apellido indicaban que la entrevista había terminado, tanto si tenía algo más que decir como si no.  —No.  —La puer puerta ta eestá stá aall fondo del pa pasil sillo, lo, a la de dere recha cha.. B Buena uena suer suerte. te.  —Clar  —C laroo —dijo Richa Richards. rds.

 

…Menos 90 y contando…

El grupo con el que había entrado se había reducido a cuatro. La nueva sala de espera era mucho más reducida. La masa de la noche anterior también había quedado reducida en ese sesenta por ciento, más o menos. Los últimos de las Y y las Z entraron a las cuatro y media. A las cuatro, un ordenanza había repartido unos bocadillos insípidos. Richards tomó dos y se sentó a engullirlos mientras escuchaba a un tipo llamado Rottenmund, que regaló los oídos de Richards y un  puñado m ás ccon on una rree tahíla aall par paree ce cerr inter interm m inable de ané anécdota cdotass obsce obscenas. nas. Cuando el grupo estuvo completo, fueron conducidos a un ascensor que les llevó al quinto piso. Una gran sala común, unos aseos comunales y la inevitable fábrica de sueños con sus hileras de catres constituían sus aposentos. Les informaron de que al otro extremo del pasillo, en la cafetería, se serviría una cena ce na ccali aliente ente a las ssiet iete. e. Richards perm anec aneció ió ssentado entado un unos os minut minutos os;; desp después ués se levantó y se aace cercó rcó al vigilante que montaba guardia en la puerta por la que habían entrado.  —¿Ha  —¿ Hayy a lgún ttelé eléfono fono por aquí, aam m igo?  No esper e speraa ba que le pe perm rm it itier ieraa n llam llamaa r, per peroo eell vig vigil ilaa nte se lim lim itó itó a señalar seña lar el  pasilloo con eell pul  pasill pulgar. gar. Richards abrió un poco la puerta y echó un vistazo. Claro que había teléfono. De pago. Volvió a mirar al vigilante.  —Escuche,  —Escuc he, si m mee pre presta sta cincue c incuenta nta ccee ntavos par paraa una llam ada ada,, y o…  —Lárga  —Lá rgate, te, pobre diablo. Richar ichards ds cont contuvo uvo ssuu re reac acción. ción.  —Quieroo ll  —Quier llaa m a r a m i m uje uj e r. Nue Nuestra stra hij hijaa está e nfe nferm rm a. P óngase e n m i lugar, por el amor de Dios. El vigilante se echó a reír con un graznido breve y desagradable.  —Sois  —S ois todos iguales. Un c uento par paraa ca cada da día del a ño. Te chnic chnicolor olor y tre tress di dim m ensi ensiones ones ppor or Navidad y el Día de la Madre Madre..  —Cee rdo —m  —C —murm urm uró Ri Ricc har hards, ds, y a lgo e n su m ira irada, da, en e l gesto de sus hombros, hizo que el vigilante volviera de pronto la vista a la pared—. ¿Tú no estás casado? ¿No te has encontrado nunca sin dinero y has tenido que pedir   prestado,  pre stado, aunque hac hacee rlo par paree cie ciera ra ll llena enarte rte la boc bocaa de m ier ierda? da? El hombre se llevó súbitamente la mano al bolsillo y sacó un puñado de monedas de plástico. Lanzó dos Nuevos Cuartos de Dólar, volvió a poner el resto en el e l bo bols lsil illo lo y asió a Ri Richa chards rds por el m ono.  —Sii eenvías  —S nvías a alguien m á s aaquí quí por porque que Ch Chaa rlie Gr Graa dy es un blando, te voy a machacar tus malditos sesos, gusano.  —Graa cia  —Gr ciass —re —repli plicc ó R Richa ichards rds ccon on firm eza—. P Por or eell pré préstam stamo. o. Charlie Grady soltó una carcajada y le dejó pasar. Richards salió al pasillo,

 

descolgó el teléfono e introdujo el dinero en la ranura. Cayó con ruido hueco y,  por un instante, no suc sucee dió na nada da.. « ¡Je ¡Jesús, sús, todo por nada nada!» !» , pe pensó. nsó. Entonces Entonce s oy ó el sonido de marcar. Marcó el teléfono del vestíbulo del quinto piso con la esperanza de que no se pusiera la maldita señora Jenner, la vecina del rellano. Seguro que, si reconocía su voz, la bruja gritaría enseguida que se equivocaba de número núme ro y él habría perdido su ddin iner ero. o. El timbr timbree sonó sseis eis vec veces es ha hast staa que una voz desconocida re respo spondi ndió: ó:  —¿Hola?  —¿Hola?  —Quieroo habla  —Quier hablarr ccon on Sheila Sheila Richa Richards, rds, pue puerta rta c inco.  —Cre  —C reoo que ha salido —di —dijj o la voz voz,, eenn tono ins insinuante—. inuante—. A Anda nda a rr rriba iba y aba abajj o  por el e l bl bloque, oque, ¿s ¿saa be? Tienen una hij hijaa eenfe nferm rm a y e l m maa rido es un inúti inútil.l.  —Llam e a la puer puerta, ta, por ffaa vor —dij —dijoo él ccon on la boc bocaa ccom omoo de aalgodón lgodón..  —Espere.  —Esper e. Al otro otro lado de la lí línea nea,, el teléf teléfono ono go golpeó lpeó la par pared ed ccuando uando la voz desconocida lo dejó caer. Apagada y lejana, como en un sueño, oyó la voz que llamaba y gritaba:  —¡Tee léf  —¡T léfono! ono! ¡¡T Telé eléfono fono pa para ra uste uste d, señor señoraa Ri Ricc har hards! ds! Medio min m inuto uto después, la voz ddesc esconocida onocida volv volvió ió al aapar parato. ato.  —No está. e stá. H Hee oído ll llora orarr a la niña, pe pero ro ella no eestá. stá. Com Comoo le de decía cía,, siem pre estáá espera est esperando ndo a que ll lleguen eguen los ma marineros rineros… … La voz emitió una risita. Richards deseó poder teleportarse por la línea telefónica y aparecer al otro extremo de la línea, como un genio malvado de una lámpara negra, y apretarle el cuello a aquella voz hasta que los ojos le saltaran de las cuencas y rodaran por  el suelo.  —Tom  —T omee un m mee nsaj e —dijo—. Esc Escríba ríbalo lo en la pa pare red, d, si e s pre precc iso iso..  —No tengo lápiz. lápiz. V Voy oy a ccolgar olgar.. Adiós.  —¡Espere  —¡Espe re!! —gr —grit itóó R Richa ichards rds ccon on un to tono no de pá pánico nico eenn la voz voz..  —Voy  —V oy a… ¡U ¡Unn m om omee nto! —De m a la gana gana,, la voz aña añadió—: dió—: Sube por la escalera ahora mi m ismo. Richar ichards ds ssee apoy ó en la par pared, ed, sudoroso sudoroso.. Un ins instante tante después, la voz de Sheil Sheilaa ll llegó egó a sus ooído ídoss inq inqui uisi siti tiva, va, pr prec ecavida avida y un tanto atem atemoriz orizada ada::  —¿Diga?  —¿ Diga?  —Sheila…  —S heila… Cerró er ró lo loss ojos y dej dejóó que la pare paredd llee sost sostuvi uvier era. a.  —¡Ben! ¿Ben, er eree s tú tú?? ¿Estás bien?  —S  —Sí, í, m muy ¿¿Y Ytanta Cathyfie ? ¿bre, Está…?  —Igual.  —Igua l.uyNobien. ti tiee ne fiebre , per peroo suena tan ac acata atarr rrada ada… … Ben, cr cree o que ti tiene ene agua en los pul pulm m ones. ¿¿Y Y si ttiene iene una pul pulm m oní onía? a?  —See pondr  —S pondráá bie bien. n. S See pondr pondráá bie bien. n.

  Yo… Yo…

S Sheila heila hiz hizoo una la larga rga pa pausa usa . La Lam m ento de dejj a rla sola, per peroo he te tenido nido

 

que hacerlo. Esta mañana he hecho dos clientes. Lo siento, Ben, pero así le he conseguido un poco de medicina en la tienda. Medicina buena. La voz de la mujer había adoptado un tono elevado, evangélico.  —Todos  —T odos e sos fá fárm rm ac acos os son basur basuraa —dij —dijoo él—. Escuc Escucha, ha, Sheila, no le des más, por favor. Creo que me van a escoger. De verdad. Ya no pueden echar a mucha gente más, porque hay muchos espectáculos que cubrir. Necesitan suficiente carne de cañón para todos. Y dan adelantos, me parece. La señora Upshaw…  —Vee sti  —V stida da de negr negroo ti tiene ene un a spec specto to horr horribl iblee —int —intee rr rrum umpió pió Sheila en tono monocorde.  —Eso no im im porta porta.. Qué Quédate date c on C Cathy, athy, S She heil ilaa . No m más ás ccli liee ntes.  —Está bien. bie n. No saldré m á s. —S —Sin in eem m bar bargo, go, él é l no la c re reyy ó. « ¿No te tendrá ndráss los dedos cruz cr uzados, ados, ver verdad, dad, Sh Sheila? eila?»» —. T Tee qui quier ero, o, B Ben. en.  —Y y o a…  —Los tre tress m inut inutos os han ter term m inado —int —intee rr rrum umpió pió la telef telefonis onista—. ta—. Si dese deseaa continuar, conti nuar, de deposi posite te un nuevo cua cuarto rto de dólar o tres tre s viej viej os cuar cuarto tos. s.  —¡Espere  —¡Espe re un m om omento! ento! —gritó Ri Ricc har hards—. ds—. Salga de la m aldita línea línea,, zorr orraa . Salga… El murmullo vacío de la conexión interrumpida. Lanzó el auricular contra el suelo. El cable dio de sí cuanto podía y lo trajo de rebote. El auricular dio contra la pared y quedó colgando atrás y adelante como un péndul péndulo, o, com comoo una extraña serpiente serpiente que hubi hubiera era m ordi ordido do un unaa vez para m ori orir  r  a continuac continuación ión.. « Alg Algui uien en va a paga pagarr por eso» , pens pensóó ciegam ciegamente ente R Richards ichards mient mientra rass vvol olví víaa a la sal sala. a. « Al Algu guiien va a pagar» .

 

…Menos 89 y contando…

Permanecieron en el quinto piso hasta las diez de la mañana del día siguiente. Richar chards ds yyaa est estaba aba ca casi si desqu desquiiciado de furia, pre preocupación ocupación y frust frustrac ració ión, n, cuando un tip tipoo jjoven oven con un llig iger eroo aspecto de m ar arica ica y vest vestid idoo con un aj ustado ustado uuni niform form e de la Comisión de Concursos le pidió que se dirigieran al ascensor. Serían quizás unos trescientos en total. Más de sesenta candidatos habían sido tachados sin ruido y sin dolor la noche anterior. Uno de ellos había sido el tipo de la interminable cantinela de chistes obscenos. Fueron conducidos a un pequeño auditorio del sexto piso, en grupos de cincuenta. El auditorio era lujoso, tapizado con gran profusión de terciopelo rojo. Había un cenicero en el apoyabrazos —de madera auténtica— de cada asiento. Richar ichards ds ssac acóó su paquete de cigar cigarrill rillos, os, encendi ence ndióó uno y tiró tiró la cceniz enizaa aall ssuelo. uelo. En la parte frontal había un pequeño estrado, y en el centro de éste, un atril. Sobre él, una jarra de agua. A las diez y cuarto, el tipo de aire amariconado se adelantó hasta el atril y anunció:  —Tee ngo e l honor de pre  —T presenta sentarle rless a Ar Arthur thur M. Burns, dire direcc tor a djunto dj unto de Concursos.  —¡Hurr  —¡H urra! a! —dij —dijoo una voz detrá detráss de Ri Ricc har hards, ds, en tono agr agrio. io. Un tipo de aire majestuoso, con una tonsura circundada de canas, se acercó al atril; cuando llegó hasta él, hizo una pausa e inclinó la cabeza como si degustara una salva de aplausos que sólo él oía. Después dedicó a todos una sonrisa franca y deslumbradora que pareció transformarle en un Cupido rechoncho y senil, vestido con traje de negocios.  —Fee li  —F licc idade idadess —di —dijj o—. ¡Lo ha hann conse conseguido! guido! Se oyó un enorme suspiro colectivo, seguido de unas risas y golpecitos de felicitación en la espalda. Se encendieron más cigarrillos.  —¡Hurr  —¡H urra! a! —re —repit pitió ió llaa voz agr agria. ia.  —En bre breve ve les re repar parti tire rem m os un sobre e n el que c onst onstaa e l progr program am a par paraa e l que han sido seleccionados y el número de sus respectivas habitaciones del séptimo piso. Los productores ejecutivos de cada programa les explicarán con detalle detal le lo qque ue se espera de ust ustedes. edes. S Sin in em embargo, bargo, ant antes es de procede procederr a ello, ello, deseo reiterarles mi felicitación y decirles que les considero un grupo valiente y animoso, dispuesto a no recurrir al seguro de paro cuando tiene a su disposición los medios precisos para obtener el reconocimiento general como hombres de  pies a c abe abezza , e incluso diría, persona pe rsonalm lmee nte, c om omoo auté auténti nticc os hé héroe roess de nuestro tiempo.  —Bobada  —B obadass —m —maa sculló llaa voz agria agria..  —Pee rm ít  —P ítaa nm nmee que, eenn nom nombre bre de la Com Comisi isión ón de Con Concc ursos, les de desee see buena suerte y mucho éxito. —Arthur M. Burns dibujó una sebosa sonrisa y se frotó las

suerte y mucho éxito.

Arthur M. Burns dibujó una sebosa sonrisa y se frotó las

 

manos—. Bien, comprendo que están ansiosos por conocer sus destinos, así que les ahorra ahorraré ré eell rest re stoo de llaa ccharla. harla. De inmediato se abrió una puerta lateral y una docena de ordenanzas de la Comisión, vestidos con túnicas rojas, entraron en el auditorio y empezaron a cantar nombres. Los sobres blancos fueron repartiéndose y pronto cubrieron el suelo como confeti. Cada uno leyó la tarjeta de plástico con el programa asignado y lo comentó con el vecino o el recién conocido. Hubo risitas, murmullos y gruñidos. Arthur M. Burns presidió el reparto desde su podio, sonriendo con benevolencia.  —Ese condena c ondenado do Entre en e n calor … ¡Señor, y o no so soporto porto llas as ccosas osas ca cali lientes! entes!  —… ¡Ese m aldito progr prograa m a ti tiene ene una a udienc udiencia ia m íni ínim m a! ¡Si sale j usto después de los dibujos animados, por el amor de Dios…!  —… ¡Va ¡Va y a , Caminando hacia los billetes! No sabía que tuviera el corazón…  —… Yo Yo espe espera raba ba cconseguirlo, onseguirlo, per peroo re reaa lm lmee nte no pensa pensaba ba que que… …  —… ¡Eh, Jak Ja ke! e!,, ¿¿has has vist vistoo alguna vez El baño de los cocodri coc odrilos los?…  —… Nada Na da de lo que y o espe espera raba… ba…  —… No cre c reoo que se pueda pueda… …  —… Y L  La a carre carrera ra de las armas…  —¡Benj am in R Richa ichards! rds! ¡Ben Richa Richards! rds!  —¡Aquí!  —¡A quí! Le entregaron un sobre blanco sin ninguna indicación y lo abrió. Le temblaban ligeramente los dedos y le costó dos intentos sacar la pequeña tarjeta de plástico. Frunció el ceño al leerla, sin comprender nada. No habían anotado ningún programa. Lo único que podía leerse era la indicación ASCENSOR  ÚMERO SEIS. Guardó la tarjeta en el bolsillo superior del mono, junto a la tarjeta de identificación, y saliómuy del auditorio. fondo del pasillo, los cinco ascensores estaban ocupados Altransportando al séptimo pisoprimeros a los concursantes de la semana siguiente. Junto a la puerta del ascensor número 6 había cuatro individuos más, y Richards reconoció a uno de ellos como el  poseedor  posee dor de la voz a gria gria..  —¿Qué  —¿ Qué sig significa nifica esto? —pre —preguntó guntó R Richa ichards—. rds—. ¿¿V Va n a eecc har harnos nos a la ccaa lle lle ? El hombre de la voz agria tenía unos veinticinco años y no era feo. Estaba im pedido pedido ddee un braz brazo, o, prob probablem ablemente ente a ca caus usaa de la pol polio io,, que había re reapar aparec ecid idoo con fuerza en 2005 afectando especialmente a Co-op City.  —No tendr tendree m os tanta suer suerte te —dij —dijoo e l hom hombre bre,, c on una risa huec hueca—. a—. Creo que nos han escogido para los concursos de mucho dinero. Esos en los que te hacenn algo má hace máss qu quee dej dejar artte en un hos hospi pittal con un fa fall lloo ca cardíaco, rdíaco, o donde donde puedes  perder  per der un oj ojo, o, un bra brazzo o los dos. Va m os a los cconcur oncursos sos donde le m a tan a uno. Máxim Máxi m a aaudi udiencia, encia, am igo. igo.

Se les unió un sexto tipo, un muchacho de aspecto agradable que parpadeaba  

con aire sorprendido ante cualquier cosa.  —Hola, incauto inca uto —l —lee saludó el ti tipo po de la voz agr agria. ia. A las once en punto, cuando todos los demás hubieron desaparecido, se abrieron las puertas del ascensor 6. En la cabina blindada volvía a haber un vigilante.  —¿Lo  —¿ Lo ves? —m —murm urm uró el ti tipo po de la voz a gria gria—. —. Som omos os gente peligrosa. Enemigos públicos. Y van a acabar con nosotros. Puso una ruda mueca de auténtico gángster y roció la cabina blindada con una ráfaga imaginaria de ametralladora. El vigilante le contempló con aire inexpresivo.

 

…Menos 88 y contando…

La sala de espera del octavo piso era muy pequeña, íntima y privada. Estaba tapizzada de ter tapi terciopelo ciopelo y Richar ichards ds llaa estud estudió ió con detall detalle. e. Al salir del ascensor, tres de los candidatos habían sido conducidos hacia otro  pasilloo por tre  pasill tress vigi vigilantes. lantes. Ri Richa chards, rds, eell hom hombre bre de la voz agria y e l m mucha uchacc ho de dell  parpade  par padeoo había habíann queda quedado do sol solos. os. Una recepcionista, que a Richards le recordó vagamente a alguna de las antiguas estrellas  sex  sexyy   (¿Liz Kelly? ¿Grace Taylor?) de la antigua televisión que miraba de niño, les dedicó una sonrisa cuando entraron. Estaba sentada tras un escritorio en un rincón, rodeada de tantas plantas que parecía ocultarse en una trinchera tropical.  —See ñor Jansk  —S Janskyy —dij —dijoo la m ucha uchacc ha, c on una sonrisa de deslumbr slumbraa dora dora—. —. Ha Haga ga el favor de pasar. El muchacho del parpadeo entró en el sanctasanctórum por una puerta situada cerca del escritorio. Richards y el otro hombre, cuyo nombre era Jimmy Laughlin, iniciaron una circunspecta conversación. Richards descubrió que Laughlin vivía a sólo tres bloques del suyo, en la calle Dock. Había tenido un em pl pleo eo por horas hast hastaa eell año ant anter erio iorr ccomo omo lim lim piador piador de m otores otores de la Ge Genera nerall Atomics, pero le habían despedido por participar en una sentada de protesta contra cont ra la inef ineficacia icacia de los ttra rajj es protecto protectore ress cont contra ra la radi ra diac aciión.  —Bien,  —B ien, por lo m menos enos eestoy stoy vivo —dec —decía—. ía—. Según eesos sos gusanos, eso eess lo que cuenta. Soy estéril, por supuesto, pero eso no cuenta. Es uno de los pequeños riesgos que se corren por ese sueldo principesco de siete Nuevos Dólares al día. Una vez despedido por la General Atomics, el brazo impedido le había dificultado hallar otro empleo. Su esposa había enfermado de asma dos años at atrás rás y est estaba aba ahora ahora eenn cam cama. a.  —Así que, fina finalm lmee nte, m e dec decidí idí a ir a por el prim primee r pre prem m io —aña —añadió dió Laughlin con una amarga sonrisa—. Quizá consiga llevarme a unos cuantos por  delantee antes de que lo delant loss chi chicos cos de McC McCone one m mee agar agarren. ren.  —¿De  —¿ De ver veras as ccre reee s que…? fugitivo ivo. Apuesta lo que quieras a que sí. Invítame a uno de esos infectos  —  El fugit cigarrill cigar rillos, os, am amigo igo.. Richards le ofreció uno. Se abrió la puerta y el chico del parpadeo salió del brazo de una hermosa muñeca vestida apenas con dos pañuelos y una plegaria. El muchacho les dirigió una —¿ sonrisa sonri y nervio nerviosa sa antes der,desapare desaparece cerr.  —¿S Sesa ñorbreve La Laughli ughlin? n? ¿Quier Quiere e eentra ntrar, por fa favor? vor? Richards quedó solo, a excepción de la recepcionista, que había desaparecido de nuevo en su su madrigu m adriguera era..

Se levantó y avanzó hasta el expendedor automático de cigarrillos del rincón.  

El tabaco era gratis, y Richards se dijo que Laughlin debía de estar en lo cierto. La máquina ofrecía también Dokes. Tomó un paquete de Blams, se sentó y lo encendió. Sí, volvió a decirse. Debían de haber llegado a la Primera División. Unos veinte minutos después, Laughlin salió con una rubia ceniza del brazo…  —Una am iga del tra trabaj baj o —le dij dijoo a Ri Ricc har hards, ds, seña señalando lando a la rubia. Ella sonrió con prontitud. Laughlin parecía apenado—. Al menos, el muy cerdo habla claro. Ya nos veremos. Laughlin se fue, y la rec Laughlin recepcioni epcionist staa sacó la ccabeza abeza de su ttrin rincher chera. a.  —¿S  —¿ Se ñor Richar Richards? ds? ¿Quier Quieree eentra ntrar, r, por fa favor? vor? Richar ichards ds entró.

 

…Menos 87 y contando…

El despacho era lo bastante espacioso para jugar en él un partido de matabol. Estaba dominado por una enorme ventana panorámica que ocupaba toda una  pared  par ed y ofr ofree c ía una vist vistaa hac hacia ia poniente de las ca casas sas de la c lase m edia edia,, los almacenes y depósitos de los muelles y el propio lago Harding, al fondo. El cielo  las aguas tenían el mismo tono grisáceo, y todavía estaba lloviendo. A lo lejos, un gra grann car carguero guero pasaba de dere derecha cha a iz izqui quier erda. da. El hombre situado al otro lado del escritorio era de mediana estatura y piel muy negra. Tan negra, de hecho, que por un instante a Richards le pareció casi irreal. Parecía salido de uno de esos espectáculos antiguos en que actuaban  blancos  blanc os m maquillados aquillados de ne negros. gros.  —See ñor Ri  —S Ricc har hards… ds… El hombre se levantó y le tendió la mano por encima del escritorio. No  parec  par eció ió dem asia asiado do sorpre sorprendido ndido de que Ri Ricc hards har ds no le devolvier devolvieraa e l saludo. Sencil encillam lamente, ente, reti retiró ró la m mano ano y se sent sentó. ó. Frente al escritorio había otro asiento. Richards se acomodó en él y aplastó la colilla de su cigarrillo en un cenicero que lucía el emblema de la Comisión.  —Soy  —S oy Da Dann Kill Killian, ian, señor Ri Richa chards. rds. P roba robablem blemee nte, y a habr habráá adivinado por  qué est e stáá aquí. Nuestros dato datoss y los test iindi ndica cann que eess ust usted ed un hom hombre bre int inteligent eligente. e. Richards jjunt untóó llas as m manos anos y esperó.  —Ha sid sidoo dec declar laraa do c a ndidato a c oncur oncursante sante de  El fugiti fugitivo vo , señor Richards. uestro concurso número uno, el más lucrativo y el más peligroso para los  parti  par ticc ipantes. Tengo e l im impre preso so de c onsentimie onsentimiento nto def defini initi tivo vo aquí, sobre el escritorio, y no tengo ninguna duda de que lo firmará. Sin embargo, antes quiero explicarle por qué le hemos seleccionado, y quiero que entienda bien en qué se estáá m eti est etiendo. endo. Richards no dijo nada. Killian tomó el informe depositado en la inmaculada superficie del escritorio. Richards alcanzó a leer su nombre mecanografiado en la tapa. Killian lo abrió.  —Bee nj  —B njam am in S Stuar tuartt R Richa ichards. rds. V Veintiocho eintiocho aaños, ños, nac nacido ido el ocho de agosto de m il novecientos noventa y siete, en ciudad de Harding. Escuela de Oficios Manuales de Ciudad-Sur desde septiembre de dos mil once hasta diciembre de dos mil trece. Suspendido dos veces por falta de respeto a la autoridad. Creo que le dio una patada al subdirector en la parte superior del muslo mientras estaba de espaldas, ¿no ¿no fue así?  —No —re —respondi spondió Ri Riccra, har hards dsñor conRi se sequeda quedad—. d—. Laópa patada tada se laCasado di eenn elc on cculo. ulo.  —C  —Com omo o usted pr preóe fie fiera , se señor Ric c har hards ds —asinti —asintió Killi Killia a n—. Sheil Sheilaa Richards, nacida Gordon, a los dieciséis. Contrato de por vida, al viejo estilo. Un rebelde de los pies a la cabeza, ¿no es así? No afiliado a sindicatos por negarse a

firmar el Juramento Sindical de Fidelidad y los Artículos de Control de Salarios.  

Creo que lllam lamóó uust sted ed al go gobernador bernador de ár área ea,, John Johnsb sbury, ury, « ce cebón bón hij hij o ddee per perra» ra» .  —Sí.í.  —S  —Tiene un re regis gistro tro labora laborall ll llee no de incidentes, y ha sido despe despedido… dido…,, veamos…, un total de seis veces por asuntos como insubordinaciones, insultos a lo loss super superio iore ress o cr crít íticas icas aabus busivas ivas a la autoridad. Richards se encogió de hombros.  —En poca pocass pala palabra bras, s, se le c onsi onsider deraa un anti-a anti-autorit utoritar ario io y un a nti ntisocial. social. Un heterodoxo lloo bast heterodoxo bastante ante int inteli eligent gentee para no est estar ar en la cár c árce cell y no ttener ener probl problem em as graves con el Gobierno. Además, no es adicto a nada. El psicólogo ha dicho que veía usted lesbianas, excrementos y un vehículo contaminante a gasolina en varias de las manchas de tinta. También ha informado que presentaba un grado de euforia inexplicablemente alto…  —Me rec re c orda ordaba ba a un c hico que c onocí de niño. Le gust gustaa ba e sconde sconderse rse baj o las gradas del campo de deportes de la escuela y masturbarse. Me refiero al chico. No sé qué le gusta hacer a ese psicólogo suyo…  —Com  —C ompre prendo. ndo. —Kil —Killi liaa n sonrió un ins instante tante y sus oj ojos os brill brillaa ron eenn la osc oscurida uridadd de su rostro. Después volvió al informe—. En algunas preguntas ha optado por  respuestas racistas prohibidas por la Ley Racial de dos mil cuatro. También ha dado diversas respuestas violentas durante el test de asociación de palabras.  —Estoy aquí por aasunt suntos os de violenc violencia ia —re —repli plicó có Richa Richards. rds.  —Eso es e s ccier ierto. to. S Sin in em bar bargo, go, estas e stas rree spuestas nos ca causan usan una gra grann inquietud,  ahora hablo en un sentido más amplio que como responsable de los Concursos; m e est estoy oy ref refiri iriendo endo a los iint nter ereses eses nac nacio ionales. nales.  —¿Tiene  —¿ Tiene m iedo a que alguien haga e stall stallar ar su sis sistem tem a una de e stas noche noches? s?  —preguntó  —pre guntó R Richa ichards rds ccon on una sonrisa. Killian se humedeció el pulgar en actitud pensativa y pasó a la hoja siguiente.  —Por  —P or suer suerte te par paraa nosot nosotros, ros, el destino nos ha otorgado un re rehén, hén, señor  Richards. Usted tiene una hija llamada Catherine, de dieciocho meses. ¿Un re regalo galo inespera inesperado? do? —preguntó di dirigi rigiéndole éndole una son sonrisa risa he helada. lada.  —No. P lanifica lanificado do —re —respondi spondióó Ri Ricc har hards ds sin re rencor ncor—. —. Entonces Entonce s tra traba bajj aba  paraa la Ge  par Gener neral al Atom Atomics. ics. De a lgún modo, pa parte rte de m i sem semee n no re resul sultó tó af afee cta ctado. do. Una broma divina, quizás. Tal como está el mundo, a veces pienso que debíamos de estar locos.  —See a com o fue  —S fuere re,, ahor ahoraa está a quí —continuó K Kil illi lian an c on su m isma sonrisa fugitivo vo . ¿Ha visto alguna vez el fría—. Y el martes próximo aparecerá en  El fugiti  program  progr am a ?  —S  —Sí. í.  —Entonces  —Entonce s y a sabr sabráá que e s lo m ás gra grande nde de la progr prograa m a ción de Libre Libre-Visión. Está lleno de oportunidades para la participación del espectador, tanto directa como indirecta. Yo soy el productor ejecutivo de la emisión.

 —Es un auténtico place plac e r —m urm uró Richa Richards. rds.  

 —Nue stro progr  —Nuestro prograa m a e s tam bién uno de los m e dios m ás segur seguros os de que dispone la Cadena para desembarazarse de personas potencialmente  problem ática áticass com o usted, señor Ri Ricc har hards. ds. Lleva Llevam m os seis años en ante antena. na. Y hasta la fecha no ha habido supervivientes. Si quiere que le sea brutalmente si sincer ncero, o, nnoo esperam os que lo loss hay haya. a.  —Entonces,  —Entonce s, seguro que hace hac e n tra tram m pas —r —ree spondi spondióó R Richa ichards rds ccon on voz huec huecaa . Killi Kil lian an pa pare reció ció m más ás divertid divertidoo que horr horroriz orizado. ado.  —Eso no es c ier ierto. to. Olvida que ust ustee d e s un ana anacc ronism ronismo, o, señor Ri Richa chards. rds. La gente no se agolpa en bares y locales públicos ni se apretuja bajo el frío alrededor de los escaparates de las tiendas de electrodomésticos deseando verle escapar. ¡Ni mucho menos! Quieren verle borrado del mapa, y colaborarán si  pueden.  puede n. Y aadem dem á s, está Mc McCo Cone. ne. E Evan van Mc McCo Cone ne y los Caz Cazador adores. es.  —Paa rece  —P re ce el nom nombre bre de un ne neo-gr o-grupo upo —di —dijj o Ri Ricc har hards. ds.  —McCone no pierde pier de nunc nuncaa . Richards dej dejóó esca escapar par un gruñ gruñid ido. o.  —Apare  —Apa rece cerá rá usted en dire directo cto el m ar artes tes por la noche —continuó Kill Killian—. ian—. Los programas siguientes serán un montaje de cintas, películas y transmisiones en directo y en tres dimensiones cuando sea posible. En ocasiones hemos interrumpido la programación normal cuando un concursante destacado está a  punto de aalca lcanz nzar ar su…, su Wate aterloo rloo per personal, sonal, podríam os dec decir ir.. » Las norm normas as son llaa esencia de la sencil sencillez lez.. Ust Usted, ed, o lo loss fam iliares iliares que le so sobreviv brevivan, an, ganará cien Nuevos Dó Dóllar ares es por cada ca da hora que per perm m anezca libre. libre. Le adelantaremos cuatro mil ochocientos dólares en la seguridad de que podrá eludir  a los Cazadores durante cuarenta y ocho horas. Naturalmente, si cae usted antes de ese plazo la cantidad no gastada volverá al programa. Se le conceden doce horas de ventaja. Y si sobrevive treinta días, se lleva el Gran Premio. Mil millones de Nuevos Dólares. Richards echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.  —Eso es e s eexac xactam tam e nte lo que pienso —a —asi sinti ntióó K Kil illi liaa n ccon on una sec secaa sonrisa—. ¿Alguna pregunta?  —Sólo  —S ólo una —dijo Ri Richa chards, rds, incor incorporá porándose ndose hac hacia ia dela delante. nte. Ha Había bía desaparecido desapare cido de su suss fac faccion ciones es el m menor enor ra rasg sgoo de hu hum m or—. ¿Qué le pare parece cería ría ser  usted ust ed eell de aahí hí fuera fuera,, el ffugi ugiti tivo? vo? Killian se echó a reír. Se llevó la mano al estómago y su enorme carcajada de caoba ca oba resonó en llaa sala.  —¡Ah…,  —¡A h…, señor Ri Ricc har hards…, ds…, tendrá usted que per perdonar donarm m e! —Y estall e stallóó eenn una nueva nueva ada. Porcarcaj fin, mientras se secaba los ojos con un gran pañuelo blanco, Killian  parec  par eció ió re recobr cobrar ar e l control.  —Yaa ve, señor Ri  —Y Ricc har hards. ds. No es e s usted eell único ccon on se senti ntido do de dell hum humor or.. Uste Usted… d…

 —Contuvo  —C ontuvo un nuevo ac acce ceso so de risa—. P e rdóne rdónem m e, por fa favor vor.. Me ha e ntra ntrado do la  

risa floja…  —Yaa lo veo.  —Y  —¿Más  —¿ Más pre preguntas? guntas?  —No.  —Muy bien. Ha Habrá brá una re reunión unión c on el equipo a ntes del progr prograa m a . Si a e sa fascinantee ccabec fascinant abeciita su suyy a se le ocurr ocurree aalg lguna una pregunt pregunta, a, re resérvela sérvela hast hastaa eent ntonces. onces. Killian Kill ian pulsó un botón del eescr scrit itorio. orio.  —Olvíde se de ll  —Olvíde llaa m a r a las chica c hicass —di —dijj o Ri Ricc har hards—. ds—. Estoy Estoy ca casado. sado.  —¿Está  —¿ Está segur seguro? o? —inqui —inquirió rió Kill Killian, ian, ena enarc rcaa ndo las ce cejj a s—. La fide fideli lidad dad e s admirable, señor Richards, pero hay mucho tiempo desde el viernes hasta el m artes, ar tes, y consi considera derando ndo que qui quizzás no vvuelv uelvaa a ver a su muj mujer er… …  —Estoy casado. ca sado.  —De acuer ac uerdo. do. —Hiz —Hizoo un gesto con la ca cabeza beza a la m ucha uchacha cha que había aparecido por la puerta y ésta desapareció—. ¿Qué podemos hacer por usted, entonces? Tendrá una habitación privada en el noveno piso y se le servirá de comer com er a di discrec screció ión, n, dent dentro ro de lo raz razonabl onable. e.  —Una buena botella de bourbon. Y un tel teléf éfono ono para habl hablar ar con mi m i muj muj… …  —¡Ah!  —¡A h! No, lo siento, señor Ri Ricc har hards. ds. P Podem odem os aarr rregla eglarr lo de dell bourbon, pero una vez firme este impreso final —y al decir esto acercó el documento a Richards junto con un bolígrafo— quedará incomunicado hasta el martes. ¿Quiere volver a pensarse lo de la chica?  —No —re —respondi spondióó Ri Richa chards, rds, m ientra ientrass gar garaa bate bateaa ba su firm a en la línea línea de  puntos—.  puntos —. Pe Pero ro que sea seann dos botellas. botellas.  —Muy bien. Killian se levantó y le tendió la mano de nuevo. Richards vvol olvi vióó a hac hacer er ca caso so om omiiso y se alej ó. Killian le siguió con la vista. Tenía los ojos inexpresivos y no sonreía.

 

…Menos 86 y contando…

La recepcionista saltó apresuradamente de su trinchera al ver salir a Richards y le entregó un sobre. Llevaba una nota en el exterior:

Señor Richards: Sospecho que una de las cosas que no mencionará durante nuestra entrevista es el hecho de que usted necesita dinero imperiosamente, en este momento. ¿Me equivoco? Pese a los rumores que corren en sentido contrario, la Dirección de Concursos no da adelantos. No debe usted considerarse un «concursante», con todo el oropel que la palabra conlleva. No es usted un astro de la Libre Visión  Vis ión,, si sinno ap apen enas as un ob obrero rero al qu quee s e le paga aga extremadamen extremadamente te bie bienn po porr efectuar un trabajo peligroso. Sin embargo, la Dirección de Concursos no tiene establecida ninguna norma que me prohíba concederle un préstamo personal. En este sobre encontrará un diez por ciento de su sueldo anticipado…, no en Nuevos Dólares, debo advertírselo, sino en Certificados de Concursos canjeables por dólares. Si decide enviar esos certificados a su esposa, como sospecho que hará, ella verá que tienen una ventaja sobre los Nuevos Dólares: un médico de verdad los aceptará como moneda legal, mientras que un curandero no. Sinceramente, DAN KILLIAN Richards abrió el sobre y sacó un grueso fajo de cupones con el símbolo de la Comisión Concursos ambas del papel. total cuarenta y ocho cupones dedediez dólaresencada uno.caras Richards sintióEnque le tenía invadía una absurda oleada de gratitud para con Killian. No tenía la menor duda de que éste deduciría los 480 dólares del dinero adelantado y, además, era una cantidad condenadamente barata para asegurar un buen espectáculo, conseguir que el  patrocina  patr ocinador dor sigui siguier eraa satisfec satisfecho ho y ll lleva evarse rse una bue buena na ta tajj ada ada..  —¡Mierda!  —¡Mier da! —m —masc ascull ulló. ó. La rec recepcioni epcionist staa sacó la ccabeza abeza de su m madrigu adriguera era con oj ojil illlos atent atentos os..  —¿De  —¿ Decía cía a lgo, ssee ñor Richa Richards? rds?  —No. ¿Dónde ¿Dónde está estánn los a sce scensore nsores? s?

 

…Menos 85 y contando…

La habitación era suntuosa. Una moqueta de pared a pared y lo bastante gruesa como para nadar en ella cubría el suelo de las tres piezas: sala, dormitorio y baño. El Libre-Visor estaba desconectado y prevalecía un espléndido silencio. Había flores en los jarrones y un botón con el discreto rótulo de SERVICIO en la pared, junto a la puerta. El servicio también sería rápido, pensó con ironía. Ante la puerta de su habitación había un par de vigilantes, sólo para asegurarse de que no rondaba por ahí sin control. P ul ulsó só el bot botón ón y abr abrió ió la la pue puerta. rta.  —¿S  —¿ Sí, señor Ri Richa chards? rds? —dijo uno de los hom hombre bres. s. Ri Richa chards rds cr cree y ó ve verr lo am argo que que aaqu quel el « señ señor» or» debí debíaa de saberl saberlee aall titipo po—. —. E Ell bourbon que ha pedido llegará…  —No se tra trata ta de e so —re —respondi spondióó Ri Ricc har hards. ds. Most Mostró ró a l vigilante vigilante los cupone cuponess que Killian Killian le ha habí bíaa hec hecho ho ll llega egar—. r—. Quier Quieroo que lleve eest stoo a un si siti tio. o.  —Escriba  —Escr iba el nom nombre bre y la dire direcc cción, ión, se señor ñor Ri Ricc har hards, ds, y m e e nca ncarga rgaré ré de que lo lleven. Richards encontró el resguardo del zapatero y escribió su dirección y el nombre de Sheila en el reverso. Entregó el arrugado papel y el libro de cupones al vigilante. Éste ya se volvía, cuando un nuevo pensamiento pasó por la mente de Richa Richards. rds.  —¡Eh! ¡U ¡Unn m mom omee nto! El tipo dio media vuelta y Richards le quitó de la mano los cupones. Abrió el talon alonar ariio po porr eell pprime rimerr ccupó upónn y ar arra rancó ncó una décim décimaa par partte de dell mis mism m o po porr la lí línea nea de puntos. Eso equivalía a un Nuevo Dólar.  —¿Co  —¿ Conoce noce a un vig vigil ilaa nte llam llamaa do C Char harli liee Gr Graa y ?  —¿Ch  —¿ Chaa rlie? —El hom hombre bre le m iró sorpre sorprendido— ndido—.. Sí, cconoz onozco co a Cha harlie. rlie. Tiene servicio en el quinto piso.  —Dele  —De le esto. —R —Richa ichards rds le tendió e l fr fraa gm gmee nto de c upón—. Dígale que los ot otros ros cincuenta cincue nta ce cent ntavos avos son ssus us iint nter erese esess de usurero. usurer o. El vigil vigilante ante se disp dispuso uso a irse de nuevo, per peroo R Richar ichards ds llee llam llam ó una ve vezz m ás.  —Me trae tra e rá un re recibo cibo de m i esposa y de Char Charli liee , ¿¿ver verdad? dad? Por e scr scrit ito. o. Vio la actitud de abierto disgusto en el rostro del vigilante.  —¿No  —¿ No cconfía onfía eenn la ge gente? nte?  —Clar  —C laroo que sí —re —repli plicc ó Ri Ricc hards har ds c on una fina sonrisa—. Eso es lo que m e han enseñado los policías. He aprendido a confiar en todo el mundo, al sur del Canal.  —See rá diver  —S diverti tido do ver c om omoo le per persigu siguee n —aña —añadió dió eell vigil vigilaa nte—. Me queda quedaré ré  pegado  pega do al Libre Libre-V -Visor isor con una ce cerve rvezza en ccaa da m a no.  —Usted trá tráigam igam e esos re recc ibos —ins —insist istió ió Ri Richa chards rds m ientra ientrass ccer erra raba ba la puer puerta ta

con suavidad en e n las nar narices ices de dell tip tipo. o.  

La botella de bourbon  llegó veinte minutos después, y Richards pidió al so sorpre rprendi ndido do cam are arero ro un par par de novelas novelas largas.  —¿Nove  —¿ Novelas? las?  —Libros. Ya sabe sabe.. Le Lectur ctura. a. P ala alabra bras. s. P re rensa nsa im impre presa sa —explicó Ri Ricc har hards, ds, haciendo ver que pasaba unas páginas.  —En seguida, señor se ñor —dij —dijoo el ccam am a re rero, ro, tit titubea ubeante—. nte—. ¿¿Quier Quieree pedir la c e na? ¡Señor!, la mierda se estaba espesando. Se estaba ahogando en ella. Richards tuvo de pronto una visión fantástica, de cómic: Un hombre caía por el agujero del retrete y se ahogaba en una mierda rosada que olía a Chanel número 5. Result esultado ado ffin inal: al: S Seguía eguía sa sabi biendo endo a m ierda ierda..  —Bist  —B istee c. G Guisantes. uisantes. P Puré uré de pa patatas. tatas. Señor, ¿q ¿qué ué tendría Sheila par paraa ccena enar? r? ¿¿Una Una píld píldora ora de proteínas y una taz tazaa de sucedáneo su cedáneo de ca café? fé?  —Lecc he. P  —Le Paa stel de m anzana c on cr crem em a. ¿Lo ttiene iene todo?  —Sí,í, señor  —S señor.. ¿¿De Desea sea…? …?  —No —le cortó c ortó Ri Richa chards, rds, súbit súbitam am e nte aabatido—. batido—. No. Lar Largo. go.  No tenía a petito. El m más ás m íni ínim m o.

 

…Menos 84 y contando…

Richards pensó con agria ironía que el camarero había tomado al pie de la letra sus palabras sobre los libros. Debía de haberse guiado por una única norma: sólo valían los de más de tres dedos de grosor. Richards disponía ahora de tres libros de los que no había oído hablar jamás; dos de ellos eran dos clásicos titulados  Dios es e s inglés  y  No c omo un ex tra traño ño, y el tercero era un enorme tomo escrito place r de serv servir  ir . Richards hojeó este primero y tres años antes y titulado  El placer arrugó la nariz. Un chico pobre progresa en la General Atomics. Asciende de limpia-motores a vendedor de ropa. Acude a clases nocturnas (¿con qué?, se  preguntó  pre guntó Ri Richa chards. rds. ¿Con fic fichas has de Monopol Monopolyy ?). Se ena enam m ora de una bella m uchac uchacha ha (a (all ppare arece cer, r, la sí sífil filiis todaví todavíaa no le ha he hecho cho ca caer er la nariz a pe pedaz dazos os)) eenn una orgía en el bloque. Tras presentar unas calificaciones asombrosas, es  prom ociona ocionado do a téc técnico nico auxiliar auxiliar.. D Dee spués, un ccontrato ontrato m atr atrim imonial onial por tre tress aaños ños … Richar ichards ds llanz anzóó eell lib libro ro a un rincón. Dios es in inglés glés er eraa un poco m ej or. or. Se Se sirvió sirvió un bourbon con  c on hi hielo elo y se disp dispuso uso a lee leerr. Cuando oyó la discreta llamada, estaba en la página trescientas y muy enfrascado en la trama. Una de las botellas estaba vacía, y acudió a abrir la  puerta  puer ta ccon on la otra e n la m mano. ano. H Había abía vuelto el vigi vigilante. lante.  —Los recibos, re cibos, señor Ri Richa chards rds —m —murm urm uró e l tipo, tipo, c e rr rrando ando de nuevo la  puerta.  puer ta. Sheila no había escrito nada, pero le enviaba una foto de Cathy. Contempló el retrato y las fáciles lágrimas del alcohol asomaron en sus ojos. Lo guardó en el  bolsil  bols illo lo y m iró e l otro re recc ibo. En el re rever verso so de una m ult ultaa de trá tráfic fico, o, Charlie Grady habí habíaa garabateado garabateado::

Gracias, gusano. Que revientes CHARLIE GRADY  Richards em it itió ió uuna na rris isit itaa y dej dejóó ca caer er al suelo suelo el papel.  —Graa cia  —Gr cias, s, C Char harli liee —dij —dijoo a la habitac habitación ión vac vacía—. ía—. Ne Nece cesit sitaba aba a lgo así. Volvió a mirar la foto de Cathy, tomada cuando sólo era una recién nacida de cuatro días, minúscula, con las mejillas encendidas y llorando a voz en grito, sumergida en una ropa de cuna blanca que había hecho la propia Sheila. Sintió que le volvían las lágrimas y se obligó a pensar en la nota de agradecimientos del  bueno de Charlie. Se pr preguntó eguntó si sería c a paz de aapura purarr la segunda botella aantes ntes de caer dormido y decidió comprobarlo. Casi lo consiguió.

 

…Menos 83 y contando…

Richards pasó el sábado con una enorme resaca. Por la noche casi la había superado, y pidió dos botellas más de bourbon  con la cena. Apuró ambas y se despertó con la pálida luz del amanecer del domingo viendo grandes orugas de ojos planos y asesinos bajando por la pared opuesta de la habitación. Decidió que no le le int nter eresaba esaba ll llegar egar al m mar arttes en ccond ondici iciones ones ttan an lam lamentabl entables es y dej dejóó de beber beber.. Esta vez, la resaca tardó más en disiparse. Devolvió mucho y, cuando ya no tuvo nada que devolver, siguió teniendo violentas arcadas. Estas remitieron hacia las seis de la tarde del domingo y pidió una sopa para cenar. Nada de bourbon. Pidió que le pusieran por los altavoces una docena de discos de neo-rock, y se cansó ca nsó pront prontoo de ello ellos. s. Se aacost costóó ttem em prano. Y durm durmiió m mal. al. Pasó la mayor parte del lunes en la pequeña terraza acristalada que se abría en el dormitorio. Estaba ahora muy por encima de los muelles, y el día era una serie de chaparrones y claros muy agradable. Leyó dos novelas, volvió a acostarse pronto y durmió un poco mejor. Tuvo un sueño desagradable: Sheila habíaa m uerto y él estaba en su funera habí funerall. Alg Algui uien en la había colocado en eell ataúd y le había puesto en la boca un grotesco ramillete de Nuevos Dólares. Intentó correr  hacia ella para quitar aquella obscenidad, pero unas manos le sujetaron por  detrás. Una docena de vigilantes le retenía. Uno de ellos era Charlie Grady, quien so sonreía nreía y decía: « Eso es lo que lles es sucede a los los perdedores, gu gusano» sano» . Y Yaa est e staban aban apuntando con las pisto pistolas las a su ca cabez bezaa cua cuando ndo despertó.  —Martes  —Mar tes —m —murm urm uró m ientra ientrass saltaba de la ca cam m a. El reloj de la G. A. colgado de la pared indicaba las siete y nueve minutos. La emisión tridimensional en directo de  El fugiti fugitivv o  llegaría a los hogares de toda dentro de titrés once horas. cálida gota dedad. temor en el estorteamérica estóma ómago. go. Dent Dentro ro de vein veinti trés horas emSintió pez pezar aría íauna eell concurso de ver verdad. Tomó una larga ducha caliente, se vistió con el mono de la Cadena y pidió huevos con jamón para desayunar. También pidió al ordenanza de turno que le enviara un cartón de cigarrillos. Pasó el resto de la mañana y las primeras horas de la tarde leyendo tranquilam tranquil am ente. Er Eran an las dos en punto cuando dieron un único toque toque discre discreto to en la  puerta.  puer ta. Entra Entraron ron tr tres es vigil vigilante antess y Ar Arthur thur M. Burns, Burns, ccon on un aspe aspecto cto eextra xtravaga vagante nte y  bastante ridículo con su c am iseta de la Co Com m isi isión. ón. Cada vigi vigilante lante lleva llevaba ba una  porraa eeléc  porr léctrica trica..  —Ha ll llee gado el m om omento ento de nuestra últ últim imaa c har harla, la, señor Ri Richa chards rds —dij —dijoo Burns. ¿¿Le Le importar importaría…? ía…?  —Desde  —De sde luego que no —re —respondi spondióó R Richa ichards. rds. Puso un punto, en el libro que había estado leyendo y lo dejó en la mesilla de

la sala. De pronto se sentía aterrado, muy cerca del pánico, pero se alegró  

mucho de no percibir temblor alguno en sus dedos.

 

…Menos 82 y contando…

El décimo piso del Edificio de Concursos era muy distinto de los inferiores, y Richards se dio cuenta de que nadie esperaba que llegara más arriba. La ficción de ir ascendiendo, que había empezado en el desagradable vestíbulo de la planta  baj a, ter term m inaba allí, e n el piso déc décim imo. o. Allí esta estaban ban las inst instala alacione cioness par paraa la emisión. Los pasillos eran amplios, blancos e inmaculados. Unos vehículos de un color  amarillo vivo, movidos por motores a energía solar de la G. A., circulaban aquí y allá transportando puñados de técnicos de Libre-Visión a los estudios y las salas de cont c ontrol. rol. Un vehículo les aguardaba a la salida del ascensor, y los cinco —Richards, Burns y los vigilantes— subieron a bordo. Durante el recorrido, varias cabezas se volvieron a su paso y algunos dedos señalaron a Richards. Una mujer con un uniforme amarillo de la Comisión —pantalones cortos muy ceñidos y camiseta sin mangas— hizo un guiño a Richards y le mandó un beso. Él le dedicó un corte de mangas m angas.. Le pareció que recorrían kilómetros de pasillos interconectados. A su paso localizó hasta doce estudios distintos. Uno de ellos contenía la infame cinta continua que utilizaban en Caminando hacia los billetes. Un grupo de visitantes de lo loss barrios barr ios alto altoss estaba probándola eentre ntre rris isas. as. Por fin, llegaron ante una puerta en la que se leía:

EL FUGITIVO  ABSSOLUT  AB OLUTAME AMENTE NTE PPROHIBIDA ROHIBIDA LA L A ENTRADA Burns hizo un gesto al vigilante instalado en la cabina blindada que había a la  puer ta y se volvió hac  puerta hacia ia Ri Ricc har hards. ds.  —Ponga  —P onga la tar tarjj e ta eenn la ra ranura nura e ntre la ccabina abina y la pue puerta rta.. Richards obedeció. La tarjeta desapareció en la ranura y se iluminó una lucecita en la cabina del vigilante. Éste pulsó un botón y la puerta se abrió. Richar ichards ds vol volvi vióó a sub subir ir al ve vehí hículo culo y fue conducido a la sigui siguiente ente sa sala. la.  —¿Y  —¿ Y la ta tarj rj eta eta?? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds.  —Yaa no la ne  —Y necc esitar esitará. á. Se hallaban en una sala de control. La sección de consolas estaba vacía, a excepción de un técnico calvo que estaba sentado ante una pantalla de monitor en  blanco,  blanc o, ca cantando ntando una se serie rie de núm er eros os ante un m icr icrófono. ófono. Al otro lado de la estancia, a la izquierda, Dan Killian y otros dos hombres a quienes no conocía, todos ellos con gafas oscuras, estaban sentados alrededor de una mesa. Uno de ellos le resultaba vagamente familiar, y era demasiado guapo

una mesa. Uno de ellos le resultaba vagamente familiar, y era demasiado guapo  paraa se  par serr un téc técnico. nico.  

 —Hola, señor Ri Ricc har hards. ds. Hola, Ar Arthur thur.. ¿Le a pete petecc e un re refr free sco, señor  Richards? Éste advirtió que estaba sediento; en el piso diez hacía mucho calor, a pesar  de los muchos acondicionadores de aire que había visto.  —Póngam  —P óngam e un zzum umoo de ffruta rutass —di —dijj o. Killian se levantó, se acercó a una pequeña nevera y destapó un botellín de  plásticc o de zum  plásti umoo ar arti tific ficial. ial. Ri Ricc hards har ds tom tomóó asie asiento nto y a sió la botella con gesto de asentimiento.  —See ñor Ri  —S Ricc har hards, ds, el c aba aball llee ro de m i der deree cha e s Fre redd Victor, dire direcc tor de  El  ugitivo. Y estoy seguro de que habrá reconocido al otro: Bobby Thompson. Thompson. Naturalmente. Presentador y maestro de ceremonias del  program  progr am a . Lleva Llevaba ba una ele elegante gante túni túnica ca ver verde, de, leve levem m e nte torna tornasol solaa da, y lucía una mata de cabello rubio plateado lo bastante atractiva para resultar sospechosa.  —¿S  —¿ Se lo ttiñe iñe usted? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds. Thompson enarcó sus impecables cejas.  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice??  —No im porta importa —re spondió ó Ri Ricccon har hards. ds.  —T  —Te e ndrá que —r sere spondi tol toler erante ante e l señor Richa ichards rds —dij —dijoo Kill Killian ian c on una so sonris nrisa—. a—. Pa Pare rece ce afe afectado ctado po porr una dos dosiis ext extre rem m a de gros groser ería. ía.  —Es m uy com pre prensi nsible, ble, dada dadass las c irc ircunst unstanc ancias ias —m —murm urm uró Thom Thompson pson mientras encendía un cigarrillo. Richar ichards ds no notó tó qque ue le eenvol nvolvía vía una olea oleada da de irre irrealid alidad. ad.  —Vee nga por a quí, haga e l fa  —V favor vor —dijo Victor, hac haciéndose iéndose c ar argo go de la situación. Condujo a Richards hasta una hilera de pantallas en el extremo opuesto de la estancia. El técnico había terminado su cantinela de números y había salido de la sala.Victor pulsó dos botones y aparecieron diversas tomas de  El fugi fugiti tivv o  e n di dife fere rentes ntes ángulo ángulos. s.  —No vam os a re regirnos girnos por un guión e stricto —dijo Victor—, pues consideramos que resta espontaneidad. Bobby improvisa sobre la marcha y, realmente, hace un trabajo formidable. Salimos al aire a las seis en punto, hora de Harding. Bobby está en el escenario central, sobre ese estrado azul. Hace la  presenta  pre sentación ción y da el hist historia oriall del conc concursa ursante. nte. El m onit onitor or ofr ofrec ecer eráá un par de imágenes fijas. Usted estará entre bastidores, en el escenario de la derecha, flanqueado por dos vigilantes de la Comisión, que saldrán con usted, armados de material antidisturbios. Las porras eléctricas serían más prácticas si decidiera usted poner dificultades, pero el equipo antidisturbios resulta mejor para el espectáculo.  —Clar  —C laroo —asinti —asintióó R Richa ichards. rds.

 —Habrá  —Ha brá gra grandes ndes abuc abucheos heos e ntre el públi públicc o. Tam bién lo hac hacem em os a sí par paraa  

 potenc iar el eespec  potenciar spectác táculo. ulo. Igual que eenn los par parti tidos dos de m maa tabol.  —¿T  —¿ Ta m bién van a disp dispaa ra rarm rm e con ba balas las de m entira entira?? —pre —preguntó guntó Ri Richa chards—. rds—. Podrían ponerme unas cuantas bolsas de sangre para fingir que me mataban. Esto también sería un buen espectáculo, ¿no creen?  —Pre  —P reste ste ate atenc nción, ión, por fa favor vor —dij —dijoo Victor—. Cuando oiga su nom nombre bre,, se adelanta con los vigilantes. Bobby le…, le entrevistará. Exprésese en la forma más vívida que se le ocurra. Así se da más espectáculo. Después, a las seis y diez, justo antes de los primeros anuncios, le harán entrega del dinero de bolsillo  saldrá,, sin gu  saldrá guar ardi dias, as, por el lado iz izqui quier erdo. do. ¿¿Lo Lo ha com pre prendi ndido? do?  —Sí.í. ¿¿Qué  —S Qué hay de L Laughlin? aughlin? Victor frunció el ceño y encendió un cigarrillo.  —Entrará  —Entra rá despué despuéss de usted, a las seis y cua cuarto. rto. Tene enem m os dos conc concursa ursantes ntes simultáneamente porque, a menudo, uno de ellos no consigue…, hum…, m antenerse lej os ddee los C Caz azadores adores por m ucho ttiem iempo. po.  —¿Y  —¿ Y eell m mucha uchacho cho eess el re reser serva? va?  —¿El  —¿ El señor Jansk Janskyy ? Sí Sí.. P e ro todo eeso so no le im importa, porta, señor Ri Ricc har hards. ds. Cu Cuaa ndo salga por la izquierda, se le entregará una cámara de vídeo del tamaño de una  bolsaa de palom  bols palomit itas as de m aíz aíz.. El a par paraa to pesa dos kilos ilos y m e dio. Con ella se le entregarán sesenta cintas de vídeo de unos diez centímetros de longitud. Todo el equipo cabe en el bolsillo de una chaqueta sin que se note. Un triunfo de la tecnol ec nologí ogíaa m oderna.  —Magnífico. Victor apretó los labios y continuó:  —Com  —C omoo y a le ha dicho Da Dan, n, señor Ri Ricc har hards, ds, usted sólo es un conc concursa ursante nte  paraa e l públi  par públicc o. En re realidad alidad e s usted un obre obrero, ro, y debe pensa pensarr a sí al de desem sem peña peñar  r  su papel. Las cintas de vídeo pueden ser depositadas en cualquier buzón de correos, y nos traídasdos inmediatamente para que podamos esa misma tarde. Si serán no deposita cintas al día, consideraremos que haemitirlas incumplido las condi condicion ciones es del concurso y dej dejar arem em os de de pa pagarle garle lo acordado.  —Pee ro aaun  —P un así ser seréé per perseguido seguido y c azado.  —Exacto,  —Exa cto, así que e s m e j or que envíe las cintas. Le ase aseguro guro que no se utilizarán para su localización; los Cazadores actúan con independencia de la sección de emisiones. Richards tenía sus dudas al respecto, pero no dijo nada.  —Una vez le hay am os eentre ntregado gado e l eequipo, quipo, se será rá esc escolt oltaa do hasta el a sce scensor  nsor  que lleva a la calle. Este sale directamente a la calle Rampart. Una vez allí, todo depe dependerá nderá de usted. —Hiz —Hizoo una pa pausa—. usa—. ¿¿Algu Alguna na pr pregunta? egunta?  —No.  —Entonces,  —Entonce s, el señor Kill Killian ian tiene un deta detall llee m á s que com c omunica unicarle rle.. Volvieron hasta donde Dan Killian se encontraba conversando con Arthur M.

Burns. R Richar ichards ds pi pidi dióó otro zzum umoo de fr frut utas, as, que le ffue ue servido.  

 —Se ñor Ri  —Se Ricc har hards ds —dij —dijoo Kill Killian ian m ientra ientrass le dedic dedicaa ba una deslum deslumbra bradora dora sonrisa—. Como sabe, dejará el estudio desarmado. Sin embargo, eso no quiere decir que no pueda conseguir armas por cauces legales o ilegales. ¡Desde luego que no! Usted, o sus familiares, recibirá otros cien dólares por cada Cazador o represent repre sentante ante de la lley ey que cons consiiga despachar despachar… …  —Yaa sé, no m e lo diga —le int  —Y intee rr rrum umpió pió Ri Ricc har hards—: ds—: Es par paraa da darr m ás espectáculo. Killi Kil lian an vol volvi vióó a son sonre reír, ír, ccom ompl plac acid ido. o.  —Es usted m uy astuto, señor Ri Richa chards. rds. A Así sí es. No obst obstante ante,, pr procur ocuree no m maa tar  a ningún espec espectador tador ino inoce cente. nte. Eso nnoo vale. Richards no dijo nada.  —El otro otro aaspec specto to del progra program m a…  —Los soplones soplones y a fic ficionados ionados a las la s cá cám m ar araa s. Y Yaa sé sé..  —No son sopl soplones. ones. Son buenos c iudada iudadanos nos norte norteaa m e ric ricaa nos. —R —Resultaba esultaba difícil saber si el tono dolido de Killian era real, o puramente irónico—. De todos modos, hay un teléfono de urgencias al que puede llamar cualquier persona que le localice. Cada avistamiento verificado con resultado de muerte son mil dólares. Los aficionados al vídeo reciben diez dólares por palmo de imagen, y…  —¡Unn reti  —¡U re tiro ro a la bella Jam aic aicaa c on dinero m anc anchado hado de sangr sangre! e! —gritó Richards, mientras abría los brazos—. ¡Pase las imágenes en un centenar de noticiarios semanales en tres dimensiones! ¡Sea ídolo de millones de personas! Holografíenos si quiere más detalles.  —Yaa basta —m usit  —Y usitóó Kill Killian ian ccon on voz tra tranquil nquila. a. Bobby Thom Thompso psonn se eest staba aba pul puliendo iendo llas as uñas. V Victor ictor se había aalej lejado ado y su vo vozz llegaba lejana; estaba dando una reprimenda a alguien por una cuestión de colocación de cámaras. Killian apretó un botón.  —¿S ñoritalaJones? Ya puede ustedAhora hac hacer erse sepasará ca cargo. rgo.al—S —Se e puso eennDespués, pie y tendió una —¿ vezSemás mano Y aaRichards—. maquillaje. las  prueba  prue bass de il ilum uminac inación. ión. P er erm m a nec necer eráá ust ustee d fue fuera ra de dell e sce scenar nario io y y a no volvere vol verem m os a vernos hast hastaa eell pro program gram a, aasí sí que…  —Ha sido un plac placee r —dij —dijoo R Richa ichards, rds, rree cha chazzando nue nuevam vam e nte su m mano. ano. La señorita Jones le condujo fuera de la sala. Eran las 2.30.

 

…Menos 81 y contando…

Richards estaba entre bastidores, con un vigilante a cada lado, escuchando al  público  públi co del estudio, que apla aplaudía udía fr free nética néticam m e nte a Bobb Bobbyy Thom Thompson. pson. Estaba nervioso. Se burló de sí mismo, pero su nerviosismo era un hecho, y burlándose no iba iba a hace hacerlo rlo ddesapar esaparec ecer er.. Eran las sei seiss y un minut minuto. o.  —Nuestro  —Nue stro pr prim imee r c oncur oncursante sante de e sta noc noche he es un hom hombre bre osado e ingenioso del otro lado del Canal de esta misma ciudad —estaba diciendo Thompson. En el monitor apareció un detallado retrato de Richards con su abultada camisa de trabajo gris, tomado días antes por una cámara oculta. El fondo de la imagen parecía la sala de espera del quinto piso. Richards apreció que estaba retocada para que sus ojos parecieran más hundidos, su frente un poco más baja  sus mejillas más sombreadas. El aerógrafo de algún técnico había dado a su  boca una expr expresión esión torva y torc torcida. ida. En conj unto, el Ri Ricc har hards ds de la im image agenn resultaba espeluznante: el ángel de la muerte urbano, brutal, no muy brillante,  peroo dotado de una cie  per cierta rta astuc astucia ia pr prim imit itiva iva y anim al. El hom hombre bre del sa sacc o par paraa los re resi sidentes dentes eenn los bar barrios rios altos altos de la na nación. ción.  —Este hombre hom bre es Benj a m in R Richa ichards, rds, de veintio veintiocc ho años. ¡Fíj ¡Fíjee nse bien en e n él! Dentro de media hora, este hombre vagará por las calles. Si usted le ve y la información que nos da es correcta, puede ganar cien Nuevos Dólares. Si la inform nformac ació iónn condu conduce ce a su muer muerte, te, ganará ust usted m il Nuevos Dó Dólares. lares. La mente de Richards empezó a vagar, pero volvió a la realidad de una sacudida.  —… y ésta es la m uj ujee r a la que irá a para par a r lo obtenido por Benj Benjam am in Richards si…, o mejor, cuando éste sea abatido. En la imagen apareció una instantánea de Sheila…, pero el aerógrafo había entrado en acción ac ción nnuevam uevam ente, est estaa vez en unas m manos anos má máss crueles. El resul resultado tado era brutal. El rostro dulce y nada desagradable había sido transformado en el de una mujer sucia, desaliñada e insulsa. Unos labios llenos y sobresalientes, unos ojos que parecían brillar de avaricia, y la sugerencia de una papada difuminada sobre sob re lo qque ue pa pare recían cían unos pec pechos hos desnudos desnudos..  —¡Cerdo!  —¡Cer do! —r —rugió ugió R Richa ichards. rds. Se lanz lanzóó hac hacia ia de delant lante, e, per peroo unos po poder derosos osos bbra razzos llee re retuv tuvieron. ieron.  —Tranquil  —Tra nquilo, o, am igo. S Sólo ólo es una ffoto. oto. Un mome m oment ntoo desp después ués fue m medio edio condu conducido cido y m edio ar arra rast strado rado al escena escenario rio.. La reacción del público fue inmediata. El estudio se llenó de abucheos y grit tosatadl de « ¡V ¡Ven aquí uí, cobard barde!» e!» , era!» « ¡Acabad con él!» « ¡T ¡Tee vas a ent enterar!» erar!» , «gri ¡Mat ¡M adle!» e!» yen« aq ¡S ¡Sal al, fuera! fuco era! ¡S ¡Sal al fuera!» fu . Bobby Thom Thompso psonn levantó llos os brazo brazoss y pid pidió ió con gesto apac apacig iguador uador un poc pocoo de silencio.

 —¡Oigam  —¡O igam os qué tiene que de decc ir!  

A regañadientes, el público calló. Richards siguió plantado bajo los potentes focos con la cabeza baja, como un toro. Sabía que estaba proyectando exactamente el aura de odio y desafío que el equipo del programa pretendía de él, pero per o no podí podíaa evitarlo. Contempló a Thompson con mirada dura y ojos encendidos de ira. Después, dijo:  —Alguiee n se va a ccom  —Algui omee r sus coj ones por eesa sa im imaa gen de m i m muj ujer. er.  —¡Continúe,  —¡Cont inúe, señor Ri Richa chards! rds! ¡Conti ¡Continúe! núe! —gritó Thom Thompson pson con la nota j usta de disgusto en su voz—. Nadie va a hacerle daño… ¡De momento, al menos!  Nuevos  Nue vos grit gritos os e insul insultos tos hist histér éricos icos del públi públicc o. Richards se volvió de pronto hacia los espectadores del estudio y todos enmudecieron enm udecieron com comoo si les hhubi ubier eran an sac sacudi udido do uunn bofetó bofetón. n. Las muj er eres es le m miraban iraban con expresión asustada, casi sexual. Los hombres le sonreían con los ojos iny nyec ectado tadoss en sang sangre re y odi odio. o.  —¡Cerdos!  —¡Cer dos! Si tanto de deseá seáis is ver m orir a a lgui lguiee n, ¿por qué no os m atá atáis is unos a otros? Sus últimas palabras quedaron ahogadas por un nuevo griterío. El público  parti  par ticc ipante, paga pagado do quiz quizáá pa para ra ello, int intee ntaba subi subirr a l e sce scenar nario io m ientra ientrass la  policc ía lo conte  poli contenía. nía. Ri Richa chards rds se plantó a nte los eexaltados, xaltados, consc consciente iente del aspe aspecc to que debía debía de ofrec ofrecer er..  —Graa cia  —Gr cias, s, señor Ri Richa chards, rds, por sus sabios conse consejj os. —El tono de desagra desa grado do del presentador presentador eera ra ahora m uy palp palpable, able, y la m ulti ultittud, ddee nuevo casi en si silenci lencio, o, se sentía complacida—. ¿Quiere decirle a nuestro público del estudio y al resto de la audiencia audienc ia ccuánto uánto ttiem iempo po pi piensa ensa rresist esistir? ir?  —Quieroo dec  —Quier decirle irle a l públi públicc o del estudio y a l re resto sto de la a udienc udiencia ia que esa mujer no era mi esposa. Era un truco barato… multitud ahogó aguardó sus palabras. Losminuto gritosadeque odio habíany alcanzado una cota casiLa febril. Thompson casi un callaran luego repitió:  —¿Cu  —¿ Cuáá nto esper esperaa re resis sisti tir, r, se señor ñor Richar Richards? ds?  —Esperoo ll  —Esper llega egarr a los tre treint intaa días —re —respondi spondióó con fr frialdad—. ialdad—. No cr creo eo que tengan a nadi nadiee que pueda cconmigo onmigo.. Más gritos. Puños en alto. Alguien lanzó un tomate. Bobby Thompson se adelantó de nuevo hacia el público y gritó:  —Y c on eestas stas última últimass br bravuc avuconada onadas, s, eell se señor ñor Ri Ricc hards har ds se será rá conduc conducido ido ffuer ueraa de nuestro estudio. Mañana a mediodía, comienza la caza. ¡Recuerden este rostro! Puede estar junto a usted en un neumobús…, en un avión…, en un cine en tres dimensiones…, en elNueva estadioYork, de matabol su ciudad… Hoy está aquí, eno Harding. Mañana en Boise,deAlburquerque, Columbus…, m erodeando er odeando ant antee su ca casa. sa. ¿¿Nos Nos iinform nformar aráá si llee ve ve??  —¡Sííí  —¡Sí íííí íí!! —gr —grit itóó el públi públicc o.

