El Ejército Romano - Yann le Bohec

April 5, 2017 | Author: Luisbrynner Andre | Category: N/A
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Y. Le Bohec

EL EJÉRCITO ROMANO INSTRUMENTO PARA LA CONQUISTA DE UN IMPERIO

Ariel

ArielGrandesBatallas

Diseño de la cubierta: R E M O L A C H A 1.a edición: m ayo 2004 Título original: L'Armée Romaine Traducción de I g n a c io H ie r r o

Revisión científica: F r a n c is c o G r a c ia A l o n s o

© 1989 Éditions A. et. J. Picard Las ilustraciones sin indicación de procedencia pertenecen al autor, y los esquemas son de H. Delhumeau. Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo y propiedad de la traducción: © 2004: Editorial Ariel, S. A. Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona IS B N : 84-344-6723-2 Depósito legal: B. 20.595 - 2004 Impreso en España Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Recuerda, romano, es a ti a quien corresponde conquistar a los pueblos. V i r g i l i o , Eneida, VI, 851

Supone un gran placer, al inicio del libro, expresar mi reconocimiento a mis amigos Frangois Hinard y Michel Reddé, que han sabido encontrar tiempo para ayudarme.

INTRODUCCIÓN En el año 9 de nuestra era, tres legiones, a las órdenes de Publius Quinctilius Varus, acompañadas de sus correspondientes auxiliares, fueron aniquiladas en Teutoburgo por los germanos de Arminius. A la llegada de las noticias del desastre, Augusto se revistió de luto riguroso y, según Suetonio, durante varios meses fue víctima de accesos de có­ lera, en medio de los cuales gritaba: «Varus, (devuélveme mis legio­ nes!»1Evidentemente, el emperador consideraba que el ejército ocu­ paba un lugar muy importante en el seno del Estado; pero, ¿no estaba falseada esa visión del príncipe? ¿Es preciso que aceptemos sin res­ tricciones su punto de vista?

Los historiadores y el ejército romano De alguna manera, los historiadores han ido evolucionando. En el siglo xix colocaban en primer plano los acontecimientos, hacían una «historia de batallas»; según esa óptica, era necesario contar el su­ ceso de Teutoburgo hasta en los menores detalles. Mediado el siglo XX, por el contrario, la «escuela de los Anales» anteponía lo cuantitativo y lo social: desde esa perspectiva, sería preciso hacer casi una descrip­ ción del ejército de Varus sin tener en cuenta para nada la emboscada que provocó su destrucción. En la actualidad se considera, en efecto, que las «estructuras» (reclutamiento, tácticas, etc.) tienen una importan­ cia fundamental; pero no se olvida la evolución, por lo que se hace un esfuerzo para situar en su justo lugar los acontecimientos, los gran­ des conflictos e incluso las batallas. Por otra parte, contamos con dos obras2 que han demostrado la importancia de la guerra en la Antigüedad. Según Y. Garlan, aquélla es expresión de una determinada sociedad: de hecho, en Teutoburgo perecieron senadores y caballeros tanto como hombres del pueblo, ciu­ 1. Suetonio, A ug., XXIII, 4. 2. Y. Garlan, La guerre dans l'Antiquité, 1972; J. Harmand, La guerre antique, de Sumer á Rome, 1973.

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dadanos y desplazados. J. Harmand va más lejos y piensa que la gue­ rra traduce una civilización en su totalidad, que tiene importancia no sólo para la historia social, sino también para la de los hechos políti­ cos, económicos, religiosos y culturales. Además, el Estado romano se nos presenta como un conjunto complejo, formado por tres elementos fundamentales, vinculados en­ tre sí: la administración central, la provincial y el ejército; cualquier modificación de alguno de esos tres instrumentos de poder conlleva necesariamente una transformación de los otros dos, debido precisa­ mente a las estrechas relaciones que mantienen entre sí. Ahora bien, nos encontramos con que, recientemente, no se ha publicado síntesis alguna sobre el tercero de esos objetos de estudio; estamos, por tanto, ante una laguna que se debe llenar. En el Alto Imperio, momento en que comienzan a conocerse bien los órganos de gobierno, así como la vida económica y social, la religión y la cultura, el ejército sigue aún presentando, sin embargo, numerosas incógnitas. Es cierto que posee­ mos innumerables informes de excavaciones que describen múltiples fortificaciones; es cierto que dos libros bastante recientes3 están dedi­ cados uno al ejército y otro al soldado romano, pero sus contenidos, lejos de solaparse, se complementan, y falta una obra de conjunto so­ bre el tema. Esa laguna se explica, sin duda, a la vez por los riesgos que se derivan de la empresa (el miedo a hacer la «historia de bata­ llas» o événementielle) y por un cierto descrédito que se ha arrojado so­ bre los asuntos militares. ¿Es necesario decir que ese desprecio nos parece perfectamente injustificado?

Algunas paradojas y varios problemas En efecto, la historia militar de Roma tiene numerosos centros de interés que se presentan, en ocasiones, de forma paradójica. Antes de citarlos es necesario precisar que este libro sólo se ocu­ pará de los tres primeros siglos de nuestra era, es decir, del Alto Imperio: con Augusto se acaba prácticamente el vasto movimiento de conquis­ tas que marcó la República, al tiempo que sale a escena un orden nuevo, tanto en la estrategia como en la organización del ejército; por el con­ trario, Diocleciano y Constantino abren un periodo diferente en todos esos campos: modifican profundamente el modo de reclutamiento de los soldados y la distribución de fuerzas encargadas de mantener la se­ guridad del Imperio.4 3. 4.

G. R. Watson, The Román Soldier, 1969; G. Webster, The Román Imperial Army, Í969. Véase la conclusión, p. 361,

INTRODUCCIÓN

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Volviendo a las paradojas a que hemos hecho referencia ante­ riormente se advierte que lo esencial interesa antes que nada a los historiadores. Se constata, en efecto, que Roma construyó un imperio vasto y duradero, y, como es lógico, gracias a sus tropas. No obstante, esos conquistadores sufrieron desastres, como el de Teutoburgo; dis­ ponían de un armamento heteróclito, puesto que, a menudo, sus dife­ rentes elementos les habían sido arrebatados a los vencidos la víspera,5 y es evidente que su sentido de la disciplina le habría chocado a más de un militar del siglo xxi. ¿Cuál es, entonces, el valor exacto del ejér­ cito romano? Pero eso no es todo; conviene plantear al menos cuatro cuestio­ nes más. Y la primera de ellas es la de si esos soldados habían sido capaces de mantener el orden. En efecto, aunque algunos estudiosos, como P. Petit,6 han creído en la existencia de «la paz romana», para otros, como Y. Garlan,7 ésta se presenta en buena medida como un mito: el Imperio habría sido atacado a la vez desde el exterior, por los bárbaros, y desde el interior, por los bandoleros. En segundo lugar, ¿cuál es la composición social de ese ejército? Ese punto, fundamental desde la perspectiva de la historiografía ac­ tual, presenta una enorme complejidad; hay numerosas preguntas so­ bre el medio de origen y sobre la patria de los reclutas. M. Rostovtzeff había escrito que, el 238, los ciudadanos-civiles se enfrentaron a los soldados-campesinos en tumultos especialmente violentos; pero esa teoría ha sido posteriormente criticada. Además, ahora se sabe que ciertos valores contribuyen a formar las mentalidades colectivas, y P. Veyne8 ha demostrado cómo, junto al dinero, intervienen el poder, el prestigio, los honores, todo lo que constituye la «apariencia» (en el caso estudiado por ese autor, ciertamente, no se trata de lo militar). Pero, además, se plantea un problema técnico: es evidente que los tipos de unidades, el mando, la estrategia, la táctica, no han sido es­ tudiados en profundidad, o incluso ni siquiera se ha hecho en modo alguno desde hace mucho tiempo. Asimismo, los investigadores tra­ bajan todavía, en ocasiones, basándose en datos erróneos; un ejemplo ilustrará esta aseveración: al copiarse unos a otros y al desconocer la realidad, ciertos autores disfrutan utilizando por cualquier motivo —y, naturalmente, la mayoría de las veces sin motivo— términos lati­ nos de los que ignoran el sentido preciso, como vexillatió, castra, y hasta el sonoro castrum. 5. 6. 7. 8.

Véase, cap. V, parte II, p. 163. P. Peí t>, La paixrom aine, 1967. Y. Garlan, op. cit., p. 3. P. Veyne, Le. pain et le cirqtie, 1976.

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Finalmente, trataremos de responder a una ultima pregunta: ¿cuál ha sido el papel exacto del ejército romano en el mundo de su tiempo? Es preciso recordar aquí lo que hemos afirmado antes: que ha sido uno de los elementos constitutivos del poder central, una «estructura» del Estado; por tanto, se comprenderá mejor su importancia si se piensa que también ha estado vinculado a la sociedad civil, que ha ejercido una cierta acción en las provincias donde se encontraba acantonado, por ejemplo como patrono, al satisfacer los salarios y, recíprocamente, mediante el reclutamiento, se ha visto sometido a su vez a la influencia del medio sobre el que maniobraba. Se relaciona, por tanto, con tres campos: el de la política, el de la economía y el de la espiritualidad (concepto con el que es necesario entender romanización y religión). Si se desea aportar algo nuevo a una historia general sobre el Imperio romano no hay más remedio que consagrarse a un principio al que llamaremos «de globalidad». Ciertamente, no dejaría de ser pre­ tencioso tratar de decirlo todo en el marco de una sola obra, y tam­ poco es el objetivo señalado de este libro. Pero parece evidente que quedarán muchas cuestiones sin respuesta si se prima un aspecto del tema, un método9 o una clase de fuentes: una síntesis debe proponerse provocar confrontaciones en el seno de cada una de esas categorías. Todo se halla relacionado, y no podemos esperar comprender lo que fue realmente el ejército romano si se estudia el reclutamiento sin te­ ner en cuenta la estrategia, la fotografía aérea sin los informes de las excavaciones y las inscripciones sin las fuentes literarias. Debemos contemplar también un último problema. Recientemente, algunos autores se han interrogado por la naturaleza del sistema de­ fensivo del Imperio romano, al que denominan limes.10 Han valorado su papel económico (el control de las actividades comerciales) y/o cul­ tural (marcar un límite entre los romanos y los bárbaros). Seguro que tienen razón. Pero, ¿es necesario recordar que ese sistema lo instaura­ ron militares, para los militares y, por tanto, con una finalidad militar?

Las fuentes Los documentos susceptibles de utilizarse forman parte de cinco grandes categorías.

9. En una obra tan general, es imposible utilizar sistemáticamente la prosopografía o la onomástica; véase sobre ello Y. Le Bohec, La IIlé Légion Auguste, 1989. 10. A título de ejemplo: C. R, Whittaker, Les frontiéres de l'empire romain, Annales litt. de l'Université de Besangon, 390, 1989, París; Frontiéres terrestres, frontiéres célestes dans l'Antiquité (A. Rousselle, ed.), 1995, Perpignan.

INTRODUCCIÓN

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L a s FUENTES LITERARIAS

Los autores antiguos han sido muy descuidados por los historia­ dores, sensibles a la atracción aportada por las excavaciones; recípro­ camente, los latinistas se han desinteresado, a menudo, por las apor­ taciones de las inscripciones y de la arqueología. Conclusión: ¡qué cantidad de errores se hubieran evitado los primeros y cuántos falsos sentidos se hubieran ahorrado los segundos! Los escritores pueden clasificarse también en dos grandes grupos. El primero estaría compuesto por aquellos para los que la ciencia mili­ tar no constituye la principal preocupación, pero nos ofrecen innume­ rables informaciones sobre ese tema: Polibio y César para la época re­ publicana, y Flavio Josefo, Plinio el Joven, Suetonio, Tácito, Aelio Arístides, Dion Casio y la Historia Augusta, para el periodo posterior. Encontramos también precisiones en el Talmud de Jerusalén y en el de Babilonia: son tratados recopilados por rabinos entre los siglos n y v, que abordan cues­ tiones religiosas a partir de ejemplos concretos; nadie hasta el presente había soñado ni siquiera con leerlos bajo esa óptica. Desgraciadamente, los hechos de que hablan son, en el peor de los casos, tardíos y, en el me­ jor, están mal fechados. Y lo mismo sucede con el Código teodosiano y con las Instituciones de Justiniano, colecciones jurídicas ambas. Pero hay cosas mejores. En efecto, algunos pensadores de la Antigüedad han escrito exclusivamente sobre el arte de la guerra.11 Se trata, sobre todo, de tácticos, de entre los cuales destacan algunos es­ pecialistas de la poliorcética o de las estratagemas: Onesandros,12Vitrubio (en el libro X de su Arquitectura), Frontino, Eliano, el Pseudo-Higinio, Arriano, Polieno, Modesto y, por encima de todos, Vegecio, quien, desde el siglo iv, observa lo mejor que puede el Alto Imperio. Por otra parte, se ha cuestionado13 si Augusto y Adriano no habían promulgado re­ glamentos para uso del ejército; pero, en ese campo, es necesario con­ sultar sobre todo a Arrius Menander. Cualesquiera que sean, a me­ nudo esos escritos permiten comprender mejor las inscripciones.

L

a s in s c r ip c io n e s

Los romanos tenían por costumbre grabar textos en materiales duros; esa manía, esa moda, que no fue extraña al ejército, nos ha de­ 11. V. Giuffre, La letteratura «De re militan», 1974. 12. Y. Le Bohec, «Que voulait done Onesandros?», Claude de Lyon, empereur romain (Y. Burnand, Y. Le Bohec y J.-P. Martin, eds.), 1997, París, pp. 169-179. 13. A. Neumann, Classical PhiloL, XLI, 1946, pp. 217-225.

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jado una herencia de varios cientos de miles de inscripciones,14 que pueden clasificarse en tres grupos. Los «diplomas militares» son co­ pias certificadas conformes de constituciones imperiales que conce­ den la ciudadanía a soldados en el momento de la licencia, o la con­ fieren a sus hijos o a las madres de éstos. Contamos también con epitafios y, por último, tenemos las consagraciones; éstas son frases honoríficas cuando el motivo de su redacción es el de celebrar los méritos de un mortal, religiosas cuando se dirigen a uno o a varios dio­ ses, y conmemorativas cuando pretenden eternizar un acontecimiento cualquiera (una victoria, la construcción de un edificio, etc.); por otro lado, se las considera individuales si han sido colocadas a instancia de una sola persona, y colectivas cuando son varios los hombres que han cotizado con ese fin, lo que provoca entonces la constitución de agru­ paciones parecidas a clubes, que se denominaban colegios,15 en el mo­ mento del licénciamiento de todos los miembros de un mismo grupo de edad, o en diversas circunstancias. Esas consagraciones colectivas tienen habitualmente dos partes: la dedicatoria propiamente dicha y la serie de nombres de los autores; como a menudo se ha dado el caso de que esos dos elementos han sido separados y que el primero de ellos se ha perdido, se habla, a propósito del segundo, de «listas militares» (en latín, latercula, mucho mejor que laterculi, forma adoptada por todo el mundo desde la época de Th. Mommsen). De donde se deriva un contrasentido que se halla bastante extendido: son numerosos los his­ toriadores que, de manera errónea, consideran esas series como sufi­ cientes por sí mismas, como archivos establecidos por las autorida­ des para saber de cuántos hombres disponen, o cuántos de entre ellos deben licenciarse. En realidad, se trata de documentos de carácter pri­ vado y no oficial. Una primera dificultad se presenta porque esos textos raramente cuentan con una mención cronológica explícita. Para obtener una fecha aproximada es preciso examinar, entonces, el contexto arqueológico cuando es conocido y, sobre todo, la fórmula empleada. Veamos un ejem­ plo; se trata de un epitafio encontrado en Mayence:16 «(Aquí yace) Cneius Musius, hijo de Titus, de la tribu Galería, originario de Veleia, de treinta y dos años, habiendo cumplido quince años de servicio, portaáguila de la XIV Legión Gemina. Su hermano, Marcus Musius, centurión, ha he­ cho colocar (este epitafio).» Un especialista datará esa sepultura en la pri­ mera mitad del siglo i de nuestra era basándose en tres elementos: los 14. Corpus inscriptionum latinarum, especialmente vol. X V I y sup,; L'Année épigraphique; M. Roxan, Román Military Diplomas, 4 vols., 1978-2003. 15. S. Perea Yébencs, Collegia militaría, 1999, Madrid. 16. H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.341.

INTRODUCCIÓN

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nombres de los personajes, las indicaciones de orden civil (edad...) y militar (duración del servicio...). Veamos rápidamente en qué criterios habrá fundado sus cálculos el investigador. Ciertamente, «no hay más epigrafía que la local»:17 para estudiar y, por encima de todo, datar una inscripción sólo hay que considerar los criterios establecidos para la re­ gión o para la ciudad de donde proviene el texto. No obstante, a condi­ ción de no querer proponer dataciones demasiado precisas, se pueden tener en consideración algunas constantes importantes. La nomenclatura de un ciudadano romano puede comportar va­ rios elementos: el praenomen (Caius), el gentilicio (Claudius), al me­ nos un cognomen (Saturninus), la filiación (hijo de Lucius), la tribu (Galeria), la patria (una ciudad) y el signum (Antacius). Nombres de un ciudadano romano en el siglo //dC. praenomen

Caius

gentilicio filiación Claudius Caii f.

tribu Galeria

cognomen patria Saturninus Abella

signum

Antacius

Podríamos vemos tentados a traducir praenomen por «nombre», cognomen por «apellido» y signum por «apodo»; pero todo eso no se­ ría más que darle un falso sentido. El gentilicio, común a todas las per­ sonas cuyos ancestros han recibido la ciudadanía de un mismo ma­ gistrado o emperador (Iulius, Claudius...), presenta, por tanto, un aspecto colectivo, mientras que el praenomen, y aún más el cognomen y el signum, individualizan a quien los lleva. El interés de la onomás­ tica reside en que varía en función de la época, del medio social y del origen geográfico. Así, los tria nomina (praenomen-gentilicio-cognomen) caracterizan al ciudadano romano del siglo n: con anterioridad a los Flavios, falta a menudo el cognomen, mientras que en el siglo in se pierde el hábito de mencionar el praenomen; cuando, además, apa­ rece la filiación, la tribu y la patria, es que el texto es del siglo L El signum, que aparece a finales del siglo n, perfectamente vulgar en esa época, se ha convertido en algo extraño en el Bajo Imperio. El cogno­ men nos ofrece numerosas aportaciones: en ausencia de la mención de la patria y cuando no ha sido tomado del latín, puede indicar la pro­ vincia de procedencia de la persona (¡un Asdrúbal será necesariamente africano!); si viene del griego (Cleitomachus, Epagathus, etc.) se co­ rresponde con un origen oriental, servil, o con una moda, como en la época de Adriano; si se encuentra solo, sin gentilicio, y, sobre todo, si procede de un dialecto bárbaro (por ejemplo, del tracio, como Bithus, o del fenicio, como Hiddibal), indica que nos hallamos en presencia 17.

R Le Roux, L'armée romaine... des provinces ibériques, 1982, p. 28.

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de un desplazado, de un hombre del pueblo bajo, por ejemplo, de un esclavo; en fin, la polinomia, el hecho de llevar varios cognomina, es propia de los nobles... y de los «burgueses gentileshombres». Las informaciones de orden civil que nos proporciona una ins­ cripción pueden estar constituidas por elementos diferentes. Se con­ sidera «tardío» el recurso a formas del latín «vulgar» (por ejemplo, Elius por Aelius). La mención de dos emperadores que gobiernan juntos (abreviada como «Augg» por Augusti dúo) no puede ser anterior al 161, año en que Marco Aurelio se asocia con Lucio Vero. Cuando se trata del precio del monumento, la palabra sestercio se escribe «HS» en el siglo 11, «SS» en el m, e «IS»... entre ambos. En los epitafios,18 el empleo del nominativo nos remitirá, por el contrario, al siglo I. Pero un texto que comienza por la invocación «A los dioses manes» no se­ ría anterior al fin de ese mismo siglo I y, si se inicia con « Memoria de N...», se data con toda seguridad a finales del siglo n. Las informaciones de orden militar19 proporcionan también nu­ merosos datos. Por lo que se refiere a las tropas auxiliares, es preciso tener en cuenta que las inscripciones son antiguas (siglo i) si el nú­ mero del cuerpo sigue al nombre de la unidad {ala Pannoniorum I en lugar de ala I Pannoniorum), si su designación se hace en ablativo, pre­ cedido o no de una preposición {miles ala Pannoniorum, o ex o in ala Pannoniorum), o también si un oficial, para damos su grado, indica solamente praefectus equitum sin ninguna otra precisión. Por el con­ trario, los epítetos honoríficos que se conceden a las alas y a las co­ hortes {torquata, felix, etc.) no hacen aparición más que con los Flavios. Por lo general, los soldados apenas mencionan la centuria a que pertenecen hasta el siglo i, y lo mismo sirve por lo que se refiere a la duración del servicio, si emplean el verbo militauit: «tal soldado, de la centuria de Rufus, ha servido durante tantos años»; pero cuando el tiempo de servicio de armas se expresa con el sustantivo stipendiorum, el texto es, sin duda, del siglo m; en cuanto al empleo de aerum, se trata de una forma que se utilizó, sobre todo, pero no ex­ clusivamente, en Hispania. La indicación de grados, especialmente cuando son sucesivos, es decir, de una carrera, remite igualmente casi con toda seguridad al siglo m. En cambio, y contrariamente a lo que se ha creído algunas veces, la mención de compañeros de ar­ mas como dedicantes de una sepultura no significa nada. Finalmente, es preciso señalar que un estudio muy cuidadoso20 ha demostrado 18. J.-J. Hatt, La tombe gallo-romaine, 1951; M. Clauss, Principales, 1973, pp. 55-95; J.-M. Lassére, Antiq. Afric., Vil, 1973, pp. 7-151. 19. M. Clauss, pos. cit.; D. B. Saddington, VI¿ Congrés intem. d’épigr., 1973, pp. 538540, y Aufstieg und Niedergang d. r. Welt, II, 3, 1975, pp. 176-201; Y. Le Bohec, op. cit., n. 9. 20. R. O. Fink, Trans. Americ. Philol. Assoc., LXXXIV, 1953, pp. 210-215.

INTRODUCCIÓN

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que la expresión centuria Rufi significa que el centurión Rufus se ha­ lla aún ocupando el cargo, mientras que la fórmula centuria rufiana indica que ha dejado su destino, pero que aún no ha sido susti­ tuido. Una categoría particular de inscripciones la constituyen lo que los historiadores denominan «diplomas militares».21 Desde el punto de vista material, se presentan como dos tablillas de bronce atadas por un hilo fijado por los sellos de siete testigos. Desde el punto de vista del contenido, esos textos son copias, certificados legalizados ante tes­ tigos, de constituciones imperiales, que comprenden una epistula missoria seguida por una lex data; proporcionan derechos (ciudadanía romana, y derecho de matrimonio o conubium) a soldados no legio­ narios. Los «diplomas militares» informan notablemente sobre el re­ clutamiento de los auxiliares, sobre los veteranos y sobre la composi­ ción de los ejércitos de ciertas provincias. Siempre en el campo de la epigrafía, acaban de ser publicados documentos importantes y originales. Son los ostraka o tablillas de ma­ dera que nos dan a conocer la vida cotidiana y personal de los solda­ dos. Proceden de Vindoíanda, en Britania,22 de Vindonissa (Windisch), en Suiza,23 de Bu Njem, en Tripolitania24 y del Mons Claudianus, en Egipto.25

L o s PAPIROS

Los especialistas clasifican los papiros26 en dos grandes grupos: literarios y documentales. A causa de su propia naturaleza, no pue­ den conservarse más que en regiones de clima seco. Por esa razón, la mayor parte de los que son útiles para la historia del ejército y, aún más, para conocer la vida cotidiana de los soldados, se han encontrado en Egipto. La guarnición de Dura-Europos, en Siria, ha proporcionado también una importante cantidad.

21. CIL., XVI, y supj., M, Roxan, Román Mitítary Diplomas, 4 vols., 1978-2003, Londres. Presentación de M. Absil e Y. Le Bohec, «L a libération des soldáis romains sous le HautEmpire», Latomus, XLIV, 4, 1985, pp. 855-870; Heer und Integrationspolitik (W. Eck y H. Wolff, eds.), 1986, Colonia-Viena. 22. R. Birley, Vindolandas Román Records, 2.a ed., 1994, Greenhead, con bibligrafía más completa, p. 55. 23. M. A. Speidel, Die rómischen Schreibtafeln von Vindonissa, Veróffent. Der Gesellschaft Pro Vindonissa, XII, 1996, Brujas. 24. R. Marichal, Les ostraka de Bu Njem, Libya Ant., supl., VII, 1992, Trípoli. 25. Mons Claudianus, Ostraka graeca et latina, I, 1992, y II, 1997, El Cairo, 26. R. O. Fink, Román Military Records on Papyrus, 1971, Cleveland.

18 L

EL EJÉRCITO ROM ANO

as m o n ed as

Las numerosas emisiones monetales27 ilustran igualmente la historia del ejército romano. Unas, a través de sus leyendas, exaltan le­ giones o ejércitos enteros cuyo soberano (o un pretendiente) busca su apoyo, como hicieron Macer y su legio I Macriana, Adriano y los dife­ rentes exercitus de las provincias. Otras difunden temas militares de propaganda imperial, la fidelidad de los ejércitos (fides exercituum), sobre todo cuando el príncipe no está muy seguro de que esa fidelidad continúe, pero también la disciplina, etc. En el siglo m, los talleres de fabricación de moneda funcionan especialmente para cubrir las nece­ sidades de las tropas.

La

a r q u e o l o g ía

Las excavaciones28 no nos proporcionan únicamente inscrip­ ciones. Desde hace mucho tiempo se conocen monedas conmemo­ rativas de victorias o grabados en honor de unidades distinguidas. Pero el interés más inmediato se dedicará al estudio de los monu­ mentos funerarios y de las construcciones militares. Se sabe que la inhumación comenzó a practicarse en fecha más tardía que la inci­ neración, aunque esta última costumbre haya podido conocer rea­ pariciones en esta o aquella época. Y, a propósito del ejército de Africa, hemos podido demostrar una evolución: en el siglo I, los cadáveres de los soldados difuntos se colocaban bajo estelas o losas planas; en el siglo II, bajo altares en forma de cubo, y en el ni, bajo «cúpulas», unos semicilindros que descansan sobre la fosa (véase lám. I, 1). Algunas de esas tumbas se hallaban ornadas con relieves, sobre todo las de los suboficiales y los centuriones. También se puede ver un busto, que se destaca simplemente de la piedra, o que se encuentra en un nicho, o incluso en un templo (lám. I, 2a). También se han en­ contrado sepulturas con una figura de jinete: éste puede hallarse pie a tierra de cara al espectador, desplazarse a la grupa de su caballo, o incluso matar a un enemigo caído en el suelo (lám. I, 2b). Finalmente, aparece también un personaje de pie: sacrifica o participa en el ban­ quete funerario, o incluso mira a quienes han venido a verle (lám. II, 2c). Por lo general, esas sepulturas se encontraban agrupadas si­ guiendo las vías que partían del campamento, o instaladas formando 27. H. Mattingly y E. A. Sydenham, Román Imperial Coinage, I a V, 1923 a 1933, y Coins ofthe Román Empire in the British Museum, I, 1923 ss. 28. Y. Le Bohec, La IH e Légion Auguste, 1989, pp. 81-116.

INTRODUCCIÓN

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una corona, en un primer momento alrededor de la fortaleza y, des­ pués, rodeando la aglomeración civil que acompañaba a esta última (lám. II, 3). Lo más interesante nos lo propone la arqueología militar. De pronto, siguiendo la cuenca mediterránea, se descubren varios cien­ tos de fortalezas y de «defensas lineales», la más famosa de las cua­ les se encuentra en el Reino Unido: se trata del Muro de Adriano. La existencia de esas ruinas la ha revelado, en ocasiones, la foto­ grafía aérea, pues es preciso comprobar siempre los indicios que ofrece sobre el terreno; A. Poidebard ha utilizado esa técnica en el caso del ejército romano con particular éxito en Siria, y J. Baradez en el sur de Argelia;29 los satélites artificiales comienzan a sustituir al avión.30 En segundo lugar, la arqueología dispone de algunos monumen­ tos importantes. La Columna Trajana, en Roma, representa en reali­ dad un volumen, es decir, un libro sobre el que se han ido inscribiendo esculturas y no un texto del relato de los éxitos de Roma sobre los da­ dos a principios del siglo n de nuestra era; además ha sido redactado en dos «bibliotecas» (alcanza una altura de 29,78 m, sin contar una base de 10,05 m). La Columna Aureliana, también en Roma, cuyos relieves han sufrido daños mucho mayores, da cuenta de las guerras llevadas a cabo por Marco Aurelio contra los germanos y los sármatas (fue esculpida en el 180; el fuste mide 29,60 m). Finalmente, el mo­ numento de Adam-Klissi, en Rumania, está formado por una enorme base circular que sostiene un trofeo, siendo un monumento conme­ morativo de una victoria de Trajano.31 Trabajos recientes32 han llamado la atención sobre una realidad que había sido descuidada: los soldados no sólo tienen necesidad de armas, sino también de un conjunto de materiales que constituyen el equipo militar. En cuanto al armamento, ahora se puede comprobar mucho mejor su diversidad y evolución. Los viejos esquemas, simplificadores por necesidad, se vuelven caducos, pues reinaba una verda­ dera diversidad, que nos permite observar además la evolución, por ejemplo, de los cascos.

29. A. Poidebard, La trace de Rome dans le désert de Syrie, 1934; J. Baradez, Fossatum Africae, 1949. 30. La vie mystérieuse des chefs-d'ceuvre. La science au service de l’art, 1980, p. 248 (catastro romano de la zona de Montélimar). 31. Véase parte III, cap. IX, p. 336-337. 32. M. C. Bishop y J. C. N. Coulston, Román Military Equipment, 1989, Aylesbury; M. Feugére, Les armes des Romains, 1993, París. Serie de congresos titulados Román Militaiy Equipment Studies (ROMEC).

20

E L EJÉRCITO ROM ANO

Las misiones del ejército romano Después de haber hecho inventario de las fuentes que nos permi­ ten el conocimiento de los soldados romanos, y antes de describir ese ejército y mostrar su evolución, conviene precisar brevemente cuáles han sido sus misiones; una reflexión inicial de esta clase nos permitirá com­ prender mejor algunos de los análisis que desarrollaremos más adelante.

La fu n c ió n

p rin c ip a l: l a g u e r r a e x t e r i o r

Cuando se ocupan de los asuntos militares, los historiadores tie­ nen tendencia, en ocasiones, a olvidar una verdad previa (puesto que desconfían de «la historia de batallas»): según escribió un especialista demasiado poco apreciado, Ch. Ardant du Picq, «el combate es el ob­ jetivo final de los ejércitos».33 Los soldados tienen por oficio hacer la guerra contra un enemigo exterior. Su cometido principal es, por tanto, el de matar sin dejarse matar. Su deber impone además a los legiona­ rios romanos garantizar la protección de los ciudadanos romanos, de los trigales y, algo que no tenía una importancia menor en la mentali­ dad de los antiguos, de los templos. Como consecuencia, deben pre­ pararse mediante ejercicios y maniobras; conviene que aseguren el mantenimiento y la guardia de las fortificaciones, y que observen al enemigo por medio de patrullas.

La

f u n c ió n s e c u n d a r ia : l a p o l ic ía

Pero como representa una verdadera fuerza y como el Estado romano no tuvo nunca la idea de organizar el mantenimiento del or­ den en el interior de las fronteras, son los militares quienes se encar­ gaban de la policía. Debemos subrayar que podían actuar de manera preventiva. Pero en ese caso, su papel se limitaba a espiar posibles factores de conflicto. Los stationarii y los burgañi velaban por la seguridad de las vías y de los mercados, y la marina se esforzaba por prevenir el retorno, siempre posible, de la piratería. En Judea se establecieron decuriones en las aldeas, y centuriones en las villas; otros suboficiales tenían la respon­ sabilidad de controlar lo que se decía en las escuelas.34 33. Ch. Ardant du Picq, Études sur le combat, 1903, p. 1. 34. Évangiles, Mat., Vm, 5-13, Luc., VII, 1-10; Fiavio Josefo, G.I., IV, 8,1 (442); Talmud de Jérusalén, Baba Qama, III, 3.

INTRODUCCIÓN

21

Pero se recurría a él, fundamentalmente, para que realizase fun­ ciones represivas. Debía perseguirse a los esclavos que huían, como hizo un stationarius mencionado por Plinio el Joven,35 y, durante las persecuciones del siglo m, eran a menudo soldados quienes arrestaban a los cristianos, los interrogaban y los ejecutaban. De hecho, su misión principal en tiempos de paz consistía en eliminar el bandidaje en ge­ neral;36 no obstante, debemos tener cuidado, pues, en periodos de gue­ rras civiles se llama a menudo «bandidos» (latrones) a los enemigos políticos; además, éstos pueden ser eliminados físicamente en todo momento por una policía secreta especialmente concebida con ese fin.37 Finalmente, es el ejército el que garantiza la guardia de prisio­ nes38 y la seguridad de personalidades oficiales a las que proporciona navios y escoltas.39

L as

f u n c io n e s a n e x a s

Pero a los soldados se les confiaba también el ejercicio de activi­ dades sin relación alguna con el uso de la fuerza que representaban: algunos emperadores no vieron en ellos más que una mano de obra relativamente cualificada y que no le costaba nada al Estado. Así, el ejército debía efectuar tareas administrativas,40 llevar el correo ofi­ cial,41 quizá proteger la recaudación de un impuesto, el portorium,42 e incluso, en ciertos casos, encargarse de obras públicas.43 Además de todo esto, será preciso analizar de nuevo el papel indirecto de las tro­ pas, en los campos económico (el gasto de los salarios), religioso (cul­ tos a determinadas divinidades) y cultural (la difusión de la romani­ zación).44

35. Plinio el Joven, Cartas, X, 74. 36. Ibid., X, 19-20 y77-78; Corpus inscr. lat., VIII,n.° i 8.122; Dion Casio, LXXVI, 10; Historia Augusta, Sept. Sev., XVIII, 6. 37. Historia Augusta, Carne., III, IV, VIII, 4 y 8. 38. Plinio el Joven, Cartas, X, 19-20; Talmud de Jerusalén,Yebamoth, XVI, 5. 39. Plinio el Joven, Cartas, X, 21-22 y 27-28. 40. Véase parte ni, cap. IX, p. 327. 41. Tácito, An., IV, 41, 3 (el cargo oficial se llamaba cursus publicus). 42. Code théodosien, IV, 14, 3 (portorium)-, pero nada prueba que los soldados se ha­ yan ocupado de otros impuestos imperiales. 43. P. Le Roux, L’armée romaine... des provinces ibériques, 1982, pp. 119-121. 44. Véase parte III, caps. II y IIL

P r im e r a

parte

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO. JERARQUÍA Y CALIDAD

C a p ít u l o

I

LOS CUERPOS DE TROPA. LA APUESTA POR LA DIVERSIDAD Para un no iniciado, la expresión «ejército romano» recuerda tanto a los insoportables pretorianos, capaces de dictar su ley incluso al so­ berano y disponibles en todo momento para efectuar un golpe de Estado, como a las legiones, encargadas de vigilar las fronteras del Imperio con tanta constancia como disciplina. ¿Es preciso decir que la reali­ dad se presenta bajo un aspecto ligeramente distinto? De hecho, lo esencial se encuentra en otro lugar, y más concretamente en la doble elección llevada a cabo por Augusto: cuando, el 27 aC., el Senado le concedió imprudentemente el mando de las tropas, situó la mayoría de éstas en las fronteras, pero dejó alrededor de un 5 por ciento en las cercanías de Roma; a continuación tomó varias decisiones que per­ mitirían distinguir diferentes tipos de unidades, relacionándose entre sí. Actuó así por razones de orden militar (el enemigo principal se en­ contraba fuera de las fronteras) y también políticas (no estaba mal con­ tar con la capacidad de presionar tanto a los plebeyos como a los se­ nadores). Esta organización dio como resultado la creación de un ejército en el que los cuerpos de tropa se hallaban jerarquizados, subor­ dinados unos a otros, en los que se encontraban unidades de elite junto a otras de primera, segunda y tercera líneas. Un texto del historiador latino Tácito, que en sus Anales1 ofrece una descripción de las fuerzas de que disponía Tiberio el 23 dC., mues­ tra bien a las claras la complejidad del ejército romano: «El [Tiberio] hizo una rápida enumeración de todas las legiones y las provincias que éstas defendían; eso es algo que también yo, creo, debo hacer, enun­ ciando cuáles eran los recursos militares que Roma tenía en esa época... A Italia la defendían en ambos mares sendas flotas, una en Miseno y la otra en Ravenna, y a la cercana costa de la Galia las naves rostra­ das que, capturadas en la victoria de Accio, había enviado Augusto a 1.

Tácito, An., IV, 4, 5 y 5.

LA DEFENSA DEL IMPERIO (siglos i-tn)

LOS CUERPOS DE TROPA

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la ciudad de Frejus con fuertes tripulaciones. Pero las fuerzas más importantes eran las ocho legiones apostadas en el Rin, que servían de protección contra los germanos y los galos a la vez. Las Hispanias re­ cién sometidas estaban vigiladas por otras tres. En cuanto a los mo­ ros, el rey Juba había recibido el poder sobre ellos como presente del pueblo romano. El resto de Africa estaba vigilado por dos legiones, y Egipto por otras tantas; a partir de aquí, desde las fronteras de Siria hasta el río Eufrates, cuatro legiones defendían ese inmenso territo­ rio y controlaban a los pueblos limítrofes hiberos y albanos... La ri­ bera del Danubio la guarnecían dos legiones en Panonia, dos en Mesia y otras tantas en Dalmacia; estas últimas, como esa región está a la es­ palda de las anteriores, pero también cerca de Italia, en caso de peli­ gro inminente podían ser llamadas con presteza. No obstante, la Ciudad tenía su propia guarnición; tres cohortes urbanas y nueve pretorianas, reclutadas en su mayoría en Etruria y en Umbría, y también en el an­ tiguo Lacio y en las primeras colonias romanas. Por otro lado, en provincias estratégicamente elegidas había trirremes aliadas, alas de caballería y cohortes auxiliares, y sus fuerzas no eran muy diferentes a las otras.» Este texto muestra la existencia de una marina, de un ejér­ cito de fronteras compuesto por legiones y unidades auxiliares, así como de tropas estacionadas en Roma.

La guarnición de Roma Comencemos por la capital del Imperio. Los diez mil hombres que constituyen lo que se conoce como «guarnición de Roma» no es­ tuvieron en un primer momento instalados todos ellos en el interior de la Ciudad: notablemente, Augusto repartió la mayor parte de los pretorianos por las ciudades del Lacio, hasta que llegó un momento en que los habitantes se acostumbraron a ver hombres armados por la calle, espectáculo contrario a las tradiciones políticas y religiosas de la República. A continuación, las tropas se reagruparon esencialmente en las zonas periféricas y acabó por crearse un verdadero cuartel mi­ litar entre el Viminal, el Celio y el Esquilino (lám. III, 4).

L as

c o h o r t e s p r e t o r ia n a s

Las más célebres de esas unidades, las cohortes pretorianas,2toman el nombre y su origen del reducido grupo de hombres que acompañaban 2.

M. Durry, Les cohortes prétoriennes, 1939; A. Passeriiii, Le coorti pretorie, 1939.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

a los magistrados republicanos, conocidos con el nombre de pretores, cuando partían en campaña; recuperando esa costumbre, Augusto creó así la guardia imperial, cuya primera misión, y es imposible equivocarse, no era otra que la de garantizar la seguridad del soberano. Era, por tanto, lógico que este último tratara de reclutar a los mejores soldados, tanto para tiempos de paz como en campaña.3 Es esto lo que ha llevado a A. Passerini a contemplarlos como la elite del ejército; y como el lugar donde se encontraba la guarnición les llevaba a realizar la vigilancia de la vía pública, M. Durry ha pensado muy acertadamente que desempeñaban un papel político, el de garantizar la paz en Roma. Ambas interpreta­ ciones se complementan y no se contradicen. Esas cohortes se hallan a las órdenes del prefecto o prefectos del pretorio, personajes del orden ecuestre que dependían directamente del emperador; cada una de ellas se encontraba al mando de un tri­ buno y seis centuriones. En conjunto, estos últimos son iguales entre sí, con excepción del trecenarius, el primero entre todos, cuyo nom­ bre se explica porque manda, igualmente, a los trescientos speculatores (otra de las guardias del príncipe), y con excepción también de su segundo, el princeps castrorum. A las cohortes pretorianas se las lla­ maba equitatae, es decir, comprendían entre sus filas a algunos jine­ tes (¿1/5?), junto a una mayoría de soldados de infantería (¿4/5?). Fueron, por tanto, creadas por Augusto, el 27 o el 26 aC., en nú­ mero de nueve, que serían numeradas de I a IX, y recibieron el escor­ pión como emblema; el año 2 aC. se instituyeron los prefectos del pretorio, que recibieron como primera misión la de proveerlas de man­ dos, Tiberio (14-37) sólo nombró un comandante y designó para ese cargo al tristemente célebre Sejano; fueron aquel emperador y ese oficial quienes, el 23 de nuestra era, instalaron las nueve cohortes pre­ torianas y las tres cohortes urbanas (véase más adelante) en la propia Roma —a decir verdad, en la meseta del Esquilmo, fuera de la mura­ lla serviana, en lo que nosotros denominaríamos el «extrarradio»— .4 Las doce unidades se alojaron en un campamento de 440 m por 380 m, es decir, 16,72 ha, y al oeste se acondicionó un terreno para la ins­ trucción, o campus. Los especialistas han discutido a propósito del nú­ mero de hombres con que contaría cada una de esas cohortes: mil, desde un principio, para Th. Mommsen, A. Passerini y, más reciente­ mente, para D. L. Kennedy,5 quinientos solamente para M. Durry y H.-G. Pflaum, aumentando a mil en la época de Septimio Severo. En este caso, las fuentes literarias y la epigrafía no ofrecen ninguna cla­ 3. 4. 5.

Pseudo-Higinio, De munitionibus castrorum, Vt-VTH. Tácito, An., IV, 5, 5; Dion Casio, LVII, 19, 6. Véase L'Année épigraphique, 1980, n.° 24.

LOS CUERPOS DE TROPA

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ridad; por el contrario, la arqueología aporta un argumento determi­ nante: los campamentos legionarios, que abrigaban alrededor de cinco mil soldados, ocupaban entre 18 y 20 ha; por tanto, hay que creer ne­ cesariamente que cada una de las doce cohortes de Roma no dispo­ nía más que de quinientos soldados, pues en conjunto no contaban más que con 16,72 ha; puede afirmarse entonces que se trata de «quingenarias», y no de «miliarias». El seguimiento de su historia parece más sencillo. Antes del 47, su número aumentó a doce, para llegar a 16 en el 69, durante la gue­ rra civil, cuando Vitelio aumentó hasta mil el efectivo de cada una. Vespasiano regresó al orden augustiniano, con nueve cohortes quingenarias, a las que Domiciano añadió una décima. En las revueltas que siguieron al asesinato de Cómodo, el 192, los pretorianos pusieron en subasta el Imperio: entregaron la púrpura a quien les ofreció más di­ nero. Para castigarlos, Septimio Severo6 sustituyó a los amotinados por soldados procedentes de sus propias legiones, pero organizó el nuevo pretorio en unidades miliarias. El 312, éstas toman partido por Magencio. Después de su derrota en Puente Milvio, el vencedor, Constantino, las disolvió.

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cohortes urbanas

Las cohortes pretorianas obtuvieron un gran prestigio por el he­ cho de vivir en la intimidad del príncipe, pues constituían su escolta cotidiana. En la propia Roma existe un cuerpo igualmente creado por Augusto, hacia el 13 aC., más humilde tanto por la función como por el número de unidades: las cohortes urbanas,7 numeradas a continua­ ción de las pretorianas, por tanto de la X a la XII, y organizadas si­ guiendo el mismo modelo; otras dos, instituidas a continuación, se ins­ talaron una en Lyon y la otra en Cartago. Suetonio8 define la misión de las tres primeras: deben asegurar «la guardia de la Ciudad», de la misma manera en que los pretorianos constituyen «la guardia del emperador»; por tanto, fundamentalmente desempeñan un papel po­ licial, pero se convierten pronto en unidades de elite. En el siglo i de nuestra era están a las órdenes del prefecto de la Ciudad, personaje de rango senatorial y, por tanto, noble; pero, en el siglo II pasan a de­ pender de los prefectos del pretorio, y sometidas por ello mucho más 6. Zósimo, 7. 8.

Herodiano, III, 13, 4; Dion Casio, LXXIV, 1; Historia Augusta, Sept. Sev., XVII, 5; I, 8, 2. H. Freis, Die cohortes urbanae, Epigr, Stud., II, 1967. Suetonio, Aug., XLIX.

30

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

estrechamente al príncipe. Cada una de ellas dispone de un tribuno y seis centuriones; es posible que contasen con algunos hombres mon­ tados entre sus filas a ejemplo de las cohortes pretorianas, pero el único jinete conocido pertenece a la guarnición de Cartago.9 Por los motivos a que hemos hecho referencia anteriormente, parece razonable atri­ buirles unos efectivos iniciales de quinientos soldados, que Vitelio au­ mentará a mil, y que vuelven a quinientos con Vespasiano, y que quizá haya aumentado Septimio Severo hasta los mil quinientos. El 23 se instalan en el mismo campamento que las cohortes pre­ torianas, donde permanecen hasta el 270, pero es posible que algunas de ellas ocupasen «puestos de policía» situados en la Ciudad; más tarde, su historia es la de los cambios en el número total: entre el 41 y el 47, pasan de tres a seis; con Claudio serán siete, para reducirse a cuatro el 69, en época de Vitelio; con Antonino Pío se cuentan tres en Roma, y Septimio Severo no hace más que aumentar sus efectivos. El 270, Aureliano hace construir un campamento propio, los castra urbana del Campo de Marte. Sobreviven al episodio del 312, pero, en el transcurso del siglo iv pierden su papel militar y se transforman en secciones de empleados al servicio de la administración.

L as

c o h o r t e s d e v ig il a n t e s

En la propia Roma existe, sin embargo, un cuerpo mucho más humilde que el de los pretorianos y los urbaniciani: son las siete co­ hortes de vigilantes,10 creadas por Augusto el 6 de nuestra era, y que fueron miliarias quizá desde el origen. Reagrupaban hombres que de­ bían realizar dos funciones: asegurar la vigilancia nocturna de Roma y servir como cuerpo de bomberos permanente. A cada una de esas unidades se le confía la responsabilidad sobre dos de los catorce dis­ tritos en que se halla dividida la Ciudad; ocupaban «puestos de emer­ gencia» situados por doquier. Los vigilantes, equipados con lámparas para patrullar de noche, con sifones, cubos y escobas para luchar contra los incendios, no parece que, en su origen, fueran considerados verdaderos soldados; en cualquier caso, y según demuestra Ulpiano, fueron militarizados, como muy tarde, a principios del siglo iii. En cuanto a la jerarquía, contaban con un princeps intercalado entre los simples centuriones y los tribunos (respectivamente siete y uno por co­ horte). En el puesto más elevado se encontraba un equites, el prefecto de los vigilantes, secundado, a partir de Trajano, por un subprefecto. 9. 10.

Inscr. lat. d'Afrique, n.° 164. R. Sablayrolles, Libertinas miles, 1996, París-Roma.

LOS CUERPOS DE TROPA

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En un primer momento, esos «bomberos» se reclutaban entre las ca­ pas más bajas de la sociedad; el año 24, Tiberio otorgó la ciudadanía romana a todos aquellos que hubieran cumplido seis años de servicio (posteriormente se redujo a tres años). Claudio11 hizo instalar una co­ horte de vigilantes en Pouzzoles y otra en Ostia, los dos grandes puer­ tos por los que pasaban los avituallamientos de Roma. A principios del siglo m, esas unidades tenían un carácter indiscutiblemente militar.

O

t r a s u n id a d e s d e l a g u a r n ic ió n d e

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oma

La lista no se limita a estas cohortes, pues Roma contaba con mu­ chos más soldados. Ya desde un primer momento, parece que los emperadores con­ sideraron que los pretorianos no bastaban para garantizar su seguri­ dad, y se encargó también de esa tarea a otros cuerpos. Augusto re­ clutó a los «guardias de corps germanos» o «bátavos»12 (corporis custodes), en un número que oscilaba entre cien y quinientos; en ori­ gen formaban una especie de milicia privada. Disuelta después del desastre de Varus, esa unidad se volvió a constituir antes del 14 de nuestra era, y fue Calígula quien la militarizó de forma definitiva. A una nueva disolución bajo Galba le siguió, sin duda, otra restauración en época de Trajano. Como estaba formada por jinetes, esos soldados se organizaban en turmas, mandadas por decuriones y un tribuno; era una clase de aquel tipo de tropas a las que se les denominaba un numerus, es decir, una unidad de irregulares. A su lado, los trescientos «batidores» (speculatores)u servían igualmente como guardias de corps; instalados en el mismo campamento que los pretorianos, se encon­ traban también, por tanto, a las órdenes del prefecto del pretorio. Pero la seguridad inmediata al soberano sólo la garantizaba verdaderamente la «caballería personal del emperador», los equites singulares Augusti,14 que no deben confundirse con los equites singulares de las provincias, vinculados a los legados de las legiones y a los gobernadores. Creados por Trajano con los restos de los «germanos», se hallaban asimismo organizados en un numerus de mil hombres (o quizá de quinientos) a 11. Suetonio, Cl., XXV, 6. 12. Tácito, An., I, 24, 2; Suetonio, Aug., XLIX, 1; Herodiano, TV, 7, 3, y 13, 6; Historia Augusta, Sev. Al., XLVI, 3 y Max. Balb., XIII, 5-XTV. R. Paribeni, Mitteil. d. Kaiserl. d. arch. Instit., XX, 1905, pp. 321-329. 13. Tácito, H., I, 31, 1. 14. M. P. Spiedel, Die equites singulares Augusti, 1965; del mismo autor Riding for Caesar, 1994, Londres, y Die Denkmáler der Kaiserreiter, 1994, Colonia. Sobre la caballería, véase K. R. Dixon y P. Southern, The Román Cavalry, 1992, Londres.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

principios del siglo n. Estaban mandados por decuriones, un decurión princeps, un tribuno (dos a partir de Septimio Severo), subordinado él mismo al prefecto del pretorio. Ocuparon dos emplazamientos su­ cesivos, el «campamento viejo» y, después, el «campamento nuevo», situados ambos próximos a Letrán. En Roma encontramos una clase de soldados a quienes los his­ toriadores llaman «frumentarios» y «desplazados»,* que nos plantean algunos problemas. J. C. Mann15 piensa que la existencia de castra pe­ regrina no prueba la existencia deperegrini. N. B. Rankov16 le da la ra­ zón a Mann y propone que se considere que los frumentarios, es­ pías17 y correos entre el emperador y las legiones, se alojaban en los castra peregrina cuando se hallaban de paso por la capital. Pero eso no es todo. El numerus de los statores Augusti, alojados en el campamento de los pretorianos y subordinados, por tanto, al mismo jefe, servían como policía militar. Los primipilares, antiguos pri­ meros centuriones de las legiones, proveían de consejeros al estado mayor. Había marinos18 que hacían el oficio de correos; los de la flota de Ravenna estaban alojados en la naumaquia de Augusto, en la mar­ gen derecha del Tíber; los de Miseno, que tenían además la responsa­ bilidad de encargarse de los toldos que protegían del sol el anfiteatro, se encontraban sobre el Esquilino, cerca del Coliseo. Finalmente, toda clase de militares19 de paso entre dos guarniciones, o convocados por una circunstancia excepcional, atestaban las calles de la Ciudad: en el 68 se podían ver soldados procedentes de los ejércitos de Iliria y de Germania; bajo Caracalla, a germanos y escitas, etc. De todas formas, las cohortes pretorianas se mantenían como las unidades más importantes; podemos comprobar, por tanto, la ra­ pidez de la evolución de la situación: los emperadores del siglo I olvi­ daron muy pronto la prudencia de Augusto, que no osó instalar en Roma más que a algunos soldados; pero el nuevo régimen era una ver­ dadera monarquía que se apoyaba en el ejército. * El concepto «desplazados» se refiere a los miembros de una unidad militar que no disponen de la categoría de ciudadano romano y corresponde al termino latino «peregrini». (N. del asesor) 15. J. C. Mann, «The castra peregrina and the ‘peregrini’», Zeitschrift fiir Papyrologie uns Epigrafik, 74, 1988, p. 148, y «The Organization of fnimentarii», ibidem, pp. 149-150 (véase P. K. Baillie Reynolds, Journal ofRom . St., XIII, 1923, pp. 152-189). 16. N. B. Ranltov, «Frumentarii, the castra peregrina and the provincial officia», Zeitschrifi für Papyrologie uns Epigrafik, 80, 1990, pp. 176-182 (véase R. Paribeni, Mitteil d. Kaiserl. d. arch. Instit., XX, 1905, pp. 310-320; W. G. Sinningen, Mem. Amer. Acad. Rome, XXVII, 1962, pp. 211-224. 17. Historia Augusta, Adr., XI, 6, y Macr., XII, 4. 18. Tácito, H .,l, 31, 3 y 6. 19. Véase, por ejemplo, Tácito, H., I, 31, 2, 6 y 7.

LOS CUERPOS DE TROPA

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El ejército de provincias Desde el punto de vista político, la guarnición de Roma prevale­ cía por encima de cualquier otra; no obstante, el aspecto militar y el número concedían la primacía a las tropas de las fronteras; de ese con­ traste surgieron en ocasiones conflictos, celos.20 Cada provincia lin­ dante con el mundo bárbaro tenía asignado un ejército compuesto por una o varias legiones con sus auxiliares, o sólo auxiliares: aquí se cons­ tata también la existencia de una nueva jerarquía.

L as

l e g io n e s

Comenzar por las unidades que gozaban del mayor prestigio significa hablar de las legiones,21 que cuentan con un águila como emblema y que representan a una elite. Cada una de ellas está for­ mada por alrededor de cinco mil hombres, esencialmente tropas de infantería, organizados en diez cohortes, de tres manípulos o seis centurias cada una, a excepción de la I Cohorte, que no tiene más que cinco centurias, pero que cuenta con el doble de efectivos (lám. IV, 5). A comienzos del Principado, a esos hombres se les añade un destacamento de veteranos (uexillum)22 a las órdenes de un cu­ rador o de un prefecto, o de un centurión llamado triarius ordo y, permanentemente, un grupo de jinetes. La caballería legionaria, quizá suprimida por Trajano, fue restablecida muy pronto. Contó desde un principio con ciento veinte hombres, cifra que se mantuvo hasta la época de Galieno: este último aumentó sus efectivos hasta los setecientos veintiséis combatientes. Hay una particularidad que merece subrayarse: los jinetes legionarios obedecen a centuriones y no a decuriones. Desde la base hasta el comandante supremo, la línea de mando consta de cincuenta y nueve centuriones, teniendo el de mayor grado el título de primipilo; uno (¿o varios?) tribuno «de seis meses» (sexmenstris), que manda, sin duda, la caballería; cinco tribunos a los que se llama «angusticlavios», en razón de la estrecha banda de púr­ pura que orna su vestido y que indica que pertenecen al orden ecues­ tre (cada uno de ellos es responsable de dos cohortes); un prefecto del 20. Herodiano, II, 10, 2. 21. E. Ritterling, en A. Pauly y G. Wissowa, ReaUEncyclopadie, XII, 2, 1925, art. Le.gio; H. M. D. Parker, The Román Legions, 1958, 2.a ed.; Les légions de Rome sous le Haut-Empire, Y. Le Bohec (ed.), 2000, Lyon. 22. E. Bickel, Rhein. Museum, XCV, 1952, pp. 97-135; E. Saxider, ibid., pp. 79-96; L. F. J. Keppie, Papers Brit. School Rome, XLI, 1973, pp. 8-17.

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LA ORGANIZACIÓN D E L EJÉRCITO

campamento; un tribuno llamado «laticlavio», porque su túnica lleva una ancha banda de color púrpura, significando que procedía de la aristocracia senatorial; finalmente, el legado de la legión, que perte­ nece al mismo orden, y aún por encima, eventualmente (si hay varias legiones en la misma provincia) un legado del ejército. Las unidades que Augusto instaló en Egipto y las que creó Septimio Severo tuvieron como comandantes a prefectos ecuestres; esos precedentes sirvieron de inspiración a Galieno, que generalizó el sistema. Este emperador no hizo más que suprimir los puestos de mando reservados a los se­ nadores, y con la desaparición de sus dos superiores (el legado y el tribuno laticlavio) el antiguo prefecto del campamento se encontró si­ tuado al frente de ese cuerpo. Cada legión se designa por un número y un nombre (I Minervia, II Augusta, III Cirenaica, etc.). Por lo que se refiere a los nombres «variables», ya hablaremos de ellos más adelante. Cualquier creación se corresponde con la preparación de una conquista;23 pero las de­ rrotas supusieron desapariciones y las revueltas desembocaron en di­ soluciones. Entre el 30 aC. y el 6 dC., Augusto, que había heredado una enorme cantidad de soldados reclutados durante la Guerra Civil, redujo el número de legiones de sesenta a dieciocho; el año 6 hizo desaparecer ocho (de la X III a la XX); tres (XVII-XIX) se perdieron tres años más tarde en el desastre de Varus; a continuación fusionó dos (XXI-XXII); a su muerte, el 14 de nuestra era, había dejado vein­ ticinco. La evolución posterior puede resumirse en un cuadro (véase página siguiente).

L O S AUXILIARES

Las legiones nunca van solas; siempre están acompañadas por unidades de menor importancia,24 que tienen por función asistir a aquéllas, pero que también pueden actuar independientemente: esos cuerpos auxiliares contaban con quinientos o mil hombres;25 por tanto, se las conoce con el nombre de «quingenarias» o «miliarias» (eviden­ temente, de hecho, los efectivos no se corresponden nunca con cifras perfectamente redondas).

23. Suetonio, Ner., XIX, 4. 24. C. Cichorius, en A. Pauly y G. Wissowa, op. cit., I, 1894, art. Ala, y IV, 1, 1900, art. Cohors; H. T. Rowell, ibid., XVII, 2, 1937, art. Numerus; G. L. Cheesman, The Auxilia o f the Román Imperial Army, 1914; D. B. Saddington, The Development of the Román Auxiliary Forces (49 B.C.-A.D. 79), 1982. 25. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 2.637; «... La III Legión Augusta y sus auxiliares...».

35

LOS CUERPOS DE TROPA

Creación26y desaparición de legiones Fecha

Creación

Calígula o Claudio

XV Primigenia, XXII Primigena I Italica I Adiutrix, VII Gemina

67 Galba (68-69) 69

Vespasiano 83 86-87 89 o 92 (?) Trajano 132-135 (?) v. 165 (?) v. 197

Desaparición

I (Germanica), IV Macedónica, XV Primigenia, XVI (Gallica) II Adiutrix, IV Flauia, • XVI Flauia I Mineruia V Alaudae XXI Rapax II Traiana, XXX Vlpia IX Hispana, XXII Deioteriana II Italica, III Italica I Parthica, II Parthica, III Parthica

Los especialistas ya no admiten, como anteriormente, que el número de soldados auxiliares haya sido sistemáticamente igual al de legionarios: por una parte, algunos ejércitos contaban con cierta su­ perioridad de unos o de otros; por otra, no se han encontrado solda­ dos ciudadanos en aquellas provincias que eran procuradurías. En el primero de los casos, parece que los auxiliares fueron realmente «auxiliares», es decir, considerados como combatientes de menor va­ lor, lo que no era impedimento alguno para que a menudo se les en­ viara a abrir las hostilidades: su pérdida valía menos que la de los le­ gionarios, y su éxito evitaba que se derramase una sangre, por otra parte preciosa. Un texto de Tácito,27 que describe la entrada de Vitelio en Roma, el año 69, muestra claramente la jerarquía existente en el seno del ejército romano. He aquí cómo discurría el desfile militar: «En cabeza avanzaban las águilas de cuatro legiones, a su lado los es­ tandartes pertenecientes a los destacamentos de otras cuatro legio­ 26. 27.

Dion Casio, HLV, 24. J. C. Mann, Hermes, XCI, 1963, pp. 483-489. Tácito, H., II, 89, 2.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

nes; después las enseñas de doce alas de caballería; después de las fi­ las de infantería venía la caballería, a continuación treinta y cuatro cohortes de infantería auxiliar distinguidas por el nombre de sus na­ ciones o el aspecto de su armamento.» Este pasaje muestra además la existencia de una cierta diversidad en el seno mismo de esas cla­ ses de unidades. Los documentos hablan, en efecto, de «alas», de «co­ hortes» y de «numeri». Entre esas tropas de menor valor, las alas representaban una elite relativa. Constituidas por caballería, están divididas en dieciséis tur­ mas, si son quingenarias,28 y en veinticuatro, cuando son miliarias, un tamaño que parece haberse alcanzado con escasa frecuencia antes de la época flavia.29 En el primer caso, las manda un prefecto y, en el se­ gundo, un tribuno: este oficial, asistido por un subprefecto a princi­ pios del Imperio, pertenece al orden ecuestre. Le asiste un decurión princeps y otros decuriones, a razón de uno por turma. Después de las alas, y por orden de dignidad, vienen las cohor­ tes, tropas de infantería constituidas por seis centurias, cuando son quingenarias, y por diez, si son miliarias,30 unas dimensiones que no parece que existieran antes de la crisis del 68-69. Algunas de ellas go­ zaban de un prestigio muy superior a otras y, por tanto, se convertían en excepción: son las que habían sido reclutadas entre ciudadanos ro­ manos y otras que, fundamentalmente, habían sido formadas con vo­ luntarios; los soldados de estas unidades disfrutaban de la misma con­ sideración que los legionarios.31 La cadena de mando estaba formada por centuriones subordinados a uno de ellos, el centurión princeps, situado él mismo a las órdenes de un prefecto en las unidades quingenarias, o de un tribuno en los cuerpos de ciudadanos romanos y en las que eran miliarias; en este caso, la presencia de un subprefecto no está atestiguada hasta el principio de la época imperial. Pero la situación es todavía más compleja de lo que parece, y debemos recordar aquí la aparición de un profundo debate entre los historiadores. Algunas cohortes auxiliares, conocidas ya desde los pri­ meros tiempos del Imperio,32 se llaman equitatae,33 adjetivo que faci­ lita su traducción por «montados», pero esa equivalencia comporta

28. Pseudo-Higinio, XVI; Arriano, T., XVIU, 3 (512 hombres en un ala quingenaria). 29. E. Birley, Mél. E. Swoboda, 1966, pp. 54-67. 30. Pseudo-Higinio, XXVIII. 31. Tácito, An., I, 8, 3, y 35, 3 (« cohortes ciuium romano ruin» y « uohmtariorum ciuium romanorum»). 32. Corpus inscr. lat., X, n.° 4.862. 33. Flavio Josefo, G. /., n i, 4, 2 (67): 120 caballeros y 600 infantes = 6 centurias y 3 turmas, o 240 caballeros para 760 infantes = 1 0 centurias y 6 turmas; Corpus inscr. lat., III, n.° 6.627: 4 decuriones.

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una ambigüedad. De hecho, se trata de unidades mixtas, compuestas por seis o diez centurias y entre tres y seis turmas, ya se trate de quingenarias o de miliarias respectivamente (es difícil poder presen­ tar aquí cifras precisas). Su mando se halla confiado a centuriones y decuriones, y cuentan con un prefecto, si el número de soldados es de quinientos, o un tribuno, si es de mil. La cuestión que se plantea es la de precisar el papel de los jinetes:34 según G. L. Cheesman, los caballos les sirven simplemente para desplazarse, combaten a pie y constituyen, por tanto, una infantería montada; pero R. W. Davies creía, por el contrario, que formaban una caballería ciertamente de segunda línea, pero auténtica. Nos inclinamos a considerar más acer­ tada esta segunda opinión, pues parece confirmarse a partir de cier­ tos pasajes de algunos discursos pronunciados por Adriano en Africa,35 y sobre todo por relieves que muestran caballeros de las cohortes a punto de matar enemigos caídos en el suelo: en uno de ellos se ve a uno de esos soldados que, sentado en su montura, clava la lanza en un hombre caído de espaldas36 (lám. IV, 6). En cuanto a los dromedarios, utilizados igualmente por el ejército romano, servían como animales de carga, pero se ha hecho notar también que los camellos espanta­ ban a los caballos. En la parte inferior de la escala se encuentran los numeri.37 De hecho, el término numerus posee dos acepciones diferentes. En sen­ tido general, designa a cualquier unidad que no sea ni una legión, ni un ala, ni una cohorte; de esta manera se halla constituida la guardia de corps de los legados imperiales, conocidos con el nombre de sin­ gulares legati,38 que forma, por tanto, un numerus mandado por un centurión legionario con el título de praepositus o curam agens (esos soldados, de caballería o de infantería, reclutados exclusivamente en las alas y en las cohortes, se sumarán a los stratores, legionarios de in­ fantería dedicados a realizar la misma tarea). Los singulares, que cons­ tituyen una reserva y una escuela de suboficiales, hacen aparición junto a los gobernadores de provincias en la época flavia, y junto a los co­ mandantes de las legiones, como muy tarde a principios del siglo n;39 desaparecen en la segunda mitad del siglo m para dejar su lugar a los 34. R. W. Davies, Historia, XX, 1971, pp. 751-763. 35. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 18.042; Les discours d’Hadrien á Varmée d ’Afrique, Y. Le Bohec (ed.), 2003, París. 36. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 21.040. 37. H. T. Roweil, art. cit. (n. 24); F. Vittinghoff, Historia, I, 1950, pp. 389-407; J. C. Mann, Hennes, LXXXII, 1954, pp. 501-506; M. Speidel, Aufstieg u. Niederg. rom Welt, II, 3, 1975, pp. 202-231. Un caso particular: L’Année épigrafique, 1983, n.° 767 (numerus para una legión). 38. M. Speidel, Guards o f the Román Army, 1978. 39. L’Année épigraphique, 1969-1970, n.° 583,

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protectores. En un sentido más estricto, la palabra numeras se aplica a una tropa formada por soldados no romanos que han conservado sus características étnicas (lengua, uniforme, armamento). Esta segunda categoría hace aparición a finales del siglo I o, más probablemente, a principios del n,40 con Trajano. Podrían servir como modelos la caba­ llería mora de Lusius Quietus y los symmachiarii mencionados por el Pseudo-Higinio. En este caso existe una enorme diversidad: encon­ tramos grupos de mil hombres, otros de quinientos, otros aún más reducidos (a los primeros los mandan tribunos, a los segundos pre­ fectos y a los demás «encargados», praepositi, que son, a menudo, cen­ turiones legionarios destacados, o por «curadores», curam agentes);41 topamos también con jinetes e infantes cuyos mandos subalternos se hallan ocupados respectivamente por decuriones y centuriones, lo mismo que en el resto de las tropas auxiliares. Hablando de estos sol­ dados, hemos de decir que los romanos les llamaban «los bárbaros» (nationes), o los designaban por sus nombres étnicos («los moros», «los palmirianos»), o incluso por su título («el numerus de los moros», «de los palmirianos», etc.). Hay una explicación a la aparición de esa clase de unidades: a principios del Imperio, los pueblos sometidos su­ ministraron hombres a las alas y las cohortes; pero, poco a poco, atraídos por unos salarios relativamente elevados, ciudadanos roma­ nos e indígenas romanizados se fueron alistando en esas unidades; como se tenía la intención de utilizar a los bárbaros, era preciso crear alguna cosa nueva: los numen son, en el siglo II, lo que en el l habían sido las tropas auxiliares. En general, estas últimas siguen las mismas normas para su de­ nominación que las legiones: lo más frecuente es que aparezcan tres elementos de base: el tipo, el número y el nombre (cohors I Afrorum, ala I Asturum, numerus Palmyrenorum; una formación de esa clase se construye siguiendo el modelo de la legio I Augusta, etc.). El tercer elemento designa normalmente el pueblo en cuyo seno se han reclu­ tado inicialmente los soldados. Pero también puede derivar de la no­ menclatura de un individuo, remitiendo, entonces, al primer perso­ naje que tuvo el honor de mandar la tropa42 (el ala Indiana evoca a un cierto Indus..., ¡y no a los indios!). A veces, después del número aparece indicado el emperador que ha creado la unidad: cohors I Vlpia Brittonum; en los siglos i y n contamos con las Augusta, Claudia, Flauia, Vlpia o Aelia. En algunos casos siguen otras precisiones, como dis­ 40. pp. 78-80 41. 42.

W. Ertsslin, Klio, XXXI, 1938, pp. 365-370; Pseudo-Higinio, M. Lenoir, ed., 1979, y 127-133, L’Année épigraphique, 1900, n.° 197, E. Birley, Ancient Society, IX, 1978, pp. 258-273.

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tinciones y epitafios de honor («piadosa, fiel, de ciudadanos roma­ nos», etc.), títulos descriptivos («miliaria», equitata, ueterana: «la más antigua», scutata: «de portadores de escudo», co n ta rio ru m : «comba­ tientes con venablos», sagittariorum: «de arqueros», y el indicativo de la provincia de la guarnición (la cohors I Gallorum Dacica fue cons­ tituida en la Galia y enviada a Dacia). Más adelante examinaremos los sobrenombres «variables» y los derivados de los gentilicios impe­ riales. No obstante, en el siglo m se modifica esa organización. Se re­ curre cada vez más a los auxiliares, y se les utiliza sobre todo en grandes masas, y solos, independientemente de las legiones. El ori­ gen de esa evolución quizá deberíamos buscarlo en la creación, lle­ vada a cabo por Septimio Severo, de un cuerpo de arqueros osroenianos.43 Pero no es hasta Severo Alejandro cuando esa táctica se emplea a gran escala: caballeros con corazas (catafractos, clibanarii) se reclutan aún en Osroene, entre los moros y los desertores par­ tos.44 Con los dálmatas y los moros, Galieno crea una reserva mon­ tada que se halla aún operativa en la época de Claudio II 45 y de Aureliano. Este último confía a cada gobernador su propio grupo de intervención rápida, los equites stablesiani', se dota de un ejér­ cito de gran movilidad, los promoti («la elite») y los scutarii («p or­ tadores de escudo»); utiliza a los dálmatas y a los germanos contra los palmirianos que, tan pronto como consideran inevitable su derrota, se integran en las filas romanas, a las que proveen de una caballe­ ría pesada.46 A pesar de todo, durante el Alto Imperio, las legiones constitu­ yen el eslabón más sólido del ejército de fronteras.

La marina Por el contrario, la marina47 siempre ha ocupado un pobre papel en el organigrama del ejército romano, pero una tesis reciente,48 obra de M. Red dé, tiende a rehabilitarla demostrando su utilidad. De hecho, la constitución de una marina permanente fue una de las primeras preocupaciones del vencedor de Accio: desde el 31 antes 43. Herodiano, III, 9, 2. 44. Herodiano, VI, 7, 8; Historia Augusta, Sev. Al., LVI, 5. 45. Historia Augusta, Cl., XI, 9. 46. Zósimo, I, 50, 3. 47. O. Fiebiger, Leipz. Stud., XV, 1893, pp. 275-461; V. Cliapot, La flotte de Miséne, 1896; D. Kienast, Kriegsflotten d. rom. Kaiserzeit, 1966; véase n. siguiente. 48. M. Reddé, Mare nostrum, 1986.

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de nuestra era, Octavio (el futuro Augusto) instaló la mayor parte de sus navios en Fréjus. Poco tiempo después, los transfirió esencialmente a Italia, a Miseno y Ravenna:49 se dice que, desde esos dos puertos, unos tendrían como misión controlar el Mediterráneo occidental y los otros el oriental. Posteriormente, diferentes flotillas se encargaron de manifestar la presencia romana en los mares periféricos y en los grandes ríos (flotas de Britania, de Germania, de Panonia, de Mesia, del Ponto, de Siria y de Alejandría). El mando de cada escuadra italiana le correspondía a un pre­ fecto perteneciente al orden ecuestre, excepto bajo Claudio y Nerón, cuando esa tarea se le confió a un liberto, entendiéndose siempre que el almirante residente en Miseno prevalecía sobre el de Ravenna; a partir de Nerón, a cada uno de ellos le asistía un subprefecto. Se sabe también de la presencia de un oficial llamado praeposilus reliquationi: sin duda, se trataba del jefe de la base o de la reserva. A conti­ nuación viene el «nearca» (¿comandante de una división?), y el cen­ turión, responsable de un navio, que, sin duda, se podría asimilar al «trierarca» (cualquiera que fuese su importancia, cada navio estaba asimilado a una centuria). Finalmente, las flotas provinciales se con­ fían a centuriones legionarios destacados para el cargo y a prefectos ecuestres. El último investigador que se ha ocupado de la marina ro­ mana (véase n. 48) estima entre cuarenta y cuarenta y cinco mil el número de soldados que han servido en esa arma; tal cifra parece quizá excesiva, pero no hay ningún dato que la convierta en invero­ símil. Las escuadras de Miseno y Ravenna recibieron el epíteto de praetoria, sin duda bajo Domiciano, calificativo que perderían el 312. Normalmente, una flota se designa simplemente con dos palabras: su naturaleza y el nombre del sector geográfico donde se encuentra (flota de Miseno, de Ravenna, de Germania, de Panonia, etc.); más adelante estudiaremos los sobrenombres «variables».

Los destacamentos Esta organización, más compleja en tiempos normales de lo que se hubiera podido creer, se presenta bajo un aspecto aún más compli­ cado si intervienen circunstancias excepcionales. En el caso de una mi­ sión precisa, una guerra, una obra importante o la ocupación de pues­ tos avanzados, la guarnición de Roma, el ejército de fronteras o las flotas pueden enviar lejos destacamentos más o menos importantes a 49.

Suetonio, Aug., XLIX, 1.

LOS CUERPOS DE TROPA

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los que tan pronto se denomina destacamentos de vexilarios (uexillaíiones) como numen collati.

L O S DESTACAMENTOS DE VEXILARIOS50

El nombre de «vexilación» procede de la palabra «u exillu m », que designa el estandarte a cuyo lado se reagrupaban los soldados que dejaban su cuerpo de origen para realizar una tarea particular; a los miembros de uno de esos grupos se les denominaba uexillarii, título homónimo al de los portaestandartes de la caballería.51 No se debe aplicar este término a cualquier unidad desplazada, como se acos­ tumbra en ocasiones; sólo debe emplearse si se encuentra mencionada explícitamente en un texto, cuando se está seguro por completo de la presencia de un uexillum, pues puede haber desplazamientos indivi­ duales o colectivos por numerosas razones, sin que los hombres estén agrupados alrededor de ese símbolo; la definición de una «vexila­ ción» es, por tanto, de alguna manera, oficial, jurídica; y no es sufi­ ciente para probar su existencia la aparición de una sepultura, men­ cionando a un soldado muerto lejos de la base habitual de su unidad.52 Una vez llegados al nuevo teatro de operaciones, los hombres se po­ nen a las órdenes del comandante del sector (así, tenemos soldados de la VI Legión Ferrata obedeciendo al legado de la III Legión Augusta);53 pero es difícil que este último consiga un elevado grado de obedien­ cia al ser un desconocido para sus nuevos subordinados.54 Las «vexilaciones» se clasifican en dos grandes grupos en función de la tarea que les ha sido confiada. En primer lugar, la guerra. El ejército de una provincia puede en­ viar al terreno de operaciones una legión entera y un destacamento de cada una de sus legiones, o destinar solamente el equivalente de dos o cuatro cohortes por unidad, ya sea mil o dos mil hombres en cada ocasión;55 y si se trata de auxiliares, puede proceder de idéntica ma­ nera: prestará todas sus tropas o una fracción de cada una de ellas. En principio, el mando de los ciudadanos romanos sólo puede con­ fiarse a un oficial de rango senatorial y el de los soldados bárbaros a una personalidad de orden ecuestre; pero encontramos excepciones, 50. R. Saxer, Vexillationen d. rom. Kaiserheeres, Epigr. Stud., I, 1967. 51. Tácito, An., 1, 38, 1 (miembro de una uexillatió), y 4 i, 1 (portaestandarte de caballería). 52. P. Le Roux, Zeitsch. f. Papyr. u. Epigr., XLIII, 1981, pp. 195-206. 53. Corpus inscr. lat., Vin, n.° 10.230. 54. Pseudo-Higinio, V. 55. Suetonio, Vesp., VI, 2; Flavio Josefo, G. II, 18, 8 (494).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

en particular en el siglo i, donde esa regla era menos estricta de lo que se ha creído: puede haber sido investido para ese cargo un antiguo primipilo (primer centurión)56 o un prefecto del campamento.57 Esa norma se cumple mucho mejor en el siglo n: hasta la época de Marco Aurelio (161-180), el jefe de los legionarios es un noble, tribuno o legado, que, por lo general, adopta el título de «legado imperial de las “vexilaciones”», y excepcionalmente el depraepositus o praefectus; los soldados de las alas, las cohortes o las flotas están confiados, por tanto, a equites. A partir de Marco Aurelio, los militares se reúnen y deben acatar indistintamente las órdenes de varios praepositi, senatoriales o ecues­ tres, subordinados asimismo a un jefe (dux), procedente de la aristo­ cracia. Finalmente, entre la época de Augusto y mediados del siglo m, podemos encontramos con unos comandantes a los que se conoce con el nombre de «prolegato», y en tiempos de Septimio Severo, presio­ nado éste por las necesidades del momento, se organizan grandes cuer­ pos expedicionarios confiados a senadores, que se hallan situados por encima de los equites.58 Pero no sólo intervienen en caso de guerra (véase n. 52). Podía reunirse una «vexilación» para ejecutar determinadas obras, por ejemplo, la construcción de una fortificación o la ocupación de un puesto avanzado, tareas que requieren un número de hombres me­ nor. Si se trataba de legionarios, el grueso del efectivo estaba con­ fiado a una cohorte, o bien se tomaban algunos hombres de cada centuria; el mando le correspondía a un centurión o a un simple principalis (soldado exento de la realización de las tareas del servicio). En el caso de los auxiliares, cada centuria o cada turma ofrece los hombres que quedan subordinados a un principalis; los marinos es­ tán confiados a un centurión. En todos los casos, el jefe del desta­ camento tiene derecho al título de praepositus, por lo que, enton­ ces, la unidad se encuentra «sub cura N ...», «bajo la responsabilidad de N...».

L O S N U M E R I COLLATI

Los desplazamientos de los soldados lejos de sus unidades de ori­ gen se hacen, en ciertos casos, sin mantener una forma instituciona­ lizada y, en otros, como «vexilaciones». Es necesario citar aún una ter­ cera posibilidad. En cuatro inscripciones africanas del siglo m puede 56. 57. 58.

Tácito, An., XIII, 36, 1 y 5. Tácito, An., XII, 38, 3, y 55, 2. J. Saseí, Chiron, IV, 1974, pp. 467-477.

LOS CUERPOS DE TROPA

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leerse la expresión numerus collatus.59 Se han propuesto tres inter­ pretaciones distintas a esa inscripción: se trataba de un numerus or­ dinario, análogo a los cuerpos bárbaros de ese nombre, de una unidad adscrita a otra para reforzarla,60 o bien de alguna clase de «vexilación». Para comprender el sentido de esa expresión es preciso definir cada una de las dos palabras que la componen: el término numerus designa ya sea a soldados no romanos o a cualquier clase de tropa con excep­ ción de la legión, el ala o la cohorte; en cuanto al participio pasado co­ llatus, significa «reunida»; con mucha frecuencia, en la epigrafía del Magreb, se encuentran las palabras aere coílato, que quieren decir «reu­ nido el dinero» o «habiéndose hecho una colecta». Es de notar que en ninguno de los cuatro textos se presenta a los soldados, ni tampoco a los oficiales, como pertenecientes al cuerpo en cuestión (no encontra­ mos ni miles, ni centurio, ni praefectus numeri collati)', el mando está confiado a los suboficiales del destacamento, un centurión de la le­ gión, otro de los auxiliares y un decurión de ala, que lleva el título de praepositus; además, las inscripciones se hallan dispersas desde Numidia hasta Tripolitania. Ahora bien, parece ser que, en el siglo íll, los auxi­ liares de esa región no se movían más que en el interior de un sector limitado. Admitamos, por tanto, que debe rechazarse la primera hi­ pótesis; todo el contexto sugiere que no se trata más que de una uni­ dad permanente. Además, esos numeri collati acompañan, en ocasio­ nes, a otros destacamentos, pero se sabe también que pueden actuar de manera aislada, lo que excluye la segunda de las teorías (adviértase, por otra parte, que una unidad «adscrita» no es otra cosa que una es­ pecie de «vexilación»). Nos queda, por tanto, la tercera interpretación: se llaman numeri collati a los destacamentos que no tienen derecho al uexillum; están formados por soldados (ciento veintiséis en uno de los textos) procedentes de varios campamentos o de varios cuerpos, reunidos para ejecutar una acción precisa, y que pueden ser perma­ nentes.

La cuesión de l;as «milicias locales» Parece, por'tanto, que el ejército romano se hallaba compuesto por numerosas clases de unidades. ¿Hay que añadir aún algo más?

59. Y. Le Bohec, X I I¿ Congrés du limes, 1980, pp. 945-955, y III1 Congrés de Sassañ, 1986, pp. 233-241. 60. Esta interpretación podría confirmarla una inscripción de Roma: uñ soldado ha sido collat(us) in singular(es), «incorporado a la guardia de corps» (L'Année épigraphique, 1968, n.° 31).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Algunos historiadores han creído en la existencia de «milicias loca­ les», municipales o provinciales.61 Esa expresión presenta el incon­ veniente de su ambigüedad. Es bien cierto que las autoridades mu­ nicipales disponían de hombres armados para asegurarse el mantenimiento del orden en los territorios que se encontraban bajo su responsabilidad. Pero ya se ha dicho que el ejército tiene por mi­ sión principal proteger el Imperio contra cualquier clase de amenaza exterior. ¿Se añadían esos efectivos a las legiones y a las tropas auxi­ liares en caso de guerra en el extranjero, de bellum externuin? Esa es otra cuestión muy distinta. De todas maneras, los investigadores han cometido numerosos errores al basar sus opiniones en dos clases de argumentos. En un principio, pensaron encontrar el rastro de esas unidades en los famosísimos «soldados-campesinos del limes», los limitanei de la Historia Augusta,62 así como en otros cuerpos que lle­ vaban el nombre de «portadores de lanzas» (hastiferi), «aliados» (symmachiarii), «jóvenes» (iuuenes), «m oros» o «exploradores de Pomaria» (Pomaria se encontraba en la Mauretania Cesariana). A con­ tinuación han confeccionado la lista de la escala de mando de esa clase de combatientes, irenarcas, en Oriente, y tribunos militares a populo, en Occidente, prefectos del litoral (ora marítima), de las na­ ciones (gentes) y de las ciudades. Desgraciadamente, poco hay de interés en todo eso: en esta época, los limitanei sólo los menciona la Historia Augusta, en dos pasajes sos­ pechosos que no confirma ningún otro autor; los hastiferi son los de­ votos de la diosa Bellone;63 los symmachiarii, los moros y los explora­ dores de Pomaria sirven con mucha regularidad en el ejército romano y constituyen numen. Sólo la organización de los iuuenesM podría hacer pensar efectivamente en alguna clase de milicia local: esas aso­ ciaciones reagrupan a los hijos de los notables y a otros jóvenes de con­ dición más humilde65 a quienes se proporciona una educación depor­ tiva teñida de militarismo (el lusus iuuenum es el encargado de los ejercicios, y ellos honran especialmente a Marte). En cuanto a los pre­ tendidos «oficiales», son ahora mucho mejor conocidos: los tribunos militares acreditados como «a populo»66 efectúan un servicio normal, simplemente después de haber sido recomendados al emperador por 61. R. Cagnat, De munidpalibus et prouincialibus militiis in Imperio romano, 1980; A. Stapfers, Musée Beíge, VII, 1903, pp. 198-246. 62. Historia Augusta, Sev. AL, LVffl, 4, y Prob., XIV, 7. 63. D. Fishwick, Journal Rom. St., LVII, 1967, pp. 142-160. 64. M. Jaczynowska, Les associations de la jeunesse romaine, 1978. 65. H. Demoulin, Musée Belge, III, 1899, pp. 177-192; F. Jacques, Ant. Afr., XV, 1980, pp. 217-230. 66. C. Nicolet, M él Ec. Fr. Rome, LXXIX, 1967, pp. 29-76.

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la plebe de su patria; los prefectos de las naciones, de las ciudades y los irenarcas, magistrados municipales regulares, disponen de los mis­ mos medios que sus homólogos para realizar funciones de policía; por lo que se refiere al praefectus orae maritimae, se trata de un personaje que desempeña un cargo ecuestre al servicio del Estado, y que dispone de tropas regulares. Es cierto, no obstante, que, en caso de necesidad, cada ciudad disponía de efectivos encargados de garantizar el mantenimiento del orden en su territorio.67 Sin ninguna duda, los milites glanici de una inscripción del sur de la Galia entran en esa categoría.68 Además, es posible que una inscripción de Tripolitania69 dé a conocer una etapa intermedia, en el curso de la cual ciertos responsables locales se habrían visto obligados a organizar la defensa contra los bárba­ ros. Ese texto, fechado en el reinado de Filipo el Arabe, nos indica que un tribuno, a las órdenes de un praepositus limitis, ha construido un fortín de 15 m de lado y sin que aparezca mención alguna de un ala o de una cohorte; como es difícil de imaginar que el comandante de una unidad miliaria se haya colocado al frente de un puesto avan­ zado tan pequeño, quizá deba pensarse que nos encontramos ante el predecesor de los tribunos del Bajo Imperio, el jefe de una mili­ cia local.

Conclusión Guarnición de Roma, tropas de provincias y flotas: el ejército ro­ mano presentaba una enorme diversidad.70 En tales condiciones, no se puede ni siquiera suponer el valor relativo del número total de hom­ bres que lo formaban: un auxiliar no puede sustituir a un legionario; además, las escasas cifras de que disponemos han de tomarse, en ocasiones, con enorme cautela. No obstante, es posible proponer al­ gunos resultados (para los cálculos contamos, siguiendo a Tácito,71 aproximadamente con sesenta hombres por centuria y un número de auxiliares igual al de legionarios).

67. H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 6.087, CIII. 68. Y. Le Bohec, «Les milites glanici: possibilités et probabilités», Revue Arch. de Narbonnaise, 32, 1999, pp. 293-300. 69. Inscr. Rom. THpolit., n.° 880. 70. E. Birley, Mél. E. Swoboda, 1966, pp. 54 ss., contabiliza, para el siglo n, 270 co­ hortes quingenarias y de 40 a 50 miliarias, 90 alas quingenarias y 10 miliarias. 71. Tácito, An., XIV, 58, 3-4, y IV, 5, 6.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Efectivos del ejército romano Fecha

Número de legiones

Número total de hombres

31 aC.

15

160.000

14 dC. 23 v. 161 211

25 (¿23?) 25 28 (+5)

240.000 240.000 315.000

33

456.000 (un resultado, sin duda, excesivo)

Referencias Res gestae diui Augusti (J. Gagé, ed., 1977); E. Cavaignac, Rev. Et. Lat., 1952, pp. 285-296 ídem. Tácito, An., IV, 5 Corpus inscr. lat., VI, n.° 3.492

Historia Augusta, Sept. Sev., XXIII, 2 (véase VIII, 5); J. Carcopino, Mél. R. Dussaud, 1939, pp. 209-216.

Si tenemos en cuenta los kilómetros de fronteras que defender, esos datos, incluso los más optimistas, como los de J. Carcopino, tes­ timonian una gran debilidad de efectivos. Para suplir las insuficien­ cias en el número, sólo queda el recurso a la calidad: la diversidad constatable implicaba la existencia de una cierta jerarquía entre las diferentes clases de unidades, cuerpos de elite y tropas de segunda fila. Se plan­ tea entonces la cuestión del reclutamiento: ¿cuáles eran los criterios con los que se efectuaba? ¿Por qué se destinaba ese hombre a las tro­ pas auxiliares y aquel otro a la legión? No obstante, debe señalarse en primer lugar que, en el interior de una misma unidad — ¿y por qué sor­ prenderse cuando se trata de asuntos militares?— , se encuentran esas dos características: diversidad y jerarquía.

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LOS CUERPOS DE TROPA

Cuadro resumen: La organización del ejército romano el 23 dC. Lugar de la guarnición

Nom bre de las unidades

Línea de mando

Características Número de de las unidades unidades

Número total aproximado de hombres

1 (o 2) Prefecto del pretorio (E) 1 tribuno (E ) x 9 6 centuriones x 9

D Infantería (+ algunos jinetes)

9

4.500

Cohortes urbanas

1 prefecto de la Ciudad (S) 1 tribuno (E ) x 3 6 centuriones x 3

D Infantería

3

1.500

Cohortes de vigilantes

1 prefecto de los vigilantes (E) 1 tribuno (E ) x 7 7 centuriones x 7

D (?) o M Infantería

7

3.500 7.000

Guardias de corps germanos

1 tribuno (E) de los decuriones

100-500

1

250

300

1

300

1

1.000

Roma Cohortes Guarnición pretorianas de Roma

«Exploradores» Prefecto del (speculatores) pretorio (véase más arriba) Caballería personal del emperador (equites singulares Augusti)

Prefecto del pretorio M (¿D?) (véase más arriba) Creada después 1 tribuno (E) de 23 de los decuriones

Desplazados (?) 1 princeps de los centuriones Frumentarios

Princeps

«Gendarmes» (statores)

Prefecto del pretorio (véase más arriba)

Creados después de 23

1

100 creados después de 23

1

100

1

Primipilos Marinos TOTAL GUARNICIÓN DE ROM A

10.000

48

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Cuadro resumen: La organización del ejército romano el 23 dC. (continuación) Lugar Nombre de las de la guarnicióni unidades Fronteras

Legiones

Ejército de provincias

Auxiliares *Alas * Cohortes * Cohortes mixtas

Línea de mando (1 legado del ejército) (S) 1 legado de legión ( S r 1 1 tribuno (S)*2 1 prefecto de campamento 5 tribunos (E) 1 (?) tribuno «de seis meses» 59 centuriones, de ellos 1 primipilo 1 prefecto (E )*4 16 decuriones 1 prefecto (E )'4 6 centuriones 1 prefecto (E)*4 3 decuriones 6 centuriones

Características Número de de las unidades unidades 5.000 hombres de infantería, excepto 120 jinetes”3

D *5

Número total aproximado de hombres

25

125.000

250

125.000

Jinetes D*5 Infantería D*5 Infantería + caballería

*Numeri TOTAL EJÉRCITO DE FRONTERAS Miseno y Ravenna Marina

Flota de M .y R .

1 prefecto por flota (E) navarcas centuriones trierarcas

Marinos llamados «soldados»

Provincias Marina

Flotas de Britania, Germania, Panonia, Mesia, Ponto, Siria, Alejandría

1 prefecto (E) por flota de los trierarcas

ídem

250.000

40.000

TOTAL GENER AL * 1.

300.000

El legado de legión (S) se sustituye por un prefecto (E), en Egipto, desde Augusto, para las tres unidades llamadas partas a partir de su creación en tiempos de Septimio Severo; esa práctica se generaliza con Galieno. *2. El tribuno (S) desaparece con Galieno. *3. La caballería alcanza los 726 hombres con Galieno. *4. Esos prefectos se sustituyen por tribunos (E), cuando la unidad es miliaria (véase n. siguiente). *5. Ciertos cuerpos auxiliares son miliarios; pero apenas aparecen antes de la época flavia. Abreviaturas: D = quingenario; M = miliario; E = de orden ecuestre; S = de orden senatorial

C a p ít u l o

II

LOS HOMBRES. LA APUESTA POR LA PREPARACIÓN Cuando se habla de «los pretorianos», «los legionarios» o «los au­ xiliares», en el mejor de los casos se está recordando a hombres capaces de avanzar conservando la formación y, en el peor, una batahola difícil­ mente descriptible. En realidad, cada soldado (o casi todos), ocupaba un lugar preciso, ejecutaba una función bien definida y difícilmente po­ día verse sustituido por otro: el abanico de posibles actividades iba de la artillería a la caballería, de las transmisiones al servicio sanitario, de la ins­ trucción a la música, y comprendía otras mil especialidades. Esa diver­ sificación, existente ya en la época republicana, parece, sin embargo, que no alcanzó su apogeo hasta finales del siglo u de nuestra era. Además, no debemos olvidar que, por la vía de la jerarquía, en el ejército romano estaban representadas todas las clases sociales, incluso los esclavos. En efecto, encontramos nobles: senadores, inscritos en el censo como poseedores, al menos, de un millón de sestercios, y que ejercían el monopolio de las magistraturas (la cuestura, la edilidad, la pretura y el consulado), servían como oficiales; también vemos equites, poseedores como mínimo de cuatrocientos mil sestercios, y que pasaban después al servicio del príncipe como procuradores y prefec­ tos: ocupaban puestos de mando inferiores a los anteriores. Los hijos de los notables municipales accedían al centurionato. Los ciudada­ nos romanos procedentes de la plebe entraban en las legiones; y los desplazados, en las tropas auxiliares. Además, algunas unidades po­ seían esclavos que realizaban tareas administrativas o de otro tipo. Esta doble clasificación, en función de la jerarquía y de la especialización, constituye lo que los historiadores han denominado, uti­ lizando una palabra alemana, la «.Rangordnung».1 1. A. Von Domaszewsld, Die Rangordnung des rómischen Heeres, 1967, 2.a ed., por B. Dobson (obra clásica). Puesta al día en La hiérarchie (Rangordnung) de l'armée romaine, Y. Le Bohec (ed.), 1995, París.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

El cuerpo de oficiales A semejanza de los antiguos, comencemos por las personalidades de más elevada dignidad, es decir, por los oficiales;2precisemos ya que, con ese término, denominamos a cualquier persona situada por en­ cima del centurión.

G

e n e r a l id a d e s

La pertenencia a ese cuerpo, basada en criterios sociales e insti­ tucionales, puede también variar dependiendo de las circunstancias y de las personalidades:3 un hombre valiente, inmerso en una guerra difícil, puede ejercer mandos más elevados de lo que hubiera sido nor­ mal en tiempos ordinarios. Ya se ha dicho suficientemente que el valor del ejército romano se explicaba por la eficacia de los soldados y los centuriones, una cualidad que se opone, a menudo, a la mediocridad de la línea de mando superior, ejercida por aficionados incompetentes: las victorias las ha­ bría obtenido la tropa, de alguna manera a pesar de la presencia de los superiores. Nos vemos obligados a rechazar ese estereotipo. Cualquier hijo de un senador o de un equites poseía en su biblioteca tratados de­ dicados al arte de la guerra y hacía ejercicio con regularidad: esas lec­ turas y esa práctica formaban parte de la educación que recibía, por lo general, un joven de buena familia. Desde el momento en que la téc­ nica militar de aquella época no presentaba una excesiva complejidad, algunas semanas de mando efectivo eran suficientes para asimilar lo esencial; además, numerosos mandos fueron capaces de realizar ver­ daderas hazañas: el equites Caius Velius Rufus se vanagloria de haber efectuado una incursión a través del reino de Decebalio, la Dacia, y, más tarde, de haber llevado al emperador botín y prisioneros entre los que figuraban los dos hijos del soberano de los partos;4 Marcus Valerius Maximianus mató con sus propias manos a Valaon, rey de los naristas, un pueblo germano;5 y, en el año 238, los senadores cuentan todavía con una buena experiencia militar. Además, varios de ellos se vanaglorian del entusiasmo que en ellos provoca el ejército:6llevan una vida austera, se preparan con regularidad y portan una espada de 2. G. Lopuszanski, Mél. Ec. Fr. Rome, LV, 1938, pp. 131-183. 3. Onesandros, I, 13, 21-25, y XXXIII. D. C. A. Shotter, Class. Quart., XIX, 1969, pp. 371-373. 4. L’Année épigraphique, 1903, n.° 368. 5. L’Année épigraphique, 1956, n.° 124. 6. Zósimo, I, 14, 2.

LOS HOM BRES

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manera permanente; se les denomina «u iri militares».1 No obstante, no parece que nunca hayan constituido una casta: su comunidad era abierta. Por otra parte, todos los oficiales realizaban más o menos las mis­ mas funciones: conducir a los hombres al combate, prepararlos en la instrucción y dictar justicia. Además, la creación de un grupo cerrado se hubiera visto impedida por una prerrogativa que se atribuía al prín­ cipe: era éste quien designaba a los nuevos dignatarios.8

La

j e r a r q u ía

De hecho, en este campo9 se cuenta con un jefe supremo: el em­ perador. Es a él a quien se considera el triunfador de cualquier bata­ lla, aunque no se halle presente en el teatro de operaciones; actúa en­ tonces mediante su carisma: son sus poderes religiosos los que han conseguido que los dioses se pongan del lado de Roma; así, cuando un emperador toma el título de «vencedor de los partos» no quiere decir que haya estado alguna vez en Oriente. Dion Casio10 ha sido quien me­ jor ha descrito los poderes ejercidos en ese campo por los soberanos: «Tienen derecho a realizar el reclutamiento del ejército, a imponer con­ tribuciones, a emprender la guerra y concluir la paz, a mandar siem­ pre y por encima de todos igualmente a los soldados extranjeros [los auxiliares] y a las legiones.» El soberano se rodea de un estado mayor y se asiste en cuestio­ nes militares por el (o los) prefectos del pretorio, que desempeñan a la vez el papel de primer ministro y el de ministro de la Guerra; esta segunda función ha sido revalorizada para principios del siglo n por el Pseudo-Higinio;11 se estableció para Perennis,12 y lo mismo podría decirse en el caso de Pateraus y de Oleandro,13que ocuparon ese cargo, pero sin llevar el título (esos tres personajes sirvieron bajo Cómodo, entre 180 y 186); Flavio y Chrestus ejercieron esas mismas activida­ des todavía en tiempos de Severo Alejandro.14 7. Herodiano, IV, 12, 2, y V, 2, 5. Historia Augusta, GalL, XX, 3, y Tr. Tyr., XXXIII. B. Campwell, Journal Rom. St., LXV, 1975, pp. 11-31. 8. Historia Augusta, EL, VI, 2. 9. La hiérarchie (Rangordnung) de l’année romaine sous le Haut-Empire, Y. Le Bohec, (ed.), 1995, París; G. Wesch-Klein, Soziale Aspekte des rómischen Heerwesens in der Kidserze.it, 1998, Stuttgart. 10. Dion Casio, Lili, 17. 11. Pseudo-Higinio, X. M. Absil, Les préfets du prétoire, 1997, París. 12. Herodiano, I, 8, 1. G. M. Bersanetti, Athenaeum, XXIX, 1951, pp. 151-170. 13. Herodiano, I, 12, 3, 14. Zósimo, I, 11, 2.

52

LA ORGANIZACIÓN D E L EJÉRCITO

Los ejércitos de provincias tienen a su frente al gobernador, le­ gado imperial propretor de orden senatorial (consular), allí donde se hallan estacionadas las legiones, y en otros lugares a un procurador del orden ecuestre. Hasta la época de Calígula, África constituye una excepción: el procónsul que la administra, por lo general durante un año, dispone igualmente de tropas, puesto que es designado por el Senado (normalmente es el propio emperador quien nombra a los co­ mandantes). Los gobernadores tienen como función fundamental el garantizar el orden público, lo que significa que deben «decir el dere­ cho» (es decir, administrar justicia), velar por la vida religiosa y la con­ servación de los templos, asegurar la recaudación de impuestos, con la ayuda de un cuestor o de un curador y velar, en fin, por la seguri­ dad del territorio. A partir de Galieno, sólo permanecen en el ejército los equites, y aparece entonces (hacia 262) el título de «praeses perfectissimus» para designar al responsable de la provincia. Esa palabra, praeses, que significa simplemente «jefe», se había empleado ya desde finales del siglo II, pero de manera privada. Se mantiene aún un de­ bate sobre una hipotética, y de toda suerte efímera, «restauración se­ natorial» bajo el emperador Tácito. El mando de una legión lo ostenta otro legado imperial propretor (pretoriano),15 subordinado a su homónimo el gobernador de la provin­ cia (si en ese distrito sólo existe un cuerpo de esa clase, es la misma per­ sona quien desempeña ambas funciones). Ese oficial, que ocupa el cargo dos o tres años, vela por la buena marcha de las unidades que se en­ cuentran a sus órdenes, comprendidas también las tropas auxiliares: hace respetar la disciplina y las entrena,16y dispone de poderes financieros y judiciales.17 A partir de Galieno, el prefecto del campamento, tercer dig­ natario de la unidad hasta ese momento, pasa a ocupar el primer rango por la desaparición del legado y del tribuno laticlavio, y permuta su tí­ tulo por el de «distinguido (egregius) prefecto de la legión», dependiendo directamente del praeses; sus poderes son de orden estrictamente mili­ tar.18 Esa organización (el mando superior confiado a un prefecto) exis­ tía ya en ciertas legiones, en aquellas que se hallaban estacionadas en Egipto desde Augusto (pues los senadores no tenían el derecho de resi­ dencia en ese territorio perteneciente al príncipe), y en las tres unidades conocidas como partas, desde su creación por Septimio Severo. 15. Tácito, Agr., VII, 5-6; véase también Th. Franke, Die íegionslegaten der rómischen Armee, 1991, 2. vols., Bochum. 16. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 18.042, Aa, 11; Bul!, Comité Tr. Hist., 1899, p. CXCII, n.° 6, CCXI, n.° 6, y CCXÜ, n.° 22; Vegecio, II, 9. 17. Flavio Josefo, G. 1., III, 5, 2; Plinio el Joven, Pan., X, 3; Tácito, Agr., VII, 5, 6; Vegecio, II, 9. R. Egger, Sitzungs. Oester., Akad. Wissens. Wien, CCL, 4, 1966. 18. Vegecio, II, 9.

