El Dificil Arte de Educar. Cons - Varios Autores

August 9, 2017 | Author: Adrian Quiroga Rodriguez | Category: Sleep, Science, Anger, Self-Improvement, Emotions
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El difícil arte de educar CONSEJOS PRÁCTICOS PARA PADRES CON HIJOS PEQUEÑOS

Varios autores

Ebooks de Vanguardia Colección ES eBooks

© Álex Rodríguez (prólogo) © Ángeles Rubio (capítulo 1 )

© Jordi Jarque (capítulos 2, 5, 1 2 y 1 3) © May te Rius (capítulos 3, 4, 8, 9 y 1 0) © Marta Mejía (capítulos 6 y 1 1 ) © Elena Castells (capítulo 7 ) © De esta edición: La V anguardia Ediciones, S.L. Diagonal 47 7 , 7 ª planta 08036 Barcelona Primera edición, diciembre 201 1 Depósito legal: B-42929-201 1 ISBN: 97 8-84-1 547 4-99-9 Diseño, maquetación y edición: Activ idades Digital Media, S.L. (ADM) EBOOKS DE V ANGUARDIA: www.lav anguardia.com/ebooks Contacto: ebooks@lav anguardia.es

Índice Prólogo 1 . ¡Cómprame! 2. ¿Cuánto tienen que dormir los niños? 3. Educar las emociones 4. El buen castigo 5. El estrés no tiene edad 6. Freno al niño déspota 7 . Mamá, los pay asos me dan miedo 8. Manejar a Caín y Abel 9. Más que guiños y muecas 1 0. Únicos pero no rey es 1 1 . Hermanos cada 1 5 días 1 2. Niños más tranquilos 1 3. No son tan frágiles Otros títulos de Ebooks de V anguardia Enlaces

Prólogo Educar a un hijo, acompañarle en su crecimiento, desde cuando comienza a gatear hasta cuando balbucea palabras, da sus primeros pasos o comienza a enhebrar la batería de porqués que a más de un padre sacan de quicio hasta acabar en ocasiones con su paciencia. Ser padres y sentar las bases del crecimiento de los hijos sobre las que v an a construir el futuro es, quizás, el oficio más difícil, y no hay academia o univ ersidad que gradúe en ello. Sólo la escuela de la v ida y la transmisión de conocimientos entre abuelos, padres e hijos sirv en para aportar algo de luz a las casuísticas que genera la educación de nuestros niños. El segundo ES eBooks aborda esta cuestión desde la ex periencia de los más de cuatro años de v ida del suplemento de los sábados de La V anguardia. Cuánto tienen que dormir, cómo afrontar sus reiterados “¡cómprame!”, cuándo y cómo hay que castigarlos o manejar sus emociones, cómo manejar la riv alidad entre hermanos o a aquellos que te salen un poquito déspotas son algunos de los temas que se abordan en este libro de consejos prácticos para

educar a los niños. Álex Rodríguez, Director de ES

Capítulo 1

¡Cómprame! Los menores influy en cada v ez más en la distribución del gasto familiar, tanto por el incremento de su propio consumo como por sus opiniones más v ehementes sobre cualquier producto. Comprenderlos y defenderse de sus ataques consumistas es una opción aún más sensata en tiempos de crisis | De 5 a 1 1 años es cuando aprenden las pautas de consumo Ángeles Rubio, socióloga ES Estilos de v ida | 9 de octubre de 2010 Braudillard, uno de los pensadores contemporáneos más influy entes, la denominó sociedad de consumo (1 97 4). El también filósofo y sociólogo francés Gilles Lipov etsky la define con el título de algunos de sus libros, como Sociedad de la decepción (2008), Imperio de lo efímero (2004) y La era del vacío (2005). Y George Ritzer, más optimista que en su libro anterior, La Mcdonalización de la sociedad, define nuestro tiempo con el ilustrativ o título de El

encanto de un mundo desencantado (2000). Pues bien, si el pensamiento desde hace dos siglos se debate entre corrientes críticas, eclécticas y apologistas del consumo, los padres lo hacen entre claudicar a las constantes demandas de sus retoños o negarse en aras del sentido común so peligro de someterles al aislamiento por marginarles de un consumo (de productos y contenidos) que emplean como forma de relación y ex presión de sus preferencias. Qué hacer cuando cumpleaños y celebraciones infantiles se conv ierten en una orgía de gasto, de los que además salen discutiendo o insatisfechos; cuando arrancar del tiov iv o a infantes de apenas dos años parece tarea de antidisturbios; o cuando, como cuenta Encarna, profesora de secundaria, mientras ella se debatía entre el dolor y el estrés con los preparativ os del funeral de su madre, su hija de dieciséis años se obstinaba en ir a comprar unos pantalones de marca para que no peligrase su imagen. Llegados a estos ex tremos se impone una labor de traducción de miedos y emociones de lo que y a es un conflicto intergeneracional permanente. Si los padres, en su mocedad, a duras penas opinaban y conseguían influir sobre la

naturaleza del postre, las nuev as generaciones lo hacen sobre la marca del pan, los cereales, el coche, su ropa y hasta la de sus may ores. Según la encuesta realizada por la empresa especializada en inv estigación de mercados Milward Brown, un 7 3% de los niños españoles de entre 8 y 1 2 años afirmaron que influy en en las compras de sus padres, sobre todo a la hora de adquirir ropa y zapatos (50%), alimentación (37 %) o acudir a un determinado restaurante o establecimientos de comida rápida (31 %).Un 8% aseguró que influía en el coche escogido por sus progenitores, mientras que, en otros países, la iniciativ a infantil era todav ía más alta: en el Reino Unido alcanzaba nada menos que el 20% de los encuestados. Por primera v ez en la historia los menores, también conocidos como nativos digitales, no sólo se encuentran legitimados para ex presar su opinión bajo el modelo de familia democrático, sino además, son atentamente escuchados, más diestros que sus progenitores para informarse en otros idiomas a trav és de nuev as tecnologías y pioneros en su aplicación a la v ida cotidiana. Todo lo cual genera una suerte de padres fascinados por la interesante información cultural y de consumo de su progenie,

necesaria para estar al día, mientras esta se dedica a llenar directamente el carro de la compra. Son padres blandos, que han sustituido el refuerzo negativ o de la conducta –el castigo– en la educación por otro positiv o –el premio–, pero en una sola de sus modalidades: las compras. Papás blandiblup (2009), como reza el título del libro de M.ª Ángeles López, para quien “se trata de progenitores ex pertos en que sus hijos tengan una vida muelle, al tiempo que sienten inquietud a la hora de poner límites”. Si los padres de generaciones anteriores estaban satisfechos con alimentar, v estir y , como mucho, dar estudios, “los de ahora se sentirán culpables por no jugar, no dedicarles suficiente atención”, o no enterarse, por ejemplo, de un desengaño amoroso sufrido por el hijo. Una dramatización ex cesiv a, deriv ada del recuerdo de las carencias y frustraciones prov enientes del modelo autoritario anterior –aunque nada tenga que v er con las de los menores–, y la popularización de los conocimientos psicoanalíticos sobre los efectos de los traumas infantiles en la salud psíquica y la personalidad. El resultado a v eces llega a la postergación de la educación misma y , sobre todo, una nuev a generación inquisitiv a e indiv idualista, que no aprende a resistir, y que se adentra sin

salv aguardas en el abismo de un mundo emocional centrado en el propio deseo. “Los niños son mucho más v ulnerables frente a los estímulos comerciales”, señala Clara Muela Molina, profesora de Publicidad en la Univ ersidad Rey Juan Carlos de Madrid. “Se encuentran en proceso de formación de su personalidad, necesitan identificarse con ídolos y modas, y tienen may or dificultad en diferenciar estrategias publicitarias”, como por ejemplo, el emplazamiento del producto (product placement), “muy empleado en las series juv eniles, en el que las marcas forman parte del atrezzo”, afirma esta ex perta. Claro que si los menores son más receptiv os, también es cierto que es durante la segunda infancia (de 5 a 1 1 años) cuando adquieren las pautas de consumo; cuando más atienden, asimilan y confían en sus may ores, y no más adelante en la adolescencia, por más que se les persiga con sensatas monsergas y asignaturas transv ersales. Es la familia, por tanto, el agente que asienta las bases del comportamiento de compra de los hijos, si bien el más influy ente serán los compañeros, que les empujarán a seguir tendencias, a tener cada v ez más, lo mejor, lo último, lo más caro; tal v ez porque, como y a apuntaba Alfred

Adler en 1 948, el deseo de superioridad es el principal motor de la conducta humana. Es decir, que este hecho que enerv a sobremanera a los adultos tiene un calado complejo. A nadie se le escapa que la identificación con el grupo y las formas juv eniles en oposición a la familia han sido siempre parte del crecimiento y la integración social; lo que causa perplejidad es que esta se haga de forma tan precoz, con una adhesión tan minuciosa a marcas y modas, y con un referente absoluto en la propia moda juv enil y ninguno en los v alores del mundo adulto y la ex periencia, lo que representa un despropósito. La ex plicación a estas cuatro cuestiones (prepotencia, precocidad, marquitis y juv enilización de los v alores), puede encontrarse en la propia ev olución de la estructura socioeconómica en las últimas décadas. En primer lugar, los niños han v enido a conv ertirse en un bien escaso, rodeados de adultos y muy mimados (sin hermanos –el 1 5%– o sólo con uno –el 55%–). Según la Encuesta de infancia en España 2008, de los profesores de la Univ ersidad de Comillas Fernando V idal y Rosalía Mota, se trata de hogares con un solo hijo o dos a lo sumo, ingresos de los dos

cóny uges y ay uda de los abuelos en un entorno de bonanza; o bien familias monoparentales con progenitores que suelen pujar por su cariño. En ambas se produce una may or relev ancia del papel de los abuelos en el cuidado, llegándose a hablar de abuelos canguro. Según el mismo estudio, el 1 4% de los niños (de 6 a 1 4 años) v iv en con algún abuelo porque se han div orciado sus padres o son huérfanos. Por otra parte, tres de cada cuatro matrimonios con hijos de entre 6 y 1 4 años piden ay uda a los abuelos para su cuidado; tarea compleja para personas may ores, y no sólo porque la energía y la paciencia disminuy an con los años, sino porque como abuelos delegan la responsabilidad en los padres y es menos probable mantener el muro de contención que supone saber decir no al infante consumista cuando entra en la órbita del deseo. “Los padres para criar, los abuelos para mimar”, se dice, y este es el caldo de cultiv o de inev itables conflictos sobre lo que es correcto comprar a una descendencia que siempre sale ganando. Si para los abuelos son los críos la principal fuente de cariño antes que sus hijos siempre ocupados; para los

ariscos niños del baby boom, y ahora padres de la generación del div orcio, son los hijos la única fuente segura de cariño. Se teme el conflicto con ellos como la peste y , en consecuencia, caprichos, regalos, consumo a tropel se identifica con la solución de todo. De ahí la prepotencia cuando se antepone el tener al ser, en términos de Erich Fromm; la arrogancia ignorante y la precocidad, cuando desde muy pequeño se accede a los contenidos, las comunicaciones, la opulencia y los derechos de los adultos; y registrando may or cociente intelectual, estatura y un desarrollo sex ual anterior, pero sin obligaciones. Las causas que se argumentan: la mejor alimentación, una escolarización temprana y la creciente complejidad v isual (TV , ordenadores, etcétera), que ha proporcionado una estimulación y un entorno más enriquecido, y que ha podido desarrollar aspectos concretos de la inteligencia, y sin duda de la av idez. En resumen, la relación de fuerzas llega a desequilibrarse, y antes que un miembro más, el hijo se ha conv ertido en el centro priv ilegiado de la familia (el foco de las ilusiones de los abuelos –que v iv en para v erles crecer–, de los padres –que trabajan para que no les falte de nada–), de las

multinacionales que han descubierto el filón que supone la influencia infantil en la modificación del comportamiento de compra de los may ores, y hasta de los programadores telev isiv os, que saben cómo captar audiencias edulcorando con motiv os infantiles (hormigas, por ejemplo) programas de adultos, en horas en las que los niños y a no se v an tan fácilmente a la cama cuando suena su canción. Se les mira con adoración y miedo, algo que ellos saben aprov echar, influy endo en las compras de sus padres (más del 7 3% de los españoles de entre 8 y 1 2 años, según la encuesta de Milward Brown). El ocio se ha transformado en la esfera por ex celencia de consumo, en la que se enarbolan los v alores juv eniles de los v iajes, el deporte, la v ida nocturna y el espacio infantilizado de los centros comerciales, compartido o no con la infancia. Son estos centros el foco neurálgico de reunión, como antes lo era el templo (las catedrales de la posmodernidad que diría Ritzer, siempre innov ando para conv encer y encantar). Amenizados con infantiles establecimientos de comida rápida y multicines, que comparten los éx itos del celuloide con humor y sensibilidad para todos los públicos, como ha ocurrido con Shrek, Avatar, o primero

E.T., personajes idílicos aunque nada inocentes si se hace notar que los caramelos que comió el famoso personaje de Stev en Spielberg en una secuencia de la película ex perimentaron un incremento de v entas del 65% en el año siguiente al estreno. Además, estos niños adoran las marcas. El v alor de las marcas se remonta al momento en el que con la ex pansión de los mercados, estas sustituy eron la credibilidad del tendero de ultramarinos, que era quien conocía la procedencia y calidad de las mercancías. Hoy los productos llegan desde muy lejos, con fecha de caducidad y con la marca en la que delegamos no sólo la confianza, sino además la tarea de distinción y autodefinición de los consumidores, en una sociedad postindustrial altamente fragmentada en la que y a ni la clase social ni el estatus pueden hacerlo; tan solo la capacidad y preferencias de consumo. En los mercados globalizados de abrumadora oferta, y a no se regresa a la tienda de una marca cuando esta pierde credibilidad, pero tampoco cuando el v alor simbólico conferido (como imagen de un estilo de v ida) no corresponde con el que quiere darse cada cual.

Por último, dichas tendencias de moda y estilos son ahora dirigidas por la propia adolescencia (ropa, música, literatura, ocio...), gracias a una retroalimentación comunicativ a masiv a con sus iguales y con la industria cultural a trav és de internet. No ex traña que una de las nuev as tribus urbanas sean los floggers, característicos por relacionarse a trav és de sus páginas muy cuidadas en redes sociales y de forma presencial en centros comerciales. Tribus confrontadas unas con otras por razones estéticas y de consumo, y no ideológicas como antaño. Este fue el caso de Ciudad de Méx ico o Querétaro en marzo del 2008, cuando cientos de punks se enfrentaron con emos por el robo de su indumentaria (signos de identidad), o las discusiones digitales por la misma razón entre emos (amantes del emotive hardcore) y pokemones (que imitan la indumentaria emopero escuchan reguetón). Más allá de juegos y culpabilidades, en opinión de diseñadoras como Ágatha Ruiz de la Prada, los niños no deberían elegir productos como la ropa, y en buena lógica tampoco debieran hacerlo sobre su alimentación, o cuando necesitan un móv il, ordenador o su telev isor particular (el 59% tiene o

usa un móv il y el 7 1 % afirma tener conex ión a internet antes de cumplir los 1 0 años, según la inv estigación de Xabier Bringué y Charo Sádaba de la Univ ersidad de Nav arra, y e l40% de los niños tiene una telev isión según el estudio antes citado de V idal y Mota). No ex iste ningún decreto por el que tengan que v isitarse los principales parques de atracciones, disponer de las mejores marcas o gastar un dinero desorbitado en tecnología punta (el precio de lanzamiento de la Play Station 3 rozó hace unos meses los 600 euros) sin haber roto o amortizado los gadgets (chucherías electrónicas) anteriores. Necesidades deriv adas de la innov ación (y por tanto relativ as) que llegan a v iv irse en las familias con la urgencia de necesidades básicas, pero que al contrario que estas nunca saturan el mercado, dependen del deseo de sentirse superior (“los lujos de otros son nuestra necesidad”) y , por tanto, su carrera consumista sólo causa insatisfacción. La familia que consume unida (v iajes, telev isión, medios…) permanecerá unida, por eso es importante aprender a diferenciar entre necesidad y deseo (insaciable en su propia ley ). Es este el mejor ejercicio de libertad, la forma de encontrar la

sustitución perfecta para celebrar un cumpleaños, premiar, ir de v acaciones, etcétera, sin conflicto y sin tirar la casa por la v entana.

Estrategias que tener en cuenta 1 Ante el recurso del desgaste o de la gota china (“¡Porfa, porfa, porfa, porfa, cómpramelo!”), preguntar qué se ha hecho para merecerlo, ex plicar la razón de la negativ a para que se pongan en la situación, pero no justificarse ni discutir.

2 Frente a los ganchos comerciales, promociones de v entas, señuelos del marketing, poner en ev idencia las tácticas de la mercadotecnia dejándoles comprobar si es preciso la diferencia entre la

publicidad y el juguete, el porqué de las colecciones que nunca terminan o los obsequios sin utilidad que salen más caros que comprarlos directamente.

3 Contra el chantaje emocional en el que responsabilizan al adulto de las emociones tipo “soy el único que no lo tiene”, “se reirán de mí”, que entiendan que su felicidad y el respeto ajeno depende sólo de ellos, no de las compras, ni de otras personas. Si es posible, ponerse de acuerdo con las familias de sus amigos.

4 Contra el chantaje emocional basado en la culpabilidad de los progenitores diciendo “mi padre me quiere más porque me ha comprado...”, “es que sólo te importa el trabajo”, racionalizar, “trabajo porque te quiero”, “porque te quiero no te lo compro”.

5 Para detener las rabietas, más propias de los dos años, cuando ganan independencia pero no entienden el “después” y las prolongan si de ese modo consiguen lo que quieren, es importante no perder la calma, actuar de forma firme sin pensar en “el qué dirán” si ex isten espectadores, sin alterarse, ni emplear gritos ni bofetones.

6 Ev itar el consumismo aplicando el consumerismo o consumo responsable que equilibra la relación entre compradores, productores y v endedores, pero también entre los miembros de la unidad familiar (consumo sin conflictos, sacrificio ex cesiv o, etcétera). Enseñarles a comprar, a leer la letra pequeña (procedencia, ingredientes, cantidades).

7 Frente a la incontinencia obsequiadora de abuelos y

cóny uges, buscar un aliado en la familia que nos ay ude a que los demás entiendan que el cariño es hacer lo mejor para ellos como enseñarles a administrarse o a contenerse; el mejor regalo que puede hacerse para la felicidad de los hijos es enseñarles a gestionar la frustración.

8 Frente a la marquitis familiar, fomentar en el menor una personalidad independiente, su autoestima y la manifestación de la identidad a trav és de una afición, un deporte, una causa; si es que se busca el v alor simbólico de la marca, al menos intentar que no interfiera en la racionalidad de una buena relación calidad/precio.

9 Para contener la mala influencia de los iguales, frente a la afirmación personal con marcas, grandes cantidades o productos caros “porque es lo guay ”, anteponer el placer de sacar el máx imo partido de las cosas, la sencillez, la estimación de lo natural, lo

sano, lo auténtico, porque es “doblemente guay ” ser inteligente.

10 Frente al comprar por comprar, ev itar el gasto inmediato e indiscriminado del dinero como forma de celebración. Fomentar la v aloración de las cosas con prácticas de demora, el ahorro o el premio a la culminación de una meta. Reducir los espacios en los que consumir es el centro (pasar la tarde en el súper, v acaciones todo incluido, etcétera) por otras como estar con la familia, relacionarse, participar en la v ida ciudadana.

Capítulo 2

¿Cuánto tienen que dormir los niños? Con tanto ajetreo, ha quedado desdibujado el número de horas que deberían dormir los hijos. Tiene sus consecuencias, pero también sus remedios | Dormir poco afecta a la memoria y además se crece menos Jordi Jarque ES Estilos de v ida | 29 de m ay o de 2010 “Los niños no nacen sabiendo dormir”, afirma María Luisa Ferrerós, psicóloga infantil, especializada en neuropsicología (www.metodoferreros.com) y autora de Dulce sueños, sin mimos ni lloros (Ed. Planeta). Después añade que algunos “aprenden muy fácilmente porque tienen las condiciones físicas idóneas para ello, mientras que a otros les cuesta más debido a div ersas características genéticas, como los niños que tienen un tono muscular muy elev ado, a los que les cuesta relajarse

y no encuentran la postura adecuada”. Y por lo que cuentan padres y profesionales, cada v ez cuesta más que los niños duerman las horas necesarias, salv o ex cepciones que son celebradas con la boca pequeñita, no sea que la maldición de algunos env idiosos no permita seguir disfrutando de la panacea del descanso. En cualquier caso, sepan dormir o tengan que aprender o lo hagan mal, los ex pertos están de acuerdo en que en general los niños debería dormir mejor y más horas. No sólo en Estados Unidos, donde, según la National Sleep Foundation de aquel país, durante el primer año de v ida los niños pierden diariamente unos 90 minutos de sueño, y cuando son may orcitos les pasa lo mismo (de 6 a 1 0 años duermen cada noche 9,5 horas de media, cuando lo recomendable son entre 1 0 y 1 1 horas); en esta parte de Europa, tres cuartos de lo mismo. Luci Wiggs, inv estigadora de la Univ ersidad de Ox ford, también constata que una quinta parte de los niños británicos duermen entre dos y cinco horas menos que sus padres cuando tenían su misma edad. En el caso de España los ex pertos llegan a las mismas conclusiones a partir de los datos de la Encuesta Nacional de Salud. Aunque

ex isten algunas diferencias entre países. Los niños españoles son lo que más tarde se v an a la cama por la noche, la may oría a partir de las 21 .30 horas, sólo superados por los de India y Brasil, que se acuestan más tarde, mientras que los menores de Nuev a Zelanda, Australia y el Reino Unido y a están acostados a las 20 horas. Por si fuera poco, el presidente de la Sociedad de Pediatría de Andalucía Oriental, Antonio Muñoz Hoy os, afirma que entre un 25% y un 30% de los niños padece alguna forma de trastorno del sueño. ¿A qué se debe este desbarajuste? ¿Se ha v uelto loca la sociedad? ¿Son los niños, que y a nacen así? ¿O depende de los padres y sus rutinas? ¿Se puede reconducir? ¿Dormir poco y mal afecta al rendimiento escolar de los alumnos? ¿Incide en su comportamiento? Antes de responder a estas preguntas, habrá que saber si su hijo duerme realmente las horas suficientes. El Instituto de Inv estigaciones del Sueño, en Madrid, ex plica que un recién nacido duerme unas 1 6 horas diarias repartidas en v arios episodios de sueño de unas cuatro horas cada uno, con periodos intercalados de v igilia. Así, el recién nacido no respeta la noche y se despierta una o v arias v eces a lo largo de ella. Desde el primer mes

hasta los seis meses, la duración de los despertares nocturnos v a disminuy endo y empieza a dormir de manera continua prácticamente durante toda la noche. No obstante, en casi un tercio de los niños en edad preescolar persisten estos despertares nocturnos. Entre los dos y los cuatro años deberían dormir por la noche unas diez u once horas, más dos horas de siesta. A partir de los tres años v a disminuy endo la necesidad de dormir durante el día hasta prácticamente desaparecer antes de los seis años. Pasados los siete años, no es habitual que el niño necesite dormir la siesta. Y en cualquier caso, hasta los once años los niños tendrían que dormir como mínimo diez horas. De todas maneras, Diego García Borreguero, que fue coordinador del Grupo de Trastornos del Sueño de la Sociedad Española de Neurología y actualmente es director del Instituto de Inv estigaciones del Sueño, en Madrid, quiere recordar que las necesidades de sueño v arían considerablemente. “No hay un patrón de sueño homogéneo y lo que necesita un niño no tiene por qué ser aplicable a otro. Sin embargo, si le cuesta regularmente conciliar el sueño o mantenerlo a lo largo de la noche o si se encuentra cansado y