Richards les dedicó un rápido corte de mangas. Esta vez, la invasión del  

escenario no fue en absoluto simulada, pero Richards fue conducido a la salita del estudio con la suficiente rapidez como para impedir que le lincharan allí mismo, ante las cám aras, ar as, pri privando vando así a la C Cadena adena de una ca cazza que se pre present sentía ía jjugo ugosa. sa.

 

…Menos 80 y contando…

Killian estaba entre bastidores, estremecido de placer.  —Una actuac ac tuación ión m magnífic agnífica, a, se señor ñor Ri Ricc har hards. ds. ¡Muy bien! Me e nca ncantar ntaría ía pode poder  r  darle un extra. Esos cortes de mangas… ¡Soberbios!  —Estamos  —Estam os aquí par paraa com plac placee rle —dijo Ri Ricc har hards ds c on ironía. En los monitores apareció un anuncio—. Deme la maldita cámara y váyase a la mierda.  —Aquí la ti tiene ene —re —respondi spondióó Kill Killian, ian, sonriendo todavía. Un téc técnico nico entr entregó egó e l aparato a Richards. Killian añadió—: Cargada y lista para funcionar. Aquí están las cintas. Le tendió una caja oblonga, pequeña y sorprendentemente pesada, envuelta en un hule. Richards colocó la cámara en uno de los bolsillos del abrigo y las cintas en el otro.  —Muy bien. ¿¿Dónde Dónde e stá eell asce ascensor? nsor?  —No tan depr deprisa isa —dij —dijoo Kill Killian—. ian—. Todavía le queda quedann unos m inut inutos. os. Doce, Doc e, exactamente. El plazo de doce horas no empieza oficialmente hasta las seis y media. Los gritos de furia habían empezado de nuevo. Volvió la cabeza y vio a Laughlinn jjunt Laughli untoo al eesce scenar nario io.. El cora corazzón le dio uunn vuelco.  —Me gusta usted, Ric Ric har hards, ds, y cr creo eo que ser seráá un bue buenn conc concursa ursante nte —m —murm urm uró Killian—. Tiene un estilo crudo que me ha encantado desde el primer instante. Soy coleccionista, ¿sabe? Arte rupestre y egipcio, ésas son mis especialidades. Usted Ust ed se parece pare ce m ás al pri prim m er eroo qu quee a las uurnas rnas egip egipcias, cias, pero no importa. Deseo tanto conservarle a usted, o coleccionarle, si lo prefiere, como aprecio el arte rupestre rupest re asi asiáti ático co que he conservado y colecc coleccio ionado. nado.  —Pue  —P uess use una gr graba abación ción de m is on ondas das ccee re rebra brales, les, hij hijoo de pe perr rraa . Están eenn los archivos.  —Por  —P or eso quis quisier ieraa dar darle le un conse consejj o —prosigui —prosiguióó Kill Killian ian sin inm inmutar utarse—. se—. No tiene usted ninguna posibilidad. Nadie la tendría con toda una nación detrás a la caza del hombre y con el equipo y entrenamiento increíblemente sofisticados que tienen los Cazadores. Pero si permanece oculto durará más. Utilice las  piernas  pier nas a ntes que c ualquier ar arm m a que pueda c onseguir onseguir.. Y perm per m a nezca c e rc rcaa de los suyos. —Killian alzó un dedo hacia Richards para hacer hincapié en ello—. o se mezcle con esos buenos tipos de clase media de ahí afuera; esos le odian absolutamente. Usted simboliza todos estos tiemposdeloscuros inquietos. Eso de ahí afuera no ha sidolos todomiedos teatro de o manipulación público,e Richards. Realmente le odian a muerte. ¿No lo nota?  —Síí —rec  —S —reconoció onoció Ri Ricc har hards—. ds—. Lo he notado. Yo Yo tam también bién les odio.

Killian sonrió.  

 —Es por e so por lo que van a m a tar tarle le a usted, Ri Ricc har hards. ds. —Kill —Killian ian posó una mano en el hombro de Richards; sus dedos tenían una fuerza sorprendente—. Por  aquí. Detrás de ellos, Bobby Thompson trataba de poner furioso a Laughlin para satisfac sati sfacción ción de dell públ público. ico. Las pisadas de Killian y Richards resonaban en el silencio hueco del blanco  pasillo.  pasill o. Iba Ibann sol solos. os. Al fondo había un aasce scensor nsor..  —Aquí es donde nos sepa separa ram m os —dij —dijoo Kill Killian—. ian—. Dire Direcc to a la ca call llee . Nue Nueve ve segundos. Tendió la mano por cuarta vez, y Richards volvió a rechazarla. Sin embargo,  perm  per m ane anecc ió un iinst nstaa nte m máá s ante eell ej e cutivo.  —¿Qué  —¿ Qué suce suceder dería ía si pudier pudieraa subi subir? r? —pre —preguntó guntó m mientra ientrass ha hacía cía un ge gesto sto con la cabez ca bezaa señalando al ttec echo ho y a lo loss ochent ochentaa piso pisoss qu quee quedaban por enc encima ima de éést stee  —. ¿A qui quiéé n podría m ata atarr ahí ar arriba riba?? ¿¿A A qui quiéé n podría m a tar si llega llegara ra j ust ustoo a la cima? Killi Kil lian an eem m it itió ió uuna na br breve eve risi risita ta y pul pulsó só el bot botón ón jjunt untoo al aasce scenso nsor; r; las puerta puertass se abrieron.  —Eso es lo que m e gusta de ust ustee d, R Richa ichards. rds. P Piensa iensa eenn gra grande. nde. Richards penetró en el asce ascens nsor or.. Las puertas em empez pezar aron on a ce cerra rrarse. rse.  —Pee rm ane  —P anezzca con los suy suyos os —re —repit pitió ió Kil Killi liaa n. Por fin, Richards quedó solo. El puño que sentía en el estómago fue relajándose mientras el ascensor bajaba hasta la calle.

 

…Menos 79 y contando…

El asce ascens nsor or se abrió di direc rectam tamente ente a la ccall alle. e. Un pol policí icíaa eest staba aba ante la fac fachada, hada, en el parque Memorial Nixon. Sin embargo, no miró a Richards cuando salía. Se limitó a balancear la porra eléctrica con aire reflexivo mientras contemplaba la su suave ave ll lluvi uviaa que impre impregnaba gnaba eell aire de dell atardec atardecer er.. La lluvia había traído la oscuridad a las calles más pronto de lo habitual. Las luces brillaban con un aura mística en la penumbra, y la gente que hormigueaba  por la c a ll llee Ram Rampar partt baj o la m ole de dell Edificio de Con Concc ursos no er eran an m ás que sombras insustanciales. Richards sabía que la suya era una más. Respiró  profundam  prof undam e nte el air airee húm húmedo edo y satura saturado do de a zufr ufre. e. Le sentó bien, a pesa pesarr de dell saborr. Le par sabo parec ecíía que ac acababa ababa de sali salirr de la cá cárc rcel, el, cuando en re reali alidad dad só sólo lo habí habíaa cam ca m bi biado ado de ce celd lda. a. El aire le gus gusttaba. El aire eera ra m agní agnífico. fico. « Pe Perm rm anezca ce cerca rca de llos os suy suy os» os» , hhabía abía di dicho cho Ki Kill llian. ian. Y ttenía enía raz razón, ón, naturalmente. No era necesario que se lo advirtiera. Sin embargo, Co-op City sería la zona más batida a partir del día siguiente, cuando la tregua terminara. Para entonces, Richards estaría ya muy lejos, al otro lado de las montañas. Anduvo tres bloques y detuvo un taxi. Esperaba que el Libre-Visor del taxi estuviera destrozado —muchos lo estaban—, pero el aparato funcionaba  perfe  per fecta ctam m e nte y lanz lanzaa ba aall aire la sint sintonía onía ffinal inal de El fugit fugitivo ivo. Mierda.  —¿Dónde  —¿ Dónde vam os, am igo?  —A la ccalle alle Robar Robard. d. Eso estaba a cinco bloques de su destino: cuando el taxi le dejara, caminaría hasta el local de Molie por las callejas menos concurridas. El taxi aceleró. Un viejo motor a gasolina, una sinfonía discordante de  pistones  pis tones y tra traquete queteante antess y m últ últipl iples es ruidos. R Richa ichards rds se re recostó costó ccontra ontra los coj ines de vinilo, la esperanza de que allí le protegieran más sombras.¡U  —¡Eh,con a c abo ac de ver verle le por L Libre ibre-V -Visi isión! ón! —e —excla xclam m ó ellas taxista—. ¡Usted sted es ese e se Pritchard!  —Eso es, Pritcha P ritchard rd —dij —dijoo R Richa ichards rds ccon on re resig signac nación. ión. El Edificio de Concursos iba menguando en la distancia, y las tinieblas  psicc ológi  psi ológicc as par paree cía cíann m e nguar propor proporcc ionalm ionalmee nte e n su ccaa beza, pese a su m a la suerte con c on el taxi taxist sta. a.  —¡Vay  —¡V ay a nar narice icess ti tiee ne, a m igo! Sí, se señor ñor.. ¡Je ¡Jesús!, sús!, van a ac acaba abarr c on ust ustee d, ¿lo sabe? Le van a matar en cuanto le pongan la vista encima. Desde luego, ha de tener narices…  —Sí,í, os!  —S dos dos..—re C Com omo oiótodo lm mundo. undo.  —¡D  —¡Dos! —repit pitió el etaxista taxist a , e xtasiado—. ¡D ¡Dos! os! ¡Muy bueno! ¡V ¡Vay ay a chiste! ¿Le im importa porta que le diga a m i muj er que le he lleva llevado do en eell taxi? taxi? Los C Concursos oncursos llaa vuelven loca. Naturalmente, también tendré que informar, pero eso no me dará

los cien dólares, por desgracia. Los taxistas tienen que contar, al menos, con un  

testigoo m testig más, ás, y a sabe. Y Y,, ccon on llaa suerte que tengo, nadi nadiee le habr habráá vis visto to ssubi ubirr.  —Una ver verdade dadera ra lásti lástim m a —dij —dijoo Ri Ricc har hards—. ds—. C Cuánto uánto la lam m ento eell que no pue pueda da colabora colabo rarr a m atarm e. ¿¿Qui Quier eree que le dej e una not notaa diciend diciendoo qu quee he estado aquí aquí??  —¿Lo  —¿ Lo dice de ve vera ras? s? ¡Eso se sería ría…! …! Acababan de cruz cruzar ar el ca canal nal..  —Deténga  —De téngase se aaquí quí — —dij dijoo R Richa ichards rds de pronto. Sacó un Nuevo Dólar del sobre que Thompson le había entregado y lo dejó caer ca er en eell asi asiento ento ddelant elanter ero. o.  —¡Oiga,  —¡O iga, y o no he dic dicho ho nada nada!! ¿Le he m olestado, quiz quizáá s?  —No —respondi —re spondióó Ri Ricc har hards. ds.  —¿No  —¿ No m mee de dejj ar aría ía eesa sa nota…?  —A la m ier ierda, da, gusa gusano. no. Saltó del vehículo y echó a andar hacia la calle Drummond. Ante él, esquelética, se alzaba Co-op City entre las sombras. La voz del taxista todavía llegaba hast hastaa él: « ¡Esp ¡Esper eroo qque ue ttee coj an pron pronto to,, ddesgrac esgraciado iado!» !» .

 

…Menos 78 y contando…

Atravesó un patio trasero, se coló por un agujero de la valla de alambre que separaba una yerma extensión de asfalto de la siguiente, cruzó un solar en construcción abandonado y fantasmal e hizo una pausa entre los jirones de sombra mientras un grupo de motoristas pasaba rugiendo, iluminando la oscuridad con unos faros fa ros com o oj ojos os ps psicopáti icopáticos cos de licá licánt ntropos ropos noctu nocturnos. rnos. Por fin fin,, sal saltó tó una úl últi tim m a ver verjj a ((cortándo cortándose se una m mano) ano) y se encontró lllam lamando ando a la puerta trasera traser a de Molie Molie Jernig Jernigan; an; es dec decir, ir, a la eent ntrada rada prin principal. cipal. Molie tenía una casa de empeños en la calle Dock donde cualquiera que tuviese el dinero suficiente podía comprar una porra eléctrica especial de la  policc ía, un fusil a nti  poli ntidis disturbios turbios c on la ca carga rga c om ompleta, pleta, un sub-fusil am e tra trall llador ador,, heroína, push, cocaína, disfraces, seudo mujeres de estiroflex, una mujer de verdad si uno no tenía suficiente pasta para la de estiroflex, la dirección de uno de los tres garitos de juego móviles, la de un Club de Perversiones de primera, o un centenar de asuntos ilegales más. Si Molie no tenía lo que buscabas, podía encargártelo. Incluidos los documentos falsos. Cuando Molie asomó por la mirilla y vio de quién se trataba, dibujó una leve so sonris nrisaa y di dijj o:  —¿P  —¿ P or qué no te lar largas, gas, aam m igo? No te he vist vistoo nunca nunca..  —Nuevos  —Nue vos Dólare Dólaress —m —musi usitó tó R Richa ichards, rds, ccom omoo si ha hablar blaraa ccon on el aaire ire.. Hubo una pausa. Richards estudió el puño de su camisa como si no lo hubiera visto nunca. Cerraduras y pestillos se abrieron apresuradamente, como si Molie temiera que Richards cambiase de idea. Entró. Estaban en la trastienda, una madriguera de ratas llena de trastos viejos, instrumentos musicales y cámaras robados, y un montón de cajas de productos para el mercado negro. Molie era una especie de Robin Hood por necesidad. Un prestamista como él no duraba mucho en el negocio si se volvía demasiado codicioso. Molie sangraba a los gusanos de los  barrios  bar rios aalt ltos os todo ccuanto uanto podía, y ve vendía ndía a su ve vecinda cindario rio ccaa si a pre precc io de coste; a veces, vece s, iinclu ncluso so pper erdi diendo endo di dinero nero si el compra comprador dor est estaba aba m uy apurado. Por eso, su su fama en Co-op City era excelente, y su protección, soberbia. Si la policía interrogaba a cualquier soplón de la ciudad (y los había a cientos a este lado del Canal) acerca de Molie Jernigan, el chivato diría que Molie era un viejo algo senil que traficaba un poco y vendía algunas cosillas en el mercado negro. Algunos de los barrios altos condistinto, extrañas tendencias sexuales habrían informadoricachos a la policía en un sentido muy pero ya no había brigadas antivicio que persiguieran esos delitos. Todo el mundo sabía que el vicio perjudicaba la formación de un clima auténticamente revolucionario. El hecho de que Molie

también traficaba en documentos falsos, estrictamente para clientes locales y  

con beneficios modestos, era desconocido en los barrios altos. Sin embargo, Richards comprendía que falsificar papeles para alguien en su situación resultaba m uy peli peligros grosoo para eell anci anciano. ano.  —¿Qué  —¿ Qué pa papele peles? s? —pre —preguntó guntó Mol Molie ie c on un prof profundo undo suspi suspiro, ro, m ientra ientrass encendía una vieja lámpara que iluminó con brillante luz blanca la superficie de trabaj o ddee la m mesa. esa. Richards vi vioo qu quee el hombre tení teníaa m ás de setent setentaa y cinco años años,, y el respl resplandor  andor  de la luz en su ca cabell belloo daba a éést stee un aaspecto specto de hil hilos os de plata.  —Caa rné de c onducir  —C onducir.. Cartill Cartillaa m il ilit itar. ar. Doc Docum umee nto de identidad. Tar arjj eta de carga axial. Cartilla de seguridad social.  —Está bien. Por P or se serr tú, lo dej dejaa re rem m os en sesenta se senta dóla dólare ress ca cada da uno, Bennie Bennie..  —Así pues, ¿lo ¿lo harás? har ás?  —Lo har haréé por tu eesposa, sposa, no por ti ti.. Yo no m e j uego el cue cuell lloo por un estúpido desgraciado como Bennie Richards.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto ttaa rda rdará rás? s? Los ojos de Molie brillaron con matiz irónico.  —Conocie  —C onociendo ndo tu ssit itua uación, ción, m mee dar daréé pr prisa. isa. Una hora par paraa ca cada da uno.  —Cinco  —C inco hora horas… s… M Mee pre pregunto gunto si… si…  —Ni lo int intente entess —le cor cortó tó e l anc anciano—. iano—. ¿Estás loco, Bennie? La sem ana  pasada  pasa da vino un poli policc ía a tu ca casa. sa. Lleva Llevaba ba un sobre par paraa tu m uje uj e r. Llegó e n un Furgón Negr Negroo con otros seis del cuer cuerpo po de vigi vigilantes. lantes. F Flapper lapper Donni Donnigan gan eest staba aba en una esquina vendiendo objetos robados con Gerry Hanrahan cuando sucedió. Flapper me lo cuenta todo, ¿sabes? Es un tipo blando…  —Yaa sé que Flappe  —Y lapperr e s blando —asinti —asintióó Ri Ricc har hards, ds, impac im paciente—. iente—. Le e nvié dinero a Sheila. ¿Está…?  —¿Quién  —¿ Quién sa sabe? be? Nadie la ha vis visto. to. Mollie en Mo se bl eencogi ncogió hombros brosdel y char desvi desvió ó llade a mluz ira rada da mofrec ient ientras ras olocaba ocaba pl im presos blanco anco óeenndeelhom centro charco co que ofrecía ía llaaccol lám para para.pluma . umass e  —Tu bloque está e stá eestrec strecham ham e nte vigil vigilaa do, Bennie. Cualquier Cualquieraa que se ac acer erca cara ra a ofrecer sus condolencias terminaría en un sótano, cantando bajo una lluvia de  porraa s de gom  porr goma. a. Y e so no se le puede pedir a un am igo, ni siq siquier uieraa por e sa m uj ujer ercit citaa tuy tuya. a. ¿¿Qui Quiere eress al algún gún nombre en especial para eeso soss ppapeles? apeles?  —No im importa, porta, m ientra ientrass sea a nglo. Escuc Escucha, ha, Mol Molie: ie: Sheila debe de habe haber  r  salido a comprar alguna vez, ¿no? Y el médico…  —Envió al chico de Bu Budgie dgie O’ O’S Sa nche nchezz a por é l. Ese… ¿¿cc óm ómoo se llam a?  —Waa lt  —W lt..  —Exacto,  —Exa cto, eeso so es. S Soy oy inca incapaz paz dearreeRichards cor cordar dar loscon deta detall llee s de las ccosas. osas.EnMecambio, vue vuelvo lvo senil, Bennie. —De pronto, miró ojos brillantes. recuerdo cuando Mick Jagger era un nombre famoso en todo el mundo. Tú ni

siquiera sabrás quién era, ¿verdad?  —Síí que lo sé —conte  —S —contestó stó Ri Ricc har hards, ds, iinquieto. nquieto.  

Se volvió con temor hacia la ventana que se abría al nivel de la acera. Las cosas estaban peor de lo que imaginaba. Sheila y Cathy también estaban en la aula. Al menos, hasta que…  —See enc  —S encuentr uentran an bien, Bennie —dijo Mol Molie ie en tono tra tranquil nquiliz izaa dor—. P e ro mantente apartado de ellas. Ahora eres un peligro para todos, ¿lo comprendes?  —Síí —afir  —S —afirm mó R Richa ichards. rds. De pronto, pronto, se sent sentía ía abrum abrumado ado de desespera desesperación ción.. « ¡Cuánto ¡Cuánto m e gust gustar aría ía est estar  ar  en casa c asa!» !» , pensó, sorprendido de sus ppropios ropios senti sentim m iento ientos. s. S Sin in em bar bargo, go, hhabía abía algo más, y mucho peor. Todo parecía demasiado rápido, casi irreal. El propio tejido de la existencia parecía encogerse por las costuras. Rostros, uno tras otro a toda velocidad: ve locidad: La Laughli ughlin, n, Burns, Killi Killiaa n, Ja Jansk nsky, y, Moli Molie, e, Cathy, S She heil ilaa … Fijó la mirada en la oscuridad, con un escalofrío. Molie se había puesto a trabajar y tarareaba una antigua tonada de su distante pasado, algo acerca de tener los ojos de Bette Davis. ¿Quién debía de ser ésa?  —Era un ba bater tería ía —dijo —dij o Ri Richa chards rds de pronto, re respondi spondiee ndo a la pre pregunta gunta de hacía hac ía un m om omento—. ento—. De un grupo ing inglés, lés, lo loss B Bee eetl tles. es. Mick McCartney.  —¡Ah,  —¡A h, los j óvene óvenes! s! —m —murm urm uró Moli Molie, e, eencor ncorva vado do sobre los pape papeles—. les—. Eso es to todo do lo lo que sabé sabéis is,, hoy en día…

 

…Menos 77 y contando…

Richards abandonó el local de Molie diez minutos después de medianoche, con mil doscientos dólares menos en el bolsillo. El viejo le había vendido también un disfraz limitado, pero bastante eficaz: cabellos grises, gafas, rellenos para la boca, di dientes entes salientes de plástico plástico que transform aba abann sut sutil ilm m ente la línea línea de sus labio labios. s.  —Adopta una li lige gera ra c ojer oj eraa —le había a conse consejj a do Mol Molie—. ie—. Que no llam llam e mucho la atención, pero que se note. Recuerda que tienes la capacidad de confundir a los demás, si la usas. ¿A que no recuerdas de dónde viene esa frase? Richar ichards ds lo iignoraba gnoraba.. Según los nuevos documentos de su cartera, él era ahora John Griffen Springer, vendedor de cintas de texto de Harding. Tenía 43 años y era viudo. No tenía estatus de técnico, pero eso era mejor. Los técnicos tenían una manera de hablar habl ar m uy esp especial. ecial. Richards volvió a salir a la calle Robard a las 12.30. Buena hora para ser  asaltado, detenido o muerto, pero mala para intentar una escapada discreta. Sin embargo, llevaba toda su vida al sur del Canal. Cruzó éste unos tres kilómetros más allá, casi por la orilla del lago. Vio a un grupo de mendigos borrachos apretados en torno a un fuego furtivo. Un puñado de ratas, pero ningún policía. A la 1.15 se encontraba ya al otro extremo de la tierra de nadie de los almacenes, los restaurantes baratos y las oficinas de fletes del lado norte del Canal. A la 1.30 se encontró por fin rodeado de suficientes m oradores de los bbar arrios rios alt altos os qque ue eent ntraba rabann y sal salían ían de las ttaber abernas nas bara barattas ccomo omo  paraa tom  par tomaa r un taxi sin problem problemas. as. Estaa vez Est vez,, eell ttaxist axistaa no le rrec econoció. onoció.  —Al aeropue ae ropuerto rto —dij —dijoo R Richa ichards. rds.  —Allá va m os, ampor vam igo.aire les incorporaron al tráfico callejero. Llegaron al Los impulsores aeropuerto a la 1.50. Richards pasó con su leve cojera ante varios policías y vigilantes de seguridad, que no le prestaron la menor atención. Sacó un billete  paraa Nue  par Nueva va York porque porque,, de pronto, le vino a la c abe abezza e sa ciuda ciudad. d. La comprobación de identidad se efectuó de forma rutinaria, sin problemas. Saldría en la lanzadera exprés a Nueva York a las 2.20. Sólo llevaba unos cuarenta  pasajj er  pasa eros, os, la m ay or par parte te e stu studiantes diantes y hom hombre bress de negocios negoc ios,, que e cha chaban ban una cabezada. El vigilante de la casilla blindada también durmió la mayor parte del tray ra y ecto ec to.. Igual que Ri Richar chards ds.. Tomaron tierra a las 3.06. Richards desembarcó y dejó el aeropuerto sin incidentes. A las 3.15, el taxi tomaba el carril de salida de la Lindsay Overway y bajaba en espiral hacia el centro de la ciudad. Cruzaron Central Park en diagonal y, a las

3.20, 3.2 0, B Ben en Ri Richar chards ds ddesapar esaparec ecía ía en la urbe m ás grande sobre la ffaz az ddee la tierra ierra..  

…Menos 76 y contando…

Reapareció en el hotel Brant, un establecimiento medio del East Side. Aquella  parte  par te de la ciuda ciudadd e ntra ntraba ba gra gradualm dualmee nte en un nuevo per período íodo de e splendor splendor.. Sin embargo, el Brant estaba a menos de dos kilómetros de la arruinada ciudad interior de Manhattan, que también era la mayor del mundo. Mientras se registraba en el hotel, volvió a pensar en las palabras de despedida de Dan Killlian: « Pe Ki Perm rmanez anezca ca ccerc ercaa de los los su suyy os os»» . Tras dej ar el taxi taxi,, habí habíaa ca cam m in inado ado hast hastaa Tim Tim es S Square. quare. No quer quería ía in inscrib scribirs irsee en ningún hotel durante la madrugada, y pasó cinco horas y media, desde las 3.30 hasta las 9, en un espectáculo de perversiones ininterrumpidas. Había deseado desesperadamente dormir un poco, pero las dos veces que echó una cabezada despertó súbitamente al notar unos suaves dedos que le subían por la cara ca ra in intterio er iorr del m mus usllo.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto ti tiee m po se queda quedará rá,, señor señor?? —pre —preguntó guntó el re rece cepcionist pcionistaa m ientra ientrass releía el John G. Springer con que se había registrado.  —No lo sé —re —r e spondi spondióó Ri Ricc har hards ds con pr prete etendida ndida aafa fabil bilidad—. idad—. De Depende pende de los clientes, ¿sabe? Pagó Pa gó ssesenta esenta Nuevos Dól Dólar ares es por dos ddías ías de habit habitac ació iónn y tom tom ó el asce ascens nsor or aall  pisoo 23. La habitac  pis habitación ión ofr ofrec ecía ía una vist vistaa som sombría bría de dell esc escuálido uálido Ea East st Ri River. ver. También estaba lloviendo en Nueva York. La habitación estaba limpia pero poco cuidada; un grifo y el depósito del retrete hacían unos ruidos constantes y enervantes que Richards no consiguió si sillenciar ni ssiiqui quier eraa in intent tentando ando repa repara rarr el m ec ecanis anism m o. Pidió que le subieran el desayuno: un huevo escalfado con una tostada, zumo de naranja y café. Cuando el camarero llamó a la habitación con la bandeja, Richar ichards ds llee di dioo una discre discreta ta propina. Terminado el desayuno, sacó la cámara de vídeo y la contempló. Justo debajo del visor había una pequeña chapa metálica con la palabra INSTRUCC INSTR UCCION IONES ES.. De Debaj baj o, Richa Richards rds pudo lee leerr lo si sigui guiente: ente:

1. Introduzca el cartucho de cinta en la ranura A hasta que oiga un «clic». 2. Prepare el objetivo enfocando correctamente. 3. Pulse el botón B para grabar imagen y sonido. 4. Cuando suene la señal, la cinta saltará automáticamente. Tiempo de grabación, 10 minutos. « Bien — —pensó pensó R Richar ichards— ds—.. M Mee ve verá ránn do dorm rm ir.» ir.»

Colocó la cámara en el escritorio y la enfocó hacia la cama. La pared aparec apar ecíía vacía y si sinn ra rasg sgos os iident dentifi ifica cabl bles, es, y Richards se cconv onvenció enció de que nadi nadiee  

 podría loca locali lizza r dónde se hallaba por los de detalles talles de la c a m a o de la habitac habitación. ión. Desde aquella altura, el ruido de la calle era mínimo, pero dejó la ducha abierta  por si acaso. ac aso. Deliberadamente, estuvo a punto de apretar el botón y entrar en el campo de visión de la cámara con todo su disfraz. Podía quitárselo en parte, pero era imposible hacer lo mismo con el cabello gris. Se puso por capucha la funda de la almohada, alm ohada, pu puls lsóó el bbot otón, ón, avanz avanzóó has hasta ta llaa ccam am a y se sent sentóó de ca cara ra a la ccám ám ara ara..  —¡Cu-cu!  —¡Cu-c u! —exc —exclam lam ó con voz huec huecaa pa para ra la inm inmee nsa a udienc udiencia ia que ve vería ría y escucharía la cinta aquella noche con horrorizado interés—. Vosotros no podéis verlo, per peroo m mee est estoy oy riendo ddee to todos dos vos vosot otros, ros, cer cerdos dos com comem em ier erdas. das. Se tendió hacia atrás, cerró los ojos e intentó no pensar en nada. Cuando sonó el zum zumbador bador y salt saltóó la cinta, di diez ez minut minutos os despu después, és, se durm ió ensegui enseguida. da.

 

…Menos 75 y contando…

Cuando despertó acababan de dar las cuatro. La caza, pues, había comenzado. Hacía ya tres horas, contando la diferencia horaria. El pensamiento le hizo estre est rem m ecerse ec erse ha hast staa lo má máss hhond ondo. o. Puso una nueva cinta en la cámara, tomó la Biblia del cajón del escritorio y leyó una y otra vez los Diez Mandamientos con la capucha puesta, durante los di diez ez minu m inuto toss de la gra grabac bació ión. n. En el cajón había sobres, pero llevaban el membrete del hotel. Titubeó, pero comprendió que daba igual. Tendría que fiarse de la palabra de Killian de que la Dirección del Concurso no facilitaría a McCone y a sus perros de presa los datos  postale  post aless que pudier pudieran an ll lleva evarr a su loc locaa li lizzac ación. ión. No tenía m ás re rem m edio que uti utili lizzar  el servicio servicio de Correos, pu pues es no le habían fac facil ilit itado ado paloma palomass m mensaj ensajer eras. as. Junto al ascensor había un buzón, y Richards depositó las cintas en la ranura de « ot otra rass ciu ciudades» dades» con gran re rece celo lo.. Aunque Aunque los em plea pleados dos pos posttales no ppodí odían an recibir recompensas de la Dirección de Concursos por informar sobre la situación de un concursante, a Richards le seguía pareciendo un asunto terriblemente arriesgado. Sin embargo, no podía dejar de hacerlo, o sería descalificado. Volvió a su habitación, cerró la ducha (el baño estaba más cálido y húmedo que una una j ung ungla la ttropi ropica call) y se tu tum m bó en llaa ccam am a a pensar. pensar. ¿Cómo huir? ¿Qué era lo mejor? Intentó ponerse en el lugar del concursante medio. Naturalmente, el primer  impulso era un puro instinto animal: enterrarse, hacerse una madriguera y ocultarse en ella. Eso era lo que había hecho él. El hotel Brant. ¿Sería eso lo que esperaban los Cazadores? se ocultaba. Sí, claro. No estarían buscando a alguien que huía, sino a alguien que ¿Podrían encontrarle eenn su ma madri driguera? guera? Deseó con todas sus fuerzas poder responder que no, pero le fue imposible. El di disfraz sfraz era bueno bueno,, pero improvis improvisado ado sob sobre re la marc m archa. ha. No había m muchas uchas personas observadoras, pensó, pero sí algunas. Quizás ya le habían denunciado. El recepcionista… El camarero que le había subido el desayuno… Quizás incluso algún rostro sin nombre en el espectáculo de perversiones de la calle 42.  No era e ra proba probable, ble, pe pero ro sí posi posible. ble. ¿Y qué decir de su auténtica protección, los papeles falsos que Molie le había  propor  proporc c ionado? Cuánto ti tie po le ser servirían? virían?darles Bu Buee no, e l taxist taxista a queCity. le Y había recogido junto al¿Edificio dee mConcursos podía la pista de South los Cazadores eran temibles, amenazadoramente eficaces. Apretarían las tuercas a

todos sus conocidos, desde Jack Crager hasta la bruja de Eileen Jenner, la vecina del rellano. Las apretarían mucho. ¿Cuánto pasaría hasta que alguien, quizás un  

tipo blando como Flapper Donnigan, dejara escapar que Molie había falsificado documentos en alguna ocasión? Y si encontraban a Molie estaba perdido. El  prestam  pre stamist istaa resis re sisti tiría ría lo j ust ustoo pa para ra gana ganarse rse un pa parr de paliz palizas, as, pues e ra lo ba bastante stante astuto como para conseguir un par de cicatrices visibles que lucir por el barrio. Así quedaría a cubierto de cualquier desgraciado incendio por causas desconocidas, descono cidas, uuna na noche cualqui cualquier era. a. ¿Y ent entonces? onces? La m er eraa com comprobació probaciónn de los los tres aeropuertos de Harding descubriría el salto nocturno de John G. Springer  hacia la Gran Metrópoli. Si encontra encontraban ban a Mol Molie… ie… « Da por sent sentado ado que sí sí.. Tienes qu quee dar por sent sentado ado que sí sí.» .» Entonce Ento nces, s, a ccorre orrerr. ¿¿Adónde? Adónde?  No lo sabía. sabía . Ha Había bía pasa pasado do toda su vida e n Ha Harding, rding, en e l Medio Oe Oeste. ste. No conocía la Costa Este, y no había lugar alguno al que pudiera huir y considerarse en casa. Así pues, ¿adónde? ¿Adónde? Su mente, confusa y abatida, se perdió en una morbosa visión. Habían encontrado a Molie sin ningún problema, y le habían sacado el nombre falso en cinco minutos, tras arrancarle dos uñas, llenarle el ombligo con gasolina para encendedor y amenazar con prender una cerilla. Después, habían localizado el vuelo de Richards con una rápida llamada (hombres elegantes, de rasgos desconocido descono cidos, s, con gabardin gabardinas as de idénti idéntico co ccorte orte y confec confección ción)) y habí habían an ll llegado egado a ueva York a las 2.30, hora local. Otros hombres habían conseguido ya la dirección del Brant mediante la consulta de las listas de ocupación hotelera de la ciudad de Nueva York, que eran pasadas a ordenador día a día. Ahora estaban en el exterior, rodeando el lugar. Conductores de neumobús, camareros, recepcionistas y botones habían sido reemplazados por Cazadores. Media docena de ellos subían ya por la escalera de incendios. Otros cincuenta se agolpaban en los tres ascensores. eran más, condesusuncoches aéreos que rodeaban edificio. Ya estabanCada en elvez pasillo. Dentro segundo, la puerta saltaría ele irrum pi pirían, rían, ac acompa ompañados ñados ent entus usiást iástiica cam m ente de una cá cám m ar araa que, ins instal talada ada sobre sobre un trípo trípode de por eencima ncima de sus muscul musculos osas as eesp spaldas, aldas, recoger recogería ía para la pos posterid teridad ad eell in inst stante ante en que le hac hacían ían pica picadi dill llo. o. Se incorporó en la ca cam m a, sudando. sudando. De m om omento ento,, ni siqui siquiera era tenía un arm a. « A corr correr er.. De pri prisa.» sa.» Para Pa ra em pez pezar ar,, B Bos osto tonn servirí serviría. a.

 

…Menos 74 y contando…

Dej ó llaa ha habi bittaci ac ión a las cinco de la tarde y baj bajóó al vest vestíb íbul ulo. o. El recepcionista le dedicó una deslumbrante sonrisa, probablemente a la espera de que ll llegar egaraa su com compañero pañero de dell tturno urno si sigui guiente. ente.  —Bue  —B uenas nas tar tardes, des, se señor… ñor…  —Springer.  —S pringer. —R —Richa ichards rds le devolvió la sonrisa—. P ar aree c e que he enc encontra ontrado do  petróleo,  petr óleo, señor m ío. Tr Tres es cliente clientess pa pare recc en… re recc eptivos. Se guiré uti utili lizzando esta estass excelentes instalaciones durante dos días más. ¿Desea que pague por adelantado?  —Com  —C omoo gust gustee , señor señor.. Unos dól dólar ares es ccam am biar biaron on de m manos. anos. R Richards ichards regre regresó só a la habit habitac aciión, ssiem iempre pre sonriendo. El pasillo estaba vacío. Colgó el rótulo de NO MOLESTAR en el  picaporte  pica porte y c orr orrió ió apre apresura suradam dam e nte a la eesca scaler leraa de inc incee ndios ndios.. La suerte est estaba aba de su parte y no encont encontró ró a nadie. nadie. De Descendi scendióó hast hastaa la pl planta anta  baj a y salió por la e ntra ntrada da later lateral al sin se serr vis visto. to. La lluvia lluvia había c esa esado, do, per peroo las nubes bajas todavía se cernían sobre Manhattan. El aire olía como una pila eléctrica gastada. Richards apresuró el paso, olvidándose de la cojera, hasta la terminal de autobuses eléctricos de la Dirección del Aeropuerto. Uno todavía  podía com c ompra prarr un bill billee te de a utobús sin tene tenerr que dar su nom nombre bre..  —A Bos Boston ton —d —dij ijoo al ba barbudo rbudo ve vendedor ndedor de la taquill taquilla. a.  —Vee int  —V intit itré réss dól dólaa re res, s, am igo. El autobús sale a las seis quince en punto. Richards sacó el billete. Le quedaban poco menos de tres mil Nuevos Dólares. Aún faltaba una hora, y la terminal estaba abarrotada de gente, entre ella muchos milicianos con sus boinas azules y sus rostros jóvenes, adustos y  brutales.  brutale s. Compr Compróó una re revist vistaa de per perver versiones, siones, se sentó y ocultó eell rostro eentre ntre las  páginas.  página s. P Per erm m a nec neció ió dura durante nte la hora sigu siguiente iente de a quella m a ner neraa , volviendo una  página de ve vez n cua cuando ndo para a noenpar pare ce cerr unasee apresuró statua. hacia las puertas abiertas Cuando elz eautobús separ situó el eandén, con el resto de los anónimos pasajeros.  —¡Eh! ¡Eh, usted! Richards volvió la mirada: un guardia de seguridad se acercaba corriendo. Permaneció helado donde estaba, incapaz de echar a correr. Una remota parte de su cerebro gritaba que estaba a punto de ser abatido allí mismo, justo en aquella inmunda terminal de autobuses con restos de llanta en el suelo y obscenidades grabadas en las paredes llenas de mugre: iba a constituir el trofeo de un estúpido policía afortunado.  —¡D  —¡De e ténga ténganlo! ¡D ¡Dee tenga tengan n aseeese se tipo! a él. Richards advirtió que iba tras un El policía senlo! desviaba. No refería muchacho de aspecto desaliñado que corría hacia la escalera con un bolso de

m uj ujer er en la m mano, ano, em empuja pujando ndo a los trans transeúnt eúntes es a un llado ado y a otro como si fuera fuerann  bolos..  bolos  

Él y su perseguidor desaparecieron de la vista escalera arriba, subiendo los  peldaños  pelda ños de tre tress en tre tress a enor enorm m e s saltos. L Laa m a sa de viaj e ros re recc ién lle lle gados,  pasajj er  pasa eros os que par partí tíaa n y gente gentess que ha habían bían venido a despe despedir dir o re recc ibi ibirr a é sto stoss  presenc  pre senció ió el eespec spectác táculo ulo con vago int intee ré réss dura durante nte unos m om omee ntos y luego volvió rápidamente rápidam ente a lo qque ue eest staba aba haciendo, como si nada hubi hubiera era suce sucedi dido. do. Richar ichards ds cont contin inuó uó en la ccol ola, a, tem blando ddee fr frío ío.. Se dejó caer en un asiento próximo a la parte de atrás del autobús y, pocos minutos más tarde, éste ascendió la rampa de salida con un ronroneo hasta mezclarse con el tráfico. El policía y su presa habían desaparecido entre la multitud. « Si yyoo hubi hubier eraa tenido un unaa pist pistol ola, a, le ha habría bría dej ado fr frit itoo en eell ssit itio io — —pensó pensó Richar ichards— ds—.. ¡Oh, Señor! ¡¡S Señor! eñor!»» Y a cont c ontin inuac uació iónn llee invadi invadióó ot otro ro pensam iento iento:: « La próxim próximaa ve vezz no ser seráá un ra ratero tero de bol bolsos sos.. S Ser erás ás tú.» Pese a todo, decidió conseguir un arma en Boston. Como fuera. Recordó que Laughlin le había dicho que se llevaría a unos cuantos por  delantee aant delant ntes es de que ac acabar abaran an con él. El autobús continuó hacia el norte mientras oscurecía.

 

…Menos 73 y contando…

El hostal de la Asociación de Muchachos Cristianos (Y.M.C.A.) de la ciudad de Boston se hallaba al final de la avenida Hunington. Era enorme, ennegrecido por  los años, anticuado y cuadrado. Se alzaba en lo que había sido una de las mejores zonas de Boston a mediados del siglo anterior, y permanecía allí como un recuerdo culpable de otros tiempos. El viejo neón pasado de moda todavía hacía  parpade  par padeaa r sus pa palabr labraa s eenn dire direcc ción a l pe pecc am inos inosoo dis distrito trito de dell te teatr atro. o. P ar aree c ía e l esqueleto de una idea asesinada. Cuando Richards penetró en el vestíbulo, el recepcionista estaba en plena discusión con un muchacho negro, menudo y mugriento, vestido con un jersey de matabol que le llegaba casi por las rodillas sobre sus tejanos azules. El tema de la discusión parecía ser una máquina de chicle situada junto a la puerta del vestíbulo.  —¡Se ha tra tragado gado m i m moneda oneda!! ¡¡S Se ha tra traga gado do m mii m maldita aldita m moneda oneda!!  —Sii no te lar  —S largas gas de a quí, ll llaa m ar aréé a l dete detecc tive tive del hotel, m ucha uchacc ho. Eso e s todo. No hay más que hablar.  —¡Per  —¡P eroo esa m aldita m máá quina se ha queda quedado do la m moneda oneda!!  —¡Dee j a y a de m a ldec  —¡D ldecir, ir, gusano! El recepcioni rec epcionist sta, a, un ti tipo po du duro ro y bregado, extendi extendióó el brazo y asió el je jersey rsey del chico, zarandeándole. La ropa le iba muy ancha y el muchacho apenas se enteró.  —Y ahora a hora —dijo eell re rece cepcionist pcionista—, a—, lá lárga rgate te de aquí. No quier quieroo re repetirlo. petirlo. Al ver ver que lo ddec ecíía eenn sser eriio, llaa m ásca áscara ra ca casi si cóm cómiica de odi odioo y desafío bbaj aj o llaa  piel negr negraa del pobre diablo se convirtió en una m uec uecaa her herida ida y doli doliee nte de incredulidad.  —Escuche,  —Escuc ésa er era a la única m a ldi ldita ta m oneda que m e queda quedaba. ba. La m áquina de chicle se he, se la tragó yy… …  —Bue  —B ueno, no, voy a llam a r aahora hora m ismo aall detec detecti tive ve de la ccaa sa. El recepcionista se volvió hacia el tablero. Su chaqueta, salida de alguna tiend iendaa de ropa usada, aleteó ca cans nsin inam am ente alrede alrededor dor de sus enj enjut utas as pos posader aderas. as. El muchacho muchac ho ddiio un unaa patada a la ccaj aj a plást plástica ica de la m áqui áquina na de cchi hicle cle y sali salióó corriendo.  —¡Maldi  —¡Ma ldito to ce cerdo rdo blanc blancoo hij hijoo de pe perr rraa ! —gr —grit itó. ó. El recepcionista le vio alejarse, sin llegar a apretar el botón, auténtico o figurado. Después dedicó una sonrisa a Richards, mostrando un viejo teclado al que —Y faltaban algunas  —Ya a no se puedeteclas. habla hablarr c on los ne negros. gros. Si y o fue fuera ra dueño de la Cade Cadena, na, los encerraría a todos en una jaula.

 —¿De ver  —¿De verdad dad se le ha tra tragado gado la m oneda oneda?? —pre —preguntó guntó Ri Richa chards rds m ientra ientrass firmaba firm aba en eell regis registro tro com comoo Joh Johnn Dee Deegan, gan, de Mi Michig chigan. an.  

 —Si es cie  —Si cierto, rto, segur seguraa m ente ser seráá roba robada da —re —respondi spondióó el tipo tipo de re recc epc epción—. ión—. Y aunque tuviera razón, si le diera una moneda tendría a doscientos mendigos por  aquí antes del anochecer, todos con el mismo cuento. Lo que me gustaría saber  es de dónde sacan ese lenguaje. ¿Es que sus padres no se cuidan de ellos…? ¿Cuánto tiempo se quedará, señor Deegan?  —No lo sé. Estoy aquí por ne negocios. gocios. Intentó una sonrisa sebosa y, cuando creyó tenerla dominada, la amplió. El recepcionista la advirtió al instante (quizás en el reflejo que le miraba desde las  profundidade  prof undidadess del m ost ostra rador dor de fa falso lso m máá rm ol, bruñido por un m illón illón de ccodos) odos) y se la devolvió.  —Son  —S on quince Nue Nuevos vos Dólar Dólares es con c incue incuenta, nta, señor De Deee gan —dijo m ientra ientrass tendía hacia Richards una llave unida a una gastada placa de madera—. Habitación quinientos doce.  —Graa cia  —Gr cias. s. Richards pagó en metálico. Tampoco le pidieron que se identificara. Bendita fuera la Y.M.C.A. Cruzó el vestíbulo hacia los ascensores y observó el pasillo que conducía, a la izquierda, hacia la Biblioteca Circulante Cristiana. Estaba apenas iluminada por  unas lámparas amarillentas cubiertas de manchas de moscas, y un anciano con guardapolvo y botas impermeables recitaba unos salmos, volviendo las páginas lenta y m etód etódicam icamente ente con dedos hhúm úmedos edos y tem tembl bloros orosos os.. R Riichar chards ds lllegó legó a oí oírr eell sofocado gemido de su respiración desde los ascensores, y sintió una mezcla de horror y lástima. El ascensor llegó llegó con est estré répi pito to y las ppuertas uertas se aabri brier eron on de m ala gana con un suspi sus piro. ro. Mientras eent ntra raba, ba, el e l re rece cepcioni pcionist staa re repi piti tióó en voz alta:  —Es una vergüe ve rgüenz nzaa y un pec pecaa do. Y Yoo los m e ter tería ía eenn jjaa ulas a todos. Richards lenodirigió una amirada pensando queElelvestíbulo tipo hablaba él, vacío pero el recepcionista se dirigía nadie en concreto. estabacon muy y silencioso.

 

…Menos 72 y contando…

El vestíbulo del quinto piso apestaba a orina. El pasillo era lo bastante estrecho para que Richards sintiera claustrofobia, y la alfombra, que debía de haber sido roja, se hallaba reducida a jirones en su  parte  par te c entr entral. al. La Lass puer puertas tas e ra rann de un gris indus industrial, trial, y var varias ias de ellas m ostraba ostrabann huellas recientes de patadas, golpes o forcejeos con palancas. Cada veinte pasos, un rótulo advertía que estaba PROHIBIDO FUMAR EN LOS PASILLOS POR  ORDEN DEL JEFE DE BOMBEROS. En el centro del piso había un baño comunal, donde el hedor a orina se hacía especialmente intenso. Era un olor que Richards asoció de inmediato a la desesperación. La gente se movía inquieta tras las puertas grises como fieras encerradas, como animales demasiado terribles y espantosos para ser vistos. Alguien cantaba una tonada que podría haber sido el avem aría ar ía una y otra otra vez, vez, con voz borrac borracha. ha. De otra otra puerta surgí surgían an unos extraños  barboteos.  bar boteos. D Dee otra otra,, una tonada de viej a m úsica country  (No tengo un dólar para el teléfono / y estoy tan triste…). Sonidos de zapatos arrastrándose. El gemido solitario de los muelles de una cama, que delataba a un hombre masturbándose. Sollozos. Risas. Los gruñidos histéricos de una discusión entre borrachos. Y más allá de éstos, el silencio. Y el silencio. Y el silencio. Un hombre con el pecho espantosamente hundido pasó junto a Richards sin mirarle, con una pastilla de abón y una toalla en una mano y vestido con un pantalón de pijama atado a la cintura con una cuerda. Llevaba los pies enfundados en unas zapatillas de papel. Richards abrió la puerta de su habitación y entró. En un rincón había un urinario y lo utilizó. También había una cama con sábanas casi blancas y una manta del ejército extra, un escritorio en el que faltaba el segundo cajón, y una imagen de Cristo en una pared. En el ángulo de dos de los tabiques vio un colgador acero con doslasperchas. abría a la de oscuridad. Eran 10.15. Eso era todo, además de la ventana que se Richards colgó su chaqueta, se descalzó y se tumbó en la cama. Se daba cuenta de lo desdichado, desconocido y vulnerable que resultaba en el mundo. El universo parecía gemir, gritar y rugir a su alrededor como un enorme e indiferente automóvil destartalado que bajase a toda velocidad por una colina, lanzado hacia el borde de un abismo sin fondo. Empezaron a temblarle los labios  lloró un poco.  No dej ó que le vier vieraa n aasí sí en la c int intaa . P e rm a nec neció ió tendido ccon on la m ira irada da fija fij a en el e l tec techo, ho, qque ue eest staba aba re resq squebraj uebraj ado en un m ill illón de aabs bsurdas urdas griet grietas, as, com comoo una  pieza de cerá  pieza ce rám m ica con e l bar barniz niz m a l coc cocido. ido. Y Yaa lle lle vaba vabann oc ocho ho hora horass de detrá tráss de é l. Se había ganado ochocientos dólares del dinero que le habían adelantado. ¡Señor, to todavía davía no había salido siq siquiera uiera del aguj agujer ero! o!

Y no se había visto por Libre-Visión. ¡Qué lástima! Todo aquel espectáculo del encapuchado…  

¿Dónde estarían? ¿Todavía en Harding? ¿En Nueva York? ¿O camino de Boston? No, no podían estar ya sobre su pista. ¿O sí? El autobús no había pasado ningún control de carreteras. Había abandonado la mayor ciudad del mundo anónimamente y viajaba bajo nombre supuesto. No podían estar tras su pista. Imposible. El hostal de la Y.M.C.A. de Boston podía ser seguro durante un máximo de dos días. Después podría dirigirse al norte, hacia New Hampshire y Vermont, o al sur, hacia Hartford, Filadelfia o incluso Atlanta. Más al este quedaba el océano y, al otro lado, Europa. Resultaba una idea seductora pero, probablemente, estaba fuera de su alcance. El pasaje por avión exigía documentos de identidad y, además, Francia estaba bajo la ley marcial. Aunque fuera posible colarse de  polizzón, si le de  poli descubr scubrían ían tendría un ffinal inal rrápido ápido y def defini initi tivo. vo. El oeste oeste,, en ca cam m bio, quedaba descartado. desca rtado. E Enn el oest oestee eera ra donde donde ccorría orría m ás peli peligros gros.. « Si nnoo puedes ssopo oportar rtar eell calor, ssal al de la ccocin ocina» a» . ¿¿Qui Quién én había dicho aquell aque llo? o? Mol Molie ie lo ssabr abría. ía. S See rió llig iger eram am ente por lo bbaj aj o y se sin sinti tióó m mej ej or. or. A sus oídos llegó el sonido incorpóreo de una radio. Le habría gustado conseguir el arma de inmediato, esa noche, pero se sentía demasiado cansado. El viaje le había fatigado. Ser un fugitivo le agotaba. Y una especie de instinto animal le decía, más allá de toda razón, que muy pronto estaría durmiendo en una alcantarilla bajo el filo de octubre, o en un barranco cubierto de matorrales y escoria. « Mañana por la noche, la pi pist stol ola.» a.» Apagó la luz y se acostó.

 

…Menos 71 y contando…

Era tiempo tiem po ddee una nueva aactuación ctuación.. Richards se colocó de espaldas a la cámara de vídeo mientras tarareaba el tema musical de  El fugit fugitivo ivo. Se colocó la funda de la almohada como capucha, volviéndola del revés para que no pudiera verse el nombre de la Y.M.C.A. estam est am pado en llaa tela. La cámara había inspirado a Richards una especie de humor creativo que amás hubiera creído poseer. La imagen que siempre había tenido de sí mismo era la de un tipo amargado, carente de todo sentido del humor. Sin embargo, la  perspec  per specti tiva va de una m uer uerte te próxim próximaa había puesto de m a nifiesto a l c om omee diante solitario que ocultaba en su interior. Cuando la grabación terminó, Richards decidió aguardar a la tarde para la segunda. La solitaria habitación resultaba aburrida, y quizá se le ocurriría algo nuevo par paraa ento entonces. nces. Se vistió lentamente y acudió a la ventana para echar un vistazo. El tráfico matutino de aquel jueves hormigueaba afanosamente arriba y abajo por la avenida Hunington. Ambas aceras estaban abarrotadas de peatones que avanzaban lentamente. Algunos estudiaban los paneles amarillos donde se anunciaban los trabajos eventuales, pero la mayoría deambulaba apelotonadamente. Parecía haber un policía en cada esquina. Richards oyó m entalm entalmente ente sus palabra palabrass habit habituales. uales. « Muévete. ¿¿No No ttienes ienes adónde ir? Da Date te  prisa, gusano.» gusa no.» Uno llegaba hasta la esquina siguiente, que parecía la última, y allí era obligado a seguir de nuevo. Uno podía sentirse furioso pero, sobre todo, terminaba con un terrible dolor de pies. regreso al hostal,y,Richards meditó los riesgos de acudir a darse baño ala las De duchas comunales finalmente, decidió hacerlo. Bajó con unauntoalla cuello, cuell o, no encontró a nadie y penetró en el cua cuarto rto de de baño. Allí se mezclaban los olores a orina, excrementos, vómitos y desinfectantes. Las puertas de los retretes estaban reventadas, naturalmente. Alguien había escrito A LA MIERDA LA CADENA con letras de un palmo sobre los urinarios. Pare Pa recía cía obra de una person personaa enfure enfurecida. cida. En uno ddee los los uri urinarios narios hhabía abía un m mont ontón ón de heces, y Richards pensó que el tipo debía de estar muy borracho cuando lo hizo. Unas cuantas moscas de otoño zumbaban perezosamente encima de los excrementos. La panorámica no afectó gran cosa a Richards, pues era dem asiado habit habitual ual par paraa éél; l; sin sin em bar bargo, go, ssee aalegró legró de llevar puesto puestoss llos os zzapa apato tos. s. La sala de duchas est estaba aba a su completa di disp spos osiición ción.. El ssuelo uelo era de ccer erám ám ica descascarillada, y las paredes, de baldosas con gruesos depósitos de suciedad en

la parte baja. Abrió el grifo de una ducha oxidada; el agua salía muy caliente, y aguardó pacientemente hasta que, al cabo de cinco minutos, empezó a salir tibia.  

Entonces, se duchó rápidamente. Utilizó una pastilla de jabón que encontró en el suelo; o el hotel no se había preocupado de ponerlo, o la doncella encargada de ello se se lo hhabía abía quedado. De regreso hacia la habitación, un tipo con labios leporinos le recitó unos versículos. Richards se puso la camisa, se sentó en la cama y encendió un cigarrillo. Tenía hambre, pero decidió esperar a que anocheciera para salir a comer algo. El aburrimiento le llevó de nuevo a la ventana. Se dedicó a contar las diferentes marcas de coches: Ford, Chevrolet, Wint, Volkswagen, Plymouth, Studebaker y Rambler-Supreme. El primero en llegar a cien ganaba. Un juego estúpido, pero mejor que no tener ninguno. Más arriba, en la misma avenida Hunington, estaba la universidad del ordeste y, justo enfrente del hostal, había una gran librería automatizada. Mientras contaba coches, Richards observó a los estudiantes que entraban y salían de ella formando un agudo contraste con los parados que se detenían ante los anuncios de ofertas de trabajo. Los estudiantes llevaban el cabello más corto,  todos parecían vestir ropas de deporte, que al parecer estaban de moda en el campus. Chicos y chicas pasaban por las puertas giratorias para hacer sus compras con un aire informal de clientela incómoda que provocó una mueca de helada complacencia en el rostro de Richards. Los espacios de estacionamiento limitado a cinco minutos delante de la librería eran ocupados y desocupados por  una sucesión de automóviles deportivos y relucientes, a menudo de formas exóticas. Muchos de ellos llevaban calcomanías de las diversas facultades en los cristales traseros: Nordeste, M.I.T., Boston, Harvard… La mayor parte de los desocupados pendientes de los letreros amarillos trataban los coches como si formaran parte del paisaje, pero algunos los contemplaban con un ansia muda y lastimera. Un Wint dejó el espacio situado justo frente a la tienda y un Ford ocupó su lugar. El conductor, un tipo de cabello cortado estilo cepillo que fumaba un habano de un palmo, dejó el motor al ralentí y el vehículo descendió hasta quedar a apenas dos centímetros del suelo. Después, el coche se alzó un poco cuando el pasajero, vestido con una cazadora blanca y marrón, se levantó del asiento asi ento y entró rápid rápidam am ente en la ti tienda. enda. Richards suspiró. Contar coches era un juego muy aburrido. Los Ford superaban a su contrincante mejor situado por un resultado de 78 a 40. El resultado final era tan predecible como el de las siguientes elecciones. Alguien llamó a la puerta y Richards se puso en tensión como un resorte.  —¿Frank  —¿F ra nkie? ie? ¿Estás ahí, Frank Frankie? ie? —dijo —dij o una voz. Richar ichards ds no re respo spondi ndió. ó. Helado de tem temor, or, ccont ontinu inuóó qui quieto eto com o una eest statua. atua.

 —¡Estás j odido, F Fra rank nkie! ie! Hubo una risotada de manifiesta ebriedad y los pasos se alejaron. Richards  

oyóó que ll oy llam am aba a la si sigui guiente ente puerta.  —¿Estás  —¿ Estás ahí, F Fra rank nkie? ie? A Richards el corazón le fue volviendo lentamente a su lugar, garganta abajo. El Ford dejaba ya el aparcamiento y otro Ford tomó su lugar. El número 79. Mierda. La mañana fue transcurriendo, pasó el mediodía y llegó la una. Richards lo supo por el tañido de las campanas de varias iglesias distantes. Irónicamente, un hombre que vivía hora a hora no disponía de reloj. Ahora jugaba a una variante del juego de los coches. Los Ford valían dos  puntos,, los Studeba  puntos tudebakker tre tress y los Ch Chee vrole vrolett c uatr uatro. o. El prim primee ro que llega llegara ra a doscientos dos cientos ganaba ganaba.. Transcurrió quizás un cuarto de hora hasta que advirtió que el hombre de la cazadora blanca y marrón estaba apoyado en una farola más allá de la librería, leyendo el cartel de un concierto. Nadie le decía que circulara; de hecho, la  policc ía pa  poli pare recía cía hac hacee r ccaa so om omiso iso de su pr pree senc sencia. ia. « Est Estás ás vi viendo endo fantasma fantasmas, s, gus gusano. ano. Dent Dentro ro de poco llos os verá veráss bbaj aj o llaa ccam am a.» Contó un Chevrolet con el cilindro parachoques Un Ford amarillo. viejo Studebaker con un ruidoso de airemellado. que oscilaba arriba y abajoUn sobre el colchón de aire. Un Volkswagen; éste no contaba ahora para el juego. Otro Chevrolet. Un Studebaker. En la parada de autobús de la esquina había un hombre que fumaba un habano de un palmo con aire despreocupado. Era la única persona de la parada,  había buenas razones para ello. Richards había visto ir y venir los autobuses y sabía que no habría otro hasta cuarenta y cinco minutos después. Richar ichards ds not notóó una se sensación nsación helada que le aga agarr rrot otaba aba los test testículo ículos. s. Un vi viej o con uuna na gabardi gabardina na negra ra raíída deam bu bullaba por llaa aacer ceraa y se apoyó distraídamente Dos tipos endeel edificio. vestimenta deportiva bajaron de un taxi charlando animadamente y empezaron a estudiar la carta del escaparate del restaurante Estocolmo. Un policía se acercó al hombre de la parada del autobús y conversó con él unos ins instant tantes. es. De Despu spués, és, volv volvió ió a aalej lejar arse. se. Con un terror lejano y mudo, Richards notó que bastantes de los vagabundos  los borrachos caminaban ahora mucho más despacio. Las ropas y los modos de andar le parecían extrañamente familiares, como si los hubiera visto ya muchas veces y sólo ahora se diera cuenta de ello…, de esa manera inquietante e incierta en que uno percibe en sueños las voces de los muertos. También había más policías. « Me est están án ac acorralando» orralando» , ppensó. ensó. La id idea ea le produ produjj o uunn tterr error or iincapa ncapacit citante, ante,

conejil. « No —s —see ccorrig orrigió ió de in inm m ediat ediato—. o—. Ya eest stoy oy ac acorralado.» orralado.»  

…Menos 70 y contando…

Richards se dirigió rápidamente al baño intentando controlarse, haciendo caso omiso del terror como el hombre colgado de un saliente ignora el vacío que se abre a sus pies. Si conseguía salir de ésta, se dijo, sería manteniendo la serenidad. Si ssee dej aba aarra rrast strar rar por el ppánico, ánico, morirí moriríaa m uy pront pronto. o. Había alguien en la ducha cantando una canción popular con voz ronca y desentonada. Los urinario urinar ioss y los los lavabos estaban de desi sier erto tos. s. La solución había surgido en su mente sin esfuerzo mientras permanecía untoo a la vent unt ventana ana obs observa ervando ndo cómo se re reuní unían an de aquel m modo odo despreocupado y siniestro. De no habérsele pasado por la cabeza, todavía estaría allí, pegado a los cristales igual que un Aladino contemplando cómo el humo de la lámpara tomaba la forma de un genio omnipotente. La solución era la misma que solían  practica  pra cticarr de m ucha uchachos chos par paraa roba robarr per periódi iódicos cos de los sótanos de los bloques. Molie Mol ie los com compra praba ba luego, a cua cuatro tro ce centavos ntavos el kkil ilo. o. Con un fuerte tirón de muñeca, arrancó uno de los soportes de cepillos de dientes que había junto a un espejo. Estaba algo oxidado, pero no importaba. Luego se encaminó al ascensor mientras enderezaba el soporte hasta dejarlo recto. Pulsó el botón y el aparato tardó toda una eternidad en bajar desde el piso octavo. Estaba vacío. Gracias al cielo, estaba vacío. Entró, echó un rápido vistazo a los pasillos y se volvió hacia el panel de control. Bajo el botón que indicaba el sótano había una ranura en la que el conserje introducía una tarjeta. Un ojo electrónico la comprobaba y permitía al  porteroo puls  porter pulsar ar e l bot botón ón par paraa de desce scender nder a l ssótano. ótano. « ¿Y si no ssale ale bien? bien?… … No iim m porta. Eso ahora no im importa.» porta.» Richards hizo una de una posible descarga eléctrica, e in introdujo trodujo el e l ssoporte oporte en lamueca, ra ranura nura temeroso al ti tiem em po que pul pulsaba saba el bot botón. ón. En el panel de control se produjo un ruido que sonó como una breve maldición eléctrica. Notó una sacudida leve en el hombro, como unas cosquillas. Durante un segundo, no sucedió nada más. Por fin, las puertas empezaron a cerrarse y el ascensor se lanzó hacia abajo. Por la ranura del panel salía un leve hilil hil illo lo de hum o. Richards se apartó de la puerta y observó los números que iban sucediéndose lentamente. Cuando llegó a la planta baja, el motor rechinó allá arriba en la azotea y el ascensor pareció a punto de detenerse. Después, al cabo de un instante (como sieinte decidiera quedespués ya habíaseasustado a Richards), descendi desce ndiendo. endo. V Veinte segundos aabrier brieron onbastante llas as puer puertas tas y Richar ichards dscontinuó ssalió alió al enorme sótano en penumbras. En alguna parte goteaba una cañería, y oyó

escurrirse a una rata ra ta asus asusttada. P Por or lloo dem demás, ás, el ssót ótano ano era suy suy o. Por ahora.

 

…Menos 69 y contando…

Unas enormes conducciones de calefacción, oxidadas y festoneadas de telarañas, recorrían el techo dibujando extrañas formas. Cuando la caldera se  puso en func funcionam ionamiento, iento, re repentinam pentinam e nte, Ri Ricc har hards ds e stu stuvo vo a punto de chillar de terror er ror.. La desca descarga rga de aadrenali drenalina na eenn su coraz corazón ón y sus sus ext extre rem m idades idades fue dol doloros orosa; a;  por un mom m omento, ento, ccaa si ppaa ra rali lizza nte. Vio que también había periódicos. Miles de ellos, amontonados y atados con cuerdas. Las ratas los usaban como nido por centenares. Familias enteras de roedores contemplaban al intruso con ojillos encarnados y desconfiados. Empezó a alejarse del ascensor y se detuvo en mitad de la extensión de cem ce m ento cuarteado. Habí Habíaa una gra grann ca cajj a de fusi fusibl bles es uni unida da a un ppos oste, te, y detrás de éste, apoyado en el otro lado, un puñado de herramientas. Richards tomó una  palanca  pala nca y c onti ontinuó nuó ca cam m inando ccon on la vist vistaa fija fij a eenn el suelo. A la izquierda, junto a la pared, divisó la boca principal del desagüe. Se acerc ac ercóó a eell llaa m ient ientra ras, s, en un rin rincón cón de la m mente, ente, ssee pre pregun guntaba taba si sabrían yyaa que estaba est aba all allíí abaj abajo. o. La tapa del desagüe estaba hecha de acero y medía un metro de diámetro. En el otro extremo había una ranura para la palanca. Richards la colocó, alzó la tapa y puso un pie en la palanca a fin de mantener abierto el hueco. Después  pasó las m anos y em pujó. puj ó. L Laa tapa c ay ó sobr sobree el ce cem m ento con un eestruendo struendo que hi hizzo desaparece desapare cerr inme inmedi diatam atam ente a las ra rattas. La tubería descendía en un ángulo de 45°, y Richards calculó que el diámetro no debía de llegar a 75 cm. Estaba muy oscuro. De pronto, la claustrofobia le dejó la garganta seca. El hueco era demasiado estrecho para maniobrar. Incluso  paraa rree spirar. Pe  par Pero ro te tenía nía que ser servir vir.. Colocólade nuevo la abajo. tapa dejando el caminó espacio hasta justo para colarse por él yreventó poner  de nuevo tapa desde Después la caja de fusibles, el candado con la palanca y la abrió. Estaba a punto de empezar a romper  fusibles cuando se le ocurrió otra idea. Anduvo hasta los periódicos, tirados como un montón de nieve sucia y amarillenta a lo largo de una de las paredes del sótano. Después sacó del bolsillo la caja de cerillas con que había estado encendiendo los cigarrillos. Quedaban tres. Tomó una hoja de papel y la arrugó, dándole una forma alargada; después la sostuvo entre el brazo y el costado mientras encendía una cerilla. La primera se apagó enseguida debido a una corriente de aire. La segunda se le cayó de entre dedos, dedos, em bloros blorosos , yrmalme sealment aapagó pagó am bién bircó én sobre húm edo ce cem ento ento. . y Lalos terce tercera ra settem encendi encendió óos, no norm nte. e.ttam Ace Acercó la ll llam ameellahú aallmext extrem rem omdel ppapel apel surgió una llama amarilla. Una rata, presintiendo quizá lo que se avecinaba,

corrió entre los pies de Richards y se refugió en la oscuridad. Richards se sentía ahora lleno de una terrible urgencia, pero consiguió  

contenerse contener se hast hastaa que el papel em pez pezóó a aarder rder con ll llam am as de un palmo de alto. alto. Y Yaa no le le quedaban m más ás ccer eril illas, las, ppor or eeso so col colocó ocó con ccui uidado dado su ant antorcha orcha de pape papell en una fisura del muro de papel que le llegaba hasta el pecho y aguardó hasta asegurarse de que el fuego se extendía. El enorme depósito de combustible que abastecía al hostal estaba adosado a aquella pared por el otro lado. Quizás estallara. Richards estaba convencido de que así sería. Volvió corriendo hacia la caja de fusibles y empezó a arrancar los largos fusibles tubulares. Consiguió cortar la mayor parte antes de que se apagaran las luces del sótano. Regresó hasta el pequeño desagüe tanteando el terreno a ciegas, ay udado ppor or el ccrec recient ientee rrespl esplandor andor del papel ardiend ardiendo. o. Tomó asiento en el borde del hueco con los pies colgando en el vacío y, por  fin, se introdujo en él lentamente. Cuando tuvo la cabeza por debajo del nivel del suelo, apretó las rodillas contra los lados de la cañería para sostenerse y situó trabajosamente los brazos por encima de la cabeza. Fue una labor lenta, pues disponía de muy poco espacio para moverse. Ahora, la luz del fuego era de un amarillo y el chasquido dellapapel llenaba fin, sus dedosbrillante, encontraron el borde de tapa aly arder atrajoleésta hacialossíoídos. poco Por a poco, sosteniendo una parte cada vez mayor del peso con los músculos de la espalda y del cuello. Cuando consideró que estaba a punto de encajarla, dio un último y enérgico tirón a la tapa. Ésta cayó en su lugar con estruendo, doblándole cruelment cruelme ntee las m muñ uñec ecas. as. Richards dejó que las rodillas se relajaran y se escurrió hacia abajo como si estuviera descendiendo en paracaídas. La tubería estaba cubierta de una capa de limo, y cayó sin esfuerzo unos cuatro metros hasta llegar a un punto en que el conducto daba un giro de noventa grados. Sus pies se posaron en el fondo con fuerza anec aneciiócolarse así uunos nospor inst in stantes, antes, como unhorizontal, borrac borracho ho apoy apoyado un fa farol rol. . Peroy perm no podía el conducto puesadoelenángulo era demasiado dem asiado agudo para su tam tamaño. año. Volvió a sentirse agobiado por una enorme y nauseabunda sensación de claustrofobi claust rofobia. a. « Atrapado —bal —balbuceó buceó su mente—. m ente—. At Atra rapado pado aquí ddentro, entro, atrapado, atrapado… a trapado…»» Un grito grito agudo sub subió ió a su garga gargant ntaa y ape apenas nas ccons onsigu iguió ió ssofoca ofocarlo. rlo. « Calm alma. a. S Sí,í, eso es lo qque ue si siem em pre se dice dice,, pero eenn est estaa sit situación uación es rea realme lment ntee imprescindible conservar la calma todo lo posible. Porque estoy en el fondo de esta tubería y no puedo subir ni bajar, y si el maldito depósito estalla voy a quedar asado como un pollo…» Empezó a agitarse hasta conseguir darse la vuelta y quedar con el pecho contra la base de la tubería, en lugar de la espalda. La capa de mugre hacía de

lubricante, facilitando los movimientos. El conducto estaba ahora bastante iluminado, y cada vez hacía más calor. Por las rendijas de la tapa se colaban  

ra rayy os de luz que il ilum uminaban inaban su rost rostro ro en e n pl pleno eno eesfuer sfuerzzo. Apoyado por fin en pecho, vientre y escroto, y con las piernas dobladas adecuadamente, consiguió deslizarse un poco más hasta que pies y pantorrillas entraron en el tubo horizontal. Richards estaba ahora arrodillado, como si fuera a rezar, pero seguía sin ser suficiente. Tenía las nalgas encajadas en las losas de cerám ce rám ica que ccubrí ubrían an eell áng ángul uloo de la ca cañería ñería a la eent ntrada rada del ttram ram o ho horiz rizont ontal. al. Le pareció percibir unos gritos como órdenes por encima del poderoso rugir  del fuego, pero podía tratarse sólo de su imaginación, que ahora estaba febril y ll llena ena de tensión tensión,, hasta eell pun punto to de no re resul sultar tar ffiable. iable. Empezó a flexionar los músculos de las piernas en un agotador balanceo y,  poco a poco, las rodill rodillaa s fue fueron ron a brié briéndose ndose paso. Col Colocó ocó tra traba bajj osam ente los  brazzos por e ncim  bra ncimaa de la ca cabeza beza de nuevo par paraa tene tenerr m á s e spac spacio, io, y a hora su rostro quedó aplastado contra la suciedad de la tubería. Estaba ya muy cerca de conseguir su objetivo. Dobló la espalda todo cuanto pudo y empezó a empujar  con la cabeza y los brazos, que eran las únicas partes del cuerpo con las que  podía hace ha cerr pa palanc lancaa . Cuando ya empezaba a pensar que noavanzando había suficiente espacio ylas que iba a quedarse atascado allí, incapaz de seguir o de retroceder, caderas  las nalgas se colaron de pronto por la abertura de la tubería horizontal con un estampido, como si fueran el tapón de una botella de champaña. La rabadilla le  produj o un dolor ins insoporta oportable ble al rozar c on la pared, par ed, y la c am isa se le e nrosc nroscóó hasta las clavículas. Ya tenía todo el cuerpo en posición horizontal, salvo la cabeza  los brazos, que seguían doblados hacia atrás en una posición muy forzada para las articulaciones. Se coló por completo en el tubo e hizo una pausa, entre jadeos, con el rostro bañado en suciedad y excrementos de rata, y un gran arañazo en la  piel de la parte pa rte infe inferior rior de la eespalda spalda que re rezzum umaba aba sangr sangree . La lado tubería se vez estrechaba todavía am bos lados s cada que ttoma omaba ba aire aire..más, y sus hombros rozaban levemente « Gra Gracias cias a Di Dios os que est estoy oy subali subalim m entado. entado.»» Entre jadeos, continuó avanzando con los pies por delante en la oscuridad del tubo.