LOS H OM BRES

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El tribuno laticlavio ocupa la segunda posición del escalafón;19 su nombre se debe a la amplia banda de color púrpura que decora su toga, y recuerda su origen senatorial. Asistido por un estado mayor propio, hace el papel de consejero y tiene poderes judiciales20 y mili­ tares: es quien ordena las prácticas de las maniobras21 y, a pesar de su juventud (unos veinte años) y de su escasa experiencia (ocupa el cargo durante un año), en caso de incapacidad del legado, le susti­ tuye y lleva entonces el título de tnbunus prolegato; de todas formas, en el curso de su carrera, esperará la obtención de ese cargo para el que ya se está preparando.22 El prefecto del campamento,23 tercer personaje de la unidad, se ocupa del mantenimiento de las defensas;24 como consecuencia, en las expediciones se le confía la dirección de los asedios;25 escoge el em­ plazamiento de los puestos y se encarga de su construcción; durante la marcha del ejército supervisa los bagajes y, en el combate, dirige la artillería; participa, en todo momento, de las deliberaciones del estado mayor del legado. Para alcanzar ese cargo era necesario haber conse­ guido tres tribunados en Roma,26 o ser un antiguo primipilo, que, se­ gún B. Dobson, daba acceso al orden ecuestre. Los cinco tribunos angusticlavios que vienen a continuación reci­ bían el nombre por la estrecha banda de color púrpura cosida en la toga y que establecía su pertenencia al orden ecuestre. En combate, cada uno de ellos tenía a su cargo dos cohortes, es decir, unos mil hombres.27 Participan en calidad de consejeros en las reuniones del estado mayor de la legión y, en tiempos de paz,28 presiden los ejercicios, velan por la seguridad de las puertas del campamento, por el aprovisionamiento de los graneros, el mantenimiento del hospital, e imparten justicia. Finalmente, el tribuno «de seis meses» (sexmenstris) manda sin lugar a dudas la caballería legionaria: estaría, por tanto, sólo ocupando ese cargo. En las inscripciones o en los textos literarios aparecen otros ofi­ ciales. El término dux29 significa «jefe» en general, qui ducit; en un sen­ 19. Corpus inscr. lat., VTII, n.° 18.078 (muestra la jerarquía). 20. Flavio Josefo, G. /., III, 5, 2. 21. Plinio el Joven, Pan., XV, 4; Vegecio, II, 12. 22. Plinio el Joven, Pan., XV, 2-3; Cartas, III, 20, 5; y VI, 31,4; Suetonio, Aug., XXXVIII; Tácito, Agr., V, 1, 2; L'Année épigraphique, 1981, n.° 495. 23. Vegecio, II, 10. 24. Tácito, An., XII, 38, 3; 55, 2; XIII, 36, 1. 25. Tácito, An., XIII, 39, 2. 26. Suetonio, Vesp., I. 27. Flavio Josefo, G. /..VI, 2, 5 (131). 28. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 18.048, B a (?); Flavio Josefo, G. I., III, 5, 2; Vegecio, n, 12; Digesto, XLIX, 16, 12 (2). 29. Plinio el Joven, Pan., X, 3, y XV, 2.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

tido técnico, en los siglos i y n designa a un personaje que no pertenece al orden senatorial, pero que posee una elevada capacidad de mando; por el contrario, a partir de las guerras de Marco Aurelio con los marcomanos queda reservado a los senadores, que mandan a legionarios y auxiliares constituidos en destacamentos; finalmente, mediado el si­ glo iii, aparece el dux íimitis, jefe de una parte limitada de la zona de frontera. De manera general, la palabra praepositus designa también a un jefe, pero de rango inferior al precedente, por ejemplo un equites situado al mando de alguna «vexilación», ya sea ésta de legionarios o de auxiliares; pero, a partir de Marco Aurelio, a veces es un senador quien porta ese título. Además, una tropa enviada a una misión con­ creta y que sólo está formada por soldados ciudadanos puede estar con­ fiada a un prolegato, función que se haya atestiguada entre la época de Augusto y mediados del siglo in.30 En combate se utilizan antiguos prefectos con el título de «primipilos»;31 al tener a sus órdenes a los mandos de las alas y de las cohortes, son responsables de los puestos avanzados guarnecidos por soldados. Finalmente, los protectores diuini lateris,2,2aparecidos entre 253 y 268, constituían una reserva, una guar­ dia imperial y una elite reclutada entre los suboficiales. No se sabe muy bien qué sucedía en las unidades que no eran le­ giones: podemos pensar que los prefectos de la guarnición de Roma y los de las unidades auxiliares tenían, sobre sus hombres, análogos poderes a los de los legados propretores; en cuanto a los tribunos de los cuerpos urbanos, el papel que desempeñaban debía recordar el de sus homólogos del ejército de fronteras. Contamos con dos estudios33 dedicados a los oficiales de marina y, en particular, a sus salarios anuales. En el siglo i, un prefecto de una flota italiana percibía cien mil sestercios, y doscientos mil en el n, con el título de «distinguido» (egregius), y el de «perfectísimo», en el iii; un subprefecto, también «distinguido», y un jefe de la base o de la reserva (praepositus reliquationi) ganaba sesenta mil sestercios, mien­ tras que un prefecto de la flota en Germania, Britania o el Ponto tenía cien mil sestercios de salario a partir de Septimio Severo. En lo suce­ sivo, un capitán de navio (trierarca) podía llegar a alcanzar el cargo de jefe de escuadra (navarca), después el de primer centurión de la flota (princeps), antes de acceder al primipilato en una legión.34 30. Véase parte I, cap. I, n. 28. 31. Plinio el Joven, Cartas, X, 87; Tácito, An., XIII, 36, 1 y 5. 32. Historia Augusta, Car., VTI, 1 (pasaje dudoso). T. Nagy, Acta arch. Hung., XVII, 1965, pp. 298-307; M. Christol, Chiron, VII, 1977, pp. 393-408. 33. G. Jacopi, R m d . Accad. Lincei, VI, 1951, pp. 532-556; E. Sander, Historia, VI, 1957, pp. 347-367. 34. Corpus inscr. lat., X, n.° 3.348.

LOS HOM BRES

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L a s CARRERAS

Queda por resituar esos mandos en el seno de las carreras cono­ cidas. Se sabe que, en el Alto Imperio, la elite social tenía dos categorías. Los nobles, pertenecientes al Senado, debían ciertamente ese honor a su situación censal, pero también, y sobre todo, al ejercicio de magistraturas; además de esos cargos, cumplían funciones prelimi­ nares (antes), intermedias (entre) y como sacerdotes. La cairera senatorial. Los cargos destelados con asterisco llevan aparejados poderes militares

1. Cargos preliminares Vigintiviro Tribuno laticlavio* 2. Magistraturas Cuestor Edil o tribuno de la plebe Pretor Cónsul 4.

3. Cargos intermedios Curador Legado* Procónsul Cargos varios

Sacerdotes

Una inscripción35 aclarará este asunto: «A Lucius Dasumius Tullius Tuscus, hijo de Publius, de la tribu Stellatina, cónsul, compañero del emperador, augur, miembro del colegio sacerdotal de Adriano, miem­ bro del colegio sacerdotal de Antonino, curador de obras públicas, le­ gado (imperial) propretor de las provincias de Germania Superior y de Panonia Superior, prefecto del Tesoro de Saturno, pretor, tribuno de la plebe, legado de la provincia de África, cuestor del emperador Antonino Pío, Augusto, tribuno militar de la IV Legión Flavia, miem­ bro de la comisión de los tres encargados de golpear y grabar (acuñar) el bronce, la plata y el oro; Publius Tullius Callistio ha hecho colocar (esta inscripción).» Esa carrera no aparece en orden cronológico, sino inverso. Por tanto, Tuscus ha asumido magistraturas en Roma (cuestura, tribunado de la plebe, pretura, consulado); a continuación se había iniciado como responsable de acuñaciones y después como tribuno laticlavio en una legión; entre sus elevadas funciones urbanas ha asistido al procónsul de África, ha administrado el tesoro del Estado conocido con el nombre de «Tesoro de Saturno», ha gobernado dos provincias en las que se encontraban legiones, ha administrado obras 35.

Corpus inscr. lat., IX, n.° 3.365.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

públicas y aconsejado al emperador; ha servido igualmente a los dio­ ses, Adriano y Antonino, emperadores divinizados a su muerte, y ha actuado de augur. Normalmente, los miembros del Senado ocupan muy pocos cargos militares: sirven de tribunos laticlavios, legados de legión (cincuenta candidatos para veinticinco puestos), comandantes de ejér­ citos o de «vexilaciones»; también pudieron acceder a la prefectura de ala en tiempo de Augusto y Tiberio. En el Imperio, los equites representaban una elite de segundo rango, pero a la vez mucho más claramente guerrera y, lo que no deja de ser un hecho curioso, especializada en asuntos financieros. La carrera ecuestre. Los cargos designados con asterisco llevan aparejados poderes militares

1. Milicias ecuestres en provincias: prefecto de cohorte* tribuno angusticlavio de legión* prefecto de ala* 2. Procúratelas Procurador con

en Roma: tribuno de cohorte de vigilantes* tribuno de cohorte urbana* tribuno de cohorte prelorian a*

60.000 sestercios por año

100.000 200.000

300.000 = jefe de servicio en la cancillería, o en las finanzas o gobernador de provincia* 3. Prefecturas Prefecto de flota* Prefecto de vigilantes* Prefecto de la anona Prefecto de Egipto* Prefecto del pretorio* 4.

Sacerdocios

Comenzaban por «tres milicias ecuestres» de tres años cada una.36 En los inicios del Imperio, los primipilos alcanzaban el mando de las cohortes y los senadores principiantes el de las alas; a los jóvenes pro­ cedentes de este segundo orden no les quedaba otra cosa que el tribunato. A partir de Claudio, estos últimos pasan de una cohorte a un ala, y después a una legión;37 en la época de los Flavios, ese orden se 36. 37.

Historia Augusta, Max., V, 1. Suetonio, CL, XXV, 1.

LOS HOM BRES

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modifica ligeramente y permanece estable (cohorte, legión, ala).38 Una inscripción39 encontrada en Hispania muestra esa sucesión: «A Lucius Pompeius Faventinus, hijo de Lucius, de la tribu Quirina, prefecto de la VI Cohorte de los Astures, tribuno militar de la VI Legión Victoriosa, prefecto de caballería de la II Ala de los Hispanos, condecorado por el emperador Vespasiano, divinizado, con una corona de oro, una lanza pura y un estandarte de caballería, flamen de la provincia de la Hispania Citerior, sacerdote de Roma y de Augusto; Valeria Arábica, hija de Caius, su esposa, hizo erigir (este monumento).» Entre 161 y 166, como muy tarde, quizá desde Adriano, el Estado ofrece a quienes lo desean la posibilidad de realizar un cuarto reenganche militar, al tiempo que el mando de la infantería auxiliar se vuelve facultativo, y Septimio Severo permite evitar el paso por la legión a quienes lo deseen. Por tanto, en el siglo iri, son ios equites quienes constituyen los mejores ofi­ ciales del ejército romano.40 Los mejores centuriones pretorianos, salidos incluso de entre las filas, podían hacer carrera en Roma y convertirse en equites sirviendo en la guarnición urbana donde ejercían un triple tribunado, primero entre los vigilantes, después en los urbaniciani y, finalmente, en los pre­ torianos. Se trataba de una importante opción de promoción que se les ofrecía. Por otra parte, se puede hacer una lista impresionante con las po­ sibilidades que se les proponen: en Roma pueden ser prefectos o subprefectos en el pretorio o entre los vigilantes, y tribunos en todos los cuerpos; en las legiones, donde se les utiliza como prefectos coman­ dantes en Egipto y en las tres unidades partas, como prefectos del cam­ pamento y tribunos; en la marina les están reservadas todas las pre­ fecturas y subprefecturas; y entre los auxiliares ocupan igualmente todos los cargos de prefectos y tribunos. Se ha escrito que el «pre­ fecto del litoral» (ora marítima) mandaba al menos una cohorte; hasta Adriano, ese personaje de rango ecuestre residía en Tarragona. Pero otro equites, que lleva el mismo título y ejerce su responsabilidad en el mar Negro no cuenta con tropas a su disposición: debe pedir una escolta al gobernador de la provincia.41 El interés de esos cargos ecuestres tiene también su papel social: constituyen tan pronto un fin como un punto de partida, pero en todo caso una apertura. Apertura para los inferiores, en primer lugar: así encontramos que, en la época de Augusto, un simple soldado se 38. 39. 40. 41.

H. Devijver, Anc. Soc., I, 1970, pp. 69-81. Corpus inscr, lat., II, n.° 2.637. . J. Osier, Latomus, XXXVI, 1977, pp. 674-687. Plinio ei Joven, Cartas, X, 21 (praefectu$ orne Ponticae).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

convierte en centurión y, a continuación, en prefecto de cohorte;42 otro militar sin graduación ha podido alzarse hasta la prefectura del pre­ torio, pero es bien cierto que fue durante la crisis del 68-69.43 Por lo general, el hijo de un equites comienza directamente en las milicias, después de lo cual se le abren las procúratelas (cargos financieros o gobiernos de provincias, o direcciones de servicios en Roma), y, para los más dotados, las prefecturas más elevadas (vigilantes, anona, Egipto, pretorio). Algunos pueden llegar incluso a entrar en el orden senato­ rial; por tanto, tenemos también las carreras mixtas, mostrando así con claridad que, por medio de esa clase de servicio, existía también una puerta a la promoción más elevada. Finalmente, debemos evocar el caso del tribunato «de seis meses» (sexmenstris): parece bastante análogo a la prefectura de los obreros, un cargo plenamente civil cuyo titular es, de alguna forma, jefe de ga­ binete de un magistrado; esas dos funciones habrían podido servir de «recompensa para los civiles», permitiendo a los notables locales in­ gresar en el orden ecuestre sin tener en cuenta su origen.44 En conclusión, parece que, en la segunda mitad del siglo m, se constata una evolución bastante importante del cuerpo de oficiales: los senadores ceden totalmente la plaza a los equites.

Centuriones y decuriones Descendamos un primer grado en la jerarquía del ejército romano. Los centuriones de la infantería y los decuriones de la caballería cons­ tituyen una línea de mando subalterna, que presenta una originali­ dad al compararla con el cuerpo de oficiales: se trata, en efecto, de mi­ litares de carrera.

Los

CENTURIONES DE LAS LEGIONES

La organización mejor conocida es la de la legión,45 cuyas diez cohortes se dividen cada una de ellas en seis centurias, salvo la I, que cuenta con cinco, pero con el doble de efectivos. En cada cohorte se incluyen los siguientes cargos por orden de dignidad: el pilus prior, el

42. 43. 44. 45. Papyr, u.

Tácito, An„ I, 20, 2. Tácito,//., 46,1. Y. Le Bohec, La. IIIé Légion Auguste, 1989, p. 122. P. Le Roux, M él Casa Velázquez, VIII, 1972, pp. 89-147; Y. Le Bohec, Zeitsch. f. Epigr., XXXVI, 1979, pp. 206-207.

59

LOS HOM BRES

COHORTES II a X

COHORTE I primus pilus

princeps prior princeps posterior

*

hastatus prior

pilus prior

princeps prior

hastatus prior

pilus posterior

princeps posterior

hastatus posterior

_

hastatus posterior

princeps prior, el hastatus prior, el pilus posterior, el princeps posterior y el hastatus posterior. Si en la I cohorte no existe pilus posterior, como contrapartida encontramos el primus pilus, primer suboficial de ese rango para toda la legión. El primipilo, que participa en las reuniones del estado mayor del legado tiene autoridad, como todos los pilus prior, sobre su cen­ turia y su cohorte. Cada centurión, asistido por un ayudante, conduce a sus hombres al combate y dirige su entrenamiento. Al pasar una me­ dia de tres años y medio por guarnición, cumple al menos veinte años de servicio. Pero aquí se plantea un problema: normalmente de­ berían contarse cincuenta y nueve centuriones por legión. No obstante, Tácito46 dice que eran sesenta, y una inscripción africana47 da una lista de sesenta y tres, de los que dos son primipilos: la IX cohorte sólo tiene cinco, pero la I y la V III cuentan con siete cada una, ¡y la VI, ocho! Puede explicarse una insuficiencia por una vacante aún sin cu­ brir; en cuanto a los excedentes, se nos ofrecen varias posibilidades; hay quien ha escrito que los de edad más avanzada realizaban, de he­ cho, funciones administrativas; asimismo se puede recordar el triarius ordo,48 que manda a los veteranos, pero esa función únicamente existe en los mismos inicios del Imperio; es necesario pensar también, y so­ bre todo, en el mando de los ciento veinte jinetes, en los jefes de «vexilaciones» enviados a puestos situados lejos del campamento, y en los comandantes de ciertas unidades auxiliares. Además, conocemos la existencia de «primipili bis». Pero aquí abordamos el problema de las carreras. Se admite por lo general que, en las cohortes II a X, todos los cen­ turiones son iguales en rango, y se ordenan en función de la antigüe­ dad. Es el acceso a la I cohorte lo que constituye una verdadera pro­ 46. 47. 48.

Tácito, An., I, 32, 3. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 18.065. Véase parte í, cap. I, n. 30.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

moción; en ésta, los cinco cargos existentes representan cada uno de ellos un ascenso. Las carreras se han estudiado muy poco en estos úl­ timos tiempos.49 Se ha constatado que presentan una gran diversi­ dad, pero, a los solicitantes se les abren dos vías principales. En efecto, pueden llegar directamente al grado buscado, después de seguir la vía civil, si son equites romanos o hijos de notables; en el primer caso, se les llama «procedentes del orden ecuestre», ex equite romano. Pero, más a menudo, esta dignidad se confiere a hombres que forman ya parte del ejército (véase p. 101): en ocasiones, son simples soldados (lo que ocurre normalmente entre los auxiliares) o, en la mayoría de los casos, suboficiales (más adelante veremos que ciertos ayudantes ac­ ceden normalmente al centurionato, pero esta ascensión no es ni sis­ temática ni obligatoria); pueden ser jinetes de ala, y también solda­ dos de cohortes pretorianas, lo que les permite ser ascendidos en Roma, pero también en el ejército de provincias. El avance se hace en función del cargo inicial, lo que puede sorprender al lector del siglo XXI: cuanto más arriba se empieza, más alto se llega (un personaje que ha co­ menzado directamente como centurión tiene más oportunidades de obtener el primipilato que, por ejemplo, un antiguo corniculario); y el primer cargo se confiere de acuerdo con el medio social de proceden­ cia del militar: un ex equite romano inaugura su carrera desde un ni­ vel más elevado, avanza más rápido y llega más lejos que el hijo de un notable. El valor y las condecoraciones tienen una importancia muy limitada; es preciso, por tanto, acabar con un estereotipo: a los cen­ turiones no se les elige sólo en función de su valor; nada más lejos de ello. Alcanzado el centurionato, un militar realiza por lo general va­ rios mandos sucesivos y del mismo nivel, como puede comprobarse en este texto de Tarragona:50 «A Marcus Aurelius Lucillus, hijo de Marcus, de la tribu Papiria, originario de Poetovio (en Panonia), procedente de los equites singulares Augusti, centurión de la I Legión Adiutrix, de la II Legión Trajana, de la V III Legión Augusta, de la XIV Legión Gemina, de la V II Legión Claudia, hastatus prior de la V II Legión Gemina, (muerto) a los sesenta años, después de cua­ renta de servicio. Su esposa y heredera, Ulpia Iuventina, ha hecho construir (esta sepultura) para su marido que ha cumplido a la per­ fección con todos sus deberes y que estuvo lleno de benevolencia.» Por debajo se abren varias posibilidades: el primipilato, después un segundo primipilato que confiere una autoridad superior a la de los 49. B. Dobson y D. J. Breeze, Epigr. Stud., VIII, 1969, pp. 101-102; P. LeRoux, Mcl. Casa Velázquez, VIII, 1972, pp. 89-147; Y. Le Bohec, La IIIé Légion Auguste, 1989, pp. 147-184. 50. Corpus inscr. lat., II, n.° 4.147.

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tribunos, o la prefectura del campamento, o incluso el mando de un cuerpo auxiliar, o aún más, el de una unidad de la guarnición de Roma. Se ha desatado un cierto debate a propósito de si el prefecto del cam­ pamento pertenece al orden ecuestre; por razones más serias, hay tam­ bién incertidumbre en cuanto al primipilo.51 Pero veamos un ejemplo de promoción: «... Lucius Alfenus Avitianus, primipilo, tribuno de la III Cohorte de vigilantes, de la X II Urbana...» (inscripción hallada en Cádiz).52 Algunos muy raros privilegiados alcanzan las procúratelas, pero ese caso es excepcional: «A Cneius Pompeius Proculus, centurión de varias legiones, primipilo de la IV Legión Flavia afortunada, tri­ buno de la I Cohorte Urbana, procurador del Ponto y de Bitinia»; la carrera de este tal Proculus, conocida por un documento de Roma,53 no es frecuente. De hecho, se aborda aquí un aspecto importante de la sociedad y de la mentalidad del Alto Imperio: la dignidad que un hombre obtiene varía en función del medio social del que procede, y si el cargo inicial que obtiene es elevado, más lejos llegará; el mérito de un individuo se coloca en segundo plano, pero puede favorecer enor­ memente la progresión de un hijo (en esta época se trabajaba ya para la posteridad). Añadamos que con Galieno aparece una nueva clase de carrera, complicada por la aparición del título de protector,54 Nos que­ dan por estudiar algunos casos particulares. Ignoramos qué sea un adstatus;55 ¿o se trata de una mala lectura de hastatus? Tampoco se sabe muy bien qué son los deputati y los supemumerarii mencionados en varias inscripciones; según M. Durry,56 formaban parte de la guarni­ ción de Roma. Según numerosos historiadores, los cinco centuriones de la I cohorte recibirían el nombre de primi ordines, por lo que pre­ senta dificultades la interpretación de un texto de Tácito.57 Ese episo­ dio, ocurrido durante la guerra civil que siguió a la muerte de Nerón, concierne a la VII Legión Galbiana: «le mataron a seis de sus centu­ riones de primera clase»; aquí, la expresión «centuriones de primera clase» es una traducción de prim i ordines, y esa frase nos muestra que había más de seis primi ordines en una legión. Ordo significa «cen­ turia»;58 podemos entonces preguntarnos si no se trata de suboficia­ les que combaten en primera línea. Por otra parte, se le conferirá de 51. 52. 53. 54. 55. 56. toriennes, 57. 58.

S. J. De Laet, Ant. Class., IX, 1940, pp. 13-23; B. Dobson, Die primipilares, 1978. Corpus inscr. lat., II, n.° 3.399. Corpus inscr. lat., VI, n.° 1.627. M. Christol, art. cit., n. 31. Corpus inscr. lat., XI, n.° 5.215. Corpus inscr. lat., III, n.° 7.326; V, n.° 8.278; VI, n.° 3.558. M. Durry, Cohortes pré1968, p. 168. Tácito, H., El, 22, 8. Tácito, H., III, 49, 3-4.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

buena gana un sentido análogo al título de ordinarius59 que, según los glosarios, implica una noción de capacidad, y para el que Vegecio nos ofrece esta definición: «los que, en combate, llevan las primeras cen­ turias». En ese pasaje, la expresión «primeras centurias» designaría a las que preceden al conjunto de la legión, y no a las que componen la I cohorte. Un especialista americano60 había ofrecido otra interpreta­ ción: el ordinarius habría mandado un ordo, como el ordinatus. Ese se­ gundo título se vuelve un misterio: para R. W. Davies, designaría al pri­ mer centurión de una cohorte mixta, pero los glosarios relacionan esa palabra con la idea de disciplina.61

Los

DECURIONES Y CENTURIONES DE LAS UNIDADES DISTINTAS

DE LAS LEGIONES

Al examinar las legiones se constata como hecho excepcional que los jinetes se hallen bajo el mando de centuriones, y no de de­ curiones como hubiera sido lo normal. En cuanto a los demás cuer­ pos, nos encontramos con muy escasas particularidades. En las co­ hortes pretorianas, los centuriones son iguales en dignidad, salvo el trecenarius, que tiene precedencia sobre los demás, e igualmente a excepción del princeps castrorum, segundo de aquél. En su obra sobre los pretorianos (véase n. 56), M. Durry analiza una clase de carrera a la que denomina «de caballeros-pretorianos»: el militar co­ mienza con tres cargos de suboficial en la guarnición de Roma, des­ pués ejerce el centurionato, en una legión y en los tres cuerpos ur­ banos, alcanzando el primipilato y, a continuación, regresa a la capital, para servir un triple tribunado que le abre acceso a las pro­ cúratelas. Como ya sabemos, los auxiliares presentan una gran diversidad. Las alas, según se trate de quingenarias o de miliarias, necesitan die­ ciséis o veinticuatro decuriones, adoptando el primero de ellos el nom­ bre de princeps; por idénticas razones, las cohortes de infantería tie­ nen de tres a seis decuriones y de seis a diez centuriones; finalmente, varía el número de suboficiales de los numeri. Se constata que un de­ curión de cohorte se halla subordinado a un decurión de ala, que, a su vez, es inferior a un centurión.

59. G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 451, 29; 451, 15; V, 606, 13; Vegecio, II, 7 (véase Modestus, VI). 60. J. F. Gilliam, Trans. Amer. Phil. Assoc., LXXI, 1940, pp. 127-148. 61. G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 453, 36, y 458, 57; R. W. Davies, Zeitsch. f. Papyr. u. Epigr, XX, 1976, pp, 253-275.

LOS HOM BRES

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La marina plantea aquí también algunos problemas. Según M. Reddé,62 cada navio, asimilado a una centuria, lo manda un trierarca, y varios barcos constituyen una escuadra a las órdenes de un navarca; pero esos dos oficiales de marina, al menos en el caso de flo­ tas provinciales, poseen una dignidad inferior a la de un centurión le­ gionario.

La tropa en las legiones Ciertamente, las legiones no eran masas de hombres indiferenciados; al leer las inscripciones se constata, por el contrario, una sor­ prendente diversidad de títulos y funciones, descubrimos una elevada tecnificación, una especialización extremada, y van apareciendo no­ vedades incesantemente. Podemos preguntarnos por qué no se apli­ caron los mismos principios a la industria y la agricultura: cuestión de mentalidad, sin duda; de no ser así, Roma hubiera conocido un ex­ traordinario desarrollo económico. Después del siglo iv, época en la que vive, Vegecio describe cuál era la situación en el Alto Imperio (véase n. 63): «Los portaáguilas y los portaimágenes son quienes portan las águilas y las imágenes del emperador; los ayudantes son los lugartenientes de los oficiales de ma­ yor rango, que quedan asociados a éstos por una especie de adopción para realizar su servicio en caso de enfermedad o de ausencia; los portaenseñas son quienes portan las enseñas y a quienes en el momento presente se les conoce como dragonarios. Se llama teserarios a quie­ nes llevan las contraseñas y las órdenes a los barracones de los solda­ dos; los que combaten a la cabeza de las legiones llevan todavía el nom­ bre de campigeni, puesto que son quienes, por así decir, hacen nacer en el campamento la disciplina y el valor por el ejemplo que ofrecen. De meta, mojón, se llaman metatores a los que preceden al ejército para marcarle el campamento; beneficiara, los que alcanzan ese grado por el favor de los tribunos; de líber, se llaman librarii a quienes registran todos los detalles concernientes a la legión; por tuba, trompeta, por buccina [sic], cuerna, y por comu, corneta, se conocen como tubicines, buccinatores [sic] y comicines a los que se sirven de esos diferen­ tes instrumentos. Se llaman armaturae duplares a los soldados hábiles en la esgrima y que tienen dos raciones, y armaturae simplares a los que sólo reciben una; se llaman mensores a quienes miden en cada zona de acampada el espacio destinado a colocar las tiendas o a los que señalan el alojamiento en las ciudades... En relación con las ra­ 62.

Véase parte I, cap. I, n. 48.

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LA ORGANIZACIÓN D E L EJÉRCITO

ciones, había también candidatos dobles y simples: se encontraban en filas para ascender. He aquí los principales soldados u oficiales de las diferentes clases, que disfrutaban de todas las prerrogativas rela­ cionadas con su grado. A los demás se les llamaba trabajadores, por­ que se hallaban obligados a realizar trabajos y toda suerte de servi­ cios en el ejército.» Y, sin embargo, Vegecio simplifica en exceso la realidad.

C r it e r io s

d e c l a s if ic a c ió n

Comenzando por las legiones, ha sido debido al azar en los des­ cubrimientos la razón de que sean mejor conocidas que los demás cuer­ pos. La primera dificultad consiste en clasificar a los hombres. Ante la multiplicidad de apelativos, el estudioso austríaco A, von Domaszewsld63 ha reaccionado como jurista y ha primado el estudio de los estados mayores relacionados con.cada oficial. El inconveniente de ese sistema es que trata de hacer creer en la existencia de un numeroso personal administrativo frente a una minoría de combatientes. Parece que se ajusta mucho más a la realidad el punto de vista de varios estudiosos ingleses, E. Birley, B. Dobson y D. J. Breeze,64 que insisten en el sueldo, que varía desde el sencillo al triple, y en la exención de tareas. Añadiríamos de buen grado un tercer criterio, el de la honorabilidad conseguida por el desempeño de una función: un portaáguila, res­ ponsable del emblema de toda la legión, debía gozar de mayor presti­ gio que el portador del signum, símbolo de un simple manípulo. Importa además tener bien presente que lo esencial para cualquier soldado era la preparación para la guerra. Por otro lado, sin duda, ciertos tí­ tulos sólo designan ocupaciones efímeras («de puertas», adportam), mientras que otros implican una función permanente. Un joven que ingresa en el ejército pasa primero por el consejo de revisión {probatio)) una vez reconocido como apto (probatus), se convierte en recluta (tiro), siéndolo durante cuatro meses. Al cabo de ese tiempo presta juramento y sirve como combatiente. El término mi­ les designa a cualquier militar, desde el simple soldado (gregalis)65 hasta el general,66 pasando por el veterano que conserva ese título hasta la 63. Véase n. 1. Para todo este capítulo, consultar igualmente a Vegecio, II, 7 y Y. Le Bohec, La I I I e Legión Augusle, 1989, p. 185 (aquí no volveremos a presentar todas las fuen­ tes ni toda la bibliografía). 64. Véase, por ejemplo, E. Birley, Román Britain and the Román Anny, 1953; B. Dobson, Anc. Soc., III, 1972, pp. 193-207; D. J. Breeze, Bonner Jahrb., CLXXIV, 1974, pp. 245-292. 65. Corpus inscr. lat., V, n.° 940, VI, n.° 2.440, y IX, n.° 5.840. 66. Plinio el Joven, Pan., X, 3 (Trajano es dux, legatus, miles).

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LOS HOM BRES

muerte. Pero ya aquí se da una cierta clasificación: a algunos de los alistados se les dispensa de la realización de las tareas propias del servicio, a otros se les paga más. La jerarquía elemental

Títulos

Tareas

Sueldo

M u n ifex (trabajos mecánicos/’7

simplaris



l

Immunis (exento)

simplaris

No

l

sesquiplicarius duplicarim 69 triplicarius 70

No

68 Immunis - principahs

r \

l

No No

1 1/2 2 3

Además, ciertos títulos llevan aparejado un honor particular. El candidato ha sido designado por el oficial para ocupar un cargo cual­ quiera; el corniculario toma el nombre de una condecoración consti­ tuida por dos pequeños cuernos que cuelgan de su casco: preside el es­ tado mayor particular de un oficial; el «beneficiario» debe su apelativo al hecho de haber recibido una misión, un «beneficio», de un tribuno o de un prefecto del que ha actuado como asistente;71 algunos sirven como mayordomos; otros vigilan las prisiones y los lugares de descanso de los correos del Estado (las stationes del cursus publicas). Otros títulos implican el ejercicio de una autoridad. Al curador se le ha encargado una misión (cura); bajo Augusto, el de los veteranos mandaba el destacamento de antiguos combatientes. Un maestro (magister) dirige la artillería y a partir de Aureliano, otro hace lo propio con la caballería; en el siglo m, poco a poco ese apelativo va convir­ tiéndose en sinónimo de optio. El optio es el adjunto de un personaje cualquiera que ocupa un cargo, particularmente un centurión (se trata del optio simple); algunos de ellos constituyen una elite: son los lla­ mados ad spem ordinis o spei, y son futuros centuriones. En latín clá­ sico, disco significa «aprender», pero en el lenguaje militar y en el Bajo 67. Corpus inscr. lat., V, n.° 896 (¡pero raras veces presume de ser un simple mtinifexl). 68. Corpus inscr. lat., IX, n.os 1.617 y 5.809. M. Clauss, Principales, 1973 (desde el si­ glo i); E. Sander (nunca antes del siglo ii; véase n. siguiente). 69. E. Sander, Historia, VIII, 1959, pp. 239-247. 70. Sólo se conoce un triplicarius: L'Année épigraphique, 1976, n.° 495. 71. G. Goetz, Corpus gloss. lat., III, 208, 25 (épophélés). J. Ott, Die Beneficiarier, 1995, Stuttgart; J. Nellis-Clément, Les beneficiara, 2000, Burdeos.

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Imperio ese verbo quiere decir, en ocasiones, «enseñar»: los discentes, cercanos a los «doctores», son instructores, e inician en su oficio a los portadores de las águilas o de los estandartes de la caballería, a los ar­ quitectos o a los jinetes. Se llama evocatus a cualquier militar que con­ tinúa en servicio después de la duración legal; ese término puede aplicarse también a un oficial,72 pero se recurrió fundamentalmente a esa práctica con soldados que poseían una elevada cualificación en la administración, la policía, el marcado de límites, la edificación o el aprovisionamiento y, sobre todo, en el dominio de la instrucción; pro­ ceden casi siempre del pretorio (euocati Augusti), a veces de una le­ gión, y ocupan un rango elevado: por su dignidad se sitúan inmedia­ tamente por detrás del último centurión de la unidad.73 Finalmente, los veteranos, incluso aunque ya no pertenezcan al ejército, conservan el prestigio.

C a r g o s p ro p ia m e n te m ilit a r e s

Las armas Nos encontramos con la clasificación moderna: infantería, caba­ llería y artillería. Seguramente, la infantería es superior en número. Quienes combaten en primera línea, por delante de los estandartes (signa), se llaman antesignani, y los demás postsignani.74 La caballería, formada por ciento veinte hombres, quizá fue su­ primida por Trajano y posteriormente restablecida, como muy tarde desde Adriano; en la época de Galíeno contaba con setecientos veinti­ séis soldados. Como hecho excepcional, no está mandada por decuriones, sino por centuriones, asistidos por diversos suboficiales: portaestandarte (uexittarius), responsable de la contraseña (tesserarius) y asistente, fo­ rrajeador (pollio) y palafrenero (mulio). La instrucción queda confiada al maestro del campo de maniobras (magister campi), al responsable del entrenamiento (exercitator) y al instructor (discens). El cuidado de los caballos se le adjudica al palafrenero ya citado, al veterinario (pequarius) y, quizá, si es que esa palabra designa al forrajeador y no al responsable de la propiedad de las armas, al pollio.15 También se ig­ nora quién era el hastiliarius, pues de él sólo se sabe que sirve en la ca72. 73. 74. 75.

Corpus inscr. lat., XIII, n.° 5.093. Corpus inscr. lat., XIII, n.° 6.081. Frontino, Strat., II, 3, 17; G. Goetz, Corpus gloss. lat., V, 638, 5. A. D’Ors, Emérita, XLVn, 1979, pp. 257-259 (pollos).

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ballena; esa palabra se ha relacionado con hastile, «asta de jabalina». Tampoco se sabe más sobre el cuestor de la caballería:76 ese subofi­ cial paga algo, claramente el aprovisionamiento. Recordemos final­ mente que es un tribuno, sin duda el sexmenstris,77 quien manda en el combate a los legionarios montados. En cuanto a la tercera arma, la epigrafía nos da a conocer la exis­ tencia de artilleros (ballistarii), expertos en artillería (doctores ballistarum), que se encuentran a las órdenes del maestro de las balistas. No creemos que el arquitecto de la legión haya desempeñado un pa­ pel importante en este terreno; por el contrario, los libratores,78 de los que conviene precisar que no constituía su función principal, lanza­ ban proyectiles y glandes. Pero la infantería continúa siendo «la reina de las batallas»; para Roma, la legión cuenta con una doble ventaja; por un lado, permite poner en juego un elevado número de hombres; por otro, esa masa puede maniobrar con comodidad; los oficiales disponen de dos me­ dios para transmitir sus órdenes.79 La transmisión de órdenes En primer lugar, los soldados deben seguir sin perder de vista sus estandartes. Cada legión cuenta con un águila a la que se le rinde culto, y que es servida por un portaáguila (aquilifer)80 (lám. V, 7); so­ bre ese suboficial, que aprende su tarea de un discens, pesa una gran responsabilidad. Cada manípulo (agmpamiento de dos centurias) po­ see un signum confiado a un signifer81 (lám. V, 8) que muestra el ca­ mino a seguir, en la marcha y en el combate, y que, en el campamento, supervisa los depósitos de dinero colocados bajo el oratorio de las en­ señas, así como el mercado en que se aprovisionan los soldados; para esas actividades civiles se hace secundar por asistentes (adiutores); los signiferi se encuentran organizados: de ellos se tiene conoci­ miento de un principalis, de op dones y discentes. Además, la caballe­ ría sigue a un portador de uexillium, llamado uexillarium y no «uexillifer», y a quien no debemos confundir con su homónimo, el 76. L’Année épigraphique, 1969-1970, n.° 583. 77. César, B. G., VII, 25, 3; G. C„ II, 2 y 9, 4; Vitruvio, Arch., X, 10-16; Flavio Josefo, G. L, III, 5, 2 (80); Vegecio, II, 10 y 25; Amiano Marcelino, XIX, 7, 6 y XXIII, 4, 7. E. W. Marsden, Greek and Román Aríilleiy, 1971. 78. Tácito, An., II, 20, 4, y XIII, 39, 5 (la lectura libratores de algunos manuscritos es mejor que la inusual libri Lores). 79. Arriano, T., XXVII. 80. Tácito, H., III, 50, 2 y 52, 1. 81. Frontino, Strdt., II, 8, 1; Arriano, T,, XIV, 4. F. Rebuffat, Í£s enseign.es sur les monnaies d’Asie Mineure, 1997, París.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

miembro de una «vexilación» (lám. VI, 9); también aquí hay nume­ rosos discentes. Finalmente, debemos recordar, aunque no se trate aparentemente de una función táctica, al imaginifer, encargado de pre­ sentar el busto imperial, o los bustos imperiales, en las ceremonias; se ignora si deberíamos contabilizar uno por legión o uno por cada emperador divinizado; por el contrario, se ha llegado a establecer que uno de ellos se hallaba inscrito en la III cohorte, lo que contradice la tesis que defiende que se encontraban ligados obligatoriamente a la primera. En segundo lugar, los soldados deben obedecer señales auditivas; evidentemente tienen que estar atentos a la voz de sus superiores, pero también a determinados toques musicales. Estos señalan la diana y el cambio de guardia,82 y sirven sobre todo para señalar las tácticas. En el combate se utilizan tres instrumentos: la trompeta recta (tuba)83 se dirige a todos los soldados, a quienes da la señal de asalto y la de re­ tirada, así como la partida del campamento; se deja oír también en las ceremonias sagradas. El como (cornu), que es una tuba curvada y re­ forzada por una barra metálica, lo que la convierte en diferente del an­ terior instrumento;84 en la batalla, suena especialmente dirigida a los portadores de signa. Normalmente, las trompetas y las cuernas tocan al unísono85 para dar aviso de que se debe avanzar contra el enemigo, que hay que trabar combate, y en las celebraciones religiosas como la suovetaurilia, consistente en el sacrificio de un cerdo, un toro y un car­ nero. La bocina, a la que apenas se recurre, se conoce mal: quizá era una tuba algo más corta y que dibujaba un arco suave (lám. VII, 10). Quienes hacían uso de la trompeta debían purificar el instrumento en el curso del tubilustrium. En una legión se cuentan treinta y nueve: veintisiete para los manípulos de las cohortes II a X, cinco para las centurias de la I cohorte, tres para la caballería y tres para los oficia­ les.86 Los tocadores de corno no son más que treinta yseis; se hallan organizados siguiendo el modelo de los tubicines, aunquecasi nunca se encuentran junto a los oficiales. Tanto en un caso como en eí otro se atestigua la presencia de optiones. La dificultad la presentan los bucinatores: el escaso número de inscripciones que los mencionan, un pa­ saje de Vegecio y otro de los glosarios latinos, hace pensar que la bo­ cina era un segundo instrumento que tocaban algunos tubicines o ciertos com icinesP 82. 83. 84. 85. 86. 87.

Frontino, Strat., I, 1, 9; Flavio Josefa, G. III, 5, 3 (86). Frontino, Strat., I, 1, 13; Flavio Josefa, G. /., III, 5, 3 (89, 90, 91). Tácito, An., I, 28, 3. Tácito, An., I, 28, 3; 68, 3; Columna Trajana, n.os 7-8 y 77-78. Amano, T., XIV, 4. Vegecio, II, 22 (véase Modesto, XVI); G. Goetz, Corpus gloss. lat., V, 50, 18.

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Aunque sólo se trate de un cargo táctico, debemos recordar tam­ bién al hydraularius que interpreta el órgano en la ejecución de algu­ nos ritos.88 En la Columna Trajana pueden verse a flautistas que acom­ pañan la purificación del campamento (lustrado):89estos últimos pueden ser civiles (quizá incluso esclavos). Vegecio Títulos

tubicen

1 Instrumentos

tuba

Glosarios

cornicen

/ cornu

tubicen

v cornu

t tuba

cornicen

v tuba

+

+

bucina

bucina

I cornu

La seguridad Esa preocupación meticulosa por la distribución de los cargos está también relacionada estrechamente con la seguridad del campa­ mento. Con este fin se utilizan perros,90 que rastrean a espías y deser­ tores, y que despiertan a los vigilantes dormidos; y, por encima de todo, se confía en los soldados. Entre los centinelas (excubitores) hay algu­ nos muy especializados; unos vigilan la capilla de las enseñas (aedituus), o más concretamente los signa (adsigna), otros la sala de ejercicios (cusios basilicae), los armeros (cusios armorum), las termas (ad balnea), los graneros (horrearius) y la puerta (adportam) del campamento o de cualquiera de sus monumentos. Sin duda, una función muy pró­ xima a esta última es la que ejerce el clauicularius, «portero» (del cam­ pamento). Se efectuaban rondas a lo largo de un circitor, y los solda­ dos de guardia recibían una contraseña, escrita en una tableta que portaba un «teserario» (había uno por centuria; algunos de ellos iban a caballo). A este respecto, no podemos dejar de recordar la actitud ad­ mirable de Antonino Pío; sabiéndose próximo a la muerte, el empera­ dor respondió así al soldado que vino a preguntarle qué contraseña

G. Goetz, Corpus gloss. lat., III, 84, 24; Dion Casio, LX III, 26. Colum na Trajana, n.os 37 y 74. P. Roussel, Rev. ÉL Grecques, XLITI, 1930, pp. 361-371; J. y L. Robert, Journal Savants, 1976, pp. 206-209. 88. 89. 90.

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debería trasmitir a ios centinelas: «Igualdad de espíritu (aequanimitas) .» Finalmente, el horologiarius indica a los músicos en qué momento deben señalar los cambios de guardia. Pero no sólo está el campamento; en todo momento hay que proteger especialmente a los oficiales, y asegurarles una escolta que tes­ timonie su dignidad. En su origen, esa misión incumbía a los diez speculatores;91 después, a éstos se les confiaron tareas diferentes: al haber servido de exploradores, se convirtieron en correos, oficiales de justi­ cia y, en ocasiones, policías y verdugos. Los legados de los ejércitos y, al menos desde Trajano, los de las legiones tenían derecho a guardias de corps {singulares, procedentes de las tropas auxiliares). Según al­ gunos autores, el secutor sería un singularis de rango inferior, pero conocemos uno que percibía doble sueldo. Algunos oficiales tenían de­ recho al menos a un caballerizo (strator) y a un mayordomo (domicurius). Pero ese último título nos aleja de los cargos estrictamente mili­ tares. Cuando el ejército se desplaza, es necesario que los mandos co­ nozcan los movimientos del enemigo. Los speculatores, en otro tiempo exploradores, cuando las condiciones son normales, transmiten esa ta­ rea a los proculcatores, y excepcionalmente a los mensores; finalmente, el explorator observa los movimientos del adversario.92 La instrucción93 A todos esos cargos hay que añadir otros que desempeñan un papel fundamental. Los historiadores han descuidado enormemente la preparación para el combate. Presidido por un «veterano» conde­ corado,94 que ha regresado al servicio activo, o instructor, el ejercicio tiene lugar en un terreno determinado que se confía al campidoctor,95 a su subordinado, el doctor cohortis, y a un optio campi. A los jinetes los entrena un magister campi y un exercitator; a los esgrimistas, un doctor armorum o armatura (también se conoce un discens armaturarum, de alguna manera un «formador de formadores»); a los hom­ bres que practican la esgrima se les conoce como quintanari. Por tanto, como la tarea principal de los soldados consiste en hacer la guerra, hay que prepararse; para que puedan hacerlo con la mayor tranquilidad, 91. 92. 93. Rhein. 94. 95. 1884, pp.

Tácito, H ., III, 43, 2. Tácito, H., II, 34, 1, y III, 54, 4. G. Horsmann, Untersuchungen zur militarischen Ausbildung, 1991, Boppard-amPlinio el Joven, Pan., XIII, 5. G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 96, 56, y III, 353, 14; E. Beurlier, Mél. Ch. Graux, 297-303.

LOS HOMBRES

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el estado mayor les descarga de algunas preocupaciones materiales que se confian a servicios especializados.

Los

SER VIC IO S

El aprovisionamiento96 Los legionarios romanos recibían una alimentación abundante y más variada de lo que se ha dicho hasta ahora. Poseían un embrión de intendencia militar confiada a un veterano voluntario que vuelve al servicio activo y a los portadores de los signa,'91 asistidos por el cuestor (que paga) y por el actarius o actuarías 98 que es quien lleva los regis­ tros, Se sabe de la existencia de un cantinero (cibariator), pero en este campo la especialización se halla aún desarrollándose. La base de la alimentación es el trigo. En campaña, son los suministradores de trigo, los «frumentarios», los encargados de encontrarlo (en tiempos de paz, esos soldados sirven como correos y se ocupan quizá de la anona); en el campamento, el grano lo compra en el mercado un intendente (dispensator), se le confía al guardián del almacén (horrearius), lo muele un molinero (molendarius) y lo distribuye el mensor frumenti. El librarius horreorum lleva la contabilidad en todas las fases del proceso. Los cazadores (uenatores) son los encargados de proporcionar carne en época de guerra; si no es así, el carnicero (lanius) es quien la compra, al tiempo que actúa como responsable del mercado. El ad ligna balnei tiene a su cargo el aprovisionamiento de la madera para calentar las termas. A partir de Septimio Severo, la parte de la ali­ mentación aportada por el Estado da más sentido al salariarius 99 Finalmente, el transporte de esas mercaderías incumbe a los carrete­ ros (ascitae y carrarii) . El cuerpo de ingenieros y los talleres Es evidente que alguna de esas actividades podían dejarse en ma­ nos de civiles, pero el ejército tiende a vivir en la autarquía y, al de­ sarrollarse, el servicio de ingeniería llegó a controlar una verdadera 96. Th. Kissel, Untersuchungen zur Logistik des rómischen Heeres, 1995, St. Katharinen; J. Rem esal Rodríguez, Heeresversorgung und die wirschaftlichen Beziehungen zwischen der Baetica und Germanien, 1997, Stuttgart. 97. Corpus inscr. lat., V III, n.° 18.224. 98. Aurelius Víctor, De Caes., X X X III, 13. 99. Corpus inscr. lat., V, n.° 8.275; G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 228, 8 (véase H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.542: salariarius m unicipal).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

industria. En su origen, tenía como objetivo levantar en las expedicio­ nes un campamento sólido cada tarde. El metator,100que marchaba por delante de la tropa, debía encontrar el emplazamiento adecuado y dis­ tribuir a continuación las unidades; el geómetra (librator) se aseguraba de la horizontalidad de los niveles, de tal manera que sus competencias se utilizaron también para ayudar a los artilleros y, por ejemplo, para abrir canales;101 el agrimensor (mensor)102 marcaba el emplazamiento de los acantonamientos, delimitaba las tierras pertenecientes a la le­ gión y podía suplir al arquitecto. Este último, cuyo rango se encuentra todavía mal definido, aseguraba la construcción de los edificios y la reparación de las máquinas de guerra:103 desempeñaba casi las mismas funciones que el librator. En las fortalezas permanentes funcionaba un taller (fabrica) que producía armas y que se encontraba bajo la res­ ponsabilidad de un maestro (magisterj 104 asistido por un ayudante y un doctor. Encontraremos por todas partes largas series de títulos corres­ pondientes a las actividades de esa verdadera fábrica: pero los dos estudiosos105 que han establecido esas listas han utilizado numerosos documentos de un dudoso carácter militar. La sanidad militar106 Colocado en época tardía bajo la responsabilidad del prefecto del campamento, el servicio sanitario107incluye un personal numeroso y muy especializado. Entre los médicos (medid) aparecen simples immunes, sesquiplicarii, duplicarii e incluso centuriones; a algunos se les llama «ordi­ narios»: ¿son civiles agregados al ejército, son generalistas o, por el con­ trario, especialistas con rango de centurión? Se puede también suponer que son cirujanos que acompañan al ejército al combate en primera línea (véase n. 59); en la Columna Trajana108 aparece uno de esos personajes, portando casco y espada, curando a un herido. El hospital poseía un option, pero no se sabe para qué sirve el recipiente del que el capsarius re­ cibe el nombre: ¿es para llevar documentos o apósitos? Sería entonces 100. Frontino, Strat., II, 7, 12; Pseudo-Higinio, XLVI. 101. Plinio el Joven, Cartas, X, 41-42 y 61-62 (¿eran soldados?). 102. Plinio el Joven, Cartas, X, 17-18: existencia de un mensor civil. 103. Plinio el Joven, pas. cit., n. 98; Corpus inscr. lat., VI, n.° 2.725. 104. G. Goetz, Corpus gloss. lat., V, 168, 3. 105. E. Sander, Bonner Jahrb., CLXII, 1962, p. 149; H. von Petrikovits, Legio V il Germina, 1970, pp. 246-247. 106. J. C. Wilmanns, Medizin der Antike, 2, Der Sanitatsdients -im rómischen Reich, 1995, Hildesheim. 107. J. Scarborough, Román Medicine, 1969; R. W. Davies, Epigr. Stud., VIII, 1969, pp. 83-99, y Saalb. Jahrb., XXVII, 1970, pp. 1-11; R. J. Rowland, Epigmphica, XLI, 1979, pp. 66-72. 108. Columna Trajana, n.° 29.

LOS HOM BRES

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una especie de farmacéutico. Se sabe también de la existencia de secre­ tarios médicos (librarii), y de formadores (discentes) para esas dos últi­ mas funciones. El marsus[09 sería a la vez un mago y un especialista en herpetología. En fin, el ganado se hallaba confiado a un veterinario (pequarius); es posible que los pollos tuvieran asimismo derecho a un espe­ cialista, el pollio, y también los camellos (ad o cum camellos [sz'c]). Pero el ejército romano no se preocupaba sólo de los hombres y de los ani­ males: se esfuerza también y por encima de todo de satisfacer a los dioses. Los sacerdotes Cada legión cuenta con un arúspice, encargado de leer los presa­ gios en las entrañas de los animales sacrificados. A esas víctimas las prepara el uictimarius, sin duda equivalente al ad hostias. El pullarius es quien guarda los pollos sagrados. Todas esas funciones nos alejan más y más de los cargos tácticos que, no debe olvidarse, siguen siendo esenciales. Conviene, por tanto, examinar al personal administrativo.

L a s fu n c io n e s a d m in is tra tiv a s

El personal La responsabilidad de la documentación en general está con­ fiada a las «gentes de las actas», los exacti\ uno de ellos, el que regis­ tra los detalles del servicio diario y es responsable de la anona a par­ tir de Septimio Severo,110 tiene el título de actarius o actuarius. El commentariensis, llamado también a commentariis, a las órdenes de un procurador en jefe (summus curator), se ocupa de los archivos cuando éstos tienen únicamente carácter militar; por el contrario, el librariusn{ se especializa en contabilidad (por lo que, en ocasiones, se le conoce como «archivero de cuentas», librarías a rationibus), y trabaja igual­ mente para el servicio estatal de correos. Cuando el legado da órdenes, éstas son registradas de inmediato por un estenógrafo, el notarius o el exceptor (existen ambos títulos, pero es difícil conocer la diferencia en­ tre ellos). Finalmente, el ejército utiliza sus propios intérpretes:112

109, Historia Augusta, E l , XXIII, 2; G. Goetz, Corpus gloss. lat., LE, 127, 26; IV, 536, 2Í. L. Robert, Hellenica, I, 1940, p. 136. Í10. Aurelius Víctor, De Caes., XXXIII, 13. 111. Talmud de Babilonia, Moed Katan, 13a. 112. G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 314, 38; 90, 21, etc.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

interpres Dacorum, Germanorum; se trataba de obtener información a cualquier precio; con ese fin, se podía llegar a destacar hombres entre los bárbaros, como aquel soldado enviado a tierras de los garamantes. Hay también algunas otras funciones de las que se nos escapa su na­ turaleza concreta: el cerarius escribía sobre tabletas de cera,113 y el canalicularius, que era más un empleado de la escritura que un técnico en aguas.114 Algunos oficiales disponían también de un secretariado: immunis legionis, legad, consularis intervenían en esas funciones. En fin, todos esos soldados estaban asistidos por ayudantes (adiutores). Las oficinas Algunas personalidades más o menos importantes, como el pro­ cónsul de Africa o el prefecto del litoral del mar Negro, tienen derecho a la asistencia de suboficiales destacados del ejército más próximo, de cornicularios, de beneficiarios, etc. Los legados, prefectos y tribunos están secundados cada uno por una administración específica (officium), situada por lo general a las órdenes de un comiculario; este último y sus colegas se reagrupan, a su vez, en una oficina, llamada también officium, de la misma ma­ nera que el servicio de contabilidad (officium rationum) . Los solda­ dos agregados al servicio del comandante de la legión se hallan su­ bordinados al optio del pretorio y a un centurión. A. von Domaszewski ha realizado numerosos cuadros de esos estados mayores. Podemos esquematizar y poner al día sus resultados. Los archivos (tabularía), que sirven también como cajas conta­ bles, están igualmente dirigidos cada uno de ellos por un corniculario; se cuentan como mínimo tres: el del «campamento», el del «centu­ rión princeps» y el de los «stratores» , caballerizos que realizan asimismo funciones administrativas. Están aún por precisar las diferencias exis­ tentes entre esos tres servicios. Finalmente, los fondos de la unidad los gestiona la cuestura a las ór­ denes de un cuestor, a quien no se debe confudir con su homónimo de los colegios, asociaciones de suboficiales con fines religiosos. Esa perso­ nalidad se halla asistida por esclavos y libertos, vinculados con las finanzas de la legión o incluso de la provincia, y que duplican a algunos milita­ res, de la misma manera en que esclavos y libertos imperiales duplican a los procuradores. Se conoce, entre ellos, el cajero (arkarius), el contable (tabularius), el tesorero-pagador (dispensator) y el ayudante (uikarius). En cuanto al soldado a quien estos documentos redactados en cursiva 11a113. 114.

G. Goetz, Corpus gloss. lat., V, 566, 14. M. Clauss, Principales, 1973, p. 41.

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LOS H OM BRES

Los estados mayores de los oficiales, según A. von Domaszewski y B. Dobson Fronteras

X

cornicularii

•a Prefecto coh on e

Tribuno sexmenstris

Tribuno angusticlavio

Prefecto

Tribuno latí da vio

Auxiliares Prefecto ala

acrarius adiutor :

Legado de legión

I j Legado i gobernador

Legiones Tribuno del pretorio

Prefecto del pretorio

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X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

J 8 0 £ §•3

1 X

X

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X

principis

X

officii corniculariorum

X

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X

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X

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X

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X

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X

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X

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pallar itts a quaeslionibus

X

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X

X

X

X

X

X

X

X X

itexiltarim tiictimarius

X

X

sialor strator

X

X

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

man ad anuam, podemos preguntamos si no debemos ver en él un ad annua,ns encargado de pagar las pensiones de los veteranos, aunque sólo se trata de una hipótesis. Pero aún falta recordar un último asunto sobre el que se ha escrito mucho y notablemente muchas tonterías. La justicia y la policía En efecto, como según las órdenes no importaba si, llegado el caso, un legionario podía detener al causante de un problema, interrogarlo e incluso ejecutarlo, algunos autores han hecho una descripción de los soldados como si pasasen el tiempo a la caza de sospechosos. La reali­ dad es mucho más simple. En el interior del campamento, el orden lo asegura un puesto de policía (statio) mandado por uno de los tribu­ nos;156 las celdas de arresto las guarda un ayudante y es el quaestionarius quien se encarga de aplicar la tortura. Se recurre a un stator (no debe confundirse con el strator, caballerizo) para la detención y la con­ dena de los militares culpables de delitos menores. Fuera de la forta­ leza, el ejército puede enviar hombres para asegurar la vigilancia de las prisiones civiles, municipales, y para detener a los culpables; con este fin, utiliza habitualmente a los beneficiarios y a los frumentarios, a los speculatores y a los commentarienses. Finalmente, pequeñas guarnicio­ nes de burgarii y de stationarii tienen la misión de vigilar a los viajeros y la red viaria. En la ciudad, algunos soldados reciben un bastón, el fustis, tomado en ocasiones erróneamente por el sarmiento, símbolo del centurión, para calmar el ardor de eventuales manifestantes.117 Es, por tanto, bien evidente que una legión cuenta con una gran diversidad de especialidades, algunas de las cuales siguen siendo to­ davía hoy un misterio: ¿Es el ad fiscum un recaudador? ¿Se halla el ad praepositum agregado a un suboficial jefe del campamento en un puesto de pequeñas dimensiones? ¿Y es el conductor un responsable de finanzas encargado de adquirir los abastecimientos? Sobre todo eso sólo contamos con hipótesis. Las promociones y los traslados Se constata también que, durante el servicio, los soldados dejan un destino para ocupar otro. Así se puede citar el caso de un habitante de Verona conocido por el epitafio que hizo colocar su esposa:118 «Lucius 115. 116. 117. 118.

Plinio el Joven, Cartas, X, 31, 2; Suetonio, Vesp., XVIII. Tácito, H „ I, 28, 1. M. P. Speidel, The fustis, Ant. Afr., XXIX, 1993, pp. 137-149. Corpus inscr. lat., V, n.° 3.375,

LOS HOM BRES

frumentarias

exactas

librarius

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beneficiarius

eques

centurio*

Sertorius Firmus, hijo de Lucius, de la tribu Publilia, portador de signum, portaáguila de la XI Legión Claudia, pía y fiel, liberto, procura­ dor de los veteranos de la misma legión, su mujer, Domitia Prisca, hija de Lucius (ha hecho grabar esta inscripción).» En algunos casos, el cambio no parece ir acompañado de beneficios sustanciales, por ejem­ plo, financieros: en otros se observa, sin lugar a dudas, una promo­

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ción: Plotius Firmus, simple legionario, consiguió la prefectura del pre­ torio, pero es cierto que ese hecho tiene lugar durante la Guerra Civil, en el año 69.119 Por lo general, cualquier progresión en la jerarquía queda al libre albedrío de los superiores, es decir, en teoría, del em­ perador. En ocasiones, el cambio puede acaecer ex suffragio", esta prác­ tica, característica del ejército romano, muestra a las claras la impor­ tancia que tenían los hombres, considerados siempre como ciudadanos romanos: en medio de una reunión cualquiera, por ejemplo en un des­ file, los soldados pueden pedir por aclamación que uno de ellos ob­ tenga tal cargo. Tácito120 muestra el uso perverso que puede hacerse de esta práctica: «Para habituar al soldado a la licencia, él [un mal ge­ neral] ofreció a las legiones los grados de los centuriones muertos. Sus sufragios (suffragia) aseguraron la elección de los más turbulentos.» Podemos representar en un cuadro los movimientos de personal co­ nocidos hasta el presente (véase página anterior).

La tropa en otras unidades diferentes a las legiones En las unidades distintas de las legiones encontramos, más o me­ nos, los mismos títulos; de todas maneras, como contamos con una documentación mucho menos abundante, algunas funciones no han sido todavía confirmadas en las tropas auxiliares, en la marina o en Roma, pero ese silencio no signiñca que no hayan existido. Por el con­ trario, algunas especialidades caracterizan, por ejemplo, a los vigilias que deben actuar, a veces, como bomberos. Será obligado, entonces, limitarse a algunas generalizaciones y a ciertas peculiaridades. Recordemos, en primer lugar que, como sólo las legiones llevan un águila, en las restantes unidades no encontraremos un aquilifer. Es posible hacer una excelente carrera en el seno del pretorio: Lucius Pompeius Reburrus,121 un hispano, ingresó en la VII Cohorte a partir del consejo de revisión; después sirvió como beneficiario del tribuno, «teserario», ayudante, portador del signum, procurador de fi­ nanzas, corniculario del tribuno y finalmente, « évocat» (veterano reenganchado después de la licencia), o, con mayor precisión «reen­ ganchado imperial», un título reservado únicamente a los pretorianos (los demás «reenganchados» no tienen derecho al epíteto de «impe­ riales»). En cuanto a los cargos militares, se sabe que los signa llevan en este cuerpo un retrato del emperador, lo que explica la ausencia 119. 120. 121.

Tácito, H., I, 46, 1; Dion Casio, LXXVIII, 14 (soldado convertido en procurador). Tácito, H., III, 49, 3-4. Corpus inscr. lat., II, n.° 2.610.

LOS HOM BRES

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de imaginifer. Es evidente que se da ahí un refuerzo de la seguridad: se conoce la existencia de un portero (¿del campamento?), el ostiarius, y un topógrafo, encargado, sin duda, de intervenir por lo general en operaciones de orientación (chorographiarius). Se ignora la función exacta del tector}22 pero es obligado creer que se hallaba relacionada con la guardia imperial de los equites singulares Augusti. Un «experto en el oficio de arquero» interviene en el adiestramiento. Está atesti­ guada también la existencia de un caelator, grabador o cincelador (¿para las armas?), así como la de sacerdotes que llevan nombres par­ ticulares (sacerdos y antistes). Pero es la administración la que se nos muestra pletórica, lo que nada tiene de extraño si se recuerda que el prefecto del pretorio hace igualmente la función de primer ministro y de ministro de la Guerra: el scriniarius y su superior, el primoscriniarius, trabajan en las oficinas, lo mismo que el laterculensis, encar­ gado de la redacción de las listas de soldados, y el fisci curator, que administra las sumas entregadas por el tesoro imperial a las cohortes. Finalmente, tenemos los que deben preparar en particular los com­ bates del anfiteatro: con ese fin se mantiene un «guardián del zoo», el cusios uiuarii. Si las cohortes urbanas apenas presentan singularidad alguna (cuentan asimismo con un fisci curator), los vigilias, por el contrario, se singularizan en razón de su función particular: luchan contra el fuego. El sifonarius acciona la bomba contra incendios, ayudado por el aquarius; el uncinarius maneja un gancho para desescombrar, y el falciarius un instrumento parecido a una hoz (por desgracia no se sabe muy bien qué hace el emitularius). Además, un codicillarius realiza fun­ ciones administrativas mal definidas. Por lo que se refiere a las demás unidades de la guarnición de Roma, se puede recordar entre los guardias de corps (equites singula­ res Augusti) al tablifer, portaestandarte, y el turarius, sacerdote de cul­ tos de Tracia, así como, en el campamento de los desplazados, el aedilis, vigilante de los mercados o de los templos. Las unidades de tropas auxiliares se parecen mucho a las legio­ nes, excepto en que los jinetes se hallan organizados en turmas. Los numeri cuentan con correos (ueredarii) y mensajeros (baiuli,]2i a ra­ zón de uno por turma). Por otro lado, la marina presenta más particularidades por el hecho de la existencia de cargos que le son propios. Los marinos, lla­ mados «soldados» (milites), y no «marineros» (nautae), cuentan con suboficiales especializados en navegación: el timonel (gubemator), el 122. Í23.

M. Clauss, Principales, 1973, p. 80. Code ihéodosien, II, 27, 1 (2).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

«oficial» de proa (proveía), el maestro de las velas (uelarius), el jefe de los remeros (celeusta o pausarius) y el suboficial encargado de portar el ritmo de la cadencia (pitulus). En tierra, del barco se encargan los obreros de los arsenales (fabri nauales): es posible que tengan por jefe al nauphylax. En fin, en el campo de la religión se sabe de la existen­ cia de un coronarius, cuyo título se halla relacionado con las coronas utilizadas en determinadas ceremonias. Ya se ve que las unidades diferentes de las legiones ofrecen algu­ nas peculiaridades. Pero es posible que nuevos hallazgos muestren la existencia, aquí o allá, de esta o aquella función que hasta ahora no ha sido atestiguada más que en otro cuerpo. Sea como fuere, tres tipos de unidades presentan una cierta originalidad: el pretorio por sus ac­ tividades administrativas, los vigilantes por su papel en la lucha con­ tra incendios, y la marina.

La vida militar En cualquier caso, en todas esas unidades, los soldados llevan una vida muy parecida: ejercen actividades análogas, que les valen casti­ gos y recompensas escasamente diferentes entre sí.

L a s ACTIVIDADES COTIDIANAS

Para conocer la vida cotidiana de los militares, los arqueólogos rebuscan en los vertederos de los campamentos (que, junto con las ne­ crópolis, constituyen sus lugares predilectos). Allí, quizá encuentren una parte de los archivos del jefe de correos, al menos cuando las condiciones climáticas permiten la conservación. De esa forma, se han descubierto papiros, la mayor parte en Egipto y algunos en Siria, en Dura-Europos. También se dispone de una serie de ostraka encontra­ dos en Bu-Njem,124 Libia; se trata de fragmentos de cerámica en los que se hallan recogidas en notas las efemérides de esa fortaleza. Se ha encontrado un informe diario, que muestra el número de hombres (variable de 42 a 63), las cuentas rendidas por acontecimientos coti­ dianos que nos hablan de cuatro incidentes, así como la correspon­ dencia que dirigían los soldados destacados en minúsculas posicio­ nes alrededor de la fortaleza. Pero las fuentes literarias vuelven a ser, una vez más, insustituibles. Un pasaje de Tácito125muestra que, al me­ 124. 125.

R. Manchal, Comptes rendus Acad. Inscr., 1979, pp. 436-452. Tácito, An., I, 34, 3.

LOS HOM BRES

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nos en ciertos momentos, la vida militar no estaba exenta de una cierta dureza. Los hechos en cuestión suceden poco después de la muerte de Augusto; las legiones que defienden la margen izquierda del Rin se han sublevado, y su general, Germanicus, regresa con toda urgencia a su campamento: «Una vez atravesada la empalizada, comenzó a oír quejas discordantes. Y algunos, tomándole la mano como si se la fue­ ran a besar, le hacían introducir los dedos para que tocara sus encías sin dientes; otros le mostraban sus miembros encorvados por la vejez.» Ese agotamiento de los soldados se explica ciertamente por la du­ reza del servicio, pero, por encima de todo, por la ejecución de sus di­ versas misiones (véase p. 20): deben ejercer tareas administrativas, lle­ var el correo oficial, percibir ciertos impuestos y trabajar en obras públicas; sobre todo, están obligados a ejercitarse y a hacer la guerra. No obstante, algunos ejércitos (por ejemplo, el de Hispania en el si­ glo h), estaban menos expuestos que otros a un peligro exterior (el caso contrario sería el de Germania), y eso era bien conocido, suscitando la satisfacción de unos y los celos y las ironías de otros.126 A todo eso hay que añadir, siempre, el servicio cotidiano, que co­ menzaba ya por la formación matinal. Los soldados se presentaban ante sus centuriones, éstos ante los tribunos, y los oficiales ante el le­ gado, que les entregaba la contraseña y el orden del día;127 a conti­ nuación, unos formaban destacamentos para ir a buscar leña, grano, avituallamientos, agua,128 o para ocupar y defender pequeños puestos fronterizos; otros, enviados en patrulla, se encargaban de inspeccio­ nar los alrededores de la fortaleza; a otros más se les confiaban las ta­ reas exigidas por la vida común: había que nombrar centinelas, sobre todo para las guardias nocturnas,129 efectuar la limpieza (nota prece­ dente) de los caminos del campamento y de los diferentes locales, realizar las funciones de ordenanza. Algunos soldados, los immunes, se hallaban dispensados permanentemente de hacer esos trabajos; en cuanto a quienes sufrían un acceso de pereza, siempre podían com­ prar una exención a su centurión:130 no puede dejar de sorprender esa práctica a aquellos de nuestros contemporáneos que imaginaban que el ejército romano estaba sometido a una disciplina de hierro igual para todos. A lo largo del día, a todas esas tareas podían añadirse algunas ceremonias, entre las cuales figuraban naturalmente los desfiles que, por otra parte, no se efectuaban a paso cadencioso. Antes hemos visto 126. 127. 128. 129. 130.

Tácito, H., II, 80, 5. Flavio Josefo, G. /., III, 5, 3 (87). Flavio Josefo, G. III, 5, 3 (85). Tácito, An., XI, 18,3. Tácito, H., I, 46, 3-6, y An., I, 17, 6.

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la descripción que hace Tácito de la entrada de Vitelio en Roma, el año 69 (p. 35): en cabeza venían los legionarios, seguidos de las alas de la caballería, después las cohortes de auxiliares; la tropa iba prece­ dida por sus oficiales. «Por delante de las águilas marchaban los pre­ fectos de campamento, los tribunos y los centuriones de primer rango, todos ellos vestidos de blanco; los demás flanqueaban cada uno a su centuria, en medio del brillo de sus armas y de sus condecoraciones; en cuanto a los soldados, relucían sus faleras y collares: espectáculo imponente, ejército digno de un príncipe, lo que no había sido Vitelio.»131 El mismo emperador o su representante, el legado, podían dirigirse a los hombres: la civilización romana es una civilización del verbo, y la palabra ocupa un lugar importantísimo. Esta ceremonia, la adlocutio, figura varias veces en monedas (lám. VII, 11), en la Columna Trajana y en la Columna Aureliana, en la que se ven igualmente numerosas ce­ remonias religiosas, ejecución de diversos sacrificios, purificación del ejército (lustratio), etc.: la religión desempeñaba igualmente un papel importante en las mentalidades colectivas de la época (véase cap. IX de la parte III). Documentos, ostraka y tabletas de madera,132 recientemente pu­ blicados en lo que tienen de más esencial, completan la aportación de la papirología por lo que se refiere a la vida cotidiana y las mentali­ dades colectivas. Están constituidos por cartas de recomendación, que los soldados utilizaban con profusión, y presentan otros tres impor­ tantes centros de interés. En primer lugar, se preocupan evidentemente por la vida militar. Los suboficiales rellenaban numerosos informes y estadillos del servicio. Señalaban por escrito a sus superiores todos los incidentes relacionados con sus subordinados y con el territorio que debían vigilar. Podían estar dedicados a entregar salvoconductos. Debían preocuparse por el aprovisionamiento, y realizaban inventarios de pro­ ductos alimenticios. Hay listas de hombres que dan a conocer sus ocu­ paciones, ejercicios, guardias fijas, etc., y sus problemas de salud; la tasa de absentismo por motivos médicos parece haber sido bastante elevada. Por otra parte, los militares se ocupaban mucho de las cues­ tiones crematísticas. Prestaban o pedían préstamos, hacían recibos, se preocupaban por su salario y gastaban sus ingresos de diferentes ma­ neras (alimentación, vestido, armamento, etc.). Finalmente, como to­ dos los hombres de su época, tenían preocupaciones religiosas, que aparecen en la lectura de su correspondencia. El estudio del vocabu­ Tácito, H., II, 89, 3 {véase 2). R. Marichal, Les ostraka de Bu Njem, Libya, Ant., Supl., VII, 1992; Mons Claudianus, Ostraka graeca et latina, I, 1992, y II, 1997; R. Birley, Vindolanda's Román Records, 2.a ed., 1994; M. A. Speidel, Die rómischen Schreibtafeln von Vindonissa, Veróffent. der Gesellschaft Pro Vindonissa, XII, 1996. 131. J32.

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lario y de la sintaxis de esa correspondencia permite, por otra parte, evaluar su nivel cultural; sin embargo, debemos ponernos en guardia ante el hecho de que se trata, por lo general, de una correspondencia privada, de notas tomadas deprisa, sin preocuparse por los efectos li­ terarios, y bastante desordenada.

Los

CASTIGOS

Debemos regresar a la dureza del servicio militar. La disciplina, en el sentido moderno del término —pues ya veremos que la acep­ ción de esa palabra es diferente en latín (p. 144)—, se presenta bajo dos aspectos que pueden parecemos contradictorios. Por una parte, los soldados romanos, sobre todo los legionarios, que siempre son con­ siderados ciudadanos, conservaban un alto grado de libertad ante los mandos y en su vestimenta (a ese respecto, hacen pensar más en el Tsahal —el ejército de Israel—, que en el de Federico II). Pero, por otra parte, en particular en combate, se hallaban sujetos a una obediencia ciega y sometidos a terribles castigos. Suetonio evoca, alabándola, la severidad de Augusto.133 «A un equites romano, que había hecho cortar los pulgares de sus dos hijos para librarlos del servicio, lo hizo vender en subasta con todos sus bienes, pero al ver que los recaudadores públicos [pertenecientes ellos también al orden ecuestre] se disponían a comprarlo, lo hizo ad­ judicar a uno de sus libertos, ordenándole que lo enviase al campo, pero dejándole vivir como hombre libre. Cuando la X Legión obede­ ció mostrando un aire de revuelta, la licenció entera con ignominia, e incluso, como otros reclamaran con una insistencia excesiva su licen­ cia, lo hizo así sin concederles las recompensas debidas a los años de servicio. Cuando las cohortes habían retrocedido, las diezmaba y las alimentaba con cebada. Cuando los centuriones desertaban de su puesto, les castigaba con la muerte, como si se tratara de simples soldados y, en el caso de otras faltas, les infligía penas infamantes, condenándo­ los, por ejemplo, a mantenerse en pie ante la tienda del general, vesti­ dos a veces únicamente con una simple túnica, sin cinturón, o a sos­ tener en la mano una pértiga de diez pies o incluso un manojo de hierba.» Ese texto muestra la diversidad de los castigos existentes, pero no los enumera todos. Se pueden clasificar en diversos grupos. Algunos de ellos tenían un carácter moral: ante una falta menor, el soldado se veía castigado a la realización de guardias suplementarias, o le envia­ 133.

Suetonio, Aug., XXTV, 3-5.

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ban a prisión o, por el contrario, se le obligaba a pasar la noche fuera de las murallas,134 o incluso se le daba una comida peor a la que reci­ bían sus compañeros: por ejemplo, se le entregaba cebada;135 igual­ mente, podía recibir golpes: el sarmiento, bastón de mando del cen­ turión, otorgaba a este último el derecho a golpear a los ciudadanos romanos, y ese poder tiene tanta importancia que, en las inscripcio­ nes, es ese instrumento esquematizado el que designa al oficial en cues­ tión (7). Otros castigos eran de orden económico; suponían una disminu­ ción de los ingresos: multas y retenciones en las pagas, degradaciones (a un centurión se le degradaba a soldado, a un duplicarius a simpla­ ris) y cambios de unidad (a un legionario se le destinaba a una cohorte de auxiliares); en los dos últimos casos citados, la pérdida financiera se acompañaba de una profunda humillación. Pero aún había casos más graves. Se podía disolver una unidad entera, como ocurrió con la X Legión según el texto de Suetonio que hemos citado anteriormente; y lo mismo sucedió con la III Legión Gallica con Heliogábalo y, en el 238, la III Legión Augusta; al haber tomado partido esta última con­ tra Gordiano I y Gordiano II en África, Gordiano III, nieto del primero y sobrino del segundo, reconocido como emperador por el Senado de Roma, decidió castigar a la unidad que había provocado la muerte de su abuelo y de su tío. Finalmente, en casos extremos, para castigar a los desertores y a los cobardes, el comandante podía recurrir a la pena de muerte,136 bajo la forma de un castigo individual o colectivo; en este último caso se diezmaba, es decir, alineados los soldados, se hacía salir de las filas a uno de cada diez; aquellos a los que el azar hu­ biera designado eran ejecutados en el propio campo.

L

as

RECOMPENSAS

Por el contrario, los oficiales podían recompensar a los buenos soldados, en aplicación de una psicología sumaria, pero eficaz, que consistía en alternar la severidad y la generosidad. Esta se manifes­ taba bajo dos aspectos: las promociones y las condecoraciones. Un soldado podía dejar un puesto a cambio de otro que simplemente se consideraba más honorífico (un signifer se convertía en aquilifer) o se le dispensaba de realizar determinadas tareas, temporalmente o durante 134. Frontino, Strat., IV, 1, 21. 135. Polieno, VIII, 24, 2. 136. Flavio Josefo, G. L, ni, 5, 7 (103), y VI, 7, 1 (362); Tácito, An., XI, 18, 3; Suetonio, Aug., XXIV, 5; Polieno, Strat., VIH, 24, 1.

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todo el servicio, que efectuaba entonces como immunis. En el mejor de los casos, cambiaba de unidad, pasando de una cohorte de auxi­ liares a una legión; o incluso ascendía en el escalafón, convirtién­ dose en duplicarius y hasta en centurión. En ocasiones recibía un re­ galo en metales preciosos: alguna vez Augusto distribuyó así oro y plata.137 Como los demás, este emperador concedió sobre todo medallas (dona militaría), pero con discernimiento:138 «Por lo que se refiere a las recompensas militares, [él] otorgó con mucha mayor facilidad con­ decoraciones, collares y todas las demás insignias de oro y plata, que coronas obsidionales y murales, cuyo valor era puramente honorí­ fico. Estas últimas las concedía sólo en muy raras ocasiones, sin bus­ car la popularidad, y a menudo a simples soldados. Entregó como pre­ sente a M. [Marcus] Agrippa una bandera azulada, después de su victoria naval en Sicilia.» Las condecoraciones139 presentan una gran diversidad. La dife­ rencia fundamental reside en la persona a que se otorgan: militares sin graduación u oficiales. En efecto, las primeras sólo se entregan nor­ malmente como recompensa por una hazaña (ob uirtutem), según re­ coge una inscripción140 hallada cerca de Turín y grabada en honor de «Lucius Coelius; hijo de Quintus, soldado de la IX Legión, portador de signum, condecorado por su valor (ob uirtutes [ sic] ) con faleras, co­ llares y brazaletes» (se llamaban faleras a unas placas muy parecidas a nuestras medallas modernas). Además, los simples soldados no po­ dían conseguir, en principio, más que las tres recompensas enumera­ das en la inscripción que acabamos de citar (láms. VIII-IX, 12; la lám. V, 7 muestra un aquilifer que exhibe nueve faleras y dos collares en el pectoral de su coraza). Como excepción, podían obtener distin­ ciones reservadas en principio a personajes de más alto rango, como las coronas. Se las llamaba «murales» o «de empalizada» (para aquel que alcanzaba primero la defensa enemiga), «cívica» (para quien sal­ vaba la vida de un ciudadano romano), «naval» (por un éxito marí­ timo), «de sitio» (por haber conseguido levantar un asedio) o «de oro» (por diversas hazañas). En principio, los centuriones sólo reci­ bían coronas, a excepción de los primipilos, que podían obtener ade­ más una «lanza pura» (hasta pura). A los oficiales no se les acostumbra a recompensar por su valen­ tía, sino simplemente por su participación en la campaña (incluso, en 137. Polieno, Strat., VIII, 24, 5 (sin duda bajo la forma de condecoraciones). 138. Suetonio, Aug., XXV, 3-4. 139. Plinio ei Viejo, H. N., XVI, 6-14, y XXII, 4-7; Auiu-Gelle, ¿V. A., V, 6. V. A. Maxfield, The Mitítary Decorations o f the Rom án Army, 1981. 140. Corpus inscr. lat., V, n.° 7.495; véase Flavio Josefo, G. VII, 1, 3 (14).

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ciertos casos, hasta las guerras civiles les permiten obtener condecora­ ciones). Tienen derecho a coronas, a lanzas puras141 y a estandartes de caballería (láms. VIII-IX, 12), cuyo número, jamás fijado de forma rí­ gida, varía esencialmente en función de tres criterios: en primer lugar, se tiene en cuenta el lugar ocupado por el beneficiario en la jerarquía (cuanto más elevado, mayor obtención de honores); a continuación, pa­ rece que se pueden distinguir dos niveles por grado, y en ello interviene el mérito personal; finalmente, es necesario establecer diferencias te­ niendo en cuenta la cronología, pues algunos emperadores, como Trajano, fueron más generosos que otros, como Marco Aurelio. Condecoraciones de oficiales bajo Trajano, según T. Nagy142

En cambio, un legado de legión no obtuvo de Marco Aurelio más que tres coronas, dos lanzas y dos estandartes; en otro caso, en tiem­ pos de Adriano, esas cifras aún alcanzaban niveles inferiores: 1, 1 y 0. Pero subieron hasta 8, 8 y 8 para Lucius Licinius Sura, general de Trajano, y Titus Pomponius Vitrasius Pollio, que alcanzó igual digni­ dad con Marco Aurelio y Lucius Verus. Podríamos citar también otros ejemplos de análogas irregularidades. De manera general, quedan todavía por hacer dos observacio­ nes. Por una parte, se considera que la repetición de una condeco­ 141. 142.

Y. Le Bohec, «La haste puré», Revue des Études latines, LXXVI, 1998, pp. 27-34. T. Nagy, Acta Ant. Ac. Se. Hung., XVI, 1968, pp. 289-295.

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ración representa un honor, de alguna manera una promoción en el interior del grado. Por otra parte, los epigrafistas han señalado que la costumbre de mencionar esta clase de recompensas se pierde a comienzos del siglo ITT y no supera el reinado de Caracalla. Sin embargo, los textos literarios143 hablan todavía de ello a lo largo de todo ese mismo siglo, bajo Severo Alejandro, Valeriano, Tácito y Probo.

L

a

DURACIÓN DEL SERVICIO

Esa vida militar, ritmada por ocupaciones que, sin duda, se co­ bran, pero también monótonas, agobiada entre el miedo al castigo y la esperanza de recompensa, duraba muchísimo. ¿Cuántos años? Esa es la cuestión que se plantea, y la solución al problema no es sencilla. En efecto, los romanos no tenían la misma concepción del tiempo que nosotros. Así, aquellos que contaban con un estado civil no daban, por lo general, su edad con precisión:144 a menudo redondeaban la cifra más próxima, terminándola en 5 o en 0. Además, en el siglo II, los sol­ dados romanos no se licenciaban más que cada dos años, aunque las levas eran anuales; para colmo, ciertas circunstancias (una guerra importante) podían alargar el servicio por encima del tiempo legal, mientras que otras (dificultades financieras, por ejemplo) podían provocar desmovilizaciones anticipadas. Tomadas todas esas precauciones, que no son más que pura ora­ toria, es posible proponer con cierta prudencia algunas cifras que va­ rían en función de un principio esencial (y es la única certidumbre con que contamos): cuanto más elevada sea la dignidad del cuerpo, más breve es el servicio en él. Así, en la guarnición de Roma, a partir del 6 dC.,145 los pretorianos servían dieciséis años y los soldados de las co­ hortes urbanas, veinte; los guardias de corps (equites singulares Augusti), sirven entre veintisiete y veintinueve años hasta el 138, y solamente veinticinco después de esa fecha. En cuanto a los legionarios, los da­ tos varían muchísimo: el 13 antes de nuestra era están dieciséis años en el servicio activo, más cuatro como veteranos; el 5 dC. esa distin­ ción se desdibuja, y el Estado impone un total de veinte años, que llega a los veintidós al año siguiente; al fin del reinado de Augusto, la teoría es de veinte años como mínimo,146pero, en la práctica, algunos soldados 143. 144. 145. 146.

Historia Augusta, Sev. AL, XL, 5; Aur., XIII, 3; Prob., V, 1; Modestas, VI. Y. Le Bohec, La H Ie Légion Auguste, 1989, p. 542. Dion Casio, LV, 23. Tácito, An., I, 78, 2.

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sirven hasta treinta o cuarenta años.147 Esos excesos provocan revuel­ tas y, poco después del 14, se vuelve a los dieciséis años, pero por poco tiempo, pues se señalan nuevamente veinte de servicio. En el siglo n, las cifras varían entre los veintitrés y los veintiséis años.148 Los cuer­ pos que no se encuentran en el primer plano son también, desgracia­ damente, los menos conocidos. Según J. Carcopino,149 los auxiliares sirven veinticinco años en la época de Augusto, veintiséis a partir de mediados del siglo i y veintiocho a partir de Caracalla. En cuanto a los marinos, efectuarán un servicio de veintiséis años a principios de la era cristiana, y de veintiocho en la segunda mitad del siglo n. Pero es evidente que deberemos volver sobre estos datos, que parecen dema­ siado sencillos, y matizarlos de entrada. En resumen, es evidente que el hombre que ingresaba en la ca­ rrera militar pasaba al servicio del Estado buena parte de su existen­ cia; las obligaciones resultantes no impedían, sin embargo, que gozara de una vida privada y que desempeñara un papel en la vida económica y religiosa de la provincia donde se encontraba de guarnición; volve­ remos más adelante sobre ello.

Conclusión Por tanto, entre las diversas clases de unidades (guarnición de Roma, ejércitos de provincias y flota) existía una gran diversidad, descansando sobre una jerarquía: el pretorio prevalecía sobre las co­ hortes urbanas, los legionarios sobre las auxiliares y la marina. También en el interior de un mismo cuerpo encontramos diversidad y jerarquía, combinadas en un sistema muy complejo: no es sólo que el centurión se encuentre situado por encima de un soldado, sino también que, si sirve en un cuerpo urbano, es superior, por ejemplo, a su homónimo el comandante de navio, y un decurión conseguirá más gloria y bene­ ficios si pertenece a un ala que a una cohorte. Esa jerarquía se basa, por tanto, en el hecho de servir en esta o aquella tropa; pero cuenta por igual la especialidad: el portaáguila, el artillero o el trompeta se bene­ fician de un prestigio que no tienen los demás. Una organización de esa clase exige una enorme dedicación por parte de los oficiales e im­ plica dos necesidades: que la aristocracia acepte desempeñar su papel y que el Estado lleve a cabo una política de reclutamiento basada en la calidad. 147. 148. 149.

Tácito, An., 1, 17, 3. Y. Le Bohec, op. cit., n. 144. J. Carcopino, Mél, P. Thomas, 1930, p. 90.

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LOS H OM BRES

Cuadro

resum en

:

l a o r g a n iz a c ió n d e u n a l e g ió n

El cuadro siguiente, en particular por lo que se refiere a los sol­ dados, mezcla intencionadamente los grados, que son honores per­ manentes, y los cargos temporales: con el estado actual de la docu­ mentación es, en ocasiones, imposible distinguir unos de otros. I.

Los oficiales (por orden de dignidad):

1 legado imperial propretor (rango senatorial) 1 tribuno laticlavio (rango senatorial) 1 prefecto del campamento 5 tribunos angusticlavios (rango ecuestre) 1 (?) tribuno «de seis meses» (sexmenstris). Desde Augusto, el legado de legión se halla sustituido por un prefecto ecuestre en Egipto y en las tres unidades denominadas «par­ tas», después de su creación por Septimio Severo; Galieno generalizó esa práctica, al tiempo que suprimía el tribuno laticlavio. II.

Los suboficiales:

59 centuriones, con un primipilo a la cabeza y los otros cuatro centu­ riones de la I Cohorte. 1.

La jerarquía La jerarquía elemental

Los títulos honoríficos: immunis - principalis tmmums munifex

triplicarius duplicarías sesquiplicarius - simplaris ~ simplaris

candidatus comícularius beneficiarius curator magister

optio discens euocatus ueteranus

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2. Los cargos propiamente militares (algunos títulos pueden encon­ trarse bajo dos rubricas diferentes) Las amms

La transmisión

La segundad

La instrucción

Infantería antesignanus postsignanus

Los estandartes aquilifer discens aq. signifer + adiutor discens sig. principalis sig. optio sig. uexillarius [ imaginifer]

Los centinelas excubitor aedituus ad signa cusios basilicae custos armorum ad balnea horrearius ad portam clauicularius circitor tesserarius horologiarius

campidoctor doctor cohortis optio campi magister campi exercitator doctor armorum armatura discens arm. quintanarius

Caballería eques discens eq. uexillarius tesserarius optio pollio mulio magister campi exercitator pequarius hastiliarius quaestor Artillería ballistarii doctores ballistarum magister

ballistaiiAm

La música tubicen comicen bucinator ihydraularius]

Los escoltas speculator singulañs secutor strator domicurius La información proculcator explorator

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LOS HOM BRES

3.

Los servicios El cuerpo de ingenieros y los talleres

El aprovisiona­ miento (signifer) quaestor act(u)arius cibariator frumentarius dispensator horrearius molendarius mensor frumenti librarius horreorum uenator lanius ad ligna balnei salariarius asciía carrariarius

4.

El servicio sanitario

Las construcciones metator librator mensor0 architectus

El taller magister optio doctor

Los sacerdotes

La medicina medicus (simple u ordinarius) capsarius librarius discens caps. y lib. marsus El servicio veterinario pequarius pollio ad, cum camellis

hamspex uictimarius ad hostias pullarius

La administración

Los soldados

exactus act(u)arius com men tariensis 0 a commentariis

summus curator librarius (a rationibus) notarius exceptor scñba

Las oficinas: los esclavos y libertos

officia

tabularía

interpres cerarius canalicularius immunes diversos adiutores diversos ad anuam - ad annua(?) quaestura

arkarius tabularius

dispensator

uikañus

5.

La policía y la justicia

optio ó.

quaestionarius

stator

hurgarías

Las funciones desconocidas

conductor ad fiscum

ad praepositum

stationarius

Capítulo III EL RECLUTAMIENTO. LA APUESTA POR LA CALIDAD Del 235 al 238, el Imperio romano fue gobernado por un coloso conocido con el nombre de Maximino el Tracio. Según la Historia Augusta, en otro tiempo había ejercido la profesión de pastor y, des­ pués, pasó lo esencial de su vida en los campamentos, donde fue as­ cendiendo sucesivamente por los diversos grados, hasta alcanzar el más elevado de todos ellos. Seguramente, una carrera de esa clase in­ dica un carácter excepcional y, sin duda, en parte ficticio; de cualquier manera, queda claro que el destino de ese personaje se urdió el día en que ingresó en el ejército. De este ejemplo se deduce, en primer lugar, la importancia del reclutamiento. Pero esta cuestión presenta un interés aún más fundamental para los historiadores actuales, pues concierne a la sociedad: ¿de qué re­ giones y de qué medios proceden los soldados? Esas cuestiones son más importantes de lo que puedan parecer, pues el origen de un hom­ bre depende en buena medida del lugar en que se hace, y así han re­ accionado las mentalidades colectivas de la Antigüedad; un hijo de cen­ turión obtenía más fácilmente un grado que el hijo de un simple soldado. En adelante, ya no presentaremos excepciones, sino que trataremos de hacer un estudio general, en la medida obviamente en que las fuentes nos lo permitan. Teniendo en cuenta lo que se ha ido constatando en los capítulos precedentes, cae por su peso que es necesario establecer distinciones entre las diferentes clases de unidades, de una parte, y en­ tre los oficiales y los soldados, de otra. Dentro de los límites de esta obra, parece inútil e imposible es­ tudiar el reclutamiento de los cuadros superiores. En efecto, cual­ quier senador debe pasar previamente por el tribunado laticlavio y la legación de la legión; cualquier equites está obligado a comenzar su carrera por las milicias ecuestres (aunque se conocen excepcio­ nes). Un trabajo así obligaría, por tanto, a examinar esos dos órde­ nes en conjunto, y sería una tarea que, por sí sola, exigiría más de un

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libro.1Por otra parte, teniendo en cuenta que, en el seno del ejército, esas funciones son prácticamente obligatorias y que han sido asu­ midas por todos o por casi todos, esa clase de investigaciones se arries­ gan a no valorar en lo que se merecen determinados aspectos origi­ nales. Por fortuna, y en lo que se refiere a los simples soldados, dispo­ nemos de dos buenos libros, uno de ellos para los auxiliares, debido a K. Kraft,2 y el otro para los legionarios, obra de G. Forni;3 por otro lado, ambas publicaciones, que tienen ya una vida que supera los treinta años, han sido actualizadas. Desgraciadamente, los demás aspectos del tema no han recibido siempre un tratamiento tan eficaz.

Generalidades Esas lagunas de la documentación representan una primera di­ ficultad. Pero hay otras más. En efecto, lo ideal consistiría en poder estudiar el reclutamiento tomando en consideración tres diferencias esenciales. En primer lugar, y fundamentalmente, es necesario valo­ rar una inevitable evolución a lo largo de tres siglos de historia: es evi­ dente que, en el momento en que organizaba su ejército, Augusto no se encontró en las mismas condiciones que cualquiera de los nume­ rosos emperadores efímeros que, en el siglo in, vivieron la «crisis del Imperio». En segundo lugar, convendría poder seguir a lo largo de todo ese tiempo cada una de las grandes clases de unidades, la guar­ nición de Roma, el ejército de fronteras y las flotas: está ahora muy claro que las cosas no debieron suceder de igual manera en todas ellas. Finalmente, y esto cae por su propio peso, sería deseable distinguir, en el interior de cada cuerpo, los centuriones, los suboficiales de to­ das clases y los simples soldados. Pero las lagunas, tanto de docu­ mentación como de bibliografía, no nos permitirán trazar un cuadro completo. Existen otras dificultades; para tener en cuenta la puesta al día en lo que concierne tanto a las unidades de ciudadanos4 como a las 1. Un buen resumen en J. Gagé, Les classes sociales dans l'Empire romain, 1971, 2.a ed., pp. 82-122. Véase especialmente G. Alfoldy, Histoire social de Rome, 1991, París. 2. K. Kraft, Z u r Rekm tierung der Alen and Kohorten an Rhein und Donan, 1951; véa­ se n. 5. 3. G. Forni, // reclutamento delle legioni, 1953; véase n. siguiente; del mismo autor, tres artículos en Esercito e marina di Rom a avitica, col. Mavars, V, 1992, pp. 11-141; véase n. si­ guiente. 4. G. Forni, Aufstieg u. Niedergang d. r. Welt, II, 1, 1974, pp. 339-391; Y. Le Bohec, La IIIé Légion Augnste, 1989, pp. 491-530.

EL RECLUTAMIENTO

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alas y las cohortes,5 se impone ya un esfuerzo de síntesis. Ahora bien, esos soldados son los que actualmente se conocen mejor. Pero eso no es todo. Algunos historiadores han tendido a complicar una realidad, que ya no era sencilla, por el empleo de un vocabulario demasiado a menudo impreciso: hablan de un reclutamiento «local» o «regional», o «extranjero». Es necesario ofrecer una definición clara de cada uno de esos tres adjetivos. Proponemos reservar el término «local» al caso en que los soldados procedieran de la localidad próxima al campa­ mento en que sirven, convertir «regional» en una especie de sinónimo de «provincial», y considerar como «extranjeros» a todos los militares que no pueden incluirse en alguna de las dos categorías precedentes. Ciertamente, se mantiene una ambigüedad, pues, con Septimio Severo, Numidia se había separado de África, Palestina de Siria, y Britania se había escindido en dos; por tanto, proponemos además no tener en consideración más que el estado del mundo romano como se encon­ traba a finales del siglo n, por ejemplo en la época de Cómodo. Esa dificultad, creada recientemente, viene a añadirse a otra que tiene su origen en la realidad de la Antigüedad, en las mentalidades co­ lectivas de los antiguos. En efecto, cada habitante del Imperio no tenía una sola patria, sino tres, que se solapaban o interferían entre sí. Así, un legionario, en su onomástica, menciona su origo: Marcus Aquilius Proculus, hijo de Marcus, de la tribu Aniensis, de Ariminum (en la ac­ tualidad Rímini); es necesario precisar también que algunos persona­ jes habitantes de provincias conservaban el recuerdo de la ciudad ita­ liana en la que, tiempo atrás, habían vivido sus antepasados: es posible que Septimio Severo no haya olvidado que su familia procedía de ul­ tramar;6 pero había nacido en Lepcis Magna, en la Libia actual, con­ servaba un horroroso acento africano y su ascendencia se hallaba mar­ cada por un indiscutible mestizaje. Así pues, cada hombre poseía el sentimiento de pertenencia a una ciudad y, en ocasiones, conservaba la­ zos con otra. En segundo lugar, todos los habitantes del Imperio se ca­ racterizaban por contar con un estatus jurídico determinado: desde hacía más o menos tiempo, era esclavo o libre, ciudadano romano o desplazado; en ese último caso, considerado como un extranjero si vivía en una colonia, estaba excluido de la participación en la vida colectiva de la ciudad en que se encontraba y, por ejemplo, no podía votar en las elecciones de los magistrados municipales. En fin, todos pertenecían a una de las múltiples culturas, en contacto, y que, por tanto, se influen­ 5. R Le Roux, L'année romaine... des provinces ibériques, 1982, pp. 171 ss. y 337 ss,; N. Benseddik, Les troupes auxiliaires... en Maurétanie Césarienne, 1982, pp. 92-93; Y. Le Bohcc, Epigraphica, XLIV, 1982, p. 265. 6. J.-M. Lassére, Vbique populus, 1977, p. 94 y n. 129: la cuestión del origen de los Septimios africanos es aún objeto de debate.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

ciaban recíprocamente, de las existentes en el Imperio: se yuxtaponían y se interpenetraban tradiciones indígenas e italianas. Así, un parisino decía que habitaba en Lutecia, pero que era ciudadano romano o des­ plazado, y podía expresarse en galo o en latín. Sólo en este último caso, conviene admitir además la precisa distinción establecida por M. Benabou7 entre romanos, «romanizados parciales» y «refractarios». Al no haber tenido en cuenta esas dificultades, a los historiado­ res les ha costado en ocasiones alcanzar conclusiones claras, lógicas y coherentes. Como contrapartida, los problemas planteados por la cuestión del reclutamiento son bien conocidos, y con este propósito no debe olvidarse que es preciso no descuidar la evolución, por una parte, y las diferencias existentes entre los distintos tipos de unida­ des, por otra. Los especialistas se han planteado tres cuestiones: ¿cuáles fueron los orígenes geográficos de los soldados? ¿Cuáles fueron sus lu­ gares de procedencia, es decir, procedían de la ciudad o del campo, pertenecían a familias ricas o pobres, y a qué edad ingresaban en el ejército? Y finalmente, los cambios que se constatan ¿eran consecuencia de una voluntad política clara o impuestos por la fuerza de las cosas, por ejemplo, por apremios financieros? Con el fin de responder a esas tres importantes cuestiones es preciso examinai', en primer lugar, cómo se organizaba el reclutamiento de manera concreta.

La organización material E

l

RESPONSABLE Y EL CONTINGENTE

La leva recibía el nombre de dilectus. Se confiaba siempre a un responsable que ocupaba un cargo elevado en la sociedad. En tiempos normales, esa operación formaba parte de las tareas que incumbían al gobernador de la provincia, cualquiera que fuere el rango de este úl­ timo, ya sea el de procurador,8 el de legado imperial propretor o el de procónsul. Las Actas del mártir Maximiliano9 muestran que todavía en la época de la Tetrarquía, el 12 de marzo de 295, el procónsul que ase­ diaba Cartago se trasladaba a Tébesa para efectuar el reclutamiento. Como, bajo el Alto Imperio, Italia no se hallaba organizada en pro­ vincias, el emperador envió allí con esta finalidad a una persona que 7. 8. véase n. 9.

M. Benabou, La résistance africaine á la romanisation, 1976, pp. 583-584. Tácito, H „ II, 16, 2, y 5; 69, 4; 82, 1; III, 58, 3-4; An., XIII, 1, 1; 35, 4; XVI, 3, 5; 9. Acta Maximiliani, I. P. Monceaux, La vraie Légende dorée, 1928, p. 251.