soñoliento durante el día, se debe sospechar la ex istencia de un problema de sueño o de los hábitos que conducen a este”. ¿Y qué pasa entonces? Sin duda afecta al comportamiento. María Rosa Peraita, directora de la Unidad del Sueño del Hospital Gregorio Marañón, asegura que la escasez del sueño “prov oca cambios en el estado de ánimo. Dormimos porque lo necesitamos, y a que durante el sueño realizamos una función reparadora del organismo (interfiere en la función metabólica y la producción de determinadas hormonas) y además en el sueño paradójico o fase REM, el sistema nerv ioso madura lo v iv ido, lo procesa y lo consolida”. En los menores de edad esta escasez se traduce en “tristeza, irritabilidad, cólera o miedo”. En este sentido, Gonzalo Pin, director de la Unidad del Sueño del Hospital Quirón de V alencia, recoge las conclusiones publicadas en el año 2007 en la rev ista Sleep, de la Asociación de Sociedades Científicas Americanas dedicadas al estudio del sueño y sus alteraciones. Hay una relación entre los patrones de sueño y el tiempo que el niño duerme durante los primeros seis años de v ida con su capacidad de aprendizaje, comportamientos

hiperactiv os y desarrollo del lenguaje en el momento de iniciar la escolarización a los seis años. “El estudio se ha realizado en Canadá y abarca a 1 .492 familias con niños desde que nacen hasta los seis años. Las conclusiones no pueden ser más claras: una pérdida pequeña de tiempo de sueño (1 hora menos de la necesaria) de manera crónica en el inicio de la infancia se puede relacionar con un peor rendimiento escolar del niño al inicio de la escolaridad a los seis años, así como que una corta duración del sueño durante estos primeros cuatro años de la v ida multiplica por tres el riesgo de tener un desarrollo del lenguaje más lento. Otro hallazgo llamativ o es que aquellos niños con un tiempo de sueño corto de manera mantenida durante los tres primeros años, aun en el caso de que se produzca una recuperación de sueño adecuada a partir de los cuatro años, presentan puntuaciones menores en algunos test que v aloran el rendimiento a los seis años. Y a pesar de que el sueño se normalice a partir de los tres años de v ida, el riesgo de presentar puntuaciones menores en algunas áreas del desarrollo a los seis años se multiplica por 2,4 v eces. Todos estos datos, de manera conjunta, nos hablan de la importancia de dar la oportunidad de dormir al menos diez horas cada noche durante los

primeros años de la v ida”. Dav id Gozal, director de Children’s Foundation Chair in Pediatric Research de la Univ ersidad de Louisv ille, en Estados Unidos, también ex plica más o menos lo mismo. Cuando un niño duerme menos horas de las recomendadas “puede acarrearle, entre otras cosas, pérdidas en su capacidad intelectual, problemas de estudio, de memoria, e incluso de puntos de coeficiente intelectual. Además, pueden incrementar las posibilidades de sufrir may ores y prematuros problemas cardiov asculares, así como trastornos del comportamiento”. Después adv ierte que incluso algunos médicos diagnostican como trastorno de atención e hiperactiv idad “cuando realmente su problema estriba en el trastorno del sueño. El hecho de que los niños estén despiertos a altas horas de la noche y no muestren síntomas de cansancio puede conducir a los médicos de familia y a los pediatras a confundir los síntomas”. Antonio V ela, psiquiatra y neurofisiólogo, profesor de la facultad de Medicina de la Univ ersidad Autónoma de Madrid, fundador de la Fundación Sueño V igilia y de la Asociación Ibérica de Patología

del Sueño, director general de Circadies, asegura que hay cosas que hay que cambiar. “Casi el 7 0% de los niños menores de 3 años se despierta al menos una v ez por la noche, mientras que cerca del 40% lo hace dos o más v eces, por lo que el 7 6% de los padres reconoce que le gustaría cambiar los hábitos de sueño de sus hijos”, pero es que, como indica Antonio V ela, lo habitual es que los más pequeños no duerman toda la noche seguida. “Lo normal es que los bebés se despierten al menos una v ez durante la noche. En la ev olución normal del niño siempre habrá despertares por distintos motiv os asociados a la edad”. En cualquier caso no está mal rev isar los hábitos. Tal v ez hay a aspectos mejorables. Gonzalo Pin, director de la Unidad del Sueño del Hospital Quirón de V alencia, asegura que los hábitos y las rutinas efectiv amente son muy importantes y que los trastornos que se producen a partir de los seis meses de v ida pueden tener su origen “en hábitos incorrectos, en la ausencia de límites educativ os o en alteraciones del apego”. Además, “un niño con dificultades en el sueño a los ocho meses probablemente continuará mostrándolas a los tres años, y aquellos con problemas a los dos años, los seguirán teniendo a los doce”. Diego García Borreguero insiste en la

importancia de los hábitos. “Al igual que en el adulto, en los niños pueden producirse dificultades para iniciar o mantener el sueño, aunque raramente se quejan de este problema y suelen estar contentos de permanecer despiertos”. La iniciación del sueño requiere unos rituales que faciliten ese sueño. María Luisa Ferrerós ex plica: “Cuando v ienen a la consulta, lo primero que pregunto es cuántas horas duerme el niño. En demasiadas ocasiones, los síntomas de nerv iosismo, irritabilidad, falta de atención y de concentración se corrigen si se descansan las horas necesarias. Muchos niños duermen como un adulto, cuando al menos tendrían que dormir once horas nocturnas. No es ex traño que cada v ez hay a más problemas de memoria y de crecimiento”, dos de los aspectos más afectados cuando se duerme poco. “Y la tendencia v a aumentando porque los padres cada v ez v an más estresados”, añade la psicóloga. Y por si fuera poco, la tendencia a dormir como los padres se agrav a por el hecho de que en España se duerme menos que en otros países. “Los españoles no dormimos lo suficiente por razones culturales”, destaca Diego García Borreguero. “El español medio se lev anta algo más tarde que sus v ecinos europeos, pero se v a

a dormir a una hora mucho más av anzada, lo que le hace acarrear un déficit de sueño durante toda la semana”. Concretamente duermen unos cuarenta minutos menos cada día que en el resto de Europa, según un informe de la Fundación Independiente, que se dedica a inv estigaciones de temas cív icosociales. En este caso la imitación de sus progenitores trae más problemas que otra cosa. María Luisa Ferrerós cuenta también que la hora de ir a la cama se ha conv ertido en algunos casos “en una batalla entre padres e hijos. Así no es ex traño que hay a aumentado de forma alarmante los telev isores en los dormitorios de los más pequeños. Con la tele están tranquilos, pero se duermen más tarde. Los profesores me comentan que, en general, las primeras horas de clase los niños andan medio dormidos. Eso también incide en el aumento del fracaso escolar”. María Luisa Ferrerós adv ierte que los niños deberían meterse en la cama entre las 20.30 y las 21 horas, pero normalmente esta es la hora en que v uelv en padres y madres a casa. “No es tanto la culpa de los padres como de los horarios laborales. Es un problema social. La jornada laboral en los países anglosajones termina a las 1 7 horas”.

Todos los ex pertos consultados aseguran que hay un estrés generalizado. “Y el niño necesitaría un par de horas de relax antes de ir a dormir y contarle cuentos, crear una atmósfera de relajamiento”, como la que puede producir la contemplación de un atardecer. Todos recomiendan contar cuentos. Pero con la que está cay endo en Grecia, en España o en la parte del mundo que sea, igual son historias para no dormir.

También la siesta A partir de los cuatro años hay bastantes niños que y a no duermen la siesta. Nada nuev o de no ser por el resultado de uno de los estudios presentados el año pasado durante Sleep 2009, la reunión anual de ex pertos en sueño en Seattle. El equipo de inv estigadores que dirigió Brian Crosby , de la Pennsy lv ania State Univ ersity , analizó el efecto de la siesta sobre una muestra de 62 niños; el 23% había dejado de dormirla. A pesar de que las horas dormidas totales en 24 horas no v arió entre los niños que dormían la siesta y los que no, la pruebas conductuales que realizaron los cuidadores

pusieron de manifiesto que los que no dormían por la tarde tenían más síntomas de ansiedad y nerv iosismo. ¿Qué prueba eso? Si es padre y ese es su caso, no se alarme, porque el propio Crosby señala que de momento estos datos no prueban nada. “Los resultados del estudio están correlacionados y no nos permiten sacar conclusiones causales sobre la dirección de esas relaciones. Podría ser que los niños sean más irritables porque no duermen la siesta, o que los que y a son más irritables no consiguen dormir la siesta. Eso es algo que deberían indagar futuros estudios”. En cualquier caso, y para que sirv a de pequeña guía, a los tres meses es normal que un bebé necesite entre tres y cuatro siestas; con seis meses puede dormir dos de dos horas cada una; y a partir del año es necesario que duerma una al menos de una hora, pero mejor si son de dos horas.

Capítulo 3

Educar las emociones Les enseñamos a montar en bicicleta y a comer con cubiertos... Nos preocupamos por su destreza matemática y su niv el de inglés... ¿Y de sus emociones? ¿Nos ocupamos de que los niños distingan si están tristes o enfadados, de que puedan ex presar su rabia o su rechazo sin dañar a otros? May te Rius ES Estilos de v ida | 1 de enero de 2011 “Los padres nos preocupamos como nunca de que nuestros hijos estén preparados para una sociedad competitiv a: controlamos que el sistema educativ o les proporcione un buen desarrollo cognitiv o y los apuntamos a todo tipo de ex traescolares y de activ idades complementarias para conseguir que los niños sean más inteligentes, más eficaces; en cambio, damos muy poca importancia a su aprendizaje emocional y este es fundamental, porque sin equilibrio emocional nuestro hijo no será feliz, ni le v eremos triunfar en su v ida, por muy

preparado que esté”. La reflex ión es de Purificación Sierra, profesora de Psicología del Desarrollo de la Uned, pero resume bien el sentir de muchos psicólogos, pedagogos, maestros y educadores en general, que con frecuencia ex presan su inquietud por la escasa atención que se presta en muchas familias a la educación emocional de los niños. Cristina Gutiérrez ha v isto pasar por la granja escuela que dirige en Santa Maria de Palautordera (Barcelona) a más de 1 0.000 niños y niñas de todas las edades, y asegura que le preocupa v er que cada v ez llegan más con ev identes problemas emocionales. “Nos llegan muchos niños con poca autoestima, que sienten que sus v idas no les pertenecen, fruto de la sobreprotección de sus familias, y también v emos muchos con problemas emocionales y de relación porque en casa v iv en incomunicados, v olcados en la consola y el ordenador, esperando a que lleguen sus padres de trabajar para cenar delante del telev isor y regresar a su isla”, comenta. Y apunta que estos problemas se concretan en niños de 8 y 9 años que no saben bajar escaleras, o en malos hábitos alimentarios, como una niña que llegó con

siete fuets en la mochila para pasar el fin de semana de colonias porque no le gusta ni come nada más. “Con su sobreprotección, los padres dejan a sus hijos desprotegidos para afrontar la v ida, con unas carencias emocionales muy importantes”, asegura Gutiérrez, que hace cuatro años decidió reorientar todas las activ idades de la granja escuela en aras de la educación emocional: desde enseñar a los niños a identificar y v erbalizar sus emociones, hasta aprender a controlar sus miedos, a canalizar sus enfados o a relacionarse con otros (v éanse ejemplos en la información de apoy o). Cabría pensar que las emociones se aprenden solas, a fuerza de sentirlas, pero parece que no siempre es así, y que el equilibrio emocional requiere algunas enseñanzas y , sobre todo, mucho entrenamiento. “El conocimiento de las emociones se aprende a trav és de las ex periencias de la v ida: si hay una tormenta o siente una amenaza, el niño tiene miedo; si sufre una pérdida, está triste; pero cada uno reacciona emocionalmente de forma distinta, porque no nos emociona lo que ocurre sino cómo interpretamos lo que ocurre”, ex plica Antonio V allés, profesor de Psicología de la Salud de la Univ ersidad de Alicante y autor de La inteligencia

emocional de los hijos. Cómo desarrollarla (EOS Gabinete de Orientación Psicológica) y La inteligencia emocional de los padres y de los hijos (Pirámide), entre otros libros. Y es en esa interpretación de lo que ocurre, de lo que sentimos y de cómo reaccionamos ante ello en la que los padres tienen mucho que hacer con miras a la formación emocional de sus hijos. “A medida que los niños v an desarrollando las emociones no saben lo que les pasa; pueden aprenderlo de forma natural, por ex periencia, pero también podemos ay udarles y alentar ese desarrollo etiquetando sus emociones, enseñándoles a distinguir cuando están enfadados de cuando están tristes; y está demostrado que si los padres ay udan, los niños se relacionan mejor y entienden mejor lo que les pasa”, asegura Purificación Sierra.

Etiquetar los sentimientos Porque el primer paso en el aprendizaje emocional es lo que los ex pertos llaman conciencia emocional: saber identificar las emociones en uno mismo y en los demás y ser capaz de ex presar lo que se está

sintiendo con palabras. Y eso, en el caso de los niños, significa enseñarles a comprender qué emociones tienen en cada situación, si son adecuadas para relacionarse con los demás y para sentirse bien, pero también dotarlos de v ocabulario suficiente para ex presarlas. Las seis emociones básicas, que se reconocen fácilmente por su ex presión facial –alegría, tristeza, miedo, enfado, sorpresa e ira–, han de ir completándose, a medida que los niños crecen, con otras etiquetas emocionales que permitan definir con ex actitud qué emoción, sentimiento o estado de ánimo tienen. Felicidad, satisfacción, optimismo, tranquilidad, calma, buen humor, euforia o júbilo pueden permitir ex presar diferentes grados y percepciones de la alegría; como molestia, irritación, celos o furia pueden ex presar enfado; o preocupación, temor, nerv iosismo, horror y pánico pueden serv ir para concretar el miedo. Y no menos importante que enseñar a los hijos a poner nombre a lo que sienten es dejarles que lo ex presen, que en casa puedan llorar si están tristes o contar que alguien les cae mal sin que se les censure y sin que se reste importancia a aquello que les pasa. “Si se sienten incomprendidos, si les

decimos que no pasa nada, que lo que les ocurre es una tontería, no lo ex presarán más”, adv ierte Sierra.

Controlar y socializar las emociones Pero que no hay a que censurar al niño porque está enfadado o triste, que no hay a que negar las emociones, no quiere decir que hay a que dejar que las ex prese de cualquier manera. “No se trata de decir al niño que ex presa su ira dando una patada que no tiene que enfadarse; hay que ex plicarle, cuando se calme, que enfadarse es normal, que nos pasa a todos, pero que ha de controlar su impulsiv idad y buscar otras v ías de ex presar su rabia sin dañar a otros”, afirman los ex pertos consultados. Cristina Gutiérrez ex plica que, en La Granja, los animan a liberarse de la rabia y endo a correr o a chillar al patio, dando patadas al balón o golpes a un saco de box eo. La psicóloga Purificación Sierra enfatiza que el

comportamiento emocional tiene mucho de social y por eso hay que enseñar a los hijos a regularlo. “Se acepta que un niño llore al dejarlo en la guardería o en su primer día de colegio, pero no que lo haga cada día con cinco años; también admitimos que de pequeños ex presen su desagrado si un regalo no les gusta, pero si crecen diciendo siempre lo que piensan y sienten, resultarán conflictiv os; por eso hay que desarrollar su empatía y enseñarles a regular sus comentarios para que no hagan daño a quien les regala con ilusión”, ejemplifica. Antonio V allés da algunas pautas para enseñar a regular las emociones negativ as de enfado, miedo y tristeza: “Ex presar el enfado de manera inteligente y socialmente adecuada ex ige controlar las rabietas y respuestas agresiv as sustituy éndolas por conductas v erbales que ex presen el estado de ánimo pero sin alterarse demasiado y respetando a los demás; las respuestas de miedo y enfado deben regularse mediante la relajación, la respiración y el cambio de pensamiento; si aprendemos a relajarnos, a darnos cuenta de cuándo empezamos a enfadarnos o a asustarnos y respiramos profundamente, nos autohablamos (debo tranquilizarme, es mejor que me calme, etcétera), estamos gobernando nuestras emociones y ev itaremos que nos alteren y

descontrolen”. Rafael Bisquerra, director del máster en Educación Emocional de la Univ ersitat de Barcelona (UB), considera que la clav e de la regulación emocional es encontrar el equilibrio entre el descontrol propio de la impulsiv idad del organismo (una emoción es una respuesta neurofisiológica) y la represión. Y adv ierte que encontrar ese punto intermedio no es fácil, requiere entrenamiento y , sobre todo, un buen equilibrio emocional de los padres. “No puedes pedir a tu hijo que controle su ira gritándole; que él esté descontrolado, que grite, no nos autoriza a descontrolarnos nosotros; y eso, que es fácil de decir y entender, es muy difícil de aplicar, porque para tolerar sus gritos con cierta impasibilidad hay que tener autonomía emocional, no dejarnos arrastrar por las emociones de los otros o del entorno, y ser capaz de relacionarnos de forma positiv a”, ex plica Bisquerra. En su opinión, desarrollar las competencias emocionales propias y de los hijos es cuestión de entrenamiento, como tocar en una orquesta o jugar en un equipo de fútbol, y resulta fundamental para poder relacionarse con los hijos, especialmente durante la adolescencia. “Los padres con hijos adolescentes se

enfrentan a una tensión continua donde el chav al tiene una gracia especial para decir todo aquello que prov oca una reacción v isceral en los padres, y estos han de poder regularse para no ponerse al mismo niv el, para mantener los límites con cariño y responder a los ataques iracundos con el amor y no con más ira”, relata. También el profesor V allés cree que los padres han de prestar especial atención a los estados de ánimo de los hijos adolescentes porque los cambios psicológicos, biológicos y sociales que v iv en en esas etapas les producen nuev as emociones que deben aprender a identificar, ex presar y regular. “Los padres deben mostrarse especialmente comunicativ os, dispuestos a escuchar sin censurar y a ay udar, porque eso contribuy e a disminuir la intensidad de un estado de tristeza, desánimo, temor o inquietud; hay que afrontar sus conductas de descontrol y sus respuestas irascibles con una actitud empática, enseñándoles calma, sosiego y haciéndoles comprender que lo que piensan cuando están enfadados es diferente de lo que pensarían en una situación de calma y tranquilidad”, indica. Claro que, para poder actuar así, los padres han de

saber regular bien su ansiedad y su ira. “Está claro que no es fácil, pero las consecuencias de no preocuparse por la formación emocional son tan grav es, que v ale la pena intentarlo”, remarcan los especialistas consultados. Bisquerra apunta que la falta de formación emocional se traduce en una impulsiv idad descontrolada y en una baja tolerancia a la frustración, “unas condiciones que, cuando coinciden con una inteligencia media-baja, dan lugar a unas relaciones ex plosiv as entre padres e hijos –sobre todo en la adolescencia–, y predisponen a actitudes de riesgo como el consumo de drogas, embarazos no deseados, conducción temeraria, v iolencia de género, depresión...” Como modificar el niv el de inteligencia es complicado, el director del máster en Educación Emocional de la UB considera que la mejor forma de prev enir todos esos problemas es desarrollar competencias emocionales para controlar la impulsiv idad y aumentar la tolerancia a la frustración. Antonio V allés cree que el esfuerzo de los padres para mejorar el comportamiento de los hijos acostumbra a centrarse en las normas de conducta y la disciplina “y , sin embargo, el conocimiento de las emociones y sentimientos de los hijos puede

ay udar mucho a la comprensión de uno mismo y también a entender las causas de sus conductas”.

Superar los miedos en el rocódromo Escalar una pared de roca para tocar la campana puede ser, además de un ejercicio físico, un entrenamiento emocional. En La Granja lo utilizan para aprender a superar miedos. Colocan una pizarra para que los chav ales escriban cómo se sienten antes de subir y después de alcanzar la campana. El “nerv ioso” o “asustada” inicial pasa a ser “satisfecho” o “contenta” una v ez comprobado que “sí puedo”.

Etiquetar los estados de ánimo El primer paso en el aprendizaje emocional es

identificar las emociones, ser conscientes de qué se siente. En la guardería de La Granja, que dirige Cristina Gutiérrez, los niños de uno y dos años aprenden a colocar caras alegres, caras tristes o caras enfadadas junto a su foto para ex presar cómo se sienten, y v an modificando las etiquetas en función de sus cambios de humor a lo largo del día.

Dosis de autoestima en el puente Atrav esar un puente de red constituy e un reto en sí mismo, pero mucho may or si al mismo tiempo has de decirle algo positiv o a un compañero que no te cae muy bien y con quien te cruzas a medio camino. Parece difícil pero todos los participantes lo consiguen, así que el subidón de autoestima es doble: por lograr superar la prueba y por el halago inesperado y recibido de alguien que ni siquiera es amigo.

Aprender a trabajar en equipo Meter a un caballo que está suelto en un picadero en una pequeña zona marcada sin tocarlo y en menos de cinco minutos sólo se consigue si se trabaja en equipo y el grupo de chav ales trabaja al unísono. Por eso en la granja escuela utilizan esta activ idad para fomentar la colaboración, detectar a quienes tienen madera de líder y enseñar a reflex ionar sobre la importancia de saber trabajar en grupo.

Sin pausa, sin prisas Los especialistas en la materia animan a trabajar el desarrollo emocional de los hijos incluso antes de su nacimiento. “Una emoción es la respuesta neurofisiológica del organismo a una situación y tiene un componente orgánico; el sentir mariposas en el estómago o temblor de piernas es un reflejo de una secreción de hormonas y neurotransmisores, y hay ev idencias de que esas secreciones –en

concreto la segregada por las emociones negativ as, el cortisol– pasan directamente al feto a trav és del cordón umbilical, de modo que es importante la regulación emocional de la madre durante el embarazo”, ex plica Rafael Bisquerra. Por otra parte, en la primera etapa de la v ida del niño las relaciones con los padres son básicamente emocionales, porque el bebé no entiende lo que le dicen, sino el tono en que se lo dicen. “Los niños nacen sintiéndose bien o mal y hacia los 24 meses se desarrollan las emociones básicas, que tienen que v er con el miedo, la tristeza, la alegría...; a partir de ahí, a trav és de su ex periencia social y del v ínculo afectiv o con la figura de apego, v an apareciendo las emociones autoconscientes, las que tienen que v er con la comparación social, como el orgullo, la v ergüenza, la culpa...”, ex plica Purificación Sierra. Desde etapas tempranas hay que trabajar la regulación emocional –jugar a taparse la cara y fingir llanto a la espera de que el bebé retire las manos y sonría es y a una forma de alentar la empatía–, sin pausa pero sin prisas, porque el equilibrio emocional se logra con la maduración de lóbulo prefrontal del cerebro, y eso ocurre ¡pasados los 1 8 años!

Cómo se hace Educar siempre es un proceso largo y difícil, que requiere grandes dosis de paciencia y de esperanza. Para la educación emocional, los especialistas añaden algunas otras herramientas:

1 Crear un clima familiar donde predominen las emociones positiv as sobre las negativ as, donde el cariño, el amor y la felicidad abunden más que el enfado, el conflicto, la tristeza y la ira. Rafael Bisquerra da una receta concreta: “Cada observ ación negativ a que se corrija debe ir acompañada de, como mínimo, tres v aloraciones positiv as. ¿Que con su hijo eso no es fácil? Esfuércese en pillarlo haciendo algo bien y dígaselo”.

2 Fijarse en las emociones de los hijos: estar atentos a escuchar no sólo lo que dicen, sino con qué emoción lo dicen, y analizar por qué está en ese estado. Puede ay udar escuchar lo que dicen a los muñecos o sus pesadillas.

3 Enseñar a poner palabras a sus emociones, ampliar su v ocabulario y mostrarse pacientes al escuchar sus ex plicaciones.

4 No negar, banalizar, ridiculizar o censurar sus sentimientos.

5 Enseñar la diferencia entre sentimientos y

comportamiento: se puede sentir celos de un hermano, pero no hay que pegarle.

6 Ay udar a encontrar soluciones a situaciones que crean malestar y a dar una salida adecuada a las emociones negativ as. No hay que dar respuestas, sino plantear preguntas que les hagan pensar: ¿qué hace que te pongas así?, ¿cómo puedes ev itarlo?