 

…Menos 68 y contando…

Siguió avanzando a ciegas lentamente, como un topo, durante unos cincuenta metros. De pronto, el depósito de carburante del sótano del hostal estalló con un rugido que provocó en las tuberías unas vibraciones simpáticas tales que estuvieron a punto de reventarle los tímpanos. Hubo un destello blancoamarillento, como si hubiera ardido una masa de fósforo. El destello se difuminó en un resplandor rosado y cambiante. Momentos después, una oleada de aire caliente le golpeó el rostro, forzando a éste a una mueca de dolor. La cámara de vídeo del bolsillo de la chaqueta iba de un lado a otro mientras int ntentaba entaba re retroceder troceder con m más ás ra rapi pidez dez.. La tub tuber ería ía se estaba ccalent alentando ando a ccausa ausa de la gran eexpl xplos osiión y el in ince cendi ndioo que se ha habí bíaa form ado algun algunos os me metro tross por encim encimaa de él, igual que el mango de una sartén se calienta también cuando se pone ésta al fuego. Y Richards no tenía la menor intención de quedar cocido allí abajo comoo una patata al horno com horno.. El sudor bañaba su rostro, mezclándose con los negros churretes de suciedad que ya tenía, y le daba el aspecto de un indio con sus pinturas de guerra, bajo el resplandor irregular del incendio que se reflejaba en las paredes de la tubería. Estas resultaban ahora calientes al tacto. Como un cangrejo, Richards retrocedió rápidamente, apoyado en rodillas y antebrazos y golpeando con las nalgas la parte superior de la tubería a cada movimiento. Respiraba con rápidos jadeos, como un perro. El aire era caliente, lleno de un oleoso sabor a gasolina que resultaba incómodo de respirar. Un intenso dolor de cabeza comenzó a despertarse en su cráneo, como múltiples estiletes esti letes clavándos clavá ndosele ele de detrás trás de los los oj ojos. os. « Voy a fr freírme eírme aaqu quíí. Voy a ffreírm reírme…» e…» Deernas pronto, quequé lossepies le colgaban enaeldem vacío. Intentó mirar ypor las pi pier nas paranotó ve verr de trataba, per peroo habí había asiada os oscuridad curidad sus susentre oojj os estaban deslumbrados por el resplandor que recibía de cara. Tendría que arriesgarse. Retrocedió hasta tener las rodillas en el borde de la tubería y las movió con cautela, tanteando el espacio. De pronto, sus pies encontraron agua. La sensación de frío resultó sorprendente después del calor pasado. La nueva condu conducc cció iónn vení veníaa en eell mismo plano y transversal transversal a la que R Richards ichards acababa de recorrer, y era mucho mayor, lo bastante para avanzar de pie, si se mantenía agachado. El agua, turbia, le cubría hasta los tobillos, y avanzaba lentamente. Richards se detuvo un instante a mirar por la tubería que había dejado atrás. Al fondo se reflejaba todavía el fulgor del incendio. El hecho de que pudiera pudiera verlo desd desdee all allíí sig signi nificaba ficaba que debía de ser enorme. enorm e.

A regañadientes, Richards se vio obligado a aceptar el hecho de que sus  perseguidore  per seguidoress le c onsi onsider deraa ría ríann vivo, y no m uer uerto to e n el infier infierno no del sót sótaa no de dell  

hostal. Con todo, quizás no descubrieran su ruta de escape hasta que el incendio estuviera controlado. Parecía lógico pensarlo, pero también lo había parecido  pensarr que no podrían se  pensa seguirle guirle eell ra rastro stro hasta Bost Boston. on. « Quiz Quizáá no ffue ue aasí sí.. De Despu spués és de todo, todo, ¿¿qué qué vi en re realidad? alidad?»»  No. Ha Habían bían sid sidoo eell llos, os, lo sa sabía. bía. Los Cazadore Cazadores. s. Llevaba Lle vabann cconsi onsigo go eell he hedor dor del mal. Y éste había subido a oleadas hasta su habitación del quinto piso como in invi visi sibles bles ondas té térm rm icas. Una rata pasó chapoteando junto a él y se detuvo a mirarle un instante con oj ojil illos los brilla brilla ntes. Richards chapot chapoteó eó tam bién, bién, to torpem rpem ente. Y aavanz vanzóó en la m ism ism a direc dirección ción que que el agua.

 

…Menos 67 y contando…

Richards se detuvo junto a la escala y alzó la mirada, atónito al apreciar la luz. o parecía pare cía habe haberr m ucho ttráf ráfiico, lo cual era bueno bueno,, pero la luz luz… … Le sorprendía porque le había parecido que transcurrían horas y horas en su vagar por las alcantarillas. Allá abajo, en la oscuridad, sin impresiones visuales y sin más sonido que el borboteo del agua, el leve chapoteo de una rata y los ecos fantasmales fantasma les ddee ot otra rass cond conduccion ucciones es (« ¿Qué pasar pasaría ía si algu alguien ien ttirase irase de la ccadena adena us ustto sobre sobre m i cabe cabezza? a?»» , se había pre pregun gunttado en va varias rias ocasio ocasiones, nes, morbosamente), el sentido del tiempo de Richards había quedado extrañamente desorientado. Ahora, mientras contemplaba la tapa del alcantarillado a unos cinco metros  por enc encim imaa de él, vio que e l día a ún no había ter term m inado. La tapa tenía var varios ios respira respi raderos, deros, y uno unoss ray os ddee luz del di diám ám etro de un lápi lápizz form formaban aban m onedas de sol en sus hombros y su pecho.  No había ha bía pa pasado sado ningún coc coche he a ér éree o sobre la tapa desde que lle lle gar garaa allí; sólo sólo algún vehículo terrestre pesado y una flota de motocicletas. Eso le hizo sospechar  que, más por buena suerte y por la ley de las probabilidades que por un sentido interno de la orientación, había conseguido llegar al corazón de la ciudad, adonde viví vivían an « los suy suy os os»» . Sin embargo, no se atrevía a subir hasta que anocheciera. Para pasar el tiempo, sacó la cámara de vídeo, introdujo una cinta y empezó a filmarse el  pecho.  pec ho. Sabía que las cintas e ra rann ult ultra rasensibles, sensibles, ccaa pac pacee s de a prove provecc har la m enor  cantidad de luz, y no quería mostrar nada del lugar donde se encontraba. Esta vez no habló ni se cubrió el rostro. Estaba demasiado cansado. Cuando la cinta saltó, la puso con la grabada por la mañana. Deseó poder  quitarse de laa cabeza la pertinaz sospecha de queTenía las cintas contribuían localizarle. Tenía que haber—la un casi modocerteza— de impedirlo. que haberlo. Se sentó en el tercer peldaño de la escala y aguardó a que oscureciera. Ll Llevaba evaba corriendo desd desdee hacía ccasi asi ttre rein inta ta horas.

 

…Menos 66 y contando…

El niño de unos siete años, negro, apuró el cigarrillo y se acercó más a la boca del callejón, callej ón, oobs bser ervando vando llaa ca call lle. e. Ha Habí bíaa aaprec preciado iado uunn sú súbi bitto y breve m ovi ovim m ient ientoo en la calle, cuando momentos antes todo estaba quieto. Unas sombras se m ovi ovier eron, on, ssee detu detuvi vier eron on y vol volvi vieron eron a m overse. La tapa de la aalcant lcantar aril illa la estaba levantándose. Un momento de inmovilidad y algo que brillaba. ¿Unos ojos? La tapa se m ovi ovióó de pronto a un lado, con estrépito estrépito.. Alguien (o algo, pensó el muchacho, con un asomo de temor) se movía allí fuera. Quizás había venido el diablo para llevarse a Cassie. Mamá decía que Cassie se iría al cielo para estar con Dicky y los demás ángeles, pero el muchacho pensaba que eso eran tonterías. Todo el mundo iba al infierno cuando moría, y el diablo les pinchaba el culo con el tridente. Él había visto una imagen del diablo en los libros que Bradley había hurtado de la Biblioteca Pública de Bost oston. on. El cielo er eraa pa para ra los los chiflados del ppush. ush. El di diablo ablo er eraa eell ho hom m bre bre.. Podía ser el diablo, pensó el muchacho cuando Richards surgió de pronto de la alcantarilla y permaneció unos instantes doblado sobre sí mismo en el asfalto cuarteado cuar teado y ll lleno eno de parc parches, hes, rec recuperando uperando la re resp spiración iración.. S Sin in rabo ni cuernos cuernos,, ni el color rojo del grabado del libro, pero su aspecto general era lo bastante repulsivo. Ahora volvía a poner la tapa en su sitio, y ahora… … ¡Ahora, Dios santo, venía corriendo hacia el callejón! El muchachito gimió, intentó echar a correr y tropezó con sus propios pies. Pr Probó obó a levantarse, derr derriibando caj as y bol bolsas sas ddee basura, y de pront prontoo el di diablo ablo le agarró.  —¡Noo m e pinche  —¡N pinches! s! —gritó el pe pequeño queño en un a hogado gem ido—. ¡N ¡Noo m e  pinche  pinches s const!eell¡Calla! tride tridente, nte,¡Cállate hij hijoo de…!  —¡Chisst!  —¡Chis ¡Cállate! ! El diablo le sacudió por los hombros haciéndole castañetear los dientes como canicas, y el chiquillo enmudeció. El diablo miró a su alrededor presa de un extremo temor. Las facciones de su rostro parecían casi burlescas a causa del  pánico.  pánic o. Al niño le re recc orda ordaron ron a quellos ti tipos pos tan cóm icos del conc concurso urso  Bañe al  Cocodrilo. Se Se habría ec echado hado a rreír eír de no est estar ar tan aasu sust stado. ado.  —Tú no ere er e s el diablo —di —dijj o.  —Sii grit  —S gritas, as, te cconvenc onvencee rá ráss de que lo ssoy. oy.  —No voy a gritar —re —repli plicó có el cchico, hico, ccon on aaire ire e nfa nfadado—. dado—. ¿Cree Creess que quier quieroo que me corten los huevos? Si todavía no tengo edad ni para correrme…  —¿Co  —¿ Conoce nocess algún lugar tr tranquilo anquilo donde podam os ir?  —No me m e m a tes, tí tío. o. No tengo na nada. da.

Los ojos del niño se volvieron hacia él como dos manchas blancas en la oscuridad.  

 —No pienso mata m atarte rte.. El chiquillo tomó de la mano a Richards y le condujo por el callejón retorcido  cubierto de desperdicios hasta la boca de otra calleja. Al fondo de ésta, justo antes de que se abriera el patio interior entre dos anónimos edificios de numerosos pisos, el chiquillo le llevó hasta un cobertizo construido con tablones y ladril adrillo los. s. E Ell uum m bral er eraa m uy baj o, y Richards ssee golp golpeó eó eenn llaa ca cabez bezaa aall ent entra rarr. El chico corrió un sucio retal de tela negra sobre la entrada y manoseó algo en un rincón. Un momento más tarde, un débil fulgor iluminó sus rostros; el niño había conectado una pequeña bombilla a una vieja batería de automóvil en desuso.  —He ar arre reglado glado esa bate batería ría y o m ismo —dij —dijo—. o—. Bradle Bradleyy m e e nseñó a hacerlo. Él tiene libros, ¿sabes? También tengo una bolsa de monedas. Te la daré si no me matas. Además, será mejor que no lo hagas. Bradley está con los avaj eros yy,, si si me m atas atas,, te te hará cagar en el zzapato apato y com comerte erte la mierda.  —Yoo no m ato a na  —Y nadie die —dijo Ri Richa chards rds e n tono im impac paciente—. iente—. Al m e nos, no m ato a niños ppeque equeños ños..  —¡Y  —¡Yo o no soy undel niñochiquillo ppee queño! ¡H ¡He e re r e par para a dosonrisa esa bate batería om mismo! ismo! El aire ofendido hizo surgir una enría el yrostro de Richards.  —Está bien. ¿Có ¿Cóm m o te llam llamas, as, m ucha uchachito? chito?  —¡Noo m e ll  —¡N llaa m es m ucha uchachito! chito! —re —repli plicó. có. Después De spués aña añadió, dió, ccon on re resentim sentimiento iento  —: Stac Stacey. ey.  —Muy bien, St Stac acee y. Y Yoo soy un fugiti fugitivo. vo. ¿¿T Te lo ccre reee s?  —Sí,í, e res  —S re s un fugiti fugitivo, vo, desde luego. No has salido de esa alc alcanta antarilla rilla par paraa comprar unas fotos guarras. —Permaneció unos instantes contemplando a Richards y añadió—: ¿Eres negro o blanquito? Es difícil saberlo con toda esa suciedad encima.  —Stac  —S ey, y o… —De —Dej j ó lahaciéndolo fr frase ase sin ter term m inarmismo—. y se m e só el c abe abell o. Cua Cua ndo volvió atacey, hablar, pareció estar consigo Tengo quello. confiar en alguien, y resulta ser un muchacho. ¡Un niño! ¡Santo cielo, si no debes de tener  más de seis años!  —Cum  —C umpli pliré ré oc ocho ho e n m a rzo —re —repli plicó có el c hico c on ra rabia—. bia—. Mi her herm m ana Cassi assiee tiene ccánce áncerr —a —añadi ñadió—. ó—. Gri Gritta m ucho, y por eso m mee gus gusta ta venir aquí aquí.. He arreglado arr eglado esa m aldi aldita ta batería y o m mis ism m o. ¿¿Qui Quier eres es un porro, ttío ío??  —No, y tú ttam am poco. ¿Quieres ¿Quiere s un par de dóla dólare res, s, S Stac tacee y ?  —¡Claro que sí! —dijo el niño. De Después, spués, un velo de desconfia desc onfianz nzaa nubló sus ojos—. ¡Bah!, tú no has salido de esa alcantarilla con dos malditos dólares para m í. S Seguro eguro que es m enti entira ra.. Richards sacó del bolsillo un Nuevo Dólar y se lo dio. El chiquillo contempló el billete con un temor reverencial próximo al terror.

 —Ha y otro ccom  —Hay omoo ééste ste pa para ra ti ssii tra traee s aaquí quí a tu her herm m a no —dij —dijoo Ri Richa chards, rds, y al ver la expresión del pequeño añadió rápidamente—: Te lo daré a escondidas para  

que él é l no lo vvea ea.. Haz que venga sol solo. o.  —Ni se te ocurr oc urraa intenta intentarr m ata atarr a Bradle Bradley. y. T Tee har haráá ccaga agarr eenn el zapa zapato… to…  —… y c om omee rm e la m ier ierda, da, y a lo sé sé.. Tú ve y dil dilee que venga venga.. Esper Esperaa a que esté solo.  —Tress dól  —Tre dólaa res. re s.  —No.  —Escucha,  —Escuc ha, a m igo, ccon on tre tress dólare dólaress puedo conse conseguir guir un poco de polvos pa para ra Cassi assiee eenn llaa ffar arm m ac acia. ia. As Asíí ddej ej ar aráá de gri gritar tar tant tanto. o. El rostro de Richards se crispó como si alguien invisible le hubiera golpeado en la boca del est estóma ómago. go.  —Está bien. Tres. Tr es.  —… Nuevos Nue vos Dólare Dólaress —i —insi nsisti stióó el cchiqui hiquill llo. o.  —Sí,í, hom  —S hombre bre,, sí, ¡por el am or de Dios! Ve a por él. Y si tra traee s a la poli policc ía no recib rec ibirás irás nnada. ada. El muchacho mucha cho se detuv detuvo, o, con me medi dioo cuer cuerpo po fuera y m edio ddentro entro de su cubi cubil.l.  —Estás loco si c re rees es que voy a hac hacee r e so. Odio a e sos ce cerdos rdos de uniform e m ásDespués, que a nadi nadie. e. IInclu ncluso so má más s qu quee al di diablo ablo.. que tenía su vida en las manos desapareció. Richards pensó mugrientas y llenas de costras de un chiquillo de siete años. Sin embargo, estaba demasiado dem asiado cansado para sent sentirs irsee re realm almente ente aasu sust stado. ado. Apagó llaa luz luz, se eechó chó hacia hac ia atrás y dormitó un rato.

 

…Menos 65 y contando…

Apenas había empezado a soñar, cuando sus sentidos, muy aguzados, le devolvieron devolv ieron a la rrea eali lidad. dad. Con Confuso, fuso, en un ccuchit uchitril ril a oscur oscuras, as, pe pensó nsó por un ins instante tante que era presa de una pesadilla y que un enorme perro policía saltaba sobre él como una terrible arma orgánica de dos metros de altura. Casi dejó escapar un grito antes de que Stacey le hiciera recobrar plenamente la conciencia al susurrar:  —Sii m  —S mee ha rroto oto llaa m a ldi ldita ta lám par para, a, voy a… Un susurro hizo callar de inmediato al pequeño. El lienzo de la entrada se agitó y Richards encendió la luz. Se encontró ante Stacey y otro negro. El recién llegado tenía unos dieciocho años, calculó Richards. Llevaba una chaqueta de m ot otori orist staa y cont contem em plaba plaba a Richards con una m mez ezcla cla de odi odioo e interés. interés. La hoja hoj a de una navaj a salt saltóó de su reso resorte rte y bril brilló ló en la m mano ano de Bradl Bradley. ey.  —Sii lleva  —S llevass ar arm m a s, ttíra íralas las al a l su suee lo.  —No llevo.  —No voy a c re reer erm m e e sa m i… —S —See int inter errum rum pió y abr abrió ió unos ojos oj os c om omoo  platos—. ¡E ¡Eh!, h!, tú er eres es e l ti tipo po de la Libre Libre-V -Visi isión. ón. El que se ha esc escaa pado de dell Y.M. .M.C C.A. de la aavenida venida Huning Huningto ton. n. —La cceñuda eñuda expre expresi sión ón de su negr negroo rostro fue sustituida por una sonrisa involuntaria—. Dicen que te has cargado a cinco  policc ías. Eso si  poli significa gnifica que pr probable obablem m ente han sido qui quince nce..  —El ti tipo po salió de las alc alcanta antarillas rillas —dij —dijoo Stac tacey ey dándose im importa portancia ncia—. —. Y enseguida supe que no era el diablo. Supe que era algún pobre desgraciado, un  blanquitoo si  blanquit sinn dinero. ¿V ¿Vaa s a pincha pincharle rle,, Bradley Bradle y ?  —Cáá ll  —C llate ate y dej a que ha hablen blen los m may ay ore ores. s. Bradley terminó de entrar en el cubículo, acuclillado en posición incómoda, hastaa toma hast tomar r aasi siento ento frente a Ri Richar chards ds en uuna na aj amano, de nara naranj njas as ca casi si hecha ast astil illas las. Echó un vistazo a la navaja que llevaba enccaj la pareció sorprenderse de. verla todavía abierta y la cerró rápidamente.  —Am igo, ere eress m máá s peligroso que la pe peste ste —dij —dijoo por últi últim m o.  —Tieness ra  —Tiene razzón.  —¿Adónde  —¿ Adónde piensas ir?  —No lo sé, pero pe ro te tengo ngo que sa sali lirr de Bo Boston ston.. Bradley permaneció en silencio unos instantes.  —Tee ndrá  —T ndráss que venir venirte te a c asa c on Stac tacey ey y conm igo. D Debe ebem m os habla hablar, r, per peroo aquí no no se puede. De Dem m asiado arriesgado.  —Está bien —respondi —re spondióó R Richa ichards rds ccon on voz c ansina—. Me da igua igual.l.  —Irem  —Ir em os por detr detráá s. Esta noche los c er erdos dos de uniform e patr patrull ullaa n por todas  partes,  par tes, y ahor ahoraa y a sé por qué qué..

Cuando Bradley hubo salido, Stacey le dio a Richards una patada en la espinilla. Richards se volvió hacia el pequeño, mirándole un instante sin  

comprender su reacción, y entonces se acordó. Pasó bajo mano tres Nuevos Dólar Dól ares es al m muchac uchacho, ho, y Stace taceyy los hhiz izoo desapare desaparece cerr.

 

…Menos 64 y contando…

La mujer era muy anciana. Richards pensó que era la persona más vieja que había visto en su vida. Llevaba una bata casera de algodón estampado con un gran desgarrón bajo una de las mangas. Un gran pecho arrugado y caído se  balance  bala nceaba aba ade adelante lante y a trá trás, s, visi visible ble por e l desga desgarr rrón ón de la bata bata,, m ientra ientrass la anciana se afanaba en preparar la comida que Richards había comprado a base de Nuevos Dólares. Los dedos, amarillentos de nicotina, cortaban, pelaban y rallaban. Los pies de la mujer, enfundados en unas zapatillas rosadas de tela de toalla, aparecían planos y con formas grotescas, como barcas, a causa de años y años de permanecer en pie. El cabello parecía haber sido ondulado con una  plancha  planc ha sost sostee nida por una m a no tem blorosa, e iba peina peinado do hac hacia ia a trá tráss e n una especie de pirámide, mediante una redecilla retorcida que se le había salido del sitio en la nuca. Su rostro era una delta añeja, ya no achocolatada o negra, sino gris, y estaba salpicado de una galaxia de arrugas, bolsas y manchas. Su boca desdentada sostenía hábilmente el cigarrillo y expelía volutas de humo azul, que  par  parec ecían ían colga colgar detr detráá sibay dee ncim ncima a dea otro, ella describiendo en peque pequeñas ñas nubes re redondas dondas arracimadas. La ranciana un lugar un triángulo entre la sartén, el mármol y la mesa. Llevaba las medias de algodón enrolladas a la altura de las rodillas, y por encima de éstas y bajo el borde del vestido se apreciaba apre ciaba un puñado ddee ve venas nas varicosas. El piso estaba habitado por el fantasma de una col consumida mucho tiempo atrás. En el dormitorio del fondo, Cassie gimió, lloriqueó y, por fin, quedó en silencio. Bradley le había dicho a Richards, en tono de irritada vergüenza, que no debíaa hac debí hacer erle le caso. La pequeña ttenía enía cáncer cá ncer en am bos pul pulm m ones yy,, úl últtima imam m ente, se leStacey había habí extendido haciacido la garganta habíaa de desapare saparecido ddee la vis vistyta.también al vientre. Tenía cinco años. Mientras Richards y Bradley conversaban, el aroma enardecedor de una sopa de carne de buey picada, verduras y salsa de tomate empezó a llenar la habitación, haciendo retroceder a los rincones el olor a col. Richards advirtió entonces lo hambriento que estaba.  —Ahora podría a ca cabar bar contigo —m —musi usitó tó Bradle Bradleyy —. P odría m a tar tarte te y quedarmee todo el ddin quedarm iner ero. o. Y lluego uego ent entre regar gar eell cuerpo. M Mee da darían rían m mil il dól dólare aress más m ás  podría vivir tranquilo.  —Pee ro no c re  —P reoo que lo ha hagas gas —re —respondi spondióó Ri Richa chards—. rds—. Yo, desde luego, ser sería ía in inca capaz paz de aalg lgoo así.  —De todos m modos, odos, ¿por qué lo ha hace ces? s? —in —inquirió quirió Bra Bradley dley en tono irrit irr itado—. ado—. ¿Cómo has accedido a hacer de muñeco para ellos? ¿Tan codicioso eres?

 —Te ngo una hij  —Te hijaa que se ll llaa m a Cathy —explicó Richa ichards—. rds—. E Ess m ás pe pequeña queña que Cassie, y tiene neumonía. Ella también llora continuamente, ¿sabes?  

Bradley no respondió.  —Caa thy puede poner  —C ponerse se bien —prosigui —prosiguióó Ri Ricc har hards. ds. No e s com o…, c om omoo la  pequeña  peque ña de ahí dentr dentro. o. L Laa neum onía no eess pe peor or que un rree sfr sfriado, iado, pe pero ro uno de debe be disponer de medicinas y de un médico. Y eso cuesta dinero, así que fui a conseguirlo del único modo que se me ocurrió.  —De todos modos, sigues siendo un eestúp stúpido ido —i —insis nsisti tióó Bra Bradley dley c on voz huec huecaa  un tanto extraña—. Estás chupándosela a medio mundo y todos se te corren en la boca cada tarde, a las seis y media. Tu pequeña estaría mejor como Cassie en estee m und est undo. o.  —No lo cre cr e o.  —Entoncess es que er  —Entonce eres es toda todavía vía m á s estúpido qu quee y o. Una vez ll llevé evé a l hosp hospit ital al a un tipo con una hernia. Un tipo rico. La policía anduvo tras de mí tres días enteros. Pero tú eres más estúpido que yo. —Sacó un cigarrillo y lo encendió—. Quizá resistas el mes entero. Mil millones de dólares. Tendrías que comprar todo un mald ma ldit itoo ttre renn de ca carga rga pa para ra ll llevár evártel telo. o.  —¡Bradley,  —¡Bra dley, no sueltes m aldicione aldiciones, s, por e l am or de Dios! —dij —dijoo la m uje uj e r  desde el otronoextremo deatención. la estancia, donde estaba cortando zanahorias. Bradley le prestó  —Entonces,  —Entonce s, tú y tu m uj ujer er y la peque pequeña ña sí que vivi viviría ríais is a lo gra grande. nde. De m om omento ento yyaa tienes do doss dí días. as.  —No —re —respondi spondióó Ri Richa chards—. rds—. El c oncur oncurso so e stá m anipulado. ¿Rec Recuer uerdas das e l  par de c osas que le di a Stac tacey ey par paraa que ec echar haraa al c orr orreo eo c uando fue a acompañar a la abuela de compras? Tengo que enviar dos cada día, antes de medianoche. Richards explicó a Bradley la cláusula del concurso y sus sospechas de que Correos había contribuido a localizarle en Boston.  —Eso f ácil il de eevit vitar. ar.  —¿Có  —¿ Cóm meso?fác  —No im importa. porta. Ha Hablar blaree m os m á s tar tarde. de. ¿Có Cóm m o piensas salir de Boston Boston?? Er Eree s un tipo muy peligroso. Esos cerdos estarán furiosos después de lo que has hecho en el Y.M.C.A. Esta tarde lo han pasado por Libre-Visión. También han mostrado esas imágenes tuyas con la capucha en la cabeza. Muy hábil por tu parte. ¡Abuela! —dijo por último, en tono irritado—, ¿cuándo estará lista esa comida? ¡Estamos a punto de convertirnos en sombras justo delante de ti!  —Yaa está casi  —Y ca si llist istaa —r —respondió espondió la aabuela buela.. Colocó una tapa sobre la aromática sopa, dejó ésta hirviendo a fuego lento y se encam enc am in inóó hacia eell ddorm ormit itorio orio de la pequeña.  —No sé cóm o salir —dijo Ri Ricc har hards—. ds—. Inte Intentar ntaréé c onseguir un coc coche, he, supongo. Tengo documentación falsa, pero no me atrevo a utilizarla. Inventaré

algo, como llevar gafas de sol, e intentaré salir de la ciudad. He pensado en ir a Verm ont y cruz cr uzar ar luego a Canadá.  

Bradl ra dley ey em it itió ió uunn gruñi gruñido do y se leva levant ntóó a poner los platos. platos.  —A e stas hora horass tendrá tendránn bloquea bloqueadas das toda todass las ccar arre reter teras as de salida de la cciudad iudad  —dijo—. Ade Adem m ás, cua cualqui lquiee ra que ll llee ve gaf gafaa s de sol llam a rá su ate atención. nción. No lo intentes. Te harían picadillo antes de que hubieras avanzado diez kilómetros.  —Entonces,  —Entonce s, no sé qué hac hacer er —m —musi usitó tó Ri Ricc har hards—. ds—. Y si m e quedo aquí, os cogeránn a voso cogerá vosotros tros com comoo cóm cómpl plices. ices. Bra radl dley ey em pez pezóó a pon poner er los platos platos y m urm urmuró: uró:  —Podría  —P odríam m os conse conseguir guir un c oche oche.. Tú tie tie nes diner dineroo fr free sco y y o puedo moverme sin problemas. Hay un hispano en la calle Milk que me vendería un Chevrolet por trescientos dólares, y conozco a algunos tipos que te llevarían a Manchest Manche ster er.. Allí estar estarías ías a salvo, po porque rque te ccre reer erían ían bloq bloquea ueado do en Bost oston. on. ¿¿V Vas a cenar, abuel abuela? a?  —Sí.í. Y da aantes  —S ntes gra gracc ias a D Dios ios.. —La aancia nciana na sa sali lióó del dorm itorio itorio y aña añadió—: dió—: Tu her herm m ana eest stáá durm durmiend iendoo un poco.  —Bien  —B ien —dijo Bradle Bradley. y. Sirvió tre tress platos de la sopa y se detuvo—. ¿Dónde estáá Stace est aceyy ?  —Ha ido a la farm rm aoca cia de —re —respondi spondióóunalacuchar abuela abue laadacon com placiente, iente, m ient ientra rass iint ntroducí roducía a eenfa n ssu u bboca desd sdentada entada cucharada de laa ire m asa deplac ver verduras duras  carne  ca rne con ce cegadora gadora rrapid apidez ez—. —. Ha dicho qque ue iba a consegu conseguir ir m medicin edicina. a.  —Sii le pil  —S pillan lan le rom per peréé e l c ulo —dijo Bradle Bradley, y, toma tom a ndo a siento  pesada  pesa dam m e nte.  —Tranquil  —Tra nquiloo —int —intee rvino R Richa ichards—. rds—. Tiene diner dinero. o.  —¡Oyy e, aaquí  —¡O quí no nec necee sitam sitam os llim imosnas, osnas, aam m igo! Richards ssol oltó tó una ca carca rcajj ada m ient ientra rass echa echaba ba sal a su pl plato. ato.  —Proba  —P robablem blem e nte, a hora esta estaría ría hec hecho ho pic picadillo adillo de no se serr por él —af —afirm irmó—. ó—. Creo que se ha ganado su dinero. se incorporó hacia delante, en sure plato. Nadie a habl haBradley blar ar hast hasta a que term termin inar aron on de ce cenar nar..concentrándose R Richards ichards y Bradley repi piti tier eron on ddos os volvió vvec eces, es,  la anciana tres. Cuando ya estaban encendiendo los cigarrillos, una llave gimió en la cerradura y todos se pusieron en tensión, hasta que entró Stacey con aire contrit cont rito, o, asus asustado tado y excit excitado. ado. Ll Llevaba evaba una bol bolsa sa m mar arrón rón en una m ano, y entregó a la abuela un frasco de m edici edicina. na.  —Es droga de prim primee ra c a li lidad dad —dij —dijo—. o—. El viej o Curry m e ha preguntado pre guntado dónde había conseguido dos dólares y setenta y cinco centavos para comprar  material de primera y le he contestado que se fuera a cagar en su zapato y se comiera la mierda.  —No m a ldi ldigas gas o vendr vendráá el diablo y se te lleva llevará rá —dij —dijoo la abue abuela—. la—. Ve n a cenar.

El muchacho muchac ho abri abrióó un unos os ojos oj os como pl platos atos y exclam ó:  —¡Señor,, si a hí hay c ar  —¡Señor arne! ne!  —No. Lo que pasa e s que hem os ca cagado gado en la oll ollaa par paraa hac hacee r la sopa m ás  

espesa —replicó Bradley. El pequeño pequeño llevantó evantó llaa m irada, alarm ado, y vio vio qu quee su herm ano brome bromeaba. aba. Se echó a reír y atacó la la com comiida.  —¿Cree  —¿ Creess que e l fa farm rm ac acéutico éutico se lo ccontar ontaráá a la poli policc ía? —pre —preguntó guntó Ri Richa chards rds sin alzar la voz.  —¿Quién,  —¿ Quién, Curr urryy ? No c re reo, o, si piensa que ve verá rá algún bil billete lete m á s de nuestra familia —repuso Bradley—. Él sabe bien que Cassie necesita dosis de material de primera para aliviar el dolor.  —Sigue  —S igue ha hablando blando de dell pl plan an de Manc Mancheste hesterr.  —Sí.í. V  —S Ver eráá s, V Vee rm ont no te convie conviene ne.. H Haa y m uc ucha ha poli policía cía y poca gente com o nosotros. Puedo hacer que algún amigo, Rich Goleon, por ejemplo, lleve el Chevrolet a Manchester y lo deje aparcado en un garaje automático. Después, o te llevaré hasta allí en otro coche. —Aplastó el cigarrillo y añadió—: Irás en el maletero. En las carreteras secundarias sólo utilizan controles normales. Toma omare rem m os ddiirectam re ctam ente por la ruta cuatrocient cuatrocientos os novent noventaa y cinco.  —Eso es bastante ba stante pe peli ligroso groso par paraa ti —di —dijj o R Richa ichards. rds.  —Bue  —B ueno, no, no pi pienso ensousitó ha haccóer erlo gratis. Cuando uando Cassie m uera uer a , lo hará sin dolores.  —Dios te oiga te —m —musit laloaancia nciana. na.C  —Aun así, a sí, ssigue igue siendo m muy uy peligroso par paraa ti. ti.  —Sii un poli  —S policc ía le busca las c osqui osquill llas as a Bradle Bradley, y, él le har haráá c agarse aga rse e n e l zapato y comerse la mierda —intervino Stacey, limpiándose los labios. Cuando volvió la mirada hacia Bradley, sus ojos brillaban de admiración y adoraciión a su hhér adorac éroe. oe.  —Tee está cay  —T ca y e ndo la sopa e n la c am isa, Stac tacee y —dijo Bradle Bradley. y. Le dio un golpe cariñoso en la cabeza y añadió—: ¿Todavía no sabes comer solo, renacuajo? Ya eres mayor, ¿no?  —Si—preguntó  —S i nos de descubr scubren en esta estará ráss aacc a bado, Bradle Bradley. y. ¿Quién se cuida cuidará rá entonc entonces es del chico? Richards.  —Saa brá cuida  —S cuidarr de sí m ismo si algo suce sucede de —respondi —re spondióó Bradle Bradleyy —. Tanto él comoo la aabuel com buela. a. No eest stáá enganchado eenn ni ningu nguna na droga, ¿¿verdad, verdad, S Stace taceyy ? El chiquil chiquillo lo movió llaa ca cabez bezaa en un gesto de enf enfática ática nega negati tiva. va.  —Y sabe que c om omoo vea una sola m ar arca ca e n sus br brazos azos le a rr rraa nco la c a beza. ¿Verdad, Stacey? Stacey asintió.  —Adem  —Ade m ás, podem os uti utili lizzar el dinero porque tene tenem m os e nfe nferm rm os e n la familia, así que no hablemos más del tema. Creo que sé dónde me estoy metiendo. Richards apuró en silencio el cigarrillo mientras Bradley iba a darle a Cassie

un poco poco de m edicin edicina. a.

 

…Menos 63 y contando…

Cuando Richards despertó todavía era de noche, y su reloj interior calculó que eran alrededor de las cuatro y media. Cassie llevaba un rato llorando y Bradley se había levantado. Los tres hombres dormían juntos en la pequeña habitación trasera, por la que se colaban las corrientes de aire. Stacey y Richards lo hacían en el e l suelo suelo.. La abuela dorm dormíía en la ha habi bitación tación ddee la pequeña. Richards oyó a Bradley salir de la estancia. Stacey dormía profundamente, con la respiración acompasada. Oyó el sonido de una cuchara en el lavamanos del baño. Los grito gritoss de la pe pequeña queña se convirti convirtier eron on en gem idos idos ais aislados, lados, qque ue dier dieron on  paso, de nuevo, al sile sile ncio. Ri Richa chards rds per percc ibí ibíaa a Bradley Bradle y e n algún rinc rincón ón de la cocina, inmóvil, esperando a que el silencio se hiciera total. Después entró de nuevo en la habitación trasera, se sentó en la cama, soltó una ventosidad y, finalm fin almente, ente, llos os muell muelles es de la ccam am a gim gim ieron mientras vol volví víaa a ac acos ostarse. tarse.  —Bra  —B radley dley … —le ll llam am ó Richa Richards. rds.  —¿Qué  —¿ Qué??  —S  —Stac iene cinc cincoo años. ¿¿Es Es cie cierto? rto?  —Sí.tacey í. ey m e dij o que Cassie sólo ttiene El tono coloquial y callejero había desaparecido de la voz de Bradley, haciendo que que ést éstaa sonara sonara irrea irreal.l.  —¿Qué  —¿ Qué hac hacee una niña de cinc cincoo aaños ños ccon on ccáá nce ncerr de pulm pulmón? ón? No sa sabía bía que los ni niños ños su sufriera frierann esa eenfer nferm m edad. Leuce Leucem m ia qui quizzás, pero no cánce cáncerr de pulmón. Richards oyó una risa ahogada de su interlocutor. Después Bradley le susurró:  —Tú ere er e s de Ha Harding, rding, ¿ver verdad? dad? ¿Qué cif cifra rass de conta contam m inac inación ión atm osfé osféric ricaa tenéis en Harding Ha rding??  —No lo sé. Ya no las dan con el parte par te m e teor teorológi ológicc o. No las dan desde desde… … Desde hace muchísimo tiempo. me m acuerdo.  —En Bos Boston ton no las dan desdeNidos il ve veint intee —sig —siguió uió susurr susurraa ndo Bradle Bradleyy —. Tienen miedo de hacerlo. Tú no tienes filtro nasal, ¿verdad?  —No sea seass e stú stúpido pido —re —respondi spondióó Ri Ricc har hards ds con voz irritada irritada—. —. Esos m a ldi lditos tos chismes cuestan doscientos dólares, incluso en tiendas de artículos rebajados. No he visto doscientos dólares en todo el año pasado, ¿y tú?  —Taa m poco —re  —T —respondi spondióó Bra Bradley, dley, la lacc ónico. Tr Tras as una pausa pausa,, aañadió—: ñadió—: S Stac tacey ey tiene uno que yo le fabriqué. La abuela, Rich Goleon y algunos más también tienen los suyos.  —Me estás e stás toma tomando ndo el pe pelo. lo.  —En absoluto. Bradley enmudeció. De pronto, Richards tuvo la certeza de que su interlocutor estaba sopesando lo que ya le había dicho y decidiendo si seguir 

contándole confidencias como aquella o no. Bradley estaba calculando hasta dónde podía llegar. Cuando continuó hablando, sus palabras llegaron a Richards  

con dificultad.  —Hem  —He m os esta estado do ley e ndo. Eso de la Libr Libree -V -Visi isión ón eess una m ier ierda da dedic dedicada ada a la gentee que no ttiiene nada eenn llaa ccabez gent abeza. a. Richar ichards ds em it itió ió un gruñi gruñido do de ase asenti ntim m iento iento..  —Yoo e sto  —Y stoyy en un grupo, ¿sabe sabes? s? —pr —prosi osiguió guió Bradle Bradleyy —. Algunos c hicos no hacen más que callejear y lo único que les interesa es salir a dar palizas a los  blanquitos  blanquit os el sába sábado do por la noc noche. he. Sin em embar bargo, go, algunos de nosotros hem os estado acudiendo a la biblioteca desde que teníamos doce años, más o menos.  —¿Aquí,  —¿ Aquí, en Bost Boston, on, os dej dejaa n entra entrarr sin tarj e tas de ide identi ntific ficaa ción?  —No. Y no te da dann la ta tarj rj eta si no hay e n tu fa fam m ilia ilia aall m menos enos una per persona sona ccon on unos ingresos garantizados de cinco mil dólares al año. Pero una vez asaltamos a un inca incaut utoo y ahora util utiliz izam am os ssuu tarj eta. Con ell ellaa va vam m os a la bibl biblio ioteca teca por turnos turnos.. Hasta tenemos un buen traje que nos ponemos para entrar. —Bradley hizo una  pausa—.  pausa —. S Sii te te rríes íes de m í te te ccorto orto eell cue cuell llo. o.  —No me m e rrío. ío.  —Al principi princ ipioo sólo nos in inter teree saba sabann los li libros bros de sexo. D Despué espués, s, ccuando uando Cassi Cassiee se enferma, meíndices interesédepor el asunto de la contaminación. libros conpuso datos sobre los contaminación, niveles de humos Todos y filtroslosnasales están en la sección reservada. Para llegar a ella hicimos una copia de la llave mediante un molde de cera. ¿Sabías que en Tokyo todo el mundo tenía que llevar  filtros fil tros nasales yyaa en dos m mil il doce?  —No, no lo sa sa bía.  —Rich  —R ich y Dink Mora Morann construy e ron un ccontador ontador de conta contam m inac inación. ión. Din Dinkk vio el diseño en un libro y entre los dos hicieron un aparato similar con latas de café y varias piezas que sacaron de algunos coches. El trasto está escondido en un callejón. Fíjate, en mil novecientos setenta y ocho utilizaban una escala de uno a veinte par veinte paraa m edir la ccont ontam am in inac ació ión. n. ¿¿C Compre omprendes ndes de qué esto estoyy habl hablando? ando?  —Sí.í.  —S  —Cua  —C uando ndo ll llee gaba a doce doce,, las fá fábric bricas as y todas las indus industrias trias conta contam m inantes tenían que detener la producción hasta que cambiaba el tiempo. Fue una ley federal hasta mil novecientos ochenta y siete, año en que el Congreso Renovado la abolió. —La sombra recostada en la cama se incorporó hasta apoyarse en un codo—.. Apu codo— Apuesto esto a que ccono onoce cess a m mucha ucha gente con asm asma. a.  —Clar  —C laroo que sí —re —respondi spondióó R Richa ichards rds ccon on ca cautela—. utela—. Y Yoo m mismo ismo he tenido algún ataque. Eso lo produce el aire. Todo el mundo sabe que tiene que quedarse en casa cuando hace calor, está nublado y no sopla el viento…  —Inve rsión térm ica —aña  —Inversión —añadió dió B Bra radley dley c on voz tétrica tétrica..  —… y m ucha gente sufr sufree a sm sma, a, desde luego. En aagost gostoo y septiem bre bre,, eell aire

 par ecee eespeso  parec speso ccom omoo un jjaa ra rabe be pa para ra la tos. Pero Pe ro ccánc áncer er de pulmón… pulm ón…  —Eso que tú cr cree e s asm a no lo e s —dij —dijoo Bradle Bradleyy —. Se trata tra ta de enf enfisem isemaa s  pulmonare  pulmona res. s.  

 —¿Enfisem as?  —¿Enfisem Richards dio vueltas a la palabra en su cabeza sin conseguir adjudicarle un significado concreto, aunque le resultaba vagamente familiar.  —Todos  —T odos los te tejj idos pulm pulmonar onaree s se hincha hinchan, n, y uno a spi spira ra,, aspira y a spi spira ra sin conseguir el aire necesario. ¿Conoces a mucha gente que se ponga así? Richards pensó en ello. Sí, conocía a mucha gente que había muerto como decía Bra radl dley. ey.  —Hoy día no se ha habla bla de e sto para nada —continuó B Bra radley dley c om omoo si hubi hubier eraa leído la mente de Richards—. Ahora, el grado de contaminación de Boston es de veinte en un día bueno. Eso equivale a fumar cuatro paquetes de cigarrillos al día, sólo por respirar. Los días malos, la escala sube hasta más de cuarenta y los viejos caen muertos como pichones por toda la ciudad. En el certificado de defunciónn po defunció ponen nen asm asma, a, per peroo es el aire, eell aire, el aire… Y eest stán án eenvenenándo nvenenándollo a toda prisa, sin descanso. Las grandes chimeneas humean las veinticuatro horas del día porque a los peces gordos les interesa. » Esos fil filtros tros nasales de dosciento doscientoss ddólare ólaress nnoo valen un unaa m ierda ierda.. No sson on má máss que trozos de tela con son un poco ambos.que Nada más. Los dos únicos filtros buenos los dedelaalgodón Generalmentolado Atomics, yentre los únicos pueden  perm  per m it itírselo írselo son los pec pecee s gordos. A nosot nosotros ros nos dan la Libre Libre-V -Visi isión ón par paraa mantenernos apartados de las calles, para que muramos intoxicados cada uno en nuestro cubículo, sin causar problemas a nadie. ¿Qué te parece todo esto? Fíjate: el filtro nasal más barato de la G. A. vale seis mil Nuevos Dólares en la tienda. El que hicimos para Stacey a partir de ese libro nos costó diez dólares. Utilizamos una bolita de material nuclear del tamaño de una lenteja, que obtuvimos de un audífono que compramos en la tienda de empeños por siete dólares. ¿Qué me dices de eso? Richards no ddijo ijo nada nada.. Est Estaba aba m udo ddee asombro.  —Cuando  —Cua ndo C Caa ssi ssiee m uer ueraa —conti —c ontinuó nuó B Bra radley dley —, ¿¿cr cree eess que pondrá pondránn cá cánce ncerr eenn el certificado? Una mierda. Pondrán asma, para que nadie se asuste. Alguien  podría roba robarr o ffaa lsi lsific ficaa r una tar tarjj eta de lec lector tor y de descubr scubrir, ir, eenn la bibl bibliot iotec eca, a, que e l índice de casos de cáncer de pulmón ha aumentado en un siete por ciento desde dos mil quince quince..  —Todo  —T odo eso que dice dicess ¿¿es es ccier ierto to o te te lo eestás stás in inve ventando? ntando?  —Lo he leído le ído en va varios rios li libros. bros. Am igo, nos está estánn m mata atando. ndo. La Libr Libree-V Visi isión ón nos está matando. Es como un prestidigitador que desvía la atención del público sacando saca ndo ci cint ntas as de la blu blusa sa de su ay udant udantee m ient ientra ras, s, con llaa otra m ano, va saca sacando ndo conejos de los pantalones y poniéndolos en el sombrero. —Hizo otra pausa y añadió con voz soñadora—: A veces creo que podría dar a conocer la situación

con apenas diez minutos ante las cámaras de Libre-Visión. Podría explicárselo y demostrárselo a todos. Si la Cadena quisiera, cada persona podría disponer de un fil filtro tro nasal eefica ficazz.  

 —Y y o estoy cola colabora borando ndo con eell llos os —i —inter ntervino vino R Richa ichards. rds.  —No es e s culpa tuy a. T Túú ti tiene eness que huir huir.. En las sombras, delante de Richards, se formaron los rostros de Killian y de Arthur M. Burns. Deseó sacudirles, destrozarles, pisotearles. Mejor aún: deseó  poder ar arra ranca ncarle rless sus filtros nasale nasaless y e cha charlos rlos a la ca call llee .  —La gente está loca —continuó B Bra radley dley —. Lleva tre treint intaa años som somee tida tida a e se grupito. grupi to. Lo úúni nico co que pre precisan cisan es e s una rrazó azón. n. Una razó r azón… n… Richards se sume sumergió rgió ddee nuevo en el sueño mientras la palabra se re repetí petíaa una  otra vez en sus oídos.

 

…Menos 62 y contando…

Richards no salió de la casa en todo el día siguiente, mientras Bradley se ocupaba del coche y llegaba a un acuerdo con otro miembro de la banda para que éste condujera el vehículo hasta Manchester. Bradley y Stacey regresaron a las seis, y el hermano mayor señaló con el  pulgar hacia ha cia e l Li Libre bre-V -Viso isorr.  —Todo  —T odo a punto, am igo. Al Allá lá va vam m os.  —¿Y  —¿ Ya? Bradley le sonrió, sin muestra alguna de humor en su gesto.  —¿Ac  —¿ Acaso aso no quier quieree s ver verte te eenn una eem m isi isión ón de ccosta osta a ccost ostaa ? Richards descubrió que realmente le apetecía, y cuando llegaron los rótulos fugitivo ivo, los de present pre sentac ació iónn de  El fugit los contem contempló pló fa fascinado. scinado. Bobby Thompson aparecía ante la cámara, impasible, en un estrado refulgente de luz ante un mar de oscuridad.  —Atención  —Atenc ión —dec —decía ía Bobby Thom Thompson—. pson—. Ést Éstee e s uno de los lobos que que ca cam m ina entre Enustedes. la pantalla apareció un enorme primer plano del rostro de Richards. La imagen se mantuvo fija unos instantes, fundiéndose a continuación con una segunda fotografía fotograf ía de Richar ichards, ds, est estaa vez con su di disfra sfrazz de John Griff Griffen en Sprin Springer ger.. Un nuevo fundido llevó la imagen a Thompson, que ofrecía un aspecto grave.  —Esta noche m e dirij dirijoo en e spec special ial a los ha habit bitante antess de Bos Boston. ton. Ay er por la tarde, cinco policías sufrieron una muerte horrible, quemados en el sótano del hostal de la Y.M.C.A. de Boston, a manos de este lobo, que les preparó una astuta  despiadada trampa. ¿Qué rostro tiene esta noche? ¿En qué lugar se encuentra ahora? ¡Mírenle! ¡Mírenle! ¡F ¡Fíje íjens nsee en éél! l! Thompson dio paso a la primera de las cintas que Richards había grabado por  la mañana. Stacey las había depositado en un buzón de la avenida Commonwealth, al otro lado de la ciudad. También había dejado que la abuela ugara con la cámara, después de haber tapado la ventana y los muebles de la estancia.  —A todos los que están e stán viendo eesto sto —dec —decía ía lenta lentam m e nte la im imaa gen de Ri Richa chards rds  —. No los técnicos téc nicos y los habitantes de los áticos. Esto no es pa para ra vosotros, vosotros, ccee rdos. Me dirijo a la gente de los suburbios, de los guetos y de los pisos baratos. A vosotros, los de las bandas de motos. A los parados. A vosotros, jóvenes a quienes detienen por delitos que no habéis cometido o por drogas que jamás habéis  probado,  proba do, sól sóloo porque la Cade Cadena na quier quieree ase asegura gurarse rse de que no os rreunís eunís y ha habláis bláis en grupo. Quiero hablaros de una monstruosa conspiración que intenta privaros

del mismo aire en vuestra… vuestra… El sonido se convirtió de pronto en una mezcla de chasquidos, pitidos y  barboteos.  bar boteos. Un m om omee nto despué después, s, eell sil silenc encio io se hiz hizoo total. En la im image agen, n, Richa Richards rds  

m oví ovíaa lo loss labi labios; os; sin sin em bar bargo, go, no ssee oían oían sus palabra palabras. s.  —Paa rece  —P re ce que hem os per perdido dido e l soni sonido do —dij —dijoo Bo Bobby bby Thom Thompson pson e n tono relajado—, pero no es preciso seguir escuchando los desvaríos radicales de este asesino para hacerse una idea de contra quién estamos enfrentándonos, ¿no es cierto?  —¡Sí!! —gr  —¡Sí —grit itóó la m ult ultit itud. ud.  —¿Qué  —¿ Qué har haráá n ust ustede edess si le ve venn por la ccaa ll lle? e?  —¡ENTREGARLE!  —¡EN TREGARLE!  —¿Y  —¿ Y qué har harem em os nosotros nosotros cua cuando ndo le eencontre ncontrem m os?  —¡MAT  —¡MA TARLE! Richards descargó su puño en el gastado apoyabrazos del único sillón de la sala de estar-cocina del piso.  —¡Los m uy c er erdos…! dos…! —dij —dijo, o, dese desesper speraa do.  —¿Creía  —¿ Creíass que te de dejj ar arían ían dec de c ir eeso so por aantena ntena?? —int —intee rvino B Bra radley, dley, eenn son de  burla—. ¡A ¡Ah, h, no, am igo! Inc Incluso luso m e sorpre sorprende nde que hay a n de dejj ado que llega llegara rass tan lej os os..  —No se veo… m e ocur ocurrió… rió…ó—m —musi usitó tóy.R Richa ichards rds ccon on air airee ccom ompungido pungido..  —Y  —Ya a lo —asinti —asintió Bradle Bradley. La primera cinta se fundió con la segunda. En ésta, Richards incitaba a los telespectadores a que asaltaran las bibliotecas, pidieran tarjetas de lector y descubrieran la verdad. También enumeraba una lista de libros sobre la contam cont am in inac ació iónn del aire y de las agu aguas as qu quee Bradley habí habíaa cconfecc onfecciionado para él. En el Libre-Visor, la imagen de Richards abrió la boca:  —Iros  —Ir os todos a la m ier ierda da —dijo la im imaa gen. Los labios par paree cía cíann for form m a r   palabra  pala brass dis disti tintas ntas de las que se oían per peroo ¿cuá cuántos ntos de los dosc doscientos ientos m illones illones de espectadores lo advertirían?—. ¡A la mierda todos los cerdos! ¡A la mierda la Direcc ión de Co Direcci Concurso ncursos! s! ¡V ¡Voy oy a m atar a todos todos los los ce cerdos rdos qque ue vea vea!! ¡¡V Voy a…! La sarta de maldiciones seguía interminable, hasta el punto de que Richards deseó taparse los oídos y salir corriendo de la habitación. Era incapaz de determinar si era la voz de un imitador o si se trataba de un montaje a base de cortes cor tes de son sonido ido.. La cinta de Richards dio paso a la imagen de Thompson, cuyo rostro ocupó m edia pantal pantalla. la. La otra m edia la ocupaba una ffot otografía ografía de Richar chards ds..  —¡Atenc  —¡A tención ión a e ste hom hombre bre!! —dij —dijoo T Thom hompson—. pson—. Este hom hombre bre está dispu dispuee sto a matar. Este hombre estaría dispuesto a movilizar a un ejército de descontentos como él mismo para perturbar la paz de las calles con asaltos, violaciones, disturbios e incendios. Este hombre miente, roba y mata. Todos hemos visto ya de qué es capaz ca paz..

» ¡Benj ¡Benjam am in Richar ichards! ds! —g —gritó ritó la voz del presentador eenn el ttono ono fr frío ío e imperioso de un patriarca bíblico presa de la cólera divina—. ¿Nos estás viendo? Si es así, debes saber que la Cadena ya ha pagado el dinero conseguido de  

m aner aneraa tan suci suciaa y sangri sangrienta. enta. C Ciien dól dólar ares es por ca cada da hora…, so sonn y a cciincuenta y cuatro, que has permanecido en libertad. Y otros quinientos dólares, cien por  cada ca da uno de eest stos os hhombre ombres. s. Empez Em pezar aron on a aapare parece cerr eenn la pantalla pantalla lo loss ros rostros tros de unos ppol oliicías j óvenes y de rasgos agradables. La instantánea parecía tomada durante un ejercicio de graduación de la Academ Ac adem ia de P oli olicía. T Tenían enían un aspecto fresco, ll lleno eno de savi saviaa y esperanza, enternecedoramente vulnerable. Como fondo musical, un solo de trompeta empezó a tocar el toque de silencio.  —Y a quí… —la voz de Thom Thompson pson eera ra a hora un susurr susurroo rronco onco de em oción—  … aquí están sus fam il ilias. ias. Las mujeres, con radiantes sonrisas. Los niños, obligados a sonreír a la cámara. Un montón de niños. Richards, helado y al borde de la náusea, hundió la cabeza y apretó el revés de la mano sobre la boca. La mano de Bradley se posó en su hombro, hombro, cá cáli lida da y m usculo usculosa. sa.  —¡Vam  —¡V am os, hom hombre bre,, no te pongas así! ¡T ¡Todo odo e so e s fa falso lso!! No e s m á s que un fraude. Probablemente, los hombres que te cargaste eran un puñado de cerdos ase —C asesi sinos nosa ll que…  —Ca lla a —le int intee rr rrum umpió pió R Richa ichards—. rds—. ¡Cállate ¡Cállate,, por ffaa vor! ¡P ¡Por or ffaa vor!  —Quiniee ntos dólar  —Quini dólares es —de —decc ía Thom pson con una voz que eexpre xpresaba saba un odio y un disgusto infinitos. La pantalla volvía a mostrar el rostro de Richards, frío, duro  privado de toda emoción, salvo la expresión de gusto por la sangre que parecía transmitir, sobre todo, su mirada—. Cinco agentes, cinco esposas, diecinueve hijos… Sale justo a diecisiete dólares y veinticinco centavos cada uno de los muertos, los huérfanos y las viudas. ¡Ah, Ben Richards, qué barato trabajas! El  propio Judas consiguió tre treint intaa m oneda onedass de plata plata,, per peroo tú ni siq siquier uieraa pides tanto. En este momento, en alguna parte, una madre le está contando a su hijito que papá no regresará nunca a casa porque un hombre desesperado y codicioso, con un armaa en llaa m ano arm ano… …  —¡Asesino!  —¡A sesino! —solloz —sollozaba aba una m uje uj e r del público—. ¡¡Cerdo! Cerdo! ¡V ¡Vil il asesino! ¡D ¡Dios ios te fulminará!  —¡Tee fulm  —¡T fulminar inará! á! —El público del e studio studio eentonó ntonó eell ccáá ntico ntico del progr program am a—: ¡Mirad a ese hombre! Ha recibido su dinero manchado de sangre, pero quien a hierro mata, a hierro muere. ¡Alcemos todos nuestra mano contra Benjamin Richards! Las voces estaban llenas de odio y miedo, y se alzaban en un rugido  prolongado y vibra vibrante. nte. No, esa esass persona pe rsonass eenfur nfurec ecidas idas no le entr entrega egaría rían, n, sino que le harían trizas en cuanto le vieran. Bra radl dley ey desconectó el apara aparatto y se vol volvi vióó hacia éél.l.

 —Contra eso tiene  —Contra tieness que eenfr nfree ntar ntarte, te, aam m igo. ¿¿Qué Qué te pa pare recc e?  —Quizáá s aacc a be c on eell  —Quiz llos os —m —maa sculló Ri Ricc har hards ds ccon on voz pensa pensati tiva—. va—. Antes de morir, quizá consiga llegar hasta el piso noventa de ese edificio y acabar con los  

gusanos que han eescrito gusanos scrito ttodo odo esto esto.. Quiz Quizáá m e los llleve leve a todos todos po porr delante.  —¡Noo sigas habla  —¡N hablando ndo aasí! sí! —e —excla xclam m ó St Staa ce cey, y, lleno de fur furia—. ia—. ¡N ¡Noo vuelvas vue lvas a hablar así! En el dorm it itorio orio conti contiguo, guo, C Cassi assiee seguí seguíaa durm durmiendo, iendo, drogada y agoniz agonizante. ante.

 

…Menos 61 y contando…

Bradley no se había atrevido a taladrar agujeros en el piso del maletero, así que Richards hubo de enroscarse hasta formar una incómoda bola, con la boca y la nariz apretadas contra la minúscula abertura del ojo de la cerradura, por la que se colaba un poco de aire y de luz. Bradley también había quitado parte del aislamiento interior del maletero alrededor de la tapa, lo cual permitía el paso de una leve leve ccorrient orrientee de aaire. ire. El vehículo se levantó del suelo de un salto y Richards se golpeó la cabeza contra la tapa del maletero. Bradley le había dicho que el viaje duraría, al menos, una hora y media, y que seguramente encontrarían un par de controles de carretera, o quizá más. Antes de cerrar el maletero, entregó a Richards una  pistol  pis tolaa .  —Caa da die  —C diezz o doce c oche ochess re revis visaa n uno a ffondo ondo —l —lee inf inform orm ó—. Inc Incluso luso a bre brenn el maletero para ver su contenido. Diez o doce posibilidades contra una es una  proporcc ión acepta  propor ac eptable ble per pero, o, si no tene tenem m os suer suerte, te, llé llé vate por de delante lante a unos cuantos cerdos. se lanzó a las calles de la ciudad, llenas de baches y grietas en el El vehículo asfalto, y avanzó sobre un colchón de aire que él mismo iba formando. En un momento dado, un muchacho se burló a su paso e, instantes después, un fragmento de asfalto arrancado del suelo fue a estrellarse contra el costado del coche. El ruido creciente del tráfico a su alrededor y las frecuentes paradas ante los semáforos indicaron a Richards que estaban en pleno centro urbano. Richards permaneció tumbado en actitud pasiva, con la pistola levemente asida en la mano derecha. Pensaba en el aspecto tan diferente que tenía Bradley con el traje que utilizaba el grupo para entrar en la biblioteca. Era un sobrio tres  piez  piezas as de c haque haqueta ta c ruzadacon y deuna uncorbata ccolor olor mrojo á s gr gris is que las par pare e des de un ba banco. nco. El atuendo se completaba oscuro y un pequeño alfiler de oro de la Asociación Nacional para el Progreso de las Gentes de Color. Bradley habíaa pasad habí pasadoo de desast desastrado rado m miiem bro ddee un unaa band bandaa j uv uveni enill (« Mu Mujj ere eress em bara barazzadas, apar apartaos taos;; alg alguno unoss de nos nosot otros ros com comem em os feto fetos» s» ) a sobrio sobrio hombre de negocios de de colo colorr pe perfe rfectam ctam ente ccons onscient cientee de qui quiénes énes son llos os am amos os..  —Tee queda e stu  —T stupenda pendam m ente —había dicho Ri Richa chards, rds, adm ira irado—. do—. De hec hecho, ho,  parec  par ecee im posi posible. ble.  —Graa cia  —Gr ciass a D Dios ios —dij —dijoo la aabuela buela..  —Saa bía que te gust  —S gustaa ría la tra transfor nsform m ac ación, ión, am igo —re —respondi spondióó Bradle Bradleyy con aire digno—. Verás, soy gerente de zona de la Raygon Chemicals, ¿sabes? Y en esta zona hacemos mucho negocio. Una buena ciudad, Boston. Muy sociable y

ovial. Stacey se había echado a reír por lo bajo.  —Tú, negr negro, o, ser seráá m ej or que te ca call llee s —le dij dijoo su her herm m a no—. De lo  

contrario, te haré cagar en el zapato y comerte la mierda.  —Paa rece  —P re cess un auténtico Tío T Tom om,, Bradle Bradleyy —había dicho eentre ntre rrisas isas S Stac tacey, ey, eenn absoluto intimidado por su hermano—. Pareces un maldito blanquito de mierda, realmente. El coche doblaba ahora hacia la derecha, hacia una superficie más plana, y luego descendi descendióó por un unaa espi espira ral.l. E Est staban aban eenn llaa ram pa de ac acce ceso so a la ruta 495 o a alguna Las piernas de Richards atravesadas por unos alambres alam bresvíade rápida. cobre, product producto o de llaa tensi tensión. ón. « Una parecían entre doce. No est estáá m al.» El vehículo aceleró y se elevó un poco más del suelo. Bradley pisó a fondo, redujo la velocidad bruscamente y, por fin, se detuvo. Una voz, terriblemente  próximaa , gritaba c on m  próxim monótona onótona re regular gularidad: idad:  —Deténga  —De téngase se y pre prepar paree su ca carné rné de c onducir y su docum enta entacc ión per personal… sonal… Deténgase y prepare… « Ya eest stam am os os.. Y Yaa hem os em pez pezado.» ado.» « Eres tan pel pelig igroso roso,, am igo… go…»» ¿Lo bastante para comprobar el cargamento de uno de cada ocho vehículos? ¿O unode porseis? uno?¿O quizá registrarían a fondo todos los vehículos que salían de Boston, Bradley dejó el motor al ralentí. Los ojos de Richards se agitaron en sus cuencas como conejos atrapados. Asió con fuerza el arma.

 

…Menos 60 y contando…

 —Sa lga de  —Sa dell vehíc vehículo, ulo, por ffavor avor —dec —decía ía la voz voz,, ccaa nsada y a utorit utoritaa ria ria—. —. Car Carné né de conducir condu cir y docume document ntac aciión ddel el coche. Una portezuela se abrió y volvió a cerrarse. El motor ronroneó con un ruido sordo, manteniendo el vehículo a unos centímetros por encima de la calzada.  —… gerente ger ente de zona de Ray gon C Chem hem ica icals… ls… Bradley interpretaba de nuevo su papel. ¡Dios santo!, ¿y si no tenía los  papeles  pape les pre precc isos par paraa confirm c onfirm ar su historia? historia? ¿Y si R Raa y gon C Chem hem ica icals ls nnoo existí existíaa ? Se abrió la portezuela trasera y alguien empezó a inspeccionar el interior. Sonaba como si el policía (o quizás era un miembro de la Guardia Nacional quien se encargaba del trabajo, pensó Richards medio incoherentemente) fuera a arrast arr astra rarse rse hast hastaa eell m aletero en su bus busca ca.. La portezuela volvió a cerrarse. Los pasos se encaminaron hacia la parte trasera del vehículo. Richards se humedeció los labios y sostuvo el arma con más fuerza. Ante él aparecieron visiones de policías muertos, con sus rostros angelicales sobre con cuerpos retorcidos y cuando porcinos. Se preguntó si el ypolicía le cosería a balazos su ametralladora abriera su escondrijo le viera allí, enroscado como una salamandra. Se preguntó si Bradley saldría corriendo, si intentaría huir. Sintió que iba a orinarse encima. No le había sucedido desde que era niño y su hermano le hacía cosquillas hasta que su vejiga ya no resistía más. Sí, ttodos odos llos os m músculo úsculoss del vi vientre entre se le eest staba abann af aflo lojj ando. Cu Cuando ando le de descubriera scubrieran, n, le metería al policía una bala justo entre las cejas, esparciendo la masa cerebral   los fragmentos astillados del cráneo en un repentino reguero que se alzaría hacia el cielo. Unos cuantos huérfanos más por su culpa. Sí, eso haría. « ¡Ah, S Sheil heila, a, ccuánt uántoo te qui quier ero! o! ¿¿Qué Qué vas a hace hacerr ccon on eso esoss sei seiss m mil il dól dólare ares? s? ¿Cuánto dura durará rán? n?a Un año quiz quizás, ás, siynoabajo, ttee m atan aantes ntes para robár robártelos telos»» ,con pensó. Y luego,tteeotra vez la calle, arriba esperando en las esquinas un contoneo cont oneo ddee ccader aderas, as, iins nsin inuándo uándose se con el moneder monederoo vacío. « ¡Eh, sseñor, eñor, m mírem íreme, e, soyy m uy lim pia, so pia, y o llee enseñaré a…!» Una mano dio una palmada casual al pasar en la tapa del maletero, y Richar ichards ds repr reprimió imió un grit grito. o. El po polv lvoo le invadi invadióó las fosas nasa nasales les y le eescoció scoció eenn la garganta. Clase de biología en la escuela secundaria, sentado en el último banco   grabando sus iniciales y las de Sheila sobre el desvencijado pupitre. El estornudo es una función de llaa m usculatu usculatura ra invol involunt untar aria. ia. « Voy a sol soltar tar un so sobera berano no est estornud ornudo, o, pero eess a quem quemar arropa ropa y, pese a todo, todo, aún po podré dré pon poner erle le esa  bala j usto entr entree los oj ojos os yy…» …»  —¿Qué  —¿ Qué hay en eell m male aleter tero, o, am igo?