E L RECLUTAMIENTO

97

ostenta el título expreso de dilectator. Llegó a darse el caso de que al­ gunos jóvenes habían comprado a precio de oro la exención del servi­ cio militar haciéndose declarar inútiles; dada esa situación, se casti­ gaba al organizador de la operación. Así, en tiempos de Nerón, «se dictaminó la exclusión del Senado de Pedius Blesus, acusado por los cirenaicos de haber violado el tesoro de Esculapio y de dejarse co­ rromper mediante intrigas y oro en las levas de soldados».10 En caso de crisis o de alguna dificultad, cuando se sentía la ur­ gencia de conseguir nuevos refuerzos, se recurría a encargados de misión extraordinarios, cuyo título variaba dependiendo de la situa­ ción jurídica de la región en la que operarían: eran, en la península, los misi ad dilectum, en las provincias senatoriales los legad ad dileclum, y en las que ocupaban la autoridad del príncipe se llamaban tam­ bién dilectatores e inquisitores. Pero, cualquiera que fuese la dignidad del responsable, este último iba siempre acompañado de una escolta imponente como nos enseña una inscripción11 grabada en honor de un tribuno por «los centuriones y los soldados de la III Legión Cirenaica y la X X II Legión [Dejotariana] que han sido enviados a la provincia de Cirenaica para efectuar la leva (dilectus caussa [sic])-». Las dos unida­ des en cuestión pertenecen al ejército de Egipto, y se envía a los terri­ torios vecinos a los hombres que sirven bajo sus estandartes para rea­ lizar esas operaciones. Por tanto, los jóvenes susceptibles de verse afectados son poco numerosos. G. Forni12 ha calculado que una legión no necesitaba más que doscientos cuarenta soldados nuevos por año, lo que, para veinticinco unidades de ese tipo, supone una cifra anual de unos seis mil reclutas para todo el Imperio. Si se tiene en cuenta que, más o me­ nos, se necesitaba un número parecido para las tropas auxiliares, y que la marina y la guarnición de Roma juntas tenían unas exigencias aná­ logas, se llega a un total de dieciocho mil hombres para el conjunto de la cuenca mediterránea. Cualquiera que hubiera sido la población global de esos territorios, parecería fácil reunir un efectivo así. Se trata, por tanto, de una cantidad mínima. En primer lugar, el Estado ape­ laba a los voluntarios; pero, si éstos no eran suficientes, se debía com­ pletar su número con conscriptos: al menos en teoría, el servicio mi­ litar obligatorio se mantuvo durante toda la duración del Imperio. Por otro lado, a las finanzas imperiales les había costado siempre sopor­ tar un peso de esa clase; así, el año 69, según Tácito,13 «Vitelio ordenó 10.

11. 12. 13.

Tácito, An., XIV, ¡ 8. 1. L'Année épigraphique, 1951, n.° 88. G. Forni, II reclutamento, 1953, p. 30. Tácito, H., II, 69, 4.

98

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

recortar los efectivos de las legiones y de los auxiliares y prohibió nue­ vos enrolamientos; al mismo tiempo se les ofrecía la licencia a to­ dos». Finalmente, puede darse una situación en la que ni la conscrip­ ción ni el voluntariado fueran suficientes para responder a la demanda; en ese caso se recurre al servicio de los retirados: se moviliza a los ve­ teranos.14Esas dificultades pueden sorprendemos: dieciocho mil hom­ bres son muy pocos para una extensión tan enorme. Pero, de hecho, no se trata de reclutar a cualquiera: el imperativo de calidad, corres­ pondiente a una política consciente y querida por el Estado romano, impone en realidad una elección restringida.

E

l

CONSEJO DE REVISIÓN

Esta exigencia aparece con toda claridad en el consejo de revi­ sión, la probado15 (examen que sufrían tanto los simples soldados como los oficiales, aunque éstos no se vieran afectados por el dilectus, del que se libran también ciertos centuriones). En Egipto, esa operación iba unida a una especie de censo, a un census local, la epikrisis. El con­ trol, que se realiza sobre tres aspectos principales, comienza por un examen físico: el responsable se asegura de la buena conformación ge­ neral del joven y, evidentemente, de su pertenencia al sexo masculino; comprueba igualmente la vista, y le hace pasar por la toesa para estar seguro de que no se encuentra por debajo de la talla mínima impuesta (1,65 m para un legionario).16 A continuación, las autoridades proce­ den a un examen intelectual: para servir es preciso conocer el latín, pues es la lengua de mando de todo el Imperio; al menos a algunos se les exigía que supieran leer, escribir y contar. Finalmente, y esto no era lo más sencillo, intervenía el aspecto ju­ rídico, omnipresente en la civilización romana. Se le pedía al joven su origen: si era hijo de notable podía aspirar al centurionato; si era ciu­ dadano se le enviaba a una legión, y si había nacido en una familia de desplazados se le orientaba hacia los auxiliares. A veces, cuando la ne­ cesidad de legionarios se hacía acuciante, antes de enrolarlo se le concedía a un bárbaro el estatus correspondiente. Esa práctica, per­ fectamente atestiguada, ha hecho decir a algunos historiadores que el ejército funcionaba como una máquina de multiplicar ciudadanos, lo que no deja de ser excesivo. Incluso se conocen algunos casos, rarísi­ 14. Tácito, 82, i. 15. Las Acta Maximiliani (n. 9) muestran claramente el desarrollo del dilectus; véase tam­ bién Plinio el Joven, Cartas, X, 29-30; R. W. Davies, Bonmr Jahrb., CLXTX, 1969, pp. 208-232. 16. Vegecio, I, 5.

EL RECLUTAMIENTO

99

mos es cierto, de desplazados que han conservado su estatus después del reclutamiento en las unidades de primera línea. En ciertas circunstancias extremas, el emperador se vio obli­ gado a promocionar gentes de condición aún más baja:17 «Él [Augusto] sólo enroló dos veces libertos como soldados: la primera para prote­ ger las colonias cercanas a Illyricum, la segunda para guardar la ribera [izquierda] del Rin; se trataba de esclavos que deberían servir a per­ sonas ricas de ambos sexos, pero él les hizo liberar sobre el terreno y los colocó en primera línea, sin mezclarlos con los soldados libres de nacimiento ni entregarles las mismas armas.» De hecho, en épocas nor­ males, el acceso a cualquier clase de unidad estaba estrictamente prohibido a los esclavos, y Trajano se mostró intransigente con ello. En respuesta a una pregunta de Plinio el Joven, que ejercía las fun­ ciones de gobernador de Bitinia, y que le interrogó a propósito de dos hombres de esa categoría, respondió:18 «Es necesario saber si han sido voluntarios, o si han respondido a un llamamiento o si han sido en­ tregados como sustitutos. Si han sido llamados, el reclutamiento es culpable; si han sido entregados como sustitutos, los culpables son quienes los han entregado; si han venido por voluntad propia, con pleno conocimiento de su condición, debe condenárseles a muerte.» Esa ac­ titud de Trajano no tiene nada de extraordinaria, pero ciertos histo­ riadores han considerado que el origo «uem a» mencionado en algunas inscripciones indicaba que su titular no disfrutaba de libertad; de he­ cho, la palabra uema tiene dos sentidos: ciertamente, puede designar a un niño nacido en servidumbre, pero se aplica también a un perso­ naje que vive allí o que ha visto la luz en ese lugar; esa palabra signi­ fica entonces «nativo del lugar».19 El examen jurídico comprobaba además otros aspectos. En efecto, ciertos trabajos eran considerados como infames (mercader de escla­ vos, por ejemplo) y prohibían el acceso al ejército, tanto cuando era el propio joven como su padre quienes los habían ejercido. La moralidad también importaba: era necesario que el hombre no hubiera sufrido condena, y Augusto velaba particularmente porque se rechazase a to­ dos aquellos que habían sido considerados culpables de adulterio.20 Se plantea aquí un problema que no parece haber sido tratado siempre de manera satisfactoria: se trata de la cuestión de la edad a la que se podía ingresar en el ejército. La mayor parte de los historia­ dores dedicados a estudiar este tema han hecho la lista de los epita­ 17. Suetonio, Aug., XXV, 2. 18. Plinio el Joven, Cartas, X, 30 (véase 29). 19. Ch. G. Starr, Classical PhiloL, XXXVII, 1942, pp. 314-317. 20. Digeste, XLIX, 16, 4 (7); J. Vendrand-Voyer, Normes civiques et métier militaire á Rome, 1983, p. 82.

100

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

fios redactados sobre el modelo «tal, soldado (miles) de tal unidad, ha vivido x años y ha servido y años»; a continuación se hace la resta pertinente x-y para obtener la cifra buscada, estableciendo después una lista con los resultados obtenidos. Había, no obstante, una dificultad: con ese método se encuentran personas que habían ingresado a los cuarenta y, en ocasiones, a los cincuenta años. Es difícil imaginar que alguien de esas edades tomara una empalizada al asalto o que parti­ cipara en el entrenamiento cotidiano, muy duro y exigente.21 De hecho, el error procede de que, una vez regresados a la vida civil, todos los hombres mantienen hasta su muerte el título de miles. En el caso de un ciudadano que lleve ese título, que haya servido veinticinco años y haya fallecido a los setenta y cinco, se puede com­ prender que el reclutamiento tuvo lugar hacia los veinte años y su li­ cencia hacia los cuarenta y cinco, lo que no ha impedido que ese per­ sonaje se calificara de soldado hasta el día de su muerte. Es necesario, por tanto, no utilizar más que las inscripciones que indican de manera explícita la muerte del soldado durante la duración del servicio (en ese caso, la sustracción ofrece la fecha de ingreso correctamente), y deben también compararse con las fuentes literarias. Se constata entonces22 que la regla imponía la elección de los reclutas entre los dieciocho y los veintiún años en tiempo normal; excepcionalmente, por ejemplo en caso de crisis, se podía llegar hasta los treinta años. Esas cifras pa­ recen más razonables, si se tiene en cuenta la dureza y la duración del servicio.

E

l

INGRESO E N EL EJÉRCITO

No era malo, por otra parte, contar con alguna carta de reco­ mendación, del padre o de cualquier personalidad importante. Plinio el Joven inundaba a Trajano con esa clase de peticiones:23 «Señor, el primipilo Nymphidius Lupus ha sido mi compañero de armas... Siento por él un gran afecto, sobre todo porque tiene como hijo a Nymphidius Lupus, joven, probo, activo, lo que le hace digno de su distinguido pa­ dre; sabrá responder a tu benevolencia, y puedes ya juzgar por sus pri­ meros actos, puesto que, como prefecto de cohorte, ha merecido mues­ tras de simpatía sin reservas de los muy honorables Julius Ferox y Fuscus Salinator. El ascenso que concederás al hijo será para mí, se­ ñor, motivo de alegría y de gratitud.» El personaje alabado en esta carta 21. Véase parte II, cap. TV, p. 147. 22. Y. Le Bohec, op. cit, n. 4. 23. Plinio el Joven, Cartas, X, 87.

EL RECLUTAMIENTO

101

sirve de oficial, pero incluso simples soldados tenían ventaja si dispo­ nían de recomendaciones. Los beneficiarios de esta clase de docu­ mentos tenían, por tanto, interés en no desprenderse de ellos, pues podían utilizarlos cada vez que se presentaba una posibilidad de pro­ moción. Una vez finalizado el consejo de revisión, el joven, promovido a tiro, «recluta», accedía a un estatus intermedio en el que ya no era ci­ vil, pero tampoco militar. En efecto, aún le esperaban tres formalida­ des más. Como la sociedad romana estaba estructurada en órdenes, es decir, una donde la pertenencia a un grupo o a un nivel se hacía en función de criterios jurídicos, era preciso inscribirse en un álbum, en unas listas (in números referri). Además recibía, quizás, el signaculum, un trozo de metal colgado de una cuerda alrededor del cuello, y que simbolizaba su pertenencia al ejército; se le decía entonces signatus, «marcado». Finalmente, prestaba juramento ante los dioses y el emperador, comprometiéndose a servir bien; normalmente, esta cere­ monia tenía lugar cuatro meses después de la probatio; pero hay un caso en el que sucede inmediatamente después:24 esa singularidad se explica quizá por el hecho de que la leva en cuestión tiene lugar du­ rante un episodio de la Guerra Civil. Ese compromiso, llamado iusiurandum o, a veces, sacramentum, presentaba un aspecto religioso; así, algunos cristianos consideraron incompatibles el juramento-sacramentum y el bautismo-sacramento (igualmente un sacramentum). La complejidad de las medidas que se tomaban para el recluta­ miento hace pensar que esas operaciones, que no se hacían a la li­ gera, tenían por objetivo mantener una política de calidad.

El reclutamiento de los centuriones y de los primipilos Como la situación de los oficiales, senatoriales o ecuestres, no debe retenernos, es necesario comenzar por el examen de los centu­ riones y los primipilos, jerarquizados también entre sí y más cerca­ nos a los soldados que a los nobles. A continuación es obligado afir­ mar que ese problema ha sido poco estudiado, al menos hasta fechas recientes, salvo en el caso de los primipilos25 y de dos legiones, la III Augusta,26 que pertenecía al ejército de África, y la VII Gemina,27 es­ tacionada en Hispania. Este último trabajo, obra de P. Le Roux, per­ 24. 25. 26. 27.

Tácito, H., El, 58, 3-4. B. Dobson, Die primipilaires, 1978. Y. Le Bohec, op. cit., n. 4. P. Le Roux, Mél. Casa Velázquez, VIII, 1972, pp. 89-147.

102

LA ORGANIZACIÓN DE L EJÉRCITO

mite eliminar una hipótesis: en el curso de una carrera, el paso por esta o aquella provincia, o por esta o aquella unidad no parece que ha­ yan constituido privilegio alguno, indicativo de una promoción más rápida. Los centuriones, que permanecían como media tres años y me­ dio en cada guarnición, se iban desplazando según las vacantes de puestos que quedaban: sólo el paso por la I Cohorte o por la guarni­ ción de Roma representaba una promoción para un suboficial que sir­ viera en una legión.

Los

PRJM IPILOS

Será más fácil comenzar por presentar a los militares de digni­ dad más elevada, los primipilos (véase n. 33), y adoptar en adelante un tipo de clasificación que será muy utilizada más tarde, y que consis­ tirá en estudiar, en primer lugar, la procedencia geográfica y, a conti­ nuación, el origen social. En el siglo I de nuestra era, los primipilos proceden en su ma­ yoría de las ciudades italianas; el resto nacieron en Occidente, en las colonias: con este último nombre se conocen aquellas ciudades con­ sideradas jurídicamente como un pedazo de Roma instalado lejos; sus habitantes, ciudadanos de pleno derecho, disfrutaban de los mismos privilegios que si vivieran en la capital: son los italianos de ul­ tramar. En el siglo II, fenómeno que se constata desde la época de Trajano-Adriano, se instaura una mayor diversidad: los provinciales acceden con mayor facilidad al primipilato. No hay que pensar en que esos emperadores hayan aplicado una política consciente y vo­ luntaria de exclusión de los italianos; de hecho, el movimiento se debe a que estos últimos han preferido ingresar antes en la guarnición de Roma que en las legiones, pues esa elección les aseguraba salarios más elevados y les permitía disfrutar de los encantos de la Ciudad; por otro lado, se sabe que la demografía de la península conoció di­ ficultades a partir de finales del siglo I. En fin, en el siglo ITT parece que ya no hay italianos: la evolución iniciada en el siglo n había lle­ gado a su fin. Desde el punto de vista social, la situación parece a un tiempo más sencilla y más estable. Por lo que podemos saber, pues las fuen­ tes se muestran muy decepcionantes sobre este aspecto, los primi­ pilos proceden normalmente de familias de notables. Sus progenito­ res son hacendados, cuyos bienes apenas sobrepasan el territorio de una sola ciudad, que ejercen funciones municipales en ese estrecho marco. El efectivo lo completan algunos equites romanos (ex equite romano).

103

EL RECLUTAMIENTO

L O S CENTURIONES

Las diferencias en el reclutamiento entre centuriones y primipilos no debían ser muy importantes, porque, en definitiva, éstos no son más que los mejores de aquéllos. Podemos, no obstante, presen­ tar algunos rasgos originales, aunque es preciso reconocer que nues­ tro conocimiento continúa siendo insuficiente en razón del escaso número de estudios sistemáticos sobre este aspecto. A pesar de todo, la documentación es abundante. Además, contamos con cifras muy completas de dos legiones (véanse ns. 26 y 27). Nos ha parecido pre­ ferible presentar en primer lugar los cuadros y comentarlos a conti­ nuación.

E L RECLUTAMIENTO GEOGRÁFICO

La patria de los centuriones VII Legión Gemina s. Híspanos

1

Total

S . II

S. U í

2

9

2

13

f

italianos

7

7

2

16

-j [

otros

5

5

5

15

Orientales

0

0

1

1

Total

14

21

10

45

s. 1

S. II

S. III

Total

1

9

2

12

1

5

1

7

1

6

2

9

Orientales

2

7

1

10

Total

5

27

6

38

Occidentales

ITT Legión Augusta

Africanos í

italianos

Occidentales l Otros

104

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

De manera general, en el siglo í, los italianos ocupan una posi­ ción dominante, aunque esa regla no esté perfectamente verificada en el caso de Hispania y, sobre todo, en el de Africa. Las personas origi­ narias de las viejas colonias de Occidente aportan un número nada despreciable. Pero se comprueba ya la aparición de algunos orientales en la III Legión Augusta, y existe, mal que bien, un reclutamiento re­ gional, todavía modesto. Flavio Josefo28 habla de un centurión sirio, que servía en una unidad estacionada en Siria, en la época de Nerón. En el siglo II, desde la época de Trajano-Adriano, se documenta un neto progreso de los provinciales, procedentes, sin embargo, la ma­ yoría de ellos de las colonias de Occidente; al mismo tiempo, dismi­ nuye de manera paralela el peso de los italianos; no obstante, éstos ocupan todavía una posición sólida, sobre todo en Hispania. Los orien­ tales, ausentes siempre de esta última región, desempeñan en lo su­ cesivo im papel importante en África, mientras que los «indígenas» van siendo poco numerosos por todas partes, lo que se explica, sin duda, por la movilidad bastante importante existente en el seno del cuerpo de centuriones. En el siglo m, desde el reinado de Septimio Severo, es notable la presencia de una neta diversificación. Aunque los suboficiales origi­ narios de la península no han desaparecido por completo de las lis­ tas, sí es evidente que han cedido la preeminencia a sus colegas pro­ cedentes de provincias, en especial de las regiones romanizadas del oeste de las llanuras danubianas. Si bien los orientales se hallan pre­ sentes ya a partir de ese momento por doquier, su presencia es parti­ cularmente modesta en Hispania. Además, el porcentaje de indígenas no les permite conseguir una mayoría absoluta: decididamente esos militares se desplazan de manera continua. Los ORÍGENES SOCIALES Si la mención de la patria (origo) se encuentra a veces en ins­ cripciones donde se habla de centuriones, por el contrario, el origen social de éstos continúa siendo difícil de conocer: son muy pocos los que entre aquéllos ofrecen alguna información sobre ese tema. Es necesario abordar el problema de manera indirecta y, para ello, hemos pensado utilizar dos elementos. En prim er lugar, sabemos que los nuevos ciudadanos presentaban su gentilicio al magistrado que les concedía la naturalización; bajo el Imperio, en la mayoría de los casos, era el príncipe (pero no exclusivamente). Y todavía hay más: 28. Flavio Josefo, G.

IV, 1, 5 (38).

EL RECLUTAMIENTO

105

en efecto, si nos encontramos con un Julius en el siglo n, se sabe que tiene relación con un indígena cuya familia ha sido romanizada de antiguo, pues Julius remite a César o a Augusto. A la inversa, los nombres que no son de algún emperador tienen muchas posibilida­ des de pertenecer a un descendiente de italiano inmigrado. Pero es preciso, por tanto, considerar que las provincias conquistadas en la época republicana habían sido objeto, antes de la época de Augusto, de una política de «naturalización de los indígenas»;29 por otra parte, los gobernadores cuentan siempre con la facultad de promocionar a algunos de sus administrados. No nos ha parecido siempre oportuno ofrecer cuadros demasiado complejos: en el caso de que se desee una mayor información, remitimos al lector a otro libro (véase n. 26). En segundo lugar se pueden utilizar los cognomina; se ha escrito que alguno de ellos no era en realidad más que un nombre provincial (libios, iberos, etc.) traducido. Pero precisamente el hecho de que se haya visto la necesidad de darles una forma latinizada no parece carecer de significado. Además, presenta un cierto interés poder se­ guir su evolución. También allí se presentan listas más detalladas (véase n. 26). La romanización de los centuriones VII Legión Gemina Gentilicios

Cognomina

S. III

4 6

Total 15 32

imperiales no imperiales

1 12

s. n 10 14

Total

13

24

10

47

S. !

s. irr 9 l 0

Total 43 1 0

10

44

S.I

latinos griegos otros

14 0 0

s. II 20 0 0

Total

14

20

29. J.-M. Lassére, Vbique populus, 1977, pp. 33-201.

106

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

III Legión Augusta Gentilicios

Cognomina

imperiales no imperiales

s.¡ 3 32

39 42

35 34

Total 77 108

Total

35

81

69

185

latinos griegos otros

s. I 24 1 1

S. II 121 6 1

S. IJl 64 2 2

Total 209 9 4

Total

26

128

68

222

s. u

s . ¡II

Estos cuadros muestran que los gentilicios imperiales se encuen­ tran en cantidades muy reducidas en el siglo i; en el siglo n parecen más numerosos, pero, entonces, remiten en realidad a soberanos de las épo­ cas julio-claudia o flavia. Por el contrario, en el siglo m, ambas cate­ gorías prácticamente se equilibran: es, pues, al comienzo de ese periodo cuando podemos comenzar a hablar de una evolución en el recluta­ miento de los centuriones. De hecho, esos nombres revelan que esta­ mos ante personas que proceden de familias que ya habían recibido ha­ cía mucho tiempo la ciudadanía romana. Encontraremos informaciones más precisas en otra obra (véase n. 26); se ha demostrado que sólo dos emperadores han aceptado conceder el sarmiento a hombres reciente­ mente naturalizados: Adriano (Aelius) y Caracalla (Aurelius), que han llevado a cabo, por tanto, una política de reclutamiento más laxa. Cuando se examinan los cognomina, uno se queda sorprendido ante la importancia, incluso ante la preponderancia abrumadora, del latín: en la VII Legión Gemina sólo se encuentra un nombre griego (y además es en el siglo m), y algún otro extraído de tina lengua regio­ nal. Más todavía, el porcentaje de las onomásticas recibidas de Italia permanecen constantes durante todo el Alto Imperio, incluido ahora el siglo lli. De aquí se deducirá que para ser centurión era preciso ha­ ber alcanzado un cierto nivel (o como mínimo un nivel cierto) de ro­ manización. De estas listas, y de algunos otros estudios, se deduce que esos subofi­ ciales procedían normalmente de familias de notables, y que accedían a

EL RECLUTAMIENTO

107

su grado sin pasar siempre por las filas;30 de entre ellos, a algunos otros podríamos considerarlos hijos de soldados, y parecería como si esa ca­ tegoría hubiera progresado un poco en el siglo m; finalmente, una pe­ queña minoría procedía del orden ecuestre (ex equite romano). Los primipilos y los centuriones procedían, por tanto, de la parte más antigua y más profundamente romanizada de una clase media que, por otro lado, se dice que se hallaba estrechamente relacionada con el régimen imperial. Por parte del poder, esa elección traduce una voluntad muy clara: la de seguir una política de calidad. El reclutamiento de los legionarios H ist o r io g r a fía

s o b r e e l t em a

Al estudiar el reclutamiento de los legionarios, es de esperar que nos movamos en un medio social muy próximo al de los centuriones, pues, en ocasiones, a estos últimos se les elegía entre los simples sol­ dados; en cualquier caso, pueden aparecer matices e incluso diferen­ cias. De todas maneras, es uno de los temas mejor conocidos a la vista, en primer lugar, de la abundancia de la documentación, y también de la importancia de los trabajos que se le han consagrado desde hace ya mucho tiempo. En efecto, una vez más, fue el gran Th. Mommsen31 el primero en dar un impulso a la investigación, estableciendo listas de patrias; con­ cluyó que debían distinguirse dos zonas de reclutamiento, Oriente y Occidente, así como varias épocas, correspondiendo los principales cor­ tes cronológicos a los reinados de Vespasiano, Adriano y Septimio Severo. Ese estudio magistral pareció desanimar durante mucho tiempo a sus posibles émulos, hasta que M. Rostovtzeff,32 en una obra criticada a ve­ ces, pero utilizada siempre, se acerca al origen social de los legionarios. Desarrolló la tesis de la ruralización progresiva del ejército romano a par­ tir de principios del siglo n; ese movimiento habría alcanzado su apo­ geo en el curso de los acontecimientos que se desarrollaron en Africa en el año 238, testimonio de cómo la III Legión Augusta barría del mapa la revuelta de notables que apoyaban al procónsul Gordiano, proclamado emperador: el sabio ruso contemplaba este asunto como un episodio de guerra civil que oponía los soldados-campesinos a los civiles-ciudadanos. 30. Dion Casio, LII, 25. 31. Th. Mommsen, Ephemeris Epigraphica, V, 1884, pp. 159-249. 32. M. Rostovtzeff, The Social and Economic History ofthe Román Empire, 1957, 2.a ed., 2 vols.

108

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Pero desde la época de Th. Mommsen se habían llevado a cabo numerosos descubrimientos y, además, la tesis de M. Rostovtzeff no había conseguido la unanimidad de la crítica: para muchos de los his­ toriadores,33 los desórdenes del 238 se resumían en una insurrección contra una fiscalidad que se había vuelto agobiante y que se consi­ deraba insoportable, insurrección seguida por una represión llevada a cabo por soldados sencillamente disciplinados. Le correspondió a G. Forni, en cuatro estudios ejemplares (véanse notas 3 y 4), hacer y poner al dia las listas de patrias conocidas, así como una síntesis del problema. Finalmente, otras dos obras recientes aportan al cuadro al­ gunos matices y precisiones.34 Para presentar esos resultados, lo más sencillo parece ser aceptar una distinción ya adoptada para los cen­ turiones. E l ASPECTO GEOGRÁFICO

Generalidades Comenzaremos, pues, por el estudio de las diferentes patrias que, en conjunto, se conocen bastante bien. La principal dificultad procede de las fuentes. Cuando se investiga en los autores literarios hay que desconfiar del optimismo excesivo de unos y, sobre todo, del pesimismo muy a la moda de la mayoría: Tácito o S. Cyprien, por ejemplo, con­ sideran de buen grado que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por lo que se refiere a las inscripciones, los epitafios o las «listas» están, en ocasiones, dañadas y, a menudo, no se pueden datar, al menos con al­ guna precisión. No obstante, presentan un interés considerable en este tema. Veamos un texto35 hallado cerca de Alejandría: «Al emperador César Lucius Septimio Severo, Pertinax, Augusto, soberano pontífice, reves­ tido de su segundo poder tribunicio (el año 194), aclamado Imperator por tres veces, cónsul por segunda vez, procónsul y padre de la patria. Los veteranos de la II Legión Trajana, relevados con una licencia ho­ norable y que comenzaron su servicio bajo el consulado de Apronianus y de Paulus (el año 168)... [laguna] (han ofrecido esta dedicatoria).» Sigue una lista fragmentaria de nombres clasificados por cohortes y centurias. Tomemos uno de los pasajes: 33. W. Ensslin, Cambridge Anciení History, XII, 1939, pp. 72 ss.; L. Foucher, Hadrumetum, 1964, pp. 313-315 (a títuJo de ejemplo). 34. P. Le Roux, L’armée romaine... des provinces ibériques, 1982; Y. Le Bohec, op. cit., n. 4. 35. Corpus inscr. lat., III, n. 6.580.

EL RECLUTAMIENTO

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V Cohorte: Centuria de Celer: Marcus Gabinius Ammonianus, hijo de Marcus, del campa­ mento (castris); Centuria de Flavius Philippianus: Titus Aurelius Chaeremonianus, hijo de Titus, de la tribu Pollia, del campamento; Caius Valerius Apollinaris, hijo de Caius, de la tribu Collina, de Hierapolis; Centuria de Severo: Marcus Aurelius Isidorus, de la tribu Pollia, de Alejandría; Caius Pompeius Serenus, hijo de Caius, de la tribu Pollia, del campamento.

Hay otros nombres más, pero este extracto debe servir para ilus­ trar ese aspecto: en el momento de su licénciamiento, los soldados hacen grabar una inscripción en honor del emperador, en la que de­ tallan el nombramiento, indican con qué ocasión fue redactado el texto y, finalmente, quienes han cotizado para pagar ese monumento dan sus nombres. Antes de adelantar conclusiones debemos hacer aún dos obser­ vaciones de orden general. Por una parte, en la actualidad apenas se cree en la existencia de transformaciones bruscas derivadas de las de­ cisiones de los emperadores; por el contrario, y en oposición a la opi­ nión de Th. Mommsen, parece que se asiste a una evolución lenta y continua. Por otro lado, se constata que hay tradiciones establecidas: durante todo el siglo i de nuestra era, en la Galia se siguió la costum­ bre de enviar jóvenes a servir a Africa, sin que aparentemente hubiera necesidad alguna que impusiera un movimiento migratorio de esa clase. El siglo I de nuestra era es el de los «extranjeros»: de manera ge­ neral, los encargados del reclutamiento encuentran dificultades para encontrar hombres;36 son muy pocas las provincias que demuestran ser capaces de proveerse de sus propios defensores y, de todas mane­ ras, al poder político le parece normal proceder a una cierta mezcla de poblaciones. Pero hay que distinguir las dos mitades de la cuenca mediterránea. En Occidente, es decir, en la parte del Imperio en que se habla latín, los italianos van en cabeza, si se exceptúan los del Lacio, Etruria y Umbría y los de las antiguas colonias, que prefieren ingre­ sar en las cohortes pretorianas y urbanas donde se ejerce la doble atrac­ ción de unos salarios más elevados y los atractivos de la Ciudad. No obstante, se asiste a un retroceso lento, pero inexorable, del número de soldados originarios de la península: hacia la época de Vespasiano 36. Plinio el Viejo, II. N., VII, XLV (149).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

es más difícil encontrarlos en las legiones sin que haya intervenido nin­ guna decisión del poder político (en ese punto, la crítica actual da la razón a G. Forni en contra de Th. Mommsen). Paralelamente, se asiste a un aumento progresivo del número de no italianos que proceden de provincias senatoriales, las más ricas, las más romanizadas y las me­ jor pacificadas del Imperio: la Galia Narbonense, la Bética, África y Macedonia. En la parte este del Imperio, donde la lengua de la administra­ ción es el griego, la situación difiere: en el siglo i, los soldados proce­ den normalmente de esa mitad de la cuenca mediterránea, y se les llama «orientales». Y desde la época de Augusto realmente se prac­ tica el reclutamiento local; en una «lista» encontrada en Alejandría se mencionan hombres originarios de esta ciudad y otros que dan como origen «el campamento» (castris). El origo castris37 plantea un problema. Señalemos en principio que no hay que decir ex castris como se hace a veces: la preposición no se encuentra nunca en las inscripciones. Ciertos soldados no indi­ can para su lugar de nacimiento una ciudad, sino «el campamento». Durante mucho tiempo y de forma unánime, los historiadores han creí­ do que se trataba de hijos de militares, concebidos, cuando los padres se hallaban aún sirviendo por mujeres que vivían en las canabae: re­ ciben este nombre las construcciones civiles (casas, tabernas, comer­ cios diversos) levantadas junto a las fortificaciones y en las que se en­ contraba de todo para satisfacer cualquier necesidad. Como esas uniones estaban prohibidas hasta la época de Septimio Severo, que las auto­ rizó en el 197, los niños habidos de ellas eran ilegítimos.38 Señalemos, no obstante, que, a partir del 212, año de promulgación de un famoso edicto de Caracalla, todos los hombres libres del Imperio obtuvieron, la ciudadanía romana. Pero un estudioso húngaro, A. Mócsy,39 ha propuesto una teoría diferente: el origo castris se les habría dado como patria ficticia a aque­ llos jóvenes que, en el momento de enrolarse, serían desplazados y, por tanto, no habrían disfrutado de todos los derechos necesarios para ingresar en una legión. Así se explicaría el reclutamiento de gentes del campo, tan caro a M. Rostovtzeff. Pero ya se ha dicho que la tesis de este último ha sido discutida; también lo fue la de A. Mócsy, en par­ ticular por F. Vittinghoff,40 quien ha defendido con habilidad la inter­ 37. Corpus inscr. lat., III, n.° 6.627; H. A. Sanders, Americ. Jouni. PhiloL, LXII, 1941, pp. 84-87. 38. P, Salway, The Frontier People of Román Britain, 1965, p. 32. 39. A. Mócsy, Acta Ant. Ac. Se. Hung., XIII, 1965, pp. 425-431, y XX, 1972, pp. 133168 (véase L’Année Épigraphique, 1974, n.° 493). 40. F. Vittinghoff, Chiron, I, 1971, pp. 299-308.

EL RECLUTAMIENTO

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pretación tradicional. Ciertamente, ha sido posible demostrar que el origo castris fue concedido, en la época de Adriano, a hombres re­ cientemente naturalizados;41 pero, por lo general, indica con toda claridad que quien lo lleva ha nacido en las canabae, cerca de un cam­ pamento. Si se vuelve a tomar el hilo de la cronología se constata que, a par­ tir de principios del siglo n, se observa una evolución uniforme: se pasa lentamente de un reclutamiento regional a uno local, a través de una fase intermedia en el curso de la cual los soldados proceden de ciu­ dades cada vez más próximas a la fortaleza. Así, la III Legión Augusta, que se encontraba al norte del macizo del Aurés, se proveía primero en África, después en Numidia y, finalmente, en la propia Lámbese, en las canabae. Sin embargo, en este periodo conviene distinguir dos tipos de cir­ cunstancias posibles. En primer lugar, hay que examinar qué ocurre en tiempos normales. Se dice que Trajano concibió una política enca­ minada a desarrollar la demografía de Italia, entre otras cosas para que ésta volviera a abastecer de personal al ejército:42 creó los alimenta, préstamos ofrecidos por el Estado a propietarios acomodados de la pe­ nínsula y cuyos intereses servían para criar a niños pobres, aunque li­ bres por nacimiento.43 Pero aparentemente esta tentativa fracasó, pues, por su parte, Adriano se dedicó a realizar reformas importantes que seguían un camino radicalmente opuesto: fue él quien habría genera­ lizado el reclutamiento regional y quien habría dado un impulso evi­ dente al reclutamiento local. De hecho, se vio obligado a contentarse con seguir una evolución que, quizás por la fuerza de las cosas, se ace­ leró bajo su reinado. En ese momento, aún se encuentran «extranje­ ros» en las legiones, gálatas en Egipto y galos en Africa: en uno y otro caso, esos movimientos se explican por tradiciones que se remontan al Triunvirato. A pesar de las dificultades que conoce el Imperio en su época, Marco Aurelio44 dedicó aún todos los cuidados a elegir a los mejores hombres para las legiones, al tiempo que se muestra mucho menos in­ teresado cuando se ocupa de los auxiliares. A finales del siglo II45 y principios del m, el reclutamiento regional parece haberse convertido en norma; se observa, no obstante, un elevado porcentaje de jóvenes mencionando el origo castris, y los «extranjeros», incluso los italia­ 41. Y. Le Bohec, op. cit., n. 4. 42. Plimo el Joven, Pan., XXVIII, 3 y 5. 43. P. Veyne, Mél. Ec. Fr. Rome, 1957, pp. 81-135, y 1958, pp. 177-241. 44. Historia Augusta, M. Ant., XXI, 8-9 (véase 6-7 para los auxiliares). 45. Herodiano, II, 9, 11 (Panonia, durante la guerra civil que sigue a la muerte de Cómodo).

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

nos, no desaparecen por entero de las listas, aunque no representen más que un contingente poco importante. Por el contrario, se conoce muy mal qué sucede en el periodo más intenso de la profunda crisis del siglo m. En el peor momento, S. Cipriano constata,46 desolado, que los campamentos están vacíos; esta observación, de un autor de natu­ ral pesimista, no puede despreciarse por entero. De hecho, los espe­ cialistas creen que, en ese momento, ilirios y tracios ingresan en gran número en las legiones; en África parece, por el contrario, que se haya generalizado el recurso a los hijos de soldados. Junto a ese reclutamiento normal se constata la existencia de prác­ ticas excepcionales, que constituyen, por tanto, un segundo caso que tiene lugar en tiempos de guerra. Durante todo el tiempo de vida del Alto Imperio se mantuvo el principio del servicio militar obligatorio. Así, Severo Alejandro (222-235) recurre a los provinciales y también a los italianos,47 y asimismo es todavía la península la base del Senado, en el 238, cuando éste quiere oponerse a Maximino el Tracio.48 No obs­ tante, no se recurre a esta movilización por todo el Imperio más que en momentos de serias dificultades. Por lo general, ante una campaña, son las regiones más próximas a la frontera amenazada las que pro­ porcionan los reclutas; así, para defender Armenia, se recurre a los gálatas y a los capadocios.49 Después de la campaña se conduce al ejército, en primer lugar a las provincias situadas en la proximidad del teatro de operaciones, y allí, de acuerdo con lo que mejor le parezca al general, las autorida­ des responsables aplican uno de estos dos principios divergentes. Según el primero de ellos, se podían reponer en el lugar las pérdidas sufri­ das en combate; así, un destacamento de una legión de Germania, en­ viada a combatir contra los partos, recibirá un contingente de solda­ dos sirios. O, por el contrario, según el segundo principio, los restos de una «vexilación» se incluirán en el ejército local. En este último caso tiene lugar una mezcla de poblaciones. Por tanto, es necesario inter­ pretar con prudencia la presencia de «extranjeros» en una «lista» de militares, porque puede traducir un flujo regular o un movimiento excepcional. No podemos olvidar además otra circunstancia, cierta­ mente bastante rara pero que, sin embargo, se produce: la disolución de una unidad por motivos disciplinarios; en ese caso, parece que los soldados de la legión que recibía ese castigo no eran retomados a la vida civil, sino que se les dispersaba por diferentes guarniciones. 46. 47. 48. 49.

S. Cipriano, Lib. ad Dem., III y XVII. Herodiano, VI, 3, 1. Herodiano, VII, 12, 1. Tácito, An., XHI, t, I y 35, 4.

EL RECLUTAMIENTO

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Las regiones de origen Se ha descuidado, a menudo, un aspecto del problema: son muy pocos los investigadores que se han preguntado por qué esta o aque­ lla región había proporcionado soldados o no, y cuántos. Regiones de origen según G. Forni (véanse ns. 3 y 4)

ítalia Provincias Hispania, sin precisar Tarraconense Bética Lusitania Britania Galia, sin precisar Narbonense Lyonesado Aquitania Bélgica Alpes marítimos Alpes apeninos Germania, sin precisar Germania inferior Germania superior Cerdeña Retía Nórica Panonia, sin precisar Panonia superior Panonia inferior Mesia inferior Mesia superior Dacia Dalmacia Macedón ia Épiro Acaya Tracia

AugustoCalígula

ClaudioNerón

FlaviosTrajano

Adrianofm s.in

215 134 0 2 3 3 0 0 31 4 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 3 14 0 0 0

124 136 3 5 13 1 1 3 58 4 2 0 1 1 0 0 0 0 0 9 0 0 0 0 0 0 6 10 0 0 0

83 299 1 11 3 4 0 4 34 12 6 0 3 1 0 27 2 0 2 21 0 10 4 I 1 0 5 7 4 0 2

37 2.019 1 15 1 3 4 18 6 5 0 5 2 0 12 21 15 1 12 31 8 44 55 22 128 51 19 10 0 1 107

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Regiones de origen según G. Fomi (continuación)

Asia Bitinia Galacia-Licaonia Paflagonia Licia Panfilia-Pisidia Ponto-Capadocia Cilicia Chipre Siria-Palestina Egipto Cirenaica África-Numidia Mauretanias

AugustoCalígula

ClaudioNerón

FlaviosTrajano

Adrianofm s. ni

3 3 30 0 10 4 1 1 5 9 1 7 0

2 0 5 0 1 4 0 0 3 0 0 4 0

4 30 6 0 2 2 0 0 53 11 1 24 0

5 6 5 1 1 0 11 0 55 45 1 874 5

Este cuadro muestra claramente que todas las regiones del Imperio han proporcionado soldados. Por tanto, debemos analizarlo con cierta prudencia, pues las cifras que propone no tienen siempre el mismo sig­ nificado. Así la primacía de Italia en la primera época es, evidente­ mente, tema para una interpretación política: se explica por el hecho de que la conquista y la Guerra Civil, que han precedido al adveni­ miento del Imperio, fueron llevadas a cabo por soldados originarios de la península. Son ellos quienes han conquistado todos los pueblos de la cuenca mediterránea; como ya dijo Virgilio: «Recuerda, romano, es a ti a quien corresponde conquistar a los pueblos»50 (y por «romano» debe entenderse «ciudadano romano», expresión que, en el inicio del principado, engloba sobre todo a los italianos). Como consecuencia, parecería normal que los vencedores continuaran garantizando la se­ guridad de los territorios dominados. Después, fue una moderación demográfica la que impuso un retroceso en esa clase de reclutamiento, haciendo que la guarnición de Roma satisficiera las peticiones de vo­ luntarios. Por el contrario, la expansión en la cifra de ciertas regiones tra­ duce el aumento de su población y el desarrollo de su romanización. 50. Virgilio, En., VI, 851. W. Seston, Scripta Varia, 1980, pp. 53-63.

EL RECLUTAMIENTO

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Piénsese, sobre esto, en las antiguas provincias proconsulares. Por encima de todas ellas, Africa51 ha abastecido de hombres y los ha en­ viado a toda clase de unidades. Asia —sólo se trata de la franja occi­ dental de Anatolia—- estaba también muy poblada y los protagonistas del conflicto del 68-69 supieron aprovecharse de ello.52 Y se habrían podido hacer análogas constataciones para Macedonia, Cirenaica,53 la Bética y la Narbonense.54 A título de ejemplo, se puede mostrar cuá­ les fueron las ciudades del sur de la Galia que proporcionaron milita­ res y observar cuántos tomaron los responsables del reclutamiento en cada una de ellas. 24 18 13 12 8

El reclutamiento de los legionarios en la Narbonense Vienne 6 Arles, Béziers, Nimes 1 Carcasona, Antibes, Apt, Castelnau-deNarbona 5 Alba Léze, Cavaillon, 4 Valence Fréius 3 Aix Luc-en-Diois Digne, Tarascón, 2 Riez Uzés, Vaison Saint-Rémy

Junto a esas consideraciones de orden político y demográfico hay otras que revisten un aspecto más técnico: poco a poco, las tranquilas provincias senatoriales se vieron reemplazadas por regiones más pró­ ximas a las fronteras, por ejemplo Siria55 —pero también podría ci­ tarse Germania, Panonia, Mesia y Dacia—, donde se encuentran nu­ merosos hijos de militares, y donde esos jóvenes no obedecían tan a regañadientes el ingreso en el ejército. Pero es bien cierto que, en uno u otro momento, se solicitó a todas las partes del Imperio que pro­ porcionaran soldados. Tampoco puede dejarse en el olvido el azar de los descubrimien­ tos. Si en esas listas aparecen tantos africanos es, en gran parte, por el excepcional grado de conservación del yacimiento de Lámbese, al norte del Aurés, donde, en los siglos n y m se encuentra el cuartel ge­ neral de la III Legión Augusta. Como contrapartida, únicamente la mala suerte explica que se conozca muy poco de los soldados origi­ narios de Cirenaica, a pesar de que dos documentos diferentes (n. 53) indican que se procedía a realizar levas. 51. Tácito, An., XVI, 13, 5 (año 65 para Iliria). Y. Le Bohec, op. cit., n. 4. 52. Tácito, H., II, 6, 6. M. Speidel, Aufstieg u. Niedergang d. r. Wdt, II, 7, 2, 1980, pp. 730-746 (Asia Menor, en general). 53. Tácito, An., XTV, 18, 1; L'Année Épigraphique, 1951, n. 88. 54. A. Grenier, Bull. Soc. Nat. Antiquaires Fr., 1956, pp. 35-42. 55. H. Solin, Aufstieg u. Niedergang d. r. Welt, II, 29, 2, 1983, pp. 587-1.249.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Los ejércitos de destino Después de haber visto el lugar de procedencia de los reclutas, conviene preguntarse cuál era su destino. Debido a las lagunas exis­ tentes en la bibliografía sobre ese tema es necesario contentarse con sondeos; examinaremos sucesivamente tres casos. En África,56 donde la mayor parte del tiempo se hallaba estacio­ nada una sola legión, la III Augusta, la documentación, bastante abun­ dante para el siglo n y la época de los Severos, permite seguir muy bien su evolución. El siglo I es el de los «extranjeros», italianos y, sobre todo, galos; en el caso de estos últimos se trata de una tradición que se re­ monta, sin duda, al Triunvirato. Lépido habría llegado a África, acom­ pañado de legionarios reclutados al otro lado del Mediterráneo, y en ciertas ciudades de la Galia se tendría por costumbre el envío de jó­ venes a servir en ultramar. A principios del siglo n, en la legión habrían ingresado africanos (algunos se incorporarían ya en el siglo anterior), pero es todavía un número inferior al de los «extranjeros», en esta oca­ sión los bitinios (la región estaba bien poblada), hombres procedentes del Bajo Danubio, sin duda como consecuencia de la guerra dacia de Trajano, y, sobre todo, sirios, desde la campaña contra los partos del propio Trajano. A finales del siglo II, esos porcentajes se han invertido: predominan los africanos, nativos sobre todo del norte del Magreb y, a continuación, de Numidia. A principios del siglo m, la tasa de «ex­ tranjeros» se mantiene estable, mientras que los origo castris, sin ser jamás mayoritários, tienen una buena representación. La legión, di­ suelta entre el 238 y el 253, se reconstruye quizá a partir de un reclu­ tamiento local; pero, a mediados del siglo m, se ha perdido la costumbre de mencionar la patria. El cuadro de la página siguiente podrá sernos de utilidad para comprender ahora la situación en Hispania.57 En el caso del ejército de Hispania encontramos igualmente, en sus orígenes, la importancia de los italianos y los galos, y se observa un descenso regular de unos y otros, seguido de una tímida aparición de africanos, en los siglos n y m. Como contrapartida, es de remarcar un rasgo original: la presencia permanente, manifiesta desde el prin­ cipio, de un fuerte contingente de soldados «indígenas». El origen de los legionarios que sirvieron en Egipto58 es bastante menos conocido, pues no se dispone más que de algunas «listas». 56. Y. Le Bohec, pas. cit., n. 50. 57. P. Le Roux, L’armée romaine... desprovinces ibériques, 1982. 58. G. Forni y D. Manini, Mél. L. De Regibus, 1969, pp. 177-210.

EL RECLUTAMIENTO

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El reclutamiento de los legionarios para el ejército romano en Hispania

Italia

Hispania

/ / Augusto - 68 14 68 - fin s. i 5 S. II S. lü

Total



7 14 4

2 0 19 27 (20?)

Galias África Otros Total

Ó* 19 11 4 22 1 20

0 0 8

10 4 1

0 0 4

0 0 0

2 12 26 65

9 (25) 0 17 (135) 15

4 8

2 2

(37) (40) (33)

61 49 38 (39?) 31 179 (180?)

El reclutamiento de los legionarios para el ejército romano de Egipto

Referencias N.° % por origen total de Italia Galia Painfilia Bitinia Siria ÁfricaEgipto Varios paflagonia hombres 25 22,2 Corpus 44,4 8,3 36 Augusto Inscr. lat. III, n.° 6627 21,4 14,2 7,1 B.G.U., 14 14,2 35,7 Antes IV, del 41 n.° 1083 (papiro) 5,3 Année 2,2 13,6 67,4 132 11,3 157 épigr,, (entran en 1955, servicio en ii.° 238 = 131-132) 1969-1970 n.° 633 Corpus 2,5 15 5 77,5 194 (entran 40 inscr. lat., en servicio III en el 168) n.° 6580

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

A pesar del escaso número de cifras que propone, este cuadro per­ mite, al menos, realizar algunas observaciones. En primer lugar, es no­ table, incluso en el Oriente romano, la presencia de un contingente ita­ liano. La procedencia del ejército de Egipto se expresa en dos elementos: uno de ellos es la presencia de numerosos soldados originarios de Asia Menor, en general, y de Galacia, en particular (en este último caso, pa­ rece que se trata de una tradición que se rem onta a la época del Triunvirato); por otro lado, el reclutamiento local, incluso el de castris, se encuentra ya recogido testimonialmente desde la época de Augusto, una situación que no es habitual. En cambio, sorprende menos la presencia de sirios, si se tiene en cuenta la proximidad de su patria, y el auge del número de indígenas, aunque haya dado comienzo muy pronto, no deja de ser muy normal. Finalmente, el muy elevado por­ centaje de africanos que nos muestra una de las inscripciones se ex­ plica, sin duda, por el hecho de que una «vexilación» de la III Legión Augusta acababa de ser integrada en la II Trajana. EL ASPECTO SOCIAL

La cuestión del origen geográfico de los soldados se presenta, por tanto, bajo aspectos complejos: es necesario valorar una evolución de las provincias de origen y de los ejércitos de acogida. Pero, como al­ gunos de los militares precisan su patria, el problema no parece irre­ soluble. En cambio, alguno de ellos no indica más que la profesión del padre, o la que él mismo ejercía eventualmente en el momento de ser reclutado; alguno no dice de qué medio social procede. En esos casos es necesario realizar una búsqueda indirecta como la que se ha hecho anteriormente en el caso de los centuriones, pero, afortunadamente, contando con un número de textos muy superior. El derecho Anteriormente hemos visto que el consejo de revisión, la proba­ do, comportaba un aspecto jurídico. Los esclavos no tenían derecho a integrarse en una legión, ni los libertos, y tampoco los desplazados; es­ tos últimos podían llegar a ingresar a veces en esa clase de unidades, conservando su estatus de origen: se ha confirmado un caso de ese tipo, pero parece seguir manteniendo el carácter de rareza extraordi­ naria. Circunstancias excepcionales y graves podían imponer el recurso a una u otra de esas categorías inferiores; normalmente, en una si­ tuación así, el responsable del dilectus debía conceder previamente la libertad a los candidatos, si era preciso y, a continuación, la exudada-

EL RECLUTAMIENTO

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nía; sólo se les enrolaba después de seguir ese proceso. En efecto, los legionarios deben poseer la condición de romanos de pleno derecho: tal es la norma, y un estudio reciente dedicado a la situación jurídica de los militares59 insiste con vigor en dos exigencias, las de la «selec­ ción y el elitismo» del reclutamiento. Pero en el siglo ni, un pasaje de las «Sentencias», atribuidas a Paulo,60 un célebre jurista, nos hace sa­ ber que, ante algunos delitos, los soldados eran condenados a la pena capital, y ese castigo sólo se aplicaba a las capas inferiores de la so­ ciedad, los llamados «humiliores». Ciertamente, podríamos pregun­ tamos si esa medida innova, confirmando una evolución que se ha ini­ ciado desde hace ya algún tiempo, o si el texto no hace más que retomar una práctica instituida hacía mucho tiempo. Parece más probable la primera interpretación (véase n. 59); pero la investigación quizá se si­ túa al margen del sentido jurídico. El medio de origen Hay una segunda observación que viene a confirmar lo que aca­ bamos de decir; contrariamente a lo que han creído algunos autores, después de una investigación muy precisa,61 resulta que los legiona­ rios no procedían de la clase de los notables de las ciudades: alguno —o al menos bien pocos entran en esa categoría— no pertenecía a aquellas familias que copaban los consejos municipales, las curias, al menos en África. Sobre este asunto existe por tanto una diferencia real entre los centuriones y los simples soldados. ¿Fue necesario caer tan bajo? ¿Debemos darle la razón a M. Rostovtzeff y admitir la intrusión de campesinos bárbaros en la tropa? En absoluto. En primer lugar, es necesario señalar que el in­ vestigador ruso fue víctima primero de la aceptación de un lugar co­ mún: el mito de la excelencia de lo rural y la mediocridad de la ciu­ dadanía urbana, como soldados, es uno de los tópicos de las literaturas antiguas;62 es muy anterior a la organización que realiza Augusto de un ejército profesional. Por otro lado, M. Rostovtzeff piensa que cada vez que una persona menciona este o aquel origo es que habita en la ciudad. No obstante, ese dilema, urbano o rural, es un espléndido ejem­ plo de falso problema. En primer lugar, cualquier órigo remite a una 59. J. Vendránd-Voyer, Normes civiques, 1983, pp. 69 ss., y p. 77. 60. Paulo, Sentences, XXXI. 61. Y. Le Bohec, op. cit., n. 4. 62. Tácito, An., XLVI, 1, p. ej.: A. Michel, Mél. M. Durry - Rev. Et. Lat., XLVTI bis, 1969, pp. 237-251.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

ciudad, es decir, a una villa y su territorio. Además, de hecho, un buen número de los lugares que calificamos como ciudades no eran más que pueblos grandes, en los que todos vivían de la agricultura; po­ dríamos pensar en este caso en las múltiples ruinas que encontramos en Asia y África, como por ejemplo las de Dougga; sólo algunos cen­ tros importantes, como Éfeso o Cartago, contaban, en realidad, con actividades secundarias y terciarias. Pero aún hay más: la mentalidad antigua no se adaptaba a esa clase de dicotomía; los propios habitan­ tes de las grandes ciudades vivían más cerca de la naturaleza que un parisiense o un neoyorquino del siglo XXI, adaptándose al ritmo de las estaciones y de las cosechas; y los más ricos hombres de negocios sólo perseguían una finalidad: invertir en tierras los beneficios que les reportaba el comercio o el artesanado. De todas formas, como un soldado pasaba en el ejército de veinte a veinticinco años, es probable que su sentimiento fuera más el de pertenecer al campamento que a la ciudad o al campo. Y todavía podemos ir más lejos. En primer lugar, se sabe que al­ gunas provincias (aquéllas que dependían de la autoridad del Senado) eran más tranquilas, más ricas y estaban más romanizadas que las que se hallaban sometidas al poder del príncipe. Y es bien cierto que, en todos esos dominios, Italia ganaba de lejos sobre las unas y las otras. Ahora bien, contamos con una investigación sobre ese tema a propó­ sito de los soldados de la III Legión Augusta.63 Origen, por regiones, de los soldados de la III Legión Augusta (en %) Italia Provincias Provincias senatoriales imperiales S. I 19 ' 23 56 S. II 54 1 44 Principios s. ni 0 62 37

Ciertamente, los italianos iban disminuyendo, pero también los procedentes de las provincias imperiales en beneficio de los del do­ minio senatorial. De este cuadro se desprende, pues, una impresión di­ ferente: quizá los legionarios pertenecían a un medio más elevado del que se ha creído. Esa sensación la refuerza otro mecanismo de con­ trol: se sabe que las colonias, pedazos de Roma desgajados de la ciu­ dad madre, y los municipios, ciudades que formaban parte de la carga de los habitantes de la metrópoli, representaban una elite en la jerar­ 63. Y. Le Bohec, op. cit., n. 4.

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EL RECLUTAMIENTO

quía de los estatus urbanos, bajo los cuales se encontraban las aglo­ meraciones de desplazados. Ahora bien, en un cálculo sobre la legión africana:64 la primera categoría se hallaba representada por 615 indi­ viduos, es decir, un 92 por ciento, contra 53 como máximo de la se­ gunda o, lo que es lo mismo, un 8 por ciento. Se había descuidado también otro aspecto del origen de esos soldados: el medio en que han vivido su infancia y adolescencia. No es indiferente que un futuro militar haya pasado sus primeros años en un puerto, en un burgo rural o cerca de una fortificación. En cualquier caso, ha sido posible realizar un cálculo sobre el tema, una vez más en la III Legión Augusta.65 Medio de origen de los soldados de la III Legión Augusta (en %) Ciudades Ciudades Lámbese del litoral del interior + castra 117-161 161-192 193-238

46 33 16

30 43 44

23 25 39

El cuadro anterior muestra dos profundas disminuciones de hom­ bres procedentes de ciudades portuarias, procedentes de familias de marinos, de comerciantes y de artesanos, en beneficio, en primer lu­ gar, de jóvenes nacidos en burgos rurales, a mediados del siglo n, y a continuación de hijos de soldados, a principios del siglo m. L as

e n se ñ a n z a s q ue n o s o frece la onom ástica

Las listas que acaban de establecerse tienen en cuenta, esencial­ mente, la mención de las patrias. Existe otro elemento que puede uti­ lizarse y que, por otro lado, presenta un mayor interés, porque nos ofrece unas cifras mucho más importantes: es el de la onomástica. Ya hemos comprobado con anterioridad que esa técnica puede ser de gran ayuda al investigador; será suficiente que volvamos a tener en cuenta los dos puntos principales examinados en el párrafo dedicado a los centuriones. 64. Ibid. 65. Ibid.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Los gentilicios Comenzaremos por tanto, en primer lugar por los gentilicios. Si los han llevado personas conocidas, emperadores o gobernadores, indican que nos hallamos en presencia de indígenas romanizados, pero m uestran tam bién si la naturalización es reciente o no: un Claudius acaba de ser ascendido recientemente, si vive a mediados del siglo I de nuestra era, pues ese nombre remite a los emperado­ res Claudio y Nerón; en cambio, a principios del siglo m, puede pa­ sar ya por romano viejo. En cuanto a los gentilicios raros, es decir, los que no se corresponden con un emperador o con un magistrado conocidos, abonan la presunción de que los llevaban inmigrantes ita­ lianos. En el cuadro siguiente nos limitaremos aún a la III Legión Augusta.66 Gentilicios de los soldados de la III Legión Augusta (en %) s. I S. II S. HI S. H-HI Media 21 Emperadores 39 35 35 35 17 Gobernadores (República) 21 25 18 19 12 Gobernadores (Imperio) 14 14 13 13 Inmigrantes italianos 23 24 24 29 19 Gentilicios derivados de cognomina 3 3 2 3 3 7 Gentilicios diversos 11 7 7 6

Estas cifras muestran que el ejército romano de África contaba entre sus filas con una cuarta parte de descendientes de italianos in­ migrados (casi un tercio en el siglo i) y un 65 por ciento de africanos romanizados. No obstante, la importancia de los gentilicios que re­ miten a gobernadores de la época republicana incitan a pensar que esos militares proceden de familias naturalizadas de antiguo. Finalmente, es posible señalar (aunque ese punto se deduce con dificultades del cuadro) que no parece haber existido una gran evolución en la época de los Severos en relación con el siglo n. Aún podemos precisar más esos datos distinguiendo los diferentes soberanos y estableciendo aquí una comparación con el ejército de Hispania67 (esencialmente, se trata de la VII Legión Gemina). 66. Ibid.

67. Ibid.', véase también P. Le Roux, L'armée romaine... des provinces ibériques, 1982.

EL RECLUTAMIENTO

123

Gentilicios im periales de los legionarios (en %) III Legión Legiones Gentilicios Emperadores concernidos Augusta de Hispania 49 (César), Augusto, Tiberio, Calígula 59 Iulii Claudio, Nerón 8 3 Claudii 13 10 Flauii Vespasiano, Tito, Domiciano 5 3 Vlpii Trajano Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio, Aelii 14 Cómodo 3 12 Marco Aurelio, Cómodo, Caracalla 22 Aurelii

Para la buena comprensión de este cuadro es necesario precisar que Marco Aurelio y Cómodo modificaron su onomástica en el curso de sus reinados y que Caracalla concedió el 212 la ciudadanía romana a to­ dos los hombres libres del Imperio que aún carecían de ella, acabando de esa manera un proceso evolutivo iniciado mucho tiempo antes. Es notable la importancia de la obra de los Julios, de hecho César y Augusto; queda muy atrás la de los Flavios y los Aurelios, representados además sobre todo por Caracalla. Por otro lado, si el ejército de Hispania sigue en líneas generales la evolución del africano, presenta, no obstante, al­ gunos rasgos originales, con un porcentaje más elevado de Iidii y Aurelii. Los cognomina A partir del estudio de los cognomina podemos llegar a conseguir, por otra parte, conocimientos diferentes y complementarios de los que nos ha proporcionado el examen de los gentilicios. En primer lugar, veremos de qué lenguas proceden los nombres de los soldados de la TTTLegión Augusta y del ejército de Hispania; también aquí todavía po­ demos hacer comparaciones; La lengua de los cognomina de los soldados (véase n. 67) (en %) Legiones de Hispania III Legión Augusta S. 1 S. lí

s. m Media

latinos griegos indígenas otros latinos griegos indígenas otros 2 4 1 94 0 96 1 2 0 0,5 95 3 2 2 91 7 0 1 2 2 97 0 95 2 2 1 3 1 95 1 94 3

124

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

De este cuadro se desprenden dos enseñanzas esenciales. En pri­ mer lugar, las diferencias existentes entre la legión de Africa y las de Hispania parecen de carácter menor. En segundo lugar se muestra como predominante la lengua latina; ciertamente, podría objetarse que los documentos son, esencialmente, inscripciones, que la cos­ tumbre de grabar textos en piedra procede de Italia y que, por con­ siguiente, no puede sorprendemos esa preeminencia. Una compara­ ción nos perm itirá entonces m edir con mayor exactitud la predisposición de esas cifras: en la provincia de Britania, P. Salway no ha encontrado más que un 50 por ciento de nombres latinos para el conjunto de la región68 o de los soldados que se hallaban en la guar­ nición. Por otro lado, se ha establecido que los cognomina los llevaban, con mayor frecuencia, unos los nobles, otros los simples ciudadanos, y otros, en fin, los esclavos,69 sin que, por lo demás, pueda adjudicarse a uno de esos grupos la exclusividad en la materia; pero existían mo­ das que variaban según el medio social. Por lo que respecta a la III Legión Augusta, se ha llevado a cabo una investigación70 que mues­ tra una mezcolanza de nombres, unos más rebuscados y otros más vul­ gares; a partir de ahí creemos poder deducir que esos soldados perte­ necían a una clase media que tomaba su onomástica tan pronto de lo más alto como de lo más bajo de la escala social. En cambio, hay que desestim ar una línea de investigación. Numerosos epigrafistas han considerado que ciertos cognomina de forma latina pertenecerían a esta o a aquella región del Imperio, por­ que traducirían nombres indígenas o, simplemente, por un fenómeno de moda. Sir R. Syme71 ha atacado esa teoría; ha puesto en duda el carácter «africano» de Donatus, Fortunatus, Optatus y Rogatus. Conviene añadir que, ya antes que él, J.-J. Hatt72 había demostrado que Saturninus se encontraba con tanta frecuencia en la Galia como en el Proconsulado. Es, por tanto, necesario, seguir la tesis de estos dos eruditos;73 en efecto, encontramos prácticamente en todas las provincias los mismos cognomina: Félix, Secundus, Maximus, Primus y Rufus. Apenas podemos mostrar en el Imperio la existencia de dos casos particulares: el observador queda asombrado ante el porcen­ taje tan elevado de nombres griegos en Roma; ese fenómeno debe ex­ plicarse por la importancia del número de esclavos que vivían allí y 68. 69. 70. 71. 72. 73.

P. Salway, Frontier People of Román Britain, 1965, p. 18. I. Kajanto, The Latin cognomina, 1965. Y. Le Bohee, op. cit., n. 4. R. Syme, Historia, XXVII, 1978, pp. 75-81. J.-J. Hatt, Rev. Arch. Est, XV, 1964, pp. 327-329. Y. Le Bohec, op. cit., n. 4.

EL RECLUTAMIENTO

125

por la fuerte mezcla de poblaciones que se efectuaba en la capital del Imperio. Por otro lado, los habitantes de las regiones militares pa­ recen haber tenido siempre una especial predilección por llamar Victor a sus hijos, lo que es perfectamente comprensible. En conse­ cuencia, reservaremos la expresión de «nombres indígenas» a aque­ llos que no han sido traducidos (Baricio o Namphamo, en Africa, Andergus o Clutamus, en Hispania, a título de ejemplo), y es for­ zoso constatar la débil importancia de estos últimos a lo largo de todo el Alto Imperio. La cuestión de los cognomina griegos, con los que acabaremos este párrafo, ha sido objeto de debate, presentándose tres tesis en­ frentadas. Según H. Solin,74 el uso de una de esas onomásticas posee un significado social: indica que se trata de un esclavo o de un li­ berto. Pero Ph. Leveau75 ha contemplado igualmente la posibilidad de que se trate de una moda, en particular en la época del filoheleno Adriano (117-138). Finalmente, P. Huttunen,76 en su crítica a H. Solin, piensa en una mayor diversidad de explicaciones. De todas formas, al tratarse de legionarios, esa clase de nomenclatura no aparece más que muy raramente. Con el fin de poder llegar a alguna conclusión, a la vista precisamente de ese pequeño número de casos, ha parecido con­ veniente incluirlos en tres categorías:77 en efecto, encontraríamos sol­ dados procedentes de Oriente, otros del campamento (de los castris) y, en fin, otros más que han vivido a principios del siglo II, es decir, hacia la época de Adriano. Aún sería posible llevar más lejos esta clase de análisis. Parece, no obstante, que, en lo que respecta al reclutamiento de los legiona­ rios, debemos deducir algunas características importantes. Esos sol­ dados pertenecían, seguramente, a la plebe de los humiliores, pero constituirían su élite, es decir, la capa superior, romanizada de más antiguo. Esa elección de los mejores se explica por una política cons­ ciente, querida por ei poder imperial.78 No obstante, a lo largo del si­ glo ttt sobre todo, la voluntad del Estado ha debido acomodarse a la fuerza de las cosas: era cada vez más difícil encontrar hombres y di­ nero para pagar unos salarios atractivos, y esa crisis estallaba en un momento en que los bárbaros partían al asalto del Imperio desde el este y el norte. 74. H. Solin, Beitñige zur Kenntnis der griechischen Personnamen inRom, 1971. 75. Ph. Leveau, Bull. Arch Algór., V, 1971-1974, p. 222, y Rev. Et.Anc.,LXXVI, 1974, p. 296. 76. P. Huttunen, The Social Strata in (he Imperial City ofRome, 1974. 77. Y. Le Bohec, op. cit., n. 4. 78. J. Vendrand-Voyer, Normes civiques, 1983, pp. 77 y 99.

126

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

El reclutamiento de los auxiliares Los historiadores conocen casi tan bien el sistema de recluta­ miento de las tropas auxiliares como el de los legionarios, y ello por dos razones. En primer lugar, disponen de una cantidad bastante ele­ vada de documentos, inscripciones funerarias, «listas», «diplomas mi­ litares» y papiros. Además, el tema ha sido muy bien estudiado, en par­ ticular para las provincias del Rin y del Danubio, en la obra magistral de K. Kraft;79 pero también se podrían citar, sin demérito alguno, muchos otros trabajos. Todas esas investigaciones han llegado a dos conclusiones importantes sobre las que apenas hay más que ligeros desacuerdos entre los estudiosos. La primera regla es... que no existe regla alguna, al menos una norma rígida, pues cada región de partida y cada ejército de acogida han ido siguiendo su propia evolución. No obstante, y éste es el segundo punto de acuerdo, existe una tendencia general a salir al paso de lo que ya se ha observado para las legiones: de la misma manera en que estas últimas apelaban a jóvenes que per­ tenecían a medios cada vez más humildes, los cuerpos auxiliares, en conjunto, iban eligiendo cada vez más a ciudadanos romanos. Así, esas dos clases de unidades no cesaron de aproximarse las unas a las otras. EL ASPECTO GEOGRÁFICO

Examinemos primero la situación geográfica, es decir, la de las patrias. Se sabe que el nombre del pueblo que forma parte de la de­ nominación de una unidad auxiliar indica el lugar en que ha sido constituida o donde lleva a cabo su primer reclutamiento: el ala I Thracum nace en Tracia, provincia de la que proceden sus soldados más antiguos. A partir de ahí pueden continuar eligiéndose nuevos militares en la región de origen durante un cierto tiempo, en la me­ dida en que se establece una tradición y lazos entre la provincia de partida y el ejército de llegada. Cuando la unidad se halla designada por dos nombres étnicos (por ejemplo, ala Gallorum et Pannoniorum) significa que ha habido una fusión entre los restos de dos cuerpos diferentes (en el ejemplo anterior, galos y panonios); esa clase de de­ nominación no ha sido atestiguada hasta el momento actual más que para el siglo n. Los pueblos de procedencia de esos soldados no han sido estu­ diados recientemente. De todas formas, podemos utilizar aquí las lis­ 79. K. Kraft, Zur Rekrutierung der Alen und Kohorten an Rhein und Donan, 1951; H. T. Rowell, Journ. Rom. Sí., XLffl, 1953, pp. 175-179.

EL RECLUTAMIENTO

127

tas ofrecidas por G. L. Cheesman;80 ciertamente, datan de 1914,81 pero permiten contar con una visión de conjunto sobre el tema;82 las notas (infra) nos proporcionarán en algunos casos una actualización. El reclutamiento inicial de los auxiliares, según G. L. Cheesman. Noroeste de Europa Regiones Britania83 Tarraconense84

Lusltañia (véase n. 84) Bélgica

Lionesado

Alas 2 12

Unidades Cohortes 16 49

0

9

6

41 +X

11 (+ 14 ?)

21

Denominaciones Pueblos Total Tribus Bnilones 18 61 Hispani (+ H. Arauaci, Astures Compagones (+ Gallaeci), Ausetani, et Vettones) Bracaraugustani, Cantabri, Cañetes, (+ Veniaesses), Celtiberi, Lucenses (Hispani + Callaeci), Vardidli, Vascones 9 Lusitani 47 +X

Belgae,85 Germani

Bataui, Canninefates, Cugerni, Lingones, Mattiaci, Menapii, Morini, Nemetes, Neruiift Sequani et Rauraci, Sugambri, Sunuci, Treueri, Tungri,S7 Vangiones, Vbii, Vsipi

32 Galli (+14 ?) (+ Bosporani, + Pannonii)

80. G. L. Cheesman, The auxilia ofthe Román Imperial Army, 1914. 81. P. Holder, The auxilia from Augustus to Trajan, 1980 (parcialmente actualizado). 82. Para proseguir con este asunto, véase Corpus inscr. lat., XVI y Supl.; L’Année Épigraphique; M. Roxan, Román Military Diplomas, 4 vols., 1978-2003. 83. D. B. Saddington, X llé Congrés du limes, 1980, p. 1072: 3 alas y 12 cohortes en el momento máximo. 84. P. Le Roux, L'armée romaine... des provinces ibériques, 1982; añadir lemaui y lungones. 85. L. Van de Weerd, Ant. Class., V, 1936, pp. 341-372: 1 ala de nervianos y 2 de tongreses, 3 cohortes de belgas, 1 de menapos, 1 de morinos, 11 de nervianos y 2 de tongreses (3/18). Véase n, siguiente. 86. G. Drioux, Rev. Ét. Anc., XLVIII, 1946, pp. 80-90: 6 cohortes en Bretaña, 87. J. Smeesters, Xé Congrés du limes, 1977, pp. 175-186: 2 alas, 4 cohortes.

128

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO E l reclutam iento inicial de los auxiliares, según G. L. Cheesman. Noroeste de E uropa (continuación) Unidades

Regiones Aquitania

Alas

Cohortes 7

Narbonense Córcega

0 2 0

0 3

Cerdeña

0

3

Alpes88

I

12

. Rctia

0

19

Nórica

1

1

Denominaciones Pueblos Total Tribus Bituriges Aquitani 7 Vocontii 2 Corsi 3 (+ Sardi et Ligares) Sardi 3 (+ Corsi) Ligures (+ Corsi), 13 Aipini Montani, Tnimplini, Vallenses 19 Raeti Heluetii (de iiecho, Bélgica), Vindelici; Gaesati Noñci 2

E l reclutam iento inicial de los auxiliares, según G. L. Cheesm an. Noreste de Europa Unidades Regiones Panonia Dalmacia Mesia Dacia89 Tracia90 Macedonia Creta (véase Cirenaica)

Alas 8 -

Cohortes 18

0 2 1 9 0 0

11 5 6 22 3 1

Denominaciones Total 26 11 7 7 31 3 1

Pueblos Tribus Pannonii Breuci, lüynci, Sarmatae, (+ Dalmatae) Varciani Dalmatae Bosporani, Dardani Daci Thrac.es Macedones Cyrrhestici Cretes

88. E. Ritterling, Klio, XXI, 1926-1927, pp. 82-91. 89. C. C. Petolescu, Revista de Istorie, XXXIII, 1980, pp. 1.043-1.061: envía 12 unida­ des, sobre todo de cohortes. 90. M. G. Jarrett, Israel Explor. Joum., XIX, 1969, pp. 215-224: 9 alas y 28 cohortes.

EL RECLUTAMIENTO

129

Asia Regiones Galacia Cilicia Chipre Siria92

Alas 1 0 0 2 (+2)

Unidades Cohortes Total 7 6 4 4 4 4 22 24 (+5) (+7)

Palestina

2

10

12

Arabía

0 (+1)

6

6 (+1)

Denominaciones Tribus Pueblos Galatae

Paflagones, Phryges91

Cilices Cypri Syri

Antiochenses, Apameni, Canatheni, Chalcideni, Commageni, Damasceni, Hamii, Hemeseni, Tyrii + Parthi,n sagittarii Ascalonitani, Huraei, Sebasíeni Petraei + dromedarii

África Regiones Egipto94 Cirenaíca (véase Creta) África95y Mauritania

Alas 0 0 5

Unidades Cohortes Total 2 2 4 4 14

19

Denominaciones Pueblos Tribus Thebaei Cyrenaici Numidae, Maurí

Afri,% Cirtenses, Cisipadenses, Gaetidi, Musulamii

91. A. Merlin, Rev. Arch., XVII, 1941, pp. 37-39: 7 alas de frigios. 92. G. Cantacuzéne, Musée Belge, XXXI, 1927, pp. 157-172; I. I. Russu, Acta Musei Napoc., VI, 1969, pp. 167-186. 93. D. L. Kennedy, XIé Congrés du limes, 1977, pp. 521-531: 8 unidades, sobre todo alas. 94. J. Carcopino, Rev. Ét. Anc., 1922, pp. 215 y 218-219: los hombres dependientes del derecho egipcio sólo podían servir como auxiliares o en la flota. 95. Y. Le Bohec, La IIIé Legión Auguste, 1989, pp. 512-515: envía 13.000 hombres, es decir, 5 alas y 21 cohortes. 96. Los afri, pueblo poco numeroso del norte de la actual Tunicia, que no deben con­ fundirse con los africanos en conjunto.

130

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Aunque su significación cronológica no sea más que limitada, pues no hay otro interés que el momento de creación de las unidades, esas listas permiten hacer interesantes constataciones: Europa ha suministrado más de las tres cuartas partes de esos auxiliares (301 unidades de un total de 383, es decir, un 78,5 %), y la parte occiden­ tal del continente ha dado ella sola más de la mitad (215; un 56 %); muy atrás vienen Asia (57; 15 %) y Africa (25; 6,5 %). Por lo que se refiere a la caballería, ha sido reclutada en las regiones de influencia celta (Tarraconense y Lionesado), y a continuación en Tracia y en Panonia. Si los arqueros se hallan poco representados en esas listas, ello se explica por el hecho de que se encuentran en los numeri; o quizá porque G. L. Cheesman ha descartado esas unidades en sus in­ vestigaciones. A continuación debemos presentar cuadros que muestran una evolución, simplificando los resultados obtenidos para el Rin, el Danubio y Mauretania, zonas militares bien estudiadas recientemente. Veamos el reclutamiento de las alas y las cohortes del Rin y el Danubio según K. Kraft.97 «Extranjeros»

«Indígenas»

13 30 43

28 25 53

1 18 19

3 24 27

6 25 31

8 29 37

Flavios-Trajano Rin Danubio Total Adriano-hacia 170 Rin Danubio Total Fin Rin Danubio Total s .ii- s .iii

97. K. Kraft, op. cit., pp. 64-68.

EL RECLUTAMIENTO

131

Reclutamiento de auxiliares en M auretania Cesariana, según N. Benseddik.98 Flavios-Trajano S. II S. !KI¡ S. III

«Extranjeros» 16 0 3 2

«Indígenas» I 1 7 3

Con el fin de realizar un comentario fructífero, estas cifras deben relacionarse con la información que nos proporcionan otras fuentes, en especial los textos literarios. Para el siglo i, hay un llamamiento fun­ damentalmente de «extranjeros», que los reclutadores van a buscar a la Tarraconense, la Galia y la Germania. Pero desde Tiberio aparecen nuevas clases de reclutamiento: se hacen llamamientos a la moviliza­ ción regional e incluso local, fenómeno que puede observarse también en tiempos de Nerón." Esa situación caracteriza a la Mauretania y asi­ mismo a las provincias danubianas. Por el contrario, en el Rin, los «in­ dígenas» se llevan la palma. Más tarde, y contrariamente a lo que se ha dicho a menudo, pa­ rece poder constatarse una estabilidad bastante elevada: de manera ge­ neral, se recurre prácticamente lo mismo a los hombres nacidos en la provincia que a quienes proceden del exterior, estando siempre lige­ ramente por delante los primeros. Y, al menos en las guarniciones eu­ ropeas, el origo castris no parece haber hecho aparición con anterio­ ridad al comienzo de la época antonina. En el siglo n, algunas unidades se escapan al reclutamiento lo­ cal. En un primer momento, son los numeri, que aparecen como muy pronto a finales del siglo i, y que han sido concebidos desde el princi­ pio como tropas formadas por bárbaros: eso supone que se mantienen los lazos con la patria de origen. Asimismo, algunas unidades (a me­ nudo, por otra parte, de numeri) están constituidas por especialistas. Así, nos encontramos con arqueros,100 aprovechándose particularmente el talento de los orientales en ese terreno. En ese caso, además, la con­ fianza se relaciona con las tradiciones de una ciudad: los habitantes de Palmira son grandes tiradores de arco, por lo que se hace venir de 98. N. Benseddik, Las troupes auxiliaires... en Maurétanie Césarienne, s. f. (1982); Y. Le Bohec, Epigraphica, XLIV, 1982, p. 265. 99. Flavio Josefa, G. /., II, 13, 7 (268). 100. G. Canlacuzéne, Musée Belge, XXXI, 1927, pp. 157-172.

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

132

su metrópoli a los soldados que forman el numeras Palmyrenorum sagittariorum. Por el contrario, en el caso de la caballería se prefiere a los occidentales, galos, germanos e hispanos. Además, las autorida­ des románas desconfían de algunos bárbaros, a los que prefieren en­ viar lejos de su patria: es lo que sucede con los bretones, que nunca permanecen de guarnición en su isla; un estudio reciente,101 que des­ graciadamente sólo presenta un reducido número de casos, hace pen­ sar que, igualmente, se evitaba dejar a demasiados moros en Maui etania. Por el contrario, los sirios emigran relativamente poco. Se conoce mu­ cho peor el siglo m: los documentos se vuelven menos numerosos, son mucho más difíciles de datar y los estudios se hacen raros. No obs­ tante, debemos admitir, al menos para sus comienzos, una presencia nada despreciable de «extranjeros». EL ASPECTO SOCIAL

El estatuto jurídico de los auxiliares ha sido muy bien estudiado por K. Kraft; a partir de sus reflexiones organizó un cuadro que pre­ sentamos a continuación, simplificándolo.102

Julio-claudios Flavios-Trajano Adriano-hacia 170 Fin principios del s. m d e l s .ji-

Alas Cohortes Ciudadanos Ciudadanos romanos Desplazados romanos Desplazados 44 0 7 48 17 27 19 32 17 13 10 13 0

38

3

43

En el momento de su creación, es decir, en esencia a principios del Alto Imperio, las unidades auxiliares se hallan constituidas por sol­ dados que responden al estatuto de desplazados y que son de culturas diversas, pero bárbaras, y más en las cohortes que en las alas. No obs­ tante, se nos presenta ya una excepción: algunas cohortes no llevan el nombre de un pueblo, sino que se las denomina «de ciudadanos ro­ manos». Normalmente, los soldados que sirven en ellas disfrutan de ese estatuto jurídico, y se les considera como iguales a los legiona101. Véase n. 98. 102. K. Kraft, op. cit., pp. 80-81.

EL RECLUTAMIENTO

133

ríos. Las que se llaman de esa manera desde su creación llevan a ve­ ces otros nombres: se las designa como si estuviesen constituidas por voluntarios (uoluntarii), o por hombres libres (ingenui), o incluso por marinos (classicae); estos últimos han sido identificados con pre­ cisión: se trata de militares de la flota naturalizados en el 28 aC., des­ pués de haber participado en la campaña de Aquitania de Marcus Valerius Messalla Corvinus. Más tarde, esa dignidad se acordó en ocasiones análogas como recompensa para aquellas cohortes que se habían distinguido en combate. En la época julio-claudia, los cuerpos auxiliares están constitui­ dos generalmente por desplazados, más numerosos en la infantería que en la caballería, donde ya aparece la presencia de algunos ciuda­ danos romanos. Normalmente, entre esos militares sólo encontramos bárbaros.103 Tácito, que, ciertamente, desconfía de los soldados, in­ forma de que su aspecto sorprendía por su extrañeza y de que habla­ ban lenguas incomprensibles.104 Durante la crisis del 68-69 habla de los germanos quienes, «desnudos, según la moda de su país, avanza­ ban al azar, bajo las notas de un himno salvaje y agitando sus cabe­ lleras por encima de los hombros».105 Entre Vespasiano y Adriano nos encontramos con una cierta evo­ lución: ingresan en las alas y en las cohortes ciudadanos de pleno derecho, donde ocupan no obstante todavía un lugar secundario por su número. Con todo, para el 82 y de nuevo para el 83, Tácito106 des­ cribe unidades de esa categoría y deja entrever que todavía se hallan compuestas mayoritariamente por bárbaros. A partir de Adriano y hasta aproximadamente el 170, romanos y desplazados quedan casi equilibrados, y en el periodo que sigue (c. 170-c. 210), estos últimos sólo mantienen una presencia residual, excepción hecha de los nu­ men y de algunas unidades especializadas. Sin embargo, Marco Aurelio, que debe hacer frente a una grave dificultad y a la urgencia, enrola en los auxiliares gentes de cualquier procedencia y estado, desde es­ clavos considerados «voluntarios» hasta bandoleros y gladiadores,107 al tiempo que escogía con sumo cuidado a los legionarios. Pero las circunstancias imponen medidas excepcionales: el enemigo se acerca peligrosamente. Si comparamos las diferentes clases de soldados que han sido reclutados para el ejército de fronteras, se constata que, si no cuentan al nacer con el estatuto de romanos, unos lo reciben al ingresar y otros 103. 104. 105. 106. 107.

Tácito, An., III, 42, 1. Tácito, An., III, 33, 5. Tácito, H., II, 22, 2. Tácito, Agr., XXVm y XXXII, 3. Historia Augusta, M. Ant., XXI, 6-7 y XXIII, 5.

134

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

al licenciarse; en uno y otro caso, el servicio militar funciona como una máquina de difusión de la ciudadanía. El reclutamiento de cuerpos distintos a las legiones y a las tropas auxiliares En los diferentes cuerpos de la guarnición de Roma y en las flo­ tas, la situación se presenta bajo aspectos distintos según el momento: en algunos casos, el poder imperial quiere primar a los soldados; en otros, no. L a GUARNICIÓN DE ROMA

Las cohortes pretorianas Que las cohortes pretorianas constituían la flor y nata del ejér­ cito romano se comprueba en el reclutamiento, al menos en los co­ mienzos del Principado. En efecto, en el siglo i, para ingresar hay que ser italiano; más aún, hasta tiempos de Tiberio, su acceso se ha­ llaba limitado a los jóvenes procedentes del Lacio, Etruria, Umbría y de las colonias más antiguas;*08 bajo Claudio, hace aparición en las listas la Galia Cisalpina, es decir, la llanura del Po. A principios del siglo II, la península suministra aún el 89 por ciento de esos solda­ dos, y esa cifra sólo disminuye muy ligeramente a lo largo de la época antonina. Algunos dálmatas y panonios se benefician de esa tímida evolución. Desde el 193, a principios del reinado de Septimio Severo, tiene lugar una verdadera conmoción: con el fin de castigar a los pretorianos que, a la muerte de Cómodo, habían subastado el Imperio, el emperador africano que, por otra parte, quería recom pensar a sus propios soldados, disuelve esas cohortes y las recompone utili­ zando gentes de provincias, sobre todo ilirios. Se ignora el origen so­ cial de esos militares: mientras que M. Durry109 considera que, en conjunto, son humildes, A. Passerini110 piensa, por el contrario, que se trata de gente procedente de familias de notables. Debemos a ese estudioso italiano algunas de las cifras que muestran la amplitud de la reforma del 193. 108. Tácito, An„ IV, 5, 5. J. Sasel, Historia, XXI, 1972, pp. 474-480. 109. M. Durry, Les cohortes prétoriennes, 1939, pp. 239-257. 110. A. Passerini, Le coorti pretorie, 1939, pp. 141-189.

EL RECLUTAMIENTO

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El reclutamiento en % de los pretorianos, según A. Passerini S .1-11 S. ni 0 Italianos 86,30 Occidentales 9,50 60,30 39,70 4,20 Orientales

Las cohortes urbanas Cuando se trata de las cohortes urbanas, debemos distinguir dos casos. En principio^ se piensa que no se han movido de Roma. En ori­ gen,111 su reclutamiento no es distinto del pretorio, pero, después, prác­ ticamente no ha evolucionado, lo que constituye una gran originali­ dad. Dos epigrafistas se han dedicado a estudiar este asunto. Desde el momento en que utilizaban métodos diferentes, no han alcanzado los mismos resultados en valores absolutos, pero los porcentajes son com­ parables, o casi idénticos, en uno y otro: F. C. Mench112 cuenta un 85,5 % de italianos y un 14,5 % de provinciales; para H. Freiss,113 esas cifras se convierten en 88 y 12 % respectivamente. Como en las listas de nombres sólo se encuentra un 15 % de gentilicios imperiales (98/640), debe admitirse (lo que parece lógico a la vista de los oríge­ nes geográficos) que, en esas unidades, sólo encontramos un número muy pequeño de nuevos ciudadanos. Pero, por otro lado, sabemos que dos cohortes urbanas habían sido destacadas de manera permanente en provincias, una de ellas en Lyon, y la otra en Cartago. Esta última ha sido estudiada.114 Poseemos muy escasas menciones a los lugares de origen como para que un resultado de esa clase pueda tener un significado real. Por el contrario, ha mos­ trado un 25 % de gentilicios imperiales, correspondiendo el 28 % a nom­ bres de gobernadores del proconsulado: eso daría como resultado más de una mitad de africanos naturalizados y solamente un 45 % de des­ cendientes de italianos. Ciertamente, los cognomina son latinos en un 90 %, pero un 6,4 procede del griego y sólo un 2,8 % de lenguas «indí­ genas». Desde el punto de vista de la romanización, esa cohorte esta­ ría situada, por tanto, por encima de la legión de Numidia, pero por de­ bajo de sus homologas estacionadas en la capital dpi Imperio. 111. 112. 113. 114.

Tácito, An., IV, 5, 5. A. Pagnoni, Epigraphica, IV, 1942, pp. 23-40. F. C. Mench, The Cohortes urbanae, 1968, pp. 495-497 y 501-505. H, Freis, Die cohortes urbanae, Epigr. Stud., II, 1967, pp. 50-62. N. Duval, S. Lance! e Y. Le Bohec, Bitll. Com. Tr. Hist., 1984, pp. 33-89.

LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

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Las demás unidades de la guarnición de Roma Gracias a un libro reciente115 se conoce bien el reclutamiento de los vigililantes. Como ya se ha dicho, todos los libertos desde un prin­ cipio fueron reemplazados rápidamente por desplazados e incluso por ciudadanos romanos, atraídos por el sueldo y por el atractivo de la Ciudad. Entre sus filas se cuenta una apabullante mayoría de italia­ nos, pero acaban por admitirse africanos y orientales. La «gendarmería imperial», los statores Augusti, estaba compuesta generalmente por antiguos soldados de la guardia montada personal del príncipe, los equites singulares Augusti. Para estos últimos dispo­ nemos por fortuna de un estudio reciente.116 Se trata de jinetes reclu­ tados directamente o tomados de las alas de las tropas auxiliares. En el siglo II hay una neta mayoría de occidentales, germanos, en par­ ticular bátavos; después del 193 dominan claramente panonios, dacios y tracios. Pero el 90 por ciento de esos militares portan gentilicios im­ periales; F. Grosso117 explica ese fenómeno diciendo que los equites singulares Augusti, procedentes de un medio formado por desplaza­ dos, recibían la ciudadanía latina al ingresar en el ejército y se con­ vertían en romanos de pleno derecho acabado el servicio. L as

flo ta s

Cuando se estudia a los marinos se tropieza igualmente con un delicado problema jurídico.118 Th. Mommsen119 había sostenido que, hasta la época de Domiciano, todos ellos, oficiales o no, pertenecían al grupo de los libertos y los esclavos. Pero S. Pandera120 había resaltado la presencia en sus filas de ciudadanos romanos desde la época de Augusto. Recientemente, M. Reddé (véase n. 118) ha considerado la situación ini­ cial como compleja: habían sido enrolados algunos esclavos, pero des­ pués de haber recibido la libertad y aún de forma excepcional (de he­ cho, su presencia aparece como una herencia de la Guerra Civil); a su lado se encontraban libertos, desplazados e incluso, según las observa­ ciones de S. Panciera, ciudadanos romanos. Después de la época de 115. R. Sablayrolles, Libertinas miles, 1996, París-Roma. 116. M. Speidel, Die equites singulares Augusti, 1962, p. 18. 117. F. Grosso, Latomus, XXV, 1966, pp. 900-909. 118. L. Wickert, Die Flotte d. rom. Kaiserzeit, Wiirzb. Jarbh. f. A lt, IV, 1949-1950, pp. 105-113; M. Reddé, Mare nostrum, 1986. 119. Th. Mommsen y J. Marquardt, Manuel des antiquités romaines (trad. de J. Brissaud), XI, 1891, p. 242. 120. S. Pandera, Re.nd. Accad. Lincei, XXIX, 1964, pp. 316-327.

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EL RECLUTAMIENTO

Augusto,121 los marinos eran en su mayoría no ciudadanos que reci­ bían la calificación de latinos al finalizar el servicio:122 los desplazados se codeaban con una minoría de libertos y con algunos hombres que recibían el estatus de egipcios, un grado aún inferior en la escala de va­ lores de los antiguos, próximo al nivel de servidumbre. En la época fiavia (69-96), todos esos soldados poseían los tria nomina, y los diplomas que se les entregan en su licénciamiento les otorgan la cualidad de ro­ manos. Según V. Chapot,123 a partir de Adriano era preciso disfrutar del derecho latino para ingresar en la flota. Y es bien cierto que los ma­ rineros acceden, en conjunto, a la ciuitas romana el 212, cuando Caracalla concede ese privilegio a cuantos hombres libres habitan en el Imperio. Los orígenes geográficos plantean menos problemas. Es evidente que no se sabe nada de ese tema por lo qué concierne a las flotas pro­ vinciales. Pero M. Reddé (véase n. 118) ha podido establecer nuevas listas para las demás. El reclutamiento de los marinos, según M, Reddé

Italia Occidente Africa Dalmacia Panonia Córcega Cerdeña Total Oriente Asia Siria Egipto Tracia Grecia Total Varios Total general

Miseno 6

Ravenna 1

11 12 10 4 22 59

2 12 5 3 3 25

38 13 54 37 8 150 4 219

3 7 7 2 1 20 1 47

121. Ch. G. Starr, The Román Imperial Navy, 1941, pp. 66 ss. 122. W. Seston, Rev. PhiloL, VII, 1933, pp. 383-384.123. 123. V. Chapot, La flotte de Miséne, 1896, pp. 180-181.

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LA ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO

Así, los marinos de los navios con base en Miseno proceden de Egipto, de la provincia de Asia, de Tracia y de Cerdeña.124 En cuanto a la flota de Ravena, recluta sus hombres en Siria y en Egipto, en Panonia y, sobre todo, en Dalmacia, hasta allí donde la escasez de los documentos permite dar cuenta de ello. Conclusión La tradición romana y las mentalidades colectivas consideran al­ gunas clases de unidades como más dignas de interés que otras, y esas actitudes se traducen en la elección de los hombres llamados a servir: las unidades de elite están constituidas por ciudadanos romanos pro­ cedentes del Lacio y de la Italia central; a medida que vamos aleján­ donos de Roma y descendiendo en la escala del estatus jurídico se ob­ serva que los militares en cuestión gozan cada vez de menor importancia para la seguridad del Imperio. Es decir, a la jerarquía de los cuerpos de tropa corresponde una jerarquía en el reclutamiento. Tales decisiones dejan bien claro que el poder imperial se en­ cuentra ligado a una política de calidad. Pero, para que siga siendo po­ sible, es necesario que los ejércitos no se enfrenten a demasiadas difi­ cultades, a demasiadas guerras y, sobre todo, a demasiadas derrotas. Es preciso que los soldados disfruten de un cierto respeto reconocido por todos, que consigan prestigio, pues las apariencias tienen su im­ portancia en la sociedad. Con este fin, el Estado debe disponer de medios financieros nada despreciables.

124. Y. Le Bohec, La Sardaigiie et Varmée romaine, 1990, Sassari.

S egunda

pa r t e

ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO. DEFENSA Y ATAQUE

C apítulo IV

LA INSTRUCCIÓN. PREPARAR LA VICTORIA ¿Qué se le pide a un soldado? En principio, obediencia a los jefes; después, si llega el caso, dejar la vida en el combate. Al me­ nos, eso es lo que piensan muchos de nuestros contemporáneos y la mayoría de los historiadores; a sus ojos, la instrucción no sirve más que para llenar uno de los capítulos de la vida militar cotidiana, debe insertarse entre dos parámetros, uno que evoque el lupanar y otro las termas. Por ello, las más grandes enciclopedias dedicadas a la Antigüedad, la «Pauly-Wissowa» y la «Daremberg-Saglio», no han considerado útil consagrar ni siquiera un breve artículo a esa actividad. Por tanto, esa actitud pide una corrección. En nuestra época, al­ gunos especialistas del ejército1 han considerado con buen criterio que esa práctica ha presentado una importancia mucho mayor de la que se ha dicho, y algunos investigadores han llegado incluso a presentir el lu­ gar de excepción que ocupaba la instrucción en la eficacia de las tropas de Roma. Algunos autores se han dedicado a ella de manera indirecta: A. Neumann por el derecho, por el estudio de los reglamentos,2 y R. Davies por la arqueología, ocupándose de los campos de maniobras y de la ca­ ballería.3 Una obra reciente propone una síntesis convincente.4 Muestra en particular que debe esperarse a la época del Imperio para encontrar una instrucción bien organizada, en emplazamientos específicos y con un encuadramiento propio. Por lo que se refiere al resto, confirma las principales aportaciones de nuestra edición de 1989. 1. Ch. Ardant du Picq, Études sur le combat, 1903, pp. 16 y 79, a título de ejemplos. 2. A. Neumann, Classical PhiloL, XXXI, 1936, pp. 1 ss„ XLI, 1946, pp. 217-225, XLIII, 1948, pp. 157-173, y Klio, XXVI, 1933, pp. 360 ss. 3. R. Davies, Latomus, XXVII, 1968, pp. 75-95, The Classical Journal, CXXV, 1968, pp. 73-100, y Aufstieg und Niedergang d. r. Welt, II, I, 1974, pp. 299-338. 4. G. Horsmann, Untersuchungen zur militárischen Ausbildung, 1991, Boppard-amRheim.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

En efecto, la instrucción no debería despreciarse:5 es la que ex­ plica en buena medida el éxito del ejército romano. A ojos de los an­ tiguos, el arte de la guerra pasaba por ser una ciencia, una «disciplina», que se enseña y se aprende, como las matemáticas o la literatura. Para designar esa actividad, la lengua latina dispone de dos palabras: exercitium y exercitatio. En el Thesaurus linguae latinae, ese espléndido lé­ xico en el que se encuentran recogidas todas las referencias a los au­ tores conocidos, cada uno de esos dos términos ocupa cuatro interminables columnas:6 es decir, la importancia de esa práctica y ese hecho hacen que sea aún más sorprendente la ausencia de curiosidad de que hacen gala los modernos. Los propios romanos concedían un lugar importante a la instrucción. En sus investigaciones etimológicas, Varrón7 no dudaba en invertir el que nos parecería un orden normal: llegó a hacer derivar el sustantivo «ejército» (exercitus) del verbo «ejer­ citar» (exercito). Y Cicerón8 le concedió el apoyo de su autoridad: «Ya sabes... cuál es para nosotros el sentido de la palabra '"ejército"...; (y) ¿qué decir de la instrucción de las legiones?... poned en la vanguar­ dia a un soldado de igual valentía, pero sin instrucción, y parecerá una mujer.» Sin ánimo de ofrecer una lista exhaustiva de los textos literarios o epigráficos que se refieren a ese tema,9 podemos al menos citar a va­ rios autores que han hecho algo más que mencionar por alusiones esa actividad. A mediados del siglo i de nuestra era, Onesandros10 re­ cuerda en general sus deberes en esa materia. Poco después, Flavio Josefo,11 oficial judío vencido por Vespasiano y Tito, explica su derrota por la eficacia que esa práctica confiere a las legiones. Como es ob­ vio, Tácito habla a menudo del tema. Pero es la época de Adriano la que proporciona más informacio­ nes sobre la materia. El propio emperador concedía gran importan­ cia a la instrucción:12 esa actitud le permitía asegurarse la obediencia de los cuadros del ejército, que, de no ser así, le reprochaban un cierto «pacifismo» o, al menos, una falta de ardor ofensivo. Fue en persona a Lámbese, en el norte del macizo del Aurés, para presidir unas ma­ niobras del ejército de África, y en unos discursos célebres, conserva­ 5. Y. Le Bohec, Cahiers Groupe Rech. Année rom., I, 1977, pp. 71 -85 y láms. XLV-XLV3I. 6. Thesaurus linguae latinae, V, 2, 1938, col. 1.379-1.383 y 1.384-1.387. 7. Varrón, De l.L, V, 87: exercitus quod exercitando fit melior. 8. Cicerón, Tusc., H, 16, 37. 9. Véase especialmente la n. 6 y otras notas de este capítulo. 10. Onesandros, IX-X. 11. Flavio Josefo, G. II, 20, 7 (577); III, 5, 1 (72-75), y 10, 2 (476). 12. Dion Casio, LXLX, 9 (véase también, por ejemplo, LVH, 24); Historia Augusta, Adr., X, 2 y XXVI, 2.

LA INSTRUCCIÓN

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dos en buena medida gracias a una inscripción,13 expresa lo que siente por ese tema. Arriano,14 uno de sus generales, efectuando una gira de inspección por las guarniciones situadas en las riberas del mar Negro, obliga a hacer instrucción a los soldados. Y un tribuno, comandante de una unidad de mil bátavos, se enorgullece15 de haber cruzado el Danubio a nado a la cabeza de sus hombres, pertrechados con su ar­ mamento; y precisa que Adriano lo consideró una hazaña. Igualmente podríamos citar un pasaje poco conocido de Frontón.16 De hecho, Vegecio,17 que escribe en el siglo iv, pero que informa de épocas ante­ riores, continúa siendo la fuente más interesante sobre esta cuestión. Menciona en particular a los autores que utiliza: en primer lugar, Catón el Viejo, y a continuación tres grandes emperadores (Augusto, Trajano y, precisamente, Adriano), y finalmente a Tarruntenus Paternus y Cornelius Celsus. La cuestión que ahora se plantea es la de saber por qué la ins­ trucción revistió tal importancia; responderemos al interrogante no con una, sino con varias respuestas. La importancia de la instrucción Las

f u n c io n e s

MILITARES

En el mundo de la milicia constituye una evidencia que la ins­ trucción desempeña un importante papel. El interés de esa práctica había sido percibido ya en la época republicana: acabamos de citar a Catón el Viejo, a Varrón y a Cicerón; hubiéramos podido encontrar otros ejemplos más antiguos,18 pero no es ése nuestro objetivo; volva­ mos al Alto Imperio. El objetivo fundamental de la instrucción con­ siste en conferir al soldado romano la superioridad sobre el bárbaro en la batalla. En primer lugar, el legionario debe superar físicamente a su po­ sible adversario;19 es fácil comprender que aquí interviene el deporte. Pero es preciso también templar el carácter. «Mediante los ejercicios militares, los romanos preparan no sólo cuerpos robustos, sino tam13. 14. 15. 16. Verus). 17. 18. 19.

Les discours d'Hadrien á Vamiée d ’Afrique, Y. Le Bohec (ed.)? 2003, París. Arriano, Periplo del Ponto Euxino. Corpus inscr. lat., III, n.° 3.676. Frontón, Princ. hist., VIII-IX (introducción a la guerra con los partos de Lucius Vegecio, I y II, passim. Frontino, Strat., III, 1, 2 (Caius Duilius). Herodiano, II, 10, 8.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

bién almas fuertes», señala Flavio Josefo.20 Esa práctica permite ade­ más soportar mejor las heridas,21 no enloquecer de dolor. El efecto psi­ cológico tiene una gran importancia; presenta una ventaja considera­ ble: si los soldados son capaces de ejecutar sus maniobras a la perfección en presencia del enemigo, este último corre el riesgo de desanimarse y evitar el combate mediante la huida.22 Pero aún hay más: la instrucción se halla vinculada directamente a la disciplina,23 y ésta era tan importante que había sido divinizada y contaba con altares en los campamentos. No significaba solamente una obediencia ciega a las órdenes: esa actitud se daba más bien como consecuencia. De hecho, en disc-iplina se encuentra la raíz disc-o, -ere\ y ese verbo significa «aprender»:24 en el tema militar es necesa­ rio formarse, «aprender» todos los arcanos. Ejecutar una orden, in­ cluso aunque parezca absurda, respetar a los superiores, todo ello forma parte de los imperativos de la profesión, todo eso se enseña25 de la misma manera que el mantenimiento de las armas o la construcción de una empalizada; el soldado que sabe qué debe hacer, porque lo ha repetido mil veces en el campo de maniobras, tiene confianza en sí mismo y en sus jefes.26 El ejército romano aplicaba un principio re­ cuperado por numerosas escuelas militares en la actualidad, el de «es­ tudiar para vencer»,* incluso aunque el nivel de conocimientos re­ queridos fuese muy técnico y, por encima de todo, bastante bajo. Un pasaje de Tácito27 muestra claramente la eñcacia de esa ins­ trucción. Soldados romanos bien preparados y, por ende, muy disci­ plinados, aceptan sin rechistar obedecer una orden que les expondrá a los ataques del enemigo, pues saben que, a cambio de algunas pér­ didas, alcanzarán un éxito aplastante. «Él [el general Cerialis] llegó tras tres días de marcha ante Rigodulum [en la actualidad Riol, cerca de Tréveris], posición que Valentinus conservaba con la ayuda de un numeroso grupo de Tréveris; se hallaba por un lado protegida por mon­ tañas y por el otro por el Mosela, y además Valentinus la había forti­ 20. Flavio Josefo, G, /., III, 5, 7 (102); véase también III, 10, 2 (476); Herodiano (n. an­ terior) habla en el mismo sentido. 21. Cicerón, Tuse,, II, 16, 38, 22. Frontino, Strat., ID, 1, 1. 23. Flavio Josefo, G. I., II, 20, 7 (577 y 580-581); El, 5, 1 y 6-7; V, 1, 71; Tácito, H., II, 77, 7; 87, 2; 93, 1; III, 2, 5; V, 21, 5; An., II, 18-19; Suetonio, Galba, VI. 24. Frontino, Strat., IV, 1; Plinio el Joven, Cartas, X, 29-30; G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 51, 2. 25. Tácito, H., II, 76, 12; 93, 1; III, 42, 1: disciplina militiaque nostra. 26. Frontino, Strat., IV, 1-2 y 5-6. 27. Tácito, H., IV, 71, 6-9. * Divisa de la Escuela Militar de Saint-Cry, donde se forman los oficiales del ejér­ cito francés. (N. del asesor.)