7 Trabajar el autocontrol a trav és de la relajación y la simulación de situaciones.

Capítulo 4

El buen castigo Tan contraproducente puede ser educar a base de castigos como dejar pasar determinados comportamientos en los hijos. Si hay que sancionarlos, mejor elegir un castigo correctiv o | Conv iene hablar y ay udar al hijo y aceptar la sanción como una consecuencia de sus actos, sin gritarle May te Rius ES Estilos de v ida | 24 de abril de 2010 ¿Hay que castigar al niño de cuatro años que suelta una patada a la abuela cuando se acerca a saludarle? ¿Y al de diez que se niega a poner la mesa o que no acude a cenar cuando le llaman? ¿Y al adolescente que regresa a casa tres cuartos de hora más tarde de lo acordado? Y si hay que castigarle, ¿cómo? ¿A quedarse en su cuarto? ¿Sin v er telev isión? ¿Sin salir con los amigos...? Imposible encontrar, más allá del rechazo general al castigo corporal, una respuesta unánime a estas preguntas ni entre las familias ni

entre los especialistas en educación. Mientras algunos psicólogos y pedagogos consideran que el castigo es contraproducente porque daña la autoestima, produce tensión y agresiv idad y puede afianzar las conductas negativ as, otros opinan que peor es dejar pasar las conductas inadecuadas, y que el castigo, entendido como sanción, resulta educativ o. “La sanción es parte de la educación; permite adquirir conciencia moral del comportamiento, porque los niños no tienen tan claro lo que está bien o está mal, y tienen que aprender que hay cosas que son inadmisibles”, afirma Jav ier Urra, psicólogo especializado en infancia, ex Defensor del Menor y autor de Educar con sentido común (Ed. Aguilar). Es más, en su opinión, el castigo es un derecho del menor. “Si no los sancionas se quedan sin referentes, sin límites, y se neurotizan y se conv ierten en un problema para ellos y para los demás”, dice Urra. Y ex plica que muchos de los jóv enes con los que se relaciona como psicólogo forense de la Fiscalía de Menores están conv encidos de que no les importan a sus padres “porque haga lo que haga no me dicen nada”. “Lo peor es el buenismo, el dejar pasar los malos

comportamientos, porque al chav al le queda la imagen de que sus padres pasan de él, de que les da igual”, coincide el sociólogo y presidente del Forum Deusto Jav ier Elzo. En cambio, V alentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y en Pedagogía y profesor en la facultad de Educación de la Univ ersidad Complutense de Madrid, opina que los castigos pueden prov ocar más daño que beneficio, y alerta de que sus efectos para eliminar una conducta indeseada no son permanentes, porque si el niño se v e abrumado por los castigos, se habitúa a ellos y las sanciones pierden eficacia. “Los castigos se prestan a múltiples abusos, y aunque sus defensores dicen que son muy eficaces para eliminar conductas inadecuadas, los datos rev elan que a menudo sólo se consigue ocultar ese comportamiento, pero no su desaparición, y pueden tener efectos colaterales muy perjudiciales y no deseados, como empeorar las relaciones, agresiv idad, estados de ansiedad...”, ex plica Martínez-Otero. En su opinión, para conseguir que los hijos respeten los límites y se comporten bien es preferible fortalecer las conductas adecuadas que castigar las

inapropiadas y , sobre todo, ofrecer un buen modelo y ejemplo en casa. “La disciplina es necesaria, pero no debe asentarse en el miedo del hijo; se debe fav orecer la reflex ión y la comunicación como v ías para conocer el motiv o y el alcance de la falta, al tiempo que se orienta sobre cuál ha de ser la acción correcta, para que el hijo recapacite y aprenda a conducir su propia v ida”, afirma. Claro que este modelo de hacer reflex ionar a los hijos, de mostrarles la relación entre el comportamiento y sus consecuencias, y de ofrecerles alternativ as conductuales requiere más tiempo, espacio, paciencia y coherencia que el mandarles castigados a su habitación. “Las sanciones v an destinadas a cómo hacer cumplir las normas en casa, y ahí estriba la dificultad, porque establecer las ley es internas sobre lo que se puede o no hacer, lo que se debe o no se debe hacer, ex ige tener claros los v alores y las responsabilidades, dedicar tiempo y espacio a ex plicárselos al niño, y mantenerlos en el tiempo para que no tenga una idea arbitraria de las normas; pero si los adultos no tienen tiempo, si llegan a casa agotados, pierden la coherencia y la paciencia, responderán de cualquier manera y aparecerán los límites y las penalizaciones

arbitrarias, las normas que cambian cada semana, y el niño no tendrá claros los límites y tratará de buscarlos probando a v er qué le da resultado para salirse con la suy a”, asegura la pedagoga Silv ia Morón, asesora para educación infantil y miembro del grupo de inv estigación Conflicto, Infancia y Comunicación (Conincom) de BlanquernaUniv ersitat Ramon Llull. Y es en esta necesidad de coherencia y equilibrio donde conv ergen los planteamientos de defensores y detractores del castigo. Porque cuando los padres están cansados, no tienen tiempo, paciencia o ganas para “pelear” con la educación de los hijos, las alternativ as son pasar por alto sus malas conductas (el buenismo del que habla Elzo), castigarlas hoy sí y mañana no, o penalizar absolutamente todo lo que les molesta sin fav orecer la reflex ión ni orientar hacia las acciones correctas. Y hay unanimidad en que ninguna de estas opciones es buena. “El castigo no se debe aplicar por v enganza ni ha de depender del estado anímico de los padres; el niño debe saber por qué se le castiga y la sanción debe ser proporcionada a la falta”, indica Martínez-Otero, para quien, en cualquier caso, el castigo ha de tener siempre carácter ex traordinario y finalidad

educativ a. “Los castigos han de ser pocos, claros y ex igibles, y equilibrarlos con afecto, con besos, con reconocimiento a todo lo que el chav al ha hecho bien, con comentarios sobre lo orgullosos que estamos de él por ello; porque es más eficaz lo que propicia lo positiv o que lo que intenta cercenar lo negativ o, y la idea es no estar tutelando ni sancionando todo el día, y que los hijos se conduzcan de manera adecuada no por miedo al castigo, sino porque han comprendido que la norma es importante para su socialización”, coincide Urra. Estén a fav or o en contra del castigo como herramienta educativ a, lo que psicólogos y pedagogos dejan claro es que si se recurre a él para frenar una conducta inadecuada ha de ser inmediato, proporcional, equilibrado y coherente. “Al niño no le v ale que le castigues el sábado por algo que hizo el lunes, ni decirle ‘cuando v enga tu padre y a hablaremos’; la sanción debe aplicarse lo más inmediata a la acción que se castiga”, ex plica Jav ier Urra. Pero también ha de ser lógica y proporcionada a la edad, al grado de madurez, a la personalidad y a la falta. No es lo mismo la mala intención que la imprudencia o la precipitación; no es lo mismo romper un jarrón jugando y admitirlo,

que ocultarlo y echar la culpa a otro. Además, hay que ser coherente, y si se castiga una conducta, hacerlo cada v ez que aparezca, y siempre con la misma intensidad, que la sanción impuesta no dependa del estado de ánimo de ese día, de si se tiene mucho trabajo o de si se ha discutido con el jefe. Y de la misma manera que hay unanimidad en rechazar los castigos corporales, hay consenso en que la sanción más eficaz es la que obliga a cargar con las consecuencias de los actos o a reparar el daño ocasionado, porque obliga al niño a reflex ionar sobre los efectos de sus conductas y le motiv a a portarse bien. Es lo que algunos pedagogos llaman castigos correctiv os, y que pueden ir desde hacer que destine la mitad de su paga a pagar el objeto que ha roto, hasta dejarle el sábado en casa estudiando u ordenando los armarios porque no cumplió esas responsabilidades durante la semana, no permitir que el adolescente que llega tarde por la noche se quede durmiendo hasta bien entrada la mañana, o no llev ar en coche ni disculpar ante el profesor al niño que llega tarde al colegio por pereza.

Los educadores también están de acuerdo en que no hay que poner castigos absolutos que cierren el horizonte del niño, del tipo “no tendrás más paga”, “no v olv erás a salir de casa con tus amigos” o “no tocarás el ordenador en un año”. Entre otras razones, porque cuando el castigo es muy desproporcionado hay más riesgo de tener que dar marcha atrás porque no se puede cumplir, y la eficacia del castigo depende de que se mantenga y se ex ija su cumplimiento. Puede ser más fácil y efectiv o –porque deja un margen para seguir portándose bien– priv ar a un niño de los 1 5 primeros minutos de su serie fav orita que quitarle la tele todo un fin de semana y luego no ser capaz de cumplirlo. Las adv ertencias reiteradas y las amenazas v anas hacen que el castigo pierda efectiv idad. La recomendación es no lev antar los castigos por pereza, debilidad o chantaje emocional. Y si se decide perdonarlo, conv iene dar solemnidad al hecho, ex plicar por qué se hace y dejar claro que es una decisión ex cepcional. Por ello es importante que a la hora de castigar los dos progenitores mantengan una postura unitaria y no se desautoricen perdonando uno lo que antes sancionó el otro.

Tampoco son apropiados los castigos humillantes. “El castigo humillante es peor que un cachete”, afirma Jav ier Elzo. Y adv ierte que la humillación puede ser muy sibilina y tan simple como hablar mal del hijo delante de los amigos, de los abuelos, de sus hermanos... Silv ia Morón apunta que tampoco hay que castigar con el descanso, con el alimento, con el amor o con las necesidades de los niños. Por ello rechaza que se castigue a los pequeños con no salir al patio o con quedarse sin jugar, o que se prohíba a los adolescentes salir con sus amigos. “A determinada edad el juego es una necesidad, y en la adolescencia lo es el estar con los iguales, así que no conv iene priv arles de estas activ idades, aunque se puede sancionar reduciendo el tiempo destinado a ellas”, ex plica la pedagoga. En su opinión, cuando no es posible el castigo correctiv o, puede recurrirse al aplazamiento de regalos, de deseos o a un aumento de los encargos que tengan que realizar. “A la hora de castigar hay que aplicar el sentido común y no imponer sanciones contraproducentes, como env iar a los chav ales a su cuarto a leer, porque desarrollarán av ersión a la lectura, o como castigar a un niño tímido y con pocos amigos sin ir a la única fiesta a la que tenía prev isto acudir”, señala Jav ier Urra.

Su consejo es anticipar siempre las consecuencias de las conductas, que los hijos tengan claro lo que se permite y lo que no. “Si tu hijo adolescente ha de llegar a las 1 2, hay que adv ertirle que si llega media hora más tarde, aunque hay a una ex plicación para ello, el próx imo fin de semana saldrá media hora menos; así y a está hablado y resulta más eficaz”, ejemplifica. Porque psicólogos y pedagogos tienen claro que los castigos no deben aplicarse a palo seco. Su recomendación es hablar (que no gritar) y ay udar al hijo a aceptar la sanción como una consecuencia de sus actos, y establecer contacto personal, afectiv o, para ay udar a mitigar la rabia que siempre engendra el castigo. Claro que una cosa es sancionar a un niño con un tono afectiv o, ex plicando que es una forma de enseñarle a autogobernarse, y otra castigarle y un minuto después abrazarle por sentimiento de culpa o inseguridad. “Con frecuencia los padres quieren ser una persona próx ima a los hijos y les acompleja ser una señorita Rottenmeier, les da miedo castigar, pero siempre es peor dejarlo pasar”, remarca Elzo.

Claves Ex cepcionalidad El castigo ha de tener carácter ex traordinario y finalidad educativ a. La norma debe ser v alorar las conductas positiv as. El ex ceso de castigos prov oca efectos adv ersos.

Inm ediatez y claridad El niño ha de saber por qué se le castiga. Hay que poner el castigo de forma inmediata, aunque su ejecución quede pendiente para el fin de semana.

Proporcionalidad La sanción debe adecuarse al tipo y grav edad de la falta, a la edad y a la intención. No pueden ser castigos absolutos (del tipo nunca más...), que cierren el horizonte, que no den oportunidad de demostrar buen comportamiento o que al final resulten inaplicables.

Equilibrio No hay que castigar por rabia o v enganza. El castigo no puede depender del estado de ánimo o los problemas personales.

Coherencia Hay que dejar claros cuáles son los comportamientos aceptables e inaceptables, y no ir cambiando las reglas cada semana. Conv iene anticipar las consecuencias de ciertas conductas: “Si hoy llegas tarde, el próx imo día...”, y aplicar siempre las mismas sanciones para las mismas faltas.

Aplicabilidad Conv iene ser prudente y no abusar de los castigos. Pero si se imponen, hay que mantenerlos y ex igir su cumplimiento, de modo que al escogerlos hay que v alorar que sean aplicables.

¿Y un cachete a tiempo?

Un estudio de la Comunidad de Madrid realizado en el 2008 rev eló que un 63,5% de los padres cree que dar una bofetada de v ez en cuando a sus hijos puede “ay udar a que aprendan”. Y es que, a pesar del rechazo generalizado a los castigos corporales, se mantiene cierta tolerancia social hacia el cachete o el azote. “El cachete es un drama si es la forma frecuente de resolv er conflictos, pero no es un drama si a un padre o una madre se le escapa en un momento determinado”, asegura el sociólogo Jav ier Elzo. Y añade que, en su opinión, los castigos humillantes, el menosprecio v erbal, son más duros y perjudiciales que un cachete ocasional. En cambio, la pedagoga Silv ia Morón considera que “el cachete es como el maltrato a la mujer; se sigue usando pero no es correcto; igual de inaceptable que nos parece una bofetada entre iguales, aunque sea una sola v ez, nos ha de parecer con los niños, porque la diferencia sólo es de tamaño”. El problema es que bajo la apariencia del cachete espontáneo y ex cepcional se amparan, según algunos especialistas, muchas manos largas que abusan. “Educar nunca ha sido fácil, pero ahora, en situaciones familiares y sociales más democráticas, aún lo es menos, porque ex ige esfuerzo y participación, y es más simple tirar de cachete”,

añade Morón. Donde no hay matices es en la condena a los castigos corporales, que por denostados que estén aún se dan en algunas familias muy autoritarias o con mal clima familiar, donde los padres v iv en agobiados y superados por la educación de sus hijos y los chav ales tienen problemas emocionales, según puso de manifiesto el estudio realizado por Jav ier Elzo para la Fundaciò Bofill sobre Models educatius familiars a Catalunya. Ello a pesar de que ex isten inv estigaciones que demuestran que los castigos corporales, además de ser contraproducentes y prov ocar que los niños reaccionen con v iolencia y apuesten por la ley del más fuerte, merman el coeficiente intelectual y ralentizan el desarrollo de las habilidades mentales.

Tipos de castigo Castigo corporal Un azote en el culo, una bofetada, pegar con un objeto... Se rechaza porque es humillante, produce agresiv idad y no tiene relación directa con la falta

cometida. Hay estudios que lo relacionan con hiperactiv idad y con una merma de coeficiente intelectual y las habilidades mentales.

Castigo sancionador Engloba desde la retirada de priv ilegios hasta las reprimendas. Es frecuente castigar retirando la paga, priv ando al chav al de algo que le gusta como la telev isión o la v ideoconsola, env iándole a su cuarto o echándole una bronca. No es aconsejable porque crea problemas de relación, daña la autoestima, alienta la mentira, prov oca estrés, inseguridad y agresiv idad. Pero algunos educadores creen que es mejor una sanción así que no hacer nada.

Castigo hum illante Ponerlos de cara a la pared, tenerlos quietos en una silla, obligarles a hacer tareas ex tras, censurarles en público... Son muy contraproducentes, prov ocan mucho daño emocional y no permiten reparar el daño ni corregir la conducta inapropiada.

Castigo correctiv o Se trata de ex plicar al hijo, con calma y sin gritar, por qué su conducta ha sido incorrecta y obligarle a corregirla. Puede ser decirle que, como ha pintado la pared, ahora está sucia y ha de limpiarla; o que, como ha roto los juguetes, luego no podrá jugar con ellos; o que habrá de ay udar a sus hermanos porque antes tuv o un comportamiento egoísta. Requiere paciencia y tiempo, pero es el más eficaz porque obliga a asumir las consecuencias de los actos.

Una palabra con mala prensa Los padres adv ierten a sus hijos que los castigarán, los castigan y cuentan que los han castigado, sin más. Pero los especialistas en educación infantil rechazan este término porque creen que tiene reminiscencias de maltrato, de castigo corporal. Por ello prefieren hablar de sanciones o de reprensión.

Capítulo 5

El estrés no tiene edad No sólo los adultos, también los niños están sufriendo este mal endémico de las sociedades desarrolladas y que los ex pertos llaman estrés. El ritmo de v ida y un ex ceso de activ idades ex traescolares contribuy en a que los más pequeños lo padezcan | Un niño no puede gestionar el estrés como haría un adulto | El cerebro infantil de inunda de cortisol y afecta a la memoria Jordi Jarque ES Estilos de v ida | 18 de junio de 2011 Y a falta poco para que los niños terminen la escuela y empiecen v acaciones. Padres y madres coinciden en señalar que sus hijos están cansados y parecen estresados por la cantidad de trabajos y ex ámenes realizados durante el curso escolar. Y para compensar tanto esfuerzo y desgaste de sus hijos, algunos progenitores ex plican orgullosos todas las activ idades que realizarán durante las v acaciones para que disfruten del tiempo de ocio: refuerzo de

algunas materias (que si matemáticas o lecturas de libros), idiomas, hípica, deportes acuáticos y un largo etcétera según preferencias y disponibilidades. Casi todas las v acaciones de los niños y a están programadas. Lógico, hay que combinarlas con el trabajo y otras circunstancias, como en el caso de los hijos de padres separados. No es fácil para los padres y puede resultar estresante. Pero tampoco es fácil para los hijos y también les puede estresar todas estas situaciones, como constatan los ex pertos. No sólo ahora en v acaciones, sino también durante el curso escolar. El estrés no sólo afecta a los adultos. Se está produciendo un preocupante aumento del estrés entre los más pequeños. “En los últimos años he notado en la consulta que hay un incremento del estrés de los niños”, afirma Natalia Ortega, psicóloga infantil, socia fundadora de Activ a Psicología y Formación, en Madrid. Y según la Sociedad Española de Estudios de Ansiedad y Estrés, las cifras se acercan al 8% de la población infantil y al 20% de los adolescentes. Antonio Muñoz Hoy os, catedrático del departamento de pediatría de la

Univ ersidad de Granada y presidente del XX Congreso español de pediatría social titulado “Problemas emergentes en pediatría social” –que se celebrará el próx imo mes de octubre–, señala que actualmente hay una tendencia a “cargar el 1 00% del tiempo del niño con activ idades o se intenta sobredimensionar una faceta determinada por encima de la apetencia del niño a disponer de su tiempo de ocio, lo que puede prov ocarle estrés y sensación de agobio”. Rosa Jov é, psicopediatra, especializada en antropología de la crianza, miembro fundador del grupo de psicólogos en emergencias y catástrofes de Cataluny a, miembro permanente del Observ atorio de los Derechos de la Infancia de la Generalitat de Cataluny a y autora de, entre otros libros, Ni rabietas ni conflictos (Ed. La esfera de los libros), v a un poco más lejos y afirma que incluso se ponen demasiados deberes escolares para casa. “Hay una idea equiv ocada sobre los deberes escolares. Atentan contra el tiempo de ocio que pueden disfrutar nuestros hijos y muchas v eces es una inv ersión de tiempo que no sirv e para nada. Hay que replantear qué se hace, por qué y sobre todo si hay que hacerlo”. Biel Pujol, v ocal de psicología

educativ a del Col•legi Oficial de Psicòlegs de les Illes Balears, resalta que los niños entre doce y catorce años “son los más procliv es a sufrir estrés infantil”. Pero tampoco se salv an los más pequeños. Natalia Ortega destaca que incluso los niños de seis años y a llev an una sobrecarga de tareas que los llev a hacia el estrés. “Los niños mismos afirman que están muy cansados”, asegura la psicóloga. Y no tiene nada que v er los recursos que tiene un adulto en contraste con un niño para manejar el estrés. Un adulto puede ser consciente de este estrés y tomar medidas, como hacer una respiración profunda, pasear por la play a, llamar a los amigos y un largo etcétera. Obv iamente un niño pequeño no es capaz de hacer todo esto. No puede gestionar el ex ceso de estrés, así que su cerebro infantil se inunda de hormonas relacionadas con el estrés, como el cortisol, la v asopresina y otros, lo que puede dificultar el aprendizaje y el control de la agresiv idad. El cortisol cumple muchas funciones, libera energía, retrasa el crecimiento, inhibe las hormonas reproductoras y afecta a muchos aspectos del cerebro, sobre todo la emoción y la memoria. Para afrontar el estrés el cerebro del niño consume la glucosa que podría emplear para las

funciones cognitiv as tempranas. Con la ex posición precoz al estrés se incrementa el número de receptores para los componentes químicos de alerta. Esto aumenta la reactiv idad y la presión sanguínea… ¿Cómo se traduce esto en el comportamiento del niño? Será más impulsiv o y agresiv o, es una respuesta impulsiv a, aunque los ex pertos también señalan que puede producirse otro tipo de reacciones: pueden tener una respuesta dependiente (falta de autoconfianza, dificultad para aceptar las críticas, pobre asertiv idad, poca participación en activ idades), respuesta reprimida (mucha sensibilidad, fácilmente se molestan o se les hieren sus sentimientos, temerosos ante nuev as situaciones, poca confianza en sí mismos, preocupados innecesariamente), respuesta pasiv oagresiv a (frecuentemente son niños de bajo rendimiento académico, tienden a postergar sus deberes, poco cooperativ os, despistados). En cualquier caso, la reacción de los niños al estrés depende de div ersos factores, pero no se puede establecer una relación entre estos y su respuesta porque todo depende de cada persona. Los ex pertos señalan en general tres factores: la situación que produce el estrés, el niño que sufre el

estrés y el entorno social en el que se encuentra. Entre las situaciones que pueden producir estrés infantil se encuentran un ambiente de crispación en casa, el div orcio de los padres y los cambios que implican en las rutinas semanales de los hijos el ritmo de trabajo escolar combinado con las activ idades ex traescolares... “Las separaciones les producen mucho estrés. Y en cuanto a las activ idades ex traescolares, los niños cada v ez más piden a los propios psicólogos que hablen con sus padres para que les digan de no hacer tantas cosas”, señala Natalia Ortega. En relación con las reacciones v isibles que pueden hacer suponer que se está delante de un niño estresado los síntomas pueden ser: se muestran especialmente temerosos, están muy sensibles y con poca confianza en sí mismos, se muestran preocupados constantemente, no quieren estar solos, están tristes y ansiosos, se muestran indiferentes, postergan sus deberes, el rendimiento escolar baja, se los v e despistados, se comportan de forma desafiante, lloran sin razón aparente, les sudan las palmas de las manos, les duele la cabeza y el estómago, no tienen hambre o se muestran hiperv igilantes ante situaciones que otros niños de

su edad hubieran afrontado de forma tranquila. Biel Pujol ex plica que el estrés infantil se refleja, por ejemplo, “en la imposibilidad de hacer los deberes y la falta de ganas de acudir al centro escolar por parte del niño, además de cambios de humor significativ os y respuestas desmedidas ante los hechos que ocurren a su alrededor”. Natalia Ortega también señala que si el perfil del niño es más bien introv ertido “puede tener menos habilidades sociales, y esto significa que ante una situación nuev a, le produce una respuesta estresante”. Las consecuencias del estrés infantil no solamente son psicológicas, sino que pueden llegar a afectar a todo el organismo. Seth Pollak, profesor de psicología, antropología, pediatría y psiquiatría de la Univ ersidad de Wisconsin-Madison, y director del laboratorio de inv estigación sobre la emocionalidad infantil, dirigió una inv estigación publicada en la rev ista Proceedings of the National Academy of Sciences a principios del año 2009, donde concluy e que el estrés durante la infancia puede tener consecuencias duraderas en la salud de los niños llegando a afectar el sistema inmunológico. En dicho estudio se comparó situaciones muy ex tremas. Se ev aluó la fortaleza del sistema inmunológico de un

grupo de adolescentes maltratados en su niñez comparándolo con otro grupo que no había sufrido un estrés inusual. Los inv estigadores descubrieron que los maltratados tenían los niv eles de los anticuerpos significativ amente altos, los relacionados con un v irus muy común en la población: el herpes simple de tipo I (V HS-1 ). El director de la inv estigación concluy ó que, a pesar de que el entorno de los niños había cambiado, “psicológicamente siguen teniendo estrés. Esto puede afectar al aprendizaje y a su comportamiento. Y como el sistema inmunológico está comprometido también repercute en la salud de los niños”. ¿Qué hacer entonces para intentar ev itar esa tendencia hacia el estrés? Una de las clav es es el afecto. Según Biel Pujol, “para los niños es sumamente importante el aspecto afectiv o, necesitan sentirse queridos y estimulados, algo que, a menudo no ocurre con los niños que presentan una agenda de activ idades ex traescolares sobrecargada”. Tampoco se trata de competir en v er quien gana el concurso de pasar más horas con el hijo, “sino que ese tiempo sea de calidad”. Rosa Jov é, ex plica que si esto lo supieran muchos padres,

“se ahorrarían el dinero de programas de estimulación y cogerían más en brazos a su hijo. Pareciera como si los padres pretendieran hacer de sus hijos una obra que enseñar al mundo, sin tener en cuenta lo que los niños quieren ser. La causa de esa presión es el deseo de muchos padres de que su hijo sea perfecto”. En este sentido Antonio Muñoz Hoy os recuerda “el frecuente error que se comete al someter al niño a una serie de activ idades porque son satisfactorias para el padre (como un rígido entrenamiento deportiv o)”. Rosa Jov é ex plica que las horas que un niño puede dedicar al día a las activ idades ex traescolares deberían ir en función del tiempo libre que tiene realmente: un niño que sale a las cinco del colegio, que tiene una hora de tray ecto en el autobús escolar hasta que llega a casa, que después merienda y que debe hacer los deberes, casi no tendría que hacer nada más, puesto que apenas dispone de tiempo libre antes de acostarse. “En cambio, un niño que sale a las cinco y que a los quince minutos y a ha merendado y apenas le mandan deberes en el colegio puede ocupar alguna hora por la tarde en alguna activ idad que le guste. Los niños necesitan jugar y distraerse”.Y el juego reduce el estrés.