La voz de Bradley, alegre y un tanto cansina, dijo:  —Un c il ilindro indro extr extraa que no func funciona iona dem asia asiado do bien. Te ngo la llave llave c on las demás. demá s. Es Espere pere un mom moment entoo yy… …  

 —Si la  —Si la quiero y a se la pe pediré diré.. Richards oy oyóó abrir ot otra ra port portez ezuela, uela, qu quee vol volvi vier eron on a ce cerra rrarr rrápid ápidam am ente.  —Adelante.  —Ade lante.  —Bue  —B uena na sue suerte rte,, agente. age nte. Esper Esperoo que le pil pillen. len.  —Siga  —S iga aadela delante, nte, aam m igo. De pr prisa. isa. Los cilindros gimieron, el coche se levantó del suelo y aceleró. Al cabo de un rato la velocidad pero volvió a aumentar enseguida. se sobresaltó un poco disminuyó, cuando el vehículo se levantó, cabeceó levementeRichards y continuó su avance. Siguió respirando con apagados gemidos de cansancio. Se le habían  pasado  pasa do las gana ganass de eestornudar stornudar..

 

…Menos 59 y contando…

El viaj viaj e pare pareció ció du durar rar m ucho m ás de un unaa hora y m edi edia. a. Durant Durantee eell tray tray ecto lles es habían habí an detenid detenidoo dos vvec eces es m ás. Una de eell llas as par parec ecía ía una ccomprobac omprobació iónn ruti rutinaria naria de la documentación. En la siguiente, un agente de hablar pausado y voz apagada estuvo un buen rato charlando con Bradley de cómo aquellos malditos motoristas comuni com unist stas as eest staban aban aayy udand udandoo a aquel ttip ipo, o, R Riichar chards ds,, y probabl probablem em ente tam tambi bién én aall otro. Laughlin todavía no había matado a nadie, pero corría el rumor de que había violado a una mujer en Topeka. Después, no había existido nada más que el monótono silbido del viento y el aullido de sus propios músculos, agarrotados y helados. Richards no llegó a dormirse, pero su mente torturada le hizo entrar, finalmente, en un estado de semiinconsciencia. Gracias a Dios, en los coches aéreos no había monóxido de carbono. Siglos después del último control de carretera, el vehículo redujo la marcha y ascendió una rampa de salida en espiral. Richards parpadeó perezosamente y,  por unado instante instenante, pensó que iba a vom vomit itar. ar. P or prim primee ra vez e n su vida, se sentía m are areado un,coche. Recorrieron una serie enloquecedora de vueltas y rampas que Richards tomó  por un nudo de a utopi utopistas. stas. Ci Cinco nco m inut inutos os despué después, s, los ruidos de la c iudad se hicieron constantes. Richards intentó repetidas veces poner el cuerpo en otra  posición,  posi ción, per peroo le re result sultóó im imposi posible. ble. P or fin, se dio por ve vencido ncido y a guar guardó, dó, entumecido, a que el viaje terminara. El brazo derecho, que llevaba debajo del cuerpo, cuer po, se le habí habíaa dorm ido ido hacía m ás de una hora y se le había había cconv onver erti tido do en un  bloque de m a der dera. a. Alca Alcanz nzaa ba a tocá tocárse rselo lo ccon on la punta de la nar nariz iz,, per peroo lo únic únicoo que sentía era la presión en la propia nariz. Doblaron a la derecha, siguieron recto un trecho y dieron la vuelta otra vez. Richards notó el estómago en la garganta cuando el vehículo tomó una bajada  pronunciada  pronunc iada.. El ec ecoo del m motor otor le indi indicc ó que eestaba stabann baj o tec techado. hado. H Haa bían llegado al garaj gara j e. Escapó de ééll uunn débi débill ja jadeo deo de aali livi vio. o.  —¿Tiene  —¿ Tiene el rree sguar sguardo, do, am igo? —pre —preguntó guntó un unaa voz.  —Aquí lo lo ti tiee ne.  —Nivel cinco. c inco.  —Graa cia  —Gr cias. s. Continuaron adelante. El vehículo subió, hizo una pausa, dio vuelta hacia la derecha y, después, a la izquierda. Entraron en la zona de aparcamiento y el coche se posó en el suelo con un ruido sordo al parar el motor. El viaje había terminado.

Hubo una pausa y, a continuación, el sonido hueco de la puerta de Bradley que se abría y volvía a cerrarse. Sus pasos se acercaron al maletero y, segundos después, la rendija de luz ante los ojos de Richards desapareció al tiempo que la  

llave entraba en la cerradura.  —¿Estás  —¿ Estás bien, Ben?  —No —gruñó Ric Ric har hards—. ds—. Me Me has de dejj a do en la fr fronter onteraa de dell estado. ¡¡Abr Abree eesa sa m ald aldiita cer cerradura! radura!  —Un segundo. El lugar e stá stá vac vacío, ío, y e l c oche que e sper speráá bam os e stá aparcado justo al lado. A la derecha. ¿Podrás salir aprisa?  —No lo sé. V  —Inténtalo.  —Inté ntalo. Vaa m os allá. La tapa del maletero se levantó, dejando entrar la mortecina luz del garaje. Richards levantó un brazo, pasó una pierna por encima del borde, pero no pudo continuar. Su cuerpo acalambrado gritó de dolor. Bradley le asió del brazo y le ayudó a salir. Las piernas se negaban a sostenerle. Bradley le tomó por las axilas  le conduj conduj o m medio edio a rrastras astras hasta hasta eell ddesvencija esvencijado do C Chevrol hevrolet et verde aaparc parcado ado a la derecha. Abrió la portezuela del asiento del conductor, dejó caer a Richards en éstee y cerró. ést ce rró. Un m mom omento ento despu después, és, B Bradley radley entró ppor or el ot otro ro lado lado..  —¡Vay  —¡V ay a ! —susurr —susurró—. ó—. Lo hem os conse conseguido, guido, am amigo. igo. Hem os lllega legado do aquí.  —Sí —respondi spondióó Ri Ricc har hards—. ds—. « Vuelva a la Sa lida lida y re recc oja oj a doscientos dól —S dól ares»í .—re Apuraron un cigarrillo en las sombras. Los extremos encendidos brillaban como ojos. Durante un largo rato, ninguno de los dos dijo nada.

 

…Menos 58 y contando…

 —En el prim primer er control nos fue de m uy poco —m —murm urm uró Bradle Bradleyy m ientra ientrass Richards intentaba recuperar la sensibilidad del brazo mediante masajes. Era como si tuviera clavadas centenares de agujas invisibles—. Ese policía estuvo a  punto de aabrir brir eell m maa leter letero. o. A punto… Exhaló una gran bocanada de humo. Richards no respondió.  —¿Có  —¿ Cóm m o te sientes? —pre —preguntó guntó B Bra radley dley a cconti ontinuac nuación. ión.  —Mej or. or. T Tom omaa m i bi bill llee ter tero. o. Con Con el bra brazzo dorm ido ttodavía odavía no alc alcaa nz nzo. o. Bradl ra dley ey hi hizzo un gest gestoo para que se olvi olvidar daraa de dell asunt asunto. o.  —Más tarde tar de —dij —dijo—. o—. Ahora quier quieroo conta contarte rte c óm ómoo lo hem hemos os pl plane aneaa do R Rich ich y o. Richards encendió otro cigarrillo con la colilla del anterior. Poco a poco, iban relajándose una docena de calambres en su cuerpo.  —Hayy reser  —Ha re servada vada una habitac habitación ión pa para ra ti eenn un hotel de la c alle Winthrop. El sitio se llama Winthrop House. Suena bien, ¿verdad? Te llamas Ogden Grassner. ¿Lo —S rec recordará  —Sí. í.ordarás? Pe Pero ro s? m e van a re recc onoce onocerr inm inmedia ediatam tam e nte. Bradley tanteó con la mano el asiento trasero, tomó una caja y la dejó caer  en el regazo de Richards. Era alargada, de color marrón, e iba atada con una cuerda. A Richards le pareció un envoltorio típico de las tiendas de alquiler de traj ra j es para rece re cepcio pciones. nes. Di Dirig rigió ió a Bradl Bradley ey una m mirada irada de int inter errogación rogación..  —Ábrela  —Ábr ela.. Obedeció. Había un par de gafas gruesas, de vidrios azulados, sobre un retal de tela negra. Richards dejó las gafas sobre el tablero de instrumentos y sacó el traje. Era una sotana de sacerdote. Debajo de ella, en el fondo de la caja, había un rosario, una Bibli Bibliaa y una eest stol olaa púr púrpura. pura.  —¿De  —¿ De sac sacer erdote? dote? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds.  —Exacto.  —Exa cto. Cám Cámbiate biate aaquí quí mism mismo. o. Y Yoo te aayy udar udaréé . En el aasiento siento de aatrá tráss hay un  bastón. No te haga hagass el c iego, pe pero ro sí e l c orto de vis vista. ta. Tropie Tropiezza con las c osas. Estás en Manchester para una reunión del Consejo de las Iglesias sobre la drogadicción. ¿Lo tienes todo?  —Síí —af  —S —afirm irmóó Ri Richa chards. rds. Em Empezó pezó a desa desabroc brochar harse se la c am isa y se detuvo, ti titub tubea eante—. nte—. ¿¿De Debaj baj o de eeso so ssee llevan pa pant ntalones? alones? Bradl radley ey so solltó una una car carcaj caj ada.

 

…Menos 57 y contando…

Bradley siguió hablando rápidamente mientras conducía a Richards por la ciudad.  —En la m a leta hay una c aj a de e ti tiqueta quetass a dhesivas de c orr orreos. eos. Está en el  portaequipaj  portae quipajee s. La Lass e ti tiqueta quetass dice dicen: n: « De Devolver volver a los 5 días a Brick Brickhil hilll Manufa Manu facturi cturing ng C Compa ompany, ny, M Manche anchest ster er,, N. H.» . Las han ffalsi alsificado ficado Ri Rich ch y otro otro tipo ipo en una im imprenta prenta que ti tienen enen los Navaj er eros os en la ca call llee Boly oly son. son. Env Envííam e ca cada da día dos cintas en una caja, con una de esas etiquetas. Yo las remitiré a la Dirección de Concursos desde Boston. Envíalas por Entrega Inmediata. Nunca  podránn im  podrá imagina aginarse rse el truc truco. o. El coche se arrimó al bordillo frente al hotel Winthrop House.  —Dejj ar  —De aréé otra vez eell ccoche oche e n e l ga gara rajj e. No int intee ntes salir de Manc Mancheste hesterr sin cam ca m bi biar ar de dis disfra frazz. Ti Tienes enes que ser un ca cam m aleón, am amig igo. o.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto ttiem iem po cr cree es que esta estaré ré a salvo sa lvo aquí? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds. Se daba cuenta de que se había puesto en manos de Bradley. Parecía incapaz de seguir razonando mismo. Podía oler el agotamiento mental que le invadí nvadía, a, y su arom aromaa eera raportansíiint ntenso enso com como o el ol olor or corporal.  —Tieness reser  —Tiene re serva va par paraa una sem ana ana.. Creo que está bien, per peroo puede que no. Actúa por intuición. En la maleta hay un nombre y una dirección. Es un tipo de Portland, Maine, que te esconderá un par de días. Te costará dinero, pero es de los nuestros. Ahora tengo que irme, amigo. Ésta es una zona de estacionamiento limitado a cinco minutos. Es hora de hablar de dinero.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto? —pre —preguntó guntó R Richa ichards. rds.  —See iscientos.  —S  —¡Per  —¡P eroo eso ni si siquier quieraa ccubre ubre los ga gast stos…! os…!  —Sí, y queda  —Sí, quedann unos cua cuantos ntos dólare dólaress par paraa la fa fam m ilia. ilia.  —Tom  —T omaa m il il..  —No. Tú vas va s a ne nece cesit sitar ar e sos bi bill llee tes. Richards le miró, impotente.  —¡Por  —¡P or Dios, Bradle Bradleyy …!  —Mándanos  —Mánda nos m ás si lo consigues. Envíanos un m illón. illón. Rescá Rescátanos tanos de la miseria.  —¿Cree  —¿ Creess que lo conse conseguiré guiré?? Bra radl dley ey le dedi dedicó có una leve y tris ristte sonris sonrisa, a, y perm anec aneció ió en ssiilencio lencio..  —Entonces,  —Entonce s, ¿por qué? —inquirió Richa Richards, rds, a brum a do—. ¿Por qué has hec hecho ho tanto por mí? Comprendo que me ocultaras. Yo habría hecho lo mismo, pero ahora estás ar arriesgando riesgando a todo ttuu equipo equipo..

 —Da igual. T Todos odos ssaa ben ccuál uál ser seráá eell re resul sultado. tado.  —¿Ah,  —¿ Ah, sí? ¿Qué re result sultado? ado?  —Cee ro a c er  —C ero. o. Ese re resul sultado. tado. Si no c orr orrem em os rriesgos, iesgos, nos tendr tendrán án a tra trapados. pados.  

i siquiera será necesario esperar a que actúe el aire. Para eso, sería mejor  extender un tubo de goma directamente del gas al salón, conectar el Libre-Visor   esperar.  —Pee ro irá  —P iránn a por ti —in —insis sisti tióó Ri Ricc har hards—. ds—. Alguien Alguien te de delatar lataráá y ter term m inar inaráá s en un sótano con las tripas fuera. O Stacey. O la abuela. En los oj ojos os de Bradley hubo, por por un ins instante, tante, un destell destelloo m mortec ortecin ino. o.  —Yrebosantes sin eem m bar bargo go asado. se a ce cerc rca a unlamluna al día. Un día c iago pa para ra ellos. esos gusanos tripas de Veo teñida en asangre por Fusiles de y antorchas.  —La gente ll llee va dos m mil il años viendo ccosas osas aasí. sí. El contador de los cinco minutos llegó a cero y Richards se apresuró a abrir la  portezuela.  —Graa cia  —Gr ciass —m —musit usitó—. ó—. No sé ccóm ómoo expr expree sar sarte… te…  —¡Vam  —¡V am os, va vam m os! —re —respondi spondióó Bradle Bradleyy —. Déj Dé j am e ir a ntes de que m e  pongan una m ult ultaa . —S —Suu m ano negr negraa y fue fuerte rte asió a Ri Ricc har hards ds de la sotana sotana,, y añadió—: Y cuando te agarren, llévate a algunos por delante. Richards bajó del coche y se dirigió portaequipajes, del que sacó su maleta. Bradley le entregó un bastón de coloralrojizo oscuro. El coche se incorporó al tráfico sin problemas. Richards permaneció un m om omento ento en el bordi bordilllo viendo viendo cóm cómoo ssee aalej lejaba…, aba…, con aire m iope, iope, espera esperaba. ba. Las luces traseras desaparecieron tras una esquina y perdió de vista el coche, que ahora volverí volveríaa aall ggara arajj e, donde donde B Bradl radley ey lo dej dejaría aría para toma omarr eell oottro y regresar  a Boston. Richards tuvo una extraña sensación de alivio y advirtió que comprendía la si sittuación ddee Bradley. « Qué ccont ontento ento debe de eest star ar de librar librarse se de m í, por fin fin»» , se dijo. Richards ssee aacordó cordó de tropez tropezar ar en el e l pprime rimerr eescalón scalón de de la entrada a Wint Winthrop hrop House, y el portero le ayudó a subir.

 

…Menos 56 y contando…

Transcurrieron dos días. Richar ichards ds est estuvo uvo bi bien en eenn su papel. Es ddec ecir, ir, com o si su vi vida da de dependiera pendiera de eell llo. o. Cenó ambas noches en el hotel, en su habitación. A las siete de la mañana estaba a levantado y ley endo llaa Bi Bibl blia ia en eell vvestí estíbul bulo, o, ttra rass lloo cual salí salíaa a la « re reuni unión» ón» . El personal del hotel le trataba con la desidia y desprecio que podía reservarse a los sacerdotes torpes y medio ciegos (que pagaban sus facturas) en aquellos tiempos de asesinatos legales restringidos, guerras bacteriológicas en Egipto y América Am érica del S Sur ur y ley es aberra aberrant ntes es com comoo llaa del abort abortoo en Nevada, el « tenga unoo y m ate un un uno» o» . El papa era un vviiej o bal balbu bucea ceant ntee de 96 añ años os cuy os incoherentes edictos sobre los temas de actualidad aparecían en el espacio humorístico al final de los noticiarios. Richar ichards ds celebra ce lebraba ba sus sol solit itar arias ias « re reuni uniones» ones» en un cubí cubículo culo alq alqui uilado lado en llaa  bibliot  bibl iotee c a e n e l que, c on la puer puerta ta c e rr rrada ada,, se inform a ba sobre el tem a de la contam cont am in inac ació ión. n. Habí Habíaa m uy poca inform informac ació iónn po post ster erio iorr a 200 2002, 2, y ést éstaa no pare parecía cía coincidir con escrito un anteriormente el asunto. El Gobierno, como si siem em pre, eest staba abalohaciendo lent lentoo pero ef efiisobre ca cazz lavado de ccer erebro. ebro. A mediodía, se dirigía a un restaurante barato próximo al hotel, tropezando con la gente y pidi pidiendo endo exc excusas usas al entrar entrar.. Alg Algunos unos le re respon spondían: dían: « Est Estáá bien,  padree » . Otros, la m a y oría  padr oría,, sol soltaba tabann una distraída m a ldi ldición ción y le aapa parta rtaban. ban. Pasaba Pa saba las ttarde ardess en su hhabit abitac ació iónn y, mientras cena cenaba, ba, presenciaba  El fugit fugitivo ivo. Durante las mañanas, camino de la biblioteca, había enviado por correo cuatro cintas. cint as. La di dire recc cció iónn de Bo Bost ston on parec parecíía funcio funcionar nar perf perfec ecttam ente. Los productores del programa habían adoptado una nueva táctica para impedir el mensaje sobre la contaminación (en el que Richards insistía con una especie de complaciente frenesí; por lo menos, la gente que sabía leer en los labios le entendería): ahora, la audiencia del estudio ahogaba su voz con una creciente tormenta de gritos, maldiciones, palabras obscenas y vituperios. El griterío era cada vez más incontrolado, feroz hasta la locura. Durante las largas tardes, Richards meditó en que, durante sus cinco días de fuga, se había producido en él un cambio involuntario. Bradley era el causante. Bradley y la pequeña. Ya no era él solo, un hombre solitario que luchaba por su familia, destinado a ser aplastado. Ahora sabía que allí fuera estaban todos los demás, ahogándose en el propio aire que respiraban. Todos, incluida su familia.  Nuncaa había sid  Nunc sidoo un hom hombre bre socia sociable. ble. Ha Había bía re rehuido huido todo tip tipoo de ca causas usas con  profundo  prof undo dis disgust gusto. o. Eso e ra par paraa los im imbé béciles ciles sin dos dedos de fr free nte y pa para ra las  personas  per sonas que tenían de dem m a siado ti tiem em po y diner dineroo e n sus m a nos, com o esos

estudiantes m estudiantes medio edio bobos con sus chapit chapitas as y sus ggrupos rupos de ne neo-roc o-rockk. El padre de Richards abandonó a su familia una noche, cuando Richards tenía cinco años, demasiado pocos para conservar de él más que algunos recuerdos  

inconexos. Sin embargo, nunca había odiado a su padre por lo que había hecho. Comprendía bastante bien que un hombre, entre el orgullo y la responsabilidad, casi siempre escogería el primero. Sobre todo si la responsabilidad le privaba de demostrar su hombría. Un hombre de verdad no podía permanecer ocioso contemplando cómo su esposa conseguía cena para todos acostándose con otros. Si uunn hombre no pu puede ede ser m ás que eell chul chuloo o el m manteni antenido do de la m muj ujer er con que se ha casado, casde sado, ppensó ensó ha R Richards, ichards, má más s éis, le vale le saltar salt por la ventana de un robos rascacielos rasca cielos. Desde De los cinco hast staa los los di diec ecis iséis, ssee ha habí bíaar a de dedicado dicado a pequeños con su. hermano, Todd. La madre había muerto de sífilis cuando él tenía diez años y su hermano siete. Cinco años después, Todd también había muerto, arrollado por un llamativo neumocamión al que le habían fallado los frenos de emergencia mientras Todd procedía a cargarlo, en plena pendiente de una colina. La ciudad había enviado sus restos, como los de la madre, al Crematorio Municipal, que los chicos de la calle llamaban la Fábrica de Cenizas. Una muestra de su rencor y desesperación, pues sabían que también ellos tenían muchas probabilidades de terminar convertidos en un humo que las chimeneas vomitarían al aire de la ciudad. A los dieciséis, Richards se hallabadespués solo en el y cumplía un aturno entero de ocho horas limpiando motores demundo la escuela. Y pese esa agotadora actividad, el muchacho era presa de un pánico constante como resultado de saberse solo y desamparado, a la deriva. En ocasiones, se despertaba a las tres de la madrugada bajo el olor a col podrida del minúsculo  pisoo de una sola ha  pis habit bitaa ción, ccon on una sensa sensacc ión de te terr rror or en lo m máá s prof profundo undo de su alma. alm a. Era un ho hom m bre independi independiente ente y solo solo.. Por eso se había casado, y Sheila había pasado el primer año en un orgulloso silencio mientras sus amigas (y los enemigos de Richards, quien se había creado muchos por su negativa a participar en las expediciones de violencia callejera organizada, o a pertenecer a una banda local) esperaban a que llegara el primer  fruto del matrimonio. Al retrasarse éste, el interés general por la pareja decreció , finalmente, cayeron en ese limbo particular reservado en Co-op City para los recién casados. Cuatro amigos y un círculo de conocidos que sólo llegaba hasta la  puerta  puer ta de entr entrada ada de su propio bloque. A Ri Richa chards, rds, este a isl islam am iento no le im portaba, portaba, sin sinoo que le pare parecía cía per perfe fecto. cto. A partir de entonces se dedicó al trabajo plenamente, con estoica intensidad, apuntándose a las horas extra siempre que podía. Los salarios eran malos, no había posibilidades de promoción y la inflación estaba desatada, pero él y Sheila estaban enamorados, y así continuaron durante años. ¿Por qué no iba a ser así? Richards era uno de esos hombres solitarios capaces de volcar enormes cantidades de amor, afecto y, quizá, dominación psicológica sobre la mujer que

eligen. Hasta aquel punto, sus emociones habían permanecido prácticamente intactas, y en los once años de matrimonio jamás habían tenido una pelea en serio.  

Richards dejó su trabajo en 2018 porque las probabilidades de tener  descendencia disminuían con cada turno que pasaba enfundado en los inútiles trajes protectores de plomo, muy anticuados, que facilitaba la General Atomics. Todo habría ido bien si hubiera respondido con una mentira cuando el apenado supervisor le preguntó la razón de su renuncia. Sin embargo, Richards le había contestado, simple y llanamente, lo que pensaba de la General Atomics, concluyendo su yperorata con unapor invitación supervisor para que terminó tomara los trajes de plomo se los metiera donde lealcupieran. El incidente en una breve y enca encarniz rnizada ada pe pelea. lea. El supervis supervisor or era m usculo usculoso so y pare parecía cía duro, pero Richards le había hecho sollozar como una mujer. Así empezó a extenderse su mala fama. Era un tipo peligroso, mucha  preca  pre caución. ución. Si se pre precc isaba con urge urgencia ncia un hom hombre bre de sus c ar arac acter teríst ística icas, s, le contrataban por una semana y luego se libraban de él. En el argot de la G. A., Richards estaba en la Lista Roja. Durante los cinco años siguientes había pasado mucho tiempo empaquetando  cargando  ca rgando perió periódi dicos, cos, pero el trabaj o fue dec decre reciendo ciendo hhast astaa que las má máqui quinas nas se  par  parar aron. on. La Libre Libre-V -Visi isión ón ter term m inó con labuscando letra im impre presa, sa, cbajo on gra gran ef efica icaccde ia, lay Richards se halló de nuevo en la calle, empleo la nmirada  policc ía call  poli ca llee j e ra. ra . De Desde sde e ntonce ntoncess no había conse conseguido guido m á s que tra trabaj baj ar  esporádicamente en asuntos de un solo día. Los grandes movimientos de la década pasaron a su lado sin que se enterara, como fantasmas para un escéptico. No se enteró de la Matanza de las Amas de Casa del año 24 hasta que su esposa le comentó el asunto tres semanas después: doscientos policías armados de material antidisturbios y porras eléctricas de alto voltaje habían atacado a una multitud de mujeres que se manifestaban ante el Depósito de Alimentos del Suroeste. Sesenta mujeres habían resultado muertas. Richards también se enteró vagamente de que en Oriente Medio se estaba utilizando gas nervioso, pero ninguna de estas noticias le afectó. Las protestas no servían serví an de nada, y tam tampoco poco llaa vio violencia. lencia. El m und undoo era com comoo era era,, y Ben Richards Richards se movía por él como una afilada guadaña, sin pedir nada y buscando trabajo. Tuvo un centenar de empleos miserables que no duraban más que un día o algunas horas. Trabajó limpiando limos pegajosos como gelatina bajo los muelles y en los sumideros de la ciudad mientras otros en su misma situación, que creían sinceramente estar haciendo lo posible por encontrar trabajo,  perm  per m ane anecc ían sin hac hacer er nada. nada . « Mu Muévete, évete, gus gusano. ano. Piérdete, no hay trabaj o. Largo, ssii nnoo qu quieres ieres que te arranque arr anque llaa ccabeza. abeza. F Fuera uera.» .» Y finalmente, resultó imposible encontrar ningún tipo de trabajo. Un tipo con

 pasta, borr borraa cho y vestido con una c am isa de seda se le ac acee rc rcóó una tar tarde de eenn plena calle mientras Richards se arrastraba hacia su hogar tras un día estéril. El tipo le dijo que le daría diez Nuevos Dólares si se bajaba los pantalones, para que él  

 pudiera c om omproba probarr si er eraa cie cierto rto que los vaga vagabundos bundos de las ccaa lle lle s tenía teníann pe penes nes de más de un palmo. Richards le respondió dándole una paliza y escapando a toda  prisa del de l lugar. lugar. Fue entonces, tras nueve años de intentarlo, cuando Sheila quedó embarazada. La gente del bloque sólo murmuraba que él había sido limpiador de motores. ¿Alguien podía creer que, después de seis años en ese trabajo, hubiera dejado embarazada su monstruo mujer? Seguro sería yunsinmonstruo, era el comentario generalizado.a Un de dosque cabezas ojos. Radiación, radiación, vuestros vuest ros hijos ser serán án m ons onstruos truos… … Y sin embargo, nació Cathy. Sana, perfecta y llorona. La ayudó a venir al mundo una mujer del bloque, quien cobró por el trabajo cincuenta centavos y cuatro latas latas de ccer ervez veza. a. Ahora, por primera vez desde que su hermano muriese, Richards volvía a estar solo. Todas las presiones (por un instante, incluso la presión de la  persec  per secución) ución) ha habían bían de desapa sapare recc ido. Volcó todos sus pensamientos y toda su cólera hacia la Dirección de Concursos, con su enorme y poderoso nudo de comunicaciones que senasales extendía al mundo entero y sus bien alimentados ejecutivos, provistos de filtros de calidad, que pasaban las veladas con prostitutas de ropa interior de seda. ¡Ojalá cayera sobre ellos la guillotina! Sin embargo, no había manera de alcanzarles,  pues per perm m a nec necían ían entr entree som sombra bras, s, e ncum bra brados dos sobre todos los dem ás c om omoo e l  propio Edificio de Concursos. Concur sos. Por ser Richards como era —y por estar solo y en plena transformación—, se puso a darle vueltas al asunto. Allí, a solas en su habitación, al pensar en ello, no se dio cuenta de que en su rostro se formaba una sonrisa lobuna que parecía lo  bastante poder poderosa osa com o par paraa agr agrietar ietar c alles y der derruir ruir e dificios. La m isma sonrisa que había puesto aquel día ccasi sonrisa asi olvid olvidado ado eenn que ha había bía dado una pali palizza a un tipo rico, para huir a continuación con los bolsillos vacíos y la mente calenturienta.

 

…Menos 55 y contando…

El lunes lunes ttra rans nscurrió currió exac exactam tamente ente ig igual ual al do dom m ingo ingo —el mundo ddel el trabaj o y a no tenía un día festivo en especial— hasta las seis y media de la tarde. A esa hora, el padre Ogden Grassner pidió a la cocina del hotel (cuyos platos, que habrían parecido execrables a cualquiera que se hubiera criado con algo mejor que hamburguesas rápidas y píldoras de concentrados, le parecían sabrosos y apetitosos a Richards) que le subieran un buen filete y una botella de vino, y se instaló para presenciar las imágenes de  El fugit fugitivo ivo. La primera parte, dedicada a su caso, fue muy similar a los dos días anteriores. El sonido de las cintas quedaba ahogado por el griterío del público del estudio. Bobby Thompson se mostró, a la vez, comedido y virulento. En Boston se estaba procediendo a un registro casa por casa. Cualquier persona que diera albergue al fugitivo sería condenada a muerte. Richards emitió una carcajada carente de humor cuando se  produj o la prim e ra pausa par paraa los anunc anuncios. ios. No eestaba staba m al; en ccier ierto to modo, ha hasta sta resultaba entretenido. Se dijo que podía soportar cualquier cosa menos una repetición de las imágenes de los policías fue muertos. La segunda mitad del programa notablemente distinta. Esta vez, Thom Tho m ps pson on so sonreía nreía aabi bier ertam tamente. ente.  —Y a hora hora,, despué despuéss de habe haberr vis visto to la lass ccint intaa s rree m itidas itidas por e se m onst onstruo ruo que se esconde baj o el no nom m bre de Ben Ri Richar chards ds,, tengo tengo el pl plac acer er de comunicarles c omunicarles una  buena noti noticia cia… … Habían Ha bían cogido a La Laughl ughlin. in. Había sido visto el viernes en Topeka, pero una búsqueda intensiva por toda la ciudad durante el sábado y el domingo no había dado resultado. Richards creía que Laughlin había burlado el bloqueo igual que él. Sin embargo, el lunes por la tarde, hacía apenas unas horas, dos chicos le habían visto ocultarse en un cobertizo del departamento de Autopistas. Durante la huida, Laughlin se había rotoo llaa m uñ rot uñec ecaa dere derecha. cha. La cám c ám ara ar a m ostró ostró a llos os niños niños,, B Bobb obbyy y Mary Cowl owles, es, y su am ampl plia ia so sonris nrisa. a. A Bobby Cowles le faltaba un diente. Richards se preguntó, amargamente, si el ratoncito le habría dejado algún regalo. Thom Tho m ps pson on anun anunció ció con orgu orgull lloo que B Bobb obbyy y Mary, « ciud ciudadanos adanos nú núm m er eroo uno de Topek Topeka» a» , estarían en eell progra program m a la noche si sigui guiente ente para re recibi cibirr los Certificados de Mérito, el suministro de por vida de cereales a cargo de un  patrocina  patr ocinador, dor, y un ccheque heque de m il Nuevos D Dólar ólaree s pa para ra ca cada da uno, eentre ntregados gados por  Hizzzoner, gober Hiz gobernador nador de Ka Kansas. nsas. El anuncio provocó un estruendo de j úbi úbilo lo entre los asiste asiste ntes.

A continuación aparecieron las imágenes del cuerpo acribillado y roto de Laughlinn si Laughli siendo endo sac sacado ado de dell cober coberti tizzo, que ha habí bíaa quedado rreduc educid idoo a astill astillas as por el fuego concentrado. Entre el público del estudio hubo una mezcla de júbilo,  

abuc heos y silbi abucheos silbidos. dos. Richards apartó la mirada, asqueado. Unos dedos finos e invisibles parecían oprimirle las sienes. En la distancia, el Libre-Visor seguía informando de que el cuerpo estaba expuesto en la rotonda del edificio de la cámara legislativa de Texas. Ya había una larga cola de ciudadanos desfilando ante el cadáver. En una entrevista, uno de los do policías quedoshabían participado en la caza dijo que Laughlin no había  plantea  planteado dem asia asiados problem a s. « Mej Mejor or para ti ti»» , ppensó ensó Richards m ient ientras ras re recordaba cordaba a Laughl Laughlin in,, ssuu voz voz áspera y el aire dec decid idid idoo y burl burlón ón ddee sus oojj os. os. Ahora ya sólo quedaba un gran espectáculo. Y el centro del mismo era Ben Richar ichards. ds. S See le pa pasaron saron las ga ganas nas de engull engullir ir el ffil ilete. ete.

 

…Menos 54 y contando…

Esa noche tuvo un sueño muy inquietante, lo cual era muy inusual. El antiguo Ben Richards no había soñado jamás. Y algo todavía más extraordinario: en ese sueño, él no existía como  personaj  per sonaj e . S Sólo ólo asis asistí tía, a, invisi invisible, ble, ccom omoo espe especc tador tador.. La estancia del sueño difusa, yagua se convertía en tinieblas en los bordes campo de visión. Parecíaerarezumar de las paredes, y Richards tuvo del la impresión de encontrarse en algún lugar profundo, subterráneo. En el centro de la estancia aparecía Bradley atado a una silla de madera m ediant ediantee tiras de cue cuero ro que le suje sujetaban taban brazos brazos y pier piernas. nas. T Tenía enía la ca cabez bezaa rrapada apada como la de un penitente, y a su alrededor había varias figuras con capuchas negras. negra s. « Los Cazadores —pensó Richards ichar ds con cr crec ecient ientee eespanto spanto—. —. ¡Oh, Dios mío, son los Cazadores!»  —Yoo no soy e l que buscá  —Y buscáis is — —dij dijoo B Bra radley. dley.  —Síí que lo er  —S eree s, her herm m a nit nitoo —re —repli plicó có c on suavidad una de las figura figurass encapuchadas, mientras atravesaba la mejilla de Bradley con una aguja. Bradley aulló de dolor.  —¿Ere  —¿ Eress él?  —¡Mierda!  —¡Mier da! Otra aguja penetró sin resistencia en el globo ocular de Bradley y fue retirada rezumando un líquido incoloro. El ojo de Bradley tomó un aspecto deshin desh inchado chado y vacío.  —¿Ere  —¿ Eress él?  —¡Métete  —¡Mé tete eeso so por eell culo! Una porra eléctrica rozó el cuello de Bradley. Éste volvió a gritar mientras se le erizaba el cabello. Parecía un personaje de tiras cómicas, una especie de Tom Sawy er negro futu futuris rista. ta.  —¿Ere  —¿ Eress o no el que busc buscaa m os, her herm m anito?  —Los filtros filtros na nasale saless produc producen en c ánc áncee r —dij —dijoo Bra Bradley dley —. Estáis tod todos os podridos  por dentro, de ntro, blanquit blanquitos. os. Le destrozaron el otro ojo.  —¿Ere  —¿ Eress él? Bradl ra dley, ey, cciego, iego, se burló de ellos. ellos. Una de las figuras encapuchadas hizo una señal y Bobby y Mary Cowles aparecieron, alegres y contentos, de entre las sombras. Los niños empezaron a dar vuel vueltas tas en to torno rno a Bra radl dley, ey, m ient ientra rass ca cant ntaban: aban: « ¿Qui Quién én tem e al lo lobo bo fer feroz oz,, al lo lobo, bo, al lobo? lobo?»» .

Bradley empezó a gritar y a retorcerse en la silla, intentando levantar las m anos com comoo para prot protegerse. egerse. La to tonada nada retumbaba, cada vez a m ay or vo vollume umen, n, despid desp idiend iendoo m más ás y m ás eecos. cos. Los niños niños em empez pezar aron on a transform transformar arse. se. R Richards ichards vi vioo  

sus bocas abiertas y, en sus profundidades, unos colmillos que destellaban como filos fil os de navaj a.  —¡Haa blar  —¡H blaré! é! —gritó Bradle Bradleyy —. ¡H ¡Habla ablaré ré,, lo diré todo! ¡Y ¡Yoo no soy el que  buscáis!  buscá is! ¡V ¡Vuestro uestro hom bre es Ben Richa Richards! rds! ¡¡Ha Hablar blaré! é! ¡Oh, ¡O h, Dios, Dios…! Dios…!  —¿Dónde  —¿ Dónde e stá Ri Richa chards, rds, he herm rm anito?  —¡Haa blar  —¡H blaré! é! Está een… n… Pero susyapalabras quedaron ahogadasy tenso por lade Bradley canción. cuando Los niños se abalanzaban sobre el cuello inmovilizado Richards despertó, desper tó, bañado eenn sudor sudor..

 

…Menos 53 y contando…

Manchester y a no era un llugar Manchester ugar seguro. Richar ichards ds no ssabía abía si habían sid sidoo las not noticias icias de la brutal m muer uerte te de Laughli Laughlin, n, el su sueño, eño, o uuna na m mer eraa pre prem m oni onición ción.. El martes ma rtes po porr la m mañana añana perm anec aneció ió en la habi habitación tación,, en lu lugar gar de ac acudi udirr a la  bibl  bibliot iotee c a. aLeuna par pare e cía que c ada Al m inut inuto o que pa pasaba saba e n desde a quel la lugar er eraa una invitación rápida muerte. contemplar la calle ventana, le  parec  par eció ió ver a un Cazador c on su ccapuc apucha ha ne negra gra tra trass ccada ada anc anciano iano y c a da taxist taxista. a. Empezaron a atormentarle fantasías de hombres armados que se acercaban en silencio hacia su puerta. Sentía como si un enorme reloj desgranara los segundos en su cabez cabe za. Superó el período de indecisión poco después de las once de la mañana del martes. Era imposible seguir allí. Estaba seguro de que ellos ya sabían algo. Tomó el bastón y se encaminó torpemente hacia los ascensores. Bajó al vestíbulo.  —¿V  —¿ Vobsequiosa a a salir, pa padre Gr Graa ssner ssner?? —pre —preguntó guntó el re rece cepcionist pcionista, a, c on su habitual sonrisa y dre grasienta.  —Día li libre bre —re —respondi spondióó Ri Richa chards, rds, sin llega llegarr a volverse hac hacia ia e l tipo—. ¿Hay algún buen cine en la ciudad? Sabía que había al menos una decena de locales, ocho de los cuales ofrecían  películass de per  película perver versio siones nes e n tre tress dim dimensiones. ensiones. El re recc epcioni epc ionista sta le c ontestó, cautelosamente:  —Bue  —B ueno, no, cr cree o que eenn el Center pasa pasann viej viejaa s películas de Disney …  —Magnífico —com —c omentó entó Ri Richa chards rds ccon on voz anim animaa da. Al salir, tropezó con una de las macetas junto a la puerta. A un par de calles del hotel, entró en una tienda y compró un rollo enorme de vendas y un par de muletas baratas de aluminio. El dependiente puso sus compras en una gran bolsa de papel y Richards tomó un taxi en la esquina siguiente. El coche estaba exactamente donde lo había encontrado la primera vez. Si había algún vigilante en el aparcamiento, Richards no llegó a verle. Subió al coche y lo puso en marcha. Tuvo un sobresalto al advertir que no tenía ningún  perm  per m iso de cconducir onducir ccon on un nom nombre bre que no conoc conocier ieraa n per pero, o, fina finalm lmee nte, de dejj ó de  pensarr eenn eell  pensa llo. o. De todos m odos, no contaba c on que su nue nuevo vo disfr disfraz az soportar soportaraa un examen detenido. Si encontraba algún control de carretera, intentaría saltárselo. Quizá muriera en el intento pero, de todos modos, si le identificaban podía considerarse hombre muerto.

Guardó las gafas del padre Ogden Grassner en la guantera y salió del aparcamiento, saludando distraídamente al encargado de la puerta. Éste apenas levantó llaa m irada ra da de la re revi vist staa porn pornográfica ográfica que estaba hoje hojeando. ando.  

Se detuvo en la estación de servicio del límite septentrional de la ciudad para repostar una carga completa de aire comprimido. El muchacho encargado estaba en plena erupción de acné y parecía patéticamente deseoso de evitar la m irada de Ri Richar chards ds.. De m ome oment nto, o, ttodo odo perfe perfecto. cto. Pasó de la ruta 91 a la ruta 17, y de ésta a una carretera asfaltada sin nombre ni número. Cinco kilómetros después, redujo la velocidad junto a una zona enfaTras enfangada ngada de ccam am bio bio de senti sentido, do, lllena lena de rrodadas, odadas, y apagó el m mot otor or.. la cabeza lo situar convenientemente el retrovisor, procedió a vendarse más aprisa que pudo. En un olmo de aspecto agotado, un pajarillo cantaba incansable.  No e staba tan m al. Si tenía oca ocasión sión,, a ñadir ñadiría ía e n P ortland un protec protector  tor  cervical. Dejó en el asiento contiguo las muletas y puso el vehículo en marcha. Cuarenta minutos después, entraba en el cinturón de circunvalación de Portsmouth. Tomó la ruta 95, se llevó la mano al bolsillo y sacó el arrugado  pedazzo de pape  peda papell c uadr uadriculado iculado que le había dej a do Bradle Bradley. y. En é l, con la meticulosa caligrafía de quien ha aprendido a escribir por sí mismo, Bradley había anot a notado ado ccon on un lápiz de gra grafit fitoo blando:

Calle State, 94, Portland LA PUERTA AZUL, HUÉSPEDES Elton Parrakis (y Virginia Parrakis) Richards frunció el ceño por unos instantes. Después levantó la vista. Un vehículo policial, amarillo y negro, sobrevolaba lentamente el tráfico de la autopista, en equipo con un vehículo pesado de superficie que avanzaba sobre el asfalto. Durante unos segundos procedieron a controlarle, y poco después continuaron su marcha zigzagueante por los seis carriles, como en un grácil ballet . Era una patrulla de tráfico en labor de rutina. Los kilómetros fueron pasando y en el pecho de Richards tomó forma, casi de mala gana, una incómoda sensación de alivio que le incitaba, a un tiempo, a reír   a vom vomit itar ar..

 

…Menos 52 y contando…

Llegó a Portland sin más incidencias. Sin embargo, cuando alcanzó los límites de la ciudad y empezó a cruzar los  barrios  bar rios rree sidencia sidenciales les de Sc ar arborough borough (c (casa asass rrica icas, s, ccaa lle lle s rrica icas, s, eescue scuelas las priva privadas das rodeadas de vallas electrificadas), la sensación de alivio había empezado a difuminarse otra vez. Cazadores podían en cualquier parte. Podían estar  rodeándol rodeá ndole. e. O qui quiz zá noLos estaban aaún ún sob sobre re susestar pasos. pasos. La calle State era una zona de antiguas casas de tres o cuatro pisos, en  bastante m al eest staa do, próxim próximaa a un parque par que de descuida scuidado, do, con aaspec specto to de j ungla, que Richards consideró lugar ideal para los vagabundos, amantes, drogadictos y ladronzuelos de la pequeña ciudad. Nadie se aventuraría por la calle State después del crepúsculo sin un perro policía al lado, o sin un puñado de compañeros de banda como protección. El número 94 de esa calle era un edificio vetusto y negro de hollín, con las ventanas vent anas ocult ocultas as tras unas vi viej ej as per persi sianas anas ve verdes. rdes. La ca casa sa le sugería a Richards un anciano anci ano qu queejunto hubi hubier era uerto ayedad muy uy avanz avanzada on catara cataratas tas en lo loss oojj os. os.de Se detuvo ala m bordillo bajóm del coche.ada Laccon calle estaba salpicada coches aéreos abandonados, algunos de ellos oxidados y reducidos a amasijos casi informes. A la entrada del parque, un Studebaker aparecía tumbado de costado como un perro muerto. Obviamente, aquél no era territorio controlado  por la poli policía cía.. Si uno dej aba el coc coche he sin vigil vigilaa ncia ncia,, a los pocos poc os m inut inutos os tendr tendría ía alrededor a un puñado de muchachos enjutos, de mirada torva, escupiendo en actitud desafiante. Un cuarto de hora después, algunos de los muchachos habrían sacado destornilladores, palancas y llaves y estarían comparándolos, dando golpecitos con ellos, fingiendo duelos a espada. Enarbolarían las herramientas en alto con aire pensativo, como si estuvieran midiendo el viento o recibiendo por  ellas una misteriosa transmisión radiofónica. En menos de una hora, el coche se convertiría en una carcasa destrozada, desde los tubos y cilindros de aire hasta el  propio volante. Un muchac m uchachi hito to se ac acerc ercóó a Ri Richar chards ds m ientras ést éstee aafirm firmaba aba las m mul uletas etas en el suelo. Las cicatrices arrugadas y relucientes de una grave quemadura habían convertido la mitad del rostro del chiquillo en una masa horrorosa y desprovista de cabello, digna de Frankenstein.  —¿Quier  —¿ Quieree polvos, señor? B Buen uen m a ter terial. ial. Le pondrá e n la luna. El muchacho emitió una risita misteriosa y la carne de su rostro quemado,  protuberante  protuber ante y def deform orm e , se ba bam m boleó y c ontorsio ontorsionó nó de fform orm a gr grotesc otesca. a.  —Largo  —La rgo —r —ree spondi spondióó R Richa ichards, rds, lac lacónico. ónico.

El muchacho muc hacho int intentó entó dder erribar ribar de una patada una de las mul m uletas, etas, pero Ri Richar chards ds fue más rápido y, tras levantar una de ellas, la descargó sobre las posaderas del chiquillo. Éste salió corriendo, entre maldiciones e insultos.  

Ascendió los desgastados peldaños de piedra poco a poco y contempló la  puerta  puer ta de la vivi viviee nda. En otro ti tiee m po había sid sidoo a zul, per peroo la pintura pintura se había  borraa do y había saltado hasta da  borr darle rle un c ansino color de cielo cie lo de dell de desierto. sierto. Antes debía de haber tenido un timbre, pero algún vándalo lo había arrancado con un cortafríos. Richards llamó a la puerta y aguardó. No sucedió nada. Volvió a llamar. Eraelyaparque, avanzada la tarde y elbloque frío sedeextendía las elcalles. Desde al otro lado del edificios,lentamente alcanzaba por a oírse leve rumor rum or de las ho hojj as ot otoñal oñales es que se desprendí desprendían an de las ram as y ca caíían aall ssuelo uelo.. Allíí nnoo habí All habíaa na nadi die. e. Era hora de m ar archar charse. se. Sin embargo, llamó una última vez, curiosamente convencido de que había alguien algu ien en la ca casa. sa. Esta vez su insistencia se vio recompensada con el lento arrastrar de unas zapa apati till llas as ccase asera ras, s, qu quee se detuvi detuvier eron on ante la puer puerta. ta. P Por or ffin in,, una voz pre pregunt guntó: ó:  —¿Quién  —¿ Quién aanda nda aahí? hí? No m e inter interesa esa com pra prarr na nada. da. L Lár árguese guese..  —Me han ha n envia enviado do a eesta sta dire direcc ción… —dij —dijoo R Richa ichards. rds. La mirilla de la puerta se abrió con un breve crujido y un ojo castaño le observó. Después, la mirilla se cerró de nuevo con un chasquido.  —No le conoz c onozco co —dij —dijoo la voz voz,, en tono indi indife fere rente. nte.  —Me han ha n dicho que pr pree guntara por Elton Pa Parr rrak akis. is.  —¡Ah!,  —¡A h!, eere ress uno de éésos… sos… —re —repli plicc ó la voz voz,, de m a la ga gana. na. Al otro lado de la puerta empezaron a abrirse, uno por uno, los candados y  barra  bar rass de protec protección. ción. Cay e ron unas ca cadena denas, s, se oy ó el « c lic lic » de los tam ta m bore boress giratorios de un candado de seguridad, y luego de otro. Después, el estrépito de una barra de ac acer eroo al sser er apartada apar tada de la pu puer erta ta y, por fi fin, n, el rui ruido do ddee la ce cerra rradura dura de seguridad seguridad aall ser ser abierta. Cuando la puerta se abrió, Richards se encontró ante una mujer huesuda, de  pec hos li  pechos lisos sos y m a nos nudosas y enor enorm m e s. Su rostro no tenía a rr rrugas ugas y par parec ecía ía casi angelical, pero daba la impresión de haber encajado cientos de golpes directos, de gancho o cortos en una pelea sin límite de asaltos con el propio tiempo. Quizás éste fuera el ganador final, pero la mujer no parecía un contrincante fácil. Medía casi metro ochenta, incluso con sus zapatillas planas y aplastadas. Sus rodillas parecían dos tocones a causa de la artritis que las hinchaba. Llevaba el cabello envuelto en un gorro de baño. Los ojos castaños, que le observaban desde el fondo de unas cuencas muy hundidas (sus cejas se asomaban al precipicio como desesperados arbustos de montaña que pugnaran contra la aridez del terreno y la altitud), parecían inteligentes y agitados por algo

que podía ser miedo o cólera. Más tarde, Richards comprendería que la mujer, si sim m pl plem em ente, est estaba aba cconfu onfusa, sa, atem atemoriz orizada ada y al bord bordee de la locura.  —Soy  —S oy Virgini irginiaa P a rr rraa kis —dij —dij o ccon on voz monoc monocorde orde—. —. S Soy oy la m a dre de Elt Elton. on. Pase.  

…Menos 51 y contando…

La mujer no le reconoció hasta que le hubo conducido a la cocina para preparar  unas tazas tazas de té. La casa era antigua, oscura y destartalada. Estaba decorada en un estilo que Richards reconoció inmediatamente, pues era muy similar al de su casa de Har —Elt Hardi ding: ng:on m uebl uebles m odernos segunda ano. s c oloca  —Elton no es e stá —dijo laddee msegun ujer uj er,da , mmientra ientras olocaba ba la abollada teter teteraa de aluminioo so alumini sobre bre el quem quemador ador a gas. La cocin c ocinaa eest staba aba m ás il iluminada, uminada, lo que pon poníía de re reli lieve eve las m manchas anchas oscuras de humedad que salpicaban el papel pintado de las paredes, las moscas muertas (recuerdo del último verano) en el alféizar de las ventanas, el viejo linóleo surcado de negras arrugas, el montón de papel de envolver húmedo bajo el desagüe que goteaba. Richards percibió un olor a desinfectante que le hizo pensar  en las noches noches de vela en las habi habittac acio iones nes de enfe enferm rm os. os. La mujer cruzó la estancia y sus dedos hinchados efectuaron una dolorosa  búsqueda e ntrebolsas e l mde ontón de de utensil utensilios y obj objetos etos que invadía la m esalehasta encontrar dos té, una ellasios utilizada previamente. A Richards tocó esta última última,, lo cua cuall no llee extra extrañó. ñó.  —Elton  —Elt on está tr traba abajj ando —dij —dijoo la m uj ujee r, ccom omoo si llaa fr fraa se ffuer ueraa una a c usac usación ión  —. Usted viene de par parte te de ese ti tipo po de Bos Boston, ton, e se con quien Elton m a nti ntiene ene correspondencia sobre ese asunto de la contaminación, ¿verdad?  —En efe ef e c to, sseñor eñoraa P ar arra rakkis.  —See c onocie  —S onocieron ron e n Bos Boston. ton. Mi E Elt lton on se enc encaa rga de re repar parar ar las m áquina áquinass de venta automática. —La mujer pareció muy orgullosa de ello y así lo demostró durante unos instantes, tras los cuales inició su lento camino de regreso hacia el hornillo cruzando las dunas del linóleo—. Le he dicho mil veces a Elton que ese Bradley está metido en asuntos ilegales y le he advertido que ayudarle puede representar la cárcel o algo peor, pero Elton no quiere escucharme. No quiere hacer caso de lo que le aconseja su madre. —En este punto dibujó una sonrisa vagamente dulce y prosiguió—: Elton siempre ha sido aficionado a construir  cosas… Cuando Cuando era pequeño cons constru truyy ó una ccabaña abaña de ccuatro uatro habi habitacio taciones nes sob sobre re un árbol, ahí detrás. Eso fue antes de que talaran el olmo, ¿sabe usted? Sin embargo, fue ese negro el que le metió en la cabeza la idea de construir un m edid edidor or de cont contam am inac inaciión en P Portl ortland. and. Dejó caer las bolsas de té en dos tazas y permaneció unos instantes de espaldas a Richards, calentándose lentamente las manos sobre el hornillo de gas.  —Elton  —Elt on y Bradle Bradleyy se esc escribe ribenn con fr frec ecuenc uencia. ia. Yo le he adve advertido rtido que e l

correo no es seguro, que le descubrirán y acabarán en la cárcel, o algo peor. Sin em bargo, bargo, él ssiiem pre m e dice: « ¡V ¡Vam am os, os, ma mam m á!, nos escrib escribiim os en clave. Él m e  pide una doce docena na de m a nz nzana anass y y o le inform o de que m i tí tíoo eestá stá un poc pocoo pe peor» or» .  

Yo llee insi insist sto: o: « ¿De ve vera rass cre crees es que no se dan cue cuent ntaa de estas ttác ácti tica cass de age agente nte secretto aficion secre aficionado? ado?»» , pero él no qu quiier eree eescucharm scucharm e. Antes era todo todo lloo cont contra rario rio.. Antes Ant es er eraa su me mejj or am ig iga, a, per peroo llas as cosas han ca cam m biado. biado. S Síí, desde que alca alcanz nzóó llaa  pubertad,  puber tad, todo ha c a m biado. Tiene baj o la c am a re revis vistas tas asque asquerosa rosass y, a dem ás, ese asunto… Y ahora ese negro… Supongo que a usted le han sorprendido mientras comprobaba los humos, los agentes carcinógenos o algo así, y que ahora está  —Yo…  —Y o…huyendo.  —¡Noo m  —¡N mee im porta porta!! —r —replicó eplicó la m uj ujee r de desde sde la ve ventana ntana c on aire c olér olérico. ico. Al otro lado del cristal se divisaba un patio trasero lleno de pedazos de hierro viejo oxidado, llantas de neumático y un cajón de arena para juegos infantiles que ahora, muchos años después, aparecía rebosante de hierbas silvestres otoñales.  —No m e im importa porta —re —repit pitió—. ió—. La c ulpa es de e sos ne negros. gros. —S —See volvi volvióó hac hacia ia Richards y éste apreció en sus ojos un destello de furia y perplejidad—. Yo tengo sesenta y cinco años, pero era una jovencita de apenas diecinueve cuando eso empezó a suceder. Cuando tenía diecinueve años, los negros empezaron a pulular   por todas pa parte rtes. s. ¡¡S Sí, por todas pa parte rtes! s! —exc —exclam lam ó ccasi asi a gritos, com o si Richa Richards rds hubiera discrepado de sus palabras—. ¡Por todas partes! Primero enviaron a los negros a las mis m ism m as escuelas e scuelas qu quee los bblancos lancos.. Después em pezar pezaron on a ins insttalarse en la Administración y el Gobierno. Radicales, manipuladores de masas y  propugnadore  propugna doress de la rrebe ebeli lión. ón. Y Yoo no… De pronto, la anciana se interrumpió como si las palabras se le hubiesen astillado en la boca. Permaneció unos momentos con la mirada fija en Richards, comoo ssii fuer com fueraa la prime primera ra vez que llee veía.  —¡Oh,  —¡O h, no! ¡¡S Se ñor, tene tenedd pieda piedad! d! —susurr —susurró. ó.  —Se ñora P a rr  —Se rraa kis…  —¡No!  —¡N o! —sa —salt ltóó ella ccon on una voz ronca de te terr rror—. or—. ¡¡No, No, no! ¡¡Oh, Oh, no! Empezó a avanzar hacia él; se detuvo un instante junto a la mesa, asió un largo ar go y re rellucient ucientee cuchil cuchillo lo de ccar arni nice cero ro de un ca cajj ón y cont contin inuó uó avanz avanzando. ando.  —¡Fueraa ! ¡¡F  —¡Fuer Fuer ueraa ! Richards se puso en pie y empezó a retroceder lentamente, primero por el corto pasillo entre la cocina y el salón en sombras, y luego por este último. Advirtió que de una pared colgaba un antiguo teléfono de pago, reliquia de los tiempos en que la casa había sido una posada de verdad. La Puerta Azul. Huéspedes. Se preguntó cuántos años haría de eso. ¿Veinte? ¿Cuarenta? ¿Antes de que los negros escaparan al control, o después?

Cuando ya empezaba a retroceder por el vestíbulo hasta la puerta delantera, oyó el ruido de una llave que era introducida en la cerradura. Tanto él como la mujer quedaron inmóviles, como si una mano celestial hubiera detenido la  película par paraa de decc idi idirr qué hac hacee r a c onti ontinuac nuación. ión.  

Se abrió la puerta y entró Elton Parrakis. Era un muchacho inmensamente obeso, que llevaba el cabello, rubio y sin brillo, peinado hacia atrás en unas ridícul rid ículas as on ondas das qu quee dej aban despej despejada ada su fre frent ntee y enm enmar arca caban ban un rost rostro ro re redon dondo do e infantil, dándole un aire de perpetua perplejidad. Iba vestido con un uniforme azul y oro de la compañía de máquinas automáticas y, al entrar, dirigió una m irada pensativ pensativaa a V Virgi irginia nia Par P arra rakkis. is.  —Dejo!  —De j a —gr eese se ccuchillo uchillo, maa m á.  —¡N  —¡No! —grit itó ó ella. , m Sin embargo, una expresión de derrota había empezado ya a formarse en su rostro. Elton cerró la puerta y avanzó hacia ella con una risita. La mujer se apartó, mientras decía:  —Tieness que hac  —Tiene hacee r que se vay a, hij hijo. o. Es e se m onst onstruo, ruo, e se Ri Richa chards. rds. Eso si signi gnifica fica la cá cárce rcell o al algo go peor, ¡y no qu quiier eroo que te su suce ceda da nada! La anciana empezó a sollozar, dejó caer el cuchillo y se derrumbó en los  brazzos del m ucha  bra uchacc ho. Éste la a c ar arició ició y la sost sostuvo uvo a m orosa orosam m e nte m ientra ientrass ella seguía llorando.  —Vaa m os, m  —V mam am á , no llore llores. s. Na Nadie die va a ll lleva evarm rm e a la cá c á rc rcee l, m maa m á . De Dejj a de llorar. El muchacho dedicó a Richards una sonrisa por encima de los hombros temblorosos y encogidos de la mujer. Era una sonrisa que pretendía expresar: « Lam ento m uchí uchísi sim m o ttodo odo esto esto»» . R Richards ichards aguardó.  —Bue  —B ueno no —dij —dijoo Elto Eltonn c uando e l llanto se tra transfor nsform m ó e n soll solloz ozos—. os—. E Escuc scucha ha,, mamá, el señor Richards es un buen amigo de Bradley Throckmorton, y va a quedarse con nosotros un par de días. El Ella la se puso puso a grit gritar ar y el m muchac uchacho ho llee tapó llaa boca con llaa m ano, alarm alarmado. ado.  —Va m os, m a m á. El señor Ri  —Va Richa chards rds va a queda quedarse rse.. Yo lleva llevaré ré su coc coche he a l garaje y, mañana por la mañana, tú saldrás con un paquete que echarás al correo  paraa Cleve  par Cleveland. land.  —Paa ra Bo  —P Boston ston —int —intee rvino autom automática áticam m ente Ri Richa chards—. rds—. La Lass cintas van a Boston.  —Ahora van a Cl Clee vela veland nd —dijo Elt Elton on P ar arra rakkis con una sonrisa pac paciente—. iente—. Bra radley dley ha tenid tenidoo que hui huirr.  —¡Oh,  —¡O h, S Señor eñor!!  —¡Tú tam bién te tendrá ndráss que hac hacee rlo! —gritó llaa señor señoraa P ar arra rakkis a su hij hijo—. o—. ¡Y entonces ento nces te aatrapará traparán! n! Est Estás ás dem asi asiado ado gordo gordo… …  —Voy  —V oy a ll lleva evarr a l señor Ri Ricc har hards ds al piso piso de ar arriba riba pa para ra e nseñarle nseña rle su

habitación, mamá.  —¿El  —¿ El señor Ri Richa chards? rds? ¿A qué viene tanto señor Ri Richa chards? rds? ¿P or qué no le llamas por su verdadero nombre? ¡El señor Veneno! Elton se separó de ella con gran delicadeza y Richards subió tras él,  

obedientemente, la escalera en penumbra.  —Ahí arriba ar riba hay m ucha uchass habitac habitaciones iones —dijo Elton entre j a deos, m ientra ientrass sus  piernas  pier nas y nalga nalgass esc escaa laba labann pe penosam nosam e nte los pelda peldaños—. ños—. Ha Hacc e m uchos años había aquí una casa de huéspedes. Eso fue cuando yo era un niño. Desde la habitación podrá ver la calle.  —Quizáá sea m e j or que m e m a rc  —Quiz rche he —dij —dijoo Ri Ricc hards—. har ds—. Si Bradle Bradleyy e stá e n apuros, quizá su ha madre tenga razón.  —Esta e s su es habit bitaa ción —c —contestó ontestó Elt Elton, on, aall ti tiem em po que abr abría ía la puer puerta ta de una estancia húmeda y llena de polvo, que era un fiel reflejo del paso del tiempo. El muchacho parecía no haber oído el comentario de Richards—. Me temo que no tendrá muchas comodidades, pero… —Se volvió hacia Richards con su paciente so sonris nrisaa de « deseo complace complacerle» rle» —. Pue Puede de qu quedar edarse se ttodo odo el ttiem iempo po que qqui uier eraa  —añadió—.  —aña dió—. Bradle Bradleyy Throc Throckkm orton es e l m e j or a m igo que he tenido. —S —Suu sonrisa vaciló ligeramente—. El único amigo que he tenido. No se preocupe por  m i ma madre. dre. Y Yoo m mee ocup ocuparé aré de ell ella. a.  —See rá m ej or que m e vay a… —se li  —S lim m it itóó a rrepe epeti tirr Richa Richards. rds.  —Im posi posible. ble. Sa be pe perf rfec ectam tam e nte que e sa c abe abezza venda vendada da no ha podido engañar mucho tiempo ni siquiera a mi madre. Ahora voy a llevar su coche a un lugar seguro, señor Richards. Después hablaremos. Elton salió pesada y apresuradamente de la habitación. Richards advirtió que la parte trasera de los pantalones de su uniforme aparecía lustrosa por el uso. El muchacho parecía haber dejado un leve aroma a disculpa en la estancia. Richards observó el exterior por una rendija de la vetusta persiana y vio salir  a Elton por el sendero de asfalto cuarteado. Instantes más tarde, el obeso m uchac uchacho ho ssee in inttrodujo eenn el coc coche, he, pero volv volviió a sali salirr inme inmedi diatam atam ente. R Regre egresó só a toda prisa hacia la casa y Richards sintió una punzada de terror. Elton subió trabajosamente los escalones hasta la habitación de Richards, abrió la puerta y dedicó al huésped otra de sus sonrisas.  —Mam á ti tiene ene ra razzón —dijo—. No soy un gra grann age agente nte sec secre reto. to. Me he ol olvi vidado dado de pedirle las ll llave aves. s. Richar ichards ds se las eent ntre regó gó e int intentó entó un chist chiste: e:  —Es me m e j or m e dio age agente nte se secr cree to que na nada… da… La frase no causó ninguna reacción en Elton, o quizá despertó en él algún recuerdo amargo; era evidente que el muchacho llevaba consigo sus angustias vitales, y Richards casi pudo oír las voces fantasmales y burlonas de los niños, que le seguirían seguirían si siem em pre, ccom omoo pequeños vvagones agones ttra rass una locomoto locomotora. ra.  —Graa cia  —Gr ciass —di —dijj o R Richa ichards rds eenn voz baj a.

Elton salió de nuevo y el coche en que Richards había viajado desde New Hampshire se alejó hacia el parque. Richards retiró el cubrecama y se dejó caer despacio sobre el lecho, respirando superficialmente y con la mirada fija en el techo. La cama parecía  

envolverle en un abrazo perverso y húmedo, incluso a través de las mantas y de sus propias ropas. Un olor a moho se colaba por sus fosas nasales como un  poem a sin sentido. En la planta baja, la madre de Elton seguía llorando.

 

…Menos 50 y contando…

Echó una cabezada, pero no llegó a conciliar el sueño. La oscuridad era ya casi tot otal al cuando oy oyóó de nuevo las pi pisadas sadas y j adeos de Elt Elton on en la eescalera scalera.. R Richards ichards apoy ó los ppies ies en el suelo, aliv aliviado. iado. Cuando el muchacho llamó y abrió la puerta, Richards vio que se había cam ca bi biado ado deyrropa. opa. Ahora ra ll llevaba cam m is isaa de deport portiiva del tam tamaño año de una ti tienda enda demcam paña un unos osAho tej anos anos. .evaba una ca  —Yaa está —dijo E  —Y Elt lton—. on—. Lo he de dejj ado j unto al par parque. que.  —¿No  —¿ No lo destroz destrozaa rá rán? n?  —No. Le L e he puesto un segur seguro. o. Una bate batería ría c onec onectada tada a dos pinza pinza s. Si algui alguiee n le pone la mano encima, o si lo intenta con una palanca de hierro, se llevará una descarga y disparará una alarma. Funciona perfectamente. Lo he diseñado yo mismo. Elton tomó asiento con un profundo suspiro.  —Explícc am e e so de Cl  —Explí Clee vela veland nd —exigió Richa Richards, rds, pues se ha había bía dado cue cuenta nta de que era m uy fásecilenc tratar Elt Elton on con exig exigencias. El muchacho mucha chofácil encogi ogióóade hom hombros bros. . encias.  —Bueno,  —Bue no, es un ti tipo po c om omoo y o. Le c onocí un día que fui con Bradle Bradleyy a la  bibliot  bibl iotee c a, en Bo Boston. ston. P e rte rtenec necee a nuestro pe pequeño queño c lub anticontam inac inación. ión. Supo upongo ngo qque ue m am á te habrá cont contado ado algo al respec respectto. Se frotó las manos y sonrió con aire desdichado.  —En efe ef e c to, algo m mee ha dicho —asinti —asintióó Ri Richa chards. rds.  —Mam á e s…, eess un poc pocoo ccorta orta de luce luces. s. No e nti ntiende ende gra grann ccosa osa de lo que ha venido ocurriendo durante los últimos veinte años, más o menos. Siempre está con el e l cora corazzón en un puño ppor or m í, ppues ues soy lo úúni nico co que tiene tiene..  —¿Cree  —¿ Creess que aatra trapa pará ránn a Bra Bradley dley ?  —No lo sé. Bradley Bradle y ti tiene ene una bue buena na rree d de…, de e spi spionaj onaj e. Sin em bargo, su suss ojos rehuy er eron on llaa m ira rada da de Richards.  —Tú… En ese instante se abrió la puerta y apareció la señora Parrakis. Llevaba los  brazzos cr  bra cruz uzaa dos sob sobre re el pecho pe cho y sonre sonreía, ía, pe pero ro sus oj ojos os ttee nían un brill brilloo extr extraño. año.  —Acaa bo de ll  —Ac llaa m a r a la poli policc ía —anunc —anunció—. ió—. Ahora tendr tendráá que lar largar garse se de aquí. El rostro de Elton adoptó un color blanco amarillento, como el de una perla.  —Estás mint m intiendo… iendo… Richards se puso en pie de un salto y se detuvo, ladeando la cabeza como

 paraa ccapta  par aptarr aalgún lgún ssonido onido llej ej ano. Y, ef efec ecttivam ivam ente, oy oyóó a lo llej ej os uunas nas si sire renas nas qu quee se aproxi aproxim m aban.  —¡Noo m iente! —dij  —¡N —dijo, o, a l ti tiem em po que le invadía una desa desagra gradable dable sensa sensación ción de futilidad. De nuevo estaba en la primera casilla del juego—. ¡Llévame al  

coche!  —Está m int intiendo iendo —ins —insist istió ió Elt Elton. on. Se puso en pie y exte extendió ndió la m a no par paraa tocar el brazo de Richards, pero la retiró antes del contacto, como si temiera quemarse—. Son los bomberos.  —Llévam  —Lléva m e aall coc coche. he. D Dee pr prisa. isa. Las sirenas eran ahora claramente audibles, y sus gemidos subían y bajaban de volumen, volume n, locos lllenando lenando a Rras… ichar ichards nebuloso so tter error ror.. Allí Allí est estaba aba,, enc encer erra rado do con aquel par de locos, ,m mient ientra s…ds de un nebulo  —Mam á … —gi —gim m ió El Elton ton con eell rostro dese desenca ncajj a do y voz supl suplica icante. nte.  —¡Less he ll  —¡Le llam am a do! —bar —barbotó botó la m uj ujee r, m ientra ientrass aasía sía uno de los aabotaga botagados dos  brazzos de su hij  bra hijoo com o si quisi quisier eraa sac sacudirle—. udirle—. ¡T ¡Tenía enía que hac hacer erlo! lo! ¡P ¡Por or ti! ti! ¡Ese negro te ha metido en todo esto! ¡Diremos que Richards irrumpió en la casa y nos dará daránn el di dinero nero de la re recom compensa…! pensa…!  —¡Vam  —¡V am os! —gruñó Elto Eltonn a Richa ichards rds m ientra ientrass intentaba liber liberaa rse de ella; sin embargo, la mujer se asía a él desesperadamente, como un perrillo acosando a un per percher cherón. ón.  —¡Tee nía que hac  —¡T hacee rlo! ¡T ¡Tenía enía que poner fin a esos conta contactos ctos c on ra radica dicales, les, Elton! ¡Tenía que…!  —¡Elton! —gritó Richa Richards—. rds—. ¡E ¡EL LTON! Por fin, el muchacho se liberó del abrazo. La mujer cayó al suelo, cruzó a rastras la habitación y quedó derrumbada sobre la cama.  —¡Rápido! —dij —dijoo Elto Eltonn c on e l rostro ll lleno eno de pesa pesarr y ter terror ror—. —. ¡V ¡Váá m onos, aprisa! Sali alier eron on ddee la habit habitac ació ión, n, bbaj aj ar aron on apresuradam ente llaa eescalera scalera y sal salieron ieron ppor  or  la puerta delantera. Elton inició un esforzado y trepidante trote. Empezaba a adearr otra vez adea vez.. En el piso de arriba, filtrándose a través de la ventana cerrada y la puerta abierta de la vivienda, el grito de la señora Parrakis aumentó hasta convertirse en un chilli chillido do que se ffundi undióó con las si sire renas nas que se apr aproxi oxim m aba aban: n:  —¡LO HE HE HECHO CHO P POR OR TII TIIII IIII IIII III! I!