LA INSTRUCCIÓN

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ficado con trincheras y barricadas de rocas. Esas obras de defensa no impidieron al general romano ordenar a su infantería que las asaltara y a su caballería que ascendiera por la colina alineada; él despreciaba a un enemigo reunido sin un plan y al que la fuerza de su posición no le ayudaba hasta el punto de que los legionarios no contaran con re­ cursos debido a su bravura. El ascenso fue algo lento mientras la ca­ ballería pasaba ante el enemigo que la acribillaba con proyectiles; pero, cuando llegaron al cuerpo a cuerpo, el enemigo fue desalojado y pre­ cipitado hacia abajo como una avalancha. Una parte de la caballería rodeó la posición por pendientes más accesibles e hizo prisioneros a los belgas más nobles, con su jefe Valentinus.» Arriano28 ha recordado una consecuencia de esa acción: es nece­ sario no hacer entrar en combate a hombres que no han pasado por la instrucción, pues sería tanto como renunciar a la propia superiori­ dad, a perder una importante ventaja, a exponerse a la derrota; en esas condiciones, abrir las hostilidades sería absurdo. Por otra parte, la in­ terrupción de la instrucción volvería la vida del soldado a la ociosi­ dad y, por tanto, a la molicie; la ausencia de ocupaciones conduce a la indisciplina, a la desobediencia.29 E l PAPEL POLÍTICO

Los oficiales deben tomar parte en la instrucción. Para comprender el alcance de esa obligación es necesario explicar qué es la uirtus, pa­ labra que se traduce a menudo de manera impropia como «coraje». La uirtus es lo que caracteriza al hombre {uir - tus; uir ha dado «vi­ ril»), es decir, el servicio al Estado, bajo sus dos aspectos complemen­ tarios, el servicio civil (servicio de las magistraturas) y el servicio mi­ litar (el mando); para hacer carrera es necesario demostrar que se posee esa cualidad; un noble debe, por tanto, acceder a la cuestura, al cargo de edil o de tribuno de la plebe, a la pretura y al consulado, pero no puede quedarse sólo en eso: es necesario que demuestre también su capacidad en el ejército. La importancia de la instrucción se encuentra testimoniada a lo largo de toda la historia de Roma y se manifiesta ya desde la época re­ publicana. Plutarco30 cuenta que Pompeyo, encontrándose en Oriente, se dedicaba a hacer ejercicios de equitación durante el sitio de Petra, en un momento en que llegaron mensajeros con sus lanzas rodeadas dé 28. Arriano, T., V. 29. Dion Casio, LXXX, 4 y LXXXVIII, 3. 30. Plutarco, Pompeyo, XLI, 4-5.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

laurel, señal de que eran portadores de buenas noticias. Pero el imperator les hizo esperar y continuó sus evoluciones: quería recordar con ello que la instrucción se hallaba por encima de cualquier otra exigen­ cia; y fue precisa la mayor insistencia de los soldados para que consin­ tiera en interrumpirla: conoció entonces el suicidio de Mitrídates y, por tanto, su victoria. Algunas décadas más tarde, Tiberio quiso mostrar a Augusto que este último era culpable de consentirle una excesiva ambi­ ción, y deseó demostrarle que no aspiraba al Imperio; se retiró a Rodas, y dejó de practicar su instrucción;31 de esa manera, manifiesta que re­ nuncia a la uirtus, que se convierte en inofensivo políticamente. Durante la Guerra Civil, Vitelio descuidó la preparación de las tro­ pas: a ojos de Tácito,32 fue una falta irreparable que provocó su caída. Por el contrario, Trajano dedica toda su atención a esas prácticas e incluso se mezcla con sus hombres para dar ejemplo, lo que le valió alabanzas.33 Su sucesor, Adriano, de cuya actitud ya hemos hablado (véanse ns. 12-15), vela cuidadosamente de la instrucción para cal­ mar la inquietud de los senadores y los equites que podrían conside­ rarle demasiado prudente, es decir, «pacifista». Aún más tarde, Severo Alejandro se educó, desde su infancia, con vistas a la púrpura:34 la pre­ paración militar formó parte de su educación (y es la Historia Augusta, escrita a finales del siglo rv y quizás a principios del V, la que relata esa anécdota). En fin, Maximino el Tracio se convirtió en emperador en el 235 porque, según Herodiano,35 se había revelado como un exce­ lente formador de reclutas. Pero aunque la instrucción haya podido utilizarse de diferentes maneras, siempre lo ha sido con fines políticos. Después de la batalla de Accio, que en el 31 aC. significó su victoria sobre Marco Antonio, Augusto quiso difundir la idea de que el tiempo de paz había llegado definitivamente a Roma; se trataba de propaganda política. Para ma­ nifestar esa pretensión, dejó de practicar sus ejercicios de instrucción.36 En circunstancias diferentes, Tiberio utilizó también esa misma arma: para atemorizar a los senadores, y para que aceptasen con docilidad sus proyectos, les invita a asistir a las maniobras de la guardia pretoriana.37 Así, y a lo largo de todo el Alto Imperio, la práctica de la ins­ trucción ha tenido una doble finalidad, política y militar. Ha llegado el momento de ver qué realidades se ocultan detrás de esa palabra. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37.

Suetonio, Tib., XIII, 1. Tácito, H., XXXVI, 1. Plinio el Joven, Pan., XIII, 1. Historia Augusta, Sev. Al., III, 1. Herodiano, VII, 1,6. Suetonio, Aug., LXXXIII, I. Dion Casio, LVII, 24.

LA INSTRUCCIÓN

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El contenido G e n e r a l id a d e s

La puesta en práctica de la estrategia definida por el mando, la aplicación de la táctica en el campo de batalla y los lugares para situar los campamentos muestran claramente la existencia de una ciencia militar,38 de la que también forma parte la instrucción;39 esa ciencia la llevan a la práctica los oficiales, con asistencia de algunos subofi­ ciales que poseen determinados conocimientos técnicos (así, el metator participa de la construcción del campamento). Como a los roma­ nos les podía el espíritu jurídico, codificaron todas esas enseñanzas; Flavio Josefo40 lo dijo claramente y no hay razón alguna para poner en duda esa afirmación: los reglamentos estaban bien redactados. Adriano fue quien hizo publicar un buen número de las medidas re­ lativas a la instrucción; a principios del siglo m aún se hallaban en vi­ gor.41 Formada ya desde los orígenes, una cierta cultura militar re­ cibe una elaboración jurídica bajo Septimio Severo. Además hay otras reglas que se conservaron mucho más tiempo; el conjunto de leyes reu­ nido por Justiniano recoge elementos permanentes del derecho:42 si un hombre es herido en un campo de maniobras (campus) por un soldado dedicado a la instrucción, se excusa al agresor; por el contra­ rio, si el accidente ocurre en otro lugar, el militar se considera res­ ponsable y ese asunto da pie a la apertura de diligencias. En todo mo­ mento, un gran príncipe deseaba que esa práctica tuviese un carácter cotidiano.43 Las

a c t iv id a d e s

La palabra instrucción recoge actividades muy diversas, que se pueden reagrupar bajo dos rúbricas principales: en efecto, unas son individuales, mientras que otras no. En el primer caso, el objetivo con­ siste en asegurar al soldado romano la superioridad sobre el bárbaro, incluso en combate singular y hasta desarmado. No obstante, ahí hay 38. M. Rambaud, Mél. R. Schilling, 1983, pp. 515-524 (sobre César). 39. Tácito, An., II, 55, 6; III, 33, 3; Corpus inscr. lat., VIII, n." 2.535 = 18.042 (Y. Le Bohec, op. cit., n. 13); Vegecio, I y II, passim. 40. Flavio Josefo, G. /., V, 3, 4 (123-126). 41. Dion Casio, LXIX, 9. J. Vendrand-Voyer, Normes civiques et métier militaire á Rome sous le Principat, 1983, pp. 313 ss. 42. Justiniano, Inst., IV, 3, 4. 43. Flavio Josefo, G. /., III, 5, 1 (73); Historia Augusta, Max., X, 4.

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que distinguir entre acciones que son puramente físicas de otras que presentan un carácter militar. Por tanto, los combatientes comienzan por hacer gimnasia.44 Y lo mismo que todos los ejércitos del mundo, marchan en traje de deporte, con todo el equipo o cargando pesos su­ plementarios.45 Se les obliga también a correr y saltar,46 y, cuando las circunstancias lo permiten (es decir, ¡fuera de zonas desérticas!) hacen natación;47 hemos citado más arriba (n. 15) el caso de los mil bátavos que, siguiendo a su oficial, habían atravesado el Danubio con todo su armamento encima (pero esa hazaña se presenta como un hecho ex­ cepcional). Una vez que ha dado firmeza a su cuerpo, el soldado pasa a rea­ lizar actividades más profesionales, más militares; en esencia, al ma­ nejo de las armas.48 Aprende esgrima contra una estaca, el palus,49 an­ tepasado del maniquí. Se habitúa también a arrojar armas,50 flechas y jabalinas, asi como piedras, y... a recibirlas. Debe, por tanto, mane­ jar la honda y utilizar el arco (n. 15). Toda esa parte de la formación es común a los cuarteles y a las escuelas de gladiadores. En principio, a los militares se les confían para la instrucción armas especiales; así, los hombres que van montados disponen de un casco particular.51 La equitación es, por lo demás, el último elemento importante de esas ac­ tividades individuales; no sólo deben dedicarse a ella los simples jine­ tes, sino también, y sobre todo, los oficiales.52 Cuando el soldado ha adquirido un mínimo de fuerza física y de destreza en la utilización de la espada y el venablo, puede pasar a un segundo grado de instrucción. Se trata ahora de asegurar a los roma­ nos la superioridad en el combate en unidades constituidas: pasan a realizar actividades colectivas. En principio, se les obliga a llevar a cabo obras públicas, en virtud del principio que sostiene que el manejo de piedras fortalece el cuerpo. De esa manera, los legionarios proporcio­ nan al emperador una mano de obra cualificada y a bajo costo, lo que le permite a este último hacer manifestación de su generosidad, a buen precio. En ciertos casos, solamente pone técnicos a disposición de los civiles: bajo Antonino Pío, la ciudad de Bejaia (antigua Bugía) quería 44. Arriano, Periplo, III, 1; G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 64, 30, etc. 45. Frontino, Strat., IV, 1, 1; Tácito, An., II, 55, ó; ni, 33, 3; XI, 18, 2; Aulu-Geile, N. Ait., VI, 3, 52; Vegecio, I, 9 y II, 33. 46. Vegecio, pas. cit. (n. anterior). 47. Vegecio, pas. cit, (n. anterior); Porphyrion, Horat. carm., I, 8, 8; III, 7, 25, y 12, 2. 48. Flavio Josefo, G. L, III, 5, 1 (73); Vegecio, I, 26, y II, 33. 49. Juvenal, VI, 247; Vegecio, I, 11, y II, 23. 50. Plinio el Joven, Pan., XIII, 1-2; Arriano, Péripie, III, 1; Vegecio, I, 14. 51. H. Russell Robinson, The Armour of Imperial Rome, 1975, p. 107. 52. Plutarco, Pompeyo, XLI, 4-5; Suetonio, Aug., LXXXIII, 1, y Tib., XIII, 1; Vegecio, I, 18.

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construir un acueducto; como no encontró ningún ingeniero compe­ tente, acabó por dirigirse al gobernador, que obtuvo del legado de la III Legión Augusta que un librator viniera a solucionar el problema. Los arqueólogos han dado con las canalizaciones; éstas miden 21 km de largo, y se vieron en la necesidad de construir un túnel de 428 m, situado a 86 m de altura.53 Esas construcciones civiles brillan por su diversidad.54 A veces los soldados efectúan un aterrazamiento para salvar una zanja. O, en oca­ siones, levantan monumentos destinados a mostrar la benevolencia del soberano; algunas de esas edificaciones, como los arcos, no presen­ tan más que un interés decorativo; pero otras pueden aumentar el atrac­ tivo o la comodidad de la ciudad, como las plazas, las calles, los acue­ ductos y los lugares de diversión (teatros, anfiteatros, circos). Otras poseen una función económica más importante. Los militares traba­ jan también en minas y canteras; pueden construir mercados o incluso (pero se trata de casos excepcionales) ciudades enteras. Por orden de Trajano, el 100 de nuestra era fue consagrada Timgad, una ciudad si­ tuada al norte del macizo del Aurés, que había sido levantada por com­ pleto utilizando mano de obra militar. Timgad55 se erigió en suelo vir­ gen; el centro primitivo estaba diseñado como un cuadrado de 350 m de lado, delimitado por una empalizada con cuatro puertas y ángulos redondeados. Calles perpendiculares aislaban manzanas regulares. Contrariamente a lo que se ha escrito, ese plan no reproduce en nada el de una fortificación: se trata de una colonia destinada a aumentar económicamente el valor de la zona meridional de las altas llanuras del Constantinesado; los soldados eran también capaces de construir otras cosas diferentes a los campamentos. En efecto, edificaron tem­ plos y santuarios. Por encima de todo, el mando les exigía que pusiesen en marcha todos los elementos de sus diferentes sistemas defensivos. Algunas de esas tareas tenían implicaciones económicas muy favorables: era pre­ ciso trazar carreteras, colocar mojones de delimitación entre tribus y efectuar operaciones de catastro o de centuriación; esas diferentes em­ presas contaban con un motivo principal de orden militar: se quería facilitar así los movimientos de tropas y la vigilancia del enemigo po­ tencial. Esos trabajos formaban parte íntegra de la instrucción; saber ejecutarlos bien mostraba que se poseía «disciplina»: Frontino56 afirma 53. Corpus inscr. lat., VIH, n.° 2.728 = 18.122; Y. Le Bohec, La IIlé Légion Auguste, 1989, p. 378. 54. Tácito, An., XI, 18, 2; XVI, 3, 2 (véase I, 1); Suetonio, Aug., XVIII, 2; Historia Augusta, Prob., IX, 3-4. 55. J. Lassus, Timgad, 1969, 145 pp. 56. Frontino, Strat., IV, 2, 1.

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muy certeramente que los legionarios debían ser capaces de construir puentes con mayor rapidez de lo que podían hacerlo los bárbaros. Esa rapidez, esa técnica, tenía como finalidad mostrar a los enemigos su inferioridad, conduciéndolos, por tanto, al desánimo. Se pretendía tam­ bién sedentarizar a los seminómadas que siempre habían constituido una fuente de problemas. Pero la pacificación de los indígenas, el desarrollo de la agricultura y la instalación de una buena red de vías beneficiaban a toda la provincia. Finalmente, correspondía a la in­ fantería, colocada bajo la protección de la caballería, construir torres, fuertes, campos de ejercicio y líneas defensivas.57 El Pseudo-Higinio58 va aún más lejos: recomienda excavar un foso alrededor del campa­ mento de marcha, incluso aunque el ejército se encuentre en país amigo, «por el bien de la disciplina». La participación de los soldados en esa serie de trabajos la ates­ tigua un género de documentos muy extendidos por todo el Imperio: las tabletas de arcilla estampillada.59 Antes de que la arcilla esté co­ cida se le imprime una marca con un sello: ese breve texto ofrece de manera abreviada el nombre de la unidad y, en ocasiones, el respon­ sable de la fabricación, el mando o el magister fabricae. Así, en Mirebeau, Cóte-d’Or, se ha hallado una leyenda relativamente larga y más explí­ cita que de costumbre:60 LEG. VIIIAVG. LAPPIO LEG. = Leg(io) VIII Aug(usta), Lappio leg(ato Augusti propraetore). Se deduce de ahí que la VIH Legión Augusta, a la que más tarde encontramos en Estrasburgo, había venido completa a Mirebeau por un tiempo, y había hecho cons­ truir, al menos, un campamento y un campo de instrucción. Por otro lado, se conoce bien el legado imperial Aulus Bucius Lappius Maximus: ejerció sus funciones en la época de los Flavios. En algunos casos, y dada la plasticidad de la arcilla, se marcan sobre las tabletas nombres diferentes cada vez:61 los productos así obtenidos sirvieron para indi­ car el emplazamiento de una cama, el lugar donde el soldado desig­ nado colocaba las armas, etc. A diferencia de la gimnasia y de la esgrima, esos trabajos habi­ túan a los hombres a actuar juntos, colectivamente. Aquí llegamos a lo esencial. En efecto, el objetivo fundamental de la instrucción con­ siste en que los soldados aprendan a maniobrar en formación. Es ne­ cesario que todos sepan cuál es su lugar en la formación de combate o cuándo y cómo deben moverse sin perjudicar la cohesión de su cen­ 57. Corpus inscr. lat., VHI, n.° 2,532 = 18.042, Bb. 58. Pseudo-Higinio, XLIX: causa disciplinae. 59. J. Fitz, Oikumene, I, 1976, pp. 215-224, y Acta Arch. Slov., XXVIII, 1977, pp. 393397; Y. Le Bohec, Epigraphica, XLIII, 1981, pp. 127-160. 60. L'Année épigraphique, 1973, n.° 359. 61. L'Année épigraphique, 1975, n.° 729.

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turia.62 Los oficiales obligan a ejecutar simulacros de batallas, infan­ tes contra infantes, o contra jinetes. Ni siquiera la marina escapa a esa obligación; de vez en cuando se reagrupan los navios y se preparan para la guerra de escuadras. Como más adelante veremos (pp. 171-172), los soldados se vis­ ten en traje de combate para practicar la instrucción. El control

Dado que esa actividad reviste gran importancia, su ejecución no queda a la buena voluntad de cada cual. Los cuadros deben controlar regularmente el nivel de prepara­ ción de la tropa. Todas las mañanas proceden a una inspección: cada centurión es responsable de su unidad; un tribuno debe velar por dos cohortes y un legado por una legión; ese movimiento da lugar a una serie de relaciones en cascada. Además, nos consta la existencia de ve­ rificaciones excepcionales. A veces, es un general quien efectúa un re­ corrido por las guarniciones de un sector: bajo Adriano, Arriano hace un periplo por el mar Negro (n. 14); en ocasiones, examina el estado de las fortificaciones, controla las reservas de víveres y verifica las lis­ tas de efectivos. Pero no olvida la instrucción. Debe recordarse asi­ mismo que el propio Adriano visita en persona Panonia y también, en el 128, África (ns. 13 y 15), y que efectúa ese viaje con la exclusiva fi­ nalidad de asegurarse de que el campo de maniobras sea frecuentado con una asiduidad suficiente. Otras circunstancias irregulares permi­ tían controles suplementarios: un papiro, hallado en Dura:Europos, indica que un desfile acompañaba a la entrega de la paga. Situados por debajo de los cuadros (legado-tribunos-centuriones), había algunos oficiales especializados en la preparación de la instruc­ ción. Por norma, la presidencia de esa actividad se confiaba a un ve­ terano reenganchado y condecorado, cuando la unidad contaba con uno de ellos. Cumplía la función de instructor principal. El propio Trajano no desdeñaba hacer esa función, lo que da idea de la impor­ tancia de esa misión. Cuando un emperador incapaz o un legado ne­ gligente abandonaban ese papel entregándolo a un personaje que no se hallaba a la altura de la tarea, «a un maestrillo griego», según la expresión despectiva de Plinio el Joven,63 la gente seria murmuraba. Pero si quien intervenía era la mujer del general, como hizo Plancina, 62. Onesandros, X, 1-6; Flavio Josefo, G. III, 5, 1 (74-75); Plinio el Joven, Pan., XIII; Tácito, H., II, 55, 6; Vegecio, I, 11-13, y III passinv, Historia Augusta, Max., VI, 2. 63. Plinio el Joven, Pan., XIII, 5.'

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esposa de Pisón, que mandaba en Oriente, entonces estallaba el es­ cándalo:64 entre otras cosas, la sociedad romana se caracterizaba por una cierta misoginia. El campo de maniobras se confiaba a un suboficial que llevaba por título el de campidoctor, y a su subordinado, el doctor cohortis; la raíz doct~ muestra claramente que esa persona ha recibido alguna en­ señanza, ha aprendido una ciencia en la que está versado; es un hom­ bre instruido que debe transmitir su saber. Sus responsabilidades le permiten contar con un adjunto, que le secunda y que será quien le su­ cederá, el optio campi. Otras dos actividades necesitan igualmente de la intervención de competencias especiales. En primer lugar, la esgrima depende del talento de un armatura o doctor armorum: también aquí, el título de doctor no es gratuito. La existencia de un discens armaturarum, de alguna manera «un formador de formadores», deja bien claro que esa actividad debe aprenderse. En segundo lugar, las evoluciones de la caballería exigen la presencia de palafreneros particularmente competentes, el exercitator y el magister campi. Nos encontramos, por tanto, con toda una jerarquía dedicada a controlar la instrucción, a velar por su buen desarrollo. Los emplazamientos

Ya hemos visto que algunos suboficiales no ejercían más que responsabilidades en el campo de maniobras, el campus; pero parte de esas actividades se desarrollaban en otros lugares. «Los maestros en el arte militar —recuerda Vegecio—65 han querido que la instrucción de la infantería fuese ininterrumpida, que tuviera lugar a cubierto en tiempos de lluvia, o de nieve, o sobre el campo de instrucción el resto del año.» Pero es necesario precisar el contenido de esta cita para com­ prender el desarrollo exacto de esas prácticas; ese examen permitirá además abordar algunos puntos relacionados con la arqueología mi­ litar.66 En los orígenes de la historia de Roma, los soldados se prepara­ ban para la guerra en el Campo de Marte (Campus Martius). Con la ampliación de las conquistas y la integración en el ejército de jóvenes habitantes de zonas cada vez más alejadas de la Ciudad, fue necesa­ rio buscar nuevas soluciones y organizar esas actividades en las ciu­ 64. Tácito, An., II, 55, 6; III, 33, 3. 65. Vegecio, LQ, 2, 66. Y. Le Bohec, «Recherches sur les terrains d’exercice de i'année romaine sous le Haut-Empire», Bulletin des Antiquités Luxembourgeoises, XXVII, 1999, pp. 79-95.

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dades de reclutamiento o junto a los campamentos. En el Alto Imperio se eligieron lugares diferentes, en función del programa que se quería ejecutar allí. En principio, y eso cae por su peso, una parte de la ins­ trucción se efectuaba en plena naturaleza, por ejemplo, la marcha. En segundo lugar, los soldados utilizaban construcciones que no ha­ bían sido concebidas para ese fin, como los anfiteatros (aunque esto se ha discutido). Los arqueólogos han señalado la presencia, a menudo, de palestras cerca de los campamentos; y justamente han explicado ese fenómeno al contrario, por el gusto de los militares por los espec­ táculos violentos. Pero debemos hacer intervenir otro factor: la ins­ trucción se relacionaba con las actividades de los gladiadores en nu­ merosos aspectos, y la práctica de la esgrima en el buen tiempo podía desarrollarse muy bien en esos emplazamientos, donde, en otros mo­ mentos, iban también a morir retiarios y mirmillones. Sin embargo, y ese hecho muestra igualmente la importancia de la instrucción para los romanos, se levantaban construcciones espe­ ciales para realizar esa práctica. En efecto, se sabe de la existencia de «basílicas» de entrenamiento (basilicae exercitatoriae),67 La basílica, o «pórtico real», estaba constituida por una amplia sala protegida por una techumbre; su plano, muy sencillo, tiene forma de rectángulo, con una puerta, y dividido en tres naves por una doble columnata que, en ocasiones, tiene en su extremo un ábside (espacio semicircular). Los romanos utilizaban esos monumentos para protegerse de la lluvia o del ardor del sol. Han sido localizadas varías basílicas de instrucción, notablemente en Britania, en Inchtuthill,68 un campamento de época flavia, en Netherby (222 dC.)69 y en Lanchester (bajo Gordiano III)70 y se menciona otra en Dacia, en Turda (Potaissa);71 esta última data igualmente de la época de Gordiano III. Parece que algunas de ellas se levantaron dentro del terreno de los propios campamentos, y otras en el exterior, pero no hay certeza de ello: la inscripción de Britania da­ tada en la época de Gordiano III fue hallada «al este de la fortaleza de Lanchester», pero quizá la losa pudo ser trasladada hasta allí. Sin duda con razón, los historiadores han considerado que se trataba de salas de armas donde se practicaba la esgrima; servían asimismo de pica­ 67. Nada prueba que la inscripción Corpus inscr. lat., 3Ü, n.° 6.025 = H. Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 2.615, mencione una basílica «de instrucción», aunque evoca una basílica construida en 140 en Syene (Egipto) por la I Cohorte de los Cilicios. 68. Joum. Román St., L, 1960, p. 213. 69. R. G. Collingwood y R. P. Wright, The Román Inscr. of Britain, I, 1965, n.° 978 (H. Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 2.619). 70. R. G. Collingwood y R. P. Wright, op. cit., n.° 1.091 (H. Dessau, op. cit., n.° 2.620, Corpus inscr. lat., VII, n.° 445). 71. L’Année épigraphique, 1971, n,° 364.

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deros, al menos algunas de ellas, puesto que la de Netherby, a la que nos hemos referido poco antes, está calificada de baselica [s¿c] equestris exercitatoria. Pero el campo de maniobras por excelencia recibe el nombre de campus. M. Rostovtzeff, por analogía con la basílica exercitatoria, ha inventado la expresión de campus exercitatorius, aceptada por nume­ rosos comentaristas. Pero se trata de un pleonasmo. Ciertamente, la palabra en cuestión puede,tomarse en diferentes sentidos:72 de manera general, designa una llanura; por derivación se aplica a una plaza pú­ blica, un campo de batalla o un campo de maniobras. Esta última in­ terpretación es la única que puede retenerse desde que se emplea en un contexto militar,73 y un pasaje del manual de Justiniano (n. ante­ rior) muestra claramente que es el emplazamiento normal en que tiene lugar la instrucción. Los arqueólogos que estudian la topografía de Roma creen ha­ ber localizado el campus de las cohortes pretorianas y urbanas: debía estar situado al oeste del cuartel construido en tiempos de Tiberio. Como en este emplazamiento no se ha podido encontrar nada, creen que ese terreno de deportes debía consistir en una simple plaza sin techo, de tierra batida. El único campus bien conocido, el de Lámbese, al norte del Aurés (lám. X, 13), ha sido estudiado gracias a las exca­ vaciones realizadas allí (véase n. 5); además, en el discurso pronun­ ciado por Adriano en el 128 en ese lugar dice con claridad que se trata de un campus.74 Consiste en un cuadrado de 200 m de lado, li­ mitado por un muro de piedras de 60 cm de ancho y con dos puertas; los ángulos están redondeados y el recinto se encuentra flanqueado por catorce medias lunas; sirven, sin duda, de abrevaderos para los ca­ ballos o de lavabos para los soldados, pues se han hallado restos de cemento para obras hidráulicas. Múltiples sondeos han demostrado que, en el interior, no se había construido ningún elemento, si se ex­ ceptúa una tribuna (tribunal), situada en el centro, desde la que los responsables podían supervisar las evoluciones de la infantería y la ca­ ballería. Ese pequeño túmulo de ladrillo se transformó en monumento conmemorativo de la visita de Adriano en el año 128: los militares fi­ jaron en él placas en las que se han recogido grabados los discursos pronunciados por el emperador y es evidente que se levantó una co­ lumna para embellecer el conjunto. Alrededor, un espacio enlosetado bastante estrecho daba paso rápidamente a la tierra. 72. Thesaurus íinguae latinae, III, 1912, col. 212 ss. 73. Plinio el Joven, Pan., XIII, 1 (meditado campestris); Historia Augusta, Max., III, 1; Justiniano, Inst., IV, 3, 4. Sobre las inscripciones, véase más adelante. 74. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 2.532 = 18.042 (véase n. 13).

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Gracias a la epigrafía conocemos otros campos de maniobras, pero no hay duda alguna de que cada fortificación debía contar con uno. No obstante, debido a su construcción simple (suelos de tierra y muros poco anchos), esos conjuntos han desaparecido o han escapado a la atención de los investigadores. Las inscripciones mencionan uno en Tébessa, también en África, para la época flavia,75 y otros tres en Oriente. En el año 183, en Palmira, un decurión de numeras, siguiendo órdenes del centurión que se hallaba al mando de la unidad y del le­ gado, hace que sus hombres preparen un nuevo campus con su co­ rrespondiente tribuna.76 Hacia el 208-209 (?), una cohorte levantó en Dura-Europos un templo después de haber ampliado el campo de maniobras.77 Y el 188, en Colybrassos, Cilicia, una legión arrasa una colina para disponer de un emplazamiento adaptado a la práctica de la instrucción.78 La epigrafía (véanse las cinco notas precedentes), comportándose por una vez de una manera bastante indiscreta, permite definir algu­ nas características del campus. En primer lugar, es necesario que se instale en terreno llano. A continuación puede ampliarse si, por ejem­ plo, la unidad que lo utiliza se ve reforzada. Además, una fortifica­ ción puede disponer de varios: en Palmira, los soldados construyen un «nuevo campus», lo que demuestra que debía haber otro, más antiguo. Finalmente —¿pero cómo sorprenderse conociendo el espíritu de los romanos?— se encuentra colocado bajo la protección de varios dio­ ses (ya volveremos sobre ello). Como contrapartida, parece que que­ dan aún por definir las características originales de los eventuales cam­ pos de maniobras reservados a las evoluciones de la caballería.79 Esos espacios amplios y vacíos podían tentar a algunos de los ofi­ ciales que los utilizaban: debían utilizarse para usos muy diversos y no siempre en relación muy estrecha con la instrucción, por ejemplo para desfiles. Pero se presentaban como un lugar ideal para las reu­ niones. Es bien conocido que la civilización romana concedía enorme importancia a la palabra, y los militares no escapaban a esa regla: el discurso imperial, la ceremonia de la adlocutio, encontraba su lugar natural en el campo de maniobras; monedas que llevan la leyenda «ADLOCVTIO»,80 por ejemplo las acuñadas por Adriano entre el 134 75. S. Gsell, Iriso: lat. Algérie, I, 1922, n.° 3.596; Y. Le Bobee, La HIÉLegión Auguste, 1989, p. 362. 76. L'Année épigraphique, 1933, n.ü214; Cahiers Groupe Rech. Armée rom., I, 1977, p. 78. 77. L’Année épigraphique, 1931, n.° 113. 78. L’Année épigraphique, 1972, n.° 636. 79. R. Davies, The Archaeological Journal, CXXV, 1968, pp. 73-100. 80. H. Matüngly y E. A. Sydenbam, The Román Imperial Coinage, II, 1926, pp. 331 ss., y p. 436, n.° 739.

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y el 138, así como numerosos textos literarios, describen ese género de celebraciones,81 que igualmente se encuentran representadas en la Columna Trajana y la Columna Aureliana (véanse anteriorm ente p. 82). En fin, era allí donde se reunían los soldados en caso de difi­ cultades, cuando debían iniciar un debate, discutir de cualquier asunto:82 el campus es a los militares lo que el foro a los civiles. Los emperadores, la instrucción y la disciplina

Cuando se trata de la instrucción y la disciplina, hay que adver­ tir que la situación varía en función del carácter y de la actitud de cada oficial y, sobre todo, de cada emperador. Más adelante veremos cuál es la política que han seguido los diferentes soberanos que se han ido sucediendo en la jefatura del Estado. A guisa de prefacio, se impone de alguna manera el examen de sus actitudes ante la instrucción, es decir, a fin de cuentas, ante el soldado. Dado que el Imperio es una mo­ narquía militar, que el poder que en él se ejerce depende de la buena voluntad del ejército, encontraremos aquí las principales diferencias cronológicas de la historia general. Así, no sorprende constatar que la época julio-claudia comienza bien y acaba mal. Según Tácito, Augusto83 pasa por ser un buen ge­ neral, y Tiberio84 aún más (afirmación que adquiere todo su valor cuando se sabe la escasa simpatía manifestada de manera general por aquel autor hacia ese soberano). Hemos de esperar a Claudio,85 tan criticado ya en su tiempo, y rehabilitado en la actualidad, para encontrar alguien que ya no tiene derecho a su cuota de elogios; no so­ lamente supo velar porque la disciplina reinara en los campamentos, sino que también tuvo la astucia de rodearse de oficiales enérgicos corno Corbulón.86 Como contrapartida, Nerón87 demostró ser inca­ paz de mantener el orden en el seno de la tropa. Los historiadores de la Antigüedad han otorgado un importantí­ simo papel a la disciplina en la crisis del 68-69: Nerón, demasiado me­ diocre, no podía conservar la púrpura. Su sucesor, Galba,88 no sólo se reveló como un personaje estricto, sino demasiado estricto, hasta el 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. 88.

Discurso de Adriano en África (ns. 13 y 74); Herodiano, II, 10, 1; VI, 9, 3; VII, 8, 3. Historia Augusta, Prob., X, 4. Suetonio, Aug,, XXIV, 2 y XXV, 1. Tácito, An., I, 4, 3 y 12, 5. Aurelius Víctor, De Caes., IV, 2. Tácito, An., XI, 19. Tácito, H., I, 5, 3. Tácito, H., I, 5, 3; Suetonio, Galba, VI, 3; Dion Casio, LXTV, 3.

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punto de provocar su perdición. A la inversa, Vitelio89 también fracasó, pero a causa de su enorme ignorancia de la realidad militar y por su molicie. Cerialis90 representa un caso interesante: descuidó la disci­ plina, porque pensaba que no era necesaria, puesto que se beneficiaba de la protección particular de la diosa Fortuna; pero esa asistencia demostró ser insuficiente: la Fortuna no puede hacer nada sin la Disciplina, otra divinidad, y la empresa llenó de la mayor confusión a ese general. Después de los desórdenes provocados por la crisis, se asiste ló­ gicamente a una reactivación del Imperio, en general, y del ejército en particular. Ese retorno al orden es obra del enérgico Vespasiano.9i Pero, con los Flavios, se repite la evolución observada bajo los Julioclaudios: la dinastía, llegada al poder gracias a un personaje dotado de autoridad, se viene abajo por la debilidad de su último representante. De hecho, Domiciano92 no puede o no quiere mantener la disciplina, y descuida la supervisión de la instrucción. Esa deficiencia, que con­ duce a su fracaso y a la desaparición consiguiente, permite a Plinio el Joven trazar un bello retrato antitético de Trajano,93 el emperador soldado y verdadero fundador de la dinastía antonina, si se exceptúa al efímero Nerva. La personalidad de Adriano se presta mucho más al debate. Es cierto que antes se ha afirmado que se ocupaba mucho de la prepara­ ción de los soldados. Se le ha visto enviar a Arriano a las guarniciones que rodeaban el Ponto, y él mismo asistió a maniobras en Africa y en Panonia. No obstante, Frontón94 le reprocha sus lagunas en el domi­ nio de la disciplina: sin duda, el emperador filósofo era más filósofo que emperador. También se puede pensar que su política militar, com­ parada con la de su antecesor Trajano, carecía de dinamismo, parecía demasiado defensiva: en ese caso, y a ojos al menos de algunos de sus generales, debió manifestar un reprochable desconocimiento de la «dis­ ciplina», del arte del combate, que comprende asimismo una estrate­ gia razonable y, por ello, ofensiva. La guerra civil que estalló en el 193 es testigo de la reaparición de la importancia de la autoridad, y ese hecho no debe dejamos de recor­ dar la crisis del 68-69. Pertinax95 pasaba por autoritario, y Pescennius 89. Tácito, H., III, 56, 3; Viteltius est ignaras militiae. 90. Tácito, H., V, 21, 5. 91. Suetonio, Vesp., VIII, 3-5. 92. Plinio el Joven, Pan., VI, 2. 93. Plinio el Joven, Pan., IX, 3; XIII; XVIII. Opinión compartida por Frontino, Princ. hist., VIII-IX. 94. Frontino, pos. cit. en n. anterior. 95. Historia Augusta, Pert., III, 10.

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Niger96 lo era aún más. Pero Septimio Severo plantea un problema aná­ logo al que hemos encontrado a propósito de Adriano. Ciertamente, se reconoce que exigía obediencia a los soldados97 y Herodiano señala que velaba porque se practicara la instrucción con regularidad.98 No obs­ tante/ ese mismo Herodiano99 le acusa de haber sido el primero en de­ bilitar la disciplina; de hecho, esa queja echa raíces, sin duda, en la política de reformas puesta en práctica por el emperador africano: aumentó los salarios, permitió que los militares vivieran con mujeres y autorizó a los suboficiales a constituirse en colegios. Es la novedad lo que asusta: se reprocha a Septimio Severo su liberalidad, al tiempo que se reprochaba a Adriano su relativo pacifismo. Entre los sucesores in­ mediatos, aparece en primer lugar el efímero Macrino,100 que se mos­ tró más fiel a la tradición afirmando que los romanos conseguían su superioridad de la disciplina. Y a continuación viene la figura de Severo Alejandro,101 último representante de la dinastía, y que supo mos­ trarse enérgico, demasiado para el gusto de sus soldados. Después de la muerte de este emperador fue cuando estalló con toda gravedad una profunda crisis, cuyos indicios se habían podido observar desde hacía ya cincuenta años: el Imperio se vio atacado por los germanos, al norte, y por los persas, al este. En medio de una se­ rie de soberanos rápidamente eliminados (el Imperio era entonces «una monarquía absoluta atemperada por el asesinato») emergen algunas grandes figuras. Y esas personalidades que destacan deben a su auto­ ridad el hecho de durar un poco más que las otras. En primer lugar, es necesario recordar a Maximino el Tracio; ya se ha dicho todo lo que le debía a su talento en el campo de maniobras. Es preciso aña­ dir que pasaba por ser demasiado severo.102 Entre los emperadores que se han mantenido cierto tiempo en el poder a pesar de la tormenta, Galieno también es calificado de cruel por sus soldados.103 Es cierto que ese juicio se debe a la Historia Augusta, a la que no le gustaba nada ese soberano, del que reprocha su política considerada quizá sin razón como hostil al Senado. Entre los emperadores que reinaron en la segunda mitad del si­ glo m, hay varios conocidos como los «ilirios», debido a su origen geo­ gráfico, y que han dejado una reputación como militares eficaces y enér96. 97. 98. 99. 100. 101. 102. 103.

Historia Augusta, Pese. N., VII, 7, y X, Aurelius Víctor, De Caes., XX, 21; Historie Auguste, Pese. N., III, 9-12. Herodiano, II, 10, 8. Herodiano, III, 8, 5. Herodiano, IV, 14, 7. Aurelius Victor, De Caes., XXTV, 3; Historia Augusta, S. Al., LII-LIV y LXIV, 3. Historia Augusta, Max., VIII, 7. Historia Augusta, Gall., XVIII, 1.

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gicos, pero un tanto incultos. Todos cuantos han sido considerados ofi­ ciales valerosos, notablemente Claudio II,104 Aureliano105 y Probo,106 han velado por el respeto de la disciplina y por la práctica de la instrucción. Se ha podido notar, por tanto, que ciertos juicios de autores de la Antigüedad exigían su matización; de hecho, sería deseable la apa­ rición de nuevos estudios sobre este tema, que permitirían, sin duda, tener más en cuenta la pasión de cada autor. La instrucción y los dioses

Si los emperadores desempeñan un papel importante en la prác­ tica de la instrucción, los dioses no pueden mantenerse indiferentes a esas actividades,107 lo que no deja de ser normal tratándose de la his­ toria romana. Habrá que distinguir tres polos sagrados hacia los que se dirige la veneración de los soldados. En primer lugar está la Disciplina. Los romanos tenían la costum­ bre de divinizar abstracciones (la Fortuna, el Honor, etc.); no es, por tanto, una sorpresa la existencia de ese culto, y ya se ha hablado sufi­ cientemente de los vínculos que unían esa noción a la de instrucción. Se le elevaban altares (ARA DISCIPLINAE, «Altar de la Disciplina»)108 en los campamentos y esa práctica, que se remonta a los orígenes de Roma, disfrutó, como vemos, de una existencia muy prolongada. Es necesario citar a continuación el grupo de divinidades relacio­ nadas con el campus, conocidas con el nombre de «campestres». De cual­ quier forma, debe evitarse un escollo que, por otra parte, ha escapado a la atención de numerosos epigrafistas: ese adjetivo puede aplicarse también a potencias «de la llanura» y no tener, por tanto, ningún carác­ ter militar; es posible que tales cultos hayan sido celebrados en algunas regiones del Imperio. Por consiguiente, necesitamos conocer el empla­ zamiento exacto del que proceden las inscripciones que las mencionan: el significado de ese adjetivo variará si el documento fue hallado en un campamento, en un campo de maniobras o... ¡en plena naturaleza! Así pues, los nombres de los Campestres109 de Germania y de las Matres Campestres110 de Britania quizá no revistan de hecho las mismas realidades. 104. 105. 106. 107. 108. 109. 110. traducen:

Historia Augusta, Ci, XI, 6 ss. Historia Augusta, Aur., VI, 2; VII, 3 ss; VIII. Aurelius Víctor, De Caes., XXXVII, 2. I. A. Richmond, Bull. John Rylands Libr., XLV, 1962, pp. 185-197. H. Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 3.810, p. e. Ibid., n.° 2.064. R. G. Collingwood y R. R Wright, The Román Inscrip. ofBritain, I, 1965, n.° 1.334, «The three Mother Goddesses of the Parade-Ground».

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

En Hispania se ha atestiguado un Mars Campester111 y, en ese caso, no existe ambigüedad alguna: «Consagración a Marte del campo de maniobras. Titus Aurelius Decimus, centurión de la VII Legión Gemina afortunada, jefe (praepositus) de la guardia de corps (equites singulares) y al mismo tiempo maestro instructor (campidoctor) (ha hecho erigir este monumento) a la salud del emperador Marco Aurelio Cómodo, Augusto, y a la salud de la guardia de corps. La dedicatoria se ha hecho en las calendas de marzo, siendo cónsules Mamertino y Rufo (el 1 de marzo del 182).» De la misma manera era honrada Némesis, la diosa que castigaba a los orgullosos; su culto se menciona en una inscripción de Roma:112 «A la santa Némesis del campo de maniobras, a la salud de nuestros dos señores los em­ peradores. Publius Aelius Pacatus, hijo de Publius, inscrito en la tribu Aelia, y originario de Scupi [ciudad de Mesia, en la actualidad Uskub], prevenido en sueños, ha hecho colocar de buen corazón (esta dedi­ catoria), que había prometido siendo doctor de cohorte, ahora que es doctor del campo de maniobras de la I Cohorte Pretoriana piadosa y vengadora.» Se sabe también que otras fuerzas protegían hombres y bienes, y más exactamente a cada uno de ellos en particular: se las llamaba «ge­ nios» y parece claro (véase n. 74) que una inscripción había mencio­ nado un genio del campus. Todas esas divinidades contaban con ritos particulares. Una procesión anual (véase n. 105) partía en su honor desde la tribuna del campo de maniobras; parece ser que en Egipto se les sacrificaban gacelas. En el campo de maniobras de Dura-Europos (véase n. 77) se les había levantado un templo, y parece cierto que lo mismo había sucedido en Roma en el de las cohortes pretorianas y ur­ banas. Para acabar, no olvidemos el grupo de dioses asociado. En efecto, cuando los antiguos celebraban cualquier clase de culto se dirigían como es lógico a una divinidad particular y, según la ocasión, princi­ pal, pero (con el fin de asegurarse mejor el efecto de sus súplicas) nunca se olvidaban de otras potencias próximas y que tendrían como come­ tido reforzar la acción de la primera en ser invocada (por ejemplo, se relacionaba de buen grado a Deméter y a su hija Perséfone). En el campo de maniobras se honraba especialmente a Júpiter, protector a la vez de la Ciudad y de su ejército. También se hallan atestiguados el «Marte militar» y una abstracción divinizada, la Victoria Augusta. Vigilado por suboficiales, el ejército se hallaba protegido por dioses. 111. Corpus inscr. lat., II, n.° 4.083. 112. Corpus inscr. lat., VI, n.° 533.

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Conclusión

No parece inútil volver de nuevo a un punto al que ya se ha he­ cho referencia: la importancia de la instrucción se le ha escapado a un buen número de historiadores. Sin embargo, es ese entrenamiento el que explica en gran medida el éxito del ejército romano. Y los pro­ pios antiguos eran muy conscientes de ello. Consideraban que un noble no podía hacer carrera si no se dedicaba a ejecutar esa práctica con regularidad, que un emperador no podía ejercer el poder si no ve­ laba porque los campos de maniobras estuviesen frecuentados con asiduidad. La instrucción, la ubicación de los campamentos, la táctica y la estrategia constituían una disciplina, una ciencia,113 elaborada poco a poco desde los orígenes de Roma, y que ha recibido forma jurídica desde principios del siglo m: fue entonces cuando quedó codificada. La palabra disciplina reviste dos realidades diferentes en apariencia, pero próximas de hecho: designa en principio un campo de conoci­ mientos y, a continuación, solamente obediencia. La adquisición de esa cultura militar supone la existencia de un mínimo de cultura a secas: con ello se hace indispensable una polí­ tica de reclutamiento basada en la calidad.

113. Dion Casio, LXIX, 3 y LXXVn, 13.

C apítulo V

LA TÁCTICA. MATAR SIN DEJARSE MATAR En el siglo xxi, algunos soldados, por ejemplo los de la Organización de las Naciones Unidas, están encargados de mantener la paz. A los romanos, una misión de esa clase les hubiera parecido una insensa­ tez, y su concepción de la guerra se ha mantenido intacta hasta el si­ glo xix: «El hombre no va al combate por el combate en sí, sino por la victoria.»1 Ese éxito, objetivo buscado por cualquier empresa militar, se basaba en parte en la aplicación de una táctica: primero, era nece­ sario desplazar un ejército y, a continuación, hacerle entrar en com­ bate. En el Imperio, numerosos intelectuales han reflexionado y escrito a propósito del combate. No obstante, y a pesar de la abundancia de la documentación, esa cuestión ha sido escasamente estudiada por nuestros contemporáneos, quizá por temor a hacer una «historia de batallas»; a pesar de todo, el desarrollo de las campañas de Trajano en Dacia, por ejemplo, no está exento de consecuencias en el terreno económico:2 en efecto, reportaron enormes cantidades de oro. Una primera constatación, cuando se estudian los tratados de tác­ tica, es la de que los autores de la época imperial escriben, a menudo, en griego, refiriéndose en su mayoría a ejemplos extraídos de la his­ toria de Esparta, de Atenas o de las monarquías helenísticas,3 como si consideraran que los romanos no habían inventado nada en ese campo. Pero antes de comprobar si esa extravagancia debe atribuirse a una moda o a un error de perspectiva, no será inútil precisar los medios de que disponían los combatientes para ejercer su trabajo. 1. Ch. Ardant du Picq, Études sur le combat, 1903, p. 5. Es cierto que existió en Roma un mito de la paz (Altar de la Paz Augusta); pero sólo puede admitirse como una conse­ cuencia de la Victoria. 2. Véase sobre ello, por ejemplo, P. Petit, Histoire générale de l'Empire romain, 1974, p. 158. 3. Arriano, Tactica, cita a Pirro el Joven, a Clearco, a Pausanias, a Polibio, etc.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

Las condiciones del combate: el armamento

G e n e r a l id a d e s

Antes de comprobar qué es lo que se sabe sobre los navios de guerra, es decir, relativamente poco, detengámonos primeramente en el armamento individual. A pesar de ser abundante, la documenta­ ción no cesa sin embargo de crecer a medida que avanzan los des­ cubrimientos arqueológicos. Pero disponemos desde hace ya tiempo de dos álbumes maravillosos, perfectam ente bien ilustrados: la Columna Trajana (láms. XI-XXII) y la Columna Aureliana, aunque ésta, más dañada que la precedente, haya sido objeto de restaura­ ciones en época moderna. Además, las excavaciones han proporcio­ nado espadas, cascos y otros mil objetos, así como relieves que re­ presentan a soldados (láms. XXIII-XXV, 14 a 17). Finalmente, las fuentes literarias ofrecen un cierto número de indicaciones. Todo ello explica que dispongamos de obras bien hechas sobre el tema,4 mien­ tras que, al mismo tiempo, permanecen aún abiertos numerosos ca­ minos de investigación. Lo que sorprende, en primer lugar, es la extraordinaria diversi­ dad de las armas conocidas. Así, un mismo hombre puede aparecer re­ presentado con cuatro equipos diferentes: en las paradas militares se esfuerza por hacer una exhibición de lujo, de riqueza; en el combate, utiliza un material más funcional, más eficaz; en la instrucción, por el contrario, recurre a instrumentos menos rígidos y, por tanto, menos peligrosos (es preciso evitar los accidentes); finalmente, confía el cui­ dado de grabar su sepultura a un escultor que tiene derecho a hacer gala de cierta fantasía y al que, en ocasiones, se le pide que reproduzca modelos griegos, comparando el artista al guerrero romano con un hé­ roe de la Hélade, seguramente para halagarle.5 El soldado debe conservar esas armas; por otra parte, es su pro­ pietario. Pero, entonces ¿cómo definir la función exacta del cusios armorum? Sabemos que cada campamento contaba con armerías (ar­ mamentario) confiadas a la responsabilidad de aquel suboficial y si­ tuadas en la zona central de la fortificación, en los principia. La ma­ yor parte de los historiadores han pensado que los militares guardaban el equipo a su cargo durante todo el tiempo que se mantenían en servi­ cio, pero que, el resto del tiempo, debían depositarlo en ese arsenal, precisamente bajo la responsabilidad del cusios armorum. En una obra 4. Un libro bien ilustrado el de H. Russell Robinson, The Armour of Imperial Rome, 1975; P. Salama, Bul!. Soc. An. Fr., 1984, pp. 130-142 (armas de parada). Véase n. 9. 5. G. Waurick, XHé Congrés du limes, 1980, pp. 1.091-1.098,

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reciente, H. Russell Robinson6 emite una hipótesis seductora: este úl­ timo sólo se hallaba a cargo de las armas de recambio. Añadamos que quizá podía haber tenido como misión la de ocuparse de la arti­ llería, pues era preciso que alguien controlara el armamento colectivo, y las excavaciones han revelado en los principia la presencia de balas de piedra. Cualquiera que haya sido ese servicio concreto, los autores anti­ guos explicaban los éxitos de Roma en gran medida por su superiori­ dad en el dominio del armamento individual. En el momento de la Guerra Judía, que comienza en el 66, Flavio Josefo admiraba sin re­ servas a sus adversarios:7 «La infantería va armada con coraza y casco y lleva una espada a cada costado; pero la de la izquierda es claramente más larga, y la de la derecha no mide más que medio codo. La infan­ tería de elite que forma la guardia del general lleva una lanza y un es­ cudo redondo, el resto de la legión jabalina y un escudo oblongo, y ade­ más una sierra, un cesto, una pala y un hacha, sin olvidar la correa, la hoz, una cadena y víveres para tres días, de tal manera que el soldado de infantería va casi tan cargado como las muías de carga. Los jinetes llevan a un costado un largo machete y en la mano una enorme jaba­ lina, un escudo alargado que reposa oblicuamente sobre el flanco del caballo; en el carcaj, colgado a su lado, portan tres o más jabalinas, de punta larga, así como una pica. Los cascos y las corazas son idén­ ticos a los de la infantería. Los jinetes de elite, que forman la guardia personal del general, tienen el mismo armamento que los jinetes or­ dinarios.» Todavía en el siglo iii, Herodiano8 cree que la superioridad militar de Roma descansa en buena medida en la calidad del arma­ mento individual de sus soldados. Es necesario abstenerse de creer en la existencia de una unifor­ midad en ese terreno. En principio, cada suboficial y cada clase de uni­ dades, o casi todas ellas, cuentan con sus propias originalidades. Además, apenas existen armas «romanas»: después de cada campaña, ya desde la época republicana, los comandantes toman a los vencidos en la vís­ pera todo lo que puede ser útil; así, observamos que, en tiempos de Augusto, el legionario puede llevar un casco galo, estar protegido por una coraza griega y tener en la mano una espada hispana. Finalmente, a lo largo de tres siglos de historia, no es posible dejar de constatar una cierta evolución que, no obstante, viene impuesta en buena me­ dida por esa sorprendente adaptación de los romanos a las técnicas de la guerra. 6. H. Russell Robinson, op. cit., p. 9. 7. Flavio Josefo, G. ID, 5, 5 (94-97). 8. Herodiano, III, 4, 9.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

Los trabajos más recientes9 no se limitan únicamente al arma­ mento, según se ha dicho, sino que dedican su atención al equipa­ miento militar, es decir, además, a aquellos artículos cuya naturaleza no es específicamente militar, pero que presenta particularidades, como, por ejemplo, el calzado, los borceguíes o coturnos (caligae). Muestran asimismo que los legionarios y los auxiliares poseían materiales que se parecían mucho más de lo que se ha creído, presentando, no obs­ tante, una gran diversidad. Así sucede con los escudos desde el siglo I de nuestra era, de los que se encuentran varias clases. La espada es más larga de lo que se ha creído (alrededor de 60 cm), y el término spatha, que designaba en origen a la espada de los auxiliares, acabó por designar, a finales del siglo TI, a cualquier tipo de espada. Esos trabajos recientes permiten, finalmente, observar una evolución en ciertas piezas, por ejemplo en los cascos. El armamento de los legionarios Hablaremos, por tanto, de armas defensivas y ofensivas, teniendo en cuenta los cambios que han ido apareciendo con el tiempo; y, lógi­ camente, comenzaremos por el legionario, que es a quien mejor co­ nocemos. En la época de Augusto, se protege en primer lugar con un casco (galea, cassis) de forma bastante simple, ya que está formado por un sencillo casquete que, en ocasiones, lleva un cubrenucas. A continua­ ción, posee una coraza (lorica); reina ya aquí una cierta diversidad. Se llama «musculada» a la de tipo griego, más bien reservada a los ofi­ ciales, cuando reproduce en el bronce la apariencia de la muscula­ tura pectoral de un hombre; hay una variante más rara, con decora­ ciones. El modelo más típicamente romano cuenta también con subdivisiones: la cota de malla la encontramos con mucha mayor fre­ cuencia que la casaca de cuero recubierta de escamas metálicas. Además, el soldado va equipado con espinilleras. Finalmente, dispone de un es­ cudo (scutum): normalmente rectangular, puede ser plano (en este caso hace pensar en un origen galo) o abombado (tomado prestado de los gladiadores samnitas). Para atacar, la infantería lleva una lanza (hasta) y una jabalina, corta y más o menos gruesa (pilum), para el combate a distancia; en los encuentros cuerpo a cuerpo, se sirve de una espada corta, la espada hispana (gladius), así como de un puñal. Es precisamente esa pareja 9. M. C. Bisbop y J. C. M. Coulston, Román Military Equipment, 1989, Aylesbury; M, Feugére, Les armes des Romains, 1993, París. Serie de congresos titulados Román Military Equipment Studies (ROMEC).

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de espada y jabalina lo que mejor caracteriza al legionario de los si­ glos i y ii.10 Ciertamente, utiliza todavía la lanza y el puñal, pero cada vez menos. El arma arrojadiza se alarga un poco y un cinturón (cingulum) permite llevar colgado el espadín, que acabó así por ceder su lugar a una espada de mayores dimensiones (spatha), ya muy corriente a finales del siglo u. Podemos seguir la evolución de otras piezas de ese armamento, en primer lugar del casco; en el siglo I, encontramos el tipo «galo», con orejeras y cubrenuca, sin plumas. Aparece después el modelo clásico, con penacho,11 y en la época de Marco Aurelio se difunde otra forma que recuerda al gorro frigio, sin que sobresalga nada de él. Encontramos también diferentes formas de corazas: se difunde la llamada «muscu­ lada», que visten incluso los simples legionarios (quizá para distin­ guirse, los oficiales superiores la abandonan entonces por una de ta­ lla más corta); el modelo más extendido es el que tiene láminas de metal, conocida como «articulada»,12 pero también se conoce la ca­ saca recubierta de escamas13 y la cota de malla.14 Los escudos pre­ sentan asimismo algunas variedades: junto al rectangular, abombado o plano, tan frecuente en la Columna Trajana, existen formas ovala­ das,15 en ocasiones hexagonales, y circulares en el caso de la caballe­ ría. Señalemos finalmente que siempre aparecen atestiguadas las es­ pinilleras. En un momento en que hasta los estatus jurídicos se acercan, según hemos visto ya, las armas tienden a uniformizarse. Refiriéndose a los principios del siglo m, y con mayor precisión a la época de Caracalla, haciendo una antítesis inspirada en la desarrollada por Esquilo en Los persas, Herodiano16 opone los occidentales, aquí los ro­ manos, soldados de infantería y lanceros, a los orientales, en este caso los partos, soldados de caballería y arqueros. Sin embargo, no debemos engañarnos: durante la gran crisis del Imperio la infantería sigue siendo la reina de las batallas, incluso aunque las tropas montadas desempeñen un papel creciente. Los sol­ dados conservan los tipos de casco anteriores, pero abandonan la co­ raza; para protegerse cuentan, a partir de ese momento, por encima de todo, con el escudo, por lo general de forma oval. Como armas ofen­ 10. Tácito, An., XII, 35, 5; Columna Aureliana, láms. m , XVI y XXXI-XXXII (ed. de C. Caprino et alii, 1955). 11. Columna Aureliana, lám. n.° III. 12. Ibid. En la Columna Trajana pueden verse numerosas corazas articuladas. 13. Ibid., n.° XXXI-XXXII. 14. Ibid., n.° XVI. 15. Ibid., n.° XVI y XXXI-XXXII. 16. Herodiano, IV, 10, 3, y 14, 3.

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sivas disponen de la espada larga, que ha sustituido definitivamente a la espada hispana, y de una jabalina más ligera que el antiguo pilum. El armamento de los auxiliares Si en el Principado, el legionario se caracterizaba por la pareja espada corta-jabalina (gladius-pilum), el auxiliar quedaba definido por otra pareja de armas: espada y lanza17 (spatha-hasta). No obstante, no debería insistirse mucho en este tipo de unidades, debido a la gran diversidad que reina en ese terreno y que opone, en primer lugar, in­ fantería a caballería. En el siglo i, los soldados de infantería van mal protegidos. La si­ tuación cambia a partir de la época de Trajano. Llevan cascos de for­ mas variadas,18 y túnicas de cuero, recubiertas a veces de placas de metal, o cotas de malla; se protegen tras grandes escudos planos y es­ trechos. Para atacar utilizan la lanza, la espada larga y un puñal. En el siglo ii aparece gran cantidad de armas, que debieron ser confiadas a los auxiliares más que a los legionarios. Desde el siglo I, los jinetes de las alas van mejor protegidos: lle­ van ya cascos de hierro, algunas placas del mismo metal para cubrirse el pecho, y escudos más bien largos y ovalados. Combaten con las mis­ mas armas que la infantería de las cohortes; los mejores proceden de las regiones celtas del Imperio.19 A partir de Trajano se protegen aún con mayor eficacia: en la Columna Trajana se les ve revestidos de co­ tas de malla por encima de sus túnicas de cuero; poseen escudos bas­ tante estrechos y de forma, a veces, ovalada.20 En la época de Antonino Pío,21 la espada se hace más larga y, en ocasiones, se añaden jabalinas. Pero el factor de diversidad más importante entre los auxiliares se halla relacionado con el empleo de cuerpos especializados, sobre todo en el siglo m. Así, parece en principio deseable disponer de sol­ dados que utilicen armas arrojadizas, y ya en la época flavia sabemos de la existencia de honderos;22 están presentes en la Columna Trajana, pero se les emplea sobre todo en el siglo ni, y proceden de Siria. Con el mismo objetivo, el estado mayor recurre al servicio de arqueros,23 reclutados también generalmente en Siria o en Arabia; se utiliza a los 17. Tácito, An., XII, 35, 5. 18. H. Russell Robinson, op. cit., pp. 86-87. 19. Arriano, T., XXXIII. 20. Columna Trajana, n.° 15. 21. Arriano, T., IV. 22. Flavio Josefo, G. /., III, 7, 18 (211). 23. H. Stein, Archers d ’a utrefois, archers d ’a ujourd'hui, 1925; H. van de Weerd y P. Lambrechts, Diss, Pann., X, 1938, pp. 229-242: 6 alas, 28 cohortes y 10 numeri.

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osroenianos contra los partos y después contra los persas; pero hay otros originarios de Tracia. Unos entran en el ejército romano en la época de Nerón, y se les ve tanto en la Columna Trajana como en la Aureliana,24 pero esos cuerpos conocen un verdadero desarrollo fun­ damentalmente a partir de principios del siglo m.25 Se sirven del arco turco26 y algunos van montados, constituyendo unidades de caballe­ ría ligera.27 Como tropas de choque, se usan en un primer momento los contarii,28 que reciben el nombre del contus, una lanza pesada; esos hom­ bres van vestidos en general con una cota de malla y su intervención en combate aparece representada en la base del trofeo de Adam-Klissi y en la Columna Aureliana; el Talmud de Jerusalén29 describe su arma como un bastón. El ejército romano disponía igualmente de «gesates», soldados cuya denominación procede del gaesum, un venablo; se re­ clutaban en los países de tradición celta, sobre todo en Retía.30 En la Columna Trajana se ven también suevos que combaten con una maza.31 A excepción de algunas unidades de arqueros, todos esos cuerpos se hallan constituidos por infantes. No obstante, el mando trata tam ­ bién de disponer de una caballería diversificada, ligera y pesada. Los moros, presentes en la Columna Trajana,32 son muy utilizados espe­ cialmente en el siglo m; ofrecen una doble ventaja: su gran movilidad y su destreza en el manejo del venablo.33 Al contrario, se conocen unidades montadas fuertemente acorazadas, los «catafractos», en las que incluso los caballos disponían de protección; existen ya en la época de Adriano,34 los volvemos a encontrar en la Columna Aureliana, pero es en el siglo Ilí, durante la gran crisis del Imperio, cuando se les ve intervenir con mayor eficacia. El armamento de los demás militares Contamos con menos información sobre el armamento de los de­ más soldados, a excepción quizá de los pretorianos y de los oficiales. 24. Columna Aureliana, n.° XXXIX. 25. Herodiano, III, 8, 2 (Septimio Severo contra los partos). 26. P. Medinger, Revue Archéol., 1933, pp. 227-234. 27. T. Sulimirski, Rev. Int. d'Hist. Mili!.,1952, pp. 447-461. 28. Arriano, T., IV; J. W. Eadie, Journal of Rom. St., LVII, 1967, p. 167. 29. Talmud de Jerusalén, Taanith, XII, 8; el mismo Talmud, Berakoth, IX, 1, habla de assedarii, combatientes subidos en carros (se trata, sin duda, de un anacronismo). 30. R. Heuberger, Klio, XXXI, 1938, pp. 60-80. 31. Columna Trajana, n.03 XVII y LXLX. 32. Ib id., LXm-LXIV. 33. Herodiano, I, 15, 5. 34. Corpus inscr. lat., XI, n.° 5.632.

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Hagamos primero un repaso rápido a los diversos tipos de mili­ tares. M. Clauss35 ha escrito que los «batidores» (speculatores) porta­ ban espada y lanza, y que los «frumentarios» y los «beneficiarios» dis­ ponían igualmente de una lanza; ese instrum ento sería el que caracterizaría a aquellos hombres que se hallaban al servicio de un gobernador (officium). Por otro lado, ese oficial superior poseía una guardia de corps montada (equites singulares) o a pie (pedites singu­ lares)) la primera no se distinguiría de la caballería legionaria, mien­ tras que la segunda quizá habría estado provista de escudos redondos y astas.36 En cuanto a la escolta personal del emperador, es decir, los equites singulares Augusti, la encontramos en la Columna Trajana: se reconoce por los escudos ovales, las jabalinas y, una vez más, por sus lanzas. Pero ya se ha dicho que los pretorianos eran los más conocidos,37 aunque ese juicio vale sobre todo para el siglo n. Al principio, lo mismo que los legionarios, la infantería porta una coraza articulada (segmentata), con láminas de metal; después, en la época de Marco Aurelio, pasan a la de escamas, que protegía ya a la caballería, y que, si no exclusiva, al menos era característica de esas unidades; no la aban­ donan jamás y aún la conservan en el 312. Su casco era del tipo «de anillas» para el combate, y «con penacho» para las paradas. Aún se puede llevar más lejos la analogía con los soldados de las legiones: los del pretorio recurren a las mismas armas ofensivas: la espada y el venablo. El equipo de los vigilantes era muy especial, puesto que su tarea principal consistía en combatir el fuego. Con tal fin, utilizaban bom­ bas contra incendios (siphones), ganchos (unci), unos instrumentos parecidos a hoces (falces), pero también mantas (centones), escobas (scopae) y cubos (amae). Utilizaban escalas (scalae) para salvar a las gentes que habían quedado bloqueadas en los pisos, pues Roma con­ taba con numerosos inmuebles. Por lo que se refiere a los suboficiales, debían ser fácilmente re­ conocibles. Hasta el siglo II, los centuriones llevaban en el casco un pe­ nacho que no iba de atrás a adelante, sino de derecha a izquierda, de una oreja a la otra, y que se conoce como la crista transuersa.38 Los ofi­ ciales39 iban también protegidos por una coraza, que, a principios del Imperio, era del tipo «musculado»; después abandonarían ese mo35. M. Clauss, Untersuchungen zu den principales des rómischen Heeres, 1973, pp. 78 y 97. 36. F. Magi, 1 ritievi flavi del Palazzo de la Cancellería, 1945 (esos relieves quizá sean algo más tardíos de lo que cree el autor). 37. M. Durry, Les cohortes prétoriennes, 1939, pp. 195-236. 38. M. Durry, Revue Archéol., 1928, pp. 303-308. 39. H. Russell Robinson, op. cit., pp. 136 ss, y 147 ss.

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délo por otro más corto; lucían al costado una espada pequeña llamada parazonium. Para finalizar este análisis deberíamos subrayar una característica de las armas de que disponían los soldados romanos: la sorprendente heterogeneidad de ese material; la espada hispana y el escudo galo se unen al arco sirio y a la coraza griega; es precisamente ese saber esco­ ger lo mejor que había en las panoplias de las naciones vencidas lo que explica en parte la eficacia de las legiones y de los auxiliares. La vestimenta militar Al hablar del aspecto exterior de los militares, queda aún por responder a una última pregunta: ¿cómo iban vestidos? La respuesta no es sencilla, y los especialistas40 no siempre se ponen de acuerdo en­ tre ellos. Es cierto que los legionarios y los pretorianos se nos mues­ tran, a menudo, en traje civil, en particular en los relieves funerarios: en el momento de su muerte, muchos han abandonado ya el ejército, y todos tienden a exhibir con orgullo la toga, vestimenta característica del ciudadano romano; como ya hemos dicho, los soldados que poseen esa dignidad se hallan muy orgullosos de ella. Por otra parte, hay un equipo de combate, el procinctus, que se utiliza durante las operaciones, pero asimismo en el momento en que el ejército se reúne en asamblea antes de una expedición, e igualmente en ciertas misiones, así como para las maniobras. Por eso la expresión «esse in procinctu », que se ha traducido de diferentes maneras («estar a punto de entrar en combate» o «estar en plena batalla»), significa simplemente «estar con el equipo de combate»,41 y su empleo no prueba en absoluto la existencia de un conflicto o de una guerra. Para desig­ nar ese uniforme, algunos autores utilizan el sustantivo sagum, nom­ bre de la casaca de los soldados; esa chaqueta corta se coloca por en­ cima de una túnica. En los pies, los oficiales se distinguen por sus botines (calceus) de los simples soldados, que calzan borceguíes, las caligae: el nombre del emperador Calígula («Pequeño Borceguí») es un mote afectuoso que le pusieron los soldados cuando, siendo niño, acom­ pañaba a su padre, Germánico, por los campamentos en que este úl­ timo servía como general. En cambio, los especialistas no se ponen de acuerdo sobre la exis­ tencia, o no, de un uniforme de parada. Ciertamente, en los desfiles 40. E. Sander, Historia, XII, 1963, pp. 144-166; R. Mac Mullen, Soldier and Civilian, 1967, pp. 179-180; M. Speidel, Bonner Jahrb., CLXXVI, 1976, pp. 123-163. 41. Gaius, Inst., II, 101; G. Goetz, Corpus gioss. lat., V, 576, 43 (y 137, 25); Y. Le Bohec, La IIIé Légion Auguste, 1989, p. 163.

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se tenía por costumbre hacer gala de las condecoraciones recibidas. Se sabe además que Septimio Severo concedió a los centuriones el derecho a vestir de blanco (albata decursio) en esa clase de exhibicio­ nes, y que Galieno extendió ese privilegio a todos los soldados. Entre los auxiliares reinaba la diversidad más extrema, en par­ ticular entre los hombres de los numeri bárbaros que habían conser­ vado sus trajes nacionales. No obstante, se observa una cierta tenden­ cia a la uniformización, fundamentalmente entre la caballería de las alas que, a menudo, viste una casaca sobre una corta túnica; algunos de ellos —y el origen de esa moda debe buscarse, sin duda, en los países celtas— portan calzones cortos: ¡no se puede desechar que hayan sido los militares quienes difundieran el pantalón!42 Hemos visto, por tanto, la profusa cantidad de cuerpos y de fun­ ciones existentes en el ejército romano; las armas y la vestimenta acre­ cientan aún más, si ello es posible, esa sorprendente diversidad. Las condiciones del combate: el navio

Para comprender la táctica y, a partir de ahí, también la estrate­ gia, es necesario conocer el armamento individual; además, no es inútil saber cómo se presentaban los navios de guerra. Con ese fin, dis­ ponemos de un estudio reciente, de M. Reddé,43 del que hemos tomado prestada toda la descripción que sigue. La arqueología ha encontrado numerosos barcos civiles reposando sobre la arena, en el fondo de las aguas, protegidos por su cargamento de ánforas; de hecho, los yacimientos submarinos se han revelado muy fructíferos. Pero la marina militar no transportaba cargamentos aná­ logos y los navios vacíos se dispersaban en mil pedazos a merced de las corrientes. La Antigüedad apenas nos ha legado dos navios de guerra, las célebres galeras púnicas de Marsala, que datan del siglo m aC. Por tanto, en este dominio las investigaciones no pueden basarse en la observación directa; es necesario el estudio de los textos literarios y de los monumentos escultóricos, en los que a menudo se sacrifican la perspectiva y los detalles, pues es difícil representar en un espacio pe­ queño un buque de gran tamaño. No obstante, parece que pueden darse por seguras algunas con­ clusiones. El resultado más importante a que ha llegado M. Reddé sor­ prenderá, sin duda, a más de un lector: los astilleros navales italianos proporcionaban productos muy superiores a los griegos. Tal afirma­ 42. G. ViHe, Africa, II, 1967-1968, pp. 139-182 (tema que debe profundizarse). 43. M. Reddé, Mare nostrum, 1986.

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ción queda justificada por tres argumentos: en primer lugar, los bar­ cos romanos son más sólidos; están construidos «borde contra borde», es decir, que las tracas (planchas de los costados) se hallan unidas una contra otra, borde contra borde. Los carpinteros de ribera co­ mienzan por colocar la quilla del casco; a continuación instalan las cuadernas destinadas a reafirmar aquél; después pueden ya montar los costados, siguiendo siempre la misma técnica. Después de haber he­ cho todo eso pueden ya fijar las demás cuadernas. Para acabar, se ocu­ pan de la superestructura. Ya sólo queda efectuar el calafateado, y ha­ cer que pongan el lastre (por lo general, piedras o arena), antes de entregar el barco a quienes lo hayan de usar. En segundo lugar, los navios romanos son los que están más per­ feccionados. Recordemos primero que, para dirigirlos, los pilotos se servían de un timón lateral doble. Pero la velocidad cuenta tanto como la movilidad, y estos barcos utilizan dos medios de propulsión. Una vela cuadrada, la principal, iba atada a un gran mástil; una más pe­ queña iba fijada a un mástil secundario. Además, todos los barcos se desplazaban a remo, lo que les permitía marchar a dos nudos o dos nudos y medio como máximo. Pero aquí se nos plantea un problema, el del número de filas de remos y el de su disposición. Una inscripción de Miseno,44 un epitafio, ilustrará este asunto: «[Consagración] a los dioses Manes. A Titus Tarentius Maximus, soldado de la trirreme Júpiter, de nacionalidad besa [pueblo de Tracia]; vivió cuarenta años y sirvió veinte. Cauis Iulius Philo, de la trirreme Mercurio, y Quintus Domitius Optatus, de la cuatrirreme Minerva, sus herederos, se han ocupado [de hacer erigir este monumento], cuando Sulpicius Priscus era optio de la trirrem e Júpiter.» El texto menciona dos trirremes (la Júpiter y la Mercurio) y una cuatrirreme (la Minerva); de hecho, las primeras pa­ recen haber sido más numerosas, representaban el modelo habitual de navio, con tres filas de remos superpuestas, pero intercaladas. En cuanto a los navios de cuatro filas de remos o más, es preciso reconocer que no se entiende de qué manera debía situarse la tripulación a bordo. Conocemos otros tipos de navios. La liburna, casi tan corriente como la trirreme, era más ligera y poseía, por tanto, un mayor grado de movilidad.45 Diversas clases de barcos de apoyo aseguraban el trans­ porte de hombres y material. La marina militar disponía de unos dosciento cincuenta navios, a razón de sesenta para cada flota italiana y de ciento treinta para las escuadras de provincias, según estimacio­ nes de M. Reddé. 44. H. Dessau, Insc. lat. selectae, n.° 2.833. 45. S. Panciera, Epigraphica, XVIII, 1956, pp. 130-156. Para el Talmud de Babilonia, Baba Meria, 80 b, la liburna era una nave muy grande.

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Pero aún hay más: ya para acabar, los navios romanos son los que se hallan mejor armados. Las piezas de artillería les permiten golpear al enemigo a distancia, antes de llegar al abordaje, lo que tiene como objeto debilitar su moral y sus efectivos antes del encuentro directo. Cada barco posee un espolón de bronce fijado a la quilla. Sobre el puente se levantan una o varias torres, que permiten a la infantería de marina dominar a un eventual adversario, de acribillarle a dispa­ ros. Finalmente, debían contar también con cuerpos de desembarco, cuyos soldados podían evidentemente intervenir con eficacia en un combate naval; se les utiliza asimismo en tierra para provocar un efecto sorpresa: atacan al enemigo por donde no se lo espera, por los flan­ cos o en la retaguardia. Por tanto, el ejército romano no sólo brillaba por el valor de su armamento; superaba también a cualquier otro contendiente por la ex­ celencia de la producción de sus artesanos navales. El ejército en marcha

La razón de ser de un ejército reside en el combate. Pero un buen general no desencadena las hostilidades sin importarle el lugar: debe elegir el terreno que le parece más apropiado a los medios de que dis­ pone y, en la elección del lugar, es preciso que tenga en cuenta tam­ bién las fuerzas del enemigo. Por tanto, su primer problema consiste en conocer lo mejor posible las tropas colocadas a sus órdenes; no sólo tratará de conocer el número de infantes y de jinetes, de legionarios y de auxiliares que se hallan bajo su mando, sino también cuál es su va­ lor: ¿están descansadas o fatigadas?; ¿se hallan bien o mal preparadas; ¿han adquirido el hábito de combatir?; ¿cómo están de moral? En segundo lugar, debe informarse de las fuerzas reunidas por el enemigo. Según ha demostrado una obra reciente,46 en el Alto Imperio, la información se encontraba perfectamente organizada, uti­ lizándose para ello las guarniciones, los viajeros o incluso verdaderos espías. Hay alguna clase de soldados especializada en esa investiga­ ción. Primeramente, tenemos a los exploratores y los speculatores. Las informaciones las centralizan el consilium del emperador y los officia de los gobernadores de provincia y de los comandantes del ejército. A continuación, el general se asegura la logística (hablaremos de ello más adelante en el capítulo dedicado a «La estrategia»).47 Después 46. N. J. E. Austin y N. B. Rankov, Explorado, 1995, Londres-Nueva York. 47. Obra muy innovadora de Th. Kissel, Untersuchungen zur Logistik des rómischen Heeres in den Provinzen des griechischen Ostens, 1995, St. Katharinen.

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decide el emplazamiento en que tendrá lugar el encuentro. Finalmente, debe organizar sus tropas para alcanzar el objetivo; esa disposición tiene una importancia fundamental, pues el adversario puede apro­ vecharse de que los romanos no se hallen dispuestos en orden de ba­ talla, para atacarlos así con mayor comodidad. Durante el desplaza­ miento, la emboscada se convierte en un riesgo de primer orden, y se recuerda que Publius Quinctilius Varus no fue derrotado en una ba­ talla campal. Además, hay dos elementos que sobresalen en cualquier organización en ese dominio: la rapidez y la seguridad. El general pre­ ferirá pasar el menor tiempo posible en un orden que le sitúe en po­ sición de debilidad y tratará de evitar cualquier sorpresa desagrada­ ble. Pero es necesario incluso prever lo imprevisible y actuar de tal manera que las pérdidas sean limitadas en caso de ataque durante el trayecto. Los estrategas romanos han analizado en profundidad ese problema, que se puede formular de la siguiente manera: ¿en qué orden disponer la infantería y la caballería, los legionarios y los auxiliares y, por encima de todo, dónde colocar los bagajes? EL ORDEN DE MARCHA

Ciertamente, a esas preguntas se ha contestado con una gran di­ versidad de respuestas.48 No obstante, podemos subrayar algunos pun­ tos en que se hallaban de acuerdo los generales interesados por el or­ den de marcha (lám. XXVI, 18). En primer lugar, la vanguardia la constituían habitualmente tropas auxiliares y caballería: se trataba de explorar el terreno y, si era necesario, de responder con rapidez. De la misma manera, por lo común, la retaguardia quedaba confiada a las unidades menos valiosas. Finalmente, en principio los bagajes se co­ locaban en el centro, protegidos de la mejor manera posible: repre­ sentan el elemento más vulnerable de un ejército en marcha, y su pér­ dida podría significar la desorganización de la columna, pues los soldados, al ver cómo los enemigos se apoderan de sus pertenencias, por lo general abandonan sus filas para tratar de recuperarlas. Esa pro­ tección representa, por tanto, una obligación constante. Para asegu­ rarla es necesario tener en cuenta la topografía, y aquí los estrategas distinguen dos casos. Si el ejército debe penetrar por un desfiladero, seguir un valle, avanzar por un terreno estrecho, es imposible asegurar con eficacia la cobertura de los flancos; las tropas se estiran, entonces, en un largo cordón. Julio César, en el 57 aC. (es decir, todavía en la época repu­ 48. Véanse las notas siguientes; no debe olvidarse la Columna Trajana ni la Aureliana.

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blicana) debe hacer frente a esa clase de situación49 en la campaña contra los belgas. Puso a la cabeza a la caballería, los arqueros y los honderos, es decir, a los auxiliares. A continuación va el grueso del ejér­ cito constituido por sus seis mejores legiones, después van los ba­ gajes y, por último, dos legiones de reclutas. Aunque el autor no habla de ello, no es del todo imposible que la m archa la cerrara alguna cohorte de aliados (es eso lo que han hecho otros conocidos estra­ tegas). Mediado el siglo i de nuestra era, Onesandros consagra un tra­ tado a las obligaciones del general en jefe. Recomienda elegir prefe­ rentemente un terreno despejado. Cuando eso no es posible, cuando haya que trabar combate en una zona estrecha, aconseja ocupar pri­ mero las zonas altas.50 En Samaria, Tito procede prácticamente de la misma forma que César. Flavio Josefo nos ofrece una descripción más detallada de su dispositivo:51 «En su progresión por territorio enemigo, Tito llevaba por vanguardia a las tropas reales y a todos los contingentes auxilia­ res; les seguían los zapadores y los agrimensores del campamento; a continuación iban los bagajes de los oficiales y, después de las tropas que se cuidaban de su guardia, iba el propio Tito con la elite de los sol­ dados y, en particular, los lanceros; detrás de él, la caballería legiona­ ria, que precedía a las máquinas de guerra, inmediatamente seguidas por los tribunos y los prefectos de las cohortes, con soldados de elite; después de ellos venían las enseñas, agrupadas alrededor del águila y precedidas por sus trompetas, y a continuación el grueso de la columna, en filas de a seis; detrás, los servidores del ejército de cada legión, precedidos por los bagajes; los mercenarios venían aún más atrás, con una retaguardia para controlarlos.» Es sorprendente el parecido entre el orden de marcha elegido por César y el ordenado por Tito; es cierto, no obstante, que entre los dos hay algunas diferencias: Flavio Josefo no dice si en la vanguardia iba la caballería, lo que parece muy probable, y precisa, por el contrario, que son los auxiliares quienes se encuentran en retaguardia. La prin­ cipal diferencia entre ambos generales es que el primero coloca los ba­ gajes inmediatamente detrás del grueso de los legionarios, mientras que el segundo procede de manera inversa. En cualquier caso, esa situación en la que el ejército avanza a tra­ vés de un paso estrecho debe evitarse a toda costa. Presenta, por tanto, un carácter excepcional. Normalmente, el general elige un terreno llano 49. César, B. G., II, 19, 2-3. 50. Onesandros, VII; véase la Columna Aureliana, lám. XIV. 51. Flavio Josefo, G. L, V, 2, 1 (47-49).

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y despejado para evitar el riesgo de emboscada; en ese caso, además, puede asegurar la protección de los flancos. Al comienzo mismo del reinado de Tiberio, Germánico lleva al ejército del Rin contra los usipetas y los bructeros:52 «El general... tomó sus disposiciones de marcha y de combate. A la cabeza iba una parte de la caballería y de la infantería auxiliar; después, venía la primera legión rodeando los bagajes; el ala izquierda estaba formada por sol­ dados de la XXI, y la derecha por los de la V; la legión XX se asegu­ raba de la retaguardia, seguida por el resto de los aliados.» También en ese texto aparece la importancia de los bagajes: se hallan rodeados por todas partes y confiados a la elite de los soldados. Poco tiempo después, a mediados del siglo I de nuestra era, en su tratado sobre los deberes del general en jefe, Onesandros ofrece con­ sejos que no contradicen en nada las opciones elegidas por Germánico. Se ha dicho con anterioridad que éste aconsejaba no hacer entrar en acción al ejército en un desfiladero, sino elegir siempre que ello fuera posible espacios llanos y abiertos. En esas condiciones,53 pide que las tropas se dispongan en orden cerrado y formando en cuadro, de tal manera que los bagajes se sitúen en el centro y, por tanto, protegidos eficazmente. Lo mismo que el resto de los estrategas, en la vanguar­ dia coloca a la caballería. Además, recuerda que es preciso enviar sol­ dados a forrajear;54 por su propio cometido, estos últimos sirven de exploradores y proporcionan informaciones sobre la presencia o ausencia de fuerzas enemigas en las proximidades. Ese avance por terreno peligroso es de tal importancia que, bajo Antonino Pío, se le consagra en gran parte todo un tratado, la obra de Arriano, Disposición de marcha y orden de batalla contra los alanos. Se recomienda seguir un dispositivo muy parecido al que había adoptado Germánico más de un siglo antes. En cabeza avanzan exploradores montados, después las alas y las cohortes auxiliares. Siguen, por este orden, las legiones, los aliados y los bagajes. Otros auxiliares cierran la marcha (soldados de infantería) y protegen los flancos (de caballe­ ría). La diferencia principal entre ambos generales se encuentra en este punto: Germánico sitúa a los legionarios en los flancos del ejército, mientras que Arriano coloca auxiliares. De hecho, ese autor ha abordado por dos veces el mismo asunto,55 y en La táctica ofrece consejos que tan pronto completan, como difie­ ren, de los que se encuentran en la Disposición de marcha. La preocu­ 52. 53. 54. 55.

Tácito, An., I, 51, 5-6. Onesandros, VI. Onesandros, X, 7. Arriano, T., XI, XIII y XVI; Alanos, passim.

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pación principal continúa siendo la seguridad de los bagajes; siempre es necesario situarlos lo más lejos posible del enemigo, ya sea de­ lante, detrás, a derecha o a izquierda; pero también pueden ubicarse en el centro, sobre todo si se ignora de dónde procederá el peligro. En todo caso, la caballería no debe contar con un lugar fijo: el general hará uso de ella en función del terreno y de la supuesta posición del adversario. Las legiones marcharán a la cabeza y en la cola o junto a las alas, y la infantería auxiliar las seguirá o las flanqueará. De esa forma, se constata una vez más (y el segundo texto de Arriano es preciso en ese tema) que, como el armamento, la táctica ro­ mana se adapta en función de las circunstancias. En cualquier caso, se pueden deducir algunas características permanentes: un general debe situar los bagajes en el centro, cerca de los legionarios; envía la caballería en vanguardia y cierra la marcha con la ayuda de las co­ hortes auxiliares. Las

o b r a s pú b l ic a s

Un ejército que se desplaza por territorio enemigo no encuentra siempre las comodidades a que le había habituado el mundo romano y es necesario acondicionar el territorio atravesado para conseguir un má­ ximo de seguridad: debe construir carreteras, puentes y campamentos. Esas obras constituyen uno de los numerosos factores de éxito del ejército romano, pues no se realizan sin importar cómo ni se con­ fían a cualquiera. Por lo general es la infantería, en particular la de las legiones, la suministradora de mano de obra, mientras que la ca­ ballería, incluida la de los auxiliares, asegura la supervisión y la pro­ tección de la obra; debe recordarse, en efecto, que los jinetes monta­ dos disfrutan de un privilegio: se hallan exentos de corveas (immunes). La división de tareas la ha explicado muy bien G.-Ch. Picard.56 Y po­ seemos un texto del Pseudo-Higinio57 que muestra un reparto de tra­ bajo muy parecido bajo Trajano: la infantería de marina construye las rutas, y es la caballería mora y panonia la que se encarga de la segu­ ridad de los trabajadores. Las rutas y los puentes Con el fin de avanzar rápidamente por territorio enemigo, los generales debían disponer de vías fáciles de utilizar. Sin embargo, no 56. G.-Ch. Picard, Castellum Dimmidi, 1947, pp. 45 ss. 57. Pseudo-Higinio, XXIV.

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debe creerse que los caminos así acondicionados se hallaban adoqui­ nados. De hecho, la infantería se dedicaba a talar los árboles cuando se atravesaba un bosque, a despejar los roquedos elevados en un des­ filadero y, en el llano, a desecar algunas ciénagas de pequeñas dimen­ siones, cuando se encontraba con ellas. Por lo demás, se contentaba con aplanar el suelo o, más sencillamente todavía, con disponer mar­ cas que indicaran la dirección a seguir. En efecto, se sabe que rara­ mente las rutas romanas se hallaban empedradas,58 salvo junto a las ciudades y en las travesías de estas últimas. Un trabajo de esa clase ha­ bría comportado una pérdida de tiempo y un desgaste de energías per­ fectamente inútil. Atravesar un curso de agua representaba otra dificultad, ante la que se debía elegir entre tres soluciones diferentes. Se podía echar mano de la m arina para atravesar el río en barcas.59 O también, y gracias a la misma armada, se construía un puente de barcas:60 dis­ puestas borda contra borda, se ataban fuertemente unas a otras y, a continuación, se disponía una pasarela por encima. Finalmente, había también la posibilidad de construir un puente, de madera o de pie­ dra.61 Durante la campaña contra los dacios, Trajano utilizó la cien­ cia del arquitecto Apolodoro de Damasco: este último se encuentra re­ presentado en la Columna Trajana a punto de organizar la travesía del Danubio,62 y él mismo, en un tratado,63 nos legó sus secretos de cons­ trucción. El campamento de marcha Sin embargo, y cualquiera que sea la admiración que susciten esas construcciones, aún las hay mejores: todas las tardes, los soldados par­ ticipantes en una expedición debían quedar al abrigo de una defensa. Esos campamentos de marcha, temporales (castra aestiua), construi­ dos y destruidos en ocasiones de manera cotidiana,64 diferían de los campamentos permanentes (castra hiberna, statiua), a los que nos re­ feriremos en el capítulo siguiente, por encima de todo por las dimen­ siones y los materiales utilizados. Levantados con rapidez, y destrui­ dos a igual velocidad, esos edificios apenas nos han legado restos 58. P. Davin, Bull. Com. TYav. Hist., 1928-1929, pp. 665-682; Y. Le Bohec, op. cit., n. 41. Véase también la Columna Trajana. 59. Columna Aureliana, n.os XIII, XXX y LXXXI. 60. Columna Trajana, n.os 4-5 y 34. 61. Columna Aureliana, n.os III, LXXVni, LXXXIV y CVIII; Dion Casio, LXVni, 13. 62. Columna Trajana, n.° 74. 63. Apolodoro de Damas, IX. 64. Frontino, Strat,, I, 5, 3.

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arqueológicos: para conocerlos es preciso el recurso a las fuentes lite­ rarias,65 así como a las representaciones de la Columna Trajana y de la Columna Aureliana.66 El origen de las fortificaciones romanas continúa siendo bastante misterioso. Frontino67 dice que, en su inicio, los romanos se agrupa­ ban en cabañas por cohortes. Es Pirro, rey de Épiro, quien habría sido el primero que inspiró la idea de un recinto protegido; uno de sus cam­ pamentos, tomado al asalto por soldados italianos, habría sido primero estudiado y, a continuación, imitado. Si ese relato no parece perfecta­ mente exacto, al menos hay un tema que puede conservarse: la pre­ sencia de elementos griegos; pero no deben descartarse por completo las posibles influencias etruscas, es decir, modelos procedentes de la propia península:68 quizá en ese dominio haya desempeñado un pa­ pel el arte augura] y la técnica catastral de los agrimensores. Por otra parte, el rey de Macedonia, Filipo V, sintió tanta admiración por un campamento romano como para declarar que no podía calificarse de bárbaros69 a hombres capaces de erigir un edificio parecido. Antes de edificar un campamento, era preciso elegir cuidadosa­ mente el emplazamiento. Un suelo en pendiente es mejor que otro:70 favorece la evacuación de las aguas, la aireación y facilita una salida contra eventuales asaltantes.71 A continuación, se tendrá buen cuidado de que haya agua en cantidad suficiente para sostener un asedio. Finalmente, los responsables deben asegurarse de que la posición sea defendible:72 por ejemplo, es mejor evitar que se halle dominada por una altura desde la que el enemigo pudiera arrojar fácilmente vena­ blos, flechas y piedras contra la guarnición. Los soldados comienzan por aplanar el suelo.73 Después levantan la empalizada; esta última cubre una superficie mucho menor si se trata de un campamento de marcha que si es un establecimiento per­ manente. Con el fin de conseguir una fortificación muy simple74 (lám. XXVI, 19) se excava primeramente un foso (fossa), frecuente­ mente en forma de V. La tierra sacada de él se deposita inmediatamente 65. Polibio, VI, 27-42 (época republicana); Onesandros, VIII-IX; Flavio Josefo, G. I., III, 5, 1 (76-78); Pseudo-Higinio. 66. Columna Trajana, n.os 1-3, 9-12, 29, 36, 41, 45, 48, 53, 69, 78-79, 90, 98; Columna Aureliana, n.os LXXXII y XCIV. 67. Frontino, Strat., IV, 1, 14. 68. J. Le Gall, Mél. École Fr. Rome, LXXXVD, 1975, pp. 287-320. 69. Tito Livio, XXXI, 34, 8. 70. Pseudo-Higinio, LVI. 71. Pseudo-Higinio, LVII. 72. Pseudo-Higinio, XXVI-XXVÜ y LVII; Vegecio, III, 8. 73. Flavio Josefo, G. /., III, 5, 1 (77). 74. Flavio Josefo, G. /., III, 5, t (79 y 84); Pseudo-Higinio, XLV3TI.

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detrás, y después se allana de manera que forme una especie de ca­ mino de ronda elevado (agger), por encima del cual se construye una empalizada de madera (uallum) o, con menor frecuencia, un múrete de ramas e incluso de piedra,75 que puede hallarse flanqueado por to­ rres o bastiones, provistas de piezas de artillería, como escorpiones, catapultas y balistas.76 Por detrás se encuentra siempre un espacio vacío (interuallum) donde van a parar las flechas y los venablos que conseguían salvar la muralla; esa zona permite igualmente los des­ plazamientos rápidos por el interior del recinto fortificado. Es preciso fortificar cuidadosamente los cuatro accesos al cam­ pamento,77 pues es evidente que constituyen el punto débil de la em­ palizada. Se conocen dos clases de puertas (lám. XXVI, 20): o los soldados levantan un pequeño obstáculo paralelo al gran recinto, si­ tuado exactamente en el eje del paso (titulum),78 de tal forma que dis­ minuya el ímpetu de un ataque, o se realiza una prolongación de las murallas hacia el interior y el exterior, formando dos cuartos de círcu­ lo; los arquitectos denominan a esto último «una pequeña llave» (clauicula).19 De hecho, a la vista de la relativa fragilidad de esa clase de cons­ trucciones, levantadas en unas horas, lo que evidentemente se temía era el efecto de choque producido por un asalto. El objetivo buscado era entonces el de quebrar el ímpetu a un posible asaltante. También, ante la fortaleza, los legionarios cavan pozos, en cuyo fondo colocan troncos de árboles con ramas; a esos obstáculos los denominan «cer­ vatillos» (ceruoli) .80 El Pseudo-Higinio81 dice que un campamento cuenta con cinco protecciones: el foso, la elevación de tierra que lo acompaña, la empalizada, los «cervatillos» y las armas de los soldados que allí se encuentran. Aunque no siga una evolución diacrónica, según los autores el plan de conjunto fue variando. Polibio82 (lám. XXVII, 21), que es­ cribe en la época republicana, en la segunda mitad del siglo n aC., in­ dica que los romanos de su tiempo levantaban campamentos cuadra­ dos, divididos en tres tercios por las vías quinta y principalis; al final de esta última se encontraba una plaza pública (el forum), la tienda del cuestor, responsable de la financiación de las operaciones (el quaes75. Columna Trajana, n.os 46, 55, etc.; Pseudo-Higinio, L. 76. Flavio Josefo, G. /., III,5, 1 (80); Pseudo-Higinio, LVIEI. 77. Flavio Josefo, G. III, 5, 1 (81). 78. Pseudo-Higinio, XLIX. 79. Pseudo-Higinio, LV; M. Lenoir, Mél École Fr. Rome, LXXXIX,1977, pp. 697-722. 80. Pseudo-Higinio, LI (M. Lenoir: «ciervos»); Frontino, Strat., I, 5, 2. 81. Pseudo-Higinio, XLVIII. 82. Polibio, VI, 27-42.

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torium), y la del general (elpraetorium)', los otros dos tercios de ese es­ pacio estaban cortados en dos por la vía decumana. Dos siglos más tarde, Flavio Josefo83 habla todavía de un cuadrado. Sin embargo, el Pseudo-Higinio, que escribe de veinte a treinta años más tarde, recomienda unas proporciones diferentes: aconseja construir un rectángulo cuya relación entre los lados sea de 2/384 (lám. XXVII, 22). Difiere igualmente la organización del espacio. Es cierto que las vías principal y quinta dividen el conjunto en tres ter­ cios, la pretentura (praetentura), los costados del pretorio (latera praetorii) y la retentura (retentura). Pero la parte situada al final de la vía «principal» se escinde en dos por la vía pretoriana; el pretorio (tienda del general) está en el centro del dispositivo, y el quaestorium85 se ha­ lla situado en medio del último tercio, el que se encuentra aislado por la uia quintana. El propio Pseudo-Higinio y Flavio Josefo nos proporcionan nu­ merosas informaciones sobre la ocupación del terreno en el interior de la fortificación, pues no hay ningún elemento que deba dejarse al azar. Una vez aplanado el terreno, un agrimensor coloca en el centro un instrumento llamado groma86 (lám. XXVII, 23): constituido por cua­ tro plomadas, permitía hacer divisiones en ángulos de 90°; de esa ma­ nera, se puede fijar también el emplazamiento de las vías y de las em­ palizadas (parece que también recibía el nombre de groma el centro del campamento). Las calles delimitan espacios rectangulares, en cuyo interior se instalan las tiendas87 (lám. XXVII, 24); la más importante, la del general, presenta los mismos caracteres sagrados que un tem­ plo.88 Lo más cercano es el auguratorium, donde tenía lugar la lectura de los auspicios89 (con el fin de obtener los avisos de los dioses, el ge­ neral observaba el vuelo de los pájaros). En las proximidades se ha­ llaba instalada igualmente una tribuna, desde la que el comandante en jefe impartía justicia y pronunciaba discursos.90 Disponía asimismo de otros alojamientos para oficiales y solda­ dos. Además, era necesario prever un espacio para las instalaciones de uso colectivo: un taller91 aseguraba la reparación de las armas en mal estado; había un hospital para tratar a los hombres y también una en­ 83. 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91.

Flavio Josefo, G. /., III, 5, 1 (76-78); 9, 7 (447); 10, 1 (462). Pseudo-Higinio, XXI. Pseudo-Higinio, XVIII. Pseudo-Higinio, XII. Flavio Josefo, G. L, HE, 5,1 (79). Flavio Josefo, G. III, 5, 1 (82); 9, 2 (447); 10, 1 (462). Pseudo-Higinio, XI. Flavio Josefo, G. III, 5, 1 (83); Pseudo-Higinio, XI. Flavio Josefo, pas, cit. n. anterior; Pseudo-Higinio, IV y XXXV.

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fermería para los animales.92 Y evidentemente, al tratarse de arqui­ tectura romana, es necesario insistir en la existencia del lugar público indispensable, el forum.93 Cuando se describe ese campamento, con las diversas obras que aseguran su defensa, con la organización extremadamente compleja de sus elementos internos, y cuando se piensa que, si ello era necesa­ rio, todo ese conjunto podía construirse cada tarde en un lugar dife­ rente y destruirlo cada mañana, debemos concluir en consecuencia que cada oficial debía saber perfectamente su cometido, y cada sol­ dado tenía que conocer muy bien su tarea para no perder tiempo. Esas exigencias implican un reclutamiento de calidad y un adiestramiento extremo. E l PAPEL DE LA FLOTA

Para los desplazamientos, el ejército romano utiliza los servicios de la flota,94 evidentemente si las condiciones lo permitían. Se ha es­ crito a menudo que la marina romana no servía para nada, puesto que Roma controlaba todo el perímetro de la cuenca mediterránea, lo que impedía el nacimiento de una potencia marítima que le hiciera la competencia y hacía imposible la aparición de una piratería, al estar privada de bases terrestres. De hecho, encontramos aquí una razón fundamental de ser (la principal, sin duda) de esos navios de guerra: deben asegurar la logística de las operaciones. Servían, en efecto, para el transporte de víveres95 y de hombres; la flota de Ravenna pudo participar así en la gran expedición contra los partos del 214-217;96 la de Miseno trasladará a Oriente el dinero y los bagajes reunidos con motivo de la guerra contra los persas,97 y podríamos citar muchos otros ejemplos. Finalmente, los responsa­ bles romanos no ignoraban el efecto sorpresa que producía un de­ sembarco y, a veces, recurrían a él. Por tanto, un general romano debe tomar toda una serie de pre­ cauciones cuando decide poner en marcha a su ejército. Esas medi­ das de seguridad tratan de evitar el caer en una emboscada o el ser atacados por sorpresa cuando sus tropas se hallan descansando. Es 92. 93. 94. 95. 96. 97. n.° 205.

Pseudo-Higinio, TV y XXXV. Flavio Josefo, G. /., III, 5, 1 (83). M. Reddé, Mare nostrum, 1986. Columna Ttajana, n.os 3, 23-25, 34 y 59. Ch. G. Starr, The Román Imperial Navy, 1941, pp. 191-192. Corpus inscr. lat., VHI, n.° 1.322 = 14.854; B. Dobson, Die Primipilares, 1978, pp. 301,

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evidente que esas prácticas exigen de los hombres competencia y adies­ tramiento. El ejército en combate

Los autores antiguos nos han legado numerosas descripciones de batallas; en esos escritos contemplaban la posibilidad de exaltar vir­ tudes como el valor o censurar vicios como la pereza. Es evidente que el objetivo del historiador del siglo XXI difiere de éste: es necesario ex­ traer algunas constantes que definen el arte de la guerra, una técnica que, como veremos, no carece de implicaciones sociales. La táctica ro­ mana varía dependiendo de su utilización en uno de los tres casos po­ sibles: el asedio, el combate en campo abierto o en la mar. La

batalla e n la m ar

Arriano evoca una táctica específica del combate naval,98 pero omite su explicación. La ausencia de cualquier otra potencia marítima en el Mediterráneo y la dificultad de que eventuales piratas encontra­ sen bases terrestres convertían en hipotética la posibilidad de que Roma se viese obligada a mantener un encuentro cualquiera en alta mar. Sin embargo, es propio de los buenos generales prever incluso lo im­ previsible, y las flotas de Miseno y Ravenna se hallaban prestas a res­ ponder ante cualquier eventualidad. En los navios se embarcaba arti­ llería, catapultas y balistas: el lanzamiento de piedras y de flechas debía dañar los aparejos del adversario, matar o herir a algunos de sus hom­ bres y debilitar su moral antes del choque. Para el abordaje, los mari­ nos disponían de arpones y de ganchos que les permitían fijar los dos navios borda contra borda. Los soldados embarcados pasaban enton­ ces al terreno del adversario, y el combate se transformaba entonces en una serie de duelos como en tierra. El

a se d io

Los textos hablan a menudo de asedios. La Antigüedad vivía en un régimen urbano, entendiendo por ello el terreno y la ciudad de que dependía: apoderarse del centro neurálgico del enemigo parecía siempre la mejor solución para arreglar un conflicto. De ahí que los 98. M. Reddé, op. cit.; E. W. Marsden, Greek and Román Artillery, 1969, pp. 164 ss.