Gerald Hüher, director del Centro de Inv estigaciones de Medicina Prev entiv a y Neurobiología de Gotinga y Mannheim Heidelberg, asegura que los niños nacen con un cerebro muy potente y que no hay nada como estimularlo a trav és del juego. Además, Rosa Jov é ex plica que hay estudios que analizan la capacidad que tiene el juego creativ o de disminuir el estrés del niño. En un artículo publicado en el Journal Child Psychology, en 1 984, se analizó a niños de entre 3 y 4 años en su primer día de guardería. A la llegada se les medía el niv el de estrés mediante la observ ación y con algunas pruebas objetiv as. Se les div idió en v arios grupos y se probaron distintas estrategias para afrontar los primeros minutos en la guardería separados de sus madres; de esta manera, a uno de los grupos se le sentó en clase con la maestra y se le contó un cuento, y al otro grupo se le permitió el mismo tiempo de juego creativ o, en solitario o en parejas. Transcurridos quince minutos, se v olv ió a v alorar la cantidad de estrés que presentaban. La gran may oría de niños había disminuido en ansiedad y en estrés, si bien los que habían estado en el grupo del juego libre lo habían hecho en más del doble que los del otro grupo. “Estos datos

apuntan a que el juego permite fantasear e incluso integrar situaciones ex trañas o difíciles, lo que nos ay uda a afrontarlas con más garantías. Y a sabemos cómo el estrés en los niños, y en los adultos, fav orece la aparición de problemas de conv iv encia. Si quiere menos problemas, déjeles jugar”. Ante todo eso, ¿cómo afrontar este v erano? ¿No hay que hacer deberes ni activ idades ex traescolares? Rosa Jov é comparte una anécdota personal. “Cuando mi hijo may or tenía unos 8 años (en tercero), su profesora mandó unos cuadernitos de deberes para el v erano. Como era amiga mía fui a hablar con ella y le pregunté por qué mi hijo debía hacer deberes en v erano si había superado todas las materias. ‘Es para que no pierdan el hábito de trabajo; con una horita al día tienen bastante’, me contestó. ‘¡Ah, claro, –le respondí–. Tienes razón. ¿Y v endrás a mi casa o te lo llev o y o a la tuy a? Es que no me gustaría que perdieras tu hábito de trabajo en v acaciones, y a sabes que cuando los maestros v olv éis en septiembre estáis un poco despistados’. Sonrió y me dijo: ‘V ale, que no haga los deberes’. Pienso que hacer los deberes es una costumbre que arrastramos de épocas anteriores y que aplicamos sin más. ¿Es v erdad que hacer

trabajar a un niño en casa, fuera de horario escolar, le v a a hacer un adulto responsable? Permítame dudarlo. Hay una cosa que y o v aloro mucho en las personas, que es su capacidad para poner atención en lo que están haciendo. O lo que es lo mismo, su capacidad para desconectar. Me gusta estar con gente que cuando trabaja v a al grano y que cuando descansa disfruta de su tiempo libre y no está pensando en el trabajo”. Si bien es cierto que la sobresaturación puede desembocar en una tendencia hacia el estrés tampoco hay que olv idar, como quiere recordar Antonio Muñoz Hoy os, que cualquier “clase ex tra puede suponer un buen estímulo; no debemos olv idar que el espíritu de superación y el esfuerzo forman parte del aprendizaje”.Una de las clav es para ev itar los efectos negativ os del estrés es que las propuestas deben ser deseadas por el niño, da igual si son activ idades intelectuales o físicas, “todas las activ idades son, a priori, interesantes y a su v ez todas pueden estar de más. La clav e para elegir entre apuntar a nuestros hijos a una activ idad ex traescolar y qué tipo de activ idad escoger para ellos radicaría en un buen conocimiento de las características del niño, de sus capacidades y sus

preferencias, cómo llev a su rendimiento académico y otros aspectos relacionados con su desarrollo integral. Cuando se han analizado mínimamente estas facetas, se puede estar en condiciones de poder ampliar o reducir activ idades, y cuáles pueden ser más o menos recomendables”. Natalia Ortega señala que no hay que olv idar que la actitud de los padres también es fundamental, pues muchas v eces “son los propios padres los que producen estrés a los niños porque están nerv iosos y con prisas. Cuando se prepare el baño y la cena, mejor hacerlo tranquilamente. Los niños se empaparán de esa tranquilidad”. Y v isto la crisis que se está v iv iendo habrá que tener presente también esa actitud. Casi el 60% de la población española está conv encida de que la crisis actual afectará negativ amente el futuro económico y social de los menores, y que el 53% está conv encido que sus hijos tendrán una menor protección social en el futuro (según los datos de la Obra Social Caja Madrid). Así que habrá que preparar, fortalecer y dar instrumentos al niño para que pueda hacer frente a situaciones estresantes.

Capítulo 6

Freno al niño déspota Los deseos de los niños dev ienen casi sagrados y hay padres que se desv iv en por satisfacer todas sus peticiones. Este comportamiento moldea en ocasiones seres caprichosos y absorbentes. Pero se puede ev itar y v olv er a disfrutar de los hijos | Los niños saben muy bien cómo detectar los puntos débiles de los padres | A partir de los doce meses y a se pueden perfilar algunos límites Marta Mejía, psicóloga ES Estilos de v ida | 23 de agosto de 2008 ¡Señor, sí señor! parecen decir algunos padres ante las demandas de sus pequeños o no tan pequeños retoños. Niños que al parecer llev an las riendas del hogar. Que lo quieren todo y de forma inmediata, no han escuchado la palabra “no”, llev an mucho tiempo sin escucharla o quizás la han escuchado pocas v eces, y no la aceptan por respuesta. Tienen frecuentes rabietas, intentan controlar a otros niños y adultos, se frustran fácilmente, se quejan de que se

aburren y no saben jugar solos, no siguen horarios ni orden, hacen lo que quieren cuando quieren, interrumpen con frecuencia cuando sus padres hablan por teléfono, les impiden salir o irse de v iaje por temor a su comportamiento. Imponen sus normas en los juegos con otros niños: si no les siguen, cambian de juego o no juegan y prefieren jugar en su territorio, v an poco a casa de otros, que v engan ellos. Pero no se trata de niños con un problema genético, un trastorno de personalidad o una conducta disocial; son mandones y déspotas, firmes candidatos a conv ertirse en tiranos si no se les ponen límites a tiempo. Responden al perfil de un hijo muy deseado, hijo único en el 35% de los casos, adoptado, padres añosos, el may or o el pequeño cuando hay diferencia en años con los may ores, niño prodigio y v arón en la may oría de los casos; se calcula una niña por cada cinco niños. Los comentarios impertinentes de Diego, primer hijo y primer nieto de la familia, prov ocaban las risas de los adultos, que lo pusieron en un pedestal. Era el emperador y todos estaban allí para rendirle pleitesía y hacer su v oluntad. Cualquier juguete roto o estropeado era rápidamente reemplazado y cualquier deseo suy o rápidamente complacido.

Diego tiene 9 años y sus comentarios desagradables ahora causan desaprobación. Su hermano de nuev e meses acapara la atención de padres, abuelos y demás miembros del univ erso familiar. Como cualquier emperador orgulloso y prepotente, él espera que los demás le sigan diciendo lo estupendo y listo que es y que rían sus gracias; hace de pay aso para llamar la atención, se ex hibe y sobreactúa. Los padres lev antan los hombros y justifican su comportamiento por la etapa por la que atrav iesa. Pero no atrav iesa ninguna etapa. Ha sido destronado por su hermano pequeño y hace todo lo posible para mantener su regia posición. Su conducta insolente no había sido v ista como inapropiada y sí como div ertida. Así que, ¿para qué cambiar comportamientos inapropiados o groseros cuando tus padres ríen ante ellos en lugar de reñirte? Pero luego resulta confuso cuando los mismos comportamientos son desaprobados. Y lo que faltaba, ahora le ex igen que recoja sus juguetes y ordene la habitación. “Padres afectuosos pero firmes no crían emperadores o emperatrices, educan en la disciplina y la responsabilidad”, afirma Michael Grose, ex perto australiano en temas de familia,

autor, conferenciante y columnista en periódicos de Sy dney y Melbourne. Hay que negar cosas a los niños, decir “no” cuantas v eces haga falta. Hay padres que prometen dar todo a sus hijos; pero no se puede dar todo y además no es sano. Padres incapaces de v er sufrir al niño que acceden a todos sus deseos y caprichos. Uno de los padres es más blando y no mantiene los mismos criterios de ex igencia que el otro, de forma que dan al niño un mensaje contradictorio y desorientador. Uno de ellos está en alianza con el hijo y en contra del otro progenitor. Padres que miran para otro lado y no v en lo que puede suponer un problema de futuro, de conducta, de aceptación social o de relación con una pareja estable. La actitud de los padres puede contribuir a que se conv iertan en pequeños tiranos. Será importante conciliar el temperamento del niño con los métodos de disciplina de los padres. Si las herramientas que usan no son las adecuadas, los resultados más probables serán el conflicto. Los padres no son el problema, pero sí parte de su solución. Y si cambiar el comportamiento negativ o del niño se ha conv ertido en una misión imposible,

el comportamiento de los padres debería replantearse; por algo son el adulto de la situación. Desde luego, cada niño tiene su personalidad, pero cuando empieza a comportarse de forma inadecuada es responsabilidad del adulto el intentar por lo menos moldearla. Será importante la forma como se atienda a sus demandas sin por esto impedirle ex presar sus ideas, necesidades, enfados y malestar. Y como siempre, la coherencia será fundamental, pues si ellos v en que el adulto escucha, aprenderán a escuchar, si v en que el adulto respeta, aprenderán a respetar. Es un largo aprendizaje, pero como dice Fernando Sav ater: “Para que una familia funcione educativ amente es imprescindible que alguien en ella se resigne a ser adulto. Y me temo que este papel no puede decidirse por sorteo ni por una v otación asamblearia. El padre que sólo quiere figurar como el ‘mejor amigo de sus hijos’ es algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirv e para poco; la madre cuy a única v anidad es que la tomen por hermana ligeramente may or que su hija tampoco v ale para mucho más”, un poco duro pero es así. “No pude ev itar un escalofrío cuando escuché a mi hija de seis años decir: ‘Mami, ¡v en aquí!, ¡ahora!’.

Ha sido un cambio brusco, aquello de “¿de dónde ha salido esta niña?”. Siempre ha sido líder en los juegos. Cuando tenía tres años y o pensaba que era div ertido que niños que le doblaban la edad estuv iesen bajo su mando. De momento tiene muchos amigos; sé que la consideran muy mandona, pero la quieren y la siguen. El problema es que siempre tiene que ser la primera. Parece tener muy claras las ideas. Sé que es importante decir lo que piensas y ex plicar lo que quieres, que es muy positiv o para ella cara a un futuro, pero temo que le falte humildad, aprender a compartir y a tener en cuenta a los otros”, ex plica María de su hija Laura. Para muchos niños, el inicio de la escuela coincide con la aparición de un comportamiento dictatorial. Ly le Grant, profesora de Psicología en la Univ ersidad Athabasca de Alberta, ex plica que el comportamiento mandón ocurre cuando los niños se dan cuenta de que “hay una conex ión entre ser obstinado y conseguir lo que se quiere. Los niños que actúan de forma autoritaria han aprendido la habilidad de manipular a los otros y de cambiar o actuar sobre su entorno social”.

Y en la práctica, ¿qué tenemos que hacer? Poner límites, reconocer la diferencia entre sus necesidades y deseos porque ellos no la conocen, estar dispuestos a ser la más ruin de las madres o el peor papá del mundo por no atender a sus quejas, súplicas y por no ceder ante los numeritos y pataletas que montan. Que sus “no” no se conv iertan en “sí” pues ellos tienen un sex to sentido para detectar ambiv alencias y debilidades. Enseñar que no todo se consigue en el momento y que incluso hay cosas que nunca se podrán tener. A no tirar la toalla ante la primera dificultad. Que no hace falta div ertirse todo el tiempo, que hay momentos de tranquilidad y aburrimiento. Que se tienen en cuenta sus opiniones y se los implica en decisiones que les conciernen, pero que algunas de ellas, o muchas, son tomadas por los adultos sin someterlas a v otación. Un pequeño de tres años no puede elegir qué comer. Esta es una decisión cotidiana que deben tomar los padres. Que empiecen a saber que la v ida no siempre es justa y que algunas v eces simplemente hay que aguantarse. Que es importante realizar esfuerzos adicionales para conseguir lo que queremos, y muy , muy importante, el respeto hacia el adulto. A un padre no se le puede ex igir lo que materialmente no puede ofrecer, no se le debe

descalificar, menospreciar, burlar, ni mucho menos gritar. No deberían confundirse el respeto con la sumisión, ni la obediencia con la dependencia. Es difícil para el adulto pero adaptativ o para el niño de dos años que proteste porque le quitan un juguete o le niegan algo. Será importante no anular la ex presiv idad del niño pero tampoco dejarlo que dé rienda suelta a sus impulsos. Algunas v eces en nuestro afán por corregir estas conductas nos v olv emos críticos y punitiv os con estos niños de forma que ellos se sienten rechazados o furiosos. No se trata de poner límites a todo, pues cortaremos alas a la imaginación y a la creativ idad. Pero será muy importante tener un criterio claro y coherente para ev itar que se conv iertan en caprichosos y consentidos. Querer las cosas y a, sin poder esperar, es muy propio de los niños pequeños y la satisfacción de sus necesidades es importante para darle seguridad. Durante el primer año del bebé atenderemos a sus llamadas; no podemos retrasar la hora de un biberón, dejar de cambiar un pañal mojado o impedirle dormir cuando tiene sueño; pero a partir de los doce meses podemos perfilar algunos límites.

Alrededor de los dos años se ev idencian rebeldía, negativ ismo y rabietas como signos del desarrollo de la personalidad. Hasta los tres años se encuentran inmersos en el período del egocentrismo, pero no por esto debemos reforzarles conductas autoritarias. Entre los tres y los seis años el may or contacto con la realidad coincide con un gran derroche de energía y serán necesarios algunos límites para empezar a aprender que no se consigue todo y que hay que esperar. A partir de los seis años y coincidiendo con el inicio de la escuela y de un nuev o período de localización, deberían empezar a aprender a competir, a perder, a superar frustraciones y a entender que y a no se es rey dominador. Con el inicio de la pubertad aumentarán la resistencia y la terquedad y más que nunca necesitarán unos espejos positiv os en los que mirarse. La noción del tiempo de los niños no tiene nada que v er con la de los adultos y serán necesarios muchos años para que comprendan lo que significa una hora, una semana y para que sean capaces de aceptar por qué tienen que esperar, lo que no significa que tengamos que aguardar a que tengan la madurez suficiente, sino que, poco a poco,

tendremos que ir enfrentándolos a situaciones que requerirán su paciencia, pues si no lo hacemos así, estaremos educando a niños caprichosos y déspotas. Será más fácil negar un caramelo a los dos años que un v ideojuego o ropa de marca a los 1 4. Será importante recordar que hay períodos determinados en la v ida de un niño en los que son típicas la terquedad y la resistencia. El problema ex iste cuando habiendo pasado esas etapas críticas, el niño continúa en su terquedad. No se traumatiza a un niño cuando no le damos en seguida lo que pide y sí, en cambio, prov ocamos su inmadurez cuando cedemos a todas sus ex igencias. Por último, cabe desear que cada v ez más padres de niños pequeños no se tengan que preguntar: “Si esto es ahora, ¿qué hará cuando tenga 1 5 años?”.

¿Cómo retirar privilegios? Muchos padres retiran priv ilegios como técnica de disciplina y sorprendidos descubren que no funciona. ¿Cuándo no funciona?.

No funciona cuando se retira algo que el niño no v a a echar en falta. Para algunos será el móv il, para otros ir al cine con unos amigos o conectarse a Internet.

No funciona quitar m uchas cosas a la v ez. Es mejor una cosa cada v ez y entonces irse, esperar a que se calme, y si repite la situación quitar algo más. De otra forma los padres se encontrarían con que y a han quitado las pertenencias a su hijo antes de iniciar el castigo.

No funciona retirar cosas durante un período de tiem po m uy largo. Si les quitan los v ideojuegos durante dos semanas, se olv idarán de ellos.

No funciona si se le deja que disfrute de cosas sim ilares a las que se le han retirado. No jugará con la Play Station pero lo hará con el ordenador o con su Gameboy .

Si querem os que un niño haga o deje de hacer algo hay que decírselo con claridad Hemos de centrándonos en lo que queremos que haga o deje de hacer, es decir, en la conducta en cuestión, no en la actitud o en la v alía del niño. Si interrumpe cuando estamos hablando con otra persona habría que decirle “Espera a que termine de hablar” o “No me interrumpas cuando hablo con otra persona”, en v ez de “Compórtate como un niño may or”, “No seas pesado” o peor aún: “Y a v oy , cariño”. Ser lo más concreto posible; a la hora de establecer el horario de llegada a casa de un adolescente habría que concretar, por ejemplo: “V uelv e a casa antes de las 1 0”. En lugar de “V uelv e pronto”. Si es necesario, fijar la consecuencia que traerá consigo el incumplimiento de la norma o límite. Y lo más importante: actuar según la mencionada consecuencia.

No hay que lim itarse a quitar cosas sin usar otros m étodos Tales como aumentar priv ilegios o premios cuando el niño se porta adecuadamente .

T écnica del tiem po m uerto Ante un gran nerv iosismo hay que parar emocionalmente, dominar la ira y aprender a controlarse. Por ejemplo, solo en una habitación, sentado en una silla durante 5-1 0 minutos, para que v ea que no consigue nada con rabietas o amenazas. Hacer un parón puede ser una buena técnica si no se abusa de ella.

Ofrecer opciones es una técnica útil de disciplina Poder elegir da al niño cierto sentido de control sobre algo que usted quiere que él haga. La clav e es ofrecer pocas opciones. No es preguntar al niño qué quiere para comer, es preguntarle si prefiere fresones o cerezas. Niños muy pequeños se v erán desorientados si hay muchas opciones.

Desde luego, no se ha de ofrecer una elección cuando ésta no ex iste No le preguntará si se quiere lav ar los dientes, ducharse o v estirse para ir al colegio. La pregunta implicaría la opción de negarse a una de ellas.

Habría que decir: “Es la hora del baño, ¿qué juguete quieres llev ar hoy contigo?”. Cuando sólo hay una elección, se puede ofrecer una alternativ a, como por ejemplo cuando su hijo no quiere usar el casco para ir en bicicleta: “Puedes ir en bici con tu casco o puedes hacer otra cosa”. Si no quiere sentarse en la sillita del coche puede elegir entre ir en la sillita o quedarse en casa. Participar en la decisión da una salida honrosa en lugar de recurrir a la rabieta

¿Cómo sé si tengo un hijo déspota? ¿Su hijo tiene dos o más de las señales del niño déspota? Muchos de estos comportamientos que detallamos a continuación son normales en los niños pequeños, pero menos frecuentes alrededor de los tres años, en que las rabietas deberían ser la ex cepción y no un numerito diario: - Frecuentes rabietas.

- Es ex igente y lo quiere todo a su manera. - Se frustra fácilmente, no acepta fracasos. - Pelea, protesta o dice “no” con mucha frecuencia. - No suele seguir sus normas. - No escucha cuando usted dice “no” o “para”. - Intenta controlar a otros niños y adultos. - Se queja de que se aburre y no sabe jugar solo. - Poco respeto por lo que otros quieren. - No sigue unos horarios, un orden: come, duerme cuando le apetece. - Pide tener todo lo que v e en la tele. - Le interrumpe con frecuencia cuando usted habla con otros. - No entiende que hay consecuencias si no se

cumplen las normas. - Le controla salidas y v iajes haciéndole sentir culpable por el abandono. - Necesita chantaje para hacer las cosas. - Tiene problemas jugando con otros niños porque es mandón y no comparte.

Ante el Peque Si actúa con usted, con un amigo o con otro adulto, no reaccione de forma que le pueda reforzar el comportamiento o que pueda entender aprobación. No se ría o haga broma al respecto. A la v ez, no le dé atención negativ a sermoneándolo. Permanezca en calma y hágale repetir de forma educada y cortés, considerada. No haga nada por su hijo si él se lo ordena. Tiene que entender que no es el jefe de nadie, especialmente de usted.

Si comparte sus juguetes y es amable y generoso, felicítelo y refuerce su buena conducta. Enséñele nuev as formas de comunicarse y el uso de las palabras: “por fav or”, “gracias”, “¿puedo?”, y ex plíquele que hay cosas que sencillamente no se deben decir. Si se muestra mandón, dígaselo en v oz baja, al oído. No lo haga ante los otros niños, en público, no le deje en ev idencia. Si no v e cambios apreciables o intentos a pesar de sus recomendaciones, llév elo a un lado y ex plíquele que lo llev ará a casa si no se comporta adecuadamente. Si le dejan solo los otros niños, no haga demasiado énfasis en la culpabilidad de su comportamiento autoritario. Intente ay udarle a pensar en el comportamiento que ha podido ocasionar el problema, lo que los ha podido alejar. Es importante apoy arlo para que no piense que él es siempre el chico malo, no se trata de crear culpa,

sino de que aprenda. Enséñele y aprenda usted también a ex presar sus firmes deseos de forma que sean percibidos como persistencia y asertiv idad en lugar de autoritarismo. Mantenga las líneas de comunicación abiertas y hable con su hijo a menudo de forma que pueda identificar lo que causa su comportamiento autoritario.