 

…Menos 49 y contando…

Sus sombras les persiguieron calle abajo hacia el parque, difuminándose y desvaneciéndose cada vez que se aproximaban y pasaban bajo las farolas de la G. A., protegidas con alambres. Elton Parrakis respiraba como una máquina de vapor, emit em itiend iendoo enorm enormes es y sonoros sonoros j adeos y re resu suell ellos os.. Cruzaron calle y, dedelpronto, los Unos faros delanteros de un coche les iluminaron desde el otrolaextremo bloque. destellos azulados bañaron la calle mientras el coche de la policía frenaba con un chirriar de neumáticos a cien metros de los fugitivos.  —¡RICHARDS!! ¡BEN RIC  —¡RICHARDS RICHARDS! HARDS! —re —retum tumbó bó una voz de gigante por el megáfono del vehículo.  —El coche… coc he… eestá… stá… ahí de delante lante —j ade adeóó Elt Elton—. on—. ¿¿Lo Lo ve? Richards aca acababa baba de localiz ocalizarlo. arlo. El Eltton lloo habí habíaa apar aparca cado do corre correctam ctam ente baj o una arbol ar boleda eda de aabedul bedules es grana granados dos,, ce cerca rca del llago. ago. El vehículo policial se puso en marcha de nuevo, bruscamente. Los neumáticos traserosbrutalmente humearon en pavimento alElacelerar y el motor a gasolina gimió al aumentar laselrevoluciones. coche golpeó el bordillo, los faros far os apu apunt ntar aron on ppor or un m mome oment ntoo al cielo yy,, fin finalm almente, ente, iilu lum m inar inaron on a la par parej ej a. Richards se volvió hacia las luces, presa de un súbito escalofrío y casi incapaz de reaccionar. Sacó del bolsillo la pistola de Bradley y continuó retrocediendo. El resto de los policías no había aparecido todavía. El coche patrulla se lanzó tras ellos a través del parque, levantando grandes nubes de tierra negra al tomar la curva a to toda da velocid velocidad. ad. Richards disparó por dos veces contra el parabrisas, que se astilló sin llegar a romperse. Cuando el coche ya estaba casi encima de él, se apartó de un salto y rodó por el suelo, notando la hierba seca en el rostro. Rodilla en tierra, hizo dos disparos más a la parte trasera del coche policial, el cual dio media vuelta y volvió a enfilar hacia él con sus destellos, que convertían la noche en una terrible  pesadil  pesa dilla la de som sombra brass vivi viviente entes. s. El vehíc vehículo ulo de la poli policía cía se encontra enc ontraba ba a hora entre Richards y su coche, pero Elton había alcanzado éste por el otro lado e int ntentaba entaba fre frenéti nética cam m ente desconectar la tram pa eléc eléctri trica ca de la port portez ezuela. uela. En el coche de la policía, que venía hacia Richards otra vez, una silueta asomaba por la ventanilla del copiloto. Un tableteo concentrado llenó la oscuridad. Era un fusil ametrallador. Las balas horadaron el césped alrededor de Richards en un dibujo sin sentido. Restos de tierra le saltaron a las mejillas y le m ancharon llaa ffrent rente. e.

Se arrodilló como si fuera a rezar y disparó de nuevo al parabrisas. Esta vez, la bala hizo un agujero en el cristal. El coche estaba encima de él… Saltó hacia la izquierda y el parachoques de acero reforzado le golpeó el pie  

iz izqui quier erdo, do, rom rompiéndol piéndolee en dos el tob tobil illo lo y lanz lanzándole ándole de bruce brucess al suelo. El motor del coche patrulla lanzó un gemido, al límite de sus posibilidades, y formó una profunda rodada al efectuar una nueva media vuelta muy cerrada. Los faros volvieron a enfocar a Richards, iluminando la escena con un color   blancoo m  blanc monocr onocrom omo. o. R Richa ichards rds intentó llee vanta vantarse rse,, per peroo el tobil tobillo lo roto no llee sostuvo. Respirando a grandes bocanadas, contempló el vehículo policial que se le echaba encimaendepleno nuevo. Todo había nico tomado aire surrealista yarse excitante. m ente estaba ddeli elirio rio adrenalí adrenalíni co y todo toun do ppar arec ecía ía desarroll desarrollar se de formSua lenta, deliberada y orquestal. El coche patrulla que se acercaba era como un enormee y ciego ttoro enorm oro de li lidi dia. a. El fusil ametrallador tableteó nuevamente y, en esta ocasión, una bala le atravesó el hombro izquierdo, haciéndole caer de costado. El vehículo intentó desviarse para arrollarle y, por un segundo, la figura al volante quedó a tiro. Disparó una bala y la ventanilla del conductor estalló hacia dentro. El coche gimió, resbaló de costado y dejó una profunda huella en la tierra hasta que,  perdido  per dido el c ontrol, dio una vuelta de c am pana pana.. El tec techo ho quedó a plastado y el vehículo se detuvo, finalmente, sobre un costado. El motor se ahogó y, en el repentino y sorprendente silencio que siguió, la radio del coche patrulla emitió un sonoro chasquido. Richards segu seguía ía si sinn pod poder er pon poner erse se eenn pi pie, e, aasí sí que em e m pez pezóó a ar arrastrarse rastrarse hacia el coche. Elton ya estaba dentro e intentaba ponerlo en marcha pero, presa del  pánico,  pánic o, había olvi olvidado dado abr abrir ir e l segur seguroo de los propulsore propulsoress de air airee ; ca cada da vez que daba al contacto, sólo conseguía una tos hueca del aire contenido en las cámaras. La noche em e m pez pezóó a llenar llenarse se de si sire renas nas qu quee se aaproxi proxim m aban. Richards estaba todavía a cincuenta metros del coche cuando Elton advirtió  por fin su e rror rr or y a brió el paso del air airee . En el siguiente siguiente int intento ento de poner ponerlo lo e n marcha, el motor carraspeó caprichosamente hasta cobrar vida, y el vehículo empezó a deslizarse sobre el colchón de aire hacia Richards. Este consiguió incorporarse a medias, abrió la portezuela del copiloto y cayó en el e l int inter erior ior.. Elt Elton on to tom m ó hac hacia ia la iz izqui quier erda, da, eenn direc dirección ción a la ruta 77, que ccruz ruzaba aba la calle State por encima del parque. El piso del vehículo avanzaba a menos de dos dedos del pavimento, altura insuficiente que podía hacerles volcar si tropezaba tropez abann ccon on aalg lgún ún obst obstác ácul ulo. o. Elton aspiraba profundas bocanadas de aire, que dejaba escapar después con la fuerza su suficient ficientee pa para ra hacer hace r vib vibra rarr sus llabio abioss com comoo si fuera fuerann persi persianas anas baj o un vendaval. Dos nuevos coches patrulla aparecieron aullando por la esquina en su

 per secución.  persec ución. La Lass luce lucess azul azules es de dest stee ll llaba aban, n, ca cada da ve vezz m á s próxim próximaa s.  —¡Nos  —¡N os van a pil pillar lar!! —grit —gr itóó Elt Elton—. on—. ¡Son muc mucho ho m máá s rá rápidos pidos…! …!  —¡Per  —¡P eroo va vann sobre rue ruedas! das! —re —repli plicc ó Richa Richards, rds, ta tam m bién a gritos— gritos—.. ¡¡Corta Corta por  ese so solar lar vac vacío ío!!  

El coche aéreo se desvió a la izquierda y, al pasar sobre el bordillo, los ocupantes fueron lanzados violentamente hacia arriba. El aire comprimido del m oto otorr les im impul pulsó só lluego uego hac hacia ia delante, tra traquetea queteando ndo ssobre obre el pis pisoo irre irregul gular. ar. Detrás de ellos, los coches patrulla seguían aproximándose y sus ocupantes empezaban a disparar. Richards oyó como unos dedos de acero agujereaban la carrocería de su vehículo. El cristal trasero estalló con un tremendo estruendo y unaEntre lluviagritos, de fragmentos de zigzaguear cristal de seguridad cayó sobre Elton y Richards. Elton hizo el vehículo a izquierda y derecha. Uno de lo loss coches coc hes pa patrul trulla, la, que venía ve nía a cien por hora, no advirti advirtióó el bordil bordillo lo hast hastaa que ffue ue demasiado tarde. El vehículo intentó virar desesperadamente, sus luces azuladas desgarraron la oscuridad con locos haces de luz y, finalmente, saltó sobre el  bordilloo y fue a c a er de costa  bordill costado do sobre un m ontí ontícc ulo de basura basur a y esc escom ombros bros e n medio del solar, dejando en él un profundo surco. Instantes después, una chispa  prendió  pre ndió en eell depósito de ga gasol solina, ina, rree squebr squebraa j a do por e l gol golpe pe.. El ve vehículo hículo eestall stallóó con una llamarada blanca. El segundo coche patrulla continuaba en su persecución, pero Elton consiguió despistarle momentáneamente. Habían conseguido distanciarse, pero el vehículo  polic ial podría re  polic recupe cupera rarr m uy pronto la dis distanc tancia ia perdida. per dida. Los c oche ochess de superficie impulsados por gasolina eran casi tres veces más rápidos que los aéreos, aé reos, y si uno ddee est estos os úúlt ltimos imos se separa separaba ba eenn exce exceso so ddel el suel sueloo o se aapartaba partaba de la carretera, la superficie irregular bajo los chorros impulsores podía hacer  volcar el coche, como ya casi había sucedido cuando Elton se había subido al  bordillo.  bordill o.  —¡A la de dere recc ha! —gritó R Richa ichards. rds. Elton inició otra curva que les hizo subir el estómago a la garganta y les sometió a un terrible traqueteo. Se encontraban ahora en la ruta 1. Richards advirtió que, si continuaban en aquella dirección, pronto se verían obligados a tomar la rampa de entrada a la autopista de la costa. Allí no tendrían ninguna posibilidad de efectuar una maniobra evasiva. Allí delante sólo les aguardaba la muerte.  —¡Sal de ahí! a hí! ¡Sal de aahí, hí, m maa ldi ldita ta se sea! a! ¡P ¡Por or eese se ccallej allej ón! Por un instante, el coche patrulla quedaba fuera de la vista, detrás de la última curva.  —¡No!  —¡N o! ¡¡No! No! —fa —farf rfull ullóó Elt Elton—. on—. ¡Aquí nos atra atrapar paráá n com o a rraa tas! Richards saltó hacia él y dio un golpe de volante al tiempo que, con el mismo impulso, apartaba la mano de Elton del mando de energía. El coche se deslizó en una curva de casi noventa grados, rozó el hormigón del edificio que formaba la

esquina del callejón y penetró en éste con un ángulo inadecuado. La nariz roma del vehículo dio contra un montón de basura, se llevó por delante unos cuantos contenedore cont enedoress de desperdicio desperdicioss y dest destroz rozóó varias ccaj aj as aarrinconadas rrinconadas all allí.í. Detrás de éstas había un muro de sólidos ladrillos.  

Richards dio violentamente contra el tablero de instrumentos al chocar, y se rompió la nariz con un estremecedor crujido. La sangre empezó a manar de ella en violentos borbotones. El coche quedó cruzado en el callejón, con uno de los cilindros tosiendo aún, débilmente. Elton era una masa silenciosa volcada sobre el volante. No había tiem iempo po ddee ocuparse de él ahora. Richards el hombro su sta lado, que se abrió a duras empujó penas. Salt Scon altóó del vehí vehículo culolaydestrozada re retrocedi trocedióó portezuela a la pa pata ta cojdea ha hast a la entrada del callejón. Llenó el cargador del arma con la munición de la caja que Bradley le había proporcionado. Las balas eran frías y grasientas al tacto. Algunas se le cayeron al suelo. El brazo herido había empezado a latirle como los dientes cariados ca riados y el dolo dolorr ccasi asi le hizo hizo vom vomit itar ar.. Los faros del coche patrulla hicieron que la desierta avenida ciudadana  pasara  pasa ra de la noche a un día sin sol. El vehículo vehíc ulo a par paree ció der derra rapa pando ndo por la esquina, con las ruedas traseras motrices chirriando para dar la potencia exigida e impregnando el aire de una fragancia a goma quemada. Unas marcas negras quedaron grabadas sobre el asfalto formando parábolas. Y al instante se lanzó de nuevo hacia delante. Richards sostuvo la pistola con ambas manos y se apoyó en el edificio de su izquierda. Dentro de un momento, los del coche patrulla se darían cuenta de que no tenían las luces traseras a la vista. Y el agente del fusil vería el callejón y sabría que… Con la sangre goteándole de la nariz, abrió fuego. Lo hizo casi a quemarropa, a tan poca distancia que las balas de alta potencia atravesaron el cristal blindado como si fuera papel. El retroceso de cada disparo de la potente arma le sacudió el braz bra zo he herido, rido, hac haciéndol iéndolee grit gritar ar.. El coche saltó sobre el bordillo con un rugido, voló apenas unos metros sin control y se estrelló contra el muro de ladrillos al otro lado de la calle. En la  pared,  par ed, un aanuncio nuncio de decía cía:: REPARACIÓN DE LIBRE-VISORES ECO  NO ADMIT A DMITA A CHAP CHAPUZA UZAS S CON S SU U DI DIVERS VERSIÓ IÓN N FA FAVORIT VORITA A El coche patrulla dio contra el muro a toda velocidad, sin haber tocado aún el suelo,, y estall suelo estalló. ó. Pero otros venían detrás; siempre otros. Richards regresó jadeando al coche aéreo. Notaba muy cansada la pierna sana.

 —Estoy he herido rido —gem ía Elto Eltonn con voz ronc ronca—. a—. Estoy m alhe alherido. rido. ¿Dónde estáá m am á? ¿Dón est Dónde de est estáá m i mam á? Richards se arrodilló, se coló bajo el coche boca arriba y empezó a sacar   basuraa y esc  basur escom ombros bros de las cá cám m ar araa s de air airee c om omoo un loco. La sangre sangr e que aún  

manaba de su rota nariz le corría por las mejillas y formaba pequeños charcos unto a sus oídos.

 

…Menos 48 y contando…

Al coche coc he sólo llee funcionaban cinco de los seis cil cilind indros, ros, y no sup super eraba aba los los sesenta  por hora hor a , esc escora orado do sobre un costado ccom omoo un beodo. Elton le señalaba la dirección a seguir desde el asiento del copiloto, adonde Richards había conseguido arrastrarle. La barra de dirección había atravesado el abdomen de volant Elton ecomo un las astam y, para La sangre del abollado abollado volante ba bañaba ñaba manos anos deRichards, Ri Richa chards, rds,estaba ttib ibia ia y agonizando. viscosa. viscosa.  —Lo siento m ucho —dij —dijoo Elto Elton—. n—. P or aquí, a la izquierda izquierda… … Ha sido cculpa ulpa m ía. Debería haber haberm m e dado cuenta. Ella… Ella… nnoo est estáá bien ddee la ca cabez bezaa y no… Al toser, una bocanada de sangre negra brotó de su boca y se derramó en su regazo. Las sirenas llenaban la noche, pero quedaban ahora muy atrás, hacia el oeste. Habían salido de Marginal Way y, desde entonces, Elton le había conducido por calles poco transitadas. Ahora estaban en la ruta 9, en dirección al norte, y los suburbios de Portland iban desapareciendo en la distancia, sustituidos  por e l pa pais isaa j e otoñal de los y e rm os ca cam m pos. Los m ade adere reros ros de otros tiem tiem pos habían pasado por allí como una plaga de langosta, y el resultado final era una espesura impenetrable de matorrales y ciénagas.  —¿S  —¿ Sa bes bien a dónde m e ll llee vas? —pre —preguntó guntó Ri Ricc har hards, ds, hec hecho ho todo él un lacera lace rant ntee dol dolor or.. Estaba totalmente seguro de que tenía el tobillo roto, y lo mismo podía decir  de la nariz. Apenas era capaz de inspirar por ella.  —Vaa m os a un lugar que conozco —r  —V —ree spondi spondióó Elton Pa Parr rrak akis, is, esc escupiendo upiendo m á s sangre—. Mamá solía decirme que la mejor amiga de un chico es su madre. ¿Usted cree que es verdad? Yo sí lo pensaba. ¿Cree que le harán daño, que la llevará evaránn a la ccárc árcel? el?  —No —respondi —re spondióó Ri Ricc har hards, ds, llaa cónic cónico; o; no ssaa bía si lloo har harían ían o no. Eran las ocho menos veinte. Él y Elton habían salido de la Puerta Azul a las si siete ete y di diez ez.. Pa Pare recía cía que hubi hubiera erann pasado años. años. A una buena di dist stancia, ancia, más m ás si sire renas nas parec parecían ían un unirs irsee aall coro genera general.l. « Lo incalifi ncalifica cabl blee en pe persecuc rsecució iónn de lo in incom comib ible» le» , pensó R Richards, ichards, incohere ncoherent ntem em ente. « Si nnoo ssopo oportas rtas el ca calo lor, r, sal de la cocina» . S See había ca cargado rgado dos coches patrulla él solito. Otro extra para Sheila. Dinero manchado de sangre. Y para par a Cathy athy.. ¿¿Mo Morirí riríaa Cathy pese a la leche pagada con aquel di dinero? nero? « ¿Cómo estáis est áis qu quer erid idas as m ías? Os qu quiero. iero. Desde eest staa ca carre rretera tera secundaria ll llena ena de ccurvas urvas  baches, adecuada sólo para cazadores de venados y para parejas en busca de un rincón discreto, os mando recuerdos y deseo que tengáis dulces sueños.

Deseo…»  —A la iz izquier quierda da —dij —dijoo Elt Elton on con voz ronca ronca.. Richards obedeció, y entraron en una carretera asfaltada que cruzaba una arboleda, renacida espontáneamente, de zumaques y olmos desnudos, pinos y  

abetos. Los árboles ofrecían un aspecto miserable y fantasmagórico. Un río saturado y humeante de residuos industriales ofendió a su olfato. Unas ramas  baj as aara rañar ñaron on eell te te cho de dell vehículo ccon on gem idos de ult ultra ratum tumba ba.. P Paa sar saron on ante un cartel que decía: HIPERMERCADO EL PINO  —EN CONSTRUCC CONSTRUCCIÓ IÓN—  N—  ENTRADA PROHIBIDA A PERSONAS AJENAS A LA OBRA Ascendieron una última cuesta y llegaron ante el hipermercado El Pino. Las obras debían debían de ha haberse berse de deteni tenido do hhac acíía un ppar ar de años a ños,, y no debí debían an de eest star ar m uy avanzadas cuando eso sucedió, pensó Richards. El lugar era un laberinto, una madriguera para ratas, llena de tiendas y almacenes a medio construir, grandes extensiones de alcantarillado abandonado, montones de vigas y tablones de madera, cabañas prefabricadas oxidadas por el desuso. Todo el complejo estaba invadido por abetos, enebros, laureles, grama, endrinos, zarzamoras, dientes de león, varitas de San José y otras plantas silvestres. La abortada zona comercial se extendía kilómetros y kilómetros. Enormes huecos oblongos para cimientos, que  parec  par ecían ían tum tumbas bas exc excaa vada vadass par paraa dios dioses es rom a nos. Esque Esqueletos letos de a c er eroo oxidados. Muros de cemento armado cuyas varillas de acero sobresalían como tenebrosos criptogramas. Huecos excavados por máquinas destinados a convertirse en aparca apar cam m ient ientos os y que ahora estaban iinvadi nvadidos dos por llaa hier hierba. ba. Sobre ellos, en algún rincón, un búho echó a volar tras alguna presa con sus alas fuertes y silenciosas.  —Ayy údem e… a poner  —A ponerm m e aall vol volaa nte —m —musit usitóó Elt Elton. on. está estássfuerza e n condic condiciones iones conducir —recha chazzó Ri Ricc har hards ds m ientra ientrass em —No puja pujaba ba con ssuu po portez rtezuela uela de paraconduc aabrirl brirla. a.ir —re  —Es lo m e nos que puedo hac hacer er —dijo Elto Eltonn c on absur absurda da y ensa ensangre ngrentada ntada seriedad—. Haré de li liebre ebre… … y aguant aguantar aréé todo lloo qu quee pueda.  —No —musit —m usitóó Ri Ricc har hards. ds.  —¡Déé j em e hac  —¡D hacee rlo! —gritó Elto Elton. n. Su obesa ca cara ra de niño er eraa una m ásc áscaa ra grotesca y terrible—. Estoy muriéndome y es mejor que me deje ir… —  Empezó a toser de nuevo y escupió otra bocanada de sangre. El interior del coche olía a humedad, como un matadero—. Ayúdeme —susurró—. Estoy demasiado dem asiado gordo para hace hacerlo rlo yyoo ssol olo. o. ¡Oh, Di Dios os,, ay údem údemee a conseguirl conseguirlo! o! Richards y le arrastró y sus parecía manos quedaron bañadas en la sangre le de ayudó. Elton. Le La empujó parte delantera del coche un desolladero, y

Elton seguía sangrando. (¿Quién hubiera pensado que había tanta sangre en aquel cuerpo?) Por fin, quedó colocado tras el volante, y el vehículo se levantó de nuevo a duras penas y di dioo la vuelt vuelta. a. La Lass lluces uces de fre frenado nado parpadea parpadearon ron unos unos iins nstant tantes es y el  

coche roz rozóó llos os árbol árboles es antes de enfoca enfocarr la ccar arre retter eraa de nuevo nuevo.. Richards estaba convencido de que pronto le oiría estrellarse, pero no fue así. El claqueteo irregular de los cilindros de aire fue perdiéndose en la distancia, marcando el mortífero ritmo del sexto cilindro inutilizado, que haría fallar a los otros cinco en un plazo máximo de una hora. No había otro sonido que aquél, salvo el distante zumbido de un avión. Richards advirtió, demasiado tarde, que había dejado en la parte trasera del coche las muletas que había comprado para disfrazarse. Las constelaciones brillaban sobre su cabeza, indiferentes. La noche era er a ffría, ría, y vio vio qu quee su al alient ientoo form formaba aba nub nubec ecil illas las ddee va vaho ho al respi respirar rar.. Se aapartó partó ddee la ccar arreter reteraa y se perdió en la j ung ungla la de la zzona ona en const construcc rucció ión. n.

 

…Menos 47 y contando…

Vio un montón de placas aislantes en el fondo de un sótano a medio terminar y  baj ó ha hasta sta a ll llí,í, uti utili lizzando c om omoo pasa pasam m a nos las var varil illas las de a ce cero ro del horm igón armado. Encontró un palo y sacudió las placas de material aislante para ahuyentar a las ratas, pero su acción no tuvo más respuesta que una nube de  polvo de y fibroso que le hiz hizo o e sto stornuda r y gem ir deescapar dolor por de destroz strozada ada nariz. denso Nonso había ratas; estaban todas enrnudar la ciudad. Dejó entresudientes una ronca carcajada, que sonó rota y torva en la oscuridad. Se envolvió en tiras de material aislante hasta parecer un iglú humano, pero al m enos est estaba aba ccali aliente. ente. S See aapoy poyóó en llaa par pared ed y quedó m edio adorm adormil ilado. ado. Cuando recobró la plena conciencia, una luna tardía, apenas una fina raja de fría luz, colgaba aún sobre el horizonte. No había sirenas, y calculó que eran las tres de la madrugada. El brazo le dolía intensamente, pero la sangre había dejado de manar de manera espontánea; se dio cuenta de ello tras retirar el material aislante y limpiar con cuidado los restos de éste alrededor de la herida. La bala le había arranca arr ancado do uuna na m masa asa bastant bastantee gra grande nde de m mús úsculo culo,, en form formaa triang triangul ular ar,, de llaa par parte te externa del brazo, justo por debajo del hombro. Supuso que había tenido suerte de que el disparo no le hubiese roto el hueso. En cambio, el tobillo le producía un dolor lacerante y constante, y el propio pie le parecía extraño y ausente, casi desvinculado desvi nculado de dell re rest stoo del ccuer uerpo. po. S Supus upusoo que tendría que entabli entablill llar arlo lo.. Con estas suposiciones, quedó nuevamente amodorrado. Cuando despertó tenía la cabeza más clara. La luna estaba ya en la mitad de su recorrido, pero todavía no había el menor rastro del amanecer. Su cabeza le di dijj o que est e staba aba ol olvid vidándose ándose de algo… Por fin, lo recordó con un sentimiento de sobresalto y repulsión. Tenía que enviar dos cintas antes de mediodía para que llegaran al Edificio de Concursos antes de las seis y media, hora de emisión del programa. Eso significaba que tenía que moverse, o se quedaría sin dinero. Pero Bradley había huido, o estaba en manos de los Cazadores. Y Elton Elton Pa Parr rrak akis is no había ll llega egado do a da darle rle la dire direcc cción ión de Cl Cleve eveland. land. Y tenía te nía rroto oto el tobi tobill llo. o. De pronto, algo de gran tamaño (¿un venado?; ¿no se habían extinguido hacía tiempo, en el este?) surgió de los matorrales a la derecha de donde se hallaba, sobresaltándole. Las planchas de material aislante se desparramaron y tuvo que volverlas a poner a su alrededor dolorosamente, jadeando entre los restos de su

destrozada nariz. Era un auténtico ente urbano en un solar abandonado e invadido de nuevo por  la naturaleza, en medio de una extensión desierta. De pronto, la noche le pareció vi viva va y m alévol alévola, a, aaterra terradora dora y llena de seres m ist ister erio ioso soss y ruid ruidos os esp espeluz eluznant nantes. es.  

Richards respiró por la boca mientras meditaba las opciones que podía tomar   sus consecuencias. 1. No hacer nada. Quedarse donde estaba y esperar a que las cosas se calmaran. Consecuencia: perdería todo el dinero que estaba acumulando, cien dólares por hora, a las seis de la tarde. A partir de entonces seguiría huyendo por  nada, pero la caza no se detendría ni siquiera si lograba evitar la captura durante los treinta días. Los Cazadores continuarían tras él hasta que le metieran en un ataúd. 2. Enviar las cintas a Boston. Eso no perjudicaría a Bradley o a su familia,  pues la tapa tapader deraa y a había sido desc descubierta ubierta.. Con Consec secuenc uencias: ias: a ) Induda Indudablem blem e nte, las cintas serían enviadas a Harding por los Cazadores que vigilaran el correo de Bradley, pero b) pese a ello, podrían seguirle el rastro directamente al lugar  desde donde las enviara, al no usar el matasellos de Boston como tapadera. 3. Enviar las cintas directamente al Edificio de Concursos, en Harding. Consecuencias: la caza proseguiría, pero probablemente sería reconocido en cualquier población lo bastante grande para tener un buzón de correos. Todas las aalt lter ernati nativas vas pa pare recían cían inconvenientes. inconvenientes. « Mu Muchas chas gra gracias, cias, sseñora eñora Pa Parra rrakkis. M Muchí uchísi sim m as grac gracias. ias.»» Se incorporó, apartó el material aislante a un lado y dejó caer sobre él la inútil venda que le envolvía aún la cabeza. Se lo pensó mejor y escondió ésta  baj o las planc planchas has de m a ter terial. ial. Se puso a buscar a su alrededor algo que le sirviera de muleta (la ironía de haber dejado unas muletas auténticas en el coche volvió a sorprenderle) y, cuando hubo encontrado una tabla del tamaño apropiado para colocársela en la axila, la lanzó hacia arriba sobre el borde del hueco en que había pasado las últimas horas y empezó a escalar penosamente los cimientos y paredes de aquel só sótano tano,, apoy ándos ándosee en las varil varillas las de ac acer ero. o. Al terminar la ascensión, sudoroso y presa de escalofríos a un tiempo, advirti advi rtióó qu quee alcanz alcanzaba aba a verse las m manos. anos. La prim primer eraa y leve lu lum m inos inosiidad gris del amanecer había empezado a taladrar la oscuridad. Contempló la desierta zona comer com ercial cial con añoranz añoranza, a, m ient ientra rass pens pensaba aba en lo m magní agnífico fico que habría si sido do aquel lugar para esconderse…  Nada  Na da de e so, se dij dijo. o. Se suponí suponíaa que él no tenía que e sconde sconderse rse,, sino que corre cor rerr. ¿¿No No er eraa eeso so lloo que m mantenía antenía aalt ltos os llos os ííndi ndice cess de aaudi udienc encia? ia? Entre los árboles desnudos se levantaba lentamente una neblina densa, opalescente. Richards se detuvo un instante a comprobar la dirección y se encaminó hacia los bosques que bordeaban el abandonado hipermercado por el

lado norte. Sólo se detuvo para poner la chaqueta entre la tabla y la axila, y después continuó conti nuó ade adelante. lante.

 

…Menos 46 y contando…

Hacía ya dos horas que había clareado del todo, y Richards ya casi se había convencido de que estaba andando en grandes círculos, cuando, tras unas tupidas zarz ar zas y m atorrales, oy oyóó el zzumbido umbido de los coches aaér éreos. eos. Avanzó con cautela y se asomó a una carretera asfaltada de dos carriles. Los coches pasaban en ambas direcciones con regularidad. un kilómetro distinguió un puñado de edificios que debían Aproximadamente de ser una estacióna de servicio de aire o un antiguo almacén con postes de gasolina en la parte delantera. Cont ontinu inuóó ava avanz nzando ando eenn para paralelo lelo a la ccar arre retera tera,, tropez tropezando ando eenn oca ocasi siones. ones. T Tenía enía el rostro y las manos bordados en sangre a causa de las zarzas y llevaba la ropa tachonada de puntas y espinas, que había desistido de apartar. Centenares de semillas de algodoncillo le cubrían los hombros, dándole el aspecto de haber  librado ibrado una ba batal talla la de aalmohadas. lmohadas. Iba m ojado oj ado de pies a ca cabez beza; a; habí habíaa cr cruz uzado ado lo loss doss pprimer do rimeros os arroy os sin sin pro probl blem em as, ppero ero en eell tterc ercero ero la « m uleta» uleta» habí habíaa resbalado en el traicionero lecho y él había caído al agua cuan largo era. aturalmente, la cámara no había sufrido daños. Era sumergible y a prueba de golpes. Naturalmente. La espesura de árboles y matorrales empezó a aclararse. Richards se puso a gatearr. Cuando hub gatea huboo ll llega egado do al límite de la dist distanc ancia ia que consid consider eróó segura segura,, eest studi udióó la situación. Se hallaba en una pequeña elevación del terreno, una península entre la extensión de arbustos que había atravesado. A sus pies estaba la carretera, varias casas tipo rancho y un almacén con postes de aire. En aquel momento había allí un coche repostando. El conductor, un tipo con una chaqueta de gamuza, charlaba con el mozo de la estación de servicio. Junto al almacén, al lado de tres o cuatro máquinas de golosinas y un expendedor de marihuana, había un buzón de correos azul y rojo. Apenas había doscientos metros hasta él. Al verlo, Richards advirtió con amargura que, si hubiese llegado antes del amanecer, habría conseguido probablem probablemente ente su propós propósit itoo sin ser vis visto to.. « ¡B ¡Bah, ah, el cuen cuentto de llaa lechera y tod odoo eso eso!» !» , pen pensó só.. Volvió hacia atrás hasta que pudo preparar la cámara y hacer la grabación sin sin riesgo de que le vier vieran. an.  —Hola, m is quer queridos idos aam m igos de la Libre Libre-V -Visi isión. ón. Aquí está su dinám ico Ben Richards, desde su cita anual con la naturaleza. Si prestan atención, podrán ver  una intrépida tanagra escarlata o un gran garrapatero moteado. O quizás, incluso,

un par de pájaros cerdo de vientre amarillo. —Hizo una pausa y continuó—: Quizá dejen pasar esa parte, pero no lo que sigue. Si eres sordo y sabes leer en los labios, recuerda lo que digo. Explícaselo a los amigos y a los vecinos. Extiende la voz. La Cadena está envenenando el aire que respiramos y nos niega  

una protección que es muy barata porque… Grabó ambas cintas y las guardó en el bolsillo del pantalón. Muy bien, y ahora ¿qué? Lo único que podía hacer era bajar empuñando el arma, depositar  las cintas y huir. Podía robar un coche. De todos modos iban a saber muy pronto dónde estaba… Involuntariamente, se preguntó si Elton habría llegado muy lejos antes de que le atraparan. Ya ce tenía el ppegada arma aen la so sorpre rprendent ndentem em ente cerca rca,, casi egada su ooíd ído: o:mano cuando oyó una voz  —¡Vam  —¡V am os, R Rolf! olf! Una estentórea salva de ladridos hizo que Richards diera un brinco, so sobresalt bresaltado. ado. Apenas habí habíaa tenid enidoo ttiem iempo po m más ás que de pe pens nsar ar:: « ¡P ¡Perr erros os ppol olicí icías! as! ¡Señor, ¡S eñor, ti tienen enen per perros ros po poli licía!» cía!» , cuando alg algoo negro y enorm enormee sali salióó de entre los m ato atorrales rrales y se llee ec echó hó encima. El arma fue a parar sobre la maleza, y Richards cayó de espaldas. El perro, un pastor alemán de gran tamaño aunque de raza no muy pura, se le echó encima y em pez pezóó a lame lamerle rle el ros rosttro y a babea babearl rlee eenn llaa ccam am isa. L Laa ccol olaa le ib ibaa de un lado a otro en una excitada señal de alegría.  —¡Rolf! ¡Eh, ¡ Eh, Rol Rolf! f! ¡Ro…, oh, JJee sús! Richards sólo vio fugazmente unos pantalones vaqueros que corrían, y momentos después, un chiquillo apartaba al perro.  —¡Vay  —¡V ay a , señor señor,, lo siento! —dij —dijoo e l m ucha uchacc ho—. ¡N ¡Noo m uer uerde, de, señor señor!! Es demasiado tonto para morderle a nadie; sólo quiere jugar, y no… ¡Vaya, señor, está usted hecho hec ho un gui guiñapo! ñapo! ¿Se ha per perdi dido? do? El chico chico suje sujetaba taba a Rolf olf por eell col colllar y m iraba a Richar chards ds con abi abier erto to interés. interés. Era un chico guapo, bien formado, de unos once años, y no tenía en absoluto el aspecto pálido y macilento de los niños de ciudad. Había algo sospechoso y extraño en su expresión; algo que, sin embargo, también resultaba familiar. Al cabo de un momento, Richards comprendió de qué se trataba. Era el rostro de la inocencia.  —Síí —di  —S —dijj o lac lacónica ónicam m e nte—. Me he pe perdido. rdido.  —¡Vay  —¡V ay a ! Y está cla claro ro que se ha c aído eenn algún sit sitio. io.  —Exacto,  —Exa cto, c hico. ¿Quier Quieree s ec echar harle le un vist vistaa zo a m i c ar araa y ver si tengo m uy mal aspecto? Yo no puedo moverme, ¿sabes? El chiquillo se agachó, obediente, y escrutó el rostro de Richards, a quien satis sat isfiz fizoo com comprobar probar que eell chi chico co no daba m uest uestra rass de re reconocer conocerle. le.  —Está todo ll lleno eno de sangr sangree —dij —dijoo e l m ucha uchacho, cho, con un delica delicado do ac acento ento de ueva Inglaterra, un tono melodioso y algo irónico—, pero vivirá. —Frunció el

ceño y añadió—: ¿Se ha escapado de Thomaston? Desde luego, no viene de Pineland, porque no tiene aspecto de loco.  —No he esc escaa pado de ningún sit sitio io —re —repuso puso Ri Ricc har hards, ds, pre preguntándose guntándose a sí mismo si no mentía, acaso—. Estaba haciendo autostop. Una mala costumbre,  

m ucha uchacho. cho. S Supong upongoo que no lo hhabr abrás ás int intentado entado nunca nunca..  —Clar  —C laroo que no —dijo el c hiqui hiquill llo, o, c on fr fraa nqueza—. En e sto stoss tiem tiem pos hay m uchos chifl chiflados ados ppor or esas ca carre rretter eras, as, dice dice m i ppadre adre..  —Y ti tiene ene raz ra zón —asinti —asintióó Ri Ricc hards—, har ds—, per peroo y o tenía que lle lle gar a …, a … —  Hizo chasquear los dedos simulando que se le había ido de la cabeza el nombre  —. Ya Ya sabe sabes, s, al aaee ropue ropuerto. rto.  —¿S  —¿ Se cto. refie re fiere re a l ca cam m po V Voigt oigt??  —Exa  —Exacto.  —¡Vay  —¡V ay a !, pue puess eso que queda da a c iento cincue cincuenta nta kkil ilóm ómee tros, señor señor.. Está eenn De Derr rry. y.  —Yaa lo sé —m  —Y —murm urm uró Ri Ricc har hards, ds, pe pesar saroso, oso, m ientra ientrass pasa pasaba ba la m a no por el lo lom m o de Rol olf. f. El perro se tumbó en el suelo, complacido, y se hizo el muerto. Richards reprimiió el impul reprim impulso so ddee dibuja dibujarr una sonris sonrisaa y añadió:  —En las fronte f rontera rass de Ne New wH Haa m pshire he subi subido do aall coc coche he de e sos ttre ress ce cerdos. rdos. Unos tipos duros de verdad que me han dado una paliza, me han robado la carttera y m e han dej car dejado ado en un unaa eesp specie ecie de ccent entro ro com comerc erciial ddesi esierto erto… …  —Sí,í, conozco e se lugar  —S lugar.. ¡Car ¡Caraa cole coles!, s!, ¿quiere baj a r a c asa c onm onmigo igo y desayunar algo?  —Me gust gustaa ría ría,, chic chico, o, per peroo tengo prisa. He de lle lle gar a ese ae aeropue ropuerto rto e sta noche.  —¿Y  —¿ Y va a hac hacer er a utos utostop top otra vez? —pre —preguntó guntó el m ucha uchacho, cho, c on los ojos oj os m uy abi abierto ertos. s.  —Tee ndré que hac  —T hacer erlo. lo. —R —Richa ichards rds e m pezó a incor incorpora porarse rse,, per peroo volvi volvióó a sentarse mientras se le ocurría una gran idea—. Escucha, ¿quieres hacerme un favor?  —Supongo  —S upongo que sí —respondió el m mucha uchacc ho, con ccaa utela. Richards sacó del bolsillo las dos cintas grabadas.  —Mira  —Mi ra —dijo sin pensár pensárselo selo dos vec vecee s—, aquí tengo eesto stoss dos ce certifica rtificados dos de recogida de tarjetas de crédito. Si haces el favor de echarlos al correo, mi empresa me preparará una cantidad de dinero que podré recoger en Derry. Entonces podré seguir viaje sin más molestias.  —Pee ro aahí  —P hí no está aanotada notada la dire direcc ción…  —No importa, im porta, va vann direc directas tas —dij —dijoo R Richa ichards. rds.  —Sí,í, clar  —S claro. o. Ha Hayy un buz buzón ón ahí aabaj baj o, en eell alm almaa cé cénn de Ja Jarr rrold. old. El chiquillo se puso en pie. Su rostro inexperto era incapaz de disimular su certeza de que Richards estaba burlándose de él.  —Vaa m os, R  —V Rolf olf —dij —dijo. o.

Richards ddej ej ó qu quee se aallej ar araa unos pasos y luego di dijj o:  —No, vuelve. vue lve. El muchachito dio media vuelta y volvió sobre sus pasos arrastrando los pies. Tenía un aire asustado en los ojos. Naturalmente, la historia de Richards tenía  

su suficient ficientes es aguj agujer eros os como par paraa que cupi cupier eraa por eell llos os uunn ca cam m ión. ión.  —Me par parec ecee que tengo que c ontar ontarte te algo m ás —dij —dijo—. o—. Te he c ontado c asi toda la verdad, muchacho, pero no quería correr el riesgo de que te fueras de la lengu enguaa y … El sol matinal de aquel día de otoño bañaba la espalda y la nuca de Richards,   éste deseó poder quedarse allí todo el día, agradablemente dormido bajo el fugaz calor del astro rey.laSacó la pistola de las que había y la. dejó caer ca er con cuidado ssobre obre hierba. El m muchac uchacho hozarzas abrió en uunos nos ojos comcaído o pl platos atos.  —Soy  —S oy del Gobierno Gobie rno —dij —dijoo R Richa ichards rds ccon on voz re reposada posada..  —¡Caraa y ! —susurr  —¡Car —susurróó el cchiqui hiquill llo. o. Rolf se sentó a su lado con la lengua descuidadamente caída a un lado de la  boca..  boca  —Voy  —V oy tra trass unos tipos m uy duros, m uc uchac hacho. ho. Ya has vist vistoo que m e han dado una buena paliza. Es muy importante que esas cintas lleguen a su destino.  —Lass eenviaré  —La nviaré,, se señor ñor —dij —dijoo eell m mucha uchacc ho, sin aliento—. ¡V ¡Vay ay a !, espere espe re a que se lo diga diga aa… …  —… A nadie —le int inter errum rum pió Ri Richa chards—. rds—. No le c uente uentess e sto a nadie hasta dentro de veinticuatro horas. Podría haber represalias, ¿lo comprendes?  —¡Sí,, cla  —¡Sí claro! ro!  —Entonces,  —Entonce s, ade adelante. lante. Y m ucha uchass gra gracia cias, s, am igo. Extendió la mano y el chiquillo la estrechó con cierto temor. Richards lles es obs obser ervó vó ttrot rotar ar colina colina aabaj bajo. o. Un muchac muchacho ho con uuna na ccam am isa isa rroja oja a cuadros y un perro que corría a su lado, aplastando a su paso hierbas y flores. « ¿Por qué no ppodrí odríaa m i C Cathy athy tener una vi vida da ccomo omo éést sta? a?»» Su rostro adoptó una mueca terrorífica y absolutamente inconsciente de odio   cólera. Hubiera maldecido el propio nombre de Dios si no se hubiera interpuesto antes, en la oscura pantalla de su mente, un objetivo más concreto: la Dirección de Concursos. Y detrás de ésta, como la sombra de un dios más siniestro, la Cadena. Siguió mirando hasta que vio que el muchacho, empequeñecido por la distancia, depositaba las cintas en el buzón. Entonces se incorporó a duras penas, colocó la improvisada muleta en  posición  posi ción y desa desapar parec eció ió de nue nuevo vo entre los a rbustos, en dire direcc cción ión a la car c arre reter tera. a. Bien, al aeropuerto entonces. Quizás alguien pagaría aún sus deudas antes de que todo todo tter erm m inara nara..

 

…Menos 45 y contando…

Un par de kilómetros atrás había visto un cruce de carreteras, y Richards salió de la espesura precisamente allí, avanzando con dificultad por el terraplén de grava entre la calz ca lzada ada y el bo bosq sque. ue. Permaneció allí sentado un buen rato, como si hubiera renunciado a probar  suerte yoshubiese decidido cálido sol de Dejó  pasa  pasar r con los los doscoches prim primer eros vehíc vehículos ulos; ; a m disfrutar bos iban del c onducidos poroctubre. hom hombre bres s y consider consi deróó que los riesgos era erann exc excesivos esivos.. En cambio, cuando el tercer coche se aproximó a la señal de  stop, se puso en  pie. La sensa sensación ción de ac acoso oso volví volvíaa a invadirle: por m uy lej os que hubiera ido P arra ar rakkis is,, tod todaa la zzona ona de debí bíaa de eest star ar baj o vig vigil ilanc ancia ia eespecial. special. El si sigui guiente ente ve vehí hículo culo  podía ser de la poli policía cía,, y e ntonce ntoncess ser sería ía eell final. En el coche ib ibaa una m ujer uj er sola, sola, qu quee no ssee dign dignóó m mirarle; irarle; habí habíaa que desconfi desconfiar  ar  de quienes hacían autostop y, en consecuencia, hizo caso omiso de su presencia. Richards abrió a toda prisa la portezuela del copiloto y saltó al coche al tiempo que éste aceleraba de nuevo. Sin embargo, el impulso casi le sacó del vehículo, y quedó asido desesperadamente a la manilla, arrastrando por el asfalto su pie sano. Oyó el sonoro chirriar de los frenos y el coche aéreo se balanceó salvajemente.  —Pee ro…, oiga…, no pue  —P puede… de… Richards apuntó el arma hacia ella, consciente de que, de cerca, su aspecto debía de resultar grotesco, como si acabara de salir de una máquina de picar  carne. ca rne. S Suu fiero aspecto llee aayy udaría. Arra Arrast stró ró el pi piee aadent dentro ro y ce cerró rró la portez portezuela, uela, sin apartar un ápice el arma. La mujer iba vestida de paseo y llevaba unas gafas de sol azules de gran tamaño. Por lo que Richards pudo apreciar, no estaba mal de ti tipo. po.  —Siga  —S iga cconducie onduciendo ndo —di —dijj o. La m uj ujer er hi hizzo lloo qu quee ca cabí bíaa eesp sper erar ar:: ppiisó el freno con am bos pies pies y em pez pezóó a chillar. Richards fue lanzado hacia delante y el tobillo roto le produjo una lacerante punzada de dolor. El coche aéreo se detuvo entre vibraciones en el arcén, cincuenta metros más allá del cruce.  —¡Usted  —¡U sted es…, eess R Ri…! i…!  —Bee n R  —B Richa ichards. rds. Retire la lass m manos anos de dell vol volaa nte y póngala póngalass en eell re regazo. gazo. La mujer obedeció, con un escalofrío espasmódico. No se atrevía a levantar  la vista hacia él, temerosa, pensó Richards, de que si lo hacía se convertiría en

 piedra .  piedra.  —¿Có  —¿ Cóm m o se llam a, se señora ñora??  —Am elia… Am e li liaa Willi Williaa m s. No m e m a te, se lo rue ruego. go. Yo… le dar daréé todo mi dinero pero ¡por el amor de Dios, no me mateee…!  

 —Silenc  —Sil encio io —di —dijj o R Richa ichards rds eenn tono ttra ranquil nquiliz izador ador—. —. C Cáá lle lle se. Cuando la mujer se hubo calmado un poco, Richards añadió:  —No inte inte ntar ntaréé que ca cam m bie de idea ac acer ercc a de m í, señora Willi Williaa m s. Es señora señora,, ¿verdad?  —Síí —respondió ella de form  —S for m a aautom utomática ática..  —Pee ro le diré que no tengo la m enor int  —P intee nción de hac hacee rle daño, ¿l ¿loo entiende entiende??  —Síí —dijo  —S la m uj uje e r,amigo c on súbi súbita ta vehe vehem m e ncia ncia—. Usted quier quiere e elléveselo. l coc coche, he, ¿verdad? Han pillado a su y ahora necesita un—. coche. Muy bien, Está asegurado. Y tampoco le denunciaré, se lo prometo. Diré que me lo han robado del del aparc aparcam am iento… iento…  —Yaa habla  —Y hablare rem m os de eso —la int intee rr rrum umpió pió Richa ichards—. rds—. Em Empiec piecee a conduc conducir ir.. Suba por la ruta uno y ya hablaremos de eso. ¿Hay controles de carretera?  —N…, sí. Cientos Cientos de eell llos. os. Le va vann a ccoger. oger.  —No mienta, m ienta, se señora ñora Willi Williaa m s. ¿¿De De a cue cuerdo? rdo? La mujer empezó a avanzar, de modo errático al principio, pero luego  progresivam  progr esivam e nte m á s segur seguro. o. El m ovim ovimiento iento pa pare recc ía ha haber berla la sere se renado. nado. Ri Richa chards rds repitió la pregunta sobre los controles de carretera.  —Cee rca  —C rc a de Le Lewist wiston on hay a lgunos —le infor inform m ó ella ccon on aire a sust sustado ado e infe infeli lizz  —. Allí Allí fue donde pill pillaa ron a e se otro ccee r…, tipo.  —¿A  —¿ A qué distanc distancia ia eestá stá eso de aquí?  —A unos cincue cincuenta nta kkil ilóm ómee tros. Elton Parrakis había llegado más lejos de cuanto Richards podía haber  soñado.  —¿V  —¿ Va a viol violaa rm e? —pre —preguntó guntó Am elia Willi Williaa m s tan de im improviso proviso que Richar chards ds est estuvo uvo a pun punto to de re resp spond onder er con una carca ca rcajj ada.  —No —respondi —re spondió; ó; después, aañadió ñadió ccon on air airee de despre spreocupa ocupado—: do—: Es Estoy toy c a sado.  —Sí,í, he vist  —S vistoo a su m uj ujee r —dij —dijoo ella eenn un ton tonoo de dubitativa aafe fecc tación. tac ión. Richar ichards ds estuv estuvoo a punt puntoo de desca descarga rgarr un golpe golpe so sobre bre su rost rostro. ro. « Com omee  basura,  basur a, zorr orra, a, per persigu siguee ra ratas tas c on la esc escoba oba par paraa que no se te com an el pan y verem os qqué ué te parec parecee m i es espo posa.» sa.»  —¿No  —¿ No pue puedo do baj a rm e aaquí? quí? —pre —preguntó guntó llaa m uje uj e r eenn tono supl suplica icante. nte. Richards sintió una vaga lástima por ella, nuevamente.  —No —re —respondi spondió—. ó—. Es usted m i protec proteccc ión, señor señoraa Willi Williaa m s. Te ngo que llegar al aeródromo Voigt, en un lugar llamado Derry, y usted colaborará para que lo consiga.  —¡Per  —¡P eroo eso eestá stá a m ás de doscientos kkil ilóm ómee tros! —gim —gimió ió llaa m ujer. uj er.  —Me dije dij e ron que e staba a cie ciento nto cincue cincuenta. nta.

 —P uess se eequivoca  —Pue quivocaban. ban. Ja Jam m ás llega llegará rá hasta all a llí.í.  —Quizáá sí —dij  —Quiz —dijoo Ri Ricc hards har ds conte contem m plándola—. Y quiz quizáá tam bién usted, si se comportaa ccomo comport omo debe. Amelia Williams se echó a temblar de nuevo pero no dijo nada. Su actitud  

era la de una mujer que espera despertar de una pesadilla.

 

…Menos 44 y contando…

Viaj aron ar on hacia eell no norte rte a tra ravés vés de un dí díaa de otoño otoño ardient ardientee com comoo una antorcha. En aquella latitud tan septentrional, los árboles no habían muerto sofocados  por los hum humos os de densos nsos y ponz ponzoñosos oñosos de P ortland, Ma Manc nchester hester o Bost Boston; on; todo todoss eell llos os  presenta  pre sentaban ban tonos a m a rillentos rillentos,, roj iz izos os o púrpur púrpuraa brill brillante ante que despe desperta rtaron ron e n Richards un doloroso sentimiento melancolía. una sensación que,persona. un par  de semanas antes, jamás habría de sospechado queErapodía albergar su Dentro de apenas apena s un mes, me s, el ppais aisaj aj e quedar quedaría ía cubi cubier erto to por llaa nieve. En otoño, otoño, llos os ciclos se ccer erra raban. ban. La mujer parecía percibir su estado de ánimo y no dijo nada. El zumbido del vehículo llenaba el silencio entre ellos y les arrullaba. Abandonaron la costa en Yarmouth, y desde allí hasta Freeport sólo encontraron bosques, camiones de carga y cabañas miserables con los retretes en una dependencia anexa. Sin embargo, en todas partes era perfectamente visible la toma de Libre-Visión por  cable, ajustada con tornillos bajo un alféizar desconchado o colocada junto a una  puer ta de bis  puerta bisaa gra grass hec hechas has aañicos. ñicos. Aparcados a la entrada de la ciudad había tres coches patrulla cuyos ocupantes estaban reunidos en una especie de conferencia a un lado de la calzada. La mujer se puso tiesa como una vara, con el rostro desesperadamente  pálido, pero per o Ri Ricc har hards ds conse conservó rvó la ccaa lm lmaa . Pasaron junto a los policías sin que repararan en ellos, y la mujer se desmoronó.  —Sii hubiera  —S hubierann e stado c ontrolando el trá tráfic fico, o, habr habrían ían c a ído sobre nosot nosotros ros inmediatamente —dijo Richards en tono despreocupado—. Daría igual que llevara usted grabado en la frente un rótulo que dijera: BEN RICHARDS ESTÁ EN ES ESTE TE COCHE.  —¿P  —¿ P or qué no dej a que m e vay a ? —dij —dijoo ella, e chá chándose ndose a llora llorar—. r—. ¿Tiene un porro? Los ricos se colocan con Dokes. El eslogan comercial le produjo un estallido de risa irónica irónica y sacudi sacudióó llaa ccabeza. abeza.  —¿S  —¿ Se ríe ust ustee d de m í? —inqu —inquirió irió ella, doli dolida da—. —. Es usted m uy valiente valiente,, ¿verdad? Aprovechándose de una pobre mujer, asustándola para el resto de sus días y, probablemente, proyectando matarla igual que mató a esos pobres hombres hombr es eenn Bo Bost ston… on…  —Había  —Ha bía un buen puñado de e sos pobre pobress hom hombre bress —dij —dijoo Ri Ricc har hards—. ds—. Todos dispuestos a matar. Ese era su trabajo.

 —¿Y usted? ¿No m a ta por diner  —¿Y dinero? o? ¿No e stá dis dispuesto puesto a c ualquier cosa por  dinero? ¡Incluso a derrocar al Gobierno! ¿Por qué no ha buscado un trabajo decente? ¡Porque es un vago! ¡La gente como usted le escupe a la cara a todo cuanto huel huelee a dece decencia! ncia!  

 —¿Y usted? ¿Ta n dec  —¿Y decente ente e s?  —¡Sí!! —rugió ella—. ¿No ha sido por eso por lo que m e ha escogido  —¡Sí esc ogido a m í? ¿Porque estaba indefensa y… y soy decente? ¿Por eso puede utilizarme, arrast arr astra rarm rm e a su nniivel y luego luego burl burlarse arse de ello ello??  —Sii ta  —S tann dec decee nte e s usted, ¿cóm o puede dis disponer poner de seis m il Nue Nuevos vos D Dólar ólares es  paraa ccom  par ompra prarr eeste ste bonit bonitoo coc coche he m ientra ientrass m mii hi hijj a se m uer ueree de gripe? gr ipe?  —¿Có  —¿ Cóm m o…? —La m uj ujer er parec par ecía ía de desconc sconcee rta rtada. da. Empezó Em pezó a aabrir brir la boca y la cerró de golpe—. Usted es un enemigo de la Cadena; he visto algunas de sus re repugnant pugnantes es aacc ccio iones nes por LibreLibre-V Visión isión..  —¿S  —¿ Sa be qué e s re repugnante pugnante de ver verdad? dad? —inquirió —inquirió Ri Ricc har hards ds m mientra ientrass eence ncendía ndía un cigarrillo del paquete que encontró en la guantera—. Pues voy a decírselo: es repugnante que uno quede condenado al desempleo porque no quiera continuar  en un tra trabaj bajoo para la Ge Genera nerall At Atomics omics que llee va a dej dejar ar irre rrem m isib isiblem lemente ente est estér éril il.. Es repugnante quedarse en casa y ver cómo la propia esposa tiene que salir a ganar la comida para todos acostándose con cualquiera por dinero. Es repugnante saber que la Cadena está matando a millones de personas cada año con los contam in contam inantes antes atmosfér atmosféricos icos cuando ppodrí odríaa fabrica fabricarr ffil iltros tros nasales efica eficace cess a sei seiss dólar dól ares es la uni unidad. dad.  —Miee nte —re  —Mi —repli plicc ó ella, ccon on los nudil nudillos los bblanc lancos os de tanto aapre pretar tar el volante.  —Cua  —C uando ndo e sto ter term m ine, ust ustee d podrá volver a su bonit bonitoo dúplex, e nce ncender nder un Doke, quedarse bien drogada y gozar de cómo brilla su nueva cubertería en la cómoda. En su barrio nadie tiene que perseguir a las ratas con escobas, ni que cagar en el patio trasero porque el retrete no funciona. He visto a una chiquilla de cinco años con cáncer de pulmón. ¿Le parece eso lo bastante repugnante? ¿Qué…?  —¡Basta! —le gritó llaa m uje uj e r—. ¡¡No No diga m ás obsc obscenida enidades! des!  —Exacto  —Exa cto —re —repuso puso é l, m ientra ientrass c ontem ontemplaba plaba e l paisa paisajj e que iban dej ando atrás. La desesperación le inundó como agua fría. No había manera de comunicarse con aquellos hermosos escogidos. Ellos vivían donde el aire era limpio impio.. S Siint ntió ió el ssúbi úbito to y colérico impul impulso so de de abofetea abofetearr a la m muje ujer, r, de ar arroj rojar ar sus sus gafas de sol al arcén, arrastrarla por el fango, hacerle comer piedras, violarla, saltar sobre ella, romperle los dientes y verlos volar por el aire, arrancarle las ropas y preguntarle si por fin empezaba a comprender la gran película, la que  pasaba  pasa bann veinticuatr veinticuatroo hora horass al día por el prim primee r ca canal, nal, donde no se toca tocaba ba e l hi him m no nacional antes del fin de la eem m isió isión. n.  —Es cierto cie rto —m —murm urm uró—. No cconoz onozcc o m más ás que obsce obscenidade nidades. s.

 

…Menos 43 y contando…

Llegaron más lejos de lo que Richards había creído posible. Recorrieron sin  problem as cciento iento cincue cincuenta nta kkil ilóm ómee tros desde e l lugar lugar donde ha había bía subido a l coc coche he de Am eli eliaa Wil Willi liam am s, hhasta asta ll llegar egar a una bell bellaa pob pobllac aciión cost coster eraa llam llam ada Cam den.  —Escuche  —Escuc he —había a dver dverti tido do Ri Richa chards rds a la m uje uj e r cua cuando ndo e ntra ntraban ban e n Augusta, la ncapital es probable tengo ni ningú ngún in interés terésdel eenn estado—, m matarla, atarla, ¿¿m m emuy com comprende? prende? que nos descubran aquí. Yo no  —Síí —m  —S —musit usitóó eell lla. a. De Después, spués, ccon on un de destell stelloo de odio, aña añadió—: dió—: Usted ne necc esita un rehén.  —Exacto.  —Exa cto. Así pues, si sale algún coc coche he pa patrull trullaa detr detráá s de nosot nosotros, ros, fr frene ene inmediatamente. Después abra la portezuela y asome el cuerpo. Asómelo, nada m ás. No despe despegue gue eell tra trasero sero de dell asi asiento, ento, ¿¿entendido entendido??  —Sí.í.  —S  —Entonces,  —Entonce s, le less dic dicee : « Benj Benjaa m in Ri Ricc har hards ds m e ha tom tomado ado c om omoo re rehén. hén. Si no noss dej no dejan an ppaso aso libre, me m atará» .  —¿Y  —¿ Y ccre reee que eso ffunciona uncionará rá??  —Se rá m ej or que a sí sea —re  —Se —repli plicc ó éél,l, con un te tenso nso tono burlón— burlón—.. Se trata tra ta de su pescuezo, pescuezo, señora señora… … La m uj ujer er se m mordi ordióó el llabio abio y no respo respondi ndió. ó.  —Funciona  —F uncionará rá,, c re reoo —continuó é l—. En unos m inut inutos os habr habráá una dec decena ena de aficionados con cámaras de vídeo, dispuestos a conseguir el dinero prometido por  la Cadena, o incluso el premio Zapruder. Y, con tanta publicidad en torno a nosotros, tendrán que ajustarse a las normas del Concurso. Es una pena, pero no tendrán la oportunidad de hacernos salir del coche a tiros de modo que después  puedann exa  pueda exalt ltaa rla a usted ccom omoo la últ últim imaa vícti víc tim m a de Ben Richa Richards. rds.  —¿P  —¿ P or qué m e dice todas esa esass cosa cosas? s? —exc —exclam lam ó ella. Richards no contestó. Se limitó a hundirse en su asiento hasta que sólo asomó  por e ncim ncimaa del tabler tableroo de ins instrum trumee ntos ha hast staa la nar nariz iz,, y a guar guardó dó a que aparecieran las luces azuladas de la policía por el retrovisor. Sin embargo, no hubo luz alguna en Augusta. Continuaron la marcha durante una hora hora y m edia m más, ás, bo bordea rdeando ndo el océa océano no mient mientra rass el sol sol em pez pezaba aba a decli declinar  nar   pintaa ndo de bre  pint breves ves deste destell llos os las c re restas stas de las olas, ba bañando ñando los c a m pos, los  puentess y los densos bosques de pinos  puente pinos.. Ya eran más de las dos cuando, detrás de una curva poco después de haber  cruzado la ciudad de Camden, encontraron un control de carretera. A cada lado de la calzada había un coche patrulla. Dos agentes estaban controlando un viejo

cam ca m ió iónn conduci conducido do po porr un granj granjer ero, o, al que ind indicaron icaron que sig sigui uier eraa adelante.  —Conti  —C ontinúe núe c incue incuenta nta m etr etros os m ás y deté deténgase ngase —dij —dijoo Ri Richa chards—. rds—. Ha Haga ga exactam exac tamente ente lo qu quee le di digo. go. Ameli Am eliaa W Wil illliam iamss est estaba aba páli pálida da per peroo pare parecía cía ccons onser ervar var eell cont control rol ddee sí misma misma..  

Quizás eera Quiz ra una m uest uestra ra de rresi esignación gnación.. F Frenó renó ccon on ssuavi uavidad dad y el coc coche he se detu detuvo vo en punto muerto en mitad de la calzada, a quince metros de los agentes. El policía encargado de tomar los datos indicó con gestos imperiosos a la mujer que se acercara. Al observar que no obedecía, el hombre se volvió a su compañero con un gesto de interrogación. Un tercer agente, que hasta entonces había permanecido en el interior de uno de los coches patrulla con los pies sobre el tablero de instrumentos, tomó de pronto el micrófono de la radio y empezó a hablar habl ar apresu apresuradam radam ent ente. e. « All Alláá vam vamos os — —pensó pensó R Riichar chards ds—. —. ¡Dio ¡Dioss m mío ío,, all alláá vam vamos os!» !»

 

…Menos 42 y contando…

El día era radiante (la lluvia constante de Harding parecía a años luz), y todo tenía un contorno detallado y perfectamente definido. Las sombras de los policías  podrían habe haberr esta estado do dibuj dibujaa das c on ca carbonc rboncil illo. lo. Los age agentes ntes em pezar pezaron on a desabrochar las fi finas nas ttiira rass qu quee suj suj etaban la ccul ulata ata de sus sus arm as. La señora Williams portezuela y asomó la cabeza al exterior.  —¡N  —¡No o dis dispar pare e n, por abrió ffaa vor!la—dij —dijo. o. Por primera vez, Richards advirtió lo cultivado de su voz, su riqueza de tonos. P odría habe haberr eest stado ado eenn una rreunión eunión ssocial, ocial, a no ser por la pa pali lidez dez de sus nnudi udill llos os y el latido apresurado, como el de un pajarillo, de su garganta. Al abrir la  portezuela, llegó hasta ha sta Ri Richa chards rds eell ar arom omaa fr free sco y vigoriz vigorizaa nte de dell tom tomil illo lo y de los  pinos..  pinos  —Saa lga de  —S dell coc coche he ccon on las m maa nos sob sobre re la ca c a beza —dij —dijoo el prim e r policía, ccon on la voz de una m áqui áquina na bien prog program ram ada. « Gener General al Ato Atom m ics modelo 66925 925-A9 -A9 —pens —pensóó Ri Richar chards ds—. —. P Pol olicí icíaa Rural. Diec iséis Diecis éis dól dólar ares, es, pil pilas as de iri iridio dio iinclui ncluidas. das. Ga Gam m a sól sóloo eenn blanco.»  —Saa lgan, usted y su pasa  —S pasajj e ro, se señora ñora.. P Podem odem os ver verle. le.  —Me llam o Am e li liaa Willi Williaa m s —dij —dijoo eell llaa en voz m uy cla clara ra—. —. No pue puedo do salir  como usted pide. Benjamin Richards me tiene como rehén. Si no le dejan paso libre, di dice ce qu quee m e m atará. Los dos agentes se miraron, y entre ambos hubo una muda conversación apenas perceptible. Richards, con los nervios tensos hasta casi parecer dotados de un sexto sentido, la captó.  —¡Adela  —¡A delante! nte! —gritó. La m uj ujer er se vo volv lviió hacia él, ddesconce esconcertada. rtada.  —¡Per  —¡P ero…! o…! El primer policía dejó caer al suelo el bloc donde tomaba los datos. Los dos agentes pusieron rodilla en tierra casi simultáneamente, con el arma en la mano derecha y la zurda cerrada en torno a la muñeca de aquélla, uno a cada lado de la gruesa lí línea nea bl blanca anca de la ccalz alzada. ada. Una hoja hoj a suelt sueltaa de dell bblo locc planeó ca capri prichosam chosamente. ente. Richards pisó el zapato derecho de Amelia Williams con su pie herido, apretando los labios en una máscara trágica de dolor cuando el tobillo gritó su  protesta.. El coc  protesta coche he se lanz lanzóó hac hacia ia de delante. lante. Al cabo de un instante, dos ruidos sordos alcanzaron el coche, haciéndolo vibrar. Un momento después, el parabrisas estalló hacia dentro, enviando sobre

ellos una lluvia de fragmentos de cristal de seguridad. Amelia levantó ambas manos para protegerse el rostro y Richards se inclinó rápidamente hacia ella  paraa aasir  par sir el volante. Enfilaron el hueco entre los coches patrulla que bloqueaban el paso, rozando  

uno de ellos con la parte posterior del vehículo. Por un instante, Richards observó a los policías que giraban sobre sus talones para seguir disparando. Después, concentró toda toda su atención en la ca carre rretera. tera. Ascendieron una pequeña cuesta y un nuevo sonido hueco anunció que una  bala había ido a incr incrust ustaa rse e n e l portae portaequipaj quipajee s. El coc coche he se puso a c olea olearr y Richards intentó controlarlo, dando golpes de volante cada vez más suaves. Se aper cibióó iim apercibi m prec precis isam am ente de que Am eli eliaa eest staba aba llo llorando. rando.  —¡Conduzcc a! —le gritó—. ¡T  —¡Conduz ¡Tom omee eell vol volaa nte, m maa ldi ldita ta se sea! a! ¡Va ¡Va m os, vam os! La mujer buscó a tientas el volante y, cuando sus manos lo encontraron, Richards retiró las suyas. Después, con un golpe medido, le quitó las gafas de sol de los oj ojos os.. Las gafa gafass qu quedar edaron on col colgando gando ddee la orej a izqui quierda erda de Am eli eliaa por un ins nstant tante, e, y luego ca cayy eron aall ppis isoo del coche.  —¡Frene!  —¡Fre ne!  —¡Nos  —¡N os han disp dispaa ra rado! do! —se puso a gritar e lla lla —. ¡N ¡Nos os han disp dispaa ra rado! do! ¡N ¡Nos os han…!  —¡Dee tenga e l coc  —¡D coche! he! Detrás de ellos, las sirenas se aproximaban. La mujer frenó torpemente y el coche dio una temblorosa media vuelta que levantó uuna na nube de grava en el e l arcé arcén. n.  —¡Yoo se lo dij  —¡Y dijee y e ll llos os han int intee ntado m ata atarnos! rnos! —m —murm urm uró, incr incréé dula—. Han intentado matarnos… Pero Richards ya estaba fuera del coche y retrocedía esforzadamente a la  pata c oj ojaa e n la dire direcc cción ión por la que había venido, con la pis pistol tolaa e n la m ano. Perdió Pe rdió el equi equillib ibrio rio y ca cayy ó pesadam pesadamente, ente, llast astimá imándo ndose se am bas rodi rodill llas. as. Cuando apareció el primer coche patrulla en lo alto de la cuesta, Richards estaba ya sentado en el arcén con el arma firmemente asida a la altura del hombro. El coche iba a más de ciento veinte y seguía acelerando; debía de ser  algún vaquero de uniforme con demasiado motor tras los pedales y demasiados sueños de gloria en los ojos. Quizá llegó a ver a Richards; quizás intentó frenar. Tanto daba. El coche no llevaba neumáticos a prueba de balas. El más próximo a Richards estalló como si dentro tuviera dinamita. El coche patrulla despegó del suelo como un torpe pajarraco y se precipitó más allá del arcén en un vuelo sin control, entre aullidos, hasta estrellarse contra el tronco de un enorme olmo. La  portezuela del c onductor se despr despree ndió de la c ar arroc rocee ría ría,, pero per o e l tipo tipo a l volante salió despedido por el parabrisas como un torpedo y voló treinta metros hasta aterriz aterr izar ar entre los ma mato torra rralles.