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autores antiguos" hayan reflexionado siempre sobre la poliorcética, una ciencia que, como su nombre indica, debe mucho a los griegos. Los relatos históricos100 se hallan, por tanto, llenos de esa clase de des­ cripciones, y la Columna Trajana nos muestra la actuación de los ro­ manos para ocupar Sarmizegethusa,101 la capital de los dacios. En ese dominio se revela además la técnica del ejército romano. Ningún barullo, sino un lugar para cada hombre; además se utilizaba toda una amplia variedad de máquinas para llegar hasta los muros más resis­ tentes, y los soldados debían efectuar importantes tareas de ingeniería. Los sitiados El dispositivo romano se organizaba en función de los medios de que disponían los asediados. Pero los legionarios también podían caer en una trampa, y la Columna Trajana102 nos permite ver cómo los dacios se ven rechazados de una fortificación que querían tomar; la poliorcética debe, por tanto, dedicarse igualmente al arte de de­ fenderse, cuando uno se halla rodeado de bárbaros. La muralla de la localidad atacada representa casi con toda seguridad el obstáculo prin­ cipal. Desde esa altura, protegidos por las almenas (propugnacula) ,103 los defensores de la ciudad arrojaban venablos, flechas y piedras so­ bre los asaltantes,104 incluso antes de que se hubiesen acercado a los pies del muro. Ahí, a los asaltantes les esperaba una nueva prueba, la de correr el riesgo de recibir una lluvia de agua hirviendo o de aceite ardiente.105 El segundo problema que se le presentaba al estado mayor romano era el de los hombres: suponían un peligro no sólo cuando se protegían detrás de la fortificación, sino también cuando efectuaban una salida en masa y provocaban de esa forma una serie de combates singulares.106 Por tanto, era necesario rodear a los asediados; esa táctica permitía ade­ más agravar el sufrimiento provocado por la escasez de víveres y de agua:107 por lo que se atacaba a los soldados enviados a forrajear. Es cierto que, en ocasiones, parecía más hábil animar a los sitiados a la deserción. Es eso lo que hizo Tito en el sitio de Jerusalén, olvidándose 99. Onesandros, XLII; Vitrubio, X, 13 ss.; Apolodoro de Damas. 100. Por ejemplo, Flavio Josefo y Tácito (véase más adelante). 101. Columna Trajana, n.os 86-87. 102. Columna Trajana, n.os 46 y 101-102. 103. R. Rebuffat, Latomus, XLIII, I, 1984, pp. 3-26. 104. Tácito, H., II, 22; Columna Trajana, n,os 46, 87-88 y 101-102. 105. Flavio Josefo, G. /., III, 7, 28 (271-175), describe en detalle los efectos del aceite hirviendo; Apolodoro de Damas, VIII, 2 (agua). 106. Columna Trajana, n.os 46 y 101-102. 107. Flavio Josefo, G. III, 7, 13 (186); V, 10, 3; Frontino, Strat., III, 4 y 7.

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de la avidez de algunos de los auxiliares:108 «Uno de los desertores (judíos), que se encontraba entre los sirios, fue sorprendido cuando tra­ taba de recuperar algunas piezas de oro de entre sus excrementos. Se tragaban esas piezas antes de partir porque eran todos registrados por los rebeldes y porque el oro era muy abundante en la ciudad, hasta el punto de que, por doce dracmas áticas, se podía conseguir una pieza que valía anteriormente veinticinco. Pero al descubrirse en uno de ellos ese procedimiento, se extendió por todo el campamento la noticia de que los desertores llegaban cargados de oro, y la chusma árabe, junto con los sirios, les abría el vientre y miraba en los intestinos. En mi opi­ nión, los judíos no padecieron nada más cruel que esa calamidad: en una sola noche, les abrieron el vientre a unos dos mil.» Por encima de todo, era necesario impedir cualquier clase de co­ municación con posibles aliados: ningún mensajero debía atravesar las líneas romanas, pues se tenían muy en cuenta los efectos psicoló­ gicos de la incertidumbre en que vivían los asediados, añadida al ham­ bre y a la sed. El bloqueo evitaba así también la petición de refuerzos. Los sitiadores Para acabar con esas dos dificultades que constituyen el muro y los hombres, los poliorcetas imperiales disponían de tres medios de actuación: soldados bien adiestrados, obras de ingeniería y máqui­ nas. Por norma, la conducción de un asedio competía al tercer oficial de la legión, el prefecto.109 El campamento de asedio representaba el elemento principal de los medios de sitio puestos en funcionamiento. Construido con gran rapidez y previsto para una duración limitada, se parecía mucho más a aquellos que se levantaban al atardecer al final de una etapa de marcha que a las fortificaciones permanentes; para le­ vantar la empalizada se utilizaba por lo general madera y, con menor frecuencia, ramas o piedras. Pero es necesario señalar dos particularidades. Por una parte, el lugar atacado se hallaba rodeado por varios puestos;110 el principal abrigaba el cuartel general, y una serie de puntos de apoyo anexos com­ pletaban el dispositivo. Se puede observar ya esa clase de organización en el sitio de Alesia a finales de la época republicana.111 En el asedio de Jerusalén,112 Tito se instaló en un campamento enorme; después 108. Flavio Josefo, G. I , V, 13, 4 (550-556) 109. Tácito, H., III, 84, 2. 110. Flavio Josefo, G. /., III, 7, 4(146). 111. J. Harmand, Une campagne césarienne, Alésia, 1967; Alésia (M. Reddé, ed.J, 2001, 3 vols. 112. Flavio Josefo, G. I., V, 2, 3 (72); 3, 5 (133-134); 7, 2 (303); 12, 1 (499).

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se desplazó varias veces a medida que sus hombres iban obteniendo éxitos parciales; en todo este proceso se fueron añadiendo trece forti­ nes, erigidos y abandonados también en función de las necesidades del momento. En el año 72, Flavius Silva instaló alrededor de Masada los destacamentos de la X Legión Fretensis y sus auxiliares. Esa empresa presenta un gran interés para el historiador, que, por una vez, dis­ pone de una descripción hecha por un escritor, Flavio Josefo,113 y de los resultados de las excavaciones114 (lám. XXVIII, 25); alrededor de ese lugar se han localizado ocho recintos, seis pequeños y dos grandes; uno de ellos se ha ampliado durante el asedio al añadírsele una se­ gunda defensa. Todas las puertas pertenecen al tipo conocido como de «pequeñas llaves» (clauiculae). Los romanos no actuaron de manera diferente en los sitios de Plasencia115 y de Cremona,116 en el curso de la Guerra Civil del 68-69, ni en el de Sarmizegethusa (véase n. 101), durante las campañas de Trajano contra los dacios (la conquista de esa provincia tuvo lugar entre el 101 y el 107). Por otro lado, los planos de los campamentos variaban en función de la topografía; en terreno llano, habitualmente eran rectángulos o cuadrados; no obstante, cualquier forma era posible. En los años que preceden al advenimiento del Imperio, César había organizado de ese modo el sitio de Alesia (véase n. 111). En Masada (véanse ns. 113-114 y lám. XXVIII, 25), al principio del reinado de Vespasiano, encontra­ mos uno cuadrado (E), uno romboidal (H) y formas indefinidas (F2 y, sobre todo, G). Pero los textos y la arqueología muestran la existencia de obras complementarias considerables. A propósito de Cremona (véase n. 116), Tácito emplea tres términos: castra (campamento), uallum (defensa) y munimenta (fortificaciones en general). Estas otras obras tienen un triple objetivo. En primer lugar, es preciso aislar totalmente a los asediados. Con ese fin, se les rodea de una defensa que puede estar constituida por una simple elevación de tierra, un agger,117 Muy a menudo, esa defensa se ve acompañada por un foso y provista de una empalizada, reforzada esta última también por un encañizado,158 que reproduce así la «for­ tificación elemental» ya descrita. En Jemsalén, Tito hizo construir un muro de 7,85 km, que partía, como siempre, del cuartel general.119 Las 113. Flavio Josefo, G. I., VII, 8. 114. Masada, The Y. Yadin Excavations, 1989-1994, 4 vols. publicados, Jerusalén; M. Hadas-Lebel, Massada, 1995, París. 115. Tácito, I-I., 13, 19 ss. 116. Tácito, H., III, 26, 2. 117. Tácito, H., III, 84, 2. 118. Flavio Josefo, G. /., III, 7, 8-9. 119. Flavio Josefo, G. V, 12, 1 (499).

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excavaciones de Masada, confirmando el relato de Flavio Josefo,120 permiten seguir una obra análoga de 3,65 km. Y si los romanos temían la llegada de un ejército de socorro, como le sucedió a César en Alesia, una segunda defensa, aún más larga que la primera, les protegía del exterior. Esos esfuerzos muestran la preocupación del estado mayor por pro­ teger a los hombres, por limitar las pérdidas. Ahí encontramos un se­ gundo objetivo buscado por los mandos. Con ese fin, los romanos dis­ ponen en principio de defensas fijas, encañizados y cubiertas de madera tras las que se protegen los soldados.121 También se utilizan proteccio­ nes móviles, que permiten la aproximación a los muros de la ciudad ene­ miga y que se conocen con el doble nombre de «tortuga» (testudo) y «ratoncillo» (musculus)'. eran galerías,122 en la mayoría de los casos montadas sobre ruedas, y cuyo techo había sido reforzado considerablemente me­ diante uniones con placas de metal y pedazos de cuero. Pero el tercero y principal objetivo de un general romano era la ocupación de la ciudad. Si esta última se negaba a rendirse, entonces era necesario tomarla por asalto. Sin embargo, antes de que llegase ese momento debían resolverse varios problemas. En efecto, una ciu­ dad fortificada cuenta normalmente con un foso, que no es cuestión de rellenarlo pues acostumbra a faltar el tiempo necesario para ello. Se construye entonces una terraza de aproximación, una estrecha len­ gua de tierra y piedras, que se va haciendo avanzar con la máxima ele­ vación posible. En el sitio de Jerusalén,123 Tito hizo construir al me­ nos cinco; en Masada,124 no hubo más que una, de la que la arqueología ha encontrado los vestigios (lám. XXVIII, 25). En ciertos casos, cuando la terraza es particularmente estrecha, se habla de «puente de aproxi­ mación» .125 Seguramente es el propio muro el que constituye el principal pro­ blema. Se puede intentar destruirlo, al menos en un punto. Para abrir una brecha existen varios medios: atacar el muro por medio de obre­ ros protegidos bajo tortugas, con picos o con un ariete; incendiarlo, rellenando de astillas y de broza agujeros abiertos previamente en el paramento;126 o destruirlo socavándolo con la ayuda de una mina.127 120. Flavio Josefo, G. VII, 8, 2 (276-277). 121. Columna Trajana, n.° 90 (ante Sarmizegethusa). 122. César, B. G., VII, 84, 1 y G. C., II, 10; Apolodoro de Damas, I. 123. Flavio Josefo, G. L, V, 3, 2 (107); 9, 2 (358); 11,4 (467); VI, 2, 7 (149); 8, 1 (374). 124. Flavio Josefo, G. /., VII, 8, 5 (304). 125. Flavio Josefo, G. L, VII, 9, 2 (402). 126. Apolodoro de Damas, II, 5 y IV, 1-2. 127. Vitrubio, X, 16; Frontino, Strat., III, 8, 1; Flavio Josefo, G. VI, 4, 1 (222); Apolodoro de Damas, II.

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La excavación de un túnel permite también evitar el obstáculo y pe­ netrar en la ciudad; los enemigos de Roma utilizaron en ocasiones ese procedimiento: a varios metros bajo el nivel del suelo, en DuraEuropos128 se ha encontrado el cadáver de un soldado muerto por los persas a mediados del siglo m de nuestra era. Es igualmente posible dominar el obstáculo, construyendo torres,129 protegidas a veces de hierro y levantadas sobre ruedas; sirven de observatorio y de puestos de tiro; van provistas de arietes y de escalas o puentes voladizos que se utilizan en el asalto final. En fin, debemos mencionar una clase de construcción a la que apenas se hace referencia y que aún es más extraño que se estudie: el «brazo» (bracchium),130 Tito Livio es quien nos explica claramente de qué se trata. En el 438 aC., Ardea es asediada por los volscos; un ejér­ cito romano de socorro los rodea a su vez y construye dos bracchia para conectar con la ciudad;531 pero todavía hay algo mejor, pues sa­ bemos de una construcción a la que se aplica ese nombre: el mismo autor califica igualmente de bracchia132 los tres «largos muros», cons­ truidos después de las Guerras Médicas, y que unían Atenas con El Pireo; también Frontino133 confirma esa interpretación. Llamaremos, por tanto, bracchium a una «defensa lineal» (muro), comparándola con una «defensa puntual» (ciudad o campamento). Un doble «brazo» per­ mite garantizar la seguridad de una vía de comunicación, un simple bracchium constituye un obstáculo a un cerco eficaz, por ejemplo si une un campamento a un río. En cualquier caso, podemos pregun­ tarnos si no es esa clase de construcción la que se ve representada en un sector de la Columna Trajana.134 Añadamos finalmente que los soldados romanos disponían de una gran variedad de tortugas135 para protegerse durante las obras o en el momento del asalto, y para evitar la destrucción de sus máquinas (arie­ tes, etc.). Esa sorprendente diversidad de construcciones confirma lo que ya ha sido constatado a propósito del ejército romano: posee un elevado nivel técnico. Los estrategas de la Antigüedad advertían la 128. Excavations at Dura-Europos, Preliminary Reports y Final Reports, I, 1929 ss. 129. Vitrabio, X, 15; Flavio Josefo, G. L, III, 7, 30 (284); V, 7, 1 (291); VE, 8, 5 (309); Apolodoro de Damas, VI-VIL 130. R. G. Collingwood y R. P. Wright, The Román Inscript. ofBrüain, I, 1965, n.° 722 (a menos que no necesiten revisarlo, apoyándose en el Corpus inscr. lat., IX, n.° 3.018: [aqíiam]); R. Saxer, Die Vexillationem, Epigr. Stud., I, 1967, p. 73, n.° 188. Véase igualmente n. s. 131. Tito Livio, IV, 9, 14. Numerosas referencias, sobre todo al corpus cesariano, en Thesaurus linguae latinae, H, 1900, col. 2.160. 132. Tito Livio, XXXI, 26, 8; véase igualmente XXII, 52, 1 (Aníbal, 216 aC.). 133. Frontino, Strat., III, 17, 5. 134. Columna Trajana, n.° 72. 135. Vitrubio, X, 13 ss.; Apolodoro de Damas, I.

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importancia de esos medios. Frontino136 lo expresa con toda claridad al citar a un gran general de mediados del siglo i de nuestra era: «Según Domitius Corbulón, es preciso vencer al enemigo con la azada, es de­ cir, con las obras.» El asalto (lám. XXIX, 26) Si todas esas operaciones no causaban entre los sitiados un es­ panto suficiente para provocar su rendición, sólo quedaba un recurso: el combate. No parece que los romanos practicasen regularmente el ataque generalizado por todos los lados a la vez, pues preferían elegir el punto más débil de la defensa,137 aquel frente en el que se había iniciado la terraza de asalto. A continuación tenía lugar la intervención de la artillería338 con un triple objetivo: causar daños suplementarios en la defensa, provocar pérdidas humanas entre el enemigo y debilitar su moral. Contaban con máquinas (tormenta)139 que lanzaban proyectiles140 (venablos y flechas, algunas de éstas incendiarias)141 o piedras, in­ cluso vigas (lám. XXIX, 27). Además, esos ingenios se utilizaban en la mar, en el combate naval, y en tierra, en las batallas campales. En caso de asedio, generalmente ambos bandos contaban con ellas: los defensores de la ciudad las situaban en las murallas y en las torres; los asaltantes utilizaban esas piezas montándolas sobre ruedas y, cuando atacaban un puerto, usaban las que iban embarcadas en los navios de guerra. Esa artillería móvil, esencialmente copiada de Grecia, se basaba en un principio de la física: en una madeja de fibras pre­ viamente retorcidas se insertaba una palanca que aumentaba aún más la torsión; cuando se soltaba el brazo se liberaba entonces una energía considerable. En 1902, el emperador Guillermo II había he­ cho reconstruir máquinas romanas: a 50 m, una flecha alcanzaba el centro del blanco ¡y una segunda partía en dos la primera! A 340 m, un proyectil de 60 cm de largo había atravesado una plancha de 2 cm de grosor. No obstante, la artillería romana plantea un problema delicado: no es fácil darle nombre a cada pieza, si se tiene en cuenta además que las investigaciones no parecen haber sido exhaustivas en ese tema (véase 136. 137. 138. 139. 140. III, 2. 141.

Frontino, Strat., IV, 7, 2.0 Flavio Josefo, G. III, 7, 5 (151). E. W. Marsden, Greek and Román Artillery, 1969. Tácito, H., III, 23, 4; 84, 2 (véase 33, 4). Flavio Josefo, G. I., III, 7,5(151), y 9 (167-168); Talmud de Jerusalén, Horaioth, Tácito, H., III, 84, 2.

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n. 138). Actualmente, los historiadores parecen haberse puesto de acuerdo en algunas definiciones. En el siglo i, cada centuria contaba con una catapulta, nombre que se le daba a un instrumento que arro­ jaba flechas, y una balista que lanzaba piedras; en el siglo II, la pala­ bra balista servia a la vez para designar una máquina que utiliza pro­ yectiles y balas, y, en el siglo iv, se ha invertido la significación inicial de esos términos. Además, se denomina escorpión a una pequeña ca­ tapulta, onagro a un pequeño escorpión,142 y carrobalista a un ingenio montado sobre ruedas. Finalmente, según Vegecio, una legión utiliza diez onagros (uno por cohorte) y cincuenta y cinco carrobalistas (una por centuria). Dejemos a un lado el asunto de la legión de cincuenta y cinco centurias. No obstante, es necesario señalar que, en las ins­ cripciones, todos los artilleros aparecen designados con el término de balUstarii; además, César143 habla de catapultas que arrojan piedras y de balistas que envían vigas sobre el enemigo. Quizá sería necesario buscar en otra parte: la diferencia podría residir en el hecho de que ciertas piezas las utilizan para conseguir un tiro tenso (catapultas) y otras un tiro curvo (balistas), a menos que este último término haya adquirido una acepción genérica. Añadamos finalmente que, si la mayor parte de las máquinas utilizan la torsión, otras funcionan con resortes metálicos. Se conocen otros artefactos que forman parte igualmente de la serie de tormenta. En principio, es la infantería legionaria144 la encar­ gada de accionarlos. Se baten las defensas con helepoles145 o arietes; éstos sirven también para intentar abatir la puerta.146 Flavio Josefo describe uno de esos monstruos utilizado en el sitio de Jotapata (véase n. anterior): «Es una viga inmensa, parecida a un mástil de navio, ar­ mada en su extremo con un grueso revestimiento de hierro en forma de cabeza de carnero: de ahí su nombre. Está suspendido en el centro por unos cables, como un astil de balanza, y por otra viga apoyada en cada una de sus extremidades con postes clavados en tierra. Empujado hacia atrás por una gran cantidad de servidores y, a continuación, de nuevo hacia delante por los mismos hombres con todo su peso y uniendo todas sus fuerzas, el ariete golpeaba la muralla con su cabeza de hie­ rro; y no existe torre tan sólida o muro tan grueso que, aunque haya podido soportar el primer choque, sea capaz de resistir golpes suce­ sivos.» 142. G.-Ch. Picard, Dimmidi, 1947, p. 95; balas de 300 a 400 gramos en el siglo IV. 143. César, G. C., II, 2 y 9, 4. 144. Tácito, H., II, 22, 3 (sitio de Plasencia). 145. Vitrubio, X, 16; Flavio Josefo, G. /., V, 11, 5 (473); Vi, 1,3 (26). 146. Vitrubio, X, 13; Flavio Josefo, G. I., El, 7, 19 (214-217): Jotapata; VE, 8, 5 (310): Masada; Apolodoro de Damas, V.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

Al mismo tiempo, el general romano dispone sus tropas frente al punto considerado como más débil. El mismo Flavio Josefo147 mues­ tra cómo Vespasiano procedió en el asedio de Jotapata: «Queriendo limpiar las brechas de sus defensores, hizo desmontar a los más bra­ vos de su caballería y los repartió en tres columnas de asalto frente a las zonas derruidas de las defensas: llevaban todo el cuerpo protegido con corazas y sostenían sus lanzas con la punta hacia delante, prestos a penetrar los primeros en la ciudad cuando hubieran sido colocadas las escalas de asalto. Tras ellos, Vespasiano situó a la elite de la infan­ tería. Desplegó el resto de la caballería frente a la defensa en toda aque­ lla parte que daba a la montaña, para que ninguno de los sitiados pu­ diera escapar sin ser visto. Por detrás de ese cordón de caballería, desplegó a los arqueros con la orden de hallarse preparados para arro­ jar sus flechas, así como a los honderos y las máquinas de tiro.» En ese momento ya podía comenzar el ataque. Para protegerse, los legionarios «hacen la tortuga» con ayuda de sus escudos.148 Arqueros y honderos lanzan una última lluvia de flechas y proyectiles, y la in­ fantería añade sus venablos. Se colocan contra los muros las escalas de asalto149 o se disponen desde lo alto de las torres móviles. Se al­ canza la parte más elevada de la muralla, y se asiste entonces a toda una serie de combates cuerpo a cuerpo. Si los romanos consiguen man­ tener esa posición, puede decirse que la batalla está ganada. Se inicia entonces el saqueo de la ciudad, que va acompañado de horrores peores a los sufridos en el asedio. La tradición quiere que el botín vaya a los oficiales, cuando los vencidos se han rendido sin opo­ ner resistencia, y a los soldados cuando fue necesario el asalto. El si­ tio de Jotapata150 finaliza con verdaderas matanzas. La tom a de Cremona,151 quizá porque tuvo lugar en el curso de una guerra civil, provocó aún mayores crueldades: «Cuarenta mil hombres de armas se precipitaron en ella, sin contar un gran número de sirvientes del ejér­ cito y de vivanderos, una calaña curtida en toda clase de prácticas lú­ bricas y crueles. Ni el rango ni la edad significaban protección alguna; se mezclaba la violación con la matanza, la matanza con la violación. Ancianos de edad provecta, mujeres cuya vida estaba casi finalizada, despreciados como botín, eran arrastrados para que sirvieran de ju­ guete. Cuando se encontraban con una virgen núbil o con un hombre 147. 348. Aureliana, 149. n.° 86. 150.

151.

Flavio Josefo, G. /., III, 7, 24 (254-256). Tácito, H „ III, 31, 1 y 84, 2; Arriano, T., XI; Colum na Trajana, n.° 50; Colum na n.QLIV. Flavio Josefo, G. I., III, 7, 21 (252); Apolodoro de Damas, VIH, 2; Columna Trajana, Flavio Josefo, G. /., III, 7, 34 (329-331) y 36. Tácito, H „ ni, 33.

L ámina 1. Monumentos funerarios, a. Estela; b. Altar; c. Cúpula. Se co­ nocen tres grandes clases de monumentos funerarios. Cada sepultura va nor­ malmente acompañada de una inscripción; la piedra puede hallarse ador­ nada además por uno o varios relieves, por acróteras o por otras decoraciones. Pueden establecerse diferencias cronológicas: la estela es más antigua, la cú­ pula más tardía y el altar ocupa una posición intermedia.

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L ám in a 2. Relieves fune­ rarios. a. Busto del difunto

(dibujo inédito conservado en la Biblioteca de la Sorbona); b. Caballero car­ gando (Museo de Tipasa).

rios. c. Difunto de pie frente al espec­

tador (Museo de Cherchel).

L ámina 3. Hai'dra y sus necrópolis militares. Las necrópolis dibujan una corona alrededor de la ciudad; las sepulturas de los soldados están dispues­ tas a lo largo de las rutas que parten del campamento. Según F. Baratte y N. Duval, Les ruines de Ammaedara-Haidra, 1974.

L ámina 4. La guarnición de Roma. La ciudad estaba vigilada y protegida a la vez por los castra praetoria; con él tiempo, se fueron instalando pues­ tos menores con el fin de dividir en zonas el espacio urbano. Según M. Durry, Les cohortes prétoriennes, 1968.

1.acenturia

1 ,er manípulo

1.a centuria doble

lí a X cohortes

I cohorte

L ámina 5. La organización de una legión. Desde el punto de vista admi­ nistrativo, una legión se hallaba dividida en diez cohortes; cada cohorte com­ prendía tres manípulos, es decir, seis centurias, con excepción de la primera, que tenía cinco centurias, pero con el doble de efectivos.

L á m in a 6. Caballero au­ xiliar cargando. Este ji­

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nete de una cohorte auxiliar mata a un enemigo caído en el suelo golpeándolé con una lanza que mide cerca de dos metros; lleva una espada corta en el costado derecho y protege el pecho con una cota de malla (Museo de Argel).

L á m in a 7. Portador del águila (aquilífer). Las es­ culturas de este panel, procedente del Muro de Antonino, en Britania, representan un arco. Bajo la arcada principal, una mujer, personificación quizá de la provincia de Britania, se halla frente a un soldado que porta el águila de su legión, la XX Valeria Victrix. Va vestida con una túnica y un manto corto, llevando un puñal en la cintura. A los lados se encuentran dos bárbaros vencidos, y debajo un jabalí, emblema de la unidad (Hutcheson Hill, Escocia). Según A. S. Robertsony M. E. Scott, The Román Collections in the Hunterian Museum.

H iíR H ÍxH ^ C

L ámina 8. Portador de signum (signifer). Este relieve funerario de Mayence, donde se encontraba en la época flavia la X IV Legión Gemina, muestra a un soldado llevando coraza, espada y puñal. A su derecha, un signum: se han fijado seis discos sobre un asta, con un reálce en el centro, así como una punta de lanza arriba y una cabeza, de camero abajo (Mayence). Según A. von Domaszewski, Aufsátze zur rómischen Heeresgeschichte, 1972.

L ámina 9. Estandartes de caballería (uexilla). Este detalle se encuentra en la base de la Columna de Antonino Pío, en Roma (160-161). Muestra la ca­ balgata que acompaña los funerales del emperador (Museo del Vaticano). Col. De Antonis, Roma.

L ámina 10. Música y vida religiosa, a. La música acompaña la purifica­ ción del campamento, como puede observarse aquí, en la Columna Trajana. Col del Instituto Arqueológico Alemán, b. Dos comícines. El primero de esos dos músicos está representado en la Columna Trajana; el segundo se ha co­ nocido gracias a un relieve funerario: ha servido en el pretorio. Según A. von Domaszewski, Aufsátze zur rómischen Heeresgeschichte, 1972.

L á m ina 11.

Ceremonia de la adlocutio. En esta moneda se ve al emperador, subido en un es­ trado, dirigiéndose a los soldados. Col B.N.

CORONAE

CIVICA

MURAUS

NAVALIS

VALLARIS

E

A R M IL L A E

L ámina 12. Decoraciones, a. Coronas; b. Lanzas «puras»; c. Estandarte; d. Collares; e. Brazaletes. Soldados y oficiales recibían recompensas: los pri­ meros por sus hazañas y los segundos por la simple participación en una campaña. Estas condecoraciones, que podían ir acumulándose, forman parte de diferentes categorías. Según V. A. Maxfield, The Military Decorations of the Román Army, 1981.

Lámina 13. El campus de Lámbese. Este campo de ejer­ cicios comprende un espacio con el suelo de tierra batida, limitado por muros delgados que sólo tienen dos puertas. En el centro se encontraba una tribuna. Según Cahiers du groupe de recherche sur larmée romaine et les provinces, 1,1977.

1-2-3. Las fortificaciones romanas a lo largo del Danubio. 4-5. El ejército romano atraviesa el Danubio sobre un puente de barcas. 6. Primer consejo de guerra de Trajano.

L ámina 14.

Columna Trajana Dibujos de S. Reinach, Répertoire de reliefs grecs et romaines. Texto según F. Coarelli, Guida archeologica di Roma, 1974. 1-58: Primera guerra de Trajano contra tos dados: 1-23: primera campaña, 24-33: segunda campaña, 34-58: tercera campaña. 59-114: Segunda guerra de Trajano contra los dados: 59-75: cuarta campaña, 76-114: quinta campaña.

7. Sacrificio de purificación que precede a la ocupación de un nuevo campamento. 8. Alocución de Trajano a las tropas. 9. Construcción de un campamento. 10. Trajano supervisa la construcción del campamento. 11-12. Soldados abatiendo ár­ boles para la construcción de otro campamento. 13. Un espía enemigo es condu­ cido ante el emperador; los soldados construyen un puente y un fortín. 14. Caballeros prestos a partir. 15. Caballeros e infantes en el momento departir. 16. Marcha del ejército a través de un bosque.

17-18. Primer encuentro con los dados. 19. Los romanos incendian viviendas de los dados; éstos huyen. 20. Embajadores dados ante Trajano. 21. Trajano con un grupo de cautivos. 22. Jinetes dados se ahogan atravesando un río; ataque de los dados a un campamento romano. 23. Otro detalle de la misma escena. 24. Transporte de víveres en barco. 25. Embarque de Trajano. 26. A la cabeza de la caballería, el emperador carga contra los catafractarios enemigos.

27. A la cabeza de la caballería, el emperador carga contra los catafractarios ene­ migos. 28. Continuación de la batalla; sumisión de los ancianos, las mujeres y los niños. 29. Construcción de un campamento en presencia del emperador; suplicio de prisioneros enemigos; curación de los heridos romanos. 30. Partida del ejército y nueva batalla. 31. Huida de los dados. 32. Alocución del emperador a los sol­ dados; cautivos dados en una fortificación. 33. Homenaje del ejército al empera­ dor; prisioneros romanos torturados por mujeres; sumisión a Trajano de los jefes bárbaros. 34. El ejército romano atraviesa el Danubio. 35. Trajano y un grupo de soldados ante un campamento. 36. Otra escena mostrando al emperador y sóida-

dos; se talan árboles para levantar un campamento. 37. Purificación del campa­ mento. 38. Alocución de Trajano a los soldados. 39. El ejército romano avanza por un bosque entre fortificaciones enemigas. 40. El emperador atraviesa un río por un puente; incendio de fortificaciones enemigas. 41. Construcción de un campa­ mento; sometimiento de un jefe bárbaro. 42. Unos convoyes se dirigen a un cam­ pamento. 43. El emperador asiste a una carga de la caballería númida [n. del a.: en realidadse trata de la caballería mora]. 44. Dacios huyendo por un bosque. 45. Construcción de un campamento; sometimiento de jefes dacios a Trajano. 46. Batallas ante las fortificaciones romanas.

47. Los dados talan árboles para construir fortificadones. 48. Los romanos cons­ truyen un campamento. 49-50. Los dados descansan en sus fortificaciones; los ro­ manos « hacen la tortuga». 51. Trajano recibe las cabezas de dos jefes dados. 52. Nueva batalla. 53. Trajano supervisa la construcción de un campamento. 54-55. Sometimiento a Trajano del rey Decebalo y de otros jefes dados. 56. Los dados des­ truyen sus fortificaciones.

57. Salida de ancianos, mujeres y niños con sus rebaños; última alocución de Trajano a las tropas. 58. La Victoria escribe en un escudo situado entre dos trofeos. 59. Partida de los navios de Ancona; inicio de la segunda guerra contra los dacios (primavera 105 aC.). 60. Llegada a un puerto (¿de Italia?). 61-63. Entrada triun­ fal del emperador y sacrificio solemne. 64. Entrada en otra ciudad y nuevo sacri­ ficio. 65-66. Desembarco (¿en la costa dálmata?) e inicio de la marcha del ejército romano.

67-68. Sometimiento de una ciudad y sacrificio solemne en los altares. 69. Tala de árboles para levantar un campamento. 70. Los dados se refugian en una fortifi­ cación. 71, Ataque de los dados a una fortaleza romana; su derrota. 72. Nuevo ata­ que de los dados. 73. Llegada de Trajano a la cabeza, de la caballería. 74. Sacrificio celebrado por el emperador frente al gran puente construido sobre el Danubio por Apolodoro de Damas. 75. Trajano recibe la sumisión de los jefes bárbaros en una ciudad romana provista de un anfiteatro. 76. El ejército romano atraviesa el río.

77. Sacrificio. 78-79. Sacrificio de purificación del campamento y discurso a las tropas. 80-81. Salida del ejército romano y llegada a un campamento. 82-83. Los soldados buscan víveres. 84. Discusión entre los dacios en una fortificación. 85. Batalla. 86. Asalto a Sarmizegethusa; consejo de guerra del emperador.

87. Asalto a Sarmizegethusa; consejo de guerra del emperador. 88-89. Prosigue el asalto con máquinas de asedio. 90. Los romanos construyen empalizadas de ma­ dera. 91. Embajada de un jefe dacio a Trajano. 92. Los dados incendian Sarmizegethusa para no entregarla a los romanos. 93. Los jefes dados se envene­ nan. 94. Dados en fuga. 95. Sometimiento de dados a Trajano. 96. Los romanos ocupan Sarmizegethusa.

97. Los romanos ocupan Sarmizegethusa. 98. Construcción de un campamento. 99. Sumisión de jefes dacios a Trajano. 100. Cruce de un río; los dacios abando­ nan una fortaleza. 101. Los dacios, mandados por Decebalo, atacan un campa­ mento romano. 102. Dados, vencidos, en fuga. 103. Alocución de Trajano a los soldados; el tesoro de los dacios transportado en mulos. 104. Huida de dacios y suicidio de algunos de sus jefes. 105. Sometimiento de los dacios a Trajano. 106. La caballería romana persigue a Decebalo y a sus últimos fieles.

107-110

! 11-114

107. La caballería romana persigue a Decebalo y a sus últimos fieles. 108. Muerte de Decebalo alcanzado por los romanos. 109. Los hijos de Decebalo son hechos prisioneros; la cabeza del rey es llevada al campamento romano. 110. Captura de otros dados. 111. Toma de la última fortificación dada y asalto a una ciudad. 112. La ciudad es incendiada. 113-114. Ancianos, mujeres y niños deportados.

L ám ina 15. El armamento, a. Una espada y su vaina (principios del s. i dC.). (Museo de Estrasburgo). b. Legionario saludando (principios del s. / dC.). Nótese la coraza, el casco y el escudo de ese soldado (figura de terracota). (Museo de Estrasburgo). c. Legionario difunto (principios del Alto Im perio). El soldado lleva una. espada en el costado derecho (Museo de Estrasburgo). Col. del Museo Arqueológico de Estrasburgo.

L ámina 16A. Auxiliares y legionarios, a. Auxiliares (principios del s. n). En este documento se ve la célebre caballería mora que se hallaba a las ór­ denes de Lusius Quietus. Col. P. M. Monti. Véanse también las figs. 2.b, 2bis y 6.

L ámina 16B. Auxiliares y le­ gionarios. Legionario (prin­

cipio del s. II). Los legionarios también hacen la siega. (Roma. Columna Trajana.) Col. P. M. Monti.

L ámina 17.

Legionario

(finales del s. n). Este le­ gionario, muerto sin duda en combate, sirvió en Panonia; está represen­ tado en una escena de vic­ toria (Museo Arqueo­ lógico de Budapest, según un molde conservado en Roma, en el museo de la civilización romana). Col. Alinari.

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21. El campamento de marcha según Polibio. Mediado el si­ glo n aC. (es decir, en la época repu­ blicana), él griego Polibio describe con admiración un campamento de mar­ cha romano (VI, 27-42): una defensa casi cuadrada se alarga mediante un espacio Ubre (interuallum); en el cen­ tro, además de los alojamientos, se encuentra una plaza (forum), la vi­ vienda del general (praetorium) y la del cuestor (quaestorium); las calles se cruzan en ángulo recto.

1

L á m in a

Una groma. La groma permite hacer jalonamientos en án­ gulos de 90°. Modelo conservado en la Saalburg. Dibujado por E Kretschmer, La technique romaine, 1966. L ámina 23.

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El campamento de marcha según el Pseudo-Higinio. Un tratado anó­ nimo, atribuido sin fundamento al PseudoHiginio, describe un campamento de mar­ cha romano de principios del siglo u dC., y permite seguir la evolución desde el de Polibio (véase lám. 21). El plano se ha alargado y dividido en cuatro partes: lapraetentura frente al praetorium, el latus praetorii a la derecha y también a la izquierda de la vivienda del general, la retentura detrás. La muralla va acompañada siempre por un intervallum, y las calles se cruzan todavía en ángulo recto. L ámina 22.

L ám ina 24. Una tienda. El campamento de Barr HUI, en Escocia, nos ha propor­ cionado una notable colección de cueros, entre los cuales se han encontrado restos de tiendas (Bar HUI). Según A. S. Robertson y M. E. Scott, The Román Collections in the Hunterian Museiim. s.f.

L á m in a 25.

El asedio de Masada.

A. Vista de conjunto. Para aislar a los ju­ díos que se habían refugiado en la cíudadela de Masada, el año 72., Flavius Silva hizo levantar ocho fortines y una defensa lineal Además, los romanos debieron pre­ parar una terraza de asalto para tomar la plaza. B. Detalle: el campamento. I. Puerta pretoriana; 2. Puerta principal derecha; 3. Puerta principal izquierda; 4. Puerta decumana; 5. Principia (mejor que praetorium); 6. Tribuna; 7. Auguratorium; 8. Schola (?); 9. Emplazamiento de los estandartes; 10. Hospital (?); I I . Alojamiento de los cuadros. Según Ch. Hawkes, Antiquity, III, 1929.

Subterráneo

L ámina 26. Asalto a una ciudad asediada. Al general romano se le ofre­ cen varias posibilidades para tomar por asalto una ciudad asediada. Puede atacar el principal punto débil, la puerta, con la ayuda de un ariete, después de haber salvado el posible foso con un puente de asalto. Ante una gran muralla, hará construir una terraza de asalto, o cavar una mina sobre la que se hundirá la defensa, o incluso llegará a hacer un subterráneo que permi­ tirá evitar el obstáculo.

L ámina 27. La artillería. A. Esta máquina sirve para arrojar flechas. Dibujo superior: vista desde lo alto. Dibujo del medio: vista en plano. Dibujo inferior: vista lateral. Según E. W. Marsden, Greek and Román Artillery, 1971; B. Esta máquina sirve para arrojar piedras. Dibujo superior izquierda: planta. Dibujo inferior izquierda: vista lateral. Dibujo a la derecha: vista de frente. Según E. W. Marsden, Greek and Román Artillery, 1971.

a . Espacio limitado (Agrícola)

)ampamento Reserva i----- 1

legionarios

| Alas I auxiliares

Cohortes auxiliares

| Alas | auxiliares

Enemigos

B.

Espacio amplio (Arriano) Caballería y artillería

L Infantería Arqueros Artilleros ^r ii

Arqueros Legionarios (novatos)

(elite)

Cohortes auxiliares

Infantería Arqueros Artilleros

Cohortes auxiliares

Enem igos

28. La batalla. A. Dispositivo inicial de Agrícola. Al no disponer más que de un espacio restringido, Agrícola coloca a los auxiliares en pri­ mera línea y a los legionarios por detrás, ante el campamento, junto al que ha situado una reserva. B. Dispositivo inicial de Arriano. Al tener ante sí un espacio más extenso de aquel con el que contaba Agrícola, Arriano ha po­ dido desplegar a los legionarios; los ha flanqueado de auxiliares. Por detrás, y a ambos lados, ha dispuesto la artillería y los arqueros. L á m in a

País bárbaro

L ámina 29. La organización defensiva: estructura teórica. Un camino pa­ ralelo al frente es el que constituye la columna vertebral de lo que se ha con­ venido en llamar «limes». Contiene, en toda su longitud, fortificaciones, for­ tines y torres, y puede apoyarse en un río o en una defensa lineal. Hay otras vías que discurren hacia el interior o se adentran en el país bárbaro; allí se kan instalado puestos avanzados y torres de vigía.

País bárbaro Vía Foso Vía Muralla

JTorr4. Torre

Vía

3- l - f

Campamento

Provincia romana

L ámina 30. La defensa lineal: esquema teórico. La defensa lineal o « muro» comprende una elevación de piedra o de tierra, flanqueada por torres y for­ tines, y con una, dos o tres vías en paralelo, así como por un foso (véase un corte longitudinal en figs. 19 y 34).

•0.

.10 0.

200 m

L,i i i i l ,r. 11i .i.-L:------- 1 -------- í

31A. Los campamentos. Nouaesium-Neuss: un campamento de legión. 1. Principia; 2. Taller; 3. Horma; 4. Alojamientos de immunes; 5. Almacén; 6. Almacén; 7. Termas; 8. Alojamientos de immunes; 9. Colegio (?) de la I cohorte; 10. Alojamientos de immunes; 11. Acuartelamientos de la I cohorte; 12. Almacén; 13. Praetorium; 14. Acuartelamientos de una centu­ ria; 15. Almacén; 16. Alojamiento de immunes; 17. Almacén; 18. Hospital; 19. Termas; 20. Dormitorios; 21. Alojamiento de oficiales; 22. Alojamientos de una unidad auxiliar; 23. Comandante de la unidad auxiliar. Según H. von Petrikovits, Die Innenbauten rómischer Legionslager, 1975. L á m in a

50 m

/

Lám in a 3 IB.

Los cam­ pamentos. CamponaNagytetény: un campa­ mento de ala, de 178 m por 200 m, fue cons­ truido sin duda bajo Domiciano para la I Ata de Tongreses; fue ocu­ pado por la I Ala de Tracios a principios del siglo II, y aún se hallaba activo a final del siglo rv.. Según J. Fitz, Der rómische limes in Ungam, 1976.

30 m

31C. Los campamentos. Poltross Burn: un «castillo miliar». A lo largo del Muro de Adriano, en Britania, se encuentran pequeños fuertes dis­ puestos casi en cada milla (de ahí su nombre). Éste mide menos de 24 m de ancho por casi 27 m de largo. Según B. J. Breeze y B. Dobson, Hadrian's Wall, 1976. L á m in a

W A L L II

L IN C O L N

BOWES

V E R U L A M IU M

Cortes de las defensas. Estas defensas, presentadas aquí en corte transversal, son todas ellas anteriores al reinado de Adriano. Según M. J. Jones, Román Fort-Defences, 1975. L ám ina 32.

L ám ina 33. Los campamentos: variación de las superficies. Para am­ pliar un campamento o para disminuir su superficie, por ejemplo, si tiene lugar un cambio de unidad, se puede construir un recinto nuevo en el exte­ rior del primero (caso 1), o incluir la nueva defensa en la antigua, en una variedad de combinaciones (casos 2 a 5).

b. Muro de Adriano (césped)

a. Muro de Adriano (piedra)

/ 7 /

y c. Muro de Antonino (este)

y

d. Muro de Antonino (oeste) 30 m

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22 23 24 25 26 27 invcrcsk 28 O \lo n 29 Ncw stcad 30 31 32 33 34

Cappuck C hew O rcen H ig h Rochcstcr R isincham Reckfool 35 M aryp o rt 36 B a rro w W a lls 37 M o resby 38 Pupeas lie 39 Cücrm otc 40 O íd Carüsle 41 Carlislc 42 W rc a v

43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58

O íd Pcnrith Urougham K ir k b y T h o r c Bram plon W h iilc y Castlc Corbridgo W a s h in g W c ll Chestcr-lc-Strcot Ebchcslcr Lanchostcr Binehcslcr Picrccbridge [irough-undcr-Siainm orc Bowes G r c ia Uridgc L o w Bo rro w Rridge

59 60 6! 62

Am blcsidc H ardknotl Ravcnglass NVaiercrook 63 D rough-by-Fiainbndgc 64 Üurrow-in-I.onsdalc 65 Lancastcr 66 K irkham 67 Ribchcstcr 68 Long Presión 69 Flslack 70 Ilk lcy 7 1 Aldborough 72 M altón 73 Y o rk 74 Ncsvlon K y m c 75 C asllcford 76 77 78 79 80 81 X2 83

Sfack Casiloshaw

M elandra M anchcsíer W igan Chcsler Brough-on-Noc Tem pleborough 84 Doncaslcr 85 Hrough-on-Humber

L ámina 34. A. Los muros romanos de Britania. a. Cortes transversales de los dos muros: a. Muro de Adriano, sector de piedra; b. Muro de Adriano, sector de tierra; c. Muro de Antonino, sector oriental; d. Muro de Antonino, sector occidental. B. Mapas. Los dos muros británicos van acompañados de torres, fortificaciones y fortines. Pero, por detrás de estas defensas, se han atestiguado otras muchas puntuales, e incluso más al norte. Según D. J. Breeze y B. Dobson, Hadrians Wall, 1976.

L ám ina 35. Moneda de Clodius Macer. Esta emisión estaba destinada a conseguir la fidelidad de la legión africana a favor del usurpador Clodius Macer; los soldados re­ cibían buenas piezas de plata, y la unidad era honrada con el título de «libertadora» (de la tiranía): leg(io) I I I Aug(usta) lib(eratrix). Según H. Cohén, Description historique des monnaies frappées dans l'Empire romain, I, 1859. C ol British Museum.

L ámina 36.

Moneda de Septimio Severo. En el reverso de esta mo­ neda se ve un águila entre dos signa: esta emisión celebrando a la X IV Legión Gemina que, bajo Septimio Severo (193-211), se encontraba en Panonia, en Camuntum (Petronell). Según H. Cohén, Description historique des monnaies frappées dans l'Empire romain, I, 1860. Col British Museum.

L ámina 37A. Moneda de Galieno. Estos antoniniani (dobles sestercios) de Galieno celebran, uno a la I I I Legión Itálica, y el otro a la X I Legión Claudia; datan de alrededor del año 261. Según H. Mattingly, Román Coins, 1962.

L ámina 37B. Moneda de Victorinus. Durante la «cri­ sis del Imperio», las monedas contienen cada vez me­ nos metal precioso y se vuelven más y más ligeras. Victorinus, el último de los « emperadores galos» (268270), debe por tanto pagar para conseguir la fidelidad de sus tropas. Col B. N.

Lám in a 38. Rapidum-Sour Djouab: ciudad y campamento. Estos seis cro­ quis muestran la grandeza y la decadencia de una pequeña ciudad de Mauretania, nacida de un campamento. En el año 122 se construye un fuerte de 135 x 127 m para una cohorte (1); en él 167 se rodea de un muro el há­ bitat civil que se ha desarrollado en la proximidad (2); a mediados del s. ///, en plena « crisis del Imperio», se abandonan el fuerte y el barrio D (3); ha­ cia el 270 se abandona a su vez el barrio C (4) y, poco después, la ciudad es tomada y destruida, y queda abandonada durante algunas décadas (5); a punto de acabar el s. m vuelve a ocuparse el barrio A (6). Según J.-P. Laporte, Bull. Soc. Antiq. France, 1983, p. 264.

L ámina 39. Moneda conmemorativa de la Disciplina. El oficio militar se aprende: es una «disciplina», como la gramática o la retórica; ese estudio no puede hacerse sin obediencia, otro sentido de la palabra « disciplina». Esa doble noción adquirió tal importancia que acabó por convertirse en una di­ vinidad: la Disciplina. Col. B. N.

40, El triunfo. A. Un triunfo en la época de Augusto. Este relieve muestra a dos bárbaros atados y un trofeo en medio de los vencedores, así como el toro destinado al sacrificio. Grabado hacia el 20 aC., este friso se encuentra en el interior del templo de Apolo Sosieno, en Roma. Col. U.D.F. L á m in a

L ámina 40. B y C. El triunfo de Tito. Estos relieves, situados en el interior del arco de Tito, que domina el Foro, muestran al triunfador en su carro y el botín tomado en el Templo de Jerusalén, en particular el famoso candela­ bro de siete brazos. Col. Alinari.

LA TÁCTICA

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bien parecido, terminaban despedazados por las manos brutales que trataban de apropiárselos, y acababan por provocar entre los raptores un combate a muerte. Mientras unos robaban la plata de los templos y las pesadas ofrendas de oro, venían otros que los masacraban... Cremona se vio sometida a todos esos horrores durante cuatro días.» Y en Jerusalén se llevó a cabo una matanza cada vez que se tomaba uno de los barrios. Por ello, la conducción de un asedio exige la intervención de múl­ tiples competencias: los oficiales deben conocer poliorcética y arqui­ tectura, al menos algunos de ellos. En cuanto a los soldados, a muchos se les obliga a poseer conocim ientos específicos de esta o aquella función. Todos deben ser diestros en esas prácticas debido a la ins­ trucción.

L a b a t a l l a e n c a m p o a b ie r t o

Es preciso que los militares se hallen bien preparados para ven­ cer en campo abierto; pero aquí la técnica tiene menos importancia que en los asedios: el coraje suple al material que, ahora, no cuenta demasiado. Los autores antiguos152 nos han legado numerosas des­ cripciones de batallas, la arqueología ha proporcionado restos intere­ santes153 y, eso no obstante, hay numerosos puntos que aún perma­ necen oscuros.154 Ciertamente, la inteligencia no se halla ausente de ese tipo de com­ bates, pero se refugia en el sector de la estratagema, que pretende cons­ tituir el grado superior de la táctica. Dos son particularmente los au­ tores que han dejado relatos más interesantes sobre el tema. Frontino, advirtiendo que la propia palabra es griega, atribuye la invención de esa disciplina a los helenos. Clasifica sus consejos en cuatro aparta­ dos: examina, en primer lugar, qué debe hacerse antes, y a continua­ ción durante la batalla, y después cuando se trata de un asedio; para acabar, ofrece dos ejemplos de virtudes unidas a la disciplina. De he­ cho, más que una reflexión sobre el arte de vencer, su obra se pre­ senta como una serie de recetas destinadas a procurar el éxito en esta 152. César, B. G., III, 24, 1 y IV, 14, 1; Onesandros, XV-XX I; Flavlo Josefo, G. /., III, 10, 3-5 (fundam ental); Tácito, Agr., X X X V , y An., X III, 38, 6; Arriano, Alanos, X I-X X X ; Dion Casio, LX H , 8, 3; Vegecio, II, 20. 153. Colum na Trajana, passim (p. ej., n.os 17-18); m onumento de Adam -Klissi (F. B. Florescu, M onum entulde la Adam-Klissi, 1959; M. Speidel, R&vue. ArchéoL, 1971, pp. 75-78). 154. J. Krom ayer y G. Veith, Heerwesen und Kriegsführung, en I. von Müller, Handbuch, IV, 3, 2, 1928, pp. 249 ss,; J. Thouvenot, Mél. J. Carcopino, 1966, pp. 905-916. A. K. Goldsworthy, The Rom án Army at War, 100 B C -A D 200, 1996, Oxford.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

o aquella circunstancia. De esa manera, recomienda que, cuando se es perseguido, es necesario propagar un incendio que retrase a los per­ seguidores.155 Antes de una batalla, lo mejor es que el enemigo se agote, como hizo Tiberio,156 quien «viendo a las bandas feroces de los panonios marchar al combate desde el amanecer, retuvo a sus tropas en el cam­ pamento, y dejó al enemigo expuesto a las lluvias torrenciales que ca­ yeron durante todo el día; y cuando vio que los bárbaros, azotados por la tormenta y hundidos por la fatiga, perdían el coraje y flaqueaban, entonces hizo dar la señal, los atacó y los derrotó». Pero, ante todo, es necesario aprovecharse de las circunstancias, principalmente de las más inesperadas:157 «E l divino Vespasiano Augusto, para atacar a los judíos, eligió el sábado, día en que les está prohibido hacer nada, y les derrotó.» Polieno atribuye igualmente a los griegos el mérito de haber in­ ventado las estratagemas. Y para no dejar a ninguno en el tintero, co­ mienza su obra con ejemplos míticos. Los casos que presenta los cla­ sifica en función de la cronología y de la geografía; y pocos romanos, a excepción de Augusto, han tenido el honor de figurar en su palma­ res. Esos dos autores no realizaron una reflexión en profundidad sobre la táctica; de hecho, esa ciencia fue ilustrada por los romanos y so­ bre el terreno. Y es lo que necesitamos hacer a continuación. El orden de batalla Previa a cualquier acción, tiene lugar una deliberación del estado m ayor:158 conviene organizar el dispositivo en función del terreno elegido. En primer lugar, y gracias al entrenamiento de los soldados y a la flexibilidad de las cohortes, se pueden disponer algunos obstácu­ los destinados a entorpecer a los bárbaros, que sean fácilmente salvables por las legiones: se excavan fosos y se clavan estacas en el suelo.159 La tropa se dispone sobre el terreno teniendo presente el espacio con el que cuenta. Los generales romanos pensaban habitualmente que su superioridad sobre las hordas bárbaras se debía, al menos parcial­ mente, a la capacidad de maniobra de sus hombres. Para que fuese po­ sible rodear al enemigo o desbordarle era preciso disponer de un cen­ tro y de dos alas.160 Esa división en tres partes no tiene en cuenta la 155. 156. 157. 158. 159. 160.

Frontino, Stmt., I, 5, 1-8. Frontino, Strat.r II, 1, 15. Frontino, Stmt., II, 1, 17. Flavio Josefo, G. III, 5, 6 (98-100). Frontino, Strat., II, 3, 17-18. Frontino, Strat., II, 3.

LA TÁCTICA

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infantería ligera, en especial honderos y arqueros,161 que matan de le­ jos y que se hallan dispersos por delante del ejército, detrás de él o en los flancos. A finales del siglo I de nuestra era, Agrícola nos ofreció un ejem­ plo de táctica simple en un campo de batalla muy encajonado162 (lám. XXX, 28a): «É l [Agrícola] estableció este dispositivo: la infante­ ría auxiliar, que contaba con ocho mil hombres, como fuerza central; tres mil jinetes desplegados en las alas; las legiones permanecieron ante el atrincheramiento: el brillo de la victoria sería considerable, si se combatía sin verter sangre romana, y se contaría allí con una re­ serva en caso de retirada.» El oficial romano tenía además a su dis­ posición «cuatro cuerpos de caballería, que había reservado para hacer frente a las necesidades imprevistas de la batalla». Por tanto, Agrícola coloca a los auxiliares en primera línea, ocho mil soldados de infan­ tería en el centro, y mil quinientos jinetes en cada ala; en segunda línea se encuentran los doce mil legionarios, de espalda al campamento; fi­ nalmente, unos dos m il hombres montados constituyen una reserva móvil. A mediados del siglo ti, Arriano muestra, por el contrario, cómo pueden desplegarse las tropas cuando no se carece de espacio163 (lám. XXX, 28b). Su organización presenta una mayor complejidad; dejando a un lado la eventualidad siempre posible de que se dieran progresos en ese dominio, es necesario como mínimo contemplar otra hipótesis: Arriano se había mostrado como un maniobrero más fino que Agrícola. Lo esencial del dispositivo lo constituyen los legionarios, situados en ocho filas, con los mejor preparados a la derecha. En los dos flancos de esta falange se reparten en número igual, sobre dos pe­ queñas elevaciones, infantes, arqueros y piezas de artillería; algunas cohortes auxiliares se instalan inmediatamente por delante, al pie de las colinas. Por detrás de la infantería de elite se sitúa una fila de ar­ queros, unos a caballo y otros no, precediendo a más jinetes y artille­ ros que, desde el inicio de las hostilidades, bascularán hacia las alas para reforzarlas. El general dispone además de una reserva formada por la caballería de elite, los guardias de corps de los oficiales y doscientos legionarios. Finalmente, Tácito164 habla de una tercera posibilidad. Cuando el ejército entra en acción en un país bárbaro, del que desconoce dónde

161. 162.

Onesandros, X V -X X I; Dion Casio, LI, 10. T ácito, Agr., X X X V , 2, 3, y X X X V II, 1. E s el dispositivo recom endado p o r

Onesandros, pas. cit. 163. A m an o , Disposition de marche et ordre de bataille contre les Alains. 164. Tácito, An., X III, 40, 3-4.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

se encuentra el enemigo, debe estar siempre preparado para sufrir un asalto y reaccionar en cualquier momento. Según esta hipótesis, y en previsión de un enfrentamiento, los soldados se distribuyen desde la mañana ante el campamento, y avanzan de esa forma hasta que en­ tran en contacto con el enemigo: en ese caso, hay coincidencia entre el orden de marcha y el de combate. Nos queda por referirnos a un último aspecto: la estructura de la legión en combate.165 La táctica de César es muy conocida: los solda­ dos se disponían en tres órdenes (triplex acies) ’, pero, en la época de Arriano, se agrupaban en una falange compacta, codo a codo, escudo contra escudo: de frente, daban la impresión de ser un muro de hie­ rro erizado de venablos. De hecho, los generales tenían la opción de elegir entre varias tácticas posibles, decidiéndose por una de ellas en función del enemigo y del terreno. Pero la legión se mantenía como elemento principal de cualquier organización, y su estructura, dividida en cohortes, manípulos y centurias (véase lám. IV, 5), le confería una enorme flexibilidad. Los historiadores no se ponen de acuerdo, en me­ dio de esa mezcla, en el papel que desempeñaban las diversas subdi­ visiones que acabamos de citar; nos parece que, de hecho, la unidad táctica más importante era el manípulo, que extraía su individualidad de su signum. En cuanto a la caballería, no debía presentarse sin or­ den: se agrupaban en rombo, en cuadro o en cuña, siguiendo lo que a ojos del general parecía más conveniente. E l desarrollo de la batalla Por tanto, para demostrar su superioridad, el ejército romano no debía entrar en combate hasta que no hubiese conseguido el me­ jor dispositivo posible. Una vez puesto en marcha ese orden, ya podía comenzar la batalla; pero, aun así, todavía debería seguirse un cierto número de pasos. En las civilizaciones mediterráneas, civilizaciones del verbo, cualquier cosa se inicia con discursos, y la guerra no se es­ capa a esa regla. Por tanto, una vez que cada soldado ocupa su puesto, el general se dirige a los combatientes exhortándolos;166 por lo de­

165. Falange: Tácito, H., IV, 78, 4, y V, 18, 5; Dion Casio, LXII, 8; Arriano (véase n. 163). Cohortes y manípulos: Tácito, H., IV, 78, 2. J. Harmand, L'armée, 1967, pp. 236-237 (República); H. M. D. Parker, Legions, 1928, p. 31; J. K rom ayer y G. Veith, Heerwesen und Kriegsführung, en I. von Müller, Handbuch, TV, 3, 2, 1928, pp. 550-552; H . Delbrück, Art ofW ar, I, 1975, pp. 415-416; E. Wheeler, Chiron, IX, 1979, pp, 303-318; M. Speidel, Epigr. Stud., X III, 1983, p. 50 (contra lo que defiende H . M. D. Parker, cree en el papel táctico de las cohortes y las centurias). 166. Onesandros, I, 13; Tácito, Agr., X X X III-X X X IV (¡a título de ejemplo!); Colum na Aureliana, n.os IV, LV, LXXXTO, X C V I, C.

LA TÁCTICA

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más, Tácito obtiene un evidente placer en la recomposición de esa clase de discursos. A continuación dan comienzo las hostilidades propiamente di­ chas. Una preparación artillera se dedica a ablandar los primeros ob­ jetivos;167 con ella se pretendía matar a algunos adversarios, desmo­ ralizar también al máximo al enemigo y sembrar el desorden en su línea de combate. Ese trabajo de las catapultas y las balistas se com ­ pletaba con la intervención, en ese momento preciso, de los arqueros y los honderos y, si el enemigo se encontraba a tiro, con el lanzamiento de venablos.168 En ese momento, en las filas romanas se elevaba un griterío ensordecedor;169 según los autores de la Antigüedad, esos gri­ tos revestían una enorme importancia: en efecto, debían reforzar el co­ raje de quienes los emitían y atemorizar a quienes los oían. Comenzaban entonces las maniobras, dependiendo de los tres ca­ sos susceptibles de ocurrir.170 Podía suceder, en efecto, que ya desde el primer momento el enemigo se pusiera en fuga, aterrorizado por la or­ ganización de los romanos y debilitado por los primeros tiros de que había sido objeto. En esa eventualidad, la falange se escindía en varias partes, y la caballería se introducía por los espacios que quedaban en­ tre ellas, avanzando los primeros a marchas forzadas, para asegu­ rarse de que ese repliegue no era una añagaza, y los demás en buen orden, respetando así las consignas de prudencia. A continuación, la infantería descendía de las alturas en las que se hallaba situada para dominar el teatro de operaciones. En un segundo caso, no sucedía sólo que el enemigo no tuviera intención alguna de ponerse a salvo, sino que tomaba la iniciativa y trataba de desbordar una de las alas. Arriano recomienda entonces re­ sistir a la tentación y no alargar el frente; según ese mismo autor, para bloquear el movimiento, el general debe enviar su caballería con­ tra los asaltantes. El tercer caso posible es el preferido por los romanos: mantie­ nen la iniciativa y maniobran. Lo mismo que en el ataque a una de­ fensa urbana, deben elegir el punto más débil del dispositivo adverso.171 La infantería auxiliar es la que tiene el honor de iniciar el combate, di­ rigiéndose hacia ese punto que su comandante considera como menos protegido.172 En todas esas operaciones observamos una característica constante: aunque la caballería desempeñe un papel creciente en el 167. 168. 169. 170.

Tácito, H., III, 23, 4. Flavio Josefo, G. /., VI, 1, 7 (75); Arriano, Alains, XXV. Flavio Josefo, G. L, VI, 7 25, (259); Arriano, pas. cit. Arriano, Alains, XXVT-XXX.

171. 172.

Frontino, Strat, II, 3. Tácito, Agr., X X X V I, 1; H „ II, 22, 1 ss.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

siglo III, es la infantería, en particular la de las legiones, la que se man­ tiene como la «reina de las batallas» en todo el Alto Im perio.173 En efecto, presenta una ventaja triple: se beneficia del efecto de choque, o de masa,174 pues los hombres de la última fila, en principio los ve­ teranos, presionan a los más jóvenes que se encuentran por delante de ellos;175 esa presión es mortal, pues la primera línea avanza eri­ zada de lanzas; en fin, la instrucción de los romanos les permite m o­ verse incluso aunque topen con un obstáculo (por ejemplo, una pe­ queña loma) sin que se deshaga su formación. Además, van muy bien protegidos pues, llegado ese momento, «hacen la tortuga»:176 los de la primera fila, escudo contra escudo, levantan una muralla protectora frente al adversario; los de las filas siguientes colocan los escudos por encima de la cabeza de tal manera que los proyectiles de los bárbaros difícilmente pueden alcanzarles. Con todo ello, y girando en todas di­ recciones, la infantería ligera, los arqueros y los honderos, acaban por com pletar la acción de esa infantería pesada. Mientras duran esas maniobras, los soldados romanos no deben nunca perder de vista sus estandartes (águilas, signa y uexilla),177 y es preciso que escuchen con atención las consignas transmitidas por las trompetas y las trompas. En tales condiciones, la caballería desempeña un papel secunda­ rio:178 la caballería ligera hostiga al enemigo arrojándole flechas y ve­ nablos, pero los catafractos no provocan el mismo efecto de masa y de choque que los legionarios: sus corazas están pensadas para prote­ gerlos y no para que sus golpes sean más impactantes. El jinete no tiene más que un elemento de superioridad: atemoriza al soldado de infantería porque le domina desde la altura de su montura. En todo caso, su acción tiene por finalidad llegar a un combate cuerpo a cuerpo en el que siempre puede realizar alguna hazaña. Así, durante la gue­ rra de Tito contra los judíos, «uno de los jinetes de las cohortes, de nombre Pedanius, cuando los judíos habían sido ya puestos en fuga y se les empujaba de forma desordenada hacia el fondo del barranco, lanzó su caballo con la brida caída sobre el flanco y tomó a uno de los enemigos en fuga, un hombre joven, grande y fuerte, armado de pies a cabeza. Le atrapó por el tobillo, dejando colgar todo el cuerpo del

173. Tácito, pas. cit. n. precedente. 174. Arriano, T., X II; Alains, X V y XX V; Ch. Ardant du Picq, Études sur le combat, 1903, pp. 19-20 y 72. 175. Talmud de Babilonia, Nazir, 66 b. 176. Frontino, Strat, II, 3, 15; Colum na Trajana, n.os 50-51. 177. Tácito, H ., II, 41, 7; 43, 2; Talmud de Jerusalén, Sota, V III, 1. 178. Tácito, Agr., X X X V I, 3; A m a n o , T., II, 2 y X V I; Ch. A rd ant du Picq, op. cit., pp. 73-75; P. Vigneron, Le cheval dans VAntiquité, 1968, p. 238, parece creer en su capaci­ dad de choque, a pesar de la ausencia de estribos.

LA TÁCTICA

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caballo al galope, desplegando una fuerza extraordinaria del brazo y de todo el cuerpo y una no menos extraordinaria destreza como jinete. Trasladando a gran velocidad a su prisionero como si se tratara de un trofeo, se lo llevó a César. Tito expresó su admiración por la fuerza de quien había realizado esa hazaña».179 Pero volvamos a la infantería. Al final de las maniobras que le han sido ordenadas, inicia el combate cuerpo a cuerpo en las mejo­ res condiciones, si la línea enemiga ha quedado desarticulada en el momento del contacto. En la batalla que tiene lugar en el interior de Jerusalén, «los proyectiles y las lanzas eran tan inútiles para los unos (los romanos) como para los otros (los judíos); desenvainando la es­ pada, se batían cuerpo a cuerpo, y en esos encuentros era imposible discernir a cuál de los dos campos pertenecía cada grupo de comba­ tientes, al estar tan entremezclados y cambiados de orden debido a la estrechez del lugar, llegando confusamente los gritos a los oídos a causa de su volum en».180 Todas las descripciones que acaban de ha­ cerse se encuentran reunidas y resumidas en el relato de una batalla que consigue casi todo su valor del estilo maravillosamente conciso de Tácito.181 Los hechos ocurren en la isla de Britania en el año 83. «A l principio del encuentro, se combatía de lejos; con firmeza y des­ treza, los bretones se servían de sus largas espadas y de sus escudos cortos para parar o desviar los venablos de nuestros soldados, y sus propios proyectiles volaban en abundancia; a continuación, Agrícola invitó a cuatro cohortes de bátavos y a dos de tongreses a llegar al cuerpo a cuerpo, utilizando las espadas; estaban bien entrenados desde hacía mucho tiempo, y los enemigos eran poco hábiles, al contar con aquellos pequeños escudos y con unas espadas desmesuradas, pues las espadas sin punta de los bretones no permitían el cruce de los hie­ rros ni el combate cercano. Por tanto, desde que los bátavos se dedi­ caron a repartir golpes en medio de aquella mezcolanza de gente, a golpear con la protuberancia de los escudos, a lacerar los rostros y, después de haber abatido a los enemigos formados en la llanura, a avanzar sobre las colinas, las demás cohortes, en un fogoso impulso de emulación, mataron a todos cuantos se encontraban en las proxi­ midades; e incluso, en medio de las prisas por alcanzar la victoria, de­ jaban a muchos de ellos medio muertos o ilesos. Mientras tanto, nues­ tros escuadrones de caballería, después de haber puesto en fuga a los bretones que iban en carros, se lanzaron hacia donde se encon­ traba la lucha cuerpo a cuerpo de la infantería. A pesar del terror sú­ 179. 180. 181.

Flavio Josefo, G. VI, 2, 8 (161-163); véase también, p. éj., V, 7, 3 (313). Flavio Josefo, G. VI, 1, 7 (75). Tácito, Agr., X X X V I y X X X V II, 1.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

bito que ocasionaron, permanecieron allí trabados, en medio del es­ pesor de los batallones enemigos y de las irregularidades del terreno. Aquel combate no tenía el aspecto de ser una pelea para la caballe­ ría, pues los hombres, con dificultades para mantenerse sin caer en aquella pendiente, hallándose al mismo tiempo arrollados por los ca­ ballos y, a menudo, por carros a la deriva caballos aterrorizados, sin jinetes, se precipitaban allí donde les conducía el miedo a través de las filas o de frente. Entretanto, aquellos bretones que, situados en la cima de las colinas, aún no habían entrado en combate, y que, con toda tranquilidad, despreciaban nuestra inferioridad numérica, co­ menzaron a descender poco a poco y a acosar la retaguardia de los vencedores; pero temiendo precisamente esa maniobra, Agrícola opuso a su avance cuatro cuerpos de caballería que había reservado para ha­ cer frente a las necesidades imprevistas de la batalla; a los asaltantes se les puso en fuga y se les dispersó con tanta mayor rapidez debido a la seguridad con que habían cargado.» Cuando los bárbaros advierten que han sido derrotados, unos se rinden: se les hace prisioneros, a la espera de venderlos como escla­ vos, o se les mata de inmediato.182 Otros huyen. Da entonces comienzo la persecución. En ese momento, todos los especialistas en cuestiones bélicas recomiendan actuar con una extremada prudencia;183 no hay que caer en una trampa, en una emboscada. Previamente, los legio­ narios exploran metódicamente el terreno.184 Después, la caballería parte en persecución de los enemigos en fuga.185 Una inscripción, des­ cubierta recientemente, explica una escena de la Columna Trajana, que se encuentra reproducida igualmente en el monumento de AdamK lissi:186 Tiberius Claudius Maximus, originario de Filipos, en Macedonia, ha alcanzado a Decébalo; el rey de los dacios, y le ha dado muerte antes de que este último haya tenido tiempo de suicidarse; des­ pués ha decapitado a su víctim a y ha llevado su cabeza a Trajano. Finalmente, cuando se hayan ya seguros de que no corren riesgo al­ guno, los soldados saquean los bagajes de los vencidos. Finalizada la batalla, los romanos deben ejercitar su pietas, es de­ cir, destinar a los hombres y a los dioses lo que les es debido a unos y a otros. Mientras los médicos curan a los heridos, los vivos entierran a los muertos;187 Marcus Caelius, centurión muerto en el desastre de 182. Tácito, Agr., X X X V II, 3. 183. O nesandros, V I, 11, y X I; Tácito, Agr., X X X V II, 6; Frontino, Strat., II, 9, 7. 184. Tácito, H., III, 54, 4; Frontino, Strat., I, 2. 185. Colum na Trajana, n.os 106-108; Colum na Aureliana, n.° L X X II. 186. L'Année épigraphique, 1969-1970, n.° 583; M . Speidel, Rev. Archéol.,1971, pp. 75-78 (Columna Trajana, n. precedente). 187. Flavio Josefo, G. V I, 1, 5 (46); Corpus inscr. lat., X III, n ° 7.323.

LA TÁCTICA

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Varus, ha podido ser enterrado en Xanten, en la provincia de Germania.188 Los vencedores dedican un trofeo: construyen un mu­ ñeco revestido de armas diversas tomadas al enemigo; para eternizar ese monumento de acción de gracias se le puede reproducir en bronce o esculpirlo en piedra, y adornarlo con mármol: en Adam-Klissi es donde se encuentra la más imponente de las construcciones de ese género actualmente conocidas.189 Finalmente, de regreso a Roma, si sus soldados le habían aclamado en el campo de batalla, el general romano puede recibir del emperador los honores de la ovación190 o, a falta del propio triunfo, las condecoraciones triunfales (debido a sus implicaciones religiosas, examinaremos con mayor detalle esas cere­ monias más adelante).

Conclusión Es evidente que, cuanto más se avanza, más se constata el hecho de que el ejército romano nunca ofrece la imagen de ser una horda desorganizada: cuando se desplaza, a cada una de las unidades se le asigna un lugar preciso; en las operaciones de los asedios y en los com­ bates a campo abierto, cada cuerpo de ejército debe ocupar un punto determinado. N o se deja al azar ningún movimiento y, lo que no tiene menos importancia, los hombres han reflexionado sobre el orden de marcha y el de combate: existe, por tanto, una ciencia militar romana, incluso aunque se inspire a menudo en el pensamiento griego. Pero la puesta en práctica de esas técnicas implica una perfecta colaboración entre oficiales y soldados; los prim eros deben saber, los segundos obedecer. Una armonía de esa clase no puede existir sin un recluta­ miento de calidad y sin una instrucción constante.

188. 189. 190.

H . Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 2.244. F. B. Florescu, M onum ental de la Adam-Klissi, 1959. Tácito, An., III, 19.

C a p ít u l o V I

LA ESTRATEGIA: EL CAMPAMENTO PERMANENTE. DESALENTAR LA AGRESIÓN Es posible que el estudio de la táctica haya podido parecer que presentaba un aspecto demasiado profesional, demasiado técnico. No obstante, era necesario, pues los generales romanos organizaron su es­ trategia en función del armamento y de la capacidad de maniobra de las tropas con que contaban. Creemos conocer bastante bien esta organización militar; recor­ darla consigue que, de inmediato, nos vengan a la mente algunos vo­ cablos y ciertas imágenes: automáticamente pensamos en el excesiva­ mente famoso limes, en las grandes fortificaciones y en los ejércitos de provincias; vemos a las legiones de Germania superponerse al muro construido en Britania bajo Adriano, y el Gran Campamento de Lámbese deja paso a alguna otra fortificación levantada en Siria o en cualquier otro país del Danubio. No obstante, debemos hacer una primera cons­ tatación a propósito del limes: si no errores, los manuales mantienen aún ciertas inexactitudes tanto sobre la palabra como sobre la reali­ dad que ésta cubre.1 Del mismo modo, las excavaciones han sacado a la luz numerosos campamentos permanentes; la disposición de las par­ tes que los componen presenta un gran interés y merecerían ser me­ jor conocidos de lo que lo están en la actualidad.2 En cuanto al dis­ positivo que se realizaba en cada una de las regiones, no ha sido aún objeto de un estudio de síntesis:3 carecemos de un enfoque geográ­ fico global del ejército romano. N o obstante, antes que nada presen­ taremos dos elementos que se encuentran presentes siempre: las de­ fensas puntuales y las defensas lineales, las fortificaciones y las murallas. 1. G. Forni, entrada «lim es» del Diz.ionario epigr., IV, 34 s., ofrece un excelente prin­ cipio de puesta a punto sobre esta cuestión. 2. H. von Peírikovits, Die Innenbauten rómischer Legionslager wáhrend der Pñnzipatszeit, 1975: libro notable que merecería su traducción. 3. J. Szüagyi, Acta Ant. Acad. Se. Hung., II, 1953-1954, pp. 117-219: importante in­ vestigación, aunque únicamente epigráfica.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

Sin embargo, conviene empezar por recordar una vez más las condi­ ciones de su realización.

Roma y sus enemigos: ¿ataque o defensa? En efecto, parece lógico admitir que la estrategia romana ha ido variando en función de los enemigos efectivos o potenciales a los que debía hacer frente. Y si un propósito de esa clase no ha inspirado al organizador del Imperio, es indudable que sus sucesores han debido adaptar su política a la actitud de los adversarios. Pero tomemos las cosas con calma: no se trata de contarlo todo sobre los bárbaros en unas pocas páginas, sino solamente de definir las características m ili­ tares de cada pueblo, a fin de comprender cómo Roma debió enfren­ tarse de forma diferente a unos y otros.

L O S E N E M IG O S

Si seguimos un orden geográfico, quizá lo más sencillo, comen­ zaremos por dos casos particulares: Hispania y Britania. La penín­ sula Ibérica exigió más de dos siglos de luchas hasta su conquista de­ finitiva; la combatividad de los «indígenas» había alcanzado mucha fama y Roma reclutó a muchos de ellos para sus unidades auxiliares. No obstante, después de Augusto, parece que la paz se instaló ya allí y la V II Legión Gemina parece controlar tanto las minas del noroeste como a los hombres del país. Por otra parte, éstos, situados con la mar a la espalda, no contaban con refugio posible alguno. Por el contrario, los bretones (habitantes de la actual Gran Bretaña) siempre conservaron entre sus filas a algunos irreductibles; los caledonios del norte de la isla nunca pertenecieron al Imperio. Su valor guerrero y su número representaron siempre una dificultad para el mando romano, que debía aprovecharse, por tanto, de sus divisiones políticas. Ese peligro aumentó todavía más en el siglo III, por los ata­ ques de los piratas sajones. En el continente, por detrás del Rin y del Danubio, el inmenso pueblo de los germanos, cuya excelencia en el combate no hay por qué volver a establecer, se beneficiaba de tres ventajas: su combatividad, su demografía y la longitud de las fronteras que Roma debía defen­ der. Esa amenaza se volvía aún más real cuando a los germanos se les añadían pueblos nómadas procedentes del este, como los sármatas o los rosulanos. La debilidad de esos bárbaros residía en su fragmenta­ ción política; de ahí el peligro que podía representar Arminio, el ven­

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cedor de Varus, cuando inició un movimiento de unificación. De ahí que, cuando se constituían confederaciones, aumentaba el peligro. Además, en la margen izquierda del Danubio inferior, en la actual Rumania, habitaban los dacios, que contaban en su mano con varias bazas: su riqueza (el célebre «oro de los dacios»), su ausencia de com­ plejos frente al Imperio y, sobre todo, su organización; en efecto, es­ taban constituidos en reino. N o obstante, su Estado no ocupaba una superficie extensa comparada con la del mundo romano. Sin embargo, en el siglo III aparece una nueva situación creada por todos esos pue­ blos de la frontera norte: fuertes sacudidas, en Extremo Oriente, fue­ ron empujando unas contra otras a esas naciones que, como bolas de billar, proyectaron contra el Imperio a aquellas que se encontraban más cercanas. Para comprender la importancia de ese siglo III conviene consi­ derar igualmente lo que estaba sucediendo en Oriente. En Irán se en­ contraba el único Estado poderoso y centralizado próximo al Imperio romano. En los dos primeros siglos de nuestra era, la monarquía que ejercía el poder tenía costumbres relativamente pacíficas. Pero, entre el 212 y el 227, se produjo una revolución, y los persas sasánidas, que sucedieron a los partos arsácidas, instauraron un poder nacionalista, guerrero y, en el orden religioso, fanático. Lo que los historiadores de Roma llaman «la gran crisis del siglo I I I » se explica por la conjunción de dos agresiones: por el este, Irán pasa a la ofensiva, y lo mismo ha­ cen los germanos por el norte, aunque por motivos distintos. La frontera sur planteaba aún otros problemas. La principal ame­ naza la constituían los nómadas y los seminómadas, los nobadas y blemmías de Egipto, los moros y los númidas del actual Magreb. Merece subrayarse una particularidad de esas regiones: esas naciones habita­ ban tanto al norte como al sur de la frontera, que atravesaban, por lo demás, en el curso de sus desplazamientos. La principal tarea de los legionarios consistía, por tanto, en la vigilancia de sus movimientos. Al leer a algunos autores actuales se podría creer que Africa vivió tres siglos de insurrección permanente. No es necesario, sin embargo, ce­ der a esa ilusión óptica: una buena parte de los indígenas estaba in­ corporada a Roma (esa región nos ha legado innumerables ruinas, da­ tadas en el Alto Imperio, ha producido escritores e incluso emperadores); en cuanto a los nómadas, poco numerosos y desorganizados, cual­ quiera que haya sido su coraje, no pueden compararse a germanos o a persas. N o obstante, no debe olvidarse que, en caso de crisis en los demás frentes, sus revueltas sólo podían servir para añadir dificulta­ des a las que debía afrontar el estado mayor romano. Recientes investigaciones tienden a insistir en las influencias sufridas por los romanos en contacto con los bárbaros, pues adap­

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taban su táctica a la clase de enem igo que tenían ante sí (en Mauretania, por ejemplo, utilizaban en prim er lugar tropas m óvi­ les), y adoptaban aquellas armas que les parecían de m ayor cali­ dad. De hecho, esa concepción plantea un problema: parece limitar, quizá en exceso, aquella parte de conservadurismo que se atribuye al espíritu romano. De todas formas, las relaciones con los bárbaros eran complejas. En Oriente, Roma se apoyaba en Palmira para luchar contra los par­ tos y, después, contra los persas; en cuanto a los nómadas, contraria­ mente a lo que en ocasiones se ha escrito, algunos buscaban la alianza con Roma, mientras que otros preferían el conflicto.

E l p r o b l e m a e s t r a t é g ic o

¿Cuál es la estrategia de conjunto que se adoptó frente a todos esos pueblos? ¿Sobre qué principios básicos establecieron su plan los responsables militares romanos? Para Y. Garlan4 no existe duda al­ guna de que se eligió la opción defensiva: «Desde el reinado de Augusto, la política exterior del Im perio, por encima de todo, trató de con­ servar y estabilizar los resultados conseguidos.» Esa afirmación se funda en el hecho de que, a la muerte de Augusto, en el 14 dC., el do­ minio romano se encontraba ya poco menos que delimitado defini­ tivamente. No obstante, es necesario matizar esa aseveración, pues en principio, en su mentalidad colectiva, el pueblo romano no reco­ nocía límite alguno a su poder: le competía dominar todo el mundo. Y el derecho se pone al servicio del imperialismo.5 Dirigiéndose al ciudadano, Virgilio le habla de otras naciones:6 «Im pónles la prác­ tica de la paz, prem ia a las que se someten y domeña a las orgullosas.» Pero, en la práctica, ese objetivo era una utopía. En principio, ciertos vecinos podían presentar resistencia, y un episodio como el de Varus debía servir para calmar las ambiciones. Además, los medios no eran ilimitados: el estado mayor no había oído hablar nunca de Siberia o del Congo. Finalmente, ciertos territorios no presentaban ningún in­ terés militar, económico o de cualquier otro tipo. Efectivamente, de ese modo, en tiempos normales, Roma adoptaba una estrategia defen­ siva. Pero debemos hablar de dos excepciones a esta regla. De una parte, de vez en cuando, se daban episodios de agresividad: sabemos 4. 5. 6.

Y. Garlan, La guerre dans VAntiquité, 1972, p. 103. W. Seston, Scñpta varia, 1980, pp. 53-63. Virgilio, En., VI, 852-853.

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que cada conquista venía precedida por la creación de una o varias legiones; si nos remitimos al cuadro dedicado a la aparición de esas unidades (p. 35) veremos la frecuencia de esos episodios. Además, sa­ bemos que, incluso después del 14, varios emperadores practicaron una política belicista y, por no citar más que los casos más flagrantes, nos limitaremos a Calígula (Mauretania), Claudio (Britania), Trajano (contra los dacios, los árabes y los partos), Marco Aurelio y Septimio Severo (también en Oriente). Por otra parte, el respeto por los demás no era suficiente para im­ pedir a los militares romanos llevar a cabo guerras preventivas y re­ presalias. Sus vecinos estaban estrechamente vigilados, y la destruc­ ción de un peligro potencial les pareció siempre el mejor medio para garantizar su propia seguridad. Teniendo en cuenta, por tanto, lo que propone el imperialismo y lo que imponen las realidades, trataremos de definir la estrategia del Imperio con una expresión antitética: ofen­ siva en la defensiva.

L a l o g ís t ic a d u r a n t e l a s o p e r a c io n e s

Las anexiones de territorios y la construcción de medios de co­ municación (vías y puertos) tienen una significación estratégica por lo que concierne a la logística, y esto es lo que demuestra un libro re­ ciente e importante para nuestro propósito.7 Los aprovisionamien­ tos no se dejan al azar en la época del Imperio. Én Oriente, los cen­ tros de producción para el ejército se encuentran en el litoral del mar Negro, la costa de Licia-Panfilia y Egipto: no hay nada nuevo en todo ello. Un ejército en campaña, mientras no ha llegado a territo­ rio enemigo, puede contar con los notables municipales, con las co­ munidades de la provincia e incluso con intervenciones imperiales, más o menos directas. Un cierto número de personalidades, impor­ tantes unas, de rango más modesto otras, desempeñan un papel en el suministro de provisiones, concebido como un impuesto y llamado la «anona m ilitar»; son el prefecto de la anona y los procuradores imperiales, el praefectus orae Ponticae, el prim ipilo y el summus curator. Lógicamente, los suministros están constituidos, en primer lu­ gar, por trigo, pero eso no es todo. Un ejército en campaña tiene ne­ cesidad de vino y aceite, de armas, madera y pieles, de animales, tanto de monta como para transporte.

7. Th. Kissel, Logistik des rómischen Heeres, 1995; J. Rem esal Rodríguez, Heeresversorgung, 1997.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

E v o l u c ió n d e l a s c o n c e p c io n e s

Pero en tres siglos se constata una evolución. Esas transforma­ ciones han sido objeto de estudio en dos obras importantes,8 consa­ gradas a la estrategia puesta en práctica por Roma, una en conjunto y la otra en el caso particular de las provincias ibéricas. El prim ero de los autores a que nos referimos, E. N. Luttwak, califica de «hegem ónico» el Im perio romano de los comienzos, con todo su territorio dividido en tres grupos, el de los que viven bajo ad­ ministración directa, los que se encuentran bajo control diplomático y los que se hallan simplemente sometidos a su influencia. La época julio-claudia es la del «ejército experimental» (P. Le Roux): se insta­ lan en las fronteras unidades extremadamente móviles, y a veces lejos de ellas. En la Galia, los campamentos de Arlaines, cerca de Soissons, de Aulnay, en Santonge, así como el de Mirebeau, cerca de Dijon, este último de época flavia, quizá demuestren el deseo de vigilar el inte­ rior del Imperio y también la voluntad de no exponer en demasía a las legiones a las incursiones y los golpes de mano del enemigo. Y el Danubio se halla asimismo defendido desde bastante lejos; en África igualmente, la III Legión Augusta no se encuentra en la proximidad de todos sus eventuales adversarios. Un sistema de Estados clientelares completa el papel de los soldados. Con los Flavios se pasa al «ejército permanente» de P. Le Roux: las tropas romanas se sedentarizan y se acercan a los límites que se­ paran romanidad y barbarie. Lentamente se va dibujando una doble evolución. Por una parte se pasa de «un Imperio hegemónico» a un «Im perio territorial» (E. N. Luttwak): las últimas zonas situadas bajo la influencia o el control diplomático se ven poco a poco sometidas a un régimen de administración directa. Por otra parte, se organiza la «defensa hacia adelante»: no es sólo que los soldados romanos acam­ pen en la frontera, sino que, además, construyen vías en los países bár­ baros, a lo largo de las cuales se instalan puestos avanzados y torres de vigía. De esa manera, en el siglo II, junto a los tanteos, el mando dis­ pone de una protección «científica», una estrategia que E. N. Luttwak califica de «preclusiva» («que desvía»); en Hispania se encuentra un «ejército de paz» (P. Le Roux). Pero, con la crisis del siglo i ii , la situación evoluciona una vez más. Los responsables adoptan una actitud más defensiva: a menudo se abandonan los puestos avanzados, y las guarniciones se hallan de 8. E. N . Luttwak, La grande stratégie de Vempire romain (trad. fr.), 1987; P. L e Roux, L ’année romaine... des provinces ibériques, 1982. V éase también Y. Le Bobee, La I I I 1 Légion Auguste, 1989. y B. Isaac, The Umits ofEm pire, 1990, Oxford.

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nuevo instaladas detrás de la frontera («la defensa en profundidad» de E. N. Luttwak). La ausencia de imaginación ofrece la impresión de que se está ante un «ejército inmóvil» (P. Le Roux). De hecho, las unida­ des no se desplazan demasiado, si no es para tratar de tapar una bre­ cha; pero han perdido la iniciativa. No hay que quedarse, sin embargo, con esta impresión pesimista. A menudo, el Estado romano actuó así porque quería, pues disponía de medios importantes. En primer lugar está el aspecto psicológico: todo el mundo sabe qué deseaba Roma, pues su política era clara. En segundo lugar, es preciso recordar la actividad diplomática; cierta­ mente, las conferencias y los debates desempeñan un papel importante, pero secundario si lo comparamos con el poder del dinero (para ob­ tener la paz, Domiciano hubiera preferido comprar a los dacios que com batirlos). Además, los tratados contienen a menudo cláusulas que mencionan rehenes (este punto no ha sido hasta ahora bien estu­ diado):9 los soberanos que quieren hacer demostración de su buena fe envían a algunos de sus parientes a la corte imperial. Pero, para ga­ rantizar la seguridad del Imperio, lo esencial son las fuerzas militares, el ejército y las fortificaciones que éste ha levantado.

La organización defensiva: la estructura de conjunto G e n e r a l id a d e s

Efectivamente, para aplicar su política, el Estado romano confi­ guró paulatinamente lo que se conoce en general como limes (más ade­ lante explicaremos por qué ese término no es exactamente adecuado). Se trataba de una zona defensiva que rodeaba casi por completo la cuenca mediterránea. En el espíritu de sus iniciadores, esa organiza­ ción militar comprendía tres elementos: los dioses, los hombres y las piedras. En efecto, no podía llevarse a cabo ninguna empresa sin la asistencia divina, y los romanos, que se consideraban de buen grado como el pueblo más piadoso del mundo, estaban íntimamente per­ suadidos de ello (véanse pp. 331 y ss.). Como es lógico, asimismo se necesitaban soldados, legionarios, auxiliares y marinos: ya hemos he­ cho su presentación, pero volverán a aparecer una vez más en estas páginas. No obstante, el aspecto más original de ese conjunto se ha­ llaba constituido por las construcciones, que clasificaremos en dos gru­ pos: las «defensas lineales», largos muros levantados frente a los bár­ 9. Frontino, Strat., II, 11, 1; Tácito, An., X I, 19, 2; Flavio Josefo, G. /., VI, 6, 4 (357); Plinio el Joven, Pan., XII, 2.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

baros, algo así como murallas chinas reducidas, y las «defensas pun­ tuales», torres, fortines y fortificaciones. Era obligado velar porque los edificios estuviesen en buen es­ tado de conservación, y convenía también que a los soldados no se les dejase a su aire. Esa necesidad se traducía en la existencia de inspec­ ciones. Se sabe que, en el año 128, Adriano10 se trasladó al norte del Aurés, para comprobar si la instrucción se practicaba de la manera adecuada, y si el campamento y el campo de maniobras se hallaban en un cuidadoso estado de conservación. Por la misma época, Am ano,11 general y estratega, efectuó una gira alrededor del Ponto Euxino, el ac­ tual mar Negro: «Nos encontramos en Apsarus, donde se hallan esta­ blecidas cinco cohortes... He inspeccionado las armas, las fortifica­ ciones, los fosos, los enfermos y los aprovisionamientos de víveres.» Por aquel tiempo, visitó también allí otra guarnición: «ese mismo día, hemos podido... ver los caballos, los jinetes que se ejercitaban en la monta, el hospital, los aprovisionamientos, después de dar una vuelta por los muros y los fosos.» Esos textos son significativos, demuestran que un oficial romano debía tener dos preocupaciones permanentes: las piedras y los hombres.

La

e s t r u c t u r a t e ó r i c a d e l s is t e m a d e f e n s iv o

Podemos presentar el esquema ideal del sistema defensivo de una provincia cualquiera (lám. XXXI, 29), pues a menudo encontramos siem­ pre el mismo en Europa. Gracias a las excavaciones se están haciendo aflorar varios conjuntos de ese género; a veces, nos los ha revelado de un solo golpe la fotografía aérea, como en los casos de Siria y Numidia.12 La importancia de esos descubrimientos conduce a una constatación que quizá sorprenda al hombre del siglo xxi: la «frontera» romana no que­ daba reducida jamás a una línea, como son actualmente los límites en­ tre los Estados; por el contrario, se hallaba constituida por una franja más o menos estrecha, que comprendía múltiples elementos. El camino representa lo esencial de esta zona: por lo demás, ahí encontramos el sentido original de la palabra limes, que designa un sendero, una vía. Un camino paralelo al frente discurre, por tanto, pro­ tegiendo el flanco del enemigo. En ocasiones, es un obstáculo natural alargado, normalmente un curso de agua, como el Rin o el Danubio.

10. Les discours d ’Hadrien á l'armée d ’Afrique, Y. Le Bohec (ed.), 2003, París. 11. Arriano, Periplo del Ponto Euxino, VI, 1-2, y X, 3. 12. A. Poidebard, La trace de R om e dans le désert de Syrie, 1934; J. Baradez, Fossatum Africae, 1949.

LA ESTRATEGIA

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En otros casos acompaña a una «defensa lineal» artificial: en Britania, los muros de Adriano y de Antonino se alargan siguiendo al menos un camino, y lo mismo sucede en Numidia en el caso de Seguía bent el-Krass. Cuando existe una barrera continua, río o muralla, se dice que nos encontramos ante un sistema cerrado, por oposición al sis­ tema abierto que tenemos, sobre todo, en los desiertos de Siria, Egipto y Africa. N o encontramos la misma situación en Europa y en Oriente. Todo el camino se halla salpicado por «defensas puntuales». Grandes campamentos dan cobijo, cada uno de ellos, a una legión y sirven también de depósitos de víveres. Otros fortines menos impor­ tantes reciben igualmente aprovisionamientos, y las atalayas sirven de postas entre unos y otros. Cuando ese camino paralelo al frente discurre junto a un río, hay puertos que acogen a los navios de la flota. En el caso de los sistemas abiertos, en zona desértica, el ejército trata de controlar los puntos de agua, los oasis: esa práctica había sido ex­ plicada por Tácito;13 la fotografía aérea y las investigaciones sobre el terreno han mostrado cómo se había aplicado ese principio en Siria y en Numidia. Por detrás del camino se instalan otras fortificacio­ nes. No obstante, es preciso desconfiar de los mapas: en las regiones militares, algunos arqueólogos han tendido a bautizar como campa­ mentos numerosas ruinas que, como mucho, no eran a menudo más que granjas fortificadas.14 Conviene no exagerar demasiado el papel de las colonias, villas pobladas por ciudadanos romanos, algunas de las cuales, ciertamente, se habían instalado cerca de la frontera. Es verdad que, si era necesario, los campesinos que las poblaban po­ dían tomar las armas, con mayor eficacia todavía cuando se trataba de veteranos. No obstante, al final de la época republicana, en el 63 aC., Cicerón había dicho de ellas que eran «las trincheras del Im perio», las propugnacula Im perii.1S Es también cierto que, allí donde se en­ contraban, constituían focos de romanización y contribuían, por tanto, indirectamente a la pacificación de la región. Sin embargo, su prin­ cipal razón de ser residía en el campo de la economía: tenían como función esencial la explotación del territorio en que habían sido le­ vantadas.16 Más allá del camino, en ese momento y durante el periodo en que dominó la teoría de la «defensa ofensiva», sobre todo en el siglo II, se constata que los m ilitares romanos desplegaron una actividad incansable. En efecto, las autoridades consideraban que era mejor 13. Tácito, An., XV, 3, 4. B. Isaac, op. cit. 14. Ph. Leveau, Bull. Comité Trav. Hist., 1972, p. 17; N . Benseddik, X IIé Congrés du li­ mes, 1980, pp. 977-998. 15. 16.

Cicerón, De lege agraria, II, 73. Tácito, Agr., XVI, 1; An., XTV, 31,5.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

vigilar de cerca a los bárbaros.17 En un mapa pueden distinguirse tres zonas sucesivas: un sector de ocupación militar continua, los territo­ rios bajo control y las zonas enteramente independientes, no someti­ das. Por tanto, en el segundo de esos espacios pueden observarse cons­ trucciones, especialmente alejadas de los caminos: las más avanzadas se hundían profundam ente en el corazón del dom inio bárbaro. Encontramos también torres, unas para servir como postas de las es­ tafetas, otras utilizadas para transmitir mensajes: existía una especie de telégrafo Chappe, valiéndose de combinaciones de antorchas para comunicar noticias.18 Finalmente, la ingeniería había instalado pues­ tos avanzados: temporales, en un prim er momento, com o los que Germánico hizo construir entre los ubianos,19 en la región de Colonia, se volvieron muy rápidamente permanentes; del mismo modo que la serie de fortines levantados en Tripolitania20 y en N um idia21 bajo Septimio Severo. Esa organización estática servía de apoyo a elementos móviles. Las rutas eran recorridas por mensajeros, pues se concedía mucha im­ portancia a la información (p. 174, n. 46), proporcionada tanto por la vista como por el oído. La primera de ellas podía proceder de nume­ rosas fuentes. El estado mayor utilizaba mapas,22 así como las obser­ vaciones ofrecidas por los vigías de las torres; igualmente, enviaba ex­ ploradores a zonas alejadas, ya fueran aislados o en patrullas. Podía también hacer incursiones: bajo Nerón, los pretorianos remontan el N ilo23 (no son, sin embargo, los primeros militares romanos que si­ guieron esa vía); en el año 174, una pequeña expedición sobrepasa el Djebel Amour, una montaña situada bastante más allá del África civi­ lizada.24 Tenemos, por último, los organizadores de grandes expedi­ ciones, como las que exploraron las regiones saharianas y que han sido estudiadas por J. Desanges.25 Pero los oficiales utilizaban también el boca a boca, es decir, la información de oído: interrogaban a los cara­ vaneros y a los jefes indígenas con quienes mantenían relación. Existía, por tanto, una zona defensiva relativamente amplia en la que se encontraba el ejército de fronteras. Esa franja de territorio comprendía un eje central, un camino y otras construcciones milita­ 17. 18. 19. 20. 1975, pp. 21. 22. 23. 24. 25.

R. Rebuffat, Bull, Arch. Maroc., IX , 1973-1975, pp. 317-408. R. Rebuffat, Mél. École Fr. Rom e, XC, Í978, pp. 829-861. Frontino, Strat., II, 11, 7. R. Rebuffat, Comptes Rendus Acad. Inscr., 1969, pp. 189-212; 1972, pp. 319-339; y 495-505; P. Trousset, Limes tripolitanus, 1974, pp. 149-150. G.-Ch. Picard, Castellum D im m idi, 1947. P. Arnaud, M é l Éc. Fr. Rom e (M o d .), X C VI, 1981, pp. 537- 602. Plinio el Viejo, H. N., VI, 35. Corpus inscr. lat., V III, n.° 21.567. J. Desanges, L ’activité des Médite.rranéens aux confins de l'Afrique, 1978, pp. 189 ss.

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res, vías secundarias, fortificaciones, fortines y torres; según los casos, se apoyaba en un río o en una «defensa lineal».

El

v o c a b u la r io

A continuación debemos preguntamos qué nombre daban los an­ tiguos a ese espacio. La cuestión reviste tanta mayor importancia cuanto que algunos de nuestros contemporáneos han utilizado varias palabras latinas a menudo de manera equivocada. El término más importante, el de limes, ha sido también el peor tratado. Sin embargo, en el momento actual se conoce su sentido pre­ ciso (véase n. 1). En origen, designa un sendero, una ruta o el límite en­ tre dos campos. Rápidamente adoptó una acepción «bidimensional» (G. Fom i); se aplica entonces a una franja de terreno que comprendía un camino y que tenía, por ello, varias razones de ser: definido de ma­ nera jurídica, es el espacio que separa dos terrenos o el que es necesa­ rio para un acueducto; desde el punto de vista religioso, es el terreno que rodea una sepultura; en el dominio militar, ese término cubre un conjunto formado por una ruta o una red y que se completa con dife­ rentes fortificaciones. Pero aquí debemos aportar dos precisiones. En primer lugar, esta última interpretación sólo ha hecho aparición tardía­ mente (no encontramos su primer uso hasta el 97 dC.). Además, esa pa­ labra no designa en principio el sistema defensivo en tanto que tal, en su conjunto. Normalmente va acompañado por un adjetivo o por un complemento del nombre que indican sus límites geográficos:26 en él primero de los casos {limes tripolitanus, por ejemplo), hay que enten­ der que sólo se refiere a una porción muy restringida de la zona situada bajo control del ejército, un segmento correspondiente a una ciudad, a un pueblo o a una región; en el segundo caso (limes Raetiae, por ejem­ plo), ese sector se extiende hasta alcanzar las dimensiones de una pro­ vincia. Podemos, por tanto, hablar de un limes tripolitano o de un li­ mes de Retia, pero (aunque esa regla comporte excepciones) es mejor evitar hablar de limes en solitario. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el empleo de esa palabra con ese sentido es tardío y no siem­ pre ha sido atestiguado en las inscripciones ni en los textos literarios. Podemos traducirlo por la expresión «sistema defensivo». Además, en el interior de la misma provincia se ha insistido en que la seguridad podía estar garantizada por varias organizaciones ar­ ticuladas entre sí: de esa forma, la frontera de África27 se halla prote­ 26. 27.