Capítulo 7

Mamá, los payasos me dan miedo Pánico ante un pay aso, gritos por un globo que ex plota, llantos en la oscuridad... Los miedos de los niños son innumerables. Los padres deben saber que el miedo es una respuesta adaptativ a al entorno, algo completamente normal y que se pasa con la edad Elena Castells ES Estilos de v ida | 23 de agosto de 2008 Aunque los bebés y a se asustan ante los ruidos estridentes o cuando saben que están solos, los miedos más comunes suelen aparecer de forma inequív oca entre los 3 y 6 años. “A esa edad todav ía no entienden el mundo que los rodea y tampoco son capaces de diferenciar entre lo real y lo ficticio”, ex plica Carme Crespo, psicóloga infantil del Institut Piscològic Maricel de Sitges. En ese periodo, el niño empieza a tener miedo a los pay asos, a las personas

disfrazadas, a los animales, a la oscuridad, a las personas desconocidas, a los fuertes ruidos, a juguetes desconocidos, a los truenos y a las tormentas, etcétera. Según los ex pertos, los miedos v an desapareciendo a medida que el niño crece. Y mientras unos desaparecen, aparecen otros nuev os, y a que el objeto del miedo v a v ariando con la edad. El miedo a los pay asos y a la oscuridad dará paso al miedo a la muerte o a sentirse ex cluido de un grupo. “El miedo es una respuesta adaptativ a al entorno, es un sistema de alarma que se pone en marcha ante situaciones que pueden ser potencialmente peligrosas, es útil porque ev itamos riesgos innecesarios, impide que actuemos de forma temeraria. Si no hay miedo, no hay protección”, ex plica Carme Crespo, que también es profesora del Institut Superior d’Estudis Psicològics (Isep). Elena Berazaluce y Estíbaliz Diego, psicólogas clínicas del gabinete Psicopericial, en Madrid y Toledo, y autoras del libro A qué tienen miedo los niños, afirman a ES que los miedos ev olutiv os se definen por su transitoriedad. “Su aparición delata únicamente la falta de recursos interiorizados por el niño y su tendencia a responder frente a situaciones

nuev as, sin implicar per se dificultades de adaptación en el futuro”. El miedo es una respuesta instintiv a y natural ante amenazas reales o imaginarias. “Decimos que es normal y natural por cuanto la reacción no se aprende, es univ ersal y presenta cambios orgánicos y anímicos comunes en todos los seres humanos”, asegura Marcelino Ruiz de Arcaute, psicólogo de la educación y profesor de escuelas de padres en Madrid. Los miedos infantiles tienen elementos beneficiosos para la superv iv encia, y a que preparan al organismo para reaccionar ante una situación v iv ida como peligrosa. Es decir, que algunos miedos pueden hacer que el niño ev ite algún accidente. Por ejemplo: miedo al cruzar una calle, miedo a caerse del columpio, miedo a los animales, etcétera. Son miedos que enseñan al niño a ser más precav ido en situaciones que ex igen más cuidados. Los miedos pueden agruparse en grandes áreas: ruidos, oscuridad, ex traños, separación, animales e interacciones sociales con desconocidos. Aunque son univ ersales, la frecuencia y la intensidad son diferentes en cada niño. Dependerá de la base genética y del entorno. “Son las características de

personalidad, el temperamento, el desarrollo intelectual, junto con las pautas de actuación de los padres, las peculiaridades de la familia y el modo de educar, lo que configure la manera en que cada niño v iv encie dichos miedos. La actuación del medio más inmediato del menor será clav e para que los miedos ev olutiv os sean transitorios o, por el contrario, se instalen como forma de proceder en la v ida adulta”, ex plican Berazaluce y Diego. Como conclusión, los ex pertos adv ierten que los niños deben aprender a tener miedo, porque la aparición de nuev os temores se mantendrá a lo largo de la v ida, cada v ez que el ser humano se enfrente a nuev as situaciones. “Así, por ejemplo, podemos enmarcar la ansiedad que muchos adultos ex perimentan ante los cambios de ciclos v itales”, señalan las psicólogas. Si estos miedos, que deben ir desapareciendo, se mantienen e interfieren en la v ida cotidiana del niño, entonces estamos ante una fobia. “La fobia es un miedo no adaptativ o, y a que la respuesta es desproporcionada o no responde a una amenaza real para el indiv iduo”, ex plica Crespo. La detectaremos porque las reacciones del niño ante el

objeto del miedo son desproporcionadas: respuesta ex cesiv a, gritos, parálisis, sudoración…Una fobia puede aparecer porque el miedo no se ha resuelto cuando debía hacerse o debido a un trauma o una mala ex periencia. Las fobias, que acostumbran a aparecer con más frecuencia entre los 4 y los 8 años, deben tratarse acudiendo a un profesional, sino no desaparecerán. César Soutullo, especialista en psiquiatría infantil y adolescente de la clínica Univ ersitaria de Nav arra, ex plica que entre los trastornos más frecuentes están el de “la separación de los padres y los obsesiv o-compulsiv os relacionados con la limpieza y orden”. En su consulta, alrededor del 30% de las v isitas tiene como motiv o algún miedo, la may oría el de separarse de sus padres. “Son niños que ex perimentan incluso dolores físicos como mal de estómago, de cabeza o v ómitos”, describe Soutullo, quien asegura que muchas v eces la sobreprotección de los padres empeora la situación. La actitud de los padres ante las reacciones de miedo de los niños es clav e. Según Ruiz de Arcaute, “debemos preocuparnos por el qué hacer pero más aún por el qué no hacer”. El psicólogo asegura que pueden ex traerse dos conclusiones: “Al ser tan

frecuentes y comunes, los miedos se pueden tomar como normales, por lo que no tenemos que presuponer, en principio, ningún problema grav e en nuestro hijo. Debemos tomarlo con tranquilidad, sin angustia y dejar de buscar causas y culpables”; la segunda conclusión es que tanto los padres como los educadores deben tener unos conocimientos básicos de cómo actuar ante los miedos, cómo prev enirlos y cómo no agrav arlos. En su opinión, “los padres pueden ay udar a prev enir la aparición de algunos miedos cuidando algunos aspectos”. Por ejemplo: no amenazar con cosas temerosas (“que v iene el coco”); educarle para ser prudente con lo peligroso (incendios, el mar, etcétera); no ser sobreprotectores; cuidar las películas o v ídeos; desdramatizar las situaciones temerosas de la v ida (la muerte, los coches, el fuego), y actuar siempre con la may or tranquilidad posible.

Cada edad tiene sus miedos De bebé y hasta los dos años Aparecen los primeros miedos, que acostumbran a

ser a la oscuridad, a la pérdida súbita de apoy o, a los ruidos fuertes (la batidora, la aspiradora, los cohetes, los globos que ex plotan), a los ex traños. Son miedos univ ersales y ev olutiv os, que se pasan con la edad.

Entre los tres y los cinco años A esta edad entran en el mundo de la fantasía. Confunden realidad con ficción. Aparecen los miedos a los pay asos, a las personas disfrazadas, a los animales, al dolor, a la sangre y al médico. Se mantienen los miedos a los ruidos fuertes, a separarse de los padres y a la oscuridad.

Entre los seis y los ocho años Disminuy e el miedo a los ruidos y a los disfraces. Se mantiene el miedo a los animales, a la separación, a la oscuridad y al dolor. Aparece el miedo a los seres imaginarios como fantasmas, brujas, ex traterrestres… También aparece el miedo a las tormentas, a la soledad y a la escuela.

Entre los nuev e y los doce

Aparece el miedo a la muerte, al fracaso escolar y se mantienen el de los animales y las tormentas. Desaparece el miedo a separarse de los padres, a la oscuridad y a los seres imaginarios.

Lo que no debes hacer Los padres no deben ignorar los tem ores de los niños Es muy importante que respeten y traten de entender estos miedos. Aunque son inev itables, sí que pueden controlarse sobre todo si el niño tiene el apoy o de sus padres.

No reírse de sus tem ores ni de su reacción Y no permitir que los demás se rían de él. Debemos eliminar de nuestro v ocabulario frases como: “No seas tonto; los niños como tú no tienen miedo de eso; ¿No te da v ergüenza…?.”

No le llam es cobarde o infantil si se m uestra tem eroso ante cualquier situación No le ridiculices ni le compares con otros niños que no tienen miedo. Le hará sentirse inseguro, necesitado de cariño, solitario y sin comprensión.

No transm itirle m ás m iedo del que y a tiene Él necesita seguridad y confianza. No amenazarle con el estímulo al que tiene miedo (“si no comes, llamo al hombre del saco”).

No m entirle nunca Si mientes sobre una situación de miedo, le producirá más temor. Debes contarle la v erdad de una manera que él lo entienda.

No forzarle con m aneras bruscas a afrontar sus m iedos No obligarle a pasar situaciones que él teme. Los miedos no se superan enfrentándose a la situación de una v ez por todas. Todo lo contrario, el miedo se puede intensificar. Es igualmente importante no

insistir con razonamientos. Es un grav e error obligarle a afrontar su temor en solitario. Por ejemplo: no obligarlo a entrar a oscuras en su habitación si no quiere hacerlo. Así aumentará su ansiedad y se alargará ese miedo. Además, el sentimiento de no ser capaz de afrontar la situación le producirá frustración.

Los padres no deben transm itir sus tem ores personales a su hijo La manera en que los padres se enfrentan a sus propios miedos le da al niño un patrón para enfrentarse a situaciones similares.

No protegerle en ex ceso elim inando todos los posibles m iedos Si cada v ez que algo le da miedo el padre o la madre se interpone como salv ador, lo único que hace es justificar ese miedo y hacerlo real.

Lo que sí debes hacer

Ante la reacción al m iedo, los padres deben actuar con tranquilidad Hablar en tono bajo, con ritmos y mov imientos pausados. Dar apoy o afectiv o y , siempre que sea posible, contacto físico. Si le transmites protección y confianza, te contará todo acerca de sus miedos y así podrás ay udarlo a superarlos.

Es m uy im portante que escuches a tu hijo y te ex prese todos sus m iedos Habla con él, que te ex plique lo que le asusta. Conv éncele de que no hay que av ergonzarse por tener miedo a algo. Utiliza frases como “y o también tengo miedo a...”

Enfréntate al problem a con tu hijo Cuando él no sea capaz de hacer algo solo, intenta hacerlo con él para que pueda comprobar que no pasa nada. Dale la mano y entra con él a la habitación a oscuras. Es útil ir aprox imándole al estímulo prov ocador de miedo de forma progresiv a y siempre en un ambiente relajado y de bienestar.

Una manera de ay udarlo es jugar con él acerca de su miedo. Por ejemplo, en la habitación oscura hacer ruidos de animales o jugar con una linterna.

Muéstrale, a m odo de ejem plo, cóm o otras personas actúan con confianza en aquellas situaciones que él tem e Si tu hijo v e a otro niño tocar un perro, puede que le ay ude a perder su miedo.

Felicítale o prém iale por cualquier av ance respecto a su m iedo Alaba su esfuerzo, sus logros, su v alentía y su decisión. Eso le dará más confianza y ganas de superarlo definitiv amente.

Capítulo 8

Manejar a Caín y Abel La riv alidad entre hermanos es tan natural como la v ida misma. Compiten por obtener más cosas, más priv ilegios y más atención de los padres. Discuten, se chinchan, se acusan mutuamente e, incluso, a v eces se pegan. Es normal, forma parte de su preparación para la v ida adulta. Pero todo tiene un límite, y este lo tienen que poner los padres | No hay que comparar; cada hijo debe sentir que es único para sus padres | Los niños ansían la atención de sus padres, aunque sean para reñirles May te Rius ES Estilos de v ida | 13 de diciem bre de 2008 “¿Cómo te sentirías si tu pareja trajera a otra persona a v iv ir en casa y te dijera que no te preocupes, que quiere mucho a esa persona y la tienes que tratar muy bien pero que eso no quiere decir que a ti te v ay a a querer menos?”. Los psicólogos recurren a esta reflex ión para hacer entender a los padres que los celos y la riv alidad

entre hermanos son una reacción natural, tan normal que lo que se considera ex traño es que un niño no sienta celos. De hecho, encontramos ejemplos de riv alidad fraternal en la naturaleza, donde los hermanos compiten por la comida y el primer aguilucho en nacer v a empujando fuera del nido a sus hermanos para garantizarse el alimento que irá tray endo la madre, igual que el embrión de tiburón de may or tamaño dev ora a sus hermanos para apoderarse de sus recursos alimenticios. En las familias de humanos el recurso limitado no es el alimento; es el tiempo, la atención y el cariño que los padres pueden dedicar a los hijos. Basta echar un v istazo a los álbumes familiares para comprobarlo: del nacimiento y primer año de v ida del primogénito acostumbra a haber montones de fotos; del segundo hay bastantes menos, y si hay un tercero o más, cuesta encontrar retratos. De ahí que los hermanos sientan que deben competir entre ellos para ser los mejores y los más queridos, y para reclamar esa atención de los padres tan codiciada. Pero que sea natural que los hermanos riv alicen no quiere decir que los celos no prov oquen situaciones conflictiv as, difíciles y desesperanzadoras para muchas familias, ni que tengamos que transigir con

Caín y Abel en casa. Los padres tienen mucho que decir y hacer en este terreno. Lo primero, adv ierten los psicólogos, es aceptar que su hijo o hija tiene celos (muchas familias tienden a negarlo) y distinguir entre unos celos patológicos, que requieren tratamiento, y la riv alidad fraterna habitual. “Los padres han de tener en cuenta que cuando hablamos de riv alidad fraterna el niño tiene celos de su hermano pero se comporta con normalidad en otros ámbitos: con sus primos, con otros niños; es decir, fuera de casa no trata de llamar la atención”, ex plica Benjamín Montenegro, del Equip Psicològic del Desenv olupament de l’Indiv idu. Las causas de esos celos pueden ser div ersas: desde que uno de los hermanos hay a desbancado al otro en su papel familiar (el clásico príncipe destronado cuando nace un bebé) hasta la inex periencia que llev a a alguno de los progenitores a mostrar más afinidad por uno u otro de sus hijos, pasando por dificultades de aprendizaje escolar, situaciones de estrés, inseguridades... “La pauta que seguir debería ir en la dirección de transmitir a los niños el carácter incondicional del cariño de sus padres, que perciban que este no está en función de las habilidades, capacidades o

comportamientos de los hijos”, afirma Laura Roldán, psicóloga de la clínica univ ersitaria de Psicología de la Univ ersidad Complutense. También es importante fomentar la autoestima y la confianza en sí mismos y , sobre todo, tratarles a cada uno de modo indiv idualizado, atendiendo a sus cualidades y limitaciones, sin comparar entre ellos. “Los celos y la riv alidad surgen cuando la figura de la autoridad hace diferencias o está comparando constantemente, aunque no sea de forma v erbal o no se diga delante de ellos; siempre lo perciben”, afirma Isabel Menéndez Benav ente, psicóloga especializada en niños y adolescentes. Claro que a v eces los reproches constantes –“a mi hermano no le regañas”, “como él es el pequeño le dejas...”– no son más que intentos de manipulación o control por parte de los hijos. “No olv idemos que en muchas ocasiones este tipo de quejas responde a un intento de conseguir beneficios o de percibir control sobre el comportamiento de los padres”, adv ierte Laura Roldán. Por ello aconseja a los padres mantenerse firmes en sus actuaciones y ev itar sobreargumentar sus decisiones y entrar en una ex plicación ex cesiv a de todo lo que hacen o dejan de hacer. Benjamín Montenegro alerta del

error de justificar ante los hijos que a todos se les quiere por igual. “Dar a un niño ex plicaciones que debe entender como obv ias es crearle más inseguridad; ante los celos hay que actuar sin dar may ores ex plicaciones”, subray a. Cristina Tortajada, psicóloga de ISEP Clínic, opina que una buena estrategia familiar frente a los conflictos fraternales es la prev ención. “Los padres podemos actuar poniendo las cosas fáciles: ev itando que el pequeño moleste al may or mientras hace los deberes o que coja los juegos que puede romper y no sabe usar; anticipando normas que resuelv an situaciones que pueden resultar conflictiv as, como los horarios de uso del ordenador o el programa de telev isión que se v erá cada día, y fijando las obligaciones que debe cumplir cada miembro de la familia para que los niños sepan en cada momento qué tienen que hacer y cuáles serán las consecuencias de sus actuaciones, tanto positiv as como negativ as”, ex plica. Montenegro subray a que, como los hermanos celosos tienden a culpabilizarse uno al otro –sobre todo cuando son dos y con una diferencia de edad de dos o tres años–, una estrategia útil para los

padres es responsabilizarles en trabajos cooperativ os. Su consejo es encargarles trabajos solidarios: “Hay que forzarles a que se tengan que ay udar para poner juntos la mesa o para que uno haga las camas y otro recoja la ropa sucia, y comprometerles conjuntamente en el resultado con propuestas del tipo ‘o está resuelto el trabajo de los dos o el sábado no v amos al cine’; luego, que ellos resuelv an cómo se organizan, sin interv enir salv o que v eas que siempre hay uno que hace más que el otro, y entonces habrá que ser firmes en imponerle tareas ex tras”. Otro recurso que los psicólogos consideran muy útil para reconducir los celos entre hermanos es dar priv ilegios según la edad. “El de ocho años igual se puede acostar 1 5 minutos más tarde, y el más pequeño quedarse un rato más jugando en la bañera”, ejemplifica Montenegro. Se trata de ofrecer un trato indiv idualizado, atender a las necesidades de cada uno y permitir que cada hijo tenga un espacio propio en la familia. “Los hijos han de sentir que son únicos para sus padres, que hay tareas que se hacen compartidas pero que cada uno tiene su espacio”, enfatiza Isabel Menéndez Benav ente. Todo ello sin descuidar los espacios comunes familiares,

como cenar juntos, practicar juegos en familia... Laura Roldán adv ierte que no se pueden sistematizar soluciones para los celos fraternales porque cada familia tiene un funcionamiento particular, pero apunta algunas pautas básicas de actuación para prev enir situaciones conflictiv as. La primera es ev itar las comparaciones entre hijos para no consolidar roles. Y la segunda, lo que los psicólogos denominan ex tinción: retirarles la atención cuando comienzan a compararse entre ellos, cuando intentan conseguir beneficios o cuando discuten. “No debemos olv idar que la atención de los padres hacia los hijos, y a sea para decir cosas agradables o para hacerles críticas y regañarles, es un refuerzo muy potente que ansían y reclaman de formas muy diferentes”, enfatiza. Y llama la atención sobre la frecuencia con que los padres conceden atención a los hijos cuando se portan mal y , en cambio, ni se percatan cuando tienen el comportamiento que esperaban. Por ello, aconseja prestar especial atención a los momentos en que los hijos sí se comportan de forma adecuada con sus hermanos para reconocérselo con frases de refuerzo, miradas, abrazos...

La riv alidad y los celos fraternales se dan a cualquier edad, especialmente cuando los hermanos se llev an poca diferencia de edad, y se recrudecen en la pubertad y la adolescencia. “Hay una etapa odiosa, en que a v eces los hermanos ni se hablan, pero luego lo superan”, indica Isabel Menéndez. Benjamín Montenegro asegura que, en esa etapa, lo importante es ex igirles que se respeten. “A los adolescentes celosos hay que ex igirles respeto, no afecto; no les puedes decir que se tienen que querer porque son hermanos, les tienes que decir que te da igual si se caen bien o mal, pero que en tu casa se tienen que respetar”, apunta. Y aunque resulten agotadores, sobre todo para los progenitores, los ex pertos recuerdan que los conflictos entre hermanos tienen un trasfondo positiv o: con ellos aprendes a competir y a compartir, a negociar, a ev itar la v iolencia, y practicas tolerancia, respeto, conv iv encia...

Señales de alerta Los celos son algo más que riv alidad fraternal y

deben considerarse un problema que se ha de consultar con un profesional cuando generan un malestar o sufrimiento al niño o interfieren en la dinámica familiar. La psicóloga Isabel Menéndez aconseja estar con los ojos muy abiertos para ev itar que la situación se v uelv a crónica y haga sufrir a nuestros hijos: “La frustración y la riv alidad es normal que ex istan, pero si se prolongan en el tiempo y son constantes, hay que actuar”. Algunos indicadores que sirv en de alerta son las llamadas ex cesiv as de atención, problemas de comportamiento como rabietas, pérdidas de apetito o trastornos del sueño; regresiones a conductas más infantiles, ex cesiv a irritabilidad, bajo rendimiento escolar...

Sí Indiv idualizar el trato Hay que aceptar a cada hijo tal y como es, buscar las cosas en que destaca cada uno y elogiar indiv idualmente sus cualidades. Se deben respetar sus diferencias. Cada uno debe tener un espacio

diferente, hay que buscar momentos para estar a solas con ellos y reserv ar activ idades con cada uno para hacerles sentir únicos, para que cada uno tenga su lugar en la familia.

Elogiar Hay que prestar atención a los momentos en que los hijos sí se comportan de forma adecuada, tanto con sus hermanos como en otros contex tos y reforzarlos de forma v erbal (“así da gusto”, “estoy muy orgulloso/a”...) y no v erbal (abrazos, miradas...)

Ignorar Conv iene no hacer caso a sus riñas siempre que sea posible, porque ansían nuestra atención aunque sea para regañarles, y la reclamarán de formas muy div ersas. Es preferible ignorar algunas conductas que reñirles a menudo porque reforzaría su idea de que han perdido el cariño de los padres. Mejor mandarles a una habitación sin público a resolv er sus conflictos. Hay que interv enir si uno de ellos es siempre la v íctima injusta.

Aceptar Hay que escuchar y aceptar los sentimientos negativ os de los hijos sobre sus hermanos cuando opinan que “es un pesado”, “menudo rollo...” Decirles que les entendemos –“debe de ser difícil para ti cuando llaman para felicitar a tu hermano por su medalla”, por ejemplo– les da seguridad y les ay uda a comprender y manejar sus emociones.

Fijar reglas Para prev enir conflictos hay que enseñarles a pedirse permiso para coger las cosas del otro, a no insultar, a no pegar, a disculparse... Hay que proponerles distintas metas relacionadas con la conv iv encia entre hermanos: que tengan detalles de ay uda al otro, que respeten sus costumbres... Las reglas deben marcar diferencias por edad, por lo que uno merezca o por lo que necesite, sin obligar al may or a crecer de golpe ni a responsabilizarse del pequeño.

No

Com parar Las comparaciones fomentan la riv alidad y fav orecen la consolidación de ciertos roles dentro de la familia: “Si mi hermano es el trabajador y el obediente, entonces y o tengo que ser algo: el rebelde y el v ago de la casa”. Hay que ev itar poner etiquetas y mostrar preferencias y nunca se debe ridiculizar a un hermano delante de los otros, ni haciendo bromas.

Juzgar Los padres no deben actuar continuamente como árbitros y mediadores, ni conv ertir las peleas en juicios tratando de aclarar quién comenzó. Mejor no tomar partido y poner fin a la disputa. No hay que sobreargumentar las decisiones paternas ni entrar en disputas cuando se quejan de los priv ilegios de sus hermanos. Sólo hay que rev ertir sus argumentos para que v ean la realidad como es, sin distorsionar.

Sobreproteger Los padres no deben prestar más atención al celoso,

porque interpretará que los celos le reportan afecto. Tampoco hay que comprarle lo mismo que a sus hermanos para que se sienta “igual”. Ni se debe insistir en que “tiene que querer mucho a su hermanito”, sino enseñarle a que los conflictos y las injusticias son cosas que se v a a encontrar en la v ida.

Utilizar Los padres no deben aprov echar la competencia entre los hijos para que hagan lo que ellos quieren ni para manipular sus conductas, porque potenciarán la riv alidad fraternal. Tampoco hay que obligarles a jugar juntos, aunque sí se pueden idear juegos no competitiv os en que puedan participar ambos para enseñarles a compartir. Es bueno fav orecer la alianza entre ellos, incluso cuando se alían para conseguir algo de los padres, como ir al parque, unas chuches...

Rendirse Las riv alidades fraternales pueden ser agotadoras, pero los padres no pueden darse por v encidos. Nunca deben tolerar agresiones físicas o v erbales, ni

permitir que el pequeño se salga siempre con la suy a o que el may or abuse del pequeño. Si los conflictos son constantes, es mejor buscar ay uda profesional.

Ante las peleas Perm anecer al m argen siem pre que sea posible Ésa es la receta básica de los ex pertos cuando se les pregunta cómo deben afrontar los padres las peleas entre hermanos. Su consejo es observ ar, estar atentos y superv isar por si la situación se llegase a descontrolar, pero sin interv enir en sus disputas y riñas de juego ni adoptar el papel de árbitros o continuos mediadores. Sólo deberíamos interv enir si hay agresiv idad física o v erbal manifiesta, pero sin entrar en su juego de disputas, pues difícilmente les haremos razonar en una situación de enfrentamiento.