El segundo coche llegó a parecida velocidad, y Richards tuvo que hacer  cuatro disparos hasta alcanzarle una rueda. Dos balas levantaron arena cerca de su posición. El vehículo patinó, dio una humeante media vuelta y, finalmente, dio tres re s vu vuelt eltas as de ccam am pana eesp spar arciendo ciendo ttroz rozos os ddee m etal y cr cris istal tal.. Richards se incorporó con dificultad y vio que la camisa se le empapaba de  

sangre justo por encima del cinturón. Regresó a saltos hacia el coche aéreo y se echó al suelo boca abajo cuando el segundo vehículo policial estalló, escupiendo m etrall etrallaa a su alrededor alrededor.. Se puso nuevamente en pie, entre jadeos y extraños gemidos. El costado había em e m pez pezado ado a dol doler erle le con unos llentos entos y cíclicos llatido atidos. s. Quizás Amelia hubiera podido tratar de escaparse, pero no hizo el menor  gesto de intentarlo. Contemplaba fijamente, como en trance, el coche que ardía en la car c arre rettera. er a. Cuando Cuando R Richards ichards ent entró ró eenn el coc coche, he, eellla se aapartó partó de un sal salto to..  —Less ha m ata  —Le atado. do. Ha m ata atado do a eesos sos hombr hombres… es…  —Ellos  —Ell os iintentaba ntentabann m maa tar tarm m e . Y a ust ustee d tam también. bién. ¡¡Vá Vám m onos, apr aprisa! isa!  —¡A m í no han int intee ntado m maa tar tarm m e!  —¡Vam  —¡V am os! Amelia obedeció. La máscara de joven ama de casa de buena posición regresando de la compra com pra est estaba aba ahora hecha tri trizzas. Y debaj o de eell llaa habí habíaa aalg lgoo descono desconocido cido,, algo de labios retorcidos y ojos asustados. Algo que quizás había estado allí todo el tiempo. Avanz vanzar aron on ocho kkil ilóm ómetros etros y ll llega egaron ron a una eest stac ació iónn de se servicio. rvicio.  —Deténga  —De téngase se —dij —dijoo R Richa ichards. rds.

 

…Menos 41 y contando…

 —Sa lga.  —Sa  —No. Richards llee puso el ca cañón ñón del arm armaa eenn el ppec echo ho y la m muj ujer er m usi usitó: tó:  —No, por fa f a vor…  prima ma donna.  —Lo siento, pe pero ro se le ha ter term m inado e l tie tie m po de j ugar a la  pri Salga. Amelia Am elia salió y Richar ichards ds hi hizzo lo m ism ism o a ccont ontin inuac uació ión. n.  —Dejj e que m e aapoy  —De poy e eenn ust usted. ed. Richards pasó un brazo alrededor de sus hombros y señaló con el arma una cabina telefónica junto a la máquina expendedora de hielo. Empezaron a avanzar, como una pareja grotesca salida de un vodevil. Richards daba saltos con su pierna buena. Estaba cansado. Evocó la visión de los coches patrulla al estrellarse, y el cuerpo del conductor saltando como un torpedo, y la estremecedora explosión. Las escenas se repitieron una y otra vez, como una cinta de vídeo sin fin. El propietario de la tienda, un anciano de cabello canoso y piernas huesudas ocultas ocul tas ttra rass un ssucio ucio ddelant elantal al de ccar arni nice cero, ro, sal salió ió ddel el alm almac acén én y les miró ccon on aire  preocupa  pre ocupado. do.  —¡Eh! —dijo a pac paciguadora iguadoram m ente ente—. —. No le quiero quier o a ust ustee d aquí. Tengo fa fam m il ilia, ia, ¿¿sabe? sabe? S Siga iga su ca cam m ino ino,, por fa favor vor.. No qui quier eroo probl problem em as.  —Entre a hí, abue abuelo lo —di —dijj o R Richa ichards. rds. El hom hombre bre obede obedecc ió. Richards siguió hasta la cabina entre jadeos y depositó una moneda en la ranura. Marcó el cero mientras sostenía el auricular y la pistola en la misma mano.  —¿De  —¿ Desde sde qué zona eestoy stoy ll llaa m a ndo, telef telefonis onista? ta?  —Desde  —De sde Rock Rockland, land, señor señor..  —Póngam  —P óngam e con la re redac dacción ción de dell not noticiar iciario io lloca ocal,l, por fa favor vor..  —Pue  —P uede de m a rc rcar ar e l núme número ro usted m ismo, se señor ñor.. Es el…  —Márquelo  —Már quelo usted.  —¿De  —¿ Desea sea que…?  —¡Márque  —¡Má rquelo, lo, sseñor eñorit itaa !  —Sí,í, señor —r  —S —respondió espondió llaa voz voz,, inaltera inalterada da.. Richards oyó una serie de ruidos. La sangre había teñido su camisa con un color púrpura sucio. Apartó la mirada de ella, pues le hacía sentir náuseas.

  Aquí e l noti noticc iar iario io de Rock Rockland land oy ó que dec decía ía otra voz . Núm Númee ro de tabloid tabl oidee de LibreLibre-V Visió isiónn seis nueve cua cuatro tro tres.  —Aquí Be Be n R Richa ichards. rds. Hubo un largo silencio. Por fin, la voz respondió:  —Escuche,  —Escuc he, a m igo, a m í m mee gust gustaa n las brom a s tanto ccom omoo a cua cualqui lquiee ra ra,, pe pero ro  

hemos tenido un día largo y difícil, y…  —Cier  —C ierre re e l pico. Va a tene tenerr conf confirm irmaa ción de e sta noti noticia cia dentr dentroo de diez minutos por otros canales. Y puede tenerla ahora mismo si dispone de una radio que sintonice la frecuencia de la policía.  —Yo…  —Y o… Esper Esperee un segundo. Oyó como su interlocutor dejaba caer el teléfono de un golpe, y una voz que comentaba algo ininteligible. Cuando volvió a tomar el aparato, la voz sonaba dura y profesional, con un ligero asomo de excitación.  —¿Dónde  —¿ Dónde está usted, a m igo? La m it itad ad del cue cuerpo rpo de poli policía cía del esta estado do de Maine acaba de cruzar Rockland…, a ciento cincuenta por hora. Richards estiró el cuello para leer el rótulo del almacén vecino a la estación de servicio.  —En un lugar luga r ll llam am a do Gilly Gilly’’s T Town own Line, una gasolinera de la ruta U. S. uno. ¿Conoce el sitio?  —Sí,í, per  —S pero… o…  —Escúchem  —Escúc hem e bien, aam m igo. No he ll llam am ado pa para ra c ontar ontarle le m i vi vida. da. Envíe hac ha c ia aquí un equipo de filmación. Rápido. Y empiece a transmitir la noticia. Prioridad uno para la C Cadena adena.. T Tengo engo uunn rehé rehén, n, uuna na m ujer uj er llam llam ada Am Ameli eliaa W Wil illi liam am s, dde… e… Se volvió hacia ella.  —De Falm outh — —dij dijoo Am Amee li liaa , aba abati tida. da.  —… de Falmouth Falm outh — —re repit pitió ió R Richa ichards—. rds—. Quier Quieroo paso libre o la m ata ataré ré..  —¡Señor,, huelo eell pre  —¡Señor prem m io Pulit Pulitzzer er!! —e —excla xclam m ó el pe periodist riodista. a.  —No e s eeso. so. Es que te has c aga agado do eenn los pa pantalones ntalones —re —repli plicó có Ri Ricc har hards, ds, algo a lgo mareado—. Quiero que se difunda la noticia. Quiero que la policía del estado sepa que todo el mundo está pendiente de mí. Tres agentes han intentado matarnos en un control de carretera.  —¿Qué  —¿ Qué ha sido de los pol policías? icías?  —Los he m ata atado. do.  —¿A  —¿ A los tres? tre s? ¡V ¡Vay ay a ! —La voz se apa apartó rtó del teléf teléfono ono y gritó—: ¡D ¡Dick icky, y, aabre bre el canal ca nal nacion nacional! al!  —Sii a lgui  —S lguiee n disp dispaa ra ra,, m a tar taréé a la m ujer uj er —advirtió Ri Ricc har hards, ds, m ientra ientrass intentaba, a un tiempo, inyectar firmeza a su voz y recordar las frases de las vi viej ej as pe pelí lículas culas de gángst gángster eres es que había vist vistoo de niñ niñoo por televis televisió ión—. n—. S Sii qui quier eren en salvar sal var a llaa m muje ujer, r, sserá erá m ej or qque ue me dej dejen en ppasar asar..  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo…? Richar ichards ds colg colgóó y sali salióó de la cabina c abina ccon on ttorpeza, orpeza, salt saltando ando sobre su pie sano.

  A Ayy údem e. La mujer pasó un brazo bajo sus hombros e hizo una mueca al mancharse de sangre.  —¿Tiene  —¿ Tiene la m ás rree m ota idea de dónde se eestá stá m mee tiendo? tiendo? —l —lee dij o.  —Sí.í.  —S  

 —Es una locura. locur a. Va Va a hac hacee r que le m ate aten. n.  —Tom  —T omee hac hacia ia e l norte —m —murm urm uró Ri Ricc har hards—. ds—. Lim Limít ítee se a seguir ha hacia cia el norte. Subió al coche entre jadeos. El mundo se empeñaba en hacerse borroso ante sus ojos, y en sus oídos sonaba una música aguda y átona. La sangre había manchado la blusa a franjas verdes y negras de la mujer. Gilly, el viejo de la estac est ació iónn ddee ser servi vicio, cio, abrió llaa puerta m osqui osquitter eraa y sacó por llaa rrendi endijj a una ccám ám ar araa Polaroid muy anticuada. Pulsó el disparador, tiró de la foto y aguardó. Su rostro estaba teñido de horror, excitación y placer. Y en e n llaa dis distanci tancia, a, ccada ada vez m ás son sonoras oras y m ás próxi próxim m as, llas as si sire renas… nas…

 

…Menos 40 y contando…

Hicieron casi diez kilómetros hasta que la gente empezó a salir de sus casas para verles pasar. Muchos llevaban cámaras, y Richards se tranquilizó.  —Lo que hac hacían ían en e se control de c ar arre reter teraa e ra dis dispa para rarr a los c ilindros ilindros de aire —musitó la mujer en voz muy baja—. Fue un error. Sí, eso es lo que fue, un error.  —Sii a quel c er  —S erdo do que m e ti tióó la bala por e l pa para rabrisas brisas quer quería ía dar darle le a los cilindros de aire, entonces debía de tener el punto de mira del arma desviado un metro.  —¡Fue un err e rror! or! ¡Falló el di dispar sparo! o! Estaban entrando en la zona residencial de lo que Richards tomó, indudablemente, por Rockland. Casitas de verano, caminos de tierra que conducían a cabañas junto a la playa. Villa Brisa, camino privado. Yo y Patty, no  pasarr. El nido de Eli  pasa Elizza beth, no se adm it itee n visi visitas. tas. Villa illa Nubes, Nube s, ojo, oj o, valla electrifi elec trifica cada. da. El He Hechiz chizo, o, per perros ros suelt sueltos. os. Oj os iinsanos nsanos y ávidos observándoles tras los ár árbol boles es ccom omoo el gato de Cheshi Cheshire re del cuento c uento de Alicia. El soni sonido do de los los Lib Libre re-V -Vis isore oress a pil pilas as les llegaba a travé travéss del destrozado destroz ado pa para rabrisas. brisas. Todo ttenía enía un eext xtra raño ño y absurd absurdoo aire ca carnavalesco. rnavalesco.  —Toda  —T oda esa gente sólo dese deseaa ver sangr sangraa r a a lgui lguiee n, ccuanto uanto m á s m e j or —dij —dijoo Richards—. Incluso preferirían vernos morir a los dos. ¿No se lo cree?  —No.  —Entonces,  —Entonce s, yyaa lo ve verá rá.. Un anciano a nciano ccon on el ca cabell belloo pl platea ateado do de peluquería, ve vest stid idoo con unos ppantalones antalones cortos por debajo de las rodillas, se acercó corriendo al arcén. Llevaba una cámara enorme con un teleobjetivo largo como una cobra, con la que empezó a hacerr fotos ávid hace ávidam am ente. Las pier piernas nas del anciano eran blancas como com o el vi vientre entre de un pez. Richards estalló en una súbita carcajada que hizo dar un respingo a Amelia.  —¿Qué  —¿ Qué…? …?  —Ese ti tipo po se ha olvi olvidado dado de quit quitar ar la tapa del obj objee tivo tivo —dij —dijo—. o—. Se ha olvidado de… Un nuevo nuevo ac acce ceso so de risa le iim m pidi pidióó tter erm m in inar ar la ffra rase. se. Los coches se agolpaban en los arcenes cuando el coche aéreo alcanzó la cimaa de una cuesta larga y poco pron cim pronunci unciada, ada, tras la ccual ual ssee inici iniciaba aba un ddesce escens nsoo

hasta el racimo de casas apretadas de la ciudad de Rockland. Quizás en otro tiem iempo po habí habíaa si sido do un unaa pint pintoresca oresca vill villaa de pe pescadores scadores de baj bajura, ura, ll llena ena de hom hombres bres curtidos que salían en sus pequeños barcos, con sus chubasqueros amarillos, para atrapar a las huidizas langostas. En todo caso, de eso debía de hacer mucho tiem iempo. po. A cada ca da lado de la ca carre rretera tera había un enorme ce cent ntro ro com comer ercial. cial. Una ca call llee  

mayor llena de garitos, bares y emporios de máquinas tragaperras. Había cuidadas casitas de clase media cuyas fachadas daban a la calle principal, y un  barrio  bar rio pobre en plena e xpansión j unto a las fé féti tidas das agua aguass del puer puerto. to. En el horizonte, el mar seguía con su aspecto inmutable, su intemporal brillo azulado lleno de destellos y charcos de luz, que se mecían bajo el sol de última hora de la tarde. Iniciaron el descenso y advirtieron la presencia de dos coches patrulla atravesados en la calzada. Las luces azules destellaban intermitentemente, alocadas y descoordinadas. Aparcado en un rincón del terraplén de la izquierda había un vehículo blindado cuyo cañón, corto y de grueso calibre, siguió la tray ectori ectoriaa del co coche che aé aéreo reo am enaz enazadoram adorament ente. e.  —Está ac a c aba abado do —dij —dijoo la m uj ujer er e n voz baj a , ccon on un tono ca casi si de pe pesar sar—. —. ¿¿Es Es que yo y o ttam am bi bién én teng tengoo qu quee m ori orir? r?  —Deténga  —De téngase se a c incue incuenta nta m e tros del bloqueo y haga lo m ismo que ante antess —  di dijj o Richar Richards, ds, mientra mientrass se protegía hundi hundiéndose éndose eenn el asiento. En su rostro rostro aapar parec eció ió un ttic ic ner nervi vioso oso.. Amelia detuvo el coche y abrió la portezuela, pero no sacó el cuerpo al exterior exter ior.. En el aire re rein inaba aba un m mortal ortal si silencio. lencio.  —Tee ngo m  —T miedo iedo —dij —dijoo ella—. ¡¡P P or ffaa vor, tengo m ucho m iedo!  —Ahora no le disp dispaa ra rará ránn —r —ree spondi spondióó Ri Ricc har hards—. ds—. Ha Hayy dem asia asiada da gente gente.. No se puede m atar a lo loss rehene reheness ssii hhay ay espectadores. Así son son llas as re regl glas as del jjuego. uego. La mujer le miró un instante y, de pronto, Richards sintió el deseo de salir a tomar una taza de café con ella. Escucharía con atención sus comentarios y se  portaría  portar ía c on toda c orr orrec ección… ción… Y ella esta estaría ría invi invitada tada,, por supuesto. Y cha charla rlaría ríann de las posibilidades de la injusticia social, de cómo los calcetines siempre se caen cuando uno lleva lleva bot botas as de goma goma,, y de la im import portancia ancia de la sin since cerid ridad. ad.  —Adelante,  —Ade lante, señor señoraa Willi William am s —aña —añadió dió con un suave y tenso tono irónico—. Los ojos del m undo est están án pue puest stos os en ust usted. ed. Ameli Am eliaa asomó eell cuerpo aall ext exter erio iorr. Seis coches patrulla y otro vehículo blindado se habían situado a diez metros detráss de eell detrá llos, os, bbloq loqueá ueándol ndoles es la rretirada etirada.. « Ahora, llaa úni única ca salid salidaa eess ddirectam irectam ente al ci cielo» elo» , ppensó ensó Richar chards ds..

 

…Menos 39 y contando…

 —Me ll llam am o Am elia W il illi liam am s, y Ben Ri Ricc har hards ds m e tiene tiene com o re rehén. hén. Si no nos dejan dej an paso libre, di dice ce qu quee m e m atará. Por unos instantes, hubo un silencio tan absoluto que hasta Richards llegó el lejano aullido de la sirena de un yate distante. Después, una voz asexuada respondió por el megáfono de uno de los coches  patr ulla:  patrull a:  —QUEREMOS HABLAR CON CON BEN RICHARDS RICHARDS..  —No —repli —re plicc ó rá rápidam pidamee nte ééste. ste.  —¡Dice  —¡D ice que no quier quiere! e!  —¡SALGA DEL COCHE, S SEÑO EÑORA! RA!  —¡Richards  —¡Richa rds m e m ata ataría ría!! —gritó ella, enf enfure urecc ida—. ¿No ha oído? Ha Hacc e un rato varios agentes casi nos matan, y Richards dice que lo harán aunque yo esté con él. é l. ¿¿P P or Dios, es eso cier cierto to??  —¡Dee j adla pasa  —¡D pasar! r! —gritó en eese se instante una voz ronc roncaa eentre ntre la m ult ultit itud. ud.  —SALGA  —SALG A DEL COCHE O ABR ABRIREMOS IREMOS FUEG UEGO. O.  —¡Dee j adla pasa  —¡D pasar! r! ¡D ¡Dej ej a dla pa pasar sar!! El griterío de la multitud parecía el de los agitados espectadores de un partido de matabol m atabol..  —SALG  —S ALGA… A… La multitud apagó la voz del megáfono. Alguien lanzó una piedra contra un coche patrulla, cuyo parabrisas se astilló en mil pedazos. Hubo un súbito rugir de motores y los dos vehículos policiales empezaron a apartarse, abriendo entre ellos un estrecho paso en mitad de la calzada. La multitud emitió un rugido de alegría y volvió a enmudecer, a la espera del acto siguiente:  —QUE TOD TODOS OS LOS CIVI CIVILES LES ABANDO ABANDONEN NEN LA ZONA —entonó e l hombre del megáfono—. PUEDE HABER DISPAROS. TODOS LOS CIVILES DEBERÁN ABANDONAR LA ZONA, O SERÁN DETENIDOS BAJO LA ACUSACIÓN DE REUNIÓN ILEGAL Y OBSTRUCCIÓN DE LA ACCIÓN POLICIAL. LA PENA POR DICHOS CARGOS ES DE DIEZ AÑOS EN LA PRISIÓN DEL ESTADO, MULTA DE DIEZ MIL DÓLARES O AMBAS COSAS. DESPEJEN LA ZONA. DESPEJEN LA ZONA.  —¡Claro, pa para ra que nadie vea cóm o m a táis a la chic chicaa ! —gritó una voz hi hist stér érica—. ica—. ¡A la m mierda ierda la pol policía! icía!

La multitud no se movió. Una unidad móvil de un noticiario, negra y amarilla, se había detenido espectacularmente junto a los coches patrulla. De ella saltaron dos hombres que empezaron a instalar una cámara. Dos policías corrieron hacia ellos y hubo un breve y furioso forcejeo por la  posesión de la c ám a ra ra.. P or fin, uno de los age agentes ntes pudo ha hacc er erse se c on eell llaa , la a sió  

 por e l trípode y la estrell estre llóó c ontra el suelo. Uno de los re reporter porteros os int intentó entó saltar  sobre el agente, pero recibió una lluvia de cachiporrazos. Un chiquillo saltó de entre la multitud y lanzó una piedra que fue a darle al agente en la nuca. La calzada quedó salpicada de sangre mientras el policía caía al suelo. Media docena de agentes cayeron sobre el muchacho y se lo llevaron a rastras. En un arrebato impensable, se habían iniciado entre las filas de espectadores peleas breves y brutales entre los ciudadanos pudientes y los andrajosos habitantes de los barrios pobres. Una mujer con una bata casera de color desvaído y llena de sietes saltó sobre una oronda matrona y se puso a tirarle del cabello. Las dos cayeron pesadamente a la carretera y rodaron sobre el asfalto entre patadas y gritos.  —¡Dios  —¡D ios m ío! —exc —exclam lam ó Am elia, hor horror roriz izaa da.  —¿Qué  —¿ Qué suce sucede de?? —pre —preguntó guntó Ri Ricc har hards, ds, sin a tre trever verse se a leva levantar ntar los ojos oj os por  encima del tablero de instrumentos.  —Pee lea  —P leas. s. La poli policc ía c a rga sobre la gente gente.. Alguien le ha roto la cá cám m a ra a un equipo de Libre Libre-V -Visi isión. ón.  —¡RÍNDASE,  —¡RÍND ASE, R RICHARDS! ICHARDS! ¡SALGA!  —Adelante  —Ade lante —dij —dijoo R Richa ichards rds eenn voz baj a . El coche aér a éreo eo aavanz vanzóó dando vai vaivenes. venes.  —Disparaa rán  —Dispar rá n a los cili cilindros ndros de a ire —re —repli plicc ó eell llaa —. Y lue luego go eesper sperar aráá n ha hasta sta que salga.  —No lo harán har án —a —afirm firm ó R Richa ichards. rds.  —¿P  —¿ P or qué qué??  —Son  —S on dem asia asiado do estúpido estúpidos. s. Los agentes no dispara dispararon. ron. El coche avanzó lentamente hasta dejar atrás los vehículos policiales y el grueso de mirones, que se habían escindido en dos grupos siguiendo una segregación no consciente. A un lado de la calzada estaban los ciudadanos de clases media y alta, las mujeres que se peinaban en los salones de belleza, los hombres de mocasines y camisas caras. Tipos que llevaban monos con el nombre de la empresa en la espalda y su propio apellido bordado en hilo de oro sobre sob re el bols bolsil illo lo ssuperior uperior.. Muje Mujere ress com comoo la propia Am elia W Wil illi liam am s, vest vestidas idas para ir de compras. Sus rostros eran absolutamente similares en un detalle: parecían extremadamente incompletos, como cuadros con agujeros por ojos o como un rompecabezas al que faltase una pieza nimia. Y eso que echaba en falta, pensó

Richards, aire desesperación. En sus estómagos noasaullaban los lobos. Sus m mentes entesera noeleest staba abanndell llena enas s de sueños vi viciados, ciados, de eespera speranz nzas insensatas. Éstaa eera Ést ra la gent gentee sit situada uada aall lado lado dere derecho cho de la ca carre rretera, tera, eell lado lado que m miira raba ba a la combinación de puerto deportivo y club de campo ante la cual estaban  pasando.  pasa ndo. Al otro lado, a la izquierda, quedaban los pobres. Narices enrojecidas con  

venas reventadas. Pechos caídos y ajados. Cabellos ásperos. Ojeras, sabañones, granos. Las bocas caídas y ausentes de la idiotez. Aquí, el despliegue policial era mayor, y cada vez acudían más refuerzos. A Richards no le sorprendía lo rápido y contundente de su llegada, pese al poco tiempo transcurrido desde que se diera la alarma. Incluso allí, en un pueblo costero sin importancia, la pistola y la porra estaban siempre a mano. La jauría si siem em pre est estaba aba ham hambri brienta enta eenn la perr perrer era. a. Los pob pobre res, s, ppensó ensó R Richards, ichards, iinvaden nvaden las casas de verano cerradas durante la temporada invernal. Los pobres, bandas de niños menores de diez años, irrumpen en los supermercados. Los pobres son, indu ndudabl dablem em ente, lo loss qu quee gara garabatean batean obscenid obscenidades ades m al escr escrit itas as eenn lo loss esca escapara parates tes de las tiendas. Los pobres tienen siempre muy malas pulgas, y se sabe que sus  bocass se ll  boca llena enann de ira iracc undos salivazo salivazoss a la vis vista ta de la m a der deraa puli pulida, da, de los cromados, de los trajes de doscientos dólares y de las barrigas bien cebadas. Y lo loss pobres deben de ben tene tenerr su Jack Joh Johnson nson,, su Muh Muham am m ad Ali Ali,, su C Cly lyde de Bar arrow row.. Allíí estaban los ppobres, All obres, obser observando. vando. « ¡A m i dder erec echa, ha, señoras y señores, llos os vver eranea aneant ntes! es! —pensó Richards— ichards—.. ¡Gordos y desgarbados, pero protegidos con un blindaje! ¡A la izquierda, con un  peso m á xim ximoo de sese sesenta nta kil ilos, os, pe pero ro fe feroc rocee s lucha luchadore doress de á nim nimoo m e zquino y torvo, tenemos a los barriobajeros hambrientos! Suya es la política de desnutrición. Ellos son los que venderían al propio Cristo por un kilo de salchichón. » Sin em bar bargo, go, ppre rest sten en aatención tención a estos dos contendient contendientes. es. No están en lo alt altoo del ring , sino que tienen una tendencia a luchar desde las sillas del público. ¿Podremos encontrar un chivo expiatorio a quien sacrificar en lugar de ellos?» A marcha lenta, no superior a cincuenta por hora, Ben Richards avanzó entre ambos grupos.

 

…Menos 38 y contando…

Transcurrió una hora. Eran las cuatro y las sombras se alargaron sobre la calzada. Richards, encogido bajo el nivel del cristal, entraba y salía sin esfuerzo en la incons nconsciencia. ciencia. S See habí habíaa saca sacado do ttorpem orpemente ente la ccam am isa isa de de dent ntro ro del pantal pantalón ón para observar la nueva herida. La bala había horadado un canal profundo y de mal aspecto en el costado, por el que había perdido mucha sangre. Finalmente, la sangre se había coagulado, aunque sólo superficialmente. Cuando tuviera que moverse aprisa de nuevo, la herida volvería a abrirse y a sangrar en abundancia. o importaba. Pront Pr ontoo ib iban an a ac acabar abar con él. Ant Antee aquel impre impresi sionant onantee despl despliiegue, su plan era una broma. Seguiría adelante con él, continuaría su jugada hasta que se prod produje ujera ra un « acc acciident dente» e» y el coche aér aéreo eo qquedara uedara reduci reducido do a cuatro to tornil rnillos los y unos re rest stos os de m metal etal (« … Un terr terrib ible le ac accidente… cidente… El age agent ntee ha sido suspendido de servicio y se ha emprendido una investigación a fondo… Lam entam entamos os llaa pérdid pérdidaa de una vi vida da ino inoce cent nte…» e…» , to todo do ell elloo enterra enterrado do en el úl últtimo noticiario del día, entre la información bursátil y la última declaración del papa),  per o lo har  pero haría ía por puro re refle flejj o. Sin e m ba bargo, rgo, a Ri Ricc har hards ds le venía pre preocupa ocupando ndo cada vez más Amelia Williams, cuyo gran error había sido escoger el miércoles  por la m aña añana na pa para ra hacer hac er las com c ompra pras. s.  —Ahí fue fuera ra hay tanque tanquess —dij —dijoo la m uje uj e r de pronto. Su voz er eraa liger ligera, a, animaa da, his anim histér térica ica—. —. ¿¿S Se lo ima imagina? gina? ¿¿S Se lo…? —S —See puso a sol solloz lozar. ar. Richards aguardó. Por último, dijo:  —¿En  —¿ En qué cciudad iudad eestam stamos? os?  —En W int inter erport, port, según e l rrótul ótulo. o. ¡A ¡Ah! h! ¡N ¡Noo puedo! ¡N ¡Noo puedo e sper speraa r a que lo haga hagan! n!  —Está bien —contestó —c ontestó R Richa ichards. rds. La mujer parpadeó lentamente mientras su cabeza daba una sacudida casi im percepti perc eptibl ble, e, ccomo omo si qu quis isiera iera ac aclarar lararlla.  —¿Có  —¿ Cóm m o?  —Deténga  —De téngase se y baj e de dell coc coche. he.  —Pee ro eentonce  —P ntoncess llee m ata atará rán… n…  —Sí.í. P  —S Pee ro no ha habrá brá m ás sangr sangre. e. No ver veráá usted m ás sangr sangre. e. Ahí fuer f ueraa tiene tienenn su suficient ficientee pot potencia encia de fuego para converti convertirnos rnos en vapor a m í y al coche entero.  —Miee nte. Usted m e m a tar  —Mi taráá . Richards había tenido el arma sobre las rodillas hasta entonces. La cogió y la

ti tiró ró aall suelo suelo.. La pis pisto tola la hiz hizoo un ruido so sordo rdo sobre la aalfom lfombril brilla la de gom goma. a.  —Quieroo un poco de m ar  —Quier arihuana ihuana —dij —dijoo Am e lia, lia, desvaria desva riando—. ndo—. ¡O ¡Oh, h, Señor eñor,, querría estar fumada! ¿Por qué no esperó al coche siguiente? ¡Dios! ¡Dios! Richards se echó a reír. Rió con unas carcajadas breves, superficiales, que  pese a todo llee rea re a vivar vivaron on el dolor de dell costado. Cerró Cer ró los oj ojos os y sig siguió uió riendo ha hasta sta  

que las lágrim lágrimas as asom asomaron aron baj o su suss párpados párpados..  —Hacc e frío  —Ha fr ío a quí, con e l par paraa brisas roto —com e ntó ella con a ire int ntrasce rascendent ndente—. e—. Co Conecte necte la ccalefa alefacc cció ión. n. Su rost rostro ro eera ra una m mancha ancha páli pálida da eent ntre re las sombra sombrass de la tarde agoni agonizzante.

 

…Menos 37 y contando…

 —Estam os en De  —Estamos Derr rryy —dij —dijoo Am elia. Las calles estaban llenas de gente, sentada en los salientes de los tejados, en los balcones y en los porches, de los que se había retirado el mobiliario de verano. Allí estaban comiendo bocadillos y pollo frito en grasientas bolsas de  pape l.  papel.  —¿Ha  —¿ Hayy a lguna seña señall del ae aeropue ropuerto? rto?  —Sí.í. Est  —S Estoy oy sig siguiendo uiendo los ca carte rteles. les. Per P eroo segur seguroo que nos ccier ierra rann el paso. pa so.  —Volver  —V olveréé a am e nazar c on m mata atarla rla si lloo hac hacen. en.  —¿Inte  —¿ Intenta nta sec secuestra uestrarr un aavión? vión?  —Sí,í, eso int  —S intenta entaré ré..  —No podrá. podrá .  —Yoo tam bién eesto  —Y stoyy segur seguroo de eell llo. o. Dieron la vuelta hacia la derecha y después hacia la izquierda. Los cláxones exhortaban monótonamente a la multitud a que se echara hacia atrás y se dispersara.  —¿De  —¿ De ver veras as eess su esposa, eesa sa m uj ujee r de la ffoto? oto?  —Sí.í. Se ll  —S llam am a Sheila. Y nuestra hij hijaa , Cathy, tie tie ne dieciocho diec iocho m e ses. Cuando las dej dejé, é, la pequeña ttenía enía llaa gripe. Es Espero pero que yyaa eest stéé m ej or or.. Por eso m mee m etí en este asunto asunto.. Un helicóptero pasó sobre ellos con un zumbido, dejando una sombra como una araña en la calzada. Una voz amplificada exhortó a Richards a soltar a la m uj ujer er.. C Cuando uando ssee hubo ma marc rchado hado y pud pudiier eron on habl hablar ar de nuevo, Ameli Ame liaa dij dijo: o:  —Suu m  —S muj ujer er pa pare recc e una fula fulana. na. D Debe ebería ría cuida cuidarr un poc pocoo m más ás su aaspec specto. to.  —La fotogra fotografía fía e staba rretoc etocaa da —dij —dijoo Ri Ricc har hards ds en tono m monocor onocorde. de.  —¿De  —¿ De ver veras as ha hacc en eeso? so?  —Aj á .  —El aeropue ae ropuerto. rto. Estam Estamos os lllega legando. ndo.  —¿Está  —¿ Está ccee rra rr a da la puer puerta? ta?  —No alc alcaa nz nzoo a ver verlo… lo… ¡Espe ¡Espere re!! Está a bier bierta, ta, pe pero ro bloquea bloqueada. da. Un tanque tanque.. os apunta con el cañón.  —Acéé rque  —Ac rquese se a diez m e tros y deté deténgase ngase.. El coche avanzó lentamente por la carretera de acceso, de cuatro carriles, entre los coches patrulla aparcados y los gritos y parloteos incesantes de la multitud. Sobre ellos se alzaba un cartel: AERÓDROMO VOIGT. La mujer 

advirtió una verja electrificada plantada en un campo pantanoso y sin valor a ambos lados de la calzada. En el centro de la misma, delante de ellos, había una garita mitad oficina de información y mitad puesto de control de entrada. Después de de éést staa quedaba la verj a princip principal, al, bl bloqu oquea eada da por un ttanque anque A-62, ca capaz paz de disparar por su cañón obuses de un cuarto de megatón. Más allá, una  

confusión de calzadas y aparcamientos, todos ellos en dirección al complejo de terminales de líneas aéreas que ocultaban de la vista las pistas del aeropuerto. Una enorme torre de control se elevaba por encima de todo lo demás como un marciano de H. G. Wells, y el sol poniente que refulgía sobre sus ventanas de cristal polarizado parecía sacar fuego de ellas. Empleados y pasajeros se agolpaban por igual en el aparcamiento más próximo, donde un nuevo grupo de  polic ías se ocupa  polic ocupaba ba de conte contener nerlos. los. Llegó a sus oídos un e strue struendo ndo puls pulsaa nte y ensordecedor y Amelia vio un Superbird gris acero de la Lockheed/G. A. alzándose con un impulso mantenido y poderoso desde uno de los edificios  principales.  principa les.  —¡RICHARDS!!  —¡RICHARDS Amelia dio un brinco y se volvió hacia él, asustada. Richards le hizo un gesto de despre despreocupación ocupación.. « No es nada, ma mam m á. S Sól óloo me eest stoy oy m uri uriendo… endo…»»  —¡NO  —¡N O LE VAMOS A DAR PASO! —le advirtió la e norm e voz aam m pli plific ficada ada  —. DEJE LIBR LI BRE E A LA MUJER Y SALGA.  —¿Y  —¿ Y ahor ahoraa qué? —pr —pree guntó A Am m elia—. Estam Estamos os en tablas. Ellos aaguar guardar daráá n hasta que…  —Vaa m os a pre  —V presio siona narle rless un poco m á s —dij —dijoo Ri Ricc hards—. har ds—. Ver eree m os si sig sigue uenn  picando.  pica ndo. Asóm Asómee se y dígales que estoy her herido ido y m e dio loc loco. o. Dígales Dígale s que quier quieroo entregarm e a la P Pol olicí icíaa de A Avi viac ació ión. n.  —¿Que  —¿ Que quier quieree ha hacc er qué?  —La P oli olicc ía de Aviac viación ión no eess eestatal statal ni fe feder deral. al. Es una fue fuerza rza inter interna naciona cionall desde el tratado de las Naciones Unidas de mil novecientos noventa y cinco. Hace tiempo corría el rumor de que si uno se entregaba a ellos, obtenía una am ni nist stía. ía. Com omoo ssii uno ca cayy er eraa en una casil casilla la ddee « seguro» en el ppar archís chís.. Un Unaa casilla llena de mierda, pues los de Aviación le entregan a uno a los Cazadores y éstos le li liqui quidan dan ffuer ueraa de la vist vistaa de la gente. Amelia Am elia fr frunció unció el ce ceño. ño. R Richar ichards ds pros prosig igui uió: ó:  —Quizáá s e sos de a hí piensen que y o estoy c onvenc  —Quiz onvencido ido de que e s c ier ierto. to. Vamos, dígaselo. Amelia asomó la cabeza por la ventanilla y Richards se puso en tensión. Si se  producía  produc ía un « de desgra sgracc iado ac accc idente» que quit quitaa ra de en m edio a Am elia,  probablem  proba blem ente se produciría produc iría a hora hora.. T Tee nía la c a beza y par parte te del cue cuerpo rpo fue fuera ra del coche, claramente expuestas a cientos de armas. Un solo disparo y toda la farsa terminaría.

 —Be  —B e n ias Richa Richards rdsas! quier quieree e ntre ntregar garse se a la P oli olicía cía de Aviac viación ión —gritó Am elia—. ¡Tiene var varias herid heridas! Lanzó una mirada aterrorizada por encima del hombro y su voz se dejó oír  alta y clara en el súbito silencio que había dejado el avión tras perderse en la distancia.  —¡Haa e stado de  —¡H desqui squicc iado la m it itad ad del tiem po, y y o…! ¡¡Oh, Oh, D Dios ios,, tengo ta tanto nto  

m iedo…! ¡P ¡Por or ffavor…, avor…, por ffavor…, avor…, P POR OR F FA AVOR! Las cámaras lo recogían todo, emitiendo en directo para la estación central, que en cuestión de minutos lo difundiría por toda Norteamérica y medio mundo. Eso estaba bien. Espléndido. Richards notó que la tensión ponía rígidos sus m iem iembros bros ootra tra vez vez,, y supo supo qque ue eem m pez pezaba aba a tener eesp spera eranz nzas as de nuevo.  —Muy bien —susurró Richa Richards rds a la m muj ujee r. Esta le miró.  —¿Cree que m e c uesta simula  —¿Cree simularr que estoy a sust sustaa da? —dij —dijo—. o—. No esta estam m os untos unt os en este aasun sunto to,, aunque usted lo cre crea. a. Lo único que quiero eess que se lar largue. gue. Richards advirtió por primera vez la perfección de sus pechos bajo la blusa verdinegra verdin egra m ancha anchada da de sangre. S Suu perfe perfecc cció iónn y su opu opulenci lencia. a. De pronto pronto,, se oy ó un rugi rugido do chirriante y Am Amelia elia sol soltó tó uunn grit grito. o.  —Es el tanque —dij —dijoo él—. No pa pasa sa na nada da,, sól sóloo es eell ta ta nque.  —See eestá  —S stá m moviendo oviendo —aña —añadió dió ella—. V Van an a dej a rnos pa pasar. sar.  —¡RICHARDS!! ¡A  —¡RICHARDS ¡AV VANCE HA HAS STA EL H HANG ANGAR AR DIE DIECIS CISÉIS! ÉIS! L LA A P OLI OLICÍA CÍA DE AVI VIACIÓN ACIÓN EST ESTARÁ ARÁ ESPE ESPERANDO RANDO PARA TOMARLE EN CUSTOD CUSTODIA IA..  —Está bien —dij —dijoo él e n otro susurro—. Con Conti tinúe. núe. Cuando lle lle gue a ochociento ochoci entoss me metros tros de la verj a, deténgase.  —Vaa a hac  —V hacee r que m e m a ten —m —musit usitóó A Am m e lia lia , de desespe sespera rada—. da—. Lo único que necesi nece sito to es iirr aall lavabo, y usted usted vvaa a hace hacerr que m mee m aten. El coche aéreo se levantó a diez centímetros de la calzada y, con un zumbido, empezó a avanzar. Richards concentró su atención al cruzar la verja, en previsión de una posible emboscada, pero no hubo ninguna. La calzada tomaba una suave curva hacia los los edifi edificios cios pprin rincipal cipales. es. Una señal con una flec flecha ha inform informaba aba de que los hhangare angaress 16 a 20 ssee eencont ncontra raban ban m más ás ade adelant lante. e. Allí, los agentes les esperaban, en pie o arrodillados, detrás de las barricadas amarillas. Richards sabía que, al menor movimiento sospechoso, destrozarían su vehículo.  —Ahora,, deté  —Ahora deténgase ngase.. La mujer obedeció. La reacción fue instantánea:  —¡RICHARDS!! ¡CONTI  —¡RICHARDS ¡CONTINÚE NÚE IN INMEDIA MEDIAT TAMENTE HACIA EL HAN HANGAR  GAR  DIECISÉIS!  —Dígaless que pido un m e gáf  —Dígale gáfono ono —dij —dijoo Ri Richa chards rds e n voz ba bajj a—. Que dej e n uno en la calzada, veinte metros delante del coche. Quiero hablar con ellos.

La mujer gritó el mensaje. Después aguardaron. Un momento después, un hombre con uniforme azul se acercó al trote hasta la calzada y depositó en ella un megáfono eléctrico. Permaneció allí un instante, saboreando quizás el  pensam  pensa m iento de que e staba stabann viéndole quini quiniee ntos m illones illones de pe persona rsonas, s, y luego volvió a refugiarse en su calculado anonimato.  —Adelante  —Ade lante —dij —dijoo R Richa ichards rds a la m uj ujee r.  

Avanzaron lentamente hasta el megáfono y, cuando la portezuela del conductor condu ctor estu estuvo vo a su alt altura, ura, Am eli eliaa abrió la la puerta y asió el apara aparato to.. Era blanco blanco  rojo,  roj o, con llas as let letra rass G y A en un cost costado, ado, ggra rabadas badas encim encimaa de un ray o.  —Está bien —dij —dijoo Ri Ricc har hards—. ds—. ¿A qué dist distaa ncia e stam stamos os del edif edificio icio  principal?  principa l?  —A c uatr uatrocie ocientos ntos m e tros, m más ás o m e nos —ca —calculó lculó ella ccon on la m mira irada. da.  —¿Y  —¿ Y de dell hanga hangarr die diecc iséis?  —A la m it itad. ad.  —Bien.  —B ien. P Per erfe fecc to, ssí.í. Richards advirtió que estaba mordiéndose los labios nerviosamente e intentó dejar de hacerlo. Le dolía la cabeza, y también todo el cuerpo, por un exceso de adrenalina.  —Siga  —S iga aadela delante, nte, ha hasta sta la eentra ntrada da de dell hanga hangarr die diecisé ciséis, is, y deté deténgase ngase —orde —ordenó. nó.  —¿Y  —¿ Y aall llí? í? Richards le dedicó una sonrisa tensa y desdichada.  —Allí tendr tendráá luga lugarr eell últi últim m o ac acto to de la ccom omedia edia..

 

…Menos 36 y contando…

Cuando detuvo el coche a la entrada del aparcamiento, la reacción fue inmediata.  —SIG  —S IGA A ADEL ADELANT ANTE E —ladró e l m egá egáfono fono poli policc ial—. LA P OLI OLICÍA CÍA DE AVIACIÓN ES ESTÁ TÁ DENTR DEN TRO, O, COMO PED PEDÍA. ÍA. Richards levantó su megáfono por primera vez.  —DI EZ MIN  —DIEZ MINUTO UTOS S —dij —dijo—. o—. TENGO QUE P ENSAR ENSAR.. De nuevo el sil silenc encio. io.  —¿No  —¿ No ccom ompre prende nde que e stá eem m puj pujándole ándoless a hac hacer erlo? lo? —pre —preguntó guntó ella c on voz extraña, cont controlada. rolada. Richards soltó una extraña risita ahogada, que sonó como el vapor a presión escapando esca pando de una ttetera etera..  —Ellos  —Ell os sabe sabenn que eesto stoyy disp dispuesto uesto a j oder oderles, les, per peroo no sabe sabenn cóm o —dijo.  —Es imposible —afirm —af irmóó ella—. ¿No lloo ha ccom ompre prendido ndido todavía todavía??  —Quizáá lo consiga —re  —Quiz —repli plicc ó él.

 

…Menos 35 y contando…

 —Escuc he —em pezó Ri  —Escuche Richa chards—. rds—. Cu Cuaa ndo se ini inicia ciaron ron los Co Concur ncursos, sos, la gente decía que eran el mejor entretenimiento del mundo porque nunca había habido nada igual. Sin embargo, la idea no tiene un ápice de original. En la antigua Roma, los gladiadores hacían lo mismo. Pues bien, también existe otro tipo de uego: el póquer. En el póquer, la jugada más alta es la escalera de color al rey en picas. Y el tipo de póquer más duro es el de cinco cartas abiertas. En él, cuatro cartas están boca arriba en la mesa, y una boca abajo. Cuando se trata de jugar  unas monedas, m onedas, todo el m mundo undo ssee aarr rriesga. iesga. A uno pu puede ede costarle quiz quizáá m edio dólar  dólar  ver la carta oculta del otro jugador. Pero cuando las apuestas empiezan a subir, la carta oculta empieza a parecer cada vez mayor. Después de una docena de rondas de apuesta, cuando están en juego todos los ahorros de una vida y el fugitivo ivo coche y la ccasa, asa, esa carta pued puedee hace hacerse rse m may ay or qu quee eell m on ontte Everest Everest.. El fugit es algo parecido. Sólo que se supone que yo no tengo dinero que apostar. Ellos tienen los hombres, las armas y el tiempo. Jugamos con sus cartas, sus fichas y en su casino. En cuanto me atrapen, se supone que estoy acabado. Sin embargo, quizzás y o he m ovi qui ovido do un po poco co las ccar artas tas con esa llam llam ada al not noticiario iciario de Rock Rockland. land. Las noticias, ése es mi diez de picas. Han tenido que darme paso libre porque todo el mundo estaba mirando. Después del primer control de carretera, ya no han tenido más oportunidades para despacharme limpiamente. Resulta divertido, además, porque es la misma Libre-Visión lo que da a la Cadena el poder que ésta tiene. Si alguien ve algo en Libre-Visión, debe ser cierto. Así, si todo el país veía que la policía mataba a mi rehén, un rehén presentable, una mujer de la clase m edia, com comoo us usted, ted, llaa ge gent ntee tend tendría ría que ccre reérselo. érselo. Y no ppodí odían an ccorre orrerr eese se riesgo, riesgo,  pues e l sis sistem tem a y a debe enf enfre rentar ntarse se a una cr crisi isiss de fia fiabil bilidad idad m uy prof profunda unda e n estos tiempos. Es curioso, ¿no? Aquí está mi gente. Ya ha habido problemas en la carretera. Si los agentes y los Cazadores vuelven sus armas contra nosotros,  puedenn produc  puede producirse irse desa desagra gradable dabless c onsec onsecuenc uencias. ias. Ci Cier erto to tipo tipo m e dij dijoo que m e mantuviera cerca de los míos, y tenía más razón de lo que él mismo pensaba. Una de las razones por las que me están tratando con tanto cuidado es que mi gentee eest gent stáá aahí hí fuer fuera. a. » Mi gent gentee eess el ca caball baller eroo ddee picas. » La re reiina, llaa dam a de eest stee aasu sunt nto, o, es us usted. ted. » Yo ssoy oy el rey, el hhombre ombre negro con la espada.

» Ésas problemas, so sonn m mis is ca cartas. rtas. yLos edios de ccom omuni unica cación, llaa posi posibi bili lidad dad de auténticos usted yo. mJuntas, todas ellas noción, son nada. Una simple  parej  par ej a la lass venc vence. e. Sin e l as de pic picas, as, todo es ba basura sura.. C Con on el as, a s, es im imbatible. batible. De pronto, Richards asió el bolso de la mujer. Era de tamaño mediano, en imitación de piel de cocodrilo c ocodrilo con una cade c adenit nitaa de plata. Se lo m metió etió en eell bo bols lsil illo lo de su chaqueta, donde donde aabul bultaba taba de fform ormaa prominent prominente. e.  

 —No tengo ese a s —aña —añadió dió e n voz ba bajj a —. Co Conn un poco m ás de previsi pre visión, ón,  podría habe haberlo rlo tenido. En ca cam m bio, sí dis dispongo pongo de una ca carta rta oc ocult ulta, a, una que no  puedenn ver. Por eso voy a intenta  puede intentarr un ffar arol. ol.  —No ti tiene ene ninguna posi posibil bilidad idad —re —repli plicó có ella c on voz hueca hue ca—. —. ¿Qué piensa hacer con mi bolso? ¿Dispararles con una barra de labios?  —Cre  —C reoo que ll llee van tanto ti tiem em po ha hacie ciendo ndo tra tram m pas e n el j uego que no se lo esperan. Creo que están totalmente acobardados por el cariz que ha tomado el asunto.  —¡RICHARDS!! ¡¡LOS  —¡RICHARDS LOS DIEZ MI MINUT NUTOS OS HAN TERMINA TERMINADO! DO! Richar ichards ds se ll llevó evó eell m megá egáfono fono a los los labi labios. os.

 

…Menos 34 y contando…

 —¡ESCUCHEN CON A  —¡ESCUCHEN ATENCIÓN TENCIÓN!! Su voz resonó, extendiéndose por la plana superficie del aeródromo. La  policc ía aaguar  poli guardó, dó, tensa. D Dee eentre ntre la m mult ultit itud ud se eelevó levó un m murm urm ull ullo. o.  —LLEVO CINCO KI KILOS LOS DE EXP EXPLOSIVO LOSIVO P LÁSTICO DE AL ALT TA POTENCIA EN EL BOLSILLO DE LA CHAQUETA, DE LA VARIEDAD LLAMADA NEGRA IRLANDESA. CINCO KILOS SON SUFICIENTES PARA ARRASARLO TODO EN MEDIO KILÓMETRO A LA REDONDA Y, PROBABLEMENTE, PARA HACER ESTALLAR LOS DEPÓSITOS DE COMBUSTIBLE DEL AEROPUERTO. SI NO SIGUEN AL PIE DE LA LETRA MIS INSTRUCCIONES, LES ENVÍO A TODOS AL INFIERNO. HE CONECTADO AL EXPLOSIVO UN DETONADOR DE LA GENERAL ATOMICS. LO TENGO MONTADO Y A PUNTO PARA SER ACTIVADO. UN GESTO BRUSC BRUSCO O Y YA P UED UEDEN EN D DESPEDI ESPEDIRS RSE E DE TODO TODO.. Hubo un griterío y la multitud emprendió un súbito movimiento, como una marea. La policía tras las barricadas se encontró, de pronto, con que no había nadie a quien contener. Hombres y mujeres retrocedían por las calzadas y los campos, y huían por las puertas de la valla que circundaba el aeropuerto, o saltándola. salt ándola. Tenían Tenían los rost rostros ros dem udados de pá páni nico co y avidez avidez.. Las fuerzas policiales se movían inquietas, pero Amelia no observó incredulidad en ninguno de los rostros.  —¿RIC  —¿ RICHARDS? HARDS? —tronó la potente voz voz—. —. LO QUE DI DICE CE NO ES CIER CIERTO. TO. SALGA.  —SÍ,  —S Í, VOY A SALI ALIR R —re —repli plicó có c on voz atrona atronadora dora—. —. P PERO ERO ANT ANTES ES VOY A DARLES ALGUNAS ÓRDENES. QUIERO UN AVIÓN CON LOS DEPÓSITOS LLENOS Y DISPUESTO PARA EL VUELO CON UNA TRIPULACIÓN REDUCIDA. EL AVIÓN TIENE QUE SER UN LOCKHEED/G. A. O UN DELTA SUPERSÓNICO. DEBERÁ TENER UNA AUTONOMÍA DE VUELO DE, AL MENOS, TRES MIL KILÓMETROS. TIENEN NOVENTA MINUTOS PARA PREPARARLO. Las cámaras filmaban, los  flashes  flashes  emitían sus destellos. También la prensa estaba inquieta. Sin embargo, sobre todo había que tener en cuenta la presión  psicc ológi  psi ológicc a de los quini quinientos entos m il illones lones de e spec spectadore tadores. s. Ello Elloss er eraa n re reaa les. El trabaj ra bajoo er eraa re real. al. Y lo loss cinco kkil ilos os ddee Negra Irlandesa podí podían an ser sim sim plem plem ente una

invenció nvención n de su adm admirabl irablee m ental entalid idad ad crim crimin inal. al.  —¿RIC  —¿ RICHARDS? HARDS? Un hombre vestido tan sólo con un pantalón negro y una camisa blanca, con las mangas subidas hasta el codo pese al frío otoñal de aquella hora, salió de detrás de un grupo grupo de coc coches hes ca cam m ufl uflados ados ddee la pol poliicía, a uno unoss qu quin ince ce m etros má máss allá del hangar 16. Llevaba en la mano un megáfono mayor que el de Richards.  

Desde aquella distancia, Amelia sólo pudo apreciar que llevaba unas pequeñas gafas que reflejaban la luz del sol agonizante.  —SOY  —S OY EV EVAN AN Mc McCONE. CONE. Richards conocía aquel nombre, desde luego. Se suponía que su mera mención debía helarle el corazón de pánico. Y no le sorprendió comprobar que, efectivamente, así sucedía. Evan McCone era el Jefe de Cazadores. Un descendiente directo de J. Edgar Hoover y de Heinrich Himmler, pensó Richards. La personificación del acero dentro del guante catódico de la Cadena. Un hom hom bre de dell ssac aco, o, uunn no nom m bre par paraa aasu sust star ar a los niñ niños os.. « Como no dej dejes es de ugar con c on llas as ccer eriill llas, as, haré que Evan McC McCone one salg salgaa del arm ar ario io…» …» Fugaz ugazm m ente, en eell fon fondo do de su me mem m oria, recordó rec ordó uuna na voz irre rreal. al. « ¿Eres tú el que buscamos, hermanito?»  —SABEMOS  —S ABEMOS QUE MIENT MIENTE, E, RIC RICHARDS. HARDS. NAD NADIE IE P UEDE CONS CONSEGUI EGUIR  R  ESE EXPLOSIVO SIN UNA AUTORIZACIÓN DE LA G. A. DEJE LIBRE A L MUJER Y SALGA. NO QUEREMOS VERNOS OBLIGADOS A MATARLA A ELLA TAMBIÉN. Amelia soltó un gemido débil y sofocado.  —QUIZÁS  —QUI ZÁS ES ESO O SEA C CIER IERTO TO EN LOS BAR BARRIOS RIOS BIEN —re —repli plicc ó Ri Richa chards rds  —. PERO P ERO EN MI MIS SC CALLE ALLES S PUED PUEDE E CONSEGUIRS CONSEGUIRSE E NEG NEGRA RA IRLANDESA IRLAND ESA EN CUALQUIER ESQUINA SI UNO TIENE DINERO FRESCO. Y YO LO TENÍA. DINERO DE LA DIRECCIÓN DE CONCURSOS. LE QUEDAN OCHENTA Y SEIS MI MINUTO NUTOS S.  —NO HA H AY TRA TRATO. TO.  —¿McCONE?  —¿ McCONE?  —¿S  —¿ SÍ?  —VOY A DEJAR S SALI ALIR R A LA MUJER MUJER.. ELLA HA VI VIS STO E EL L EXP LOSIVO LOSIVO..  —Amelia  —Am elia le esta estaba ba m ira irando ndo c on sorpre sorpresa sa y horr horror—. or—. MIENT MIENTRAS RAS,, SERÁ MEJOR QUE PONGA MANOS A LA OBRA. OCHENTA Y CINCO MINUTOS O ES NINGÚN FAROL. ESTÚPIDO. UN DISPARO Y NOS VAMOS TODOS A LA LUNA.  —No —susurró ella c on un ric rictus tus de incr incree duli dulidad—. dad—. No pensa pensará rá que voy a m entir por ust usted, ed, ¿¿ver verdad? dad?  —Sii no lo hac  —S hacee , soy hom hombre bre m uer uerto. to. Estoy he herido rido y a pena penass lo bastante consciente para saber lo que me digo, pero sé que ésta es la mejor manera, en definitiva. Ahora, escuche: el explosivo es blanco y sólido, ligeramente grasiento

al tacto. Tiene…  —¡No,  —¡N o, no, nooo! Amelia Am elia se tapó los ooíd ídos os con las m manos. anos.  —Tiene el a spec specto to de una bar barra ra de j abón de color m a rf rfil il,, pe pero ro basta bastante nte m á s compacto. com pacto. Ah Ahora ora voy a descr describ ibir ir el ddeton etonador ador.. Pa Pare rece ce… …  —No puedo hac hacer erlo, lo, ¿no se da c uenta uenta?? —ins —insist istió ió eell llaa e ntre sol solloz lozos—. os—. T Tee ngo  

un deber deber com comoo ciud ciudadana adana.. Y m i conci conciencia. encia. T Tengo engo mi…  —Sí,í, o puede que desc  —S descubra ubrann que m iente —aña —añadió dió él eenn tono cor cortante—. tante—. P e ro no será así, porque usted me respaldará y ellos picarán. Me largaré como un  páj ar aro. o.  —¡Noo puedo!  —¡N  —¡RICHARDS!! ¡¡ENV  —¡RICHARDS ENVÍE ÍE A LA MUJER!  —El detona detonador dor e s dora dorado do —continuó é l—. Es un ar aroo de unos c inco centímetros de diámetro. Parece un llavero sin llaves, y lleva adherida una  pequeña  peque ña var varil illa, la, com o un lapice lapicero, ro, c on un dis dispa para rador dor G. A. Éste par paree c e una goma de borrar uni unida da al lapi lapice cero. ro. Amelia se mecía adelante y atrás entre leves gemidos, tenía las mejillas entre las manos, y sus facciones temblaban como si fueran una masa para pan.  —Less he dicho que había puesto el detona  —Le detonador dor e n posi posición ción m ontada ontada.. Eso significa que usted podía ver una sola muesca justo encima de la superficie del explosivo. ¿Lo ¿Lo ha ente entendido? ndido?  No hubo respuesta; re spuesta; Am elia llora lloraba, ba, ge gem m ía y se m ovía aadela delante nte y atr atráá s.  —Clar  —C laroo que lo ha ente entendido ndido —c —conti ontinuó nuó él—. Es usted una m uje uj e r int intee ligente ligente,, ¿no es cierto?  —No voy a m e nti ntirr —dij —dijoo ella.  —Sii le pre  —S preguntan guntan algo m ás, usted no sabe nada de nada nada,, no se ha fijado, fij ado, estaba demasiado asustada. Sólo sabe una cosa: desde el primer bloqueo de carre ca rrettera, er a, he tenid enidoo perm anentem anentemente ente eell dedo en el deton detonador ador.. Ust Usted ed no sabía de qué se trataba, pero lo he tenido tenido ssiiem pre eenn la m mano, ano, desd desdee eent ntonces. onces.  —See rá m ej or que m e m a te aahora  —S hora..  —Vaa m os —re  —V —repli plicc ó él—. S Salga alga.. Amelia le miró, convulsa, con la boca apretada y los ojos como pozos oscuros. La mujer hermosa, confiada en sí misma, con su cuidado maquillaje, había desaparecido. Richards se preguntó si alguna vez se recuperaría. No lo creía. cre ía. Al m enos ppor or com compl pleto. eto.  —Vaa m os —i  —V —insis nsisti tió—. ó—. V Vam am os, fuera fue ra..  —Yo…,  —Y o…, y o… ¡Ah, Señor Señor…! …! Se lanzó hacia la portezuela y saltó afuera, casi cayendo. Se levantó al instante y echó a correr. El cabello al viento le daba un aire muy hermoso, casi  flashes ashes. de diosa avanzando hacia el tibio estallido de un millón de  fl Los fusiles brillaron, en posición para disparar, y volvieron a su posición

anterior la multitud engullíapero a la no mujer. se arriesgó a asomar un ojo por lacuando ventanilla del conductor, llegóRichards a ver nada. Se ocultó de nuevo, echó un vistazo al reloj y aguardó a que todo terminara.

 

…Menos 33 y contando…

La segundera roja de su reloj dio dos vueltas. Y otras dos. Y dos más.  —¡RICHARDS!!  —¡RICHARDS Se llevó el me megáfono gáfono a la boca:  —SETENT  —S ETENTA A Y CINCO MINU MINUTOS, TOS, Mc Mc CONE. « Mant Mantén én tu j ugada hast hastaa eell fin final» al» , ssee dijo. Era eell úni único co m modo odo de jjugar ugar.. Seguir con el farol hasta el momento en que McCone diera la orden de abrir  fuego a discreción. Sería rápido, y tampoco parecía importar ya gran cosa. Tras una pausa li ligera gera,, ca casi si et eter erna, na, ll llegó egó la rrespues espuesta: ta:  —NECESIT  —NECES ITAMOS AMOS MÁS TIE TIEMPO MPO.. TRES HORAS P OR LO MENOS. NO HAY NINGUNO DE LOS AVIONES QUE HA PEDIDO EN ESTE AEROPUERTO. AEROPUER TO. TEND TENDR RÁN Q QUE UE EN ENVIA VIAR R UNO DESDE OTRO LUGAR. Ameli Am eliaa lo hhabía abía hecho. ¡Oh, sorpresa! sorpresa! La m ujer uj er se ha habí bíaa aaso som m ado al abi abismo, smo,  había sabido cruzarlo. Sin Sin red. S Sin in echa echarse rse atrá atrás. s. Aso Asom m broso.  Natura  Na turalm lmente ente,, ellos no llaa cr cree ían. Er Eraa su obligac obligación ión no c re reer erse se na nada da ni a nadie nadie.. Ahora mismo la estarían acorralando en una sala privada de una de las term er m in inales, ales, en m anos de m edia docena de int interr errogado ogadore ress escogi escogidos dos por McC McCone. one. Y cuando la tuvieran allí, empezaría la letanía. Naturalmente que está alterada, señora Williams, pero tenemos que concretar ciertos detalles… Le importaría contárnoslo todo todo ot otra ra vez… Hay un par de ccosi osill llas as que nos choca chocan… n… ¿¿Est Estáá segura de que no era de esa otra manera…? ¿Cómo lo sabe…? ¿Por qué…? Y entonces ¿qué dijo él…? Así que su interés ahora era ganar tiempo. Confundir a Richards con una excusaa tras ot excus otra. ra. « Hay un pprobl roblem em a con c on el report reportaj aj e, nece necesi sittam os m ás ttiiem po po.. o hay una tripulación a punto en el aeropuerto, necesitamos más tiempo. Hay un OVNI sobre la pista cero siete, necesitamos más tiempo. Y todavía no la hemos hecho hablar. Todavía no ha terminado de confesar que ese explosivo de alta potencia consiste en un bolso de piel de cocodrilo lleno de un surtido de Kleenex, monedas, cosméticos y tarjetas de crédito. Necesitamos más tiempo. » Todaví odavíaa no ppodem odemos os ar arriesg riesgar arnos nos a m atarte. Nec Necesi esitam tamos os m ás ttiem iempo. po.»»  —¿RIC  —¿ RICHARDS? HARDS?  —ESCÚC  —ES CÚCHEME HEME —re —repli plicc ó éste por el m e gáf gáfono—. ono—. TIE TIENE NE SETENT ETENTA AY CINCO MINUTOS. DESPUÉS, SALTAMOS TODOS.  No hubo contestac c ontestación. ión.

Los espectadores habían em pez pezado adoabiertos, a aproxi a proxim mhúmedos ar arse se ot otra ra yvezsexuales. pese a la Se aam m enaza apocalíptica. Tenían habí los anojos muy había solicitado cierta cantidad de focos portátiles que ahora estaban centrados en el vehículo, bañá bañándol ndoloo con un fful ulgor gor superf superficial icial que re realz alzaba aba el par parabr abris isas as aast stil illado. lado. Richards intentó imaginar la sala donde tendrían a Amelia Williams y donde intentaban sonsacarle la verdad, sin conseguirlo. Naturalmente, allí no estaría la  

 pre nsa, y los hom  prensa, hombre bress de McCone e staría staríann pr probando obando a asustar asustarla la ha hasta sta que que,, aall fin, lo conseguirían indudablemente. Sin embargo, ¿hasta dónde se atreverían a llegar  con una mujer que no pertenecía al gueto de los pobres, donde la gente no tenía rostro? Drogas. Sí, claro, había drogas. Drogas que McCone podía utilizar sin restricciones y que harían balbucear toda su vida como un bebé incluso al indio aqui más má s est estoi oico. co. Drogas que ha harían rían que un sacerdot sace rdotee expl explicara icara las confesi confesiones ones de sus feli fe ligreses greses com comoo una m máqui áquina na taquí taquígrafa grafa.. ¿Un poco de violencia? ¿Las porras eléctricas perfeccionadas que tan eficac ef icaces es se habían m ost ostra rado do en los di dist sturbio urbioss de Sea Seatt ttle, le, de 2005 2005?? ¿O se lim lim itar itarían ían a in insi sist stir ir una y otra ve vezz en sus pre pregunt guntas? as? Tales pensamientos no le conducían a ninguna parte, pero no podía escapar de ellos ni acallarlos. Más allá de las terminales se oía el sonido inconfundible de un avión de carga Lockheed que calentaba motores. El rugido llegaba a él a oleadas. Cuando de repente enmudeció, Richards supo que había iniciado el repostar. Veinte minutos, si se daban prisa. Pero Richards no creía que fueran a apresurarse. « Bien, bi bien, en, bien. Aquí estam os. Todas llas as ccar artas tas boca aarr rrib iba, a, salvo una.» « ¿McCo McCone? ne? ¿Conoces y a la ver verdad? dad? ¿Ha Hass ppene enetrado trado y a eenn ssuu me ment nte?» e?» En los campos, las sombras se hacían cada vez más alargadas, y todo el mundo estaba a la espera.

 

…Menos 32 y contando…

Richards descubrió que el viejo tópico era falso. El tiempo no se había detenido. En algunos aspectos, habría sido mejor que así fuera. Entonces habría habido, al m enos, uunn fin final al para la espera esperanz nza. a. Por dos veces, la voz le informó por el megáfono que sabían que estaba mintiendo. Richards replicó que, si era así, se atrevieran a abrir fuego. Cinco minutos después, otra voz amplificada le explicó que los alerones del Lockheed estaban helados y que tendrían que empezar a repostar otro avión. Richards respondió que le parecía bien, siempre que el aparato estuviera a punto para el  plazoo m  plaz mar arca cado. do. Los minutos fueron desgranándose. Veintiséis, veinticinco, veintidós, veinte (« Dios m ío ío,, ttodavía odavía resist resiste. e. Quiz Quizás…» ás…» ), di diec ecio iocho, cho, qui quince nce ((de de nuevo, llos os motores del avión en un estridente aullido cuando los empleados de tierra repasaron el sistema de combustible y realizaron las comprobaciones previas al vuelo), diez m in inuto utos, s, y luego luego oc ocho. ho.  —¿RIC  —¿ RICHARDS? HARDS?  —SÍ.  —S Í.  —SENCILLA  —S ENCILLAMENTE, MENTE, TIE TIENE NE QUE DARNOS MÁS TIE TIEMPO MPO.. LOS ALERONES DEL APARATO SON UN BLOQUE DE HIELO. VAMOS A REGAR LAS PALETAS CON HIDRÓGENO LÍQUIDO, PERO NECESITAMOS TIEMPO TIE MPO PARA ELLO.  —LO TIE TIENEN NEN.. DI DIS SP ONE ONEN N DE SIE IETE TE MINU MINUTOS. TOS. LUEG LUEGO O VOY A AVANZAR HASTA LAS PISTAS UTILIZANDO LA CALZADA DE ACCESO. CONDUCIRÉ CON UNA MANO AL VOLANTE Y LA OTRA EN EL DETONADOR. ABRIRÁN TODAS LAS PUERTAS. Y RECUERDEN QUE CADA VEZ EST E STARÉ ARÉ MÁ MÁS SC CERC ERCA A DE ESOS DEP DEPÓSITO ÓSITOS S DE COMB COMBUSTIBLE. USTIBLE.  —PAREC  —P ARECE E QU QUE E NO SE DA CUENT CUENTA A DE Q QUE… UE…  —SE  —S E ACABÓ LA CHARLA, AMIGO AMIGOS S. S SEI EIS S MINUTOS. MINU TOS. La segundera del reloj siguió sus vueltas regulares. Tres minutos, dos, uno… Las cosas debían de ir mal en la salita que Richards no alcanzaba a imaginar. Trató de evocar mentalmente la imagen de Amelia, pero no lo consiguió. Se confundía con otros rostros en una cara compuesta de retazos de Stacey y Bradley, de Elton y Virginia Parrakis, y del chico del perro. Sólo recordaba que Ameli Am eliaa eera ra su suave ave y bon bonit ita, a, ccon on el ttoqu oquee soso que ti tienen enen tantas muj ere eress gracias a

Max Factor y a Su Revlon y ro a los plásticos y resaltan. Suave. Suave. Suave. ave. Pe Pero ccon oncirujanos un ppunt untoo de dure durezza que m uymodelan, re recóndi cóndito to.unen, . « ¿Depulen dón dónde de lo sacaste, damita de clase alta? ¿Tienes la suficiente? ¿O en este momento estás a descubriendo mi juego?»  Notó a lgo c aliente que le c orr orría ía por la bar barbil billa la y a dvirti dvirtióó que se había mordido los labios hasta sangrar. Y no una vez, sino varias.  