G. Forni, IX é Congrés du limes, 1974, pp. 285-289. Y. Le Bohec, op. cit., ir. 8.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

gida por una estructura compleja. En principio, está constituida por un nudo central que rodea el macizo del Aurés; se instalan algunas de­ fensas suplementarias al norte de la zona militar, notablemente en Cartago; finalmente, del macizo aurasiano parten brazos que se alar­ gan por el Sáhara de Numidia y cubren Tripolitania. También han sido utilizadas otras palabras.28 El concepto «pretentura» (praetentura) recoge realidades muy diversas. Su interpreta­ ción más rigurosa la volvemos a encontrar en el lenguaje de los gromatici, los agrimensores, a propósito de los campamentos: designan así la parte de la fortificación que se extiende entre la vía «principal» y la puerta pretoriana. Ese término puede aplicarse igualmente a un puesto avanzado, a una fortificación permanente levantada en terri­ torio enemigo.29 Designa también a veces una ruta, un camino para­ lelo a la frontera: algunas inscripciones30 dicen que los emperadores Septimio Severo y Caracalla «han ordenado que fuesen colocados los hitos miliarios de la nueva pretentura». Finalmente, esa palabra se em­ plea en un sentido parecido al de limes; otro documento epigráfico31 menciona a un personaje llamado Quintus Antistius Adventus Postumius Aquilinus quien, en el año 168, lleva el título de «legado imperial para la pretentura de Italia y de los Alpes durante la expedición contra los germanos». Como la frontera militar coincide a veces con el curso de un río, se la designa igualmente con el nombre de «ribera», ripa, que, en su origen significa simplemente «orilla» (de un río);32 más tarde, la cos­ tumbre le añadió una implicación defensiva:33 se trata de la ribera en que se encuentran soldados, fortificaciones o ambas cosas. En el si­ glo iii, al término de esa evolución, esa palabra vuelve a acoger el signi­ ficado del limes en su acepción geográficamente más limitada: en­ contramos un dux ripae, cuyo título está muy próximo al de dux limitis, en Dura-Europos, en el Eufrates.34 De cualquier forma, debe señalarse que ninguno de esos tres tér­ minos (limes, praetentura, ripa) designa normalmente el sistema de­ fensivo del Imperio como tal, en su conjunto: su empleo implica en principio una limitación a un sector geográfico restringido. 28. Esse in procinctu significa solamente «estar en uniform e de com bate» y no «estar cerca del teatro de operaciones» ni «en el sector de guerra» (véase p. 171); ora designa el li­ toral marítimo, a veces con connotaciones defensivas: H. Dessau, Inscr. lat. seleclae, n.os 2.672, 2.714, 2.714a, 2.715-2.717; Pliuio el Joven, E p„ X, 21. 29. G. Goetz, Corpus gloss. lat., JE, 158, 15. 30. 31. 32. 33. 34.

Corpus inscr. lat., V IH , esp. n.° 22.602. H .-G. Pflaum , Inscr. lat. Algérie, II, 2, 1976, n° 4.681. H. Dessau, Inscr. lat. selectae, n.os 2.709 y 2.737. Tácito, H „ III, 46, 4; An., I, 36, 2 y XV, 3, 3. J. F. GiUiam, Transactions Amer. Philol Assoc., LXXTI, 1941, pp. 157-175.

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L a s « d e f e n s a s l in e a l e s »

En ocasiones, en esas zonas militares, los romanos construyeron «defensas lineales», largos muros destinados tanto a impedir las infil­ traciones de los bárbaros como a marcar el límite jurídico del espacio que no se debe franquear so pena de ser declarado enemigo; son asi­ mismo separaciones económicas, culturales y morales que aíslan dos civilizaciones.35 Es inútil volver a referimos a los bracchia a que hemos hecho re­ ferencia anteriormente (véase p. 189). Por el contrario, no se pueden pasar por alto algunas fortificaciones de ese género, conservadas las más conocidas en la isla de Britania (muros de Adriano y de Antonino), en la Germania Superior, al sur del Aurés (Seguia bent el-Krass) y en Mauretania Tingitana. El principio básico presenta una gran sencillez (lám. XXXI, 30): se prepara una fortificación elemental36 del tipo ana­ lizado más arriba, de una cierta longitud, y que comprende un foso, una elevación de tierra y una empalizada (lám. XXVI, 19). Esta última puede estar constituida por tierra vegetal, hierba o por una empalizada de madera, o incluso por un muro de ladrillo o de piedra. Tiene un ca­ mino en paralelo, en ocasiones un simple sendero, en otros casos una verdadera vía que, a veces, se halla incluso desdoblada: ese eje de co­ municación, elemento esencial de las defensas lineales, se encuentra si­ tuado a veces ante el uallum, a veces por detrás de él. Otro componente que no se puede olvidar es el que representan torres y campamentos. Como en el caso de un limes abierto, esos edificios pueden estar le­ vantados en una desviación del eje viario, o lejos de él, en avanzadilla o en retaguardia. Pero, en ocasiones, se hallan integrados. Pueden apo­ yarse contra la fortificación que les proporciona uno de sus cuatro mu­ ros, o incluso encontrarse por encima de la propia fortificación. Es evidente que los especialistas se han preguntado por la efica­ cia de esas barreras: podían ser atravesadas por uno u otro de los ex­ tremos, y no es cierto que hayan opuesto una resistencia insalvable al asalto de una tropa numerosa, equipada con arietes y escalas. Esas insuficiencias, esos límites, quizá expliquen por qué el Imperio no fue rodeado totalmente por una gigantesca «muralla china» que, sin duda, sus ingenieros y soldados eran muy capaces de levantar. De hecho, las autoridades militares romanas han preferido recurrir de manera sis­ temática a las «defensas puntuales», más que a las «lineales». 35. D. J. Breeze y B. Dobson, Hadrián’s Wall, 1976, pp. 233-234; J. Napoii, Recherches sur les fortifications linéaires romaines, 1997, París-Rom a. 36. H ay que evitar los términos de clausura y fossatum, pues aún está por definir su sentido preciso, desde el momento en que sólo contamos con una inscripción que emplea de m anera explícita uno u otro.

216

ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

L a s «d e fe n s a s p u n tu a le s ».

El

cam p am en to p e rm a n e n t e

Contamos con una enorme variedad de fortificaciones romanas; esa diversidad se expresa, en primer lugar, en el campo del vocabula­ rio, pues son varias las palabras para designar recintos de tamaños diferentes, y su empleo varía también en función de la época. E l vocabulario latino de las fortificaciones37 En latín se conocen como munimenta3S varias clases de fortifi­ caciones, en particular un simple muro. El propio campamento se designa con el nombre de castra cualquiera que sea su extensión, pero no existe otra palabra para un establecimiento de grandes dim en­ siones, es decir, capaz de acoger a toda una legión. A las fortifica­ ciones permanentes se les llaman «campamentos perm anentes» o «campamentos de invierno» (castra staliua, castra hiberna o, resu­ mido, hiberna), en contraposición a los «campamentos de verano» (castra aestiua); levantados al atardecer de cada etapa durante las ex­ pediciones (véase p. 179), esas denominaciones39 se explican por el hecho de que los soldados romanos se preparaban para la guerra en la estación más fría y partían en campaña con el retom o del buen tiempo. Existían apelativos diversos para las fortificaciones de peque­ ñas dimensiones. Un castellum40 es un campamento pequeño: el pro­ pio nombre es un diminutivo, pero se llama de esa manera, en el lenguaje civil, a una pequeña comunidad que carece del estatuto de colon ia o de m u nicipio (en este caso, la d efin ición es ju ríd ica). También se emplea el término burgus, fuera del estamento militar, para designar a una asociación de derecho público, a una aldea que poseía un embrión de municipalidad. Cuando se trata de sol­ dados, puede encubrir varias realidades diferentes, y, antes que nada, una torre (el latino burgus pertenece a la misma familia que el griego purgos),41 o se ha utilizado incluso com o diminutivo de castellum, a su vez diminutivo de castra. Pero lo que parece conferir originali­ dad a ese vocablo es que im plica una idea de función, en particular de vigilancia, en la expresión burgus speculatorius;42 esos pequeños puestos tenían com o m isión la de garantizar la seguridad en los 37. 38. 39. 40. 41. 42.

Y. Le Bohec, op. cit., n. 8. Tácito, An., HI, 26, 2; Corpus inscr. lat., V III, n.os 2.546 y 2.548. La oposición es clara en Tácito, H ., III, 46, 4; An., I, 16, 2, y 30, 3. Tácito, Agr., XIV, 3; X V I, 1; X X , 3; XXV, 3. G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 426, 26. Corpus inscr. lat., V U I, n.os 2.494 y 2.495.

LA ESTRATEGIA

217

caminos43 y velar por el mantenimiento del buen orden en los pue­ blos.44 Cuando se encuentra mencionada una statio, se está haciendo re­ ferencia a una construcción pequeña, análoga a un burgus, pero no ne­ cesariamente fortificada; además, cuando nos enfrentamos a ese tér­ mino, podemos dudar entre varias posibilidades. Eliminemos en primer lugar una interpretación atestiguada, pero que aquí no tiene sentido: en una gran fortificación, se da ese nombre al puesto de policía.45 Fuera de ese contexto, la idea principal relacionada con el vocablo es la de lucha contra el bandolerismo;46 debe remarcarse que los soldados des­ tacados en una statio son, por lo general, suboficiales, en particular beneficiarios; finalmente, el empleo de esa palabra implica una cierta permanencia, una larga duración en la ocupación del lugar.47 Interesa en ocasiones contar con guarniciones para garantizar la seguridad de las rutas:48 Aquilea, donde residían beneficiarios, ha servido de punto de origen para la numeración de los miliarios de las vías que atrave­ saban las provincias de Retia, Nórica, Dalmacia y Panonia. Sin em­ bargo, en África,49 varios de esos puestos se hallan situados en des­ viaciones de los grandes ejes, y no se corresponden tampoco con los centros administrativos de los dominios imperiales. Pero eso no es todo. Hay inscripciones que mencionan igualmente el vocablo centenaria;50 todo lo que se sabe con certeza es que la raíz «cien» (centum) se halla incluida en aquella palabra. Pero será difícil decir cuáles son los objetos o los seres que deben contarse hasta al­ canzar ese número. Cuando se tiene algún conocimiento de ellos, esos campamentos son de pequeña extensión y tardíos: el más antiguo de los actualmente descubiertos fue objeto de una restauración en el año 246, pero no debió de ser construido mucho tiempo antes;51 quizá deba­ mos buscar en Retia el modelo arquitectónico original. Y entre las cons­ trucciones de dimensiones modestas nos queda por hablar del praesidium. A decir verdad, esa palabra designa en principio a los hombres, o sea, una guarnición,52 y conservó durante mucho tiempo ese signifi­ 43. Talmud de Jemsalén, Eroubin, V, 1. 44. Talmud de Jerusalén, Aboda Zara, Iv, 1. 45. Tácito, H., I, 28, 1. 46. Suetonio, Aug., X X X II, 3. 47. H. Lieb, Mél. E. Birley, 1965, pp. 139-144; J. Sasel, X é Congrés du limes, 1977, pp. 234-244. 48. A. von Dom aszewski, Westd. Zeitsch. f Gesch. u. Kunst, X X I, 1902, pp. 158-211. 49. Y. Le Bohec, Bull. Comité TYav. Hist., 1984, pp. 54 ss. 50. W. Schteiermacher, Mél. F. Wagner, 1962, pp. 195-204; D. J. Smith, Libya in History, 1968, pp. 299-311 y 317-318. 51. The Inscriptions o f Rom án Tripolitania, n.° 880. 52. Tácito, Agr., XIV, 5,; XVI, 1; XX , 3; Talmud de Babilonia, M o'ed Katan, 28b.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

cado. Después, pasa del contenido al continente, y se aplica entonces a la fortificación que abriga a los soldados. En el Alto Imperio puede con­ siderarse un equivalente de castra, y de casteílum en el Bajo Imperio. El más pequeño de los recintos conocidos por los arqueólogos po­ see, en latín, dos nombres: turris y burgus.53Aisladas, las torres cumplen varias funciones: sirven de puestos de observación (vigías), de postas de transmisiones, o de defensas avanzadas; pueden constituir también un punto de parada obligada cuando cierran un valle, o una fortificación complementaria cuando se hallan entre dos campamentos. Nos encon­ tramos con una elevada variedad de planos; normalmente, presentan una forma cuadrada o rectangular, con apariciones más raras de trape­ cios o círculos. Esa variedad no es fruto del azar, pues, en ese campo, no se deja nada a la fantasía de los arquitectos: de hecho, las torres cua­ dradas presentan la ventaja de poder construirse con mayor rapidez, pero el inconveniente de ofrecer menor resistencia a arietes y balas de piedra que las torres circulares, más difíciles de levantar, pero más sólidas. E l campamento permanente: su composición Para comprender cómo estaba organizado el espacio en el inte­ rior de los castra, es preciso estudiar el ejemplo de una gran fortifica­ ción, de aquellas que habían sido concebidas para abrigar a una le­ gión, pues es ahí donde encontramos el mayor número de edificios (lám. X X X II). La primera regla que aceptar en ese campo impone evi­ tar el esquematismo: no existe un prototipo único; sería imposible asi­ milar un campamento a un pabellón prefabricado. Además, y como ha demostrado J. Lander (véase n. 55), la evolución no sigue el mismo ritmo en las diferentes regiones del Imperio. No obstante, se pueden distinguir algunas grandes líneas, algunos trazos permanentes. El primer problema consiste en elegir el emplazamiento cuida­ dosamente. Esa tarea incumbe a los oficiales y al metator, obligados a obedecer a los mismos principios que se debían establecer para los cas­ tra aestiua: buscan un lugar fácilmente defendible, que no se vea ame­ nazado por un desplome; velan por que el terreno esté en pendiente, para facilitar la aireación y la evacuación de las aguas sucias, y para reforzar el vigor de una eventual salida en caso de sitio; finalmente, y siempre en la hipótesis de esa eventualidad, deben asegurar la exis­ tencia de agua suficiente en el lugar elegido. En la época de Adriano, en una inspección por las márgenes del mar Negro, Arriano54 describió uno de esos campamentos permanen­ 53. 54.

Colum na Trajana, n.° 2. A m an o , Periplo, IX, 3.

LA ESTRATEGIA

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tes: «L a fortificación (situada a la entrada del Faso), donde se hallan instalados cuatrocientos soldados de elite, me ha parecido, por la na­ turaleza de los lugares, muy fuerte y muy bien ubicada para proteger a quienes navegan por este lado. Dos largos fosos rodean la muralla. En otro tiempo, el muro era de tierra y las torres, colocadas encima, de madera; pero ahora el muro y las torres son de ladrillo cocido, y los cimientos sólidos. Sobre el muro se hallan colocadas máquinas; en resumen, se encuentra provista de todo lo necesario para que ningún bárbaro pueda acercarse, y poner en peligro de asedio a quienes lo guardan. Pero como era necesario que el puerto fuese seguro para los navios, y como todo lo que hay fuera de la fortificación se encuentra habitado por hombres retirados del servicio y por algunos comerciantes, he creído conveniente, a partir del doble foso que rodea la muralla, construir otro foso que llegue hasta el río, y que cierre el puerto con todas las casas en el exterior del muro.» La muralla constituye el elemento más importante de esa fortifi­ cación.55 Está construida siguiendo el modelo de la fortificación ele­ mental que ya hemos examinado a propósito de los campamentos de marcha y de las defensas lineales: encontramos la trilogía fossa-aggeruallum (lám. XXVI, 19), con un amplio espacio libre (interuallum) de­ trás del muro. No obstante, aparecen algunas particularidades. En prin­ cipio puede haber dos y hasta tres fosos. Pero lo más interesante es el recinto. La primera cuestión que se plantea es la de su perfil: en un corte transversal, en el siglo I presenta el aspecto de un cuadrilátero irregular (lám. XXXTV, 32) y después, de un rectángulo. Esa evolución se explica por otra: el cambio en la elección de los materiales. En efecto, en la época julio-claudia, los soldados utilizan ramas, tierra y madera; a partir de la época claudia, después del año 69, los generales se dan cuenta de que los sistemas defensivos levantados hasta entonces gozarán de larga vida: se destruyen las empalizadas y se rehacen después en ladrillo o piedra, apuntalados con recubrimientos de tierra. Su espesor varía en principio entre 2 y 3,5 m. Finalmente, la construcción del Bajo Imperio está ca­ racterizada por la reutilización: los obreros no se dirigen a las canteras o a las ladrillerías, sino que aprovechan fragmentos arquitectónicos de monumentos en ruinas, viejas estatuas, altares, sepulturas, etc., y los in­ tegran en sus propias murallas. La cima del muro se termina por una sucesión de almenas y baluartes (propugnáculo.: véase p. 185) muy va­ riados (rectangulares, con aspillera central o en T).

55. R. Cagnat, Manuel d ’arquéologie romaine, I, 1917, pp. 250-267; H. von Petrikovits, Die Innenbauten rom. Legionslager, 1975; J. Lander, Rom án Stone Fortifications, 1983. Para el B ajo Im perio: S. Johnson, Late Rom án Fortifications, 1983; M. Reddé et alii, Le camp romain de Louqsor, 1986.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

Sobre el plano, el recinto se presenta normalmente bajo la forma de un rectángulo con los ángulos redondeados. Hablando de los cam­ pamentos de marcha, en la época republicana, Polibio había consta­ tado, por el contrario, que el cuadrado gozaba del favor de los milita­ res romanos. En el Alto Imperio ya no sucede lo mismo: es cierto que, todavía a principios del siglo n, y para construcciones provisionales, el Pseudo-Higinio recomienda que la relación longitud/anchura sea de 3/2. Pero las fortificaciones permanentes construidas por la misma época obedecen a principios diferentes: encontramos así 5/4 en ElKasbat (Gemellae) y 6/5 en Lámbese. Vegecio, que escribe en el siglo iv, pero que tiene la mente puesta en épocas anteriores, aconseja 4/3. Sea como fuere, en el siglo i, los campamentos se construyen siguiendo un plano normalmente rectangular, y excepcionalmente cuadrado. Por el contrario, en el Bajo Imperio, encontramos todas las formas, in­ cluido el círculo; además, en esa época desaparece el interuallum: a ve­ ces las construcciones se apoyan en la muralla (es lo que se conoce como «acuartelamientos periféricos»). Por lo general, el recinto cuenta con cuatro puertas,56 construi­ das cuidadosamente, pues representan un punto débil en caso de asalto (en la época julio-claudia, en las murallas urbanas están diseñadas como un arco de círculo hacia el interior); a partir de Vespasiano se sitúan en las prolongaciones de la muralla. Para reforzarlas, los ar­ quitectos las flanquean de torres: en los siglos I y II son simplemente cuadradas o rectangulares; pero, a partir de Marco Aurelio, aparecen modelos más variados, redondeados por un lado o en forma de pen­ tágono. Junto con los bastiones que las acompañan, las torres57 consti­ tuyen precisamente un elemento importante de la muralla, aunque sólo fuera por el papel de apoyo que desempeñan frente a las piezas de artillería. Según J. Lander (véase n. 55), las primeras torres exte­ riores en ángulo aparecen después de las guerras contra los marcomanos, pero ese modelo no se generaliza hasta bien avanzado el si­ glo ni. Recordemos lo que ya se ha dicho anteriormente: la planta circular presenta la ventaja de la solidez y el inconveniente de la di­ ficultad de construcción, en comparación con la forma cuadrada, que se levanta con mucha m ayor rapidez, pero que es menos resistente. En el Alto Imperio, la fachada exterior del muro es, a menudo, lisa; las construcciones que se le añaden están en la parte interior. En el siglo i i , las murallas se hallan flanqueadas por bastiones internos en los ángulos y en los intervalos. En el siglo III, domina el rectángulo, 56. 57.

Th. Bechert, Bonner Jahrb., CLXXI, 1971, pp. 201-287. H. von Petrikovits, Joum . Rom án St., LXI, 1971, pp. 178 ss.

LA ESTRATEGIA

221

y el semicírculo a partir aproximadamente del año 250. Por el con­ trario, en el Bajo Imperio, los añadidos a la muralla se encuentran en la fachada externa. A las fortificaciones que tienen bastiones con ángulos rectos se las denomina «tetrárquicas» (por el sistema polí­ tico impuesto por Diocleciano); de hecho, esa planta ha hecho apa­ rición con toda seguridad bastante antes, previa a la profunda crisis del siglo ni. Finalmente, en el siglo iv, reina una sorprendente diver­ sidad: rectángulos, círculos y semicírculos se dan la mano, de acuerdo con las circunstancias que han presidido el nacimiento del campa­ mento. Pero los arquitectos no comienzan por la construcción de la mu­ ralla: su primera tarea consistía en la organización del espacio inte­ rior de la fortificación. En prim er lugar se encuentra la groma (lám. XXVII, 23), instrumento que tiene cuatro plomadas, y que per­ mite trazar vías en ángulo recto. El lugar en el que se coloca tiene tanta importancia que en Lámbese quedó señalado por un «tetrapilo», un arco de triunfo de cuádruple fachada.58 El campamento se divide en tres partes separadas por dos ejes: la vía «principal» diferencia la pre­ tentura de los lados de los principia (más adelante nos detendremos en esta palabra), y la vía quintana se encuentra entre los lados de los principia y la retentura. Desde la groma parten los dos brazos de la vía «principal» y de la vía pretoriana, dirigida esta última en dirección a la puerta más cercana. En los campamentos permanentes del Alto Imperio, la parte cen­ tral la ocupan precisamente los principia,59 llamados a menudo de ma­ nera errónea el «pretorio». Se trata de un conjunto de edificaciones que constituyen el centro de la fortificación. Al menos cuando se trata de extensos recintos de 20 ha, comprenden dos patios sucesivos; más pequeño el segundo que el primero, se transforma en basílica en la segunda mitad del siglo m: se añaden dos filas de columnas que la di­ viden en tres naves y que sostienen un techo. En el fondo se encuen­ tra la capilla en la que se depositan las enseñas (aedes signorum) y que se presenta a menudo con el aspecto de una sala de extremada senci­ llez; en ocasiones, se halla decorada de tal manera que cuenta con un pequeño templo sobre un podio.60 A partir del siglo ii, un sótano ins­ talado bajo esa cámara abriga los fondos de la unidad y los depósitos efectuados obligatoriamente por los soldados, que representan una suma que recuperarán al pasar a la vida civil. Siempre en el fondo,

58. L ’Année épigraphique, 1974, n.° 723; H . G. K olbe, Rom . Mittheil, L X X X I, 1974, pp. 281-300. 50. H. Dessau, Inscr. lat. sahctae, n.° 9.176 (p. ej.). 60. G.-Ch. Pjcard, Castellum Dimmidi, 1947, pp. 127-131.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

una serie de locales, a partir de Septimio Severo provistos de ábsides, es decir, que cuentan con un muro semicircular, reciben el nombre de «escuelas»:61 eran los lugares en que se reunían los colegios de sub­ oficiales constituidos con la autorización de Septimio Severo; por tanto, se trata de establecimientos que datan de principios del siglo m. Otras salas abrigan las oficinas (tabularium legionis, tabularium principis, depósitos de archivos, etc.). En Bu Njem, Libia, se ha encontrado in­ cluso un pupitre con doble pendiente.62 Las armerías63 (armamenta­ rio) se hallan dispuestas a los lados del primero de los patios. Finalmente una tribuna (tribunal) permite al oficial de mayor rango de la guarni­ ción dirigirse a sus hombres: el rito de la adlocutio, el discurso a los soldados, desempeña un papel destacado en la civilización romana. Se advertirá, además, que en ciertos campamentos, construidos en el si­ glo rv, los arquitectos han apoyado los principia al fondo de la fortifi­ cación, contra la muralla. N o obstante, éstos (cualquiera que sea su extensión) jamás ocu­ pan la mayor parte del campamento: en efecto, lo esencial de este úl­ timo son los alojamientos. Los oficiales habitan en verdaderas casas ubicadas en el patio central, comprendiendo varias zonas, que se ha­ llan situadas a menudo siguiendo la vía «principal», al lado contrario de los principia. La más grande de esas viviendas la ocupa el jefe del acuartelamiento, un legado imperial propretor si la fortificación abriga una legión: es a esta vivienda a la que debemos reservar el nombre de praetorium. El ejército ofrece menor intimidad a los centuriones y a los soldados: viven en los dormitorios para la tropa, dos series de sa­ las que se reparten a uno y otro lado del patio central; en los extre­ mos de cada uno de esos alineamientos se encuentran unos aparta­ mentos más amplios reservados a los centuriones. Según H. von Petrikovits (véase n. 55), hay algunos suboficiales que cuentan con alo­ jamientos mejores: son los immunes, los principales, los artilleros y los jinetes; otros locales, los menos confortables, están reservados a algu­ nos auxiliares, a los que se admite en el recinto, y al servicio domés­ tico.64 Con unos cinco mil hombres, un campamento legionario equivale a un verdadero pueblo. Por tanto, se encuentra allí todo lo que pueda necesitar la vida cotidiana de una comunidad de esa clase: hospital, almacenes, talleres y termas, sin olvidar las letrinas públicas.

61. 62. 63. Inscr. lat. 64.

H. Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 2.375 (p. ej.). R. Rebuffat, Libya Antiqua, X I-X II, 1974-1975, pp. 204^207. Tácito, H., I, 38, 6; G. Goetz, Corpus gloss. lat., II, 25, 21; 502, 46; 528, 59; H. Dessau, selectae, n° 9.178 (p. ej.). J.-M. Carrié, Mél. Ec. Frang. Rom e, LX X X V I, 1974, pp. 819-850.

LA ESTRATEGIA

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Conocemos bastante bien los hospitales militares (ualetudinaria). El de Vetera (en la actualidad Xanten, en los Países Bajos)65 da una buena idea de la arquitectura de esos edificios. Fue levantado de planta cuadrada, midiendo 83,5 m de lado después de una ampliación (el cam­ pamento prim itivo era más pequeño). Tenía dos series de salas dis­ puestas sobre tres lados, en U, y separadas entre sí por un pasillo; po­ día atender simultáneamente a doscientos enfermos o heridos. En el centro se encontraba un patio de 40,2 por 40,2 m, al que se accedía desde una sala. Se ha podido reconstruir también la cámara del mé­ dico y la farmacia. Han sido estudiados otros hospitales, especialmente los de Haltem, Lotschitz, Altenberg (Camuntum) y Neuss (Nouaesium), que en ocasiones presentan una planta rectangular. Los edificios que cumplen una función económica ocupan más espacio. En primer lugar, cada legión cuenta con un taller o fabrica,66 que abastece fundamentalmente una parte de las armas necesarias de la unidad. En principio, esa construcción tiene dos partes: la produc­ ción se halla asegurada en una serie de salas que se despliegan en U alrededor de un patio pequeño; los almacenes reciben aquellos obje­ tos que producen los obreros. Se necesitan almacenes sobre todo para los víveres, el aceite, el vino, los cereales; no importa únicamente poder satisfacer las necesi­ dades regulares, sino que conviene además prever siempre la even­ tualidad de un asedio. Los graneros (horrea)67 plantean dos difíciles problemas constructivos: las paredes soportan fortísimas presiones del cereal, que se comporta como un líquido, y, si son húmedos, los sue­ los acaban provocando la podredumbre de las provisiones que se han encargado de proteger. Se tenía previsto un sistema de drenaje para mantener secos esos espacios. Los muros alcanzan un grosor extraor­ dinario, y se encuentran apuntalados por contrafuertes; construidos en madera, a principios del siglo i de nuestra era, rápidamente se ven sustituidos por edificios de piedra. En general, ocupan un espacio de 20-30 m por 6-10. Al examinar los planos de los horrea, según G. Rickman se distinguen cuatro tipos principales (véase n. 67): al­ macenes únicos, dobles, por parejas o incluso situados uno a conti­ nuación del otro. Las excavaciones han mostrado la existencia de particularidades regionales: en Britania, las habitaciones, largas y es­ trechas, se reparten alrededor de un patio central; en Germania, se han 65. R. Schultze, Bonner Jahrb., C X X X IX , 1934, pp. 54-63; H. Dessau, Irtscr. iat. selectae, n.° 9.174 (p. ej.). 66. E. Sander, Bonner Jahrb., CLX II, 1962, pp. 139-161; H. von Petrikovits, IXé Congrés du limes, 1974, pp. 399-407. 67. G. Rickm an, Rom án Granarles and Store Buildings, 1971; A. P. Gentry, Rom án Military Stone-built Granaries in Britain, 1976.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

encontrado ruedas de molino en las que aparecían los nombres de quie­ nes las utilizaban: «centuria de C. Rufus», «centuria de Vireius»; pa­ rece que cada centuria se encargaba de moler el grano necesario para su propia alimentación. También era necesario tener en cuenta el aprovisionamiento de agua. Canalizaciones, algunas de ellas subterráneas, unían el cam­ pamento a la fuente más próxima y, para evitar sorpresas desagra­ dables, se mantenían reservas en cisternas. Ese líquido no era sólo precioso para beber. Las costumbres higiénicas de los romanos les empujaban a exigir grandes cantidades, y el problema se planteaba especialmente agudizado en las regiones desérticas. Los legionarios consideraban normal tomar baños con regularidad, y había termas en cada campamento:68 se trata del único lugar de placer que haya existido jamás en un recinto m ilitar; esa presencia se explica, sin duda, más por la eficacia médica atribuida a la frecuentación de esos lugares, que por su función recreativa. Las construcciones de ese género excavadas en las fortificaciones no parecen presentar carac­ terística particular alguna. Encontramos un vestuario, una sala fría, otra tibia, una tercera para la exudación y una última provista de agua caliente. Calles, plazas y un centro administrativo, un hospital, graneros, un taller, termas y alojamientos, he aquí las principales construccio­ nes que arqueólogos y epigrafistas han identificado en los campamentos romanos. Pero éstos podían ser más o menos grandes. E l campamento permanente: algunas notas sobre la superficie De hecho, los campamentos permanentes ocupaban una superfi­ cie mucho más importante que la reservada a los recintos construi­ dos en el curso de una expedición. Ese espacio variaba en función de la unidad acantonada en él. Desde ese punto de vista, las mejor cono­ cidas son las fortificaciones previstas para una o dos legiones. Se sabe que, a principios del Imperio, los generales romanos confiaban enormemente en las grandes concentraciones de efectivos y, con mu­ cha frecuencia, colocaban juntas dos unidades de ese tipo. Después, poco a poco las fueron dispersando y Domiciano prohibió expresa­ mente que dos de ellas se establecieron en el mismo acantonamiento; actuaba así por motivos puramente políticos, pues temía un golpe de Estado.69

68. 69.

H. Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 2.620 (p. ej.). Suetonio, Dom ., VII, 4.

225

LA ESTRATEGIA

Campamentos legionarios en el Alto Imperio Épocas

Lugares

Superficie (en ha)

Número de unidades

Augusto

Haltem Oberaden Mayence (Mogontiacum)

36 35 35-36

2 2 2

Julio-claudios

Xanten (Vetera) Neuss (Nouaesium)

50 23-25

2

1

Tiberio

Altenburg (Camuntum) Windisch (Vindonissa)

20 18 aprox.

1 1

Claudio

Bonn (Bonna) Lincoln

27 17

1 1

Vespasiano

Chester (Deua) Caerleon (Isca) Nimega (Nouiomagus) León

24 aprox. 19 aprox. 28 aprox. 20 aprox.

1 1 1 1

Domiciano Trajano

Inchtuthil Estrasburgo (Argentorate) Budapest (Aquincum)

22 19 24

1

1

Fin Trajanoprincipio Adriano Lámbese (Lambaesis)

20

1

179

Regensburg (Castra Regina)

25

1

v. 190

Lorch ( Lauriacum)

22

1

Albano

10

Septimio Severo

El cuadro anterior demuestra que una legión se establecía sobre una superficie que variaba entre 17 y 28 ha. Hay sólo un caso que plan­ tea problemas: en Albano, la II Legión Parta no disponía más que de 10 ha. Es posible proponer dos hipótesis. Esa unidad fue creada por Septimio Severo y ese emperador había permitido a los soldados «v i­ vir con sus mujeres».70 Por consiguiente, sólo los solteros residían en el campamento, pudiéndose reducir la superficie reservada a aloja­ mientos. Pero se puede contemplar igualmente otra posibilidad: esa legión contaría con menos de cinco mil hombres. En cualquier caso, repitámoslo, no se trata más que de suposiciones. En el momento en que pasamos a los auxiliares, la situación se complica aún más por tres razones. Por una parte, existía una enorme 70.

Herodiano, III, 8, 5.

226

ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

variedad de unidades: todos los soldados de un ala tienen caballos, mientras que en una cohorte sólo hay algunos que cuentan con ellos (se trata de una cohors equitata), y entre los numeri reina la más ex­ tremada variedad; además, algunos cuerpos son quingenarios y otros miliarios. Por otro lado, cuando hallamos una inscripción en un cam­ pamento de auxiliares, el texto no menciona siempre obligatoriamente todas las características de la tropa que ocupa el lugar. Finalmente, hay más de un ejemplo de campamento, previsto inicialmente para mil hombres, que fue evacuado en parte y confiado solamente a la mitad de esos efectivos. Esas dificultades explican que los historiadores no se hayan puesto siempre de acuerdo en esa cuestión. No obstante, quizá sea preferible ofrecer las razones de unos y otros: el futuro decidirá. Los campamentos de auxiliares en el Alto Imperio (en ha)71 Unidades

Ala miliaria Ala quingenaria Cohorte miliaria Cohorte quingenaria

G.-Ch. Picará

G. C. Boon

G. Webster R. Rebuffat Y. Le Bohec M. Reddé

5,2-6 3,8-4,3

1,8

3,1

1,8

equitata

2,1-3,3

Cohorte quingenaria

1,7-2,7

2

2

5,2-6

4-5

2,3-3,8

2-3

2,2-3tl 1,5

1,2

1

Parece, pues, difícil alcanzar conclusiones indiscutibles. Lo más que podemos decir es que un ala miliaria disponía de 5 a 6 ha, un ala quingenaria de cerca de 4 ha como máximo, y una cohorte miliaria alrededor de 3 ha. Pero puede plantearse otro problema al que ya nos hemos refe­ rido anteriormente y del que una inscripción72 muestra su im por­ tancia; el texto procede de Kopaceni, en la antigua provincia de Dacia: «Bajo el emperador César Tito Aelio Adriano Antonino Pío, Augusto, revestido de su tercer poder tribunicio, cónsul por tercera vez (140 dC.),

71. G.-Ch. Picard, Castellum Dim m idi, 1947, p. 87; G. C. Boon, Segontiacum, 1963, p. 15; R. Rebuffat, Thamusida, I, 1965, p. 185; G. Webster, The Rom án Imperial Army, 1974 (2.a ed.), p. 206; Y. L e Bohec, op, cit., n. 8; M. Reddé, Gallia, X L III, 1985, pp. 72 y 76. 72. Corpus inscr. lat., III, n.° 13.796.

LA ESTRATEGIA

227

el emperador ha hecho ampliar la fortificación del numeras de vigi­ lantes de las rutas (burgarii) y de los correos (ueredarii), porque esta unidad acampaba en muy poco espacio, doblando la longitud de las murallas e instalando torres; ese trabajo fue efectuado por el procu­ rador imperial Aquila Fidus.» Ese documento dice efectivamente que se ha alargado el muro principal, pero no explica cómo. Además, podemos encontrarnos con que se diera la situación inversa: si un ala miliaria abandonaba un lugar en el que estuviera emplazada, siendo sustituida por una cohorte quingenaria, los oficiales podían verse ten­ tados a reducir la muralla para facilitar la defensa. La arqueología muestra, sin embargo, la existencia de recintos múltiples, incluso su­ perpuestos, en un mismo lugar, sin que se pueda saber muy bien si el campamento primitivo fue ampliado o a la inversa: la ausencia de inscripciones o la insuficiencia documental no aportan siempre los elementos necesarios para establecer una cronología, ni siquiera re­ lativa. Sea como fuere, los planos de que disponemos pueden clasificarse en cinco categorías (lám. XXXIV, 33): 1) Dos campamentos se separan uno de otro; esa situación la encontramos en Africa, en Lámbese, al norte del Aurés, donde una cohorte se instaló, el año 81 y una legión entera hacia el 115-120. 2) Un pequeño recinto ocupa una esquina de uno mayor; podemos observar esa imbricación en Masada, Judea, a propósito de F1 y F2 (véase igualmente la lám. XXVHI, 25), y en Eining, en la antigua provincia de Retia. 3) En Hirbet Hassan Aga, en el de­ sierto de Siria, un puesto menor, situado en el interior de uno más grande, sólo utiliza una parte del muro de este último. 4) En Britania, en Halton Chesters, un pequeño rectángulo se encuentra ubicado apo­ yado en otro de mayor tamaño. 5) Se levantan dos murallas paralelas, una en el interior de la otra; los arqueólogos han estudiado esta si­ tuación en la Germania Superior, en Saalburg. Por tanto, pueden presentarse diferentes casos: «defensas linea­ les» o «puntuales», fortificaciones o fortines. Lo que siempre acaba por sorprender al observador es esa mezcla entre sencillez y técnica que permite la construcción de esos monumentos, que encontramos con formas muy parecidas desde Escocia hasta el Sáhara, y del Atlántico al Eufrates.

Los sectores estratégicos: la diversidad regional De cualquier forma, la diversidad del m edio natural y la varie­ dad de los potenciales enemigos o de los efectivos que habitaban al­ rededor de ese inmenso dominio imponían a los estrategas romanos

228

ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

la elección de soluciones originales, según los sectores que debían de­ fender (véase mapa, p. 26).

C a r a c t e r ís t ic a s c o m u n e s

Cada provincia fronteriza disponía, por tanto, de un ejército (exercitus) compuesto ya sea por legionarios73 y auxiliares, o únicamente por caballería de las alas e infantería de las cohortes. A algunas re­ giones del Imperio, en particular del interior, se las conoce como «sin ejércitos» (inermes), pero esa expresión no quiere decir «sin soldados»: se necesita un mínimo de tropa en cada sector, al menos para asegu­ rar las labores de policía, para servir de escolta al gobernador y para vigilar las minas y los talleres de fabricación de moneda. En un pa­ saje al que ya nos hemos referido con anterioridad (pp. 25-27), Tácito presenta la dispersión de los efectivos, pero únicamente se refiere a las principales concentraciones de soldados: más adelante veremos que la situación presentaba una complejidad infinitamente mayor. De todas formas, no deberíamos imaginarnos que el ejército de fronteras tuviera solamente una única misión, la de esperar al enemigo exterior. Tácito74 dice claramente que las legiones estacionadas a lo largo del Rin deben vigilar, a la vez, a germanos y galos. Un siglo más tarde, Herodiano75 insiste, por el contrario, en el peligro que los bárbaros ejercen sobre las provincias danubianas: tampoco parecen más fiables las poblaciones que habitan en el interior del Imperio. Finalmente, en determinados momentos, se situaban efectivos muy alejados del frente; es el caso de las guarniciones de Iliria-Dalmacia que, en el si­ glo i, garantizaban, por una parte, la protección de Italia y, por otra, servían de reserva a las legiones de Panonia y Mesia.76

El

p a p e l d e l a m a rin a y d e l o s p u e r t o s

En cierto sentido, se puede considerar a la marina como la úl­ tima reserva del Im perio en cuanto a los soldados. De hecho, desde Augusto, el Mediterráneo no es más que un lago romano. Pero debe­ mos descartar la hipótesis de que realizara una función policial.77 73. B, E. Thomasson, Opuscula romana, IX, 1973, pp. 61-66 (lista de provincias con una legión). 74. 75. 76. 77.

Tácito, An., IV, 5, 2 (véase p. 25). Herodiano, II, 9, 1. Tácito, An,, IV, 5, 5 (véase p. 25). M. Reddé, Mare nostrum, 1986.

LA ESTRATEGIA

229

M. Reddé sostiene que a los marinos se les considera verdaderos sol­ dados ya desde la época de Augusto y que, en consecuencia, ejercen una función militar. Con la fundación del Imperio se crean flotas per­ manentes (herederas de las concentraciones navales del Triunvirato); en ese momento quedan instaladas esencialmente en el oeste. Miseno vigila la cuenca occidental del Mediterráneo; Ravenna interviene en las operaciones contra los partos, y existen navios dispersos a lo largo de toda la frontera septentrional, en el Rin, el Danubio y el Ponto Euxino. De hecho, los soldados de las flotas italianas proporcionan hom­ bres de reserva en las guerras contra los germanos o contra los par­ tos. Fundamentalmente — y eso es esencial— aseguran la logística de las expediciones. Una de las primeras escenas de la Columna Trajana78 representa navios en los que los soldados embarcan provisiones. En efecto, esos barcos transportan avituallamientos y tropas. Esa fun­ ción explica la reactivación sistemática del puerto de Seleucia de Pieria, en Siria; durante cada una de las expediciones de los empe­ radores contra los partos se encuentran allí soldados de las flotas pretorianas. Esa actividad, que descansa en el empleo de navios, hace que, en el dominio naval, a la estrategia de los dos primeros siglos de nuestra era se la califique de «defensa activa», por oposición a la «defensa pa­ siva» que caracteriza a la época republicana (sólo se creaba una ma­ rina en caso de guerra), así como a la del siglo m (las obras de fortifi­ cación adquieren una importancia predominante durante la gran crisis). Pero ese papel explica también el hecho de que no existan arquetipos de puertos militares: nada distingue verdaderamente a Miseno de Ostia o de Puzoles, puesto que, esencialmente, en esos tres lugares se em­ barcan y desembarcan hombres y mercaderías. Debido a la laguna que la une al Po por un canal, Ravenna79 disfruta de un buen emplaza­ miento, y el faro con que cuenta facilita la navegación; pero no se en­ cuentra ningún monumento que recuerde la presencia en ese lugar de una importante flota de guerra. Entretanto, quedan aún por des­ cubrir los acuartelamientos de los marinos y sus campos de maniobras.

L A S R E G IO N E S D E L IN T E R IO R

Así, gracias a las flotas, encontramos soldados en el centro geo­ gráfico del Imperio. Pero también los tenemos en otras regiones ale­ 78. 79.

Colum na Trajana, n.° 3. G. Jacopi, Rendic. dell'Accad. Lincei, VI, 1951, p. 533.

230

ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

jadas de las fronteras; esas zonas, conocidas como «sin ejército», no estaban, por tanto, desguarnecidas.80 Italia Cuando nos referimos a esa clase de sectores, el conjunto más im­ portante del personal m ilitar se hallaba seguramente en Italia. En primer lugar, debemos pensar en la guarnición de Roma, con sus co­ hortes pretorianas, los urbaniciani y los vigilantes, sin olvidar otras unidades de menor importancia numérica. A continuación no pode­ mos pasar por alto las dos grandes bases militares de Miseno y Ravenna; las flotas habían trasladado destacamentos a varios puertos de la pe­ nínsula, en particular, en el siglo i, a Ostia y Puzoles;81 además, en cada uno de ellos se encontraba una cohorte de vigilantes.82 Finalmente, de­ bemos recordar que, en el año 202, Septimio Severo instaló los Castra Álbana\ a 20 km al sur-sudeste de Roma, un recinto de 10 ha acogió a la II Legión Parta. Occidente Cerca de Italia, la provincia de Cerdeña estaba guarnecida por no menos de tres cohortes en época de Augusto; más tarde, se instaló en Cagliari un grupo procedente de Miseno. En el resto de Occidente, encontramos soldados un poco por to­ das partes, y sobre todo en el África proconsular, donde el gobernador manda a los legionarios hasta el reinado de Calígula; más tarde, este personaje conserva permanentemente bajo sus órdenes alrededor de un millar de hombres. Cartago83 sigue como base de retaguardia, de ciüdadela; el campamento estaría quizá situado en la llanura de Bordj Djedid, en los jardines del actual palacio presidencial.84 Allí tenía su re­ sidencia una cohorte urbana (la X III con los Flavios, la I después) y otra cohorte extraída de la III Legión Augusta, así como beneficiarios.85 Se sabe de la existencia de otras unidades en el Magreb, el ala Siliana con los Julio-claudios, y quizá también infantería; así como diversos des­ tacamentos e incluso otra legión efímera, la I Macriana, durante la cri­ sis del 68-69. Por el contrario, en la Bética, asimismo provincia sena­ torial, sólo se encuentran quinientos soldados de infantería auxiliares. 80. 81. 82. 83.

E. Ritterling, Joum . Rom án St., X V II, 1927, pp. 28-32. Suetonio, Vesp., V III, 5. Suetonio, Cl., XXV, 6; H . Dessau, Inscr. lat. selectae, n.° 2.155 ( castra en Ostia). Estrabón, X V U , 3, 3.

84. 85.

N . Duval, S. Lancel e Y. L e B oh ec, Bull. Com ité Trav. Hist., 1984, pp. 33-89. Tácito, H., IV, 48; D ion Casio, LIX , 20, 7.

LA ESTRATEGIA

231

Las Gallas86 parecen haber atraído un m ayor número de m ili­ tares, pero solamente a principios del Imperio. Se sabe que, después de la batalla de Accio, Octavio había instalado su flota en Fréjus, en la Narbonense.87 Lyon contó siempre, com o mínimo, con una co­ horte88 (cohors XIV, X V II X V III bajo los Julio-claudios, I Vrbana bajo los Flavios, X I I I Vrbana bajo los Antoninos, y destacamentos legio­ narios en el siglo m). Contrariamente a lo que se ha dicho, no cree­ mos que esa unidad tuviera com o m isión la de proteger la fábrica de moneda: la expresión ad monetam que se encuentra en una ins­ cripción significa «cuyo campamento se encuentra próxim o a la fá­ brica de m oneda». Pero recientes descubrimientos han certificado la existencia de campamentos situados lejos de la frontera del Rin y construidos en época antigua: en Arlaines, cerca de Soissons, la muralla, conocida hace ya bastante tiempo, ha sido objeto de re­ cientes sondeos;89 se rem onta al tiem po de los Julio-claudios, lo m ism o que la que ha sido puesta al descubierto en Aulnay de Saintonge;90 un descubrimiento aún más reciente acaba de tener lugar en Encraoustos, cerca de Saint-Bertrand-de-Comminges;91 fi­ nalmente, se ha sacado a luz un campamento en Mirebeau, próximo a Dijon, en el que se han encontrado ladrillos sellados que datan, todo el conjunto, de la época flavia.92 Quizá esas construcciones ten­ gan relación con la conquista y con las insurrecciones de Florus y Sacrovir, bajo Tiberio, y con las de Civilis, Classicus, Tutor y Sabinus en el 68-70. Pero debemos recordar también que la Galia fue esce­ nario de inestabilidad política en el siglo III. Añadamos aquí que las provincias de los Alpes recibieron guarniciones de auxiliares desde su formación. Pero, en el siglo I, las concentraciones más importantes de tropas de Occidente se encontraban en Iliria-Dalmacia (precisemos que por «O ccidente» entendemos la parte del mundo romano donde se em­ pleaba el latín como lengua habitual, contrapuesto a «Oriente» donde esa función la ejercía el griego; véase mapa de la p. 26). Esa posición 86. Militaires romains en Gaule civile, Y. Le B ohec (ed.), 1993, Lyon; L'armée romaine en Gaule, M. Reddé (ed.), 1996, París. 87. Tácito, An., TV, 5, 1. 88. Ph. Fabia, La gamison romaine de Lyon, 1918; Y. L e Bohec, COH. X V IIL V G V D U N IE N S IS AD M O N E T A M , Latomus, LVI, 4, 1997, pp. 811-818. 89. M . Reddé, Cahiers Groupe Rech. Armée rom., I, 1977, pp. 35-70, III, 1984, pp. 103137, y Gallia, X L III, 1985, pp. 49-79. 90. P. Tronche, Un camp militaire romain á Aulnay-de-Saintonge, 1994, Aulnay-deSaintonge. 91. D. C h aad y G. Soukiassian, Encraoustos, Aquitania, V III, 1990, pp. 99-120. 92. Le camp légionnaire de Mirebeau (R . G ogu ey y M . Reddé, eds.), R G Z M , 1995, Mayence.

232

ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

permitía, a la vez, cerrar el acceso a Italia y trasladar fuerzas de so­ corro, si era necesario, a los ejércitos que acampaban en la margen de­ recha del Danubio, tanto en Mesia, al este, como en Panonia, al norte. Sin embargo, los efectivos no cesaron de disminuir a lo largo de todo el siglo i; pasando de cinco legiones bajo Augusto (V III Augusta, IX Hispana, X I futura «Claudia», X V Apollinarís y X X Valeria), a una desde Claudio (X I Claudia, después IV Flavia); en fin, bajo Domiciano, esta última abandona la región que ya será sólo defendida por auxi­ liares.93 N o obstante, ese sector conserva aún cierta importancia a fi­ nales del siglo II, momento en que la frontera del Danubio se encuen­ tra nuevamente amenazada.94 Oriente Las regiones interiores orientales nunca han albergado masas de soldados tan considerables, al menos de manera permanente. Pero, de alguna forma, se hallaban «salpicadas» por pequeñas unidades. A principios del Imperio, Macedonia95 estaba protegida por las dos le­ giones de Mesia (IV Escita y V Macedónica); también se encuentran cohortes de auxiliares en Acaya (véase n. anterior) y en Tracia, así como en Asia Menor,96 especialmente en el Ponto-Bitinia. Este rápido examen conduce a una conclusión importante y ori­ ginal: contrariamente a lo que se ha afirmado a menudo, Augusto no instaló todas sus tropas en la frontera, cerca del enemigo potencial. Conservó importantes reservas en retaguardia, y a esas unidades las hizo ir situándose en prim era línea de form a muy paulatina. La III Legión Augusta, en Africa, se encontraba más cerca de Cartago que de los garamantes; los campamentos de Aulnay y de Arlaines, las guar­ niciones de Macedonia y de Iliria-Dalmacia, estaban situados lejos del Rin y del Danubio. En cualquier caso, y sobre todo a partir de fi­ nales del siglo I, la parte esencial de las tropas de Roma se hallan acan­ tonadas próximas al mundo bárbaro. En función de la geografía y de los enemigos potenciales, se pueden distinguir tres grandes sectores militares.

93. G. Alfóldy, Acta Arch. Hung., XIV, 1962, pp. 259-296. 94. Herodiano, 11, 8, 10. 95. R. K. Sherk, Americ. Journ. PhiloL, L X X V III, 1957, pp. 52-62. 96. Plinio el Joven, Cartas, X , 21-22; E. Ritterling, Journ. R om án St., X V II, 1927, pp. 28-32; W. M. y A. M. Ramsay, ibid., X V III, 1928, pp. 181-190; R, K. Sherk, Americ. Joum . PhiloL, LX X V I, 1955, pp. 400-413.

LA ESTRATEGIA

233

L A FRONTERA NORTE

La frontera norte, que discurre desde el Atlántico hasta el mar Negro, comprende a su vez tres sectores principales, amenazados to­ dos ellos por numerosos y belicosos pueblos. Britania La isla de Britania,97 ocupada únicamente en su parte meridio­ nal, se va reduciendo hasta convertirse en una estrecha franja de te­ rreno allí donde finaliza la dominación romana. Cerrar ese paso no presenta dificultad alguna. Por el contrario, es menos sencillo impe­ dir que los navios rodeen el obstáculo por uno u otro lado. Para ase­ gurar la defensa de la provincia romana y sus relaciones con el conti­ nente se organizó, ya desde principios de la conquista, la flota de Britania, la classis Britannica. La guarnición comprendía además cua­ tro legiones en el momento de la anexión, en los años 43-44 (II Augusta, IX Hispana, X IV Gemina y X X Valeria); todavía se cuenta con cuatro bajo Vespasiano (la II Adiutrix ha sustituido a la X IV Gemina). Las pri­ meras fortificaciones se levantaron en Gloucester, Lincoln y quizá en Wroxeter. En los siglos n y m, los efectivos se redujeron a tres unida­ des, que ocupan cada una de ellas un amplio campamento: la II Augusta se encuentra en Caerleon (Isca), la VI Victrix en York (Eburacum) y la X X Valeria en Chester (Deua). La gran originalidad del sistema defensivo de esta provincia hay que buscarla en otro lugar: los romanos construyeron dos defensas lineales (lám. XXXV, 34). La más antigua, el M uro de Adriano, une el estuario del Tyne con el Solway Firth, con una longitud de 128 km. Si se contempla en un corte transversal, este obstáculo comprende cuatro elementos: de norte a sur, distinguimos una fosa, una berma, el muro propiamente dicho, construido por lo general en piedra, y a veces con tierra (coronado entonces por una empalizada), y final­ mente un camino. Si se observa su plano, es notable la presencia de torres insertadas en la fortificación (cada 500 m), puertas y for­ tines llamados hoy día «castillos m iliarios» (cada 1.600 m), y forti­ ficaciones apoyadas igualm ente sobre el propio obstáculo (cada 10 km). El Muro de Antonino presenta la misma estructura en su corte transversal (de norte a sur, fosa-berma-muro-camino), pero le­ vantado por entero con tierra y madera; encontramos también for­ tificaciones, fortines y torres. Es más corto, pues sólo cuenta con 97. Britain, 1982.

D. J. Breeze y B. Dobson, Hadñan's Wall, 1976; P. Holder, The Rom án Army in

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

60 km, entre el Firth de Clyde y el Firth de Forth, y se halla situado más al norte. El problem a que se plantea es el de la cronología: el M uro de Adriano, construido en el año 122, se abandonó en beneficio del de Antonino entre el 138 y alrededor del 160, fue reocupado entre el 160 y el 184, abandonado de nuevo del 184 al 197, y reactivado una vez más entre el 197 y el 367, año en que se evacuó de manera definitiva. Los historiadores británicos no comprenden muy bien las razones de esas idas y venidas. Así, en el siglo n de nuestra era, algo más de treinta mil hombres utilizaban una flota, tres fortalezas y una muralla. La «guardia del R in » En el límite septentrional del Imperio habitaba el numeroso pue­ blo de los germanos, que amenazaba por el oeste la frontera renana y por el norte la del Danubio. La ocupación m ilitar de la margen iz ­ quierda del Rin98 la organizó Druso entre el 12 y el 9 aC.; posterior­ mente, Tiberio dedicó grandes cuidados a esa región antes de su ac­ ceso a la púrpura. Se sabe que Augusto había proyectado ampliar hacia el este el mundo romano y hacer que la frontera descansara en el Wesser y el Elba. Varus sufrió un desastre en Teutoburgo el año 9 dC.; los ar­ queólogos alemanes han dado con el lugar de la batalla, en Kalkriese, cerca de Osnabrück, a unos 20 km al norte de la localización que an­ teriormente se había considerado com o lugar del encu en tro." Ese desastre y la situación de revueltas militares a que debió hacer frente Germánico entre el 14 y el 16 impusieron el abandono definitivo de esa expansión. El territorio continuó constituyendo una de las gran­ des preocupaciones de los estrategas romanos, que mantuvieron per­ manentemente fuerzas importantes: al menos cinco legiones bajo Augusto, siete durante la mayor parte del siglo I, y sólo cuatro desde ese momento, lo que demuestra que, a partir de Trajano, por esa di­ rección la amenaza tenía, en apariencia, menor peso. Si se tiene en cuenta la flota, la classis Germanica, y los auxiliares, se pasa de los no­ venta mil hombres en el siglo i, a cuarenta y cinco mil durante los si­ glos II y ni.

98. R. Syme, Journ. Rom án St., X V III, 1928, pp. 41-55; E. Stein, D ie kaiserlichen Beamten und Truppenkórper im rom. Deutschland, 1932; K. Kraft, Zur Rekrutierung der Alen und Kohorten an Rhein und Donau, 1951; G. Alfóldy, Die Hilfstruppen d. rom. Provinz Germania Inferior, Epigr. Stud., VI, 1968; D. Baatz, Der rom. Limes, 1975. 99. R om , Germanien und die Ausgrabungen von Kalkriese, W. Schluter y R. Wiegels, (eds.), 1999, Osnabrück.

L A E ST R A T E G IA

235

Las legiones de Germania

Augusto

5 mínimo

V Alondra o XVI, X IV Gemina, XVII, X VIII, XIX.

Tiberio

8

I (Germánica), II Augusta, V Alondra, X Ú I Gemina, X IV Gemina, XVI, X X Victrix, X X I Rapax.

Claudio

7

I (Germánica), IV Macedónica, V Alondra, X V Primigenia, XVI, X X I Rapax, X X II Primigenia.

Vespasiano

7

I Adiutrix, VI Victrix, X Gemina, X I Claudia, X IV Gemina, X X I Rapax, X X II Primigenia

Trajano-Aureliano 4

I Minervia, V I Victrix (sustituida por la X X X Vlpiana), V III Augusta, X X II Primigenia.

La margen izquierda del Rin constituye una provincia única hasta los años 89-90, momento en que se escinde en dos; se distinguen en­ tonces la Germania Superior y la Inferior. Esta última cuenta con va­ rias grandes fortificaciones; las de Haltern y Oberaden datan de la época augusta; deberíamos mencionar también la de Neuss (Nouaesium) y la de Nimega (Nouiom agus). En el siglo n, la I Legión Minervia se halla estacionada en Bonn (Bonna) y la X X X Vlpiana en Xanten (Vetera), mientras que el legado-gobernador reside en Colonia. Todas esas ciudadelas se apoyan en el Rin: la construcción de una defensa lineal se revelaba inútil. No sucedía lo mismo en la Germania Superior, más si se tiene en cuenta que la región, situada en el ángulo formado por los cursos su­ periores del Rin y del Danubio, anexionada en la época flavia, formaba lo que se llamaban los Campos Decumates. Para proteger ese sector, y sobre todo para marcar el límite que separaba a los romanos de los países bárbaros, los legionarios habían construido un obstáculo con­ tinuo de 382 km, que nacía al norte de Coblenza para dirigirse hacia el este: pasaba por el norte de Wiesbaden, al sur de Giessen y al este de Frankfurt; después se dirigía derecho hacia el sur y, al final, se di­ vidía en dos ramas. La más antigua de ellas (siglo i) seguía hacia Stuttgart, y la más moderna (siglo m) hacia Lorch. El elemento esen­ cial estaba formado por una empalizada colocada sobre una elevación de tierra (a veces, a partir de Cómodo, la piedra sustituye a la madera); dos fosos, uno por delante y el otro por detrás, flanquean la muralla. Había torres situadas cada 500 o 1.000 m y las fortificaciones se dis-

236

ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

ponían de manera más irregular, a intervalos que oscilaban entre 5 y 17 km. Una red de caminos debía completar ese conjunto. Las gran­ des fortificaciones se encontraban en Windisch (Vmdonissa), Estrasburgo (Argentorate) y Mayence (M ogontiacum), lugar en que había estable­ cido su residencia el legado-gobernador. En el siglo II, albergaban res­ pectivamente la X I Legión Claudia, la V III Augusta y la X X I Primigenia. Con anterioridad, Mirebeau, cerca de Dijon (esta localidad formaba parte de la Germania Superior), había recibido a la V III Augusta en la época flavia. Por tanto, la seguridad del Rin se hallaba confiada a ocho legio­ nes en el siglo I, y solamente a cuatro en los dos siglos siguientes; una defensa lineal de 382 km protegía la Germania Superior. E l sector danubiano El sector danubiano de la frontera norte100 presentaba una im ­ portancia mucho mayor a ojos de los estrategas imperiales:101 de he­ cho, fue allí donde se concentraron a lo largo de todo el Alto Imperio las mayores masas de soldados. N o obstante, el peligro no se limitaba únicamente a los germanos; pueblos a veces con influencias celtas, rei­ nos como los de Bohemia y Dacia, y también los nómadas de las es­ tepas de la Rusia meridional representaban amenazas permanentes y diversas, a menudo difíciles de percibir. Además, esa frontera se en­ contraba relativamente alejada. Esencialmente, su conquista la orga­ nizó Tiberio, entre el 12 y el 10 aC. A principios de la época imperial, la defensa de la margen derecha del Danubio quedaba garantizada desde lejos por las legiones que se encontraban en Iliria y Macedonia, y que, por otra parte, eran relativamente poco numerosas: nueve eii total. Esa cifra aumenta hasta la quincena desde la época de Tiberio, se estabiliza entre dieciocho y veinte a partir del reinado de Claudio y hasta el final del siglo III. Con los auxiliares y la flota del Danubio se llegan a contabilizar alrededor de doscientos mil hombres, lo que re­ presenta ¡más de la mitad del ejército romano! La propia longitud de esa frontera impone establecer distincio­ nes por provincias. Retia, ocupada por Druso el 15 aC., estaba defendida por dos le­ giones (X III Gemina y X X I Rapax) bajo Augusto. A partir de la época de Tiberio no se encuentran más que auxiliares y ese régimen se man­

100. W. Wagner, Die Dislokation der rom. Auxiliarformationen in der Prov. Noricum , Pannonia, Moesia, Dacia, 1938; H Ié Congrés du ¡imes, 1959. Véase n. 98, y L ’Année épigraphique, 3981, n.° 845. 101. Herodiano, II, 9, 1, subraya la im portancia p ara finales del siglo H.

LA ESTRATEGIA

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tiene hasta los tiempos de Marco Aurelio, quien, hacia el 165, instaló la III Legión Itálica en Regensburg (Castra Regina). Los arqueólogos han estudiado una defensa lineal de 166 km, que continúa la de Germania Superior y a la que se conocía desde hacía mucho tiempo con el nombre de «M uro del Diablo»: dibujaba un arco en dirección este-oeste, que presentaba su zona cóncava hacia el norte, y que par­ tía de Lorch para finalizar al oeste de Regensburg. Una empalizada, a la que sucedió un muro de piedra de 1 m de grosor y de 2,5 a 3 m de altura, constituía su parte esencial. Se completaba con una red de ca­ minos, torres y fuertes. En la provincia vecina, la Nórica, no se encuentra ningún obs­ táculo continuo, y su guarnición estaba formada únicamente por au­ xiliares, también aquí hasta el reinado de Marco Aurelio, que instaló la II Legión Itálica en Enns (Lauriacum). Además, elementos de la flota de Panonia recorrían la parte del Danubio que pasaba por la Nórica. Lo mismo que esta última provincia, Panonia102 se apoya en este gran río, cuya presencia hace inútil la construcción de una defensa li­ neal; por el contrario, exige una marina, la classis Pannonica, creada sin duda por Vespasiano. El codo que dibuja el Danubio a la altura de esa provincia plantea un difícil problema a los estrategas, que han ido aportando diferentes soluciones según la época. Poco después de la conquista efectuada entre el 12 y el 9 aC., Augusto había instalado tro­ pas bastante alejadas de la propia frontera: las tres legiones se en­ contraban en Ptuj (P o e to u io : V III Augusta), Ljubljana (Entona: XV Apollinaris) y Sisak (Siscia: IX Hispana). Tiberio devuelve los efec­ tivos a dos unidades; a partir de Claudio, éstas son la X III Gemina y la X V Apollinaris. Pero desde el 15 de nuestra era, y poco a poco, las tropas van desplazándose hacia el norte y se instalan en la margen de­ recha del Danubio. Durante las guerras dácicas, Trajano es quien me­ jor responde a la situación y, entre el 103 y el 106, divide la provincia en dos. A partir de ese momento, el reparto de los efectivos, prácti­ camente estables hasta finales del siglo, se hace en función de los ene­ migos potenciales. La Panonia Superior dispone de dos fortificacio­ nes encargadas de vigilar a los marcomanos: Vienne ( Vindobona: X Gemina) y Altenburg ( Carnuntum: X IV Gemina), y otra para hacer frente a los cuados, en el lugar llamado Szony-Kom áron (B rigetio: I Adiutrix). En la Panonia Inferior sólo se encuentra un campamento im portante, el de Budapest (A q u in c u m ), donde se estacionaba la II Legión Adiutrix, que tenía como misión oponerse a los sármatas. Bajo Caracalla se reforzaron los efectivos de esta provincia con la llegada de la I Adiutrix. 102.

J. Fitz, Dar rom. Limes in Ungam, 1976.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

Una evolución análoga se observa en la historia militar de las pro­ vincias situadas a lo largo del curso inferior del Danubio, en su mar­ gen derecha. En efecto, las tres legiones que Augusto había instalado en Mesia103 (IV Escitia, V Macedónica y V II futura Claudia) acampa­ ban bastante alejadas de la frontera. Esos efectivos aumentan hasta cuatro legiones con Claudio, mediante el refuerzo de la V III Augusta, y a cinco con Trajano. En adelante, la geografía militar de la región presenta una gran estabilidad. Según algunos arqueólogos, en tiempos de Trajano se construye en Dobroudja una defensa lineal. Dos fortifi­ caciones defienden la M esia Superior, una de ellas construida en Kostolac (Vim inacium: V II Claudia) y otra en Belgrado (Singidunum: V Alondra, más tarde II Adiutrix y finalmente IV Flavia). La provincia Inferior cuenta con tres grandes campamentos, levantados el primero de ellos en Swislow (Nouae: I Itálica), el segundo en Iglita ( Troesmis: V Macedónica) y el último en Silistra (Durostorum\ X I Claudia). A todo esto debemos añadir las actividades de los navios de la flota, la classis Moesica, creada por Vespasiano. Lo que más sorprende de la organi­ zación defensiva de la Mesia es la estabilidad bastante poco común de las unidades allí acantonadas: el observador recibe la impresión de que, desde el momento en que se encontró un cierto equilibrio, se evitó realizar cambio alguno. Una impresión similar se desprende al examinar la situación en la Dacia;104 pero es notable, en cualquier caso, la debilidad de los efec­ tivos instalados en esa provincia muy expuesta y tardíamente anexio­ nada. Inmediatamente después de la conquista, Trajano dejó allí tres legiones, la I Adiutrix, la IV Flavia y la X III Gemina. Las dos primeras citadas abandonaron muy pronto el país, donde sólo permaneció la X III Gemina en su campamento de Alba Julia ( Apuíum). En el siglo iii, se envió como refuerzo a la V Legión Macedónica. En ese territorio, situado en la margen izquierda del Danubio, es decir al norte del río, se encontraba una defensa lineal: quizá a principios del siglo n, se le­ vantó en Oltenie una muralla de tierra de 235 km de longitud, que re­ cibía el apoyo de varios fortines. E l mar Negro La presencia militar de Roma se vuelve menos intensa a medida que abandonamos las márgenes del Danubio. Así, el mar N egro105 sólo 103. B. Gerov, Acta Antigua, XV, 1967, pp. 87-105. 104. V. Vaschide, Histoire de la conquéte romaine de la Dacie, 1903; V. Christescu, Historia militara a Daciei romane, 1937. 105. A m an o , Periplo del Ponto Euxino.

LA ESTRATEGIA

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se halla rodeado por pequeños puestos, y en tiempos de Nerón se crea una flota para aportarles apoyo logístico. En el norte, el Bosforo Cimerio (la actual Crimea) se mantiene como reino independiente, al menos en teoría: una guarnición está encargada de manera perma­ nente de su vigilancia.

L a F R O N T E R A E ST E

Generalidades Casi sin advertirlo, ese cuadro nos ha conducido hasta la frontera que separa el mundo romano de Irán.106 Aquí, mucho más que en otros lugares, la estrategia del Imperio depende de la geografía física y hu­ mana. En el norte, las montañas corresponden a Armenia, pequeño Estado que se debate entre dos grandes potencias. E,n el sur, el desierto aísla Palestina, Siria y Fenicia; por su posición, la ciudad caravanera de Palmira controla todos los intercambios civiles y militares de la re­ gión. En el centro, los valles del Éufrates y el Tigris avanzan como dos avenidas; pero un conquistador procedente del oeste se vería obli­ gado a descender hacia el sur y, por tanto, siempre presentaría a su enemigo el flanco izquierdo. Trajano había intentado anexionarse Mesopotamia; incluso llegó a tomarla, después de haber reducido Arabia a provincia (de hecho, la parte occidental de la Jordania actual). Pero Adriano, tanto por pa­ cifismo como por necesidad, se había visto obligado a fijar la frontera del Imperio en el curso inferior del Éufrates. La política expansionista se había puesto de moda con Lucius Verus, quien se había apoderado del Khabour en el curso de sus campañas, entre el 161 y el 167; Septimio Severo consumó la anexión: a partir de ese momento, Nisibe y Singara pertenecían a Roma, y la separación con la potencia iraní venía mar­ cada por el alto Tigris. Pero la revolución que, entre el 212 y el 227, ha­ bía sido testigo de la sustitución de los partos arsácidas por los persas sasánidas provocó incesantes guerras a lo largo de todo el siglo in; en medio de esa crisis se impone la figura excepcional de Zenobia, reina de Palmira. Al estudiar el sector oriental, lo que más sorprende es el aumento regular y constante de efectivos. El número de legiones, tres con Augusto,

106, V. Chapot, La frontiére romaine de l'Euphrate, 1907; A. Poidebard, La trace de Rome dans le désert de Syrie, 1934. B. Isaac, The Limits o f Empire. The R om án Army in the East, 1990, Oxford (2.a ed. reciente); The Rom án and Byzantine Army in the East (E. Dabrowa, ed.), 1994, Cracovia.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

llega a las cuatro bajo Tiberio, seis con Vespasiano, siete con Trajano, ocho en la época de Antonino Pío, diez con Caracalla y doce con Aureliano, lo que supone aproximadamente un incremento de treinta mil a ciento cincuenta mil hombres; ese aumento constituye un m o­ vimiento inverso del que se puede observar en la mayor parte de las demás fronteras. Sin embargo, ni siquiera a finales del siglo m, los efec­ tivos reunidos en ese sector llegarán a alcanzar los reagrupados frente a los germanos, por detrás del Rin y, especialmente, detrás del curso superior del Danubio. Por otro lado, no parece que en esa región se haya construido nunca una defensa lineal. Es posible distinguir aquí cuatro sectores principales. Capadocia Reducida a provincia en el 17 dC., Capadocia, que hace frente a Armenia, contó siempre con dos legiones: en Melitene, al sur, acam­ paba la X II Fulminata; la fortificación de Sadag (Sataía), al norte, albergaba, en principio, a la X V I Flavia y, posteriormente, a la X V Apollinaris. Siria Con el fin de sim plificar la exposición, excluiremos Judea o Palestina de lo que se ha denominado Siria. Por el contrario, es pre­ ciso incluir por el norte la Comagena, anexionada por Tiberio, aban­ donada por Calígula en el año 38, y ocupada de nuevo por Vespasiano, de manera definitiva, en el 72. Por la misma razón, la ciudad carava­ nera de Palmira, tan importante desde el punto de vista militar, forma parte del mismo sistema estratégico, aunque haya gozado de cierta au­ tonomía (de hecho, conoció casi siempre un régimen de protectorado), y Dura-Europos, donde se encontraba una cohorte, servía de posición avanzada. En ausencia de defensas lineales, el eje principal de esta organi­ zación militar se hallaba constituido por grandes campamentos legio­ narios, de los que raramente se encontraban en funcionamiento más de tres a la vez: Emesa albergó los dos primeros siglos de nuestra era a la III Legión Gallica, que partió muy pronto hacia el sur de Fenicia; Laodicea recibió, en el siglo i, la VI Ferrata, y la II Trajana a principios del siglo ii; en Cirrus se encontraban la X Fretensis, en la época julioclaudia, y la IV Escita, a continuación; a partir de principios del siglo i i , acampa en Samosata la X V I Legión Flavia. A partir de Septimio Severo, a estas unidades hay que añadir la I y la III Legiones Partas, así como numerosos auxiliares, en especial de caballería, durante la

LA ESTRATEGIA

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crisis del siglo III, e igualmente a partir de los Flavios o de Trajano, la ñota de Siria (ciassis Syriaca). Finalmente, Aureliano instaló en el sur de Fenicia la I Legión Illyriciana. Todas esas tropas debían controlar por encima de todo los vados, las fuentes y los puentes; esos lugares, militarmente sensibles, estaban protegidos por numerosos puestos, a menudo sencillas torres. Una red de caminos ponía en contacto los di­ ferentes elementos de ese sistema: pero esa organización estratégica no alcanzó verdaderamente la perfección hasta la época de la Tetrarquía, cuando se proveyó convenientemente de fuertes la strata Diocletiana,107 la ruta Damasco-Palmira-Soura. Judea o Palestina Más al sur, Judea presenta un caso particular. Reducida a pro­ vincia en el 6 dC., y ampliada con el Haurán en el 34 y con Galilea en el 39, fue foco de importantes levantamientos en el 66-70 y en el 132-135; a finales del reinado de Trajano, algunos judíos de la diáspora habían fomentado igualmente el conflicto con el Imperio. Es decir, las tropas instaladas en ese territorio debían vigilar tanto a los sedentarios como el desierto. Lo más frecuente era que se dedi­ caran a esa tarea dos legiones, la X Fretensis, instalada en Jerusalén a partir de Vespasiano, y la VI Ferrata, que, a partir de Adriano, acampó al norte del país, en Caparcotna. Arabia El flanco de Palestina, la actual Jordania, se hallaba protegido por la provincia de Arabia,108 donde no se encuentra más que una legión, quizá la V I Ferrata inmediatamente después de la anexión, a princi­ pios del siglo II, y seguramente la I II Cirenaica a partir de Adriano. El cuartel general se encontraba en Bosra. La columna vertebral del sis­ tema defensivo de este sector la constituía la «nueva ruta» de Trajano, que discurría de Bosra a Áqaba, pasando por Gerasa, Ammán y Petra. A lo largo de ese eje se habían levantado numerosos fortines y torres, especialmente en la zona meridional. Para vigilar el desierto se envia­ ban patrullas a gran distancia, hasta el Hedjaz y los límites del Nefoud.109

107. V. Chapot, op. cit., p. 250. 108. S. T. Parker, X I Ié Congrés du limes, 1980, pp. 865-878; D. L. Kennedy, Román Frontier in North East Jordán, 1982; G. W. B ow ersock, R om á n Arabia, 1983; véase n. s, Í09. M. Speidel, Latomus, XX XIII, 1974, pp. 934-939; M. Sartre, Trois études sur l'Arabie, 1982.

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

L A FRONTERA SUR

En caso de necesidad, Palestina y Arabia podían recibir socorros del ejército de Egipto. Con el estudio de este último pasamos a la fron­ tera sur del Imperio, un sector que los estrategas romanos considera­ ban secundario y donde volvemos a encontrar lo mismo que había sucedido en Germania: los efectivos iniciales disminuyen rápidamente. Además, nos hallamos ante una notable particularidad: el número to­ tal de soldados que sirven en esa frontera es muy bajo, hasta el punto de que tres provincias, la Cirenaica y ambas Mauretanias, sólo están defendidas por auxiliares, situación que, en la frontera norte, única­ mente sucede en Retia y Nórica con anterioridad al reinado de Marco Aurelio. Egipto El ejército romano de Egipto110 lo encontramos ya organizado a partir del año 29 aC. Esa provincia constituye un caso particular por muchos motivos. En primer lugar, los limos del N ilo ofrecen una im­ portante producción de cereal que, en la época julio-claudia, repre­ senta el capítulo esencial del aprovisionamiento de Roma. Después, desde el punto de vista jurídico, depende por entero de la autoridad del príncipe: de alguna manera se presenta como una conquista per­ sonal que Octavio habría hecho después de la batalla de Accio, con­ vertida en una inmensa propiedad imperial, de tal manera que los se­ nadores quedan cuidadosamente descartados. Finalmente, la ciudad más importante de la región, Alejandría, no está situada «en Egipto», sino «contra Egipto», al menos a los ojos de algunos de los antiguos. Desde el punto de vista militar, esa ciudad tiene gran importan­ cia. En efecto, la estrategia adoptada por los romanos en esta región no tiene equivalente alguno en ninguna otra parte: las defensas no se hallan dispuestas siguiendo una línea este-oeste, protegiendo el norte contra el sur, como se podría esperar después de haber observado lo que sucedía en los sectores septentrionales y orientales. Se constata, por el contrario, que aquí los romanos pusieron en marcha una orga­ nización enteramente inédita, adaptada a las realidades jurídicas y eco­ nómicas del país. En efecto, no existe en Egipto un sistema defensivo propiamente dicho. Las tropas se concentran en el campamento de Nicopolis, cerca 110. J. Lesquier, L'armée romaine d ’Egypte, 1918; R. Cavenaile, Aegyptus, L, 1970, pp. 213-320; N . Criniti, Aegyptus, L ili, 1973, pp. 93-158, y LIX, 1979, pp. 190-261; R. Alston, Soldier and Society in R om án Egypt, 1995, Londres-Nueva York.

LA ESTRATEGIA

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de Alejandría. En la época de Augusto, ese ejército cuenta con tres le­ giones (III Cirenaica, X II Fulminata y X X II Deiotariana); a esos efec­ tivos habría que añadir lógicamente los auxiliares, así como una flota, la cíassis alexandrina, construida, sin duda, por iniciativa de Augusto. La X II Fulminata abandona la zona desde la época de Tiberio y es po­ sible que, en tiempos de Trajano, le tocara el turno de partir a la III Cirenaica. Además, la X X II Deiotariana desapareció durante la gue­ rra judía. En Nicopolis nada más permanece una unidad, la II Trajana, creada por el emperador del que toma el nombre, y cuyo destino se identifica a partir de ese momento con el de la provincia donde se en­ cuentra de guarnición. Pero eso no es todo: además del extenso cam­ pamento situado cerca de Alejandría, el ejército romano de Egipto dis­ pone de una serie de fortines instalados unos a lo largo de la gran ruta que bordea el Nilo, principal eje de esa organización estratégica, y otros en puestos avanzados, en las márgenes del desierto y en los oasis. Así, las unidades que aseguran la defensa de esta provincia se dis­ ponen de norte a sur y no, como podría esperarse, en dirección esteoeste. Por otra parte, los efectivos disminuyen a lo largo del siglo i. Cirenaica En Cirenaica podemos estudiar otro sistema defensivo del de­ sierto,111aunque las fuentes sean bastante escasas. El objetivo de los estrategas debía consistir en garantizar la seguridad de la Pentápolis y de la fértil llanura situada cerca del Mediterráneo. R. G. Goodchild consideraba que no era del todo imposible que esa provincia dispu­ siera de una organización militar desde el siglo i, que se habría re­ forzado en primer lugar después de la insurrección judía que estalló el año 115, y sobre todo durante la crisis del siglo m. La protección de hombres y bienes dependía fundamentalmente de la piedra: se ha­ bían reparado granjas fortificadas y pequeños campamentos, y las ciudades se habían rodeado de murallas. La guarnición de Cirenaica estaba formada por una o dos cohortes auxiliares; en caso de crisis, llegaban legionarios de las provincias vecinas. En cuanto a los re­ cintos descritos por R. G. Goodchild, muchos parecen bastante tar­ díos, y serían contemporáneos en buena medida de la gran crisis del siglo III.

111. n.os 940-942.

R. G. Goodchild, Libyan Studies, 1976, pp. 195-209; L'Année épigraphique, 1983,

244

ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

África-numidia La situación se presenta con otro aspecto bien diferente en la cer­ cana Africa,112 de la que Numidia fue desgajada por Septimio Severo. En efecto, esa región estaba más poblada y era con mucho más rica. Desde mediado el siglo i, tendió a sustituir a Egipto como productora del grano destinado a la alimentación de los romanos, lo que habla de la importancia de esos territorios. La organización defensiva sufrió una evolución bien conocida en sus rasgos más generales. En la época de Augusto, el procónsul man­ daba dos legiones, quizá tres, y está aún por determinar el lugar de ubicación de la guarnición. Es necesario subrayar el carácter excep­ cional de ese poder militar: normalmente, un magistrado de ese rango no tiene autoridad sobre todo un ejército. Antes del 14 de nuestra era, al menos una de esas dos legiones, la III Augusta, se instala quizá en Hai'dra; antes del final del reinado de Tiberio es la única que queda en África y, desde ese momento, su historia se confunde con la de la pro­ vincia. Con Calígula la situación pasa a ser la normal: el ejército, que deja de estar a las órdenes del procónsul, se confía a un legado pro­ pretor, subordinado directamente al emperador. Bajo Vespasiano, el cuartel general pasa a Tebessa, ciudad situada a 35 km al oeste de Haídra, ignorándose los motivos de ese traslado. Finalmente, entre el 115 y aproximadamente el 120, la III Legión Augusta se instala en Lámbese, al norte del Aurés; permanece allí dos siglos excepto durante algunos años: queda disuelta en el 238 y se vuelve a rehacer en el 253, El dispositivo militar de los siglos n y m se conoce bastante bien: se han llevado a cabo excavaciones,113 apoyadas por la fotografía aérea,154 y se han realizado investigaciones sobre el terreno, en el sur de Tunicia115 y en Libia.116 El Aurés se halla rodeado por una ruta guar­ necida de fortificaciones. El Africa útil se encuentra separada del de­ sierto por otra vía, igualmente provista de campamentos y dividida en tres secciones, los sistemas de Numidia, de Tripolitania occidental y de Tripolitania oriental. Se instalaron puestos avanzados en el de­ sierto, por ejemplo en Messad y Ghadamés, mientras que se situaban algunas otras guarniciones al norte de la zona militar. Se ha observado la presencia de defensas lineales en Tunicia y en Argelia, sobre todo al 112. Y. Le Bohec, La I I I é Légion Auguste, 1989 y Les unités auxiliaires en Afrique et Numidie, 1989. 113. G.-Ch. Picard, Castellum Dim m idi, 1947. 114. J. Baradez, Fossatum Africae, 1949, 115. P. Trousset, Recherches sur le limes tripotítanus, 1974. 116. Num erosos artículos de R. Rebuffat; véase, p. ej., en Armées et fiscalité, 1977, pp. 395-419.

LA ESTRATEGIA

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sur del Aurés: la Seguía bent el-Krass, que data sin duda de principios del siglo II, dibuja un arco de 60 km al sur del uad Djedi. Desde el de­ sierto hacia el norte, si practicamos un corte transversal, está consti­ tuida por un talud, una berma, un foso, una segunda berma y un muro, normalmente de piedra. Sobre el plano se distingue una red de co­ municaciones, campamentos y torres, construidas a caballo sobre el muro o detrás de éste, e incluso aisladas. Mauretania Cesariana Cuando se pasa de Numidia hacia el oeste, el mundo romano se estrecha; la frontera se acerca al litoral. La defensa de Mauretania Cesariana117 queda abandonada a los auxiliares; destacamentos de las flotas de Alejandría o de Siria vienen, en ocasiones, a fondear en los puertos de la provincia. La estrategia presenta aquí una cierta origi­ nalidad, pues descansa en dos elementos. Cherchel, lugar en que re­ side el procurador-gobernador, alberga casi siempre a los soldados, entre ellos a la marinería, y ese papel militar de la principal ciudad de la provincia lleva a hacemos pensar en el desempeñado por Alejandría en Egipto. Por otro lado, una serie de campamentos situados a lo largo de un eje viario en dirección este-oeste separa el mundo romano de la Mauretania independiente. Con Trajano, esa frontera se apoya en el uad Chelif; se prolonga por el oeste hasta alcanzar Ain Temouchent, y por el este hasta Sour el-Ghozlane, la antigua Aumale. En tiempos de Septimio Severo se instaló una «nueva pretentura»; esa ruta, pro­ vista de fortificaciones, pasa más al sur y discurre desde Tarmount, al norte del Chott el-Hodna, hasta Tlemcen y Marnia. La primitiva Mauretania Cesariana raramente se alejaba más allá de 50 km del li­ toral; la segunda representaba como media el doble de la superficie inicial. Mauretania Tingitana Desde el punto de vista militar y económico, las dos Mauretanias no tienen en común más que el nombre. Hay historiadores que pien­ san incluso que nunca existió una vía de comunicación terrestre en­ tre ambas. De hecho, la Mauretania Tingitana118 se presenta como un

117. N . Benseddik, Les troupes auxiliaires de l’armée romaine en Maurétanie Césarienne, 1982; Y. L e Bohec, «Frontiéres et limites militaires de la Maurétanie Césarienne sous fe HautE m pire», Mél. P. Salama, París, 1999, pp. 111-127. 118. H . Nesselhauf, Epigraphica, X II, 1950, pp. 34-48; M. Roxan, Latom us, X X X II, 1973, pp. 838-855; Y. L e Bohec, Cahiers, pp. 20-21 y 23-24.

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ACTIVIDADES DEL EJÉRCITO

territorio aislado, cuyos contactos materiales y administrativos la unían más a Hispania que al resto del Magreb. No obstante, su organización defensiva no se halla desprovista de originalidad.119 Se basa también en el empleo exclusivo de auxiliares. Cubre toda la provincia una serie de campamentos, particularmente densa alrededor de Volubilis: no se distingue una franja este-oeste aná­ loga a la que existe en la Cesariana, pero los arqueólogos han descu­ bierto y estudiado una defensa lineal, que nace en el litoral, aproxi­ madamente a 6 km al sur de Rabat y parte en dirección este unos 12 km. Comprende una fosa, un muro de piedra, situado inmediatamente al norte, y una berma que se coloca entre ambos, más algunas torres. La posición y la planificación de ese obstáculo muestran la evidencia de que únicamente tenía por misión proteger la colonia de Sala, que se encontraba cerca del emplazamiento de la actual Rabat. Conclusiones sobre la frontera sur En la Mauretania Tingitana no debían de encontrarse demasiados soldados. Esa debilidad de efectivos caracteriza además a todo el con­ junto de la frontera sur: si a las tropas de Egipto y Cirenaica añadi­ mos las que se encontraban en el Magreb, se llega a un total aproxi­ mado de 60.000 hombres en la época de Augusto. Pero esa cifra va decayendo rápidamente: pasa a 50.000 bajo Tiberio, a 40.000 con Claudio, y se estabiliza en 30.000 soldados de Trajano a Diocleciano. Parece muy modesta si. se piensa en la misión que esos soldados debían cumplir, la de vigilar un territorio que transcurría desde el Atlántico hasta el mar Rojo. Esa disminución muestra claramente que la seguridad de la región no preocupaba demasiado a los estrategas romanos: si re­ cordamos la importancia económica que Africa tenía para el Imperio, esa «despreocupación» no se puede explicar más que por el éxito de la pacificación y de la romanización de las provincias implicadas.

L a H is p a n ia T a r r a c o n e n s e

Otro caso particular lo representa la Hispania Tarraconense,120 que, efectivamente, no tiene ninguna frontera común con los países bárbaros y, sin embargo, alberga soldados. La finalización de la con­ quista se halla marcada por una serie de operaciones en el noroeste 119. M . Euzennat, Le limes de Tingúeme, 1989, París. 120. P. Le Roux, L'armée romaine... des provinces ibériques, 1982 (véase A. Tranoy, La Galice romaine, 1981, pp, 167-178).

LA ESTRATEGIA

247

entre el 29 y el 19 aC., en el curso de las cuales se hizo famoso Agrippa. Intervienen entonces alrededor de ocho legiones: una I (sin duda, la I Augusta), la II Augusta, la IV Macedónica, la V Alondra (o la X VI), la V I Victrix, la IX Hispana, la X Gemina y la XX. Desde la época de Tiberio no quedan más que tres, la V I Victrix, la X Gemina y la IV Macedónica. Esta última parte, a su vez, y los efectivos caen a dos unidades bajo Claudio, y a continuación a una con Nerón, después de la partida de la X Gemina. Galba crea en la provincia la V II Gemina y parte con ella. Después de un breve periodo que es testigo del re­ greso a Hispania de la X Gemina junto con la I Adiutrix, Vespasiano decide que ese sector sólo contará con una legión, la V II Gemina, que permanecerá aquí hasta el fin del Alto Imperio. Por lo general, se cree que esa unidad iba acompañada de un número muy escaso de auxi­ liares. La organización defensiva de esa provincia tiene en cuenta las necesidades de la estrategia local: no se trata de defender una fron­ tera contra un enemigo, sino de vigilar a los indígenas más turbulen­ tos y garantizar la seguridad de las explotaciones mineras. Según P. Le Roux y A. Tranoy, no hay por tanto una zona militar que presente el aspecto de una franja, no hay un limes, com o en Britania, el Rin o el Danubio, sino un centro principal y posiciones anejas. El cuartel general se hallaba instalado en León (cuyo nombre deriva de la pala­ bra legio), en un gran campamento de 570 por 350 m, lo que repre­ senta casi 20 ha. En Rosinos de Vidríales se ha excavado otro recinto que rodea un terreno de casi 5 ha y que albergaba un ala de caballe­ ría. Finalmente, una o varias cohortes tenían por misión la de vigilar la ora marítima, en el litoral mediterráneo. En total, menos de diez mil hombres tenían como cometido el de garantizar la seguridad de Hispania.

E l b a l a n c e e s t r a t é g ic o

Un buen indicador de la evolución de la estrategia imperial, nos lo proporciona la distribución de las legiones. En el cuadro de la pá­ gina siguiente podemos, por una parte, observar la'evolución de los efectivos en el interior de cada zona y, por otra, hacer comparaciones para cada periodo entre los diferentes sectores. La distribución de las legiones Este cuadro muestra que, en los inicios del Imperio, Renania y África representaban los sectores considerados más expuestos; por otro

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ACTIVIDADES D E L EJÉRCITO

lado, una importante concentración, a la que los historiadores nunca han concedido el valor que se merece, se había constituido, sobre todo, en Iliria y Macedonia. Después de un periodo de experimentación más o menos largo, los ejércitos del Rin, de Britania, de Hispania y de África conocieron una cierta reducción de sus efectivos, mientras que, por el contrario, se reforzaba la defensa del Danubio, y aún más la de Oriente. N o obstante, parece claro que los estrategas romanos consi­ deraron siempre que la principal amenaza procedía de Germania y no de Irán. Su cálculo no era erróneo: son los vándalos, los alanos y los suevos quienes, después de los francos, los alamanes y los godos, aca­ barían por hacer estallar las defensas del Imperio; pero esos genera­ les se equivocaron en un aspecto: esos bárbaros franquearon el Rin y no el Danubio.

Augusto Tiberio Claudio Vespasiano Trajano Antonino

Caracalla

Aureliano

Interior Italia

1

1

1

1

3

lliria2

1

1

g

2

1

1

4

4

3

3

3

Rin

5*

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7

7

4

4

4

4

Danubio

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12

10

13

12

Total

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19

17

19

17

20

19

3

4

4

6

7

8

10

12

3 2*

2

2

2

2

1

1

1

África

2

1

1

1

1

1

1

Total

5

4

3

3

3

2

2

2

5

3

2

1

1

1

1

Dalmacia

3

Macedonia

2 (?)

Total Frontera norte Britania

Frontera este Frontera sur Egipto

Hispania

* Mínimo

1

LA ESTRATEGIA

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Conclusión Por tanto, la estrategia diseñada por Roma se basaba en varios elementos: sin olvidar a los dioses, era necesario disponer, fundamen­ talmente, de vías, murallas y soldados. Pero estos últimos, para cons­ truir las fortificaciones y las defensas lineales, debían haber adquirido ciertos conocimientos. Las mismas exigencias habían sido formuladas a propósito de la táctica estudiada en el capítulo precedente: para cons­ truir un campamento de marcha, para ocupar su lugar en una columna desplazándose o en el campo de batalla, y para combatir con las ma­ yores oportunidades de éxito, era necesario que el legionario hubiera aprendido bien su oficio. Y los oficiales, para elegir un emplazamiento en el que pasar la noche, para disponer las tropas antes del combate, así como para organizar un sistema defensivo, tenían la obligación de estar preparados en esas múltiples tareas. La estrategia y la táctica que convirtieron en una potencia a Rom a no podían aplicarse sin una preparación intensiva, sin los ejercicios de instrucción.

T ercera

parte

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO. PROSPERIDAD Y ROMANIZACIÓN

C a p ít u lo

VII

HISTORIA DEL EJÉRCITO ROMANO. GUERRA Y POLÍTICA Hasta el presente ha parecido preferible estudiar el ejército ro­ mano examinando sucesivamente cada uno de sus aspectos, sin su­ brayar que este o aquel elemento había sufrido modificaciones en uno u otro momento. Por tanto, sería imperdonable sacrificar su evolución en un libro de historia. Es evidente que no podríamos plantearnos re­ sumir aquí los principales acontecimientos ocurridos en la cuenca me­ diterránea en el curso de los tres primeros siglos de nuestra era. No obstante, los investigadores señalarán -—y quizá lamentarán— que no exista ninguna historia militar del Imperio. Sin entrar en detalle, conviene, por tanto, esbozar las líneas generales de tales aconteci­ mientos.1 Los cambios se manifiestan esencialmente en dos campos y, en primer lugar, en los asuntos propiamente militares. Todos los empe­ radores, o casi todos, se esforzaron por aplicar una política, defensiva u ofensiva. Algunos dirigieron vastas operaciones y llevaron sus triun­ fos al Capitolio. Pero otros debieron disimular sus desastres, y algu­ nos más incluso embarcarse en guerras sin gloria que se semejaban mucho a simples operaciones de policía, de mantenimiento del or­ den. Además, previendo el futuro o extrayendo lecciones de los fraca­ sos, algunos soberanos trataron de adaptar aquellas estructuras que podían parecer obsoletas. En segundo lugar se observa la intromisión del ejército en la vida política: al ostentar el príncipe la jefatura, aquél poseía perma­ nentemente un peso específico con el que era necesario contar. En un contexto de guerra civil aún podía hacer más: las tropas de una pro­ vincia, apoyándose en sus habitantes, podían quitar o poner sobera­ i. Véase igualmente p. 156; se encontrará un complemento bibliográfico para cada reinado en Y. Le Bohec, La I I I é Légion Auguste, 1989; B. Campbell, The Emperor and the Román Army, 1984, Oxford.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

nos. Ahí reside el «secreto del Imperio» evocado por Tácito2 y estu­ diado recientemente.3 Al examinar en conjunto el periodo a que nos referimos,4 se cons­ tata que los reinados y las dinastías, que constituyen indicativos có­ modos, se corresponden también muy a menudo con grandes movi­ mientos de la historia. Ese fenómeno puede explicarse de diferentes maneras: seguramente, algunos soberanos han tenido personalidad su­ ficiente como para marcar su época, o bastante habilidad en la elec­ ción de colaboradores competentes para constituir con ellos el grupo de íntimos; en otros casos se ha dado la situación contraria: la me­ diocridad de un gobernante y de sus consejeros, enfrentados a la fuerza de los acontecimientos, ha podido provocar una revolución de pala­ cio; y ahí es cuando intervenía el ejército.

Organización y revueltas nacionales Por lo que se refiere al siglo i en conjunto, no se puede dejar de subrayar la obra prodigiosa llevada a cabo en la época de Augusto; du­ rante un largo periodo, sus sucesores se limitaron a reformar lo que ya estaba en funcionamiento: transformando «el ejército experimen­ tal» en «ejército permanente».5

A ugusto

y e l n a c i m i e n t o d e l e j é r c it o im p e r i a l

A menudo, los historiadores contemporáneos se han puesto de acuerdo para negar las cualidades militares de Augusto,6 insistiendo en el hecho de que raramente se presentaba en persona en el campo de batalla. Sin embargo, Aurelius Victor,7 haciéndose eco de una tra­ dición antigua, otorga a ese príncipe un trato más halagüeño. Pensamos, con él, que es necesario rehabilitar a Augusto como general. Es evi­ dente que no fue el inventor de todo, sino que recogió la herencia del ejército republicano,8 en especial las transformaciones queridas por 2. Tácito, H., I, 4, 1. 3. P. Le Roux, L'armée romaine... des provinces ibériques, 1982, pp. 127 ss. 4. Sobre los principales movimientos cronológicos, véase P. Le Roux, op. cit., y E. N. Luttwak, La grande stratégie de l ’empire romaine (trad. fr.), 1987. 5. P. Le Roux, op. cit., pp. 83 y 127, 6. Por ejemplo, A. Piganiol, Histoire de Rome (5.a ed.), p. 225: «Augusto tuvo un es­ caso talento como general»; P. Petit, Histoire genérale de Vempire romain, 1974, p. 32: «Augusto no tenía nada de jefe de guerra.» 7. Aurelius Victor, De Caes., I, 1. 8. L. Keppie, The Making o f the Román Army, 1984, Londres.

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HISTORIA DEL EJÉRCITO ROMANO

César e impuestas después por la guerra civil que vio cómo los anti­ guos miembros del triunvirato entraban en conflicto entre sí, en par­ ticular Octavio y Antonio. Pero no es éste nuestro propósito. En primer lugar, la organización del ejército tal como podemos verla en el Alto Imperio data de su reinado.9Es cierto que no lo cons­ truyó todo a partir de la nada: la República había dispuesto ya de fuerzas bastante bien estructuradas para conquistar una buena parte del mundo mediterráneo. Pero la distinción entre la guarnición de Roma y las de provincias, la diferencia entre unidades auxiliares y legiones, el mando de unas y de otras, los modelos de reclutamiento y la estrategia puesta en marcha en las fronteras, todo ello se remonta a los inicios del nuevo régimen. Sin duda, no conviene otorgar a una sola persona todo el honor por esas innovaciones; no obstante, en un régimen monárquico, el papel del soberano adquiere gran im­ portancia: es él quien decide en último término y también reposa so­ bre él la responsabilidad de la elección de sus consejeros. Ahora bien, Augusto lo supo organizar muy bien. Es verdad que la Guerra Civil hizo salir a la luz a una amplia serie de grandes generales que, a su vez, formaron a sus sucesores (de la misma manera en que fueron las conquistas de la Revolución las que proporcionaron a Napoleón la mayor parte de sus mariscales). Podríamos citar muchos nombres junto a los de Caius Sentius Satuminus, Lucius Domitius Ahenobardus y el del malogrado Publius Quinctilius Varus; pero la coincidencia que más favoreció a Augusto es que fue capaz de encontrar a sus me­ jores cuadros en su propio entorno. Se sabe que se casó dos veces; su yerno Agrippa, pero también sus hijastros, Tiberio, Druso y Germánico, así como su nieto, Cayo César, se contaron entre sus más eficaces generales. 1/ Scribonia

+

Augusto

2/ + Libia + Tiberio Claudio Nerón

Julia + Agrippa Tiberio

Druso + Antonia Minor

Cayo César

Germánico

9. Suetonio, Aug., XXIV-XXYT y XLEX; Herodiano, II, 11, 5; Dion Casio, LIV, 25, 5-6 (importante).

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Por otra parte, se necesitaba un gran número de oficiales valero­ sos, pues los soldados romanos se batían por todas partes. Pueden dis­ tinguirse cuatro sectores principales de actividad militar. En primer lugar, el propio Augusto, con la colaboración de Agrippa, se dedicó a conseguir de una vez por todas el sometimiento de Hispania. Esa conquista, emprendida al final del siglo III aC., no estaba finalizada aún por completo: la zona noroeste de la península seguía siendo in­ domable. Durante diez años (del 29 al 19) combatieron siete legiones con sus correspondientes auxiliares, lo que no impidió el resurgir de los conflictos en el año 16 aC. Paralelamente, en el año 29, Aquitania se vio recorrida por las tropas de Marcus Valerius Messalla Corvinus, quien volvió a instaurar el orden perturbado por los indígenas. En segundo lugar, es la frontera norte la que más preocupa a Augusto. Primero, y con el fin de garantizar la seguridad de las rela­ ciones entre la Galia e Italia, por una parte, y entre Roma y esa fron­ tera septentrional, por otra, era necesario acabar la conquista de los Alpes: en el año 25 fueron sometidos los salasios, y en el 7 aC. le tocó el turno a los grandes valles. Se conmemoró ese éxito con el célebre trofeo de la Turbia. Pero la frontera norte comprendía dos sectores, el del Rin y el del Danubio. Parecía muy probable que Augusto tratara de ampliar los límites del Imperio hacia el Elba. Son, no obstante, los sicambros quienes, desde el 16 aC., hacen sufrir un revés a Lollius. El mismo año, Druso emprende la fortificación de esa frontera. Entre el 12 y el 9 consigue alcanzar el Elba al término de una serie de brillan­ tes campañas, pero fallece en el viaje de regreso. Tiberio consolida la parte defensiva de su obra en el 8-7 aC. y en el 4 dC. Pero Arminius, después del desastre que hace sufrir a Varus en el 9 de nuestra era, en un lugar que acaba de ser descubierto (Kalkriese),10 consigue que los estrategas romanos entren en razón y renuncien definitivamente a cual­ quier ampliación importante de su dominio sobre Germania. Algunas operaciones de Tiberio y de Germánico permiten cuando menos esta­ bilizar el frente. El sector norte comprende igualmente las regiones danubianas. En el 15 aC., Druso y Tiberio ocupan Retia y la Vindelicia, a las que añaden la Nórica. Los acontecimientos más importantes suceden so­ bre todo entre el 12 y el 10: Tiberio acaba por pacificar los territorios situados en la margen derecha del Danubio, después de que otros prepararan su acción; la Panonia había sido ocupada desde el año 19 y, en el 13, Lucius Calpurnius Pisón había hecho ya en Mesia una ex­ hibición de las armas romanas; todas esas operaciones combinadas 10. Rom, Germanien und die Ausgrabungen von Kalkriese (W. Schluter y R. Wiegels, eds.), 1999, Osnabrück.

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permitieron alcanzar el Elba también desde el Danubio. La seguridad de esa región quedaba también garantizada por la imposición del protectorado a los reinos de Tracia, Crimea y el Ponto. Pero la céltica Bohemia fue invadida por los marcomanos, cuyo rey Marbod luchó contra Tiberio desde el 6 hasta el 9. Esa guerra hizo aún más daño si se tiene en cuenta que en el año 6 dC. se habían sublevado Panonia y Dalmacia. Oriente es el tercer sector que solicitará la dedicación de Augusto. En primer lugar, el emperador refuerza allí la presencia romana: en el año 25 redujo la Galacia a provincia; entre el 1 aC. y el 4 dC. envía a Armenia a su nieto Cayo César, que muere al acabar su misión; fi­ nalmente, Judea, entregada a manos de reyes, el más conocido de los cuales es, sin duda, el célebre Herodes, queda dividida y, a continua­ ción, confiada a prefectos a partir del 6 dC. (mantiene ese estatuto hasta el año 42). Las relaciones con los partos, relativamente tranqui­ las, se basan más en la diplomacia que en la guerra: en el año 20, Tiberio recibe las enseñas que habían arrebatado a Crassus y a Marco Antonio (esa escena se representó en la coraza de la célebre estatua de Augusto hallada en Prima Porta). Recordemos finalmente —aunque ese hecho no haya tenido relación alguna con la historia militar— que se pre­ sentan ante la corte imperial embajadores procedentes de los princi­ pados de la India. Para acabar, la frontera meridional plantea problemas diferentes en sus sectores oriental y occidental. Conquistado inmediatamente des­ pués de la batalla de Accio (31 aC.), Egipto constituye rápidamente una base de partida para expediciones lejanas: el primer prefecto (go­ bernador), Cornelius Gallus, se ve obligado a reprimir una insurrec­ ción en el sur; después, Aelius Gallus explora Arabia: se trató de un in­ tento de expansión hacia oriente que fracasó, lo mismo que el de C. Petronius en dirección a Etiopía (esos acontecimientos ocurrieron entre los años 24 y 21). La provincia de África conoció dos grandes oleadas de guerras: entre el 35 y el 20 aC., Roma combatió a los garamantes de la actual Fezzan; la segunda serie de problemas se encuen­ tra mal datada: se la sitúa entre el 1 y el 6 de nuestra era o entre el 1 aC. y el 9 dC. En esta ocasión, los pueblos sublevados son los nasamones de Tripolitania, los musulames de la región de Tebessa y los gétulos que se dedican al nomadeo entre el desierto y el África «útil». Para finalizar este breve análisis debe indicarse que las dificulta­ des parecen acumularse hacia finales del reinado, con las revueltas de Panonia y Dalmacia en el 6 dC., la guerra de Marbod del 6 al 9 y el desastre de Varus ese mismo año. No obstante, el balance continúa siendo importante y los historiadores tienen demasiada tendencia a ol­ vidarlo: por una parte, las conquistas cubren territorios inmensos (no­

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roeste de Hispania, Alpes, margen derecha del Danubio, Egipto, provincialización de Galacia y Judea); por otra parte, la obra institucio­ nal y estratégica de la que hemos hablado antes no puede dejarse en el olvido. Por esas dos razones, creemos que es necesario rehabilitar, si no la figura de Augusto como general, al menos la obra de su rei­ nado en el aspecto militar.