Tampoco es cuestión de desentenderse del problema. Lo mejor es cortar la situación sin tomar partido y tener presente que ese no es el mejor momento para razonar con ellos, que conv iene dejarlo para cuando se calmen. Y cuando hay que interv enir, nunca debe hacerse culpabilizando con comentarios como “y a estás otra v ez...”, sino con frases abiertas y neutras como “¿qué ha pasado?”. Es importante aprov echar estas situaciones para enseñarles a resolv er conflictos. Lo mejor, ex plican los psicólogos, es escuchar por separado sus v ersiones, sin que se interrumpan e insulten. A v eces puede ser necesario env iarles a espacios diferentes para que cada uno ex prese su punto de v ista. Luego conv iene repetirles lo que ha dicho cada uno para que v ean el relato desde el punto de v ista de otra persona, resumir el problema –por ejemplo, “tenemos un telev isor y cada uno quiere v er un programa diferente”– y preguntarles por posibles soluciones, que ellos sugieran ideas. El siguiente paso será ay udarles a escoger una solución que sirv a a todos y v er cómo ponerla en práctica. Y si no son capaces de consensuar la solución, serán los padres los que tomen una inapelable.

Capítulo 9

Más que guiños y muecas Un parpadeo, un guiño, una mueca con la boca, un giro de la cabeza o un ruido reiterados y salta la alarma: ¡el niño tiene un tic! ¿Es una enfermedad? ¿Lo hace para llamar la atención? ¿Esconde un problema psicológico? | El tic tiene una base orgánica: hay una estructura del cerebro diferente en las personas con tics | Es habitual que los tics v aríen en intensidad, frecuencia y forma de ex presarse May te Rius ES Estilos de v ida | 8 de m ay o de 2010 “No le hagáis ni caso ni comentéis el tema delante de él, como si no lo v ierais, y en unos meses se le habrá ido; porque si le dais importancia, si estáis pendientes y le decís que no lo haga, lo hará más y se le fijará”. Esa fue la respuesta que recibieron los padres de Álv aro cuando acudieron al pediatra preocupados porque el niño giraba insistentemente la cabeza como si se retirara el pelo de la cara.

Es frecuente considerar los tics una manía, una forma de llamar la atención del niño o una ex presión de sus problemas emocionales. Y de ahí que muchos padres se alarmen y se preocupen por la salud psicológica de sus hijos cuando los detectan, y que muchos otros los coaccionen para corregir una conducta que consideran inadecuada. “El problema fundamental de los tics para los padres es la desinformación”, asegura Emilio FernándezÁlv arez, del serv icio de neuropediatría del hospital univ ersitario Sant Joan de Déu de Barcelona y que, según sus colegas, es quien más ha inv estigado y sabe sobre tics en todo el mundo. “Los tics pueden ser una enfermedad o no en función de la grav edad y de lo acusado del mov imiento y de la repercusión social que tengan, pero tienen una base orgánica y su origen no está en problemas psicológicos”, dice Fernández- Álv arez para comenzar a deshacer entuertos. Francisco Carratalá, presidente de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica, precisa que lo que muchos entienden como una manía del niño es en realidad “un desequilibrio de los neurotrasmisores de los núcleos de la base, unas estructuras neuronales que

actúan coordinando la ejecución de los mov imientos que se deciden en la corteza cerebral y que, al fallar, hacen que los mov imientos se ejecuten de forma inadecuada o brusca”. Las inv estigaciones han constatado, además, que estas desregulaciones o desequilibrios en los circuitos cerebrales tienen una base genética, y por ello los gemelos univ itelinos presentan tics concordantes en el 90% de los casos. “Hay una estructura del cerebro diferente en las personas con tics y sin tics, y una producción de neurotransmisores distinta”, resume Fernández-Álv arez. Por ahora los inv estigadores no han conseguido identificar a qué obedecen esas alteraciones, pero sí tienen indicios de que también afectan a otras estructuras más complejas que tienen que v er con los problemas asociados al trastorno de Tourette, al déficit de atención o a los trastornos de conducta obsesiv o-compulsiv a. De ahí que muchos niños con tics padezcan también alguno de estos problemas, de may or trascendencia, que pueden requerir tratamiento por sí mismos. Pero tampoco es cuestión de alarmarse. La may oría de los tics son benignos y se autolimitan o

desaparecen por sí solos, sin necesidad de tratamiento de ningún tipo ni de acudir a ningún especialista. Por eso el consejo habitual de los pediatras es no hacerles caso y esperar seis meses a v er cómo ev olucionan. Sólo si transcurrido ese tiempo el tic no desaparece o si se trata de mov imientos muy acusados que causan molestias o que v an acompañados de otros síntomas que pueden hacer sospechar que hay otros trastornos neurológicos suele deriv arse al chav al afectado a un neurólogo, según ex plica Jorge Martínez Pérez, adjunto del serv icio de pediatría del hospital univ ersitario Niño Jesús de Madrid. De todos modos, que no sea grav e no quiere decir que no sea una alteración frecuente. Los especialistas calculan que uno de cada diez niños tiene algún mov imiento tipo tic y , aunque la may oría son banales, los pacientes con tic representan entre un 2% y un 2,5% de las consultas neurológicas ex ternas de un hospital medio. Los hay que pasan desapercibidos, y otros más llamativ os y persistentes. Los más comunes son los de mov imiento y , en concreto, los faciales (nuev e de cada diez, según el doctor Martínez Pérez), sobre

todo parpadeos, guiños y muecas de la boca. Pero también son frecuentes el carraspeo, la ecolalia (repetir lo que acaban de decir) y la coprolalia (niños que profieren obscenidades y blasfemias de forma inv oluntaria). “Eso es lo más habitual, pero cada año v eo un tic diferente y , como recibo v ídeos de todo el mundo, he v isto casos muy insólitos, desde contracciones abdominales hasta saltos, pasando por mov imientos de las orejas o tics fónicos muy acusados”, indica Férnandez-Álv arez. Los tics suelen aparecer entre los 5 y los 1 5 años –la edad promedio son los seis–, y afectan a tres niños por cada niña. Aunque no hay una clasificación precisa ni unánime entre los neurólogos, Fernández-Álv arez establece en un año el límite para considerar un tic transitorio o crónico. Y cuando duran más de un año y además se combinan tics de mov imiento y tics fónicos, los diagnostica como síndrome de Tourette. “El síndrome de Tourette es un grado diferente, pero en un elev ado porcentaje de niños, en torno al 7 0%, los síntomas desaparecen o dejan de apreciarse antes de los 1 7 años; lo que ocurre es que es imposible pronosticarlo de antemano”, apunta el neuropediatra de Sant Joan de Déu. Lo habitual es

que las personas con tics pasen temporadas buenas y malas, que sus mov imientos fluctúen en intensidad y frecuencia. También es frecuente que el tic cambie la forma de ex presarse, y que lo que era un parpadeo desaparezca y surja un mov imiento de cabeza que, en otra temporada, quizá pasa a ser un ruido. De todos modos, los neuropediatras insisten en que no es el tipo, la frecuencia, ni el tener o no asociada la etiqueta de un síndrome lo que rev iste de may or o menor grav edad a un tic, sino el daño que pueda producir a quien lo padece o las desv entajas sociales que comporte. “Cuando pensamos en tics imaginamos parpadeos, guiños o pequeñas muecas, pero los hay que implican mov imientos v iolentos, bruscos, que prov ocan dolor o que implican riesgo porque pueden hacer que el niño pierda el equilibrio y se caiga; y también hay muchos que consisten en ruidos, en gritos, que afectan a la v ida social del chav al porque, por ejemplo, le impiden seguir normalmente las clases”, ex plican los neuropediatras consultados. Y es a los pacientes con este tipo de tics a los que aplican tratamientos basados en neurolépticos,

siempre a dosis personalizadas y con un estricto seguimiento, porque reducir los mov imientos conllev a aplacar todo el cerebro y puede afectar al aprendizaje. “El objetiv o del tratamiento farmacológico nunca es que desaparezcan los tics, sino que el niño pueda conv iv ir con ellos y tener una v ida social adecuada”, puntualiza FernándezÁlv arez. Pero que la may oría de los tics no requiera tratamiento farmacológico no significa que hay a que ignorarlos. “No creo en la receta de que lo mejor para el niño con tics es no hacerle caso; lo bueno es v iv irlo con naturalidad, ex plicarle lo que le pasa y hablar de ello, porque quizá ese tic le crea problemas”, declara el especialista del hospital univ ersitario Sant Joan de Déu. El presidente de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica apunta que, aunque los tics tienen una causa biológica, con frecuencia ocurre que se desencadenan en el marco de algún conflicto emocional que hay que atender. “Si el niño se siente angustiado o con tensión emocional, se le dispara un mov imiento porque tiene una carencia orgánica”, justifica. También puede ocurrir que el tic acabe afectando a

la autoestima del chav al, por lo que puede resultar conv eniente la ay uda psicológica. Y lo mismo ocurre cuando se trata de niños que además de tics presentan rasgos de trastorno obsesiv o-compulsiv o o de déficit de atención e hiperactiv idad. “Los psicólogos tienen mucho que hacer, pero partiendo de la base orgánica del proceso, sin buscar causas psicológicas al tic”, recalca el doctor Emilio Fernández-Álv arez.

Tics infantiles ¿Qué son? Los más frecuentes son los tics motores: contracciones de un grupo muscular repetitiv as y estereotipadas. Pero también los hay fónicos: ruidos, carraspeo, gritos, ecolalia (repetir lo que se acaba de decir) y coprolalia (proferir blasfemias, obscenidades y palabras soeces de forma inv oluntaria).

¿Qué los causa?

Una alteración en los circuitos neuronales implicados en la producción de dopamina que produce anomalías de mov imiento.

¿Quién los padece? Uno de cada diez niños, con may or incidencia en los v arones: tres chicos por cada chica.

¿Cuándo aparecen? La edad promedio son los 6 años, pero pueden aparecer entre los 5 y los 1 5. Siempre se desarrollan antes de los 1 8 años. Si surgen después es porque la persona padece otra enfermedad que, entre otras cosas, prov oca tics. Pueden surgir o hacerse más ev identes en épocas de maduración o de cambio.

¿Son grav es? La grav edad depende del daño que ocasionen a quien los padece, de cómo afecten a su v ida social, o de si v an asociados a otros problemas neurológicos.

¿Hay que tratarlos? Sólo reciben tratamiento farmacológico cuando ocasionan problemas al niño. Si afectan a la autoestima puede ser necesario recurrir a ay uda psicológica.

¿Desaparecen? Mejoran con la edad. La may oría son transitorios y desaparecen o se autolimitan hasta pasar desapercibidos antes de los 1 7 años. Algunos sólo duran unos meses. Otros son cíclicos, con periodos de ausencia largos, y pueden cambiar la forma de ex presarse: en una época es un parpadeo, en otra una mueca, más tarde un mov imiento de cabeza…

Falsos mitos “Esconden problem as psicológicos” Los tics no obedecen a problemas psicológicos, no están relacionados ni con los celos de los hermanos, ni con que al niño le riñan en el colegio, ni con que

no le eduquen bien. No es una reacción al ambiente ni a los padres. Tienen una base orgánica, biológica. Los factores psicológicos, como la ansiedad, pueden influir, pero no necesariamente son el desencadenante.

“Hacen falta ex ploraciones para diagnosticarlos” Realizar resonancias, análisis, encefalogramas y otras pruebas médicas puede serv ir para inv estigar, pero no para el diagnóstico de los tics. No se conoce el gen preciso que determina la alteración neuronal que prov oca los tics.

“Afectan a la inteligencia” Los tics tienen carácter benigno y no influy en en las activ idades intelectuales ni ponen en peligro la v ida. Algunas personas con el síndrome de Tourette tienen problemas de personalidad, pero simplemente es algo asociado. Hay personas de relev ancia social y de mucha inteligencia con tics.

“Se utiliza para llam ar la atención”

Los tics son absolutamente inv oluntarios y los métodos coercitiv os para ev itarlos no hacen más que angustiar al niño. Pueden tratar de controlarlo, pero sufriendo. Así que lo mejor es que todo el entorno del niño – padres, hermanos, maestros, etcétera– acepte el trastorno.

Capítulo 10

Únicos pero no reyes Durante años fueron una rara av is que se asociaba con niños mimados, egoístas y poco sociables. Ahora que son legión se dice de ellos que son estupendos líderes, más v oluntariosos, responsables e imaginativ os. ¿Son diferentes los hijos únicos? | El hijo único se ajustará o no a los tópicos según como le eduquen May te Rius ES Estilos de v ida | 2 de julio de 2011 Si en 1 991 , hace 20 años, no llegaban a 7 30.000 los hogares españoles formados por una pareja y un niño, en el 2009 superaban los 1 ,6 millones. Eso es lo que dicen los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) referidos a la composición de los hogares españoles; pero, sin tanta oficialidad, se calcula que aprox imadamente un tercio de las familias actuales tienen un hijo único y que esta estructura familiar es y a más habitual que la clásica pareja con dos retoños. Ateniéndose a los

sambenitos con que durante tiempo se ha v ilipendiado a los hijos únicos –personas egocéntricas, egoístas, malcriadas, mimadas, mandonas, caprichosas, introv ertidas, dependientes, poco sociables…– cabría pensar que hay motiv os para preocuparse. Quizá por ello en los últimos años se han ido sucediendo una serie de inv estigaciones encaminadas a desmitificar estos miedos y a intentar redimir a quienes, sin elegirlo, crecen sin hermanos. Un equipo de inv estigadores de la Univ ersidad de Ohio, en Estados Unidos, ha indagado sobre la sociabilidad de 1 3.466 adolescentes y ha concluido que no se aprecian diferencias en cuanto a relaciones, aceptación e índice de popularidad en función de si los chav ales tienen o no hermanos. El dato no es baladí si se tiene en cuenta que el inv estigador que dirigía el trabajo era el mismo que en el 2004 constató que, en preescolar, los hijos únicos tenían más dificultades en las relaciones interpersonales, lo que da a entender que ese inconv eniente se diluy e con el paso del tiempo y con la conv iv encia en la escuela, y que la ausencia de v ínculos fraternales se suple con los que se establecen con amigos, v ecinos, primos o

compañeros. Hay psicólogos que v an más allá y aseguran que, lejos de ser un lastre, ser hijo único es una v entaja porque los padres pueden pasar más tiempo con él, darle más cariño y atenciones, y conseguir así que crezca más seguro, sin celos ni sentimientos de rechazo, y con más estimulación intelectual, de modo que los hijos únicos acaban siendo personas con liderazgo, creativ as, responsables y ordenadas. Pero, ¿de v erdad es el hijo único diferente? “No se diferencian tanto por ser hijos únicos como por las diferencias en su educación, porque el hecho de tener un solo hijo facilita un estilo educativ o; el niño no será egoísta por ser hijo único, lo será si le damos todo lo que quiere y no le enseñamos a compartir”, responde Fernando Chacón, profesor de Psicología Social de la Univ ersidad Complutense y presidente del Colegio de Psicólogos de Madrid. Y es que el hijo único no es un bebé diferente a los demás, sólo crece en un entorno y unas circunstancias distintas a los bebés que tienen hermanos, y su ev olución –como la de todos– dependerá de la educación que le den sus padres. “El problema no son los hijos únicos, que además no

lo son porque quieren sino por una decisión de sus padres o por determinadas circunstancias; el problema son los padres de hijo único, que a v eces tratan de compensar la carencia del grupo de iguales en casa infantilizándose ellos o sobreprotegiendo al niño”, apunta Purificación Sierra, profesora de Psicología del Desarrollo de la UNED. La dependencia de los padres, el consentimiento, la sobreprotección o la introv ersión no son características intrínsecas ni ex clusiv as de los hijos únicos, se deben a cómo se eduque al niño. “El hijo único puede tener un desarrollo tan sano y normal como si tuv iera hermanos; el problema es la sobreprotección, que puede acabar creando niños más introv ertidos, temerosos, con una fuerte dependencia de los padres”, reitera V ictoria Montoro, psicopedagoga y psicóloga de ISEP Clínic. De ahí que hay a unanimidad entre los ex pertos en que lo importante no es la figura del hijo único, sino los padres de hijo único, que han de prestar especial atención a su crianza, a cómo lo educan para paliar la única carencia real que tienen: la ausencia de un grupo de iguales en casa con quien competir por la atención materna y paterna y con quien aliarse o

desarrollar complicidades en determinadas circunstancias. En este terreno, Paulino Castells, profesor de Psicología en la Univ ersitat Abat Oliba y autor, entre otros, de Psicología de la Familia (Ceac), distingue entre el hijo único querido y el hijo único circunstancial, aquel al que los padres hubieran querido dar hermanos pero que, por la razón que sea, no lo han hecho. “El primero es la diana de todas las atenciones; los padres se v uelcan de forma desmesurada porque su hijo es único e irrepetible; lo v en como un diamante que hay que pulir y v uelcan sus ansias educativ as en ese personaje que quieren que sea perfecto; en cambio, en el segundo caso, como los padres querían tener más hijos suelen v olcarse para que se relacione con otros niños y suplir así la carencia de hermanos y remediar su soledad, y esa casa acaba pareciendo la de una familia numerosa”, comenta Castells. En su opinión, la clav e para ev itar que un niño sin hermanos acabe respondiendo a los tópicos de hijo único es educarle pensando que no es único, desenfocar la atención y no mirarlo con lupa. Porque, como dice Purificación Sierra, los hijos

únicos no siempre son más mimados, pero sí están mucho más mirados. “Si tienes dos o tres hijos repartes la atención y no estás tan pendiente; si hay tres hermanos en la mesa y comen mal los reprenderás dos o tres v eces y al final los dejarás; pero al hijo único no le quitas ojo y le v as corrigiendo constantemente”, ejemplifica. Y es que otro de los riesgos al educar a un hijo único es el de ponerle más normas y reglas, ejercer sobre él más presión y , al no tener con quién repartir, concentrar en él todas las ex pectativ as, anhelos y ex igencias paternos y maternos. “Los padres siempre tienden a querer v er realizados sus deseos en sus hijos, así que si sólo tienen uno, la presión es enorme”, indica Fernando Chacón. Tampoco se trata de ignorarles. De hecho, no tener que repartir la atención de los padres con otros hermanos resulta positiv o a edades tempranas porque aumenta la estimulación, fav orece el desarrollo y permite que el niño crezca seguro de sí mismo y con una autoestima alta. Pero la atención llev ada al ex ceso es preocupante, porque conduce a la sobreprotección, a tener una preocupación obsesiv a por el hijo, a querer resolv er todos sus problemas y a intentar limarle los obstáculos que se

le presentan. Con ello se impide que el hijo único crezca de forma independiente y sepa desenv olv erse socialmente. Sierra asegura que el hecho de no tener hermanos hace que adquiera may or relev ancia el que los padres dejen al hijo resolv er sus problemas y poner en práctica sus habilidades emocionales en las peleas y los conflictos con otros niños. “El niño con hermanos se pelea, gestiona su ira, su miedo, sus roles con sus iguales; el hijo único lo hace con los padres, pero los padres no pueden discutir como iguales, no se pueden poner a su niv el”, reflex iona la especialista en Psicología del Desarrollo de la UNED. Por eso es importante que cuando surgen conflictos con otros niños los padres no interv engan, aunque no les resulte fácil porque, como ex plica Fernando Chacón, “cuando los juegos y peleas son entre hermanos el padre o la madre es neutral, pero cuando los conflictos son con otros compañeros de juego suelen interv enir”. También ocurre que si hay más hermanos los padres discuten con uno pero su malestar no inv ade toda la casa porque la v ida sigue con los otros, y con el hijo único se corre el riesgo de que el estado afectiv o del niño afecte a toda la familia. “Lo importante –dice Chacón– es premiarle

y regañarle cuando toque, y ponerle límites, como a cualquier hijo”. También es importante cómo se le riñe o cómo se le halaga. “El niño será egocéntrico y consentido si todo el día le dicen eres el más grande, el mejor, el más guapo; en cambio, nada impide v alorar sus logros con frases como ‘me ha gustado mucho el gol que has metido’, ‘te felicito por la nota de matemáticas’ o ‘tienes unos ojos preciosos’”, resumen los psicólogos. Otro de los aspectos que hay que cuidar en la educación de un hijo único es su integración con otros niños. Los ex pertos recomiendan llev arlos a la guardería, inv itar a amigos con niños a casa, a primos o a v ecinos para que aprenda a relacionarse y a jugar con otros críos, a ganar y a perder, a respetar turnos y a compartir. En cuestión de relaciones, los psicólogos también animan a promov er la separación de los padres dejándoles a dormir en casa de abuelos, tíos, amigos, para ay udarles a desenv olv erse socialmente y a no depender tanto de sus padres. E igual que desmitifican los tópicos negativ os, los especialistas consultados matizan las supuestas v entajas del hijo único, como el que sean más

inteligentes o maduren antes. “El niño aprende v iendo el entorno, y si su interacción es con adultos aprende maneras de adulto más pronto a la hora de razonar, de analizar la realidad y de utilizar argumentos de adulto”, afirma Purificación Sierra. Paulino Castells cree que los hijos únicos suelen crecer más rápido porque v iv en en el mundo ordenado de los adultos y se les otorgan responsabilidades impropias de su edad. “Con frecuencia son niños con aspecto adultomorfo, con unos ademanes y un lenguaje más encorsetado, que se parece al de papá y mamá”, dice. Fernando Chacón y V ictoria Montoro aseguran que el may or contacto con los adultos hace que los hijos únicos normalmente tengan un desarrollo lingüístico superior y más estimulación intelectual, lo que puede hacer que maduren antes. “Pero eso no siempre es positiv o, porque la infancia es una etapa importante”, adv ierten. También hay coincidencia en que, dado que pasan más tiempo solos, los hijos únicos acostumbran a desarrollar más la creativ idad, la inv entiv a y el gusto por la lectura. “Es importante que no estén siempre con adultos, integrarles socialmente, y darles la oportunidad de

ex perimentar por sí mismos y equiv ocarse”, concluy e la psicopedagoga V ictoria Montoso. Y no olv idar que sean uno o v arios, los hijos no son una prolongación ni una posesión de los padres, enfatizan los ex pertos.

Los hermanos no son garantía Ampliar la familia para que un hijo no esté solo no es garantía de nada. El éx ito educativ o de los padres no depende de tener más o menos hijos. Si hay quien crece achacando sus dificultades al hecho de haber sido hijo único, los hay que creen que sus males no serían tales si no hubieran tenido hermanos. Hay hermanos que comparten juegos y complicidades, y otros que desde pequeños apuestan fuerte por un grupo de iguales en la escuela que interfiere en las relaciones fraternales. Y lo de pedir un hermanito es una etapa por la que pasan tanto los hijos únicos como quienes y a tienen familia numerosa.

Los contrapesos A la presión paterna No hay que tratar al niño como un robot para que haga todo lo que los padres quieren. Ni apuntarle a las activ idades que a los padres les hacen ilusión. Hay que animarle a que siga sus propias inclinaciones y respetar y aceptar sus fallos y limitaciones.

Al egoísm o Si no se quiere que el hijo único sea egoísta, que piense que todo es para él, habrá que fomentar el juego con iguales para que aprenda a compartir, a trabajar en equipo, esperar turnos, a ganar y a perder, a ex presar su frustración adecuadamente y a tener en cuenta los sentimientos de los demás desde muy pequeño. Mucho parque, guardería, activ idades lúdicas y deportiv as e inv itados en casa son la receta.

A la indisciplina

Hay profesores que aseguran reconocer al hijo único por su indisciplina, porque cuando salen del foco de la constante v igilancia y solicitud familiar “se desquitan” para ser ellos mismos. Los padres han de desenfocar su atención, darles autonomía y responsabilidades adecuadas a su edad.

A la soledad Inv itar a amigos con niños, v ecinos, primos, etcétera. Y promov er que v ay a de colonias y a casa de otros niños o familiares a dormir.