Se limpió la boca con gesto ausente y dejó una marca redonda de sangre en la manga. Puso el coche en marcha. El vehículo se elevó, obediente, con un gemido de los cilindros.  —¡RICHARDS,, SI MUEVE EL COC  —¡RICHARDS COCHE HE DI DIS SPARAREM ARAREMOS! OS! ¡¡LA LA CHICA HA HABLADO! ¡LO SABEMOS!  Nadie  Na die aabrió brió fue fuego. go. En cierto modo, fue casi un anticlímax.

 

…Menos 31 y contando…

La calzada de acceso describía un arco alrededor de la futurista Terminal de los Estados del Norte. El camino estaba cubierto por un cordón de policías armados con todo tipo de artefactos, desde aerosoles irritantes y gases lacrimógenos hasta granadas anti-blindados de gran calibre. Sus rostros eran inexpresivos, grises, uniformes. Richards avanzó lentamente, erguido al volante, y los policías le m iraron con un aire vago, casi bo bovi vino, no, llleno leno ddee tem or re revere verent nte. e. Con uuna na m ira rada da muy similar, pensó Richards, a la de una vaca ante un granjero que se ha vuelto loco y y ace ac e eenn el su suelo elo del est establo ablo,, patal patalea eando ndo y ar arra rast strá rándo ndose se entre grito gritos. s. La verja de la zona de mantenimiento (ATENCIÓN: SÓLO EMPLEADOS —  O FUMAR— PROHIBIDO EL PASO A PERSONAS NO AUTORIZADAS) estaba abierta de par en par. Richards la cruzó tranquilamente, entre hileras de camiones cisternas de combustible de alto octanaje y pequeñas avionetas  privadass a par  privada parcc ada adass c on los c alz alzos. os. De Detrá tráss queda quedaba ba una pis pista ta de roda rodadura dura,, una amplia franja de asfalto teñido de aceite con juntas de dilatación. Allí estaba esperando su avión, un enorme Jumbo blanco con una docena de motores a turbina que gemían sordamente. Más allá se extendían las pistas de despegue, rectas y sin obstáculos bajo la luz crepuscular, como si tendieran a encontrarse en algún punto del horizonte. Cuatro hombres en mono de trabajo estaban colocando la escalerilla contra el aparato. A Richards le parecía la escalera que llevaba al patíbulo. Y como para completar la imagen, el verdugo salió de las sombras que  producía  produc ía eell enor enorm m e vie vientre ntre del aapar paraa to. Era McC McCone. one. Richards le observó con la curiosidad de quien ve a un famoso por primera vez. No importa en cuántas ocasiones se haya visto su imagen en tres di dim m ensi ensiones ones en la pantall pantalla, a, uno no lllega lega a consi considera derarlo rlo rea reall hast hastaa que apa apare rece ce en carne y hueso…, y entonces la realidad adopta un curioso tono alucinatorio, como si ese ídolo no tuviera derecho a existir separado de su imagen. McCone era un hombrecillo con unas gafas sin montura, y un leve asomo de  barriga  bar riga c er ervec vecee ra baj o eell tra trajj e bien c orta ortado. do. Se rum ore oreaba aba que lle lle vaba alz alzaa s eenn lo loss zapa zapato toss pero, si er eraa así, no se not notaba aba.. Lucía una pequeña insi insigni gniaa de plata en la solapa. En conjunto, no parecía en absoluto un monstruo, heredero de las temibles sopas de letras, la CIA y el FBI. No parecía un maestro en la técnica del

coche negro plena deo la cachiporra, taimada pregunta  par  parientes ientes que en queda quedan n eennnoche, ccaa sa. N No tenía eell aspe aspecc todedellahom hombre bre que dom inapor todolos el espectro del miedo m iedo..  —¿Ben  —¿ Ben R Richa ichards? rds? Ahora no usaba megáfono, y su voz sonaba suave y cultivada, sin el menor  asom aso m o de af afem em inam namiient ento. o.  

 —Sí.  —Sí.  —Tee ngo una dec  —T declar laraa c ión j ura urada da de la Dire Direcc c ión de Con Concc ursos, una ra ram ma reconocida de la Comisión de la Cadena de Comunicaciones, para proceder a la detenciónn y ej ecució detenció ec uciónn de su pper erso sona. na. ¿¿V Va a hace hacerr hono honorr a ese docum documento ento??  —¿T  —¿ Te ngo otra opc opción? ión?  —¡Ah!  —¡A h! —Mc —McCon Conee par parec ecía ía ccom omplac placido—. ido—. C Con on eesto sto dam damos os por te term rm inada inadass las formalidades. Yo creo mucho en las formalidades, ¿usted no? No, claro que no. Ha sido usted un concursante muy atípico, y por eso está vivo todavía. ¿Sabe que hace un par de horas ha batido el récord de permanencia en  El fugiti fugitivv o, que estaba en ocho días y cinco horas? Claro que no lo sabe, pero es cierto. Sí, señor. Y esa huida del hostal de la Y.M.C.A. en Boston… Eso fue soberbio. Me han di dicho cho que lo loss índ índices ices de audiencia subi subier eron on doce punt puntos. os.  —Espléndido.  —Natura  —Na turalm lmee nte, por poco le pill pillaa m os en eell episodi episodioo de P ortland. Ma Mala la sue suerte rte.. Ese Parrakis juró con su último aliento que le había dejado en Auburn, y le creímos. cre ímos. Era un ho hom m brec brecil illo lo ttan an ter terrib riblem lemente ente aasu sust stado… ado…  —Tee rribl  —T rr iblee m e nte… —re —repit pitió ió R Richa ichards rds eentre ntre dientes.  —Pee ro e ste últ  —P últim imoo a cto ha sido sim simplem plem ente brill brillante ante.. Le fe feli licc ito. ito. En cie cierto rto modo, lamento que el juego tenga que terminar. Creo que jamás me había enfre enf rent ntado ado a un opo oponente nente tan ingenios ingenioso. o.  —Qué lásti lástim m a —dij —dijoo R Richa ichards. rds.  —Ahora,, todo ha ter  —Ahora term m inado, ¿sabe sabe?? —continuó McCone—. La m uje uj e r ha hablado. Hemos utilizado pentotal sódico. Antiguo, pero fiable. —Sacó una  pequeña  peque ña autom automáá ti ticc a—. Sa lga, señor Richa ichards. rds. Voy a dedic dedicaa rle un últ últim imoo cumplido. Voy a hacerlo aquí, donde nadie pueda filmarnos. Su muerte se  produc  producirá irá en euna re relativa lativa int intim idad.  —Pre  —P repár páre se, pue pues s —di —dij j oimidad. R Richa ichards rds ccon on una sonrisa. Abrió la portezuela y salió. Los dos hombres quedaron frente a frente en el asfalto desierto de la zona de abastecimiento.

 

…Menos 30 y contando…

McCone fue el primero en romper el impasse . Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Fue una ris risaa m uy educada, su suave ave y atercio aterciopel pelada. ada. llee nce . Se levanta,  —¡Ah,  —¡A h, qué fa fantásti ntástico co e s usted, señor Ri Richa chards! rds!  Par e x ce ll cae y se levanta de nuevo. Le felicito sinceramente. En efecto, la mujer aún resiste. Mantiene obstinadamente que el bulto que yo aprecio en su bolsillo es egra Irland Irlandesa. esa. » No po podem demos os apli aplica carle rle m métod étodos os eléctricos pporque orque dej dejar aríían huell huellaa eenn llos os electroencefa electroence fallogramas ogram as y nuest nuestro ro sec secre retto se sabría. Est Estam am os a pun punto to de ccons onsegui eguir  r  de Nueva N ueva York tres aam m pol pollas las de Canogi Canogin, n, que no dej a huell huellas. as. Si Sinn em bar bargo, go, no lloo tendremos hasta dentro de cuarenta minutos. Demasiado tarde para detenerle, Richards. » La m uje ujerr m ient iente, e, eess evi evident dente. e. Si m e dis disculp culpaa un toq toque ue de lo que su suss am amig igos os gustan en llamar elitismo, le confesaré mi opinión de que la clase media sólo miente bien respecto al sexo. ¿Puedo hacer otra observación? Claro que puedo. Y voy a hacerla. —McCone sonrió—. Sospecho que ese bulto es el bolso de ella. Hemos advertido que no lo llevaba, aunque había salido de compras. Somos muy obser obs ervadore vadores. s. ¿¿Dónde Dónde eest stáá el bols bolso, o, si no es eenn su cha chaqueta, queta, Ri Richa chards? rds? Estee no est Est estaba aba disp dispuest uestoo a ccae aerr eenn la la ccelada. elada.  —Sii ta  —S ta n segur seguroo está está,, dis dispar paree . McCone abrió los brazos con gesto pesaroso:  —¡Cuánto m e gusta gusta ría ría!! Sin em bar bargo, go, no se puede puedenn ccorr orrer er riesgos rie sgos con la vida humana, ni siquiera cuando las posibilidades están cincuenta a uno a favor. Es demasiado parecido anuestro la ruleta rusa. humanaS tiene ciertanos. calidad de sagrada. sagra da. El Gobierno, Gobi Gobier erno, no,La asívida lloo entiende. Som omos os huma humanos.  —Sí,í, clar  —S claroo —re —respondi spondióó R Richa ichards, rds, ccon on una sonrisa de fe feroc rocidad. idad. McCone McC one par parpadeó. padeó.  —Entonces,  —Entonce s, ust ustee d com pre prende… nde… Richards empezó a avanzar. El tipo le estaba hipnotizando. Los minutos volaban, y un helicóptero estaba a punto de llegar de Nueva York con tres am pol pollas de « po ponme nme cabez cabezaa aabaj bajoo y sácam elo tod odo» o» (y si McC McCon onee habí habíaa di dicho cho cuarenta minutos, debían de ser veinte), y allí estaba él soportando el sermón del tipejo. ¡Señor, McCone era un auténtico monstruo!

 —Escúchem  —Escúc hemle e —m —masc ó c on fur furia, ia, inte e rr rrum umpiéndole—. piéndole—. Abre e vie la har harla, la, amigo. Cuando metaascull esaulló inyección, le int oirá cantar la misma Abr canción de cahora. Y de todos modos, ya da igual, ¿comprende? Clavó su m irada en la de McC McCone one y em pezó pezó a ca cam m inar inar hacia él. é l.  —¡Yaa nos ve  —¡Y vere rem m os, gus gusaa no! McCone McCo ne se hiz hizoo a un lado. R Richar ichards ds ni siqui siquier eraa se m olest olestóó en m irar irarle le aall pasar pasar..  

Las mangas m angas de sus chaquetas se roz rozar aron. on.  —Por  —P or c ier ierto, to, m e dij dijee ron que e l de detonador tonador podía gra graduar duarse se hasta tre tres. s. A Ahora hora lo teng tengoo en dos y m edio edio.. Tóme Tómelo lo o déj déjelo. elo. Tuvo la satisfacción de oír cómo la respiración del tipejo se aceleraba ligeramente.  —¿Ri  —¿ Ricc har hards? ds? Este volvió la cabeza desde la escalerilla y vio que McCone le miraba, con los  bordess dora  borde dorados dos de las ga gafa fass en un de destell stello. o.  —Cua  —C uando ndo se ele eleve, ve, der derriba ribare rem m os e l avión c on un m isi isill tie tie rr rraa a ire ire.. P a ra e l  público,  públi co, la ver versión sión ser seráá que Ri Ricc hards har ds se puso un poco ner nervios viosoo c on el detona detonador dor.. R.I.P.  —No sueñe e n hac hacee rlo.  —¿Ah,  —¿ Ah, no? Richar ichards ds iinició nició una una son sonrisa risa y le sugi sugirió rió una rrazó azón. n.  —Volar  —V olaree m os m uy baj o y sobre á re reaa s de densam nsam ente poblada pobladas. s. Aña Añada da doce toneladas de carburante a los cinco kilos de Irlandesa y verá que hacen una  buena c om ombinac binación. ión. Qui Quizzás eexce xcesiva. siva. S Séé que lanz lanzaa ría e se m isi isill si pudiera hac hacer erlo, lo, McCone, McCo ne, pe pero ro no pue puede. de. —Hiz —Hizoo una pausa y aña añadió dió—: —: Ust Usted ed que eess tan li list sto, o, ¿¿ha ha  previs  pre visto to que iba a pedir pedirle le un pa para raca caídas? ídas?  —Sí,í, cla  —S claro ro —re —respondi spondióó Mc McCo Cone ne tra tranquil nquilaa m ente ente—. —. Está en el ccom ompar parti tim m ento delantero de pasajeros. ¡Vaya un truco anticuado, señor Richards! ¿O todavía tiene otro nuevo en el sombrero?  —Y a puesto a que tam poco habr habráá sido tan estúpido com o par paraa sabotea sabotearr el  parac  par acaa ídas, ¿¿ve verda rdad? d?  —¡Oh,  —¡O h, no! Se ría dem asia asiado do obvio. Ade Adem m á s, supongo que ac accc ionaría e se inexistente detonador justo antes de estrellarse, ¿me equivoco? Una explosión en el aire aire m uy efe efecti ctiva. va.  —Adiós, tipej tipej o.  —Adiós, señor Ri Richa chards. rds. Y bon voyage   —cloqueó—. Sí, es usted un buen competi com petidor, dor, y por eso voy a m ostrarle ostrarle una ca carta rta m más. ás. S Sól óloo un una. a. V Vam am os a esp e sper erar  ar  ese Canogin antes de entrar en acción. Tiene usted toda la razón respecto al misil. Por ahora es sólo un farol. Caer y levantarse, ¿no? Pero puedo permitirme esperar. Ya sabe, yo no fallo nunca. Nunca. Y sé que está usted jugando un farol, así que podemos permitirnos esa espera. Pero, de todos modos, ya nos veremos… Au rev oir , señor Richa Richards. rds.

Se despid despidió ió con un gesto ddee la m ano.  —… Pronto P ronto —aña —añadió dió Ri Ricc har hards, ds, aaunque unque no lo basta bastante nte a lto lto pa para ra que McCone  pudiera oírlo. Y le devolvió la sonrisa.

 

…Menos 29 y contando…

El compartimento de primera clase era amplio, con tres pasillos entre los asientos   paneles de secoya auténtica en las paredes. El piso estaba cubierto con una moqueta de color vino que parecía tener metros de grosor. En el tabique entre la  primer  prim eraa cla clase se y la zona de c ocina había una panta pantall llaa par paraa películas película s en tre tress dimensiones, recogida a fin de que no estorbara el paso. En el asiento 100 estaba colocado el abultado paquete del paracaídas. Richards le dio unos golpecitos y entró en la zona de cocina. Alguien se había ocupado incluso de poner una cafetera. Cruzó otra puerta y se encontró en el angosto pasillo que llevaba al compartimento de los pilotos. A la derecha, el operador de radio, un hombre de unos treinta años con facciones llenas de ansiedad, contempló a Richards con aire adusto y volvió a centrarse en sus instrumentos. Unos pasos más allá, a la izquierda, estaba el navegante, con sus cuadros, sus reglas y sus mapas  plastific  plasti ficados. ados.  —Aquí ll llee ga e l ti tipo po que va a m ata atarnos rnos a todos —anunc —anunció ió e l hom hombre bre por e l micrófono que llevaba junto a la boca, mientras dirigía a Richards una fría mirada. Richards no respondió. Después de todo, el tipo tenía razón, muy  probablem  proba blem ente ente.. Co Conti ntinuó nuó ade adelante, lante, ccoj ojea eando. ndo. El piloto tenía más de cincuenta años. Era un veterano de nariz roja, que delataba delat aba su am or a la bebida, y uno unoss ojos claros y perspi perspica cace cess qque ue indicaban indicaban que el hombre todavía no estaba ni siquiera próximo al alcoholismo. El copiloto era diez años más joven, con una abundante mata de cabello pelirrojo que rebosaba  baj o su gorra gorra..  —Hola, señor Ri Ricc har hards ds —dijo el pil piloto, oto, dirigi dirigiendo endo una m ira irada da al bols bolsil illo lo de éste, antes incluso que a su rostro—. Perdone que no le estreche la mano. Soy el comandante de a bordo, capitán Don Holloway. Éste es mi copiloto, Wayne Duninger.  —No puedo dec decir ir que sea un plac placer er c onoce onocerle rle,, dadas dada s las cir circc unst unstanc ancias ias —  dijo Duninger. Richards hizo una mueca con la boca.  —Déjj em e aña  —Dé añadir dir a l re respec specto to que y o tam bién lam e nto e star a quí —dij —dijo—. o—. Capit apitán án H Hol ollo lowa way, y, está usted en ccom omuni unica cación ción con McCone, ¿¿ver verdad? dad?

 —Na  —Natura turalm e nte. Grac acias iashablar aK Kippy ippy riedm an, eell oficial de com unica unicacc iones.  —Quiero  —Quier olme algo porGr donde habla r ccon onFrie él.dman, Holloway le entregó un micrófono con infinito cuidado.  —Siga  —S iga ade adelante lante con los pre prepa para rati tivos vos de vuelo —dij —dijoo Ri Ricc har hards—. ds—. Ci Cinco nco minutos.  —¿Quier  —¿ Quieree que m ontem os los per pernos nos explosivo explosivoss de la pue puerta rta tra traser seraa de ca carga rga??  

 —pre guntó Duni  —preguntó Duninger nger con ve vehe hem m e ncia ncia..  —Cuídese  —C uídese de sus cosas —r —ree pli plicó có Richa Richards rds ffría ríam m e nte. Era el momento crucial, el instante de la apuesta definitiva. Sentía la cabeza caliente, casi febril, a punto del mareo. Caer y volver a recup rec upera erarse, rse, és ésee er eraa el juego. « Ahora vo voyy a hac hacer er la apuest apuestaa lí lím m it ite, e, McC McCone.» one.»  —¿S  —¿ Se ñor Friedm a n?  —¿S  —¿ Sí?  —Aquí Richa Richards. rds. Quie Quiero ro ha hablar blar c on McCone. Durante treinta segundos no hubo respuesta. Holloway y Duninger habían dejado de mirarle y procedían a las lecturas previas al vuelo, comprobando medidores y presiones, puestas, alerones y contactos. Se inició de nuevo el cíclico ronroneo de las enormes turbinas del avión, pero esta vez mucho más sonoro, casi estridente. Cuando la voz de McCone llegó a sus auriculares, apenas re resul sultó tó audi audible ble por eencim ncimaa de dell brut brutal al ruido.  —Aquí McCone.  —Vaa m os, gusano. Usted y la m uj  —V ujer er vendr vendráá n a dar una vuelta c on nosot nosotros. ros. Preséntense en la puerta de carga dentro de tres minutos o haré detonar el explosivo. Duninger se puso en tensión, sin levantarse del asiento, como si acabara de recibir un disparo. Cuando reemprendió la lectura de las cifras, tenía en la voz un tono tembloroso y aterrorizado. « Si ttiiene na narices, rices, aquí es do donde nde ttodo odo ter erm m ina. ina. R Rec eclam lamar ar a la m muj ujer er supo supone ne reconocer el farol. Si McCone tiene narices…» Richards aguardó. Un relo re lojj m arca ar caba ba eenn su cabez cabezaa el paso ddee los ssegund egundos os..

 

…Menos 28 y contando…

Cuando la voz de McCone llegó hasta él, Richards notó en ella una nota extraña, colérica. ¿Miedo? Era posible. A Richards, el corazón le latía aceleradamente. Quizá toda su jugada estaba a punto de desmoronarse. Quizá…  —Está usted loco, Ric Ric har hards. ds. No voy a…  —Escuc he, McCone —le cor  —Escuche, cortó tó R Richa ichards, rds, im imponiendo poniendo su voz a la de é ste ste —. Y mientras escucha, recuerde que esta conversación es compartida por todos los radioaficionados en cien kilómetros a la redonda. Lo que hablemos será conocido  por m ucha gente gente,, a sí que no e stá usted en las som sombra bras, s, am igo. Está j usto e n medio de la escena, y va a obedecerme porque es demasiado cobarde para traicionarme si corre el riesgo de morir. La mujer vendrá también porque le he di dicho cho cuáles c uáles son m mis is pplanes. lanes. « Así Así.. Dal Dalee m más ás fuerte. No le ddej ej es pens pensar ar.» .»  —Y aunque ust ustee d sobr sobrevivier evivieraa a la e xplosión, xplosión, McCone, no cre c reoo que volvi volvier eraa a encontrar trabajo ni como vendedor de manzanas. —Richards asía el bolso de la mujer en el bolsillo con una fuerza frenética, casi histérica—: Así pues, repito lo dic dic ho: ttre ress m minut inutos. os. Co Corto. rto.  —¡Richards!  —¡Richa rds! ¡Espe ¡Espere re…! …! Cortó la transmisión, ahogando la voz de McCone. Devolvió el micrófono y los auriculares a Holloway, quien los tomó con unos dedos que sólo temblaban casi imperceptiblemente.  —Tiene usted na naric ricee s —m usi usitó tó eell pil piloto oto lentam ente ente—. —. Sí Sí,, se señor ñor.. Cre Creoo que no he visto visto nunca a algui alguien en ccon on ttantas antas nar narices. ices.  —Y no cr cree o que volvam volvamos os a ver a otro tipo igual si ac acciona ciona e se detona detonador dor —  añadió Duninger.  —Conti  —C ontinúen núen los pre prepar paraa ti tivos, vos, por fa favor vor —dijo Ri Ricc har hards—. ds—. Voy a dar la  bienvenida  bienve nida a nuestros invi invitados. tados. S Saldr aldrem em os dentro de cinc cincoo m minut inutos. os. Dio media vuelta y colocó el paracaídas en el asiento de la ventanilla. Después se sentó con la vista en la portezuela entre primera y segunda clase. Muy pronto sabría en qué quedaba todo aquello. Muy pronto. Su mano acarició con desesperada y sostenida inquietud el bolso de Amelia Williams. Fuera, la oscuridad era casi total.

 

…Menos 27 y contando…

La pareja ascendió por la escalerilla casi un minuto antes de que transcurriera el  plazo.  plaz o. Am e li liaa ll llee gó j a dea deante nte y a sust sustaa da, con e l ca cabello bello despe despeinado inado a c ausa de dell viento que se había levantado en aquel llano apisonado por la mano del hombre. Exteriormente, el aspecto de McCone no había cambiado un ápice; continuaba atildado y sereno, casi podría decirse que totalmente inalterado. Sin embargo, en sus ojos había una sombra de odio que le daba un aire casi sicótico.  —No va a conse conseguir guir nada con esto, gusano —dij —dijoo con voz tra tranquil nquila—. a—. osotros todavía no hemos empezado a jugar nuestros triunfos.  —Me alegr a legroo de volve volverr a ver verla, la, se señora ñora W illi illiam am s —m —musi usitó tó R Richa ichards. rds. Como si aquello fuera una señal, la mujer se echó a llorar. No era una risa histérica, sino un sonido de absoluta desesperación que le surgía del estómago como una erupción de lava. La intensidad de las lágrimas hizo que la mujer se tambaleara y luego se desplomara sobre la gruesa moqueta de la señorial sección de primera clase con el rostro entre las manos, como si quisiera sostenerlo con ellas. Las manchas de sangre de Richards habían dejado una huella negra en su blusa. La falda, que le ocultaba las piernas mientras se acucli ac uclill llaba aba eenn el ssuelo uelo,, daba a la m muj ujer er el aspecto de un unaa ffllor m marc archi hita. ta. Richards sintió lástima por ella. Era una emoción poco profunda, pero era todo cuanto estaba en condiciones de sentir.  —¿S  —¿ Se ñor Ri Richa chards? rds? —dij —dijoo la voz de Holloway por el int intee rc rcom omunica unicador dor de la cabina.  —Sí.í.  —S  —¿P  —¿ P odem os…? ¿Está todo di dispuesto? spuesto?  —Sí.í.  —S  —Entonces,  —Entonce s, voy a dar la orde ordenn de re reti tira rarr la esc escaa ler leril illa la y c er erra rarr las puer puertas. tas. o se ponga nervi ner vioso oso con eso.  —De a cue cuerdo, rdo, ccapitán. apitán. G Gra racc ias. McCone parecía sonreír y fruncir el ceño al mismo tiempo; el efecto general era el de una persona al borde de un temible acceso de paranoia. Sus manos no cesaban de cerrarse y abrirse.  —Usted m ismo se ha tra traicionado icionado al a l pedir que tam bién viniera la m uje uj e r. S See da cuenta cue nta de ello, ¿¿ver verdad? dad? — —dijo, dijo, dirigi dirigiéndose éndose a Richar ichards. ds.  —¿Ah,  —¿ Ah, sí? —re —respondi spondióó Ri Ricc har hards ds c on suavidad—. Y dado que ust ustee d nunca

falla, piensa indudablemente sobre mí antes quefresco despeguemos, es eso? Así quedará usted fueraendesaltar peligro y saldrá de de ésta como una¿no rosa, ¿verdad? Los labios de McCone se abrieron en una leve sonrisa de astucia. Después, cerró la boca y los apretó hasta que se le pusieron blancos, pero no intentó el menor movimiento. El aparato empezó a vibrar cuando los motores aumentaron  

de potencia. El rumor de las turbinas quedó súbitamente ahogado cuando se cerró la  puerta  puer ta de a c ceso ce so de la segunda cla clase. se. Ri Richa chards rds se inclinó par paraa observar obser var e l exterior por una de las ventanillas circulares del costado de babor y alcanzó a ver  al personal auxili auxiliar ar de tierra que re reti tiraba raba la eescaleril scalerilla. la. « Bien, ahora estam estamos os ttodo odoss en el patí patíbul bulo» o» , pens pensó. ó.

 

…Menos 26 y contando…

A la derecha de la pantalla, recogida en la parte superior del tabique de separación entre la primera clase y la cabina de mando, se iluminó el letrero de ABRÓCHENSE LOS CINTURONES / NO FUMEN. El avión emprendió una vueltaa le vuelt lent ntaa y laborios laboriosa. a. T Todos odos los los conocim conocimiento ientoss que R Richar ichards ds ttenía enía aace cerc rcaa de los los aviones procedían de la Libre-Visión y de algunas lecturas, la mayor parte de aventuras de ficción; de hecho, era apenas la segunda vez que subía a bordo de un avión. El anterior había sido el que realizaba el puente aéreo entre Harding y ueva York, que en comparación con el aparato en que ahora se encontraba no era más que un juguete. El intenso movimiento de las vibraciones bajo sus pies le re resul sultaba taba in inqui quietante. etante.  —¿Am  —¿ Am elia? La mujer levantó lentamente la mirada con el rostro contraído y bañado en lágrimas.  —¿Eh?  —¿ Eh? Su voz era ronca, confusa, sofocada por las mucosidades. Era como si hubiera olvidado dónde se encontraba.  —Vee nga aquí. Va m os a despe  —V despegar. gar. —R —Richa ichards rds se volvi volvióó a McCone—. Usted  puede ir donde le pla plazzc a , tipej tipejo. o. Es usted e l am o de la na nave, ve, pero pe ro no m oleste a la tripulación. McCone no dijo nada; se limitó a tomar asiento cerca de las cortinas divisorias entre la primera y la segunda clase. Después se lo pensó mejor, al  parec  par ecee r, y desa desapar paree ció tra trass las c ortinas e n la sec sección ción post postee rior rior.. Ri Ricc har hards ds se acercó a la mujer utilizando los respaldos de los asientos para sostenerse.  —Me gust gustaa ría el asiento asie nto de la ventanil venta nilla la —dijo—. —dij o—. Sólo he volado una vez, ¿sabe? Intentó una sonrisa, pero ella se limitó a mirarle fijamente, con aire desconcertado. Richards pasó al asiento de la ventanilla y ella se sentó en el contiguo. Amelia le ajustó el cinturón de seguridad para que él no tuviera que sacar sac ar la m mano ano de dell bo bols lsil illo. lo.  —Es usted com c omoo un m a l sueño —m usit usitóó la m uje uj e r—. Com Comoo una pesa pesadil dilla la que nunca termina.  —Lo siento.  —Yoo no… —em pezó a de  —Y decc ir eell lla. a.

Pero él la boca con la mano y movió la cabeza enpalabra: gesto de¡No! negativa, mientras enlesustapó labios se formaba, sin sonido alguno, la muda El avión avanzaba con lento e infinito cuidado entre los rugidos de las turbinas,  se dirigía hacia la pista de salida como un pato desgarbado a punto de entrar en el agua. El aparato era tan grande que a Richards le parecía estar quieto y que era la propi propiaa ti tier erra ra la que se estaba m oviendo. oviendo.  

« Quiz Quizáá sea una il ilusi usión ón — —pensó pensó alo aloca cadam dam ente—. Qui Quizzás han pre prepar parado ado unos  proy ectore ec toress de im imáá gene geness fa falsas lsas e n tre tress dim dimensiones ensiones a nte las venta ventanil nillas las y nada de cuant c uantoo veo se ccorrespon orresponde de ccon on llaa re reali alidad…» dad…» Rechazó de inmediato tal pensamiento. Habían alcanzado ya el final de la pista de rodamiento y estaban efectuando una pronunciada curva a la derecha. El avión pasó en transversal ante las pistas de despegue de spegue 2 y 3. Al lllegar legar a la pist pistaa 1, dio vu vuelta elta a la iz izqui quier erda da y se detuvo uno unoss instantes en la cabecera de la misma. La voz de Holloway anunció por el intercomunicador, en tono inexpresivo:  —Despegue  —De spegue,, señor Ri Richa chards. rds. El avión volvió a avanzar, lento al principio, a una velocidad no superior a la de un coche aéreo; después se produjo un súbito y espantoso tirón al acelerar y Richards deseó ponerse a gritar de pánico. Se sintió aplastado contra el blando respaldo del asiento, y de pronto las luces de la pista empezaron a pasar a su lado a velocidad vertiginosa. Los arbustos y los árbol ár boles es sofoca sofocados dos ppor or los ggase asess de los tubos tubos ddee eesca scape pe y las tturbinas urbinas ssee le vin vinieron ieron encima con un rugido en el horizonte desolado y marcado todavía por la última luz difusa del atardecer. Los motores aumentaron su potencia más y más. El piso de la zona zona de pasaj er eros os em empez pezóó a vibrar otra ve vezz. De pronto, advirtió que Amelia se había agarrado a su hombro con ambas m anos y que su suss fac faccion ciones es se hall hallaban aban dem udadas po porr eell pánico. pánico. « ¡Dios sant santo, o, ell ellaa tam tampoco poco hhaa vol volado ado nu nunca! nca!»» , ppensó. ensó.  —Vaa m os a despe  —V despegar gar —m —murm urm uró Ri Richa chards. rds. Se desc descubrió ubrió re repit pitiendo iendo la fr frase ase una y otra y otra vez, incapaz de detenerse—. Vamos a despegar, vamos a despegar…  —¿  —¿Ha Hacia cia no dónde? —s —susurr usurró ó ella. Richards respondió. Justo ahora empezaba a saberlo.

 

…Menos 25 y contando…

Los dos agentes de vigilancia en la entrada oriental del aeropuerto observaron el enormee avió enorm aviónn de pasaj er eros os qque ue ccorría orría por la pis pista ta aum aumentando entando ddee ve vellocid ocidad. ad. S Sus us luces de posición, verdes y anaranjadas, parpadeaban en la creciente oscuridad,  el aul a ulli lido do de los m otore otoress lles es eensordec nsordecía. ía.  —Se va  —Se van. n. ¡Se va van! n!  —¿Adónde  —¿ Adónde?? —dijo eell ot otro. ro. Contemplaron la oscura silueta que se separaba del suelo. Los motores transformaron su rugido en un sonido curiosamente plano, como el de una pieza de artillería haciendo prácticas en una fría mañana. El avión ascendió en un ángulo empinado; un monstruo real, tangible y prosaico, como un dado de mantequilla en un plato, pero sobrecogedor como el mismo hecho de volar.  —¿Cree  —¿ Creess que tiene e se eexplos xplosivo? ivo?  —¡Diablos,  —¡D iablos, yyoo qué sé sé!! El rumor del avión les llegaba ahora en ciclos cada vez más difusos.  —Pee ro te diré una cosa —dij  —P —dijoo el prim primee r poli policc ía, a par partando tando la vista vista de las luces distantes y subiéndose el cuello de la chaqueta—. Me alegro de que lleve con él a ese e se ce cerdo rdo de McC McCone. one.  —¿P  —¿ P uedo ha hace certe rte una pr pree gunta pe persona rsonal? l?  —Siem  —S iem pre que no te tenga nga que conte contestarla starla… …  —¿T  —¿ Te gust gustar aría ía ve verle rle a ctivar ese detona detonador? dor? Su int inter erlo locutor cutor pe perm rm ane aneció ció en sil silenc encio io uunn largo inst instante. ante. El rum or de dell avión ssee hi hizzo más m ás y m ás lej lejano, ano, hast hastaa desapare desaparece cerr eenn el zumbido zumbido iint nter erno no de lo loss nervio nervioss en  plena a c ti tividad. vidad.  —Sí.í.  —S  —¿Cree  —¿ Creess que lo har hará? á? Una am pl plia ia sonris sonrisaa br bril illó ló en la oscuridad:  —Am igo mío, ccre reoo que va a se serr una e xplos xplosión ión ssonada onada..

 

…Menos 24 y contando…

La tierra tierra habí habíaa quedado m uy abaj o. Richards la contempló, admirado e incapaz de absorber todas las sensaciones que recibía. Durante su vuelo anterior había dormido todo el trayecto, como si se reservara para éste. El cielo había oscurecido hasta convertirse en una sombra usto en el límite entre el color azul cobalto y el negro. Las estrellas asomaban con una ti titi tilación lación vac vacil ilante. ante. En el horiz horizont onte, e, hac hacia ia ponient poniente, e, lo úni único co que que quedaba daba del sol era una fina línea anaranjada que no iluminaba en absoluto la tierra que tenía a sus pies. Abajo se divisaba un nido de luces que debía de corresponder a Derry.  —¿S  —¿ Se ñor Richar Richards? ds?  —¿S  —¿ Sí? Saltó en eell asient asientoo com o si llee hubi hubier eran an pinchado.  —Estamos  —Estam os ahor ahoraa en vuelo de espe espera ra.. Eso sig significa nifica que de descr scribi ibim m os un gra grann círcul círc uloo sobre el aaer eropuerto opuerto V Voig oigt.t. ¿¿Tiene Tiene alguna inst instruc rucción ción que da darnos? rnos? Richards m medit editóó atentam atentamente. ente. No le convení conveníaa dar dem demasi asiadas adas pis pisttas. P Por or ffin in,, dijo:  —¿Cu  —¿ Cuáá l es la aalt ltura ura m íni ínim m a a la que puede pil pilotar otar este apa apara rato? to? Hubo un inst instante ante de pausa pa para ra consultar consultar da dato tos. s.  —Podem  —P odem os m a ntene ntenernos rnos segur seguros os a dos m il pies —dijo Holloway con voz  preca  pre cavida—. vida—. V Vaa contra las norm as de la N. S. A., per pero… o…  —Eso no im importa porta —dijo Ri Ricc har hards—. ds—. Ve rá rá,, señor Holloway, tengo que  ponerm  poner m e en sus m manos anos hasta c ier ierto to punto. No sé m ucho de volar volar,, y supongo que habrá si sido do iinform nformado ado de eelllo lo.. S Sin in em bargo, recuerde rec uerde que esa gent gentee llena de ideas  brillante  brill antess sobre c óm ómoo e ngaña ngañarm rm e e stá e n e l suelo y fue fuera ra de peligro. Si m e miente usted y llego a descubrirlo…  —Aquí a rriba rr iba nadie pre pretende tende e ngaña ngañarle rle —re —respondi spondióó Holloway —. Sólo estamos interesados en devolver este pájaro al suelo tal y como estaba al despegar.  —Está bien. Richards se concedió más tiempo para pensar. Amelia Williams estaba sentada sent ada a su llado, ado, m muy uy rígi rígida, da, ccon on llas as m anos en el re regaz gazo. o.  —Tom  —T omee rum bo a l oe oeste ste —dij —dijoo de pronto—. A dos m il pies. Señá eñálem lem e las ciudades cuando las sobrevolemos, por favor.

 —¿La  —¿ Las s ciudade ciudades? s? por los que pase  —T  —Todos odos los sit sitios ios pasem m os —ins —insist istió ió Ri Richa chards—. rds—. Sólo he volado una vez, vez, aant nter eriiorm ormente. ente.  —¡Ah!  —¡A h! Hollo Hol loway way pare parecía cía ali alivi viado. ado. El avión se inclinó de costado y la oscura línea del crepúsculo de la ventanilla  

fue quedando en la dirección del avión. Richards lo observó fascinado. Ahora  brillaba  brill aba obli oblicc uam ente e n la grue gruesa sa venta ventana na for form m a ndo extr extraños años re refle flejj os fuga fugace cess más allá del cristal. « Vam os en persec persecució uciónn del so soll —p —pensó ensó—. —. ¿¿No No es aaso som m bros broso? o?»» Eran las seis  treinta y cinco minutos.

 

…Menos 23 y contando…

El respaldo del asiento que Richards tenía delante era una caja de sorpresas. Había una bolsa bolsa en ccuy uyoo iint nter erio iorr eencont ncontró ró un ma manual nual de seguri seguridad. dad. « En caso de turbulencias, abróchese el cinturón. Si hay una pérdida de presión en la cabina, tire de la m asca ascaril rilla la de oxí oxígeno geno qu quee tiene jjus usto to encim encima. a. En ca caso so ddee problem problem as de motor, la azafata le comunicará nuevas instrucciones. En caso de muerte súbita  por explosión, e sper speraa m os que tenga suficie suficientes ntes e m paste pastess denta dentales les com o par paraa identificarle con seguridad.» En el mismo respaldo había un pequeño Libre-Visor al nivel de los ojos. Debajo de él, una placa metálica recordaba al espectador que los canales aparecían y se perdían con bastante rapidez. Para el espectador voraz, había un selec sel ecto torr de canales ca nales po porr ccont ontac acto to.. Debajo, a la derecha del Libre-Visor, había un cuaderno de papel de cartas de la compañía aérea y un bolígrafo de la G. A. atado a una cadena. Richards arrancó arr ancó una hhoj ojaa y escr escrib ibió ió torpem orpemente ente en ell ella: a: « Hay un 99% ddee probabi probabili lidades dades de que lleve usted un micrófono oculto en alguna parte, en el zapato o en el cabello, o quizás un transmisor en la manga. McCone nos escucha y está esperando a que se le escape algo, estoy seguro. Le propongo que, dentro de un minuto, simule un acceso de histeria y empiece a rogarme que no active el detonador.. Es detonador Esoo m ej ora orará rá nuestra nuestrass pos posibi ibili lidade dades. s. ¿Quiere j ugar?» . Amelia Am elia aasi sint ntió, ió, y Richar ichards ds ttit itubeó. ubeó. De Despu spués, és, aña añadió dió a lo esc escrito rito:: « ¿P or qué respaldó respal dó mi far farol ol??» . Ella asió el bolígrafo de la mano de Richards y lo mantuvo un instante sobre el papel. pape l. Por ffin in,, esc escribi ribió: ó: « No lo sé. Me hiz hizoo us usted ted senti sentirr ccom omoo una ase asesi sina. na. Un ama de casa asesina. Y además, tenía un aspecto tan… —el bolígrafo se detuvo, vacil vac ilóó y, por últi últim m o, si sigui guióó eescribiendo— scribiendo—,, tan lasti lastim m oso oso»» . Richards enarcó las cejas y sonrió ligeramente, pues el esfuerzo le multiplicaba el dolor. Instó a la mujer a añadir algo más, pero ella hizo un gesto de negativa negativa ccon on llaa ca cabez beza. a. Él escribi escribióó ento entonces: nces: « Em Empi piec ecee su ac actu tuac ació iónn dent dentro ro de unos unos cin cinco co m in inut utos os»» . Amelia Am elia aasi sinti ntió, ó, y Richar ichards ds hi hizzo una pelota con eell papel, para luego deposi depositarla tarla en el cenicero empotrado en el brazo del asiento. Aplicó una cerilla al papel y éstee se consu ést consum m ió en una bril brillant lantee y fugaz ll llam am ara arada, da, re reflej flejando ando un lleve eve ful fulgor gor en el cristal de la ventanilla. Después quedó hecho cenizas, que Richards redujo a

 polvo c oncie oncienz nzudam udam eos nte.má Unos cinco cinco m in inut utos máss ttar arde, de, Am eli eliaa Wil Willliam iamss se pus pusoo a gemir gem ir.. P Par arec ecía ía tan real que, por un instante, Richards quedó perplejo. Después, un destello de comprensión en su mente le hizo ver que, muy probablemente, la angustia de la mujer muj er era así de real.  —¡No,  —¡N o, por favor! fa vor! —gem ía—. No haga que ese hom hombre bre… … le ponga entr entree la  

espada y la pared. Yo no le he hecho nada, y quiero irme a casa, con mi esposo. osotros también tenemos una hija, de seis años, que se preguntará dónde está su mamá… Richards notó que la ceja se le disparaba en un tic involuntario. No había  previs  pre visto to que la m uj ujer er hiciera hicier a ta tann bien su ac actuac tuación, ión, y no quer quería ía que continuar continuara. a. Se volvió hacia ella y, tratando de que no le oyeran ninguno de los espías, le murmuró:  —El ti tipo po e s estúpido, pe pero ro no hasta e se e xtre xtrem m o. Todo saldrá bien, señor señoraa Williams.  —Eso es muy m uy fá fácc il de de decc ir pa para ra usted, que no tiene nada que pe perde rderr. Richards no respondió, pues era patente que ella estaba en lo cierto. Fuera comoo fuese, no habí com habíaa na nada da que no hub hubiese iese perdid perdidoo y a.  —¡Muéstrese  —¡Mué streselo! lo! —supl —suplicó icó e ll lla—. a—. P or el a m or de Dios, ¿por qué no se lo enseña? Entonces no tendría más remedio que creerle y…, y detener a la gente que está en tierra. ¿Sabe que nos están apuntando con misiles? Se lo oí decir a McCone.  —No puedo —conte —contestó stó Ri Ricc har hards—. ds—. P a ra sac sacaa rlo del bolsi bolsill lloo tendr tendría ía que  poner el detona detonador dor e n posición de segur seguridad, idad, o c orr orrer ería ía el rie riesgo sgo de que e stall stallaa ra accidentalmente. Además —añadió, dando a su voz un tono burlón—, no creo que se lo enseñara a McCone aunque pudiera. Es un gusano y tiene mucho que  perder.  per der. Qui Quiee ro ha hacc er erle le sudar.  —No podré re resis sisti tirlo rlo —re —repli plicc ó e ll llaa , con voz ronc roncaa —. Casi cr cree o que e stoy stoy a  punto de saltar sobre ust ustee d y ha hace cerr que todo ttee rm ine de una ve vezz. De todos m odos, ése va a ser el fin final, al, ¿¿verdad? verdad?  —No ti tiee ne ust ustee d que… —em pezó a re responder sponder é l, ccuando uando de pronto se abr abrió ió la puerta entre los compartimentos como si hubiera acudido corriendo. de primera y segunda y entró McCone, casi Tenía el rostro sereno pero, bajo la aparente calma, había una mirada extrañamente brillante que Richards reconoció de inmediato. Era el fulgor del miedo, lívido, cerúleo y palpitante.  —See ñora Willi  —S Williaa m s —m —masc ascull ullóó rá rápidam pidamee nte—, trá tráiganos iganos c af aféé , por fa favor vor.. Café para si siete. ete. Me tem temoo qu quee tendrá que hac hacer er de azafata en e n est estee vuelo. La mujer se levantó sin mirar a ninguno de los dos.  —¿Dónde  —¿ Dónde e stá? —pre —preguntó. guntó.  —Delante  —De lante —le indi indicc ó McCone ccon on suavidad—. Cont Continúe inúe rrec ecto to y lo verá verá..

McCone ne seguía on su to tono no m meloso eloso tranquiliz ador…, dispu dispuesto a salt saltar ar sobre AmMcCo Ameli eliaa W Wil illi liam am s enccon cuanto ésta hi hiciera cierayuntranquil aso asom m oizador…, de ac acer erca carse rse esto a Richards. Amelia Am elia aavanz vanzóó por eell pasil pasillo lo ssin in vo volver lver la vis vista ta aatrás. trás. McCone McC one obs obser ervó vó a Ri Richar chards ds y com comentó entó::  —¿Estaría  —¿ Estaría dis dispuesto puesto a ter term m inar con e ste aasunt suntoo si le consiguiera una prom esa de am nist nistíía, ca cam m ara arada? da?  

 —« Cam Camaa rada ra da»» . Esa pa palabr labraa suena re realm alm ente gra grasienta sienta e n sus labios —  replicó Richards, asombrado. Cerró la mano que tenía libre y la contempló. Estaba salpicada de pequeños regueros de sangre seca causados por los rasguños y arañazos de su excursión  por la espesur e spesuraa de los bosques de Ma Maine. ine.  —Ree a lm  —R lmee nte gra grasienta sienta —aña —añadió—, dió—, ccom omoo una sar sartén tén llena llena de e sas a pestosas hamburguesas que sólo pueden adquirirse en las tiendas del Auxilio Social de Co-op City. —Bajó la vista por un instante al bulto del bolsillo que seguía ocultándole a McCone—. En cambio, esto parece más un filete de primera. Sí, de  primer  prim era. a. E Enn estos filetes no hay m á s gra grasa sa que e sa ffra ranj njaa ccruj ruj iente eenn la pa parte rte de fuera, ¿no es cierto?  —Am nis nistí tíaa —r —ree pit pitió ió M McCone—. cCone—. ¿Qué ta tall ssuena uena e so?  —Suena  —S uena a m entira —dij —dijoo Ri Richa chards rds con una sonrisa—. A una grue gruesa sa y asquerosa mentira. ¿No comprende que me doy perfecta cuenta de que usted no es más m ás que un llac acay ay o sin sin po poder der de decisi decisión? ón? McCone McC one enroj ec eció ió.. No fue en aabs bsol olut utoo un rubo ruborr pa pasaj sajer ero, o, ssin inoo que enroj ec eció ió hasta que su rostro adquirió un tono similar al de los ladrillos.  —See rá fantásti  —S fa ntástico co tene tenerle rle en m is ma manos, nos, R Richa ichards. rds. T Tene enem m os unas ba balas las de alta veloci vel ocidad dad qque ue le dej dejará aránn llaa ccabez abezaa ccomo omo una calabaz calabazaa arroj a rrojada ada a la aacer ceraa desde lo alto de un rascacielos. Balas llenas de gas, que estallan por contacto. Aunque,  por otra par parte, te, un buen tiro eenn el vientre… vientre … Richar ichards ds llee in interr terrum umpi pióó ccon on un grit grito: o:  —¡All  —¡A lláá va vam m os! ¡¡V Voy a aactivar ctivar e l detonador detonador!! McCone soltó un chillido. Retrocedió un par de pasos, se golpeó la rabadilla contra el respaldo acolchado del asiento número 95, perdió el equilibrio y cayó de en el asiento, agitando los brazos en el aire a la altura de la cabeza en un espaldas gesto delirante delirante de autoprot autoprotec ección. ción. Sus manos quedaron congeladas en torno a su cabeza como pájaros  petrifica  petr ificados, dos, con los dedos aabier biertos tos.. Su rostro aasom somaa ba de desde sde la grotesc grotescaa posi posición ción como una máscara mortuoria de yeso en la que alguien hubiese colgado un par  de gafas gafa s ddee m ont ontura ura de oro, en pl plan an de brom broma. a. Richards se echó a reír. La carcajada le salió al principio titubeante, rota, extraña a sus propios oídos. ¿Cuánto tiempo hacía que no soltaba una auténtica carca ca rcajj ada, una ris risaa abierta de esas que le salen a uno uno,, li libres bres e incont incontenib enibles, les, ddee lo más hondo del estómago? Le pareció que en toda su vida gris, dura y esforzada,

amás había gozado de una de tales risas. Sin embargo, por fin, ahora le estaba saliendo.  —Cee rdo…  —C A McCone le falló la voz y sólo alcanzó a formar la palabra con los labios. Tenía las facciones torcidas y apretadas, como las de un osito de peluche muy usado.  

Richards volvió a reírse. Se agarró con la mano libre al apoyabrazos del asiento y conti continuó nuó riendo, riendo, riendo…

 

…Menos 22 y contando…

Cuando la voz de Holloway informó a Richards de que el avión estaba cruzando la frontera entre Canadá y el estado de Vermont (Richards suponía que el piloto conocíaa su ttra conocí rabaj bajo, o, ppues ues él nnoo alcanz alcanzaba aba a ver baj o el apara aparato to m ás que os oscuridad, curidad, interrumpida aquí y allá por esporádicos racimos de luces), dejó con cuidado la taz azaa de ca café fé en una band bandej ej a y pregu pregunt ntó: ó:  —¿P  —¿ P uede propor proporcc ionarm e un m maa pa de Nor Nortea team m é ric ricaa , ca capit pitán án H Holl ollowa owayy ?  —¿F  —¿ Físi ísico co o polít político? ico? —int —inter ervino vino uuna na nue nueva va voz. Richards supuso que se trataba del navegante. Ahora, parecía que el tipo tenía la orden de mostrarse obsequioso y estúpido, y de hacer como si Richards no su supi piera era qué m mapa apa quería. Lo cual era cierto.  —Am bos —di —dijj o Ri Ricc har hards ds con voz m onocor onocorde. de.  —¿Enviar  —¿ Enviaráá por eell llos os a la m uje uj e r?  —¿Có  —¿ Cóm m o se llam a, aam m igo? Se produjo la pausa dubitativa de quien advierte, con un repentino sobresalto, que se han fijado fija do esp espec ecial ialm m ente en uno.  —Donahue  —Dona hue —m usi usitó. tó.  —Bue  —B ueno, no, Dona Donahue, hue, ti tiene ene ust ustee d dos pier piernas, nas, ¿ver verdad? dad? Entonce Entoncess supongo que no le le ha de ccos ostar tar m ucho ttrae raerlos rlos usted usted m miismo. Donahue se los llevó, en efecto. Era un tipo de cabello largo peinado hacia atrás según la moda de los motoristas, enfundado en unos pantalones tan aj us ustado tadoss qu quee m ost ostra raban, ban, en la eent ntrepierna, repierna, algo qque ue par parec ecía ía una bol bolsa sa de pelo pelottas de golf. Los mapas iban encerrados en unas fundas de plástico transparente. Richards desconocía en qué fundas iban envueltas las pelotas de Donahue.  —Lam  —La m ento ha haber ber habla hablado do de m ás —dij —dijoo el na navega vegante, nte, de m a la ga gana. na. Richards pens pensóó que eera ra fác fácil il clasi clasificar ficar al ti tipo. po. Lo Loss jjóvenes óvenes bi bien en rrem em unerados   con mucho tiempo libre, como aquél, pasaban gran parte de su tiempo merodeando por las miserables zonas de diversión de las grandes ciudades, vagando con sus carteras bien provistas, en ocasiones a pie, pero más a menudo en motocicletas especiales. Solían ser buscadores de homosexuales, a los que, naturalmente, naturalm ente, dec decían ían qque ue había que err erradica adicarr. « ¡Salvad llos os urinarios públ públicos icos  paraa la de  par dem m ocr ocraa cia cia!» !» , pe pensó. nsó. Aque Aquell llos os ti tipos pos ra rara ra vez se aventura a venturaban ban m ás aall lláá de las incier inciertas tas zzonas onas de diversión diversión,, y ca casi si nunca pene penetraba trabann en las ti tini nieblas eblas del gueto. Cuando lloo hacían, ac acababan ababan ccagados agados de m miedo iedo..

Donahue se movió, incómodo bajo el prolongado repaso al que le sometía Richards.  —¿Quier  —¿ Quieree aalgo lgo má más? s? —dij —dijo. o.  —¿Es  —¿ Es ust ustee d un busca buscador dor de hom homosexua osexuales, les, Dona Donahue? hue?  —¿Có  —¿ Cóm m o dice dice??  —No importa. im porta. V Vuelva uelva a su sit sitio io y c ontribuy ontribuyaa a que el e l avión si siga ga vola volando. ndo.  

Donahue de Donahue desapare sapareció ció ddee su vi vist staa aapresuradam presuradam ente. Richards descubrió enseguida que el mapa de ciudades y carreteras era el  políti  polí tico. co. Tra Trazzó c on e l de dedo do la tra trayy ec ectoria toria hac hacia ia el oeste que les había lleva llevado do de Derry a la frontera entre Vermont y Canadá, hasta localizar la posición aproxim aproxi m ada eenn qu quee se ha hall llaban. aban.  —Caa pit  —C pitáá n Hollo Hollowa wayy …  —¿S  —¿ Sí?  —Desvíese  —De svíese ha hacc ia la iz izquier quierda. da.  —¿Qué  —¿ Qué?? Holloway parecía francamente sorprendido.  —Quieroo dec  —Quier decir ir aall sur sur.. Ru Rum m bo al sur sur.. Y rrec ecuer uerde… de…  —Lo rec re c uer uerdo do —le ccortó ortó Holloway —. No se pr preoc eocupe. upe. El avión se inclinó de costado. McCone continuó hundido en el asiento donde habíaa caí habí ca ído, mientras m miraba iraba a Richar chards ds con ojos ham briento brientos, s, aus ausentes. entes.

 

…Menos 21 y contando…

Richards se sorprendió a sí mismo a punto de caer adormilado y se asustó. El monótono ronroneo de los motores resultaba traicionero e hipnótico. McCone advertía perfectamente lo que estaba sucediendo y su postura en el asiento se hizo más y más lobuna. Amelia también se había dado cuenta y estaba encogida en un asiento delantero, cerca de la cocina del aparato, contemplándoles a ambos. Richards apuró otras dos tazas de café, pero no le sirvieron de mucho. Cada vez le era más difícil concentrarse en el mapa y en los comentarios monocordes de Hollo Holloway way re resp spec ecto to a aaquel quel vuel vueloo fuera de la ley. Por último, Richards se llevó el puño al costado donde le había herido la bala. El dolor fue inmediato e intenso, como un jarro de agua fría en el rostro. Por las comisuras de sus tensos labios escapó un gemido silbante, medio susurrado, mientras la sangre manaba de nuevo de la herida, empapándole la camisa y m anchánd anchándol olee la m ano. Amelia Am elia eem m it itió ió uunn grit gritoo de eespanto spanto..  —Paa sar  —P sarem em os sobre Albany e n unos seis m inut inutos os —le inform ó Holloway —. Si ssee asoma a la ventani ventanillla, llaa verá apar aparec ecer er por la la izqui izquierda erda..  —Tranquil  —Tra nquiloo —m —murm urm uró Ri Ricc har hards, ds, sin dir dirigi igirse rse a na nadie die en concre conc reto. to. O, m ás  bien, hablando ha blando cconsi onsigo go m mis ism m o—. Tra Tranquil nquilo, o, re reláj láj ate ate.. « ¡Dios m ío ío!, !, ¿¿ac acabar abaráá pront prontoo to todo do est esto? o?»» Sí. M Muy uy pront pronto. o. Eran las ocho menos cuarto.

 

…Menos 20 y contando…

Pudo ser un mal sueño, una pesadilla surgida de la oscuridad que penetraba en la enfermiza penumbra de su mente medio adormilada. O, más propiamente, pudo tratarse de una visión o una alucinación. A un nivel, su cerebro seguía concentrado y atento al problema de la navegación y al peligro constante que representaba McCone. A otro nivel, algo tenebroso se adueñaba de su mente. Las so som m bras se m oví ovían an eenn la oscuri oscuridad. dad. Seguimiento positivo. Enormes servomecanismos gimiendo y dando vueltas en la negra noche. Ojos infrarrojos destellando en espectros desconocidos. Pálidos fuegos fatuos verdes de cuadrantes c uadrantes y pant pantall allas as de ra radar dar.. Blanco. T Tene enem m os un bl blanc anco. o. Cam iones rugi rugiendo endo por ca carre rreteras teras de segun segundo do orden y, so sobre bre sus sus pl plataform ataform as, antenas parabólica parabólicass de microon m icroondas das enfoca enfocadas das hacia eell ciel cieloo noct nocturno urno efe efectuando ctuando triangulaciones a más de trescientos kilómetros unas de otras. Corrientes interminables de electrones emitidas por invisibles murciélagos. Emisión, eco. El intenso destello y el lento apagarse que permanece en la pantalla hasta que el siguiente barrido del haz electrónico vuelve a iluminarla, en una posición ligera igeram m ente m ás aall sur sur.. ¿Comprobado? Sí. Tresc Trescient ientos os kkil ilóm ómetros etros aall su surr de Ne Newa wark rk.. P Podría odría dirigirse dirigirse a Ne Newar warkk.  Newa  Ne wark rk e stá eenn R Roj ojo. o. Y tam bién eell su surr de Nue Nueva va Y York ork.. ¿Sig igue ue eenn vi vigor gor la Or Orden den Ej ec ecut utiva? iva? En efecto. Le teníam teníam perf perfec ectam tamente ente a ti tiro ro so sobre bre Albany. Tranqui Tranqu ilo,os ccam am ara arada. da. Camiones tronando por las calles de pueblos dormidos cuyas gentes asomaban la nariz por las ventanas cubiertas de cartones con ojos aterrorizados y llenos de odio. Enormes camiones rugiendo como fieras prehistóricas en la noche. Abrir los hoy hoy os. Enormes motores chirriantes y grandes capirotes de cemento que se abren  paraa que surj an unas guías de re  par reluciente luciente a ce cero. ro. Silos ilos ccirc ircular ularee s ccom omoo eentra ntradas das a l inframundo de los morlock. Hilillos de hidrógeno líquido vaporizándose.

C ontac acto. to. ,T Tene enem m os contac contacto, New Newar arkk. os a la escucha. « ont Rog oger» er» S Spri pring ngfiel field. d. No Nossto,m mant antenem enemos Borrachos dormidos en los callejones despiertan embotadamente ante el tronar de los camiones y contemplan en silencio los retazos de cielo entre los apiñados edificios. edificios. Tienen los ojos hundi hundidos dos y am ar aril illento lentos, s, y sus boca bocass son llín ínea eass  babeante  babe antes. s. En un re refle flejj o senil, las m a nos busca buscann per periódi iódicos cos con qué prote proteger gerse se  

del frío otoñal, pero ya no hay periódicos, pues la Libre-Visión ha acabado con los últimos. La Libre-Visión es la dueña del mundo. ¡Aleluya! Los ricos fuman Dokes. Los ojos amarillentos captan el paso de unas luces desconocidas que destellan en el cielo. El tronar de los camiones se ha difuminado y llega a oleadas por las paredes de los desfiladeros, como mazazos de unos vándalos. Los beodos vuelven a dormir. Maldiciendo. Le contactamos al oeste de Springfield. Dispar Disp aroo si sinn retorno re torno en ccinco inco m minu inutos tos.. ¿De Desde sde Ha Harding? rding? Sí. Le tenemos acorralado y a punto. A través de la noche, las invisibles ondas de comunicaciones tienden una  brillante  brill ante red re d sobre e l norde nordeste ste de los Estados Unidos. Los ser servom vomec ecanism anismos os controlados por ordenadores de la General Atomics funcionan perfectamente. Los misiles giran y apuntan con rapidez desde mil emplazamientos para seguir el  parpade  par padeoo de las luce lucess ver verde de y roj a que surc surcaa n e l c ielo. Son c om omoo víboras de acero ac ero ll llenas enas de impa impacient cientee vene veneno. no. Richar ichards ds vi vioo tod todoo aaquell quelloo y, pese a ello, ssig igui uióó aalerta lerta a su entorno. La dua duali lidad dad de su cerebro resultaba extrañamente reconfortante, en cierto modo. Le  provocaba  provoc aba un despe despego go de todo que se par paree c ía m ucho a la locur locura. a. Su dedo, m ancha anchado do de sangre sec seca, a, si sigui guióó llaa rrut utaa ha hacia cia eell ssur, ur, poco a poco. Pr Prime imero, ro, al su sur  r  de Springfield; Springfield; después, al oeste de H Har artford; tford; ahora… Contacto.

 

…Menos 19 y contando…

 —¿Se ñor Richa  —¿S Richards? rds?  —Sí.í.  —S  —Estamos  —Estam os sobre N Nee wa wark rk,, Nue Nueva va Je Jerse rsey. y.  —Síí —repitió R  —S Richa ichards—. rds—. Estaba viéndolo. ¿¿Holloway Holloway ? Este no respondió, pero Richards sabía que le estaba escuchando.  —Supongo  —S upongo que nos habr habráá n esta estado do a puntando desde que salim salimos, os, ¿m e equivoco?  —Supone  —S upone bie bienn —di —dijj o Holl Hollowa oway. y. Richards miró a McCone.  —Im a gino que está estánn de decidiendo cidiendo si puede puedenn per perm m itirse itirse der derriba ribarnos rnos esta estando ndo aquí su perro de presa profesional —dijo—. Calculo que resolverán que sí. Después de todo, todo, lloo úni único co que habrán de hace hacerr eess entrenar a uno nnuevo. uevo. McCone empezó a gruñir, pero Richards lo consideró un gesto absolutamente inconsciente, un gesto que quizá podría rastrearse en todos los antecesores de los McCone hasta los hombres de las cavernas que habían aprendido a atacar a sus enemigos con piedras por la espalda, en lugar de enfrentarse a ellos a muerte según el rit r itual ual honorable pe pero ro infruc infructu tuoso oso..  —¿Cu  —¿ Cuáá ndo vol volver veree m os a sa sali lirr sobre ca cam m po abie abierto, rto, ccapitán? apitán?  —No lo har harem em os. Al m enos si seguim seguimos os e ste rum bo. Aunque al fina finall saldremos al mar sobre plataformas de prospecciones petrolíferas frente a las costas de Carolina Carolina del de l Norte.  —¿Así  —¿ Así pues, desde a quí hacia hac ia eell su surr son todo su suburbios burbios de Nue Nueva va Y York ork??  —Más o menos, m enos, aasí sí es —asint —asintió ió Holl Hollowa owayy por eell inter intercc om omunica unicador dor..  —Gra  —Gr ark cia cias. s. e xtendía baj o el avión c om  Ne  Newa wark se omoo un puñado de j oy a s e nfa nfangada ngadass arrojado descuidadamente en el neceser de terciopelo negro de alguna dama.  —Caa pit  —C pitáá n…  —¿S  —¿ Sí? —re —respondi spondióó la voz ca cansi nsina na de Holloway.  —Tom  —T omee ahor ahoraa rrum umbo bo al oe oeste. ste. McCone saltó en su asiento como si le hubieran pinchado. Amelia emitió un sorprendido sonido gutural.  —¿Al  —¿ Al oeste? —preguntó Hollo Hollowa way. y. P Por or pr prim imee ra vez ve z, su voz sonaba ins insee gura y atemorizada—. Con ese rumbo, se la está buscando. El rumbo oeste nos lleva

sobre campo Entre no Harrisburg y gra Pittsburgh, Pennsylvania es todo cam ca m pos pos. . Al est esteeabierto. de Cl Cleveland eveland hay ningu ninguna na gran n ciud ciudad ad m ás.  —¿Inte  —¿ Intenta nta planific planificaa r m i estra estrategia tegia por m í, ca capit pitán? án?  —No, y o…  —Rum  —R umbo bo al oe oeste ste —re —repit pitió ió R Richa ichards, rds, tac tacit iturno. urno.  Newa  Ne wark rk se aalej lej ó de ell e llos, os, aba abajj o y a la der deree c ha.  

 —¡Está usted loco! loc o! —e —exc xclam lam ó McCone—. ¡A ¡Ahora hora nos har haráá n peda pedazzos!  —¿Co  —¿ Conn ust ustee d y otra otrass cinco pe persona rsonass iinoce nocentes ntes a bor bordo? do? ¿Este pa país ís hhonora onorable? ble?  —Lo cali ca lific ficaa rá ránn de eerr rror or —dij —dijoo McCone—. Un eerr rror or voluntario. Nacc ional   por Libre-Visión? —preguntó Richards,  —¿Usted  —¿ Usted no ve  Informe Na sonriendo todavía—. Aquí no hay errores. Aquí no se ha cometido un error desde mil novecientos cincuenta.  Newa  Ne wark rk se pe perdía rdía baj o el aala la de dell apa apara rato, to, re reee m plazada por la osc oscuridad. uridad.  —Vee o que y a no se ríe  —V ríe,, McCone… —musit —m usitóó R Richa ichards. rds.

 

…Menos 18 y contando…

Media hora más tarde, la voz de Holloway llegó de nuevo hasta él por el int nterc ercomunicador omunicador.. P Par arec ecía ía eexcit xcitado. ado.  —Richa  —R ichards, rds, e l ccontrol ontrol de Ha Harding rding Roj ojoo nos infor inform m a de que hay un m ensa ensajj e emitido por ondas de alta intensidad para usted. Es de la Dirección de Concursos. Me han comunicado que le interesará lo que van a explicarle por Libre-Visión.  —Graa cia  —Gr cias. s. Posó la mirada en la desconectada pantalla del Libre-Visor y estuvo a punto de pulsar el botón de puesta en marcha, pero retiró la mano como si el respaldo del asiento de delante, con su pantalla incorporada, estuviera abrasando. Una curiosa mezcla de temor reverente y de sensación de haber vivido ya la escena se apoderó de él. Era como estar de nuevo en el principio de todo el asunto. Sheila con su rostro delgado y cansado, el olor a col de la cocina de la señora Jenner, al fondo del pasillo. El estruendo de los concursos. Caminando hacia los billetes. El baño de los cocodrilos c ocodrilos. Y los gritos de Cathy. Nunca habría un nuevo hijo, por supuesto. Ni siquiera aunque pudiera volver atrás, borrar todo lo sucedido y regresar al comienzo. Hasta aquella única hija enferma había tenido  poquísim  poquís imaa s proba probabil bilidade idadess de se serr eengendr ngendrada ada..  —Conec  —C onecte te eeso so —di —dijj o McCone—. Quiz Quizáá quiera quierann ofr ofree ce cernos rnos un…, un trato.  —¡Cállese!! —e  —¡Cállese —excla xclam mó R Richa ichards. rds. Esperó un poco más, dejando que el temor reverente le inundara como agua  pesada  pesa da.. Qué c urioso pre presentim sentimiento. iento. El dolor era insoportable. La herida todavía le sangraba, y sentía las piernas débiles y lejanas. No estaba seguro de que le sostuvieran cuando llegara el m ome oment o degruñido, po poner ner fin a aquell aquella a m ascara ascarada. da.y pulsó el botón. El Libre-Visor cobró Connto un se inclinó hacia delante vida con una increíble nitidez, producto de la amplificación de la señal. El rostro que llenaba la cámara, en actitud de paciente espera, era muy negro y muy conocido para Richards. Era Dan Killian, sentado tras su escritorio arriñonado de caoba, con el símbolo de la Dirección de Concursos grabado.  —¡Hola!  —¡H ola! —dij —dijoo en voz bbaa j a Richa ichards. rds. Estuvo a punto de caer de su asiento cuando Killian se incorporó, sonrió y dijo:  —Hola a ust ustee d, señor Ri Richa chards. rds.

 

…Menos 17 y contando…

 —No puedo ve verle rle,, pe pero ro le oigo pe perf rfee cta ctam m e nte —dij —dijoo Kill Killian—. ian—. El ccom omunica unicador  dor  de voces del aparato transmite su voz a través del equipo de radio de la cabina. Según me han informado, está usted herido.  —¡Bah!,, no e s tan gra  —¡Bah! grave ve c om omoo par paree c e —conte —contestó stó Ri Ricc har hards—. ds—. Me hice unos ra rasguñ sguños os en eell bos bosque. que.  —¡Ah,  —¡A h, sí! —exc —exclam lam ó Kill Killian—. ian—. La fa fam m osa Huida a Tr Travé avéss del Bos Bosque. que. Bobb obbyy Tho Thom m ps pson on llee sac sacóó un gran partid partidoo ay er noche en el e l pprogram rogram a… Igual qu quee a su presente hazaña, naturalmente. Mañana, esos bosques estarán llenos de gente a la busca de un retal de su camisa, o incluso de una funda de cinta de vídeo.  —¡Qué  —¡Q ué lá lásti stim m a! —dijo —dij o R Richa ichards—. rds—. Ha Hasta sta vi un cone conejj o.  —Richa  —R ichards, rds, ha sido usted el m e j or c oncur oncursante sante que he hem m os tenido nunca nunca.. Gracias a una mezcla de suerte y habilidad, no hay ninguna duda de que se ha convertido en el mejor. Lo suficiente como para que le propongamos un trato.  —¿Qué  —¿ Qué tra trato? to? ¿Un pe pelot lotón ón de fusilam fusilamiento iento tele televisado visado a todo el pa país? ís? —re —repli plicc ó Richards.  —Este sec se c uestro del aavión vión ha sido de lo m máá s espe especta ctacula cular, r, per peroo tam bién de lo más estúpido. ¿Sabe por qué? Pues porque, por primera vez, no está usted cerca de los suyos. Ha dejado a su gente atrás al remontar el vuelo. Incluso a esa mujer que le protege. Usted puede creer que es suya. Incluso puede que ella misma lo crea, pero no es así. Ahí arriba no hay nadie más que los nuestros, Richards. Está usted acabado. Por fin.  —Todo  —T odo el m mundo undo m mee dice eso cconti ontinuam nuam ente ente,, y sigo re respirando. spirando.  —Lass dos últ  —La últim imaa s hora horass ha e stado re respirando spirando gr grac acias ias a las ór órdene deness taj a ntes aall respecto la Dirección de Concursos.final Ha sido igualaque he sido Ha yo quien ha de conseguido la autorización paradecisión el trato mía, que voy ofrecerle. habido una fuerte oposición de la vieja guardia, ya que nunca se había hecho nada igual, pero voy a exponerle enseguida los términos. » Ust Usted ed m mee pre pregun guntó tó a qui quién én pod podría ría m matar atar si lllegaba legaba hast hastaa la ccumbre umbre con un unaa ametralladora. Pues bien, Richards: uno de ellos sería yo. ¿Le sorprende?  —Supongo  —S upongo que sí. Le ha había bía tom tomaa do a usted por el ne negro gro de la ccasa asa.. Killian echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír, pero su risa sonaba forzada, como la de un hombre metido en una apuesta alta y presa de una gran tensión.