Los

su c e so re s de A u g u sto en e l s ig lo i

Los Julio-claudios

Entre los sucesores de Augusto, muchos presentan una persona­ lidad desequilibrada, incluso rayana casi en la monstruosidad. Es el caso de Tiberio, Calígula y Nerón; en cuanto a Claudio, pasa por ser un borracho, juguete de sus libertos y de sus sucesivas esposas que no se privaban de burlarse de él continuamente y en público. Sin embargo, y ya sea el mérito de los propios soberanos o de sus consejeros, el he­ cho es que sus reinados estuvieron marcados por numerosos éxitos. El primero de esos príncipes, Tiberio, se había revelado como un buen general11antes de acceder a la púrpura; pero su reinado había comenzado mal: las legiones de Panonia y Germania estaban amoti­ nadas;12junto con Druso, Germánico las habían sometido de nuevo a la disciplina y, para controlarlas mejor, él mismo las había acompa­ ñado en una expedición más allá del Rin (14-17). En esa zona, seña­ lemos igualmente la creación del protectorado de Moravia. Inmediatamente después de esos acontecimientos, envía a Germánico a Oriente (18-19), donde se redondeó el dominio de Roma: desde el año 17, Capadocia fue convertida en provincia, Armenia en reino pro­ tegido, y los Estados de Filipo, en Judea, fueron anexionados en el año 34. Esos progresos no impiden que la situación se tense de nuevo hacia finales del reinado. Pero lo que mejor caracteriza la época de Tiberio son las revueltas nacionales. Druso fue enviado a Iliria, y Tracia se agitó en los años 20-22.13 África y la Galia conocieron las crisis más agudas. En la primera de las provincias citadas, en la que, no lo olvidemos, el ejército dependía del Senado, un desertor, llamado Tacfarmas, empujó a su pueblo, los musulames, a una sedición que se extendió.14Parece ser que Tiberio no se disgustó demasiado al constatar 11. XXXI, 5. 12. 13. 14.

Tácito, An., I, 4, 3, io reconoce a pesar de su aversión por Tiberio; Suetonio, Tib., Tácito, An., I, 16 y s., 31 y s., 50 y s. Tácito, ,471., III, 39. Tácito, An., II, 52; III, 20-21, 32 y 35; IV, 13, 3, y 23-26.

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la incapacidad de la ilustre asamblea que permitió que el conflicto du­ rara del 17 al 24. En la Galia se sublevaron los trevires y los eduanos (año 21); a ese movimiento se le denominó revuelta de Florus y Sacrovir, por el nombre de sus jefes.15 Igual que Tiberio, Calígula no pensó en emprender la menor re­ forma de importancia: la obra de Augusto era todavía suficiente. Pero continuaban planteándose problemas en las fronteras. En el pasivo de ese gobernante loco se cuenta una campaña abortada contra los catos en el año 39 y un abandono provisional de Armenia y Judea; en el activo hay que anotar la creación de un extenso Estado tracio y, sobre todo, la puesta en marcha de una nueva política africana. El asesinato, en el año 40, de Ptolomeo, rey de Mauretania, uno de cuyos móviles quizá pueda encontrarse en la psicopatía del gobernante, se inscribía en realidad en el marco de una concepción coherente, y preparaba una nueva anexión. Cuando Claudio llegó al poder, debió hacer frente en primer lu­ gar a la nueva situación creada en el oeste del Magreb por la muerte del soberano: un liberto de este último, Aedemon, había provocado una gran insurrección. En el año 42 fue enviado a ese nuevo teatro de ope­ raciones un excelente general, Suetonius Paulinus, así como impor­ tantes efectivos: la Mauretania Cesariana (de Cherchel) y la Tingitana (de Tánger) se añadieron a la lista de provincias. Pero la gran obra del reinado (pues Claudio alcanzó éxito allí donde había fracasado César) fue la conquista de Britania16 (la actual Gran Bretaña). Y eso no fue todo. En el año 44, Judea quedó anexionada de nuevo y confiada a pro­ curadores (conservó ese estatuto hasta el año 66); y en el 45 o el 46 le tocó a Tracia el tumo de integrarse en el Imperio. Esos éxitos convierten el reinado de Claudio en una etapa importante dela historia militar de Roma. A partir de ese momento, los soldadosrespetaron a ese go­ bernante,17 quien, además, fue el primer reformador de la obra de Augusto. En efecto, promulgó un cierto número de leyes y reorganizó la carrera de oficiales de rango ecuestre; «la carrera militar de los equiles —según Suetonio— 18fue reglamentada de esa manera: después del mando de una cohorte se le confería el de un ala de caballería; a con­ tinuación, un tribunato de legión». Sin embargo, Claudio tuvo proble­ mas: en Germania debió enviar a Vespasiano19 a Estrasburgo para vi­ gilar a los catos, en el 41-42, y después, en el 49, a Corbulón20 15. 16. 17. 18. 19. 20.

Tácito, An., III, 40 y s. Tácito, A n XII, 31 y s.; Corpus inscr. lat., V, n.° 7.003. Aurelius Victor, De Caes., III, 4 y 17. Suetonio, Cl., XXV, 1 (véase también XXII, 1). Tácito, An., XII, 28. Tácito, An., XI, 18-19.

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para pacificar a choques y frisones. Pero sería el final del reinado el que provocó la peor de las sorpresas: en el año 53, Vologeses invadió Armenia. Nerón debió, por tanto, enfrentarse a una situación difícil: ni pudo ni supo emprender reforma o conquista alguna; sus guerras fueron siempre defensivas, y ahí es donde reside la originalidad de su política en el dominio militar. En primer lugar, se vio obligado a combatir a los partos (58-63);21 Corbulón conquistó Armenia después de las difi­ cultades conocidas; pero en el 61 también fue ocupado el Adiabene. En esa misma época, el otro extremo del Imperio, Britania, recha­ zaba aún la dominación romana,22 y esa resistencia la simbolizaba una mujer, la reina Boadicea. Suetonius Paulinus, que aún se encontraba en activo, no pudo, sin embargo, imponerse a los bretones. Es preciso constatar que, en ese lugar, las guerras que lleva a cabo Nerón tienen su origen en la política de Claudio. Pero eso no es todo. En el año 66 estallaba una insurrección en Judea;23 Vespasiano y su hijo Titus reci­ ben como misión la de restablecer el orden en ese sector; aún no lo ha­ bían conseguido cuando, el año 68, falleció Nerón. La crisis del 68-69

El fracaso de Nerón provocó una crisis que, en el plano militar, presenta un triple aspecto: por una parte, continúa la guerra de Judea; por otra, los diferentes ejércitos de provincias, apoyados por civiles, tratan de promocionar a sus propios generales para conseguir que se revistan de púrpura; finalmente, en diferentes partes del Imperio es­ tallan insurrecciones de carácter nacional. El legado del Lionesado, Vindex, y Macer, comandante de la III Legión Augusta, se convertirán en disidentes sin conseguir jamás alcanzar sus objetivos; Galba fue el primero en lograr hacerse reco­ nocer como emperador, con el apoyo de ambas Hispanias. Diversas emisiones monetarias celebraban a las legiones (lám. XXXVI, 35). Pero Galba, demasiado autoritario,24 fue abandonado por sus tropas, y Otón, a quien apoyaban los pretorianos, trató de sustituirle. A continuación les llegó el turno de imponer su candidato a las legiones de Germania: Vitelio.25 En esa misma época, y aprovechándose de que los romanos luchaban entre sí, algunos pueblos trataron de liberarse. El año 69

21. 22. 23. 24. 25.

Tácito, An., XEEI, 6 y s. Tácito, An., XTV, 29 y s. Flavio Josefo, G. I. Dion Casio, LXTV, 3, Suetonio, Vit., VIII, 2.

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estalló la insurrección entre los bátavos a instigación de Civilis; un año después, Classicus, Tutor y Sabinus proclamaron un imperio galo. Según Tácito,26 los insurgentes combatían por motivos diferentes, «los galos por su libertad, los bátavos por la gloria y los germanos por el pillaje». Pero todo volvió al orden cuando Vespasiano decidió marchar sobre Roma: contaba con el apoyo de las legiones de Oriente y las del Danubio;27 si recordamos que era allí donde se encontraban las con­ centraciones más importantes de soldados romanos, es fácil comprender las razones de su éxito. Los Flavios

De todos modos, Vespasiano pasaba con justicia por ser un ofi­ cial valeroso.28 Había dejado a su hijo Tito con el encargo de solucio­ nar el problema judío. Éste alcanzó el triunfo en el año 71 (un arco en el Foro muestra el candelabro de siete brazos tomado del templo de Jerusalén); pero no sería hasta el año 73 cuando cayó el último foco de resistencia, la ciudadela de Masada. Britania vio pasar tam­ bién a varios grandes generales: Cerialis (71-74), Frontino (74-77) y Agrícola (77-84). En esa misma época se continuó la política expansionista: se ocupó, en Germania, el valle del Neckar y los romanos se vieron obligados a combatir la resistencia animada por la profetisa Velleda. En el año 72, la Commagena quedó definitivamente anexio­ nada a la provincia de Siria. Tito, primogénito de Vespasiano, se mantuvo muy poco tiempo al frente del Imperio como para poder realizar una obra significativa. No le sucedió lo mismo a su hermano Domiciano,29 que heredó en primer lugar el problema bretón, y dejó que Agrícola llevara a cabo una ac­ ción finalmente coronada por el éxito. Fueron los germanos los pri­ meros en provocar dificultades. En el año 83 (¿o quizá 81?), el empe­ rador envió a Frontino contra los catos. A continuación, fue un legado, Lucius Antonius Satuminus, quien trató de sublevarse (88-99); los acon­ tecimientos que acompañaron esa tentativa significaron sin duda la desaparición de la XXI Legión Rapax. En el 89-90, Domiciano deci­ dió la anexión de la Campos Decumates (el ángulo que dibujan los cur­ sos superiores del Rin y el Danubio) y dividió en dos la provincia de Germania (Germania Superior e Inferior). Desde el 85, el Danubio 26. Tácito, H., TV, 78, 3. 27. Suetonio, Vesp., VI, 4 y VIII; Aurelius Victor, De Caes., VIII, 2-3. 28. Aurelius Victor, De Caes,, VIII, 4. 29. Frontino, Strat., I, 1, 8, y 3, 10; Suetonio, Dom., VI; Aurelius Victor, De Caes., XI, 9. K. Strobel, Die Donaukriege Domitians, 1989, Bonn.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

fue testigo de la agitación de cuados y marcomanos, yazigos y sármatas, de los que volveremos a hablar extensamente a continuación. Pero serían sobre todo los dacios quienes causarían problemas a Domiciano: un altar y un mausoleo, erigidos en Adam-Klissi en esa época (el tro­ feo data de la época de Trajano), no pudieron hacer olvidar a los ge­ nerales romanos que esos bárbaros, al no poder ser derrotados, habían sido comprados. En Africa, Domiciano ordenó el aniquilamiento de los nasamones, un pueblo de Tripolitania. Finalmente, recibió una petición de alianza de Vologeses para rechazar a los alanos.30 El fra­ caso ante los dacios no tuvo nada que ver en la eliminación de este em­ perador. Por el contrario, había sido muy bien acogido en los medios militares y disfrutó de su apoyo, al menos durante los primeros años de reinado (véase n. 29).

El tiempo de las grandes guerras Si, con toda justicia, las tropas estacionadas en Hispania durante el siglo II pueden recibir el título de «ejército de paz»,31 es preciso cons­ tatar que las demás legiones no conocieron más que una calma siem­ pre precaria.

T rajano

y l a s g u e r r a s o f e n s iv a s

Parece inútil detenernos en Nerva: durante su corto reinado, a los ojos de muchos historiadores, tuvo como mérito principal el haber ele­ gido por sucesor a un hombre valiente. Entretanto, a finales del año 97, estallaron en Germania numerosos problemas, y así fue como hizo su entrada en la historia el heredero designado.32 Se trata de una personalidad discutida. Para J. Carcopino,33 Trajano fue el soberano que llevó el Imperio a su apogeo; por el contrario, P. Petit34 no ve en él más que a un «militarote de frente caída», ganado por «el vino y los jovencitos». En el campo que nos interesa apenas se mostró reformista, si no se tiene en cuenta que trató de impulsar la 30. Suetonio, Dom., II, 5. 31.P. Le Roux, L'armée romaine... desprovinces ibériques, 1982, p. 169; véase también E. N. Luttwak, La grande stratégie de lempira romain (trad. fr.), 1987, pp. 45 ss.; («Imperio territorial»; defensa hacia adelante). 32. Plinio el Joven, Pan., XTV; Aurelius Victor, De Caes., XII, 1; Corpus inscr. lat., V, n.° 7.425. 33. J. Carcopino, La vie quotidienne á Rome, 1939, p. 16. 34. P. Petit, Histoire genérale de VEmpire romain, 1974, p. 156.

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demografía de Italia para facilitar el reclutamiento de las legiones (p. 111). Se sabe también que remarcó con toda claridad el aspecto mi­ litar de su poder, lo que no desagradaba al ejército.35 De hecho, por en­ cima de todo fue un hombre práctico: aplicó una política belicosa. Con él, se volvió al tiempo de las grandes conquistas. Los historiadores han descuidado, a menudo, su política; sin embargo, fue en la época de su reinado cuando se conquistó el Aurés y comenzó a desarrollarse. Esa fase de expansión ha sido olvidada a veces porque el emperador no consideró útil tomar entre sus títulos un nombre que la recordara, lo que explicaría la falta de atención que le han dedicado los epigrafistas.36 Y además, en ese mismo momento, tenía lugar un acontecimiento muy complicado: la conquista de la Dacia. El soberano en persona franqueó el Danubio y tuvo que llevar a cabo varias campañas desde el 101 al 105 (la pacificación no se con­ siguió hasta el 107). La victoria le permitió hacerse llamar Dacicus. Nos ha legado dos monumentos importantes: un trofeo dedicado a Mars Ultor («Marte Vengador») en la localidad de Adam-Klissi37 y, en Roma, la célebre Columna Trajana. Es esa campaña la que explica que los rumanos hablen todavía hoy una lengua románica. Apenas finalizada la campaña de Dacia se enviaron algunos sol­ dados a Oriente:38 en el 105-106 se creó la provincia de Arabia (la ac­ tual Jordania). Sin tener demasiado interés por sí misma, debía servir fundamentalmente para consolidar un dispositivo estratégico que te­ nía como objetivo la conquista de Mesopotamia, cuyo preludio podía ser quizá la destrucción del Estado parto; desde el punto de vista cro­ nológico, se trató del segundo gran proyecto militar del reinado, aun­ que, a la vista de lo que se hallaba en juego, quizá debiera conside­ rársele como el primero. Esa empresa39 se explicaba por diferentes motivos. En el aspecto económico, permitía controlar algo mejor las relaciones con la India; en el orden político, el emperador deseaba acumular todavía más glo­ ria a su nombre; finalmente, si se tiene en cuenta la estrategia, se po­ nía en marcha la idea de organizar una nueva línea defensiva que cu­ briera Armenia y todo el norte de Mesopotamia, si no se conseguía la destrucción del enemigo. Intervinieron al menos diez legiones, con sus 35. Plinio el Joven, Pan., V, 7, y Cartas, X, 106; Dion Casio, LXVIII, 8. 36. M. Gervasio, Mél. G. Bdoch, 1910, pp. 353-364. 37. F. B. Florescu, Monumentul de la Adam-Klissi, 1959; I. A, Richmond, Papers Brít. School Rome, XXXV, 1967, pp. 29-39; M. Speidel, Rev. archéol, 1971, pp. 71-78. 38. Corpus inscr. lat., II, n° 4.461 (carrera de un centurión decorada durante la gue­ rra contra los dacios y, después, contra los partos). 39. J. Guey, Essai sur la guerre parthique de Trajan, 1937; F. A. Lepper, Trajan’s Parthian War, 1948.

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auxiliares, a partir del 113-114 y hasta la muerte de Trajano. En el año 115, los cursos superiores del Tigris y el Eufrates pasaron a con­ trol romano y, al año siguiente, se apoderaron de Nisibe, Odesa y Ctesifón; fue conquistada también la Adiabene (antigua Asiría). Pero en el año 117 los partos reaccionaron, y los judíos residentes en va­ rias provincias iniciaron una revuelta a la muerte de Trajano.

L A «PAZ ROMANA»

Su sucesor, Adriano, plantea un difícil problema histórico: ¿se trata verdaderamente de un pacifista? Más aún, ¿podía concebirse en la Antigüedad una actitud de esa clase? Sea como fuere, la modera­ ción de ese gobernante le ha valido una reputación de estratega me­ diocre.40 De hecho, inmediatamente después de revestirse de púrpura, obligó a evacuar los territorios conquistados por Trajano en Mesopotamia, considerando que su defensa, si es que era posible, costa­ ría demasiado cara. Más aún, en el año 123, mantiene un encuentro con el rey de los partos y concluye una paz con él. Algunos historia­ dores han querido ver en sus decisiones, quizá equivocadas, un pro­ fundo cambio en la estrategia imperial. En cualquier caso, era nece­ sario resolver el problema judío: en el año 117, uno de los generales de Trajano (Lusius Quietus) había tomado ese asunto en sus manos; una nueva guerra, esta vez en Judea, permitió entre el 132 y el 135 so­ lucionar el problema durante bastante tiempo, al precio de algunas matanzas. Las emisiones de sestercios celebraron a varios ejércitos provinciales (Hispania, Germania, Retia, Nórica, Mesia, Dacia, Capadocia, Siria y Mauretania). Si no se presenta como conquistador, Adriano no deja de velar por el respeto a las tradiciones. Incluso llegó a promulgar algunos re­ glamentos que, un siglo más tarde, aún poseían fuerza de ley.41 Veló por encima de todo por que el Imperio se encontrase presto a la de­ fensa. Se erigieron fortificaciones42 en Germania, Retia y Britania (el célebre «Muro de Adriano») y quizá también en Africa, si es que la Seguía bent el-Krass data de esa época. El emperador inspeccionó cam­ pamentos y murallas (n. 40) y fue a menudo a verificar personalmente si los soldados se entrenaban con regularidad (p. 142). Más de una vez se ha concedido que fue el creador de los numen étnicos: actualmente, 40. Aurelius Victor, XIV, 1; H. Mattingly y E. A. Sydenham, Rom. Imp. Coin., II, 1926, pp. 458-462. 41. Dion Casio, LXIX, 9. 42. Historia Augusta, Adr., XH, 6.

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uno se pregunta si esa innovación no data de la época de Trajano o incluso de Domiciano. Finalmente, es sin duda en este momento cuando desaparecen dos legiones: la XXII Dejotariana y la IX Hispana, disuelta esta última por un acto de indisciplina, a menos que no hubieran aca­ bado con ella los brigantes de Britania. De no ser por los judíos, y quizá por los bretones, los tiempos de Adriano habrían podido pasar por un periodo de enorme calma en el plano militar. Antonino Pío, que disfrutaba de una buena reputación como general,43 no se vio obligado a hacer frente a conflictos serios; no obstante, la historia de su remado se halla marcada por pequeñas agitaciones. En Britania, un nuevo muro situaría más al norte los lí­ mites del Imperio; se ha considerado a menudo que esa construcción había tenido como objetivo la respuesta a una agresión. En el sector norte fue preciso solucionar algunos conflictos con los germanos y los dacios. Al este, en el año 155 se concluyó un tratado con Vologeses, lo que no impidió que, entre el 161 y el 163, se reactivara la guerra en Armenia y que los judíos mantuvieran aún su agitación. En la frontera sur se señala una insurrección en Egipto y, sobre todo, en Mauretania.44 En conjunto, nada grave; sólo una serie de pequeños movimientos por todo el Imperio.

L A ALERTA

La situación se agravó en la época de Marco Aurelio, el empera­ dor filósofo que demostró también ser un excelente jefe militar45 y que supo rodearse de un buen equipo.46 Por una parte, una serie de pro­ blemas relativamente menores agitaron algunas de las provincias, in­ cluso las Mauretanias y Egipto, este último con el movimiento de los boucoloi, en 172-173, así como Grecia, que fue atacada por un pueblo bárbaro, el de los costoboques.47 Además, la historia militar del Imperio se vio agitada por dos guerras de primer orden.48 En Oriente, e incluso aunque los partos fueran los primeros en invadir Siria, nada prueba que los romanos lo sintieran. La guerra duró cuatro años, del 162 al 166, y Lucius Verus secundó a Marco Aurelio.49 Quizá haya sido en el curso de esas hostilidades cuando desapareció 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49.

Aurelius Víctor, De Caes., XVI, 2. L’Année épigraphique, 1960, n.° 28. Herodiano, I, 2, 5, y 4, 8. Herodiano, I, 8, 1 (Perennis). Nouveaux choix d’inscñptions grecques, 1971, pp. 85-94. Corpus inscr. lat., VI, n.° 31.856. Dion Casio, LXXI, 1.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

la XXII Legión Dejotariana (a menos que eso no haya sucedido antes); se crearon entonces la II y la III Itálicas. El conflicto finalizó con éxito: a Avidius Cassius se le confió una nueva provincia, Mesopotamia. Pero lo más grave sucedió a continuación. La Columna Aureliana50 informa de una parte de las luchas que se desarrollaron a uno y otro lado del Danubio. Desde el 166-167, se asistió a un primer asalto de los germanos, que atravesaron la Panonia y no se detuvieron hasta al­ canzar el Adriático. Los godos ejercieron presión sobre los cuados, los marcomanos, los yazigos y los roxolanos. Marco Aurelio combatió hasta el 169. A partir del 171 comenzó una segunda ofensiva; cada año se presentaba ante las fronteras una nueva oleada de bárbaros: los cua­ dos en el 172, los sármatas en el 173, ambos pueblos en el 174, y los sármatas solos en el 175. Marco Aurelio se encuentra a orillas del Danubio desde el 172 al 175; la guerra se vuelve muy dura. Un tercer episodio de conflictos lleva del 177 al 179; el emperador sigue aún junto a sus soldados y muere en medio de ellos en el año 180. El fin del periodo antonino se halla marcado por un cierto retomo a la calma. A pesar de los defectos que se le han achacado, Cómodo supo llevar a cabo una política militar relativamente eficaz,51 gracias sin duda en parte a las personalidades de las que se rodeó: para fre­ nar el desarrollo del bandolerismo,52 fueron construidos numerosos puestos de observación (burgi) y se instalaron guarniciones (praesidia) desde el Danubio hasta el Aurés; los soldados no podían quejarse de no recibir favores.53 Britania conoció una nueva oleada de revueltas, pero sería el frente danubiano el más amenazado: las legiones debie­ ron combatir una vez más a los sármatas y a los yazigos (o a los ro­ xolanos), entre los años 184 y 186, y a continuación a los cuados y a los marcomanos, en el 188-189. La dinastía de los Antoninos se extinguió con el asesinato de Cómodo. El siglo II, considerado a menudo como la edad de oro del Imperio romano, casi no aporta modificaciones en el aspecto militar: apenas hay gran cosa que apuntar en su activo, salvo la construcción de numerosas fortificaciones y la constitución de los numeri étnicos (suponiendo que no daten de la época de Domiciano). Por lo que se re­ fiere a las operaciones, esta época se vio marcada por las guerras ofen­ sivas de Trajano y por las de Marco Aurelio, convertidas estas últimas en defensivas.

50. W. Zwikker, Studien zur Markussaide, 1941; J. Guey, Revue Et. Anc., L, 1948, pp. 185-189; J. Morris, Journal Warburg and Courtauld Inst., XV, 1952, pp. 33-47. 51. Aurelius Victor, De Caes., XVII, 2. 52. J. Fitz, Klio, XXXIX, 1961, pp. 199-214 (lucha contra los latrunculi). 53. Herodiano, I, 17, 2; Historia Augusta, Perl., VI, 6.

HISTORIA DEL EJÉRCITO ROMANO

El siglo La

iii :

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los Severos y la crisis militar

época d e lo s

Severos:

las r efo rm as y las g uer r as

A la muerte de Cómodo, el poder dejó de estar en manos de los Antoninos y recayó en un tal Pertinax, que lo conservó por poco tiempo. Se le consideró, no obstante, un oficial valeroso,54 pero quizá dema­ siado autoritario. La Historia Augusta55 ofrece para ese periodo una información interesante (pero ¿podemos considerar esta fuente de toda confianza?): los nobles tratan de eludir sus deberes militares; no obs­ tante, el caso parece excepcional y se explica, sin duda, por la dura­ ción de las guerras que habían tenido lugar durante el reinado de Marco Aurelio. Comienza entonces uno de los reinados más importantes del Alto Imperio por lo que se refiere a la historia militar: Septimio Severo56 se revela no sólo como un gran estratega, sino también como un re­ formador de primer orden. Conoce las dos caras del combate: la gue­ rra civil y la guerra contra los extranjeros. En efecto, inmediatamente después del asesinato de Pertinax, nos encontramos con una situación análoga a la existente después de la muerte de Nerón: cuatro perso­ nalidades pretenden encamar la legitimidad. En Roma, los pretoria­ nos habían puesto el Imperio en subasta, y es un tal Didius Julianus quien había hecho la puja más elevada.57 Pero las legiones de Panonia proclamaron a su jefe, Septimio Severo, y el ejército del Rin se alineó en la misma posición que el del Danubio. Las monedas de los años 193-194 (lám. XXXVI, 36) ofrecen la lista de las legiones compradas o por comprar: I Itálica, I Adiutrix, I Minervia, II Adiutrix, II Itálica, ITT Itálica, IV Flavia, V Macedónica, V II Claudia, V III Augusta, XI Claudia, X III Gemina, XIV Gemina, X X II Primigenia y XXX Vlpia. En ese mismo momento, los soldados de Siria apoyaban a su legado, Pescennius Niger,58 un buen general pero demasiado autoritario, y a los de Britania se les adelantó hábilmente Septimio Severo, al propo­ ner que se le ofreciera el título de César a su general, Clodius Albinus,59 un oficial también valeroso y por ello asimismo más exigente que los demás. Es evidente que una situación de esa clase no podía eternizarse: 54. Herodiano, II, 1, 4; 2, 7; 3, I; 9, 9; Historia Augusta, Perí., VI, 3. 55. Historia Augusta, Pert., IX, 6, 56. Herodiano, III, 8, 8, y 15, 2 (con una restricción para la disciplina: véase p. 158); Aurelius Víctor, De Caes., XX, 14; Zósimo, I, 8, 2; H. Mattingly y E. A. Sydenham, Rom. Imp. Coin., IV, 1, 1936, pp. 92-93. 57. Herod¡ano, II, 6, 4 y 10; 11,7; Historia Augusta, Did. Jul., III. 58. Herodiano, II, 7, 7; 8, 1; Historia Augusta, Pese. N., II, 4; III, 6-8; IV; VI, 10; VII, 7; X. 59. Historia Augusta, Cl Alb., V, 1-2; XI, 6; XIII, 2.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

era preciso que uno de los cuatro eliminara a los otros tres. Septimio Severo pudo ofrecer todo aquello de lo que era capaz su talento mili­ tar: se vio entonces obligado a combatir en varios frentes, contra los pretendientes y contra los partos a la vez. En Oriente, una primera campaña tuvo lugar en Osroene y en Adiabene, y una segunda condujo las legiones hasta Ctesifón, anexionándose la Alta Mesopotamia. Y, como es lógico, quedaron eliminados los imperalores aspirantes. Las guerras de Septimio Severo, del 194 al 19860 Fechas

Nombre oficial del conflicto

Adversarios

194 194-195 195-19661 196-197 197-198

expeditio urbica expeditio parthica expeditio asiana expeditio gallica expeditio parthica mesopotamica

Didius Julianus Partos: Osroene, Adiabene Pescennius Niger Clodius Albinus Partos: Mesopotamia

Pero a Septimio Severo no se le debe considerar un vulgar mili­ tarote fanfarrón: se reveló también como un gran reformador del ejército, sin duda el segundo en importancia después de Augusto, un aspecto que, a menudo, se les escapa a los historiadores, aunque de­ sempeñara un papel considerable en ese campo. Las medidas que adoptó se inspiraron en una política consciente, dirigida contra el Senado y apoyada en el ejército.62 En el lecho de muerte, les dio un úl­ timo consejo a sus hijos: «Enriqueced a los soldados y burlaros del resto.» La frase parece demasiado hermosa como para no ser apócrifa; no obstante, traduce bastante bien el estado de ánimo del reinado. De hecho, de entre las medidas adoptadas por Septimio Severo, algunas no pretendían otra cosa que mejorar las condiciones de vida de los militares. En primer lugar, una subida de los salarios,63 la se­ gunda desde que los había fijado Augusto, estableció un nuevo equili­ brio entre precios e ingresos. A continuación, la organización de la anona militar mejoró de forma habitual:64 se conoce con ese nombre (anona) la parte de las deducciones en especie que se enviaban direc­ tamente al ejército para su alimentación (contrariamente a lo que al­ gunos han creído, no parece que se creara ningún impuesto nuevo). 60. Sólo hay otro conflicto importante en ese reinado a partir del 206: se trató de la guerra llevada a cabo en Bretaña (véase más adelante). 61. Desde el 193 de hecho. 62. Herodiano, II, 11, 2. 63. Herodiano, III, 8, 5 (alza precedente bajo Domiciano; véase el capítulo siguiente). 64. Dion Casio, LXXVIII, 34, 3; Historia Augusta, Sev. Al., XV, 45, 2 y 47, 1.

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Además, se les permitió a los soldados vivir con mujeres fuera del cam­ pamento; es, por tanto, inexacto afirmar que Septimio Severo les concedió el derecho a «casarse».65 El emperador favoreció igualmente la creación de colegios mili­ tares.66 Las primeras asociaciones se crearon en la época de Augusto, pero sólo habían sido autorizadas para los veteranos y siempre que tu­ vieran una finalidad funeraria: cada soldado satisfacía una suma al te­ sorero de la comunidad y, a cambio, se aseguraba que recibiría una se­ pultura decente. También existían colegios en la sociedad civil, que tenían una función parecida, funeral o, de manera más general, reli­ giosa. Su existencia era, sin embargo, muy anterior al reinado de Augusto. Pero la organización por oficios les confería en ocasiones un aspecto reivindicativo (algunos historiadores han querido ver en esta institución un embrión del movimiento sindical); por eso, el Estado romano desconfiaba profundamente de ellos: debían recibir una au­ torización para funcionar y se les vigilaba estrechamente. Septimio Severo extendió así el derecho a constituirse en colegios a militares aún en activo. No obstante, esa autorización sólo se les con­ cedió a los suboficiales. Así, se conocían asociaciones de dupUcarii, de beneficiarios, de portadores de contraseñas, de comiculares, de optiones, de músicos, de soldados de caballería, de empleados del hos­ pital, de contables (librarii) y de guardianes de las armerías (custodes arm oru m }; y seguramente esta lista no es exhaustiva. Se sabe que los soldados implicados mantenían una caja (arca), confiada a un teso­ rero (quaestor)\ se reunían en una sala de los principia del campamento, llamada escuela; por lo general, ésta no era más que una pequeña ha­ bitación que contaba con unos bancos de piedra y un ábside, es decir, una pared semicircular. Se han encontrado numerosas inscripciones de constitución de colegios, llamadas «reglamentos» (leges). Esos tex­ tos se hallan siempre divididos en tres partes: comienzan con un preám­ bulo en el que se honra al emperador; sigue una lista de nombres, los de «los padres fundadores»; finalmente, vienen los artículos donde se fija la cantidad a pagar de entrada, y las sumas que deben reintegrarse al soldado en caso de promoción, jubilación, viajes e incluso de de­ gradación, o a su heredero en caso de fallecimiento. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la función de esas asociaciones. Según unos, tenían una finalidad religiosa, especialmente funeraria, como era el caso de los colegios de veteranos; para otros, el 65. E. E. Phang, The Marriage o f Román Soldiers, 2001, Leyde-Nueva York. 66. Bibliografía abundante: J.-P. Waltzing, Étude historique sur les corporations professionnelles chez les Romains, 1895-1900 (4. vols.); Y. Le Bohec, La I I l é Légion Auguste, 1989, p. 394; S. Perea Yébenes, Collegia militaría, 1999, Madrid.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

hecho de que los soldados se reunieran en un edificio de esas carac­ terísticas demuestra que tenían como razón de ser la celebración del culto imperial. A decir verdad, ninguno de esos argumentos es con­ vincente: las «leyes» halladas no dicen nada de eso. Otros especialis­ tas sostienen que esas corporaciones garantizaban la defensa de los in­ tereses profesionales de sus miembros; pero, incluso en ese caso, los textos de que disponemos no nos permiten aceptar sin más esa opi­ nión. Por el contrario, muestran claramente que los suboficiales im­ plicados se preocupaban por disponer a la vez de una banca de depó­ sitos y de una compañía de seguros, que desempeñaba un poco el papel de una caja de jubilación. Instituidos hacia 197-198, los colegios mili­ tares funcionaban todavía con Alejandro Severo. Y eso no es todo. Junto a esas ventajas materiales, concretas, Septimio Severo se esforzó por halagar a los soldados. Concedió a los centuriones el derecho a desfilar ataviados de blanco (albata decursio) y a los soldados, sin duda únicamente a los principales, les per­ mitió portar el anillo de oro (véase n. 62). Finalmente, hizo acuñar monedas que conmemoraban a algunas legiones. Todo ello no era for­ tuito: como se ha dicho, el emperador quería apoyarse en el ejército contra el Senado. Pero debemos subrayar que, por encima de todo, trataba de primar a los suboficiales, y no tanto a los simples solda­ dos. Igualmente, podemos por tanto preguntamos si no tenía otras preocupaciones: quizá deseaba mejorar el reclutamiento, atraer a los campamentos a la elite de la juventud y, sobre todo, incitar a los hom­ bres de alto rango a que realizaran esfuerzos para progresar en la je­ rarquía. Sin embargo, no se limitó a tratar de seducir a las tropas; inter­ vino también en la organización de la estrategia. En primer lugar, aumentó los efectivos,67 notablemente con las tres legiones denomi­ nadas «partas» (I, II y III); instaló dos de ellas en Mesopotamia y la tercera en las proximidades de Roma, y no se las confió a legados de rango senatorial, sino a prefectos ecuestres, decisión que era reflejo además de una elección política: en efecto, los equites estaban más di­ rectamente sometidos a la autoridad imperial; de todas formas, quizá era cada vez más difícil encontrar voluntarios entre la aristocracia. Si a esta medida se le añade el empleo creciente de destacamentos (uexillationes) ,68 mandados por duces o praepositi designados por el poder central cuando entraban en juego las grandes unidades, se com­ prenderá que esa práctica, al desarrollarse, debía desembocar, en las provincias, en la separación de los poderes civil y militar. 67. 68.

J. Carcopino, Mél. R. Dussaud, 1939, pp. 209-216. M. Christol, Carríéres senatoriales, 1986, pp. 35-39.

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A. von Domaszewski había reprochado a Septimio Severo que hu­ biese «barbarizado» el ejército; por el contrario, G. R. Watson y R. E. Smith69 se han hecho cargo de la defensa del soberano: éste no habría orillado a los ciudadanos romanos del ejército, de la misma manera que Vespasiano no había expulsado a los italianos. De hecho, importa muy poco la pureza de las intenciones del gobernante. ¿Qué es lo que se constata? Se observa cierto desorden en la calidad del re­ clutamiento a principios del siglo m, pero se trata de una degradación lenta, que quizá se acelere algo en ese momento, y que continúa un movimiento que ya había dado comienzo a finales del siglo n: los sol­ dados hablan un latín más vulgar, y el origo castris conoce un cierto avance en detrimento de los ciudadanos romanizados. Además, los le­ gionarios se ven realizando más a menudo tareas menos nobles, como la vigilancia de carreteras. Se ignora si Septimio Severo quiso o no esa regresión; al menos, las medidas que tomó sirvieron para frenarla, y el resto de su política militar permanece más reformadora que cual­ quiera de las que se han estudiado para los dos primeros siglos del Alto Imperio, excepción hecha de la organización del ejército querida por Augusto. En el 206, el emperador partió a combatir en Britania, donde mu­ rió en el 211. Su hijo y heredero, Caracalla, se vio obligado a luchar en tres frentes. En primer lugar, debió acabar la pacificación de la isla, tarea que había emprendido su padre. Después tuvo que rechazar a los germanos y los alamanes que amenazaban los Campos Decumates, y a los godos que presionaban las defensas del Danubio (212-214). Finalmente, partió hacia Oriente para guerrear contra los partos de Artabán IV (215-217). Murió durante este último conflicto, parece ser que provocando gran dolor en el conjunto de los soldados.70 Después de un lapso de tiempo, señalado por la usurpación de Macrino, el poder volvió a la familia de los Severos. Para conseguir la púrpura, Heliogábalo debió «comprar» la III Legión Cirenaica, que se encontraba cerca de su lugar de residencia. Su reinado se vio aún mar­ cado por una ofensiva de los marcomanos;71 se constata además que supo obtener la colaboración de personas notables para ocupar los car­ gos de mando del ejército.72 La historia de esta dinastía finaliza con otro reinado importante, el de Severo Alejandro. Primeramente, desde el 223, el ejército se en­ frenta en Oriente a una nueva ofensiva, en esta ocasión de los persas 69. 70. 71. 72.

R. E. Smith, Historia, XXI, 1972, pp. 481-500. Dion Casio, LXXVII, 3, 9, 16 y 24. Historia Augusta, EL, IX. Ibid .,V 1,2.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

sasánidas, mandados por Ardaschir; en el 232, el emperador en persona se presentó en el teatro de operaciones.73 Por otro lado, las legiones tuvieron que rechazar a los alamanes que atacaban la Galia.74 Al mismo tiempo estallaba una serie de insurrecciones en las dos Mauretanias,75 en Iliria, en Armenia y quizá en Isauria.76 Es indudable que esas agre­ siones, y quizá también las cualidades personales del gobernante, le condujeron a hacer evolucionar las estructuras del ejército; las cir­ cunstancias eran propicias: Severo Alejandro conoció el éxito en el con­ junto de su política militar, y ese acierto se explica en parte por su pro­ pio valor77 y asimismo por el de sus generales;78 los soldados no fueron los últimos en aprobar su conducta,79 aunque aparentemente no le ha­ yan seguido con entusiasmo todos sus oficiales.80 Sin embargo, de su reinado data una importante modificación de la táctica: el recurso cada vez más frecuente a unidades de arqueros y de jinetes, en particular aquellos provistos de corazas, los «catafractos» (véase p. 39); con el fin de responder a las nuevas necesidades, se reclutaron numerosos auxi­ liares en Oriente y en Mauretania. De esa forma se fue modificando paulatinamente el aspecto del ejército romano.

L a s CARACTERÍSTICAS DE LA CRISIS

La mitad del siglo m está marcada por una crisis profunda, grave, cuyo origen es esencialmente militar: su causa es la conjunción de las ofensivas de los germanos y del Estado iraní. En efecto, en el norte, los bárbaros que viven junto a las fronteras se ven presionados por otros recién llegados: el origen de esos movimientos, análogos a los desplazamientos de las bolas de billar, se encuentra en Extremo Oriente. Por el este, los partos arsácidas son derribados por una revolución que coloca en su lugar a una nueva dinastía, la de los persas sasánidas, ani­ mados por una intolerancia religiosa extraña y por un nacionalismo particularmente agresivo. Roma debe hacer frente simultáneamente como puede a esos dos frentes. Pero eso no es todo: las invasiones provocan una desorganización general. En primer lugar, en el dominio político, las exigencias de la 73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80.

Herodiano, VI, 3, 1 y 5, 9; Historia Augusta, Sev., AI., L, LV-LVI. Herodiano, VI, 7, 2 y VII, 2, 1; Historia Augusta, Sev. Al., LIX. H. Pavis D'Escurac, Mél. A. Piganiol, II, 1966, pp. 1.191-1.204. Historia Augusta, Sev. AL, LVIII, 1. Ibid., XXVII, 30; Zósimo, I, 11,2. Herodiano, VI, 1, 4. Historia Augusta, E l, XIII, 3, y XIV, 2; Sev. AL, I, 6-7; n, 3; XXI, 6. Historia Augusta, Sev. AL, XXIII, 1.

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guerra hacen que evolucione la naturaleza del poder. Los soldados ha­ cen y deshacen a su antojo, poniendo y quitando a los soberanos, a me­ nudo generales;81 los reinados son breves debido a los asesinatos. Y a continuación se degrada la economía, y se asiste a la ruina del comer­ cio, de las ciudades y del campo. Para colmo, la propia sociedad sufría en sus carnes las consecuencias de esos desórdenes; bandas de bando­ leros recorren las provincias, y los notables no pueden manifestar su ge­ nerosidad al servicio de la colectividad, no pueden demostrar su dadi­ vosidad. Finalmente, las conciencias se sienten turbadas: si los dioses permiten esos desastres es porque desean manifestar su irritación; pero ¿de qué pueden estar disgustados? Se piensa entonces en la famosa «im­ piedad» de los cristianos, que no honran a Júpiter ni a Marte, ni a nin­ guna otra de las potestades supremas; de ahí las persecuciones. La crisis del siglo m Crisis política: inestabilidad del poder Crisis económica: ruina generalizada Crisis militar (derrotas)^ - —— ► Crisis social: bandolerismo, dejación de responsabilidades Crisis moral: persecuciones

Sin embargo, no debemos exagerar la magnitud del desastre; la historiografía actual tiende a subrayar los límites de la crisis: no to­ das las regiones se vieron afectadas por igual, no todas las clases so­ ciales sufrieron de la misma manera, y no todas las épocas conocieron una desgracia parecida. Además, algunos soberanos supieron reac­ cionar, al precio de una cierta militarización del régimen. En una te­ sis brillante, pero llamada a suscitar controversia,82 K. Strobel consi­ dera que la crisis es, por encima de todo, psicológica, que surge de las mentalidades colectivas, y que se nutre más de los fantasmas de los ju­ díos y de los cristianos que de la realidad. En conjunto, se constata que la estrategia se vuelve más defensiva;83 la táctica utiliza más a la ca­ ballería acorazada y a los arqueros. Para mostrar esa evolución es pre­ ciso que volvamos a tomar el hilo de la cronología. 81. Historia Augusta, Tac., VII, 3. 82. K. Strobel, Das Imperium Romanum im «3. Jahrhundert», 1993, Stuttgart. Véase también M. H. Dodgeon y S. N. C. Lieu, The Román Eastem Frontier and the Persian Wars A.D. 226-363, 1991, Londres-Nueva York; A. R. Menéndez Argüín, Las legiones del s. I I I d. C. en el campo de batalla, 2000, Écija. 83. P. Le Roux, L’armée romaine... des provinces ibériques, 1982, pp. 169 y 361: del «ejército de la paz» al «ejército inmóvil».

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

LA CRISIS Y SUS LÍMITES

La crisis del siglo m se agrava con Maximino el Tracio. Ciertamente, ese emperador se muestra sobre todo como un excelente general;84 mo­ difica la composición del estado mayor85 y, bajo su reinado, encon­ tramos senadores capaces de ejercer el mando.86 Además, los frentes conocen un periodo de calma momentánea: la seguridad del Imperio se vería amenazada sobre todo por los germanos y, después, por sár­ matas y dacios. Podemos retener, no obstante, dos hechos, pues mar­ can el principio de una nueva era. Por un lado, y por primera vez, el emperador procedía de un medio muy humilde, pues había salido del rango de suboficial (véase p. 93). Por otra parte, la alerta militar pa­ reció suficientemente seria como para poner en juego importantes re­ cursos. Fue necesario conseguir grandes cantidades de dinero y la fiscalidad se convirtió en insoportable hasta el punto de que, en el año 238, estalló una revuelta en la provincia Proconsular: los africanos, supe­ rados por el peso de los impuestos, proclamaron como emperadores al gobernador y a su hijo, Gordiano I y Gordiano II. La legión de Numidia vaciló, pero después reprimió con ferocidad el movimiento* No obstante, los italianos siguieron la revuelta y, a pesar de la muerte de los nuevos soberanos, Maximino el Tracio desapareció. Fue sustituido por Gordiano III, nieto de Gordiano I, un niño cuyo reinado parecía simbolizar un retomo a la tradición, al menos a ojos de sus contemporáneos. La situación parecía tener algunos ele-, mentos positivos: Timesiteo, su primer prefecto del pretorio, pasaba por ser un estratega competente;87 los nobles proporcionaban al menos to­ davía una buena parte de los cuadros del ejército;88y los soldados no es­ taban descontentos de su nuevo jefe supremo.89 Sin embargo, en el plano militar, ese reinado se caracterizó por la detestable situación inherente a la crisis del siglo m en ese dominio, a saber: la conjunción de dos ata­ ques, uno en el frente oriental y otro en el norte. En efecto, desde el 238, los carpos y los godos franquean el Danubio, aunque son rechazados. Pero los persas pasan también al asalto.90 Esas guerras, incesantes y du­ ras, acabaron por agotar a los soldados, que se deshicieron de Gordiano III para colocar como sucesor a su último prefecto del pretorio, Filipo.91 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91.

Herodiano, VII, 1, 6. Herodiano, VII, 1, 4, Zósimo, I, 14, 2, Historia Augusta, Gord., XXVÜI, 3-4. Ibid., XXIV, 3. Ibid., XXII, 2, y XXITT, 1. Ibid., XXIII, 6, y XXVI, 3 y s. Ibid., XXX.

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Éste compró la paz en Oriente con el fin de dedicar sus esfuer­ zos al problema de Occidente. En el 244, los alamanes invaden Alsacia; a continuación, otros pueblos germánicos asaltan las provincias da­ nubianas, desde el 245 hasta el 247, y el 248 se asiste a un nuevo asalto de los carpos y los godos. El Imperio se hunde en la crisis; los sobe­ ranos se suceden. Decio, el primer emperador ilirio (las monedas ce­ lebran su exercitus illuricianus), es posible que poseyera cualidades mi­ litares,92 pero no le sirvieron de gran cosa cuando tuvo frente a sí al rey Kniva, que conduce a sus godos hasta Beroé y Filipópolis, en el año 250. Y no son las primeras grandes persecuciones contra los cris­ tianos las que calman a los bárbaros. El periodo más sombrío de esta crisis del siglo ni se sitúa sin duda en la época en que reinan conjuntamente Valeriano y su hijo Galieno. El 252-253, los alamanes y los francos abren brecha en las defensas romanas, saquean la Galia y llegan incluso hasta Hispania sin encon­ trar resistencia. Los godos se revelan aún como más peligrosos. Saquean el Asia Menor y la margen derecha del Danubio en el año 256, y en el 258 se les ve una vez más en Anatolia. Al mismo tiempo, esta­ llan insurrecciones en Numidia (253-258) y en Mauretania (253-260), y Dacia queda sumergida en ellas en el 256. No se sabe qué se le puede incriminar más a Valeriano, si su falta de suerte93 o de energía.94 Sin embargo, envió a su hijo Galieno a la Galia, del 254 al 258; los fran­ cos y los alamanes, combatidos desde el 256 al 258, se someten, al me­ nos formalmente; en el 258, una expedición se esfuerza por despejar las provincias danubianas. Pero los romanos se enfrentan a una si­ tuación difícil, espantosa: en el momento en que a duras penas se con­ tiene a los germanos por el norte, los persas pasan al ataque en el este. En el 256, Sapor toma Antioquía. Valeriano, que había ido a combatirle, es hecho prisionero en el 259 o el 260, y ejecutado, suprema humilla­ ción para el Imperio.95 Y eso no es todo: al mismo tiempo (259-260), cuados y sármatas amenazan la Panonia Inferior, cuyo gobernador, Ingenuus, se proclama emperador; hace acuñar monedas glorificando a las legiones de las que espera conseguir apoyo.96 Simultáneamente, los roxolanos se presentan en las fronteras de la Mesia Inferior, donde Regaliano, representando también él al Estado, reivindica igualmente la púrpura para sí; gana para su causa a los ejércitos de Panonia Superior 92. Zósimo, I, 21, 3; H. Mattingly y E. A. Sydenham, Rom. Imp. Coin., IV, 3, 1949, pp. 112. 114. 134, etc. 93. Historia Augusta, Aurei., XLII, 4 (véase, sin embargo, Carus, III, 5). 94. Zósimo, I, 36, 2. 95. J. Guey, Revue Ét. Anc., LVII, 1955, pp. 113-122. 96. J. Fitz, Mél. J. Carcopino, 1966, pp. 353-365, e Ingenuus et Régatien, Coll. Latomus, LXXXI, 1966.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

y Dacia. Estallan, por tanto, de manera simultánea, las invasiones y las usurpaciones que tan bien caracterizan la crisis del siglo m.

L a s REACCIONES A LA CRISIS

A la muerte de Valeriano, la situación es particularmente delicada para su hijo Galieno.97 Por lo que se refiere a este último, la tradición senatorial nos ha legado el retrato de un emperador libertino que, mien­ tras los bárbaros asaltaban el Imperio, «frecuentaba los tugurios y las tabernas, hacía amistad con rufianes y borrachos, abandonándose a su mujer Salonina y a su amor escandaloso por una hija de Atalo, rey de los germanos, llamada Pipa».98 No obstante, supo revelarse como un gran reformador y los historiadores actuales tienden a rehabilitarle, pero fue heredero de una difícil situación. En primer lugar, en política exterior, continuó la coincidencia en­ tre las acciones de los adversarios. Mientras Galieno preparaba una guerra contra los persas, en el 259-260 los francos llevaron a cabo su segunda gran invasión sobre la Galia: se envió a Postumus para ha­ cerles frente. En el 261, los alamanes llegaron a Italia; se reunió en Milán un gran ejército, y algunas de las monedas de Galieno que evo­ can unidades militares celebran, según M. Christol," a las tropas que formaron esa fuerza. En las monedas de plata que el emperador hizo acuñar (¿desde 258-259?) se encuentran mencionadas las cohortes pretorianas y numerosas legiones: I Adiutrix, I Itálica, I Minervia, II Adiutrix, II Itálica, II Pártica, III Itálica, IV Flavia, V Macedónica, VII Claudia, VIII Augusta, X Gemina, XI Claudia, X III Gemina, XIV Gemina y XXX Vlpia (véase lám. XXXVI, 37a). Eso no impidió que, en el 267, los go­ dos saquearan Tracia, Grecia y Capadocia, mientras que los alamanes atacaban de nuevo, pero ahora en Retia; el emperador en persona in­ tervino contra los germanos.100 Los piratas saquearon las costas de Britania y de la Mancha, y los blemmios se lanzaron sobre el valle del Nilo. Esos desórdenes facilitaron las usurpaciones que, a su vez, acre­ centaron las dificultades militares. En Occidente, Postumus creó un Imperio romano de las Galias y, en el 268, en Milán, una conjura per­ 97. H.-G. Pflaum, Historia, XXV, 1976, pp. 110-117; L. De Blois, The Policy o f the Emperor Gallienus, 1976. 98. Aurelius Víctor, De Caes., XXXIII, 6; véase también Historia Augusta, GalL, XVn, 4 s., y XXI, 3. 99. M. Christol, Bull. Soc. Frang. Numismat., XXVII, 1972, pp. 250-254. H. Mattingly y E. A. Sydenham, Rom. Imp. Coin., V, 1, 1927, pp. 92-97. 100. Zósimo, I, 30, 2 y 37, 2 (más bien favorable a Galieno).

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mitió que Aureolus vistiera la púrpura. A Postumus le sucedió Victorinus (lám. XXXVI, 37b). Oriente fue también testigo de la presencia de va­ rios soberanos ilegítimos, como Macrieno y Quietus, en el 260, y des­ pués Emiliano. Pero fue sobre todo la ciudad de Palmira la que de­ sempeñaría un papel importante. Presionado por su esposa, la célebre Zenobia, el rey Odeynath creó un verdadero imperio. Soñaba con ex­ tender su dominio hacia Anatolia y Egipto, lo que, por otra parte, con­ siguió. Quizá el principal mérito de Galieno haya sido el de haber com­ prendido que no disponía de medios suficientes para resistir a esas fuerzas centrífugas; además, advirtió que de hecho esos usurpadores, si no combatían a favor suyo, sí lo hacían al menos por Roma, contra los persas y los germanos. Pero actuó mucho mejor reformando el ejér­ cito con que contaba. Instauró una nueva guardia de corps, la de los protectores. Por encima de todo, modificó el mando de las legiones, sin duda en el año 262. Según Aurelius Victor,101 «prohibió a los senado­ res la carrera militar y el acceso al ejército». Un historiador ha supuesto que lo único que hizo fue ratificar una situación de hecho: debido a la dureza de las guerras, los senadores no querrían ya servir en el ejército; Galieno suprimió entonces sus funciones, la de legados y de tribunos laticlavios, y de esa manera los prefectos del campamento se encontraron situados al frente de las legiones, por la desaparición de los dos rangos superiores. Todas las legiones recibieron entonces un encuadramiento uniforme, siguiendo el modelo de las estacionadas en Egipto o de las tres llamadas «partas». Al mismo tiempo, los gober­ nadores de provincias del orden senatorial se vieron sustituidos pau­ latinamente por praesides de rango ecuestre, a los que permanecieron sometidos los prefectos de las legiones. Parece que, al menos durante cierto tiempo, se mantuvieron algunas excepciones: algunas provin­ cias quedaron en manos de senadores. Pero, en conjunto, esa evolu­ ción reforzó la profesionalidad del cuerpo de oficiales. Además, Galieno primó el papel de la caballería en la táctica y en la estrategia: al hacerlo así, extraía lecciones de los acontecimien­ tos de los años 252-253 y 259-260 (los bárbaros no habían encontrado obstáculo alguno al atravesar el limes). El número de jinetes por legión pasó de 120 a 726 hombres; los destacamentos se confiaron a praepositi ecuestres y el mando de fuerzas más amplías a los duces ; se crea­ ron nuevas unidades montadas, y el emperador aumentó el número de las antiguas unidades de esa clase, las dálmatas y las moras, los p rom o ti, los scutari y los stablesiani. Con el tiempo, esa evolución de­ 101. Aurelius Víctor, De Caes., XXXIII, 34 (véase XXXVII, 6); M. Christol, Corrieres se­ natoriales, 1986, pp. 39-48 (¿262?).

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sembocó en el nacimiento de una reserva móvil estacionada detrás de la frontera; se trataba de una innovación estratégica que suponía una pequeña revolución. Sin embargo, la infantería continuó siendo la reina de las batallas. Todas esas reformas complacían a los soldados;102 con el fin de ganárselos aún más, Galieno amplió entonces hasta la tropa el dere­ cho a desfilar ataviados de blanco, con esa albata decursio que, desde la época de Septimio Severo, era privilegio de los centuriones. En suma, el reinado de ese emperador vale mucho más de lo que nos ha infor­ mado la tradición senatorial: es cierto que los enemigos atacaban por todas partes a la vez y que se multiplicaban las usurpaciones. Pero el Imperio no se hundió, el ejército se vio mejor adaptado a su misión, e incluso se puede asistir a un cierto renacimiento cultural en las artes y el pensamiento, colocado bajo el signo del helenismo. Cesaron las persecuciones a los cristianos. Salonina y Plotino se esforzaron por restablecer la unidad moral del mundo romano en tomo al neoplato­ nismo. A partir de entonces, la situación fue mejorando lentamente. Galieno murió al ir a combatir a Aureolus. Le correspondió a su sucesor, Claudio II, llamado «el Gótico», poner fin a ese intento de usurpación. Los alamanes fueron vencidos de nuevo, esta vez en las proximidades del lago Garda. Pero el gran éxito del reinado, el que le valió el sobre­ nombre al emperador, tuvo lugar cerca de Nish, en el año 270, a costa de los godos. Entretanto, también en el 270, Zenobia extendía su do­ minio a Egipto y el Asia Menor; Claudio II falleció sin haber podido hacer nada al respecto. Añadamos que se le ha adjudicado el que, en general, recurriera de manera creciente a los auxiliares bárbaros. El siguiente reinado no presenta el menor interés. Aureliano trató una vez más de conseguir la unanimidad en el Imperio, en esta oca­ sión en tomo al culto al dios Sol. Se ocupó, sobre todo, de combatir, en persona o utilizando a los generales. Desde el 270, francos y alamanes se vieron rechazados de la frontera del Rin. Ese mismo año, en el Danubio, se apiñaban los marcomanos, los vándalos y los sármatas; en el 271 les sucedieron los godos. Pero el emperador llevó a cabo dos campañas en Oriente, en los años 271-272 y 272-273, para someter a Zenobia y a su hijo Waballath.103Desde su regreso, en el 273, Aureliano guerreó contra los alamanes, los francos y, sin duda también, contra los carpos.104 En el 274, fueron de nuevo los alamanes, esta vez junto con los juthungas, quienes atacaron Retia; después, a finales de ese 102. 103. 104.

Historia Augusta, Gal!., XV, 1. Historia Augusta, Aurei., XXII, 1 y s. Ibid., XXX, 4.

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mismo año, y siempre los alamanes, aliados de los francos para la oca­ sión, atacaron en el Rin. Igualmente, en el 274 se evacuó Dacia. También hay constancia de la existencia de problemas en Britania. Algunos de esos encuentros no resistieron excesiva gravedad; no se dieron ni victorias ni desastres extraordinarios. Y esa situación se prolongó todavía con Tácito: en el 275, los godos una vez más, se lan­ zaron sobre Asia Menor, y los francos y los alamanes pasaron a la Galia en el 275-276. Se habla a veces de una hipotética restauración sena­ torial bajo este gobernante; si ocurrió, nada tuvo que ver con el ejér­ cito y, de cualquier manera, fue efímera. Se suceden los reinados, en general breves, pero dichosos: los em­ peradores de este final del siglo m, la mayoría de ellos originarios de Iliria, pasan por ser buenos generales. Ése fue todavía el caso de Probo,105 quien supo ganarse la simpatía de los soldados,106 a pesar de llevar a cabo numerosas campañas.107 En 276-278, los francos y los alamanes fueron expulsados de la Galia, y los burgundios y los vándalos, de Retia. En 278-279, una campaña barrió a los godos, y quizá a los getas, de Tracia e Iliria. En 280-281, el emperador se trasladó a Asia, donde se enfrentaría a los persas, y después a Egipto, donde aplastó a los blemmios. Durante su reinado tuvo lugar un hecho curioso, pero significa­ tivo:108 los francos, que habían sido deportados a las riberas del mar Negro, robaron barcos, franquearon los estrechos, atravesaron a con­ tinuación el Mediterráneo, sin detenerse excepto para saquear, pasa­ ron a los pies del peñón de Gibraltar, remontaron hacia el norte y re­ gresaron a su patria. Esa anécdota muestra que la marina romana no se hallaba a la altura de su tarea. De hecho, la piratería hacía estragos siempre, en especial en la Mancha y en las costas de Britania. Y los últimos soberanos de esa época a la que denominamos Alto Imperio, Caro y sus hijos, Carino y Numeriano, no pudieron hacer nada eficaz en ese aspecto. La Historia Augusta109 acusa a Caro de haber militarizado el Estado para com­ placer a los soldados, pero esa tendencia había dado comienzo hacía ya largo tiempo. Sobre todo debió combatir en dos frentes110 y recha­ zar primero a los sármatas y después a los persas. Había pensado in­ cluso invadir Mesopotamia, cuando falleció. Sin duda por desidia,111 sus hijos evacuaron los territorios conquistados. Murieron, el primero 105. 10Ó. 107. 108. 109. 110. 111.

Historia Augusta, Tac., XIV, 3, y Prob., IV. Historia Augusta, Prob., VIII, 1, y X, 9. Ibid., XI, 9. Aurelius Victor, De Caes., XXXIII, 3; Panégyriques, IV, 18, 3; Zósimo, I, 71, 2. Historia Augusta, Carus, V, 4, y VII, 1. ibid., vni, 1. Zósimo, I, 72, 1 (sobre Carino).

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quizá asesinado, y el segundo con grandes probabilidades de que así fuera, y el poder pasó a manos de Diocleciano; pero entonces comienza una nueva época.

El ejército, la guerra y la propaganda política Al hilo de las páginas precedentes, queda claro que se han valo­ rado en varias ocasiones los vínculos existentes entre los soberanos y los ejércitos: el Imperio vive bajo una monarquía militar; y los gober­ nantes lo saben: sin ninguna vergüenza, utilizan una sorprendente pro­ paganda política que ha llegado hasta nosotros gracias a las inscrip­ ciones y las monedas.

E l TEMA DE LA VICTORIA

En primer lugar, se esfuerzan por convencer a sus administrados de que su sola presencia es suficiente para garantizar la victoria. Al ha­ cerlo, juegan, no sin una gran habilidad, con el sentido de la palabra imperator. En la época republicana se designaba con ese nombre a un ge­ neral victorioso, cuyo éxito había sido reconocido por sus propios soldados, quienes le habían concedido el título a guisa de elogio. Bajo el Imperio se mantuvo esa tradición, y tenemos dos autores diferen­ tes que relatan cómo fue Tito honrado de esa manera. «En el último asalto a Jerusalén —cuenta Suetonio— ,112 él [Tito] abatió a doce de­ fensores de la ciudad con el mismo número de flechas, y la tomó el díá del aniversario del nacimiento de su hija. La alegría de los soldados y el cariño que sentían por él era tan vivo que, al felicitarle, le saluda­ ron como imperator.» Flavio Josefo113 relata el mismo episodio, pero haciendo uso de una tradición diferente: «Ahora que los rebeldes es­ taban refugiados en la ciudad y que el Santuario propiamente dicho, así como los edificios próximos, se hallaban en llamas, los romanos trajeron las enseñas al patio del Templo y, habiéndolas plantado frente a la puerta oriental, le ofrecieron sacrificios en ese mismo lugar, y de­ clararon a Tito imperator con las más fuertes aclamaciones.» En su origen, ese honor iba dedicado al general que había ejer­ cido el mando efectivo en la batalla y le abría el camino para recibir un posible triunfo en la Ciudad; pero, a partir del 19 aC., Augusto se 112. 113.

Suetonio, Titus, V, 3. Flavio Josefo, G. L, VI, 6, 1 (316).

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reservó la exclusiva de una ceremonia tan prestigiosa; desde enton­ ces, cualquier victoria de las armas romanas no se debía al talento del general al mando, sino a su propio poder divino, a su numen, que habría inspirado al general que se hallaba en el campo de batalla. Después de esa fecha, sólo el príncipe máximo tenía derecho al triunfo y a recibir las aclamaciones: Augusto acumuló veintiuno, Tiberio ocho, Claudio veintisiete, y así sucesivamente. Esa utilización de la victoria con fines de propaganda política tomó tanta importancia que algunos soberanos se atribuyeron títulos de éxito cuando sus tropas habían sufrido una derrota. Para desembarazarse de los dacios, Domiciano compró la paz; pero no por ello dejó una vez más de proclamarse im pera tor.4 Sin embargo, ese título cubre otras dos rea­ lidades diferentes: puede, por tanto, servir para designar a un ofi­ cial que ha ganado una batalla, pero también para mencionar al jefe de Estado en nombre del cual los romanos han obtenido un éxito o para recordar al soberano de una manera general, como evocación del emperador. Muy pronto aparecieron otros elementos de titulación en recuerdo de victorias. Ya en época de Augusto, un príncipe fue llamado Germanicus para celebrar la dominación de Roma sobre Germania; más tarde otro, y por razones análogas, recibió el nombre de Britannicus. Calígula fue el primero en darse a sí mismo un apelativo evocando un triunfo: fue precisamente él quien se hizo designar como Germanicus; después, Claudio fue también Germanicus, y además Britannicus. Desde ese momento, las inscripciones que mencionan a soberanos comprenden a la vez esos títulos y las aclamaciones imperiales. Así, el célebre arco de Benevento se halla ornado con un texto en el que a Trajano, que lleva el título de imperator en sus dos sentidos, se le honra mediante la invocación de sus éxitos bélicos:115 « Al emperador [imperator] César Nerva Trajano, hijo de Nerva divinizado, el mejor [de los príncipes], Augusto, Germánico, Dacio [= 'Vencedor de los germanos y de los da­ cios”], soberano pontífice, revestido con su decimoctavo poder tribu­ nicio, aclamado vencedor [imperator] siete veces, seis veces cónsul, pa­ dre de la patria, príncipe muy valiente; el Senado y el pueblo de Roma [le han hecho erigir este arco].» Esa costumbre de ponerse sobre­ nombres en recuerdo de los pueblos vencidos duró hasta el Bajo Imperio y, a partir de Marco Aurelio, se le añadió el superlativo: este soberano se hizo llamar «muy grande vencedor de los partos». Por el contrario, a partir de Gordiano III, los emperadores dejaron de añadir sus triun­ fos, reales o supuestos. 114. 115.

Plinio el Joven, Pan., XII, 2. Corpus inscr. lat., n.° 1.558.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

El tema de la victoria en las titulaciones imperiales116 Emperadores Augusto117 Tiberio Calígula Claudio118 Nerón Vitelio Vespasiano Tito Domiciano Nerva Trajano

Adriano Antonino Pío Marco Aurelio

Lucio Vero

Cómodo

Septimio Severo

Caracalla

Geta

Títulos

Salutaciones imperiales 21 8

Germanicus Germanicus, Britannicus (Germanicus) Germanicus

Germanicus Germanicus Germanicus (con Nerva) Dacicus Parthicus

27

20 17 22 2 13

2 ¿Germanicus? 2 ¿Dacicus? Armeniacus Parthicus maximus 10 Medicus Germanicus Sarmaticus Armeniacus | Parthicus maximus r con Marco Aurelio 5 Medicus J Germanicus 1 Sarmaticus f con Marco Aurelio 8 Britannicus J Arabicus Adiabenicus 15 Parthicus maximus Britannicus maximus Parthicus maximus 1 con Septimio Britannicus maximus J Severo 3 Germanicus Arabicus Adiabenicus Britannicus con Septimio Severo

116. R. Cagnat, Épigraphie latine, 1914 (4.ft ed.), pp. 177-231. 117. El sobrenombre de Germanicus se le concedió al nieto de Livia, esposa de Augusto. 118. A semejanza de Calígula, Claudio toma el de Germanicus más como nombre de persona que como sobrenombre de victoria; e! hijo de Claudio y de Mesalina, más conocido como Britannicus, fue primeramente llamado Germanicus (Suetonio, CL, XXVII, 1).

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HISTORIA DEL EJÉRCITO ROMANO

Emperadores Maximino el Tracio

Títulos

Salutaciones imperiales

Germanicus maximus Sarmaticus maximus Dacicus maximus

Gordiano III Filipo

Parthicus maximus Persicus maximus Carpicus maximus Germanicus Filipo, hijo Carpicus ] Germanicus j con Filip0* padre Decio Dacicus maximus Valeriano Germanicus maximus Galieno Germanicus maximus Dacicus maximus Parthicus maximus Persicus maximus Postumo Germanicus maximus Claudio II, «El Gótico» Germanicus maximus Dacicus maximus Parthicus maximus Aureliano Garmanicus maximus Gothicus maximus Parthicus maximus Carpicus maximus Dacicus maximus Britannicus maximus Sarmaticus maximus Persicus maximus Waballath Arabicus maximus Adiabenicus maximus Gothicus maximus Tácito Probo Germanicus maximus Gothicus maximus Persicus maximus Caro Germanicus maximus Carino Persicus maximus con Caro Germanicus maximus Britannicus maximus

VÍNCULOS ENTRE LOS EMPERADORES Y LAS UNIDADES

Además, especialmente en el siglo m, los emperadores se esfor­ zaron por establecer vínculos personales y políticos con los diferentes cuerpos, concediéndoles títulos honoríficos.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

Las tropas romanas podían recibir tres ciases de sobrenombres. Unos evocaban al emperador bajo el que había sido constituida la uni­ dad, por ejemplo, ala I Flauia o legio V II Claudia. Sólo los soberanos de los siglos I y II recurrieron a esa práctica: Augusto, Claudio, Galba (Sulpicius), los Flavios, Vespasiano, Nerva, Trajano (Ulpius o Traianus), Adriano y Antonino Pío (Aelius), Marco Aurelio y Cómodo (Aurelius), y Septimio Severo (Septimius). Un caso particular nos lo presentan aquellas legiones conocidas como « Geminae», que son el resultado de la fusión de otras dos ya existentes.119 En segundo lugar, disponemos de aquellos epítetos que indican alguna virtud. La VII Legión Gemina fue proclamada «feliz» (felix) en 73-74 y «piadosa» a principios del si­ glo ni; la III Legión Augusta es denominada «piadosa y vengadora» desde Septimio Severo hasta el 238, y «piadosa y fiel» bajo la Tetrarquía. En tercer lugar, las unidades recurren a otros sobrenombres cono­ cidos como «variables»,120 pues cambian con cada soberano; y se les añade indicando el padre fundador de la legión, de la cohorte o del ala; así, la legio I I I Augusta será igualmente Antoniana, después Alexandriana, más tarde Maximiniana y así sucesivamente. Esa práctica tiene su ori­ gen en una medida de Domiciano que quería honrar así a las tropas de Germania; Cómodo volvió a utilizarla, pero no se convirtió realmente en algo habitual hasta principios del siglo m. Fue muy frecuente y afectó tanto a la guarnición de Roma como a los ejércitos de fronteras o a la flota. He aquí la lista de sobrenombres atestiguados.121 Domitianus,-a Commodianus,-a Septimianus,-a Seuerianus,-a (desde Septimio Severo) Antonianus,-a Alexandrianus,-a Seuerianus,-a; Alexandrianus,-a Maximinianus,-a Pupienus,-a Balbinus,-a

Gordianus,~a Philippianus,-a Decianus,-a Gallianus,-a; Volusianus,-a Valerianus,-a; Gallienus,-a Postumianus,-a Claudianus,-a Tetricianus,-a Aurelianus, -a

El significado de esta tercera categoría de sobrenombres ha sido recientemente analizada por J. Fitz,122 quien cree que sólo se trata de menciones estrictamente cronológicas; así, en un cursus, cuando un 119. Dion Casio, LV, 23. 120. G. M. Bersanetti, Athenaeum, XVIII, 1940, pp. 105-135, y XXI, 1943, pp. 79-91. 121. Señalemos que se escribe legio V il Gemina Antoniniana, pero ala Parthorum Antoninianorum. 122. J. Fitz, Oikumene, I, 1976, pp. 215-224, y Acta Arch. Slov., XXVIII, 1977, pp. 393-397.

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personaje dice que ha sido tribuno de la V III Cohorte Pretoriana Philippiana, quiere simplemente decir que la inscripción ha sido gra­ bada en la época de Filipo el Arabe. Algunas inscripciones confirman esa interpretación. No obstante, en otros casos, en particular para los inicios del siglo m, esos sobrenombres parecen haber sido concedidos como un honor; más tarde se instauró un cierto automatismo,123 pero es difícil creer que los emperadores no hayan tenido jamás segundas intenciones en ese terreno.

Conclusión Cuando se contemplan con visión de conjunto los tres primeros siglos del ejército romano imperial, el historiador constata que, en ese campo, la evolución desempeña un papel relativamente secunda­ rio; predominan los elementos permanentes. Sólo cuatro soberanos supieron provocar transformaciones importantes, y Augusto conti­ núa siendo el más activo de ellos, pues, no contento con poner en mar­ cha nuevas estructuras, fue además un gran conquistador. Por el con­ trario, Trajano no fue más que un ejecutante: emprendió grandes expediciones prácticamente sin modificar la organización heredada. En contrapartida, Septimio Severo y Galieno promovieron reformas mucho más importantes de lo que se ha pensado, sobre todo en el caso del primero de ellos; además, a lo largo de todo el siglo m, hubo mo­ dificaciones cuyos detalles aún son mal conocidos debido a las lagu­ nas documentales. Pero la crisis impuso una renovación de la táctica, de la estrategia y del sistema de reclutamiento. Se revela ahí un ele­ mento esencial para quien quiera comprender la eficacia del ejército romano: su capacidad de adaptación a las circunstancias.

123.

Y. Le Bohec, Epigraphica, XLILE, 1981, pp. 127-160.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

Apéndice: Movimientos de las legiones en los siglos i y n Únicamente citamos aquí las legiones mejor conocidas y los des­ plazamientos principales efectuados por ellas. El artículo «Legio» de la Realencyclopadie124 y el libro Les légions constituyen las actualiza­ ciones más completas disponibles hasta el momento; a ellas remitimos al lector que desee más detalles. I Adiutrix: Germania, de Vespasiano a Domiciano; Panonia, con Domiciano; Dacia a principios del siglo n; después Panonia. I Germánica: Germania, bajo los Julio-ciaudios. I Itálica: Mesia, desde Vespasiano. I Minervia: Germania, desde Domiciano. I Parta: Mesopotamia, desde Septimio Severo. II Adiutrix: Britania, bajo los Flavios; Panonia, a partir de Domiciano. II Augusta: Hispania, bajo Augusto; Germania, con Tiberio; Britania, a partir de Claudio. II Itálica: Nórica, a partir de Marco Aurelio. II Parta: Italia, a partir de Septimio Severo. II Trajana: Siria, con Trajano; Egipto, a partir de Adriano. III Augusta: África-Numidia, de Augusto a Diocleciano. III Cirenaica: Egipto, de Augusto a Trajano o Adriano; Arabia a continuación. III Gallica: Siria. III Itálica: Retia, a partir de Marco Aurelio. III Parta: Mesopotamia, a partir de Septimio Severo. IV Flavia: Dalmacia, de Claudio a Domiciano; Mesia, bajo Domiciano y Trajano; Dacia, a principios del siglo n; Mesia, a continuación. IV Macedónica: Hispania, de Augusto a Claudio; Germania, bajo Claudio. IV Escitia: Mesia, bajo los Julio-claudios; Siria a partir de Nerón. V Alondra: Germania, bajo los Julio-claudios; Mesia, bajo los Flavios. V Macedónica: Mesia (salvo Nerón: Siria). VI Ferrata: Siria, en el siglo i; Arabia, bajo Trajano; Judea, a par­ tir de Adriano.

124. E. Ritterling, Realencyclopadie, XII, 2, 1925, en la voz Legio] J. C. Mann, Legionary Recruitrmnt, 1982; Th. Franke, Die Legionslegaten der rómischen Armee, 1991 (2 vols.), Bochum; Les légions de Rome soits le Haut-Empire, Y. Le Bohec (ed.), 2 vols,, 2000, Lyon.

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VI VII VII VIII IX X X XI X II X III X IV

XV XVI XX XXI X X II XXII XXX

287

Victrix: Hispania, bajo los Julio-claudios; Germania, bajo los Flavios y Trajano; Britania, a partir de Adriano. Claudia: Dalmacia, con Claudio; después, Mesia. Gemina: Hispania, a partir de Vespasiano. Augusta: Dalmacia, después Panonia, a continuación Mesia, bajo los Julio-claudios; Germania, a partir de Vespasiano. Hispana: Dalmacia, y después Panonia, hasta Claudio; Britania, de Claudio a Domiciano. Fretensis: Siria, bajo los Julio-claudios; Judea, a continuación. Gemina: Hispania, hasta Claudio; Panonia, bajo Nerón; Germania, con los Flavios; Panonia, a partir de Trajano. Claudia: Dalmacia, bajo Claudio y Nerón; Germania, con los Flavios; Mesia, a partir de Trajano. Fulminata: Egipto, bajo Augusto y Tiberio; Siria, de Tiberio a Nerón; Capadocia, a partir de Vespasiano. Gemina: Retia, y después Germania, de Augusto a Claudio; Panonia, de Claudio a Trajano; Dacia, a partir de trajano. Gemina: Germania, de Augusto a Claudio; Britania, con Claudio y Nerón; Germania, de Vespasiano a principios del reinado de Domiciano; después, Panonia. Apollinaris: Dalmacia, y después Panonia, hasta Trajano, salvo con Nerón (Siria); a continuación, Capadocia. Flavia: Capadocia, de Vespasiano a Trajano; Siria, a partir de Adriano. Valeria Victrix: Dalmacia, y después Germania, bajo Augusto y Tiberio; Britania, a partir de Claudio. Rapax: Retia, y después Germania, hasta Domiciano. Dejotariana: Egipto, hasta Adriano. Primigenia: Germania. Vlpia: Panonia, bajo Trajano; Germania, a partir de Adriano.

C a p ít u l o

VIII

EL PAPEL MATERIAL. ECONOMÍA Y DEMOGRAFÍA Sin duda alguna, la principal razón de ser de los soldados con­ siste en hacer la guerra, en matar sin dejarse matar. Hemos visto an­ tes cómo sabía Roma prepararse para esa eventualidad y hacer frente a la necesidad. Pero junto a ese papel militar, y como consecuencia indirecta, las tropas cumplían una función económica. Los imperati­ vos de la defensa ocupaban un lugar preponderante en la vida y en las preocupaciones de las gentes del Alto Imperio romano, convirtiéndose el ejército en un elemento importante de la sociedad:1 «¿Quién po­ dría, oh Galio —se pregunta Juvenal— ,2 enumerar los privilegios del oficio de las armas?» Por otro lado, en las provincias, el paisaje y la existencia misma de las poblaciones se ven modificados por la pre­ sencia de ese elemento dinámico. Es eso lo que ha demostrado el es­ tudioso británico P. Salway, aunque ciertamente para un territorio res­ tringido.3 Con el fin de simplificar, se puede decir que esas transformacio­ nes afectan esencialmente a dos ámbitos: el económico y el demográ­ fico.

El ámbito económico La vida económica del mundo mediterráneo se vio transformada de diferentes maneras por la presencia de los soldados, y pueden com­ probarse, en todo aquello afectado por las actividades puramente mi­ litares, actividades de alguna manera profesionales.

1. J. Gagé, Les classes sociales dans l'Empire romain, 1971, 2.a ed., pp. 133-138 y 249-272. 2. Juvenal, XVI, 1-2. 3. P. Salway, The Frontier People o f Román Britain, 1965.

290

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

C o n s e c u e n c ia s

e c o n ó m ic a s d e l p a p e l d e s e m p e ñ a d o p o r l o s m il it a r e s

Ya hemos visto que las consecuencias fueron múltiples. La «paz rom a n a »4

La primera tarea de las legiones consistía en impedir que un even­ tual enemigo penetrase en las provincias. De todas formas, cualquier historiador sabe que la guerra arruinaba los territorios en los que se desarrollaba; se incendiaban los campos, se cortaban los caminos, las ciudades se veían sometidas al pillaje. Cerrar el paso a los bárbaros servía para favorecer la prosperidad. Además, la expresión «paz ro­ mana» presenta un doble significado: implica a la vez ausencia de con­ flicto y presencia de bienes que fluyen de ella. La ideología imperial se basaba en buena medida en un encadenamiento de beneficios: victo­ ria —>paz —> prosperidad. Pero, si en el exterior, los bárbaros representaban un peligro,5 en el interior, los bandoleros suponían otro. En ambos frentes, la repre­ sión incumbía al ejército: el mantenimiento del orden, objetivo bus­ cado por el Estado, suponía un todo indisociable en las mentalidades de la época, que no concibieron de forma clara la existencia de una fuerza de policía o de gendarmería importante e independiente, no obs­ tante con dos excepciones notables: los vigilantes de Roma y algunos hombres al servicio de los magistrados municipales para atrapar a los ladrones de gallinas. Pero, de hecho, numerosas unidades (véanse los caps. I y II de la parte I) desempeñaban un papel muy poco cas­ trense. En la capital, a parte de los vigilantes, se estacionaban despla­ zados (?) y «frumentarios» que servían, los primeros, de ejecutores dis­ cretos de las tareas de rango inferior del poder, y los segundos, de espías, algo así como nuestros modernos agentes «de información general». En Italia y en provincias, existían puestos (stationes) diseminados sobre todo a lo largo de los caminos; los soldados que se hallaban estacio­ nados en ellos (véase cap. II) tenían títulos diversos, burgarii o stationarii, y la autoridad acantonaba también beneficiarii; al finalizar su servicio en el destacamento (expleta statione),6 daban gracias a los dioses antes de regresar a sus cuerpos de origen. Pero también se utilizaba 4. Expresión empleada por Séneca, Clem., I, 4, 2 (véase Prou, IV, 14); la misma idea se encuentra en Tácito, Agr., XXX, 7 (paz y dominación). 5. Petronio, Satiricón: relato que ocurre en parte en medio de truhanes; Apuleyo, Metam., IV, 1-27; Dion Casio, LXXV, 2; Corpus inscr. lat., III, n.° 3.385, VI, n.° 234, VIII, n.° 2.728 = 18.122, 13-17, XI, n.° 6.107. J. Gagé, op. cit., pp. 143-152; R. Mac Mullen, Enemies o f the Román Order, 1966, pp. 255-266 (véase p. 212). 6. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 17.626. H. Lieb, en Britain and Rome, 1965, pp. 139-144.

EL PAPEL MATERIAL

291

con ese mismo fin a aquellos militares cuyo papel táctico les predis­ ponía a la movilidad, especialmente los frumentarii y los speculatores. Finalmente, no hay ninguna duda de que las unidades colocadas a las órdenes de los gobernadores de las provincias servían como fuerzas de policía, en particular en aquellas regiones donde no existía la amenaza de un enemigo exterior; las guarniciones de Lyon y de Cartago ilustran bien esa situación, pero debemos recordar (p. 227) que no había mu­ chos lugares del Imperio desprovistos por entero de tropas. El ejército actuaba, por tanto, de sustituto allí donde era necesa­ ria una gendarmería que no existía, y completaba así el papel de las autoridades locales. Las «exploraciones» Seguramente, el mantenimiento del orden favorecía la prospe­ ridad; pero no es éste el único aspecto que debemos considerar. Desde hace mucho tiempo, los historiadores han atraído la atención sobre lo que ellos llaman, impropiamente, las «exploraciones»7 (de he­ cho, lo más frecuente es que se trate de expediciones organizadas por el ejército), y hay quienes creen que el lucro era el móvil de esas empresas. Así, en 30-29, el prefecto de Egipto, Cornelius Gallus, remontó el Nilo hasta Philae. En 25-24, Augusto encargó a Aelius Gallus, también prefecto de Egipto, que reconociera Arabia; ese oficial alcanzó, sin duda, los límites del Hadramaut y del Yemen, pero la operación se con­ virtió en un desastre. Su sucesor, Petronius, reemprendió el proyecto de Cornelius Gallus e hizo una especie de marcha por el territorio si­ tuado al sur de Siene.8 En la época de Nerón, los pretorianos remon­ taron el Nilo y alcanzaron Meroe.9 Más al oeste, en el actual Magreb, las relaciones entre guerra y comercio quizá hayan sido valoradas para el caso del Fezzan, según un breve trabajo de Ch.-M. Daniels,10 quien ha establecido que la abundancia de cerámica romana acompañaba los progresos hechos por los militares en el conocimiento de ese te­ rritorio. Así, en el 19 aC., L. Cornelius Balbus recibió los honores del triunfo por haber combatido hasta alcanzar esa región; pero apare­ cen muy pocas muestras de aquellos recipientes que se remonten hasta la época de los Julio-claudios; los intercambios alcanzaron su apogeo 7. M. Cary y E. H. Warmington, Les explorateurs de l ’Antiquité, 1932, especialmente pp. I 1 y 119. 8. Estrabón, XVI, 4, XVII, 54; Plinio, H.N., VI, 35. E. Bemand, Inscr. Philae, II, 1969, n.° 128; J. Desanges, Les Méditerranéens aux confins de l'Afrique, 1978, pp. 307-321. 9. Séneca, Q.N., VI, 8, 3-5, y Plinio, H.N., VI, 35. J. Desanges, op. cit., pp. 323 ss. 10. Ch.-M. Daniels, The Garamantes o f Southern Libya, 1970, pp. 24-25.

292

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

bajo la dinastía flavia, en la época en que, precisamente, deben situarse las misiones de Valerius Festus y de Septimius Flaccus, así como la de Julius Maternus, que llegó hasta el misterioso país de Agisymba. Los arqueólogos perciben fácilmente las consecuencias de esta polí­ tica: son particularmente abundantes los vasos y las ánforas del siglo n. Y se podrían multiplicar los ejemplos tomándolos de otras partes del mundo antiguo. En cualquier caso, quizá parecerá excesivo asignar móviles eco­ nómicos a esas empresas. La seguridad debía desempeñar un impor­ tante papel: con el fin de proteger un territorio, no estaría de más co­ nocer los pueblos que lo rodeaban. Y además, ¿debemos creer que esos oficiales se hallaban desprovistos por entero de curiosidad? También entre ellos existía un gusto natural y normal por el conocimiento; es, por tanto, lícito suponer que, junto a la seguridad y la economía, im­ perativos intelectuales y culturales intervenían en la lista de motivos que justifican esas expediciones. Las obras de interés público Los soldados practicaban también la instrucción. Y recordemos que, para potenciar su fuerza física, los oficiales les obligaban a rea­ lizar obras de interés público (p. 148); construían villas y monumen­ tos, trazaban caminos. Hay un ejemplo que merece estudiarse: se trata del acueducto de Bejaia11 (antigua Bujía), en la Cesariana. Al no po­ der construirlo, los habitantes de la ciudad se dirigieron a su gober­ nador, quien pidió a su compañero de armas, el legado de la III Legión Augusta, que le enviase un arquitecto. En el año 137, debido a los fra­ casos de los civiles, el librator Nonius Datus remitió un plan que se puso en marcha en los años 149 y 151-152; la mano de obra la pro­ porcionó, en un primer momento, la ciudad y, después, el ejército de Mauretania. Al finalizar la obra, el agua recorría 21 km y descendía de los 428 a los 26 m de altura, después de haber cruzado por un túnel.12 Mantener la paz, vigilar a los vecinos del Imperio y practicar la instrucción son las tres actividades cuya función principal es com­ petencia del dominio militar; el aspecto económico se nos presenta sólo como una consecuencia indirecta. Pero en este campo todavía hay más. 11. Corpus inscr. lat., VIH, n.° 2.728 = 18.122, y S. Gsell, Monuments antiques de VAlgérie, I, 1901, pp. 249 ss. 12. Trad. de J.-P. Martin, Le siücle des Antonins, 1977, pp. 90-91, y P.-A. Février, Les dossiers de l'arquéologie, n.° 38, 1979, pp. 88-89.

EL PAPEL MATERIAL

Los

293

s o l d a d o s c o m o a g e n t e s e c o n ó m ic o s

En efecto, los soldados ocuparon un lugar destacado en los pro­ cesos de producción y de consumo.

L as

rentas d e lo s sold ad os

La riqueza de los militares constituyó un tema frecuente, sobre todo en la producción escrita del Alto Imperio,13 pero también en la del Bajo Imperio.14 Los salarios El elemento esencial de esta posición desahogada lo represen­ taba el sueldo; los historiadores no han insistido lo suñciente en es­ tos ingresos, que mostraban dos características importantes: por un lado, eran relativamente elevados y, por otro, los recibían con regu­ laridad. Los militares se contaban entre los pocos asalariados de la Antigüedad y disponían de rentas que les ofrecían un relativo desa­ hogo. En este tema, conviene no obstante aportar una precisión. En la Antigüedad, «la escala salarial», la diferencia entre las rentas más bajas y las más elevadas era mucho más evidente que en nuestros días. De ese modo, un soldado parecería mal pagado, si se le compara con un procurador, y bien pagado, si se contrasta su sueldo con lo que ga­ naba un pequeño campesino o un obrero agrícola, por no hablar ya de un esclavo. La importancia de esos pagos se manifiesta en las ceremonias que acompañaban su distribución. En la zona del mar Negro, bajo Adriano, se encargaba de ello un oficial en viaje de inspección.15 En Dura-Europos, en el siglo III, los soldados iban a buscar la paga (ad opinionem stipendii) y la custodiaban respetando un cierto reparto de tareas: los de infantería garantizaban la protección de los dromeda­ rios que transportaban el dinero, y los jinetes servían de escolta mon­ tada. A la distribución, realizada en el campamento, le seguía una parada, y después las nóminas (ratio) se le volvían a entregar al pro­ curador.16

13. 14. 15. 16.

Tácito, An., I, 17, 6; Dion Casio, LIX, 15 (centuriones). Talmud de Jerusalén, Scheqalim, V, 1; Baba Mecía', II, 5; Aboda Zara, I, 2. Arriano, Periplo, VI, 1-2, y X, 3. R. W. Davies, Historia, XVI, 1967, pp. 115-118.

294

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

Si es bien cierto que comenzamos a conocer el mecanismo de distribución de los salarios, nos encontramos con muchas mayores dificultades cuando queremos saber a cuánto ascendían; con esca­ sos documentos, y muy manoseados por los investigadores, se han confeccionado cuadros de cifras tan diversos como poco fiables. Ciertamente, varios elementos no presentan dificultad alguna. Así, se ha comprobado que el ejército romano se sometía a un principio bá­ sico:17jerarquías y salarios se hallaban vinculados; un oficial estaba mejor pagado que un centurión, un centurión que un soldado y, en­ tre estos últimos, se puede distinguir también una gradación que di­ ferenciaba al soldado raso de los que percibían un sueldo y medio (sesquiplicarius) o dos (duplicarius) , o incluso tres (triplicarius). Además, a igualdad de títulos, intervenía también el prestigio de la unidad: si servía en el pretorio, un centurión recibía más dinero que si lo hacía en las cohortes urbanas, y estaba mejor remunerado en la legión que en las tropas auxiliares. Asimismo se sabe de manera se­ gura que, en el Alto Imperio, se decidieron aumentos salariales en va­ rias ocasiones. Las dificultades comienzan cuando se trata de avanzar cifras, pues se conocen pocas e incluso no siempre son irrefutables. El caso mejor conocido, alrededor del cual se hacen toda clase de especulaciones, es el del legionario de sueldo único. Ahora se sabe que existía una re­ tribución desde finales de la época republicana. La cantidad percibida importa muy poco para nuestro propósito; por el contrario, lo que nos interesa es que, a finales del reinado de Augusto, se fijó en 225 denarios anuales18 (se trataba por tanto de monedas de plata). El primer aumento no ocurre hasta aproximadamente el año 83, bajo Domiciano, quien eleva esa cantidad de 225 hasta los 300 denarios;19 de hecho, es preciso añadir un cuarto pago anual igual a los tres primeros. Dos es­ tudios recientes,20 que se basan en textos literarios ya conocidos, tanto papiros, en particular en un papiro de Masada, en Judea, como sobre todo en una tablilla de Vindonissa, proponen una escala salarial bas­ tante completa, y muy novedosa, para soldados, centuriones y decu­ riones.

17. Parte I, cap. II, p. 65. 18. Tácito, An., I, 17, 6. 19. Suetonio, Dom., VII, 5 y XII, 1. 20. M. A. Speidel, «Román Army Pay Scales», Journal o f Rom. St., LXXXII, 1992, pp. 87-106, y «Rang und Sold im romischen Heer», La hiérarchie (Rangordnung) de Varmée romainem Y. Le Bohec (ed.), 1995, París, pp. 299-309, cuestionado por R. Alston, «Román Military Pay», Journal ofRom . St., LXXXIV, 1994, pp. 113-123.

EL PAPEL MATERIAL

295

Salarios anuales (en sestercios) Soldados

Augusto

Domiciano Severo

Septimio

Caracalla

Maximino el Tracio

Miles cohortis

750

1.000

2.000

3.000

6.000

Eques cohortis

900

1.200

2.400

3.600

7.200

Miles legionis

900

1.200

2.400

3.600

7.200

Eques legionis o alae

1.050

1.400

2.800

4.200

8.400

Miles praetorianus

3.000

4.000

8.000

12.000

24.000

Urbanicianus

1.500

2.000

4.000

8.000

16.000

1.500 (?)

3.000 (?)

6.000 (?)

12.000 (?)

AugustoDomiciano

DomicianoSeptimio Severo

Septimio SeveroCaracalla

CaracallaDiocleciano

Miles uigilum

750 (?)

Oficiales y suboficiales Tribuno sexmenstris (sobre 6 meses)

1.875

2.500

3.750

6.250

Centurión = prefecto de cohorte

3.750

5.000

7.500

12.500

Primus ordo ~ tribuno angusticlavio

7.500

10.000

15.000

25.000

Prefecto de ala

11.250

15.000

22.500

37.500

Primipilo = prefecto de campamento = prefecto de ala miliaria

15.000

25.000

37,500

56.250

Si aceptamos los datos de estos dos cuadros, que, no debemos ol­ vidarlo, se han establecido a partir de varias hipótesis, podemos hacer­ nos una idea de lo que el Estado romano invertía en salarios para el ejército. Suponiendo que los soldados de tropa sólo recibían el salario base, y contando con 15.000 combatientes en la guarnición de Roma, 125.000 en las legiones, otros tantos en las tropas auxiliares, y 40.000 ma­ linos, nos encontramos ante un presupuesto militar bastante importante.

296

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

Gastos del Estado romano en sueldos (en m illones de denarios anuales) AugustoDomiciano

DomicianoSeptimio Severo

Septimio SeveroCaracalla

CaracallaDiocleciano

Soldados guarnición de Roma legiones auxiliares flotas

4,50 28 9 4

6 37,30 12 5,30

9 56 18 8

13,50 84 27 12

Centuriones

13

17,30

26

39

12,50

19

Oficiales Total estimado

6,25

8,30

64,75

86,20

130

195

Para hacerse una idea de lo que representaban esos gastos, pue­ den compararse, por ejemplo, con los utilizados para retribuir a los procuradores imperiales en la época de Trajano:21 con este soberano, veintiuno de esos funcionarios tocaban a sesenta mil sestercios anua­ les, veintinueve a cien mil y treinta y cuatro a doscientos mil, lo que representa un desembolso anual de 2,74 millones de denarios. Comprobamos, por tanto, que el ejército figuraba en el presupuesto del Estado como una de las principales fuentes de gastos. De ahí que las finanzas imperiales se encontraran de manera permanente en equi­ librio inestable. En caso de urgencia era preciso recurrir a medidas ex­ tremas: la Historia Augusta cuenta que Marco Aurelio debió vender su vajilla;22 en el 217, Macrino escribe al Senado para hacerle saber las dificultades por las que atravesaba:23 «Por no hablar de otras ven­ tajas que ellos [los soldados] han obtenido de Severo y de su hijo... era imposible, decía, darles el sueldo completo con las elevadas pagas que recibían... y también no dárselo.» En tiempos normales, era im­ posible mantener en armas a más hombres de los que tenía el impe­ rio. O, de no ser así, era preciso reducir los salarios: pero como éstos constituían una parte importante del atractivo que el servicio militar ejercía sobre los jóvenes, esa clase de medidas habrían conseguido sacrificar la calidad en beneficio de la cantidad. Y esa fue la decisión que tomó Diocleciano.

21. H.-G. Pelaum, Abrégé des procurateurs éqi íestres (adapt. de N. Duval y S. Ducrous), 1974, pp. 17 18. 22. Historia Augusta, M. Aur., XVII, 4-5. 23. Dion Casio, LXXVHí, 36, 3 (véase 28).

EL PAPEL MATERIAL

297

Los ingresos complementarios

Pero eso no es todo. Si el salario constituía la parte esencial en la fortuna de un soldado, no suponía la totalidad, pues se le añadían otras fuentes de rentas. En primer lugar, y lo mismo que algunos trabajado­ res del siglo xxi, los militares romanos habían obtenido primas, in­ demnizaciones en forma de forraje para los jinetes,24 clavos para los za­ patos y calzado para los demás ( 1 niño; 9 casos = 2 niños; 3 casos = 3 niños; 1 caso = 4 niños. Pero incluso aquí es ve­ rosímil pensar que esos militares hayan tenido una descendencia más abundante que la revelada por la epigrafía. La mortalidad133 relaciona la situación de los soldados con la de los civiles. En efecto, la media

131. Y. Le Bohec, La IH é Légion Auguste, 1989, p. 543; véanse n. 133 y n. s. 132. J.-M. Lassére, Vbique populus, 1977, pp. 519 s.; D. Cherty, Frontier and Society in Román North Africa, 1998, Oxford. 133. Y. Le Bohec, «¿Peut-on 'compter la mort’ des soldats de la IIIé Légion Auguste?», Colloque de Caen, 1987, pp. 53-64.

320

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

de la mortalidad se sitúa en unos 47 años, 45 en Lámbese y 46-47 en África. A. R. Burn134 cree, no obstante, que los militares africanos mo­ rían en mayor número que los civiles antes de los 42 años y que esa situación se invirtió rápidamente; ha observado una situación análoga en el caso de las tropas estacionadas en el Danubio, pero con una di­ ferencia: el cambio se sitúa a los 30 años, y no a los 42. La incidencia de los «accidentes de trabajo», las bajas en combate, apenas signifi­ caba algo en la III Legión Augusta: sólo se sabe de seis soldados y un centurión caídos ante el enemigo; pero es verosímil que esa causa de muerte desempeñara un papel más importante en las guarniciones de otras provincias.

La

d u r a c ió n d e l s e r v ic io : a s p e c t o s d e m o g r á f ic o s

El problema, más «profesional», de la duración del servicio no ha sido estudiado nunca de forma satisfactoria.135 Como ya ha sido abor­ dado (p. 87), es suficiente con que remitamos a ese pasaje; simple­ mente cabe recordar aquí que el tiempo de actividad variaba en rela­ ción inversa al prestigio de la unidad implicada: los pretorianos servían menos tiempo que los legionarios, que se licenciaban antes que los auxiliares, mientras que los marinos eran los que más tiempo perma­ necían en activo; en el siglo II, los legionarios servían veinticinco o veintiséis años.

L as

m ig r a c io n e s y l a u r b a n iz a c ió n

Anteriormente hemos visto cómo la zona militar que rodeaba el Imperio se había convertido también en una zona urbanizada en ra­ zón de las necesidades del ejército. Desgraciadamente, no es posible adelantar ninguna cifra sobre este tema. Se conocen mejor algunos movimientos migratorios, que pre­ sentan una gran importancia histórica, pues han revalorizado la te­ sis de la existencia de vínculos entre las provincias, al tiempo que los historiadores de Roma priman las relaciones entre la capital y las re­ giones periféricas. Hemos visto que, en los comienzos del Imperio, el reclutamiento se efectuaba habitualmente hiera del sector de la guar­ nición, y que después se produjo en el interior de esa zona, antes de acabar realizándose cerca de los campamentos. Se dio, por tanto, un 134. 135.

A. R. Burn, Past and Present, TV, 1953, pp. 1-31. Véase n. 131.

EL PAPEL MATERIAL

321

flujo migratorio importante, pero que no dejó de debilitarse, hasta desaparecer en el siglo 1IL No obstante, se puede calcular aproxima­ damente la masa de soldados implicados: en el caso de una legión de cinco mil hombres que servían durante veinticinco años, era necesa­ rio que, cada año, doscientos cincuenta nuevos compensaran los dos­ cientos cincuenta que se licenciaban. Para el conjunto del ejército romano, las necesidades anuales se establecían en un número que os­ cilaba entre los diez mil y los quince mil jóvenes reclutas. Para un te­ rritorio tan inmenso, ese total representaba de hecho muy poco, y sólo existen síntomas de crisis de reclutamiento en periodos particular­ mente difíciles, después del desastre de Varus, por ejemplo, o durante las guerras del siglo III. El verdadero problema no era, por tanto, de cantidad, sino de calidad: era más sencillo encontrar soldados que buenos soldados. Es sin duda esa opción política la que, entre otros motivos, incitó a Trajano a crear una fundación, cuya ñnalidad era la de asegurar el mantenimiento de los huérfanos nacidos en Italia (se trataba de los alimenta).136 Y, al hablar de movimientos migratorios vinculados a la presencia del ejército, sería imposible descuidar a los numerosos civiles, de los que hemos hablado más arriba, atraídos por la paz y la prosperidad de la «zona militar»; pero, a éstos es imposi­ ble contabilizarlos.

Conclusión En aquellas regiones donde se encontraban de guarnición, las uni­ dades del ejército romano desempeñaban un papel material impor­ tante, directo o indirecto. Las diversas fuentes de ingresos de los sol­ dados, y por encima de todo sus salarios, creaban una zona caracterizada por la prosperidad económica y el dinamismo demográfico, gracias a la paz. Se podían ver allí campamentos y pueblos, también calzadas y toda clase de gentes que vivían dedicadas a numerosos oficios. Pero esa zona era frágil. Se hallaba expuesta a los ataques de los bárbaros y, muy a menudo, no representaba más que una ligera cor­ tina con numerosas interrupciones. Y, por encima de todo, la riqueza de esa zona militar dependía estrechamente de la prosperidad del Imperio.

136.

Plinio, Pan., XXVHI, 5; Corpus inscr. lat., XI, n.° 1.147.