Al narcisism o Si uno pretende que el niño no crezca pensando que es el ombligo del mundo y un gran v encedor, conv iene no pasarse el día diciéndole lo guapo, listo y estupendo que es. Hay que v alorar sus logros, pero no elogiar en ex ceso. Felicitarle por una buena acción o un buen resultado académico, por algo concreto, es mejor.

A la sobreprotección

Para ev itar que el niño sea temeroso, cobarde y frágil, conv iene ev itar un ex ceso de control y estar todo el día repitiendo: “v igila que te v as a hacer daño”, “cuidado que eso es peligroso”. Hay que darle la oportunidad de ex perimentar por sí mismo y de equiv ocarse, permitir que resuelv a solo sus problemas con otros niños.

Capítulo 11

Hermanos cada quince días La relación entre hermanos de distintos padres, o de un mismo padre y diferente madre, o con los hijos de la señora que ahora v iv e con mi padre son un puzzle que pide tiempo | De entrada no es obligado que sean amigos o quererse Marta Mejía, psicóloga ES Estilos de v ida | 12 de septiem bre de 2009 “Acepté su inv itación de amigos en el Facebook por aquello de la diplomacia familiar, pero cada v ez que aparecen con una de sus bromas en mi perfil, quisiera matar a mi padre por haberlos traído a mi v ida y a su madre por haberlos traído al mundo. Recuerdo la primera v ez que los v i. Maria Rosa, la segunda esposa de mi padre, me había ex plicado lo estupendos que eran, pero claro, ella no v e que sus hijos son unos impresentables...”. Uno de los retos que se plantean a las nuev as parejas es que los hijos de uno y otro se llev en bien. Aunque se las ex pliquen los adultos, los críos no acaban de v er

claras las v entajas de la nuev a combinación: estaban bien antes –no era lo ideal– pero se iban acostumbrando; ni siquiera están seguros de si funcionará durante mucho tiempo o, si por el contrario, les esperan más cambios…Y se encuentran conv iv iendo cada quince días con ellos, pues ahora forman parte de la familia. Todo esto en medio de los equilibrios que hacen sus padres para compaginar el régimen de v isitas de los grupos de hermanos.

Y ahora: a relacionarse con los otros Los hijos del div orcio son más sensibles al rechazo y a la pérdida –imaginarios o reales–. Muchos no están entusiasmados con la idea de tener nuev os hermanos. Algunos se sienten engañados, creen que no es justo. Empiezan a conocerse, no saben lo que pueden esperar el uno del otro; se muestran indiferentes, ansiosos, suspicaces, recelosos de que sus padres los aprueben y les quieran más que a ellos. Representan una amenaza. “Y si encima es

guapo, div ertido, obediente, cariñoso, estudioso, creativ o, popular, un crack… ¡estamos perdidos!”. Una segunda familia puede agrav ar el enfado que los hijos aún ex perimentan por el div orcio de sus padres y deciden portarse mal. Relaciones triangulares, porque, claro, hay implicados más de un padre y /o una madre y hermanos v iv iendo en dos o más casas con reglas y v alores diferentes. Muchas y div ersas causas, pero siempre un niño enfadado. Los v ínculos afectiv os no surgen inmediatamente, pueden tomar mucho tiempo e incluso puede que nunca se establezcan de forma satisfactoria; en ocasiones es como una corta luna de miel hasta que se sienten suficientemente cómodos para ex presar su descontento e iniciar los conflictos entre ellos. Y con frecuencia, los grupos de hermanos forman equipo y combaten, lo que agrav a las riv alidades.

Residentes y visitantes “Cuando papá murió, mamá y y o nos quedamos en el piso. Hemos estado solas durante cuatro años y

ahora mi madre se casa. Siempre he tenido la misma habitación, la he decorado como he querido y ahora tendré que compartirla con Diana, la hija de Gonzalo. Ella tiene doce años y y o quince. Mamá me ha ex plicado que es algo prov isional porque la idea es comprar un piso más grande, donde cada una tendrá su habitación. Pero de momento, por la crisis, los planes se han aplazado. Me alegro por mamá porque la v eo feliz, aunque me temo que tendrá menos tiempo para estar conmigo. Pero lo que peor llev o es tener un huésped que y o no he elegido. Y a sé que sólo v endrá fines de semana, pero no me parece justo”. Será preciso entender que Natalia se sienta desplazada y furiosa. ¿Cómo se sentiría usted si después de quince años en la empresa, le anuncian que v endrá alguien a compartir su mesa de trabajo? Seguramente no lo aceptaría de buen grado. Es lo que les ocurre a ellos: surgen los conflictos territoriales, los niños que habitualmente residen se sienten inv adidos y los que v isitan, fuera de lugar. En lo posible deberían preserv arse la priv acidad y el espacio personal. Pero muchas familias no se pueden permitir una habitación para cada niño. “Es crear pequeños enclav es, con muebles adaptables,

un sitio para guardar sus cosas, un espacio especial para el niño, su espacio”, ex plica Anne Berstein, psicóloga de la Univ ersidad de Berkeley (California). Ser creativ o y pragmático puede ay udar: unos tabiques aquí, unos muebles multiusos, unos cojines allá… Tampoco se trata de ofrecer alojamiento en una suite de lujo para compensar carencias – atención, tiempo, escucha activ a–. A partir de la pubertad –hacia los 1 1 -1 2 años– cuando conv iv en niños de la misma edad y diferente sex o, son especialmente importantes la priv acidad y los límites físicos. También lo son las zonas comunes. Diane Ranes, trabajadora social clínica y consejera de segundas familias, sugiere poner telev isión, ordenadores y consolas en una habitación común para que no huy an a sus guaridas.

Cuestión de estatus Han de tenerse en cuenta los cambios en la posición que ocupa el niño en su hogar de origen. V eamos los tres hijos de Isabel: Carlos (1 6 años) es el may or y el único chico de la familia; Patricia (1 3) es la mediana y buena deportista; Ana (7 ), la pequeña de la

familia. Tienen papeles muy definidos y esto les da seguridad. ¿Qué pasaría si su madre se casa con Hugo? Como Hugo tiene tres niñas de entre diez y quince años, los hijos de Isabel conserv arían su estatus en la familia. Carlos seguiría siendo el may or y único chico, Patricia la mediana y Ana la pequeña. Pero las hijas de Hugo sufrirían cambios: la may or seguiría siendo la may or de las hermanas pero no la may or de la familia, la pequeña perdería los priv ilegios y v entajas que comporta el ser la benjamina. O sea, que además de mezclar la v ida de diez personas (cuatro padres y seis hijos) en una unidad, las hijas de Hugo tendrían que asumir las pérdidas de su estatus familiar. Si Isabel se casara con alguien que tuv iese un hijo, Carlos dejaría de ser el único chico, y si éste fuese de su misma edad o may or, entonces la guerra estaría declarada. “Andrea y y o nos conocimos cuando mi padre se casó con su madre. Ella tenía doce años y y o once. Al principio marcamos las distancias, pero pronto nos conv ertimos en amigas. Estábamos deseando que llegaran los fines de semana que compartíamos juntas. Ahora tenemos nuestras propias familias y nuestra relación no es muy diferente de la que tienen otras dos hermanas”, dice Aurelia, que ahora

tiene 26 años. Ser hijo único puede no ser tan div ertido y muchos desearían haber tenido hermanos. Con hermanastros el niño no tiene que esperar a que los hermanos crezcan y , muchas v eces, se conv ierten en compañeros de juegos y div ersión de manera inmediata. Pero de manera inmediata también se pueden conv ertir en enemigos.

Un respiro La irrupción de los nuev os hermanos –que ocupan tiempo de los padres, sitio en la mesa, en el coche, rev olucionan las reglas de casa y a v eces ponen boca abajo el mundo del pequeño– origina resentimientos, celos y conflictos muy reales. Estos niños no deberían sentirse obligados a estar todo el tiempo juntos. Se han conv ertido en hermanastros, aunque suene mal, no en amigos. No quieren incluirlos en todas sus activ idades; cada uno tiene sus amigos, sus intereses, su intimidad. No tienen que cuidar de los pequeños ni distraer a los de su edad. Si quieren estar juntos, estupendo; pero si tienen sus propios planes, que los hagan. Han de ser

ellos mismos los que tomen esta decisión y para esto necesitarán tiempo.

Medio hermano, ¿media relación? “Entonces supe que tendría una nuev a hermana, estaba preocupado, tenía diez años y pensé que mamá estaría pendiente de ella y y a nada sería igual. Pero no fue tan duro como había prev isto. Y o seguía siendo el chico de la casa y Blanca y y o hemos estado siempre muy unidos. Es simplemente mi hermana y y a está”, ex plica Felipe, que tiene v einte años y dos hermanos del segundo matrimonio de su madre. El nacimiento de un hijo de la nuev a pareja puede no hacerle ninguna gracia al niño. No obstante, la llegada de un nuev o miembro de la familia une siempre y cuando las relaciones entre los adultos implicados sean positiv as, y positiv as sean también las actitudes hacia los niños inv olucrados. Su relación es la de hermanos o medio hermanos (que es como los

definen los diccionarios). Aunque ¿se puede hablar de media relación o de medio cariño? A menudo, se conv ierten simplemente en hermanos, tal cual. En otros casos se trata realmente de “relaciones incompletas” o son motiv o de ruptura emocional entre padres e hijos, pero este es otro tema.

Mala prensa Personajes como Anastasia y Griselda, hermanastras feas y env idiosas que hacen la v ida imposible a la pobre Cenicienta, han contribuido a que pensemos que estas relaciones son por fuerza destructiv as y antagónicas. Por este mismo principio, los hijos de los mismos padres no se pelearían, no tendrían desacuerdos y serían siempre los mejores amigos; como clones. ¡V ay a si sabemos que no es así! Más que tener la misma sangre, es la similitud en ideas, v alores y perspectiv a lo que ay uda a los hermanos a establecer un v ínculo y a llev arse bien. ¿Por qué iba a ser diferente en hermanastros? Antes de combatir la riv alidad entre ellos, hay que reconocer que algunos aspectos son positiv os y saludables. La competencia obliga a los

niños a asumir nuev os papeles, lo que les ay uda a darse cuenta del tipo de relación que desean con los nuev os miembros de la familia. Si se intenta que sea una familia perfecta instantánea, ellos simplemente se rebelarán mostrando lo mal que se llev an o que no se pueden soportar. El mejor aliado es el tiempo. Será preciso darlo a los hijos y dárselo a uno mismo.

¿Y cómo conseguir que la relación de hermanos de diferentes núcleos familiares sea sana y positiva? Será clav e la comunicación entre los adultos de la relación –los tres o más padres–; la igualdad en el trato, indispensable para ev itar, o por lo menos minimizar, las inev itables riv alidades. En la búsqueda de armonía entre los nuev os hermanos no se deberían subestimar las pérdidas que

ex perimentan los hijos. En ocasiones sus comportamientos serán inadecuados, sus sentimientos no justificados y lo normal será que usted intente modificarlos; pero será preciso hacer un ejercicio de empatía para que ellos v ean que se les entiende. Ex plicarles que la adaptación puede no ser fácil, lo que no quiere decir que unos u otros sean malos o buenos; que toma tiempo aprender a estar juntos, a conv iv ir, a compartir. Que no son culpables de la separación de sus padres y que rechazarlos no hará que éstos se reconcilien o v uelv an a estar juntos. Que se trata de un nuev o entorno familiar y lo deseable es que todos se sientan cómodos y bienv enidos. Que de entrada no es obligatorio ser amigos o quererse, pero que será estupendo si llegan a ello. Y en cualquier caso, será un proceso suy o, y como padre o madre allí estará usted para apoy arle o echarle una mano cuando haga falta.

¿Qué son? Nuev os modelos familiares y con ellos nuev os parentescos entre los niños implicados: hermanos,

hermanastros, medio hermanos, hermanos de madre, hermanos de padre. “Aún no tenemos palabras para definir nuev os parentescos”, dicen los sociólogos. Porque ¿qué relación hay entre hijos de uniones anteriores que no son hermanos ni hermanastros pero que conv iv en periódicamente como tales? ¿Es eso parentesco, es familia? Son en todo caso, nuev os v ínculos, aunque aún no tengan nombre.

¿Qué ha cambiado? - Nuev os hermanos por conocer. - La atención y cariño de su padre se reparte más. - Ha de redefinir su posición en la familia. - Las normas han cambiado, al menos en una de las dos casas. - Muchas cosas –habitación, baño, telev isión,

ordenador– han de ser compartidas ahora con gente que no era parte de la familia. - Uno de los padres se encarga de recordarle que es muy buen padre a costa del otro, buscando su lealtad. - Paciencia: la may oría de las nuev as familias tardan alrededor de cinco años en establecer v ínculos sólidos. En muchos casos antes de estos cinco años se rompen las nuev as relaciones y los niños deben empezar de nuev o a construir otra historia común sin la certeza de que v ay a a durar mucho tiempo. Los padres deberían ev itar a sus hijos el frecuente proceso de adaptación a nuev as familias

Límites razonables - No cargar a los niños residentes con la obligación de distraer al v isitante, no es su responsabilidad, en todo caso es del padre biológico v isitado. - Si quieren jugar juntos como hermanos, estupendo, pero hay que darles tiempo para que

ellos lo decidan y para que estén solos también. Si el que reside tiene un plan, que lo haga, a menos que quiera que el otro también v ay a. Déjele su espacio a menos que sea tiempo familiar. Pero defina antes en qué consiste el tiempo familiar. - Haga un plan para ellos. Ellos v ienen para v er a su padre/madre y les gustará hacer algo a solas con él o ella. Hay muchas activ idades que se pueden compartir. - Que puedan hacer planes con sus propios amigos, que puedan inv itarlos a casa o llev arlos juntos a un cine. - No asuma que por tener la misma edad los hijos querrán compartir ropa, cosas y estar juntos. Normalmente no es eso lo que quieren. Son territoriales y necesitan saber que tienen su propio espacio.

Para sentirse en casa - V aciar la maleta, tener en cada casa lo necesario.

- Personalizar la habitación si es posible - Contacto con los amigos, que v engan a casa - Comida y cosas que le gusten - Intentar conocer al nuev o compañero de habitación, es un gran cambio pero puede tener sus v entajas, a lo mejor comparten la música, libros, juegos, la misma talla, también puede enseñarte nuev as cosas. Es nuev o para los dos, para los dos es difícil, pero puede ser div ertido descubrirlo juntos.

¿Dónde está la línea? - Estoy cómoda cuando mi hermano v a en tejanos sin camisa, pero incómoda si v a por la casa en ropa interior. - Cómoda cuando desay uno con ella, pero incómoda si me mira sin sonreír. - Cómoda si mi hermana entra a mi habitación sin

llamar pero me siento inv adida cuando mi hermanastra lo hace.

La diferencia entre la armonía y el conflicto depende de: Com unicación - Entre padres e hijos - Entre hermanos biológicos y entre ellos y sus hermanastros y medio-hermanos. - Entre cóny uges actuales y anteriores - Entre los adultos de su núcleo inmediato (biológicos y padrastros)

Respeto

- Debe estar presente independientemente del conflicto o la situación.

Norm as claras - Seguridad, claridad y libertad para desenv olv erse, coherencia. Iguales para residentes y v isitantes. - Iguales pero dependiendo de la edad por supuesto.

Espacio propio - Espacio específico para sus cosas (armario, mueble). Sitio reserv ado para ellos que les de la sensación de pertenencia y la seguridad de que les están esperando.

Capítulo 12

Niños más tranquilos La conv iv encia con los hijos no siempre es fácil, y menos si se muestran nerv iosos, pero las gratificaciones son muchas, y si están relajados, más | La cafeína, las bebidas con gas y los dulces ex citan el sistema nerv ioso | La música de algunas piezas clásicas tranquiliza mucho más a los pequeños Jordi Jarque ES Estilos de v ida | 24 de octubre de 2009 “A las 8.00 suena el despertador. Corriendo a la habitación de mi hijo para lev antar la persiana y despertarle. V uelv o a la mía para ducharme y v estirme (es que tengo el lav abo en la habitación). V oy al dormitorio del crío y resulta que se ha dormido. Le despierto y le ay udo a lav arse y v estirse rápido porque se nos hace tarde. Hay que salir pitando. Como nos hemos retrasado, apenas da tiempo para preparar nada de desay uno. Cojo lo primero que encuentro: unas galletas. Jav ier protesta, no quería galletas. Le contesto que y a no

hay tiempo para mirar nada más mientras estoy abriendo la puerta de la casa para salir corriendo hacia el garaje. V eo que efectiv amente llegaremos tarde al colegio y y o a mi trabajo. Sólo salir de casa el niño empieza a estornudar y dice que tiene frío. Le toco la frente con la palma de la mano. V ay a, parece que se le ha disparado la fiebre. V uelta a casa. Pienso a quién llamar para que v enga rápidamente a cuidar a Jav ier. Los abuelos, no porque están de v iaje en el inserso. Mis hermanos, imposible. Busco la alternativ a de los canguros. Pero ahora tienen clase en la univ ersidad. ¿Qué hago? Quedarme. Llamo al trabajo para decir que no iré. También anulo algunas reuniones que tenía para hoy . Jav ier está llorando, dice que le duele todo el cuerpo. Llamo al médico de familia, amigo desde hace muchos años. Le ex plico los síntomas. Un estado gripal. Reposo y líquidos. ‘Si duerme, mejor’, me aconseja. V oy a la habitación y no está. Oigo su v oz en la sala de estar. Le toco la frente y sigue caliente, así que le pongo el termómetro. Marca 37 ,9, pero no está aplatanado, más bien mov idito y no para de pedir cosas. No sé qué hacer para que esté un poco más relajadito. Y sólo son las 9 de la mañana. Me queda todo el día…”. Es la confesión de una madre a este reportero que pregunta cómo

relajar a su hijo. Esta pregunta es formulada a unos cuantos ex pertos, algunos de ellos también con hijos, para que compartan los trucos más habituales sobre cómo tranquilizarlos. No se trata de hacer talleres ni juegos con un montón de niños, sino simples técnicas para calmarlos en su entorno habitual, su casa, aunque también es cierto que cada v ez están menos tiempo en su hogar porque tienen activ idades escolares y ex traescolares o están con los abuelos que hacen de canguro. “Entre la dificultad por conciliar el trabajo con el cuidado de los hijos, más los conflictos familiares traducidos en separaciones o div orcios donde no siempre impera el diálogo, cada v ez nos encontramos con niños más presionados por su entorno”, señala Carmen López, pedagoga y máster en Sofrología. Además, según ex plica a ES María Luisa Ferrerós, psicóloga infantil, especializada en neuropsicología (www.metodoferreros.com), “actualmente los niños están bastante estresados por sobrecarga de estímulos. Tienen la telev isión, los teléfonos móv iles, las fiestas infantiles y los chiquiparques…, los niños están en constante activ idad febril. No es de ex trañar que surjan problemas de irritabilidad

porque y a no se respetan los tiempos de los niños. Necesitan tiempo para aprender por sí mismos, curiosear, aburrirse. Ahora y a no saben aburrirse”. María Luisa Ferrerós asegura que muchas v eces no son necesarias técnicas especiales para relajar a los hijos. “Un tanto por ciento elev ado de niños se tranquilizaría sólo con que se respetasen los tiempos de los niños, que no tienen nada que v er con los tiempos o ritmos de los adultos. Durmiendo las horas necesarias, muchos niños recuperan la tranquilidad”. Cuando se le pregunta cuántas horas deberían dormir, señala que para la franja entre los seis y doce años, unas once horas, sin contar la siesta en el caso de los más pequeños.“Muchos se quedan enganchados en la tele, y es fácil que se v ay an a la cama más tarde de las diez. Esto es una barbaridad. Hay que restringir el horario telev isiv o. En general se v an a dormir a las once de la noche y se lev antan temprano, como si fueran un adulto, y son sólo críos. Sus cuerpos necesitan reposo para un desarrollo adecuado y un equilibrio hormonal”. Después indica que desde los años 7 0 al siglo XXI, se duermen dos horas menos. También señala que la telev isión se ha conv ertido en el regalo estrella. “Es normal que ahora los padres regalen un telev isor

para el dormitorio donde duerme el hijo. Así no hay control de lo que v en ni de las horas que están frente al telev isor”.

Carmen López también señala que con tanto estímulo la cabeza de los niños no para, está sobreex citada. “Así no es de ex trañar que cada v ez hay a más padres que pregunten cómo relajar a sus hijos. En algunas ocasiones propongo tratar primero el entorno familiar para cambiar algunas rutinas”, ex plica la ex perta. En cuanto a rutinas, María Luisa Ferrerós también menciona la necesidad de cuidar la alimentación.“Hay alimentos ex citantes que sobreestimulan el sistema nerv ioso que no ay udan precisamente a que los niños estén tranquilos”. Y menciona la cafeína, las bebidas con gas, el ex ceso de grasa y de dulces. “Los padres se han acostumbrado a darles meriendas azucaradas y eso también afecta a la conducta. Cuando se produce un pico de glucosa en sangre, aumenta la irritabilidad y el grado de estrés de los niños”. También aconseja que para cenar es mucho mejor darles carbohidratos de lenta digestión porque prov oca sopor y relajación. Y nombra los espaguetis y el arroz como ejemplos.