 —He eloncursos tra trato, to,osRicha Rien chards. Lleve el. avión a em Ha Harding. rding. Habr áución… unn…, coc c oche deego la Direcc Direcci iónaquí de C Concurs elrds. ae aeropuerto ropuerto. S Siim ular ularem os uuna naH eejabrá j ec ecució , he y luego lu le incorporaremos a nuestro equipo. McCone lanzó un sorprendido jadeo de furia.  —¡Kil  —¡K illi liaa n! ¡¡Maldit Malditoo negr negro! o! —e —excla xclam m ó. Ameli Am eliaa W Wil illliam iamss parec parecía ía aturdi aturdida. da.  

 —Magnífico —dijo Ri Ricc hards—. har ds—. Sabía que er eraa ust ustee d bueno, per peroo esto es realmente magnífico. Hubiera podido ser usted un gran vendedor de coches de segunda m ano, Kill Killian. ian.  —¿Le  —¿ Le ha da dado do McCone la im impre presió siónn de que estoy m int intiendo? iendo?  —McCone e s un buen ac actor tor.. En e l a er eropuer opuerto to hiz hizoo una re repre presentac sentación ión que habríaa m ere habrí erecid cidoo el pprem rem io de llaa Ac Academ adem ia. Sin embargo, Richards estaba preocupado. La manera en que McCone había mandado a Amelia a preparar café, en el momento en que la mujer parecía dispuesta a hacer estallar el explosivo… El constante e intenso antagonismo del efe de Cazadores… Aquello no encajaba. ¿O sí? La cabeza empezó a dolerle como atraves atravesada ada po porr m il agu agujj as.  —Quizáá s int  —Quiz intee nte usted enga engañar ñarm m e sin que él lo sepa —aña —añadió—, dió—, conta contando ndo con su reacción reac ción ppar araa pint pintar arlo lo m ej or or.. Killian replicó:  —Usted sí que ha hec hecho ho una buena re repre presenta sentación ción c on ese explosivo, señor  se ñor  Richards. Sabemos perfectamente que es un farol. En cambio, en este escritorio hay un pequeño botón rojo que no es en absoluto un farol. Veinte segundos después de que lo pulse, el avión será destrozado por misiles tierra-aire Diamond Diam ondback back con ccabezas abezas nucl nuclea eare res. s.  —La Ne Negra gra Ir Irlande landesa sa tam poco e s fa fals lsaa —m —masc ascull ullóó Ri Ricc har hards. ds. Sin em bar bargo, go, notóó en llaa boca un sabor acr not acre. e. El farol ppar arec ecía ía ahora aam m ar argo. go.  —Clar  —C laroo que sí. No se puede a borda bordarr un avión Loc Lockkhe heed/G. ed/G. A. c on un explosivo plástico. No sin que se activen las alarmas. Existen cuatro detectores separados en el avión para frustrar los intentos de secuestro. Instalamos un quinto aparato en el paracaídas. Puedo asegurarle que las luces de alarma del aparato fueron observadas con granusted interéssubió y nerviosismo torre de control del aeródromo Voigt cuando a bordo. desde Hasta laentonces, la opinión generalizada era que probablemente tenía el explosivo. Había demostrado tener  tantos recursos hasta aquel instante que parecía lógico pensar que lo tenía. Hubo un respiro de alivio más que notable cuando ninguno de los aparatos detectó  peligro. Supongo Supongo que no tuvo us usted ted oportunidad de c onseguir eesa sa N Negr egraa Irla I rlandesa ndesa.. Quizá no pensó siquiera en ello hasta que fue demasiado tarde. Bien, no importa. Eso le le pone a ust usted ed en e n una peor pos posición ición,, per pero… o… McCone se plantó de un salto al lado de Richards.  —¡Yaa le tengo! —gritó—. ¡A  —¡Y ¡Ahora hora es c uando por fin te vuelo tu m a ldi ldita ta

ca cabez beza, a, estúpi estúpido! do! Y apuntó el cañón de su arma contra la sien de Richards.

 

…Menos 16 y contando…

 —McCone, si hace hac e eeso so es hom hombre bre m ue uerto rto —dij —dijoo Kill Killian. ian. McCone titubeó, dio un paso atrás y observó la pantalla del Libre-Visor con aire incrédulo. Empezó a retorcer y arrugar el rostro nuevamente. Apretó los labios en un mudo esfuerzo por recuperar el habla. Cuando por fin lo consiguió, no pudo articular más que un susurro.  —¡Puedo  —¡P uedo acaba ac abarr con él a hora m ismo, aquí m ismo! ¡T ¡Todos odos estam e stamos os a salvo! ¡Todos…! Killian replicó, con aire preocupado:  —¡Yaa e stá ust  —¡Y ustee d a salvo a hora hora,, m a ldi ldito to e stú stúpido! pido! ¡Y si hubiéra hubiéram m os quer querido ido cogerle, Donahue Donahue podría podría habe haberlo rlo hecho y a!  —¡Este hom hombre bre es un c rim riminal! inal! —La voz de McCone se c onvirti onvirtióó en un chillido—. ¡Ha matado a agentes de policía! ¡Ha cometido actos de anarquía y de piratería aérea! ¡Y…, y me ha humillado públicamente, a mí y a mi departamento!  —¡Siéé ntese! —dij  —¡Si —dijoo Kill Killian, ian, c on una voz m á s fr fría ía que el e spac spacio io e xter xterior  ior  interplanetario—. Es hora de recordarle quién le paga el sueldo, señor Jefe de Cazadores.  —¡Llevar  —¡Lle varéé esto aall pre presid sidee nte de dell C Consej onsej o! —Mc —McCon Conee e staba hec hecho ho una fur furia, ia, escupiendo saliva al hablar—. ¡Cuando esto termine se va a encontrar  re recolec colectando tando algodón algodón,, ne negro! gro! Maldi Maldito to ce cerdo rdo inút inútil il… …  —Haga  —Ha ga eell fa favor vor de a rr rroj ojar ar a l su suee lo el ar arm m a —dij —dijoo una nue nueva va voz. Richards se volvió, sorprendido. Era Donahue, el navegante, con un aire más frío y letal que nunca. Su cabello engominado brillaba bajo la luz indirecta del com comparti partim mpringst ento stun, ddeeun, prime primera T Tenía enía en aba la maano la culata pistol olaa auto autom m áti ática ca Magnum/Spring Magnum/S con ra. la .que aapunt puntaba McCo McCone. ne. de una pist  —Rober  —R obertt S S.. Dona Donahue, hue, vie viejj o. C Consej onsej o de Control de Co Conc ncursos. ursos. Tíre Tírela la aall su suee lo.

 

…Menos 15 y contando…

McCone le miró un largo segundo y, por último, su arma cayó sobre la gruesa m oqueta ccon on un rui ruido do so sordo. rdo.  —Usted…  —Cre  —C reoo que y a hem os oído toda la re retórica tórica que nec necesitába esitábam m os —le cor cortó tó Donahue—. Vuelva al compartimento de segunda y siéntese como un buen chico. McCone retrocedió varios pasos, refunfuñando inútilmente. Miró a Richards comoo un vvam com am pi piro ro de una aant ntig igua ua pelí película cula de terr terror or enfr enfrentado entado a una ccruz ruz.. Cuando hubo desaparecido, Donahue dirigió a Richards un irónico saludo con el cañón del arma y sonrió.  —Yaa no le m  —Y molestar olestaráá m á s —di —dijj o.  —Sigue  —S igue usted par paree cié ciéndom ndomee un busca buscador dor de hom homosexua osexuales, les, Dona Donahue hue —  respondió Richards sin levantar la voz. La sonrisa irónica desapareció del rostro de Donahue, quien le contempló un instante con repentino y vacío disgusto antes de regresar a su puesto de navegante. Richards volvió a centrar su atención en la pantalla del Libre-Visor. Advirtió que su pulso se había mantenido perfectamente estable a lo largo de toda la escena. esce na. No apre apreció ció qu quee se le hub hubiera iera ac acelera elerado do llaa respi respira ración ción,, ni sentía sentía floja flojass llas as  piernas.  pier nas. La m uer uerte te se había c onver onverti tido do y a eenn lo no norm rm a l.  —¿Está  —¿ Está usted aahí, hí, ssee ñor Ri Ricc har hards? ds? —pre —preguntó guntó Ki Kill llian. ian.  —Sí,í, aquí estoy.  —S  —¿Está  —¿ Está solucionado eell problem problemaa ?  —En ef eV efe colvamos to. os entonce  —Bien.  —B ien. Volvam entoncess a lo que le esta estaba ba dic diciendo. iendo.  —Adelante.  —Ade lante. Killian emitió un suspiro ante el tono de su respuesta. Después, continuó su discurso:  —Le esta estaba ba diciendo que tene tenem m os la segur seguridad idad de que e se cue cuento nto de dell explosiv explos ivoo plást plástico ico eess un far farol. ol. Es Esto to em empeora peora su si situ tuac ación ión,, Ri Richa chards, rds, per peroo al m ism ism o tiempo refuerza la credibilidad de cuanto le estoy ofreciendo. Entiende usted por  qué, ¿ver ¿verdad? dad?  —Síí —re  —S —respondi spondióó Ri Ricc har hards ds con a ire despr despreoc eocupado—. upado—. Eso sign significa ifica que

 puede  pueden n borr borra a r ll eeve ste aavión delell aaire ire cua cuando les ape apetezca . zO puedenn orde ordenar nar a Hollo Hol loway way que lleve ti tier erra rade aparato apar ato ndo en cuanto letezca. pare parez ca ca.que . puede  —Exacto.  —Exa cto. ¿¿S Se ha c onvenc onvencido ido yyaa de que sa sabem bem os que eess un fa farol? rol?  —No, per peroo re reconozco conozco que e s usted m ej or que McCone. Eso de utili utilizza r a su lacay ac ay o ha si sido do un buen go golp lpee de ef efec ecto to.. Killi Kil lian an se echó ec hó a re reír ír..  

 —¡A h, Ri  —¡Ah, Richa chards, rds, qué gra grann ti tipo po es usted! ¡U ¡Unn a uténtico bicho ra raro ro e iridiscente! Sin embargo, pese a sus palabras, Killian parecía tenso, forzado, sometido a gran tensión. A Richards le dio la impresión de que Killian tenía alguna inform nformac ació iónn que no deseaba en m odo al algun gunoo fa facil ciliitarle.  —Sii hubiera tenido e se e xplos  —S xplosivo ivo —continuó Kill Killian—, ian—, habr habría ía a c tivado tivado el detonador cuando McCone le colocó el cañón en la sien. Usted estaba seguro de que iba a m atar atarle, le, per peroo conti continuó nuó ahí ssentado entado sin pestañea pestañearr. Richards se dio cuenta de que todo había terminado. Sabía que ellos lo sabían… Una sonrisa iluminó sus facciones. A Killian le hubiera gustado verla,  pues era e ra un ti tipo po sar sarcá cásti stico co y a gudo. En todo todo ca caso, so, decidió R Richar ichards, ds, Ki Kill llian ian y los los dem ás todavía tendrían que sub subir  ir  la apuesta si querían ver su carta oculta.  —No voy a hac hacee r ca caso so de nada de c uanto dice dice.. Si m e pre presiona, siona, lo hago sa salt ltaa r  todo.  —Y usted no ser sería ía quien es si no eexplot xplotaa ra su j ugada hasta e l últ últim imoo instante, desde lu luego. ego. ¿S ¿Señor eñor Donahue?  —Sí,í, señor  —S señor.. La voz de Donahue, fría, eficiente y desprovista de emoción, llegó a Richards casi simultáneamente por el intercomunicador del avión y por la pantalla del Libre-Visor.  —Por  —P or favor, fa vor, vue vuelva lva aall com par parti tim m e nto de pr prim imee ra y quít quítee le aall señor Ri Richa chards rds el bolso de la señora Williams que lleva en el bolsillo. Sin embargo, no debe hacer ningún daño a nuestro concursante.  —Sí,í, señor  —S señor.. recordó ese incoherentemente, laión marca que habíRichards habían an ef efec ectu tuado ado en suenttar arj j etainstante, durante las ppruebas ruebas de selecc selecció n en laespecial sede cent ce ntral ral de Concursos. Donahuee rea Donahu reapare pareció ció en la puerta que conducí conducíaa a la zona de la trip tripul ulac ació iónn y se encam enca m inó hhac acia ia R Richards ichards con expresi expresión ón fría, ausent ausentee y tranqu tranquiila. « Est Estáá  program  progr am a do» , se dij dijoo R Richa ichards rds m enta entalm lmente ente..  —Quédese  —Qué dese quieto donde e stá —indi —indicc ó al nave navegante gante,, a l tiem tiem po que m ovía levemente la mano que ocultaba en el bolsillo—. Killian lo tiene muy fácil  porque e stá a salvo, en tier tierra ra,, per peroo es usted eell que va a sa sali lirr vola volando ndo a la luna si… Le pare pa reció ció qu quee Donahu Donahuee vacil vacilaba aba un iins nstant tantee y que su suss ojos parpadea parpadeaban ban con

una levísima duda en sus pupilas, pero el tipo continuó avanzando. Era como si Donahue estuviera dando un paseo por alguna playa de la Costa Azul… o como si se acercara a algún homosexual declarado que se ocultara al final de un callejón sin salida. Por un instante, Richards pensó en agarrar el paracaídas y escapar, pero era inútil. ¿Escapar? ¿Adónde? El servicio de caballeros al fondo del compartimento  

de tercera terc era era el llugar ugar m más ás lej lejano ano al qu quee podí podíaa ll llegar egar..  —Nos e ncontra ncontrare rem m os eenn e l infie infierno rno —dijo en voz baj a , a l tiem po que hac hacía ía el gesto de tirar del detonador ccon on la m mano ano oc ocul ulta ta eenn el bols bolsil illo lo.. El efecto no fue del todo satisfactorio, aunque mejoró el obtenido minutos antes. Donahue emitió un jadeo y levantó las manos para protegerse el rostro en un gesto inst instint intivo ivo ttan an viej o com o el propio ser hum humano. ano. De Después spués llas as ba bajj ó, to todavía davía en el reino de los vivos, con aire avergonzado y furioso. Richards sacó el bolso de Amelia Williams del bolsillo enfangado y roto, y lo lanzó hacia Donahue. El bulto dio en el pecho de éste y cayó a sus pies como un  páj ar aroo m uer uerto. to. R Richa ichards rds te tenía nía la m a no ba bañada ñada e n sudor sudor.. Al de dejj ar arla la ccaa e r sobre su regazo, apreció que tenía un aspecto extraño, pálida e irreconocible. Donahue recogió el bolso, lo registró con aire rutinario y se lo entregó a Amelia. Richards sint sintió ió uuna na eespecie specie de eest stúpi úpida da trist tristeza eza aall ver su gesto. De algún m modo, odo, era com o si acabara aca bara de perder a un viej viej o am amiigo go..  —¡Buuum!! —e  —¡Buuum —excla xclam m ó en voz baj baja. a.

 

…Menos 14 y contando…

 —Ese c hico es m uy bueno —dij —dijoo Ri Ricc hards har ds a Killian Killian con voz ca cansada nsada c uando Donahue hubo desaparecido de nuevo—. Sólo he conseguido que parpadeara, cuando pensaba pensaba que ib ibaa a m ea earse rse eenn llos os ppantal antalones. ones. Richards empezaba a advertir una extraña doble visión que iba y venía. Se  palpó de nuevo e l costado, c uidadosam e nte. La sangr sangree e m pezaba a c oagula oagularse rse  por segunda se gunda ve vezz, a dur duras as pe penas. nas.  —Y ahora a hora,, ¿¿qué? qué? —pre —preguntó— guntó—.. ¿¿Ha Ha ins instalado talado cá cám m a ra rass en e n el e l ae aeropue ropuerto rto pa para ra que todo el mundo pueda ver cómo el peligroso criminal es despachado al otro mundo?  —Ahora va vam m os con eell tra trato to —respondió Kil Killi liaa n si sinn alz alzar ar la voz. voz. Las facciones de su rostro eran impenetrables. Fuera cual fuese el secreto que guardaba, ahora pare parecía cía tenerlo jjus ustto baj o la sup super erficie. ficie. R Richards ichards lloo advirt advirtió ió , de pronto, se sintió de nuevo lleno de temor reverente. Deseó alargar el brazo  desconectar el aparato, dejar de oírlo para siempre. Notó que en sus entrañas se iniciaba un lento y terrible temblor. Una agitación auténtica y visible. Sin em bargo, no pud pudoo decidi decidirse rse a ac accion cionar ar el mando. m ando. Nat Naturalm uralmente ente que no. Después de todo, era gratuita…  —¡Aduéña  —¡A duéñate te de m í, oh S Saa tán! —dij —dijoo con voz pa pasto stosa. sa.  —¿Có  —¿ Cóm m o? Killi Kil lian an pa pare recía cía aturdido aturdido..  —Nada,  —Na da, na nada. da. V Vam am os a ve verr qué ti tiee ne que dec decirm irme. e. Sin embargo, Killian no dijo nada. Se miró las manos con gesto reflexivo y volvió a levantar la mirada. Richards sintió que un compartimento ignorado de su mente gemía,y presintiendo lo que ocurrir. Le dormidos pareció queenloslosfantasmas de los pobres los humildes, de iba los a borrachos callejones, su susu surra rraban ban su nombre nombre..  —McCone e stá ac acaa bado —dijo por fin Kill Killian, ian, en voz baj a —. Usted lo sabe  porque e s quien le ha dej a do a sí. Le ha e struj strujado ado c om omoo a un huevo de c ásc áscaa ra  blanda.. He a quí m  blanda mii propuesta: le of ofre rezzc o que ocupe oc upe su lugar lugar.. Richards, que pensaba haber superado ya cualquier capacidad de sorpresa, advirtió que había quedado boquiabierto, aturdido de incredulidad. Tenía que ser  m entira. Sí Sí,, tení teníaa que serlo. Sin em embargo, bargo, Am Ameli eliaa vol volví víaa a tener y a su bbol olso so y no habí habíaa ra razzón alg alguna una para

que lerassengañaran o le ofrecieran falsas ilusiones. estaba yparada solo, m ient ientra qu quee McC McCone one y Donahu Donahue e iban iban aarm rm ados. Un Unaa sim siÉlm ple pl e bala herido bi bien en dis dispara da usto encima de su oreja izquierda acabaría con él sin más líos, sin más  preocupa  pre ocupacione ciones, s, llim impiam piam ente ente.. Conclusión: Killian estaba diciendo la verdad.  —Está usted chiflado c hiflado —c —com omentó entó Ri Richa chards. rds.  

 —No —re —repli plicó có Kill Killian—. ian—. Es usted e l m e j or conc concursa ursante nte que hem os tenido nunca, y el mejor fugitivo sabe cuáles son los mejores lugares donde buscar. fugitivo ivo está pensado para algo más que el Abra un poco los ojos y verá que  El fugit entretenimiento de las masas o para librarse de personas peligrosas, Richards. La Cadena siempre está a la busca de nuevos talentos. Así tiene que ser. Richards intentó responder, pero no encontró palabras. La sensación de temor  revere reve rent ntee todaví todavíaa le eem m bargaba, aapabul pabullant lantee e intens intensa. a.  —Nuncaa ha habido un Je  —Nunc Jefe fe de Caz Cazaa dore doress con fa fam m ilia ilia —dij —dijoo por últ últim imo—. o—. Y Yaa sabe por qué: las pr probabil obabilid idade adess de eext xtorsió orsión… n…  —Richa  —R ichards rds —dij —dijoo Kill Killian ian c on suavidad infini infinita—, ta—, su e sposa y su hij hijaa ha hann m uerto. Hace m ás de diez días días que fa falllecieron.

 

…Menos 13 y contando…

Dan Killian seguía hablando. Quizá llevaba un buen rato haciéndolo, pero Richards le oía sólo en la distancia, con su voz distorsionada por un extraño eco que resonaba en su mente. Era como estar atrapado en un pozo profundo y oír a alguien que hablaba desde el brocal. Su mente había entrado en una oscuridad insondable, y las tinieblas servían de telón de fondo para una especie de pase de di diaposi aposittiv ivas as m ental entales. es. Una viej viej a fot fotoo de Sheil heilaa ca cam m inando inando apre apresu sura radam damente ente por  las galerías comerciales de Co-op City con una carpeta llena de hojas sueltas  baj o e l bra brazzo. En e sa époc época, a, las fa faldas ldas m icr icroo se ha habían bían puesto de m oda nuevamente. Una imagen congelada de ellos dos sentados en la punta de la escollera del puerto (entrada gratuita), de espaldas a la cámara, contemplando el agua con las manos entrelazadas. Una instantánea en color sepia de un hombre oven con un traje que le venía grande y una muchacha con el mejor vestido de su madre —guardado especialmente para la ocasión—, frente a un juez de paz con una gran verruga en la nariz. Durante la noche de bodas, se habían reído mucho de aquella verruga. Una fotografía en blanco y negro de un hombre su sudoros doroso, o, con el pecho descubi descubier erto to bbaj aj o un ttra rajj e prot protec ecto torr de plom plomo, o, y dedi dedica cado do a limpiar las palancas y tuberías de un potente motor en un enorme subterráneo abovedado, que una serie de tubos fluorescentes se encargaba de iluminar. Una fotoo en ccol fot olores ores suaves (difu (difum m in inados ados para que no se apre apreciara ciara el fondo ddesol esolado ado y tris ristte) de una m muj ujer er eem m bara barazzada m irando por un unaa ventana de ra raíd ídas as cortinas cortinas a su hombre, de regreso al hogar. La luz es como una suave caricia en sus mejillas. Una última imagen: otra vieja instantánea de un tipo delgado sosteniendo en alto la m in inús úscula cula form a de un recién nac nacid ido, o, en un unaa ccuri urios osaa m ez ezcla cla de ge gest stoo am amoros orosoo  deLas triunfo, con una enorme sonrisa demás satisfacción en el rostro. imágenes empezaron a pasarle y más aprisa, como en un torbellino, sin provocarle ya sensación alguna de dolor, de amor o de ausencia; no, ya no. Lo único que sentía Richards ahora era el frío aturdimiento de la novocaína. Killian le aseguró que la Cadena no tenía nada que ver con las muertes, que se había tratado de un terrible accidente. Richards supuso que debía creerles, no sólo porque la historia parecía demasiado falsa como para que no fuera verdad, sino porque Killian sabía que si Richards aceptaba la oferta su primera escala sería en Co-op City, donde una sola hora en las calles le pondría en antecedentes de lo sucedido.

HabíanR sidords, losccon merodeadores. dede ellos. (¿O un m disfraz?, se  pre guntó  preguntó Richa ichards, on un re repentino pentino Tres vuelco del l cora coraz zón.acaso S She heil ilaaera ha había bía mostrado ostrado un tono de voz ligeramente furtivo durante su breve conversación telefónica, como si ocultara algún secreto.) Probablemente, Sheila y Cathy se habían visto amenazadas y su esposa había tratado de proteger a la pequeña. Ambas habían m uerto de heridas de ar arm m a blanca blanca,, según Kil Killi lian. an.  

Este úl Este últi tim m o pensam ient ientoo le devolvi devolvióó a la re realidad. alidad.  —¡Noo m e venga c on ésa  —¡N ésas! s! —gritó de im improviso. proviso. Am e lia lia re retroc trocee dió de un salto y se tapó el rostro inmediatamente—. ¿Qué ha sucedido? ¡Cuénteme ahora m is ism m o los detalles!  —No puedo pue do dec decirle irle m ucho m á s. S Suu esposa re recc ibi ibióó sese sesenta nta puña puñalada ladas. s.  —Sheila…  —S heila… —gim —gimió ió R Richa ichards rds ccon on voz huec hueca. a. K Kil illi liaa n fr frunció unció eell ce ceño. ño.  —¿Le  —¿ Le gustaría disp disponer oner de un poco de tiem tiem po par paraa pensa pensarr en todo esto, Richards? —inquirió.  —Sí.í. S  —S Sí,í, m mee gustar gustaría. ía.  —Lo siento muchísim m uchísimo, o, ccam am ar arada ada —aña —añadió dió Kil Killi liaa n—. Le j uro por m i m maa dre que no hemos tenido nada que ver. Nuestra actuación habitual hubiera consistido en tenerlas apartadas apar tadas de us usted ted y conce concederle derle der derec echo ho a vi visi sitas. tas. Nin Ningún gún hhombre ombre,, de eso estam estam os sseguros eguros,, trabaj ar aríía vol volunt untar ariiam ente para la gent gentee que ha aasesi sesinado nado a su familia.  —Necc esito ttiem  —Ne iem po par paraa pe pensar nsarlo. lo.  —Com  —C o Jef Jefe erdos de Caz Cazador adores —insisti Killian ccon on voz re reposada posada—, ust uste ed  busca  buscar r aomo e sos ce cerdos y da darle rlessessu—insis me m e re rectió c óidoKill si sinnian ccontem ontemplac placiones. iones. Y—, no podría sólo a eell llos, os, sino sino a otros m muchos uchos pare parecidos cidos..  —Quieroo pensá  —Quier pensárm rm elo. Adiós.  —Yo…  —Y o… Richards alargó la mano y desconectó el Libre-Visor. Permaneció en su asiento como un bloque de piedra. Las manos le colgaban sin fuerza entre las rodillas. El avión seguía ronroneando en las tinieblas. Todo estaba consum consumado, ado, m edit editóó Ri Richa chards. rds. Absol Absolut utam am ente todo. todo.

 

…Menos 12 y contando…

Transcurrió una una hora. Las imágenes siguieron superponiéndose en su mente. Stacey. Bradley. Elton Parrakis con su cara aniñada. Una huida de pesadilla. La llama de la última cerilla para encender los periódicos en el sótano del hostal de la Y.M.C.A. Los coches a gasolina derrapando entre chirridos, los fusiles automáticos escupiendo fuego. La voz ronca de Laughlin. La imagen de aquellos dos niños, jóvenes agentes de la Gestapo. « Bueno —s —see dij dijo—. o—. ¿P or qué no? no?»» Ahora no tenía vínculos y, desde luego, carecía de moral. ¿Acaso la moral  podía conta contarr e n algo par paraa un hom hombre bre sol soloo y a la deriva? der iva? Kil K illi liaa n había e xpuesto con toda claridad, con tranquila y amable brutalidad, la soledad en que Richards se encontraba. Bradley y su apasionada propaganda contra la contaminación atmosférica parecían ahora tan distantes, irreales y carentes de importancia… Los filtros nasales. Sí, en otro momento la cuestión de los filtros nasales había  parec  par ecido ido muy im importa portante. nte. P Pee ro y a no. « El pob pobre re que si siem em pre ll llevar evarás ás cont contiigo. go.»» Cierto. Incluso el propio Richards había producido un ser más para la máquina de matar. Con el tiempo, los pobres se adaptarían, mutarían. Sus  pulmoness produc  pulmone producirían irían su pr propio opio ssist istee m a de filt filtra racc ión en un plazo de diez m mil il años, o de cincuenta mil, y finalmente se levantarían, se desprenderían de sus filtros artificiales y verían a sus amos agitarse, jadear y perder la vida, ahogados en una atmósfera en la que el oxígeno sólo jugaba un papel insignificante. Y en el fondo, ¿qué le importaba ahora el tiempo futuro? Ahora, todo era despreciable  par aHabría  para Richa Richards. rds. una época de desastres. Sin embargo, los amos podrían preverla y  prevenir  pre venirla. la. Inc Incluso luso habr habría ía esta estall llidos idos de viol violee ncia y m om omee ntos de re rebelión. belión. ¿Habría nuevos intentos abortados de hacer público otra vez el envenenamiento deliberado del aire que respiraban? Quizá, pero los amos podrían hacerse cargo de ello. Y se ocuparían de él, en previsión del momento en que él pudiera ocuparse de ellos. Richards comprendió instintivamente que podría hacerlo. Sospechó que incluso tenía una cierta capacidad genial para llevarlo a cabo. Y ellos le ayudarían, le curarían. Médicos y medicinas. Un lavado de cerebro. Un

cam ca m bi bioo de m mental entalid idad. ad. Y ladicc paz. Laluego cont contra radi cció iónn enra enraiz izada ada com comoo una m ala hierba en lo m más ás hond hondoo de su ser ser.. Richards ansiaba la paz fervientemente, como el hombre anhela el agua en  pleno desierto. de sierto. Amelia Williams lloraba incesantemente en su asiento, pese a que ya hacía muchas horas que sus lágrimas hubieran debido agotarse, en buena lógica.  

Richards se preguntó con indiferencia qué sería de ella en el futuro. Difícilmente se la podría devolver a su marido y a su familia en el estado en que se hallaba; sencillamente, no era la misma mujer que se había detenido en un  stop rutinario con la cabeza llena de recetas y reuniones, de clubes y de cocinas. La mujer  estaba en la Lista Negra, era una persona peligrosa. Richards supuso que habría fármacos y terapias para volverla a la normalidad. Sí; debía de haber sistemas  paraa volver a l Luga  par Lugarr Donde Se Bi Bifur furcc a n D Dos os Cam inos inos,, par paraa determ dete rm inar la ra razzón  por la que se había e scogido el c am ino e quivoca quivocado. do. Un ca carna rnaval val de oscur oscuras as asociaciones asociacion es m ental entales. es. Sintió de pronto el impulso de acercarse a ella, de consolarla, de asegurarle que no estaba tan mal, que un simple par de esparadrapos de psiquiatra la recompondrí rec ompondrían, an, la harían iinclu ncluso so m ej or de lo qque ue er eraa aant ntes. es. Sheila. Cathy. Los nombres se repetían en su mente como tañidos de campanas, como  palabra  pala brass dicha dichass una y otra ve vezz hasta queda quedarr re reducida ducidass a l aabsurdo. bsurdo. Di tu nom bre doscientas seguidas descubrirás tienes. sensación Sentir lástima le resultabay imposible; veces sólo era capazy de albergar que unanoconfusa de irritación turbación. L Lee habí habían an eescog scogid ido, o, llee habí habían an hec hecho ho corre correrr ccomo omo un conej conejoo y, al fin final, al, no había resultado ser más que un bufón. Recordó a un chico de su escuela que se habíaa puest habí puestoo en pie par paraa re reali alizzar la Prome Pr omesa sa de Fideli idelidad dad y, en m edio ddee la clase, se le habían ha bían ca caíd ídoo los pantalones. El avión seguía con su zumbido. Richards se sumergió en un duermevela. Las imágenes iban y venían sin orden ni concierto; episodios enteros pasaban ante sus ojos sin sin el m menor enor ccol olor or em ocio ocional. nal. Y, por fin, un último álbum de instantáneas: una copia satinada de veinticinco  por veinte tom tomaa da por un abur aburrido rido fotógra fotógrafo fo de la poli policc ía que quiz quizáá m a sca scaba ba chicle. Prueba C, damas y caballeros del jurado. Un cuerpecito roto y ensangrentado en una cuna revuelta. Manchas y regueros de sangre en las  parede  par edess de e st stuc ucoo bar baraa to y e n e l m óvil de Mam á Oc Oca, a, com pra prado do por una moneda. Un gran coágulo viscoso en el osito de peluche de segunda mano, al que faltaba un oj oj o. Se despertó de pronto y se incorporó de un brinco, con la boca abierta en un grito de espanto. La fuerza con que sus pulmones expelieron el aire fue tal que la lengua le vibró como una vela al viento. Todo, absolutamente todo en el

compartimento de primera clase se hizo de pronto clara y vibrantemente real, sobrecogedor, terrible. Todo adquirió la granulada realidad de un espantoso reportaje de noticiario. Laughlin destrozado en aquel almacén de Topeka, por  ej em pl plo. o. T Todo odo era er a m uy re real al y en techni technicolo colorr. Amelia soltó al unísono un grito aterrorizado y se contrajo en el asiento con los ojos desorbitados, como dos picaportes de porcelana, intentando meterse todo el puño en la boca.  

Donahue apareció a toda prisa por el pasillo, empuñando su pistola. Sus ojos eran dos entusiastas perlas negras.  —¿Qué  —¿ Qué suce sucede? de? ¿¿Algo Algo va m al? ¿McCone?  —No —re —respondi spondióó Ri Richa chards, rds, notando que el c ora orazzón re rem m itía itía en su galope lo  bastante par paraa que su voz no sonar sonaraa dese desesper speraa da y a gobiada gobiada—. —. He tenido una  pesadil  pesa dilla. la. Mi hi hijj it itaa …  —¡Ah!  —¡A h! La expresión de Donahue se dulcificó en un gesto de fingida simpatía. Se le notaba la falta de práctica. Quizá seguiría siendo un pobre diablo toda su vida. Cuando se volv volvía ía par paraa irse irse,, R Richar ichards ds llee ll llam am ó:  —¿Dona  —¿ Donahue? hue? El aludido dio media vuelta, cansinamente.  —Antes le di un buen susto, ¿ver ¿verdad? dad? —preguntó Ri Richa chards. rds.  —No. Trass este m Tra monos onosíl ílabo abo Dona Donahue hue se aalej lejóó por el pasillo pasillo.. El ttipo ipo er eraa ccuell uellicorto, icorto, y sus —P nalgas, delleceñido uniforme azul, las de Puna chica.  —Podría odríadentro asustar asustarle m ás todavía —ins —insist istió ióparecían Ric Ric har hards—. ds—. odría am e nazar con arrancarle los filtros nasales. Donahue hizo mutis de la escena. Richards ce cerró rró los ojos de ccansancio ansancio.. La fot fotoo sati satinada nada vol volvi vióó a apar aparec ecer er ante él. Abrió los ojos y volvió a cerrarlos. La fotografía satinada desapareció. Aguardó un poco y, cuando tuvo la seguridad de que no iba a reaparecer (al m enos de m om omento), ento), aabrió brió llos os párpa párpados dos y pul pulsó só el bot botón ón del Lib Libre re-V -Vis isor or.. El apara apa rato to ssee il ilum umin inó, ó, m most ostra rando ndo a Kill Killian. ian.

 

…Mee nos 1 …M 11 1 y c ontand ontando… o…

 —Richards…  —Richa rds… —m —musi usitó tó Kill Killian ian inclinándose hac hacia ia dela delante, nte, sin sin hac hacee r el m enor  esfuerz esfue rzoo por ocult ocultar ar su tensión. tensión.  —He dec decidi idido do ac acee ptar —dij —dijoo R Richa ichards. rds. Killian se recostó en su asiento y la única parte de su cuerpo que sonrió fueron sus ojos.  —Me alegr a legroo m mucho ucho —dij —dijo. o.

 

…Menos 10 y contando…

 —¡Je sús! —m  —¡Jesús! —musit usitóó R Richa ichards, rds, eenn el quicio de la portezuela de la ccaa bina. Holloway se volvió hacia él.  —Hola —m —maa sculló el pil piloto, oto, que a ca cababa baba de habla hablarr con a lgo denom inado VOR Detroit. Duninger Duni nger eest staba aba to tom m ando un café café.. Los dos tableros de control estaban desatendidos, pero seguían ofreciendo datos y guiando los elementos de vuelo como si respondieran a las instrucciones de unas manos y unos pies fantasmagóricos. Los indicadores giraban, las luces destell dest ellaban, aban, y pare parecía cía produci producirse rse un enorm enormee y const constante ante entrar y sali salirr de da dato tos… s… que nadie nadie rrec ecogí ogía. a.  —¿Quién  —¿ Quién eestá stá ll lleva evando ndo el aautobús utobús?? —pre —preguntó guntó R Richa ichards, rds, ffaa scinado.  —Otto —re —repuso puso Dunin Duninger. ger.  —¿Otto?  —¿ Otto?  —Otto, e l pi pilot lotoo autom automático, ático, ¿enti ¿entiee nde? Un jjuego uego de pa palabr labras as m a lísimo lísimo —dij —dijoo Duninger con una sonrisa—. Me alegro de tenerle en el equipo, camarada. Quizá no se lo crea, pero algunos de los muchachos estaban a su favor. Richar ichards ds asint asintió ió con aaire ire eva evasi sivo. vo. Holloway asomó en el angosto pasillo y dijo:  —A m í Otto tam bién m e asom bra bra,, a unque haga y a veinte años que lo utilizamos. Sin embargo, es absolutamente seguro. Y terriblemente sofisticado. Hace que los antiguos pilotos automáticos parezcan…, bueno, son como cajas de m ader aderaa de nar naranj anjoo al lado de uno unoss muebl m uebles es eest stil iloo C Chi hippend ppendale. ale.  —¿De  —¿ De ver veraa s? —inqu —inquirió irió Ri Ricc har hards, ds, c on la m ira irada da fija fij a e n la oscur oscuridad idad de la cabina.  —Sí.í. Se seña  —S señala la un P. D., el P unto de De Desti stino, no, y Otto se enc encaa rga de todo, ayudado continuamente por el radar de voz. Otto hace totalmente superflua la  presenc  pre sencia ia del pil piloto, oto, salvo pa para ra e l de despegue spegue y e l aater terriz rizaj aj e, o cuando c uando se pre presenta senta un probl problem em a.  —¿Y  —¿ Y se puede hac hacer er gra grann cosa si re realm alm ente se produc producee un problem a? —   preguntó  pre guntó R Richa ichards. rds.  —See pue  —S puede de rree zar —respondi —re spondióó Holl Hollowa oway. y. Quizá pretendía sonar gracioso, pero la frase le salió tan extrañamente

sincera que quedó flotando en la cabina.  —Ese volante ¿re reaa lme lm e nte lleva la nave nave?? —continuó R Richa ichards. rds.  —Sólo hac  —Sólo hacia ia a rr rriba iba o hac hacia ia a baj o —le explicó Duninger Duninger—. —. Lo lla lla m a m os ti tim m ón. Los peda pedales les controlan la incli inclinac nació iónn latera lateral.l.  —Suena  —S uena tan ffáá cil com o conduc conducir ir un ca carr rrit itoo de niño.  —Es un poco m ás c om ompli plicc ado, per peroo no m ucho —continuó Duninger c on una sonrisa—. son risa—. Digam Digamos os que hay unos cuantos bot botones ones m más ás que pul pulsar sar..  

 —¿Y qué suce  —¿Y sucede de si Otto dej dejaa de ffunciona uncionar? r?  —Eso no suce sucede de nunca per pero, o, si oc ocurr urrier ieraa , el piloto piloto puede enc encaa rga rgarse rse de la nave desconectándolo. Sin embargo, el ordenador no se equivoca nunca, camarada. Richards quiso marcharse, pero la visión del timón y de los minúsculos ajustes que efectuaban los pedales le retuvo en la cabina. Holloway y Duninger  se concentraron de nuevo en su trabajo. Las comunicaciones con la torre y las series de números casi esotéricas que recitaban se confundían con el crujido de la electricidad estática. Holloway volvió la vista atrás una vez y pareció sorprendido al encontrarle allí tod todavía. avía. Son Sonrió rió y señaló hac hacia ia la oscur oscurid idad. ad.  —Pronto  —P ronto ver veráá apa apare recc er Harding. Ha rding.  —¿Cu  —¿ Cuáá nto queda?  —En cinco cinc o o seis m minut inutos os podrá ver el rree spl splaa ndor eenn el horiz horizonte. onte. En cuanto Holloway se dio la vuelta, Richards abandonó la cabina. El piloto comentó suasegundo:  —Mecon a legra alegr ré c uando eese se tipo nos dej e . Me da m iedo. Duninger Duni nger baj ó la m mirada, irada, m alhu alhum m orado, con el rost rostro ro bañado por la luz verde  fluorescente del panel de instrumentos.  —No le gusta Otto, ¿te ¿te ha hass fij fijaa do?  —Síí —respondió Holl  —S Hollowa oway. y.

 

…Menos 9 y contando…

Richards empezó a regresar por el estrecho pasillo hacia el compartimento de  primer  prim era. a. Frie riedm dmaa n, el e nca ncarga rgado do de com unica unicacc iones, no le m iró siq siquier uiera. a. Ni tampoco Donahue. Richards cruzó ante la zona de cocina y se detuvo. El aroma a café era intenso y reconfortante. Se sirvió una taza, añadió un  poco de cr cree m a inst instantá antánea nea y se sentó en uno de los lugar lugares es re reser servados vados a las azafatas fuera de servicio. La cafetera burbujeaba y despedía vapor. En los refrigeradores había una dotación completa de alimentos congelados de aspecto a specto m muy uy ape apeti titos toso, o, con los cor corre respo spondi ndientes entes botell botellin ines es de bebida. « Aquí Aquí,, cualq cualqui uier eraa pod podría ría pi pill llar ar una buena bo borra rracher chera» a» , ppensó ensó.. Dio un ssorbo orbo a ssuu caf café. é. Era ffuerte uerte y sabros sabroso. o. L Laa ccaf afetera etera seguí seguíaa burbuje burbujeando. ando. « Aquí estam os» , se di dijj o dando un últi últim m o so sorbo. rbo. S Sí,í, nnoo había duda de eell llo. o. Allí Allí estaba, est aba, so sorbiend rbiendoo un ca café fé.. A su alrededor, la batería de cocina del aparato estaba perfectamente colocada en sus lugares correspondientes. El fregadero de acero inoxidable refulgía como una joya cromada en un mueble de formica. Y, siempre, la cafetera burbujeando y despidiendo vapor sobre la plancha de calentar. Sheila si siem em pre llee habí habíaa pedi pedido do un unaa ccafe afettera de esa m marc arca. a. « Las S Siilex du duran ran m mucho ucho»» , decía. Richar ichards ds ssee eechó chó a ll llora orarr. En la zona de cocina había también un pequeño water en el que sólo se habían  posado las nalga nalgass de las a zaf afaa tas. La puer puerta ta e staba e ntre ntreabie abierta rta y Ri Richa chards rds alcanzó a ver incluso el agua azulada, estrictamente desinfectada, de la taza. Defec Def ecar ar en un aam m biente biente de re refin finado ado espl esplendor endor a cincuent cincuentaa m il pi pies es de alt altit itud… ud… sirvi sirvió ó un una a nueva taza, a, contem contempl ó llaa ccaf afetera etera burbu burbuj j ea eant ntee yy se ec echó hó ll llorar  orar  otraSevez. Su llanto erataz reposado y pló absolutamente silencioso, cesó al amismo tiem iempo po qque ue term termin inaba aba la segund segundaa taz tazaa de hum humea eant ntee ccafé afé.. Se levantó y dejó la taza en el fregadero. Asió la cafetera por el mango de  plásticc o m  plásti mar arrón rón y ve vertió rtió con ccuidado uidado su conte contenido nido en eell desa desagüe. güe. El grue grueso so cr crist istal al de la caf c afetera etera quedó bbañado añado de gra grandes ndes go gotas tas ddee va vapor por condens condensado. ado. Se limpió los ojos con la manga de la chaqueta y volvió a penetrar en el estrecho pasillo. Entró en el compartimento de Donahue con la cafetera en la mano.

 —¿Quier  —¿ Quieree un poc pocoo de ccaf afé? é? —pre —preguntó. guntó.  —No —respondi —re spondióó Dona Donahue hue la lacc ónica ónicam m ente ente,, sin leva levantar ntar la vist vistaa .  —Claroo que sí —re  —Clar —repli plicó có Richa Richards. rds. Alzó un pesado recipiente sobre la cabeza inclinada de Donahue y lo descargó descar gó ssobre obre su crá cráneo neo con ttoda oda llaa ffuerz uerzaa de que fue ccapaz. apaz.

 

…Menos 8 y contando…

El esfuerzo le abrió la herida del costado por tercera vez, pero la cafetera no se rompió. Richards se preguntó si estaría reforzada (¿con vitamina C, quizás?) para que no se se rrom ompi pier eraa eenn ca caso so ddee ccae aerr aall suelo suelo ddebid ebidoo a una turbu turbulenci lenciaa eenn vu vuelo. elo. El golpe provocó una efusión de sangre sorprendentemente intensa de la cabeza de Donahue, que cayó en silencio sobre su mesa de mapas. Un reguero de sangre corrió sobre las cartas de navegación plastificadas hasta gotear de ellas al suelo.  —Roger  —R oger c inco, C-uno-c C-uno-cuatr uatro-nue o-nueveve-ocho ocho —dec —decía ía una voz eestentóre stentóreaa por la radio. Richards tenía aún la cafetera en la mano, manchada de sangre y de cabellos de Donahue. La dejó caer al suelo, pero no se produjo ningún estrépito. Allí había moqueta   la burbuja de cristal de la cafetera rodó por ella como un globo ocular  iny nyec ectado tado en sangre que le hiciera hiciera un gu guiiño. De im improvi proviso so,, evocó nuevam ente la fotografía de Cathy muerta en su cunita y sintió un escalofrío. Levantó por la cabellera el peso muerto de Donahue y revolvió los bolsillos de su chaqueta azul de vuelo. La pistola estaba allí. Se disponía a dejar caer la cabez ca bezaa de Donahu Donahuee sobre la m mesa esa de m apas ot otra ra vez, vez, pero se detuvo detuvo y la llevantó evantó un poco más. La boca de Donahue quedó colgando, desencajada, con un aire m alévol alévolo, o, ca casi si ddee deficient deficientee m ental ental.. La sangre inu inundaba ndaba su ca cavi vidad dad bucal. Richar ichards ds llimpió impió la sangre de una de sus fosas nasa nasales les y observó su iinterior nterior.. Al fondo, fond o, apenas perce percept ptib iblle, vi vioo un unaa m ez ezcla cla de sangre y m asa eencef ncefáli álica ca..  —Control  —C ontrol de tierr tierraa llam a ndo a C-unoC-uno-cua cuatro-nue tro-nueveve-ocho ocho —dijo —dij o la ra radio. dio.  —¡Eh, eso e s par paraa ti ti!! —oy —oyóó gritar a una voz desde e l ccom ompar parti tim m ento ane anexo xo  —. Richards ¡Dona hue…! ¡Donahue…! salió al pasillo cojeando. Se sentía muy débil. Friedman levantó la cabezaa y le dijo: cabez  —¿Quier  —¿ Quieree de decir cirle le a Dona Donahue hue que m ueva e l culo y conte conteste…? ste…? Richards le disparó justo encima del labio superior. Los dientes salieron despedidos como cuentas de un collar roto. Cabellos, sangre y sesos quedaron estampados como una mancha de Rorschach en la pared tras la silla, donde una foto en tres dimensiones mostraba a una chica tendida sobre una cama de caoba  barniz  bar nizaa da, ccon on unas pier piernas nas inm inmee nsas eeter ternam nam e nte eextendidas xtendidas aante nte eell espec espectador tador..

En la cabina de los pilotos se oyó una exclamación ahogada y Holloway hizo un esfuerzo desesperado e inútil para cerrar la portezuela. Richards advirtió que el piloto tenía una pequeña cicatriz en la frente, en forma de signo de interrogación. Era una cicatriz típica de un chiquillo aventurero que hubiera caído al suelo suelo desd desdee la ra ram m a de un áárbol rbol ddond ondee j ugaba a ser pil pilot oto. o. Disparó contra Holloway y le dio en pleno vientre. Holloway soltó un gemido de sorpre sorpresa, sa, llas as pi pierna ernass ddej ej ar aron on ddee sos sostenerle tenerle y ca cayy ó al suelo suelo de bruces.  

Duninger, en el asiento del copiloto, se volvió hacia Richards con el rostro  blancoo com o la luna.  blanc  —No me m e m a te, ¿¿eh? eh? —m —murm urm uró. Sus pulmones no soltaron el aire suficiente para que la frase sonara a afirmación.  —¿Que  —¿ Que no? —re —respondi spondióó suave suavem m ente Ri Richa chards, rds, aall tiem tiem po que dispar disparaa ba. Algo estalló y despidió una llamarada con breve violencia detrás de Duninger  cuando éste cay c ay ó hacia hac ia delant delante. e. Si Silencio lencio..  —Control  —C ontrol de tierr tierraa llam a ndo a C-unoC-uno-cua cuatro-nue tro-nueveve-ocho ocho —re —r e pit pitió ió llaa rradio. adio. Richards se sintió indispuesto de repente, y devolvió una buena cantidad de café ca fé m ezclado ezclado con bi bili lis. s. La cont contra racc cció iónn m mus uscular cular le aabri brióó la herida to todaví davíaa m ás,  el costado empezó a latirle dolorosamente. Se acercó cojeando a los instrumentos, que seguían moviéndose en un interminable y complejo tándem. Había demasiados controles y medidores,  pensó.  —¿No Nodetendr tendrían lgún ccaa nalSí, com unica unicacione ciones bierto to pe perm rm a nente nentem m e nte e n un  —¿ vuelo tantaían imaportancia? importancia? Sde í, ssegura eguram m ente sí. sí. s aabier  —Adelante  —Ade lante —dij —dijoo R Richa ichards rds sin m mucha ucha c onvicc onvicción. ión.  —¿T  —¿ Te néis cone conecta ctado do el Libre Libre-V -Visor isor ahí aarr rriba, iba, C-uno-c C-uno-cuatr uatro-nue o-nueveve-ocho? ocho? Nos ha llegado una última transmisión bastante confusa. ¿Sigue todo bien?  —Muy bien —re —respondi spondióó R Richa ichards. rds.  —Dile a Duninger que m e debe una ccer erve vezza —r —ree pli plicc ó la voz c rípti ríptica cam m ente ente.. Después, sólo quedó el crujido de la electricidad estática de fondo. Ottoo se había he Ott hecho cho ccar argo go del autob autobús. ús. Richards inició el regreso al compartimento de pasajeros para terminar su trabajo.

 

…Menos 7 y contando…

 —¡Oh, Dios D ios m ío! —gimió Am elia W Wil illi liaa m s. Richards echó un vistazo a su propio cuerpo, despreocupadamente. Todo su costado derecho, desde las costillas hasta la pantorrilla, era una mancha brillante de sangre sangre fre fresca. sca.  —¿Quién  —¿ Quién hubier hubieraa dicho que e l ti tipo po tenía tanta sangr sangree e n sus ve venas? nas? —  m urmuró al vverse. erse. McCone apareció de pronto en el compartimento de primera clase, con una  pistol  pis tolaa en la m ano. Al ver a Ri Ricc har hards, ds, se plantó a nte él. Am bos disp dispaa ra raron ron a l m is ism m o ttiem iempo. po. McCone desapareció tras la cortina que separaba primera y segunda clase. Richards cayó sentado al suelo. Se sentía muy cansado, y tenía un gran agujero en el vientre, por el cual c ual se veían los in intest testin inos. os. Amelia se había puesto a chillar desaforadamente con las manos tirando de las mejillas como si éstas fueran de plástico. McCone volvió a aparecer en el compartimento, tambaleándose. En la boca lucía una ssonri onrisa. sa. Pa Pare recía cía que le falt faltaba aba m edia ca cabez beza, a, ar arranc rancada ada del re rest stoo ppor or el disparo, pero aun así sonreía. Disparó dos veces. La primera bala se incrustó en la pared por encima de la cabez ca bezaa de Richards. L Laa segu segunda nda fue a da darr j usto usto bbaj aj o llaa cclaví lavícula cula de éést ste. e. Richar ichards ds vo volv lvió ió a dis dispar parar ar.. McCo McCone ne dio un ppar ar de pasos pa sos tam tambaleá baleándos ndose, e, ccom omoo si estuviera ebrio. La pistola se le escurrió de entre los dedos y de pronto pareció que el tipo se ponía a observar el compacto techo de polietileno blanco del comparti com partim m ento ddee prim primera era clase, com pará parándo ndolo lo qui quizzá ccon on el de segun segunda. da. P Por or fin, cayó al suelo.como El olor a pólvora y a carne quemada penetrante característico el aroma a manzana de las prensasera para sidra. y vivo, tan Amelia seguía chillando. Richards se admiró de lo saludable que sonaba la voz de la mujer.

 

…Menos 6 y contando…

Richar chards ds ssee puso en pi piee m uy lent lentam am ente, con una mano m ano so sobre bre eell vviientre par paraa que no se le salieran los intestinos. Avanz vanzóó lentam lentamente ente eentre ntre las ffil ilas as de asientos asientos,, dobl doblado ado sobre sí mism mismoo con una mano a la altura del diafragma, como si hiciera una reverencia. Asió el  parac  par acaa ídas c on la otra m a no y lo a rr rraa stró tra trass de sí. Un par de palm os de grisáceos intestinos se le escaparon del agujero del vientre y volvió a metérselos, en un gesto doloroso. Tenía la vaga sensación de estar cagándose en los  pantalones.  panta lones.  —¡Oh!  —¡O h! —ge —gem m ía Am elia W Wil illi liaa m s si sinn ce cesar sar—. —. ¡Oh, D Dios ios!! ¡¡Oh, Oh, Dios m mío! ío!  —Póngase  —P óngase e sto —le indi indicc ó R Richa ichards. rds. La m uje ujerr ccont ontin inuó uó gi gim m iend iendoo y m ovi oviéndos éndosee de un lado a otro, ssin in escucha escucharle. rle. Richards dejó caer el paracaídas y le dio a Amelia un par de bofetones, pero no  pudo hace hac e rlo ccon on fue fuerza. rza. Cer Cerró ró e l puño y volvi volvióó a desca desc a rga rgarlo rlo sobre e lla lla . Am e lia lia call ca lló ó deóngase inme inmedi diato le m miró iró conC expresi expresión des desconce concertada.  —Póngase  —P eato stoy—re —repit pitió—. ió—. Com omoo si ón fue fuera ra una mrtada. ochila, ¿entendido? Amelia Am elia aasi sinti ntió, ó, pero a conti continuac nuación ión dij dij o:  —No puedo. pue do. No puedo sa salt ltaa r. T Tengo engo m iedo.  —Vaa m os a eestrellar  —V strellarnos. nos. Tiene que saltar saltar..  —¡No!  —¡N o!  —Está bien. Entonces, Entonce s, le voy a pe pegar gar un ti tiro. ro. La mujer se levantó del asiento como impulsada por un resorte, pasó junto a Richards golpeándole de costado y empezó a colocarse el paracaídas enérgicamente, con los ojos abiertos como platos. Mientras se ajustaba las corre correas, as, Am Ameli elia vol volvi vióó aEsa aalej lejarse Richar chards . de  —No —dij —dijo oa éste—. carse orr orrea eadevaRi por por…, …,ds.por debaj baj o. La m uj ujer er corrigi corrigióó llaa posi posición ción de la corr correa ea a tod todaa prisa, retrocediendo hacia eell cuerpo de McCone cuando Richards dio un paso en dirección a ella.  —Ahora a te eell ganc gancho ho a la a nil nilla. la. P Páse áselo lo alre alrededor dedor de su vientre vientre.. Ella obedeció con dedos temblorosos y, al fallar el primer intento, rompió en sollozos una vez más. Sus ojos estaban clavados en Richards con expresión demente. Estuvo a punto de resbalar en la sangre de McCone y, a continuación, pasó

 por encim e ncim a de dell cue cuerpo rpo de éste éste.. Amelia Williams y Richards retrocedieron así toda la longitud del avión, desde eell compa desde comparti rtim m ento ddee prim primer eraa hasta el de terc tercer era. a. Las pun punzzadas de dol dolor or en el vientre vientre se habían converti convertido do yyaa eenn un ar ardor dor corrosi corrosivo vo y perm anente. La puerta de emergencia estaba cerrada con pernos explosivos y una barra controlada por el e l pilo piloto to ddesde esde la ca cabi bina. na. Ri Richa chards rds le eent ntre regó gó llaa pist pistol olaa a la m ujer uj er..  —Disparee ccontra  —Dispar ontra la puer puerta. ta. Y Yo… o… no puedo rresisti esistirr eell retroc re troceso. eso.  

Amelia cerró los ojos, volvió el rostro y apretó el gatillo del arma de Donahue por dos veces. El tercer disparo ya no salió. El arma había quedado descargada. La puerta siguió cerrada, y Richards sintió una difusa y mareante desesperación. Amelia jugueteaba nerviosamente con el cordón de apertura del  parac  par acaa ídas, enr enroscá oscándolo ndolo entre los dedos.  —Quizáá s… —em  —Quiz —empe pezzó a de decir cir Am e li liaa . Y, de pronto, la puerta desapareció en la noche con un estampido, absorbiendo consigo a Amelia.

 

…Menos 5 y contando…

Doblado hacia delante y venciendo la fuerza de aquel huracán a la inversa, Richards consiguió apartarse de la abertura culebreando como una anguila, asido a los respaldos de los asientos. Si el avión hubiera estado a superior altura, la mayor diferencia de presión le habría arrastrado también, sin duda. A la altitud en que se hallaba, el viento le zarandeaba brutalmente y sus pobres intestinos se le salían del vientre y le colgaban hasta el suelo. El frío aire nocturno, enrarecido   afilado a dos mil pies, era como un bofetón de agua fría. El ardor de sus entrañas se habí habíaa converti convertido do en una anto antorc rcha. ha. Atravesó la segunda clase. Ahora iba mejor, la succión no era tan intensa. Pasó Pa só so sobre bre el cuer cuerpo po tend tendiido ddee McCo McCone ne (« Salga de m mii ca cam m ino, ino, por por favor» ) y cruzóó el compa cruz comparti rtim m ento de prime primera ra.. La sangre le ssalí alíaa profusam profusamente ente de la bo boca ca.. Se detuvo a la entrada de la zona de cocina e intentó recogerse los intestinos. Sabía que a éstos no les gustaba nada estar allí fuera. No les gustaba en absoluto. Estaban ensuciándose. llorar habían buscado na da deDeseó nada tod todoo aque aquell llo. o.por sus pobres y frágiles intestinos, que no  No consiguió re recc ogér ogérselos selos de dell todo. Estaba Estabann e nre nredados dados y no había m odo. Ante sus ojos oj os pasar pasaron on unas eespeluz speluznantes nantes im imáge ágenes nes de los los li libros bros de biolo biologí gíaa de la escuela. Com Com prendi prendióó con lu lum m in inos osaa y re repent pentin inaa claridad que eest staba aba al borde de la m uerte irre irrem m is isib iblle y lanz lanzóó un ggrit ritoo desesper desesperado ado entre una boca bocanada nada de sangre.  No hubo respuesta re spuesta eenn el aavión. vión. No queda quedaba ba na nadie, die, salvo ééll y Otto. El mundo parecía perder color al tiempo que su cuerpo se quedaba sin su  propio fluido carm ca rm esí. S See a poy ó de tra través vés en e n la eentra ntrada da a la zona de coc cocina ina ccom omoo un borracho apoyado en una farola y advirtió que, a su alrededor, las cosas adqui adquirían ríanelun tono no gri gris, s, cam biante biante y fa fant ntasm asmal. al. « Es fi fin. n.to Me muero.» Gritó de nuevo, y el mundo volvió a hacerse real ante sus ojos, con un dolor  lacera ac erant nte. e. T Todaví odavíaa no. Prim Primero ero tení teníaa que… Cruzó la zona de cocina y tomó el pasillo, con los intestinos colgando en grandes lazos a su alrededor. Era sorprendente los muchos metros que cabían allí dentro. Tan redondos, tan firmes, tan bien empaquetados… P is isóó una pa parte rte de sí m ism ism o y algo en su int inter erio iorr tiró de éél.l. El estall estallido ido ddee dol dolor  or  fue indescriptible, superior a cualquier otro. Richards gritó con todas sus fuerzas.

Perdió el equilibrio, y habría rodado por el suelo de no haber tropezado antes con la pared. « Tengo un ttiro iro en el vi vientre entre.. ¡En el vi vientre entre!» !» Su cerebro, fuera de control, respondió: Clic, clic, clic. Quedaba una cosa por  hacer. Un tiro en el vientre era en opinión de muchos, el peor de todos. Cierta vez había sostenido una discusión sobre las peores maneras de morir, durante el  

tiempo del bocadillo en el trabajo. Eso fue cuando era limpiador de motores, robusto, animoso y lleno de sangre, de orina y de semen. Todos lo eran y, entre  bocado  boca do y boca bocado, do, se dedic dedicaa ban a com par paraa r los m mér érit itos os de dell eenvene nvenenam nam iento por  radiación, el congelamiento, la paliza, la caída al vacío o la asfixia por inmersión. Y alguien había mencionado el tiro en el vientre. Harris, quizás. Un tipo gordo que bebía bebía ccer ervez vezaa il ilegal egal en horas de trabaj o. « En el vviientre duele m mucho ucho — —habí habíaa dicho Harris Harris—. —. Y ssee tarda m ucho en m orir orir.» .» Y tod todos os llos os ddem em ás habían asentido asentido ssol olem em nem nemente, ente, si sinn tener la m enor  idea de qué era el dolor. Richards continuó su avance por el pasillo, apoyándose en ambas paredes. Pasó ante Donahue. Ante Friedman, con su radical cirugía dental. Los brazos se le dormían, y el dolor del vientre (de lo que había sido el vientre) era cada vez  peor. Sin em bar bargo, go, a pesa pesarr de todo seguía ade adelante, lante, m ientra ientrass su c uer uerpo po destrozado intentaba cumplir las órdenes del desquiciado Napoleón encerrado dentro dent ro de su cr cráneo. áneo. « ¿Dioshubiera m ío, serápensado éste eell final de R Rico? ico?» Jamás Richards que» llevara dentro de sí tantas imágenes agónicas. Le pareció que su mente se volvía hacia dentro, devorándose a sí m is ism m a eenn un unos os úúlt ltimos imos segundo segundoss febriles. « Una. Cos Cosa. a. Más.» Cayó sobre el cuerpo tendido de Holloway y se quedó allí, repentinamente adormil adorm ilado. ado. « Una ca cabez bezada. ada. S Sí.í. Nada m ás. Dem asi asiado ado esfuerzo levant levantar arse. se. Ot Otto to   su zumbido. La canción de cumpleaños para el chico que se va a dormir. Chi hist st… … La ovej it itaa eenn el prado, llaa va vaca ca en la eera ra…» …» Levantó la cabeza, en un tremendo esfuerzo. La cabeza era de acero, de hierro forjado, de plomo… Vio ante sí los controles gemelos del avión con su danza inmutable. Más allá de los paneles, tras el parabrisas de plexiglás, estaba Harding. Demasiado lejos. « Es Esttá baj o el ppaj aj ar, pro profun fundament damentee dormid dormido» o» .

 

…Menos 4 y contando…

La radio carraspeaba palabras preocupadas:  —Vaa m os, C-uno-c  —V C-uno-cuatr uatro-nue o-nueveve-oc ocho. ho. Viene de dem m a siado baj o. Co Conteste. nteste. Conteste. ¿Quiere que guiemos la aproximación desde el control de tierra? Conteste. Conteste. Con…  —A la m ier ierda da —m a sculló R Richa ichards. rds. Se arrastró hacia los mandos, que oscilaban y equilibraban el aparato. Los  pedales  peda les se hundían le leve vem m e nte y re recc uper uperaa ban su posición aanter nterior ior.. La Lanz nzóó un grito  una nueva agonía le abrasó. Un lazo de intestinos se había enganchado en la  barbil  bar billa la de Holloway. Se a rr rraa stró hac hacia ia a trá trás, s, lo liber liberóó y e m pezó a gate gateaa r de nuevo. Alcanzar Alcanz ar el asi asiento ento de Hol Hollo loway way fue ccomo omo aascender scender aall E Evere verest st..

 

…Menos 3 y contando…

Allí estaba. Una enorme mole rectangular que se alzaba en la noche como una silueta negra por encima de todo lo demás. La luz de la luna la había vuelto de alabastro. Movió Mov ió el ti tim m ón li liger geram am ente. El suelo se incli inclinó nó hac hacia ia la izqui izquier erda. da. Ri Richa chards rds se tambaleó en el asiento del piloto y estuvo a punto de caer de él. Movió el timón a la inversa, corrigió en exceso la posición y el aparato se inclinó a la derecha. El horizzont hori ontee iba aarriba rriba y abaj o descont descontroladam roladamente. ente. « Ahora lo loss ppedales. edales. Sí, Sí, m ucho me mejj or.» or.» Presionó el timón hacia delante, con cautela. Ante sus ojos, un indicador pasó de 2000 a 1500 en un abrir y cerrar de ojos. Llevó el timón hacia atrás. Apenas  podía ver ve r na nada. da. E Ell oj ojoo der deree cho eestaba staba c a si del tod todoo inservible. Le par paree ció eextra xtraño ño que los ojos pudieran funcionar por separado, de uno en uno. Volvió a presionar el timón. Ahora parecía que el avión flotase, ingrávido. El in indi dica cador dor pasó de 1500 ave-ocho 1200 900.nuevo Ti Tiró ró del tim m ónpor unalavez má más. s.Esta vez  —C-uno —C -uno-c c uatr uatro-nue o-nueveochoy luego —dijoa de la ti voz ra radio. dio.  parec  par ecía ía m uy a lar larm m a da—. ¿Alg ¿Algoo va m a l? ¡Conteste…!  —Sigue  —S igue ha hablando, blando, m mucha uchacho cho —gr —gruñó uñó R Richa ichards. rds.

 

…Menos 2 y contando…

El enorme avión surcó la noche como una saeta de hielo y Co-op City se extendió extend ió debaj o de él com comoo un unaa gig gigantesca antesca ccaj aj a hec hecha ha tri trizzas. Ya eest staba aba cerc ce rca, a, m muy uy ce cerc rca, a, del Edi Edificio ficio de Co Concurso ncursos. s.

 

…Menos 1 y contando…

Ahora, el avión cruzaba el canal, gigantesco y rugiente, como sostenido por la mano divina. Un adicto al push alzó la mirada desde el portal donde estaba sentado y creyó estar viendo una alucinación, el último sueño de la droga, que venía para llevárselo consigo, quizás al paraíso de la General Atomics, donde la comid com idaa sería gra grattis y los los rea reactores ctores atómicos est estar arían ían llib ibres res de ra radi diac aciiones. El rugido del aparato hizo que mucha gente saliera a la puerta de su casa y estirara el cuello hacia arriba como una pálida llama. Los escaparates de cristal vibraron y cayeron hechos añicos. En las calles, con sus calzadas como pistas de  bolicc he, la basur  boli basuraa de las cune cunetas tas for form m ó int intee nsos rrem em oli olinos. nos. U Unn poli policía cía dej ó ca caer  er  la cachiporra, se llevó las manos a la cabeza y soltó un grito, pero no alcanzó a oír su propia voz voz.. El avión seguía descendiendo, y pasaba ahora sobre los tejados como un murciélago plateado; la punta del ala de estribor pasó apenas a cinco metros de los al alm ac enesHarding, Glam Glamour our los C Col olumn. umn. Enm acenes todo Libre-Visores quedaron en blanco a causa de la interferencia, y la gente se quedó contemplando las pantallas con estúpida y atemorizada incredulidad. El trueno llenó llenó eell m mundo undo.. Killian levantó la vista de su escritorio y contempló la cristalera de pared a  pared  par ed de su despa despacho. cho. La parpadeante panorámica de la ciudad, desde South City a la parte alta, había desaparecido. Toda la cristalera apenas abarcaba la silueta del Lockheed TriStar que se le venía encima. Las luces de posición brillaban intermitentemente, durante una fracción de absolutos, segundo, durante un desquiciado momento de horror,y sorpresa e incredulidad vio a Richards que le miraba. Su rostro estaba bañado de sangre, y sus ojos negros ardían como los de un demonio. Richar ichards ds ssonreía. onreía. Y le di dirigí rigíaa un gesto ddee burla.  —… ¡Oh, Dios… D ios…!! —f —fue ue lo único que Killian Killian tuvo ttiem iem po de de decc ir. ir.

 

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Con una ligera inclinación a estribor, el Lockheed se estrelló de lleno contra el Edificio de Concursos, en un punto situado a tres cuartas partes de la altura total de la negra ne gra m ol ole. e. El avió aviónn conservaba to todaví davíaa ca casi si un tter ercio cio de ccar arburant burantee en sus depósito depósi tos, s, y su velocidad er eraa algo super superio iorr a qui quini nientos entos nu nudos. dos. La explosión fue tremenda e iluminó la noche como la cólera divina, y llovió fuego a veinte calles de distancia.

 

RICHARD BACHMAN. Seudónimo de Stephen King. Nacido en Portland, Maine, Estados Unidos, el 21 de septiembre de 1947, King es un escritor  estadounidense conocido por sus novelas de terror. Los libros de King han estado muy a menudo en las listas de superventas. En 2003 recibió el National Boo Award por su trayectoria y contribución a las letras estadounidenses, el cual fue otorgado por la National Book Foundation. King, además, ha escrito obras que no corresponden al género de terror, incluyendo las novelas L  Las as cuatro estaciones, El pasillo pasillo de la mue rte, Los  Los ojos de del  l  dragón, Corazones en la Atlántida  y su aut autod odeno enomin minada ada « ma magn gnum um opu opuss» ,  La  La Torre Osc Oscura ura. Durante un periodo también utilizó el seudónimo John Swithen.

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