C a p ít u l o IX

EL PAPEL CULTURAL. CULTURA PROFANA Y CULTURA SACRA Los soldados desempeñaban, por tanto, un papel económico importante, aunque indirecto, pues esa actividad no constituía su razón de ser. De la misma manera, intervenían en la vida cultural, espiritual, de su tiempo. Los historiadores han propuesto dos pun­ tos de vista divergentes en lo que concierne a esos aspectos, y me­ rece la pena que recordemos los dos debates más importantes. Así, en algunas obras se presenta al ejército como un instrumento de difusión de la romanización; los autores subrayan entonces la im­ portancia del consejo de revisión, de la probado. Bien al contrario, otros describen a los militares como unos bárbaros. La religión cons­ tituye un segundo campo que también divide a los historiadores; se­ gún algunas obras, los soldados primaban las culturas locales, puesto que se les reclutaba en la región de la guarnición, y, según otras, a los dioses orientales porque habrían respondido mejor a sus aspi­ raciones espirituales.

La cultura laica Lo que se ha comentado más arriba a propósito del reclutamiento debe servir para iluminar el debate: no se puede colocar en un mismo plano a un legionario o a un auxiliar, máxime si este último servía en un numerus y, además, la situación ha cambiado entre la época de Augusto y la de Diocleciano. Se sabe también que se dio una evolución general implicando al conjunto de los habitantes del oikumene. El fac­ tor social y la cronología intervienen, pues, en primer lugar, en ese campo.

324

EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

L A LENGUA LATINA

La cuestión lingüística ilustra muy bien el tema. El latín conservó durante todo el periodo su exclusivismo: sólo en él se podían expresar las órdenes para el conjunto de las unidades, incluso para los numerv, no se daban las órdenes en griego, en egipcio o en arameo, idiomas de vencidos. Además, se aseguraba así que algunos soldados poseyeran un mí­ nimo de conocimientos. En el momento del consejo de revisión, de la probatio, los responsables verificaban esas capacidades. Evidentemente, era necesario que algunos reclutas supieran leer, escribir1y contar: desde ese momento, a algunos de los hombres se les destinaba a la administración, a las oficinas de la unidad. Y asimismo, a los futuros notarii se les exigían las competencias necesarias para recoger los dis­ cursos en taquigrafía. Pero aún hay más. La cultura literaria había penetrado en ese me­ dio. En la época de Augusto, los centuriones pagaban mucho para enviar a los hijos a la escuela.2 Hay epitafios de soldados redactados en verso;3 ciertamente, su métrica es más correcta a principios del si­ glo i que a finales del II, pero esa evolución se constata también en otras capas de la sociedad. Por otro lado, se ha señalado que, en oca­ siones, algunos militares ponían a sus hijos nombres utilizados por los grandes autores de la literatura latina, especialmente los héroes de Virgilio,4 cosa que demuestra que, si no leían las obras de esos escri­ tores, al menos sí que los admiraban. Y ahora vamos con la cara contraria. En Oriente se emplea el griego corrientemente. Además es cierto que los soldados de los nu­ men han conservado, mucho más que cualquiera otros, sus caracte­ rísticas étnicas, la lengua y la religión. J. Carcopino5 demostró cómo la presencia en El-Kantara (Numidia), de dos unidades sirias, reclu­ tadas en Palmira y Hemese, había creado un islote de civilización se­ mítica al oeste del Aurés. Por otro lado, algunos militares conocían len­ guas bárbaras,6 lo que permitía al mando disponer de traductores,

1. Tácito, An., IV, 67, 7; Vegecio, II, 19. 2. Horacio, Sat., I, 6, 70-75. 3. Corpus inscr. lat., El, n.° 2.835, VI, n.° 2.489, VIII, n.° 702 = 12.128; H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.167 (una lista que no es exhaustiva). 4. L. Vidman, Anc. Soc., II, 1971, pp. 162-173; es probable que otros autores hayan inspirado esa decisión, en particular Ovidio y Catulo. 5. J. Carcopino, Syria, VI, 1925, p. 148; H. I, Marrou, Mél. Ec. Fr. Rome, L, 1933, pp. 55 y 60 (con muchos matices); Y. Le Bohec, Les unités auxiliaires en Afrique et Num.id.ie, í 989. 6. Tácito, H., III, 33, 5.

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como ese interprex (sic) Dacorum del que nos habla la epigrafía.7 Y un documento recientemente descubierto menciona a un soldado des­ tacado «entre los garamantes»8 que debía, sin duda, comprender lo que hablaban estos últimos. Lejos de ser aceptada como una prueba de apertura de espíritu, ese conocimiento se presenta como un testi­ monio de la intrusión de indígenas poco romanizados en el ejército.9 Es evidente la constatación de una degradación del nivel cultural, que, en la epigrafía, se traduce de diferentes maneras. Por ejemplo, la cali­ dad de los epitafios métricos sufrió una cierta regresión10 y, a medida que iba pasando el tiempo, las formas en «latín vulgar» se multiplica­ ban. Y el ejército, como cualquier otro medio cerrado, segregó su propia jerga; apareció un verdadero argot militar,11 que conocemos en particular gracias a las inscripciones y a los textos literarios; un com­ patriota se convirtió en un «conterraneus» , al grito se le llama «barritus» y, para designar una mala fortificación, se servían de una pala­ bra africana que se difundió por todas las guarniciones del Imperio: mapalia, «choza». A mediados del siglo III, entre el 253 y el 259, los archivos del puesto de Bu Njem, en Tripolitania, fueron redactados en una verdadera jerigonza.12 Además, son numerosos los escritores que se dedican a criticar a los soldados, a insistir en su carencia de cul­ tura, a mostrarlos como bárbaros, reconociendo, no obstante, su bra­ vura.13 ¿Cómo conciliar esas imágenes contradictorias? Pues teniendo en cuenta dos datos: las clases de unidades y la evolución de las formas de reclutamiento. Es bien cierto que los militares no son intelectuales, pero tampoco unos animales ignorantes. En cualquier caso, es evidente que los auxiliares debían estar me­ nos romanizados que los legionarios. Es, por otra parte, en un medio sencillo donde se redactaron los textos conocidos como los ostraka de Bu Njem; además, en descargo de los autores de esos documentos, es necesario añadir que no escribían para la posteridad, sino con prisa, y que de ninguna manera pretendían realizar una obra literaria. Por otro lado, se ha constatado un descenso en la calidad de los reclutas

7. L'Année épigraphique, 1947, n.° 35; Corpus inscr. lat., III, n.° 10.505: interpres Gemianorum. 8. L'Année épigraphique, 1975, n.° 869, b. 9. J.-M. Lassére, X IIé Congrés du limes, III, 1980, pp. 967 y 972, n. 54. 10. H. Bianchi, Studi ital. Filol. el., XVIII, 1910, pp. 41-76; M. Clauss, Epigraphica, XXXV, 1973, p. 90; D. Pikhaus, Ant. Cías., L, 1981, pp. 637-654. 11. W. Heráus, Archiv. lat. Lexilc. Gram., XII, 1900, pp. 255-280. 12. R. Marichal, Comptes rendus Acad. Inscr., 1979, p. 437. 13. Juvenal, XVI; Tácito, H., III, 33, 5, y Agrie., XXXII, 3; Historia Augusta, Did. JuL, VI, 5.

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en la época de Septimio Severo, y esa evolución en las selecciones en el momento del dilectus no podía otra cosa que hacerse notar en el campo cultural. En cuanto a las críticas procedentes de los escritores, parece que no habían constituido más que un topos literario; la ima­ gen del militarote representó un lugar común que alcanzó toda su fuerza en los periodos de crisis, en los episodios de guerras intestinas, en particular en el 68-69, el 193-197 y el 238. De hecho, parece que el ejército siguió la evolución general, no obstante con un ligero desfase: surgidos de la plebe, los soldados se­ guían sus costumbres; al constituir la elite, sobrepasaban en un punto a la media. Esa situación puede aquilatarse. En 1916, L. R. Dean14 publicó un estudio sobre los cognomina de los legionarios; aunque sea antiguo, ese trabajo puede utilizarse, pues se realizó sobre una muestra representativa de cinco mil setecientos casos. Los nombres más frecuentes, aquellos que han sido usados en más de una vein­ tena de ocasiones, son cincuenta y seis, y todos ellos proceden del latín, menos uno (Alejandro). A continuación es el griego el que aporta la mayor contribución, pero sólo nos proporciona ciento noventa y dos nombres para trescientos veintiocho hombres. El resto, salvo el celta (80 nombres), sólo se ve representado en cantidades despreciables (se trata sobre todo del tracio, el fenicio y el árabe). Resumiendo, la onomástica de los legionarios revela su pertenen­ cia a la romanidad.

E l DERECHO ROMANO

En el mundo romano se estrechan vínculos complejos y variados entre el ejército y el derecho (por «derecho» es preciso entender aquí «derecho público», ciudadanía e instituciones, y también «derecho pri­ vado»): los contactos se establecieron a tres niveles, el del individuo, el de la ciudad y el de la provincia. El derecho y el soldado En lo que concierne a los simples particulares, ya hemos hecho mención de algunos hechos en el capítulo precedente. La idea prin­ cipal, aquella sobre la que conviene insistir, es la de que el ejército ha funcionado como una máquina de fabricación de ciudadanos ro­ manos; difundió ampliamente la ciuitas romana, en primer lugar en­ tre los propios militares. En aquellos periodos en los que, por una u 14.

L. R. Dean, Cognomina o f Soldiers in Román Legions, 1916.

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otra razón, el reclutamiento se hacía difícil, se le concedía a los jóve­ nes que se alistaban como voluntarios en las legiones. En cualquier época, se le otorgaba siempre a quienes no la poseían en el momento en que finalizaban su servicio en las tropas auxiliares; pero es nece­ sario recordar que esa práctica perdió su eficacia, puesto que tanto las alas como las cohortes fueron acogiendo un número cada vez menor de desplazados. Los «diplomas militares» ofrecen, no obstante, una prueba de esa legislación, que muestra una clara vocación de poder político. Las familias de los soldados también se beneficiaban de esa ge­ nerosidad. Un hombre ya casado en el momento del consejo de revi­ sión veía suspendida su unión todo el tiempo que duraba el servicio de armas; pero volvía a tener efecto inmediatamente después de su li­ cencia, y esa reglamentación constituía una garantía para la mujer y para su descendencia.15Por otra parte, las «esposas» desplazadas y los niños concebidos durante el servicio obtenían el mismo estatus que su padre cuando éste finalizaba el cumplimiento de sus obligaciones: es decir, los soldados engendraban ciudadanos. Finalmente, es preciso recordar una práctica muy original que ve­ nía recogida en la expresión ius postliminii.16 En cualquier momento en que un romano caía en manos del enemigo perdía su estatus por el propio hecho de su cautiverio: el Estado ya no le reconocía como suyo. Pero, si se evadía o recuperaba la libertad de una u otra manera, re­ cobraba la totalidad de sus derechos. El ejército y la municipalización El ejército intervenía también en la vida de las ciudades. Ya se ha dicho que los veteranos quedaban vinculados al orden de los de­ curiones, ingresando en el medio de los notables; en Numidia, en Lámbese, les estaba reservada una división del cuerpo político, puesto que allí existía una «curia de veteranos».17 A veces, algunos oficiales recibían misiones que no dejaban de ser de carácter civil, puesto que efectuaban el census:18 preparaban las listas de ciudadanos y no ciu­ dadanos, que servían, sin duda, al objeto del reclutamiento, pero que quizá tuvieran también, y por encima de todo, motivaciones de tipo municipal y fiscal. A menudo, las ciudades buscaban la protección

15. R. O. Fink, Trans. Proc. Amer. phil. >455., LXXII, 1941, pp. 109-124, habla de «es­ ponsales». 16. E, Sander, Rhein. Mus., CI, 1958, pp. 175-179. 17. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 18.214 (véase n.” 18.234). 18. Corpus inscr. lat., III, n.os 388, 6.687, y XIV, n.° 3.955.

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del comandante de la legión o del ejército más próximo; numerosos le­ gados ejercieron así el patronato de ciudades que se encontraban en la zona situada bajo su control. Pero los militares no intervenían solamente en los municipios y las colonias. La parte más original de sus actividades en ese campo implicaba a los nómadas, perpetua amenaza para los sedentarios, y que era necesario, por tanto, vigilar de cerca. Las operaciones de «centuriación» y, sobre todo, de acantonamiento de tribus,19 trata­ ban de fijar en un lugar a las poblaciones móviles, para que acaba­ sen por ser sometidas en un tiempo más o menos breve. Además, al­ gunos oficiales recibían la misión de controlar estrechamente a este o aquel grupo; ejercían funciones administrativas, como la recepción del impuesto, velaban por el mantenimiento del orden público y, si era necesario, reclutaban auxiliares.20 Se reconocían por sus títulos en las inscripciones: praefectus gentis y, más raramente, praefectus nationis.21 Y, según hemos visto, los canabae se transformaban finalmente en municipios e incluso en colonias.22 El ejército y la provincialización En sus niveles más elevados, el ejército desempeñaba también un papel en la vida provincial. Ya se ha dicho suficientemente que la his­ toria de determinadas regiones se confundía con la de las legiones es­ tacionadas en ellas; se piensa, por ejemplo, en Arabia ligada a la III Cirenaica, o en Numidia y la III Augusta. ¿Y es posible explicar el pasado de Britania o de las Germanias sin mencionar sus guarnicio­ nes? De hecho, los legados ejercían a la vez las funciones de goberna­ dores y de jefes del ejército, sin que se pueda diferenciar con claridad entre esas dos clases de actividades. Un libro reciente23 se ha esforzado en demostrar cómo, en Hispania, la organización militar había estado vinculada a la provincialización de la Península y a la vida municipal. En el conjunto del Imperio, al menos en sus zonas fronterizas, desempeñaba también un papel en la promoción de los simples particulares.

19. 20. 21. 22. 23.

Véase parte III, cap, II, n. 113. P. Collart, Bull. Corr. Bel., LVII, 1933, pp. 321-324. Corpus inscr. lat., V, n.° 5.267, IX, n.° 5.363; L ’Année épigraphique, 1931, n. 36. Véase cap. anterior, p. 316. P. Le Roux, L ’armée des provinces ibériques, 1982.

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LOS MODOS DE VIDA

Por otra parte, entre civiles y militares pueden observarse víncu­ los más numerosos y complejos: el derecho y las instituciones no lo ex­ plican todo. En efecto, unos y otros compartían un mismo género de vida, pero con ciertos matices: en primer lugar, los soldados rasos per­ tenecían a la plebe y adoptaban sus gustos; por otra parte, la práctica de su oficio les llevaba a primar algunos aspectos del mundo de su tiempo, a preferir ciertas actividades y maneras de pensar. Esas similitudes y diferencias se evidenciaban en la elección del tiempo libre (algo tan importante para los militares, como ya se ha dicho; y, si no, ¡piénsese en el papel del lixal): estos últimos se distraían a la manera de los demás plebeyos, pero poniendo el acento en los as­ pectos menos refinados y más brutales de los espectáculos. Apenas se encuentran teatros en la proximidad de los campamentos y, sin em­ bargo, sobre los escenarios no sólo se representaban obras con pre­ tensiones intelectuales. Por el contrario, las cacerías y los combates de gladiadores atraían a los legionarios, hasta el punto de que en ocasio­ nes se encontraban dos anfiteatros24 en las ciudades provistas de guar­ nición, como en el caso de Aquincum (Budapest) y Carnuntum (Petronell), en Panonia. Por otra parte, debemos recordar que esas construcciones se dedicaban también a finalidades profesionales, realizar la instrucción. Los baños ofrecían otra válvula de escape muy buscada, hasta el punto de que todos los grandes campamentos aca­ baron por contar con termas25 en el interior del recinto.

LAS MENTALIDADES COLECTIVAS

Las semblanzas y las diferencias entre los militares de graduación y los plebeyos se evidenciaban también en las mentalidades colecti­ vas,26 conocidas gracias a las inscripciones y a la correspondencia que nos han proporcionado fuentes jurídicas (el Código Justiniano), así como papiros egipcios, y también los ostraka de Bu Njem, las tabletas de Vindolanda, las de Vindonissa, o incluso los documentos del Mons Cíaudianus antes mencionados. Allí hemos visto la importancia de la riqueza, de la vida profesional y de la religión. Lo mismo que muchos de sus contemporáneos, los soldados concedían gran importancia a 24. J.-Cl. Golvin y M. Janon, Bull. Com. Trav. Hist., 1976-1978, pp. 169-193. 25. H. von Petrikovits, Innenbauten, 1975, pp. 102-104. 26. Corpus inscr. lat., VIII, n.° 17.978; M. Mondini, Atene e Roma, 1915, pp. 241-258; G. B. Pighi, Lettere latine d’un soldato di Traia.no, 1964; L. Hutchthausen, Mél. W. Hartkes, 1973, pp. 19-51.

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la familia; al igual que cualquiera de las personas del entorno, eran sensibles a los animales, y sabían admirar un buen caballo, aunque sir­ vieran en la infantería; en fin, apreciaban la buena comida y el vino: «... Durante toda mi vida, he bebido con placer. ¡Bebed, pues, vosotros que estáis vivos!...» Eso aconsejaba en su epitafio27 un veterano de la V Legión Gallica, enterrado en Antioquía de Pisidia. Es evidente que los aspectos profesionales ejercían un gran peso sobre los espíritus. En su sepultura, un primipilo anónimo resumía así su vida y sus preocupaciones:28 Deseaba tener cadáveres de dacios, y los he tenido. Deseaba sentarme en un lugar de paz, y me he sentado. Deseaba conseguir triunfos brillantes, y así ha sido. Deseaba obtener todas las ventajas financieras del primipilato, y las he obtenido. Deseaba contemplar la desnudez de las Ninfas, y las he visto.

En ese medio, la promoción y la carrera ocupaban un lugar im­ portante, como también, seguramente, la instrucción y la disciplina, aunque sin duda menos que el dinero, el salario, preocupación per­ manente para todos. En la inscripción que acabamos de citar queda claro que el acceso al grado de primipilo sólo se concebía vinculado de inmediato a «las ventajas financieras» (con esa expresión traduci­ mos en el texto la palabra latina commoda). Y como la promoción te­ nían que avalarla los jefes, que debían velar también por que no se des­ cuidase el servicio, los rangos ejercían un peso importante sobre las mentalidades. Era preciso saber apreciarlos, y hacérselo saber, en oca­ siones no sin adulación, como muestra esta inscripción hallada en Egipto: «¡Viva el decurión Caesius! jEs un valiente! Todos nosotros, compañeros de armas, puestos bajo su responsabilidad, se lo agrade­ cemos.»29 Por otra parte, es suficiente echarle un vistazo a una mues­ tra de epigrafía para comprobar hasta qué punto se veneraba al co­ mandante supremo del ejército romano, el emperador. Los soldados pertenecían, pues, al medio de los plebeyos, y, poco a poco, llegamos a delimitar con mayor precisión el lugar que ocupa­ ban en la sociedad. Existían matices que traducían las diferencias en­ tre los distintos tipos de unidades. Esos hombres, en aquella situa­ ción relativamente fácil gracias a los salarios, estaban además bastante bien romanizados, incluso aunque prefirieran los aspectos más bru­

27. 28. 29.

Corpus inscr. lat., III, n,os 6.824 y 6.825. B ull Com. Trav. Hist., 1928-1929, p. 94, n.° 2. H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.609.

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tales y menos refinados de la civilización del Alto Imperio: el latín, el anfiteatro y la vida militar marcaban su vida cotidiana. En cuanto a la mentalidad, no podemos descuidar aquello que constituía lo más esencial: la piedad.

La vida religiosa Los romanos se autoproclamaban el pueblo más piadoso del mundo, y era esa actitud, esa pietas, la que explicaba la facilidad de sus conquistas y las justificaba.30 La guerra no puede analizarse sepa­ rada de la religión;31 H. Le Bonniec32 había mostrado esos vínculos en un artículo ya clásico, pero su análisis, evidentemente breve, se inte­ resa sobre todo por la época republicana. El gusto por las armas y la preocupación por los dioses constituían, junto con el derecho y el res­ peto por la tierra, los cuatro elementos más conocidos y más impor­ tantes de las «mentalidades colectivas» ya estudiadas. Ese estado se remontaba de hecho a una época anterior, quizá a los orígenes de Roma, y esos elementos diversos han ejercido su influencia unos sobre otros: el derecho militar romano, especialmente a través de las nociones de disciplina y de juramento, se hallaba en su totalidad impregnado de religión.33

Los

FIELES

La historia de la religión romana ha descuidado muy a menudo el elemento humano, los fieles, y no ha sido hasta muy recientemente que M. Le Glay ha llamado la atención sobre ese tema.34 Se plantean de en­ trada dos cuestiones, y la primera de ellas es la siguiente: ¿quiénes eran? El papel de los oficiales y de la colectividad Los militares reaccionaban en función de su género de vida, es decir, respetando el principio de la jerarquía y comportándose como cuerpo constituido. Raramente, una persona a título personal ofrecía 30. Onesandros, IV. 31. H. von Domaszewski, Aufsatze zur rom. Heeresgeschichte, 1972, pp. 81-209; E. Birley, Aufstieg u. Niederg. rom. Welt, II, 16, 2, 1978, pp. 1.506-1.541; J. Helgeland, ibid., pp. 1.470-1.505; Y. Le Bohec, La I I I é Légion Auguste, 1989, pp. 548-572. 32. H. Le Bonniec, en J.-P. Brisson, Problémes de la guerre á Rome, 1069, pp. 101-115. 33. J. Vendrand-Voyer, Normes civiques et métier militaire, 1983, pp. 28-42. 34. M. Le Glay, Satume africa in, 1966, p. VI.

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una consagración; el simple soldado no se conducía como un indivi­ duo aislado, especialmente a principios del Imperio —en el siglo ffl se aprecia una cierta evolución en ese tema— , sino como un elemento del grupo. Merece citarse aquí una inscripción que ha escapado a la atención de numerosos investigadores, pues muestra cómo se de­ sarrollaba un acto de piedad colectiva. El documento se encontró en un pozo del Gran Campamento de Lámbese, en Numidia, y procedía de un legionario que había tomado la iniciativa: «Los hombres piado­ sos que quieran entregar su óbolo a Esculapio no tienen más que po­ nerlo en este tronco; con ello, se hará una ofrenda a Esculapio.»35 Este personaje anónimo había expuesto el texto cerca de un tronco durante algún tiempo; sus compañeros ponían una moneda cada uno, y sin duda grababan su nombre al lado. Cuando la escudilla estaba llena, el devoto de Esculapio adquiría un altar o una estatua, o cualquier otra cosa, y hacía grabar una inscripción mencionando el nombre del dios y de los diferentes donantes. Pero el ejército mostraba lo mejor de sí mismo en ese campo si­ guiendo la vía oficial. Hemos visto anteriormente que cada unidad in­ cluía una verdadera estructura clerical, que incluía un aruspice, un sacrificador, etc. Un estudio reciente36 ha demostrado que el primipilo desempeñaba aquí un papel privilegiado: en particular, aseguraba la protección de los estandartes, que eran sagrados, y recibía la respon­ sabilidad de hacer grabar las dedicatorias oficiales. Además, eran los comandantes de las unidades los que aparecían más a menudo en las inscripciones religiosas; es cierto que aún más a principios del Imperio que en el siglo m. La percepción de lo divino Otra cuestión que se nos plantea es la de saber cómo percibían los soldados lo divino. Después de lo que ya se ha dicho, sería impo­ sible creer que, formando parte del servicio, la religión no afectara a las sensibilidades. Es evidente que las impregnaba, pero con la inter­ mediación de la jerarquía, pues se la percibía más como una obliga­ ción colectiva que individual. En primer lugar, los soldados percibían lo divino como cual­ quier otra persona de su tiempo, a través de seres abstractos, los nu~ mina, y a través también de un panteón antropomorfo. Sin embargo, y debido a los peligros a que les exponía su oficio, buscaban a veces una protección individual. Quizá más que los civiles, recurrían a los 35. 36.

Bull. Com. Trav. Hist., 1907, p. 255. J. Kolendo, Archeologia, XXXI, 1980, pp. 49-60.

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«sincretismos de asociación»,37 es decir, unían dioses a dioses para reforzar la eficacia de sus plegarias: «A Júpiter, el más bueno y más grande, a Juno, a Minerva, a Marte, a la Victoria, a Hércules, a la Fortuna, a Mercurio, a la Felicidad, a la Salud, a los Destinos, a las divinidades del campo de maniobras, a Silvano, a Apolo, a Diana, a Epona, a las Madres Sulevias y al Genio de la guardia de corps del em­ perador...»38 La fórmula más segura era la de dirigirse «a todos los dioses y a todas las diosas», pues de esa manera se tenía la certeza de no olvidar a nadie. Por otra parte, los epítetos empleados muestran también esa originalidad: ciertamente, los dioses son buenos (boni) y hospitalarios (hospites) y garantizan la salud (salutares), como dirían los civiles, pero son también compasivos (iuuantes), defienden (fauto­ res) y preservan del mal (conseruatores). Esos múltiples poderes testimonian la omnipotencia de sus po­ seedores, que se manifiesta permanentemente a través de milagros. Estamos aquí también ante un aspecto muy importante y muy des­ cuidado de la religión romana: la divinidad es activa y los hombres pueden constatarlo. Muchas inscripciones se han grabado como con­ secuencia de una aparición (ex uisu) o de una orden (iussu, monitu). Los fieles dirigían sus peticiones, que eran atendidas, y debían a con­ tinuación satisfacer sus votos, como nos lo muestran fórmulas muy repetidas y a las que los epigrafistas no prestan atención (ex uoto, uotum soluit libens mérito o animo = VSLM o A). Antes hemos citado a aquel primipilo anónimo que tuvo la fortuna de «ver a las Ninfas desnudas». Cuando Adriano llegó a Africa para realizar la inspección de las tro­ pas, en el año 128, su sola presencia provocó un primer «milagro de la lluvia».39 Ese fenómeno se repitió en circunstancias dramáticas, durante las campañas germánicas de Marco Aurelio, donde además intervino entonces un «milagro del rayo».40 Para los militares, la noción de sagrado adquiría también una dimensión espacial: el mundo romano poseía fronteras que estaban colocadas bajo la protección de los dioses. Se conoce muy bien en el caso del pomoerium, límite sagrado de la ciudad en la época republi­ cana. Bajo el Imperio, ese valor sufrió una transferencia, pues también se aplicó al limes, a la zona fronteriza que era bastante más que una barrera militar y que poseía también un valor jurídico y religioso: cuando los bárbaros la franqueaban, cometían un sacrilegio y se

37. 38. 39. XXII, 14. 40.

M. Le Glay, en Les sincrétismes dans VAntiquité, 1975, pp. 148-149. H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.181. Compárese Corpus inscr. lat, VIII, n.os 2.609 y 2.610, con Historia Augusta, Adr., Columna Aureliana, n.os XI y XVI; Dion Casio, LXXI, 9-10 (véase también, LX, 9).

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exponían a la cólera de los dioses de Roma. Esa complejidad la han revalorizado D. J. Breeze y B. Dobson en un libro dedicado al muro que Adriano hizo construir en Britania.41 Por tanto, el Imperio se hallaba protegido igualmente por una mi­ licia celeste.

Los

RITOS

Para satisfacer a esas potencias, los soldados celebraban varios ritos. Los ritos cívicos Algunos ritos los practicaban todos los hombres libres de aque­ lla época. Se trata de los ritos cívicos; en ese caso, los militares se com­ portaban como todos los plebeyos, pero con las dos matizaciones de que hemos hablado anteriormente y que volvemos a encontrar aquí. Por una parte, a menudo las ofrendas eran una obra colectiva: es esta o aquella unidad la que ofrece una estatua, un altar, un monumento de culto cualquiera o un templo, y los salarios permitían darle una cierta suntuosidad a ese acto. Por otro lado, son normalmente los ofi­ ciales quienes ofician en nombre de todos. En la Columna Trajana se observa cómo el emperador inicia cada campaña con una suovetaurilia, sacrificio de un cerdo, un cordero y un toro, que se ejecutaba al son de la música militar y que finalizaba con la inmolación de nuevas víctimas;42 las mismas escenas se repiten en la Columna Aureliana.43 En el siglo m, en Dura-Europos, el tribuno Tarentius oficiaba en nom­ bre de los veintitrés hombres de la XX Cohorte de los Palmirianos que se hallaban presentes: hizo quemar algunos granos de incienso, según muestra una pintura; una escena análoga está reproducida en Numidia, en Messad.44 Los ritos guerreros Algunos ritos, aquellos que marcaban el ritmo de las campañas, tenían un contenido exclusivamente militar; existían ya desde la época republicana, pero habían sufrido una inevitable evolución. 41. 42. 43. 44. p. 167.

D. J. Breeze y B. Dobson, Hadrian's Wall, 1976, pp. 5 y 233-234. Columna Trajana, n.os 74, 77, y 77-78. Columna Aureliana, n.os XTTT, XXX y LXXV. F. Cumont, Mom. Mém. Acad. Inscr., XXVI, 1923; G.-Ch. Picard, Dimmidi, 1947,

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Así, la constitución del ejército estaba marcada por un juramentosacramento (sacramentum) compromiso que vinculaba al soldado al general y al emperador en presencia de los dioses. En los inicios del Imperio, ese acto sufrió una relativa laicización (el sacramentum se convierte en un simple iusiurandum); después, en el siglo III, el con­ tenido sagrado se reafirmó de nuevo, sin duda bajo los efectos de la crisis, y quizá también por influencia de la competencia monoteísta. Sin embargo, ese movimiento de reacción no dejó de plantear algunos problemas de conciencia a los cristianos que vestían uniforme.46 Después, antes de que el ejército penetrara en territorio enemigo, era necesario purificarlo;47 la ceremonia (lustrado) iba acompañada de una suovetaurilia. Ceremonias análogas señalaban igualmente el fin de cada periodo bélico (en la época republicana se practicaba el sa­ crificio de un caballo en octubre, el equus october). Determinados ri­ tos trataban de limpiar de toda mácula el campamento, las enseñas, las armas (armilustrium) y las trompetas (tubilustrium). Los feciales declaraban la guerra y se abrían las puertas del tem­ plo de Jano. El planteamiento de una batalla debía obedecer también a cierto número de preceptos. No se podían iniciar las hostilidades en un día nefasto o sin alcanzar el acuerdo de los dioses;48 se asegura­ ban ese apoyo mediante la lectura de los auspicios o por el examen de las entrañas de las víctimas. Si la euocado, el llamamiento a Roma de los dioses del adversa­ rio, apenas está atestiguada en el Imperio, perduró, por el contrario, la deuotio, aunque siguiendo una evolución. Bajo la República, se tra­ taba del sacrificio supremo consentido por el general cuando se en­ contraba en situación desesperada; ese oficial se precipitaba en medio de los enemigos que, al darle muerte, elevaban a los dioses una ofrenda para su propia derrota. El emperador Claudio II (268-270) se «sacrifi­ caría» todavía de esa forma por el bien del Estado.49 Pero, con el Principado, casi no se emplea ni siquiera esa palabra, y el acto, mal comprendido a menudo por quienes lo describen, de alguna manera se «democratiza», puesto que a partir de entonces son soldados rasos quienes ofrendan sus vidas. Flavio Josefo describe de esa forma la ha­ ,45

45. Frontino, Strat., IV, 1, 4; S. Tondo, St. Doc. Hist. Jar., XXIX, 1963, y XXXIV, 1968, pp. 376-396; D. Gaspar, Acta Arch. Hung., XXVIII, 1976, pp. 197-203. 46. E. De Backer, Sacramentum, 1911; Ch, Pietri, Mél. Ec. Fr. Rome, LXXIV, 2, 1962, pp. 649-664; D. Michaelides, Sacramentum, 1970; C. Mohrmann, Mél. J. H. Waszink, 1973, pp. 233-242. 47. Onesandros, V; Columna Trajana, n.° 7; Columna Aureliana, n.° VI. 48. Onesandros, X, 25-28. 49. Aurelius Victor, XXXTV, 3-6. Véase También Frontino, Strat., IV, 5, 4 (tentativa de devotio que aborta), y n. s.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

zaña de un militar que se «sacrifica» durante un asedio;50 pero el his­ toriador, que es judío, no comprende el sentido religioso de ese acto, en el que sólo ve una acción de bravura sin igual: «Un hombre que ser­ vía en las cohortes auxiliares, un sirio llamado Sabino, se distinguió: tenía una fuerza y un coraje notables; no obstante, cualquiera que le hubiera conocido antes de ese momento, a juzgar por su físico, tam­ poco le hubiera tomado por un soldado ordinario: era negro de piel, endeble, descarnado, pero en ese cuerpo, nada pesado y demasiado menudo para la fuerza de que hacía gala, habitaba un alma de héroe. Fue el primero en alzarse: "César — dijo— , te hago el don de mi per­ sona con gozo y seré el primero en poner el pie sobre la muralla. Hago votos para que tu fortuna acompañe mi fuerza y mi voluntad; pero si el destino no ve con buenos ojos mi empresa, sepas que no me sor­ prenderé por mi fracaso, sino que he elegido deliberadamente morir por ti...” Sabino, avanzando contra los proyectiles y acribillado por los disparos, no se detuvo en su ímpetu antes de haber alcanzado lo alto del muro y de poner al enemigo en derrota... Este héroe, después de haber llevado a cabo su empresa, resbaló y, habiendo tropezado con­ tra una piedra, cayó sobre ella de cabeza... lleno de heridas, dejó caer el brazo y, finalmente, antes de expirar, quedó enterrado por los pro­ yectiles: héroe digno, por su bravura, merecedor de mejor suerte, pero cuya muerte se halla relacionada con su empresa.» Cuando, finalmente, el éxito había coronado la acción de las ar­ mas romanas, convenía honrar a los dioses. Se les daba las gracias de inmediato, mediante una especie de «Te Deum».51 Después, se ente­ rraba a las víctimas52 celebrando todos los ritos tradicionales: el culto a los muertos formaba una parte integral del paganismo. A continua­ ción, los vencedores dejaban sobre el campo de batalla un trofeo.53 Ese monumento, de origen griego e introducido tardíamente en Roma, es­ taba constituido por un maniquí equipado como un soldado, que do­ mina sobre un montón de armas arrebatadas a los vencidos o no (lám. XXXVIII, 40a). Esa ofrenda se podía perennizar fundiéndola en bronce o esculpiéndola en mármol. A partir de Sila, las divinidades a las que se tenía mayor devoción fueron Venus, Marte y la Victoria. Augusto puso el acento en la Victoria, vinculada a la Fortuna-Tiché, que revelaba el carisma imperial, el Genio de Augusto. Trajano regresó a la ortodoxia republicana: la Victoria es un don de la Virtud, la devo­ ción. Durante la crisis del siglo m, los dioses quedaron olvidados ante 50. 51. 52. 53.

Flavio Josefo, G. VI, 1, 6 (54-66). Onesandros, XXXIV. Onesandros, XXXVI. G.-Ch. Picard, Les trophées romains, 1957.

EL PAPEL CULTURAL

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el absolutismo imperial, y se consagraron menos trofeos. El más im­ presionante de ellos fue erigido por Trajano en Adam-Klissi. Descansa sobre un zócalo circular y conmemora la venganza que el soberano ha cobrado sobre los dacios, los roxolanos y los bastamos. Pueden verse otros en la Columna Trajana y en la Aureliana, donde se hallan acom­ pañados por la Victoria.54 Y eso no es todo. En la República, los soldados podían darle las gracias a un general que les hubiera mandado bien, aclamándolo como «imperator» la misma tarde de la batalla. Si, después de una investiga­ ción, el Senado ratificaba aquella decisión, el vencedor tenía derecho al triunfo.55 No es seguro que durante el Imperio se hayan seguido siem­ pre estas reglas y, en cualquier caso, Augusto se apropió rápidamente y para su único provecho del beneficio de esa ceremonia.56 El triunfo, organizado por un curador,57 era una celebración religiosa que formaba parte de la categoría de las procesiones. El general victorioso consti­ tuía el elemento esencial, pues encarnaba a Júpiter: subido en un ca­ rro, se le revestía con una túnica púrpura, puesta bajo una toga sem­ brada de estrellas doradas; llevaba en las manos un cetro coronado por un águila y un ramo de laurel; portaba en la frente una corona hecha con hojas de la misma planta, y un esclavo pequeño, situado tras él, lle­ vaba otra corona, ésta de oro, repitiendo, a fin de no provocar los ce­ los del verdadero Júpiter, que no era más que un hombre. Con este nuevo héroe, marchaban los senadores y los soldados, quienes debían burlarse de su jefe para rebajar la envidia que podrían llegar a sentir los dioses (a César se le dijo, por ejemplo, lo siguiente: «Hombre de to­ das las mujeres, mujer de todos los hombres.»). A continuación seguían también el botín y los vencidos, en persona o representados por sím­ bolos, así como las víctimas del sacrificio. En el fondo, esta procesión, que partía del Campo de Marte y pasaba por el Foro antes de llegar al Capitolio, estaba orientada por entero a la inmolación de aquéllas. Poseemos numerosas descripciones de triunfos. El celebrado por Germánico en el 18 dC. recordaba la humillación de los germanos.58 Pero el más interesante y conocido sea quizá el esculpido en el arco de Tito que domina el Foro romano: recuerda la derrota de los judíos, sim­ bolizada por la presencia, en medio del botín, del famoso candelabro de siete brazos59 (lám. XXXIX, 40), tomado del templo de Jerusalén. 54. Columna Trajana, n.° 58; Columna Aureliana, n.° LV. 55. Dion Casio, Frag., VIII; H. S. Versnel, Triumphus, 1970; V. A. Maxfield, Military Decorations, 1981, pp. 101-109. 56. Suetonio, Aug., XXV, 4. 57. Corpus inscr. lat., XIV, n.° 2.922. 58. Tácito, An., II, 41, 2-4. 59. Flavio Josefo, G. I., VI, 8, 3 (387-388), y 9, 2 (417).

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

Esa ceremonia confería a su celebrante un carisma importantí­ simo. El último particular en recibir ese honor fue Cornelio Balbo, en el 19 aC. Después, el triunfo quedó reservado a los emperadores y a los miembros de su familia, aunque el soberano no hubiera estado pre­ sente en el campo de batalla, pues eran el Genio y el Numen del prín­ cipe los que habían asegurado la victoria. En cuanto a los buenos ge­ nerales, tuvieron que consolarse con los ornamentos triunfales.60 El calendario Esas celebraciones sólo tenían lugar en tiempos de guerra. Pero los soldados no debían olvidar a los dioses cuando reinaba la paz. En Dura-Europos se ha encontrado el calendario de la XX Cohorte de los Palmirianos.61 El texto de ese papiro fue redactado entre el 224 y el 235, sin duda entre el 225 y el 227, y se halla incompleto (faltan fun­ damentalmente los tres últimos meses del año), A los militares les con­ ciernen particularmente tres clases de festividades: del emperador, del Estado y del ejército. El calendario militar de Dura-Europos Fechas romanas

Fechas cristianas Celebraciones y observaciones

Calendas de enero 3.cr día de las nonas de enero 7.° día de los idus de enero

1 enero 3 enero 7 enero

6,° (?) día de los idus de enero 3,er (?) día de los idus de enero 9.° día de las calendas de febrero 5.° día de las calendas de febrero

8 (?) enero 11 (?) enero 24 enero 28 enero

Vísperas de las nonas de febrero Calendas de marzo

4 febrero

Nonas de marzo

7 marzo

1 marzo

? Votos Licénciamiento (missio) y en­ trega de salarios Aniversario (natalis) de una diosa anónima Aniversario de L. Seius, suegro del emperador Aniversario del diuus Adriano Victoria del diuus Severo y acceso al poder (imperium) del diuus Trajano Acceso al poder del diuus Caracalla Aniversario de Marte victorioso Acceso al poder del diuus Marco Aurelio y del diuus L. Vero

60. Suetonio, Tib., IX, 4, CL, XXIV, 5 y XXVI, 3; Tácito, An., IV, 26 y 46, XI, 20. 61. R. O. Fink, A. S. I-Ioey y W. F. Snyder, Feríale Duranum, Yate el. St., VII, 1940; A. D. Nock, Harvard Th. Rev., XLV, 1952, pp. 187-252.

EL PAPEL CULTURAL

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El calendario militar de Dura-Europos (continuación) Fechas romanas

Fechas cristianas Celebraciones y observaciones

3.er día de los idus de marzo

13 marzo

Víspera de los idus de marzo

14 marzo

14.° día de las calendas de abril Víspera de las nonas de abril

19 marzo 4 abril

5.° día de los idus de abril

9 abril

3.er día de los idus de abril

11 abril

21 abril 11.° día de las calendas de mayo 6.° día de las calendas de mayo 26 abril Nonas (?) de mayo 6.° día de los idus de mayo

7 (?) mayo 10 mayo

4.” día de los idus de mayo

12 mayo

12.° día de las calendas de junio 20 mayo 9.° día de las calendas de junio 23 mayo 31 mayo Víspera de las calendas de junio 9 junio 5.° día de los idus de junio 6.° (?) día las calendas de junio 26 (?) junio

Calendas de julio

1 julio

4.° (?) día de las nonas de julio 4 (?) julio 6.° día de los idus de julio

10 julio

4.° día de los idus de julio 10.° día de las calendas de agosto Calendas de agosto

12 julio 23 julio

Nonas de agosto

5 agosto

1 agosto

Alejandro Severo es aclamado Imperator Alejandro Severo se convierte en Augusto, padre de la patria y sumo pontífice Quincuatrías (fiestas en honor de Minerva) Aniversario del diuus Caracalla Acceso al poder del diuus Septimio Severo Aniversario del diuus Septimio Severo Aniversario de la Ciudad de Roma Aniversario del diuus Marco Aurelio Aniversario de la diua Maesa Rosalía signorum (fiesta de los estandartes); véase 31 de mayo Juegos en el circo en honor de Marte El diuus Septimio Severo aclamado Imperator Aniversario de Germánico Rosalía signorum (véase 10 de mayo) Fiesta de Vesta Alejandro Severo recibe el tí­ tulo de César y toma la toga viril Alejandro Severo designado para su primer consulado Aniversario de la diua Matidia, sobrina de Trajano Acceso al poder del diuus Antonino Pío Aniversario del diuus César Fiesta de Neptuno Aniversario del diuus Claudio y del diuus Pertinax Juegos en el circo en honor de Salus

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

El calendario militar de Dura-Europos (continuación) Fechas romanas

Fechas cristianas Celebraciones y óbsecaciones

[...] de las calendas de septiembre ídem ídem

14-28 agosto

Víspera de las calendas de septiembre 7.° (?) día de los idus de septiembre 14.° día de las calendas de octubre

31 agosto

15-28 agosto 16-30 agosto

7 (?) septiembre

Aniversario de la emperatriz Mamaea ? Aniversario de la diua Marciana, hermana de Trajano Aniversario del diuus Cómodo Entrega del salario

18 septiembre

Aniversario del diuus Trajano (¿y acceso al poder del diuus Nerva?) 13.° día de las calendas Aniversario del diuus 19 septiembre de octubre Antonino Pío 12-10.° (?) día de las calendas 20-22 septiembre Aniversario de la diua de octubre Faustina 9.° día de las calendas Aniversario del diuus 23 septiembre de octubre Augusto 16.° día de las calendas Fiesta de Saturno 17 diciembre de enero

E l p a n te ó n d e l o s s o l d a d o s

Ya sean ritos bélicos o festividades simplemente militares, esas di­ versas celebraciones priman a las deidades oficiales. El estudio del panteón honrado por los soldados confirma esa tendencia; estos últimos se comportaban en ese campo como todos los habitantes del Imperio, sus héroes62 y dioses eran los mismos que los de sus coetáneos, salvo en un punto: dedicaban una mayor atención, más interés (y eso es per­ fectamente normal), a las potencias susceptibles de protegerles en el ejer­ cicio de su difícil tarea. Precisemos también desde ahora —aunque de­ beremos volver sobre ello— que los hombres que servían en los numeri conservaban una religiosidad de un carácter nacional más marcado. Los dioses militares de tradición romana Los combatientes esperaban una particular protección de un con­ junto de potencias llamadas «dioses militares»,63 dii militares, que les 62. Dion Casio, LXXVII, 16; M. Henig, Britannia, I, 1970, pp. 249-265. 63. Corpus inscr. lat., 111, n.° 7.591 (A. von Domaszewski, Aufsatze, 1972, p. 99), y H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.320.

EL PAPEL CULTURAL

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asistían en su vida cotidiana, en particular en el campo de maniobras,64 y más aún en las batallas.65 Podemos distinguir aquí cuatro grupos principales: grandes dioses, principios divinizados, Genios y enseñas. Cuando se trata de grandes dioses antropomorfos es necesario recordar de entrada que todos, o casi todos, ejercían dos funciones prin­ cipales: procuraban alimento y seguridad. Así sucede con la Tríada Capitolina, la poliade (protectora de la Ciudad) en Roma, cuyo jefe, Júpiter, llevaba diversos epítetos que evocaban su papel: el más antiguo en la Vrbs, el de stator, recordaba que era él quien detenía a los ene­ migos; como depulsor rechazaba al adversario (en particular, las tropas de Panonia le reconocían ese mérito); era también valiente, ualens, notablemente en el ejército de África, lo que le acercaba al Balidir lo­ cal; como conseruator protegía la patria. Si su hermana y esposa, la reina Juno, era menos venerada en los campamentos, su hija Minerva, se ganaba los votos de los empleados de la contabilidad y de los trompetistas que hacían resonar los instrumentos de metal.66 Otro dios, Silvano, poseía una naturaleza campestre en la tradición italiana, pero más militarizada para las tropas de Panonia, entre las que recordaba a Vetiri, y también entre las que ocupaban África; su éxito se extendió a los pretorianos, que le pusieron como apelativo el de castrensis. En esta lista había algunos de los grandes dioses que más consi­ deración habían alcanzado, por ejemplo, Jano, quien desde siempre ayu­ daba a los romanos en los combates y que no sería olvidado en el Alto Imperio; antes de un conflicto era conveniente abrir las puertas de su templo, con el fin de que pudiese presentarse en el campo de batalla; no se volvían a cerrar hasta que se alcanzaba la paz. De igual manera, Venus aseguraba la victoria, ella misma era la Victoria. No obstante, el más reverenciado era Marte, que, maestro de armas, dirigía también el servicio militar (militiae potens)’, vigilaba el campo de maniobras, mo­ mento en que se le denominaba campester.67 En Britania, donde había tomado el lugar de un dios indígena, se decía simplemente que era militaris. Y, para todos, era Gradiuus, antiguo epíteto que insistía en su ca­ rácter guerrero. No obstante, quedó algo desdibujado, notablemente en el siglo ni, ante un semidiós, el Hércules grecorromano, favorito de Cómodo y patrón de Lepcis Magna, la ciudad de Septimio Severo y de Caracalla. Hércules obtuvo gran difusión entre los ejércitos de Germania, donde les recordaba a Donar —en los del Danubio— en África y también en Roma, entre los pretorianos y los equites singulares Augusti. 64. 65. 66. 67.

Véase parte II, cap. IV, p. 159. Columna Trajana, n.os 18 y 27. H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.584. Corpus inscr. lat., II, n.° 4.083.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

Añadamos, finalmente, que los lares, protectores de las encrucijadas y los recintos domésticos, también fueron calificados de militares ,68 Una de las particularidades de la religión romana consistía en re­ servar un buen lugar en su panteón a abstracciones divinizadas (los grie­ gos han conocido esa práctica, pero le han concedido menor importan­ cia). Las inscripciones y las monedas las mencionan a menudo. La más importante de esas potencias fue la Victoria, representada bajo la apa­ riencia de una mujer alada que tiende una corona. Iba en muchas oca­ siones flanqueada por dos trofeos,69 monumentos consagrados, en nu­ merosos casos, como ya hemos visto, a la tríada Marte-Venus-Victoria;70 a veces, sólo se la asociaba con Marte.71 En las inscripciones conviene distinguir la Victoria Augusta (Victoria Augusta), divinidad emparentada con la persona imperial, de la Victoria de Augusto o de los Augustos (Victoria Augusti o Augustorum), que recordaba el papel desempeñado por el o los soberanos en un éxito de las armas romanas. Antes de la ba­ talla se suplicaba a esta diosa, y se le daban las gracias después. Pero la Victoria no iba sola; podía hacerse acompañar por el Feliz Desenlace (Bonus Euentus) y sobre todo por la Fortuna72 (Fortuna). El nombre de esta última divinidad no debe tomarse en el sentido moderno del término, y de ninguna manera en su significado financiero: se trataba del azar, del destino, honrado hasta alcanzar su punto máximo en el Oriente me­ diterráneo de la época helenística bajo el nombre de Tyché. Los soldados colocaban de buen grado sus estatuas en los límites de los campamentos. La Victoria y la Fortuna manifestaban la omnipotencia de los dio­ ses; otros principios insistían en el papel desempeñado por los huma­ nos. A propósito de la instrucción,73 hemos visto anteriormente el do­ ble significado de Disciplina, «ciencia» y «obediencia»; se acuñaban monedas en su honor (lám. XXXVIII, 39) y se le ofrecían altares. Esa Disciplina no podía adquirirse sin la Virtud, que era la característica del hombre (el uir, el ser «viril»), es decir, el servicio del Estado bajo sus dos formas, civil y militar, implicando así el «coraje», otra acep­ ción del término. Los militares debían asimismo tener Piedad (Pietas) para obtener la Victoria; y no se olvidaban de añadirla a su panteón. El Honor (Honos) representaba la última abstracción importante que nos quedaba por señalar. Esa palabra, muy rica también en sig­ nificado, designaba en primer lugar una actitud individual, el respeto a un código de conducta, como se practicaba en la Francia del siglo x v ii

.

68. 69. 70. 71. 72. 73.

Corpus inscr. lat., HI, n.° 3.460. Ref. n. 55. G.-Ch. Picard, Les trophées romains, 1957. H. Dessau, Inscr. lat. sel., n.° 2.585. Onesandros, Pr., 6. Parte II, cap. IV, p. 147.

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EL PAPEL CULTURAL

Pero, más a menudo, expresaba la gloria vinculada al ejercicio de una función o al trato con un personaje de alto rango o con un ser divino; así, en las legiones, los primipilos celebraban el Honos Aquilas, el Honor del Águila, emblema y símbolo sagrado de la unidad.74 Y eso no es todo. A los dioses antropomorfos y a los principios ve­ nía a añadirse una tercera categoría de protectores: se trataba de los Genios, seres bastante análogos a los ángeles de la guarda del catoli­ cismo. Se les puede clasificar en dos grandes categorías. Unos ejercían una función «topográfica»; se hallaban vinculados a edificios y, sobre todo, al campamento,75 que era un espacio sagrado,76 inaugurado con un sacrificio, una suovetaurilia celebrada al son de la doble flauta,77 así como a la vivienda del general, el pretorio o el augural Otros Genios79 velaban por el hospital, los almacenes, los depósitos de archivos, los lo­ cales de los colegios (escuelas) y la tribuna del legado. Fuera de los cam­ pamentos se conocen otros que protegían los puestos de policía (stationes) y los campos de maniobras (campi), donde estaban asociados con los dii campestres. Otros genios se hallaban vinculados, no a lugares, sino a grupos humanos,80 y en primer lugar a los soldados en general. Así aparecen testimonios de los Genios de los soldados, de la legión, de la cohorte, de la centuria y de los principales, así como, entre los auxilia­ res, del ala, de la cohorte, del numerus, de la turma y de la centuria, sin olvidar, en Roma, los de los frumentañi y de los equites singulares Augusti. Y esta lista no pretende ni mucho menos ser exhaustiva. En cualquier caso, conviene no olvidar un último culto típica­ mente militar, el de las enseñas, de las que se celebraban los aniver­ sarios,81 y que se hallaban depositadas en una capilla, la aedes signorum, situada en el centro de los principia, la zona central del campamento, donde descansaban al lado de la imagen (¿o imáge­ nes?) del emperador (¿o de los emperadores?). Particularmente, al águila de la legión82 se la honraba con ocasión de su aniversario, el natalis aquilae, y a través de su Honos, según acabamos de ver. A los signa se les festejaba y se les cubría de flores en los Rosalía, así como a los uexilla. Cada águila de la legión era portadora de símbolos que se mos­ ,78

74. P. Herz, Zeits. Papyr. Epigr., XVII, 1975, pp. 181-197. 75. Corpus inscr. lat., VI, n.° 230. 76. Tácito, H„ TV, 58, 13. 77. Columna Trajana, n.os 7 y 37. 78. Tácito, An., II, 13, 1. 79. Corpus inscr. lat., II, n.° 2.634, III, n.° 1.019, y L’Année épigraphique, 1898, n.° 12, (a título de ejemplo). 80. Corpus inscr. lat., II, n.° 5.083, III, n.os 1.646 y 15.208, VI, n.os 227 y 234; H. Dessau, Inscr. lat, sel., n.° 2.180 (también aquí a título de ejemplos). 81. Corpus inscr. lat., II, n.° 2.556. 82. Talmud de Babylone, Pesahim, 87, b; Corpus inscr. lat., II, n.° 2,552.

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EL PAPEL DEL EJÉRCITO EN EL IMPERIO

traban en esas celebraciones. Las monedas acuñadas en la crisis del siglo m muestran que la elección de esos emblemas quizá fue variando; pero pueden utilizarse otras fuentes para conocerlos mejor. Los emblemas de las legiones83 Unidades I Adiutrix

Siglos i y ii

Capricornio Pegaso I Itálica Jabalí Toro Bos marinus I Minervia Minerva Camero I Adiutrix Capricornio II Adiutrix Jabalí Pegaso II Augusta Capricornio Pegaso Marte II Itálica Loba Capricornio Cigüeña II Parta Centauro II Trajana Hércules III Augusta Capricornio Pegaso III Gallica Toro III Itálica Cigüeña IV Flavia León IV Macedónica Toro Capricornio V Macedónica Toro Aguila VI Victrix Toro VII Claudia Toro León V III Augusta Toro X Fretensis Toro Jabalí X Gemina Toro X I Claudia Neptuno X II Fulminata Rayo

Galieno Capricornio Pegaso Jabalí Toro — Minerva Capricornio Jabalí Pegaso — —

Victorino

Carausio

— —

— —

-Camero -—. —

■ — Carnero —

■ — — —

— Capricornio







_

__





Loba y gemelos Capricornio — Centauro







— Centauro Hércules





■ —■



Cigüeña León

León

León

— Aguila

— Toro

-—















Toro

__ „

Toro

— Toro

Toro — Toro —

Toro Neptuno —

__



— —







83. Ch. Rene], Cuites militaires, 1903, p. 212; A. von Domaszewski, Aufsatze., 1972, p. 55; H. M. D. Parker, Legions, 1980, pp. 261-263.

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EL PAPEL CULTURAL

Los emblemas de las legiones (continuación) Unidades X III Gemina XIV Gemina

Siglos i y ii

León Capricornio Águila XVI Flavia León X X Valeria Jabalí Capricornio X XI Rapax Capricornio XXII Primigenia Capricornio Hércules XXX Vlpia Néptuno Capricornio Júpiter

Galieno León Capricornio — — — —

— Capricornio Neptuno —■

Victorino León Capricornio —

—. Jabalí — — Capricornio Capricornio — —

Carausio

_ — _

— Jabalí —

,

— Capricornio Neptuno —



Si a ese catálogo se le añaden los dioses no romanos, sobre los que será necesario volver (piénsese, por ejemplo, en Azizu, llamado Bonus Puer en latín y que era una especie de Marte árabe), se puede advertir que el aspecto «profesional» desempeñaba un importante pa­ pel en la vida religiosa de los campamentos. Pero creemos que lo más importante se halla en otro lugar; se confirma aquí la tesis expuesta anteriormente: los cultos oficiales y tradicionales ocupaban una plaza sobresaliente en el medio militar. Los dioses civiles de tradición romana Esa opinión queda aún mejor ratificada cuando se hace la lista de las divinidades civiles, aquellas cuyo carácter bélico se sitúa en un segundo plano. Encontramos aquí una clasificación parecida a la precedente, con grandes divinidades, abstracciones y Genios. Así está representado todo el panteón del Alto Imperio, ciertamente mejor o peor, con influencias griegas o indígenas cuya profundidad es, en ocasiones, difícil de medir. Parece, no obstante, que, en época alta, se haya privilegiado una especie de «servicio de salud» divino con Apolo (y en lugar secunda­ rio, su hermana Diana). Esculapio le sucedió en los corazones de los legionarios; en Lámbese (Numidia), se le erigió un amplio santuario, centro de recepción de numerosos desplazados. Asimismo se elevaban plegarias a la Buena Diosa (Bona Dea), conocida también como Buena Salud, Hygie o Salus. Y lo mismo que hacían todos los habitantes del Imperio, se utilizaba el valor curativo de las aguas que, por otra parte, estaban divinizadas; en el mismo centro del Gran Campamento de

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Lámbese existía una Ninfeion, y continuando en esa ciudad, pero fuera del recinto militar, se ofreció un templo a Neptuno y diversas cons­ trucciones que atraían a los fíeles desde muy lejos. Un caso específico lo representa el dios itálico Cereo, adoptado especialmente por el ejército de África. Su culto se celebraba con la consagración de un altar cada 3 de mayo, el último día de las Floralias; sin embargo, es Flora84 la que ha entregado a los hombres la miel y la cera (como nombre común, cereus significa «cirio») y es también ella la que le ha dado a Juno una planta mágica que le permitió engen­ drar a Marte sin la intervención de Júpiter, su marido; esa leyenda ex­ plica que se haya establecido un vínculo entre Cereo y el ejército. Volvemos a encontrar igualmente todas las abstracciones divini­ zadas honradas por los civiles, así como la diosa Roma, especialmente celebrada en época de Adriano y en Oriente, y también toda clase de Genios vinculados a los lugares por los que pasaban los ejércitos. Y como los soldados servían a menudo lejos de sus ciudades de origen, todos velaban cuidadosamente por rogar a su deus patrius, que debía permitirle regresar a casa. Como puede comprenderse, todo eso no tiene nada de original. El culto imperial Sin embargo, cuando nos enfrentamos al culto imperial, se nos revelan algunos matices y ciertas divergencias en función de las dife­ rentes clases de unidades. Los pretorianos, que vivían a la sombra del soberano, y los cuerpos menos romanizados, es decir, los auxiliares, mostraban un mayor celo que los legionarios: estos últimos, tanto más orgullosos de su título de ciudadanos, cuanto más tiempo hacía que no eran ya reclutados en la Vrbs, parecen haber quedado vinculados a la conservación de la tradición en Italia. Se limitaban a formular vo­ tos «por la salud del emperador»,85 «por la victoria del emperador», y rezaban a Júpiter para que conservara a su soberano (íupiter conseruator). La voluntad del poder político era por tanto evidente. Una fes­ tividad y un juramento celebraban el aniversario del emperador.86 El busto imperial se encontraba en la capilla de las enseñas, en el centro del campamento, y ese culto lo servía un soldado que le estaba espe­ cialmente dedicado, el imaginifer. Autorizados por Septimio Severo, los colegios actuaron de esa misma manera y muy a menudo se con­ templa la intervención de los legados (los soldados no se mostraron 84. 85. 86.

Ovidio, F., V, 20 ss. Plinio, Cartas, X, 100 (a principios de año). Plinio, Cartas, X, 52 y 102.

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activos en ese campo más que a partir precisamente de Septimio Severo). En el seno de las legiones, los resultados fueron, por tanto, bastante decepcionantes: no se honraba más que al Genio y al Numen («ángel guardián» y «voluntad actuante») del emperador, así como a los diui (emperadores divinizados después de su muerte) y a la domus Augusta (la «familia del soberano»), sin olvidar a los diversos dioses Augustos. No será hasta alrededor del año 200 cuando la domus Augusta se con­ vierte en domus divina y se califica al emperador de «maestro» (dominus noster), al menos de forma bastante general, pues ya habían existido precedentes. Y las emperatrices de la dinastía severa se con­ virtieron en «madres de los campamentos». Los dioses no romanos Es evidente que, en los corazones de los soldados, quedaba muy poco espacio para los dioses no romanos. Sólo aquellos militares que servían en los numeri más bárbaros conservaron un vínculo claro con los cultos de sus ancestros: por ejemplo, los palmirianos veneraban en todas partes a Malagbel y a Hieróbolo, tanto en Dura-Europos87 como en Numidia, en El-Kantara como en Messad,88 y los hemesenios cele­ braban el culto al Sol allí donde se encontraran. Es cierto que otras clases de unidades hacían manifestaciones de piedad ante divinida­ des exóticas; por ejemplo, los equites singulares Augusti veneraban a las Matres, a los Suleuiae, a Silvano, a Apolo y a Diana, calificados de dii patrii, habiéndose relacionado las inscripciones tracias del Esquilino con los pretorianos. En cuanto a los ilirios, honraban a Silvano. Por lo que se refiere al resto, los dioses no romanos podían cla­ sificarse en dos grandes grupos. Unos pertenecían a los fondos indí­ genas de las diversas provincias y, aparentemente, no son demasiado numerosos, pero es difícil estimar con exactitud su importancia, pues se camuflan por la práctica de la interpretatio romana, que consistía en latinizar sus nombres. Esta mediocridad puede comprobarse en África, donde los legionarios no han legado más que una inscripción honrando a Saturno, otra para su hermana y esposa Caelestis, y alguna más para las Cereres. Los dii Mauri obtuvieron un éxito algo mayor en Mauretania, así como las divinidades bretonas cerca del Muro de Adriano, donde se erigió un templo en honor de Antenocitius y varios textos conmemoraban a sus semejantes (Veteres, Belatucadrus, Cocidius). En los países de tradición celta se honró a Epona, y en Panonia a Sedatus y Trasitus. Ese apego a los protectores del país en que 87. 88.

F. Cumont, Mon. Mém. Acad. Inscr., XXVI, 1923. G.-Ch. Picard, Dimmidi, 1947, pp. 159-172.

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se encontraban las guarniciones revelaba una tradición muy romana: era necesario ponerse siempre bajo la protección de los dioses loca­ les; cuando un ejército iniciaba una expedición, lo hacía incluso an­ tes de penetrar en territorio enem igo y, tanto en la Colum na Trajana com o en la Aureliana,89 se ve cóm o el Danubio divinizado vela p or las tropas romanas que inician la campaña. Un segundo grupo de dioses no rom anos lo constituyen las d ivi­ nidades orientales de las que se ha tom ado mucho en préstamo; sin duda, es necesario concederles menos im portancia de lo que se ha he­ cho hasta el presente. Señalemos ya desde el principio que son tam ­ b ién indígenas en Anatolia, en S iria o en E gip to y que entran, p o r tanto, en la categoría an terior cuando los encontram os en esas re­ giones. Así, durante la guerra civil que siguió a la muerte de Nerón, la mañana de una batalla, «a la salida del sol, según la costumbre de Siria, la tercera legión le saludó»:90 en este caso se trataba de la cele­ bración de un culto local, dedicado al Sol y venerado en Siria, que los soldados que servían en ese territorio honraban aunque se encontra­ ran de operaciones en Italia. Contam os tam bién con pruebas de la vinculación de los hombres de la I I I Legión Gallica al dios de Hemese.91 De hecho, los dioses orientales no se difunden de m anera sign ifica­ tiva en el ejército rom ano hasta el siglo iii, y sedujeron sobre todo en p rim er lugar a los cuadros. El principal de ellos fue M itra, el iraní, convertido en Sol invencible; era garante del buen orden del cosmos. Su culto agradaba, pues era en parte concebido com o una m ilicia: el tercero de los siete grados de iniciación daba derecho al título de «sol­ dado (de d ios)». Los militares construyeron mithraea. Los Júpiter sirios conocieron igualmente un gran éxito. E l de Doliché,92 en Commagene, reforzaba el poder político, pero había sido ignorado p or los poderes oficiales. Aquel Ba'al Tarz, de origen hitita, consiguió fíeles en Rom a, entre los equites singulares Augusti, en el Danubio, en el R in y hasta en Britania. Su culto se hallaba asociado al de las enseñas, a A polo y a Diana, al Sol y a la Luna. E l Júpiter de H eliópolis (Baalbek) era «e l Ángel enviado p or B el», y el árabe Azizu, llam ado en latín Bonus Puer, el «N iñ o B u en o », reco rd ab a a M arte. Finalm ente, proceden tes de E gipto, Isis y Serapis se hallaban a m enudo vinculados al culto a las aguas. En resumen, parece que los cultos orientales, de arribada tardía a Occidente, no habían afectado más que a una parte del ejército ro­

89. 90. 91. 92.

Columna Trajana, n.° 4; Columna Aureliana, n.° III. Tácito, H., III, 24, 6; Dion Casio, LXV, 14. Herodiano, V, 3, 9 y 12. M, Speidel, The Religión o f Iuppiter Dotichenus in the Román Army, 1978.

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mano; naturalmente, alcanzaron m ayor éxito en el Oriente m edite­ rráneo. Los sincretismos de acum ulación Nos hubiera gustado decir muchas más cosas sobre un fenóm eno muy importante y del que ya hemos hablado anteriormente, pero poco conocido: el de los sincretismos. M. L e Glay93 los ha estudiado de m a­ nera general y sólo el ejército de Africa94 ha sido objeto de un inicio de investigación sobre ese tema. Se trataba de una práctica consistente en añadir, unos a otros, un gran número de dioses para reforzar su ac­ tividad, según hemos visto en la inscripción citada más arriba.95 Parece que las series de dioses no se constituían al azar y que se pueden dis­ tinguir dos clases de sincretismos. En el prim er caso se evidencia un carácter único y dominante, por ejemplo, la guerra: todos los seres di­ vinos citados intervienen en los combates. O, en otro caso, aparecen dos temas importantes, pero siem pre vinculados: la guerra y la p ro­ vincia de la guarnición, la guerra y la patria, la guerra y la salud, etc. E l cu lto a los muertos N o se puede abandonar un examen del paganismo romano sin re­ cordar el culto a los muertos, especialmente importante para hombres cuya profesión les exponía a una muerte prematura. La pietas im po­ nía a los supervivientes la obligación de enterrar a sus compañeros caí­ dos en com bate y celebrar los cultos que marcaba la tradición. A con­ tinuación debían construir sepulturas coronadas por un monumento fu n erario o cen otafios, si no se h abía p o d id o lo c a liza r el cadáver. Para quienes m orían en el lecho, no parece que el culto haya presen­ tado la m enor originalidad, y los soldados se com portaban en ese caso com o los civiles. Según hemos visto con anterioridad,96 en el siglo I los supervivientes ofrecían estelas, altares en el siglo n, y cúpulas en el m, al m enos en África. Las tumbas se agrupaban en vastas n ecrópolis alineadas a lo largo de las rutas que partían del cam pam ento. A lo sumo, podem os señalar que los m ilitares, gracias a sus salarios, p o ­ dían hacer grabar relieves al lado de las inscripciones que conm em o­ raban su recuerdo; más ricos aún, los centuriones conseguían incluso hacerse erigir mausoleos.

93. 94. 95. 96.

M. Le Glay, en Syncrétismes, 1975, pp. 123-151. Y. Le Bohec, La IIIé Légion Auguste, 1989, p. 570. Véase n. 38. Introducción, p. 18 y lám. I.

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En resumen, se constata que los soldados, tanto cuando celebra­ ban el culto a los grandes dioses com o a los muertos, se com portaban de la misma manera: conservadores, mantenían las tradiciones del pa­ ganismo romano. E l cristianism o en el ejército rom ano Esa actitud plantea un p ro b lem a a los historiadores, pues las fuentes cristianas insisten, p or el contrario, en la receptividad de los m ilitares ante la nueva fe. En el 174 — y el pagano D ion Casio tam ­ bién creía en e llo — ,97 la X I I L e g ió n Fulm inata habría obten ido de D ios una llu via m ila grosa que salvó al ejército. E n la Apologética, Tertuliano dice en varias ocasiones que sus correligion arios llenaban los cam pam entos, y el tratado Sobre la corona muestra a un pretoriano que p refiere m o rir a realizar sacrificios.98 Num erosos soldados sufrieron persecución a lo largo de todo el siglo m, especialm ente con D ecio en E gipto y con G alieno en Judea. Pero serían D ioclecian o y M axim in o quienes aplicarían esa política con m ayor rigor, hasta lle­ gar incluso a aniquilar a la «L eg ió n Tebana», contam inada a sus ojos casi p or entero.99 Esas persecuciones se explican p or varios motivos: desde el punto de vista teológico, era im posible llevar a cabo alguna clase de sincre­ tismo entre los dioses del ejército, tan necesarios para mantener la dis­ ciplina, y el Dios de los cristianos; p or otro lado, estos últimos no p o ­ dían celebrar ritos idólatras; finalmente, una m oral exigente hacía sentir la incom patibilidad existente entre el juram ento (sacram entum ) pres­ tado al Estado y los sacram entos (.sacram entum tien e tam bién ese m ism o sentido), entre la m ilicia de Cristo y la m ilicia del emperador; incluso podía llegar a prohibírseles verter sangre, de tal manera que ciertos historiadores han visto en ellos a «objetores de con cien cia»100 y desertores;101 algunos escritores han acusado incluso a este m o v i­ m iento de haber causado el hundimiento de las defensas del Im perio y perm itido las invasiones germánicas. De hecho, los Padres de la Iglesia y la apologética antigua exage­ raron. Sólo una m inoría herética, influida por el m ontañismo,102 buscó el martirio. N o sería hasta más tarde cuando el cristianismo penetra­ ría en el ejército rom ano. L a d eb ilidad de esa p en etración ha qu e­ 97. 98. 99. 100. 101. 102.

Dion Casio, LXXI, 9-10. Y. Le Bohec, Bulí. Com. Trav. Hist., 1984, p. 50. L. Dupraz, Les passions de s. Maurice d’Agaune, 1961. P. Siniscalco, Massimiliano: un obiettore di coscienza, 1984. E. Beurlier, Les chrétiens et le service militaire, 1892; véase n. 31 (J. Helgeland). L. De Regibus, Didaskaleion, II, 2, 1924, pp. 41-69.

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dado establecida para el pretorio,103 así com o para Britania104 y África;105 puede ser que Oriente conociera una situación ligeram ente distinta. De hecho, los soldados se colocaban de buen grado del lado de los per­ seguidores.

Conclusión En la sociedad del Alto Im perio, el ejército desempeñó, por tanto, el papel de fuerza conservadora. Difundió la rom anización y practicó el paganism o con un espíritu muy tradicional. Ciertamente, conviene distinguir las dos partes del Imperio, Oriente y Occidente; en el este de la cuenca mediterránea, el griego se utilizaba a menudo más que el latín, o le acompañaba o le sustituía, pero su pre­ sencia fue m enos profunda en el seno del ejército que entre los c i­ viles. Es preciso asimismo valorar la capacidad evolutiva del proceso: ese papel desem peñado respecto a la rom anización y la tradición exi­ gía la voluntad de no aceptar más que un reclutam iento de calidad. Esa política no podía aplicarse sino al precio de una inversión im por­ tante. Y la crisis del siglo m trastocó todo el antiguo orden financiero.

103. 104. 105.

M. Durry, Mél. J. Bidez, 1956, pp. 85-90. G. R. Watson, en Chñstianity in Brítain, 1968, pp. 51-54. Y. Le Bohec, op. cit., n. 94, p. 571.

C a p ít u lo X

CONCLUSIÓN GENERAL L a «h isto ria de las batallas» trad icion al ha m u erto y nadie la echará de menos. Sobre sus cenizas puede nacer una nueva historia m ilitar, que ya se ha m anifestado con v ig o r durante estos últim os años. P or no hablar más que de la producción francesa, sería preciso citar entre los nom bres más im portantes a Ph. C on tam in e1 para la Edad M edia, A. Corvisier,2 especialista de la Edad M oderna, y, para la época contem poránea, a P. R enouvin,3 G. Pedron cin i4 y A. M artel.5 Desde 1989 estos m aestros han tenido epígonos y el Centre d ’Etudes d’H istoire de a Défense les perm ite contar con un lugar de encuen­ tro. De la confrontación de sus trabajos se desprende una enseñanza en form a de evidencia: no se puede reconstruir el pasado sin tener en cuenta los con flictos que lo han agitado. Y esa constatación es tam bién de a p licación a la An tigü edad :6 el estudio del ejército ro ­ m ano y de sus guerras conduce necesariamente a tocar todos los cam ­ pos de la vida, la política, la econom ía, la sociedad, la cultura, la re­ ligión . E l exam en de esos diferentes aspectos del tem a no puede, sin em bargo, hacerse en prim er lugar: en buena lógica, conviene obser­ var en p rin cip io quién form aba esa hueste im perial, antes de tratar de saber qué llegó a hacer.

1. Ph. Contamine es conocido por sus trabajos sobre la Guerra de los Cien Años y el fin de la Edad Media. 2. A, Corvisier ha estudiado, en especial, L'armée frangaise de la fin du X VIIdsiécle au Ministére de Choiseul (1964, 2 vols.). 3. P. Renouvin ha trabajado mucho sobre la Primera Guerra Mundial. 4. G. Pedroncini, autor de un libro notable sobre los motines de 1917, ha organizado la enseñanza de la historia en la Escuela Militar de Saint-Cyr. 5. A. Martel ha organizado un centro de estudios militares en la Universidad de Montpellier. También podríamos citar a G. Bouthoul y Sas reflexiones consagradas a la «poiemología». 6. Y. Garlan, La guerre dans l'Antiquité, 1972, y J. Harmand, La guerre antique, 1973, ilustran ese objetivo.

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Características específicas del ejército romano Estas primeras investigaciones adoptan, por tanto, un enfoque de alguna manera técnico y profesional. Nos muestran, en principio que, para los rom anos del Alto Im perio, la guerra se había convertido en objeto de ciencia: se estudiaba y era tema de libros; había entrado en las b ib liotecas.7 L o que en una prim era aproxim ación im p resion a p or encim a de todo es la sorprendente com plejidad de ese ejército y de sus empresas: la legión no se parecía en nada a un tropel de gente, pues cada uno de los hom bres tenía adjudicado un lugar preciso, en fun­ ción de su especialidad (y había un gran número de ellas);8 de la misma manera, la construcción de un cam pam ento ponía en ju ego com pe­ tencias muy diversas9 y la m arina tenía mucho más valor de lo que la tradición ha hecho creer.10 Los cuadros debían conocer una estrategia que había ido evolu­ cionando,11 y que se m aterializaba en esa zona com pleja, llam ada a m enudo lim e s } 2 una franja de territorio bastante am plia que c o m ­ prendía defensas puntuales (cam pam entos y torres), obstáculos linea­ les (ríos y m uros) y caminos. El grueso del ejército, las legiones y los auxiliares, se hallaba instalado en las fronteras; Rom a, el «centro del p od er», había recibido tam bién una guarnición, form ada a partir de los mejores soldados del Imperio; y la marina, aunque sólo haya desem­ peñado un papel secundario, tam poco había sido descuidada. Los ge­ nerales se m antenían h abitu alm en te a la defensiva, p ero jam ás se prohibían pasar a la ofensiva: destruir al enem igo allí donde se en­ contrase no planteaba ningún problem a de conciencia o diplom ático;13 los objetivos de la guerra se caracterizaban, así, por su sim plicidad, por su claridad:14 garantizar la seguridad del Im perio o conseguir botín del adversario. Esa estrategia im plicaba la puesta en práctica de una táctica in­ teligen te,15 pero descuidada desde hace ya tiem po p or el descrédito 7. Véanse pp. 13 y s. 8. A. von Domaszewski, Rangordnung, 1967, 2.a ed. (B. Dobson); Y. Le Bohec, La IIJéLegión Auguste, 1989, pp. 185-195. 9. H. von Petrikovits, Innenbauten, 1975; J. Lander, Román Stone Fortifications, 1983. 10. M. Reddé, Mare nostrum, 1986, 11. E. N. Luttwak, The Grand Strategy o f the Román Empire, 1978, 3.a ed. 12. G. Forni, sub voce Limes, en E. De Ruggiero, Dizionario epigráfico, IV, 1959, pp. 1.074 y ss. 13. N o obstante, Roma contaba con una diplomacia que apenas ha sido estudiada. 14. E. N. Luttwak, op. cit., n. 11, insiste en esa claridad de visión, empujado quizá por preocupaciones muy actuales. 15. J. Kromayer y G. Veith, Heerwesen und Kriegsführung, en I. von Müller, Handbuch, IV, 3, 2, 1928; H. Delbrück, Art ofWar, I, Antiquity, 1975.

CONCLUSIÓN GENERAL

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arrojado sobre la «historia de las batallas». Los oficiales romanos de­ bían saber con stru ir puentes, tra za r carreteras y e d ific a r cam p a­ mentos. E l orden de m archa y el de batalla obedecían a un regla­ m ento m uy extenso, menos am plio, sin em bargo, que las reglas que presidían la conducta a seguir en un asedio. Los encuentros en campo ab ierto exigían, no obstante, de todos raras cualidades de m a n io ­ bra: la legió n rom ana era la falange de Alejandro dotada de una m a­ yo r flexibilidad: pero esa cien cia m ilita r no perm anecía inalterable; al estudiar la táctica, lo m ism o que cuando se analiza el armamento, el in vestigador no puede dejar de sorprenderse de la gran capacidad de adaptación del ejército rom ano: tiene la im presión de que, des­ pués de cada derrota, el estado m ayor sacaba las consecuencias de aquel fracaso con el fin de prepararse m e jo r para el siguiente en­ cuentro. Esa táctica inteligente no pod ían ponerla en práctica más que hombres m uy bien entrenados. Y lo que no deja de ser curioso, la ins­ trucción, elem ento fundam ental del éxito de los ejércitos romanos, nunca había sido bien estudiada.16 Se sabe que los soldados endure­ cían sus cuerpos m ediante prácticas deportivas, que aprendían el m a­ nejo de la espada y la jabalina, de la honda y el arco, y que participa­ ban en m aniobras bajo la dirección de instructores cuidadosamente seleccionados. Algunas de esas prácticas se desarrollaban al aire li­ bre, otras en salas cubiertas, en basílicas, y otras más en campos es­ pecialmente diseñados para ellas (los cam pi). Ahora se sabe que el valor del ejército rom ano, sus éxitos, se ex­ plican, al menos en parte, p or razones de orden técnico o profesional: en prim er lugar, cada conquista aportaba enseñanzas, y el estado m a­ yor daba pruebas de una gran capacidad de adaptación; pero, por en­ cim a de todo, los oficiales concebían la guerra com o una ciencia y, al servicio de una estrategia ambiciosa, aplicaban una. táctica elaborada que exigía una preparación intensiva, un entrenam iento cotidiano y preciso.

El ejército romano y la sociedad Por su complejidad, esa institución im plicaba a representantes de varias capas de la sociedad:17 la fuerza de las legiones no descansaba solamente sobre un libro de preceptos técnicos; se basaba en los hom ­ 16. Véase bibliografía en G. Horsmann. 17. J. Gagé, Les classes sociales dans VEmpire romain, 1971, 2.aed., pp. 249 ss.; G. Alfóldy, Histoire sociale de Rome, trad. fr. 1991.

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bres que las com ponían. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con esto: el ejército no reproducía la sociedad; antes al contrario, nos ofrece una im agen parcial y deformada. Sólo un hombre, un u ir poseedor de uirtus, podía portar armas. Los esclavos, que no eran seres humanos, o que, en el m ejor de los casos, no lo eran de form a completa, no tenían acceso a ese honor en razón de su indignidad. Los hombres libres se clasificaban en función de su estatus ju rí­ d ico.18 Los menos romanizados, los «extranjeros», los «desplazados», ingresaban en el siglo i en las unidades auxiliares, en las alas y las co ­ hortes, y después en los num eri bárbaros. Quienes poseían la ciuda­ danía se encontraban en las legiones. Pero com o las necesidades se­ guían siendo modestas (m enos de diez m il hombres por año), y com o el servicio era en teoría universal y obligatorio, los responsables po­ dían elegir a los m ejores plebeyos. Son los excepcionales de entre ellos quienes iban a integrar los cuadros subalternos, los decuriones de caballería y los centuriones de infantería.19 Se ha dicho muchas veces que la eficacia del ejército ro­ m ano reposaba en buena m edida sobre las espaldas de los suboficia­ les. P o r el contrario, se ha insistido mucho menos en otro tem a im ­ portante: una parte de ellos había alcanzado directamente ese grado sin pasar por el estadio de soldado raso; son los hijos de los notables municipales e incluso ciertos equites romanos, los centuriones ex equite rom ano. Se podía creer que esa clase de reclutam iento, que p rivile­ giaba el nacim iento en detrim ento del mérito, suponía un elem ento de debilidad. Pero si se examina el cuerpo de oficiales, se constata que la misma práctica conducía a alcanzar unos resultados muy positivos. Los equi­ tes, con el título de tribunos o de prefectos, proporcionaban cuadros a la guarnición de R om a y a las flotas, a los cuerpos auxiliares y a las legiones, en las que se hallaban subordinados a los legados y a los tri­ bunos laticlavios, que pertenecían al orden senatorial. Así, la nobleza del Im perio, los senadores, y esa sem inobleza o nobleza de segunda fila que constituía el orden ecuestre, poseían un privilegio de exclusi­ vidad, el de proporcionar oficiales. Desprestigiado durante largo tiempo, ese encuadramiento bien merece una rehabilitación:20 la práctica del deporte le proporcionaba vigo r y energía, y la ciencia m ilitar se ad­ quiría p or lecturas que form aban parte de la educación de cualquier 18. K. Kraft, Zur Rekrutierung der Alen und Kohoríen, 1951; G. Forni, II reclutamento delle legioni, 1953 (esa clasificación era muy importante en las mentalidades antiguas). 19. Véase cap. VIII de parte III. 20. E. Birley, Durham Univ. Journal, 1949, pp. 8-19, y J. Gagé, op. cit., son los prime­ ros que han emprendido esa revisión.

CONCLUSIÓN GENER AL

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joven bien educado, así com o por el ejercicio del mando, constituyendo los prim eros meses en el cargo una especie de periodo de prácticas, de escuela. Ese cuadro idílico no representa, sin em bargo, más que la situa­ ción de los siglos i y n de nuestra era. D ebido a la crisis, en el siglo ra cam biaron mucho las cosas: según M. Christol, las guerras, largas y peligrosas, consiguieron que los nobles se olvidasen de sus deberes, que los senadores evitasen los campamentos,21 aunque esto no es se­ guro. Los plebeyos más dotados trataban tam bién de escapar a sus obligaciones, a causa de los riesgos que se corrían, es cierto, pero igual­ mente porque el servicio m ilitar se había convertido en un verdadero oficio y porque esa profesión estaba cada vez peor remunerada. Por tanto, ya se trate de cuadros o de soldados, Augusto había to­ m ado una decisión clara: un reclutam iento de calidad. Pero la aplica­ ción de esa política suponía que se diesen dos condiciones: el Estado debía verter poca sangre e invertir mucho dinero.

El ejército y el mundo romano Esas necesidades financieras nos recuerdan que el ejército, lejos de encontrarse fuera del tiem po y del mundo, vivía en simbiosis con el Im perio: eran numerosos los vínculos que les unían, especialmente en el cam po político. E l régim en se definía com o una m onarquía militar, es decir, se apoyaba más o menos abiertamente en los soldados. Con el fin de equi­ librar la presión del Senado y de los senadores, debía buscar el apoyo de fuerzas que era preciso encontrar en las capas sociales más bajas. Recuérdese que Tiberio invitó a los m iem bros de la ilustre asamblea a un espectáculo particular: les m ostró a los pretorianos haciendo ins­ trucción.22 Y Dion Casio, que es quien cuenta esa anécdota, no se en­ gaña cuando dice que el mensaje estaba bien claro: el soberano que­ ría recordar a sus invitados dónde se encontraba verdaderamente el poder. P or otro lado, Tácito ha hablado del «secreto del Im p e rio »23 y ahora sabemos perfectam ente qué quería dar a entender con ello: los nuevos jefes del Estado no eran elegidos en la capital, y evidentemente tam poco en la Curia, sino en provincias, y más concretamente en los campamentos de provincias.24 De hecho, los legionarios, conscientes

21. 22. 23. 24.

M. Christol, Carriéres sénatoriales, 1986. Dio ti Casio, LVH, 24. Tácito, H., I, 4, 2. R Le Roux, L'armée romaine des provinces ibériques, 1982, pp. 127 ss.

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y orgullosos de su título de ciudadanos, se consideraban los herede­ ros de los romanos, los auténticos Quírites. Y com o disponían de la fuerza, se vería mal que hubieran eludido su deber en ese tema. Los soldados ejercían de manera consciente sus obligaciones po­ líticas. Pero, sin saberlo, desem peñaban un papel quizá más im p o r­ tante en otros dominios. Señalemos en prim er lugar que su simple pre­ sencia pesaba en la vida m aterial del m om ento: habían creado una zona de prosperidad que rodeaba el Im perio.25 Contra los bandoleros y los bárbaros, conservaban la paz, la fam osa «p a z rom ana», que se percibía com o un factor de prosperidad; su prim era m isión consistía en luchar contra el enem igo exterior, y la segunda garantizar las fun­ ciones de policía.26 Además, gastaban sus salarios en las regiones donde se encontraban, y donde se establecían a m enudo después de licen ­ ciarse: cobradas con regularidad, sin demoras excesivas y suponiendo una buena cantidad de dinero, unas buenas monedas de plata goza­ ban de una cierta com odidad. Al con trario de lo que sucedía en el mundo exterior, se creó así una econom ía monetaria. Cerca de los cam­ pamentos nacían ciudades, pueblos y extensos dom inios. Artesanos, comerciantes y campesinos, pero también organizadores de lugares de placer venían a aprovecharse de ese maná. Y los soldados parcelaban las tierras y acantonaban las tribus; construían puentes y trazaban cal­ zadas; desbrozaban nuevos caminos para los negocios. Esa franja de prosperidad adolecía, no obstante, de dos debilidades: precisaba de una inercia de continuidad, y, de todas formas, dependía de los salarios, es decir, en última instancia de la prosperidad del Estado. Otro cam po en el que los m ilitares desem peñaban un papel im ­ portante sin quererlo, e incluso sin saberlo, era el de la cultura: d i­ fundían la ro m a n ización precisam ente en aquellas region es en las que gastaban sus salarios. En p rim er lugar, el latín era la lengua de m ando, la única en que se podían dar las órdenes. Y además, el ejér­ cito difundía la ciudadanía,27 que se exigía para ingresar en el p re­ torio, en las cohortes urbanas y en las legiones, y que se concedía en las unidades auxiliares al fin a liza r el servicio. Además, participaba en la m u nicipalización del Im perio: algunos oficiales hacían de ad­ m inistradores de las tribus, o efectuaban el census, los veteranos in ­ gresaban en las curias y los legados ejercían el patronato de las ciu­ dades. Todavía a un nivel más elevado, intervenía en el proceso de provin cialización ;28 los mandos de los ejércitos ejercían igualm ente

25. 26. 27. 28.

P. Salway, The Frontier People o f Román Britain, 1965. R. Mac Mullen, Enemies o f the Román Order, 1966. Véase n. 18. P. Le Roux, op. cit., n. 24.

CONCLUSIÓN GENER AL

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la función de los gobernadores. Sin em bargo, no sería lógico redu­ cir la n oción de rom anización solam ente a su aspecto institucional; en efecto, se trataba tam bién de una form a de vida, y ahí los solda­ dos m anifestaban una vez más su pertenencia a la plebe, de la que com partían los gustos menos refinados, más vulgares: se sentían más atraídos p o r los com bates de gladiadores que p or el teatro. La im ­ portancia de las distracciones, de la fam ilia, del servicio, caracteri­ zaban básicam ente lo que ha dado en llam arse com o «m entalidades colectivas». Esa psicología de los militares estaba, de todas maneras, incluso aún más marcada por la presencia divina: los romanos declaraban en voz alta y potente, sin falsa vergüenza, que form aban el pueblo más piadoso del mundo;29 y los soldados eran romanos. Lo mismo que los civiles, veían por todas partes la presencia de los dioses y notaban su eficacia en form a de numerosos milagros. También com o los civiles, e incluso aún más que ellos, se dirigían a numerosísimas potencias ce­ lestiales que acumulaban en m últiples «sincretism os» para acrecen­ tar la eficacia de sus súplicas.30 El carácter fundamental, y más o rigi­ nal, de esa religiosidad parece, sin embargo, encontrarse en otro lugar; contrariamente a lo que se ha escrito a menudo, parece que los legio ­ narios se habían visto fuertem ente atraídos p or el paganism o más tradicional y más nacional: digamos una vez más que eran romanos. Com o consecuencia, los cultos indígenas y orientales, aunque hayan ocupado algún espacio en los campamentos, llegaron poco y tarde; el cristianism o conoció la m ism a suerte y los soldados se encontraban más a gusto del lado de los perseguidores.31 El poder reforzaba ade­ más esas tendencias: calendarios oficiales32 im ponían la celebración de festividades y de ritos, algunos de los cuales se remontaban a tiem ­ pos muy antiguos. Coincidían cultura laica y religiosidad: los militares pertenecían al m edio form ado p or los ciudadanos y con m ayor exactitud al de los plebeyos. Pero esa situación no era fortuita: derivaba de una política de reclutam iento consciente, querida; sin em bargo, com o ya hemos hecho notar, las decisiones sólo eran posibles con una condición: era preciso que las finanzas del Estado lo perm itieran; convenía que unos salarios elevados sirvieran de acicate a los m ejores jóvenes pertene­ cientes a esa clase.

29. 30. 31. 1968, pp. 32.

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Así, el estudio del ejército nos lleva muy lejos: pasa por un exa­ m en de la sociedad para acabar en una vasta encuesta sobre la civili­ zación.

E vo lu c ió n y ru ptu ra E l aspecto fin an ciero a que nos acabam os de re fe rir nos con ­ duce hasta otra realidad histórica: la evolución. Pues, si existen rasgos perm anentes que llegan hasta el p eriod o del Alto Im p erio, tam bién aparecen algunos m om entos de crucial im portancia. Al principio, la época de Augusto33 se vio marcada, en prim er lugar, p or un im presio­ nante esfuerzo de organización: se puso en práctica la llam ada «es ­ trategia del lim es» (en un m om ento en que la palabra limes aún no ha­ bía hecho aparición en el vocabulario oficial con el sentido que aquí le dam os); debía estar servido p o r un ejército perm anente y basado en un reclutam iento de calidad. Pero eso no es todo, pues el fundador del Im perio, aunque conociera algunos reveses, supo tam bién acre­ centar considerablem ente el dom inio heredado. Después de él, tene­ mos que esperar a Trajano y a M arco Aurelio para asistir a otras gran­ des campañas, las ofensivas contra los dacios y los partos del prim ero de los dos em peradores citados, y defensivas en el Danubio, en el caso del segundo. Septim io Severo renovó la tradición augusta: p or una parte, efectuó algunas reform as, especialmente la autorización de los colegios y el que los soldados vivieran con sus «esposas»; por otra parte, llevó a cabo las últimas guerras importantes del principado, en particular en M esopotam ia. Después de dos siglos de historia puede realizarse un balance para concluir que el enem igo más tem ible se encontraba al otro lado del Rin y del Danubio: eran los germanos; a continuación venían Irán y los partos arsácidas. La situación se agravó en el siglo m, m om ento en que los persas sasánidas sucedieron a los partos arsácidas, y cuando el Im perio se vio atacado a la vez en dos frentes, por el norte y p or el este. La crisis, bas­ tante menos seria, no obstante, de lo que se ha dicho, provocó una nueva transform ación del ejército, una reacción ante las dificultades del m om ento. Correspondió a G alieno,34 tercer gran reform ad or del ejército romano, m od ificar el mando y la estrategia: debió adm itir que los senadores no ocupaban ya un lugar en los campamentos; no hay evidencia alguna de que el Im perio saliera ganando: el m ito de la «pro33. Los investigadores han minimizado a menudo la importancia de las conquistas de Augusto. 34. M. Christol, op. cit., n. 21.

CONCLUSIÓN GENER AL

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fesionalización» de los cuadros m erecería sin ninguna duda ser exa­ minado de nuevo. P or otra parte, pareció más eficaz efectuar concen­ traciones de tropas móviles por detrás del limes. Acum ulándose, esas pequeñas m od ificacion es adquirieron im ­ portancia, en particular aquellas impuestas después de los fracasos su­ fridos a m ediados del siglo m. Y, poco a poco, esa evolución desem ­ b ocó en ruptura. E l ejército del A lto Im p e rio presentaba tres características fundamentales: la estrategia del limes, con el ejército instalado en las fronteras, un encuadram iento aristocrático y un re­ clutam iento de calidad. Podem os definir el ejército del Bajo Im p erio35 utilizando los rasgos contrarios. A partir de m ediado el siglo ni, los o fi­ ciales ya no procedían del Senado. A continuación, D iocleciano36 sus­ tituyó aquel principio basado en la calidad p or otro que insistía en el aspecto cuantitativo: durante su reinado se acrecentó considerable­ m ente la masa de soldados y Lactancio,37 que sin ninguna duda exa­ gera, lle ga in clu so a d ec ir que se m u ltip licó p o r cuatro. Después, Constantino concibió una nueva estrategia inspirándose, según parece lo más verosímil, en las ideas de Galieno: los cuerpos de combate esen­ ciales se encontraron desde entonces en el interior del Im perio, aleja­ dos de las fronteras, que eran custodiadas p or tropas de m enor valor. Parece ser que no se dio ningún corte brusco,38 es decir, nada parecido a una revolución: la crisis de mediados del siglo Til había impuesto a Galieno ciertas transformaciones, que servirían para preparar las de D iocleciano y Constantino. En el Alto Im perio, y más precisamente en los siglos i y n, el ejér­ cito rom ano se caracteriza p or la existencia de cuadros aristocráticos, p or un reclutam iento de calidad y por la elección de la llamada «es­ trategia del lim e s ». E n el B ajo Im p erio, los cuerpos de com bate se han ido desplazando hasta situarse p or detrás de las fronteras, los oficiales com ienzan a proceder de m edios más populares, y la canti­ dad debe suplir a la calidad. Algunos de esos rasgos contribuyeron tam­ bién a dibujar el «Renacim iento del siglo IV ».

35. D. van Berchem, L’armée de Dioclétien et la réfonne constantinienne, 1952; R. Mac Mullen, Soldier and Civilian in the Later Román Empire, 1967; D. Hoffmann, Spátróm. Bewegungsheer, Epigr. Stud., VII, 1 y 2, 1969 y 1970; E. Gabba, Per la storia dell'esercito ro­ mano, 1974; véase también la nota siguiente. Pero la bibliografía del ejército romano en el Bajo Imperio exigiría bastante más que una nota. 36. W. Seston, Dioclétien et la Tétrarchie, 1946. 37. Lactancio, De la mort des persécuteurs, VII. 38. Interpretación de los hechos puesta de relieve por E. Stein, Histoire du Bas-Empire, 1959, 2 vols.

BIBLIOGRAFÍA El autor relaciona a continuación los títulos más importantes y recientes. Para una m ayor exhaustividad se invita al lector a consul­ tar las notas y la bibliografía que luego se propone. Cualquier reflexión sobre este tem a puede tom ar com o punto de partida las obras de Mom msen, Th. y Marquardt, J., M anuel des antiquités romaines, XI, 1891, De Vorganisation m ilitaire chez les Rom ains (trad. de J. Brissaud), París. N o obstante, esta obra antigua y total­ mente obsoleta solamente tiene interés para la historiografía.

Manuales Historia general Watson, G. R., The Román Soldier, 1969 y 1981, 2.a éd., NuevaYork. Webster, G., The Román Imperial Army, 1969 y 1974, 2.a ed., Londres.

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EL EJÉRCITO ROM ANO

Elenco de artículos Congreso de limes Sólo relacionam os aquí las referencias a los coloquios citados en las páginas de este libro. Acres du 9é Congrés intemational d’études sur les frontiéres romaines, 1974, Bucarest. Studien zu den Militargrenzen Roms, 1977, Bonn. Akten des 11. intemationalen Limeskongresses, 1977, Budapest. Román Frontier Studies, 1980, Oxford. Studien zu den Militargrenzen Roms, 1986, Stuttgart. Aufstieg und Niedergang der rómischen Welt Seguidamente se relacionan los artículos más utilizados en las pá­ ginas precedentes, publicados en Berlín y Nueva York. Birley, E., The Religión o f the Román Army (1895-1977), t. II, 16, 2, 1978, p. 1506-1541. Dobson, B., The significance o f the centurión and the primipilaris in the Román Army and Administration, t. II, 1, 1974, p. 392-434. Forni G., Estrazione étnica e sociale dei soldati delle legioni, t. II, 1, 1974, p. 339-391. Helgeland, J., Román Army Religión, t. II, 16, 2, 1978, p. 1470-1505. Saddington, D. B., The development o f the Román Auxiliary Forces from Augustus to Trajan, t. II, 3, 1975, p. 176-201. Speidel, The rise o f ethnic Units in the Román Imperial Army, t. II, 3, 1975, p. 202-231. —- Legionaries from Asia Minor, t. II, 7, 2, 1980, p. 730-746. Colección M AVO RS Amsterdam Alfóldy, G., Geschichte des rómischen Heeres, 1986 (MAVORS, ITT). Forni, G., Esercito e marina di Roma antica, 1992 (MAVORS, V). Gilliam, J. F., Román Army Papers, 1985, (MAVORS, II). Speidel, M., Román Army Studies, I, 1984 (MAVORS, I), y II, 1989 (MAVORS, VIII). Varios Birley, E., Román Britain and the Román Army, 1953, Londres. Davies, R, The Service in the Román Army, 1991, Edimburgo. Gabra E., Per la storia delVesercito romano in étá imperiale, 1974, Bolonia.

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B IB L IO G R A F ÍA C O M P L E M E N T A R IA

Generalidades Los congresos limes continúan celebrándose y sus actas siempre se publican (además: R om án Frontier Studies, 1995, Groenman-Van W aateringe, W. et alii, (ed.) 1997, O xford); cada vez se centran más en la arqueología. L a colección M AVORS prosigue su cam ino felizm ente.

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Los últimos autores que deben referenciarse son: Mócsy, A., 7, 1992; Devijver, H. (II), 9. 1992; Breeze, D. J. y Dobson, B., 10, 1993, Baatz, D., 11, 1994 Keppie, L., 12, 2000; Stoll, O., 13, 2001. Kaiser, Heer und Gesellschaft in den rómischen Kaiserzeit, G. Alfóldy, B. Dobson y W, Eck (ed.), 2000, Stuttgart.

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ÍNDICE Introducción........... ......................................................................... Los historiadores y el ejército romano .. ................................. Algunas paradojas y varios problemas ......................................... Las fuentes ................................................................................... Las misiones del ejército romano ..................................................

9 9 10 12 20

Primera parte La organización del ejército. Jerarquía y calidad

Capítulo I Los cuerpos de tropa. La apuesta por la diversidad . . . . La guarnición de Roma ................................................................ El ejército de provincias................................................................ La marina ..................................................................................... Los destacamentos ........................................................................ La cuesión de las «milicias locales» .............................................. Conclusión.....................................................................................

25 27 33 39 40 43 45

Capítulo II Los hombres. La apuesta por la preparación............... El cuerpo de oficiales ..................................................................... Centuriones y decuriones............................................................... La tropa en las legiones ................................................................. La tropa en otras unidades diferentes a las legion es....................... La vida militar ............................................................................. Conclusión............................................ .......................................

49 50 58 63 78 80 88

Capítulo III El reclutamiento. La apuesta por la ca lid a d ............... Algunas generalizaciones............................................................... La organización m aterial............................................................... El reclutamiento de los centuriones y delos primipilos . . . ........... El reclutamiento de los legionarios................................................ El reclutamiento de los auxiliares.................................................. El reclutamiento de cuerpos distintos a las legiones y a las tropas auxiliares................................................................................... Conclusión.....................................................................................

93 94 96 101 107 126 134 138

372

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Segunda parte Actividades del ejército. Defensa y ataque

Capítulo IV. La instrucción. Preparar la victoria ......................... La importancia de la instrucción .................................................. El contenido ................................................................................. El control....................................................................................... Los emplazamientos...................................................................... Los emperadores, la instrucción y la disciplina............................. La instrucción y los dioses.................... ....................................... Conclusión........................ ...........................................................

141 143 147 151 152 156 159 161

Capítulo V. La táctica. Matar sin dejarsematar ............................. Las condiciones del combate: el arm am ento................................ Las condiciones del combate: el navio .......................................... El ejército en m a rch a......................................................... .......... El ejército en combate ................................................................... Conclusión.....................................................................................

163 164 172 174 184 201

Capítulo VI. La estrategia: el campamento permanente. Desalentar la agresión ................................................................................... Roma y sus enemigos: ¿ataque o defensa?..................................... La organización defensiva: la estructura de conjunto.................... Los sectores estratégicos: la diversidad regional ............................ Conclusión.....................................................................................

203 204 209 227 249

T ercera parte El papel del ejército en el Imperio. Prosperidad y romanización Capítulo VIL Historia del ejército romano. Guerra y p o lític a ....... Organización y revueltas nacionales........................ ..................... El tiempo de las grandes guerras .................................................. El siglo m: los Severos y la crisis militar ....................................... El ejército, la guerra y la propagandap o lític a ................................ Conclusión..................................................................................... Apéndice: Movimientos de las legiones en los siglos i y i i ...............

253 254 262 267 280 285 286

Capítulo VIII. El papel material. Economía y dem ografía........... . El ámbito econ óm ico.................................................................... El ámbito demográfico.................................................................. Conclusión.....................................................................................

289 289 318 321

Capítulo IX. El papel cultural. Cultura profana y cultura sacra . . . La cultura la ic a ..............................................................................

323 323

ÍNDICE

373

La vida religiosa ............................................................................ Conclusión.....................................................................................

331 351

C a p ít u l o

X. Conclusión gen era l..................................................... Características específicas del ejército romano ............................. El ejército romano y la sociedad.................................................... El ejército y el mundo romano ..................................................... Evolución y ruptura ......................................................................

353 354 355 357 360

Bibliografía........................................................................................

363

Impreso en el mes de mayo de 2004 en A&M GRÁFIC, S. L. Polígono Industrial «La Florida» 08130 Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona)

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