La sensación de falta de tiempo no es un elemento que ay ude a relajar a los niños. Núria Curell, pediatra de la Unitat d’Adolescents del Institut Univ ersitari Dex eus, constata que a muchas madres que trabajan les resulta difícil conciliar trabajo y v ida familiar y cuando llegan a casa quieren hacerlo todo ellas. “El problema no es tanto el tiempo que no se está como cómo se está. Si se llega con prisas y nerv ios, difícilmente el niño se meterá en la cama a la hora que le corresponde. Y el niño no tiene por qué hacer el horario de los padres”. Curell señala que, por ejemplo, es mejor dar indicaciones a la persona que cuida al hijo para que le haga la cena y lo bañe, “y al menos así, cuando llegas a casa, puedes contarle tranquilamente un cuento en su habitación”. Y por la mañana aconseja ponerse el despertador un poco antes para no empezar el día con prisas y nerv ios. Beth Ciurana, profesora, cofundadora de BQM (empresa que elabora y distribuy e material didáctico para la pequeña infancia) y madre de dos hijos, María (cinco años) y Jan (de dos) ex plica su propia ex periencia y destaca que la actitud de los padres es fundamental. “Si v as con prisas, sin duda crearás un ambiente de tensión y los niños también se pondrán nerv iosos. Es muy

importante cómo se empieza el día, cómo te lev antas por la mañana. Es mejor ponerse antes el despertador que ir corriendo todo el rato porque se llega tarde. Con tiempo suficiente, los niños se despiertan tranquilos”. Si tras el cambio de hábitos los niños siguen con sus nerv iosismos, las personas consultadas proponen más tácticas. Beth Ciurana, por ejemplo, da unas sencillas pautas: “El contacto corporal es muy importante, más importante de lo que algunos creen. A nuestros hijos, cuando eran bebés, por ejemplo, les hacíamos muchos masajes. Y María, la de cinco años, todav ía los pide ahora, le encantan, y si está un poco nerv iosilla enseguida se tranquiliza. El contacto no sólo se consigue con masajes. También disfrutan si los llev as a cuestas o los columpias o los coges y los tocas, los acaricias. Es un gran desestresante”. Cuando hace los masajes también pone un CD de música barroca de piezas que ha seleccionado.“Ha de ser música que a ti también te guste, porque tú también le transmites esa tranquilidad, ese placer de la relajación. V a tan bien, que también lo uso en la escuela”. María Luisa Ferrerós coincide con Beth Ciurana y asegura que la música suav e tiene un efecto muy relajante para los

bebés. “Sobre todo baladas y música clásica. Recomiendo a Mozart, Bach, V iv aldi, Albinoni. El sentido auditiv o es el primero que se desarrolla, durante el cuarto mes del feto. La música de algunas piezas clásicas y el sonido intrauterino (el sonido del corazón, de la respiración…) son monocordes, así que los reconecta emocionalmente y les relaja”. Ferrerós también recomienda el masaje para los bebés. “Es importante hacerlo con una intensidad lumínica baja, música suav e y sin tele ni estridencias. Me he encontrado con algún padre que les da el masaje con la tele al lado encendida. No es una buena estrategia”. Se pide un mínimo de coherencia. Beth Ciurana también recomienda contar cuentos. “Antes de acostarse siempre les cuento algún cuento. Siempre me lo piden. Hay que hacerlo sin prisas, disfrutando tú también de ese momento mágico que estás pasando con tu hijo”. Situaciones únicas, aunque el cuento sea el mismo. María Luisa Ferrerós dice que contar el mismo cuento les da seguridad, les relaja. “Les encanta saber lo que y a v a a pasar. Les da la sensación de que y a son capaces de controlar situaciones que les impresionan. Hasta los tres años es imprescindible mantener unos

ritmos constantes. Hacer cada día lo mismo, el mismo orden. Cuanta menos improv isación, más tranquilidad, sobre todo en edades tan tempranas”. Lourdes Callen, consejera de padres y desarrollo personal, especializada en pedagogía Waldorf y fundadora de la web atimeforchildhood.com, también coincide sobre la importancia de los ritmos. Asegura que hasta los siete años tan importante es el ritmo constante y las rutinas como la alimentación. Ambos son esenciales para el ser humano que se está formando. A nadie se le ocurre dar whisky a un niño de dos años; de igual manera no hay que someter al niño a un ritmo de adultos, con una agenda apretada, donde no ex iste la posibilidad de aburrirse. La posibilidad de aburrirse es uno de los mejores relajantes y mejor formadores que los padres puedan imaginar, señala la ex perta coincidiendo con María Luisa Ferrerós. También hay edades.“Hay que v er por qué están nerv iosos. Y entre los tres y seis años es el tiempo de los miedos. La manera de relajarlos es utilizando recursos adaptados a cómo ellos v en el mundo. Y a esa edad v en el mundo desde una perspectiv a mágica”, ex plica María Luisa Ferrerós. Así que, además de continuar con los ritmos, con el cultiv o

de los hábitos y contar cuentos, la ex perta recomienda utilizar elementos mágicos para relajarlos. “La espada mágica, el muñeco protector, las v elas… Es importante que los padres no nieguen desde la racionalidad los miedos, porque eso les pondrá más nerv iosos y se sentirán desprotegidos. Es mejor confesarles que de pequeños nosotros también teníamos miedo y que buscábamos o armas protectoras o cualquier otro elemento. Ser comprendido da mucha tranquilidad”. Y a partir de los seis o siete años los ex pertos aconsejan introducir también técnicas de relajación progresiv a y de imaginación activ a. Carmen López asegura que se pueden hacer en casa muy fácilmente. “La relajación progresiv a consiste en tensar el músculo para después soltar. También se puede hacer relajación sin tensión con ejercicios de respiración. Con los niños se hace jugando, inv entando historias, introduciéndolo con personajes que el niño conozca. ‘Tú eres Batman y …’. Siempre hay que buscar la motiv ación”. María Luisa Ferrerós asegura que con estas técnicas los niños v an entrenando la mente. “Focalizar la mente y relajar el cuerpo es un ejercicio ex traordinario para los más pequeños. Les permite reducir el ritmo

cardiaco, la respiración…”. Tampoco hay que olv idar el contacto con la naturaleza, bailar, jugar con la arena, con el agua. Según los ex pertos también fav orece el autocontrol, mejora la autoestima y las habilidades sociales, cambia la actitud y mejora el rendimiento escolar. Sólo hay beneficios. Y los primeros en beneficiarse son los padres, sin duda.

07 :30 Los ex pertos recomiendan despertar a los hijos con tiempo suficiente para empezar el día sin prisas.

07 :45 Desay unar con ellos sin nerv ios les da ese plus de tranquilidad que necesitan.

19:30 La hora del baño es uno de los momentos más esperados por los pequeños. Les div ierte y les relaja.

20:00 Cenar más allá de las ocho casi siempre es sinónimo de ir a la cama tarde. Necesitan dormir sus horas.

20:30 Contar cuentos a la hora de dormir les da seguridad y eso les calma. Si piden la misma historia, mejor.

Técnicas que no sólo relajan Hay tantas maneras de relajarse como granos de arena en una play a. Natalia Bernabeu, directora del proy ecto Quadra Quinta, dirigido a desarrollar y difundir iniciativ as relacionadas con la creativ idad y el aprendizaje, ofrece cinco ejercicios muy sencillos que sirv en para todo tipo de niños. Son ejercicios que además de relajar permiten adquirir y potenciar otros aspectos del niño. En todos los casos recomienda realizarlos con una música suav e de fondo. Es una ay uda para que el niño se relaje más.

1. Respiración consciente Beneficios: Adem ás de relajar, sirv e para tom ar conciencia de la propia respiración. Sentado en tu silla, con la espalda muy recta, respira tranquilamente. Observ a cómo es tu respiración: agitada o serena, corta o profunda, regular o irregular... Cierra los ojos y concéntrate en el recorrido del aire en tu interior: cómo entra y cómo lo ex pulsas. V e haciendo que tu respiración sea cada v ez más profunda. Respira tres v eces llenando de aire el abdomen y el pecho. Ex pulsa el aire cada v ez, muy despacio. Por último, abre los ojos y muev e los hombros en círculos, hacia atrás.

2. Sonidos de fuera, sonidos de dentro Beneficios: Ejercita la percepción. Sentado cómodamente en tu silla, con los pies apoy ados en el suelo, la espalda muy recta y las manos sobre tus rodillas, cierra los ojos y concéntrate en todos los sonidos y ruidos que llegan de fuera: unos pasos, una puerta que se cierra, el ladrido de un perro a lo lejos… Poco a poco, empieza a prestar atención a los sonidos de

dentro…, quizás oigas un zumbido grav e… o un pitido agudo… o quizás oigas el latido de tu corazón… Lentamente, v uelv e a escuchar los sonidos de fuera. Abre los ojos, al mismo tiempo que estiras los brazos hacia delante.

3. Colum na de hierro, colum na de gom a Beneficios: Destensa la colum na v ertebral y la espalda. Sentado cómodamente en tu silla, con los pies apoy ados en el suelo, la espalda muy recta y las manos sobre tus rodillas, cierra los ojos y haz tres respiraciones abdominales profundas. Empieza a respirar más lentamente y concéntrate en tu columna v ertebral. Recórrela mentalmente de abajo arriba. Imagina que tiene la dureza y rectitud de una barra de hierro. Imagina que de pronto se fuera conv irtiendo en una barra de goma, flex ible y blanda. V uelv e a sentir que tu columna es, sucesiv amente, de hierro y de goma. Después, lentamente, muev e los hombros hacia atrás y abre los ojos.

4. El casco del m inero Beneficios: Relaja el cuerpo y la m ente. Sentado en tu silla, con la espalda muy recta y los ojos cerrados, respira tranquilamente. V e haciendo que tu respiración sea cada v ez más profunda. Respira tres v eces llenando de aire el abdomen y el pecho. Ex pulsa el aire cada v ez, muy despacio. Imagina que sobre tu cabeza llev as puesto un casco de minero, de esos que tienen una lámpara en la frente. Intenta, sin abrir los ojos, mirar fijamente esa lámpara durante un rato. Cuando lo creas oportuno, abre los ojos.

5. La biblioteca m isteriosa Beneficios: Potencia la im aginación. Sentado en tu silla, con la espalda muy recta, respira tranquilamente. Cierra los ojos, concéntrate en el recorrido del aire en tu interior y v e haciendo que tu respiración sea cada v ez más profunda. Imagina que tu cuerpo es una casa, llena de habitaciones. Los pies, las piernas y los muslos son el sótano; las caderas, el v ientre y la cintura, la planta baja; el

estómago, el pecho y el tórax , el primer piso. La columna v ertebral y la espalda son las escaleras que unen todos los aposentos. Los hombros, el cuello y la cabeza forman el último piso. Imagina ahora que en la parte más alta de tu cabeza se lev anta una torre que alberga una ex traña biblioteca, llena de hermosos libros. Imagina que estás ahí y que tienes un libro entre las manos: siente su tacto y la tex tura del papel; intenta recordar el olor de sus hojas impregnadas de tinta y de sus v iejas tapas de piel. En esa torre, coincidiendo con el centro de tu frente, hay una v entana que se abre a un espacio infinito. Asómate a ella durante unos segundos, antes de abrir suav emente los ojos, mientras v uelv es los hombros hacia atrás y estiras, por fin, los brazos.

Capítulo 13

No son tan frágiles Hay preocupación por los hijos, desde que empiezan a andar hasta las primeras salidas nocturnas, pasando por el fracaso escolar o las drogas y , sin saberlo, los padres v an cargando sus ansiedades a las espaldas de los niños. Eso los moldea para toda la v ida. Entonces, ¿qué hacer con las ansiedades? Jordi Jarque ES Estilos de v ida | 17 de octubre de 2009 Y a hace algunas semanas que los niños han empezado el cole y algunos padres ex presan su preocupación por si sus hijos pillarán la gripe A, se engancharán a la droga o entrarán a formar parte de ese colectiv o enmarcado en el fracaso escolar. Otros, los que tienen bebés que aún no han dado los primeros pasitos, observ an atentamente y los estimulan de mil maneras a que caminen cuanto antes, no fuera que se retrasaran en sus habilidades motoras. O temen que se den un trompazo cuando

y a han empezado a tambalearse, buscando su equilibrio en la v erticalidad. También se preocupan la primera v ez que marchan de colonias, unos años después se intranquilizarán de sus primeras salidas nocturnas y la hora que v olv erán o si son demasiados jóv enes para tener sex o con otra persona, si cogerán el sida, o cómo será su primer gran amor. Más datos para alimentar la inquietud: la adicción de los jóv enes a los v ideojuegos e internet, donde pueden contactar con personas sin demasiados escrúpulos. Descrito así el panorama, es fácil que la ansiedad penetre en los adultos que quieren cuidar a los más pequeños. V isto lo v isto, parece que los temores de los padres en relación con sus hijos no tienen un momento de descanso. Normal. A los niños les puede pasar cualquier cosa. Padres y madres se sienten responsables de ese ser indefenso, al menos durante los primeros años de v ida, y generalmente quieren lo mejor para él. Siendo así, ¿qué progenitor no tiene miedo de que el crío sufra algún percance o se pierda, y a un poco más crecidito, en ese magma de las relaciones sociales, grupos, pandillas o colegas…? Los padres tienen sus ansiedades. Pero ¿cómo influy en estas en los hijos? Estos temores

¿son un buen prev entiv o o más bien son perniciosos? ¿Qué hacer? ¿Hay motiv os para estar ansiosos? ¿No se dice también que los padres de ahora no se preocupan de sus hijos y que por eso los enchufan a la tele o a la play y la wii? V ay a lío. No parece que ejercer la paternidad o maternidad sea fácil, al menos actualmente. Por una parte se difunden datos desconcertantes que reflejan actitudes contradictorias de los padres, como los que muestran los informes realizados por la British Board of Film Classification (BBFC), un organismo británico que se dedica a regular las películas y los v ideojuegos por edades y tipo de contenidos. Según la BBFC al 7 4% de los padres le preocupan los contenidos de los v ideojuegos, y el 7 9% está conv encido de que los v ideojuegos tienen un efecto pernicioso en la conducta de su hijo. En cambio, otro estudio realizado por Microsoft rev eló que la mitad de los adolescentes nav ega por internet sin la superv isión paterna. En este caso se entrev istó a 20.000 jóv enes de entre 1 4 y 1 9 años. Y también es v erdad que v a por países, porque otra encuesta realizada por Kids Online de la UE en la London School of Economics destaca que el 7 7 % de los padres ingleses utiliza programas para filtrar la

nav egación de sus hijos por la red. “Hay dos ex tremos: los padres que pasan de todo y los que se preocupan por cualquier cosa relacionada con su hijo”, ex plica Bàrbara V iader, ex perta en terapia ocupacional y directora del Centre d’Estimulació Infantil de Barcelona. Cualquiera de las actitudes de los padres afecta a los niños. Y cuanto más pequeños, más incide, tal como coinciden en afirmar todos los ex pertos consultados. Fernando Artal, psicopedagogo especializado en fracaso escolar, ex plica que los bebés son los más v ulnerables. “Las inseguridades, los miedos y los conflictos de los padres tiñen el ambiente v ital en el que crecen los hijos”. Más o menos dice lo mismo Daniel Gabarró, psicopedagogo y maestro: “Los niños pequeños captan no lo que dices, sino cómo lo dices. Si estás angustiado, da igual si intentas esconderlo, el niño lo notará. Hicimos un pequeño ex perimento con 25 niños de sólo tres años. Les pasamos una película infantil en donde les cambiábamos el idioma del materno a cualquier otro que no conocieran. Bien, pues igualmente tenían reacciones emocionales en sintonía con lo que les sucedía a los personajes porque captaban perfectamente el tono de las

palabras, aunque no las entendieran para nada”. Gabarró recuerda la importancia de la comunicación no v erbal, que en el caso de los “adultos puede llegar al 87 %, y en la infancia todav ía es may or el porcentaje, tal como reflejan las inv estigaciones neurolíngüísticas. Así que si estás tranquilo afecta a los niños, positiv amente, claro, pero si estás angustiado también. Las ansiedades y preocupaciones de los padres inciden negativ amente en los hijos, y cuanto más pequeños, más”. ¿Las ansiedades de los padres afectan para siempre? ¿Cómo? Según Fernando Artal, y con él coinciden otros ex pertos, las repercusiones pueden ser de por v ida, sobre todo si los hijos no reciben atención en algún momento. “Los padres tienen que asumir que todo lo que hacen y sienten estructura de alguna manera u otra a los hijos. Precisamente cualquier trabajo de crecimiento personal, psicoterapéutico o psicoanalítico se basa en ir av eriguando los mecanismos emocionales que hemos bebido de nuestros progenitores en nuestra infancia, y eso es así porque la familia imprime una fuerte huella”. Si una de las ansiedades más comunes es que los niños no sufran, los padres tienden a no poner límites.

Consecuencia: se están formando personas con poca capacidad de frustración, impacientes, incluso muy caprichosas y tiránicas, en el fondo muy inseguras. Núria Curell, pediatra de la unidad de adolescentes del Institut Univ ersitari Dex eus, ex plica que la falta de límites tiene repercusiones incluso y a en la adolescencia. “Cuando la primera nov ieta les dice no y los deja plantados, cogen una depresión de caballo. Y eso les pasa porque casi nunca se les ha negado nada y no son capaces de gestionar las frustraciones”. No sólo se les debilita emocionalmente, también afecta a su sistema inmunológico por sobresaturación de medicamentos, no sea que se pongan enfermos. En febrero de este año, la consellera de Salut de la Generalitat de Cataluny a, Marina Geli, dio la v oz de alarma porque han detectado que los niños están hipermedicalizados. La Asociación Española de Pediatría recoge un estudio que confirma un ex cesiv o número de consultas de pediatría de atención primaria, donde la ansiedad de los padres es una v ariable que también influy e. La Asociación Española de Pediatría ex plica que “los resultados de este estudio pueden ser aplicables a gran parte de las consultas

de pediatría de atención primaria de nuestro país. Y María Jesús Mardomingo, jefa de la unidad de psiquiatría infantil del hospital Gregorio Marañón y ex presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Infantil, se queja de la falta de psiquiatras especializados en niños y adolescentes. Tal como están las cosas, asegura que es uno de los grandes retos sanitarios del siglo XXI.

Tampoco se trata de que ahora los padres se hagan el harakiri porque sus ansiedades afecten a los hijos. En ese sentido la culpa es una mala compañera de v iaje. Que hay ansiedad y miedos casi nadie lo duda. Eliminarlos es como querer v aciar el océano con un v aso de agua. Pero hay estrategias para que esa ansiedad disminuy a y , la que queda, poder aceptarla y gestionarla. “Hay que aceptar la situación sin culpabilizarse”, señala Núria Curell. Y Daniel Gabarró afirma que es necesario “cambiar de gafas. Son unas gafas que llev as toda la v ida, y sólo si te autoobserv as, puedes cambiar”. Es necesario cambiar. El disimulo ante los niños no llev a a ninguna parte porque de alguna manera se dan cuenta de todo. “Lo único que se puede hacer con las ansiedades es abordarlas y trabajarlas, no sólo

por los hijos, sino por nosotros mismos”, ex plica Daniel Gabarró. Un primer ensay o para superar ansiedades es decir no a los hijos. “Los niños lo agradecerán porque es la manera de fortalecer el músculo de la madurez emocional. Para fortalecer un músculo hay que oponer resistencia; igual sucede a niv el emocional: decir no es la resistencia que fortalece el univ erso afectiv o”, sigue comentando Gabarró. Fernando Artal también destaca que todo lo ex puesto no v a encaminado a que los padres se sientan culpables, sino a que se muev an para aprender y cambiar. “Nadie enseña a los padres a ser padres. Así que nadie lo hace perfecto. Los niños deben aprender de esta ex periencia y de la imperfección de los padres. Si los padres se dan cuenta de la necesidad de aprender y de cambiar, y a es un primer paso”. Augusto Cury , psiquiatra, director de la Academia de Inteligencia en Brasil, y autor de ‘Hijos brillantes, alumnos fascinantes’ (Ed. Zenith), afirma que es necesario cambiar la forma de pensar para contemplar a los hijos de una manera totalmente distinta. Y pone el ejemplo de la ansiedad de los padres ante el posible fracaso escolar. “En general, una de las ansiedades de los

padres es si mi hijo será suficientemente inteligente”. Ante eso el psiquiatra asegura que todos “los seres humanos, incluso los alumnos que sacan notas bajas en el colegio, poseen un enorme potencial intelectual aún por ex plorar. Para escrutar ese potencial tenemos que aprender a debatir los conocimientos y a ex presar sin miedo todo lo que pensamos y sentimos. Tampoco debemos olv idar que la grandeza de un ser humano radica en su humildad, en la comprensión de sus limitaciones y en su capacidad para hacerse pequeño. También es preciso tener v alor para ex plorar nuev os caminos. Como sabiamente dijo Alex ander Graham Bell, el inv entor del teléfono: ‘Si nos limitamos a av anzar por caminos y a recorridos, sólo llegaremos a lugares donde otros y a estuv ieron’. Y tenemos que aprender a dudar de nuestras falsas v erdades”. Nada es inamov ible, todo es mejorable. Norman Doidge, psiquiatra, psicoanalista e inv estigador en el Center for Psy choanaly tic Training and Research de la Univ ersidad de Columbia en Nuev a Y ork y en el departamento de Psiquiatría de la Univ ersidad de Toronto, ex plica en su libro ‘El cerebro se cambia a sí mismo’ (Ed. Aguilar) que “todos tenemos

preocupaciones y a que somos seres inteligentes. La inteligencia es capaz de predecir; ésa es su esencia. La misma inteligencia que nos permite hacer planes, confiar, imaginar o formular hipótesis es la que nos hace preocuparnos o esperar cosas malas”. Para este ex perto es importante que las personas primero se den cuenta de sus ansiedades y preocupaciones. Y después no tienen que tener ninguna duda de que eso se puede cambiar. Y la imaginación es una potente arma. “Una de las razones por las que podemos cambiar nuestro cerebro sólo con la imaginación es que, desde un punto de v ista neurocientífico, imaginar una acción y ponerla en práctica no son cosas tan distintas como parecen. Cuando una persona cierra los ojos y v isualiza algo sencillo, como la letra a, su corteza v isual primaria se activ a, del mismo modo que lo haría si esa persona estuv iera mirando de hecho una letra a. Los escáneres cerebrales demuestran que cuando imaginamos una cosa y la hacemos se activ an las mismas partes del cerebro”. Es un primer paso. Después, Fernando Artal recomienda la necesidad de diferenciar las ansiedades de los padres de las de los hijos y si es necesario tratarlo separadamente. Porque todo son procesos. No hay nada perfecto y acabado. Siempre es permanente

ev olución. Y la de los hijos es muy rápida. ¡Hay que v er cómo crecen!

Ojo con tanta precaución Se trata de una situación paradójica, porque los may ores no quieren que sus hijos sufran ni que se sientan inseguros, que no enfermen. Pero eso mismo puede crear una ansiedad en los padres, que sin duda transmiten a sus hijos muchas v eces en forma de sobreprotección. Pilar Díaz, psicóloga clínica, constata que uno de los may ores problemas actuales es la sobreprotección. “Es el mal de la época que estamos v iv iendo. Los padres intentan ev itar todo aquello que creen que puede hacer sufrir al crío. No quieren que se frustren. Consecuencia: hay un problema de límites, los padres no ponen límites a sus hijos. No se les dice no. Así que los niños dejan de v iv ir un abanico de emociones que son necesarias para su maduración psicológica. Eso crea una serie de problemas en los niños que en muchas ocasiones los propios padres niegan. No aceptan que sus hijos tengan algún problema”.

Núria Curell ex plica que los padres, en general, sobreprotegen a los hijos y les permiten todo, como irse a dormir tarde o los caprichos que sean. La pediatra ex plica que muchos padres se culpabilizan porque el horario laboral no les permite estar con los niños todo el tiempo que quisieran. “Consecuencia: cuando la madre llega a casa a partir de las ocho de la tarde, el crío todav ía tiene que cenar, bañarse, etcétera, y es difícil que la criatura se v ay a a dormir antes de las diez de la noche. En España, a diferencia del resto de Europa, todo el mundo v a mal dormido y eso crea más ansiedades y nerv iosismo que se traslada directamente al hijo. Tendríamos que europeizar los horarios para conciliar la v ida laboral con la familiar”, ex plica la pediatra. Bàrbara V iader también ha detectado que los padres transmiten mucha presión a los hijos, y “el resultado es hijos estresados y angustiados”. Fernando Artal señala que los padres interpretan la realidad según lo que ellos creen, no según como captan la realidad sus hijos. “Cuando hay una dolencia física, v an al médico y se soluciona. Pero en el campo emocional generalmente los padres no se dan cuenta de que sus angustias afectan negativ amente al niño, así que queda flotando pasa

a formar parte del tipo de relaciones que se dan entre los padres y sus niños”, ex plica Artal. Y Daniel Gabarró añade que los hijos “son un espejo estupendo para ponernos en ev idencia. Los padres actualmente quieren proteger a sus hijos de la frustración, les angustia poner límites a los niños porque tienen miedo a perder el amor de sus hijos. Y ese mismo miedo es el que hace que los niños no se sientan precisamente protegidos. Esto prov oca terrores en los niños. ‘Y o me siento protegido si tú sabes decir “no”. Y puedes decir “no” porque tú eres más fuerte’. Cuando los padres ponen límites es cuando el hijo se siente seguro, le estructura y le da fuerza”. Gabarró también afirma que con esta actitud es fácil entender que se hay a incrementado el niv el de ansiedad de los propios niños. Y no los prepara para el futuro.

Fracaso escolar Los padres se preguntan si sus hijos serán suficientemente inteligentes y de qué v iv irán cuando sean may ores.

Inseguridad en el hogar

Cuando los bebés empiezan a gatear y más tarde dan los primeros pasos, encoge el corazón v er todos los peligros en casa.

El prim er am or Siempre v a asociado al primer desamor, y de ahí tal v ez la primera depresión. ¿Cómo blindarlo?

Alim entación incorrecta Miedo a que sean obesos, miedo a la anorex ia, miedo a que no coman lo que necesitan. Es un problema.

¿Cogerá la gripe? Da igual si es gripe o neumonía, la enfermedad asusta. Puede conv ertir a los niños en hipocondriacos.

Dem asiado consentido Que no sufran por lo que no tienen. Los padres son el hada madrina que dan a los hijos todo lo que

piden.

¿Juega solo? ¿Por qué el hijo no puede conv ertirse en el líder natural de la clase? ¿No se relaciona con nadie?

La prim era fiesta Y cuando se relaciona, miedo a que no quede suficientemente bien la fiesta que se ha preparado.

Accidentes con la m oto La amenaza del primer accidente angustia a más de un padre. Las estadísticas son contundentes. Suena el teléfono... un suplicio.

Ojo con el sex o No es sólo miedo al contagio o al embarazo, también está en juego la madurez emocional, que todav ía se está formando.

Noche: alcohol y coche Hay padres que v an a buscar a sus hijos a la discoteca de madrugada para que no v ay an en coche.

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